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DON DEL ESPÍRITU

En varias y diferentes ocasiones, Jesús prometió a sus discípulos enviar una


efusión de Espíritu Santo. Para subrayar el compromiso, la llamaba "La
promesa del Padre”, y para indicar que se trataba de una efusión abundante,
se refería a ella como "Bautismo en el Espíritu”. Por ello, les indicó a sus
discípulos que no se apartaran de Jerusalén, hasta recibir la promesa del Padre,
que habría de cambiar sus vidas y capacitarlos para la misión que les confiaba.
Voy a enviar sobre ustedes
La promesa de mi Padre: Lc 24, 49
A. LA PROMESA DEL PADRE: FUERZA DE LO ALTO
Por eso, antes de su muerte, les dirigió a sus discípulos unas palabras
misteriosas:
En verdad les digo: Les conviene que yo me vaya;
porque si no me voy,
no vendrá a ustedes el Paráclito1
pero si me voy se los enviaré: Jn 16, 7

¿Por qué es mejor que Jesús se vaya? Porque el Espíritu Santo completa su
obra salvífica de diferentes formas: El Espíritu es la fuerza que necesitamos
para mantenernos fieles en el nuevo camino que hemos iniciado.
Serán revestidos del poder de lo alto: Lc 24, 29 10.
¿Por qué Jesús pudo predecir tanto la traición de Judas como las negaciones
de Pedro? Porque ninguno contaba con la fuerza del Espíritu para mantenerse
fieles. En este camino que hemos iniciado, vamos a encontrar dificultades y
tentaciones. Para perseverar hasta el fin, precisamos del poder del Espíritu.
Esta fuerza del Espíritu nos capacita para vivir la vida en abundancia que Cristo
Jesús vino a traer a este mundo, y que nos ganó con su muerte y resurrección.
Jesús hizo un compromiso formal de enviar desde el cielo la fuerza de lo alto.
Él jamás olvida lo que promete. Así como el agua es principio de vida, también
el Espíritu Santo, fuente de agua viva, que salta hasta la vida eterna, nos
permite vivir la Nueva Vida en Cristo Jesús. Jesús había venido a traer una

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"Parakletós" se puede traducir como abogado, consolador, el que está al lado.

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Nueva Vida, como lo habían anunciado los profetas Ezequiel y Jeremías de
parte de Dios. Darnos un espíritu nuevo y un corazón nuevo:
Yo les daré un solo corazón y pondré en ellos un Espíritu nuevo. Quitaré
de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne, para que
caminen según mis preceptos, observen mis normas y las pongan en
práctica; y así sean mi pueblo y Yo sea su Dios: Ez 11, 19-20.
Esta será la alianza que Yo pacte con la casa de Israel, después de aquellos
días, oráculo de YHWH-: "Pondré mí ley en su interior y sobre sus
corazones la escribiré; Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo": Jer 31, 33.
El corazón humano sólo puede ser transformado por Dios. Se necesita, pues,
la renovación interior del hombre por el Espíritu de Dios. El Espíritu Santo,
antes de capacitarnos para cumplir un mandato divino, nos hace querer e
identificarnos con el bien que este precepto ordena. ¡Ésta es la obra
maravillosa del Espíritu Santo! Cambia nuestros apetitos, criterios y valores. Ya
no seguimos los deseos de la carne. El hombre espiritual, habitado por el
Espíritu y transformado por Él, desea los frutos del Espíritu y realiza las obras
del Espíritu. La Promesa del Padre completa la obra salvífica de Cristo Jesús,
actualizando y haciendo eficaz la redención ganada por Jesús en la cruz. Por lo
tanto, su acción no es accidental u opcional. Es absolutamente necesaria. Sería
tan abundante esta efusión del Espíritu, que Jesús se refirió a ella como un
"Bautismo en el Espíritu"
Serán bautizados en el Espíritu Santo dentro de pocos días: Hech 1, 5-8.
Bautizar (en griego baptizein), significa sumergirse, estar inundado, como un
barco que se hunde en el océano.
B. CUMPLIMIENTO DE LA PROMESA EN PENTECOSTÉS
Cincuenta días después de su resurrección, Jesús, lleno del Espíritu Santo,
envío el torrente su Espíritu sobre sus discípulos que estaban en oración con
su madre, María, en el aposento alto:
Llegado el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar.
De repente, vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento
impetuoso que llenó toda la casa donde se encontraban. Se les
aparecieron unas lenguas como de fuego, que, dividiéndose, se posaron
sobre cada uno de ellos. Quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se

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pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía
expresarse: Hech 2, 1-4.
Pentecostés no fue otra cosa que el cumplimiento de la Promesa de enviar
desde el cielo una efusión del Espíritu Santo. Pasará el cielo y la tierra, pero él
no deja jamás de cumplir una de sus palabras.
• Primero: Jesús glorificado recibe una nueva efusión del Espíritu Santo.

• Segundo: Recibe tanto Espíritu Santo, que lo derrama sobre sus Apóstoles,
reunidos en el cenáculo.
El Bautismo en el Espíritu Santo en Pentecostés fue la efusión del Espíritu Santo
que inundó a los Apóstoles de tal forma, que los llenó completamente. Dios
cumple su promesa en Pentecostés.

Frutos de Pentecostés
Esta experiencia cambió a los discípulos, que comenzaron a experimentar la
plenitud de la vida traída por Jesús, e inmediatamente testificaban, con gran
poder, la resurrección de Jesús. Esa misma mañana, Pedro tomó la palabra en
nombre de la comunidad. Su poderoso testimonio fue capaz de convertir a tres
mil personas, porque todos estaban revestidos de una fuerza nueva, fuerza de
lo alto, que les hacía hablar en otras lenguas, curar enfermos, resucitar
muertos y toda clase de signos, prodigios y milagros que manifestaban
palpablemente la presencia viva de Cristo Salvador en medio de ellos (Cf. Hech,
4 30-31).
Desde ese momento comenzaron a dar gracias a Dios siempre, y por todo. Si
los encarcelaban, cantaban salmos. Si los azotaban y perseguían, daban gracias
a Dios. Si pasaban hambres, alababan al Señor. Siempre estaban llenos del
gozo del Espíritu Santo, aún en medio de enfermedades y tribulaciones. La

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gracia del Señor les bastaba. Todo lo consideraban basura, en comparación
con el conocimiento y el amor del Señor Jesús.
C. LA PROMESA ES PARA TODOS: PENTECOSTÉS PERSONAL
Sin embargo, surgen algunas preguntas: ¿De qué nos sirve a nosotros que
Jesús haya derramado su Espíritu Santo sobre aquellas 120 personas reunidas
en el aposento alto? ¿En qué nos afecta que se transformaron las vidas de los
Apóstoles el día de Pentecostés? ¿Podríamos también tener nuestro
Pentecostés personal? Los habitantes de Jerusalén, que se reunieron en torno
al cenáculo, les preguntaron: ¿Podemos también nosotros tener la fuerza de
lo alto? ¿Qué debemos hacer para vivir esa alegría y fuerza que ustedes
tienen? ¿Cómo podemos nosotros experimentar la vida de Jesús que se refleja
en ustedes? (Cf. Hech 2, 37).
La respuesta de Pedro fue sencilla y clara:
Conviértanse, y que cada uno de ustedes se haga bautizar en el Nombre
de Jesús para el perdón de los pecados; y recibirán el Don del Espíritu
Santo, pues la Promesa es para ustedes, sus hijos y todos los que están
lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro: Hech 2, 38-39.
La Promesa, el Espíritu Santo, es también para cada uno de nosotros. Jesús ha
prometido una nueva efusión de Espíritu en tu vida, y así como cumplió su
Promesa en Pentecostés, así también quiere que tú tengas tu Pentecostés
personal.
Es tan abundante y generosa esta efusión de Espíritu Santo que Jesús ofrece,
que en muchos lugares del mundo se le conoce con el nombre de "Bautismo
en el Espíritu Santo", el cual no es ningún nuevo sacramento; simplemente es
una nueva efusión del Espíritu de Dios; una experiencia del poder y amor de
Dios, que cambia la vida. Jesús te ofrece una nueva “Efusión de su Espíritu
Santo” para transformar tu vida.
Él ya ganó con los méritos de su muerte y resurrección este Don que te quiere
regalar. No te obliga a que lo recibas, sólo si tú quieres, y lo necesitas. Tú no
mereces el Espíritu Santo, pero Jesús, el Hijo de Dios, lo mereció por ti y para
ti. Sólo te pregunta: "¿Lo quieres? ¿Tienes sed de agua viva?".
Jesucristo es el mismo de ayer, hoy y siempre. Y lo que llevó a cabo en
Pentecostés, lo quiere cumplir ahora de nuevo. Lo que realizó en el cenáculo,
es capaz de repetirlo aquí. Lo que hizo en Pedro y los demás discípulos, lo
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puede efectuar en ti... si se lo pides ... si reconoces que lo necesitas ... si tienes
sed del agua viva.
Cada uno de nosotros tiene la oportunidad de vivir lo mismo que aquel selecto
grupo de 120 personas en el aposento alto, el día de Pentecostés. Así como
una vela encendida puede prender mi- les y millones de velas, y no por eso
disminuye su luz, así Jesús, da su Espíritu Santo sin que nunca se le acabe.
¿Cuánto nos cuesta el Don del Espíritu Santo? Nada. ¡Es completamente gratis!
El que tenga sed, que se acerque; y el que quiera, que reciba
gratuitamente el agua de vida: Ap 22, 17b.
A nosotros no nos cuesta nada el Don del Espíritu, porque a Jesús ya le costó
su vida ganarlo para nosotros. Por eso se le llama “Don”. Porque es totalmente
gratuito. Jesús ya pagó su precio con su muerte y resurrección. Lo único que
tenemos que hacer es acercarnos a Jesús glorificado, que está lleno de Espíritu
Santo, y pedirle que él mismo abra nuestro corazón de acuerdo con nuestras
necesidades para que lo llene de su Santo Espíritu.
Frutos del Bautismo en el Espíritu Santo
A partir del glorioso día de Pentecostés, el Espíritu Santo se sigue derramando
sobre personas y comunidades, hombres y mujeres, ricos y pobres que dan
testimonio de vivir su "Pentecostés personal", que marca una nueva etapa en
su vida, como un nuevo nacimiento2.
La donación del Espíritu cambia nuestro ser de tal manera, que desde fuera los
demás se dan cuenta que algo ha pasado en nuestra vida.
• Hacernos criaturas nuevas
Es una renovación tan profunda y total de la persona, que San Pablo dice que
nos hace "nuevas criaturas".
Hace dos mil años, Corinto era la ciudad más próspera del sur de Grecia, sede
de los juegos ístmicos y la capital comercial de la Acaya. Sin embargo, su fama
no le venía principalmente por ser “luz de toda Grecia”, como la llamó Cicerón
sino porque en este puerto cosmopolita se daban cita las peores depravaciones
y degradaciones que el hombre pudiera concebir. De una manera especial,
destacaba la prostitución sagrada en su templo, dedicado a la diosa Afrodita,
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Este es un momento muy oportuno para que el predicador comparta su testimonio de lo que sucedió cuan-
do recibió el Bautismo en el Espíritu Santo.

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en la cumbre de la Acrópolis, que ciertamente tenía mil sucursales extendidas
a lo largo de la ciudad. Hasta en el vocabulario corriente de esa época existía
el verbo "corintear", que significaba caer en las peores perversiones de todos
los órdenes. Ésta era la triste fama de Corinto: Corintear.
Además, como nos cuenta San Pablo, había multitud de impuros, idólatras,
adúlteros, homosexuales, ladrones, avaros, borrachos, ultrajadores y rapaces.
El Apóstol les indica a los cristianos, que aceptaron el Evangelio y
experimentaron la Nueva Vida:
Tales fueron algunos de entre ustedes. Pero han sido lavados, santificados
y justificados en el Nombre del Señor Jesús, en el Espíritu de nuestro Dios:
1 Cor 6, 11.
Todo lo viejo ha pasado. Todo es nuevo. Ustedes son una nueva creación
en Cristo: 2 Cor 5,17.
Ésta es la obra central del Espíritu Santo: Hacernos criaturas nuevas.
• En relación con Dios:
La promesa del Padre es un Espíritu de filiación que nos capacita para dirigirnos
a Dios como “Papá” (Cf., Gal 4, 6), para que, en realidad, experimentemos
nuestra filiación divina. Así nos posibilita para vivir como hijos y, por lo tanto,
como herederos, con derecho a todas las riquezas del Reino de Dios. Jesús no
sólo nos dio el derecho de podernos llamar hijos de Dios, sino que, como tales,
pudiéramos recibir la herencia de Dios. Por ser hijos, tenemos el derecho a la
herencia de un hijo de Dios.
• En relación con Jesús:
El Espíritu y sólo el Espíritu de Jesús nos revela quién es Jesús:
Cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, Él dará testimonio de mí y los
guiará a la verdad completa: Jn 16, 13.
Gracias a este Espíritu tenemos un encuentro personal con Jesús resucitado,
que no vino a condenarnos sino a salvarnos.
• En relación con nosotros:
Nos capacita para ser testigos con poder:

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Recibirán la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre ustedes y serán
mis testigos en Jerusalén, Judea, Samaria, y hasta los confines de la tierra:
Hech 1, 8.
Testigo es aquel que ha tenido una experiencia de la resurrección de Jesús, y
nos habilita para vivir la Nueva Vida traída por él. Cuando en la primitiva
comunidad hubo necesidad de buscar a siete diáconos, los Apóstoles pidieron
a la asamblea que escogieran "a siete varones llenos de fe y de Espíritu Santo".
Inmediatamente trajeron delante de ellos a Esteban, Felipe, Prócoro, Nicanor,
Pármenas, Timón y Nicolás (Cf. Hech 6, 5). La comunidad percibía claramente
gozo y alegría, fe y esperanza del Espíritu Santo, que se desbordaba en ellos.
En cierta ocasión, dos señoras se acercaron abruptamente a su párroco.
Una de ellas le insistía con vehemencia: "Padre, ¿quiere que oremos para
que reciba el Espíritu Santo?". El sacerdote, un tanto molesto, respondió
de manera brusca: "El Espíritu Santo ya lo tengo: Lo recibí el día de mi
Bautismo, lo recibí el día de mi Confirmación y lo recibí el día de mi
Ordenación sacerdotal... " La otra señora, que hasta entonces había
guardado silencio, respondió con sencillez: "Entonces, ¿no quiere que
oremos para que se le note?".
Sin duda que nosotros ya tenemos el Espíritu Santo. Pero, hoy, Dios quiere
darte una nueva efusión, tan abundante y generosa, que se va a notar. No sólo
tú sino todos los que te rodean se darán cuenta que algo nuevo ha pasado en
tu vida. Es cierto que ya recibimos el Espíritu Santo, pero es muy diferente a
que simplemente esté presente en nosotros, a que le dejemos estar activó. No
basta tenerlo como huésped de nuestra alma, debe ser el centro de nuestras
motivaciones y el motor de nuestra actividad. Prueba y arriesga. Nada puedes
perder sino las tristezas, angustias y preocupaciones. Abre tu corazón para que
recibas el poder de lo alto y seas bautizado en el Espíritu Santo.

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