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Con la amenaza del terror religioso, las herejías se acallaron por un tiempo, las
innovaciones más o menos peligrosas sufrieron un compás de espera; pero el
empuje dado por la economía en el siglo XI ya no se podía detener. La era llamada
de las “invenciones” se avecinaba. La erudición que había sido hasta entonces
prerrogativa eclesiástica cada día acentuaba su carácter laico.
De la pesadilla del infierno dantesco, Florencia despertaba con una esperanza
fresca, y para subrayar de manera inequívoca el sentido original de la nueva clase
social, cada vez menos tímida, hizo de los Médicis- su más poderosa familia de
banqueros- los príncipes que dirigieron sus destinos.
Pero el brillo extraordinario del Renacimiento, con el esplendor de sus artes y la
pompa de sus fiestas, no modificó en un ápice la situación de los explotados.
“Escribió para los eruditos y no para la plebe”, decía Policiano.
Y Ese era el sentir de todo el humanismo: pueblo significaba plebe, vulgo, canalla.
EN 1500 es Guicciardino el que afirmaba: “quién dice pueblo dice loco porque es un
monstruo lleno de confusión y errores” Los humanistas solo tiene para el pueblo
desprecio, injuria, sarcasmo. A pesar del intenso movimiento educativo que
caracterizó al renacimiento, no apareció en ninguna oportunidad el más tímido
intento de educación “popular”.