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LA LEY NATURAL, FUNDAMENTO DEL DERECHO

Manuel ma. Carreira, s.j.

Hablaremos de la ley natural, desarrollando el punto de vista de que todo proceder debe reflejar
lo que el agente es por su misma esencia. Pero naturaleza, ley y derecho son conceptos que se
utilizan de diversas maneras. Tienen significados muy distintos en muchos casos, pero todos
ellos contribuyen a dar una visión más completa de lo que es el hombre, de lo que es la
sociedad, de lo que es la ley para un sujeto de derechos y deberes, de lo que es el derecho en
su mismo concepto abstracto y en su realidad concreta.

Fijándonos en el título, “La Ley Natural, fundamento del Derecho", aclararemos primero el
significado de las palabras clave. ¿Qué es ley?. ¿Qué es derecho? . ¿Qué es ley natural?.

CONCEPTO DE LEY

El concepto más general de ley es "una norma reguladora". Como “norma” tiene que referirse a
actividades: se regula lo que se hace, lo que ocurre de alguna manera. Y puede expresar una
necesidad objetiva de ser o de actuar, o puede referirse a una necesidad subjetiva, una
obligación. Esta afectará no al ser sino al actuar, y puede referirse sólo a una actividad libre: a
un sujeto dotado de libertad, al menos en una parte de sus actuaciones. En cambio, la
necesidad objetiva no implica elección, sino que expresa un modo de proceder que no depende
de la voluntad, y se encuentra, típicamente, en la materia inanimada o en los niveles de vida
vegetativa y sensitiva.

LEYES FISICAS

Una ley física, una “ley de la naturaleza” en el sentido de la naturaleza no libre, como la ley de la
gravedad, es, tan sólo, una constatación generalizada de un modo de proceder que se observa
en la naturaleza material. Es una constatación; por lo tanto no impone ningún tipo de norma
externa, sino que simplemente se dice lo que la naturaleza, de hecho, hace; y es una
constatación generalizada. No hablamos de una ley de la naturaleza, de la materia, por un
proceder observado en un caso único, sino porque una clase amplia (en general, ilimitada en su
número real o posible) de objetos con unas características comunes tendrá este tipo de
actuación.

El hecho de que hay leyes físicas, leyes de la materia, es el fundamento de que exista una
ciencia con capacidad predictiva, porque estas leyes presuponen una esencia fija, con
propiedades fijas. La ley de la física es una consecuencia del ser: las cosas hacen lo que hacen
porque son lo que son. Es ésta, tal vez, una manera de decirlo que puede parecer un tanto
obvia, pero realmente condensa en lenguaje ordinario lo que queremos expresar.

La ley de la gravedad no impone una norma cambiable, una norma externa, sino que expresa el
hecho de atraerse, de reducción de distancias entre cualquier par de masas que pueden
moverse sin trabas, como consecuencia natural y necesaria de ser masas. Esto es lo que dice la
ley de la gravedad, y como no puede darse cambio alguno en lo que las cosas son, tampoco se
dará en su comportamiento, y no cambiará jamás esta ley física.

Podemos encontrarnos con descripciones populares de los avances científicos afirmando que
Einstein derrocó las leyes físicas de Newton, o sugiriendo que nuevas teorías físicas o nuevos
descubrimientos obligarán a alterar o descartar las leyes actuales. No puede ser así; aunque las
leyes físicas se formulan dentro de un ámbito concreto de aplicabilidad y con un margen de error,
con estas restricciones, son inmutables. Si la ley de la gravedad está verificada hasta el nivel de
una mil-millonésima del valor de la constante gravitatoria, eso es verdad y seguirá siéndolo

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siempre. Es posible que se pueda obtener una expresión matemática todavía más exacta, con
unos decimales más, pero no cambiará lo que ya está establecido.
Lo mismo debe decirse respecto al ámbito de aplicabilidad. Hemos constatado la ley de la
gravedad con la exactitud indicada dentro de los límites del sistema solar, y en sistemas
estelares próximos a nosotros: en esa formulación no va a haber jamás un cambio. Si quiero
extrapolar sus predicciones a galaxias cuya luz me informa acerca de cómo era el sistema hace
5.000.000.000 de años, tal vez tenga qué decir prudentemente "si la ley de la gravedad no ha
variado -porque varía la masa o cualquier otro factor como función del tiempo- se dará este
resultado”. La ley no me dice si tal condición se cumple: sólo afirma que de tal masa se puede
esperar tal fuerza.

Estas leyes, ciertas en su aplicabilidad dentro de los límites indicados, implican la idea de
orden: hay orden porque hay leyes físicas, y hay leyes porque son expresiones de la naturaleza
de las cosas. La materia no puede actuar de una manera arbitraria, ni tiene libre albedrío: por
eso es posible la ciencia, capaz de predicciones ciertas y fijas, porque el obrar es consecuencia
del ser.

Hay que tener en cuenta que no siempre es posible llegar a este nivel de leyes fijas, en
situaciones en que no conocemos suficientemente los factores que intervienen en un fenómeno.
Entonces tenemos que hablar solamente de leyes probabilísticas o estadísticas; son leyes en
sentido mucho más laxo que las primeras. Por ejemplo, cuando yo digo que, por una ley de
probabilidad, de cada seis veces que yo lance un dado, una de esas veces tiene que salir cada
uno de los números del dado, inmediatamente me doy cuenta de que estoy hablando de algo
que no es consecuencia del ser, ni es, por lo tanto, cierto en cada caso. No hay razón alguna en
la naturaleza de la materia para establecer una relación entre los números de las caras del dado
y su comportamiento al caer: el desarrollo de este proceso debe ser independiente de los puntos
dibujados en las seis superficies. Por eso espero que todos los números saldrán con la misma
frecuencia media en muchísimas tiradas del mismo o varios dados.

Estas leyes probabilísticas no dan certeza en ningún caso concreto: lo que ocurre cada vez es
independiente de lo que ha ocurrido en casos anteriores. Sólo son aplicables a un gran número
de experimentos en que todos los factores controlables se mantienen constantes. El significado
de número “grande” depende de las posibles alternativas: necesito mayor número de casos para
hablar de las tiradas de un dado (en que hay seis posibilidades) que para las tiradas de monedas
en las que hay solamente dos. Tampoco es posible predecir con certeza el número exacto:
aunque yo lance la moneda 10.000 veces, me sorprendería muchísimo que exactamente 5.000
veces obtuviese cara y 5.000 veces cruz.

No es esto lo que indican estas leyes: inmediatamente nos damos cuenta de que son de un
orden diverso que las leyes de Newton. No son leyes de la naturaleza material inanimada, que
expresan una conexión entre el ser y el actuar, sino consecuencias de querer relacionar una
actividad con parámetros que no influyen en ella, mientras dejo de considerar a los que sí
influyen por mi incapacidad de conocerlos en suficiente detalle: no puedo conocer exactamente
cómo impulso a la moneda, ni su fricción con el aire, ni cómo rebota al caer sobre la mesa.
Como consecuencia, no puedo establecer las razones de que salga cara o cruz en cada caso, y
me limito a suponer que los factores que no influyen en el resultado aparecerán por igual si
considero un número suficientemente grande de experimentos. Pero aun así son leyes físicas
en cuanto se basan en lo que las cosas son, bien como causa o como parámetro inoperante.

Las leyes físicas propiamente no nos conciernen en lo que respecta al Derecho, aunque es
conveniente haberlas mencionado como el límite de la palabra “ley” cuando ésta se aplica a
sujetos no libres. Y nos dan ya una base general para toda ley “natural”: el comportamiento que
se describe está enraizado en lo que las cosas son; fluye como consecuencia de un modo de

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ser, previo a la ley e inmutable por su mismo concepto, que se refiere a la esencia del sujeto.

LEYES LOGICAS

Existen también leyes que son normas del conocer. Hemos hablado de las leyes como normas
del actuar, como consecuencia del ser. Hay también leyes que son normas lógicas del conocer,
que expresan la racionalidad de aquello que es inteligible, y que son consecuencia de la
naturaleza del acto cognoscitivo intelectual.

El pensar racional exige la adhesión a normas lógicas, como son , básicamente, los principios
de no-contradicción, de identidad, de razón suficiente, de que no hay una tercera posibilidad
entre el ser y el no ser. Estas leyes forman un sistema lógico que es, últimamente, la razón de
que sean posibles las Matemáticas, así como la Filosofía, pero que también son de aplicación
necesaria en todo sistema deductivo o inductivo en cualquier ciencia. Si no se utilizan con rigor
extremado pueden dar lugar a errores más o menos encubiertos, especialmente en aquellas
ramas del saber -como la Filosofía y la Teología- que no tienen refrendo experimental posible.
Por ejemplo, puede darse una inferencia incorrecta si lo que se afirma como algo parcial, luego
recibe valor total o exclusivo. Si afirmo, como Descartes: "Pienso, luego existo", no estoy
sugiriendo que si no pienso, no existo. Una afirmación en forma positiva no puede interpretarse
automáticamente como exclusiva.

Recuerdo que, en unas convivencias de un curso de verano para universitarios, uno de los
profesores -que exponía la evolución cultural de Europa- aducía esta frase de Descartes como el
comienzo de un racionalismo que identificaba al hombre con su pensamiento. No hay derecho a
extraer tal consecuencia. Descartes pudo haber dicho: ”Veo, luego existo”, “Me alimento, luego
existo” : cualquiera de esas frases es correcta, porque el actuar presupone el ser. Solamente se
convierte en error al decir que lo que se afirma positivamente debe entenderse exclusivamente.
Si se hubiese dicho: “Pienso, y sólo porque pienso y cuando pienso, existo”, entonces habría un
error, pero una afirmación meramente positiva no permite extraer consecuencias negativas que
rebasan aquello que se afirma.

Hay que exigir el máximo rigor en el pensar lógico, especialmente en la aplicación del derecho,
para no pasar de una afirmación de carácter positivo, en una situación concreta, a una norma
general -negativa o positiva- fuera del ámbito en que debe afirmarse, ni tomar una verdad parcial
como universal y absoluta. La afirmación de mi libertad tiene que matizarse con las
consideraciones simultáneas de mis deberes y de la libertad y derechos de los demás. Las
posiciones teórico-prácticas que se expresan en leyes tienen que examinarse con cuidado para
encontrar las raíces de postulados o presupuestos implícitos, tal vez cuestionables o falsos como
puede serlo toda afirmación de conocimiento humano.

Las leyes lógicas son exactamente aplicadas en la Matemática: todos los teoremas y demás
afirmaciones de orden matemático incluyen condiciones necesarias y suficientes para que algo
se cumpla. Todo y sólo lo que cumple esta definición tiene tales propiedades. Lo mismo es
necesario delimitar rigurosamente en cuestiones de derecho.

Las reglas del conocer son tales, una vez más, porque expresan las reglas del ser. El
conocer se dirige a la verdad, y la verdad es la adecuación del conocer a la realidad objetiva. Lo
que conocemos debe representar lo que es; no lo constituye, sino que lo representa. En esa
representación, en esa adecuación, está precisamente la base de nuestra racionalidad.

Ni las leyes del conocer ni las leyes del ser, a que me refería antes como leyes físicas,
implican libertad. Por más que yo quiera hacerlo de otra manera, el que no hay una alternativa
entre afirmaciones contradictorias se me impone con tal evidencia que ningún esfuerzo mental

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es suficiente para decir otra cosa. Y como no implican libertad, no tienen connotación moral.
Todo aquello que no depende de mi libertad no puede tener un calificativo moral, o lo que esto
implica: mérito, responsabilidad, o castigo. Pero también las leyes del proceder libre deben
reflejar, en su último origen, la naturaleza esencial del agente.

LEYES DEL PROCEDER LIBRE

En el caso de sujetos libres, como es el hombre, las leyes son "normas de un proceder". Normas
que exigen actuaciones de acuerdo con lo que es propio del ser racional consciente, capaz de
elección de fines y medios. Dice la Filosofía tradicional que “todo agente inteligente actúa por un
fin”: en esto consiste el actuar inteligentemente como opuesto al actuar del animal, o al actuar de
la materia inanimada. Se busca un fin,y por la intencionalidad del fin se eligen los medios y,
finalmente, se toma una decisión.

El fin que se busca es siempre algo que se percibe como un bien. El ser inteligente conoce
el bien con su entendimiento y lo busca con su voluntad. La búsqueda del bien da lugar a una
elección de medios y a la actividad que los pone en práctica para conseguir lo que se desea.
Hablamos de un ser racional, capaz de conocer objetivamente; consciente, que se da cuenta de
eso que conoce y de sus implicaciones, y capaz de elección libre de fines y medios, al menos en
algún momento y en algunas circunstancias.

Incluyo la salvedad "en algún momento" porque cuando estamos dormidos puede haber
actividad intelectual en el sueño, pero no tenemos la capacidad de elegir libremente. En ese
momento se puede decir que somos conscientes de ese sueño, pensamos racionalmente hasta
cierto punto - nuestros sueños, en general, buscan también una racionalidad, al menos aparente
- pero no tenemos la capacidad de una elección libre de acuerdo con lo que conocemos y de lo
que somos conscientes. Por eso no se promulgan normas de proceder para cuando estamos
dormidos: sabemos perfectamente que no somos responsables en esa situación.

El fin pretendido con la ley regulatoria de la actuación libre puede ser un fin limitado, muy
relativo. Por ejemplo, que funcione bien el sistema de tráfico; así tenemos leyes de tráfico.
Naturalmente, como este fin es limitado y relativo, y depende su consecución de consideraciones
más o menos arbitrarias, la ley puede ser de muchas maneras: en un país se determina que se
circule por la derecha y en otro que se circule por la izquierda. No hay problema en eso. Lo
mismo se puede decir de leyes que tocan al mero funcionamiento económico de la sociedad:
leyes de asociaciones, leyes de intercambio de divisas, etc. Son normas que buscan fines muy
limitados, cambiables como función de los diversos entornos sociales y de su evolución en el
tiempo. Hay fines que se perciben como un bien de ámbito común, el bien de un grupo. Puede
tratarse de un grupo natural, como es la familia; puede ser un grupo más artificial, como una
sociedad cultural; puede ser de un ámbito de mayor amplitud: una nación; o puede abarcar a
toda la humanidad. Consecuentemente la búsqueda de un bien aparece como de mayor o
menor importancia según afecte a grupos de diverso rango y naturaleza.

DERECHOS Y DEBERES

Percibimos como bien de una manera más absoluta al bien de ámbito personal: lo que a
cada uno de nosotros le permite el desarrollo de su realidad individual según su dignidad. Aquí
es, precisamente, donde entra el concepto de derechos y deberes. Solamente la persona libre
tiene derechos y deberes. Estrictamente, sólo la persona: los grupos, las asociaciones, las
entidades sociales tienen derechos y deberes sólo en cuanto los tienen los individuos que las
constituyen, y solamente para el bien de los individuos. Tal bien debe considerarse
primariamente, aunque haya luego que considerar los otros bienes a que me he referido, que
tocan al grupo o a toda la sociedad, o incluso a toda la humanidad.

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Lo importante es que sólo el que es agente libre puede tener derechos y deberes; y el único
ser estrictamente libre es el hombre, dentro del ámbito de que hablamos. Por tanto la sociedad
no tiene derechos de por sí, sino porque los tienen los individuos; lo mismo debemos afirmar de
cada nación o entidad política. La Humanidad no tiene derechos de por sí, porque la
"Humanidad" no existe como tal : es una abstracción. Existen las personas; la "Humanidad" es
una palabra que cubre una multitud de individuos, pero no designa una entidad real. La
Humanidad no tiene un pensamiento, ni una voluntad, ni libertad: por tanto no es estrictamente
sujeto de derechos y deberes.

El sujeto de derechos y deberes, el sujeto de toda ley - en el sentido de "norma que determina
un proceder libre, que debe ajustarse a ella" - es el hombre. Y lo que el hombre es tiene que
indicarnos en qué consiste la base del derecho, el fundamento de esto que llamamos "ley
natural", sobre la cual tiene que construirse todo lo demás.

El hombre es un ser limitado, que tiene que desarrollarse, que tiene que hacerse en un tiempo y
en un lugar concreto en que existe. Existe en un tiempo y lugar, aquí en la Tierra, pero su
existencia tiene una proyección eterna. Estamos hablando ya desde un punto de vista que se
basa en la ciencia, incluso biológica, pero que la rebasa, porque en el hombre se da una
realidad que no se puede reducir a las leyes de la materia. Se da una actividad cognoscitiva que
no tiene como resultado ninguna realidad medible físicamente, porque el pensamiento no tiene
masa, ni carga eléctrica, ni tamaño, ni ninguna otra propiedad medible por los métodos de las
ciencias de la materia.

El ser humano muy pronto muestra un modo de actuar en que entran en juego conceptos
como “Consciencia" y “Libertad"; factores que no se dan en ningún otro nivel biológico. En el
hombre hay una realidad que supera todo lo que es materia inanimada o del mundo meramente
orgánico animal; una realidad no material: el espíritu humano. Esto, automáticamente, le coloca
en un nuevo nivel de existencia. Como lo material es sólo lo que está naturalmente dentro de un
marco de espacio y tiempo, el hombre, por su espíritu inmaterial, tiene ya una proyección hacia
una existencia más allá del espacio y del tiempo. La realidad no material del hombre nos lleva
lógicamente a considerar que toda actividad propiamente humana va a tener consecuencias
hacia la eternidad, más allá de la duración de cualquier sociedad, más allá de la duración de
cualquier estructura terrena.

¿Qué es el hombre? Primeramente, el hecho de que tiene que hacerse y desarrollarse


apunta a su condición de ser contingente, creado: el hombre no es la razón de su propia
existencia. Ninguno de nosotros se da la existencia a sí mismo; el hombre, por lo tanto, no es
autosuficiente. Su existencia depende de otro, últimamente no contingente sino necesario, un
Creador; y, al ser creado, es esencialmente de su Creador, que tiene la potencia infinita y la
libertad de crear o no crear. Cuando somos creados recibimos del Creador, de Dios, una
naturaleza que es la razón de nuestra actividad y de nuestro destino: el hombre existe con una
serie de propiedades que fluyen de su naturaleza.

Y es creado para un fin, porque el que crea inteligentemente, crea por un fin, según lo antes
explicado acerca de la actividad inteligente y libre. El Creador, Inteligencia infinita,
necesariamente debe proceder así; y el hombre, por su misma esencia, tiene que tener ya innata
en su naturaleza una finalidad dada por el Creador. Lo que somos, lo somos en función de esa
finalidad: Dios nos hace como nos hace para que consigamos el fin que El pretende al crearnos.

Cada uno de nosotros es creado como un individuo único; no estamos hechos en serie ni
como parte de un organismo superior. Es diferente el caso de una célula de nuestro cuerpo, que
es.parte de un todo dotado de funciones de otro orden más amplio, de modo que la finalidad de

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la célula está subordinada al bien de todo el organismo. Esto no se puede aplicar al hombre: el
hombre no es una célula de un super-organismo, llámese éste “sociedad” o lo que sea. El
hombre existe con respecto a su Creador como persona única y en esto encontramos la razón
última de una serie de actividades, de derechos y deberes que, en el primer momento de
considerarlos, no implican a los demás hombres que existen. Primeramente mi destino es el que
Dios me da a mí, y mi naturaleza -lo que yo soy- la recibo de Dios, independien temente de que
haya otros individuos semejantes.

Maravillosamente, mi naturaleza es ser "Imagen y Semejanza" de Dios: así se establece


desde el primer momento de mi existencia una dignidad y un destino que trasciende lo
meramente humano, lo meramente natural. "Imagen y semejanza de Dios" quiere decir que soy
capaz de conocer, en un modo analógico, como El conoce. Que soy capaz de querer, de amar,
de un modo analógico, como El quiere y ama; que soy capaz de actuar libremente como El es
capaz de actuar libremente. Nada de esto es aplicable a los animales; mucho menos a las
formas inferiores de materia, viviente o no.

Por tanto, si lo que el hombre es determina lo que debe hacer, el hombre por ser creado a
imagen y semejanza de Dios, con entendimiento, voluntad y libertad, tiene derechos y exigencias
de desarrollo para actualizar sus potencialidades. Primeramente, porque es un organismo
viviente, debe encontrar todo lo necesario para su desarrollo orgánico; luego, por su naturaleza
racional, exige la posibilidad de desarrollar las facultades que le constituyen en imagen y
semejanza de Dios.

El hombre se va haciendo biológicamente cuando la primera célula fecundada despliega y


realiza un programa genético que incluye órganos, funciones, capacidad de crecimiento. Este
proceso en todos sus niveles debe ser accesible por derecho a todo ser humano, e incluye las
exigencias de un entorno adecuado, con alimento suficiente, protección, todo lo necesario para
un organismo sano. Aunque esto es sólo una primera parte, es vitalmente importante, porque ni
siquiera la capacidad de utilizar el cerebro se da de una manera adecuada si falta la nutrición
esencial, aun en los primeros meses.

Pero no basta un desarrollo de ese soporte material; hay que desarrollarse intelectualmente,
psicológicamente. El hombre necesita una educación: en esto nos distinguimos de los animales,
que no tienen que aprender culturalmente de otros, ni pueden aumentar el acervo de
conocimientos de una generación a otra; el Hombre sí.

EDUCACION

El conocer no se crea de la nada: conocemos lo que nos comunica nuestro entorno material
mediante sus estímulos percibidos por nuestros sentidos, pero sobre todo lo que se nos
comunica por otros hombres en forma directa o indirecta, en procesos educativos. La educación
es un derecho universal, porque el hombre tiene la obligación de actuar según su naturaleza, y
esto implica el conocer, la búsqueda de la verdad, ya que sin esta base intelectual no puede
darse actividad responsable.

Todo hombre necesita también un desarrollo afectivo y volitivo. Una persona que no tiene
lazos afectivos ya en la niñez, será siempre un tarado psíquico, que -como en "El Libro de la
Selva", pero sin sus connotaciones poéticas- ha vivido prácticamente entre animales hasta llegar
a la edad adulta. Cuando eso ocurre no es ya posible elevar a la persona a un nivel
verdaderamente humano. La falta de desarrollo en un entorno adecuado -que es sobre todo la
familia-, la falta de lazos de amistad, de cariño, deja a la persona irremediablemente incompleta
para el resto de su vida. Por lo tanto, la persona humana necesita que se fomente este
ambiente en el que se pueda dar el propio desarrollo intelectual y afectivo.

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También hace falta desarrollar la capacidad de actuar libremente, porque esto no se da de una
manera automática. Actuar libremente supone que ni siquiera nuestros instintos determinan lo
que hacemos, sino que somos capaces de controlarlos: el proceder instintivo pertenece al nivel
de los animales que se mueven por una programación genética. Aunque tenemos instintos,
siendo superiores a los animales por tener actividad libre, no programada, debemos someter lo
instintivo a la voluntad consciente y racional. Esto exige robustecer la voluntad, lo cual no ocurre
espontáneamente, sino que debe obtenerse por la educación.

Tales consideraciones adquieren enorme importancia cuando llega el momento de establecer


en una sociedad qué es y qué no es una "educación”. No puede ser el dar rienda suelta a lo que
uno instintivamente haría: esto no es educar, sino aceptar simplemente al animal, pero no a la
persona humana.

La educación no es un simple comunicar conocimientos , ni un mero desarrollo afectivo,


sino que es, sobre todo, el dar control sobre sí mismo a aquel que se educa. Ayudar a conseguir
ese control para que, en cualquier momento, la decisión humana sea una opción
verdaderamente libre. Que no sea una decisión impuesta ni por instintos, ni por coacción
exterior, por miedo, por manipulación de cualquier tipo; todos nosotros estamos influídos por
factores del entorno material, psicológico y cultural, pero esos influjos no deben determinar lo
que yo hago. Esto es, precisamente, lo que queremos conseguir con un robustecimiento de la
voluntad: lo que decido hacer no está determinado automáticamente por ningún factor externo o
interno,sino por mi decisión consciente y libre, basada en conocimiento objetivo y suficiente de
las diversas posibilidades y motivada por el deseo de un bien verdadero y no sólo aparente y
engañoso.
HOMBRE Y SOCIEDAD

Una vez que vemos cómo el hombre tiene que hacerse de acuerdo con las exigencias de su
naturaleza, según el plan dado por Dios, que nos crea a su Imagen y Semejanza,- un plan que
lleva al desarrollo humano completo, no sólo en este mundo, sino con proyección eterna-,
afirmamos una vez más la primacía del individuo sobre la sociedad. La sociedad es para el
individuo, no al revés.

Pensemos en todas las sociedades de tipo autoritario, dictatorial, que ha habido en este
siglo. En todas ellas se afirmó que la sociedad es dueña del individuo, y éste se convierte en
una rueda de una máquina monstruosa, una célula de un super-organismo, o en algo como una
hormiga dentro de un gran hormiguero. Esto no es compatible con la dignidad del hombre. Los
derechos del hombre, que le permiten desarrollarse según los deberes que le impone su
naturaleza, no se reciben de la sociedad ni pueden ser reducidos o eliminados por la sociedad.
Son derechos de cada individuo, dados por Dios al crearlo.

La base última del derecho no es ni una concesión de un superior jerárquico -de un rey, de un
dictador-ni tampoco el resultado de una votación o un consenso mayoritario. La única base
lógicamente aceptable es la naturaleza misma del ser humano, común a toda la especie. Por
eso ningún individuo puede imponerse a otro, ni limitar a otro en lo que él no le ha dado, sino
que ha recibido de Dios. Todos tenemos la misma dignidad esencial ante el Creador, y nadie
puede arrogarse la autoridad de abrogar los dones de Dios. En este respecto, cualquier mayoría
de votación democrática es sólo una mayoría de ceros; si ninguno de los votantes ha dado
derechos, todos juntos tampoco pueden darlos ni suprimirlos. La sociedad es para el hombre, no
el hombre para la sociedad..

Por la misma razón, ningún ser humano puede ser una "cosa" para otro; nunca puede ser
meramente un medio útil, subordinado a otros fines, ni en su propio ser corporal y espiritual, ni en

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su existencia y actividad vital, ni en su trabajo. El hombre no puede pertenecer a otro como una
cosa; la esclavitud es totalmente opuesta a la dignidad humana. No se puede reducir al hombre
jamás al nivel de un animal de granja o de una máquina; ninguna sociedad, por tanto, tiene
derecho a mantener una situación de esclavitud de hecho: es totalmente incompatible con la
dignidad humana. Más absurdo todavía es que se afirme que puede darse una esclavitud de
derecho: entonces la sociedad está arrogándose la capacidad de destruir la dignidad del hombre
al cual debe servir.

Tampoco puede ser subordinada a la sociedad la existencia vital del hombre, ni el que nazca,
ni el que muera, ni nada de lo que es su propio ser personal. Hoy, con los trasplantes de
órganos, se han dado verdaderas aberraciones en este sentido.

Me contaba un médico, en Estados Unidos, que un conocido suyo, médico también, había sido
invitado a China para enseñar técnicas de trasplantes de válvulas del corazón. Un día dijo que
para un paciente sería preciso encontrar una válvula de 8 x 8 milímetros; al día siguiente se la
presentan: "Aquí tiene usted la válvula". Lo mismo ocurrió varias veces. Finalmente, se extrañó
y preguntó a uno de los médicos chinos: "¿Cómo se arreglan ustedes para encontrar tan
rápidamente un donante con el tamaño adecuado?". Le contestó: "Tenemos condenados a
muerte y ejecutamos al que tiene el tamaño necesario". Se quedó tan horrorizado ante esa
respuesta que inmediatamente hizo su maleta y se volvió a Estados Unidos. Hasta ese punto
puede llegar el reducir al ser humano a animal de granja, a una máquina.

Aunque yo no me opongo a los trasplantes de órganos, sí debo decir que parecen existir ya
mafias internacionales que secuestran y asesinan para un mercado de medicina criminal. Me
contaban otro caso de un turista, que en un país que no recuerdo, fue drogado, y cuando se
despertó le faltaba un riñón. Esto es totalmente inaceptable.

En una novela de ciencia ficción donde se partía de una tendencia actual y se extrapolaba
a un caso extremo, se hablaba de una sociedad del futuro en que hay muchísimos más
candidatos para trasplantes de órganos que donantes. La solución se busca en leyes penales
que condenan a muerte por infracciones mínimas, como cruzar un semáforo en rojo, poniendo a
disposición de los médicos los órganos del ajusticiado. Tal aberración subraya el límite lógico de
considerar al individuo solamente como un objeto útil, vivo o muerto: un punto de vista que
destruye la base de toda sociedad civilizada.

Debo confesar que ya siento un desasosiego, incluso ético, al oir entrevistas en televisión en
que un enfermo, o familiar suyo, confiesa estar esperando un donante para recibir un trasplante
de corazón, con el deseo más o menos explícito de que alguien con las características
necesarias muera pronto. Aunque no sea una falta clara de amor al prójimo, parece implicar la
connotación, muy desagradable, de que se considera a otra persona -sí, desconocida- como una
“cosa” útil para mí. Hasta el lenguaje médico, con expresiones como “cosechar órganos”,
parece despersonalizar la muerte de seres humanos para fijarse solamente en la materialidad útil
de sus cuerpos. No, nadie puede ser una “cosa” para otro ni para la sociedad.

Menos todavía puede justificarse el esclavizar al hombre en su ser espiritual, obligándolo a


hacer algo en contra de su libertad, en contra de sus convicciones. Por eso no puede imponerse
ningún tipo de creencia por la fuerza, ni pueden tolerarse formas de “lavado de cerebro”
encaminadas a destruir precisamente lo que nos hace hombres: la capacidad de pensar
libremente, de pensar, querer, y actuar como imágenes de Dios.

Dice el Papa Juan Pablo II, en la encíclica “Veritatis Splendor”: “El principio, el sujeto y el fin
de todas las instituciones sociales es y debe ser la persona humana” . No puede decirse más
clara y tajantemente. Todas las instituciones sociales, incluyendo la nación, la ONU, todo lo que

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queramos mencionar, tienen como origen, sujeto y fin a la persona humana, en su sagrada e
irrepetible individualidad. Si no se ajustan a esta norma, han pervertido su misma razón de ser y
su esencia, que es ayudar al individuo para cumplir su destino, marcado por la naturaleza que
Dios le ha dado. Ninguna institución que así se desvía tiene derecho a existir, ni puede
justificarse la continuación de una sociedad o cultura que conculca la dignidad humana.

BASES DEL DERECHO

Llegamos finalmente al concepto de Derecho en la sociedad. Etimológicamente, “derecho” se


refiere a lo que es recto, a lo que es justo; en su concreción social es un conjunto de leyes,
disposiciones y normas de proceder dadas por la autoridad legítima, que regulan la conducta
individual o colectiva de los ciudadanos, protegiendo su dignidad, su libertad y sus actividades
compatibles con la dignidad y libertad de los otros miembros de la sociedad. Quienes enseñan o
estudian en las Facultades de Derecho pueden tratar el tema con muchísima mayor profundidad
y en mayor detalle que el que es posible aquí. Solamente quiero mencionar algunas ideas
básicas, directamente relacionadas con lo ya expuesto.
.
Históricamente, se distinguen dos formas de entender el Derecho en Europa, según el
llamado “derecho continental” y el “derecho anglosajón”. De un modo necesariamente
demasiado simplista se caracteriza al primero como basado en la idea de que “algo es justo
porque es la ley”, mientras que el segundo toma como punto de partida que “es la ley porque es
justo”. En un mundo ideal, ambas formulaciones serían equivalentes en la práctica; aun así, el
enfoque teórico del punto de vista continental peca de formalismo, porque fácilmente sugiere que
la justicia depende del hecho de incorporar un proceder, permitido o prohibido, a un sistema de
disposiciones legales sin otra base última para justificarlas que su misma existencia mediante
algún proceso más o menos arbitrario de promulgación.

Si la ley hace justo cuanto determina según unas condiciones adecuadas de promulgación, se
pueden dar desvíos que hacen aceptable en justicia -y, se implica, moralmente- cualquier crimen.
Esto ha sucedido repetidas veces en nuestros tiempos. Recordemos que después de la
segunda guerra mundial se instituyeron tribunales para juzgar a quienes habían cometido
crímenes contra la humanidad durante la contienda, y muchos acusados se escudaban apelando
a la ley, que ellos simplemente aplicaban y cumplían. Esto no es una justificación ni ante un
tribunal de justicia ni, mucho menos, ante Dios.

En una ocasión oí en Estados Unidos el caso de un médico judío, que estaba defendiendo la
idea del aborto con el argumento de que, al permitirlo la ley, era justo. Un interlocutor en
televisión le preguntó: “Según V. ¿todo lo que es ley es justo?; "Sí", respondió. "Entonces, ¿qué
dice usted de la ley que en la Alemania nazi condenaba a los judíos a la cámara de gas? Esa
era la ley, debidamente promulgada”. No le gustó nada, naturalmente, la comparación, y
empezó a acusar al interpelante de utilizar ataques personales. Pero ésta es la consecuencia
aberrante de poner a la ley por encima del hombre.

Porque una norma es promulgada como ley, ¿es justa?. No necesariamente. En cuanto la ley,
en cualquier formulación concreta, es una norma creada por el hombre, está expuesta a todos
los errores en que puede caer el legislador, sea cual sea el refrendo formal que se le concede o
el sistema legislativo del que pueda proceder. La ley debe expresar lo que es justo y debe dar
normas de acuerdo con lo que es justo, pero la ley no constituye lo que es justo, sino que la
justicia es previa a la ley, que debe ordenarse a protegerla. Solamente aquello que es justo
puede ser ley en el sentido real de la palabra: una norma de actividad libre, porque esa actividad
libre debe ajustarse a la justicia. En el caso de leyes injustas no solamente hay el derecho, sino
que hay la obligación de oponerse a ellas. Ninguna ley, ninguna norma, ningún código jurídico
puede librar a uno de la constante obligación moral de actuar de acuerdo con lo que es justo
según su conciencia.

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El Papa Juan Pablo II, en la nueva encíclica "El Evangelio de la Vida", desarrolla de una manera
diáfana y contundente la idea de que ninguna ley puede atentar contra lo que es el prímer
derecho del ser humano, que es el derecho a su propia existencia recibida de Dios, el derecho a
la vida. Por eso ninguna ley puede reducir o negar este derecho de toda vida inocente en todos
los momentos de su existencia, desde su comienzo hasta su término natural. Ni el aborto ni la
eutanasia son moralmente aceptables por razón alguna.

En la Alemania nazi se resolvía el problema de los minusválidos en los hospitales enviándoles


a las cámaras de gas; así se iba a conseguir una sociedad en la que no habría deficientes físicos
ni mentales. Se les asesinaba. Era una fría campaña de limpieza racial y eugenésica: una
aberración y un crimen, hágase con la ley o sin ley. Lo mismo se puede decir de todo lo que
implica el modificar genéticamente a las personas, bien en embriones de tubo de ensayo, bien
para utilizarlos como materiales de experimentación, o formando fetos en el laboratorio para
luego utilizarlos en trasplantes de órganos. Esta ciencia inhumana niega directamente lo que es
más esencial de la dignidad del hombre, y se opone totalmente al derecho a la vida, que es el
don de Dios, no de la sociedad.

Resumiendo, ¿qué es el derecho y que relación tiene con la ley natural?. El derecho debe
ser el sistema legal, creado por la legítima autoridad humana, para regular la actividad libre en un
modo que protege la dignidad de la persona y el bien privado y común de los ciudadanos. Pero
la dignidad del individuo proviene de su naturaleza dada por Dios, y es expresada en una
conciencia del bien y el mal que refleja lo que llamamos ley natural. Esta dignidad no se ha
recibido de la sociedad, sino que es patrimonio del que es imagen y semejanza divina: hijo de
Dios, llamado a existir eternamente en una eternidad en que ya no habrá leyes, ni naciones, ni
magistrados, ni gobiernos, ni sociedades. Ninguna nación es imagen y semejanza de Dios,
ningún gobierno tiene existencia eterna; nosotros sí, cada persona sí.

Por eso termino con la frase del preámbulo de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio: “El
hombre es creado para alabar, reverenciar y servir a Dios nuestro Señor, y todas las otras cosas
sobre la haz de la Tierra”, -todas las otras cosas, seres materiales no vivientes, seres vivientes
del reino vegetal y animal, estructuras sociales, gobiernos, estados, todas las otras cosas
creadas sobre el haz de la Tierra - “son creadas para el hombre, y para que le ayuden a la
consecución del fin para el que es creado”. Y por tanto, dice San Ignacio con una consecuencia
de lógica inmutable: “el hombre debe usar tanto de estas otras cosas cuanto le ayuden y tanto
debe abstenerse de ellas cuanto le impidan el conseguir este fin”.

Todos nosotros estamos así, finalmente , frente a frente con Dios, nuestro Creador; de El lo
hemos recibido todo, somos imágenes suyas. A El tenemos que responder de esta libertad por
la cual nos asemejamos a El, de esta libertad que es, fundamentalmente, la libertad de hacer el
bien para conseguir el fin que es la vida con El eternamente.

Lima, Sept. 1997


PREGUNTAS

- ¿Puede explicar la distinción entre ley divina y ley humana?

- La distinción entre los diversos tipos de ley debe hacerse por su origen. La ley, como norma,
puede ser -como queda ya explicado- ley física, lógica o dirigida a la actividad libre. En este
último caso la norma puede provenir de una autoridad divina o humana.

La ley divina es una norma dada por la razón y voluntad divina, con valor vinculante universal:
nadie puede sustraerse a una ley que expresa la voluntad del Creador de todo.

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La ley humana es una norma dada por una autoridad humana, que afecta a aquellos súbditos
del legislador que están explícitamente incluidos al promulgar la ley: es de valor vinculante
limitado.

Una ley divina positiva -por ejemplo, las leyes del Decálogo- puede ser una explicitación de lo
que hemos descrito como “ley natural”, puesto que sería consecuencia de lo que el hombre es,
de su dignidad, de su esencia dada por Dios. También puede darse una ley divina no implicada
en la ley natural. Por ejemplo, la ley de que debemos aceptar la Persona de Cristo como el
enviado de Dios, de que debemos aceptar los sacramentos que El instituyó, no podría deducirse
-en cuanto al contenido concreto- de un estudio de la naturaleza humana. Por mucho que uno
estudie la naturaleza humana nunca llegaría a determinar que hay una ley que implica el
sacramento del Bautismo, pero es una ley dada por Dios, por lo tanto es ley divina positiva.

La ley humana puede ser dada con autoridad derivada directamente de Dios. En el mismo
ámbito religioso, la ley de que debemos asistir a Misa los domingos y días festivos se refiere a
una actividad que tiene que ver con Dios; pero no está dada explícitamente por Dios ni en un
decálogo, ni en las enseñanzas de Cristo. Tales leyes pueden considerarse incluidas de una
manera indirecta dentro del ámbito de leyes divinas por su fin inmediato y por la fuente de
autoridad (la institución de la Iglesia por Dios, con el poder de dar normas para el bien de los
fieles), pero son modificables. Si Dios dio la autoridad a su Iglesia para establecerlas, también le
ha dado la autoridad para dar otras distintas. En cambio las leyes que vienen directamente de
Dios, aun las positivas del culto, no pueden modificarse por ninguna autoridad humana. Si Cristo
dice que se administre el sacramento del Bautismo con agua, la Iglesia no tiene potestad para
decir que si no hay agua, se haga con leche.

De modo que encontramos una distinción según el principio de autoridad más inmediato, en el
caso de la ley divina o la ley humana, aun cuando ambas se refieren a nuestra relación con Díos.
Puede haber una ley divina, como la hay, que prohíbe matar al inocente; puede y debe haber,
además, una ley humana que diga lo mismo y que establezca castigos adecuados para quienes
faltan a ella: la ley humana refuerza y protege la ley divina

Cabe la posibilidad de que una ley humana contradiga a la ley divina, como la ley del aborto
que dice en realidad: “Al inocente que aún no ha nacido lo puede usted matar". Entonces,
naturalmente, no puede uno dar valor a esa ley humana en contra de la ley divina. La ley divina
es siempre la norma superior e inmutable.

- ¿Cuál es la posición de la Iglesia con respecto a los casos consumados?. Es decir, se


condena algo: No debe hacerse esto, no debe hacerse lo otro, en materia de ciencia y
genética. Pero ¿qué dice la Iglesia que debe hacerse, por ejemplo, con lo bancos de
semen o de aquellos embriones congelados? o ¿qué cosa hacer si descubriéramos, por
decir, que en una superpotencia se está gestando toda una generación de superhombres,
que un grupo de madres ha sido objeto de un experimento científico por el cual va a nacer
una raza, un tipo de seres humanos superinteligentes, fuertes, etc.? o ¿qué hacer ante el
hecho consumado de que un chimpancé, por ejemplo, tenga en sus entrañas un embrión
humano?. ¿Qué es lo que propone la Iglesia hacer en este caso? Sabemos que son
condenables, que están mal, pero, ¿qué hacer frente a estos casos?.

- Temo responder de una manera detallada a situaciones que no he tenido ocasión de estudiar
con la profundidad necesaria; tampoco puedo solucionar con una única respuesta todos los
casos propuestos en la pregunta.

Hay algunas consideraciones básicas: todo ser humano, desde el momento de su concepción

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por la fecundación de un óvulo, merece protección y respeto; las células previas, no. Por eso no
hay dificultad en destruir tales células en un laboratorio, sean espermatozoides u óvulos sin
fecundar. Por otra parte, todo embrión es ya un ser humano, cualquiera que sea el modo de
fecundación o los fines más o menos reprobables que hayan motivado su existencia, en una
probeta, en un animal (si esto llega a darse), en madres “de alquiler”. En todos esos casos debe
hacerse lo posible y aceptable moralmente para que lleguen a término , y deben recibir los que
así nazcan todos los cuidados debidos a un niño en el ambiente normal de la familia: quienes
han llevado a cabo el proceso que les da la vida, tienen la responsabilidad de esa vida y de su
protección subsiguiente.

En una situación en la que se dan, por ejemplo, embriones congelados en un laboratorio, el


problema es más difícil. No veo cómo la Iglesia puede prohibir el dar embriones a madres de
alquiler y luego aprobar que se implanten en ninguna mujer los que ya existen, para que los lleve
a término. Eso no es un modo natural de utilizar a la persona y a la sexualidad; no debe, me
parece a mí, aceptarse esta solución para los embriones. No sé si sería posible técnicamente
hacer otra cosa con algun método de laboratorio que los haga viables. ¿Hasta qué punto es
posible? La tecnología tiene que decirlo en cada momento, pero si no podemos hacerlos
sobrevivir a pesar de todos los esfuerzos, no creo que haya otra solución que permitir su muerte.

La Bioética es un campo muy difícil, y muy cambiante: el Papa necesita y tiene asesores
eminentes en la Biología, la Medicina, el Derecho. Esperemos que se clarifiquen muchos de
estos problemas, pero, sobre todo, que haya una conciencia de respeto al hombre desde su
concepción, para no caer en todas las desviaciones que una técnica descontrolada puede traer
consigo.

La sociedad debe también intervenir con una legislación que no permita tratar a ningún ser
humano como conejillo de Indias: esto no es oponerse al conocimiento científico, sino
subordinarlo a valores superiores. Una vez más, recordemos los “experimentos” médicos de
campos de concentración durante la segunda guerra mundial.

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