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1.
Para dar inicio considero importante poder desarrollar un poco las propuestas
Leibnicianas en su texto “sobre la originació n radical de las cosas” acerca de los temas
ya mencionados. Leibniz inicia todas estas interpretaciones partiendo de la idea de
que existe una unidad dominante en el universo que rige el mundo y el orden de las
cosas, y al mismo tiempo con su naturaleza organizadora, va creando má s mundo; una
unidad que es extra mundana y ademá s es metafísicamente necesaria, puesto que no
funciona solamente como aquella que rige el mundo, sino que también lo crea y por lo
tanto es la razó n ú ltima de las cosas; siendo dicha unidad dominante considerada
como Dios.
Ahora, ¿có mo podemos explicar que de una verdad absoluta y necesaria como es Dios
surjan tantas verdades que no son necesarias? Leibniz explica que todas las cosas que
cuentan con esencia tienden de igual forma a la existencia, y que su posibilidad es
proporcional con su grado de realidad y de perfecció n. De esta manera, el mundo no es
metafísicamente necesario, y las cosas contrarias no implican contradicciones o
problemas ló gicos, pero sí implican imperfecció n, porque todo ya está perfectamente -
en la mayor posibilidad de perfecció n- determinado.
Al crear todas las cosas, Dios contaba con el mayor grado posible de perfecció n y el
mayor grado posible de sabiduría, pudiendo así determinar las cosas de la mejor
manera posible. Sin embargo, Dios es perfecto y por lo tanto el mundo que ha creado
también, pero los seres humanos, al ser criaturas creadas por Dios, no poseemos el
mismo grado de perfecció n que É l tiene. Esto nos lleva a concluir que, al no tener tal
grado de perfecció n, no tenemos la capacidad de comprender completamente sus
planes y no poseemos dicho grado de razonamiento. Debido a esto, cuando estamos
muchas veces inconformes con el mundo en que vivimos (y debido a otros factores
como la incapacidad de ver el panorama completo), no logramos ver la perfecció n de
su obra y el fin ú ltimo al que dicho sufrimiento nos llevará .
En este sentido, se plantea que Dios posee un orden general, un orden establecido
como universal que está de acuerdo con él y que influye directamente en las criaturas
que ha creado y que, por lo tanto, todas las acciones realizadas en el mundo cumplen
su funció n conforme a la voluntad perfecta de Dios. Ahora bien, muchas veces nos
preguntamos por qué a la gente buena le pasan cosas malas o si Dios nos imparte la
maldad a propó sito o solo porque así lo quiere; Leibniz intenta hacernos comprender
que las sustancias sufrimos por ignorancia, pues estamos ancladas a un punto de vista
limitado acerca de có mo son las cosas y có mo nos gustaría que fueran en el momento.
Así, Dios es el ú nico capaz de entender el orden del mundo, pues es la sustancia má s
perfecta y la ú nica que tiene acceso a todos los puntos de vista posibles; puesto que ha
determinado las cosas con tanta perfecció n que después de tener dificultades vamos a
encontrar esa alegría determinada y prometida. Ya que, segú n el autor, estas dolencias
que finalmente desembocan en felicidad son uno de los mejores caminos hacia la
perfecció n. Curiosamente esta ú ltima parte y afirmació n parece ser el tramo má s
optimista de todo el sistema: el caos y el desorden siempre tienden a desaparecer;
mientras que el orden y la armonía permanecen y conforman la realidad misma. El
mal termina siendo la forma en que las sustancias incrementan su grado de
perfecció n, y obtienen su felicidad; y así aprendemos a vivir, como sustancias
imperfectas que siempre tienen partes adormecidas tendiendo al perfeccionamiento.
Leibniz nos explica que pensar que Dios pudo haber obrado mejor es de alguna forma
absurdo. Si Dios no obrara de forma perfecta, eso implicaría, por supuesto,
imperfecció n, para la cual no hay espacio en su obra. Todas las cosas hechas por Dios
merecen ser alabadas y glorificadas. Ahora bien, hay algo relevante en esta idea y es si,
teniendo en cuenta las capacidades y perfecciones pertenecientes a Dios y sus
aparentes limitaciones, ¿acaso está perdiendo algo de su omnipotencia? y la respuesta
-en relació n con las propuestas Leibnicianas- es que no, el hecho de que nos
encontremos en el mejor de los mundos posibles o que lo que tenemos sea lo mejor
que hay no le pone límites al poder de Dios, puesto que, si bien existe lo mejor y una
perfecció n mayor, Dios sigue poseyendo la mayor y má s perfecta posibilidad de poder
infinito sobre el universo, solo que existen perfecciones y acciones graduales que
está n en mayor o menor nivel, como, por ejemplo, la perfecció n a la que pueden llegar
las sustancias; puesto que las posibilidades de perfecció n y grandeza sí que son
limitadas para las sustancias creadas, pero no para el Dios creador. Por otro lado,
considero importante traer a colació n otro punto de vista partiendo de la negació n de
la omnipotencia de Dios, aquella que gradualmente permitirá demostrar la afirmació n
de Dios es omnipotente.
Por regla general todos confiesan que Dios es omnipotente. Pero parece difícil
determinar la razó n de omnipotencia. Pues cabe la duda en la afirmació n: Dios
todo lo puede. Pero, pensá ndolo correctamente, como el poder se refiere a lo
posible, al decir que Dios todo lo puede, lo má s correcto es entender que puede
todo lo que es posible, y por eso es llamado omnipotente. (ST I, q.25, a.3).
2.
Para concluir y dando una respuesta a la inquietud aquí planteada “¿Es acaso Dios la
causa de todos los males y por esto mismo quiere el mal?”; la respuesta es sí por un
lado y no por el otro, puesto que, si bien Dios es la causa de todo y por lo tanto es la
causa del mal, esto no quiere decir que le guste ver sufrir a sus creaciones o que
simplemente haya perdido sus cualidades y perfecciones, sino que para esta
concepció n Leibniciana de Dios el mal es completamente necesario para formarnos y
realizarnos en pro de una perfecció n mayor; si x o y cosa está haciéndome sufrir hoy
es porque mañ ana esto me permitirá crecer y desarrollarme má s en pro de la
perfecció n y de una felicidad mayor. Es como el ejemplo de la mariposa, si bien en un
principio es una oruga, con deficiencias y ciertas características limitantes, debe pasar
por un proceso de crisá lida, debe salir de su capullo para fortalecerse y lograr
perfeccionarse a sí misma en varios aspectos para poder extender sus alas y volar
hacia el horizonte. La vida y los problemas que se nos presentan a lo largo de ella en
esta metá fora son como nuestra crisá lida, debemos ir abriéndola de a poco, ver y
entender por partes para fortalecer nuestras alas y sobrevivir.
REFERENCIAS:
- Tomá s de Aquino, S. (1964). Suma teoló gica (1a. ed.). Madrid: biblioteca de
autores cristianos.
- Kierkegaard, S. (1995). El concepto de la angustia.