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Un niño de 4 años de edad con problemas para hablar fue llevado al New York

State Psychiatric Institute para que se le hiciera diagnóstico y tratamiento; en


ese momento, el niño sólo podía decir algunas palabras. Era muy activo,
destructor y negativo; además, tenía mucho miedo a la gente.

La corta vida de Carlos no había sido feliz; se le había golpeado con mucha
fuerza y a menudo encerrado en un cuarto. Asimismo, había oído muy poco
inglés porque sus padres se comunicaban con poca frecuencia y hablaban una
mezcla de alemán, hebreo e inglés.

Los psicólogos del hospital, bajo la dirección de Kurt Salzinger, decidieron


trabajar en la confianza del niño hacia la gente y en sus habilidades del
lenguaje. En sesiones de juego persistentes establecieron una relación
amistosa; entonces comenzaron a enseñarle vocablos.

Cada vez que Carlos decía una palabra, el psicólogo que estaba con él se
mostraba muy interesado y repetía el vocablo. Gracias a que pronto el niño
empezó a usar su breve vocabulario con familiaridad, se podía introducir una
tarea más difícil.

El siguiente paso se parecía más a un juego; Carlos tenía que decir “dame
_______”, o formular algún tipo de petición cada vez que el psicólogo le
mostrara y nombrara un objeto. Si el niño producía la respuesta correcta, se le
otorgaban alabanzas, dulces y el objeto en sí. El psicólogo ya no hacía caso de
simples verbalizaciones; después de un tiempo de hacer este ejercicio, Carlos
adquirió bastante habilidad en la petición de objetos comunes.

A estas alturas se introdujo una nueva tarea; Carlos veía un objeto (algunas
veces en una ilustración) y escuchaba su nombre. Al niño se le daba dulce, se
le hacían elogios o se le concedían algunos minutos de juego si imitaba de
manera correcta la palabra.

Conforme se dominaban nuevas habilidades, una por una, los psicólogos


continuaban hacia un nuevo componente del lenguaje. Este tipo de régimen
continuó durante más de 100 sesiones de una hora de duración; después de
algún tiempo Carlos fue dado de alta y se le llevó a un nuevo hogar adoptivo.
Para entonces ya hablaba siempre por medio de oraciones, y también había
aprendido a confiar en la gente.

Con solo observar a otras personas, se aprenden muchas lecciones; es notorio


que lospsicólogos que trabajaban con Carlos sacaron provecho de este
hecho. Fueron capaces de enseñarle palabras, en parte, al decirlas y hacer que
el niño imitara lo que habían dicho.

Los humanos también aprenden de las consecuencias de su conducta; existe


la tendencia a repetir actos que producen resultados agradables y a evitar
aquellos que generan consecuencias desagradables. Carlos aprendió todo tipo
de habilidades de lenguaje porque eran reconocidas con interés y entusiasmo
por un adulto; además, se le recompensaba con dulces, juguetes y juego por
haber aprendido esas destrezas. Es probable que haya aprendido a estar
callado porque hablar le causaba problemas en su casa y el silencio hacía más
placentera su vida.

Un tercer tipo de proceso de aprendizaje conductual se ejemplifica en el


miedo que Carlos le tenía a la gente. En condiciones normales, los niños no le
temen a los adultos amistosos; pero, en el caso de Carlos, sus padres estaban
asociados con golpizas y aislamiento. Lo que parece haber sucedido fue que la
ansiedad generada por la cruel disciplina la transfirió primero a su padre y
madre y después a otros adultos.

El problema de Carlos sugiere que gran parte del aprendizaje conductual es


accidental, en el sentido que no se planea. Nadie lo entrenó de manera
deliberada para que fuera destructor, temeroso de la gente o callado; sin
embargo, él aprendió estas respuestas. Por lo general, los procesos
conductuales del aprendizaje ocurren sin esfuerzo de parte de quien aprende, y
muchas veces las personas no se percatan de las modificaciones que se
presentan. Así es como funciona el aprendizaje.
Referencia: Linda L. Davidoff “Introducción a la psicología” Procesos del
aprendizaje conductual. McGraw-Hill. Tercera edición. México, México DF.
1989. Págs. 840.

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