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Nota editorial: Esta carta fue escrita antes del fallecimiento del Dr. Charles F.

Stanley el 18 de abril de 2023. En Ministerios En Contacto estamos


comprometidos con la misión de estimular a todo creyente a cultivar una
relación más estrecha con el Señor Jesucristo.

Apreciado(a):

¿Alguna vez le han robado algo?

Si es así, conoce la sensación de violación que produce. A mí me pasó una


vez cuando alguien entró en mi vehículo y me robó el maletín. Este en sí no
era una gran pérdida; estaba viejo y desgastado. Y dudo que al ladrón le
sirviera para algo mi Nuevo Testamento en griego.

Pero en aquel viejo maletín había algo muy valioso para mí.

Era la Biblia que me había regalado mi madre. Yo había estado predicando


con ella durante muchos años, y estaba llena de pasajes resaltados y notas
sobre cómo el Señor me había hablado por medio de su Palabra. Estaba
afligido, y durante meses sentí que había perdido a mi mejor amigo.

Alguien se había entrometido en mi vida personal y había robado el registro de


mi historia con el Señor.
Ha habido momentos en mi vida cuando he sufrido un tipo diferente de
pérdida, y esa es la pérdida de la paz.

A veces me he apresurado a culpar las circunstancias o a otras personas,


aunque “asignar culpas” rara vez fue útil. Y hay ocasiones en las que me he
dado cuenta de que no me habían robado la paz, sino que había renunciado a
ella por centrarme en los problemas o en personas que no eran pacíficas.

La verdad es que cada creyente ha recibido la paz con Dios. Hemos sido
reconciliados con Él por gracia mediante la fe en la muerte y resurrección del
Señor.

Y como aquellos unidos con el Padre, se nos ha dado la paz incomparable de


Cristo, quien dijo: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el
mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn 14.27).

Consciente de que usted tiene la paz de Cristo, tal vez se pregunte por
qué hay veces en las que no la siente.

En lugar de paz, tal vez se sienta lleno de ira, miedo o frustración. De este lado
del cielo nunca tendremos paz perfecta en cada situación.

Pero no tenemos por qué dejar que las emociones inquietantes nos atenacen
sin cesar. Hay un modo de recuperar la paz, y Pablo escribió sobre ello
en Filipenses 4.6-9.

El primer paso para recuperar la paz de Cristo es clamar a nuestro Padre


celestial.

“Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de
Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Fil 4.6). Todos hemos
orado de maneras que aumentan nuestra ansiedad porque nos centramos en
el problema en vez de en el Señor.

La oración que medita en las verdades bíblicas sobre el poder y amor de Dios
es el enfoque correcto. El fruto de tal oración será que “la paz de Dios, que
sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros
pensamientos en Cristo Jesús” (Fil 4.7). El resultado final es más madurez
espiritual, ya que nuestra confianza en el Señor se ha fortalecido.

El segundo paso es controlar nuestros pensamientos.

Esto es muy importante porque lo que pensamos determina lo que sentimos y


lo que hacemos. Pablo nos dice con exactitud en qué debemos enfocar
nuestra mente: en todo lo que es verdadero, honesto, justo, puro, amable,
elogiable, virtuoso y digno de alabanza (Fil.4.8).

Ahora, si usted mira esa lista, cada una de estas cualidades describe a Dios,
su Palabra, y sus caminos.

Cuando nuestras mentes están ocupadas en pensamientos del Señor, las


situaciones oscuras que nos causan ansiedad disminuyen.

Y la paz de Cristo nos llena, sin importar las circunstancias.

Pero si dejamos que nuestros pensamientos se centren en cosas que no son


correctas o buenas, nuestra confianza en Dios se erosiona, y emociones como
la ira, la frustración y la ansiedad nos dominan. Nos vemos zarandeados como
olas en una tormenta y empezamos a dudar de que Dios nos ame.

Podemos empezar a sentir que nos ha abandonado, aunque eso es imposible.


Entonces, desesperados, tomamos cartas en el asunto y tratamos de arreglar
las circunstancias para devolver la estabilidad a nuestras vidas. Pero la paz de
Dios es un don, no algo que podamos manipular. Y la única manera de
recibirla es vivir en obediencia a Él.

Eso nos lleva al siguiente paso, que es a la vez tanto muy sencillo como
un tremendo desafío: hacer lo que Dios dice.

“Lo que aprendisteis y recibisteis y oísteis y visteis en mí, esto haced; y el Dios
de paz estará con vosotros” (Fil. 4.9). La palabra haced se refiere a un trabajo
continuo.
Cada vez que leemos la Biblia o escuchamos un sermón bíblico, somos
responsables de poner en práctica los principios que aprendemos. No hay
manera de que un cristiano viva en rebelión contra Dios y aun así tenga su
paz. El pecado siempre trae confusión.

Si usted está esperando que el Señor le dé paz arreglando todo lo que es


problemático en su vida, nunca la tendrá, porque la paz de Dios no tiene
nada que ver con nuestras circunstancias.

Cuando Pablo escribió su carta a los Filipenses, estaba confinado de manera


injusta en una prisión romana. Y, aun así, no hay una sola palabra de ira,
amargura, miedo o ansiedad en la carta. Por el contrario, habló de gozo o
regocijo 16 veces. ¡Qué fe tan extraordinaria!

Lo que es en realidad notable es que la misma paz que Pablo tenía y que
sobrepasa la comprensión humana está a disposición para usted si está
dispuesto a dar los pasos que él da en su carta. Y esa es mi oración por usted.

Cristo le ha dado su paz. ¿Se aferrará a ella?


Con amor fraternal,
Charles F. Stanley

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