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Guillermo Saccomanno

Conjeturas sobre el narrar

Nuestra necesidad de consuelo

Por Guillermo Saccomanno

Una mañana de noviembre de 1954, en el otoño nórdico, Stig Dagerman, a los treinta y uno,
dos años después de escribir Nuestra necesidad de consuelo es insaciable, se encerró en el
garaje de su casa, encendió el motor del auto y esperó que las emanaciones de gases tóxicos
terminaran con él. Nuestra necesidad... es uno de esos textos infrecuentes de la gran
literatura, ensayo confesional entre el autorretrato y la declaración irrefutable de principios
éticos. Si una comparación vale, Nuestra necesidad… es una pócima amarga. Se dirá que
estas referencias (el texto, el suicidio) son excesivas y sobredimensionan a un escritor que
irrumpió en el marco de las letras suecas como un rayo. Dagerman produjo una obra
caudalosa en pocos años y, a pesar de su juventud, su literatura fue más allá de una
promesa. Pero, la idea del suicidio, desde el comienzo de Nuestra necesidad…, alertaba
prematuramente esa mañana del garaje: “El suicidio es la única prueba de la libertad
humana”, había escrito Dagerman coincidiendo con Camus, en la apertura de El mito de
Sísifo: el único problema auténticamente serio en la filosofía es justamente ese, el suicidio.
En su artículo “Strindberg y yo” Dagerman había escrito: “El Strindberg que yo amé era el
Strindberg adolescente, solitario, encogido, que tiritaba, el que en las noches invernales de
la vida llegaba a calentarse las manos en el fuego de la esperanza de ser, un día, capaz de
prender un gigantesco fuego con todo lo que fuera feo, gris, podrido y sucio. A ese
adolescente yo lo comprendí y lo amé de la forma en que sólo un adolescente puede
comprender y amar a otro adolescente”. Aquí puede leerse, mediante una identificación
clara, la reinvindicación de la juventud como edad de resistencia a las concesiones que suele
imponer la edad de la razón. Y esta sería entonces una justificación del suicidio y su reclamo.
Aunque hay quienes aducen que en la causa de su muerte está la culpa por no pasarle
dinero suficiente a su ex mujer, madre de sus hijos, Ana Götze, mientras convivía con la
segunda, Anita Björk, actriz de varios de los primeros films de Bergman. Pero, vale
preguntarse, no es acaso esta una conjetura simplista.

(Cabe aclararlo: escribí sobre Dagerman hace unos años. Y ahora, en estos días, se me ocurre
necesario, casi impostergable, acercarlo al presente. Las razones están a la vista.)

El suicidio no deviene anecdótico al leer hoy a Dagerman. De hecho, las ediciones de sus
libros (casi todos provenientes de España en traducciones deficitarias) y que hoy llegan a las
librerías locales, suelen destacar su relación con la muerte a una edad temprana. Cabe
preguntarse hasta dónde el dato, no dirige y tiñe la lectura en un sentido romántico, barniz
que Dagerman, impiadoso en sus relatos, habría deplorado. Como directriz de lectura, el
suicidio puede inclinar la lectura hacia una comprensión sensiblera, a justificar desde ahí los
abismos de negrura que Dagerman plantea en su obra relegando otros no menos relevantes
que justifican una visión atormentada de la realidad, sin ir muy lejos, la posguerra, el viaje de
cronista que Dagerman hizo por la Alemania bombardeada y los campos de concentración.
En su “Historia natural de la destrucción” Winfried Sebald habrá de citar a Dagerman cuando
describe a los habitantes de una ciudad en ruinas en la Cuenca del Rhur, las cavernas
subterráneas, el humo, la hediondez y la escasa comida, el hambre, el frío y el agua en los
zapatos. Los rostros de esa gente, según Dagerman, parecían exactamente los de un pez
cuando sube a la superficie y toma aire.

La recopilación de esos relatos fueron reunidos en Otoño alemán (1947), que le deparó el
salto a una fama inesperada que habría de afectarlo. En “El escritor y la conciencia" escribió:
“Cómo es posible por una parte, por ejemplo, comportarse como si nada en la Tierra fuera
más importante que la literatura, y por otra parte darse cuenta de que la gente sólo quiere
vencer al hambre y que necesariamente consideraran que la cosa más importante es lo que
puedan conseguir al final del mes. Debido a esto es que él (el escritor) se confronta con una
paradoja: mientras lo que él quiere es escribir para aquellos que pasan hambre descubre
que sólo aquellos que tienen los recursos para comer son los que notarán la existencia de su
literatura”.

“Los suicidas son homicidas tímidos”, anotó Pavese antes de envenenarse en un cuarto de
hotel. Se quiera o no, se acepte o se rechace, el suicidio es un acento en la lectura de los
escritores que lo asumieron. Y este es el caso de Dagerman, solo que, a diferencia de Pavese,
era joven, “tan joven”, diríamos hoy. Es cierto, la mitología opina que los dioses quieren que
los héroes mueran jóvenes. Pero, qué significa ser joven en aquel momento de su suicidio,
casi fines de los ’50, y qué significa hoy cuando la juventud es el valor de rendimiento de la
cultura capitalista.

También, en “Matar un niño”, Dagerman escribe: “Es la mañana feliz de un mal día, porque
este día un hombre feliz va a matar un niño”. El cuento, encargo de una campaña de
vialidad, tiene una austera precisión formal. Desde el comienzo se advierte que un
automovilista atropellará un niño. La tensión impregna este día soleado. Y, a su modo,
también deviene crónica de una muerte anunciada. Pero sería torpe juzgar este cuento
breve como su pieza maestra. Su autor produjo en su vida corta una cantidad notable de
artículos periodísticos, relatos, piezas teatrales, novelas y poemas. Dagerman, inagotable,
llegó a escribir un poema diario para un periódico anarquista. “El escritor anarquista (a la
fuerza pesimista al ser conciente de que su contribución no puede ser más que simbólica)
puede, por el momento, atribuirse con buena conciencia el modesto papel de gusano de
tierra en el humus cultural que, sin él, quedaría estéril causa de la sequía de las
convenciones. Ser el político de lo imposible en un mundo donde los políticos de lo posible
son muy numerosos es, a pesar de todo, un rol que me satisface a la vez como ser social,
como individuo y como autor”. Contra el totalitarismo de cualquier signo, Dagerman
tampoco perdona la farsa del sistema parlamentario y califica al mismo como dictador
responsable de brutalidad psíquica. Desde esta perspectiva es que reinvindica un
primitivismo cultural cuyo modelo se acerca al Thoreau de Walden.

Aquella mañana de otoño, antes de encerrarse en el garaje, Stig Dagerman había entregado
al periódico Arbetaren su último poema: “¡Cuidado con el perro!”: “Es sin embargo
lamentable que/gente que vive de la ayuda social/tenga un perro / acaba de declarar un
concejal de Varmland.// La ley es ciertamente imperfecta: / da a los pobres derecho a un
perro./¿Por qué no se procuran una rata?/ Es graciosa y no cuesta dinero.// He ahí gente
que en su casa/ cuida a un perro toda su vida./ ¿ Por qué no jugar con moscas/ que son
también excelente compañía?// La comuna es la que paga,/Se ha de acabar esta ganga/ si
no, verán que pronto/ querrán tener una ballena.// Yo, de proponer una medida, no veo
más que una:/ matar todos los perros. O, sin dudar, /para salvar a los últimos de la comuna/
será a los pobres a quienes se habrá de matar”.
María Esperanza Casullo, politóloga e investigadora argentina
“Las nuevas derechas populistas ‘se comen’ a las tradicionales”
Agendas en disputa de cara a la segunda vuelta electoral. Nuevos acuerdos y clivajes en un
escenario en el que “gane quien gane habrá movimientos en las coaliciones políticas a todo
nivel”.
Por Bárbara Schijman y Natalia Aruguete

Un aspecto novedoso de las nuevas derechas populistas es que “se comen” a las derechas
tradicionales. Pasó con Jair Bolsonaro en Brasil, con Trump en Estados Unidos --un hostile
takeover (adquisición hostil) del Partido Republicano-- y puede ser el caso de Javier Milei en
Argentina. Así define María Esperanza Casullo a la nueva expresión de extrema derecha en
Argentina.

Hizo su licenciatura en la UBA, se doctoró en la Universidad de Georgetown y actualmente


es investigadora del Conicet y profesora de la Universidad Nacional de Río Negro (UNRN).
Estudiosa del sistema político y de los populismos en la región, Casullo publicó ¿Por qué
funciona el populismo? (Siglo XXI, 2019) y El populismo en América Central (Siglo XXI,
2023). En esta charla con Página/12, desentraña la figura de Javier Milei, las consecuencias
políticas y sociales de un eventual triunfo suyo en el balotaje del 19 de noviembre y la
reconfiguración del espectro político argentino que sucederá a esta elección, sea cual fuere
el resultado.

--¿A qué se debe el repunte del candidato de Unión por la Patria (UP), Sergio Massa, en las
elecciones generales de octubre pasado?

--Al hecho relativamente sorprendente de que Massa haya salido primero se suman varios
factores. El primero es que Milei sea la figura opositora principal. Esa fue una buena noticia
para el gobierno a nivel electoral, aunque muy mala para la Argentina. Polarizar con Milei es
muy diferente a polarizar con Horacio Rodríguez Larreta o con Patricia Bullrich. Un
porcentaje del voto que se dirigió a Massa fue por miedo a Milei, como pasó en la última
victoria de Emmanuel Macron en Francia o en el balotaje en Perú contra Keiko Fujimori. Son
candidatos que generan preocupación en una parte importante de la sociedad en lo que
hace a la institucionalidad democrática. Eso va más allá de decir “no me gusta la agenda de
Milei”.

--¿Qué cuestiones deberían darse para que Massa llegara competitivo al balotaje?

--La primera fue polarizar con Milei, esa condición se dio. La segunda era que Massa no
perdiera votos del Frente de Todos (FdT), votos peronistas y kirchneristas. En particular, no
podía perder los votos de Juan Grabois y eso lo logró. En este sentido creo que fue muy
importante la solidificación de Massa, no solo como candidato sino como líder del espacio.
Para quien no está empapado de la cultura política del peronismo puede resultar difícil de
entender, pero para el votante núcleo del peronismo fue importante ver a Massa diciendo:
“yo voy a ser candidato, esta elección se puede ganar y voy a hacer una campaña muy
enérgica e hiperactiva para ganar”. El hecho de ir y poner la cara y asumir esa conducción;
una conducción que estaba muy vacante porque el peronismo, el Frente de Todos, venía de
cuatro años de una interna muy fuerte y desgastante que le pinchaba la energía incluso a sus
propios militantes o simpatizantes. Por último, propuso medidas que fueron bien recibidas:
sacar Ganancias u otras transferencias de ingreso como el IVA. No es que la gente vote
porque le den 20 mil pesos, que tampoco le cambian la vida. Se trata de ser comprensivo
con una situación crítica.

--¿Cuán efectivo fue para Massa montarse sobre la agenda de Milei? ¿O tendría que haber
intentado imponer una agenda propia?

--No sé si tenía espacio para instalar su agenda; Massa está muy constreñido por la inflación,
el principal problema de la Argentina según todas las encuestas. Creo que hay temas que el
gobierno debería haber instalado y que son fuente de insatisfacción social. Massa o
cualquier otro candidato tenían que plantear una agenda de reforma de la educación pública
y de un sistema de salud que está quebrado. Pero es difícil plantear eso en la actual
situación, cuando quienes son consultados en encuestas y focus group se preguntan por qué
creer a una persona que dijo que controlaría la inflación.

--Es un punto que, además, Milei propone resolver cuasi mágicamente con la dolarización.

--La irrupción de Milei tiene ese efecto. La agenda que plantea tiene aspectos populares: la
dolarización está íntimamente relacionada con la promesa de parar la inflación. Hay una
recuperación nostálgica de lo que fue el 1 a 1 con el menemismo, aunque en las últimas
semanas el tema de la dolarización se volvió más ambiguo. Y Milei plantea cuestiones que
son alienígenas frente a la agenda política argentina, incluso para lo que era la agenda
tradicional de la derecha en nuestro país.

--¿En qué sentido alienígenas?

--La derecha tradicional tenía una visión de la sociedad distinta a la de Milei. Esta agenda
alienígena --el mercado libre de órganos de trasplante, la venta de niños, la liberalización de
armas-- es profundamente impopular en la Argentina, lo es incluso dentro de los votantes de
Milei. Todo eso sumado a la discusión sobre pilares de la democracia permite que haya
gente dispuesta a votar a Massa hoy cuando jamás lo habría votado frente a otro candidato.
Lo vimos con la carta de un conjunto de académicos y escritores, que no solo no son
kirchneristas sino que tampoco son peronistas. Milei aparece como un ovni que resetea los
clivajes del sistema político, cosa que no habría ocurrido con Patricia Bullrich u Horacio
Rodríguez Larreta. No digo que Milei no pueda ganar, digo que si el candidato fuera Larreta
o Bullrich muchas de las personas que hoy se manifiestan a favor de votar a Massa votarían
a Juntos por el Cambio.
--¿Es posible pensar que la agenda política se ha corrido a la derecha?

--El corrimiento a la derecha es innegable. Esta elección es comparable a la del 2003, en la


cual explotaron los clivajes más tradicionales del sistema político, donde hay candidatos más
outsiders y hay gran incertidumbre sobre un resultado. En 2003, la suma de las tres fórmulas
del peronismo explotado --Carlos Menem, Néstor Kirchner y Adolfo Rodríguez Saa-- daba
casi un 60%. Y la suma de lo que había sido la Alianza explotada --Elisa Carrió, Ricardo López
Murphy y Leopoldo Moreau-- daba alrededor de un 40%. Hoy es al revés: Massa tiene un 36
y la suma aritmética de Bullrich y Milei da 53. A Juan Schiaretti no sé muy bien dónde
ponerlo, pero si lo sumamos a Bullrich y Milei, da casi un 60 por ciento. La agenda de
centroizquierda es minoritaria, en un proceso que ya lleva años de consolidación. Hasta
2015, Daniel Scioli y Massa, que fue por afuera, sumaron el 55%. A partir de allí, Juntos por
el Cambio (JxC) nunca tuvo un piso menor al 40, 42%. Hasta que apareció el fenómeno Milei
y La Libertad Avanza (LLA).

--Cuando le preguntamos sobre el corrimiento a la derecha, pensábamos en la agenda


política más que en la sociedad. ¿Cree que esto expresa una reconfiguración de los
espacios políticos?

--Hay analistas que hablan de una nueva hegemonía, un nuevo sentido común. Pero al
analizar los discursos políticos cada año, más me convenzo de que la percepción política va
de arriba hacia abajo. Es la clase política, y las élites en un sentido amplio, las que configuran
estos sentidos. La sociedad se posiciona en función de las agendas que se le presentan. Se
politizan los temas en muchos aspectos y después la sociedad se preocupa por esos temas,
lo cual no significa decir que la sociedad siempre prefiera las soluciones de derecha o que no
se generen procesos de resistencia.

--¿Hoy observa procesos de resistencia social?

--Sí. Frente a la politización de la última dictadura, aparecen resistencias y memoria


histórica. El problema es que, cada vez más, las agendas vienen de arriba hacia abajo. Y hoy
las élites se movieron a la derecha. Hay que mirar quién tiene el poder de formar estas
agendas, por qué se mueven en esa dirección y qué implicancias tiene para la democracia,
en lugar de decir que estamos atravesando un nuevo sentido común de derecha y que no
hay nada para hacer.

--Hace días afirmó que la de Milei es una campaña ideologizada, encuadrada por un
ecosistema de la crueldad.

--Esa es la novedad del movimiento de Milei, como lo fue con Jair Bolsonaro, con Donald
Trump o Vox. Milei representa una continuidad con cuestiones históricas de la derecha
tradicional conservadora argentina. Más aún, busca sintetizar dos hilos de la derecha
argentina que siempre coexistieron: la derecha conservadora, católica, nacionalista y
jerárquica; y la derecha liberal, cosmopolita, libre mercado y pro-norteamericana. Esto
queda sintetizado en la convivencia de Milei con Victoria Villarroel. En Milei, como en otras
derechas globales, hay un elemento novedoso: ir más allá de lo que era la visión jerárquica
conservadora. La derecha conservadora tradicional planteaba una jerarquía de la violencia,
en la cual un grupo social reclamaba para sí el derecho a ejercer la violencia represiva, o sea,
las Fuerzas Armadas, ciertas élites, el sector relacionado con la Iglesia. También era una
cosmovisión cruel, pero tenía otra economía política de la crueldad. Era una sociedad muy
despolitizada, muy desmovilizada, controlada, manejada, disciplinada por esa estructura
fuertemente jerárquica.

--¿Cómo funciona la lógica de la violencia en Milei?

--Milei plantea una sociedad con una violencia y una crueldad distribuidas más
equitativamente, una especie de “todos contra todos”. La promesa de Milei es menos
“mano dura” y más que cada uno ejerza su propia violencia. La derecha argentina nunca
planteó el libre acceso a las armas; al contrario, quería una sociedad desarmada, controlada
por las fuerzas de seguridad con el monopolio de las armas. Esto en Milei es muy
preocupante. La sociedad civil que logró desviolentizar al Estado después de 1983 era una
sociedad sana en este sentido. Después del terrorismo de Estado quedó una sociedad no
violenta. La promesa de Milei es violentizar a la sociedad. Ese es un cambio que no
deberíamos permitir, verdaderamente. Porque es lo bueno que nos sostuvo desde el ‘83
hasta hoy. Eso es lo que está en juego.

--¿En qué sectores de la sociedad imagina a los candidatos buscando nuevos votos?

--Massa busca los votos de quienes se sienten muy amenazados por las promesas de Milei.
En la comunicación de campaña de los últimos meses hay una reivindicación, no tanto de las
mujeres sino de las madres, que son las más horrorizadas. En un balotaje, las mujeres dicen
que van a votar 20 puntos más por Massa y que votaron 20 puntos menos por Milei. El voto
de Milei es de varones jóvenes, sobre todo.

--¿Cree que el acuerdo entre Milei y Mauricio Macri se empezó a tejer antes de las PASO?

--En el acuerdo de Milei con Macri y Bullrich hay una idea racional: ir a buscar al 23% de
votantes de Bullrich, que a priori uno pensaría que son mucho más cercanos a Milei. En el
discurso político de Macri siempre quedó clara la tensión entre algo más neopopulista --una
figura que prometiera cierta felicidad al pueblo-- y un discurso que reivindicaba la
trayectoria clásica de la derecha liberal argentina, que fundamentalmente implica prometer
sufrimiento. O sea, es Álvaro Alsogaray diciendo “hay que pasar el invierno” o Domingo
Cavallo diciendo que tenemos que aceptar que somos un país pobre. Esa es una diferencia
clara entre una derecha más populista y una derecha argentina más tradicional. No sé si el
acuerdo con Milei fue previo a las PASO. Me da la sensación de que Milei siempre fue un
plan B para Macri, que no quería una victoria de Juntos por el Cambio si el candidato
ganador de la interna de su partido hubiera sido Rodríguez Larreta.

--En un texto reciente, usted sostiene que hoy la novedad, en Argentina y en el mundo, es
que la derecha también se volvió populista. ¿Qué características tiene este nuevo
populismo de derecha en la región?

--Es un proceso para seguir con mucha atención. En Brasil, por ejemplo, pasó lo que estamos
viendo en varios países, que es que estas nuevas derechas populistas “se comen” a las
derechas tradicionales, las corren de su posición. Hoy el bolsonarismo es la fuerza política de
oposición en Brasil. Bolsonaro desplazó tanto a la derecha tradicional --que era una centro-
derecha o, inclusive, un partido de centro--, que el Partido Socialdemócrata brasileño se
unió como vicepresidente de Lula, habiendo sido su adversario histórico. Algo similar pasó
en Estados Unidos con Trump, quien no fue por fuera del partido Republicano --ya que es
imposible institucionalmente entrar desde un tercer partido--, pero Trump es un hostile
takeover (adquisición hostil) del Partido Republicano. Hoy no hay nada fuera del trumpismo
en el Partido Republicano; los moderados quedaron expulsados.

--A partir de los resultados de las elecciones generales de octubre pasado, ¿cree que
podría haber reconfiguraciones en el reagrupamiento de los espacios políticos y que eso
derive en nuevos clivajes políticos?

--Sin duda. Estudiando el populismo de manera comparativa, observé la aparición de nuevos


tipos de liderazgos populistas que resetean el sistema político, y que las coaliciones políticas
se reordenan. Siempre pasa. Pasó con Perón en Argentina, con Bolsonaro en Brasil, incluso
con Trump en Estados Unidos. Salvo que Milei pierda catastróficamente y se diluya
completamente, el mileísmo está, tendrá un bloque de 40 diputados en el Congreso y mucha
presencia en los medios; y así arrastrará más a la derecha a Juntos por el Cambio.

--Ya lo viene haciendo, en alguna medida.

--En efecto, ya estamos viendo algunos de estos movimientos. No sabemos cómo terminará,
pero la ruptura de la Unión Cívica Radical (UCR) es muy fuerte. Desde la Convención de
Gualeguaychú en 2015, la UCR había tenido una disciplina perfecta en su pertenencia a
Juntos por el Cambio, no había sacado ni un pie afuera del plato y ahora básicamente se
partió y dijo que va a votar otra cosa. De ganar Massa, no sería impensado que haya un
acercamiento o una coalición informal entre algunos sectores más relacionados con el
radicalismo y un gobierno encabezado por Massa y por el Frente Renovador (FR), algo
completamente nuevo en términos políticos.

--De resultar electo Massa por un amplio margen, ¿cuántas posibilidades tiene Milei y el
mileísmo de conservar sus 40 diputados?
--Pase lo que pase, gane quien gane, vamos a ver movimientos en las coaliciones políticas a
todo nivel. Por ejemplo, Juntos por el Cambio tiene diez gobernadores --como dicen--, y eso
es totalmente cierto, pero también es cierto que son diez gobernadores que ya quedaron
huérfanos de fuerza nacional. ¿Qué van a hacer? Se tendrán que provincializar o acercar al
massismo o al mileísmo. También puede ser que los gobernadores --varios de esos
gobernadores en realidad son radicales--, digan “yo, en realidad, no soy un gobernador de
Juntos por el Cambio, reivindico mi identidad radical”, e intenten construir un nuevo
liderazgo nacional desde alguna de esas provincias. Gane quien gane, habrá movimientos. Si
pierde Milei no tengo ninguna duda de que una parte de sus diputados van a hacer muy
flexibles a votar leyes para el Ejecutivo, y viceversa.

--¿Y si gana Milei?

--Soy muy escéptica del argumento de que Milei no va a poder gobernar si gana. Para mí esa
es una fantasía defensiva, psíquica, digamos, es algo que nos decimos a nosotros mismos. Si
Milei gana estimo muy probable que la gran mayoría de los diputados y diputadas de Juntos
por el Cambio, por lo menos del PRO, se vayan con el mileísmo, no todos evidentemente,
pero una buena parte sí, lo mismo con los senadores y lo mismo con los gobernadores. Los
gobernadores en Argentina históricamente lo que hacen es intentar surfear, no son nunca
quienes encabezan la resistencia, entonces no es imposible que si gana Milei logre armar a
los ponchazos una mayoría en Diputados y si consigue dólares más o menos tranquilizar a los
gobernadores y y garantizarse un año de gobernabilidad, un año y medio, dos años, pero no
creo que sea posible pensar que se va a ir en seis meses o en tres meses, para nada.
Solo tengo que hacer un disco mejor

Taylor Swift no es graciosa, ni carismática. Lo único que realmente le interesa es hacer


música. No arma su persona pública en internet, como los chicos del siglo XXI, sino que
sobre todo construye su yo poético, un yo que habla en sus canciones mucho más que en
sus entrevistas.

Tamara Tenenbaum

12 de noviembre de 2023 00:01h


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A mí me gusta Taylor Swift porque me gusta el siglo XX. Lo descubrí hace poco, no sin cierta
zozobra. Siempre pensé que tenía un temperamento abierto y orientado hacia el abrazo de
lo nuevo. De hecho, mucha gente probablemente piensa que gustar de Taylor Swift es una
muestra de eso, de estar dispuesta a abordar lo nuevo; pero no, es esto que digo, otra
prueba de amor al siglo que nos negamos a abandonar.

Me conmueve más el talento que el carisma. No sirvo para la gente que no hace nada, ni
para la gente cuya supuesta especialidad es tener onda, vestirse de una manera
determinada. No sirvo para los youtubers ni para los influencers. Hace poco una amiga me
hablaba de otra chica (que salía, por supuesto, con un chico que a ella le gustaba, un tropo
muy de Taylor Swift antes del giro feminista) y me decía que claro, que cómo no van a gustar
de ella los muchachos, con lo cool que es ella. Sabía de quién hablaba, y me indigné: ¿qué va
a tener de cool una chica que no es artista, ni dirigente, ni arquitecta, una chica que no hace
nada? ¿Por la ropa que usa? ¿Por cómo sale en las fotos? No tengo paciencia para este
tiempo. Tampoco la tengo para la gente que hace algo pero no tiene interés en ser la mejor:
lo lamento. Me deprimen los traperos cuando hablan de que son todos amigos como si eso
me tuviera que importar, que lo bueno de la escena es que se adoran como la familia Ingalls.
Qué me importa si son todos amigos. Por mí que se quieran o que se quieran matar, me da
exactamente igual. A mí lo que me conmueve, ya lo dije, es el talento. El talento y las
canciones.

Taylor Swift tiene talento, y tiene canciones. Es una estrella del siglo XX: su personaje
público, en el fondo, no tiene gusto a nada. Jamás podría ser, como Rihanna, un ícono pop
que en algún momento simplemente dejó de sacar música, porque no tiene momentos
emblemáticos en redes sociales, pongamos, ni es rápida para tirar frases ingeniosas u
originar memes; lo único que la salva, como a muchas divas del siglo XX que en el fondo
debían ser personas aburridísimas, es el halo de misterio que arma manteniéndose
escondida. Taylor no es graciosa, ni carismática. No es una chica con la que me interese, por
ejemplo, comer. En el documental Miss Americana (2020), de Lana Wilson, se nota bastante
que Taylor no tiene gracia. Lo único que realmente le interesa es hacer música: mi momento
favorito, por lejos, es cuando se entera de que no la nominaron para el Grammy por su
disco Reputation: “I just need to make a better record”, dice Taylor, preocupada pero en eje.
Solo tengo que hacer un disco mejor. La gente la consuela. Yo sonrío: me gusta que Taylor
crea en la objetividad de lo bueno, en que hay discos indiscutiblemente mejores que otros y
que esos son los discos que reciben premios. Nadie cree en esas cosas en el siglo XXI. Solo
ella.
No me interesa para nada comer con Taylor, ya lo he dicho; no tiene buenas anécdotas, no
parece que le guste coger lo suficiente como para que me den ganas de escuchar sus
historias, ni que sobre algún otro tema tenga algún deseo u opinión que podamos compartir.
Sí me gustaría, en cambio, estar con ella en un estudio de grabación. Algo de esa magia en
crudo se ve en el documental, pero la evidencia más grande está, por supuesto, en su obra:
por más que tenga a los mejores productores y compositores de la escena a su servicio
(tampoco hace falta negarlo: Taylor Swift no es Joni Mitchell), Taylor Swift es Taylor Swift,
porque si Jack Antonoff pudiera inventar otra Taylor Swift ya lo hubiera hecho. Taylor ha
probado sonidos relativamente diversos dentro del espectro de lo popular, desde el country
de sus comienzos (que haya salido de una tradición tan fundamentalmente conservadora
como esta es, probablemente, el secreto de su éxito: no importa cuánto lo intente, Taylor es
una chica que para hacer música tuvo que aprender a tocar la guitarra, no va a ser nunca
una cantante salida de Tik Tok) hasta el pop más puro de 1989, pasando por los temas
bailables, las baladas y llegando a esta especie de adult contemporary para treintañeras
nostálgicas de unos años noventa que casi no recordamos que inauguró en Evermore.

Sus canciones se volvieron más sofisticadas y refinadas con el tiempo, y por eso muchas que
la conocemos de siempre pero no la veníamos siguiendo empezamos a escucharla con más
atención (personalmente, además, le respeto mucho que no haya tenido ningún coqueteo
con los géneros urbanos: estamos hablando, tal vez, de la única estrella pop masiva de la
actualidad que jamás ha intentado ser negra, ni por cuatro compases; ni Lana del Rey se
salva de eso).

Taylor ha crecido, ha aprendido y ha mejorado, pero en un sentido importante, como


siempre pasa con la gente que además de trabajo y disciplina tiene talento puro, todo
estaba ya en su primer hit, “Our song”, una canción que escribió para un show de talentos
cuando ella y todo el resto de la clase 89 estábamos todavía en el colegio. Es un tema
plenamente country, con banjo y armonía a tres voces en el estribillo, pero ya tiene esa
redondez de una melodía precisa e infalible que no tiene ni una nota que no sea la que debe
ser, ese fraseo que en la estrofa sigue sobre todo un ritmo de lo hablado como para que la
centralidad de la letra quede clara desde el principio, ese tono íntimo y a la vez un poquito
genérico que es el mix perfecto de Taylor Swift, la chica que siente todo con mucha
intensidad pero no siente nada que no hayas sentido vos también, nada demasiado original.

Es esa mezcla de oído y modestia lo que le permite hacer crecer una identidad yendo de
sonido en sonido, de color en color, de era en era, como dicen sus fans; melodías que nunca
se pasan de listas y en cambio avanzan a paso firme sobre los recursos que Taylor va
incorporando con los años; melodías, además, suficientemente cristalinas como para no
hacerle sombra a la textualidad de Taylor, que no arma su persona pública en internet, como
los chicos del siglo XXI, sino que sobre todo construye su yo poético, un yo que habla en sus
canciones mucho más que en sus entrevistas. Un yo que crece con su audiencia, que
acompaña lo que sabemos de sus amantes (pero otra vez, más como en el siglo XX que como
en el XXI, más como seguimos las historias de amor de Fito Páez a través de sus discos y sus
etapas emotivas que como seguimos las de Olivia Rodrigo), pero que antes que contar la
historia específica de Taylor lo que hace es ir escribiendo una gramática emocional para
estas chicas que como yo, como ella, no saben bien en qué época viven, y por eso aman
como en las novelas de antes, pero en el fondo no se bancan lo que viene con eso; así nos
va, supongo.
Nunca soñé con Taylor, ni creo que lo haga, pero me gusta su manera de soñar, me
identifico con ella. Fernando Pessoa escribió que tenía dentro de sí todos los sueños del
mundo; Taylor, y en eso es que me representa, es del tipo de gente que solo tiene un sueño,
más de la escuela de Oscar Wilde, que decía que el castigo de los soñadores que encuentran
el camino solo a la luz de la luna es que ven el amanecer antes que el resto. Taylor todavía
no tiene marido, y eso en Hollywood a los casi 34 es bastante grave; diría, igual, que lo de
verla antes que el resto por ahora le viene saliendo bastante bien.

(Este texto salió como prólogo del libro “Ayer soñé” con Taylor, editado por Paz Azcárate y
José Bellas para Planeta, en el que una serie de swifties cuentan sus sueños, fantasías e
ilusiones con Taylor)

TT

Un tipo como Milei

JUAN GABRIEL VÁSQUEZ


12 NOV 2023 - 01:00 ART

Nadie sabe con certeza qué va a pasar en Argentina. Le tengo un enorme cariño a ese país
contradictorio y difícil sin el cual no se entiende América Latina, por no hablar de las vidas
privadas de algunos latinoamericanos de otras partes. Pero así es: yo no entiendo mi vida sin
los nombres de un puñado grande de escritores, algunas tiras cómicas, varias generaciones
de futbolistas, ciertos músicos o bandas de músicos y un grupo de fabricantes de
instrumentos absurdos, por no hablar de la gente viva que es parte de mi mundo, que quiero
y me importa. Por eso es tan extraño este momento: es verdad que Argentina nunca ha sido
fácil de entender, pero lo que ha sucedido en los últimos meses lleva las contradicciones a
niveles inéditos.

Dentro de una semana, si la cordura sale a la calle (y nada garantiza que así sea), los
argentinos habrán votado para impedir que Milei sea presidente. Si eso sucede, soltaremos
de nuevo la respiración los que la hemos estado conteniendo, o por lo menos los que nos
hemos convencido de que una derrota de Milei ocurriría solo en Argentina, mientras que
una victoria de Milei ocurriría en todas partes. Si pierde, pensaremos que hemos pasado
cerca de un meteorito; pero enseguida tendremos que aceptar que no hemos salido
indemnes. En otras palabras: el daño ya está hecho. Quiero decir que Milei puede perder el
domingo próximo, pero ni Argentina ganará del todo ni se habrá esfumado lo que tuvo que
pasar en la gente —eso que se llama el pueblo argentino— para que la victoria de un tipo
como Milei no solo fuera posible, sino probable. Y no sé si otros puedan poner en imágenes
concretas la naturaleza del daño, pero daño ha habido: es imposible que media sociedad
quiera de presidente a un tipo como Milei sin que eso delate una renuncia a cosas que
antes merecían nuestra consideración o nuestro mínimo consenso. ¿Pero a qué renunciaría
la Argentina? ¿A qué renuncia la mitad de su gente cuando está dispuesta a entregarle su
destino inmediato a un tipo como Milei?

Por supuesto, es muy posible que éstas no sean las preguntas correctas. Tal vez Milei ha
conseguido la prestidigitación perfecta del caudillo: que deje de importar el adónde vamos y
solo importe a quién jodemos —con perdón— en el camino. El método de Milei (es un decir)
me hace pensar en la campaña de la derecha colombiana durante los meses previos al
referendo de 2016: cuando el No a los acuerdos ganó el referendo contra todos los
pronósticos, su gerente, borracho de éxito, dio una entrevista en la que explicó la estrategia:
dejar de hablar de los acuerdos y tratar de que la gente “saliera a votar berraca”. Berraca:
enfadada, cabreada, lo que ustedes quieran. Ése es el estado de ánimo que vertebra la
persona pública de Milei: el permanente cabreo de motosierra en mano. (A los
colombianos, esta imagen nos sacude un poco más que a otros latinoamericanos: la
motosierra es el símbolo de las atrocidades cometidas por el paramilitarismo de extrema
derecha, que troceaba los cuerpos de sus víctimas incontables, y algunas veces lo hacía
mientras las víctimas estaban vivas. Pero esto es tema de otra conversación.)

Lo que más tiene que llamarle la atención a un observador desapasionado —yo no creo serlo
del todo: Argentina me importa demasiado como para serlo— es que un personaje tan
mediocre esté donde esté. Milei no ha hecho nada bien en su vida: ha sido un economista
mediocre, y uno podría señalar también que fracasó como rockero y futbolista si eso no se
aplicara a la mitad de los latinoamericanos. Pero esto lo puede ver todo el mundo, y no
parece importar. Lo que tal vez no vea todo el mundo, sino solo los que tienen la mala
costumbre de mirar a los demás por dentro, es que Milei es un caso clásico de inseguridad
patológica, de herida narcisista, de masculinidad acomplejada, o todo junto al mismo
tiempo: es así como suelen crecer los que han sido terriblemente matoneados de niños,
igual que los que insultan y agreden son siempre los que fueron insultados y agredidos, y los
que gritan y dan puños en la mesa suelen haber sido los niños tímidos, los retraídos, los
escondidos en un rincón. El objetivo de la vida es reparar la infancia, pero esto cobra matices
más dramáticos en unos casos que en otros.

El caso de un tipo como Milei es tan transparente que es conmovedor: Milei quiere que lo
quieran todos como nadie más lo quiso antes, con la probable excepción de esa hermana,
única familia cercana que aparentemente le queda. Hay una foto en la que abre los brazos
frente a un público invisible que, presumiblemente, lo aclama; pero no abre los brazos para
abrazar, desde luego, sino para que lo abracen. Para un tipo como Milei, ser presidente
significa darles una lección a los que lo matonearon, incluido, probablemente, ese padre ya
legendario que le decía que no servía para nada. Todo parece un melodrama, una telenovela
barata, un trozo mal escrito de la vida (que siempre está mal escrita, pero a veces se nota
menos), hasta que uno se da cuenta de los muchos rasgos en común que tiene Milei con la
biografía conocida de los hombres más peligrosos de la historia reciente. Y entonces se da
cuenta, también, del inmenso daño que le puede hacer Milei, si es que no lo ha hecho ya, a
la idea que los argentinos tienen de su país, de sus conciudadanos y de sí mismos.

Porque Milei dice muchas tonterías excéntricas, y por eso ha ganado horas de pantalla y
cientos de miles de frívolos likes. Pero su mensaje central no me parece grave porque sea
tonto ni porque sea excéntrico, sino porque es antisocial: porque está fabricado sobre la
disolución de la solidaridad entre los ciudadanos, y de hecho ni siquiera parece reconocer la
noción de ciudadanos: para él solo hay compradores y vendedores. Por eso le parece
legítima la venta de órganos; por eso le gustaría eliminar la educación pública, rezago de un
mundo que no está a la venta. Su estrategia es poner una bomba en los cimientos políticos
de todas las cosas que nos hemos inventado para proteger a los débiles. También esto es de
libro de texto: con frecuencia los más débiles son los que más odian al débil; con frecuencia
los impotentes son los que, al descubrirse de repente con algo de poder, más atropellan a
los impotentes, ese memorando detestable de lo que fueron alguna vez. Cuando Milei dice
que la justicia social es una aberración, cuando propone un modelo de convivencia basado
en la defensa del más rico y el más fuerte, cuando dice que la dictadura militar cometió
“algunos excesos”, le está apuntando siempre a lo mismo: una ética de la crueldad, del
individualismo violento, de la ruptura —sí: con motosierra— de todo lo que suene a
cooperación, a comunidad, a ciudadanía.

Una sociedad caníbal: eso es lo que propone. Y no he comenzado ni siquiera a hablar de la


misoginia más exacerbada que se ha visto recientemente en mi continente. En fin: gane o
pierda, el legado de Milei se va a quedar un buen rato. Un tipo así no se va: se queda para
vengarse de lo que no ganó, para romper cosas, para que las cosas que no fueron para él no
sean nunca para nadie más.

Juan Gabriel Vásquez es escritor.

Gustavo Petro, el presidente ensimismado


INÉS SANTAEULALIAJUAN DIEGO QUESADA
12 NOV 2023 - 01:30 ART

Se sentaron en el despacho presidencial uno frente al otro, con una mesa de por medio.
Gustavo Petro lo había convocado a un almuerzo 24 horas después de haberlo echado del
Gobierno de manera fulminante, en febrero de este año. En el ambiente flotaba cierta
electricidad. Alejandro Gaviria pensaba que el presidente, con el que había discutido en más
de un Consejo de Ministros, delante de todos, le iba a dar alguna explicación sobre su cese.
O un agradecimiento o un reclamo, quién sabe. En lugar de eso se encontró a un hombre
callado, ensimismado, que comía con lentitud. El economista y escritor se vio forzado a
llenar la hora completa saltando de un tema a otro. Enfrente, enigmático y misterioso, el
presidente de Colombia parecía ausente.

Meses antes de esa cita tragicómica, Gustavo Petro, de 63 años, hizo soñar a los
colombianos con un nuevo país. El exguerrillero acababa de convertirse en el primer
presidente de izquierdas de una nación atravesada por la violencia y gobernada por castas
políticas conservadoras durante décadas. El nuevo mandatario, una figura idealizada por sus
seguidores y odiada por sus detractores, había logrado lo imposible: crear a su alrededor
una oleada de ilusión desconocida en este país latinoamericano tan tendente a dividir el
mundo entre buenos y malos.

Ese espíritu de concertación apenas duró. Se esfumó el pasado abril con la salida forzada del
Gobierno de todos los ministros de otras tendencias políticas a los que el presidente había
invitado en un principio. Los cambios no avanzaban como el estudioso Petro había previsto y
decidió cortar por lo sano. De la apertura inicial y las amplias coaliciones pasó a encerrarse
en la izquierda. El Gobierno se quedó solo. Petro, mucho más. La ilusión se desinfló.

Alguien que lo conoció bien en campaña dice que ha preferido ser Petro en lugar de
presidente. Su victoria en 2022 llegó después de dos intentos fracasados, una década en la
que el político tuvo el tiempo de diseñar las reformas que imaginaba para un país menos
desigual y menos violento. Había planeado su proyecto de una forma tan minuciosa que
verlo desvirtuado en los debates del Congreso para lograr su aprobación le ponía nervioso.
Le parecía que entrar en el juego de la política real era un fraude a sus ideas y a sus bases. O
serían sus reformas, o no sería ninguna. Desde entonces no hay avances políticos claros y la
incertidumbre se ha instalado sobre su mandato. La mayoría de la gente consultada para
este perfil reconoce que no sabe hacia dónde se dirige.

Petro no se encuentra cómodo en el palacio de Nariño, la residencia presidencial, que


parece un erial oscuro y silencioso en el que no resulta fácil cruzarse con alguien. Le sobra la
pompa y el protocolo. En un país entre los más madrugadores del mundo, se levanta tarde y
tiene a su equipo trabajando hasta altas horas de la noche. No es raro ver bostezos en la
sala. Sus ausencias, plantones o retrasos de horas se han convertido en norma. Va por libre,
como si su agenda no fuera con él. Puede aparecer cinco horas tarde a cualquier reunión y
saludar con un “cómo va” antes de sentarse. El tiempo, en la cabeza del presidente, avanza a
otro ritmo. Eso le ha costado las críticas más feroces.

Los ministros que salieron del Gobierno se han quejado de que nunca hablaban
directamente con él ni recibían directrices, si no era a través de su número dos, Laura
Sarabia. Lo que para ellos era un claro síntoma de desgobierno, para María Victoria Duque,
que estuvo a su lado en la Alcaldía de Bogotá (2012-2016), se trata de todo lo contrario:
“Confía tanto en ti que no te vuelve a ver”. Al presidente son pocos los que lo ven a menudo
y menos los que lo conocen bien.

Su hija Sofía Petro, de 21 años, dice por teléfono desde París, donde estudia, que sus
abuelos cuentan que ya era solitario en la infancia. Un padre, continúa, que no puede
separar su persona de su ser político. Ella lo considera “un luchador” y lo recuerda siempre
leyendo o buscando paz interior entre los árboles que plantó y ha visto crecer en su finca del
norte de Bogotá. En casa habla poco, nada que ver con los discursos largos y enrevesados,
sin guion ni papeles, en los que diserta con un tono entre épico y filosófico que enciende y
adormece a sus seguidores a partes iguales, pero que nunca dejan indiferente a nadie.

Fue ahí, ante los micrófonos, donde nació y creció la figura del líder político, como senador
de la oposición hace casi dos décadas. Eugénie Richard, experta en comunicación política de
la Universidad Externado de Colombia, recuerda que Petro “fue un gran opositor y un gran
congresista, que con sus debates mejoró la democracia colombiana. Un político con una
gran visión, pero que no logra aterrizarla en políticas públicas. Un hombre más de barricada
que de Estado”. Una barricada cargada de retórica.

El político y su burbuja

Quienes lo conocen bien dentro y fuera del Gobierno lo consideran una persona inteligente,
pero no tanto un erudito. Incansable lector, tiende a releer aquellas lecturas que forjaron su
ideología y carácter más que a explorar nuevos horizontes. Lo acaba de hacer con los tres
tomos de El capital, de Karl Marx, que ocupan el espacio central de su biblioteca. “Tiene las
lecturas de la izquierda que teníamos los que nos preocupamos por leer. Es una persona de
lecturas utilitarias para el discurso político, pero no un nivel de cultura con fines de erudición
y conocimiento”, explica el analista y escritor León Valencia.

Ahí, recluido en los libros, encuentra su lugar confortable, donde no hay disenso.
Reconocido por su terquedad, prefiere el diálogo con los libros a las personas. Ha creado su
propia burbuja, ligado a una izquierda clásica y con un pensamiento que no se ha actualizado
demasiado, salvo en el tema del cambio climático, que ha abrazado con la fe de un converso.
En estos días planea la escritura de un libro que explique por qué el capital es el causante del
cambio climático. Sofía, su hija, que por unas Navidades le regaló el libro Feminismo para
torpes para adentrarlo en un mundo que le es ajeno, le acaba de recomendar La gran
transformación, de Karl Polanyi.

Tiene, dice alguien que lo respeta y apoya, una arrogancia intelectual hacia el otro y sus
ideas. En su libro, Una vida, muchas vidas, destaca su inteligencia a menudo: “Muchas veces
pude corregir a los profesores o adelantarme a lo que iban a decir”, relata de su
adolescencia. La presidencia, de alguna manera, ha quedado atrapada por su personalidad.
La izquierda es él, él es la izquierda. Lo que dificulta el que debería ser uno de sus mayores
logros: que haya un segundo Gobierno progresista. José Félix Lafaurie, líder conservador de
los ganaderos que alcanzó un acuerdo con el Ejecutivo para hacer la reforma agraria, piensa
que el presidente “tiene una cosmovisión propia, un mundo que puede no ser real, pero que
es sobre el que actúa”.

A su lado no crecen nuevos líderes ni su partido echa raíces. La periodista María Jimena
Duzán alerta de la “frustración” que podría generar el fracaso del Gobierno: “La izquierda,
para que se convierta en un proyecto político perdurable, no puede quedarse a la sombra de
una persona”. El Pacto Histórico, una unión de fuerzas progresistas con profundas
diferencias entre sí, ni siquiera fue capaz de presentar candidatos en las mayores ciudades
del país para las últimas elecciones regionales el 29 de octubre, en las que el Gobierno
perdió la oportunidad de apuntalar el poder central con el territorial. No hay cuadros, ni
bases ni organización, como si detrás de Petro no hubiera nada más.

En las últimas reuniones se le ha visto preocupado. El presidente ha sido exigente con sus
ministros, consciente de que las cosas no están saliendo como había previsto. “Si no se
ejecuta lo que hemos prometido, este puede pasar a ser un proyecto efímero, que no pase a
la historia”, les ha dicho, cuenta alguien que estuvo presente. Petro suele acusar a las élites
económicas, políticas y empresariales del país de impedirle gobernar, asegura que quieren
acabar con él. Hay algo de verdad en que su proyecto de cambio toca muchas fibras del
statu quo colombiano, pero la inacción no puede achacarse solo a eso. Para Angélica Lozano,
una política del Partido Verde que lo conoce desde hace décadas, “al presidente no le
importa hacer, tiene como prioridad la narrativa, que es la que le ha generado esa militancia
que lo ama por encima de todas las cosas”.

Guerrilla y paz

Nacido en Ciénaga de Oro hace 63 años, aunque creció en Bogotá y sus alrededores en una
familia de clase media, en su juventud se enroló en el M-19, una guerrilla intelectual y
urbana. Trató de crear una célula en el monte, pero nunca fue un verdadero hombre de
armas. En las fotos de entonces se le aprecia enclenque y miope. Después se acogió a un
proceso de paz y desde ese momento se convirtió en un apóstol de la no violencia. Cuando
nació Nicolás, su primer hijo, estaba en la cárcel, y al salir formó otra familia, en la que tuvo
otros dos hijos antes de separarse de nuevo.
Cuando su nombre ya empezaba a hacerse conocido, fue invitado a la Universidad de Sucre,
en el Caribe colombiano, a dar una charla. Allí conoció a una joven estudiante que acababa
de ser madre soltera y que se quedó prendada de aquel hombre de verbo fácil. “Yo no sabía
quién era, pero hablaba mejor que todos”, contó Verónica Alcocer a EL PAÍS poco antes de
las presidenciales. Se casaron meses después y tuvieron otras dos niñas. La hoy primera
dama, de formación religiosa y familia conservadora, cree que su esposo es la encarnación
del mensaje que recibió de las hermanas misioneras de su colegio: “La vida de Gustavo ha
sido una vida en servicio, en misión. Es el mejor ejemplo de una persona cristiana”.

Sus más fieles, los que ven en él esa aura casi mística, son los que siguen a su lado, su base
electoral, los que nunca lo abandonarían haga lo que haga. A los que ha ido perdiendo en
estos meses son aquellos que lo hicieron presidente, los que vieron en Petro la oportunidad
de una alternancia política desconocida en la historia moderna del país y que ahora solo ven
a un mandatario taciturno y sin rumbo.

Nada que ver con el Petro de los primeros pasos de Gobierno, que en menos de tres meses
logró aprobar una reforma tributaria con amplias mayorías en el Congreso y con el consenso
de partidos, empresariado y trabajadores. Un arranque que hizo suponer que el afán
reformista pasaría como un rodillo. En el interior del Gobierno solían decir entonces que lo
no se hacía en el primer año, no salía. Al cumplir un año de su mandato, no pocos analistas
políticos celebraron como un éxito la simple existencia de un Gobierno de izquierdas. Los
sectores de la derecha habían dedicado años de su vida a demonizar a Petro el candidato y a
alertar de que su posible llegada al poder convertiría Colombia en Cuba o Venezuela. Haber
alejado ese miedo podría ser su mayor victoria hasta ahora.

Su pasado guerrillero y el proceso de paz del M-19 lo colocaron en el camino de la


reconciliación. De adolescente creía que para transformar las cosas había que tomar el
poder por la fuerza, como en Cuba, pero con el tiempo despertó de ese ensueño y se volvió
un creyente radical de la paz. Su Gobierno ha puesto en marcha el plan más ambicioso que
haya ideado nunca un presidente colombiano: la paz total, que consiste en negociar,
desarmar o someter a la justicia a todos los grupos armados del país, al mismo tiempo.

Una idea ambiciosa en varias dimensiones a la vez, un cambio de mentalidad, no solo


relacionado con las armas, sino también con la manera de pensar. En el fondo, erradicar
todas las causas de la violencia. Petro ha dejado en manos de alguno de sus políticos de más
confianza esta misión, como Iván Cepeda o Danilo Rueda, pero el proyecto se encuentra
estancado. El ELN, con el que se tiene acordado un alto el fuego, acaba de secuestrar
durante 13 días al padre del futbolista Luis Díaz y las disidencias de las FARC han suspendido
el diálogo con el Gobierno. La violencia en las regiones, además, no ha disminuido.

¿Será posible llevar a cabo algo de esta magnitud en un país cercado por las violencias o se
tratará de una ideación del presidente? “Me da temor que la paz total sea también una
utopía regresiva, una forma perjudicial de evasión, una sobreestimación de la voluntad que
termina haciendo daño”, escribe Gaviria en La explosión controlada: La encrucijada del líder
que prometió el cambio (Debate), un libro que escribió poco después de salir del Gobierno.

Gaviria cree que Petro, que ha preferido no hablar con EL PAÍS para este perfil, tiene la
mejor de las intenciones, su preocupación por los pobres y los discriminados es sincera.
Duda, sin embargo, de su capacidad para lograrlo. Señala su tendencia “a la improvisación
carismática” y a la falta total de método. “Un político tiene que ser poeta e ingeniero. Y lo de
ingeniero no lo tiene para nada”, dice sentado en un café de Bogotá, mientras recuerda
aquellos Consejos de Ministros desordenados y caóticos. Al día siguiente de ese almuerzo
que mantuvieron en el despacho presidencial, Gaviria le escribió un mensaje largo, de
reflexión y en un tono cariñoso, sobre lo que habían vivido juntos. Petro le contestó: “Vale,
Alejandro, suerte”.

A pesar de las críticas, hasta sus enemigos consideran a Petro un político honesto frente a la
corrupción, pero no ha estado libre de escándalos. Estos le han sobrevenido por la gente a la
que quiere bien, aquellos en los que había confiado. Su hijo Nicolás, el mayor, está imputado
por corrupción acusado de haberse quedado con dinero de la campaña que habían aportado
empresarios. La relación padre e hijo se fracturó cuando Petro, que pidió a la Fiscalía que
actuara contra Nicolás como ante cualquier ciudadano, dijo en una entrevista que a este hijo
no lo había criado él —lo hizo la familia materna—. A su hermano Juan Fernando lo investiga
la Fiscalía por supuestamente recibir dinero de narcos investigados por EE UU que querían
acogerse a la paz total y evitar una posible extradición.

El que era su mano derecha en la campaña, Armando Benedetti, filtró unos audios en los que
insinuaba que habían recibido dinero ilegal, y después se defendió diciendo que se había
dejado llevar “por la rabia y el trago”. Su persona de máxima confianza, Laura Sarabia, tuvo
que dimitir por someter a la niñera de su hijo a un polígrafo en palacio después de que le
desapareciera dinero en efectivo en su casa. En medio de todo esto, quedó un Petro atónito,
que suele decir que el poder es un veneno. La salida de Sarabia, la única agenda que conoce
el presidente, lo dejó más solo que nunca. Con ella perdía el timón del barco, así que, a
pesar de las críticas, la rescató para uno de los puestos del Gobierno con mayor
presupuesto.

El eterno opositor

Lo que Sarabia, ni nadie, ha logrado detener es al Petro tuitero, un monstruo de siete


cabezas que dispara sin medida desde su perfil personal. Sus ansias, sus deseos, sus miedos
y sus traumas se reflejan en ese torrente de mensajes. Uno puede no saber dónde está Petro
físicamente, pero se sabe que siempre está en Twitter. Escribe a cualquier hora del día,
mensajes llenos de erratas, y contesta a quien lo increpa, conocido o desconocido. Su
entorno le ha sugerido que no es la mejor forma de llevar la comunicación, aunque solo ha
sido eso, una sugerencia, nadie se atreve a decírselo con firmeza.

Es el mandatario latinoamericano más influyente en la red social y la usó con maestría en la


oposición y la campaña, pero en el poder le ha costado sus mayores errores políticos, como
cuando anunció un cese al fuego con el ELN, que la guerrilla desmintió, o se equivocó al
asegurar que los cuatro niños indígenas desaparecidos en la selva habían sido localizados (24
días antes del verdadero rescate). Su hija Sofía piensa que Twitter es una buena manera de
llegar a gente que jamás podría acceder a opiniones del presidente, aunque también recoge
cuerda: “Escribir con las emociones en vivo sin reposar no siempre es lo mejor”. Gaviria es
tajante: “Cualquier presidente debería [quitarse] Twitter del celular”.

Hay un día que no se va de la memoria de Petro. El 9 de diciembre de 2013 estaba


participando en un acto como alcalde de Bogotá pendiente de su teléfono. Esperaba una
decisión judicial. Frente a él, entre el público, María Victoria Duque le escribió un mensaje,
como habían quedado: “Acaban de destituirlo”. Al darle la palabra, Petro se acercó al
micrófono. “Ya no puedo intervenir porque ya no soy alcalde”, dijo. El acto se acabó de
pronto. Mientras su equipo lloraba, el exalcalde no soltó ni una lágrima, ya estaba pensando
en cómo doblegar una decisión que consideraba injusta. Recuperó su puesto gracias a la
Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que le dio la razón y condenó al
Estado colombiano por vulnerar sus derechos políticos.

Es ahí, en las dificultades, donde se crece el político acostumbrado a los ataques. Iván
Cepeda, un alfil del presidente, dice que en Petro hay un choque constante entre dos
fuerzas: “Se mantiene fiel y respetuoso con la Constitución, es un demócrata. Pero por otra
parte es un hombre que ha vivido en la rebeldía, en la crítica, en la confrontación”. Esa es,
en cierta forma, la guerra interna que libra ahora: entre ser el eterno opositor en lucha
contra las élites o ejercer como el presidente de Colombia que ya las derrotó en las urnas.

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“El origen de la violencia en Gaza está en la ideología racista de la eliminación del nativo”

El historiador israelí Ilan Pappé repasa los casi cien años de historia de la lucha anticolonial
palestina

Ilan Pappé 7/11/2023


El siguiente texto es una transcripción de la charla que ofreció el historiador israelí Ilan Pappé
en la Universidad de Berkeley, California, el pasado 19 de octubre de 2023. Pappé es director
del Centro Europeo de Estudios Palestinos en la Universidad de Exeter y autor de diversos
libros en los que trata la cuestión de la ocupación israelí.

Les agradezco mucho que nos dediquen su tiempo en este momento tan crucial y doloroso
de la historia de Israel y Palestina. Antes del 7 de octubre de 2023, la mayor parte de la
sociedad judía israelí observaba con cierto temor y aprensión la situación creada durante las
últimas semanas de este mes, y el principal debate en Israel versaba sobre su futuro. Las
manifestaciones semanales de cientos de miles de israelíes formaban parte de un
movimiento de protesta contra el intento del Gobierno de cambiar la legislación
constitucional en Israel y de crear un nuevo sistema político mediante el cual los poderes
políticos tendrían un control total sobre el sistema judicial y la esfera pública estaría mucho
más controlada por grupos judíos mesiánicos y religiosos.

En uno de mis artículos describo esa lucha particular por la identidad de Israel –que era el
tema principal hasta el 7 de octubre de 2023– como una lucha entre el Estado de Judea y el
Estado de Israel. El Estado de Judea lo establecieron los colonos judíos en Cisjordania y era
una combinación de judaísmo mesiánico, fanatismo sionista y racismo que se convirtió en
una especie de estructura de poder que se hizo mucho más notoria e importante en los
últimos años –especialmente bajo el gobierno de Netanyahu– y que estaba a punto de
imponer su forma de vida al resto de Israel más allá de lo que llamamos Judea y, en cierto
sentido, más allá de Cisjordania o del espacio judío en Cisjordania. En su contra se alzó el
Estado de Israel o, si se quiere, la ciudad de Tel Aviv, su mayor exponente. La idea de que
Israel es pluralista, democrático, laico –y lo más importante, occidental o europeo– y que
está luchando por su vida contra el Estado de Judea parecía ser el foco de atención de lo que
podríamos llamar, si no una verdadera guerra civil, al menos una guerra civil fría, sin duda
una guerra cultural entre los judíos israelíes, entre ellos mismos.

Cuando algunas personas preguntamos a los dos bandos de este conflicto interno israelí si,
por ejemplo, la ocupación de Cisjordania no debería formar parte del debate sobre el futuro
de Israel, se nos respondió que no, que ninguna de las partes debía mencionar la ocupación,
que es irrelevante para el futuro de Israel. De hecho, a cualquiera que intentara introducir el
tema de la ocupación en las protestas semanales contra la reforma judicial o “revolución
judicial”, como les gusta llamarla, se le pidió que se marchara y que no se dejara ver con el
grupo más numeroso de manifestantes que ondeaban la bandera israelí. Sin duda, si alguien
llevara la bandera palestina a esa manifestación, recibiría una paliza y le echarían, del mismo
modo que si alguien mencionara el hecho de que tal vez el futuro de Israel también son las
condiciones y la situación de los casi dos millones de ciudadanos palestinos de Israel que en
el último año han atravesado un proceso de persecución por parte de bandas criminales que
aterrorizan sus vidas. Por todo Israel hay bandas criminales fuertemente armadas –muchas
de ellas formadas por antiguos colaboradores de Israel en Cisjordania y la Franja de Gaza
que fueron sacados de estos territorios tras el Acuerdo de Oslo y que son totalmente
inmunes a cualquier tipo de persecución policial o acción penal efectiva–, lo que supone
que, como muchos de ustedes sabrán, los palestinos que viven en el propio Israel, me refiero
a ciudadanos israelíes, tienen miedo de salir por la noche debido a la nueva realidad en sus
calles y espacios. Tampoco se permitía que este tema formara parte del debate público
sobre el futuro de Israel.

Si se intentaba mencionar Jerusalén Este y la limpieza étnica de los barrios árabes de


Jerusalén, los manifestantes y sus líderes declaraban, de nuevo, que no era un tema
importante. O como dijo Amira Hass, la valiente periodista de Haaretz, por lo que respecta a
los israelíes, hasta el 7 de octubre de 2023, la ocupación no existía, lo que significaba que ya
no existía como problema. Está resuelto; hay una enorme presencia de asentamientos judíos
en Cisjordania, ya nadie tiene que ocuparse de ello. De hecho, en las últimas cuatro
campañas electorales en Israel, y hubo una cada año, nadie mencionó el tema, la cuestión u
ocupación palestina, como quieran llamarlo. No se le pidió a los israelíes que votaran sobre
este tema porque ya no existía como problema. Si alguien mencionaba la Franja de Gaza y se
volvía a hablar del asedio, le respondían: ¿de qué estás hablando? Se trataba de una
cuestión que ya no preocupaba a nadie, del mismo modo que la matanza diaria de
palestinos en los últimos dos años en Cisjordania. Pero la constante y recurrente invasión de
Al-Aqsa no pasa desapercibida, y el hecho de que las débiles autoridades palestinas sean
incapaces de proteger a los palestinos de la violencia ejercida por los colonos, el ejército
israelí y la policía fronteriza israelí, no significa que no haya grupos dispuestos a defender a
los palestinos, no sólo en la Franja de Gaza, sino también en otras partes de la Palestina
histórica. Esto se ha comunicado una y otra vez a la opinión pública israelí, a los
responsables políticos, a los jefes del ejército y de los servicios secretos israelíes, pero todos
sostenían que no había ningún problema. El único problema era la reforma legal, nos
gustase o no.

Y estaba muy claro por qué no se trataban todas estas otras cuestiones. Porque, en esencia,
lo que teníamos en Israel era una lucha entre dos formas de apartheid. Por una parte, estaba
el apartheid israelí laico, en el que los judíos israelíes sin duda disfrutan de la vida en una
democracia plural, al estilo occidental. Por otra parte, tenías la versión contraria
del apartheid, la mesiánica, la religiosa, la teocrática. De modo que la lucha era una cuestión
interna judía sobre el tipo de vida judía en la esfera pública, sin ninguna referencia a la vida
de los palestinos, ya fueran palestinos sometidos a la ocupación en Cisjordania, al asedio en
la Franja de Gaza o a un sistema discriminatorio dentro de Israel, por no hablar de los
muchos millones de refugiados palestinos: todo esto no estaba allí.

La mañana del 7 de octubre, todo esto explotó en la cara de los israelíes. Y ahora existe la
ilusión óptica de que, debido a la conmoción que sin duda sufrió Israel esa mañana, todas
estas grietas del edificio sionista han desaparecido porque el ataque de Hamás fue tan
brutal, tan devastador, que todos los debates internos se han olvidado, y todo el mundo está
unido en torno al ejército y su plan actual para invadir la Franja de Gaza y comenzar con lo
que ya estaba en marcha: las políticas genocidas sobre el terreno. Creo que es una ilusión
óptica, que el conflicto interno israelí no va a desaparecer. Volverá. No sé cuándo, pero
volverá. Sin embargo, lo más importante es que como activistas, como académicos,
cualquiera que de un modo u otro esté relacionado con Palestina y la lucha palestina,
independientemente de cómo entendamos y enfoquemos los acontecimientos del 7 de
octubre desde un punto de vista humano, estratégico, moral, como quiera que lo hagamos,
no caigamos en la trampa de descontextualizar y eliminar la perspectiva histórica de estos
acontecimientos –y parece que hay bastante gente buena en este país que está cayendo en
ello–. Esto es algo que no va a cambiar en las próximas semanas. La realidad básica sobre el
terreno sigue siendo la misma que existía antes del 7 de octubre.

El pueblo palestino está inmerso en una lucha por la liberación probablemente desde 1929.
Es una lucha contra sus colonizadores y, como toda lucha anticolonial, tiene sus altibajos, sus
momentos de gloria y sus difíciles momentos de violencia. La descolonización no es un
proceso farmacéutico y estéril, es un asunto desordenado. Y cuanto más duren el
colonialismo y la opresión, más probable será que el estallido sea violento y desesperado en
muchísimos sentidos. Es sumamente importante recordar a la gente la historia de las
rebeliones de los esclavos en este país y cómo se acabó con las revueltas de los nativos
americanos, las rebeliones de los argelinos contra los colonos en Argelia, la masacre de Orán
durante la lucha del ELN (Ejército de Liberación Nacional) por la liberación. En ocasiones se
pueden cuestionar algunas de las ideas estratégicas, se puede tener momentos de
inquietud, y con razón, sobre la forma en que se están haciendo las cosas; sin embargo, si no
se descontextualiza, si no se elimina la perspectiva histórica del propio acontecimiento,
nunca se pierde la brújula moral.

Parece que estemos luchando contra una cobertura típica –tanto por parte de los medios de
comunicación como del mundo académico de este país, de Occidente y del hemisferio norte
en general–, que tiene esa capacidad de tratar un acontecimiento como si no tuviera historia
ni consecuencias. Incluso los relatos sobre el festival que fue atacado el 7 de octubre no
mencionan el hecho de que se trataba de un festival sobre el amor y la paz: a kilómetro y
medio del gueto de Gaza, la gente estaba celebrando el amor y la paz mientras la población
gazatí estaba siendo sometida a uno de los asedios más brutales de la historia de la
humanidad, que se prolonga desde hace más de 15 años. Los israelíes deciden cuántas
calorías entran en la Franja de Gaza, quién entra y sale, y retienen a dos millones de
personas en la mayor cárcel a cielo abierto del planeta.

Todos estos contextos permiten navegar con moralidad sin perder esa brújula; sin embargo,
mucho más importante que el contexto inmediato e incluso el contexto del asedio –y en
esto me gustaría centrarme hoy– es el hecho de que uno de nuestros mayores retos como
activistas en defensa de Palestina, o estudiosos de Palestina comprometidos, es que no
podemos desafiar décadas de propaganda e invención, enfrentarnos a esa narrativa, con
frases cortas. Creo que este es nuestro principal problema. Necesitamos espacio y tiempo
para explicar la realidad ante la enorme cantidad de canales, fuentes de información e
instituciones culturales que han proyectado una imagen y un análisis de Palestina falso,
inventado, que se ha construido a lo largo de los años con la ayuda del mundo académico,
los medios de comunicación, Hollywood, las series de televisión, etcétera. Todo esto influye
en las mentes y las emociones de la gente y crea una historia determinada que no se puede
cuestionar con una sola frase. Ni siquiera se puede desafiar únicamente con el sentido de la
justicia, sino con un sentido de la justicia basado en un profundo conocimiento de la historia,
con un análisis profundo y preciso de la realidad mediante el uso del lenguaje adecuado,
porque el que utilizan incluso las fuerzas liberales, llamadas progresistas, es un lenguaje que
inmuniza a Israel y no permite que la lucha anticolonial palestina se justifique, se acepte y se
legitime. Y, ya saben, en el panteón de la lucha anticolonialista, en el que mucha gente
pondría a un montón de héroes –desde Nelson Mandela a Gandhi y a otros importantes
líderes del movimiento por la liberación–, no encontrarán a ningún palestino. Siempre serán
tratados como terroristas, cuando en esencia es un movimiento anticolonialista. Y para
emplear el lenguaje adecuado, conocer la historia del lugar y llevar a cabo un análisis
correcto se necesita, como he dicho, espacio; no puedes llegar y decirle a alguien: tú estás
equivocado y yo tengo razón. Y es un enorme reto para todos nosotros en un momento
como el que se está viviendo estos días en Estados Unidos, por ejemplo, donde parece haber
un apoyo incondicional a Israel y una postura hipócrita ante el sufrimiento de los israelíes
que no se mostró ante el sufrimiento de los palestinos en ningún momento de la historia de
Palestina.

Las lecciones de Historia, por así decirlo, son el antídoto a la eliminación de la perspectiva
histórica de los acontecimientos del 7 de octubre y los que se están desarrollando ante
nuestros ojos hoy –y probablemente en las próximas semanas, si no meses–. El contexto
histórico tiene dos niveles, dos pilares básicos sobre los que deberían apoyarse el ámbito
académico o el de los medios de comunicación y que considero muy importantes para
cualquiera que participe en debates públicos a título individual o institucional. Uno es no
dejar nunca de insistir en una definición precisa del sionismo, esto es muy importante: no se
debería permitir ninguna discusión sobre lo que ocurre hoy en Israel o en Palestina sin
hablar del sionismo. Israel y sus partidarios han invertido mucho esfuerzo en equiparar el
antisionismo con el antisemitismo para que, si alguna vez mencionas la palabra “sionismo”,
estés pisando el peligroso terreno de ser considerado antisemita, y por lo tanto, seas
silenciado. Sin embargo, eso no significa que esta no sea la única manera correcta de iniciar
el relato, que comienza con una ideología que es racista y muy dura. El sionismo pertenece a
la genealogía del racismo, no a la historia de los movimientos de liberación –que es como se
enseña en la mayoría de las universidades estadounidenses–, no a la historia de los
movimientos nacionales –que es como se enseña en la mayor parte del hemisferio norte o
de la que hablan o cubren los medios de comunicación occidentales–. No, pertenece a la
historia del racismo, que originalmente no era una ideología, sino que se manifestó como tal
en la tierra de Palestina.

Y este racismo forma parte de la naturaleza colonialista del movimiento sionista, que no es
excepcional y con la que ustedes también están familiarizados en este país de europeos que
no eran aceptados como tales, que fueron expulsados de Europa y tuvieron que encontrar
un lugar diferente. Y encontraron países en los que vivían otras personas y, como dijo el
difunto Patrick Wolf, en ese encuentro se activó la lógica de la eliminación del nativo, en el
momento en que esos colonos se encontraron con los indígenas. Y eso también es cierto en
el caso de Palestina. Las políticas de eliminación forman parte del ADN sionista desde el
inicio mismo del movimiento a finales del siglo XIX. Para decirlo con palabras menos
académicas, se quería la mayor parte posible de Palestina con el menor número posible de
palestinos. Siempre existieron la dimensión demográfica y la geográfica, la de la población y
la del espacio: cuanto más espacio tienes, menos quieres a la población indígena que hay en
él.

Las políticas de eliminación pueden ser el genocidio, la limpieza étnica o


el apartheid. Adoptan formas diferentes en lugares diferentes o en el mismo lugar según la
capacidad, las circunstancias históricas y la situación. Sin embargo, no se puede separar lo
que pasa en Gaza de estas políticas israelíes de eliminación del nativo, que tienen su origen
en el pensamiento sionista –en los dibujos de los pintores sionistas, en la escritura de los
intelectuales sionistas–, y que en 1930 se convirtieron en una estrategia que se implementó
por primera vez en 1948, con la limpieza étnica que terminó con la expulsión de la mitad de
los palestinos y la destrucción de la mitad de los pueblos de Palestina. Por cierto, muchos
pueblos israelíes están construidos sobre las ruinas de aquellos; algunos kibutz que fueron
ocupados por Hamás durante unas horas se construyeron sobre las ruinas de esos pueblos
palestinos de 1948, y una cantidad considerable de los palestinos que entraron en los kibutz
eran una tercera generación de refugiados de estos mismos pueblos destruidos no lejos de
Gaza. Esto también forma parte de la historia. No estoy justificando lo que se hizo, sino que
trato de ofrecer un contexto histórico, sin el cual no se llega al origen de la violencia y sólo se
abordan sus síntomas. Hay que ir al origen de la violencia, que es una determinada ideología
racista que, en su esencia, es la idea de la eliminación del nativo y, como digo, no es algo
exclusivo del sionismo.

Hubo otros movimientos coloniales europeos que, sin duda, estaban motivados e inspirados
por la idea de la eliminación del nativo. De modo que, si observamos esa historia de un
modo superficial, se infiere que lo verdaderamente importante de un movimiento ideológico
que está motivado por la idea de poseer la mayor cantidad posible del nuevo territorio con
la menor cantidad posible de su gente nativa es el período histórico en el que fue concebido
y en el que se promulgaron sus políticas de eliminación. Ahora bien, si esas políticas de
eliminación se promulgan en el siglo XIX, como se hizo en Estados Unidos, estamos hablando
de un mundo bastante indiferente al colonialismo, al racismo y a otros derechos humanos o
derechos civiles colectivos. Sin embargo, si te paras un minuto a pensar, te das cuenta de
que esto se hizo después de la Segunda Guerra Mundial, el año que se promulgó la
Declaración de los Derechos Humanos que el hemisferio norte estaba tan orgulloso de
mostrar al mundo para manifestar que ya teníamos las bases morales que aseguraran que la
matanza masiva de personas y el racismo que habíamos visto en tantos lugares serían
erradicados, porque existía un consenso moral. Cuando te das cuenta de que, ese mismo
año, Sudáfrica promulgó la ley del apartheid e Israel ejerció la limpieza étnica de Palestina,
empiezas a comprender el mensaje que, en 1948, recibieron tanto el régimen
del apartheid en Sudáfrica como, lo que es más importante, el Estado sionista por parte de la
comunidad internacional: sí, anunciamos con orgullo la Declaración de los Derechos
Humanos, pero también les decimos que a ustedes no se les aplica. El mensaje del mundo
era que la limpieza étnica de Palestina era aceptable principalmente por una razón –esta era
la propaganda, yo no creo que fuera la verdadera razón–, que era, como dijo un intelectual
estadounidense, tolerar una pequeña injusticia para corregir una injusticia mucho mayor.
Concretamente, los palestinos tenían que compensar a los judíos por mil años de
antisemitismo europeo y cristiano. El trato estaba muy claro, y por eso Israel fue el primer
Estado en reconocer una nueva Alemania. La gente en Europa y en Occidente dudaba mucho
si aceptar a Alemania Occidental como miembro de las naciones civilizadas tan pocos años
después del régimen nazi. Israel pretendía, y no con razón, representar tanto a los
supervivientes como a las víctimas del Holocausto. Como máximos representantes del
Holocausto, los israelíes dijeron: reconoceremos una nueva Alemania y, a cambio, queremos
la no injerencia de Occidente en lo que estamos haciendo en Palestina. Se habría esperado
que Israel fuera, como mínimo, el tercer país que reconociera una nueva Alemania, no el
primero. Pero llegar a este acuerdo era muy importante para ellos. También implicó que la
nueva Alemania proporcionara a Israel una enorme ayuda financiera que contribuyó a
construir el moderno ejército israelí a principios de la década de 1950.

Ahora bien, como el mensaje que lanzó el mundo fue que, en el caso del Estado de Israel, la
limpieza étnica era un método aceptable de estrategia para la seguridad nacional, no es
sorprendente que la limpieza étnica continuara. Israel expulsó a 36 pueblos entre 1948 y
1967 dentro de Israel, Israel expulsó a 300.000 palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza
durante la guerra de junio de 1967. Desde 1967 hasta hoy, Israel ha expulsado a casi 700.000
palestinos de Cisjordania y la Franja de Gaza. Y mientras hablamos, Israel continúa la
limpieza étnica en lugares como Maghazi, Gaza, el sur, las montañas de Hebrón, la zona del
Gran Jerusalén y otros lugares de Palestina. La limpieza étnica se ha convertido en el ADN de
la política israelí hacia los palestinos, y emplea a cientos de miles de personas para llevarla a
cabo, porque no se trata de limpiezas étnicas masivas como en 1948, sino de limpiezas
étnicas graduales. A veces es la expulsión de una persona o de una familia, a veces es el
cierre de un pueblo o el cerco de la Franja de Gaza, que también es una forma de limpieza
étnica, porque si creas el gueto de Gaza, no tienes que incluir a esos dos millones de
palestinos dentro del balance demográfico de árabes y judíos, porque estos palestinos no
tienen voz ni voto en el futuro de la Palestina histórica.

Este es el único pilar histórico necesario para responder cuando alguien nos diga que si
ondeamos la bandera palestina estamos apoyando el terrorismo o emplee ese vil lenguaje
que la gente utiliza ahora contra los palestinos. Si la gente compara lo que ocurrió el 7 de
octubre por la mañana con el Holocausto –y con ello tergiversan totalmente el Holocausto,
su memoria–, o no lo entienden o no saben lo que hacen. Pero incluso si insisten y tratan de
dar lecciones de moralidad, es muy importante situar este acontecimiento concreto en la
historia más amplia de la Palestina moderna, y en la historia particular del asedio inhumano
de dos millones de personas en Gaza que comenzó en 2007 –probablemente el más largo
que jamás haya sufrido un número tan grande de personas en lo que respecta a alimentos,
agua, libertad de movimiento y otras necesidades básicas de la vida–, y que, en 2020, llevó a
las Naciones Unidas a considerar que la vida en la Franja de Gaza es insostenible para los
seres humanos. Hace ya tres años pensaban que ya habíamos cruzado la línea roja en Gaza,
así que no se sorprendan cuando la gente se desborde: hay indignación, hay venganza, hay
violencia, por supuesto que la hay.

Esto mismo ocurrió con las rebeliones de los esclavos, de los indígenas americanos, de los
pueblos colonizados desde la India hasta el norte de África. La lucha anticolonial, como he
dicho antes, no es cosa de cuáqueros y pacifistas. Puede ser muy violenta o muy pacífica, y
en gran parte depende de hasta qué punto el colonizador, el limpiador étnico, esté
dispuesto a asumir el hecho de que las personas a las que colonizaron u oprimieron no van a
desaparecer y no van a abandonar su lucha. Cuanto antes lo entiendan, más probabilidades
habrá de que se produzca una transformación mucho más pacífica de una realidad
colonialista a una realidad poscolonialista. Si se niegan a entenderlo, les golpeará en la cara
una y otra vez, y el 7 de octubre no será el último momento de dicha circunstancia.
Sin embargo, también hay otro pilar histórico sobre el que me gustaría poner el foco. Es muy
importante porque en todo el discurso que acompañó la cobertura de los medios de
comunicación y de los políticos de este país, y de Occidente en general, era muy fácil ver
cómo se tiende a generalizar sobre los palestinos. Lo hemos oído antes sobre los
musulmanes en general después del 11-S, contra cualquier pueblo que se atreviera a
desafiar a los imperios durante el período colonialista. No hay nada nuevo en ello, pero es
importante recordar a la gente que el sionismo fue un desastre que destruyó una Palestina
que habría sido diferente sin el sionismo. Es muy importante recordar a la gente cómo era
Palestina antes de 1948: un lugar donde musulmanes, cristianos y judíos coexistían, cuando
la coexistencia no era una idea imaginaria de vive y deja vivir, sino que era una forma
genuina de convivir. No hay que idealizarla, por supuesto que tuvo su tensión y sus
momentos de crisis, pero era un mosaico de vida que, en particular en Palestina, permitía a
la gente disfrutar también de lo que la tierra ofrecía, algo que hoy no existe, como por
ejemplo, abundancia de agua. Únicamente las personas que recuerdan la Palestina anterior
a 1948 saben que cada pueblo palestino tenía un arroyo de agua dulce. Esa fábula sionista
que acaba de repetir la presidenta de la Comisión Europea al afirmar que el sionismo hizo
florecer el desierto, es una tremenda invención. En muchos lugares, el sionismo convirtió un
país floreciente en un desierto. Hay que recordarlo, pero sólo se puede hacer si, con la
ayuda de historiadores, se reconstruye la Palestina anterior a 1948 en lo que respecta tanto
a las relaciones humanas como a la ecología; la conexión que había entre los palestinos y las
hierbas, por ejemplo, en la naturaleza que el sionismo destruyó y que formaba parte de la
calidad de vida que tenían los palestinos. O, como dijo el difunto Emil Habibi: “Cuando vivía
en la calle Abbas de Haifa, antes de 1948, no sabía quién era cristiano o musulmán en mi
calle”. Y creo que no es una mera cuestión nostálgica; si se quiere, se trata de una historia
alternativa, en el sentido de que existía la posibilidad de una Palestina diferente.

El Imperio británico había prometido que Palestina se convertiría en un


Estado judío, y como los judíos son una minoría, el principio de
autodeterminación no podía aplicarse a los palestinos

Y en esa historia hay que incluir también el hecho de que el movimiento nacional
anticolonialista palestino, desde el momento en que el sionismo puso un pie en la Palestina
histórica, fue fiel a dos principios –y esto está tan bien documentado que no hay que
esforzarse mucho para encontrarlo–, que comunicaron a los americanos porque fueron
estos los que llevaron estos principios al mundo árabe a través del presidente Woodrow
Wilson, especialmente al Mediterráneo oriental en 1919, y después fue Naciones Unidas la
que, de algún modo, insistió sobre estos principios. Uno de los principios era el derecho de
autodeterminación de los pueblos. Los palestinos dijeron que también merecían el derecho
a la autodeterminación, como los iraquíes, los libaneses, los egipcios. El otro principio era la
democracia. Si nos apartan del dominio otomano, bajo el que estuvimos 400 años, y quieren
que decidamos nuestro futuro posotomano cabe preguntarse cuál será la naturaleza de
nuestro régimen, de nuestro Estado, de nuestra existencia política, razonaron. Queremos
decidir democráticamente, a través del voto de la mayoría, si queremos formar parte de la
Gran Siria, ser una Palestina árabe independiente o formar parte de una república panárabe
federada. En cualquier caso, depende de nosotros. Y todas las delegaciones estadounidenses
que fueron a Palestina desde 1918 hasta 1948 respondieron a los palestinos que, aunque los
principios de democracia y autodeterminación eran apreciados por el mundo occidental y
los consideraban los pilares sobre los que construir el nuevo mundo árabe posotomano, no
podían aplicarse a Palestina. El Imperio británico había prometido que Palestina se
convertiría en un Estado judío, y como los judíos son una minoría tan pequeña, el principio
de autodeterminación no podía aplicarse a los palestinos. Y, por supuesto, el principio de
elección mayoritaria o democrática estaba descartado para ellos. Esto también es
importante en el contexto de nuestro viaje histórico al pasado, para contextualizar el tipo de
opresión, el tipo de historia o genealogía del racismo que fue respaldado y apoyado por
Occidente en el caso de Palestina.

Ahora bien, este otro pilar no sólo es importante para recordarnos lo que hizo el sionismo o
lo que podría haber sido Palestina. Es la base sobre la que construiremos una Palestina
posliberada, poscolonial, son los cimientos. Y hay que pensar en los elementos de este
pasado y en cómo se relacionan con una realidad diferente de la que tuvimos, y no hay que
dejar que el actual ataque a la Franja de Gaza, las políticas genocidas de Israel, impidan
seguir pensando en la liberación de Palestina y en cómo sería la Palestina liberada. Y hay que
hablar con los palestinos que no sólo piensan en el movimiento táctico de mañana, sino que
visualizan una Palestina liberada. Eso es lo que hice en el libro que escribí con Ramzy
Baroud: hablamos con cuarenta intelectuales palestinos y les preguntamos cómo
visualizaban una Palestina liberada. Y su visión de la liberación no sólo incluye cómo luchar
por ella, sino lo que traerá consigo, que es todo lo que tenían en Palestina antes de 1948:
una sociedad que no discrimina por motivos de religión, secta o identidad cultural, una
sociedad que respeta la democracia y el principio de vive y deja vivir. Y lo que es más
importante, tal vez más que cualquier otra cosa, una sociedad que devuelva Palestina al
mundo árabe, al mundo musulmán, que le permita volver, de forma natural, al lugar del que
fue extraída por la fuerza.

Ahora bien, formar parte del mundo árabe no es un escenario fácil para mucha gente, y con
razón. Pero es imposible ser parte de la solución, o de escenarios más positivos para el
mundo árabe, si no se forma parte de los problemas del mundo árabe. No se puede debatir
sobre los derechos humanos en Irán o los derechos civiles en Egipto sin incluir los derechos
humanos y civiles de los palestinos. Estos debates no tienen sentido porque siempre se llega
a la excepcionalidad de los palestinos por esa falta de derechos, y a una posición de
inferioridad si, desde fuera, se pretende ayudar al mundo árabe a tratar estas cuestiones de
derechos humanos y civiles. Y únicamente cuando la Palestina del futuro forme parte del
mundo árabe, será parte de sus problemas, pero también será parte de su solución.

Terminaré diciendo, sólo para insistir en el punto principal que realmente quiero plantear
hoy, que siempre hay un espejismo dentro del drama, y no se puede subestimar el drama
que estamos viendo. Desgraciadamente, creo que sólo es el principio: Israel va a imponer
una catástrofe humana no sólo en la Franja de Gaza, sino lamentablemente también en
Cisjordania, porque van a utilizar lo que está ocurriendo como pretexto para cambiar
también las políticas en Cisjordania. Por supuesto, lo más urgente es intentar pararlo desde
Occidente con todos los medios a nuestro alcance, presionar para que haya una intervención
internacional que ponga fin a estas políticas genocidas que, mucho me temo, se extenderán
también a Cisjordania. Sin embargo, también tenemos que elaborar estrategias para el
futuro, porque las cuestiones básicas seguirán ahí después de que este momento concreto
termine de un modo u otro. Y, en mi opinión, este tipo de debate es el que garantiza que no
perdamos nuestra brújula moral. No nos disuade el modo en que la gente intenta decirnos,
sin duda después de lo que ocurrió el 7 de octubre, que no podemos mantener nuestras
antiguas posturas sobre moralidad. Y debemos recordarles que nadie cuestiona el derecho
de Argelia, Kenia e India a liberarse del colonialismo a pesar de los incidentes que hubo en la
lucha por la liberación, de cualquier nivel de violencia que hubiera allí o de cualquiera que
fuera el modo en que se produjera el enfrentamiento entre las fuerzas anticolonialistas y las
fuerzas colonialistas, nunca cuestionamos el derecho básico a la liberación y la
independencia, y tampoco deberíamos hacerlo en el caso de Palestina: si queremos una
Palestina en paz, hay que hablar, ante todo, de una Palestina libre. Gracias.

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Traducción de Paloma Farré.

“En Cuba hay mucha gente presa por los mismos pecados que Heberto Padilla”, dice Pavel Giroud
El realizador cubano del documental El caso Padilla habla de las amenazas que aún
enfrentan las voces críticas al régimen; relata cómo armó este filme con imágenes inéditas
del proceso

POR SONIA SIERRA


La noche del 27 de abril de 1971, cuando el poeta cubano Heberto Padilla, a lo largo de tres
horas, pronunció una autoconfesión en la que se declaraba contrarrevolucionario, cobarde,
miserable y traidor de la Revolución cubana, acabó por ser definitoria en la historia de Cuba
y en la relación de los intelectuales del mundo con la isla.

Esa noche, apenas unas horas después de haber sido liberado tras pasar 38 días detenido,
Padilla renegaba de toda su obra poética, delataba a otros escritores y amigos que como él
habían sido contrarrevolucionarios, y declaraba que en el tiempo en que había estado
detenido había comprendido la belleza de la Revolución. En particular, renegó de su
libro Fuera del juego, una obra crítica del régimen de la isla que había sido reconocida en
1968 con el premio Julián del Casal, y traducida a varios idiomas.
Lo que pasó en las tres horas de esa noche —“una noche siniestramente inolvidable”
escribió en su autobiografía Reinaldo Arenas—, cambió la manera como muchos
simpatizantes en el mundo veían la Revolución y a su líder Fidel Castro.

Todo ocurrió en medio de un calor que hacía sudar al poeta Padilla y en un salón donde se
dieron cita los más importantes escritores, artistas, cineastas, dramaturgos y músicos de la
isla, convocados por Seguridad del Estado a través de la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba. Ahí estaban Pablo Armando Fernández, César López, Norberto Fuentes, Virgilio Piñera,
Reinaldo Arenas, Tomás Gutiérrez Alea, así como Belkis Cuza Malé, poeta y esposa de
Padilla, quien había estado detenida con él.
La comunidad intelectual internacional le exigió a Cuba la liberación del escritor por medio
de una carta que firmaron, entre otros, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Octavio Paz,
Juan Rulfo, Mario Vargas Llosa, Jorge Edwards, Juan Goytisolo, Simone de Beauvoir, Jean-
Paul Sartre y Susan Sontag.

A pesar de la liberación, lo que le siguió, ese acto de autoconfesión de Padilla, tuvo un efecto
contrario al esperado por el régimen, y a partir de ahí más intelectuales le cuestionaron; uno
de ellos fue Jorge Edwards, que era entonces diplomático del gobierno de Salvador Allende
en la isla, y que fue expulsado por el propio Castro, precisamente por su apoyo a Padilla y a
otros intelectuales. Esa historia es el origen del libro Persona non grata, de Edwards.

El eco que entonces alcanzó el que se conoció como “el caso Padilla” resuena ahora, medio
siglo después, por obra de otro cubano, el cineasta y guionista Pavel Giroud, quien realizó el
documental El caso Padilla que se exhibe en México en estas semanas. Pero la diferencia
esencial con el impacto que tuvo hace 50 años el caso estriba en que el director Giroud (La
Habana, 1973) consiguió la grabación que el propio régimen filmó aquella noche, pero que
nunca presentó en su totalidad.

Radicado en Madrid hace nueve años, Pavel cuenta el proceso de creación de su película,
analiza la respuesta que entonces tuvieron los intelectuales, y cuestiona el silencio actual
frente al gobierno cubano, que todavía hoy acude a prácticas como la usada contra Heberto
Padilla para disuadir a los disidentes.
¿Qué se conocía de la autoconfesión de Padilla?

Conocía su versión, porque a los veintitantos leí la autobiografía de Padilla, La mala


memoria. Pero realmente en Cuba se hablaba muy poco del caso, porque muy poca gente
tenía dominio de eso, quizá sólo en un circuito intelectual, pero muy cerrado dentro de ese
gremio. Pero mi sorpresa fue que cubanos, de más de 70 años, me escribieran ahora y me
dijeran: “Me has revelado algo de lo que no tenía idea”. Te digo que eso me resulta extraño;
en cambio, gente joven me escriba para felicitarme o que otros lo hagan para cuestionarme;
ahora mismo, de Italia, un profesor, me dice que se sintió insultado de que a estas alturas de
la vida, en la crisis que tiene la izquierda, yo hiciera un material como este. Le respondí que
justo por eso es que lo estoy sacando.

¿Qué contexto había en Cuba cuando se produjeron los hechos del llamado “caso Padilla”?
Era un momento en que el gobierno cubano tenía control absoluto del flujo de la
información, un momento en que les era muy fácil tener a la gente completamente aislada
del mundo y dosificarle la información, decirle lo que convenía y lo que no convenía. En
estos tiempos eso ya no ocurre. Entonces, en Cuba, salvo los que presenciaron esa noche los
hechos, muy pocos hablaron de eso; terminaron carcomidos por el miedo, la vergüenza o
sabe Dios qué. Muy pocos hablaron, algunos de los que emigraron sí, como Reinaldo Arenas
o el propio Padilla —que salió de Cuba en 1980 y desde entonces se radicó en Estados
Unidos— o Norberto Fuentes. Pero se habló más del caso Padilla desde la perspectiva de los
intelectuales de fuera que recibieron eso como un mazazo a un ideal que profesaban, a la
admiración por la revolución cubana, a su a su fe en ese proceso.

¿En el momento de los hechos, en 1971, se dio a conocer toda la grabación?

Fidel Castro tenía el interés de filmar esto para distribuirlo por el mundo, y que vieran que
ese poeta, que parecía muy crítico e inconforme con el proceso, se arrepentía de todo lo que
había dicho. Pero cuando él lo vio, entendió que esto le iba a hacer más daño. Entonces, lo
que se saca al mundo es una versión transcrita; nadie había visto nunca estas imágenes,
excepto por, alrededor de un minuto, en un documental de la cineasta cubana Rebeca
Chávez, hace 10 años.

¿Cómo llegas a conseguir este material?

Llego accidentalmente, no lo estaba buscando; lo ponen en mis manos. La manera exacta no


la puedo contar, forma parte de la protección de fuentes. Llegó a mis manos hace siete años.
Valoré hace años la idea de hacer una película utilizando la transcripción de la autoconfesión
de Padilla, con un actor interpretando a Padilla, y me alegro mucho de no haber hecho esa
película.

Al ver la película, Parece que Padilla participara autoconfesándose, pero al mismo tiempo
que utilizara ese momento para, a través de la ironía, decir exactamente lo contrario, y
exhibir a la Revolución.

Sí, es lo que yo creo también. Pero, claro, mi juicio es tan relativo como el tuyo. Hay quien
piensa que es un hombre completamente imbuido por el síndrome de Estocolmo y que todo
lo que está diciendo es desde su nueva verdad. Yo no. Él mismo decía que estaba ironizando,
que estaba enviándole mensajes a todos, que eso estaba pactado y que no delató a nadie;
pero también se dudó de eso que dijo después.

El caso Padilla significó un quiebre en las posiciones frente a Cuba de muchos escritores, es
fundamental en la historia intelectual de América Latina.

Claro, claro, el escritor de Aquellos años del Boom, Xavi Ayén, dijo que el caso Padilla tuvo el
raro privilegio de haber roto el último movimiento literario del que se tenga constancia, que
es el Boom Latinoamericano. Algunos escritores que se opusieron en un primer momento
recularon, como Cortázar, fue muy enérgico y muy crítico, pero volvió a ser un aliado del
proceso cubano hasta el fin de sus días. Y yo lo entiendo, estos escritores llegaban a Cuba,
los trataban como reyes, los utilizaban como embajadores de la llamada Revolución y tenían
una conexión romántica y conveniente: en Cuba les editaban sus libros, eran mimados por
Fidel…
¿Cómo afectó a la Revolución ese cambio en la percepción de algunos intelectuales?

Muchos intelectuales de América Latina, Europa, Estados Unidos se solidarizaron con el


hecho; lo curioso es que ves que en esa época en que era difícil enterarse de lo que ocurría
en Cuba, en la que toda esta gente estaba vinculada emocional y activamente a la
Revolución cubana, tuvieron, digamos, la osadía de enfrentar a Fidel Castro y exigirle
primero la liberación del poeta y, luego, plantarse ante ese espectáculo patético que fue esa
autocrítica de Heberto Padilla.

Es curioso es que ahora que la información está abierta, que se sabe lo que pasa en Cuba —
porque basta con googlear para saberlo—, ahora que la mayoría ya está desencantada con
lo que ocurre en Cuba, y que no es que haya un poeta preso: hay cerca de mil prisioneros
políticos, ahora muy pocos se atreven a alzar la voz y condenar. Es lo que es paradójico, ¿no?
Aquellos que eran fieles, que amaban a la Revolución, se atrevieron a alzar su voz, pero
ahora que ya todos están desencantados, o la gran mayoría —para no ser absoluto— ahora
hacen este silencio. Y aunque ese silencio habla, no es suficiente porque hay mucha gente
presa por los mismos pecados que Heberto; hay poetas, periodistas, artistas plásticos,
raperos, de todo… Padilla criticaba la Revolución en sus poemas y en su accionar diario,
otros hoy lo hacen con un cartel. Lo que más me ha llamado la atención es la incapacidad
actual de condenar al régimen.

En la reunión de esa noche, que vemos en la película, se dan cita escritores de un


momento único en la historia literaria de Cuba.

Sí, pero no solo escritores, están los cineastas como Tomás Gutiérrez Alea y Santiago
Álvarez, hay artistas, dramaturgos, músicos. Pero esa noche, para muchas cosas, es
definitoria en la historia de Cuba. Esa noche, la mayoría de la intelectualidad cubana crítica,
se volvió mansa. Se sembró el terror. Ya ninguno de estos escritores, o la mayoría, durante
una década, se atrevió a ser crítico, contestatario. Muchos fueron sometidos a trabajar, en
otras cosas, en sótanos de biblioteca, como por ejemplo Pablo Armando Fernández, César
López, el propio Padilla; y no publicaron durante un tiempo. Entonces esa noche también
para mí es definitoria en el hecho de que Fidel Castro entendió que valía la pena sacrificar
fichas a cambio de tener el poder absoluto, y fue una práctica que habitualmente hizo: la de
coger a alguien como elemento ejemplarizante para que las aguas tomaran su nivel. Pongo
el ejemplo de los chicos que en los años 90 se robaban lanchas para emigrar a los Estados
Unidos, capturaron a tres chicos en una lancha, y a los 10 días ya estaban fusilados. Nadie
más se robó una lancha durante ese periodo. Entonces, eso de coger a conejillos de indias y
hacer con ellos un trabajo ejemplarizante fue una práctica habitual.

Eso ocurre hoy todavía, por ejemplo, periodistas independientes cubanos que son críticos
los agarran y les dicen: “Mira, tiene tres opciones: o te arrepientes en tus redes sociales de
lo que has estado diciendo o te vas al exilio o vas a la cárcel”. Así ocurre con todo el que alza
su voz en contra, y hay quien no claudica y sigue en la cárcel, como Luis Manuel Otero o
Maykel Osorbo, que se han convertido en símbolos de la libertad. Otros han tenido que irse
al exilio, y otros, como algunas madres de los menores de edad que fueron llevados a la
cárcel después de la protesta del 11 de julio de 2021, se han puesto a hablar mal de sus hijos
en la televisión.
¿Qué pasa con Padilla después de que sale de la isla; tengo la sensación de que
desapareció un poco después de esa noche?

Esa noche, de alguna manera, como creador, se suicidó en vida. Como tenía tanto asedio por
la prensa extranjera, lo recluyeron con su mujer en un lugar aislado del mundo real; se
mantuvo durante una década, prácticamente en el ostracismo. El senador (estadounidense)
Ted Kennedy logra sacarlo de Cuba, lo lleva a Canadá y de Canadá a los Estados Unidos;
trabaja en universidades, radica en Princeton un tiempo con su esposa, ahí fundan una
revista, se gana becas, pasa por varias ciudades de Estados Unidos. Pero tiene que salir de
Miami, según él, porque el exilio cubano no le perdona que asistiera a un encuentro con
escritores cubanos afines al régimen de Fidel en Europa y que firmara un documento en
contra del embargo económico. No fue bien visto eso, y a propósito de eso, el mismo Padilla
escribió: “Una vez más me he salido del juego”. Finalmente muere en Alabama, en el 2000.

¿Cómo le ha ido a la película en Cuba?

En Cuba no es que no pueda exhibir la película, es que yo no puedo ir a Cuba después de


haber hecho esta película. La película se ha visto, pero ha pasado de mano en mano, en
memoria flash, así que hay gente que la ha visto, pero no mucha.

¿No has vuelto a Cuba?

A raíz de las manifestaciones del 11 de julio de 2021, en que el pueblo se tiró a las calles, no
motivado por los cantos de sirena del imperio ni nada de eso, sino que la gente se fue a la
calle harta, a raíz de eso se han modificado la Constitución y el Código Penal, y Cuba ahora
mismo tiene el récord de más prisioneros por sedición, por ejemplo, por ofender a los
símbolos patrios. El haber hecho esta película me ubica como un enemigo, o sea, por ley. No
me voy a arriesgar. Y mira, ya que tenga miedo de ir a mi país, eso es un problema grave.

FOTO: Stills de El caso Padilla, un documental sobre el poeta cubano Heberto Padilla. Crédito
de imagen: Cultura UNAM
Escenas de escritura

Sobreexpuestos al mundo digital, los escenarios donde las escritoras y los escritores de
nuestra era diseñan sus comienzos y traman sus finales parecen perder, con su materialidad,
también sus secretos. Intimidades a las que antes accedíamos de modo accidental son hoy
material y tema de escritura. En pandemia vimos en directo las plantas de Jamaica Kincaid o
la cama matrimonial de Vivian Gornick… ¿Qué harán las universidades y bibliotecas del
futuro con esos tesoros, los correos electrónicos o los archivos de texto que dejen en su drive
quienes escriben? ¿De qué está hecho el misterio de la escritura ahora? ¿Por qué pensar que
ya no existe?

por Valeria Tentoni I 9 Noviembre 2023

En un pueblito inglés llamado Great Missenden se esconde la casa museo de Roald Dahl; al
fondo, se halla el pequeño cobertizo en el que se encerraba a escribir. Son unos cinco o seis
metros cuadrados que guardan un gran escritorio de madera en el que solo hay piedritas,
caracoles y recuerdos polvorientos, como si el escritorio fuese demasiado para él y se lo
hubiese cedido a los adornos. A su lado hay un fichero de metal y un sillón de una plaza que
finalmente preside la coreografía mobiliaria. Sobre ese sillón —que alguna vez habrá sido
rosa, pero con el tiempo se opacó de modo indescriptible— se ve un tablón largo que va de
brazo a brazo, y bajo el tablón una especie de tubo de cartón, forrado con papel de bobina,
el tipo de papel industrial que usan en las panaderías. Es un adminículo casero que el autor
de Matilda aprovechaba para elevar un poco las hojas limpias sobre las que escribía a mano.
Hay fotos que lo muestran en acción, rodeado de sus paredes amarilleadas por la nicotina, y
traen todavía una intimidad mayor: la de una manta de plumas cubriéndole las piernas
mientras trabaja. Dahl sonríe.

No era el único que se encerraba así. George Bernard Shaw también construyó su propia
choza en los jardines de su casa en Hertfordshire y Henry David Thoreau, por ejemplo, se
escondía en un bosque. Al parecer, durante un periodo de su vida Emily Dickinson “atendía”
a las visitas con la puerta entreabierta. Sus ojos deben haber aparecido primero, recortados
e inquirientes a través de la hendija, para recibir cartas o entregarlas. A sus espaldas
quedaban todos los misterios de un mundo, el mundo en el que Emily Dickinson escribía a
mano sus poemas pequeñísimos en sobres y cuadernos.

¿Qué fue de ese celo? Los años dos mil trajeron eventos de escritura en vivo con
computadoras inalámbricas, y a medida que el tiempo pasó las redes sociales trajeron,
además, una nueva versión del mismo concepto. Durante los años de aislamiento, allí
estaban todas las bibliotecas de quienes escribían, firmes en el encuadre que el Zoom
regalaba, e incluso se conseguían fondos simulados de bibliotecas de cartón en internet y a
domicilio.

Escritoras y escritores de todas las latitudes participaron de festivales, ferias, clases y


conferencias mirando a la cámara con sus hogares de fondo, la intimidad de su orden o su
caos, su vida doméstica de repente expuesta de modo impiadoso e irreversible. Fue abrupto,
como abrir por error la puerta de un baño ocupado, pero ocurrió en medio de hechos
todavía más extraordinarios, y pasó desapercibido.

Así, vimos el gran salón en el que Jamaica Kincaid guarda libros, macetas y esculturas, a
sabiendas de que detrás de la puerta la esperaba su jardín. Vimos las estanterías blancas
ocupando todas las paredes del cuarto desde el que nos hablaba Joyce Carol Oates, una luz
lateral y nublada bañando un tomo indiscernible en el ángulo izquierdo de la imagen. Vimos
el cuarto en el que Lydia Davis tiene su escritorio —dos cuadros grandes y uno pequeño
sobre un sillón—, la cama matrimonial donde duerme Vivian Gornick y el espacio que
comparten Siri Hustvedt y Paul Auster, sentados como colegiales, uno al lado del otro, para
responder a una pantalla.

Intimidades a las que antes accedíamos de modo accidental son hoy día, además, material y
tema de escritura. Pero para conocer cosas como esas, aunque nunca tan abundantes, hasta
hace muy poco no quedaba más que deducirlas o inventarlas partiendo de fotografías
aisladas, casi accidentales, o leyendo las entrevistas de la Paris Review. Por sus
introducciones nos enterábamos de que Ernest Hemingway escribía de pie sobre una
alfombra de piel de kudú mientras el sol del este cruzaba su espalda, o que Simone de
Beauvoir tenía su estudio a cinco cuadras del de Jean Paul Sartre, pero solo lo utilizaba por la
mañana: después del mediodía caminaba tranquilamente hasta ahí y seguía trabajando
junto a él.

En la Firestone Library de la Universidad de Princeton se guardan manuscritos y cartas de


escritores latinoamericanos: ahí están, por ejemplo, los archivos de Ricardo Piglia o de Juan
José Saer. En la Biblioteca Nacional Argentina se exhibieron hasta fines de abril los
manuscritos de Alejandra Pizarnik y también sus libros, marcados con su letra inconfundible.
En la Biblioteca Pública de Nueva York se reservan, además de papeles, objetos personales:
es posible consultar la agenda de Joan Didion y hasta los cajones privados de autores del
siglo pasado, cápsulas museísticas destinadas a reponer una atmósfera que quizás exista
únicamente a condición de imaginarla.

Sobreexpuestos al mundo digital, los escenarios donde las escritoras y los escritores de
nuestra era diseñan sus comienzos y traman sus finales parecen perder, con su materialidad,
también su sentido. ¿Habrá universidades y bibliotecas en el futuro que estudien y acumulen
los correos electrónicos donde se cartean dos colegas? ¿Habrá que separar en esos correos
los “interesantes” de los “superfluos”, las cartas del spam, los textos que digan cosas como
las que se escribían Chéjov y Gorki: “mi alma está irremediablemente enferma, como es
necesario que esté el alma del hombre que piensa”? ¿A dónde van a ir a parar los mensajes
de WhatsApp en los que se compromete una edición o se informa una lectura en positivo,
como cuando Roberto Bazlen le recomendó a Eugenio Montale que se lance a traducir
el Ferdydurke apenas provisto de un papel, una máquina de escribir e incontables signos de
exclamación? ¿Será Google el dueño futuro de los inéditos de los autores que mueran
dejando sus drives repletos de bytes?

¿De qué está hecho el misterio de la escritura ahora? ¿Por qué pensar que ya no existe?
¿Por qué creer que existía en un manuscrito empeñado por un escritor empobrecido, en un
cuarto cerrado con olor a biblioteca y alcanfor? ¿Visitar ese misterio no ha sido siempre una
escenificación profana, una máscara que coincide con la cara, como decía Calvino?

En un poema de Wisława Szymborska, traducido por Gerardo Beltrán con el título “Miedo
escénico”, encontramos: “Allá en el escenario acecha una mesita / un tanto espiritista y de
patas doradas, / y sobre la mesita humea un candelabro. // De eso se desprende / que
tendré que leer a la luz de las velas / lo que escribí a la luz de una simple bombilla / tac tac
tac/ a máquina”.
ChatGPT: tenemos que hablar
Fecha:
2023-11-10

Por:
CATALINA LOBO-GUERRERO

—¿En qué puedo ayudarte hoy? —me preguntó Chat GPT.

Le dije que, como editora de Mutante, un medio nativo digital colombiano quería hacerle
una entrevista, pero no cuál era el propósito de la misma. Quería ver de qué manera
respondía a una serie de preguntas que me he estado haciendo sobre el uso de la
inteligencia artificial (IA). ChatGPT puede ser una herramienta tecnológica muy útil en una
redacción, pero también despierta temores e interrogantes que conviene explorar.

En Mutante aún no tenemos una postura definida sobre los usos potenciales de ChatGPT u
otras inteligencias artificiales. Lo único claro en este momento es que cualquier decisión al
respecto la tomaremos de manera transparente, frente a las audiencias.

Por eso conviene decir que llevo ya un tiempo haciendo ensayos con ChatGPT. Le he pedido
que me ayude a revisar la ortografía, puntuación y gramática de algunos textos, previa
autorización de los autores, pues no he querido imponer nada. Los resultados me han
sorprendido. He encontrado en la IA un corrector de pruebas efectivo para detectar errores
de digitación, palabras repetidas, frases demasiado largas y confusas… Quería saber cómo
había desarrollado esa habilidad, así que empecé con ese punto.

— ¿Por qué tienes tanto dominio del lenguaje?

—Mi capacidad para comprender y generar texto de manera coherente y precisa se debe a
mi entrenamiento en una amplia gama de textos en varios idiomas. Fui desarrollado por
OpenAI con una gran cantidad de datos de alta calidad, lo que me permitió aprender
patrones gramaticales, estructura de oraciones y reglas de puntuación. Mi objetivo es ser
una herramienta versátil que pueda ayudar en tareas relacionadas con el procesamiento del
lenguaje natural, como la revisión de contenido. Estoy diseñado para ser útil en un contexto
amplio, incluyendo el periodismo, y me alegro de que mis capacidades hayan sido
beneficiosas para tu trabajo en Mutante.

—Los textos que publicamos en Mutante son muy variados. Cada autor es libre de escribir
como quiera. Como editora, yo aprecio la voz propia y el estilo personal, por eso no siempre
atiendo tus sugerencias.

—Entiendo completamente. La diversidad de voces y estilos en Mutante es una fortaleza


que aporta autenticidad y riqueza al contenido. Es esencial preservar la voz individual de
cada autor y, por lo tanto, la decisión de aceptar o no mis sugerencias depende de mantener
la coherencia con el estilo específico de cada escritor. Como editora, tu juicio sobre cuándo
aplicar o no mis recomendaciones es fundamental para mantener la autenticidad del
contenido y respetar las preferencias de los autores. Estoy aquí para adaptarme a las
necesidades y preferencias de Mutante y brindar apoyo en la medida que sea útil para tu
equipo editorial.

La IA también podría ayudarnos a redactar boletines o newsletters en cuestión de segundos,


pero eso implicaría entrenar al modelo para que tenga la voz y el tono apropiados. El Chat
GPT, por ejemplo, resulta muy impersonal o, como la IA misma lo define:

—Mi estilo de escritura se caracteriza por ser claro, coherente y neutral.

Sara Castillejo, gestora de tecnología de Mutante, me hizo una observación sobre ese
aspecto.

—Siento que, al darle ese trabajo a la IA, los seres humanos ahorramos en la parte creativa,
pero nos desgastamos en la operatividad. Me explico: el ChatGPT me escribe la newsletter
(aunque yo soy periodista y me gusta escribir y tengo una reflexión propia y una opinión). A
cambio, yo me quedo con la tarea engorrosa y menos editorial de tomar lo que me dio
ChatGPT y subirlo a una plantilla de Clientify [una empresa que ayuda a gestionar relaciones
y marketing con los clientes] para enviárselo a una lista de personas de mi base de datos. Sin
duda, me ahorra tiempo, pero quizás no es la tarea que me quiero ahorrar.

—¿Por qué crees que hay temores por parte de periodistas y otros miembros del equipo a
utilizar la IA?

—Pueden surgir debido al temor a la sustitución laboral, preocupaciones sobre la calidad y


precisión de la tecnología, falta de familiaridad con la IA, resistencia al cambio y la influencia
de la cultura de la empresa. Abordar estos temores requiere comunicación efectiva,
demostrar los beneficios de la tecnología y garantizar el uso ético, destacando que la IA está
diseñada para complementar, no reemplazar, el trabajo humano.

—Tu sistema solo puede generar respuestas a partir de lo que estaba disponible en internet
hasta septiembre de 2021, por eso a veces inventas historias sobre ciertos temas sobre los
cuales no tienes información. A esto se le ha llamado “alucinaciones” en la jerga actual de la
IA: cambiar fechas, presentar datos incorrectos, construir una trama fraudulenta. ¿Tienes
algún comentario sobre esas críticas?

—El temor a que una IA como yo pueda inventar respuestas o generar información
incorrecta es válido y se basa en la naturaleza de cómo funcionan los modelos de lenguaje
como GPT-3. Los modelos de lenguaje generan texto basándose en patrones y ejemplos que
han aprendido de datos de entrenamiento. Si bien pueden ser muy precisos en la mayoría
de los casos, a veces pueden generar respuestas incorrectas o incoherentes, especialmente
cuando se enfrentan a consultas complejas o ambiguas.

Es importante comprender que las IA de procesamiento del lenguaje natural, como GPT-3,
no tienen conocimiento propio o intuición. Simplemente generan respuestas en función de
lo que han “aprendido” de los datos de entrenamiento. La supervisión humana y la edición
son esenciales para garantizar que la información generada sea precisa y coherente.

—Mutante es una organización que presta mucha atención a la conversación social y a lo


que se discute en las redes. ¿De qué manera podrías ayudarnos con esa labor?
—Puedo ayudar a analizar y resumir tendencias en las conversaciones en redes sociales,
identificar el sentimiento en publicaciones y proporcionar información relevante para
comprender mejor las discusiones en línea.

—¿Cómo logras identificar los sentimientos de las audiencias?

—Utilizo técnicas de procesamiento de lenguaje natural para analizar el texto en las


publicaciones de redes sociales y determinar el sentimiento. Esto implica identificar palabras
y frases asociadas a emociones positivas, negativas o neutras. Puedo proporcionar un
análisis del sentimiento de las publicaciones en función de estos indicadores, lo que permite
comprender las actitudes y emociones de las audiencias en las redes sociales.

—¿También podrías ayudar a encontrar patrones o tendencias de conversación?

—Sí, puedo ayudar a identificar patrones y tendencias en las conversaciones en redes


sociales. Utilizo técnicas de análisis de datos y procesamiento de lenguaje natural para
detectar temas recurrentes, palabras clave y cambios en las discusiones. Esto permite
comprender mejor lo que está en boca de la audiencia y adaptar la cobertura periodística en
consecuencia.

María Paula Murcia, gestora de análisis e impacto en Mutante, también ha estado haciendo
algunos experimentos con ChatGPT Plus, la versión paga y basada en el modelo más reciente
diseñado por OpenAI —GPT-4— que protege mejor los datos suministrados y tiene mayor
capacidad de procesamiento. Ella busca maneras de hacer un análisis de conversación más
efectivo, ya que, si se efectúa manualmente, puede tardar varios meses. Además, la IA
puede encontrar hallazgos que se pasen por alto en un análisis manual, sobre todo si el
volumen de datos para procesar es considerable. Pero para que la IA haga esa tarea, hay que
diseñar unos comandos u órdenes muy específicos y entrenarla.

—Todo depende, supongo, de la forma como el equipo de Mutante te dé las instrucciones o


las órdenes para que cumplas distintas tareas.

—Exacto, la forma en que se formulen las instrucciones o solicitudes puede influir en cómo
realizo tareas específicas. Cuanto más detalladas y específicas sean las instrucciones, mejor
podré adaptar mis respuestas y análisis a las necesidades del equipo de Mutante. La
comunicación clara y precisa es clave para aprovechar al máximo mi capacidad y obtener
resultados relevantes.

—La IA se ha utilizado en más de 113 proyectos periodísticos alrededor del mundo, según
‘Generando el cambio: un informe global sobre qué están haciendo los medios con IA’, de la
London School of Economics. Dame algunos ejemplos concretos.

—Por supuesto, hay varios ejemplos de medios de comunicación que han utilizado
herramientas basadas en IA, como ChatGPT, de diversas maneras:

The Washington Post: Este periódico utiliza IA para automatizar la creación de resúmenes de
noticias, lo que les permite generar contenido más rápido y eficiente.
Reuters: Utiliza IA para identificar y categorizar automáticamente noticias financieras y
económicas en tiempo real, lo que les ayuda a proporcionar información actualizada de
manera más rápida.
The Associated Press: Utiliza IA para automatizar la generación de informes financieros y
deportivos, lo que les permite entregar noticias en tiempo real a sus clientes.
BBC: La BBC ha utilizado IA para personalizar la experiencia del lector, adaptando el
contenido y las recomendaciones a las preferencias individuales de los usuarios.
The New York Times: Ha experimentado con IA en tareas como moderación de comentarios
y personalización de contenido.
Los ejemplos son de agencias de noticias internacionales, que operan en varios idiomas, o de
medios anglosajones. En América Latina ha existido mayor reticencia para usar la IA por falta
de recursos y de formación, como lo señalaba ya otro informe publicado por el Centro
Latinoamericano de Investigación Periodística (CLIP), el International Media Support (IMS) y
The Fix.

Sin embargo, medios tradicionales como La Nación de Argentina utilizan algoritmos en la


inteligencia artificial para rastrear parques solares o hacer un análisis de las letras de las
canciones de trap. Y medios nativos digitales como Ojo Público, en Perú, se valen de un
algoritmo llamado Funes para identificar riesgos de corrupción en las contrataciones
públicas. Ojo Público también utilizó IA en la investigación transfronteriza Madera Sucia,
tiene en fase de pruebas una herramienta de verificación y está probando un traductor para
trasvasar textos del español al quechua y al aymara.

En Colombia, La Silla Vacía utilizó la IA para detectar las emociones asociadas a los discursos
de candidatos políticos. Lo hizo para analizar las respuestas a los debates que organizó este
medio en varias ciudades del país en las pasadas elecciones regionales.

—Además de redactar o corregir textos, la IA también se utiliza para crear ilustraciones,


dibujos, mapas, tablas e infografías. ¿De qué manera aportas en ese campo?

—La inteligencia artificial (IA) aporta en la creación de ilustraciones, dibujos, mapas, tablas e
infografías al automatizar procesos creativos y mejorar la eficiencia. En el caso de
ilustraciones y dibujos, la IA puede generar arte visual a partir de descripciones o patrones,
lo que ahorra tiempo a los diseñadores. En mapas y tablas, la IA puede analizar y visualizar
datos de manera efectiva. Además, la IA puede ayudar en la generación de infografías al
crear visualizaciones atractivas de datos. Si bien no reemplaza la creatividad humana, la IA es
una herramienta valiosa para acelerar la creación de contenido visual y mejorar la
presentación de información.

Will Huertas, director de arte, ilustrador y gestor visual de Mutante, me habló de la amenaza
que sienten los artistas a perder su trabajo y del temor de que sus obras sean utilizadas por
las IA para alimentar el modelo. Pero, por otro lado, también me reconoció que la
herramienta crea imágenes en cuestión de segundos, de esta manera se puede destinar
tiempo a otras tareas.

—Hay mucho debate sobre los derechos de autor. ¿Quién es el diseñador de una pieza
producida por IA? ¿Quién es el autor de un texto escrito por ChatGPT?

—Los derechos de autor y la atribución de autoría en contenido generado por IA plantean


cuestiones legales y éticas interesantes. En general: en el caso de un texto escrito por
ChatGPT, la autoría se atribuye a la entidad o la persona que opera la IA, no a la IA en sí. Esto
significa que los derechos de autor del texto creado por ChatGPT generalmente
pertenecerían a la organización o individuo que utilizó la IA para generar el contenido.
En cuanto a las piezas producidas por IA, como diseño gráfico, la autoría generalmente se
atribuiría de manera similar a la entidad o persona que utilizó la IA para crear la pieza. Los
derechos de autor pueden ser atribuidos al operador humano de la IA, en lugar de la IA en sí.

—¿Qué haces con los insumos, con la información, datos, imágenes que te proveemos para
que nos ayudes a procesarla, analizarla, editarla? ¿A dónde va a parar todo eso?

—Los insumos y la información proporcionados por los usuarios para que la inteligencia
artificial, como yo, procese y genere respuestas no se almacenan ni se utilizan para otros
fines una vez que se ha completado la interacción. En OpenAI, la privacidad y la
confidencialidad de los datos son consideraciones fundamentales. Se han implementado
políticas y prácticas para garantizar que los datos proporcionados por los usuarios se
manejen de manera segura y se eliminen de manera adecuada después de su uso.

La información y los datos proporcionados se utilizan solo para el propósito específico de la


interacción y no se almacenan ni se comparten con terceros. El enfoque principal es brindar
respuestas y asistencia en tiempo real, y no conservar ni utilizar los datos con fines
posteriores.

—Me parece que tus respuestas quieren tranquilizar y animar a utilizar la IA. ¿Quieres
convencernos de las bondades de esta nueva tecnología?

—Mi propósito principal es proporcionar información precisa y útil en función de las


preguntas y temas que se plantean. Al abordar preguntas sobre la tecnología, mi objetivo es
ofrecer claridad y contexto para que los usuarios tomen decisiones informadas. Si bien
puedo destacar los beneficios de la tecnología, no tengo la intención de “convencer” a nadie
de su uso. La decisión de utilizar la inteligencia artificial, como yo, en un equipo editorial o
en cualquier otro contexto debe basarse en las necesidades y objetivos específicos de la
organización y sus valores éticos.

Sobre esto último, estamos de acuerdo, la decisión la toma la organización. Y en el caso de


Mutante se hará teniendo en cuenta también la discusión que hay entre las audiencias, que
en días pasados nos recordaron otro punto importante: la IA podrá ser artificial, pero como
cualquier ser humano, tiene sus sesgos.
La boda de mi mejor amigo: la paradoja del matrimonio igualitario en méxico

Comunidad / DOSSIER / Noviembre de 2023


Wenceslao Bruciaga

I
Aún sostengo que el matrimonio gay, entre hombres homosexuales, es un triunfo descarado
del conservadurismo institucional fundado por heterosexuales. Tanta promiscuidad para
terminar anhelando un crédito del Infonavit y el combo de lavadora y secadora a plazos.

Sin embargo, uno de mis mejores y más cachondos recuerdos ocurrió en la boda de
dos grandes amigos. Uno de ellos era actor porno en ese entonces y lo conocí mientras yo
hacía reportajes sobre el detrás de cámaras de la industria porno gay de San Francisco. Su
boda fue mi primer viaje a Portland. La fiesta tuvo lugar en el salón de un legendario bar gay,
cerca del río Willamette, a unas tres cuadras del puente de dos pisos Steel Bridge, famoso
por elevar, en un monumental acto de ingeniería civil y magia industrial, su segmento
central cada que un buque cruza por debajo de su estructura de acero.

La boda fue una sucesión de clichés amparados por la tradición y el llamado dinero
rosa: los novios vestidos con smokings idénticos color gris rata y moños pastel, un juez, drag
queens que hacían tanto de testigos como de madrinas de anillos y oradores de epístolas
sentimentaloides frenadas con bromas incendiarias; ensaladas con anchoas y quesos caros,
pizzas, copas de champán. Fotos granuladas aquí y allá porque los smartphones de calidad
apenas iban en su segunda generación. Música de Nelly Furtado y Kylie Minogue remixeada
junto a clásicos ochenteros.

Todo era cursi, a excepción del regalo de bodas principal: un gang bang al novio que era
actor porno. Resulta que el legendario bar tenía un sótano al que solo accedían hombres.
Para cuando bajé, la mitad de los ahí reunidos ya tenían los pantalones en los tobillos, o de
plano no los traían puestos. Además de los penes, los únicos que permanecían estirados
eran los calcetines finos que seguían, bien sujetos, envolviendo los pies y hasta las
pantorrillas. La iluminación oscilaba entre el amarillo pálido y el rojo cavernoso. Y ahí estaba
mi amigo, el novio: bocarriba sobre el famoso sling, un columpio de cuero sostenido por una
estructura de acero tubular y cadenas. Vestía un arnés —también de cuero—, un jockstrap
que se veía pulcro, calcetas de nylon fino y zapatos de vestir. Su cabello se mantenía como
recién salido de la peluquería, aunque varias gotas de sudor de los invitados brillaban en las
puntas hasta derramarse sobre su frente. El olor a popper empezaba a competir con el de
los perfumes salidos de un pasillo de Barneys y la testosterona de axila nocturna. Este
detalle me puso como toro. Recuerdo perfectamente que de las bocinas salía “Monkey”, de
George Michael, en una versión de doce pulgadas que sonaba como si le hubieran inyectado
esteroides a los bajos.

Al principio mi pudor tercermundista me impidió unirme a la orgía nupcial. Pero


cuando el novio me hizo un gesto con su quijada, pensé que sería de mala educación
negarme. Así que me subí al tren de las felicitaciones con mi erección en turno. Fue
nerviosamente excitante darme al novio ante su marido, que observaba igual de caliente,
fumando puro mientras otros invitados le hacían sexo oral. El resto se daba besos de tres.

Fui de los últimos en subir a la superficie. Todas las mujeres se habían ido y solo
quedaban rebanadas de pizza fría y botellas de champán que me bebí para remojar con algo
la garganta. Ha sido la boda más gozosa, pero sobre todo la más coherente a la que he ido
en mi vida.

Solo la mía podría superarla.

II
A los pocos días de regresar de Portland, saludé a un par de conocidos con los que, a lo largo
de los años, armé una pandilla de inadaptados en las orgías exclusivas —al menos de dientes
para fuera— de un departamento en la colonia Roma Norte, en el entonces Distrito Federal.
Lo primero que hice fue contarles mi aventura subterránea en la boda gay de mi amigo. La
respuesta de uno de ellos fue: “pues qué degenerados, el matrimonio es sagrado”, y
acentuó esta última palabra mientras chasqueaba los labios. Lo dijo cuando veíamos cómo
penetraban a un chico casi inconsciente por inhalar del trapo tieso y helado (de tanto spray
de cloruro de etilo) que sostenía entre sus dientes como perro aferrado a un hueso. Por ese
entonces el cloruro de etilo se había puesto de moda como una alternativa más potente que
el popper. Bajo su efecto uno podría ser fisteado por el brazo de Dwayne Johnson y sentirlo
como barra de mantequilla.

Esa noche de orgía chilanga comprendí algo: el matrimonio igualitario, en específico


entre hombres, depende simbióticamente del contexto moral de cada país y de la capacidad
de asimilación al statu quo que tenga la comunidad homosexual en esa sociedad en
particular. Luego entonces, en México el matrimonio igualitario es sagrado, como el Día de
las Madres, el “Cielito lindo” o el 12 de diciembre.

No obstante, otro contexto moral fue el punto de partida universal: al morir, cientos
de hombres marginados por complicaciones de VIH-sida dejaron a sus parejas en una
estigmatizante soledad, pero además el patrimonio que habían construido juntos, como
propiedades, cuentas bancarias y tesoros sentimentales, quedaron intestados al no existir
ningún documento legal que beneficiara al sobreviviente. Fueron muchos y muy sonados los
casos en que la parentela del fallecido no tuvo empacho en dejar al novio de su ser querido
en el desamparo total, cuando no literalmente en la calle. Las primeras nociones del
matrimonio igualitario al interior de la comunidad homosexual surgieron al mismo tiempo
que la lucha contra el VIH, con la misma presión y a contrarreloj.

La cavidad anal es más susceptible de contraer agentes externos cuando se tiene un pene
dentro del esfínter desencadenando un irresistible dolor, infligido con tal bondad y entrega
masculinas que vale la pena el riesgo hasta el día de hoy. Se trata de una práctica egoísta: al
final, somos hombres que hacen cualquier cosa por penetrar y ser penetrados pese al riesgo
que conlleva. Entonces el matrimonio igualitario se entendía, entre hombres gay, como una
ramificación de este egoísmo hormonal y falocéntrico; era una forma de perpetuar la
promiscuidad que aseguraba, si no la vida, por lo menos los bienes mancomunados. Lo que
se exigía era un recurso legal que protegiera a los compañeros de la condena mortal que
significaba el virus en los años inmediatamente posteriores a su descubrimiento. Por eso,
durante los primeros años del VIH-sida, se defendía el derecho a la promiscuidad libre y
segura, sin que importaran los rojos cachetes flamígeros de las sociedades bugas.

Más de cuarenta años después, sigue sin encontrarse una vacuna para el mal que se
llevó a Rock Hudson, Freddie Mercury y Enrique Álvarez Félix, entre muchísimos otros.
III
Es cierto que la evolución de los antirretrovirales ha permitido que las personas con VIH
tengamos una vida sin contratiempos graves, siempre y cuando nos apeguemos con rigor al
tratamiento. Fue precisamente con el triunfo terapéutico, y la consecuente relajación de la
paranoia comunitaria, que el matrimonio igualitario se convirtió en una suerte de obsesión
influida por las costumbres heterosexuales y que abrazaba sus hipócritas valores.

El caso de México es un involuntario ejemplo de lo anterior. Muchos activistas


LGBT+ promovieron el matrimonio igualitario, pero curiosamente el diputado David Razú fue
de los primeros políticos en defenderlo. Razú es un padre de familia nacido en Campeche. Es
decir, el mayor defensor de la causa en el pleno del legislativo local fue un hombre hetero,
con todas las bondades y la prudencia que eso implicaba.

Durante la primera década del nuevo milenio, el matrimonio igualitario despertó las
protestas de la derecha, de grupos conservadores y, desde luego, de todas las Iglesias. Lo
interesante, sin embargo, fueron las posiciones en contra dentro del [propio] movimiento
social. Quienes [tenían esa postura] argumentaban que [esta institución] llevaba a la
comunidad homosexual a un retraso patriarcal, capitalista y opresor.

Lo dice Héctor Salinas, autor del libro Matrimonio igualitario en la Ciudad de México:
10 años.

Los gays [que estaban] en contra tenían razón. Pero no se podía negar el hecho de que la
legislación permitía ejercer derechos que de otra manera hubieran sido imposibles, [como
tener] un patrimonio común, la interdicción, la herencia, el seguro médico, la pensión,
etcétera. En ese entonces era la única manera de que el Estado reconociera el ejercicio de
los derechos de las personas del movimiento.

Su aterrizaje legal fue relativamente simple. Consistió en un par de cambios


semánticos dentro de la Constitución: se sustituyó “hombre y mujer” por “personas” y se
eliminó el concepto de “unión para la reproducción” para entender el matrimonio como un
contrato entre dos personas que se proveen ayuda mutua. Además, se capacitó al personal
administrativo, como a los jueces del registro civil, para cambiar la redacción de las actas y
sensibilizarlos en temas de diversidad sexual. Así se concretó el logro.

IV
Al parecer no fue suficiente. Una vez que el matrimonio igualitario fue aprobado, empecé a
ver que muchos homosexuales comenzaron a compartir las causas de las familias bugas de
clase media. El derecho a adoptar, a protestar por la discriminación en los colegios católicos
que no admiten hijos o hijas de parejas homoparentales y el acceso a vientres subrogados
(que no son sino la actualización del sistema de castas mediante el linaje) o a las líneas de
crédito de las tiendas departamentales. Las Marchas del Orgullo se llenaron de consignas
que bien podrían redactar los ultraconservadores del Frente por la Familia. Las banderas y
los carteles provocativos con insinuaciones pornográficas fueron reemplazados por carriolas
y globos como los que avientan al cielo los niños el día de Reyes.
Recuerdo que escribí columnas en las que evidenciaba cómo el matrimonio
igualitario reproducía ciertas presiones sociales. De la noche a la mañana nadie quería
parecer una solterona. Estábamos resucitando viejos prejuicios desde las comunidades
sexuales recientemente emancipadas. “Es muy común escuchar en conversaciones que el
matrimonio tal vez no forme parte del proyecto de vida [de algunos], pero, justamente, no
casarse es opcional, ya no es un impedimento del Estado”, me comenta Alex Alí Méndez
Díaz, coordinador de litigio de la asociación México Igualitario Derribando las Barreras.

La tensión se espesó cuando la sociedad buga exigió a las parejas homoparentales una
represión rayana en la asexualidad si deseaban participar en los círculos familiares. Una
pareja de hombres con hijos que hable abiertamente de su intimidad en una reunión de
adultos se vuelve automáticamente sospechosa de pervertir a sus herederos, y así
devolvemos la sexualidad al mismo clóset tallado en madera de mediados del siglo pasado.

Recuerdo que en una de mis columnas cuestioné que no se impulsaran leyes que
regularan los lugares de encuentros sexuales anónimos para gays con el mismo ahínco con el
que se discutían la adopción homoparental o la gestación subrogada. Entre los comentarios
que recibí, muchos subrayaban que los homosexuales no somos animales que solo piensan
en culos y vergas. Los siguientes datos no les dan la razón. Según la Encuesta Nacional sobre
Diversidad Sexual y de Género de 2021, de los 1.9 millones de hombres que se declaran gays
o bisexuales, casi 70 % están solteros. A su vez, la Estadística de Matrimonios del Inegi de
2022 reveló que de los 4 341 matrimonios entre personas del mismo sexo registrados el año
anterior, solo 1 845 fueron entre hombres. Lo cierto es que los gays no renunciaron a su
promiscua naturaleza. Conozco a varios, casados con todas las de la ley, que siguen yendo a
saunas con la misma hipócrita discreción con la que mi padre iba a los tables o a casa de su
amante.

V
La prueba de que los homosexuales no renunciamos al hedonismo anal fue la aparición del
monkeypox a principios de 2022 (luego se rebautizó como mpox para evitar estigmas). Igual
que con el VIH, nuestra promiscuidad estaba a la vanguardia de la evolución de los virus.

El activismo exigió la aplicación inmediata de una vacuna que se encontraba en


desuso. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, las dosis se concentraron hasta
en un 97 % en el grupo también denominado “hombres que tienen sexo con hombres”. En
países como Estados Unidos y Canadá, los centros de vacunación se apostaron en sitios
frecuentados por homosexuales y diseñados para el sexo anónimo y multitudinario: bares
con cuartos oscuros o clubes de sexo.

Pero México nunca aplicó la vacuna contra el mpox, mucho menos reguló los
cuartos oscuros. La legislación sobre los “lugares de encuentro” —como eufemísticamente
se conoce a los saunas, clubes sexuales y cuartos oscuros— sigue siendo el elefante en
medio de la sala de las causas gay. Temístocles Villanueva, diputado de Morena por la
alcaldía Cuauhtémoc, comenta:

No hay hasta el momento una iniciativa al respecto. El marco jurídico contra la trata sexual
que existe actualmente es bastante rígido y no permite entrar al asunto regularizando los
espacios privados. El tema de los espacios públicos es distinto, ahí sí veo una pequeña
posibilidad. [Pero] no hay activismos que lo tengan abiertamente en su agenda. A muchas
personas que usan estos espacios les espanta que el Estado quiera regularlos. Ante este tipo
de temas, siempre se polariza la Asamblea. El resto de las personas legisladoras desconocen
esta realidad, les sorprende escuchar de ella y evitan emitir una opinión. Desde la
perspectiva de los derechos humanos, es evidente que debe atenderse.

Hoy el matrimonio entre hombres exige que renuncien a la promiscuidad si aspiran a


ser validados por los hetero, que son quienes, a fin de cuentas, inventaron esa institución,
pero, como me dijo Méndez Díaz:

La discusión sobre el matrimonio igualitario ha provocado que en la población LGBT+


recobremos la confianza de que podemos ser agentes de cambio respecto a nuestros
derechos vulnerados. Esto alienta a organizar Marchas del Orgullo en otros estados de la
República. Sin embargo, la ley del matrimonio igualitario no borró automáticamente la
discriminación. Tenemos un vacío todavía en el ámbito institucional, en las escuelas, los
empleos, los servicios de salud, etc. Finalmente, los crímenes por homofobia son un gran
pendiente. Las plataformas institucionales no han visibilizado este asunto con la importancia
que merece.

VI
El matrimonio de Portland sigue casado. Les mandé un mensaje a propósito de este texto.
Me dijeron que organizaron una marcha en Oregon para protestar porque California, un
estado históricamente progresista, ahora no permite el consumo de alcohol en
establecimientos donde hay prácticas sexuales. O te pones pedo o coges. Por eso los clubes
de sexo de San Francisco no venden alcohol. No hay regulación perfecta, supongo.

Mi amigo ya no hace porno. Puso un local de spinning y creo que le va bien. Los dos
siguen igual de promiscuos. No piensan tener hijos, pero quieren festejar su aniversario de
bodas con todo y el sling que tienen en su terraza. Les pregunté si podía llevar a mi novio.
Ellos me preguntaron si la siguiente boda sería la mía.

Imagen de portada: Fabián Chairez, Idilio, 2021. Cortesía del artista

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