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La corta vida de Carlos no había sido feliz; se le había golpeado con mucha
fuerza y a menudo encerrado en un cuarto. Asimismo, había oído muy poco
inglés porque sus padres se comunicaban con poca frecuencia y hablaban una
mezcla de alemán, hebreo e inglés.
Cada vez que Carlos decía una palabra, el psicólogo que estaba con él se
mostraba muy interesado y repetía el vocablo. Gracias a que pronto el niño
empezó a usar su breve vocabulario con familiaridad, se podía introducir una
tarea más difícil.
El siguiente paso se parecía más a un juego; Carlos tenía que decir “dame
_______”, o formular algún tipo de petición cada vez que el psicólogo le
mostrara y nombrara un objeto. Si el niño producía la respuesta correcta, se le
otorgaban alabanzas, dulces y el objeto en sí. El psicólogo ya no hacía caso de
simples verbalizaciones; después de un tiempo de hacer este ejercicio, Carlos
adquirió bastante habilidad en la petición de objetos comunes.
A estas alturas se introdujo una nueva tarea; Carlos veía un objeto (algunas
veces en una ilustración) y escuchaba su nombre. Al niño se le daba dulce, se
le hacían elogios o se le concedían algunos minutos de juego si imitaba de
manera correcta la palabra.