Analisis Funcional - Una Alternativa Clasificacion

También podría gustarte

Está en la página 1de 18

Revista Española de Terapia del Comportamiento

1989, Vol. 7, no. 3

ANALISIS FUNCIONAL DE LAS TERAPIAS


CONDUCTUALES: UNA CLASIFICACION
TENTATIVA.
Eugenio Díaz González,
Patricia Landa,
Maria de Lourdes Rodriguez,
Emilio Ribes,
Silvia Sánchez.

Resumen.
Los procedimientos de cambio conductual, agrupados bajo las terapias conductuales y el
análisis conductual aplicado, se han clasificado con base en criterios etiológico-tecnológicos derivados
del modelo clínico-psiquiátrico.
Se hace una crítica de este modelo y se propone una clasificación funcional alternativa de los
procedimientos de cambio conductual.
En un escrito previo (Ribes, Díaz González, Rodríguez y Landa, 1986) se examinaron las
limitaciones que impone el modelo médico-clínico a la aplicación de la metodología conductual para
resolver los problemas de naturaleza individual.
Se consideran las siguientes limitaciones:
1) Identificar el problema de comportamiento con base en criterios morfológicos, suponiendo que
dichas morfologías -en la mayoría de los casos- conllevan anormalidades intrínsecas;
2) Interpretar el problema de manera restringida, refriéndolo a la especificidad de la circunstancia
en la que la persona solicita o se le presenta el apoyo <<terapéutico>>; y
3) Plantear la intervención <<terapéutica>> en términos tecnológicos, suponiendo que existe una
correspondencia biunívoca o multívoca (dependiendo del enfoque particular) entre los
procedimientos y la(s) morfología(s) identificada(s) como problema. El cambio de
comportamiento se estructura con base en la(s) técnica(s) disponible(s), en lugar de hacerlo
después de una evaluación funcional genuina del problema individual.
Aun cuando existen diferencias conceptuales importantes entre la modificación de conducta, las
terapias conductuales y el análisis conductual aplicado, consideramos que las limitaciones recién
señaladas se aplican a todas las formas conductuales de aplicación clínica. En todo caso, las diferencias
entre ellas se manifiestan en los criterios de clasificación de los procedimientos conductuales y en la
agrupación técnica de dichos procedimientos. Las llamadas terapias conductuales y la modificación de
conducta pueden ser siempre analizadas en términos de componentes técnicos desde el marco del
análisis conductual aplicado. Sin embargo, la integración de dichas técnicas en los procedimientos de
cambio conductual y los criterios para clasificarlos, derivados de marcos conceptuales distintos,
difieren, muchas de las veces radicalmente, de las categorías y principios metodológicos del análisis
conductual aplicado.
En este escrito nos proponemos plantear una manera muy distinta de concebir las técnicas de
cambio conductual disponibles, ubicándolas en una taxonomía funcional que permita desagregar
procedimientos compuestos en términos de características vinculadas a la interacción de la naturaleza
del problema, los efectos del procedimiento, la acción del <<terapeuta>> y otros aspectos relacionados.
Esta clasificación se propone como una alternativa a las formas actuales de agrupar a los diversos
procedimientos de cambio conductual.
La cuestión central que define el uso de las técnicas de modificación de conducta, sean concebidas
como <<terapias>> conductuales, como análisis conductual aplicado, o como algunos de sus
sucedáneos pragmáticos (la terapia racional emotiva) y cognoscitivos (las paradójicamente llamadas
terapias cognitivo-conductuales, y a veces llanamente cognoscitivas), es la suposición de que
constituyen técnicas o paquetes tecnológicos diseñados ex-profeso para producir ciertos resultados con
base en la naturaleza del problema de comportamiento que aqueja al individuo. Este supuesto está
vinculado a un conjunto de premisas que, aun cuando se han examinado en otros escritos (Ribes, 1977,
1980; Ribes y col., 1986), es conveniente explicitar con claridad, con el fin de justificar el examen
crítico que se realiza y la alternativa de clasificación a ser propuesta.
La aceptación virtual de un modelo médico-clínico por parte de lo que genéricamente
denominaremos el enfoque de modificación de conducta, ha tenido lugar con matices aparentemente
contradictorios. El llamado modelo conductual no ha sido más que un <<remiendo>> parcial del
modelo médico-clínico, pues nunca se ha cuestionado la orientación patológica de las técnicas de
cambio conductual, excepción hecha de Goldiamond (1974). El modelo conductual cuestiono el
causalismo interno del modelo médico, pero nunca puso en tela de juicio la concepción patológica
definitoria de dicho modelo. Las discusiones sobre el modelo médico realizadas en la década de los
sesenta (Ullman y Krasner, 1965; Bandura, 1969) criticaron la causación de la conducta por entidades
internas y la concepción del comportamiento anormal como un fenómeno puramente sintomático. Lo
que nunca se cuestiono fue el hecho mismo de la anormalidad del comportamiento.
El modelo conductual sumió la existencia de comportamiento anormal, pero a diferencia de la
concepción patológica especifica del modelo médico, no acepto que esta anormalidad estuviera
determinada internamente. Por consiguiente, la anormalidad del comportamiento no era intrínseca, sino
impuesta. El comportamiento era anormal debido a contingencias externas, y en esa medida, la
anormalidad era impuesta1. Sin embargo, al margen de la naturaleza intrínseca o impuesta de la
anormalidad, el modelo conductual incorporo la premisa de que la conducta podría ser anormal. Se
atribuyó la anormalidad del comportamiento a su control del estímulo distorsionado, a la interferencia
de conductas reforzadas positivamente por respuestas emocionales, y a los efectos negativos de la
conducta sobre el propio individuo. Nunca se planteó explícitamente que la conducta per se no puede
ser anormal, y que a diferencia de los fenómenos biológicos, la anormalidad es siempre la consecuencia
de un juicio de valor socialmente estipulado. La anormalidad no es una condición; es una atribución.
La anormalidad del comportamiento se identificó con formas o morfologías particulares de
comportamiento, siguiendo la normatividad impuesta por el modelo médico-clínico de la psiquiatría.
De este modo, la metodología conductual, adoptando un enfoque patológico-eliminativo, se dirigió a la
remoción de aquellos comportamientos considerados anormales y al establecimiento de nuevos
comportamientos como proceso de rehabilitación o prótesis conductual. La depresión, las obsesiones,
la ansiedad, las fobias, las alucinaciones, las conductas grotescas, el consumo de alcohol y tabaco, las
prácticas homosexuales (estas últimas hasta que dejaron de ser consideradas anormales), y muchas
otras conductas, constituyeron el objeto de los procedimientos de cambio conductual. La anormalidad
se identificaba con la morfología de los procedimientos de los comportamientos siguiendo el cánon
psiquiátrico. La diferencia estribaba, ahora, en que se suponía que esta anormalidad era impuesta por
las contingencias del ambiente, y no era determinada por procesos o entidades internas.
Establecida la anormalidad del comportamiento con base en los criterios del modelo clínico-
psiquiátrico, pero desechando los supuestos correspondientes a su causación por entidades o proceso
internos, las estrategias generales de modificación de conducta se dirigieron al diseño de
procedimientos y <<paquetes>> de técnicas específicas para los distintos tipos de comportamiento
anómalos. De este modo, se supuso que para cada tipo de anormalidad se podía disponer de un
procedimiento o paquete de procedimiento <<terapéuticos>>, de manera análoga a lo que ocurre en la
práctica médica. La investigación clínica-o aplicada, como algunos prefieren llamarla- se orientó
tecnológicamente, es decir, a la búsqueda, diseño y prueba de técnicas, procedimientos o paquetes que,

1
El criterio conceptual adoptado para distinguir la anormalidad conductual de la anormalidad médica es semejante al
empleado por Murray y Sidman (1960) en Tactics of Scientific Research (N. Y.: Basic Books) al discutir la variabilidad en
relación con la conducta: la conducta intrínsecamente variable versus la conducta bajo variabilidad impuesta.
fundamentados en un análisis teórico acerca de la naturaleza impuesta de la anormalidad conductual,
permitiera eliminarla, y de ser necesario, establecer comportamientos habilitadores o rehabilitadores.
Este último aspecto no se planteó explícitamente en la mayoría de los casos, dado que, como en el
modelo médico dominante, se supuso también que la eliminación de la conducta anormal, en tanto
incompatible con el comportamiento normal, daba lugar << automáticamente>> a la ocurrencia de este
último.

De la fundamentación y clasificación de las técnicas de modificación de conducta.

Como se señalaba anteriormente, los diversos procedimientos de modificación de conducta


provienen de razonamientos conceptuales distintos. Por una parte, se encuentran el conjunto de técnicas
derivadas del llamado análisis experimental de la conducta y el modelo de la triple relación de
contingencia formulado por Skinner (1953). Por otra parte, están las llamadas terapias conductuales
vinculadas en su origen al condicionamiento pavloviano y a la teoría de Hull-Spence sobre el
aprendizaje (Franks, 1969). Dentro de estas, ha tenido lugar una evolución, o involución si se examinan
lógicamente las premisas que las fundamentan (Ribes, 1989), al diferenciarse las llamadas terapias
conductuales- cognoscitivas (Foreyt y Rathjen, 1978) que hacen hincapié en el papel de las variables
simbólicas internas en la producción y eliminación de la conducta anormal.
Finalmente, están algunos procedimientos de cambio conductual, incorrectamente clasificados
como terapia conductual, como lo es el caso de la terapia racional emotiva, que no examinaremos por
razones obvias.
En el caso de las terapias conductuales, su clasificación se ha realizada con base en un doble
criterio: a) la naturaleza del proceso conductual involucrado en la relación anormalidad-procedimiento;
y b) el conjunto de procedimientos que describen a la terapia como paquete integrado. De este modo,
las terapias conductuales se clasifican por el uso de procedimientos de contracondicionamiento,
extinción, inhibición, activación de respuestas incompatibles, procedimientos que se supone
corresponden funcionalmente a la naturaleza del proceso del comportamiento anormal: ansiedad por
evitación, inhibición por frustración, etc. También se consideran las características de la operación de
los procedimientos empleados: desensibilización sistemática, implosión, inundación, etc.
Por su parte, las técnicas y paquetes derivados del análisis conductual aplicado, se clasifican con
base en la relación operación-efectos de dichos procedimientos simples o integrados en programas. Las
técnicas, todas ellas derivadas del condicionamiento operante, ya sea como extrapolación de
operaciones evaluadas y empleadas en el laboratorio de conducta animal, o como extensiones prácticas
de dichas técnicas-operaciones, se agrupan en cuatro categorías fundamentales: a) técnicas para el
establecimiento o adquisición de comportamiento; b) técnicas para aumentar la frecuencia de
comportamiento ya existente; c) técnicas para disminuir o eliminar comportamiento; y d) técnicas de
apoyo y control del estímulo, para asegurar la ocurrencia apropiada de la conducta. Este conjunto de
técnicas puede utilizarse de manera aislada, o bien pueden integrarse en paquetes o programas
complejos de intervención; pueden ser autoreguladores por el propio usuario – en mayor o menor
grado-, como ocurre con las técnicas de autocontrol; o bien, pueden ser administrados institucional o
externamente – en el caso de ambientes semiabiertos como la familia- por personal profesional o no
profesional, como ocurre en la llamadas economías de ficha o sistema de administración de
contingencias. El empleo de dichas técnicas o paquetes depende de la naturaleza del comportamiento
anómalo: si es un exceso o un déficit, o un control de estímulos inadecuado.
No es extraño que los procedimientos de cambio conductual tengan criterios de clasificación
ajenos a los de las categoría que describen y agrupan los comportamientos anómalos. La clasificación
de las anomalías desde el punto de vista del modelo médico-psiquiátrico constituye una taxonomía
etiológico-sintomática (Kanfer y Saslow, 1969). Esta taxonomía no es indicativa del tratamiento o
terapéutica que corresponde a las anomalías agrupadas, pues está elaborada con base en criterios
morfológicos para describir la sintomatología, bajo el supuesto de que están determinados por
perturbaciones isomórficas mas generales en entidades o procesos internos inferidos (trastornos de
pensamiento, de la afectividad y de otras <<facultades>> cognoscitivas). Por ello, aun cuando el
modelo conductual acepta implícitamente la clasificación de las anomalías del comportamiento
formuladas en el marco del modelo médico-psiquiátrico, se ve obligado a agrupar sus técnicas con base
en criterios independientes. Identifica a la morfología del comportamiento, el indicador puramente
sintomático según el modelo médico, con el problema a resolver. Lo ubica específicamente en
circunstancias y respecto de personas, y con base en el análisis de la anomalía de acuerdo con los
criterios de la terapia conductual o del análisis conductual aplicado, se elige(n) la(s) técnica(s) o
paquete que se considera pueden eliminar la anomalía en cuestión.
Kanfer y Phillips (1969) han realizado quizá el esfuerzo más sistemático por clasificar tanto a
las terapias conductuales como a las técnicas del análisis conductual aplicado bajo un mismo marco
organizador. Dicho marco de clasificación toma en consideración el grado de participación del usuario
y el nivel de participación directa del <<terapeuta>> en el proceso de cambio conductual. Es en este
sentido una clasificación organizada con base en el grado de transferencia de la tecnología por parte del
<<terapeuta>> al usuario.
Estos autores hablan de cuatro tipos de psicoterapia, en la mediad en que el sistema propuesto
abarca a todo tipo de terapia y no solo a la conductual: 1) las terapias interactivas; 2) las terapias de
instigación;3) las terapias de replicación; y 4) las terapias de intervención.
Las terapias interactivas se basan en entrevistas personales extendidas y el uso fundamental de
la conducta verbal del terapeuta para inducir el cambio en el usuario, suponiendo que la interacción
diádica es representativa de toda otra interacción. En la terapia de instigación se emplean sugerencias y
tareas específicas asignadas al usuario para que las ponga en práctica en su medio ambiente. El reporte
verbal del usuario o sus autoobservaciones constituyen el material que regula la participación del
terapeuta, pues el usuario aprende, en cierta manera, a ser su propio terapeuta. En las terapias de
replicación, se arguyen algunos segmentos críticos de la vida del usuario dentro del ambiente
terapéutico, suponiendo que se generalizara al exterior. El terapeuta induce y procura consecuencias a
las conductas <<apropiadas>>, a la vez que elimina activamente las conductas <<inapropiadas>>. En
las terapias de intervención, el terapeuta entra directamente en las intervenciones del usuario con su
medio ambiente y la intervención se restringe a la conducta específica seleccionada.
Como puede observarse, la clasificación propuesta no rebasa la dimensión de viabilidad
tecnológica que caracteriza a los procedimientos de cambio conductual. Constituye un análisis de
factibilidad operacional más que de pertinencia funcional.
Sin embargo, los criterios tecnológicos dirigidos a problemas más o menos específicos no
parecen garantizar la efectividad de los procedimientos conductuales que se aplican <<
terapéuticamente>>. Ejemplo de ello son las estrategias multimodales (Lazarus, 1973) o la
inefectividad relativa con problemas específicos como el alcoholismo (Keller, 1977). Una discusión
más extensa de estas limitaciones puede encontrarse en Yates (1977), Kazdin (1979), y Segura (1985).
Al margen de otras consideraciones- no menos fundamentales-parece conveniente proponer nuevos
criterios de clasificación de los procedimientos de cambio conductual, que aun cuando reconozcan la
relación operación-efecto de las técnicas, organicen su aplicación bajo criterios genuinamente
funcionales, vinculados a la naturaleza de los problemas individuales que se pretenden resolver.

Una alternativa de clasificación.

Frente a las limitaciones y deficiencias del modelo clínico, Ribes y cols. (1986) han propuesto una
aproximación metodológica alternativa: el análisis contingencial. Se parte de algunas consideraciones
planteadas por Goldiamond (1975), así como por Ribes y López (1985).
El análisis contingencial consta de cuatro ejes básicos:
a) El sistema microcontingencial, que comprende las relaciones situacionales valoradas como
problema por el individuo o por otros; b) los factores disposicionales, que facilitan las
relaciones microcontingenciales; c) las conductas del individuo que son mediadoras de las
relaciones de microcontingencia consideradas socialmente problemáticas; y d) el sistema
macrocontingencial que es el conjunto de prácticas supraordinadas a la situación problema y
que definen sus criterios valorativos.

Estos cuatro ejes permiten definir el o los problemas del individuo desde una perspectiva funcional,
tomando en cuenta los aspectos valorativos como dimensión inevitable de la interacción entre
individuos.
Como procedimiento, el análisis contingencial consta de cinco pasos:
1. La identificación de la(s) relación(es) microcontingencial(es);
2. La evaluación del sistema o marco contingencial;
3. La génesis del problema;
4. El análisis de soluciones; y
5. La selección, diseño y aplicación de los procedimientos de intervención.
Los tres primeros pasos están dirigidos a la identificación y definición de la problemática por el
usuario y los dos últimos a la intervención.
En esta metodología la definición del problema es diferente en tanto que: a) no considera que
existan problemas intrínsecos a ser identificados, y b) el análisis no es morfológico sino funcional. En
lo que toca a la intervención, no se considera que exista una correspondencia biunívoca entre la
morfología y/o la interpretación del problema y las técnicas o procedimientos dirigidos a la
modificación del comportamiento y, por ende, no existe <<la>> forma de intervención específica a
cada problema particular. De hecho, se considera que las técnicas de intervención deben basarse en
<<la pertinencia que puedan tener como procedimientos sistemáticos para estructurar situaciones que
promuevan, establezcan y faciliten nuevas formas de relaciones interpersonales en circunstancias
contingenciales previstas>>. (Ribes y cols., 1986).
Los procedimientos de intervención para la alteración del comportamiento pueden evaluarse con
base en tres grupos de dimensiones funcionales:
1. La naturaleza de la interacción terapéutica.
2. El tipo de procedimiento.
3. Las funciones del terapeuta.
En la naturaleza de la interacción terapéutica se agrupan dos aspectos: la circunstancia que define el
problema y las acciones terapéuticas, es decir, la propiedad definitoria de la conducta del sujeto que
determina que se le valore como problema, y los aspectos de la conducta a los que se encaminan los
objetivos de la técnica.
De este modo se obtienen cinco criterios de clasificación:
a) oportunidad, en que los dos aspectos señalados se relacionan a la discriminación de las
circunstancias en que debe o no emitirse una conducta particular;
b) precisión, que se relaciona a la diferenciación de las morfologías de respuestas requeridas;
c) tendencia, que tiene que ver con que, tanto el problema como las acciones terapéuticas se
asocian con la probabilidad de emisión de ciertas conductas, que tradicionalmente se ha
manejado bajo el nombre de motivación;
d) relación de efecto, que se vincula con que los dos aspectos tengan que ver la probabilidad, no
de morfologías de respuesta, sino de cierto tipo de consecuencias; y
e) adquisición, en la que se considera que el problema y la terapia se enfoca a la adquisición de
funciones particulares para morfologías de respuestas existentes.
En el tipo de procedimiento, se conjuntan también dos aspectos: los criterios de solución elegidos
con base en la evaluación de los sistemas micro y macro contingenciales y la naturaleza de las
dimensiones funcionales de dichos sistemas, que deben alcanzarse. Estos dos aspectos redundan
propiamente en los diversos tipos de efectos que puede tener el uso de un procedimiento particular. Así,
a partir de esos criterios se pueden clasificar cuatro grandes grupos de procedimientos:
a) procedimientos para alterar disposiciones; aquí se clasifican procedimientos cuyo efecto es
alterar las propiedades de los objetos y acontecimientos físicos, DE ZAR competencias
disponibles en el repertorio del sujeto, alterar inclinaciones y tendencias y conductas propias
con efectos disposicionales sobre uno mismo.
b) procedimientos para alterar la conducta de otras personas: en este rubro se incluyen
procedimientos para modificar las diferentes funciones que tienen las personas en el sistema
microcontingencial (auspiciadores, mediadores, reguladores de tendencia, mediados, etc.);
c) procedimientos para alterar la propia conducta: estos comprenden procedimientos para alterar
los efectos de la propia conducta en sí mismo, conductas mediadoras, competencias específicas,
o crear competencias que alteren efectos disposicionales de conductas propias; y
d) procedimientos para alterar prácticas macrocontingenciales: este rubro abarca procedimientos
para alterar conductas de decisión macrocontingencial, cambiar conductas propias que alteren
practicas valorativas de otros, cambiar conductas de otros que alteren practicas valorativas
propias y de otros, y cambiar conductas propias para ajustarse a prácticas valorativas de otros.
Finalmente, las funciones del terapeuta2 tienen que ver con el papel asumido por el terapeuta
durante cualquier tipo de intervención:
a) Informar,
b) Entrenar,
c) Regular,
d) Instruir,
e) Auspiciar,
f) Instigar, y
g) Participar.
Estos tres grupos de dimensiones funcionales permiten evaluar las técnicas ya existentes de
terapia conductual, diseñar técnicas específicas para cada individuo, emplear una misma técnica con
diferentes propósitos funcionales, etcétera.
Se presentan un apéndice y una tabla. En el apéndice se muestra el análisis desglosado de
algunas de las técnicas utilizadas con mayor frecuencia en la terapia conductual, y en la tabla, una
matriz de evaluación funcional de las mismas con base en los tres grupos de dimensiones funcionales
mencionadas. El análisis desglosado de las técnicas fue elaborado con los siguientes criterios
funcionales:
a) circunstancia que define el problema: aquí se enlistan los diferentes aspectos de la conducta
que funcionan como definitorios para la valoración de esta como problema y que, a su vez,
determinan el empleo de un procedimiento específico;
b) acciones terapéuticas: bajo este rubro se enlistan, de todas las acciones que comprende la
aplicación de una técnica dada, aquellas que están directamente relacionadas con la
modificación del problema;
c) efectos: se describen los efectos esperados de la aplicación de la técnica con base en los dos
primeros criterios; y,
d) funciones del terapeuta: se enlistan todas las posibles funciones que puede asumir el
terapeuta durante la aplicación de la técnica dada.

2
Las funciones del terapeuta de auspiciar, informar y regular, consisten en crear las condiciones para descubrir y referir
acerca de las circunstancias, factores y efectos que se relacionan con que interacción tenga o no lugar, y establecer los
momentos en que el usuario debe o no implicar en ciertas formas de comportamiento, respectivamente. Las demás
funciones se ajustan a ser ordinario de los términos.
En la tabla 1 se describe una matriz de evaluación funcional basada en el análisis desglosado ya
mencionado, que consta de tres ejes: a) la naturaleza de la interacción terapéutica, b) el tipo de efectos
y c) las funciones del terapeuta. El empleo de esta matriz permite tanto la evaluación, selección, y
aplicación de técnicas con diversos propósitos, como el diseño de nuevas técnicas. Por ejemplo, si se
pretende evaluar funcionalmente una técnica como la desensibilización sistemática, en la matriz se
señala que, tanto la propiedad definitoria de la conducta problema del usuario como los objetivos de la
misma están relacionados, por un lado, a la discriminación de las circunstancias en que debe o no
emitirse una conducta particular, y por otro, con la probabilidad de emisión de ciertas conductas.
Asimismo, los efectos y los objetivos de la técnica están relacionados con la alteración de
disposiciones. Por último, las funciones que asume el terapeuta son instruir, entrenar y regular.
Tomando en consideración esta evaluación, la selección de dicha técnica debe fundamentarse en su
pertinencia a la problemática individual y su empleo puede tener uno o diversos propósitos funcionales
dependiendo del caso: por ejemplo, puede decidirse emplearla únicamente para alterar algunas
disposiciones específicas como al anticipación de una reacción emocional.
Así, la intervención conductual descansaría en dos criterios:
a) La evaluación funcional de la problemática individual, y
b) La pertinencia que pueda tener la técnica en la estructuración de nuevas relaciones en un
sistema contingencial.
Consideramos que esta propuesta permite visualizar de modo diferente el uso de la tecnología
para el cambio individual, superando las deficiencias y limitaciones impuestas por el modelo clínico
dominante.
Tabla 1
MATRIZ DE EVALUACION
(Se consulta en el libro de Análisis Contingencial páginas 140 y 141)
Naturaleza de la Interacción Terapéutica.
ADQUISICIÓN PRECISIÓN OPORTUNIDAD RELACIÓN DE EFECTO TENDENCIA
función del función del función del función del función del
terapia terapia terapia terapia terapia
Terapeuta Terapeuta Terapeuta. Terapeuta Terapeuta
5 G. D 5 C. 1 B. D 6 A. 1 C. B.
8 D. 5 A. 6 G.
3 B. D 8 A. 5 E. D. C.
TIPO Altera 8 A.
DE r
7 E.
PROC dispos
3 E.
EDIM icione
sAltera 5 D. G. 5 C. 8 D. 5 A. 5 E. D. C.
IENT
9 B. 9 B. C. 9 D. A. 8 A. 8 A.
OS r
condu 11 B. F. 4 B. C. F. 11 F. C. E. 10 A. C. E. 10 B.
cta 2 B. A. 10 B. C. 10 A. B. 4 A. 4 E. A. C.
propia 2 B.C. 2 B. D. A. 3 D. 3 A.
11 B. C. F 4 B. A. C.
3 B. D.
Alterar 10 B. C. 10 A.B. G.E 10 E. A. C.
conducta 4 B. C. 4 A. B. C. 4 A.
de otros

TERAPIAS FUNCIONES DEL TERAPEUTA

1. Desensibilización sistemática 7. Sensibilización encubierta A. Informar


2. Entrenamiento asertivo 8. Aceleración del pensamiento B. Entrenar
3. Autocontrol 9. Modelamiento C. Regular
4. Economía de fichas 10. Administración de competencias D. Instruir
5. Practica reforzada 11. Ensayo conductual E. Auspiciar
6. Inundación F. Participar
. G. Instigar
APÉNDICE

ANÁLISIS FUNCIONAL DE LAS TÉCNICAS DE LA TERAPIA CONDUCTUAL.

Desensibilización sistemática
a) circunstancia que define el problema:
- El sujeto abandona o evita ciertas situaciones.
- El sujeto reacciona con tensión o desagrado en la situación.
- El sujeto anticipa reacción emocional de manera consistente.
- El sujeto anticipa incapacidad para estar en la situación como consecuencia de la
reacción emocional.
b) acciones terapéuticas:
- Imaginarse entrando o permaneciendo en la situación.
- Relajarse
- Discriminar situaciones desagradables.
- Señalar reacciones emocionales.
c) efectos terapéuticos:
- Responde anticipadamente como en situaciones no problemáticas.
- Se elimina la reacción emocional.
- No aparecen conductas efectivas.
d) funciones del terapeuta:
- Instruye.
- Regula.
- Entrena.

Entrenamiento asertivo
a) circunstancia que define el problema:
- El sujeto carece de la competencia social.
- El sujeto ejerce una competencia social en un momento inadecuado.
- El sujeto desarrolla en forma inadecuada la competencia.
b) acciones terapéuticas:
- Observar modelos.
- Discriminar competencias sociales.
- Practicar la competencia.
c) efectos terapéuticos:
- Aparición de las competencias sociales.
d) funciones del terapeuta:
- Instiga.
- Instruye.
- Informa.
- Entrena.

Practica reforzada
a) circunstancia que define el problema:
- El sujeto abandona o evita ciertas situaciones.
- El sujeto reacciona con tensión o desagrado en la situación.
- El sujeto anticipa reacción emocional de manera consistente.
- El sujeto anticipa incapacidad para estar en la situación como consecuencia de la
reacción emocional.
- El sujeto permanece en la situación pero desarrolla mal la competencia o no la
desarrolla.
b) acciones terapéuticas:
- Entrenar o permanecer gradualmente en la situación real.
- Desarrollar adecuadamente la competencia.
c) efectos terapéuticos:
- Modificación de la reacción emocional.
- Eliminación de las conductas de anticipación.
- Aparición de las conductas efectivas en la situación real.
- Permanencia en la situación.
d) funciones del terapeuta.
- Instiga.
- Instruye.
- Regula.
- Informa.
- Auspicia.
Aceleración del pensamiento
a) circunstancia que define el problema:
- El sujeto anticipa reacciones emocionales y situaciones aversivas semejantes a las que le
han ocurrido en el pasado, no siendo dicha anticipación de tipo instrumental.

b) acciones terapéuticas:
- Que el sujeto exprese de forma repetida el pensamiento identificado como clave, en
situaciones no asociadas.
- Especificar las situaciones asociadas con anticipación.
c) efectos terapéuticos:
- Eliminación de la reacción emocional.
d) funciones del terapeuta:
- Instruye.
- Informa.

Ensayo conductual
a) circunstancia que define el problema:
- El sujeto carece de una competencia, la ejerce en situaciones inapropiadas, la
desarrolla mal en situaciones apropiadas, o la ejerce mal en situaciones inapropiadas.
b) acciones terapéuticas.
- Observar las competencias, discriminando conductas, circunstancias y
consecuencias.
- Practicar la competencia.
c) efectos terapéuticos:
- Aparición de la competencia.
d) funciones del terapeuta:
- Informa.
- Instruye.
- Regula.
- Entrena.
- Ocasionalmente auspicia.
Administración de contingencias
a) circunstancia que define el problema:
- La conducta del sujeto no está bajo contingencias naturales y adecuadas, ya sea
porque el ambiente está estructurado inadecuadamente o porque esta poco
estructurado.
b) acciones terapéuticas:
- Determinar el arreglo de contingencias ideal en las situaciones prescritas.
- Presentación sistemática de las consecuencias.

c) efectos terapéuticos:
- Aumento en la frecuencia de la (s) conducta (s) esperada (s).
d) funciones del terapeuta:
- Entrena.
- Informa.
- Regula.

Modelamiento
a) circunstancia que define el problema:
- El sujeto evita ciertas situaciones, permanece en ellas, o las abandona.
- El sujeto ejerce la competencia en un momento inadecuado, carece de la competencia, la
desarrolla mal o presenta respuestas incompatibles.
b) acciones terapéuticas:
- Observar al modelo.
- Discriminar momentos, morfologías, consecuencias y situaciones.
- Practicar la conducta.
c) efectos terapéuticos:
- Aparición de la (s) conducta (s) efectiva (s).
d) funciones del terapeuta:
- Instiga.
- Instruye.
- Entrena.
- Regula.
Inundación (flooding).
a) Circunstancia que define el problema:
- El sujeto abandona o evita ciertas situaciones.
- El sujeto reacciona con tensión o desagrado en la situación.
- El sujeto anticipa reacción emocional de manera consistente.
- El sujeto anticipa incapacidad de permanencia en la situación, debido a la reacción
emocional.
b) acciones terapéuticas:
- Se elimina la reacción emocional.
- Se eliminan las conductas de anticipación, aparecen conductas efectivas en la situación
real.
c) funciones del terapeuta:
- Instiga.
- Instruye.
- Informa.

Sensibilización encubierta
a) circunstancias que define el problema:
- En respuesta a su propia situación lingüística el sujeto emite un comportamiento cuya
frecuencia se quiere reducir.
b) acciones terapéuticas:
- Imaginar la conducta inadecuada, asociándola con consecuencias desagradables.
- Señalar reacciones emocionales.
c) efectos terapéuticos:
- Reducción de la frecuencia de la conducta inadecuada.
d) funciones del terapeuta:
- Informa.
- Auspicia.

Autocontrol.
a) circunstancia que define el problema:
- El sujeto es incapaz de regular su propio comportamiento.
b) acciones terapéuticas:
- Identificación de las conductas que median las interacciones problema.
- Identificación de las conductas que puedan regularlas.
- Evaluación de dichos episodios.
- Práctica de la conducta autorreguladora.
- Evaluación de los efectos.
c) Efectos terapéuticos
- Aparición de la conducta reguladora.
- Regulación de las relaciones de mediación.
d) funciones del terapeuta:
- Auspicia.
- Regula.
- Entrena.
- Instruye.
- Informa.

Economía de fichas.
a) circunstancia que define el problema:
- La conducta del sujeto no está bajo contingencias adecuadas porque el ambiente está
poco estructurado o está estructurado de manera inadecuada.
b) acciones terapéuticas:
- Determinar el arreglo de contingencias ideal en las situaciones prescritas.
- Presentación sistemática de las consecuencias.
c) efectos terapéuticos:
- Incremento o decremento en la frecuencia de las conductas esperadas.
d) funciones del terapeuta:
- Entrena.
- Informa.
- Regula.
Bibliografía

Bandura, A. (1969). Principles of Behavior Modification: N.Y. Holt, Rinehart and Winston.
Franks, C.M. (1969). Behavior Therapy: Appraisal and Satatus. N.Y. McGraw Hill.
Foreyt, J.P. y Rathjen, D.P. (1978). Cognitive Behavior Therapy: Research and Applications. N.Y.: Plenum.
Goldiamond, I. (1975). Alternative sets as a framework for behavior formulations and research. Behaviorism. 3,
49-86.
Kanfer, F.H. y Phillips, J.S. (1969). A survey of current behavior therapies and a proposal for classification. En
C.M. Franks Behavior therapy: appraisal and Status. N.Y.: McGraw Hill.
Kanfer, F.H. y Saslow, G. (1969). Behavioral diagrams, en C.M. Franks (Ed.) Behavior therapy: appraisal and
Status. N.Y. McGraw Hill.
Kazdin, A.E. (1979). Fictions, factions and functions of behavior therapy, Behavior therapy,10,629-645.
Keller, M. (1977) A nonbehaviorist view of the behavioral problem with alcoholism. En P. Nathan, A. Marlatt y
T. Loberg. (Eds.) New directions in behavioral research and treatment. N.Y. Plenum Press.
Lazarus, A. A.(1973). Multimodal behavior therapy: treating the basic id. Journal of the nervous mental disease,
156, 404-411.
Ribes, E. (1980). Consideraciones metodológicas y profesionales sobre el análisis conductual aplicado. Revista
mexicana de análisis de la conducta, 6, 89-102.
- (1982). Reflexiones sobre una caracterización profesional de las aplicaciones clínicas del análisis conductual.
Revista mexicana de análisis de la conducta,8, 87-96.
Ribes, E., Díaz González, E., Rodríguez, Ma de L., y Landa. P.(1986). El análisis contingencial, una alternativa a
las aproximaciones terapéuticas del comportamiento. Cuadernos de Psicología,8, 27-52. Reimpreso en
E. Ribes (1989). Problemas conceptuales en el análisis del comportamiento humano. México: Trillas.
Ribes, E y López, F. (1985) Teoría de la conducta: un análisis de campo y paramétrico. México: Trillas.
Ribes, E. (1989). El conductismo: su significación como filosofía y practica científica. Presentado en el XI
Congreso mexicano de análisis de la conducta, Hermosillo, marzo 1989.
Segura, G. M. (1985). La terapia de la conducta hoy, ¿una psicología?. Revista española de terapia del
comportamiento 3, 2.
Skinner, B. F. (1953). Science and Human Behavior. N. Y. Free Press.
Ullman, P., y Krasner, L. (1965). Case Studies in behavior modification. N. Y.: Holt, Rinehart, and Winston.
Yates, A. J. (1977) Teoría y Práctica de la terapia conductual. México: Trillas.

* Díaz, E., Landa, P., Rodríguez, L., Ribes, E., Sánchez, S. (1989) Análisis funcional de las terapias conductuales: una clasificación
tentativa. Revista Española de Terapia del Comportamiento. Vol. 3,3. pp. 246-254.

También podría gustarte