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La semana pasada me tomé sin pelear la primera pastilla.

Sentía que si no lo hacía me iba


a volver loca. Antes me resistía. Las demás mujeres me miraban con rareza. Siempre he
sido un poco rara. Eso me gusta. Nunca encajé del todo en los lugares comunes. Pero
cuando esa tarde presenté la audición para estudiar teatro, supe sin dudarlo que había
encontrado mi lugar en el mundo. Los lugares donde nos sentimos seguros terminan
convirtiéndose en nuestras casas. La Colonia no es mi casa. De chica, mis hermanas
jugaban a las escondidas, mientras que yo me encerraba en el cuarto de mamá, con la
campera de hombreras y los tacos rojos, imaginando que era la protagonista de la novela.
Una tarde mi prima mayor me descubrió con un vestido negro, envuelta en la bisutería de la
abuela. Yo había inventado que era una reina muy poderosa a la que todos temían. Pero
cuando mi prima me vio, llamó a mis hermanas y empezaron a llamarme la viuda negra.
Claro, yo no paraba de llorar, viendo como se burlaban. Luego de aquella tarde, preferí no
volver a jugar cerca de ellas.
Cuando empecé el teatro retomé los juegos. Me gustaba inventar fantasías. Acá a veces me
cuesta. Por eso decidí tomar las pastillas. Disculpen, no me presenté. Mi nombre es Julia.
Julia Pía. Y antes de que el mundo se desmoronara yo era actriz. Si. Me dedicaba a contar
historias.

¿Qué hace una actriz sin un escenario? No me gusta pensar en eso. Las pastillas azules,
me generan ese tipo de preguntas. Prefiero las rojas. Las rojas me hacen soñar. La otra
noche soñé que entraba en una sala de teatro. Me quitaba las zapatillas y ponía mis pies
descalzos sobre el piso de madera. Estaba calientito. Luego entraba la compañía en pleno.
Nos movíamos de un lado al otro, preparando el escenario para la función. En el fragor de
los preparativos no nos dábamos cuenta de que empezaba a llegar el público y ya era el
momento de levantar el telón. En ese preciso instante todo se detuvo: nos miramos a la
cara, unos a los otros. Todo el elenco. Nos tomamos de la mano. Las mías sudaban. Mi
corazón latía. En mi estómago sentía que algo subía y bajaba...respiro... respiramos, una,
dos, tres veces...(inhala y exhala). Y con un grito que se escuchaba al otro lado de la calle
nos deseábamos: "Mierda" (silencio).

Cuando sueño esas cosas, intento repetir en voz alta cada detalle de la secuencia. Como
ahora. Me los repito a mi misma, muchas veces, para que no se me olviden. Eso me da
fuerzas para hacer más llevadera esta nueva rutina. Levantarme, vestirme, comer, trabajar,
dormir. Julia Pia lava los pisos de La Colonia. Julia Pia hay que servir la mesa. Julia Pia
vamos a la revisación. Y nada más. A eso se reduce mi existencia... en este lugar.

Yo no se que hace una actriz sin un escenario. Supongo que recordarlo. Yo no sé qué hace
una actriz luego del fin del mundo. Supongo que imaginar uno nuevo. A veces, cuando todo
acá se queda en silencio. Cuando todas las demás mujeres duermen y me encuentro en mi
soledad. Imagino que todo ésto es un mal sueño. Y que al abrir los ojos volveré a estar en
mi sala de teatro. Me convierto nuevamente en Adela, en Laurencia o en Electra...y me
vuelvo a sentir segura. A veces la memoria me hace una mala jugada. Intento recordar,
pero ya no puedo. Me cuestiono qué de lo que recuerdo es real, y qué es solo imaginación.
Entonces empiezo a crear en mi mente una nueva fantasía. Dibujo otros escenarios, donde
permanecer tenga algún sentido. Hago un viaje mental de vuelta a casa. Por favor no me
juzguen si una que otra vez me tomo con gusto la pastilla roja.

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