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A lo largo de la vida vamos descubriendo que nuestra seguridad, la conciencia que tenemos

de nuestro valor, de nuestra bondad, nuestra verdad, puede tener distintas raíces.
A veces hacemos de nuestra imagen y nuestro cuerpo nuestra identidad: somos lo que
mostramos y otros ven, lo que el espejo nos devuelve.
Tal vez damos un paso más, y entonces son nuestros talentos, nuestras capacidades las que
nos dan seguridad y sentido de ser quienes somos. Porque soy bueno para tal o cual cosa, por
tal rasgo de mi personalidad que me hace interesante, útil, agradable… entonces por eso
valgo.
Si nuestras raíces llegan a una mayor profundidad, veremos que nuestras acciones y opciones
nos revelan quiénes somos: las cosas que hago, las decisiones que tomo, son las que me
hacen ser quien soy.
Ninguna de estas cosas es mala en sí misma. Al contrario: es bueno y saludable tener una
estima, un aprecio a nuestro cuerpo, que nos guste cómo somos y nos vemos. Disfrutar y
alegrarnos por nuestros talentos es tan comprensible como importante para poder trabajarlo
y desplegar nuestras capacidades. Y por supuesto, ejercitarnos en buenas acciones nos ayuda
a abrirnos paso en el mundo.
Pero el problema (y estoy seguro de que en algún punto esto lo experimentaste) es que nada
de todo esto tiene plena firmeza. Porque el cuerpo va y viene, y cambia. Lo mismo que
nuestros talentos. Y puede ser también que no siempre logremos ser plenamente coherentes
con todo lo que deseamos hacer. Cuando alguna de esas seguridades se sacude, nos damos
cuenta de que necesitamos ir un poco más hondo. Que necesitamos encontrar nuestra
seguridad en lo que somos, en que por el mero hecho de ser, de existir, somos valiosos, somos
amados.
Nosotros creemos que un modo privilegiado de experimentar esto es descubrir cómo nos
mira Dios. Con esa mirada incondicional, amorosa, que nos dice que la verdad más profunda
nuestra es que somos buenos, bellos, verdaderos.
Todos sabemos, de todos modos, que alcanzar esa seguridad no es fácil. La mayoría de las
veces necesitamos desmontar mandatos, sanar malas experiencias, destrabar partes de
nuestro corazón que siguen moviéndose por los criterios que nos llevan a juzgarnos y
limitarnos. Por eso es importante hacerse esas preguntas incómodas pero necesarias para
descubrir esas inseguridades que nos alejan de ese amor profundo. Y al hacerlo, saber que
esto es un camino gradual que requiere paciencia, ternura y perseverancia. Al hacerte las
preguntas que te vas a encontrar, no te asustes: son solamente invitaciones a empezar a
explorarte. Y sobre todo, sabé que no estás en soledad. Jesús te acompaña a visitar esas zonas
de vos mismx. Y nosotros también.

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