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Universidad de La Sabana

Facultad de Filosofía y Ciencias Humanas


Metafísica Teodicea
Texto tercer corte
Natalia Valentina Méndez López

DIOS COMO CAUSA DEL MAL

A lo largo de la historia, el pensar en Dios se ha considerado como pensar en un ser


infinito que posee todas las perfecciones posibles, un Dios que quiere las cosas porque
son buenas y que crea todo lo que existe y él desea. Ahora bien, si Dios posee tales
perfecciones, entonces ¿qué pasa con el mal en el mundo? ¿Es acaso Dios la causa de
todos los males y por esto mismo quiere el mal? Este texto se va a dividir en dos
apartados principales, 1. Se tratará n dichas inquietudes a partir de Leibniz, con su
concepció n sobre Dios y sobre el mal y el sufrimiento que existe en el mundo; 2. En la
segunda parte del texto se tratará de responder a la pregunta de ¿cuá l es realmente el
propó sito de tanto sufrimiento? desde un aspecto má s realista y menos teó rico en pro
de una respuesta que realmente satisfaga al hombre del comú n, usando como apoyo el
concepto de angustia que propone Kierkegaard, un concepto importante que permitirá
responder a una pregunta tan importante que nos acoge a muchos. En consecuencia
con lo anterior, la tesis a defender es que la maldad que se da en el mundo es de una u
otra forma necesaria y para poder sobrellevarla existe la angustia, aquella que puede
ser uno de los motores de la fe en la medida en que nos permite dar sentido al mundo.

1.

Para dar inicio considero importante poder desarrollar un poco las propuestas
Leibnicianas en su texto “sobre la originació n radical de las cosas” acerca de los temas
ya mencionados. Leibniz inicia todas estas interpretaciones partiendo de la idea de
que existe una unidad dominante en el universo que rige el mundo y el orden de las
cosas, y al mismo tiempo con su naturaleza organizadora, va creando má s mundo; una
unidad que es extra mundana y ademá s es metafísicamente necesaria, puesto que no
funciona solamente como aquella que rige el mundo, sino que también lo crea y por lo
tanto es la razó n ú ltima de las cosas; siendo dicha unidad dominante considerada
como Dios.

Ahora, ¿có mo podemos explicar que de una verdad absoluta y necesaria como es Dios
surjan tantas verdades que no son necesarias? Leibniz explica que todas las cosas que
cuentan con esencia tienden de igual forma a la existencia, y que su posibilidad es
proporcional con su grado de realidad y de perfecció n. De esta manera, el mundo no es
metafísicamente necesario, y las cosas contrarias no implican contradicciones o
problemas ló gicos, pero sí implican imperfecció n, porque todo ya está perfectamente -
en la mayor posibilidad de perfecció n- determinado.

Al crear todas las cosas, Dios contaba con el mayor grado posible de perfecció n y el
mayor grado posible de sabiduría, pudiendo así determinar las cosas de la mejor
manera posible. Sin embargo, Dios es perfecto y por lo tanto el mundo que ha creado
también, pero los seres humanos, al ser criaturas creadas por Dios, no poseemos el
mismo grado de perfecció n que É l tiene. Esto nos lleva a concluir que, al no tener tal
grado de perfecció n, no tenemos la capacidad de comprender completamente sus
planes y no poseemos dicho grado de razonamiento. Debido a esto, cuando estamos
muchas veces inconformes con el mundo en que vivimos (y debido a otros factores
como la incapacidad de ver el panorama completo), no logramos ver la perfecció n de
su obra y el fin ú ltimo al que dicho sufrimiento nos llevará .

Contemplemos un cuadro muy bello, cubrámoslo con un velo, de manera que


quede libre só lo una pequeñ a parte. Entonces, aunque se observe muy
atentamente esta porció n, incluso si nos acercamos al má ximo, no aparecerá
má s que una confusa mancha de colores situados al azar y sin arte. Pero al
retirar el velo y contemplar el cuadro entero desde un punto de vista
conveniente, se verá que lo que parecía embadurnado a ciegas en el lienzo, ha
sido ejecutado por el autor de la obra con la mayor destreza. (Leibniz, 1982,
p.478).

Nosotros nunca podemos ver la imagen perfecta ni tampoco llegar siquiera a


comprender al maestro que planificó la obra perfecta de arte en la que existimos, por
esta misma incomprensió n tampoco podemos llegar a ver como los artistas tienen que
dar pinceladas arbitrarias, o introducir notas discordantes en sus melodías, para hacer
que la obra sea má s perfecta. Estas cosas nos ayudan a no dar por sentado la felicidad
y la perfecció n del mundo, pues mucha felicidad o mucho placer nos produce saciedad
en vez de alegría. De aquí que, siendo Dios mismo la razó n inicial y final de las cosas,
con su infinita perfecció n determinó las esencias y permitió existir todo cuanto es
posible, creó el mundo con la mayor cantidad de felicidad y amabilidad posibles, -
incluso a pesar de que, para nosotros, no parezca de esa forma muchas veces-. Es
importante entender que no podemos reducir la realidad ú nicamente a la imagen que
podemos captar; como ya se ha mencionado anteriormente, nosotros no podemos dar
razó n perfecta del mundo porque no hemos conocido todo de él, y si bien muchas
veces sentimos que andamos a ciegas o que las cosas está n mal, esto es porque
simplemente no podemos observar la imagen completa y la razó n ú ltima de estas
cosas. Y puesto que nosotros no podemos ver la imagen completa ni tampoco llegar
siquiera a comprender su totalidad, tampoco logramos ver los tramos no tan lindos
que se encuentran dentro de toda la pintura que hacen que la obra sea má s perfecta.

En este sentido, se plantea que Dios posee un orden general, un orden establecido
como universal que está de acuerdo con él y que influye directamente en las criaturas
que ha creado y que, por lo tanto, todas las acciones realizadas en el mundo cumplen
su funció n conforme a la voluntad perfecta de Dios. Ahora bien, muchas veces nos
preguntamos por qué a la gente buena le pasan cosas malas o si Dios nos imparte la
maldad a propó sito o solo porque así lo quiere; Leibniz intenta hacernos comprender
que las sustancias sufrimos por ignorancia, pues estamos ancladas a un punto de vista
limitado acerca de có mo son las cosas y có mo nos gustaría que fueran en el momento.

Así, Dios es el ú nico capaz de entender el orden del mundo, pues es la sustancia má s
perfecta y la ú nica que tiene acceso a todos los puntos de vista posibles; puesto que ha
determinado las cosas con tanta perfecció n que después de tener dificultades vamos a
encontrar esa alegría determinada y prometida. Ya que, segú n el autor, estas dolencias
que finalmente desembocan en felicidad son uno de los mejores caminos hacia la
perfecció n. Curiosamente esta ú ltima parte y afirmació n parece ser el tramo má s
optimista de todo el sistema: el caos y el desorden siempre tienden a desaparecer;
mientras que el orden y la armonía permanecen y conforman la realidad misma. El
mal termina siendo la forma en que las sustancias incrementan su grado de
perfecció n, y obtienen su felicidad; y así aprendemos a vivir, como sustancias
imperfectas que siempre tienen partes adormecidas tendiendo al perfeccionamiento.

Leibniz nos explica que pensar que Dios pudo haber obrado mejor es de alguna forma
absurdo. Si Dios no obrara de forma perfecta, eso implicaría, por supuesto,
imperfecció n, para la cual no hay espacio en su obra. Todas las cosas hechas por Dios
merecen ser alabadas y glorificadas. Ahora bien, hay algo relevante en esta idea y es si,
teniendo en cuenta las capacidades y perfecciones pertenecientes a Dios y sus
aparentes limitaciones, ¿acaso está perdiendo algo de su omnipotencia? y la respuesta
-en relació n con las propuestas Leibnicianas- es que no, el hecho de que nos
encontremos en el mejor de los mundos posibles o que lo que tenemos sea lo mejor
que hay no le pone límites al poder de Dios, puesto que, si bien existe lo mejor y una
perfecció n mayor, Dios sigue poseyendo la mayor y má s perfecta posibilidad de poder
infinito sobre el universo, solo que existen perfecciones y acciones graduales que
está n en mayor o menor nivel, como, por ejemplo, la perfecció n a la que pueden llegar
las sustancias; puesto que las posibilidades de perfecció n y grandeza sí que son
limitadas para las sustancias creadas, pero no para el Dios creador. Por otro lado,
considero importante traer a colació n otro punto de vista partiendo de la negació n de
la omnipotencia de Dios, aquella que gradualmente permitirá demostrar la afirmació n
de Dios es omnipotente.

Esta es la paradoja de la omnipotencia, la cual se basa en varias formulaciones


paradó jicas, valga la redundancia, que cuestionan la posibilidad de que exista un ser
omnipotente, –perfecció n que segú n Leibniz le pertenece a Dios- por ejemplo, puede
ser que un ser omnipotente creara una roca tan pesada que ni siquiera él pueda
levantarla, de esto se sigue que no podría existir la omnipotencia, porque de seguir un
paso u otro se estaría cayendo en una contradicció n, pues si no hace la roca pesada
entonces no es omnipotente, no es omnipotente porque hay algo que no puede hacer,
pero si puede hacer la roca, entonces no podrá levantarla y en ese sentido tampoco
sería omnipotente. Entonces ¿de qué manera se puede responder esto sin caer
necesariamente en la paradoja? Pues bien, para lograr esto es necesario entender
verdaderamente lo que es omnipotencia, puesto que esta no significa poder hacer
cualquier cosa sino poder hacer todo lo que puede ser, es necesario entender que esto
se refiere a lo posible, afirmació n que se puede observar con má s claridad en la
siguiente cita de Santo Tomá s.

Por regla general todos confiesan que Dios es omnipotente. Pero parece difícil
determinar la razó n de omnipotencia. Pues cabe la duda en la afirmació n: Dios
todo lo puede. Pero, pensá ndolo correctamente, como el poder se refiere a lo
posible, al decir que Dios todo lo puede, lo má s correcto es entender que puede
todo lo que es posible, y por eso es llamado omnipotente. (ST I, q.25, a.3).

Por lo tanto, se refiere a la totalidad de la potencia, y el poder siempre se refiere a lo


que es posible, “Lo ú nico que contradice a la razó n de absolutamente posible,
sometido a la potencia divina, es aquello que en sí mismo y simultá neamente contiene
el ser y el no-ser. Así, pues, esto es lo que no está sometido a la omnipotencia, y no por
defecto del poder divino, sino porque no tiene razó n ni de factible ni de posible” (ST, I,
q.25, a.3) por este motivo se puede confirmar que aquello que es contradictorio o
iló gico no puede ser hecho debido a que no es posible; en este orden de ideas, sería
contradictorio que Dios hiciese lo que no es posible, siendo esto contradictorio y por
lo tanto imposible. Lo que nos lleva finalmente a demostrar que Dios sí posee
omnipotencia y no se limita en ningú n sentido, pues puede hacer todo lo ló gica y
absolutamente posible.

2.

Resulta interesante el planteamiento Leibniciano acerca de la maldad de Dios. Sin


embargo, con estas respuestas y la iluminació n de algunos puntos llegan también a
obscurecer otros, como por ejemplo de qué manera estas respuestas aplican
realmente a aspectos de la vida real y de la actualidad que nos pueden llegar a aquejar.
Hay que ser realistas, este tipo de respuestas teó ricas no parecen ser satisfactorias
para alguien que se encuentra sufriendo, entonces ¿no parece ser absurdo que
sucedan cosas malas en pro de un bien mayor a futuro? Sin enfocarnos en respuestas
meramente teó ricas y viéndolo desde un aspecto real y cotidiano ¿realmente es
posible darle sentido al sufrimiento radical? Porque dicha propuesta teó rica planteada
por Leibniz parece ser una banalizació n del mal a la hora de estar sufriendo, visto
desde la cotidianidad en la que vivimos.

En consecuencia con lo mencionado anteriormente, ¿por qué esperar al deterioro del


sujeto en busca de perfecciones que tal vez nunca se van a alcanzar? Está claro que la
propuesta de Leibniz resulta muy complaciente teó ricamente y que suena coherente
principalmente con toda la concepció n de mó nada y universo que él plantea; ya se
tiene un panorama bastante completo de lo que causa el mal y del objetivo de este,
pero ¿qué es lo que se puede hacer con el mal ocasionado en el mundo y con las
emociones que tantas situaciones nos provocan y que de a poco nos deterioran? Bien,
para dar respuesta a esto me gustaría plantear que la fe es el ú nico camino para salir
del desconsuelo, y para emprender el camino hacia la fe se debe salir del esquema
racional por medio de la angustia -siendo algo inherente al ser humano-, pues ante la
infinitud de posibilidades (mundos posibles) en los que las cosas salen mal solo queda
la fe de que algo no va a salir mal o si lo hace es por una razó n.

Es necesaria la angustia por la infinitud, porque como dice el mismo Kierkegaard en su


texto: “La angustia es la posibilidad de la libertad y solo esta angustia, junto con la fe,
resulta absolutamente educadora. Y esto en la medida en que consuma todas las
limitaciones finitas y ponga al descubierto todas sus falacias” (Kierkegaard, 1995, p.
300), puesto que no es posible saber lo que se espera ante lo divino, hay que dar un
salto de fe, y para esto se encuentra la angustia, para servirnos como un punto medio
que permite la libertad y el actuar de una u otra manera; podría decirse que esta es
como nuestro empujoncito en pro de la fe. En definitiva, la respuesta que tal vez no
suena tan coherente, pero que es muy realista, es la Kierkegana, pues debemos tener
fe y esperar lo mejor de las situaciones para no permanecer en un desconsuelo
constante.

Para concluir y dando una respuesta a la inquietud aquí planteada “¿Es acaso Dios la
causa de todos los males y por esto mismo quiere el mal?”; la respuesta es sí por un
lado y no por el otro, puesto que, si bien Dios es la causa de todo y por lo tanto es la
causa del mal, esto no quiere decir que le guste ver sufrir a sus creaciones o que
simplemente haya perdido sus cualidades y perfecciones, sino que para esta
concepció n Leibniciana de Dios el mal es completamente necesario para formarnos y
realizarnos en pro de una perfecció n mayor; si x o y cosa está haciéndome sufrir hoy
es porque mañ ana esto me permitirá crecer y desarrollarme má s en pro de la
perfecció n y de una felicidad mayor. Es como el ejemplo de la mariposa, si bien en un
principio es una oruga, con deficiencias y ciertas características limitantes, debe pasar
por un proceso de crisá lida, debe salir de su capullo para fortalecerse y lograr
perfeccionarse a sí misma en varios aspectos para poder extender sus alas y volar
hacia el horizonte. La vida y los problemas que se nos presentan a lo largo de ella en
esta metá fora son como nuestra crisá lida, debemos ir abriéndola de a poco, ver y
entender por partes para fortalecer nuestras alas y sobrevivir.

Ahora bien, en la segunda parte del presente ensayo se busca un planteamiento


realista sobre aquello que pudo obscurecer la concepció n planteada por Leibniz; la
angustia se plantea como aquello que permite ir en pro de las cosas por medio de la fe,
si la angustia no nos rigiera y no nos llevara a una fe ciega sacá ndonos del esquema
racional no se podría ir en busca de respuestas ni se abrirían nuevos caminos para
comprender nuestro limitado papel en este ilimitado mundo. Y si bien, para la
concepció n de mal y la forma en la que se produce un perfeccionamiento sobre
nosotros se puede obtener y afirmar de forma teó rica la propuesta Leibniciana,
paraque los seres humanos podamos sobrellevarlo y entenderlo de forma menos
banal y real o acoplada a nuestra realidad, entonces debemos enfocarnos en lo
planteado por Kierkegaard y su concepto fe, que se encuentra potenciado por la
angustia y que simultá neamente se encuentra conectada con la maldad que se da en el
mundo.

REFERENCIAS:

- Leibniz, G. W. (1982). Escritos filosó ficos. Buenos Aires: Charcas.

- Tomá s de Aquino, S. (1964). Suma teoló gica (1a. ed.). Madrid: biblioteca de
autores cristianos.
- Kierkegaard, S. (1995). El concepto de la angustia.

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