Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
“JUAN R. FERNÁNDEZ”
TRADUCTORADO EN INGLÉS
RESIDENCIA
Prof. Paula Grosman
La generación de la posmemoria
HIRSCH, Marianne
La generación de la posmemoria
Marianne Hirsch
Universidad de Columbia
Resumen
La posmemoria describe la relación de la segunda generación con experiencias
poderosas, a menudo traumáticas, previas a su nacimiento pero que, no obstante,
lesfueron transmitidas con tal profundidad que parecen constituir recuerdos en sí
mismos. En el presente artículo, enfocado en la rememoración del Holocausto, se
dilucida la generación de la posmemoria y su dependencia de la fotografía como medio
principal de transmisión transgeneracional del trauma. Mediante la identificación de
tropos que movilizan con gran fuerza el trabajo de la posmemoria, se examina el papel
de la familia como espacio de transmisión y la función del género como idioma de
rememoración.
La posgeneración
La «generación bisagra», la «custodia del Holocausto», las maneras en que el
«conocimiento de hechos recibido y transferido se está convirtiendo en historia, o en
mito» (Hoffman, 2004: xv): sin duda, durante los últimos quince años he trabajado en
torno a estas cuestiones. He participado en una serie de conversaciones sobre cómo esa
«sensación de conexión viva» puede mantenerse y perpetuarse —y, de hecho, se
mantiene y perpetúa— incluso a medida que la generación de sobrevivientes nos deja y
cómo, al mismo tiempo, está erosionándose. A mi parecer, las conversaciones que
marcaron lo que Eva Hoffman (ibídem, 203) llama la «era de la memoria» comparte
algunas de las características de las conversaciones feministas de fines de los años 70 y
de los 80: cierto grado de entusiasmo intelectual y urgencia personal, incluso algo de
esa sensación de comunidad y comunión. Y también se vieron afectadas por la misma
clase de controversias, desacuerdos y divisiones dolorosas. Precisamente, está en juego
la «custodia» de un pasado traumático personal y generacional, con el que algunos
denosotros tenemos una «conexión viva», al igual que el paso a la historia de ese
pasado. No solo está en juego una sensación de propiedad y de actitud protectora
personal, familiar y generacional, sino también un debate teórico en evolución sobre los
mecanismos que rigen el trauma, la memoria y los actos de transferencia
intergeneracionales, un debate que se desarrolla activamente en múltiples contextos
Le agradezco al público de Midwest Modern Language Association, y al de las
universidades de Columbia, de Leeds y de Duke, donde presenté versiones anteriores de este
artículo. También les agradezco a Silke Horstkotte, Irene Kacandes, Alice Kessler-Harris,
Nancy K. Miller, Nancy Pedri, Leo Spitzer, Meir Sternberg y Gary Weissman por sus
invaluables preguntas y sugerencias.
Créditos de la versión original:
Poetics Today 29:1 (Primavera [hemisferio norte] 2008) DOI 10.1215/03335372-2007-019
© 2008, Porter Institute for Poetics and Semiotics
2
importantes fuera de los estudios del Holocausto1. Con más apremio y fervor, quienes
trabajamos sobre la memoria y su transmisión hemos discutido sobre la ética y la
estética de la rememoración en el período posterior a una catástrofe. En nuestro
presente, ¿cómo vemos y evocamos lo que Susan Sontag (2003) ha denominado con
tanta fuerza el «dolor de los demás»? ¿Cuál es nuestra deuda con las víctimas? ¿Cuál es
la mejor forma de transmitir sus historias sin adueñarnos de ellas, sin ponernos
demasiado de relieve nosotros mismos y sin que, a la vez, nuestras propias historias se
vean desplazadas? ¿Cuál es nuestro rol en los crímenes? ¿La memoria del genocidio
puede convertirse en acción y resistencia?
Esas preguntas se han vuelto más apremiantes frente a la multiplicación de
genocidios y catástrofes colectivas de fines del siglo XX y principios del XXI, y a sus
efectos acumulativos. El impacto corporal, psíquico y emocional del trauma y sus
secuelas, y la manera en que un trauma puede evocar, o reactivar, los efectos de otro,
rebasan los límites de las metodologías y los archivos históricos tradicionales. Por
ejemplo, en los últimos años de su carrera, después de haber revisado infinidad de
documentos y de haber escrito su gigantesco volumen de mil trescientas páginas, La
destrucción de los judíos europeos —y, de hecho, tras haber descartado la historia y los
testimonios orales debido a las inexactitudes en los hechos— Raul Hilberg (1985)
reconoció que la narración era una habilidad que los historiadores necesitaban si querían
tener la posibilidad de contar la difícil historia de la destrucción de los judíos (Lang,
1988: 273). Hilberg evoca una dicotomía entre historia y memoria (encarnada, para él,
en la poesía y la narración) que ha tenido un efecto moldeador. No obstante, cincuenta
años después de los contradictorios mandatos de Adorno sobre la poesía después de
Auschwitz, hoy en día esta es solo una parte de un grupo numeroso de géneros e
instituciones de transmisión complementarios. Los proyectos basados en testimonios y
los archivos de historia oral, que hoy son numerosos y tienen mejor financiación, el
destacado papel desempeñado por la fotografía y la performance, la creciente cultura
memorística y la nueva museología son todos elementos que demuestran la necesidad de
crear estructuras estéticas e institucionales que puedan llegar a dar cuenta de lo que
Diana Taylor (2003) denomina «el repertorio» del conocimiento encarnado, que está
ausente del archivo histórico (o que, quizás, simplemente ha sido ignorado por los
historiadores tradicionales). Ya sea para mejor o peor, estos géneros e instituciones
complementarios han sido agrupados con el término abarcador «memoria». Sin
embargo, como cuestiona provocativamente Andreas Huyssen (2003: 6): «¿De qué sirve
el archivo de la memoria? ¿Cómo puede aportar lo que la historia por sí sola ya no
parece tener la capacidad de ofrecer?»2.
El hecho de que, en los últimos quince años, la importancia académica y popular de
la palabra «memoria» como término analítico de gran amplitud y de los «estudios de la
memoria» como campo de investigación haya crecido exponencialmente se debe, en
gran parte, al caso límite del Holocausto y al trabajo de (y sobre) lo que hoy se conoce
como «la segunda generación» o «la generación posterior». Los escritores y los artistas
de la segunda generación han publicado obras de arte, películas, novelas y memorias, o
«posmemorias» híbridas (denominadas así por Leslie Morris [2002]) con títulos
como,After Such Knowledge, The War After, Second-Hand Smoke, War Story, Lessons
1
Con respecto a la noción de generación, véase especialmente Suleiman, 2002 y Weigel, 2002. Existen
otros contextos más allá del Holocausto y de la Segunda Guerra Mundial en los que la transmisión
intergeneracional se ha convertido en un mecanismo de explicación y objeto de estudio importante. Esos
contextos incluyen la esclavitud en los EE. UU., la Guerra de Vietnam, la dictadura en Argentina, el
apartheid en Sudáfrica, el terror comunista soviético y en Europa Oriental, y los genocidios armenio y
camboyano.
2
Para una mirada críticasobre la excesiva atención otorgada a la memoria en la actualidad, véase
especialmente Huyssen, 2003 y Robin, 2003.
3
of Darkness, Losing the Dead, Dark Lullabies, Fifty Years of Silence, After, Daddy’s
War;junto con ensayos y colecciones como Children of the Holocaust, Daughters of the
Shoah, Shaping Losses, Memorial Candles e In the Shadow of the Holocaust , entre
otrosi. La relación particular con un pasado parental que se describe, evoca y analiza en
esas obras ha llegado a considerarse un «síndrome» de lo tardío o «pos-» y ha recibido
variadas denominaciones: «memoria ausente» (Fine, 1988), «memoria heredada»,
«memoria tardía», «memoria protética» (Lury, 1998; Landsberg, 2004), «mémoire
trouée» (Raczymow, 1994), «mémoire des cendres» (Fresco, 1984), «ser testigo
vicario» (Zeitlin, 1998), «historia recibida» (Young, 1997) y «posmemoria». Estos
términos revelan algunos supuestos controvertidos: que la descendencia de los
sobrevivientes (tanto de víctimas como de perpetradores) de hechos traumáticos
masivos tiene una conexión tan profunda con los recuerdos del pasado de la generación
anterior que necesita llamar a esa conexión memoria y que, por lo tanto, en ciertas
circunstancias extremas, la memoria puede transmitirse a quienes en realidad no
vivieron un hecho. Al mismo tiempo —según se piensa—, esta memoria recibida es
distinta de los recuerdos de los testigos y participantes contemporáneos. Por esa razón
se insiste en el uso del prefijo «pos-» o de «posterior» y de muchos otros adjetivos
calificativos que buscan definir tanto un acto de transferencia específicamente inter- y
transgeneracional, como las consecuencias resonantes del trauma. Si esa idea parece una
contradicción, es porque en realidad lo es, y creo que es intrínseca a ese fenómeno.
Posmemoria es el término al que llegué basándome en mis lecturas autobiográficas
de las obras de escritores y artistas visuales de segunda generación3.El prefijo «pos-» en
posmemoria indica más que un atraso temporal y más que una ubicación en un período
posterior. Por ejemplo, «posmoderno» incluye tanto una distancia crítica como una
profunda interrelación con lo moderno; «poscolonial» no significa el fin de lo colonial,
sino que apunta a su alarmante continuidad; aunque, por contraste, «posfeminista» sí se
utiliza para marcar una continuación del feminismo. Ciertamente, todavía nos
encontramos en la era de los «pos-», que siguen proliferando: «postsecular»,
«poshumano», «poscolonia», «posblanco». La posmemoria tiene en común con esos
otros «pos-» las diferentes capas y lo tardío, se alinea con la práctica de citación y
mediación que los caracteriza, y marca un momento particular de fin de siglo y cambio
de siglo en el que se prioriza mirar hacia atrás, en lugar de hacia adelante, y se define el
presente en relación con un pasado turbulento, en vez de iniciar paradigmas nuevos. Al
igual que esos otros términos, la posmemoria es el reflejo de una oscilación incómoda
entre la continuidad y la ruptura. Aun así, no es un movimiento, un método, ni una idea;
en cambio, yo la considero una estructura de transmisión inter- y transgeneracional de
experiencias y conocimientos traumáticos. Es una consecuencia de la evocación
traumática, pero (a diferencia del trastorno por estrés postraumático) a una generación
de distancia.
En palabras de Hoffman (2004: 25): «Las paradojas del conocimiento indirecto
acechan a muchos de los que vinimos después. Los acontecimientos formativos del
siglo XX han sido fundamentales en la configuración de nuestras biografías y, por
momentos, han amenazado con eclipsar y dominar nuestra propia vida. Sin embargo, no
los presenciamos, no los sufrimos, no vivimos su impacto directamente. Nuestra
relación con ellos ha sido definida por nuestra posterioridad intrínseca y por los
poderosos aunque mediados tipos de conocimiento que fueron su consecuencia lógica».
La posmemoria describe la relación entre la generación posterior a quienes fueron
3
Sobre «lectura autobiográfica» (autobiographical reading), véase Suleiman, 1993.
i
N. de la T.: En español serían, respectivamente, Después de saber, La guerra posterior, Humo de
segunda mano, Historia de guerra, Lecciones sobre oscuridad, Los muertos perdidos, Oscuras canciones
de cuna, Cincuenta años de silencio, Después, La guerra de papá, Los niños del Holocausto, Las hijas de
la Shoah, Transformar las pérdidas, Velas conmemorativas y Bajo la sombra del Holocausto.
4
4
Véase también el trabajo de la historiadora del arte Andrea Liss (1998: 86), quien, alrededor de la misma
época, usó el término «posmemorias» de modo más circunscripto para describir los efectos que habían
tenido algunas de las fotografías más duras del Holocausto sobre lo que ella llamó la «generación pos-
Auschwitz».
5
considerados posmemoria, y para los cuales también considero que este trabajo es
pertinente.
En las páginas siguientes analizaré críticamente, y desde una perspectiva feminista,
la conjunción de tres elementos poderosos y predominantes de la estructura
transgeneracional de la posmemoria en el período posterior a la Segunda Guerra
Mundial: la memoria, la familia y la fotografía. Analizaré un tropo en particular: el
abandono materno y la fantasía del reconocimiento materno, tan presentes en la
rememoración del Holocausto. Utilizo ese tropo para mostrar que la posmemoria corre
el riesgo de recurrir a imágenes culturales conocidas y no examinadas, que facilitan su
generación explotando lo que Aby Warburg concebía como un amplio «almacén
[cultural]* de formas expresivas preestablecidas» en lo que él denominaba la
«iconología del intervalo», «el espacio entre el pensamiento y los impulsos emocionales
más profundos» (véase Fleckner y Sarkis, 1998: 252; Pollock, 2005: 6; Didi-Huberman,
2003b). Para la generación pos-Holocausto, esas formas «preestablecidas» se
materializan, en gran medida, en fotografías: imágenes de asesinatos y atrocidades, de
víctimas que apenas podían sobrevivir y, también, imágenes del «antes», que reflejan la
profunda pérdida de seguridad que hubo en el mundo. Como formas «preestablecidas» y
muy utilizadas, predominantes en la escritura, el arte y la representación de la
posmemoria, algunas de estas imágenes fotográficas ilustran particularmente bien cómo
el género puede convertirse en un idioma de rememoración poderoso e inquietante para
la posgeneración, y proponen una manera posible de teorizar la relación entre memoria
y género.
¿Por qué «memoria»?
Eva Hoffman (2004: 6) escribe «nosotros, que vinimos después, no tenemos
recuerdos del Holocausto», al describir ese «pasado profundamente internalizado, pero
extrañamente desconocido». Hoffman insiste en ser precisa: «Incluso desde mi íntima
proximidad no podría formar «recuerdos» de la Shoah o apropiarme de los recuerdos de
mis padres» (ibíd.). En su reciente libro, Fantasies of Witnessing (2004: 17), Gary
Weissman objeta específicamente el uso de «memoria» en mi formulación de la
posmemoria, argumentando que «no existe fuerza con la magnitud suficiente para
transformar los recuerdos vividos de una persona en los de otra». Tanto Weissman
como Ernst van Alphen se remiten al libro de Helen Epstein, Children of the Holocaust
(1979), para ubicar los primeros usos de la noción actual de «memoria» en los últimos
años de la década del 80 y en la década del 90. Los autores señalan que, en cambio,
Epstein había descripto a los «niños del Holocausto» como «poseídos por una historia
que nunca habían vivido» y no usaba el término «segunda generación» que, según van
Alphen, establece una continuidad demasiado cercana entre dos generaciones,
precisamente, separadas por el trauma del Holocausto. Por su parte, Epstein hablaba de
los «hijos e hijas de los sobrevivientes». Oponiéndose al término «memoria» desde una
perspectiva semiótica, Ernst van Alphen (2006: 485, 486) asevera que el trauma no
puede transmitirse entre generaciones. Argumenta que «la trayectoria normal de la
memoria es fundamentalmente indicial. […]Existe una continuidad entre el hecho y su
recuerdo. Y esa continuidad tiene una dirección inequívoca: el hecho es el comienzo, el
recuerdo es el resultado. [...] En el caso de los hijos de los sobrevivientes, la relación
indicial que define la memoria nunca existió. Su relación con hechos pasados se basa en
principios semióticos esencialmente distintos».
Nada podría ser más verdadero o preciso: está claro que no tenemos «recuerdos»
literales de las experiencias de otros; está claro que entran en juego principios
semióticos distintos; está claro que ninguna fuerza tiene la magnitud suficiente para
transformar los recuerdos vividos de una persona en los de otra. La posmemoria no es
idéntica a la memoria: es «pos-» pero, a la vez, se aproxima a la memoria por su fuerza
emocional. Hoffman (2004: 6,9) describe de la siguiente manera lo que le fue
6
transmitido: «Más bien, asimilé esa primera información como una especie de cuento de
hadas proveniente no tanto de otro mundo, sino del centro del cosmos: un cuento de
hadas enigmático, pero real. […] Los recuerdos —no recuerdos, sino emanaciones— de
las experiencias de la guerra seguían brotando en flashes de imágenes, en coros
abruptos, pero interrumpidos». Esos «no recuerdos» comunicados mediante «flashes de
imágenes» y «coros interrumpidos», transmitidos a través del «lenguaje corporal» son
precisamente de lo que se trata la posmemoria.
El trabajo de Jan y Aleida Assmann sobre la transmisión de la memoria pone en
claro justamente lo que Hoffman denomina la «conexión viva» entre generaciones
próximas y, de esa manera, explica las complicadas líneas de transmisión incluidas en el
término abarcador inter- y transgeneracional «memoria». Ambos autores se han
dedicado a esclarecer, sistemáticamente, la tan influyente noción de memoria colectiva
de Maurice Halbwachs (1992). En este artículo, recurro a su trabajo para dilucidar las
líneas de transmisión entre la rememoración individual y la colectiva, y para precisar
que el quiebre en la transmisión que resulta de hechos traumáticos históricos necesita
tipos de rememoración que reconecten y reencarnen un entramado memorístico
intergeneracional que ha sido desgarrado por una catástrofe.
En su libro Das kulturelle Gedächtnis (1997), Jan Assmann diferencia dos clases de
rememoración colectiva: la memoria «comunicativa» y lo que él llama la memoria
«cultural»5. La memoria comunicativa es «biográfica» y «factual» y se ubica en una
generación formada por contemporáneos que son testigos de un hecho como adultos y
que pueden transmitir a sus descendientes su conexión corporal y emocional con ese
hecho. En la sucesión normal de generaciones (y, para Jan Assmann, la familia es una
unidad de transmisión esencial), esta forma encarnada de memoria se transmite a través
de tres o cuatro generaciones, a lo largo de ochenta a cien años. Al mismo tiempo, a
medida que los portadores originales de los recuerdos comienzan a envejecer, empiezan
a desear institucionalizar esos recuerdos, ya sea mediante archivos o libros
tradicionales, o mediante rituales, actos conmemorativos o performances. Jan Assman
se refiere a esta memoria de archivo institucionalizada como «kulturelles Gedächtnis».
En su reciente elaboración de esa tipología, Aleida Assmann (2006) amplía la
distinción bimodal y plantea la existencia de cuatro «formatos» de memoria: los dos
primeros, la memoria individual y la memoria familiar/grupal, corresponden al recuerdo
«comunicativo» de Jan Assmann, mientras que la memoria nacional/política y la
memoria cultural/de archivo pertenecen a la memoria «cultural». En efecto, uno de los
supuestos fundamentales que respaldan el esquema anterior es que «los recuerdos están
conectados entre individuos». «Una vez que se verbalizan», sostiene Assmann, «los
recuerdos de la persona se funden con el sistema simbólico intersubjetivo del lenguaje y
dejan de ser, en sentido estricto, bienes puramente exclusivos e inalienables. […] se los
puede intercambiar, compartir, corroborar, confirmar, corregir, disputar, y por último,
pero no menos importante, se los puede transcribir» (ibíd.: 3). Incluso la memoria
individual «abarca mucho más de lo que nosotros, como personas, hemos
experimentado en carne propia» (ibíd.: 10).Las personas forman parte de grupos
sociales que comparten sistemas de creencias, que a su vez brindan un marco para las
memorias y las moldean en narrativas y situaciones posibles. Aleida Assmann considera
que la familia es un ámbito privilegiado para la transmisión de la memoria. En su
esquema, la «memoria grupal» se basa en el traslado de la experiencia encarnada a la
siguiente generación dentro de la familia: es intergeneracional. Por el contrario, la
memoria nacional/política y la memoria cultural/de archivo no son intergeneracionales
5
Assmann utiliza el término «kulturelles Gedächtnis« («memoria cultural») para referirse a «Kultur»: una
memoria de archivo hegemónica institucionalizada. En cambio, el sentido anglo-americano de «memoria
cultural» se refiere a la memoria social de un grupo específico o subcultura.
7
6
Sobre la mirada familiar, véase Hirsch, 1997 y 1998.
9
Figura 1 Esta imagen de dominio público de los prisioneros liberados de Buchenwald, tomada de El
primer Mauss (1972), en la que Spiegelman solo puede imaginarse la experiencia de su padre en
Auschwitz remitiéndose a la fotografía de gran circulación tomada por Margaret Bourke-White, muestra
cómo una imagen es adoptada dentro del álbum familiar. De Spiegelman, 2006 [1972]: 41.
7
Para una serie de distinciones entre los aspectos familiares y no familiares de la posmemoria, véase
Bos,2003 y, para una interpretación estrictamente literal de la segunda generación véase Bukiet, 2002.
10
10
Véanse especialmente Sontag, 1989 y Barthes, 1981 sobre la relación entre fotografía y muerte.
11
Es cierto que los testimonios de los testigos son un género igual de extendido para transmitir la
memoria del Holocausto. Pero yo quisiera sostener que la tecnología de la fotografía, con sus principios
semióticos, hace que sea un vehículo más poderoso y también más problemático para las generaciones
posteriores. Las tecnologías que registran los testimonios de testigos, la grabadora y la cámara de video,
comparten las promesas y las frustraciones encarnadas por la cámara fija y las imágenes fotográficas que
son su producto.
12
Sobre la relación entre visualidad y trauma, véanse especialmente Hüppauf, 1997; Zelizer, 1998;
Baer,2002; Hornstein y Jacobowitz, 2002; Bennett, 2005 y van Alphen, 2005.
12
https://profession.mla.hcommons.org/category/presidential-forum/
page/2/
13
Para un análisis sobre este aspecto de la fotografía y la posmemoria, véase Horstkotte, 2003.