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Trabajo final de promoción.

Filosofía Contemporánea

Lourdes Bagaloni

La coidianidad de el Uno, atravesado por una regulación normalizadora que


dicta cómo debemos comportarnos, procura a través de la tranquilización
apartar al Dasein de su posibilidad más propia: la muerte. Visto que en este
contexto está enmarcado el proyecto del Dasein inauténtico, me dedicaré a
analizar esta cuestión en las páginas subsiguientes. Hacia el comienzo del
parágrafo 46 de Ser y Tiempo (1997. p. 234), Heidegger plantea el carácter
fundamentalmente inacabado del Dasein. En tanto existente, se hace accesible a
sí mismo a través del anticiparse-a-sí. De esta manera, explicita Heidegger que
el Dasein se comporta siempre en relación a su poder-ser de forma constitutiva.
Aquí podemos trazar un enlace entre la vivencia de este poder-ser que nos es
constitutivo con la disposición afectiva: es importante comprender que cuando
el Dasein siente desesperanza, desconsuelo y elige por lo tanto no decidir, ello
sigue siendo una manera de estar vuelto hacia esas mismas posibilidades. El
estar dispuesto a seguir la corriente, el hacer de la vida lo que se espera que
haga, la pérdida de la ilusión en pos de vivir como se vive, es una manera de
anticiparse-a-sí, lo mismo que decidir activamente sobre mis posibilidades. A
partir de esto se concluye el incabamiento –o del no todavía/devenir no como
algo que puede “colmarse” extrínsecamente- como constitución del ser del
Dasein, esto es: en él siempre hay algo que falta, algo que aún no se ha hecho
real en su poder-ser (Heidegger, 1997. p. 234). Por lo tanto, aquí no podemos
hablar de una integridad de carácter esencial en el ser, como se venía estilando
en la tradición metafísica. Ahora bien, ¿Qué relación tiene el Dasein con la
posibilidad de la imposibilidad de existir? ¿Qué relación tiene con la pérdida del
ser del ahí? Este paso a la inexistencia, al no-existir-más como cese de sus
posibilidades es algo que no puede propiamente llegar a experimentar y
asimismo, de comprenderlo en tanto experimentado. (Heidegger, 1997. p. 235).
El Dasein, en tanto que por esencia coexiste con otros, logra cierta experiencia
externa de la muerte que puede llegar a interpretar como un recurso fácil para
sustituir la experiencia de muerte propia. Bajo esta cotidianidad mundana, el
Dasein crea en conjunto un concepto “objetivo” de este fenómeno quitándole el
sentido más individual que posee, y así desliga a esta experiencia de la
necesidad de ser asumida por cada ser-ahí en su soledad. En la pérdida-de-
estar-en-el-mundo de otros se experimenta principalmente el fenómeno del
paso de un ente bajo el modo de ser del Dasein (esto es, de la vida en el
mundo) al no-existir-más. Por otro lado, es necesario destacar que lo que
permanece de ese ente en el mundo no se encontrará reducido a una cosa-a-la-
mano o un instrumento para su mera utilización (Heidegger, 1997. p. 236).
Existe cierto simbolismo detrás de la corporeidad que queda como resto de
experiencias vividas y también de las posibilidades más propias que se han
extinguido: por ello en el momento de su muerte, el Dasein es más que un mero
objeto orgánico desprovisto de vitalidad. Socialmente solemos identificarlo
como un ente no-viviente que ha estado en el pasado provisto de vida, y que en
el momento en que se da el suceso la “ha perdido”. Esto refiere en el fondo a
algo muy elemental: el lenguaje cotidiano intenta significar la pérdida absoluta
de la posibilidad del anticiparse-a-sí como su modo más propio de ser en tanto
Dasein. El simbolismo que corre detrás de este fenómeno se expresa en la
relación que tienen los allegados con el muerto, esto es: cómo actúan, las
ofrendas que realizan o los cultos que predican sobre él, pero principalmente
como hablan sobre la muerte y de qué manera viven este fenómeno extrínseco
(que además se relaciona con su coestar con otros). Ello mismo está
representado de manera óptima justamente hacia el comienzo del relato La
muerte de Iván Illich, donde Tólstoi representa una conversación típica acerca de
la muerte de Illich entre sus allegados. En este fragmento impera una actitud
continua de hipocresía frente al suceso de la muerte, que va en conformidad
con el pensamiento cotidiano acerca de este modo de ser: el cese de las
posibilidades de otro Dasein que ya no se encuentra más en el mundo debe
tomarse necesariamente como “mero evento” pasajero, un acontecimiento
público que nos sucede a todos pero aún no ha llegado nuestro momento, y
por lo que no debemos preocuparnos en demasía. Esto es lo que se dice a sí
mismo internamente Piotr Ivánovich al escuchar el relato de la extendida agonía
de su camarada Illich:

…acudió en su auxilio la idea tan prosaica de que eso le había sucedido a


Iván Illich y no a él y de que, a él, eso no debía ni podía sucederle. Se dijo
que al pensar así cedía a un estado de ánimo deprimente, cosa que no
debía hacerse, como evidenciaba el rostro de Schwartz. (Tólstoi, 1987. p.
3).

La muerte de Illich es experimentada como una pérdida, pero se revela siempre


en cuanto experimentada extrínsecamente. Los que la viven, la relatan en sus
términos, pero no acceden a ella en tanto pérdida-del-ser que interpela al
Dasein que muere. No experimentamos, en éstos términos, en sentido propio el
morir de los otros, sino que solamente asistimos a él. (Heidegger, 1997. pp. 236-
237). Bajo éstos términos, lo que está en juego aquí es el sentido ontológico del
problema: debemos hacernos cargo del morir como una posibilidad de ser de
nuestro propio ser. Y no por el contrario como una forma de coexistencia con
los otros durante lo que se considera como un “evento”. En este punto de vista
se delata el supuesto acerca de que se puede acceder a la experiencia de otro
Dasein a modo de sustitución de la propia experiencia de muerte. Sin embargo,
si observamos más de cerca notamos que esta es la forma de actuar que suele
elegir el Dasein marcado por la cotidianeidad, de modo que decide creer que
puede acceder a la experiencia de lo ajeno. Este proceder, como relataba antes,
se justifica en su propio co-estar junto a otros, pero no obstante, fracasa por el
simple hecho de que, como dice Heidegger (1997. p. 237) nadie puede tomarle a
otro su morir. Es decir, la muerte en la medida en que ella “es” es por esencia
cada vez la mía. Debemos llevar la comprensión de este hecho a los términos de
un fenómeno propiamente existencial, entendiendo que constitutivamente va
siempre dirigido al Dasein como modo de ser que es más propio de cada uno.
Podemos decir que él, mientras está siendo, constitutivamente ya es su no-
todavía, por lo tanto, ya es propiamente dicho su fin. La muerte, aquí, no refleja
un terminar como lo es el hecho de que la lluvia cese, el consumarse de un fruto
que llega a su muerte natural a través del paso del tiempo y queda como útil a
la mano, o un animal que simplemente fenece, sino que es un estar vuelto hacia
el fin, o lo que es lo mismo, su muerte. A partir de esto, hacia el parágrafo 49,
Heidegger introduce como necesaria una “tipología del morir” como
caracterización de las maneras en las que se vive ese dejar-de-vivir
existencialmente (no meramente un análisis desde el punto de vista biológico o
médico, debido a que éstas disciplinas toman al Dasein como algo que está-ahí,
como un ente accesible y completo). Según Heidegger, esta arbitrariedad
“formal”, provista de nada más que vaciedad, debe prevenirse mediante una
caracterización ontológica en la que el “fin” se haga presente dentro de la
cotidianidad misma del Dasein, lo cual refiere a un análisis de las posibilidades
existentivas. Es decir, de un modo particular de relacionarse con la muerte, ya
que en ella se devela el carácter de posibilidad más propio del Dasein. (1997.
pp. 245-246). Respecto a lo dicho anteriormente, el texto de Tólstoi vuelve
como recurso para iluminarnos sobre esta cuestión: Iván Illich efectivamente no
ha vivido su vida vuelto hacia el fin inminente, haciéndose cargo y dando cuenta
cada vez que decide de su posibilidad más propia, irrespectiva e insuperable a
partir de un propio anticiparse-a-sí. Como sabemos, el estar vuelto hacia la
muerte cobra mayor claridad cuando se lo concibe como un estar vuelto a una
posibilidad eminente del Dasein en tanto arrojado a ella. Además, la condición
de arrojado en la muerte se hace presente en una específica disposición
afectiva: la angustia ante el más propio poder-ser. (Heidegger, 1997. p. 248).
Illich, en tanto Dasein que se oculta de su propio estar-vuelto-hacia-la-muerte,
huye de ella a través del trabajo, la familia, las partidas de whist, e incluso en el
mantenerse permanentemente ocupado con la decoración de su hogar. Illich no
sabe acerca de lo más propio y auténtico de sí mismo, el estar vuelto hacia el
fin, justamente por haber nacido en un contexto específico en donde no se
desenvuelve con autenticidad, sino lo contrario: decide moralmente centrarse
en la cotidianidad, en lo que se hace, en como se vive. Asimismo, esto se
relaciona directamente con lo que planteaba anteriormente: el Dasein se
encuentra absorto en el mundo de la “ocupación”, manifestando el cuidado –
sorge- en la praxis cotidiana. Esto se encuentra representado de manera muy
clara por Tólstoi:

…desde joven se sintió atraído, como las moscas por la luz, hacia las
personas de la más alta posición social, adoptando sus modales y sus
puntos de vista y manteniendo buenas relaciones con ellas… cedió a la
sensualidad, a la ambición e incluso al liberalismo… pero todo dentro de
los límites que su sentido común le marcaba con cierto. (Tólstoi, 1987. p.
4).

Adoptando una actitud trivial hacia la vida, de desesperanza y conformidad, se


desentendió de su poder-ser, entregándose plenamente a su función social
donde encontraba consuelo a su aburrida existencia. En el éxito y en la
consciencia de su poder al mantener un cargo como Juez, hallaba satisfacción al
saber que podía hundir a quien quisiera, lo cual le proveía cierta sensación
momentánea de trascendencia. Sin embargo, en un momento del relato se da
un quiebre: las cosas comienzan a salir sorprendentemente mal en la vida de
Illich. El sueldo no alcanzaba y no lo reconocían lo suficiente, lo cual hizo que se
sintiera abandonado. Aquí es donde aparece la angustia en el relato, la cual lo
hace decidir frente a esa situación límite, pero, como no está habituado a
enfrentarse con su mundo interno, reacciona de una manera ciertamente
violenta y basada en el sentimiento de injusticia y venganza. Illich realmente
cree que esto no puede sucederle a él debido a que durante toda su vida se
encargó de hacer todo lo que era esperado por los demás que hiciera (la vida
del Uno no lo preparó para el azar). De la misma manera, como su bienestar
depende de su status social y lo que gana como Juez (entre otras cosas),
recobra su “plenitud” apenas sobrelleva la situación problemática da como
resultado la solución tan esperada. Como vimos, el Dasein, en tanto caído en el
mundo, no puede adquirir la autenticidad de un ser que no es él mismo. A Illich
de alguna manera le han arrebatado su ser y en conjunto con ello su libertad: y
ello mismo porque él lo ha decidido moralmente, el entregarse a la
inautenticidad, al Uno. A través de su discurso podemos identificar de qué
manera Illich interpreta para sí mismo su estar vuelto hacia la muerte. De aquí
se sigue una distinción fundamental en la filosofía heideggeriana, la cual nos
muestra como el Dasein puede estar vuelto hacia su fin de dos formas muy
distintas: de manera propia o impropia, siendo las dos elecciones morales bajo
los mismos parámetros. La cuestión que se encuentra entendida aquí es la de la
autenticidad o inautenticidad: frente a la muerte podemos elegir adueñarnos de
nuestras posibilidades y vivir en torno a ellas asumiendo la inminencia de la
muerte, o negarnos y vivir bajo el dominio del se (dasman). El Uno procura
convertir la angustia ante la muerte en miedo, en esta conversión esquiva se
considera la disposición afectiva como una flaqueza que el Dasein no debe
experimentar, debido a que el “acontecimiento” de la muerte todavía no se ha
presentado. Bajo la inautenticidad, el estar vuelto hacia la muerte del Dasein es
un continuo huir ante ella (Heidegger, 1997. p. 251). Pero el “Uno” todavía
“vive”, se dice, dejando la certeza de la muerte en suspenso. El no dudar sobre
ella, en tanto conocida empíricamente (como se puede ver en el caso de la
mayor parte de la vida de Illich -hasta el momento en que supo que iba a
morir-), no alberga necesariamente una certeza existencial respecto de ella.

El Dasein está constituído por la aperturidad, esto es, por un comprender


afectivamente dispuesto. El estar vuelto hacia propiamente hacia la
muerte no puede esquivar la posibilidad más propia e irrespectiva,
encubriéndola esta huída y reinterpretándola en función de la
comprensión del uno. (Heidegger, 1997. p. 257).

Como expresa Heidegger aquí, el estar vuelto hacia la muerte no puede


esquivarse como la posibilidad más propia, cierta e irrespectiva. Sólo puede
encubrirse y reinterpretarse en los términos del Uno. Ello es lo que da cuenta
Iván Illich cuando, antes de morir, va descubriendo este encubrimiento que llevó
a cabo toda su vida en tanto no se hizo cargo de su posibilidad más propia,
entregándose a la interpretación del Uno. Por el contrario, la muerte como
posibilidad no le presenta al Dasein que vive de modo auténtico ninguna “cosa
por realizar”, ni nada que él pudiera ser en la realidad. Sino que, en tanto la
asume como intrínseca adelantándose hacia ella, se le revela como la
posibilidad de la inconmensurable imposibilidad de su existencia. (Heidegger,
1997. p. 258). A medida que más se aproxima a su poder-ser más propio y
extremo, el Dasein se vuelve libre existencialmente, desvelándose como
proyecto. Entonces, tan solo en el adelantarse-a-sí puede el Dasein tener-por-
verdadera la muerte, que es siempre la suya propia. Esto tiene que ver con un
determinado comportamiento óntico de estar-en-el-mundo, el cual no elimina
la disposición afectiva específica que conlleva dar cuenta de ese modo de ser:

El adelantarse le revela al Dasein su pérdida en el “uno mismo” y lo


conduce ante la posibilidad de ser sí mismo sin el apoyo primario de la
solicitud ocupada, y de serlo en una libertad apasionada, libre de las
ilusiones del uno, libertad fáctica, cierta de sí misma y acosada por la
angustia: la libertad para la muerte. (Heidegger, 1997. p. 262).

En relación a lo que dice Heidegger podemos introducir el cuento de Hermann


Hesse El Hermano Antonio. Antonio, que está a punto de morir, lista con
asombro y emoción todas las maravillas de la naturaleza que ha tenido la
oportunidad de contemplar con sus ojos y asimismo agradece haberse
entregado a los más profundos placeres (Hesse, 2000. p. 30). Antonio ha vivido
su vida haciéndose cargo de sus elecciones, él ha logrado sin dudas asumirse a
sí mismo a través de su más personal poder-ser. A través de ello sabe que la
imposibilidad de sus posibilidades está acechando su lecho y que
próximamente va a fallecer, pero tiene una relación con ello muy distinta a la
del Dasein inauténtico: él elige no recurrir a la idea de una divinidad salvadora
que le asegure un lugar donde yacer después de su muerte ni permanece
inmóvil ante la angustia que le genera, sino que ha logrado aceptarla
íntegramente como lo más propio de sí mismo. Esta manera de atenerse al
poder-ser en tanto constitutivo del Dasein resulta profundamente
existencialista, debido a que bajo esta comprensión del mundo el hombre se
define a partir de sus acciones y decisiones ante infinitas posibilidades.
Podemos ver que los presupuestos existencialistas que presenta Sartre en El
Existencialismo es un Humanismo dan cuenta de la libertad de elección moral
que surge del Dasein en tanto decide vivir de modo auténtico. Para ir
concluyendo, el hombre como proyecto es plenamente responsable de lo que
es, de la misma manera, elegirse significa suscribir a una imagen de hombre que
considera buena y valedera para todos. Por eso mismo, quien elige ser de
determinada forma está suscribiendo a una imagen de ser que ha provisto de
valor con anterioridad. Aquí se nos permite comprender de donde surge la
angustia del Dasein: no puede escapar de la responsabilidad de que sus propias
decisiones dependan únicamente de sí mismo. Es importante tener en cuenta,
en definitiva, que en bajo la concepción existencialista esta disposición afectiva
no produce inacción ante la vida, sino que por el contrario (y por eso es tan
importante) es lo que nos posibilita el accionar más propio (Sartre, 2009 p. 39).
Es responsabilidad de cada Dasein huir de esa angustia cediendo ante el
dominio de lo que se piensa cotidianamente, o hacerse cargo de sí mismo en
tanto poder-ser.
Bibliografía

Heidegger, M (1997). Ser y tiempo. Editorial Universitaria, Santiago de Chile.


(Segunda Sección, Capítulo primero, §§ 46-53).

Tolstoi, L (1987). La muerte de Ivan Illich. Cuentos rusos (VV.AA. Jorge Luis
Borges, Selección y prólogo). Siruela. Madrid.

Sartre, J. P (2009). El existencialismo es un humanismo. Editorial Edhasa.


(Edición e Introducción Arlette Elkaim Sartre).

Hesse, H (2000). La Muerte del Hermano Antonio. La Leyenda del Rey Indio y
otros Relatos Iniciáticos. Editorial Oniro.

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