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Carolina LEMA

El Mineral de Incahuasi.
Oro e historia en la encrucijada colonial

Tesis para optar por el título de


Doctora en Ciencias Humanas
Mención en Estudios Sociales y Culturales

Facultad de Humanidades
Universidad Nacional de Catamarca

Directora Dra. Susana BANDIERI

Co-director Dr. Marcos N. QUESADA

Catamarca

2012
2
Resumen

La historia del Mineral de Incahuasi ha estado ligada a lo largo del tiempo a dos conflictos
centrales. Uno ronda la definición de quiénes y cómo organizaron la explotación de oro. El
otro, quiénes y cómo contaron la historia del sitio. Ambas formas de relación se cruzan y
se implican. Incahuasi se convierte en objeto de deseo y en espacio desde donde construir
memorias, tanto para los pobladores locales, que reproducen sus saberes y sus historias
cotidianamente, como para el resto de los colectivos sociales que la contienen.
Este trabajo de investigación, además de hacer énfasis en la historia particular del
Mineral de Incahuasi, procura ser un aporte a la reconstrucción de la historia de las
comunidades puneñas al ampliar el conocimiento histórico regional desde una perspectiva
crítica acerca de cómo, desde distintos campos disciplinares, se narró esa historia. Para
lograr estos objetivos generales, se creyó imprescindible: primero, caracterizar las prácticas
de ocupación local, y del Mineral de Incahuasi en particular, estableciendo articulaciones
económicas, políticas y sociales a nivel regional a lo largo del tiempo y segundo,
reconstruir las formas de reproducción social que estructuraron la vida y el trabajo en el
mineral.
Todo eso forma parte de una larga y extensa historia colonial que se extiende desde
hace más de cuatro siglos, a lo largo de la cual las poblaciones locales fueron
subalternizadas dentro de la lógica de la ‘colonialidad del poder’ (Quijano 2000). Por lo
cual se propuso llevar adelante este trabajo desde los lineamientos incipientes de una
Arqueología Postcolonial (Gnecco 1999, Shepherd 2002). De allí deriva el énfasis que en
esta investigación se dedicó a ‘etnografiar el proyecto colonial’ (Thomas 1994) inscripto
en el saber formal. Se propuso una arqueología que, desde la reflexión crítica sobre las
distintas formas de colonialismo y de colonialidad del poder implícitas en la semiosis
colonial, pudiera dar cuenta de las relaciones entre, por un lado, las poblaciones locales, los
medios de producción y las formas de articulación regional, y por el otro, la reconstrucción
de las memorias locales sobre la vida y el trabajo en el Mineral de Incahuasi.
En primera instancia se debió comenzar por explorar las interpretaciones
preexistentes del Mineral de Incahuasi -su origen incaico, su formación por la Compañía
de Jesús- que situaban en distintos momentos y como resultados de agencias extra locales
el origen y gestión de los poblados mineros. En este proceso exploratorio crítico, se
construyó simultáneamente una contextualización regional e histórica de la comunidad

3
minera local, para rearmar luego desde ese lugar, una interpretación histórica del origen y
formación de los poblados del Mineral de Incahuasi, en donde la agencia de la comunidad
atacameña, como parte importante de esa comunidad minera, se hace claramente visible y
eje del proceso.
Se avanzó además en la exploración de la situación de esta comunidad cuando lo
‘indígena’ es subsumido dentro de la categoría homogeneizante de ‘ciudadano’ por los
estados americanos involucrados y la propiedad comunitaria indígena es fuertemente
presionada desde las políticas modernizantes de conformación de territorios nacionales. En
este contexto, una nueva comunidad minera surge a principios del siglo XX, ahora
enmarcada en un paisaje minero de tipo industrial, en donde lo indígena y lo local,
continúa presente en los resquicios que la lógica de la producción industrial presenta,
sobreviviéndola hasta la actualidad, a pesar de las múltiples ‘textualizaciones’ que intentan
invisibilizar su existencia.

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Abstract

The history of the Incahuasi ore has been linked over time to two central conflicts. One
around the definition of who and how organized the exploitation of gold. The other, whom
and how told the story of the site. Both types of relationships intersect and engage with
each other. Incahuasi becomes object of desire and space from which to build memories
for local people, who reproduce their knowledge and stories every day, as well as for other
social groups were they are contained.
This research, in addition to emphasize the particular history of Incahuasi Ore,
seeks to be a contribution to the reconstruction of local communities history, by widening
the regional historical knowledge from a critical perspective on how, from different
disciplinary fields, that story was narrated. To achieve these general objectives, it was
thought necessary: firstly, to characterize the local settlement practices and those of
Incahuasi Ore in particular, establishing economic, political and social articulations at
regional level over time, and secondly, rebuild the local forms of social reproduction that
structured life and work in the ore.
All of these are parts of a long and rich colonial history that extends for more than
four centuries along which local populations were subdue within the logic of ‘coloniality
of power’ (Quijano 2000). Hence it is proposed to carry out this work from the guidelines
emerging from a Postcolonial Archaeology (Gnecco 1999, Shepherd 2002). From there
stems the emphasis that in this research was devoted to an ‘ethnography of the colonial
project' (Thomas 1994) inscribed in the formal knowledge. It is proposed an Archeology
that, since the critical reflection on the various forms of colonialism and coloniality of
power implicit in the colonial semiosis, could account for the relationship between, on one
side, local people, the means of production and forms of regional articulation, and on the
other, the reconstruction of the local memories of life and work in the Incahuasi Ore.
Firstly, it was due to begin by exploring the existing interpretations of Incahuasi
Ore –its Inca origins, its formation by the Jesuits- that placed at different times and as a
result of extra-local agencies the origins and management of the mining towns. In this
exploratory process, was built simultaneously regional and historical contextualization of
the local mining community, to reassemble then from that place a historical interpretation
of the origins and formation of settlements in Incahuasi Ore, where the Atacama

5
community agency as an important part of the mining community organization, is clearly
visible and axis of that process.
Progress was made also in exploring the situation of this community when the
‘indigenous’ is subsumed within the homogenizing category of ‘citizen’ in the American
states involved and indigenous communal property was strongly pressed from the
modernizing policies in the formation of national territories. In this context, a new mining
community emerged in the early twentieth century, now framed in an industrial mining
landscape, where the indigenous and local, is still present in the gaps of the logic of
industrial production, surviving until today, despite the many ‘textualizations’ that attempt
to ignore their existence.

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Agradecimientos

La investigación presentada fue realizada con el apoyo de ANPCyT (2004-2006),


CONICET (2007-2008) a través de sendas becas doctorales. También la Escuela de
Arqueología y la Universidad Nacional de Catamarca a través de subsidios de
investigación y aportes a mi participación en eventos científicos apoyaron el correcto
desarrollo de los trabajos.
Debo agradecer además a una serie de personas que fueron fundamentales en la realización
de la investigación:
A la Dra. Susana Bandieri, por asumir la dirección de beca CONICET y de esta tesis con
compromiso y seguimiento constante.
Al Dr. Marcos N. Quesada, por la codirección de la tesis y su colaboración en la edición
final de la misma.
A la Dra. Patricia Escola por asumir la codirección de beca de CONICET.
Al Dr. Alejandro F. Haber, por la dirección de la beca ANPCyT y porque en el marco de
proyectos bajo su dirección realicé la primera etapa de esta investigación.
Al Dr José Yuni, a cargo del Doctorado en Ciencias Humanas, y a la Lic. Graciela Neyra
de De Battista, porque siempre alentaron el trabajo, facilitaron actividades y ofrecieron
consejo ante las eventualidades.
Al Dr. Enrique Moreno por su colaboración en el ordenamiento y clasificación del material
cerámico de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi y Agua Salada.
A la Lic. María Gabriela Granizo por compartir la información de su clasificación de la
cerámica de Antofalla.
Al Dr. Daniel Schavelzón y a Héctor Carlos Janson por la colaboración en la identificación
de mayólicas y macuquinas.
A Enrique Moreno, Wilhelm Londoño, Lucila Gamarra, Enzo Acuña, Laura Roda, Natalia
Sentinelli, Pedro Dupuy, Mariela Solís, Paula Costantini, David Rosetto y Gonzalo
Compañy por colaborar en el trabajo de campo y hacer el mismo mucho más entretenido.
A Benita Tolaba, Armando Farfán, Daniela Guitián, Adrián Guitián, Mario Guitián y
Antonia Calpanchay con su hermosa familia, por recibirnos, enseñarnos y cuidarnos
durante las estadías en el Mineral de Incahuasi.
A directores y maestros de la Escuela de Agua Salada, Juan Carlos Silva y Héctor Cruz,
por permitirnos usar las instalaciones en nuestras estadías en campo.

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A la Compañía Minera del Altiplano, especialmente al personal del Campamento Fénix,
por el auxilio prestado cuando fue necesario.
A Rita y Ernestina Mamani, de Antofagasta de la Sierra, por abrirnos sus casas y su
corazón al ofrecernos su amistad.
A la Comunidad Indígena de Antofalla en su conjunto, siempre presente en los auxilios y
en el corazón.
A mis padres, porque apoyaron traslados, aportaron fondos y me otorgaron contención
constante y sin cuestionamientos.
A Romina Braicovich y Gabriela Correa, porque además de su amistad imprescindible,
hicieron de sus hogares un lugar de trabajo cálido siempre disponible.
A Iñaki, porque con amor y paciencia, generó la energía necesaria para afrontar el tramo
final del trabajo.

Mía es la responsabilidad de lo expuesto, el esfuerzo fue de todos.

8
Índice

Introducción……………………………………………………………………………..14

1-Límites y posibilidades de la Arqueología. Una mirada desde


la postcolonialidad….......................................................................................................17
Saber, poder y colonialidad………………………………………………………………17
La colonialidad en perspectiva sudamericana…………………………………………19
Etnografía del proyecto colonial………………………………………………………….22
La comprensión de las construcciones espaciales…………………………………….......25
La Puna………………………………………………………………………………...27
Sobre la fijación local del sentido.......................................................................................29
Minería Indígena como problema arqueológico.............................................................32
Los paisajes culturales....................................................................................................35
Métodos y Técnicas de la investigación..............................................................................36
El archivo experto...........................................................................................................36
El registro de los paisajes................................................................................................37
Las memorias y las prácticas..........................................................................................39

2-Población regional y minería antes de la conquista.....................................................41


Introducción........................................................................................................................41
De los Desarrollos Regionales al Tawantisuyu. Metales para el imperio...........................43
Las poblaciones locales y la producción minero-metalúrgica.............................................46
La inclusión del Mineral de Incahuasi en la Narrativa del Imperio...............................47
El disenso local..............................................................................................................51
El Mineral de Incahuasi. Primera aproximación................................................................54
Tres descripciones arquitectónicas de los poblados del Mineral de Incahuasi.............57
Revisión arquitectónica: Ih3, Ih4 e Ih5.........................................................................61
Revisión de la ‘cultura material’....................................................................................66
Síntesis de las revisiones................................................................................................73

3-Minería, colonización y resistencia................................................................................76


Introducción.......................................................................................................................76
De las territorialidades indígenas a las jurisdicciones coloniales.......................................77

9
La minería en la construcción de la Gobernación de Tucumán.....................................79
La minería en la construcción del Corregimiento de Atacama......................................88
Las jurisdicciones eclesiásticas.......................................................................................95
Territorios y etnicidades revisitadas..................................................................................101
Resurgimiento de los poblados puneños.......................................................................107

4-Las múltiples construcciones de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi...............115


Introducción......................................................................................................................115
El siglo XVIII y la expansión del control territorial colonial............................................116
Las poblaciones locales frente a la reorganización territorial.......................................118
La Administración de Fernández Valdivieso y el cacicazgo atacameño......................121
De poblados y pobladores.................................................................................................127
La sombra jesuita..........................................................................................................130
El “pueblo de indios” como construcción historiográfica............................................132
Pueblo de campesinos-mineros.....................................................................................134

5-Paisaje, producción y comunidad minera...................................................................139


Introducción......................................................................................................................139
El Mineral de Incahuasi. Segunda aproximación..............................................................139
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi.......................................................................140
Área Sur.................................................................................................................142
Conjunto Arquitectónico Li-XXV......................................................................142
Área Central...........................................................................................................142
Conjunto Arquitectónico Li-I..............................................................................143
Conjunto Arquitectónico Li-II.............................................................................143
Conjunto Arquitectónico Li-III...........................................................................144
Conjunto Arquitectónico Li-IV...........................................................................144
Conjunto Arquitectónico Li-V.............................................................................145
Conjunto Arquitectónico Li-VI............................................................................145
Conjunto Arquitectónico Li-VII..........................................................................146
Conjunto Arquitectónico Li-VIII.........................................................................146
Conjunto Arquitectónico Li-IX...........................................................................147
Conjunto Arquitectónico Li-X.............................................................................147
Conjunto Arquitectónico Li-XI............................................................................148

10
Conjunto Arquitectónico Li-XII..........................................................................148
Conjunto Arquitectónico Li-XIII.........................................................................149
Conjunto Arquitectónico Li-XIV.........................................................................150
Conjunto Arquitectónico Li-XV..........................................................................151
Conjunto Arquitectónico Li-XVI.........................................................................151
Conjunto Arquitectónico Li-XVII........................................................................152
Conjunto Arquitectónico Li-XVIII......................................................................153
Conjunto Arquitectónico Li-XIX.........................................................................154
Conjunto Arquitectónico Li-XX..........................................................................155
Conjunto Arquitectónico Li-XXI.........................................................................156
Conjunto Arquitectónico Li-XXII.......................................................................157
Conjunto Arquitectónico Li-XXIII......................................................................157
Conjunto Arquitectónico Li-XXIV......................................................................159
Área Norte..............................................................................................................159
Conjunto Arquitectónico Li-XXVI......................................................................160
Conjunto Arquitectónico Li-XXVII.....................................................................161
Conjunto Arquitectónico Li-XXVIII...................................................................161
Conjunto Arquitectónico Li-XXIX......................................................................161
Conjunto Arquitectónico Li-XXX.......................................................................161
Conjunto Arquitectónico Li-XXXI......................................................................161
Estructuras de laboreo............................................................................................162
Li e1.....................................................................................................................162
Li e2.....................................................................................................................162
Agua Salada...................................................................................................................162
Conjunto Arquitectónico As-I..............................................................................164
Conjunto Arquitectónico As-II............................................................................164
Conjunto Arquitectónico As-III..........................................................................165
Conjunto Arquitectónico As-IV..........................................................................166
Conjunto Arquitectónico As-V............................................................................167
Conjunto Arquitectónico As-VI...........................................................................167
Conjunto Arquitectónico As-VII..........................................................................168
Conjunto Arquitectónico As-VIII........................................................................169
Conjunto Arquitectónico As-IX...........................................................................170
Conjunto Arquitectónico As-X............................................................................171

11
Conjunto Arquitectónico As-XI...........................................................................171
Conjunto Arquitectónico As-XII..........................................................................171
Áreas de extracción y laboreo minero...........................................................................172
Tecnologías extractivas..........................................................................................173
Rajos....................................................................................................................173
Piques y Chiflones...............................................................................................174
Socavones.............................................................................................................175
Tecnologías de procesamiento...............................................................................176
Área de chancado................................................................................................176
Marayes................................................................................................................177
Marayes - trituración..........................................................................................177
Marayes - amalgamación...................................................................................178
Hornos..................................................................................................................178
Caminería.............................................................................................................179
Trapiches..............................................................................................................181
Paisajes mineros.................................................................................................................181
Organización de la producción......................................................................................184
1- Extracción..........................................................................................................185
2- Chancado y selección.........................................................................................186
3- Trituración..........................................................................................................186
4- Lavado................................................................................................................188
5- Amalgamación...................................................................................................188
6- Quema................................................................................................................188
¿Qué grado de centralización y coordinación requiere la minería de Incahuasi?..........188
Poblaciones puneñas y comunidad minera.........................................................................191
¿Quiénes fueron los mineros del Mineral de Incahuasi?...............................................192

6-Rebelión/es y abandono de los poblados mineros del Mineral de Incahuasi...........198


Introducción.......................................................................................................................198
Resistencia política.............................................................................................................199
Rebelión en el Mineral de Incahuasi..................................................................................201
Nueva mirada a la rebelión de Incahuasi: las implicancias regionales..........................217
La tierra sigue alzada: la insurrección de los Amarus y Cataris........................................224
Continuidad y decadencia del Mineral de Incahuasi.........................................................230

12
7-La formación de los Estados y el ingreso de capitales industriales..........................238
Introducción.......................................................................................................................239
De límites y minería, la visión de los viajeros para la integración
de las jurisdicciones nacionales..........................................................................................239
Jurisdicción boliviana....................................................................................................239
Jurisdicción chilena.......................................................................................................244
El Mineral de Incahuasi en el Territorio de Los Andes.....................................................247
Compañía Minera Incahuasi..........................................................................................253
Comunidad Minera en el período industrial..................................................................256
Continuidad de la minería campesina............................................................................259
Acciones ilegales al interior del sistema...................................................................263
Incahuasi como Monumento Histórico Nacional...............................................................265

Conclusiones......................................................................................................................268

Bibliografía........................................................................................................................274

Anexo.................................................................................................................................309
1-Fichas descriptivas de los grupos cerámicos presentes en Nuestra Señora
de Loreto de Ingaguasi y Agua Salada .........................................................................310
2 -Publicaciones en los periódicos donde se reproduce
el imaginario del origen Jesuita del Mineral de Incahuasi...........................................332

13
Introducción

El Mineral de Incahuasi es un yacimiento aurífero que se ubica casi en el límite entre las
provincias de Catamarca y Salta.En la península homónima que se extiende sobre el
margen sur del salar del Hombre Muerto (Catamarca, Argentina) (Figura 2.1). Sobre este
mineral de oro y en sus cercanías se construyeron una serie de poblados directamente
vinculados a su explotación. Esta tesis refiere justamente a revisar las interpretaciones que
se han realizado acerca de ellos y las implicancias que esas interpretaciones conllevan
sobre sus pobladores.
La construcción de la historia del Mineral de Incahuasi que se presenta se encuentra
intrínsecamente unida a la historia regional de los Andes Meridionales, por lo cual se
presentó como un desafío lograr una construcción narrativa que comprendiera los saberes
arqueológicos, históricos y etnográficos que se encontraban compartimentados. Esto exigió
en más de una ocasión la trasgresión de los límites disciplinares. El diálogo entre
metodologías se convirtió en una exigencia básica de la investigación. Las metodologías
aplicadas y los resultados obtenidos intersectan los campos tradicionales del saber sobre el
otro/nosotros; arqueología, antropología e historia. Además, cada una de estas
metodologías acarrea una política y una historia disciplinar particular, formas desiguales, y
a veces, contradictorias, de narrar el pasado de las comunidades indígenas de la región. Se
planificó entonces, una etnografía del proyecto colonial inscripto en el saber formal, una
arqueología de los paisajes y las prácticas locales. Se registró la historia local desde los
archivos típicos de los tres campos disciplinares pero tratando de entender las
construcciones regionales en clave histórica. Documentos éditos, informes arqueológicos,
entrevistas, crónicas, entre otras fuentes de saber histórico, aparecen como partes
constitutivas de una metodología que se opone a la compartimentación disciplinar del
saber.
Ya anteriormente (Lema 2004) se había establecido que narrar los cambios de las
poblaciones indígenas a partir de las primeras avanzadas coloniales no era necesariamente
narrar su desestructuración, su aculturación, su eliminación o decadencia desde un ideal
romántico del indigenismo. Narrar los cambios, desde una localidad enunciativa, implicaba
narrar los lugares desde donde las personas, en el proceso histórico, se relacionaron con los
contextos sociales, políticos y económicos, y entre sí. Se propuso entonces que mostrar el

14
control y acceso de las poblaciones a bienes, recursos, y a la construcción de los espacios
de trabajo, su gestión y sus memorias, mostraba también los procesos de despojo colonial
que se iniciaron con la conquista, se continuaron a través de la construcción de los estados
nación, se legitimaron en los discursos académicos y se perpetuaron en las lógicas
expansionistas de un capitalismo trasnacionalizado.

La tesis se encuentra organizada en 6 capítulos. En el primer capítulo, se ofrece una


reflexión crítica sobre las distintas formas de colonialismo y de colonialidad del poder
implícita en la semiosis colonial. En el resto del capítulo se describen los pasos técnicos
seguidos en el proceso de investigación.
En el segundo capítulo se presenta un panorama de la situación de la población
regional y la minería antes de la colonización española. Se critican los supuestos
subyacentes en las interpretaciones propuestas que han contribuido a la creación de una
imagen vacía, marginal y ecológicamente dependiente de las sociedades puneñas que
asumen el modelo de ‘enclaves extractivos’ de gestión extra local, como base de las
explicaciones de los procesos de cambio socioeconómicos.
En el tercer capítulo, se trata el proceso de colonización inicial -siglos XVI y XVII.
Se presenta una breve síntesis de los procesos de colonización a uno y otro lado de la
cordillera y cómo fue organizándose el control territorial. En la tensa confluencia entre las
estrategias indígenas y las colonizadoras, se alcanzan a vislumbrar los por qué de los
tiempos y las formas del proceso de control del territorio, su población y sus recursos. Se
describe el primer siglo de avance colonial como de una tensión constante entre las
pretensiones españolas -que de hecho determinaban jurisdicciones, establecían
encomiendas, e intentaban avanzar desde dos frentes separados de acción- y las
posibilidades de agencia y reacción de las distintas comunidades indígenas implicadas.
El cuarto capítulo presenta los indicios documentales que dan cuenta de ese avance
que se concretará, a mediados del siglo XVIII, en la formación de Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi y una serie de asientos y poblados cercanos vinculados fuertemente al
mundo minero colonial. Se exploran también otras narrativas acerca del origen de estos
poblados que, al igual que otros sitios mineros coloniales, tiene en la memoria regional una
fuerte vinculación con las actividades de la Compañía de Jesús. Se sostendrá aquí que el
Mineral de Incahuasi no parece haber sido un producto directo de la administración
colonial, sino más bien el resultado de la agregación de trabajo indígena, coaccionado y

15
dirigido por los caciques atacameños a través de estrategias de alianza y enfrentamiento
con distintos agentes coloniales.
El quinto capítulo está dedicado a sentar las bases de la minería del siglo XVIII en
el Mineral de Incahuasi. Se muestra cómo a comienzos del siglo XVIII toda el área
circumpuneña abunda ya de una población móvil en busca de lugares donde insertarse en
la economía mercantil colonial, además de toda una burocracia española urbana que busca
obtener el máximo provecho de sus cargos. Para ellos, este territorio ‘marginal’ solo tiene
unas pocas riquezas, pero una de ellas era muy rentable: el oro. Así es como entra en
escena el primer poblado del Mineral de Incahuasi.
El capítulo seis presenta el análisis del estallido que tuvo lugar en Nuestra Señora
de Loreto de Ingaguasi; la rebelión de 1775. Se hace una síntesis de la información
disponible, integrándola en una mirada regional unificadora para luego abordar
críticamente las principales interpretaciones existentes de esta rebelión y proponer nuevos
elementos a considerar en la comprensión de los motivos desencadenantes de la misma.
Las luchas y tensiones que se registraron en la zona durante la segunda mitad del siglo
XVIII fueron comprendidas como acciones políticas en el marco de la resistencia indígena,
de acuerdo a como se hubo interpretado previamente a las formas de producción en el
Mineral de Incahuasi
El capítulo siete presenta la situación del Mineral de Incahuasi en el siglo XIX,
poniendo especial énfasis en el proceso de abandono del mineral y el proceso de despojo
de las comunidades indígenas ocurridas a lo largo del siglo bajo los proyectos
modernizantes de los incipientes estados americanos. Finalmente, con la creación del
Territorio de Los Andes, se da cuenta del ingreso de la planificación industrial de la
producción a través de la instalación de la Compañía Minera Incahuasi. Se observa la
implantación de la misma como parte de un largo proceso colonial que queda expresado en
el correlato material inscripto en de un paisaje productivo en clave industrial. Por último,
se presenta el contexto histórico detrás de la declaración en 1943 de Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi como Monumento Histórico Nacional y se lo interpreta como parte de
una política de apropiación del Estado de la memoria territorial y se lo contrasta con la
supervivencia de otros sentidos inscriptos en las memorias locales.
Para finalizar la investigación se presentan las conclusiones generales.

16
1

Límites y posibilidades de la Arqueología.


Una mirada desde la Postcolonialidad

Saber, poder y colonialidad

El pensamiento poscolonial se funda en la “reflexión crítica sobre los legados coloniales


que continúan marcando pautas en la interpretación de los fenómenos culturales, en las
políticas estatales y en los conflictos internacionales” (Mignolo 1998:12). Esta corriente de
pensamiento, originalmente surgida a mediados del siglo XX tras la descolonización de la
India y las naciones africanas a partir de la consigna de “desplazar los presupuestos
descriptivos y causales utilizados por los modelos dominantes de la historiografía marxista
y nacionalista para representar la historia colonial” (Guha 1988, citado en Grupo
Latinoamericano de Estudios Subalternos1 1998:70), mostró cómo el colonialismo no era
sólo un fenómeno económico y político, sino que poseía una dimensión epistémica que se
vinculaba con el origen mismo de la constitución del campo disciplinar de las ciencias
humanas. Esta dimensión cognitiva y simbólica del colonialismo fue denominada
colonialidad y comenzó a ser considerada como una parte original y constituyente de la
modernidad (Castro-Gómez 2005). Los análisis históricos propugnados por esta corriente
presentan entonces un claro acento puesto en las tensiones entre lo global y lo local, donde
la cimentación de la modernidad es el resultado del doble proceso constitutivo del yo
dominador europeo, que se construye necesariamente como contraposición del Otro, no
europeo, dominado y subalterno (Said 2004).
En sintonía con este tipo de crítica se venían desarrollando ya en América Latina
una serie de reflexiones acerca de la situación colonial de las naciones del continente,
principalmente a partir de la obra de Enrique Dussel 2 y la Filosofía de la Liberación. Fue
en su libro, ‘1492. El encubrimiento del otro. Hacia el origen del mito de la modernidad’,
publicado en 1992 en el marco de las celebraciones del quinto centenario del

1
De ahora en más GLES.
2
Sobre la obra de este autor se sugiere consultar http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/dussel

17
descubrimiento de América, donde el autor propuso que el año ‘1492’ simboliza el
nacimiento de la modernidad en tanto que es a partir de allí que Europa pudo confrontarse
con el ‘Otro’; cuando pudo definirse como un ‘ego’ descubridor, conquistador, colonizador
de la alteridad que se erigirá como contraparte constitutiva de la misma modernidad, en
tanto que ese otro era ‘encubierto’ como ‘lo mismo’ que Europa ya era desde siempre. El
sufrimiento resultante de la violencia aplicada en el control de la alteridad termina siendo
justificado como el coste necesario que exige la construcción de la modernidad (Dussel
1992).
Esa relación entre saber/poder que se establece entre el ‘ego’ expansivo europeo y
los sujetos involucrados, también fue estudiada por Foucault al interior de las instituciones
modernas de occidente en sus vínculos con la ‘gobernabilidad’ y el control de las fuerzas
productivas. En la Europa ‘moderna’ cada vez más el cuerpo de los sujetos “se convierte
en fuerza útil cuando es a la vez cuerpo productivo y cuerpo sometido” (Foucault
2006:33). Ese sometimiento no se logra ni por la sola aplicación de la violencia, ni la
imposición de la ideología, sino que responde a una forma de ‘saber’ del cuerpo y un
dominio de sus fuerzas que constituyen lo que el autor llamó la tecnología política del
cuerpo. Una tecnología que caracterizó como difusa, no formulada, fragmentaria, de
instrumentación multiforme; “una microfísica del poder que los aparatos y las instituciones
ponen en juego, pero cuyo campo de validez se sitúa en cierto modo entre esos grandes
funcionamientos y los propios cuerpos con su materialidad y sus fuerzas” (Foucault
2006:33). Ese poder ejercido, no es una propiedad, sino mas bien una estrategia cuyos
efectos de dominación deben ser atribuidos a unas disposiciones, maniobras, tácticas,
técnicas, funcionamientos; ‘se descifra en una red de relaciones siempre tensas, siempre en
actividad’, ‘se ejerce más que poseerse’. Es un poder que invade a quienes somete “pasa
por ellos y a través de ellos, se apoya sobre ellos, del mismo modo que ellos mismos, en su
lucha contra él, se apoyan a su vez en las presas que ejerce sobre ellos” (Foucault
2006:34). Así es cómo poder y saber están directamente implicados el uno en el otro. Son
ambos constitutivos del ego/otro. No puede haber uno sin el otro, porque el ejercicio del
poder no es sólo un ejercicio de fuerza, sino más bien una ‘estructura total de acciones’
cuyo objetivo es actuar sobre otras acciones posibles (Foucault 1983).
Lo que Foucault no incluye en su análisis es que esas experiencias de control
modernas, esas tecnologías políticas de los cuerpos, fueron anticipadas y practicadas a

18
través de la experiencia histórica colonialista de Europa sobre América 3. Fue en el proceso
colonial que las ‘formas de conocer’ fueron ubicándose en una situación jerárquica
relacional tal que, mientras se deslegitimaba su coexistencia espacial, se reordenaban de
acuerdo con un esquema teleológico progresivo que culminaba en lo que se constituiría la
forma legítima de conocer: la razón moderna y su expresión científico-técnica. Fue Said,
en ‘Orientalismo’ (2004 [1978]) quién expuso cómo “las ciencias humanas que han
construido la imagen triunfalista del ‘progreso histórico’ se sostienen sobre una maquinaria
geopolítica de poder/saber que ha declarado como ‘ilegítima’ la existencia simultánea de
distintas ‘voces’ culturales y formas de producir conocimientos” (Castro-Gómez 2005:27,
cursivas y comillas originales).

La colonialidad en perspectiva sudamericana

En el área andina en particular, los estudios postcoloniales que se alinearon con esta línea
crítica cobraron fuerza a partir de la última década del siglo XX (Mignolo 2001 y 2002).
Herederos de la crisis de ‘objetividad’ de las ciencias sociales -y la ciencia en general- se
inscribieron inicialmente como parte del reclamo de reestructuración de éstas que surge
con la post-modernidad, pero asumiendo una postura crítica que fue más allá de los
reclamos postmodernos en cuanto a pluralidad de discursos y relativismo cultural (Castro-
Gómez 2000; Lander 2000). La post-modernidad y su esquema de valores, no son, ni
fueron, la ruptura de las formas modernas de colonialidad, sino nuevas formas, post-
coloniales, de colonialidad (Castro-Gómez 2005). Es decir que “no es el fin de la
colonialidad sino su rearticulación, su nueva cara […] las formas post-modernas de
pensamiento no nos conducen a alternativas a la modernidad sino, en el mejor de los
casos, a modernidades alternativas.” (Mignolo 2002:202-203, cursiva original).
Desde las teorizaciones postcoloniales se asume, por un lado, que la colonialidad
del poder se fundamenta en la colonialidad del saber y, por otro, que en ambas se fundan y
crean experiencias y subjetividades (Mignolo 2002). Así, en la conformación de las
diversas nacionalidades americanas se habrían constituido también las formas de
colonialidad internas a los Estados sudamericanos (Quijano 2000, Rivera Cusicanqui

3
El reconocimiento del vínculo entre América y la modernidad está claramente presente en Dussel (1992).
Es retrabajado luego por los autores postcoloniales sudamericanos (ver la compilación realizada por Lander
(2000)).

19
1992). El proceso colonial vivido en el área andina hizo uso -y abuso- de la aplicación del
poder a través de la proyección de formas de acción determinadas, que se fueron
imponiendo sobre las sociedades indígenas. El poder disciplinar que se iba constituyendo
por esta época en Europa (Foucault 2006), se extendía también en la formas de
construcción de las legalidades e ilegalismos que normarían las acciones en el mundo
colonial.
No es éste un poder constante ni unívoco, sino que es en sí mismo construido en las
acciones y reacciones históricamente construidas y constitutivas de las partes (no estables)
en conflicto. Así, como se ha sostenido previamente (Lema 2004, 2006a y b), en los
primeros momentos de la conquista el poder colonial no alcanza si quiera a extender sus
mecanismos de control homogéneamente sobre el territorio andino. Ciertos espacios, como
la puna, fueron integrados mucho más lentamente a la estructura socio-económica colonial.
En una primera instancia el único poder ejercible sobre el territorio no parece haber sido
más que un poder de castigo excepcional, mientras que el proceso de construcción de
poder de control territorial fue mucho más lento, involucrando de forma integral a distintos
planos sólo analíticamente distinguibles: las denominaciones, las acciones, las relaciones y
las distinciones entre poblaciones en procesos de resistencia. Su desarrollo tuvo muchas
restricciones en su conformación y fue largamente resistido de múltiples modos por las
poblaciones locales y los sujetos subalternos dentro del propio régimen colonial.
En ese marco socio-histórico, lo indígena se fue constituyendo como un problema
político que se perpetuó en la constitución de los imaginarios colectivos de los nacientes
estados nación americanos. A las poblaciones indígenas se las identificaba con las ‘razas
inferiores’ en un momento en que la idea de raza era fundante tanto de la materialidad de
las relaciones sociales como de la materialidad de las personas (Quijano 2004). El ‘Otro’,
reconocido en términos raciales, se construía como la ‘instancia a superar’ tanto física
como culturalmente, buscando la invisibilización social y política del ‘problema indígena’.
El problema ‘indígena’ no fue un problema menor. Para que las nacientes
sociedades americanas pudieran resolverlo e integrar a esos individuos como sujetos
históricos constitutivos de la ciudadanía en un plano de ‘igualdad’, se habría requerido la
‘subversión y desintegración del entero patrón de poder’ (Quijano 2004). Habría sido
imperiosa la decolonización de las relaciones políticas dentro del Estado, la subversión de
las condiciones de explotación y el término de la servidumbre y la transformación de las
relaciones de dominación social (Quijano 2004). Sin embargo, este era un paso que los
noveles estados no estaban en condiciones –ni dispuestos- a dar. Desde esa tensión política

20
comienzan a construirse narrativas 4 acerca de quiénes y cómo integran las naciones en
formación. Si bien los países sudamericanos se distinguieron en las políticas aplicadas,
básicamente se pueden hacer dos grandes agrupaciones. Por un lado podemos agrupar a
quienes optaron por la eliminación física y la consecuente apropiación del territorio por
oleadas inmigratorias impulsadas desde el Estado. Por otro, quienes abogaron por el
asimilacionismo cultural y político. Pero en el fondo la disyuntiva siempre reprodujo las
diferencias; “aniquilación o civilización impuesta definen así los únicos destinos posibles
para los otros” (Lander 2000:24).
En Bolivia, que ejerció su poder de control jurisdiccional sobre el área de ésta
investigación durante casi todo el siglo XIX, el asimilacionismo cultural y político fue la
norma. Esto fue posible porque la población ‘indígena’ se encontraba ya socialmente
disciplinada en el trabajo organizado dentro de un sistema de dominación. En la Argentina,
en cambio, la eliminación física y suplantación por población inmigrante, fue la política
dominante hasta fines del siglo XIX, cuando los discursos del estado giran hacia el
asimilacionismo (Quijano 2004).
En el caso de la puna, la población fue legalmente reconocida como indígena
mientras estuvo bajo la jurisdicción de Bolivia, pero vio transformada su condición cuando
los territorios comenzaron a ser disputados por los estados argentino y chileno. En estos,
las políticas poblacionales liberales, sostenidas a lo largo del siglo XIX, estaban entrando
en transición (Bethell 1992). Así fue como -al mismo tiempo que se efectivizaba el marco
normativo del Estado sobre la población, se buscaba la integración de las últimas
anexiones territoriales y se reformulaban las formas de producción- el liberalismo de fines
del siglo XIX proyectaba una concepción de la vida ‘ciudadana’ abstracta, burguesa e
individualista, que imponía la propiedad privada y la lucha contra la ‘comunidad’ como
modo de vida (Dussel 1992).
La arqueología trabajó arduamente para dotar a esos discursos de un sustento
material. Como respuesta a las contradicciones no resueltas acerca de las representaciones
sobre lo indígena, se generaron diferentes teorías explicativas para dar cuenta de la
‘grandeza’ del pasado indígena nacional y su desvinculación con la situación de las
comunidades contemporáneas. La disciplina reconstruyó, con un discurso materialmente
4
Narrativa se utiliza en sentido amplio para referirse a un relato, expresado a través de una multiplicidad de
medios, de una serie de eventos temporales que conforman una secuencia de sentido. La narrativa provee de
una forma temporal de reconocer el mundo a través de cómo se registra, relata, define, etc. los eventos
pasados, otorgándole, al asegurar la secuencialidad de los eventos, una forma a la experiencia, una dirección
(ver Rapport y Overing 2003).

21
fundamentado, la decadencia, la aculturación y la derrota de lo indígena. Se desplazó lo
indígena en la escala temporal, clausurándolo discursivamente con la categoría
‘prehispánico’ como punto de cierre de las narrativas arqueológicas e inicio de la historia
nacional. Relatos múltiples pero coherentes que quedan integrados dentro de lo que se
consideran ‘narrativas de la colonización’ (Lema 2006b). En ellas ciertos sectores se
observaron como sectores de cambio -los históricos- mientras que lo indígena se observó
como “inalterable, sin progresos y, en cierto sentido, ahistóricos” (Gibson 1990:158). Esto
llevó a la percepción de una falsa continuidad; el indígena de hoy se presentaba en las
mismas condiciones que el de ayer, lo que vemos es lo que fueron y el proceso colonial,
que los ubicó bajo una relación de subalternidad, quedó subsumido y ausente en la ‘ruptura
metafísica’ (Haber 1999a) que daba forma a los campos disciplinares de la alteridad
(alteridades construidas sobre planos espaciales y/o temporales).
Lo indígena se constituye así en un sujeto histórico contemporáneo con el que hay
que lidiar. Los indígenas de la conquista, los indígenas de la colonia, quedaron en el
pasado, sus culturas se ‘degradaron’, se ‘mezclaron’ o fueron simplemente ‘desaparecidas’
(Grosso 2008). En estos procesos las comunidades indígenas quedaron en una posición de
subalternidad que restringió sus posibilidades de agencia, pero no necesariamente las
anuló. Reconocer y contemporaneizar esas tensiones históricas, reconstituir los saltos en
las narrativas, exponer la lógica de esos espacios vacíos, es parte de la propuesta
descolonizadora. Dada la voluntad totalizante del proceso colonial, se proyectan dos tareas
imbricadas una en la otra. Por un lado, se busca poner en evidencia la colonialidad
subyacente a la modernidad del saber. Por el otro, construir un saber proveniente de las
‘experiencias coloniales’. Es allí en donde finalmente podrían enraizarse las posibilidades
‘alternativas a la modernidad’ (Mignolo 2002). Esto, metodológicamente, llevó a organizar
el trabajo en tres nodos metodológicos.

Etnografía del proyecto colonial

Se parte aquí del hecho que la población de la puna no quedó ajena a los procesos
históricos relatados y fue sometida a fuertes embates colonialistas. El inicial, y tal vez el
más crítico para todas las comunidades andinas, fue la entrada en órbita del espacio
americano en el ‘sistema mundo capitalista’ (sensu Wallerstein 2003) como forma de
ingreso en la ‘modernidad’ y sus mitos (Dussel 1992). Luego se produjeron otros dos

22
momentos críticos, la formación de los estados nación sudamericanos y, en la actualidad,
como parte de las transformaciones de las especialidades y los modos de producción del
mundo globalizado. De todas formas, estas menciones tienden a marcar sólo difusos hitos
tempo-espaciales para procesos múltiples, no necesariamente constantes ni coherentes en sí
mismos.
El hecho de pensar críticamente estos procesos llevó a observar los lugares de
enunciación ocupados por la disciplina arqueológica y el lugar que se ocupa dentro del
campo disciplinar (sensu Bourdieu 2003). Al igual que la mayoría de los debates
postcoloniales, “la reflexión postcolonial sobre la arqueología tiene un origen descentrado
que puede ubicarse tanto en los requerimientos performativos de la postmodernidad como
en la crítica occidental de la ciencia y en la insubordinación generalizada de sistemas de
producción histórica” (Gnecco 1999:10). Es desde ese descentramiento desde donde tal vez
se pueda buscar articular un pensamiento que habilite la posibilidad de una arqueología
postcolonial como crítica e intento de subversión de las distintas formas de colonialismo y
de colonialidad del poder implícito en las narrativas intra, inter y extra disciplinares, acerca
de lo indígena.
Se propone entonces etnografíar el proyecto colonial (Thomas 1994), explícito en la
espacialidad y materialidad del Mineral de Incahuasi, e implícito en las narrativas
históricas y arqueológicas acerca de las poblaciones puneñas. Este tipo de propuesta
etnográfica “presupone el efecto de grandes ideologías objetivas, pero tiene en cuenta su
adaptación en la práctica, sus momentos de implementación efectiva y éxito así como los
momentos de equívocos y simples ‘buenos deseos’” (Thomas 1994:60, comillas
originales). Ni las relaciones sociales coloniales, ni sus códigos de representación, deben
ser vistos como estructuras estructurantes que simplemente se imponen y reproducen en el
tiempo independientemente de su práctica. Teniendo presente el carácter, no sólo negativo
y destructivo de la situación colonial, sino también su carácter constitutivo, constructivo y
transformativo, su persistencia depende del carácter exitoso de su puesta en acto, pues el
poder en acto produce, “produce realidad; produce ámbitos de objetos y rituales de
verdad” (Foucault 2006:198).
En tanto la historia -o las historias- de las poblaciones puneñas no se agotan en los
límites disciplinares que dividen los discursos acerca del presente y del pasado, ni tampoco
respeta las particiones que separan las investigaciones de lo material de la de los
significados, los límites disciplinares e interpretativos pierden su sustento epistemológico.
En el Mineral de Incahuasi, de la misma forma en que se implican oro y memorias, se

23
cruzan el presente y el pasado, lo local y lo no-local, la materialidad y el sentido. Por ello,
como escenario y parte de la historia, la puna y sus comunidades, deben ser comprendidas
cruzando los campos disciplinares que comenzaron compartimentando su historia. Como
miembros de ellos, partícipes de una determinada estructura de conocimiento, también
debe asumirse el investigador como actor de esos procesos. Tiene que pensarse como
provocador de nuevos sentidos. Entender la ‘localización estratégica’ de quien investiga
forma parte de entender también la de quienes han representado textualmente a aquellos
que consideraban no aptos de autorepresentación (Said 2004).
Parte de esta etnografía del proyecto colonial que se desplegó y se despliega aun
sobre las poblaciones de la puna, consiste en la crítica y puesta en evidencia de los
mecanismos de poder que los sustentaron a lo largo de su desarrollo. Las ‘actitudes
textuales’ (Said 2004), el despojo material y la interdigitación de ambos procesos, son
parte del registro hacia el que avanza una etnografía como la sugerida. Por ello uno de los
primeros pasos es analizar los textos donde se inscribe parte de la historia del Mineral de
Incahuasi desde una perspectiva crítica. Lo que se ha dicho y, sobre todo, el cómo se lo ha
dicho es una parte importante del entramado colonial. Las representaciones actúan ‘con un
propósito, de acuerdo a una tendencia y un ambiente histórico, intelectual e incluso
económico específico. En otras palabras, las representaciones tienen sus fines, son
efectivas la mayoría de las veces y consiguen uno o más de sus objetivos’ (Said 2004:361).
Mientras que uno escribe el otro es descrito. Hay una fuente de información y una fuente
de conocimiento. La relación entre los dos es radicalmente una cuestión de poder que se
representa a través de numerosas imágenes (Said 2004). Dejar que el otro se ‘exponga a
nosotros’ (sensu Dussel 1980) a través de la interpelación de los mundos polisémicos,
llenos de ‘significados potenciales’, que componen el mundo de lo material (Buchli 1997),
tal vez pueda ser la forma desde la cual se pueda alcanzar un nuevo encuentro. Por eso se
propone tratar de poner el foco sobre esa ‘semiosis colonial’ amplia y compleja (Mignolo
1998).
Un estudio completo de esta semiosis debería incluir un estudio de las
modificaciones de la naturaleza 5 y las modificaciones que tuvieron lugar en el ámbito de lo
económico y lo social a través de las modificaciones materiales desde donde se pueda
construir una imagen donde se cuele la praxis de los sujetos inmersos en los procesos

5
Si es que algo había de ‘naturaleza’ previo a la semiosis colonial. Baudrillard (1981) rastrea el origen del
término ‘naturaleza’ en el siglo XIX como contraparte del orden burgués y su específica economía política.
Tal vez sería pensable que la naturaleza se crea -en lugar de transformarse- en la semiosis colonial.

24
coloniales. Una ‘semiopraxis’ como conjunto de “prácticas que se desarrollan en el
contexto de modos de representar no lingüísticos, ligados a una corporalidad escénica y a
una materialidad simbólica, no explícitas, tal vez nunca enunciadas, pero no por ello menos
operantes” (Grosso 2008:163). Dichas corporalidades no hacen más que inscribirse en una
tempo-espacialidad construida, discursiva y materialmente, entre la multiplicidad de
sujetos y colectivos que la habitan. Por lo tanto, se propone acompañar la etnografía con el
rastreo de las construcciones espaciales sobre las cuales se inscriben las narrativas
temporales.

La comprensión de las construcciones espaciales

Las construcciones espaciales sobre las cuales se inscriben las narrativas temporales se
presentan en un escalonado de niveles. Los mismos alcanzan desde las organizaciones
espaciales del trabajo y la cotidianeidad de los sujetos, hasta la creación de marcos
geográficos de interacción, en los cuales se anclan las narrativas.
De acuerdo con Mata (2003) con la conformación del campo disciplinar de la
historia, a mediados del siglo XIX, se agregó a las narrativas históricas el énfasis por
alcanzar ‘objetividad’. Entendida ésta como la reconstrucción imparcial de los eventos del
pasado, encubriendo la función social de la historia como discurso legitimador de quienes
se convertían en los detentores del poder tras la consolidación de los estados nacionales.
Desde esta perspectiva, los eventos fueron engarzándose en una secuencia cuya finalidad
residía en la construcción de una narrativa histórica dirigida, cuyo fin no era más que la
conformación de la Nación como destino histórico ineluctable. Se conformaba así junto
con el discurso científico del pasado la historia nacional como su objeto.
Posteriormente se agrega a este esfuerzo la construcción de las historias
provinciales, entendidas como unidades similares, espacialmente menores, legitimadas de
idéntica manera y cuya suma constituye la Nación (Mata 2003). Se creaba junto con la
narración histórica, el territorio, su locus. Las historias nacionales o provinciales, una vez
creadas y legitimadas sus espacialidades específicas, podían retraerse ampliamente hacia el
pasado o proyectarse a futuro, colonizando las temporalidades a través de la virtual
preexistencia e inevitable destino de ese arreglo espacial.
En las últimas décadas del siglo XX se iniciaron algunos intentos de mediar los
niveles de análisis entre la espacialidad de la nación y la de las provincias a través de una

25
Historia Regional. Sin embargo, en un principio, ésta se entendió y expresó como las
sumatorias de provincias englobadas por una región geográfica ambiental (Bandieri 2005),
por ejemplo; el NOA. Así, las historias regionales “tomaron a las fronteras interestatales
como un dato más en la construcción conceptual regional […] las regiones eran estudiadas
como unidades con cierto grado de clausura, articuladas en un sistema interregional
nacional donde ningún espacio podía quedar fuera de alguna región” (Benedetti 2005a:56).
De la misma forma que las áreas linderas de los países limítrofes constituían espacios
exógenos a la configuración de la Argentina. Estas historias regionales, aunque a veces
variaban la dimensión y composición del universo de análisis, respondían igualmente a una
misma línea narrativa que, como tal, contenía un fuerte componente ideológico y
legitimador de las clases dirigentes locales 6.
En los últimos años, el estudio de la historia regional se ha visto transformado. El
estudio regional, cuyo objetivo sería “descubrir las producciones dominantes en cada
sociedad y a partir de allí reconstruir las relaciones esenciales de todo el sistema” (Bandieri
2005:95), pasó a considerarse como “una tentativa historiográfica que pone en un lugar
destacado la dimensión espacial de los procesos analizados” (Benedetti 2005a:66), pero sin
perder de vista que “la forma de construir la región desde la Academia no es ajena a la
regionalización operada por los agentes territoriales, como tampoco lo es a los
movimientos regionalistas”, pues “las formas en que las corporaciones científicas y
técnicas pensaron las regiones, influyeron notablemente en las formas de construcción
regional” (Benedetti 2005a:68). Así, al presentarse a la región como una construcción
analítica elaborada en el proceso mismo de investigación (van Young 1987), la
construcción historiográfica regional puede volverse operativa, sobre todo evitando el
esencialismo resultante de su delimitación anticipada y atendiendo a las relaciones sociales
históricas (múltiples y móviles) que la constituyen (Bandieri 2005).
Esta concepción de lo regional se encuentra mucho más próxima y coherente con la
metodología etnográfica sugerida antes. Desde la cual se tratará de ‘desnudar la manera en
la que la región se construyó como tal en clave histórica’ (Fernández y Dalla Corte

6
Un ejemplo de ello es la ‘Historia del Noroeste Argentino’ de Bazán, uno de los primeros trabajos de
historia regional. En esta obra, si bien se la propone como una ‘historiografía regional propiamente dicha
donde el universo de análisis es la región histórico cultural y no sus partes constitutivas’ (Bazán 1995:9),
pervive, a lo largo de toda la estructura del texto, la territorialidad formada a priori por las jurisdicciones
provinciales, motivo de sus obras anteriores (Bazán 1979 y 1996). Allí, la región es un “constructo cultural
resultante de un proceso histórico temprano que habrá de mantener su identidad y homogeneidad desde la
colonia hasta el presente” (Mata 2003:3).

26
2005:15), rearmando una trama regional de lo puneño desde la mirada localizada del
Mineral de Incahuasi.

La Puna

Puna es una palabra de origen quechua que refiere a la sierra, las tierras frías o páramos
(González de Holguín 1989 [1608]). Luego devenida categoría geográfica, refiere al
extremo sur del altiplano andino que se corresponde con una “fosa elevada a 4000 msnm,
internamente quebrada en bloques elevados y hundidos, que conforman serranías y
depresiones y albergan los salares y todo el conjunto enmarcado por dos imponentes
cordilleras […] Volcanes y salares, clima árido y vegetación escasa son los parámetros que
definen el singular ambiente de la Puna” (Alonso 2008: 31).
Esas particulares condiciones geográficas y climáticas que la caracterizan tuvieron
un fuerte peso sobre los informes que los primeros agentes estatales trasmitieron al
gobierno y divulgaron entre el público lego. Para Boman [1908]:

“La impresión que produce la Puna en el viajero es tan extraña que no se la creería
real. Uno se siente alejado de la tierra; casi parece que se atraviesa, al paso lento de la
mula extenuada, un país lunar. La desnudez de esta naturaleza es horrorosa: se
transforma todo en sombrío, taciturno; no se ríe ya; se tiene el pecho atenazado por
este aire respirable apenas” (Boman 1992[1908]:414).

Eric von Rosen se extrañaba ante ese suelo plano como una mesa, carente de
vegetación y sin rastro alguno de vida, “todo yermo, silencioso y muerto” (Von Rosen
2001[1916]: 79). Eduardo Holmberg destacaba la inutilidad de todo intento productivo “los
frutales se hielan antes de madurar, y si el hombre planta un árbol, el viento lo dobla y se
lo lleva...; todo es triste y raquítico en las punas de los Andes” (Holmberg 1988 [1900]:
76).
Estos retratos de la puna, junto a muchos otros, fueron constituyendo un archivo,
asentándose en el imaginario como un marco preteórico que teñiría las interpretaciones
posteriores acerca de la cultura, el desarrollo tecnológico y la situación política de sus
pobladores. Es a través del relato de los ‘naturalistas viajeros’ que se generó la imagen
‘marginal’ de la puna (Haber 2000 y 2003) que actuó como telón de fondo en las
discusiones acerca de la identidad y la estructuración social de las poblaciones que la
ocupaban. Esta ‘marginalidad’ fue discutida críticamente por investigadores posteriores

27
(Göbel 2002; Haber 2000, 2001 y 2006; Ottonello y Krapovickas 1973; Pérez 1994;
Sanhueza 2001), que han indicado cómo, desde los ámbitos institucionales del Estado, se
promovió la imagen de la puna como una región ‘naturalmente no apta’ para la
supervivencia. Sin embargo, esta representación negativa se mantiene, participando como
un supuesto subyacente general, en tanto que no se la admite como históricamente
construida con el fin de significar una porción del territorio que no se integraba
completamente al ideal socio-geográfico de lo nacional. Colaboraron con ello las
características de la historia de su pertenencia a distintas jurisdicciones nacionales -
boliviana, chilena y argentina-, digitada a través de políticas de los gobiernos centrales o
laudos internacionales (nunca promovida por sus pobladores que parecían mostrarse
indiferentes a cualquier pertenencia ciudadana) lo cual aportó al ideario que negó la
existencia de unidades étnicas que la trascendieran (Pérez 1994). Sin embargo, hay una
caracterización de base histórico-geográfica que parece sobrevivir a los múltiples intentos
de reconfiguración del territorio y que se representa en el topónimo de Puna de Atacama.
El origen del término se encuentra en las postrimerías del siglo XIX. No es ni fue más que
una representación espacial creada en inscripciones cartográficas y discursivas de agentes
estatales enviados a tal fin, “un espacio creado por disputas territoriales entre Estados que
luego se transformó en una unidad político administrativa interior, el Territorio de Los
Andes” (Benedetti 2005a:72), para ser luego nuevamente reordenada dentro de las
jurisdicciones provinciales de Catamarca, Salta y Jujuy.
Se considera que en esta denominación que perdura a pesar del desgajamiento
jurisdiccional, pervive, por un lado, una fuerte carga histórica que la diferencia de
categorías tales como Altiplano Meridional o Puna Salada. Orientadas a delimitar el
espacio de acuerdo a características fisiográficas ‘naturales’, ‘objetivas’, pero que arrastran
también un cierto sentido de inmutabilidad y determinismo ecológico, que permea por
doquier las narrativas. Por otro, si bien no hay una clara identificación de quienes la
habitaron, la población más redundantemente mencionada en cartografías, documentos, e
investigaciones arqueológicas, es la atacameña7, perviviendo en esta toponimia entonces
un vínculo con cierta etnicidad invisibilizada. La articulación y movilidad espacial de los
sujetos que vivieron en y del Mineral de Incahuasi guiarán la construcción regional desde
una perspectiva local. Desde la materialidad de Incahuasi se buscará reconstruir la semiosis
colonial que se expresa en esa trama espacial en movimiento.

7
Adscripción étnica que recientemente la Comunidad Indígena de Antofalla ha reafirmado.

28
Además de la categoría de Región, se incluyen en el análisis espacial las categorías
“Territorio” y “Jurisdicción”. Ambas, se constituyen históricamente como resultado de las
estrategias de apropiación del espacio puestas en práctica. El territorio sería el resultado de
una ‘estrategia de territorialidad’ de un determinado grupo social orientada a controlar e
incidir sobre las acciones de otros, tanto en lo que respecta a las posibilidades de
localización cuanto a las de circulación (Sack 1986). En tanto que se considera la
jurisdicción como el resultado de una instancia de inscripción de los derechos de un
Estado, o alguna de sus partes, sobre un territorio. Estas categorías también son
históricamente determinadas, flexibles y sus límites reflejarán las tensiones y luchas en
quienes las digitan y las viven.
En el marco histórico espacial en el cual se desarrolla la investigación se destaca la
participación de dos jurisdicciones políticas coloniales: el Corregimiento de Atacama y la
Gobernación de Tucumán. Siendo ambos espacios dependientes de los centros mineros o
comerciales altoperuanos, el área andina que los unía/separaba siempre fue una región
repartida de manera forzada entre jurisdicciones antagónicas que la veían como sus propios
márgenes. Esta especie de frontera móvil se convirtió en parte constitutiva del espacio y, si
bien responde a la dinámica que representó la conquista en su avance y la inestabilidad de
las jurisdicciones de los estados nación sudamericanos, la ‘frontera’ no parece haber
participado como una divisoria entre grupos sociales claramente definidos (eg.;
indígenas/españoles, diferentes ciudadanías, etc.) sino que actuó más bien como eje de
negociación dentro de las relaciones de subalternidad entre los grupos y las personas que se
identificaban estratégicamente con uno u otro lado. De allí surge parte de su inestabilidad
intrínseca, su no-definición. No estamos refiriendo a un área dividida, sino a una geografía
histórica desde la cual se negocian el espacio y sus relaciones sociales incluyentes y
excluyentes. Intentos de inscripciones del poder sobre el espacio, afirmación de una
semiopraxis.

Sobre la fijación local del sentido

Las inscripciones de los sentidos de las cosas son acciones de fijación del mundo desde un
lugar de poder social, político e histórico. Puesto que leer, mirar o escuchar son, como lo
indicara Chartier (2005), ‘actitudes intelectuales’ que “lejos de someter al consumidor a la
omnipotencia del mensaje ideológico y/o estético que se considera que modela, autorizan

29
la reapropiación, el desvío, la desconfianza o la resistencia” (Chartier 2005:38). Lejos de
poseer la ‘absoluta eficacia aculturante’ que a menudo se le atribuyen, las ‘inscripciones’ -
libros e imágenes, sermones o discursos, canciones, ordenaciones espaciales, etc.- dejan un
lugar, al momento de ser recibidos, al distanciamiento, al desvío, a la reinterpretación
(Chartier 2005). Esto no convierte a las ‘inscripciones’ en eventos inofensivos de fijación
de sentido, pero tampoco hace de ellas procesos omnipotentes. En todo caso la inscripción
termina siendo parte de la objetivación de una práctica determinada (sensu Foucault 1985)
que produjo la interpelación provocada en el encuentro colonial y se construyó, convivió y
transformó al ritmo de la dinámica del encuentro. Es parte de la polifonía de la semiosis
colonial con todos sus claroscuros. Desde la arqueología pueden explicitarse las bases
políticas que guían la economía de la memoria y el olvido (Appadurai 2001), ya que la
arqueología ocupa un lugar clave desde donde los ‘aparatos de las naciones’ reflejan las
políticas de la memoria. Cuando las ‘imaginaciones nacionales’ necesitan de la firma de lo
visible, la arqueología como disciplina y los museos como instituciones, son las que le
responden.
La configuración de regiones históricas nos introduce también en el proceso de
construcción de identidades colectivas. En ello, el discurso historiográfico juega un papel
trascendental en la medida en que, a través del rescate y del olvido del pasado, construye la
memoria colectiva de una comunidad (Mata 2003). En este punto es donde la articulación
entre la historia regional y el microanálisis se torna metodológicamente productiva, pues la
combinación nos ayuda tanto a valorar el espacio como construcción social a la vez que a
superar los límites entre los campos disciplinares (Bandieri 2005).
Para reconocer los silencios y las negaciones es necesario siempre el
entrecruzamiento de información con otros archivos. La pertinencia de la oposición entre
archivos escritos, orales y materiales, así como la incomunicabilidad entre ambos mundos,
ya ha sido puesta en duda (Joutard 1999). Se ha demostrado mucho más necesario y
enriquecedor, aunque trabajoso, el ir y venir de un archivo a otro, el influenciar y
cuestionar uno desde el lugar de enunciación del otro, su puesta en diálogo.
Las reflexiones que la historia oral ha habilitado nos enseñan que en tanto el
objetivo es entender el discurso que una comunidad enuncia sobre sí misma y su pasado;
“ese discurso se expresa tanto por la literatura oral fijada como por relatos y muestras de
conversaciones sobre la vida económica antigua, los usos, las costumbres o la historia
local” (Joutard 1999:177), pero sin olvidar que “lo que constituye precisamente el interés
del testimonio oral es la relación entre el recuerdo espontáneo, el recuerdo solicitado y

30
exhumado, y el silencio” (Joutard 1999:276). Así, la memoria provocada permite
aprehender mejor el dinamismo de la memoria, “se aprehenden los olvidos, los errores y
las deformaciones. Y la memoria se define tanto por lo que rechaza como por lo que
conserva, el olvido es uno de sus instrumentos, como lo son también las deformaciones y
sus errores, errores o deformaciones que ofrecen una cierta forma de verdad, sin paradoja
ninguna” (Joutard 1999:8).
La economía de las memorias no actúa sólo en el plano del estado y sus
instituciones, la economía de la memoria es constantemente puesta en juego -no
necesariamente con las mismas estrategias- por todos quienes reproducen una narrativa
sobre el pasado, conformando la multiplicidad discursiva de las representaciones
construidas sobre el espacio y su vivencia. Las prácticas sociales indígenas-campesinas 8 se
representan de distintas maneras a través de la cultura material9 en una distribución espacio
temporal cambiante. La praxis, a través de un saber que no necesariamente es cognoscible
más allá del nivel práctico, permite al individuo realizar las acciones socialmente
adecuadas, convirtiéndolo en un sujeto socialmente diestro (Giddens 1984). Esto es así
pues se asume que las “ideas sociales y públicas se usaron para constituir subjetividades y
pueden examinarse, por tanto, para descubrir cómo llegaron a transformarse históricamente
a través del material, de las prácticas sociales, de la acción individual y de la
interpretación” (Hodder 1994:96). Es a través de las prácticas sociales que se establece el
nexo entre individuo y sociedad, entre agencia y estructura. A partir de ellas se reproducen
o modifican las estructuras objetivas y a través de las representaciones que de dichas
estructuras se generan se desarrollan las prácticas. Las estructuras sociales son el resultado
y el medio de la interacción social y permiten, y constriñen al mismo tiempo, las
posibilidades de actuar en el mundo (Dobres y Hoffman 1994). Desde ese lugar
interpretamos que los objetos, las cosas, fueron hechas, usadas, reparadas y depositadas en
una variedad de sitios, y las actividades asociadas y las interacciones sociales que tuvieron
lugar en ese contexto forman un conjunto de condiciones estructurantes cargadas de
sentido (Dobres y Hoffman 1994; Hodder 1994).
En el caso de las narrativas arqueológicas, que anclan su discurso en la
materialidad, se hace necesario entender la participación de la cultura material en la

8
Se refiere a campesinos ya que así parece presentarse a lo largo del primer y segundo y, hasta ahora, tercer
milenio d.C., la organización de las comunidades en la Puna de Atacama (Quesada 2007). Esto no implica
una continuidad mantenida durante más de un milenio sin variantes, sino, simplemente una forma
predominante.
9
Se entiende la cultura material como objetificación del ser social en los términos propuestos por Shanks y
Tilley (1987).

31
cotidianeidad de las prácticas sociales necesarias para la reproducción física y social de las
personas y la sustentación material de los discursos. La propuesta aquí es que los paisajes
creados por las formas de trabajo deben ser ‘historiados’. Esto significa entenderlos como
el resultado del habitarlos, donde en el habitar10 el paisaje, este se vuelve parte de las
personas y las personas parte de este, en una relación sumamente dinámica (Ingold 2002),
a través de una semiopraxis que, en este caso, es colonial y resistente en un mismo plano
de simultaneidad. Entender ‘las cosas en el mundo’ como el resultado de ello, cargarlas de
sentidos e historiar su trayectoria, permitirá interpretar los restos de la cultura material
como objetos polisémicos culturalmente construidos, especificados y clasificados en
categorías históricamente construidas (Kopytoff 1991).
No todos los elementos constitutivos de los paisajes culturales son resultados de
estrategias, sino que de forma no planificada, la reiteración de determinadas prácticas
puede reflejarse también en indicios presentes en los paisajes habitados y en las relaciones
espaciales que se constituyen entre los lugares de vivienda, trabajo y control generando
paisajes culturales específicos. Al mismo tiempo que se propone al investigador
posicionarse desde una comprensión de la espacialidad y la tecnología como el resultado
de fenómenos culturales complejos históricamente situados, donde sus propias acciones
son formas de habitar el paisaje (Ingold 2002).

Minería Indígena como problema arqueológico

La minería prehispánica circumpuneña 11 ha sido mencionada como un tema de interés


desde los inicios mismos del desarrollo de la disciplina arqueológica (Ambrosetti 1904a;
Bird 1977; Boman 1992 [1908]; A. González 1979; Márquez Miranda y Cigliano 1961;
entre otros). Sin embargo, a lo largo de esta trayectoria, las investigaciones se orientaron
más hacia las técnicas metalúrgicas prehispánicas y, principalmente, sus resultados; los
objetos metálicos. Recién a partir de 1990 la producción minero-metalúrgica comienza a
observarse como un proceso productivo integrado y comenzará a ser trabajado desde
programas de investigación a largo plazo (Angiorama 1995, 1999, 2001 y 2006; Cruz y

10
El término propuesto por Ingold (2002) es ‘dwelling’, que no tiene una fácil traducción al castellano, pero
que generalmente se lo traduce como habitar.
11
Circumpuna refiere al segmento más meridional de lo que la arqueología andina ha denominado como
“Área Centro-Sur Andina”, que se extiende aproximadamente por todo el macizo altiplánico y sus vertientes
amazónica y oceánica (Martínez 1997).

32
Vacher 2008; L. González 1992, 1994, 2001, 2002a y b, 2004 y 2005; Salazar 2002 y
2004), desplazándose la investigación hacia tópicos que incluyen desde los procesos de
producción a la multiplicidad de sentidos con que se han relacionado los metales en el
mundo andino.
Este corpus de investigaciones ha ido conformando una estructura ‘narrativa’
propia. Esto es, una secuencia temporal que da cuenta de un proceso de desarrollo
tecnológico más o menos lineal, que se entrelaza con los procesos sociales más generales
de complejización y jerarquización. Integrándose al marco interpretativo general, de
orígenes neoevolucionistas, que actúa ubicando a distintas construcciones sociales en un
locus específico dentro de la linealidad de la historia andina regional. Construida por el
conjunto mayor de la comunidad y con una gran capacidad de supervivencia a los cambios
teóricos del campo, esta estructura permite que todas las comunidades, todos los poblados,
todos los sujetos, sean ubicados en la narrativa aceptada. Más allá de la cual, si se cruzara
su umbral, se encontrarían las contradicciones, los discursos de poder y las estructuras que
unifican la conquista, la colonia y la república a través de la lógica naturalizada del
desarrollo tecnológico12.
Si bien no es este el lugar desde donde analizar su construcción, sí se destacan dos
aspectos de la misma. Por un lado, se considera que el guión narrativo presenta una fuerte
tendencia a crear una imagen del metalurgista como especialista, es decir, como un sujeto
portador de un saber que lo distingue del resto de la sociedad desde etapas tempranas. Se
concibe a los metalurgistas prehispánicos al interior de sus sociedades como seres
intermediarios entre los humanos y las deidades, propietarias tanto del saber técnico como
del esotérico que les otorgaría una jerarquía especial en el seno de sus sociedades. Por otro,
está inserto a su vez, en un modelo interpretativo de economía política, que considera la
producción minero-metalúrgica como una actividad productiva compleja, vinculada a una
red de jerarquías intra e inter societales. Habría sido entonces esta doble y poderosa
condición de la práctica minero metalúrgica, cimentada a lo largo de los siglos, la que
habría sido aprovechada por las elites político-religiosas que rigieron los destinos de las
comunidades que poblaron el espacio andino (L. González 2004). Es así como a partir de
1400 - 1450 d.C. la arqueología marca como momento de inicio de un profundo cambio
cuantitativo y cualitativo en la extracción, procesamiento y destino de los metales andinos.
El punto de inflexión sobre el despliegue local parece estar puesto en la incorporación de

12
En Quesada, Lema y Granizo (2010), tratamos ciertos aspectos de esta misma temática pero relacionados a
la construcción de un paisaje aldeano campesino.

33
estas tierras al Tawantinsuyu. Un poder más fuerte parece haber surgido, la narrativa se
acomoda a él e Incahuasi ingresa a la evidencia.
En el discurso arqueológico la práctica minero-metalúrgica estuvo sometida a “una
predilección por poner en primer plano lo funcional y por reconstruir las secuencias de
manufactura de artefactos, transformando la información en un vínculo directo y empírico
para hacer inferencias sobre las actividades productivas” (L. González 2005:3). Esto
significó la imposición de un cierto ‘sonambulismo y determinismo tecnológico’, donde el
primero refiere a una posición moral y ética neutral para la tecnología, en tanto que en el
segundo la tecnología es vista ‘como un agente autónomo’ que evoluciona por sí mismo
con una lógica propia (L. González 2005). Pero ha habido reacciones a esta forma de
pensar la tecnología minero-metalúrgica que llevaron a fuertes reclamos de comprenderla
como una construcción social (L. González 2004).
Es necesario advertir que la comprensión misma que de la minería se tiene es ya
una comprensión política. En ella se expresa una política sobre la naturaleza. Se extiende
una visión sobre las formas correctas de relación entre seres en el mundo. En el caso de la
tradición occidental, esa relación se sustenta en una distinción entre los seres humanos y el
‘mundo natural’ inerte, a partir de la cual se establece un vínculo objetual de control de la
naturaleza por el hombre. El mundo natural, la naturaleza, está allí como algo separado de
la acción humana. Puede ser conocido, controlado y explotado en función de cubrir las
necesidades humanas. De todas formas esta concepción es también el resultado de un
proceso histórico de vinculación con la naturaleza.
Al momento del contacto de Europa con América, la alquimia, con sus nociones
principales -1) la solidaridad entre los diferentes reinos de la naturaleza; 2) la
correspondencia entre cielo y tierra y; 3) la semilla, como germen que se encuentra en
todos los cuerpos y que constituye la sustancia-, es la heredera en la cual confluyen saberes
del pensamiento clásico, chino y árabe (Salazar-Soler 2001), y encuentra en el pensamiento
andino puntos de encuentro que terminarán constituyendo el corpus de los saberes mineros
andinos coloniales.
Este es un paso inicial en la perspectiva de análisis que aquí intentamos realizar,
pues no sólo se considera a la tecnología como una construcción social, sino también como
una construcción política generadora de ciertas formas de administración del poder y, en
este sentido, constituyente de la semiosis colonial, pues las tecnologías son parte de los
dispositivos de poder que ponen en primer plano la compleja relación saber/poder. Sólo
comprendiéndosela en este sentido es que puede percibirse mejor su integración o no, a los

34
modos de producción mineros andinos y sus transformaciones históricas. No sólo por tener
los sujetos “la posibilidad de elegir entre varias alternativas técnicas posibles” (L.
González 2005), se transforma a la tecnología en un hecho cultural, sino porque además
conlleva una decisión política en cuanto atañe a la forma de distribución, uso y control de
los medios de producción, del mismo modos que los sentidos de la producción13. Todo ello
debiera verse reflejado a través de la materialidad de los paisajes mineros correspondientes
a los distintos poblados mineros del Mineral de Incahuasi.

Los paisajes culturales

El paisaje, lejos de ser una categoría natural y objetiva sobre la cual se basan las
interpretaciones del pasado, conforma en sí una representación históricamente constituida,
y por ello, factible de ser analizada en su proceso de conformación como tal (Criado Boado
1991 y 1999; Ingold 2002). Como indicamos antes, los paisajes son el resultado de las
prácticas sociales, y son tanto estructurados como estructurantes de ellas. Las tecnologías
del poder accionan sobre la construcción del espacio, coadyuvando a la constitución de
subjetividades (ver Foucault 2006). Pero la constitución del espacio no es sólo el resultado
del esfuerzo constructivo del poder puesto en acción, sino también el resultado de las
resistencias opuestas con más o menos éxito. Son el resultado de esta suerte de instancias
dialógicas, de tensiones irresueltas, donde las personas (o colectivos sociales) y el paisaje
se constituyen mutuamente (Soja 1985).
La construcción de los paisajes es también una forma de inscripción. El paisaje
generado en la cotidianeidad de las prácticas, como espacio propio, local, deviene promesa
de conciencia y subjetividad, y nos coloca en un tiempo histórico que comienza a re-
espacializarse imaginariamente con la finalidad de sobreponerse al orden temporal como
elemento exclusivo y trascendental -característica de la modernidad- que ordena la
conciencia (Fernández y Dalla Corte 2005: 10).
Quesada (2007) ha sugerido que para comprender los paisajes culturales se debe,
entonces, intentar una reconstrucción de las prácticas sociales que son su origen y destino,
al tiempo que, para explicarlos, se debe indagar acerca de las metas y estrategias sociales

13
Hosler (1998), en su estudio de la minería del oeste mexicano, muestra como el sentido de la producción
metalúrgica estaba orientado a obtener determinadas condiciones de color y sonido, dejando en un segundo
plano características como la inversión de energía necesaria para la obtención de los metales o la durabilidad
de los elementos obtenidos.

35
que les dieron sentido y que, como tales, están también históricamente constituidas. Por
supuesto, las prácticas sociales no son arqueológicamente visibles. Sí lo son en los
contextos etnográficos y algunas veces podemos toparnos con indicios de ellas
someramente descriptas en la documentación histórica. Frecuentemente forman parte de la
tradición oral y conocimiento geográfico de las comunidades campesinas, que suelen
narrar aspectos relacionados a los trabajos, las actividades domésticas, etc. Sin embargo, se
desconocerían las que tomaron forma en la mayor parte de la historia si no fuera por los
restos materiales de algunas de ellas, que permanecen y pueden ser detectados y
registrados mediante procedimientos técnicos relativamente estandarizados y de alta
resolución. La reconstrucción de las prácticas a partir de estos restos no es, en cambio, un
procedimiento técnico, sino interpretativo que procede mediante el análisis contextual y la
analogía débil (Criado Boado 1999), y que necesita de la reunificación de los campos
disciplinares que las tradiciones académicas han construido separadamente (Ingold 2002).
Se puede tener un primer alcance de ellos a través de una cartografía que describa la
asociación de producción y residencia como base de la organización campesina a lo largo
del tiempo.

Métodos y Técnicas de la investigación

Las acciones planificadas de registro y participación llevadas a cabo en esta investigación,


si bien fueron desarrolladas casi en simultaneidad entre sí y con el planteo de la
investigación misma, serán expuestas agrupadas en tres conjuntos de acciones: el registro
del archivo experto, la reconstrucción de las espacialidades y el diálogo sobre las memorias
y las prácticas.

El archivo experto

En una primera instancia se realizó un rastreo bibliográfico para recopilar documentos


éditos y trabajos de distintas disciplinas que refieren al Mineral de Incahuasi, la situación
regional de las poblaciones indígenas y las formas históricas de explotación minera
regional. Se registró también la documentación legal asociada al control de la explotación
de la Compañía Minera Incahuasi durante el siglo XX y su situación jurídica, desde
entonces hasta la actualidad. Se recopilaron registros fotográficos y cartográficos que

36
constituyen el archivo gráfico de la representación de la Puna de Atacama. Se rastreó la
localización de otros emplazamientos mineros relativamente cercanos, trabajados
contemporáneamente al Mineral de Incahuasi, para reconstruir una imagen general del
contexto macroregional de la producción minera.
Los documentos históricos éditos aportaron datos útiles para la interpretación
cronológica. Los mismos son el resultado de una práctica social específica que implica la
voluntad de transmisión de una determinada versión acerca de algo (puede ser tanto un
evento como un objeto material o la transmisión de un saber en sí mismo), dentro de un
contexto histórico específico. Por lo cual se analizaron considerando su momento y lugar
de producción, el género del texto, el lector esperado y su lugar de exposición como parte
de la semiopraxis autoral. También se consideró el contexto sociopolítico en el cual fueron
proyectados así como las discusiones sostenidas por sus autores al momento de su
producción. Ello permitió realizar un análisis crítico de su contexto de enunciación y la
línea narrativa que produjeron.

El registro de los paisajes

Los trabajos de campo 14 se orientaron a la recolección de información cronológica que


permitiera establecer una secuencia relativa de los sitios arqueológicos y sus sectores. Se
realizaron para ello relevamientos planialtimétricos y de la arquitectura visible en
superficie, los que permitieron preparar una representación cartográfica de los sitios.
Durante este proceso se fueron delimitando e identificando los conjuntos arquitectónicos
que por agregación formaron el poblado. Entendiendo por Conjunto Arquitectónico, a una
serie de elementos arquitectónicos que funcionan como una unidad, con particiones y
espacios de conexión y circulación internas, en el caso de necesitarlos, y con una
determinada relación con las disposiciones externas del agregado todo.
La representación cartográfica de los conjuntos arquitectónicos, si bien permite el
análisis espacial del sitio, ofrece una visión estática y actualística. Para darle profundidad
temporal a la cartografía fue necesario relevar las relaciones estratigráficas de las
mamposterías, describir los materiales de construcción, los modos de construcción

14
Enmarcados dentro de los proyectos ‘Paisajes de Enclave en el Área de Antofalla, Puna de Atacama,
Segunda Mitad del Segundo Milenio d.C.’, financiado por Fundación Antorchas, ‘Arqueología e Historia de
la Puna de Atacama: paisajes arqueológicos de la región de Antofalla, financiado por Agencia Nacional de
Promoción Científica y Tecnológica, ambos dirigidos por el Dr. Haber, y ‘Vivir del Mineral. Los poblados
mineros de Incahuasi (Antofagasta de la Sierra)’ financiado por la Universidad Nacional de Catamarca, bajo
mi dirección.

37
estructural, los detalles arquitectónicos, en fin, recolectar un detallado conjunto de datos
que permitiera secuenciar la cartografía. Esto implica establecer “el orden de deposición de
los estratos y la creación de elementos interfaciales en un yacimiento arqueológico durante
el curso del tiempo” (Harris 1991:213). A partir de la secuencia física de estratos obtenida,
se estableció que algunos elementos arquitectónicos debieron ser anteriores a otros 15.
Cuando se analizó la disposición de los conjuntos de recintos, que no eran
contiguos entre sí, las relaciones pudieron establecerse sobre la base del criterio de
coherencia en la disposición general del espacio. En ese caso, las orientaciones
preponderantes de la circulación, la existencia de espacios no construidos -pero de todas
maneras arquitectónicamente significativos-, y la disposición espacial en relación a las
estrategias de explotación minera, permitieron deslindar paisajes que se presentan en la
misma superficie. Los sucesivos paisajes se entremezclan en la cartografía general, pero
cada uno responde a una modalidad particular de apropiación social de los recursos
minerales y la fuerza de trabajo.
El posterior análisis de la cartografía permitió establecer relaciones temporales en
situaciones de discontinuidad en base a criterios técnicos constructivos similares en
conjuntos arquitectónicos distantes entre sí. La presencia de rasgos arquitectónicos de
cronología conocida permite asignar una cronología relativa al estrato en cuestión. Por
ejemplo, los arcos y las bóvedas son de tradición europea y, por lo tanto, posteriores a la
conquista.
Se realizó una recolección intensiva del material arqueológico hallado en la
superficie de los sitios, asignándolo a estructuras arquitectónicas particulares o espacios
delimitados arquitectónica o cartográficamente. Si bien el mundo material, que las
personas constituyen y por el cual son constituidas, abarca una infinidad de objetos tan
múltiples y variados como las posibilidades de acciones sociales mismas, se seleccionaron
para análisis los conjuntos materiales que permitieran afinar las asignaciones cronológicas
relativas y absolutas. El material cerámico fue clasificado de acuerdo a una caracterización
macroscópica de las pastas 16 y luego se comparó el conjunto total de materiales culturales
con los resultados de otros estudios regionales, temporalmente asociados (Granizo 2001;
15
Este trabajo fue iniciado en el campo y avanzado en laboratorio por Haber y D’Amore y luego
cartografiado por Quesada en el marco del proyecto ‘Paisajes de Enclave en el Área de Antofalla, Puna de
Atacama, Segunda Mitad del Segundo Milenio d.C.’. Posteriormente fue vuelto a revisar en el campo, con
colaboración del Lic. Gonzalo Compañy (UNR), en el marco del proyecto ‘Vivir del Mineral. Los poblados
mineros de Incahuasi (Antofagasta de la Sierra)’, financiado por la Universidad Nacional de Catamarca,
realizándose correcciones y ampliaciones a la cartografía.
16
El trabajo de clasificación macroscópica de pastas cerámicas fue realizado en conjunto con Enrique
Moreno.

38
Lema 2004; Olivera et al 1994). Se tuvo en cuenta posibles zonas de procedencia,
interacción y distribución de los objetos.

Las memorias y las prácticas

Por último, se trabajó también en el registro de la historia oral y etnográfica de la minería


campesina, articulándolo con las distintas actividades de campo. Se realizaron entrevistas
abiertas a quienes trabajaron o conocieron el trabajo en la Compañía Minera Incahuasi en
el siglo XX y a los actuales pobladores del mineral, para conocer sus experiencias de vida,
su relación con el poblado.
A lo largo de toda la investigación se evitó reproducir al máximo la distancia
objetivante del discurso científico. En la cotidianidad del trabajo y de la convivencia
compartida con los pobladores se buscó intercambiar información de nuestras prácticas de
investigación, las prácticas mineras y los saberes asociados a ambos. En estos momentos el
dejar que el ‘otro se exponga a nosotros’ sólo puede concebirse en una exposición de
nosotros mismos. Si los vínculos de ‘simpatía y solidaridad’ ya fueron largamente
reconocidos por las metodologías antropológicas como las formas ideales de la
comunicación, especialmente de las historia y relatos de vida (Lewis 1964), el asumirnos
transformados por esa relación, rompe aun más con las distancias objetivantes que la
simple acción de registro de información permite aceptar. Por supuesto, no se desconoce
que la situación misma del diálogo responde a un interés mayormente provocado por las
instancias de trabajo, por lo cual, una de las estrategias de comunicación elegidas fue la de
combinar el trabajo con el diálogo. Es la ‘reflexividad refleja’ (Bourdieu 1999) que se
produce en la situación de intercambio la que permite percibir y, hasta cierto punto,
controlar los efectos de la estructura social en los que inevitablemente se producen los
intercambios. Así como se rescata como imprescindible la ‘flexibilidad’ del método de
trabajo, en los términos resaltados por Thompson (1993), donde el éxito (de la historia de
vida en su caso), se basa en la combinación de explorar y preguntar, dentro del contexto de
un diálogo donde se da apertura tanto a lo previsto como a lo no previsto. Por ello se buscó
fundamentalmente la participación de quienes quisieran hacerlo en los trabajos de campo,
así como la apertura del trabajo de campo a actividades propuestas en la interacción
cotidiana. De esta forma, se participó y registró las prácticas mineras campesinas actuales,
buscando promover las instancias de colaboración comunitarias en el registro de los
saberes y las prácticas de la minería campesina, como situación generadora de espacios de

39
reflexión acerca de los problemas que enfrenta actualmente esa práctica. El carácter no
estructurado de estos diálogos, así como su dinámica como parte de la cotidianeidad del
trabajo resultó en un registro intermitente, en cuadernos y libretas de campo, registro
fotográfico y, en algunas ocasiones, grabaciones digitales de voz.

40
2

Población regional y minería antes de la conquista

Introducción

En las investigaciones arqueológicas sobre las culturas andinas del noroeste argentino y el
norte chileno, a la puna se la asumió como ecológicamente desfavorable para el
asentamiento y desarrollo de poblaciones importantes en comparación con los más fértiles
valles circumpuneños (Haber 2006, Ottonello y Krapovickas 1973; Quesada 2001 y 2007).
Esto llevó a que se la pre-comprendiera como un espacio vacío o sólo de tránsito, dentro de
un modelo que establecía fuertes vínculos de interacción entre los valles del naciente y
poniente (ej. García y Rolandi 2004, García et al 2000, Núñez y Dillehay 1995). Los
desarrollos culturales locales se consideraron escasos y sólo plausibles de transformación
gracias al subsidio y control por parte de las poblaciones ‘ecológicamente’ más favorecidas
(cf. Olivera y Vigliani 2002). Sin embargo, en la medida en que se fueron desarrollando
investigaciones acerca de las características específicas de los poblados de altura a lo largo
del tiempo, especialmente en la zona del Salar de Antofalla, (D’Amore 2002, Gastaldi
2001, Granizo 2001, Haber 1996, 1997, 1999b y c, 2001 y 2006, Jofré 2004, Lema 2004,
2006a y b, Moreno 2005, Quesada 2001, 2006 a y b y 2007, Quesada y Lema 2007a y b,
Quesada et al 2007; Schuster 2005) pudo discutirse, desde una más completa base de
información, la dependencia ecológica de las áreas de valles, debilitando los argumentos
que sostenían la ‘precariedad’ de las condiciones de vida en los poblados de altura (Figura
2.1). Poco a poco se comenzó a entender la vida en los poblados puneños desde una
perspectiva local. No se negó el peso de la interacción con las poblaciones que la
circundaban, pero se debilitó el vínculo de dependencia que se había asumido.
En principio, hubo que revisar los modelos ocupados de la dinámica de interacción
a escala macro-regional (ver Haber 2001 y 2006, Quesada 2007). Estas revisiones
permitieron pensar situaciones históricas alternativas frente a la asumida dependencia. Se
pudo pensar y explorar los límites de las experiencias locales de control, gestión y

41
Figura 2.1: Localidades principales que se mencionan en el texto.

negociación sobre los recursos y el territorio, particularmente en el segundo milenio d.C.


(ver Quesada y Lema 2007a y b; Quesada et al 2007).
Este derrotero llevó a poner el foco sobre una de las ‘narrativas coloniales’ más
compartida por el conjunto de la comunidad arqueológica, la del imperio incaico. En ella
se vincula la expansión del imperio con la búsqueda de bienes que participaran en el
sistema andino de reciprocidad cooptado por el estado y redirigido de forma asimétrica
sobre las poblaciones incorporadas (Rostworowski 1988). En el correlato circumpuneño de
esta narrativa, el Tawantinsuyu se construye sobre la ‘pobreza’ puneña -demográfica,
tecnológica y productiva- por la existencia de los metales.
En este capítulo se explora brevemente el conocimiento arqueológico acerca de la
minería indígena preincaica y el discurso acerca de cómo la misma se ve transformada por
la incorporación al territorio del Tawantinsuyu de las etnias locales, para luego observar las

42
implicancias que esta narrativa colonial tuvo en la construcción de la historia de Incahuasi
y los poblados circundantes.

De los Desarrollos Regionales al Tawantisuyu. Metales para el imperio 1

Las organizaciones sociopolíticas que la arqueología ha caracterizado a uno y otro lado de


la cordillera andina a partir de los inicios del segundo milenio d.C. se han definido como
unidades étnicas que contaban con un caudal demográfico y una amplitud territorial
reducida. Estos ‘señoríos’ 2 o jefaturas políticas, se representan como organizaciones
sociales cuya fuerza y poder político, a nivel individual, era bastante escaso, aunque
disponían de una gran capacidad para confederarse (Lorandi y del Río 1992).
La imposición del imperio incaico sobre los territorios de estos señoríos habría sido
conflictiva y, aunque la población era más exigua y dispersa que en otras áreas del
Tawantinsuyu, se le habría interpuesto una resistencia considerable. Para triunfar, la
política incaica habría combinado “un ceremonial elaborado y una burocracia estructurada
que dependía en gran medida de la cooperación de las elites locales” y así, el control
imperial habría surgido “tanto de la novedosa política central como de las restricciones de
las instituciones preexistentes” (D’Altroy et al 2000:2). Los señores locales se habrían
insertado en la estructura de dominación legitimándose a través del establecimiento de
lazos sociales con la nobleza cuzqueña y haciendo uso de algunos de sus símbolos
materiales, mientras que el imperio se aseguraba, al mismo tiempo, la constitución de
relaciones de dependencia.

1
Se considera pertinente la definición de Gifford: “An imperial society (or an empire) is a union of societies
in which one comes to rule over many. Imperial rule comprises a real power to control subject societies, for
without it the subjects can re-establish their independence and thus terminate the imperial character of the
ruling society. This rule is authoritarian in the sense that its practitioners (the imperialists) demand obedience
to their authority. The rule is not necessarily autocratic, despotic, oppressive, tyrannical, dictatorial, or
totalitarian, though it may be. Becoming an empire involves capturing, brandishing, and using power to
control subject societies, which of course means establishing control over living, thinking people.” [...] “A
state becomes an empire when it has successfully seized authoritarian rule over other societies, their
resources, and their land. Imperialism is the related state policy whose aim is to create, extend, and maintain
an empire and provide motivation and legitimization for these actions.” (Gifford 2003:5-6).
2
Para los valles del NOA Boixados (2000) considera que no es pertinente hablar más que de ‘jefaturas’, pues
los señores se elegían del común por sus condiciones de liderazgo y no heredaban directamente el cargo en
éstas comunidades, que eran ‘fuertemente autónomas’. Algunos autores han destacado ya que el hecho de ser
reconocidas como ‘señoríos’ en las crónicas iniciales responde probablemente a la interpretación de las
estructuras de liderazgo andinas realizadas por los cronistas de acuerdo con el modelo medieval. Se puede
ver una síntesis del tema en Nielsen (2006).

43
En ese mismo esquema político, el Collasuyu se habría conformado a través de este
sistema de alianzas con algunos grupos locales y la imposición de mitimaes combinando
las formas de control militar con las prerrogativas ideológicas, legitimándose a través de la
institucionalización de una reciprocidad asimétrica establecida con los jefes locales (Acuto
2008; D’Altroy et al 2000; Gifford 2003; Lorandi 1997a; Uribe 2004, entre otros).
Las investigaciones arqueológicas han caracterizado la lógica expansiva del
imperio en la región a través de una racionalidad principalmente económica, según la cual
el imperio avanzaba en orden de tomar el control, de forma más o menos directa, de los
bienes necesarios para mantener la política redistributiva. Dentro de dicha lógica, el
principal interés que presentaría el territorio al sur del Cuzco era el acceso a los recursos
mineros (A. González 1980, Núñez 1992; Núñez y Dillehay 1995; Raffino 1975 y 1981,
Raffino y Cigliano 1973, Raffino et al 1978). Tal necesidad por controlar y promover la
minería habría llevado al incario a invertir un particular esfuerzo en el control y la
ampliación de los antiguos centros de producción minero-metalúrgicos (L. González 2004;
Núñez 1992; Salazar et al 2001). El imperio entonces, dentro de esta narrativa, se reflejaría
espacialmente a través del establecimiento de enclaves extractivos 3 allí donde los
requiriera o reformulando las áreas de actividad productiva en relación a sus necesidades
de reproducción, ahora de escala imperial. Pudiendo incluso, los centros mineros, hallarse
a cientos de kilómetros de los lugares de fundición y éstos, a otros tantos de los talleres
metalúrgicos (L. González 2004; Salazar et al 2001) 4. Esta nueva espacialidad impuesta y
negociada en las luchas y tensiones provocadas por el avance del imperio sería, parte de la
colonización producido en el ordenamiento del Tawantinsuyu 5.
La narrativa arqueológica además, si bien se construyó sobre la racionalidad
económica de acceso y control de los recursos, no deja de destacar que la minería incaica
sería una ‘minería de recursos simbólicos destinados al intercambio’ (Núñez 1999). Los
metales no representaban riqueza por sí mismos, su prestigio y poder simbólico derivaría
de sus nexos con las divinidades andinas del imperio pues el oro representaba el sudor del

3
Se definieron los enclaves como ‘dispositivos materiales de explotación económica de recursos específicos’
(Informe del Proyecto14022-58 2003).
4
Así por ejemplo, se sostiene que poco de los productos realizados en metales preciosos se habrían
trabajaron localmente, sino que habrían sido transformados en lingotes, trasportados a los centros
metalúrgicos del imperio, para ser luego allí transformados en los bienes estandarizados que retornaban a
través de la reciprocidad a las provincias incaicas (L. González 2004; Hidalgo y Aldunate 2001). Se
encuentra referencia documental de la remisión de oro al Cuzco: “era tanta la veneración con que en aquel
tiempo respetaban los indios a su rei, que por mas reverencia traian el presente […] Era todo el presente de
oro fino en barretas, y tejas que se suelen hacer por fundición del oro” (Mariño de Lovera 1865 [1595]:21).
5
Sobre los relatos acerca de la ordenación espacial del incario se recomienda Sanhueza (2002).

44
sol y la plata las lágrimas de la luna. Estando el inca y la mamacolla directamente
vinculados a ambos, legitimaban el derecho de propiedad sobre los mismos (Salazar et al
2001). El incario construye una nueva imagen de mundo plasmándose en el paisaje local
como el vínculo con las fuerzas del cosmos andino. Para distinguirse y representar tal
relación utilizan la monumentalidad, la estandarización y la visibilidad exhibiendo y sobre-
representando su poder (Uribe y Adán 2004).
Como se puede notar, desde esta interpretación altamente difundida y aceptada, se
concibe a la producción minero-metalúrgica como una actividad centralizada y vinculada
por una red de circulación -el capacñan-, creada ex-profeso para articular las partes
integrantes del sistema. Es más, esa red habría estado acompañada de otra, la de enclaves
que cumplían funciones vitales para satisfacer las necesidades de los mineros y artesanos
metalúrgicos (alimento, vestuario y leña, entre otros) que llevó al Imperio a incentivar la
actividad agrícola y ganadera en los territorios mineros conquistados (Salazar et al 2001).
Aconquija, Famatina, la cuenca del río Copiapó y Elqui, el valle del Loa Superior y
Camarones y la región del Aconcagua-Maipo, serían los sectores con mayor presencia
incaica y esto respondería a su riqueza en recursos mineros (Raffino 1981). Algunas
investigaciones han logrado ubicar efectivamente sitios mineros incaicos como Cerro
Verde (Núñez 1999) o El Abra (Núñez et al 2003), o talleres metalúrgicos como Quillay
(Raffino et al 1996); Rincón Chico (L. González 2002b); Potrero de Payogasta y Valdez
(Earle 1994) o Ingenio del Arenal (Scattolin y Williams 1992) que han servido para dotar
de base empírica al modelo 6.
En las tierras puneñas, lo que en cierta forma sorprende es que a pesar que en esta
narrativa los yacimientos mineros se presentan como el escenario de enclaves digitados por
comunidades supralocales económicamente atraídas por la potencialidad minera puneña, y
por lo cual darían cuenta de la dinámica regional en distintos períodos, fueron realmente
pocos y de corta extensión los trabajos que se realizaron sobre ellos, y aun así, éstas han
sido narradas constantemente dentro del mismo esquema.

6
No incluimos en esta enumeración a Famatina, pues recientemente el Lic. Sergio Martin hizo público
durante la conferencia “Arqueología de los caminos incaicos en la sierra de Famatina avances y nuevas
perspectivas” (2008) la dificultad que encontró al intentar corroborar la presencia del imperio incaico,
asumida en la narrativa, en la explotación minera del área de Famatina. Dejando abierta la opción de que el
imperio no se hubiera involucrado realmente en ella. En la misma tendencia, la síntesis presentada por
Williams (2000), toma cierta distancia de la hipótesis según la cual el factor clave en el avance del imperio
sobre el Collasuyu, fuera el control de los recursos mineros.

45
Las poblaciones locales y la producción minero-metalúrgica

Existen antecedentes tempranos en la disciplina que han registrado el uso de los metales
por parte de las poblaciones puneñas a lo largo de todo el primer milenio d. c. (Ambrosetti
1902; Boman 1992 [1908] y 1918; Krapovickas 1955 y 1959; Lehmann-Nitsche 1902,
entre otros). Sin embargo, en los primeros estudios el tema no avanzaba mucho más allá de
la descripción de las piezas, sin proponer interpretaciones en torno a la producción de los
mismos.
El área minera puneña sobre la que se ha hecho mayor referencia es la circundante
a la localidad de Cobres, en la provincia de Salta. Esta aparece brevemente mencionada en
los tempranos trabajos arqueológicos de Ambrosetti (1904a) y Boman (1992 [1908]) por su
gran densidad de labores mineras. De estos autores, es el segundo quien describe con más
detalle galerías, instrumentos y hornos, adscribiéndolos a momentos prehispánicos. Sin
embargo, medio siglo después, Krapovickas (1959) revisitó los sitios y concluyó que no
había pruebas claras de que los filones de la puna jujeña hayan sido trabajados en tiempos
prehispánicos7.
Hacia el sur de Cobres, los trabajos fueron aún más escasos. Los primeros registros
que tenemos son los ya mencionados de Ambrosetti (1904a) y Boman (1992 [1908]).
También las libretas de campo de la ‘Segunda Expedición Arqueológica al Noroeste
Argentino’, financiada por Benjamín Muñiz Barreto y dirigida por Vladimiro Weiser. Allí
se registra sucintamente el recorrido que realizó por las quebradas de Antofalla y
Tebenquiche Chico en marzo de 1923. Weiser plasmó un expeditivo registro de la
disposición de las estructuras que observó y excavó una serie de enterratorios. De ellos
obtuvo los materiales que llevó de regreso a su patrocinador, entre ellos algunas piezas
metálicas, y que hoy se encuentran, al igual que las libretas, en el Museo de La Plata. La
única interpretación que Weiser realizó de los hallazgos y del sitio Tebenquiche Chico es
una posible distinción de dos momentos de ocupación: uno prehispánico –temprana-, y
otro ‘ya después de entrada de los Españoles’, que parece arrepentirse de reconocer (ver
Haber y Lema 2006a).

7
Recientemente, De Nigris (2007), retomó la investigación del área de Cobres y a partir de los trabajos
iniciales, el autor distingue dos sitios mineros, ambos de menas cupríferas: ‘Misión Jesuita’ y ‘El Antigal’, el
cual considera efectivamente prehispánico por asociar a él, la presencia de huayras.

46
Recién tres décadas más tarde Pedro Krapovickas volvió visitar los yacimientos de
Antofalla y Tebenquiche Chico realizando su tesis de grado sobre este último. Concluyó
que los materiales recuperados en los sepulcros -entre ellos objetos de oro y, en mayor
cantidad, cobre- habrían sido realizados “por un mismo grupo indígena y durante un
mismo período de tiempo” siendo el mismo “de características completamente nuevas que
no ha sido publicado hasta la fecha” 8 (Krapovickas 1955:39-40). Esta conclusión, como es
propio de la escuela histórico Cultural, estaba anclada en la tipología cerámica. Es a partir
de esta caracterización que la ‘Cultura Tebenquiche’ será reconocida como una entidad
distinguible y característica del primer milenio en lo que sería la puna. En ella la
metalurgia no tiene mayor peso ni ocupa ningún rol explicativo de relevancia.
En un trabajo posterior (Krapovickas 1959) propuso una subdivisión regional al
interior de la unidad mayor de la Puna, distinguiendo culturalmente el sector norte del sur.
Para el primero mantuvo la identificación de un ‘Complejo de Puna’ según lo propusieran
Bennet, Bleiler y Sommer (1948). El que consideró ‘patrimonio de los indígenas históricos
de la región’ 9 por su asociación con materiales incaicos e hispánicos (Krapovickas 1959).
Estableció que el mismo “no llegó en su dispersión al Sector Austral del altiplano
argentino, región en la que se ubican elementos culturales relacionados con los del área
central del N.O.” (Krapovickas 1959:110), en tanto que estimó que Antofagasta de la
Sierra participó de la zona de influencia de La Paya (Valles Calchaquíes) y,
consecuentemente, del ‘Área Central’. De acuerdo con esta regionalización, el Mineral de
Incahuasi se posicionaría (sin ser mencionado) en lo que sería la zona liminal -marcada por
Antofagasta de la Sierra- de la expansión del ‘Complejo de Puna’. Mientras que el área del
Salar de Antofalla, quedaría por fuera del alcance del mismo, ocupado aparentemente sólo
durante el primer milenio d. C. por la ‘Cultura Tebenquiche’. Este es el argumento
explicativo de las poblaciones del área que reaparecerá esporádicamente en las síntesis
regionales (Berberián y Salazar 2009; González y Pérez 1972; Krapovickas 1968; Lafón
1997; Tarragó 1984).

8
Este conjunto fue adscrito en su totalidad a momentos tempranos, sin mención alguna a la distinción
temporal expuesta por Weiser.
9
El que sea patrimonio de los indígenas ‘históricos’ hace referencia a que este complejo estaba vigente a la
llegada de los españoles. Su origen, sin embargo podría remontarse al período de Desarrollos Regionales de
acuerdo con Krapovickas (1968).

47
La inclusión del Mineral de Incahuasi en la Narrativa del Imperio

Dos décadas pasaron desde el trabajo de Krapovickas sin que se realizaran modificaciones
importantes a su interpretación 10. Recién en 1973 Raffino y Cigliano propusieron -
influidos por el ‘modelo de control vertical’ de Murra (1975)- un nuevo marco explicativo
de los desarrollos culturales del área sur. Exploraron la posibilidad que el sitio La
Alumbrera en Antofagasta de la Sierra fuera un enclave, un “sitio de avanzada, ubicado
dentro de un ambiente ecológico, u oasis de la puna, de una cultura Belén” (Raffino y
Cigliano 1973:250). También adelantaron allí la idea que el sitio cercano de Coyparcito
fuera un poblado incaico fortificado vinculado a “la explotación, por parte de los incas, de
los recursos naturales del oasis, o de sus proximidades, uno de los cuales podría ser la
minería del cobre, oro y plata” (Raffino y Cigliano 1973:253). A partir de esta propuesta el
Mineral de Incahuasi comienza a participar en la explicación y articulación de la dinámica
regional. Las comunidades locales dejaron de presentarse como excepciones a la dinámica
regional y se les otorgó un lugar articulado en la secuencia de desarrollo social general y,
posteriormente, en la dinámica macroregional que habría impuesto el Tawantinsuyu.
A nivel local las investigaciones llevadas adelante por Daniel Olivera estuvieron
principalmente dirigidas en ese sentido. Fue él quien redobló los esfuerzos por integrar el
sector sur de la puna a la interpretación aceptada acerca de la dinámica expansiva de las
comunidades vallistas durante los períodos de Desarrollos Regionales e Incaico. Su
investigación se fundamentó en el supuesto de que la región “sobre todo por su importante
potencialidad minera, debe haber cumplido un rol importante para los intereses
económicos del imperio” (Olivera 1991:33). Desde esta hipótesis, emanada directamente
de las premisas propuestas por A. González (1980) y Raffino (1981), sostuvo que “una de
las causales básicas que guió la ocupación incaica de la región de Antofagasta de la Sierra
fue la explotación de los importantes yacimientos mineros de la misma. Muy
particularmente se destacan el oro, la plata y el ónix” (Olivera 1991:36).
Luego, encadenó a este supuesto una serie de premisas derivadas que hicieron que
el mismo se presente de forma coherentemente integrada al modelo de ocupación imperial
aceptado. Entre ellas: 1- “la región en cuestión era una vía de circulación obligada”
(Olivera 1991:38), y 2- “era imprescindible el control estratégico de los bolsones fértiles
(oasis), donde se ubicaban los recursos […] El control de la fuentes de recursos

10
El mismo Krapovickas, luego de su tesis en Tebenquiche Chico, focaliza su trabajo de investigación en lo
que denomina Puna Jujeña -sector norte o boreal-, el cual considera culturalmente diferente al sur.

48
mencionados era fundamental para mantener activas las cadenas de información, bienes y
energía, vitales para el funcionamiento del sistema inkaico” (Olivera 1991:38). Dentro de
ese esquema se integraría el Mineral de Incahuasi.
Olivera (1991) admite que su trabajo en el sitio es breve, pero suficiente para
realizar una somera descripción. Informa que los materiales recolectados en superficie le
indican una cronología colonial y reconoce que otras características acercarían más al
poblado a la espacialidad y arquitectura de un poblado español, excepto por los detalles de
“resolución trapezoidal en vanos de puertas y nichos (hornacinas)” y “restos de canales
que, en ciertos tramos, conservan un tapizado de lajas en su interior”. Estos elementos lo
llevan a concluir que si bien no conoce referencias del sitio, ni históricas ni etnohistóricas,
por lo que no puede establecer su origen y cronología, “las características de su
arquitectura, sumadas al desconocimiento sobre datos de su fundación por parte de los
más viejos residentes de la región, hablarían de una gran antigüedad” (Olivera 1991:51).
Razón por la cual considera factible sostener “la hipótesis de que puede tratarse de un sitio
de la época hispana construido sobre un asentamiento inkaico más antiguo” (Olivera
1991:52). Se trata esta de una decisión coherente si se comprende que el objetivo de la
investigación era incorporar el sitio al marco teórico regional mayor, de amplia aceptación
en la disciplina arqueológica y que le permitió seguir sosteniendo en trabajos posteriores la
participación de la población puneña dentro del ‘Sistema Inka’ (Olivera et al 1994) 11.
Sobre esta misma línea argumental se extiende Vigliani (2004) al referir a las estrategias
incaicas de control territorial del área.
El primer trabajo de carácter arqueológico que se realiza específicamente sobre el
Mineral de Incahuasi es un informe descriptivo realizado por Kriscautzky y Solá en 1999 a
pedido de la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos y Lugares Históricos. Allí
es donde se encuentra la primera organización sistematizada de los datos acerca del
Mineral, “El poblado histórico conocido con el nombre de ‘Ruinas de Inka huasi’ fue, en el
siglo XVII, un anexo a la ‘provincia alta de Atacama’ y respondía al nombre de ‘Nuestra
Señora de Loreto de Ingaguasi’” (Kriscautzky y Solá 1999, cursivas en el original). Esta
sola oración, junto con la breve caracterización del sitio (localización, accesos y
características geológicas) que los autores presentaron, ampliaba los datos contenidos en el
decreto 16482/43 que había declarado a las “Ruinas de Incahuasi. Ruinas de la antigua

11
Se recuerda que la mención que hace Oliveira (1991) de Incahuasi es en realidad en razón de dar cuenta de
su interpretación de los sitios incaicos de Antofagasta de la Sierra.

49
población aborigen en Antofagasta de la Sierra” como Monumento Histórico Nacional en
1943 (ver capítulo 7).
La mayoría de las referencias acerca del Mineral previas a estas, provenían de
Geólogos o Historiadores12. El problema es que ni unos ni otros se preocuparon por el
estudio de la historia de los poblados del mineral. Por lo cual han reproducido sin mayores
argumentos dos ‘verdades a voces’. Una es la cronología prehispánica, mayormente
incaica otorgada al sitio, y la otra la presencia y coordinación por la Orden Jesuita de la
explotación del sitio. Así, en el informe que se viene analizando aparece la siguiente
referencia:

“Las minas de oro fueron descubiertas en la época prehispánica siendo trabajadas por
los inkas, aproximadamente en el período de Desarrollos regionales [sic]. A estos
trabajos se sucedieron los realizados por los padres de la compañía de Jesús, hasta su
expulsión en el año 1767 y luego explotadas por el Sr. Isasmendi hasta el año 1810”
(O. González 199113, citado en Kriscautzky y Solá 1999:4)

Más allá de la confusión entre incario y el período de Desarrollos Regionales (que


en la secuencia debería precederlo), la referencia es importante porque en ella se combinan
los dos posibles orígenes comúnmente aceptados de la explotación del Mineral de
Incahuasi; Incas o Jesuitas. Sobre la primera se explayará a continuación, sobre la segunda,
en el capítulo cuatro.
Como se mencionó, el de Kriscautzky y Solá fue el primer informe arqueológico
realizado sobre el mineral. En su caracterización del poblado, los autores diferenciaron tres
localidades: Inca huasi – Escuela, Nuestra Señora de Loreto y el Campamento minero
Mina Incahuasi. El sitio “Inca huasi – Escuela” refiere al conjunto de estructuras
localizadas sobre el piedemonte que bordea la ‘Vega de Inkahuasi’ 14 y fue interpretado por
los autores como incaico a partir de rasgos arquitectónicos y el conjunto cerámico. El sitio
‘Nuestra Señora de Loreto’, ubicado en la hoyada de península Incahuasi, lo interpretaron
como un sitio minero dentro del cual distinguieron dos sectores: el bajo, que consideraron

12
Estos últimos se organizan en dos grupos. Uno, el de geólogos; claramente orientados a evaluar las formas
de explotación de las vetas auríferas y las posibilidades de continuidad del trabajo minero, que poco se
ocupan de la historia de la población vinculada al mineral (ver O. González 1999 y O. González y Viruel de
Ramírez 1992). El otro, el de los historiadores de las elites salteñas, que encontraban menciones aisladas
acerca del mineral cuando inspeccionaban las posesiones y las redes comerciales de las mismas, pero que
tampoco tenían como objetivo comprender la dinámica del mineral y sus ocupantes más que como bienes de
la elite. Un caso aparte lo representan los trabajos etnohistóricos de Jorge Hidalgo (1978, 1982, 1983, 1984,
1986; Hidalgo y Arévalo 1987) pues no son referidos por los investigadores locales hasta su mención en el
texto de Kriscautzky y Solá (1999). Los mismos serán tratados en profundidad en los capítulos siguientes.
13
Publicada luego en O. González y Viruel de Ramírez (1992).
14
Si bien los autores del informe la nombran así, la vega es local e históricamente llamada como Agua
Salada y es éste el nombre que se mantendrá a lo largo del trabajo.

50
colonial, y un segundo sector sobre la ladera oeste, al que adjudicaron un origen incaico a
partir de rasgos arquitectónicos, conjuntos cerámicos y otros objetos. Finalmente, al tercer
poblado, el Campamento minero Mina Incahuasi, lo identificaron como completamente
adscribible al siglo XX, por lo cual no abundaron sobre el mismo. En el informe se incluye
además una cartografía que muestra la planta del ‘Campamento Minero Inkahuasi’ y del
poblado ‘Nuestra Señora de Loreto de Incahuasi’ 15.Como se mencionó antes, esta
determinación de los orígenes incaicos de las ocupaciones del Mineral de Incahuasi, se
enmarcaba en una interpretación más amplia de la dinámica expansiva del incario sobre los
territorios andinos que constituirían el Collasuyu.
En la arqueología de la puna, en un principio, los indicios leves de presencia incaica
fueron rápidamente incorporados dentro del marco interpretativo que la narrativa del
imperio ya había construido. Así lo hizo Olivera (1991) para el caso de la cuenca de
Antofagasta de la Sierra y también Haber (1999b) inicialmente para el área de Antofalla.
De esta forma volvía a darse respaldo discursivo a la narrativa del imperio sobre las
poblaciones locales.
Dentro de ese marco, las poblaciones locales se caracterizaban por una economía
agrícola, de gestión doméstica, que habrían pasado a convertirse en ‘satélites de enclaves’,
pudiendo insertarse “en un lugar secundario, en la economía de los enclaves, como
proveedores de fuerza de trabajo, avíos, animales de carga y pericia en la geografía local”
(Haber 1999b:436). La mina de oro de Incahuasi se convertía así en “motivo de instalación
reiterada de enclaves mineros, por lo menos desde la expansión inka, a juzgar por los
sitios Ih4, Ih5 y la cerámica asociada en superficie en los mismos y en Ih3” (Haber
1999b:437, destacado agregado). El Mineral de Incahuasi se habría convertido, desde este
planteo, en el centro de la dinámica económica del imperio a nivel local, mientras que las
poblaciones de Antofagasta y el Salar de Antofalla se transformaban en las localidades
proveedoras de la fuerza de trabajo y avíos.
En síntesis, Olivera (1991), Kriscautzky y Solá (1999) y Haber (1999b),
coincidieron en el intento de integrar la historia local, al marco explicativo regional que
implicaba la narrativa del imperio16, asumiendo como eje de esa lógica al Mineral de

15
La cartografía no indica la autoría, el Dr. Kriskautzky fue consultado al respecto e informó que el mismo,
si bien fue integrado al informe, no fue confeccionado por ellos.
16
Más reciente se reitera que, “Durante la primera etapa de reconocimiento ibérico en el NOA abundan las
referencias sobre la explotación minera incaica. Los yacimientos a los que aluden las fuentes escritas son de
metales preciosos, como oro y plata y sobresalen Famatina (provincia de La Rioja) y Capillitas e Incahuasi
(provincia de Catamarca)” (Gluzman 2007:163). Sin embargo siguen sin indicarse las ‘abundantes

51
Incahuasi. En sus interpretaciones había tres elementos que habían dado un sustento
material al discurso; la toponimia, la arquitectura y la cerámica.

El disenso local

Como se viene argumentando, gran parte de la ocupación de los poblados puneños intentó
ser explicada en torno a las actividades extractivas realizadas en enclaves, considerándose
a los poblados mineros de sumo interés. Asumir al Mineral de Incahuasi como el nodo
económico alrededor del cual giraba la estrategia del imperio resolvía la interpretación de
las lógicas imperiales y le daba a cada uno de los sitios puneños identificados con el
incario -La Alumbrera, Coyparcito, Laguna Diamante, Diablillos (Olivera 1991, Olivera et
al 1994; Raffino 1975; Raffino y Cigliano 1973) y Mina Incahuasi (Haber 1999b,
Kriscautzky y Solá 1999, Olivera 1991, Olivera et al 1994)- un lugar específico dentro del
modelo macroregional, académicamente aceptado, propuesto por A. González (1980) y
Raffino (1981). Al mismo tiempo, se hizo cada vez más evidente entonces que la clave
para legitimar esta interpretación se encontraba en la verificación local del modelo.
Llamativamente, excepto La Alumbrera, en Antofagasta de la Sierra no hay otros
registros de núcleos urbanos importantes. En las quebradas de la cuenca del Salar de
Antofalla (Antofalla, Antofallita, Tebenquiche Chico, Tebenquiche Grande, Las Minas) el
resultado de las investigaciones han dado cuenta de que estaban casi o completamente
abandonadas como espacios residenciales y productivos durante el período que se conoce
como Desarrollos Regionales (Haber 1999b y c) y que recién a partir de los siglos XIV-XV
parece iniciarse un proceso de reocupación (Lema 2004; Quesada 2007; Quesada et al
2007). En el área de Antofalla particularmente se localizaron una serie de estructuras sobre
la ladera suroeste de la boca de la quebrada, -Af23, Af24, Af32, Af41, Af42A1, Af42A2,
Af47, Af48, Af88 y Af677- vinculables a los siglos XII a XVI 17 (Figura 2.2).

referencias’ que desde la Gobernación de Tucumán se hicieran del Mineral de Incahuasi durante los siglos
XVI y XVII.
17
Lamentablemente, excepto Af88 (recinto construido en lo alto de un promontorio, sobre la ladera este de la
quebrada) y Af677 (enterratorio en cista, vacío, al que se asociaban fragmentos de cerámica asignables al
grupo -104- o ‘Inca Provincial’) que se encontraban en buenas condiciones de conservación, el resto sólo se
clasificó por su forma de planta y materiales asociados. Las estructuras indicadas se presentaron como las de
mayor densidad cerámica asociable al período, pero se debe destacar que también se presentaron altas
densidades de cerámicas identificadas con el primer milenio d.C. y la primera mitad del segundo, es decir que
se encuentra la posible secuencia cerámica representada casi en su totalidad, por lo cual se debe asumir el
sector como un área de fuerte reocupación y, por lo tanto, no se puede dar una ubicación cronológica clara de
la construcción de las estructuras (Quesada 2007).

52
Figura 2.2: Cartografía de la ladera sudoccidental del tramo inferior de la quebrada de
Antofalla indicando los sitios mencionados en el texto (adaptado de Quesada 2007).

53
A partir de su análisis se concluyó que la disposición de estructuras y presencia de
materiales no permitían sostener la existencia de un enclave incaico, pues no presentaba
“una orientación extractiva definida, una disposición orientada según la lógica de la
extracción, procesamiento, transporte ni control de la fuerza de trabajo” (Haber 2003:9).
No obstante se dejó abierta la posibilidad de una instalación inca que haya permitido cierto
control político y/o económico de la población campesina local. Se sugirió que tal vez la
lógica de ocupación incaica de Antofalla y sus alrededores, estuviera más bien relacionada
con el control de una fuerza de trabajo campesina en el ‘hinterland de aprovisionamiento’
de un enclave regional de importancia. Así surgió la hipótesis que sostenía que la
economía campesina de Antofalla durante el siglo XV “podría encuadrarse en el marco de
la economía regional dinamizada por las labores mineras en Inkawasi” (Haber 2003:10).
Quesada (2007), quien trabajó luego en mayor profundidad la adecuación del
modelo de enclave en la interpretación de la presencia incaica en la Quebrada de Antofalla,
observó que allí, al igual que en Tebenquiche Chico, es durante el primer milenio que el
sistema de redes de riego alcanzó su máxima expansión, mientras que en períodos
posteriores -Desarrollos Regionales e Incaicos- se presenta un sub-aprovechamiento del
potencial. No observó tampoco alteraciones en las formas de producción agrícola
campesina anteriores. Ni halló indicadores de que pudiera lograrse, a través de la
organización espacial de la producción, alguna forma de control o dominación sobre la
fuerza de trabajo local. Más bien se mantuvo una tecnología descentralizada que requería
una fuerza de trabajo diseminada en el espacio y en el tiempo; que consideró expresión de
la gestión y apropiación doméstica de los espacios agrícolas. Por todo ello concluyó que no
parecía probable que se estuvieran produciendo allí excedentes agrícolas para el
aprovisionamiento de enclaves o poblados especializados dentro de un sistema imperial de
distribución de las tareas. Así, los poblados locales resistían a ser integrados en las
narrativas coloniales y obligaban a revisar el peso de las construcciones discursivas en la
comprensión a priori de la población local.

El Mineral de Incahuasi. Primera aproximación

Sobre el oeste de la actual Península Incahuasi, que se interna en el sector sureste del salar
del Hombre Muerto, a 4000 msnm se levanta el cerro Incahuasi, el cual forma hacia el este
una hoyada que se prolonga de forma irregular (Figura 2.3). A lo largo de las laderas que

54
descienden hacia el salar y atravesando la hoyada en dirección norte-sur, afloran varios
filones18 de cuarzo aurífero en los que el oro nativo se encuentra finamente dividido y
diseminado presentándose en forma de delgadas laminillas.

Figura 2.3: Península Incahuasi –


Salar del Hombre Muerto. Detalle
indicando los poblados del Mineral
de Incahuasi.

18
De acuerdo con Aceñolaza et al (1976) en superficie se observan dos grupos de vetas subparalelas: ambos
cuentan con cuatro vetas principales que presentan grandes diferencias entre sí en cuanto a sus potencias así
como también en sus porcentajes de mineral útil. La orientación preferencial de las vetas es norte-sur, con
frecuentes variaciones en su inclinación, siendo las mismas generalmente hacia el este (Aceñolaza et al.
1976).

55
Entre diciembre de 2003 y febrero de 2004 se realizaron allí sucesivos trabajos de
campo19 con el objetivo de obtener información detallada respecto del origen, la duración y
las características de las ocupaciones del mineral. Una de las primeras actividades fue
reconocer en el terreno los conjuntos poblacionales mencionados en los antecedentes
bibliográficos. Sobre la base del informe de Kriscautzky y Solá (1999) se preestableció lo
que serían las cuatro áreas principales de trabajo, correspondientes con tres conjuntos
poblacionales identificados: Mina Inkawasi, Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi-
Incahuasi (área de ocupación incaica preexistente al poblado colonial) e Inca Huasi –
Escuela. En orden de sistematizar la recolección y el relevamiento manteniendo las
distinciones precedentes, se nominaron los distintos sectores como Ih3, Ih4 e Ih5. Se
incluyó además en el registro el campamento minero de la Compañía Minera Incahuasi
(Ih2) y el cementerio del mismo (Ih1) ubicado sobre la orilla del salar 1 km hacia el
oeste 20. De estos sectores/poblados, principalmente Ih4 e Ih5, e Ih3 aunque en menor
medida, eran vinculados en la bibliografía preexistente con una posible ocupación incaica
(Haber 1999b, Kriscautzky y Solá 1999, Olivera 1991). Dado entonces que sólo Ih3, Ih4 e
Ih5 son significativos en la discusión acerca del origen incaico de los primeros poblados,
sólo de ellos se tratará a continuación (los otros sectores serán abordados en los capítulos
siguientes).
Para abordar su investigación fueron múltiples las tareas de campo llevadas a cabo
en estos tres sectores: se registró la topografía, se relevaron las estructuras; se definieron y
describieron los conjuntos arquitectónicos 21; se recolectó en su totalidad el material
cultural asociado a ellos; se indicaron las áreas de actividades extractivas y de manejo del
mineral; y, por último, se registraron también las intervenciones mineras más recientes 22 lo
que permitió distinguir las áreas alteradas por la minería del siglo XX y XXI.
El resultado del relevamiento permitió generar en el laboratorio las cartografías23
de los poblados (Figuras 2.4 y 2.5) y obtener así una visión agregada de los conjuntos

19
Campañas 2003-2004 realizadas en el marco del proyecto 14116/167: Paisajes de Enclave en el Área de
Antofalla, Puna de Atacama, Segunda Mitad del Segundo Milenio d.C., financiado por Fundación Antorchas
y dirigido por Alejandro F. Haber. Los trabajos de prospección, recolección, relevamiento y análisis de
materiales fueron coordinados por Haber, Lema, Moreno, Granizo y Quesada contando con la colaboración
de pobladores y estudiantes de la UNCa, la UNR y la UBA.
20
El cementerio es en realidad parte del espacio del campamento de la Compañía Minera Incahuasi por lo
tanto será tomado de aquí en más como parte del mismo poblado.
21
Se definen como una serie de unidades arquitectónicas vinculadas por contacto o contigüidad espacial de
forma tal que pueden ser apreciadas como áreas de vivienda y trabajo espacialmente integradas (ver capítulo
1, sección metodológica).
22
Durante las décadas de 1990 y 2000 distintas empresas realizaron estudios exploratorios.
23
Las mismas fueron realizadas por Marcos Quesada en el marco del proyecto mencionado.

56
arquitectónicos registrados. En tanto que la definición y descripción de los mismos
permitió revisar el respaldo material que lo arquitectónico otorgaba a la interpretación del
origen incaico de los poblados.

Tres descripciones arquitectónicas de los poblados del Mineral de Incahuasi

Como se mencionó antes, el argumento arquitectónico básicamente sostenía que ciertas


estructuras y rasgos eran de filiación incaica lo que serviría para otorgar una cronología
similar al poblado. En este sentido Olivera, enfocándose aparentemente sólo en el poblado
de la hoyada, que nomina ‘Mina Incahuasi’, distinguió los siguientes ‘rasgos
arquitectónicos de tipo inkaico’:

“Algunos grupos de construcciones afectan planta de Rectángulo Perimetral


Compuesto y, en ciertos casos, se ha abierto un paso en el perímetro para adosar una
estructura (patio) con técnica de pircado menos cuidada.”[…] “La resolución de techo
más común es a dos aguas, como lo atestiguan los hastiales que aún se conservan.
Hemos detectado resolución trapezoidal en vanos de puertas y nichos (hornacinas)
ubicados en las paredes interiores de algunos recintos” […] “Existen restos de canales
que, en ciertos tramos, conservan un tapizado de lajas en su interior” (Olivera 1991:52,
resaltado agregado).

Menciona también que es común encontrar en los ‘patios’ “unos hornos de forma
hemisférica, construidos en piedra y argamasa de barro, apoyados sobre una plataforma
rectangular/cuadrangular” (Olivera 1991:52), los que vincula a las prácticas de minería.
Así como también, ‘en las proximidades’ algunos tramos de sendero, ‘del tipo Despejado’,
que adscribe tentativamente a la ‘Red Vial Inkaica’ (Olivera 1991:54).
Kriscautzky y Solá (1999), por su parte, mantienen la distinción de dos áreas
cronológicamente distintivas en Nuestra señora de Loreto de Ingaguasi y mencionan
primero:

[El conjunto bajo] “De indudable actividad minera, esta debió ser, efectivamente la
única actividad que se desarrolló en el poblado ya que fuera del edificio religioso, no
se encuentran vestigios de edificaciones que no fueran viviendas y éstas, sin lugar a
dudas para satisfacer solamente las necesidades de cobijo y alimentación, para la cual,
se encuentran numerosas kollcas que en su momento sirvieron para almacenar los
alimentos” (Kriscautzky y Solá 1999:8, resaltado agregado)

57
Figura 2.4: Plano de Ih3 e IH4 (Haber 2004)

58
59
De este conjunto sólo destacaron como estructuras particulares la Iglesia y, ubicada
frente a ella, “una vivienda tal vez un poco más importante que las otras” (Kriscautzky y
Solá 1999:8). Consideraron que para la construcción de las viviendas coloniales, debieron
utilizarse los materiales de las anteriores estructuras indígenas y de igual fuente debía
provenir la mano de obra, que relacionan justamente, con el segundo conjunto identificado;

“Sobre el oeste de las ruinas de la población colonial quedan vestigios de recintos de


época incaica probablemente del siglo XV, corresponden a varias construcciones que
están sobre una curva de nivel que bordea los piedemontes y corresponde a casas de
habitación que reúnen patios, recintos de viviendas y depósitos o kollcas”
(Kriscautzky y Solá 1999:9, resaltado agregado)

Estas construcciones habrían sufrido, de acuerdo con los autores, una serie de
modificaciones en épocas coloniales, agregándoseles hornos de adobe comunicados a
alguna de sus habitaciones. Aunque concluyen que “los sistemas de construcción de las
paredes son indudablemente los que usaron los incas en todo el NOA” (Kriscautzky y
Solá 1999:8, resaltado agregado).
Incorporan además a la discusión el sitio que llaman ‘Inca huasi – Escuela’ y
distinguen allí una serie de rasgos arquitectónicos que consideran culturalmente relevantes:

“Las paredes están construidas con la técnica habitual en los sitios incaicos-
provinciales, utilizando mampuestos de piedra de tamaños variados que pueden estar
acomodados con mortero de barro o [tachado] en seco, variando según el tipo de
recinto que se trate, en algunos casos las paredes son de dos cuerpos como en los sitios
de los valles y pueden estar reutilizadas con arreglos y agregados de la época pos-
conquista que denotan varios eventos diferentes de reocupación” […] “Las aberturas
de comunicación tienen una base o umbral y un dintel constituido por grandes lajas y
los laterales con una leve inclinación que les da un aspecto subtrapezoidal muy
característico del incaico, aunque algunas han sido reformadas, [posteriormente en
época colonial] posiblemente para la colocación de puertas o ventanas” […] “Alguna
de las construcciones presentan en su interior nichos trapezoidales de piedra que
varían de uno a tres por pared, estos son [tachado] característicos de las
construcciones incaicas en todo el imperio y uno de los ‘caracteres de primer orden’
para definir un sitio incaico según Raffino” (Kriscautzky y Solá 1999:8, resaltado
agregado)

Indicaron además la presencia de un camino calzado con piedras y un taller de


basalto.
Por último, Haber (1999b), en concordancia con Kriscautzky y Solá (1999),
mencionó que en Incahuasi “se hallaron algunas estructuras de arquitectura
característicamente inka” aunque concedió que “la instalación inka resulta de difícil
visualización debido a la literal superposición de la fundación de la cabecera del Anexo de

60
Incahuasi” (Haber 1999b:436). De todas formas afirmó que ‘Vega Incahuasi – Escuela’
“conserva rasgos arquitectónicos inka con mayor visibilidad” (Haber 1999b:436) 24.
El énfasis puesto por los autores en destacar los rasgos mencionados -caminos,
RPC, collcas, nichos, puertas y ventanas trapezoidales- respondía a la intención de
encuadrar la arquitectura de los poblados del Mineral de Incahuasi dentro de los marcos
propuestos por Raffino (1981) para la identificación de la arquitectura incaica a nivel
regional. De acuerdo con él, la presencia del incario daba cuenta de una expansión imperial
que invadió, ocupó y regenteó los espacios físicos y culturales de los pueblos preexistentes
en función de una organización estatal, política y administrativamente más poderosa. En su
propuesta, lo arquitectónico tiene un lugar central puesto que “los incas no construyeron
ciudades [sino que] se apropiaron de las poblaciones ya existentes, a las que remodelaron
en parte” (Berberián y Raffino 1991:216). Razón por la cual la distinción de los elementos
arquitectónicos identificados con el imperio resulta imprescindible para dar cuenta de su
presencia, al mismo tiempo que se asume como una expresión del control imperial.

Revisión arquitectónica: Ih3, Ih4 e Ih5

A través del relevamiento arqueológico realizado en 2003-2004 se identificaron y


registraron un total de 20 conjuntos arquitectónicos en Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi, compuestos por un número variable de estructuras. Estos fueron a priori
agrupados en dos entidades -Ih3 e Ih4- de acuerdo con la hipótesis que guiaba la
investigación y que sostenía la preexistencia de un sector incaico anterior a la construcción
de las estructuras coloniales. De esta manera Ih3 quedaba constituido por un total de 7
conjuntos arquitectónicos – Ih4-i a Ih4vii- e Ih4 por un total de 13 conjuntos
arquitectónicos – Ih3-i a Ih3-xiii- (ver Figura 2.4).
Sin embargo, desde los primeros trabajos de campo el resultado del análisis de los
rasgos arquitectónicos mostró una gran similitud constructiva en los conjuntos de Ih3 e
Ih4, poniendo en duda la validez de la distinción de dos sectores diferenciados al interior
del poblado. En primer término, las rocas con que se construyeron los mampuestos para los

24
Toda esta información va a ser retirada de la posterior publicación de una nueva versión de la tesis doctoral
(Haber 2006), pero la reproducimos aquí pues era éste el supuesto que guió los trabajos que el equipo de
investigación realizó entre la fecha de su escritura (1999) hasta los resultados de las investigaciones
desarrolladas en el lugar volcados en Haber (2004).

61
muros se corresponden con materias primas disponibles y las técnicas constructivas –a
excepción de las estructuras de adobe- son compartidas

“Las mamposterías son, en general, de disposición irregular y sin aparejo discernible,


de lajas y bloques irregulares con cantos seleccionados pero no regularizados,
dispuestos con sus caras más amplias horizontalmente, formando dos lienzos paralelos
con un núcleo de argamasa de barro; cada tantos bloques o lajas alguno se dispone
transversalmente al eje del muro, para prestar traba a ambos lienzos. En muchos casos
se observa la argamasa entre los mampuestos, aunque no siempre es discernible si se
trata de material de unión de bloques superpuestos verticalmente o si se trata de
material de unión entre ambos lienzos que también ocupa intersticios entre bloques
superpuestos de cada lienzo. Esta es la mampostería mayoritaria en el sitio. […] En
muchos casos se observa revoque de barro con guijarros y paja, que también tiende a
confundirse con argamasa.” (Haber 2004:21)

Además de las técnicas constructivas, los conjuntos arquitectónicos exhiben


también una serie de rasgos comunes presentes en diferentes combinaciones. La planta de
los recintos habitacionales es preferentemente rectangular; presentan en su mayoría techo a
un agua, aunque en algunos casos se construyeron a dos aguas: Ih3-i, Ih3-ii, Ih3-iv e, Ih4-
ii; y los paneles murarios pueden presentar ventanas, nichos, estantes, estrados y poyos
(Figuras 2.6, 2.7 y 2.8).

Figuras 2.6, 2.7 y 2.8: Detalles arquitectónicos: ventana, estantes esquineros y hornacina en muro
con hastial.

Dos son los conjuntos arquitectónicos que se distinguieron por sus técnicas
constructivas en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi: Ih3-i e Ih3-ii. Ambos utilizaron
adobe 25, además de piedra, como mampuestos de sus muros y en algunas paredes aún
puede distinguirse revoque.

25
Las dimensiones de los mismos son: 0,58 m de largo x 0,27 m de ancho x 0,12 m de alto. Están
confeccionados a partir de una mezcla de barro, paja y guijarros.

62
Por último, en el extremo noroeste del poblado se registró un camino que baja
desde el extremo noroeste del poblado hacia el Salar del Hombre Muerto (Figura 2.9).

Figura 2.9: Detalle mostrando el camino calzado entre Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi y el
salar del Hombre Muerto

En la vega de Agua Salada el estado de conservación de las estructuras era inferior


al registrado en Nuestra señora de Loreto de Ingaguasi, probablemente por estar ubicados
cercanos a la única corriente de agua y vega del área presentaba una mayor cantidad de
ocupaciones, previas y posteriores, a la construcción del poblado. De todas formas se
registraron 12 conjuntos arquitectónicos, de los cuales, once se ubican sobre la ladera norte
de la quebrada que se desciende de oeste a este hacia el Salar del Hombre Muerto ,
mientras que el recinto restante Ih5-ix se ubica en la ladera opuesta, cruzando el antiguo
cauce. Por último, se registró también un camino de unos 3 km de longitud, en tramos
calzado, que parte desde la vega, pasando entre las estructuras y se dirige, por la ladera este
del cerro que conforma la península Incahuasi, hacia Nuestra señora de Loreto de
Ingaguasi (Figuras 2.10 y 2.11).
Los resultados obtenidos en estos primeros trabajos de campo permitieron revisar el
sostén material del argumento discursivo acerca del origen de los poblados del Mineral de
Incahuasi como un enclave extractivo construido y gestionado acorde a las necesidades de
metales del Tawantinsuyu.
Sin intención de discutir los marcadores sugeridos por Raffino (1978, 1981) e
identificados en las investigaciones precedentes en Incahuasi-Escuela y Nuestra Señora de
Loreto, es importante sin embargo indicar que los mismos fueron originariamente
propuestos para identificar las modificaciones arquitectónicas incaicas en relación a las
formas constructivas regionales pre-incas. Los rasgos arquitectónicos incaicos fueron
considerados elementos singulares, innovadores y disruptivos, impuestos por el imperio
sobre los saberes constructivos tradicionales. Pero esta singularidad pierde su

63
64

Figuras 2.10 y 2.11: Vistas panorámicas de los antiguos poblados. Arriba: Agua Salada, Abajo: Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi
fuerza interpretativa en la determinación de adscripciones culturales a momentos
posteriores, una vez que, formas y técnicas antes novedosas, bien pudieron haber sido
incorporadas al acervo de saberes locales.
Esto fue resaltado claramente respecto de la disposición de los mampuestos y los
hastiales:

“Ni los bloques ni el aparejo de los sitios de Loreto de Yngaguassi pueden


considerarse incaicos, más de lo que pudieran ser de cualquier otra época.
Corresponden a la modalidad usual en la arquitectura vernácula en piedra.” […] “La
modalidad de techar a dos aguas es conspicua en la arquitectura vernácula, y fue
reemplazada por los techos con caída única sólo en la medida en que el transporte en
camión permitió la incorporación de vigas de madera suficientemente largas para ello.
Más recientemente, la incorporación de chapas de zinc para los techados ha incidido
aún más en el abandono de la modalidad de techos a dos aguas. Los techos a dos aguas
no pueden ser considerados como indicadores de cronología alguna, al menos en la
región puneña.” (Haber 2004:81-82)

Los rasgos por si mismos pierden su valor metodológico comparativo como


marcadores culturales. En todo caso, la arquitectura de los poblados de Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi y Agua Salada, debería interpretarse como un reflejo de la
combinación de saberes tradicionales andinos con otros de origen europeo. Por ejemplo,
Núñez (1992) menciona para el período histórico colonial de San Pedro de Atacama un
estilo arquitectónico específico que denomina ‘Neoinka’. Este se caracteriza por combinar
nichos trapezoidales empotrados en los muros interiores, techos de doble agua y ventanas y
puertas trapezoidales, entre otros rasgos arquitectónicos de origen español. En la discusión
cronológica sólo los últimos tienen relevancia, pues mientras que es imposible que ellos
pudieran presentarse antes del siglo XVI, no suponen un límite técnico a la utilización de
formas y técnicas constructivas prehispánicas durante la colonia. Lo mismo puede
aplicarse a nuestro caso de estudio.
El análisis de la combinación de rasgos arquitectónicos realizado sobre cada uno de
los conjuntos de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi y Agua Salada fue significativo en
este sentido, puesto que pudo determinarse que nichos y hastiales, interpretados como
‘rasgos arquitectónicos incaicos’, se presentaban indistintamente en uno u otro de los
sectores del poblado y se presentaban, en algunas ocasiones, claramente vinculados a
rasgos de tradición española (Ej.; bóvedas o arcos).
Un resultado similar se obtuvo del análisis de la mencionada presencia de RPC.
Tras el análisis estratigráfico resultó que los muros perimetrales eran eventos finales en la

65
secuencia constructiva, resultado de la delimitación de los espacios de tránsito y uso que el
mismo crecimiento del poblado conllevaba (Haber 2004).
Por último, Kriscautzky y Solá (1999) mencionaron la presencia de ‘kollcas’ para
almacenamiento. Aparentemente, los autores interpretaron como collcas a algunas de las
estructuras construidas con piedra y como hornos -de cronología posterior- a las
construidas con adobe. Olivera (1991), en cambio sólo distinguió la presencia de hornos,
sin realizar diferencia alguna entre ellos. En orden de retomar este tema se localizaron,
tanto en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi como en Agua Salada, las estructuras
presentadas a modo de ejemplo en las fotografías del informe de Kriscautzky y Solá
(1999). La revisión en campo de estas estructuras permitió coincidir con la interpretación
inicial de Olivera que consideró las mismas como hornos, ya sea que estuvieran
confeccionados en piedra o en adobe. Descartando así el último de los elementos -las
collcas- que actuaban como sostén arquitectónico del origen incaico.

Revisión de la ‘cultura material’

Entre los materiales que aportan información cronológica significativa recuperados en


Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi y Agua Salada se pueden mencionar macuquinas,
cuentas y fragmentos de contenedores vítreos, varios accesorios metálicos del vestir,
algunos restos de objetos de madera o líticos y, por supuesto, gran cantidad de desechos de
productos industriales modernos (latas, botellas y plásticos). Pero al igual que en la
mayoría de los sitios arqueológicos, el conjunto mayoritario y más relevante en la
discusión cronológica respecto del origen prehispánico lo aporta la cerámica. Ésta aparece
mencionada como uno de los elementos considerados relevantes al momento de determinar
el origen incaico de los poblados del Mineral de Incahuasi en el Informe de Kriscautzky y
Solá (1999) 26.
Los autores identificaron en Inca huasi – Escuela (Agua Salada) fragmentos
cerámicos de los tipos “tosco oxidante, incaico negro tosco, incaico provincial, de los tipos
de La Paya” (Kriscautzky y Solá 1999:7). De estos tres, sólo el último puede en realidad
sostenerse dentro de la discusión sobre el origen incaico del sitio dado que ‘tosco oxidante’

26
Haber (1999b) menciona, asociados a las ‘estructuras de arquitectura característicamente inka’,
algunos fragmentos cerámicos de asignación inka, sin ahondar en mayores detalles. Olivera (1991) consigna
que la cerámica en superficie es muy escasa y no le dedica mayor atención.

66
e ‘incaico negro tosco’ son descripciones demasiado generales que no son comunmente
aceptadas en las clasificaciones arqueológicas preexistentes ni aportan como grupo
información cronológica relevante.
En ‘Nuestra Señora de Loreto’ consignaron que los materiales culturales estaban
constituidos por una ‘muestra similar’a la mencionada; indican “una buena cantidad de
cerámicas incaicas, cerámicas toscas de uso cotidiano indígenas, cerámicas toscas de uso
cotidiano post-conquista, vidriados, lozas, y vidrios antiguos de gran interés” (Kriscautzky
y Solá 1999:9). No señalan en esta oportunidad presencia de cerámica Inca Provincial tipo
La Paya. Nuevamente tenemos el problema de que no se consignan grupos cerámicos que
nos permitan hacer un análisis comparativo más detallado del conjunto.
Durante los trabajos de campo realizados en 2003 y 2004 se efectuó la recolección
intensiva de restos y materiales superficiales asociados a los conjuntos arquitectónicos (en
su interior y hasta 3 m de su periferia). Esto permitió comparar los conjuntos materiales
asociados a las estructuras relevadas para vincularlos entre sí y ponerlos en relación con
otras poblaciones cercanas y otorgarles una cronología relativa tentativa.
En total se recolectaron 2140 fragmentos cerámicos en Ih3, Ih4 en Ih5: 1336 en
Ih3-Ih4 y 804 en Ih5. Los mismos fueron sometidos a un análisis macroscópico
preliminar27 (ver Granizo 2001; Haber 1999b) mediante el cual pudo clasificarse el 76 %
del conjunto de Ih3-Ih4 (1011 fragmentos) y el 77 % de Ih5 (619 fragmentos),
subdividiéndolos en un total de 53 grupos cerámicos.
De estos 53 grupos cerámicos 40 se hallaban presentes en Ih3-Ih4 y 39 en Ih5,
representando así un índice de variabilidad relativa 28 muy similar: 75% en Ih3-Ih4 y 74%
en Ih5. Al agregarse el porcentual de cerámica en cada sitio 29; 62% recuperada en Ih3-Ih4
frente a un 38% en Ih5, podemos observar como Ih5 presenta un variabilidad relativa
significativamente mayor. Si la cantidad de cerámica representa de alguna forma la
intensidad de la ocupación en circunstancias en las que se mantuviera constante la duración
de la misma, se obtendría la ocupación ha sido más intensa y corta en Ih3-Ih4 (a > cantidad

27
El mantener el método usado en las investigaciones precedentes (Granizo 2001, Haber 1999b, Lema 2004
y 2010) a nivel local, ha permitido la vinculación del material recuperado en el Mineral de Incahuasi a la
secuencia cerámica originada en la excavación de una unidad doméstica de Tebenquiche Chico -TC1- y cuyo
alcance se ha ido ampliando a través de su incremento y revisión en investigaciones posteriores (Lema 2004;
Quesada 2001 y 2007). Esta se encuentra ya asociada a una serie de fechados radiocarbónicos u otras formas
de datación relativa que ha dado lugar a la formulación de un esquema cronológico flexible pero muy útil al
momento de reconocer temporalidad a los conjuntos materiales a nivel local.
28
Se sigue la metodología de análisis empleada en Haber (2004), pero se han corregido y recalculado algunos
números y valores. La fórmula es Vs/Vt x 100 (Vs= variabilidad de sitio, Vt= variabilidad total).
29
Cs/Ctx100 (Cs= cerámica de sitio, Ct=cerámica total).

67
< variedad) que en Ih5 (a <cantidad =variedad). El hecho que Ih5 se asiente en una aguada
–la vega de Agua Salada- dentro de un ambiente desértico, aporta una primer variable a
estos resultados, ya que es lógico que concentre múltiples ocupaciones a lo largo de la
historia, mientras que un poblado, como Ih3-Ih4, vinculado con la extracción minera,
presenta una ocupación vinculada directamente a los ciclos de explotación.
Además del reconocimiento de los índices de variabilidad y sus posibles
implicancias en términos históricos. El análisis de los grupos cerámicos permitió distinguir
entre ellos algunos que aportaban información significativa a la discusión cronológica. De
los 53 grupos cerámicos, 8 -109- a -116- pertenecen sin lugar a dudas a contextos
coloniales pues se trata de fragmentos de botijas de aceite, mayólicas y lozas 30 (Figura
2.12) y dos al siglo XX -118- y -119- que son cerámicas utilitarias subactuales (ver datos
en Anexo).

Figura 2.12: Grupos cerámicos:


Arriba izquierda: -113- (Alcora).
Arriba: -114- (Sevilla Azul/azul).
Izquierda:-115- (Más allá
polícromo).

Otros dos se correspondían a cerámicas no definidas a nivel local pero de


cronología relativamente conocida a nivel regional; -103- o Santa María Bicolor

30
En esta clasificación se utilizó Schavelzón (2001) y se consultó al autor en los casos que presentaban
dudas.

68
(negro/blanco), vinculada a momentos tardíos del período de Desarrollos Regionales o
Inca, y -104- o Inca Provincial, vinculado al período incaico como su nombre lo indica. En
tanto que el grupo -1-, conocido como Caspinchango Ordinario (Debenedetti 1921), no
sólo es comúnmente registrado en una multiplicidad de sitios correspondientes al período
colonial temprano o Hispano-Indígena 31 (Baldini y Albeck 1982; Debenedetti 1921;
Johansson 1996; Kriscautsky 1991 y 1999; Lorandi et. al. 1960; Núñez Regueiro y Tarragó
1972; Tarragó 1975 y 1985, entre muchos otros), sino que también había sido ya registrado
y vinculado a fechados absolutos a nivel local (Granizo 2001; Haber 1999b; Haber y Lema
2006a; Lema 2004).
Los restantes 40 grupos, de -61- a -69-, -74- y -75-, -78- a -102- y de -105- a -108-,
no habían sido identificados en la categorización preexistente confeccionada en base a los
conjuntos cerámicos de Tebenquiche Chico ni es posible vincularlos a ninguna cronología
conocida a nivel regional, por lo cual difícilmente puedan, por ahora, aportar datos a la
discusión temporal. Debe destacarse que, si bien gran parte de ellos no presenta
decoración, a algunos se les había aplicado pintura o engobe externo de color rojo -61-, -
79- y -85-, y otros habían sido decorados, por modelado o incisión, con representaciones
de serpientes en sus asas -61-, -82-, -84-, -88-, -89-, -91-, -101- y -102-, conformando
entonces todos ellos de alguna forma, a pesar de algunas diferencias en sus características
materiales, una posible agrupación distintiva de estos sitios (Figura 2.13).

Figura 2.13: Fragmentos de asas de los grupos cerámicos -85- (con pintura roja), -82-, -88- y -91-.

31
Hispano-Indígena en la arqueología argentina hace referencia al período histórico que inicia con las
primeras exploraciones españolas de los valles de la Gobernación del Tucumán -1535- y concluye con la
derrota de la resistencia armada Calchaquí -1670-. Fue formalmente definido por Núñez Regueiro y Tarragó
(1972), para una discusión esa definición ver Quiroga (2005).

69
Si se presta atención a la distribución intersitio de los grupos, se puede notar que el
50 % de los grupos cerámicos reconocidos se encuentra en ambos poblados, lo que estaría
indicando una ocupación cultural y/o temporalmente similar. Algunos grupos cerámicos,
sin embargo, se presentan sólo en uno de los sitios. Este es el caso de -66-, -79- a -81-, -89-
, -91-, -92-, 95-, -97-, -110- a -112-, -114- y -116- que fueron registrados en Ih3-Ih4 pero
no están presentes en Ih5, mientras que -98- a -108-, -118- y 119-, están identificados en
Ih5 pero no se presentan en Ih3-Ih4. De todos ellos, sólo algunos resultaron
cronológicamente significativos; es el caso de -103- y -104- vinculados al período de
Desarrollos Regionales e Inca, -109 a 116- que tienen un origen colonial y -118- y -119-
que corresponden al siglo XIX o período Republicano. Los mismos se presentan de forma
desigual en uno u otro poblado. Así, los grupos cerámicos cronológicamente más antiguos
-103- y -104- y los más recientes -118- y -119- solo se presentan en Ih5. Los grupos
vinculados al período colonial se hayan todos presentes en Ih3 e Ih4 pero no están
presentes en Ih5 -110-, -111-, -112-, -114- y -116-. Esto contribuye a reforzar la
interpretación previamente mencionada que sugería una mayor cantidad de ocupaciones de
baja intensidad en Ih5, frente a pocas ocupaciones de fuerte intensidad en Ih3-Ih4.
Los conjuntos cerámicos recuperados permiten explorar también los posibles
vínculos entre los habitantes de estos poblados y otros cercanos ya estudiados; Antofagasta
de la Sierra, Tebenquiche Chico, Antofalla.
En Antofagasta de la Sierra, como resultado de excavación de dos sepulturas
realizada por Gerling, Ambrosetti (1904b) mencionó, sin distinguir entre ambas, la
presencia de un conjunto cerámico que atribuyó a los Calchaquíes32 y que incluía piezas
posteriormente reconocidas (Raffino y Cigliano 1973; Olivera et al 1994) como Belén
Negro/rojo, Inca Provincial, Yokavil Policromo y Caspinchango Ordinario, entre otras (ver
lámina I Ambrosetti 1904b:31). Los sitios La Alumbrera, Coyparcito y Bajo del Coypar
fueron mencionados por Ambrosetti pero no presentó ni descripción ni análisis alguno de
sus conjuntos cerámicos. Recién 90 años más tarde se presentará un breve sumario de la
cerámica vinculada a ellos (Olivera et al 1994). Las cerámicas allí recuperadas33 incluyen
tipos Belén (Negro/rojo, Negro/natural, Negro/marrón rojizo, Negro/ante pulido y
Negro/rojo Inciso), Santa María (Bicolor), Inka Provincial (Belén Inka, Diaguita Inca,

32
Ambrosetti se oponía a la tesis del dominio incaico sobre las comunidades del NOA, por lo cual tiende a
minimizar la información que la avala y a destacar la que guía en el sentido contrario.
33
Dicha investigación consideró sólo los fragmentos decorados. Se mantiene la nomenclatura de los tipos
cerámicos mencionada por Olivera et al (1994) vinculándola, cuando es posible, a la utilizada en el Mineral
de Incahuasi.

70
Yocavil Policromo, Inca Pakajes) e Inka Cuzqueño (Rojo y Ante y Cuzco Policromo).
Señalándose como predominantes los tipos Belén con entre 60-85 % de presencia,
seguidos por Santa María que alcanza hasta un 22 %, luego la cerámica Inca Provincial
hasta un 20% y por último, en porcentajes muy bajos, la cerámica Inka Cuzqueño (Olivera
et al 1994). Si bien no existen trabajos específicamente orientados a vincular estos grupos
cerámicos a una cronología absoluta 34, los mismos son considerados a nivel regional una
muestra cronológicamente asignable a los períodos de Desarrollos Regionales (siglos XI a
XV), sobre todo a su tramo más tardío e Inka (siglos XV a inicios del XVI) (González y
Pérez 1972; Berberián y Salazar 1999; Berberián y Raffino 1991). La cerámica Inca
Provincial e Inca Cuzqueño, por su parte, se habría incorporado a los conjuntos
previamente en uso -Belén, Santa María-, lo cual explicaría su aparición conjunta con las
formas tardías de Desarrollos Regionales (Olivera et al 1994).
En la Quebrada de Antofalla, a través de varias instancias de recolección superficial
exhaustiva, pudieron ser identificados 35 los siguientes grupos cerámicos: -1- o
Caspinchango Ordinario, -9- o Yokavil Policromo, -51- Inca Exterior Rojo y -104- o Inca
Provincial. También, en porcentajes poco significativos, se recuperaron fragmentos de los
grupos -103- o Santa María, Belén Negro/rojo y Sanagasta (Quesada 2007). Además se
recuperaron fragmentos de los grupos -13- y -41-, localmente vinculados al período
Hispano-Indígena (Granizo 2001; Lema 2004).
En Tebenquiche Chico se han recuperado, también a través de recolecciones
superficiales exhaustivas, cerámicas de los grupos -1- o Caspinchango Ordinario, -9- o
Yokavil Policromo, -13-, -41- y, en menor medida, -51- o Inca Exterior Rojo (Granizo
2001; Haber 1999b; Lema 2004).
Si se comparan los conjuntos cerámicos recuperados en estos tres lugares (los más
estudiados hasta hoy a nivel local), se puede notar que, aunque con variaciones en la
predominancia36, existe una presencia redundante de algunos grupos cerámicos. (Ver
cuadro.).

34
Vigliani (2005) realizó una serie de fechados radiocarbónicos en materiales obtenidos de la excavación de
una estructura de Bajo del Coypar asociada a cerámica Belén Negro/rojo, oscilando los resultados de los
mismos entre 880±80 y 630±60 A.P., esto es 1010 a 1420 d.C., lo cual, si bien tempranos, se condice con las
cronologías regionales.
35
El análisis del material cerámico fue realizado por la Lic. María Gabriela Granizo en el marco del proyecto
02/A225 Paisajes agrarios en el Área de Antofalla. Procesos de trabajo y escalas sociales de la producción
agrícola (I y II milenios d.C.). Dirigido por el Dr. Marcos Quesada. 2006-2007.
36
Es imposible hacer un análisis que incorpore las distinciones al interior de las muestras porque las mismas
siguieron criterios metodológicos divergentes que afectarían los resultados.

71
grupo Nombre común AS Tc Af Ih5 Ih3-4
103 Santa María
S/Nro. Belén N/R
S/Nro. Sanagasta
9 Yocavil Policromo
51 Inca exterior rojo
104 Inca Provincial
S/N Inca Cuzqueño
Caspinchango
1
Ordinario
13 no tiene
41 no tiene

A partir de ella, de los conjuntos que pueden vincularse al período de Desarrollo


Regionales, se nota que el grupo -103- o Santa María está presente en Antofagasta de la
Sierra, en Antofalla y en Ih5, pero no se registró ni Tebenquiche Chico ni en Ih3-4. En
tanto que la cerámica Belén, particularmente el grupo Belén Negro/Rojo, está presente en
Antofagasta de la Sierra (dominando la muestra), y en Antofalla, sin integrar las muestras
de los otros sitios37. Por último, la cerámica Sanagasta sólo se registró en Antofalla.
De los grupos que pueden relacionarse con el período incaico, el -9- o Yocavil
Policromo 38 está presente en Antofagasta de la Sierra (Ambrosetti 1904b), en Antofalla y
en Tebenquiche Chico, pero en ninguno de los poblados del Mineral de Incahuasi.
Mientras que alguna de las formas incaicas (-104- o Inca Provincial, -51- Inca Exterior
Rojo e Inca Cuzqueño) están presenten en Antofagasta de la Sierra, en Antofalla,
Tebenquiche Chico y en Ih5, pero no se registran en Ih3-4.
De los grupos que pueden vincularse al período Hispano-Indígena, -13- y -41-, se
registró el primero en Antofalla y Tebenquiche Chico, y el segundo además se registró en
Ih5. En tanto que el grupo -1- o Caspinchango Ordinario, se encuentra presente en todos
los poblados, aunque no contamos para Antofagasta de la Sierra más que con la mención
37
Durante los trabajos de campo de noviembre del 2008 se recuperó un fragmento de cerámica Belén
Negro/Rojo en lo que se identificó como un basurero del campamento de la Compañía Minera Incahuasi,
pero se interpretó este hallazgo como el resultado de un depósito secundario (sensu Schiffer 1987).
38
Olivera et al (1994) clasifica a Yokavil Polícromo dentro de la categoría Inka Provincial. Lorandi,
Cremonte y Williams (1991) observaron que en el área valliserrana esta cerámica se encuentra asociada a
establecimientos incaicos, presentando ciertas modificaciones respecto de su paralelo del área chaco-
santiagueña; Averías. En Antofagasta de la Sierra los materiales descriptos por Ambrosetti (1904b) muestran
esta misma asociación. En el caso de Tebenquiche Chico, este grupo no aparece claramente vinculado a una
ocupación incaica sino más bien al período Hispano Indígena. Sin que esto contradiga su vinculación al
período incaico, mantenemos aquí la distinción de uno y otro grupo y consideramos que el tema merecería
una discusión específica.

72
en Ambrosetti (1904b) 39. De este grupo unos pocos fragmentos fueron recuperados en Ih3-
4 e Ih5. Sin embargo en Antofalla y en Tebenquiche Chico este grupo cerámico se mostró
claramente predominante al interior de la muestra. En esta última localidad fue vinculado a
10 de las 12 unidades domésticas analizadas. En tanto que en las dos unidades domésticas
excavadas -TC1 y TC2- representó más del 80 % del total de la muestra cerámica para los
siglos XVI y XVII (Lema 2004 y 2010).
En síntesis, a nivel de los poblados locales, para el período de Desarrollos
Regionales, parece predominar los grupos -103- o Santa María y Belén Negro/ Rojo, con
ocasional presencia de cerámica Sanagasta. De éstas ninguna se encuentra en Ih3-4 y sólo
se recuperaron unos pocos fragmentos de -103- o Santa María en Ih5, vinculados todos
ellos a una sola estructura del conjunto arquitectónico Ih5-i, que se ubica en el extremo
superior del inicio de la vega (ver Figura 2.5). De las cerámicas incaicas, recuperadas en
bajas cantidades en Antofagasta de la Sierra, Antofalla y Tebenquiche Chico, ninguna se
encuentra en Ih3-4 y sólo se recuperaron dos pequeños fragmentos en Ih5, en un área de
dispersión próxima al conjunto arquitectónico As-vi 40. Lo cual, si algo dice sobre una
posible ocupación durante el período de Desarrollos Regionales Tardíos o Inca, se
mantiene más bien dentro de la interpretación del material a nivel intrasitio que sugería
ocupaciones de baja intensidad, probablemente vinculadas al uso esporádico de la vega, ya
sea para caza o como refugio de paso, pues la misma es un punto de descanso opcional del
tránsito entre Antofagasta de la Sierra y el área de Valles Calchaquíes41.

Síntesis de las revisiones

Como puede notarse, la revisión y profundización de los argumentos de base material que
habían dado cuerpo -y legitimidad- a las narrativas del imperio terminó socavando sus
propias bases. En el Mineral de Incahuasi la vinculación entre las tecnologías presentes en
los poblados -principalmente arquitectura y cerámica- y sus posibles constructores y
ocupantes resultó en una muy baja visibilidad de lo que, con relativa seguridad, pudo
remitirse a momentos prehispánicos.
39
Por ser una cerámica que no suele presentar decoraciones, no fue incluida en el muestreo realizado por
Olivera et al (1994).
40
El mismo se excavó para afinar el nivel de detalle respecto de una posible ocupación incaica y los
resultados al respecto de este tipo de materiales fueron nulos (Haber 2004).
41
La ruta desde Antofagasta pasaría por la vega de Cerro Gordo, hacia Tacuil y se arriba a Molinos, en Valle
Calchaquí. Conversando con Adrián Guitian, que tiene su casa en la vega de Cerro Gordo y es baqueano de
la zona, nos informó que era una ruta comúnmente utilizada y todo el viaje puede realizarse en
aproximadamente unos cuatro a cinco días en mula.

73
En el poblado de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi rápidamente se dio por el
suelo con la sugerida división espacial que distinguía dos agregados de conjuntos
arquitectónicos, Ih3 e Ih4, en parte superpuestos pero con orígenes y cronologías
sustancialmente diferentes. Los rasgos arquitectónicos que se habían considerado como
definitorios del vínculo con el período incaico: RPC, nichos, techos a dos aguas, puertas
trapezoidales, no pueden, por las cuestiones metodológicas indicadas, asumirse como tales.
Particularmente los pircados perimetrales que se habían interpretado como RPC,
demostraron ser elementos estructurales incorporados, incluso tardíamente, en la
construcción de los conjuntos arquitectónicos y posiblemente respondieran más a un
cerramiento de los espacios domésticos y laborales, en términos de apropiación privada, en
la medida que la ocupación del espacio de poblado fue aumentando. El resto, aún si se los
interpreta como rasgos arquitectónicos de origen incaico, están vinculados, en ocasiones en
los mismos muros, a elementos de claro origen colonial, lo que los elimina como
indicadores cronológicos sustanciales. Por último, las estructuras interpretadas como
collcas no pueden más que confirmarse como hornos, de piedra o barro, vinculados a las
tareas desarrolladas en los conjuntos arquitectónicos a los que se encuentran vinculados.
Este poblado debe volver entonces a tomarse como una sola unidad constituida por
agregación de conjuntos arquitectónicos, cuya cronología no encuentra evidencias
suficientes para sustentar un posible origen y ocupación incaica, sino que todo indica que
se remonta completamente al período colonial.
En el poblado de la Vega de Agua Salada, si bien el grado de conservación del sitio
era menor, pudo distinguirse que tanto los conjuntos arquitectónicos como el grueso de los
materiales vinculados a ellos, se presentaban con características compartidas y similares a
los encontrados en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi. De todas formas, la vega de
Agua Salada, por su altitud y su corta extensión, no favoreció la instalación permanente de
población. Sin embargo, eso no fue impedimento para que allí pudieran darse una serie de
ocupaciones de baja intensidad, entre las cuales podrían contarse las que ocurrieran durante
los períodos de Desarrollos Regionales e Inca 42. Aunque las actividades mineras en estos
momentos, si existieron, debieron ser de muy baja escala, pues no generaron una cantidad
perceptible de evidencias.

42
Se registraron también en la vega de Agua Salada y sus alrededores grandes áreas de dispersión de
materiales e instrumentos líticos cuya morfología sugiere gran antigüedad (Moreno, comunicación personal).
Nuevamente, es la presencia de agua y de una vega los que resultan atractivos a antiguas ocupaciones de
cazadores.

74
Tras la revisión detallada del argumento material el topónimo es lo único que sigue
referenciando al incario, pero los topónimos no son necesariamente descriptores de la
realidad. Menos aún alcanzan para erigirse como sostén de la construcción discursiva que,
priorizando los aspectos económicos sobre otros posibles 43, incluyó al Mineral de
Incahuasi como un enclave extractivo del imperio.

43
Langue y Salazar Soler (2000), por ejemplo, proponen que habrían existido dos tipos de minas y de
explotación minera en la época prehispánica, las minas del inca y las minas de las comunidades o ayllus. Las
minas-montañas del inca, montañas que encerraban en su interior yacimientos auríferos, eran consideradas
huacas y veneradas como tales. Una interpretación en este sentido, que privilegia aspectos simbólicos y no
necesariamente los económicos, no fue tenida en cuenta por la narrativa del imperio.

75
3

Minería, colonización y resistencia

“…supe que todos los señores de esta tierra


estaban avisados de Mango Inga con mensajeros
que vinieron delante de mi, haciéndoles saber, si
querían que diésemos la vuelta como Almagro,
que escondiesen el oro, porque como nosotros
no buscábamos otra cosa, no hallándolo
haríamos lo que él” (Valdivia [1545], citado en
Platt y Quisbert 2008:235)

Introducción

En el capítulo anterior se presentó cómo se construyó el discurso acerca de la minería


indígena desde la arqueología y, de la mano de ésta, su interpretación respecto de la
expansión del Tawantinsuyu hacia el sur andino. Ésta habría tenido como motivación
central el acceso a los metales y el control de los expertos metalúrgicos de la región. Sin
embargo, como se mostró, en el caso del Mineral de Incahuasi este argumento no es
respaldado por los datos arqueológicos, pues no hay suficientes evidencias para sostener
que se formó allí un poblado incaico. El registro traslada la clave de la comprensión del
proceso de formación de los poblados de Agua Salada y Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi a la expansión del proceso colonial español sobre los territorios indígenas. Esto,
si bien por un lado abre una gama de posibilidades originales de discusión acerca de la
historia de los poblados de altura, por otro, reduce fuertemente el respaldo material desde
el cual interpretar el proceso 1.
En el caso de la Puna, la imagen del espacio vacío e inhóspito creada por los
viajeros decimonónicos y reproducida por los discursos arqueológicos, fue reforzada por el
silencio documental (Haber 2000; Haber y Lema 2005; Lema 2004). Esta combinación
derivó en una representación del espacio caracterizada por la ausencia de sujetos
históricos. Pero ante el silencio documental colonial y el ‘discurso del vencido’, fueron
oponiéndose espacios como Tebenquiche Chico o Antofalla; espacios que aumentaron su
población durante los primeros siglos de la colonia; espacios que establecieron una

1
Es importante recordar que la disciplina arqueológica, al asumir el carácter prehispánico y concluso de su
objeto de estudio, muy rara vez se adentró en los conflictos del mundo colonial, motivo por el cual ese
período se constituyó en un límite del discurso acerca del pasado indígena y del campo objetual de la
arqueología (Lema 2004).

76
economía en relación con -pero no necesariamente determinada por- el mercado colonial y
cuya agencia estaba en manos de los campesinos indígenas (Lema 2004, 2006, Quesada y
Lema 2007 a y b; Quesada et al 2007).
En este capítulo se presenta entonces el proceso de conformación y crecimiento de
los poblados puneños durante los siglos XVI y XVII en el marco del desarrollo del proceso
colonial circumpuneño. Prestando particular atención al peso que tuvo el imaginario de las
riquezas mineras que guiaba el avance español y que permite comprender las bases
sociales y económicas sobre las que se conformó la ocupación colonial del Mineral de
Incahuasi.

De las territorialidades indígenas a las jurisdicciones coloniales

Las poblaciones circumpuneñas al momento del arribo de los españoles fueron descriptas
como un ‘mapa de jefaturas segmentadas’ que habían ido integrándose al imperio incaico a
través de diversas formas de articulación – algunas veces forzada, otras más bien
negociada- de las elites locales con la nobleza cuzqueña. Esta situación habría influido en
la intensidad del avance conquistador sobre las áreas periféricas del imperio. Una vez
colapsado el poder centralizador del incario sobre el Collasuyu, el avance debió hacerse
“sector por sector, cacique por cacique” (Lorandi 1997a:49).
Ello explica, por un lado, las diferencias marcadas en las características de los
procesos de colonización a uno u otro lado de la cordillera. La forma en que resistieron,
negociaron o sucumbieron las comunidades vallistas y puneñas da cuenta de cómo se fue
trasformando el control territorial sobre el espacio andino. Por otro lado, las políticas
económicas trazadas desde los poblados españoles también fueron variables de acuerdo a
los distintos momentos y posibilidades de las avanzadas. Es en esa tensa confluencia, entre
las estrategias indígenas y las colonizadoras, donde se alcanzan a vislumbrar los por qué de
los tiempos y las formas del proceso de apropiación territorial colonial. La construcción de
las identidades actuó como uno de los puntos de partida de la colonialidad.
El proceso de identificación es una práctica hegemonizadora que parte de reconocer
y nombrar o re-nombrar los espacios, grupos, gentes, personajes. Este proceso de
designación del ‘otro’ lo ordena de acuerdo a categorías propias 2, fijándolos a su vez en el

2
Pease (1995) lo resume claramente al decir que para explicar América las únicas formas conocidas eran las
europeas.

77
tiempo y en el espacio. En los Andes del siglo XVI el sujeto de la descripción parece ser
cada grupo entendido como una unidad, los discursos generados acerca del otro lo
‘etnifican’3 (Martínez 2000). Ejemplo de esto son las cartografías que incluyen la
información etnográfica como una marca clave del espacio. La creación de designaciones
étnicas -Atacamas, Calchaquíes, Malfines, etc.- es parte del proceso colonizador, ninguna
es preexistente a él. Recordemos que mientras en la estructura del Tawantinsuyu la
‘provincia’ hace referencia a un espacio étnico, el orden colonial lo convertirá en un
espacio geográfico (Pease 1995). La simultánea creación de territorialidad unida a la
etnicidad redistribuía el espacio en términos comprensibles al uso administrativo colonial.
Siglos después, la disciplina arqueológica continuó reproduciendo la relación
etnia/territorio, sin cuestionar el carácter moderno y colonial de la misma, a través de una
práctica por demás similar: la representación gráfica de las ‘áreas culturales’. Estos ‘mapas
culturales’, cargados de implicancias territoriales, se basan principalmente en la
distribución de rasgos que asumen la vinculación estable entre formas materiales 4 e
identidades étnicas. El problema se complejizó aún más cuando, al intentar dar cuenta de
las poblaciones indígenas al inicio de la conquista, se agregaron a la relación entre cultura
y territorio las identidades étnicas registradas en el archivo documental. Las discusiones
resultantes de este intento de integración acrítica de registros tan disímiles por supuesto
que fueron muchas y, en muchos casos, estériles5.
A partir de los datos presentes en el registro regional presentados en el capítulo
anterior, sólo corresponde concluir y de manera tentativa que los poblados puneños se
vincularon al Collasuyu. Sin embargo, la forma y fuerza de ese vínculo, ya sea en términos
territoriales o étnicos, no es de fácil resolución 6. Cuál era el grado y el carácter de esta
integración tal vez no pueda indicarse, pero sí que el argumento político-económico de

3
Es recién a fines del siglo XVI y, en algunos lugares, ya entrado el siglo XVII, que aparecen "los indios",
como un colectivo aún mayor, que hemos heredado, y que reemplazará paulatinamente las referencias
identitarias sobre esos "otros" (Martínez 2000).
4
Las cerámicas, por ser normalmente soportes de expresiones simbólicas particulares, se constituyeron en
uno de los elementos claves para establecer la relación con la etnicidad.
5
Una breve síntesis de la discusión acerca de la identidad étnica de las poblaciones puneñas puede verse en
Lema (2004).
6
Mientras los argumentos de Olivera et al (1994) y Raffino y Cigliano (1973) sostienen que existió un fuerte
control territorial y poblacional sobre el territorio representado por ‘enclaves Belén-Inka’ o defensivos
incaicos, Quesada (2007) promueve más bien una imagen de comunidades campesinas integradas de una
forma más bien laxa y autogestionada a las redes regionales. Más difícil aún resulta establecer las etnicidades
y territorialidades sobre las que se extendió el Collasuyu. Si el registro material presente en los oasis puneños
puede traducirse de alguna manera en términos territoriales, estos estarían vinculados con el área de valles
hacia el este/sureste por la cerámica cronológicamente asignable a los siglos XIV y XV (estilos Santa María,
Belén, Yocavil, Inca Provincial y Sanagasta) (ver Olivera et al 1994; Quesada 2007; Raffino y Cigliano
1973).

78
base minera sostenido por largo tiempo no se corresponde con las evidencias arqueológicas
a nivel local (ver capítulo anterior).

La minería en la construcción de la Gobernación de Tucumán

Las grandes riquezas metálicas del Collasuyu se encontraban en realidad en el territorio de


los señores Aymaras y la familia Pizarro estaba avanzando rápidamente sobre ellas (Presta
2008). Es allí donde tras el descubrimiento de Porco, se intensificaron las tensiones
políticas y los enfrentamientos entre facciones en pugna por el acceso y control de los
yacimientos mineros. Así, las primeras exploraciones hacia el sur realizadas por las
avanzadas españolas respondieron al deseo de las facciones pizarristas de liberar al Cuzco
de los intereses de Almagro 7 (Lorandi 2002), al mismo tiempo que le permitieron a la
nobleza incaica y a los señores locales negociar a quiénes y bajo qué condiciones
‘descubren’ las minas (Cruz y Absi 2008; Platt y Quisbert 2008). Guiado por ellos, las
huestes almagristas recorrieron hacia el sur el Collasuyu confiando encontrar una rica
región con abundantes metales preciosos y recursos humanos. Si bien la expedición resultó
poco provechosa, con el ‘descubrimiento’ de las vetas de plata del cerro Rico de Potosí, la
ilusión de encontrar similares riquezas se reforzó. La estrategia de la nobleza indígena, en
la que se negociaba ‘descubrimiento’ y trabajo de las minas, sentó un precedente político
que abonó también el imaginario de las grandes riquezas ocultas. Este impulsaría
constantemente las avanzadas colonizadoras. Calancha lo sintetiza claramente en una frase:
“Crecía el egército Cristiano, porque al olor de las riqueças venían cada día de Europa”
(Calancha 1639:217). Los metales preciosos representaban el ideal de acumulación por
excelencia y la ‘obsesión metalífera’ va a ser el rasgo común y constante de la conquista
(Jara 1965).
A partir de 1540 se emprenden una serie de ‘entradas’ en pos de estas riquezas. En
1543 hubo una entrada al Tucumán a cargo de Diego de Rojas motivada, en parte, por los
informes sobre la existencia de la ‘Sierra de la Plata’. Ésta, de la cual se tenía noticia por
los relatos recogidos entre las comunidades indígenas rioplatenses en las incursiones
tempranas de Solís y Caboto, fue, al igual que El Dorado, El Paitití o la Ciudad de los
Césares, parte del conjunto de relatos que constituían el imaginario conquistador.

7
Almagro obtuvo en 1535 la capitulación para conquistar 200 leguas hacia el sur.

79
En 1549 el alcalde de minas de Potosí, Núñez de Prado, realizó otra exploración sin
resultados y nuevamente en 1578 otra expedición partió con rumbo a la legendaria región
de los Césares (Gluzman 2007). Desde las primeras avanzadas, los españoles intentaron
fundar sus poblados en los puntos estratégicos al interior de los valles. La elección de la
ubicación de los mismos, si bien estaba condicionada por las circunstancias del momento,
respondía a una serie de requerimientos y condiciones, entre las cuales la presencia de
metales solía mencionarse. Por ejemplo; “…por ser la de sus comidas e indios más
capacitados… las buenas cosechas, la situación estratégica para apaciguar la comarca… el
provecho de los conquistadores de futuras encomiendas y la existencia de minas de oro,
plata y alumbre…” (Papeles del Acta de Fundación de Salta, citado en Raffino
1983:823).
Rápidamente los indígenas rechazaron esos intentos y arrasaron con las fundaciones
coloniales. De acuerdo con Lorandi (1992) los habitantes de Calchaquí nunca dejaron de
estar en pie de guerra, excepto durante fugaces períodos como parte de una estrategia de
negociaciones tácticas. Esta forma de resistencia8 indígena en los valles fue un recurso
exitoso en la defensa del avance colonizador (Lorandi 1997a) y logró rechazar por más de
un siglo los intentos de fundar ciudades coloniales al interior de sus territorios
desplazándolas hacia la periferia de los valles.
Entre las fundaciones y abandonos de los poblados españoles, las jurisdicciones
coloniales no habían sido claramente establecidas. Todo el tiempo, al conflicto provocado
por las avanzadas españolas se sumaban los pleitos por los derechos de cada ‘avanzada’ a
realizar las fundaciones en los lugares donde lo hacían. La Gobernación de Tucumán se
crea recién en 1563, mediante una Real Cédula (Bazán 1996), resolviendo uno de los
conflictos que demoraban la efectiva instalación de los centros urbanos. De todas formas,
después de 1570, la fuerte resistencia indígena, aunada a la búsqueda de la salida al
Atlántico, fuertemente apoyada por el Virrey Toledo, fomentó la creación de una vía
segura de poblados interconectados hacia el este de los valles. En las décadas siguientes, a
medida que se consolidaron esas fundaciones, se constituyó una especie de cerco colonial
sobre los valles y las tierras altas. Las ciudades se erigían como el “lugar de gestión y
dominación vinculado a la primacía social del aparato político administrativo” (Aredes

8
Se entiende resistencia como “la capacidad para organizar el rechazo de las fuerzas invasoras durante lapsos
muy prolongados, evitando de ese modo que se cercenase el poder político y el control sobre las normas que
articulan y otorgan sentido a una sociedad” (Lorandi 1997a:50). En tanto que la rebelión “implica una
reafirmación retrasada de la conciencia colectiva de autogestión, a tal punto que su fuerza empuja a sus
miembros a organizarse para una lucha que puede tener diversos objetivos” (Lorandi 1997a:51).

80
2000:164) y desde allí se digitaba el avance colonizador trazando jurisdicciones y
repartiendo mercedes y encomiendas.
Mientras tanto, los vecinos de las ciudades que lentamente se iban afirmando en la
Gobernación del Tucumán, seguían reproduciendo y alimentando las versiones acerca de
las riquezas ocultas en los territorios indígenas. En 1583, tres décadas después de la
fundación de Santiago del Estero, Pedro Sotelo de Narváez, vecino de la misma, enviaba
una carta al presidente de la Audiencia de Charcas donde señala que “en estas tierras hay
minas de oro descubiertas y se han hallado entre los naturales muchos metales de plata
rico” y “tiénese noticia de muchas minas de plata, y hanse hallado grandes asientos de ellas
del tiempo de los incas” y que existen referencias “de indios vestidos Incas, que se sirven
de oro y plata” (Sotelo de Narváez [1583], en Gluzman 2007:167). En 1589 el capitán
Hernán Mexía Miraval declaraba que el gobernador Juan Ramírez de Velasco habiendo
salido a la “dicha jornada de Calchaquí” tuvo “nueva que había unas minas de plata que
labraba el inca en un cerro muy alto que está sobre el valle de Salta” y agrega que “las
personas que subieron a lo alto trajeron cuatro cargas de metal de que se sacó plata blanca
la cual vio este testigo y no se labran porque la dicha ciudad [Salta a doce leguas del
mencionado cerro] tiene que acudir a otros ministerios” (en Gluzman 2007:168).
Noticias como esas, que eran vagas y poco precisas, se veían más fuertemente
alimentadas por las fantasías de los conquistadores de reproducir la experiencia de Potosí y
los esfuerzos indígenas por evitarlo, que por la situación real de la minería indígena al
momento de la conquista. En realidad las áreas metalíferas de mayor importancia ya habían
sido localizadas, incluso algunas ya estaban siendo explotadas bajo control español.
Ejemplo de ello fue el peso que tuvieron los minerales de Famatina en la decisión del
gobernador Juan Ramírez de Velasco al fundar la ciudad de Todos los Santos de la Nueva
Rioja en 1591. Una década después sus minas ya habían sido adjudicadas y,
aparentemente, puestas en explotación con la colaboración de los señores locales
(Boixadós 1997). Por supuesto, en la etapa inicial de la colonia el conocimiento geográfico
no era claro y por este motivo podían mantenerse vigentes las leyendas de riquezas ocultas
que constituían el imaginario colonizador:

“Fuera de los parajes nombrados [Porco, Oruro, Potosí], que son los más celebrados en
el Perú, i a tiempos beneficiados, son muchos más los que, según fieles relaciones,
están en las Provincias no sujetas, i entre nosotros, en minas aún no descubiertas,
aunque fueron en otros tienpos beneficiadas, que oy las oculta el desamor de los
Indios, o las guarda Dios para mejores tiempos” (Calancha 1639:113)

81
Las pujas por el derecho a tierras y riquezas originadas en la supervivencia de la
‘obsesión metalífera’ resultaban en escaramuzas y luchas periódicas que, tras su
apaciguamiento, solían concluir sin riquezas, pero con un reparto de los rebeldes
capturados y un aumento en la prestación de servicios personales entre los vecinos de los
núcleos urbanos (ver Lorandi 1992, Lorandi y Ottonello 1987).
Los indígenas, mientras tanto, observaban las consecuencias del avance colonial, el
descubrimiento de las minas y el accionar de las partes involucradas, aceptando,
negociando o rechazando las imposiciones de los agentes de control y administración
colonial. El jesuita Pedro Lozano menciona, por ejemplo, que los indígenas de los valles
Calchaquíes, a pesar de haber aceptado en principio la presencia de los misioneros,
quisieron matar a los Padres Juan Romero y Gaspar de Monroy en 1609 por intentar que
“los Caziques le despacharen algunos Indios mitayos, para la labor de unas minas, que es
el trabajo mas aborrecido de esta gente haragana, y que adora en su libertad” (Lozano 1970
[1755]:434). La orden que intentaban cumplir los padres provenía del gobierno de la
ciudad de Salta que intentaba obtener frutos del vínculo que los jesuitas habían establecido
con los indígenas imponiéndoles una tarea, que de acuerdo con Lozano, era claramente
problemática, “alteraronle con este orden, creyendo [los indígenas] ya verificado lo que sus
hechiceros les pronosticaban” (Lozano 1970 [1755]:434).
Esos pronósticos de los ‘hechiceros’ se parecen más bien a advertencias derivadas
de la situación ya conocida en las experiencias tempranas de Porco, Oruro y Potosí. Los
excesos allí cometidos seguramente actuaron como un ejemplo negativo que llevó a las
comunidades a intentar mantener a los españoles fuera de sus territorios. No era vano el
intento porque aun las instancias negociadas de reconocimiento pacífico le permitían a la
logística colonial preparar el terreno para las avanzadas posteriores, pues a medida que
aumentaban las exploraciones y las descripciones, iban asentándose los elementos
constitutivos de un orden espacial en clave colonial. Así, de los primeros acercamientos
‘pacíficos’ de los jesuitas, resultaron las primeras cartografías que presentaron
gráficamente la naturaleza y sus gentes. Por ejemplo, en la cartografía del jesuita Diego de
Torres del año 1609 se encontró la que tal vez sea la mención más temprana del área de
estudio de esta investigación (Figura 3.1).

82
Figura 3.1: Detalle de la cartografía de Diego de Torres (1609), donde
se registra el término ‘Anholac’ (Raffino 1983).

En este mapa además de representarse los conocimientos geográficos de la época,


se indican una serie de ciudades y aparecen además toda una serie de rótulos. Raffino
(1983) propuso que éstos pueden estar representando la localización de las ‘parcialidades’
indígenas y los ‘grandes grupos’ en que se organizaban. Estas diferencias jerárquicas
estarían expresadas a través del uso de caligrafías diferentes. Si esto fue así, ‘Anholac’, al
oeste del Valle Calchaquí, haría referencia a uno de los ‘grandes grupos’ reconocidos en
que las poblaciones indígenas se organizaban. Sobre este tema volveremos más adelante.

83
Acompaña a este proceso de ordenamiento visual del espacio la determinación de
jurisdicciones coloniales. Así, en el auto de fundación de la ciudad de Londres de Pomán
dictado por Jerónimo Luis de Cabrera el 17 de septiembre de 1633, en que se determina su
jurisdicción, se reproducen muchos de los nombres fijados espacialmente en las
cartografías;

“Términos y jurisdicción de esta ciudad hago: La agua caliente, ocho ó nueve léguas
de esta ciudad y en derecera la mitad de las Salinas, y corra hasta Machingasta que
aunque es de la Rioja por ahora conviene esto al servicio de S.M. y el Valle Vicioso,
Amangasta, Pituil y el puesto de las Campanas que llaman Yulcagasta, Pituil,
Tinogasta, Aymogasta, Batungasta, Fiambalá y Abaucan, Yuctaua (sic) Pacapa, Rio
Bermejo, Ausapata, y Tucumanchao (sic) 30 leguas adelante hasta que confine al valle
de Capayanes jurisdicción de la Rioja, y así mismo hacia el Norte que confina con el
Valle de Calchaquí el de Yocavil, Yngamana, Tucumangasta, fama y fil, calian,
Antofagasta é Yngagasta Guachacce, Guasan, Conando, Pomangasta, Anichian,
Anmalli, Pipanaco, Sahuil, Colana, Cólpes, Guacapa, Pisapanaco, Sabuil (Sahuil), y
cortando al pozo de los Penitentes á Malfin, con 50 léguas adelante: y cortando por la
Sierra de la Banda del Pueblo viejo de Londres vengan á las chacras del norte de
Zapata en los cuales dhos términos las justicias de esta ciudad la corran y conozcan de
causas civiles y criminales administrando justicia y castigando delitos dejando como
dejo en su antigüedad la jurisdicción que antes tenía la ciudad que se despobló que me
parece por lo que soy informado es la propia” (Lafone Quevedo 1888:297-8, resaltado
agregado)

Las pretensiones jurisdiccionales del poder colonial sobre las tierras altas de la
puna se incluían en ambas representaciones -documental y cartográfica-. Sin embargo,
allende las montañas, el control territorial se mantenía en manos indígenas, por ello, no es
aventurado concluir que los trazados virtuales resultantes eran poco más que expresiones
del deseo de control de un territorio no dominado. En las luchas por el control del mismo,
el imaginario de las riquezas ocultas, la ‘obsesión metalífera’, tuvo un peso no menor.
Ejemplo de ello se puede obtener en la relectura de los sucesos que derivaron en el ‘Gran
Alzamiento’.
De acuerdo con el relato del entonces Gobernador de Tucumán, Felipe de
Albornoz, en 1627 el encomendero salteño Juan de Urbina, propietario de una estancia en
Calchaquí, había descubierto un yacimiento aurífero y los indígenas al saberlo;

“… mataron atrozmente a un encomendero suyo llamado Juan Ortiz de Urbina y a


Lorenzo Fajardo, su cuñado, con sus mujeres y a un molinero español y a Diego de
Urbina, hijo del dicho Juan Ortiz de Urbina, y a un indio de su servicio que estaban en
una hacienda suya en dicho valle […] [la causa] fue haber descubierto el dicho Juan
Ortiz de Urbina unas minas (que es tierra de mucho oro y noticias de ellas) que los
indios quieren tener ocultas huyendo de su trabajo por saber y haber visto el que pasan
en el Cerro de Potosí y en las minas de los Chichas, sus circunvecinas, donde han
salido muchas veces con ganados y harinas (Carta del Gobernador de Tucumán Don
Felipe de Albornoz a su majestad [1631], en Rodríguez Molas 1985:259-260).

84
La crónica de este evento, sea cual fuera su grado de veracidad, coloca como
argumento central en los estallidos de violencia en los frentes de fricción el hallazgo de las
riquezas indígenas (ver Gluzman 2007; Montes 1959; Piossek Prebisch 1983). Sin
embargo, Torreblanca en el relato de eventos posteriores, menciona de forma
circunstancial la vinculación ya existente de las poblaciones calchaquíes al mundo minero
mediadas por el mismo encomendero; en “tiempos de Urbino, y el capitan Dn. Io. de
Abrego, llevaban a las minas [de Lípez] cantidad de comidas y trabajaban” (Torreblanca
2007 [1696]:52). Urbina se presenta así como un encomendero de Salta vinculado a las
minas activas en Lípez a través de la provisión de insumos y mano de obra. Este no era un
negocio menor en la época y, como el mismo Albornoz reconoce en la carta 9, los indígenas
‘huían a su trabajo’. Las represalias tras la muerte de Urbina se presentan entonces como
necesarias en orden de restablecer el control sobre una fuerza de trabajo importante a nivel
regional, mientras que el ‘descubrimiento’ de riquezas pierde fuerzas en el argumento en la
medida que el control de la fuerza de trabajo se impone como objetivo principal.
El posible ‘descubrimiento’ de riquezas ocultas, sin embargo, no desaparece por
completo, pues resurgen en las voces de otros actores del conflicto. En la ‘Descripción de
méritos y servicios’ de Juan Juárez Baviano Villarroel 10 [1640] se relata su participación
como capitán en los sucesos;

“lleuo algunos soldados a su costa con sus Armas y cauallos señalandose en esta
ocasion como baleroso soldado entrando por los altos de Tolombones y pacioca hacia
la cordillera de catamarca al descubrimiento de los minerales de oro y plata que se
tuuo notiçia auia en ella fundacion y poblacion del Cuidad de nra. señora de
Guadalupe de Calchaqui, tiniendo a su cargo la asistencia y traça del fuerte que se hico
en ella por lo mucho que importaua para la seguridad de la tierra y de los naturales del
dho valle” (Juan Juárez Baviano Villarroel [1640])

La existencia de esta nueva fundación es breve, probablemente no pasó de ser más


que un fuerte provisional rápidamente despoblado. De hecho Juárez Baviano Villarroel no
menciona entre sus méritos la localización efectiva de riqueza minera alguna, pero las
intenciones resultan interesantes a la investigación en tanto que una década después se
‘descubren’ los yacimientos de Cobres.

9
Es importante recordar que la carta de Albornoz era parte de la defensa de sus acciones, dado que su entrada
a Calchaquí, llevada a cabo sin autorización real y con varias voces en oposición -incluida la de los jesuitas
(Bruno 1993)- terminará provocando el alzamiento general.
10
Juan Juárez Baviano Villaroel es vecino y encomendero de la ciudad de Santiago del Estero. PARES-AGI
ref. CHARCAS, 21, R.3, N.33, en http://donduncan.org.

85
En la “Relación Histórica de Calchaquí” escrita por el misionero Jesuita Hernando
de Torreblanca en 1696 se menciona el Ingenio de San Bernardo de Acay 11, propiedad de
Gonzalo Ledano 12 como parte del escenario del tercer alzamiento calchaquí (1659-1664).
Lozano (1875) menciona brevemente en su ‘Historia de la Conquista’ que entre los hechos
loables realizados por el Gobernador Alonso de Mercado y Villacorta merece aprobación
el que “puso mucho empeño en descubrir algunos minerales de que se tenia noticia y
consiguio labrar y trabajar el de Alcay, con buen logro aunque con bastante inquietud de
los vecinos calchaquies, que temian les forzasen a servir con esta labor, que era la mas
aborrecida para aquellos bárbaros, amigos de su libertad” (Lozano 1875:12-3). El mismo
Torreblanca, al momento del ingreso de Bohorques al Valle Calchaquí (1656), dice
hallarse transitoriamente en el ingenio, puesto que se acercaba semana santa “y que
aquellos pobres indios y los demás que allí residían, no tenían con quien confesarse, ni de
Salta esperaban este socorro: antes, un sacerdote que les asistía los había dejado, y se había
ido” (Torreblanca 2007:27-8). Se puede establecer entonces que de hecho para 1655 los
yacimientos de Acay 13 habían sido ‘descubiertos’ y existía al menos un ingenio minero en
actividad en pleno territorio indígena. Hasta allí llegaban los jesuitas de San Carlos a
catequizar por algunos períodos.
Es posible pensar entonces que la actividad minera era incipiente cuando
Torreblanca se traslada hacía allí (1656) y Bohorques ingresa al Valle Calchaquí. La
estrategia de este último consistió, justamente, en situarse como intermediario entre las
expectativas de los españoles y los indígenas (Lorandi 1997b). Fue la promesa de
allanarles el acceso a las riquezas y minas ocultas de los indios el principal elemento que
ofreció Bohorques en orden de conseguir el reconocimiento, que tanto el Gobernador como
los jesuitas en un principio le otorgaron, como representante Inca ante las comunidades de
los valles.

[Bohorques] “Añadio su ficcion, que por este titulo [Inga] le ofrecían los Indios los
tesoros y riquezas del Inga que tenían ocultos para que dispusiese de ellos como
dueño y señor” […] “prometía como católico y vasallo de S.M., el quedarse allí con
ellos [los indios], y fuera del servicio de N.S. en la conversión de ellos, edificio de las
iglesias y reducción a vida política y cristiana, ofrecía á S.M. hacerle dueño de las

11
Se encontraron menciones de dos Minerales en las cercanías del Nevado de Acay, uno de plata, propiedad
de Gonzalo Sedano Sotomaior, llamado San Francisco de Asís, el otro, relativamente cercano, de plata y
cobre se denominaría San Gerónimo (Mena [1791] en Centeno 1912). En Catalano (1984) se menciona un
‘ingenio jesuita’, pero esto no se corrobora con el resto de la información.
12
Más adelante refiere el nombre como Sedano.
13
Probablemente vinculado a los yacimientos y sitios arqueológicos de Cobres mencionados por Boman
(1992 [1908]), DeNigris (2007) y L. González (2004).

86
riquezas, tesoros, y labores ricas que con prontitud le entregaban” (Torreblanca 2007
[1696]:25 y 27).

Similar argumento ofrece el Jesuita Simón de Ojeda, en 1665,

“Los españoles tenían muy ligeramente por verdadero aquel título y cifraban en él sus
esperanzas de poder sujetar facilmente a los indios, a su dominación, y de que por
medio de ese individuo se pudiesen descubrir las inmensas riquezas de oro tan
abundantes en aquella región, según la tradición constante y antigua, tanto por unas
minas riquísimas, como por los tesoros acumulados en los mausoleos de indios
antiguos” (Ojeda 2007 [1665]: 130)

Si bien es con dicha promesa que ganó tiempo y apoyo de los españoles 14. El mineral de
Acay parece ser el único sitio minero que puede efectivamente vincularse a los eventos, el
que ya estaba bajo control español. Este fue un escenario no menor de los conflictos pues,
una vez roto el apoyo del Gobernador a Bohorques, los jesuitas debieron huir de los valles
y se dirigieron, justamente, al ingenio de Acay. Pero conocedor de la importancia del
mismo, Bohorques inicia las acciones bélicas asaltándolo para proveerse de armas.

“Llegados a Acay dieron las funestas noticias a Gonzalo Sedano, dueño del ingenio,
que asi el, como los demas moradores abandonaron luego, […] se libraron de la
muerte que hubieran padecido a haberse demorado, porque presto dieron los enemigos
alli, y robaron cuanto habia y cautivaron un herrero, que con mas de treinta quintales
de la presa les pudiese hacer armas. Este fue el primer encuentro de los rebeldes con
los españoles, de cuyo buen suceso quedo Bohorques muy ufano y orgulloso” (Lozano
1875:132).

Este hecho será conservado en la historiografía minera como el evento que clausura
la temprana explotación del mineral “El célebre cerro de oro, plata y plomo de Acay tenía
sus minas aterradas después de haber sido trabajadas por un personaje interesante, que la
historia presenta como una mezcla de revolucionario y embustero, llamado Pedro
Bohórquez” (Catalano 1984:221).
En las memorias escritas por Filiberto Mena en 1791 se menciona en el Cerro de
Acay al Mineral de San Francisco de Asís, el cual “se descubrió governando esta provincia
Dn. Alonso de Mercado y Villacorta el año de 1665 por Don Gonzalo Sedano Sotomaior”
(Mena en Centeno 1912:491). Esto es durante la segunda gobernación de Mercado y
Villacorta (1664-1670). También se menciona que Sedano había conseguido auxilio de

14
En las Cartas de Bohorques al gobernador puede leerse la promesa "obedécenme cuanto les mando con
mucho amor, han prometido toda paz y quietud y que me enseñarán las minas todas que en sí encierra
esta tierra, y para principio me han mostrado dos entierros (...) que verdaderamente prometen tener alguna
cosa" (citado en Lorandi 1997b:242).

87
mita15 de la Real Audiencia de Buenos Aires. Lo cual podía estar indicando que tras el
aplacamiento de la población indígena se reactivan rápidamente las ansias por los
minerales. Ahora bien, Mena también informa que aunque se procuró trabajarlas, “ha
habido poca subsistencia por falta de medios” (Mena en Centeno 1912: 491). Irónico
resultado, al mismo tiempo que se hacía efectivo el control sobre las riquezas mineras se
eliminaban los medios para hacerlas productivas.
Luego de aplacar el alzamiento, Mercado y Villacorta promovió el reparto de las
tierras ganadas como recompensa a quienes participaron en la guerra, restableciendo poco
a poco las estancias en los valles. En este proceso Bartolomé de Castro recibió en 1689 una
merced de tierra que se extendía hasta el pueblo “que llaman de Antiofaco” (Quiroga
1999:219). Este parece ser el inicio, en las vísperas del siglo XVIII, del proceso real de
deslinde y apropiación de las tierras altas, una vez rendido el control indígena sobre sus
territorios vallistos. Si bien no se registró a partir de entonces un auge de la producción
minera (Gluzman 2007), probablemente sea el momento a partir del cual las riquezas reales
-ni Paititis ni Potosíes-, comenzaron a ser descubiertas junto con el proceso de apropiación
de la tierra.

La minería en la construcción del Corregimiento de Atacama

En el área de Atacama la caída del imperio incaico ante la embestida española permitió la
relajación en la articulación política con el centro imperial. Bajo estas circunstancias los
curacas locales plantearon rápidamente una clara resistencia a la presencia española. Desde
el paso de la primera incursión comandada por Almagro en 1536, que iba de regreso al
Alto Perú, los pueblos atacameños plantearon una estrategia de ‘guerra de vacío’ que se
basó en el hostigamiento constante de las guarniciones españolas en tránsito, ocultando los
bastimentos, despoblando los asentamientos y atrincherándose en pucaras para defender
los pasos hacia sus territorios (Téllez 1984). La avanzada de Valdivia hacia el sur en 1540
logró consolidar la principal vía de tránsito entre Chile y el Alto Perú, aunque el control
efectivo del territorio sería sólo una quimera aún.

15
No menciona quienes y en qué condiciones deben presentarse a la mita. Si se trató de las poblaciones
indígenas calchaquíes bien podría reevaluarse esta orden en relación con el alzamiento, dirigido por
Bohórquez, ocurrido al año siguiente.

88
La búsqueda de riquezas minerales aparece también como una constante de peso en
esta avanzada. Valdivia le comunicaba a Hernando Pizarro que en Atacama;

“por un indio que tomé en el camino cuando venía aca, supe que todos los señores de
esta tierra estaban avisados de Mango Inga con mensajeros que vinieron delante de mi,
haciéndoles saber, si querían que diésemos la vuelta como Almagro, que escondiesen
el oro, porque como nosotros no buscábamos otra cosa, no hallándolo haríamos lo que
él” (Valdivia [1545], citado en Platt y Quisbert 2008:235).

En la zona ya existía una minería activa vinculada a la extracción de cobre


(Aldunate et al 2005 y 2008; Bird 1977; Hidalgo y Aldunate 2001; Núñez 1992 y 1999;
Núñez et al. 2003; Salazar 2002 y Salazar et al 2001). Los yacimientos cupríferos, sin
embargo, ocupaban un lugar secundario en el imaginario plasmado en las crónicas
tempranas donde el deseo rondaba principalmente la dupla oro y plata; “hay en este valle
de Atacama yfinita [sic] plata y cobre y mucho estaño y plomo y gran cantidad de sal
transparente” (Bibar 1966[1558]:14). O en Lozano Machuca: “se podrá dar en muchas
minas de oro y plata y otros metales, porque los hay en la tierra, y es fama común que
los caciques principales los tienen oculto (sic) a fin de que españoles no les entren en sus
tierras y porque el diablo se lo aconseja” (Lozano Machuca 1992 [1581]:32, resaltado
agregado).
En orden de establecer y ordenar el acceso a las riquezas esperadas debía lograrse el
ordenamiento de la tierra. Controlar a los caciques de Lípez y Atacama era el paso inicial,
pues “se decía que eran indios belicosos y que estaban cerca de indios de guerra y no se
sufría apretarlos porque no se alzasen” (Lozano Machuca 1992 [1581]:30). Esto luego
permitiría a los españoles avanzar además sobre la tierra de los omaguacas, con quienes
“se tratan y tienen rescate entre ellos de oro y plata y saben toda la tierra. Y los omaguacas
es poca gente y tienen mucho ganado de la tierra y mucho oro y plata” (Lozano Machuca
1992 [1581]:32). Sujetar la fuerza de las comunidades locales era el camino a seguir. Se
trataba de un plan de conquista territorial en busca de riquezas que, digitado desde La
Plata, se extendía desde el Altiplano a sus áreas circundantes.
La administración colonial delegó esta tarea en la familia Velázquez Altamirano.
Juan Velázquez Altamirano cambió la conquista militar por una estrategia negociadora que
enfatizó las conveniencias de avenirse al servicio del monarca y la iglesia. Tras la
mediación de curacas Chichas16 en 1556, varios caciques atacameños viajaron a Suipacha a

16
Esto puede interpretarse como parte del alineamiento ocurrido por las noblezas locales con el bando
realista (ver Platt y Quisbert 2008), mostrando aun el grado de articulación regional que la política de las
comunidades andinas mantenían.

89
solicitar la paz, celebrándose en marzo del año siguiente una ceremonia de pacificación en
Atacama (Hidalgo 1981 y 1986; Téllez 1984). Una vez convenida la ‘convivencia’,
comenzaron a implementarse las medidas administrativas destinadas a ordenar tierras y
gentes de acuerdo con el modelo colonial. En 1557/8 se fundó un primer poblado -
Toconao- con la intención de asegurar la paz y el tránsito entre La Plata y Chile (Hidalgo
1981 y 1986). En 1560 se designó Corregidor de Atacama a Juan Velázquez Altamirano
quien parece haber ejercido el cargo por un año y medio aproximadamente (Hidalgo 1981).
También recibió encomienda de la mitad de los indios de Atacama17 y gestionó, junto con
su hijo Francisco de Altamirano, la pacificación de las poblaciones alzadas de omaguaca.
Lo cual parece lograr a través del otorgamiento de concesiones y presentes (Martínez
1992b y Martínez et al 1992).
No es mucho más lo que se conoce respecto de la situación posterior a las paces. Se
menciona en la probanza que algunos religiosos viajaron esporádicamente a doctrinarlos y
aparentemente, los indígenas disminuyeron los ataques y comenzaron a asistir a los
españoles en tránsito. Aunque la tierra en general continuó siendo considerada peligrosa
(Hidalgo 1986; Téllez 1984). En 1573, en el marco de la Visita General Toledo apunta que
“las [[visitas]] de atacama frontera de chile hasta asentar estos yndios de guerra
chiriguanas no se ha podido hazer porque con la visita no se me huyesen los yndios de paz
con los chiriguanas y dexasen de pagar el tributo los lipes y de atacama que son de vuestra
majestad” (Toledo [1573, nº 22] 1924:240, en Gil García 2009:262).
En la Razón de los corregimientos que había en el Perú en 1582 se hace mención
conjunta del ‘corregimiento de Lipes y Atacama’ del que indican: “Los lipes y atacama con
iU500 [= 1.500] p[eso]s de salario proueido en 8 de nouy[embr]e de [15]81 en joan
velazquez de altamirano” (AGI, Patronato 190, R. 44, f. 1v/ 1584, en Gil García
2009:298). También en 1581, el factor de Potosí Lozano Machuca al escribir una carta al
virrey indica:

“El valle de Atacama está de los Lipes 40 leguas; son indios encomendados a Juan
Velázquez Altamirano, vecino de La Plata, y si V[[uesa]] E[[xcelencia]] acomodase en
otra cosa al Juan Velázquez, de lo cual él holgaría de buena gana, porque no le dan de
provecho más que mill pesos mal pagados cada año, se podrían poner estos indios

17
De acuerdo con Presta (2008), la primera encomienda de atacameños fue concedida, durante el auge de la
facción pizarrista, por Francisco Pizarro a uno de sus capitanes, Francisco de Tapia. Esta se localizaba sobre
territorios no conquistados, por lo cual y en vista de los conflictos en que se hallaba envuelto su beneficiario,
nunca se efectivizó (ver Gil García 2009). Tras la caída de la facción pizarrista, el virrey La Gasca canceló el
otorgamiento de ésta y entregó la encomienda a Pedro de Isasaga (Hidalgo 1986). Tras su muerte es heredada
por su hijo, Francisco de Isasaga, y su viuda, Teresa de Avendaño. Tras el segundo matrimonio de ésta pasa
la encomienda a Pedro de Cordova.

90
atacamas en la Corona real y reducirse en uno o dos pueblos, que serán hasta mill
indios; demás del tributo que darían a S[[u]] M[[ajestad]], se podrían labrar muchas
minas de cobre que hay en aquella comarca, en especial en el mismo puerto de
Atacama (Lozano Machuca 1992 [1581]:32).

El problema para él reside en el desamparo de dichos minerales para lo cual


propone reducir en uno o dos poblados a los indios atacamas y compelerlos a que

“diesen mantenimientos a estos indios que allí trabajasen, tasándolos a moderados


precios, conforme a la disposición de la tierra, atento que no tienen saca de ellos a
ninguna parte, y tasando los jornales de los indios, porque de esta manera no se podrá
conseguir este buen efecto. Y de esta manera se podrá dar en muchas minas de oro y
plata y otros metales, porque los hay en la tierra, y es fama común que los caciques
principales los tienen oculto a fin de que españoles no le entren en sus tierras y
porque el diablo se lo aconseja, y para esto sería necesario tener siempre en Potosí o
en la ciudad de la Plata dos o tres caciques de los principales en depósito y rehenes,
hasta que esté bien entablado, por ser indios belicosos y mal impuestos ” (Lozano
Machuca 1992 [1581]:32)

Un par de años después la denuncia se mantiene en el informe de Bartolomé


Álvarez: [Lipes y Atacamas] “no pagan la tasa enteramente porque, como son gente libre y
desvergonzada, no los osan apretar; y todo lo causa que los gobernadores los miman, y no
los aprietan ni castigan en cuantas desvergüenzas hacen.” (Álvarez [1588], en Gil García
2009:397-8). De hecho Hidalgo (1986) llega a definir que hacia fines del siglo XVII
Atacama se había convertido en ‘el paraíso de los indios fugitivos’. Para remediar esto la
administración colonial en La Plata recomendaba “cambiar los dos encomenderos de
Atacama por un número mayor de pobladores españoles entregándoles veinte indios como
yanaconas a cada uno para asegurar su conversión y la seguridad del tránsito a Chile”
(Hidalgo 1981:257, también en Hidalgo 1986), en clara señal de que las metas propuestas
décadas antes aún no habían sido alcanzadas.
En 1596, Francisco Altamirano, detentor en segunda vida de la encomienda de
indios de Atacama, solicitó se le permute por una renta pues,

“no han tributado ni el dia de oy tributan ni dan aprouechamientos algunos porque


siempre an estado ynquietos e no muy pacificos e que no se han podido reducir por
estar en partes tan remotas y apartadas como en la prouincia de Atacama que hasta
agora a sido nescesario sustentar los dichos yndios con buenos tratamientos para que
solo dexen doctrinar que si se les pidiessen pagassen tributos se remontariuan e
leuantarian de suerte que en ninguna manera dan prouecho ni rentas” (en Martínez et
al 1992:69)

El documento está claramente orientado a establecer el derecho que le asiste, por lo


cual tanto él como sus testigos enfatizan constantemente la pobreza y belicosidad de los
encomendados, pero no por ello deja de ser una muestra del desencanto de la familia

91
Velázquez Altamirano con las riquezas atacameñas luego de décadas de detentar la
encomienda. En toda la probanza no hay mención alguna de descubrimiento o explotación
de las supuestas y esperadas riquezas.
La narrativa histórica más bien recuerda a Juan Velázquez Altamirano como el
encomendero y corregidor que instauró el tráfico de pescado seco desde la caleta de Cobija
hasta el mineral de Potosí (Martínez 1985a). Gran parte de la organización y gestión del
trasporte fue monopolizada por los encomenderos a través del ‘servicio personal’ que los
indígenas prestaban (Sanhueza 1992a y 1992b). La principal ruta de esta economía se
dirigía entonces de la costa del Pacífico al mercado altiplánico, expresándose
materialmente en la implantación de una serie de poblados que permitían el tránsito y
resguardo de esa ruta, quedando en segundo plano los vastos ‘despoblados’ atacameños,
paisajes considerados inhabitables por la mirada colonial, donde el mito de las riquezas
encontraba refugio.
La minería en el siglo XVI no fue necesariamente un factor de peso en la
vinculación de los atacameños al mundo colonial. Su importancia residió en realidad en su
influjo indirecto, a través de la creación de un significativo mercado de consumo donde
colocar un producto obtenido a gran escala -el pescado seco del Pacífico-. Este comercio,
basado en antiguas redes sociopolíticas de circulación de productos entre la costa y los
Andes (Castro 2001; Núñez 1992; Sanhueza 1992a), se convirtió en una de las principales
actividades económicas a nivel regional (Bittman 1983; Martínez 1985b; Sanhueza 1992a
y 1992b). Las características de la actividad permitían al encomendero residir en los
centros urbanos coloniales18, sitio de los mercados en los que se negociaba el producto, y
sostener su posición social.
La minería indígena existente en Lípez y Atacama es mencionada, pero se la
presenta como una actividad de muy baja escala aunque de gran potencial si se lograran las
condiciones adecuadas de explotación,

“Habrá diez años poco más o menos que en el repartimiento de los Lipes […] se
descubrieron muchas minas de plata y se comenzaron a registrar con mucha furia, y de
la misma manera se dejaron de proseguir y labrar y así se quedaron por entonces,
diciendo de ser la tierra mala y despoblada [..] Y habiendo ido allá entendió que los
indios eran muy ricos y que podían pagar a su mjtd., mucha más tasa y que no eran
belicosos como se decía sino muy al contrario, y a él le pareció la grangería de las
minas tan bien que compró una y pidió otra por despoblada de que ha sacado metal
muy rico […] en todo el distrito de los Lipes, en las casas y rancherías de los indios
hay hornillos de fundir y afinar plata y muchas guairas por los cerros y todos en

18
Así se lo menciona en la Probanza de méritos y servicios de Francisco Altamirano y su padre.

92
general se ocupan de beneficiar y sacar plata, y no se sabe de las vetas de donde se
saca, lo cual se sabría con facilidad si la dicha tierra se poblase y hollase de españoles”
(Lozano Machuca 1992 [1581]:30-31, resaltado nuestro)

Unos años después Bartolomé Álvarez también expone;

“Dije que tenían piedras preciosas. Es así verdad, que entre ellos [Lipes] y los
Atacamas hay piedras de gran estimación al parecer; que, como acá no hay quien trate
del conocimiento desas curiosidades, no hay quien conozca qué piedras son. No son
rubíes ni esmeraldas; empero hay jaspes, piedras verdes y azules; y déstas, dos colores
de colorado que tiran a amarillo. […] Hay otras piedras para la salud de diversas
enfermedades, de gran valor: que por ser gente tan mala no se pueden descubrir sus
vetas, ni hay quien lo ose decir por miedo del bando que tienen echado. […] me parece
que se podrían hallar piedras de gran valor si los Atacamas y Lipes que están sujetos
lo estuviesen a nuestro modo, y no al suyo.” (Álvarez [1588], en Gil García
2009:472, destacado agregado)

Si bien son las ilusiones acerca de tesoros y riquezas similares a las de Porco o
Potosí las que hacen, en parte, que el aparato colonial se movilice sobre la región, el no
hallarlas no modifica el imaginario colonial. Los infructuosos intentos de la más temprana
minería colonial se justificaron más bien en las duras condiciones ambientales, y en la
hostilidad e incapacidades de la fuerza de trabajo local. Los discursos que sostienen las
representaciones que desde los centros urbanos administrativos se construyeron acerca de
Atacama rondan dos posiciones simultáneas y contrapuestas. La que tiende a exaltar las
riquezas y acusar a la rebeldía o belicosidad de los indios como el motivo de no poder
acceder a ellas, o la que distingue a la población como pacífica pero pobrísima. Ninguno
de ellos merece ser evaluado como más o menos correcto, sino como representaciones del
imaginario y los deseos de quienes los generan. Su importancia no radica entonces en su
veracidad sino en su capacidad de generar realidad, pues a partir de ellos se planifican
acciones concretas que incidieron sobre las prácticas de los sujetos.
De acuerdo con Gil García (2009) Lípez19 durante el siglo XVI funcionó
geopolíticamente como un ‘tapón’ entre Charcas y los ‘indios de guerra’ asentados en su
frontera meridional, por ello se prefirió no forzar en materia de tributos a la población en
orden de mantener a los lipes como indios de paz. Esta situación se mantuvo hasta entrado
el siglo XVII. Lípez, sobre todo sus límites hacia el sur-suroeste, había sido hasta entonces

19
Para quien tenga interés de ampliar la información acerca de Lípez en la colonia puede referirse a la
reciente tesis doctoral de Gil García (2009). El autor hace una distinción categorial entre Lipes y Lípez,
donde la primera refiere a la región colonial y la segunda a la toponimia actual. En este caso en particular
está refiriendo a Lipes. Si bien se considera que la distinción es relevante en su investigación, aquí se decidió
mantener constante el uso de Lípez para evitar confusiones.

93
un territorio apartado y olvidado hasta que en sus punas finalmente se ‘descubrió’ algo
merecedor de interés: los cerros de plata.
El 8 de marzo de 1635 Juan de Lizarazu, presidente de la Audiencia de Charcas,
informaba al rey sobre la provincia de Lípez en los siguientes términos:

“La provincia de Lípez es una de las más particulares que tienen estos reinos, porque
además que hay en ella cosas que la naturaleza no produce en otras partes de tan
extraña variedad, es la más copiosa de ricos minerales de plata, y algunos ríos de que
[se] sacó oro, de cuantas tiene todo lo descubierto (...) Convendría mucho que se
tornase a visitar, catear toda la tierra y descubrir una porción de ella que esté
entre el camino que va a Tucumán y la costa que se va a Chile. Llámanla por acá el
Nuevo Mundo, no por su grandeza, sino por ser incógnita y no haberla penetrado
ninguno. Entró en años pasados Luis del Castillo, con cuatro compañeros, y caminaron
hasta siete leguas [39 kilómetros], y por la prisa que les dieron algunos indios
cimarrones se volvieron. Asegurome, y es hombre de toda verdad, que por el camino
que anduvieron toparon muchos minerales muy poderosos y que según la disposición
de todo lo que pudieron notar, promete grandes descubrimientos aquella tierra. Con
menos de cuarenta hombres se puede catear toda. Poco es lo que esto ha de embarazar,
y mucho lo que se aventura”. (Lizarazu [1635] citado en Serrano Bravo 2004:62-3,
resaltado agregado).

Juan de Lizarazu, que era un ferviente convencido de la existencia de El Dorado,


insistió con la exploración de la provincia de Lípez, seguro de que allí se asentaban
ingentes riquezas (Sanz Camañés 2004). Este interés en aprovechar nuevas zonas mineras
es reflejo de la contracción progresiva de la actividad en Potosí a partir del siglo XVII
(Langue y Salazar-Soler 2000). Es entonces cuando, como se mencionó al referir a la
Gobernación de Tucumán, comenzaron a explotarse los yacimientos argentíferos y se
construyeron una serie de ingenios20. Estos centros mineros actuaron como punto de
trueque e intercambio y generaron algunas formas de trabajo remunerado para los
pobladores de Atacama la Baja y Atacama la Alta que solían desplazarse hasta allí
(Casassas Cantó 1974a; Hidalgo 1984; Hidalgo y Manríquez 1992; Martínez 1985a y b,
1992a; Núñez 1992; Sanhueza 1992a y b). En el informe del virrey Diego Fernández de
Córdoba (1622-29) para mediados de la década de 1620 “los atacameños tributaban 3.525
pesos de a ocho reales, de los que 1.600 se destinaban al abono del sínodo de los
doctrineros, y el resto quedaba íntegro para Pedro de Ysasiga y Lope de Ynestrossa, los
dos encomenderos, no quedando entonces nada para atender el salario del corregidor” por

20
Langue y Salazar-Soler (2000) mencionan particularmente a San Antonio de Nuevo Mundo (1648) y San
Antonio de Padua (1652) a cargo de Antonio López de Quiroga. Hacia finales del siglo XVII se habían
agotados los minerales de alta ley y las minas comenzaron a inundarse y su explotación a decaer. Tal
decadencia fue en avance a partir del comienzo del siglo XVIII y para 1780 la actividad argentífera se
denuncia como casi paralizada (Cañete 1952 [1797]). Sin embargo, hay que matizar estas denuncias ya que
detrás de ellas se esconden a veces estrategias ilegales de obtención de recursos (ver Serrano Bravo 2004).

94
lo que se proponía la posibilidad de suprimir definitivamente este corregimiento y anexarlo
al de Lípez (Gil García 2009:308). El proyecto finalmente no cuajará pero pone en
atención ya cómo se proyectaba la reorganización territorial y poblacional en función de
las incipientes actividades mineras en Lípez.
En síntesis, desde temprano la política colonial optó por explotar las formas
tradicionales de organización socio-económica indígena, rearticulándola a través de las
rutas con los nuevos mercados mineros, favoreciendo especialmente las prácticas que
permitían al corregidor/encomendero la obtención de productos comercializables en el
mercado potosino. La población indígena logró integrar estas actividades en sus
tradicionales estrategias andinas de reproducción, combinándolas a partir del siglo XVII
con la participación en los ingenios mineros o produciendo para ellos, cumpliendo así con
las exigencias tributarias. La importancia de la minería durante los siglos XVI y XVII es
entonces de carácter indirecto, pues más que un crecimiento de las actividades mineras
preexistentes, que explotaban principalmente yacimientos cupríferos, lo que resulta de la
relectura de las narrativas -históricas y arqueológicas- es el peso que tuvo la minería extra-
atacameña de la plata y el oro sobre la población local. Las tierras puneñas al oriente de
Atacama la Alta están casi completamente ausentes de las narrativas. La arqueología
desarrollada desde Chile no ha ahondado las investigaciones en el área 21, y cuando se ha
referido a ella tendió a reproducir la imagen de ‘espacio vacío’ construido por la narrativa
arqueológica nacional y sostenido en el silencio documental (ver Haber y Lema 2005;
Lema 2004). El archivo documental refiere a la zona sólo de forma tangencial hasta
entrado el siglo XVIII, describiéndola cómo un espacio inhóspito, por fuera del control
colonial, ocupada por pobladores de difícil sujeción debido a su proximidad a los belicosos
indios de los valles de la Gobernación del Tucumán (Martínez 1992a; Téllez 1984).

Las jurisdicciones eclesiásticas

Como se mencionó en el capítulo precedente, los metales y la metalurgia en tiempos


prehispánicos vinculaban a las poblaciones andinas con sus dioses legitimando
simbólicamente los órdenes jerárquicos pre-coloniales. La intervención del poder colonial

21
El oriente de Atacama la Alta fue disputado por los estados boliviano, chileno y argentino a lo largo del
siglo XIX, quedando en manos de este último cuando las arqueologías nacionales estaban recién comenzando
a practicarse.

95
sobre estos debía realizarse de forma tal que el nuevo orden cubriera sus necesidades de
reproducción y se legitimara al mismo tiempo. La transformación de los metales andinos
de bienes de valor sagrado, cómo lo eran dentro de la lógica prehispánica, en mercancías,
dentro de la lógica mercantil colonial 22, requirió una intervención sobre la concepción
andina del orden del mundo. En este proceso el gobierno colonial conjugaba con sus
estrategias las fuerzas expansivas del catolicismo. Éste, a través de las órdenes religiosas y
sus miembros seculares, acompañó constantemente las avanzadas del orden colonial. Sus
agentes se encargaban de convertir a los indios a la cristiandad, de ‘civilizarlos’ y
pacificarlos, transformándolos en ‘miembros valiosos para la comunidad’ (Mörner 1986).
Esa transformación involucraba la orientación de la fuerza de trabajo a las tareas
‘productivas’ de las empresas españolas en América. Las riquezas mineras, fueron tema de
relato permanente desde las primeras crónicas, de la misma forma que los agentes
religiosos solían hallarse presentes en el mundo minero legitimando los despojos
colonialistas.
Este accionar se justificaba en una teleología divina que articulaba la iglesia al
poder colonial. Si Dios había llenado de riquezas esta tierra era para recompensar a
aquellos que honraban su obra23. La voluntad divina había guardado estos tesoros para
aquellos que fueran merecedores y que le recompensarían con las almas ganadas para la
verdadera fe. El argumento ‘riquezas por almas’ combinó magistralmente la doble
legitimación necesaria que la colonización del mundo implicó para el Imperio y sus
instituciones. En las palabras del agustino Calancha se encuentra uno de los primeros
intentos definidos de aplicar el esquema histórico, vigente en la Europa católica e imperial,
a la historia andina y su teleología (Pease 1995).

“si Job miró las minas de esta tierra, i los metales i vetas de sus cerros, para consolar
celosos de la onra de Dios; ¿porqué no será particular privilegio de este Perú; i a
nosotros sus favores, pues abla de nuestras minas su alusión, i de nuestros tesoros su
metáfora? Que darnos Dios a nosotros solos las minas de que abla, i entender por otros
los favores que promete, era urtarnos lo que es proprio para onrar otros Reynos con
caudal ageno, i más quando se ven en este Perú estirpación de idolatrías por las
Religiones, conversión de pedernales por sus Religiosos, destierro de vicios por su
vida Apostólica i cosechas de virtud por su provechoso trabajo, aviendo estendido (en

22
La transformación de bienes de valor a mercancías, implicó que esos bienes que “funcionaban como medios de
intercambio social, de valor simbólico múltiple y complejo, pero de uso y circulación a los límites determinados por la
misma estructura de las relaciones sociales de relación y poder” se convirtieran en el medio de intercambio general
(Godelier 2000:269).
23
Langue y Salazar-Soler (2000:137) ilustran el peso del argumento a través de la siguiente cita extraída del
Anónimo de Yucay [1571]: “Digo que es tan necesario moralmente hablando, a ver minas en estos
Reynos, que si no las huviese, ni abría rey ni Dios, porque quitados los quintos reales y almoxarifasgos que
cesarían cesando el oro y plata, porque se acavaría la contratación y no abría rey que quisiese serlo”.

96
distancias de dos mil leguas de tierra) los Religiosos su predicación, como vetas de
plata de toda ley, i la caridad como minas de oro del mayor quilate, i estendiendo la
mano, se a visto correr arroyos del bautismo sobre pedernales de Gentilidad” […] “en
el zelo al oro de su paternal caridad, probaré que se an estendido sus Religiosos en este
Reyno como ramas, i que ablandando pedernales an produzido tesoros en la pobreza
desta gentilidad, verase que an sido los sucesores minas de apurada virtud, i que an
dado mejores flotas de riquezas para el cielo, que Potosí a dado para el mundo”
(Calancha 1639:46-7)

Esta doble articulación, entre los destinos de la iglesia y del imperio, reflejada en la
generosidad divina de almas y riquezas, se expresó terrenalmente en las formas
administrativas establecidas por las Leyes de Indias. Estas fomentaban la coincidencia de
las jurisdicciones de gobierno y las eclesiásticas generando divisiones administrativas y
jerarquías de gobierno de niveles compatibles. De esta forma intentaban evitarse los
conflictos que podían surgir de una doble administración espacial. En los casos como el de
la Puna, donde los límites jurisdiccionales eran difusos, la administración eclesiástica
tendía a presentar los mismos claroscuros que las jurisdicciones administrativas virreinales.
En el Corregimiento de Atacama la jurisdicción eclesiástica se organizó ya de
manera perdurable desde fines del siglo XVI. La misma era dependiente del Obispado de
La Plata 24, sobre la base de las dos parroquias: Atacama la Alta y Atacama la Baja. Las
parroquias o curatos tendían a coincidir con las ciudades y sus jurisdicciones, en este caso,
San Francisco de Chiu-Chiu y San Pedro de Atacama. Esta última, que es la que interesa a
esta investigación, parece remontar su origen al ‘acto de pacificación’ de la comunidad
atacameña, en 1557, constituyéndose como una ‘doctrina de indios’ que contaba con una
iglesia al cuidado de Don Cristóbal Díaz de los Santos. La permanencia posterior del
clérigo en el área es dudosa, aunque en la probanza de méritos y servicios de la familia
Altamirano se mencionan viajes esporádicos de éste para instruir a sus encomendados
(Martínez et al 1992). Bartolomé Álvarez expone, en 1585, una extensa queja de la
situación en que podían encontrarse estos clérigos:

“Para que se vea qué gente son estas dos naciones [[Lipes y Atacamas]], y el mal que
hacen [los españoles que pueden evitarlo] en dar lugar a tanta desvergüenza, se puede
ver en que a tres mil indios no les dan más que un sacerdote, que no ve [[de]] cien
partes la una de los bestiales Lipes. Si yo se lo hubiera de dar, no se le diera ni a los
Atacamas, si los gobernadores no los juntaran y poblaran [[= redujeran]], y pusieran
en cuenta y razón y sujeción: porque de [= el] darles sacerdotes en esta manera no
sirve sino para poner un sacerdote en riesgo de que lo maten, si les obliga o aprieta en
algo a las cosas de cristiandad. Porque están muy solos [los sacerdotes], que aún para
confesar tienen mucha dificultad. Con este desorden dan ocasión a que no sean
conocidos [los indios de los sacerdotes], y no siendo conocidos no se puede saber

24
Luego Arzobispado de La Plata.

97
quién son baptizados ni quién no. Y por los libros no se puede averiguar quién es
baptizado: porque, como las cosas de cristiandad aborrecen y desean perseverar en sus
ceguedades, así como para esto no quieren aprender la doctrina ni entenderla -porque
no piensan vivir conforme a ella-, así se han excusado y escondido poniéndose todos
nombres de cristianos, no siendo baptizados: para que no se parezca ni se pueda
averiguar quién es cristiano, digo baptizado. Con el nombre se disimulan todos, y con
traer rosario sin rezar palabra en ellos: muchos traen que no saben la señal de la cruz.
Para ver si son cristianos en el amor que tiene al cristiano, se ve en cómo los tratan [=
a los españoles] por donde pasan. Y así mismo se ve en lo que saben; y el que más
sabe sabe poco, y no entiende palabra ni se [da] algo por eso. Y todas las generaciones
desde reino se pierden en esta manera (Álvarez [1588], en Gil García 2009:408-9).

A partir del siglo XVII parte de la actividad de las doctrinas de Atacama quedó registrada
en el ‘libro de varias ojas’, armado a partir de un conjunto de hojas dispersas que
pertenecieron a los cuadernos parroquiales del siglo XVII (1611 - 1698) 25. La fecha más
temprana, 1611, refiere a registros realizados en Atacama La Baja (Casassas Cantó
1974a:73). Pero es de acuerdo con ese registro documental que Casassas Cantó (1974a)
concluye que a comienzos del siglo XVII la parroquia de Atacama la Alta ya está
consolidada contando con diversos anexos o poblados sobre los cuales ejercía su
jurisdicción entre ellos “hacia los terrenos elevados de la Puna, Nuestra Señora de Belén
de Susques y Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi” (Casassas Cantó 1974a:74,
resaltado agregado). Esta referencia le dio a esos poblados una cronología temprana en la
historia colonial de Atacama. Lamentablemente el autor no dice nada respecto al momento
en que dichos anexos habrían sido creados, ni por qué les otorga tan temprana fecha, pues
en realidad no hay registro en el ‘libro de varias ojas’ de los anexos de Susques o
Ingaguasi. Esta ausencia puede deberse en parte al hecho de que el libro contiene
principalmente los registros de Atacama la Baja o al hecho de que el control mismo sobre
sus jurisdicciones durante todo el siglo XVII parece muy débil, registrándose en las visitas
de 1639 y 1641 un pedido de mayor control sobre sacerdotes clérigos vagantes y religiosos
que dan o presumen dar misa sin permiso y sin estar preparados para hacerlo (Casassas
Cantó 1974a). La presencia misma de los párrocos no era constante pues este era un curato
económicamente poco atractivo. Los cambios de párrocos eran frecuentes y muchas veces
la designación se consideraba simplemente como un paso necesario para la consecución de
mejores plazas (Casassas Cantó 1974c).
La ausencia total de menciones se vuelve significativa cuando persiste en la
Revisita de 1683 (Hidalgo et al 1992) generando interrogantes acerca de la existencia de
los poblados anexos en el siglo XVII. Si la respuesta fuera positiva, el control real sobre
25
En 1733 fueron ordenadas como Libro por el párroco de Chiu-Chiu Don Bernardo López y se agregaron
algunas anotaciones (Casassas Cantó 1974a y b).

98
ellos debió de ser bastante exiguo, pues las cabeceras mismas -San Francisco de Chiu-Chiu
y San Pedro de Atacama- son mencionadas durante el siglo XVII como poco más que
‘doctrinas muy pobres y de mucho trabaxo’ o ‘doctrinas tenuas [que rentan poco o nada]’
(Casassas Cantó 1974a:75).
En cambio, si como menciona Castro (2001) 26, los anexos de Susques e Ingaguasi
son incorporados a Atacama la Alta en el siglo XVIII, la cronología del proceso de
colonización del espacio puneño se retrasa más de un siglo 27. Sugerentemente esta opción
es coincidente con las primeras menciones documentales de los anexos que corresponden a
mediados del siglo XVIII (Casassas Canto 1974c: cuadro II; Hidalgo 1984).
Las jurisdicciones eclesiásticas controladas desde la Gobernación de Tucumán
presentaban una situación similar a las jurisdicciones administrativas, siendo ambas en
gran medida dependientes de las variables de luchas entre indígenas y españoles por el
control del territorio, hasta que estas mismas no fueron resueltas aquellas no lograron
consolidarse. En las fundaciones y traslados de los poblados coloniales quienes
colaboraban con el asiento de iglesias y religiosos eran los vecinos más acomodados, que a
su vez esperaban luego verse beneficiados del accionar misional, pues a través de éste se
fomentaba la participación indígena en los regímenes de producción coloniales (Amigó
2000). Esta participación podía ser directa –como fuerza de trabajo- o indirecta -en la
producción de insumos-. La importancia de la participación indirecta no es menor cuando
analizamos la minería colonial, pues suelen encontrarse nexos claros de los señores de
minas e ingenios con las empresas misionales. En la ‘Relación Histórica de Calchaquí’,
por ejemplo, Torreblanca menciona que la misión de San Carlos había recibido ‘limosnas
cuantiosas’ que habían traído de las minas 28, “que aquellos hombres las daban de muy

26
Lamentablemente tampoco refiere el origen de la información.
27
Delgado y Göbel (2003), en la breve caracterización de la historia colonial de Susques, citan la referencia
de Casassas Cantó (1974a) para sugerir una posible cronología al poblado colonial de Susques. En tanto que
el dato del autor debe ser revisado, lo mismo debiera ocurrir con las menciones subsiguientes.
28
Piossek Prebisch (2007) considera que a las minas que refiere es a las de Lípez, particularmente a las de
San Antonio del Nuevo Mundo de Pablo de Espinosa. En efecto, Gil García (2009:314) lo menciona como
Pablo Espinosa Ludeña (también citado Lodueña y Ludueña), “descubridor de minas de oro y plata en Lipes
y en Chichas, y dueño de un ingenio y varias minas en esta última provincia”, quien en ese mismo año (1647)
inició un pleito con Pablo de Ovando, vecino de Jujuy, sobre la confirmación de treinta indios de
repartimiento para el trabajo en dichas minas.
Tasa de tributarios no incluidos en otros Nº de indios destinados al repartimiento de
repartimientos: Espinosa Ludeña:
Sococha 19 1
Cochinoca 20 1
Casabindo 50 3
Atacama la Grande 200 13
Atacama la Baja 45 3

99
buena voluntad, por cooperar en algo á que los P. P. tuviesen medios para ayudar a la
conversión de aquella gentilidad; que en tiempos de Urbino, y el capitan Dn. Io. de Abrego,
llevaban a las minas cantidad de comidas y trabajaban” (Torreblanca 2007 [1696]:52).
Incluso, la ‘limosna primera’ 29 correspondió a donaciones realizadas por Dn.
Antonio Patiño y el Capitán Pablo de Espinosa, ambos encomenderos en el Alto Perú y
empresarios de minas e ingenios en San Antonio del Nuevo Mundo. Además de limosnas
posteriores de igual procedencia, Torreblanca registra que Gonzalo Sedano, del Ingenio de
Acay, les hizo donación de la campana para la misión de San Carlos (Torreblanca 2007
[1696]). Estos ejemplos muestran cómo se combinaban las fuerzas coloniales en las
avanzadas colonizadoras sobre el territorio. Las empresas ya asentadas financiaban a los
misioneros en sus esfuerzos por apaciguar y adoctrinar a las poblaciones indígenas que no
sólo convertían al cristianismo, sino también en fuerza de trabajo útil a las empresas
españolas30.
No pudiendo los poblados coloniales asentarse firmemente en la Gobernación de
Tucumán por largo tiempo, tardaron también en trazarse las jurisdicciones eclesiásticas. El
curato de Belén, que incluía en su jurisdicción a las tierras puneñas, fue uno de los
primeros en crearse y, sin embargo, de los últimos en consolidarse. Administrativamente el
asiento del curato se correspondía con la jurisdicción de la primera fundación de Londres.
Con los constantes traslados de la ciudad los emplazamientos religiosos al interior de su
jurisdicción también debieron acomodarse. La misma precariedad existencial actuó sobre
las posibilidades de su organización y sostenimiento. De acuerdo con lo expresado por el
cura párroco, Juan de Aquino, al obispo Maldonado de Saavedra, en 1640: Londres “no

Lipes 144 9
Omaguaca - 0
Tilcara - 0
Total: 30
Estos le fueron negados, tras un largo proceso que finalizó en 1665, en “virtud de que sus pueblos de origen
ya estaban adscritos a otras mitas en la provincia de Omaguaca y en la ciudades de Salta y Jujuy, en el
Noroeste Argentino” (Gil García 2009:497). Este pleito refleja las tensiones existentes por la mano de obra
indígena, y justamente se resuelve a favor del argumento de no reasignar indios de labranza al trabajo
minero. Los de Omaguaca y los de Tilcara no se incluyen en el repartimiento para Espinosa Ludeña por estar
ya asignados a la mita de Jujuy y los de Cochinoca y Casabindo asisten a la mita de Salta. Los indios de
Sococha, por su parte, “alegaron no poder entregar su parte de repartimiento por tres motivos: 1) ser un
pueblo de labradores sin experiencia en minas, 2) acudir como tales, junto con algunos indios de Cochinoca y
Casabindo, a la mita de Jujuy, y 3) también con los de estos otros dos pueblos, prestar servicio en la hacienda
de Pablo Fernández de Ovando en Jujuy” (Gil García 2009:519).
29
La ‘limosna primera’ es la forma en que Torreblanca categoriza la inversión, aparentemente cuantiosa, que
se les otorgó con el fin de que se establezcan las misiones.
30
Se hace comprensible así que en todos los alzamientos de los valles la violencia se volviera contra las
misiones y las expulsara de los valles y marcando su historia con la misma inestabilidad que caracterizó a los
poblados coloniales.

100
tenía forma de población y no merecía el nombre de ciudad porque en el lugar sólo residían
de manera permanente el capitán Francisco de Nieva y Castilla con su familia en una
estancia de su propiedad” (Brizuela del Moral y Acuña 2002:5). Ni la tendría aún en 1675
de acuerdo con Ángel de Peredo, Gobernador de Tucumán: “no hallé más de el árbol de la
justicia que estaba dentro de un bosque y unos cimientos levantados del alto de una pared
que según forma parece que quisieron hacer iglesia a donde no hallé casas ni calles ni
convento” (en de la Orden de Peraca 2006:49). Estas descripciones nos dan una imagen del
estado y las posibilidades del mismo en la época. Finalmente en 1681 se funda la población
de la actual Belén, atrayendo a los pobladores que aun resistían la migración hacia el Valle
Central (de la Orden de Peraca 2006). Finalmente en 1683 la ciudad cabecera fue
nuevamente trasladada, esta vez al Valle Central o ‘Valle de Catamarca’, donde se
asentaba ya la mayoría de la población española. Con la constitución de la ciudad de San
Fernando del Valle de Catamarca se reorganizan las jurisdicciones provinciales,
modificándose para ello La Rioja, Santiago y Tucumán, adaptándose luego, en el siglo
XVIII, las correspondientes jurisdicciones eclesiásticas (Bazán 1996).
En síntesis, de acuerdo a lo trabajado por los historiadores a partir del archivo
documental, ni desde la Gobernación del Tucumán, ni desde el Corregimiento de Atacama
puede sostenerse que las jurisdicciones eclesiásticas alcanzaran las tierras puneñas hasta el
siglo XVIII. Los procesos históricos en estas jurisdicciones virreinales, como se presentó,
fueron sin duda diferentes, pero en ambos casos resultaron en una tardía consolidación de
las jurisdicciones eclesiásticas sobre las tierras puneñas.

Territorios y etnicidades revisitadas

Como se mostró en el capítulo anterior, no hay suficientes evidencias que respalden el


origen incaico de los poblados del Mineral de Incahuasi, por lo tanto, se desdibuja la
cronología asumida, tanto desde la etnohistoria (Casassas Cantó 1974a) como desde la
arqueología (Krizkautzky y Solá 1999; Olivera 1991), que sostenía una continuidad de
ocupación de los poblados Mineral de Incahuasi desde el incario hasta la rebelión indígena
producida en 1775. Esto no niega que la vega de Agua Salada pudo haber sido utilizada
durante los períodos de Desarrollos Regionales e Incaico. Ni que se hubiera extraído el oro
de las vetas del Mineral de Incahuasi con anterioridad a la existencia de los poblados, de
hecho se sostuvo que la vega de Agua Salada, al menos, presenta un registro material

101
cronológicamente amplio, como suele ocurrir en los oasis puneños, que incluye materiales
vinculables a múltiples momentos prehispánicos (ver el capítulo 2). Lo que se sostiene aquí
es que en el Mineral de Incahuasi no se conformó un poblado específicamente vinculado a
la explotación sistemática del mineral sino hasta el período colonial. Entonces es momento
ahora de responder al interrogante de en qué momento del período colonial las condiciones
de colonización estuvieron lo suficientemente consolidadas como para que la
conformación de los poblados mineros de Incahuasi fuera posible. La respuesta a este
interrogante no es de fácil resolución pues nos enfrentamos a un silencio doble. Por un
lado, existe un silencio documental resultante de la tardía incorporación de los poblados a
las jurisdicciones coloniales y, por lo tanto, a su ‘sistema de registro’. Por otro lado, si la
arqueología post hispánica ha sido una práctica disciplinar más tardía y escasa, en las
tierras puneñas ha sido casi nula. Básicamente todos los antecedentes consisten en las
investigaciones de Boman (1992 [1908]) sobre el sitio minero de Cobres, recientemente
retomadas por De Nigris (2007), y las investigaciones recientes que resultaron en una serie
de tesis espacialmente acotadas; Tebenquiche Chico (Granizo 2001; Haber 1999a; Lema
2004) y Antofalla (Quesada 2007), siendo Lema (2004, 2006a y b) la única dedicada
específicamente a tratar la comprensión de la dinámica poblacional local durante los siglos
XVI y XVII.
En Lema (2004) se propuso que las fuerzas españolas no habían logrado el control
territorial de las tierras altas del sur de la puna durante los siglos XVI y XVII, ni desde la
Gobernación de Tucumán, ni desde el Corregimiento de Atacama. Desde Tucumán, porque
la larga resistencia de las comunidades indígenas frenaba en los valles las avanzadas que se
realizaban desde los incipientes poblados coloniales. Aquí se sostiene ese argumento,
aunque se han precisado más las fechas a través de la incorporación de nueva información,
especialmente a través del caso del mineral de Acay. Este parece comenzar a ser explotado
por mineros españoles hacia la década de 1650 y fue abandonado ante el asalto comandado
por Bohorques 31. Este caso resultó particularmente relevante a la investigación pues sirvió
para ejemplificar el ‘estado de situación’ de la minería en la Gobernación de Tucumán a
través de la experiencia minera probablemente más cercana en tiempo y espacio a la
explotación del Mineral de Incahuasi.
En el caso del Corregimiento de Atacama, porque la temprana economía colonial se
dirigió de forma principal a desarrollar y favorecer el tráfico de productos locales, sobre

31
De acuerdo con el relato de Mena (1791), así habría permanecido por lo menos hasta la década de 1790
(ver Centeno 1912).

102
todo marinos, a los mercados mineros potosinos (Martínez 1985 a y b) que al transcurrir
por rutas que cruzaban la cordillera más al norte, dejaban espacialmente marginadas las
tierras de puna al oriente de Atacama la Alta. Similar situación se vivía por entonces en
Lípez y las consecuencias de dicha condición son claramente expresadas por Bartolomé
Álvarez [1588]: “viven en parte desviada de la comunicación común deste reino y, como
por sus tierras no atraviesan españoles ni hay para qué, están como animales no domados
[y] mal poblados. Los más perdidos no son bien conocidos ni se acaba de saber cuántos
son” (Álvarez [1588], en Gil García 2009:332). Las tierras mismas eran narradas desde las
más tempranas crónicas como ‘inhóspitas y mortíferas’:

“En tiempos pasados caminaban los Españoles del Perú al Reyno de Chile por la
sierra, ahora se va de ordinario por mar, y algunas veces por la costa, que aunque es
trabajoso y molestísimo camino, no tiene el peligro que el otro camino de la sierra, en
el qual hay unas llanadas, donde al pasar perecieron muchos hombres, y otros
escaparon con gran ventura; pero algunos de ellos mancos, ó lisiados. Da allí un
ayrecillo no recio, y penetra de suerte, que caen muertos quasi sin sentirlo, ó se les
caen cortados de los pies y manos dedos, que es cosa que parece fabulosa, y no lo es,
sino verdadera historia. […] Sin duda es un género de frio aquel, tan penetrativo, que
apaga el calor vital, y corta su influencia” (Acosta 1792 [1590]:133-4)

“es fría y seca, y siempre corren recios vientos. Llueve poco y es inhabitable, sino
fuera por la bárbara nación de que está poblada, por ser gente sin ningún concierto ni
policía. Tiene sierras altísimas de perpetua nieve y llanos que son unos salitrales
[salares] sin ningún fruto ni hierba. En las faldas de sus sierras están las poblaciones
de sus indios, que se mantienen de raíces y quinua y algunas papas, sin otro
mantenimiento” (Capoche 1959 [1585]:127)

Esa debilidad sobre el control del territorio no impidió, sin embargo, que la
administración colonial anunciara y reclamara sus derechos sobre tierras y personas,
cartografiándolos incluso, mucho antes de tener las posibilidades reales de ejercerlos.
Raffino (1983), al trabajar sobre la etnohistoria del valle Calchaquí, publicó dos detalles de
cartografías32 que resultan más que interesantes. La primera, ya mencionada antes (Figura
3.1), está vinculada a la carta anua que el jesuita Diego de Torres envía a sus superiores en
1609. La segunda, corresponde a Luis de Enot y parece ser una actualización de 1632 del
mapa anterior (Figura 3.2).

32
Publicadas originalmente por Furlong (1936).

103
Figura 3.2: Detalle de la cartografía de Luis de Enot (1632),
donde se registra el término ‘Antiofac’ (Raffino 1983).

Al referirse a ellas como parte del registro de la etnohistoria del valle Calchaquí,
Raffino (1983) interpretó que la tipografía diferencial utilizada en las inscripciones se
correspondía con la organización política de las sociedades registradas. Una tipografía se
habría usado para designar los ‘grandes grupos o señoríos’, la otra para las parcialidades.
Ente los primeros estarían; Abaucan, Andalgalas y Malfines. Entre las segundas;
Pomponas, Sichas, entre otros. Además de estos grupos, encontramos hacia el este
designados con la misma caligrafía: Tobas, Mocobi, Matalá. Cómo mencionamos al
comienzo del capítulo, estas designaciones coloniales tempranas refieren tanto a
identidades como a territorios, pues parecen traducir la organización andina, de base étnica
a las formas coloniales de base geográfica (Pease 1995).
104
Lo particularmente interesante para esta investigación es que en ambos mapas se
nombra el área ubicada entre la Gobernación del Tucumán y el Corregimiento de Atacama.
En el más temprano como ‘Anholac’, en el posterior, se transforma la palabra en
‘Antiofac’, vinculable, al menos como hipótesis, a las toponimias actuales de Antofagasta
(Haber 1999a; Lema 2004). La caligrafía que se usa es la que se corresponde con lo que
Raffino considera ‘grandes grupos o señoríos’, por lo cual debería concluirse siguiendo
esta lógica, que existió en el área un señorío política y territorialmente diferenciable de
Atacameños, Abaucanes, Andalgalas y Malfines. Sin embargo, la lectura directa de la
cartografía, como la realizada por Raffino (1983), conlleva los mismos problemas que la
lectura directa de cualquiera de las formas del archivo documental indicadas por la
etnohistoria (Lorandi y del Río 1992). Se considera entonces más correcto interpretar los
mapas como representaciones de las identidades étnicas construidas por la mirada española
a comienzos del siglo XVII. Éstas pudieron ser más o menos coincidentes con la realidad y
más o menos perdurables en el tiempo, pero no necesariamente existentes de la forma en la
que eran representadas.
En un mapa posterior de 1775 de Cano y Olmedilla, en el área se registra el
topónimo ‘valle de antiosa’ (Figura 3.3), denominación que si bien luego no vuelve a
aprecer, no es arriesgado pensar que es la forma precedente a Antofalla y/o Antofagasta.
Lo que parece surgir como una denominación étnica con el transcurso del tiempo se
transforma en una geográfica.
En el archivo documental, en cambio, el topónimo Antofagasta parece haber sido
tempranamente registrado como tal. Aparece ya mencionado en el auto de jurisdicción de
la ciudad de Londres de Pomán dictado por Jerónimo Luis de Cabrera el 17 de septiembre
de 1.633 33 (Lafone Quevedo 1888). Recientemente Quiroga (2009) dio a conocer una serie
de datos documentales en los cuales se hacer referencia a la ‘encomienda de andiofacos’ o
la ‘parcialidad de andiofacogasta’, registrada en repartos de una encomienda temprana
(1591) otorgada a Bartolomé Valero en la fundación de Salta, y una posterior solicitud de
encomienda (1631) en segunda vida de Francisca de León y Zamora (hija legitima de

33
Si bien el documento conservado corresponde a 1633 existe la posibilidad de que sea una trascripción de la
jurisdicción otorgada a la primera fundación de Londres en 1538. Eso retrotraería en casi un siglo el primer
registro conocido del topónimo. De todas formas se prefirió mantener la fecha de 1633 por ser la del
documento existente.

105
Figura 3.3: Detalle de la cartografía de Cano y Olmedilla (1775) donde se registra
el término ‘Valle de Antiosa’ (Lema 2004).

Pedro Zamora, quien la recibiera por su participación en el rescate de las hijas de Urbina).
El efecto que estos reclamos documentados pudieron haber tenido sobre la población local
no es apreciable. En principio no parece que fueran acompañados de acciones que se
reflejaran en transformaciones de carácter permanente, pues menciona también la autora
una probanza de méritos de 1681, en donde Bartolomé Ramírez de Sandoval relata que el
Gobernador Peredo le encargó en 1672 la búsqueda de la parcialidad de los antofagastas y
andiofacogastas que andaban ‘retirados y fugitivos’ de los españoles, e informa que
“pasando como pasamos grandes travajos por ser las tierras inhabitables de grandes
travesias sin agua medanos cordilleras y frios yntolerables y no dió con ellos por estar
tierra muy adentro” (ver Quiroga 2009, resaltado agregado).
Si bien las primeras menciones y reclamos jurisdiccionales sobre el área son
generados desde la Gobernación de Tucumán, dadas las condiciones de su constitución, se
puede sostener que, más allá de las enunciaciones y las representaciones, este ‘área-etnia-
valle-pueblo’, permaneció por fuera de las posibilidades reales de control colonial hasta

106
finales del siglo XVII. Paralelamente a ello, se observa cómo se va perdiendo la
identificación étnica particular al área presente en las cartografías tempranas
convirtiéndose en el siglo XVIII en una categoría geográfica vinculada a la etnia
atacameña (ver el capítulo siguiente).

Resurgimiento de los poblados puneños

Más allá de las representaciones cartográficas y los reclamos documentales sobre


jurisdicciones virtuales, el silencio documental respecto de esta región es casi completo
hasta entrado el siglo XVIII. La inaccesibilidad de las tierras altas las convirtió en refugio
para quienes huían de los frentes de fricción coloniales. Con el tiempo, la naturaleza
inhóspita de las crónicas iniciales, va dando lugar en el relato a la ‘tierra revelada y de
indios alzados’ (Martínez 1992a). Esta forma textual se constituye en la ‘etiqueta
descriptiva’ 34 de las poblaciones de la puna. La tierra alzada, fragosa, áspera, cerrada, es
parte de “la representación simbólica de un espacio social y político” (Martínez 1992a:138)
que va a ser narrada como un espacio marginal y vacío, incapaz incluso de sostener
poblaciones permanentes sin subsidio de los valles aledaños (Haber 1999b y 2000). La
investigación arqueológica fue sin duda la que generó resultados contrarios a esta imagen.
En el caso del período colonial, los resultados de las investigaciones indicaron que,
durante los siglos iniciales de luchas y tensiones, las poblaciones puneñas crecieron en
número y algunos oasis puneños abandonados siglos antes, como los de Tebenquiche
Grande, Tebenquiche Chico y Antofallita, fueron reocupados (Lema 2004, 2006a y b); en
tanto que otros, que parecen no haber sido nunca completamente despoblados, como
Antofalla, muestran algunos indicios de crecimiento poblacional (Quesada 2007). ¿Pueden
estos procesos vincularse de alguna forma a la explotación de los recursos mineros de la
puna? El estudio más detallado del oasis de Tebenquiche Chico brindó información sobre
las características de ese crecimiento poblacional y de las actividades productivas
practicadas por sus ocupantes.

34
Se entiende a la etiqueta descriptiva’ como “una referencia cuyos signos y componentes serían
compartidos por la burocracia y los potenciales lectores de los documentos” (Martínez 1992a:137).

107
A partir de los trabajos realizados en el compuesto doméstico 35 TC1 pudo
establecerse una secuencia de crecimiento del oasis (Haber 1999b). En ella se reconocieron
dos períodos de ocupación, mediados por un período de abandono. El período 1, que se
iniciaría alrededor del siglo V d.C. y se prolonga hasta el siglo XIII. Luego lo sigue el
período 2 que se extendió hasta aproximadamente el siglo XVI, donde el abandono del
oasis parece ser total o casi total. A partir de ese siglo comienza la reocupación del oasis.
Este se extendió hasta aproximadamente el siglo XVIII, cuando el oasis parece ser
nuevamente abandonado.
En base a la secuencia cerámica obtenida en TC1, elaborada mediante la
vinculación a una serie de fechados radiocarbónicos 36 y asociaciones estratigráficas y
contextuales, se pudo reconocer cuatro grupos cerámicos vinculados a la ocupación de los
siglos XVI-XVII: grupo -1-, -9-, -13- y -41- (Granizo 2001; Haber 1999b). De estos, los
dos primeros ya habían sido caracterizados y ampliamente documentados en sitios con una
cronología Hispano-Indígena. El grupo -1- se lo vinculó al estilo Caspinchango Ordinario
descrito por Debenedetti (1921) y el -9- al Yocavil Policromo descrito por Lorandi (1978).
El grupo -13-, si bien no había sido caracterizado previamente, presentó rasgos
macroscópicos comparables a piezas cerámicas registradas por Tarragó (1985) en la
ocupación Hispano-Indígena del sitio Cachi Adentro (Lema 2004). De estos cuatro grupos,
el más representado es el -1- o Caspinchango Ordinario, constituyendo el 83% de las
vasijas cerámicas estimadas en TC1 (n= 30 de 36) (Granizo 2001) y el 80 % de las de TC2
(n=4 de 5) (Lema 2004 y 2010). Es decir que claramente este grupo cerámico se constituye
en el bien doméstico más compartido.
Estos grupos cerámicos, de cronología conocida, se utilizaron como base para
comparar los conjuntos obtenidos por recolección superficial en el resto de los compuestos
domésticos. Pudiendo establecerse que 13 compuestos domésticos registraban la presencia
de alguno de estos conjuntos cerámicos e indicando que probablemente fueron reocupados
durante los siglos XVI - XVII (Haber 1999a; Lema 2004; Quesada 2007). Nuevamente es
el grupo cerámico -1- el que tiene una mayor presencia, recuperándoselo en once de los

35
Se definió a los compuestos domésticos como “el espacio ocupado por un conjunto de estructuras
arquitectónicas integrado por un núcleo residencial compacto de habitaciones y patios, generalmente
acompañado por estructuras agrícolas (parcelas y/o andenes) en cuyo caso se observan canales de riego”
(Haber 1999b:147, negritas en el original).
36
Se realizaron un total de 14 fechados (Haber 1999a), de los cuales LP-736 realizado sobre una muestra
obtenida de estratos con materiales coloniales arrojó un resultado de 270 +/- 50 BP, es decir, mediados del
siglo XVII.

108
trece compuestos domésticos (Lema 2004) que conformaron el poblado de Tebenquiche
Chico durante los siglos XVI y XVII.
Así, quedo claramente determinado que sobre finales del siglo XVI y comienzos
del XVII la cerámica predominante en Tebenquiche Chico era la del grupo -1- o
Caspinchango Ordinario. Así mismo, esta es la que parece reemplazar también las distintas
variedades de cerámicas locales tradicionales en los valles (Santamariana, Belén,
Sanagasta, etc.), y cuya característica más sobresaliente es la ausencia casi completa de
cualquier agregado discriminador asimilable a simbologías emblemáticas de grupos
sociales, tal como eran visibles en las diversas cerámicas tardías. Este fenómeno fue
interpretado, por diversos autores, ya como consecuencia de un deterioro cultural, ya de
aculturación (Debenedetti 1921; Núñez Regueiro y Tarragó 1972). Pero tal vez
respondiera, en cambio, al hecho de que las prescripciones tradicionales sostenedoras de
las etnicidades que debieron adaptarse en el contexto de los siglo XVI y XVII a las nuevas
condiciones. El abandono de atributos simbólicos emblemáticos en las cerámicas y la
adopción de otra que presentara un mismo y general ‘aire de familia’ pudieron integrar el
repertorio de respuestas posibles para lograr la cohesión grupal al interior de estos
poblados.
En los poblados vinculados al Mineral de Incahuasi, sin embargo, estas cerámicas
van a representar un porcentaje muy bajo del total. En Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi la cerámica 1 representa sólo el 0,16 % del conjunto total. Mientras que en Agua
Salada representa un módico 1,24%, reconociéndose además, en porcentajes igualmente
bajos, las cerámicas -104- 0,37% (Inca provincial) y -103- 1,37% (Santa María) 37. Esta
diferencia en los conjuntos cerámicos, sin ser determinante en cuanto a cronologías o
etnicidades, alcanza para dar cuenta de que existió de todas formas una distancia en las
formas de hacer o acceder a las piezas cerámicas que evidencia una distinción, ya sea por
factores temporales, espaciales, culturales o, como sostenemos en la presente, una
combinación de todos ellos. La misma diferencia puede notarse en otros conjuntos
materiales, como cuentas de vidrio o metales, identificados en todos los poblados, pero con
características diferentes. Así, en el caso de las cuentas de vidrio, el conjunto recuperado
en Tebenquiche Chico (ver Lema 2004) es cronológicamente anterior al recuperado en los
poblados del Mineral de Incahuasi. Todos estos detalles materiales, si bien por sí mismos

37
La totalidad de los fragmentos de cerámica Santa María y Caspinchango están vinculados a una misma
estructura: As-I. Esta es una de las más periféricas del poblado y tal vez pueda ser la representante de una
ocupación previa. Pero solo el trabajo de campo específico sobre la misma podrá resolver esta cuestión.

109
difícilmente pueden sostenerse como evidencias absolutas de una cronología local, en su
análisis conjunto refuerzan el argumento que sostiene que la reocupación de estos poblados
ocurre de forma previa a la construcción y ocupación de los del Mineral de Incahuasi.
Inicialmente, Haber (1999b) propuso que la ocupación de Tebenquiche Chico pudo
responder a un patrón estacional, en el cual el sitio pudo haber sido parte de un sistema
económico regional de explotación de enclaves, iniciados con la instalación incaica, pero
que habría sobrevivido a la caída del imperio, manteniéndose vigente en los siglos
posteriores. Esta interpretación, como desarrollamos en el capítulo anterior, se mantiene
dentro de los parámetros de la ‘Narrativa del Imperio’. Pero el avance posterior de las
investigaciones la puso en duda. Por un lado, fue cuestionada la existencia de un enclave
incaico en Antofalla (Haber 2003). Por otro, se interpretó que la ocupación de Tebenquiche
Chico durante los siglos XVI-XVII fue de carácter permanente (Lema 2004). Actualmente
se cuenta con información acerca de la ocupación de 3 viviendas de Tebenquiche Chico -
TC1, TC2 y TC27- que apoyan esa interpretación (Haber y Lema 2006a).
A través del registro y análisis estratigráfico de los muros de esas tres viviendas,
pudo notarse como pisos, muros y techos fueron limpiados y acondicionados
planificadamente de forma previa a la ocupación de la casa 38. Además, tanto en TC1 y TC2
se detectó la selección planificada del espacio donde se dejaba preparado el equipamiento
básico del hogar en la ausencia, en consecuencia también planificada, de sus ocupantes. Se
registró además, tanto en TC1 como en TC2, abundante presencia de fragmentos de palas
líticas y de marlos de maíz, que fueron considerados como indicadores de que sus
ocupantes podrían haber vuelto a poner en uso las antiguas redes de riego y algunas áreas
de cultivo 39 (Lema 2004; Quesada 2007; Quesada et al 2007 y 2008), con el fin de obtener
recursos para el consumo inmediato.
En la Quebrada de Antofalla se continuaron ocupando los espacios residenciales y
agrícolas que habían permanecido en uso durante los períodos Tardío/Desarrollos
Regionales e Inca. A la vez que se reocuparon varias casas en el sector de la
desembocadura de la quebrada y se construye al menos una nueva casa con una pequeña
red de riego asociada (Quesada 2007; Quesada et. al. 2007 y 2008). La subsistencia de los

38
Debe indicarse que no es la totalidad de los antiguos compuestos domésticos la que se reocupa, sino
algunas de sus habitaciones.
39
La diferencia con las prácticas agrícolas anteriores habría consistido en que, mientras durante el primer
milenio d. C. parecen haber sido tanto intensiva como extensiva (permitiendo el almacenamiento, producción
para intercambio u otros fines), en el segundo milenio d.C. sólo se habrían cultivado algunos sectores
restringidos, cercanos a las viviendas (Lema 2004).

110
grupos familiares que ocuparon las viviendas reconstruidas de los poblados puneños se
habría basado entonces, al menos en parte, en una producción agrícola de reducida escala.
El consumo de camélidos, cuyos restos óseos fueron ampliamente registrados
(Haber 1999b; Revuelta 2007), también formó una parte importante de la economía de las
familias que ocuparon estos espacios. Esto último ya había sido adelantado cuando se
propuso una lectura cronológica del análisis del registro arqueofaunístico correspondiente a
los depósitos sedimentarios de TC1 (Lema 2004). Se sostuvo que el alto porcentaje de
restos de huesos de vicuñas presentes en el registro de los estratos asociados a períodos
coloniales podían estar presentando a la caza de vicuñas como una de las actividades
centrales de los pobladores de Tebenquiche Chico (Lema 2004). El análisis posterior del
registro arqueofaunístico de TC2, donde el 80% de los elementos óseos vinculados a la
ocupación de los siglos XVI-XVII corresponden a vicuñas (Lema y Moreno 2009; Moreno
y Lema 2010), fortalece lo sugerido a partir del registro de TC1.
El registro material de TC2, permitió vincular claramente las puntas de flechas
confeccionadas en hueso con restos de instrumentos de hierro y cuentas de vidrio (Lema
2004). Estos contextos fueron luego fechados40 obteniendo resultados que ubican su
formación a finales del siglo XVI y comienzos del XVII, vinculando de esta forma una
tecnología particular, no preexistente en el registro arqueológico de Tebenquiche Chico, a
la práctica de la caza cuyo objetivo eran las vicuñas.
La práctica de caza, interpretada fuera de su marco histórico y desde la
representación de la puna como un espacio ‘inhóspito y vacío’, no apto para el
asentamiento permanente, suele ser interpretada como un recurso de supervivencia
esporádico y complementario de quienes habitaban los valles circumpuneños o de personas
en tránsito. Esta representación puede incluso encontrar respaldo en el archivo documental,
pues como se mostró antes, la mirada española colaboró con la construcción discursiva del
espacio puneño como no apto para el desarrollo social y cultural (Haber y Lema 2006b;
Haber et al 2006). La investigación de Tebenquiche Chico y Antofalla mostró sin embargo
que los oasis puneños no sólo eran capaces de conformar núcleos agrícolas permanentes e
importantes desde el inicio del primer milenio d.C. (Haber 1996, 1999b, Krapovickas
1955; Quesada 2001 y 2007), sino también que la gestión o intervención extra local no era
una condición necesaria para que ello ocurriese (Quesada 2001 y 2007). Incluso, se planteó
la necesidad de rever a nivel local la secuencia macroregional de desarrollo cultural,

40
Beta-192412 370±40 AP y Beta-192413 360±40 AP ambos sobre marlos de maíz (Haber y Lema 2006a).

111
fuertemente arraigada en la narrativa arqueológica, en la cual persiste una fuerte carga
evolutiva que asume acríticamente la necesidad del vínculo entre crecimiento demográfico,
desarrollo tecnológico y complejidad social (Quesada et al 2008).
La ocupación de los siglos XVI y XVII de los poblados de Tebenquiche Chico y
Antofalla no quedó fuera de esta revisión. En primer lugar se constató el decrecimiento de
ambas poblaciones a partir del siglo VIII d. C., levemente revertido durante la expansión
incaica. En segundo lugar, mientras que a nivel regional se asumía el inicio de la conquista
como el causal de un colapso demográfico generalizado, en los poblados puneños la
tendencia era la opuesta. Los oasis, vacíos entre los siglos XIII y XV, eran ahora
reocupados (Lema 2004; Quesada 2007; Quesada et al 2008). Este crecimiento local fue
interpretado como consecuencia del agregado a la población local de personas procedentes
de los frentes de fricción colonial. El grado y la forma de la reconstrucción de las casas
sustentan el carácter permanente de esta reocupación (Lema 2004). Orientan en este
sentido la refacción y construcción de nuevas redes de riego y las evidencias de prácticas
agrícolas (Lema 2004; Quesada 2001 y 2007). La presencia de restos de camélidos -llama
y vicuña- además de complementar la dieta de los pobladores, vincula a las poblaciones
locales con otras prácticas tradicionales como el caravaneo y la caza (Lema y Moreno
2009; Moreno y Lema 2010). Pero es la caza de vicuñas la que se propuso como uno de los
elementos claves que se verán modificados en la articulación de los oasis con el espacio
extra local colonial (Lema 2004).
Nada se encontró, en cambio, que permitiera relacionar las poblaciones de
Tebenquiche Chico o Antofalla con actividades mineras. Se recuperaron en las casas una
serie de objetos confeccionados con una aleación de cobre -pendientes (TC2), anillos
(TC1)- y otros en hierro -un cuchillo (TC27), un posible cincel (TC2) y otros fragmentos
muy mal conservados (TC1)-. Todos estos, junto con las cuentas de vidrio, son parte del
conjunto material que evidencia los contactos y los intercambios con el espacio extra local
colonial (Lema 2004).
La interpretación en clave histórica regional de la ocupación de Tebenquiche Chico,
permitió sostener que recurrir a la caza para obtener pieles y lana de vicuña, habría sido
una de las opciones tempranas más viables que se les presentaban a las comunidades
locales -e inclusive a indígenas desvinculados de ellas-, para participar de la economía
colonial y cumplir con los requerimientos del tributo 41 (Lema 2004). Mientras que restos

41
Acárette du Biscay (2004 [1660]) menciona la caza de vicuñas como una práctica desarrollada por los
indígenas puneños, aparentemente como servicio a su encomendero. Palomeque (1994) cita que en 1712 los

112
óseos y puntas de flechas reflejan esta práctica en los poblados puneños, las menciones de
cronistas y viajeros -Capoche (1959 [1585]), Acosta (1792 [1590]), Acarette Du Biscay
(2004 [1660]), Frezier (1982 [1716])- y el archivo documental de la administración
colonial -registros portuarios y las guías de comercio (Palomeque 1989 y 1994;
Yaccobacio et. al. 2007)- reflejan el posible circuito al interior de la economía colonial.
La imposición de pago del tributo en metálico o, al menos, con manufacturas
colocables en el mercado o ‘moneda de la tierra’ (Assadourian 1987), se constituyó en un
mecanismo de presión colonial para mercantilizar la producción. Al mismo tiempo lograba
generar una mayor circulación de los recursos y productos de gestión indígena, así como
permitía aumentar el control sobre su fuerza de trabajo. Dado que no se han recuperado ni
en Tebenquiche Chico ni en Antofalla evidencias de prácticas mineras o metalúrgicas. Ni
hay en el Mineral de Incahuasi elementos suficientes que permitieran sostener la
contemporaneidad de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi o Agua Salada con estos
poblados, sino que indican una cronología más tardía (ver capítulo siguiente). La
obligación de entregar parte del tributo en metálico tal vez pudo empujar a algunos de los
miembros de las comunidades atacameñas y vallistas a buscar nuevas alternativas
económicas, entre ellas modificar los espacios tradicionales que su sistema de movilidad
‘horizontal’ integraba. Estos desplazamientos se vieron plasmados espacialmente. Las
familias indígenas podían intentar refugiarse de las imposiciones coloniales trasladándose
hacia zonas periféricas; en este caso los lugares preferidos eran los sectores de borde de
puna o puna, fuera de las principales rutas de tránsito y por lo tanto menos expuestas al
control censal colonial, en cierto sentido ‘invisibilizarse’ (Lema 2004, 2006 a y b).
El resultado de estas modificaciones a lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII se
vio registrado diferencialmente en una serie de prácticas nuevas no necesariamente
contradictorias, entre ellas; la reocupación de espacios periféricos al control colonial -las
tierras altas de la puna- (Lema 2004), el sistema de doble domicilio, en un patrón que
combinaba agricultura con ganadería y trashumancia (Hidalgo 1984) y la ruptura de los
vínculos comunitarios, expresada en la aparición de forasteros vinculados a
emprendimientos españoles -haciendas, obrajes o laboreos mineros (Núñez 1992).
Recordemos que es recién con las mercedes y encomiendas otorgadas en las últimas
décadas del siglo XVII, que finalmente se efectivizan en la Gobernación del Tucumán las

indígenas de la puna de Jujuy le pagaban al marqués de Yavi parte del tributo en pellejos de vicuña y
guanaco. También Palomeque (1989) menciona que los ‘atacames’ que tributan en Salta, Catamarca y Jujuy
a fines del XVIII y principios del siglo XIX lo hacen con lo que probablemente obtenían de la venta de lana
de vicuña y guanaco.

113
‘tomas de posesión’ de tierras y parecen comenzar a aplicarse políticas coloniales directas
y concretas. De la misma forma que no es hasta entrado el siglo XVIII que se materializa la
presencia y el control colonial en el extremo oriental del Corregimiento de Atacama.
Las consecuencias a nivel local de estos procesos regionales se reflejaron en el
paradójico aumento de pobladores ocurrido. Esta población trató, de alguna manera, de
continuar con la pauta campesina andina de ‘diversificación del riesgo’, continuando con
algunas de sus prácticas tradicionales y al mismo tiempo acrecentando la producción de
bienes que permitieran la vinculación al sistema mercantil, aunque más no fuera de forma
indirecta, y a las nuevas formas de trabajo.
Por supuesto que esta autonomía en la gestión no era parte de las políticas
coloniales, y así, una vez vencidas las resistencias sobre el avance colonial desde el este,
con la consecuente eliminación física y la casi esclavización de las poblaciones a través de
los servicios personales y las desnaturalizaciones, las posibilidades de reproducción de
estos pequeños grupos debieron verse claramente reducidas. Al parecer, al igual que en el
resto del Virreinato (Boixadós 1997; Lorandi 1992), aquellos que lograron conservar o
acceder a tierras propias, persistiendo un núcleo comunitario activo, fueron quienes
tuvieron las mejores oportunidades para enfrentar las presiones, asegurando su
reproducción social y, con ella, los rasgos predominantes de su identidad. Tal vez por ello,
a partir de finales del siglo XVII estas poblaciones puneñas comenzaron a aparecer
identificadas como atacameñas 42.

42
No se discute aquí la ‘veracidad’ de la identidad étnica, sino que se trata de comprender el contexto
histórico y político contemporáneo al surgimiento de la ‘etiqueta descriptiva’ que finalmente identificó a los
habitantes de la puna.

114
4

Las múltiples construcciones de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi

“…todo lo cual pasó en un día claro y sereno como


a las cuatro de la tarde en diez y ocho días del mes
de agosto de 1767 años, así lo certifico y firmo y
conmigo el dicho señor José Díaz y dichos testigos
en este papel común por ser en el campo...” (Acta
de posesión de la merced de Antofagasta)

Introducción

En los capítulos anteriores se mostró que la interpretación que desde la arqueología se


había hecho acerca del origen incaico de los poblados del Mineral de Incahuasi no tenía
suficiente sustento material y su fortaleza se debía más bien a su integración argumental a
un modelo regional fuertemente arraigado, el cual denominamos ‘Narrativa del Imperio’.
Luego se indicó que, si bien existieron una serie de pequeños poblados activos y en
crecimiento antes y durante los siglos posteriores a la llegada de los españoles a la región,
los mismos parecen no haber estado bajo control colonial al menos durante el primer siglo
de resistencia indígena colonial. Se propuso entonces que fue recién hacia finales del siglo
XVII o principios del XVIII que comenzó a efectivizarse el control colonial sobre el
territorio puneño, al menos en su sector sur. En este capítulo se presentan entonces los
indicios documentales que dan cuenta de ese avance que se concretará, a mediados del
siglo XVIII, en la formación de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi y una serie de
asientos y poblados cercanos vinculados fuertemente al mundo minero colonial.
La narrativa acerca del origen de estos poblados, al igual que otros sitios mineros,
tiene en las memorias regionales, tanto locales como nacionales, una fuerte vinculación
con las actividades de la Compañía de Jesús. Este supuesto es parte consituyente de
múltiples relatos -académicos y no académicos- y su continuidad en el tiempo merece ser
explorada. De la misma forma que merecen ser exploradas otras interpretaciones
académicas sugeridas. Estas líneas serán revisadas en este capítulo, para finalmente
proponer que la explotación del Mineral de Incahuasi no parece haber sido un producto de
la administración colonial, sino que más bien responde a la agregación del trabajo
indígena, coptado y coaccionado por los caciques atacameños, en alianza con diversos
sujetos históricos relevantes a nivel regional.

115
El siglo XVIII y la expansión del control territorial colonial

Una vez controlados los últimos focos del alzamiento indígena la administración colonial
afrontó el compromiso de compensar a quienes habían colaborado en la lucha con repartos
de piezas y mercedes de tierras (Lorandi 1997a). Fueron los vecinos de las principales
ciudades de las Gobernaciones de Tucumán y del Río de la Plata quienes solicitaron y
recibieron lo despojado a las comunidades indígenas. Si bien mencionamos en el capítulo
anterior la existencia del otorgamiento de encomiendas en Salta, ahora las tierras altas
hacia el este fueron reclamadas por los vecinos de Catamarca y La Rioja.
En 1687 Bartolomé de Castro solicitó las tierras del Valle de Cotahau. En esta
merced quedaban integrados todos los accesos desde el sur a la cuenca Antofagasta de la
Sierra y el Salar de Antofalla;

“En nombre de su majestad que Dios guarde en cuya consideración pido y suplico a
Ud. Me haga merced desde un paraje Sierra que llaman de zapata que está en dicha
jurisdicción de Londres en una tierra que corre de norte a sur hasta el paraje que
llaman Laguna Blanca, [asimismo] de hacerme merced de la Laguna Blanca con todo
su circuito arroyos pastos y cumbres […] y que sea por la parte del poniente hasta
lindar con el pueblo que llaman de Antiofaco” (Título de merced otorgada a
Bartolomé de Castro, en Quiroga 1999:219, resaltado agregado).

Junto con el control territorial Bartolomé de Castro solicitó, para el beneficio de la


merced, encomienda de indios foráneos originarios de Perú, Chile y Paraguay que
“vagaban por los caminos amancebándose, manteniendo sus idolatrías y barbaridad” 1 y
además se “encargaría personalmente de reducir a todos aquellos que en un plazo de doce
años no hubieran reconocido encomendero” (Quiroga 2003:307). Castro obtuvo todo lo
solicitado y así quedó legalmente bajo su poder el usufructo sobre aguadas, pastos, montes
y algarrobos.
En algún momento en la primera mitad del siglo XVIII, las tierras de Laguna
Blanca pasan de la familia Castro a la familia de Luis José Díaz2 (Quiroga 2003).
Solicitando éste en 1766 las tierras de Antofagasta en merced, que hasta entonces
permanecían realengas (García et. al. 2000). Otorgándoselas el Gobernador Fernández
Campero en mayo de 1766:

1
Ofrecía asentarlos en sus tierras de Loconte, al norte de Belén (Quiroga 2003).
2
Lugarteniente justicia mayor y capitán de guerra de La Rioja y San Fernando del Valle de Catamarca.
Puede aparecer también cómo Luis Joseph Dias o Luis Díaz. Quiroga (2003) no indica fecha exacta ni de qué
forma se produce este traspaso pero menciona un documento de 1746 que indica que el potrero de Laguna
Blanca estaba siendo usado por Díaz para engorde de ganado.

116
“…hago merced a Uds. General, Don Luis Díaz y sus sucesores de las Tierras y
Aguadas que se componen del Peñón de Carachapampa y Antofagasta, en la
Jurisdicción de San Fernando del Valle de Catamarca hasta lindar por dicha parte del
poniente con los mojones que deslindan esta provincia con la Atacama” (en Sánchez
Oviedo 1942:23, resaltado agregado).

Por su parte, Díaz se comprometía a explotarlas instalando ganados y molinos


para moler el mineral que se sacaba de Incahuasi (García et al. 2000). Un año después
(1767) se produce la toma de posesión. La misma se realiza a través de un apoderado, un
sobrino de Díaz, y fue precedida por la declaración testimonial de Juan de Escasena;

“yo... residente en este asiento de minas de Nuestra Señora de Loreto, alias


Ingahuasi habiendo visto los títulos [de la merced, sostiene que]... dichas tierras que se
mencionan están yermas y despobladas de españoles y solo haber en ellas tal cual
indios de Atacama que por la comodidad de cazar vicuñas viven fuera de su provincia
en los despoblados” (Reproducida en Sánchez Oviedo 1942:32, resaltado agregado)

Procediéndose luego al acto de posesión, llevado a cabo el 18 de Agosto de 1767;

“En este sitio y paraje sobre el mismo arroyo de Antofagasta tierras yermas y
despobladas pertenecientes a la Antigua ciudad de San Juan Bautista de Londres y
San Fernando del Valle de Catamarca. Y en virtud de la Merced real hecha al General
Luis José Díaz vecino de dicha ciudad de Catamarca por el Sr. Gobernador y capitán
General de estas Provincias del Tucumán Don Juan José Fernández Campero así dicho
sitio de Antofagasta y sus anejos del Peñón de Carachapamapa a todos cuatro Vientos
con sus aguadas, montes, pastos, cerros y potreros, entradas y salidas, usos y
costumbres y servidumbres dentro de los linderos de dicha merced que informado yo
parece [lindar] del sur y oeste con tierras de la Merced de Anillaco y por la parte del
norte y noroeste se comprehenden las tierras del nuevo mineral de Ingaguasi bajo
de lo cual para el efecto de darle la posesión que por la parte de los cerros que miran al
oriente linda con tierras de la Laguna Blanca, y por la parte del poniente con los
mojones que deslindan esta provincia con la de Copiapó y Atacama Y por la real,
corporal de Jure Domini Belcuaci con los testigos que traje para el efecto case de la
mano a D. José Díaz a quién pasele por dichas tierras, bebió agua, arrancó pastos y
movió piedras, arrancó la espada y dijo a los circunstantes que se hallaban presentes
váyanse de mis tierras con lo que le metí y dejé en pacífica posesión sin contradicción
alguna por lo que persona ninguna le desposeerá y inquietará sin que primero sea oído
y por fuero y derecho vencido y inquietará sin que primero sea oido y por fuero y
derecho vencido bajo de la pena impuesta por dicho señor Gobernador y Capitán
general que consta en dicha real merced de 200 pesos aplicados por mitad. Real
Cámara y expedición de Guerra todo lo cual pasó en un día claro y sereno como a las
cuatro de la tarde en diez y ocho días del mes de agosto de 1767 años, asílo certifico y
firmo y conmigo el dicho seños José Díaz y dichos testigos en este papel común por
ser en el campo...” (Reproducida en Sánchez Oviedo 1942:32-3, resaltado nuestro)

Inmediatamente organiza sus posesiones constituyendo en 1768 el Mayorazgo de


Guasán. La merced de Antofagasta quedó así vinculada a la red de propiedades de la
familia Díaz, probablemente la más acaudalada de la jurisdicción catamarqueña (Bazán

117
1996), manteniéndose la propiedad en manos de la familia Díaz de la Peña hasta 1855
(García et al 2000).

Las poblaciones locales frente a la reorganización territorial

En la Gobernación de Tucumán desde finales del siglo XVII se registraron residentes


atacameños -originarios y tributarios del Corregimiento de Atacama- en una multiplicidad
de sitios; Casabindo, Cochinoca, San Carlos, Santa María, Laguna Blanca, Belén y
Fiambalá, entre otros (Hidalgo 1978 y 1984; Martínez et al. 1988; Rodríguez 2004). Esta
multilocalidad delimitó de cierta forma el cambiante territorio gestionado por los
miembros de la comunidad atacameña3.
De acuerdo con Bazán (1996), recién en 1716 se va a reconocer a la población
atacameña dentro de la jurisdicción eclesiástica de la ciudad de San Fernando del Valle de
Catamarca. Esta inclusión tardía se basa en el informe del Teniente de Gobernador Nieva y
Castilla de 1679 a partir del cual se intenta coordinar la jurisdicción eclesiástica con la de
gobierno, haciendo corresponder la jurisdicción del curato con la de San Fernando del
Valle de Catamarca reconocida por Real Cédula (Brizuela del Moral y Acuña 2002).
Antofagasta de la Sierra habría quedado de esta manera formalmente incluida dentro de la
jurisdicción eclesiástica que tenía base, desde 1683, en la ciudad de San Fernando del
Valle de Catamarca.
Tras adquirir las tierras de Laguna Blanca, el Lugarteniente, Justicia Mayor y
Capitán de Guerra de La Rioja y San Fernando del Valle de Catamarca, Don Luis Joseph
Díaz, realiza un reconocimiento del territorio donde dejará asentado que las poblaciones
indígenas de las tierras altas puneñas se registraban como de indios tributarios del
Corregimiento de Atacama (García et al 2000) 4. Aún en 1771 el Teniente Gobernador de
Catamarca, Baltasar de Castro, se refiere aún al oeste catamarqueño –‘desde Belén hacia
Atacama’- como una zona de ‘serranías y potreros’ en la cual desistió de empadronar la
población por la distancia y lo dificultoso del viaje, reconociendo que ésta no tributaba en
la Gobernación de Tucumán sino en el Corregimiento de Atacama (Brizuela del Moral y

3
Por ejemplo: En 1692 el padre Bartolomé de los Reyes realiza una descripción del Curato de Londres en la
cual no hay menciones de las tierras altas ni de su población (García et al 2000).
4
En 1730 la Gobernación de Tucumán había acordado la exclusión de los originarios del Corregimiento de
Atacama de su padrón de tributarios, especialmente en el sector norte de la puna y el río San Juan Mayo
(Hidalgo 1984).

118
Acuña 2002; Quiroga 2003). Esta situación se representó claramente en el mapa de 1771
(Figura 4.1), que muestra los nuevos límites eclesiásticos, pero indica en el área
correspondiente a la puna ‘población de indios tributarios de Atacama’.

Figura 4.1: Mapa donde se indica el límite de la jurisdicción eclesiástica de San Fernando del
Valle de Catamarca (en Acevedo 1965a). Nótese, en el área de ‘indios tributarios de Atacama’, los
topónimos: Laguna Blanca, Cueros de Purulla, Mojón, Cerro Galán y Cerro Gordo, aún
persistentes.

119
El reconocimiento por parte de la gobernación de Tucumán de que la mayoría de
los indígenas de las tierras altas fueran tributarios de Atacama, no impidió que se iniciaran
múltiples reclamos al respecto. Los mismos fueron realizados tanto por la iglesia por el
cobro del diezmo y los servicios religiosos, como desde el gobierno colonial por el cobro
del tributo y el control de la fuerza de trabajo (Bazán 1996; Hidalgo 1978y 1984; Núñez
1992). El problema no era de fácil resolución, y sin duda poco aportaban los indígenas
mismos a resolverlo pues era claro que, como se denunció, estos se beneficiaban mientras
la contienda se extendiera, pues lograban evitar el tributo, o al menos negociarlo, en ambos
centros: “la distinción entre indígenas de una y otra provincia ya no era nítida y su
pertenencia o inclusión en el padrón de tributarios no era voluntaria sino que forzada por la
autoridad cacical y refrendada por la ley hispana” (Hidalgo 1984:429).
Esta reorganización jurisdiccional y avances de la Gobernación de Tucumán sobre
las tierras altas fueron parte de la política de control y sujeción de la población indígena
dispersa, propiciada por el virrey Duque de la Palata -1681 a 1689- (Hidalgo y Castro
2004). Esta política implicó la puesta en práctica de dispositivos que obligaran a los indios
a vivir en un régimen de ‘concierto y policía’; que permitiera también obtener una
suficiente mano de obra para las mitas y que agilizara el cobro de los tributos y otras
obligaciones fiscales. Para ello proyectó mejorar las estructuras comunitarias indígenas de
forma tal que se asimilaran a las españolas y reajustar las jurisdicciones coloniales -tanto
civiles como eclesiásticas- cuando se considerara necesario; siendo este el caso de la
jurisdicción de la ciudad de Catamarca y del curato de Belén.
En el Corregimiento de Atacama dicha política se reflejó en la consolidación de los
cargos indígenas, donde el más alto rango correspondía el título de cacique gobernador o
curaca principal. Este era un puesto reservado a los miembros de las familias indígenas
‘nobles’ que cumplieran además con una serie de requisitos; saber leer y escribir, conocer
las leyes tradicionales, practicar el cristianismo, haber demostrado su fidelidad al rey,
hablar español y ser capaces de administrar justicia.
En la primera mitad del siglo XVIII el liderazgo étnico atacameño estuvo
controlado por los corregidores, quienes intervenían activamente en el proceso de
nominación de los caciques gobernadores beneficiando a miembros de las familias con las
que sostenían alianzas políticas (Hidalgo 1986; Hidalgo y Castro 2004). Esto habría

120
incidido fuertemente en la rearticulación del liderazgo étnico 5, llevando a que el mismo se
ajustara a las estrategias de acumulación de poder sostenidas por las familias prominentes
de los pueblos principales. Con el transcurso del tiempo se fue generando una especie de
‘legitimidad’ entre los miembros de las familias principales;

“Ellos contaban con importantes redes de alianzas que involucraban a principales


indígenas y a notables españoles (incluidos curas y corregidores), además de una
cierta fortuna y un prestigio acumulado, ya sea personal o familiarmente (o por algún
antepasado), a lo que se agregaba una extremada habilidad para desenvolverse por los
laberintos de la burocracia colonial. Ellos mismos se reconocían como indios nobles,
pertenecientes a casas que, por sangre y otras circunstancias que adornaban sus
memorias, tenían derechos incuestionables a la posesión de los cacicazgos. Además,
sus memorias familiares pugnaron por presentarse como ‘la’ memoria del cacicazgo.”
(Hidalgo y Castro 2004:800)

En este contexto político son los miembros de la familia Ramos quienes mejor
supieron gestionar poco a poco su espacio en la administración colonial6.

La Administración de Fernández Valdivieso y el cacicazgo atacameño

Hidalgo (1982) describió la administración de Fernández Valdivieso (1749-1757) como


una de las más corruptas y abusivas que tuvo el Corregimiento de Atacama. Entre las
prácticas ilegales denunciadas por los atacameños figuran; el reparto 7 de mulas, coca y
ropa a valores mayores que los de los mercados regionales, especialmente cuando se
cambiaban por especias; la mala calidad de los productos y la inclusión en los repartos de
productos no admitidos en los listados oficiales de mercancías a repartir; la venta forzada
del ganado de los indígenas y sus productos a precios inferiores a los que se pagaban en
San Pedro de Atacama y más bajos aun que los que podían obtenerse en Salta; el exceso de
requerimientos de ‘servicios personales’ en diversas actividades productivas y domésticas

5
Hidalgo y Castro (2004) destacan que se sumaba a esto la publicación de la legislación de Indias que
garantizaba los privilegios de caciques y, por esta vía, generaba el sentido de pertenencia de los mismos (y de
sus familias) a una élite con privilegios otorgados por "derechos de sangre".
6
Para conocer en más detalle los pleitos y reclamos vinculados a este proceso remitirse a Hidalgo (1986),
Hidalgo y Castro (2004).
7
El sistema de repartos, legalizado en 1754, consistía en una venta forzada de una cuota anual de mercancías
entre la población indígena por parte de lo corregidores; principalmente mulas, ropas y herramientas, aunque
también coca y, en el caso de los caciques, mestizos o españoles, se incluía además ropas de Castilla. Estos
artículos debían cobrarse de acuerdo con aranceles establecidos por el gobierno colonial en Lima, como los
mismos raramente se respetaban, los repartos se convirtieron en motivo de denuncia en múltiples
oportunidades en distintos puntos del virreinato y se los consideró una de las variables clave para comprender
los estallidos insurreccionales del siglo XVIII (ver especialmente Golte 1980; también Hidalgo 1982 y 1986;
Lewin 1972; Stern 1990; Valle de Siles 1990).

121
y también el cobro abusivo de multas cuando la población se oponía a alguna de estas
prácticas. Todas estas tensiones producidas desde el inicio mismo de la administración de
Fernández Valdivieso intensificó el proceso de expulsión poblacional que ya venían
sufriendo los oasis atacameños.
Uno de los primeros conflictos registrados entre el corregidor y la comunidad
atacameña refiere al ‘Proceso contra brujos y hechiceros’ [1749] iniciado a poco de asumir
su cargo (Hidalgo y Castro 1997). Este conflicto inicial enfrentó al corregidor y algunos
clérigos del Corregimiento de Atacama con gran parte de los referentes étnicos8 y le sirvió
para desmontar las antiguas dirigencias indígenas y construir nuevas alianzas (Hidalgo
1986).
De todas las actividades denunciadas por los indígenas una llama particularmente la
atención a los fines de esta investigación: en 1755 Fernández Valdivieso es denunciado por
intentar apropiarse de la mina de oro de Olaros. Esa es una de las primeras menciones
acerca de las minas auríferas puneñas desde el Corregimiento de Atacama y surge,
precisamente, cuando el poder colonial intenta hacerse con su control.
De acuerdo con Hidalgo y Castro (1997), en 1755 la Real Audiencia de Charcas
falló contra el Corregidor de Atacama y Alcalde Mayor de Minas en un pleito iniciado por
Baltasar Asencio, indígena atacameño, respecto a los derechos sobre un venero de oro en
Olaros. Al parecer el ‘descubrimiento’ de oro ocurrió a comienzos de 1750 y Asencio
procedió correctamente con los pedimentos legales para explotarlo. Fernández Valdivieso,
como Alcalde Mayor de Minas, le concedió el permiso de explotación sin mayores
inconvenientes y durante tres años mantuvo Asencio la explotación del venero hasta que,
enterado el Corregidor de la buena ley del mismo, mandó que se suspendieran los trabajos
y procedió a trasladarse hasta el lugar:

“Con bastante jente es su compañía llevando a los alcaldes y cobradores de tributos,


motibado de su codicia a quitarle a dicho Baltasar Asencio los papeles en que se
contenían sus pedimentos y lisencias para quitarle de este modo al miserable yndio los
ynstrumentos de su derecho y defensa juntamente a despojarlo del venero por su
ynteres particular y mobido de su codicia puso en su lugar en posición a un moso suyo
nombrado don Martin de Sarria para que trabaje dicho de quenta del Corregidor”
(citado en Hidalgo y Castro 1997:128)

Quedó así Don Martín de Sarria a cargo de la explotación mientras que a Baltasar
Asencio se lo multa y castiga con violencia. Tras la denuncia, iniciado el proceso de la

8
Hidalgo y Castro (1997) sostienen que estos procesos se utilizaron claramente para afianzar el control sobre
la comunidad atacameña, sometiendo y desarticulando las redes de poder y prestigio que detentaban los
curanderos, sus principales acusados.

122
Real Audiencia contra el Corregidor, las redes de poder coloniales a nivel local se ponen
en marcha para mitigar los efectos del fallo desfavorable. En este contexto, los miembros
de la familia Ramos, que ya venían ocupando diversas funciones en el cacicazgo de
Atacama desde las últimas décadas del siglo XVII, reafirman su posición política y
estrechan sus lealtades con el corregidor (Hidalgo y Castro 1997 y 2004). Lo cual les
permitirá transformar las características del cacicazgo atacameño. Si hasta entonces los
cargos se habían repartido entre las familias principales con la anuencia del Corregidor, los
Ramos lograran imponer el derecho hereditario sobre el mismo por varios años.
Hacia la década de 1750, Juan Esteban Ramos, hijo de don Nicolás Ramos9,
cumplimentaba una serie de tareas políticas: pregonero de la visita de 1751, cobrador de
tributos y cacique del ayllu Solo. Esas funciones lo llevaron a desplazarse por el extenso
territorio de Atacama La Alta y adentrarse en las jurisdicciones vecinas de Lípez y
Tucumán donde se asentaban tributarios originarios del Corregimiento de Atacama
(Hidalgo y Castro 1999 y 2004). Los distintos viajes probablemente le permitieron tener un
conocimiento claro del territorio y tejer redes económicas y políticas a lo largo del mismo.
Al entablarse nuevamente un pleito, en 1755, por los derechos al cacicazgo del ayllu de
Solo, los Ramos testifican a favor de sus derechos familiares y en oposición a los
pleiteantes, recientemente enfrentados con el Corregidor Fernández Valdivieso (ver
Hidalgo y Castro 1997). El pleito se resuelve de forma favorable a la posición política del
corregidor y la familia Ramos (Hidalgo 1986; Hidalgo y Castro 2004).
Es entonces durante la administración de Fernández Valdivieso que se puede
percibir específicamente el avance colonizador sobre las tierras altas puneñas. De hecho, la
primera mención documental sobre los anexos puneños del Corregimiento de Atacama que
aparece en las fuentes trabajadas por los etnohistoriadores corresponde al año 1752 y se
trata de la inscripción en los registros parroquiales de Atacama la Alta (curato de San
Pedro) del bautismo de originarios o residentes de Susques (Casassas Canto 1974c, cuadro
II). Por ese motivo Sanhueza (2008) propone dicho año como el de creación del poblado de
Susques 10. En tanto que las menciones de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi se inician

9
Nicolás Ramos, probablemente el hijo del cacique Martín Lorenzo que aparece en la revisita de 1683, fue
nombrado, por el corregidor, cacique del ayllu Solo y gobernador de San Pedro. Con anterioridad a su
designación, el cargo había sido ocupado, sucesivamente, por Pedro Andrés y Martín León. Este último tenía
estrechos lazos de parentesco con Nicolás Ramos (Hidalgo 1986, Hidalgo y Castro 1997, 1999 y 2004).
10
Referencia para ello a Casassas (1974c), sin embargo este autor en realidad no habla de fecha de creación,
sólo consigna 1752 como la mención más temprana en los libros parroquiales. Es probable que Susques,
como oasis puneño, presentara una larga historia de ocupación y fue alrededor de esta fecha que la
administración colonial se apropió, al menos formalmente, del espacio y comenzó a ejercer un mayor control
sobre sus pobladores. Sin embargo aparecen mucho más tardíamente en las revisitas de San Pedro de

123
en 1766 en los registros parroquiales y corresponden también a la notación de bautismos y
defunciones (Casassas Canto 1974c, cuadro II).
Las fechas son significativamente coincidentes con las que surgen desde la
Gobernación del Tucumán, pues debe recordarse que es en los primeros años de la década
de 1750 que Baltasar Asencio ‘descubre’ el venero de oro de Olaros y se inician los pleitos
mencionados, se lanza el reconocimiento de las tierras altas pertenecientes a la jurisdicción
de Catamarca por parte de Don Luis Joseph Díaz. Esta simultaneidad podría ser una simple
coincidencia histórica si la misma no se repitiera nuevamente en el año 1766. En ese
mismo año, no solo aparece Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi en los registros
parroquiales de Atacama La Alta, sino que es el año en que el Gobernador de Tucumán,
Fernández Campero, otorgó en merced las tierras de Antofagasta a Luis José Díaz
vinculando particularmente dicha merced al funcionamiento del Mineral. Por lo cual nos
parece lícito sostener la posibilidad de que sea esta la fecha aproximada del
‘descubrimiento’ de las vetas auríferas del Mineral de Incahuasi. De allí que pueda
comprenderse bajo otra perspectiva la mención al ‘nuevo Mineral de Incahuasi’ indicado
en el acta de toma de posesión de la merced de tierras de Antofagasta. Poniendo en
evidencia además el surgimiento inmediato de las tensiones por su apropiación y control
desde una y otra jurisdicción político-administrativa colonial.
El acto de ‘nombrar’ en sí mismo es uno de los grandes actos colonizadores; es un
modo de fijar una frontera a la vez que inculca repetidamente una norma. La creación
de aquello que se nombra -en este caso el espacio reconocido-, las atribuciones que se
le otorgan y las interpelaciones que este proceso genera, “contribuyen a formar ese
campo del discurso y el poder que orquesta, delimita y sustenta aquello que se califica
como lo humano” (Butler 2001:26). En este caso particular es de notar que la mención
más temprana que se registra refiere al ‘Asiento de Minas de Nuestra Señora de
Loreto’ en la declaración testimonial de Juan de Escasena; al ‘Asiento o Mineral de
Ntra. Sra. de Loreto de Ingaguasi’ en los archivos parroquiales de Atacama La Alta,
ambas menciones de 1766, y al ‘Nuevo Mineral de Ingaguasi’ en el Acta de toma de
posesión de la Merced por parte de Díaz en 1767 (Casassas 1974c; Sánchez Oviedo
1942:32-3). Tenemos así tres versiones tempranas del nombre del mineral11, siendo las

Atacama; en la de 1752 no hay mención alguna a los anexos puneños, en la de 1777 aparecen mencionados
‘Susquis’ e ‘Ingaguasi’ como lugar de residencia de tributarios ausentes y recién en la de 1786 aparece
Susquis como un anexo con sus respectivos tributarios (Gentile Lafaille 1986).
11
En el auto de fundación de la ciudad de Londres de Pomán dictado por Jerónimo Luis de Cabrera el 17 de
septiembre de 1633 sólo se hace mención de ‘Antofagasta e Yngagasta’ como uno, más entre una serie de

124
primeras las que refieren a su carácter de ‘Asiento minero’. Se nota allí una diferencia
entre las menciones realizadas desde el Corregimiento de Atacama, en las cuales se
distingue su carácter de asiento minero y se enuncia el patronímico vinculante a la
parroquia de Atacama La Alta: Nuestra Señora de Loreto. En tanto que desde la
Gobernación de Tucumán el nombre resalta su condición de ‘nuevo mineral’, sin mención
de la constitución del asiento minero, ni del patronímico.
Este hecho no es menor, pues de acuerdo con Gil García (2009), quien ha trabajado
las implicancias de las designaciones mineras coloniales, es muy importante tener en
cuenta la distinción realizada por García de Llanos a comienzos del siglo XVII que apunta
lo siguiente: “[Asiento de Minas] Es cualquier mineral poblado, y antes de estarlo no lo
es por no haberse hecho asiento en él y solamente se dirá mineral, aunque se usa a veces
de entre ambos vocablos, sin diferencia, mas lo primero es en rigor de propiedad.” (Llanos
[1609] en Gil García 2009:477, resaltado nuestro). Así es como de acuerdo a ello las
menciones generadas desde el Corregimiento de Atacama se hace referencia al ‘asiento de
minas’ lo cual supone una población, en tanto que y contradictoriamente, la mención del
auto de posesión de la merced de Antofagasta solo menciona el mineral, lo cual no
supondría poblado (colonial) alguno 12.¿Podría esto ser parte de la estrategia desarrollada
desde la Gobernación de Tucumán para hacerse con el control del Mineral que era, de
hecho, un anexo atacameño o es ésta sólo una más de las resultantes de la laxitud en el uso
del vocabulario? La respuesta a este interrogante tal vez sea irresoluble, pero de todas
formas deja latente la simultaneidad de la expansión de las fuerzas coloniales sobre el
Mineral.
Otro elemento a tener en cuenta en el análisis de los topónimos es la combinación
en el nombre mismo de un referente religioso junto a la denominación indígena. Esta
forma de nombrar es parte de las estrategias utilizadas por los agentes coloniales para
lograr la apropiación y colonización de los espacios (García Jordán 2005). La presencia de
las órdenes religiosas y del clero secular también colonizaba el espacio a través de las
inscripciones cristianas del paisaje. Cruces, iglesias, oratorios, administrados por las
órdenes o el clero secular, servían como instrumentos de colonización de la alteridad al

valles que hacen a los límites de la jurisdicción de la ciudad (ver capítulo 3) pero no debe necesariamente
interpretarse como una mención del Mineral. En Hidalgo y Castro (1999), aunque con fecha un poco más
tardía -1770-, aparece la variante ‘Santa Loreto de Ingaguasi’.
12
La distinción es sin dudas sutil, de hecho el mismo García de Llanos hace referencia a que en la práctica
muchas veces se utiliza uno u otro término indistintamente, pero no por ello deja de ser sugerente que
‘formalmente’ se ignore la población preexistente en el mineral en el acta de toma de posesión de la merced,
al tiempo que se lo adjetiva como ‘Nuevo’.

125
mismo tiempo que eran vitales para el disciplinamiento de la mano de obra. A través de
ellos se enfatizaba la reproducción de las formas de trabajo y propiedad existentes en el
mundo colonial; se procedía a la destrucción de la espacialidad indígena, permitiendo la
construcción de nuevas formas, al igual que nuevas relaciones espaciales y sociales (García
Jordán 2005). Una apropiación del paisaje preexistente, pero sometiéndolo a la
transformación colonialista: “Al vincular el asiento de minas a los parajes del cerro estaría
fraguándose una estrecha unión entre el asiento de españoles, el emplazamiento minero,
sus tierras aledañas, el o los asiento/s de los indios repartidos a dicha explotación minera, y
los lugares-en-el-paisaje donde beneficia el mineral” (Gil García 2009:478). El asiento de
minas se convierte en signo del dominio español “supone algo así como una marca de
hasta donde alcanzan de facto los dominios de la Corona” (Gil García 2009:478, cursiva
original). Se genera una sensación de dominio sobre el territorio, al tiempo que, al conectar
lo asientos a otros poblados, redes administrativas y económicas, contribuye a perfilar los
términos del control territorial.
Por supuesto que esto no significa que la población indígena preexistente no
hubiera conocido o explotado antes los recursos puneños, entre ellos los minerales, de
hecho, como se mencionó en los capítulos anteriores, pueden rastrearse indicios que de
alguna manera vinculan a las poblaciones locales y regionales con los recursos minerales
de la zona. En lo que sí se hace énfasis es que ninguno de estos poblados puede ser
considerado el resultante de una estrategia específica de gestión centralizada de la
producción minera hasta este momento.
Se propone entonces que es recién a partir de la administración de Fernández
Valdivieso y el afianzamiento del cacicazgo de los Ramos que las fuerzas coloniales
avanzan formalmente sobre el área puneña, fomentando los nodos productivos y creando
los anexos administrativos para cumplir en y desde ellos con las políticas coloniales.
Entonces, si bien es probable que el conocimiento y ocupación de la vega y sus recursos y
tal vez incluso, de la existencia de oro, probablemente datara ya de unos años, 1766
constituye un hito temporal a partir del cual se puede afirmar que sobre el Mineral de
Incahuasi se formaliza el proyecto colonialista que da origen a Nuestra Señora de Loreto
de Ingaguasi. Desde esta perspectiva la formación de Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi tiene una clara impronta colonial pero ¿se corresponde su origen a una política
colonial de creación de poblados específicamente trazada para explotar el Mineral de
Incahuasi?

126
De poblados y pobladores

Las narrativas acerca del origen de los poblados del Mineral de Incahuasi contienen de
forma explícita o implícita una representación acerca de quienes fueron los planificadores,
constructores y/o habitantes de los poblados. Dejando de lado la propuesta del origen
incaico del poblado, que ya ha sido suficientemente tratado en el capítulo 2, vale la pena
explorar los argumentos e implicancias presentes en las otras narraciones de la historia de
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi.

La sombra jesuita

Existen discursos en el presente que hacen mención del origen ‘jesuita’ del poblado de
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi. Se han podido distinguir al menos tres fuentes que
reproducen los mismos; la historia, la arqueología y las memorias locales. Las políticas que
fundan y sostienen unas y otras tienen orígenes disímiles y, sin embargo, profundamente
imbricados.
Cuando la historiografía nacional se ocupa de narrar las raíces del desarrollo
minero en el suelo argentino suele hacer mención de la Compañía de Jesús como una de las
principales instituciones promotora y organizadora. En la obra “Breve historia minera de
la Argentina” de E. Catalano (1984), que es tal vez la referencia historiográfica principal
acerca de la historia minera nacional, se encuentra el siguiente párrafo:

“Una de las empresas comunitarias que más se destacaron en la explotación de las


minas de oro y plata de esta parte del continente americano fue la Compañía de Jesús,
hasta su expulsión dispuesta por España en 1767. No existe distrito minero de
importancia en la República donde esta industriosa orden no haya actuado en
tareas de reconocimiento y extracción de metales dejando el testimonio de su eficaz
presencia en todos los lugares que trabajaron, aparentemente sin riesgo, para lo cual
contaron con el conocimiento de los derroteros proporcionados por los indios, cuyo
secreto supieron conservar después de su expulsión. Aún transcurridos más de dos
siglos de su ostracismo político, en los distritos auroargentíferos de la República,
según recuerda la tradición minera, se seguía hablando con respeto de ‘los padres de la
Compañía’” (Catalano 1984:12-13).

127
En realidad a casi todas las explotaciones mineras coloniales el autor las relaciona
con el accionar de los padres de la Compañía 13. De acuerdo con ello, se debería pensar que
la Compañía de Jesús tenía un control casi total de las explotaciones mineras de la
Gobernación del Tucumán. Sin embargo, como se marcó en el capítulo 3, la presencia
jesuita en el Corregimiento de Atacama fue nula (Casassas 1974a y 1974b) 14 y en la
Gobernación de Tucumán fue mucho menos permanente y estable de lo que estas
narrativas sostienen (ver Amigó 2000).
La Compañía de Jesús estaba establecida en Perú desde 1560, recién en 1585 van a
llegar los primeros padres a la Gobernación de Tucumán, pero no es hasta inicios del siglo
XVII que se establece certeramente la vinculación de las misiones a la Provincia del Perú y
no a la del Brasil, para luego crearse -en 1604- un distrito provincial específico
conformado por el Río de La Plata y Chile, denominada Provincia de Paraguay (Mörner
1986). La primera sede de la orden se estableció en Santiago de Chile y no llegó a ejercer
influencia más allá de Cuyo. En 1609 se dio la directiva de establecer un procurador
responsable por Santiago del Estero, Córdoba y Buenos Aires y en 1614 el obispo Trejo y
Sanabria encarga oficialmente a los jesuitas la evangelización del Valle Calchaquí, ya en
calidad de párrocos (Amigó 2000). Desde Salta se realizaron las primeras excursiones
misionales a los valles de Lerma y Calchaquí antes de instalarse las misiones (Iglesias et al
2007) y desde La Rioja saldrán los jesuitas hacia el área de Fiambalá y Londres (Bazán
1996).
En la segunda década del siglo XVII la Compañía de Jesús emplazó dos reducciones
para la atención y conversión de los indígenas: San Carlos y Santa María de los Ángeles -
en el Valle Calchaquí y en el Valle de Santa María respectivamente- que se mantuvieron
en pie hasta 1627, cuando fueron despobladas ante el ‘Gran Alzamiento’. En la década de
1640 vuelve a reconstruirse las mismas, que perduraron hasta el siguiente alzamiento,
liderado por Pedro Bohórquez. Luego no volvieron a levantarse misiones jesuitas en los

13
En Catamarca “El nombre de Capillitas, recuerda [Lafone], proviene del gran número de capillas o
edificios que los jesuitas fundaron a lo largo del valle Calchaquí” (Catalano 1984:64). En Jujuy, habrían
explotado el yacimiento plumboargentífero Pan de Azúcar “a rajo (sic) abierto, pozos y chiflones, hasta
donde lo permitía el nivel de las aguas” (Catalano 1984:168). En La Rioja, “instalaron una usina de beneficio
de minerales en Nonogasta y explotaron varias minas de plata en los distritos de Caldera, Tigre y Cerro
Negro, sin poder precisar el lugar exacto” (Catalano 1984:33). Los jesuitas fueron relacionados también con
otras explotaciones de Catamarca: Aconquija; de Córdoba: Rara Fortuna, Agua del Cóndor y La Argentina;
de Mendoza: Paramillo de Uspallata; de Jujuy (Catalano 1984). Si bien el registro documental da cuenta de
algunos de estos vínculos, otros nunca han sido confirmados.
14
Sí registra, en cambio, la presencia de seculares, mercedarios, dominicos y agustinos (Casassas 1974b).

128
valles. La población rural indígena quedó a partir de entonces bajo la influencia del clero
secular (Amigó 2000; Iglesias et al 2007).
En síntesis, la presencia jesuita en los valles calchaquíes durante el siglo XVII no
tuvo ni la solidez ni la fuerza necesaria para sostener sus misiones cercanas a Salta y
Tucumán. Los padres no sólo se encontraban en una posición extremadamente minoritaria
e insegura, sino que además su influencia efectiva fue breve y bastante acotada. En los
casos en que puede observarse una relación más permanente entre los padres jesuitas y los
indígenas de los valles, la misma encuentra su espacio en los poblados y las encomiendas
coloniales (Amigó 2000). No hay menciones acerca de prácticas mineras coordinadas por
los jesuitas en los valles en las crónicas que ellos produjeron (Ojeda 2007 [1665];
Torreblanca 2007 [1696]), ni en quienes se han ocupado de estudiar las actividades jesuitas
en la Provincia del Paraguay (Amigó 2000; Ávalos 2001; Cushner 1983; Mörner 1986;
Piossek Prebisch 1983 y 2007). Agricultura, ganadería y varias formas de rentas aparecen
mencionadas como base económica de la Orden en la Provincia del Paraguay (Cushner
1983; Mörner 1986), pero poco o nada se dice respecto de la minería15. De hecho, en el
relato de Torreblanca sólo se hace mención de las minas de Lipes y del Mineral de Acay,
asaltado durante el alzamiento indígena de mediados del siglo XVII. Pero claramente se
comprende que ninguno de ellos estaba en manos jesuitas, más bien la estadía de los padres
allí respondía a la solicitud de sus dueños o a un favor que realizaban a los padres cuando
se encontraban en tránsito. Difícilmente podrían haber construido y explotado enclaves
mineros en el centro mismo del territorio indígena sin generar ningún tipo de conflicto y
ocultos al control colonial. Más importante aún para comprender la construcción discursiva
del nexo que une la minería a la presencia jesuita, son las sospechas y las suspicacias de
otros agentes coloniales desde fechas tempranas respecto de las riquezas logradas.
En el imaginario colonial las riquezas se vinculaban prontamente con el acceso a
los metales preciosos. El poder económico y político que la Compañía de Jesús había
adquirido desde su ingreso al Virreinato del Perú, generó prontamente recelos y
antagonismos. De acuerdo con Mörner (1986), la riqueza que las reducciones jesuíticas del
Guayrá generaban a la provincia del Paraguay fueron fuertemente cuestionados por el
supuesto ocultamiento de minerales, particularmente de oro, y la denuncia de que los
jesuitas los explotaban sin pagar los impuestos correspondientes. Los rumores acerca de

15
En cambio, son conocidas algunas descripciones de jesuitas acerca de las condiciones de trabajo en las
minas, por ejemplo “Histórica relación del Reino de Chile” [1646] de Alonso de Ovalle donde se menciona
la explotación del Paramillo de Uspallata o la “Historia general del reino de Chile” [1655] de Diego de
Rosales que describe varios distritos mineros de la Gobernación de Chile.

129
minas auríferas en las misiones jesuíticas llevaron incluso a que a partir de la segunda
mitad del siglo XVII las reducciones del Paraguay fueran inspeccionadas en reiteradas
ocasiones por agentes coloniales externos a la orden, sin ningún resultado concreto. Estas
denuncias parecen ser una constante en las luchas por el poder que se desataban entre la
orden, el clero secular, otras órdenes y los funcionarios estatales. Y, si bien el origen de
estas sospechas radica en las riquezas del Guayrá, los jesuitas de la Gobernación de
Tucumán no estuvieron librados de ellas. Tras el alzamiento en Calchaquí liderado por
Bohorques, Torreblanca defendió a los jesuitas -que avalaron en un primer momento su
presencia entre los indígenas- con el argumento de que si los mismos no hubieran firmado
su reconocimiento como inca se sospecharía -como había sucedido en las reducciones del
Paraguay- que los jesuitas querían ocultar y explotar las supuestas riquezas mineras del
valle para sí (Torreblanca 2007[1697], también en Amigó 2000).
En el marco de las tensiones coloniales por las apropiaciones de los recursos y la
fuerza de trabajo que enfrentó frecuentemente a los miembros de la orden a otras y a los
vecinos y encomenderos, se construyó un imaginario que establecía un vínculo de
confianza entre los indígenas, a quienes la orden tendía a defender ante los abusos, y que el
mismo era retribuido con el acceso tan anhelado a la información de las ‘riquezas ocultas’.
Está tan fuertemente arraigada a la narrativa histórica minera la idea de que los
jesuitas eran los depositarios de los ‘derroteros’ indígenas, probablemente como resultado
de los secretos de confesión, o de algún vínculo de confianza (ver Catalano 1984), que es
reproducida una y otra vez en los textos. La misma a su vez no necesita para subsistir de
confirmación, pues ese secreto nunca habría de ser violado pues “La tradición señala que
esta activa orden religiosa nunca reveló la posición de sus minas y se llevó el secreto a
España” (Catalano 1984:33). Hasta el día de hoy, este imaginario que une a la minería
colonial a las actividades de la Compañía de Jesús, no ha sido ni comprobado, ni
cuestionado y sin embargo continuó siendo reproducido a lo largo del tiempo.
El Mineral de Incahuasi, por su carácter colonial, no ha quedado exento. La más
temprana mención del origen jesuita en textos de género académico aparece en “Puna de
Atacama (Territorio de los Andes). Reseña geológica y geográfica (1930) de Luciano
Catalano y vuelve a reproducirlo en publicaciones posteriores (L. Catalano 1964 16). Este
geólogo fue uno de los primeros en explorar y dar a conocer el potencial minero del
recientemente constituido Territorio Nacional de los Andes. Su hijo, Edmundo Catalano, es

16
Este texto, si bien se publicó en 1964, es parte del mismo estudio geológico de 1927.

130
el autor de las principales obras acerca de la historia minera nacional (ver E. Catalano
1984; Lavandaio y Catalano 2004). En las cuales la misma información será reproducida y
servirá de bibliografía de referencia a multitud de escritos –académicos y no académicos-
que hacen algún tipo de mención de la minería colonial: “…entre las antiguas minas dignas
de mención se citan las del distrito Incahuasi (Catamarca) explotada por los jesuitas
(laicos) hasta 1770” (Angelelli 1984:18, resaltado nuestro. Vuelve a repetirlo en el segundo
volumen de esta misma obra, pp. 396). También se lo publica en Revista del Museo
Argentino de Ciencias Naturales ‘Bernardino Rivadavia’: “entre las antiguas minas, son
dignas de mencionarse las de Incahuasi (Catamarca) trabajadas por los jesuitas hasta el año
1777” (1950:5, resaltado agregado). Rescatamos estás dos porque nos resultaron
particularmente simpáticas pues ambas dan cuenta de la actividad jesuita en el mineral
años, incluso una década después, de producida la expulsión de los mismos de América en
1767.
Los pocos arqueólogos que se refirieron a la presencia Jesuita en el Mineral
Incahuasi fueron en principio un tanto más cautos. Olivera, que se centró en su
interpretación del sitio como de origen incaico, no investigó la ocupación colonial
posterior (ver capítulo 2). De todas formas Benedetti (2005a), referencia a éste
investigador cuando reseña el origen de los poblados puneños: “En algunos casos su origen
está relacionado claramente con la explotación minera, promovida por los padres jesuitas
en el siglo XVI (Incahuasi, San Antonio de los Cobres)” (Benedetti 2005a:347).
Kriscautzky y Solá citan algunas referencias que describen al sitio como jesuita, aunque
por su parte aclaran que “según las investigaciones realizadas, no consta en ningún
momento la presencia de jesuitas en la región” (Kriscautzky y Solá 1999:6, nota al pie 1).
Recientemente, sin embargo, en el marco de un estudio de impacto nuevamente
surgió la adjudicación de la explotación colonial a los jesuitas; “La extrapolación de
Incahuasi a Los Jesuitas es casi automática cuando uno accede a las ruinas” (Caletti y
Marchioli 2007b:9, resaltado agregado), y luego “En este contexto Jesuítico fue registrado
el crucifijo, antes o después de su expulsión definitiva del Reino Español (1.767), es difícil
de sostener, nos inclinamos a pensar en base a sus rasgos que la pieza perteneció al
momento de explotación minera por parte de Los Jesuitas” (Caletti y Marchioli 2007b:10).
El elemento mencionado, un crucifijo recuperado en las ruinas del poblado, formó parte de
una exposición museográfica y fue ampliamente difundida en los periódicos provinciales
(ver anexo), reforzando el imaginario jesuita en la tradición historiográfica y la memoria
local.

131
El “pueblo de indios” como construcción historiográfica

Una segunda representación del origen y funcionamiento del poblado, es la que hemos
dado en llamar, una “construcción historiográfica”, generada en la obra de Hidalgo y
Castro (1999). Allí los autores interpretaron y presentaron a Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi como un “pequeño asentamiento conformado por una plaza, una capilla, casas de
cabildo, y unas cuantas construcciones más que albergaban a los comerciantes y sus
tiendas, y a los mineros indígenas y españoles” y agregan “por el diseño, el asentamiento
corresponde a una estructura colonial de pueblo de indios” cuya disposición “ayudaba a
crear una atmósfera pueblerina en la sierra, extendiendo, de este modo, el vivir en policía
(política y cristiana), en una palabra, la civilización” (Hidalgo y Castro 1999:62-63,
resaltado nuestro).
Esa representación de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi, como un pequeño
asentamiento colonial de ‘atmósfera pueblerina’, está originada completamente a partir de
referencias presentes en el archivo documental 17. Una imagen que se construye en la
imaginaria resultante de los autos que siguieron a la rebelión ocurrida allí en 1775.
Representación que está, por lo tanto, íntimamente ligada a la interpretación de los eventos
históricos allí acaecidos.
La base programática de la reducción en ‘pueblos de indios’ la resume Francisco de
Toledo:

“no era posible doctrinar á estos indios, ni hacerlos vivir en policía sin sacarlos de sus
escondrijos; […] se pasaron y sacaron en las reducciones á poblaciones á lugares
públicos y se les abrieron las calles por cuadras conforme á la traza de los lugares de
españoles, sacando las puertas á la calle para que pudiesen ser vistos y visitados de la
justicia y sacerdote […] se les hicieron obras públicas y de policía como en los de
españoles, de cárceles, casas de cabildo y hospitales en que se curen; y porque como
segun escribí ÍL V. M., para aprender á sér cristianos tienen primero necesidad de

17
Los autores no conocieron las ruinas del poblado. Esto no es una crítica, dado que no era su intención dar
cuenta de él sino brindar una interpretación de la rebelión de 1775, pero pone el foco sobre las distancias que
pueden existir entre lo que se narra y el objeto de esa narración. De hecho, por ejemplo, la localización del
Mineral de Incahuasi aparece incorrectamente representada en las cartografías de Hidalgo (1982, 1986).
Probablemente haya confundido el topónimo extremadamente común de Incahuasi, localizándolo en las
cartografías en el salar homónimo (existen en el NOA cerros, parajes, el salar e incluso, otro sitio vinculado a
la minería aurífera en la Quebrada del Toro con el mismo nombre). Esta localización es engañosa porque
ubica al yacimiento mucho más cerca de San Pedro de Atacama y lejano a Antofagasta de la Sierra, los valles
Calchaquíes o Salta de lo que efectivamente se encuentra, lo que deriva en una representación cartográfica
que puede dificultar la comprensión de los fuertes vínculos regionales que los pobladores del Mineral de
Incahuasi tejieron con la Gobernación de Tucumán y posteriormente con la Intendencia de Salta.

132
saber ser hombres y que se les introduzca el gobierno y modo de vivir político y
razonable” (Toledo en Lorente 1867:17-19, resaltado agregado)

Como marca la última oración, este proyecto lleva implícito un programa de


reforma ontológica (Durston 2000), donde además del ordenamiento espacial el pueblo de
indios suponía una organización política especular con el sistema hispánico que creaba un
ámbito jurídico, administrativo y territorial diferenciado para las comunidades indígenas
(Noli 2005). Al mismo tiempo, intentaba ser una defensa de las comunidades indígenas
frente al poder disgregador de los encomenderos y las compulsivas demandas de ‘servicios
personales’ (Lorandi 1988). La figura de ‘pueblos de indios’ reconocía un patrimonio
comunal -las tierras de comunidad-, aunque en contrapartida, su población debía
cristianizarse y adecuar su estructura política al orden colonial. Los requisitos principales
que debía cumplir un pueblo de indios eran: tener sus autoridades políticas, representadas
por el cacique, el Cabildo y el cura doctrinero; poseer tierras para la comunidad y presentar
el empadronamiento de su población (de la Orden de Peracca 2006). Este ideal de
organización discriminado de la población rara vez pudo alcanzarse, las circunstancias
históricas, las especificidades geográficas y los procesos de mestizaje dieron más bien
lugar a poblados en donde las castas, si bien mantenían sus distinciones jerárquicas,
terminaban compartiendo buena parte de las áreas públicas18. De todas formas remite a una
forma ideal de control que se logra estratégicamente a través de la ordenación de los
indígenas en núcleos poblacionales vinculados con actividades productivas concretas
dentro del sistema colonial, por lo cual no son extrañas las sugerencias que vinculan la
creación de ‘pueblos de indios’ para concentrar y disponer de mano de obra en proyectos
mineros (e.g: Lozano Machuca 1992 [1581]).
La representación de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi como un pueblo de
indios fue cuestionada por los resultados preliminares de las investigaciones (Haber y
Lema 2005 y 2006b; Haber et al 2006). En primer lugar se estableció que no se trataba de
un solo poblado vinculado al mineral, sino de dos -Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi
y Agua Salada- y otro pequeño yacimiento aurífero cercano y vinculado -San Antonito-, lo
cual dio lugar a nuevas perspectivas desde donde interpretar esas poblaciones. Pero
además, se indicó que en la representación no se había considerado más que la descripción
documental del poblado, la cual parecía responder más a una descripción estereotipada de

18
Para una discusión de la categoría y la presentación de una variedad de casos puede consultarse Faberman
y Gil Montero (2002), para los pueblos de indios de Catamarca existe abundante obra de la historiadora
catamarqueña Gabriela de la Orden de Peracca.

133
cómo el poblado ‘debía ser’ a los ojos de los interlocutores a quienes se dirigían -plaza,
capilla, cabildo, tiendas- más que a lo que efectivamente parecía ser desde la interpretación
arqueológica inicial: un poblado minero indígena en pugna por su autonomía frente al
avance colonial. La revisión crítica de aquella representación historiográfica del ‘pueblo de
indios’ condujo a considerar que en ella se fundaba un espacio de ‘silenciamiento de la
agencia indígena’ (Haber y Lema 2006b), en tanto que los resultados preliminares de la
materialidad y la espacialidad recuperada y descrita para los poblados permitían dar cuenta
ya en mejores términos de la misma. Con esta tesitura, se exploró inicialmente el lugar de
la agencia indígena local en la producción minera. Dando lugar a una tercera
representación del poblado y sus pobladores.

Pueblo de campesinos-mineros

En ese sentido avanzó Haber (2007a y b), proponiendo que el surgimiento de los poblados
del Mineral de Incahuasi respondía a la acción de familias indígenas atraídas por el oro, a
las que luego habrían seguido las autoridades coloniales, los mercaderes y los curas,
aumentando las tensiones por la apropiación del metal que con el tiempo habría derivado
en la rebelión de Incahuasi de 1775 y el consecuente abandono del lugar en la medida de
que la autonomía de la agencia indígena encontraba sus límites.
Así, se narró la historia de la formación de los poblados del Mineral -Nuestra
Señora de Loreto de Ingaguasi, Agua Salada y San Antonito- a partir de la agencia de
grupos indígenas de carácter doméstico, una organización familiar que prevalecía sobre
cualquier otra forma de gestión centralizada de la explotación, fuera o no indígena. Sin
embargo, esta interpretación no resuelve toda una serie de interrogantes de carácter no
menor (¿quiénes serían estos grupos familiares? ¿De donde provendrían? ¿Cuándo se
habría iniciado este proceso?), y merece ser analizada disgregando los dos argumentos
principales que le dan respaldo.
Primero debemos prestar atención a la posibilidad de que la construcción del
poblado fuera la resultante de la capacidad de agencia de las familias campesinas locales a
lo largo de siglos de ocupación. En el capítulo anterior ya indicamos que no hay evidencias
arqueológicas claras para vincular las poblaciones puneñas de los siglos XVI y XVII con
quienes ocuparon el Mineral de Incahuasi. De hecho, la información arqueológica

134
disponible es claramente discordante con esta interpretación19. Detalle este que sin ser
determinante, mina la interpretación que coloca en mano de las familias indígenas locales
la organización del trabajo minero. La segunda parte de este argumento se sostiene en el
carácter lento del proceso constructivo (que lo haría plausible de ser gestionado por las
familias campesinas). El problema reside en que su trabajo no presenta una
contextualización histórica del sitio -más allá de su reconocimiento como poblados
coloniales-, en tanto que ancla materialmente su relato a una secuencia de construcción de
la ‘estratigrafía muraria’ registrada en los poblados. El inconveniente es que la
‘estratigrafía muraría’ en sí misma es en cierto sentido ‘atemporal’, pues una estratigrafía
representa una secuencia constructiva, pero no puede por sí dar cuenta de un contexto
histórico concreto, en tanto que las implicancias de que la misma sea el resultado de dos
siglos de lenta agregación o dos décadas de construcción intensiva son vitales para la
comprensión de las formas de agencia involucradas y deben sin duda tenerse en cuenta.
Por último, como desarrollamos en el apartado anterior, la información histórica no
sustenta la posibilidad de una ocupación colonial anterior a la segunda mitad del siglo
XVIII.
El segundo elemento presente en la interpretación hace a la gestión de la
explotación del mineral. De acuerdo con Haber (2007a y b), la gestión de los campesinos
locales del trabajo minero se funda en la vinculación espacial directa entre estructuras de
habitación y los puntos de extracción de mineral, lo cual les otorgaría un carácter casi
‘doméstico’. Sin embargo a través del rastreo de los antecedentes de investigaciones
etnográficas en contextos mineros rápidamente damos con que esta forma ‘directa’ de
relación espacial, ha sido indicada como una de las características de los patrones de
asentamientos mineros modernos en general por gran parte de la literatura que trata del
tema (Bulmer 1978; Godoy 1985; Hardesty 2010; Knapp et al 2002; Roberts1996, entre
otros), por lo cual no debería necesariamente referir a una etnicidad ni a una forma de
agencia particular sin más. Por ejemplo Bell (2002) indica que, especialmente los hombres
solteros, tienden a construir sus viviendas –básicamente una habitación que podía o no ser
compartida- lo más cerca posible al ingreso a la bocamina, pues eso no solo presenta la
ventaja de la proximidad, sino que además les permitía utilizar las herramientas y desechos
mineros en la confección y mantenimiento de las viviendas.

19
Sin mencionar que, además de tener que proponer alguna forma de identificador étnico o de distinción
social que los indique como campesinos, al proponer una explotación de base familiar también debiera dar
noticia de un registro material que la indique (por eg: elementos de representación diferencial de género o
edades).

135
Debe concluirse entonces, que si bien suena atractiva, esta segunda representación
de la formación de los poblados mineros no sólo no logra dar respuestas a muchos de los
interrogantes que genera, sino que adolece también de profundos silencios en su
construcción. Uno de ellos emerge de la mano de la ausencia de referencia y consideración
de la complejidad de la organización sociopolítica de la comunidad indígena atacameña.
La falta de historicidad en la narración, le permite referir a ‘familias campesinas’ sin un
anclaje temporal, espacial ni identitario, dejando fuera de vista la larga existencia de una
‘nobleza’ indígena atacameña con control sobre el territorio y la población. Nobleza que
lograba reproducirse a través del sostenimiento de privilegios en una estructura social
comunitaria desigual, cuya articulación, a veces conflictiva, pero otras tantas coordinada y
respaldada con los detentores del gobierno colonial, ya había sido claramente mencionada
en trabajos precedentes (por ejemplo; Gentille Lafaille 1986; Hidalgo 1986; Hidalgo y
Castro 2004, Núñez 1992).
¿Solo la obligación de tributar vinculaba a los pobladores locales con las redes
administrativas del cacicazgo atacameño? ¿Los núcleos familiares eran los que
determinaban qué y cómo tributaban? Eso parecería de acuerdo a la narración de la
rebelión de Incahuasi sugerida por Haber (2007a y b), donde los mineros indígenas
simplemente se habrían retirado del mineral tras la imposibilidad de continuar con su
gestión autónoma del beneficio. Opuestamente a esto, como se presenta en el capítulo
siguiente, hay menciones claras acerca de la continuidad en la explotación minera al menos
hasta 1792 (ver Gentile Lafaille 1986; Hidalgo 1982 y 1983) que dicha interpretación no
considera. En ellas, nuevamente son los miembros de las familias gobernantes de la
comunidad atacameña, además de algunos emprendedores españoles y criollos, quienes
aparecen vinculados a la explotación minera. Es esta capacidad política de los caciques
atacameños -de negociar con los administradores coloniales la explotación minera-
derivada de su control sobre la fuerza de trabajo, la que queda invisibilizada en el
argumento de la gestión familiar campesina.
Tenemos así tres nuevas construcciones históricas acerca del origen de Nuestra
Señora de Loreto de Ingaguasi que, al igual que el posible origen incaico, se resquebrajan
dejando el espacio para formular una nueva síntesis narrativa que comprendiera los saberes
arqueológicos, históricos y etnográficos que se encontraban compartimentados y, en otros
casos, poco o nada trabajados.

136
Hasta este punto, el trabajo presentado nos ha permitido afinar la cronología de
ocupación del sitio y ponerla en relación con procesos regionales más amplios, mostrando
las tensiones que surgieron entre el gobierno colonial y las comunidades indígenas, así
como entre los distintos sectores de ese gobierno. Se profundizó en la comprensión de la
dinámica social de las comunidades indígenas hacia el siglo XVIII, dando cuenta de sus
tensiones internas, las jerarquías y las estrategias de supervivencia, más o menos exitosas,
que determinaron sus posibilidades de gestión y participación en la formación del Asiento
minero y su explotación.
No es arriesgado pensar entonces que los anexos parroquiales mencionados como
presentes desde larga data por la narrativa historiográfica, hayan sido creados en realidad
acompañando el desarrollo de los asientos mineros puneños. Nuestra Señora de Belén de
Susques, vinculado a un posible Mineral en el lugar 20 o al cercano Mineral de Olaros, y
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi, vinculado al Mineral de Incahuasi. Las menciones
iniciales de los anexos de Atacama la Alta se dan entonces dentro de un contexto regional
de cambio; un proceso de expansión y apropiación territorial que, con características
disímiles, se da tanto el Corregimiento de Atacama como desde la Gobernación de
Tucumán. La crisis tributaria y demográfica en los núcleos atacameños, acrecentada por
los intentos del Corregidor Fernández Valdivieso de establecer un completo control sobre
todos los aspectos –religioso, político y económico- del desarrollo de la comunidad
atacameña, es contemporánea en la Gobernación de Tucumán con la eliminación de los
últimos focos de resistencia indígena armada. Pero mientras en el primero se reforzaban la
legitimidad de los cacicazgos y el estatus de la nobleza indígena, en el segundo se
desarticulaban casi completamente las redes indígenas que implicaran algún nivel de
organización regional.
Si se compara esa imagen, surgida de la narrativa historiográfica chilena, con la que
puede obtenerse de la narrativa argentina acerca de las sociedades indígenas preexistentes a
la Nación, contrasta bastante cómo mientras desde Atacama se narra la historia de una
comunidad indígena articulada al mercado (producción para el mercado potosino, venta de
fuerza de trabajo en las explotaciones mineras de Lipes, pago de tributo, participación en
los repartos, etc.) y al sistema de gobierno colonial (reconocimiento de las autoridades
coloniales españolas e indígenas, sostenimiento económico de la estructura eclesiástica y

20
Es en la ‘Descripción de la villa de Potosí y de los partidos sujetos a su intendencia’ donde Juan Manuel
del Pino Manrique (1971 [1787]) hace mención de un posible mineral aurífero en ‘Susquis’, además de los de
Olaros, Incahuasi y San Antonio del Cobre.

137
sobre todo uso exitoso del aparato legal colonial en la defensa de sus derechos
comunitarios) (Hidalgo 1982, 1984, 1986; Hidalgo y Manríquez 1992; Martínez 1985b,
1990, 1997; Martínez et al 1991; Núñez 1992), desde la Gobernación de Tucumán el relato
histórico destaca la larga resistencia indígena armada (por cierto destacable), su colapso y
la posterior ‘desintegración’ de las comunidades indígenas. Proceso en el cual, las tierras
altas de puna no se mencionan más que para narrarlas transitoriamente ocupadas por
‘indios de Atacama cazando vicuñas’, mientras que el paisaje se describe como ‘yermo y
despoblado’.
Esa es la fórmula que describe las tierras reclamadas y otorgadas en merced a
Bartolomé de Castro en 1687 (Quiroga 2003) que vuelve a repetirse en el Testimonio de
Juan de Escasena y en el acta de toma de posesión de la merced de Antofagasta. Ésta no
parece entonces ser más que la enunciación estandarizada que legitima el proceso legal de
despojo de tierras indígenas desde la Gobernación de Tucumán. Sin embargo, como se
mostró en el capítulo anterior, esta narrativa no es del todo coherente con la narrativa
historiográfica trasandina21, sino que además el registro arqueológico informa de una
población indígena históricamente asentada -al menos- en Antofalla, Tebenquiche Chico,
Tebenquiche Grande, Antofallita (Haber 1999b y c; Haber et al 2006; Lema 2004, 2006a y
b; Quesada y Lema 2007 a y b; Quesada et al 2010). No se puede entonces menos que
desconfiar de los testimonios que, como el de Juan de Escasena -‘testigo presencial’ de la
situación puneña-, describen el vacío poblacional de las tierras cedidas a través de la
merced de Antofagasta, habilitando y legitimando así el despojo de las comunidades
locales. Más suspicacias despierta aún cuando se observa que el contexto de ese despojo
coincide con la definición de los difusos límites entre dos centros de expansión colonial
que proyectaban apropiarse de los mismos recursos. Se debe entender entonces que los
testimonios documentales, base fuerte de las narrativas, fueron producidos bajo estas
tensiones y son, por lo tanto, parte de la expresión de los conflictos y las pugnas que se
daban al interior mismo del poder colonial por lograr el control de la fuerza de trabajo
indígena y el acceso a los recursos económicos estratégicos, en este caso particular, el oro
puneño. Es en la reconstrucción de las memorias de estas poblaciones donde las tensiones
entre una y otra narrativa aumentan sus mutuas resistencias y dejan traslucir los proyectos
coloniales sostenidos por una u otra historia.

21
No tendría tampoco por qué serlo, pues cada una de las naciones construyó sus memorias de acuerdo a sus
proyectos y circunstancias particulares.

138
5

Paisaje, producción y comunidad minera

“No es de estima la mina, por buena que sea, si está


en secano apartada del agua, donde se puede lavar la
tierra para buscar el oro, como lo hacen los indios en
gavetas de palo o barreños, dó por ser el oro el metal
mas pesado, viene después de bien lavada la tierra,
aunque sea arena, a quedar en el fondo y remate
postrero, según se va lavando y vertiendo agua y
tierra, poco a poco traída con las manos a la
redonda” (González de Nájera [1614] 1866:78)

Introducción
En este capítulo se analiza cómo la comunidad que se forma alrededor del Mineral de
Incahuasi crea, explota y modifica, ese paisaje minero. Se propone entonces pensar la
lógica de ocupación y explotación del mineral desde la perspectiva de los saberes en
conjugación con la tecnología disponible para la producción minera teniendo en cuenta tres
espacios principales; áreas de vivienda, áreas de extracción y laboreo minero y espacios de
tránsito. A partir de la conjugación de estos espacios se buscará comprender la forma local
de organizar la minería aurífera, prestando atención a sus transformaciones históricas y, los
límites de ese sistema productivo. Por último, trataremos de dar respuesta a la pregunta de
quiénes componen la comunidad minera formada en el Mineral de Incahuasi.

El Mineral de Incahuasi. Segunda aproximación

Primero debe indicarse que se identificaron dos núcleos de población vinculados a


la explotación del Mineral de Incahuasi del siglo XVIII: Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi y Agua Salada. Como ya mencionamos en el capítulo 2, el primero de ellos se
construyó directamente sobre el yacimiento aurífero y fue el principal núcleo poblacional.
En tanto que Agua Salada se encuentra a unos 4 km de distancia de Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi y constituye la vega más cercana con disponibilidad de agua y pastos.

139
Un tercer agrupamiento de conjuntos arquitectónicos se vincula al cercano
yacimiento aurífero San Antonito 1. Este, que no se incorpora más que a través de
ocasionales menciones en este trabajo, se ubica a 4600 msnm sobre la ladera del cerro
conocido como Falda Ciénaga a unos 12 km hacia el sur del Mineral de Incahuasi y unos 2
km al este de la ruta provincial 43. Las características del yacimiento son similares a las
del Mineral de Incahuasi. No así las del asiento minero, que es de una relevancia menor 2.
Estos son los únicos yacimientos auríferos presentes en la zona comprendida desde
Antofagasta de la Sierra al Salar del Hombre Muerto (Aceñolaza et al 1976). San Antonito
fue intensivamente explotado de forma simultánea al Mineral de Incahuasi, tanto en el
siglo XVIII como en el XX, aunque siempre de forma secundaria y en menor escala, al
punto que el mismo puede considerarse una explotación satélite del yacimiento aurífero de
Incahuasi, siendo este último el que atrae en principio la inversión minera 3.

Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi

Recordemos que el yacimiento aurífero se compone de dos grupos de vetas -Occidental y


Oriental- de orientación preferencial norte-sur, que presentan grandes diferencias entre sí,
tanto respecto de su potencia como también en sus porcentajes de mineral útil (Aceñolaza
et al 1976). Como ya mencionamos, el asiento minero Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi, se construyó directamente sobre el yacimiento aurífero por la agregación de un
total de 31 conjuntos arquitectónicos -LiI a LiXXXI-. Los conjuntos arquitectónicos están
distribuidos diferencialmente, concentrándose principalmente en el área central con 24
conjuntos (Figura 5.1) 4, otros 6 se disponen en el área norte, además de 2 estructuras
rectangulares simples, y sólo 1 se ubica en el área sur.

1
Aceñaloza et al (1976) lo denominan San Antonio, pero la toponimia local lo designa como San Antonito
que es la denominación que hemos decidido mantener en el presente trabajo.
2
De acuerdo con Aceñolaza et al (1976), las labores pueden dividirse en dos grupos: norte y sur. Las
primeras son las más importantes y consisten en una serie de “piques en aluvio que oscilan entre los 10 y 25
m de profundidad, desde donde parten estocadas laterales hasta cortar las distintas guías mineralizadas”
(1976:134). Las segundas no pasan de ser un conjunto de labores extractivas superficiales.
3
Así también en las exploraciones mineras recientes en Incahuasi -2005 a 2007- se integraron una serie de
perforaciones en San Antonito.
4
Cartografía corregida y ampliada a partir de Haber (2004)

140
Figura 5.1: Cartografía del área central de Nuestra Señora de Loreto
de Ingaguasi.

141
Área Sur

El área sur de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi se compone de un solo conjunto


arquitectónico, pero es parte del espacio de circulación entre este poblado y el de Agua
Salada.

Conjunto Arquitectónico Li-XXV


Este conjunto arquitectónico se encuentra retirado del resto
unos 500 m hacia el sur. Se localiza sobre la parte baja de
la ladera oeste, cerca del camino que lleva hacia Agua
Salada, en el punto en que este comienza a ascender sobre
la ladera del cerro (Figura 5.2).
Se trata de un recinto de planta rectangular simple
(A), cuyos lados mayores se orientan en dirección norte-
sur, con la puerta de ingreso sobre el muro este. La

techumbre era a un agua. Desde el punto exterior de la Figura 5.2 Planta del conjunto
esquina noreste, se extiende una pirca baja, en forma de arquitectónico Li-XXV.

arco, que puede haber actuado como paraviento formando un área exterior semi protegida
(B). En la esquina sureste se encuentra una habitación pequeña (C), formada por un muro
que se extiende perpendicular a la pared oeste. Puede ser el resultado de modificaciones
posteriores pues actualmente hace las veces de depósito de una serie de elementos
utilizados por ‘lavadores de oro’, forma actual de la minería informal5.

Área Central
Es el área sobre la que los distintos investigadores (Haber 2004; Kriskautzky y Solá;
Olivera 1991) han focalizado la atención, dado que en ella se presentan la mayor
agrupación de estructuras en pié.

5
MacMillan (1995), aplica el término ‘minería informal’ para describir el sistema donde las personas se
involucran en la minería sólo como una actividad de medio tiempo. Mucho de estos mineros informales, son
de hecho campesinos, peones o jornaleros. Actualmente las poblaciones cercanas vienen al mineral
esporádicamente y por breves periodos para lavar sedimento de los relaves en busca de oro y colectan
materiales, particularmente los de hierro, a los cuales consideran que aun pueden dar algún uso. Para una
discusión de la categoría ver Hardesty (2002).

142
Conjunto Arquitectónico Li-I
El conjunto está compuesto por un recinto de habitación de
planta rectangular simple (A) cuyos lados mayores se
orientan en dirección norte-sur (Figura 5.3). La única puerta
está sobre el muro este y se dirige hacia el centro de la
hoyada. El techo pudo haber sido resuelto a un agua. Una de
las lajas que forman la pared oeste se proyecta formando un
estante. Adosados a este recinto principal, se construyeron
dos espacios anexos; una segunda habitación (B) desde la
pared norte hacia el este y un muro subrectangular que cierra
el espacio (C) hacia el sur. A ambos se agregan
Figura 5.3: Planta del
prolongaciones de muro hacia el este, que pudieron haber conjunto arquitectónico Li-I.

actuado como paravientos. Estas parecen formar, a su vez, una especie de ante-patio (D)
donde se dispone la solera de un maray labrada en un bloque de andesita.
Hacia el norte del conjunto se encuentra otra solera de maray, también de andesita y
en los alrededores se encuentran fragmentos de la volandera de basalto.

Conjunto Arquitectónico Li-II


El conjunto está compuesto por un recinto de planta
rectangular simple (A) de orientación norte-sur
(Figura 5.4). La apertura de entrada se ubica sobre el
muro este, hacia el centro de la hoyada, y presenta
techo a dos aguas. El muro sur parece haberse
derrumbado y luego haber sido reconstruido
reduciendo el tamaño total del recinto. Desde la
esquina noreste del mismo se extiende un muro bajo
que pudo haber actuado como paraviento. A corta

distancia hacia el este, se levanta un segundo recinto Figura 5.4: Planta del conjunto
(B), más pequeño con el ingreso en la esquina arquitectónico Li-II.

suroeste. Por último, se dispone un horno -h1-, con su boca hacia el norte, formando una
especie de patio (C) entre las estructuras.

143
Conjunto Arquitectónico Li-III
El conjunto está formado por un recinto de habitación de planta rectangular compuesta de
orientación norte-sur (Figura 5.5), de dos habitaciones cuadrangulares (A y B). De éstas,
sólo A tiene comunicación al exterior, en tanto que a B se accede a través de aquella.
Ninguna parece presentar ventanas. La puerta de ingreso a A desde el exterior se dispone
sobre el muro este, orientada hacia el centro de la hoyada. Además en su muro sur se
disponen dos nichos, uno al medio del mismo y el otro sobre la esquina sureste. La
techumbre era a dos aguas. Cercano a este par de recintos adosados, se levanta hacia el este
otro recinto cuadrangular (C), pequeño, con puerta hacia el sur. Entre ambos parece
haberse dispuesto un muro bajo, hoy muy derrumbado, que unía los dos recintos. Pudo
tratarse de una suerte de paravientos y/o delimitación de una especie de patio (D) dentro
del cual se dispone una solera de un maray de andesita.

Figuras 5.5 y 5.6: Plantas de los conjuntos arquitectónicos Li-III y Li-IV.

Conjunto Arquitectónico Li-IV


Está compuesto por dos recintos rectangulares de orientación norte-sur (A y B) (Figura
5.6). De estos, A parece haber sido anterior y fue construido aprovechando un afloramiento
rocoso sobre el cual apoya su esquina noroeste. Presenta una puerta sobre la mitad sur de la
pared este, orientada hacia el centro de la hoyada. Las paredes oeste y norte tienen cada
una un nicho u hornacina. Al recinto A, luego se le sumó B, cuya puerta se ubica hacia el
sur. Este tiene en su esquina noreste un horno -h2- adosado cuya boca da al interior del
recinto.

144
Conjunto Arquitectónico Li-V
Este conjunto está compuesto por dos recintos rectangulares contiguos de orientación
norte-sur (A y B) que, si bien comparten un muro, no se comunican entre sí (Figura 5.7).
La pared oeste del recinto A está construida aprovechando un afloramiento rocoso y la
puerta se ubica sobre el muro este, mirando hacia el centro de la hoyada. Inmediatamente
al sur del mismo se dispone una solera de maray de andesita. El recinto B presenta también
la puerta en su pared este, hacia el centro de la hoyada. Tiene además un nicho en el muro
oeste. En la cara externa de la pared este se proyecta un pequeño muro que pudo haber
actuado como paraviento. El techo de ambos es a un agua.

Figuras 5.7 y 5.8: Plantas de los conjuntos arquitectónicos Li-V y Li-VI.

Conjunto Arquitectónico Li-VI


Este conjunto está compuesto por un recinto de planta rectangular (A) con orientación
norte-sur con apertura hacia el este, hacia el centro de la hoyada (Figura 5.8). Presenta un
nicho interior sobre su muro oeste. El techo es a un agua. La pared norte del mismo se
encuentra en parte derrumbada, pero alcanza a apreciarse que desde la esquina noreste se
desprende hacia el este un pequeño muro subcircular que pudo haber actuado como
paraviento, protegiendo la puerta de ingreso, al mismo tiempo que conforma un pequeño
espacio exterior más protegido (B).

145
Conjunto Arquitectónico Li-VII
Este conjunto está compuesto por un recinto de planta
rectangular de orientación norte-sur (A) (Figura 5.9). La
única entrada, sobre el muro este, abre hacia el centro de
la hoyada. El recinto presenta un nicho interior
construido en el muro oeste. El techo es a un agua.
Desde la esquina noreste se desprende hacia el este un
pequeño muro semicircular que pudo haber actuado
como paraviento, protegiendo la puerta de ingreso, al
Figura 5.9: Planta del conjunto
mismo tiempo que conforma un pequeño recinto (B). La arquitectónico Li-VII.
característica distintiva de este recinto es que presenta en la base de su esquina sureste una
gran volandera de maray de andesita como mampuesto del muro.

Conjunto Arquitectónico Li-VIII


Este conjunto arquitectónico resulta de la agregación
de tres recintos rectangulares: A, B y C (Figura 5.10).
El recinto A fue el primero en construirse. Presenta
una orientación norte-sur y cuenta con una puerta y
una ventana en el muro este. Además tiene un estrado
interno en la esquina sureste y dos poyos externos a
ambos lados de la puerta, sobre la pared este. Hacia el
sur presenta otro recinto rectangular (B), también de
orientación norte-sur, con ingreso independiente sobre
la pared este y una subdivisión interna que forma una
pequeña habitación (D) cuya entrada se encontraba
sellada. Hacia el norte también se agregó otro recinto
rectangular (C), con orientación este-oeste. Este
presenta una partición interna, lograda por la

agregación de un muro, dejando un pequeño recinto al Figura 5.10: Planta del conjunto
ingreso (F). Además, el muro norte del recinto se arquitectónico Li-VIII.

extiende hacia el este, generando una prolongación que pudo haber actuado como
paraviento. Sobre el exterior de la esquina noreste de este recinto se agregaron dos

146
extensiones del muro, formando un pequeño recinto cuadrangular (G), abierto hacia el
norte. Un poco más hacia el norte, se registró una especie de pirca, baja y en mal estado de
conservación. Este espacio, formado entre el exterior del recinto norte y la pirca, parece
haber sido un área de trabajo (E) vinculada a este conjunto arquitectónico.

Conjunto Arquitectónico Li-IX


El conjunto arquitectónico está compuesto por un
recinto rectangular (A) de orientación norte-sur con
techo a un agua (Figura 5.11). El ingreso se ubica en
la esquina norte de la pared este. Sobre la pared
oeste tiene un pequeño cubículo anexado que se
extiende hacia el oeste y hace las veces de estrado.
En las esquinas de la pared sur se colocaron una
serie de lajas sobresalientes formando estantes
esquineros. Tanto sobre el muro norte, como sobre el

sur, se le adosaron al recinto inicial dos recintos


Figura 5.11: Planta del conjunto
rectangulares más pequeños: B y C, con sus puertas arquitectónico Li-IX.

de ingreso independientes, hacia el este. El recinto B presenta una división, que conforma
un pequeño cuarto interno. A lo largo del exterior de la pared este del recinto A se
construyó un largo poyo y, un poco más al este, se ubica la volandera de andesita.

Conjunto Arquitectónico Li-X


El conjunto arquitectónico está formado por dos
recintos rectangulares (A y B) de techo a un agua
(Figura 5.12). El recinto A presenta una orientación
con inclinación este-oeste y su entrada se encuentra
en la pared sur, orientada hacia el centro de la
hoyada. En su interior, tiene un estrado sobre el
muro oeste y estantes de lajas sobresalientes sobre
las paredes norte y sur. El recinto B se construyó
aprovechando su muro oeste del A. Su orientación es
noroeste-sureste y en su muro sur tiene adosado un
Figura 5.12: Planta del conjunto
horno de adobe -h3- cuya boca se abre hacia el arquitectónico Li-X.

147
interior del recinto. Un poco más al sureste se encuentra otro horno -h4-, construido con
piedra y argamasa, cuya boca abre hacia el norte, enfrentando a los recintos del conjunto.
Junto a este se localizó la solera de un maray de andesita. El área externa que se forma
entre A, B y h4, conforma un área externa (C) claramente vinculada al conjunto.

Conjunto Arquitectónico Li-XI


El conjunto arquitectónico se compone de dos
recintos rectangulares (A y B) de techo a un agua
(Figura 5.13). El recinto A, presenta una orientación
norte-sur, con entrada hacia el este, orientada hacia
el centro de la hoyada, y un nicho en su muro oeste.
En la cara externa del muro se le ha agregado un
refuerzo. El recinto B, parece construido con
posterioridad, tras la caída o desmantelamiento de un
recinto preexistente (C), del cual perviven en parte
los cimientos. La orientación de B es este-oeste y no
alcanza a unirse con el recinto A, dejando lugar a
dos puertas. Una se ubica en su muro este y se
encuentra clausurada, la otra se forma por el espacio
Figura 5.13: Planta del conjunto
que queda entre la pared sur y el recinto A. Sobre el arquitectónico Li-XI.

muro norte tiene adosado un horno -h5- cuya boca se


dispone hacia el interior de B.

Conjunto Arquitectónico Li-XII


El conjunto arquitectónico está compuesto por tres recintos rectangulares simples (A, B y
C) de techo a un agua (Figura 5.14). El conjunto fue modificado en varias oportunidades
antes de alcanzar su planta final. Los recintos A y B parecen haber sido construidos
primeros, en tanto que C parece ser la resultante del cerramiento del espacio alrededor de
un horno de barro -h7-, que de esta forma quedó vinculado al interior del recinto C.
El recinto A se orienta en dirección sur-norte y posee un estrado sobre la esquina
noreste. Aparentemente en ese mismo sector se hallaba originalmente la puerta que, al
cerrarse el espacio alrededor de h7 formando el recinto C, fue sellada y reconstruida más al
sur del mismo muro, siempre orientada hacia el centro de la hoyada. Sobre la cara externa
de la pared este de A, al sur de la puerta, fue construido un poyo. La esquina suroeste de

148
este recinto se vio fuertemente afectada por una
de las perforaciones mineras posteriores,
encontrándose totalmente destruida.
El recinto B, tiene una orientación este-
oeste, con un vano de acceso hacia el este. En su
interior posee un muro que separa dos espacios
interiores. Desde la parte exterior de su esquina
noreste, se prolonga un pircado semicircular de
baja altura que protege al conjunto del viento y
delimita un área de trabajo (D). En el exterior,
entre el horno y la esquina sur del recinto norte

se encuentra una solera de maray de andesita. Figura 5.14: Planta del conjunto
arquitectónico Li-XII.
Por último, el recinto C, presenta una
orientación norte-sur. Ubicándose la puerta de ingreso en el muro sur, sobre la esquina
oeste. Sobre la pared este, entre el horno y la pared norte se extiende un estrado y al sur se
horno se confeccionó un nicho en el muro.

Conjunto Arquitectónico Li-XIII


Este conjunto arquitectónico está formado por
tres recintos rectangulares: A, B y C (Figura
5.15). El recinto A, de orientación norte-sur,
tiene una planta rectangular simple y techo a un
agua. El vano de acceso se ubica en la pared este,
orientada hacia el centro de la hoyada, y tiene 3
estantes sobre la pared oeste. La esquina noreste
del recinto se encuentra afectada por las
perforaciones mineras del siglo XX.
El recinto B es de planta rectangular
simple de orientación norte-sur, con una puerta
de acceso externo en su muro este. Posee
Figura 5.15: Planta del conjunto
también estanterías en sus paredes este y sur. Los arquitectónico Li-XIII.

149
recintos B y C están conectados entres sí y para acceder a C debe atravesarse primero B,
que presenta el acceso a C en su muro oeste. El recinto C también es de planta rectangular
simple, con orientación este-oeste.
En el exterior de este conjunto se encuentran dos soleras de maray de andesita.

Conjunto Arquitectónico Li-XIV


Este conjunto se compone de la agregación
de tres recintos (A, B y C) de planta simple y
techo a un agua (Figura 5.16). El primero de
ellos en ser construido parece ser el recinto
A. El mismo es de planta rectangular simple
y tiene la puerta en su muro este, hacia el
centro de la hoyada, y presenta en su interior
un corto muro perpendicular a la pared oeste
y sobre la cual se construyó un estrado y un
estante. Otros tres estantes se colocaron sobre
la pared sur y en la pared norte se ubicó un
nicho.
Aprovechando la pared sur de A, se
construyó el recinto B. Este es más pequeño
y de planta subcuadrangular. Su ingreso
también se ubica sobre el muro este. Desde el
Figura 5.16: Planta del conjunto arquitectónico
paño interno de la pared oeste se proyectan Li-XIV.

cinco lajas sobresalientes y alineadas que conforman un largo estante.


Apoyándose en la pared sur de B se construyó C. Este recinto es de planta en forma
de paralelogramo (lo que tal vez se deba que la pared sur del mismo se prolonga tanto
hacia el este, como al oeste, para delimitar los espacios con el conjunto arquitectónico
próximo al sur -Li-XV-). En algún momento los recintos B y C compartieron un acceso
interno pero luego el mismo fue sellado, haciéndolos independientes uno de otro, con sus
ingresos orientados hacia el centro de la hoyada. En el interior de C se disponen, sobre la
esquina sureste un pequeño estrado y en la pared oeste, cercano a la esquina norte, un
nicho. Dos largos estantes se proyectan desde las paredes este y oeste. Por último, adosado
a C, en el exterior de su pared este, se registró un recinto cuadrangular (D) de pequeñas
dimensiones y factura precaria.
150
Conjunto Arquitectónico Li-XV
Este conjunto, que parece haber sufrido
abundantes modificaciones, se compone de la
agregación de cinco recintos: A, B, C, D y E
(Figura 5.17).
Los recintos A y B parecen haber sido
los primeros en ser construidos. El recinto A
presenta una orientación norte sur, con vano
de acceso en el muro este. Presenta una
subdivisión interna que conforma una
pequeña habitación hacia el norte (B) y hacia
el oeste se le añade otro pequeño recinto (C),
de planta cuadrangular, al cual se accede a

través de un vano abierto en el muro oeste de


Figura 5.17: Planta del conjunto arquitectónico
A. En el interior del recinto A se encuentra Li-XV.
una solera de maray de andesita.
Frente al recinto A se encuentra un horno -h9-, en muy malas condiciones de
conservación, cuya puerta aparentemente se abría hacia el sur. El espacio en que se dispone
el horno parece haber ido cerrándose paulatinamente mediante la construcción de muros al
norte, este y sur, formando el espacio E. Este proceso constructivo reconfiguró la planta
del conjunto arquitectónico. Por un lado, la entrada del conjunto se orientó entonces hacia
el sur. Por otro lado, este crecimiento, conformó un quinto espacio (D), entre el conjunto
arquitectónico Li-XIV y Li-XV. Parece que para mantener la apertura del conjunto
arquitectónico hacia el centro de la hoyada se optó por derribar el muro este de B,
conectando de esta forma al mismo con el área de labores extractivas.

Conjunto Arquitectónico Li-XVI


Este conjunto está compuesto por tres recintos de planta rectangular, contiguos (A, B y C)
de orientación norte-sur (Figura 5.18).
El recinto B parece ser el más antiguo del conjunto y presenta indicios de múltiples
modificaciones. Tenía techo a dos aguas, dos puertas en sus paredes este y oeste -
posteriormente clausuradas- y también un nicho en su pared oeste. La posterior

151
construcción del recinto C, aprovechando el muro sur
de B, parece haber modificado la planta de éste,
clausurándose los accesos este y oeste, para ingresar a
partir de ahora desde C.
El recinto C parece construirse con la
agregación de dos muros hacia el sur desde las esquinas
del recinto B, siendo el muro oeste un poco más
extenso que el recinto en su proyección hacia el sur. La
entrada al recinto se ubicó en la esquina suroeste.
Por último, el recinto A, se construyó
aprovechando la pared norte del recinto B. En su pared
este presenta un estante y además, una escalera, que es
el único acceso visible al recinto. Su pared oeste se Figura 5.18: Planta del conjunto
arquitectónico Li-XVI.
encuentra completamente derrumbada.

Conjunto Arquitectónico Li-XVII


Este es un conjunto conformado por dos recintos: A y B. El recinto A es de planta
rectangular simple, con orientación norte-sur (Figura 5.19). El vano de acceso se ubica en
la pared oeste, orientada hacia el centro de la
hoyada. Sobre su pared norte, del lado externo, se
ubicaba un horno construido en adobe -h6-,
completamente colapsado.
Hacia el oeste de A, prolongando la pared
norte de este recinto, se construyó B. También de
planta rectangular simple, pero con orientación este-
oeste. Su ingreso se dispuso en la pared sur. La
pared oeste se encuentra hoy completamente
colapsada, probablemente debido a la apertura de un

camino para permitir el ingreso de maquinaria Figura 5.19: Planta del conjunto
arquitectónico Li-XVII.
pesada a fines del siglo XX.
Entre ese conjunto arquitectónico y el que lo sigue -Li-XVIII- quedó delimitado un
espacio exterior (C), hacia el cual comunican ambos recintos, que pudo haber sido un

152
patio. En este espacio se construyó, apoyado en un muro correspondiente a la siguiente
unidad, una estructura subcircular pequeña (D).

Conjunto Arquitectónico Li-XVIII


Este es un conjunto arquitectónico que ha sufrido
varias modificaciones, su planta final presenta un
total de cinco recintos: A, B, C, D y E (Figura
5.20).
El recinto A, de planta rectangular simple,
con orientación norte-sur, parece haber sido el
primero en construirse. El acceso se ubica en el
muro este, hacia el centro de la hoyada, aunque
presenta otro acceso en el muro oeste que se
encuentra sellado. El recinto presenta un muro
divisorio interno, que no alcanza a conformar dos
habitaciones, sino que parece más bien cumplir con
la función de limitar la visión desde el exterior
formando una especia de pasillo frente al vano del Figura 5.20: Planta del conjunto
arquitectónico Li-XVIII.
ingreso. Sobre la pared este se registra un estante.
En la mitad norte del muro oeste, se abre una puerta que da paso a un segundo recinto (E),
también de planta rectangular aunque más pequeño. A éste recinto no puede accederse
desde el exterior. En la esquina externa formada por la unión de los recintos A y E se
construyó un poyo.
El antiguo vano clausurado de A, lo conectaba con B. Este es un recinto de planta
rectangular simple y presenta una orientación este-oeste. Tiene amplias aperturas de
ingreso, tanto hacia el norte como el sur. El techo es a dos aguas y, lo más singular de este
recinto es que su muro este es un muro doble, construido con rocas canteadas y, luego
revocadas, cuyo paño interno se resuelve en media bóveda y arco. Sobre el muro norte,
cerca del arco, se ubica un nicho. Hacia el sur y contiguo a B se construyó C. Presenta
orientación norte-sur y planta rectangular simple, con un estante en su interior sobre el
muro norte. La puerta de ingreso de C se ubica en el muro oeste.
Por último, hacia el norte de A, se anexó D. Este es un recinto de planta rectangular
simple, con orientación norte-sur. Su ingreso es independiente del resto, a través de un
vano en su muro oeste y orientado hacia el centro de la hoyada. Presenta además un nicho

153
en su muro sur. El espacio exterior entre este conjunto arquitectónico y -Li-XVII- al norte,
fue delimitado con un largo pircado, que se cerró con un muro hacia el este hasta conectar
con la esquina noreste de D, conformando una especie de patio (F), completamente abierto
hacia el oeste.

Conjunto Arquitectónico Li-XIX


Este conjunto arquitectónico ha
sufrido abundantes cambios. Su
planta final presenta un total de
seis recintos: A, B, C, D, E y F
(Figura 5.21). Mientras A, B, C y
E, presentan relaciones de
contigüidad entre sí, D y F se
construyeron separados, por lo
cual es imposible integrarlos en la
secuencia de crecimiento del
conjunto.
Figura 5.21: Planta del conjunto arquitectónico Li-XIX.
Hacia el centro del
conjunto se registró el recinto A con múltiples alteraciones. En un principio consistió en un
recinto de planta rectangular simple con orientación norte-sur. Su acceso se ubicaba en el
muro oeste, orientado hacia la hoyada. Este acceso, luego fue clausurado y otro fue abierto
en la pared este, vinculándolo a F. Lamentablemente, este recinto se encuentra muy mal
conservado, sin embargo puede advertirse una planta rectangular simple con orientación
norte-sur. Cuyo vano de ingreso se orientaba hacia el resto de los recintos que conforman
el conjunto.
Sobre la cara externa de la pared sur del recinto A, en la esquina que forma con la
pirca que se extiende en esa misma dirección, se levantó un horno -h8-, hoy
completamente colapsado. Al norte de A se añadió el recinto E. También de planta
rectangular simple y con orientación norte-sur. Este tiene su ingreso en el muro oeste, justo
frente a F y en su interior se registraron sendos nichos en las paredes sur y norte, así como
también estantes en las paredes este, norte y oeste. En el exterior, partiendo desde la
esquina noreste, se extiende una larga pirca, muy desmoronada en su extremo norte.
Volviendo a las construcciones anexas a A, observamos que apoyándose en el muro
oeste del este se construyeron dos paredes, que delimitan un pequeño espacio (G), de

154
orientación este oeste, con estantes en su interior. Este espacio se cerró al construir B. Otro
recinto rectangular, con orientación norte-sur, cuyo acceso primero se ubicó en el muro
norte, pero luego se selló y trasladó al muro sur. Adosado a B, se construyó C. también de
planta rectangular simple, con orientación norte-sur e ingreso por el sur. Este presenta en
su interior un estante en su pared norte y un nicho en la oeste.
Finalmente, al oeste de C, sin relación de continuidad, se ubica D. Este es un
recinto de planta rectangular simple, de orientación norte-sur y con acceso desde el este.
Este recinto se encuentra muy deteriorado por la traza del camino abierto para el tránsito
de maquinarias en la última década del siglo XX, sobre todo en su extremo noroeste. En su
interior hay estantes en las paredes sur y oeste y, sobre esa misma esquina, una gran
volandera de maray de andesita.
La agregación de estos recintos, con las modificaciones de sus ingresos y las pircas
periféricas, formó un espacio externo (H), bien delimitado hacia el sur por una extensa
pirca de orientación este-oeste que lo separa del conjunto arquitectónico ubicado hacia el
sur.

Conjunto Arquitectónico Li-XX


Este conjunto arquitectónico ya ha sido
indicado con anterioridad como uno de los
dos conjuntos que se distinguen del resto
pues se trata de la iglesia (Figura 5.22).
El recinto principal A, que es la nave,
consiste en un gran recinto de planta
rectangular compuesta (A), con un recinto
de orientación norte-sur adosado en la
esquina noreste: la sacristía (B). En el
exterior se levanta la torre del campanario
(D), a la que se accede por medio de una
escalera.
La nave, cuyas paredes son
notablemente más altas que las del resto de Figura 5.22: Planta del conjunto arquitectónico
Li-XX.
los conjuntos arquitectónicos, está construida
casi en su totalidad en adobe, con sectores de muros en piedra canteada revocada. Presenta
una gran puerta de ingreso hacia el oeste, que se encuentra en parte clausurada. Su pared

155
este, sobre el paño interno, se resuelve en media bóveda y arco, lo cual probablemente
fuera el atrio. La puerta que conecta la nave con la sacristía también está construida en
arco. Las paredes de esta última están construidas con adobe y los hastiales con piedras,
presentando techo a dos aguas.
Las caras externas de las paredes de la nave de la iglesia han sido reforzadas con
importantes contrafuertes de piedra y una gran pirca cierra el espacio exterior por el norte
(C), este y sur (D). (No se ha identificado si en alguno de los espacios delimitados por la
pirca se encuentra el campo santo).

Conjunto Arquitectónico Li-XXI 6


Este es un conjunto arquitectónico
que ha sufrido abundantes
modificaciones, su planta final
presenta un total de tres recintos (A,
B y C) cercados por una gran pirca
perimetral (Figura 5.23).
El recinto A parece ser el
primero en construirse. Presenta una
planta rectangular simple de
orientación norte-sur, con acceso en
sus muros este y oeste. En el
interior del recinto se ha
incorporado una pared
perpendicular al muro oeste,
delimitando así una habitación
pequeña (F). La puerta sobre el muro Figura 5.23: Planta del conjunto arquitectónico Li-
XXI.
oeste utiliza, a modo de umbral, una
volandera de andesita.
Sobre la esquina suroeste de A, se adosó el recinto C. Se trata de un recinto de
planta rectangular simple, con orientación norte-sur. En principio presentaba dos accesos,
uno por la esquina noreste y otro en su muro oeste. Este último fue luego sellado y se abrió
otro justo enfrente, sobre el muro este. El evento de remodelación descrito, probablemente

6
Tras la revisión en campo de la cartografía de Haber (2004) (ver capítulo 2), se consideró pertinente dividir
el conjunto arquitectónico I (antiguamente Ih3 I) en 3 (Li-XIX, Li-XX y Li-XXI).

156
haya estado vinculado al cerramiento perimetral del patio (E). Frente a este nuevo acceso,
apoyado en la pirca perimetral se dispuso un horno -h11-, del cual sólo se conserva la base
de piedra.
El recinto B, por su parte, se construyó aprovechando la esquina noreste del recinto
A. Se trata de un recinto de planta rectangular simple, con orientación este-oeste. El techo
es a dos aguas. Su acceso se situó en el muro sur, hacia el patio. En su interior se disponen
dos nichos en las paredes este y oeste, y dos estantes; uno sobre la pared este y el otro, de
tipo esquinero, en la esquina noroeste.
Un cuarto recinto (D), de cuyas paredes norte y este sólo quedan los cimientos,
pudo ser identificado sobre el sector noroeste del conjunto.

Conjunto Arquitectónico Li-XXII


Se trata de un conjunto arquitectónico formado por
dos recintos: A y B (Figura 5.24). El recinto A es de
planta rectangular simple, de orientación norte-sur y
techo a un agua. La puerta de ingreso se dispone
sobre el muro este y en su interior se encuentra la
única volandera de maray confeccionada en cuarzo
hallada en Incahuasi. En su interior se agregaron dos
pequeños muros perpendiculares a las paredes este y
oeste, delimitando así una pequeña habitación (C) en
la sección norte del recinto. Dentro de ella, sobre el
muro este, se dispuso un estrado. Compartiendo el Figura 5.24: Planta del conjunto
muro norte de A, se construyó B., Este es un recinto arquitectónico Li-XXII.

más pequeño, de planta rectangular simple de orientación este-oeste. El vano de acceso al


mismo se encuentra en el muro este y actualmente está sellado.

Conjunto Arquitectónico Li-XXIII


Este conjunto arquitectónico es el que presenta la planta más compleja con respecto al
resto, con un total de 2 recintos contiguos subdivididos en una serie de habitaciones:
(Figura 5.25). Su cuerpo principal está construido sobre cimientos de piedra, con muros de
adobes, a los que se les agregaron luego los hastiales en piedra. Su planta es rectangular
compuesta, de orientación norte-sur y techo a dos aguas. Está dividido en tres partes
formando sendas habitaciones (recintos A, B y C). La habitación central (A), es la de

157
mayor tamaño. Tiene el vano de acceso en el muro este que comunica al ante patio (G). En
el interior de A, sobre el muro este, al norte del ingreso se dispone un pequeño estrado.
Hacia el sur se abre la habitación B. Esta presenta estrados a ambos lados del vano de
acceso (este y oeste). Hacia el norte se dispone
la habitación C, que conserva un estrado contra
el muro norte, frente a la puerta, y tres estantes
sobre la pared este. Este recinto ha sido
reforzado con tres contrafuertes externos de
piedra en su muro oeste.
Hacia el noreste, contiguo a la
habitación C, se dispone otro gran recinto
cuadrangular, construido con bloques de
piedra, con puerta de ingreso desde el ante
patio (G), en la pared sur. Presenta una
división interna justo frente a la puerta,
delimitando así dos habitaciones internas: D y
E. Sobre el muro oeste, de la habitación E se
sitúa un nicho, mientras que en el interior de la
habitación D se encuentra una volandera de
maray.
En el extremo sur de G se dispone un
pequeño recinto rectangular (F), de orientación

este oeste, con vano de acceso desde G en su Figura 5.25: Planta del conjunto
muro norte. Al interior de este se encuentra un arquitectónico Li-XXIII.

estrado sobre el muro oeste y tres nichos en las esquinas noroeste y suroeste. En el exterior
de F, se extiende una pirca que parte desde la esquina noreste hasta alcanzar la esquina
sureste del recinto E que delimita el ante patio (G) del exterior. Esta pirca tiene una
abertura de ingreso desde el oeste. Además, entre F y B se forma un pasillo que da paso,
hacia el sur, a un patio pircado (H), en el cual se encuentra un horno -h10-, cuya boca se
dispone hacia el sur.
Al este de H, ya en el exterior, parecen haber existido otros recintos (I y J) cuyos
muros se han perdido casi en su totalidad con la apertura del camino en el siglo XX, y no
es posible interpretar su disposición original.

158
Como se puede notar, este conjunto arquitectónico presenta una complejidad mayor
al resto, con múltiples habitaciones y un acceso más limitado hacia su interior (es en el
único que deben transponerse hasta tres vanos para llegar a las habitaciones). Esta
complejidad ya había sido destacada por Kriskautzky y Solá (1999), quienes por esta
característica lo consideraron ‘más importante’. Probablemente se trató del conjunto
habitacional ocupado por las autoridades coloniales presentes en Nuestra Señora de Loreto
de Ingaguasi.

Conjunto Arquitectónico Li-XXIV


Este conjunto arquitectónico se dispone un poco más
al sur y se compone de un recinto rectangular de
planta simple (A), de orientación norte-sur (Figura
5.26), con un vano de acceso localizada sobre el
muro oeste. Su estado de conservación es muy malo,
pues gran parte de sus paredes se han derrumbado y
puede que sus mampuestos hayan sido reutilizados.
Alcanza a distinguirse, sin embargo, que presenta
una habitación interna (B), hacia su mitad norte y
una puerta sellada, que conectaba ambos espacios.

Existen en sus alrededores algunos tramos,


Figura 5.26: Planta del conjunto
aparentemente de muros, pero no lo suficientemente arquitectónico Li-XXV.

conservados para definir sus formas.

Área Norte

El área norte es la que presenta mayores alteraciones por las actividades mineras del siglo
XX que afectaron fuertemente las condiciones de los recintos. De estos sólo quedan
sectores de cimientos y los materiales asociados, entremezclados con los desechos de la
Compañía Minera Incahuasi y agregaciones materiales recientes. De todas maneras se
describirán las estructuras localizadas en los márgenes laterales al emplazamiento de la
Compañía Minera Incahuasi, donde se conservaron algunos elementos constituyentes de la
minería colonial (Figura 5.27).

159
Figura 5.27: Conjuntos arquitectónicos del Área Norte de Nuestra
Señora de Loreto de Ingaguasi

Conjunto Arquitectónico Li-XXVI


Este conjunto arquitectónico está compuesto por una estructura de planta rectangular
simple con orientación norte-sur, de la cual sólo se conservan los cimientos de los muros

160
este, sur y oeste. El resto de sus mampuestos han sido probablemente reutilizados en las
construcciones de la Compañía Minera Incahuasi. Hacia el sur se adosó otra estructura que
puede haber sido un horno. Al norte de la misma se conservan los restos de un pequeño
horno.

Conjunto Arquitectónico Li-XXVII


Se compone de una estructura de planta rectangular simple, de orientación noreste-
suroeste. Sus mampuestos han sido reutilizados en las construcciones de la Compañía
Minera Incahuasi.

Conjunto Arquitectónico Li-XXVIII


Se trata de un recinto de planta rectangular simple, de orientación norte-sur, con vano de
acceso en su muro este. Desde la esquina noreste se desprende un pequeño muro en forma
de L que puede haber actuado como paraviento. Sus mampuestos han sido reutilizados en
las construcciones de la Compañía Minera Incahuasi.

Conjunto Arquitectónico Li-XXIX


Se compone de dos recintos de planta cuadrangular de orientación norte-sur. El recinto
norte presenta el vano de acceso en su pared norte. Del recinto sur sólo se conserva el muro
norte, compartido con el recinto norte, y parte del muro oeste. Sus mampuestos han sido
reutilizados en las construcciones de la Compañía Minera Incahuasi.

Conjunto Arquitectónico Li-XXX


Se trata de los restos de cimientos de la esquina suroeste de un recinto rectangular. Desde
su pared este se extiende un pequeño muro, así como también desde su esquina sur oeste.
No puede determinarse orientación, accesos y forma de los recintos pues su estado de
conservación es muy malo ya que sus mampuestos han sido reutilizados casi en su
totalidad en las construcciones de la Compañía Minera Incahuasi.

Conjunto Arquitectónico Li-XXXI


Se trata de los restos de cimientos de un recinto rectangular. Sus muros este y sur se
encuentran destruidos en su totalidad. Sus mampuestos han sido reutilizados casi en su
totalidad en las construcciones de la Compañía Minera Incahuasi.

161
Estructuras de laboreo
Se identificaron dos estructuras rectangulares simples asociadas a dos socavones sobre un
filón de la ladera este. Estas no alcanzan a conformar conjuntos habitacionales, parecen
más bien ser dos estructuras donde acumular el material extraído de los socavones.
No se registró junto a estas ningún elemento cultural u objeto diagnóstico, por lo
cual, no se considera factible que las mismas fueran ocupadas más que para depósito de
materiales extraídos de los socavones adyacentes.

Li e1
Se trata de un recinto de orientación norte-sur formado a partir de la construcción de dos
pircas que se cierran hacia el sur, construidas alrededor de la entrada del socavón LI s1,
aprovechando el corte de la ladera como muro norte. Presenta ingreso hacia el sur,
directamente enfrentado a la boca del socavón.

Li e2
Es un recinto rectangular simple de orientación norte-sur. Está construido aprovechando un
filo de la ladera como límite sur. Desde este se prolongan los muros este y oeste,
cerrándose hacia el norte, con ingreso en su muro norte.

Agua Salada

Este poblado se ubica sobre una pequeña quebrada de orientación este-oeste, que
desemboca en la esquina sudoccidental del salar del Hombre Muerto (Figura 5.28). En ella
crece una vega que es alimentada por una vertiente de agua. Ésta, aunque un tanto salada -
de allí su topónimo-, es la fuente de agua para consumo más cercana al Mineral de
Incahuasi por lo que probablemente debió ser la fuente del vital elemento que permitió la
instalación de los poblados y la supervivencia de personas y animales durante los períodos
de explotación minera.

162
163
Figura 5.28: Cartografía de Agua Salada.
Conjunto Arquitectónico As-I
Este conjunto arquitectónico está localizado en la
parte alta de la quebrada, rodeando un área de
salientes rocosas, cercanas a la vertiente que
forma la vega de Agua Salada (Figura 5.29).
La estructura A se trata de un recinto de
planta rectangular simple, con orientación norte-
sur y un acceso abierto en el muro este, orientado
hacia la quebrada.
Hacia el sur, siempre bordeando la
saliente, se localizan los restos de otro recinto
(B), muy afectado por la apertura del camino que
conecta la ruta 43 con el Mineral de Incahuasi.
Se trata de un recinto de planta rectangular
simple con un vano de acceso en el muro este,
orientado hacia la vega. Entre el derrumbe de
Figura 5.29: Planta del conjunto
pared del muro este puede distinguirse una arquitectónico As-I.

volandera de maray de andesita y sobre su esquina suroeste se localizaba la base de un


pequeño horno -h1- cuya bóveda está totalmente destruida.
Siguiendo hacia el sur, bordeando la saliente, se llega a otro pequeño recinto
rectangular (C) abierto hacia el noroeste. Junto a este se localizaron dos soleras de maray y
unos metros hacia el oeste la base de un horno -h2-.
Hacia el sudoeste de este último recinto, a unos 30 m, se localizan dos recintos
contiguos (D y E) de planta subrectangular. Sus vanos de acceso son independientes y
están orientados hacia el sureste.
Por último, hacia el este se localiza un pequeño pircado semicircular (F) con una
volandera de maray asociada.

Conjunto Arquitectónico As-II


Este conjunto arquitectónico se encuentra inmediatamente al oeste de la actual escuela.
Gran parte de sus mampuestos fueron reutilizados en la construcción de la misma,
pudiendo observarse en algunos muros sólo los cimientos (Figura 5.30).
En total el conjunto arquitectónico parece estar constituido por tres unidades
separadas. Hacia el sur se registró un recinto (A) de planta rectangular simple, con ingreso
164
en el muro oeste. Este recinto pudo haber tenido
adosado otro (B), de planta similar, hoy
completamente desmantelado.
De otra de las unidades, se mantienen en
pie parte de los muros de la esquina noroeste.
Dando forma a un pequeño recinto (C), de planta
cuadrangular con vano de acceso hacia el este.
Este presenta un muro interno que se proyecta
perpendicularmente al muro norte, formando dos
pequeñas habitaciones rectangulares. Al sur de
ellas se registró una volandera de maray. Sobre
la cara exterior del muro norte se adosa un muro
bajo de planta semicircular que delimita un
pequeño espacio (E). El espacio hacia el sur y
este que rodea a C se encuentra pircado Figura 5.30: Planta del conjunto
arquitectónico As-II.
perimetralmente, formando un patio cerrado (D).
La última unidad que compone este conjunto arquitectónico se ubica hacia el este
de D. Se trata de un recinto de planta rectangular simple (F) con abertura de ingreso en el
muro este. Al sur de este hay una solera y una volandera de maray. Esta estructura es
actualmente utilizada como corral y ha sufrido múltiples modificaciones.

Conjunto Arquitectónico As-III


Este conjunto arquitectónico,
aparentemente de gran tamaño y
múltiples recintos (Figura 5.31). Se
encuentra profundamente alterado
porque gran parte de sus
mampuestos se utilizaron para la
construcción de la escuela (de
hecho se construyó un baño sobre el
conjunto mismo) y algunos muros
fueron rearmados para formar un

corral (A). De todas formas alcanza Figura 5.31: Planta del conjunto arquitectónico As-III.

165
aun a percibirse el patrón general del conjunto. El mismo se ubicaba sobre el punto de
quiebre entre la vega y la ladera norte de la quebrada. Presenta una orientación este-oeste y
se compone de una serie de recintos contiguos actualmente no definibles. Una gran
cantidad de partes de marayes -soleras o volanderas- están vinculados a este recinto: 2
aparecen en uso como mampuestos de un pequeño muro; 6 hacia el norte, subiendo por la
ladera, cercanos a pequeñas pircas; un tercero se ubica en lo que pudo haber sido un
espacio delimitado y otros 6 se disponen sobre el borde de vega hacia el sureste del
conjunto.
Desde la esquina sureste de este conjunto arquitectónico parte un camino calzado
que conecta Agua Salada con Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi.

Conjunto Arquitectónico As-IV


Se compone de seis recintos de
planta rectangular simple: A, B, C, E
y F (Figura 5.32).
El recinto A presenta una
planta rectangular simple. El vano
de acceso se encuentra en el muro
sur, en la esquina este. El interior del
recinto esta dividido por un muro
que se extiende perpendicular a la
pared sur y que forma una primera
habitación pequeña (G). A este
recinto, se le adosó hacia el sur un Figura 5.32: Planta del conjunto arquitectónico As-IV.
segundo recinto (B), de menor
tamaño, que tiene un vano de acceso independiente en el muro sur. Posteriormente se
agregaron dos extensiones de muro una desde el recinto A hacia el sur y otra desde el
recinto B hacia el este, dando forma a un tercer recinto (C) de planta rectangular simple,
con orientación norte-sur y apertura de acceso en el muro este. Directamente enfrentada a
esta unidad se encuentra E, pero conectándose sus muros sólo en el extremo norte, por lo
cual entre una y otra se forma una especie de pasillo, desde el cual se ingresa a los recintos
E, C y A. El recinto E presenta una planta rectangular simple, con orientación este-oeste.
En su extremo este tiene un pequeño anexo cuadrangular. La mitad noroeste del muro

166
norte de E está derrumbada. No pudo identificarse su vano de acceso. Hacia el norte de E
se ubica un pequeño horno de barro.
Adosado al sur de E se construyó F. La planta es también rectangular simple y
presenta un muro divisorio que se extiende perpendicular a la pared este que delimita una
puequeña habitación sobre la esquina noroeste (H).
Por último, hacia el este, se disponen dos recintos contiguos (I y J). El recinto J, por
ser de mayor tamaño, parece ser el principal. Su orientación es este-oeste, con vano de
acceso y una ventana en el muro sur, orientadas hacia la vega. A este recinto se le adosa
hacia el este una pequeña estructura (K), en la cual no puede identificarse vano de acceso.
Hacía el oeste, aprovechando el muro de J, se construye otro recinto pequeño (I), con vano
de acceso independiente sobre su muro sur. Actualmente J es utilizado como corral.
Vinculados a este conjunto arquitectónico se han encontrado siete marayes.

Conjunto Arquitectónico As-V


Este conjunto se compone de dos unidades
(Figura 5.33). La unidad que se localiza
hacia el oeste se trata de un recinto de planta
rectangular simple (A), de orientación este-
oeste, con vano de acceso en el muro sur,
orientado hacia la vega. En el exterior, desde
su esquina noreste, se desprende un muro
circular que forma un pequeño recinto (B)
de paredes bajas.
Hacia el este de esta unidad
Figura 5.33: Planta del conjunto
encontramos una serie de estructuras arquitectónico As-V.

adosadas a un afloramiento de grandes bloques rocosos. Lamentablemente estas se


encuentran muy mal conservadas y no puede describirse certeramente su disposición.

Conjunto Arquitectónico As-VI


Este conjunto se conforma con la agregación de 6 recintos: B, C, D, E y F (Figura 5.34).
De ellos, B, y C son recintos rectangulares simples, de orientación norte-sur, con vanos de
acceso ubicados en el muro este. El recinto C sólo conserva sus paredes este y norte, pues
se apoyan sobre el afloramiento rocoso. Pese al regular estado de conservación puede
notarse que su techo era a dos aguas.

167
Los recintos restantes componen una
sola unidad de tres recintos contiguos (D, E
y F) de orientación norte-sur. El recinto F
parece ser el primero en construirse. Se trata
de un recinto cuadrangular con techo a dos
aguas y vanos de acceso en los muros sur y
este. En el exterior, sobre su esquina noreste
tiene adosado un horno -h4- cuya boca se
orienta al sur. Desde la mitad de la pared
norte de este recinto, por el exterior, se
extiende una pirca rectangular que delimita
hacia el norte un posible espacio de trabajo
(G). Al recinto F luego se le adosó el recinto
E. Este recinto posee un vano de acceso
Figura 5.34: Planta del conjunto
independiente en su muro este, actualmente arquitectónico As-VI.
obturado. Finalmente, al sur de E, se agregó
D. El ingreso de este es independiente del resto, ubicándose el vano de acceso en el muro
este. En el espacio externo compartido por los recintos se registran un horno -h5-
completamente colapsado y dos volanderas de maray.

Conjunto Arquitectónico As-VII


Se trata de dos recintos (A y B) de planta rectangular
simple, contiguos, de orientación este-oeste, con
ingresos independientes (Figura 5.35). El recinto A
tiene el vano de acceso en el muro sur, orientado
hacia la vega. Presenta en su interior un pequeño
hornillo sobre su esquina suroeste y en la noroeste un
estante esquinero realizado con una laja sobresaliente
de la pared. Inmediatamente frente a su puerta se
localiza una solera de maray.
En el recinto B se construyó el vano de acceso en
el muro este y en el muro opuesto se dispuso un
Figura 5.35: Planta del conjunto
estrado. En la pared norte presenta un nicho y en la sur arquitectónico AS-VII.

168
una ventana. Desde su esquina exterior noreste se desprende una pirca que de forma
subcircular se extiende hacia el este, que probablemente hiciera las veces de paraviento,
finalmente también desde la esquina sureste se extiende un pequeño muro recto hacia el
este, que delimita el espacio (C) que restringe en parte la visibilidad hacia el interior de B.
Al norte (subiendo la ladera) se ubica un horno –h6-.

Conjunto Arquitectónico As-VIII


Este conjunto arquitectónico, de
orientación general este-oeste, se forma por
la agregación de cuatro recintos contiguos:
A, B, C, D, que poseen a su vez una serie
de divisiones internas y anexos (Figura
5.36).
Los recintos D y C, parecen ser los
que se construyeron primero. El recinto D
es de planta rectangular compuesta. En
algún momento tuvo un vano de acceso en
su muro este, que luego fue obturado. Esto
parece haber ocurrido al delimitarse una
habitación interna (H), que llevó a Figura 5.36: Planta del conjunto arquitectónico
As-VIII.
clausurar ese ingreso y construir un vano
de acceso en el muro sur. El espacio interno de D fue dividido a su vez en su mitad este, en
dos pequeños recintos. Sobre el muro sur del recinto D también se adosaron dos recintos (E
y F), dispuestos hacia ambos lados de la puerta. El recinto E es de planta subrectangular,
tiene su vano de acceso en el muro este y presenta un nicho interno. El recinto D es de
planta cuadrangular y también presenta su vano de acceso en el muro este.
Contiguo al recinto D, hacia el oeste, se ubica C. Es un recinto de Planta
rectangular simple, de orientación este-oeste. Presenta un vano de acceso en el muro sur.
Desde la esquina exterior sureste del recinto C se extiende un muro hacia el sur que separa
en parte el espacio externo de su recinto inmediato a la izquierda (B). Este recinto presenta
planta rectangular simple, un vano de acceso independiente sobre la mitad del muro sur y
nichos en sus paredes sur y norte. Mediante la construcción de un muro que se proyectó
desde la pared norte hacia el sur, el espacio interno fue dividido formando una habitación
(F).

169
Por último, el recinto A es un recinto de planta rectangular simple, que comparte el
muro este con B. Su ingreso es independiente, con un vano de acceso en el muro sur y
presenta un nicho en la pared norte.
Detrás de este conjunto, subiendo la ladera, se registró un maray.

Conjunto Arquitectónico As-IX


El conjunto se compone de tres unidades: A,
C y D (Figura 5.37). La unidad oeste se
compone de un recinto de planta rectangular
simple (A), de orientación este-oeste y con
abertura de ingreso en el muro sur. El
espacio interno ha sido subdividido mediante
la adición de un muro que se extiende
perpendicular desde la pared norte a la altura
de la puerta, formando una habitación más
pequeña (B). Los tramos noreste y este del
muro se encuentran en gran parte
derrumbados. Inmediatamente al sur y al

este, entre las rocas del derrumbe del muro Figura 5.37: Planta del conjunto arquitectónico
As-IX.
de este recinto, se registraron una solera y
una volandera de maray.
La unidad central se compone por un recinto cuadrangular (C) con un horno –h7-
adosado en el lado externo de su esquina noreste. Además se registró una solera de maray
en su interior y una solera y volandera de andesita inmediatamente al sur del horno. Desde
la esquina sureste del horno se extiende hacia el sur un pequeño pircado que puede haber
actuado como paraviento y en cuyo extremo se ubica un maray.
Por último, la unidad oeste, que se compone de un recinto de planta rectangular
simple (D) con orientación norte-sur y un vano de acceso en el muro este. Su muro oeste
parece haberse prolongado hacia el norte hasta alcanzar la pared norte del horno y de esta
forma delimitar el espacio externo de trabajo (E). En este espacio también se localizó una
volandera de maray.
Lo más distintivo de este conjunto es que, hacia la vega, se encuentran la mayor
cantidad de soleras y volanderas de marayes de Agua Salada. Sin contar los ya

170
mencionados, directamente asociados a las estructuras, en la vega frente al conjunto
arquitectónico se contabilizaron 16 partes de marayes.

Conjunto Arquitectónico As-X


Este conjunto se compone de dos recintos contiguos (A y
B) de orientación este-oeste (Figura 5.38). El recinto A
presenta planta rectangular simple con vano de acceso en el
muro sur. Desde la esquina exterior suroeste se extiende
hacia el sur un pequeño muro en forma de L, que forma un
recinto externo (C) pequeño y abierto hacia el este.
Al recinto A se le adosó luego, aprovechando su
pared este, un pequeño recinto de planta cuadrangular
simple (B). Este presenta dos vanos de acceso, uno en el
muro sur, actualmente obturado, y otro en el muro este.

Hacia el sur del conjunto, sobre la vega, se registraron dos


Figura 5.38: Planta del conjunto
volanderas de maray. arquitectónico As-X.

Conjunto Arquitectónico As-XI


Este conjunto se compone de un recinto único (A) de
planta rectangular simple y orientación noroeste-sureste,
con vano de acceso sobre el muro este (Figura 5.39). Dos
volanderas de marayes se disponen relativamente cerca;
uno sobre la vega y otro sobre la ladera, pero no puede
afirmarse con certeza que estén necesariamente
vinculados a este recinto. A unos metros del recinto, hacie
el sueste, se dispone una estructura de forma subcircular
de paredes bajas (B). Figura 5.39: Planta del conjunto
arquitectónico As-XI.

Conjunto Arquitectónico As-XII


Este conjunto se caracteriza por ser el único ubicado en el margen opuesto de la vega, al
pie de la ladera sur de la quebrada. Se trata de un recinto (A) de planta rectangular y
orientación norte-sur, con el vano de acceso en el muro este (Figura 5.40). Su espacio
interno fue dividido, formando una habitación (B) en su mitad norte, por medio de la

171
adición de un muro perpendicular al muro oeste justo
frente al vano de acceso. Luego, aprovechando su muro
este, se le adosó otro recinto (C). Este es más pequeño y
presenta una planta cuadrangular. Su vano de acceso se
ubicó sobre el muro sur.

Figura 5.40: Planta del conjunto


arquitectónico As-XII.

Áreas de extracción y laboreo minero

Ya en 1967 Fenenga mencionaba las dificultades de identificar arqueológicamente los


sitios mineros, principalmente por ser objeto de repetidas alteraciones por explotaciones
posteriores. Otra dificultad importante refiere a la baja visibilidad de los sitios mineros de
pequeña escala de producción, pues pueden presentar muy poca alteración del terreno y un
mínimo de tecnología de trabajo. La combinación de estas dos características -poca
visibilidad derivada de la baja escala de producción y superposición de las áreas de
extracción - se ve aún más complicada por la cada vez más creciente alteración de
intervenciones que, con el avance del tiempo, involucraban de manera creciente la
utilización de explosivos, maquinarias pesadas y remoción de enormes cantidades de
materiales. A pesar de ello, en esta investigación se ha reconocido a través del trabajo
arqueológico una serie de tecnologías mineras correspondientes a distintos momentos de
explotación del Mineral de Incahuasi. Antes de pasar a mencionarlas, es importante indicar
ciertas características relevantes, de acuerdo a las tecnologías de época, al momento de
comenzar a explotarse un yacimiento minero. Dos elementos principales en la localización
del asentamiento son la disposición de las vetas y la localización de fuentes de agua. En
este caso en particular, las vetas auríferas se vinculan sólo a Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi, por lo cual sólo allí se realizaron labores extractivas, en tanto que la fuente de
agua permanente más cercana es la vega de Agua Salada.

172
Tecnologías extractivas

Retomando la información geológica, debemos indicar que el yacimiento aurífero se


compone de dos grupos de vetas -Occidental y Oriental - de orientación preferencial norte-
sur, que presentan grandes diferencias entre sí, tanto respecto de su potencia como también
en sus porcentajes de mineral útil. Como ya mencionamos, el asiento minero Nuestra
Señora de Loreto de Ingaguasi, se construyó directamente sobre el yacimiento aurífero, y
las técnicas extractivas debieron ser adaptadas a las diferentes condiciones de
superficialidad y potencia de las vetas. En esta investigación identificamos tres tipos
principales de técnicas extractivas: rajos, piques y socavones.

Rajos
Los rajos, también conocidos como
trincheras, son zanjas a cielo abierto
de longitud variable, realizadas para
descubrir una mineralización
superficial o explotar las vetas
aflorantes. Esta estrategia muy
simple de extracción del mineral
aparece mencionada tempranamente
en las descripciones de la minería
andina: “hay [minas] esparcidas por
toda la tierra, a manera de pozos
poco profundos como de la altura
de un hombre, en cuanto puede el
de abajo el dar la tierra al de arriba;
y cuando lo excava tanto que ya el
de arriba no puede alcanzarla, lo
dejan así y se van a hacer otros
Figura 5.41: Li-r2.
pozos” (Sancho de la Hoz [1534],
en Martin 2004:302).

173
En Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi se registraron dos rajos -Li-r1 y Li-r2-
sobre la ladera oeste (Figura 5.41). El primero de ellos, más al sur, tiene un largo de 22 m,
en tanto que el segundo es más importante y alcanza un largo de 87m.

Piques y Chiflones
Los piques son excavaciones de sección circular que se realizan penetrando la tierra en un
ángulo variable manteniendo un diámetro de 70 a 80 cm, generalmente no alcanzan una
profundidad mayor a 30 m. Pueden construirse con intenciones de exploración y
explotación, y en caso de no darse con la veta convertirse luego a otras funciones como
ventilación o circulación (Alonso 1995). Del total de las perforaciones registradas en
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi, a partir del “Plano de relevamiento poblado
histórico Nuestra Señora de Loreto de Inkahuasi y Campamento Minero Inkahuasi” que
acompaña el informe de Kriskauztky y Solá (1999) y la verificación en terreno, pudo
identificarse tres piques7–Li-p1, Li-p2 y Li-p3-. Probablemente sean perforaciones
posteriores vinculadas a los grandes socavones realizados por la Compañía Minera
Incahuasi en el siglo XX.
Los chiflones, en cambio, son excavaciones similares pero que a diferencia de los
piques, se construyen con la intención explícita de permitir el ingreso y egreso de los
mineros, apires, etc. Generalmente son construidos sobre las vetas que muestran
buzamiento con inclinaciones entre 45º a 75º. Razón por la cual, sus ángulos no suelen
superar esa inclinación, son más amplios que los piques y es posible también que
presenten adecuaciones, como escaleras, escalones, cadenas o sogas para facilitar el
movimiento de los mineros. En Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi se identificaron 12
perforaciones que pudieron ser chiflones –Li-ch1 a Li-ch12-, aunque, se debe aclarar, que
no es fácil determinar la función exacta de cada uno de ellos pues por razones de
seguridad no se los ha explorado. González y Viruel de Ramírez (1992) indicaron que del
período colonial quedaban galerías subterráneas que alcanzaban una profundidad de hasta
50m., punto en donde el nivel freático comenzó a ser un impedimento a esta forma de
tecnología extractiva. Los chiflones Li-ch1 a Li-ch10- se ubican a en el área central de
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi. Los dos chiflones restantes –Li-ch12 y Li-ch13- se
ubican en el área sur, a la derecha e izquierda del camino respectivamente. Li-ch12 es

7
En el plano que acompaña el informe están simbólicamente diferenciados.

174
particularmente interesante pues pueden aún observarse una serie de escalones de piedra
que facilitan el ingreso/egreso de la perforación.

Socavones
Se denomina socavón a las galerías horizontales de ingreso a una mina que se construyen
desde la superficie con la intención de alcanzar la veta transversalmente en profundidad.
Son abundantes las menciones arqueológicas (Bird 1977; Boman 1992 [1908]) y las
referencias documentales (Barba 1967 [1640], Solórzano Pereira 1996 [1648]) que dan
cuenta de la práctica de la minería de socavón desde tiempos prehispánicos, al menos de
forma incipiente.
En el Mineral de Incahuasi existen dos extensos y profundos socavones
identificados que corresponden a la Compañía Minera Incahuasi, por lo tanto no
trataremos de ellos aquí. Se han identificado además, en el área norte del poblado de
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi tres socavones pequeños sobre la ladera este -Li-s1
a Li-s3-. Asociados a ellos se disponen las dos estructuras de pirca subrectangulares: -Li-
e1 y Li-e2-.

Figura 5.42: Boca del socavón -Li-s3- (en el centro). Detrás del muro de -Li-e3- alcanza a
percibirse la boca de -Li-s2-.

175
El primero de ellos -socavón Li-s1- es una perforación profunda con su boca orientada
hacia el sur. En el exterior la boca se encuentra circunscripta por la estructura -Li-e1-. El
segundo socavón -Li-s2- es una perforación de una extensión no mayor a 5 m -aunque
puede estar en parte colmatado- con su boca orientada hacia el norte sobre un filo de la
ladera este. La boca y el interior del socavón se encuentran en parte colapsados (Figura
5.42). El tercer socavón -Li-s3- tiene apertura a ambos lados del filo de la ladera este, una
hacia el N y otra hacia el S, pero la apertura norte parece ser la boca principal y la segunda
un respiradero o una apertura de iluminación, con un distancia entre una y otra boca de 11
m. Por razones de seguridad el interior de los mismos no fue explorado, pero alcanzaba a
percibirse la prolongación del socavón en profundidad. Entre -Li-s2 y Li-s3- se dispone -
Li-e2-. De igual manera que las tecnologías mencionadas antes, estos socavones
permitieron intervenir en acciones extractivas en vetas superficiales y de fácil explotación.

Tecnologías de procesamiento

Área de chancado
Los espacios de laboreo de chancado8 primario son inmediatos al lugar de extracción de la
mena. Este espacio, donde se produce la reducción, la selección manual y el descarte
primario, es tradicionalmente conocido como canchamina. Si bien se han encontrado una
serie de pequeños muros asociados a los chiflones, no se han identificado canchaminas
pro-piamente dichas, ya que el trabajo parece realizarse simplemente en el espacio abierto
que rodea los rajos y los chiflones puesto que allí está el material de desmonte (Figura
5.43). Tampoco se recuperaron herramientas, como martillos, que participaran en el
proceso de chancado, probablemente los mismos fueron bienes con alto grado de
conservación o resultaran los suficientemente atractivos para ser colectados con
posterioridad al abandono de la mina.

8
Refiere a la acción de quebrar o romper el mineral en la canchamina. El chancar es el proceso de golpear la
roca para reducir lo útil en fragmentos más pequeños y descartar gran parte del material restante. Chancar
también se usa localmente para mencionar el golpe que se recibe en las manos mientras se realiza una
actividad, por ej., en el uso del martillo, en el movimiento de rocas, etc.

176
Figura 5.43: Área de chancado. Desmontes
en primer plano, vinculados a los chiflones
del centro-este de la hoyada. Desmontes en
segundo plano, vinculados a los rajos sobre
la ladera oeste.

Marayes9
En el proceso posterior a la extracción el elemento más comúnmente mencionado en el
procesamiento del mineral es el maray. Este es un molino de piedra que consiste de dos
partes: una muela fija o “solera” sobre la cual actúa con movimiento de vaivén una muela
móvil o “volandera”. La acción mecánica es generada por la fuerza de palanca aplicada a la
volandera a través de varas fijadas a ella (L. González 2004; Martin 2004). Es un
instrumento de muy baja inversión y de larga historia de uso: “En los assientos de minas
d'estas provincias, donde o la falta del agua o del dinero necessario para su fábrica
impossibilita a hazer los que llaman ingenios para moler los metales, son muy sabidos y
usados dos modos de reduzirlos a hazerlos a harina con piedras: llaman al uno trapiche y
maray al otro” (Barba, 1640: 72v). Los marayes del Mineral de Incahuasi los hemos
separado en dos grupos: los involucrados en una trituración primaria y otros vinculados a
una posible segunda etapa de molienda ocurrida luego durante el proceso de
amalgamiento.

Marayes- trituración
Las características comunes a este conjunto son su ubicación directa con el acceso al agua
y que casi todos ellos están realizados con una materia prima basáltica notablemente
porosa. En el sector norte de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi, sobre el borde del

9
Suelen otorgárseles también otros nombres: quimbalete, quimbolete, alaray o trapiche indígena.

177
Figuras 5.44 y 5.45: Marayes. Izquierda: volandera de maray de trituración realizado en basalto
poroso. Derecha: solera y volandera de andesita. Ambos localizados en Agua Salada.

Salar del Hombre Muerto, se detectó un sector de trituración primaria donde se aglomeran
un conjunto aproximado de 20 10 marayes. En Agua Salada se detectó un total de 42
marayes que se distinguen por estar confeccionados con basalto poroso y de estos 28 se
disponen directamente sobre el área de vega (Figura 5.44).

Marayes - amalgamación
Se ha incluido esta segunda categoría dentro del conjunto de marayes, porque los mismos
se distinguen de los empleados en la trituración primaria por dos motivos: se hallan
asociados espacialmente de forma más bien directa a los conjuntos arquitectónicos y están
elaborados con materias primas diferentes (andesita, basalto (baja porosidad) o cuarzo)
(Figura 5.45). En el área central de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi se registraron
18 marayes de este tipo y en Agua Salada 17.
En el área norte de Nuestra señora de Loreto de Ingaguasi también se registró la
presencia de marayes de este tipo, pero dado que esta área ha sufrido profundas
modificaciones posteriores, la ubicación actual y el número observable no aporta
información fiable.

Hornos
Se registraron en el poblado de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi un total de 12
hornos -Li-h1 a Li-h12-. Siendo -Li-h12- el único registrado en el área norte de Nuestra
Señora de Loreto de Ingaguasi. En Agua Salada se registraron 7 hornos11: -As-h1 a As-h7-.

10
Se han contado como unidades cualesquiera de las partes del maray.
11
Se registró un octavo horno -As-h8- pero el mismo pertenece a la Escuela que lo usa para hacer el pan, por
lo tanto, no se lo contabiliza dentro de esta síntesis.

178
Figuras 5.46: Restos de horno de
adobe (h3) en Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi.

Todos ellos presentan características constructivas estructurales comunes entre sí


componiéndose de dos partes: base y bóveda. La base consiste en una plataforma
cuadrangular de piedras de 0,3 a 0,4 m de altura. Sobre ella se erige una bóveda de planta
circular que puede alcanzar 1 m de altura y 1,8 m de diámetro. A pesar que casi la mayoría
de los hornos se encuentran totalmente derrumbados, aún puede apreciarse que los mismos
presentaban una boca principal y dos aberturas laterales y una superior -el tiro-. La
mayoría de las bóvedas fueron construidas con pequeños bloques o lajas de piedra, unidos
con argamasa, distinguiéndose los hornos -Li-h3, Li-h6, Li-h7, Li-h12 y As-h3- por estar
confeccionadas en adobe 12
(Figuras 5.46 y 5.47).
Los mismos se encuentran
claramente vinculados a los
espacios de trabajo externos de
los conjuntos arquitectónicos,
aunque en algunos casos -Li-h2,
Li-h3, Li-h5 y Li-h7- están
construidos de forma tal que sus
bocas se abren directamente al
Figuras 5.47: Restos de horno de piedra (h10) en Nuestra
interior de un recinto. Señora de Loreto de Ingaguasi.

Caminería
El trasporte de los materiales desde el lugar de extracción, hasta el de trituración también
necesitó de la construcción de una tecnología de transporte y tránsito específica. Si bien no
es posible por ahora determinar la tecnología empleada en el transporte (al hombro, lomo

12
Aún no se ha podido definir si estos hornos de adobe tenían funciones diferenciales del resto.

179
de mula o carro, por ejemplo), sí se pudo notar la inversión realizada en la construcción y
mantenimiento de los caminos apropiados. Se registraron dos caminos principales, que
alternan tramos despedrados y nivelados con tramos calzados.
Uno de ellos vincula Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi con Agua Salada
(Figura 5.48). El otro conecta el área central de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi con
el área norte, y probablemente pudo haberse extendido hasta el área de trituración primaria
en el borde del Salar del Hombre Muerto (Figura 5.49), aunque en partes su continuidad se
pierde por las explotaciones mineras posteriores.

Figuras 5.48: Detalle del camino


que une Agua Salada con Nuestra
Señora de Loreto de Ingaguasi.

Figuras 5.49: Camino que une Nuestra señora de Loreto de Ingaguasi con el borde del salar
(Área de trituración).

180
Trapiches
Consisten en una o dos enormes ruedas de piedra circulares (volanderas) que se hacen girar
en torno de un eje. Las volanderas ruedan en posición vertical sobre una base de piedra en
posición horizontal (solera).
No se han hallado evidencias del uso de esta tecnología en Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi y en Agua Salada. Allí resultarían en realidad poco funcionales ya que
no existe allí una provisión de agua suficiente para el uso de esta tecnología. Sin embargo,
los documentos históricos informan de la existencia de dos trapiches en funcionamiento
vinculados a la explotación del Mineral de Incahuasi. Uno se ubicaba sobre el río Punilla
en el paraje denominado Chorrillos y el otro sobre el río trapiche, en el sector Noreste de la
cuenca del Salar del Hombre Muerto.

Paisajes mineros

En primera instancia se debe indicar que se considera el asiento minero como un aparato
de producción. En este análisis se tomará en cuenta el emplazamiento y la distribución de
los elementos constituyentes de los poblados de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi y
Agua Salada, así como la movilidad que dicho emplazamiento y distribución permite o
favorece. El primer paso consiste en la identificación de los elementos constituyentes de la
estructura espacial del asiento minero y su localización, lo cual permitirá definir los puntos
relevantes en relación a los cuales se organiza la espacialidad entre los poblados y al
interior de ellos. El segundo paso refiere a la forma de la relación que se establece entre los
puntos destacados de dicha distribución.
De los 31 conjuntos arquitectónicos de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi, 29
corresponden a un formato de construcción por anexión de recintos de planta rectangular, y
ocasionalmente cuadrangular o subcircular, construidos con mampuestos procedentes de
materiales de descarte obtenidos del mismo laboreo minero o de afloramientos y canteras
ubicadas dentro de los límites del emplazamiento.
Los conjuntos arquitectónicos del área central de Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi están distribuidos formando tres alineaciones. Esta linealidad en la distribución
de los conjuntos arquitectónicos, nada tiene que ver con un crecimiento relativamente
ordenado del poblado, sino que está directamente determinada por la posición de los dos
grupos principales de vetas auríferas -oriental y occidental-. Siendo el primero el más

181
importante (Aceñolaza et al 1976) y sobre el cuál parecen haberse concentrados las
acciones extractivas de mayor profundidad a través de chiflones y socavones.
El conjunto arquitectónico Li-XXIII, que se encuentra a unos 500 m hacía el sur del
área central de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi, no se vincula de forma cercana ni a
las áreas extractivas ni a las de laboreo, pero sí parece estar relacionado al camino que
vincula este poblado con el de Agua Salada. Tal vez tuviera alguna relación con el tránsito
de personas y materiales entre ambos. Esta misma situación presenta la estructura
rectangular -As-e1-, ubicada en un punto intermedio del camino entre los poblados.
En primera instancia se debe indicar que esta forma de ocupación espacial es
consistente con las estrategias de asentamiento generalmente reconocidas por los estudios
de comunidades mineras (ver Bulmer 1978; Douglass 2002; Knapp et al 2002), los cuales
muestran que en la organización de los asentamientos, la naturaleza de los minerales es la
que fija la localización de las minas que a su vez influencia el asentamiento de la
comunidad minera. Bell (2002) incluso indica que, especialmente los hombres solteros,
tienden a construir sus viviendas -básicamente una habitación que podía o no ser
compartida- lo más cerca posible al ingreso a la bocamina, pues eso no solo presenta la
ventaja de la proximidad, sino que además les permitía utilizar las herramientas y desechos
mineros en la confección y mantenimiento de las viviendas. Un segundo punto a resaltar es
que en este caso los límites al tránsito entre conjuntos arquitectónicos o entre los recintos
que componen estos conjuntos son casi nulos. Salvo para acceder al espacio interior de
cada recinto, no hay límites físicos al movimiento y visualización desde estos hacia las
áreas de trabajo exterior ya que no hay pircados que u otras estructuras que los limiten.
Nuevamente la excepción más clara son los conjuntos Li-XX y Li-XXIII, que presentan
cerramientos definidos de sus espacios exteriores. A ellos se debiera agregar Li-XXI que
en algún momento de su crecimiento delimita con un pircado perimetral su patio.
Los 2 conjuntos arquitectónicos -Li-XX y Li-XXIII- que se distinguen lo hacen por
dos motivos; presentan una planta inicial compleja y utilizan adobe como mampuestos en
gran parte de sus muros. Ambas excepciones corresponden a edificios ubicados uno frente
a otro. El que se ubica hacia el este -Li-XX- se reconoce fácilmente por sus características
como la iglesia (Figura 5.50), mientras que -Li-XXIII- probablemente fuera la casa de la
autoridad local 13 (Figura 5.51).

13
Hidalgo y Castro (1999) hacen referencia a la ‘casa de cabildo’, mientras que Kriscautzky y Solá (1999:8)
la mencionan como “una vivienda tal vez un poco más importante que las otras”.

182
Figuras 5.50: Iglesia de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi (Li-XX).

Figuras 5.50 y 5.51: Iglesia (Li-XX) y detalle del área central de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi.
Primer plano: Li-XXIII, detrás Li-XX. Derecha Li-XXI. Izquierda: adelante Li-XIX y detrás, Li-XVIII.

Si efectivamente ese último conjunto fue la sede de los representantes del


Corregimiento de Atacama en el poblado, las dos estructuras que se destacan material y
arquitectónicamente podrían ser entonces las que alojaban a los representantes locales del
orden colonial –Iglesia y Gobierno-. Las diferencias materiales pudieron haber servido
entonces como una estrategia institucional para distinguir estas dos estructuras del resto 14.
Los volúmenes construidos son mayores y se destacan por sus propiedades
materiales, de coloración, texturales, distinguiendo a los conjuntos arquitectónicos del
resto del poblado. Además que técnicas y materiales de construcción diferentes, requieren
de saberes distintos para su preparación.

14
No se quiere decir con esto que la construcción en adobe tuviera una valoración diferencial por sí mismo ni
que su utilización fuera de carácter restringido (pues se utilizó también en la construcción de los hornos
vinculados a los conjuntos Li-X, Li-XII y Li-XVI). Tampoco se puede afirmar que uno u otro material
remitan a una distinción entre el mundo indígena y el español en este contexto, aunque tal vez sean hipótesis
que valga la pena explorar en mayor profundidad en un estudio específico sobre la temática.

183
En Agua Salada se mantiene el mismo modo constructivo que en la generalidad de
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi en lo que refiere a formas de plantas de recinto,
técnicas constructivas, materiales de construcción y formas de agregación de recintos
(Figura 5.52). Lo que distingue un poblado y otro es la disposición de las casas. En Agua
Salada no hay extracción de minerales y son entonces la presencia de agua y un mínimo de
vegetación, los factores que explican la manera de ocupar la pequeña quebrada. De hecho,
excepto As-XII, los conjuntos arquitectónicos se distribuyen desde la zona próxima a la
vertiente, y se extienden a lo largo del pie de la ladera septentrional, casi sobre el borde de
vega. Esto les permitía ocupar el espacio cercano al área de laboreo, vinculada
directamente al recurso hídrico, sin reducir el espacio de vega disponible.

Figuras 5.52: Agua Salada, conjuntoo


arquitectónico As-VII, recinto B.

Organización de la producción

Pfaffenberger (2002) indica que la ‘cadena operativa’ es una secuencia aprendida y


convencionalizada de operaciones técnicas, fuertemente imbricada con la organización de
relaciones sociales, cuya materialidad debe ser descripta en detalle para intentar dar cuenta
de la naturaleza e implicaciones de las actividades tecnológicas. Una cadena operativa no
está definida por el ‘mejor modo’ de hacer las cosas, la maximización económica
productiva, sino que representa la opción sociotécnica adoptada entre muchas otras
posibles. En su elección se expresan sentidos y políticas de la organización social pues las
cadenas operativas son simultáneamente técnicas, sociales y culturales. En esto a puesto
énfasis también Dobres (2000), al retornar a las bases sociológicas maussianas respecto de
las actividades técnicas como ‘hechos sociales totales’, resaltando en esto dos elementos
que en los análisis mas tecnicistas se presentan desdibujados y que parecen particularmente

184
relevantes en el análisis del caso minero: el carácter público de los gestos técnicos y el
carácter secuencial -material y social- de ellos.
La cadena operativa minera que aquí se reconstruye refiere al modo en que la
actividad minera fue organizada paso a paso, técnica y socialmente, siendo muy relevante
cómo las especificidades de la organización de la producción se adaptaron a las
condiciones locales pero de forma tal que pudieran coordinarse con el resto de las
actividades que hacen a la reproducción social en un marco comunitario y regional mas
amplio. Se comenzará por indicar cuales son los pasos técnicos mínimos que una minería
aurífera de baja inversión tecnológica requiere. Para ello se seguirán los pasos propuestos
por Wotruba et al (2000), donde se da cuenta a través de trabajo etnográfico del método
más simple de procesamiento en la pequeña minería aurífera primaria. Estos pasos serán
analizados y cotejados cargándolos de información histórica local y regionalmente situada:

1. Extracción
Cómo se mencionó arriba la extracción se produjo a través de la construcción de rajos,
chiflones y socavones. Para dar cuenta del proceso de trabajo de la veta se debe referir a la
información histórica y etnográfica registrada a nivel regional, si bien las referencias
generalmente son respecto de las formas mineras en el siglo XIX, se seleccionaron casos
en los que se refiere a formas tradicionales de laboreo minero de baja escala de inversión
tecnológica.
El rajo es una estrategia muy simple de explotación de vetas superficiales,
básicamente se sigue la explotación a cielo abierto y siguiendo el filón del mineral 15. En la
explotación mediante chiflones la inversión de trabajo aumenta. Pueden construirse
formando escalones, generalmente sin ningún enmaderamiento, dejando en uno u otro
lugar un llamado puente para sostener las paredes (Brackebush 1966 [1893]). Al interior de
los mismos el barretero, ocupado de la perforación, “va dejando a un costado de la mina, la
veta adherida a la caja16 […] posteriormente colocan en el piso de la mina latones,
arpilleras o cueros, para evitar que el mineral desprendido se mezcle con la tierra o piedras
brutas de la ‘labor’ y luego se procede a ‘quebrar’ la veta ‘circada’ o descubierta.”
(Álvarez Gómez 1979:71, encomillado original). Luego el mineral es transportado a la

15
Téreygeol y Castro (2008), por ejemplo, consideran que esta pudo ser la forma de trabajar la plata de forma
intensiva en términos de minería prehispánica.
16
Pared lisa y compacta de un costado de la labor.

185
superficie en los hombros de los ‘apires’ 17 en su capacho (bolsón) de cuero que tiene
capacidad para contener 60 o más kilos de peso, que lo carga a la espalda, sujetado por dos
arciales (correas de cuero) de los hombros. Desde la labor, el apir debe trasportar a los
desmontes el material estéril y el metal de las ‘quiebras’ a la cancha.” (Álvarez Gómez
1979). El material estéril se deja en los desmontes, y las ‘quiebras’ en las canchas. Si se
comienza a acumular agua “se la lleva en bolsas de cuero, igualmente que los desmontes,
con apiros. Pero cuando aparece con exceso, se abandona sencillamente la mina”
(Brackebush 1966 [1893]: 228, cursiva original).

2. Chancado y selección
Este paso suele realizarse en el terreno despejado que queda en la superficie cerca del
socavón o pique en el que se hace la selección del mineral. Son generalmente conocidos
como canchaminas. Aquí se deposita el material de la quiebra donde debe ser sometido a
proceso de ‘chancado’.
En Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi estos espacios de chancado se localizan
inmediatos a los rajos y las bocas de los chiflones, pero no parece haberse invertido
demasiado trabajo en su formalización arquitectónica, como en cambio puede verse en
otros sitios mineros que cuentan con canchaminas empedradas y/o delimitadas por muros
(ver Angiorama y Becerra 2010; Salazar 2002, 2008; Salazar y Salinas 2008). Sí se pueden
distinguir al centro de la hoyada restos de pequeños pircados cortos y bajos que pueden
estar vinculados a estas áreas de trabajo. Que estos espacios de chancado se presenten en
Nuestra señora de Loreto de Ingaguasi sin cerramientos hace pensar que pueden ser
considerados también espacios sociales públicos. No hay umbrales físicos que controlen y
restrinjan la circulación entre las viviendas y las áreas de laboreo, ni, en principio, una
voluntad de controlarlo, por lo menos a través de una estructura material fija. Los límites a
la circulación por estos espacios están fijados, entonces, en un proceso largo de
acumulación del desmonte antes que por una intervención arquitectónica dirigida a ese fin.

3. Trituración
La misma puede realizarse de forma manual con un martillo pero esto solo permite
procesar cantidades muy pequeñas, alrededor de 20 a 50 kg de mineral por día/hombre,

17
El apir, también apires o apiros, es el ayudante que secunda al barretero, quien debe despejar la ‘labor’
sacando el material hacia la superficie.

186
dependiendo de la dureza del material. Frecuentemente, se recurre a una trituración y
molienda gruesa en seco, utilizando el maray, con el que se puede triturar y moler hasta
unos 200 kg por día/hombre (Wotruba et al 2000). También en el proceso de molienda
pueden utilizarse hornos que permiten la separación más fácil del mineral de las rocas que
lo rodean mediante la aplicación de calor (tostado).Los espacios de trituración (Figura 5.53
y 5.54) tampoco presentan límites al acceso físico o visual, y su clara correlación con las
vegas parece responder a la necesidad de que el proceso de trituración se diera en contacto
directo con el agua 18.

Figuras 5.53 y 5.54. Áreas de


trituración. Arriba: borde del Salar del
Hombre Muerto. Izquierda: borde de
vega en Agua Salada.

El hecho de que la presencia de agua fije los lugares de procesamiento primario


requirió de la construcción de una caminería que permita el traslado de los aún grandes
volúmenes de material seleccionado en la etapa anterior hacia esos puntos. Los caminos
entre las áreas centro y norte de Nuestra Señora de Ingaguasi, y entre este y Agua Salada,
estuvieron muy probablemente destinados a facilitar ese movimiento. Estos establecen un
eje de dirección sur-norte priorizando, en la medida de lo posible, la transición sutil de la
cota altitudinal y cierta formalización y control del espacio de tránsito.

18
La necesidad de utilizar agua en el proceso de molienda, para evitar que el viento disperse el material
triturado, y en la concentración del mineral triturado fue indicada por Lange y Salazar Soler (2000).

187
4. Lavado
La concentración gravimétrica previa a la amalgamación reduce notablemente la cantidad
de material a procesar y, por lo tanto, la cantidad de mercurio necesario en el tratamiento
posterior -la amalgamación- y reduce los costos del mismo.

5. Amalgamación
En este punto puede implementarse un sistema de procesamiento de cantidades pequeñas
pero de alta ley de material triturado en el cual la molienda y la amalgamación se realizan
simultáneamente. Es probable que este tipo de procesamiento haya tenido lugar en el
segundo conjunto de marayes, aquellos que se disponen próximos a los conjuntos
arquitectónicos, que poseen características físicas –alta dureza y baja porosidad- diferentes
a los que están en cercanías de las vegas. Pero además, dado que el resultado de esta etapa
– una amalgama de mercurio y oro- es un producto de alto valor es posible que tal factor
haya sido motivo de la elección de espacios inmediatos a la seguridad de las casas para
llevar adelante este proceso.

6. Quema
La quema de la amalgama que produce la evaporación del mercurio puede producirse al
aire libre, aunque es común el empleo de hornos donde la temperatura y la influencia de
factores externos, como el viento, son más controlables. En este punto pudieron utilizarse
también los hornos presentes en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi y Agua Salada.

¿Qué grado de centralización y coordinación requiere la minería de Incahuasi?

Como puede observarse a través del desglose paso a paso del proceso, las tecnologías de
extracción y laboreo que encontramos en el Mineral de Incahuasi permiten extraer y
procesar el oro sin necesidad de una gran de inversión tecnológica.
Los primeros pasos posteriores a la extracción -selección y trituración primaria-,
parecen haber sido realizados en espacios que no presentan inversión de trabajo para
lograr restricciones de tránsito o de visibilidad a partir de cerramientos, sino que más bien
se presentan como espacios de trabajo completamente abiertos, situados en el espacio
cotidiano compartido.

188
La molienda fina y el lavado del material, en cambio por su necesidad de agua, se
encuentra concentrado principalmente en el sector norte de Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi, en el borde del Salar del Hombre Muerto, y en Agua Salada, en el borde de
vega. En ambos casos se localizaron gran cantidad de marayes dispersos, pero,
nuevamente, sin restricciones de acceso o visibilidad del área.

Pasos de procesamiento Tecnología Localización


Extracción Rajos NSLI centro
Chiflones NSLI centro
Socavones pequeños NSLI norte
Chancado y selección Área de chancado NSLI centro
Trituración Marayes NSLI - borde de salar
(Basalto poroso) AS - borde de vega
Lavado ¿? NSLI - borde de salar
AS - borde de vega
Amalgamación Marayes Área de Conjuntos
(Basalto, Andesita, Cuarzo) Arquitectónicos / Viviendas
Quema Hornos Área de Conjuntos
Arquitectónicos / Viviendas

En ambos pasos del procesamiento la inversión debe haber estado puesta en la


disponibilidad y calificación de la mano de obra y la cantidad de horas hombre que el
trabajo requería. Son los dos últimos pasos del procesamiento minero -amalgamación y
quema- los que probablemente requirieron la máxima inversión económica del proceso.
Principalmente el proceso de amalgamación, pues debe conseguirse el azogue dentro de
circuitos extralocales de fuerte control colonial. Por otro lado la obtención de leña -que es
un recurso localmente escaso- para el aprovechamiento de los hornos, puede representarse
también como un recurso que requiere un cierto grado de inversión. Estas últimas etapas,
pudieron ser el momento donde el procesamiento del mineral comienza a concentrarse en
un número más reducido de manos.
Un primer cambio en el formato de procesamiento se sitúa en la inversión en
mecanización. A nivel regional, constituye el uso del llamado “molino chileno” o
“trapiche” 19. En este molino, el uso de mercurio es casi generalizado, para combinar
molienda y amalgamación y su régimen de funcionamiento produce excesiva atomización
del mercurio. En general, después de la molienda se utilizan placas amalgamadoras o una
simple canaleta empedrada (tojlla), que sirven como trampas para retener el oro grueso

19
La tecnología ya se hallaba regionalmente disponible a partir de principios del siglo XVIII, pues Frezier
(1982[1716]), que recorre la costa atacameña en 1712 menciona la existencia de un ingenio real y al menos 6
trapiches en las minas de Copiapó.

189
libre y la amalgama. Obviamente, ni las placas, ni las canaletas empedradas sirven para
garantizar una buena recuperación del oro libre, la amalgama y el mercurio atomizado.
Esta tecnología no está presente ni en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi ni en
Agua Salada pues, como se menciona arriba, la misma necesita de un curso de agua de
caudal abundante y permanente. En Agua Salada, donde existe un pequeño arroyo, estas
condiciones no se alcanzaban. Sí, en cambio, hay referencias documentales a trapiches en
funcionamiento, al menos a partir de 1775, que estarían procesando el mineral extraído del
Mineral de Incahuasi. Uno de ellos se habría localizado sobre el río Punilla, en el paraje
‘Chorrillos’, camino a Antofagasta de la Sierra, y habría sido propiedad de, o al menos
‘beneficiado’ por, el Cura Miguel Gerónimo de Olmedo. El otro se hallaba sobre el río
Trapiche y su propietario era Nicolás Severo de Isasmendi. Aunque no se indica en qué
momento se puso en funcionamiento. Garrido de Solá (1999) indica que Isasmendi
efectivamente invirtió en tierras de su propiedad en el laboreo de las minas de oro de
Incahuasi y San Antonito.

Pasos de procesamiento Tecnología Localización


Extracción Rajos NSLI centro
Chiflones NSLI centro
Socavones pequeños NSLI norte
Chancado y selección Área de chancado NSLI centro
Trituración
Lavado Trapiches Río Trapiche
Amalgamación Río Punilla
Quema Hornos ¿?

La incorporación de los trapiches al procesamiento amplía en gran medida la


extensión del paisaje minero que se crea a partir de la explotación del Mineral de
Incahuasi, incorporando a la comunidad minera a una espacialidad aún más extensa y a una
red de relaciones que supera ampliamente la territorialidad de la comunidad atacameña.
Simultáneamente concentra abruptamente en un sólo sitio múltiples pasos del
procesamiento. De todas formas es de esperar que la integración de estas nuevas
tecnologías no necesariamente suplantaran las formas mineras anteriores, sino que
probablemente fueron una agregación, aunque de importante consecuencias.

190
Poblaciones puneñas y comunidad minera

De acuerdo con lo que se indicó en el capítulo 4, durante los primeros siglos de la


conquista de las regiones circumpuneñas, las vegas puneñas parecen convertirse en
receptoras de aquellos que huían del control español o de los frentes de fricción. Existían
una serie de aldeas y caseríos puneños en el área que presentan evidencias de que ciertos
espacios se mantenían poblados o habían sido repoblados durante los siglos XVI y XVII,
como Antofalla y Tebenquiche Chico y probablemente también Tebenquiche Grande,
Antofallita y Antofagasta de la Sierra. En estas aldeas se desarrolló una economía de tipo
campesina: con agricultura de subsistencia, cría de llamas, caza, y se mantuvieron vigentes
distintas formas rituales indígenas, a la vez que se incorporaron algunos pocos bienes de
origen europeo (Lema 2004).
Estos poblados -a excepción del de Antofalla-, vuelven a desocuparse hacia fines
del siglo XVII. Al parecer, ante la derrota de la resistencia armada indígena, estos espacios
que se encontraban alejados del área de fricción fueron finalmente alcanzados por las
avanzadas coloniales (Lema 2004, 2006 a y b), y especialmente a partir del hallazgo de los
yacimientos auríferos. En este contexto parece producirse el abandono de los poblados más
pequeños, manteniéndose una ocupación menor en Antofalla (probablemente algo similar
haya ocurrido en Antofagasta de la Sierra, pero no hay investigaciones que nos brinden
información al respecto).
Como corolario de esa información netamente local aportada por la arqueología, la
información regional registrada en los archivos documentales estaría dando cuenta de que
la población atacameña en general (esto es con datos no diferenciados entre Atacama La
Baja y Atacama La Alta), se incrementó durante la segunda mitad del siglo XVIII. De
acuerdo con Hidalgo (1986), entre 1752 y 1777 ambos repartimientos aumentaron su
población, aunque en San Pedro de Atacama (Atacama la Alta) habría ocurrido de forma
más rápida. En este contexto, como se vio, parece ser la resultante de un auge minero
regional ocurrido en un corto período de tiempo, atrayendo poblaciones diversas que,
aunque de forma estacional fueron conformándose en una ‘comunidad minera’ (Bulmer
1975).
La categoría ‘comunidad minera’ define un tipo particular de formación social, con
rasgos específicos, entre ellos: 1) aislamiento físico y un sistema de asentamiento disperso;
2) la minería como elemento económico predominante; 3) trabajo periódico extenuante y
peligroso; 4) homogeneidad ocupacional y aislamiento; 5) actividades de recreación

191
comunitarias (religión, deportes, bebidas) donde el trabajo se mantiene como el principal
tema de conversación; 6) roles de género y familiares claramente segregados; 7) conflictos
económicos entre mineros y capataces/directores y 8) relaciones comunitarias múltiples y
complejas: solidaridad, historias de vida y trabajo compartidas. Este tipo de comunidad es
la que pudo haber habitado los poblados del Mineral de Incahuasi. Sus miembros
construyeron y ocuparon las casas al sólo fin del beneficio del mismo.

¿Quiénes fueron los mineros del Mineral de Incahuasi?

La procedencia de la mano de obra resultaba fundamental para vincular el asiento a una u


otra jurisdicción, pues “en materia de jurisdicción sobre asientos de minas resulta
fundamental la procedencia de los indios de labor” (Gil García 2009:497) y, por lo tanto,
tenía un peso político importante en el caso de que existieran poderes en pugna intentando
apropiárselas. Pero los poblados mineros en general suelen caracterizarse por ser el espacio
de vida de un grupo de personas de carácter heterogéneo y orígenes diversos que se
relaciona en torno al proceso productivo, integrándose en una comunidad única (Roberts
1996:5).
La arqueología no es propensa a dar información del todo clara sobre la pertenencia
identitaria de los grupos sociales en estudio, sin embargo, de acuerdo a gran parte de la
información documental procesada es posible postular que la comunidad minera formada
en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi y Agua Salada es, principalmente, atacameña 20
y, por lo tanto, debieron acarrear parte de su cultura material consigo al trasladarse. De allí
que los registros de materiales, como se mostró en los capítulos 2 y 3, de los poblados
campesinos del siglo XVI-XVII, más vinculados a los conocidos para el área calchaquí
(ver Lema 2004 y 2010) y los poblados del Mineral de Incahuasi, no sean similares,
poniendo una cierta distancia entre los pobladores de unos y otros que no puede ser
explicada sólo por la distancia temporal. Es posible además que el carácter a la vez
estacional e intensivo de la minería en Incahuasi también estuviera actuando sobre esta
distinción. Si los pobladores locales tenían una orientación fuertemente campesina,
difícilmente pudieran compartir las tareas mineras, pues a diferencia de otros casos
registrados etnográficamente (ver Godoy 1985 y 1991, Knapp et al 2002), en el calendario

20
A una conclusión similar arriba Sanhueza (2008) respecto al anexo de Susques a partir del análisis de los
registros parroquiales.

192
productivo puneño se superponen las actividades agrícolas-ganaderas y mineras 21. Por otro
lado, el mismo carácter estacional de la minería local, probablemente promovía el traslado
de un contingente de trabajadores, comerciantes, aviadores, mineros indígenas convocados
tanto por sus obligaciones comunitarias, como por la posibilidad de hacerse con alguna
ganancia propia 22. Se encuentra entonces a una comunidad no permanente, que se traslada
por temporadas cortas y con propósitos exclusivamente mineros, lo que explica la baja
depositación de materiales en la ocupación de los recintos de habitación y la alta presencia
de elementos de origen foráneo: mayólicas, macuquinas, botones, hebillas de cinturones,
botijas, vasos y botellas de vidrio- ausentes entre los conjuntos materiales de los poblados
cercanos contemporáneos. Estos elementos además dan cuenta de bienes accesibles en
tanto y en cuanto su costo monetario pudiera ser cubierto, aún cuando la distribución de los
mismos pudiera ser en parte resultante de los repartos forzados.
Existieron además de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi y Agua Salada, otros
parajes y poblados indígenas cercanos vinculados al mineral o a la actividad minera -por
ejemplo, a 10 km hacia el sur del Mineral de Incahuasi, sobre ‘Falda Ciénaga’, se
encuentra el asiento minero de San Antonito, dependiente también del agua y los insumos
de Agua Salada-, que pudo incrementar el número de personas vinculadas al Mineral
durante el período de producción. Es viable la estimación de Hidalgo y Castro (1999), que
calcularon una población que rondaba de 150 a 200 indios y 50 españoles. Entre ellos,
algunos son individualizables a través de una cantidad variable de datos documentales.
Entre los indígenas se mencionan allí a Alejo Ventura, indio principal y segunda
persona del Gobernador del Asiento y Mineral, y el indio principal Diego Martín Siaris o
Ziari 23. Además se puede dar cuenta de que no era extraño que se trasladaran hasta el
mineral varios de los miembros de las familias principales y gobernantes de la comunidad
atacameña, como Don Agustín Victorio Ramos, gobernador y cacique principal, o Nicolás
Mateo, cacique de Toconao y sus segundas personas.
También aparece mencionado presente en el Mineral el cura párroco Don Miguel
Gerónimo de Olmedo. De acuerdo con Casassas (1974b) el Doctor Miguel Gerónimo de
Olmedo comenzó a ejercer como cura en 1763 y permanece en el cargo hasta 1779, siendo

21
Para mayor detalle acerca de la temporalidad de las actividades agrícolas locales se recomienda consultar
Quesada (2007), acerca de las temporalidades de pastoreo Kuznar (2001).
22
Recordemos que estamos refiriéndonos a miembros de una comunidad con una larga tradición minera y
con una gran experiencia acumulada por tradición y por participación en otras minas coloniales (Hidalgo
1984; Hidalgo y Manríquez 1992; Martínez 1990; Martínez et al 1988; Martínez et al 1991; Melero y Salazar
2003; Salazar 2008; Salazar y Salinas 2008).
23
Su familia ejerció el cacicazgo de San Pedro de Atacama entre 1749-1755 (Hidalgo y Castro 1997)

193
uno de los clérigos que más tiempo permaneció en el cargo. Olmedo era descendiente del
matrimonio Olmedo-Bustos Albornoz, familia principal de la ciudad de Córdoba y la
Gobernación del Tucumán. La familia Olmedo-Bustos tuvo once hijos, cinco fueron
sacerdotes y uno de ellos -Juan Pablo de Olmedo Bustos- llego a desempeñar el cargo de
Obispo Secular en Santa Cruz de la Sierra desde 1745 hasta su fallecimiento en 1757
(Gavier Olmedo 1996). Miguel Gerónimo de Olmedo, su hermano, actuó como su
secretario hasta la fecha de su muerte (Molina Barbery 1997). Por todo ello, este cura
probablemente tuvo fuertes lazos con las elites tucumanas y -dada su actuación durante 12
años como secretario del Obispo de Santa Cruz de la Sierra-, tampoco sería de extrañar que
conservara importantes contactos en la Real Audiencia de Charcas. Dado que las tareas
como secretario del obispo de Santa Cruz perduran hasta 1757, misma fecha que desde
Susques se solicita a la Real Audiencia se envíe un párroco que esté dispuesto a trasladarse
hacia allí (Casassas Cantó 1974b), puede haber sido enviado por ésta a asumir el cargo; lo
cual se concretó en 1763, cuando se radicó en San Pedro de Atacama.
No es ese el único religioso que profesó la fe en Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi, durante el período en que Olmedo se encuentra a cargo del curato de Atacama,
también ejercieron funciones sacramentales Fray Domingo Quiroga, de la Orden de San
Agustín, con carácter de teniente cura y, con licencia de párrocos, los mercedarios Fray
Bernardo Campuzano, en 1771, y Fray José Bernardo de Sierra (o Scerra), en 1772
(Casassas 1974b).
Puede establecerse también la presencia de una serie de administradores,
comerciantes y mineros ‘españoles’ vinculados a la jurisdicción atacameña. Entre ellos
figura Don Juan Bautista Miner, español, comisionado del corregidor en el mineral en
1775; Antonio Contreras, español, minero y Domingo Chávez, español, comerciante, quien
se encontraba con su ‘mujer’ en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi al momento del
alzamiento. Además de otros ‘españoles’ de los cuales no tenemos más mención que el
nombre: Antonio Borque, Pedro Hidalgo, Manuel Luengo, Juan Antonio Méndez y Martín
Dias. Finalmente, también se indica que se trasladaba al mineral, al menos una vez al año,
el corregidor Francisco de Argumaniz y, posteriormente, también lo hizo Paniagua.
También se da cuenta de la presencia de una serie de personas más bien vinculadas
a la Gobernación de Tucumán, y posteriormente, a la Intendencia de Salta. La primera
persona que se registra por su nombre como residente del ‘asiento de minas de Nuestra
Señora de Loreto, alias Ingahuasi’ es Juan de Escasena, español, que sirvió de testigo a la
familia Díaz en la toma de posesión de la merced de tierras en 1767 (ver capítulo 4). De él

194
no se vuelve a tener noticias. En segundo lugar, llama particularmente la atención Jorge
Pirola, arequipeño, inscripto en el registro de los comerciantes de las ferias salteñas (Ibarra
de Roncoroni 1965). Él se encuentra presente en el mineral en 1775 y 1777, y en 1792 fue
el alcalde Pedáneo de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi. También permanece un
tiempo allí, Bernardo de Córdoba, vecino de San Carlos. Igualmente se habría dado la,
ocasional presencia de Nicolás Severo de Isasmendi. Por último, en los procesos legales
seguidos tras la rebelión se nombra a otras personas, sin una identidad definida, que
formaron parte de esta comunidad minera y cuya mención da cuenta del perfil que pudo
tener la misma: ‘dos indias viejas’ y un mulato apodado ‘el dorado’.
Otro tanto de información puede rescatarse de los registros parroquiales de
Atacama la Alta que fueron trabajados por Casassas (1974c) y más recientemente por
Sanhueza (2008) 24, aunque esta última pone el foco en la información que refiere al anexo
de Susques. De ellos se desprende que entre el período 1766-1792 se registraron en
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi 147 nacimientos: 71 varones y 76 mujeres. Sin
embargo, el registro de defunciones da cuenta en el mismo período de 137 fallecimientos:
98 varones y 39 mujeres.
La diferencia numérica entre el fallecimiento de hombres (98) y mujeres (39), que
no existe en el caso de los bautismos, probablemente sea un indicio de las características de
una población fuertemente marcada por diferencias de género. También puede deberse a la
combinación con la participación diferencial en las actividades mineras, o al menos en las
menos insalubres o de mayor riesgo. Como Hardesty (1994 y 2010) indicó, las unidades
domésticas de los pueblos mineros se caracterizan por estar formadas por grupos pequeños
de estructura más bien igualitaria conformados mayormente por adultos varones viviendo
bajo un mismo techo y compartiendo las tareas de mantenimiento de la unidad. Es decir
que en estos poblados, de origen y netamente mineros, conformados mayormente por una
población determinada por las características del trabajo, la presencia de los hombres,
sobre todo de los adultos jóvenes, tiende a ser mayoritaria. Si a esto se le suma la probable
estacionalidad de la explotación en Incahuasi, por la cual gran parte, sino el total, de la
población se trasladaba allí en verano pero residía en otra parte en los períodos no
productivos, es probable que este rasgo se acentuara.

24
Sanhueza indica que los libros parroquiales de San Pedro de Atacama se encuentran incompletos y sólo
localizó y trabajó los años 1763-1789 (Libro I de Matrimonios 1763-1808; Libro I de Defunciones 1763-
1791; Libro II de Matrimonios 1808-1817).

195
De todas formas, queda claro que la población de Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi y Agua Salada no es solamente masculina, aunque los roles de cada género no
pueda inferirse aún de la información arqueológica o documental conocida. Son
abundantes los estudios de género realizados en poblados mineros que dan cuenta de la
multiplicidad de tareas vinculadas al ciclo productivo que recae efectivamente sobre las
mujeres, no solo relevante dentro de los espacios domésticos, sino en la reproducción de la
comunidad toda (Hardesty 1994 y 2010; Lawrence 2002). Debe incluso dejarse abierta la
posibilidad de que las mujeres presentes en los poblados participaran, sino en la totalidad
del proceso de laboreo, al menos en algunas etapas del mismo.
Generalmente la cultura material de las comunidades mineras revelan una evidencia
muy limitada de etnicidad, clase, género o, incluso, riqueza (ver Knapp 2002). En esto se
ven reflejados los factores de movilidad y corta permanencia asociada a las explotaciones.
La falta de variabilidad en la cultura material puede resultar de toda otra serie de factores;
los trabajadores mineros de por sí no suelen ser poseedores de una gran cantidad de bienes,
y en el caso de tenerlos, no necesariamente los llevan consigo; las ganancias del trabajo
son invertidas en otros espacios lejanos de los poblados mineros; al hecho de que en los
campamentos mineros más aislados no suele haber acceso a variedad de objetos y bienes
de donde elegir; y, por supuesto, que el grueso de las riquezas extraídas circula hacia los
centros urbanos mayores. Muchas de estas variables se ven reforzadas en un caso de
minería estacional, como ocurre en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi. Si a eso le
agregamos que muchos de los bienes en manos indígenas podían ser la resultante de los
repartos forzados, es comprensible que se presente una gran cantidad de bienes que no
necesariamente son un indicador de riqueza o consumo voluntario de bienes suntuarios.
De todas formas, en términos de circulación de bienes, la región circundante a las
minas tiende a ser integrada a una esfera económica relativamente coherente, para
asegurarse el capital y la mano de obra, y además los alimentos y otros insumos necesarios
al proceso minero (Godoy 1985). Esto les otorga a las comunidades indígenas locales, un
territorio que le resulta de difícil control a las fuerzas coloniales, una cierta capacidad de
negociación. Gil García (2009), al tratar el caso de Lípez, advierte sobre las
representaciones donde el asiento minero se presenta como un punto más dentro de un
territorio colonizado, pero que analizados en relación a su ‘hinterland’ reflejan una realidad
distinta, al menos, por dos motivos. Primero, porque en Lípez, al igual que en esta zona de
estudio, puede que entre las diferentes poblaciones de españoles se extendieran ásperas
punas o rancherías de indios. Es decir, una geografía que a la mirada española se le

196
presenta como inhabitable y hostil, ocupada por ‘poblaciones ruines y salvajes e inútiles al
proyecto colonialista’. Segundo, porque “son los indios quienes, a partir del pago de sus
tasas o bien por medio de caravanas, abastecen a los españoles, convirtiéndose así los
propios indios en recurso (humano) de primer orden a captar para las explotaciones
mineras” (Gil García 2009:496). En el caso particular del Asiento de Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi, por su localización, se posiciona casi simultáneamente como una
‘marca’ en los extremos de dos jurisdicciones coloniales diferentes y en tensión, lo que
amplía las estrategias y formas de sortear la administración jurisdiccional.
Esta compleja articulación del sistema productivo a escala regional requirió de una
vasta red de abastecimiento de bienes de subsistencia. Es probable que localmente no se
accediera a muchos productos frescos, a excepción de la carne25. No porque en los oasis
puneños no puedan cultivarse cierta cantidad de productos vegetales26, sino porque el ciclo
productivo minero esta sobre su fin al momento de la cosecha de los mismos. Pero a sólo 4
días de marcha se puede llegar al corazón de los valles Calchaquíes donde los productos
agrícolas y manufacturas ya eran abundantemente producidos. Como lo mencionara Cañete
y Domínguez (1952[1791]) “[de otros productos] se proveen de los vecinos valles de
tucumán”.
Puede que las poblaciones puneñas ya fueran parte de la comunidad atacameña, que
lo fueran algunos de sus miembros, o que los vínculos se reforzaran a partir de estas
transformaciones, lo cierto es que a partir del siglo XVIII la población indígena responde
al cacique atacameño, quien actua como articulador entre las comunidades indígenas y el
mundo colonial español. Su aparición más clara, se encontró justamente, en la lucha por el
control del Mineral de Incahuasi, como se verá en el próximo capítulo.

25
Si bien existía la posibilidad de adecuar la producción de vegetales; como maíz, quinoa, papas, entre otros,
a la demanda del centro minero, debemos indicar que para el siglo XVIII Tebenquiche Chico se presenta
nuevamente desocupado y, en el caso de Antofalla, la leve recuperación poblacional de los siglos XVI y
XVII, se retrae para este mismo momento (Quesada et al 2010). En el caso del registro etnográfico,
contamos con información de pobladores de Antofalla cuya economía giraba en torno al centro de consumo
local que representaba la Compañía Minera Incahuasi entre 1933-1954. Pero sería poco prudente asumir la
analogía.
26
Puede darse cuenta de la producción básica de Antofalla: entre los productos tradicionales puede
mencionarse variedades de maíz, quínoa y papas, luego se han incorporado a la dieta; habas y manzanas. Más
recientemente, zanahorias y acelga, entre otros productos de huerta, a partir de la construcción de un vivero
comunitario.

197
6

Rebelión/es y abandono de los poblados mineros del Mineral de Incahuasi

“El indio carga, el indio muele, el indio ceba, el


indio cierne y el indio lo hace todo por poco dinero
y ésta es la utilidad del azoguero” Victorián de
Villava, “Discurso sobre la mita de Potosí” [1793]
(Catalano 1984:15-16)

Introducción

En el capítulo anterior se presentó cuándo y cómo se construyeron los poblados de Nuestra


Señora de Loreto de Ingaguasi y Agua Salada. Se propuso además que, en las dos o tres
décadas de existencia del poblado, las tensiones por el acceso y control de los recursos
entre los diferentes poderes regionales fueron permanentes. Esto habría sido aprovechado
por el cacique atacameño, que controlaba el grueso de la fuerza de trabajo, en tanto
negociaba en distintas instancias las alianzas con las redes económicas regionales que
absorbían el grueso de la producción. Esta situación de tensión estalló en 1775 cuando se
produjo la rebelión en el Mineral de Incahuasi. En este capítulo se hace una síntesis de la
información publicada acerca del tema, integrándola en una mirada regional unificadora,
para luego abordar críticamente las principales interpretaciones existentes de esta rebelión
y proponer nuevos elementos a considerar en la comprensión de los motivos
desencadenantes de la misma. Las luchas y tensiones que se registraron en la zona durante
la segunda mitad del siglo XVIII serán ahora comprendidas como acciones políticas en el
marco de la resistencia indígena acordes a como fueran entendidas, en el capítulo anterior,
las condiciones de producción en el Mineral de Incahuasi. Se presentará aquí una
interpretación actualizada de esta dinámica, para terminar luego dando cuenta del proceso
de decadencia del ciclo minero en el Mineral de Incahuasi

198
Resistencia política

Tras la administración de Fernández Valdivieso se extiende sobre el Corregimiento de


Atacama una especie de ‘Silencio documental’1 (Hidalgo 1982). Ninguno de los
corregidores que le siguen parece haber iniciado grandes proyectos o permanecido lo
suficiente en el cargo como para concretarlos. La familia Ramos, en cambio, logró
mantener su lugar de privilegio a cargo del gobierno indígena (Hidalgo 1986). Tras la
muerte de don Juan Esteban Ramos, hacia 1767, don Pablo Ramos, su primogénito, heredó
la sucesión del cacicazgo contando con la ‘exclamación de todo el pueblo’ (Hidalgo 1986).
Fue entonces durante éste período, aparentemente de baja conflictividad, que el Mineral de
Incahuasi creció y alcanzó las formas descritas. En 1770, sin embargo, el arribo de
Francisco de Argumaniz como corregidor de Atacama va a modificar la situación.
De acuerdo con Hidalgo (1982:202) Argumaniz representa “los intentos
reformistas del despotismo ilustrado español en América”. Apenas asumió su cargo inició
una sostenida campaña por cambiar el paisaje de la “mísera provincia” de Atacama,
siguiendo el patrón de civilización elaborado desde el poder central (ver Hidalgo 1982;
Hidalgo y Castro 1999). Se enfrentó desde el inicio al poder sostenido por la familia
Ramos e intentó despojarlos del control del cacicazgo. En 1771 logró la destitución del
cacique Pablo Ramos por enfermedad, pero este triunfo fue sólo parcial pues el cargo de
cacique fue traspasado a su hermano, Agustín Victorio Ramos, quien logró ser confirmado
en el puesto por la Real Audiencia de Charcas en 1774 (Hidalgo 1982 y 1986; Hidalgo y
Castro 2004). No contento con el resultado, Argumaniz afrenta a la familia Ramos
inscribiendo como indio tributario al destituido cacique Pablo Ramos, desconociendo sus
privilegios como descendiente de una familia noble. De allí en adelante la relación entre la
familia Ramos y el corregidor será de conflicto casi permanente (Hidalgo 1982 y 1986;
Hidalgo y Castro 2004).
Sin embargo, Agustín Victorio Ramos, con apoyo del cura Olmedo, reunió dinero
para presentar ante la Real Audiencia una demanda contra el corregidor por exceso de
repartos y el boicot al cumplimiento de sus obligaciones en orden de generar argumentos a

1
Respecto de este silencio Hidalgo nos dice: “Se puede suponer que la experiencia de acudir a la lejana
Audiencia no ofreció los resultados esperados y los campesinos prefirieron soportar o huir. Los corregidores
que siguieron a Valdivieso fueron menos opresivos que éste o fueron todos interinos, es decir duraron dos o
tres años y no estuvieron en condiciones de cobrar las deudas. También es conveniente considerar la
posibilidad que la documentación de este período se encuentre perdida o destruida” (Hidalgo 1982:202).

199
favor de su reemplazo por alguien de su conveniencia. En la queja de Argumaniz se
traduce la lucha político-legal entablada,

“…como en tan limitado tiempo, no han podido cobrar los antesesores del actual
Corregidor sus respectibos repartos estan acostumbrados dichos Yndios a quedarse
con ellos para remediar las necesidades a que su innnata desidia, vicios y perbercidad
los conduce, y mas quando hallan apoyo para ello y para solicitas con falsas
imposturas el desconceptuar al Corregidor y entretenerlo de esta forma, con
continuados pleitos, y ber si por ellos se le suspende del empleo para berse libres del
rexto de pagar lo que tan justamente le deben” (en Castro et al 2002:89)

La Real Audiencia falló a favor del cacique ordenándole al corregidor Argumaniz


que le facilite las tareas de cobranza del tributo permitiéndole desplazarse por la provincia
y fuera de ella (Hidalgo 1986). Todo parece indicar que, ante la amenaza que el corregidor
Argumaniz representaba para Ramos, este respondió formando una fuerte alianza con
Olmedo. Durante su administración eclesiástica Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi
alcanzó el pleno auge, y rápidamente el cura habría ocupado un lugar relevante en el
Mineral actuando como aliado al cacique atacameño ante la estructura de gobierno y
comercial colonial. Por ejemplo: es con apoyo de Olmedo que el cacique Agustín Ramos
pudo reunir una cierta cantidad de dinero de los tributarios para presentar ante la Real
Audiencia la demanda contra el corregidor por exceso de repartos (Hidalgo 1982).
Si bien la información histórica es escasa, esta mirada permite comprender lo
estratégico de la alianza entre Olmedo y la familia Ramos, pues la misma probablemente le
permitió al cacique atacameño asegurarse importantes vinculaciones dentro de la
Gobernación del Tucumán y Charcas, las que seguramente entraron en acción cuando en
1774 el cacique gana el pleito contra el Corregidor Argumaniz. Comprender a Olmedo
como el representante de los intereses de las elites de la Gobernación de Tucumán, ayuda
también a entender el rol de Olmedo en la rebelión que sobrevendría el año siguiente y las
acusaciones que contra él se lanzan.

Rebelión en el Mineral de Incahuasi

200
El 28 de febrero de 1775 estalla la rebelión en Incahuasi 2. A partir de las averiguaciones
(realizadas en 1777) se cuenta con tres ‘testimonios’ de los sucesos. Estos son la resultante
de un interrogatorio preparado desde la Audiencia de Charcas para la ‘averiguación de los
hechos acaecidos’ e identificar así a los responsables. Consistió de 5 preguntas:

“Primeramente si saben el motibo o cauza que interbino para el movimiento que se


experimento el dia de carnestolenda
-Yten quienes fueron los principales autores
-Yten si saben o han oydo decir que los Yndios hubiesen sido seducidos por alguna persona y
qual sea esta
-Yten quales fueron los hechos que se perpetraron los Yndios, y quales los españoles
expecificandose con claridad, y distinsion lo susedido
-Yten que movimientos hisieron los Yndios quando paso el Corregidor a Yngaguasis y quales
quando vieron que se retiro al Paraje de los Molinos” (en Castro et al 2002:97)

Este cuestionario fue respondido por tres españoles: Don Bernardo de Cordoba,
residente del Asiento y vecino del Valle de San Carlos, Provincia del Tucumán; Jorge
Pirola, vecino de la ciudad de Arequipa y residente en el Mineral; y Antonio Borque,
natural de los Reinos de España, en el de Castilla, residente en este Asiento. Debe tenerse
en cuenta en la lectura de los mismos no sólo la distancia temporal de dos años, entre los
sucesos y la narración, sino también como se verá a continuación, la manipulación de los
datos para invisibilizar parte del conflicto y a alguno de los partícipes.
El primero de ellos, Cordoba, indica que no se hallaba presente en el Mineral al
momento del tumulto, sino que se dirigió allí tras los eventos. Por lo que el primer relatode
lo acacido lo brinda entonces Jorge Pirola, el día 15 de octubre de 1777:

“vio el que declara que Don Antonio Contreras, minero salio de su casa tras un
Yndio llamado Diego Siaris, a quien le alcanzo dos puñaladas en un braso: Que no
oyo el declarante las razones que dicho Contreras le desia al Yndio, y asi no pudo
enterarse del motibo o probocacion con que este enardecio el caso, para que lo
hubiesen herido; pero vio que inmediatamente acudieron mas de Cinquenta Yndios
que estaban junto a la Capilla, y otros tantos en otra casa mas alla, y oponiendose a
todos los Españoles que se hallaban juntos con dicho Contreras, en la Casa de Don
Domingo Chabes mercader con generos aqui; empesaron a tomar piedras grandes,
tirando con toda fuerza a la puerta de dicha casa donde se retiraron serrandose por de
dentro todos los referidos Españoles, quienes viendo la temeraria accion de los
Yndios, y que su empeño era haser la puerta pedasos, reconociendo y advirtiendo al
mismo tiempo, que una tropa de Yndios, empesaban a destechar, la casa, entreabrieron
la Puerta los Españoles hasiendo Campo con algunas bocas de fuego de que salio un
Yndio lastimado para poder salir a fuera huyendo, como lo lograron; pero apenas

2
Aquí nos guiaremos por el expediente de averiguación del tumulto acaecido en Ingaguasi, 1777 (Archivo
General de la Nación Argentina, Legajo 6, Expediente 8, 1775) publicado por Castro et al 2002, los números
de página refieren a dicha trascripción.

201
salieron quando los Yndios los maltrataron a pedradas y siguiendo a Don Juan
Bautista Miner, y a Don Domingo Chaves, se refugio este en una Casa, donde
cercandolo la muchedumbre de Yndios, oyo el declarante que dijeron todos peguenle
fuego, para que no se escape; y que entonses el que declara procuro esconderse en una
mina para librarse del riesgo de muerte, que amenasaba a todos los Españoles; donde
estubo hasta la noche, que salio, y se fue a su Casa; y por la mañana supo que Don
Juan Miner se hauia aucentado de este mineral huiendo a pie como tambien Don
Antonio Contreras, y que los Yndios hauian cojido a Don Domingo Chaves a quien
maltrataron dandole con piedras grandes en la cabeza y la cara, y de esta forma casi
muriendo, lo amarraron y llebaron preso, al Paraje que llaman el agua Salada” (en
Castro et al 2002:102, resaltado agregado)

El segundo testimonio, más extenso y contradictorio, lo brinda Antonio Borque el


día 30 de Octubre de 1777. Primero declaró “que aunque estubo en este mineral quando en
el se sucito el tumulto, y alsamiento que los Yndios de el perpretaron contra los Españoles
que hauia aqui, en aquel entonses, no lo presencio el declarante, por haberse hallado en la
ocacion, en el paraje que llaman, el agua Salada, que dista como tres quadras”, para
continuar luego:

“que el martes de Carnastoledas, subio el declarante de estas minas, y estando


comiendo en la casa de Martin Dias, con el, Don Antonio Contreras, Don Juan
Antonio Mendez, que ya es difunto, y Don Manuel Luengo: los mando llamar Don
Juan Bautista Miner, y le respondieron que si no corria prieza irian despues; que les
bolbio a llamar al instante, con tro recado, que importaba fueren luego. Que con efecto
se lebantaron todos y caminando para la Casa de dicho Miner se enderesaron para la
de Chaves, donde supieron estaba, y dibisando a Alejo Ventura por detras de la
capilla, segunda, que era entonses, lo fueron a encontrar, y con motibo de hauer la
mañana de este dia corrido Don Domingo Chaves desde su tienda a un Yndio
muchacho que le fue a comprar una solapa y por no sabe que motibo fribolo, tubo la
osadia de tirarsela a la cara al tal Chavez, viendo el declarante y los demas, dos ruedas
de mucha copia de Yndios, que abria como ochenta o ciento, sin otros muchos que
miraban dispersos: le dijeron al Alejo Ventura, que se dibirtiese, y sosegasen, sin que
resultase ninguna historia, a que respondio el tal Alejo que no abria nada. En cuio acto
se llego un Yndio por detras llamado Diego Siaris, y les dijo a todos los cinco
Españoles, con el declarante que ellos tenian la culpa; por lo qual Don Antonio
Contreras, saco un cuchillo, y le tiro un apuñalada en un brazo, y pretendiendo
asegundarle no lo alcanzo, y entonses dijeron los Yndios a ellos, empesando a
pedradas contra los Españoles, quiens se encerraron todos en la casa de Don Domingo
Chabes, y el declarante se aparto con Martin Diaz, tirando cada uno por su lado: pero
viendo el que declara que toda la turba de Yndios, avia cargado a la casa del dicho
Chaves donde estaban los Españoles, retrocedio por otra parte, asi por ber en lo que
paraba el lanse, pues los Yndios empesaron a destechar la Casa, como por si en tal
conflicto serbir de amparo a la mujer del dicho Charves que estaba dentro de la Casa:
en cuia ocacion vio ir huyendo a Don Juan Bautista Miner y otros, y los Yndios todos
corrieron tras de Don Domingo Chaves, quien refugiandose en una casa lo cercaron y
dijeron los Yndios, pegarle fuego ay. Y entonses Alejo Ventura llamo al que declara, y
le rogo tubiese cuidado con la Casa del dicho Chaves, que la puerta de Calle estaba
hecha pedazos. En esta ocacion vio el declarante venir corriendo al dicho Chabes
huiendo de los Yndios que lo hauian querido quemar, y de tanta sangre como bertia, y
una pedrada que le tiro uno de tantos Yndios que le seguian caio en el suelo como
muerto, y se le aserco un Yndio con una piedra grande a darle en la Cabeza; para

202
acabarlo de matar y Don Pedro Hidalgo que estaba junto al que declara, le dio un
grito al Yndio, con lo que el, no le acabo de quitar la vida; en cuia ocacion llego un
mulato, nombrado el dorado, y lebanto al referido Chabes, sobre llebandolo, y
cubriendole por las muchas piedras que tiraban los Yndios, quienes alla lejos donde
llaman la Vanda lo mandaron amarrar. Y entonses el que declara, fue a la Yglecia y
saco la Ymajen de Nuestra Señora de Loreto, para apaciguar el tumulto, y diciendole
todos se quitase con la virgen, porquer con virgen y todo hauianle haser lo mismo con
el; le quiatron al declarante la Ymagen, y el bolbio a la casa del tal Chavez: Que
despues, los Yndios mandaron amarrar al referido Chabes estando tan herido como
queda dicho, y con motibo de hauer salido herido entre Cuero y Carne un Yndio,
quando los Españoles se hisieron lugar con bocas de fuego, para salir huyendo de la
casa donde se enserraron viendo la perfidia de los naturales de estar destechando la
Casa con el fin de acabarlos expresaron todos los Yndios, que si el Yndio herido moria
hauian de matar luego al dicho Chaves” (en Castro et al 2002:103-104, resaltado
agregado)

En primer lugar, se desprende de una rápida lectura del relato de los hechos que la
violencia indígena, al menos en un primer momento, se vuelca directamente sobre el
representante del corregidor y una serie de mineros y comerciantes en particular: Juan
Bautista Miner, Antonio Contreras y Domingo Chávez respectivamente. Al tiempo que son
Alejo Ventura y Diego Siaris los únicos indígenas específicamente mencionados.
Alejo Ventura era ‘indio principal’ y Segunda Persona del Gobernador en el asiento
y mineral, es decir que era el representante local de Agustín Victorio Ramos. Queda abierta
la posibilidad además, por una de las denuncias realizadas por el mismo Argumaniz donde
dice que el cura Olmedo “le escribio desde Atacama a dichas minas del Yndio Alejo
Ventura” (en Castro et al 2002:88, resaltado agregado) si tenía él mismo propiedad sobre
algunas minas en el Mineral. Diego Siaris, por su parte, era indio principal 3.
En segundo término, se debe agregar que de las declaraciones del mismo
Argumaniz y los testigos de los hechos se desprende que si bien el estallido ocurre el día
28 de febrero de 1775 en el marco del carnaval, es la resultante del aumento constante de
los conflictos entre el corregidor Argumaniz y la alianza formada entre la dirigencia
indígena atacameña y el sacerdote Olmedo.
Argumaniz lo enuncia de la siguiente manera;

“la cauza original, que formó de oficio, sobre el robo que cometio Valeriano Purulla
Yndio originario, y Casique Cobrador de los reales tributos en dicha Provinsia de
Atacama, de Cinquenta onzas de oro, respectibas a dicho ramo”[…] “eran
comprehendidos en el citado robo los Yndios principales de dicha Provincia [se acusa
a Don Josef Ramos Mundaca, cacique principal de Chiu-chiu] sujeridos de otras
Perzonas que debieran en cumplimiento de sus empleos propender, a la paz, y quietud
de las republicas en aquella jurisdiccion, y que por esta razon se hallaban sus

3
Miembros de la familia Siaris fueron caciques atacameños entre 1749-1755 (Hidalgo y Castro 1997).

203
naturales, aliados, y amotinados con el artificioso disfras contra la Real Justicia que en
nombre de Su Magestad” (en Castro et al 2002:86)

Valeriano Purulla se hallaba preso desde esta acusación y Don Josef Ramos Mundaca -
mestizo que ocupó el cargo de cacique principal de Chiu-chiu, Atacama la Baja desde
1752 hasta 1777 (Hidalgo 1986)-, se encontraba bajo averiguación. Las ‘otras personas’
que Argumaniz acusa, si bien parecen no agotarse en él, se conjugan en la figura del cura
párroco Olmedo, que actuaba en alianza con la nobleza atacameña en los pleitos que estos
le iniciaran. Tampoco duda el Corregidor de que tenga dicho Cura “la maior parte de
culpa, en que los Yndios le haian salteado y robado diferentes pliegos del real seruicio que
remitio a Vuestra Alteza, Superior Gouierno, y oficiales Reales de Potosi” (en Castro et al
2002:89). Sigue Argumaniz:

“una de las razones principales que conccurren para que dichos Yndios de Atacama se
hallen tan sobre si; y que cometan tan repetidos desacatos y desobediencia, que ha
experimentado el Corregdior, dimana de estar apadrinados acosejados, y sobstenidos
de su Cura de dicho Pueblo, Doctor Don Manuel Geronimo de Olmedo (como los
mismos Yndios lo vosiferan) cuio genio dominante, quimerico, belicoso, lo ha
manifestado con todos los Corregidores esmerandose con el actual con el maior
escandalo”[…]“cuias probocaciones impropias de su estado, y ajamiento de los
ministros del Rey, no tienen otro objeto que el manifestar al Publico la Superioridad, y
despotismo que se figura en si para que especialmente la crianza, ignoransia de los
Yndios lo respeten como a cabeza principal, y unica de la Provinsia, no solo en lo
espiritual, sino en lo temporal”[…]“y por consiguiente, el quedarse solo en ella para
poder mandar con libertad a los Yndios, que trabajen las minas, y que contribuian con
el oro para saciar, en algun modo su sobrada codicia: a cuio fin no ha dejado de
promober en el dicho mineral para extrañar de el a los españoles que contenia sin
eseptuar, a los dueños de minas, como asi mismo, para que estos, siendo expulsados
no pudiesen ser testigos de sus operaciones ni menos probar el Corregidorlos los
Capitulos que le tiene puestos ante Vuestra Alteza.”[…] “resulta que la cauza de dicho
alsamiento de los Yndios contra la justicia es el exprezado Cura de Atacama como
asimismo para que aquellos le haian puesto al Corregidor ante Vuestra Alteza los
iniquos injustificables Capitulos y pleitos, que estan pendientes no siendo estos, mas
que imposturas suscitadas por el mensionado Cura, para macular el honor, y conducta
del Corregidor y para captar las boluntades de dichos Yndios y sujerirlos a que
prosigan, en ellos, les a aparentado, que se libertaran de pagar el reparto que les ha
hecho” (en Castro et al 2002:87-88)

Los hechos que ocurrieron el 28 de febrero estarán directamente vinculados con


estas acusaciones y la tensión del conflicto entre unos y otros que iba en claro aumento,
pues ni Miguel Gerónimo de Olmedo, ni el cacique principal de Atacama -Agustín
Victorio Ramos- se hallaban presentes en el Mineral de Incahuasi al momento del estallido.
De parte de Olmedo, a su vez, puede leerse la existencia de una acusación contra el
corregidor, porque luego de cobrados los tributos, no entregaba al párroco lo
correspondiente al sínodo eclesiástico. Los indígenas a su vez, haciendo uso de su alianza

204
con Olmedo y la red de relaciones políticas de este, habían logrado imponer un cacique en
franca oposición a la voluntad del corregidor y ratificarlo en el cargo a través de la
Audiencia de Charcas que, a su vez, le había iniciado una serie de pleitos al corregidor por
el cobro excesivo de repartos. Como contraparte, Argumaniz acusa a los indígenas del robo
de su envío de tributos a Potosí (cosa que si era cierta, pero no lograba probar, redundaría
en reclamos a su persona de parte del fisco); el sabotaje de su sistema de comunicación con
la administración colonial; su negativa a presentarse a la revisita que le tenían mandada
realizar desde la Audiencia de Charcas y; finalmente, la negativa de los indios a cancelar el
pago del reparto. Por este estado de situación, previo a lo que denomina su ‘visita anual al
mineral’, Argumaniz habría enviado cartas a su representante y acólitos en Incahuasi para
que estuvieran preparados a su arribo y probable intento de cobro de deudas atrasadas y
resarcimientos personales. Mención de estas prevenciones aparecen sucintamente entre los
testimonios posteriores dados por los españoles presentes en el mineral:

“oyo decir que el general Don Francisco de Argumanis. Hauia escrito una carta al
dicho Miner, y al citado Chabes dandoles orden de prender a algunos, y que por esto
fue el lebantamiento” (en Castro et al 2002:102)

También,

“que oyo decir que con motibo de hauer puesto Don Domingo Chabes, el citado dia de
Carnestolendas, una Vandera o gallardete colorado de Sarguilla encima de la puerta de
su casa, como es costumbre en barias partes tales dias de Carnabal, para serciorar a
todos, que ay baile o corrida de Pato, esto junto con barias noticias que tubieron los
Yndios de algunos chasquis que hauia despachado aqui el General Corregidor de esta
Prouincia Don Francisco Argumanis, entraron en sospecha y dio motibo a la
probocacion, y tumulto que dichos Yndios emprehendieron” (en Castro et al
2002:103)

Mucho más detalladamente aparecen en el descargo de los indígenas Alejo Ventura


y Diego Siaris, presos en La Plata, cuando instan al tribunal a interrogar a Argumaniz
acerca de sus actividades en el Mineral:

Que diga “si es verdad tener en aquel haciento de Yngaguasi a Don Juan Bautista
Miner en calidad de juez a prebension o de Comision, y si como tal ejecuta ordenes
cobrando sus dependencias, y rescatandole el oro con sus efectos interesandose en
todos sus negocios, como en cosa propia diga etcetera
- Y si tambien es cierto hauerle escrito una carta dicho corregidor a su comicionado
Miner con fecha de quiense de febrero del año pasado de setecientos setenta y cinco
notandole por ella de no hauerle remitido, media docena de aquellos viracochas que
tenia del numero de cinquenta de ellos, en el citado mineral prebenidos y dispuestos
para con ellos prender a no se que pajaros, y con la prision de estos que puesto
aseguraba su honor diga

205
- Y consiguientemente declare que para que efecto o con que motibo desde muchos
dias antes de el citado dia quince de febrero mando juntar secretamente con dicho Don
Juan Bauptista Miner los cinquenta viracochas como igualmente armas de fuego diga
etcetera
-Y ultimamente diga: si sabe que dia sucedio el alboroto o pendencia que tubieron
aquellos viracochas prebenidos por el predicho Don Juan Bauptista Miner con
nosotros los micerables Yndios, y que le impartio la noticia del suseso dandole
instruccion para que dentrare su perzona, a deshora de la noche con precaucion de
nosotros, y a cuia casa fue, a apearse para tomar sus arbitrios; y si igualmente conose a
las personas de Don Antonio Contreras, Don Martin Dias, y la de Don Dionisio
Chabes, y que relacion tienen con el o con dicho Miner diga” (en Castro et al 2002:
94)

Nuevamente aparecen mencionado los mismos españoles como centro del conflicto:
Miner, Contreras, Chávez y Dias. En tanto que ‘los pajaros a prender’ probablemente
fueran ellos.
En esta última además se acusa al corregidor de conocer la situación cuando arribó al
mineral 13 días de acaecidos los hechos. Contrariamente, en la suya, Argumaniz expresó
desconocer el estado del alzamiento mineral y no hace mención a cualquier acción
personal de él que hubiera fomentado el mismo, argumentando que se dirigía a Nuestra
Señora de Loreto de Ingaguasi por cuestiones puramente administrativas:

“experimento en el discurso de once dias de viaje por los Yndios sus subditos y
tributarios de ella muchos vejamenes, desafios amenazas, hostilidades, e improperios,
sin respecto a la representacion de su empleo ni atension a la justicia, que en nombre
de Su magestad administra, y a su arribo a dicho mineral lo hallo enteramente decierto,
y despoblado, sin haver tenido a quien preguntar la cauza de ello porque los Yndios
havian hechado a pedradas a todos los mineros, y Españoles que contenia, y se
remontaron, aquellos a los Cerros circumbecinos, y haviendo practicado el Corregidor
todas las diligensias posibles baliendose de los medios mas suabes para atraerlos, no
solo no quisieron compareser en su presensia, sino que desobedeciendole enteramente,
le negaron aun los auxilios para poderse regresar a su casa, de Atacama propasandose
su osadia a los terminos de yntimarle que saliese de aquel haciento sin detension con
repetidas amenazas dignas del mas sebero castigo, y conciderandose el Corregidor
solo, destituido, de todo amparo imposibilitado a bolberse a dicho Pueblo, se vio
presisado a trasladarse de aquella Prouinsia a esta del Tucuman como mas inmediata,
y confinante a aquella, lo que verifico con un harriero que la suerte le deparo, con
quien a todo riesgo abandonando su hacienda, y equipaje salio de dichas minas con el
cilensio de la noche para no ser sentido, receloso de que los Yndios llegasen, a
cometer el ultimo absurdo de quitarle la vida” (en Castro et al 2002:87)

Argumaniz está convencido que fue Olmedo quien “le escribio desde Atacama a dichas
minas del Yndio Alejo Ventura dandole orden de que no quedase en aquel haciento
español alguno, para quando el Corregidor llegase” (en Castro et al 2002:88).
Efectivamente, en ese lapso la mayoría de los indígenas, con algunos rehenes, se habrían
retirado a parajes cercanos y desde ellos negaron todo acercamiento del corregidor. De

206
parte de los españoles, ante la rebelión indígena y el miedo que la violencia ocurrida
produjo, algunos se habían retirado a Tucumán.
Argumaniz, en vista de las hostilidades, salió de Incahuasi en el silencio de la
noche, abandonando su equipaje, temeroso de los “insolentados osados, intrepidos,
probocatibos; y nada obedientes que son los Yndios de dicha Provinsia de Atacama, por
cuia razon, y la de no querer de sujetar, a vivir en Poblacion estaban poco menos que
alsados, sin reconoser subordinacion a la justicia, ni vesindad, y aun en duda de la religion
christiana” (en Castro et al 2002:87). El corregidor se retira hacia Tucumán, cuya travesía
es más ‘corta y menos penosa’, y desde allí intenta rearmar su escolta. Ante la posibilidad
de que volviera al frente de una tropa, los indígenas responden con la amenaza de
abandonar la provincia:

“hauiendo transendido estas prouindensias a los Yndios de Atacama, que viben


dispersos en dicho Valle, dieron quenta de ellas a los que residen en el exprezado
mineral de Yngaguasi, y que estos los comunicaron a los que viven en el interior de
dicha Prouinsia, y teniendo noticia el Corregidor, que asi estos como aquellos hauian
resuelto desamparar aquella jurisdiccion, y aucentarse a otras como lo ejecutaron el
crecido numero de Yndios que ocupaban dicho mnineral, deseando el Corregidor la
pasificacion de su Prouinsia, y que no quedase de una vez decierta y despoblada tube
por combeniente el suspender, diferir la entrada en ella” (en Castro et al 2002:87)

Entonces se limita Argumaniz a hacer un sumario que va a presentar en la Real Audiencia


y para ello emprende el regreso hacia Charcas. En ese sumario solicita, nuevamente, que se
exonere del cargo a Don Agustín Victorio Ramos; que se lo castigue por poner y quitar
alcaldes a su arbitrio; por ‘derramas en contrabension de las reales ordenanzas’; que pague
al Corregidor los tributos ‘que tiene cobrados por los tercios bendidos de San Juan y
Nauidad de setecientos setenta y quatro que retiene en su poder con fines particulares, y
detrimento de la Real hacienda, del Corregidor, y sus fiadores (en Castro et al 2002:90).
Además propone “por pronto y eficaz remedio, que para quietud, y pacificacion de dichos
Yndios, sean estos reducidos a Poblado, y vida sosiable como los demas del Reyno, y que
de ellos se contribuia annualmente con el numero que disponen dichas Reales ordenanzas a
la mita de la Villa de Potosi de cuia forma asegurara Su magestad con menos dificultad, y
más exactamente los Reales tributos” (en Castro et al 2002:90). Por último, mantiene la
acusación a Miguel Gerónimo Olmedo como instigador del conflicto, y lo denuncia
además por haber erigido dos trapiches en Chorrillos para explotar el mineral sin licencia
real, solicitando a la Audiencia se lo separe de la Provincia y Curato.

207
Mientras tanto, desde su finca de Molinos, Nicolás Severo de Isasmendi parte en
1775 “a sosegar a los indios rebelados contra su corregidor a quienes logra convencer por
las buenas de que vuelvan al trabajo en las minas de oro de Incahuasi y devuelva a las
familias de criollos y ‘cholos’ que habían llevado de rehenes a sus refugios en el desierto”
(Gálvez y Güemes 2001). Parte de esta comitiva parece ser el primer testigo entrevistado
en 1777 4 -Bernardo de Córdoba- que declara:

“que hauiendo benido embiado el declarante a este mineral, en el tiempo del tumulto, a
ber y saber en que citado se hallaba este aciento, y si permanecian gentes en el, o se
miraban los Yndios fugitibos, y que procurase saber con sagacidad, que motibo hauian
benido para el alsamiento, y que perzona los conmovio a el; se vio presisado el que
declara, luego que llego aqui a despachar un propio al Paraje o quebrada llamada los
Ratones 5, donde supo paraban todos, por noticia que de ello tubo, de dos o tres Yndias
viejas que encontro solamente en este Aciento y mineral. Que a los tres dias, bolbio el
propio que despacho biniendo acompañado de dies y seis, o dies y siete Yndios,
traiendo por Capitan y Cabeza a uno llamado Domingo Vicente, que a la razon se
hallaba de Alcalde, a quien tomando la voz con algunos de su comitiba, dijo: al que
declara: que no hauiendo sido seducidos por nadie para lebantarse que ellos de su
mutuo propio lo hauian executado” (en Castro et al 2002:101)

No declara este testigo haber sufrido violencia alguna, ni da a entender que hubiera
de parte de los indígenas presentes algún acto de oposición o intimidación a su presencia,
pues de hecho un grupo de indígenas se habría hecho presente relativamente rápido ante su
convocatoria. Aunque también ha de considerarse que el ciclo estacional de producción
minera para estas fechas, iniciado abril, se hallaba ya sobre su fin.
Argumaniz, por su parte, continúa su viaje hacia la Audiencia de Charcas. Donde
durante el año siguiente seguirán las actuaciones respecto al conflicto. Allí se enfrenta a
otra derrota legal, pues se resuelve que su sumaria, por ser recibida por Juez incompetente
“pues no lo pudo ser ni el Gobernador del Tucuman, ni su Comicionado por no ser
Superior de aquella prouincia estando al mismo tiempo tomadas las declaraciones, en
territorio del Tucuman, y contra sujetos que no son de su jurisdiccion ni cometieron delito
en ella, se ha hecho nula, y de ningun valor esta actuacion”. Y del “Doctor Don Miguel
Geronimo de Olmedo de hauer erejido en el citio que llaman los Chorrillos dos trapiches

4
No se desprende de los testimonios relación alguna entre Isasmendi y Bernardo de Córdoba, vecino de San
Carlos, quien fue enviado al Mineral de Incahuasi a averiguar lo sucedido, pero como los enviados de
Tucumán son la resultante de lo pedido por Argumaniz a Canisares e Isasmendi. Su contacto con este último
es más que probable.
5
El topónimo Ratones es también un topónimo común en la zona, aparece utilizado en la cartografía
decimonónica incluso para dar nombre al Salar del Hombre Muerto u otros cercanos. De todas formas, por lo
corto de los períodos de transito mencionado (en tres días regresa su enviado) se debe pensar que
probablemente refiera en este caso a algún punto cercano dentro del área del Salar.

208
sin licencia Superior, siente este un asunto diberso del que contienen estos autos, y por lo
mismo deberse tratar, y seguir en cuerda ceparada” (en Castro et al 2002:90-91).
Desde la Audiencia se ordena entonces en Julio de 1775 comisionar a una persona
acorde para que,

“…pase prontamente a la Prouincia de Atacama; y prosediendo con la devida


refleccion, y madurez procurara por los medios que le dictare la prudencia tranquilisar
los Yndios, para que cumplan sus obligaciones obedeciendo y respetando a su
Corregidor Don Francisco Argumanis, a quien restituira, y repondra en su empleo
quieta, y pacificamente, arreglandose en todo a la instruccion que se le dirigira por el
señor Oydor que hace de fiscal lo quefecho y conseguida la tranquilidad de la
Prouinsia procedera a la aberiguacion de los autores del tumulto, y prendera a los que
resultaren grabemente culpados, remitiendolos a esta Real Audiencia” […] “Y
respecto de contar que el Cura Don Miguel Geronimo de Olmedo sin licencia de la
Real jusiticia ni obserbar lo prebenido en las reales ordenanzas fabrico, y trabaja dos
trapiches que nbo pudo ni debio fabricar, ni usar en atension a lo que a expuesto, y
demas que se tiene presente, para no confiscarselos hara saber que presisamente en el
termino de tres mezes, los bendera a perzona secular, con apercibimiento que pasado
dicho termino se daran por decomisados prebiniendosele que en lo subsesibo se
abstenga de mesclarse, en semejantes negosiaciones, muy ajenas y prohiuidas a su
estado porque de lo contrario se expediran las mas eficases prouidencias” (en Castro et
al 2002:91)

Respecto de la denuncia de Olmedo en la cual acusa al corregidor de no pagarle el sínodo


correspondiente la Audiencia dictamina que “notificara al mensionado Corregidor que sin
falta alguna en los plazos que se hallan asignados por el superior Gouierno, Prouiciones de
retazas y reales ordenanzas le satisfaga puntualmente con apercivimiento que si no lo
hisiere se despachara juez a su costa para que verifique la paga del sinodo” (en Castro et al
2002:91).
Tras estas directrices, Alejo Ventura y Diego Siaris, que al momento se hallaban
también en La Plata responden a través de sus medios legales y se inicia un ida y vuelta
legal más que interesante. En primera instancia Ventura y Siaris proceden a recusar “a
todos los vecinos de la Prouincia del Tucuman”, pidiendo en su lugar se nombre a un juez
de Charcas. Solicitan además que hasta que no esté resuelto eso “se estubiese en ella
adonde hauia benido su Corregidor Don Francisco Argumanis”. El corregidor por su parte
impugna la pretensión de los Yndios, “pidiendo antes que los tres que nomina, [Alejo
Ventura, Diego Siaris y Mariano Ambrosio] hallarse actualmente en esta ciudad se les
ponga en prision atendiendo a lo que contra ellos resulta de la sumaria que remitio” (en
Castro et al 2002:91).

209
Analizando todas estas presentaciones, vuelve a pronunciarse la Audiencia en
Octubre de 1775, esta vez, con un resultado mucho más acorde a lo solicitado por el
corregidor:

Que “es verdad que la sumaria remitida se halla por juez incompetente, en territorio
ajeno, y con otros defectos que nesecitan subsanarse con la ratificacion que Vuestra
Alteza tiene mandado en el auto de foxas, pero atendiendo a ser dichos Yndios los
mismo que como principales autores” […] “Al hecho del Corregidor de benirse a esta
ciudad expresando hauer emprehendido tan largo camino por estar su Prouincia
conmobida. Y a que en cauza criminales expecialmente de la presente naturaleza para
prosederse a la prision de los reos, bastan presunciones o yndicios los que ya
resultan, por los antecedentes que tiene referidos, siente y aun pide en cumplimiento
de su obligacion se sirba Vuestra Alteza mandar se proceda a la captura de dichos
Yndios” (en Castro et al 2002:92)

Ordenando nuevamente que pase algun comisionado a Incahuasi a tranquilizar cualquier


alboroto y hacer que reconozcan y cumplan lo mandado por su corregidor y una vez
conseguido esto, hacer las averiguaciones correspondientes al tumulto. A Argumaniz le
indican que se “portara con la suavidad, y madurez, que corresponde, procurando de su
parte sosegar y tranquilisar los Yndios, a cuio fin no pasara al mensionado mineral sino se
mantendra en los otros Pueblos desempeñando perfectamente las obligaciones de su
cargo”. Por último, a Olmedo, “que en el termino de la ordenanza presisamente
comparesca en esta Corte para los efectos que hubiese lugar en derecho, y para que aquel
veneficio quede con persona ecleciastica que lo administre” y además “con el secreto
correspondiente, prendera a los Yndios Aleja Ventura, Ambrocio Mariano, y Diego Siaris,
y los pondra en la carcel publica en la que se mantendran hasta que por esta Real
Audiencia se tome prouidencia” (en Castro et al 2002:93). Cosa esta última que
efectivamente se hizo.
En Marzo de 1776 Alejo Ventura y Diego Siaris siguen presos, siendo esta la única
de las mandas cumplidas. De todas formas se las apañaron para mantenerse informados y
alcanzar a hacer una nueva presentación en la que pidieron que no se permita aún a
Argumaniz viajar a Atacama por tener noticias de “hallarse en el camino nuestro
Gouernador Don Agustin Victorio Ramos con los demas principales del referido nuestro
Pueblo conduciendose a esta corte a viar de nuestras defenzas como de benir tambien a
contestar con el nuestro Cura Doctrinero el Doctor Don Miguel Geronimo de Olmedo” (en
Castro et al 2002:93). Solicitando además se los libere de prisión, pues estando allí no
había forma de ocuparse de su propia defensa. Aparentemente, luego de arribados cacique
y cura a La Plata y declarar ante el tribunal, los indígenas fueron liberados.

210
Un elemento considerado no casual en este arribo y posterior liberación tiene que
ver con la fecha de los eventos. El hecho de que fuera recién a fines de marzo que cacique
y cura se trasladan a socorrer a los prisioneros puede estar fuertemente determinado,
nuevamente, al fin del ciclo minero anual en Incahuasi, y con los fondos allí recolectados,
proceder a negociar y afrontar las ‘costas’ de los procesos jurídicos.
En mayo de 1776, tras la ‘reactivación de la causa’, nuevamente se ordena se envíe
persona en comisión al Mineral de Incahuasi, pero esta vez con expresa indicación en las
personas del Maestre de Campo de la Gobernación de Tucumán Don Nicolás León de
Ojeda, y en su defecto o legítimo impedimento a Don Philiberto Mena. En Octubre de
1776 se recibe en Charcas una carta procedente de la Gobernación de Tucumán que da
cuenta de los ‘legítimos impedimentos’ de ambos para trasladarse al Mineral.
El Maestre de Campo Don Nicolás de Ojeda, con testimonio certificado de su
médico, indica que al momento “se halla indispuesto y padeciendo un Perinu emori,
acompañada de fiebre, y con esputo espomoso de prolija, y dificultosa curacion, la qual
estoy actualmente ejercitando metodicamente, y de su pedimento doy la presente, bajo la
grabedad del juramento que tengo prestado a la recepcion de mi facultad” (en Castro et al
2002:96). Por lo cual deslinda en ‘el segundo nombrado’ Philiberto Mena la
responsabilidad de la comisión.
Philiberto Mena a su vez indica que “en todo el año no gosa de perfecta salud
expecialmente en el verano por predominar en su compleccion el humor sanguineo
ardiente que no le permite ajitacion de Caballeria y siempre o quando se le a ofrecido salir
de esta ciudad a una corta distancia a respirado la forsosa consequensia de una copiosa
fluccion de sangre de las almorranas encanceradas conque se halla por lo qual nececita de
un prolijo cuidado” y además “notorio los cortos medios que tiene para sufragar los
conciderables costos que ofrece la larga distancia a donde se ha de practicar la actual
diligensia, desamparando las presisas obligasiones de su muger y familia que vive a
expenzas de su perzonal trabajo” y también “hallarse a la razon impedido en la actuacion
de barios asuntos de Real Hazienda como defensor que es de ella e igualmente entendiendo
en la laboriosa tarea de arreglar el archibo de Gouierno asosiado de uno de los juezes
ordinarios por Comision que a su partida de esta ciudad a la vicita de fuertes lo dejo el
actual Gobernador” (en Castro et al 2002:97), por lo cual tampoco se halla en condiciones
de hacerse responsable de lo comisionado.
Ante tan explícitas justificaciones, y teniendo ya indicado nuevo corregidor en
Atacama –que es José María Paniagua-, en junio de 1777 solicitan Ventura y Siaris que se

211
comisione a este en la ejecución de las averiguaciones. Trasladándose el nuevo corregidor
junto con el cacique Don Agustín Victorio Ramos a San Pedro de Atacama.
No es posible saber cómo, estando todos en la ciudad de La Plata -cura, cacique,
principales y nuevo corregidor- finalmente lograron esta modificación en su situación. Los
indígenas detenidos habían sido liberados, Argumaniz quedó sin su cargo, y quien deba
averiguar de los hechos acaecidos llegará junto a los acusados a San Pedro de Atacama.
Hasta allí todo indica que las relaciones del nuevo corregidor con el cacique y con Olmedo
son aparentemente armoniosas:

“…sobre que el Doctor Don Miguel Geronimo de Olmedo, Cura propio del Beneficio
de Atacama, benda los dos Yngenios o trapiches que hizo fabricar en el Paraje
nombrado los Chorrilllos, executandolo dentro de tres meses a perzona secular; atenta
a que con motibo de lo acahesido, han quedado desamparadas estas minas, y no ay oy
en este aciento minero español que la trabaje, por cuio motibo remiran en la presente
los citados trapiches sin usos ni aplicacion alguna, y por consiguiente de ningun balor
ni efecto no hauiendo perzona que los nesecite, ni apetesca” (en Castro et al 2002:99)

Increíblemente, declaró el corregidor Paniagua que nadie está interesado en


explotar el Mineral de Incahuasi. Puede pensarse que, siendo su declaración realizada en
pleno invierno de 1777, sea verídica en cuanto al estado deshabitado de los poblados
mineros, habida cuenta que por la época no había allí agua para el sustento. Pero no es
probable que esta situación se mantuviera.
A finales de septiembre de 1777 se trasladó el corregidor con el cacique
gobernador Agustín Victorio Ramos a Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi a fin de
cumplimentar la misión de actuar como juez para investigar los acontecimientos del
levantamiento. Apenas llegó, según su propio relato, mandó

“a los Alcaldes, y demas Justicias de este mineral, prebiniesen al Pueblo de mi orden,


que despues de misa se esperasen todos en la Plaza, delante de la Yglecia, y
hauiendose concluido el Santo Sacrificio, Sali de el Templo a la Plaza donde vi un
gran numero de perzonas asi españolas como naturales: a quienes prebiniendoles
cilencio les expuse a lo que se dirigian mis palabras, viniendo de Paz, en cumplimiento
de lo mandado, y resuelto por los Señores Precidente y oidores de la Real Audiencia
de la Plata; solo a adbertirle a todos, y con especialidad a los Yndios la grande
obligacion que tienen de ser fieles, agradecidos, obedientes y humildes Vasallos al
Rey de España nuestro Soberano, y señor Natural, que a costa de la Sangre derramada
de sus Españoles, ha extendido los estandartes de la fe hasta estos bastos Dominios
que la divina omnipotencia le ha consedido a fin de que tenga la Gloria de encaminar a
estos neofitos a su Patria Celestial, sacandolos de las tinieblas, del abismo en que
como Gentiles vivian de antes; para lo qual, y que lograsen los pribilegios de
Españoles, y no ignorasen las claras y Divinas luces del Evangelio, les ha embiado a
estos Reynos y prouincias, el gran Monarcha Catolico de España nuestro señor
Prelados Ilustrisimos Arzobispos y Obispos, Religiones y Curas que los confiesen, y
enseñen para merecer despues de esta vida, la felicidad incomparable de la gloria

212
eterna a que todos debemos aspirar, despues que salgamos con la muerte de este Valle
de micerias, y trabajos, dondenos hallamos desterrados. Y que quedasen enterados y
ciertos todos, que el que tubiese atrebimiento desde oy en adelante a faltar a la debida
obediensia al Rey nuestro amable Soberano y Señor Natural, y en su Real nombre a las
Justicias, Gobernadores y Corregidores que Gouiernan estas Prouincias, expresando en
juntas y tumultos que estas tierras no son del Rey de España, y que salgan los
Españoles de ellas desde ahora para entonses, los declaro por traidores al Rey y su
Real Corona; protextando dar parte a Su magestad para que en atension a los
lebantamientos, tumultos y alborotos de esta Corta Prouincia de Atacama, se digne y
resuelba su Magestad mandar que todos los Yndios de ella baian a trabajar
perpetuamente durante sus vidas, a las minas de Potosi, y que sacandose de ellas, otro
tanto numero de perzonas de todos sexsos, bengan a Poblar esta Prouincia de nuebo,
haciendose dueños de Ganados, Casas, Estancias, y demas que oy poseen. En cuia
inteligencia, ofrecieron todos ser muy obedientes desde el dia de oy, y con
semblantes alegres, repitieron viva el Rey nuestro Señor con cuia Real palabra se
finalizo” (en Castro et al 2002:100, resaltado agregado)

Prontamente comenzó Paniagua a tomar testimonio a los españoles presentes


acerca de lo acaecido en el carnaval de 1775 6 de acuerdo al cuestionario dado por la
Audiencia de Charcas. Como ya indicaramos antes; el 13 de octubre da su testimonio
Bernardo de Cordoba, ‘vecino de San Carlos’ que subiera a hacer las averiguaciones
pertinentes al tumulto en abril de 1775 y ahora volvía a encontrárselo por allí; el 15 del
mismo mes lo hace Jorge Pirola, ‘vecino de arequipa y residente’ y por último, el 30 de
octubre, presta su testimonio Antonio Borque, ‘Natural de los Reinos de España, en el de
Castilla y residente’.
Los tres, ante la pregunta ‘si saben o han oydo decir que los Yndios hubiesen sido
seducidos por alguna persona y qual sea esta’ dicen no conocer nada al respecto. Sin
embargo inmediatamente el tercero de ellos en la quinta pregunta ‘Yten que movimientos
hisieron los Yndios quando paso el Corregidor a Yngaguasis y quales quando vieron que
se retiro al Paraje de los Molinos’ añade:

“que estaba el declarante en los valles, en la ocacxion que llego a este mineral el
Corregidor Argumanis, y no supo lo que paso, pero oyo decir, que los Yndios se
hauian ausentado todos llebandose de este mineral a todas as mujeres españolas, y los
Españoles retirandose detras de un cerro o quebrada, para que quando vieniese su
Corregidor, no tubiese con quien tratar ni justificar nada de lo acahesido. Y añade que
el Cura Don Miguel Geronimo de Olmedo, escribio una carta a Alejo Ventura
ordenandole que echase de este haciento, a Don Domingo Chaves, y todos los
Españoles sin dejar uno, y que se fiasen en su braso y empeños que tiene en
Chuqisaca, que el, los sacaria siempre vien Y que despues los indujo a todos, con el
Casique Gouernador, a que echasen una derrama prorrateandose todos, hasta los
Casiques cobradores, a quatro pesos cada uno, para seguir el pleito induciendolos con
sus palabras; de que el los sacaria de todo el lebantamiento, sin castigo alguno, cuia
cantidad de plata se la entrego el Casique Don Agustin Victorio Ramos al dicho Cura,
6
Los mismos han sido reproducidos a lo largo del capítulo y se hayan completos en la publicación referida,
por lo cual no los citaremos nuevamente aquí.

213
y paso de dos mil pesos, todo lo qual consta de publico y notorio, publica voz, y fama,
en toda la Prouincia, y este Mineral, por estarlo bosiferando publicamente, los
Casiques cobradores de tributos que contribuieron quatro pesos cada uno diciendo que,
que, se a hecho mas de dos mil pesos que han dado al Cura de Atacama para el pleito,
y que es lo que hasta ahora a hecho por elllos en tres años” (en Castro et al 2002:103-
104, resaltado agregado)

Nuevamente estalla la relación entre Corregidor y Cura. No es posible saber si la


misma se deterioró durante las dos semanas entre el registro del testimonio de los dos
primeros, favorable al cura, y el tercero - que declaró primero desconocer el tema y luego
acusó a Olmedo abiertamente- o si lo hace a partir del registro de esta declaración. Lo que
si queda indicado es que la tensión escaló rápidamente:

“dicho Cura Don Miguel Olmedo no solamente ha incurrido, en el criminoso


atentado de hauer avierto en su casa este real Despacho, que su Alteza remitio a su
merced, serrado dandoselo avierto, y sin cubierta, al Casique Gouernador, para que lo
trajese a este jusgado, como se adbierte en el decreto de obedecimiento de el, en que se
expone hauerlo demonstrado, y guardado el Casique hasta llegar a este haciento: sino
que hasta oy se halla en esta Prouincia administrando y sirbiendo el Beneficio y
Curato de Atacama, en consorcio de su quadjutor, sin hauer patentisado a su
merced, la Superior orden de Su Alteza, que para ello debia hauer obtenido;
llegandose a esto, que desde el dia beinte y tres de septiembre del mez proximo pasado
se halla viviendo en este haciento, y mineral solicitando testigos que depongan a
su fabor, y en contra de los Yndios naturales, que componen esta Prouincia de Su
magestad (que Dios Guarde) rogando y buscando, quien igualmente lo ejecute de
Prouincia ajena, hasta hospedarlos en su Casa, como lo fue Don Bernardo de
Cordoba becino del Valle de San Carlos de la Prouincia del Tucuman, quien hizo
la primera declaracion que se registra en estos autos: de todo lo qual se biene en
pleno conosimiento que no sera dable poderse justificar lo resuelto y mandado por Su
Alteza dicha Real Audiencia de la Plata” (en Castro et al 2002:105, resaltado
agregado)

Por todo lo cual Paniagua notificó a Olmedo que en un plazo no mayor a tres días
debía abandonar el beneficio y la jurisdicción. Olmedo se negó a obedecer escudándose en
su fuero eclesiástico. Paniagua contrataca:

“se les notifique, y aperciba a los Españoles bajo la multa de cinquenta pesos,
aplicados por mitad para la Camara de Su magestad y gastos de justicia de esta
Prouincia: y a los Yndios de prision, y embargo remitiendo los presos a la Real
Carcel de Corthe de dicha Real Audiensia, el que puciere los piez en la Casa del
citado Eclesiastico, hablare con el, o le solicitare para tratar sobre lo acahesido en
este mineral o So color, con otro pretexto alguno para de esta forma poderles tomar
sus declaraciones imparciales sin agrauio de parte.”
“Y respecto de hauerle prebenido Su merced al casique Don Agustin Victorio Ramos,
le apronte los Salarios o parte de ellos que tienen ofrecidos en dicha Real Audiencia,
para el Juez que biniere a esta prouanza”[…] “a que le trajo la respuesta, delante de
cinco testigos españoles, que le hauia respondiddo su Cura no queria entregarle ni un
peso de la derrama que hauian puesto en su poder para el Seguimiento de este pleito.
Si ante todas cosas no le entregaba dicho General el despacho de la Real Audiencia
con todo lo actuado sobre la materia se entienda dicha probanzas sobre este asunto

214
tambien, para que conste en stos autos y obre los efectos que hubiere lugar en
derecho.” (en Castro et al 2002:106-107, resaltado agregado)

Paniagua no quiere que nadie le hable al Cura y se le paguen -al menos- los
salarios por las averiguaciones emprendidas. El cacique dice que el Cura tenía los fondos
indígenas bajo su guarda y que para entregarlos Paniagua debía darle primero las actas con
los testimonios. El 10 de noviembre, tras 40 días de estadía en Nuestra Señora de Loreto
de Ingaguasi, la causa de Paniagua estaba perdida:

“en atension a hauer llegado aqui, el dia de ayer despues de puesto el sol, un
Comicionado de los Oficiales Reales de Potosi, quien a las ocho de la noche cargado
de armas blancas, y de fuego con otras tres perzonas Españolas en los mismos
terminos, y msa de ciento, y cinquenta Yndios con palos, y piedras en las manos
que salieron todos de la Casa de dicho Cura, donde se alojo el citado Comiconado
le notificase a su merced un auto de prision, y embargo de Vienes de orden de dichas
cajas, y aunque le hizo presente este Real despacho de Su Alteza” “Por lo que
refleccionando Su merced, las perjudiciales consequensias que de ello podian resultar
a la Real Corona, con otra nueba Sublebacion, que se estaba notando en el temerario
atentado, y semblantes de su numeroso concurso, se precabio Su merced de prudencia,
en cuia virtud, y de lo que queda expuesto dijo: deuia de mandar, y mando, se
suspenda por ahora esta Sumaria y Justificacion, en tregandosele a perzona de la
satisfacion de su merced, para que se la pase a la Villa de Potosi, donde esta proximo a
Caminar por los motibos, y violencia que deja referidos, para de esta forma obiar lo
que la malicia pudiera executar.” (en Castro et al 2002:107, resaltado agregado)

Paniagua, fue detenido y expropiado en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi por


un enviado de los Oficiales Reales de Potosí. Se encontraron entre sus posesiones “300
diferentes clases de cuchillos, 132 navajas, 1420 agujas para arrieros, 32 pares de tijeras,
24 rosarios de vidrio, varios paquetes de cuentas de collar, docenas de cucharitas, hebillas,
etc. Este corregidor con este extraño conjunto de mercaderías había llegado a Incahuasi a
pacificar una rebelión” (Hidalgo 1982:199). Sin duda había ido a ejercer su ‘derecho’ a
reparto y cobrarlo en el mismo mineral, pero al igual que Argumaniz, se dio de lleno con
una alianza en donde su capacidad de acción quedaba totalmente restringida.
Paniagua, da clara cuenta de que los indígenas ‘atribuyeron’ a Miguel Olmedo la
habilidad de ‘liberarlos nuevamente’: “que ya no tenían corregidor y que reynaria su cura
pues habia savido traer jues a su misma casa, y combocar a todos los naturales para que
acompañando al dicho juez comisionado prendiese al general y se lo llevase de esta
Provincia para quedar ellos en posesión de sus tierras y aun livertad sin tener quien los
mandase” (en Hidalgo 1982:203-205, resaltado agregado). Además se quejaba porque
“durante la noche de su detención sufrió las burlas de los indígenas que ingresaron en la
casa “enteramente ebrios sentandose junto a su merced en tono de mofas y burla” y

215
“caiendose de ebrios empesaron a hacerle burla faltandole al decoro queriendo tomar las
manos unas veces y otras empujandolo poniendoselas en el hombro” (en Castro et al
2002:80). Paniagua los denuncia por no querer reconocer ‘justicia ni vecindad’. Aunque es
más probable que se negaran básicamente a responder a sus requerimientos. Si bien pueden
ser ciertas, también puede ser parte de la búsqueda de apoyo del destituido Paniagua
acusarlos de que “ebrios proclamaran gritando que echarian a todos los españoles de este
asiento sin quedar uno quedandose solos en sus tierras como que son suyas y no del Rey de
España” (en Castro et al 2002:82).
Entre la rebelión y la detención de Paniagua un hecho nada menor había tomado
lugar: el mineral había cambiado de jurisdicción, transformándose fuertemente los espacios
de poder y circulación regional7. Desde la rebelión de febrero de 1775 a la detención de
Paniagua a finales de 1777, los indígenas continuaron trabajando en el mineral, pero
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi ya no pertenece a la jurisdicción del Virreinato del
Perú, sino a la del recientemente creado Virreinato del Río de la Plata [1776]
Inmediatamente tras su asunción -1777- el Virrey Ceballos prohibió sacar oro del
Virreinato del Río de la Plata hacia Lima (Hidalgo 1982) y el circuito económico se
redirige fuertemente hacia el Atlántico y el nodo comercial regional de Salta se impone.
Paniagua, que habría desconocido la orden del Virrey, intentó sacar oro para venderlo en
Lima -al menos de eso se lo acusó-, agregándose otro cargo a los que ya le imputaban y
que le significaron el traslado como prisionero a Potosí.
Sin embargo, al año siguiente, la Audiencia de Charcas respaldó lo actuado por
Paniagua y lo restituye en su cargo de Corregidor de Atacama. Paniagua permanece en
Charcas un timpeo, durante el cual continua solicitando al ‘muy Reberendo Arzobispo’ que
“tome las prouidencias que fuere de su Pastoral celo, para que el citado Doctor Olmedo se
retire de la Prouincia”. Pero el 16 de marzo de 1778, ante la vacancia del cargo de
Corregidor de Atacama, el virrey Ceballos desde Buenos Qaires había designado a Mateo
de Castaño en el cargo. Ambos corregidores ‘en funciones’ pleitean por el cargo, pero es
Castaño el que toma posesión, por el momento, el mismo (Hidalgo 1982:205).
Nuevamente la alianza de los caciques indígenas con el Cura Olmedo había sido
efectiva para evitar que un corregidor lograra hacerse con el control del Mineral de
Incahuasi o se enriqueciera a través de los repartos captando la producción aurífera. Poco
tiempo después -1779- Miguel Gerónimo de Olmedo deja su cargo a cargo de la Parroquia

7
Cornblit (1970) es quién ha indicado que debe prestarse atención a las consecuencias de las reformas
borbónicas en los levantamientos de fines del siglo XVIII en el Perú.

216
de San Pedro 8 (Casassas Cantó 1974b). Agustín Victorio Ramos continúa actuando como
Cacique Gobernador hasta su muerte en 1781 (Hidalgo 1982).

Nueva mirada a la rebelión de Incahuasi: las implicancias regionales

La primera línea de interpretación de los hechos acaecidos en los poblados de Nuestra


Señora de Loreto de Ingaguasi y Agua Salada en 1775, fue expuesta por el etnohistoriador
chileno Jorge Hidalgo y ampliada en posteriores trabajos en equipo.
En una primera visión la rebelión fue comprendida, encuadrándola en la serie de
revueltas campesinas andinas dieciochescas, como una protesta contra la creciente presión
ejercida por los corregidores sobre los indígenas a través del repartimiento forzoso de
mercancías, que en el altiplano desembocaron en el alzamiento tupacamarista y catarista
de 1781. Esta línea interpretativa, que indica los repartimientos como la causal de los
levantamientos indígenas de fines del siglo XVIII y en particular el de 1781 es compartida
por otros investigadores de la historia de las comunidades andinas (Golte 1980).
En una interpretación posterior Hidalgo y Castro (1999) retoman la investigación
de la rebelión y ofrecen una interpretación un tanto diferente de los hechos ocurridos. En el
capítulo 4 se mencionó ya cómo estos autores, a partir de una construcción netamente
historiográfica, piensan a Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi como un ‘pueblo de
indios’. Los autores caracterizan la operatoria minera indígena en función de una forma
secundaria de ‘captación de oro a través de la colocación de mercancías’. Consideran que
los mineros indígenas entregaban el oro en bruto, perdiendo así parte de su valor que
podrían haber retenido si hubieran contado con “la tecnología necesaria para procesarlo”
(Hidalgo y Castro 1999:64). Fue instrumental, entonces, en la construcción de la narrativa
historiográfica realizada por ellos, el precomprender a Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi como el resultado de la planificación y organización espacial colonial. Esto les
permitió construir un contexto histórico en donde los indígenas aportaban la fuerza de
trabajo en una explotación minera gestionada por españoles que detentaban los medios de
producción. Frente a esta situación de opresión la única salida fue una rebelión ‘manchada
de sangre y alcohol’. Por último, en un tercer trabajo, Castro et al (2002:77) exploran “la

8
Este dato es indicado por Casassas, pero no indica las razones de la partida. Es probable, no obstante, que
apoyando la Audiencia de Charcas lo actuado por Paniagua, eventualmente se desgastara su posición.

217
relación entre fiestas, borracheras y rebeliones considerando que en ellas se encuentra un
ámbito de manifestaciones de las autonomías subalternas”.
En una segunda línea interpretativa, Haber (2007a y b), explicó la formación de los
poblados del Mineral de Incahuasi como la resultante de la inversión de las familias
campesino-mineras locales con una organización extractiva de nivel familiar (ver capítulo
5). En este contexto la rebelión responde a una reacción indígena: “frente a la creciente
presión española por apoderarse de la mina, los indígenas se levantaron en el carnaval de
1775 al grito de ‘fuera españoles’ 9” y agrega “los indígenas prefirieron abandonar la mina
antes de permanecer allí bajo las condiciones pretendidas por los españoles” (Haber
2007b:24).
No nos detendremos aquí a discutir esta última pues gran parte de ella ha sido ya
cuestionada a lo largo de esta tesis y especialmente al incorporar en el capítulo 5 mayor
cantidad de información histórica y arqueológica al argumento. La etnohistoria ya ha dado
larga cuenta de la existencia desde de una organización indígena jerárquica y su adaptación
en las estructuras coloniales, de las cuales la comunidad atacameña no se vio exenta (ver
Gentile Lafaille 1986; Hidalgo 1982, 1983, 1984 y 1986; Hidalgo y Arévalo 1987; Hidalgo
y Castro 2004, Núñez 1992; Rodríguez 2004; Sanhueza 2001 y 2008, entre otros).
Además, como se comenzó a vislumbrar en las páginas precedentes y se mostrará más
adelante, el abandono de los poblados del Mineral de Incahuasi tras el estallido de 1775 es
completamente circunstancial.
Respecto de lo sugerido por la primera línea interpretativa, la misma merece ser
reconsidera parte a parte. En principio se acuerda plenamente con Hidalgo (1982) en su
énfasis puesto en una comprensión de los eventos acaecidos en 1775 dentro de un proceso
regional más extenso y su convicción de una “sociedad campesina atacameña en constante
ajuste y conflicto en gran parte para salvar su integridad cultural y defenderse de las
presiones económicas a las que estaban sometidos” (Hidalgo 1982:193). En esos puntos
poco se difiere. Lo que se considera necesario a su propuesta, donde el tema de los repartos
ronda como eje principal de los reclamos indígenas, es la inclusión del tema minero en su
argumento, tanto para entender las acciones de los indígenas como la de los agentes
coloniales, pues como se mostró, la minería, aún a mediados del siglo XVIII era un
elemento principal del imaginario colonial y movilizador de proyectos y acciones como no
muchos otros. Téngase en cuenta en este sentido el avance casi conjunto de las fuerzas

9
Otro punto sobre el cual no nos extenderemos pero que debe ser indicado es el no aplicar una lectura directa
de las categorías presentes en los documentos, por caso, ‘españoles’ (ver Szeminski 1990).

218
coloniales de ambos lados de la cordillera ante la noticia de la revuelta en el Mineral de
Incahuasi. También la minería era un tema complejo dentro de las sociedades indígenas,
fuente de riquezas pero también de penurias inimaginables, como bien lo certifican ambos
corregidores involucrados que amenazan como castigo a la insurrección el incluirlos en la
mita de Potosí (ver Castro et al 2002).
El otro elemento importante que se aporta a lo indicado por Hidalgo (1982) es la
ampliación del marco jurisdiccional a un marco regional. El Mineral de Incahuasi y las
acciones allí ocurridas adquieren otro matiz al entender la localización del Mineral en su
correcto lugar. No ya sólo como un anexo de San Pedro de Atacama, un punto dentro del
corregimiento a 12 días de viaje en mula desde San Pedro de Atacama. Sino también: a
cuatro días de Molinos, el corazón de los Valles Calchaquíes, sobre el límite difuso de la
Gobernación de Tucumán, en un territorio puneño que ninguno de los centros coloniales
tenía bajo completo control. Aquí es dable recordar lo que ya Gil García (2009) había
indicado para la región minera de Lípez, esto es que el papel de los asientos de minas como
nodos en el ordenamiento regional sólo tuvo valor a efectos de concreción de la
evanescencia territorial, pero no ejerció desde ellos un gran poder jurisdiccional, puesto
que “los indígenas concurrían a la labor de los cerros esporádicamente, permaneciendo el
resto del tiempo esquivos de unos poderes coloniales que si apenas podían reducirlos y
censarlos, menos aún podían obligarles al servicio” (Gil García 2009:511). La realidad
territorial hacía que la permanencia de los administradores en los parajes puneños
dependiese de que los indígenas estuvieran prestos a conducirlos y avituallarlos. En caso
contrario no estarían aún dadas las condiciones necesarias para la permanencia de los
españoles en el área10. En este contexto, se hace más comprensible además el esfuerzo
puesto desde las elites tucumanas, especialmente a través de familia Díaz, en controlar la
vega de Antofagasta pues, si bien es clara la jurisdicción atacameña sobre el Mineral de
Incahuasi (en términos legales y de población), controlar Antofagasta implicaba controlar
una fuente de abastecimiento importante y relativamente cercana al mineral, así como una
puerta de salida rápida de los minerales hacia otro circuito mercantil. De la misma forma
que se entienden los ‘buenos modos’ de Isasmendi para con los atacameños.
Además de lo geográfico, la mirada regional abre el espacio para entender la figura
de Miguel Gerónimo de Olmedo, y así comprender también, lo estratégico de la alianza del
cacicazgo atacameño con él. Los indígenas, que ocupaban una posición ‘desventajosa’,

10
Claro que, como ya se apunto en el capítulo 3, el orden colonial si detentaba y ejercía el poder de castigo.

219
dentro de la estructura colonial, encontraron en el cura Miguel Gerónimo de Olmedo, y su
interés de participación en los beneficios del Mineral, un poderoso negociador a favor de
sus intereses.
No se puede negar el lugar de poder simbólico que los curas solían detentar en sus
doctrinas, sobre todo en el espacio rural. Justamente es a mediados del siglo XVIII cuando
se intentó regular la estructura de las doctrinas, pues ya se avizoraba conflictiva la relación
planteada entre cura y doctrineros, negociada por fuera de los alcances de la estructura
jurídica virreinal. Es esa situación de poder intermedio dentro de las estructuras de control
coloniales – indígenas y españolas, urbanas y rurales- que, sumadas al poder simbólico que
los curas detentaban, les permitía “invalidar -bajo una apariencia de estricto cumplimiento
de lo dispuesto- las normas que resultaban perjudiciales a sus propios intereses” (Adrián
2000:127).
Por último, la mirada regional permite dar cabida en la interpretación local a las
consecuencias de decisiones tomadas a nivel de la colonia española en su conjunto, como
ser la transformación de los espacios jurisdiccionales y las vías de circulación económicas
regionales con la creación del Virreinato del Río de La Plata. De hecho, y aunque solo
mencionado por Hidalgo (1982), meses antes de la asunción del corregidor Paniagua (esto
es junio de 1777) en Incahuasi se había producido otra (pequeña) rebelión. Esta vez se
dirigió al encargado de la cobranza de alcabalas11 -Blaz López de Pico- y fue ‘encabezada
por mestizos y españoles desertores venidos de Buenos Aires’ (Hidalgo 1982:205). Lo
cual apoya que a nivel virreinal existe una tensión latente acerca de la apropiación del oro
de Incahuasi entre los agentes de gobierno del Corregimiento de Atacama y un sector
comercial vinculado más fuertemente con el circuito del Atlántico.
Respecto del segundo trabajo dentro de esa línea interpretativa (Hidalgo y Castro
1999), algo se avanzó en el capítulo anterior acerca de las consecuencias de imaginar
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi como un pueblo de indios. En este sentido la
distancia de lo documental que nos brindó la mirada arqueológica en la comprensión del
paisaje minero, dio cuenta ya no de un poblado, sino de dos, construidos al solo fin de
explotar las vetas de oro, por eso se decide mantenerlo dentro de la categoría de Asiento
Minero, si es que de alguna forma hay que categorizarlo, y no como pueblo de indios,
donde tales se hallaban sujetos a vivir en ‘policía y civilización’. Pero este hecho tiene una
consecuencia, si se quiere, más importante: esto es la capacidad de gestión de la

11
Las reformas borbónicas aumentaron de un 4 a un 6% el impuesto y se intensificaron los controles para su
efectivo cobro (Hidalgo y Arévalo 1987).

220
comunidad indígena atacameña de la producción y los beneficios del mineral esperadas
dentro de una y otra concepción de la organización de los poblados.
No se desprende de este trabajo de investigación la imagen de una comunidad
minera completamente sometida a los requerimientos económicos, ya sean mandatos
tributarios o exacciones por repartos, ni a servicios personales de mineros españoles. Sin
negar que ambos sean un elemento de tensión y conflicto constante, la mirada arqueológica
de los paisajes mineros construidos por los indígenas, así como sobre las tecnologías y
saberes disponibles y utilizados da cuenta de una forma de gestión negociada por la
comunidad indígena atacameña que compone el grueso de la comunidad minera formada.
Los principales atacameños, alineados detrás de una figura fuerte como la del cacique
Agustín Victorio Ramos, encontraron espacios para la gestión y apropiación de los
beneficios del trabajo en el Mineral de Incahuasi. Incluso pudieron ser, como se menciona
a Alejo Ventura –aunque esto requiere una confirmación documental más firme-,
propietarios de alguna de las minas 12.
Sin duda que es a través de la capacidad de movilización de los caciques como los
españoles logran que gran parte de la población indígena participe de estas formas de
trabajo, del mercado laboral y del consumo de bienes europeos. Esto ya fue indicado por
Sánchez-Albornoz (1978:99ss) que los llama ‘la pieza maestra’. Los caciques, los
principales, eran los intermediarios oficiales. Ellos eran quienes debían administrar a la
comunidad y lograr que la misma cumpla con sus obligaciones tributarias y de trabajo, al
mismo tiempo que debían atender, presentar y defender los intereses comunitarios. En
Atacama, al igual que en muchos otros sectores andinos, las noblezas indígenas lograron
sobrevivir en la medida que cumplimentaron tales roles (Hidalgo 1986).
Finalmente, respecto del último de los trabajos mencionados (Castro et al 2002). Si
bien puede que el contexto del carnaval, con sus prácticas de subversión de la
cotidianeidad, haya sido un factor importante en el estallido de 1775, en términos
generales, no se explican ni se agota la comprensión de las acciones ocurridas ese día en el
contexto simbólico del carnaval. Limitar la mirada a la simbólica carnavalesca subsume e
invisibiliza la lucha política feroz que contextualiza a ese estallido, que se inicia
previamente y se continúa por años después de pasado aquel carnaval. De hecho, los
escarnios que se mencionan en dicho texto al corregidor Paniagua no ocurren en un

12
Melero y Salazar (2003) para el caso del mineral de cobre de Conchi dan cuenta en el siglo XVIII de
indígenas poseedores de minas, así como también en Chuquicamata. También se indicó en el capítulo 4 el
caso más cercano del Mineral de Olaroz.

221
contexto carnavalesco, sino un 10 de noviembre. De todas formas, la introducción del
‘tiempo’ en la discusión de la dinámica de los eventos resultó en un hecho positivo, puesto
que llevó a poner la mirada sobre otras ‘temporalidades’ actuantes en la toma de
decisiones.
Principalmente se considera que existen elementos que no han sido lo
suficientemente explorados, al menos como posibilidad. El primero de ellos se refiere a la
relevancia del tiempo regional. Golte (1980) ya indicó que era una práctica común que los
corregidores aprovecharan las celebraciones que congregaban a la población para cobrar
las deudas de los repartos y, dado el contexto, que los disturbios locales estallaban en esos
precisos momentos. Entonces, si bien se considera que puede ser relevante la temporalidad
del levantamiento, no sólo tiene la importancia simbólica que le atañe el carnaval, sino que
también, es importante tener en cuenta su coincidencia con otros dos elementos. El primero
es la estacionalidad productiva del mineral que era dependiente de la estación de lluvias 13.
Que esto en la puna signifique básicamente el verano lleva a considerar que a su llegada a
Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi, Argumaniz buscaría imponerse e intentaría
reclamar deudas y acaparar el metal producido durante la temporada que se encontraba
sobre su finalización. El segundo, nuevamente, atañe a una temporalidad de carácter
regional: la contemporaneidad de la Feria de Salta que se prolonga desde febrero a fines de
marzo. Esta probablemente fuera la mejor plaza mercantil donde los indígenas podían
negociar su producción –no sólo minera- aunque fuera de forma indirecta y que era donde
los acopiadores locales colocaban lo negociado en la temporada productiva.
Como sugieren Hidalgo (Hidalgo 1982, Hidalgo y Manríquez 1992), en el siglo
XVIII los pueblos mineros como Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi fueron centros
activos de intercambio a la vez que generadores del relativamente escaso metal que servía
de circulante. Por ello debe tenerse en cuenta el ciclo anual de dicha circulación14, ya que
esta no era constante, sino que eran los primeros cinco meses del año los de vital
importancia, pues era durante estos meses, y particularmente en marzo, que las tropas de
mulas partían hacia los distintos puntos de comercialización en el Alto Perú (Ibarra de
Roncoroni 1965). De allí también la importancia de las ferias comerciales de febrero-
marzo que podían alcanzar cierta magnitud. Por ejemplo, las ferias en los alrededores de
Salta son recordadas por Concolorcorvo en sus relatos de viaje -1771 a 1773-, como “la

13
Como se indicó en el capítulo anterior: [sin el agua de la lluvia] “no se pueden moler los metales, hacer
lavas y beneficiarlos por azogue” (del Pino Manrique 1971 [1787]:35)
14
Platt (1987) indicó ya la importancia de situar las actividades mercantiles de los "indios tributarios" dentro
del conjunto mayor de sus estrategias reproductivas, que se ritman por un calendario anual.

222
asamblea mayor de mulas que hay en todo el mundo” (Concolorcorvo 1997 [1773]:85). No
sólo partían de Salta avíos de todo tipo hacia Potosí, el principal mercado, sino también a
otros destinos más próximos como Chichas o Atacama tal como aparece en los registros
trabajados por Ibarra de Roncoroni (1965), hacia dónde se conducía ganado mular y
caballar. Esta autora también refiere a una importante saca de lana y cueros de vicuña y
guanaco hacia el puerto de Buenos Aires, San Juan o Chile. Estas ferias eran además el
mercado para una vasta cantidad de ‘efectos de la tierra’, puesto que “los pueblos vecinos
no solo se aprovisionaban en ella, sino que a Salta enviaban para la venta, sus propios,
aunque escasos, productos” (Ibarra de Roncoroni 1965:320).
Así, las ferias salteñas de febrero-marzo eran el lugar y el momento de
comercialización regional por excelencia. En estas fechas se juntaban dueños de potreros,
trabajadores, comerciantes locales y de todo el Virreinato, para vender la producción
regional de ganado, ofrecer mano de obra y servicios, tratar otros productos y habilitar la
salida de mercadería al Perú, Chile o Buenos Aires (Bazán 1995; Ibarra de Roncoroni
1965). Tal vez un indicio de la vinculación de las actividades comerciales llevadas adelante
en el Mineral de Incahuasi con las ferias de Salta se puede establecer con la presencia en
Nuestra señora de Loreto de Ingaguasi de Jorge Pirola -el vecino arequipeño y residente
que se encuentra allí tanto en 1775, como en 1777 y se encuentra todavía allí en 1792,
actuando ahora como ‘alcalde pedáneo del Mineral’ 15- puesto que éste mismo figura
también en el registro de los ‘comerciantes de importancia’ que aparecen en el análisis de
las tornaguías de las ferias salteñas entre 1778-1811 16 (Ibarra de Roncoroni 1965). Ibarra
de Roncoroni coloca a Pirola, entre el conjunto de introductores y distribuidores de
mercancías, si bien, entre los de ‘menor figuración’ 17. No sería, entonces descabellado
pensar que la rebelión fue en parte también el choque de dos redes de comercialización
regionales, ambas coloniales, pero en mutua tensión, al momento en que el mineral iba a
ser puesto en circulación.

15
Según la RAE Alcalde Pedáneo es aquel de un lugar o aldea que solo podía entender en negocios de escasa
cuantía, castigar faltas leves y auxiliar en las causas graves al juez letrado. Tornay (2003:1) indica que: “El
nombre de esta clase de jueces se origina en el juez pedáneo que la legislación española, a ejemplo de la
romana, instituía como juez menor. Eran magistrados inferiores que conocían de causas leves y no tenían
tribunal […] Los jueces o alcaldes pedáneos ejercían funciones judiciales y policiales restringidas, en los
distritos de la jurisdicción capitular” y sus nombramientos se multiplican a partir de las reformas
administrativas llevadas adelante por el gobierno Borbón.
16
Debe hacerse un estudio documental para indicar el año preciso en que se menciona a Pirola, pues Ibarra
de Roncoroni no lo detalla.
17
Lamentablemente no detalla en los cuadros mayor información específica. La mayoría de los trabajos sobre
el comercio salteño de estos años está fuertemente orientada hacia el comercio ganadero, claramente el de
mayores montos y relevancia macro regional.

223
El punto aquí es que si el Corregidor de Atacama acaparaba el metal producido a
través de la cancelación obligada de los repartos, se anulaban las posibilidades de los
principales atacameños y los comerciantes salteños presentes en el mineral –no así los
vinculados al corregidor y el circuito comercial atacameño- de negociarlo en el mercado
salteño, ya fuera de forma directa o indirecta. De ser esto así, nos ayudaría a entender
también lo individualizado de la violencia indígena sobre determinados españoles –los más
directamente vinculados al corregidor- y la falta de afrenta a otros.
De una u otra forma, las luchas que se producen, terminan por desbaratar el circuito
atacameño de apropiación de la producción. Las mismas no cancelan la explotación del
Mineral, que de hecho parece continuar al mismo ritmo que antes, sino que parecen
rearticular las redes mercantiles en la que los beneficios circulan. De ahí, las características
poco represivas de la pacificación encabezada por Nicolás Severo de Isasmendi y las tibias
declaraciones de los dos primeros testigos: Bernardo Cordoba, vecino de San Carlos y el
ya mencionado Jorge Pirola -arequipeño en su declaración, pero comerciante salteño de
hecho-, que hicieron notorias las acciones previas del corregidor y su gente en el desarrollo
del estallido, sin mención alguna a la participación de Miguel Gerónimo de Olmedo.
También queda latente un interrogante ¿Puede ser este el momento que Isasmendi
aprovecha para instalar sus trapiches? No se han registrado datos del momento de la
inversión, pero Garrido de Solá (1999) indicó que Isasmendi efectivamente se ocupó del
laboreo de las minas de oro de Incahuasi en tierras de su propiedad y también de las minas
de San Antonito, dependiente ambas de los recursos de agua y pasto de la quebrada de
Agua Salada.

La tierra sigue alzada: la insurrección de los Amarus y Cataris

El levantamiento indígena del Mineral de Incahuasi de 1775, si bien como se presentó


tiene una dinámica local propia, se desarrolla en un contexto andino de gran agitación 18
que lo antecede y lo supera. Para 1781 la sociedad y el territorio atacameño todavía se
encontraban en estado de agitación por causas más bien locales. No sólo la comunidad
indígena estaba aún enredada en las consecuencias de las acciones de 1775 -había varios

18
Stern (1990) propone el marco temporal 1742-1782 para comprender las acciones revolucionarias
tupacamaristas en un contexto social más amplio. Cornblit (1970) indica que el inicio de la aplicación de las
reformas borbónicas puede haber sido un factor aglutinante de la disidencia multiétnica.

224
pleitos abiertos, entre ellos el reemplazo de Miguel Gerónimo de Olmedo-, sino que
además las transformaciones producidas por las reformas borbónicas abrían el Mineral a
nuevos circuitos regionales al tiempo que clausuraban los viejos. En septiembre de 1779
Castaño refiere “una ‘conmoción’ en que se negó ‘el conocimiento al Rey y Justicia’ por el
decreto del 8 de julio de l777 que prohibía sacar oro sin amonedar del virreinato de La
Plata” (Hidalgo y Arévalo 1987:92, encomillado original). Esta medida afectaba
seriamente el tráfico comercial con Lima, y probablemente también el de la Intendencia de
Salta, pues el metal debía ser ahora trasladado a Potosí, con lo cual bajaban los márgenes
de ganancia de los mineros y acopiadores y se alteraban las rutas hasta entonces utilizadas.
En esta situación no sólo los indígenas se oponían a los requerimientos del corregidor, sino
que encontraba también la oposición de los mestizos y criollos. Recuérdese la acusación de
intento de alzamiento de ‘mestizos y desertores venidos de Buenos Aires’ en Incahuasi en
1777 o la acusación agregada al apresamiento de Paniagua -por intentar sacar oro hacia
Lima- que probablemente no intentó más que seguir el circuito de comercialización que
tradicionalmente se había seguido.
En ese contexto comienzan a llegar a fines de 1780 las noticias de la sublevación de
Tomás Catari y Tupac Amaru. Ante el miedo y la agitación provocados, el Corregidor de
Atacama se contaba entre aquellos que “no han cobrado según dicen, los tributos del año
próximo pasado [1780], ni se atreven a emprender la revisita y padrones que les estan
encomendados y deven executar” (Hidalgo 1982:206). Cuando finalmente el 12 de marzo
de 1781, de acuerdo con el relato de los hechos realizado por José Fernández Valdivieso 19
-Capitán de Milicias de San Pedro- y José Mendiola –Capitán de Milicias de San Francisco
de Chiu-chiu-:

“…más de doscientos indios se abocaron con armas ocultas a la casa de don Pedro
Manuel Rubin de Celis acusándolo que como confidente del corregidor don Mateo del
Castaño ‘tenia suprimida las providencias que a su favor habría librado sirculares su
falso Rey’, y que asimismo era complice en la fuga de dicho Corregidor hiso del
mineral deYngaguasi a la Ciudad de Salta Provincia del Tucuman” (Hidalgo
1982:207, encomillado original, resaltado agregado).

Nuevamente tenemos que hacia principios de marzo el corregidor se encontraba en


el Mineral de Incahuasi desde donde, amenazado de muerte, huyó a Salta “con algún
dinero de tributos que pudo liberar” (Informe de Vértiz [1781], citado en Hidalgo
1982:209). Es decir que casi inmediatamente a la toma de San Pedro de Atacama por los
indígenas, el corregidor Castaño se fue de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi hacia
19
Hijo del Corregidor Fernández de Valdivieso mencionado en el capítulo 4.

225
Salta, llevándose con él el archivo y el dinero de los tributos correspondientes al tercio de
San Juan. En su relato de las razones que lo llevaron a abandonar la provincia relata que
“reconoció en su Provincia tratando en corrillos con atrebimiento de su nuevo Rey Thupa
Amaro, hasta llegar a preguntar a un cobrador de tributos que a quien los satisfarian si a el
o al referido Thupa Amaro” (en Hidalgo y Arévalo 1987:95).
Por entonces el cacique gobernador aún era Agustín Victorio Ramos. Aunque
fallecido en los inicios del conflicto (no se indica causa) no es reemplazado, quedando el
Alcalde Mayor 20 -Carlos León- y el Cacique Indígena -Pedro Eusevio- a cargo de la toma
de decisiones, y se comprometen profundamente con la rebelión. En Chiu-chiú, en cambio,
las autoridades indígenas fueron casi “impermeables a las influencias de los rebeldes”21
(Hidalgo 1982:207). Tal vez la falta de un Cacique Gobernador que unificara las acciones,
coadyuvó a la toma de distintos rumbos políticos por la dirigencia indígena de San Pedro y
Chiu-chiú. San Pedro de Atacama permaneció bajo control indígena hasta julio de 1781 22.
Por esta fecha dos fuerzas separadas, una comandada por el huido corregidor Castaño y
otra comandada por el vigente Justicia Mayor Estevez, arribaron a Toconao.
En la Intendencia de Salta, por su parte, también hubo voces a favor de la rebelión
del nuevo ‘Rey-Inca’. El gobernador Mestre comunicaba al virrey que “los indios y la
plebe estaban impresionados del eco que les ha hecho el nombre de Tupac Amaru” (en
Lewin 1972:79). Casi simultáneamente a las primeras noticias se produce el alzamiento de
los indígenas del chaco salteño y la rebelión se extiende hacia los valles calchaquíes,
particularmente en el Departamento de Molinos (Lewin 1972). Nicolás Severo de
Isasmendi informaba al Gobernador de Armas en Salta en abril de 1781 que “sus indios
pulares encomendados se habían retirado a un cerro creyendo que los españoles ‘se dirigen
a pasar a cuchillo a todos los indios’. La huida, de acuerdo con ello, habría sido por
razones de seguridad, pero la habían emprendido con la convicción de que se les unirían

20
Espinoza Soriano (1960) indicó que con las reformas borbónicas se afectó la continuidad del sistema de
cacicazgos hereditarios, reemplazándose el rol por el de Alcalde Mayor, que permitió el aumento de la
participación de españoles y mestizos, desplazando a los antiguos caciques de su rol.
21
Hidalgo (1982) indica que los dirigentes de la rebelión en San Pedro son hombres vinculados al cabildo
indígena y a las tareas religiosas, ayudantes de la iglesia o del cura. Esto de acuerdo con él, daría cuenta aún
de dificultades del párroco del curato de Atacama La Alta con el corregidor, ahora Matheo Castaño. Aquí, sin
profundizar demasiado el tema, se debe indicar que tal vez consecuencia de la larga alianza entre la
dirigencia indígena y el cura Olmedo, puede haber resultado esta organización y participación histórica de los
indígenas rebeldes en la estructura eclesiástica del curato. Al contrario, en Chiu-chiú fue vital la participación
del cura Alejo Pinto en evitar el alzamiento indígena y luego en la pacificación de los alzados de San Pedro
de Atacama.
22
No se dará cuenta de las acciones acaecidas en Atacama en 1781, que ya fueron motivo de detallada
investigación (ver Hidalgo 1982, 1983 y 1986; Hidalgo y Arévalo 1987), más que en lo que puedan atañer a
la historia del Mineral de Incahuasi.

226
los de atacama” (Madrazo 1994:149, encomillado original, resaltado agregado). De todas
formas, Isasmendi junto con vecinos y criados, los sorprende y ‘reduce a la obediencia’
antes de que pudieran emprender otras acciones, con lo cual los focos de indígenas
rebeldes que efectivamente llegan a tomar las armas, junto a algunos mestizos, son
principalmente los del chaco salteño y el este jujeño23. Aunque a fines de junio existió un
avivamiento de la rebelión en el territorio de puna jujeña, este fue controlado y hacia fines
de junio dejan de registrarse nuevos focos (Lewin 1972).
Nicolás Severo de Isasmendi, que había logrado frenar la participación en el
alzamiento de las poblaciones del Departamento de Molinos y evitar la unión de los
pulares con los de Atacama, luego participó en el cruento 24 apaciguamiento de los
indígenas que amenazaban la intendencia desde el chaco. Por todos estos ‘méritos’ se le
confiere en 1784 el título de ‘Capitán de Milicias’ y se lo recompensa en 1790 con la
posesión de minas de plata y de cobre en Acay (Gálvez y Güemes 2001), quedando
entonces bajo control de Isasmendi uno de los principales distritos mineros puneños y
vinculando la región aún más fuertemente a los valles Calchaquíes y Salta.
La organización cacical atacameña también se vio fuertemente modificada por los
conflictos. Como se mencionó en marzo de 1781, en el contexto del alzamiento, fallece el
Cacique Gobernador Agustín Victorio Ramos, quedando vacante el cargo. Apagada la
rebelión, Pablo Ramos reclama para sí el puesto de cacique gobernador25 apelando a que le
correspondía por derecho sanguíneo -por ser hijo de Juan Esteban Ramos noble del pueblo
de Atacama la Alta y Doña María Josefa, y hermano mayor de Agustín Victorio Ramos de
la casa de los Fabianes (Hidalgo 1986; Hidalgo y Castro 2004), pero el corregidor se lo
niega, a pesar de que Pablo Ramos contaba con el apoyo de su comunidad. No se indica si
en esta decisión tuvieron algún peso los eventos ocurridos en el marco del alzamiento
tupacamarista puesto que Pablo Ramos fue uno de los líderes sublevados (Hidalgo 1982).
De acuerdo con lo documentado, su solicitud es rechazada por el Justicia Mayor Estevez –
remplazante del huido Matheo Castaño- por considerárselo “destituido de bienes y falto de
aplicación para el desempeño del empleo” (Hidalgo y Castro 2004:802).

23
Un mestizo –Quiroga- organizó los alzamientos de los indios tobas en el este jujeño que intentó un asalto a
la ciudad el 28 de marzo.
24
Lewin (1972) indica los brutales métodos aplicados como apaciguamiento y castigo, entre ellos, el
degüello de 92 wichis, incluidos 12 mujeres y 13 niños, por la sola sospecha de que podían ir en apoyo del
resto. Este acto, que no es de castigo -pues no pesaba sobre ellos más que sospechas- sino de advertencia y
escarmiento, es finalizado con la disposición de los cadáveres colgados a lo largo de los caminos.
25
Ya había detentado el cargo entre 1769-1774 (Hidalgo 1986; Hidalgo y Castro 2004).

227
La necesidad de que el cacique principal fuera acaudalado era la resultante de que
muchas veces debían estos ‘adelantar’ el monto del tributo en moneda incluso antes de que
fuera efectivamente recolectado o fuera convertido en moneda, puesto que era una práctica
común que recibieran el tributo en especies, no obstante que debían pagar en moneda la
tasa al corregidor. Dónde y cómo convertían las especies en moneda no se declara, puede
que ello en parte sucediera en San Pedro y/o en Salta, pues alcanza a entreverse en las
denuncias de los atacameños que esta última localidad presentaba un mejor mercado donde
poder colocar la producción indígena (ver Hidalgo 1982), o incluso en el mismo Mineral
de Incahuasi o sitios similares, donde los comerciantes y acopiadores salteños no están
ausentes. Esto no significa tampoco que todo el conjunto haya sido convertido en moneda
en uno u otro mercado, pero sí que “el tributo en especies habría tenido un doble
significado económico: por una parte, habría sostenido el aparato administrativo estatal y
por otra, habría sido una fuente de productos complementarios a la economía atacameña”,
al mismo tiempo que “el tributo en especies probablemente ocultaba el tráfico de productos
complementarios y escasos en la región de los oasis de altura” (Hidalgo 1978:71-74;
también Hidalgo y Manríquez 1992:152). Además, el cacique necesitaba dinero para
financiar los pleitos legales llevados a cabo en defensa de la comunidad. Es decir que, si el
cacicazgo no recaía en una persona de riqueza suficiente, tanto él como la comunidad se
encontraban expuestos e indefensos (Hidalgo 1986). Aunque como viéramos, para afrontar
las costas de los pleitos consecuentes a la rebelión de 1775, se pidió y consiguió el aporte
de caciques cobradores e indios principales.
Tras rechazar el otorgamiento del cargo a Ramos, Estevez propone como Cacique
Gobernador a Thomas de la Ho Liquitay, hombre de su confianza y con riqueza suficiente
para cubrir los requerimientos tributarios (Hidalgo 1986). Si bien Tomas de la Ho Liquitay
en cierta forma participó de los alzamientos al ser designado como capitán de milicias en
Ayquina por Tomás Paniri -líder de la tercera etapa del alzamiento 26-, su actuación parece
haber sido irrelevante, aún dentro de la de por sí sutil rebeldía de la dirigencia indígena de
Atacama la Baja.

26
Hidalgo (1982) indica tres etapas en el alzamiento de 1781: la primera es la del estallido inicial, ocurrido
en San Pedro -que se extiende hasta el Mineral de Incahuasi, provocando la huida del corregidor a Salta; la
segunda, que es la restauración del orden y; la tercera que “corresponde a la de mayor actividad rebelde en la
provincia como consecuencia de una toma de contacto directo con el movimiento rebelde Alto Peruano por
intermedio de una carta-orden del cacique de Lipez en nombre de Damaso Catari y la llegada a Atacama de
Tomas Paniri con una circular de Tupac Amaru y el título de Capitán General” (Hidalgo 1982:212). Se debe
indicar aquí que nuevamente una rápida intervención del cura Alejo Pinto, junto a la prudencia revolucionaria
del alcalde indígena de Chiu-chiú -Esteban Viltícola-, desactivaron rápidamente el orden rebelde apenas Paniri
se trasladó a Atacama la Alta

228
El asunto del cacicazgo pasa nuevamente a dirimirse en la Audiencia de Charcas,
donde el eje de la discusión se transforma en la continuidad en el cargo del propio Estevez
(Hidalgo 1982), pues tanto Mateo Castaño, como José María Paniagua, aún reclamaban
que se los restituyera en el cargo de corregidor (Hidalgo y Arévalo 1987). Los atacameños
habrían estado por entonces en contra de que fuera Castaño quien recuperara el cargo. El
capítán Pérez, que se hayaba al frente de las fuerzas de Estevez, preguntó

“a dicho Govemador y Comun en nombre dcl REY que Dios Guíe que si querian
recibir a su Correxidor, o al Justicia maior a lo que respondieron todos en alta bos que
no por lo que me causo algun cuidado pero luego respondieron todos que quedan al
Justicia maior que se les habia nombrado por su Excelencia diciendo en alta vos en
General Biba el Rey de Espana lo que executaron todos tres beses” y agrega “Sin duda
a no ser mi llegada tan a tiempo hubiera Corrido mucha sangre entre el Correxidor y
los Indios segun la disposición en que se hallaban” (en Hidalgo y Arévalo 1987:96)

Ante esto, resulta interesante una carta del Virrey del Río de La Plata de diciembre
de 1781, que revela en ese proceso la rápida vuelta indígena a las formas políticas de
negociación;

“la [gente] de Atacama ha admitido gustosamente al justicia maior y apronta sus


tributos; aun que manifiesta no querer el mando del correxidor Dn. Mateo del Castaño
que se halla retirado en la provincia del Tucuman, ni a su subcesor Dn. Joph. María
Paniagua, sobre que está formando un expediente y creere que convenga no
bolverlos a ella” (en Hidalgo 1982:227, resaltado agregado)

A más de un año de ocurrido el alzamiento, la jurisidicción atacameña aún no había


logrado volver a la calma, pero las acciones ocurridas en San Pedro de Atacama y,
probablemente, en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi, serán castigadas por el Estevéz,
que informa en carta de abril de 1782:

''Atacama Abril 17 (17)82.


Del Justicia mayor Don Andres Esteves avisa que por la falta de auxilio para la pena
de horca ha impuesto la de diez años de presidio en uno de los Fuertes del Tucuman
a Domingo Lorenzo, indio de aquella Provincia uno de los principales que hicieron
publicar en ella las ordenes de los rebeldes Cataris y ahora llegó divulgando ser falsa
la muerte del principal Tupac Amaro y que por el contrario se le habían rendido los
españoles.
Que ha desterrado del mineral de Ingaguasi a varios hombres y mujeres por que
extraviaban el oro que produce, sin sacar guias para Potosi y influian a los
naturales a lo desobediencia de sus disposiciones concernientes al buen gobierno
y al beneficio de la Real Hacienda. Asesor en 20 de Junio" (en Hidalgo 1983:137,
resaltado agregado)

229
Mezclándose en el castigo a las voces que pervivían del movimiento rebelde, con la
resistencia indígena, mestiza y criolla al control colonial sobre la produción del Mineral de
Incahuasi.
En septiembre de 1780 el rey –hasta allí siguió su reclamo- había ordenado restituir
a José María Paniagua en el cargo de corregidor. El acatamiento de esta orden se vió
demorado por el alzamiento indígena, pero finalmente, en abril de 1782 el virrey Vertíz dio
cumplimiento a la misma y en diciembre de ese mismo año, tras cuatro años y medio de
reclamos, Paniagua regresa a San Pedro de Atacama como corregidor.

Continuidad y decadencia del Mineral de Incahuasi

A partir de 1787 los residentes en el anexo de Susques comienzan a ser empadronados


tributariamente en forma separada de sus antiguas cabeceras o ayllus. Hasta ese momento
habían sido contabilizados en el pueblo/ayllu de Toconao, pero en la revisita practicada al
Partido de Atacama en 1786/87 aparece, por primera vez, la categoría de “originarios” del
anexo de Susques y son empadronados allí (Hidalgo 1978:86). De hecho hacia el fin de la
colonia “la categoría de ‘originario’ de Susques pasó a ser la de la mayoría de la población
local, disminuyendo drásticamente la presencia de individuos o grupos familiares
registrados como nacidos u ‘originarios’ de la cuenca del Salar de Atacama.” (Sanhueza
2008:212, encomillado original). No queda claro en cambio que está sucediendo con el
Anexo de Incahuasi que deja de aparecer en los empadronamientos. Esto probablemente
puede estar reflejando que el Mineral y sus poblados -Nuestra Señora de Loreto de
Ingaguasi y Agua Salada- nunca habían logrado recuperarse tras el decenio de rebelión
indígena y los que allí permanecían se mantenían mucho más vinculados a la Intendencia
de Salta. Esto se manifiesta en algunos comentarios presentes en una serie de informes
oficiales.
Don Juan del Pino Manrique en la “Descripción de la Villa de Potosí y de los
partidos sujetos a su Intendencia” [1787] describe la situación del Mineral de Incahuasi:

[Atacama la Alta ]“Tiene dos curatos, el uno nombrado San Pedro de Atacama, dista
160 leguas de esta capital con cinco anexos, que son San Lucas de Túconao, Santiago
de Socaire, San Roque de Peyne, Susquis é Ingaguasi, este es un mineral de oro hoy
arruinado, aunque de nombre en lo antiguo. De temperamento frío, y escaso de
todos comestibles, de que le proveen los inmediatos valles del Tucumán. El de los
anexos de Socaire y Susquis es igualmente destemplado, por su situación inmediata a

230
la Cordillera de Chile, y cuya causa hace también que estén casi despoblados, viviendo
los indios originarios de ellos en la jurisdicción de Tucumán por la mayor facilidad
con que consízuen su subsistencia. […] A más de Ingaguasi, hacia los confines de la
Provincia de Salta, tiene otros tres minerales de oro, a saber: Susquis, Olaros y San
Antonio del Cobre, que siempre han sido trabajados por los indios con la escasez y
poco fomento que acostumbran. En estos el trabajo es más permanente que en
Ingaguasi, porque como veneros no están sujetos a la estación precisa de aguas, sin la
que en este último no se pueden moler los metales, hacer lavas y beneficiarlos por
azogue” (del Pino Manrique 1971[1787]:34-5, resaltado agregado).

Antonio de Alcedo en el “Diccionario geográfico-histórico de las Indias


Occidentales o América” Vol. 1. [1789:169], cuando informa de la Provincia y
Corregimiento de Atacama solo dice que “no faltan, en esta Provincia minas de plata y oro;
pero no hay labor formal de ellas”. Con una visión menos negativa se registra el informe
de Mena 27 [1791] “…para Atacama donde termina esta provincia de Salta, están los
minerales de oro de Ingahuasi y Olaros, los que siempre se están trabajando con alguna
utilidad” (en Centeno 1912:491). Ramón García de León y Pizarro, gobernador de la
Intendencia de Salta 1789-1796, en la ‘Relación de la visita hecha a la Intendencia de
Salta por el gobernador intendente Ramón García de León y Pizarro’ de 1791, menciona
la existencia de los minerales de Olaroz e Incahuasi como parte de las riquezas de la
Intendencia (en Santos Martínez 1969:98). Por último, Pedro Vicente Cañete y Domínguez
(1952 [1791]) en su “Guía histórica, geográfica, física, política, civil y legal del Gobierno
e Intendencia de la Provincia de Potosí” da el más amplio informe de las actividades
mineras e incluye un mapa (Figura 6.1).

“Olaros, Ingahuasi, Susquiz y San Antonio de Cobre. Todos ellos abundan de una
admirable multitud de veneros. No pongo duda en que rendirán mucha riqueza en
trabajándose con método y con inteligencia; pero estas gentes jamás se mueven al
examen de las minas, ni se atreven a emplear su caudal sino cuando hay ruido de

27
El mismo Philiberto Mena que se excuso de pasar en comisión a el Mineral de Incahuasi por sobradas
causas.

231
232

Figura 6.1: Mapa que acompaña el informe de Cañete (1952[1791]), donde se indica el sitio ‘Inga Guasi’
alguna boya en que se puede sacar a cincel el oro y la plata; por esto es que las de
Atacama, se hallan entregadas al juqueo de cuatro indios infieles, que no son capaces
de hacer ningún progreso a su ventaja ni en beneficio del Estado […] No obstante,
entiendo por informes muy calificados, que de Ingahuasi se saca bastante oro; aunque
aquí no se conocen sus productos, porque los vecinos de Tucumán y Salta, con
quienes confina, se los llevan en cambio de carne y de otros bastimentos, sin
pagar quintos, por no haber ningún Ministro que cele su cobranza en aquellos
parajes; pues el Subdelegado apenas puede recaudar los tributos y no es difícil creer
que no se descuide en hacer su negocio con el oro” (Cañete 1952[1791]:266)

Esta alusión a Salta y Tucumán como focos mercantiles regionales que obstaculizan el
crecimiento y correcto provecho de las riquezas del Partido de Atacama aparece otras dos
veces en el relato de Cañete. Una cuando dice que los ayllus de San Pedro de continuo
riñen entre sí por el agua, y que llevando adelante algunas obras de represa se evitarían
esto y además “habrán muchas más tierras que distribuir a los que en el día no las cultivan
por falta de agua, asegurándolos con el interés de la labranza, para que no deserten al
Tucumán o a otros países mas dichosos (como ahora lo hacen) con perjuicio del ramo de
tributos” (Cañete 1952 [1791:267). La otra cuando hablan del negocio de la lana de
vicuña; “por este interés pasan los vecinos de Salta, con infinidad de perros, dentro del
distrito de este partido, y hacen unas batidas en que acarrean millares de vicuñas,
aprovechándose ellos mas que nosotros, de sus lanas, como se ve por el mayor comercio
que hacen con este efecto" (Cañete 1952 [1791]: 267).
Ante esta vinculación de hecho entre los poblados y los pobladores puneños con la
Intendencia de Salta, surgen a fines del siglo XVIII los pedidos de reempadronamiento. La
solicitud de traspaso de tributarios atacameños originarios o descendientes de originarios
residentes en la jurisdicción de su doctrina a los padrones salteños cobra un fuerte impulso
a partir del pedido en 1791 del ‘cura, vicario del veneficio de Calchaquí’ (Curato de
Calchaquí con asiento en Molinos), el Dr. Don Vicente Anastasio de Isasmendi (hermano
de Nicolás Severo). Este cura se quejaba por no recibir el sínodo que le correspondería de
sus fieles empadronados como tributarios de Atacama, ya que como el mismo se
descontaba de los montos tributados -los cuales los indios los pagaban a sus respectivos
caciques que viajaban desde Atacama a cobrarlo y lo llevaban de vuelta a San Pedro de
Atacama- por lo cual solicitaba su reempadronamiento (Gentille Lafaille 1986 28; Hidalgo
1986).
La petición de empadronamiento en Salta está amparada también en el esfuerzo que
significaba al cacique atacameño trasladarse hasta estos poblados y otros en la provincia de

28
Gentile Lafaille (1986) publica la transcripción del documento.

233
Salta para lograr el cobro de sus tributarios asentados por fuera del territorio. El
subdelegado de Atacama da cuenta de esa situación y apoya el reempadronamiento por los
siguientes motivos:

“los Naturales tributarios engreidos con el abrigo de hallarse en agena jurisdicción y


sacudidos del yugo de la subordinación, les dilatan el pago, o ya ocultando sus
individuos, o ya procurando inferirles agrabios y extorciones que los intimiden hasta
llegar al extremo de perseguirlos a lazo y cuchillo. De que nase que los infelices
enteradores con la futura responsavilidad a las fallas, no obstante estas contradicciones
se demoran en estos destinos por ver si con el tiempo pueden conseguir reemplazar el
total de los tributos sufriendo en el transcurso de este destirro inponderables desaires y
padecimientos que les causan los mismos deudores y la peregrinación por tierras
extrañas. Todo esto era aun tolerable, si los dichos casiques al fin lograsen el reintegro
caval del ramo adeudado, pero se experimenta lo contrario, porque desesperados de la
larga aucencia de sus casas, de la falta de auxilio y de la duresa de los deudores,
regresan a su domicilio por lo regular con graves defalcaciones en los tributos, y en
estos casos, asi ellos como el subdelegado se ven obligados a reponerlas de sus
propios peculios” (en Gentile Lafaille 1986:85).

Por lo cual propone se reempadronen no sólo los que se vinculan a la doctrina de


Calchaquí, sino que se haga lo mismo con los de los pueblos de “Fiambalao, San Carlos,
Santa María y Belem” (en Gentile Lafaille 1986:85-86). La medida, era también
probablemente respaldada por Nicolás Severo de Isasmendi, no sólo propietario de la
importante hacienda de Molinos en el corazón de los valles Calchaquíes desde donde su
hermano clérigo iniciara el reclamo, sino que además se le acababa de otorgar, como antes
se mencionó- la posesión de las minas de plata y cobre de Acay. Seguramente Nicolás
Severo de Isasmendi no tenía ningún interés por prolongar los vínculos de parte de su
fuerza de trabajo con la administración atacameña, ni que los bienes producidos dentro de
sus haciendas y emprendimientos mineros se convirtieran en moneda dentro de ese
circuito.
Simultáneamente a estas transformaciones, se produce un cambio fundamental en la
organización político-administrativa del cacicazgo de Atacama: el territorio antes bajo
control de un cacique gobernador es ahora dividido administrativamente en dos: una
corresponde a San Pedro y sus ayllus (Solo, Sequitur, Solcor, Coyo, Betere y Conde
Duque) y la otra a Toconao (incluía los pueblos/ayllus de Soncor, Solcor, Socaire, Peine y
Susquis). Además se aumenta el número de segundas personas (encargados de la
recolección de tributo) asignando uno en cada uno de los pueblos/ayllus 29, restringiéndose
las instancias de interacción entre campesinos y dirigencia que excedían el nivel específico

29
De acuerdo a la organización precedente, existía solo un cargo de segunda persona vinculado directamente
a la persona del cacique gobernador, actuando muchas veces como su cobrador y hombre de confianza.

234
del ayllu. Además implicó que la jurisdicción bajo control del cacique gobernador ya no
correspondía a la totalidad del territorio de Atacama. Estos cambios fueron fundamentales,
pues no sólo se resolvía en la desaparición del cargo político unificador común a todos los
miembros de la comunidad atacameña y la división del territorio, sino que además
representó la separación final de los tributarios de Atacama que vivían fuera de la
Provincia. Como Hidalgo (1986) bien lo distingue, fue en cierto punto el fin ‘legal’ del
sistema de intercambio y movilidad regional y el comienzo de la invisibilización de la
identidad étnica
En 1792 finalmente se dictaron “disposiciones oficiales tendientes a fijar residencia
y tributación definitiva en otras jurisdicciones, principalmente en Salta y Tucumán, a
aquellos ‘originarios’ de Atacama que se habían ido radicando allí en las últimas
generaciones” (Sanhueza 2008:210), cambiándose principalmente su adscripción fiscal. El
cacique del ayllu de Sequitur, el cacique del ayllu y parcialidad de Coyo, el cacique del
ayllu y parcialidad de Betere, el cacique del ayllu de Solo, el cacique del ayllu y
parcialidad de Solcor dan cuenta de, y parecen aprobar, el reempadronamiento de sus
tributarios afincados en la intendencia de Salta. Ni ellos ni el subdelegado por el Partido de
Atacama parecen tener intención alguna de dar pleito por el control de tributarios y
recursos. Pero no se resolvió la cuestión del empadronamiento tan diligentemente.
Ante su demora en formalizar el trámite, a los caciques gobernadores de Toconao
(Atacama la Baja) Nicolás Mateo y sus segundas personas, -que se hallaban ausentes
recolectando el tributo-, y a Pablo Ramos 30, cacique gobernador de San Pedro (Atacama la
Alta), se los notifica e intima a entregar la declaración y el monto del tributo adeudado en
un plazo de dos meses (Gentile Lafaille 1986:93). Finalmente, en una segunda instancia
dan cuenta de los tributarios radicados en la Intendencia de Salta el cacique enterador de
Toconao (en ausencia del cacique gobernador y segundas personas, que aún se hallaban
fuera de San Pedro), el segunda persona de la parcialidad de Soncor y Socayre, el segunda
persona del ayllu y parcialidad de Peine y el segunda persona de la ‘parcialidad del pueblo’
de Susquis. La reticencia de éstos últimos a cumplimentar los trámites de
reempadronamiento se puede entender al notarse que, mientras los ayllus del primer grupo
tenían de 4 a 15 tributarios declarados residiendo en Salta y ninguna deuda, este último
grupo registró de 24 a 41 tributarios en lugares tan lejanos entre sí como Cachi y Fiambalá,
motivo por el cual el nivel de endeudamiento de esos tributos era también más alto. Por esa

30
A pesar de todas las tensiones regionales generadas por la rebelión tupacamarista es evidente que la familia
Ramos logra sortear los reveses de los enfrentamientos con los corregidores.

235
razón el cacique gobernador Pablo Ramos solicita inmediatamente que se revea su
endeudamiento, pues entre los tributarios mencionados31 “se hallan puestos unos sugetos
que por sus nombres, ni edades los conocemos ni menos sabemos el destino de sus
paraderos” (Gentile Lafaille 1986:102). La situación debe haber sido efectivamente
dificultosa porque el subdelegado del Partido de Atacama, apoya y da fe de la misma.
Apenas 4 días después, se libra comisión a Don Jorge Pirola, quien ahora aparece
actuando como Alcalde Pedáneo del Mineral de Ingaguasi, para que “en virtud de ella pase
en su solicitud, y recoja los intereses reales que se hallan en su poder, y con la maior
brevedad y seguridad, los remita a esta Capital juntamente con la persona del indicado
governador, para que satisfaga el total cargo del tercio de San Juan” (Gentile Lafaille
1986:94). Es decir que era el hallarse en Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi lo que
motivaba la ausencia del cacique gobernador de Atacama la Baja. Por lo cual, se instruyó a
Pirola retenerle el dinero en su poder y entregar a ambos, dinero y cacique, a las
autoridades en San Pedro, dado que aparentemente se encontraba hacía ya demasiado
tiempo recolectando lo adeudado de los tributos. Tal vez el corregidor compartiera la
misma sospecha que Cañete de que estuvieran ‘cuidando de hacer sus negocios con el oro’.
Son muy escasas las noticias posteriores que hagan mención de Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi o el Mineral. Tal vez, para cerrar este capítulo sólo falte agregar que
hacia 1794 Nicolás Severo de Isasmendi compró a sus hermanos todas las estancias que
poseían en los valles con todos sus ganados y viñas (Gálvez y Güemes 2001), controlando
el grueso del territorio, así como los accesos posibles desde los valles Calchaquíes a las
tierras puneñas, consolidando de esta forma la vinculación de muchos de los poblados y
pobladores ‘puneños’, a la economía salteña, convirtiéndose finalmente en el último
‘Gobernador del Rey’ 32 -1809 a 1810- y sus fincas en los valles ‘el último baluarte realista’
en la región 33 (Bazán 1995:98).

31
De acuerdo a la Revisita de 1786.
32
Mata (2002:116) indica que en un primer momento “presionado en el Cabildo Isasmendi aceptó reconocer
a la Primera Junta de Gobierno de Buenos Aires, pero intentó resistir luego con el apoyo de otros vecinos y
cabildantes, adhiriendo abiertamente a la causa realista”.
33
En el testamento de Nicolás Severo de Isasmendi, que se hace público recién en 1846, se da cuenta de los
límites de su colosal hacienda: “Por parte del poniente, la cordillera de los Andes, que dividen las aguas que
caen al Pasto Grande, y los potreros a deslindar con San Antonio de Los Cobres, en la cortadera en cuya
cumbre hay un mojón, por el naciente el Cerrito Negro que está cerca de la Apacheta, por el norte en las
tierras de Pan llevar, hasta la Cañada Seca que divide con Waldo Díaz y por el Sud, con los Altos de Santa
María y Belén, cuyas cumbres y vertientes nos dividen, y tirando río abajo, en una y otra banda con los
linderos correspondientes a la ciénaga de Angastaco, hasta el estrecho Vallecito que linda con el potrero de
Los Cardones”. (Testamento de Nicolás Severo de Isasmendi. AHS, citado en Mena y Mena Saravia
2006:16).

236
En los albores del siglo XIX la explotación minera continúa siendo una actividad
importante en la región, aunque por las complicaciones técnicas que el acceso de los
minerales conlleva, se produce un decaimiento general de la producción. El bajo desarrollo
de la minería en la intendencia, como vimos, era ya tema de preocupación de los sucesivos
gobernantes a fines del siglo XVIII. La producción de minerales requería, para que fuera
considerada rentable, la aplicación de nuevas tecnologías y una mayor planificación de la
producción. En 1799 Rafael de la Luz decía en un informe elevado a del Pino, que los
provincianos de la intendencia de Salta eran “todos labradores y ganaderos o mercaderes
[…] los que tienen facultades no tienen espíritu para aventurar mil pesos en un negocio que
no conocen, aunque pudiera reportarles una ganancia de diez mil” y “los indios y castas
bajas de esta provincia no están acostumbrados al importante trabajo de minas” (en
Acevedo 1965b: 237). En este contexto los habilitadores buscaron nuevas inversiones, los
mineros expertos ya no volvieron a Incahuasi en la temporada de laboreo y los indígenas y
campesinos que buscaban en el mineral un jornal, pudieron aprovechar la experiencia
minera acumulada y trasladarse en busca de nuevos laboreos 34 o volver a tiempo completo
a las prácticas económicas campesinas.

34
La región de Atacama por ejemplo, vivió un gran auge de la plata en la primera mitad del siglo XIX
(Venegas 2002). Sobre el movimiento de población puneña hacia estos laboreos ver Molina Otárola 2008.

237
7

La formación de los Estados y el ingreso de capitales industriales

“…en virtud de esta demarcación, queda bajo


nuestra bandera, una vasta zona donde no existen
huellas de civilización ni de trabajo.” (Mensaje del
presidente de la República Argentina Julio A. Roca,
Apertura de sesiones del Congreso Nacional, mayo
de 1899)

Introducción

En el capítulo anterior se presentó el proceso que llevó a la rebelión indígena de Incahuasi,


se analizaron las diferentes interpretaciones de la misma, al tiempo que se propusieron
nuevos parámetros regionales que debieran ser tenidos en cuenta para su mejor
comprensión. El choque de fuerzas desbarató en cierta medida las relaciones que se
articulaban alrededor del beneficio del Mineral de Incahuasi dando inicio a un largo
período de decadencia. A partir de entonces el mineral aparecerá pobremente mencionado
por los agentes de los estados nacientes que esporádicamente recorrerán la zona a fin de
orientar respecto de políticas para la integración territorial y la explotación de recursos. De
ello se dará cuenta en el presente capítulo, hasta la anexión del espacio puneño a la nación
Argentina como Territorio de Los Andes. De forma inmediata se aplica sobre estas tierras
un plan de incorporación y vinculación al resto del país. En este plan, la minería se
presenta una y otra vez, como el elemento clave que conectará al territorio y sus
pobladores con el proyecto político nacional. En este marco se reactivará la explotación del
Mineral de Incahuasi, pero ahora la misma responderá a los parámetros industriales de
principios del siglo XX.
Todas estas transformaciones fueron acompañadas de constantes estrategias de
integración de tierras y pobladores a un proyecto de nación. El Mineral de Incahuasi fue
fuertemente intervenido por estas prácticas formándose una comunidad minera regida por
las normativas laborales del siglo XX. Sin embargo, y a pesar de su fuerte estructuración,
pervivieron allí, aunque de forma mucho menos visible, las formas ancestrales campesinas
y, entre ellas, una minería de baja escala, llevada adelante intermitentemente pero de forma
persistente.

238
De límites y minería, la visión de los viajeros para la integración de las jurisdicciones
nacionales

A principio del siglo XIX, la comunidad minera de Incahuasi parece disolverse con el
agotamiento de las vetas. De acuerdo con Knapp (2002), las comunidades mineras en
general tienen un carácter expeditivo e impermanente y cuando las minas se cierran o se
agotan, la comunidad minera misma se fragmenta, dispersándose sus miembros hacia
nuevos trabajos o antiguas actividades. No corrió otra suerte la comunidad formada
alrededor del Mineral de Incahuasi. Las vetas más ricas y accesibles de mineral ya habían
sido explotadas, los caciques atacameños ya habían sido separados de sus tributarios
puneños, la mano de obra sería en parte ‘liberada’ de las obligaciones de trabajo y los
tributos abolidos o renegociados durante los turbulentos años de la independencia.

Jurisdicción boliviana

En 1816, el distrito de Atacama, que había pertenecido a la Intendencia de Potosí por largo
tiempo, se incorporó ‘por voluntad de su pueblo y sus autoridades’ a la provincia de Salta.
Para esta fecha Salta ya se había proclamado como territorio independiente, contrariamente
a Potosí que, perteneciendo al Alto Perú, aún no lo había hecho. Pero en 1825, cuando
Bolivia se independiza, su territorio será el de las Provincias de La Paz, La Plata y Potosí,
y Antofagasta se incluye dentro de su territorio 1.
En 1829 se separa el distrito de Atacama del Departamento de Potosí y se
redistribuyen las tierras puneñas en nuevas jurisdicciones, quedando los poblados dentro de
cantones o vice-cantones. Luego -en 1839- se crea el Departamento de Atacama, dividido
en dos Provincias: Lamar (Litoral) y Atacama, con un Prefecto en el puerto de Cobija y un
Subprefecto -también denominado Corregidor- en San Pedro de Atacama (Núñez 1992).

1
Desde las Provincias Unidas del Río de la Plata se reclama a Bolivia el haber incluido entre sus territorios la
zona de Atacama que desde 1816 se había unido a la provincia de Salta. El propietario legal de las tierras de
Antofagasta era el ex-gobernador de Catamarca y dirigente del partido unitario Miguel Díaz de la Peña -
descendiente de José Luis Díaz y heredero del Mayorazgo de Guasán- que se había exiliado en Bolivia y que,
en estas circunstancias, apoya la anexión de “su” territorio a Bolivia, lo que finalmente sucede (Bazán 1996).
A la muerte de Miguel Díaz de la Peña se entabló un pleito entre su hija natural, nacida en Bolivia, y los
herederos colaterales residentes en Catamarca que se resolvió en 1863 a favor del sobrino nieto de Díaz de la
Peña: Hilario Molina. A su muerte sus hijos dividen entre ellos el mayorazgo (Brizuela del Moral 1996).

239
En ese momento, Antofagasta remplazó a Incahuasi como anexo de la parroquia de San
Pedro de Atacama y se convirtió en sede de un vice-cantón (Benedetti 2005a:362).
Habría sido entonces a mediados de 1830 que ocurre un hecho largamente
recordado en la memoria local: el traslado de la imagen de la patrona de Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi -la Virgen de Loreto- a la capilla de Antofagasta, aparentemente con
un paso previo por Antofalla, aunque no sin demostrar una cierta resistencia:

“Lo que a mí me contaba mi padre allí en la mina Inca Huasi ¿no? ahí que trabajaban,
los españoles. Y ellos la habían traido allí [a la imagen]. Ya de muchos años. Y andaba
un señor, andaba por el campo por ahí y vió la Iglesia, la puerta entreabierta y que fue
él que se paró en la puerta y vió a la Virgen ahí y que entró. Entonces y se vino allí en
el salar de Antofalla; habían trabajando… (una empresa debe ser) mucha gente y la
llevaron para allí y ahí se des-apareció (la Virgen). Y vino a aparecer ahí donde está
hoy día la Iglesia, que era un cementerio debajo de un monte. Bueno que vinieron de
allá de Antofalla y le llevaron otra vez a la Virgen, se les volvió a desaparecer y volvió
a aparecer en el mismo lugar. Y ya la gente querían que lo deje acá, que no lo quiere
más (estar allá la virgen). Se juntaron entre todos, le hicieron la capilla y está hasta
ahora – no se en que año sería, eso contaba mi papá. Fue después de que se fueron los
españoles” (Ana María Guzmán de Soriano, vecina de Antofagasta, en García y
Rolandi 2003:145)

Lo interesante de este relato y la posibilidad de darle una aproximación


cronológica, es que nos da cuenta probablemente del abandono de Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi, momento en el cual la imagen es trasladada -ya sea a Antofalla, ya a
Antofagasta-, por sus devotos a capillas instaladas en sus poblados. El otro punto
importante es la indicación que quienes estaban vinculados a la explotación del mineral
estarían igualmente vinculados a la ocupación de los poblados puneños durante el siglo
XIX. Por ejemplo, Sanhueza (2008) consigna para 1818 y 1817, en los poblados de
Incahuasi sólo cuatro matrimonios, todos entre indígenas, lo que considera es un indicador
de la decadencia del poblado. Entre los contrayentes, se presentaba una relativa
heterogeneidad en cuanto a su adscripción, correspondiendo a Atacama la Alta,
Antofagasta, Lipes, siendo sólo dos de los contrayentes considerados como ‘de’ Incahuasi.
La población atacameña no había vivido sin sobresaltos las transformaciones
políticas regionales. Hacia la década de 1820-30 comienzan a abolirse el antiguo sistema
de cacicazgos y las tierras en común comenzaron a repartirse por el sistema de
arrendamiento y en confusas operaciones comerciales, donde comerciantes criollos y
mestizos quedaban en mejores condiciones de competir que los indígenas individuales por
fuera de las organizaciones comunitarias tradicionales (Bonilla 1991). Desde el inicio de
las luchas independentistas el tributo había quedado suspendido por uno y otro bando, ya

240
sea para ganar el favor de las poblaciones o al menos evitar su abierta oposición 2. Pero las
deudas contraídas por el estado boliviano los llevó a rever esta medida imponiéndose
nuevamente en 1826, no ya el tributo, sino la ‘contribución’3 indígena.
La comunidad atacameña siguió resistiéndose al pago del mismo. Sus reclamos se
amparaban en la misma marginalidad en la que ya los situaban los discursos de los
funcionarios bolivianos (Sanhueza 2001). En 1830 el Gobernador de la Provincia de
Atacama, Gaspar Aramayo, en correspondencia al Gobernador de la Provincia de Litoral
indicaba:

“El remedio que yo creo debe ponerse es señalarle a los indígenas no sólo el dominio
de los potreros de Antofagasta, Peñas y Carcechipampa que son de comunidad, sino
que como tales dueños puedan cobrar a los troperos de burros y de mulas y de los
invernaderos porque como ellos mismos dicen, de otras repúblicas los usan y no pagan
nada” (en Cajías de la Vega 1975:333).

La expresión era a propósito de una queja de los indígenas de Antofagasta en la


cual -representados por Gregorio Ramos, Pedro Celestino, Miguel Vásquez, Juan Morales,
Julián Ramos, Mariano Guipildor y otros (Cajías de la Vega 1975)- demandaban que se les
rebaje la carga tributaria a la mitad. Lo interesante del caso es que los funcionarios
bolivianos reconocen el reclamo e indican que los potreros bajo dominio de los indígenas
‘son de comunidad’, y si bien el estado boliviano detentaba la jurisdicción sobre ellos, los
comuneros indígenas de Antofagasta defendían su derecho sobre el usufructo de estos y
otros recursos4. En este contexto, amenazar con trasladarse a territorio argentino (Cajías de
la Vega 1975; Núñez 1992), donde no se cobraba la contribución indigenal, dejando
despoblados los espacios puneños, se convirtió en una herramienta de negociación bastante
efectiva y repetidamente usada (Quesada y Lema 2007 a y b: 2011). De hecho, finalmente
se ordena rebajar el monto de la ‘contribución’ a la mitad entre los naturales de la alta puna
(Cajías de la Vega 1975).

2
De acuerdo con Núñez (1992) la defensa realista había decidido no ‘molestar con contribuciones’ a las
poblaciones atacameñas. Luego, tras el control de las fuerzas patriotas de Salta, la provincia logra la anexión
de Atacama en 1816 en parte por la promesa de eliminar el cobro de tributos a la población indígena. En
1826 el tributo indigenal es restaurado por la asamblea constituyente boliviana. Sin embargo en Atacama su
cobro era muy dificultoso y, por lo menos hasta 1829, persistían los rumores de que agentes argentinos
ofrecían eliminación de tributos y autonomía política provincial, temiéndose el avance militar sobre el sector
(ver Cajías de la Vega 1975).
3
Klein (1992) sostiene que, si bien la contribución era la forma de explotación que el estado boliviano ejercía
sobre los indígenas, también era tácitamente la forma en que estos últimos aseguraban el mantenimiento y
acceso a las tierras de comunidad en la nueva organización republicana. Al mismo tiempo que los estados de
Bolivia y Perú dependían de este medio de exacción sobre los indígenas para obligarlos a generar producción
excedente sobre su tradicional tendencia a la autosuficiencia y así alimentar los mercados (Bonilla 1991).
4
También “se les entregaba en propiedad la mina de alumbre con el fin de que ésta no fuera utilizada por
vecinos extranjeros” (Núñez 1992:1982).

241
Aramayo no se equivocaba al observar que el eje de la economía puneña por
entonces giraba alrededor de las tierras de pastoreo. En la puna atacameña existen gran
cantidades de vegas que los ganaderos argentinos utilizaban de invernada y su aumento iba
en paralelo al auge minero de la plata y posteriormente al del cobre (Núñez 1992). Los
viajeros que transitaron la puna a lo largo del siglo XIX dan cuenta de este giro hacia el
pastoreo y la arriería. A diferencia de los informes y crónicas de fines de siglo XVIII, ya
casi no se menciona la situación de la actividad minera más que como proyectos futuros 5.
Aquí debe hacerse una aclaración. El topónimo de Incahuasi es mencionado como
posta arriera del camino que desde los valles catamarqueños, pasaba por Antofagasta y
seguía hacia el norte, para tomar la ruta principal que conectaba a los Valles Calchaquíes
con San Pedro de Atacama (Dalence (1975[1851]); Philippi (1860); von Tschudi (1966
[1860]). Este topónimo, que designa tanto localidades como rasgos del paisaje en el área de
puna 6, ha producido numerosas confusiones. Hay que prestar particular atención cuando se
relatan las huellas arrieras para identificar cuando se trata de uno u otro lugar. En el caso
de Philippi en el único momento que parece hacerse mención del Mineral es en un esbozo
cartográfico de su viaje; entre Antofallita y Antofagasta, incluye con signo de pregunta el
topónimo ‘Ligaguasi’. En cambio, tanto von Tschudi como Dalence parecen estar haciendo
mención a algún punto sobre el mismo Salar de Incahuasi7 y no al cerro o minas del Salar
del Hombre Muerto. Esto se desprende fácilmente por el orden y las distancias de las
postas mencionadas.
Lo que von Tschudi sí incluye es una mención de Antofagasta: “…forma una
parroquia (Curato), el pueblo mismo consiste en más o menos 12 ranchos de indios, cuyos
habitantes se dedican a la ganadería. En la Puna de los alrededores se encuentran algunas
casitas aisladas de indios” (von Tschudi 1966 [1860]:404), y de Antofalla8:

“De Cavi se hace frecuentemente una vuelta occidental por Antofallita, que se
encuentra en un valle profundo, donde hay un potrero, consecuentemente pasto para
los animales. Al SW de Antofallita se encuentra al llamado ‘Volcán de Antofagasta’
5
Pentland (1975 [1830]:79) al referir a las minas de Atacama: “La principal riqueza minera de Atacama
consiste en sus minerales de cobre que son extremadamente abundantes; pero que no han sido hasta ahora
trabajados ya que no hay demanda por ese metal”. Además identifica una serie de desventajas bajo las cuales
trabajaba la industria minera boliviana: “falta de capital, escasez de trabajadores, irregularidad en el
abastecimiento de azogue, falta de conocimiento entre aquellos comprometidos en las operaciones mineras y
los altos derechos exigidos por el gobierno sobre el producto de las minas” (Pentland 1975 [1830]:83).
6
Podemos nombrar, además del cerro y mineral de Incahuasi del cual trata la presente; el Volcán Incahuasi,
sobre el paso San Francisco; el Salar de Incahuasi en la actual frontera con Chile al norte del paso de
Socompa y el sitio arqueológico incaico en la Quebrada del Toro (ver Vitry y Soria 2007).
7
Barros (2008) identifica ese Incahuasi con Quetena.
8
Von Tschudi confunde el topónimo con el de Antofallita, que se encuentra un poco más al norte por la
misma orilla del Salar de Antofalla.

242
[Volcán Antofalla], en su cercanía el Volcancito, donde se explotan minas de plata
desde hace algunos años” y agrega en nota al pie “En Molinos estuve alojado junto
con Don Isidoro Navarro, de Salta, quien justamente había llegado de sus minas en el
Volcancito; el dirigía la construcción de un Ingenio de Fundición en Antofallita” (von
Tschudi [1860]:403).

Cómo se indica, por estos años el ‘Ingenio’ de Antofalla se hallaba en construcción con
capitales salteños.
En 1866, el presidente de Bolivia Mariano Melgarejo (1864-1871) declara
propietarios a los indígenas que poseían terrenos del Estado a condición que pagaran una
taza de registro dentro de un plazo de 60 días, quienes no lo hicieran serían privados de su
propiedades y las mismas subastadas. En enero de 1868 la Asamblea Nacional
Constituyente declara la ‘tierra comunal’ en ‘propiedad fiscal’ (Bonilla 1991). Claramente
esta nueva categoría vino a representar la forma republicana de enajenación de las tierras
indígenas. Al año siguiente fueron puestas a remate público y vendidas las dehesas y
ciénagas de Antofagasta de la Sierra:

“En la misma fecha, púsose en posesión al representante del comprador de las tierras
vendidas habiéndose recorrido todas y cada una de las 20 vegas enumeradas en la
escritura de venta la que contiene una declaración general por la cual la propiedad
transmitida por el gobierno de Bolivia, abarca la extensión de cincuenta leguas a la
redonda... Agregan que las diversas tentativas practicadas para el reconocimiento de
sus derechos, no sólo encontraron resistencia de parte de aquellos que reputaban
simples arrendatarios sino que dicha resistencia tenía su origen en el apoyo que las
autoridades chilenas prestaban á los usurpadores.” (Cerri 1993 [1903]: 68)

Dos años antes se habían descubierto los yacimientos salitreros de Mejillones, por
lo cual, se generó allí un gran polo de consumo. El caso de Antofagasta es interesante pues
allí, de acuerdo con Bertrand (1885), las grandes vegas comunitarias se propusieron como
eje de una gran hacienda propiedad del mismo Melgarejo. Para facilitar la salida y
comercialización de productos se designó en la costa del Pacífico al sitio que denominó -
Antofagasta- como Puerto Mayor 9. Desde entonces, el poblado puneño comenzó a ser
designado como Antofagasta de la Sierra. Sin embargo, en 1871 Melgarejo es derrocado,
con una alta participación indígena campesina en los movimientos opositores. La
Asamblea Constituyente que lo remplaza declara nulas las ventas de tierras, pero estas no
necesariamente volvieron a ser tierras comunitarias (ver Demelas Bohy 1999; Langer
1991). Sin embargo, con el pronto derrocamiento de Melgarejo y la premura de los
cambios legales es muy probable que el impacto de estas transformaciones netamente

9
Antiguamente esa zona, ubicada al sur de Cobija, se conocía con el nombre de Bahía Chimba, o La Chimba
(Benedetti 2005a).

243
jurídicas fuera menor –si acaso perceptible- sobre las formas productivas de las
poblaciones puneñas del área de Antofagasta 10.

Jurisdicción chilena

A lo largo del siglo XIX la minería en Chile se había ido convirtiendo en el sector de
mayor relevancia en el comercio exterior. Durante la primera mitad del siglo la minería de
la plata y el cobre del ‘Desierto de Atacama’ actuaron como polo de atracción de población
hacia el norte, así como también una serie de exploradores y especuladores (Collier 1991).
Cuando la producción de estos metales empiezó a declinar, fue el salitre, más al norte, el
que se posicionó como una fuente de riquezas aún mayor. Las inversiones chilenas
mostraron una tendencia claramente expansionista, invirtiendo en la extracción de nitratos
en los territorios de Bolivia y Perú. Pero hacia 1875 Perú nacionalizó su industria salitrera
y tres años después, el gobierno boliviano -que había entregado a los inversores chilenos
conexiones excesivamente generosas- comienza a exigir una serie de impuestos sobre las
mismas (Collier 1991). Ante lo cual el Estado chileno ocupa militarmente el puerto de
Antofagasta, principal salida de sus inversiones salitreras, y de esta forma se dio inicio a la
‘Guerra del Pacífico’ (1879-1883). Cómo resultado de la misma Chile incorporó a su
superficie territorial un tercio de lo que es hoy su superficie y logró el control de gran parte
de la producción salitrera, que le aportaron la mitad de los ingresos gubernamentales
durante las siguientes cuatro décadas (Blakemore 1992).
La Guerra del Pacífico significó para Antofagasta de la Sierra, al igual que para
Susques y Pastos Grandes, su incorporación a Chile a partir de 1879, cuando se instala un
destacamento militar en San Pedro de Atacama (Núñez 1992). No está claramente
establecido cuando ocurre la ocupación militar de las tierras altas, pero dado que en su
viaje de 1883 Brackebusch –unos de los primeros agentes enviados desde el gobierno
argentino a explorar las tierras de la cordillera- se topa en Antofagasta de la Sierra con el
‘Comando militar de Antofagasta’ que lo detiene por sospechas de espionaje (Brackebusch
1966 [1893]), puede pensarse que ya la zona se encontraba ocupada. De acuerdo con

10
Cerri (1993 [1903]) reproduce un reclamo recibido por parte de los habitantes de Antofagasta. En él
exponen que se han presentado ante ellos representantes legales de los supuestos ‘compradores’ de las tierras
reclamándoles el pago de arriendo. Ante lo cual contestan que las tierras son comunales y que hasta que el
Estado chileno había ocupado la zona ellos habían mantenido el pago de la contribución indigenal que las
indicaba como tales.

244
Cisneros y Escudé fue en 1884 11 que “el gobierno chileno aprovechó el estallido de cólera
en las provincias del norte argentino, para avanzar en las mismas con la excusa de
establecer un cordón sanitario” (Cisneros y Escudé 1999:33). Sin embargo Sanhueza
(2001) indica 1887 como la fecha en que se dispusieron guarniciones militares en
Antofagasta de la Sierra, Pastos Grandes, Catua y Rosario. Considera plausible que la
ocupación estuviera motivada por el interés de evitar los “actos de soberanía” que
simultáneamente estaban realizando Bolivia y Salta. En este contexto las poblaciones
locales nuevamente tratan de negociar su posición, en algunos casos se sostiene el pago de
la contribución indigenal exigida por Bolivia, en otros se favorece la presencia de
autoridades argentinas y, en algunos otros, se reconoce y apela a las autoridades chilenas.
Una de las primeras acciones que el gobierno chileno realizó fue enviar una serie de
agentes a recorrer los territorios bolivianos anexados tras la guerra. De allí surge el relato
del ingeniero civil Alejandro Bertrand, “Memoria sobre las cordilleras del Desierto de
Atacama i rejiones limítrofes” (1885). Allí se dio cuenta de las localidades, poblados y
características geográficas que pudieran resultar de relevancia en el reconocimiento del
terreno. Respecto del área puneña figuran breves descripciones de la situación de los
poblados puneños. En Antofalla, menciona las ruinas de un establecimiento minero cerca
del Salar12, donde halló “un pequeño sembradío de papas i quínoa cultivado por un viejo
indio atacameño que recibe también una remuneración mensual por atender a los
numerosos burros que pastan en la quebrada i que son destinados a la feria anual que se
celebra en Guari” (Bertrand 1885:38). En el ‘caserío’ de Antofagasta destacó “una antigua
capilla dependiente del curato de Atacama; es la del antiguo anexo de Ingahuasi, mineral
que tuvo cierta población en el siglo pasado y que se halla más al Norte en la cordillera”
(Bertrand 1885:45-46). Sin aportar más datos, excepto la mención de que en el camino
hacia Molinos “junto a unos escombros de casa de piedra, vimos dos toscas ruedas de

11
En este contexto es de destacar que luego que Brackebusch negocia su liberación en Antofagasta se dirige
hacia Fiambalá, donde es acusado por los vecinos de ser el culpable de la expansión de la epidemia del
cólera. El objeto que despertó las sospechas y consecuente ira de los vecinos eran las latas de conserva que
Brackebusch había llevado en su viaje. Más allá de lo anecdótico, las fechas del relato de Brackebusch son
mayormente coincidentes con las otorgadas por Cisneros y Escudé, así como también dan cuenta de el grado
de temor -y suspicacia- que la expansión de la enfermedad generaba en la población.
12
“Estas ruinas atestiguan sinó la importancia del negocio, por lo menos las injetes sumas que se debió
invertir en él. Hai varios cuerpos de edificios, todos de piedras, embarrados i rebocados; unos eran
habitaciones de empleados, otros laboratorios u oficinas, interiormente están blanqueados i muchos rodeados
por poyos de piedra i barro; los dinteles son todo abovedados, i, por lo demás, techos, puertas i ventanas han
desaparecido: sin duda los viajantes poco escrupulosos los han empleado como combustible. Hai también un
edificio para los hornos de fundición, que son pequeños i de manga, es decir que el combustible se cargaba
con el mineral; hubo un trapiche movido por el agua de la quebrada i dos estanques de piedra para los
relaves; hubo además hornos de refoga i vimos en el suelo una campana o cucurucho de fierro de los que
sirven para esa operación” (Bertrand 1885:39-40).

245
trapiche, que según dijo el baqueano Domingo Rodríguez, han servido en años atrás para
beneficiar metales de las minas de Ingahuasi” (Bertrand 1885:47) 13.
A medida que el gobierno chileno reconocía el terreno iba adaptándolo a su
estructura territorial. Las antiguas jurisdicciones formadas por el gobierno boliviano -
divididas en departamentos, provincias, cantones y vice-cantones-, fueron remplazados por
provincias, departamentos, delegaciones, subdelegaciones y distritos (Benedetti 2005a). En
1888, Chile creó la provincia de Antofagasta que se extendía desde la costa hasta el límite
– ya en negociación- con la Argentina. Esta provincia se dividía en tres departamentos –
Tocopilla, Antofagasta y Taltal-. El departamento de Antofagasta fue dividido a su vez en
nueve subdelegaciones. San Pedro de Atacama era la novena abarcando en su jurisdicción
las regiones de puna (Benedetti 2005c).
Poco tiempo después otro explorador, Francisco San Román en “Desierto y
cordilleras de Atacama” -1896- emprende una serie de viajes exploratorios. En el último
de ellos, en1887, recorre el área de Antofagasta: “El lugarejo de Antofagasta consta de un
grupo de casuchas de piedra y barro diseminadas en un campo pastoso, a las márgenes de
un riachuelo caudaloso y entre potreros alfalfados y algunos cultivos de hortalizas”. Él
también en su recorrido se topó con los restos de los antiguos trapiches de Incahuasi:
“encontramos restos de antiguos trapiches donde se beneficiaban minerales de oro cuyos
criaderos, en vetas de cuarzo, se ven cruzar por los faldeos y alturas de los cerros
inmediatos” (San Román 1896:272, en Benedetti 2005a:363). Estos, más cercanos a
Antofagasta, se tratarían de los restos del trapiche que se construyeran en Chorrillos y en el
cual, de acuerdo a las acusaciones, el cura Gerónimo de Olmedo, hacia sus beneficios. De
Incahuasi es poco lo que agrega, pues no representa para él más que un antiguo asiento de
minas de oro, que ofrece el interés de ‘un pueblo en ruinas’ (Benedetti 2005a:370).
Evidentemente no impresionaron a los agentes enviados por el Estado chileno las
posibilidades mineras que encontraban en la puna. Ni tampoco le interesaron al gobierno
chileno que por entonces se encontraba fuertemente abocado a la formalización de su
presencia sobre los territorios anexados tras la Guerra del Pacífico, el control de los puertos
oceánicos y la inversión de recursos en la producción salitrera. La red de circulación
regional chilena se orientó completamente al puerto, dejando de lado las zonas alto andinas
y las fronteras de Argentina y Bolivia. Deliberadamente se desecharon los proyectos que

13
Por el contexto parece que se refiere al punto del río al que se denomina ‘Chorrillos’ donde habría
establecido sus trapiches el sacerdote Miguel Gerónimo de Olmedo, pero puede tratarse de los del río
Trapiche, también camino a Molinos.

246
hubieran podido articular formalmente estos mundos mineros a las economías regionales
trasandinas (ver Pinto Vallejos y Ortega Martínez 1990).
Más allá de que las grandes infraestructuras de conexión como ferrocarriles o
caminos hacia el interior, no fueron alentadas, no se pudo evitar que toda una economía
regional se vinculara con los enclaves extractivos, especialmente como abastecedores,
sobre todo de mano de obra, pero no menos relevante de productos básicos locales y
regionales (Benedetti 2005c y 2006). Toda esta economía menor se expresó a través de la
rearticulación de las ancestrales redes arrieras, de allí la fuerte conversión -o tal vez
debiéramos decir ‘retorno actualizado’- de las poblaciones puneñas en el siglo XIX a la
crianza de animales de carga y pasturas funcionales a los requisitos regionales.
Ya sobre fines de siglo, y tras una serie de intentos fallidos de demarcación
acordada de límites, las diplomacias de Argentina y Chile acuerdan someter el asunto a
arbitraje internacional. Este se resuelve con el laudo Buchanan de 1899 (Cisneros y Escudé
1999), mediante el cual se deslinda gran parte del territorio en litigio a favor de Argentina.
La demarcación efectiva del terreno tomó aún un lustro; se realizó entre fines de 1904 y
principios de 1905 (Benedetti 2005c).

El Mineral de Incahuasi en el Territorio de Los Andes

Tras la resolución del conflicto territorial, se sancionó la Ley Nº 3.906 de ‘Creación del
Territorio de Los Andes’, el 9 de enero de 1900. Este se dividía en tres departamentos; al
norte Departamento de Susques; al centro el Departamento Pastos Grandes y al sur el
Departamento de Antofagasta de la Sierra, cada uno con sus respectivas sedes en los
poblados homónimos. Un par de años más tarde la Provincia de Salta cede parte de su
territorio, que se va a convertir en el cuarto departamento del Territorio de Los Andes,
constituyéndose San Antonio de los Cobres en su capital.
El mismo día de creación del Territorio de Los Andes se designó a Daniel Cerri
como Gobernador y como su secretario al Dr. Arturo Dávalos 14. Entre 1900-1901 Cerri
emprende una serie de viajes de reconocimiento, a partir de los cuales nos ofrecerá una

14
El secretario debía ser abogado y ejercer las funciones de Presidente del tribunal de Apelaciones en todas
aquellas causas que comprendían las jurisdicciones de los Jueces de Paz. Arturo Dávalos era heredero de
Nicolás Severo de Isasmendi, a través de Ascensión Isasmendi de Dávalos, hija de Nicolás Severo.

247
reseña de la situación general del territorio, los poblados y sus pobladores 15. De los
resultados de este viaje se resuelve que la locación de la capital del territorio sea San
Antonio de los Cobres (1902). La institución religiosa se adapta también a estos cambios y
los anexos al curato de San Pedro de Atacama fueron separados de su jurisdicción
eclesiástica el 2 de Septiembre de 1902 por una resolución de la Santa Sede (Casassas
Cantó 1974a). Estos primeros viajes de Cerri dan cuenta de la situación de los poblados a
comienzos del siglo XX. A Antofagasta de la Sierra la describe como un ‘caserío’:

“quince ranchos situados sin orden, alrededor de una capilla, resguardados de los
vientos por una barranca de greda colorada. Existen dos potreritos de una hectárea
cuadrada de alfalfa que dan dos cortes al año de excelente forraje. El agua de que se
puede disponer para cualquier cultivo propio de la región sería abundante con un
trabajo mínimo, pues rodean á Antofagasta de la Sierra los arroyos de Mojones ó
Nacimiento ó Punilla por el oeste, así como el arroyo Chorrillos y de las Puntas por el
este; todos van á desaguar en la gran laguna que se encuentra en su parte sud y lame la
base escorial de dos volcanes apagados, llamados alumbreras, que atajan y estancan
esas aguas, formando lagunas en donde pululan enjambres de aves acuáticas entre
bosques de junco.” (Cerri 1993 [1903]:47)

Además agrega:

“Rodean á este caserío á variadas distancia, veinticinco vegas con buenos pastos y
aguas, aunque ésta salobre, denominadas: Laguna Colorada, ciénago Ilamo, La Banda,
El río de las Puntas, Quebrada Seca, Chorrillos, Miri Huaca, Los Mojones, Colalaste,
El Toti ó Yati, Quebrada de Achí, Los Colorados, Carachi-Pampa, Loro Huasi, Las
Breas, Potrero Grande, Antofalla, El Peñón, Antofallita, Aguas Calientes, Chascha,
Cair y Peñas Blancas.”[…] “De todas estas vegas se encuentran habitadas:
Antofagasta, Laguna Colorada, Ilamo, Peñón, Mojones; Titi, Los Colorados, Carachi-
Pampa” (Cerri 1993 [1903:49).

En Antofalla además refiere a una mina de plata abandonada 16. Da cuenta de la


presencia de alfalfares ‘bastante buenos’ a pesar de estar ‘abandonados y sin riego’. Por
último, su paso por el Salar del Hombre Muerto es evidente, pues exalta sus
potencialidades para la ubicación de borateras, no obstante no realiza ningún comentario
sobre el Mineral de Incahuasi, motivo por el cual sospechamos que no se hallaba allí ni

15
De acuerdo con Boman (1992 [1908]), en una primera instancia la reacción de los pobladores de Susques
fue expulsar a pedradas y quemar la bandera de la comitiva. Las tensiones parecen resolverse al nombrar a
Victoriano Vásquez –antiguo ‘corregidor’ boliviano y luego ‘gobernador chileno’ por Susques- como
‘Inspector General de Guardias Nacionales’ (Sanhueza 2001). Cargo e institución son inexistentes -no
sabemos si Vásquez sabía esto o no- pero parece haber sido un acto satisfactorio para ambas partes; mientras
a través del mismo se calmaban los ánimos de los pobladores recientemente integrados al territorio nacional y
se reconocían como tales, a Vásquez le alcanzaba el título para la ratificación local de su autoridad ante el
cambio jurisdiccional. De hecho Boman (1992 [1908]) en algunas ocasiones se refiere a él como ‘Capitán’
Victoriano.
16
Los ranchos que Bertrand mencionara como ocupados por vicuñeros y cuidadores, los describe sin techo y
deshabitados (ver Capítulo 6).

248
población ni explotación activa alguna por estos años. Ante la aridez que ‘colma su
mirada’, la minería termina representando para Cerri el “único porvenir del territorio de
Los Andes” (Cerri 1993 [1903]:30, resaltado agregado). Pero el estado de la misma
también lo encuentra deplorable. Menciona una explotación en Archibarca donde “van los
indios á pie y permanecen allí dos ó tres días para extraer oro por diez pesos papel,
mediante un trabajo ímprobo y muy primitivo” (Cerri 1993:31).
Se desprende de su relato que los habitantes del Territorio de Los Andes no vivían
permanentemente en los poblados sino que, quien tuviera los medios suficientes,
“construye una buena habitación de una sola pieza para toda la familia, en los caseríos que
rodean una capilla y cementerio que constituyen las aldeas del territorio” (Cerri 1993
[1903]:41), y concurren a ellas en ocasión de las visitas de los sacerdotes o para el festival
del santo patrono local. Tanto las capillas como los cementerios eran construidos
comunitariamente, ya sea aportando trabajo o fondos. Esta es una lógica de ocupación
mucho más coherente con la producción agrícola ganadera, complementada con la caza y
otras actividades, casi todas gestionadas por las unidades domésticas, más que con la de la
conformación de una mano de obra asalariada permanente. Pero esta lógica de ocupación
de larga tradición andina de campesinos y pastores puneños es contradictoria al perfil
agroexportador que impera en los proyectos de desarrollo del Estado argentino. El extenso
paisaje puneño, su clima, su autonomía se presenta como el escollo a superar y la minería
como el único elemento productivo posible.
Otros tres viajeros se internaron en el Territorio de Los Andes –Pérez en 1898 y
Doering y Holmberg (h) que viajaron juntos en 1900- (Benedetti 2005a), sin dar mayores
menciones específicas de interés en este trabajo17. En general todos ellos destacaban que
las riquezas mineras eran el gran aporte del Territorio de Los Andes, especialmente los
boratos (Benedetti 2006).
Una de las inversiones que le era reclamada al Estado tenía que ver con la apertura
de vías de accesos al Territorio de Los Andes (Cerri 1993 [1903]; Holmberg 1988 [1900];
entre otros). La respuesta estatal fue la proyección del Ferrocarril a Huaytiquina 18. El
tramo que unía Salta con San Antonio de los Cobres se culminó en 1929 y permitió la
conexión de la capital territorial con los puertos de Rosario o Buenos Aires. Desde que el

17
Holmberg menciona el topónimo Incahuasi cuando describe las huellas de arrieros pero se está haciendo
referencia al Salar de Incahuasi o una vega cercana a este.
18
Esta fue la obra de infraestructura más significativa en la historia del Territorio de Los Andes. El
ferrocarril conectó a las ciudades de Salta y Antofagasta. A este ramal se lo nombra de diferentes maneras:
Huaytiquina, ferrocarril a Socompa, ferrocarril Salta-Antofagasta o Antofagasta-Salta, trasandino del Norte,
Ramal C-14 y, actualmente, Tren a las Nubes (Benedetti 2005b).

249
ferrocarril llegó a San Antonio de los Cobres, el mineral explotado en la región dejó de ser
transportado hasta Salta por tracción a sangre y desde entonces comenzó a ser cargado en
la estación emplazada en la capital territorial que consolidó fuertemente su posición 19
(Benedetti 2005b).
Otra serie de inversiones eran tendientes a consolidar el territorio, por ejemplo a
través de la creación de controles aduaneros sobre la frontera con Chile (Cerri 1993 [1903],
Holmberg 1988 [1900]); la intervención del gobierno en el control de la producción
peletera de vicuñas y chinchillas (Holmberg 1988 [1900]) y sobre todo también en la
formación de ‘ciudadanos’. Si se considera que se educa a alguien para que se adapte a una
comunidad y al sentido de la realidad que es propio de ella (Kusch 1976), se puede
entender cómo la rápida inversión en educación dentro del Territorio formo parte de las
estrategias estatales de incorporación territorial para contrarrestar la indefinición nacional
que era un motivo de preocupación expresado tanto por Cerri: “Aman mucho el pedazo de
montaña donde han nacido y viven. Sus costumbres, su carácter y sus tendencias son
netamente bolivianas, pero no les importa pertenecer á cualquiera de las naciones
limítrofes, siempre que los dejen tranquilos y no les cobren diezmos” (Cerri 1993
[1903]:44), como por Holmberg: “Para el indio de las punas, el hogar es el sitio en que, á
la vuelta de sus correrías, encuentra reunida á su familia. El amor á la patria no existe en él
aún, por lo que ha cambiado frecuentemente su nacionalidad, pero pronto despertará ese
sentimiento, cuando reconozca a la vieja madre, que lo vuelve a recoger” (Holmberg 1988
[1900]:75).
Entre 1904-1908 fueron creadas una serie de escuelas en las principales
poblaciones del Territorio de Los Andes. En este sentido y como bien lo expresa Göbel en
su estudio de las dinámicas campesinas pastoriles del área de Susques: “El instrumento
más importante de la presencia simbólica del Estado [en la puna] ha sido siempre la
escuela” (Göbel 2003:197) y agrega “ninguna institución tuvo tanta continuidad en su
presencia y en su funcionamiento y tuvo tantas influencias sobre la vida cotidiana y la
cosmovisión de la población indígena como la escuela” (Göbel 2003:200) 20. La formación

19
Debe tenerse en cuenta sin embargo que la demora en la construcción del tren transnacional permitió que
finalmente las vías férreas se construyeran en paralelo a las obras de vialidad. Al momento de completar su
traza final -1948- la industria salitrera trasandina se hallaba en decadencia y las industrias del petróleo, del
neumático y de los automotores se habían convertido en más poderosas que la de los ferrocarriles (Benedetti
2005b).
20
Por supuesto que la Iglesia Católica ha tenido a lo largo del tiempo un rol probablemente mayor, pero su
presencia e imposición es anterior a la presencia de las instituciones netamente estatales.

250
de escuelas, en parte impulsada por el Gobernador -Ricardo Isasmendi 21-, es el claro
resultado de la labor del Consejo Nacional de Educación, no sin una importante inversión
en ello de las comunidades locales, que ponían los recursos necesarios para levantar los
edificios22 (Benedetti 2005a).
Otras instituciones creadas por la misma época fueron los cuerpos de policía -
siempre insuficientes para controlar los vastos territorios- y el registro civil; cuyo Juez de
Paz era nombrado por el Gobernador. Sobre este último se señala que “desde las primeras
Actas de Registro (1903 en Susques) realizadas en el Territorio, todas las personas que
contraían matrimonio o registraban a sus hijos recién nacidos, eran anotados bajo la
nacionalidad argentina, cualquiera fuera su edad” (Benedetti 2003:57). Fijando así la
pertenencia ciudadana al nuevo Estado en control.
En Antofagasta de la Sierra, capital departamental, la escuela se crea en 1907 y
cuando Barnabé visita Antofagasta en 1910-1913 ya la describe como un caserío de 15 a
20 familias, con comisaría, juzgado de paz, escuela y correo.
Dada la abrumadora disposición de los primeros viajeros a destacar la minería
como único recurso realmente considerable del Territorio de Los Andes. Un segundo
grupo de viajeros fue enviado a recorrer el territorio y evaluar sus riquezas. En esta
oportunidad se tratará de una serie de técnicos especialistas enviados por la Dirección de
Minería del Ministerio de Agricultura 23 -Reichert, Caplain, Barnabé y Catalano-, quienes
tenían como principal objetivo relevar y mensurar las riquezas mineras de la región y dar
cuenta a su vez de los recursos necesarios para su explotación.
Fritz Reichert fue el primero de ellos y sus informes se concentran principalmente
en los boratos como la principal riqueza minera puneña. A partir de 1880 se había
comenzado a conceder permisos de explotación desde Chile a una serie de inversores y

21
Ricardo Isasmendi pertenecía a una de las familias más tradicionales de Salta. Recordemos que es
descendiente de Nicolás Severo de Isasmendi. Conservó bajo su control gran parte de las propiedades del
mismo y además participaba de diferentes negocios comerciales con otros reconocidos integrantes de la elite
provincial y de activa participación en la política salteña y nacional (ver Benedetti 2005a).
22
Al menos sí se eximían de las exigencias de un gobernador como Zavaleta, que con respecto a su pedido de
fondos para construir el edificio de gobernación comenta: “allí sólo existen ranchos, alguno de los cuales los
facilitan los pobladores, para instalar las comisarías de policía y en otros casos se hace necesario
posesionarse de ellos por la violencia, en virtud de no haber ninguna casa donde instalar ciertas oficinas”
(La Nación 09/1909, citado en Mena y Mena Saravia 2006, resaltado agregado).
23
Desde inicios del siglo XX el Estado argentino reformuló en varias ocasiones la política que guiaría la
explotación de los recursos del subsuelo. Ya no se trataba ahora de discutir la propiedad -nacional o
provincial-, sino el grado de participación que el Estado o el capital privado debían tener en la explotación de
los mismos. Esta discusión se vio fuertemente acrecentada a partir de 1907 por el descubrimiento de petróleo
en los territorios nacionales de la Patagonia. Si bien, la explotación de este recurso fue la que guió la toma de
decisiones en cuanto a las formas de intervención y control del estado sobre las actividades extractivas, las
modificaciones que de allí resultaron afectaron al conjunto de ellas (E. Catalano 1984).

251
compañías internacionales (Benedetti 2006). Los minerales metalíferos pasaron a ocupar
en los informes y crónicas de los viajeros un lugar secundario, pero las viejas
explotaciones no pasaron del todo desapercibidas.

“La antigua mina Incahuasi está situada en el límite SO del salar del Hombre Muerto,
en el camino que va de Antofagasta de la Sierra a Pastos Grandes. La mina está
abandonada y los socavones derrumbados, siendo imposible transitar por
ellos…Probablemente se trata de una mina de cuarzo aurífero, que permitió una
explotación provechosa. Los restos existentes de numerosos hornos de fundición
demuestran que se trabajó mucho en esta mina, pero sería difícil determinar en que
época” (Reichert 1907:23, en Benedetti 2005a:370)

Luciano Catalano (1930:81) publica una foto de Incahuasi con una leyenda que
indica “Vieja población minera donde se explotaron aluviones auríferos y filones de
cuarzo aurífero – Cerca de Antofagasta de la Sierra –T. N. de Los Andes”, pero no le
dedica mayor atención.
Los informes técnicos producidos por este segundo grupo de viajeros reafirman la
primacía de las inversiones en boratos 24, así como la convicción sobre la imposibilidad de
un crecimiento económico sostenido sin la participación del Estado en la creación de
infraestructura para la extracción de los minerales (Benedetti 2003 y 2005a).

24
Entre los años 1904 y 1911 en el Salar del Hombre Muerto se concedieron 9 pertenencias mineras y se
registraron otras 3, todas ellas de borato (Michel y Savíc 2003).

252
Compañía Minera Incahuasi

En febrero de 1933 comenzó la exploración del Mineral de Incahuasi por parte de la


Compañía Minera Incahuasi. A partir de 1936 se iniciaron las labores, ahora por debajo del
nivel freático. Para ello se excavaron dos ‘galerías sobre vetas’ (Figura 7.1), en distintos
niveles separados 30 metros entre sí hasta una profundidad aproximada de 200 m
(González y Viruel de Ramírez 1992).
Primero se excavó un socavón a
media altura de la ladera, con dirección
sur. Si bien las publicaciones no dan
cuenta clara del crecimiento del
campamento de Compañía Minera
Incahuasi, puede que en esta primera
etapa, el campamento tuviera un
tamaño más reducido que el
actualmente visible, probablemente
compuesto por los edificios que se
ubican al centro del conjunto(Figura
7.2). A partir de entonces enormes
cantidades de material de relave fueron
acumuladas hacia el norte del socavón,
sobre la playa del salar. Además se Figura 7.1: Socavón Inferior abierto por la Compañía
Minera Incahuasi.
formaron dos terraplenes, uno de
ganga fina y otro de gruesa.
Un campamento minero de este nivel tiene una alta demanda de elementos
manufacturados –equipos y maquinarias, ladrillos refractarios, clavos, vidrio, chapas, etc.-
además de una gran cantidad de combustible, productos químicos, explosivos y
herramientas que son de uso cotidiano, y muchos de estos elementos necesitan para su
obtención la existencia de una red internacional de insumos (Bell 2002). En 1939, la
llegada del ferrocarril al Territorio de Los Andes, particularmente a las estaciones de
Pocitos y Tolar Grande, influenció las inversiones de capitales y la intensificación de los
trabajos. Se instalaron generadores eléctricos, lo que transformó completamente el proceso
productivo en el mineral, permitiendo el funcionamiento de una planta de amalgamación y
cianuración con una capacidad de procesamiento de 40 t diarias. (González y Viruel de

253
Ramírez 1992), que permitió extraer unos 12 Kg mensuales (Dagnino 1966) 25,
extendiéndose el auge de la producción aurífera entre 1939 y 1944.
No sólo las cantidades procesables en un día pueden aumentarse considerablemente
al disponer de energía eléctrica, sino que la misma actúa al mismo tiempo en diversos
planos del proceso de trabajo. Puede contarse con iluminación al interior del socavón, el
agua puede extraerse más fácilmente, los volúmenes a procesar (extracción, trituración,
etc.) no tienen punto de comparación con el trabajo manual. La contracara por supuesto es
que ese trabajo manual, que muchas veces efectuaban las poblaciones locales, va a
desaparecer junto con las nuevas tecnologías y el carácter destrutivo de la actividad minera
se ve potenciado exponencialmente.

Figura 7.2: Campamento de la Compañía Minera Incahuasi. Nótese la linealidad desde el socavón a la
planta de cianuración (al fondo) en la organización industrial de la producción. El edificio no alineado
al centro fue la escuela del campamento.

Las características del campamento minero son consistentes con los registrados a
nivel mundial para campamentos mineros de la primera mitad del siglo XX (Roberts
1996). Los poblados eran construidos en los alrededores de los socavones principales,
sobre las cimas de los cerros, en este caso, sobre sus laderas. Consistían en filas largas y

25
Esta intensificación se ve claramente reflejada en las estadísticas mineras.

Año 1938 1939 1940 1941 1942 1943 1944 1945


Kg. 22 100 118 162 119 183 145 50

254
paralelas de viviendas, casi sin espacios sociales definidos para los momentos de descanso.
Se los construyó de la forma más económica y rápida posible, utilizando en este caso los
mampuestos de antiguas construcciones y nuevos mampuestos extraídos de dos
afloramientos rocosos que se convirtieron en las canteras locales. Los servicios sanitarios
eran mínimos, disponiéndose la basura a espaldas del campamento, al otro lado de la
ladera. En esta etapa se crean también un destacamento de policía y una escuela. Además
existió un cementerio (Figura 7.3), ubicado un kilómetro hacia el oeste, al costado de la
antigua ruta que lleva a San Antonio de los Cobres, que alberga los restos mortales de los
trabajadores de la Compañía Minera Incahuasi.

Figura 7.3: Cementerio del Campamento minero. Algunas cruces aún presentan las coronas de flores
que se colocan para el 1 y 2 de Noviembre, indicando la continuidad de las tradiciones y las relaciones
locales con los antiguos pobladores del campamento

La red carretera que permitió la circulación de automóviles o camiones desde Salta


a San Antonio de los Cobres se estableció hacia fines de 1930, por lo cual durante mucho
tiempo del Mineral se ‘salía’ por el camino arriero que bajaba a los valles desde Pastos
Grandes, y por el ferrocarril luego, primero desde San Antonio de los Cobres, siendo
preferida a partir de mediados de 1940 la estación de Tolar Grande. Como se puede notar,
Antofagasta, si bien era importante para el abastecimiento del Mineral, no era un punto de
tránsito obligado. La mayor parte de los insumos del mismo –combustible, herramientas,
etc.- debían provenir de Salta.
En 1943 por medio del decreto Ley 9.375 del 21 de septiembre se resolvió la
disolución del Territorio de Los Andes. El texto del decreto reza que “la estructura actual
del territorio dificulta su fomento, careciendo asimismo de los elementos de vida propia

255
que justifiquen su existencia como entidad” (Decreto 9.375 - División del Territorio de Los
Andes – 1943). El territorio se distribuyó entre tres provincias: Jujuy, Catamarca y Salta 26.
De esta forma, la Compañía Minera Incahuasi – que ya estaba ingresando en su fase de
decadencia-, quedó dentro de la jurisdicción catamarqueña, pero sin una conexión real con
la capital provincial, pues la huella de vehículo entre Belén y Antofagasta de la Sierra se
abrió recién en 1978. La explotación fue abandonada hacia 1954 y desde entonces los
cinco niveles inferiores abiertos por la Compañía Minera Incahuasi se hallan inundados
(González y Viruel de Ramírez 1992).

Comunidad Minera en el período industrial

El campamento minero creado por la Compañía Minera Incahuasi, es un poblado diseñado


específicamente para cumplir con los requerimientos de la producción a escala industrial27.
La naturaleza efímera de estos asentamientos se comprueba cuando la mina cierra y los
mismos son totalmente abandonados. Pero mientras se encuentra activo el campamento se
convierte en el espacio de vida de una comunidad minera conformada por personas
atraídas por la fuente de trabajo, de carácter heterogéneo, e integradas circunstancialmente
en una sola comunidad (Bulmer 1978; Roberts 1996). No sólo la forma de ocupación de
estos campamentos, sino también las técnicas, los servicios y las rutinas eran diferentes a
los de los poblados locales. En ellos eran impuestas y vividas otras normas de interacción
social, orientadas siempre a la maximización de la producción.
Mientras la maquinaria aligeraba muchas de las etapas de trabajo, su mayor
complejidad requirió de otra clase de personal: investigadores, técnicos y administradores.
Esto produce una diferenciación y polarización más clara al interior del conjunto de los
trabajadores mineros (Mentz 2001). Los nuevos puestos de trabajo, -maquinistas,
electricistas, mecánicos, etc.- relacionados al manejo de la tecnología que remplazó al
trabajo manual, serán ocupados por operarios que generalmente no eran seleccionados
entre las poblaciones locales. Eran polos de esta separación, por un lado, aquellos que
apostaban a la especialización en el trabajo minero, que no presentaban un fuerte arraigo
local y que se movían de mina en mina siguiendo las ofertas de trabajo y, por el otro, los

26
A Salta se le anexa el Departamento de Pastos Grandes y se le reintegra el de San Antonio de los Cobres.
27
Mentz (2001) refiere a ‘islas fabriles’.

256
trabajadores con un fuerte arraigo, que incluía el trabajo en la mina como una forma más
de ingreso económico en una economía de subsistencia de base familiar.
En la medida en que la inversión de capital en tecnología fue transformando el
mundo del trabajo minero, los puestos laborales que las empresas destinan a las
poblaciones locales tienden a ser más escasos (Bulmer 1978). Generalmente se los
consigna a las labores de fuerza, como peones de campo, por la capacidad de resistencia
física y su aclimatación al trabajo en las alturas o, en su defecto, a tareas de servicio y
limpieza. Todas ellas con menor remuneración dentro del universo laboral minero.
Estas circunstancias hicieron de las minas no sólo una fuente primaria de empleo,
convirtiendo efectivamente a parte de las poblaciones locales en proletariado, sino que
además se convirtieron en un recurso más con el cual la unidad doméstica de base
campesina podía incrementar sus recursos, participando en los trabajos como peones o en
el área de servicios (cocina, limpieza). Anacleto Chávez, vecino de Antofagasta de la
Sierra y antiguo trabajador de la mina relata: “el primer trabajo que tuve trabajé allá, antes
de la cocina, de administración. Después me pasaron a proveeduría, ahí trabajaba de
despachador de todos los artículos que traían los días jueves. Los días jueves venía el
camión de San Antonio con toda la mercadería, todos los jueves de la semana. Y después
me han corrido acá a la planta” (Fragmento de entrevista).
La comunidad minera, podía entonces tener un cierto grado de arraigo local y se
nutría de trabajadores locales que para multiplicar sus ingresos alternaban el trabajo
temporal en la mina con la arriería28, el trabajo textil, el comercio o una agricultura
estacional. Por ejemplo, “los que trabajaron como correo a lomo de mula [desde
Antofagasta de la Sierra] hasta la mina Inca Huasi llevaban artesanías para trocarlas por
alimentos en la proveeduría de la mina” (García et al 2002:207). La unidad doméstica en
sí, tiende a mantener como recurso permanente las actividades agrícola-ganaderas, la venta
de insumos (carne y leña principalmente) y servicios como baqueano o transporte, como el
sustento principal del núcleo familiar, dirigido y negociado por el jefe de familia.
Esta doble articulación laboral permitió a los pobladores locales, preexistentes a la
instalación de las explotaciones industriales, sobrevivir los vaivenes cíclicos de la
coyuntura minera, al mismo tiempo que generó nuevas fuentes de ingresos, ya sea por la

28
La arriería para comercio de los productos locales a través de su venta o trueque era una práctica de largo
arraigo en la economía de las comunidades puneñas. Larraín Barros (1999), para el caso de los atacameños,
menciona que los contactos hacia el este fueron frecuentes hasta los años 1960-70, viéndose afectados por el
golpe militar de 1973 en Chile, que llevó a un férreo control de la frontera. Control que se intensificó aún
más con las tensiones pro-bélicas de 1977-78.

257
creación de mercados cercanos donde colocar sus productos u ofrecer sus servicios, ya sea
por la oportunidad de ofrecer su fuerza laboral a cambio de un salario sin tener que
abandonar o desvincularse de la unidad doméstica y sus obligaciones anuales dentro del
calendario productivo del campesinado puneño.
Orden, disciplina y puntualidad eran los objetivos de las reglas de trabajo. Estas
muchas veces se expresaban en un corpus que incluían la clara estipulación de los horarios
de trabajo y de descanso. Los lugares para cada uno de estos momentos, e incluso una serie
de prohibiciones acerca de qué se podía hacer y qué no durante los momentos de ocio,
entre ellas la prohibición total del consumo de alcohol. También solía estar prohibido
fumar o dormir dentro de las minas. Estas prohibiciones podían o no estar de acuerdo con
los saberes de los trabajadores. Por ejemplo, mientras que dormir en la mina podía
considerarse realmente peligroso pues el minero puede quedar expuesto a las fuerzas que
operan dentro de ella, el consumo de alcohol y cigarrillos, junto con la coca, son las
ofrendas principales en los rituales andinos que vinculan al minero con las fuerzas
subterráneas, además de considerar que fortalecen el espíritu del trabajador (Absi 2005).
Por supuesto que el cumplimiento de las normativas no era el resultado voluntario
de los trabajadores, por lo tanto, se imponían también abundantes formas de castigo como
multas o coerción. La falta de ‘disciplina de trabajo’ aparece constantemente mencionada
en los problemas que afectaban el correcto desarrollo de la minería en el Territorio de Los
Andes (e.g Head 1920 [1826]). Problema que no era sólo local, sino que era una de las
fuertes representaciones empresariales, tanto nacional como extranjera, respecto de las
poblaciones indígenas y mestizas, mano de obra principal del interior del país.
El campamento formado por la Compañía Minera Incahuasi fue también un punto
de atracción de estos asalariados mineros migrantes. Von Mentz (2001) considera que se
trata de un ‘proletariado tradicional y colonial’, que se mueve detrás del auge de uno u otro
emprendimiento, formando poblaciones de asalariados especializados en minería. En la
memoria local se mantiene que en la mina trabajaban y vivían bolivianos, chilenos y
argentinos que provenían de otras provincias, llegados por la puesta en marcha de la
explotación. En el registro civil de Antofagasta de la Sierra quedaron asentados algunos
casamientos con pobladores locales (García et al 2000), pero gran parte de ellos
abandonaron la región en la búsqueda de nuevos destinos cuando la actividad minera entró
en decadencia y finalmente se detuvo.

258
Continuidad de la minería campesina

A la implantación de la explotación industrial en la puna como parte de un largo proceso


histórico colonial, ha pervivido, de forma mucho menos visible, la minería de tipo
informal, llevada adelante de forma intermitente por pobladores de la zona, como una
actividad complementaria en la obtención de recursos dentro de una economía familiar de
base principalmente pastoril.
La misma puede resultar en prácticas de procesamiento de los antiguos desechos,
reutilizando para ello los restos de la tecnología indígena de larga data y a través del relave
de la arena que se acumula en la boca del socavón inferior o en los materiales de relaves de
la Compañía Minera Incahuasi que se extienden hacia el Salar del Hombre Muerto. En
ambos casos la tecnología implicada en el proceso requiere de una inversión ínfima
consistente en botellas plásticas para el trasporte de agua, bolsas para acumular las arenas,
una palangana o similar -metálica o plástica- para lavar las arenas y un pequeño frasquito
de vidrio donde acumular el oro recuperado.
La apropiación del beneficio parece ser actualmente enteramente negociado entre el
campesino y el cerro, y los resultados de los beneficios tienden a comentarse poco y en voz
muy queda. Hoy quien lava, aparece haciéndolo sólo o con la colaboración de alguno de
sus familiares directos, no más. Esto en parte puede ser entendido como resultante de
varios procesos históricos, como la desarticulación de niveles supra-domésticos de
organización en la región a lo largo del tiempo y probablemente también por la situación
de ilegalidad de la práctica. Pero también pervive la tradición andina que señala que el
éxito en la obtención de beneficios por parte del cerro es la resultante de pactos riesgosos
con seres poderosos que habitan en las profundidades del Mineral.
[Los antiguos trabajadores de Mina Incahuasi cuentan que] “eran dos los dueños de la
mina, y uno de ellos era también dueño de la mina Tincalayu, al otro lado (norte) del
salar. Como el otro dueño lo celaba porque tenía una sola mina, lo mandó matar. La
mina estuvo cerrada por cinco días tras la muerte del dueño. Cuando los mineros
volvieron a la mina, la hallaron toda inundada. Con bombas y equipos impermeables
lograron desagotarla y meterse adentro, pero ya no hallaron la veta. Fueron hasta
donde la habían dejado y cavaron todo a la vuelta (horizontalmente), y nada. Luego
cavaron otra vez todo a la vuelta (verticalmente) y nada. La veta se escondió... por la
avaricia.” (Armando Farfán, citado en Haber 2004)

También;

“En la zona hay muchos que te hablan o te chistan, a esos hay que ignorarlos. Se
quedaron rondando la riqueza y no quieren que uno se le arrime, hay ‘celosía’. A

259
veces se lo siente en el aire. Algunas son almas de los que se murieron en las minas”
(Benita Tolaba, vecina de Agua Salada, notas del cuaderno de campo 2006)

Este otro plano permite pensar que la participación intermitente en las relaciones
capitalistas de producción, si bien han producido transformaciones en una multiplicidad de
planos, no han roto por completo con el saber que indica cuáles y cómo son las relaciones
que debe establecerse con los seres en el mundo. La relación con estos y otros seres
presentes en el área del mineral está constantemente mediada por una serie de prácticas que
no son sólo formas de relación que permiten ‘beneficiarse’ en una relación de producción,
sino el reconocimiento y respeto de las relaciones que los unen. No necesariamente existe
un rechazo de las comunidades locales a la participación en relaciones capitalistas de
producción y una defensa de las formas precapitalistas, como bien lo indicara Godoy
(1991), muchas veces, los mineros ‘van y vienen’ entre una u otra forma con mucho menos
conflicto, estrés y agonía de los que la disciplina antropológica asumió. Existen tensiones,
sin duda, particularmente en los casos en que la participación es más el resultado de la
coacción que del ingreso voluntario. En algunas de estas circunstancias, la mediación ritual
es una práctica que ayuda a restablecer órdenes que las relaciones capitalistas
desequilibran.
Esas mismas mediaciones pueden reflejarse también en indicios presentes en los
paisajes habitados y en las relaciones espaciales que se constituyen entre los lugares de
vivienda y trabajo. Un día, Benita Tolaba, que decidió participar del trabajo que implicó
esta investigación, compartió con nosotros las formas a seguir para que el trabajo sea
bueno y se haga de forma ‘correcta’:

“El 2do día de trabajo, durante el almuerzo, Benita hace un pocito, saca unas hojas de
coca de la yuspa y las desparrama con un solo movimiento sobre el pocito. Luego hace
una lectura de la posición en que caen las hojas: ‘la coca tira para el trabajo’ -nos dice-
, ya que las hojitas caen para ese lado. Dice que si caen del lado verde es buena suerte
y si caen del blanco, no. No conviene trabajar. Al día siguiente en el almuerzo arrimo
[la autora] también la petaca, así que volvemos a hacer el pocito. Benita vuelve a
ofrecer coca, hace una oración en voz baja:

Pachamama, Pachatata
Ayúdennos con los trabajos
Que tenemos que hacer
Que todo salga bien
Cusilla, cusilla pachamama, pachatata.

Luego arroja unas gotitas de alcohol en ‘forma de cruz’. Luego tapa el pocito. Dice
que mañana ya no va a hacer falta hacer el pozo nuevamente. Al otro día, antes de

260
empezar a trabajar, nos dice que traigamos 2 piedras de cuarzo grandes (de unos 20 cm
aproximadamente) y que las pongamos una sobre la otra sobre el lugar donde se
encontraba el pocito. Ahora vamos a corpachar sobre las piedras nomás, y que cada
día cuando vengamos bajando [la cuesta entre Agua Salada y Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi], debemos tomar una piedra blanca [cuarzo] y traerla hasta la
apacheta. Uno le pasa el cansancio a la piedra y luego la deja en la apacheta y entonces
el cansancio se queda ahí” (Notas del cuaderno de campo 2006)

Con esto, Benita no sólo nos está guiado en las formas correctas de relación, sino
que nos autoriza, al participar juntos en ellas, a la construcción de un hito material que
exprese nuestro vínculo a través de la construcción de una nueva apacheta. Estamos
participando de las relaciones de domesticidad 29 que nos informan acerca de cómo debe ser
la relación que nos permita ‘beneficiarnos’ del cerro (ahora ya como arqueólogos). Benita
sigue diciendo la oración cada día antes de comenzar y nosotros siempre dejamos nuestra
piedrita. Estamos aprehendiendo el mundo de seres con los cuales compartimos ese
espacio/tiempo.
La presencia a lo largo del tiempo de diferentes formas de producción en el área,
hace que la población local se inserte hoy en otra serie de redes de relación, generalmente
como empleados en los trabajos no calificados o de servicios en las empresas mineras. Sin
embargo, y a pesar de ello, la minería campesina y sus formas relacionales, aunque
transformadas, aún están allí presentes.
Benita Tolaba nos enseño las formas de esa minería informal aún vigente:

“Fuimos con Benita a unas estructuras que están al lado de la vega en La Aguadita
para que ella mostrara como se ‘pedacea la piedrita’ (mojarle, molerle) para sacar el
oro. Ahí nos sentamos al lado de una pecana donde Benita sacó una bolsita de plástico
con ‘piedras que tienen oro’ y ‘coris’. También tenía un martillo con el que golpeaba
las piedras en la pecana (antes chupa las piedras para ver si tienen oro). Cuenta que
después de pedacear la piedra, se agarra la ‘mano’ para mojar/moler la piedra que
tiene oro (pide que le saque una foto (Figuras 7.4 y 7. 5). Después guarda la que molió
en otra bolsita de plástico y ‘ya está ahí’. ‘Después se le agarra y se le lava (se le
agrega mercurio), ahí sale el oro, y después se lo vende”. (Notas al cuaderno de campo
2006)

Esta actividad no es parte de una práctica permanente, sino que es una forma de
complementación de su economía de base pastoril. Benita recurre al mineral cuando
‘quiere comprarse sus cositas’.

29
Ser incluidos en relaciones de domesticidad no implica participar del mundo de lo doméstico. Los límites
de la inclusión son claramente marcados a través de una multitud de prácticas cotidianas.

261
Figura 7.4 y 7.5:
Benita Tolaba mo-
liendo y lavando
mineral de oro.

La instalación de la Compañía Minera Incahuasi no fue la primera de características


industriales en la región, por lo tanto la fuerza de trabajo local conocía los términos y las
formas relacionales implicadas. El salario será ahora el gran mediador de la relación entre
el capital y el minero. La espacialidad del trabajo estará ahora construida siguiendo la
secuencialidad de las etapas de producción. Se establecen días y horarios de trabajo y cada
uno cumple una parte dentro de una línea secuencial de producción.
La cotidianidad de las relaciones dentro de este espacio se pierde o es regulada y
administrada dentro de un calendario oficial de trabajo. Por ejemplo, si bien el trabajo
etnográfico nos indicó que el corpachar es un acto relevante al inicio de las tareas mineras,
o de cualquier otro tipo (viajes, siembra, carneada, etc.), durante la explotación
desarrollada por la Compañía Minera Incahuasi el ritual sólo se permitió en las fechas
rituales principales: “corpachábamos para… por ejemplo, para el 1º de agosto, para el día
de la pachamama… ahí corpachábamos” (Anacleto Chávez, Notas del cuaderno de campo
2006).
Sin embargo, incluso vedados de los ámbitos cotidianos de trabajo, estos son
saberes que siguen reproduciéndose al interior de las unidades domésticas 30. Es más,
probablemente es este anclaje en lo doméstico y su baja escala político-organizativa lo que
permitió, y aun permite, a la unidad doméstica campesina y pastoril sobrevivir a la
violencia del despojo colonialista. En este espacio, que tiene unos límites muy definidos,
perviven y se reproducen los saberes tradicionales de organización y relación de los seres

30
No quiero decir aquí que los saberes se mantienen ‘imperturbados’, sino que lo doméstico sigue siendo el
eje que ampara la reproducción del saber y de la forma correcta de ser-en-el-mundo.

262
en el mundo. Esta situación histórica es, en parte, la que hoy viven y enfrentan las
poblaciones puneñas.

Acciones ilegales al interior del sistema

La apropiación clandestina de mineral fue ‘una práctica casi inherente al trabajo minero’
(Mentz 2001: 577) y motivo de queja constante por parte de empresarios, administradores
y supervisores. El alto valor de los minerales, que podían encontrarse concentrados en una
pequeña piedra, claramente visible para el ojo avisado del minero, hacía que se
desarrollaran ingeniosas formas de escabullirlos. La apropiación de los beneficios, casi
completamente por fuera del control del trabajador, podía aun burlar al vigilante aparato
de producción industrial
Preguntando sobre unas pequeñas estructuras y remociones de material que
aparecen reiteradamente sobre las laderas laterales, Daniela Castillo (vecina de Agua
Salada) nos dice que son ‘trincheras para clasificar piedritas’; las que tienen oro y las que
no, las deje, las bota ahí’. ‘La gente tenía que estar atrincherada para que no los vieran. De
noche sacaban las piedras’. ‘También lo hacían los días que no trabajaban: sábados y
domingos. O las mujeres de los mineros’ a veces se sentaban ahí y molían por debajo de
las polleras’ (Notas del cuaderno de campo 2006).
Cuando la actividad minera comienza a declinar, el cuidado y mantenimiento de los
edificios comienza a abandonarse. Cuando las actividades finalmente culminan, el proceso
de ‘destrucción’ comienza (Bell 2002). Las grandes maquinarias pueden retirarse para ser
usadas en otros lugares, gran cantidad de elementos pueden incluso ser vendidos como
chatarra. La remoción de todo elemento portable es casi inmediato. En el campamento
minero se permitió incluso que fueran retirados los elementos constructivos útiles –puertas,
ventanas, chapas, vigas, plomería, luminaria- como compensación de jornales y deudas
atrasadas.
Cuando las empresas se van porque han alcanzado sus límites de rentabilidad, la
gente vuelve a sus casas, al mundo de producción de la unidad doméstica campesina.
Anacleto Chávez comenta: “Yo me fui porque ya estaba mal la mina ya, debían, no
pagaban. Por eso, total tenía mi casa allá [en Antofagasta de la Sierra]”. Algo similar
refirió Antolín Reales -quien comerciaba mercadería desde Antofalla a la proveeduría o
con los empleados mismos de la mina-. Él indicó que cuando comenzaron a hacerse

263
irregulares los pagos, ya no convenía el traslado. El riesgo de fiar mercadería y luego no
poder cobrarla se hacía importante.
Los pobladores cercanos siguen visitando la mina por distintas circunstancias, en
esas visitas se van recuperando manufacturas y elementos industriales que pueden
parecerles de cierta utilidad. Incluso los visitantes esporádicos, las exploraciones mineras
posteriores o el turismo continúan con el proceso de recolección de materiales como
‘souvenir’ de los antiguos campamentos.
El campamento minero, aunque abandonado, y la mina sin explotación, no se
convierte en una ‘capsula del tiempo’, sino que sigue transformándose constantemente. Por
ejemplo, la base del mástil de la bandera que flameaba en el quiebre de ladera entre el
campamento de la Compañía Minera Incahuasi y el poblado de Nuestra Señora de Loreto
de Ingaguasi fue ‘volado’ con dinamita tras el abandono del campamento minero, hay
quienes dicen que fue por diversión, otros que fue por la búsqueda de un ‘tapado’31.
Además, se registran esporádicamente intervenciones exploratorias de nuevas
empresas mineras en la búsqueda de yacimientos rentables que modifican el paisaje
minero. Se abren huellas donde no las había, se construyen plataformas de perforación,
trincheras, etc. Además, quienes participan de estas prácticas, tanto como los turistas,
suelen marcar, a través de múltiples grabados y pintadas, su paso por allí. Incluso, a partir
de la última exploración 2006-2007 se detectó la construcción de un altar al Gauchito Gil,
dentro de los edificios abandonados del campamento minero.

Incahuasi como Monumento Histórico Nacional

Durante el período de máxima actividad de la Compañía Minera Incahuasi, los viejos


poblados del Mineral de Incahuasi son declarados Monumento Histórico Nacional por el
decreto ley 16482/43. Allí se refiere en un inicio a las “Ruinas de Incahuasi. Ruinas de la
antigua población aborigen en Antofagasta de la Sierra” (resaltado agregado).
Sin embargo en las publicaciones posteriores de la Comisión Nacional de Museos y
Monumentos Históricos (1944 y 1957) sólo se indica que “refiere a uno de los puestos
fortificados que los ejércitos incas escalonaron durante el siglo XV en el territorio de los

31
El ‘tapado’ refiere a escondrijos de oro olvidados o no recuperados que se sospecha existe en las paredes o
cimientos de las estructuras. Sin embargo, el caso del mástil de la bandera es la única acción de voladura que
se narró en la búsqueda de los mismos

264
indios atacameños. Quedan vestigios de fincas, viviendas y restos de la capilla.”
(1957:114).
Si bien no resultan claras las motivaciones de esta declaración, ni el porqué de la
misma en un momento en que la propia acción estatal, a través de las concesiones mineras
había afectado fuertemente la conservación de los viejos poblados del Mineral de
Incahuasi. Sí se convierte en un claro acto político de fijación y apropiación de la memoria
local, en tanto y en cuanto se consolida e institucionaliza -obviando la contradicción de la
simultaneidad de lo incaico y la mención a una capilla- la ‘narrativa del imperio’ (ver
capítulo 2) y nada vincula a las poblaciones locales con la existencia de dichos poblados.
Luego, el tiempo y la estratificación de enunciados, van a dar lugar a una ‘tradición
discursiva’ constituyéndose en parte del proceso de construcción de una determinada
‘formación ideológica’ en donde las palabras, las expresiones, proposiciones, etc.
adquirirán su sentido en relación con las posiciones ideológicas que están en juego en el
proceso socio histórico en el cual son producidas y reproducidas (Pecheux 1997). Dentro
del campo disciplinar -que ningún erudito solitario y aislado puede crear, pero del que todo
erudito recibe y en el que encuentra un lugar- el investigador individual hace su
contribución. Pero, en tanto estas contribuciones se mantienen dentro de las mismas
tradiciones discursivas, no sirven más que para redistribuir el material dentro del campo
(Said 2004) y negociar su posición dentro del mismo (Bourdieu 2003).
Con sus variantes y laxitudes, la formación ideológica que oculta la capacidad
de agencia sobre el mundo que tienen las comunidades locales (por ejemplo García y
Rolandi 2004 32), sólo consintió la construcción de un discurso que fortaleció la realidad
del sujeto que lo produjo en cuanto sistema de evidencias y de significaciones
percibidas-aceptadas-experimentadas (Pecheux 1997).
En contraste con ello, se percibe que en la memoria local la mención de lo incaico
solo pervive como el resultado de la institución de discursos provenientes del ámbito
académico y difundido en instancias escolares o de formación de un circuito turístico, en

32
El hecho de que las compiladoras, junto con Paula Valeri (autoras de la sección principal) fueran
investigadoras -y en el caso de la segunda también directora- del Instituto Nacional de Antropología y
Pensamiento Latinoamericano (INAPL), dice mucho acerca del lugar de enunciación. El trabajo de esa
investigación fue financiado por UNESCO y el tema era la definición de la ‘identidad’ de la población de
Antofagasta de la Sierra, donde hacen una velada defensa del ‘criollismo’ de la población y su
reconocimiento como ciudadanos argentinos. Este libro se imprimió a mediados de 2004. El 25 de mayo de
2005 los pobladores de la cuenca del Salar de Antofalla realizaron su declaración legal como ‘Comunidad
Indígena Coya Atacameña de Antofalla’ y comenzaron los trámites por su reconocimiento legal. En mayo del
2006 los pobladores de la cuenca del Salar del Hombre Muerto habían iniciado también acciones en este
sentido.

265
tanto que por fuera de ellos Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi, principalmente se
valora por ser el lugar de procedencia de la imagen de la virgen de Loreto. Recientemente,
ante una visita organizada al mineral, la gente de Antofagasta de la Sierra y la población de
Agua Salada, eligió resaltar la iglesia como elemento central del poblado, se blanquearon
las piedras al costado del camino que lleva a la misma –abierto por exploraciones mineras
de finales del siglo XX- y se depositó una estampita de la Virgen de Loreto en la entrada
(Figura 7.6).

Figura 7.6: Acceso a la Iglesia. El mismo fue limpiado y señalado con las piedras, blanqueadas a la
cal, dispuestas en posición vertical con motivo de una visita grupal de vecinos desde Antofagasta.

Claramente, esta memoria local no referencia en su actualización a lo incaico, sino


que en oposición al discurso institucional, se privilegia sobre todo un elemento netamente
colonial: la virgen patrona del Mineral durante el siglo XVIII y que conecta directamente,
como se mencionó arriba, la historia de la población de Antofagasta de la Sierra y
Antofalla, con los pobladores de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi.

266
Conclusiones Generales

Al comienzo de esta investigación se indicó que en la historia del Mineral de Incahuasi se


imbricaban historia y memoria en un proceso colonial en donde las poblaciones puneñas
fueron despojadas, no sólo materialmente, sino también discursivamente en diferentes
narrativas que invisibilizaron la agencia indígena.
Desde la narrativa arqueológica, se había aceptado ya el modelo según el cual el
incario conformaba una organización política supralocal, el Collasuyu. Los poblados y sus
habitantes fueron pensados a partir de ese marco interpretativo cobertor que llamamos la
‘narrativa del imperio’, donde desde el centro imperial se planificaba una estructura
productiva centralizada que se expandía poniendo bajo su esfera de control una serie de
recursos de alto valor simbólico, entre los cuales ocupaban un lugar especial los metales.
Dentro de esta narrativa, el lugar del Mineral de Incahuasi resultaba ‘evidente’. Tras la
revisión detallada del argumento material, es el topónimo Incahuasi lo único que sigue
referenciando al incario, pero los topónimos no son necesariamente descriptores de la
realidad. Menos aún alcanzan para erguirse como sostén de la construcción textual que la
arqueología realizó y que narró al Mineral de Incahuasi como un enclave extractivo del
imperio.
Las características del violento proceso de colonización ocurrido en América
guiado por la búsqueda y posterior explotación de riquezas encontró en los grandes
yacimientos de plata y oro andinos un asidero material que, sin embargo, no alcanzó a
satisfacer el apetito de los conquistadores y contribuyó a crear y hacer perdurar las
leyendas acerca de las ‘riquezas ocultas’ de las comunidades indígenas. El que las riquezas
mineras del altiplano andino fueran inicialmente ‘descubiertas’ dentro de un juego político
de ‘develamiento/ocultamiento’ digitado por la nobleza incaica y los curacas locales sentó
un precedente que avaló la permanente convicción de que los indígenas no informaban de
sus riquezas como un acto de rebeldía. Por otro lado, la magnitud de las riquezas mineras
de Charcas (Potosí, Porco, Oruro) hacía del deseo de encontrar en las cordilleras hacía el
sur otras similares, un hecho casi imposible, pero no por ello menos esperado. El objetivo
era la ciudad de los Césares, la Sierra de Plata o el ‘Potosí del Tucumán’, pero la larga
resistencia indígena dificultó el acceso a algunas regiones y provocó que perviviera, en su
desconocimiento, el imaginario del deseo.

267
El avance colonial sobre los territorios indígenas desde el Alto Perú hacia el sur no
fue homogéneo. A ambos lados de las vertientes andinas las comunidades indígenas
presentaron distintas formas de resistencia en la medida que la presión colonial aumentaba.
Si la resistencia armada les permitió a las comunidades vallistas de la Gobernación del
Tucumán demorar la conquista territorial, el que la violencia bélica se prolongara en el
tiempo hasta entrado el siglo XVII, derivó a largo plazo en un mayor control individual de
los encomenderos sobre la población indígena y, por consiguiente, en una mayor
desarticulación comunitaria. Mientras que en el Corregimiento de Atacama, la temprana
negociación de los caciques y la comunidad derivó, en el largo plazo, en una integración de
la población como conjunto a la administración colonial, permitiendo la supervivencia de
las estructuras comunitarias que pudieron mantener cierta cohesión al interior de una
encomienda extensa.
Si se combinan en la relectura de la narrativa colonial -resistencia e imaginario- se
obtiene como resultado que los poblados coloniales inicialmente no son más que islas,
‘materializaciones de las avanzadas colonialistas’ de fuerza constante. Pero una fuerza tal,
que aun en sus instancias iniciales más precarias, comenzaba a fijarse y reproducirse.
Durante el siglo XVI y XVII, las divisiones administrativas no conformaron más que el
deseo colonial representado en imágenes virtuales de divisiones espaciales que no se
correspondían entre sí, ni con la espacialidad sobre la que se imponían. Frente a esta
situación en los valles, las referencias que existen respecto de las poblaciones y las tierras
puneñas se representan como una barrera natural que se convirtió en refugio constante de
quienes se mantenían resistentes al orden colonial: salvajes, bárbaros, rebeldes y alzados.
Esta representación de la puna como un espacio marginal y culturalmente vacío,
fue reproducida por largo tiempo en los discursos posteriores, incluso en los académicos.
No obstante, las investigaciones desarrolladas en el área a lo largo de las dos últimas
décadas permitió conocer un aspecto de lo local que había estado ausente de la narrativa
colonial; la existencia de espacios poblados donde la vida comunitaria indígena encontró
cabida. La reocupación de poblados que habían sido desocupados durante los siglos
anteriores; la reactivación de áreas agrícolas, la intensificación de las prácticas de caza, el
sostenimiento de los saberes ancestrales, fue posible en los oasis puneños. A pesar de
perder parte de su autonomía en el proceso colonial, las comunidades indígenas supieron
encontrar y aprovechar los espacios donde obtener los recursos necesarios para su
subsistencia física y comunitaria. Sin embargo, desde el campo historiográfico se tendió a
reproducir el ‘discurso del deseo’ de control como relato del proceso colonial y no a

268
considerar, por ejemplo, que el discurso textualizado era, precisamente, el mecanismo de
despojo que se conformaba en los documentos y representaba en las cartografías.
Si a partir de la materialidad de los estudios arqueológicos fue posible sugerir que
el Mineral de Incahuasi no fue contemporáneo, sino cronológicamente posterior a esos
procesos. No resultó arriesgado sugerir entonces que los anexos parroquiales mencionados
como presentes desde larga data por la narrativa historiográfica, hayan sido creados en
realidad acompañando el desarrollo de los asientos mineros puneños. Las menciones
iniciales de los anexos de Atacama la Alta se dan entonces dentro de un contexto regional
de cambio; un proceso de expansión y apropiación territorial que, con características
disímiles, se da tanto desde el Corregimiento de Atacama como desde la Gobernación de
Tucumán. Pero mientras en el primero se reforzaba la legitimidad de los cacicazgos y el
estatus de la nobleza indígena, en el segundo se desarticulaban casi completamente las
redes indígenas que implicaran algún nivel de organización regional.
Si se compara esa imagen, surgida de la historiografía chilena, con la que puede
obtenerse de la surgida en Argentina acerca de las sociedades indígenas preexistentes a la
Nación, contrasta bastante cómo, mientras desde la primera se narra la historia de una
comunidad indígena articulada al mercado y al sistema de gobierno colonial, desde la
segunda el relato histórico destaca la larga resistencia indígena armada, su colapso y la
posterior ‘desintegración’ de las comunidades indígenas. Proceso en el cual, las tierras
altas de puna no se mencionan más que para narrarlas transitoriamente ocupadas por
‘indios de Atacama cazando vicuñas’, mientras que el paisaje se describe como ‘yermo y
despoblado’, aunque esto no parece ser más que la enunciación estandarizada que legitima
el proceso legal del despojo. No se puede entonces menos que desconfiar de los
testimonios que describen el vacío poblacional de las tierras, habilitando y legitimando así
el despojo de las comunidades locales. Más suspicacias despierta aún cuando se observa
que el contexto de ese despojo coincide con la definición de los difusos límites entre dos
centros de expansión colonial que proyectaban apropiarse de los mismos recursos; los
minerales auríferos de la puna. Se debe entender entonces que los testimonios
documentales, fueron producidos bajo estas tensiones y son, por lo tanto, parte de la
expresión de los conflictos y las pugnas que se daban al interior mismo del poder colonial
por lograr el control de la fuerza de trabajo indígena y el acceso a los recursos económicos
estratégicos, en este caso particular, el oro de Incahuasi.
Puede que por entonces las poblaciones puneñas ya fueran parte de la comunidad
atacameña, que lo fueran algunos de sus miembros, o que los vínculos se reforzaran a

269
partir de estas transformaciones, lo cierto es que a partir del siglo XVIII la población
indígena responde al cacicazgo atacameño. Sus representantes son quienes, actuando como
articuladores entre las comunidades indígenas y el mundo colonial, se distinguen
movilizándose por el territorio, participando del comercio colonial y proveyendo de fuerza
de trabajo e insumo a los principales e incipientes centros mineros.
En esta coyuntura, la formación de Nuestra Señora de Loreto de Ingaguasi y el
cercano poblado de Agua Salada, es la resultante de la rápida ocupación del yacimiento
aurífero en el contexto de un auge minero a nivel regional. La construcción y distribución
de las estructuras del mismo, ubicado directamente sobre el yacimiento, deben ser
entendidas, al igual que el poblado aledaño de Agua Salada, como la resultante de la
formación y posterior crecimiento de un asiento minero que mantuvo su auge en tanto
pudo extraer el mineral de las vetas superficiales y procesarlo con una baja inversión de
tecnología y una alta inversión en fuerza de trabajo. La resultante de esta conjunción de
elementos generó un paisaje minero en el cual se combinan algunas de las características
típicas de estas explotaciones y comunidades estudiadas a nivel global, con las
disposiciones locales de saberes y recursos.
Las estrategias políticas desarrolladas por los líderes atacameños, a través de un
juego de oposiciones y alianzas, logró mantener a un mismo grupo familiar al frente de la
conducción comunitaria. Sin embargo, con la llegada del Corregidor Argumaniz, este
estado de situación comienza a tensarse. Ante esta situación, la alianza con el Cura Miguel
Gerónimo de Olmedo cumplió un rol estratégico en la articulación legal del conflicto entre
corregidor y caciques. Este cura sin duda actuó con la clara intención de mantener su
acceso al beneficio del mineral, pero para ello permitió que los indígenas usufructuaran sus
vínculos en la Audiencia de Charcas, generando de esta manera un contexto efectivo en la
defensa de sus intereses por vía política y legal. Esta situación particular terminó
visibilizándose y estallando en la Rebelión de Incahuasi de 1775.
Interpretada previamente desde distintas propuestas, la rebelión fue sometida aquí a
una mirada regionalizada que permitió entender desde un lugar original el proceso
histórico que llevó a la misma, la participación diferencial de los diversos agentes
involucrados y las consecuencias posteriores a este hecho. Desde este lugar, se comprendió
mejor el rol de los líderes indígenas y la comunidad minera toda que se había conformado
en el Mineral de Incahuasi. Así también se mejoró la comprensión de cómo pesó sobre las
poblaciones locales la reformulación de las estructuras jurisdiccionales y las redes
económicas tras las reformas borbónicas del siglo XVIII. Por último, cuando el auge del

270
ciclo minero local llega a su fin, se mostró cómo las menciones al Mineral de Incahuasi
van perdiendo relevancia hasta llegar a la desocupación y abandono del mismo hacia los
inicios del siglo XIX.
En las tensiones de los conflictos independentistas y las luchas provocadas por la
organización de los estados chileno y boliviano, ni los pobladores ni sus labores tienen un
claro registro. Los poblados parecen abandonados a partir de la tercera década del siglo
XIX y las poblaciones locales retornan a los ciclos productivos campesinos y pastoriles
despectivamente narrados por los esporádicos viajeros que transitaban la región. La
emergencia de nuevos circuitos regionales vinculados a la minería, de la plata primero y al
salitre después, fomentó una especialización en tareas arrieras y productivas ganaderas
para colocar mercaderías y ofrecer servicios a bajo costo en esos puntos nodales, mientras
que la población migrante se integra intermitentemente a los nuevos nodos productivos
como fuerza de trabajo.
El acuerdo trinacional que delimita las nuevas fronteras a inicios del siglo XX,
integró finalmente los poblados puneños del área a la Argentina. Los agentes estatales
enviados para dar cuenta de sus riquezas y potencialidades, volverán la mirada, ante una
descripción generalmente negativa de las poblaciones locales que no logran integrar al
proyecto nacional agro-exportador. Indicando que sólo las riquezas mineras y la
intervención ‘dinamizante’ del Estado, podrán constituirse en la ‘única’ posibilidad real de
participación del Territorio de Los Andes en el crecimiento nacional.
En este contexto se inaugura un nuevo ciclo aurífero en el Mineral de Incahuasi. La
Compañía Minera Incahuasi se instala e inicia sus actividades a partir de mediados de la
década de 1930, para lo cual construye un campamento minero adecuado a las exigencias
de las producciones industriales contemporáneas, conformando una nueva comunidad
minera. En ella las poblaciones locales se integraron como proveedoras de insumos o mano
de obra poco especializada, sin abandonar del todo la economía campesina/pastoril.
Convirtiéndose el beneficio del Mineral de Incahuasi en un recurso más, dentro de los
múltiples que se articulan a la economía campesina puneña.
Como un último coletazo del proceso de despojo, se produce la apropiación de la
memoria histórica del sitio: Monumento Histórico Nacional. La actitud textual presente en
la tradición del discurso histórico, y también en el arqueológico, tuvo una finalidad
explícitamente política como parte de un proyecto formador de la nación. Desde un
principio se intentó unir, con distinta suerte, lo indígena a lo nacional. Pero no a una
etnicidad contemporánea, sino a una donde las raíces de lo nacional se hunden en

271
‘gloriosos imperios andinos’ estrictamente objetivados en un pasado situado fuera de la
línea del tiempo histórico constitutiva del proyecto nacional. En esa política, a la
arqueología le correspondió, y aún le corresponde, controlar la producción y reproducción
de la parte del discurso histórico sobre la identidad basada en los objetos (Gnecco 2002).Al
establecerse el campo de la arqueología como el del pasado pre-histórico quedó implícito
que el pasado ‘histórico’ no era de su injerencia, sino de la historia propiamente dicha. Así,
se definió por oposición hacia qué debían cada una de estas disciplinas orientar sus
estudios. Por lo cual encontramos que los discursos arqueológicos se ocuparon del Mineral
de Incahuasi en tanto y en cuanto lo integraban a la ‘narrativa del imperio’.
El estado-nación -a través del discurso de sus agentes- apeló a lo indígena para
construir su propia profundidad histórica al mismo tiempo que promulgaban una
homogenización identitaria al interior del territorio. Debía crearse un territorio en
común y un origen común, para formar al ciudadano argentino. En este proceso las
‘imaginaciones nacionales’ necesitaron de la participación de los discursos peritos y de
la firma de lo visible. La antropología/arqueología como disciplina y los museos como
monumentos fueron los espacios que supieron responder ‘institucionalmente’ a esa
necesidad. En este proceso clasificatorio, el ‘acto de nominación’ fue a la vez un modo
de fijar una frontera y también de inculcar repetidamente una norma. Ese discurso se
sostuvo y sostiene en multiplicidad de planos y claroscuros, entre ellos; la ausencia de
análisis crítico del lugar de enunciación del discurso nominador. Lo indígena, su
universo, su agencia, su autonomía, su sentido, su imposibilidad (coyuntural) de
narrarse y, sobre todo, su inconmensurabilidad y su persistencia como una identidad
negada, hace que se mantengan aun subsumidos en la colonialidad de la modernidad.
No permite otra opción de lectura más que la de un mundo colonizado hasta en el
campo de los sentidos, sin necesidad de cuestionarlo o, al menos, comprender su
formación a través de un largo proceso histórico. Por ejemplo, ante la consulta a los
pobladores de Agua Salada acerca del origen de los poblados del Mineral de Incahuasi,
Benita Tolaba, quien se autoreconoce como colla, dice ‘para mí que [las casas] deben
ser de los españoles… de los indios no… porque están bien hechas’. ¿Cómo no
comprender esta breve respuesta dentro de siglos de colonialidad?
El peso de la violencia simbólica estratificada en siglos de discursos expertos,
institucionalizados, legitimados y proyectados desde el Estado sobre las poblaciones
locales no puede ser ignorado en la constitución de la memoria local. La negación de la
capacidad de transformación histórica de las poblaciones locales y de su propia

272
agencia, es la resultante de un proyecto colonialista que pervive y penetra la
constitución de los sujetos en múltiples planos de sentido, pero no necesariamente logra
ir más allá de su ocultamiento.

Desde hace unos años, por cuestiones económicas nacionales y globales, se


reactivaron las exploraciones y las explotaciones mineras en todo el país. El Salar del
Hombre Muerto no quedó ajeno a esta dinámica y en el Mineral Incahuasi, en el año 2006
la empresa Cardero S.A. inició una serie de estudios de factibilidad de explotación del
mineral. Los profesionales, operarios y empleados de ella y de las actividades asociadas
pero tercerizadas, recibieron el permiso de ocupar la escuela de Agua Salada. Ese curso
lectivo el maestro fue ‘ascendido y trasladado’ a la escuela de Ciénaga La Redonda, a unas
decenas de km. de allí y no fue reemplazado, por lo tanto la escuela, eje articulador de la
dinámica cotidiana y de los trabajos remunerados, no inició sus actividades. En tanto que a
los pobladores de Agua Salada se les sugirió trasladarse también a Ciénaga La Redonda o a
Antofagasta de la Sierra. Como no aceptaron y optaron por reclamar insistentemente por la
reapertura de la escuela, el gobierno provincial finalmente reordenó el calendario escolar y
el plantel docente, comenzando las actividades escolares seis meses más tarde de lo que
correspondía. La gente se negó a dejar ‘su lugar’ y significativamente, después de muchos
años, se decidieron a agregar otra habitación a su casa.

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2001 [1916] Un mundo que se va. Editorial de la Universidad Nacional de Jujuy, San
Salvador de Jujuy.
von Tschudi, Johann
1966 [1860] Viaje por las cordilleras de los Andes de Sudamérica, de Córdoba a Cobija en
el año 1858. Boletín de la Academia Nacional de Ciencias, tomo XLV. Córdoba.

307
Wallerstein, Immanuel
2003 El moderno sistema mundial. La agricultura capitalista y los orígenes de la
economía-mundo europea en el siglo XVI. T. I. Siglo XXI, Buenos Aires.
Williams, Verónica
2000 El imperio Inka en la provincia de Catamarca. Intersecciones 1(1):5-78.
Wotruba, Hermann, Félix Hruschka, Thomas Hentschel y Michael Priester
2000 Manejo Ambiental en la pequeña minería. GAMA - COSUDE, Lima.
Yacobaccio, Hugo, Leonardo Killian y Bibiana Vilá
2007 El negocio de los cueros y lanas de vicuña. Todo es Historia 483:16-2.

308
ANEXO

309
1 - Fichas descriptivas de los grupos cerámicos presentes en Nuestra Señora de
Loreto de Ingaguasi y Agua Salada

Grupo Nº: 1 (Caspinchango ordinario) Presencia en: Li, As, Af y Tc


Color
• Núcleo: naranja, marrón
• Margen externo: naranja
• Margen interno: naranja
• Superficie externa: marrón, negro, gris
• Superficie interna: marrón, negro, gris
Dureza: baja Textura: rugosa Fractura: laminar
Inclusiones Muscovita Cuarzo Biotita
Frecuencia 20 % 5% 5%
Distribución Pobre Buena Pobre
Tamaño Pequeño Mediano Mediano
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino y grueso
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso

Grupo Nº: 61 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: naranja, gris, marrón
• Margen externo: naranja, gris, marrón
• Margen interno: naranja, gris, marrón
• Superficie externa: naranja, marrón
• Superficie interna: naranja, gris, marrón
Dureza: media Textura: medio porosa Fractura: irregular
Inclusiones Mica Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 30% 15% 5% 10%
Distribución Regular Irregular Irregular Irregular
Tamaño Pequeño mediano Mediano Fina
Tratamiento superficie
• Interna: Alisado con instrumento fino
• Externa: Engobe rojo.
• Asa: modelado serpentiforme

Grupo Nº:62 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: naranja, crema, gris.
• Margen externo: crema, naranja.
• Margen interno: naranja.
• Superficie externa: naranja, crema.

310
• Superficie interna: naranja.
Dureza: media-alta Textura: porosa-media Fractura: irregular
Inclusiones Mica Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 15% 15% 10% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Mediano Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado irregular con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso. Engobe crema.

Grupo Nº: 63 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: gris, marrón, naranja, gris.
• Margen externo: gris, naranja, marrón.
• Margen interno: gris, naranja, marrón
• Superficie externa: naranja, rojo, gris, crema, marrón
• Superficie interna: gris, negro, marrón, naranja
Dureza: media Textura: muy porosa Fractura: irregular
Inclusiones Mica Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 5% 10% 25% 20%
Distribución Media Pobre Pobre Media
Tamaño Mediano Mediano Mediano Mediano
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino. Engobe blanco/crema.

Grupo Nº: 64 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: naranja, gris, marrón
• Margen externo: negro, gris, naranja, marrón
• Margen interno: negro, gris, marrón, rojo, naranja.
• Superficie externa: gris, marrón, naranja.
• Superficie interna: naranja, marrón, gris, negro
Dureza: baja Textura: muy porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Mica Negro Concavidades
Frecuencia 20% 10% 5% 15%
Distribución Media Pobre Pobre Media
Tamaño Media Pequeño-mediano Pequeño Mediano
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino.

311
Grupo Nº: 65 Presencia en: Li y As
Color
• Núcleo: naranja, gris, marrón
• Margen externo: naranja, gris, marrón
• Margen interno: naranja, gris, marrón
• Superficie externa: naranja, gris, marrón, negro
• Superficie interna: naranja, gris, marrón, negro
Dureza: media-baja Textura: muy porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Blanco Mica Concavidades
Frecuencia 15% 20% 15% 20%
Distribución Pobre Media Pobre Media
Tamaño Grande Pequeño Pequeño Mediano
Tratamiento superficie
• Interna: en algunos fragmentos se observa un “peinado” grueso.
• Externa:

Grupo Nº: 66 Presencia en: Li


Color
• Núcleo: naranja, gris
• Margen externo: naranja, gris, marrón
• Margen interno: naranja, gris
• Superficie externa: naranja, marrón
• Superficie interna: naranja, marrón
Dureza: alta Textura: rugosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 40% 5% 10%
Distribución Buena Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño Mediano
Tratamiento superficie
• Interna: alisado grueso
• Externa: ---

Grupo Nº: 67 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: blanco, crema
• Margen externo: blanco
• Margen interno: blanco
• Superficie externa: naranja, rosa
• Superficie interna: naranja, rosa
Dureza: alta Textura: porosa-media Fractura: irregular
Inclusiones Negro Blanco Concavidades

312
Frecuencia 10% 20% 15%
Distribución Pobre Buena Pobre
Tamaño Mediano-pequeño Mediano Mediano-alargado
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: engobe rosa

Grupo Nº: 68 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: marrón, naranja
• Margen externo: marrón, naranja, negro
• Margen interno: marrón, naranja
• Superficie externa: marrón, naranja, negro, rojo
• Superficie interna: marrón, naranja, negro
Dureza: alta Textura: rugosa-porosa Fractura: irregular
Inclusiones Mica Blanco Concavidades
Frecuencia 40% 10% 5%
Distribución Buena Pobre Pobre
Tamaño Mediano Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna:---
• Externa:---

Grupo Nº:69 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: naranja
• Margen externo: naranja
• Margen interno: naranja
• Superficie externa: naranja
• Superficie interna: naranja
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Concavidades
Frecuencia 10% 5%
Distribución Pobre Pobre
Tamaño Pequeño-mediano Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento muy fino
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso.

313
Grupo Nº: 74 Presencia en: Li y As
Color
• Núcleo: marrón
• Margen externo: marrón, gris
• Margen interno: marrón rojo
• Superficie externa: marrón, negro
• Superficie interna: marrón, rojo
Dureza: media Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Mica Concavidades
Frecuencia 15% 5% 10%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Peq-med Pequeño Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso.

Grupo Nº: 75 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: crema
• Margen externo: naranja
• Margen interno: crema
• Superficie externa: naranja
• Superficie interna: crema
Dureza: media-alta Textura: rugosa Fractura: irregular
Inclusiones Negro Blanco Concavidades
Frecuencia 30% 30% 20%
Distribución Buena Buena Pobre
Tamaño Peq-med Peq-med Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: ---
• Externa: ---

Grupo Nº: 78 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: marrón, gris
• Margen externo: marrón
• Margen interno: marrón
• Superficie externa: naranja, marrón
• Superficie interna: marrón
Dureza: media Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Mica Concavidades

314
Frecuencia 15% 10% 5% 10%
Distribución Pobre Pobre Pobre Pobre
Tamaño Peq-med Pequeño Pequeño Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: ---
• Externa: ---

Grupo Nº: 79 Presencia en: Li


Color
• Núcleo: Marrón, naranja, gris, rojo
• Margen externo: naranja, gris, rojo
• Margen interno: naranja, gris, marrón
• Superficie externa: rojo, marrón, naranja
• Superficie interna: naranja, gris, marrón
Dureza: alta Textura: porosa-media Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 20% 5% 10%
Distribución Media Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Peq-med Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: alisado
• Externa: engobe rojo

Grupo Nº: 80 Presencia en: Li


Color
• Núcleo: rosa, naranja
• Margen externo: rosa, naranja
• Margen interno: rosa, naranja, marrón
• Superficie externa: rosa, rojo, marrón, naranja
• Superficie interna: rosa, naranja
Dureza: alta Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Gris Concavidades
Frecuencia 10% 10% 5% 15%
Distribución Pobre Pobre Pobre Pobre
Tamaño Med-peq Med-peq Pequeño Grande
Tratamiento superficie
• Interna: alisado
• Externa: alisado

315
Grupo Nº: 81 Presencia en: Li
Color
• Núcleo: naranja
• Margen externo: naranja
• Margen interno: naranja
• Superficie externa: naranja, rojo
• Superficie interna: naranja, rojo
Dureza: media Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Concavidades
Frecuencia 2% 10%
Distribución Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino y grueso, engobe
• Externa: alisado con instrumento fino, engobe

Grupo Nº: 82 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: naranja, marrón, gris
• Margen externo: naranja, marrón, gris, rojo
• Margen interno: naranja, marrón
• Superficie externa: naranja, marrón, gris, rojo
• Superficie interna: naranja, marrón, gris, rosa
Dureza: media Textura: muy porosa Fractura: irregular
Inclusiones Negro Mica Concavidades
Frecuencia 10% 5% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Peq-med Pequeño Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino y grueso
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso
• Asa: Modelado serpentiforme

Grupo Nº: 83 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: marrón, rojo, negro
• Margen externo: marrón, naranja, gris
• Margen interno: marrón, naranja
• Superficie externa: marrón, naranja, negro, gris
• Superficie interna: naranja, marrón
Dureza: media Textura: porosa Fractura: irregular

316
Inclusiones Blanco Concavidades
Frecuencia 20% 10%
Distribución Media Pobre
Tamaño Peq-med Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino y grueso
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso

Grupo Nº: 84 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: naranja
• Margen externo: naranja
• Margen interno: naranja
• Superficie externa: naranja, rosa
• Superficie interna: naranja, rosa
Dureza: alta Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Negro Concavidades
Frecuencia 10% 20%
Distribución Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento grueso
• Externa: alisado con instrumento fino
• Asa: modelado serpentiforme

Grupo Nº: 85 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: naranja, marrón, gris, blanco
• Margen externo: marrón, naranja, gris
• Margen interno: marrón, naranja, gris, blanco
• Superficie externa: marrón, gris, naranja, crema
• Superficie interna: rojo, rosa, naranja
Dureza: media Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Negro Blanco Concavidades
Frecuencia 5% 2% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Peq-med Pequeño Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino pintura roja
• Externa: pintura roja
• Asa: modelado inciso serpentiforme

317
Grupo Nº: 86 Presencia en: Li y As
Color
• Núcleo: naranja, rosa, rojo
• Margen externo: naranja, rosa
• Margen interno: naranja, rosa
• Superficie externa: naranja, rosa
• Superficie interna: naranja, rojo
Dureza: media-baja Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Negro Blanco Concavidades
Frecuencia 15% 5% 15%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Med-grande Pequeño Med-grande
Tratamiento superficie
• Interna: alisado
• Externa: alisado con instrumento fino

Grupo Nº: 87 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: marrón, gris
• Margen externo: marrón, gris, naranja
• Margen interno: marrón, gris, naranja
• Superficie externa: rojo naranja, gris
• Superficie interna: naranja, gris, negro
Dureza: alta Textura: muy porosa Fractura: irregular
Inclusiones Negro Blanco Concavidades
Frecuencia 25% 10% 10%
Distribución Media Pobre Pobre
Tamaño Peq-med Peq-med Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso

Grupo Nº: 88 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: naranja, gris, marrón
• Margen externo: naranja, gris, marrón
• Margen interno: naranja, gris, marrón, rojo
• Superficie externa: gris, marrón, rojo
• Superficie interna: naranja, gris, marrón, rojo, negro
Dureza: alta Textura: porosa Fractura: irregular

318
Inclusiones Blanco Mica Concavidades
Frecuencia 30% 5% 15%
Distribución Buena Pobre Pobre
Tamaño Peq-med Pequeño Mediano
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino y grueso
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso
• Asa: inciso serpentiforme

Grupo Nº: 89 Presencia en: Li


Color
• Núcleo: gris, negro, marrón, naranja
• Margen externo: gris, negro, marrón
• Margen interno: gris, negro, marrón
• Superficie externa: gris, negro, marrón, naranja
• Superficie interna: gris, negro, marrón, naranja
Dureza: media Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Blanco Concavidades
Frecuencia 5% 5% 10%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Grande Mediano
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento grueso
• Asa: modelado-inciso serpentiforme

Grupo Nº: 90 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: gris
• Margen externo: naranja
• Margen interno: gris
• Superficie externa: naranja
• Superficie interna: gris
Dureza: media Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Marrón Concavidades
Frecuencia 15% 10% 5%
Distribución Media Media Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño Med-peq
Tratamiento superficie
• Interna: alisado
• Externa: alisado, engobe

319
Grupo Nº: 91 Presencia en: Li
Color
• Núcleo: gris, naranja
• Margen externo: naranja
• Margen interno: gris, naranja
• Superficie externa: gris, naranja
• Superficie interna: naranja
Dureza: alta Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Mica Concavidades
Frecuencia 5% 10% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Peq-med Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino
• Asa: modelado inciso serpentiforme

Grupo Nº: 92 Presencia en: Li


Color
• Núcleo: blanco, naranja
• Margen externo: blanco, naranja
• Margen interno: blanco, naranja, marrón
• Superficie externa: naranja, marrón
• Superficie interna: naranja, marrón, negro
Dureza: alta Textura: porosa-baja Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 5% 5% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino, engobe, incisión.

Grupo Nº: 93 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: marrón, naranja
• Margen externo: marrón, naranja
• Margen interno: marrón, naranja
• Superficie externa: naranja
• Superficie interna: marrón, naranja
Dureza: media-baja Textura: muy porosa Fractura: irregular

320
Inclusiones Blanco Mica Negro Concavidades
Frecuencia 10% 5% 5% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Muy pequeño Pequeño Grande
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento grueso
• Externa: engobe

Grupo Nº: 94 Presencia en: Li y As


Color
• Núcleo: blanco, naranja
• Margen externo: blanco, naranja
• Margen interno: blanco, naranja
• Superficie externa: blanca, naranja, rojo
• Superficie interna: naranja, rojo
Dureza: media Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 5% 5% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño Mediano
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino, engobe

Grupo Nº: 95 Presencia en: Li


Color
• Núcleo: naranja, blanco, marrón
• Margen externo: naranja, negro, marrón
• Margen interno: naranja, marrón
• Superficie externa: naranja, negro, marrón
• Superficie interna: naranja, rojo
Dureza: alta Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Mica Concavidades
Frecuencia 5% 5% 10% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño Muy pequeño Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino y grueso
• Externa: alisado con instrumento fino

321
Grupo Nº: 96 Presencia en: Li y As
Color
• Núcleo: naranja, blanco
• Margen externo: naranja, blanco
• Margen interno: naranja, blanco
• Superficie externa: naranja
• Superficie interna: naranja
Dureza: media Textura: porosa-baja Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Mica Concavidades
Frecuencia 5% 5% 10%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino

Grupo Nº: 97 Presencia en: Li


Color
• Núcleo: gris
• Margen externo: gris, naranja
• Margen interno: gris, naranja
• Superficie externa: naranja
• Superficie interna: naranja
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Mica Concavidades
Frecuencia 15% 5% 5%
Distribución Buena Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Muy pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino y grueso
• Externa: alisado con instrumento fino

Grupo Nº: 98 Presencia en: As


Color
• Núcleo: marrón, naranja
• Margen externo: marrón, naranja, gris
• Margen interno: marrón, naranja, rojo
• Superficie externa: marrón, naranja, gris, rojo
• Superficie interna: marrón, naranja
Dureza: media Textura: porosa Fractura: irregular

322
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 10% 5% 10%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Peq-med Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso

Grupo Nº: 99 Presencia en: As


Color
• Núcleo: naranja, blanco
• Margen externo: naranja, marrón
• Margen interno: naranja, blanco
• Superficie externa: naranja, marrón, gris
• Superficie interna: naranja, marrón, negro
Dureza: media Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 20% 20% 5%
Distribución Media Media Pobre
Tamaño Peq-med Peq-med Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso, posible incisión

Grupo Nº: 100 Presencia en: As


Color
• Núcleo: marrón, naranja
• Margen externo: gris, naranja
• Margen interno: naranja, blanco
• Superficie externa: naranja, gris, marrón
• Superficie interna: naranja
Dureza: media Textura: muy porosa Fractura: irregular
Inclusiones Negro Blanco Concavidades
Frecuencia 15% 5% 10%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Peq-med Pequeño Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino y grueso
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso

323
Grupo Nº: 101 Presencia en: As
Color
• Núcleo: marrón, naranja, gris
• Margen externo: marrón, naranja, gris
• Margen interno: marrón, naranja, gris
• Superficie externa: marrón, naranja, gris, rojo
• Superficie interna: marrón, naranja
Dureza: baja Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 5% 5% 15%
Distribución Pobre Pobre Media
Tamaño Pequeño Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso
• Asa: modelado serpentiforme

Grupo Nº: 102 Presencia en: As


Color
• Núcleo: naranja, rojo, marrón
• Margen externo: naranja, marrón, gris
• Margen interno: naranja, marrón, gris
• Superficie externa: naranja, marrón
• Superficie interna: naranja, marrón, gris
Dureza: media Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Negro Concavidades
Frecuencia 20% 5%
Distribución Media Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino, engobe
• Asa: modelado inciso serpentiforme

Grupo Nº: 103 (Santa María bicolor) Presencia en: As


Color
• Núcleo: marrón, naranja, gris
• Margen externo: marrón, naranja
• Margen interno: naranja
• Superficie externa: naranja, gris, crema
• Superficie interna: naranja, rojo

324
Dureza: media-alta Textura: compacta-rugosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 5% 2% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Peq-med Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino y grueso
• Externa: alisado con instrumento fino y grueso, engobe, pintura negra

Grupo Nº: 104 (Inca provincial) Presencia en: As, Tc y Af


Color
• Núcleo: naranja
• Margen externo: naranja
• Margen interno: naranja, marrón
• Superficie externa: naranja, crema, negro
• Superficie interna: naranja
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 5% 5% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino, engobe
• Externa: alisado con instrumento fino, engobe, pintura negra

Grupo Nº: 105 Presencia en: As


Color
• Núcleo: gris, marrón
• Margen externo: naranja, gris, marrón
• Margen interno: naranja, gris
• Superficie externa: naranja, gris, marrón
• Superficie interna: naranja, gris, marrón
Dureza: media Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Mica Blanco Concavidades
Frecuencia 30% 5% 10%
Distribución Buena Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Mediano Mediano
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado

325
Grupo Nº: 106 Presencia en: As
Color
• Núcleo: gris, naranja
• Margen externo: gris, naranja
• Margen interno: gris
• Superficie externa: marrón, naranja
• Superficie interna: gris
Dureza: media-alta Textura: porosa Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 15% 5% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino

Grupo Nº: 107 Presencia en: As


Color
• Núcleo: naranja, rosa
• Margen externo: naranja
• Margen interno: naranja, rosa
• Superficie externa: naranja, negro, rojo
• Superficie interna: naranja, rosa
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 10% 2% 5%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino
• Externa: alisado con instrumento fino, engobe

Grupo Nº: 108 Presencia en: As


Color
• Núcleo: naranja
• Margen externo: naranja
• Margen interno: naranja
• Superficie externa: rojo
• Superficie interna: naranja, rojo
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: irregular

326
Inclusiones Blanco Negro Concavidades
Frecuencia 10% 2% 5%
Distribución Media Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Mediano Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: alisado con instrumento fino, engobe
• Externa: engobe.

Grupo N°: 109 (Botijas de Aceite) Sitios: As y Li


Color
• Núcleo: anaranjado
• Margen externo: anaranjado
• Margen interno: anaranjado
• Superficie externa: crema verdoso
• Superficie interna: verde claro
Dureza: media Textura: laminar Fractura: irregular
Inclusiones Blanco Marrón rojizo Concavidades
Frecuencia 1% 10% 10%
Distribución Pobre Pobre Pobre
Tamaño Mediano Peq-Med Grande
Tratamiento superficie
• Interna: marca de torno, vidriado
• Externa: marca de torno, vidriado

Grupo N°: 110 (Mayólica no identificada) Sitios: Li


Color
• Núcleo: gris, anaranjado
• Margen externo: anaranjado
• Margen interno: anaranjado
• Superficie externa: marrón
• Superficie interna: marrón
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: regular
Inclusiones Blanco Concavidades
Frecuencia 1% 5%
Distribución Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie:
• Interna: vidriado
• Externa: vidriado

327
Grupo N°: 111 (Mayólica - Rey) Sitios: Li
Color
• Núcleo: anaranjado
• Margen externo: anaranjado
• Margen interno: anaranjado
• Superficie externa: marrón
• Superficie interna: marrón
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Marrón claro Concavidades
Frecuencia 1% 5%
Distribución Pobre Pobre
Tamaño Grande Mediano
Tratamiento superficie:
• Interna: vidriado
• Externa: vidriado

Grupo N°: 112 (Loza- siglo XIX-XX) Sitios: Li


Color
• Núcleo: crema
• Margen externo: crema
• Margen interno: crema
• Superficie externa: blanco
• Superficie interna: blanco
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: regular
• Interna: esmalte
• Externa: esmalte

Grupo N°: 113 (Mayólica - Alcora) Sitios: Li y As


Color
• Núcleo: crema, anaranjado claro
• Margen externo: crema, anaranjado claro
• Margen interno: crema, anaranjado claro
• Superficie externa: blanco, blanco azulado
• Superficie interna: blanco
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Concavidades
Frecuencia 5%
Distribución Pobre
Tamaño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: esmalte

328
• Externa: esmalte y pintura con pincel en azul, amarillo y marrón - motivos
fitomorfos

Grupo N°: 114 (Mayólica - Sevilla azul sobre azul) Sitios: Li


Color
• Núcleo: crema
• Margen externo: crema
• Margen interno: crema
• Superficie externa: celeste claro
• Superficie interna: azul claro sobre fondo celeste claro
Dureza: media Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Negro Concavidades
Frecuencia 5% 5%
Distribución Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie:
• Interna: esmalte
• Externa: esmalte y pintado con pincel, motivos fitomorfos

Grupo N°: 115 (Mayólica- Más Allá Polícromo) Sitios: Li y As


Color
• Núcleo: anaranjado, gris
• Margen externo: anaranjado
• Margen interno: anaranjado
• Superficie externa: ante
• Superficie interna: ante, amarillo
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Rojizo Negro Concavidades
Frecuencia 1% 5% 10%
Distribución Pobre Pobre Regular
Tamaño Muy grande Muy Pequeño Peq-med
Tratamiento superficie
• Interna: marca de torno, vidriado
• Externa: marca de torno, vidriado, pintado con pincel en marrón y verde

Grupo N°: 116 (Loza - Creamware) Sitios: Li


Color
• Núcleo: crema
• Margen externo: crema
• Margen interno: crema

329
• Superficie externa: crema
• Superficie interna: crema
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: concoide
Inclusiones Marrón Concavidades
Frecuencia 5% 1%
Distribución Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Muy Pequeño
Tratamiento superficie:
• Interna: esmalte
• Externa: esmalte

Grupo N°: 118 (Utilitaria; siglo XIX-XX) Sitios: Li


Color
• Núcleo: gris claro
• Margen externo: gris claro
• Margen interno: gris claro
• Superficie externa: verde claro, verde oscuro, gris, marrón
• Superficie interna: verde claro, verde oscuro, gris, marrón
Dureza: media Textura: laminar Fractura: irregular
Inclusiones Gris oscuro Negro Concavidades Blanco
Frecuencia 10% 10% 5% 5%
Distribución Media Media Pobre Pobre
Tamaño Pequeño Mediano Pequeño Grande
Tratamiento superficie
• Interna: vidriado
• Externa: vidriado.

Grupo N°: 119 (Azulejo - siglo XX) Sitios: Li


Color
• Núcleo: marrón rojizo
• Margen externo: marrón rojizo
• Margen interno: marrón rojizo
• Superficie externa: blanco
• Superficie interna: marrón rojizo
Dureza: alta Textura: compacta Fractura: irregular
Inclusiones Negro Concavidades Blanco
Frecuencia 10% 5% 10%
Distribución Media Pobre Media
Tamaño Pequeño Pequeño Pequeño
Tratamiento superficie
• Interna: marca de molde

330
• Externa: esmalte

331
2 -Publicaciones en los periódicos donde se reproduce el imaginario del origen Jesuita
del Mineral de Incahuasi.

Diario La Unión – Catamarca


13-07-2007

332
Diario Clarín – Buenos Aires
18-07-2007

333

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