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LLENOS DEL ESPIRITU, SUS FRUTOS Y CARISMAS

Un árbol bueno, cuando crece, da frutos buenos. Si no, se le corta, se le echa


fuera, y le quema. Pero si da fruto, se le cuida, poda y abona para que dé
más. Cuando el Espíritu viene a nosotros, es normal que entonces aparezcan:
 Los frutos del Espíritu, que son signo de su presencia que sirven para
nuestra santificación, nos asemejan a Cristo Jesús.
 Los carismas del Espíritu que acompañan la evangelización, mostrando que
Jesús está vivo en medio de nosotros.
A. LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU
Así como un manzano da manzanas, y una higuera da higos, los que hemos
recibido el Espíritu Santo debemos manifestar los frutos del Espíritu. Si en
verdad el Espíritu Santo está en nuestros corazones deben aparecer frutos de
santidad en nuestras personas. Dios, como sembrador, plantó ya su buena
semilla (el Espíritu Santo) en una tierra que Él mismo preparó (en nosotros).
La regó con agua viva y la abonó con la sangre preciosa de su Hijo. Ahora, por
supuesto, espera que dé mucho fruto, y un fruto que permanezca. Pero los
frutos que Él anhela son los frutos de la semilla que Él sembró; no de ninguna
otra. San Pablo nos dice claramente cuáles son los frutos del Espíritu:
El fruto del Espíritu es amor, alegría y paz; generosidad y comprensión
de los demás; fidelidad y bondad; mansedumbre y dominio propio: Gal
5, 22-23.
Lo importante ahora, para nuestra vida, no es haber recibido una vez el
Espíritu Santo sino vivir, de una vez y para siempre, en el Espíritu. Por otro
lado, los frutos de las cizañas plantadas por el enemigo son:
Fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordias,
celos, iras, rencillas, divisiones, sectarismos, envidias, embriagueces,
orgías y cosas semejantes: Gal 5, 19-21.
Curiosamente, ambos frutos son antagónicos. Cuanto más crecen unos, los
otros van desapareciendo (Cf. Gal 5, 17). El árbol se conoce por sus frutos. Si
estamos llenos del Espíritu, vivamos según el Espíritu y no según las
tendencias de la carne y los criterios mundanos. Si vivimos en el Espíritu, es

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común que aparezcan en nosotros los frutos que Dios reclama a su pueblo
desde hace veintiocho siglos a través de su profeta Miqueas (Cf. Mi 6, 8).
Se te ha declarado, oh hombre, lo que Dios te pide:
 Practica la justicia: Vivir la justicia en todas nuestras relaciones humanas. La
fuerza del Espíritu Santo debe llegar a invadir el campo social y comunitario
de nuestra vida. Implantar la justicia de Dios en este mundo, en el ambiente y
estructura donde nos encontramos, es tarea de un hombre o mujer, llenos
del Espíritu, para vivir los cielos nuevos y la tierra nueva.
 Ama misericordiosamente: Sobre todo, en este fruto se reconoce a los
discípulos de Jesús.
En esto conocerán todos que son discípulos míos, si se aman los unos a
los otros: Jn 13, 35.
Amar misericordiosamente implica no juzgar, ni condenar a nadie, ni
tampoco a nosotros mismos.
 Camina humildemente con tu Dios: La presencia del Espíritu Santo en
nuestra vida nos va haciendo más y más conscientes de nuestra debilidad, y
que sin Él nada es posible. No somos sino siervos, y nunca mejores o
superiores a los demás.
San Pablo, por su parte llega al terreno práctico y nos muestra tres fórmulas
para vivir la vida del Espíritu:
- No extinguir el Espíritu:
No extingan el Espíritu: 1 Tes 5, 19.
- No entristecer al Espíritu:
No entristezcan al Espíritu Santo de Dios, con el que fueran sellados para
el día de la redención: Ef 4, 30.
- Permanecer llenos del Espíritu:
No se embriaguen con vino, que es causa de libertinaje; llénense más
bien del Espíritu: Ef 5, 18.
B. LOS CARISMAS DEL ESPÍRITU
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Aún más, el Espíritu viene con el rico cortejo de sus carismas para construir la
comunidad cristiana. Estos carismas son dones gratuitos de Dios, que reparte
a quien quiere, para bien de todos. Por lo tanto, son más necesarios de lo
que nos pudiéramos imaginar. A través de ellos tenemos la oportunidad de
ser canales del amor y el poder del Espíritu, para bendecir a nuestros
hermanos más necesitados.
Existe un sinnúmero de carismas. Pero Dios ha querido regalar también
carismas especiales, que tienen un fin evangelizador, manifestando la
presencia poderosa de Dios en medio de nosotros.
Quien tiene recelos de los carismas de lenguas, profecías y curación, no duda
del poder de Dios sino del amor de Dios. Estos carismas son para nuestro
tiempo y no sólo para el principio de la vida de la Iglesia, porque la Iglesia
sigue naciendo y extendiéndose en el mundo. Tal vez nunca han sido tan
necesarios como hoy. Y, ¿quiénes somos nosotros para decirle a Dios que
éste o aquel carisma no es conveniente? Dios quiere construir su pueblo a
través de los carismas que edifican la comunidad. Quien se resiste a los dones
del Espíritu, ya se está cerrando al Espíritu de los dones y renunciando a ser
instrumento del Señor para bendición de la comunidad.
A través de los carismas, experimentamos tanto el amor como el poder de
Dios. Gracias a ellos testificamos que lo que es imposible para los hombres,
es posible para Dios. Ellos nos capacitan para lo que nosotros antes no
podíamos hacer con nuestras propias fuerzas. Con los carismas nos
convertimos en cooperadores en la construcción de la Iglesia de Jesús, Por
eso, no es lícito menospreciarlos ni reducirlos a unos cuantos. Quien niega
cualquiera de los carismas, en realidad duda del amor de Dios.
Conclusión
Cuando el Espíritu Santo llena el corazón del creyente, rebosan en éste, tanto
los frutos como los carismas del Espíritu.
 Los frutos son obra de la acción santificadora del Espíritu.
 Los carismas acompañan la evangelización.
SI ESTAMOS LLENOS DEL ESPÍRITU, SE MANIFIESTAN TANTO LOS FRUTOS

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COMO LOS CARISMAS DEL ESPÍRITU

CRECIMIENTO Y TRANSFORMACIÓN EN CRISTO


Ya hemos nacido a la Nueva Vida en Cristo Jesús. Lo más lamentable que
podría pasarnos ahora, sería quedarnos niños y no crecer. Nacimos a la
Nueva Vida en un instante, pero para llegar a la plenitud, necesitamos un
proceso de desarrollo. Por la gracia de Dios recibimos el don gratuito de la
salvación; pero para llegar a su plenitud se precisa nuestra cooperación. Este
tema es para quienes sientan deseos de crecer para experimentar la
abundancia de la vida de Dios. Vamos, pues, a considerar la meta de nuestro
crecimiento y los medios para alcanzarla.
A. META: LA ESTATURA DE CRISTO JESÚS
Nuestra meta es llegar a crecer hasta reproducir la imagen de Cristo Jesús en
nuestra vida; esto implica:
 Tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús:

Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús: Flp 2, 5.


Muchas veces se desprecian o se reprimen los sentimientos, los cuales ni son
buenos ni son malos, depende de cómo se manejen. Si Cristo Jesús es
nuestro modelo, podemos estar ciertos de que serán tanto para la
construcción de nuestra persona como para el bien de quienes nos rodean.
Una de las pocas cosas que Jesús reprocha a su generación es que no se
regocijaron con las alegres canciones de las flautas, ni tampoco lloraron con
las lamentaciones y elegías (Cf. Lc 7, 32).
 Tener los pensamientos de Cristo Jesús: Esto significa identificarnos con los
criterios y valores de Jesús para regir tanto nuestra vida como nuestra
actividad.
 Tener las prioridades de Cristo Jesús:

Busquen primero el Reino de Dios y su justicia ...Mt 6, 63.


La prioridad de Jesús era instaurar el Reino de Dios, que es un reino de
justicia, paz y gozo en el Espíritu (Rom 14, 17). Ésta es nuestra tarea y desafío,

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al mismo tiempo. Crecer hasta la estatura de Cristo Jesús, incluye vivir y
morir como Cristo Jesús, lo cual implica ser como el buen pastor que da la
vida por los demás. Vivir y morir como Cristo Jesús: Dando la vida por los
demás.
B. MEDIOS DE CRECIMIENTO
Para crecer hasta la estatura de Cristo Jesús necesitamos estar unidos como
los sarmientos a la vid, para participar de su vida (Cf. Jn 15, 4), y ciertas
ayudas que faciliten nuestro desarrollo. Así como un automóvil precisa
cuatro ruedas, un motor, un volante y gasolina para desplazarse, también
nosotros precisamos instrumentos que nos ayuden a caminar y llegar a la
meta de la vida cristiana: Que nosotros ya no vivamos, sino que sea Cristo
quien viva en nosotros.
1ª rueda: la vida sacramental, centrada en la Eucaristía
La vida sacramental es un medio privilegiado para alimentarnos y crecer en la
vida de Dios; de manera especial, la participación en la Eucaristía y el
sacramento de la Reconciliación. El que coma la carne del Hijo del hombre,
tendrá vida eterna y será resucitado en el día final. El que no coma su carne
ni beba su sangre, no puede tener vida en él (Cf. Jn 6, 53).
2ª rueda: la Palabra de Dios
La Palabra de Dios es alimento, espíritu y vida que nos mantiene fuertes para
enfrentar la batalla. El Bautismo en el Espíritu Santo produce en nosotros
hambre y sed de la Palabra, pero si dejamos la Biblia de lado nos puede
producir anorexia y cada día tendremos menos hambre de la Palabra. Por el
contrario, cuanto más nos acerquemos a ella para leerla, meditarla y orar,
más hambre vamos a tener.
3ª rueda: El servicio en favor de los demás
Los que hemos nacido a la Nueva Vida precisamos comenzar a trabajar en la
viña del Señor, compartiendo nuestros bienes espirituales y materiales, de
manera particular nuestro tiempo, para propagar el Reino de Dios en este
mundo. Para crecer en la vida del Espíritu es absolutamente necesario tener
un apostolado en el que compartamos con los demás lo que Dios nos ha

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regalado a nosotros: Servir a los más necesitados o a quienes no conocen al
Señor, es necesario para crecer hasta la estatura de Cristo Jesús.
4ª Rueda: Cuidar nuestro cuerpo y salud
Nuestro cuerpo necesita ser atendido, respetado y valorado porque es
santuario del Espíritu Santo (Cf. 1Cor 3, 16). La vida en el Espíritu no se puede
dar sin un sano cuidado de nuestra salud. Así, conviene tener en cuenta:
 Alimentación: Comer lo que necesitamos, no lo que nos gusta.

 Descansar: Trabajar para vivir, y no vivir para trabajar. Darle el suficiente


tiempo al sueño y a la diversión, especialmente en familia.
 Ejercicio físico: Para mantener el cuerpo listo para la batalla espiritual.

 Renuncia a lo que nos perjudica: Tabaco, exceso de alcohol, grasas, azúcar,


sal, etc. El estrés lleva a la depresión y ambos impiden que vivamos la vida en
abundancia que Cristo nos regaló. Así como la gloria de Dios se posó en el
templo de Jerusalén, nuestro cuerpo, templo de Espíritu, debe reflejar la
gloria de Dios que está en la faz de Cristo Jesús.
Gasolina: La oración personal
No bastan las ruedas para que un carro funcione. Necesita también gasolina.
Del mismo modo nosotros precisamos un tiempo diario con Dios para poder
mantenernos fieles a la vocación a la que hemos sido llamados. La oración es
la gasolina para llegar a la tierra prometida.
- Motor: Vivir la fe Y lo más importante, el motor de la vida cristiana es la fe.
Vivir de acuerdo con lo que creemos. La fe no es una ideología sino un estilo
de vida. Si nacimos en Cristo, ahora crezcamos en él hasta reproducir su
imagen. Esto significa dejarnos inundar más y más por la vida de Dios; y que
su gracia nos baste. Dios no ha terminado su trabajo con nosotros. Apenas si
lo ha comenzado. Su plan es que nosotros reflejemos el rostro de Cristo, así
como Cristo refleja el suyo. Dios necesitó un solo segundo para perdonarnos,
pero requiere de toda nuestra vida para transformarnos. Es una tarea
continua; un proceso.

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En la ciudad de Taxco, en México, hay numerosos artesanos plateros que
fabrican verdaderas obras de arte con variedad de artículos de plata. Cuando
un obrero está trabajando una bandeja de metal, la tiene que pulir y pulir.
Cuando su rostro se refleja con toda claridad y nitidez en la charola de plata,
en ese momento su trabajo ha terminado. De esa misma manera es la obra
de Dios en nosotros: Él nos va puliendo y purificando hasta que en nosotros
se refleje el rostro de Cristo. Así, pues, el crecimiento en Cristo es
asemejarnos más a Jesús, estar más llenos de su Espíritu; dejar que él ame,
sirva y testifique a través de nosotros. En fin, que crezca la vida de Jesús en
nosotros.
C. PERFIL DE CRISTO JESÚS
El perfil de ese Jesús que vamos a reproducir está sintetizado en el Sermón
de la Montaña, de manera especial en las Bienaventuranzas.
a. Las Bienaventuranzas
Las Bienaventuranzas no son mandamientos ni obligaciones, son la
radiografía de Jesús, nuestro modelo de vida. Leer Mateo 5, 1-12.
 Los pobres de espíritu: No actúan buscando riquezas ni intereses egoístas.
Al contrario, dependen sólo de Dios, pero están totalmente disponibles para
servir al hermano. Promesa: Les pertenece el Reino de Dios; y por lo tanto
desde ahora lo pueden hacer suyo.
Los mansos: Poseen los bienes materiales según el orden divino; sin codicia
ni violencia. No son esclavos de las cosas ni del dinero, sino que saben
utilizarlos para su bien y el de los demás. Promesa: Herederos de esta tierra.
 Los que lloran: A la luz de Dios captan la grandeza y la miseria del hombre;
y, por lo tanto, la profunda necesidad que existe de salvación en la sociedad y
sus estructuras, clamando por un mundo nuevo. Promesa: Serán consolados
porque no habrá ya motivo de llanto.
 Los que tienen hambre y sed de justicia: Promotores activos de todo lo
bueno, justo y honorable, para que el hombre llegue a ser lo que Dios quiere
en el orden económico, político y cultural. Promesa: Se saciarán sus anhelos
de justicia y paz en este mundo.

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 Los misericordiosos: Hacen suyas lasmiserias de los demás, las comprenden
sin juzgarlas y pueden dar pasos efectivos para remediarlas. Promesa: Dios
hará misericordia con ellos, especialmente con sus pecados y debilidades.
 Los puros de corazón: Siendo libres de los criterios mundanos y de los
intereses partidistas o egoístas, implantan los valores evangélicos en
cualquier ambiente o estructura, con pureza de intención. Promesa: Tendrán
la dicha de ver a Dios cara a cara.
 Los buscadores de paz: Siembran frutos de justicia para que florezca la paz;
respetan los derechos de los demás y la única guerra que emprenden es
contra la violencia. Promesa: Tienen la experiencia de ser y vivir como hijos
de Dios.
 Los perseguidos: Si al justo, Cristo, lo persiguió el mundo injusto y sus
secuaces, al siervo le pasará lo mismo que a su amo. Pero esto no hará sino
crucificarlo con Cristo para absorber en su carne el mal que corrompe a la
humanidad. Promesa: Terminará la persecución y tomarán posesión del
Reino de Dios. Los hombres y mujeres del Espíritu viven la felicidad de las
Bienaventuranzas, para reproducir el perfil de Cristo Jesús.
b. El Sermón de la Montaña
Si las Bienaventuranzas reflejan el interior de Jesús, el Sermón de la Montaña
nos muestra su actuar; lo que estamos llamados a imitar. Vivir con una nueva
ley que supera lo que Moisés había ordenado.
 Saber que el camino más corto hacia Dios, pasa por el hermano.

 Son llamados a la perfección (Cf. Mt 5, 48), que consiste en ser


misericordiosos, como Dios es misericordioso (Cf. Lc 6, 36).
 No resistir al mal, ni responder con violencia.  La vida de oración está
sintetizada en el Padre Nuestro.  Vivir confiados y abandonados a la
Providencia.  Hacer a los demás lo que queremos que nos hagan.
 No bastan las palabras, son necesarios los hechos.

c. Pureza de intención

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Sin embargo, no es suficiente hacer cosas buenas. Lo que les da valor es la
intención con la que las realizamos: La pureza de intención. Leer Mt 6, 1-7. D.
MARÍA, MODELO DE CRECI ENTO EN CRISTO
María, la madre del Señor, es modelo para los que nos vamos transformando
en la imagen de Jesús. María, modelo de crecimiento en Cristo.
Ella es la esclava del Señor que se dejó modelar por el Espíritu Santo. El
poder del Altísimo la cubrió con su sombra y formó en ella a Cristo.
 Es bienaventurada por vivir la fe, la confianza y el abandono total a la
voluntad de Dios.
Es bienaventurada, no por lo que ella hizo por el Señor sino por las
maravillas que Dios hizo en ella.
La que sirve a los necesitados: Isabel, los novios de Caná y el discípulo
amado...
La que está siempre con Jesús y a la sombra de Jesús, colaborando en la
obra de la salvación.
 La que permanece de pie junto a la cruz de su Hijo.

 La que ora y se abre al Espíritu en Pentecostés. No basta nacer de nuevo,


ahora hay que crecer hasta la estatura de Cristo Jesús, usando los medios que
Dios nos ofrece, hasta exclamar: "Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí"
(Gal 2, 20).

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