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Juan 17
En sus horas de agonía, Jesús oró por nosotros

Qué sucedería si conocieras la hora exacta en que vas a morir. Y si a eso le sumas que sabes
que te queda poco tiempo y que puedes hacer sólo una breve oración por aquellos que
seguirán vivos después de tu partida.

Qué pasaría si, además, supieras que lo que pidas en esa oración será determinante en la vida
de los que queden vivos luego de tu partida.

Bueno, probablemente, orarías concentrándote en pedir aquello que es más importante,


clamando por aquello que es crucial; pedirías por lo indispensable; seguramente eliminarías
de tu lista de peticiones esas cosas que aparten de su objetivo principal a los que vienen tras
de ti y enfocarías tu ruego en aquello que les permita a ellos estar equipados para llevar a
cabo su propósito fundamental.

Qué pasaría, entonces, si supieras que Cristo oró por ti, unas horas antes de expirar, rogándole
al Padre que nos mantuviéramos unidos. Vamos a la palabra de Dios:

Juan 17: 20-26


20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la
palabra de ellos,
21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno
en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.
22 La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.
23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca
que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.
24 Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo,
para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación
del mundo.
25 Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido
que tú me enviaste.
26 Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que
me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.

Contextualización:
El evangelio de Juan es singular. Escrito más de 20 años después de los evangelios de Marcos,
Mateo y Lucas, el de Juan es la respuesta del apóstol a la petición de la iglesia en que oficiaba
como anciano. La iglesia le había solicitado al longevo apóstol que pusiera por escrito los
encuentros de íntima amistad entre él y Cristo; es así como un anciano Juan abre su corazón
para redactar el singular y original evangelio que lleva su nombre, en el cual coloca todo su
esfuerzo para presentar a Jesucristo como el Verbo encarnado de Dios, es decir, este
evangelio nos habla de Cristo existente antes de su vida en la tierra, aquello que se conoce
como la pre-existencia del Redentor.
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Se dice que sólo un 8% del evangelio de Juan corresponde a sucesos narrados en los otros
evangelios. Es decir, un 92% de la información del texto es inédito y aporta antecedentes
nuevos respecto de la obra de Cristo. Por ejemplo, gracias a este evangelio sabemos que el
ministerio del Salvador comenzó en Judea (al sur de Palestina). Y gracias a este evangelio
también conocemos eventos que ocurrieron el primer año del ministerio de Cristo, por
ejemplo, la primera limpieza del templo (Jn. 2:13-22), su encuentro con Nicodemo (Jn. 3:1-
21) y la conversación con la mujer samaritana (Jn. 4:1-42).

El evangelio de Juan presenta sólo 7 milagros. A estos hechos sobrenaturales Juan los llama
“señales”, lo que significa que estos milagros no eran el fin en sí mismos. El objetivo de ellos
era ser un indicativo que apuntaba a la obra salvadora de Cristo y a su poder y dominio sobre
lo creado. Estas “señales” eran testigos de la persona de Cristo, a la cual apuntaban. Así como
las señaléticas de tránsito anuncian a qué distancias estamos de la siguiente ciudad, las
“señales” de las que habla Juan anticipaban las credenciales redentoras de Jesucristo.

Juan presenta a Cristo desde un enfoque particular. El autor del texto no ocupa tanto espacio
en escribir acerca de lo que “Cristo hizo”; más bien puso su mirada en lo que “Cristo dijo”.
Por consiguiente, Juan pone un esfuerzo especial en transmitir enseñanzas que descubren el
corazón de Jesucristo. El relato de Juan, en consecuencia, consta de una serie de discursos y
conversaciones que nos muestran la faceta cercana, preocupada y amorosa de Cristo.

Uno de los segmentos más singulares de este evangelio corresponde al bloque de los capítulos
13 al 17, que recoge el episodio de la última cena en el aposento alto. El Salvador del mundo
sabía que le quedaba muy poco tiempo en la tierra, y en lugar de concentrarse en su propio
sufrimiento, entrega las últimas instrucciones a sus discípulos previo al martirio; les anima
diciéndoles “no se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí”; les anuncia
“no es dejaré huérfanos”, les declara la promesa del Espíritu Santo, el que consolaría sus
corazones angustiados, y les enseñaría todas las cosas, sobretodo trayendo a su memoria todo
lo que Cristo les había dicho.

En algún momento, el Maestro y sus discípulos, abandonan el aposento alto en dirección


hacia el lugar donde Jesús sería entregado por Judas Iscariote, uno de los suyos. Podemos
imaginar al grupo de los 11 yendo por el camino, tras los pasos del Maestro, mientras reciben
una serie de enseñanzas y advertencias que serían significativas para llevar adelante su misión
de expandir el evangelio.

Pero no olvidemos lo que está a punto de suceder ese jueves ya muy de noche. Nuestro
amantísimo, santo y glorioso Señor Jesucristo estaba a punto de padecer, y Él lo sabía muy
bien. Podemos decir que en la penumbra de esa noche se dibujaba en el camino por el que
transitaban la silueta de la cruz del sufrimiento del Redentor del mundo. Ese viaje en la
oscuridad dirigía los pies de Jesús hacia el juicio injusto, hacia la tortura, hacia el escarnio,
la burla, la injusta vergüenza pública a la que sería expuesto; la caminata de Jesús esa noche
lo dirigía hasta la muerte, con tal de cumplir el plan de salvación trazado por el Padre.
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En esos momentos de profunda y humana desesperación, nuestro Salvador enfoca sus


palabras para dar ánimo a aquellos que deberían cumplir con la misión de extender la noticia
del evangelio por todo lugar. Hasta en los instantes de más oscuras tinieblas personales,
nuestro Señor demostró extrema preocupación por los suyos. No les escondió el sufrimiento
que padecerían viviendo en un mundo incrédulo; pero tampoco les ocultó que confiando en
Él las dificultades se desvanecerían precisamente porque Él había vencido al mundo.

Este es el escenario que sirve de contexto a la oración que elevó nuestro Maestro al Padre,
en el capítulo 17 del evangelio de Juan.

Salvo la primera frase del versículo 1, el resto del capítulo trata exclusivamente de la oración
de nuestro Señor Jesucristo. Aunque es un bloque muy unificado, se pueden distinguir tres
partes:
- Juan 17:1-5: Jesús ora por sí mismo
- Juan 17: 6-19: Jesús ora por los discípulos inmediatos que serían sus apóstoles
- Juan 17: 20-26: Jesús ora por los que creerían al mensaje de sus apóstoles

En este mensaje ocuparemos nuestra atención en el bloque de Juan 17:20-26. Veremos “La
oración solícita de Jesús por nosotros”, “La petición del Salvador por la unidad de los
creyentes”, y “El testimonio de la unidad de los creyentes”

1.- La oración solícita de Jesús al Padre por nosotros

El sencillo acto de la oración de Jesús al Padre ya debiera comunicarnos una clara enseñanza
que nos anime a practicar con mucha más frecuencia nuestras oraciones a Dios.

Si nuestro Salvador, que era Dios encarnado, es decir, la mismísima segunda persona de la
trinidad en la tierra, tuvo la necesidad de exponer sus peticiones, ¿qué nos hace pensar que
nosotros, como creyentes en vías de perfección (y aún con muchos desafíos de santificación
en nuestra vida) no necesitamos elevar a Dios nuestra oración permanentemente?

Hermanos, la oración es al creyente, lo que la respiración es al ser humano. No podemos


pretender desatender la oración sin saber que si persistimos en eso nos expondremos a la
asfixia espiritual. La oración es un medio de gracia puesto a disposición del creyente que
obra a favor de nuestro crecimiento espiritual.

En ocasiones la oración es vista como una obligación, como una carga, como algo sin sentido,
como un soliloquio estéril. El problema con estos conceptos es que se alejan de lo que la
Biblia nos enseña respecto de la oración.

Salmo 37:4
Deléitate asimismo en Jehová,
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Y él te concederá las peticiones de tu corazón.

La oración, en el caso de David, estaba relacionada con el vivir la deleitosa sensación de estar
continuamente comunicado con el Señor. A raíz de lo expresado en este verso no nos
imaginamos al hijo de Isaí con una actitud de indiferencia, aburrimiento o pesar frente a la
oración. No, él se deleitaba en la presencia de Aquel que respondía su clamor y escuchaba
sus ruegos. Imitemos al salmista y seamos capaces de ver la bendición jubilosa que supone
el hecho de dialogar con Dios.

La oración es la conversación reverente entre el creyente y el Dios de los cielos. Es un medio


para cultivar la necesaria cuota diaria de conocimiento íntimo con Dios. No se trata solamente
de la enumeración de una larga lista de peticiones; en ella también debe haber espacio para
la confesión de nuestros pecados, la petición de perdón a Dios, expresar nuestro
agradecimiento por las bendiciones recibidas, alabarle por su misericordia, y también debe
haber espacio para la valoración del sacrificio de Jesús en el calvario, y un ruego con
determinación para progresar en nuestra santificación mientras estamos vivos.

Podemos estar seguros que Jesucristo valoraba la oración y la inculcaba a sus seguidores a
raíz de lo que dicen los evangelios:

Lucas 18:1-8
1 También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre, y no desmayar,
2 diciendo: Había en una ciudad un juez, que ni temía a Dios, ni respetaba a hombre.
3 Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía a él, diciendo: Hazme justicia
de mi adversario.
4 Y él no quiso por algún tiempo; pero después de esto dijo dentro de sí: Aunque ni temo a
Dios, ni tengo respeto a hombre,
5 sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia, no sea que viniendo de
continuo, me agote la paciencia.
6 Y dijo el Señor: Oíd lo que dijo el juez injusto.
7 ¿Y acaso Dios no hará justicia a sus escogidos, que claman a él día y noche? ¿Se tardará
en responderles?
8 Os digo que pronto les hará justicia. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe
en la tierra?

¡Qué hermosa bendición! Nuestro Dios es todo lo opuesto a un juez injusto e indiferente. Él
está atento a nuestras necesidades y es sensible a nuestros menesteres. Cuánto más no habrá
de responder nuestro Señor a lo que le pedimos, si un juez humano y corrupto supo atender
a la necesidad de la viuda que clamaba justicia. Hermanos, nuestro Dios es infinitamente más
sabio, más sensible, y más justo que nosotros mismos; Él es omnisciente, nada hay oculto
que no lo sepa, y naturalmente escucha nuestro clamor.
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Finalmente, sólo me resta mencionar que el consejo bíblico apostólico es directamente


concordante con la enseñanza de la práctica permanente de la oración:

1 Tesalonicenses 5:17
Orad sin cesar.

1 Tesalonicenses 5: 25
Hermanos, orad por nosotros.

Filipenses 4:6
6 Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda
oración y ruego, con acción de gracias.

Efesios 6:18-19
18 orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con
toda perseverancia y súplica por todos los santos;
19 y por mí, a fin de que al abrir mi boca me sea dada palabra para dar a conocer con
denuedo el misterio del evangelio,

1 Timoteo 2:1-4
1 Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias,
por todos los hombres;
2 por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y
reposadamente en toda piedad y honestidad.
3 Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador,
4 el cual quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad.

Queridos hermanos, ante todo no perdamos de vista el magno ejemplo de nuestro Salvador
Jesucristo, el Perfecto, nuestro amantísimo Salvador, que en todo demostró sujeción al Padre;
quien, aún en estos momentos de cruel angustia, alzó su rostro al cielo rogándole al Padre
eterno que tuviese cuidado de nosotros. Sigamos las huellas de las pisadas de Cristo,
valoremos y practiquemos un tiempo de calidad en la oración a Dios.

2.- La petición de Cristo por la unidad de los creyentes

Juan 17: 20-23


20 Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la
palabra de ellos,
21 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno
en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.
22 La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.
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23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca
que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.

La unidad de los creyentes es el tema central de la oración de Jesucristo. Debemos recordar


que se trata del clamor hecho por el Redentor unos momentos antes de ser aprehendido y
conducido a su momento de más oscura agonía. Se trata del último clamor que haría por los
suyos antes de llegar a la crucifixión. Y, bajo todas esas condicionantes, el Maestro decide
pedir insistentemente una cosa en particular: ruega al Padre por la unidad de aquellos que
habrían de creer en el mensaje de sus apóstoles.

Hermanos, en este episodio, Jesucristo está pidiendo –literalmente- por la unidad de nosotros.
Iglesia amada, tenemos ante nuestros ojos un testimonio escrito que habla de la ternura,
compasión y preocupación anticipada de nuestro Salvador en donde estamos incluidos todos
los que hemos creído en Él.

¿No es acaso conmovedor saber que Cristo clamó específicamente por ti y por mí ante el
Padre aún en circunstancias tan amargas? ¿No nos habla este hermoso gesto acerca del amor
genuino del Salvador hacia nosotros? Este pasaje debiera conmover nuestro corazón:
Hermanos, fuimos mencionados por la boca de Cristo con la finalidad que el Padre nos
mantuviera en unidad. Unidos, así como Cristo está unido al Padre.
El apóstol Pablo aconseja a los efesios acerca de la unidad de los creyentes:

Efesios 4: 1-6
1 Yo pues, preso en el Señor, os ruego que andéis como es digno de la vocación con que
fuisteis llamados,
2 con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en
amor,
3 solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz;
4 un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de
vuestra vocación;
5 un Señor, una fe, un bautismo,
6 un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos.

Aún desde sus prisiones, Pablo aconsejaba a las iglesias. En esta porción de la carta a los
efesios, el apóstol relaciona la unidad del Espíritu con una actitud acorde a nuestra vocación
cristiana. En otras palabras, Pablo, inspirado por Dios, establece que la unidad es el
comportamiento que de modo natural debiésemos exhibir los que hemos hecho confesión de
fe en Cristo.

Pero hay otro aspecto que debemos tomar en cuenta y que garantiza nuestra unidad como
creyentes: Estamos unidos con Cristo. Estar unidos con Cristo significa estar injertados en
Él. Existen varias porciones del nuevo testamento que nos hablan del sentido en que estamos
unidos con Cristo:
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 Fuimos crucificados con Cristo,


Romanos 6:6
sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que
el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado.

Gálatas 2:20
Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo
que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí.

 Hemos muerto con Cristo


Romanos 6:3
¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido b
bautizados en su muerte?

 Sepultados con él
Romanos 6:4-5
4 Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de
que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros
andemos en vida nueva. 5 Porque si fuimos plantados juntamente con él en la
semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección;

 Resucitados con él
Efesios 2:6
6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares
celestiales con Cristo Jesús,

 Y aún estamos sentados con Cristo en lugares celestiales (Ef. 2:6)

Amados hermanos, estar unidos con Cristo, no significa que estemos unidos a un sistema
doctrinal, no significa que estemos unidos a una organización eclesial; estar unidos con Cristo
es una verdad que va mucho más allá, significa estar unidos con El Resucitado, se trata de
una unión espiritual con Aquel que pagó por el rescate de nuestras almas. El propio apóstol
Juan declaró que el Padre y el Hijo vendrían al creyente obediente y ambos harían morada
con él.

Juan 14:23
23 Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y
vendremos a él, y haremos morada con él.

La Biblia incluye otras ilustraciones de nuestra unión con Cristo:


 Es como la unión de un edificio con su fundamento (Ef. 2:20; 1 Ped. 2:4-5)
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 Es como la unión entre los esposos (Ef. 5:31-32)


 Es como la unión de la cabeza con el cuerpo (1 Co. 12:12; Ef. 1:22-23)
Efesios 1:22-23
22 y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a
la iglesia, 23 la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.

Sin embargo, una ilustración muy apropiada que habla acerca de nuestra unión con Cristo,
está registrada precisamente en el evangelio de Juan:

Juan 15:4-6
4 Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo,
si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
5 Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho
fruto; porque separados de mí nada podéis hacer.
6 El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen,
y los echan en el fuego, y arden.

Nuestra unidad con Cristo, en términos espirituales, es ilustrada con la vid y los pámpanos.
Al estar todos los creyentes unidos con Cristo, todos estamos unidos los unos con los otros.
No nos olvidemos que todos los creyentes conformamos la iglesia, que es denominada el
cuerpo de Cristo. Cristo es la cabeza, nosotros los miembros. Los miembros apartados del
cuerpo no tienen sentido ni utilidad corporal, así como el pámpano que no permanece unido
a la vid no pueda dar fruto y terminará en el fuego. Las consecuencias de permanecer unidos
a Cristo son: a) que somos hechos un espíritu con Cristo; b) somos penetrados y fortalecidos
de la energía divina; c) llevamos frutos abundantes y d) somos unificados al resto de los
creyentes por compartir, como pámpanos, la misma vid.

Iglesia, los versos del evangelio de Juan que hoy estamos revisando ponen de manifiesto la
importancia suprema que tiene la unidad de los creyentes. Si así no hubiese sido, nuestro
Salvador hubiese incluido cualquier otro aspecto en la oración que hizo en ese momento tan
decisivo de ministerio terrenal y no la unidad. Recuerda que, a la sombra de la cruz del
calvario, y en su último clamor por los suyos, decidió pedirle al Padre por nuestra unidad.
¿No es acaso eso un llamado a evitar cualquier comportamiento que afecte ese preciado
tesoro?

3.- El testimonio de la unidad de los creyentes

Finalmente, analizamos el propósito detrás de la unidad de los que habrían de creer en el


mensaje transmitido por los apóstoles. Releamos el verso 23 del capítulo 17 de Juan:
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Juan 17:23
23 Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca
que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.

Nuestro Señor, en su oración, incluyó cuál sería el testimonio de la unidad de los creyentes,
o qué resultado se desprendería de la unidad de los creyentes: “que el mundo conozca que tú
me enviaste”.

Desde este punto de vista, la unidad de los creyentes es una cuestión tan poderosa, es un
testimonio tan decisivo y determinante, que no dejaría dudas respecto de que Dios había
enviado a su Hijo, la segunda persona de la trinidad, a la tierra; la unidad de los creyentes, en
otras palabras, es un testimonio que respalda la encarnación de Dios, es un testimonio del
Emanuel, Dios con nosotros.

Este planteamiento tiene total sentido, ya que, tal como lo vimos anteriormente, la unión de
los creyentes es un indicativo que nuestro comportamiento es acorde a la vocación a la que
fuimos llamados. Por otra parte, nuestra unión con Cristo (el hecho de estar injertados en la
vid), nos permite llevar mucho fruto. Una vocación fructífera nos impulsará, finalmente, a
dar testimonio, ya sea con nuestro discurso o con nuestros hechos, acerca de Aquel que murió
por nosotros, y que habitó entre nosotros.

Otro propósito sujeto a la unidad tiene que ver con dar a conocer a los creyentes que Dios los
ha amado, así como amó a su Hijo Jesucristo. ¿Podemos imaginar las implicancias de esto?
Si siendo imperfectos como humanos logramos amar a nuestros seres queridos, y ellos
responden satisfactoriamente a este amor humano, ¿cuánto más debiéramos sentirnos
bendecidos cuando nos sabemos objeto del amor de Dios? El amor de Dios no es emocional,
no depende de cuán recíprocos seamos con él, no depende de nuestros méritos ni de nuestra
santidad, de hecho, así lo declara la enseñanza de Pablo:

Romanos 5:8
8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió
por nosotros.

¿Nos mostró su amor cuando ya éramos santos y libres de pecado? No, nos mostró su amor
enviando a su Hijo a morir en nuestro lugar cuando aún éramos pecadores. El amor de Dios
es tan profundo que a pecadores como nosotros nos da el privilegio de ser denominados “hijos
de Dios”, y todo por su gran amor. Veamos cómo lo plantea la Palabra de Dios para todos en
1 Juan 3:1

1 Juan 3:1 (Palabra de Dios para todos)


1 Miren lo grande que es el amor que el Padre nos ha mostrado, ¡hasta llega a hacer posible
que seamos llamados hijos de Dios! Y eso es lo que de verdad somos. Por eso la gente del
mundo no nos conoce, pues el mundo no conoce a Dios.
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Iglesia amada, asimilemos esta verdad encajada en la oración de nuestro Salvador: una iglesia
unida es el testimonio poderoso y efectivo del ministerio terrenal de nuestro Redentor. Una
iglesia unida exhibe el amor de Dios por los creyentes.

Recordemos que unidad es “permanecer en Cristo”; y en contraposición, apartados de Él


nada podemos hacer (Jn 15:5)

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