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RACIONALISMO

(del latín, ratio, razón) En general, actitud filosófica de confianza en la razón, las ideas
o el pensamiento, que exalta su importancia y los independiza de su vínculo con la
experiencia.
En este sentido de exaltación de la autonomía de la razón, el racionalismo se aplica
tanto a filósofos de la antigüedad griega, como Parménides y Platón, que atribuyen a
la razón una autonomía (problemática) respecto del mundo sensible - sin olvidar el
intelectualismo moral o racionalismo ético, en Sócrates y Platón-, como al pensar crítico
de los filósofos ilustrados contra las ideas socialmente admitidas.
En sentido estricto, es el «racionalismo moderno» que, como corriente filosófica, nace en
Francia en el s. XVII y se difunde por Europa, en directa oposición al empirismo, y que
sostiene que el punto de partida del conocimiento no son los datos de los sentidos,
sino las ideas propias del espíritu humano. Surge como reacción a la orientación
filosófica medieval puesta en crisis por las nuevas ideas del Renacimiento, que entre otra
cosa renueva el escepticismo de los antiguos, el espíritu de la Reforma protestante que
mina el principio de autoridad doctrinal, y los éxitos del método científico impulsado por la
revolución científica.
El racionalismo moderno, revolucionario para su época, y cuyos principales
representantes son Descartes, su iniciador, Spinoza y Leibniz, representa no
obstante una visión general del mundo y del conocimiento armoniosa, ordenada, racional,
geométrica y estable, basada en el pensamiento metódico (de la duda o del método more
geométrico), la claridad de ideas (principio de evidencia) y la creencia en la estabilidad de
las ideas (la doctrina sobre la sustancia), y acompañada, en el terreno de las artes, por el
«clasicismo», mientras que, en el lado opuesto, el empirismo representa una visión del
mundo dinámica, cambiante, interesada por la utilidad del saber, innovadora en teorías
del conocimiento y de la sociedad, acompañada a su vez en el mundo del arte  por el
«barroco», de características opuestas al clásico. La estabilidad del ser, frente a la
confusión dinámica del devenir.
Las principales doctrinas racionalistas son la afirmación de
1) la existencia de ideas innatas, punto de partida (en el sentido lógico) del
conocimiento (Leibniz admitía también principios del entendimiento innatos),  y  
2) la relación directa -prácticamente coincidencia- entre pensamiento y realidad,
que Spinoza expresó gráficamente con la frase «El orden y conexión de las ideas es
el mismo que el orden y la conexión de las cosas». Junto a esto, se sostiene que
3) el conocimiento es de tipo deductivo, como el que se da en las matemáticas, y se
atribuye 4) un carácter fundamental a la sustancia (las dos sustancias de Descartes,
la sustancia única de Spinoza, Deus sive natura, y las mónadas de Leibniz).
La forma característica de argumentación racionalista excluye el recurso a la experiencia
y al conocimiento que proviene de los sentidos, y se remite exclusivamente a la razón, a
la claridad y distinción de ideas y a la suposición de que el buen pensar coincide
forzosamente con la realidad: conocer es conocer por la razón.
  
CARTESIANISMO
Es la evolución y diversa aceptación de las ideas de Descartes, que se inicia en Holanda
y Francia, tras su muerte, acaecida el 11 de febrero de 1650, en Estocolmo. Se ha dicho
que «la historia de la filosofía moderna es la historia del desarrollo del cartesianismo en su
doble aspecto, de idealismo y de mecanicismo» (Whitehead). Tras una primera época de
condenación y rechazo, tanto en las universidades holandesas como francesas (se había
prohibido la filosofía cartesiana en Utrecht [1642], Leiden [1648], en París [1671]), el
cartesianismo se difunde por Holanda (en las universidades) y Francia (en círculos extra
académicos). Pronto aparecen publicaciones póstumas, traducciones y reediciones de
diversas obras de Descartes. Entre 1657 y 1667, Claude Clerselier (1614-1684) publica
tres volúmenes de cartas de Descartes; en 1664, aparece Le Monde ou le Traité de la
lumière; en el mismo año, en la segunda edición de la Lógica de Port-Royal, aparece
buena parte de las Regulae ad directionem ingenii. A los amigos de los primeros
momentos (M. Mersenne, Henri Le Roy, y a los adversarios iniciales (Voët, Pascal,
Gassendi, Hobbes), se añaden las discusiones de lo grandes pensadores (Arnauld,
Malebranche, Spinoza, Hobbes, Locke, Leibniz, etc.) en torno a las cuestiones centrales
del cartesianismo, y también, y sobre todo, la difusión que le consiguieron manuales de
filosofía y física inspirados en Descartes: Jacques Rohault publica Traité de Physique
(1671), y Pierre-Sylvian Régis (1632-1702) Système de Philosophie (1690).
La misma Lógica de Port-Royal era de inspiración cartesiana. En el s. XVII y comienzos
del XVIII, la filosofía cartesiana se opone con ventaja a la filosofía escolástica y significa la
superación del aristotelismo; los manuales de filosofía y física eran de inspiración
cartesiana: el mismo Newton, cuando enseñaba en Cambridge, tenía sobre su mesa el
Tratado de física de Rohault. En metafísica, el cartesianismo fue el principal vehículo
del racionalismo en general y los autores racionalistas de mayor importancia,
Spinoza y Leibniz, dependen de Descartes. No obstante, la cuestión central entre los
cartesianos tuvo que consistir en solucionar los problemas que derivaban del dualismo de
alma y cuerpo. El principal intento de solución fue el ocasionalismo, iniciado por Johannes
Clauberg (1622-1665), Louis de la Forge y Géraud de Cordemoy (1620-1684), pero
desarrollado sobre todo por Arnold Geulincx (1624-1669) y Nicolás Malebranche (1638-
1715), en quien se convirtió en un ontologismo. En cosmología, la identificación de la
materia con la extensión espacial, hecha por Descartes, daba a todos los fenómenos
físicos y cosmológicos una explicación geométrica y cinemática. Las explicaciones
mecanicistas de los cartesianos basadas en el tamaño, forma y movimientos de las
partículas (y también la inercia) chocó contra las explicaciones mecanicistas newtonianas,
en las que la masa era un factor esencial. La ilustración francesa rechazará la influencia
de Descartes y desmitificará su figura.

EMPIRISMO
(del griego, empeiría, experiencia, empeiros, experimentado; referido especialmente a las
prácticas médicas que no se apoyaban en teorías, sentido en que todavía se usa en la
Enciclopedia francesa).
La doctrina filosófica que sostiene que las ideas y el conocimiento en general
provienen de la experiencia, tanto en sentido psicológico (o temporal: el conocimiento
nace con la experiencia) como en sentido epistemológico (o lógico: el conocimiento se
justifica por la experiencia). A Kant se debe su uso en filosofía en el sentido actual: llama
a Aristóteles «principal representante de los empiristas» y, a Locke, uno de sus
seguidores actuales al referirse a la teoría que deriva de la experiencia los conocimientos
que posee la razón.
A Aristóteles se debe la primera línea de pensamiento que vincula de manera sistemática
el conocer a la experiencia sensible, pero el empirismo, como doctrina filosófica
sistemática, se supone característica de la filosofía inglesa; indicios de este tipo de
pensamiento se ven incluso en la actitud teórica de algunos escolásticos, como Roger
Bacon y Guillermo de Occam, si bien los verdaderos precursores del empirismo
teórico son, en realidad, Francis Bacon (1561-1626) y Hobbes (1588-1679); el primero
destaca la necesidad de recurrir a la inducción y a la observación para hacer ciencia y el
supuesto del segundo -racionalista en algunos de sus planteamientos- de que «todo es
cuerpo» no permite comenzar y justificar el conocimiento si no es a partir de la sensación.
Quienes dan forma sistemática al empirismo son, sin embargo, Locke (1632-1704),
Berkeley (1685-1753) y Hume (1711-1776). A ellos se debe la versión clásica del
empirismo, cuyos puntos fundamentales son: 1) la afirmación de que no existen ideas
innatas y 2) que el conocimiento procede de la sensación, o experiencia interna o externa;
de este modo afirma tanto la prioridad temporal del conocimiento sensible (el
conocimiento empieza con la experiencia) como su prioridad epistemológica o lógica (el
conocimiento requiere de la experiencia como justificación).
Los textos más fundamentales del empirismo clásico pertenecen a J. Locke, en
especial a su obra Ensayo del entendimiento humano (1690). El libro I de esta obra es
una crítica cerrada a la doctrina de las ideas innatas, tal como las entendían los
cartesianos; no hay ideas innatas ni principios teóricos o morales. El entendimiento, antes
de toda experiencia, no es más que una tabula rasa.
El libro II trata del origen de las ideas a partir de la experiencia sensible, interna o externa;
nacidas las ideas simples de la sensación o de la reflexión, el entendimiento puede a
partir de ellas componer ideas complejas. En una de estas ideas complejas, la sustancia,
pueden distinguirse cualidades primarias (objetivas) y cualidades secundarias
(subjetivas).
El libro III estudia el lenguaje y el IV el conocimiento (si bien de un modo que no está en
plena consonancia con el libro I). La influencia de esta obra en los ilustrados franceses fue
enorme; éstos vieron en Locke la superación del racionalismo que dominaba en el
continente europeo desde Descartes a Leibniz, y fundaron en ella su modelo de razón
empírica.
Leibniz criticó el empirismo de Locke en su obra Nuevos ensayos sobre el
entendimiento humano (1703-1704).
Las ideas simples de Locke se agrupan en cuatro clases:
1) las que provienen de un solo sentido; «amarillo», por ejemplo.
2) las que provienen de varios sentidos; la «forma», por ejemplo.
3) las que provienen de la reflexión interna, por pensar sobre ideas simples de los
sentidos; el «pensamiento» y la «voluntad», por ejemplo.
4) las que proceden, de forma combinada, de la sensación y la reflexión a un mismo
tiempo a manera de síntesis; la percepción de la «existencia» de un objeto externo, por
ejemplo, o el «dolor».
La mente, combinando, relacionando y abstrayendo, puede formar ideas complejas - «la
belleza, la gratitud, un hombre, un ejército, el universo»-, relaciones y abstracciones. Las
ideas complejas se dividen en modos, sustancias y relaciones.
Una sustancia es una idea compleja con la que concebimos un ser particular; la idea de
«hombre», por ejemplo. Un modo es la idea compleja con la que pensamos, por
abstracción, conjuntos de ideas simples -referibles a diversas sustancias- que no
subsisten como un ser particular; la «danza», por ejemplo, o la «belleza».
Una relación es una idea compleja que surge de la comparación de ideas; Caio, por
ejemplo, pensado como hombre no dice más relación que a sí mismo, pero pensado
como «marido», o como «padre» entra en relación con otra idea.
La distinción entre cualidades primarias y secundarias, divulgada por Locke, pero utilizada
ya por Descartes, divide las cualidades de las cosas sensibles entre las que son objetivas
y, por tanto, cualidades sustanciales de los cuerpos (extensión, figura, número,
movimiento y solidez), y las que son subjetivas, que sólo indirectamente podemos atribuir
a la sustancia porque las producen en nosotros las cualidades primarias (color, sabor,
sonido, temperatura, etc.). Cualidades primarias y secundarias son ideas con las que
pensamos los cuerpos.
El punto de partida de Berkeley es la crítica a la distinción, hecha por Locke, entre
cualidades primarias y secundarias; la conciencia no hace distinción entre primarias y
secundarias: toda idea es un fenómeno (subjetivo) de la conciencia y todo cuanto
sabemos de las cosas es sólo lo que percibimos (subjetivamente). Por ello «ser es ser
percibido» o «percibir».
Hume, a su vez, admite la crítica de Berkeley y asume como punto de partida que las
ideas son fenómenos de la conciencia, pero critica no sólo la idea de sustancia externa,
sino también la de sustancia interna, o yo. De ahí procede su escepticismo, por cuanto lo
que pensamos supera con creces lo percibido, pero sólo hay certeza de lo percibido, y su
fenomenismo.
En tiempos de Hume, el modelo científico newtoniano es una ciencia empírica con pleno
derecho; el empirismo de Hume dirige su atención, no sólo hacia la manera y el
fundamento de nuestro conocer, sino también hacia una ciencia empírica del hombre: el
Tratado de la naturaleza humana (1739) no confiesa otro objetivo que el de lograr en el
mundo de la moral lo que Newton ha logrado en el mundo de la física. Las investigaciones
de Hume se centran, no sólo en el estudio del entendimiento (Libro I del Tratado de la
naturaleza humana, e Investigación sobre el entendimiento humano), sino también en el
de las pasiones (Libro II del Tratado) y la moral (Libro III del Tratado e Investigación sobre
los principios de la moral).
La innovación fundamental de Hume en la teoría del conocimiento es su distinción entre
impresiones e ideas, la relación que existe entre unas y otras y la posibilidad de que las
ideas se asocien entre sí. Una impresión es una percepción que, por ser inmediata y
actual, es viva e intensa, mientras que una idea es una copia de una impresión, y por lo
mismo no es más que una percepción menos viva e intensa, que consiste en la reflexión
de la mente sobre una impresión; tal reflexión se hace por la memoria o la imaginación.
Pero, además, las ideas se relacionan entre sí por una especie de atracción mutua
necesaria entre ellas: por semejanza, por contigüidad y por causalidad. Igual como en el
universo de Newton la atracción explica el movimiento de las partículas, en el sistema
filosófico de Hume las ideas simples se relacionan -se asocian- entre sí por una triple ley
que las une.
En el conocimiento de lo que él denomina cuestiones de hecho, la relación de causalidad
ejerce una función fundamental: síntesis de las dos leyes anteriores, semejanza y
contigüidad, es ambas cosas a la vez (ha de haber semejanza entre causa y efecto, y es
necesaria una contigüidad en el espacio y el tiempo entre causa y efecto) más la
costumbre, o hábito, de generalizar en forma de ley, o enunciado universal, las
sucesiones de fenómenos que suceden regularmente en el tiempo. La exigencia básica
de que a toda idea ha de corresponderle una impresión para que tenga sentido, o para
que a la palabra le corresponda una idea con un contenido verdadero, se constituye en el
instrumento ineludible de la crítica que instituye a todos los conceptos fundamentales de
la filosofía tradicional: causalidad, sustancia, alma, Dios y libertad. ¿A qué impresión -se
pregunta- corresponde cada una de estas ideas? La crítica que instaura el empirismo
clásico acaba en el fenomenismo y el escepticismo. Frente a la dogmática seguridad que
exige y pretende haber hallado el racionalismo, el empirismo oferta la razonabilidad del
conocimiento probable y de los límites del conocimiento. El valor histórico del empirismo
está en su crítica; pero no en la empresa no lograda de fundar suficientemente el
conocimiento científico. Ofrece una alternativa, pero no una síntesis y, por lo mismo, no
una superación del racionalismo y el dogmatismo. Asociacionismo de ideas y perspectiva
fenomenista son los dos ejes sobre los que han girado los sucesivos sistemas empiristas
posteriores, en J.S. Mill, H. Spencer, F. Brentano, E. Mach y otros, pero también son
empiristas otros sistemas filosóficos que deben sus presupuestos más bien al positivismo
del s. XIX, como son los de Duhem, James, Peirce, Dewey o Russell.
El empirismo por excelencia de la edad contemporánea recibe el nombre de empirismo
lógico o neopositivismo. Sus dos principios empiristas fundamentales son: el problema de
la verificabilidad, con sus diversas soluciones más o menos radicales, y el reduccionismo
de los conceptos no lógicos o no matemáticos de las teorías a enunciados
observacionales o a conceptos, en última instancia, reducibles a ellos. Los escritos de
Karl R. Popper representan una crítica dirigida al neopositivismo en general desde un
punto de vista empirista crítico, que su autor llamó racionalismo crítico. Su principio de
falsabilidad se opone diametralmente al inductivismo que supone el principio de
verificación. La nueva filosofía de la ciencia, esto es, aquella que se opone a la
concepción estándar de la ciencia, insiste sobre cuestiones que parecen minar los puntos
fundamentales en que se sostiene el empirismo: la importancia de la teoría en la misma
observación (observaciones «cargadas de teoría») y la crítica dirigida hacia la excesiva
distinción ente lo teórico y lo observacional. W.V.O. Quine, que ha puesto en evidencia los
dos denominados «dogmas del empirismo», a saber, el reduccionismo y la distinción entre
analítico y sintético, también ha destacado que sólo «lo sensorial» es suficiente
fundamento para la ciencia o para el significado de las palabras.
 

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