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Palabras de aliento – Gustavo Rivera

Pablo Garavito se reclinó, como cada tarde noche, sobre la plancha digital de la edición del diario del día
siguiente. La luz etérea que desprendía la brillante pantalla del computador lo hacía cerrar aún más sus
ojerosos y abultados ojos azul acero. Con calma y sin las gafas eternas que lo atrincheraban ante las
exigencias y los altaneros argumentos del Director General, iba leyendo y, por qué no, paladeando de a
una las palabras y oraciones que formaban la primera página del diario, analizando con detalle la
fotografía central y sobretodo el cabeceo morboso, mordaz, ingenioso y desparpajado de la nota que
Andrés Jaramillo, esta suerte de vaca sagrada, poseedor de una inteligencia privilegiada y un talento nato
para encontrar la frase exacta, de pésimo gusto y de una mediocridad periodística notable, pero capaz de
vender el tiraje completo de un día y reconocido como una de las mentes más brillantes dentro del
periodismo amarillista, había creado para el día siguiente.

El Sr. Garavito, como era conocido en el mundo periodístico, de vez en diario, encontraba deleznable el
trabajo que tenía que realizar y muchas de las veces no sabía qué le provocaba más asco, si la fotografía
obscena de la sombra de la muerte o el cabeceo descarado de la nota. Desde su salida como editor en
jefe, por la bancarrota del diario serio y profesional en el que trabajó por los últimos veinticinco años,
derrotado no por la presión gubernamental de décadas, sino por la inocencia maliciosa de las redes
sociales y los medios digitales, tocó puertas hasta sangrarse los nudillos y, finalmente, su talento y nariz
periodística entrenada para encontrar la nota exacta de ocho columnas encontró cabida en este diario
surrealista y de realidades alternativas inimaginables que tanto criticó. Al principio, el Sr. Garavito pensó
que este puesto era como cualquier otro y que, con el tiempo, llegaría a acostumbrarse. Después de
cuatro años, sigue con náusea, temiendo la hora de revisión de la edición del día siguiente y se ha dado
cuenta que no se hay dos cosas a las que no se puede aún acostumbrar: las notas de este diario y a no
comer.

Después de revisar la primera página, el humor del Sr. Garavito se inflamó y sintió que la garganta se le
apretaba en un amasijo de coraje y frustración. Encontró que, una vez más, la vida no puede tratarse con
tanta ligereza y que, si bien es cierto, la función de todo periodista es informar, hay formas y maneras de
hacerlo. Esto no es ético, no es correcto. La fotografía sólo mostraba una mano y parte de la muñeca
derecha de una persona. El resto del cuerpo estaba cubierto por una sábana y se veían al fondo una serie
de piernas uniformadas, abiertas, en posición de descanso, espectadores de primera fila. En primer plano
un par de velas que mal iluminaban el paso de la vida perdida a la eternidad. La descripción de la nota
daba cuenta que se trató de una violación a una mujer, joven, estudiante y que, después del ataque fue
apuñalada varias veces hasta causarle la muerte. Hasta ese momento, el Sr. Garavito no tenía problema
alguno con la nota. Describía de la manera más objetiva e impersonal posible lo que ocurrió y, si acaso
alguna corrección de estilo o una palabra por aquí o por allá, no había más qué hacer. Lo que encontraba
irritante hasta la saciedad era el cabeceo de la brillante y torcida mente de Jaramillo: Muere de Placer …
¡Carajo Jaramillo! Pensó para sí el Sr. Garavito, en verdad que no puedes tratar con tanta irresponsabilidad
una nota de tanto dolor para la familia que lo padece. No puede ser ¿Acaso no te duele? ¿Acaso no tienes
humanidad? Hay veces que me parece que no es así.

El Sr. Garavito imprimió la versión preliminar de la primera página y se levantó pesadamente de su silla
de trabajo y suspirando cuatro años de frustraciones, empujó la puerta de cristal de su privado y entró a
una semivacía sala de redacción. Por un momento quedó cegado por las luces blancas y mortecinas que
se desparramaban frente a sus ojos y de a poco fue sorteando cajones de escritorios abiertos, escuchando
como música de fondo los noticieros de los televisores colgados en cada una de las columnas y fue
dirigiéndose, pesadamente, al privado de Jaramillo. Fiel a su costumbre, tocó con los nudillos de la mano
derecha dos veces, esperando la respuesta del otro lado de la puerta. Jaramillo, parecía estar buscando
algo en la Internet y al escuchar los dos golpes, sin levantar la mirada, supo de inmediato que era el
pesado, complicado y obsoleto de Garavito. Con mucho pesar dejó de estar revisando las cabeceras de la
competencia, en especial las que últimamente venía haciendo Víctor Hugo Medrano, quien era inquisitivo,
ingenioso y, lo tenía que aceptar, talentoso. Había establecido con él una competencia profesional que
había comenzado a subir de tono. Él, Andrés Jaramillo, conversación con el Director General de por medio,
había pedido a los reporteros gráficos que buscaran con sus contactos en los diferentes precintos
policiales, los hechos más sangrientos posibles o las historias más inverosímiles del día. Él luego vería
cómo armar la nota y, por último, cómo cabecearla. Medrano entendió rápido el mensaje y reaccionó con
la misma velocidad con la que había venido creciendo en el medio. Jaramillo se hallaba preocupado, pero
confiaba en que tanta tinta recorrida le ayudaría a salir de ésta. Además, no se podía dar el lujo de perder
empuje, ya que una esposa, hijos universitarios a a te… Cuestan.

Con un gesto de la cabeza le dio entrada al Editor en Jefe del diario. Bien sabía Jaramillo que si éste estaba
en su privado, no era necesariamente para tomar café mientras comentaban las noticias del mundo o del
país. Estaba ahí para reventarle las pelotas nuevamente con alguna joda respecto a la edición del día
siguiente. El Sr. Garavito, solemne y de buenas maneras como siempre había sido, cerró la puerta tras sí
y pidió al hombre sentado al otro lado del escritorio si podía ocupar una de las sillas del privado. Jaramillo,
cansado de la forma anticuada de comportarse de Garavito, sólo atinó a decir adelante. Mientras el Editor
en Jefe se sentaba, Jaramillo tuvo un pensamiento relampagueante que le alegró y le alteró la química
sicológica inflamándole el ego… ¿Qué pasa ía si Ga avito se os ue e? ¿Có o a e ea ía la ota? Fá il
A d és, di ía algo así o o “e e ti guió e let as pe ueñitas pe o e eg itas le po d ía Últi o de
su espe ie, di osáu i a e te o soleto os deja … ie t as esto su edía e su a eza, te ía a lavados
sobre su ser los ojos azul acero del Sr. Garavito.

Una agria discusión se sucedió entre los dos hombres. Las posiciones eran tan disímbolas como un
enfrentamiento entre conquistadores y conquistados. Las extravagancias de Jaramillo eran rebatidas con
la sensatez de un periodista de cepa formado desde la nota seria, desde el periodismo puntual y no en las
chabacanas notas de los panfletos que tenían cara de diarios pero no lo eran. Jaramillo expuso la presión
y la competencia feroz que tenía encima por parte de Medrano. Le recordó a Garavito que, si él comía era
precisamente por todas y cada una de las letras que componían el cabeceo de los notas y que este diario
se debía a él. También le hizo el inmenso favor de recordarle, risa condescendiente y lastimera de por
medio, que el diario de donde venía Garavito había quedado en bancarrota justamente por no
evolucionar, por no saber interpretar los cambios en las apetencias de los lectores, en los caprichos de la
sociedad, en las necesidades informativas del país. Finalmente y como el último lance de alguien que se
sabe ganador Jaramillo le espetó en la cara al Editor en Jefe que le diera un vistazo al desempeño de la
dist i u ió del dia io e los últi os eses a la a tidad de pu li idad… “ . Ga avito ¿Cuá tas pági as
le ha tenido que agregar al diario porque ya no caben las notas por la cantidad de anuncios que ya
tenemos? Ventas ya no da más. Jaramillo sabía, de buena fuente, que se iba a contratar personal adicional.
El Director de Ventas compartía el lado izquierdo de su cama.

Cada argumento esgrimido por Jaramillo era una piedra más que se acumulaba sobre la tumba
periodística de Garavito. El Editor en Jefe pensaba que no estaba de acuerdo en ninguno de ellos ¿Cuál
apetencia de los lectores? ¿Sangre y risotadas morbosas es lo que quieren? ¿La vida del de enfrente es
más interesante, placentera y sofisticada que la propia? El mundo es violento, siempre lo ha sido, pero
con este tipo de notas se hace una apología de la violencia y dónde queda la ética profesional. Poco a
poco la sociedad se acerca más a una en donde el pensar se vuelve privilegio de unos pocos, la apetencia
intelectual languidece y se marchita ya que no hay nada sobre la mesa y la muerte de la conciencia se da
e ada ota de espe tá ulos, e ada a e eo de Ja a illo o de Med a o o o o uie a ue se lla e…
Nos hemos convertido ahora en unos perfectos abúlicos conceptuales. El Sr. Garavito sabía que la
discusión lo iba arrinconando cada vez más. Cada golpe lanzado por Jaramillo le daba de lleno en la
cansada historia profesional que sólo el orgullo y la obstinación por hacer lo correcto lo podían mantener
en pie. Al Sr. Garavito le quedaba una última opción, pero sabía que era una jugada cantada, un partido
arreglado y que no tenía ninguna posibilidad de éxito. La decisión la tendría que tomar el Director General,
pero no era ningún niño y entendía que la cartera, la cuenta de banco pesa más que cualquier criterio
editorial, especialmente en este medio, en este diario. Se quedó viendo fijamente a Jaramillo y le escupió
la pregunta sin modales, pensando que este tipo no los merecía ¿Vamos donde el Director General? Y
Jaramillo, soberbio, sabedor que tiene el partido dominado y que está jugando de local le dio a entender
con la mirada al Sr. Garavito si realmente quería seguir conservando el empleo. El Sr. Garavito salió del
privado de Jaramillo. La edad lo había derrotado y la llevaba arrastrando en los pies. Conforme estaba con
mantener su dignidad de periodista que no se vende ni se regala. El diario no era suyo, lo sabía, pero
seguiría insistiendo hasta que alguna de las partes no pudieran más con el tema. Jaramillo vio al viejo salir
de la oficina. No lo negaba, en cierta parte sabía que tenía razón, pero también lo último que necesitaba
era mendigar notas a esa edad ¡No señor! Yo me salgo de esto antes.

Medrano vio, la mañana siguiente la fotografía y el cabeceo de nota de Jaramillo. Los ojos pequeños,
curiosos, buscando la historia, la nota que haga que la gente salte a los quioscos, vea los titulares y se
decida por su diario. Siente rabia, le duele el ego y se promete que la siguiente la gana, la vida le debe una
y él está decidido a llevársela. La mañana pasa y antes de las once, de la redacción llega corriendo uno de
los reporteros gráficos a la oficina que Medrano ocupa en una de las esquinas de la sala de este diario. La
noticia está recién salida del recinto policial de la zona poniente: Homicidio múltiple. Medrano, indiferente
a la noticia, le lanza una mirada al reportero de ¿Y? y el reportero sin poder contener más la emoción, ni
la intención le anuncia que el homicidio múltiple es la familia de Andrés Jaramillo. Medrano se queda de
una sola pieza y su instinto le dice que tiene que llamar a la redacción de la competencia y pedir por el Sr.
Garavito. Al contestar el teléfono, el Sr. Garavito atiende a Medrano y le explica que, en efecto, Andrés
Jaramillo se encuentra fuera de la redacción, consternado y muy afectado por la noticia. También le dice
que aún no se sabe qué motivó el hecho, pero que todos en este diario están con el dolor de Andrés. El
Sr. Garavito termina por darle las gracias a Víctor Hugo Medrano por el pésame y le asegura que, una vez
regrese Andrés, él personalmente le dará su mensaje. Al colgar, el Sr. Garavito sabe lo que va a pasar,
pero se queda tranquilo. Es un monstruo que él no ha ayudado a engordar ¿Por qué la familia de Jaramillo?
Después de semejantes cabeceos, ya se habían tardado, reflexiona el Sr. Garavito. Medrano, al colgar con
el Sr. Garavito, sabe que la vida le ha dado lo que necesita. Una ventana, chica, pero ventana al fin. Reúne
a su equipo y les pide fotografías, notas y demás material para armar la primera página. Él, por su parte,
a tie e la a eza… CALLÓ Así, o do le l, se epite a sí is o Ví to Hugo Med a o.

La mañana siguiente llega y los árboles levantan, pesados, sus ramas para sacudirse el rocío y los pocos
gorriones que quedan aún aferrados a él. Medrano se acerca apresurado al quiosco ubicado en una de las
esquinas de este parque. El hombre de bigote espeso y mal recortado que se encuentra detrás del
mostrador le extiende, con unos dedos cargados de tinta, el diario al que Medrano pertenece. El cabeceo
le parece espectacular. Al medio, con la letra cargada de ironía e ingenio. Una verdadera belleza, piensa
Medrano mientras se regodea y embarra de un éxito que sólo él se concede y que lo hace sonreír como
un bobo mientras termina de leer la nota. Al parecer, todo indica que estamos ante un crimen pasional,
lo que lo hace pensar que, de menos, tendrá unas tres o cuatro cabezas para poner a Jaramillo y a su
diario en el lugar que realmente pertenecen. Sonriendo, sacando el pecho y con su diario en las manos,
le pidió al mismo hombre le mostrara también el diario de la competencia. El cabeceo de la nota hizo de
su sonrisa boba una de verdadero estúpido. Medrano leyó una a una las letras de la cabeza de la nota y
bajó los brazos derrotados, mientras pensaba qué iba a hacer, qué seguiría.

El Sr. Garavito entró a las nueve cincuenta de la mañana a una atestada y atareada sala de redacción.
Pasos cortos, portafolios atenazado por la mano derecha, las gafas en la punta de la nariz y observando
sin ver lo que sucedía alrededor. Se enfiló hacia el final de la sala y al pasar por el privado de Jaramillo sólo
lanzó una rápida e indiferente mirada. La sala en pleno continuaba en parloteo y mientras las lenguas
hablaban, los ojos callaban y se decían unos a otros… Tú ie sa es ue o sé. El “ . Ga avito e t ó a su
privado y, fiel a su costumbre, cerró tras de sí la puerta de cristal cuidando esta vez de colgar el pequeño
let e o de No Molesta ue se e o t a a e la e adu a e a usado en ocasiones excepcionales. Sus
zapatos de cuero crujían de viejos y pulcros sobre el grosero linóleum de esta celda de papel. Se sentó en
la silla y sobre el escritorio yacían todos los ejemplares editados para esta mañana. El Sr. Garavito observó
pacientemente, mientras jugueteaba con una caja de clips en su mano izquierda, todos y cada uno de
ellos. Llegó a la conclusión que todos narraban, en términos generales, el suceso de forma similar. Lo que
los hacía diferentes era la indiferencia de los titulares. Sobresalían dos por el ataque frontal y por el mal
gusto. Med a o su Calló el de este dia io, el su o, con su Let a Mue ta U a so isa ue o uie e
serla se dibujó en la cara del Sr. Garavito.

Medrano estaba embarrado en su silla. Indiferente al mundo que lo observaba, se contemplaba una vez
más derrotado y necesitado de probar al mundo, de probarse a él, que podía y que no había quién lo
pudiera detener. Pidió hablar con la redacción de Garavito. Ya averiguaría ahora cómo diablos Jaramillo
había tenido las agallas para cabecear su propia nota. A Medrano lo asaltaban sentimientos encontrados,
por un lado una envidia profesional que le cerraba de dolor las mandíbulas y una admiración por el coraje
y las maneras periodísticas de Jaramillo. El Sr. Garavito atendió nuevamente la llamada de Medrano y con
el mismo tono impersonal y sobrio comenzó a escuchar la aflautada voz al otro lado de la línea. Le
llamaron la atención dos cosas en el timbre del hombre que lo llamaba. Ahora ya no había suficiencia, sino
incertidumbre y ya no era un zalamero y lastimoso discurso de pésame, sino un agresivo recuento de los
daños. Medrano se fue de frente, preguntando ¿Quién?, ¿Cómo?, ¿Cuándo? Mientras el Sr. Garavito, con
el semblante serio y con casi treinta años en el oficio, se dedicó a ir puliendo el acero que descargaría sin
piedad sobre la humanidad de Medrano. Finalmente, el Sr. Garavito decidió que era hora de parar la
conversación, ya que el día pasaba y el trabajo se formaba puntualmente en largas y agotadas hileras que
esperaban ser aliviadas de un momento a otro, y sin dejar que terminara la frase Medrano le disparó ¿Es
que usted todavía no sabe? Lo que hizo que se creara un silencio viscoso y lleno de veneno entre los dos.
Medrano entendió la puya y replicó con un inocente ¿Saber qué? El Sr. Garavito entendió que Medrano
había picado y lo tenía ya en las tablas. Con la solemnidad que el caso ameritaba, le respondió que le
extrañaba que un hombre con su talento y profesionalidad periodística no se hubiera enterado que
Andrés Jaramillo había sido encontrado muerto también los alrededores de su casa durante la madrugada.
Se presume suicidio, pero ya se sabe que en estas cosas no hay nada escrito. La muerte no tiene palabra
de honor. Medrano respiró fuerte y al otro lado de la línea sólo silencio había. Las manos le sudaban a
Medrano. La boca pastosa y seca. La voz en un hilo y el miedo e incertidumbre coqueteándose en la parte
baja del abdomen. En su último lance, ese respiro antes de la derrota total, Medrano quiso saber quién
era entonces el autor del cabeceo de la nota sobre la familia Jaramillo. El Sr. Garavito se echó hacia atrás
en su silla, apoyó columna y riñones en el respaldo de la misma, se acomodó el auricular del teléfono en
el oído izquierdo, cruzó las piernas a la altura de los tobillos, miró con esos ojos azul acero el único punto
blanco que había en su privado y dejó de jugar con la caja de clips que tenía en su mano izquierda. Yo, fue
lo último que alcanzó a escuchar Medrano, antes de un consejo no pedido, pero dado, por parte del Sr.
Garavito en donde le decía que, en este oficio, uno no puede acostumbrarse a una sola cosa: a no comer.

El Sr. Garavito colgó el teléfono. Sabía bien que Medrano regresaría, pero para cuando lo hiciera, ya le
lleva ía u t e ho de ve taja. Volvió sus ojos ha ia el titula del dia io del día de ho Let a Mue ta y vio
la foto de la familia Jaramillo como fondo y en primer cuadro la mano de Andrés tendida sobre el asfalto,
mientras que el resto del cuerpo estaba cubierto por una sábana. El Sr. Garavito se preguntó entonces si
la cabeza de la nota le hubiera gustado a Andrés. No lo sabría nunca, pero no se podía negar que era
ingeniosa, irónica, incisiva, indigna y groseramente mediocre, era simplemente perfecta. El teléfono volvió
a sonar. El Sr. Garavito lo levantó y la voz del Director General se escuchó del otro lado. Las felicitaciones
por la profesionalidad y por el trabajo bien hecho. Las condolencias por el colaborador, el amigo perdido.
La intención de nombrar a la sala de redacción como el recién fallecido. La pregunta mercantilista del qué
sigue después y el Sr. Garavito agradeciendo la confianza, el incremento en el salario y exponiendo a
Andrés como la nota a seguir y saber hasta dónde llegará. Risas cómplices y abrazos telefónicos. El Sr.
Garavito regresó el auricular a su lugar. Se agarró la cabeza con las manos. En la salita de estar lo esperaba
impaciente la dignidad. El Sr. Garavito la vio y se volvió a decir a sí is o… uno no se acostumbra a no
comer.

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