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Viernes de Concilio

CONMEMORACIÓN DE NTRA. SRA. DE LOS DOLORES

El Viernes de Concilio tiene que ver con el Concilio de


Nicea, según el cual, en el año 325 fue celebrado el
Primer Concilio de Nicea, y se estableció a la Cristiandad
que la fiesta de Pascua de Resurrección debía celebrarse
cada año “el Domingo siguiente al primer plenilunio tras
el equinoccio de Primavera”, fijado el 21 de Marzo. Es
decir, buscamos el día en el que entra la Primavera
(momento en el que el Sol atraviesa el plano del
Ecuador), vemos cuando es la siguiente Luna llena a este
día, así pues, el siguiente Domingo a dicha Luna llena
será Domingo de Resurrección.
La Iglesia Católica inicia a partir del Viernes de
Concilio la Semana Santa, con la conmemoración
de Nuestra Señora de los Dolores. Aunque realmente el tiempo
litúrgico se inicia el próximo domingo con la celebración de la
entrada triunfal de Jesucristo en Jerusalén en el Domingo de
Ramos.

Preparémonos a partir de hoy para revivir la pasión, muerte y


resurrección de Jesucristo. Y hagamos del Viernes de Concilio, el
inicio de nuestra redención.

Esta antigua celebración mariana tuvo mucho arraigo en toda


Europa y América, y aún hoy muchas de las devociones de la
Santísima Virgen del tiempo de Semana Santa, tienen su día
festivo o principal durante el Viernes de Dolores, que conmemora
los sufrimientos de la Madre de Cristo durante la Semana Santa.

La celebración del Viernes de Concilio es la preparación


litúrgica a vivir la Semana Santa, cerrando el Tiempo de
Cuaresma que inició el Miércoles de Ceniza.

La iglesia católica se reserva este día para meditar sobre


los sufrimientos de Nuestra Señora de los Dolores, y
concilia con el sacramento de la Eucaristía la preparación
a la entrada triunfal de Jesús de Nazareth y el Triduo
Pascual de su pasión, muerte y resurrección.

Por tal razón sugerimos realizar El Rezo del Rosario


Meditado o la Oración de los Siete Dolores de María
como actividad complementaria, ambos subsidios se
envían por separado, decidan con anticipación en
familia cual les gusta más antes de empezar y escojan
las personas que van leer y dirigir la celebración.
DESARROLLO DE LA CELEBRACIÓN

Decimos: ✠ En el Nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu


Santo. Amén.

Leemos: El camino del Calvario no solo fue recorrido por Cristo.


La vía dolorosa también la recorre María, acompañando y
consolando a su hijo. Su compañía y su consuelo son silentes y
escondidos; desde un rincón de la calle, Ella camina presenciando
todo el dolor de su hijo. María, desde su lugar, vive la pasión de
su amado hijo dándole la fuerza y la gracia de su amor.

Rezamos: Perdona, Señor, las culpas de tu


pueblo, para que, por tu bondad,
nos libres de las ataduras de los
pecados que por nuestra fragilidad
hemos cometido. Por nuestro Señor
Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

LITURGIA DE LA PALABRA

Lectura del libro del profeta Jeremías (20, 10-13)


En aquel tiempo, dijo Jeremías: “Yo oía el cuchicheo de la
gente que decía: ‘Denunciemos a Jeremías, denunciemos
al profeta del terror’.
Todos los que eran mis amigos espiaban mis pasos,
esperaban que tropezara y me cayera, diciendo: ‘Si
se tropieza y se cae, lo venceremos y podremos
vengarnos de él’. Pero el Señor, guerrero
poderoso, está a mi lado; por eso mis
perseguidores caerán por tierra y no podrán conmigo;
quedarán avergonzados de su fracaso y su ignominia será eterna
e inolvidable. Señor de los ejércitos, que pones a prueba al justo y
conoces lo más profundo de los corazones, haz que yo vea tu
venganza contra ellos, porque a ti he encomendado mi causa.
Canten y alaben al Señor, porque él ha salvado la vida de su
pobre de la mano de los malvados”.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

Salmo Responsorial Salmo 17


Sálvame, Señor, en el peligro.
Yo te amo, Señor, tú eres mi fuerza,
el Dios que me protege y me libera.
Sálvame, Señor, en el peligro.
Tú eres mi refugio, mi salvación,
mi escudo, mi castillo.
Cuando invoqué al Señor de mi esperanza,
al punto me libró de mi enemigo.
Sálvame, Señor, en el peligro.
Olas mortales me cercaban,
torrentes destructores me envolvían;
me alcanzaban las redes del abismo
y me ataban los lazos de la muerte.
Sálvame, Señor, en el peligro.
En el peligro invoqué al Señor,
en mi angustia le grité a mi Dios;
desde su templo, él escuchó mi voz
y mi grito llegó a sus oídos.
Sálvame, Señor, en el peligro.
Aclamación antes del Evangelio
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. Tú tienes palabras de
vida eterna.
Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Evangelio
† Lectura del santo Evangelio según san Juan (10, 31-42)
Gloria a ti, Señor.
En aquel tiempo, cuando Jesús terminó de hablar, los judíos
cogieron piedras para apedrearlo. Jesús les dijo: — “He realizado
ante ustedes muchas obras buenas de parte del Padre, ¿por cuál
de ellas me quieren apedrear?” Le contestaron los judíos: —“No
te queremos apedrear por ninguna obra buena, sino por
blasfemo, porque tú, no siendo más que un hombre, pretendes
ser Dios”.
Jesús les replicó: —“¿No está escrito en su ley: Yo les he
dicho: Ustedes son dioses? Ahora bien, si ahí se llama
dioses a quienes fue dirigida la palabra de Dios (y la
Escritura no puede equivocarse), ¿cómo es que a mí, a
quien el Padre consagró y envió al mundo, me llaman
blasfemo porque he dicho: ‘Soy
Hijo de Dios’? Si no hago las obras de mi Padre, no me
crean. Pero si las hago, aunque no me crean a mí, crean
a las obras, para que puedan comprender que el Padre
está en mí y yo en el Padre”. Trataron entonces de
apoderarse de él, pero se les escapó de las manos. Luego
regresó Jesús al otro lado del Jordán, al lugar donde Juan
había bautizado en un principio y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían: — “Juan no hizo ninguna señal
prodigiosa; pero todo lo que Juan decía de éste, era verdad”. Y
muchos creyeron en él allí.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús

Reflexión a las lecturas El capítulo 10 del Evangelio según San


Juan nos indica que el Señor Jesús se encontraba en Jerusalén por
la fiesta de la dedicación del templo. Esta fiesta tenía lugar
alrededor del 25 de diciembre. Es la fiesta judía conocida como
Janucá. El Señor estaba en el templo y se paseaba por el pórtico
de Salomón. Entonces, un grupo de judíos se acercó para
preguntarle si Jesús era el Mesías. El Señor les contesta que ya se
los ha dicho pero que ellos no quieren escuchar porque no son
ovejas de su rebaño. La respuesta del señor termina con esta
frase: “Yo y el Padre somos uno” (v. 30)

Esta afirmación del Señor tiene un solo significado y los


judíos lo han entendido muy bien: Jesús y el Padre son
uno solo, es decir, comparten la naturaleza divina. Jesús
es Dios como el Padre.

Eso sonó muy fuerte a los oídos de los judíos. El pasaje


del Evangelio de hoy comienza con la acción de los judíos
de tomar piedras para apedrear a Jesús. Los judíos no
podían entender qué Dios se hiciese hombre.

Esa es la razón por la cual la afirmación del Señor


les parece una blasfemia.
Nuestro Señor Jesucristo, usando el modo de hablar de los
judíos, les hace saber que todas las obras que él ha hecho las ha
realizado en comunión con el padre. Les dice: “Si no hago las
obras de mi Padre, no me crean. Pero si las hago, aunque no me
crean a mí, crean a las obras, para que puedan comprender que
el Padre está en mí y yo en el Padre”.

El gran problema de los judíos era tener el corazón cerrado. Jesús


había dado muestras suficientes de que Dios estaba en medio del
pueblo, que el Mesías estaba presente, que Juan el Bautista lo
había señalado sin ningún tipo de error. Ciertamente, los judíos
seguían a Jesús, pero no porque querían conocer su mensaje,
sino porque querían encontrar algo para poder condenarlo.
Habían puesto por encima de la fidelidad a la Palabra de Dios un
comportamiento que se acomodaba a la situación política en que
se encontraban.

El Evangelio qué escucharemos mañana narra la


reunión del Sanedrín después de la resurrección de
Lázaro. Este resulta un hecho llamativo: mientras que
muchos judíos, al ver la resurrección de Lázaro,
tomaron la decisión de aceptar a Jesucristo, el Sanedrín
decidió la muerte del Señor porque tenía miedo de que
todos creyeran en Él y los romanos acabarían con el
Templo y con su nación.

En las vísperas de la Semana Santa, sería muy


saludable para nuestra vida espiritual identificar si
tengo o no el corazón cerrado para recibir el
mensaje de Jesucristo.
Las razones para no aceptar el mensaje del Señor pueden ser
muchas: nuestros malos hábitos, la comodidad, el miedo, el no
hacer un esfuerzo para ir en contra del mundo o tal vez porque
no conocemos el mensaje de Cristo y solo nos dejamos llevar por
lo que dicen los demás.

No hagamos como los judíos. No saquemos a Jesucristo de


nuestra vida. Si Él está con nosotros y nosotros con Él, nuestra
vida tendrá un significado nuevo y diferente. Podremos dar
respuesta a las diversas situaciones de nuestra vida. Tendremos
paz en nuestra alma.

Oración de los fieles


A Dios Padre bondadoso elevamos nuestra súplica, como el hijo
convertido y necesitado de perdón y amor.
● Por toda la Iglesia: para que anuncie a los pueblos la
reconciliación, cuando se prepara a celebrar las próximas fiestas
de Pascua. Roguemos al Señor.

● Por los que ostentan el poder sobre la tierra: para que


el perdón y la misericordia se impongan al espíritu de
egoísmo y venganza. Roguemos al Señor.

● Por aquellos que han perdido la esperanza: para que


puedan descubrir los brazos abiertos del Padre.
Roguemos al Señor.

● Por todos los cristianos: para que en estos días de


Cuaresma expresemos nuestra sincera conversión.
Roguemos al Señor.
● Por los fieles difuntos, por los más allegados a nosotros y por
los que no tienen a nadie que se acuerde de ellos: para que
puedan alcanzar la casa del Padre para siempre.
Roguemos al Señor.

● Jesús, tú que te compadeciste de todos los que sufren en el


cuerpo o en el alma, acuérdate de todos los enfermos,
especialmente los que sufren a causa de la pandemia del Covid
19, y otórgales la salud.
Roguemos al Señor.

Podemos agregar otras súplicas.

Por Jesucristo nuestro Señor.

Al finalizar, rezamos juntos la Oración del Señor:


Padre Nuestro…

Oración de comunión espiritual:


Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el
Santísimo Sacramento del altar. Te amo sobre todas las
cosas y deseo recibirte dentro de mi alma, pero no
pudiendo hacerlo sacramentalmente, ven al menos
espiritualmente a mi corazón. Y como si ya estuvieras
conmigo, te abrazo y me uno contigo. Quédate conmigo y
no permitas que me separe de Ti. Amén.

Para finalizar realizamos cualquiera de las actividades


propuestas al inicio.

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