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LA ILIADA

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2 DE OCTUBRE DE 2021
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LA ILIADA
La Iliada es un poema épico que compila en 24 cantos, relatos de la batalla entre aqueos y

troyanos. Es atribuido por la tradición a Homero, pero no se sabe a ciencia cierta que éste

en verdad existiera y se plantea que tanto la Iliada como la Odisea pueden haber sido el

resultado de la tradición oral personificada. Aun así, la obra se cuenta entre las más

representativas de la cultura occidental, con el mérito de haber sobrevivido al paso de dos

milenios, inspirar numerosas obras posteriores, y comunicar hasta nuestros tiempos parte de

la cultura griega antigua.

En el relato se utilizan frecuentemente ciertos recursos literarios propios de la época, que

también se encuentran en otros escritos antiguos como lo Salmos y el Cantar de los

Cantares. Estos son: metáforas, desde unas muy breves a otras que ocupan largos párrafos

en los que compara los sucesos con eventos naturales; la repetición de cualidades asociadas

a los personajes como “Héctor, matador de hombres”1 o “los aqueos de hermosas grebas”2,

de los mensajes que estos se transmiten repitiendo palabra por palabra como fueron dichos.

Narra el asedio de la ciudad de Troya al noveno año, que realizan los aqueos al mando de

Agamenón, a causa del rapto de Helena, esposa de su hermano Menelao, el rey de Esparta.

Durante el conflicto hacen escena casi todo el panteón olímpico y algunas deidades

menores que obran en pos de unos y otros según su voluntad, alternando con los mortales

que vivían y morían en la batalla.

1
Homero, La Ilíada, Canto I, verso 225
2
Ibídem Canto I, verso 17

1
Aún con la participación de los dioses, los personajes centrales de la obra son los héroes

Héctor y Aquiles, guerreros orgullosos que distan de una idílica perfección en estándares

actuales pero que ciertamente podrían caracterizar el poder humano según se concebía

otrora.

Desde el primer canto hace escena lo distantes y cercanos que son a la vez los dioses en los

asuntos humanos: distantes porque pueden entrar y salir de la historia porque su destino no

se liga al de los hombres, pero a la vez tan cercanos que pueden escuchar las súplicas de un

sacerdote cuya hija es prisionera de guerra y responder a ellas castigando a los culpables:

“Oyóle Febo Apolo e, irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el

arco y el cerrado carcaj en los hombros” 3. Mala suerte de los aqueos haberse colocado en la

mira de Apolo, el que hiere de lejos.

Así es que se desata un “primer conflicto”, a pesar de que ya nueve años llevaba la guerra y

que el relato cuenta tras de sí los hechos que lo llevaron a ese punto, es el primer conflicto

que nos llega a quienes lo leemos y nos permite conocer el carácter y la mecánica de este

mundo de héroes y dioses.

Cuando el inmortal Febo asola a los melenudos aqueos, se convoca un ágora para decidir

qué hacer al respecto. Si bien no es frecuente que los mortales comprendan que dios los

aqueja, cuáles están a su favor y el motivo de estas posturas, algo que se verá a lo largo de

libro con muchas ofrendas que son rechazadas sin que los oferentes se enteren, en este caso

el responsable era fácilmente identificable porque como una de las atribuciones de Apolo

eran la salud, la enfermedad se interpretaba como un castigo que este enviaba por alguna

ofensa recibida.

3
Ibídem Canto 1, verso 43

2
Una vez reunidos, se atreve el sacerdote por la protección de Aquiles a denunciar la causa

de los males que sufren: la esclava que Agamenón tomó como recompensa en una ciudad,

Criseida, que le era muy querida y por ello no la había querido devolver a su padre,

sacerdote, ni aun por el cuantioso rescate que les ofrecía. No es capaz de consentir en que

su pueblo siga padeciendo por causa de él la enfermedad, por lo que acuerda devolverla,

mas queda irritado y con el mal tino de entrar justamente en ese momento en discusión con

Aquiles.

Mediante esta pelea conocemos el carácter del Pelida (nombrado así por ser hijo del rey

Peleos) por las acusaciones de Agamenón, cuando el de los pies ligeros lo reprende por

querer restituirse la recompensa que entregaba para aplacar a Apolo a costa de la

recompensa que los otros habían ganado. El Atrida le dice: “(…) siempre te han gustado las

riñas, luchas y peleas. (…)” “este hombre quiere sobreponerse a todos los demás” y ya

estando en con los ánimos tan enardecidos, decide quedarse con la recompensa de Aquiles.

Estas afirmaciones no tardan en ser confirmadas por el agredido que pide la intercesión de

Zeus a su madre la ninfa Tetis en contra de sus propios compañeros, para que el rey

Agamenón se arrepintiera de no honrarlo como el más fuerte guerrero y quitarle a su

recompensa, Briseida. En este momento se genera una pregunta en retrospectiva: cuando

solicitaba tal favor ¿debía imaginarse cuánto le costaría? Seguramente no, la ira relatada

por Homero es como un velo negro e insidioso que nubla la razón.

Una analogía interesante se presenta durante el conflicto, puesto que Aquiles llegó a tal

furia que quiso matar a Agamenón, y se detiene por el pedido de Atenea. Seguidamente

Néstor, presentando sus antecedentes como sabio consejero, los insta a ambos a hacer las

paces por el bien de los aqueos todos. Mientras que la diosa es escuchada, la misma que usó

3
su influencia para reanudar con una imprudente flecha la sangrienta batalla en el canto IV,

Néstor es ignorado, aunque su lealtad y vida sí que estaban al servicio de los aqueos.

Cuando estos marchan a la batalla en el canto tercero, se produce un hecho que da gran

alivio a los corazones de ambos bandos, sedientos de paz y de hogar: Héctor reprende a

Paris por su cobardía en el frente y este para resarcirse desafía a Menelao en combate

singular, de modo que la sangre que corriera en esa arena fuera la última en correr.

Sin embargo, esto no satisface a los dioses, primeramente, a Afrodita que no dejaría de

ningún modo morir a su hijo Alejandro, aun cuando es vencido justamente por Menelao.

Pero sobre todo a Hera, cuya furia contra Troya era tal que no se daría por satisfecha hasta

que fuera arrasada completamente. De otro modo pudo en ese instante ser terminada la

guerra, pues era claro que Menelao era el vencedor aun cuando París había sido sacado

milagrosamente del campo.

Accede Zeus a la sed de sangre de su esposa y envía a Atenea para que orientara el

escenario incierto en el peor resultado posible, una guerra sin cuartel.

Es destacable como cada baja es narrada en son de tragedia, independientemente del bando

por el que peleara. Suele acompañarse la muerte con menciones a los padres, esposas e

hijos que los esperaban en casa, sus hazañas anteriores, la tierra de origen que los tenía por

bendición y ahora debería prescindir de ellos, cuyo único error era prestarse a participar en

un conflicto absurdo.

Podría incluso decirse que Homero plasma en el libro unas contradicciones humanas muy

fuertes, las que surgen de conciliar el respeto y obediencia debidos a los dioses y los errores

que estos cometen al hacer perder tantas vidas por sus divinos caprichos. A diferencia de

4
otros credos, las deidades griegas no son en esencia “buenas” sino tan solamente poderosas.

De hecho, en algunas ocasiones se establecen paralelismos entre dioses y hombres: por

ejemplo, las palabras con las que reprende Zeus a Ares “Siempre te han gustado las riñas,

luchas y peleas, y tienes el espíritu soberbio, que nunca cede, (…)”4 son muy similares a las

críticas de Agamenón hacia Aquiles antes citadas.

El lugar de Aquiles en la batalla es ocupado por Diomedes con las ínfulas de Atenea que se

atreve inclusive a lastimar a Cipris que nuevamente se entrometía en la batalla, esta vez por

su hijo Eneas, y a batirse tres veces con Apolo hasta que vuelve en sí y repara que no le

espera una larga vida al que se atreve a desafiar a abiertamente a los dioses.

Muy tarde sin embargo se acordó de esta precaución, puesto que sus acciones dieron

argumento suficiente para que Apolo pudiera convencer al temible Ares de entrar en la

batalla en favor de los troyanos, aunque había prometido a su madre Hera ayudar a los

dánaos. Este es el primer cambio de bando divino que se observa en la batalla.

Sin embargo, para el inicio del canto VI, Atenea por medio de Diomedes expulsa a Ares del

campo quedando en batalla solo los hombres, algo destacable puesto que los dioses se

gozan de intervenir durante la mayoría del conflicto. En esta ocasión vemos narrado

fundamentalmente el lado de Ilio que, mediante sus hombres más fuertes, Eneas y Héctor,

alienta a los guerreros al combate.

No saben los troyanos que Atenea está irremediablemente en su contra, y así como los

aqueos ofrecen inútiles sacrificios al Cronida, ellos o mejor dicho ellas, las matronas de la

ciudad, preparan una hecatombe para solicitar el amparo de la diosa.

4
Ibídem Canto V, verso 889

5
En este canto se narran dos escenas conmovedoras: la primera por su nobleza, que sigue

con la línea antes mencionada de un disentimiento discreto pero firme a la guerra. Esta es el

encuentro de Diomedes con Glauco en el frente, que buscan la gloria no en acabar el uno

con el otro sino en honrar la amistad de sus antepasados extendiéndose la propia “Y ahora

troquemos la armadura, a fin de que sepan todos que de ser huéspedes paternos nos

gloriamos”5. Antes de esto la gloria siempre residía en dañar al enemigo: “Tienes el ijar

atravesado de parte a parte, y no creo que resistas largo tiempo. Inmensa es la gloria que

acabas de darme.”6 Dice Pándaro a Diomedes; “(…) muriendo, herido por mi lanza, me

darás gloria, y a Hades, el de los famosos corceles, el alma”7 Sarpedón a Tlepólemo; etc.

Hay otros fragmentos en las narraciones de batalla que demuestran lo mejor de los

combatientes, que pueden proyectar lazos entre sí más grandes que el conflicto que los

separa. Por ejemplo en el canto VII, cuando entablan combate Héctor y Ayante los cuales

“«Combatieron con roedor encono, y se separaron unidos por la amistad.»”8

La otra escena, la más tierna por mucho, es el encuentro del príncipe Héctor con su amada

Andrómaca y el infante querido. Cuando él entra a la ciudad para ordenar la hecatombe

para la hija de Zeus que lleva la égida y a convencer a su miserable hermano a plantar cara

en la batalla que por su culpa se ha desencadenado, no puede retornar al combate sin pasar

por su hogar a buscar a su esposa e hijo.

Los encuentra en la muralla, donde ella le suplica que desista del combate para que

pudieran sobrevivir y el héroe pronuncia estas palabras:

5
Ibídem Canto VI, verso 213
6
Ibídem Canto V, verso 284
7
Ibídem Canto V, verso 648
8
Ibídem Canto VII, verso 288

6
“Día vendrá en que perezcan la sagrada Ilio, Príamo y el pueblo de Príamo. Pero la futura

desgracia de los troyanos, de la misma Hécuba, del rey Príamo y de muchos de mis

valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto

como la que padecerás tú (…) ojalá un montón de tierra cubra mi cadáver, antes que oiga

tus clamores o presencie tu rapto”9.

En este diálogo Héctor reconoce que van a perder, pero no quiere dejar de pelear por su

honor, por supuesto, pero sobre todo porque quiere que la muerte lo encuentre antes de ver

que la pena envuelva a su amada. Así conocemos el verdadero talón de Aquiles del pétreo

guerrero, la puerta por la que pude escapársele la vida aun si no le entrara la muerte.

Claramente la historia fue escrita con el diario del lunes, es decir, Homero, si en verdad

existió, para el momento en que hablaba de este encuentro familiar ya sabía de la muerte

del héroe y de la caída de Ilio, por lo que probablemente cuando pone en Héctor la dura

certeza de la pérdida inminente, lo hace para adelantarnos la noticia a los lectores y para

darle a las declaraciones del héroe la fuerza de las “últimas plabras”.

En la historia de la humanidad, en inteligencia hablando, existe una certeza tácita común,

seguramente no demasiado atinada, de que evolucionamos volviendo esa capacidad nuestra

cada vez mayor, cada vez más compleja. Es por ello que resulta en parte una sorpresa

abordar historias tan maduras, en el sentido de trascender los simplismos del bien contra el

mal y la linealidad. Al hablar de la lucha, por ejemplo, no se limita a ponerse del lado de los

ganadores, o a personificar virtudes y villanos, sino que delinea un mundo mucho más

complejo.

9
Ibídem Canto VI, verso 441

7
Para el canto XVI no se creyera que la batalla pudiera dar como vencedores a los argivos

mas era solo una necesaria parte de aquel escenario dispuesto por Zeus: “Y el impetuoso

Héctor no dejará de pelear hasta que junto a las naves se levante el Pelida, el de los pies

ligeros, el día aquel en que combatan cerca de las popas y en estrecho espacio por el

cadáver de Patroclo”10.

El compañero amado de Aquiles se presenta ante él para suplicarle que, si su orgullo es tal

que no le permite unirse al combate para salvar a los dánaos, le permitiese a él usar su

armadura y liderar las tropas de los mirmidones para repeler al enemigo. Este accede, más

le pide que se limite a poner a los troyanos en retirada y no los persiga, puesto que el hado

no le sería favorable si lo hacía. Destinado como estaba, inútiles fueron las advertencias y

tras combatir ferozmente y dar muerte a numerosos enemigos incluyendoo al hijo de Zeus,

Sarpedón debió perecer en batalla a manos de Héctor y ser despojado de las armas. Es

entonces cuando le profetiza la muerte al príncipe troyano: “Tampoco tú has de vivir largo

tiempo, pues la muerte y la parca cruel se te acercan, y sucumbirás a manos del eximio

Aquiles Eácida”11

Nuevamente en el canto XXII se emplea el recurso de “últimas palabras”, de conferir a los

personajes el conocimiento del resultado del conflicto, para que antes de que este ocurriera

pudieran manifestar sus sentimientos con honestidad. En este caso, los padres de Héctor

son quienes gozan del conocimiento de que caerá en batalla frente a Aquiles y le imploran

que regrese a la ciudad para escapar la muerte que lo esperaba.

El troyano piensa en su corazón huir, rendirse, suplicar, pues bien conocía la capacidad y la

furia que cargaba el adversario, mas no resultaron opciones elegibles no tanto por el honor,
10
Ibidem canto VIII, verso 470
11
Ibidem canto XVI, verso 844

8
que no le impidió huir dando tres vueltas a la ciudad, como por el orgullo de no enfrentar

sus errores en el manejo de la batalla.

La persecución se detiene cuando el hado dictamina la próxima muerte de Héctor, por lo

que Apolo deja de animar sus fuerzas y Atenea tiene el permiso de Zeus para tender una

trampa que propicie la contienda. Elige hacerlo de un cruel modo: disfrazándose de un

querido hermano del troyano para que este pensara que venía a apoyarlo en el combate.

Como era previsible en un momento como este, donde la venganza escribe el destino, la

crueldad y la bajeza no se terminan con los métodos de la diosa, sino que Aquiles se niega a

pactar entregar a la familia el cadáver del perdedor, aun cuando este se lo pide mientras el

aliento abandona su pecho. En ese momento le pronuncia una profecía de su muerte, como

se la pronunció antes a él mismo Patroclo. Deja el cuerpo a lo a las injurias de los

compañeros y luego lo hace parte de un ritual de homenaje a su amigo caído: arrastra al

difunto Héctor en un carro a la aurora durante doce días, dando tres vueltas en torno al

túmulo de Patroclo. Es de notar la importancia dada a los cuerpos, algo que se expresa

fuertemente cuando se entabla en el canto XVI el combate por el cadáver de Sarpedón.

En una cultura cuya vida era parte de la historia de los dioses, naturalmente los funerales

son un rito importante para concluir la existencia mortal. Y humanamente, las personas que

amaron al héroe en vida, las más estrechas, como sus padres y esposa, y las que

simplemente lo veneraban como baluarte de salvación, necesitaban poder depositar esos

sueños rotos y ese amor real en un cuerpo real que permitiera comenzar el camino de sanar

una pérdida tan grande.

9
Es así que inclusive los dioses meditan robar el cadáver para llevarlo a Troya, pero para no

menoscabar al Pelida y a su madre Tetis, esta es enviada para para darle el mensaje de que

debe entregarle el cuerpo al rey Príamo cuando este acudiera a su tienda con un espléndido

rescate, conducido por Hermes.

A la vez se envía a Iris a avisar al desesperado padre que debe acudir a buscar el cuerpo de

su hijo, entregando por el un inmenso rescate. Al ser un mensaje de los dioses y el deseo

más grande de su corazón, Príamo no duda en acudir acompañado por el mejor augurio de

Zeus: un águila rapaz de color oscuro, que el dios envía por la oración del rey y su esposa.

Puesto en camino, envía a su encuentro el Cronida a su hijo Hermes, para que pudiera

llegar a destino sin ser interceptado por los enemigos. Esto debe entenderse como que el

acuerdo y el diálogo que se estaba dando entre los bandos, no era en realidad una cuestión

de bandos sino de hombres, por intercesión de los dioses. Esto se nota nuevamente una vez

llegado Príamo a la tienda de Aquiles, cuando este le pide que duerma fuera para que nadie

que entrara lo descubriera, notificara a Agamenón y cambiaran los términos del rescate.

También es el motivo por el que el mensajero de los dioses lo despierta y lo saca del

campamento enemigo antes de la aurora.

Aun con toda la intercesión del Olimpo, la negociación que tenía lugar era complicada. Al

entrar, Príamo abraza las rodillas y besa las manos del asesino de sus hijos y le implora, por

su padre Peleo, anciano también, que conmueva su corazón y le entregue a su amado

Héctor. Durante ese momento, ambos se entregan al dolor de recordar la pérdida tan

enorme sufrida en batalla y se encuentran unidos por esa pena.

10
No obstante este conmovedor comienzo, Aquiles prontamente se irrita con la insistencia del

padre y es así que se menciona una perspectiva interesante: que a pesar de que los dioses

hubieran dispuesto que se llevara a cabo el rescate y Príamo volviera a Ilio, podía ser de

otra manera. Y esta posibilidad pesaba en el corazón de los mortales que desempeñaban el

guion de esa escena diseñada por los dioses, a tal punto que el héroe aqueo pide que se

prepare el cuerpo de Héctor fuera de la vista de su padre “no fuera que, afligiéndose al

verlo, no pudiese reprimir la cólera en su pecho e irritase el corazón de Aquiles, y éste lo

matara, quebrantando las órdenes de Zeus.”12

Le anuncian a Príamo Dardánida que el cuerpo ya ha sido rescatado, que podría llevárselo

al amanecer, y que dijera cuántos días precisaba de tregua para llevar a cabo el funeral del

poderoso caído, de modo que el Peliada refrenara a los dánaos de ir a la batalla hasta

entonces.

Este es un nuevo acto de nobleza, como el ocurrido en el canto VI en la pelea de Glauco y

Diomedes y posteriormente la pelea de Héctor y Ayante.

El rey troyano parte antes de la Aurora, llevado por Hermes, a fin de evitar a los centinelas

y contar con la cobija de la noche para salir del campamento. Llega a salvo a la ciudad y se

comienzan los ritos fúnebres para darle al alma de Héctor el pasaje para que Caronte le

permitiera cruzar el Estigio y enfrentarse a su juicio final. Hasta ese momento fue protegido

de tota corrupción el cuerpo por el amor de Apolo.

Así es que la historia empezó y concluyó con un canto donde los dioses intervinieron

marcadamente, en primera instancia para tragedia de los hombres y en segunda para

salvaguarda de la humanidad de estos.


12
Ibídem Canto XXIV, verso 571

11
Conclusión
El mundo antiguo nos resulta a los contemporáneos envuelto de misterio. Por ello resulta

una aventurar fascinante el embarcarnos en libros como este para beber de una cultura con

dioses que miran a los ojos, con hombres poderosos y débiles, que aman con locura a una

mujer y pueden llamarla esclava, que se unen con fuertes lazos de amistad que en unos

casos pesan más que la guerra y en otros pesan menos que una ofensa.

Las contradicciones de principios son constantes en el libro y uno termina preguntándose

¿qué sería al final lo más valioso para ellos? ¿el amor de una mujer y el honor, que

ameritaron comenzar una guerra? ¿la amistad que puede unificar bandos contrarios? ¿la

sabiduría que presta grandes consejos? ¿la obediencia a los dioses, todopoderosos, que así

como salvan matan? ¿la fuerza en batalla, que permite a un hombre humillar a un rey y

herir a un dios? ¿la justicia o la venganza?

Es mi opinión que el autor no tenía la intención de ensalzar una cosa sobre todas, a modo

de moraleja, sino que quería representar en un escenario histórico complejo, como lo es la

guerra, las luchas internas de los hombres, los problemas en que se ven envueltos y

aquellos en los que gustosamente se envuelven. Como jugamos con los dioses que también

juegan con nosotros y en este tirar y aflojar, ir y venir, transcurre la existencia sin que haya

un curso cierto para nadie.

En este mundo en que la realidad va de la mano de la fantasía, podemos pensar que no hay

nada verdadero, pero se trata más de un testimonio de cuando esta última simplemente

ayuda a interpretar y a trascender aquello que ocurre.

12
Bibliografía
 https://www.culturagenial.com/es/la-iliada/
 https://www.biografiasyvidas.com/biografia/h/homero.htm

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