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Tiempo, memoria y creación en las Confesiones de San Agustín

Es una cosa tan alta y tan superior a mí [el tiempo], que no puedo con mis propias fuerzas

llegar a conocerla, pero podré conseguirlo concediéndomelo Vos, que sois suavísima y deliciosa luz de

los ojos interiores de mi alma.

SAN AGUSTÍN, CONFESIONES XI, XIX, 25

Memoria y tiempo son, en la filosofía de San Agustín, conceptos que dibujan el

paisaje interior del ser humano a partir de dos dimensiones o planos: el terrenal y el

divino. Uno explica al hombre en tanto imagen de Dios, el otro en su dimensión

corpórea o en su realidad inmediata. Mientras uno es potencia, el otro es acción. Esta

dialéctica entre eternidad y tiempo del hombre; memoria de Dios y memoria del

hombre, presenta una serie de reflexiones cuya influencia puede percibirse desde la

Edad Media, empapapando el pensamiento cristiano, hasta hallar eco en filósofos como

Hegel, Husserl y Heidegger.

El problema del tiempo es fundamental para la intelección de la realidad; la

pregunta por el tiempo es a su vez pregunta por el origen. En la mitología griega

Cronos, líder de los Titanes –hijo de la tierra y el cielo– aparece como una de las

potencias fundadoras del mundo junto con divinidades como Ceo, dios del intelecto y

Mnemosyne, madre de las musas y diosa de la memoria. Cronos es el primer soberano

del mundo y padre de Zeus. En la filosofía presocrática, Heráclito se asoma al problema

del tiempo al afirmar en el fragmento 22b12 que “en el mismo río entramos y no

entramos, pues somos y no somos [los mismos].” El cambio como constante universal
determina la realidad; ¿cómo puede el río ser y no ser el mismo?, en el transcurrir del

tiempo ocurre el movimiento, motor del cambio, vida del mundo. Parménides de Elea,

por su parte, afirma de manera directa la existencia de la eternidad asociada con lo

divino, lo inamovible y lo inmutable, apelando a una percepción ilusoria producto de las

opiniones de los mortales en contraposición con el tiempo verdadero, que es eterno.

Sin embargo es la influencia de Platón la que prevalece en las filosofías

inmediatamente posteriores, y las reflexiones agustinianas sobre tiempo y memoria no

son la excepción. En un intento por explicar el origen del universo, Platón expone en el

Timeo, una teoría que por su naturaleza fundadora influenciaría posteriormente de

manera notable al pensamiento cristiano empezando por las reflexiones de San Agustín.

Platón plantea el origen del universo a partir de la figura de un demiurgo

inteligente; la creación del mundo para Platón es inherente al logos, mismo que

apropiado por los hombres, los vuelve capaces de conocer lo creado con solo recordar el

mundo perfecto de las formas que es el único inmutable y eterno. Todo lo generado

corresponde a un modelo perfecto que es posible conocer a través del logos. Este

pensamiento se encuentra reflejado a su vez en San Agustín para quien tiempo, memoria

e intelecto forman una totalidad dialéctica tanto universal como particular, tanto divina

como humana.

Una vez que, en opinión de su hacedor, toda la composición del alma [del mundo] hubo

adquirido una forma racional, éste entramó todo lo corpóreo dentro de ella, para lo cual

los ajustó reuniendo el centro del cuerpo con el del alma. Ésta después de ser

entrelazada por doquier desde el centro hacia los extremos del universo y cubrirlo

exteriormente en círculo, se puso a girar sobre sí misma y comenzó el gobierno divino

de una vida inextinguible e inteligente que durará eternamente. (36e) 1

1
Platón, Timeo, p. 180
En el Timeo la noción de tiempo se encuentra en permanente relación dialéctica con la

de eternidad. El tiempo es creado como una forma de imitación de la eternidad del

mundo ideal. Para Platón, el tiempo nació con el universo, por decisión divina,

El tiempo, por tanto, nació con el universo, para que, generados simultáneamente,

también desaparezcan a la vez, si en alguna ocasión tiene lugar una eventual disolución

suya, y fue hecho según el modelo de la naturaleza eterna para que este mundo tuviera

la mayor similutud posible con el mundo ideal […] La decisión divina de crear el

tiempo hizo que surgieran el sol, la luna y los otros cinco cuerpos celestes que llevan el

nombre de planetas para que dividieran y guardaran las magnitudes temporales. (38b) 2

La pregunta que abre la reflexión agustiniana a propósito del tiempo en el libro

undécimo de las Confesiones, parte de la afirmación de que la eternidad es propia de

Dios e inmediatamente es puesta en relación con un otro tiempo: el tiempo que

transcurre,

Por ventura, Señor, siendo propia de Vos la eternidad, ¿será posible que dejéis de saber

lo que yo os refiero, o que veáis sucesivamente las cosas que se hacen con sucesión del

tiempo? Pues ¿para qué os hago relación de tantas cosas? No lo hago ciertamente para

informaros de ellas; sino para excitar mi afecto y amor a Vos, y el de aquellos que

leyeren estas Confesiones para que todos digamos a una voz: “Grande sois, Señor, y

digno de toda alabanza”. (Conf. XI, I, 1)

“¿Y a quién confesaré con mayor provecho mío mi ignorancia, sino a Vos a quien no le

son molestos ni enfadosos estos deseos ardientes, que me inflaman por la inteligencia de

2
Platón, op.cit. p. 183
vuestras Santas Escrituras?”3 Para explicar su concepción del tiempo Agustín recurre al

Génesis o tiempo de creación, diferenciando el tiempo universal o tiempo del mundo

frente a un tiempo interior, que es el propio de la condición humana y en el cual

transcurre, para nosotros, la existencia. En ambos casos, el papel de la memoria como

entidad contenedora de ambos tiempos resulta fundamental y esta a su vez se bifurca en

memoria universal o absoluta –que contiene al tiempo del mundo y que sin embargo,

vive dentro de cada ser humano– y memoria individual –que permite al hombre percibir

el tiempo como un fluir de acontecimientos que hilvanados, constituyen su propia

existencia. En este sentido la relación entre el Timeo de Platón y la noción de tiempo en

San Agustín queda trazada por su relación con la creación del mundo.

Las discusiones más importantes de San Agustín a propósito de cosmología

filosófica y teológica, se encuentran en su exégesis sobre el Génesis, que se refleja a su

vez en los tres últimos libros de las Confesiones y en los Libros 11 y 12 de la Ciudad de

Dios.4 Para Agustín, es necesario preguntarse por la creación para poder descifrar el

misterio del tiempo; ¿en qué momento fue creado el tiempo?, ¿existe un tiempo anterior

a la creación?, ¿qué puede haber antes del mundo, sino tiempo? Estos cuestionamientos

están fundamentados en la teoría epistemológica de San Agustín, ligada a su vez a la

teoría platónica de las ideas. El conocimiento fundamental , que se encuentra contenido

en nuestro ser –teniendo como locus “los vastos palacios de la memoria”– aún siendo

ininteligibe para nuestros sentidos, contiene al tiempo del mundo, o eternidad.5 El

mundo en que vivimos es una imagen que intenta asemejarse al mundo ideal, que es el
3
Refiriéndose a sus disertaciones sobre el enigma del tiempo. San Agustín, Confesiones,
XII, XXII, 28.
4
“Time and creation in Augustine”, en The Cambridge Companion to Augustine, p. 103-
116.
5
“Mas ¿quién sabe ni podrá decir cómo fueron formadas estas especies o imágenes, no
obstante que claramente consta por qué sentidos fueron atraídas y guardadas ahí dentro?” (Conf.
X, VIII, 13)
único perfecto y eterno. En el mundo real percibimos el tiempo como cambio y

movimiento, aún cuando estos factores no sean más que una ilusión, un reflejo de lo

verdaderamente inmutable.

Agustín muestra una primera prueba de la existencia del tiempo y su relación con el

cambio, en el capítulo IV del libro undécimo:

He aquí, pues que el Cielo y la tierra existen; y en alta voz nos dicen que fueron

hechos, pues se mudan y varían. Porque en todo lo que existe sin haber sido hecho, no

hay cosa alguna ahora que antes no la hubiera; en lo cual consiste el mudarse una cosa y

variarse. Claman también que no se han hecho a sí mismos, diciendo: “Por tanto somos,

por cuanto somos hechos; luego antes de que fuésemos hechos no éramos ni existíamos,

para poder hacernos a nosotros mismos”. Y la voz con que lo dicen, es la misma

evidencia que se tiene de ello. (Conf. XI, IV, 6)

Dios es absolutamente inmutable, no obstante, sus criaturas –en tanto imperfectas–

están sujetas al cambio, ya que las compone una parte espiritual y otra corpórea, ligada

con la muerte. En el fragmento anterior, Agustín expone que la evidencia de la

existencia de todas las cosas es la voz con la que hablan, y esta voz es el cambio que

en ellas percibimos. Partiendo de la dualidad Cielo y Tierra como las dos entidades

supremas –el Cielo como representación del plano de las formas, de lo divino y lo

espiritual y la Tierra en relación con lo corpóreo– Agustín crea la metáfora de la

existencia del mundo y cómo se nos revela dicha existencia a través de los cambios

que percibimos en las cosas tales como el movimiento, la vida, la muerte y los

fenómenos de la naturaleza. Para Agustín, el tiempo del hombre es fundamentalmente

cambio.

No obstante, existe un tiempo primigenio que es el tiempo de Dios. La pregunta,


¿qué hacía Dios antes de la creación del mundo? es el punto de partida para la

explicación agustiniana de este tiempo eterno. ¿Porqué el universo no fue creado

antes, sobre un único comienzo de todo?, ¿cuál es el origen del tiempo?, ¿existe un

tiempo antes del tiempo en que fue creado el mundo? y si es así, ¿qué ocurría antes de

que todo fuese creado? Es necesario entonces, advertir la contraposición entre

eternidad y tiempo,

Mas si alguno de entendimiento demasiado ligero anda vagueando por tiempos

imaginarios anteriores a la creación y se admira de que Vos, Dios omnipotente, Creador

de todas las cosas, conservador de todas, Autor de cielo y tierra, hayáis dejado pasar

innumerables siglos, antes que hiciéseis esta obra tan admirable, vuelva sobre sí y

contemple que se admira de unas cosas falsas que él mismo allá se finge. Porqué ¿cómo

habían de haber pasado antes innumerables siglos, que Vos no habíais creado, siendo

Vos el único Autor y Creador de todos los siglos? […] Vos hicisteis todos los tiempos,

y sois antes de todos los tiempos; ni es imaginable un tiempo en que pueda decirse que

no había tiempo. Con que es imposible hallar algún tiempo en que hayáis estado sin

hacer algo; porque aquel mismo tiempo Vos le habíais producido, y ningún tiempo

puede ser coeterno a Vos, porque Vos sois permanente, y si el tiempo lo fuera, no fuera

tiempo. ( Conf. XI, XIII,15-16)

Si el tiempo de Dios es eterno, ¿cómo podemos decir que medimos los tiempos? El

tiempo del hombre se construye de la imagen del tiempo. El tiempo que percibimos es

aquel que permanece en el alma, y por tal permanencia es que podemos decir que

medimos el tiempo, a partir de impresiones intuimos su existencia o duración, es por

eso que Agustín concluye que con el alma, medimos los tiempos,
En ti es ¡oh alma mía!, en donde mido los tiempos. No quieras ahora estorbar mi

atención con preguntarme el porqué, ni a ti misma te inquietes y perturbes con tus

antecedentes afecciones o preocupaciones. En ti misma vuelvo a decir, en ti es donde

mido los tiempos; porque lo que mido es aquella misma especie que en ti hicieron las

cosas cuando iban pasando, la cual queda impresa en ti, y permanece aún después que

ellas han pasado ya; y no mido las mismas cosas que pasan, y que al pasar dejan aquella

impresión; y esta es la que tengo presente y la que mido cuando mido los tiempos. De lo

cual se infiere que ella es la misma que los tiempos, o que no es verdad que yo mido los

tiempos. (Conf. XI, XXVII, 36)

En el Timeo existe igualmente una diferenciación entre el tiempo eterno y el tiempo

que transcurre, y esta división es marcada por decisión del demiurgo quien pretende

que el tiempo por él creado sea una imagen móvil de lo que es la eternidad, ya que la

naturaleza del mundo ideal es eterna, y lo que deviene, por naturaleza, es imposible

que lo sea,

Pero dado que la naturaleza del mundo ideal es sempiterna y esta cualidad no se le

puede otorgar completamente a lo generado, [el demiurgo] procuró realizar una cierta

imagen móvil de la eternidad y, al ordenar el cielo, hizo de la eternidad que permanece

siempre en un punto una imagen eterna que marchaba según el número, eso que

llamamos tiempo. Antes de que se originara el mundo, no existían los días, las noches,

los meses ni los años. (37d) 6

¿Cómo se desarrolla el tiempo?, ¿cómo se despliega en el intelecto humano la

eternidad dividiéndose en unidades temporales que marcan el paso a la existencia?,

¿cómo el tiempo deviene formas incomprensibles y al mismo tiempo reconocibles?

6
Platón, op.cit. p. 182
En el Timeo, continuando con el tema de la generación del tiempo y poniéndolo en

relación con los astros que marcan su transcurrir, Platón expone la división de los

tiempos en presente, pasado y futuro,

Por ello, planeó su generación [de los días noches meses y años] al mismo tiempo que la

composición de aquel [el tiempo]. Estas son todas partes del tiempo y el era y el será

son formas devenidas del tiempo que de manera incorrecta aplicamos irreflexivamente

al ser eterno. (37 d) Pues decimos que era, es y será, pero según el razonamiento

verdadero solo le corresponde el es, y el era y el será conviene que sean predicados de

la generación que procede en el tiempo. (38 a). 7

Agustín acepta que se pueda medir el tiempo con el movimiento de los cuerpos celestes,

tal como señala el Génesis8; aunque no se conforma con esta explicación; ¿qué es,

entonces, lo que marca la duración de esos desplazamientos que nos hacen percibir los

días y las noches, los meses y los años?

Agustín afirma que la percepción del tiempo del hombre se da a partir de su

impresión en el alma; impresión ilusoria en sí misma. Esto trae consigo un nuevo

misterio alrededor del tiempo e incluso va más allá, dudando acerca de la verdadera

existencia del mismo:

Lo que es cierto, y que clara y patentemente se conoce, es que ni lo pasado es o existe,

ni lo futuro tampoco. Ni con propiedad se dice: “tres son los tiempos: pasado, presente y

futuro”. Y más propiamente acaso se diría: “Tres son los tiempos, presente de las cosas

pasadas, presente de las presentes y presente de las futuras”. Porque estas tres

presencias tienen algún ser en mi alma, y solamente las veo y percibo en ella. Lo
7
Ibid, p. 183
8
Es cierto que los astros y luces celestiales están puestos en el cielo, y destinados para señalar y
distinguir los tiempos, los años y los días. (Génesis, 14)
presente de las cosas pasadas, es la actual memoria o recuerdo de ellas; lo presente de

las cosas presentes, es la actual consideración de alguna cosa presente; y lo presente de

las cosas futuras, es la actual expectación de ellas. (Conf. XI, XX, 26)

Si el pasado y el futuro no existen, pues uno ya ha ocurrido y el otro no ha ocurido

aún, y lo único que podría llamarse presente se escapa continuamente conforme

ocurre, ¿cuál es entonces la relación del hombre con su presente? ¿de qué forma lo

traza y lo conoce? Agustín reconoce el enigma del presente al afirmar que si el tiempo

presente siempre fuera presente, entonces ya no sería tiempo sino eternidad. Para que

el tiempo pueda serlo debe transcurrir, transformarse en pasado; y si esto está

ocurriendo continuamente, ¿existe entonces el presente? Es imposible la duración del

presente y al mismo tiempo, es en el presente en el único tiempo en que pueden existir

el pasado y el futuro. Agustín lo ejemplifica con el fenómeno de la aurora: al recordar

la aurora del día anterior, en el momento mismo de la reminiscencia la estamos

haciendo presente, aún cuando esta imagen del pasado se convierta inmediatamente en

otro pasado; lo mismo ocurriría al momento de predecir una aurora: para anunciar el

futuro nacimiento del sol, dice Agustín, se han de estar viendo, presentes en la mente,

las imágenes de lo que es nacer el sol.

Así, la edad de mi puericia, que ya no existe está en el tiempo pasado que ya no existe

ni le hay; pero cuando recuerdo cosas de aquella edad y las refiero, estoy viendo y

mirando de presente la imagen de aquella edad, que persevera aún y existe actualmente

en mi memoria. ( XI, XVIII, 23)

En esta explicación sobre las diferencias de los tiempos, aparece el papel fundamental

de la memoria como potencia del alma; siendo esta la parte del alma que capacita al
hombre para el conocimiento tanto sensitivo, como de sí mismo y de Dios. La memoria

es al mismo tiempo una parte del sí mismo y una parte del todo, que es Dios. Solo

gracias a la memoria podemos saber que somos.

Todo esto lo ejecuto dentro del gran salón de mi memoria. Allí se me presentan el cielo,

la tierra, el mar y todas las cosas que mis sentidos han podido percibir en ellos, excepto

las que ya se me hayan olvidado. Allí también me encuentro yo a mí mismo, me

acuerdo de mí y de lo que hice […] a todas estas imágenes añado yo mismo una

innumerable multitud de otras que formo sobre las cosas que he experimentado […]

Además de esto se han de añadir las ilaciones que hago de todas estas especies, como

las acciones futuras, los sucesos venideros y las esperanzas[…] (X, VIII, 14)

En la memoria está contenido el propio tiempo del hombre; se muestra también como

una forma de asimilación del presente; no es una sustancia perdurable, siempre está en

constante cambio, Agustín cree que la memoria es al alma lo que el estómago al cuerpo

ya que puede guardar cosas sin tener presente su sabor, el ejercicio de memoria es

comparado también con el acto de rumiar, de esta analogía se deduce igualmente que lo

que entra a la memoria y se convierte en imagen, sale de manera distinta a como entró

pues de otra forma estaríamos condenados a vivir una y otra vez las tristezas y miserias

de la vida con tan solo nombrarlas, es por eso que la memoria nos posibilita para atraer

ciertas emociones o ideas, sin necesariamente experimentarlas tal y como las vivimos

por vez primera, la memoria contiene una posibilidad de intelección del presente, a

partir de un pasado transformado y traído al instante,

Tal vez podría decirse que así como en los animales el manjar sale del estómago a la

boca rumiándole, así estas cosas salen de nuestra memoria acordándonos de ellas.
¿Cómo pues en el pensamiento que es la boca del alma, no se siente lo dulce de la

alegría ni lo amargo de la tristeza cuando se trata o se disputa de ellas, extrayéndolas así

de la memoria? (X, XIV, 22)

Más, se pregunta Agustín, ¿cómo podemos medir el tiempo presente, no teniendo

espacio alguno siquiera para percibirlo? En este punto, se llega a una de las tesis más

importantes en la filosofía del tiempo de San Agustín; la concepción de lo

incomprensibe del tiempo a través de la identificación del instante fugado; un tiempo

presente, que se desdobla y se fuga entre los instantes pasados y futuros, es decir, el

tiempo del hombre, el tiempo en el que acontecen las cosas.

Esta diferenciación entre la posibilidad de aprehensión del tiempo y la realidad

de las cosas aparece con toda su dimensión ontológica por la particularidad de la

condición humana,

Entonces quedaré firme y solidado en Vos, de modo que conserve en mi alma vuestra

verdad, que es el modelo por donde me formasteis. Ni tendré que sufrir las importunas y

molestas cuestiones de los hombres, que por la dolencia que padecen en pena de su

culpa, desean saber más de lo que deben y pueden. […] Extiendan su consideración a

las cosas eternas que son antes de las temporales y transitorias; para entenderos a Vos,

que sois antes de todos los tiempos; y que ningún tiempo, ni criatura alguna, aunque sea

superior a los tiempos, es coeterna a Vos. (Conf. XI, XXX, 40)

Al diferenciar la eternidad de la temporalidad, Agustín reconoce la existencia de una

doble función de la memoria: una memoria que reside en la mente, asociada con los

procesos cognitivos y que contiene las imágenes de lo vivido; y una memoria que

envuelve la existencia misma del hombre, cualidad oculta y secreta.


La memoria de Dios corresponde al tiempo en que el hombre fue creado a su

imagen y semejanza; la memoria que reside en la mente, en cambio, corresponde a otro

momento de la creación, el momento en que el hombre entra en relación con el tiempo

que transcurre, esto es, cuando comete el pecado original y comienza su andar por el

mundo. La memoria de Dios está determinada por las formas, mientras que la del

hombre lo está por las imágenes. Cada uno de estos factores, determinan la percepción

del tiempo y la posibilidad de comprender el tiempo de Dios.

El tiempo es para Agustín un misterio que no se limita al terreno de lo individual,

sino que es, a su vez, una constante sin la cual es imposible pensar en un origen de la

totalidad. Para el hombre, la posibilidad misma de la felicidad está contenida en un

tiempo ancestral, en un pasado que no puede recordar, y sin embargo habita dentro en

su interior,

No sé cómo han llegado a conocer la bienaventuranza, de la cual tienen no sé qué

noticia que deseo averiguar si reside en la memoria; pues si residiese en ella, se inferiría

de esto, que en algún tiempo ya habíamos sido todos bienaventurados. No trato ni

examino ahora si esto se debe entender de todos los hombres y de cada uno en

particular; o si la dicha bienaventuranza la tuvimos solamente en “aquel hombre que

pecó el primero” en el cual todos pecamos y morimos, y de quien todos nacimos

cargados de miserias. (X, XX, 29)

En la relación memoria- tiempo agustinianos, existe de antemano la certeza de que “la

felicidad es la dicha de conocer la verdad” y dicha verdad ha sido contemplada por

cada uno de nosotros en un tiempo pasado, cuando “primero aprendimos” de Dios:

“todos alguna vez fuimos felices, ya sea como individuos o a través de Adán”. 9

9
The Cambridge Companion to Augustine, p. 153
Para el pensamiento cristiano, las reflexiones de San Agustín sobre el enigma del

tiempo, abrieron una posibilidad para la aprehensión de ideas fundamentales como el

pecado original –reminiscencia de un tiempo remoto–, el misterio del hijo de Dios

hecho hombre y la esperanza de hallar la felicidad que alguna vez conocimos en el

paraíso del que fuimos expulsados. Los tres tiempos del hombre como añoranza del

pasado, fugacidad del presente y esperanza del futuro, dialogan con una eternidad

contenida en él mismo; en este sentido, cada hombre es capaz de contener un tiempo

ancestral y su propio tiempo. Es en la memoria profunda en donde se halla a Dios. La

enorme complejidad de la noción agustiniana del tiempo, ligada con su teoría de la

memoria, permiten al hombre comprenderse a sí mismo como individuo y en su

relación con lo divino y lo eterno.

Adriana Segura Andrade, Mayo 2011.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

SAN AGUSTÍN, Confesiones, traducción de Antonio Brambila Z., Ediciones

Paulinas, México, 1980.

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JAEGER, Werner, Cristianismo primitivo y paideia griega, FCE, México, 1965.

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STUMP, Eleonore, KRETZMANN, Norman, The Cambridge Companion to

Augustine, Cambridge University Press, 2001.

Memory and Mind: an Introduction to Augustine´s Epistemology, en

http://www9.georgetown.edu/faculty/jod

La memoria en San Agustín: imagen del tiempo y enigma de la eternidad.

www.sanagustin.org/Documentos/lamemoriaensanagustin.doc

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