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El Río Motagua sirve de separación entre las montañas citadas anteriormente y una serie
de sierras mayores que cruza el país en dirección general este-oeste, con alturas
superiores a los 2,000 m. Esta serie de sierras, denominada en conjunto Cordillera
Central de Guatemala, está formada por las sierras de Cuilco, Chuacús, de Las Minas y
la Montaña del Mico. Al norte de la Cordillera Central, y separada de ésta por los ríos
Cuilco, Negro o Chixoy, Polochic y el Lago Izabal, se encuentran otras montañas altas,
entre las cuales las mayores son la Sierra Los Cuchumatanes, en el occidente, la Sierra
de Chamá, en la parte central, y la Sierra de Santa Cruz en el extremo oriental. La
región norte del país, que incluye parte de los Departamentos de Quiché y Alta Verapaz
y casi todo Petén, se caracteriza por una topografía baja, con elevaciones inferiores a los
500 m. La mayor parte se ubica entre 100 y 200 m. Sólo la parte más alta de la Sierra
del Lacandón, en la porción noroccidental, y la parte de las Montañas Mayas, en la parte
centrooriental de Petén, superan la cota de los 100 y 200 m.
El relieve submarino del lado del Pacífico se caracteriza por una plataforma continental
ancha, limitada por la isóbata de 200 m de profundidad, que en su parte media, al sur del
Puerto San José, está interrumpida por un cañón submarino (Ilustración
2).Paralelamente a la Costa del Pacífico, al sur de la plataforma, el declive continental
baja hasta profundidades superiores a los 6,600 m, y forma la Fosa Mesoamericana. El
relieve submarino en el Mar Caribe presenta una plataforma continental más angosta,
que en aguas nacionales apenas alcanza profundidades superiores a los 1,000 m, las
cuales se encuentran en el extremo occidental de otra fosa del Caribe: la de Caymán
(nombre tomado de The Grand Cayman Island).
Hidrología
Cuenca hidrológica es el área sobre la cual el agua superficial corre por varios arroyos y
ríos menores, hasta reunirse en un río principal. Varias cuencas, cuyos ríos principales
corren hacia un mismo océano, constituyen una vertiente, y los puntos topográficamente
más altos que las separan forman el parteaguas. El parteaguas que separa el drenaje
superficial hacia dos océanos se conoce como divisoria continental. En Guatemala la
divisoria continental separa la vertiente del Pacífico, cuya extensión es de 23,380 km2,
de dos vertientes que drenan hacia diferentes partes del Atlántico, a saber, la del Golfo
de México, con 52,910 km2, de superficie, y la vertiente del Mar Caribe, que cubre un
área de 32,610 km2 sin incluir la parte correspondiente a Belice. En las tres vertientes
hay un total de 35 cuencas hidrológicas. Los sistemas fluviales mayores, tales como los
de los ríos Motagua, Polochic y Usumacinta, pueden subdividirse en subcuencas (véase
Ilustración 3).
La vertiente del Pacífico está formada por 18 cuencas, cuyos ríos principales son, por lo
general, de poca longitud y de pendientes fuertes en su parte alta, ya que se originan en
la cadena volcánica cuaternaria, y en pendientes suaves en la parte baja, donde corren
por la planicie costera. La vertiente del Mar Caribe tiene ríos de mayor longitud y
menor pendiente media que los de la vertiente del Pacífico. En esta última se han
identificado cinco cuencas. El sistema del Río Motagua lo conforman las subcuencas de
la parte alta del río y la del Río Grande de Zacapa, que en conjunto constituyen la
cuenca mayor de la vertiente del Caribe. El sistema hidrológico del Polochic lo forman
las subcuencas de la parte alta del mismo, la del Río Cahabón y la del Lago de Izabal y
el Río Dulce.
La vertiente del Golfo de México la constituyen dos grandes cuencas, la del Río
Grijalva, cuya mayor extensión está en territorio mexicano, pero a la cual drenan varios
ríos originados en Guatemala, tales como el Cuilco, Selegua y Nentón, y la cuenca del
Río Usumacinta. Esta última en su parte media y superior, aguas arriba a partir de la
confluencia con el Río San Pedro, en el Estado de Tabasco, México, ocupa una
extensión de 55,000 km2, de los cuales 33,000 están en territorio guatemalteco y una
pequeña parte se extiende a Belice. El Usumacinta es el río de mayor caudal de cuantos
desembocan en el Golfo de México y el Mar Caribe, en el tramo comprendido entre el
Río Mississippi de Estados Unidos y el Río Magdalena en Colombia. El Usumacinta
tuvo gran importancia histórica, ya que fue vía de acceso durante los primeros años de
la Colonia. La vasta región del norte de Guatemala es un fenómeno hidrológico que se
caracteriza por tener en gran parte un drenaje subterráneo, como consecuencia de las
condiciones geológicas de la zona. Esta, en efecto, está formada por capas
principalmente calizas, sobre las que se formó una topografía kárstica extensa, cuyas
peculiaridades se analizan más adelante.
Los lagos y lagunas de Guatemala ocupan en conjunto una superficie de 950 km2
aproximadamente. El mayor es el Lago de Izabal, que es parte del sistema hidrológico
del Río Polochic; su extensión es de 509 km2. Es un lago de poca profundidad, ya que
ésta sólo alcanza un máximo de aproximadamente 20 m. En extensión le sigue el Lago
de Atitlán que tiene 125 km2 de extensión, y una profundidad máxima de 324 m. Este
lago ocupa el centro de una cuenca cerrada, sin desagüe superficial, formada por
fenómenos asociados con vulcanismo. Otros lagos y lagunas menores, de origen similar,
son los de Amatitlán y Ayarza; este último ocupa también una pequeña cuenca cerrada.
Cerca de la frontera con El Salvador se encuentran la Laguna de Atescatempa y el Lago
de Güija, los cuales se originaron por derrames de lava que represaron dos ríos. En la
zona kárstica de Petén se encuentran numerosas lagunas sin drenaje superficial, de las
cuales la mayor es el Lago Petén Itzá, cuya extensión es de 99 km2 y su mayor
profundidad, en la parte norte y central, es de aproximadamente 140 m.
Clima
El clima es el resultado de cuatro factores principales: la latitud geográfica, la
temperatura de los mares vecinos, la dirección prevaleciente de los vientos y la
configuración y elevación de las montañas. El clima de América Central presenta
características definidas por la posición intertropical del territorio y las modificaciones
considerablemente abruptas en la altura de las montañas. Generalmente se hace una
diferencia en la designación del clima, de acuerdo con los cambios de elevación y
consecuentemente de temperatura, y se determinan así tres clases: tierra caliente, tierra
templada y tierra fría. Estos son términos populares, pero resultan muy descriptivos, ya
que en realidad se refieren a zonas térmicas altitudinales. Al nivel del mar, en el
Pacífico, la tierra caliente tiene una temperatura media anual de 27oC, mientras que en
la Bahía de Amatique es de 28oC. Esta zona térmica se extiende aproximadamente hasta
los 800 ó 900 m de altura, con temperaturas medias anuales variables entre 24 y 26oC.
La zona o tierra templada se extiende altitudinalmente hasta los 1,900 m, con una
temperatura media anual de 17oC. Después de esta elevación se encuentra la tierra fría,
donde la temperatura ocasionalmente llega a 0oC, e incluso menos, particularmente
donde las elevaciones sobrepasan los 3,000 m.
Franja Tropical
Esta franja se extiende desde el nivel del mar hasta una altura entre 700 y 800 m sobre
la vertiente del Pacífico, pero en la del Atlántico, por los vientos fríos ocasionales
llamados 'nortes', la elevación del límite más alto varía entre 400 y 600 m. Es la franja
más extensa, ya que cubre un área aproximada de 62,000 km2. En ella se ubican las
siguientes formaciones de vegetación.
Esta es una formación característica de áreas cuya precipitación pluvial es inferior a 500
mm al año, y está restringida al valle de La Fragua, en la cuenca hidrológica media del
Río Motagua, en el Departamento de Zacapa. Allí abundan varias especies de cactus
entre las cuales la más común es el cardón (Lemairocerues similis) y otras plantas
xerófitas como el cornizuelo (Acacia collinsi).
Se encuentra en el área en que la precipitación media varía entre 500 y 1,000 mm por
año. Comprende un sector pequeño alrededor de la descrita anteriormente, en el valle
del Río Motagua y en el del Río Grande, de Zacapa. Originalmente estaba cubierta de
bosques deciduos o cauducifolios, incluyendo algunas maderas resistentes que fueron
muy utilizadas como durmientes durante la construcción del ferrocarril de Puerto
Barrios a Guatemala, razón por la cual dichos bosques fueron casi exterminados.
Esta es una formación cuyo bosque primario originalmente era muy extenso ya que
cubría aproximadamente 39,220 km2. Tiene sectores donde la precipitación anual es
superior a 2,000 mm, como la llamada Bocacosta en el litoral del Pacífico, la porción
oriental de los valles del Río Polochic-Lago Izabal y del Río Motagua, la parte conocida
como Zona Reina, en el norte de los Departamentos de Huehuetenango, Quiché, Alta
Verapaz, y la porción sur de Petén. Este tipo de bosque ha sido de gran importancia,
primero por la variedad de materias útiles, entre las que se incluyen algunas de las
citadas en la formación anterior. Se adaptan a diferentes climas e incluyen especies
como la caoba, el cedro y el chicle, y cultivos de gran potencial agrícola, como banano,
abacá, hule, cardamomo, palma africana, caña de azúcar e inclusive un poco de café.
Franja Subtropical
Esta franja se encuentra en alturas superiores a las de la Franja Tropical,
aproximadamente entre 700 y 1,400 m, y ocupa casi una cuarta parte del país. Presenta
grandes extensiones secas, pero también incluye algunas de las partes más lluviosas del
país. En términos generales corresponde a la zona climática conocida como tierra
templada. Las formaciones vegetales que la conforman son las que se citan a
continuación.
Por sus características climáticas, la zona que cubre este tipo de bosque, cuya extensión
se estima en alrededor de 12,700 km2, ha sido habitada por el hombre durante mucho
tiempo, por lo que su naturaleza original no es bien conocida. Una gran sección limita
con El Salvador, donde se interna en los valles de los ríos donde las montañas obstruyen
el paso de vientos que provienen de la Costa cargados de humedad. Gran parte del
problema de la destrucción de la vegetación se explica por la costumbre arcaica de las
'quemas', que se hacen al final de la estación seca para sembrar cultivos de subsistencia,
principalmente maíz. Algunas especies de Acacia son típicas de esta zona.
Este tipo de bosque ocupa una zona importante, tanto desde el punto de vista forestal
como agrícola; sin embargo, su extensión es reducida, ya que sólo abarca
aproximadamente 4,900 km2. Las asociaciones forestales incluyen tanto bosques de
hoja ancha como de coníferas. Un área característica es la de Poptún, Petén, donde se
encuentran sabanas extensas pobladas de Pinus caribaea, y algunas especies de palmera
(Acoelarraphe pinetorum). Los árboles de hoja ancha se encuentran principalmente
cercanos a los ríos, o en suelos mejores que los de la sabana, e incluyen especies del
bosque tropical húmedo.
Este ocupa una pequeña área, de unos 500 km2 en el Departamento de Huehuetenango
y posiblemente áreas menores en Alta Verapaz. Los bosques naturales están formados
por una gran variedad de especies, muy pocas de las cuales tienen valor comercial,
aunque una de ellas, Talauma mexicana, se usa localmente como madera de
construcción.
Actualmente, este tipo de bosque se encuentra muy destruido por los asentamientos
humanos, especialmente alrededor de Chimaltenango, Quetzaltenango y cerca de
Huehuetenango, en partes relativamente llanas. La vegetación original de esta zona era
del tipo sabana. En los cerros es característica una especie de pino (Pinus montezumae),
pero por cubrir pequeñas áreas su importancia silvícola es reducida.
Cubre una extensión aproximada de 3,150 km2 en lugares en que las montañas están
expuestas a gran precipitación pluvial. Incluye una gran variedad de asociaciones
forestales de regiones templadas, inclusive géneros corrientemente encontrados en
latitudes más septentrionales. El ciprés (Cupressus lusitanica) es característico de esta
zona y posiblemente nativo de ella, pero también abundan numerosas especies
latifoliadas. La agricultura es limitada, pero la deforestación ha sido intensa, lo cual ha
afectado las cabeceras de varias cuencas hidrológicas.
Franja Montana
Ocupa una zona que tiene elevaciones entre 3,000 y 4,000 m en la llamada tierra fría, y
una extensión muy reducida, cercana a los 800 km2. La parte más característica se
encuentra en la Sierra Los Cuchumatanes, donde la vegetación primaria ha sido
sustituida por cultivos de papa y por pastizales de altura para la ganadería ovina. En esta
franja se distinguen las formaciones que se mencionan seguidamente.
El área que abarca este tipo de bosque es la más pequeña de las formaciones vegetales.
En ella se encuentran las especies de coníferas ya citadas, como el Pinus ayacahuite,
mezclado con abeto o pinabete (Abies guatemaltensis); dichas especies alcanzan
grandes dimensiones, por lo que han estado sujetas a intensa explotación.
Constitución Geológica
Para comprender los aspectos tectónicos mayores que afectan al territorio guatemalteco,
así como los que han intervenido en su historia geológica, es necesario referirse a una
región mucho mayor. Además, es conveniente describir primero la configuración
tectónica actual y después presentar una interpretación de la historia regional. Como
introducción a este tema es oportuno definir algunos términos que serán usados
posteriormente.
Los límites entre las placas son de varios tipos: de separación entre ellas, de
desplazamiento lateral entre una y otra, y de colisión entre dos. En casos de colisión
entre una placa oceánica y una continental, la primera penetra bajo la segunda,
formando una zona de subducción. Al final de este proceso parte de la corteza oceánica
queda adherida a la continental. La colisión entre dos placas continentales y la unión de
las mismas resulta en una zona de sutura. La zona de unión de tres placas se denomina
juntura triple.
La región que incluye México, América Central, el norte de América del Sur y una
porción del Pacífico Oriental incluye cinco placas litosféricas o partes de ellas, a saber:
las de América del Norte, del Caribe, de la América del Sur, del Coco (o de Cocos) y de
Nazca, tal como se observa en la Ilustración 7.
Dentro de las placas mayores se identifican bloques corticales menores, cada uno de los
cuales presenta sus propias características geológicas. El bloque más meridional de la
placa de América del Norte, denominado Bloque Maya, es de naturaleza cratónica, y en
él se ubica la parte de Guatemala al norte del valle del Río Motagua. La parte
centroamericana de la placa del Caribe, llamada Bloque Chortís, también presenta una
corteza cratónica, aunque de menor espesor que la del Bloque Maya, y se extiende al sur
del valle del Río Motagua hasta aproximadamente la frontera entre Costa Rica y
Nicaragua.
Bloque Maya
Este bloque también ha sido llamado Yucatán. Sin embargo, tectónicamente es
preferible restringir el nombre de Yucatán a la plataforma estable que ocupa la
península del mismo nombre, que se extiende hacia el sur en parte de Guatemala y
Belice, y que es parte del Bloque Maya. También se considera como parte de este
bloque el área al este del Istmo de Tehuantepec, que incluye los Estados de Tabasco y
Chiapas (casi en su totalidad), la parte de Guatemala al norte del valle del Río Motagua,
y Belice. Las interpretaciones de la información sísmica y de las anomalías
gravimétricas muestran que el bloque tiene una corteza continental de un espesor de 20
a 25 km en la Península de Yucatán, y de 30 a 40 km en su porción sur.
Las rocas más antiguas en este bloque se encuentran en su porción sur, en la Sierra
Madre del Sur de Chiapas (o Macizo de Chiapas), la Cordillera Central de Guatemala, y
en la parte sureste, en las Montañas Mayas de Belice (Cuadro 5). Estas rocas consisten
en un basamento ígneo-metamórfico cubierto discordantemente por rocas sedimentarias
del Paleozoico Superior Mississíppico a Pérmico Medio) depositadas en la cuenca
sedimentaria que ocupaba parte de Chiapas y Guatemala. En las partes central y norte
del bloque, la secuencia estratigráfica continúa en una sección muy extensa y de grandes
espesores de rocas del Mesozoico, que se inician con sedimentos de tipo continental,
cubiertos por evaporitas y rocas carbonáticas que constituyen la extensión sureste del
Geosinclinal Mexicano, y que aparecen fuertemente plegadas y falladas en la porción
sur (Cinturón Estructural Mesozoico-Cenozoico de Chiapas y Guatemala) mientras que
más al norte, en el subsuelo de la Península de Yucatán, están poco deformadas. Sobre
las mismas se encuentran rocas del Terciario, ya sean carbonáticas y evaporíticas, tal
como ocurre en la Península de Yucatán, o principalmente clásticas.
Esta descripción muy general de la secuencia estratigráfica mayor del Bloque Maya se
presenta como introducción a las siguientes consideraciones. La geología del Macizo de
Chiapas se conoce parcialmente y aún existen serias dudas sobre las edades de
diferentes clases de rocas, así como de las relaciones entre ellas. Originalmente se
consideraba como un solo gran batolito, de posible edad Paleozoica, y en parte
Precámbrica, ya que en gran medida está formado por rocas graníticas, algunas
metamorfizadas.
En la parte sur del Bloque Maya, sobre el basamento ígneo-metamórfico, yace una
gruesa secuencia de rocas sedimentarias, cuya edad se extiende desde el Mississíppico
al Pérmico Medio, y la cual está depositada en la Cuenca Paleozoica de Chiapas y
Guatemala. Esta cuenca se extendió desde la parte centrooccidental de Chiapas, a través
de Guatemala, hasta las Montañas Mayas de Belice. La parte inferior de la secuencia,
conocida en Chiapas como Formación Aguacate, consiste en sedimentos clásticos de
origen lagunal y continental. Esta secuencia ha sido fechada con base en fósiles y su
edad se remonta al Mississíppico Tardío. Una posible discordancia la separa de otra
gruesa secuencia clástica de conglomerados, areniscas y argilitas, en cuya parte superior
se han encontrado fósiles marinos del Pennsylvánico Tardío y el Pérmico Temprano, la
cual se conoce como Grupo Santa Rosa. Sobre ésta siguen calizas y dolomías fosilíferas
del Pérmico Medio, denominadas Formación Chóchal, en Guatemala. Una discordancia
regional mayor separa las rocas del Paleozoico y las del Mesozoico, la cual corresponde
al intervalo del Pérmico Tardío al Triásico.
La parte basal de la secuencia estratigráfica del Mesozoico consiste en lechos rojos
(Formación Todos Santos) del Jurásico Tardío y Cretácico Temprano. Hacia el norte, en
el subsuelo, pasa gradualmente a calizas marinas y a evaporitas, principalmente sal. En
Chiapas, y en el Departamento de Huehuetenango, en Guatemala, sobre los lechos rojos,
existen lutitas calcáreas fosilíferas (Formación San Ricardo) de origen marino somero,
de la misma edad.
La parte inferior de las rocas del Cretácico Inferior consiste en calizas y dolomías
intercaladas en un gran espesor de sal y anhidrita. Sobre ellas siguen otras calizas y
dolomías también de gran espesor, de edad Cretácico Medio. Todo el conjunto antes
descrito se denomina, en Guatemala, Formación Cobán. En concordancia con las rocas
anteriores, la secuencia se caracteriza por calizas fosilíferas del Cretácico Superior,
conocidas como Formación Campur.
A lo largo de la porción central del Estado de Chiapas se encuentra una ancha franja que
se extiende hacia el este y atraviesa Guatemala hasta Belice. Esta franja está formada
por rocas principalmente clásticas, de tipo turbiditas, o sea sedimentos depositados
concomitantemente con deformación tectónica compresional y de levantamiento de la
porción sur del Bloque Maya. Su edad varía del Cretácico Superior a principios del
Eoceno, y en Guatemala recibe el nombre de Grupo Sepur.
Las rocas sedimentarias, tanto clásticas como carbonáticas del Terciario Superior, que
en Chiapas y Tabasco sobreyacen la Formación El Bosque, representan una nueva
transgresión marina en gran parte del Bloque Maya, que incluye los bordes de la
Península de Yucatán y de Belice. Esta transgresión fue seguida por un episodio de
fuertes esfuerzos compresionales a partir del Mioceno Medio, acompañado de esfuerzos
de cizallamiento que resultaron en una serie de grandes fallas de transcurrencia, tales
como las de Polochic y Motagua.
Otra gran deformación regional se llevó a cabo desde finales del Cretácico hasta el
Eoceno Temprano, conocida como la orogénesis Laramiana. Esta posiblemente se inició
con el levantamiento del área en la parte sur del bloque y siguió con mayor intensidad,
tal como lo evidencian los sedimentos concomitantes a la deformación tectónica del
Grupo Sepur. Una gran zona de sutura, representada por rocas volcánicas e intrusivas de
origen de corteza oceánica, que ahora están altamente metamorfoseadas y afloran a lo
largo del valle del Río Motagua, indica una colisión de la placa del Caribe (Bloque
Chortís) con la placa de Norte América (Bloque Maya) durante el episodio Laramiano.
Un corto evento de tafrogénesis ya fue mencionado durante el Eoceno Medio,
representado por los sedimentos de las formaciones El Bosque y Subinal.
Bloque Chortís
La placa del Caribe es muy extensa y compleja, ya que presenta áreas de corteza
continental, así como otras de corteza oceánica de diferentes edades y espesores. La
parte de corteza continental se conoce como Bloque Chortís y es la que interesa en esta
descripción.
Las rocas post-Yojoa, que también presentan grandes espesores y cubren áreas extensas,
llamadas Grupo Valle de Angeles, están constituidas por lechos rojos intercalados con
calizas delgadas, y su edad ha sido determinada como Cretácico Tardío. En términos
generales, la secuencia sedimentaria Mesozoica del Bloque Chortís se asemeja mucho
más a la de la Cuenca Morelos-Guerrero en México, que a la del Bloque Maya, lo cual
se ha usado como uno de los criterios para la reconstrucción paleotectónica que se
esboza más adelante.
Del anterior resumen de la estratigrafía, así como de las relaciones entre rocas de
diversas edades, se puede presentar brevemente la historia tectónica del bloque, aunque
es evidente que una interpretación adecuada de la historia pre-Mesozoica es difícil.
Tomando en cuenta que la edad de la discordancia que separa Las Ovejas de las filitas
San Diego no es conocida, es problemático asignar el metamorfismo a un episodio
orogénico determinado, ya que podría corresponder tanto a la orogénesis Taconiana
como a la Acadiana (Cuadro 5). Igual sucede con el metamorfismo de las filitas San
Diego, que, aunque más joven que el anterior, no está fechado, y si el de Las Ovejas se
considera como Taconiano, entonces éste se podría asignar tentativamente a la
orogénesis Acadiana.
Un aspecto importante de la zona de sutura, sobre todo por estar relacionado con la
Arqueología, es la existencia de jade (jadeíta) en ciertos lugares como el Río La
Palmilla, tributario del Motagua. La jadeíta es un mineral que se forma a altas presiones
y generalmente está asociado a rocas como las serpentinitas y otras características de
una zona de sutura donde las presiones tectónicas de comprensión fueron mayores
durante la colisión de dos placas. A lo largo del valle del Río Motagua y en las
vecindades de éste, hacia el sur, discordantemente sobre el Complejo de El Tambor, se
encuentra una gruesa secuencia de rocas sedimentarias más jóvenes, la cual en su parte
baja se caracteriza por areniscas y conglomerados rojos, denominada Formación
Subinal, la que también tiene importancia arqueológica, pues son las rocas usadas en las
estelas y monumentos de Quiriguá. Sobre Subinal, en la parte oriental del valle, existen
rocas sedimentarias más jóvenes, de origen terrígeno. Todo este conjunto se depositó
posteriormente a la formación de la zona de sutura, pero está restringido a la misma
área.
Límite entre la Placa del Coco y las del Caribe y Norte América
La placa del Coco, en su totalidad, está formada por corteza oceánica. La Dorsal del
Pacífico Oriental, que limita esta placa por su lado oeste, y la pequeña Dorsal de
Galápagos, que la limita por el sur, son generadoras de corteza oceánica, con el
resultado de expansión de la misma (Ilustración 7). Este proceso resulta en un
movimiento de la placa del Coco hacia el NE, el cual, tomando como base la
información paleomagnética, es de 9 cm por año frente a la costa del Istmo de
Tehuantepec y de 7.5 cm por año frente a la costa de Guatemala. El movimiento de la
placa oceánica contra la masa continental de los bloques Maya y Chortís resulta en una
zona de subducción, o sea, de penetración de la corteza oceánica bajo la continental. El
límite más evidente entre ambos tipos de corteza se sitúa en la parte superior, o zona de
contacto, de la zona de subducción, y es de carácter tectónico, por lo cual se representa
como una gran falla inclinada hacia el continente. Sin embargo, la zona limítrofe entre
las placas es más compleja, ya que la subducción resulta en otros fenómenos asociados,
tales como sismicidad, vulcanismo en la placa continental y la formación de una fosa
marina paralela al continente, en este caso denominada Fosa Mesoamericana.
Varios modelos tectónicos han sido propuestos para explicar la formación del Golfo de
México y el Caribe y, consecuentemente, de América Central. El propósito de esta
síntesis no es el de comparar los modelos de otros autores, sino más bien tratar de
integrar los aspectos geológicos en tal forma que permita eventualmente llegar a
descifrar la historia tectónica de la región que se analiza. En las descripciones anteriores
se puso énfasis en la estratigrafía gruesa y en los eventos tectónicos de cada una de las
partes consideradas, y se indicaron posibles correlaciones, así como diferencias entre
ellas. En la parte siguiente se esboza una tentativa explicación que podría conjugar las
similitudes geológicas entre cada uno de los bloques corticales descritos, la cual se basa
en un modelo que cubre una región mayor. Se postula que, durante el Paleozoico, el
Bloque Maya se encontraba adyacente a Oaxaca, del lado este, y el Bloque Chortís, en
una posición también adyacente a Oaxaca, pero del lado oeste. Esta conformación se
basa tanto en las comparaciones que se han hecho de las rocas metamórficas de cada
bloque, así como en información paleomagnética. La ilustración 8 muestra
diagramáticamente esta configuración y los otros diagramas de la misma figura indican
la separación de los bloques y sus movimientos de traslación y rotación, hasta llegar a la
posición actual.
Durante fines del Cretácico e inicios del Eoceno, por colisión del Bloque Chortís con el
Maya, se formó la zona de la sutura de Motagua. Los movimientos a partir del Mioceno
Medio, a lo largo de las fallas recién formadas de Polochic y Motagua, continuaron
desplazando el Bloque Chortís hacia el este, tal como sucede aún en la actualidad. La
ilustración 8 muestra un modelo tectónico simplificado de estas relaciones. Para una
mejor comprensión muestra también la relación de las placas de América del Norte y
América del Sur a partir del Jurásico Tardío, así como un esquema de la formación de la
parte del Istmo Centroamericano, al sur del Bloque Chortís.
Neotectónica
Los esfuerzos tectónicos iniciados durante el Mioceno han continuado, y hoy día son
evidentes por movimientos a lo largo de varias fallas, sismicidad, actividad volcánica y
un levantamiento vertical paulatino del área terrestre, conocido como epirogénesis. Este
conjunto de mecanismos tectónicos presentes desde el Mioceno hasta la actualidad,
constituye la neotectónica, y se debe al empuje de la placa del Coco, en dirección
noreste contra la corteza continental de las placas de América del Norte (Bloque Maya)
y del Caribe (Bloque Chortís). Este empuje resulta en un desplazamiento hacia el este
de la placa del Caribe, en relación con la placa de América del Norte a lo largo de las
grandes fallas de transcurrencia, principalmente las de Polochic, Motagua y Jocotán,
cuyo rumbo es cercano a este-oeste. El desplazamiento hacia el este se encuentra bien
documentado, no sólo en Guatemala sino también en otras partes alrededor del Mar
Caribe.
Debido a la situación tectónica descrita, gran parte del Bloque Chortís está sujeto a
esfuerzos de tensión, que resultan en una extensión de su corteza y formación de fallas
normales, aproximadamente perpendiculares a las grandes fallas de transcurrencia. En
varios casos un pequeño bloque, limitado en sus lados este y oeste por fallas normales,
baja y queda formando una pequeña fosa tectónica o graben. En el Bloque Chortís hay
varios casos de éstos, tanto en Guatemala como en Honduras. En Guatemala los dos
principales o mayores son el graben de Guatemala, en el cual se ubica la ciudad capital,
y el graben de Ipala. Otros menores son los de Tecuamburro y Chiquimula
(Ilustraciones 11 y 12).
La zona terrestre cercana a la costa, en la cual se ubican los volcanes, está sujeta a un
levantamiento vertical, producto también de la colisión de las placas. Este
levantamiento resulta de formación de fallas, principalmente con orientación noroeste-
sureste. La mayor de éstas es la Falla de Jalpatagua, que se extiende desde la frontera
con El Salvador a través de Guatemala hasta Chiapas, donde recibe el nombre de Falla
Belisario Domínguez. Como resultado de tales condiciones tectónicas, Guatemala se
encuentra en una región altamente afectada por sismicidad de diferente origen. Un área
sismogénica es resultado de los movimientos de la zona de subducción, y se le
denomina zona sísmica de Benioff. La zona de subducción está fragmentada y su
inclinación y la velocidad de penetración cambian de un fragmento a otro, por lo que no
es uniforme, y su sismicidad varía en cada uno de ellos. Los sismos originados en la
zona de Benioff tienen una profundidad de foco o hipocentro variable, por la inclinación
de la misma. Los más profundos son los originados a mayor distancia de la Fosa
Mesoamericana, algunos de los cuales se originan a profundidades cercanas a 250 km.
Por lo general son sismos de menor magnitud que los que tienen origen en otras zonas
sismogénicas, pero sus efectos se sienten en áreas mayores.
Otra zona sísmica importante es la constituida por las grandes fallas de transcurrencia,
cuyos desplazamientos laterales originan sismos de foco menos profundo pero de
magnitudes altas, y cubren áreas extensas, sobre las cuales existe documentación desde
el tiempo de la Colonia, y cuyo ejemplo más reciente fue el sismo del 4 de febrero de
1976, originado en la Falla del Motagua. El desplazamiento del Bloque Chortís hacia el
este constituye el mecanismo que origina sismos en las fallas transcurrentes, y a la vez
activa las fallas normales perpendiculares a las anteriores, tal como sucedió también el 4
de febrero de 1976, fecha en que se activó la zona de Fallas de Mixco, que limita el
graben de Guatemala al oeste, así como varias fallas menores en el área de
Chimaltenango.
Unidades Morfotectónicas
Una unidad o provincia fisiográfica, como se denomina corrientemente, se define por
las características del relieve. Una unidad morfotectónica combina la fisonomía
fisiográfica con las características geológicas, particularmente la estructura y la
estratigrafía. En varios casos, aunque la estratigrafía es la misma en dos o más unidades,
si el relieve y la estructura geológica son diferentes, se usan estos rasgos para separarlas.
También es posible establecer relaciones con los suelos, aunque en su formación no
sólo interviene el substrato rocoso y el relieve, sino el clima como factor principal.
No existe una forma convencional para dar nombre a las unidades morfotectónicas. Los
nombres usados a continuación varían en cada caso, ya que en unos se usa un término
relacionado más con el relieve y en otros con características geológicas o con toponimia
de uno de sus rasgos predominantes. Para obtener una visión de conjunto más amplia,
las descripciones siguientes se refieren en parte, también, a los países vecinos. La
clasificación que se presenta se basa en la de unidades mayores, descritas para todo el
territorio de América Central, pero elaborada en forma más detallada (Ilustración 14).
En orden aproximado de sur a norte se definen las siguientes unidades:
VI Depresión de Izabal
X Montañas Mayas
De los ríos que atraviesan la planicie costera, algunos se originan en la zona volcánica,
al norte de los volcanes principales, otros en las pendientes de volcanes y otros más en
la misma planicie. Entre los primeros pueden citarse el Samalá, el Nahualate, el Madre
Vieja, el Michatoya y el de Los Esclavos. La morfología de los cauces de estos ríos es
variable, particularmente en la parte alta de sus cuencas, ubicadas dentro de la zona
volcánica, y deben haber existido, en una forma u otra, antes de la actividad volcánica
del Cuaternario. Algunos de ellos, por ejemplo el de Los Esclavos, en su parte media,
antes de alcanzar la planicie costera, presenta gruesas terrazas aluviales indicativas
también de un levantamiento paulatino de la región. Estos ríos pueden considerarse
dentro del tipo denominado antecedentes, es decir, que ya existían antes de que se
llegara a la conformación geológica actual, y sus cauces están superpuestos a las
estructuras geológicas. Los ríos que se originan en las pendientes de los volcanes son
del tipo denominado consecuente, es decir, que su pendiente está regida por la pendiente
original del suelo. Entre estos pueden citarse como ejemplos el Suchiate, Icán y María
Linda.
Bajo este nombre se designa el área entre la planicie costera hacia el norte, hasta la falla
de Jocotán en su porción oriental, y hasta la Cordillera Central de Guatemala en la parte
occidental (Ilustración 12). Sin embargo, en algunas partes, tales como el graben de
Chiquimula, se extiende más al norte, como parte de otra unidad entre las Fallas Jocotán
y Motagua. Como su nombre lo indica, está constituida principalmente por rocas
volcánicas cenozoicas que yacen sobre rocas pre-Terciarias, tales como granitos, calizas
del Cretácico y rocas metamórficas, las cuales afloran en áreas pequeñas.
Las rocas volcánicas se han dividido en dos grandes grupos, uno Terciario y otro
Cuaternario (Cuadro 5), que se diferencian tanto en edad como en sus características
litológicas y en el tipo de relieve que producen. Parte de esta área se muestra en la
imagen de satélite (Ilustración 16). Las rocas volcánicas del Terciario son características
del Bloque Chortís, y son sumamente extensas, tanto en Guatemala como en El
Salvador, Honduras y Nicaragua.
Entre las rocas volcánicas es frecuente encontrar depósitos de diatomita, por ejemplo en
el área de El Fiscal y Palencia, al noreste de la ciudad de Guatemala. Estos yacimientos
indican la existencia de varios lagos durante esa época. Un aspecto de interés histórico
es que algunas ignimbritas fueron usadas por los mayas en la elaboración de estelas y
construcciones, de las cuales el caso más típico es lo que hoy son las ruinas de Copán,
en Honduras.
La topografía formada sobre las rocas volcánicas del Terciario está caracterizada por
pequeñas sierras y mesetas limitadas por escarpas abruptas. En el Oriente de Guatemala
las sierras tienen formas alargadas de distribución irregular, y se encuentran fuertemente
desgastadas por la erosión, lo cual permite diferenciarlas de las montañas volcánicas
más jóvenes. Entre estas sierras hay valles intermontanos amplios, como los de Jalapa y
Asunción Mita.
Uno de los aspectos más sobresalientes y más llamativos del paisaje guatemalteco es su
cadena de volcanes (Ilustración 20). Por tal motivo han sido objeto de numerosos
estudios, algunos de los más recientes se refieren a problemas geológicos específicos o a
un volcán en particular. Entre los estudios generales sobre toda la cadena volcánica, o
una gran parte de ella, los de mayor interés son los de K. von Seebach, A. Dollfus y E.
de Montserrat, Karl Sapper, Howel Williams, A.R. McBirney y Gabriel Dengo.
Lo que comúnmente se considera como vulcanismo del Cuaternario se inició a fines del
Plioceno y continuó durante el Pleistoceno, hasta hoy día. Existe una serie de
formaciones volcánicas de diverso tamaño cuya topografía presenta características de
erosión menores que la de las rocas volcánicas del Terciario, pero mayores que la de los
conos volcánicos más jóvenes. Entre éstos se puede citar el Cerro Zunil, cerca de
Quetzaltenango, La Gabia, situado al oeste del Volcán Tecuamburro, y Santa María
Ixhuatán, al sur de Cuilapa (Ilustración 15). Un caso muy particular es el de una serie de
pequeños domos volcánicos erosionados, en el área entre El Fiscal y San Antonio La
Paz, al noreste de la ciudad de Guatemala, específicamente los del lugar llamado El
Chayal, también de importancia arqueológica, ya que de allí procede mucha de la
obsidiana usada por los mayas, particularmente la encontrada en Kaminaljuyú.
El vulcanismo durante el período Cuaternario fue en varios sentidos diferente al
anterior, ya que se localizó en una zona alargada, paralela a la Fosa Mesoamericana y
consecuentemente a la zona de subducción. Una excepción a esto lo constituyen los
volcanes asociados a los grabens en dirección norte-sur. Esta actividad volcánica resultó
en una topografía con características variadas, como son los grandes conos, los lagos
localizados en calderas, y las amplias áreas casi planas sobre rellenos de depósitos de
pómez. Caldera se denomina una depresión aproximadamente circular u ovalada, que
puede originarse por una violenta explosión de un cono volcánico, como ocurrió en
1835 en el Volcán Cosigüina en Nicaragua. Un caso similar dio origen a la caldera que
ocupa la Laguna de Ayarza, donde anteriormente existían dos conos. En algunos casos,
en el centro de la recién formada caldera se forma un nuevo cono. Como ejemplos de
este fenómeno en Guatemala, se pueden citar los volcanes Tacaná y Tecuamburro.
Las calderas mayores o depresiones tectono-volcánicas, como son las ocupadas por los
lagos Atitlán y Amatitlán en Guatemala, e Ilopango en El Salvador, tienen un origen
más complejo. Se forman por movimientos de una gran masa de magma a profundidad,
que produce grandes fracturas superficiales semicirculares, las que permiten la
expulsión de gran cantidad de ceniza y gases a la vez que la parte central se hunde,
dando origen a la caldera. Casos de estos fenómenos en tiempos recientes son los de
Krakatoa en Indonesia y Katmai en Alaska. La continuación de la actividad volcánica
generalmente se concentra en los bordes de la caldera, como los volcanes Tolimán,
Atitlán y San Pedro, al sur de la caldera de Atitlán, y el Volcán Pacaya, al sur de la
caldera de Amatitlán (Ilustración 15).
Hacia el sureste del graben de Guatemala se encuentra otro graben pequeño, limitado
también por fallas normales, cuyo rumbo general es norte-sur. En su parte sur central se
ubica el Volcán Tecuamburro, y a lo largo de las fallas que lo limitan por el oriente
existe una serie de pequeños conos cineríticos, en el área que se extiende entre las
poblaciones de Barberena y Cuilapa, así como unos pequeños conos de lava, tales como
el Cerro Redondo hacia el norte de Barberena. Aunque no existe actividad volcánica
presente en esa área, exceptuando algunas fuentes termales cercanas al Volcán
Tecuamburro, los pequeños conos volcánicos mencionados son muy jóvenes
geológicamente, ya que su forma inicial ha sido poco afectada por la erosión.
Una de las características más sobresalientes del graben de Ipala es la enorme cantidad
de pequeños conos cineríticos y de lava, localizados a lo largo de fallas geológicas tanto
en dirección norte-sur como noroeste-sureste. Todos los montículos formados por estos
conos han sido muy poco erosionados, por lo cual son testimonio de una gran actividad
volcánica muy reciente, aunque hoy día ninguno de ellos, ni los conos mayores, están
activos. Sin embargo, en la parte sur del graben, en territorio salvadoreño, sí se conoce
actividad volcánica actual. El otro graben de importancia es el de Chiquimula, que
también está limitado por fallas en dirección norte-sur, a lo largo de las cuales se
localizan varios conos cineríticos pequeños y algunas coladas de lava basáltica bastante
extensas.
En cuanto a volcanes con mayor actividad, tanto en erupciones de ceniza como de lava,
los datos de documentos históricos indican que el Volcán Atitlán hizo numerosas
erupciones entre 1568 y 1856. Del Volcán de Fuego, que es uno de los más activos
actualmente, se conoce su actividad desde 1524. Del Cerro Quemado hay datos de
actividad de lava en 1818 y 1875 y hoy día continúa con actividad fumarólica que se
está estudiando para explotación de energía geotérmica. Del Volcán de Pacaya, también
muy activo en la actualidad, es conocida su actividad desde 1565 a 1846, y
posteriormente a partir de 1961 a la fecha (Ilustración 18). Un caso especial es el del
Volcán Santa María (Ilustración 20) sobre el cual no hay información de actividad antes
de 1902. En octubre de ese año hizo una gran explosión y se formó un cráter profundo
en su ladera suroeste, sobre el cual en 1922 se inició la formación de una cúpula o
domo, hoy día muy activo y conocido como Volcán Santiaguito. El volumen del
material arrojado durante la explosión se ha calculado en 5.5 km cúbicos. No hay
fechamientos radiométricos que permitan establecer una cronología completa de la
actividad a lo largo de toda la cadena volcánica. En un estudio reciente se pudo
determinar que la actividad en el Tecuamburro se inició hace 38,300 años, y que la
pequeña laguna cratérica de Ixpaco, al norte del Tecuamburro, se originó hace apenas
2,900 años. Una vista panorámica de la Cadena Volcánica se muestra en la ilustración
19.
Esta unidad incluye las sierras formadas por rocas pre-Terciarias situadas entre la
Cadena Volcánica Cenozoica y el valle del Río Motagua, las cuales forman una franja
relativamente angosta en dirección general oeste-este en su porción occidental, y oeste-
suroeste a este-noreste en su parte oriental. Se inician en el extremo oeste en la parte
baja del Río Pixcayá, tributario del Motagua, en el área aledaña a las ruinas de Mixco
Viejo, donde tienen una anchura aproximada de 10 km. De allí hacia el este adquieren
mayor anchura hasta la Sierra del Espíritu Santo, en la frontera con Honduras. Más
hacia el este son aún más anchas, pero gran parte de ellas se extienden en territorio
hondureño.
La porción occidental es más baja y presenta un tipo de relieve muy erosionado, con
pendientes fuertes y generalmente con suelos agrícolamente pobres, con excepción de
pequeñas áreas en las partes más altas o de pequeños valles como en el que se ubica la
población de Sansare. De allí hacia el este las sierras son más altas y en algunas partes
alcanzan elevaciones superiores a los 1,500 m, particularmente en la Montaña de Jalapa.
En esta sierra se encuentra un fenómeno fisiográfico importante. Se trata del Potrero
Carrillo, que es una extensa depresión topográfica semicircular rodeada por cerros de
origen tectónico, pero diferente al de las calderas. Esta depresión posiblemente estaba
ocupada antes por una laguna, según lo evidencian los depósitos de arcilla existentes.
Más hacia el este, las sierras son interrumpidas por el graben de Chiquimula y el valle
del Río Grande de Zacapa. La porción oriental alcanza de nuevo alturas superiores a los
1,500 m, y presenta una topografía variada de sierras con pendientes abruptas,
disectadas por los pequeños valles de los ríos que drenan hacia el Motagua, y con
pendientes más leves en las partes altas, que son las que tienen los mejores suelos.
Algunos de estos ríos, principalmente el Río Bobos, son bien conocidos, por encontrarse
en ellos yacimientos de oro aluvional o de placer.
La constitución geológica de las diferentes sierras es muy variada, ya que incluye varios
tipos de rocas metamórficas, calizas y lechos rojos (principalmente areniscas), típicos de
la estratigrafía del Bloque Chortís, así como rocas metamórficas e ígneas de la zona de
sutura del Motagua, corridas hacia el sur a lo largo de fallas inversas, sobre las
anteriores. Otra característica geológica de esta unidad es la presencia de varios cuerpos
extensos de rocas intrusivas graníticas cuya edad es del Cretácico. De estos cuerpos, los
mayores se encuentran al norte de la ciudad de Guatemala, en el área entre San
Raimundo y San Pedro Ayampuc, al este del graben de Chiquimula y en el área de La
Unión, cerca de la frontera con Honduras. Además existen varios lugares, tales como el
área de Sanarate, donde han quedado remanentes de rocas volcánicas del Terciario y
otros, como el graben de Chiquimula, en cuyos bordes hubo vulcanismo Cuaternario,
como se describió anteriormente.
El Río Motagua inicia su curso en la Cadena Volcánica Cenozoica y luego corre hacia
el este dentro de un valle profundo que limita a esa unidad y a la de las sierras no
volcánicas en su parte sur con la Cordillera Central de Guatemala al norte. A partir de
unos 20 km al oeste de El Rancho el valle se va ensanchando cada vez más y adquiere
características propias que lo identifican como una unidad separada. En la parte más
baja, en su porción oriental, pasa a formar parte de la Planicie Costera del Caribe.
Estructuralmente el valle está controlado por la zona de Fallas del Motagua las cuales,
como resultado de sus movimientos tectónicos, han debilitado las rocas y permitido una
mayor erosión. Este tipo de valle y de río se denomina geomór-
ficamente como subsecuente. El fondo del valle está ocupado principalmente por las
rocas más jóvenes de la zona de sutura del Motagua, por ejemplo, las areniscas rojas de
la Formación Subinal. En las partes más cercanas al río y en su porción media y baja,
donde es más ancho, el valle está ocupado por aluviones recientes. Una característica
sobresaliente la constituyen las diferentes terrazas formadas por niveles anteriores del
río, tema que aún no está estudiado en su totalidad como para poder correlacionarlas a
lo largo del mismo. En el área de El Rancho se han identificado tres terrazas, la más
baja entre 4 y 5 m sobre el nivel medio del río, la mediana alcanza una altura de 10 m
sobre la anterior y está constituida por depósitos pluviales, con mucho material de
pómez e intercalaciones de capas pumíticas de polvo transportado eólicamente, y la más
alta entre 14 y 20 m sobre la anterior, está formada principalmente de depósitos
pumíticos que en varias partes, tales como el área de Cabañas, hacia el este, forma
planicies extensas. Las terrazas constituyen una evidencia de que el valle ha sido
rellenado varias veces y que, debido a un movimiento epirogenético paulatino, el río ha
cortado los rellenos anteriores. Por lo tanto, la terraza más alta es la más antigua.
La cordillera se considera generalmente como una continuación hacia el este del Macizo
o Sierra Madre del Sur, de Chiapas. Sin embargo, ese macizo también está cortado por
la Falla de Polochic, y únicamente la porción al sur de esta falla, conocida como Sierra
de Motozintla, es geológicamente equivalente a la Cordillera Central de Guatemala,
donde recibe el nombre de Sierra de Cuilco. Esta última montaña tiene una topografía
abrupta, con pendientes empinadas y alturas superiores a los 2,700 m. Su continuación
hacia el este, en el área de Huehuetenango, tiene una topografía más leve, y la cordillera
está mejor definida por su geología que por su fisiografía, ya que las alturas disminuyen
y aparece muy angosta, porque gran parte de las rocas que la forman están cubiertas por
una extensa área de rocas de la Cadena Volcánica Cenozoica. Hacia el este de Comitan-
cillo la cordillera se eleva de nuevo, en lo que constituye el extremo occidental de la
Sierra de Chuacús. El aumento de elevación alcanza alturas mayores a los 2,700 m en la
Sierra de Las Minas y de ahí hacia el este disminuyen hasta la Sierra del Mico, la cual
forma su extremo oriental. En la mayor parte, la cordillera forma una cadena montañosa
continua oeste a este, pero en secciones, en la franja norte, presenta sierras paralelas,
separadas por los valles intermontanos de San Andrés Sajcabajá, Cubulco, Rabinal y
Salamá.
en su porción occidental y en su borde sur, por ser áreas de menor precipitación. Los de
la parte norte de la Sierra de Las Minas, donde aún se conservan grandes áreas de
bosque primitivo, han estado menos afectados por la erosión. El principal recurso
mineral de la cordillera está constituido por los yacimientos de mármol de la Sierra de
Las Minas.
Depresión de Izabal
La zona de fallas del Polochic, al igual que la del Motagua, ha producido debilitamiento
de las rocas y en consecuencia mayor facilidad para su erosión. Por ello, a lo largo de la
zona se formaron varios valles subsecuentes como son, de oeste a este, el del Río
Cuilco, la parte alta del Río Negro y principalmente el Río Polochic. Este último, en su
parte alta, corre hacia el este a lo largo de la zona de fallas, por el límite entre la
Cordillera Central y la unidad denominada Cinturón Plegado Mesozoico-Cenozoico.
Hacia el este de la población de Tucurú, el valle se hace más ancho y continúa
ensanchándose hasta llegar a la depresión topográficamente ocupada por el Lago Izabal,
donde más al este se angosta de nuevo y cambia su nombre por el de Golfete y Río
Dulce. Aunque es una unidad morfotectónica de poca extensión en relación con otras,
constituye un fenómeno fisiográfico y estructural con características propias.
La parte ancha del valle y la depresión del Lago Izabal son el resultado de la separación
de las fallas mayores de la zona de Polochic. Estas fallas se separan desde Tucurú hacia
el este y continúan una por la parte norte y la otra por la parte sur del valle y del lago, al
pie de las montañas aledañas. El desplazamiento hacia el este de la región al sur de la
zona de la Falla del Polochic, en relación con la región norte, produjo en el área del
Lago Izabal una separación, dejando una depresión tectónica de un tipo diferente a la
del graben, ya que se debe a movimientos laterales de fallas, fenómeno que se conoce
bajo el término inglés de pull apart basin. Este fenómeno debe haberse iniciado durante
el Mioceno, mientras que la cuenca se fue llenando paulatinamente de sedimentos, y
estaba directamente abierta hacia el mar como una bahía, la cual posteriormente se cerró
por el levantamiento de rocas calizas de origen marino, que hoy se encuentran a ambos
lados del Río Dulce. Fisiográficamente, el valle forma una llanura aluvial más ancha
hacia el este de Panzós, la cual, tanto por las condiciones climáticas de mucha
precipitación como por la naturaleza de los suelos, constituye una de las áreas de mayor
riqueza agrícola del país. En la parte más próxima al lago, el Río Polochic forma una
serie de meandros, algunos de ellos abandonados y ocupados por pantanos, y de
bifurcaciones de su curso, que en conjunto forman un extenso delta.
La gran extensión ocupada por calizas y dolomías del Cretácico presenta una topografía
característica, denominada karst (término alemán ahora usado universalmente, derivado
de la palabra yugoslava krs, que significa rocoso; en español e italiano a veces lo
cambian a carso). El término se refiere a un tipo de topografía formado en calizas, yeso
u otras rocas por disolución de éstas, debido a procesos de intemperismo. En zonas
tropicales húmedas, tales como el norte de Guatemala, la presencia de ácido carbónico
es muy común en los bosques, lo cual, combinado con la fuerte precipitación pluvial,
acelera los procesos de disolución de las rocas. Una de las características típicas del
karst es la formación de sistemas de drenaje subterráneo y cavernas. Regionalmente, la
acción de los procesos de karstificación sigue un ciclo definido, por lo cual pueden
determinarse áreas de karst joven, avanzado y senil, según sean las características de la
topografía y el drenaje superficial y subterráneo.
En gran parte del área, en particular en Alta Verapaz, la topografía se caracteriza por
innumerables embudos formados por disolución, conocidos en Guatemala como
siguanes, pero técnicamente denominados dolinas. Algunas de éstas alcanzan un gran
diámetro y profundidad. La coalescencia de varias dolinas y la formación en ellas de un
fondo plano constituye una uvala, fenómeno que es muy común en el área de Cobán.
Una erosión mayor llega a formar un valle de varios kilómetros de largo, rodeado por
cerros, con suelos fértiles, generalmente del tipo conocido como terra rossa, a lo que se
le aplica el término yugoeslavo de polje. Casos de éstos son comunes en el norte de Alta
Verapaz, por ejemplo, el valle de Chitocán. Otro aspecto interesante de esta región son
las grandes cavernas, en algunas de las cuales corren ríos subterráneos, como son las de
Lanquín, Candelaria y Scamay (cerca de Senahú). La de Candelaria ha sido
extensamente estudiada por P. Courbon y D. Dreux.
Este conjunto de fenómenos indica un estado de madurez avanzada del ciclo kárstico en
esta extensa área. En varias partes de la unidad se pueden definir cerros de cimas casi
planas, aproximadamente a una misma altura, que representan antiguas superficies de
erosión las que, como consecuencia de movimientos epirogénicos han sido levantadas,
con el resultado de varios aspectos del ciclo kárstico superpuestos unos a otros. Como
ejemplo se puede citar la Sierra del Lacandón, donde es posible determinar remanentes
elevados de antiguas superficies de erosión, entre 125 y 130 m de altura, la más baja, y
otras dos, mejor definidas, a los 190 y 200 m. Esta es una de las evidencias de que la
región ha estado sujeta a levantamientos recientes, posiblemente desde fines del
Plioceno.
Esta unidad está caracterizada por una gran depresión topográfica, cuyo rumbo es de
noroeste a sureste, separando la Sierra Madre del Sur de las montañas del Cinturón
Plegado, en el Estado de Chiapas, México. A través de esta depresión corre el Río
Grijalva, en su curso superior. Si bien en Chiapas es importante, en Guatemala se
extiende únicamente su extremo sureste, en una pequeña área de topografía semiplana,
pero alta, pues casi llega a los 900 m, en la cual se originan varios de los afluentes del
Grijalva, tales como el Río Nentón y el Río Azul. Su superficie está ocupada
principalmente por suelos formados sobre sedimentos aluviales, mientras que el
subsuelo está constituido por calizas.
Montañas Mayas
Una unidad morfotectónica importante, por presentar una fisiografía muy diferente a las
que la rodean, es la de las Montañas Mayas, la cual ocupa la parte central de Belice y se
extiende hacia el oeste a la parte centrooriental de Petén, en una serranía hacia el noreste
de la población de Poptún. El macizo montañoso corresponde a un área
estructuralmente alta, por lo cual en su parte central o núcleo afloran extensamente
rocas sedimentarias, parcialmente metamorfizadas, del Paleozoico (Grupo Santa Rosa)
y grandes masas de granito y rocas afines, de intrusiones ígneas producidas durante la
orogénesis Appalachiana. En el Petén únicamente se encuentran las rocas sedimentarias
del núcleo. Todo este conjunto, que forma las partes más altas de las montañas, está
rodeado por serranías y colinas menores, constituidas por calizas del Cretácico. Por sus
características geológicas, el relieve es muy variado, en partes con pendientes fuertes y
cañones profundos, y con áreas de poca inclinación en las cimas, ocupadas actualmente
por reservas forestales y plantaciones de cítricos en la parte beliceña.
El área generalmente conocida como Tierras Bajas de Petén es una de las unidades
fisiográficas de mayor extensión, y ocupa aproximadamente dos terceras partes de ese
Departamento. En su parte central está dividida por un graben limitado por fallas con
rumbo este-oeste, que se extiende desde las faldas de las Montañas Mayas hacia el oeste
hasta terminar contra la Sierra del Lacandón. En la parte central del graben se encuentra
el Lago Petén Itzá (Ilustración 12). Por el conocimiento de la geología del subsuelo, se
ha podido determinar que este graben se formó sobre el eje estructural de un gran arco
antiguo, el cual se originó posiblemente durante el Triásico, y que posteriormente
separaba dos cuencas sedimentarias marinas durante el Cretácico Temprano. Esta
información está bien documentada por medio de estudios geofísicos y estratigráficos
correspondientes a perforaciones exploratorias de petróleo. Esta gran estructura
geológica ha sido llamada el Arco de La Libertad.
Los suelos de esta área difieren mucho si se formaron sobre rocas de la Formación
Sepur o sobre calizas. Los primeros son fértiles y han sido usados en agricultura
posiblemente desde tiempos precolombinos, mientras que los de caliza son inferiores en
las partes de topografía leve y pobres en las partes de colina donde, a causa de la
deforestación, se erosionan fácilmente.
La planicie costera del Caribe, al este y sureste de Puerto Barrios, está formada por
sedimentos aluviales deltaicos, producto del acarreo del Río Motagua. Hacia el norte
esta planicie es el resultado principalmente de depósitos de material acarreado por el
Río Sarstún y otros menores. Un rasgo predominante lo constituye la Península de
Manabique, formada por el acarreo y depositación de sedimentos llevados por el
Motagua y transportados hacia el norte por efecto de las corrientes marinas litorales. Un
aspecto regional sobresaliente del litoral Caribe (desde Isla Mujeres, al noreste de la
Península de Yucatán, y hacia el sur, hasta los Cayos Zapotillo, frente a la Península de
Manabique) es la existencia de una extensa barra de arrecifes coralinos, que en
extensión es la segunda en el mundo, después de la Gran Barrera Coralina del litoral
oriental de Australia.
J. DANIEL CONTRERAS R.
En una segunda carta enviada a Cortés, fechada el 27 de julio de aquel mismo año,
escribió Alvarado: '...esta ciudad de Guatemala donde fui muy bien recibido...' En esta
otra misiva hizo relación de sus andanzas por tierras tzutujiles (tz'utujiles), de la Costa
Sur y de Cuscatlán, y al mencionar su retorno a la capital cakchiquel (kaqchikel),
asentó: '...hice y edifiqué en nombre de su majestad una ciudad de españoles que se dice
la ciudad del señor Santiago porque desde aquí está en el riñón de toda la tierra...'
Cuando Alvarado decidió fundar en Iximché la ciudad de Santiago, centro político del
nuevo territorio de la Corona española que se estaba ganando a los indios, se inició el
proceso de cambio del sentido geográfico del vocablo Guatemala. Ya no fue, entonces,
el nombre de una ciudad o de un pueblo indígena sino el de una nueva provincia, y
como 'Provincia de Guatemala' apareció en el Libro Primero de Cabildo o Libro Viejo
(Ilustración 23). Así la llamó Alvarado, en enero de 1526, en su exposición al Cabildo, a
cuyos miembros recordaba que él había venido a conquistar estas tierras y que fundó la
ciudad de Santiago. De igual manera la llamó Sancho de Barahona, Procurador de la
ciudad en 1527, al presentar su requerimiento en contra de los diezmos; y cuando Jorge
de Alvarado asentó la ciudad en Almolonga declaró que este 'sitio es término de la
provincia de Guatemala'.
Explicaciones Etimológicas
Como se dijo antes, en los años iniciales no hubo problemas con el nombre Guatemala.
Para los habitantes de entonces, designaba a la ciudad y a la provincia de los
cakchiqueles, que eran los 'guatemaltecos' por derecho propio. El idioma de éstos,
asimismo, se conocía como guatemalteco. Con el paso de los años los historiadores y
lingüistas comenzaron a preocuparse por averiguar el origen del nombre y asignarle un
significado etimológico. Fuentes y Guzmán dijo que el nombre derivaba de Jiutemal o
Juitemal, un legendario rey cakchiquel; o bien que podría venir de la palabra indígena
Coctemallan, que quiere decir palo de leche. Para Francisco Ximénez, el vocablo
original fue Cuahuitimal, que quiere decir fuente de donde se extrae el betún amarillo.
Jorge Luis Arriola recogió éstas y otras etimologías de la voz Guatemala, presentadas
durante muchos años por diversos investigadores, y resumió la siguiente información:
para Domingo Juarros el nombre se deriva de Quautemalli, que significa palo podrido;
Francisco de Paula García Peláez lo hizo derivar de Guhatezmalhá, o cerro de agua;
Manuel García Elgueta lo relaciona con Quauhtlimallán que quiere decir águila cautiva;
Walter Krickeberg indicó que el nombre se origina de Cuahtemallan, que significa entre
montones de madera. Arriola, como lo creyó también Adrián Recinos, después de
analizar éstas y otras explicaciones llegó a la conclusión de que la geonimia significa,
interpretada en una forma más libre, lugar de bosques o sitio boscoso. Recinos asignó el
mismo significado a la palabra 'quiché', es decir, tierra de muchos árboles, y agregó que
'el mismo significado tiene la palabra náhuatl Quauhtlemallan'.
Origen del Vocablo
En vista de que los lingüistas no han podido ponerse de acuerdo sobre la etimología de
la palabra Guatemala, hay que buscar otros medios para resolver el problema. Se puede
intentar, por ejemplo, un análisis comparativo del nombre de otras localidades del país,
que se pueden considerar contemporáneas y de las cuales se conoce también el nombre
original. Se sabe que en la época anterior a la llegada de los españoles los pueblos de
Guatemala mantenían relaciones con algunos pueblos del actual territorio de México.
Por el sur del país habían llegado migraciones mexicanas, y los propios libros indígenas
se referían a ciertas migraciones desde Tula. En el Popol Vuh se dice que los 'yaquis'
(mexicanos) visitaban a los quichés. En el Memorial de Sololá también se hace
referencia a los yaquis. En este documento se dice que, durante el quinto año después de
la revolución (alrededor de 1497), 'murieron los yaquis de Xivicu que se habían aliado
con el rey Voo Caok Señor de los Akajales', y que más adelante, después de haberse
cumplido 15 años de la revolución, es decir, cerca de1510, '...los reyes Hunyg y Lahuh
Noh recibieron a los yaquis de Culuacán. El día 1 toh llegaron los yaquis, mensajeros
del rey Modeczumayzin, rey de Mexicu'. Los autores del Memorial escribieron también
lo siguiente: 'Nosotros vimos cuando llegaron los yaquis de Culuacán. Estos yaquis, que
vinieron hace muchos años, eran muy numerosos'.
Las fuentes indígenas mexicanas también se refieren a las relaciones con habitantes de
Guatemala en la misma época anterior a la Conquista. En la Relación del origen de los
indios de la Nueva España se dice que Ahuitzotl 'fue rey tan valeroso que extendió su
reino hasta la provincia de Guatimala, que hay de esta ciudad de distancia trescientas
leguas, no contentándose hasta los últimos términos de la tierra que cae al mar del sur'.
Francisco Javier Clavijero amplió la información y escribió lo siguiente en relación con
el 'general mexicano' Tliltototl
No tendría nada de extraño que grupos de aquellos tratantes o mercaderes, como los
llama Tezozomoc, hubieran visitado muchas veces las ciudades indígenas que, por
conveniencia, identificaban con nombres mexicanos. Estos, en la mayoría de los casos,
eran simples traducciones de los nombres locales expresados en las lenguas vernáculas.
Fueron precisamente estos nombres los que aprendieron los conquistadores castellanos
de sus auxiliares mexicanos. Sólo así se explica que Cortés afirmara que hacía días tenía
noticias de Utatlán y Guatemala, y que Alvarado, a su vez, haya nombrado a estas
mismas ciudades, a Quetzaltenango y a Zapotitlán, ignorando sus nombres verdaderos.
Y al seguir contestando las instrucciones y pedírseles que explicaran por qué se llamaba
así ampliaron su respuesta diciendo que en el tiempo de su infidelidad los caciques y
señores que gobernaban las cuatro cabeceras de este reino, que eran Tecpán
Quauhtemala, Uhtlatlán, Tecuizitlán y Atitlán, cuando tenían guerra con otras
provincias se juntaban cada uno de los señores en su tierra y nombraban dos capitanes
para dirigir el ejército:
Del significado del vocablo cakchiquel no hay duda, ya que está bien claro en los textos
indígenas clásicos, como el Popol Vuh y el Memorial de Sololá. En el primero se dice:
'En seguida dieron su nombre a los Cakchiqueles, Gagchequelab fue su nombre', es
decir, los del árbol rojo o de fuego. Una versión semejante se lee en el Memorial de
Sololá: 'Cuando llegamos a las puertas de Tulán fuimos a recibir un palo rojo que era
nuestro báculo, y por eso se nos dio el nombre de Cakchiqueles ¡oh hijos nuestros!
dijeron Gacavitz y Zactecauh'.
Introducción
¿Qué es Cultura?
La cultura es un producto humano singular. Es el mecanismo por medio del cual el ser
humano, desde que se reconoció y se distinguió como tal, se adapta a su medio. El
desarrollo de la cultura ha permitido al hombre modificar su ambiente, por medio de
patrones de comportamiento aprendidos, sancionados y transmitidos por los miembros
de una sociedad. Los hábitos y las costumbres han evolucionado a lo largo del tiempo y
se interrelacionan para mantener un equilibrio entre los diferentes componentes de una
sociedad, que muchas veces están en conflicto. Tal equilibrio es necesario para prevenir
la desintegración del sistema cultural y para mantener la unidad del grupo. Los
diferentes componentes de la cultura se relacionan unos con otros, de tal manera que los
cambios ocurridos en un sector provocan una serie de respuestas y modificaciones en
otros. Algunos de dichos componentes son el idioma, la organización social y la
estructura política, las herramientas y la tecnología, las creencias religiosas, los valores
morales y éticos, las reglas de cortesía, la cosmovisión, etcétera. Se puede decir que la
cultura comprende tres subsistemas interrelacionados: tecnológico, sociológico e
ideológico. Estos, lógicamente, varían de una sociedad a otra, según la tradición
histórica y al ambiente respectivos.
La mayor parte de los elementos de la cultura son inmateriales, y de ellos sólo quedan
algunos rastros para los registros arqueológicos. Por ejemplo, un arqueólogo no puede
identificar o conocer un idioma o una ideología por medio de una excavación; sin
embargo, ambas cosas quedaron incorporadas en los objetos materiales que el
arqueólogo recobra, usualmente en una excavación; por ejemplo: piezas de cerámica,
herramientas de obsidiana, objetos artísticos, etcétera. Todo ello, aunque no es la cultura
misma, es producto de ella y, por lo tanto, refleja los patrones de comportamiento. El
reto para el arqueólogo consiste en descubrir cómo se manifiesta la cultura en los
productos materiales.
La culminación del género homo en la especie homo sapiens sapiens, después de pasar
por las etapas de homo habilis, homo erectus y homo sapiens, abarca un período de dos
millones de años, hasta cerca de 40,000 años AC, y, ocurrió cuando ya existía la mayor
parte de los elementos básicos de la cultura humana: viviendas, herramientas,
procesamiento y distribución de los alimentos y la división del trabajo. Los edificios
que se conocen en la actualidad tienen su antecedente en las primitivas estructuras de
ramas y hojas, erigidas para protegerse de la lluvia y el viento. Los cortadores y
raspadores originales que se utilizaron en la preparación de los alimentos en el Viejo
Mundo, durante el Período Paleolítico Superior (40,000-10,000 AC), evolucionaron a
una amplia variedad de herramientas, como hachas, puntas de lanza, martillos, leznas,
agujas, etcétera, antecedentes de la compleja tecnología actual. Durante el Paleolítico
Superior también se enterraban a los muertos con ritos sagrados, y se realizaban
ceremonias en las cavernas para ahuyentar los males y evitar las catástrofes, para
enfrentarse a fuerzas desconocidas o bien asegurar una buena cacería. Todas las
sociedades contemporáneas tienen alguna herencia de aquellas tempranas etapas de la
evolución cultural. La diferencia entre el ayer y el hoy está, en gran parte, en el aumento
demográfico acompañado por la creciente complejidad de una tecnología más avanzada,
y en la acumulación de tradiciones históricas e intelectuales.
Arqueología de Guatemala
Es evidente que el actual territorio de Guatemala fue asiento de grandes poblaciones,
por más de dos milenios, antes de la llegada de los españoles en 1524. La evidencia más
temprana de ocupación humana que se ha encontrado en el área, corresponde al año
9000 AC, y consiste sobre todo de herramientas líticas y residuos que dejaron los
antiguos cazadores y recolectores. Aquella etapa inicial fue seguida por un período de
desarrollo de comunidades sedentarias y agrícolas, el cual comenzó alrededor del 1500
AC, y culminó con las primeras ciudades y sociedades complejas alrededor del año
1000 AC. Estas sociedades, que en Guatemala parecen haber sido predominantemente
mayas, perduraron hasta la época de la conquista española. Actualmente, los
arqueólogos buscan información sobre dichas poblaciones, con el objeto de establecer
cómo se desarrollaron y resolvieron sus problemas sociales, políticos, económicos y
ecológicos, lo cual les permitió sobrevivir y prosperar durante varios milenios.
El contraste se hizo más evidente en los siglos anteriores a la conquista española. En las
Tierras Bajas de Petén se detuvo el crecimiento demográfico y cultural, mientras que en
el Altiplano guatemalteco se mantuvo en forma notoria. Los estilos artísticos y
cerámicos del Altiplano muestran que en la época citada hubo intercambios y
comunicación con centros de México. Sin embargo, todavía existen zonas arqueológicas
poco conocidas, entre las que se encuentra el Oriente, la parte norte de Quiché,
Huehuetenango, Alta Verapaz, Izabal, el noroeste y sureste de Petén. Estas zonas se han
caracterizado por su difícil acceso y falta de agua potable, a lo que últimamente se
agregan los enfrentamientos en la guerra interna, y todo ello ha dificultado la ejecución
de proyectos arqueológicos. Tampoco se debe olvidar que los intereses de la
Arqueología por lo general se han centrado en otras zonas de Guatemala, a las cuales se
han dirigido los profesionales y los fondos disponibles.
Se sabe que los sitios arqueológicos abundan en Guatemala y que todas las áreas del
país estuvieron ocupadas por algún tipo de población precolombina, pero las evidencias
correspondientes están desapareciendo rápidamente por la urbanización, la agricultura
mecanizada y la tecnología moderna. Otro problema que afecta a los sitios no excavados
es el constante saqueo. La investigación arqueológica en el país es una tarea
relativamente nueva, que empezó a mediados del siglo XIX, por lo que la comprensión
del pasado todavía se encuentra en sus primeras fases. Quedan muchas preguntas por
contestar y urge obtener toda la información posible antes de que sea demasiado tarde.
Como resultado del rápido crecimiento industrial y demográfico del país, la viabilidad
de los futuros proyectos arqueológicos dependerá en gran medida de la capacidad de
colaboración entre el gobierno, las instituciones académicas y la iniciativa privada. Ello
permitirá el estudio más depurado y la preservación más efectiva del patrimonio
cultural.
Los capítulos que comprenden esta sección representan el primer intento de recopilar
todo lo que se conoce actualmente sobre la Arqueología guatemalteca. Esta
información, aunque fragmentaria, es un adelanto en el intento de organizar un sumario
de la historia de la cultura en Guatemala. Sin embargo, es preciso tener presente que,
como en otras disciplinas, la Arqueología cultural es más que la suma de sus partes. Los
diferentes elementos de la cultura estaban integrados en un todo complejo, y cuando se
describen las partes separadamente no se capta la naturaleza de la cultura en su
conjunto. En función de este último propósito, es necesario tomar en cuenta la relación
entre las partes de un sistema cultural en su totalidad, lo que constituye un reto
abrumador para el arqueólogo. La estructura de la sociedad debe estudiarse en términos
de su propia historia, y la función de los diferentes elementos, de cada costumbre o
patrón de comportamiento, debe tratar de entenderse en el contexto de todo el sistema.
Este problema particular, que es además fundamental en todo análisis antropológico, se
complica por el hecho de que todas las culturas existen en un proceso de modificación
continua. Sin embargo, son los cambios y, más que nada, la dirección de éstos, los que
orientan la investigación arqueológica, y los que permiten formarse una idea de la
evolución cultural en general.
OSWALDO CHINCHILLA MAZARIEGOS
La división de las etapas históricas sigue, con algunos cambios, la propuesta de Luis
Luján Muñoz, pero sin especificar fechas límite, o períodos definidos con precisión, ya
que se presentan períodos que exhiben cierta unidad en cuanto a las tendencias
predominantes en la interpretación del pasado prehispánico, es decir, etapas que se
traslapan en forma gradual.
En el siglo XVI no fueron los españoles, sino los mismos indígenas, quienes produjeron
los principales textos sobre su propia historia prehispánica. Dichos textos son el Popol
Vuh, el Memorial de Sololá y otros documentos conocidos con el nombre genérico de
Títulos o Crónicas Indígenas. El deseo de rescatar del olvido la historia prehispánica es
expresado por el autor del Popol Vuh como la motivación principal que le indujo a
escribir el libro, y este sentimiento probablemente animaba también a los autores de los
otros documentos indígenas. Sin embargo, se trataba, asimismo, de una tarea de utilidad
práctica para el presente y el futuro. Al registrar su origen mítico, sus genealogías y la
extensión de sus territorios en la época prehispánica, los caciques indígenas hacían
protesta de legitimidad y apelaban a la ley española para el mantenimiento de sus
derechos bajo el sistema colonial.
En este trabajo se hacen escasas referencias a las actitudes de los indígenas en relación
con su propio pasado prehispánico. Sin embargo, es evidente que ellos no lo olvidaron
en la crisis del coloniaje; antes bien, como ocurrió con otros aspectos de su cultura, lo
adaptaron a las nuevas condiciones. Es oportuno esbozar dos aspectos que resaltan en la
actitud indígena a lo largo del período colonial. Por un lado, aparece el objetivo legal al
que se aludió antes, por el cual trataron de aprovechar en forma inteligente las leyes que
amparaban sus derechos sobre la tierra. Los indígenas, en efecto, utilizaron los títulos
del siglo XVI, ante los tribunales e instituciones coloniales, como evidencia de la
antigüedad de aquellos derechos. Otras veces usaron la existencia de poblados
prehispánicos habitados ancestralmente por sus interesados, como prueba de sus
derechos sobre las tierras aledañas. Por otro lado, los restos de la antigüedad fueron
objeto de devoción religiosa. Abundan las denuncias de idolatría en los escritos
coloniales, y con frecuencia el objeto de culto no era otro que una efigie o una escultura
prehispánica. Hasta el presente, algunos sitios arqueológicos son focos importantes de la
religión tradicional guatemalteca.
Los documentos indígenas del siglo XVI también llaman la atención hacia otro aspecto
de interés arqueológico: la búsqueda de una explicación sobre el origen de los indios.
Según la tradición bíblica, los europeos de la época creían en un origen común a todo el
género humano. El problema, entonces, consistía en explicar cómo habían llegado los
hombres al Nuevo Mundo, separado del Viejo por miles de leguas de mar abierto.
Algunos títulos indígenas hicieron eco a una de las varias hipótesis que circulaban; a
saber, que los habitantes del Nuevo Mundo descendían de los antiguos hebreos. Un
buen ejemplo se encuentra en la Historia de los Xpantzay de Tecpán Guatemala, donde
los autores aseveraron que sus ancestros eran originarios de Israel, que se habían
desparramado por el mundo tras la confusión de las lenguas, y que, eventualmente,
pasando el mar, arribaron al Altiplano guatemalteco. Sin duda, la idea fue inculcada en
ellos por los misioneros, quienes advirtieron la presencia de elementos paralelos en las
tradiciones históricas indígenas y las del Viejo Testamento.
El origen hebreo fue solamente una de varias explicaciones que circulaban en torno al
problema, pero lejos de aceptarse generalmente como una respuesta satisfactoria, era de
hecho una de las ideas menos admitidas en el siglo XVI, cuando muchos autores se
inclinaban más bien por buscar la solución en fuentes no bíblicas. Había quienes,
basándose en la lectura de Platón, situaban el origen de los indios en la legendaria
Atlántida; otros se inclinaban por una antigua migración cartaginesa, y para ello partían
de un pasaje de Aristóteles; hubo alguien, incluso, que trató de identificar al Nuevo
Mundo con las Islas Hespérides, que, de acuerdo con una vieja historia, habían sido
descubiertas y colonizadas en la antigüedad por españoles. El asunto fue uno de los
principales temas en la discusión sobre el pasado indígena, a todo lo largo del período
colonial.
Pero el siglo XVII presenció también el surgimiento gradual de una conciencia colectiva
entre los criollos guatemaltecos, la cual encontró su expresión más elaborada en los
escritos de Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán. En un esfuerzo por exaltar lo
guatemalteco frente a lo español, que era a la vez una lucha por defender los intereses
criollos frente a los de los españoles peninsulares, Fuentes y Guzmán elogió el paisaje
que le rodeaba, la naturaleza, los habitantes y sus obras. Una parte importante de ese
entorno era la población indígena. Fuentes y Guzmán incorporó el pasado prehispánico
a la historia de Guatemala, y lo utilizó como parte de sus argumentos en defensa de la
calidad de la tierra guatemalteca.
Para reconstruir el pasado indígena, Fuentes y Guzmán recurrió a los escritos españoles
a su alcance, pero también utilizó un conjunto de documentos indígenas del siglo XVI.
Basado en ellos, reconstruyó pasajes extensos de la historia prehispánica, con
abundancia de detalles sobre el modo de vida que tenían los indios antes de la
Conquista. Su actitud hacia las costumbres prehispánicas en general fue de aprobación,
y en ocasiones llegó a juzgarlas ejemplares. Sólo en el tema de la religión se manifestó
abiertamente crítico. Si en los aspectos seculares calificaba a los indios como 'muy
dados a lo político y esmerados en sus artes', y les atribuía 'muy buenas capacidades,
con excelente don de gobierno', en lo religioso se enardecía contra 'aquellos miserables,
ciegos y bárbaramente torpes, primitivos indios de este Reino de Guatemala'.
Fuentes y Guzmán no tenía duda alguna sobre la relación que existía entre los restos
arqueológicos y los indígenas de su época. Al hablar de Copán, argumentó en contra de
los que querían creer que las grandes ruinas eran obra de romanos o españoles. No tuvo
empacho en comparar la sencillez arquitectónica de la primera Catedral de Guatemala,
'cortísima obra de este arte', con la antigua Copán, donde se apreciaba 'tanta obra, tan
cumplida y esmerada'. Por otro lado, no pudo evitar pronunciarse sobre la inferioridad
moral de los indios: en la creencia de que Copán estaba habitado en el tiempo de la
Conquista, atribuyó su decaimiento a la recalcitrante idolatría de sus pobladores, la que
pudo haber atraído hacia ellos el castigo divino. Y en virtud de la Conquista, la
grandeza indígena se proyectó hacia los conquistadores y sus descendientes: la
construcción de Copán 'es crédito ingenioso de los indios; y el descubrimiento de
aquesta... inmortal fama de nuestra España'.
A la vez que manifestaba el modo de pensar criollo, Fuentes y Guzmán tenía un interés
personal por lo prehispánico, que se advierte no sólo en el acopio de la información
presentada, sino también en su deseo sincero de salvaguardar los vestigios. Lamentó
que los conquistadores y primeros eclesiásticos no se hubieran preocupado por apuntar
las costumbres de los indios y, más aún, los acusó de incuria y descuido al permitir la
destrucción de los edificios de Quiché, '...que debieran haberse defendido, y conservado
por testimonio de lo mucho que vencieron sus afanes, y de la gran potencia y majestad
de aquella generación...' (Ilustración 28). Al escribir su historia, trataba de rescatar
aquellos vestigios -'si no la esencia, su diseño'-, en contra del olvido y la destrucción
total.
Pero el autor de la Isagoge no quedó satisfecho con aquella sola explicación. Había
leído la descripción de Copán escrita por Fuentes y Guzmán; conocía algunas de las
esculturas de Ocosingo, y conocía la descripción de estas ruinas que escribió Fray
Jacinto Garrido. De este autor tomó la idea de atribuir esos vestigios a una antigua
población de 'Fenicios, Cartaginenses y Españoles', que habría alcanzado el Nuevo
Mundo, por mar, aun antes que las errantes tribus de Israel. La idea no era nueva, puesto
que había sido planteada desde el siglo XVI. Lo importante es la manera en que el autor
de la Isagoge trató de sustentarla. En vez de basarse solamente en textos escritos, acudió
a los monumentos de Ocosingo y Copán, en los cuales, según las descripciones, se
representaban personajes que vestían trajes a la usanza de los antiguos pobladores del
Mediterráneo. Sorprende el alto valor que concedía a las antigüedades, no sólo como
curiosidades, sino como fuente de información sobre sus creadores: 'Porque en materias
tan antiguas, las más fidedignas y mejores historias son las estatuas y los letreros de las
piedras... porque las memorias de la antigüedad más bien se conservan en una piedra
arrojada en el campo, que en los libros de pergamino...' El autor aludido no negó que
hubiera en Guatemala vestigios atribuibles a los antepasados de los indios
contemporáneos, pero los restos que llamaban su atención eran los que le parecían no
ser obra de ellos, sino de gentes del Viejo Mundo. No era casual que dichos vestigios
fueran precisamente los monumentos mayas clásicos de Ocosingo y Copán, tan
llamativos por su tamaño y su riqueza escultórica.
A grandes rasgos, es posible distinguir en los escritores del siglo XVII y principios del
XVIII dos posiciones hacia lo prehispánico. Por un lado, en Ximénez y en Fuentes y
Guzmán se trasluce una actitud apologética y localista; ambos intentaron rescatar del
olvido a los pueblos indígenas y, asimismo, incorporaron lo prehispánico a la historia de
Guatemala. Por otro lado, en la Isagoge, así como en el antecedente de ésta, es decir, el
trabajo de Fray Jacinto Garrido, la actitud es más bien erudita y no localista.
Característica de este enfoque es la tendencia a establecer una separación entre los
indígenas contemporáneos y los vestigios antiguos, atribuyendo estos últimos, al menos
los más conspicuos, a pueblos antiguos del Viejo Mundo.
Hasta la época en cuestión, otra tendencia estaba todavía muy presente en todos los
autores: la de rechazar todo lo relacionado con la religión indígena. Esa actitud se
tradujo en la destrucción de muchos restos prehispánicos, en especial aquellos que eran
objeto de culto por los indígenas contemporáneos. Pasaría algún tiempo antes de que
esta preocupación dejara de ser predominante.
Ilustración y Patriotismo
En las últimas décadas del siglo XVIII se produjeron cambios importantes en la
apreciación de las antigüedades guatemaltecas. En esa época, la Colonia había
experimentado cierto grado de desarrollo intelectual, producto del influjo de la
Ilustración europea. Nuevos planteamientos sobre la evolución de las sociedades
humanas impulsaban en Europa un interés renovado hacia los indígenas. La vieja
polémica sobre la inferioridad del hombre americano adquirió nueva vigencia, y
estimuló la producción de una literatura relacionada con los indígenas del Nuevo
Mundo. En lo que atañe a la Arqueología guatemalteca, el evento más notable fue la
participación del gobierno colonial como promotor de una de las primeras
investigaciones arqueológicas en el continente americano. En 1784, el Presidente de la
Audiencia de Guatemala, Brigadier José de Estachería, tuvo noticia de la existencia de
las ruinas de una ciudad antigua cercana al pueblo de Palenque, en Chiapas. Las ruinas
habían sido encontradas, años atrás, por pobladores locales, que por propia curiosidad
habían realizado ya algunas pesquisas, e incluso excavaciones, en el lugar. Fue tal el
interés que tales noticias provocaron en el Presidente, que éste consideró su deber
ordenar exploraciones en las ruinas, para lo cual buscó el patrocinio de la Corona. Los
resultados de una primera y breve exploración, realizada en aquel mismo año por José
Antonio Calderón, Teniente de Alcalde Mayor de Palenque, lograron excitar aún más la
curiosidad de Estachería, quien decidió enviar una expedición formal, esta vez a cargo
de Antonio Bernasconi, Sobrestante en las obras de construcción de la Nueva
Guatemala.
Quizás la mejor muestra de la nueva posición respecto de lo prehispánico se encuentre
en las ambiciosas instrucciones que el Presidente Estachería preparó para Bernasconi.
La misión de éste incluía no solamente registrar la arquitectura y escultura del lugar,
sino también recolectar toda la información que considerara pertinente para establecer la
antigüedad de las ruinas, la identidad de los pobladores vinculados a ellas, su poderío y
grado de civilización, sus medios de subsistencia, manufacturas, industria, comercio y
comunicaciones. También se buscaba información sobre la geografía del área, con
atención a la posible existencia de puertos o vías de acceso al mar. En fin, se trataba de
averiguar las posibles causas del abandono de la ciudad, para lo cual se le ordenaba
indagar sobre cualquier evidencia de actividad guerrera, y estudiar la geología de la
región, con el objeto de considerar la posible destrucción ocasionada por una erupción
volcánica. Bernasconi hizo el reconocimiento y rindió un informe breve pero muy
objetivo, en el que daba respuesta, en la medida de lo posible, a las instrucciones del
Presidente. Acompañó cuatro dibujos, ejecutados con un grado aceptable de fidelidad,
los cuales incluían un plano general del área, plantas, elevaciones y cortes de los
edificios más notables, así como una serie de detalles de los relieves estucados en las
paredes.
El apoyo oficial otorgado a las exploraciones mencionadas tuvo mucho que ver con el
interés personal de José de Estachería. El Presidente no se limitó a organizar los equipos
encargados de las exploraciones, puesto que recurrió también al examen de un
manuscrito indígena del siglo XVI, en un esfuerzo infructuoso por obtener más noticias
sobre las ruinas; además solicitó el permiso del Rey para viajar personalmente a
Palenque. A Estachería le interesaba averiguar quiénes habían sido los constructores de
la ciudad, y era evidente que se inclinaba por la idea de que éstos habían venido del
Viejo Mundo. Sin embargo, los intereses que se reflejaban en sus instrucciones a
Bernasconi sobrepasaban el problema del origen. Muchos de los temas que interesaban
a José de Estachería, en 1784, siguen siendo objeto de discusión en la actualidad, y es
interesante observar que la crítica del paganismo indígena, común en épocas anteriores,
estaba ausente en el pensamiento de Estachería.
En la época citada, la migración de antiguas poblaciones del Viejo Mundo era la teoría
más generalizada para explicar las antigüedades americanas, particularmente aquellas
que no se podían asociar fácilmente con las historias de la Conquista. De los
comisionados a explorar Palenque, sólo Bernasconi, sin duda el más versado en las artes
grecorromanas, opinó que los vestigios americanos eran obra de los indios.
En los años que siguieron a las exploraciones de Palenque hubo en Guatemala dos
autores que trataron de interpretar los vestigios palencanos a la luz de los documentos
indígenas: Ramón Ordóñez y Aguiar, y Pablo Félix Cabrera. El primero era un
eclesiástico chiapaneco que aparentemente tuvo alguna participación en la tarea de
divulgar en Guatemala las primeras noticias sobre la existencia de las ruinas; el segundo
era un inmigrante italiano que se adentró en el tema a raíz de su relación con Ordóñez.
Ambos produjeron tratados en los que reelaboraban los viejos argumentos en favor de
las migraciones de hebreos y cartagineses, por medio de las cuales se trataba de explicar
el poblamiento de América; eventualmente se enfrentaron en un alegato judicial en
torno a la originalidad de las ideas de cada cual. Aunque contribuyeron poco al
entendimiento del pasado prehispánico, las actividades de estos dos personajes merecen
una particular atención, ya que ellas revelaban cierto grado del interés por lo
precolombino que prevalecía entre los miembros de la sociedad criolla de fines de la
época colonial.
El surgimiento del interés europeo por las antigüedades del país estuvo estrechamente
relacionado con la apertura de Guatemala a la expansión del capitalismo industrial
europeo, particularmente del inglés. La penetración del comercio de Inglaterra hizo más
fácil y frecuente el influjo de visitantes, y la consecuente salida de información hacia el
otro lado del Atlántico. La expansión del interés europeo por lo prehispánico en el
Nuevo Mundo tiene precedentes en las áreas del Mediterráneo y del Cercano Oriente,
cuyas antiguas civilizaciones eran objeto de atención desde mediados del siglo XVIII, al
compás de la expansión económica y política de los países de Europa occidental.
Hasta aquella fecha, los guatemaltecos y españoles residentes en el país habían venido
haciendo contribuciones, esporádicas pero significativas, para alcanzar un mejor
conocimiento del pasado prehispánico, y buena parte del material existente sobre el
tema se había escrito en Guatemala. Sin embargo, a partir de la expansión del interés
europeo y estadounidense por la región, la mayor parte de las contribuciones a la
Arqueología de Guatemala se han escrito en el extranjero, con pocas excepciones
importantes.
La segunda mitad del siglo XIX se caracterizó por una expansión del panorama
arqueológico de Guatemala, en términos del número de sitios conocidos. La amplia
zona de Petén entró a figurar en el mapa arqueológico del país, a raíz de los trabajos del
Corregidor Modesto Méndez, quien reportó por vez primera las ruinas de Tikal en 1848,
y posteriormente hizo reconocimientos en Ixkún e Ixtutz, en la vecindad del pueblo de
Dolores. Sus informes fueron publicados de inmediato, primero en Guatemala y más
tarde en Alemania. Años después, la Costa Sur se incorporó también al cuadro de la
Arqueología de Guatemala, como consecuencia de la expansión del cultivo del café y
del azúcar en Cotzumalguapa, y ello reveló la existencia de esculturas antiguas en los
alrededores del poblado. En 1862, el viajero austriaco Simeón Habel hizo el primer
reconocimiento de la zona, y el bibliógrafo guatemalteco Juan Gavarrete publicó una
descripción breve en 1866. Por su localización fácilmente accesible, Cotzumalguapa fue
uno de los lugares arqueológicos más conocidos y visitados en el siglo XIX.
A partir de 1881, el inglés Alfred P. Maudslay viajó por la región maya y reprodujo, por
medio de moldes, esculturas y edificios prehispánicos en placas fotográficas de alta
calidad (Ilustración 33). Las publicaciones de Maudslay hicieron accesible un corpus
extenso del arte maya, y constituye un precedente del inventario y registro sistemático
de los restos arqueológicos de la región (Ilustración 34).
Como parte del interés que habían despertado en Europa las antigüedades americanas,
se inició la exportación de piezas arqueológicas. A partir de 1875, las superficies
esculpidas de varios dinteles de los edificios de Tikal fueron removidas por visitantes y
pobladores locales, y enviadas, eventualmente, a museos de Europa y Estados Unidos.
En la misma época, un conjunto extenso de esculturas de Cotzumalguapa fue exportado
con destino al Museo Real de Berlín. Hasta entonces, los restos arqueológicos carecían
de protección legal, y se exportaban con autorización del gobierno. La salida de
antigüedades no dejó de originar protestas en la prensa guatemalteca.
Las primeras leyes de protección fueron emitidas en 1893 y 1894, durante el gobierno
de José María Reina Barrios. En ellas, el Estado asumió la responsabilidad de proteger
los bienes arqueológicos del país. Se prohibió la exportación de éstos, así como efectuar
alteraciones en los sitios. Es probable que las leyes hayan sido motivadas, en parte, por
el interés que despertó el cuarto centenario del descubrimiento de América, en especial
las exposiciones de Sevilla y Chicago, en las que Guatemala presentó muestras de
objetos arqueológicos. El gobierno empezaba a utilizar el arte prehispánico como un
medio para proyectar una imagen positiva del país en el ámbito internacional. En 1898
se estableció un nuevo Museo Nacional, el cual subsistió hasta 1917, cuando su edificio
fue destruido por los terremotos.
Los intelectuales liberales de la última parte del siglo XIX consideraban la historia
prehispánica en función de sus ideas sobre el indígena de su época. 'Enseñad al indio su
hermoso pasado, para redimirlo de su presente y civilizarlo en el porvenir' era el
epígrafe que, en español y quiché, encabezaba los números de El Federal Indiano,
periódico que se imprimía en Totonicapán, en 1883, dedicado en buena parte a publicar
reportajes relacionados con la historia prehispánica y sobre el indígena contemporáneo.
Su redactor, Manuel García Elgueta, hizo carrera en la política liberal, a la vez que
cultivaba cierto interés por los temas indígenas; en efecto, realizó algunas
contribuciones en el campo de la lingüística quiché, y emprendió excavaciones
arqueológicas en Chalchitán y Pichikil, en el Departamento de Huehuetenango.
Entre 1897 y 1904, el Museo Peabody patrocinó las exploraciones de Teoberto Maler,
un inmigrante austriaco que llegó a México en 1864, con el ejército de Maximiliano de
Habsburgo, y que después se estableció en Yucatán, con el objeto de explorar las ruinas
mayas. Maler se adentró varias veces en las selvas de Petén, donde localizó muchos
sitios hasta entonces desconocidos. A sus informes acompañó excelentes fotografías
que, con las de Maudslay, sirvieron como base para el estudio del arte y la escritura de
los mayas clásicos.
Es probable que la emisión de las leyes citadas haya sido producto de las actividades de
un grupo de intelectuales y burócratas, cercanos al gobierno liberal de la época, que en
1923 establecieron la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala. Desde sus
inicios, la revista de esa sociedad publicó regularmente artículos relacionados con la
Arqueología. Dos de sus primeros miembros, J. Antonio Villacorta y Carlos A.
Villacorta, publicaron un volumen sobre los sitios arqueológicos de Guatemala. Por
medio de este libro se divulgó en el país mucho de la información que hasta entonces
sólo se había publicado en el extranjero, además de una valiosa edición facsimilar de los
códices mayas. Quizás el más distinguido, entre los fundadores de la Sociedad de
Geografía e Historia, fue Adrián Recinos, quien en años posteriores publicó ediciones
cuidadosas del Popol Vuh, el Memorial de Sololá y otros documentos indígenas de la
Colonia.
Los trabajos de Piedras Negras se hicieron entre 1931 y 1939, bajo la dirección de J.
Alden Mason y Linton Satterthwaite. En tanto que el proyecto Uaxactún, de la misma
época, transformó la Arqueología maya al introducir el enfoque histórico-cultural,
Piedras Negras siguió una línea más tradicional, concentrándose principalmente en el
registro de la arquitectura y la extracción de un conjunto de monumentos esculpidos;
este último fue el objetivo primordial de la primera etapa del proyecto. Ocho esculturas
de Piedras Negras fueron instaladas en el Museo Nacional de Guatemala, mientras que
otras tantas salieron en calidad de préstamo hacia Pennsylvania.
Desgraciadamente, los proyectos de la primera mitad del siglo prestaron poca atención a
la preservación de los sitios arqueológicos. Tanto en Piedras Negras como en Uaxactún
y otros lugares, los excavadores no procedieron a reenterrar los edificios que habían
descubierto, los cuales sufrieron grave deterioro al quedar expuestos a la intemperie.
Posiblemente por su localización, que los hacía casi inaccesibles, no se hicieron trabajos
de restauración en esos sitios, tales como los que practicó la Institución Carnegie en
Chichén Itzá y Copán. La conservación y restauración de los sitios arqueológicos no fue
un objetivo importante de la Arqueología en Guatemala durante la primera mitad del
siglo. Las únicas excepciones fueron la ya mencionada de Quiriguá, y un pequeño
trabajo efectuado en Zaculeu, en 1927, por el gobierno de Guatemala.
El IDAEH inició sus labores con un equipo muy calificado, que participó directamente
en la investigación arqueológica. Formaba parte importante de ese equipo, Heinrich
Berlin, originario de Alemania y entrenado en México como arqueólogo e historiador
del arte. Con el apoyo del IDAEH, Berlin condujo exploraciones arqueológicas en Tikal
y otros lugares de Petén, así como en Kaminaljuyú. Al mismo tiempo, el IDAEH
patrocinó excavaciones en contextos coloniales del área de Ciudad Vieja, lo que fue un
trabajo pionero en la Arqueología histórica de Guatemala. En sus inicios, el IDAEH
emprendió una labor docente, que se tradujo en actividades escolares y cursos
avanzados de Arqueología, que se impartieron por primera vez en Guatemala. El Museo
Nacional se amplió considerablemente al trasladarse a un nuevo local en 1948. En
muchas de estas actividades, el Instituto recibió la colaboración de la Institución
Carnegie y de otros arqueólogos extranjeros.
Más o menos en la misma época aludida antes, el Museo Peabody volvió a interesarse
en la Arqueología petenera, para lo cual organizó proyectos de gran escala en Altar de
Sacrificios y posteriormente en El Ceibal. En décadas recientes, muchas otras
instituciones estadounidenses han intervenido en la Arqueología de las Tierras Bajas
mayas, lo que se relaciona con un marcado aumento en la cantidad de arqueólogos
profesionales y departamentos universitarios involucrados en Arqueología, en Estados
Unidos. No es posible dar detalles sobre todos estos trabajos, pero puede destacarse la
investigación de los grandes sitios preclásicos del área de El Mirador y Nakbé, los que
han revelado un nivel elevado de complejidad social en el Período Preclásico,
anteriormente insospechado. Algunos proyectos han aplicado métodos modernos en el
análisis paleoecológico, tales como los estudios de sedimentos lacustres en Petén
central. Otros han ampliado el conocimiento arqueológico de regiones específicas, como
Quiriguá y el valle del bajo Motagua, Río Azul y otros sitios del noreste de Petén, así
como los sitios de la región de Dolores, Petén. El gobierno guatemalteco ha seguido
patrocinando proyectos de investigación y restauración en Tikal y Uaxactún.
Más que otras regiones del país, el Altiplano ha atraído la atención de investigadores
europeos, principalmente franceses y, en menor medida, españoles. El gobierno francés
empezó a patrocinar investigaciones arqueológicas en el Altiplano Occidental, en 1954,
cuando se emprendieron excavaciones y reconstrucciones en Mixco Viejo, dirigidas por
Henri Lehmann. Entre los proyectos franceses conviene resaltar las investigaciones de
Alain Ichon en las regiones de San Andrés Sajcabajá y el valle medio del Río Chixoy,
área que quedó inundada tras la construcción de una represa hidroeléctrica. Un proyecto
español promovió investigaciones en las regiones de Quetzaltenango y Totonicapán, en
tanto que otras partes del Altiplano Noroccidental han sido objeto de investigación por
proyectos estadounidenses.
En las últimas décadas, los restos arqueológicos mayas han adquirido un valor inusitado
en el mercado internacional del arte. Como resultado de ello, la extracción y comercio
de piezas arqueológicas se han convertido en una alternativa económica productiva para
muchos campesinos del país, en forma individual u organizada. El problema es
particularmente agudo en Petén, cuyos vestigios arqueológicos presentan el mayor
atractivo para los comerciantes de arte, y donde, además, se ha experimentado una
crecimiento demográfico desmedido a partir de 1960. El saqueo ha ocasionado la
mutilación o destrucción de muchos edificios y artefactos prehispánicos, además de la
pérdida de información que resulta de excavaciones no controladas y orientadas
solamente a los artefactos de valor artístico. El problema ha sido controlado sólo
parcialmente por medio de tratados internacionales para regular el comercio de objetos
prehispánicos, y por la delimitación de parques arqueológicos al cuidado de guardianes
del IDAEH. Sin embargo, no se avizoran aún mecanismos que permitan obtener un
control más completo.
Seguramente, el desarrollo más importante de las últimas décadas es el surgimiento de
una Arqueología profesional en Guatemala. La creación del IDAEH no estimuló, como
podría haberse esperado, un proceso de profesionalización en la Arqueología del país.
Los cursos de Arqueología que el instituto impartió en sus primeros tiempos no llegaron
a cristalizar en un programa sistemático.
El término Mesoamérica fue acuñado por Paul Kirchhoff para designar el área
geográfico-cultural que comprendía el sur de México, Guatemala y otras partes de
Centro América (Ilustración 39). La denominación alude a la localización central de una
unidad cultural en el continente americano, y evita la moderna connotación política del
término Centro América. En la actualidad se entiende que el término se refiere a una
zona geográfica cuya línea fronteriza se extiende desde el Río Sinaloa, en el noroeste,
baja a la meseta central de México, sube nuevamente al noreste hasta el Río Soto La
Marina, se expande después hasta el centro de Honduras, aproximadamente en la
desembocadura del Río Ulúa, pasa por el Lago de Nicaragua y finalmente baja hacia el
sur hasta la Península de Nicoya en Costa Rica (Ilustración 40).
Kirchhoff notó que las fronteras biogeográficas, es decir, América del Norte, del Centro
y Sudamérica, eran poco útiles para trazar límites culturales, y que la división
tradicional de los antiguos pobladores de América en cinco grandes áreas obscurecía la
realidad. Reconoció que ciertas regiones compartían determinados rasgos culturales, por
ejemplo, idioma, agricultura avanzada, cerámica, textiles, etcétera, y que, por otro lado,
se diferenciaban en la presencia o ausencia de otros rasgos como escritura jeroglífica,
calendario permutable, pirámides escalonadas, juego de pelota, etcétera. Ello lo indujo a
considerar que algunas de las áreas culturales distribuidas entre México y Costa Rica
podían ser unificadas en una superárea, a la que precisamente denominó Mesoamérica.
Los rasgos culturales que tradicionalmente definen a Mesoamérica, según Kirchhoff,
son los siguientes:
Patrones alimenticios: molienda del maíz cocido con cenizas o cal, uso de metate y
'mano de piedra'.
Cultura material: uso de cerbatanas, bezotes (adorno que se llevaba en el labio inferior),
uso y pulimiento de la obsidiana, espejos de pirita, tubos de cobre para horadar piedra,
uso de pelo de conejo para adornar textiles, macanas de madera con puntas de obsidiana
incrustadas (maccuahuitl), cotas de algodón y escudos, turbantes, sandalias, trajes
completos de plumas usados por los guerreros.
Kirchhoff dividió a las poblaciones que existían en el siglo XVI en cinco grandes
grupos. Estableció que solamente la familia otomí tenía algunas subdivisiones que no
pertenecían a la unidad cultural mesoamericana; que la nahua tenía muchos grupos
lingüísticos relacionados fuera de Mesoamérica; y que dos grupos lingüísticos, zoque-
maya y macro-otomangue, estaban totalmente dentro de los límites de Mesoamérica y
distribuidos a lo largo de su territorio. De acuerdo con tales datos, Kirchhoff concluyó
en que Mesoamérica era una región poblada por inmigrantes muy antiguos y por otros
más recientes, unidos por una historia común. Además, determinó que las familias
lingüísticas maya, zoque, totonaca, tarasca, cuitlateca y otras, no sólo eran de las más
antiguas, sino que también desempeñaron un papel primario en la constitución de
Mesoamérica y en su definición geográfica.
Kirchhoff afirmó que la frontera norte de Mesoamérica fue mucho más movible e
insegura que la del sur, ya que en ella alternaban períodos de expansión y retracción,
provocados por invasiones de grupos culturalmente 'inferiores' a los mesoamericanos.
En efecto, el territorio norte de México estaba compartido por grupos de agricultores y
grupos de cazadores y recolectores. La frontera sur, en cambio, era menos irregular,
puesto que allí las culturas mostraban una serie de rasgos comunes, incluyendo la
agricultura incipiente y avanzada.
Otro criterio utilizado para definir el área que comprendía Mesoamérica es el uso de los
calendarios de 260 y 365 días. Según Alfred Kroeber, este calendario estuvo asociado a
descubrimientos astronómicos, a la invención de los numerales de posición y al
concepto del cero, a la escritura verdadera, templos de mampostería y pirámides
escalonadas, escultura y arte simbólico, sacrificios humanos y ofrendas de sangre,
sociedad estratificada y Estados basados en el tributo. Kroeber indicó que algunos de
estos rasgos culturales se presentaron al oeste y norte de Mesoamérica, pero que el
calendario permutable, la astronomía y la agricultura elaborada, estaban ausentes en
dichas zonas. Con esta información dividió a Mesoamérica en dos subáreas: el núcleo
verdadero de la alta cultura, que incluía el centro y sur de México, Guatemala y el oeste
de El Salvador y Honduras; y una región subnuclear, que comprendía el norte de
México.
En el mismo lugar, Kirchhoff explica que el suyo era el primero de una serie de estudios
para seguir buscando los rasgos del pasado, pero esperaba que otros continuaran con
dicha tarea, lo cual no ocurrió sino hasta varios años después.
Uno de los modelos más interesantes es el de Jaime Litvak King, el cual se basa
concretamente en los cambios geográficos que experimentó Mesoamérica a través del
tiempo. Sus premisas se apoyan parcialmente en los modelos de Kent Flannery y
Wigberto Jiménez Moreno, puesto que relaciona a Mesoamérica con su diversidad
ambiental. La diferencia entre aquél y estos modelos estriba en la importancia que
Litvak da a las redes de intercambio que surgieron en regiones antiguamente habitadas,
cuyos ambientes cambiaron de modo gradual. Es importante notar que para este
investigador el intercambio no se refiere únicamente a lo económico, sino a contactos
bélicos, rituales, de organización social, y de todo tipo, lo cual da como resultado el
aprovechamiento de los ambientes y la aculturación. De acuerdo con estas premisas
Litvak definió a Mesoamérica como:
Para trazar los límites de Mesoamérica a lo largo del tiempo, Litvak utilizó el
movimiento de artefactos, en especial tipos cerámicos. Afirmó que una vez se
comprobara la existencia de la superárea, por medio de restos de cultura material
recobrada por la Arqueología y cuya procedencia podía reconocerse, era posible
suponer que tales elementos viajaban acompañados de ideas, formas de gobierno,
etcétera. Por medio de este modelo, Litvak propuso que la extensión de Mesoamérica
varió en las distintas etapas (Ilustración 42), desde el Período Preclásico hasta el
Postclásico. La frontera sur de Mesoamérica en el Período Postclásico Tardío, según el
modelo de Litvak, no concuerda con la propuesta por Kirchhoff. Litvak no explica la
diferencia, pero probablemente ésta se derivó de su metodología, en la cual tomó la
distribución de tipos cerámicos michoacanos (Negro sobre Naranja Tenochtitlan y
Cholula Policromo), que según sus estudios eran ampliamente comerciados durante el
Postclásico Tardío, para trazar la frontera sur mesoamericana.
Es importante hacer notar que la tesis propuesta está hecha desde el ángulo de las
investigaciones realizadas en México. Posteriormente, empero, los nuevos estudios
arqueológicos efectuados en otras regiones de Mesoamérica han demostrado que las
rutas de intercambio no se daban exactamente en la forma que propuso Litvak, pero no
por ello el modelo carece de valor.
En la siguiente exposición se resumen los períodos que se han definido en los procesos
evolutivos de Mesoamérica. En virtud de que los eventos no ocurrieron exactamente de
la misma manera en todas las áreas, las fechas pueden variar en las diferentes regiones
geográficas. Se acepta, sin embargo, que el cuadro general de la evolución cultural fue
similar en toda la región mesoamericana.
Las primeras evidencias seguras de actividad humana son las industrias líticas Clovis y
Folsom, que se han fechado por radiocarbón entre 10,000 y 9000 AC. Los análisis de
los sitios con ocupación del Paleoindio, y de artefactos asociados a ella, indican que las
poblaciones eran nómadas y tenían un patrón de subsistencia basado en la cacería de
una megafauna hoy extinta.
Sin embargo, en Mesoamérica la información sobre el Paleoindio es tan escasa, que este
período constituye casi un vacío en la secuencia cultural. Una serie de artefactos
provenientes de varias partes de Centro América aparentemente datan de los inicios del
Paleoindio, y algunos investigadores opinan que evidencian una ocupación anterior al
10,000 AC. Empero, por la falta de un contexto arqueológico seguro y por problemas de
tipología, su posición cronológica se mantiene todavía en el plano de la especulación.
Las evidencias más importantes del Arcaico provienen de cuevas y zonas de climas
secos, como el valle de Tehuacán, situado en el centro de México, y la cueva de Santa
Marta en Chiapas. Las condiciones ambientales de esos lugares ayudaron a la
preservación de los restos dejados por los pobladores; por ejemplo, canastas, redes,
textiles, semillas, coprolitos, etcétera. Es probable que grupos de la Tradición del
Desierto hayan ocupado otros nichos ecológicos, pero sus bienes consistían
principalmente en materiales perecederos, y los restos arqueológicos están oscurecidos
por densas ocupaciones de grupos humanos posteriores, por lo cual actualmente no se
dispone de la información necesaria.
El Período Preclásico abarca más de 2000 años y durante ese tiempo ocurrieron
fenómenos notables en los grupos humanos que habitaban Mesoamérica. Sobre la base
de cambios en la cerámica, la arquitectura y la escultura, este período ha sido dividido
en Temprano (2000 a 800 AC), Medio (800 a 400 AC) y Tardío (400 AC a 250 DC).
Durante el Preclásico Medio se observa el avance de grupos humanos hacia zonas que
antes no estaban completamente ocupadas; por ejemplo, Petén, lo que implicaría mayor
densidad de población y un mejor conocimiento del manejo de la tecnología agrícola
junto con cierto control del agua. Se nota más comunicación entre las poblaciones por
medio del comercio, y hubo más complejidad social y ceremonialismo, según se colige
de una mayor variedad en la cerámica, de la arquitectura monumental y de la escultura.
En el Preclásico Tardío ya estaban firmemente cimentados los principales rasgos de la
civilización maya. En cerámica se usaba ampliamente la pintura bicroma y comenzaba
la policromía que, poco tiempo después, en el Clásico, sería una característica común.
La construcción de pirámides ceremoniales se extendió a través de Mesoamérica, junto
con una mayor centralización política en los centros cívicos y administrativos. En la
agricultura se observan técnicas intensivas, como canales de irrigación, drenaje,
chinampas o campos elevados, tablones, etcétera. A fines del Preclásico se introdujeron
dos innovaciones importantes en el campo intelectual: el calendario y la escritura,
usados en el registro histórico de los acontecimientos políticos del área maya. Ambos
logros aparecen muy desarrollados, por lo que pudieron haberse iniciado bastante
tiempo antes. La estructura social se tornó mucho más compleja, con grandes centros de
población, que ejercieron dominio sobre otros, y cuyos gobernantes reforzaban su
derecho al poder por medio de inscripciones en estelas, dinteles, etcétera.
Con relación al nombre de este período, que se extiende del 2000 AC al 250 DC, existe
cierta variación. Los primeros en investigar los restos arqueológicos mesoamericanos
fueron los europeos y norteamericanos, y ellos aplicaron en el Nuevo Mundo una
terminología que se usaba en el Viejo Mundo. Al principio del siglo XX, por ejemplo,
Sylvanus G. Morley incorporó términos utilizados en la Arqueología de Egipto, como
los de Viejo Imperio y Nuevo Imperio, para denominar a dos de los períodos
reconocidos en el área maya. Actualmente se usan los términos Clásico y Postclásico.
En las décadas entre 1930 y 1950 surgió una serie de nombres para el primer período de
Mesoamérica. Con base en excavaciones que realizó en Uaxactún, entre 1931 y 1937,
A. Ledyard Smith utilizó los nombres Desarrollo Temprano I y Desarrollo Temprano II.
Después, aparentemente en los inicios de la década 1940, durante las investigaciones
efectuadas por la Institución Carnegie en Yucatán, se empezó a usar el término
Formativo. Sin embargo, se sabe que fue en dos artículos de J. Eric S. Thompson donde
se publicó por primera vez el término Formativo, para referirse a la misma época.
Ambos estudios se publicaron en American Antiquity, por lo que esta denominación
tuvo una mayor divulgación. A esto también contribuyó Alfred Kroeber, quien, en su
famoso libro Anthropology, llamó Formativo al período anterior al Clásico.
Robert Wauchope, por su parte, presentó una hipótesis que tuvo mucha influencia en el
uso del término Formativo, así como en los estudios acerca del desarrollo cultural de
este período. Dicho autor afirmaba que se necesitaba de una terminología muy amplia
que traspasara las regiones y que permitiera referirse a la misma etapa cultural
utilizando las secuencias locales de cada región. El término Formativo también tuvo
buena acogida entre los arqueólogos mexicanos, especialmente porque en ese momento
se intentaba buscar un sustrato común para las culturas de Mesoamérica y Sudamérica.
En un ensayo publicado en 1948, Pedro Armillas usó el término Formativo, y señaló
que la misma denominación se usaba por peruanistas para designar a la fase del área
andina que parecía coincidir con el área mesoamericana. En otras palabras, aceptaban
una correspondencia en el tiempo, entre los primeros aspectos culturales de las dos áreas
arqueológicas, que, de esa manera, supuestamente constituían un horizonte cultural.
Más o menos en la misma época, Edwin M. Shook indicaba que ninguno de los
términos previamente aplicados al período anterior al Clásico (Arcaico, Medio,
Desarrollo, Pre-Maya, Formativo, etcétera) encajaba tan bien en el panorama general de
Mesoamérica y permitía tanta correlación, como la denominación Preclásico. Este fue
definido por Shook como el período 'que cubre todas las culturas que hacían cerámica a
través de Mesoamérica, hasta 200 DC, fecha aproximada (con base en la correlación del
calendario maya con el cristiano) para el inicio del clímax intelectual del Clásico'.
El avance de los estudios arqueológicos ha demostrado, cada vez con más claridad, que
las poblaciones mesoamericanas alcanzaron un alto grado de desarrollo cultural. Por
ello, si algún período de las culturas mesoamericanas puede llamarse Formativo, con
alguna propiedad, es precisamente el que hoy se conoce como Arcaico. Es más, con las
nuevas investigaciones se ha establecido que algunos sitios, como Kaminaljuyú y El
Mirador, tuvieron varias etapas de apogeo, algunas antes del Período Clásico. Además,
hasta el presente no es seguro que culturas, como la de la Fase Ocós, en el sitio La
Victoria, y de la Fase Arévalo, en Kaminaljuyú, hayan sido formativas de posteriores
desarrollos. Por ello, se considera que el término Formativo para denominar al período
mesoamericano inicial, es inadecuado, puesto que implica que es una etapa anterior o
culturalmente más baja que el Período Clásico. Por tal razón, se ha preferido el término
Preclásico, el cual únicamente sugiere que se presenta antes del Clásico. A continuación
se usarán ambos términos con el mismo significado, puesto que se refieren a la misma
época, es decir a la que está comprendida entre 2000 AC a 250 DC.
En la última parte del Preclásico Tardío o inicio del Clásico Temprano, entre 100 y 300
DC, se presenta en el área maya un estilo cerámico que fue la base del Período
Protoclásico. Sin embargo, el concepto de Protoclásico ha provocado mucha confusión
y no hay un acuerdo general sobre lo que realmente representa. A través del tiempo ha
sido descrito como un período arqueológico, una etapa de transición al Clásico, o
simplemente como estilos cerámicos que llegan al área maya en determinado momento.
A finales del Clásico Tardío (entre 830 y 900 DC) el área maya resultó afectada por
diversos problemas que provocaron el declive de la civilización y su ulterior colapso, lo
que fue acompañado por el abandono de los centros urbanos más importantes. Sin
embargo, estas dificultades no se presentaron de manera uniforme en las Tierras Bajas y
las Tierras Altas. Por lo tanto, cuando los arqueólogos han estudiado la última parte del
Clásico se han encontrado con situaciones que plantean el dilema de utilizar términos
como Clásico Terminal y Epiclásico.
El Clásico Terminal se usa cuando, después del colapso que afectó a las Tierras Bajas
Centrales, en otras zonas todavía los sitios continuaron ocupados, pero en decadencia,
había cerámica y la actividad de construcción disminuyó sensiblemente o se estancó por
completo. Un ejemplo son los sitios del centro de Yucatán.
A causa del debilitamiento de las poblaciones localizadas en el sur del área maya, a
finales del Período Clásico empezaron a ingresar influencias nahuas, y los sitios de
Altar de Sacrificios y El Ceibal muestran evidencia de invasiones de grupos del norte.
En los sitios del Postclásico se nota decadencia en la cultura material; por ejemplo, la
escultura y la pintura pierden su suavidad, la arquitectura muestra pesadez y su
decoración es por medio de diseños geométricos y repetitivos, aunque con la ventaja de
que sus espacios interiores son más amplios. El auge religioso continuó pero se hizo
más 'secular', se perdió el culto del complejo altar-estela, y aumentó el énfasis del
sacrificio humano. El comercio se extendió hacia rutas por mar, pero ahora su interés
principal fue la Península de Yucatán. También ocurrieron fuertes cambios en el campo
intelectual, puesto que las fechas se calculan por medio de la Rueda Calendárica maya,
que resulta algunas veces en cálculos problemáticos o equivocados, lo que evidencia la
pérdida parcial de la información.
El Postclásico Tardío (1250 a 1525 DC) se inicia con la caída de Chichén Itzá y el
surgimiento de Mayapán como el centro más importante en la Península de Yucatán. En
el centro de México se observa el desarrollo, dominio y expansión del imperio Azteca
en los siglos XIV y XV. En Guatemala, el foco principal del desarrollo cultural se
encuentra en las Tierras Altas, con el control ejercido por los quichés hasta
aproximadamente 1470, cuando los cakchiqueles y tzutujiles ya se constituyeron en
señoríos independientes. A principios del siglo XVI, los españoles encontraron estos
señoríos enfrentados en guerra, lo cual facilitó la primera etapa de la conquista
española.
Varios estudiosos utilizan el término Protohistórico para referirse a los últimos dos
siglos anteriores a la llegada de los españoles y las primeras décadas de la Conquista. Se
considera que este término no es adecuado, puesto que su significado literal es 'la forma
más temprana de la historia'. Esto sería afirmar que los pueblos mesoamericanos no
tenían historia sino hasta la llegada de los europeos. Existe innumerable evidencia de
textos históricos en estelas, altares, gradas, dinteles, códices y artefactos portátiles,
etcétera, que muestra los registros de eventos políticos que ocurrieron. El
desciframiento de jeroglíficos, inclusive, está permitiendo pasar de las hipótesis
inferidas por los restos arqueológicos al fascinante escenario histórico de Mesoamérica.
CARSON N. MURDY
Todos los niveles sobre esta marga basal mostraron herramientas de piedra tallada, en
cantidades variables, las cuales tenían una pátina de ligera a densa en los bordes
trabajados. Exámenes microscópicos de estos bordes mostraron que las piezas tuvieron
diversos usos, como los de alisar, cortar, pulir, tallar y martillar; ello, por otro lado,
indica que el sitio fue una área de habitación en la que se realizaba una amplia gama de
actividades. La abundancia de las herramientas encontradas tanto en la superficie como
en las excavaciones, sugiere que el lugar probablemente estuvo ocupado en forma
intermitente por una pequeña población durante un largo período. En virtud de la gran
cantidad de estas herramientas, de su amplia distribución y de su burda manufactura,
algunos investigadores han dudado de que realmente fueran artefactos de fabricación
humana; sin embargo, en un estudio reciente, Arlene V. Miller ha rechazado la
posibilidad alternativa de que hayan sido astillados solamente por acción
geomorfológica. Aunque este sitio todavía no puede fecharse radiométricamente, la
comparación de las colecciones de la Fase Pacaicasa de Perú, que contienen
herramientas con agrupaciones similares de los materiales, sugiere una fecha alrededor
de 18,000 AC.
Aparte de tan tenues indicios sobre los habitantes más antiguos, parece existir un gran
vacío posterior de información en lo referente a la ocupación paleoindia de Centro
América. Se conocen dos sitios en Chiapas en los que existen evidencias de ocupación
que pueden fecharse antes de 13,000 AC. Sin embargo, esta fecha está basada
únicamente en la tipología de los artefactos encontrados allí. La primera evidencia es un
raspador largo y grueso, que apareció, en asociación con carbón y huesos de ardilla, en
los niveles más bajos de la Cueva Santa Marta. En Chiapas, México, la segunda
evidencia encontrada en el sitio Teopisca es un conjunto de herramientas de piedra
situadas a flor de tierra, que muestran una espesa pátina. El conjunto incluye
herramientas de piedra con bordes cortados, raspados y dentados; un buril y un pequeño
cuchillo bifacial. José Luis Lorenzo ha planteado recientemente dudas respecto de la
fecha tan temprana asignada a dicho sitio, pero no sugiere una alternativa más plausible.
También existe la Cueva Loltún, en Yucatán, en cuyos niveles más bajos se han
encontrado herramientas unifaciales asociadas con huesos de caballos, mamuts y otros
animales extintos. Aunque todavía no ha sido reportado detalladamente, este
descubrimiento se puede situar en el mismo período que corresponde a los hallazgos en
Chiapas.
En relación con el período comprendido entre 10,000 y 6500 AC, por el contrario, sí
existe evidencia relativamente abundante de actividad humana en la región. Dicha
evidencia incluye hallazgos provenientes de excavaciones y otros obtenidos de manera
casual, así como reconocimientos controlados de superficie. Sin embargo, sólo algunos
de los materiales encontrados en excavaciones pueden fecharse con seguridad. Parece
conveniente enumerar primero los hallazgos de superficie, sin fecharlos, en un orden
geográfico de oeste a este y de norte a sur:
9 Una punta parecida al tipo El Inga y tres puntas parecidas al tipo Lago
Madden, así como una punta similar al tipo Plainview, encontradas en el
sitio Lowe-ha, Belice.
16 La hoja de lo que puede ser una punta acanalada, con la base en forma
de cola de pescado, recuperada en el Canal de Panamá, frente a Balboa.
Son mucho más seguras las fechas obtenidas en los sitios La Piedra del Coyote y Los
Tapiales en el área de Chichicastenango. Ambos están localizados en una planicie
elevada, a unos 3,300 m de elevación, a lo largo de la carretera entre Los Encuentros y
Totonicapán en el oriente del municipio de Totonicapán.
En Los Tapiales las excavaciones fueron más extensas, y cubrían 224 m2 al terminar la
temporada de trabajo. A través del sitio la estratigrafía fue variable, generalmente más
gruesa cuesta arriba, hacia el noreste. Consistió principalmente de un manto de roca
irregular de riolita, resquebrajado, recubierto de piedra pómez blanca-amarilla-
anaranjada, muy áspera, la cual a su vez estaba recubierta por un manto de ceniza
volcánica oscura y endurecida. Esta última variaba en textura de abajo hacia arriba, de
la siguiente manera: a) 0.10 m de arcilla barrosa, café; b) una 'zona oscura', no continua,
con abundantes fragmentos microscópicos de carbón, que variaba entre 0.20 y 0.40 m
de espesor, en donde era visible; c) 0.10 a 0.60 m de arcilla café oscuro; y d) tierra de
superficie, de 0.20 a 0.30 m, de arcilla café oscuro. Los análisis espectográficos
infrarrojos de los suelos indicaron que el sitio probablemente existió como una planicie
abierta alpina a través de toda la historia de su ocupación. Una secuencia de nueve
muestras de radiocarbón de todos los niveles del sitio proporcionó fechas que oscilaban
entre 8710 y 7860 AC, en los principales niveles de ocupación precerámica. Los restos
de piedra trabajadas que fueron recuperados incluían 1,458 lascas, de las cuales el 77%
era de basalto gris, el 13% de obsidiana negra, el 6% de obsidiana gris, el 3% de
calcedonia blanca y el 1% de calcedonia variada. Las herramientas de piedra incluían la
base de una punta acanalada de basalto, una punta unifacial completa de obsidiana,
cinco fragmentos bifaciales, cinco buriles, seis cinceles, cinco raspadores unifaciales
(laterales), 11 raspadores unifaciales con dentado en un extremo (incluyendo cinco con
dentado lateral), cuatro fragmentos de raspadores, cinco navajas de sección triangular in
situ y 25 lascas usadas.
Existe una gran laguna, aproximadamente entre 18,000 y 10,000 AC, en la información
arqueológica de Centro América; un período en el cual no se ha fechado con exactitud
ningún sitio. Una manera por la cual se puede inferir que ciertos sitios de Centro
América pertenecen a dicho período consiste en compararlos con sitios que tienen
asignadas fechas más confiables, ya que los conjuntos de herramientas se caracterizan
principalmente por unifaciales y buriles. Los sitios con los cuales se pueden establecer
tales analogías son los que están situados al norte, es decir, en México; por ejemplo,
Tlapacoya, en el Distrito Federal, y El Cedral, Matehuala, en San Luis Potosí, así como
el nivel más bajo de la Cueva Santa Marta, en Chiapas y los hallazgos de superficie
hechos en Teopisca, Chiapas, y la Cueva de Loltún, Yucatán.
Unicamente la última parte del Período Paleoindio, es decir, entre c 10,000 y 6500 AC,
está mejor representada en Centro América, según los sitios excavados y fechados, así
como por los hallazgos en superficie. La mayor parte de evidencia de este período
consiste en puntas de proyectil de distintos estilos. No es extraño encontrar más de un
tipo en un solo sitio. Entre ellos, el más común incluye las que se pueden llamar puntas
acanaladas con base en forma de cola de pescado, las cuales parecen representar una
tradición autóctona en Centro América, ya que no aparecen fuera de la región. Estas
puntas han aparecido en la Cueva de los Grifos, Santa Rosa Chujuyub, San Rafael,
Piedra Parada, Turrialba, Isla Macapale y posiblemente el Canal de Panamá. La mayoría
de ellas son bastante parecidas en forma y tamaño, aun cuando difiera la materia prima,
aunque las dos de Panamá son más grandes que las otras. El segundo estilo más
comúnmente encontrado incluye lo que se puede llamar puntas acanaladas tipo Clovis,
las cuales son bastante variables en forma y tamaño, pero que, sin embargo, presentan
fuertes afinidades con las puntas Clovis del este de Norteamérica. Estas se han
encontrado en Los Tapiales, Chajbal, en el Departamento de Quiché; Ladyville, en
Belice; y Turrialba, en Costa Rica. También son relativamente comunes las que se
pueden llamar puntas con base en forma de cola de pescado con espiga, o puntas
acanaladas tipo Lago Madden, que son comparables con colecciones similares halladas
en Sudamérica. Ellas se han encontrado en Ladyville, Lowe-ha y Melinda, en Belice;
Turrialba, en Costa Rica; y particularmente alrededor del Lago Madden, en Panamá.
Otras variedades encontradas incluyen las del tipo Folsom de la finca Villatoro y las del
tipo El Inga, de Ladyville y Lowe-ha, en Belice. Entre estas últimas variedades las de
los tipos Folsom y Plainview muestran afinidades con Norteamérica, mientras que las
del tipo El Inga muestran cierta afinidad con Sudamérica. Entonces, de acuerdo con
estas puntas de proyectil, se puede suponer que durante el Período Paleoindio, Centro
América formó una frontera o zona de transición entre las puntas de lados rectos de
Norteamérica y las puntas con espiga o base en forma de cola de pescado con espiga de
Sudamérica. Las puntas acanaladas en forma de cola de pescado de Centro América
parecen haberse desarrollado por la interacción de estas dos tradiciones continentales.
Otras herramientas de piedra encontradas en sitios del Paleoindio Tardío, tales como
puntas unifaciales, bifaciales, raspadores dentados en el extremo con quilla achatada,
raspadores con dentado lateral, raspadores discoidales, raspadores unifaciales con
dentadura lateral, buriles, cinceles, cuchillas, navajas, núcleos, lascas ya usadas,
etcétera, muestran una diversidad de tipos mucho mayor, y aparentemente con
funciones más especializadas, que las herramientas de piedra del Paleoindio más
temprano. A pesar de que la mayoría de estos artefactos también pueden encontrarse en
colecciones más tardías, los raspadores con dentado al extremo y puntas a los lados
parecen ser tanto un diagnóstico de las colecciones del Paleoindio Tardío como las
mismas puntas acanaladas.
En contraste con la escasa información obtenida de los sitios del Paleoindio más
tempranos en esta región, los reconocimientos y excavaciones correspondientes al
Paleoindio Tardío han proporcionado suficiente evidencia que indica alguna
especialización de las funciones del sitio, en proporción con el incremento de
especialización de la tecnología. En el valle de Quiché, Kenneth Brown pudo distinguir
por lo menos tres tipos de sitios: aquellos en los cuales se cortaba piedra, o servían
como canteras, y cuya localización, cerca de los mantos de dicho material, permitía la
manufactura de las herramientas; los sitios de recursos limitados, que tenían pocos tipos
de herramientas y que estaban localizados en áreas de fácil acceso a sólo una o dos
zonas ecológicas; los campamentos, que cubrían una área entre cinco y ocho veces más
grande que la de los sitios de recursos limitados, y que presentaban una mayor variedad
y densidad de herramientas de piedra. Estos últimos tenían fácil acceso, por lo menos, a
cuatro distintas zonas ecológicas. Los sitios de La Piedra del Coyote y Los Tapiales,
excavados por Ruth Gruhn y Alan Lyle Bryan, parecen haber sido de recursos limitados
y aparentemente estuvieron ocupados temporalmente, según lo indica su tamaño y
situación ecológica, aunque también pudieron ser campamentos pequeños, como se
puede colegir de su amplia variedad de herramientas. Richard MacNeish encontró que
todos los sitios de la Fase Lowe-ha, en Belice, eran pequeños, que tenían pocos
artefactos y que estaban localizados en ecozonas de laderas arenosas con bosques de
pino o con arbustos propios de una vegetación de sabana. Estos probablemente
representan sitios temporales de recursos limitados, ocupados por un pequeño grupo de
habitantes. Otro sitio excavado y correspondiente al Paleoindio Tardío, el de Turrialba,
en Costa Rica, fue una cantera y taller especializado, aparentemente usado durante un
largo período, según lo indican las numerosas preformas y la vasta cantidad de restos
líticos.
En términos de su contexto económico, se puede decir que los habitantes del Paleoindio
Tardío vivían en pequeños grupos nómadas, y que parecen haber alcanzado una alta
especialización en la caza de grandes animales del Pleistoceno Tardío. Algo de la
variedad de sus actividades y contactos se puede inferir no sólo de la amplia
distribución de los diversos estilos de puntas de proyectil, sino también por el hecho de
que los habitantes de Los Tapiales pudieron haber adquirido la obsidiana de fuentes tan
diversas como el Río Pixcayá y San Bartolomé Milpas Altas al oriente, y Tajumulco al
occidente, las cuales están a una distancia que oscila entre 50 y 75 km del sitio. La
especialización en la cacería de piezas mayores está indicada tanto por lo bien
manufacturadas que están las puntas de proyectil, como por el hecho de que los estudios
del uso de otras herramientas, provenientes de los sitios de la Fase Lowe-ha, en Belice,
indican que la mayoría de dichos artefactos fueron usados para diversas operaciones de
cortar y raspar materiales blandos, como cueros de animales.
Puesto que los mayas construyeron sus edificios de manera superpuesta, es difícil
obtener los datos necesarios para el conocimiento de las épocas más tempranas del
Preclásico. Los edificios y los elementos más antiguos, en efecto, se encuentran a
profundidades mayores, mientras que los rasgos de épocas posteriores aparecen más
cerca de la superficie. Por estas razones, debe notarse que las fechas para el Preclásico
han sido manejadas generalmente de manera arbitraria, ya que cambian las evidencias
obtenidas en las excavaciones arqueológicas. Empero, las fechas anteriores son
aceptadas y utilizadas por la mayoría de investigadores, como marcos de referencia
cronológica. El trabajo de los arqueólogos siempre es complicado y tiene que apoyarse
constantemente en nuevas técnicas y métodos que ayuden a encontrar respuestas
convincentes a los procesos de cambio que experimentaron las sociedades tempranas
que ocuparon el territorio de Guatemala.
Preclásico Temprano (2000 AC - 1000 AC)
En el Preclásico Temprano se produjo la fundamental transición de los grupos de
cazadores-recolectores hacia aldeas que muestran una primigenia estratificación social y
el inicial desarrollo paulatino de economías locales y regionales. Aparecieron las
poblaciones sedentarias, asentadas en aldeas construidas de manera dispersa en las
distintas regiones del territorio guatemalteco, y en las cuales la familia nuclear
desempeñó un papel muy importante. La arquitectura se limitaba, por lo general, a bajas
plataformas que sostenían ranchos de estructura liviana. Estas construcciones tenían
principalmente funciones habitacionales, pero también existían residencias de mayor
importancia, o bien edificaciones de carácter ritual.
Costa Sur
Tierras Altas
Tierras Bajas
En la región de las Tierras Bajas, el área central junto a los lagos Quexil y Petenxil ya
estaba ocupada antes de 2000 AC. Las evidencias más tempranas de la presencia
humana en Petén consisten en muestras palinológicas que indican el inicio del
sedentarismo y el surgimiento de cultivos en la región. El asentamiento humano más
antiguo que se conoce en las Tierras Bajas es el sitio Cuello, localizado en la parte norte
de Belice. Las excavaciones realizadas allí fueron determinantes para identificar una
fase cerámica denominada Swasey, que representa la alfarería más antigua descubierta
hasta el presente en las Tierras Bajas, la cual se ha fechado entre 1100 y 400 AC. Ese
mismo tipo cerámico ha sido encontrado también en otros sitios del norte de Belice y al
sur de la Península de Yucatán. La presencia de jadeíta y obsidiana procedentes de la
cuenca del Río Motagua, así como también conchas marinas intercambiadas entre
regiones costeras y sitios alejados del mar, indican que existían contactos entre las
Tierras Bajas y las Tierras Altas.
Sin embargo, puede decirse que en general las Tierras Bajas mayas iban rezagadas en
comparación con el Altiplano y la Costa Sur en cuanto al desarrollo temprano de la
sociedad compleja.
Alrededor del año 600 AC, toda el área maya, incluida la Península de Yucatán,
experimentaba un aumento demográfico. En el Preclásico Temprano se construyó una
mayoría de asentamientos junto a las fuentes de agua, pero en el Preclásico Medio,
además, se principiaron a edificar aldeas alejadas de los ríos, lagunas y mares. Durante
el Preclásico Medio se dieron los asentamientos más grandes, con conjuntos de edificios
alrededor de plazas, y la arquitectura adquirió mayor tamaño.
Costa Sur
Tierras Altas
La influencia olmeca está virtualmente ausente en el Altiplano y las Tierras Bajas. Sin
embargo, es evidente el aumento de poder en manos del grupo administrativo.
Kaminaljuyú fue sin duda uno de los centros dominantes del Altiplano, durante el
Preclásico Medio. En este sitio se encuentran plataformas de gran tamaño situadas
alrededor de amplias plazas, y conjuntos de edificios probablemente conectados por
medio de un sistema de calzadas y avenidas. A la vez, se inició la construcción de un
sistema hidráulico que conducía el agua del extinto Lago Miraflores, por medio de
canales de irrigación, hacia campos agrícolas situados a la orilla del asentamiento.
Tierras Bajas
Costa Sur
En la Costa Sur los sitios ocupados durante el Preclásico Tardío y Terminal muestran
una arquitectura que sigue el patrón de plazas alargadas, igual al del Altiplano. En esta
etapa también se presenta una estructura especial, que limita el lado este de la plaza y
que consiste en un montículo largo de diferentes alturas, pero que sobresale del resto, tal
como ha sido notado en distintos sitios de la región de Tiquisate. En éstos también se
nota una plataforma de grandes dimensiones, que representa una estructura monumental
dedicada a la vivienda de un grupo elitista o dirigente, dentro de los sitios;
probablemente se trata del reflejo de un cambio en la organización social. En esta etapa
surgieron ya algunos centros de mayor tamaño, que principiaron a tomar el control
regional y el dominio político sobre sus vecinos de menor importancia. Entre los sitios
importantes de la época pueden mencionarse Izapa, Abaj Takalik, Sin Cabezas, Vista
Hermosa, Los Cerritos, Giralda, Bilbao, Monte Alto, El Bálsamo, El Baúl y otros.
Además de los 'barrigones' y esculturas en estilo maya, también hubo estelas lisas
asociadas a la arquitectura monumental.
Tierras Altas
Las excavaciones realizadas en casas que fueron habitadas por la población de menores
recursos económicos, han sido de gran ayuda para conocer las áreas de actividad
doméstica y ritual. Por lo general, dichas casas fueron hechas sobre basamentos bajos de
forma rectangular, y también cuadrados, en un número menor. Se construyeron con
paredes de adobe, bajareque o tronos, mientras que los techos eran de dos aguas, y con
palma o paja. En el interior había un fogón, tanto para la preparación de alimentos como
para la calefacción en la época de frío o por las noches. En términos generales, estas
unidades domésticas formaban pequeños conjuntos alrededor de estructuras mayores
que servían como lugar de reunión o de culto, y que por lo regular eran más altas que el
resto de las casas.
En el transcurso del Preclásico Tardío, las secciones central y este de la Costa Sur
participaron en una red comercial que incluía a Kaminaljuyú, en las Tierras Altas, y la
parte occidental de El Salvador. Los nexos que existieron entre estas regiones se reflejan
en las similitudes de la cerámica; en el estilo arquitectónico, que incluía el uso de adobe;
así como en el consumo de obsidiana de El Chayal, y el 'culto' del 'barrigón'. El
concepto Esfera Cerámica Miraflores, referido a estas tres regiones, expresa su
interacción y las tradiciones comunes que compartieron. Sin embargo, al final del
Preclásico ocurrieron cambios notables en la Costa Sur de Guatemala y en las regiones
vecinas, los cuales causaron la ruptura de la Esfera Miraflores. Tales transformaciones
fueron probablemente de carácter sociopolítico, pero afectaron también a las relaciones
comerciales entre la Costa Sur, Kaminaljuyú y El Salvador, que parecen haber
terminado.
En Kaminaljuyú, así como en otras partes del Altiplano de Guatemala, por ejemplo, en
La Lagunita, en el Departamento de Quiché, y en el valle de Salamá, en Baja Verapaz,
se han encontrado monumentos esculpidos del Preclásico Tardío. En general, el estilo
escultórico del Preclásico muestra imágenes de personajes mitológicos o seres
sobrenaturales (Ilustración 51, véase también otros ejemplos en la primera sección de
láminas). En muchos ejemplos se observa también la importancia creciente de la clase
dirigente, y al mismo tiempo, se marca con claridad el inicio de una rígida
estratificación social, que debió desarrollarse paulatinamente desde una época anterior.
Sobre los personajes esculpidos se trazaron símbolos y elementos especiales que
identificaban a la clase gobernante, y se utilizaron, además, los atavíos reales
correspondientes a cada rango.
Tierras Bajas
En las Tierras Bajas mayas, sitios como Nakbé, El Mirador, Tikal y Uaxactún, eran
ciudades que comprendían un elevado número de pobladores y campesinos, quienes
vivían dispersos en los alrededores, y a una clase gobernante que se asentaba en la parte
central de dichos sitios, asociada al centro ceremonial, o sea el lugar donde se realizaban
los actos públicos y religiosos más importantes. La economía de sitios como los
mencionados se basaba en la agricultura y el comercio; este último se extendía a otros
lugares del Altiplano de Guatemala y a las regiones costeras, con los cuales se
intercambiaban productos de diversa naturaleza.
En los sitios mayores se han encontrado grupos de edificios construidos sobre una gran
plataforma artificial, a los que se conoce con el nombre de Acrópolis. Allí se ubicaban
los principales edificios ceremoniales de uso público; también se construyeron los
primeros palacios, en los que se incorporó la bóveda de piedra. En estos últimos se
pueden apreciar todavía los agujeros de ventilación, que permitían el paso de aire y luz
hacia el interior, así como una variedad de diseños, un número variable de cuartos y los
muros exteriores pintados de rojo. Algunos tenían una decoración especial, que incluía
pinturas murales y mascarones estucados y policromados, en la base de las
construcciones. En la parte superior de los palacios se observan todavía frisos
modelados en estuco y pintados de varios colores. También aparecen figuras de dioses
mitológicos e imágenes de antepasados importantes, las cuales servían a los gobernantes
locales para demostrar el origen divino de su linaje y la supuesta protección
sobrenatural de que disfrutaban. Parecidos propósitos estaban asociados a los altares y
estelas de este período, como se puede observar especialmente en los sitios Nakbé, El
Polol y El Mirador.
Parece ser que al final del Preclásico Tardío se presentaron serios problemas en algunos
sitios de las Tierras Bajas. En El Mirador, por ejemplo, se construyó una muralla para la
defensa del centro ceremonial. Asimismo, es posible apreciar un descenso demográfico
ostensible en la zona del Río de La Pasión, como también en El Ceibal. En otros sitios
del sur de Yucatán y norte de Belice, como Becán y Cerros, también se observan
elementos que indican drásticos cambios sociopolíticos, ya que algunos de dichos sitios,
que desempeñaron un papel importante durante el Preclásico, fueron abandonados casi
totalmente. Se puede inferir que la civilización maya ya se había desarrollado durante el
Preclásico, y que al final del período ocurrió el primer colapso maya, del cual se
recuperó en el Clásico Temprano.
Los Estados difieren de los cacicazgos en que estaban estratificados en una serie de
clases, las que incluían especialistas de tiempo completo, sujetos a un poder jerárquico
altamente centralizado, que gobernaba un territorio bien delimitado. La administración
del gobierno estaba a cargo de una jerarquía muy organizada de especialistas de tiempo
completo, que manejaban los asuntos del Estado. Tales divisiones sociales y
económicas se notan en el registro arqueológico por medio de las diferencias en las
viviendas, los artefactos y los enterramientos correspondientes a cada clase. Existía una
jerarquía de los centros, el más importante de los cuales funcionaba como el núcleo
primario o capital, rodeado por centros secundarios o terciarios, dependientes.
En los primeros Estados, como aquellos de los mayas, el poder político era
monopolizado por una élite dirigente que estaba separada del resto de la sociedad por el
nacimiento, los privilegios y otras distinciones. La élite usualmente se basaba en
relaciones de parentesco, y trazaba su ascendencia desde antepasados reales o míticos.
El poder se basaba en factores económicos y religiosos, que incluían el derecho a
recolectar tributo, y la creencia de que los orígenes sobrenaturales de la élite daban al
gobernante y a su familia el derecho divino de gobernar. La sucesión en el gobierno
usualmente era heredada.
Al iniciarse el Período Clásico, muchos sitios mayas se encontraban ya formalmente
establecidos (Ilustración 59). Desde el inicio de esta etapa se erigían estelas esculpidas,
las cuales mostraban representaciones de los gobernantes, su ascendencia y su relación
con los dioses. Incluían fechas de los acontecimientos de su vida, a través del sistema
calendárico de la Cuenta Larga. En épocas más tardías existía el glifo-emblema de la
ciudad. El culto a las estelas llegó a tener en las Tierras Bajas mayor presencia y
difusión que en las otras regiones; también se mejoraron las técnicas constructivas en
los edificios con bóvedas de piedra. En el lado negativo, el Período Clásico parece
haberse caracterizado por un incremento de las guerras, y de la competencia entre los
centros por obtener el control sociopolítico regional. Por supuesto, muchas de las
características anteriores surgieron antes del año 250 DC, pero aproximadamente a
partir de esta fecha se afirmaron mucho, por lo que se considera dicho año como en el
que se inició el Período Clásico.
Costa Sur
En la segunda mitad del Clásico Temprano, la 'población Naranjo' fue portadora de los
elementos foráneos que tradicionalmente se han asociado a Teotihuacan. Entre éstos
figuran la obsidiana verde, las formas de cerámica y la iconografía religiosa de estilo
teotihuacano, que aparece en vasos cilindros trípodes (Ilustración 53) e incensarios.
Asimismo, la cerámica indica que las relaciones con Kaminaljuyú, que se habían
interrumpido al final del Preclásico Tardío, se reestablecieron durante la segunda mitad
del Clásico Temprano.
En general, los sitios arqueológicos de la Costa Sur son menos impresionantes que los
de las Tierras Bajas mayas, ya que la construcción de los edificios era de arcilla, arena,
ceniza volcánica y barro cocido. Pocos sitios, entre ellos Abaj Takalik, emplearon la
piedra de río para hacer las paredes de algunos edificios o plataformas piramidales. Las
principales estructuras aún se fabricaban con cuerpos escalonados, que en algunos casos
incluían taludes. En las viviendas de personas de menores recursos, situadas en los
alrededores de los centros ceremoniales, se utilizaron materiales perecederos y muchas
de ellas estaban asentadas directamente en el suelo; en otros casos se construyeron sobre
bajas plataformas cuadradas y rectangulares. La altura de las plataformas variaba según
el rango social de los moradores.
Tierras Altas
En las Tierras Altas de Guatemala el sistema sociopolítico que parece haber imperado
fue el dominio de varios sitios mayores sobre amplias extensiones de terreno, donde un
centro rector controlaba a otros sitios menores. Se considera que cada territorio mantuvo
una relativa independencia en relación con sus vecinos. Los sitios arqueológicos mejor
conocidos para el Clásico Temprano son Kaminaljuyú, en el valle de Guatemala;
Chamá, en Alta Verapaz; Zacualpa, en Quiché; Zaculeu, en Huehuetenango; y el valle
de Salcajá, en Quetzaltenango. En años recientes se han efectuado excavaciones en
otros lugares de Quiché, las Verapaces y Chimaltenango. Sin embargo, uno de los sitios
más investigados hasta el momento ha sido Kaminaljuyú, al que se considera como base
para los estudios y la comprensión de la cultura maya del Altiplano.
La economía de los sitios de las Tierras Altas estuvo basada en su producción agrícola y
en la exportación de productos locales y regionales. A esto se sumaban otros bienes,
como vasijas cerámicas, plumas de quetzal, piedra basáltica, ocote, pieles, etcétera, que
eran cambiados por productos de otras zonas vecinas. Las cadenas montañosas no
fueron obstáculo para que los comerciantes se trasladaran de un lugar a otro, caminando
en muchas oportunidades a través de pasajes naturales en los corredores situados entre
montañas, así como utilizando los amplios valles y las cuencas hidrográficas.
Las técnicas y materiales de construcción utilizados en las Tierras Altas eran similares a
los del Preclásico Tardío; es decir, basados en el barro. Sin embargo, uno de los
cambios fundamentales que se observa, especialmente en Kaminaljuyú, es que la
escultura en piedra, tan desarrollada en el Preclásico, ya no se trabajó en los inicios del
Clásico Temprano. En este período, en Kaminaljuyú sólo se conocen esculturas
modeladas en barro en algunas fachadas policromadas, las cuales representaban
deidades, así como figuras antropomorfas y zoomorfas pintadas en colores rojo, verde,
blanco, crema, amarillo y azul. Dichas fachadas se encontraron en la Estructura D-III-1
(Ilustración 54).
La segunda parte del Clásico Temprano fue acompañada por cambios considerables en
Kaminaljuyú. En primer lugar, la población continuó aumentando, mientras que el
conjunto de sitios ubicados en el valle de Guatemala pudo llegar a tener un máximo de
46,330 habitantes, integrados dentro de un sistema de asentamientos jerarquizados. Por
otra parte, la evidencia cerámica indica que continuaron las relaciones con la región
occidental. Adicionalmente, se encuentra estilo teotihuacano en la cerámica, y el talud-
tablero en la arquitectura de los sectores más importantes del centro (Ilustración 57).
Los estilos de Teotihuacan cesaron de tener importancia después del Clásico Temprano.
Sin embargo, las poblaciones de las Tierras Altas de Guatemala residieron aún en los
mismos lugares y aumentaron de tamaño durante el resto del Período Clásico. Se
mantuvieron los nexos socioeconómicos y puramente comerciales entre las regiones del
Altiplano Central, occidente y norte de Guatemala y, en el comienzo del Clásico Tardío,
se reanudaron las relaciones entre las Tierras Altas Centrales y la Costa Sur.
Tierras Bajas
En las Tierras Bajas los estilos cerámicos y arquitectónicos han permitido dividir el
Clásico Temprano en tres grandes etapas de desarrollo. Estas son conocidas como
Tzakol 1, 2 y 3, nombre que se les dio por la secuencia cerámica asignada para
Uaxactún. La cerámica era bastante rica y elaborada, y en cuanto a la decoración, las
técnicas se diversificaron ampliamente, incluyendo el uso de la policromía, el
esgrafiado y el estucado.
Los primeros monumentos del Clásico Temprano en las Tierras Bajas fueron erigidos
en Tikal y Uaxactún, donde las estelas y altares muestran figuras de personajes y fechas
calendáricas. Los ejemplares más antiguos de este período son la Estela 29 de Tikal y la
Estela 9 de Uaxactún, que tienen las fechas 292 y 327 DC, respectivamente. Un poco
más tarde, sitios localizados aproximadamente a 60 kms de Tikal, como El Perú, Polol y
Balakbal, también erigieron estelas. En algunos de ellos se observa el Glifo-Emblema
de Tikal esculpido en las estelas, lo que parece indicar una dependencia política de los
sitios menores respecto del mayor. Varios lugares, como Yaxhá, El Perú y Bejucal,
cuentan con su propio glifo-emblema, por lo que se les considera independientes.
La realeza más elevada tenía sus palacios y residencias en la parte central de las
ciudades, más cerca a la zona ceremonial y administrativa. Alrededor de los centros
ceremoniales se localizaban las casas y otros signos de ocupación de pobladores de
menor rango social. Las residencias de éstos se construyeron sobre una plataforma baja,
y se usó bajareque en las paredes y palma local en los techos. Las canteras, embalses de
agua, campos de cultivo, basureros, arcilla para la fabricación de vasijas y otros rasgos
de producción, se encontraban dispersos en los alrededores de los sitios.
Durante todo el Clásico Temprano los pobladores del área petenera mantuvieron un
comercio estable con los de las otras regiones, surtiéndose de productos elaborados con
diversos materiales. De las Tierras Altas llegaban productos como jade, obsidiana,
plumas de quetzal, pieles de animales, vestidos de algodón, etcétera. De las costas
provenían conchas y caracoles marinos, espinas de mantarraya, sal, cacao, tabaco y
algodón. Las Tierras Bajas, por su parte, exportaban sal, pedernal, pieles de animales,
plumas de pájaros multicolores, vasijas cerámicas, tintas vegetales y otros artículos.
Entre las 'exportaciones' más importantes, figuraban también los avances científicos y
tecnológicos, así como la parafernalia ritual.
En la última parte del Clásico Temprano (Tzakol 3) se han encontrado, sobre todo en
Tikal, algunos rasgos cerámicos y arquitectónicos tradicionalmente asignados al estilo
teotihuacano, lo que hace pensar que existieron relaciones entre ambas regiones. Sin
embargo, al igual que sucede en la Costa Sur y en Kaminaljuyú, no se conoce
claramente la naturaleza y recurrencia de dichos contactos. Al final del Clásico
Temprano parece que ocurrió en el área central de Petén, principalmente en Tikal y
Uaxactún, una disminución en la construcción de edificios y en la erección de
monumentos esculpidos, mientras que esta actividad se incrementó en otros sitios
periféricos, como Caracol. A esta etapa se le llama hiato, y actualmente no se conoce
mucho sobre su desarrollo. Parece que los grandes centros de Petén Central, pero
especialmente Tikal, perdieron parte de su poder político como consecuencia de las
guerras, lo que condujo al mismo tiempo a una reorganización del control o dominio de
territorios, por parte de los sitios de las Tierras Bajas. El final del hiato, ocurrido
alrededor del año 550 DC, marca el término del Clásico Temprano y el inicio del
Clásico Tardío.
Como resultado de la presión por la tierra, y de otros factores relacionados, al final del
Clásico se produjeron continuos enfrentamientos bélicos entre ciudades-estados, así
como desórdenes y revueltas internas en distintos sitios, lo cual derivó en una mayor
presión sobre la clase dominante y un creciente descontento de la clase popular. Todo
ello se tradujo en un proceso de desintegración en los órdenes social y político del
sistema, lo que provocó posteriormente el fenómeno conocido como 'colapso maya',
acaecido al final del siglo IX.
Costa Sur
En toda la región sur hay vestigios de numerosos asentamientos, los cuales incluyen
abundantes evidencias de poblaciones que se encontraban tanto en la planicie costera
como en la Bocacosta. Los sitios mayores se encuentran separados por una distancia
promedio de 14 kms, y hay agrupaciones de menor tamaño a los alrededores. En
muchos de estos centros se puede observar una distribución espacial jerárquica, que
parece sugerir un modelo de organización sociopolítica similar a la de un Estado.
Entre los nuevos rasgos que aparecieron en el Clásico Tardío estaban el uso de
malacates, en lugares como Flamenco, Retalhuleu, lo que indicaría una mayor
especialización en el hilado, tejido y producción de mantas, y en el cultivo previo del
algodón. La cerámica Plomizo San Juan es una nueva vajilla, manufacturada en la zona
costera cerca de la frontera con México. La cerámica plomiza se caracteriza por una
vitrificación que varía en tonos anaranjados y grises, por la cocción y sus formas.
También se han encontrado figurillas cerámicas hechas en molde, así como gran
variedad de instrumentos musicales que incluye tambores, ocarinas y campanas. Se
evidencia una nueva etapa de relaciones con el Altiplano, con el cual se intercambiaban
productos y conocimientos culturales. La cerámica encontrada en Bilbao y El Baúl
indica que los habitantes de estos lugares importaban o copiaban la alfarería de la vajilla
Amatle, proveniente de Chimaltenango. Se han descubierto elementos escultóricos y
artísticos, originarios de la Costa, en Sacatepéquez, lo que sugiere una gran intensidad
en las relaciones entre ambas áreas. Posiblemente, el cacao, el algodón y la sal fueron
los principales productos exportados por los pobladores de la Costa hacia los sitios de
las Tierras Altas, en particular hacia el valle de Kaminaljuyú.
Al final del Clásico Tardío apareció la nueva práctica de enterrar a los muertos en urnas
funerarias. Ejemplares de éstas se han encontrado en lugares como Santa Clara y
Ayutla, al igual que en Buena Vista, cerca de San Marcos. El aparecimiento de la
cerámica Plomizo San Juan en la zona costera, y diversos signos de costumbres no
practicadas antes, sugieren que estaban en proceso cambios radicales, que seguramente
culminaron en la interrupción de la prosperidad de los pueblos de la Costa Sur y el
ulterior abandono de éstos al final del Clásico Tardío.
Tierras Altas
En las proximidades del año 900 DC los sitios de las Tierras Altas seguramente fueron
afectados por el colapso de las grandes ciudades peteneras, por lo que también entraron
en un ciclo de decaimiento y paralización de actividades, lo que produjo su posterior
colapso y disminución de habitantes. Durante el Clásico Terminal, con excepción de los
sitios de Quiché, la población de la zona fue abandonando los centros mayores, y
comenzó a distribuirse en pequeñas aldeas y pueblos. Se considera que la ostensible
baja de población pudo derivarse, en parte, de los cambios políticos regionales y del mal
manejo de los recursos agrícolas. Los sitios del área de Utatlán, en cambio,
progresivamente se hicieron más centralizados y unificados, lo cual fue un signo
temprano de los procesos que se agudizaron en el Postclásico.
Tierras Bajas
Con el advenimiento del Clásico Tardío las cosas cambiaron totalmente en las Tierras
Bajas, ya que surgieron muchos sitios nuevos, al mismo tiempo que aumentó
notablemente el índice demográfico en la región. Se realizaron las más sobresalientes
obras de arte, tanto en objetos pequeños de jade, concha y obsidiana, como en otras de
mayor tamaño, ejecutadas en dinteles de madera, estelas y altares de piedra, todas las
cuales muestran del creciente poder de los sectores de la élite gobernante en las
comunidades.
En el Clásico Tardío aumentaron las relaciones de los pueblos de las Tierras Bajas con
los de otras regiones. Se manifiestan estas relaciones en el intercambio de bienes, lo que
ayuda a conocer el grado de comunicación existente. En la cerámica ocurrieron
semejanzas en cuanto a formas, decoración, representación de figuras y uso de
jeroglíficos. El aspecto ideológico se manifiesta en las vasijas policromas (Ilustración
56) y en los monumentos esculpidos con dioses y seres mitológicos. Por lo tanto, es
evidente que los contactos no se limitaron únicamente a lo económico, sino también a
ideas religiosas y sociales. El desarrollo del Clásico Tardío se comprueba por el
aumento del tamaño de los edificios. En todas partes las construcciones se hicieron más
grandes y los templos principales, realizados con piedra caliza, adquirieron una
verticalidad singular, que los hizo imponentes y majestuosos. El empleo de techos con
bóveda de piedra se generalizó en este período, y al mismo tiempo se incrementaron las
grandes cresterías en la parte más alta de los templos, donde se modelaron figuras de
gobernantes y dioses. Todo el conjunto se decoraba con estuco y pinturas multicolores.
El uso de la policromía dio una característica particular a la integración de pintura,
escultura y arquitectura.
Por otra parte, se observa que continuó la evolución de la escultura en piedra, según lo
muestran los paneles, dinteles y estelas encontrados en ciudades como Piedras Negras,
Yaxchilán, Palenque, Copán y Quiriguá. Aparecen figuras de gobernantes con el cetro o
la barra de mando, adornados con grandes tocados y plumas de quetzal, acompañadas
de fechas calendáricas que indican la data del acontecimiento conmemorado.
La religión muestra uniformidad en el área maya, tal como se ha demostrado por medio
de estudios sobre la iconografía y las costumbres funerarias. Sin embargo, se conocen
aspectos que permiten establecer la existencia de un ritual gubernamental practicado por
la élite y otro de tipo popular, propio de la gente común. Muestras de lo primero se
conservan en las imágenes de las grandes cresterías, estelas, pinturas murales y ofrendas
rituales depositadas en tumbas. El segundo, practicado por personas de menores
recursos, no tuvo la oportunidad de expresarse en forma espectacular. Se sabe de él por
las ofrendas funerarias descubiertas en entierros, y por medio de pequeños recintos
religiosos construidos en las aldeas o en agrupamientos situados en la periferia de las
ciudades.
Todo el avance logrado por la civilización maya principió a disminuir a finales del siglo
VIII, y este decaimiento se prolongó durante el IX. Se pueden observar manifestaciones
bélicas en algunos sitios, como Yaxchilán, Piedras Negras y el área de Petexbatún,
donde algunos monumentos fueron removidos de sus lugares originales y destruidos
parcialmente. En muchas de las estelas y monumentos esculpidos aparecen imágenes de
prisioneros, así como elementos de guerra que indican conflictos con los vecinos.
Más de un siglo y medio antes de la caída de Tayasal, los habitantes del Altiplano
guatemalteco habían sido dominados por los españoles. Arqueológicamente, las fechas
citadas indican que el Postclásico no terminó al mismo tiempo en las distintas regiones
del país, y que existieron diferencias cronológicas que marcan el final de la época
prehispánica en las Tierras Bajas y en las Tierras Altas (Ilustración 69).
Costa Sur
Existe poca información sobre los habitantes de la Costa Sur de Guatemala durante el
Postclásico, ya que muchos sitios fueron abandonados al final del Clásico Tardío y gran
parte de la Costa se despobló. Los habitantes que quedaron continuaron siendo
agricultores, y comerciaban algodón, sal y cacao. La vajilla Plomizo San Juan fue
reemplazada en el Postclásico Temprano por la vajilla Plomizo Tohil, un elemento
marcador de dicho período en toda Mesoamérica que fue objeto de comercio entre las
comunidades de la época. La cerámica Plomizo Tohil proviene de la planicie costera del
Pacífico, en la vecindad de la frontera entre Chiapas y Guatemala. Se distingue de su
antecedente, Plomizo San Juan, por sus formas y efigies antropomorfas y zoomorfas, de
carácter 'mexicano'. Se encuentra distribuida a lo largo del territorio guatemalteco, pero
se extiende también a la Península de Yucatán, Tula, Hidalgo, y otros lugares de
México.
Tierras Altas
La cerámica en las Tierras Altas continuó su desarrollo a partir de sus antecedentes del
Período Clásico, aunque se introdujeron nuevos tipos. Se observa la introducción de las
cerámicas Plomizo Tohil, y Naranja Fino, esta última proviene del Golfo de México; y
también de incensarios trípodes en forma de cucharón, típicos del estilo Mixteca-
Puebla. Es evidente que hubo, durante el Postclásico, intensos contactos comerciales
entre el Altiplano de Guatemala y México, que posiblemente no existían antes.
Tierras Bajas
Costa Sur
Aunque los sitios del Postclásico Tardío de la Costa Sur son más abundantes que los
que corresponden al Postclásico Temprano, se cree que la población continuó
disminuyendo desde su nivel máximo alcanzado en la época del Clásico Tardío. Abaj
Takalik parece haber sido uno de los pocos centros que no fueron abandonados en
aquella época. Los sitios identificados del período disminuyeron por lo general en
tamaño y consistían de un complejo rígidamente organizado de pequeñas plataformas.
En contraste con las Tierras Altas, los sitios del Postclásico Tardío no parecen haber
estado situados en lugares defensivos. Sin embargo, como la topografía de la Costa
impide la construcción de zonas de fácil defensa en montañas y promontorios altos, los
tupidos bosques pudieron haber provisto la necesaria protección.
Tierras Altas
Los estudios de las Tierras Altas se apoyan no sólo en los vestigios arqueológicos, sino
también en las fuentes documentales, es decir, las crónicas coloniales, las cartas de
relación de los conquistadores, los textos indígenas, etcétera. De esta manera se ha
intentado reconstruir la historia de algunos de los pueblos mencionados.
El evento más sobresaliente que tuvo lugar en las Tierras Altas de Guatemala, durante el
Período Postclásico Tardío, fue la expansión de la nación quiché, dirigida por su jefe
Quicab. Como resultado de esta campaña, la mayor parte de lo que hoy son los
Departamentos de Quiché y San Marcos quedó bajo el control de los quichés, cuya
capital, Gumarcaah o Utatlán, fundada alrededor de 1433, está localizada en las
cercanías de la actual ciudad de Santa Cruz del Quiché.
Según Robert Carmack, la organización social de este período incluía tres categorías
sociales principales: los nobles, los vasallos y los esclavos, cada una con estratos
internos. Jerárquicamente, antes que los guerreros estaban los señores y los nobles. Sólo
a estos personajes se les permitía usar objetos suntuosos, trajes elaborados y practicar el
juego de pelota, así como controlar el comercio (Ilustración 55). Los comerciantes, que
también desempeñaban un papel importante, pertenecían, por lo tanto, a la clase social
más elevada de la comunidad.
En un nivel más bajo, después de los guerreros, se encontraban los campesinos, quienes
sólo asistían a las ciudades o centros ceremoniales en ocasiones especiales. Los
miembros de este segmento social tenían a su cargo la construcción de edificios, la
agricultura y también prestaban sus servicios en la guerra. En el nivel inferior estaban
los esclavos, que trabajaban como sirvientes en las casas de los señores y de los
agricultores dueños de la tierra.
Tierras Bajas
Después del colapso cesó la construcción de los grandes palacios y pirámides en el área
de Petén, así como la erección de estelas fechadas. La continuación del desarrollo
sociopolítico se trasladó al norte, a la Península de Yucatán, donde se registró un nuevo
aumento demográfico, el establecimiento de nuevos centros y el florecimiento de
Chichén Itzá, que empezó a dominar el área maya en el Postclásico Temprano. Allí se
produjo una 'mexicanización' de la cultura maya local (los itzaes), que probablemente
fue resultado de contactos con las poblaciones del Golfo y el valle de México, donde los
toltecas estaban estableciendo su capital, específicamente en Tula, Hidalgo.
En Yucatán, entre 1250 y 1450, Mayapán predominó como centro político y económico,
y llegó a manejar el comercio a través de la Isla de Cozumel, por medio de rutas de
intercambio bien definidas, con centros de almacenaje regionales, como Xicalango, en
México, Naco, en Honduras y Nito, en la cuenca del Río Dulce. Este último lugar fue
visitado por Hernán Cortés en su viaje de México a Honduras, y reportado en la quinta
carta de relación del conquistador de México. Cortés señaló que el Lago de Izabal y el
Río Polochic se utilizaban como rutas comerciales, e indicó que 'tenía noticia que allí
había pueblos y muchos bastimentos'. El documento citado es una valiosa fuente de
información respecto de lo que había en la cuenca del lago: poblaciones grandes;
siembras de maíz, cacao, chile, sal, frutas, aves, algodón, etcétera. El asentamiento de
mayor tamaño, Chacujal, cercano a las márgenes del Río Polochic, '...era muy grande
pueblo y muy antiguo y era abastecido de todo género de bastimentos'; tenía una gran
plaza con 'mezquitas y oratorios bien trazados, y sus casas muy juntas y buenas'.
Según los españoles, Nito estaba situado en la cuenca del Río Dulce, y era un centro
importante dedicado al comercio y al almacenaje de productos regionales. Se tiene
conocimiento de que por él pasaba una ruta de comercio interregional, por la cual
transitaban productos como sal, oro, mantas y otros; el transporte se hacía desde Naco,
en el actual territorio de Honduras, hasta la Península de Yucatán y viceversa.
Alrededor de 1440, las guerras internas entre las familias gobernantes de los principales
centros postclásicos de Yucatán produjeron la caída de Mayapán. En la época de la
Conquista, las diversas poblaciones mayas de las Tierras Bajas no habían podido formar
de nuevo algún tipo de unificación o alianza, con un poder dominante.
Los sitios importantes del Postclásico, en Petén central, incluyen: Tayasal, capital de los
itzaes, que tuvo una larga ocupación hasta 1697; las islas de Topoxté, Canté y Paxté, en
la Laguna Yaxjá; Salpetén y otros núcleos poblacionales en los lagos de Macanché y
Salpetén. Estudios realizados por Tatiana Proskouriakoff y Don S. Rice señalaron la
existencia de rasgos similares a los de Mayapán, sobre todo en los sitios de Topoxté y
Paxté. Estos rasgos no se han encontrado en la Isla de Canté, donde no hay arquitectura.
A partir de ello, Jay K. Johnson sugirió que hubo cambios en la función de estos sitios:
Topoxté fue el centro ceremonial; Paxté, el núcleo residencial de alto rango; y Canté, el
área de vivienda para el pueblo. Topoxté fue sin duda uno de los centros más
importantes de la zona, según se desprende de su arquitectura característica y de objetos
ceremoniales, como incensarios con efigies, y vasijas con engobes rojos y decoraciones
bicromas.
Tayasal, situado junto al Lago Petén Itzá, se considera que fue el mayor centro de la
época en la zona. Este lugar fue visitado por Hernán Cortés en 1525, cuando viajó de
México a Honduras. La expedición fue recibida pacíficamente por Canek, gobernante
de los itzaes. El grupo estaba formado por unos 3,000 hombres, por lo que resulta
curioso que no hayan visto ninguno de los sitios importantes de la cultura maya clásica.
Thompson sugirió que los guías, a propósito, no llevaron a los españoles a los pueblos
ocupados por indígenas en Petén, y es posible que también los hayan conducido por
senderos alejados de los sitios arqueológicos, que eran considerados sagrados y
ocupados por los dioses. Cortés estuvo poco tiempo en Tayasal, donde conversó e
intercambió regalos con Canek. Se realizó una solemne misa cantada, con un sermón en
idioma itzá, y ambos jefes efectuaron un recorrido en canoas para visitar y conocer los
dominios del reino. Cortés continuó su viaje a Honduras, y durante muchos años ningún
otro español volvió a la región itzá, hasta que frailes dominicos llegaron en el siglo
XVII. Sin embargo, la conquista no se efectuó sino hasta 1697.
Conclusiones
El Período Preclásico en Mesoamérica atestigua la transformación de los pueblos
mesoamericanos, de simples aldeas agrícolas a sociedades organizadas jerárquicamente
bajo una autoridad centralizada. La base de subsistencia agrícola se volvió
progresivamente más intensiva, las población aumentó y los centros urbanos crecieron
en tamaño y complejidad. Este desarrollo parece haberse realizado antes en la Costa Sur
y en las Tierras Altas de Guatemala. No obstante, en la época clásica, Petén alcanzó el
máximo de su esplendor. Sin embargo, hubo diferentes variaciones regionales en la
civilización mesoamericana, y un crecimiento cultural vigoroso en todas partes. El
Postclásico fue un tiempo de declinación en la mayor parte de las áreas, de
desplazamientos de población y de reorganización sociopolítica.
Las causas y efectos del auge y caída de la civilización maya han sido y continúan
siendo uno de los tópicos más debatidos en la Arqueología, aunque dicho patrón se haya
repetido, a lo largo de un milenio, en todo el mundo. Con el objeto de explicar tal
fenómeno se han considerado factores determinantes, como el crecimiento de la
población, la ecología, la tecnología, las guerras, etcétera. Todos parecen concurrir en
diferentes formas y en diversas épocas, pero la interacción entre ellos varía en cada
situación. El caso mesoamericano, comparado con otros, tanto del Viejo como del
Nuevo Mundo, será importante a fin de emprender con éxito estudios posteriores.
MATILDE IVIC DE MONTERROSO
Sylvanus G. Morley utilizó una división muy similar, en la que el área maya se
presentaba compuesta por tres regiones naturales: las cadenas de montañas y sus
mesetas intermedias; la parte interior del Departamento de Petén, con los valles
exteriores adyacentes, que incluía también la mitad sur de la Península de Yucatán; y la
mitad norte de esta península, que corresponde a una planicie caliza. Posteriormente,
Michael D. Coe ofreció otra división más explícita y algo diferente, puesto que incluyó
en ella la Costa Sur de Guatemala y parte de El Salvador. Según Coe, los mayas
ocuparon tres secciones: El Area Sur, que incluía las Tierras Altas de Guatemala, las
tierras adyacentes de Chiapas, la planicie costera del Pacífico y la mitad oeste de El
Salvador; el Area Central, que comprendía Petén, Tabasco, el sur de Campeche, Belice,
la zona del Río Motagua y la parte oeste de Honduras; y, finalmente, el Area Norte,
correspondiente a Yucatán.
a. Bosque Lluvioso Tropical, que comprende las Tierras Bajas de Chiapas, Petén,
Belice, Izabal, zona este de Zacapa y Chiquimula, y zona adyacente de Honduras.
e. Tierras Bajas Semiáridas del Este, que engloba El Progreso, Jalapa, el norte de
Jutiapa, Chiquimula y la parte oeste de Zacapa.
Las zonas geográficas influyeron en alguna medida en las culturas que allí se
desarrollaron, lo que se tradujo en una correlación entre las zonas geográficas y las
regiones arqueológicas. La división de las zonas arqueológicas utilizada en la presente
sección reconoce, en lo posible, la unidad geográfica y las afiliaciones culturales, pero
en algunos casos se han usado criterios convencionales, especialmente cuando se trata
de no dividir un Departamento en dos áreas separadas.
Tierras Bajas
Geográficamente, las Tierras Bajas se extienden desde Yucatán en el Norte hasta Copán
en el Sur. Estudios recientes las subdividen en Tierras Bajas del Norte (Yucatán),
Tierras Bajas Centrales (Tabasco, Petén y Belice), Tierras Bajas del Sur (Izabal y oeste
de Honduras, especialmente la región de Copán). Sin embargo, en esta obra, que se
circunscribe principalmente a Guatemala, se prefiere referirse a Petén como la Región
Norte, mientras que Izabal, Jutiapa, Jalapa y otras áreas aledañas, se engloban en la
Región de Oriente.
Altiplano Norte
Abarca los Departamentos de Alta Verapaz, Baja Verapaz y Quiché. Esta zona
geográfica y arqueológica está limitada al sur por el Río Motagua, al norte por la Sierra
de Chamá, al este por la cuenca del Río Polochic y al oeste por el Río Ixcán y sus
tributarios, así como por los afluentes del Río Negro o Chixoy. Por su topografía muy
accidentada, las áreas principalmente ocupadas fueron las cuencas de los ríos y las
mesetas aisladas. Además, su sistema fluvial fue utilizado como medio de
comunicación. Por su posición geográfica, entre Petén hacia el norte y el Altiplano
Central hacia el sur, la zona del Altiplano Norte sirvió de intermediaria para ambas
regiones.
Altiplano Occidental
Altiplano Central
La Costa Sur
La Región de la Costa Sur está formada por una estrecha planicie costera que se
extiende del Istmo de Tehuantepec hacia el resto de Centro América. Al norte está
limitada por la Bocacosta, que es el inicio de las cadenas montañosas, y al sur por el
Océano Pacífico. La Costa Sur está dividida por una serie de ríos que corren de norte a
sur, y cerca del mar tiene una buena cantidad de esteros que son fuentes valiosas de
alimento y sal (Ilustración 61). Por su terreno poco accidentado, por la disponibilidad de
alimentos y la fertilidad de sus tierras, esta región ha tenido ocupación humana desde
épocas muy lejanas. También sirvió como corredor natural por el que pasaron
poblaciones hacia el sur y el norte.
La Costa Sur es una de las áreas más fértiles de Guatemala, gracias a la multitud de ríos
que la atraviesan. Estas aguas llevan grandes cantidades de tierra y materiales
erosionados de las Tierras Altas, que se depositan en las áreas más planas durante las
inundaciones estacionales. El resultado es una planicie costera principalmente aluvial
que, enriquecida de modo constante, es altamente productiva para la agricultura. En la
actualidad, las partes más altas de la Costa se dedican casi por completo a la producción
de café, y la planicie se destina a la producción de caña de azúcar, algodón, maíz,
banano, aceite de palma, ajonjolí, y ganado. Sin embargo, en la época de la Conquista la
mayor parte de la planicie costera, hasta los 600 m de altura, se utilizaba para el cultivo
de maíz y cacao. Los documentos del siglo XVI registran también el algodón como una
de las cosechas más importantes de dicha Costa, junto a otros artículos, como pescado,
mariscos y sal. Estos productos se intercambiaban con los del Altiplano, entre los que
figuraban objetos de obsidiana y jade, y posiblemente también materiales perecederos
como plumas, textiles, canastas, etcétera.
La mejor evidencia que hay sobre cazadores y recolectores precerámicos proviene del
sitio de Chantuto, en Chiapas, México. Este y otros 16 sitios, localizados en lagunas
poco profundas, han sido fechados en la fase tardía de Chantuto Arcaico (3000-2000
AC). Todavía no está claro si estos sitios se ocupaban temporalmente, si estaban
semiocupados, o si se ocupaban todo el año. Todos muestran que dependían del sistema
de estuario, donde se obtenían conchas, camarón, peces, reptiles, venados, agutíes y
culebras. No hay rastro alguno de la domesticación de plantas, ni tampoco sobre grupos
contemporáneos que habitaran la planicie costera tierra adentro.
Se asume que localidades como Chantuto, donde había alimentación disponible todo el
año, permitieron mayor grado de sedentarismo y una agricultura incipiente. Conforme
mejoraron las técnicas de cultivo, la selección e hibridación de las especies de plantas
permitieron cosechas más productivas, hasta que fue posible almacenar suficiente
comida para las áreas en las cuales había escasez estacional. Tres cultivos, maíz, frijol y
calabaza, se convirtieron en la base de la dieta mesoamericana. La vida sedentaria y la
agricultura están acompañadas casi universalmente por la producción de cerámica para
cocinar, comer y almacenar. Todavía no se ha podido determinar el momento de su
invención e introducción en Mesoamérica, pero en algunas áreas se le encuentra
relacionada al año 1500 AC. La tecnología probablemente se dominó en una fecha más
temprana, pero las vasijas eran muy frágiles y pesadas como para que cazadores y
recolectores migratorios las transportaran de un lugar a otro. Por esta razón, la
tecnología cerámica avanzó mucho después del establecimiento de las comunidades
sedentarias.
Las vasijas de la Fase Barra son una muestra de la cerámica más fina y hermosa de toda
la cerámica preclásica de Mesoamérica (véase Lámina 12). Están muy pulidas y
quemadas, y muestran tonos de rojos brillantes, naranja, café, negro y engobes blancos;
en su mayoría son monocromos, pero en algunos casos se combinan dos o más colores
en una sola vasija. Por lo general imitan formas de calabazas y tienen un cuerpo
globular o subglobular que termina en una boca restringida. Estas vasijas sin cuello
comúnmente se conocen con el nombre de 'tecomates', y su forma predomina a lo largo
del Período Preclásico Temprano. A pesar de la avanzada tecnología de la cerámica de
la Fase Barra, la evidencia sugiere que los pobladores probablemente todavía estaban en
las etapas incipientes de la agricultura del maíz. Información proveniente de sitios de
Chiapas indica que ya formaban parte de la dieta un poco de maíz cultivado, frijol y
probablemente calabaza. Sin embargo, es posible que continuaran dependiendo en gran
medida de la caza y la pesca, complementadas con la recolección de semillas, frutas,
nueces, raíces y tubérculos, todo lo cual integraba una dieta rica y variada.
En 1962, Coe realizó más investigaciones en la Costa Sur, excavando el sitio de Salinas
La Blanca, localizado a 2.5 km al sureste de La Victoria. El resultado de dicho trabajo
fue la identificación de dos fases más, Cuadros y Jocotal, posteriores a las Fases Ocós y
Cherla. La estimación de las fechas para las nuevas fases mencionadas se da en el
Cuadro 9.
Con el propósito de obtener más información, en 1973 Edwin M. Shook excavó otro
montículo, el llamado Navarijo, en Salinas La Blanca. El fechamiento para este
montículo es un poco anterior al de la Fase Cuadros. Claramente, la cerámica de los
niveles más bajos era pre-Cuadros, pero en los superiores se desarrolló gradualmente el
tipo Cuadros. Restos carbonizados del relleno del montículo mostraron una fecha en
radiocarbón de aproximadamente 1185 AC. Por lo tanto, parece que en Guatemala la
Fase Cuadros evolucionó separada de la Ocós, y que tal desarrollo se traslapó con el
decaimiento en la región de las Fases Ocós y Cherla.
Durante las Fases Cuadros y Jocotal el 'tecomate' se mantuvo como la forma de vasija
predominante y las vasijas elaboradas para servir se volvieron menos comunes.
Tecnológicamente, estos 'tecomates' contrastan con los de las tradiciones más tempranas
de las Fases Barra, Locona y Ocós, por sus paredes gruesas y porque no tenían engobe.
Usualmente, los 'tecomates' de la Fase Cuadros tienen una zona ancha y convexa debajo
del borde, la cual está cepillada o estriada y a veces tiene incisiones u otro tipo de
decoración sobre el cepillado. En la Fase Jocotal la parte convexa y la decoración se
abandonaron, pero durante la etapa temprana de esa misma fase se siguió utilizando un
cepillado ligero. La tecnología de lascas de obsidiana muestra poco cambio en relación
a las épocas anteriores.
Las vajillas utilitarias se compartían por poblaciones vecinas que mantenían un contacto
estrecho; probablemente, integradas social y políticamente por alianzas matrimoniales y
por descendencia, acuerdos de intercambio, por un sistema jerárquico de centros
primarios, secundarios y terciarios, o por otros medios en los cuales varias poblaciones
obtenían beneficios. Se puede suponer que dichas poblaciones representaban grupos
étnicos estrechamente relacionados, que utilizaban cierto número de mecanismos para
mantener sus fronteras y preservar su propia identidad. Para cada tradición cerámica
(población regional) se desarrolló una gran capital, que indudablemente funcionó como
el núcleo principal de la red de intercambio, lo cual permitía la redistribución de bienes
a través de mercados públicos y festividades periódicas. Estos eventos también
alentaron la interacción social y la comunicación entre pueblos y aldeas (centros
secundarios y terciarios) y en el centro principal. Tales mecanismos promovieron los
lazos de parentesco y una identidad de grupo que probablemente se expresó por medio
del idioma, costumbres, hábitos de cocina y los diferentes mecanismos para explotar el
ambiente (pesca, caza, agricultura, manufactura de bienes para el intercambio, etcétera).
En resumen, los límites de las poblaciones regionales se pueden definir si se trazan las
fronteras de las vajillas utilitarias. Una vez definidos los limites, es posible trazar los
cambios, el desarrollo y las relaciones entre los grupos, a través del tiempo.
La cerámica de las tradiciones Naranjo, Ocosito y Achiguate difieren radicalmente una
de otra, pero comparten estilos que estuvieron de moda en Mesoamérica en diferentes
períodos. Cada una está asociada con un centro mayor. Durante el Preclásico Medio es
evidente un poco de influencia olmeca en las tres tradiciones, aunque los rasgos olmecas
más fuertes se manifiestan en la Tradición Naranjo. En el comienzo del Preclásico
Medio adoptaron las tres tradiciones, una industria nueva de obsidiana, y una tecnología
de navajas de lasqueado por presión, aunque para la industria de lascas se siguió
utilizando el método de percusión. La adaptación ambiental variaba entre los grupos. A
través del Período Preclásico las poblaciones de la tradición Naranjo se mantuvieron en
la planicie costera, a menos de 180 m sobre el nivel del mar, y estaban adaptadas a la
playa y a la explotación de los estuarios. Como en el resto de Mesoamérica, el maíz ya
formaba parte importante de la dieta, junto con productos provenientes de la
recolección, la cacería y la pesca. La gente de la tradición Naranjo estaba asociada a
varias salinas. A lo largo de los Períodos Preclásico y Clásico parece que también
mantuvieron relaciones con Chiapas y México.
El sitio más importante del Preclásico Medio, asociado con la Tradición Cerámica
Naranjo, es el denominado La Blanca, el cual se encuentra, aproximadamente, 10 km
tierra adentro. Su montículo más importante, que tenía 25 m de altura, fue destruido en
1971 al construirse una carretera. Dicho montículo, el más grande conocido en la Costa
Sur, tenía una base de 140 x 160 m. El sitio entero consistía de más de 45 montículos, y
cubría una extensión de 100 hectáreas. Su mayor época de construcción y ocupación se
sitúa en el Preclásico Medio, durante la Fase Conchas.
Se han recuperado por lo menos tres esculturas de piedra en el sitio. Una de éstas es una
cabeza de jaguar olmeca, y la otra es un fragmento de la pierna de un personaje que se
encontraba de rodillas. En las excavaciones hechas en 1972, Shook encontró algunos
sellos (Lámina 2) y unos cuantos artefactos de jade; entre éstos se incluían orejeras, un
perforador pequeño y un fragmento de un espejo cóncavo de pirita.
No se puede afirmar con certeza que un grupo de olmecas procedente de Chiapas o del
Golfo de México se estableciera en La Blanca, pero es indudable que el centro estuvo
administrado por una aristocracia, altamente refinada, que se identificaba con la
ideología y los estilos artísticos de los olmecas. Hasta el presente no ha sido posible
determinar qué idioma hablaba la población de la Fase Conchas.
Después del año 700 AC, los estilos olmecas desaparecieron de la Costa Sur de
Guatemala y la cerámica del complejo Naranjo empezó a evolucionar en una nueva
dirección. En el inicio del Período Preclásico Tardío aparecieron, en la tradición
cerámica Naranjo, una gran variedad de formas de vasijas y decoraciones. En los siglos
subsiguientes esta cerámica se difundió gradualmente hacia el este, a lo largo de la
planicie costera (Ilustración 65). La cerámica que se desarrolló en la Fase Conchas se
encuentra en Ujuxte y sus alrededores, un sitio que actualmente investiga Michael Love.
Posteriormente apareció en la región del Río Jesús, y más tarde en el sitio Sin Cabezas,
en el área de Tiquisate. Se le encuentra al este del Río Coyolate, en el sitio Marinalá, en
relación con el final del Preclásico Tardío.
Las esculturas de Monte Alto son cinco 'barrigones' y seis cabezas grandes (véase
Lámina 4 y Lámina 5). Todas están esculpidas en grandes bloques de piedra, y tienen
detalles en bajorrelieve. De manera característica, la cara tiene los ojos cerrados y
saltados, quijadas pesadas y labios rectos. En las esculturas, el pecho y el abdomen
emergen para formar un cuerpo grande, redondo e inflado. Los brazos y las piernas se
extienden en bajorrelieve, a lo largo del estómago. Solamente se puede especular sobre
el significado que estas esculturas pudieron haber tenido para la comunidad.
La distribución del culto a los 'barrigones' y las similitudes en el inventario del complejo
cerámico en Monte Alto, Kaminaljuyú y Santa Leticia, son elementos que sugieren que
estas áreas mantenían relaciones estrechas. Estas son tan evidentes que Arthur A.
Demarest y Robert J. Sharer han integrado la región entera con el nombre de Esfera
Cerámica Miraflores. Las relaciones entre estas áreas continuaron hasta el final del
Preclásico Tardío.
Abaj Takalik fue descrito primero por Gustav Bruhl, en 1888. Karl Sapper lo mencionó,
cuando se refirió a la Estela 1, en un informe publicado en 1894. Max Vollemberg, un
artista alemán, hizo unos dibujos de los monumentos, los cuales indujeron después a
Walter Lehmann a visitar el sitio y realizar excavaciones alrededor de la Estela 2. En
1943, J. Eric S. Thompson publicó el informe más completo hasta entonces sobre Abaj
Takalik. Posteriormente, Susanne W. Miles hizo un estudio acompañado de fotografías,
sobre algunos de los monumentos, y esta investigadora le dio el nombre quiché (k'iche')
Abaj Takalik, que significa 'piedra parada'. Fotografías y un nuevo análisis sobre los
monumentos se incluyeron en los estudios de arte maya publicados por Lee A. Parsons.
Sin embargo, hasta 1976, Robert F. Heizer y John A. Graham, de la Universidad de
California, en Berkeley, quienes tenían a Shook como consultor, efectuaron las primeras
excavaciones sistemáticas y realizaron estudios sobre los monumentos esculpidos.
La cerámica intrusa que llegó a Abaj Takalik durante el Preclásico Tardío parece haber
estado asociada a algún grupo que esculpía monumentos en estilo maya. Sería fácil
concluir, por lo tanto, que Abaj Takalik fue conquistado por algún grupo maya. Sin
embargo, también es posible que no haya existido conflicto alguno, y que más bien se
haya producido algún convenio entre dos o más poblaciones en una zona que hacía
posible el intercambio comercial, o la existencia de lazos políticos y económicos. En
consecuencia, no es obligado atribuir los monumentos de estilo maya y la cerámica
intrusa a una conquista. En vista de las esculturas de estilo maya, se puede considerar
que los recién llegados pudieron haber sido hablantes mayas, aunque es igualmente
probable que la población local también hubiera hablado maya y optado por registrar su
historia de esa manera propia.
De cualquier modo, la evidencia sugiere que, durante el Preclásico Tardío, Abaj Takalik
comenzó a funcionar como un centro regional mayor dentro de una red política de la
Bocacosta. El sitio probablemente ejerció control político sobre centros subsidiarios y
fácilmente pudo haber sido un nódulo principal en el intercambio económico a lo largo
de la Bocacosta y del Altiplano Norte. La considerable actividad escultural que se
realizó en Abaj Takalik indica que su posición se extendió y se inmortalizó en el arte
monumental.
Arquitectura
Entierros
Esculturas
Las esculturas de pedestal son comunes en la mayor parte de la Costa Sur, y están
asociadas al Preclásico Medio, al Tardío, y probablemente continuaron en los Períodos
Clásico y Postclásico, con algunos cambios. Por lo general, son representaciones de
jaguares sentados, monos, pizotes, pájaros o figuras antropomorfas, colocadas sobre una
espiga que se insertaba en el piso. El hecho de que fueran portátiles explica su amplia
distribución en la Costa Sur. Las piedras hongo, que son tan comunes en asociación con
el Preclásico en el Altiplano de Guatemala, son escasas o están ausentes en la Costa Sur
hasta el Clásico Tardío.
Otro hecho notable ocurrido a finales del Preclásico Tardío fue la desintegración de la
Esfera Miraflores. El análisis cerámico de los sitios Kaminaljuyú, Monte Alto y los del
occidente de El Salvador, todos los cuales formaban la Esfera Miraflores, indica que la
red de intercambio, que se había mantenido durante el Preclásico Tardío, ya se había
disuelto. Aparentemente, cada uno de estos complejos empezó a evolucionar en forma
separada. Se han propuesto varias explicaciones sobre la desintegración de la Esfera
Miraflores. En una se indica que se produjo por una o varias erupciones del Volcán
Ilopango, en El Salvador, alrededor del año 200 DC. Estas erupciones cubrieron el área
con una capa gruesa de ceniza, la cual pudo haber causado un colapso agrícola, así
como cambios demográficos e interrupciones en las relaciones de intercambio y en las
vías de comunicación. No se sabe con certeza si tal fue la causa de la desintegración de
la Esfera Miraflores, pero posiblemente ello pudo haber acelerado el proceso.
Durante la primera parte del Clásico Temprano (200-400 DC), continuaron ocupados
los sitios de la Tradición Achiguate, y se emprendió una extensa tarea de construcción.
Por lo menos un centro, Balberta, se fortificó. La cerámica Achiguate evolucionó
localmente a partir de sus antecedentes preclásicos, pero con marcado deterioro en su
calidad. El culto de los 'barrigones' parece haber continuado en Monte Alto. Ya se había
iniciado el intercambio entre los grupos de Achiguate y la nueva población establecida
en el valle de Guatemala. Simultáneamente, la población Naranjo ocupaba el área de la
Costa, hasta el Río Acomé. Al principio, durante el Preclásico Tardío, estos grupos se
establecieron en el centro Sin Cabezas, en la región de Tiquisate, y de allí avanzaron
hasta el área de La Gomera. Aunque la cerámica no muestra relaciones con el Altiplano,
se sabe que utilizaron obsidiana tanto de El Chayal como de San Martín Jilotepeque, lo
que indica algún tipo de acceso a los recursos del Altiplano.
En una región restringida alrededor del sitio Balberta, al este del Río Coyolate, Bove
dirigió un reconocimiento intensivo del que se obtuvieron diversos resultados. Los
cambios evidentes en el patrón de asentamiento respaldan los observados en las
tradiciones cerámicas, e indican que ocurrió una ruptura en el área de Balberta,
alrededor de la segunda mitad del Clásico Tardío. El aumento en la densidad de centros,
a finales del Preclásico Tardío y principios del Clásico Temprano, sugiere que grupos
relacionados con la Tradición Achiguate estaban concentrándose en el área,
probablemente por la expansión de la población Naranjo, que los estaba expulsando
hacia el oeste de su territorio. Un período de grandes trastornos pudo haber seguido
durante la segunda mitad del Clásico Temprano.
Cuando los pobladores de Naranjo entraron en el territorio, portaban consigo una nueva
religión. En aquella coyuntura, Monte Alto, el centro Achiguate más importante en el
culto de los 'barrigones', ya había sido abandonado, y cesó la producción de estas
esculturas. La adopción de una nueva religión se hace evidente en el gran número de
incensarios de estilo Teotihuacan, que se encontraron en el área entre los ríos Nahualate
y Achiguate, lo que indica que la nueva religión estaba relacionada con la de la zona
central de México. El gran número de estos incensarios, encontrados en Río Seco,
sugiere que este sitio pudo haber asumido el papel de Monte Alto, como el centro
religioso. Los incensarios son muy parecidos a los de Teotihuacan, pero fueron
fabricados localmente dentro de la Tradición Cerámica Naranjo; los moldes respectivos
se han recobrado en el área de Tiquisate. Abunda la cerámica para la élite, estilo
Teotihuacan, e incluye trípodes cilíndricos, picheles y 'candeleros' (nombre aplicado a
unos recipientes pequeños con un hoyo del tamaño de un dedo). Estos objetos muestran
que la cultura teotihuacana fue emulada por el estrato superior de la jerarquía social del
Grupo Naranjo.
Arquitectura
En muchas áreas se dificulta definir las estructuras del Clásico Temprano porque yacen
bajo los niveles de una ocupación tan densa como la del Clásico Tardío. Shook encontró
que en el área de Tiquisate la manera de construcción era similar a la de épocas más
tardías. Típicamente, en esta área la construcción consistía de un relleno de tierra
recubierto con piso de barro y argamasa, por lo común con una capa de pintura roja. En
los sitios de las tradiciones Naranjo y Achiguate es difícil discernir la forma,
evidentemente perecedera, de las estructuras que se construyeron sobre las plataformas.
Entierros
Los cuerpos se colocaban extendidos. Los que se encontraron en las áreas de Tiquisate y
La Gomera fueron enterrados en el relleno de las estructuras piramidales y las
plataformas, debajo de los pisos de las viviendas, o en áreas abiertas alejadas de las
estructuras. Las ofrendas se colocaban alrededor de la cabeza, o, en el caso de los
personajes de la élite, alrededor de todo el cuerpo. En Tiquisate se han encontrado
entierros múltiples en una misma tumba. Una de éstas contenía dos cuerpos extendidos,
acompañados por uno sentado.
Escultura
Las únicas esculturas conocidas en la Costa Sur pertenecientes al Clásico Temprano son
las que provienen del sitio La Ceiba, en el área de Tiquisate. Se encontraron cinco, cuya
cerámica asociada indica que pertenecían a la última parte de dicho período. Las
esculturas son pequeñas, portátiles y un tanto toscas. El rostro del personaje es plano, y
la nariz, ojos y boca están bien definidos. Los brazos y las piernas son muy delgados
(Ilustración 73). Este estilo es muy diferente al de estilos anteriores y posteriores que se
encuentran en la Costa y en otras áreas.
Cerámica
La primera parte del Clásico Temprano está definida por cuencos con tres o cuatro
soportes mamiformes; cuencos con pestaña basal; platos tetrápodes, con soportes largos
y huecos; cuencos profundos, o poco profundos con base anular o pedestal; vajilla
Tiquisate; vasijas con vertedera en forma de puente; y cuencos hondos en forma de
'casco'. Frecuentemente se aplicaba una capa de estuco a la superficie de la vasija. No se
ha encontrado decoración de la técnica Usulután, ni figurillas.
Respecto de la segunda parte del Clásico Temprano, se puede observar una fuerte
influencia teotihuacana en los estilos cerámicos, lo que incluye vasijas trípodes
cilíndricas (Ilustración 74), tapaderas truncadas y soportes redondeados o rectangulares.
También hay incensarios estilo Teotihuacan, candeleros y picheles. No hay figurillas.
El sitio Sin Cabezas, nombrado así por la presencia de 'barrigones' arrodillados, que no
tienen la cabeza (Lámina 6 y Lámina 7), fue reocupado en el Clásico Tardío. Aunque
las esculturas tienen fechas del Preclásico, se desconoce su proveniencia original y la
fecha en que se les despojó de las cabezas. Las esculturas se colocaron en el lugar
cuando se erigieron los edificios del Clásico Tardío, precisamente donde fueron
descubiertos por Shook, en 1949.
En el área de La Gomera, el gran sitio Texas pudo haber sido otra capital regional. En la
región de Santa Lucía Cotzumalguapa, los sitios de El Baúl, Bilbao y El Castillo,
formaban un centro grande e importante, que probablemente era otra capital regional.
Este centro es particularmente notable por la gran cantidad de esculturas hechas en un
estilo 'mexicano' del Clásico Tardío, el cual se conoce como estilo Mixteca-Puebla.
Estas esculturas dan la impresión de que anteriormente hubo un período violento y
bélico. En vista de la subsecuente prosperidad del centro, se supone que su desarrollo
culminó con su propia victoria y un nuevo florecimiento.
El centro Bilbao-El Baúl estuvo ocupado por gente de la Tradición Achiguate, durante
el Preclásico y la primera parte del Clásico Temprano. Parece que fue abandonado a
finales del período. La mayor ocupación ocurrió en el Clásico Tardío. En relación con
esta época hay cerámica de la Tradición Achiguate, mezclada con la de la Tradición
Naranjo. En esa época entró al complejo una afluencia de cerámica del Altiplano,
específicamente del área de Chimaltenango. Con respecto a esto, es interesante notar
que investigaciones recientes realizadas por Geoffrey Braswell, sugieren que el estilo
escultórico de Cotzumalguapa, asociado con Bilbao, El Baúl y El Castillo, tiene
antecedentes del Clásico Temprano en el Departamento de Chimaltenango. Esto parece
indicar que el grupo del Altiplano jugó un papel importante en el crecimiento y
desarrollo de Bilbao-El Baúl.
Una vista general demuestra, en resumen, que el principio del Clásico Tardío fue una
época de conflicto, seguida por un lapso en que grandes partes de la Costa Sur se
unificaron culturalmente, lo cual se evidencia por medio de la cerámica, pero quizás tal
unificación no se produjo en el orden político. Se establecieron varias capitales
regionales, de las cuales la mayor parece haber sido la de Bilbao-El Baúl, las que
aparentemente mantuvieron relaciones amistosas durante el resto del Clásico Tardío.
Arquitectura
Entierros
En raras ocasiones se hacían los entierros en cámaras alineadas con piedras, con el
cuerpo sentado, y las piernas cruzadas. Sin embargo, más frecuentemente el cuerpo
estaba flexionado y sentado dentro de una urna funeraria. Se colocaban ofrendas
pequeñas alrededor de la urna. Este tipo de entierros se ha encontrado dentro del relleno
de estructuras religiosas y administrativas, debajo de los pisos de casas o en cementerios
en las afueras de los asentamientos. Probablemente, eran comunes los cementerios
formales, pero en la actualidad sólo se conocen tres ejemplos, que fueron descubiertos
por accidente, al efectuar construcciones modernas.
Esculturas
Hubo diferentes tipos de esculturas en la Costa Sur. Las de estilo Cotzumalguapa, están
muy concentradas en los sitios El Baúl y Bilbao, pero hay también por todo el
Departamento de Escuintla, y se encuentran hasta en Palo Gordo y San José El Idolo, en
el Departamento de Suchitepéquez. Se trata de un estilo tardío de escultura,
probablemente una versión temprana del estilo Mixteca-Puebla. También están
presentes los yugos y hachas que indican algún tipo de relación con la Costa del Golfo,
en México. En el Clásico Tardío se continuó la producción de piedras hongo, tanto en la
Costa Sur como en el área del Altiplano adyacente. Las piedras hongo se han
encontrado, en un contexto Clásico Tardío, en el área de Tiquisate y El Baúl. En el fuste
o tallo de estas esculturas, se reproducen, por lo general, figuras antropomorfas,
jaguares, sapos o pájaros. El contexto en el que se han encontrado estas esculturas
sugiere que probablemente eran marcadores portátiles, utilizados para designar límites
de propiedad. También pudieron haber servido para marcar las fronteras de un área,
para un juego o para realizar alguna actividad ceremonial.
Cerámica
El colapso en las postrimerías del Clásico fue obviamente extenso, ya que ocurrió en
Petén, la parte central de la Península de Yucatán, Chiapas, Quiriguá y Copán, todos,
lugares situados en la región sureste maya, como también en el Altiplano Central de
Guatemala y la Costa Sur. El hecho de que la crisis de estos centros haya sido tan
drástica y que, además, haya ocurrido casi simultáneamente en todos, indica que estaban
relacionados y que no hubo una causa simple. Es evidente que por toda la región la
población alcanzó niveles muy altos, y que para su supervivencia era necesaria una
producción intensiva de alimentos y su intercambio a larga distancia, una organización
sociopolítica más burocrática para administrar el sistema, y todo ello hace suponer una
complejidad enorme. Con base en los argumentos de Joseph A. Tainter se puede inferir
que el costo de mantener un sistema tan complejo salía excesivamente caro: mientras
que las demandas aumentaban, los beneficios disminuían. Cuando los centros más
débiles ya no pudieron mantenerse dentro de tal sistema, se creó un efecto de dominó,
que causó más tensión en los sitios mayores, hasta que la tendencia hacia el colapso se
hizo irreversible. La desintegración de la red de intercambio fue, por cierto, uno de los
resultados que tuvo efectos más drásticos en la Costa Sur.
En general, la Costa Sur parece haber caído durante el Postclásico bajo el dominio de
las poblaciones del Altiplano. En Abaj Takalik, la población continuó igual a la de
tiempos anteriores; sin embargo, la evidencia indica que hubo una intrusión de la
cerámica postclásica del Altiplano quiché en el complejo local. Esto también es cierto
para los sitios postclásicos del área de la desembocadura del Río Naranjo.
En la época de la conquista española, cada uno de los grupos lingüísticos mayores del
Altiplano controlaba una parte de la Costa. Los cakchiqueles (kaqchikeles)
probablemente dominaban toda la región de Cotzumalguapa y Siquinalá, hacia el sur de
su propio territorio, excepto los alrededores de Escuintla, que aparentemente estaban en
manos de los pipiles, con quienes los cakchiqueles se encontraban en conflicto. Los
tzutujiles (tz'utujiles) han sostenido que tenían derechos de propiedad en cacaotales de
la Bocacosta, al sur del Lago de Atitlán, en lo que actualmente es el Departamento de
Suchitepéquez, en un área comprendida entre los territorios controlados por los
cakchiqueles y los quichés.
Arquitectura
Entierros
La única información que se tiene sobre entierros del Postclásico Tardío proviene de
Tajumulco, pero no se sabe si éstos serían del mismo tipo de los que se dieron en la
Costa Sur. En Tajumulco, los individuos importantes se enterraban en posición
extendida, en una cripta cubierta con losas de piedra. En el Postclásico Tardío, el
método más común en el Altiplano, y probablemente en la Costa Sur también, era la
cremación de los cuerpos. Las cenizas se colocaban en un recipiente especial de
entierro.
Escultura
Las únicas esculturas que claramente pertenecen al Postclásico son las del sitio
Tajumulco. En el presente no se conocen otras en la Costa Sur.
Cerámica
Tanto en la Costa Sur como en el Altiplano, las principales vajillas características del
Postclásico Temprano son las del tipo Plomizo Tohil y Naranja Fina X. Una forma
típica de las vasijas de varias vajillas es el vaso tipo 'lámpara de chimenea'. En el
Postclásico Tardío se incluyen molcajetes con soportes en forma de una cabeza de ave,
comales planos con impresiones de textiles en el fondo, y una vajilla gris o color carne
con diseños rojos.
Conclusiones
La Costa Sur de Guatemala ha jugado un papel importante en la Arqueología
mesoamericana. A lo largo de todo el registro arqueológico hay evidencia de que hubo
una competencia continua por el control de la región, probablemente por el enorme
potencial de ésta como proveedora de recursos vitales y comida, tanto del mar, los
estuarios y ríos como de los suelos fértiles y bosques. También funcionó como una
especie de corredor para transportar dichos productos y permitir los movimientos de las
poblaciones del este al oeste, y también del norte hacia el sur, por medio de los pasajes
que conectaban el Altiplano con las Tierras Bajas. Los restos arqueológicos son mucho
menos espectaculares y más perecederos que los de Petén; la destrucción de dichos
vestigios está ocurriendo a un ritmo acelerado, y existe el peligro inminente de que tal
información se pierda definitivamente.
MICHAEL LOVE
El término 'olmeca' se usa para referirse a una amplia gama de rasgos estilísticos,
iconográficos y culturales que se encontraban diseminados en áreas de Mesoamérica
durante los Períodos Preclásico Temprano y Medio, es decir, aproximadamente entre
1200 y 400 AC. La importancia y lo fascinante de estos rasgos radica no solamente en
la belleza del arte, ni sólo en la intrigante naturaleza de su iconografía, sino también en
la asociación de ellos con los inicios de la civilización mesoamericana. Los diferentes
elementos considerados como olmecas están vinculados, en gran parte de Mesoamérica,
con los primeros centros urbanos, el arte monumental y la arquitectura a gran escala. De
acuerdo con varias definiciones, dichos rasgos marcaron el surgimiento de las
civilizaciones. Por lo tanto, si podemos comprender el significado del término 'olmeca'
podremos estar más próximos de entender cómo, por qué y dónde surgió la civilización
en Mesoamérica.
El Término 'Olmeca'
La palabra 'olmeca' ha tenido siempre un significado impreciso y vago. El término ha
sido usado en diferentes épocas y por diversas personas, para referirse a una sociedad, a
un estilo de arte, o a un sistema de iconografía religiosa. Cada uno de estos significados
presenta una diferente relación entre la gente, su cultura material y su cultura espiritual.
Este hecho a menudo no se percibe, por lo cual es común encontrar autores que utilizan
el término 'olmeca' con diversos significados, aun en un mismo trabajo. El uso variable
de esta palabra se encuentra en el fondo de la confusa interpretación de la distribución
de los restos 'olmecas' en Mesoamérica. Antes de analizar la naturaleza de la cultura
olmeca en Guatemala, es necesario definir primero el contexto que ello demanda.
El Período Pre-Olmeca
Los materiales cerámicos muestran que, alrededor de 1500 AC, existió una red de
interacción cultural a lo largo del oeste de Mesoamérica. Aunque hay bastante similitud
en la cultura material de la región, Marcus Winter y John Clark se refieren a dos estilos
distintos, a los que identificaron como diferentes 'horizontes'. El occidental, al que
Winter denominó Horizonte Rojo sobre Ante, pudo estar asociado con el idioma
otomangue, mientras que el estilo oriental, u Horizonte Locona, pudo estar relacionado
con hablantes de los idiomas mixe-zoque. Tanto Clark como Winter señalaron
diferencias importantes entre ambos horizontes, aunque el último de dichos autores
también observó que había evidencia de intercambios que mostraban nexos estrechos
entre las áreas geográficas que cubría cada uno de los dos horizontes. Asimismo, Clark
señaló que hay un área en la cual aparentemente hubo un traslape, ya que se presentaban
los dos estilos respectivos. Por lo tanto, puede decirse que cada uno de los 'horizontes'
representa una variación de un estilo-horizonte más amplio y comprensivo.
El área que cubría el Horizonte Rojo sobre Ante incluye el altiplano central de México y
el valle de Oaxaca. El Horizonte Locona se extendía desde la Costa del Golfo, en
México, y atravesaba el altiplano de Chiapas, hasta la costa pacífica de El Salvador.
Una porción considerable del actual territorio de Guatemala se incluía en esta zona, pero
las Tierras Bajas mayas estarían fuera del horizonte, y al parecer representaban un área
estilística y culturalmente separada del oeste de Mesoamérica.
Los materiales del Horizonte Locona son refinados, e incluyen cerámica brillantemente
pulida, así como figurillas antropomorfas de barro. La cerámica de esta etapa está
dominada por vajillas rojas pulidas, decoradas con diseños abstractos incisos,
curvilíneos y lineales. Las formas más comunes son el 'tecomate' (olla sin cuello) y
varias formas de cuencos. Las figurillas de barro son altamente estilizadas, pero con
varios rasgos realistas. Las figurillas incluyen tanto formas humanas como animales. En
el Período Pre-Olmeca se encuentra la primera evidencia de grandes aldeas con
poblaciones nucleadas, muestras de estratificación social y, talvez, especialización
artesanal. Sin embargo, no parece haber existido una gran diferenciación entre la
aristocracia y los otros grupos sociales.
Los rasgos del complejo Olmeca Temprano son predominantemente motivos incisos en
vasijas de barro (Ilustración 75). El significado de estos motivos no está claro, pero
algunos parecen ser representaciones simbólicas o alusiones a animales, tales como
jaguares y serpientes, o a los poderes que a estos animales se asociaban. Otros símbolos,
frecuentemente designados como 'dioses', pueden ser referencias a fuerzas
sobrenaturales más abstractas, incluyendo el cielo y la tierra.
Se ha sugerido que algunos de los motivos del Complejo Olmeca Temprano tuvieron un
papel importante en la definición y desarrollo de las categorías sociales. En Oaxaca y en
el valle de México los investigadores han encontrado que la distribución de ciertos
motivos está confinada a las áreas limitadas de las aldeas, y probablemente indican la
asociación de símbolos específicos con ciertos linajes en particular, o con otros grupos
sociales de la aldea. El significado y uso de otros motivos, símbolos e iconos no está
claro, pero se puede afirmar que algunos estaban vinculados al desarrollo de una
ideología religiosa y a la práctica de rituales.
El inicio del Período Preclásico Medio marca otro cambio, tanto en los estilos de cultura
material como en la organización social. Los asentamientos de este período son ya lo
suficientemente grandes para ser clasificados como las primeras ciudades. Se conocen
asentamientos que en aquella época cubrían más de un kilómetro cuadrado en la Costa
del Golfo de México y en la Costa Sur de Guatemala. Las ciudades de este período
tienen una arquitectura monumental, con montículos cónicos de más de 20 m de altura
encontrados en los sitios arqueológicos, como La Venta en el Golfo de México y La
Blanca en la Costa Sur de Guatemala (Ilustración 79).
En El Ceibal se encontró un escondite con hachuelas y otros objetos de jade que estaban
colocados formando un diseño cruciforme. Aunque no habían motivos o
representaciones olmecas, el depósito fue llamado 'olmeca' por los excavadores, porque
tenía similitud con otros escondites de Chiapas, Veracruz y Tabasco. No se conocen
objetos grandes de arte o piezas de escultura olmeca en las Tierras Bajas mayas, aunque
la 'influencia olmeca' ha sido a menudo interpretada en el arte maya temprano. A pesar
de que se puede afirmar que sí hubo algún tipo de interacción entre las Tierras Bajas
mayas y los grupos de regiones adyacentes, tal contacto parece no haber sido de gran
importancia en la historia de los mayas, sino hasta mucho tiempo después.
La Costa Sur
Dentro de lo que es la Costa del Pacífico, la distribución y significado del cambio
estilístico se puede entender haciendo referencia a las tres épocas definidas con
anterioridad: Pre-Olmeca, Olmeca Temprano y Olmeca Tardío.
El Período Pre-Olmeca
El Período Pre-Olmeca comprende las fases Barra, Locona y Ocós. Los primeros
habitantes de la Costa del Pacífico participaron en las interacciones del Horizonte
Locona. En la actualidad, el mayor número de sitios vinculados a esta tradición están en
Chiapas y en el área que comprende los Departamentos guatemaltecos de San Marcos y
Retalhuleu. Sin embargo, existen otros sitios del Horizonte Locona en regiones situadas
más hacia el este, hasta El Salvador, y es posible que otros sitios relacionados con dicho
horizonte se encuentran en Suchitepéquez, Escuintla, Santa Rosa y Jutiapa. Cerámicas
afines han sido localizadas, en menor número, en la cuenca de Salcajá y en Quiché.
Los sitios más grandes de este período parecen ser los ubicados en la planicie costera de
Chiapas, en el área de Mazatán. No se conoce la naturaleza precisa de la interacción
entre los varios sitios, pero hay evidencia muy firme del intercambio de productos entre
ellos, en especial de obsidiana.
Escultura Pre-Olmeca
La mayoría de los arqueólogos que han trabajado en la Costa Sur tiende a clasificar las
cabezas colosales de Monte Alto y la mayor parte de los 'barrigones' en el Preclásico
Tardío, aunque la evidencia dista mucho de ser concluyente. La definición presentada
por Graham de los 'barrigones' como un tema, más que como un estilo, sugiere que
pueden tener una larga historia y abarcar varios estilos escultóricos. Sin embargo,
actualmente no existe ninguna evidencia firme de que cualquiera de tales estilos sea
anterior al olmeca.
Hay una abundancia de sitios del Preclásico Temprano en la planicie de la Costa del
Pacífico que se ubican entre 1200 y 900 AC, y que incluyen las Fases Cherla, Cuadros y
Jocotal. Estos sitios tienen cerámica que indican una continuada participación en las
interacciones sociales dentro del oeste de Mesoamérica. Sin embargo, los motivos y
representaciones del Complejo Olmeca Temprano son extremadamente raros. Se
conocen en el área del Río Naranjo y son mucho más numerosos en Chiapas.
Al final del Preclásico Temprano, en la Fase Jocotal, hay evidencia más concreta de
elementos aristocráticos del estilo olmeca, los cuales están asociados con un aumento
demográfico en la región. Mary Pye y Arthur Demarest excavaron en el asentamiento
costero El Mesak, Retalhuleu, y encontraron una cerámica de pasta fina con muchas
decoraciones abstractas que parecen estar ligadas a los aspectos elitistas de la cultura
olmeca. También se encontró un fragmento de cerámica que tiene incisado el perfil de
una cabeza (Ilustración 75d). Este perfil con la cabeza hendida es una representación
olmeca común, con un posible significado religioso.
La mayoría de las piezas olmecas aisladas vienen de contextos que no permiten una
consideración detallada de su localización temporal, o de su significado cultural o
social. Lo mismo puede afirmarse de las muchas piezas no publicadas que existen en
colecciones privadas de Guatemala y de fuera de este país. Hasta el presente, la
comprensión más completa de la cultura olmeca en Guatemala viene de dos lugares
situados en la porción occidental de la Costa Sur. Estos sitios son Abaj Takalik, en el
Departamento de Retalhuleu, y La Blanca, en el Departamento de San Marcos.
Investigaciones muy recientes en estos dos lugares los colocan entre los sitios más
importantes de Mesoamérica durante el Período Preclásico.
Abaj Takalik
Abaj Takalik está localizado en la Bocacosta, en las cercanías del moderno municipio
de El Asintal. Las ruinas han sido investigadas con el patrocinio de la Universidad de
California bajo la dirección de John Graham, y por el Proyecto Nacional Abaj Takalik,
que ha dirigido Miguel Orrego. Las ruinas cubren un área de más de 3 kms2, aunque la
extensión precisa de la ocupación en cualquier época del Preclásico no ha sido aún
determinada. No se sabe si alguna de las mayores construcciones monumentales del
lugar corresponde al Preclásico Medio, aunque la más grande, el Montículo 5, es similar
a muchos grandes montículos públicos construidos en la planicie costera durante el
Preclásico Medio.
Petroglifos
La figura humana es el tema más común en la escultura olmeca. Las figuras humanas no
se representan de una manera naturalista, sino como cuerpos inflados. Estos aspectos
pueden observarse claramente en los petroglifos de Abaj Takalik. A pesar de que las
figuras se representan en dos dimensiones, talladas en bajorrelieve, todavía transmiten
la sensación de figuras infladas que sobrepasan sus proporciones naturales. En Abaj
Takalik se han descubierto dos petroglifos cerca de los arroyos que marcan los límites
este y oeste del sitio. El Monumento 1 (Ilustración 66) lleva incisa la figura de una
persona que está de rodillas. Aunque por lo común se le describe como un jugador de
pelota, la persona lleva un garrote en la mano, talvez como un arma de guerra.
Cabezas colosales
Quizás los monumentos más impresionantes de Abaj Takalik son dos cabezas colosales
que, con la excepción de Monte Alto, son las únicas que se conocen afuera de la Costa
del Golfo. El Monumento 23 es una cabeza similar a las de la Costa del Golfo
(Ilustración 77); todavía puede verse su silueta, la forma de las orejas y las bandas del
tocado. Es evidente que en algún momento la escultura original fue trabajada de nuevo
para representar una figura sentada en un nicho. En esas obras se le borró la cara, pero
dejó visibles algunos vestigios de los labios, para formar las piernas de la nueva figura.
La figura sentada en un nicho, es un tema común en el arte olmeca.
Figuras en nichos
Estas esculturas representan un ser humano sentado o parado dentro de las fauces de un
animal. Este tema es común en el arte olmeca, tanto en la escultura exenta como en los
altares de La Venta y San Lorenzo, en el Golfo de México, Chalcatzingo, en Morelos, y
Teopantecuantitlan, en Guerrero. En Abaj Takalik, además de la figura que
posteriormente se talló en el Monumento 23, están la Estela 50 y el Monumento 67. La
Estela 50 representa una figura sentada dentro de las fauces de una serpiente. Puede
verse claramente la boca del animal, pero la figura dentro del nicho se destruyó hace ya
mucho tiempo. No obstante, todavía puede observarse la silueta del cuerpo y las
piernas. El anverso del monumento muestra los restos de una fecha en Cuenta Larga, un
rasgo que probablemente fue agregado mucho después de tallarse la pieza original. El
Monumento 67 muestra dentro de la boca de un felino, probablemente un jaguar, una
figura de pie que lleva en alto un garrote.
Escultura exenta
Otras piezas
Existe otro tipo de esculturas en Abaj Takalik que son difíciles de clasificar, aunque en
términos estilísticos tienen elementos olmecas. Estas piezas incluyen a los Monumentos
14 y 15. Ambas representan a personas sentadas y en bajorrelieve. El Monumento 14
muestra a una persona que carga un felino en un brazo y un venado en el otro; viste un
estrecho taparrabo que baja desde un cinturón y es similar al tipo del Monumento 54. La
cara de la figura está erosionada pero todavía puede verse la boca vertida hacia abajo
(Lámina 9). El Monumento 15 se parece al 14, pero se encuentra aún más deteriorado.
Se aprecian los rasgos faciales y dos grandes orejeras similares a las del Monumento 14.
La parte posterior tiene una talla en bajorrelieve y muestra posaderas, patas y cola.
Podría pensarse que son los elementos traseros de un animal, con lo que el Monumento
15 sería una figura de nicho; de éste, formado por el animal, surge una figura sentada al
frente.
Excavaciones en La Blanca
Sin duda, el desarrollo más significativo durante la Fase Conchas fue el surgimiento de
La Blanca como un centro regional de poder. Mientras los asentamientos de la región de
Mazatán representan el aparecimiento temprano de agregados de población y
desigualdad social, La Blanca representa un crecimiento exponencial en ambos
aspectos.
Conclusiones
La relación entre el estilo olmeca y el origen de la civilización en Mesoamérica fue, al
parecer, mucho más compleja de lo que solían admitir las teorías anteriores referente a
una 'Cultura Madre Olmeca'. Las investigaciones recientes muestran una clara relación
entre el desarrollo del estilo olmeca y los cambios sociales del Preclásico Temprano y
Medio. Antes que tener un único centro, el conjunto de rasgos que llamamos olmecas se
desarrollaron en una vasta área de relaciones que tuvieron sus raíces en la interacción
más temprana, identificada actualmente como Horizonte Locona. Dentro de esta área de
interacción, se aprecian tanto cambios paralelos en la cultura material como en los
desarrollos socioculturales paralelos.
Los estudios sobre la cultura olmeca han entrado en una nueva fase, en la cual el énfasis
ha cambiado, del estudio de ideas pobremente definidas acerca de la difusión e
influencias regionales, al estudio de los vínculos entre los procesos sociales y los
cambios en la cultura material. El reconocimiento de importantes sitios tempranos en la
Costa del Pacífico de Chiapas y de Guatemala muestra que esta región jugará un papel
crucial en futuras investigaciones.
MARION POPENOE DE HATCH y ROLANDO RUBIO
Arqueología de Cotzumalguapa
Primeras Exploraciones
El primer europeo que exploró y reconoció algunos de los monumentos del área
arqueológica Cotzumalguapa fue Jean Frederic Maximilian de Waldeck, durante la
primera mitad del siglo XIX. Posteriormente, en 1860, Pedro de Anda, funcionario civil
local, descubrió oficialmente los restos arqueológicos, y los reportó al gobierno. Se
informó del descubrimiento en la sesión de la American Ethnological Society, en Nueva
York, en diciembre de 1861.
En 1863, el Doctor Simeon Habel visitó y estudió las esculturas de Cotzumalguapa.
Aparentemente, fue la primera persona con interés arqueológico que investigó las
esculturas del sitio Bilbao. Dos años después, en 1865, el Capitán Miguel Urrutia fue
enviado con la comisión científica oficial de realizar un levantamiento del sitio y
preparar el correspondiente informe. A partir de 1876 se efectuaron los trabajos de
investigación organizados por Adolphe Bastian, del Museo Real de Berlín. El Doctor
Bastian, junto con Manuel Herrera y Pedro de Anda, lograron el desarrollo de un
proyecto de investigación a cargo de Carl Hermann Berendt. A principios del siglo XX,
Cotzumalguapa despertó gran interés arqueológico por la presencia de un estilo
escultórico no maya, el cual se atribuyó a grupos de lengua nahua, específicamente
pipiles. En 1942, J. Eric S. Thompson inició un proyecto patrocinado por la Institución
Carnegie, de Washington, durante el cual se excavó el área central de El Baúl y se
llevaron a cabo reconocimientos superficiales en los alrededores.
Bilbao
El sitio Bilbao se encuentra sobre un terreno inclinado de norte a sur. Con el propósito
de nivelar para erigir las estructuras ceremoniales, los antiguos pobladores construyeron
lo que se puede llamar una acrópolis formada por una serie de cuatro grandes terrazas
conectadas, que bajaban por medio de gradas de norte a sur. En esta acrópolis con
terrazas, que medía aproximadamente 600 x 175 m, se construyeron 17 plataformas
piramidales, arregladas en cuatro grupos de montículos denominados A, B, C y D. El
Grupo A es el que está más hacia el sur, es decir, sobre la terraza más baja, mientras que
el Grupo D es el más alto y está hacia el norte. Como los terraplenes al sur de cada
terraza eran empinados, se construyó una rampa amplia en las esquinas al suroeste de
los Grupos B, C y D, para facilitar el tráfico entre los niveles. Existe la posibilidad de
que haya existido otra rampa en la esquina sureste del Grupo A.
La cerámica del Preclásico Tardío y del Clásico Temprano muestra relaciones cercanas
con Monte Alto, al este, y con Kaminaljuyú, al noreste. Durante el Clásico Tardío se
produjo un evidente cambio en la orientación de las relaciones y una ampliación de la
red comercial. El complejo cerámico del Clásico Tardío, que caracteriza a Bilbao, se
extendía al área costera hacia el suroeste, especialmente la zona de Tiquisate. También
existían fuertes lazos hacia el norte, con el área de los actuales Departamentos de
Chimaltenango, Sacatepéquez y Guatemala. Esta relación se refleja igualmente en la
distribución del estilo escultórico Cotzumalguapa, que se extendía por la Costa y el
Altiplano Central.
El Castillo
Este sitio se encuentra aproximadamente 2 km al noreste de Bilbao. Los montículos son
más pequeños y menos numerosos, pero están asociados con por lo menos ocho
esculturas, que incluyen el importante Monumento 1 de El Castillo (Ilustración 80). A
pesar de que no se ha efectuado ninguna excavación seria en El Castillo, Parsons nota la
posible presencia de una plataforma con un templo.
El Baúl
Como ya se dijo, el grupo principal de las ruinas de El Baúl fue investigado por
Thompson en 1942. Consiste en una serie de montículos organizados alrededor de
plazas. En el extremo norte del sitio hay una gran acrópolis de 170 m de largo por 90 m
ancho y 5 m de alto. En su cúspide se encuentran tres canchas, cada una rodeada por
estructuras; una de ellas puede haber sido utilizada para el juego de pelota. Entre las
esculturas asociadas con la acrópolis hay una gran cabeza de piedra (Monumento 3), y
una conocida localmente como La Reina (Monumento 2). Estas grandes esculturas son
objeto de veneración por los indígenas contemporáneos de las Tierras Altas, que llegan
allí para realizar sus ritos y dejar ofrendas.
La Estructura 1 difiere de la 6 en que es una plataforma más baja y pequeña, que debió
haber soportado un edificio construido con materiales perecederos. Estaba formada por
dos niveles de terrazas, cada uno con un muro de contención vertical formado por
piedras de 'cantos rodados', de origen volcánico, sin revestimiento, que fueron colocadas
en una matriz de barro y guijarros más pequeños. En las excavaciones de la acrópolis se
encontraron tres drenajes hechos por piedras alineadas.
Otras dos vajillas del Clásico Tardío, denominadas Tiquisate y Amatle, y que juntas
comprenden la mayoría de la cerámica recuperada de la estructura aristocrática, también
muestran cambios de frecuencia, que pueden ser relevantes para hacer inferencias
respecto a la comunicación y relaciones comerciales. Las dos vajillas tienen sus
orígenes en áreas afuera de Cotzumalguapa. La vajilla Tiquisate proviene de la región
del mismo nombre, al suroeste de Santa Lucía Cotzumalguapa, mientras que la vajilla
Amatle fue producida en la zona del actual Departamento de Chimaltenango, en el
Altiplano. La vajilla Amatle puede considerarse como utilitaria, pero de mayor costo,
porque probablemente fue importada del Altiplano Central a El Baúl (aunque no se debe
descartar la posibilidad de que haya sido imitada localmente). En cualquier caso, la
presencia de la cerámica Amatle en El Baúl, simultáneamente con el hecho de que el
estilo escultórico Cotzumalguapa también se encuentra en los actuales Departamentos
de Chimaltenango y Sacatepéquez, indica que existían fuertes lazos entre esas dos
regiones.
En consecuencia, es de sumo interés comparar las frecuencias de los tiestos de las
vajillas Amatle y Tiquisate recuperados en las excavaciones abajo y arriba del piso de la
estructura. Como el material encontrado debajo del piso es más temprano que el que
estaba encima, la comparación de los dos lotes puede proveer alguna indicación de
cambio en las relaciones externas del Clásico Tardío. En el estudio llevado a cabo por
Rolando Rubio, se encontró que, debajo del piso, la vajilla Tiquisate comprendía el
19.5% del total de la cerámica, y encima, era el 19%. Los tiestos de la vajilla Amatle
correspondieron al 21%, debajo del piso, y encima de éste llegó al 50%. Parece que las
relaciones cerámicas entre El Baúl y el área costera del sur continuaron sin un cambio
notorio durante el Clásico Tardío, mientras que las relaciones con la zona del Altiplano,
inmediatamente al norte, se incrementaron mucho, volviéndose más importantes.
El simbolismo del juego de pelota se observa en figuras humanas que poseen guantes,
un yugo alrededor de la cintura y rodillas callosas. Los símbolos de muerte incluyen
calaveras, esqueletos, cuerpos desmembrados y corazones humanos. Estos rasgos, así
como en las representaciones de Tláloc, el uso de volutas de habla, el símbolo de la
greca, el tocado xiucoatl (o serpiente de fuego) y la combinación de la numeración de
barras y puntos (talvez con relación al calendario), ha llevado a los estudiosos a atribuir
al Estilo Cotzumalguapa una influencia procedente de México. Varios investigadores
han propuesto que en esta área, durante la época prehispánica, existió una ocupación
teotihuacana y posteriormente una pipil (o náhuat). Sin embargo, hasta el momento no
se ha encontrado evidencia arqueológica que pueda comprobar fehacientemente estos
hechos, y por la cual se pueda relacionar las ocupaciones teotihuacana y pipil con el
estilo escultórico o con la evidencia cerámica. Es importante resaltar el hecho de que la
posible influencia 'mexicana' en la escultura no se refleja en la cerámica.
Aunque existe evidencia de que algunos estilos y motivos mesoamericanos pueden tener
su origen en los de Teotihuacan, durante el Clásico Temprano, hay varios factores que
hacen difícil adoptar el concepto del Período Clásico Medio. Entre éstos figura
principalmente el hecho de que, al combinarse la última parte del Clásico Temprano y el
inicio del Clásico Tardío, se hacen confusos los cambios abruptos ocurridos entre
ambos períodos. En otras palabras, las diferencias entre el Clásico Temprano y el
Clásico Tardío parecen ser mucho más pronunciadas que las continuidades, y éstas
probablemente reflejan cambios culturales bien cimentados. Muchos elementos típicos
del Clásico Temprano, particularmente los estilos cerámicos, cesan abruptamente al
iniciarse el Período Clásico Tardío. A su vez, este Período estuvo marcado por la
aparición de nuevos rasgos, tales como juegos de pelota y otras formas arquitectónicas,
figurillas huecas hechas con moldes, malacates cerámicos, la forma de vaso cilíndrico
alto, hecho en cerámica, etcétera.
Sin embargo, como muchas de las escenas de las esculturas de Cotzumalguapa parecen
ser narrativas y explicatorias, se pueden ordenar de acuerdo con lo que parece haber
ocurrido en orden cronológico. La secuencia resultante muestra cierta consistencia en el
tema y cambios menores en el estilo. En este intento, se pudieron identificar, por lo
menos, cuatro personajes, de los cuales tres parecen ser gobernantes locales sucesivos.
Aunque cada gobernante está asociado con un número de esculturas diferentes, hay tres
tipos de esculturas que son similares en el tema, a saber: un gran monumento con una
escena narrativa que incluye a tres personajes, de los cuales uno está recibiendo algún
tipo de autoridad de parte de otro, delante del tercero; una escultura de tamaño grande
con una escena de acción que capta cómo el gobernante logra su reconocimiento y es
elevado a una posición superior; y una escultura pequeña, en la cual el gobernante
conversa con el personaje de quien recibió la autoridad.
Es interesante para este estudio observar que la figura principal usa una vestimenta que
se encuentra en los monumentos del Período Clásico Tardío: el taparrabo, las rodilleras
y el turbante. La cabeza o figura inclinada que mira hacia abajo, sobre la figura central,
es análoga a la que aparece en los Monumentos 2 a 6 y 8 de Bilbao (todas en forma de
estelas y que actualmente se encuentran en Berlín), que similarmente imparte poder,
prestigio y rango a la figura situada debajo de ella. Las semejanzas en la vestimenta
sugieren que la población que ocupó El Baúl en el Período Clásico Tardío es
descendiente de la que ocupó esa región por largo tiempo. Un margen de por lo menos
varios siglos separa esta escultura de las posteriores.
Esta escena sugeriría que la población local rendía tributo a alguien de rango superior
que no se viste como los demás y que tiene símbolos especiales, particularmente la
serpiente; esta persona puede ser un extranjero. El hombre con turbante especial es
representado otras veces en Bilbao y en El Baúl y, por su importancia en la narrativa, se
le ha llamado Gobernante 1. Parece que este personaje estaba subordinado a la persona
que se identifica como el extranjero.
Un estudio cuidadoso de la víctima muestra que usa una máscara Tláloc, anchas
muñequeras y un cincho con forma de serpiente muy realista, el cual, según otros
monumentos, es uno de los símbolos del extranjero. Es una escena de violencia y
muerte. Al extremo derecho hay una columna de seis puntos numéricos, realzados y
planos. Sobre esta columna hay una cabeza con una máscara Tláloc de cuya boca sale
una espiral indicando que está hablando. La escena es altamente simbólica y es difícil
determinar qué ha pasado. Sin embargo, es obvio que es una escena de muerte e implica
que el extranjero ha muerto, quizás por sacrificio o en una batalla. Por otro lado, el
sacrificio puede ser solamente simbólico, ya que puede representar la ruptura de
relaciones con el grupo o entidad que él representaba. El extranjero no aparece otra vez
en escenas narrativas, pero puede identificarse como la cabeza que mira hacia abajo en
el Monumento 8 de Bilbao (y posiblemente en las otras estelas de ese tipo, o sea los
Monumentos 2, 4, 5 y 6) que parecen ser representaciones póstumas, quizás celestiales
o ancestrales. Con excepción de estas estelas, la figura con cinturón de serpiente y con
banda sobre la cabeza no vuelve a aparecer como personaje importante en las esculturas
subsecuentes.
Quien recibe el estandarte usa una especie de corbata anudada en el cuello, un taparrabo
con un cinturón (cuyos extremos se extienden al frente, formando un faldón ancho y
otro pequeño al lado), un turbante amarrado al frente, aretes de discos pendientes y
rodilleras. Esta figura puede ser identificada como el Gobernante 2. En el bordillo o
marco de la derecha se pueden notar ocho puntos realzados y aplanados. En la parte
superior del centro del monumento está esculpido otro punto en forma de un glifo
circular enmarcado, que muestra la cabeza de un mono. Posiblemente la fecha de la
ceremonia es '9 mono'.
En la parte superior izquierda se puede ver una pequeña figura con dos serpientes en la
cabeza, que presenta o premia al jugador victorioso con una bolsa como la usada en el
cuello por el Gobernante 3 en el Monumento 30 de El Baúl. Esto puede simbolizar una
victoria importante que elevó de rango al Gobernante 3 o le dio derecho a la sucesión
del poder. Debajo de la bolsa hay dos pequeños puntos enmarcados, o glifos, cada uno
con un pájaro en el pico, amarrado con una moña. El perdedor, que no puede ser
identificado, está en el suelo debajo del ganador y usa una máscara con una barba
tupida. Debajo de la escena hay una franja que contiene seis figuras pequeñas, sentadas
y con los brazos cruzados sobre el pecho. Cada una lleva encima de la cabeza un
símbolo de tres puntas, como se ha visto asociado con el Gobernante 2 en la parte de
atrás del Monumento 1 de El Castillo.
En este análisis de las esculturas, se pueden notar varias tendencias e identificar por lo
menos a tres gobernantes. El Gobernante 1 aparece en las esculturas en rocas naturales,
con puntos numéricos sólidos y planos. Está asociado con el extranjero, y el cangrejo es
uno de sus símbolos. Usa un turbante con un elemento o adorno al frente parecido a una
brocha, un ornamento con cuentas anudado en el cuello y, en ciertos casos, sandalias. El
Gobernante 2 aparece en los monumentos enmarcados y con los símbolos de muerte y
sacrificio. Lleva un turbante redondo y completo, que podría estar atado al frente;
también se puede notar un marco rectangular en el trasfondo, un nudo o corbata en el
cuello, aretes colgantes circulares y pies descalzos. El Gobernante 3 revive los temas
antiguos asociados con el extranjero y sus símbolos, como el turbante xiucoatl, Tláloc y
la serpiente. Usa una como bufanda que le cuelga sobre la espalda y el atado de su
cinturón o faja al frente; algunas veces lleva sandalias.
La información más temprana que se tiene sobre la presencia de los pipiles en la zona de
la Costa Sur, la proporcionó Diego García de Palacio, en su Carta de Relación de 1576.
Lamentablemente, García de Palacio no pasó por el área de Santa Lucía Cotzumalguapa
durante su viaje, por lo que no existe información acerca del idioma de quienes
ocupaban el lugar en aquel tiempo. De acuerdo con dicha carta, García de Palacio
encontró hablantes de pipil en Honduras, Izalco (oeste de El Salvador), Guazacapán
(Costa Sur de Guatemala), San Salvador y Nicaragua. Según escribió, se hablaba lengua
mexica o nahua (relacionada con la pipil) en Soconusco, y el oeste de Cotzumalguapa.
En relación con Nicaragua, García de Palacio describió la lengua como 'pipil corrupto',
posiblemente refiriéndose al nicarao. Después, Juan de Torquemada mencionó a los
pipiles, en su obra escrita a principios del siglo XVII, e hizo notar que el lugar de origen
de la migración fue México:
Una vez descritos los lugares que habitaban los grupos 'Nicaragua' (nicaraos que
ocuparon principalmente el territorio de la actual República de Nicaragua) y Nicoya,
Torquemada explicó que estos grupos fueron sometidos por los olmecas
(contemporáneos o históricos), por lo cual optaron por abandonar esas tierras y dirigirse
a otra parte. Relata algunas escenas de las desdichas que pasaron aquellos pobladores, y
la forma en que se efectuaron sus migraciones de estos grupos hasta llegar a la zona
costera de Guatemala:
Se puede notar claramente en la cita anterior que, según Torquemada, fue el grupo pipil
el que pobló el área de la Bocacosta de Guatemala y El Salvador. 'Ecalcos' (Izalcos) fue
el nombre de la parte que vivía al oeste de El Salvador en el momento de la conquista
española. En esa época, el área del actual Departamento de Escuintla (el Yzcuintlan de
Torquemada) estaba en manos de una población hablante de nahua.
Este resumen sobre la ocupación, durante el Preclásico (c 1200 AC-200 DC), de las
Tierras Altas mayas del norte de Guatemala descansa básicamente en los resultados del
Proyecto Arqueológico Verapaz, que estuvo a cargo de los autores, en el sitio de
Sakajut, Alta Verapaz, en 1977 y 1988, y en el valle de Salamá, Baja Verapaz, en 1972
y 1974. Una introducción al estudio de esta región se presenta también en el ensayo de
Marie C. Arnauld incluido en este mismo volumen. Asimismo, existe información
adicional proveniente de las investigaciones realizadas por la Misión Arqueológica
Francesa en Guatemala, especialmente en los sitios preclásicos de Verapaz
(documentadas por Arnauld), y en los sitios preclásicos situados al oeste de Quiché.
Antes de las anteriores investigaciones, la región de las Tierras Altas del norte recibió la
atención esporádica de varios arqueólogos, que en su mayor parte se concentraron en los
restos materiales correspondientes a los Períodos Clásico y Postclásico. De estos
estudios tempranos solamente el informe de la cerámica de Chipoc, Alta Verapaz, y el
reconocimiento de dicho sitio efectuado por A. Ledyard Smith, incluyeron
descubrimientos correspondientes al Preclásico.
Los mayistas han reconocido desde hace bastante tiempo las relaciones lingüísticas y
culturales entre los mayas de las Tierras Altas y los de las Tierras Bajas. Con los
primeros descubrimientos de restos significativos del Preclásico en las Tierras Bajas,
por ejemplo, en Uaxactún, y en las Tierras Altas, principalmente en Kaminaljuyú, se
reconocieron similitudes generales en cerámica, figurillas y otros artefactos. Con base
en tales datos se ha supuesto que el contacto entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas
ocurrió durante el Preclásico. A pesar de la dispersa evidencia arqueológica, ya en 1940
la región de Verapaz, situada al norte de las Tierras Altas, sobre las rutas más directas
entre el norte y el sur, era considerada como la zona de intercambio entre los centros
preclásicos de las Tierras Altas, al sur, y las poblaciones tempranas de las Tierras Bajas
mayas, al norte. Esta suposición, mantenida por largo tiempo, fue puesta en tela de
juicio cuando, por la falta de evidencia de ocupación preclásica en el valle de Cotzal, al
noroeste de Quiché, se llegó a la conclusión de que todas las Tierras Altas del norte
estuvieron generalmente despobladas hasta el Período Clásico, y que, por lo tanto, la
interacción entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas durante el Preclásico fue
insignificante o inexistente. El Proyecto Verapaz se estableció para determinar si había
existido una significativa ocupación preclásica en las Tierras Altas del norte de las
Verapaces, y si existía evidencia de interacción entre las Tierras Altas del sur y las
Tierras Bajas del norte. Los resultados de esta investigación, en combinación con los
descubrimientos de la Misión Arqueológica Francesa, documentaron todo un espacio de
ocupación preclásica en ambas regiones, es decir, Verapaz y Quiché, y apoyaron la
interacción preclásica entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas. Con respecto a las
conclusiones previas referentes a la falta de tal ocupación e interacción, estos resultados,
según las palabras de un connotado mayista, han 'sepultado... aquella idea para siempre'.
En el resto de este artículo se examina brevemente la cronología y la distribución de los
sitios preclásicos en las Tierras Altas del norte, que incluyen tanto la región de la
Verapaz, como la ocupación preclásica en la región adyacente de Quiché. A
continuación, se hace un resumen sobre el desarrollo de la sociedad preclásica de
acuerdo con lo conocido en el valle de Salamá, que hasta la fecha es del que se posee
información más completa y detallada en las Tierras Altas del norte. Se cierra el
presente artículo con un resumen interpretativo del papel que jugaron, durante el
Preclásico, las Tierras Altas del norte, en el desarrollo general de la civilización maya.
Las investigaciones de Arnauld han identificado siete sitios adicionales en Alta Verapaz
con ocupación en el Preclásico Tardío o Terminal; seis de ellos se sitúan en la cuenca
superior del Río Cahabón o de sus tributarios, que son, de norte a sur: Santa Elena,
Xutjá, Valparaíso, Pansalché, Chicán y Pasmolón. El séptimo sitio, Chichén, se localiza
en las márgenes del río del mismo nombre, a 8 km al suroeste de Sakajut.
La evidencia más antigua que se conoce en relación con pobladores agrícolas estables,
proviene de la cerámica y de los artefactos asociados con ella, encontrados en siete
sitios del valle. Esta información refleja ocupación en asentamientos agrícolas no
diferenciados, del tamaño de caseríos o pequeñas aldeas. El principal factor que incidió
en que estos grupos se asentaran en esta región, fue la fertilidad de los suelos en áreas
bien drenadas del valle (980-1,000 msnm), próximas a ríos. El patrón de asentamiento
dominante a lo largo del Preclásico, en el valle de Salamá, fue la ocupación en valles
abiertos y planos. En contraste, durante el Clásico Tardío y el Postclásico se tendía a
buscar los márgenes de los valles y los lugares defensivos en la cima de las colinas,
patrón que concuerda, de modo general, con los asentamientos prevalecientes en las
Tierras Altas. Cinco de los siete sitios están localizados en la planicie del valle, mientras
que dos se hallan en el margen de éste. Cuatro están agrupados en la porción más al
oriente del valle, a no más de 2 km uno de otro. Los restantes tres sitios están más
ampliamente dispersos hacia el oeste. Esto sugiere que el grupo de asentamientos al este
representa la ocupación sedentaria original del valle, la cual fue expandiéndose hacia el
oeste al dividirse los grupos. Por medio de este proceso de división de los grupos
sociales, el poblamiento de la región que rodea el valle fue sin duda un proceso
importante en la expansión de los asentamientos agrícolas en el valle. Este proceso pudo
conducir a un constante estado de guerra o a la adopción de mecanismos sociopolíticos
de integración, tales como alianzas y control por medio de un centro regional. El
ambiente delimitado del valle de Salamá probablemente influyó en que las adaptaciones
no competitivas fueran en última instancia más exitosas e importantes para el desarrollo
de esta sociedad a lo largo del resto del Preclásico.
Es probable que esta población inicial haya tenido sus orígenes en más de un área,
probablemente al sur (Tierras Altas y Bocacosta del Pacífico) y en las Tierras Bajas
circundantes. A pesar de que son limitados los depósitos primarios, los desechos
domésticos y otros materiales, que se han podido fechar con seguridad en el período, se
asume, con base en los datos arqueológicos de las áreas adyacentes, tanto al norte como
al sur, que los primeros pobladores del valle fueron agricultores. Restos de tierra
quemada en construcciones de barro con armazón de varas, y lascas de obsidiana,
indican que los primeros pobladores deben haber vivido de manera bastante similar a la
de sus descendientes posteriores. Existen también indicios de que se mantuvieron lazos
muy importantes con estas mismas regiones externas durante el resto del Período
Preclásico.
La posición de uno de los sitios en el límite del valle (Los Mangales), sobre una ruta
natural que conduce hacia el noreste, probablemente ofreció ventajas adicionales a sus
habitantes para adquirir recursos provenientes de regiones de más altitud. Los medios
para adquirir los productos no locales, tales como obsidiana y otros recursos naturales,
que eran trabajados localmente y utilizados en el ámbito doméstico durante el Preclásico
Temprano, sólo pueden ser objeto de conjeturas. Dichos productos no locales
probablemente eran traídos al valle a través de redes de intercambio ya establecidas,
como aquellas por las cuales llegaba la obsidiana al centro de la zona olmeca y hacia las
Tierras Bajas mayas, durante la misma época. Parte del jade encontrado en los contextos
más tempranos del Preclásico, en ciertos sitios mayas de las Tierras Bajas, como El
Ceibal y Cuello, posiblemente tenga su origen en la parte media del valle del Motagua,
y pudo muy bien haber sido transportado por una ruta terrestre que pasaba a través del
valle de Salamá, y de allí hacia el norte a lo largo de ciertos sitios estratégicos, como
Sakajut, en Alta Verapaz. Parece probable, por lo tanto, que un importante factor en la
evolución de la sociedad del valle de Salamá, iniciada por lo menos en el Preclásico
Temprano, haya sido el desarrollo y mantenimiento de redes de intercambio
interregional.
La cerámica del Preclásico Medio se caracteriza por una serie de modas típicas
correspondientes a este período, las cuales procedían de gran parte del área maya. La
tradición más temprana se expandió, según se muestra, con un nuevo tipo de jarro con
pintura roja sobre la superficie lisa, así como el inicio de las tradiciones negro, café y
naranja, que con el tiempo sustituyeron a las tempranas, que eran crema y gris. Las
vajillas rojas tempranas también fueron desplazadas por estos nuevos estilos. Al igual
que en el Preclásico Temprano, las formas de cuencos sencillos con paredes divergentes
son las más comunes (38-39%), si bien todas las otras formas de cuencos aumentaron a
cerca del 22% en el inventario de formas. Casi desaparecieron los 'tecomates' o jarros
sin cuello. La decoración incluye zonas con diseños de puntos hechos con punzón,
incisiones realizadas antes del engobe, con tiznado y aplicaciones cortadas. La cerámica
de este período refleja la continuación de los lazos con las regiones situadas al norte y al
sur del valle.
Se ha fechado un total de nueve sitios del Preclásico Medio, con base en su cerámica, lo
que significa un incremento de dos sobre el período previo. Esto probablemente refleja
un crecimiento demográfico. Hubo también una expansión continua de los
asentamientos desde la cuenca de San Jerónimo hacia el este. En contraste con el
Preclásico Temprano, dos sitios (Las Tunas y Los Mangales) manifiestan durante este
intervalo arquitectura funcionalmente diferenciada. En Las Tunas, localizado cerca de
un importante sistema de rutas de comercio hacia el sur, se pueden trazar los inicios de
un complejo residencial, que incluye la construcción de una plataforma extensa y baja,
que pudo haber sido la antecesora de las formas mayores desarrolladas posteriormente
en El Portón. En Los Mangales, cerca de la ruta principal que conduce en el noreste
hacia la Alta Verapaz, la primera evidencia clara de la posición social de la élite
proviene de un elaborado entierro de un adulto masculino, posiblemente un miembro
principal de la comunidad o un shamán, en una cripta con piedras alineadas dentro de
una plataforma funeraria de tierra. Este personaje estaba acompañado de objetos de jade
y concha, y tres trofeos con forma de cabeza; además, aparecieron por lo menos 12
sirvientes enterrados alrededor de la cripta, con evidencias de sacrificio y
desmembramiento. Este entierro aristocrático fue la culminación de una serie de
plataformas bajas, más tempranas, aparentemente residenciales, una de las cuales
contenía un entierro único, sin compañía, colocado debajo de un pequeño altar de
adobe.
Las causas del surgimiento de una élite local en el valle de Salamá, durante el intervalo
en cuestión, se mantienen todavía en el plano de la especulación. Las bases de las
distinciones sociopolíticas probablemente fueron establecidas durante el período
precedente, como un medio para agenciarse recursos tanto locales como importados. La
evidencia recogida en Los Mangales indica que el acceso diferencial de bienes
importados, tales como jade y concha (de los cuales el primero probablemente procedía
del valle del Motagua y la concha quizás de la Costa del Pacífico), se estableció durante
el Preclásico Medio. A pesar de que es bastante dispersa la información directa para
hacer tales inferencias, es razonable suponer que las distinciones de rango social
aumentaron a medida que un segmento de la población obtuvo el control del comercio
externo y la redistribución local. Grupos similares pudieron haber sido organizados para
controlar las actividades religiosas y militares. Los indicios de cabezas-trofeo y
numerosos sacrificios humanos, reflejan el poder ejercido por la recién establecida élite,
así como otras formas de conducta que se dieron durante los tiempos mayas más tardíos.
El cambio más sobresaliente en los asentamientos del valle, durante el período bajo
análisis, sucedió en El Portón. Tras haber sido previamente un gran asentamiento,
aunque aparentemente no diferenciado, El Portón se transformó gracias a una serie de
nuevas construcciones realizadas con rellenos de tierra. Primero se construyeron
pequeñas plataformas, sobre las cuales posiblemente se levantaron residencias de la
nobleza. Después, durante el mismo período, el sitio se expandió grandemente, por
medio de la construcción de cuatro extensas terrazas elevadas, las cuales es posible que
sirvieran como áreas para efectuar asambleas públicas, cada una de las cuales tenía,
según parece, estructuras ceremoniales especializadas.
Dichas terrazas pueden haber sido ligeramente diferentes, no obstante sus funciones
complementarias. La Terraza 1 presenta la mayor cantidad de evidencia residencial y
ceremonial; en las Terrazas 3 y 4 aparecen indicadas las mismas funciones. La Terraza
2 se convirtió en el centro de manifestaciones rituales dirigidas a la veneración pública
del complejo estela-altar, incluyendo la temprana inscripción jeroglífica del Monumento
1 (Ilustración 86). Este monumento está fechado c 400 AC, por lo que llevaría el más
antiguo texto maya conocido. El hecho de que los Monumentos 1 y 2 sean los más
tempranos en una serie de combinaciones de estela y altar, de muestra que estos
ejemplos en el valle de Salamá son también más antiguos que los conjuntos de
monumentos del Preclásico Tardío de las Tierras Altas del sur y de las áreas de la Costa
del Pacífico. Las únicas tradiciones contemporáneas de estelas talladas conocidas son
las del valle de Oaxaca, y algunos ejemplos algo más tempranos que se encuentran en la
Costa del Golfo de México, en Chalcatzingo.
De esta fase se han identificado 14 sitios, el número más alto para el Preclásico, a pesar
de que sólo uno (San Jacinto) se sitúa dentro de la cuenca de Salamá; 10 de los sitios
restantes reflejan una continuidad en sus asentamientos, desde el período de expansión
anterior; y tres (El Cacao, Santa Catarina y Santo Domingo) representan ocupaciones
nuevas o renovadas en la cuenca de San Jerónimo.
Los factores que mantuvieron el dominio de El Portón son indudablemente los mismos
que ayudan a explicar el surgimiento de su poder en los siglos precedentes. Parece claro
que durante el Preclásico Tardío todas las actividades económicas, sociopolíticas y
ceremoniales de la región, excepto aquellas locales de una serie de pequeñas
comunidades agrícolas subordinadas, dispersas a todo lo largo del valle, se hallaban
centralizadas en El Portón. Fuera de su región inmediata, El Portón parece haber
controlado el comercio y otras relaciones a gran distancia, todo lo cual le permitió
mantener su posición dominante.
Hasta esta etapa, la evolución de la sociedad en el valle de Salamá estuvo dominada por
desarrollos autóctonos, pero su curso, durante el Preclásico Terminal, se vio cada vez
más influido o incluso controlado desde afuera. Este período fue testigo de una drástica
disminución, tanto en el número (nueve) como en el tamaño de los sitios en el valle.
Para esta fase no se sabe de ningún asentamiento en la cuenca de Salamá. Es probable
que haya habido una ocupación dispersa en las sierras orientales que dominan el valle,
pero, al igual que en la fase anterior, todos los sitios, con excepción de El Portón,
parecen haber sido asentamientos agrícolas dispersos.
El Preclásico Terminal está definido por la presencia de dos nuevos grupos de cerámica
con engobe, una vajilla crema, y otra con una nueva tonalidad anaranjada, que vino a
reemplazar a la anterior tradición del mismo color. Esta nueva tradición anaranjada
parece ser la antecesora de los monocromos anaranjados que aparecieron después,
durante el Período Clásico, en la misma región, y muestra una arcilla y un engobe más
suaves, distintos de los anteriores. Adquirieron nuevamente popularidad los cuencos de
silueta sencilla, tanto los que tenían pared divergente como los de pared curvada (52%),
en contraste con las formas que tenían antes. La mayoría de los jarros tienen cuello
curvado (13%), y se utilizaron más que antes los soportes en las vasijas, que son
sólidos, con forma de pezón o de bulbo, y mamiformes huecos. Algunos tipos de la
tradición de monocromos anaranjados muestran claras afinidades con la cerámica de las
Tierras Bajas del norte, y reflejan una continua interrelación con dicha región. Otras
vajillas y estilos que eran objeto de comercio muestran, asimismo, que la interacción
continuó también con las Tierras Altas mayas.
La evidencia disponible indica que El Portón perdió una significativa porción de su base
de subsistencia y preeminencia durante el Preclásico Terminal. La construcción y las
actividades ceremoniales de alguna importancia parecen haber quedado confinadas a la
Terraza 2, donde empezó a vislumbrarse un incipiente uso de la piedra en la
construcción, que fue precursor del mayor uso de este material durante el Período
Clásico. Las causas de esta declinación en la construcción, que continuaron
presentándose en este sitio central del valle durante la etapa subsiguiente, son bastante
vagas. Lo que sí está claro es que, en el Clásico Temprano, El Portón había sido
completamente abandonado; y parece bastante probable que, durante este intervalo, el
valle de Salamá haya caído bajo el dominio de un centro externo, que pudo haber sido
Kaminaljuyú, el mayor sitio de las Tierras Altas mayas durante el Preclásico.
Se ha sugerido que, para finales del Preclásico, El Portón pudo haberse convertido en un
centro dependiente. Aunque este predominio de Kaminaljuyú sobre El Portón debe ser
todavía sometido a prueba por medio de futuras investigaciones, parece ser que además
del dominio económico, las alianzas sociales y políticas entre los dos centros también
jugaron un papel importante en esta relación. Aunque la riqueza que reflejan las
ofrendas de los escondites hallados en El Portón, correspondientes a este período, es
insuperable en la región, la cantidad y magnitud de todas las actividades rituales y
públicas de hecho disminuyeron significativamente desde los tiempos precedentes. Si
suponemos que Kaminaljuyú desestimuló la continua expansión de El Portón, por ser
éste un centro regional rival, los recursos de mano de obra disponibles en el valle
pudieron haber sido sustraídos del control de El Portón, y ser usados en cambio para la
expansión de empresas comerciales o la recaudación de tributos bajo las órdenes de
Kaminaljuyú. Por lo tanto, la disminución de la actividad en El Portón y en el valle de
Salamá, al final del Período Preclásico, no significa necesariamente que hubiera un
marcado descenso de población, sino más bien podría representar una reorganización y
nueva dirección en la población del valle, al servicio de una autoridad externa.
En contraste con el panorama anterior se produjo un dominio exterior sobre el valle. Las
investigaciones futuras deberán esforzarse por determinar si hubo algún proceso local
de reorientación que haya podido desplazar los destinos del valle hacia otro sitio local,
como Salto, situado más estratégicamente para explotar las cambiantes condiciones
políticas y económicas.
Conclusiones
Los sitios del Preclásico en las Tierras Altas del norte tendieron a agruparse en dos
regiones: un grupo al oeste (en el curso medio del Río Chixoy y áreas adyacentes de
Quiché), y un grupo al este (en Baja y Alta Verapaz). La evidencia arqueológica
disponible indica que ninguna de estas agrupaciones estuvo aislada, sino más bien que
ambas estuvieron involucradas en una amplia red de comunicaciones con otras regiones
del área maya, tanto en las Tierras Altas como en las Tierras Bajas. En cuanto a
cerámica, las Tierras Altas del norte, en los primeros tiempos de la historia de sus
asentamientos, parecerían ser más cercanas al límite norte de la Esfera Cerámica
Conchas, que relaciona los complejos Conchas, Las Charcas y Tok de las Tierras Altas
del sur y Costa del Pacífico, con los complejos Xox y Santizo de las regiones de Baja
Verapaz y Quiché. Más tarde, durante el Preclásico, los complejos Tol, Uc y Noguta se
sitúan claramente dentro de la Esfera Cerámica Miraflores, y tentativamente definen la
periferia norte de esta esfera. En el Preclásico Terminal, posiblemente con anticipación
a los cambios que ocurrieron durante el inicio del Período Clásico, las modificaciones
en el repertorio cerámico han conducido a la proposición de una nueva Esfera llamada
Lilillá. Al revisar estos datos, parece probable que toda la región de Verapaz mantuvo
relativamente más relación norte-sur, por su localización directamente entre los centros
de población del área maya del sur (el valle de Guatemala y la planicie de la Costa del
Pacífico) y las Tierras Bajas mayas al norte, especialmente las partes altas de los ríos
navegables, como el Río de La Pasión. Se necesita una mayor investigación en
horizontes más tempranos para comprobar la hipótesis de que las Tierras Altas mayas
del norte estuvieron íntimamente involucradas en la colonización inicial de las Tierras
Bajas de Petén.
Ello no significa que todas las áreas de las Tierras Altas del norte estuvieran ocupadas
durante el Preclásico. Pero la ausencia de evidencia de algún asentamiento preclásico en
una región en las Tierras Altas del norte, como en el valle de Cotzal, no implica
necesariamente falta de ocupación o relaciones con el resto de esta área. Más bien,
como lo sugirieron originalmente los hallazgos de Pierre Becquelin, cerca de Nebaj, la
evidencia de Cotzal solamente demuestra que esta región, en los límites occidentales de
las Tierras Altas del norte, no fue ocupada sino hasta tiempos posteriores. Este hecho
está mejor explicado talvez por la localización periférica del valle de Cotzal con
respecto a la comunicación norte-sur entre los principales centros de población del
Preclásico. Al valle Cotzal podía llegarse desde las Tierras Bajas mayas a través del Río
Chixoy, pero carece de buenas rutas naturales hacia o desde las Tierras Altas al sur.
¿Qué era lo que comprendía esta comunicación interregional? A pesar de que pueden
proponerse diversas de formas de interacción humana, es seguro que el comercio de
bienes de valor económico fue una de las más importantes y, lo cual encuentra apoyo
directo en los registros arqueológicos. Otro aspecto importante en la relación
interregional fue el intercambio de información, que incluye aspectos como sistemas de
escritura, de numeración y estilos escultóricos y artísticos. Esto se ve reflejado en las
similitudes de larga duración y de amplia difusión en las muestras de cultura material,
tanto sagrada como profana, encontrada en las Tierras Altas y en las Tierras Bajas,
durante el Preclásico.
Actualmente, uno de los principales problemas que tienen ante sí los arqueólogos es
tratar de lograr determinar el papel que tuvieron las relaciones interregionales en el
desarrollo de la civilización maya. David Freidel ha propuesto un caso que muestra las
consecuencias que tal interacción tuvo en el desarrollo de las Tierras Bajas mayas,
incluyendo contactos a través de las regiones costeras entre Yucatán y las Tierras Bajas
centrales. Modelos similares, basados en comunicaciones por vía terrestre, han sido
propuestos por William Fowler, Arthur Demarest y Robert Sharer, para el área maya del
sureste. Modelos de interacción a una escala más extensa han sido propuestos por
Demarest para la Mesoamérica del Preclásico, y por Richard Blanton y Gary Feinman
para el área mesoamericana durante toda la era precolombina.
A pesar de que la interacción entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas durante el
Preclásico puede ser demostrada por medio de la evidencia hallada en las Tierras Altas
del norte, y que su papel crucial en la evolución de la civilización maya queda fuera de
toda duda, las causas específicas para el desarrollo de la complejidad social son
frecuentemente difíciles de identificar desde el punto de vista arqueológico. En el valle
de Salamá, por ejemplo, los principales factores de desarrollo parecen haber sido
similares a los propuestos para muchas otras áreas de Mesoamérica; ellas incluyen
crecimiento de población, contextos ambientales, competencia, especialización,
comercio a larga distancia y otras formas de relaciones interregional. Si sólo se tuvieran
que considerar los factores interactivos, se podrían identificar los posibles mecanismos,
como los referentes interregionales, en la utilidad de los sistemas de intercambio para
generar y reforzar las organizaciones complejas. Los sistemas de intercambio también
pueden reforzar la complejidad social, al permitir una variedad de estímulos potenciales
externos. Sobre todo, se han aplicado a tales situaciones una variedad de formas de
modelos de interacción interregional, incluyendo el concepto de esfera de interacción, el
modelo de enrejado, y el modelo de interacción según la localización.
La reciente evidencia arqueológica hallada en las Tierras Altas mayas del norte indica
que había por lo menos dos áreas que mantuvieron complejos desarrollos regionales
durante el Preclásico: el valle de Salamá y el valle del curso medio del Río Chixoy. El
modelo del valle de Salamá ha permitido la reconstrucción de un sistema regional que
surgió durante el Preclásico Medio, dominado por un solo centro político-administrativo
(El Portón), el cual finalmente obtuvo el control de una serie de actividades, incluyendo
la adquisición de recursos, el intercambio local y a larga distancia, el liderazgo político
y el ceremonialismo. Este centro y la región que controlaba crecieron en tamaño e
importancia en el Preclásico Tardío, hasta que sufrieron una aparente declinación
durante el Preclásico Terminal. Este sistema fue la culminación de tendencias evolutivas
que habían venido extendiéndose durante más de un milenio, y parece haberse basado
en asentamientos, en el valle, más tempranos y menos unificados, establecidos por lo
menos para el Preclásico Temprano.
Es probable que ocurrieran procesos similares en muchos valles de las Tierras Altas,
durante el Preclásico, incluyendo la región del curso medio del Río Chixoy, en las
Tierras Altas del norte, donde La Lagunita (Ilustración 92) parece haber evolucionado
hasta alcanzar un rango comparable con El Portón. Ciertamente, el más importante de
tales sistemas de las Tierras Altas, durante el Preclásico, estuvo controlado por el mayor
y más poderoso centro regional, que era Kaminaljuyú. Es probable que al expandirse el
tamaño y complejidad de estos sistemas de las Tierras Altas, el comercio a larga
distancia pasó poco a poco al control de estos centros de las Tierras Altas del Preclásico.
Centros regionales similares surgieron en las Tierras Bajas mayas, los cuales, al igual
que sus contrapartes en las Tierras Altas, controlaban las regiones alejadas de sus
centros urbanos y mantenían las redes de comunicación que conectaban gran parte del
área maya.
A manera de ejemplo, tanto en las Tierras Altas como en las Tierras Bajas mayas, hay
sitios preclásicos que aparentemente controlaban las materias primas, escasas pero
vitales, y se especializaron en el procesamiento de éstas y en la exportación de los
productos elaborados con ellas. Entre dichos sitios estaban Kaminaljuyú (obsidiana y
jade), Colhá (pedernal), y Komchén (sal). Otros centros regionales localizados a lo largo
de las principales rutas de comunicación parecen haberse especializado en el transporte,
intercambio y redistribución de productos. Cerros, por ejemplo, localizado en la Bahía
de Chetumal, probablemente funcionó como un puerto. Un poco más tierra adentro, una
serie de centros regionales mayores parece haber controlado los puntos entre las rutas
fluviales a través de la base de la Península de Yucatán: Nakbé (Preclásico Medio), El
Mirador (Preclásico Tardío) y Tikal (Clásico). Por supuesto, tales desarrollos no se
debieron simplemente a la localización y al control económico que tuviera un sitio; las
funciones sociales, políticas e ideológicas también fueron factores importantes en la
evolución de estos sistemas regionales durante el Preclásico.
El Portón también está localizado en una zona de transición, a lo largo de las principales
rutas norte-sur. El Portón fue sin duda un eslabón en las redes de comercio durante el
Preclásico, entre las Tierras Altas mayas del sur y las Tierras Bajas, así como un centro
de procesamiento y manufactura de, por lo menos, algunos de los productos (jade y
obsidiana) que eran transportados por estas rutas. Parece claro que El Portón mantuvo
un enlace muy importante, hacia el sur, con Kaminaljuyú, el centro dominante en las
Tierras Altas, primero como un asociado en el comercio y, después, hacia el final del
Preclásico, como un centro tributario. Las conexiones de El Portón hacia el norte, a lo
largo de las rutas de comercio terrestres que conducían a las Tierras Bajas, parecen
haber sido mantenidas por centros preclásicos más pequeños, como Sulín y Sakajut, los
cuales están separados por una distancia equivalente a un día de camino a pie, para
facilitar el movimiento de mercaderías transportadas por cargadores. La otra ruta hacia
las Tierras Bajas era por el noroeste, a través del valle del curso medio del Río Chixoy,
donde las conexiones con centros conocidos del Preclásico habrían facilitado el
transporte de los productos, desde y hacia las Tierras Bajas, siguiendo el curso del Río
Chixoy. De acuerdo con esta reconstrucción, por lo tanto, El Portón funcionó como el
principal centro situado más al norte en las Tierras Altas durante el Período Preclásico,
sirviendo a las rutas norte-sur a través de Alta Verapaz y, talvez, también a las rutas
hacia el noroeste que conectaban con la red de comercio del Chixoy.
En conclusión, las Tierras Altas mayas, según se ve en la evidencia hallada en los valles
de Salamá y del curso medio del Río Chixoy, constituyeron importantísimas conexiones
en las redes de comunicación entre las Tierras Altas del sur y las Tierras Bajas del norte,
y estimularon el desarrollo de éstas. Más específicamente, estos valles y sus centros
regionales (como El Portón) representan la importancia de la interacción interregional
dentro de la evolución total de la civilización maya. Pero estos valles de las Tierras
Altas del norte no fueron únicamente conexiones comerciales dentro de un sistema
mayor, ya que, tanto el valle de Salamá como el del Chixoy medio, participaron en el
desarrollo de aspectos claves en la antigua cultura maya, incluyendo la complejidad
sociopolítica, el ceremonialismo y tradiciones, tanto en la escritura como en la
escultura. El estudio de las Tierras Altas mayas del norte refuerza, por ende, la
percepción del antiguo mundo maya como un mosaico de regiones y tradiciones
diversas, pero interrelacionadas, cada una de las cuales contribuyó en distinto grado a
los orígenes y al crecimiento del sistema cultural total, al que por conveniencia se ha
denominado 'civilización maya'.
MARIE CHARLOTTE ARNAULD
Para los fines del presente estudio dedicado a la Arqueología sobre el Período Clásico,
el Altiplano Norte abarca los actuales Departamentos de Alta Verapaz, Baja Verapaz y
Quiché oriental. Existen razones arqueológicas, lingüísticas y geográficas para no
separar las dos Verapaces en el contexto de este ensayo. A manera de ejemplo, se puede
citar la marcada afinidad que une las lenguas pokom y kekchí (q'eqchi'), considerando
que la población de idioma pokom, que incluye pokomam (pokomam) y pokomchí
(poqomchi'), ocupaba la Baja Verapaz en la época prehispánica, y la de kekchí, la Alta
Verapaz. Según los estudios de Terrence Kaufman, el kekchí se separó del Gran
Quicheano y se dirigió a Cobán, alrededor del 600 AC. Los dos Departamentos están
unidos también por la Sierra de Chuacús, al sur, y la Sierra de Chamá, en la orilla de las
Tierras Bajas de Petén, los cuales forman en las Verapaces la inmensa 'fachada norte'
del Altiplano guatemalteco, orientada hacia las Tierras Bajas. Sus aguas se reparten
entre las cuencas hidrográficas Chixoy-Usumacinta, hacia el Petén, y del Polochic,
hacia Izabal. A través de esta 'fachada norte', el eje vial moderno que conduce de
Guatemala a Chisec (por El Chol, Rabinal y Cobán), cruza de sur a norte a las tierras y
las cuencas orientadas en dirección este-oeste (véase Ilustración 91).
De manera que el Altiplano Norte, más que una pendiente suave y regular desde los
2,500 m de la Sierra de Chuacús hasta los 200 m de Chisec, conforma una serie de
gradas: bajada desde la cumbre de El Chol (2,500 m) hasta Salamá (1,000 m), subida a
Tactic (1,500 m) pasando de Baja a Alta Verapaz, y finalmente bajada desde Cobán
(1,200 m) hasta Chisec (200 m). La topografía regional es accidentada y áspera, pero
también incluye ámbitos atractivos para el hombre, densamente poblados desde hace
siglos, como son las cuencas de Baja Verapaz y de Quiché oriental (Salamá, Rabinal,
Cubulco, Sajcabajá, 1,000 m), los valles altos de Verapaz (Purulhá, Tactic, a 1,500 m) y
las pequeñas depresiones de Alta Verapaz (San Cristóbal, Santa Cruz, Cobán, Carchá,
Chamelco, a 1,200 m), aunque todas estas unidades están muy circunscritas y aisladas
entre altas sierras. Ellas son, precisamente, las que constituyen las entidades básicas de
la investigación arqueológica en las Verapaces y regiones adyacentes.
Empero, no fue sino hasta mediados de la década de 1960 cuando se produjeron los
primeros programas de investigación regional, los cuales se sucedieron: en la región ixil
(1965-1982); en la zona de San Jerónimo-Salamá (1972-1973); en Sajcabajá (1972-
1977); en algunos valles altos y depresiones de Alta Verapaz (1974-1976); y finalmente,
en el valle medio del Río Chixoy (1977-1982). Se deben citar también las
investigaciones realizadas en cuevas de la zona norte de Alta Verapaz (1975), y los
trabajos de Brian Dillon en Salinas de Los Nueve Cerros (1977 -1978), aunque este
sitio, localizado en el extremo norte del Departamento de Alta Verapaz, pertenece más
bien a la subárea cultural de las Tierras Bajas, área del Río de La Pasión.
En esta cronología regional, los dos problemas principales atañen al Clásico Temprano
y al Epiclásico. Como lo indican los nombres (ejemplo: Tubán 1 y Tubán 2, Balam 1 y
Balam 2), los complejos del Protoclásico y del Clásico Temprano se diferencian mal
unos de otros, sugiriendo que la transición hacia el Clásico fue progresiva y continua.
En La Lagunita, cerca de Sajcabajá, el Complejo Tucunel queda todavía en 400 DC,
muy marcado por rasgos cerámicos típicos del Protoclásico. En Alta Verapaz, donde por
cierto el Complejo Preclásico Final Carchá se tuvo que definir con poco material, la
transición del Clásico Temprano al Clásico Tardío es igualmente progresiva y continua.
De tal forma, que el concepto cronocultural de Clásico Temprano, tan bien marcado por
los complejos culturales que son Esperanza-Amatle (según Ronald Wetherington) o
Aurora-Esperanza (según Edwin Shook), en Kaminaljuyú, y Tzakol, en Petén, no parece
tener mucha pertinencia o relevancia en el Altiplano Norte; lo que, de hecho, explicaría
la dificultad en detectar una ocupación regional del Clásico Temprano, aun donde la
ocupación anterior, preclásica, haya sido importante.
En cambio, la cerámica más fina y decorada (de servicio, ritual y funeraria) presenta una
imagen de interacciones regionales relativamente diferentes, entre el sector de Cobán, la
región ixil y las Tierras Bajas de Petén. A este conjunto septentrional se ha llamado
Esfera Cerámica Cuchumatanes. Aunque demuestren algunas conexiones con ella,
quedan excluidas las cerámicas finas del sector de Tactic, de Baja Verapaz, del valle
medio del Río Motagua (Acasaguastlán), y de Quiché oriental, es decir, el conjunto
meridional. Este último se diferencia del conjunto septentrional, a pesar de compartir
cerámicas domésticas, por carecer de rasgos típicos de Petén (Chamá 3 y Tepeu 1-2) y
de la tradición muy elaborada de decoración en 'pintura negativa', típica de Los
Cuchumatanes y de Alta Verapaz.
Pero las correcciones más recientes al esquema glotocronológico dejan pensar que estas
diversificaciones ocurrieron más tarde: en realidad, en 600 AC la rama quiché
terminaba de diferenciarse de la rama mam. De ser así, todas las divisiones internas de
la rama quiché serían posteriores al 600 AC y quizás los desplazamientos geográficos
de los kekchís hacia Alta Verapaz, y de los pokoms hacia Baja Verapaz, se hubieran
desarrollado hasta en el Preclásico TardíoTerminal (200 AC - 300 DC). Conviene
indicar que en esta cronología hipotética podría cobrar cierta relevancia la hipótesis de
una ocupación temprana del Altiplano guatemalteco por grupos 'mixezoque' (es decir,
hablantes de lenguas de la familia mixezoque). El área mixezoque más cercana al
Altiplano Norte corresponde a la Costa del Pacífico, la Bocacosta y el Altiplano Sur, es
decir la zona de esta cultura preclásica tardía relacionada con Izapa, Abaj Takalik y
otros centros, incluyendo Kaminaljuyú y Chalchuapa, notables por sus expresiones
escultóricas de una iconografía temprana.
En contraste con las tumbas grandes, un poco posteriores, de Kaminaljuyú y Nebaj, las
de La Lagunita no corresponden a cámaras techadas sino a fosas rellenadas (con
excepción de dos tumbas claramente techadas con bóveda en las Estructuras A8 y C1).
La tumba más importante del Grupo A (C44) fue hallada debajo de la escalinata frontal
de la pirámide A7, y ha sido fechada de 300 DC. El sarcófago esculpido (Ilustración
93), depositado en la fosa contenía dos individuos en posición decúbito, superpuestos,
lo que es otro indicio de dualismo. Contenía también varios restos humanos dispersos,
ofrendas de cerámica (un par de urnas, una con forma de jaguar y la otra antropomorfa),
ofrendas de huesos de animales (jaguar y tortuga), así como de jadeíta, cuarzo, sílex,
obsidiana (dos bifaciales de obsidiana verde de Pachuca), pizarra y pirita, y también de
concha y hueso labrado. Al rellenar la fosa, alrededor y encima del sarcófago se
depositaron una estela lisa (Monumento16) y un 'yugo' de piedra, así como varias
ofrendas de cerámica (otro par de urnas que representan, jaguar y sol), de 'cantos
rodados', de conchas, de lítica, de caparazones de tortuga, etcétera. También se
depositaron los restos de varios individuos sacrificados.
Más que la calidad un tanto 'rústica' de los objetos, el rasgo relevante de esta tumba es la
configuración espacial e iconográfica de las ofrendas adentro y afuera del sarcófago,
como expresión de un simbolismo ritual muy elaborado, comparable al de las tumbas de
la Fase Esperanza, de Kaminaljuyú. Solamente excavaciones científicas hechas con
precisión pueden aportar datos de esta índole.
El conjunto ritual más complejo de La Lagunita, sin embargo, es sin duda la gruta
artificial (C48) descubierta debajo del piso de la plaza, en el cruce de los dos ejes del
Grupo A. Desde el altar central, con su estela y la ya mencio-nada ofrenda de 13
camagüiles (Ilustración 94), el acceso se hacía por una escalinata de 11 gradas de
talpetate, luego por un corredor horizontal, cuya entrada, al pie de las gradas, estaba
cerrada con lajas. Una segunda pared cerraba el corredor a medio camino, con otro
escondite de 13 camagüiles y 13 cuentas depositadas en una vasija. La 'gruta' es de
forma elipsoidal (6.70 x 5.30 m), alta, de 1.50 a 2.00 m, excavada en el talpetate,
utilizada para fines rituales y definitivamente cerrada entre 350 y 400 DC, es decir, a
principios del Clásico Temprano. No contiene sepulturas sino varias lajas grandes que
forman 'mesas' sobre el piso, y una gran variedad de objetos (entre ellos casi 300 vasijas
de cerámica: 60% domésticas y 40% rituales, Ilustración 95), cuya disposición espacial
es muy compleja. Esta 'gruta' probablemente, no tenía ningún carácter funerario, sino
simbolizaba más bien (al igual que la cueva primitiva descubierta en 1971 debajo de la
Pirámide del Sol, de Teotihuacan) la matriz primordial, origen mítico del universo,
representado de modo condensado, bajo forma de un microcosmos organizado. La gruta
C48 ha sido comparada también con una cámara funeraria subterránea, clásica
temprana, hallada por Ichon en el sitio vecino de los Cimientos-Chustum (véase
Ilustración 59), con las cámaras subterráneas protoclásicas de Salcajá (Quetzaltenango),
y con la tumba grande de Zaculeu (Estructura 1). Con fecha del final del Clásico
Temprano, y aun con las tumbas del occidente mexicano, fechadas 100-100 DC (estas
tumbas son cámaras subterráneas con acceso por medio de un pozo vertical).
Al sur de la cuenca de Sajcabajá (véase Ilustración 59), en la cuenca alta del Río
Motagua, Zacualpa es un centro que ya estaba ocupado durante el Preclásico Tardío y
final; pero no hay prueba de que hayan existido edificios públicos, antes del Clásico
Temprano, durante la Fase Balam. En cambio, las cuencas de Cubulco y de Rabinal
abarcan varios centros preclásicos con pirámides: La Laguna de Cubulco, y en Rabinal,
Tukurabaj, con sus cámaras funerarias, lamentablemente saqueadas, y Pakakjá. No hay
duda de que, como en Sajcabajá, la estructura sociopolítica de estas cuencas tuvo su
origen y aun un desarrollo marcado desde el Preclásico Tardío. Pero las secuencias de
construcción y de ocupación de estos centros todavía se desconocen.
En Baja Verapaz, los datos referentes al valle del Río Chixoy indican una ocupación en
tres pequeños sitios cerca y río abajo de Sacapulas, probablemente en relación con la
densa ocupación de la cuenca adyacente de Sajcabajá. Río abajo, hacia Alta Verapaz, el
Protoclásico y el Clásico Temprano están muy escasamente representados, a pesar de
una ocupación marcada en el período anterior y en el posterior.
Hacia el norte de las cuencas de Quiché y de Baja Verapaz, los pequeños valles de Alta
Verapaz revelan, posiblemente, sitios del Preclásico Tardío, cubiertos por aluviones y
cenizas volcánicas en los fondos planos. Menos de 10 asentamientos son conocidos
entre Salamá y Cobán, en su mayoría situados sobre cerritos y lomas, a veces en centros
ocupados muy posteriormente. El centro cívico-ceremonial mayor sería Carchá-
Calvario, caracterizado por sus dos grandes pirámides, parcialmente excavadas por
Mary Butler en la década de 1940. Más al norte, se han encontrado indicios dispersos de
ocupación protoclásica, hasta Chamá y Salinas de Los Nueve Cerros. Aunque mal
conocida, la cerámica asociada sugiere relaciones con el Altiplano, más bien que con las
Tierras Bajas.
El Clásico Temprano es sin duda el período menos conocido en Alta Verapaz. Entre
Salamá y Cobán no se han ha- llado más de tres sitios con un claro componente
cerámico Cobán 1. Posiblemente fenómenos coluviales y aluviales en los fondos de los
valles, quizás ligados al desastre de Ilopango, así como estratos de ocupación posterior
en sitios clásicos, ocultan buena parte de los componentes tempranos. Carchá-Calvario
parece haber sido abandonado y reemplazado por el centro de Chichén (véase
Ilustración 59). En la región ixil, las grandes pirámides funerarias del centro ceremonial
mayor de Nebaj evocan múltiples rasgos rituales de Kaminaljuyú y de La Lagunita: ejes
de organización espacial marcados por monumentos (26 en total: pero no hay escultura
contemporánea en Kaminaljuyú), igual orientación general, tumbas con techo en bóveda
debajo de las escalinatas frontales, sarcófagos monolíticos, etcétera. Es decir, hay
muchos rasgos fechados del Clásico Temprano-Medio en este centro, famoso por su
cerámica negra fina y sus vasijas policromadas con pestaña basal, importadas o imitadas
de Petén.
En los años 500-600 DC, momento que algunos llaman el Clásico Medio, llegó a su fin
la supuesta presencia teotihuacana en Kaminaljuyú e intervino el 'hiato' en la vida
político-ritual de los Estados de Petén. Se desconoce el impacto que tuvieron los dos
fenómenos históricos en las Verapaces y sus confines occidentales.
Los criterios que permiten identificar las actividades domésticas (Estructuras 3, 5 y 10;
Ilustración 96) son los fogones en depresión de arcilla quemada (40 a 80 cm de
diámetro), las cazuelas para nixtamal empotradas en el suelo y pequeños graneros de
bajareque (un ejemplo en la Estructura 5 de primera fase: 110 x 130 cm). En contraste,
los criterios de actividades ceremoniales (Estructuras 1, 2, 7, 8 y posiblemente 11 y 12)
corresponden a bloques frontales incluidos en las escalinatas, ofrendas dedicatorias, así
como sepulturas en cajones de lajas colocadas adentro de los bloques frontales, es decir
como parte integrante no visible de las estructuras. Otras sepulturas en cajones fueron
agregadas a las plataformas sobre sus pisos, y como eran visibles o fácilmente
accesibles, fueron saqueadas durante el Epiclásico, rellenándose los cajones de tiestos y
de varios materiales. Estas sepulturas sugieren que las estructuras domésticas de las dos
mitades se transformaron en edificios funerarios durante la tercera fase de construcción,
antes del saqueo que caracterizó la cuarta fase.
Las zonas residenciales de Los Cerritos-Chijoj cubren más de 100 hectáreas en las
faldas de la cuenca de Canillá. La población se estima en 1,000 a 2,000 habitantes. De
las viviendas quedan aproximadamente 200 plataformas de piedra, las cuales alcanzan
una altura máxima de 3 m; marcadas diferencias de tamaño sugieren cierta
diferenciación social en la población local. Además, dos grupos residenciales son
notablemente más elaborados que los otros: los grupos A y D constan de cinco
montículos con un sexto de función funeraria y es interesante observar que, en cada uno
de los dos grupos, tres estructuras están dispuestas en hileras de la misma manera que
las tres estructuras de cada mitad del centro ceremonial. Quizás los Grupos A y D
correspondan a las dos mitades del centro.
A primera vista y en espera de otros estudios similares, el asentamiento Los Cerritos-
Chijoj, pueblo pequeño pero más poblado que los centros y las aldeas del período
anterior, podría haber resultado de algún proceso de concentración de la población,
ocurrido durante el Clásico Temprano-Medio, con base en una estructura política en
parte heredada del Preclásico. Tal hipótesis explicaría la disminución drástica de la
cantidad de sitios en la región de Sajcabajá (53 a 17), mientras que las regiones vecinas
presentan más bien los indicios de un aumento de población.
El grupo monumental de Los Encuentros presenta una organización dual, como Los
Cerritos-Chijoj y Chuacima-rrón, en plaza ortogonal compacta, con una sola cancha.
También incluye sepulturas importantes colocadas debajo de las escalinatas de las
estructuras más altas, algunas en cámaras con bóveda, otras en cajones, sepulturas
violadas durante el Epiclásico, al igual que en Los Cerritos-Chijoj. Gracias a los
trabajos exhaustivos de rescate realizados en el valle por los equipos de Ichon, Los
Encuentros y los centros secundarios que se suceden río arriba han revelado una
marcada diversidad de elementos culturales, negando que el valle haya formado alguna
entidad sociopolítica unida; antes bien, cada sector del valle dependía directamente de la
cuenca meridional más cercana, desde Sajcabajá, al oeste, hasta San Jerónimo, al este.
Desde Salto hasta Tactic, todos los valles altos (Baja Verapaz; véase Ilustración 59)
abarcan asentamientos parecidos a los de Chixoy o de las cuencas meridionales, con sus
extensas zonas residenciales. Estos asentamientos indican un aumento demográfico y,
en alguna medida, confirman la organización urbana dual, según el patrón de las dos
plazas y dos zonas separadas por el río; los juegos de pelota son escasos. Excavaciones
limitadas en el pequeño centro de Sulín, cerca de Purulhá, han ilustrado la morfología
rústica de la estructura funeraria, con algunas de sus sepulturas violadas quizás durante
el Epiclásico.
Más al norte de Tactic, en las depresiones kársticas de Alta Verapaz (Santa Cruz,
Chamelco, Cobán, Carchá), el patrón de asentamiento Clásico Tardío es distinto del
patrón meridional. Los centros secundarios y el centro mayor, Chichén, forman plazas
ceremoniales ortogonales que carecen totalmente de zonas residenciales. La población
parece haber sido dispersa, tanto en los llanos como en los cerros kársticos, donde la
vegetación y el relieve ocultan los vestigios a tal punto que toda evaluación de la
densidad y dinámica sería difícil.
Quizás Chichén pueda considerársele como el último centro ceremonial hacia el sur,
que representa la tradición clásica de Petén, o por lo menos, que pertenece a una serie
transicional de centros dispersos, desde Salinas de Los Nueve Cerros, Chinajá y
Cancuén hasta Cobán, pasando por Chamá y Raxrujá (Ilustración 91). Muy poco se sabe
de esta región transicional entre las Tierras Bajas y el Altiplano, por falta de
prospecciones y excavaciones. Aun de la famosa cerámica policromada Chamá 3-4
(Ilustración 90) se desconocen en parte los contextos. Los centros se caracterizan por
varias plazas ortogonales yuxtapuestas, con estricta orientación de todas las estructuras,
por una arquitectura de piedra cuidadosamente labrada y por la presencia de estelas lisas
y altares alineados, especialmente en Chichén y Raxrujá. Chichén tiene dos canchas
abiertas en sus tres plazas; una de las estructuras laterales lleva una representación de un
loro en bajorrelieve, un rasgo que asemeja este juego a uno del sitio Piedras Negras. Las
tres plazas están orientadas a 15-20 grados este, orientación común en el Clásico, y
abarcan 23 estructuras, entre las cuales se notan una pirámide de 10 m de alto y siete
estructuras largas. El centro siguió ocupado durante el Epiclásico y el Postclásico,
aparentemente sin mayor ruptura. En toda la región de Cobán y en el valle del Río
Cahabón, hallazgos mal reportados de una gran diversidad de objetos revelan una
iconografía local muy elaborada, claramente derivada de las Tierras Bajas. Es probable
que las élites de Alta Verapaz hayan mantenido relaciones estrechas con ciertas
Ciudades-Estados de Petén.
Para terminar esta síntesis dedicada al Clásico Tardío en las Verapaces, es pertinente
recordar las dos hipótesis propuestas en relación con las esferas cerámicas clásicas.
Primera hipótesis: la Esfera Chuacús corresponde a cierta unidad territorial étnica en
Baja Verapaz, donde las aldeas y los pueblos intercambiaban cerámicas domésticas. La
etnia habría sido pokomam, pero por la fragmentación evidente en los patrones de
asentamiento con múltiples 'centros mayores', es poco probable que las cuencas
meridionales y sus anexos en el valle del Chixoy hayan formado una sola entidad unida.
De hecho, al final del Clásico, el idioma pokomam se dividió en pokoman y pokomchí.
Segunda hipótesis: la Esfera Cuchumatanes corresponde a esta franja norte, cercana a
Petén y Alta Verapaz, donde las élites intercambiaban cerámicas finas y muchos otros
objetos de lujo. Esta región es, y posiblemente era, kekchí, desde el Preclásico Medio o
Tardío.
La hipótesis que pueda explicar estos cambios relativamente abruptos al final del
Clásico sería que tomaron el poder nuevas élites extranjeras, de los mismos grupos de
mayas mexicanizados, procedentes de la Costa del Golfo (o de Yucatán), que invadieron
las ciudades del Río de La Pasión en los siglos IX y X, dejando una estela de uno de sus
líderes hasta en Chinajá, a 60 km al norte de Cobán. Considerando el interés del sistema
fluvial Chixoy-Usumacinta-de La Pasión para los intercambios entre la Costa del Golfo
(y de allí al centro de México), Petén y el Altiplano maya, es posible adelantar que estas
élites buscaban implantar centros de control para un comercio a larga distancia, que no
facilitaba la fragmentación sociopolítica del Altiplano Norte en el Clásico Tardío. Lo
mismo quizás estaba ocurriendo durante el Epiclásico en la otra vía fluvial, el valle del
Motagua entre Quiriguá y Acasaguastlán. Sin embargo, esta hipótesis exige que se
estudie la distribución cronológica y espacial de los rasgos que definen el fenómeno
epiclásico. Además, conviene observar que, en lo lingüístico, las influencias e
interacciones entre lenguas mayas y no mayas de las Tierras Bajas, durante el
Epiclásico, no confirman el carácter 'mexicanizado' de las supuestas intrusiones
epiclásicas. Las famosas influencias 'toltecas' (de idioma nahua) serían más tardías, es
decir, del Postclásico. Lo que sí queda seguro es que el Epiclásico anuncia claramente
los desarrollos postclásicos en el Altiplano Norte de Guatemala.
MARION POPENOE DE HATCH y MATILDE IVIC DE MONTERROSO
El Altiplano Norte, según los criterios usados en este ensayo, sólo incluye a los
Departamentos de Alta Verapaz, Baja Verapaz y Quiché. Esta área tenía características
interesantes durante el Período Postclásico. El territorio del actual Departamento de
Quiché es particularmente notable, en comparación con otras regiones de Guatemala,
porque no parece haber sido afectado de manera tan negativa por el colapso del Clásico
Tardío. En otras regiones, como las Verapaces, se produjo una aparente disminución de
la población y simultáneamente una descentralización sociopolítica. En muchos lugares
de Quiché ocurrió exactamente lo contrario, es decir, un aumento demográfico continuo
y una creciente centralización sociopolítica.
Utatlán y Zacualpa fueron excavados por Robert Wauchope, quien también analizó la
cerámica encontrada en dichos lugares. El proyecto de Zacualpa tuvo inicialmente el
patrocinio de la Institución Carnegie y después el de la Universidad de Tulane. En otro
proyecto, organizado por el Institute for Mesoamerican Studies, de State University of
New York, en Albany, Robert Carmack, John Fox y Kenneth Brown investigaron la
parte sur del Departamento de Quiché, en un área que incluyó Utatlán y sus alrededores.
Investigaciones más recientes, hechas por Carmack y Fox, incorporaron un enfoque
predominantemente etnohistórico en la interpretación de los sucesos prehispánicos, y
utilizaron una cantidad relativamente grande de documentos indígenas coloniales
redactados por miembros de los grupos quichés (k'iche's) y cakchiqueles (kaqchikeles).
Estos documentos proporcionaron las bases de las interpretaciones propuestas por
Carmack y Fox respecto de la organización social prehispánica y la historia cultural de
dichos grupos.
Las diferencias en la cerámica, que han permitido establecer los Complejos Cerámicos
Este y Oeste del Altiplano Norte, no son tan observables en la arquitectura. Los
arqueólogos que se han especializado en la arquitectura observan variaciones entre los
Períodos Postclásico Temprano y Tardío. En relación con el Postclásico Temprano,
Smith observó que en el Altiplano se presentan principalmente dos tipos de conjuntos
arquitectónicos. Usualmente, ambos se han encontrado en los valles o en las laderas de
las montañas. El primero no es muy diferente de los centros del Clásico Tardío, excepto
por la introducción de pequeñas plataformas en el centro de las plazas. Como ejemplo
se pueden citar los sitios Chichén, Chalchitán, La Lagunita, Pantzac y Tzicuay
(Ilustración 97). El otro tipo continuó en el Postclásico Tardío y consistía en un grupo
compacto de edificios que bordean una o dos plazas, con un juego de pelota de extremos
abiertos, uno de los cuales conduce a una de las plazas. Normalmente había una
plataforma al centro de la plaza. El terreno alrededor de las plazas por lo general era
más alto, y tenía estructuras en los tres lados. Como ejemplos figuran los sitios de la
región de Nebaj, Cotzal y Chajul, Huitchún y Chalchitán, en la vecindad de Aguacatán,
y Pantzac, cerca de San Andrés Sajcabajá. Otro buen ejemplo es Chutixtiox, en la
región de Sacapulas.
Alta Verapaz
La información sobre el Período Postclásico en Alta Verapaz proviene de las
investigaciones realizadas por Arnauld. En general, durante el Período Clásico el área
estuvo comercialmente orientada hacia las Tierras Bajas de Petén, y hacia la altiplanicie
del noroeste, en la zona de Nebaj y Cotzal. Después del colapso de los centros mayas de
las Tierras Bajas, Alta Verapaz parece haberse desarrollado independientemente de las
regiones adyacentes.
Baja Verapaz
Los datos de Baja Verapaz provienen de dos áreas: las cuencas de Salamá y San
Jerónimo y las cuencas de Rabinal y Cubulco.
Esta zona abarca la parte sur del Río Salamá y el valle de San Jerónimo. El patrón del
Postclásico Temprano muestra continuidad en la cerámica y la arquitectura del Clásico
Tardío. Un cambio importante consistió, al parecer, en que los sitios anteriormente
ocupados en el valle de Salamá fueron abandonados, y la población pasó al valle de San
Jerónimo. Para analizar el patrón del Postclásico es necesario referirse a los datos del
Clásico Tardío relacionados con los valles de Salamá y San Jerónimo. Durante el
Clásico Tardío se experimentó la mayor densidad de centros, ya que se conocen un total
de 17 ocupados. Se considera que cinco de éstos eran centros mayores y que cada uno
funcionó como una entidad sociopolítica distinta, que controlaba uno o más centros
satélites.
La mayor parte de los sitios se han localizado en la región sur del valle de Salamá, un
patrón que se tornó aun más pronunciado en el Postclásico Temprano. En el propio valle
de Salamá, San Jacinto dominó las secciones oeste y noreste, y Tzalcam la parte sur
(véase Cuadro 13). En la cuenca de San Jerónimo, El Trapichito controló el extremo
norte, mientras El Cacao realizó la misma función en el sur (véase Cuadro 14). Hacia el
norte, sobre una cumbre que mira hacia el valle de San Jerónimo, se localiza otro sitio
llamado El Salto. Este probablemente dominaba el área de la cuenca Matanzas, hacia el
noreste, la cual incluye por lo menos ocho centros más hacia el norte y este.
A fines del Clásico Tardío y comienzos del Postclásico Temprano, la parte norte de la
región aparentemente fue abandonada. En el extremo suroeste del Valle de Salamá, el
sitio Tzalcam continuó ocupado, posiblemente por alguna relación económica con el
pequeño sitio San Juan, estratégicamente ubicado sobre el límite entre los valles de
Salamá y San Jerónimo. La decadencia de centros, como el denominado Los Mangales
en el extremo norte de San Jerónimo, es consistente con el patrón de un traslado de los
sitios hacia el sur.
Todos los sitios previamente ocupados en los valles de Salamá y San Jerónimo se
abandonaron durante el Postclásico Tardío. Solamente tres sitios corresponden a este
período: Las Tunas, Los Pinos y Pachalum. Este último, el más importante, se localiza
sobre una alta elevación, hacia el este de la cuenca de San Jerónimo. Los Pinos se
encuentra sobre la cumbre de una montaña, aproximadamente a 2.5 km al noroeste del
valle de San Jerónimo. La evidencia de ocupación en Las Tunas, localizado en el valle,
es indirecta y se limita a dos entierros intrusivos.
Pachalum era el centro dominante del área; tenía un carácter defensivo, probablemente
era la residencia de la aristocracia y al mismo tiempo funcionaba como centro cívico y
ceremonial. Es posible que Los Pinos fuera un sitio satélite de Pachalum. Durante el
período en cuestión los valles de Salamá y San Jerónimo pudieron haber sido poblados
por pequeñas comunidades de agricultores, que abandonaron sus hogares en una época
de conflictos, para buscar refugio en sus respectivos centros defensivos controlados por
el grupo gobernante.
El Quiché
Hemos dividido la información de esta región en dos áreas: Cuenca del Río Negro o
Chixoy y San Andrés Sajcabajá.
Todos los sitios de esta región se localizan en Quiché, excepto Los Encuentros, que está
en Baja Verapaz, en la confluencia de los ríos Chixoy, Salamá y Carchelá. Tomando
como base los pocos informes cerámicos disponibles, parece que los sitios de esta
cuenca durante el Postclásico pertenecen al Complejo Este. Aparentemente, el área fue
ocupada desde el Preclásico Medio, y tuvo una población sustancial hasta el final del
Preclásico Tardío. En el Clásico Temprano disminuyó el número de asentamientos, pero
en el Clásico Tardío de nuevo aumentó. Algunos de éstos fueron repoblados y en otros
casos se construyeron nuevamente. La zona ocupada en el Río Negro o Chixoy
permaneció más o menos sin cambios en los alrededores de Los Encuentros, Pueblo
Viejo Chixoy y El Jocote. Al final del Clásico e inicios del Postclásico Temprano
ocurrió el mayor abandono del área, cuando virtualmente todos los centros fueron
abandonados.
Alrededor de 1100 DC se inició una nueva era con la construcción de muchos sitios a lo
largo de la cuenca del Río Negro o Chixoy. Estos se concentraron en la vecindad de un
nuevo centro mayor, Cauinal, localizado en el fondo del valle, a orillas del Río Calá, un
afluente del Chixoy. Esta localización está bastante al oeste del abandonado sitio Los
Encuentros. Cerca de Cauinal hubo por lo menos seis centros dependientes y otros tres
estaban en las montañas. Estos últimos son pequeños y pudieron haber sido puntos de
vigilancia en lugar de ser defensivos. Se localizan al sur y oeste de Cauinal, como si se
esperara alguna amenaza desde esas direcciones.
En Cauinal y en otros sitios del valle del Río Negro o Chixoy existió durante el
Postclásico poca diferencia entre la arquitectura pública y la residencial. La primera,
generalmente consistía de una plataforma con su escalinata, que sostenía una
superestructura hecha de piedras o adobes. Además, Ichon identificó cinco tipos de
estructuras ceremoniales especiales: la casa del consejo, la casa larga, el templo-
pirámide, el pequeño altar independiente y el juego de pelota. En algunos casos, la casa
del consejo o la casa larga se encuentra construida sobre lo que anteriormente fue un
templo-pirámide, lo cual indica que, al igual que en otras partes del Altiplano Norte,
estas formas arquitectónicas llegaron al área en un momento avanzado del Postclásico.
Frecuentemente, la grada inferior del templo-pirámide se alargaba para sostener un
altar. Este podía ser un gran recipiente hecho de una piedra ovalada que se usaba para
ritos de sacrificio o cremación. El altar del sitio El Jocote se presenta como una calavera
hecha de piedra y cubierta de estuco. Otro tipo de altar consiste de figuras modeladas en
forma humana o de jaguar recostado (Ilustración 99). Es interesante notar que el templo
con un altar en forma de jaguar se encuentra en sitios muy distantes, como en Chicruz,
en la zona de Chixoy, y en Chutixtiox, en la región de Sacapulas. Asimismo, se ha
descubierto al pie de un templo en Chimul, en el valle de Chixoy, la representación de
una figura humana estucada y en el sitio Huil, situado en el extremo norte de la región
de Nebaj y Cotzal.
En el Postclásico Tardío alcanzaron su máxima densidad el número de sitios y la
población en la cuenca del Río Negro o Chixoy. Se calcula que hubo entre 4,000 y
5,000 habitantes al terminar el período. Este es un incremento considerable, que
sobrepasa las 2,000 a 3,000 personas calculadas a fines del Clásico Tardío e inicios del
Postclásico Temprano.
Es difícil determinar si esta región perteneció al Complejo Este o al Oeste, pues hay
muy pocos informes publicados sobre la cerámica postclásica proveniente de esta zona.
No obstante, se puede aprovechar la información del sitio La Lagunita, donde se
recuperó una importante muestra de cerámica del Clásico Temprano, en una 'gruta'
(Ilustración 95) cuyo plano es muy similar a la Tumba 1 de Zaculeu y a dos que se
encontraron en Nebaj (Tumba 1 en Montículo 1 y Tumba 1 en Montículo 2). La
cerámica también está relacionada con la de Nebaj, la de Zacualpa y con el complejo del
Clásico Temprano de Kaminaljuyú. Por lo tanto, podría concluirse que, por lo menos en
el Clásico Temprano, esta cerámica pertenecía al Complejo Oeste. Puesto que es
evidente alguna continuidad en el patrón de asentamiento, es posible que la región
siguiera dentro del Complejo Oeste, por lo menos durante todo el Período Clásico. Sin
embargo, posteriormente, la región de Sajcabajá parece haber cambiado su orientación y
pasó a ser parte del Complejo Este, pues, en el Postclásico Tardío, la cerámica muestra
lazos más fuertes con las poblaciones de la cuenca del Río Negro.
Los datos arqueológicos del final del Preclásico Tardío y la primera parte del Clásico
Temprano, o sea del Protoclásico, muestran que la región de Sajcabajá tuvo una
población relativamente densa en por lo menos 53 sitios que han sido registrados. En el
Clásico Tardío el total de éstos se redujo a aproximadamente 17, pero sólo 10 tienen
restos que corresponden al Postclásico Temprano, y Tardío (véase Cuadro 16). A pesar
de la reducción en la cantidad de sitios, es evidente cierta persistencia de la ocupación
en Sajcabajá. Dos sitios (Xolja Bajo y Poza San Pedro) perduraron del Clásico Tardío al
Postclásico Temprano y uno (Los Cimientos Chustum) sobrevivió el cambio del
Postclásico Temprano al Postclásico Tardío. Los Cerritos Chijoj tuvo ocupación
ininterrumpida desde el del Clásico Tardío hasta el final del Postclásico Tardío.
El hecho de que en algunos sitios la ocupación no se interrumpió por dos o tres períodos
(Clásico Tardío, Postclásico Temprano y Tardío) sugiere que la misma población habitó
el área a lo largo de la secuencia. La cantidad de sitios defensivos se incrementó en el
Postclásico Tardío e incluye a Pueblo Viejo Chichaj, La Lagunita, Xepom, Pantzac,
Patzac y Los Cimientos. Estos datos pueden indicar el aumento de conflictos en esta
región.
Se dispone de una pequeña muestra de cerámica del sitio Patzac del Postclásico Tardío.
Esta comprende vajillas monocromas rojo o café, blanco sobre rojo inciso y blanco
sobre naranja-rojo (en el informe respectivo no se especifica si se incluye Fortaleza
Blanco sobre Rojo). También se hace una breve mención de la cerámica postclásica de
La Lagunita, de un tipo con engobe rojo y tipos micáceos. El informe de las
investigaciones en Pueblo Viejo Chichaj indica que predominan los tipos micáceos. La
presencia de cerámica micácea y la escasez, o posible ausencia, de Fortaleza Blanco
sobre Rojo sugiere que en el Postclásico Tardío esta región tuvo una fuerte orientación
hacia el Complejo Este, especialmente en dirección a los sitios de la cuenca del Río
Negro. Sin embargo, es prematuro plantear cualquier conclusión sin datos más
concretos.
Región de Nebaj-Cotzal
Los sitios arqueológicos de la región Cotzal se caracterizan por ser pequeños centros
ceremoniales y centros individuales de habitación. En el valle de Cotzal, los centros
ceremoniales se localizan por lo general sobre cimas bajas. La arquitectura consiste en
edificios de mampostería repellados y puestos alrededor de una o más plazas. Los
centros ceremoniales generalmente están asociados a un juego de pelota. El principal
tipo de edificio en estos grupos es una plataforma rectangular en que descansaba una o
más residencias de la aristocracia o estructuras de templos con techos perecederos, a
veces con paredes también perecederas. No se encontraron estructuras de varias
recámaras, tipo palacio, comunes en otras partes de Mesoamérica. En su mayor parte,
las plataformas contenían tumbas de nobles, hechas de mampostería, con ofrendas
funerarias relativamente suntuosas.
Las excavaciones de Adams mostraron que a través del tiempo estos centros
ceremoniales cambiaron muy poco en su composición y, aparentemente, en su función.
Desde un punto de vista arquitectónico el área fue muy conservadora, desde el Clásico
Temprano en adelante; y en el Clásico Tardío apareció la tendencia a construir
estructuras un poco más grandes. En general, la arquitectura de esta región es similar a
la del resto de las Tierras Altas del norte de Guatemala.
En referencia al Postclásico, Adams opina que en la región de Nebaj y Cotzal, en
contraste con otras regiones adyacentes de las Tierras Altas, no se encuentran los
centros grandes y fortificados característicos de este período. No obstante, Smith
reconoció algunos rasgos defensivos en Vicaveval, Tzicuay y Chipal. En relación a
Nebaj, Becquelin opinó que los cambios arquitectónicos más notables en el Postclásico
Tardío consistieron en la ubicación de los sitios en posiciones defensivas, la
construcción de juegos de pelota en forma de I y frecuentemente la superposición de
templos gemelos sobre una plataforma. Adams encontró los centros residenciales para la
gente común, dispersos y aparentemente dispuestos al azar, sobre gran parte de las
laderas inferiores de las montañas, donde estaban las tierras más fértiles para la
agricultura.
Sacapulas
En esta región se han descubierto pocos sitios pertenecientes a los Períodos Preclásico y
Clásico Temprano. No obstante, existe suficiente evidencia sobre un crecimiento y
desarrollo continuo de la población local, que aparentemente alcanzó su densidad
máxima en el Período Postclásico Tardío. Este patrón contrasta con la cercana región de
Sajcabajá, donde la población parece haber disminuido con el paso del tiempo.
Los estilos cerámicos del Clásico Temprano en Zacualpa muestran algunas similitudes
con los de la Fase Lilillá, en La Lagunita, especialmente en lo que concierne a formas,
como platos trípodes con soportes cilíndricos altos, picheles trípodes, comales con asas
'canasta de mercado', o asas en arco colocadas en ambos lados del borde, y las llamadas
vasijas duckpots ('vasijas pato', Ilustración 100, véase también la sección 2 de Láminas).
Investigaciones recientes muestran que estos rasgos también son característicos del
Clásico Temprano, en Kaminaljuyú, hacia el sur, y también hasta Nebaj, al norte. Las
vasijas duckpots, que debieron haber estado asociadas con una costumbre muy
específica, se han encontrado en contextos arqueológicos de Zacualpa, La Lagunita, el
área de Nebaj, y Alta Verapaz. Zacualpa y La Lagunita también están asociados con los
camagüiles. Estos rasgos compartidos, aunque con diferencias regionales, muestran que
el Complejo Oeste ya estaba en desarrollo en el Altiplano, durante el Clásico Temprano.
Parece que Zacualpa fue abandonado al final del Postclásico Temprano. En relación con
el Postclásico Tardío se encontraron unos cuantos tiestos dispersos, que incluyen
cerámica Fortaleza Blanco sobre Rojo, de lo cual no hay antecedentes en el sitio.
Wauchope concluyó en que, durante este período, Zacualpa pudo haber sido utilizado
temporalmente por otra población ajena a la que tradicionalmente estuvo en el lugar. La
información anterior señala que Zacualpa perteneció al Complejo Oeste hasta finales del
Postclásico Temprano. Arqueológicamente, no hay indicios del destino final de esta
población.
Antes de empezar esta sección es necesario aclarar que en este ensayo se usará
indistintamente la denominación propuesta por Fox, es decir, Area Central de Quiché y
el término geográfico Cuenca de Quiché. El nombre usado por Fox enfatiza en que la
cuenca era dominada por la capital de los quichés (llamada Gumarcaaj en quiché y
Utatlán en náhuatl) en el momento de la Conquista. Esta región incluye los sitios que
están alrededor de Utatlán y que se extienden entre dos a 10 km afuera de la Cuenca del
Quiché. También incluye el área de Chujuyub, que está sobre una alta cadena
montañosa, ubicada aproximadamente a 10 km al norte de la Cuenca del Quiché.
Las investigaciones del proyecto SUNY mostraron que el área central de Quiché
experimentó un aumento continuo de población, que empezó con las primeras aldeas
agrícolas del Preclásico hasta el Postclásico Tardío. En el registro arqueológico no se
hacen evidentes cambios abruptos, aunque hay alteraciones del patrón de asentamiento
que muestran, durante el Clásico Tardío, el inicio de un desarrollo hacia la nucleación
de la población. Por lo común, este fenómeno ocurrió como un movimiento de los
habitantes locales hacia asentamientos pequeños adyacentes a los centros más grandes.
Al mismo tiempo se redujo el número de centros mayores, de cinco a tres: Chiché,
Jocopilas y Chujuyub. El sitio de Chiché parece haber controlado las porciones sur y
este del área y Jocopilas la parte norte. La nucleación fue menos pronunciada en la
vecindad de Chiché, hacia el norte. Junto con este desarrollo hacia un menor número de
centros, pero de mayor tamaño, que fueron ocupados por mayor tiempo, se produjo un
continuo aumento demográfico. El incremento en la cantidad de pequeñas comunidades
indica que la población llenó el territorio y se dispersó hacia áreas de tierra menos
productivas. Este patrón fue gradual, sin indicios de grupos intrusos que llegaran a la
zona o que la conquistaran.
Fox se opone al argumento de Brown, y para ello se apoya en una ofrenda de varias
vasijas encontrada en unas excavaciones recientes hechas en Gumarcaaj-Utatlán. Estas
vasijas presentan estilo mixteca-puebla, corresponden al Postclásico Temprano y son
similares a unos códices que se han identificado como provenientes de la Costa del
Golfo. Fox sostiene que llegaron al área central de Quiché junto con los emigrantes
procedentes del Golfo de México. Para explicar su presencia en Gumarcaaj-Utatlán, un
sitio del Postclásico Tardío, Fox argumenta que los quichés las guardaron por varios
siglos como reliquias sagradas. Fox apoya también sus planteamientos en las similitudes
arquitectónicas, especialmente representadas por el patrón 'acrópolis' que se manifiesta
en algunas áreas del Altiplano Norte y en el área de Chontalpa, en el Golfo de México.
Asimismo, utiliza como evidencia los préstamos lingüísticos nahuas encontrados en el
idioma quiché.
Las excavaciones hechas por Brown en el área central de Quiché mostraron que, durante
el Postclásico Tardío, el desarrollo se orientó hacia el aumento de la población y una
mayor nucleación. Una nueva característica fue el establecimiento de una capital mayor
y más importante, Gumarcaaj-Utatlán, con sus centros satélites Chisalín, Resguardo,
Ismachí y Pakamán (Ilustración 97). Se abandonaron las capitales regionales del
Postclásico Temprano, y probablemente sus funciones fueron asumidas por una
autoridad centralizada en el grupo dominante de la élite, asentado en la nueva capital
Gumarcaaj. Sin embargo, los centros secundarios locales ejercieron algún poder en los
distritos periféricos, lo cual revela la operación de una red jerárquica controlada por un
centro mayor de superior jerarquía.
En el Complejo Este, las regiones de Alta Verapaz y las cuencas de Salamá y San
Jerónimo muestran alguna consistencia en la ocupación, durante la transición del
Clásico Tardío al Postclásico Temprano. Es evidente una reducción del número de sitios
en el Postclásico Temprano, pero algunos de éstos continuaron habitados y se agregaron
otros. Sin embargo, ninguno de estos centros siguieron en el Postclásico Tardío y sólo
se construyeron tres asentamientos nuevos. Las cuencas de Cubulco y Rabinal y la
cuenca del Río Negro o Chixoy muestran un patrón diferente. Hubo continuidad a lo
largo de la secuencia, con un notorio aumento de sitios durante el Postclásico Tardío. La
región de Sajcabajá también muestra continuidad, pero se diferencia en que hay una
reducción en la cantidad de sitios después del Período Clásico.
En todos los casos registrados del Complejo Este, los investigadores reportan que la
reducción en la cantidad de sitios del Postclásico Tardío estaba asociada a un descenso
de población. En otras palabras, en contraste con el Complejo Oeste, el patrón no es el
de una nucleación de menos sitios de mayor tamaño como consecuencia de un
incremento de población. Las únicas áreas donde es evidente el aumento de población
son la cuenca del Río Negro o Chixoy y posiblemente las cuencas de Cubulco y
Rabinal.
En la región de Sajcabajá es difícil determinar exactamente qué sucedió, sobre todo por
la escasez de datos arqueológicos. Muchos de los sitios del Postclásico Tardío fueron
fortificados y se localizan a lo largo de la franja sur y oeste de la región de Sajcabajá. El
predominio de vajillas micáceas en el inventario cerámico del Postclásico Tardío
sugiere una orientación hacia el noreste y una probable interacción con la población del
Río Negro o Chixoy. Se podría inferir que la población se movió gradualmente hacia el
norte del área de Sajcabajá, con el objeto de establecer nuevos centros en las partes
desocupadas de la cuenca del Río Negro o Chixoy. En tal caso, esto podría explicar en
parte el incremento demográfico relativamente rápido que es evidente en la cuenca de
dicho río durante el Postclásico Tardío. También explicaría la falta de sitios que se nota
en el territorio oeste, entre la región de Sajcabajá y Sacapulas.
El centro más grande del Postclásico Tardío en la cuenca del Río Negro o Chixoy es
Cauinal. Aunque no es un sitio fortificado, típico del Postclásico Tardío, se localiza en
una posición defensiva y estratégica a lo largo del Río Calá. Hacia el sur, el Río Negro
habría proveído alguna protección de los grupos invasores, y los sitios colocados en
cumbres elevadas pudieron funcionar como puntos de vigilancia para avisar sobre
cualquier avance. Si esto es válido, la distribución de los sitios sugiere que la amenaza
venía del sur, proveniente del Area Central de Quiché. Esta inferencia también puede
aplicarse a los sitios fortificados que se localizan en los límites al sur de la región de
Sajcabajá.
Datos Etnohistóricos
La idea de una invasión 'tolteca' al Altiplano de Guatemala tiene sus raíces en las
historias quichés y cakchiqueles, donde estos pueblos trazan sus orígenes en una
migración desde Tula. Considerados de manera literal, estos relatos coinciden con la
fecha aproximada del colapso de la capital tolteca en Tula, Hidalgo, lo que dio por
resultado la emigración de gente tolteca del centro de México.
Carmack propuso que los migrantes que llegaron a ser ancestros de los quichés eran
hablantes de maya nahuatizado (chontal) del área de Tabasco y Veracruz. Arribaron
como pequeñas bandas militares, originalmente comisionadas en centros epitoltecas
(lugares de influencia tolteca después de la caída de Tula), situados en la Costa del
Golfo, con propósitos de conquista y control político. La identificación de Tula en los
documentos quichés ha sido objeto de mucha controversia. Algunos autores señalan la
naturaleza mitológica de Tula, y el propio Carmack piensa que el sitio de Chichén Itzá,
en Yucatán, pudo funcionar como la 'Tula al este' de los quichés. De todas maneras,
Carmack opina que guerreros extranjeros llegaron a la región central de Quiché y
construyeron pequeños centros defensivos en las montañas. El más notable se llamó
Jakawitz, al cual identificó como el sitio arqueológico Chitinamit. De allí empezaron a
aterrorizar a los grupos vecinos por medio de la guerra y los sacrificios humanos.
Trajeron nueva tecnología militar y una organización política diferente, con lo que
supuestamente lograron imponer su control sobre los grupos locales. Gradualmente
establecieron un estado epitolteca, completado por una línea dinástica que tenía sus
antecedentes en Quetzalcoatl (Gukumatz en maya), la serpiente emplumada de los
toltecas.
Según Carmack, la migración de los ancestros de los quichés no involucró gran cantidad
de gente. Las pequeñas bandas se componían, sobre todo, de hombres eficientemente
organizados en linajes militares. Encontraron una población indígena, hablante de
quiché, que era más numerosa. Subyugaron a la población nativa y le impusieron una
nueva organización política; se mezclaron con ella y se colocaron como los nuevos
gobernantes. Las costumbres nativas, el idioma, la cerámica y herramientas continuaron,
y paulatinamente fueron asimiladas por el nuevo grupo. Por esta razón, se supone que el
registro arqueológico no muestra un cambio abrupto en los materiales culturales. Los
elementos extranjeros son evidentes en la introducción de vocabulario nahua asociado al
nuevo orden político, ya que se encuentran términos como tinamit (pueblo fortificado),
tepewal (poder de dominio), chimal (escudo), etcétera.
Utilizando las genealogías dinásticas mencionadas en las historias quichés, Carmack
reconstruyó la secuencia cronológica de los eventos, que se puede relacionar con el
Postclásico. Mostró que los nombres de lugares asociados a los relatos sobre los
orígenes quichés son similares, o idénticos, a los de lugares que en realidad existen en la
Costa del Golfo. La ruta de migración de los supuestos antepasados de los quichés
parecía seguir el Río Usumacinta hacia la región de Verapaz, y después el Río Negro o
Chixoy hacia el oeste, hasta la cuenca de San Andrés Sajcabajá. Se indica que de allí
avanzaron hacia la región montañosa de Chujuyub, donde fundaron sus asentamientos
en los alrededores de Chitinamit. Carmack apoyó su tesis en el hecho de que los
nombres (o el significado) de los lugares geográficos en las Tierras Altas de Guatemala
coinciden con los nombres que aparecen en los relatos quichés. Posteriormente, en un
extenso reconocimiento arqueológico en el Altiplano, realizado por Fox, se hicieron
mapas de los sitios y se recolectó la cerámica disponible en la superficie.
Una explicación similar, levemente modificada, sobre los orígenes de los quichés del
Postclásico, ha sido propuesta por Robert Hill. Este autor identifica la orilla este de la
Costa del Golfo como el lugar de origen, pero cree que la migración fue de una
población completa que incluyó a mujeres y niños. Hill argumenta que después del
colapso de la civilización maya de las Tierras Bajas, muchos grupos mayas que estaban
en la periferia de Petén sobrevivieron más o menos intactos. Cerca de la desembocadura
del Río Usumacinta había grupos mayas muy influidos por la cultura del centro de
México. Esta gente empezó a subir el Usumacinta y después de 1200 DC, llegó hacia el
estrecho valle del Río Chixoy, en el Altiplano de Guatemala. Entre ellos,
supuestamente, estaban los antepasados inmigrantes de los quichés y cakchiqueles.
En los documentos quichés pueden identificarse varios sitios arqueológicos, y otros más
fueron reconocidos por Carmack y Fox al calcular aproximadamente la localización
geográfica y la descripción correspondientes. Algunas de las identificaciones que
existen son las indicadas en el Cuadro 15.
La división del Altiplano Norte en un Complejo Este y otro Oeste, como se ha indicado,
tiene apoyo en las investigaciones lingüísticas. El Complejo Este concuerda con la
distribución del grupo pokom, y el Oeste está relacionado con el grupo quiché. Es
evidente que la invasión de los quichés en las cuencas de Rabinal y Cubulco provocó la
separación del idioma pokom, con el resultado de que el pokomchí se desarrolló al norte
(Alta Verapaz) y pokomam hacia el sur. Aparentemente, el idioma quiché tiene una
larga evolución en el territorio del Complejo Oeste. Se calcula que el idioma quiché ya
estaba en el área de Sacapulas desde 1400 AC. También es importante notar que en el
Título de Uchabajá, un pequeño título relativo a una disputa de tierras entre San Andrés
Sajcabajá y Sacapulas, aparece la afirmación de que ellos siempre ocuparon este lugar,
aun antes de las guerras con los quichés de Gumarcaj-Utatlán. Similarmente, los
documentos etnohistóricos, como el Título del Barrio de Santa Ana, señalan que los
pokom también tienen antiguas raíces en la región de las Verapaces.
Las dos expansiones agresivas que son evidentes en el territorio quiché, en la época
prehispánica, pudieron ser resultado de una situación en la cual la población se encontró
aislada de las regiones costeras circundantes. La Costa Sur, en particular, era una fuente
de recursos importantes, como sal, marisco seco, cacao, productos hechos de palma,
etcétera. Si por alguna causa, ciertas barreras geográficas o culturales cerraban el acceso
a dichos recursos, se hacía necesario buscar la manera de obtenerlos, ya fuera por medio
del comercio o por la fuerza. Los rebeldes cakchiqueles estaban situados al sur, los
mames dominaban un vasto territorio que incluía las tierras costeñas al oeste de Quiché,
y el este estaba controlado por los pokomes y kekchíes (q'eqchi'es). Si las relaciones
entre estos grupos y las poblaciones de la Costa eran hostiles, entonces la única forma
de obtener los bienes indispensables era la fuerza, ya fuera traducida en la conquista, en
la imposición de tributos, o bien, desplazándolos y estableciendo centros nuevos y
propios. Las investigaciones arqueológicas indican que esto último fue la estrategia
seguida en la expansión del Clásico Temprano hacia el valle de Guatemala. En el caso
de la expansión del Postclásico Tardío, dirigida desde Gumarcaaj-Utatlán, también
parece involucrar cambios demográficos, pero parece que en algunas áreas los líderes
quichés impusieron su control sobre las poblaciones locales y las obligaron a pagar
tributo en forma de bienes y servicios.
Para concluir, es necesario reiterar que queda por aclarar la naturaleza de la influencia
nahua en la cultura quiché. No obstante, es claro que la información arqueológica y la
lingüística apoyan una larga evolución local de los grupos mayas que actualmente
ocupan el Altiplano Norte de Guatemala.
MARIA JOSEFA IGLESIAS PONCE DE LEON y ANDRES CIUDAD RUIZ
El Altiplano Occidental
El Occidente de Guatemala es una región mal definida desde el punto de vista cultural.
En buena medida, ello obedece a la marcada escasez de trabajos arqueológicos sobre la
zona. Por tal razón, en este ensayo se delimita el territorio con base tanto en fenómenos
físicos, como políticos, y culturales. Una decisión de esta naturaleza implica riesgos,
pero el desconocimiento de la región así lo exige. Por otra parte, la delimitación de un
territorio en un trabajo general siempre resulta arbitraria, y no necesariamente tiene que
afectar de manera negativa a la reconstrucción de los fenómenos culturales del pasado.
De manera un poco más específica, se puede decir que la frontera sur del territorio es
puramente física, y que se ha establecido en función de la línea de los 1,500 m de altitud
en los Departamentos de Quetzaltenango, San Marcos y Totonicapán. La delimitación
política se da por el oeste, donde se emplaza la frontera que separa México de
Guatemala, en el actual Departamento de San Marcos. Los límites establecidos por la
investigación científica no incluyen los territorios estudiados por Samuel K. Lothrop en
torno al Lago de Atitlán, Departamento de Sololá, los cuales han sido revisados y
colocados en contexto, recientemente, por Sandra Orellana.
Por otra parte, la Universidad del Estado de Nueva York, en Albany, realizó en la
década 1970 una amplia investigación de la meseta quiché (k'iche') y del valle de
Chichicastenango, en la que, pese a haberse utilizado una metodología de orientación
más etnohistórica que arqueológica, representa un cuerpo de documentación que ha
contribuido a hacer, de ésta, una de las regiones más conocidas del área maya, por lo
menos en relación con la etapa final de la historia prehispánica.
Además, las excavaciones realizadas en Zacualpa por Robert S. Wauchope pueden ser
integradas, bien en una reconstrucción desde la meseta quiché, o bien, con los datos
arqueológicos obtenidos, en la década 1970, por la Misión Francesa, en los llanos de
San Andrés Sajcabajá y Canillá. Por último, la cordillera de Los Cuchumatanes ha sido
analizada por el equipo de Carlos Navarrete, perteneciente al Instituto de
Investigaciones Antropológicas de la UNAM. Apoyado en un método arqueológico y
etnohistórico, ese equipo intenta analizar las rutas de comercio y de comunicación
prehispánicas en la región del área maya que comprende tanto a las Tierras Altas de
Chiapas como a la cordillera de Los Cuchumatanes.
El área bajo análisis pertenece a las Tierras Altas, que incluyen tanto la cadena
neovolcánica del sur, como la parte más meridional de la cadena metamórfica del norte.
Desde el Período Terciario la acción de los volcanes ha originado la formación en los
valles de gruesos estratos de piedra pómez y talpetate (sedimentos volcánicos en
diversos procesos de descomposición), lo mismo que afloramientos aislados de otros
materiales volcánicos, como basalto y obsidiana. Estos suelos, de alta capacidad
productiva, están diseccionados por corrientes permanentes de agua que, por la erosión,
forman profundos barrancos en su camino hacia las diferentes cuencas que desaguan en
el Atlántico, Caribe y Pacífico, por medio de ríos como el Negro, el Motagua y el
Samalá. El paisaje queda, pues, conformado por una alternancia de fértiles cuencas
rodeadas de altas montañas y volcanes que superan en diferentes ocasiones los 4,000 m
de altura. Entre estos últimos figuran los siguientes: Tacaná y Tajumulco.
El clima está modulado por dos estaciones. La invernal, que es seca y con vientos
alisios predominantes, se alarga de noviembre a mayo, y provoca heladas en alturas
superiores a los 2,000 m. La estación de lluvias, de junio a octubre, proporciona al área
una pluviosidad media de 2,000 mm, aunque existen fuertes variaciones según la altitud
de los diversos parajes. El territorio está cubierto por una vegetación original de
bosques de coníferas de hoja ancha, que incluyen diferentes tipos de pino, ciprés y
roble, combinándose con concentraciones arbóreas de hoja caduca y plantas espinosas,
que se localizan a alturas inferiores. Sobre los 3,000 m estos bosques dejan paso a
pajonales y praderas aptas para el pastoreo.
Período Preclásico
El conocimiento del Preclásico en la región es muy precario, y el poblamiento detectado
por medio de los trabajos de la Misión Científica Española se remite de manera
exclusiva al Preclásico Tardío. La tradición de análisis de sitio único en todo el
Altiplano de Guatemala no ha permitido sino un conocimiento escaso y aleatorio del
conjunto. En buena medida, ello se ha paliado en diversas regiones mediante el
concurso de amplios programas de área, tal como se hizo después de la década 1970
(por ejemplo, el Proyecto Quiché Central, de la Universidad del Estado de Nueva York,
en Albany, o los trabajos de la Misión Francesa en los llanos de Canillá y San Andrés
Sajcabajá, y en la cuenca media del Chixoy), pero en otras partes no se han concentrado
los esfuerzos de los investigadores. Los estudios de sitio único han favorecido el
conocimiento de los grandes centros urbanos del Postclásico (Zaculeu, Iximché,
Utatlán, Mixco Viejo), pero han relegado la información sobre etapas precedentes. Las
investigaciones de la Misión Científica Española en Guatemala, efectuadas en dos de
los Departamentos que se consideran en este trabajo (Totonicapán y Quetzaltenango),
deberían haber solucionado parcialmente esta cuestión, pero infortunadamente no se
prolongaron el tiempo necesario y, en consecuencia, sólo se obtuvo una información
parcial sobre el particular.
Las mismas colecciones, junto a los datos aportados por Edwin M. Shook, a raíz de su
reconocimiento de las diversas áreas de la región en los años 1930 y 1950, y también las
informaciones obtenidas mediante el estudio de diferentes colecciones privadas
(Dieseldorff, Rossbach, Robles, y las que se encuentran en las Casas de la Cultura de
varios municipios), han permitido a diversos estudiosos profundizar en el conocimiento
de la región y hacer las primeras síntesis.
Por último, los trabajos de la Misión Científica Española en el área permitieron alcanzar
un poco más de profundidad en la reconstrucción del Preclásico Tardío, aunque sólo en
lo que respecta al área del Samalá. Ello facilitó la definición de algunos procesos de
comportamiento entre las comunidades establecidas en la región.
Cronología
Sitios arqueológicos
Monte bello: presenta un modelo de tumba similar a las anteriores, así como una
localización equivalente: parte media de las colinas, sobre la línea de los 2,390 m.
Tax: montículo de 2.75 m, que se eleva, aislado, sobre la planicie de los Llanos de
Urbina. Según informaciones de sus dueños, es de carácter funerario-ceremonial, según
los restos que de él se extrajeron.
Chiquilajá: pequeño montículo de altura inferior a los 2 m, situado cerca del Río
Xequijel.
El Instituto Bíblico Quiché: lugar con tumbas de cámara, similares a las anteriormente
descritas, en la otra margen del Samalá.
La Ciénaga: pequeño sitio con materiales en superficie, situado unos 200 m al sureste
del anterior y a 20 m del Río Samalá.
El asentamiento
Parte esencial de las unidades domésticas eran los pozos abotellados, destinados quizás
al almacenaje de los granos obtenidos por el grupo productor. Estos pozos, cuando
dejaron de servir para su función original de almacenaje, fueron reutilizados con
diversas finalidades, durante una dilatada secuencia temporal. Las manifestaciones más
claras de su reutilización están indicadas por los 'basureros', es decir, los fragmentos
cerámicos acompañados de cenizas, restos de manos y metates, figurillas, incensarios e,
incluso, de materiales de construcción de las casas. De manera ocasional, pero no por
ello infrecuente, se puede hallar en éstos algún enterramiento, por norma general no
muy complejo y con una ofrenda sencilla.
Este modelo, que aparentemente carecía de planificación, tiene una amplia distribución,
tanto espacial como temporal, y está definido, desde el Preclásico Temprano, para las
Tierras Altas, de formación volcánica, del centro y sur de Mesoamérica, en una
secuencia temporal que abarca hasta bien avanzado el Clásico.
Cultura material
Como se indicó antes, en la zona bajo estudio sólo se tiene, hasta el presente, constancia
cerámica de dos etapas, que a veces son difíciles de diferenciar: Preclásico Tardío y
Protoclásico. Por la fuerte continuidad cultural que existió entre ambas, es conveniente
abordar su estudio en forma conjunta.
A pesar de la coyuntural ausencia de materiales vinculados a fechas anteriores, es
necesario decir que, con base en datos bibliográficos recientes, se puede deducir que por
lo menos una parte del Altiplano Occidental posiblemente compartió tradiciones
cerámicas bien definidas. Tal es el caso en Achiguate, Las Vacas y, sobre todo, Solano.
Esta reflexión permite inferir que los rasgos preclásicos tardíos y protoclásicos hallados
en el área de Salcajá, pueden provenir, al igual que en la Costa Sur y las Tierras Altas,
de una continuidad cultural de fuerte enraizamiento en la región, y de la que existen sólo
muestras tardías, tanto en cuanto a cerámicas utilitarias como finas. Se puede destacar,
por lo tanto, la idea de que no existía en el área nada que impidiera la existencia de un
poblamiento más temprano que los del Preclásico Tardío, ya que se compartía un
mismo ambiente con numerosos sitios ocupados. La ausencia de datos reales que
corroboren tal suposición, en consecuencia, se explica simplemente por la falta de un
estudio más profundo, tanto extensivo como intensivo. Los materiales conocidos
provienen de dos amplios contextos culturales: el doméstico, que se relaciona con el
contenido de los pozos de almacenaje; y el funerario, vinculado al ajuar de las
inhumaciones. Con ello se completa bastante el panorama.
En general, la cerámica elaborada por los pobladores de la zona era de gran calidad
técnica y de una amplia variación formal y decorativa. Las cerámicas de la etapa se
incluyen en seis grupos. Cuatro corresponden a cerámicas monocromas: Chabal Negro-
Marrón, Cot Naranja, Hilih Rojo y Xic Rojo Fino; y dos bicromas, escasamente
representadas: Utatlán y Molay Rojo sobre Blanco. Las formas características de la
etapa consisten en diferentes tipos de cuencos, a veces decorados con moldura labial
que llega a transformarse en pestaña, y en muchas ocasiones trípodes; cuencos de silueta
compuesta en ángulo S-Z; vasijas semiglobulares con distintos tipos de cuello y bordes
evertidos, platos trípodes y tetrápodes con moldura basal, y floreros. En dichas
tradiciones, hay rasgos que son atributos de inequívoca filiación preclásica, como los
siguientes: presencia de cerámica de la vajilla Utatlán, alto brillo y tacto ceroso en los
engobes en color naranja y negro-marrón de las superficies cerámicas, vasijas zapato,
patas protuberancia, pestañas incisas, ojos tipo grano de café y representaciones de
pizotes. Con ellos coexistían otros que han servido ocasionalmente para definir el
Protoclásico en Los Altos de Guatemala: cuencos en ángulo S-Z, anchos platos trípodes
y tetrápodes con altas patas huecas cilíndricas o mamiformes (Ilustración 103), floreros,
vasijas de silueta compuesta, molduras basal, medial o labial, diseños incisos de rejilla,
rellenos de pigmento rojo o blanco, representaciones zooantropomorfas, y decoración en
estuco.
Los objetos que fueron utilizados en actividades puramente domésticas son con
facilidad detectables por sus diferencias palpables en cuanto a forma y tratamiento de
superficie, y entre ellos los más habituales son las ollas globulares, las vasijas 'zapato' y
los cuencos de pared redondeada y boca ancha. El registro de incensarios, por otra parte,
se remite a escasos y muy diluidos datos de incensarios de tres picos, cuyos restos
también se han encontrado en ambientes utilitarios. En contextos funerarios se conocen
piezas de superficies monocromas brillantes (en negro, naranja o rojo) y formas
extremadamente variables, además de objetos cerámicos procedentes de otras zonas y
obtenidas por comercio. Está ausente en el registro arqueológico un rasgo muy
característico de etapas anteriores: las figurillas de cerámica; no obstante, se han
registrado en la zona ejemplares aislados que siguen las pautas preclásicas de otros
yacimientos.
Comparaciones y análisis
Las cerámicas descritas en este ensayo manifiestan claras semejanzas con otros
yacimientos del Altiplano guatemalteco (Chukumuk, Zacualpa, sitios de Quiché,
Chimaltenango, Baja Verapaz, etcétera). Se observa la tendencia de compartir grandes
complejos de rasgos comunes en el sur del área maya, por lo cual se pueden localizar
desde Chiapas hasta el Altiplano Central. En efecto, la región comparte la tradición de
manufactura de gruesos engobes en negro-marrón, naranja y rojo, con altos pulimentos
que confieren a las piezas un tacto ceroso tan característico de todas las Tierras Altas,
desde el Preclásico Medio hasta finales del Protoclásico.
El Alto Samalá comparte, además, uno de los complejos culturales que en las épocas
aludidas se habían implantado ya en las Tierras Altas de Guatemala: el Protoclásico,
bien defini-do en la importante muestra obtenida por Alain Ichon y Marie Charlotte
Arnauld en el Departamento de Quiché. Los datos hasta aquí señalados confirman que
esta área occidental tuvo un desarrollo cerámico similar, aunque menos evolucionado, a
los complejos Noguta y Lilillá, de La Lagunita. En el área de Quetzaltenango-
Totonicapán existió una menor capacidad de innovación tecnológica. También tiene
menos semejanzas con la Esfera Miraflores del Altiplano Central y Oriental, donde los
elementos protoclásicos aparecen de manera esporádica. Con posterioridad (Fase
Aurora), estos rasgos surgen, dentro de la Tradición Solano, como un complejo
completo e intrusivo en Kaminaljuyú, pero en una fecha posterior a su aparición en
numerosos lugares de las Tierras Altas septentrionales y centrales. Por ello, Marion
Popenoe de Hatch propuso que el origen de esta tradición debe buscarse en torno a estas
zonas, o incluso en Chiapas. Mientras tanto, la región costera permaneció parcialmente
inscrita en sus propias tradiciones anteriores, con ciertas zonas de interacción regional
entre las tradiciones Achiguate-Solano.
Lítica
Sistema funerario
De las consideraciones anteriores se desprende que, para los efectos del estudio de los
Períodos Preclásico Tardío y Protoclásico, la mayor cantidad de datos relativos a la zona
proviene de los hallazgos de tipo funerario realizados en las inmediaciones de Salcajá,
Departamento de Quetzaltenango. El patrón existente se reduce a tres tipos detectados
en un mismo lugar de enterramiento, localizado en las laderas, fácilmente excavables,
de talpetate, que se elevan a ambos lados del Río Samalá. Las variantes son: pozos
cilíndricos de inhumación individuales, pozos abotellados reutilizados y cámaras.
En cuanto a los pozos cilíndricos, la muestra disponible indica que se trata de pozos
pequeños y estrechos, realizados para inhumaciones individuales, colocadas en posición
sedente, con las piernas del individuo fuertemente presionadas contra el pecho. El ajuar
funerario, cuando existe, es reducido, sencillo y se situaba bajo el inhumado.
Los pozos abotellados son excavaciones cuya boca generalmente tiene dimensiones
menores que la base, y que en apariencia fueron realizadas con una finalidad diferente a
la funeraria; seguramente, eran pozos de almacenaje, pero que en un momento
determinado, una vez desplazados de su función original, fueron reutilizados como
basureros y, de manera ocasional, sirvieron de tumba en entierros individuales que, por
regla general, poseen una pequeña y sencilla ofrenda. En este caso, el individuo estaba
en posición supina y apoyada, en ocasiones, sobre un ligero lecho de pequeñas piedras,
repellado con arena volcánica. De las cámaras se conocen numerosos ejemplos, aunque
saqueados en su mayor parte. Abiertas en las laderas de las colinas, suelen tener planta
rectangular y algunas poseen incluso escaleras de acceso, tapadera y un pasillo de
entrada, donde se depositaba parte de la ofrenda.
El sitio Las Victorias ha proporcionado la mayor gama de variaciones. En cuanto al
patrón de asentamiento puede observarse que los sitios conocidos remiten siempre a
alguno de los tipos mencionados. En cualquier caso, dicho sitio, el mejor conocido,
permite formular un mayor número de inferencias, y los datos obtenidos pueden
aplicarse al resto. No existe un tipo que, por su incidencia numérica sea más importante
que los otros. Todos, en efecto, coinciden en una misma área de relativamente pocos
metros cuadrados.
La centralización de tan variadas sepulturas en una misma zona puede ser indicio de una
especie de 'área funeraria cerrada', que correspondería a unidades habitacionales
extendidas, ocupadas por personas pertenecientes a un mismo grupo de parentesco. La
zona puede haber servido de asentamiento en un momento más temprano, y de ahí que
existan pozos de almacenaje, frecuentes, como ya se dijo, a lo largo de las Tierras Altas
de Guatemala y en otros lugares de Mesoamérica, y que con posterioridad fueron
reutilizados para enterramientos con un sencillo ajuar funerario.
Los datos que se conocen en la actualidad muestran que en el Preclásico Tardío existió
un asentamiento, de viviendas dispersas, situado en la parte media de las laderas de los
cerros que dominan el río. El sistema de vida posiblemente se desarrollaba en torno a
pequeñas unidades domésticas dispersas, que albergaban los segmentos sociales
mínimos, talvez una familia nuclear dedicada primariamente a actividades agrícolas y
de caza, así como a la transformación de alimentos. Una parte del ajuar doméstico pudo
haber estado compuesto de materias primas semimanufacturadas, provenientes del
exterior, como la obsidiana. En el ajuar funerario se detectan también pequeños objetos
obtenidos por intercambios comerciales, tales como pequeñas hachas de gabro y cuentas
de jadeíta, cuya distribución debe de haber estado estar controlada por otras
comunidades más complejas.
En los momentos finales del Preclásico, parte de la población del valle evolucionaba
hacia un sistema social de mayor complejidad, y ello se refleja tanto en el avance
técnico que supone la excavación de cámaras funerarias frente a los pequeños recintos
circulares, como en la variedad y riqueza de las ofrendas. Los ajuares hallados
constatan, aun cuando las ofrendas no sufrieran cambios radicales en cuanto a calidad o
técnicas de fabricación, la aparición de nuevas formas: vasijas antropomorfas y
zoomorfas, grandes platos tetrápodes de altas patas cilíndricas o mamiformes, etcétera,
de fuerte especialización. Puede tratarse, por lo tanto, de la intrusión de un subcomplejo
cultural, que se manifiesta tanto en el patrón funerario (tumbas en cámara) como en el
vigor de ciertos rasgos cerámicos y, talvez, en el culto a ciertos animales representados
en la cerámica. Estos rasgos, calificados como protoclásicos, fueron compartidos por
numerosas poblaciones de Altiplano y la Costa.
Período Clásico
Existen dos tipos complementarios de información acerca del área bajo estudio, por
medio de los cuales se puede obtener una visión global sobre el desarrollo durante el
Período Clásico. El primero de ellos se refiere a pequeños asenta-mientos de
comunidades campesinas, localizados en el valle de Totonicapán, prototipo de lo que
debió ser el asentamiento básico de las Tierras Altas de Guatemala, e incluso de
Mesoamérica, a lo largo de amplios períodos. El otro se refiere a los asentamientos de
mayor magnitud, como Monrovia, La Estancia o Zaculeu, que se identifican como
centros de integración sociopolítica y ceremonial.
Los datos correspondientes varían en cuanto a su profundidad, ya que unos sitios sólo
fueron explorados y muestreados, en tanto que otros fueron sometidos a trabajos de
excavación intensiva. Entre estos últimos figuran Agua Tibia y Zaculeu. En
determinados aspectos, sin embargo, el trabajo arqueológico efectuado en Zaculeu, por
ejemplo, ha sido cuestionado. El problema principal en relación con este último se
refiere al trabajo de campo, el cual fue patrocinado por la United Fruit Company entre
los años 1946 y 1950. La urgencia con que se procedió a la restauración de las
estructuras más relevantes originó muchas críticas, aunque parece que el trabajo de
laboratorio se realizó con una mayor acuciosidad.
Cronología
Patrón de asentamiento
Si se asume que existió una cierta continuidad en algunos rasgos culturales, tales como
los modelos habitacionales, es posible hacer generalizaciones a partir del ejemplo
investigado en Agua Tibia, lugar elegido entre varios muestreados, tanto en el valle del
Samalá como en la parte alta y plana de los cerros circundantes: Poxlajuj, Tierra Blanca,
Chichaclán y Xolcajá (Ilustración 59).
Vivienda
Temascal
La vivienda tenía otro componente de gran interés, que evidencia claramente una mayor
complejidad en la vida diaria del campesino maya del Período Clásico: el temascal o
baño de vapor. Se dispone de una sola muestra en el sitio de Agua Tibia, la cual se
encontraba a escasos metros de la casa (Ilustraciones 104 y 105). Era un pequeño
recinto semisubterráneo (4.25 x 2.25 m), con un acceso de tres escalones, así como una
pequeña banca y la típica zona de producción de calor. A pesar de que en la actualidad
los temascales son comunes en el ámbito rural de las Tierras Altas, no ha sido frecuente
el hallazgo de este rasgo en investigaciones arqueológicas del Altiplano, y las
referencias conocidas se limitaban al ejemplar excavado por Ichon en Los Cimientos-
Chustum (Quiché), y a los de Coneta, Nueva Independencia y Los Cimientos, estos tres
últimos en el Estado mexicano de Chiapas.
Con base en datos etnohistóricos y etnográficos se puede afirmar que el temascal tiene
una función múltiple, pero destaca su carácter higiénico, tanto formal como ritual, y los
propósitos curativos. El uso del baño de vapor es producto de una serie de
conocimientos que seguramente se adquirieron a lo largo de períodos anteriores. Por
otra parte, la conocida presencia de temascales de una mayor elaboración en lugares
mayas de élite, como Piedras Negras, Palenque, San Antonio, Chichén Itzá, El y Los
Cimientos-Chustum, no tiene connotaciones de clase en cuanto al uso, aunque quizás sí
respecto de la función, que en estos lugares posiblemente fue más ceremonial que
utilitaria. El hecho de que la cronología en Guatemala remonte la existencia del
temascal al Período Clásico, reafirma la idea de que se trata de un rasgo
panmesoamericano, de amplia distribución temporal y espacial, plenamente integrado
en diferentes contextos sociales de la cultura maya.
Un hallazgo de singular importancia hecho en Agua Tibia fue un horno para cocer
cerámica. Marcus Winter indicó la presencia de posibles hornos (para cocer alimentos o
cerámica), como un rasgo común en los conjuntos domésticos tempranos de Oaxaca. El
horno de Agua Tibia es un pequeño muro en forma aproximadamente rectangular,
paralelo a la pared sur de la vivienda principal (Ilustraciones 104 y 105). Tiene un
núcleo compuesto de piedra pómez amalgamada con barro y recubierto con una capa de
tierra arcillosa rojiza, endurecida por la acción del fuego. Mide unos 4.25 m de longitud,
0.50 m de anchura media y otro tanto de altura.
Otros rasgos
En virtud de que el aumento de población durante el Clásico fue casi general en buena
parte del área maya, el patrón campesino, que permaneció bajo constantes básicas de
dispersión y de localización en valles abiertos, se extendió, y muchos parajes,
anteriormente desocupados, se poblaron con numerosos conjuntos habitacionales,
similares a los actuales en el Atliplano guatemalteco.
Asentamiento complejo
Además del modelo rural de asentamiento, existió una serie de centros cuya finalidad
era la integración ceremonial, socioeconómica y política de la sociedad. En el Altiplano
Occidental existieron lugares de diferentes tamaños, lo que puede ser el indicio de un
patrón de jerarquización local y regional. Las diferencias entre ambos modelos estarían
reflejadas, en el registro arqueológico, por un mayor número de montículos, el uso de
una mejor técnica constructiva, más riqueza y variedad de los ajuares funerarios
encontrados en las estructuras o en las plazas, etcétera. Naturalmente, la cronología
también es importante, así como la creación, durante el Período Clásico, de nuevos
centros intermedios y el engrandecimiento de algunos de los ya existentes.
En un primer nivel figurarían centros, como San Cristóbal Totonicapán, que poseen una
localización estratégica favorable a su continuidad temporal, por lo menos hasta el
Clásico Temprano. Otros centros localizados en torno a Momostenango, como La
Estancia, cuentan con una cierta planificación (al margen de posibles estímulos
teotihuacanos), la cual incluye juego de pelota. El centro citado parece que tuvo una
corta ocupación, ya que fue abandonado en los comienzos del Clásico Tardío, y se creó
otro centro cercano denominado Paracaná. En la misma zona, y a lo largo del Clásico
Tardío, se fundó Xuabaj, centro localizado en un área bien defendida. De esa manera se
introdujo un patrón que se haría general en el período inmediatamente posterior.
Otros lugares, como Zaculeu, que se inician en el Clásico Temprano pero que alcanzan
su mayor importancia en períodos posteriores, aportan una información bastante escasa
en cuanto a la arquitectura. Los niveles más tempranos para la Fase Atzán (Clásico
Temprano), por ejemplo, sólo muestran suelos de adobe, subestructuras o basamentos
terraceados muy destruidos, y una escalera con alfarda temprana, relacionado todo ello
con la Estructura 1. La información se completa con restos de suelos asociados a una
baja plataforma que sustentó una construcción perecedera en la Estructura 13, y simples
suelos con escondites cerámicos definitorios en la Estructura 9. Técnicamente, la
construcción se basó en el adobe, aunque también se utilizó mampostería de lajas sin
trabajar, unidas por mortero de adobe, todo ello cubierto de enlucido blanco.
Durante el Clásico Tardío (Fase Chinaq) parece haber existido, en los diferentes niveles,
una marcada recesión, que en arquitectura se traduce en pequeños indicios de
remodelación en la pirámide principal (Estructura 1). Es interesante la construcción de
la Estructura 6 que, a partir de una baja plataforma, presenta hasta cuatro y cinco
terrazas en las que se sustenta una habitación rectangular cuyo lado sur está abierto en
cuatro entrepaños, mientras que el lado norte tiene dos pequeñas entradas, así como
cuatro pilares y una banca rectangular. Los investigadores remiten dicha estructura al
período citado por haberse encontrado en ella 22 enterramientos asociados a esta fase,
pero, por otro lado, resulta un tanto atípica. En la Estructura 9 hay tres inhumaciones,
pero sin arquitectura asociada y, por último, la construcción del juego de pelota se
adscribe al final de la fase citada (Ilustración 106). Las técnicas de construcción no
parecen haber tenido variaciones, salvo en el hallazgo de restos de enlucido con
decoración policromada. En cualquier caso, es probable que, según pautas conocidas en
lugares cercanos, Zaculeu poseyera ya los inicios de una estructuración típicamente
maya, desarrollada en torno a plazas cuadradas o rectangulares, que llegará a tener
cuando el centro disfrutó de mayor auge.
Cultura material
La cerámica autóctona refleja, además, una interesante variedad en cuanto a sus diseños
bicromos, que en ocasiones se combinan con pintura negativa, e incluyen motivos
geométricos, zoomorfos y antropomorfos, entre los cuales destacan las representaciones
de hombres que danzan, enmascarados y con atributos de ave, que han sido
interpretados como la expresión plástica de danzas y cánticos funerarios.
Lítica
En general, el material lítico presenta una fuerte continuidad desde etapas anteriores, lo
que se relaciona con el hecho de que el sistema básico de subsistencia del campesino
maya no había sufrido cambios esenciales y se basaba todavía en el cultivo de la tierra y
la caza complementaria.
La obsidiana es porcentualmente mucho mayor que ningún otro material lítico, lo que
resulta normal en los sitios arqueológicos del Altiplano. Al igual que sucedía en la
época preclásica, los objetos de más frecuente aparición son las cuchillas prismáticas,
elaboradas a partir de núcleos poliédricos, de los que también aparecen ejemplares.
Tales objetos, así como las lascas de desbastado, indican que, en parte, los materiales
llegaban semimanufacturados, en forma de núcleos o de grandes nódulos, y era el
propio campesino o artesano cerámico el que hacía los instrumentos necesarios para
cubrir sus necesidades: cuchillas, hojas, lascas con retoque, perforadores, raederas,
etcétera, en procesos primarios o de reutilización. Otros objetos, como las puntas de
proyectil, precisaron de una mayor especialización, y quizás fueran de manufactura
ajena al asentamiento, puesto que su transporte, además, era menos dificultoso que el de
las cuchillas.
El último elemento proveniente del exterior es la piedra verde oscura o gabro, que está
presente en las comunes hachas de varios tamaños y en un fragmento de camagüil, que
es una figurilla alargada de rasgos extremadamente esquematizados, con una amplia
distribución en contextos ceremoniales y funerarios de Los Altos. Está totalmente
ausente el jade, cuya comercialización pudo haber variado con respecto a etapas
anteriores.
Los problemas enunciados con respecto a Zaculeu sobre una recesión de la importancia
de este centro durante el Clásico Tardío, también se ven palpablemente reflejados en la
lítica. Mientras que se dispone de una buena muestra de objetos del Clásico Temprano
(por ejemplo, excelentes mosaicos de pirita, metates trípodes, algunos con
representaciones zooantropomorfas, manos de moler, obsidiana, jade de poca calidad
pero con formas muy variadas, e incluso recipientes de alabastro), en relación con el
Clásico Tardío apenas existe algo de obsidiana, pocos objetos de jade y sólo fragmentos
de mosaicos de pirita. Los ajuares funerarios de esta última etapa del Clásico, sin duda
denuncian una situación de mayor aislamiento y escasez en relación a etapas anteriores
o posteriores.
Escultura monumental
Los ejemplos conocidos son pocos y carentes de una localización exacta. Se sabe, por
ejemplo, que San Cristóbal Totonicapán aportó un hacha finamente elaborada, con
representación de una cabeza, y que en Salcajá y Quetzaltenango se ha encontrado
diversa parafernalia vinculada al juego de pelota. Este precario registro contrasta con los
bellos ejemplares hallados en la zona sureste de Quetzaltenango, y en la Bocacosta.
También se da por cierto que las calificadas como piedras-hongo son más frecuentes en
el área bajo estudio que en cualquier otra zona de Los Altos, lo que contrasta con su casi
ausencia total en excavaciones controladas.
En Zaculeu existe sólo una pequeña muestra de figuras antropomorfas, tanto de la Fase
Atzán como de la Chinaq. Esta escasez ha sido atribuida por algunos investigadores a la
falta de piedra apta para tal tipo de trabajos. En la muestra recuperada destaca una
escultura en la que se representa un personaje con los brazos entrelazados, en posición
sedente, con las piernas cruzadas, y que luce pectoral y tocado. Dicha escultura,
clasificada como de la Fase Atzán, pudiera ser un interesante y temprano antecedente de
un estilo muy utilizado posteriormente. Otro objeto llamativo, perteneciente a la Fase
Chinaq, es un incensario de roca ígnea, con cabeza humana y manos sobre el pecho.
Concha
La concha es un material obviamente ajeno a Los Altos, que pudo haberse obtenido,
quizás ya manufacturado, por medio del comercio entre ambas costas. Ciertamente, se
trata de un elemento representativo de segmentos de élite y está absolutamente ausente
en los contextos campesinos de las excavaciones hechas en Salcajá y Totonicapán, los
cuales se refieren tanto al Preclásico Tardío como al Clásico. Puesto que Zaculeu era un
centro político ceremonial, resulta natural que los ajuares funerarios allí encontrados
posean algunos artículos de concha, los cuales eran comunes durante el Período Clásico,
en todos los centros mayas de las Tierras Bajas. Proceden tanto del Océano Atlántico
como del Pacífico, y aparecen a lo largo de toda la secuencia clásica pero, naturalmente,
con mayor incidencia en la Fase Atzán, del Clásico Temprano. Los objetos más
comunes son los ornamentales, en forma de cuentas discoidales, tubulares, globulares o
cuadradas, que a veces forman collares, además de discos, anillos y diversas partes de
mosaicos, combinados con jade y pirita. También están presentes los grandes caracoles,
que se utilizaban como instrumentos de viento.
Hueso
Sistema funerario
Las tumbas encontradas en Zaculeu denotan claramente un nivel social mayor, como
corresponde a los habitantes de un centro ceremonial complejo. Se descubrieron varios
tipos diferentes de tumbas, algunos de los cuales se mantienen, con mayor o menor
incidencia, a lo largo de toda la secuencia cronológica. Dichas tumbas o enterramientos
se resumen a continuación:
Cistas: Woodbury y Trik dan este nombre a la introducción del inhumado en el interior
de estructuras, o al hecho de colocarlo simplemente en el suelo, en una fosa sin trabajo
estructural pero con límites claramente definidos, rectangulares o circulares. En
ocasiones, se encuentran pequeñas lajas y piedras de protección.
Urnas: se trata de grandes recipientes de boca estrecha, alguno de los cuales pudo haber
sido usado previamente para propósitos de almacenaje, aunque con posterioridad se le
cortara la boca y se introdujera al inhumado en posición flexionada sedente, junto con
su ofrenda. Se colocó una tapadera hecha de un fragmento del mismo recipiente, o bien,
de un cuenco invertido. Las urnas están cronológicamente limitadas a la Fase Chinaq,
del Clásico Tardío.
Zaculeu sufrió una declinación en el Clásico Tardío, que se refleja en los ajuares
funerarios, que en el Clásico Temprano son de mucha más riqueza. La ofrenda es
mayoritariamente cerámica, con presencia de jade, concha y mosaicos de pirita, como
elementos complementarios. El patrón posicional tiene pocas variaciones, y las
posiciones extendidas y flexionadas son las más comunes. Los restos funerarios se han
localizado tanto en el interior de las estructuras como en las plazas.
Todos los tipos de inhumación detectados corresponden a las amplias pautas observadas
en la cultura maya, la cual, según el lugar y el período, presenta una gama de variables
tan amplia que hace francamente difícil la tarea de realizar una clasificación coherente,
que incluya todos los aspectos de un rasgo importante en cualquier cultura, es decir, las
costumbres funerarias.
En contraste con las Tierras Bajas, el Clásico Temprano en la zona que aquí se analiza
no fue un período de desarrollo excesivamente complejo. Antes bien, y comparado con
el Preclásico Tardío-Protoclásico, resulta hasta cierto punto regresivo, por lo menos en
lo que se refiere a la cuenca alta del Samalá. Las poblaciones de esta zona occidental no
manifestaron, salvo Zaculeu, rasgos que denoten interacción alguna con Teotihuacan, ni
en su comienzo, ni, como dice Kenneth Brown, en su caída y retirada, hacia el año 700,
de la meseta quiché, aunque, como ya se ha indicado antes, un trabajo de campo más
continuado podría variar tal visión.
Se puede afirmar que una buena parte de las tradiciones preclásicas persistieron en su
conjunto. En efecto, siguieron en uso determinados objetos, como vasijas con cabezas
colocadas en los bordes, incensarios, piedras-hongo, etcétera, aunque con variaciones
formales propias de la evolución cultural. En cambio, desaparecieron otras tradiciones,
sin que hasta el presente se pueda dar una explicación coherente, válida para toda el área
maya. Tal es el caso de las figurillas de cerámicas, muy populares en Guatemala durante
el Preclásico Medio, que disminuyen en el Preclásico Tardío (excepto en Kaminaljuyú),
y que virtualmente desaparecen en el Clásico Temprano. Algunos autores piensan que
se trata de una tradición familiar, cuya desaparición coincidió con la supresión de los
cultos locales practicados en los poblados agrícolas, y con la imposición de una religión
de carácter elitista introducida por el Estado. Ciertamente, tal podría ser la explicación
viable en determinadas zonas del área maya, donde existió una centralización política
mayor que en el Altiplano Occidental. Sin embargo, es evidente que las deidades de
carácter agrícola tienen un notorio y poderoso arraigo en la población campesina, y que
ésta conforma el segmento más tradicional de la sociedad, ya que, generalmente, las
élites de los grandes centros son más proclives a admitir cambios procedentes del
exterior, ajenos a su propia cultura.
Período Postclásico
La reconstrucción de este período en el Altiplano Occidental se fundamenta en diversos
y desiguales trabajos de campo que serán valorados brevemente a continuación. No sólo
se cuenta con datos arqueológicos, sino etnohistóricos, a los que se aludirá sólo de
manera ocasional. En esta sección se consideran sólo los primeros, ya que las
contribuciones de otros autores, que se incluyen en esta sección, completarán el
panorama histórico de todo el territorio.
La región del Alto Samalá se caracteriza por una marcada falta de información
detallada. En esta carencia han jugado un papel importante los destrozos considerables
que han sufrido los sitios arqueológicos del área por la creciente presión demográfica. Si
bien es cierto que en casi todos los sitios explorados se rescataron materiales cerámicos
fechados en el contexto de este período, especialmente del Postclásico Tardío, en su
mayor parte aparecen en escaso número y asociados a depósitos cronológicamente
mezclados. Esto hace suponer una ocupación global del Alto Samalá por comunidades
postclásicas, aunque también es cierto que durante tres años de exploración en la zona
se consiguió muy poca documentación acerca de ellas.
La monografía sobre Zaculeu, a la que con tanta frecuencia se hace alusión en páginas
anteriores, es la que aporta el mayor número de datos sobre el Postclásico en el área. Tal
centro, en efecto, alcanzó en aquellos momentos su máxima importancia a nivel
regional y se transformó en la capital de los mames. La investigación se dirigió
exclusivamente a rasgos puramente urbanos, y sigue las corrientes arqueológicas
usuales en la época. En ese momento entró en juego un nuevo lugar que nació, se
desarrolló y fue abandonado en el Postclásico Temprano; se trata de Tajumulco, sitio
enclavado en el Departamento de San Marcos. La investigación, realizada por Bertha
Dutton y Hulda R. Hobbs durante cuatro meses, entre 1938 y 1939, consistió tanto en
excavación como en exploración y recolección de información de lugares próximos:
Reforma, Chamac, Toquián Chico, Chana, Santo Domingo y otros. Todo ello produjo
una monografía.
Patrón de asentamiento
En el análisis de este tema se parte de lo más sencillo a lo más complejo, tal como se
hizo en relación con los otros períodos estudiados. En la medida de lo posible y a pesar
de un evidente desequilibrio por la falta de suficiente cantidad de datos, están
estructurados en la subdivisión cronológica habitual.
Postclásico Temprano
El sitio Tajumulco, ocupado exclusivamente durante su Fase San Marcos (1000 a 1200
AC), que corresponde al Postclásico Temprano, es una buena muestra de un centro de
importancia intermedia o provincial, a juzgar por su tamaño. Lo mismo que muchos de
los sitios mencionados antes, era utilizado por los indígenas de la zona, en la década
1930, como lugar sagrado para hacer 'costumbre'. Consta de unos cinco montículos, de
diferente importancia, de los cuales los dos mayores (I y II) son de forma rectangular y
parecido tamaño. Se enfrentan a los lados de una plaza cuadrada, la Plaza Principal, en
un cuadrángulo, en la cual se encontró una buena muestra de monumentos tallados. En
su entorno hay otras terrazas, en las que se emplazan montículos de tamaño más
reducido. Los montículos I y II tienen escaleras en sus frentes. Otras más salvan los
desniveles naturales de la plaza con las terrazas cercanas. Un rasgo interesante es la
presencia de canales de drenaje, construidos muy cuidadosamente. En cualquier caso, la
estructuración del sitio tuvo que adaptarse a condiciones orográficas determinadas. Esto
y la ocupación actual han producido una intensa erosión de los rasgos arquitectónicos,
que fueron construidos con lajas naturales, fácilmente adquiridas en el entorno
inmediato.
Postclásico Tardío
Algo parecido sucede en el sitio Cerro Quiac, que se eleva a 2,635 m en los Llanos de
Urbina. Se trata de un conocido adoratorio que en 1970 tenía cinco piedras esculpidas,
de las cuales en 1977 sólo quedaban cuatro. Los erosionados diseños de las losas
parecen ser geométricos en un caso, y otros dos tienen figuras. Se ignora de dónde
hayan podido provenir. Francis Gall creía que eran de lugares distintos al área, mientras
que Rafael Girard opinó que tales esculturas podían haberse tallado en un período
indefinido posterior a la Conquista.
En la fase anterior se introdujeron, por lo menos, tres tipos de edificios distintivos: una
construcción de dos habitaciones con columnas redondeadas en su entrada: Estructuras
17 y 37; una edificación alargada con múltiples vanos de entrada en el frente:
Estructuras 4 norte y sur (Ilustración 109), y por último, una habitación redonda,
combinada con la estructura básica, de dos habitaciones y entrada con columnas
redondas, de supuesta influencia mexicana. La mayor parte de las columnas son
redondas, hay balaustradas en todas las escaleras, y el interior de las habitaciones tiene
diversos tipos de bancas. Son muy característicos los pequeños altares con alfardas en
las escalinatas, construidos en conexión con las bancas de la Estructura 4, secciones
norte y sur. En cuanto a la técnica empleada, prevalece el uso de la piedra bien trabajada
y unida con mortero de adobe, que permite un tipo de arquitectura de mucha mayor
calidad y consistencia que la de las fases anteriores. Persiste el uso de la pintura
policromada, como decoración en las paredes.
Cultura material
Existe una clara diferenciación en cuanto a la tipología cerámica de las fases del Período
Postclásico, sobre la cual existen unos cuantos tipos que definen y permiten conocer los
contenidos culturales propios.
Ya se ha indicado que la zona del Alto Samalá no tiene representatividad en esta fase, lo
que puede indicar, no la falta de hábitat, sino la existencia de una fuerte continuidad
cultural y la ausencia de las influencias mexicanas que incidieron en las zonas situadas
más al norte y al oeste, como Zaculeu y Tajumulco. En este sentido, podría existir un
marcado paralelismo con la situación definida por Russell Stewart para el valle de
Chichicastenango, donde parece haber existido un dilatado período (Fase Wukamak,
700 a1200 DC) de continuidad de los patrones culturales, caracterizado por cerámica en
rojo de tipo 'peinado' y bicromo Rojo sobre Crema, con una total ausencia de los rasgos
postclásicos básicos. Quizás la inexistencia de grandes centros, su carácter
marcadamente rural y su provincianismo, pusieron freno a la influencia mexicana que,
por otra parte, parece haberse dirigido de manera especial a las clases dirigentes de
aquel momento.
Sin duda, uno de los tipos más representativos es el Fortaleza Blanco sobre Rojo, con
formas características de cuencos, sencillos o trípodes con patas de efigie, y jarras
globulares. En los diseños pintados abundan las formas geométricas, como líneas,
volutas, espirales, y animales representados de manera sumamente estilizada (serpientes
y otros). Hay cerámicas monocromas, como Xinabahul Naranja-Rojo y Cinnamon (la
que Wauchope llamó Monocromo Rojo); esta última es común, como la Fortaleza, en
las típicas cremaciones. Una cerámica muy representativa de otros lugares de Los Altos
es la Chinautla Policroma, de la que curiosamente sólo se hallaron en Zaculeu tres
fragmentos y quizás un cuenco completo. Es interesante anotar la presencia de cuencos
y vasos en cerámica monocroma negra pulida y, en menor número, del tipo policromo
Dull Paint Style (pintura policroma mate).
Lítica
Tajumulco produjo una amplia gama de objetos de piedra de diversos materiales, desde
la habitual obsidiana en núcleos, cuchillas, proyectiles y raederas, a la calcedonia en
puntas de proyectil, además de metates trípodes y manos, morteros y machacadores,
pulidores, hachas, martillos, objetos de adorno como cuentas y pendientes de jade,
cristales de cuarzo y pequeñas figurillas de rasgos esquemáticos.
Escultura monumental
Lee Parsons denominó a la etapa comprendida entre los años 950 y 1550 DC Style
Division VI (Mexicano Tardío). Está marcada por la distribución de estilos y rasgos de
naturaleza tolteca y mexicana por toda Mesoamérica. Se define por un buen número de
esculturas de bulto redondo, toscas y de gran rigidez. Son corrientes los marcadores de
juego de pelota y los petroglifos, y se dio una revitalización de la escultura con pedestal
vertical y las tallas en bajorrelieve. Coincide en que los sitios con mayor número de
esculturas de estas características están en la zona occidental de Guatemala, como
Tajumulco, Quen Santo y Chaculá, entre otros.
Concha y hueso
Los objetos elaborados con estos materiales, tales como cuentas y pendientes en el
sector ornamental, o agujas y punzones en el utilitario, continúan apareciendo en el
Postclásico, pero su incidencia es escasa. Un posible escondite de la Fase San Marcos,
del Postclásico Temprano de Tajumulco, proporcionó una pequeña muestra de restos de
concha Oliva y 16 pequeñas cuentas inclasificables en cuanto a especie, todo ello
depositado en el interior de una jarra del tipo Plomizo Tohil. Otra mínima muestra se
halló en una jarra con efigie, del tipo Plomizo Tohil, de la Tumba 3. En Tajumulco no
se reportaron objetos elaborados en hueso. Tal ausencia parece obedecer a un problema
general de conservación en el sitio, ya que los restos óseos de las inhumaciones fueron
hallados en condiciones de total deterioro.
Metal
Sistema funerario
La mejor información con que se cuenta sobre el sistema funerario proviene de Zaculeu,
donde se produjo una cierta continuidad en determinados sistemas funerarios y al
mismo tiempo se introdujeron algunos aspectos nuevos.
Las inhumaciones hechas en Tajumulco no aportan una mayor información sobre esta
fase. Lo que en Zaculeu se define como criptas, en la monografía de Tajumulco se
califica genéricamente como tumbas. De las 21 inhumaciones determinadas, por lo
menos 15 presentan rasgos básicos como paredes y tapaderas de finas lajas planas de
piedra sin tallar, y el suelo preparado con arena o grava. Una buena parte de ellas
estaban agrupadas en el cuadrángulo de la Plaza Principal o en torno a él, y en la base
de las escaleras o en el interior del Montículo I. Salvo un caso, en todas hay ofrendas
funerarias de contenido variable y en ninguna faltan las vasijas del tipo plomizo, que
constituyen más del 50% del contenido total.
Aunque un tanto afuera del entorno geográfico, de que se trata, es oportuno aludir a la
excelente información de cementerios postclásicos y protohistóricos del valle del Río
Chixoy y de Mixco Viejo. El concepto de zona funeraria o centralizada, que se ha
manejado en relación con períodos preclásicos tardíos y protoclásicos del área de
Salcajá, tiene aquí una especial relevancia, ya que alguno de los cementerios hallados
contiene hasta 200 sepulturas. Estas parecen limitarse a personas de las clases bajas,
pues los nobles eran incinerados y enterrados a los pies de estructuras importantes. Por
lo general, y en coincidencia con los excavados en torno al Río Samalá, estos
enterramientos están en las laderas de las montañas, en cuyas cimas (Mixco Viejo o
Jilotepeque Viejo) o en el fondo de cuyos valles (Chixoy) se ubican tanto la zona
habitacional como el centro ceremonial. El caso del cementerio de La Campana, en
Mixco Viejo (Jilotepeque Viejo), es una excelente muestra. La zona es geológicamente
afín al valle del actual Quetzaltenango y tiene una gruesa capa de cenizas y talpetate.
Todas las sepulturas consisten de pequeños recintos cilíndricos, en cuyo interior se
colocaba el cuerpo en posición sedente.
En primer lugar, se puede señalar que no se han detectado en el área algunos de los
elementos que sirvieron a Ichon para identificar, en algunos sitios de las cuencas de San
Andrés Sajcabajá y del valle medio del Chixoy, la intrusión de un subcomplejo cultural
que se ha denominado 'Epiclásico'. Es cierto, sin embargo, que la parte más
septentrional y oeste del territorio estudiado, tanto en la Fase San Marcos, de
Tajumulco, como en la Fase Qankyak, de Zaculeu, denota la aparición de rasgos
tradicionalmente definidos como 'mexicanos', algunos de los cuales se incluyen en la
definición del mencionado subcomplejo. Se trata de los tipos cerámicos Plomizo Tohil,
Naranja Fino, cuencos trípodes con patas confeccionadas en molde, que representan
animales, enseres diversos. Pero no se ha encontrado, como una de sus principales
características, la violación de tumbas, en las cuales estos materiales habrían de sustituir
a los característicos del Clásico. Por otra parte, tampoco la región se adapta del todo a
los procesos de 'mexicanización' descritos por John Fox respecto de Los Altos
Septentrionales, ni existen evidencias de abandono de sitios del período anterior o
templos redondos. Se puede suponer que ambos centros mantienen patrones culturales
tradicionales, y que en el caso de Zaculeu se produjo un cambio paulatino hacia las
modas 'mexicanas', más fuerte que la tradición de Tajumulco, cambio que no culminó
sino hasta la siguiente fase, conocida como Xinabahul.
Mientras que la región más meridional era objeto de patrones y procesos totalmente
arraigados en la tradición del Clásico Tardío, ya se indicó la inexistencia de materiales
arqueológicos indicativos del Postclásico Temprano en la cuenca alta del Samalá,
situación muy similar a la reportada por Russell Stewart respecto de la meseta quiché,
hasta un punto en que la Fase Totonicapán se alarga desde el 700 hasta el 1250 DC. En
tal sentido, y en relación con esta porción de la zona estudiada, se puede aceptar que
Ichon tiene razón cuando señala que no existieron cambios culturales profundos hasta la
segunda mitad del siglo XII.
La generalización de cerámicas, tales como Fortaleza Blanco sobre Rojo, los palacios
fortificados o casas largas y otros rasgos arquitectónicos (como columnas redondas,
habitaciones circulares, balaustradas con tablero o altares taludados con escalinatas),
elementos de carácter ideológico como la cremación de los muertos, la utilización de
urnas para contener las cenizas y su colocación al pie de las estructuras más
importantes, evidencian el éxito de una nueva cultura 'mexicana', por lo menos en la
clase dirigente, sobre la sociedad local.
Quizá el rasgo más claro en tal sentido sea la superposición de los quichés en la región y
la centralización de algunas de sus actividades básicas; por ejemplo, el monopolio en la
fabricación de algunas de sus cerámicas y la difusión de éstas en amplios territorios del
Altiplano guatemalteco. Sin embargo, la distribución de ciertas cerámicas, como los
estilos de pintura policroma mate (Dull Paint Style), hacen presuponer la existencia de
fronteras étnicas, y acaso culturales, en el área occidental de las Tierras Altas, durante el
Período Protohistórico. El hecho de que los quichés, dirigidos por Quicab, entraran y se
instalaran en Zaculeu, en un período muy corto, y de que el pueblo mam conservara
gran parte de su territorio, frente al poderío quiché, hasta el momento de la Conquista,
así parece indicarlo.
La documentación escrita muestra que los quichés de Gumarcaaj usaron una estrategia
basada en el modelo solar, por medio de la cual conquistaron territorios al norte, sur,
este y oeste del Altiplano. Con la anexión de las fértiles llanuras volcánicas de los valles
de Totonicapán y Quetzaltenango consiguieron dominar el estratégico paso del Samalá
entre el Altiplano y la rica llanura costera, donde se localizaban las ambicionadas
plantaciones de cacao y algodón. Para mantener controlado el territorio y defenderlo de
los grupos mam, que redujeron su frontera oriental hasta poco más allá de la actual
ciudad de Quetzaltenango, los quichés construyeron defensas y fortificaron el
asentamiento de grandes centros. Este es el caso de Momostenango (Chwa Tz'ak),
Totonicapán (Chuwi Mik'iná), la propia Quetzaltenango, (Xelajuj, la Culahá de los
Mam), Zunil y otros.
Conclusiones
El área analizada resulta muy peculiar y es poco conocida. Los procesos culturales en
ella identificados muestran una evolución escasamente uniforme. Parece probable que
comenzara a poblarse a comienzos del Preclásico Tardío en el sur, y que poco más tarde
aceptó algunos de los cambios materiales (decoración y forma de algunas cerámicas) e
ideológicos (tumbas en cámara, excavadas en el talpetate, y cultos a determinados
animales que decoran las mencionadas cerámicas) introducidos desde el exterior
mediante el subcomplejo Protoclásico, en un período que parece haber sido bastante
dinámico. No hay evidencias claras de que se produjera cambio cultural alguno, con el
advenimiento del Clásico, en la mitad meridional del territorio comentado; al contrario,
la tónica general está definida por la continuidad cultural. Contrasta esta situación con el
vigor cultural demostrado en amplias regiones septentrionales del Altiplano de
Guatemala, como lo sugiere la fundación de Zaculeu.
A lo largo del Clásico Tardío, mientras Zaculeu languidecía y atravesaba una etapa de
atonía cultural, con escasas alteraciones en arquitectura y cerámica, y tumbas con
ajuares muy pobres, en el Alto Samalá se aprecian importantes transformaciones en su
registro cultural. Con los escasos datos disponibles, parece evidente la desaparición
definitiva de las tradiciones cimentadas en el Preclásico Tardío y su desplazamiento por
patrones más acordes con el Clásico. En este sentido, y en contraste con Zaculeu, que
vivió un lapso de aislamiento, Agua Tibia, y seguramente otros sitios del valle de
Totonicapán, pueden considerarse como la faceta más meridional de una esfera que
incluía la meseta quiché, Zacualpa, los llanos de San Andrés Sajcabajá y Canillá, y que
llegó hasta Baja Verapaz.
Lo mismo se puede sugerir en relación con el sitio Zaculeu, que parece haber sido más
abierto a las transformaciones producidas por esta toltequización del Altiplano. Después
de una breve etapa de atonía cultural, se manifestaron en él las modas 'mexicanizadas'
vigentes en la parte más septentrional de las Tierras Altas. Sin poder defender aún la
existencia de un breve Período Epiclásico, pero contando con elementos que han sido
utilizados para su definición, se puede sostener que tuvo un gran auge respecto de la
construcción e integró cerámicas y materiales (turquesa y metal), muy ajustados a los
gustos y tradiciones del Postclásico.
El Protohistórico acentuó estos procesos. Zaculeu se mantuvo como una capital regional
en relación con el territorio mam, que logró una gran independencia del Estado más
centralizado e imperialista de Los Altos, esto es, Quiché. No obstante, se debe
mencionar una breve conquista de esta capital por el gobernante Quicab, a mediados del
siglo XV, y su adscripción a las modas más características existentes en grandes
regiones de las Tierras Altas, por lo que se refiere a la 'mexicanización' cultural y a los
estilos generados por la superposición del Estado quiché. También se constituyó en una
importante frontera cultural y lingüística.
El Alto Salamá se integró, por lo menos desde finales del siglo XV, en la órbita quiché
de Gumarcaaj y se transformó en frontera política, lingüística y, en cierto modo,
cultural, entre los quichés y los mames. En esta situación se mantuvo hasta la llegada de
los españoles.
EDWIN M. SHOOK y MARION POPENOE DE HATCH
Es muy probable que las Tierras Altas Centrales proporcionaran un rico hábitat a los
cazadores y recolectores preagrícolas, quizás desde 9000 AC. Sin embargo, actualmente
la evidencia de la asociación del hombre con la fauna extinta del Pleistoceno Superior,
en Guatemala, es precaria y geográficamente dispersa. El Doctor Barnum Brown
descubrió en el Río de La Pasión, en el sur del Departamento de Petén, un fragmento de
hueso petrificado, aparentemente de un perezoso ahora extinto. El hueso muestra tres
cortes en forma de V, los cuales parecen haber sido hechos por una afilada herramienta
de piedra; en el supuesto de que dichos cortes hubieran sido provocados por los dientes
de un depredador salvaje, se hubiera obtenido la forma de una U. Por lo tanto, puede
inferirse que el hombre, mientras cortaba la carne del perezoso con una herramienta de
piedra, penetró sin intención el hueso fresco del animal y dejó tres marcas claramente
conservadas. El Doctor Brown también recuperó huesos de glyptodonte, de elephas y de
mastodonte en la zona de Tívoli, en la ciudad de Guatemala, pero sin relación con restos
humanos. Especímenes de la misma fauna se encontraron en Chinautla, al norte de la
ciudad de Guatemala. Aunque estos descubrimientos no estaban relacionados con
material cultural, sugieren la disponibilidad de una megafauna en la región, que pudo
haber sido aprovechada por los cazadores de la época.
La herramienta característica del Período Paleoindio (entre 9000 y 3000 AC, o acaso
más temprano) es una punta de proyectil, con un canal longitudinal, es decir, 'acanalada'
en la base. Los objetos de esta clase se conocen en Norteamérica como puntas Clovis y
Folsom. Otras similares incluyen la punta 'hoja de laurel', que se afila por ambos
extremos, como las puntas Lerma, encontradas, en relación con una cacería de mamut,
en Santa Isabel Iztapan, México. También se encontraron herramientas de estos tipos al
oeste y noroeste de la región que aquí se analiza, en un campamento del Paleoindio
situado en Los Tapiales, Quiché. Fechas de C14 del carbón asociado en Los Tapiales
indican que los cazadores vivieron en algún momento, hace unos 11,000 u 8,800 años
(9047AC a 6847 AC) o posiblemente un poco antes. Una punta de proyectil algo
semejante, aunque más pequeña, que probablemente corresponde al mismo período
general, fue descubierta por Carlos Nottebohm hijo, aproximadamente a 12 km al oeste
de la ciudad de Guatemala; fue recogida en una zanja a la orilla de un camino
exactamente al oeste de Mixco. Esta punta, hecha de obsidiana, tiene sobre una de sus
caras, un canal longitudinal que se extiende de la base hasta la sección media, lo cual es
característico de las puntas Folsom.
Puede presumirse que en Guatemala el hombre antiguo no sólo era cazador de una fauna
ahora extinta, sino que explotaba todas las especies de plantas silvestres disponibles,
con propósitos comestibles, para usos medicinales u otros. El registro arqueológico en
cualquier lugar del Nuevo Mundo indica que, conforme cierta fauna se volvió escasa o
se extinguió, se reparó cada vez más en la explotación de alimentos vegetales,
indudablemente complementados con carne de animales pequeños como pájaros,
reptiles y peces.
La adaptación a una recolección más intensiva de semillas y plantas, por otra parte,
gradualmente originó un ciclo retroactivo. La selección de ciertas plantas estimuló la
hibridación, la cual a su vez incrementó la productividad de las especies. Por lo tanto,
llegó a ser más beneficioso dedicar la energía y el tiempo a recolectar tales plantas
alimenticias, lo cual provocó una ulterior selección e hibridación. Este proceso hizo más
ventajoso permanecer períodos más largos en un determinado lugar, lo cual, a su vez,
fue posible por la productividad de los cultivos y el almacenamiento de las cosechas.
Los datos arqueológicos muestran un desarrollo gradual hacia un mayor sedentarismo,
con cambios de una agricultura incipiente a una agricultura de tiempo completo, y de
casas temporales y perecederas a una arquitectura permanente que incluía algunas
estructuras públicas. Las herramientas portátiles se complementaban con las no portáti-
les, tales como piedras de moler pesadas, instalaciones de almacenamiento, fogones y
hornos fijos. Este proceso también estuvo acompañado por la invención de la cerámica
para el procesamiento, traslado, entrega y almacenamiento de alimentos. Hacia 1500
AC estaba preparado el escenario para que surgieran las aldeas más tempranas, que se
pueden reconocer arqueológicamente en los actuales Departamentos de Guatemala,
Sacatepéquez y Chimaltenango.
El Período Preclásico
Hasta el presente no se han identificado sitios de la etapa de recolección intensiva de
alimentos y de agricultura incipiente en las Tierras Altas Centrales de Guatemala. Sin
embargo, se conoce un buen número de sitios que representan aldeas totalmente
agrícolas, situadas en un contexto temporal que se inicia en 1500 AC. El sitio que ha
sido estudiado más intensamente y que tiene un largo registro arqueológico, es
Kaminaljuyú, situado en el valle de Guatemala. Por ello, en el análisis que sigue, este
sitio sirve como punto de referencia y se agrega información de otras regiones de donde
hay información disponible.
Bases de identificación
Distribución geográfica
Cultura material
Como las herramientas de piedra de las Fases Arévalo y Las Charcas se presentan
juntas, en depósitos mezclados, no hay forma de distinguir unas de otras.
Base de subsistencia
De acuerdo con lo que se sabe de la fase siguiente, Las Charcas, puede suponerse que la
subsistencia durante la Fase Arévalo se basaba en la agricultura de maíz, probablemente
combinada con otros cultivos, como frijol, ayote y otras verduras y frutas.
Aunque se carece de datos pertinentes, parece muy probable que con el avanzado nivel
de tecnología cerámica, la población de la Fase Arévalo fue capaz de construir una
arquitectura doméstica y ceremonial de naturaleza permanente. La razón de que no se
hayan encontrado construcciones de la Fase Arévalo puede consistir en la destrucción
de éstas por grupos humanos posteriores. Un ejemplo pertinente puede observarse en el
Montículo C-III-10, en el cual el relleno consistía de escombros más tempranos, quizás
de plataformas y subestructuras de la Fase Arévalo, que se nivelaron para erigir la
estructura de la Fase Las Charcas. No se conocen objetos como figurillas, incensarios y
esculturas procedentes de esta fase.
Bases de identificación
En Kaminaljuyú, la Fase Las Charcas fue identificada por primera vez por Shook y
Alfred V. Kidder, en 1943, con base en la cerámica recuperada en varios pozos de
'basura' antiguos, situados en un terreno que en otro tiempo había formado parte de la
finca Las Charcas, a lo largo del borde sur de Kaminaljuyú. Estos pozos antiguos habían
sido excavados dentro de una colina natural baja, la cual fue nivelada en 1943 para
construir los cimientos del Hospital Roosevelt. Desde aquel entonces, la Fase Las
Charcas ha sido reconocida no sólo por muchos pozos más de 'basura', de Kaminaljuyú,
sino también por varios montículos, inclusive el C-III-6, C-III-9 y C-III-10.
Distribución geográfica
Cultura material
Gran parte de la información acerca de la Fase Las Charcas procede de 'basura' antigua
arrojada en pozos subterráneos. Estos fueron excavados a través de la capa superior de
barro estéril, hasta el nivel de ceniza volcánica y talpetate, aparentemente con una
herramienta para excavar, hecha de madera, con un extremo en forma de espátula, la
cual dejó marcas distintivas en las paredes de los pozos. Algunos de éstos fueron
cuidadosamente hechos, en forma cónica o de botella. Unos cuantos se encontraron
vacíos, con la abertura sellada con una laja de piedra; otros contenían entierros, pero en
su mayoría seguramente fueron excavados principalmente para obtener material para los
cimientos de las casas o con otros propósitos, y de manera secundaria se usaron como
depósito de 'basura'. Sin embargo, esto no explica la existencia de los pozos
cuidadosamente formados, con un orificio pequeño y redondo. Estos últimos pudieron
servir como letrinas, baños de vapor, para almacenamiento, o bien, como cámaras
rituales.
A partir de los mencionados, y de otros pozos de 'basura', así como también de las
excavaciones de las estructuras preclásicas, se ha resumido la información acerca de la
Fase Las Charcas que se presenta a continuación. Sin embargo, muchos de estos rasgos
probablemente eran característicos también de los primeros asentamientos agrícolas del
valle de Guatemala y se mantuvieron con pocos cambios a lo largo del Período
Preclásico.
Arquitectura
Entre la ''basura'' de los pozos antiguos se incluyen pedazos quemados de barro, con
impresiones de cañas, que proporcionan evidencia de la construcción de casas. Estas
tenían grandes postes principales, o de esquina, de madera, y las paredes fueron hechas
con cañas delgadas, cubiertas de barro. Los postes principales probablemente
soportaban un marco de palos más livianos, que sostenían un techo de paja. Una
destrucción accidental por fuego causó el endurecimiento de la cubierta de barro de la
pared, la cual retuvo las impresiones de las estacas. En aquella época, los templos eran
de construcción similar, aunque talvez más grandes que las moradas domésticas. Las
excavaciones indicaron que las casas y los templos eran rectangulares, con una
plataforma de barro que sostenía un poste en cada esquina. Probablemente, este tipo de
planta empezó con los primeros asentamientos agrícolas en el valle de Guatemala y
continuó a lo largo de todo el Período Preclásico.
Herramientas y artefactos de piedra
Uno de los rasgos más sobresalientes de Las Charcas y las fases siguientes del
Preclásico, en el valle de Guatemala, es la vasta cantidad de obsidiana utilizada. Se
excavaron cuatro pozos de ''basura'', que estaban casi totalmente llenos de lascas y
retazos descartados de obsidiana. Estos pozos, localizados en la periferia de
Kaminaljuyú, estaban relacionados con antiguos talleres, en los cuales los bloques
burdos de obsidiana eran reducidos a núcleos simétricos, puntiagudos, en forma de
cono. De éstos se obtenían las delgadas y filudas navajas. Los talleres sugieren que
talvez una familia extendida de artesanos diestros vivió en la vecindad inmediata a los
pozos, y que los desechos de obsidiana derivados del tallado de las navajas se tiraban
dentro de un profundo pozo, y el área propiamente de vivienda se dejaba limpia de
restos de vidrio con filo, que resultaban peligrosos no sólo para los niños descalzos sino
también para los adultos. La concentración de desechos de obsidiana en los cuatro pozos
antiguos mencionados también sugiere que, en la Fase Las Charcas, estaban bien
establecidas las industrias de artesanía especializada, tales como las ya citadas y la de
manufactura de metates y 'manos' de piedra, cerámica, tejido, etcétera.
Un pistadero, hecho de una piedra densa de color gris verdoso, se encontró en el relleno
del Montículo C-III-10. Representa el único ejemplar, razonablemente seguro, de
pistadero, pero en los pozos de 'basura' había cientos de guijarros que mostraban uso
considerable y pulimento sobre una o más de sus superficies, lo que indica que fueron
usados como moledores. Algunos también pudieron servir igualmente como pulidores
de vasijas o para alisar las superficies de las paredes y pisos cubiertos con barro.
Cerámica
La Fase Las Charcas está caracterizada por una cerámica excelente. Las principales
vajillas engobadas y pulidas de dicha Fase son Blanco, Rojo sobre Blanco, Café o Ante,
Rojo Pálido y Café Gris Veteado (Ilustraciones 114 y 115c). Algunas son cuencos con
borde curvo-convergente y base plana, vasijas con vertederas, vasijas en forma de
zapato, y grandes cántaros con borde reforzado. Por lo común, la decoración consiste de
pintura (a veces de tonos policromados, aplicados después de cocción, Ilustración 115e),
incisión, acanalamiento y modelado de efigies. Las vajillas burdas, sin engobe ni
pulimento, generalmente están hechas de una arcilla color ladrillo. Estas incluyen
cuencos de silueta simple, comales en forma de cuencos; molcajetes fuertemente
acanalados; incensarios de tres picos (Ilustración 115d) y tazas pequeñas colocadas
sobre tres soportes altos, delgados y vacíos (Ilustración 115f). Un análisis de los
incensarios se presenta adelante, en la sección 'Actividad artística y ceremonial'.
Los tiestos trabajados son fragmentos de vasijas, algunos tienen una fuerte curvatura, y
otros posiblemente eran parte de las bases planas de los cuencos. Los tiestos estaban
cortados en formas casi circulares, triangulares o rectangulares y, en algunos casos,
tenían las orillas limadas. En su mayor parte no tienen perforaciones, pero algunos
presentan un agujero central, y unos pocos poseen perforaciones sin concluir. El agujero
siempre es bicónico, colocado más o menos en el centro, pero a veces no está centrado.
No se sabe cuál era la función de estos tiestos, aunque pudieron usarse como piezas de
juego, contadores para registrar cuentas, juguetes para niños u objetos con otros
propósitos.
Los artefactos tejidos constituyen una prueba de cestería, aunque rara; se recuperaron
entre las cenizas y terrones de arcilla endurecidos por el fuego, en el Pozo 24 de la Fase
Las Charcas. Estos terrones no tienen forma consistente o propósito evidente, pero en
varios casos la arcilla fresca aparentemente fue apretada contra el fondo o las paredes de
las canastas y, merced al fuego accidental o voluntario, conservó la impresión de la
canasta tejida. Un ejemplo del Montículo C-III-10 de la Fase Las Charcas, muestra
cestería de urdimbre, una técnica que persiste en la actualidad.
Base de subsistencia
El sistema de milpa de maíz, junto con el cultivo estacional de frijol, verduras y frutas,
fue la forma predominante de agricultura, en el Período Preclásico, en las Tierras Altas
Centrales. Durante el Preclásico Tardío, en Kaminaljuyú se adoptó un sistema de
agricultura intensiva con irrigación, que se trata más adelante, en la sección dedicada a
los desarrollos de este período.
En los pozos de 'basura' de Las Charcas abundan restos de maíz, lo que indica que
indudablemente constituyó la base de la dieta, como hasta el presente. En dichos pozos
se recuperaron también semillas de aguacate, jocote y ayotes. Estos últimos
probablemente se usaban como alimento y como recipiente. Las semillas recuperadas en
las excavaciones de Kaminaljuyú-San Jorge incluyen maíz, frijol, palmas, anonas,
aguacates, zapote blanco, jocote y cacao. Por la dificultad de conservar restos vegetales,
a menos que se quemaran accidentalmente, los ejemplos enumerados sólo representan
un pequeño porcentaje de las plantas utilizadas como alimento. Los habitantes del área,
además, se proveían de carne mediante la caza de venados, mamíferos pequeños,
reptiles y pájaros y, según información proveniente de otra parte de Mesoamérica, la
carne de perro también pudo haber sido parte de la dieta. La falta de puntas de proyectil
durante el Preclásico sugiere que muchos de esos animales probablemente eran
entrampados, golpeados o heridos con cerbatana.
Las principales expresiones artísticas evidentes en la Fase Las Charcas son esculturas de
pedestal y piedras de efigie parecidas a hongos. Las esculturas de pedestal, de columnas
altas y delgadas, sostienen un pájaro, un animal o una figura humana; esta última, por lo
general, aparece parada, arrodillada o sentada. Una escultura de pedestal representa un
pequeño pizote que sostiene su dilatada barriga.
Las esculturas en forma de hongo, del Preclásico, tienen ordinariamente una figura
animal o humana esculpida en el tallo vertical. Un ejemplar de la Fase Las Charcas
representa un jaguar sentado sobre sus ancas, sostenido por una base rectangular. El
tallo del hongo emerge del lomo del jaguar. No se conoce con seguridad la función de
estas pequeñas esculturas, que se distribuyen ampliamente en el tiempo y en el espacio,
durante el período precolombino. En vista de que siempre se encuentran botadas en el
campo abierto, se cree que podían ser marcadores portátiles usados en los juegos de
pelota o en la delimitación de tierras.
Hasta el presente no se han descubierto tumbas formales relacionadas con la Fase Las
Charcas. Un entierro informal fue localizado en un profundo pozo cónico de 3 m de
diámetro en la base y estrechado al nivel del suelo hasta terminar en un orificio
pequeño. En el fondo se encontraba el entierro informal de una niña, colocada en
posición extendida, la cara hacia arriba, con los brazos y las piernas ligeramente
flexionados. No había otro artículo mortuorio adicional, ni señal alguna de que se
hubiera usado un petate, litera de madera, vestido o cualquier tipo de envoltorio. Es
posible que después de colocar el cuerpo, el pozo fuera llenado con una gran cantidad
de lo que probablemente era 'basura' doméstica, incluyendo restos de vasijas rotas,
artefactos de cerámica y piedra, cenizas, carbón y huesos humanos y de animales. El
patrón del relleno (con tiestos de la misma vasija, depositados en niveles diferentes) y la
enorme cantidad de restos, sugieren que la 'basura' provenía de más de una casa, talvez
de una porción grande de la comunidad.
Durante la Fase Las Charcas este tipo de incensario consistía de un cilindro alto, casi
vertical, hecho de una arcilla tosca, de color café-rojizo sin engobe. La pared puede
mostrar perforaciones triangulares en forma de ventana o decoraciones con púas
(Ilustración 115d). En la base se ensancha abruptamente, lo que conforma una base
abierta. El cilindro se cierra en la parte superior por una plataforma plana o levemente
abombada, la cual se extiende más allá de la orilla de la pared. Esta plataforma sostiene
tres picos verticales y huecos, espaciados de manera uniforme alrededor de la orilla. En
una gran mayoría, los picos son efigies de cabezas humanas o de animales, pero hay
casos en que son lisos. El centro de la plataforma siempre muestra algún elemento
adicional, como un animal echado con la boca hacia abajo, una protuberancia en forma
de peine, o un anillo o disco levantado en las orillas y con una depresión en el centro. A
menudo, la parte superior de la plataforma y los picos están ennegrecidos por humo.
Los picos, que aparecen siempre vacíos en este tipo de incensario, pueden ser lisos o
con efigie. En cualquier caso, hay una gran abertura en la base. Cuando se representan
cabezas humanas, estas aberturas están directamente debajo de la barbilla. La cara es
larga, los rasgos agudamente delineados y a veces muestran líneas paralelas, a manera
de incisiones profundas, que bajan de los ojos saltones hasta las mejillas.
Frecuentemente, la cara tiene una barba indicada por líneas grabadas.
Durante la Fase Las Charcas, los únicos animales relacionados con incensarios de tres
picos son los pizotes. Estos nunca son aplicados como picos, sino colocados sobre la
plataforma del incensario, y forman el elemento central.
En todos los depósitos excavados había fragmentos de tapaderas cóncavas, junto a los
incensarios. Están esgrafiadas en el lado inferior y llevan un asa de banda en el centro.
La superficie inferior está ennegrecida por el humo, lo que sugiere que la tapadera
descansaba sobre los picos del incensario, donde se quemaba el incienso. Las
superficies quemadas y ahumadas de los picos y las tapaderas indican que algún
material se quemaba ceremonialmente en la parte superior de los incensarios. Puesto
que el copal era muy común en la región maya durante la época anterior a la Conquista,
tal como fue en el período colonial y sigue siendo en la actualidad, se puede suponer
que también fue el material usado en la Fase Las Charcas.
Las figurillas manufacturadas durante Las Charcas eran sólidas, modeladas a mano, con
forma humana o de animales, o bien silbatos pequeños con efigie y sellos de barro,
cilíndricos o planos, con espiga o mango. Las figuras humanas, masculinas o femeninas,
generalmente se modelaban de manera naturalista, de un barro que podía ser café claro
hasta café-rojizo, sobre el cual se aplicaba un engobe pulido de color blanco, rojo o
beige. La cara era modelada cuidadosamente, y los ojos tenían un punzonado profundo
en el centro para formar la pupila. La boca a menudo aparece abierta, con labios
protuberantes y a veces se nota la fila de los dientes superiores. Algunas de las figurillas
masculinas tienen una barba rígida, parecida a una espada. Las orejas siempre llevan un
agujero en el lóbulo, probablemente para colocar una orejera. El pelo, o quizás un
tocado, se indica por medio de un arco elevado encima de la frente, pero no se
representan tocados elaborados.
En el contexto de la Fase Las Charcas son raras las figurillas no humanas, y las pocas
que se han recuperado representan monos o, en menor escala, animales no
identificables. Los monos suelen estar parados o sentados y característicamente
aparecen preñados, usualmente con las manos en la barriga. Otros animales están
parados en cuatro patas y quizás representan perros. Los pequeños silbatos con efigie
reproducen seres humanos, mamíferos (pizote y mono) o pájaros. Los silbatos con
efigie de pájaro son los más comunes, y en ellos el cuerpo forma la cámara de silbar y la
boquilla es la cola del animal. Los silbatos pueden tener una o dos cámaras, con uno y
hasta cuatro agujeros para la salida del aire.
Los sellos de barro son cilíndricos o con mango. Posiblemente se usaron para imprimir
diseños en textiles o en el cuerpo humano. No parecen haber funcionado para decorar
cerámica, ya que en Kaminaljuyú no se encuentra cerámica estampada del Preclásico.
Ambas formas están hechas de un barro de textura total o medianamente burda, de color
café claro a rojizo, con los diseños que supuestamente se grabaron profundamente
después de que el barro estuvo bastante seco. La forma con mango tiene una superficie
plana o tenuemente cóncava en la base. El mango o asa está colocado en el centro y se
eleva verticalmente de la superficie. Los diseños en la base consisten en espirales
sencillas o volutas; un ejemplo muestra un pie humano. Los sellos cilíndricos son
sólidos o vacíos. Los diseños oscilan entre líneas sencillas y patrones curvilíneos, en
algunos casos con toscas representaciones antropomorfas.
Bases de identificación
Distribución geográfica
En la actualidad, esta fase se conoce por los escondites descubiertos en las Estructuras
C-III-6 y C-III-10, así como por el relleno de otros montículos del mismo Kaminaljuyú.
Además, hay otros descubrimientos esparcidos en el valle de Guatemala, como el sitio
Piedra Parada, en la meseta Canchón.
Cultura material
Base de subsistencia
De acuerdo con la información que se conoce de las Fases Las Charcas y Providencia,
en Kaminaljuyú, se puede suponer que la agricultura, basada en el maíz y otros cultivos,
servía de base de subsistencia durante la Fase Majadas.
Actividad artística y ceremonial
La colocación del elaborado escondite, mencionado antes, en una estructura que existía
desde la Fase Las Charcas, induce a pensar que, en esa época, Kaminaljuyú era ya un
centro ceremonial importante, ocupado por una población jerarquizada. Seguramente
albergaba un número sustancial de habitantes. La vida diaria de la gente común
probablemente había cambiado poco desde la época de Las Charcas.
La Fase Sacatepéquez-Providencia del Preclásico
Medio Tardío
Bases de identificación
Distribución geográfica
Cultura material
La cultura material muestra poco cambio en relación con la fase anterior. Por ejemplo,
persistieron las casas hechas de caña y adobe con techo de paja, el uso de metates lisos
sin soportes, la producción de herramientas de obsidiana (navajas y lascas) y la
manufactura de cerámica. En los actuales Departamentos de Sacatepéquez y
Chimaltenango la información sobre la cultura material de la fase en cuestión proviene
de pozos de 'basura' y entierros. Dichos pozos tienen ordinariamente forma de botella y
están llenos de desechos, probablemente provenientes de las casas; se encuentran en
regiones en las que existen señales de población bastante densa en torno a las
estructuras públicas.
Base de subsistencia
Bases de identificación
Las Fases Verbena y Arenal se relacionan estrechamente y se distinguen por los tipos y
estilos cerámicos. Sin embargo, estas Fases del Preclásico Tardío contrastan
notablemente en Kaminaljuyú con el anterior Período Preclásico Medio. Durante este
último, Kaminaljuyú se relacionaba con los actuales Departamentos de Sacatepéquez y
Chimaltenango, pero en el Preclásico Tardío las relaciones se redujeron a un
intercambio con el actual Departamento de Escuintla y el oeste de El Salvador. Estos
nuevos nexos se reflejaron en la cerámica, la escultura y la arquitectura para la élite.
Distribución geográfica
Cultura material
Mientras que la cerámica utilitaria y algunas de las vajillas finas persisten desde la fase
anterior, otras ya no están en evidencia. De las vajillas finas, las siguientes dejan de ser
parte del inventario de Kaminaljuyú, a partir de la Fase Verbena: Xuc, Morfino, Naranja
Zinc y Utatlán. Se mantuvieron las vajillas con engobe naranja y decoración de la
técnica Usulután y aumentaron notoriamente. Se fabricaban vasijas de piedra (esquisto
de clorita) durante la Fase Verbena (Ilustración 120a-d), así como en la vajilla Café-
Negro se observa, por primera vez, la decoración por incisión fina y en muchas vajillas
empiezan a popularizarse los soportes de vasijas. Estos aparecieron primero en la Fase
Verbena, como tres o cuatro soportes sólidos de botón, que se hicieron más grandes y
vacíos, a veces con sonaja, durante la siguiente Fase Arenal.
Los constructores de la Estructura 3 utilizaron las dos anteriores como núcleo central.
Alrededor y sobre éste se agregó una masa envolvente de barro fangoso, que se modeló
en forma de una subestructura terraplenada con una amplia escalera en el sur.
Presentaba una subestructura rectangular de cuatro terrazas de alto, con una ancha
escalera central insertada en el lado sur. Las paredes verticales de la terraza se aplanaron
de manera uniforme con paleta mojada, mientras que las superficies horizontales, como
pisos, terrazas y gradas, se cubrieron con un repello de talpetate molido. Luego se aplicó
una delgada capa de barro, de color café chocolate, sobre toda la unidad; una práctica
que no se había presentado en las estructuras más tempranas, pero que llegó a ser común
en todas las unidades posteriores. En la cima de la plataforma terraceada había uno o
más templos, pequeños, de materiales perecederos.
La Estructura 4 fue un agregado importante del Montículo E-III-3, que enterraba por
completo todas las construcciones anteriores, con la posible excepción de las terrazas
inferiores y del graderío central. El relleno consistió de lodo, con muchos núcleos de
talpetate, todo apisonado dentro de la matriz. Se le niveló toscamente y después se le
puso una capa de talpetate molido, antes de añadirse la capa delgada final de argamasa
de barro. En el piso superior de esta estructura se encontraron varias depresiones
rectangulares, cada una severamente quemada, hasta obtener un color ladrillo en el
interior. Los pozos se encontraron parcialmente llenos de ceniza, carbón y unos pocos
tiestos muy quemados, lo que indica que servían para fuegos ceremoniales.
La Estructura 6 parece haber sido erigida poco después del entierro en la Tumba 1, en
honor del difunto o de su sucesor. Encerraba por completo a la Estructura 5. Una gran
masa de barro fangoso fue aplicada alrededor y sobre la estructura más antigua, que
terminaba con una capa de talpetate de 5-10 cm, cubierta de adobe. Después de utilizar
esta estructura por algún tiempo, el fallecimiento de otro personaje importante exigió
seguramente la construcción de la Tumba II, con la misma elaboración que la Tumba I.
Base de subsistencia
El sistema de milpa de maíz junto con el cultivo de frijol, verduras y frutas, según la
lluvia estacional, seguramente fue la forma de agricultura predominante durante todo el
lapso del Preclásico en las Tierras Altas Centrales. Sin embargo, ahora se sabe que la
agricultura intensiva, por medio de la ingeniería hidráulica, también se practicó en
Kaminaljuyú, y probablemente también en otros sitios, por lo menos desde los
comienzos del Preclásico Tardío.
Las esculturas conocidas de Kaminaljuyú, en una gran mayoría, fueron talladas durante
el Período Preclásico Tardío. En un estudio hecho por Lee A. Parsons se estimó que, de
las 125 esculturas de piedra del sitio, 96 corresponden a las Fases Verbena y Arenal. De
éstas, Parsons clasificó 33 como monumentos, que incluyen las esculturas de
'barrigones', 22 estelas, 14 altares, y 12 relieves en silueta. En dicho estudio, seis
esculturas de pedestal, tres drenajes de piedra tallada, tres figuras esculpidas y dos
estelas, fueron identificadas como 'transicionales', o sea, pertenecientes al Preclásico
Medio y Tardío.
Las esculturas en silueta y las pequeñas bancas con figuras representan estilos
escultóricos que se iniciaron durante el Preclásico Tardío en las Tierras Altas Centrales.
Las esculturas en silueta han sido documentadas con seguridad en el sitio de
Kaminaljuyú y en los alrededores inmediatos. Las pequeñas figuras, algunas de las
cuales mostraban rasgos olmecoides, se encuentran exclusivamente en un área
restringida a la meseta centrada alrededor de Tecpán, Patzún y Patzicía. No obstante, en
Kaminaljuyú se han recuperado fragmentos de tales esculturas, por medio de
excavaciones controladas en las estructuras. Otros estilos escultóricos, presentes en este
sitio durante el Preclásico Tardío, incluyen monumentos del estilo 'barrigón' y
monumentos tallados en estilo maya temprano, con jeroglíficos.
Entierros
Supuestamente, una vez que la tumba se llenó con objetos considerados necesarios para
después de la muerte, la cámara se techó con vigas de madera, colocadas una contra la
otra, y las hendeduras se llenaron con cañas y todo fue cubierto con petates de tul.
Después de techar la cámara de la tumba se colocaron ofrendas mortuorias adicionales
sobre el techo y las bancas, inclusive el cuerpo de un adulto que pudo haber sido
sacrificado para atender a su señor durante la larga jornada en el más allá. Para
completar la ceremonia del entierro y la colocación de ofrendas, el espacio grande
encima del techo de la tumba y las bancas, se llenó sólidamente con tierra apisonada
hasta el nivel del piso más alto. El área de la tierra apisonada se cubrió después con un
piso de barro. La estructura continuó en uso hasta que el techo de la tumba colapsó e
hizo que el piso superior se hundiera. La depresión resultante demandó un segundo piso
y un asentamiento ulterior exigió todavía un tercero. Areas quemadas en estos pisos
indican que las actividades ceremoniales, continuaron sobre la Tumba I, por algún
tiempo después del entierro.
Las actividades sociopolíticas durante las Fases Verbena y Arenal continuaron el patrón
establecido en las fases previas de Kaminaljuyú. Los cambios fueron graduales y
cuantitativos más que cualitativos. Sin embargo, la cerámica demuestra que ocurrió un
cambio radical en las relaciones comerciales al comienzo del Preclásico Tardío. En
contraste con el Preclásico Medio, en el que los complejos cerámicos de todas las
Tierras Altas Centrales eran semejantes, a partir de la Fase Verbena los territorios de los
actuales Departamentos de Sacatepéquez y Chimaltenango se aislaron de Kaminaljuyú y
de otros centros del valle de Guatemala. El complejo cerámico de Kaminaljuyú indica
que sus lazos comerciales cambiaron hacia la zona costera del sur, particularmente a
Monte Alto y a otros sitios del Departamento de Escuintla, así como hacia Chalchuapa y
Santa Leticia, en el oeste de El Salvador. Los tipos y estilos cerámicos en estas tres
áreas culturales son tan parecidos que Arthur Demarest y Robert Sharer proponen que
se les considere como una sola región relacionada, a la cual denominaron Esfera
Cerámica Miraflores.
Bases de identificación
Distribución geográfica
Cultura material
Base de subsistencia
Al final de la Fase Santa Clara parece haber caído en desuso el gran canal de irrigación,
seguramente por el descenso del volumen de agua en el Lago Miraflores. Todavía no
está claro si el lago se estaba sedimentando, si fue afectado por un descenso en el nivel
de agua del subsuelo, o si se estaban secando los nacimientos que lo alimentaban. El
fenómeno de escasez de agua fue indudablemente una de las causas del descenso de
población que se observa en esta fase.
En muchas regiones, el fin del Período Clásico Temprano fue seguido de una aparente
reorganización de las relaciones políticas y comerciales. Los problemas de las Tierras
Bajas mayas se reflejaron en una interrupción en la actividad constructiva y en la
práctica de erigir estelas. Sin embargo, durante el Período Clásico Tardío se manifestó
un nuevo vigor tanto en las Tierras Altas como en las Tierras Bajas. El número de sitios
se incrementó en todas las regiones, los existentes se hicieron más grandes e incluyeron
estructuras más elaboradas, y las innovaciones se manifestaron en arquitectura,
cerámica y escultura.
En el esquema anterior, por lo tanto, el Clásico Medio se organiza para combinar en una
sola unidad la última mitad del Clásico Temprano y la primera mitad del Clásico
Tardío, un nuevo arreglo cronológico con el que no están de acuerdo los autores del
presente ensayo. Desde nuestra perspectiva, que se propone e ilustra en este trabajo,
consideramos que el Clásico Temprano y el Tardío difieren uno del otro en formas
básicas, y por ello creemos que el hecho de agrupar partes de ambos períodos en un
Clásico Medio oscurece ese importante fenómeno. El razonamiento que aquí se formula
quedará más claro en el siguiente análisis de los Períodos Clásico Temprano y Tardío en
las Tierras Altas Centrales. De nuevo, al igual que con el Período Preclásico, la
información que se maneja en este ensayo proviene principalmente de las excavaciones
de Kaminaljuyú, pero donde sea posible se incluyen datos de toda el área. El lector
puede consultar el Cuadro 18, que se refiere a las divisiones cronológicas de
Kaminaljuyú.
Bases de identificación
Distribución geográfica
La Fase Aurora está fuertemente representada en los sitios del área general,
precisamente al norte del pueblo de Chimaltenango y en el Departamento de
Sacatepéquez, cerca de las ruinas de Zacat y de la ciudad de la Antigua. Esta cerámica
también tiene una amplia distribución en los lados sur y oeste del valle de Guatemala, y
se encuentran en los sitios Solano, Cerrito, Falda, Eucalipto, San Antonio Frutal y
Mejicanos, en la orilla sur del Lago de Amatitlán. Más hacia el norte, la fase está
presente en Kaminaljuyú, La Reforma, Zanja, Lo de Bran y Chinautla. Sin embargo,
parece que no hay sitios de la Fase Aurora hacia el este del valle de Guatemala.
Estudios comparativos indican que la cerámica nueva que aparece con la Fase Aurora
está estrechamente relacionada con la de la zona al norte y noroeste de las Tierras Altas
Centrales, es decir, la zona que actualmente comprende los Departamentos de
Quetzaltenango y Quiché. Esto sugiere que, a principios del Período Clásico, una
población se trasladó de esta zona general noroeste y empezó a extenderse por todas las
Tierras Altas Centrales. Todavía no se sabe cuál fue el destino de la población
preclásica que ocupó el valle de Guatemala durante un tiempo tan largo, pero
posiblemente los habitantes fueron forzados a dirigirse hacia el sudeste y, a su vez,
empujaron, todavía más hacia el sur, a los habitantes de aquellas zonas o fueron
aceptados por los grupos del sur que tenían una cultura semejante. Para distinguirlo del
Preclásico, al complejo nuevo, de las Tierras Altas Centrales, correspondiente al
Período Clásico, se le ha asignando el nombre de Tradición Cerámica Solano, porque
éste es el sitio donde primero fue identificado. Se hace referencia al complejo Preclásico
de Kaminaljuyú, como la Tradición Cerámica Las Vacas, porque es el nombre del valle
de Guatemala y de su río principal.
Cultura material
Las Estructuras D-III-13 Y D-III-1, ambas fechadas para la Fase Aurora, muestran un
cambio en estilo arquitectónico. Cada una fue construida como una plataforma
terraceada, con ornamentación modelada en barro. La Estructura D-III-13 tiene una
escalera dividida por un altar o bloque central. Estos detalles no son conocidos en
estructuras anteriores en Kaminaljuyú. Las plataformas sostenían un templo que tenía
paredes de caña y techo de paja.
Todos los tipos cerámicos contrastan con los anteriores del Preclásico, en cuanto a
estilo, forma, acabado y decoración. Una característica importante de la Fase Aurora es
la vajilla Esperanza Flesh, bien conocida en la zona de Chimaltenango. Esta vajilla
siguió en la Fase Esperanza, y finalmente evolucionó en la vajilla Amatle, durante el
Período Clásico Tardío. Otras vajillas utilitarias comunes de la Fase Aurora se
caracterizan por una arcilla rojiza con engobe naranja pulido o naranja micáceo, como el
de las vajillas Llanto y Prisma. Ninguna de estas vajillas se deriva de la cerámica
presente en Kaminaljuyú durante el Período Preclásico.
Además de los nuevos tipos cerámicos que entraron con la Fase Aurora, ciertos tipos
cerámicos reflejan estilos 'horizonte', comunes en Mesoamérica durante el Período
Clásico Temprano. Estos incluyen cuencos con pestaña basal, algunos con soporte
anular o base pedestal, y otros con tres soportes jorobados. Entre otras formas de
cerámica están los platos con cuatro soportes largos y cilíndricos, vasijas con vertedera
provista de puente, picheles trípodes y vasijas de pedestal. Son comunes los cántaros
con efigie, caracterizados por una cara burdamente modelada en el cuello. La cal
reemplazó al barro en la decoración de estuco en las vasijas. Un cambio notorio en el
inventario cerámico es que las figurillas de barro, tan típicas del Preclásico de
Kaminaljuyú, están ausentes en la Fase Aurora.
Base de subsistencia
Las gradas de la Estructura D-III-1 fueron repelladas con barro y tenían discos de
obsidiana incrustados. La fachada estaba decorada con figuras humanas modeladas en
barro, en altorrelieve, al lado de un mascarón de un monstruo.
Hasta este momento no se conocen tumbas que pertenezcan a la Fase Aurora, pero se
encontraron varios entierros informales en las excavaciones de Kaminaljuyú-San Jorge.
En éstos siempre apareció el esqueleto en una posición extendida, acompañado por unas
pocas vasijas cerámicas sencillas.
La naturaleza intrusa del complejo cerámico Aurora implica que una población bajo una
autoridad política bien organizada entró en el valle de Guatemala y tomó el control de
Kaminaljuyú. No se conoce el centro político y administrativo responsable de este
movimiento expansionista. Sin embargo, no hay indicios de un ataque repentino de una
fuerza militar grande, que provocara destrucción y entierros masivos. En cambio, el
modelo encaja con una invasión gradual en el área, probablemente con escaramuzas a lo
largo de las fronteras, las cuales bloquearon las rutas de acceso e interrumpieron las
relaciones comerciales. Antes de la Fase Aurora, la falta de comunicación entre
Kaminaljuyú y los actuales territorios de los Departamentos de Sacatepéquez y
Chimaltenango, sugiere relaciones hostiles con una zona escasamente ocupada, que
formaba una frontera cultural entre ambas áreas. Con el tiempo, la competencia y el
conflicto pudieron haberse intensificado, hasta el punto de hacer imposible que la
población de Kaminaljuyú permaneciera en la región. Problemas internos también
pudieron hacer de Kaminaljuyú el centro más vulnerable al ataque, al final del Período
Preclásico.
Parece claro, por lo tanto, que el grupo intrusivo asociado con la Fase Aurora tuvo una
organización sociopolítica que, aunque dirigida por un fuerte liderazgo, no tenía el nivel
de un Estado fuertemente centralizado en el verdadero sentido de la palabra, con
grandes ejércitos y una administración burocrática. El modelo característico en el sur de
Mesoamérica, según lo indica la evidencia arqueológica, es que las batallas se decidían
por la captura del jefe, y con la rendición de éste toda la población que estaba bajo su
control quedaba sometida. Este pudo haber sido el caso de Kaminaljuyú, donde, al
perder la batalla, la población prefirió huir a otra región antes que aceptar la
subyugación por un nuevo grupo político. Ulteriores investigaciones arqueológicas
podrán revelar la suerte de la población preclásica de Kaminaljuyú.
La Fase Esperanza del Clásico Temprano
Bases de identificación
La Fase Esperanza se reconoció, por primera vez, como resultado de las excavaciones
hechas en los montículos A y B, de Kaminaljuyú, de1936 a 1937, por la Institución
Carnegie, de Washington. Esos dos montículos, localizados en el borde sureste del sitio,
en la llamada Finca Esperanza, contenían varias tumbas. La cerámica asociada con
éstas, los 'escondites' y el relleno del montículo, proporcionaron la base para la
identificación de la Fase Esperanza. La presencia de vasijas de la Fase Teotihuacan III
en las tumbas y los estilos arquitectónicos de los edificios permitieron que la fase fuera
fechada en relación con la segunda mitad del Período Clásico Temprano.
Distribución geográfica
En las Tierras Altas Centrales, la cerámica indica que, durante la Fase Esperanza, del
Clásico Temprano, siguió la ocupación de los sitios de la Fase Aurora anterior. La
cerámica de la Fase Esperanza está ampliamente distribuida en los Departamentos de
Chimaltenango, Sacatepéquez y Guatemala. Una vez más, la ocupación en el valle se
concentraba en el lado oeste, mientras que el este estaba poco habitado.
Arquitectónicamente, la Fase Esperanza, de Kaminaljuyú, está representada por los
montículos A y B y por las estructuras del Complejo C-II-IV. En otra parte del valle, el
sitio Solano es el que más refleja el estilo de la arquitectura de tipo Teotihuacan.
Cultura material
El Montículo A empezó como un bloque de mampostería con la cima plana, que medía
aproximadamente 1.85 x 1.45 m y 0.5 m. de altura desde la superficie del suelo. Fue
construido con pedazos aplanados de piedra caliza erosionada, colocados en una mezcla
de barro. El exterior estaba cubierto por una mezcla de barro, tierra, carbón y talpetate.
Posiblemente en su momento funcionó como un altar. Posteriormente se construyó otra
estructura semejante (A-2) sobre la primera, y después se agregó una tercera, la A-3.
Cada uno de los dos agregados posteriores estaba asociado con una tumba. El cuarto
agregado, la Estructura A-4, marcó la apertura de una nueva fase de construcción. Su
forma era de una pirámide truncada, hecha de barro, que en la base medía
aproximadamente 5.6 x 7 m, y 3 m de altura. Tenía lados empinados que ascendían
hasta llegar a una cornisa muy pronunciada. En el lado este estaba centrada una escalera
con balaustradas, y en la plataforma de la cumbre de la pirámide había un templo
pequeño de una cámara. La Estructura A-5 era una réplica agrandada de la Estructura
A-4, que alcanzaba 6.7 x 8.5 m en la base y más de 4 m de altura. En la base se le
añadió un estrecho escalón, por lo menos en dos lados de la plataforma. Las cornisas y
las plataformas superiores de las Estructuras A-4 y A-5 fueron decoradas con pinturas
de varios colores, y los lados exteriores de la escalera en la A-6 estaban pintados de
rojo.
Las herramientas más comunes, recuperadas en los desechos de la Fase Esperanza, son
navajas de obsidiana talladas y puntas hechas de lascas. La abundancia de herramientas
y núcleos de obsidiana, en Kaminaljuyú, sugiere que probablemente el sitio fue un
centro de manufactura y exportación de estos productos. La materia prima para estas
herramientas provenía, primariamente, de El Chayal y San Martín Jilotepeque. Sin
embargo, en esa época se presenta, por primera vez en Kaminaljuyú, la obsidiana verde
de México, aunque en poca cantidad. Indudablemente, ésta se importaba como producto
terminado.
Los metates y 'manos' se confeccionaban de una roca ígnea oscura, de textura fina, y de
lava vesicular. Los metates no tenían soportes o trípodes y en estos últimos las patas
variaban desde conos truncados hasta protuberancias cortas y redondeadas. Los lados,
fondos y soportes, estaban parejamente acabados, en un proceso en el que se picaba
finamente la piedra. Por lo general, las 'manos' son largas o más anchas que el metate.
Los morteros y machacadores son mucho menos comunes que los metates. El mortero
es circular, con un diámetro menor y más profundo que los metates. El machacador es
una piedra alargada, con la punta gastada por el uso.
Los tipos cerámicos siguieron desarrollándose desde los que estuvieron presentes en la
Fase Aurora, incluyendo Esperanza Flesh (Ilustración 121a, b, d-k) y vajillas de color
café rojizo, con o sin engobe (Ilustración 121c). Los vasos cilíndricos de estilo
teotihuacano, con tres soportes vacíos de almeda (Ilustración 121d, f), son nuevos en el
complejo. Algunos de éstos tenían tapaderas y estaban estucados y pintados. En algunos
casos, los diseños están pintados en estilo teotihuacano, mientras que en otros, en
mayoide. La forma 'pichel' está relacionada con éstos y probablemente derivada de los
estilos teotihuacanos.
El hueso utilizado para las herramientas, asociadas a las tumbas de la Fase Esperanza,
proviene en su mayor parte de mamíferos no identificados. Entre los huesos
identificables hay una mandíbula de puma, usada como lezna, y uno humano, trabajado
para formar herramientas filudas. Los objetos de hueso recuperados fueron, en su mayor
parte, herramientas en forma de leznas, como las usadas para confeccionar canastas y
petates. Varias tumbas contenían el esqueleto de un perro, cuyos dientes estaban
perforados y fueron usados como collares u otros ornamentos. En las tumbas de la Fase
Esperanza se presentaron mandíbulas de jaguar, caparazones de tortuga y espinas de
raya. Estos artículos indican amplias relaciones de comercio, tanto con ambas costas
como con las Tierras Bajas.
Todos los objetos de madera en las Estructuras A y B estaban totalmente destruidos. Sin
embargo, había prueba fragmentaria de vigas de madera, un cuenco y una taza del
mismo material, y una máscara que estaba cubierta con estuco y pintura. También se
recuperó lo que pudo haber sido un recipiente de calabaza, aunque estaba
completamente desintegrado. La película de estuco blanco que cubría su exterior estaba
casi perfectamente conservada. El estuco fue bellamente pintado y muestra, por lo
menos, una figura humana, vestida esmeradamente, con un arreglo de plumas al estilo
teotihuacano. Había contenido cerca de 25 cc de mercurio líquido.
Base de subsistencia
Ninguna escultura puede ser fechada con seguridad en la Fase Esperanza. No obstante,
la presencia en el Montículo B de un altar rectangular preclásico, y la cabeza de una
escultura con estilo 'barrigón' en la plataforma B-4b del Montículo B, revela que,
durante la época, algunos monumentos anteriores se volvieron a usar en edificios
públicos.
La mayor parte de las cuentas, asociadas con la Fase Esperanza, fue confeccionada de
jade, pero también se utilizaron materiales como la concha, la piedra caliza, la piedra
verde y el barro. Las cuentas de jade variaban de pequeñas a grandes, y tenían formas
semiesféricas, esféricas, planas o tubulares, algunas de éstas con borde ensanchado. En
su mayor parte eran lisas, a menudo con fuerte pulimento, pero algunas estaban
labradas. Los pendientes son menos numerosos y varían en forma, pero usualmente
estaban labrados para representar un animal, un pájaro o una cabeza humana.
La concha formaba parte del ajuar funerario en cada tumba de la Fase Esperanza en
Kaminaljuyú. Las conchas provenían, en su mayor parte, de los océanos Atlántico y
Pacífico, pero también había tipos de agua dulce. Las univalvas o bivalvas grandes eran
alisadas y desbastadas para servir como recipientes o cucharas, o se les perforaban
agujeros para colgarlas o agregarlas como adornos. Se confeccionaban trompetas de la
caparazón de caracol. Otras univalvas se utilizaban para chinchines y cuentas. Estas
eran semiesféricas, discoidales o tubulares. Se les daba otros usos, como incrustaciones,
discos pintados, orejeras y ornamentos misceláneos.
A juzgar por las vestimentas de sacerdotes y gobernantes, que aparecen en las vasijas de
la Fase Esperanza, las ceremonias eran refinadas y llenas de colorido. Ello indica que la
pompa desempeñó un gran papel en todos los ritos solemnes. A juzgar por los
contenidos en las tumbas de la élite, los ritos mortuorios para estos individuos fueron
también sucesos intrincados y ceremoniosos.
Al igual que con la anterior Fase Aurora, del Clásico Temprano, los sitios que
corresponden a la Fase Esperanza son más abundantes en los Departamentos de
Chimaltenango y Sacatepéquez, que los correspondientes al Preclásico Tardío. Sin
embargo, de acuerdo con la evidencia cerámica y con el volumen constructivo en
Kaminaljuyú, la densidad de población en el valle de Guatemala siguió siendo inferior a
la de la Fase Arenal, del Preclásico Tardío. Por otro lado, las tumbas selectas en los
Montículos A y B indican una marcada estratificación de la sociedad. De manera
semejante al Período Preclásico, el patrón de asentamiento de los sitios del Clásico
Temprano muestra que el grupo gobernante probablemente residió en la región del
centro administrativo, mientras que los plebeyos vivían en caseríos simples dispersos en
toda la zona rural o en aldeas pequeñas.
Las ofrendas en las tumbas muestran que la élite tenía relaciones comerciales por toda
una vasta zona. Las vasijas policromas eran transportadas de las Tierras Bajas mayas del
sur; los vasos cilíndricos trípodes y la obsidiana verde venían de Teotihuacan, en el
Valle de México. Las importaciones de México también incluían cerámica de Oaxaca y
espejos en estilo Tajín, de Veracruz. La Costa del Pacífico proporcionaba conchas,
cacao, algodón e indudablemente pescado seco, camarón e iguanas. Las conchas
también eran importadas de la costa del Atlántico.
Los datos arqueológicos sobre talleres de jade y obsidiana, en Kaminaljuyú, indican que
aparentemente éste era un centro para la manufactura de artefactos de obsidiana y
ornamentos de jade, y que este último material provenía del valle del Río Motagua. Sin
duda, estos bienes eran producidos tanto para la exportación como para el consumo
local. Claramente, el sistema social jerárquico, la especialización en la producción y la
exportación e importación de bienes exóticos a través de una amplia red comercial,
implicaban una organización sociopolítica compleja y centralizada.
Bases de identificación
En las Tierras Altas Centrales, durante el Período Clásico Tardío, se nota un marcado
incremento de población. Los sitios se hicieron más grandes y numerosos, y estaban
más densamente distribuidos a través de la mayor parte de las regiones de Guatemala.
El período también se caracterizó por cambios notables en arquitectura, cerámica,
escultura, patrón de asentamiento y prácticas funerarias. En cuanto a la arquitectura,
aparece por primera vez la cancha de juego de pelota, y las figurillas hechas con molde,
los malacates y la forma de vaso cilíndrico alto, son elementos nuevos en el inventario
cerámico.
Cultura material
Los sitios del Clásico Tardío siguieron localizándose, como en épocas anteriores, en los
valles o en las laderas de las colinas que enmarcan los valles. El patrón típico de las
estructuras del Clásico Tardío es un arreglo bien definido, de tres o cuatro montículos o
plataformas de tierra alrededor de un patio o plaza central. Un nuevo agregado
arquitectónico es la cancha del juego de pelota. Los sitios más pequeños tienden a tener
tres estructuras alrededor de un patio, con una cancha de juego de pelota rectangular en
el cuarto lado. Los sitios más grandes constan de grupos pequeños y compactos de
estructuras piramidales que rodean apretadamente las plazas, y pueden estar presentes
varias canchas de juego de pelota. Por lo menos 11 de ellas han sido identificadas en el
gran sitio de Kaminaljuyú.
Por toda la región maya, a excepción de las Tierras Altas Centrales y de las zonas
inmediatamente adyacentes, durante el Clásico Tardío las canchas de juego de pelota
normalmente eran del tipo de extremos abiertos. Por lo general, consistían en dos
plataformas paralelas de igual longitud, y los extremos de la cancha no estaban
definidos por paredes de mampostería. El tipo de cancha de pelota característico de las
Tierras Altas Centrales ha sido denominado 'palangana'. Este es un cercado rectangular,
ordinariamente con las cuatro paredes de la misma altura y sin aperturas en los lados. El
acceso a la cancha era por una o más escaleras. Algunas de las canchas, particularmente
en Kaminaljuyú, son notables porque tenían un marcador incrustado horizontalmente en
cada lado de la cancha (Ilustración 122a-c). Estas esculturas fueron colocadas en lados
opuestos, al centro de las paredes largas. Los marcadores estaban labrados en forma de
cabezas de serpiente, de jaguar, de pájaro o de hombre. Frecuentemente, la serpiente,
jaguar o pájaro llevan una cara humana entre sus fauces. En las Tierras Altas Centrales
hay 47 canchas del tipo palangana, dos tercios del total encontrado en el valle de
Guatemala.
Base de subsistencia
Las esculturas del Clásico Tardío de las Tierras Altas Centrales consisten
principalmente de marcadores de juego de pelota, del tipo con espiga, ya descritos, y
grandes cabezas con espigas horizontales colocadas en la parte posterior, las cuales se
encontraban quizás en la base de las balaustradas de los graderíos. En esta zona se han
recuperado unos cuantos yugos y hachas (Ilustración 122k). En los Departamentos de
Sacatepéquez y Chimaltenango se han descubierto varias esculturas. La mayor parte
refleja el estilo Cotzumalguapa, de la Costa. Las piedras en forma de hongo con base de
trípode siguieron en uso y son un poco más achatadas, con la parte superior más
aplanada que la del período anterior.
Otro tipo, particularmente popular en los alrededores del Lago de Amatitlán, era una
vasija grande, poco profunda, de base plana, con pared vertical o divergente hacia un
borde evertido. Esta vasija está decorada en el exterior con filas de picos.
La plaza situada más al occidente tiene cinco estructuras: dos plataformas rectangulares
de tamaño intermedio, una estructura larga, y un templo ovalado de una altura poco
común, que juntos forman una plaza de forma irregular alrededor de un altar en el
centro... La plaza al extremo este de la cima del cerro es rectilínea y está orientada del
este al oeste. Sus lados en estas dos direcciones tiene cada uno un templo. Una
estructura rectangular forma el lado sur y en el lado norte hay una cancha de juego de
pelota rectangular, hundida, orientada del este al oeste.
Chuabaj es un sitio localizado en la cima de una montaña, a 1.5 km al sur del Motagua.
La arquitectura de este enorme sitio ha sido destruida, con excepción de una estructura
larga, muy dañada, y un templo, que Fox sugirió que pueden ser restos de una
plataforma de plaza 'mexicana'.
Organización sociopolítica
De los datos conocidos muy poco puede deducirse, en relación con la organización
sociopolítica en la región, en este período. En el valle de Guatemala se habían
desintegrado las sociedades Estado que existieron hasta algún momento del Clásico
Terminal, ya que se abandonaron en buena parte las capitales, y la población se
dispersó. Esto probablemente dejó a los grupos de parentesco como la más alta forma de
organización sociopolítica, aunque la unidad política centrada en Chinautla, que llegó a
ser el poblado más grande del valle, durante el Postclásico Tardío, pudo haber sido más
compleja. Fox sugirió que los sitios arqueológicos, anteriormente mencionados, de la
cuenca del Río Motagua muestran en su arquitectura influencia 'mexicana'. Esta
consistía de grandes grupos de plazas, de estilo 'intruso', adyacentes a conjuntos
arquitectónicos que probablemente existían antes y que se caracterizan por el estilo
propio del Altiplano, como en La Merced o Saquitacaj-Chibalo o, más tarde, como una
plataforma de plaza, en Chuabaj y otros sitios. Si éste fuera el caso, los portadores de
una variante de la cultura central mexicana se desplazaron, durante el período de
transición del Clásico Terminal al Postclásico Temprano, al Altiplano de Guatemala, y
parte de la disminución de la población, documentada, por lo menos para el valle de
Guatemala y la meseta Canchón, pudo obedecer a los desplazamientos causados por las
rivalidades militares. Sin embargo, la evidencia de tales movimientos en esta región,
según la presenta Fox, no puede tomarse más que como una hipótesis, ya que no existen
pruebas de intrusiones extranjeras en el valle de Guatemala y en la meseta Canchón
durante el Postclásico Temprano.
Las zonas del Altiplano Central situadas al norte y al oeste del valle de Guatemala
fueron ocupadas principalmente por los cakchiqueles (kaqchikeles) y sus afiliados. Al
igual que en los sitios arqueológicos del Postclásico Tardío, localizados en el valle, la
preocupación por la defensa parece haber sido importante para la construcción del sitio,
ya que restos arquitectónicos conocidos en sitios grandes y pequeños están ubicados en
lugares rodeados por promontorios. Por lo menos 15 sitios arqueológicos del Período
Postclásico Tardío se conocen en esta subregión, inclusive 13 de los que hay disponible
alguna descripción arquitectónica. Aunque poco puede decirse en relación al tamaño de
la población asociada a estos grupos arquitectónicos, o de las funciones sociopolíticas
específicas de la mayor parte de estos sitios, ellos pueden clasificarse en cinco
categorías generales, según la cantidad y el tamaño de las construcciones
arquitectónicas.
Los sitios arqueológicos más pequeños, entre los que se incluye Semeja y Chuitinamit-
Comalapa, Los Cimientos, y Nacahuil II, por lo general están ubicados sobre pequeños
promontorios de marcada inclinación, y tienen de cuatro a diez edificios. Entre estos
sitios es digno de atención el más grande, Los Cimientos, donde la cima de la colina fue
artificialmente nivelada con muros de contención de tierra y piedra toscamente cortada.
Los 10 montículos fueron construidos de lajas de esquisto, pegadas a un mortero de
lodo, o de bloques de piedra pómez y otras rocas volcánicas, cubiertas por un repello de
baja calidad. Además, incluye dos conjuntos de templos gemelos.
Una cuarta clasificación entre los sitios arqueológicos de la subregión de mérito está
representada por Jilotepeque Viejo, más conocido como Mixco Viejo (Ilustración 163).
Este sitio fortificado, erróneamente identificado como la fortaleza pokomam de Mixcú,
sitiada y conquistada por los españoles en 1525, ha sido objeto de investigación
arqueológica.
A partir de los últimos años del siglo pasado, y con la ayuda de un mapa, que sirvió por
lo menos hasta mediados del presente siglo, el sitio fue objeto de una investigación de
varios años realizada por un proyecto franco guatemalteco que incluyó excavaciones y
restauraciones de las principales estructuras. El sitio, ubicado en el ángulo nordeste del
Departamento de Chimaltenango, está distribuido a lo largo de una meseta con rumbo
norte-sur; tiene aproximadamente un kilómetro de largo, y está rodeado por precipicios
de 100 m, que terminan abajo, en el Río Pancaco. El acceso principal era un paso
estrecho que entraba al sitio desde el oeste.
Los altares son generalmente pequeñas estructuras rectangulares, a veces con esquinas
remetidas y escalinatas cortas, colocados en la plaza y rodeados de edificios más
grandes. Las plataformas son, por lo común, estructuras bajas rectangulares y alargadas,
que tienen una o dos terrazas construidas con cornisas verticales, y de una a cuatro
escalinatas remetidas, en todo un lado. Tienden a estar puestas alrededor de la periferia
de los grupos cívico-ceremoniales, frente a las plazas que delimitan. La más grande es la
Plataforma C2, que mide en la base 47.3 m, de norte a sur, por 14 m, de este a oeste, y
se levanta sobre dos terrazas de una altura de 4.40 m desde el nivel de la plaza.
Las dos canchas de pelota de los Grupos A y B son del tipo I, cerradas, con paredes
laterales de pendiente muy marcada y escaleras remetidas en los ejes de los extremos;
un tipo de cancha que está distribuido ampliamente en los sitios de las Tierras Altas de
Guatemala. La cancha de pelota AII mide 37.21 m de largo de norte a sur, con un área
de juego de 9.46 de ancho, y zonas de remate de 15.95 de ancho, circundadas por
paredes verticales. La estructura del juego de pelota B1 mide 44.50 m de largo, de norte
a sur, con un área de juego de 9 m de ancho, y zonas de remate de 17.46 m de ancho,
circundada por paredes. Además, las paredes laterales del pasillo de juego, de esta
cancha, tienen superestructuras que consisten de paredes superiores, extendidas casi a
todo lo largo de los bordes exteriores, y contra los cuales hay bancas del mismo largo.
En esta cancha se encontró, también, un marcador de piedra con espiga, en forma de una
cabeza de serpiente con una cara humana entre las quijadas. Este tipo de marcadores son
relativamente raros en similares canchas de pelota.
Iximché
El quinto y más alto nivel está representado por el mayor complejo arqueológico,
aunque también el de menor duración, que es el sitio del Postclásico Tardío de esta
región, es decir, la capital de los cakchiqueles (kaqchikeles), Iximché, muy conocida por
medio de los cronistas, desde que Pedro de Alvarado llegó allí por primera vez, el 12 de
abril de 1524. Aunque el primer contacto entre cakchiqueles y españoles fue
relativamente amistoso, llegó el conflicto inevitable, y el 7 de febrero de 1526, Tecpán
Cuauhtimallan, como lo conocían los mexicas que acompañaban a Alvarado, quedó en
ruinas para siempre. Sin embargo, nunca fue olvidado el lugar. En 1690, Francisco
Antonio de Fuentes y Guzmán dibujó un mapa del sitio y lo describió con bastante
detalle. En el siglo XIX lo visitaron John Stephens, y Gustav Brühl; Miguel Rivera
Maestre y Alfred Maudslay hicieron mapas de sus construcciones. En la actualidad, es
uno de los sitios arqueológicos mejor conocidos de Guatemala, pues ha sido objeto de
investigación continua durante unos 25 años. Esta la comenzó Janos de Szecsy y la
siguió Jorge F. Guillemin, quien excavó y consolidó la arquitectura central del sitio.
Iximché fue fundada, entre 1470 y 1480, por Juntoh y Vukabatz. Estos gobernantes
cakchiqueles fueron instados a ello por su protector Quicab, gobernante de los quichés
(k'iche's), cuando éste fue depuesto en una revuelta dirigida por sus hijos Tepepul e
Itzayul. Quicab les sugirió que se trasladaran de su centro en Chiavar
(Chichicastenango?) a Ratzamut, promontorio del Cerro Tecpán, en el actual
Departamento de Chimaltenango. En términos defensivos, Quicab escogió bien, ya que
Ratzamut es una península orientada del noroeste al sudeste, de cerca de 200 a 250 m de
ancho, limitada al este y al suroeste por barrancos de 100 m de profundidad, cuyas
corrientes se juntan al suroeste para formar el Río Molino. La península se niveló en
terrazas y plazas para edificar el pueblo, que se dividió en dos sectores: el del oeste,
destinado a residencias de plebeyos (que permanece sin explorar), y el del este, que era
el centro ceremonial y administrativo de la aristocracia. La entrada al conjunto estaba en
el sector plebeyo, con lo cual quedaba protegido adicionalmente el centro aristocrático.
Estaban separados ambos por una zanja orientada de norte a sur y por un sistema de
parapetos que conectaba los dos barrancos. Originalmente la zanja tenía cerca de 8 m de
profundidad, y el parapeto, de aproximadamente 3 m de alto, estaba atravesado
normalmente por un puente movible. Guillemin realza mucho el hecho de que mientras
la secuencia de muros de contención, que sostenían las plataformas de las casas a lo
largo del flanco norte del centro de la élite, formaba una línea de defensa interna
secundaria, el parapeto antes mencionado no continuaba lo suficiente para proteger la
zona norte de dicha línea. Este arreglo era un paso forzado muy peligroso ante cualquier
ataque enemigo que tuviera la suficiente fuerza para penetrar a través de la sección
plebeya y amenazar a la corte cakchiquel.
La Estructura 22 del lado norte del Grupo A y la Estructura 38 del lado norte del Grupo
C son plataformas residenciales típicas. La primera es un edificio elevado, largo y
rectangular, con bancas interiores contra las paredes posteriores y laterales de la única
sala, con dos fogones circulares hundidos en ambos extremos del piso, y con cinco
puertas adyacentes separadas por pilares colocados en la fachada; una sola escalera
remetida asciende a la plataforma desde el sur. La otra estructura consta de una larga
plataforma con talud de 68 m de largo, y cornisa vertical, en la cual estaban colocadas
tres residencias individuales con salidas múltiples, cada una con sus propias gradas de
acceso desde el sur. El deterioro sólo permitió observar rastros de fogones y bancas.
Los altares son pequeños, por lo general estructuras aisladas de una o dos gradas, cuyo
plano puede ser cuadrado, con dos o cuatro esquinas remetidas y una escalera corta que
lleva a la cúspide. Se encuentran ubicados en las plazuelas y patios. La excepción de
este modelo son los altares 74 y 104. Estos están unidos en un ángulo en las esquinas
del sureste de los Templos 2 y 4, respectivamente, y Guillemin los describió como
tzompantli, o sea, estante para cráneos. El Altar 74 estaba decorado con un diseño
policromado, muy estilizado, de cráneos y huesos cruzados. Detrás de él se encontró un
escondite con dos cráneos humanos decapitados (con la vértebra atlas y el resto de las
cervicales aún articuladas), acompañados de navajas de obsidiana. Detrás del Altar 104
se encontraron los cráneos decapitados de 48 víctimas de sacrificio, acompañados de
navajas de obsidiana y enterrados, en lotes pequeños o en forma individual, en pequeños
agujeros cortados en el piso de la plaza.
Patrones de enterramiento
En Iximché, aparte de las víctimas de sacrificio aludidas antes, se sabe poco sobre los
patrones funerarios. Guillemin no proporciona más que un breve resumen, e indica que
las sepulturas se perforaban debajo de las plataformas de las casas. Por lo común, los
difuntos estaban en posición sedente sin orientación estandarizada, y acompañados por
una punta de obsidiana rota. En un caso se encontró una mujer con varias ollas
ennegrecidas por el humo, un niño con unas cuentas de jade, y un anciano provisto de
carbón de pino y roble. El entierro de un adolescente, sentado en un pozo sellado con un
bloque de mampostería, asociado a la fase intermedia de la Estructura 38, podría encajar
en este patrón. Posteriormente, Guillemin notó que las dos plataformas (Estructuras 27
y 39) que produjeron el mayor número de entierros estaban situadas detrás del templo
principal, en cada uno de los dos complejos más importantes, o sea los Grupos A/B y C.
Estos entierros correspondían a individuos de un nivel social alto. Uno de los tres
entierros mencionados en la Estructura 39, el Entierro 39-A, encontrado en un pozo
intruso en la parte posterior, a 8.90 m de la esquina sureste, estaba acompañado de un
collar de oro, con 15 campanas y 87 cuentas, y un brazalete de ocho planchas pequeñas
rectangulares, de madera. Encima del entierro se encontró un yugo fragmentado de
piedra quemada. Sin embargo, el entierro más elaborado descubierto hasta ahora en
Iximché, asociado al muro posterior de la primera fase de la Estructura 27, contenía
cuatro individuos (Ilustración 127). El ocupante principal de esta tumba, ubicada en la
esquina sureste, debajo de la pared, llevaba una banda de oro en la cabeza y un collar
con 10 cabezas de jaguar de oro y 40 cuentas pequeñas de oro. En los codos tenía
puestos brazaletes tallados de cráneo humano y que fueron delicadamente grabados con
figuras de pájaros y símbolos de estrellas, pendientes de una 'banda de cielo'. Cerca de
la mandíbula se encontró una cabeza finamente tallada en jade, así como otras joyas.
Este individuo parece haber recibido una fractura mortal en el occipital. Los otros tres
ocupantes de la tumba eran criados sacrificados, amontonados en un espacio de casi un
metro cuadrado. Guillemin supuso que el último de éstos, por la posición de la cabeza y
del brazo izquierdo, pudo haber sido enterrado vivo.
Organización sociopolítica
En relación con los pokomames que habitaron la región del valle de Guatemala y la
meseta de Canchón, Francisco Ximénez informa que eran inmigrantes relativamente
recientes, que provenían de la provincia de Cuscatlán, en lo que hoy es El Salvador.
Esta aseveración fue apoyada por Suzanne Miles, quien notó que 'los enclaves de los
pokomames en Cuscatlán en el momento de la Conquista tienen las características de
una población antigua reducida y rodeada de recién llegados, los pipiles de habla
náhuat'. Los datos de población y asentamiento revisados anteriormente sugieren que la
expansión pokomam en esta región fue un fenómeno del Período Postclásico Tardío.
Feldman ha indicado que la gente que fue expulsada o asimilada por los pokomames
eran hablantes de xinca con influencias nahuas. Además, anotó que hubo 'un cambio
dramático en la localización de gente en Chinautla entre las Fases Ayampuc y
Chinautla'.
Un sistema rígido para delimitar las clases sociales, que establecía los tres niveles
básicos (nobleza, ciudadanos comunes y esclavos), operaba en conexión y se
entrecruzaba con el sistema de parentesco de los patriclanes en la sociedad pokomam.
Aunque había cierta movilidad social dentro de estas clases, los puestos de gobierno y
las ocupaciones, así como sus símbolos, estaban fijados como prerrogativas de cada
clase social. Sólo los nobles podían ocupar puestos de señores, sacerdotes de la más alta
categoría, embajadores, capitanes de guerra permanentes, historiadores, escribas y
maestros (en las escuelas de los templos para la juventud noble), jueces, y recaudadores
de impuestos de alto nivel. Igualmente, sólo ellos podían llevar joyas de piedras
preciosas y de oro, uñas muy largas ('como garras de tigre') y mantos delgados de
algodón. Como se sugiere en el caso de los sacerdotes y de los recaudadores de
impuestos, muchas de estas ocupaciones estaban estratificadas internamente o, mejor
dicho, burocratizadas, extrayendo los escalones más bajos de la categoría de los
ciudadanos comunes. Así, por lo menos había 12 categorías diferentes de sacerdotes y
casi el mismo número de cargos militares. Esta rígida estratificación social, junto con la
burocracia elaborada del gobierno y de las funciones públicas, no deja ninguna duda de
que los pokomames de Chinautla vivían en una sociedad estatal.
Las consideraciones anteriores no deben tomarse como una indicación de que Chinautla
controlaba toda la región o a todos los pokomames. Es más, los gobernantes de Petapa
(Popah, ubicados probablemente en Taltic antes de la Conquista), aparentemente
manejaban sus asuntos internos y externos con bastante independencia de la
organización política que tenían en el norte. Feldman también sugirió que hubo un
centro político del Postclásico Tardío, equivalente en su arquitectura a Chinautla, en
algún lugar cercano al Lago de Amatitlán. De no ser Petapa, este sitio bien pudo haber
sido Montaña, en la meseta Canchón. Aunque no fue cubierto por la investigación
arqueológica del Proyecto Kaminaljuyú, se informó que este sitio se ubicaba en una
meseta angosta limitada por hondos barrancos y con sólo una ruta angosta de acceso.
Tiene una variedad de estructuras que incluyen pirámides hasta de 5 m de altura. Estas
están construidas de tierra y piedra, con un revestimiento de piedra y adobe. Las puntas
de proyectiles de obsidiana y la cerámica policromada de Chinautla indican una fecha
del Período Postclásico Tardío para este sitio. La presencia de los centros políticos
pokomames en Chinautla, Taltic y Montaña corresponderían muy bien a las tres zonas
de concentración de asentamientos en esta subregión durante este período.
Conclusiones
Finalmente, existe alguna información acerca de los eventos históricos de los pueblos
del Altiplano Central antes de la conquista española. Ximénez menciona que poco
tiempo antes de la Conquista, los pokomames estuvieron involucrados en una disputa
con los de Sacatepéquez (cakchiqueles akahales) por un territorio cercano a Ayampuc,
pero aparentemente se llegó a un acuerdo por el cual los pokomames pudieron retener
un corredor de comunicación con los poblados pokomames de las Verapaces; los de
Sacatepéquez, por su parte, pudieron tener a los pokomames en una zona de
amortiguamento entre ellos y los cakchiqueles de Iximché, con quienes también estaban
en guerra. Después de establecer su nueva capital en Iximché, los cakchiqueles iniciaron
su propia campaña de conquista y expansión, la que pronto rivalizó con la de los
quichés. Estos, ciertamente, trataron varias veces, aunque sin éxito, de reconquistar a los
cakchiqueles, quienes, en una ocasión los habían derrotado. Anteriormente, los
cakchiqueles habían subyugado a los akahales, en el valle del Motagua, al nordeste (en
Mixco Viejo, a donde los akahales se habían trasladado forzados por los quichés).
Conquistaron muchas de las tierras de la Bocacosta, al este de las posesiones de los
quichés, y presionaron a los pokomames en el este. En 1480 conquistaron Mixcú
(Chinautla), Popah (Petapa) y otras poblaciones pokomames en el valle de Guatemala, y
tomaron muchos cautivos como esclavos. Las hostilidades entre los dos bandos
estallaron de nuevo en 1497, y el 16 de diciembre los cakchiqueles saquearon Chinautla
y esclavizaron a más pokomames.
Robert Carmack indicó que el Grupo B, de Chinautla, puede representar una guarnición
cakchiquel establecida después del conflicto de 1497. Esta hipótesis se basa
primordialmente en las comparaciones arquitectónicas con Mixco Viejo,
específicamente con los Grupos C y E (que también podrían ser guarniciones
cakchiqueles), así como en una concentración de cerámica Fortaleza Blanco sobre Rojo
y puntas de proyectiles de obsidiana encontrados en la vecindad. La propuesta, sin
embargo, así como el continuado dominio cakchiquel sobre Chinautla, debe
considerarse todavía como una mera hipótesis. La información obtenida por medio de
los mapas y excavaciones en Chinautla, es insuficiente para lograr una comparación tan
detallada. Por ejemplo, Feldman no coloca el Grupo B en una plataforma rectangular, ni
el altar o plataforma directamente adyacente al templo, como lo hace Carmack.
Asimismo, la concentración de cerámicas Fortaleza Blanco sobre Rojo (al oeste del
Grupo B) ha sido interpretada por Feldman como representativa de una zona de
mercado (caybal). Asimismo, unidades políticas pokomam, notablemente más débiles
en la región y con menos población, como Petapa, por ejemplo, mantuvieron o
volvieron a obtener su independencia de los cakchiqueles un poco antes de la conquista
española. En todo caso, tanto las funciones internas como las externas de estos Estados
del Período Postclásico Tardío, en el Altiplano Central, fueron truncadas por la llegada
de los españoles en 1524.
TOMAS BARRIENTOS Q., MARION POPENOE DE HATCH y
MATILDE IVIC DE MONTERROSO
Investigaciones anteriores
Los estudios de la región del Oriente los inició Daniel G. Brinton, quien describió el
área basándose en un documento de 1868, escrito por el Párroco de San Cristóbal
Acasaguastlán, José Inocente Cordón. Después se iniciaron los reconocimientos
arqueológicos de Karl Sapper y Alfred P. Maudslay, quienes localizaron sitios y
montículos e hicieron las correspondientes descripciones geográficas y arquitectónicas.
Sin duda, el sitio arqueológico que ha recibido mayor atención es Quiriguá. Las
primeras descripciones y dibujos se encuentran en las publicaciones de John L.
Stephens, Heinrich Meye y Julius Schmidt. No obstante, desde un ángulo arqueológico
son más importantes el informe y las excelentes fotografías de Maudslay, que todavía
constituyen fuentes útiles de información. En 1910 se iniciaron otras investigaciones y
las primeras excavaciones por la School of American Archaeology y el Archaeological
Institute of America, dirigidas por Edgar L. Hewett. Excavaciones más detalladas fueron
realizadas por la Institución Carnegie, de Washington, entre 1919 y 1934, y los textos
jeroglíficos rescatados en esa ocasión fueron publicados por Sylvanus Morley, quien se
desempeñaba como Director del Departamento de Investigación Histórica de la misma
Institución Carnegie. Después de estas investigaciones no se realizó excavación alguna
en el sitio por casi 40 años, aunque diversos académicos, como por ejemplo David H.
Kelley, continuaron el estudio de los monumentos. En 1973 se inició un proyecto
arqueológico patrocinado por la Universidad de Pennsylvania, con el objeto de
investigar el sitio y la región inferior del Motagua por un período de cinco años.
Además de las excavaciones arqueológicas este proyecto incluyó la restauración de
algunas estructuras, todo lo cual concluyó en 1979.
El Período Clásico
En el Período Clásico el sitio principal de la zona era Quiriguá, lo que se deduce de su
ventajosa posición en una zona fértil y por las facilidades que, para el transporte y el
comercio, ofrecía el Motagua (Ilustración 59). En recientes investigaciones
arqueológicas se ha descubierto que Quiriguá probablemente era un puerto importante y
un punto de comercio que comunicaba con las Tierras Altas del suroeste, la región de
Petén en el norte y el Caribe en el noreste. Los productos de exportación incluían el jade
y la obsidiana, mientras que del Altiplano llegaban productos como plumas, basalto
para metates, productos silvestres de las montañas, etcétera.
El sitio de Quiriguá cubre un área aproximada de cuatro kilómetros cuadrados. En la
transición del Preclásico Tardío al Clásico Temprano se observa una continuidad en la
ocupación y un crecimiento en la actividad ceremonial local. Ya en correspondencia con
el Período Clásico, c 400-500 DC, se puede indicar el ingreso de nuevos elementos
culturales que parecen provenir de Petén central. Se cree que una élite de dicha región
se impuso a la población local, y estableció allí su capital. Estas inferencias se basan
principalmente en la aparición de estelas que muestran gobernantes con textos
jeroglíficos en el estilo maya de las Tierras Bajas.
Las ocupaciones fueron divididas por Smith y Kidder en dos fases. La primera, que
llamaron Lato, data de la segunda parte del Clásico Temprano y floreció alrededor de
427 DC. Según la cerámica, parece que en este período la zona cambió su orientación
de las Tierras Altas para incorporarse a la esfera de las Tierras Bajas mayas. Apareció
cerámica policroma, así como también utilitaria esgrafiada. Sin embargo, la mayor parte
de la cerámica utilitaria se derivó de estilos locales anteriores. También se observa el
estilo teotihuacano en los cilindros trípodes con soportes almenados, que probablemente
fueron manufacturados en las cercanías. No hay información sobre relaciones de dichos
sitios con Quiriguá y Copán.
Smith y Kidder opinaron que hubo un intervalo sin ocupación entre la Fase Lato del
Clásico Temprano y la Fase Magdalena que representa la última parte del Clásico
Tardío. Los vínculos con la zona de las Tierras Bajas mayas continuaron pero siempre
en forma débil, como lo señala la virtual ausencia del culto estela-altar y de textos
jeroglíficos. La presencia de cerámica estilo Chamá indica que las relaciones se
dirigieron hacia Alta Verapaz, y también se aprecian vínculos con la cerámica
policroma de Petén, el oeste de Honduras y El Salvador. La cerámica utilitaria era local
y es evidente que se desarrolló de la Fase Lato. Nuevamente parece que el florecimiento
ocurrió en la última parte del período, evidenciado por la presencia en varias tumbas de
cerámicas plomizas y artefactos de cobre, ambos detalles, propios del siguiente Período
Postclásico.
El Período Postclásico
La evidencia respecto de este período, aunque muy escasa, proviene principalmente de
Quiriguá y sus alrededores. Aparentemente, llegaron nuevos grupos a la zona para
controlar el comercio que seguía la ruta del Motagua. Existe evidencia sobre nuevos
estilos cerámicos, escultóricos, y sobre artefactos de cobre. A pesar de los nuevos
intereses comerciales que supuestamente conectaban a Quiriguá con un poderoso
intercambio marítimo, su ruta comercial declinó a final del siglo IX. Después de 900
DC permaneció poca gente en los alrededores. Parece que se construyó un pequeño sitio
en la orilla sur del Motagua y al suroeste de Quiriguá, el cual, talvez sustituyó a este
lugar en su función económica.
Desde 1990 funciona el Proyecto Arqueológico Izabal, a cargo del Doctor Richard
Bronson y de la Licenciada Rebeca Orozco, patrocinado por la Compañía de
Exploración Shell. Su objetivo principal es lograr un mejor reconocimiento y registro de
los sitios de la cuenca del lago. Se cuenta con informes preliminares, pero el
fechamiento de los sitios está pendiente de confirmación.
Los suelos aluviales de los alrededores del lago son muy fértiles y probablemente por
eso atrajeron pobladores desde el Período Preclásico y quizás antes. Esta zona también
presenta un patrón de comercio muy específico. Por ejemplo, el intercambio con las
Tierras Bajas del norte se demuestra por el uso de pedernal en la fabricación de las
herramientas, en los sitios situados al norte del lago, puesto que ese material proviene
de Petén y Belice. En contraste, los sitios ubicados en la orilla sur del lago presentan
herramientas hechas de obsidiana, material que probablemente provenía de El Chayal,
San Martín Jilotepeque e Ixtepeque, en la parte sur de Guatemala.
La secuencia cultural de esta zona es poco clara. La mayor parte de los sitios de la
cuenca experimentaron una larga interrupción en la ocupación, que probablemente se
extendió por todo el Clásico Temprano. De ser esto válido, indicaría que los eventos en
las Tierras Bajas tuvieron serias repercusiones en esta zona, lo mismo que en Quiriguá.
Se requiere más investigación, análisis de cerámica y excavaciones para confirmar estos
datos y las relaciones entre los sitios.
En relación con Jutiapa sólo se tienen datos de dos sitios excavados, Papalhuapa y
Asunción Mita, los cuales datan del Clásico Tardío. El primero fue descubierto por un
grupo de ingenieros guatemaltecos, en 1926, cuando se trazaba la línea del ferrocarril
entre Zacapa y la frontera con El Salvador. En el mismo año se excavó el sitio por
Carlos Azurdia, quien reportó que tenía una superficie de dos o tres manzanas, y que
estaba dentro de la aldea Papalhuapa; ésta, a su vez, se ubica en las faldas de un volcán
extinto. En esa temporada, Azurdia excavó varias estructuras construidas de lajas, las
cuales tenían una altura que variaba de 60 cm a 3.6 m. Posteriormente no se han hecho
otras excavaciones, pero observaciones recientes indican que el sitio Papalhuapa se
ubica en la fuente de obsidiana Ixtepeque. Es evidente que el sitio jugó un papel
importante como taller de herramientas de obsidiana, que eran exportadas a centros
mesoamericanos en el Clásico Tardío.
El sitio arqueológico Asunción Mita se localiza al sur del pueblo del mismo nombre.
Según Wauchope, ocupa entre 1.5 y 2.5 km cuadrados. Tiene la reputación de ser el
centro situado más al suroeste, que exhibe una arquitectura maya, inclusive la bóveda
falsa. Las primeras investigaciones en el sitio fueron realizadas por Gustav Stromsvik y
Gustavo Espinoza, como parte de un proyecto de salvamento financiado por el Instituto
de Antropología e Historia y la Institución Carnegie, y emprendido en 1949. En esta
época, el gobierno estaba por construir una carretera y el proyecto de salvamento dio
como resultado un informe con descripciones de las estructuras, y el mapa del sitio.
Cuatro décadas después, Wauchope y Bond incluyeron Asunción Mita en su
reconocimiento del Departamento de Jutiapa.
Los estudios respectivos indican que Asunción Mita probablemente fue un centro maya
que dominó, económica y culturalmente, el área, quizás por su control del comercio de
la obsidiana de Ixtepeque y por su papel de puesto de control periférico. Su posición
alta, en la jerarquía de los sitios de la zona, se refleja en el hallazgo de nueve tumbas
elitistas construidas de lajas de piedra. Wauchope y Bond consideraban que éstas talvez
sean tumbas reales abovedas, de los gobernantes del sitio. Si, como parece, Asunción
Mita funcionó como un centro maya periférico, no es de extrañar que haya sido
abandonado a finales del Clásico, como parte del colapso que afectó a toda el área.
Hasta ahora no se han descubierto datos del Postclásico en la zona.
Conclusiones
La secuencia arqueológica del Oriente de Guatemala, según la información disponible,
se inicia en los Períodos Preclásico Medio y Tardío. La mayor parte de las ocupaciones
se vinculan a la cuenca del Motagua y a los Departamentos de Jalapa y Jutiapa. Existe
evidencia de antiguas relaciones entre estos lugares y el Altiplano Central de
Guatemala. Asimismo, se sabe que los habitantes de la zona ya comerciaban con
productos, como el jade y la obsidiana, y que utilizaban para ello la ruta del Motagua.
La ocupación de las Tierras Bajas mayas centrales representa uno de los pocos ejemplos
conocidos de amplio desarrollo sociopolítico en un contexto geográfico en que
predomina un medio ambiente de bosque tropical húmedo. El denominado Período
Preclásico en esta región de la zona maya representa el espacio comprendido entre el
1000 AC y el 250 AC, respecto del cual es necesario analizar varias interrogantes
interpretativas.
Para explicar el desarrollo cultural del Preclásico se han empleado distintos modelos,
basados principalmente en aspectos ecológicos y económicos. El modelo ecologista se
basa en el crecimiento de la población y en la competencia, lo que permitió que la
sociedad adquiriera las características de Estado mediante su adaptación a ecosistemas
locales y su relación con otras sociedades con un desarrollo sociopolítico más
complejo.2
Se cuenta con poca información sobre el tamaño de la población preclásica, lo cual hace
difícil aplicar el modelo de presión demográfica, por la relativa escasa densidad
poblacional generalmente reportada. Es importante considerar que en relación con la
parte avanzada del Período Preclásico (Esfera Cerámica Chicanel) estuvo ocupado todo
el territorio de las Tierras Bajas centrales (Ilustración 48). Respecto de Tikal, los
cálculos paleodemográficos indican un número no mayor de 10,000 habitantes en un
área de 38 km2.6 Se estima que en Río Azul, la población máxima fue de 3,500
personas, con un área rural de 300 habitantes por km2.7 Casos similares son los de
Dzibilchaltún, Komchén y Edzná en Yucatán; Becán en Campeche, Cerros y Lamanai
en Belice, Yaxhá y otros sitios en Petén, por lo que esta relativa baja densidad
poblacional dificulta la aplicación del modelo de presión demográfica.
Los 17 siglos que abarca el Preclásico se han subdividido en tres grandes subperíodos
mayores: el Preclásico Temprano (2000-900 AC); el Preclásico Medio (900-400 AC),
también conocido como Horizonte Pre-Mamom; y el Preclásico Tardío (400 AC- 250
DC), el cual incluye los Horizontes Mamom y Chicanel. En relación con la última parte
del período se considera también un componente llamado Protoclásico (100 AC-250
DC).
La llegada del maíz a regiones húmedas tropicales de Centro América hizo a muchas
regiones atractivas, por primera vez para el asentamiento humano.12 La selva tropical
tenía pocos recursos para los cazadores-recolectores de la etapa arcaica, por la baja
productividad de carbohidratos, y por la falta de concentración de recursos y su intensa
estacionalidad.
Para precisar el inicio del Preclásico Medio, entre 900 y 600 AC, en las Tierras Bajas
mayas centrales, se han determinado tres esferas geográficas y sus consiguientes
tradiciones cerámicas: el Complejo Xe, del Río de La Pasión; el Complejo Eb
Temprano, de la región noreste de Petén; y el Complejo Swasey, en el norte de
Belice.13 Debido a fechamientos incongruentes entre ellos y a los pocos sitios en que se
les ha identificado, se les considera de carácter regional, de extensión temporal poco
certera, y no como una fase cultural definida para las Tierras Bajas centrales.
Con la excepción del Complejo Xe, del Río de La Pasión, los componentes tempranos
no muestran mayor similitud con otros conjuntos tempranos del área maya (Chiapa de
Corzo, Kaminaljuyú) ni tampoco entre ellos. Xe podría pertenecer a la tradición de las
cordilleras de Chiapas y remontarse a los Complejos Barra y Ocós (Lámina 12), de la
Costa del Pacífico, posiblemente relacionados con hablantes de zoque.14 Por otra parte,
existe similitud con el Complejo Xox, del valle de Salamá, lo cual también ha sido
sugerido para los orígenes de los Complejos Eb y Swasey.
Las marcadas diferencias entre los complejos cerámicos tempranos son indicio de que
grupos pequeños, procedentes de más de una área, llegaron a ocupar en distintas épocas
las Tierras Bajas Centrales. La baja densidad de población, durante aproximadamente
dos siglos, tuvo como resultado el desarrollo relativamente independiente de las
tradiciones cerámicas. Los pobladores de pequeñas aldeas agrícolas sedentarias
explotaban los recursos forestales y fluviales, y cultivaban la milpa en las vegas de los
ríos. Existe poca evidencia de una integración sociopolítica; más bien parece tratarse de
una sociedad de carácter tribal igualitario, talvez caracterizada por una organización
bipartita.15 Esta organización regulaba la interacción social, formando una base para el
liderazgo dual y complementario.
Las pocas relaciones entre los distintos complejos de esta temprana época, son indicio
de que hubo múltiples migraciones a la región desde diversas áreas, pues de haber
provenido de un solo foco se observaría una expansión con un patrón inicial de grandes
semejanzas, seguido de una creciente divergencia, que es lo contrario de lo
documentado en relación con el área maya.18
El Complejo Xe
En Petén, la evidencia arqueológica más temprana procede de los Complejos Xe, de
Altar de Sacrificios, y Real, de El Ceibal, los cuales son esencialmente idénticos,
aunque con algunas variaciones locales, y comparten el desarrollo cerámico del
Preclásico Medio (900-600 AC). Xe y Real se establecen firmemente como un estadio
del desarrollo maya y se les interpreta como un antecedente de Mamom, perteneciente a
una tradición cerámica distinta de la Swasey.
El Complejo Eb
Aunque el Complejo Eb se ha asociado, por lo general, a Tikal, donde fue ubicado, se le
considera más bien como un complejo cerámico y cultural de carácter regional,
atribuible a la zona noreste de Petén, como asentamiento precursor de los sitios mayores
de las Tierras Bajas mayas centrales.
Los asentamientos permanentes en el interior de Petén se dieron por primera vez en los
inicios de la Fase Eb, de Tikal, y en la Fase Ah Pam, del área de los lagos Yaxjá y
Sacnab (750-550 AC). La evidencia arqueológica indica que las poblaciones ingresaron
por zonas fluviales.25 Aunque la relación entre los Complejos Eb y Xe no puede
demostrarse tipológica o estratigráficamente, hay, en algunas categorías, semejanzas de
forma, decoración y tratamiento de la superficie. Esto sugiere la posibilidad de que
poblaciones relacionadas con el Río de La Pasión pudieran alcanzar la región noreste de
Petén, primero en la zona de los lagos y posteriormente en las áreas interiores, como
Tikal y Uaxactún, por ser más fácil la adaptación a una zona lacustre.
En Tikal, la población de la Fase Eb pudo haber sido atraída hacia esta área por la
abundancia de pedernal y la marcada elevación del centro del sitio, que facilitaba el
drenaje, lo cual podía permitir la construcción de un sistema de cisternas o aguadas
(Ilustración 131).27 Los asentamientos del Preclásico Medio parecen haber estado
esparcidos en terreno bien drenado. En el área periférica de Tikal, el Complejo Eb está
escasamente representado en las brechas de muestreo, que más bien parecen
concentrarse en la parte superior de las elevaciones, donde ocupan los terrenos más
productivos.28
El Preclásico Medio, en El Mirador, está representado por varios depósitos, pero hay
poca o ninguna evidencia material de una ocupación de carácter Pre-Mamom. No
obstante, se obtuvieron fechas tempranas por medio del C14, como la de alrededor del
1480 AC, que se refiere a extensas quemas y rozas realizadas entonces.33 Por ahora se
carece de una explicación sobre la ausencia de cerámica, de este período, en los rellenos
de las construcciones masivas del Preclásico Tardío.
El Complejo Swasey
El material cerámico más temprano en las Tierras Bajas centrales proviene del norte de
Belice y está representado por el Complejo Swasey del sitio Cuello, fechado alrededor
de 1000 AC.34 Varios sitios cercanos, incluyendo Nohmul, San Esteban, El Pozito,
Santa Rita y Colhá (Ilustración 48), muestran un desarrollo durante el Complejo
Swasey, que no fue documentado en otras zonas del área Maya, salvo en Becán
(Campeche). La discusión surgida en torno a las fechas de este complejo y la similitud
cerámica con el material de etapas posteriores ha proporcionado una imagen
incongruente sobre los complejos tempranos del área maya.35
Respecto del valle del Río Belice, el asentamiento inicial de Barton Ramie, que aparece
al inicio de la Fase Jenney Creek, es contemporáneo del Complejo Xe, con el cual
comparte categorías tipológicas importantes, como las cerámicas de pasta color naranja
(Grupo Naranja Mars). Se ha considerado, asimismo, que existen algunas similitudes
con cerámica del Altiplano guatemalteco, posible resultado de las tradiciones
compartidas en Mesoamérica durante el Preclásico Temprano y Medio.
tante el desarrollo interno en los sitios, en los que hay plataformas artificiales y
arquitectura de función más específica. El tamaño de las construcciones y la
importancia de los sitios menores apoyan la idea de que representan arquitectura
ceremonial o cívica. Como elementos arquitectónicos figuran la construcción de
plataformas elevadas, hasta de 4 m de altura, que forman parte de plazas planificadas.
Posiblemente aparecieron también los primeros pisos estucados.41 Estos elementos son
observables en Altar de Sacrificios, Río Azul y Yaxhá, en Petén, y Barton Ramie y
Nohoch Ek, en Belice.
Poco tiempo después, y aun dentro del Horizonte Mamom (Fase Tzec), se efectuó una
nueva construcción dentro de este complejo arquitectónico, que consistió en un sacbé, o
calzada, que conducía a esta importante unidad ceremonial de Tikal. La Pirámide 5C-
54-2 fue estructurada en cuatro cuerpos escalonados hasta alcanzar una altura de 8 m
(Ilustraciones 133 y 134). Según la evidencia obtenida de las versiones precedente y
posterior, esta pirámide pudo también tener escalinatas en sus cuatro lados. Esta versión
fue complementada con una segunda construcción de la plataforma longitudinal, que
alcanzó 94 m de largo, integrada por cuatro cuerpos escalonados, con una altura total de
3.75 m.
Aunque el contenido cerámico de los complejos que integran la etapa tardía del
Horizonte Mamom es bastante uniforme, la situación de la etapa temprana es confusa,
por la diversidad entre la cerámica de los diferentes sitios. Las relaciones entre
complejos tienden a ser débiles.46 En los tipos monocromos es más común el engobe
rojo, seguido del negro, naranja y crema. Las cerámicas de pasta naranja (Naranja Mars)
son consideradas objetos de comercio y se encuentran en la parte oriental de las Tierras
Bajas, aunque aparecen también en distintos sitios, como Altar de Sacrificios, El Ceibal,
Tikal, Cuello y Yaxhá. Hay alguna cerámica bicroma, de color rojo sobre fondo crema.
En cuanto a formas, hay platos de borde evertido, cuencos de silueta compuesta y
cuencos de boca restringida en forma de tecomates. Como formas decorativas
predominan la incisión, el acanalado, el achaflanado y diseños en pintura con la técnica
negativa (Ilustración 132).
El Período Preclásico Tardío (entre 400 AC-250 DC) muestra un continuo aumento
poblacional en todas la regiones de Petén, con el consiguiente incremento de sitios y
elaboración arquitectónica. La extensa y uniforme distribución Chicanel sugiere
intensos contactos interregionales y una tradición cultural compartida.48 Surgieron
comunidades más grandes y fuertes mediante una combinación de alianzas, absorción
de grupos y organización interna más elaborada, llegando a estabilizarse gradualmente
como señoríos, definidos por la estratificación sociopolítica y religiosa entre distintos
centros asentados en la región, lo que se refleja en las diferencias de tamaño y en la
distribución de la arquitectura monumental. La estratificación personal o familiar se
manifiesta en el grado de acceso a objetos suntuarios, en contextos rituales y
habitacionales.
En la parte final del Preclásico Tardío o Fase Cauac (0-250 DC) ocurrieron grandes
cambios arquitectónicos en Tikal. En la Acrópolis Norte se adhirieron mascarones
zoomorfos y figuras de estuco sobre algunos muros. Los muros de un recinto funerario
aristocrático (Enterramiento 166) muestran seis figuras delineadas en negro sobre estuco
pintado de rojo, lo cual indica un marcado simbolismo ceremonial.
En Mundo Perdido, la versión piramidal 5C-54-4 pudo estar integrada por siete cuerpos
(Ilustraciones 133 y 134), elevados sobre bloques de piedra caliza, colocados de canto y
sólidamente argamasados; caso similar al reportado para el conjunto Danta, en El
Mirador.57 Con una planta radial, la altura original de la pirámide pudo alcanzar 17.50
m y la anchura de la base norte-sur, más de 59 m. Sus mascarones, mutilados por
completo en la etapa posterior, deben haber sido monumentales. Durante esta etapa, la
configuración de la Plataforma Este, de Mundo Perdido, denotaba mayor complejidad
estructural e importancia funcional, y surgieron las primeras versiones de los templos
5D-84, 5D-86 y 5D-88, fijando el patrón simétrico que privaría en ellos hasta finales del
Clásico Temprano. Emergieron rasgos arquitectónicos tales como molduras en faldón,
esquinas remetidas con molduras combinadas en desniveles, taludes con doble
inclinación, desagües, y ventanillas o respiraderos en las cámaras.
La cámara central del Templo 5D-86-4 es importante por dos mascarones zoomorfos
que flanquearon su acceso (Ilustración 136). Los mascarones representaron jaguares.
Porciones del estuco azul que los recubrió se recortaron en áreas rellenadas con líneas
incisas inclinadas para simular las manchas negras de la piel del felino. Los ojos
oblicuos y los belfos abultados que permiten entrever los colmillos, constituyen rasgos
estilísticos sobresalientes. El diseño de las orejeras semeja una estrella estilizada de seis
puntas, dentro de la cual, encerrado por un semicírculo, hay un diseño de medialuna con
la sección abierta hacia afuera. Es posible que en el interior de alguna de esas cámaras
haya habido pintura mural.
La cerámica del Horizonte Chicanel
Desde el inicio del Horizonte Chicanel, la cerámica del área central entró en un período
de estabilidad tipológica y se incrementó notablemente en cantidad.58 En general, la
cerámica más importante de este horizonte era de carácter utilitario, usualmente con un
patrón decorativo a base de estrías, y los monocromos engobados de color rojo, negro y
crema. Tipos bicromos se presentan en pequeñas cantidades, algunos con decoración de
líneas paralelas múltiples en rojo o negro, sobre naranja o rojo (algunos de estos tipos
son de la técnica Usulután, mientras que otros sólo usan el estilo) véase Ilustración 137.
Son comunes las acanaladuras o incisiones paralelas, horizontales o verticales. Hay
decoración a base de estuco pintado, pero es poco común. Hay también molduras
labiales o mediales en las vasijas y se incrementa el uso de soportes sólidos y huecos y
la base anular.
Tanto en El Mirador como en Tikal (Fase Cimi), los restos protoclásicos suelen
aparecer en los rellenos mezclados con materiales del Preclásico Tardío o del Clásico
Temprano, por lo que resulta muy difícil separar, por lo menos en lo que a arquitectura
se refiere, ambas manifestaciones culturales.
En Tikal, este movimiento fue paralelo a acentuadas relaciones comerciales con zonas
que proporcionan innovaciones cerámicas, consistentes en nuevos tipos y elementos
simplemente adicionados a una tradición local que tuvo pocos cambios, y constituye un
empuje en la cristalización inicial del Clásico Temprano, el cual va mucho más allá del
simple cambio cerámico.
Varios estudios especializados han demostrado las diferencias entre el medio físico del
Período Clásico y el de la actualidad. La exuberancia de la flora y de la fauna de la selva
era muestra de una extraordinaria riqueza ecológica. Entre los densos y altos follajes
aún existen miles de especies animales. Sin embargo, los suelos calcáreos, despojados
de su delgada capa orgánica, se vuelven del todo estériles.
El apogeo cultural de los mayas fue la culminación de un proceso que se inició en los
siglos anteriores del Preclásico. La bóveda falsa en palacios de mampostería, la
edificación de pirámides escalonadas, la construcción de estelas, la escultura asociada a
la arquitectura y el registro calendárico de la Cuenta Larga, se consideraron durante
mucho tiempo como los rasgos característicos del Período Clásico, pero en la actualidad
se sabe que dichos rasgos culturales estuvieron presentes en el área central desde épocas
anteriores, en sitios como Uaxactún, Tikal, El Mirador, Nakbé, El Tintal y otros.
Actividades Económicas
Durante muchos años los arqueólogos creyeron que la economía maya se basaba en una
agricultura de roza. Sin embar-go, estudios recientes han confirmado que los
conocimientos agrícolas de los mayas eran mucho más complejos. Es muy probable que
los mayas hayan utilizado el sistema de roza para cultivar maíz, frijol y calabazas
(Ilustración 41). Pero, las limitaciones de espacio, a las cuales estaban sujetas sus
ciudades, sobre todo por los crecientes índices poblacionales y de demanda,
seguramente crearon la necesidad de buscar nuevas estrategias de subsistencia. En las
últimas décadas, la evidencia obtenida en las excavaciones arqueológicas ha demostrado
que los mayas utilizaron técnicas de agricultura intensiva durante el Clásico. Se han
descubierto restos de terrazas con muros de piedra en el norte de Belice, en el área del
Río de La Pasión, al oeste del Río Usumacinta y en el sur de Campeche.
Asimismo, en varias regiones cerca de los bajos o a la orilla de los ríos de la zona maya
central, se han descubierto extensas zonas que fueron cultivadas en campos elevados y
pantanosos. Este sistema consistía en habilitar para la siembra parcelas largas y
rectangulares de tierra firme, separadas por canales de agua, cerca de los bajos y los
ríos. Estos embalses fangosos, parecidos a las chinampas aztecas, servían tanto para
plantar maíz, cacao y algodón, como para la piscicultura. Se supone que los hogares
mayas tuvieron también huertos, en los que sembraban árboles frutales, tubérculos y
legumbres.
En su estudio sobre los patrones agrícolas y nutricionales de los mayas, Dennis y Peter
Puleston concluyeron que la nuez del árbol de ramón (Brosium alicastrum) constituía
una de las mayores fuentes de alimento de los pobladores del Período Clásico. En
efecto, la utilización de esta semilla tenía numerosas ventajas: su productividad era
superior a la del maíz, el nivel nutritivo era muy rico y, además, su almacenamiento y
conservación eran más fáciles en comparación con otros productos agrícolas, ya que las
semillas del ramón contienen menos agua. También los tubérculos formaban parte de la
dieta maya prehispánica. En un estudio de etno-agronomía realizado por Bennet
Bronson, se ha establecido que en las Tierras Bajas centrales, al igual que en otras
regiones, se consumían el camote, la yuca, la jícama y la malanga, productos que
todavía integran la dieta de las poblaciones de Yucatán y del Altiplano de Guatemala.
Los mayas intercambiaban con sus vecinos materia prima y productos acabados. De las
Tierras Altas se obtenían las piedras de moler y manos, obsidiana, jade, serpentina y
otras piedras verdes de menor valor, utilizadas en la joyería y en la fabricación de
objetos ceremoniales (Ilustración 138). La ceniza volcánica, que se empleaba como
desgrasante en la producción de cerámica, provenía de la meseta central guatemalteca y
de la región de Chalchuapa, en El Salvador. Las mercancías de exportación de las
Tierras Bajas formaban una gama más amplia de recursos y manufacturas. La sal y la
miel de Yucatán tenían gran demanda en toda el área maya. El cacao, usado como
moneda y bebida ritual, se cultivaba en gran escala en la Costa Sur de Guatemala, así
como en las costas periféricas de Soconusco y Honduras. En la zona central se
explotaban los abundantes recursos de la selva petenera: el pedernal y el cuarzo, las
pieles de jaguar y las plumas multicolores de las aves tropicales. Las plumas de quetzal,
que adornaban los tocados de los gobernantes, se obtenían en los bosques del Altiplano,
en particular en las Verapaces, donde se localiza el hábitat de dichos pájaros. La
cerámica policromada de las Tierras Bajas también era un artículo muy apreciado por la
élite del Altiplano, donde formaba parte de los tesoros reales.
La autoridad política la ostentaba una sola persona, quien se encargaba de gobernar con
la ayuda de algunos miembros de la élite. El mandatario supremo heredaba el poder de
su padre y lo ejercía en forma absoluta hasta el final de su vida, cuando lo transmitía al
primer descendiente masculino en línea directa. Por lo general, los jefes de gobierno
eran hombres; sin embar-go, en la región del Usumacinta existen pruebas de que
también algunas mujeres desempeñaron funciones muy importantes como gobernantes o
regentes, hasta que sus hijos alcanza-ron la edad para tomar el mando del gobierno.
Ahora bien, la composición del resto de la estructura social es más difícil de definir,
principalmente, por el hecho de que la mayoría de las excavaciones han sido enfocadas
al conocimiento de los estratos superiores, así como también por el mal estado en que se
encuentran los entierros de los pobladores de menores recursos económicos. Es posible
que los arquitectos, escribas, artistas y artesanos hayan ocupado un estrato social medio,
por la alta especialización de sus respectivas ocupaciones. En los niveles más bajos de
la sociedad probablemente se encontraban las grandes masas campesinas, que
constituían la base del sistema social, entre cuyas responsabilidades figuraban la
producción agrícola y el mantenimiento del Estado, ya que aportaban la mano de obra
necesaria para los trabajos pesados. Existe además la posibilidad de que se empleara
como esclavos a los prisioneros de guerra, pero esto no aparece documentado más que
para el Período Postclásico en las fuentes etnohistóricas, por lo que muy poco se sabe de
ellos en relación con el Clásico.
Todo parece indicar que la estructura de clases prevaleciente en las sociedades mayas
del Período Clásico era muy rígida. Las posibilidades que una persona tenía de ascender
en la jerarquía de la comunidad eran prácticamente nulas. La evidencia relacionada con
entierros en el Preclásico Medio y Tardío indica mayor posibilidad para adquirir
posiciones de poder, mediante hazañas de guerra, conocimiento, etcétera. En cambio,
respecto del Clásico, se presentan entierros de niños y mujeres con artículos lujosos, lo
cual indica predominio de poder adscrito. A pesar de que algunos sitios presentaban
peculiaridades o se enmarcaban dentro de estilos regionales, las principales metrópolis
compartían motivos y estilos artísticos, una misma religión, un mismo calendario y,
posiblemente, un mismo patrón de organización social.
Tanto Tikal como Uaxactún parecen haber sido florecientes metrópolis durante los
inicios del Clásico Temprano, pero posiblemente su cercanía geográfica, y la
prosperidad de ambas ciudades, produjo una rivalidad entre ellas, con el objeto de
obtener el control territorial del área maya central. Este problema fue resuelto por medio
de una guerra, en la cual las fuerzas de Uaxactún fueron derrotadas en el año 378 DC, lo
que convirtió a Tikal en el principal centro administrativo de la región. Esto parece
haber permitido el aumento de territorio bajo el control de la égida de Tikal, al mismo
tiempo que nuevos gobernantes de este centro se hacían representar en las estelas como
dirigentes y legítimos herederos del poder. Cielo Tormentoso, quien gobernó Tikal entre
los años 426-457 DC, proclamó el origen divino de su linaje y sus ancestros en la Estela
31 de ese sitio. Asimismo, en las pinturas murales de la tumba de un importante
gobernante de Río Azul, se hace referencia a su filiación tikaleña por medio del glifo-
emblema de Tikal. En Uaxactún, este mismo glifo aparece también en las Estelas 4, 5 y
22, lo que indica que durante una porción del Clásico Temprano el sitio se encontraba
bajo el dominio de Tikal.
El desarrollo logrado por estos Estados permitió una intensificación de las relaciones
comerciales y culturales con otras regiones, tales como las Tierras Altas de Guatemala,
donde sobresalía Kaminaljuyú, y el altiplano de México, dominado por Teotihuacan.
Anteriormente se consideró que este último centro había influido en el desarrollo de la
sociedad maya del Clásico Temprano. Sin embargo, los nuevos hallazgos sugieren que
no existió tal influencia, sino más bien una relación de intercambio bilateral entre ambas
regiones.
Por otra parte, en el sector central de Teotihuacan, específicamente al este del conjunto
conocido como La Ciudadela, se han descubierto rasgos culturales de origen maya,
como los complejos de conmemoración astronómica y los círculos calendáricos
realizados sobre pisos de estuco. El fechamiento respectivo sitúa a estos elementos en
los inicios del Clásico Temprano, con lo cual se remarca una vez más la antigüedad de
los correspondientes vínculos culturales. En ese mismo sitio, asimismo, se ha
encontrado cerámica de procedencia maya.
Con el inicio del Clásico Tardío, los sitios del área maya renacieron con gran auge y
principió nuevamente una época de esplendor bajo el control de un gobierno aún más
centralizado en una sola persona. Se sabe que las grandes ciudades eran identificadas
por los mayas por medio de un glifo especial para cada una de ellas, conocido como
'glifo emblema'. Durante el Clásico Temprano, pocas ciudades tuvieron glifo-emblema
propio, y la presencia de esa representación simbólica parece limitarse al área central,
en donde Tikal ejerció un mayor dominio sobre las ciudades vecinas. Durante el Clásico
Tardío esta situación cambió y se nota el surgimiento de muchos nuevos glifos-
emblema, tanto en el área central como en la periferia. Esto parece indicar que nuevos
sitios alcanzaron la categoría de centros rectores sobre un determinado territorio. En el
período en cuestión, el sistema político maya se estructuró en un conjunto de pequeñas
regiones geográficas, cada una de las cuales tenía su propio centro primario. Sin
embargo, en la Estela A de Copán, cuya fecha se sitúa en el año 731 DC, se mencionan
Tikal, Palenque, Calakmul y Copán, como las cuatro capitales regionales que
dominaban el área maya (Ilustración 140). Cada una de estas capitales extendía su
dominio a sitios más pequeños situados dentro de su radio de influencia.
Durante el Clásico Tardío, las dinastías mayas se esforzaban por estrechar los nexos
diplomáticos que les permitieran establecer coaliciones poderosas y extender sus
dominios. Los medios utilizados para este fin fueron los enlaces matrimoniales, las
alianzas estratégicas o las visitas diplomáticas. De esta manera, los gobernantes
aseguraban la alianza de sus vecinos para enfrentar las contiendas armadas que pudieran
presentarse. La mujer de la nobleza maya (Ilustración 143), por ejemplo, desempeñó un
importante papel como embajadora de paz, puesto que los matrimonios reales eran uno
de los principales medios para alcanzar alianzas políticas, y de esa manera, las mujeres
de abolengo viajaban en diversas direcciones al contraer nupcias con gobernantes o
señores importantes de otros sitios. Las uniones matrimoniales que sellaron alianzas
políticas entre sitios de primera y segunda categoría, a nivel regional, se produjeron, por
ejemplo, entre Tikal y Naranjo, Yaxchilán y Bonampak, así como Palenque y
Tortuguero. En el Clásico Tardío, la civilización maya logró alcanzar su máximo nivel
cultural. Tal desarrollo demandó miles de personas en quienes se sustentaba el rígido
sistema oficial implantado por los gobernantes. El alto grado de explotación humana
condujo posteriormente a un deterioro interno de la sociedad. En el final del siglo VIII y
principios del IX, se pudo haber producido un descontento generalizado en la población
de menores recursos económicos y los gobernantes posiblemente se esforzaron por
mantener el sistema económico establecido, ya que toda la zona maya sufría su mayor
declinación. La crítica situación económica, por ejemplo, hizo más difícil el control de
los recursos, y ello afectó la posición de Tikal y otros pueblos, cuya fuerza política y sus
niveles de civilización, en general, descendieron ostensiblemente. En el orden interno se
produjo un proceso de deterioro, provocado por las presiones sociales, y en particular,
por problemas tales como la pérdida de credibilidad en el sistema impuesto por la clase
gobernante, el debilitamiento de las creencias religiosas, el descontento popular por la
falta de recursos básicos o bienes de intercambio, la falta de movilidad en las capas
sociales, la crisis alimenticia, las guerras internas, etcétera.
En los últimos 200 años del Período Clásico, importantes cambios conmocionaron al
mundo maya. Se sabe que en el año 810 DC, en los sitios cercanos al drenaje del Río
Usumacinta, fueron esculpidos en estelas algunos personajes pertenecientes a un grupo
étnicamente diferente al de los mayas de la región central. Estos gobernantes o grandes
señores presentan rasgos que se diferencian de los clásicos, y que se relacionan tanto
por la apariencia física como por el atavío real. Por esta razón, algunos arqueólogos han
considerado que se trata de los jefes de un grupo invasor de origen foráneo. Eric
Thompson sugirió que estos extranjeros eran mayas periféricos procedentes del sur de
Campeche y del delta de los ríos Usumacinta y Grijalva, en Tabasco. Dicho autor los
denominó putunes y consideró que eran hablantes de maya chontal. Con la llegada de
los extranjeros también aparecieron, en las ciudades centrales, cambios paulatinos en la
tradición artística y cerámica, lo que incluyó el surgimiento del tipo cerámico Naranja
Fino (Ilustración 152), que es uno de los materiales que marcan el final del Período
Clásico.
Religión
Los mayas, como muchos pueblos del mundo antiguo, concebían la realidad en
términos sobrenaturales y mitológicos. Se explicaban el orden de la naturaleza y de la
sociedad por medio de una doctrina religiosa, compleja y bien estructurada, cuya
mística envolvía todos los aspectos de la vida y moldeaba una completa visión del
mundo. Sin embargo, es muy poco lo que se sabe con certeza de la cosmología y del
panteón maya clásico. Reconstruir el pensamiento religioso de una civilización con base
en sus vestigios arqueológicos es bastante difícil, ya que se corre el riesgo de caer en
meras especulaciones. Indudablemente, muchos detalles concernientes a las creencias y
a los ritos sagrados de los mayas escapan al entendimiento del hombre contemporáneo.
No obstante, por medio de laboriosas investigaciones etnográficas, iconográficas y
epigráficas, ha sido posible comprender algunos de los conceptos básicos de la religión
maya. Se sabe, por ejemplo, que la multiplicidad teogónica de su panteón obedece a los
diversos aspectos que podía tener cada dios. El dualismo o la unión de principios
opuestos, constituía una de las ideas claves de su pensamiento religioso, por lo que los
dioses podían adoptar formas masculinas o femeninas, diurnas o nocturnas,
benevolentes o nefastas.
Los mayas creían que el universo estaba formado por tres estratos principales: la bóveda
celeste, la tierra y el inframundo. En esta concepción, la ceiba desempeñaba un papel
importante, pues se consideraba que existían cinco de estos árboles mitológicos, de gran
tamaño, que nacían en la tierra y se encargaban de sostener los cielos, y que se ubicaban
en los cuatro puntos cardinales y en el centro del mundo. Las raíces de las ceibas, que
crecían continuamente, permitían mantener un contacto entre la tierra y el Inframundo.
Este, por lo tanto, era un árbol sagrado, ya que servía de comunicación entre los tres
estratos del universo, donde el Sol, Venus, la Luna y otras divinidades se movían
cíclicamente a través del mundo superior y el inframundo. Esta idea se encuentra
representada en la lápida del sarcófago de Palenque, la cual guarda los restos del
gobernante Pacal, aunque se ha demostrado que el concepto descrito del universo fue
concebido desde el Preclásico Tardío. El cielo tenía 13 capas superpuestas, en las cuales
residían diferentes divinidades. El dios Sol, llamado Ah Kin, Kinich Ahau o Kinich
Kakmoo, era la deidad suprema y fue ampliamente representada en esculturas y códices;
la diosa Luna, Ixchel, patrona de los tejidos, la medicina y el parto, era su consorte.
Los mayas también reverenciaban a los astros, entre los cuales figuraban Venus y la
Constelación Pléyades. El movimiento de los astros se consideraba como una
manifestación de la actividad de los dioses, por lo que las observaciones astronómicas
de las estrellas matutinas y vespertinas eran vitales en la religión, pues el
comportamiento de las deidades celestes tenía una injerencia decisiva en la vida de los
hombres.
Cuatro dioses, llamados Bacabs, se encontraban apostados en las esquinas del mundo
donde sostenían el cielo sobre las palmas de sus manos. La Tierra, morada del género
humano, se orientaba según los puntos cardinales. Cada uno de éstos estaba asociado a
un árbol, un pájaro y un color. Al Este, o sea la dirección del sol naciente, correspondía
el rojo, y a su punto opuesto, el Oeste, el negro. El Norte se representaba con el blanco,
y el Sur con el amarillo. Varias deidades velaban por el trabajo de los hombres. Chac, el
dios de la lluvia, y el dios del maíz, estaban asociados a los trabajos agrícolas. De la
misma manera, el viento, los cerros y las plantas estaban animados por poderes
espirituales.
Los mayas, además, tenían una concepción cíclica del tiempo. Esta creencia es un rasgo
característico de las religiones mesoamericanas. Probablemente, estaba presente ya en la
civilización olmeca y sobrevive hasta hoy en las culturas indígenas de Guatemala y
México. Los mayas, al igual que los aztecas, concibieron el desarrollo histórico como
una serie de ciclos sucesivos de creación y destrucción del universo, tal y como se
describe en el Popol Vuh. El tiempo se clasificaba en eras de gran duración, que se
anotaban en los registros calendáricos. La actividad astronómica estaba estrechamente
ligada a la religión y la política. Por medio del calendario ritual de 260 días, los
sacerdotes podían profetizar acerca de las fechas propicias o adversas para los hombres.
De esta manera, los augurios de los sacerdotes permitían programar las celebraciones
religiosas destinadas a obtener los favores de los dioses.
En la cosmología maya existía una relación mágica entre el mundo terreno y el mundo
sobrenatural. La religión era la espina dorsal de esta cultura, pues muchas de sus
instituciones sociales se estructuraban de acuerdo a los cánones de la doctrina religiosa.
Arquitectura
Los centros clásicos más importantes de la zona central se encuentran situados en
posiciones estratégicas, destinadas a facilitar su abastecimiento de víveres, agua y
materiales de construcción. En efecto, parece ser que la disponibilidad de estos recursos,
el acceso a las vías comerciales y la topografía del lugar escogido fueron los criterios
que determinaron la ubicación de un sitio. Además, es posible que se hubieran tomado
en cuenta factores militares o políticos, pues los contactos y las rivalidades entre los
centros mayas de la época podían tener implicaciones vitales para la élite gobernante y
la población en general.
Por lo común, los mayas establecieron sus ciudades en la parte superior de lomas de
poca altura, rodeadas de tierra fértil y próximas a las riberas de lagos o ríos. Asimismo,
se suelen encontrar centros habitacionales en las cercanías de los bajos, esas grandes
depresiones arcillosas, tan comunes en la región central y norte de Petén, que se inundan
durante la estación lluviosa.
No se conoce con certeza a cuánto ascendió la población de las Tierras Bajas mayas,
pero algunos investigadores han sugerido que esta zona estuvo ocupada,
aproximadamente, por dos o tres millones de habitantes. En su mayoría, éstos vivían en
grupos de caseríos dispersos en la periferia de los núcleos urbanos, mientras que un
menor número habitaba en el centro cívico religioso. En las áreas más alejadas del eje
central de las ciudades, la gente vivió en ranchos construidos sobre plataformas de
piedra caliza. Las paredes de estas casas estaban hechas de delgados maderos rollizos, y
el techo, de palma local. Sin embargo, en las proximidades del centro de los sitios, las
viviendas aumentaban en número, tamaño y calidad. Construidas sobre plataformas y
con muros de piedra, estas residencias servían de albergue a los estratos medios de la
sociedad.
A pesar de que los materiales y las dimensiones de las casas variaban según los recursos
económicos de sus habitantes, la mayoría de ellas estaba diseñada según el mismo
patrón. Las estructuras domésticas se conformaban por una o varias habitaciones, y
solían encontrarse alrededor de un patio central, formando un grupo. Con base en las
crónicas escritas durante la Conquista y en las evidencias etnográficas, se ha sugerido
que estos complejos habitacionales albergaban a familias numerosas.
Definir las características del estilo arquitectónico clásico no es una tarea sencilla. En
aquellos días, la fisonomía de las ciudades mayas cambiaba constantemente, ya que los
arquitectos mantenían una actividad ininterrumpida, renovando y ampliando las
estructuras erigidas en fechas anteriores. Además, es necesario considerar que cada
región tenía una tradición artística particular, cuya evolución estuvo determinada por
circunstancias diferentes. No obstante, se puede decir que una cierta homogeneidad
arquitectónica prevalece en los sitios del área central. A pesar del carácter individual de
cada uno de éstos, el diseño de las construcciones se deriva de los mismos criterios
estéticos.
El centro cívico-religioso de una ciudad del Período Clásico estaba formado por una
serie de plataformas escalonadas, sobre las cuales se edificaban varias estructuras de
mampostería, como edificios tipo palacio, templos, pirámides escalonadas, juegos de
pelota, mercados y calzadas. Estas fueron construidas en torno a plazas amplias y
soleadas, las que a su vez tenían altares y estelas lisas o esculpidas.
El interior de los templos tenía varias cámaras y estaba cubierto por una bóveda de
piedra, también conocida como Arco Maya. El uso de estos techos abovedados reducía
considerablemente el espacio interior de los recintos. Por consiguiente, se puede pensar
que la naturaleza misma de la arquitectura y la rigidez de la organización social
limitaban estrictamente el acceso al interior de las cámaras de los templos. El espacio
operacional de la arquitectura maya se centraba en las plazas. Desde allí las multitudes
podían contem-plar los fastuosos edificios construidos por sus gobernantes, así como
participar en ceremonias cívicas y religiosas.
En Tikal, por ejemplo, la Plaza Mayor se encuentra cerrada por edificios de línea
vertical, masivos e imponentes. Todavía hoy se pueden admirar los restos de las
esculturas que adornaron las cresterías de los templos I y II durante el Clásico Tardío.
Sin embargo, para tener una idea clara de cómo se miraba el conjunto en el Período
Clásico, hay que imaginar las estructuras, que hoy muestran la piedra caliza desnuda y
deteriorada por los hongos y por el tiempo, recubiertas por una capa de estuco, pintada
con diseños profusos y coloridos (Ilustración 141).
En el núcleo urbano de los sitios suelen encontrarse magníficos palacios. Por lo general,
estas estructuras fueron edificadas sobre terrazas o plataformas escalonadas, de
diferente altura, de acuerdo con el mismo patrón estilístico de la arquitectura pública. El
número y la organización de las habitaciones de estas elegantes residencias varían
considerablemente. Las más simples tienen diversos aposentos pequeños, alineados en
una sola planta, mientras que los más complejos se componen de varios pisos y
numerosos cuartos, como en Río Azul, Yaxhá, Nakum y Uaxactún. En la Acrópolis
Central de Tikal hay palacios con diseños mucho más elaborados, encontrándose
edificios de tres y cuatro pisos, otro con 16 cuartos dispuestos en filas transversales y,
en otros más, las habitaciones están diseminadas a través de galerías, pasadizos y
escalinatas interiores. Usualmente, las alcobas palaciegas eran celdas pequeñas y
oscuras, que en algunas oportunidades tenían bancas de piedra, adosadas a las paredes,
las cuales servían de camas o asientos. Los muros de los cuartos tienen pequeñas
ventanas o agujeros que permitían la entrada de poca luz y escasa ventilación.
En la mayoría de sitios del área maya hay juegos de pelota, los cuales se incrementaron
en el Período Clásico (Ilustración 142). Estas canchas de mampostería, revestidas de
estuco, están formadas por dos estructuras paralelas que tuvieron función de tribunas, y
los muros frontales son inclinados y lisos. En el centro de ambos edificios se encuentra
el terreno de juego, donde a veces aparecen tres marcadores lisos o esculpidos en piedra.
Se sabe que dicho juego tenía un significado religioso, relacionado con sucesos del
Inframundo y del renacer en una nueva vida llena de gloria y esplendor, tal como se
manifiesta en el Popol Vuh. En efecto, en este documento se evidencia el papel crucial
que desempeñaba el juego de pelota en la mitología maya. Representaciones de
jugadores fueron realizadas en figurillas de cerámica, pintura y escultura, las cuales
portaban siempre en su cintura el yugo empleado en el desarrollo del juego.
Es muy probable que la vida citadina de los mayas fuera completamente diferente a la
que se conoce en las ciudades occidentales, pero la evidencia sugiere que se trataba de
verdaderos centros urbanos o ciudades imponentes, con edificios masivos y plazas
llenas de esculturas, desde donde la élite proclamaba su derecho a gobernar.
Pintura, Escultura y Escritura
Los escultores mayas trabajaban con materiales diversos. En el Altiplano de Guatemala
se utilizaban materiales duros, como el jade o la piedra basáltica, y en las Tierras Bajas,
piedras suaves y fáciles de labrar, de origen calcáreo. Las preciadas maderas de los
árboles tropicales también se empleaban con frecuencia, pero desgraciadamente son
pocas las piezas que se han conservado, como los dinteles realizados en chicozapote,
descubiertos en Tikal y en El Zotz. En algunos sitios, como Palenque, Uaxactún, La
Muralla y otros, los relieves fueron elaborados con estuco sobre muros de piedra. La
época floreciente de la escultura maya se sitúa preferentemente en el Clásico Tardío. En
Copán y Quiriguá los artistas erigieron las mejores piezas de escultura en bulto que se
conocen en el área maya (Ilustraciones 129 y 130; Lámina 15). En la zona del
Usumacinta, la perfección en los relieves se alcanzó en las lápidas de Palenque, los
dinteles de Yaxchilán y Piedras Negras, las estelas de los sitios del Río de La Pasión y
las pinturas de Bonampak.
La pintura y escultura de los mayas se regían por los mismos cánones artísticos y
simbólicos. Ambas disciplinas desarrollaron efectos plásticos similares en el marco de
una temática común. Los relieves esculpidos, al igual que los frescos, fueron coloreados
con pigmentos planos y translúcidos.
Uno de los aspectos más importantes del arte maya es el carácter bidimensional de sus
representaciones. Tanto los escultores como los pintores podían dar profundidad a una
escena, si así lo deseaban, pero a veces preferían trabajar sin considerar el volumen. Por
ello, las figuras humanas y los objetos se muestran de frente o de perfil, así como en
posiciones que combinan ingeniosamente los dos ángulos. En las piezas más tempranas
del Período Clásico, la postura de los personajes era rígida y hierática. Sin embargo, con
el tiempo cobró más movimiento, hasta crear un dinamismo armonioso en la
composición de las imágenes. La iconografía de los monumentos del Clásico Temprano
presentaba, por lo menos, tres rasgos distintivos que desaparecieron posteriormente en
el Clásico Tardío: 1) símbolos celestiales a los pies de los seres humanos; 2) cabezas de
dioses en la parte superior de la escena; 3) cabezas antropomorfas sujetas por el brazo
de los gobernantes. Durante el Clásico Tardío, la escultura se caracterizó por sus
relieves finamente modelados, donde se ponía particular énfasis en la figura humana, y
se realzaban los diseños de textiles, la elaboración de ornamentos en las joyas y el
vestuario, y la riqueza de los tocados. En las estelas se observa también un incremento
de las inscripciones jeroglíficas de contenido histórico. En todas las ciudades mayas
importantes, la escultura suele encontrarse directamente asociada a la arquitectura
monumental. Los edificios del Clásico están decorados con relieves magistrales. Las
esculturas constituyen parte integral de los complejos arquitectónicos. La riqueza
decorativa del estuco o la piedra labrada se antepone a la sobriedad de los edificios, lo
que produce un contraste que capta la atención de inmediato.
Los soberanos también fueron esculpidos en piedra desde finales del Preclásico Tardío,
cuando los mayas comenzaron a erigir estelas, tal y como se observa en los más
antiguos monumentos descubiertos en Nakbé, El Mirador y El Tintal. Estas obras
conmemorativas se colocaban en las plazas, frente a las estructuras más importantes.
Casi siempre se encuentra asociado a las estelas un altar pequeño y redondo, colocado
frente a ellas, que en muchas oportunidades tiene la superficie labrada. Por lo general, el
tema representado en estas esculturas gira en torno a un personaje central, el
gobernante, lujosamente ataviado con la indumentaria real. En algunas escenas la figura
luce los emblemas del poder, como el cetro maniquí, el cinturón real y el dios protector;
a veces el personaje realiza ritos ofertorios, o bien, armado de lanza y escudo, subyuga a
un cautivo (véase Ilustración 145). Mas, en un tiempo se pensó que estos personajes
eran sacerdotes anónimos, inmortalizados en las esculturas como un reconocimiento a
sus trabajos astronómicos. Sin embargo, los avances logrados en el campo de la
epigrafía, desde hace 30 años, han demostrado una realidad completamente diferente.
Heinrich Berlin y Tatiana Proskouriakoff, en la parte final de la década 1950, fueron los
primeros en probar que el contenido de las inscripciones glíficas no se limitaba a
cuentas matemáticas y astronómicas. En efecto, los jeroglíficos registrados en las
esculturas tratan de la historia de las ciudades mayas, de sus dinastías, sus guerras y sus
alianzas. Los personajes que figuran en las estelas son los miembros más poderosos de
la élite gobernante, y los monumentos conmemoran los eventos más significativos de su
vida: el origen divino de su linaje, su nacimiento, su acceso al trono, su matrimonio y
sus conquistas. Los mayas utilizaron dos sistemas calendáricos. El primero se conoce
como tzolkín, o sea el año sagrado de 260 días que estaba relacionado con la vida
ceremonial de los habitantes. El segundo es el año civil y se conoce como haab. Estaba
compuesto de 18 meses de 20 días y un mes adicional de cinco días, lo cual hace un
total de 19 meses y 365 días. Ambos sistemas calendáricos se interrelacionaban por
medio de su yuxtaposición y por equivalencias temporales, logrando con ello combinar
los eventos de la vida cotidiana con las ceremonias religiosas.
Además del sistema calendárico, los glifos fueron empleados para registrar información
de naturaleza histórica. Berlin descubrió una clase especial de símbolos que, por variar
en los diferentes sitios arqueológicos, él llamó 'glifo emblema'. Se pudo comprobar que
cada uno de estos jeroglíficos identifica a las principales ciudades mayas del Período
Clásico o a las dinastías gobernantes en Palenque, Piedras Negras, Yaxchilán, El Ceibal,
Quiriguá, Copán, Tikal, Uaxactún, Naranjo, Caracol, Río Azul, Calakmul, etcétera
(Ilustración 140).
Las esculturas que se encuentran en dinteles, en las cámaras interiores de los edificios, o
bien en paneles o jambas, tratan temas muy similares a los de las estelas. Pueden
mencionarse, por ejemplo, los relieves, grabados en piedra, de Yaxchilán y Palenque,
así como los dinteles de madera de Tikal y El Zotz, donde las escenas son más
complejas e involucran, en número mayor, a personajes. Por lo general, estos relieves
tienen un carácter esencialmente narrativo; constituyen episodios de victorias militares
importantes o celebraciones rituales referentes a la sucesión dinástica de los
gobernantes.
Cerámica
Para estudiar el Período Clásico por medio de unidades de tiempo menores, los
arqueólogos han tomado en consideración los cambios que se observan en las formas y
estilos cerámicos, creándose así una serie de fases que facilitan el análisis de la
evolución de la alfarería y de la sociedad en general. Para el Período Clásico se han
determinado las Fases Tzakol y Tepeu, correspondientes al Clásico Temprano y Clásico
Tardío, respectivamente. Se ha recolectado gran cantidad de cerámica en las
excavaciones de unidades habitacionales ubicadas en los alrededores del centro
ceremonial. Por lo general, la cerámica es de tipo utilitario y fue empleada en la vida
cotidiana para preparar los alimentos y servir líquidos y comidas. Fue utilizada por la
clase dirigente y se distingue por el empleo de colores monocromos y policromos,
glifos, figuras zoomorfas y antropomorfas, así como también escenas mitológicas.
Al inicio del Clásico Temprano surgieron nuevas formas cerámicas de una superficie
lustrosa. En la cerámica monocroma predominan las piezas de color naranja (conocida
arqueológicamente como Tipo Aguila) y se nota un fuerte incremento en la utilización
de distintos colores y diseños iconográficos, lo que origina la confección de piezas
policromas (Ilustración 146). Es notoria la variedad en la forma de los soportes. Las
formas de asas o agarraderas variaron desde representaciones simples hasta cabezas
humanas y de animales. En Tikal se ha encontrado cerámica estucada, presumiblemente
teotihuacana, asociada a tumbas de la élite en la Acrópolis Norte, pero éste es un caso
particular, que no aparece en todos los sitios del área maya.
En el Clásico Tardío, la alfarería fue objeto de cambios y surgieron nuevas formas. Las
piezas policromas de esta época fueron, por lo general, cuencos hondos, vasos
cilíndricos y grandes platos, en los cuales se pueden apreciar pinturas y figuras
modeladas, ejecutadas con la misma habilidad narrativa que se observa en las pinturas
murales (Ilustración 143).
Durante el Clásico Tardío, los mayas utilizaron la arcilla para hacer figurillas, lo cual no
ocurrió en el Clásico Temprano. Dichas estatuillas suelen ser sólidas o huecas.
Representan personajes masculinos y femeninos pertenecientes a diferentes niveles
sociales. Muestran a gobernantes, guerreros, sacerdotes, danzantes y jugadores de
pelota, así como también a ancianos y personas de peculiares características físicas,
como la deformación craneana y enfermedades de la piel. Las figurillas se encuentran
en toda el área maya, pero sobresalen las de la Isla de Jaina, en Campeche, México. Este
lugar parece haber sido una necrópolis, donde se colocó una gran cantidad de figurillas,
como ofrendas, en el interior de las tumbas. Estas estatuillas fueron realizadas por
medio del modelado y el moldeado, o la unión de ambas técnicas. En Jaina ha podido
observarse que para el cuerpo se aplicaba el modelado, mientras que para la cabeza se
empleaba el moldeado. Algunas de ellas son silbatos.
La cerámica maya puede incluirse dentro de las grandes tradiciones artísticas. Sin
embargo, las piezas respectivas no deben considerarse únicamente como obras de arte,
sino que deben ser analizadas dentro del contexto cultural de la civilización que las
creó, pues constituyen una fuente inagotable de información para los arqueólogos y los
epigrafistas. En efecto, los mayas expresaron en ellas símbolos con connotaciones
religiosas, políticas y sociales, que reflejaban la forma de vida y la complejidad cultural
de aquella gran civilización.
Por medio de sus obras, los mayas legaron a la humanidad una expresión artística única,
que revela no sólo un sentimiento estético, sino también toda una concepción del
mundo. Lo que hoy se puede admirar de aquella cultura, apenas permite imaginar el
esplendor de las ciudades de la zona central de las Tierras Bajas, durante el Período
Clásico. Los vestigios conocidos de los monumentos arquitectónicos de las piezas
realizadas en jade, alabastro, obsidiana, pedernal, hueso y cerámica, tan sólo sugieren la
grandeza y la complejidad alcanzadas por la civilización que se desarrolló en la selva de
Petén hace casi dos milenios.
PRUDENCE M. RICE y DON S. RICE
El impresionante tamaño del Lago Petén Itzá hizo pensar a Cortés que estaba frente a
una parte del mar. Los indios que lo guiaban le informaron de los enfrentamientos que
también existían entre la provincia de Taizá o Tah Itzá, con su capital Noh Petén (Noh
Peten), y los pueblos de los alrededores. Por ejemplo, había relaciones conflictivas entre
los pueblos del Lago Petén Itzá, los de Couoh (Kowoh), al norte del lago, y los pueblos
de Yalaín, Macanché y Zacpetén, al este. Es evidente que la ubicación de los
asentamientos en las islas, o 'petenes', situadas en los lagos, obedecía a una razón
defensiva (Ilustración 149).
Trabajos Anteriores
Las reconstrucciones tradicionales de los hechos históricos del Período Postclásico, en
Petén, desde el colapso hasta la llegada de Cortés, se basaban en muy pocos datos en
comparación con los de otras áreas situadas al norte y sur, donde los sitios postclásicos
han recibido más atención. La falta de estudios arqueológicos e históricos, sobre el
Petén postclásico, ha determinado que las reconstrucciones del período se hayan basado
en el conocimiento y los procesos de las áreas mejor investigadas, como Yucatán y el
Altiplano de Guatemala. Yucatán ha provocado un mayor interés, porque las crónicas y
los mitos mayas, como los libros del Chilam Balam, de Chumayel y de Tizimin,
informan sobre las guerras entre las familias gobernantes de Chichén Itzá y Mayapán.
Esos mitos también se refieren a la existencia de pueblos en Petén, cuando Cortés
estuvo en ese territorio en 1525. Según las crónicas aludidas, al ser Mayapán
conquistada, los itzaes de esa región huyeron al sur y se asentaron alrededor de un lago
muy grande. La caída de Mayapán ocurrió en un Katún 8 Ahau del calendario maya
que, según las correlaciones más aceptadas, podría ser entre los años 1185 y 1205 ó
1441 y 1461. Los pocos datos que se conocen sobre el Postclásico, en Petén, en especial
los que se refieren a los pueblos situados alrededor del Lago Petén Itzá (identificado
como el gran lago donde se asentaron los itzaes), se han interpretado como una fuente
de apoyo de los mitos.
En 1959, George Cowgill identificó cerámica postclásica alrededor del Lago Sacpuy y
de varios sitios en torno al Lago Petén Itzá, incluyendo la Península de Tayasal.
Asimismo, cambió la búsqueda de la capital Itzá a Noh Petén, en la Isla de Flores,
actual cabecera departamental de Petén y la más grande de las islas del brazo sur de
Petén Itzá. Limitadas excavaciones de sondeo sobre la plaza confirmaron la presencia
de depósitos del Postclásico abajo del actual asentamiento.
En las Tierras Bajas, del Postclásico, los salones abiertos se encuentran solos, y a veces
contiguos a otros salones y templos, en un conjunto arquitectónico conocido como un
'complejo de templos'. Estos complejos del Postclásico se encontraron en todos los
lagos que se investigaron por el CPHEP. Complejos arquitectónicos, parecidos a estos
'complejos de templos', existen también en varios sitios del Altiplano, por ejemplo, en
Zaculeu y Utatlán.
Lago Macanché
El llamado Lago Macanché es una laguna pequeña que actualmente tiene un poblado en
su orilla sur. Está rodeado por muchos sitios que datan de todos los períodos de la
ocupación maya. En la orilla sureste hay un pequeño centro que se llama Cerro Ortiz, y
cuyo fechamiento se remonta al Preclásico Medio.
Las excavaciones en el área del Lago Macanché fueron muy productivas en cuanto a la
comprensión del fechamiento del Período Postclásico. En el ángulo nordeste del lago
hay un pequeño islote, en el cual trabajó Bullard en 1968. En aquél había un montículo
con dos estructuras postclásicas y mucha basura alrededor. El asentamiento de la isla se
inició en el Clásico Terminal (de 830-950 a 1000 DC), y siguió en el Postclásico,
Temprano y Tardío, hasta probablemente la época de la llegada de los españoles.
Lago Salpetén
Ixlú se asienta en el istmo que une los lagos de Salpetén y Petén Itzá, orientado hacia la
boca del Río Ixlú. Por mucho tiempo considerado un centro del Clásico Tardío, Ixlú
tiene dos estelas del décimo ciclo (post-830 DC), con cuentas largas del 859 y 879 DC,
y dos altares esculpidos fechados estilísticamente para el mismo período Clásico
Terminal. El sitio fue estudiado por Franz Blom, en 1924, y por Eric von Euw, en 1975.
En 1980, los autores de este ensayo hicieron el primer croquis preliminar, marcando la
localización de la arquitectura postclásica, y registraron nuevamente el sitio, en 1994.
El sitio consiste en más de 150 estructuras registradas, la mayoría de las cuales muestra
arquitectura postclásica, con un núcleo monumental definido por dos grandes plazas y
una elevada acrópolis con tres grupos de cortes y patios: plazas A y C. Adicionalmente,
hay una pequeña variante del conjunto de templos gemelos estilo Tikal, dos juegos de
pelota y un pequeño camino o sacbé, que conduce a un grupo residencial al final del
lado este del sitio. La construcción más temprana corresponde al Preclásico Medio y los
episodios de construcción han sido identificados con fechas comprendidas desde el
Preclásico Tardío, el Clásico Tardío, y el Clásico Terminal, hasta el Postclásico.
Lago Yaxjá
El Lago Yaxjá se halla al este en la cadena de lagos, y fue allí donde empezó la
investigación arqueológica y ecológica en 1973. En la ribera norte del lago está el
centro cívico-ceremonial Yaxhá, del Período Clásico, el sitio más grande en toda la
región de los lagos. En la esquina suroeste del lago se encuentran las islas de Topoxté,
foco del asentamiento postclásico en la cuenca del Lago Yaxjá.
Continuidades en el asentamiento
Una línea de razonamiento adicional es que el área de los lagos pudo haber sido una
región favorable para la agricultura en el Clásico Terminal, ya que si se le compara con
los centros grandes habría tenido menos presiones sobre el sistema agrícola. Si tienen
alguna validez las teorías del 'colapso', basadas en desastres ecológicos (como tensiones
en el sistema de producción o erosión del suelo), es evidente que la región de los lagos,
con menor población que la de los grandes centros, puede haber sufrido menos.
Otra línea de evidencia se relaciona con las estelas y la arquitectura. Todas las estelas
con fechas del Ciclo Diez fueron talladas después del año 830 DC, o durante el Período
Clásico Terminal. Estas estelas tardías se encontraron en centros grandes, como Tikal y
Uaxactún, así como en sitios cercanos a los ríos o lagos de Petén (como El Ceibal e
Ixlú) y su existencia confirma en ellos la permanencia de los nobles (Ilustración 153,
156). En términos de arquitectura, las formas características de las estructuras del
Postclásico se observaban en construcciones residenciales del Clásico Tardío, en la
vecindad del Lago Quexil, y en contextos cívico-ceremoniales, en Ixlú. Además, las
formas características de la arquitectura postclásica en Petén comparte rasgos con
construcciones no mayas del Clásico Tardío Terminal, en El Ceibal y en la región
Chontalpa, de México.
La evidencia de la cerámica
La realidad es que los períodos, así como las áreas de producción y uso de todos los
grupos de cerámica del Postclásico (pero sobre todo los tres grupos mayores) estaban
muy traslapados, y no forman precisamente una secuencia. En vez de hallarse limitados
temporalmente, estos tipos están mejor caracterizados por sus distribuciones
geográficas. Augustine es en realidad un tipo temprano, y se presenta en grandes
cantidades, en Petén, únicamente en la región del Lago Petén Itzá. Este tipo fue muy
escaso en Salpetén, Macanché y Topoxté, pero fue muy común más al oriente, en los
sitios Barton Ramie y Tipú (Tipuj), en el oeste de Belice. Paxcamán, el segundo grupo
(o tipo) en el esquema de Bullard, tenía la más amplia distribución geográfica y
temporal entre todos los tipos del Postclásico. Se encontró en casi todos los sitios en la
región de los lagos, menos en Topoxté, donde era extremadamente raro.
Las excavaciones en la Isla Canté revelaron que el grupo Topoxté ocurre en las fases
temprana y tardía del Postclásico, y no sólo en la fase tardía, como supuso Bullard. La
cerámica que este investigador recuperó en un complejo de templos, fue de la fase
tardía, y era muy distinta de los otros tipos de Petén. Pero la cerámica de las
excavaciones del CPHEP, en residencias de la Isla Canté, incluyó las dos fases. La
cerámica temprana era muy parecida a la de Paxcamán en su decoración y formas. Lo
curioso es que las vasijas de los tipos del grupo Topoxté se encontraron en muchos otros
sitios postclásicos (como en Macanché, Zacpetén y Tipú), pero en las islas de Topoxté
la cerámica de los otros grupos del Postclásico (como Augustine y Paxcamán, así como
Trapeche) fueron muy escasas.
Se encontró en el sitio Itzponé, en las sabanas al sur del Lago Petén Itzá, un fragmento
de incensario de figura humana, y es posible que algunos de estos pocos asentamientos
(como el sitio El Fango) deben fecharse en relación con el Período Postclásico, puesto
que sus plataformas son muy parecidas a las de los salones abiertos, de los lagos.
El Período Histórico
El Período Histórico comienza al principio del siglo XVI, en la fecha en que Cortés
cruzó el territorio en su viaje a Honduras. La última fase de ocupación se puede
distinguir, en la isla del Lago Macanché, por una clase de cerámica tosca de color café,
muy parecida a la que se hacía al principio del siglo XX en el pueblo de San José, al
norte del Lago Petén Itzá.
Una fuente de estudio en relación con el período citado son los documentos oficiales y
los relatos escritos por los españoles, en los cuales se mencionan algunos pueblos de la
región de los lagos de Petén. Allí se indica que, a principios del siglo XVI, la región de
los lagos de Petén estaba rodeada por varias provincias distintas, política y
lingüísticamente, de los mayas de Petén central, de quienes también les separaban
ciertas áreas despobladas.
La Provincia Canek
Los miembros del linaje Canek afirmaban que sus antepasados procedían de Chichén
Itzá, el sitio del Postclásico Temprano localizado al norte de la Península de Yucatán. El
cabeza del linaje Canek, al final de la conquista española, en 1697, reclamaba, además,
una ascendencia genealógica en relación con dicho sitio. En las historias del Katún
(K'atun), El Libro de Chilam Balam de Chumayel, se indica que el colapso de Chichén
Itzá ocurrió aproximadamente en el año 1200 DC. Sin embargo, en 1695, un miembro
de la familia gobernante Canek afirmó que su madre había llegado de Chichén Itzá, lo
cual sugiere que las relaciones entre el centro de Petén y Yucatán se iniciaron desde
mucho antes y que en la época citada estaban en pleno auge.
Si las crónicas de Chilam Balam son confiables, la historia de los Canek pudo haber
empezado en alguna etapa del siglo XIII. A pesar de que se desconoce su historia más
temprana, existe una lista de 1702, que contiene nombres de lugares y de líderes locales,
y en la cual se indica que en el siglo XVII los Canek controlaban la cuenca sur y oeste
del Lago Petén Itzá, desde el lago llamado Ek' exil (el actual Lago Quexil), hasta el lago
llamado Sakpuy (el actual Lago Sacpuy), y que dicho territorio estaba densamente
poblado. Cuando Hernán Cortés visitó la tierra de los Canek (el Itzá), en 1525, había allí
una agricultura extensa y actividades de intercambio con el sur, hacia la actual Verapaz,
y el control territorial posiblemente se extendía muy lejos, hacia el sur del Río Sarstún.
El cabeza o gobernante del linaje Canek se llamó siempre Ah Canek. Este nombre y
título dinástico lo usaron todos los gobernantes que los españoles conocieron en el área
durante los siglos XVI y XVII. Los conquistadores encontraron que un Ah Canek
gobernaba siempre la Isla Noh Petén (actualmente, la Isla de Flores), lugar que era la
'capital' de la débil confederación constituida por los linajes Canek y sus aliados
políticos. Además, hubo un consejo gobernante en Noh Petén, compuesto por los líderes
de los grupos correspondientes, con un jefe o cabeza titular llamado kuch pop, el
equivalente al título yucateco hol pop, 'cacique del petate'.
La Provincia Yalaín
Cuando la dinastía Canek dominaba las orillas oeste y sur del Lago Petén Itzá, la
provincia de Yalaín aparentemente mantenía el control desde el puerto de Chaltunjá
(Chaltunha'), en la orilla este de Petén Itzá, hasta la población de Tipú, en el actual
territorio de Belice. Tipú, una población maya yucateca del Postclásico Tardío,
asentamiento indígena de la provincia Tzulwuinicob (Ts'ulwinikob), fue controlada por
los españoles entre 1544 y 1770, y durante el siglo XVII fue avanzada de los esfuerzos
misioneros para convertir a los mayas del Lago Petén Itzá. La provincia de Yalaín, en
otras palabras, estaba situada entre el territorio controlado por los españoles y el de los
Canek.
La capital de la provincia de Yalaín tenía este mismo nombre a finales del siglo XVII y
estaba situada a orillas del Lago Makanche' (el actual Lago Macanché), pero nada se
conoce sobre su historia dinástica o de su pueblo. La provincia pudo haber sido ocupada
por gente que difería de los Canek, en cuanto a sus orígenes y tradiciones, ya que los
patronímicos vinculados al siglo XVIII y encontrados en los registros de bautizos
reflejan una amalgama de población Chol, Mopán e Itzá. Sin embargo, es importante
anotar que también existen traslapos entre los patronímicos de las provincias de Canek y
de Yalaín.
Durante el período del contacto español hubo algún tipo de alianzas entre los mayas de
Yalaín y los de la provincia de Canek y, por extensión, entre Yalaín y Tipú, las cuales
estaban cimentadas por medio de matrimonios a los más altos niveles. A finales del
siglo XVII, la provincia de Yalaín pudo haber formado una avanzada itzá en el territorio
colonial, lo cual fue, más o menos, producto de los esfuerzos de Canek por proteger la
frontera este del avance de los españoles, y probablemente, también, de los grupos
mayas que huían del dominio español en Yucatán. El último Ah Canek, de Noh Petén,
pudo haber venido de Yalaín o talvez de Tipú. La hermana de Ah Canek, conocida
como Canté (Kan Te'), estuvo casada con un natural de Tipú, que sirvió en el consejo
gobernante en Noh Petén.
La Provincia Couoh
Un elemento interesante en las alianzas de los Canek, en el siglo XVII, son los
miembros del linaje Couoh. Este estuvo ubicado, aparentemente, a lo largo de la cuenca
norte del Lago Petén Itzá, con las capitales subprovinciales, Ketz y Saklamakhal, en las
riberas norte y este del lago, respectivamente; y parece que sus integrantes llegaron
relativamente tarde a la región. Al hacer un recuento de la migración de los couohs a
Petén, el Capitán español Marcos de Abalos y Fuentes escribió lo siguiente:
Los Couoh son siempre uno y lo mismo que los Itzá porque
ellos estaban situados al norte de las orillas de su lago
(Petén Itzá). Algunos de ellos son originalmente de
Yucatán, los Itzás de Chichén Itzá y los Couoh de Tankah,
10 o 12 leguas de esta ciudad (Mérida). Ellos [los Couoh],
se retiraron [de acuerdo con lo que ellos dicen] al tiempo
de la conquista, y los otros [los Itzá] más temprano.
El nombre 'Tancah', que quiere decir 'Centro de Población', se refiere al mayor centro de
Mayapán. El Libro de Chilam Balam de Chumayel indica que un individuo (o familia)
del linaje Couoh actuaba como guardia en la entrada este de Mayapán. El sitio de
Mayapán cayó en 1450 y es difícil decir qué parte del linaje Couoh pudo haber
emigrado al centro de Petén durante ese tiempo. En el pasaje anterior se menciona su
migración en la época de la conquista española de Yucatán, después de 1540. Luego, los
couohs pudieron haberse situado al norte, entre 1540 y la mitad del siglo XVI.
Asimismo, es posible que hubiera un movimiento de ellos al centro de Petén, iniciado
después de 1540, o quizás más tarde, es probable que con los desplazamientos ocurridos
posteriormente a 1540, cuando ese linaje se movilizó hacia el sur, para escapar del
control español. En cualquier caso, ya en Petén, se asentaron primero en la ribera norte
del Lago Petén Itzá. Todavía no se sabe si se establecieron entre los Canek, o se
desplazaron y tomaron el control de las comunidades aliadas a estos últimos.
Similarmente, su capital subprovincial, es decir, Saklamakhal, parece haber sido una
población Yalaín, según una lista española de poblados del siglo XVII. Jones cree que
es posible que los couohs se hubieran asentado primero en una región mucho más
amplia que la cuenca norte de Petén Itzá, probablemente en dirección a la frontera del
actual Belice, conquistando durante dicho proceso todas la comunidades mopanes, a
pesar de perder mucho de su territorio con los de Yalaín, durante su temprana expansión
hacia el este, en el siglo XVII. Dos tardíos gobernantes subprovinciales de los couoh
son mencionados en los documentos, y ellos son: Ah Couoh (también conocido como
capitán Couoh), en Saklamakhal; y Kulut Couoh, en Ketz. Las relaciones personales de
éstos, sin embargo (ellos pudieron haber sido hermanos reales o en sentido figurado, ya
que Kulut' significa 'gemelo divino'; o quizás fueron padre e hijo), así como su relación
política y su grado de independencia, no están claros todavía.
Lo que resulta más claro es que los couohs no eran 'siempre uno y lo mismo que los
Itzá', puesto que no eran parte de la confederación Canek, a pesar de que existen
algunos patronímicos del territorio couoh que pertenecen en común a los Canek o a los
Yalaín. Ah Chán, el sobrino del último Ah Canek, se casó con la hija del cabeza de
linaje de los Ah Couohs, lo cual indica algún tipo de relación entre los principales
linajes a finales del siglo XVII, pero de otra manera los couohs parecen haber estado
relativamente aislados política y socialmente. Dicho grupo podría haberse distinguido
por tener un gobierno propio, posiblemente con su consejo privativo. Solamente se
considera itzaes a los miembros de la confederación Canek.
2) Las formas y arreglos de las estructuras postclásicas, en el Petén central, son también
distintivas y parecen conformar un número de planos más limitado que el
correspondiente a los sitiospostclásicos yucatecos. Son evidentes las estructuras que
incorporan bancos a un lado y atrás de edificios, con el frente abierto, consideradas
'oratorios familiares' en el sitio yucateco de Mayapán. Los edificios largos y más
elaborados tenían techos soportados por columnas de albañilería y de material
perecedero. Estos 'salones con columnas', o 'salones abiertos', son encontrados
ocasionalmente junto a templos, en centros que tienen asentamientos nucleados en
planos de arquitectura formal, y los cuales, en Mayapán, son llamados 'grupos
ceremoniales básicos' y 'conjunto de templos'.
Segundo, los tres grupos mayores del Postclásico en Petén (Augustine, Paxcamán y
Topoxté) se sabe que tenían una secuencia temporal, desde el Postclásico Temprano
hasta el Tardío, pero excavaciones en Canté (Topoxté) y la Isla de Macanché sugieren
que eran contemporáneos, pero con variantes regionales; dicho hallazgo ha sido
confirmado por excavaciones recientes en la Isla de Topoxté. Las variantes temporales
pueden ser tentativamente identificadas en rasgos estilísticos y tecnológicos dentro de
estos grupos.
Durante las temporadas de campo efectuadas entre 1994 y 1996, se investigaron los
sectores definidos por los españoles como territorios Canek, Yalaín y Couoh, de los
cuales existe información consistente, múltiple e interna, de documentos que describen
los hechos políticos, los personajes y lugares. Se efectuaron reconocimientos, registros
y limitadas excavaciones de sondeo, en las cuencas de Macanché, Salpetén, Petén Itzá y
Sacpuy, con nuevas visitas a sitios conocidos en algunos casos, y en otros, se buscaron
más evidencias de sitios postclásicos e históricos tempranos (Ilustración 151).
El pueblo de Chich (Ch'ich'), aliado Canek, el principal puerto oeste en el Lago Petén
Itzá, se cree que corresponde al sitio de Nixtún-Chich', en la Península de Candelaria, al
sur de la ensenada de San Jerónimo y al oeste del Lago Petén Itzá. Asimismo, es posible
que Martín de Ursúa y su ejército acamparan en Nixtún-Chich', de enero a marzo de
1697, con el objeto de construir una embarcación y preparar el asalto a Noh Petén. La
capital de la provincia de Canek, o sea Noh Petén, estaba situada en la isla en que
actualmente se halla Flores. La comunidad Canek, de Ekexil, se situaba en las islas, en
el lago del mismo nombre (el actual Lago Quexil).
La cerámica postclásica se encuentra en todo el lado norte del Lago Petén Itzá, el cual
es zona couoh; sin embargo, es difícil encontrar otras clases de evidencia postclásica e
histórica. La orilla norte de Petén Itzá, como en todos los lagos de Petén central, se
caracteriza por inclinaciones altas, empinadas y quebradas. El terreno nivelado, cercano
al agua, es relativamente raro, con alternativas de asentamientos en las crestas altas, más
o menos a 200 m sobre el nivel del lago. El terreno disponible en la ribera del lago lo
ocupan en el presente nuevas comunidades, hoteles, o casas de vacaciones, y todo ello
oscurece los datos arqueológicos y hace difícil el reconocimiento.
Se cree que es muy posible que en el sitio Topoxté, en las islas del Lago Yaxjá, en el
extremo oriental de la cadena de lagos, estaba la sede principal de poder para los
couohs, cuando éstos llegaron a Petén, porque la arquitectura allí es parecida a la de
Mayapán. Se supone también que el sitio fue reocupado brevemente por aquéllos,
después de la conquista española.
Los españoles establecieron una iglesia en Tipú en el siglo XVII, y utilizaron esta
comunidad como base de varias 'entradas', para intentar la conversión religiosa y la
capitulación política de los mayas de Petén central. Por ejemplo, en 1618 los misioneros
Bartolomé de Fuensalida y Juan de Orbita, acompañados por guías de Tipú, pasaron por
un lago 'despoblado', que se llamaba Yaxjá, para llegar al Lago Zacpetén y después a la
capital Noh Petén. En esta 'entrada' a Noh Petén, así como en otra en el siguiente año,
los frailes conversaron con el líder Ah Canek y el consejo de representantes de la
confederación, y argumentaron que el cambio calendárico del K'atun 3 Ajau en 1618
debería señalar la sumisión de los mayas a los españoles; pero los mayas lo negaron.
Cinco años más tarde, molestos por los intentos continuos de evangelización y por
varios hechos de sacrilegio cometidos por los españoles, los mayas de Noh Petén
masacraron a un grupo de españoles y mayas cristianizados de Tipú.
Los españoles que describen a los mayas del centro de Petén se enfocan,
comprensiblemente, en los esfuerzos que hacían para evangelizar a la población nativa y
controlar su territorio. En este proceso, dieron mayor importancia a los contactos
religiosos y militares con el linaje Canek, puesto que, según dichas descripciones, se
creía, equivocadamente, que tal linaje controlaba toda la región, con Ah Canek como
gobernante absoluto. En la realidad, sin embargo, los linajes no formaban todos una
alianza y, por el contrario, mantenían guerras unos contra otros. En su apreciación
equivocada, los españoles consideraron que los linajes itzá y Canek era uno solo, y por
ello usaron el nombre 'itzaes' para referirse a todos ellos. Los Canek aprovecharon las
incursiones de los españoles e intentaron incrementar su influencia en dirección a Tipú;
posiblemente tomaron dicha población por la fuerza en 1638, y llegaron a tener
conflictos con los couohs a lo largo de la ruta. A mediados del siglo XVII pareciera que
hubieran alcanzado una hegemonía directa e indirecta sobre la mayor parte del este de
Petén central.
Transcurrieron 70 años más, hasta que los españoles hicieron otro esfuerzo por convertir
a los mayas de Petén. En 1694 y 1695, el franciscano Andrés de Avendaño y Loyola
hizo tres 'entradas' a Noh Petén, y argumentó que el cambio calendárico del K'atun 8
Ajau, en 1697, era una oportunidad propicia para que los nativos se convirtieran a la
cristiandad, pero tampoco este nuevo intento tuvo éxito.
Sin embargo, a finales de 1690, el último Ah Canek hizo propuestas positivas a los
españoles, y recibió y protegió a los emisarios de éstos en Noh Petén; también mandó a
su sobrino, Ah Chan, en una embajada ante los españoles de Mérida, en 1695. Cuando
las noticias del viaje de Ah Chan fueron recibidas a lo largo de la región del lago, los
couohs se lanzaron a la guerra en contra de los de Ah Canek y sus aliados, ubicados al
final del lado este del Lago Petén Itzá. Aquéllos dijeron haberse situado al este del
puerto de Petén Itzá, llamado Chaltunhá, en el sitio de Saklamakhal, al menos por esa
época, y pudieron también atacar a Yalaín. Otro personaje, nombrado Lax Couoh, y sus
seguidores, se movieron hacia la región del Lago Yaxjá, posiblemente tomando o
retomando una región largamente ocupada, en un intento por bloquear nuevas
comunicaciones entre los Canek y los españoles, en la vía hacia Tipú. Entre 1695 y
1700, el control sobre el puerto de Chaltunjá y del territorio de Yaxhá parece haber
cambiado de manos, por lo menos dos veces, entre los couohs y la gente de la provincia
Yalaín.
Las grandes ciudades que en un tiempo se extendieron por las Tierras Bajas mayas, en
el territorio que comprendía desde Copán, en Honduras, hasta Palenque y Comalcalco,
en México, estaban totalmente abandonadas cuando llegaron los europeos en el siglo
XVI. Los primeros reportes escritos en el siglo XX, acerca de Copán y Tikal, señalan
claras evidencias de que estos sitios clásicos fueron habitados por los antepasados de los
grupos mayas que todavía viven en el Altiplano de Guatemala, en Chiapas y en
Yucatán. La cuestión del despoblamiento ha sido para los arqueólogos uno de los dos
temas centrales relacionados con el colapso maya del Clásico. El otro tema se refiere al
hecho de que los pueblos mayas del siglo XVI, con los cuales entraron en contacto los
conquistadores, carecían de una arquitectura de grandes dimensiones y de monumentos
comparables a los que se observan en las ciudades clásicas abandonadas.
Actualmente, el estudio del colapso maya está dirigido a entender las causas del
fenómeno. Estas incluyen los siguientes aspectos: 1) ¿por qué cesó la tradición de la
escultura clásica y de las grandes obras arquitectónicas?; 2) ¿por qué ocurrió esto en un
momento determinado? 3) ¿cuáles fueron los factores que influyeron en ello?; y 4) ¿por
qué se despoblaron vastas áreas de las Tierras Bajas mayas? Para estas preguntas no
existen respuestas ampliamente aceptadas. Sin embargo, cada vez se hace más evidente
que en el fenómeno intervinieron múltiples factores y que coexistieron en un mismo
período diferentes grados de desarrollo y que, consecuentemente, las explicaciones que
tienen sentido en relación con un sitio puede que no se adapten a otro. A pesar de lo
anterior, una cosa es clara: en todos los sitios mayas se abandonó, casi simultáneamente,
la tradición de erigir monumentos con inscripciones en las que se registraban las
actividades de sus gobernantes.
A finales del siglo XIX se inició un esfuerzo por descubrir y publicar fuentes
etnohistóricas del siglo XVI que describieran las culturas mayas de Yucatán y
Guatemala. Algunas de dichas fuentes incluyen descripciones de las ciudades mayas
ocupadas en el momento del contacto con los europeos, y es claro que ninguna de ellas
era comparable a los grandes centros mayas del Clásico, en sus dimensiones o en cuanto
a su valor artístico y arquitectónico. En su Relación de las Cosas de Yucatán, escrita en
el siglo XVI y redescubierta y publicada en 1867, el Obispo Diego de Landa refiere que
una de las grandes ciudades abandonadas, Chichén Itzá, todavía era utilizada como un
lugar de peregrinaje por los mayas de su época.
Landa señaló que las ciudades mayas del Postclásico eran dirigidas por una pequeña
élite, e indicó que continuaba en uso un sistema de escritura altamente desarrollado,
para registrar en libros cuentas calendáricas, eventos históricos y otras informaciones.
Es evidente que el sistema de escritura de los centros clásicos abandonados coincide con
el de los Códices de París, Madrid y Dresden, los cuales presentan similitudes con las
descripciones hechas, en el siglo XVI, por los informantes mayas del Obispo Landa.
Varias tradiciones mayas del siglo XVI contienen leyendas acerca de grandes ciudades
de tiempos antiguos y que posteriormente fueron abandonadas. Algunas de dichas
tradiciones hablan de conquistas militares e invasiones que forzaron a la población a
movilizarse hacia otras áreas. Acontecimientos de esa naturaleza todavía se consideran
hoy como posibles causas del colapso.
Aunque se sabe que las ciudades que se mencionan en las crónicas del siglo XVI (por
ejemplo, Mayapán) datan de una época posterior al Período Clásico, es evidente que
también se produjeron en ellas fases alternas de centralización y descentralización. Tal
parece haber sido el patrón característico del desarrollo sociopolítico maya, desde el
Preclásico. Sin embargo, el colapso del Clásico Tardío difiere de las crisis anteriores y
subsiguientes, en que afectó a un área geográfica muy amplia, en un tiempo
relativamente corto, y en que pocos centros pudieron recuperarse de los efectos
correspondientes. Incluso en los casos en los que se mantuvo cierta población, ésta ya
no se dedicó a las labores artísticas que habían sido tan importantes durante el Clásico.
Una hipótesis considera que el despoblamiento fue producto de causas como la excesiva
explotación y agotamiento de la tierra fértil, catástrofes naturales o epidemias (en los
cultivos o entre la población). Una segunda hipótesis explica el colapso de los centros
principales como una consecuencia de problemas sociopolíticos internos. El sistema
político pudo haber fallado de varias maneras, y ello pudo haber producido una
emigración repentina o gradual de la gente, que habría salido de los centros para
asentarse en las zonas rurales. Por ejemplo, pudo haberse dado un levantamiento de
campesinos, provocado por las crecientes demandas de la élite gobernante. Una tercera
hipótesis indica que en lugar de factores políticos internos, influyeron causas políticas
de tipo externo, y explica el repentino abandono del área como resultado de una
invasión militar que pudo haber obligado a la población a reubicarse en otras regiones.
Thompson creía que los textos de los monumentos mayas clásicos tenían un carácter
completamente religioso, relacionado con dioses, cálculos calendáricos y ciclos del
tiempo. En consecuencia, minimizó su contenido histórico, así como la evidencia que se
refiere a la guerra y a los conflictos. Desde su punto de vista, la sociedad maya se
diferenciaba de las culturas mexicanas, de carácter predominantemente militarista y
secular.
El nuevo modelo explicativo del colapso en las Tierras Bajas mayas, propuesto
finalmente por Thompson, combinaba los factores de conflicto militar e invasión. Desde
esta perspectiva, la caída de la autoridad centralizada, en varios centros principales,
pudo haber arrastrado consigo a un segmento de plebeyos que se marcharon al área
rural. Sin embargo, en opinión de Thompson, esto no causó un descenso importante de
la población de Petén. El fenómeno del colapso probablemente provocó una reubicación
de la población, que se retiró de los centros urbanos y se dispersó en aldeas, pero sin
afectar significativamente el número total de habitantes en el área. Thompson basó su
opinión en el hecho de que, al momento de la conquista española, Petén parece haber
tenido una población abundante que vivía en pequeños pueblos y aldeas dispersos.
De acuerdo con Spinden en cuanto a que el colapso fue resultado de algún desastre,
Sylvanus G.Morley sugirió la hipótesis de que la agricultura de quema y roza terminó
por agotar el suelo. Conforme creció la población, los períodos de barbecho se hicieron
cada vez más cortos, hasta que finalmente la tierra ya no pudo recuperarse, y sufrió un
proceso irreversible de invasión de maleza. Incapaz la población de sostenerse en un
área determinada, se vio forzada a buscar más tierra en lugares distantes de los centros
principales. Sin la base de su subsistencia y carente de la fuerza laboral en la que se
apoyaba, el sistema sociopolítico no pudo mantenerse y acabó desintegrándose.
Una hipótesis relacionada con la anterior fue propuesta por C. Wythe Cooke y Oliver G.
Ricketson. Según estos autores, la erosión del suelo agotó el potencial agrícola de las
Tierras Bajas de Petén. Aluviones de lodo y roca habrían llenado los lagos naturales,
que hoy permanecen como 'bajos' cerca de muchos sitios. El agotamiento del suelo y la
pérdida de fuentes de agua disminuyeron la producción agrícola a un nivel por debajo
de los requerimientos mínimos para mantener a la población local, lo que, a su vez,
causó el colapso sociopolítico y las migraciones hacia otras áreas.
Una Interpretación General del Colapso
Los trabajos arqueológicos de campo efectuados durante las décadas 1950 y 1960
aportaron nuevas informaciones referidas al colapso maya del Clásico. Como resultado
de ello, en 1970 se realizó una importante conferencia sobre el tema, patrocinada por la
School of American Research (SAR). Los participantes en esa reunión revisaron el
desarrollo histórico de las hipótesis del colapso. Observaron que éstas estaban
frecuentemente basadas en un insuficiente conocimiento cronológico de los
acontecimientos, así como en datos inadecuados en relación con los sistemas agrícolas
precolombinos, además de contener ambigüedades respecto de los cambios
demográficos reflejados en el registro arqueológico. Las contribuciones individuales de
algunos participantes, especialmente el ensayo presentado por Gordon R. Willey y
Demitri B. Shimkin, que tuvo mucha influencia, permitieron la conceptualización de un
modelo sistémico de multifactores, enderezado a despejar la incógnita del colapso del
Clásico Tardío en las Tierras Bajas.
Uno de los aspectos más importantes que se analizó en el simposio fue la cronología del
colapso. Se adoptó un nuevo término, el de Clásico Terminal, para integrar el período
correspondiente a la fase que duró el fenómeno. Se consideró que dicho período empezó
alrededor de 9. 18. 0. 0. 0 (790 DC), cuando declinó notoriamente la construcción de
monumentos fechados, que terminó aproximadamente 40 años después de 10. 4. 0. 0. 0
(909 DC), al erigirse la última estela fechada.
Para obtener datos cronológicos provenientes de otras fuentes ajenas a los monumentos
con escritura, Robert L. Rands revisó la cerámica que corresponde al Período Clásico
Terminal. Este análisis se hizo teniendo en cuenta que muchos sitios carecen de
monumentos con glifos, especialmente al final del Clásico. Además, la cerámica
asociada al colapso era importante por la información que podía proporcionar sobre
diferentes cuestiones, como niveles de población, contrastes entre la élite y la gente
común, el nivel real y proporciones del despoblamiento, etcétera.
Rands utilizó complejos cerámicos provenientes de sitios de las Tierras Bajas que tienen
monumentos fechados en la Cuenta Larga y los relacionó con complejos de otros
lugares que carecían de tales asociaciones. A través de un sistema de fechamiento
cruzado entre los tipos cerámicos y los estilos, pudo establecer una comparación entre
las fechas de inicio y finalización de ambos complejos. A partir de este punto, Rands
diseñó un cuadro cronológico que mostraba el avance gradual del colapso a través de las
Tierras Bajas mayas. El estudio mostró que los complejos cerámicos del Clásico Tardío
del oeste (sitios a la orilla de los ríos de La Pasión y Usumacinta, y en Palenque)
tendían a tener una duración más corta que los del centro de Petén (Tikal y Uaxactún).
Rands también notó una tendencia similar en los complejos cerámicos del Clásico
Tardío Terminal con relación a los complejos anteriores a este período. Podría
concluirse, entonces, que en el centro de Petén existió un mayor conservadurismo,
puesto de manifiesto en una mayor durabilidad de los estilos de cerámica y en los
relieves de figuras humanas de los monumentos de piedra. Por el contrario, en los sitios
de la periferia se nota la tendencia a romper con las tradiciones escultóricas peteneras
establecidas antiguamente o, por lo menos, a modificarlas, y a adoptar o imitar estilos
cerámicos extranjeros. Estas observaciones coinciden en cierto modo con la idea de
Thompson respecto a intrusiones extranjeras en la región del Río de La Pasión.
El Centro de Petén
La descripción más detallada del colapso maya quizás sea la presentada por T. Patrick
Culbert en relación con Tikal. En esta ciudad, el Clásico Terminal estuvo caracterizado
por un severo descenso de la población (hasta en un 90%), tanto en el centro como en la
periferia. Algunos habitantes optaron por quedarse, pero el acceso a ciertos bienes y a la
mano de obra especializada se vio drásticamente reducido. Los sobrevivientes
continuaron con su actividad doméstica, pero aparentemente ya no fue posible realizar
las prácticas teocráticas y las religiosas de acuerdo con los patrones clásicos.
Culbert creía que la causa fundamental del gradual proceso de ruptura ocurrido en Tikal
fue la presión demográfica, a la que siguió el descenso de población al final del Período
Clásico. Desde su punto de vista, el número de habitantes se había incrementado a un
nivel superior a la capacidad del sistema agrícola local. Una respuesta ante dicho
problema consistió en diversificar las fuentes alimenticias, para lo cual se recurrió a
otros recursos, además del maíz, como, por ejemplo, la nuez del ramón. Otro
mecanismo pudo haber sido el de acortar los períodos de barbecho de la agricultura de
quema y roza, lo que incrementó el proceso destructivo que Morley señaló en sus
publicaciones anteriores. El problema del exceso de demandas de una población
creciente, en un ambiente que cada vez producía menos, pudo haberse resuelto
inicialmente con la importación de alimentos y otros bienes. Sin embargo, es probable
que Tikal no haya podido competir con otros centros que estaban localizados más
favorablemente en las redes de comercio de la época. Existen indicios de un declive en
los índices de nutrición y un aumento en los problemas de salud. Este problema afectó a
todas las clases sociales del Período Clásico Tardío, y constituye un argumento en favor
de que el despoblamiento fue causado, en parte, por la escasez de alimentos, el
incremento de la mortalidad y la emigración.
Inclusive después del abandono de los centros principales del valle de Belice, que
parece haber ocurrido en el Postclásico Temprano, los asentamientos rurales apenas
sufrieron descenso de población. La cerámica del valle del Río Belice, correspondiente
al Postclásico Temprano, encaja con los nuevos tipos postclásicos que se encuentran
esporádicamente en Tikal. William R. Bullard sugirió que esta nueva cerámica
pertenece a asentamientos rurales de agricultores, que se las ingeniaron para sobrevivir
después de que sucumbió la autoridad política central. Según este investigador, la
población subsistió en grupos independientes cerca de fuentes de agua apropiadas, tales
como los lagos de Petén y los ríos situados al este, hasta el arribo de invasores de élite
procedentes del norte de Yucatán quienes establecieron nuevas capitales políticas.
Bullard llega incluso a proponer que la población del valle del Río Belice pudo haberse
incrementado en la medida en que llegaron, de la cuenca del Río de La Pasión,
refugiados que huían de las incursiones militares que acompañaron al colapso en dicha
área.
El descubrimiento de los nuevos tipos cerámicos encontrados en las casas de todos los
niveles sociales, en El Ceibal, indujo a Jeremy A. Sabloff y Gordon Willey a proponer
que el sitio había sido invadido por grupos ajenos a los mayas clásicos. Según estos
autores, grandes ejércitos entraron al área, posiblemente con la finalidad de asegurar el
acceso a las rutas de comercio. Después de que los guerreros se atrincheraron en la
comunidad, es posible que la población local haya sido obligada a mantenerlos. Puesto
que los invasores no estaban familiarizados con los sistemas agrícolas y se comportaron
como simples consumidores de una cantidad cada vez mayor de alimentos, causaron
serios desbalances en el sistema de producción. Desde el punto de vista de Sabloff y
Willey, el resultado fue el incremento de la tasa de mortalidad en la población local,
causado por la hambruna.
William T. Sanders calculó los efectos de la agricultura de quema y roza, y del corto
período de barbecho, alrededor de centros mayas. Sus cálculos están de acuerdo con la
hipótesis de un declive continuo de la productividad agrícola durante el Clásico Tardío.
Dicho autor llamó la atención sobre el hecho de que el sistema de barbecho corto habría
ocasionado una invasión de maleza en los terrenos limpios. La cantidad de esfuerzo
empleado en la tarea de limpiar los campos pudo haber disminuido la productividad
agrícola total. Según Sanders, los mayas del Clásico Tardío que ocupaban el centro de
Petén posiblemente tuvieron que importar alimentos para satisfacer las necesidades de
una creciente población, en la que la élite aumentaba continuamente, en proporción con
la fuerza laboral que la mantenía. Como resultado de su dependencia respecto de las
regiones periféricas para proveerse de alimentos, el área central quedó a merced de
cualquier posible alteración de los sistemas de comercio. De manera que, si faltaba el
suministro de alimentos procedentes de las zonas periféricas, tenía que persistir
necesariamente la desnutrición y el incremento de la tasa de mortalidad. No obstante,
Sanders, convencido de que este argumento no explica suficientemente el alto grado de
despoblamiento ocurrido en Petén, coincide con la hipótesis de que algunos de los
ocupantes de las Tierras Bajas centrales pudieron emigrar gradualmente a otras áreas.
William L. Rathje investigó con más detalle el papel del comercio en el colapso de la
parte central de Petén. Tomó como marco de referencia una zona nuclear y una
intermedia y definió el Petén central como un área carente de ciertos recursos básicos
(sal, obsidiana, piedra dura para metates) de los que sí disponían las áreas circundantes.
Las mercancías que el área nuclear podía ofrecer a la periferia, a cambio de los
productos citados, eran bienes elaborados, así como el conocimiento especializado
relativo al sistema religioso. Rathje supuso que, conforme la zona intermedia desarrolló
sus propios centros y dispuso de artesanías y especialistas religiosos, el centro se
encontró marginado del intercambio. Según dicho autor, los productores de la cerámica
de pasta fina pudieron haber sido los competidores económicos, cuyos productos
(alfarería de buena calidad) eran manufacturados y distribuidos más eficientemente que
los de Petén central. De esta manera, el colapso de los sitios de esta región fue el
resultado inevitable de su débil posición en las relaciones comerciales.
Otra hipótesis que considera los problemas en las relaciones de comercio como un
factor crítico en el colapso del Clásico Tardío fue la que propuso Malcolm C. Webb. Su
argumentación se basa en el supuesto de que los sitios del Clásico Tardío fueron centros
ceremoniales, cuyos habitantes estaban unidos por medio del parentesco y una ideología
común. Conforme creció la población alrededor de estos centros de culto, se hizo
progresivamente más difícil obtener comida y otros productos básicos en suficiente
cantidad. El pueblo seguramente demandaba, de los gobernantes de los centros
ceremoniales, soluciones a tales problemas, y las respuestas pudieron haber consistido
en aumentar los actos rituales llamados a influir en las fuerzas sobrenaturales
consideradas como las responsables de la crisis. Ello posiblemente provocó un
incremento de la construcción de edificios para desarrollar actividades ceremoniales
exageradas, lo que, lejos de mejorar las condiciones materiales, en general empeoró las
formas de vida. Webb sugiere, además, que el fracaso de estas medidas pudo haber
minado la fe pública en el culto, y ello provocó el descontento e indujo a los habitantes
a abandonar los centros.
Algún tiempo después de la conferencia del SAR, John W.G. Lowe intentó demostrar
que en el modelo general propuesto por Willey y Shimkin se podían reproducir los
patrones observados en los datos arqueológicos, por medio de una simulación
computarizada. Lowe sugirió que el crecimiento de la población en el Clásico Tardío
requirió la intensificación y diversificación de los cultivos de subsistencia. La
intensificación agrícola disminuyó la productividad per cápita, como Sanders había ya
sugerido, mientras que la diversificación creó una necesidad para el manejo de las
actividades de producción y distribución de comida. Lowe observó que el desmedido
aumento de la mortalidad entre los plebeyos, causada por su pobre nutrición, produjo
con el tiempo un incremento relativo en el número de miembros de la élite, una
circunstancia que encaja bien con la proliferación de nuevos centros al final del Período
Clásico. El aumento relativo de la élite provocó una mayor demanda de mano de obra y
redujo el número de trabajadores disponibles para el cultivo de la tierra. La inadecuada
dirección de la sociedad maya clásica no pudo entonces evitar los efectos negativos en
el sistema agrícola, que sus demandas urbanas habían ocasionado. Es más, conforme
empeoraron las condiciones en determinada área, la población restante se movilizó
hacia centros todavía habitables, generalizándose así los elementos de desorganización
que acompañaron al colapso y que lo transformaron en un proceso único extendido a
una región antes heterogénea. Según Lowe, la guerra jugó un papel más importante,
como factor del colapso, que el sugerido originalmente por los participantes en el
simposio del SAR. La guerra fue un medio empleado por los centros, presionados por la
necesidad de recuperar mano de obra y bastimentos.
Con el propósito de conformar el modelo del colapso, Lowe tuvo que ignorar aquellos
sitios donde los procesos de desarrollo no siguieron las mismas pautas. Observó que los
sitios de Belice continuaron ocupados a lo largo del Clásico Terminal y sugirió que ello
podría explicarse por la presencia en esa área de una élite involucrada menos
directamente en las actividades de subsistencia. Por lo tanto, los efectos negativos del
mal gobierno de tales dirigentes ocasionaron menos daños. El análisis de Lowe aclara
que el modelo sistémico general propuesto por el simposio del SAR establece que el
despoblamiento fue el factor que condujo al cese de las construcciones. Investigaciones
más recientes han cuestionado, sin embargo, los cálculos en relación con el descenso
demográfico en los que Lowe se apoyó para determinar la magnitud del colapso.
Estos nuevos estudios demográficos han proporcionado datos diferentes en relación con
la disminución de la población durante el Clásico Terminal, aun dentro del área más
afectada, es decir, el centro de Petén. Los cálculos de la tasa de decrecimiento
demográfico en la región de los lagos de Petén fluctúan entre un 90% a un 60%, y los de
la zona de Tayasal-Paxcamán, entre el Clásico Tardío y el Postclásico Temprano, se
sitúan en alrededor del 60%. Aunque se trata de un fenómeno muy severo, dejó una
población suficiente para desarrollar alguna actividad política centralizada.
de investigación. Por otra parte, los modelos del colapso dependen de ciertos supuestos
sobre las causas demográficas y las consecuencias del abandono de los centros; es decir,
se hace necesario establecer si la población simplemente emigró, o si en realidad
declinó y, en este caso, en qué proporción y en qué fecha. Actualmente, la posible
respuesta a tales problemas se halla limitada por la carencia de datos precisos, lo que es
inevitable cuando las cronologías se basan en los resultados del análisis cerámico.
Cuando se utilizó en Copán la hidratación de obsidiana, como método de fechamiento,
se descubrió que la población en realidad había continuado en el sitio a lo largo del
Período Clásico Terminal, cosa que se ignoraba anteriormente.
Después de la celebración del simposio del SAR, han salido a luz nuevas evidencias
sobre la presión excesiva que sufrió la sociedad maya, del Clásico Tardío, como
consecuencia de las guerras entre los diferentes sitios, la competencia interna por el
poder, y la degradación ambiental con sus secuelas de desnutrición y mortalidad. Los
trabajos recientes sobre desciframientos de los textos relacionados con algunos sitios
han empezado a aclarar los factores internos que pudieron haber contribuido a la
desestabilización sociopolítica o a los cambios ocurridos en los diversos centros. El
patrón repetitivo de centralización-colapso pudo caracterizar toda la historia de las
Tierras Bajas mayas. Si ello fuera válido, significaría que para entender el colapso
cultural del Clásico Tardío se necesita analizar los factores debilitantes que ya estaban
en proceso desde épocas anteriores.
Ahora bien, el Período Clásico Terminal incluye tal variedad de desarrollos que resulta
imposible llegar a un modelo comprensivo y único del colapso. Puede entonces
concluirse que todos los factores, antes mencionados, contribuyeron a la inestabilidad
general de la sociedad maya de las Tierras Bajas, durante el Clásico Tardío, pero que
sus efectos se hicieron sentir en diferente grado en los sitios específicos. Algunas de las
consecuencias de la crisis las compartieron todos; otras, fueron exclusivas de ciertos
lugares. El colapso demográfico y político solamente constituye una respuesta. Pudo
haberse dado también una reorganización del sistema político, lo cual es más difícil de
detectar por medio de la investigación arqueológica. Finalmente, cabe pensar en una
tercera posibilidad: la continuada residencia de un resto de población reducido y carente
de centralización política. Todo lo anterior permite que se propongan modelos
particulares multicausales, como explicación de las diferentes transformaciones que
conformaron el fenómeno del colapso en general.
En una publicación reciente de Prudence Rice se indica que en la región de los lagos de
Petén hubo una continuidad entre el Clásico Terminal y el Postclásico, mayor de la que
tradicionalmente se tenía documentada. Rice comprobó la presencia de estelas tardías en
nuevos centros pequeños, tales como Jimbal (10. 3. 0. 0. 0, o sea 889 DC) e Ixlú (10. 1.
10. 0. 0, o sea 859 DC y 10. 2. 10. 00, es decir, 879 DC) (Ilustración 156). Esta autora
sugiere que la diversificación en las tradiciones cerámicas, en la región, fue el reflejo de
una descentralización, que pudo haber afectado negativamente a centros grandes como
Tikal, pero que también favoreció el desarrollo de otros centros nuevos y pequeños.
Algunos de estos centros pequeños continuaron ocupados desde el Clásico Terminal al
Postclásico. Los monumentos erigidos en Ixlú y Tayasal, durante el Clásico Terminal,
contienen innovaciones de forma y contenido. Los monumentos de Ixlú introdujeron el
motivo que Tatiana Proskouriakoff llamó 'jinete sobre nubes' (Ilustración 156 y 157), el
cual consiste de figuras que flotan en volutas de aire sobre los personajes principales,
que están de pie. La estela de Tayasal muestra una figura de un 'dios', acompañado de
pájaros, que parece estar relacionada temáticamente con las de Ixlú. Tales
representaciones posiblemente reflejan una síntesis de los temas del Clásico Tardío
preexistentes en las Tierras Bajas, con nuevos elementos típicos de sitios del norte de
Yucatán, particularmente Chichén Itzá.
Asimismo, ha podido establecerse que centros del norte y del sur de Belice,
pertenecientes al Clásico Tardío, siguieron ocupados o volvieron a serlo durante el
Clásico Terminal. El eventual abandono de la práctica de erigir estelas y de hacer
construcciones a gran escala, puede indicar en Belice un cambio sociopolítico, no
necesariamente un colapso. El sitio de Nohmul, el mayor del norte de Belice, mantuvo
continuamente un nivel máximo de población, desde el Clásico Tardío al Clásico
Terminal. La presencia en este sitio de un juego de pelota, correspondiente al Clásico
Terminal, sugiere además que sus ocupantes mantuvieron las prácticas sociopolíticas
del Clásico Tardío. Al mismo tiempo, otros edificios, incluyendo una estructura
redonda, indican que el sitio estuvo vinculado con Chichén Itzá.
Las estelas lisas encontradas en Mayflower y T'au Witz, en el Distrito de Stann Creek,
al sur de Belice, que están asociadas a escondites del Clásico Terminal, indican la
continuación, durante este período, de la práctica clásica de erigir monumentos. En
otros sitios del sur de Belice, como Xunantunich y Caracol, se han identificado también
varios monumentos labrados, que pertenecen a dicho período.
Es posible que durante el Clásico Terminal la periferia sur del área maya haya
experimentado una situación similar a la del este de Belice. En Cerro Palenque, un sitio
del Clásico Terminal del valle de Ulúa, Honduras, las cerámicas locales (Ilustración
159) imitan los tipos de Pasta Fina de la cuenca del Río de La Pasión. Esta cerámica
recuerda también el estilo de algunos ejemplares de vasijas de Pasta Fina, también de
fabricación local, encontrados en sitios de Belice y pertenecientes al Clásico Terminal.
Quizás existieron contactos directos entre ambas periferias al sur y al este. En cuanto a
las vasijas talladas en mármol, procedentes del mismo valle de Ulúa, coinciden también
con otras del mismo tipo que se encuentran dentro del contexto del Clásico Terminal en
sitios como Altún Ha y San José, en Belice. En ambas regiones, la continuación o
renovación de la importancia de los juegos de pelota durante el Clásico Terminal es un
rasgo común que sugiere que existieron también similitudes en las prácticas políticas o
religiosas. El juego de pelota de Nohmul y la reconstrucción y nueva utilización del
segundo juego de pelota de Copán datan de este período. En Cerro Palenque también se
construyó otro nuevo durante el Clásico Terminal, y lo mismo sucedió en Lamanai,
Belice. El descubrimiento de mercurio en un escondite del juego de pelota de Lamanai
ha sido relacionado con yacimientos de este mineral situados en Honduras, lo que
nuevamente sugiere la existencia, durante dicha época, de lazos entre ambas regiones.
Las recientes investigaciones realizadas, tanto en el centro de Petén como en Belice y en
la periferia sur, establecen con mayor precisión las diferencias que existieron entre el
área central y sus periferias durante el período de colapso de la sociedad clásica. El
severo decrecimiento de la población, tan manifiesto en Tikal, y en otros sitios de Petén
central, parece que fue un fenómeno exclusivo de esa zona. Tanto en lo que hoy es
Belice como en Honduras, la población permaneció relativamente estable durante el
Clásico Terminal e incluso aumentó. La falta de mano de obra, necesaria para sostener
las actividades de la élite, bien pudo haber sido la causa del cese de las grandes
construcciones de los centros de Petén. En cambio, en los sitios de las periferias del
este, sur y oeste, donde la pérdida de población fue mucho menos marcada, se mantuvo
la práctica de levantar edificios públicos y erigir monumentos durante los años iniciales
del Clásico Terminal. Pero aun en estos sitios, finalmente se terminó también con la
construcción a gran escala, y se abandonó la práctica de las inscripciones públicas.
Aun cuando sea posible identificar las causas del despoblamiento, no parece que ello
baste para explicar los cambios ocurridos en torno al fenómeno del colapso. Como se
indicó ya, las recientes investigaciones cuestionan las relaciones causales simples entre
despoblamiento y el cese de las construcciones monumentales e inscripciones públicas.
Por las inscripciones descifradas, parece que el militarismo se acentuó con el tiempo.
Tanto en imágenes como en textos se representa la guerra como un combate entre
guerreros varones adultos, evidentemente en campos de batalla alejados de los sitios.
Las fuentes indican que el propósito de tales batallas era la adquisición de cautivos para
los sacrificios asociados específicamente a ceremonias colectivas. Los centros vencidos
no perdieron su independencia política, aunque la disminución de grandes monumentos
y grandes construcciones evidencian que la derrota creaba dificultades internas. Dichos
problemas pudieron haber consistido en la renuencia de los plebeyos a contribuir con
mano de obra, o bien en la lucha de poder entre las élites sobrevivientes para obtener el
derecho de gobernar.
En una comparación entre las civilizaciones china y griega con la maya, George L.
Cowgill sugirió que la guerra entre los Estados mayas independientes pudo haber sido el
inicio del colapso maya. Según tal investigador, los modelos del colapso basados en el
crecimiento demográfico asumen simplemente que se dio un crecimiento de la
población, sin aportar pruebas directas de que así ocurrió en realidad. Cowgill
consideraba que el creciente militarismo no tuvo necesariamente como causa la
competencia por obtener el control de los recursos, sino que bien pudo haber sido el
resultado de los intentos por crear entidades políticas más grandes, al tratar de integrar
en un 'reino' a diversos Estados independientes.
las empresas conquistadoras más agresivas durante los siglos siguientes. En Petexbatún,
dicho período expansionista terminó infructuosamente con la desintegración de la
confederación. Tal proceso de conquista puede compararse con la situación de la Grecia
antigua, descrita por Cowgill. Un ejemplo de una campaña militar triunfadora, en
guerras de la misma clase, puede ser el surgimiento de Chichén Itzá como el poder
dominante en las Tierras Bajas del norte, durante el Clásico Terminal. El arte
escultórico del sitio muestra ataques de poblaciones, de lo que puede inferirse que el
sitio fue conquistado y sus habitantes capturados.
La nueva temática de los monumentos del Clásico Terminal posiblemente refleja los
cambios que registró la organización sociopolítica con el objeto de responder a las
fuertes demandas de esta situación de incrementado belicismo. Las alianzas entre
señores de los diferentes sitios están sugeridas por los pares de protagonistas de igual
dignidad que aparecen en algunos monumentos de Petén y la cuenca del Usumacinta. La
más frecuente representación de figuras de guerreros, en el campo del arte, reflejaría
también la emergencia social de una clase militar de carácter permanente, así como la
creciente importancia que el liderazgo en la guerra adquirió como símbolo de prestigio.
Los primeros candidatos a servir como miembros de las fuerzas militares permanentes
fueron los miembros de la nobleza ajena a la realeza. Probablemente no es simple
coincidencia que muchas de las inscripciones tardías que se refieren a miembros de la
nobleza no gobernante, registren batallas en las que éstos se distinguieron.
Cada uno de los centros mayas clásicos experimentó combinaciones y grados de presión
que condujeron a resultados diversos. En los casos más extremos, la población
abandonó el centro, o quedó reducida por las enfermedades a un mínimo de fuerza
laboral que ya no fue capaz de continuar la construcción de las obras públicas. Aunque
algunos centros persistieron durante algún tiempo más y pudieron reorganizar su
estructura sociopolítica, ya no existió la necesidad de dedicar nuevos monumentos y
levantar edificios públicos, ya que ello fue innecesario para afianzar el liderazgo de las
élites. Parece ser también que determinados centros sufrieron menos los efectos del
colapso. Estos sitios pudieron preservar sus tradiciones locales clásicas, que
posteriormente evolucionaron a versiones postclásicas. Sin embargo, ninguno de ellos
pudo evitar por completo el impacto del fenómeno regresivo, sobre todo cuando el
surgimiento de guerras de conquista hizo que los enfrentamientos entre los distintos
centros fueran una constante amenaza.
Los avances en el desciframiento de los textos mayas han demostrado que los
monumentos mayas clásicos y la arquitectura servían primariamente como propaganda
política de los gobernantes, y que tenían el propósito de legitimar su gobierno y el de
sus sucesores. Tal necesidad de legitimación era ya, por sí misma, un indicio de la
debilidad del sistema político centralizado, que exigía a cada nuevo gobernante
constantes esfuerzos y presentaciones novedosas de esta forma 'monumental' de
demostración del poder. La tarea exigía una gran fuerza laboral, requisito que se tornó
particularmente crítico conforme se expandieron y multiplicaron los centros durante el
Clásico Tardío.
Por otra parte, el crecimiento demográfico que garantizó inicialmente la fuerza humana
necesaria para el trabajo y las campañas militares, pronto excedió la capacidad de una
tierra trabajada con métodos tradicionales de cultivo. La escasez alimenticia se intentó
resolver por medio de una agricultura intensiva de campos elevados, terrazas y períodos
de barbecho más cortos, así como con la diversificación de la dieta. No se usaron los
mismos métodos agrícolas en todas las regiones. Los sistemas de campos elevados,
apropiados para el norte de Belice, apenas se hubieran podido aplicar en el centro de
Petén. La diversificación de la dieta, por otra parte, dependía de la disponibilidad local
de recursos. Los sitios ubicados alrededor de los lagos de Petén y aquellos de las
periferias este y sur, cercanos a ríos y costas marinas, aprovecharon sin duda los
recursos pesqueros. De esta manera, se puede suponer que las condiciones de
intensificación agrícola y diversificación favorecieron la continuidad de ocupación en
las áreas periféricas, pero no así en las Tierras Bajas centrales.
Era característico, entre los mayas clásicos, que las batallas se ganaran con la captura
del gobernante local. El caos político que seguía a la derrota estaba centrado en la lucha
interna, entre los miembros de la élite, para los efectos de la sucesión del poder.
Algunas veces, los que perdían la partida se retiraban y fundaban nuevos centros
políticos. La gente común posiblemente se dividió, ya que una parte permaneció en el
lugar y otra se asoció a los centros recién fundados. Finalmente, algunos de los viejos
centros fueron completamente abandonados.
Los gobernantes de los nuevos centros, que ya no se identificaban como parte de una
dinastía local con derechos de descendencia, constituyeron un tipo distinto de estrato
social emergente, es decir, una élite guerrera que basaba su posición de poder en
hazañas militares. Al parecer, el cambio experimentado en los fundamentos de la
legitimidad política hizo innecesarias la construcción de pirámides para conmemorar a
los antepasados del linaje, y la práctica de erigir monumentos para registrar la línea de
descendencia y los derechos de sucesión local.
En muchos centros del Clásico Tardío las costumbres tradicionales estaban demasiado
enraizadas como para permitir cambios radicales. Tal fue, al parecer, el caso de la élite
de Tikal, que intentó preservar su herencia ancestral. Sin embargo, para otros centros
mayas de las Tierras Bajas de la parte sur, el Clásico Terminal fue una época de
innovación. De esta suerte, sobrevivieron, después del 'colapso', sistemas políticos más
pequeños y más flexibles, con moderadas exigencias a la población local. Estos lugares
sirvieron, además, como refugio de poblaciones sobrevivientes, atraídas por la promesa
de protección ante los ataques de otros centros vecinos. Sus textos jeroglíficos
preservaron el conocimiento de la historia maya y su calendario. En las tradiciones
orales, registradas después de la conquista española, sus descendientes describieron
dicha historia como un ciclo de centralización interrumpido por ataques militares. En tal
sentido, los datos arqueológicos sugieren, cada vez con más fuerza, que el llamado
'colapso clásico maya' se entiende mejor con base en las descripciones que hicieron los
propios mayas a sus conquistadores del siglo XVI.
CARLOS NAVARRETE
En este ensayo se reúne un conjunto de rasgos materiales que se extendía del centro de
México al área maya meridional, en la época en que ocurrió la conquista española. Para
ello se parte de un viejo trabajo, en el cual se definían dichas relaciones como
'influencias', ocurridas en el marco cronológico del Postclásico Tardío. Ahora se pueden
enmendar algunos errores y aportar nueva información, con el fin de apreciar los
elementos concretos que participaron en aquel intercambio. Para ello se utilizan
básicamente datos arqueológicos, confrontados con el análisis de algunos documentos
indígenas escritos a los pocos años de haberse establecido el régimen colonial.
El enfoque aludido ofrece la ventaja de trabajar con datos precisos entre las dos áreas,
en un momento definido, con lo cual se soslayan deliberadamente problemas semejantes
más antiguos que, aun cuando pueden estar ligados al objetivo que aquí se persigue,
merecen un tratamiento particular. En realidad, se han confundido algunos aspectos de
la energía emanada en el centro de México, pues suelen englobarse bajo el rubro
'mexicanos', elementos que pertenecen a la época tolteca y a veces aun a la
teotihuacana, mezclándoseles con la problemática de los pipiles y de otros pueblos
migrantes. Por lo tanto, parece más adecuado reducir el término 'mexicano' al
Postclásico Tardío, cuando los mexicas o aztecas se impusieron en su territorio básico, o
sea en la época en la que éstos alcanzaron su máxima expansión territorial por medio de
la conquista, y dejaron sentir su influencia en otras latitudes a través del comercio. La
época en que culminó el estilo, o estilos semejantes, es conocida como Mexica, Tlaxcala
y Mixteco-Puebla.
Como fuentes primarias se destacan en este estudio los textos coloniales que señalaron
en Centro América la presencia de indígenas de habla similar a la de México, pero
localizados en regiones distantes de su asiento original. Dichas fuentes son Gonzalo
Fernández de Oviedo, Fray Toribio de Motolinía y Fray Juan de Torquemada, así como
autores modernos que se han ocupado nuevamente del tema, como Doris Stone,
Wigberto Jiménez Moreno, Anne M. Chapman y, dentro de la Arqueología, Samuel K.
Lothrop, William G. Strong, Stephan de Borhegyi y Claude F. Baudez.
Sylvanus G. Morley, preocupado por su clásica teoría relativa a la división entre Viejo y
Nuevo Imperios, centró su visión del Postclásico en la Península de Yucatán, y enfatizó
la penetración de elementos toltecas. Francis Richardson presentó una primera lista de
esculturas monumentales atípicas dentro del área maya, algunas de franco estilo
septentrional, a las cuales englobó en los términos 'nahua-pipil'. John Longyear III
señaló ciertos rasgos en relación con El Salvador, y se refirió también a todo el
Postclásico, sin distinguir entre Temprano y Tardío. John Glass, obligado por la escasez
de datos, centró la información del Postclásico de Honduras a la cerámica de Naco.
Alberto Ruz Lhuillier elaboró el más completo catálogo de influencias mexicanas sobre
los mayas, y al tratar el área meridional volvió a reunir rasgos tempranos y tardíos de
tipo arquitectónico, cerámico, de cremación, las deidades presentes en las esculturas de
El Baúl, y el famoso Chac mool, de Tazumal. Suzanne W. Miles, al referirse a la
situación etnohistórica de Los Altos y Costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala,
concluyó que las influencias finales pudieron deberse al incremento de las conquistas
mexicas y al tránsito de los pochtecas. En una síntesis de la Arqueología de la periferia
suroeste del área maya, Robert Sharer definió algunos elementos pertenecientes al
Postclásico de El Salvador, pero nuevamente se presenta de modo confuso el momento
exacto en que aparecieron.
Arquitectura
Smith caracterizó este elemento como originario de México, ya que en los 67 sitios del
Altiplano Central de Guatemala, que él describió, sólo aparecieron cuatro con doble
templo sobre plataforma sencilla. Por su parte, Borhegyi reportó seis. La forma con la
cual aparece este elemento, en el área del Altiplano, ofrece una serie de variantes entre
las que destacan las siguientes: dos templos dobles sobre plataformas o basamentos
piramidales, como en la Estructura B-3, de Mixco Viejo (Jilotepeque Viejo), en la cual
descansan dos pirámides sobre una base común; doble templo sobre una plataforma
común, con tres escalinatas al frente y otras laterales, como en Chuitinamit, Baja
Verapaz (Ilustración 161); y el ya mencionado Cahyup, con escalinatas por los cuatro
lados de la plataforma común y en la de cada templo.
Banqueta-altar
Doble escalinata
Smith localizó este rasgo en 20 sitios. Su relación con el centro de México no puede
establecerse en forma mecánica; antes bien, se debe tomar en cuenta la manera en que
los mayas interpretaron esta materialización arquitectónica del concepto religioso de la
dualidad. Las escalinatas mexicanas, por lo regular, están flanqueadas por alfardas y
separadas por una doble en el centro, como en Teopanzolco o Tenayuca, mientras que
en los edificios mayas hay distintas versiones: la tradicional, de tres alfardas, con una
sola alfarda corrida en medio; y combinando la doble escalinata, con una sencilla en los
cuerpos inferiores. Una diferencia esencial consiste en que, mientras en México la doble
escalinata conduce por lo general a dos templos, en la región maya ello no está
precisado.
Smith localizó este elemento arquitectónico en seis sitios. Resulta difícil localizarlo en
los templos de exclusiva influencia tardía, puesto que en la propia zona maya se
encuentra formando parte de los rasgos toltecas, como puede verse en El Castillo de
Chichén Itza. Probablemente el mejor ejemplo reciente lo tenemos en la Estructura 1, de
Zaculeu.
Smith mencionó ocho sitios en los que aparece este rasgo, a los cuales se puede agregar
el de Cihuatán, en El Salvador. El de Zaculeu es un magnífico ejemplo de un juego de
pelota de este tipo. Smith citó el de Chutixtiox, como uno de los mejor conservados.
Estructuras circulares
Smith señaló cuatro sitios en los que se puede apreciar este rasgo, y Borhegyi aumentó
el número hasta 10. Aparentemente, la construcción más parecida a los edificios
semicirculares de Tula, de Calixtlahuaca, de Malinalco, y de otros centros mexicanos, es
la parte posterior de la Estructura 4, de Zaculeu (Ilustración 162). Por el contrario, en la
fachada frontal y a los costados de dicha estructura podrían encontrarse cualidades
particulares del sitio.
Smith señaló 15 sitios en los que es clara la presencia de este elemento, y seis en que es
posible. En esa lista se pueden agregar San Pedro Buenavista, en la depresión central de
Chiapas, y Cihuatán y Tazumal, en El Salvador. Vale la pena señalar la forma en que
este tipo de alfardas se combina: como alfarda central, cuando divide en dos una
escalinata; en pequeños altares, o momoxtlis, con escalinatas por dos o cuatro lados; en
escalinatas de plataformas alargadas o terrazas de acceso, donde alternan hasta en
número de 10, con nueve secciones de gradas, como en Cahyup (Ilustración 160) y
Chuitinamit, Baja Verapaz (Ilustración 161) donde, en cierta medida, se parecen a la
plataforma norte del centro ceremonial de Tlatelolco; en basamentos piramidales de dos
cuerpos, con el acceso al primero por una sola escalinata, y al segundo por medio de
cuatro, flanqueadas por cinco alfardas, como en la Estructura C-2, de Mixco Viejo; y en
la escalinata doble con dos 'dados' en la alfarda central, de los cuales uno está en el
remate normal y el otro en medio, como en el caso de Huil, que nos recuerda las
alfardas de la primera época de Teopanzolco.
Por supuesto, que este elemento también ha sido reinterpretado localmente, como
sucede en el Templo 2, de Iximché, donde alfarda y cuerpo se entremezclan por la
considerable anchura de la primera; dicho edificio posee una planta en que persisten las
esquinas remetidas, de larga tradición entre los mayas; de hecho, las alfardas se alargan
como molduras en la fachada frontal.
Igualmente, la forma del 'dado' ofrece ligeros cambios. Mientras en el centro de México
sobresale al frente, en el área bajo análisis resalta alrededor de toda la alfarda, como en
la Pirámide C-1, de Mixco Viejo (Ilustración 163) y en la Estructura 4, de Zaculeu
(Ilustración 162). Recientes investigaciones realizadas en el norte de Quiché, en la
cuenca del Chixoy y en Los Altos Cuchumatanes, lo fechan a partir del 1100 DC, y su
presencia se incrementa a medida que se acerca el siglo XVI.
Otro ejemplo podría ser la base de un bloque parecido al anterior, encontrado al frente y
en medio de las columnas de acceso a la Estructura 17, de Zaculeu; desgraciadamente,
está muy destruido para conocer su forma original. Es pertinente recordar el bloque
descubierto en el Templo Mayor de México-Tenochtitlan, al frente del recinto dedicado
al dios Huitzilopochtli.
Altar-plataforma
Pintura
Pintura mural
Otro significativo mural decoró un palacio de Utatlán, el más importante centro quiché
(k'iche'). Allí se ve un personaje parado sobre una banda que representa la tierra, de la
que brotan guías de plantas (Ilustración 165). El personaje, su atuendo y los objetos que
porta, hermanan estilísticamente dicho mural con los de Iximché.
Estas pinturas inducen a considerar el problema de los diseños de los códices indígenas
guatemaltecos que existían en la época de la Conquista. Los murales de ambos sitios
conducen a pensar que las pictografías sobre corteza de árbol y piel de venado pudieron
haber sido hechas en un estilo semejante, como se aprecia en algunos dibujos hechos
sobre materiales perecederos y que, no obstante, han podido sobrevivir.
Escultura
Relieves y grabados
Con mucha cautela se podrían colocar, como típicos ejemplos de relieves y grabados,
algunos diseños de una piedra de San Jerónimo, municipio de Unión Juárez, Chiapas,
parecidos a los que representan mariposas en el centro de México. La Ilustración 170c
muestra un grabado de la misma región, específicamente de Mixcum, en el cual se
representa un insecto. Diseños correspondientes a la época bajo estudio son los relieves
de Chuitinamit, a orillas del Lago de Atitlán (Ilustración 166), cuyo estilo recuerda los
relieves de Santa Cruz Acalpixcan, Xochimilco.
Esculturas en general
En un trabajo de 1976, el autor de este ensayo analizó algunos tipos de escultura, como
el de 'brazos cruzados' y el de 'estilo pipil', cuya cronología se inició tempranamente,
por lo que no se trata aquí. Es seguro que algunas esculturas de Tajumulco, de El Baúl y
del Oriente de Guatemala pertenecen al Postclásico, pero es difícil saber a cuál etapa. Ni
los dioses que identificó Thompson, ni las figuras de Bertha P. Dutton, pueden ser
fechadas con seguridad. Talvez ello sea posible en el caso de ciertas cabezas de
serpiente y otras piezas de la Costa y el Oriente de Guatemala. Lee A. Parsons colocó la
mayor parte de estas piezas en época más temprana, pero, por su aspecto formal, la
cabeza de serpiente de Pasaco, Departamento de Jutiapa, podría corresponder al
Postclásico Tardío; el belfo superior volteado hacia arriba, de esta figura, recuerda las
Xiuhcóatl o 'serpientes de fuego' mexicas.
Cerámica
Cerámica Azteca
La máxima difusión de este tipo de cerámica, hacia el sur, se ha confirmado por medio
de las excavaciones realizadas en Chiapa de Corzo, así como en el reconocimiento
hecho en la costa de Chiapas, donde se le encontró en los municipios de Huehuetán,
Mazatán, Tapachula y Tuxtla Chico. En Chiapa de Corzo corresponde a los tipos
Guinda Pulido, Negro sobre Naranja, y posiblemente al Rojo o Naranja Pulido, del
centro de México. El número global de los tiestos aztecas es de 18 rescatados en
excavación y cuatro en el reconocimiento de superficie en 29 sitios. De Huehuetán se
tienen 19 ejemplares, de Mazatán 15, y dos figurillas de las identificadas como
representaciones de la diosa Xochiquetzal; todos recolectados en superficie. En
Tapachula se encontró una ofrenda de 16 vasijas Azteca III, en la excavación de los
cimientos de un edificio localizado en pleno centro de la ciudad. Un ejemplo único se
encontró en Santa Tecla, El Salvador, el cual se identificó como del tipo Negro sobre
Naranja, correspondiente al grupo Azteca IV.
Tanto en Chiapa de Corzo como en Tuxtla Chico se han encontrado pequeños Vasos
Tláloc, idénticos a los que en México se agrupan en la llamada 'Cerámica de los
Volcanes', hallados en situación semejante: tres ejemplares en la Cueva del
Chorreadero, tres en el interior del Cañón del Sumidero, y uno en una cueva en los
cortes del Río Suchiate, en la frontera con Guatemala.
Cerámica Mixteca-Puebla
Efigies Tláloc
Estas efigies se separan aquí de los pequeños vasos mencionados arriba, porque tienen
forma y tamaño diferentes. Parecen haber sido modeladas localmente, con
características formales parecidas a las que corresponden a las encontradas entre el
material proveniente de las excavaciones del Metro, en la ciudad de México, y en
ejemplares tardíos de la Fase Venta Salada, de Tehuacán, con ramificaciones hacia la
región de Teotitlán del Camino, Oaxaca. Una pieza completa proviene de Atiquipaque,
Taxisco, Santa Rosa, y el tipo en general es conocido en la República de El Salvador.
Por lo común, aparecen como vasijas globulares, con base de campana y un estrecho y
alto vertedero en la parte superior, y se parecen a los llamados xantiles oaxaqueños.
Efigies Cráneos
Este tipo de grandes esculturas puede ser más antiguo, como lo indicaría el famoso Xipe
de Xolalpan, Teotihuacan. Esta figura lleva en la mano derecha un vaso en forma de
garra de murciélago, característico de las Fases Monte Albán IIIB y IV del Clásico
Tardío.
Cerámica chiapaneca
Se sabe de la relación que los chiapanecos de la depresión central tenían con la región
de Tehuantepec, de donde pudieron haber tomado los motivos de la llamada cerámica
chiapaneca. En los tipos Nimbalarí Tricoma y Nucatilí Policroma, se representaron
bandas de cráneos, y en el Nambarití Policroma, la decoración se hizo con base en
grecas 'xicalcoliuhqui' y volutas de la palabra.
Braceros y sahumerios
Aunque Borhegyi, elaboró una lista amplia de los sitios donde aparecieron incensarios
de pedestal, tamaño grande, y sugirió la presencia de deidades como Xipe,
Mictlantecutli y Quetzacoatl, no parece posible señalar definitivamente la influencia
mexicana, según la connotación que se reconoce a este término en el presente ensayo.
Ejemplos tardíos de las piezas a que se refiere esta sección serían la encontrada por
Heinrich Berlin en San Pedro Buenavista, depresión central de Chiapas, y un fragmento
con la figura de un venado, de Sacapulas, Quiché, el cual se encontró junto con dos
cántaros del tipo Chinautla policromo, y se guardó en la alcaldía, en 1952.
Turquesa
La síntesis de las investigaciones arqueológicas sobre Los Altos de Guatemala, hecha
por Borhegyi, incluye los contados hallazgos de este material y su fechamiento durante
el Postclásico. Además, pequeños fragmentos de este material se encontraron en un
significativo entierro (E-27-A) rescatado en Iximché (Ilustración 127), importante en el
contexto de este ensayo por los elementos asociados que se analizan más adelante.
Hueso
En la ruta hacia el territorio propiamente maya, proveniente específicamente del pueblo
de Acala, en depresión central de Chiapas, se encontró una pieza grabada de este
material. A pesar de la fractura de la pieza se notan un personaje y otros elementos
geométricos y naturalistas, de estilo francamente mexicano. Asimismo, un raspador
musical, típico omichicahuaztli, se encontró en las cercanías de Utatlán, el cual tiene
grabado un cráneo descarnado, con los arcos superciliares adornados, bolas de algodón
y un pedernal que le sale de la boca (Ilustración 169a). El sentido del dibujo es
semejante al de un pequeño tubo encontrado en el valle de México, y hay puntos de
contacto con otro omichicahuaztli de la misma región (Ilustración 169b), reproducido
aquí para mostrar el sitio del hueso donde se grabó el personaje, ya que el ejemplar de
Utatlán lo tiene en el mismo punto. La parte superior del hueso está rota y apenas deja
ver una de las muescas incisas a lo largo.
Textiles
Desde el descubrimiento de unos fragmentos en la cueva de La Cieneguilla, Chiapas, se
puede hablar de la existencia de lienzos o mantas tipo 'códice', en el área maya
meridional. Los hallazgos recientes, en la cueva de La Garrafa, Chiapas, de textiles
policromados (camisa, mantas, tilma, etcétera) lo confirman. Es tal su cercanía a los
motivos mexicanos, que en sus diseños se han identificado algunas deidades, como
Xipe Totec, la diosa Citlalicue, Tezcatlipoca y otros símbolos.
Calabazas Maqueadas
De la cueva de La Garrafa, Chiapas, provienen dos magníficas piezas decoradas con la
técnica del maque, especie de laca americana producida por la combinación de colores
en polvo con el aceite de un insecto llamado axe o nije, aplicado sobre madera o
calabaza, tal como se hace actualmente en Chiapa de Corzo. Las fuentes documentales
coloniales hablan de su producción prehispánica en Chiapas y Guatemala. Un ejemplar
conocido es de un tecomate adornado con bandas que representan plumas, la 'faja
celeste' y el xicalcoliuhqui, y una jícara en cuyo exterior se repite la figura de un
personaje acostado, interpretado como Tezcatlipoca 'mirando el cielo'.
Papel de Amate
Proveniente, asimismo, de La Garrafa, existe un fragmento de papel de amate, pintado
en colores azul y rojo, en el que se pueden ver los remates de algunos glifos
emparentados con la clase de diseños que se tratan en este ensayo. La presencia de
amate arqueológico en tierras mayas meridionales es un argumento más que confirma la
existencia de códices postclásicos en las Tierras Altas.
Metal
Un buen resumen sobre la distribución del metal en Mesoamérica es el que elaboró
David Pendergast. Sin embargo, resulta poco práctico, por el tratamiento masivo que se
concede a la distribución de los tipos.
John Weeks sostuvo que hay evidencias sobre la labor de los metales en la periferia de
Utatlán, pero sus argumentos parecen poco convincentes. Puede ser más atendible la
opinión de Borhegyi, quien mantuvo que el uso del metal, durante el Postclásico
Temprano, fue esporádico en el área maya, aunque se incrementó, posteriormente, por
medio de las relaciones con México.
Conclusiones
La anterior lista de elementos no es tan categórica como parece indicarlo el título de
este ensayo. Por el contrario, fuera de los rasgos arquitectónicos localizados en sitios
cada vez más numerosos, el resto de los rasgos, que aparecen en la lista, es difícilmente
cuantificable. Esta aparente limitación, sin embargo, en vez de restringir el enfoque que
aquí se presenta, puede constituirse en una base de apoyo, si se juzga el contexto social
que correspondía a cada uno de los rasgos mencionados.
Hemos citado estas diferentes utilizaciones del término mexicano, con el objeto de
recordar la falta de unidad de criterio que sobre este punto priva entre los especialistas.
En el desarrollo de nuestro trabajo consideramos el sentido más amplio a que nos
referimos al iniciar la discusión del término, es decir, lo relativo a las manifestaciones
culturales que tuvieron como ubicación geográfica la región de la actual república
mexicana. Sin embargo, en algunos casos señalamos posibles influencias de regiones
circunvecinas no específicamente mexicanas, como Oaxaca y la costa Veracruzana.
Según se dijo al principio de este ensayo, el hecho de no hacer una clara diferencia entre
los dos momentos básicos del Postclásico, ha llevado a un punto en el que suele
mezclarse lo propio de la época tolteca con las realizaciones de los verdaderos
mexicanos, mexicas o aztecas. Si aun en los valles centrales de México, donde es
notoria la continuidad de rasgos de uno a otro momento, se hace necesario
diferenciarlos por problemas cronológicos y de desarrollo social, para la zona maya no
es menos urgente el intentar definirlos. Por esta razón se prefiere llamar mexicanas
únicamente a las influencias emanadas del territorio básico dominado por los aztecas,
incluyendo la región mixteca, tal como lo sugirió Smith.
Tal foco, centrado en Tenochtitlan, hizo sentir su presencia hasta las tierras cacaoteras
del Soconusco, donde mantenía la guarnición de Huehuetán, ya que, desde 1498, el
tlatoani Ahuizotl había llevado sus conquistas hasta Ayutla, ya en territorio maya. De
ahí que las influencias culturales aztecas estuvieran filtrándose desde la vecindad de los
señoríos independientes de esta fracción del área maya. Influencias que, si bien no
habían logrado aún penetrar en la masa de la población, lo estaban haciendo en algunas
capas sociales más permeables. Así lo sugieren datos arqueológicos, como las pinturas
murales del Templo 2 de Iximché, descubiertas en el recinto más importante del sitio, es
decir, en el edificio que contiene el bloque de sacrificios. Procedentes de la misma
estructura arquitectónica, los objetos funerarios del Entierro E-27-A (diadema de oro,
brazaletes), solamente pudieron haber pertenecido a un personaje de alta jerarquía,
quizá uno de los gobernantes que menciona el Memorial de Sololá. Tampoco es en una
área habitacional común donde se encontró la pintura mural de Utatlán. De modo que la
tónica mexicana se presentaba en contextos de la élite gobernante.
Existen otras evidencias arqueológicas que reflejan las ideas y costumbres que
penetraban en el área maya por medio de la capa social dirigente, es decir, la que
controlaba el sistema tributario y el comercio, y en la cual figuraban pochtecas y
embajadores políticos. Entre dichos ejemplos se pueden citar los siguientes: el hueso de
Acala, los objetos de La Garrafa, el omechicahuaztli de Utatlán, los relieves de
Chuitinamit, las pinturas del cerro Naranjo y Ayarza, los adornos de hueso, concha y
oro, las cerámicas de importación, y la decoración simbólica del cántaro de Zacualpa.
En 1510 envió Moctezuma II una embajada a Iximché, de la que Adrián Recinos indicó
que fue 'probablemente para comunicar a los reyes los temores que abrigaba por la
presencia de los españoles en las islas de las Antillas'. Sin embargo, el Memorial
consigna el hecho pero no especifica la razón. Por otra parte, no hay motivo alguno para
pensar que tal embajada fue única, sobre todo si se considera que los comerciantes
mexicanos llegaban hasta puntos lejanos de Centro América y que, para lograr la
franquicia de paso, tuvieron que haber mantenido alguna relación con los gobernantes
mayas.
En este momento conviene considerar el problema que se refiere al origen de los grupos
mayas alteños. De acuerdo con la mayoría de registros históricos, como el Popol Vuh, el
Memorial de Sololá, etcétera, dichos grupos 'vinieron' o 'partieron' de Tula, la
legendaria capital tolteca, en un largo peregrinar que los condujo a territorios de
Chiapas y Guatemala, donde fincaron cabezas de señorío. A pesar de los esfuerzos
hechos, por investigadores como Robert Carmack y su equipo, para tratar de probar
dicho origen, no existen bases arqueológicas, lingüísticas o de tipo físico que puedan
corroborar dicho extremo. Por el contrario, el testimonio de los manuscritos y de la
tradición oral no coincide con las evidencias materiales. De manera especulativa, se
puede asociar el origen tolteca con la ideología adquirida tardíamente por los
gobernantes mayas. En forma objetiva, es decir, sobre la base de ejemplos de
importación suntuaria, se pueden apreciar las preferencias en el vestir, con la moda que
exhibían dichos gobernantes, y las cuales quedaron registradas en los trazos pictóricos
que los retratan. Por consiguiente, se puede suponer que igualmente adquirieron nexos
de parentesco en la vida real, así como en las ideas e instrumentos que utilizaban para
justificar el poder.
Si los mexicas manipularon la historia hasta el punto de hacer que todo equivalente de
nobleza, de artista veraz, de dignidad social, tuviera raíz tolteca, se puede pensar que la
misma necesidad política tuvo la nobleza maya y que ello trascendió al plano del
idioma, ya que el náhuatl fue reconocido como lingua franca entre pochtecas y altos
tratantes. En el Archivo General de Centro América hay documentos coloniales que se
refieren a solicitudes para cubrir plazas vacantes de curas doctrineros que supieran
'lengua mexicana' o, en su defecto, 'mexicano corrupto', que no es otro que el náhuat-
pipil. Hay nombres nahuas en los dioses nicaraos y las ciudades mayas tenían, aparte
del topónimo tradicional, un equivalente náhuatl que perdura.
Habría que indagar también sobre el grado de conocimiento que pudieron haber tenido
los mayas acerca de sus incómodos vecinos, quienes sí se afanaban en discernir el
potencial de otros territorios, como lo señala la Matrícula de Tributos, indudable copia
de un códice prehispánico, en el que anotaron los productos de importancia de la faja
costera del Soconusco. La elaboración de la lista que contiene esos productos equivale a
la redacción de un documento de geografía económica, y ello requiere cierto volumen
de energía social, que, en términos de política, nada más puede ser costeada por una
sociedad que finca su hegemonía en la apropiación de bienes ajenos. En relación con
una posible explicación de la irrupción azteca en el Soconusco, Anne Chapman escribió
lo siguiente:
La sujeción del área maya meridional hubiera permitido a los aztecas mayor movilidad
y acceso a otras rutas; por ejemplo, el camino por la Costa hubiera quedado expedito, lo
mismo que las veredas que suben al Altiplano, para después descender a las grandes
vías fluviales del Grijalva y el Usumacinta, que llegan hasta el Golfo de México. Lo
mismo podía ocurrir con los ríos Motagua y Polochic, que se dirigen al Golfo de
Honduras y al Lago de Izabal. Todo ello pudo haber sido un incentivo poderoso que
probablemente no pasó desapercibido para el ojo avisor de los pochtecas y de los
embajadores, activos portadores de elementos de mexicanización entre los pueblos
mayas, como preámbulo para una intervención violenta que sólo fue interrumpida por la
conquista española. En general, la situación aludida puede ser equiparable a lo que, en
nuestros días, se llama colonización cultural de parte del que exporta intereses
económicos e impone modos de vida, dioses, mitos y una filosofía particular.
Sin tratar de imponer una forma actual a los hechos del pasado, el conjunto de
elementos materiales que se ha presentado anteriormente puede interpretarse como la
expresión de lo que se podría llamar 'las vísperas' de una expansión militar hacia el sur.
MARION POPENOE DE HATCH
Esta sección de la Historia General de Guatemala trata algunos de los aspectos más
generales de la Arqueología en Mesoamérica, particularmente los de carácter
tecnológico. Cada sociedad se adapta a su ambiente principalmente a través de su
sistema tecnológico y, en segundo lugar, por medio de los sistemas sociales y los
típicamente culturales. Dichos temas se presentarán en las siguientes dos secciones de
este volumen. La tecnología provee las herramientas y técnicas que atienden las
necesidades de abrigo, comida y defensa. Un sistema social determinado surge al
integrarse y organizarse la sociedad. El sistema cultural, o ideológico, si se prefiere
llamarlo de este modo, tiene un carácter adaptable, puesto que refuerza la organización
e integración de la sociedad, al proveer motivación, explicación y una justificación
significativa a las acomodaciones tecnológicas y sociales.
Algunas direcciones evolutivas han sido comunes a todas las sociedades: incremento de
población, mayor competencia por los alimentos, expansión territorial y sedentarismo.
Todas están interrelacionadas, pero quizás el sedentarismo produjo los cambios más
profundos. Al restringir a la gente a determinados territorios, el sedentarismo alentó la
diversidad cultural, lo que se reflejó en diferentes estilos de casas, de vestimenta, de
arte, etcétera. También condujo a la creación de fronteras, al establecimiento de redes de
comercio y a una organización social más compleja. El sedentarismo, juntamente con el
crecimiento demográfico, llevaron a una mayor complejidad de la organización, pues
con una población más grande, dentro de un área, se requieren más reglas para prevenir
y resolver los conflictos, y también es necesaria una producción más intensa de
alimentos destinados a toda la población. Inevitablemente, el resultado se traduce en una
mayor división del trabajo, así como en más altos grados de especialización,
intercambio y administración del sistema. Es evidente que las culturas están sometidas
en un proceso de cambio continuo, y modifican su contenido de acuerdo con las
variadas demandas ecológicas y sociológicas.
Tecnología
La habilidad de procurarse recursos está ligada directamente a la de crear y de usar
herramientas. En los tiempos modernos, el progreso tecnológico ha sido equivalente al
éxito de adaptación del hombre, pero éste se percata, cada vez más, de que existen
límites a la energía de la tierra y de que un consumo más alto de esa energía pone en
peligro su sobrevivencia. Los avances tecnológicos no conducen a un mundo mejor y
más feliz, simplemente porque no son sostenibles indefinidamente y no siempre
coinciden con una organización sociopolítica más efectiva. La sobrepoblación, la falta
de alimentos y de espacio, la violencia, el fanatismo religioso, los conflictos políticos y
territoriales, todos son problemas de difícil solución. Las perspectivas no son muy
prometedoras y el futuro en general parece alarmante.
Puede decirse que cada cultura construye su propio ambiente y ecosistema. Este último
se define como una comunidad de organismos; en este caso, el hombre y su ambiente no
orgánico, que incluye suelo, agua y aire. El hombre crea ecosistemas artificiales que
pueden sostener altas densidades de población, pero son menos estables que los
ecosistemas naturales y sólo pueden mantenerse si se invierte energía humana
constantemente. Por supuesto, la capacidad de la tierra, como fuente de sostenimiento,
varía de acuerdo con la naturaleza del sistema de aprovisionamiento, del intercambio de
recursos entre los grupos y de factores climáticos.
Los estudios sobre los patrones de asentamiento han sido particularmente útiles para
hacer inferencias respecto del comportamiento de las sociedades en la Mesoamérica
precolombina. Por ejemplo, en el nivel doméstico se obtiene información acerca del
carácter sedentario o migratorio de una sociedad; sobre los materiales de construcción
disponibles; en relación a la estructura familiar; a la división del trabajo entre hombres y
mujeres; a la especialización doméstica en artesanías, etcétera. La distribución de los
diferentes tipos de artefactos puede indicar la función de las diversas áreas de una casa,
es decir, la cocina (identificada por el fogón y los restos de cerámica), el área de dormir
(por lo general, libre de basura), áreas para producir algodón (caracterizadas por la
abundancia de malacates), talleres para elaborar cuchillos (que comúnmente presentan
concentraciones de lascas y núcleos de obsidiana), y otras. Ascendiendo en la jerarquía
del análisis de los patrones de asentamiento, el uso del espacio dentro de una aldea,
pueblo o ciudad proporciona información sobre aspectos tales como la estructura de
clases, la organización social, la distribución de la riqueza, los edificios públicos
destinados a administración y las áreas dedicadas a mercados o a ceremonias públicas.
El grado de nucleación y la rigidez, en el patrón de las zonas residenciales, proveen
claves para entender la organización política; y las áreas de talleres reflejan la
explotación de los recursos locales, el comercio y el nivel de especialización económica.
Finalmente, en el ámbito regional, los estudios sobre los patrones de asentamiento
revelan la organización jerárquica de los sitios. El más grande de éstos probablemente
indica la ubicación de la capital local, y seguramente hay sitios secundarios y
dependientes, colocados a distancias bastante regulares del sitio principal. Los
secundarios, a la vez, están rodeados por centros terciarios más pequeños. En muchos
casos, la capital regional puede haber estado asociada a funciones combinadas; por
ejemplo, un centro de peregrinaje religioso, un lugar dedicado al intercambio entre las
regiones, el área donde se efectuaba la redistribución de los bienes a través del tributo,
el mercado abierto para el intercambio local, etcétera.
Las vasijas para cocinar y los platos se confeccionaban, generalmente, con material de
fuentes locales de arcilla. Al igual que la elaborada tecnología de herramientas de
piedra, se logró sin los metales, los talleres de cerámica produjeron algunos de los
ejemplares más finos del mundo, sin usar el torno. Aunque mucha de la cerámica se
produjo para uso doméstico, algunas piezas fueron elaboradas para uso de la élite y para
la exportación. Las vasijas citadas, decoradas delicadamente y con un deslumbrante
pulimento, con frecuencia llegaban a centros alejados de los lugares donde se
manufacturaban, transportadas por los mecapaleros y como respuesta a demandas de
comercio a larga distancia. El principio de la rueda se conoció y se aplicó en la
fabricación de juguetes, pero los vehículos con ruedas habrían sido menos eficientes,
que viajar a pie, para transportar mercancías en pasos de montaña y en caminos que
atravesaban densos bosques.
Probablemente, los tejidos constituyen una de las artesanías más antiguas, tanto en el
Viejo como en el Nuevo Mundo, ya que antecedieron en muchos siglos a la cerámica.
Es indudable que la tejeduría tiene sus orígenes en la actividad de trenzar fibras
naturales para producir redes y bolsas usadas para cargar. Talvez es tan antigua como
las primeras herramientas de piedra. Se han encontrado agujas de hueso que
corresponden al Paleolítico Superior y que probablemente se usaron para coser pieles
para alfombras y capas. Se sabe, asimismo, que los primeros cazadores y recolectores
del período Arcaico eran capaces de elaborar canastas. En Perú, los tejidos hechos de
fibras de plantas silvestres corresponden a 3000 ac. En el sitio Huaca Prieta (Perú) se
descubrieron telas de algodón tejido con diseños intrincados que tienen una fecha
aproximada de 2000 ac. En Mesoamérica, es indudable que los tejidos se usaron en el
Preclásico Temprano, y en las esculturas mayas clásicas la vestimenta ya muestra
técnicas de tejido en extremo avanzadas.
Agricultura
La base tecnológica proveyó los medios de aprovisionamiento, almacenamiento y
preparación de los recursos empleados para uso local, para el comercio, y para producir
comida suficiente destinada a la población, puesto que el continuo crecimiento
demográfico presionó el sistema económico existente. En todos los casos de evolución
de las culturas humanas, el crecimiento general de la población y el incremento en el
número de comunidades permanentes dio como resultado la introducción de la
agricultura. Cuando el crecimiento de la población sobrepasó a la capacidad productiva
de la tierra, fue necesario desarrollar más métodos intensivos de agricultura, con el
propósito de aumentar la producción de alimentos. Esto, a su vez, se vio acompañado
por el desarrollo de las ciudades, la complejidad en la organización sociopolítica y
económica, y por todos los elementos que integran la 'civilización'. En la mayoría de las
regiones, estas medidas alteraron irreversiblemente el ecosistema local.
Salud y Dieta
En el uso y manejo de los recursos se requiere, además de las herramientas, un
conocimiento altamente especializado del ambiente, lo cual constituye una parte
esencial de toda estrategia de aprovisionamiento, sin la que ninguna población puede
sobrevivir. Este entendimiento implica conocer las propiedades especiales de las
plantas, los componentes de una dieta adecuada, los remedios para problemas de salud,
los métodos de almacenamiento, la ubicación de las mejores fuentes de agua, y las
medidas necesarias para adaptarse a las diferentes estaciones. En la Mesoamérica
antigua, las plantas proporcionan la mayor parte de la dieta y también eran la fuente
principal de recursos medicinales. Por medio de la investigación arqueológica se ha
obtenido poca información acerca de las medicinas, pero los análisis paleobotánicos y
palinológicos proporcionan claves decisivas. Los estudios etnográficos muestran que
todas las plantas de las que disponían los habitantes antiguos de Mesoamérica tenían
algún uso local, y que muchas de ellas estaban asociadas a las prácticas de curar o
aliviar el dolor. Los especialistas precolombinos debieron contar con un conocimiento
de la anatomía humana y del cuidado de las heridas, así como de las enfermedades, para
las cuales empleaban medicinas nativas.
Los análisis de los huesos y dientes han sido útiles para conocer la salud general de los
individuos, el tipo de enfermedades u otras incapacidades, las posibles crisis
nutricionales en diferentes intervalos, las probables deficiencias en la dieta y, en algunos
casos, la dieta misma.
Aparte del conocimiento derivado de los análisis físicos y químicos de los huesos y
dientes, ha sido difícil determinar, arqueológicamente, la naturaleza de la dieta
precolombina. Por lo común, ésta ha sido establecida por medio de los restos vegetales
preservados en cuevas secas de México, y la información ha sido relacionada con el
resto de Mesoamérica. Recientemente, en Guatemala se han hecho algunos avances, por
medio de estudios paleobotánicos, en el estudio de semillas y otros restos vegetales
carbonizados y recuperados de fogones antiguos y hornos hechos en la tierra. El análisis
palinológico en lechos de lagos ha dado alguna idea sobre la ecología local de Petén, y
sobre los cambios derivados de la tala de bosques, de los cultivos, de la erosión, del
crecimiento de bosque secundario, etcétera. Actualmente, se han iniciado estudios
tendentes a determinar la función de las vasijas de cerámica en el inventario cultural,
para lo cual, se utilizan análisis microscópicos que permiten identificar el tipo de
alimento que contenía cada una. Este es un método que promete una mejor comprensión
de los antiguos hábitos alimenticios.
WENDY ASHMORE
Patrones de Asentamiento
Los antiguos mayas dejaron muchas evidencias sobre su forma de vida, entre las cuales,
las más sobresalientes son sus obras maestras de arte y sus textos jeroglíficos. Otras, son
menos deslumbrantes, pero proporcionan conocimientos igualmente importantes acerca
de aquellos antiguos pobladores y sus creencias. Entre tales evidencias figuran los
patrones de asentamiento, los restos materiales enmarcados en ciertas pautas, y los
objetos que las actividades humanas dejaron en el terreno. El presente artículo bosqueja
la evidencia arqueológica de los patrones de asentamiento de los mayas prehispánicos
en la Costa del Pacífico, en las Tierras Altas y en las Tierras Bajas, de Guatemala, así
como en las áreas adyacentes.
A principios de la década 1950, los arqueólogos que estudiaban tanto la maya como
otras civilizaciones tempranas se encontraron en una encrucijada en cuanto a la
interpretación. Se dieron cuenta de que, si bien los estudios respecto a los magníficos y
artísticos monumentos arquitectónicos eran esenciales, no podían considerarse
suficientes. De hecho, se necesitaba conocer más respecto de los gobernantes y
sacerdotes, así como sobre los lugares en que vivían y trabajaban. Al mismo tiempo,
resultaba esencial conocer dónde vivía la gente de todos los rangos sociales, qué hacían,
bajo qué condiciones, y cómo se relacionaban entre ellos y con su ambiente natural. Los
estudios sobre los patrones de asentamiento se ocupan de esto, precisamente, porque
registran y analizan la gama completa de evidencias de la actividad humana, la forma y
localización de cada objeto, desde los grandes templos hasta las terrazas agrícolas,
chultunes, montículos domésticos y artefactos aislados que quedaron dispersos donde
hubo campamentos temporales.
Para estudiar la sociedad maya con más detalle, o desde nuevas perspectivas, han
surgido varias líneas innovadoras en la Arqueología de los asentamientos. Estas no
sustituyen las investigaciones tradicionales, ya que, más bien, parten de éstas. Una de
dichas especialidades es la Arqueología de la vivienda, que se concentra en un estudio
intensivo de los restos domésticos. Otra especialidad es el estudio de las características
que presenta el manejo de recursos, especialmente en la agricultura antigua, y las
condiciones en que se hacía el almacenamiento de agua. Una especialidad más es el
estudio de los aspectos simbólicos de los asentamientos, en los que se utilizaban
recursos intelectuales (por ejemplo, la astronomía) y elementos religiosos en las formas
arquitectónicas y su distribución. Entre estos últimos elementos figuran los famosos
'grupos de pirámides gemelas', de Tikal, incluyendo Mundo Perdido, así como los
conjuntos arquitectónicos relacionados con observaciones astronómicas.
Los estudios más tradicionales sobre los asentamientos son aún vitales, y sugieren la
alta precisión y complejidad que se puede esperar en este campo. Muchas partes del
área maya todavía no se conocen lo suficiente, de ahí que un reconocimiento básico
sigue siendo importante. Esos mismos estudios sobre asentamientos, a menudo han sido
también dirigidos a documentar aspectos particulares en el proceso de interpretación,
tales como el surgimiento de la complejidad social en el Preclásico, el impacto de
Teotihuacan y de otras sociedades distintas en el cambio social maya, el papel e impacto
de la guerra en la sociedad del Clásico, los efectos del 'colapso' en las Tierras Bajas
durante el Clásico, o las complejas raíces de poderosas sociedades del Postclásico,
como la de los quichés (k'iche's).
Finalmente, los modelos usados para explicar los patrones de asentamiento, también han
cambiado y han adquirido un mayor grado de complejidad. ¿Qué determinó la forma de
las viviendas y la distribución residencial? ¿Cuándo y por qué aparecieron las primeras
construcciones defensivas, o los elementos para una agricultura intensiva? Las primeras
respuestas a éstas y otras preguntas eran básicamente especulativas, a menudo
plausibles, pero raramente comprobadas. En la década 1960 los arqueólogos acudieron a
los geógrafos, ecólogos y a otros científicos, con el objeto de obtener modelos generales
sobre los asentamientos humanos. Los patrones de asentamiento de los mayas fueron
fructíferamente relacionados con las regularidades interculturales vinculadas al
espaciamiento de los sitios, tamaño de éstos, jerarquías, capacidades de subsistencia,
etcétera. Estas y otras analogías sugirieron los tipos de instituciones políticas,
económicas y demás, comunes en las sociedades que produjeron tales patrones. Más
recientemente los mayistas han empezado a combinar, de nuevo, los datos sobre
asentamientos con los informes artísticos y epigráficos, por los cuales la civilización
maya ha sido tan famosa. El resultado, que parte de lo que ha sido llamado un 'enfoque
de conjunto', ha empezado a aclarar los significados de cada edificio, los espacios
abiertos y otros aspectos de los asentamientos.
Tierras Altas
En el terreno accidentado de las Tierras Altas, las buenas tierras cultivables fueron
siempre una gran atracción para establecer asentamientos. También lo fueron la
variedad de otros recursos y características geográficas, tales como yacimientos de
obsidiana o la ubicación favorable en medio de corredores naturales. El valle de
Guatemala es el más rico de los altiplanos del sur, y tiene todas las ventajas citadas. El
sitio más grande y mejor conocido allí es Kaminaljuyú, que se inició como una aldea en
el Preclásico Temprano, a la orilla noreste de un pequeño lago, ahora desaparecido.
Como era típico en ese período, el sitio estaba localizado en el fondo del valle, rodeado
de buenos terrenos para la agricultura. Kaminaljuyú creció durante el Preclásico y
alcanzó una extensión de 7 km2 (Ilustración 34). Sus más grandes plataformas de tierra
fueron construidas entre 200-1 AC; había también pequeñas plataformas intercaladas
entre las de mayor tamaño. Esto sugiere que los centros cívicos eran lugares habitados y
no simplemente centros ceremoniales.
Los valles de las Tierras Altas, durante el Preclásico, Medio y Tardío, llegaron a ser
dominados por el gran asentamiento localizado en el fondo del valle de Guatemala.
Además, en el Preclásico Tardío, Kaminaljuyú se había convertido en el centro cívico
más grande y de mayor influencia en todas las Tierras Altas, impidiendo el crecimiento
o eclipsando el desarrollo de sitios similares en otros valles. La prosperidad fue
consecuencia no sólo de las fértiles tierras dedicadas a la agricultura, sino también de su
localización estratégica en el crucero de las vías que conectaban las crecientes
poblaciones de la Costa del Pacífico y del valle del Motagua con las Tierras Altas del
norte y de Petén. Igual que los centros cívicos de la Costa del Pacífico, los sitios
monumentales de las Tierras Altas, incluyendo Kaminaljuyú y otros más pequeños,
como El Portón, en el valle de Salamá (Ilustración 171), se ubicaban a lo largo de ejes
lineales muy marcados, generalmente de noreste a suroeste, y a menudo estaban
asociados con esculturas y textos jeroglíficos. Este patrón persistente en la orientación
pudo haber constituido un simbolismo espacial, que señalaba los centros como capitales
sagradas y políticas, así como el arte y la escritura señalaban a sus gobernantes como
líderes políticos e intelectuales. Con el surgimiento de estos sitios especializados
también se puede observar una mayor complejidad social, por lo general, vinculada con
el accionar de la élite y con los ritos; lo que indica un mayor número de actividades para
las cuales se adjudicaban espacios de manera permanente y formal. Un ejemplo lo
constituye Los Mangales, un complejo para enterramientos aristocráticos en el valle de
Salamá, Baja Verapaz.
Tierras Bajas
Otro arreglo bien conocido se define como una gran pirámide, al oeste, frente a tres
construcciones más pequeñas, al este, estas últimas alineadas de norte a sur. Aunque
esta distribución se ha identificado en muchos sitios, especialmente en el noreste de
Petén, el ejemplo más grande y hasta ahora el mejor estudiado, aparece en el complejo
Mundo Perdido, de Tikal (Ilustración 131). Durante mucho tiempo, estos complejos han
sido interpretados como estaciones astronómicas, utilizadas para observar la salida del
sol durante los equinoccios y solsticios, pero la imprecisión en las alineaciones ha hecho
suponer que estos grupos no se dedicaban exactamente a este tipo de observaciones,
sino más bien a la conmemoración de aquellos fenómenos.
Hace falta completar el mapeo de los sitios más grandes de las Tierras Bajas, El Mirador
y Nakbé, durante el Preclásico. Sin embargo, su planificación, en el Preclásico Tardío,
muestra una fuerte preferencia de orientación hacia los puntos cardinales. El complejo
cívico más extenso de El Mirador, el Grupo Oeste, presenta un arreglo cruciforme, con
grupos de edificios mayores en cada uno de los extremos de la cruz, que tienen una
orientación cardinal. El otro complejo monumental conocido del sitio, Danta-Grupo
Este, se une con el Grupo Oeste para definir una alineación este-oeste de 1.8 km de
largo, desde cuyo extremo se puede dominar visualmente el sitio. Esta planificación de
los asentamientos parece haber tenido también un origen simbólico. Es posible que la
alineación este-oeste se refiera al ciclo solar diario, pero hasta ahora tal relación no ha
podido ser demostrada. Es interesante que otros sitios, como el de Cerros, muestran un
claro énfasis en una dimensión norte-sur.
Los campos para juego de pelota eran primordiales en los rituales y sacrificios mayas,
en el Período Clásico, pero los más tempranos pertenecen al Preclásico Tardío. Incluso
en el pequeño centro cívico de Cerros había dos, en este período, en el propio centro del
recinto ceremonial.
Las calzadas, o sacbeob, también demandaron una fuerte autoridad sobre la mano de
obra. Estos sacbeob fueron comunes durante el Clásico, pero su primera aparición data
del Preclásico Tardío, en El Mirador, donde se extendían desde el centro del sitio y
conectaban los varios complejos arquitectónicos. Igual que en tiempos posteriores,
probablemente servían no tanto como carreteras, sino como rutas de acceso formales y
privilegiadas. Como tales, eran símbolos de conexiones sociales y arquitectónicas, e
indicaba qué unidades de asentamiento eran consideradas como vinculadas, ya fuera
dentro de una comunidad o entre varias comunidades distintas.
Un centro que alcanzó prominencia en la Costa central fue Balberta (Ilustración 173),
unos 90 km al suroeste de Kaminaljuyú. Existe evidencia de que fue un sitio fortificado,
lo que sugiere cierta inestabilidad política en la región.
Durante el Clásico Tardío (500-900 DC) la población continuó creciendo, y los sitios
indican que los líderes locales eran capaces de organizar y controlar la mano de obra y
otros recursos (por ejemplo, construcciones monumentales de hasta 26 m de altura).
Estos sitios también manifiestan la constante naturaleza ecléctica de las culturas y redes
de comunicación en la vertiente del Pacífico. El mejor ejemplo es el estilo artístico de
Cotzumalguapa (Ilustraciones 80-84), ligado de diversas maneras a las culturas de
México y la Costa del Golfo, situadas al norte. Después de un dramático crecimiento,
sin embargo, los asentamientos en la vertiente del Pacífico declinaron, hasta casi
desaparecer durante la transición del Clásico al Postclásico.
Tierras Altas
Durante el Período Clásico Temprano, los asentamientos en las Tierras Altas pasaron de
ser unos cuantos centros dominantes a múltiples sitios, más pequeños, que competían
por el control de los recursos. Incluso, Kaminaljuyú tenía competencia. Su continua
importancia lo atestigua el establecimiento de un enclave procedente de Teotihuacan
(Ilustración 57). Son raros tales enclaves arquitectónicos, y las inversiones diplomáticas
y económicas implicadas en la construcción de edificios al estilo teotihuacano, en el
corazón de esta distante capital extranjera, sugieren fuertemente que los líderes de
Teotihuacan reconocían, en Kaminaljuyú, un poder legítimo e importante en el sur de
Mesoamérica. Pero otros asentamientos en el valle de Guatemala, especialmente San
Antonio Frutal, compartían el liderazgo político y económico de las poblaciones locales.
Fue sintomático, en el surgimiento de esta competencia entre los centros, la
proliferación de campos de juego de pelota durante ese tiempo, tanto en este valle como
en otras partes. En Kaminaljuyú se encontraron dos campos para juego de pelota, del
Clásico Temprano, y se ha documentado una docena más, para este período, en otras
localidades del valle. Hasta entonces, la competencia no había requerido la construcción
de elementos defensivos, y los sitios se mantenían en los mismos tipos de áreas abiertas
como antes. La disposición, tipo corredor, de la arquitectura monumental ya tendía, sin
embargo, a dar paso a la construcción de grupos alrededor de plazas. La mayoría de la
población seguía residiendo adentro, o en las cercanías, de los centros mayores.
Tierras Bajas
Rodeados de tan variadas residencias, los centros cívicos del Período Clásico se
transformaron en ciudades cuya arquitectura se planificaba alrededor de una familia
gobernante y para su exaltación. Por ejemplo, en Tikal (Ilustración 174) se construyó la
Acrópolis Norte como un complejo funerario para las dinastías del Clásico Temprano.
Adyacentes a este complejo estaban los lugares residenciales y administrativos de los
gobernantes, como la Estructura 50-46, en el corazón de la Acrópolis Central. Estos dos
tipos de complejos, juntamente con las plazas públicas y diferentes instalaciones rituales
(en especial campos para juego de pelota), formaron el corazón de los centros, en las
Tierras Bajas, durante el Período Clásico. Sus posiciones relativas probablemente tenían
un significado simbólico, que marcaba a todo el centro como un mapa del cosmos en
miniatura, en el que el gobernante ocupaba la posición central. Los grupos de pirámides
gemelas, construidas en Tikal, en el Clásico Tardío, señalan particularmente este
simbolismo. Al norte de la plaza de cada grupo se colocaba una estela, con el retrato del
gobernante en una posición celestial metafórica, con la cual se le deificaba. Otros
elementos de los asentamientos, tales como depósitos de agua, muros de tierra para la
defensa e instalaciones agrícolas, se hacían y mantenían bajo el auspicio del gobernante,
quien, al hacerlo, mostraba su autoridad y la reforzaba.
Tierras Altas
Las nuevas formas de arquitectura civil, que aparecieron en este período, incluyen las
pirámides dobles y las casas largas o templos. Las casas largas con columnatas eran la
sede del consejo de los linajes gobernantes, entre los quichés y otros grupos poderosos
de las Tierras Altas, al momento de la conquista española; pares de largas casas-templos
conformaban el núcleo de la capital quiché de Gumarcaaj o Utatlán (Ilustración 29).
Aunque los edificios con columnatas, e incluso las casas del consejo, se conocen en
relación con el Clásico Tardío (por ejemplo, Copán), John Fox trazó el origen principal
de estas largas casas-templos en pares, desde las poblaciones de la Costa del Golfo,
durante el Clásico Tardío. Este autor argumenta que estaban asociadas tanto con los
grupos de familias poderosas como con rituales del ciclo solar. Al trazar la distribución
de ésta y otras formas de asentamiento, en el tiempo y en el espacio, Fox ha bosquejado
la historia de los grupos migratorios, antepasados de los quichés de las Tierras Altas y
de los itzaes de Petén y Yucatán.
Tierras Bajas
El colapso de los grandes centros del Clásico fue catastrófico en muchas formas, pero
no significó el final de los asentamientos en las Tierras Bajas. En algunos lugares, como
en Lamanai, al norte de Belice, fueron sutiles los cambios de población y prosperidad.
En el corazón del área que había sido habitada durante el Clásico, sin embargo, muchas
poblaciones del Postclásico se concentraron en islas, como sucedió en la región de los
lagos de Petén, talvez en parte con fines de defensa. La gente, en grupos más reducidos,
se hallaba dispersa a través de todo el territorio, muy a menudo reocupando ciertos
lugares con los remanentes de ocupaciones anteriores.
Industrias Líticas
La abundancia de recursos pétreos permitió no sólo que los grupos humanos dispusieran
de materia prima para la elaboración de herramientas, sino que, en un momento
determinado y con cierto grado de desarrollo tecnológico, se pudieran elevar los niveles
de producción de artefactos, y con ello lograr satisfacer la demanda local, así como un
excedente de productos destinados al comercio o el trueque por otro tipo de bienes no
disponibles en el medio. El consumo de este tipo de artefactos se asocia, a la vez,
principalmente con labores de producción y consumo de alimentos. Tanto herramientas
para corte de carne y vegetales, como artefactos líticos para la molienda y el
procesamiento de granos, constituyen el principal equipo tecnológico del que
dispusieron los antiguos habitantes del actual territorio de Guatemala, y de allí su
importancia y gran valor en la reconstrucción de los antiguos procesos históricos. A los
artefactos citados es preciso agregar las puntas de proyectil, armas indispensables para
la caza y la guerra. Es necesario agregar, asimismo, aunque no como herramientas,
ciertos artefactos elaborados con fines ornamentales, los cuales, por su producción y
tecnología, corresponden a la industria lítica.
En primer término se aborda el tema de los recursos geológicos y minerales con que
cuenta Guatemala, y que permitieron la disponibilidad de materia prima para la
elaboración de artefactos. Se consideran las características de los minerales, así como la
conformación y ubicación de los yacimientos y canteras. Posteriormente, se enfocan las
industrias líticas propiamente y la producción de artefactos. Por último, se analiza, de
modo somero, la información referente a los principales centros productores de la época
prehispánica y la utilización de las herramientas. Se incluye, asimismo, una pequeña
descripción de las aplicaciones modernas de algunas materias primas y artefactos.
Las materias primas usadas en la lítica fueron rocas de origen ígneo, metamórfico y
sedimentario, así como diversos minerales. Entre éstos podemos mencionar obsidiana,
pedernal, jaspe, basalto, andesita, cuarzo, pirita, serpentina, turquesa y jade, de los
cuales la obsidiana, el pedernal, el basalto y el jade, llegaron a constituir la materia
prima de las principales industrias líticas.
El basalto es una roca ígnea extrusiva, y constituye la más abundante de todas las lavas.
Es una roca oscura, de color que varía de gris a negro, y de grano fino. Sus componentes
mineralógicos incluyen minerales claros (feldespatos plagioclasa) y oscuros, piroxenas,
olivino y otros. El basalto se localiza en las áreas de actividad volcánica de los
Departamentos de Chimaltenango, Quiché, Chiquimula, Guatemala, Huehuetenango, El
Progreso, Quetzaltenango y Sololá. Suele encontrarse en conos volcánicos y en mantos
de la corteza terrestre.
La andesita es una roca ígnea extrusiva relativamente clara, con estructura porfídica. Se
compone de minerales claros, oscuros y algunos componentes secundarios, como
hornblenda y piroxenas. La masa fundamental de la andesita es de grano fino. Suele
localizarse en áreas similares a las del basalto.
Producción de Artefactos
Los antecedentes más tempranos de las industrias líticas de Guatemala se remontan al
Período Paleoindio, cuando se fabricaron diversos artefactos para la caza, como puntas
Clovis, y lascas de obsidiana. Sin embargo, a partir del desarrollo de la agricultura y la
vida sedentaria se comenzaron a manifestar con mayor fuerza las más importantes
industrias líticas, las cuales tenían como propósito la elaboración de artefactos y
herramientas de piedra, necesarios para realizar distintas labores, entre las que se
pueden mencionar el procesamiento de alimentos, el consumo de éstos y la elaboración
de bienes materiales. También se fabricaron artefactos usados como adornos o bienes
suntuarios.
Procedimientos
El primer nivel en la industria lítica consiste en la selección de la materia prima que será
empleada en la producción de los artefactos. Esta actividad se desarrollaba en los
yacimientos, canteras o depósitos rocosos y mineralógicos, según la industria de que se
tratara. La extracción de la materia prima se efectuaba atendiendo a las características
del depósito. En el caso de la obsidiana, por ejemplo, si se trataba de una formación de
derrame, era necesario el trabajo de minería, es decir, la excavación de pozos, bocas o
túneles horizontales y oblicuos, para extraer el material. Por el contrario, si los
depósitos eran de origen piroclástico, entonces se procedía a seleccionar los bloques o
nódulos adecuados para el tallado. En el caso de la utilización de basalto y andesita fue
necesario el trabajo de cantera.
Seleccionada la materia prima se procedía a la preparación del material, una etapa que
consistía en la eliminación de toda clase de impurezas y rasgos que formaban parte de la
materia en su estado original. De esta manera se obtenía un bloque o trozo, apto para su
posterior tratamiento por las diferentes técnicas de manufactura. Por lo general, los
talleres de preparación se localizaban en las inmediaciones de los depósitos.
Distribución
Industrias
Metates
En la elaboración de metates o piedras de moler se empleaban, como materia prima,
rocas de gran dureza; por ejemplo, el basalto y la andesita, localizados en zonas de
actividad volcánica. El objetivo principal de esta actividad era la fabricación de
artefactos dedicados a la molienda de semillas o granos, como el maíz, básicamente. Las
llamadas piedras de moler, eran uno de los artículos básicos en la vida de las
comunidades prehispánicas. Los metates se hallan conformados por dos objetos que
constituyen el mismo conjunto tecnológico: el metate o 'piedra', sobre el cual se muele
el grano, y la 'mano', que es la pieza que se pasa sobre la superficie del metate, con el
objeto de triturar el grano y afinar la masa. Tales artefactos evolucionaron desde el
Período Arcaico, y fueron una de las herramientas de piedra más importantes en la
historia de la humanidad. Al principio fueron simples piedras planas o redondas, pero
después adquirieron una forma más regular, al igual que la herramienta de desgaste. La
forma varió a lo largo del tiempo, y se le agregaron algunos soportes y decoraciones,
con lo que algunos ejemplares se convirtieron en verdaderas esculturas de piedra. Las
técnicas utilizadas en la elaboración de metates incluyen la separación de bloques de la
cantera, el desbastado por percusión directa e indirecta, el picoteado y el pulido en el
acabado final. Para ello se empleaban percutores de piedra o mineral muy duro, y
cinceles del mismo material, probablemente cuarcita o serpentina, así como ciertos
abrasivos. Es importante destacar que la fabricación de metates es la única de las
industrias líticas prehispánicas que mantiene en la actualidad las características y
técnicas originales de manufactura, ya que aún se puede apreciar la elaboración de esos
utensilios en algunas comunidades del Altiplano guatemalteco, por ejemplo en Nahualá
(Sololá). Es una herramienta que sigue siendo utilizada mayoritariamente en
poblaciones rurales, al igual que el mortero, aunque éste en menor escala.
Navajas
Las navajas prismáticas, como su nombre lo indica, son artefactos con aspecto de navaja
o cuchillo; son láminas largas que tienen dos bordes muy filosos cuando están recién
elaboradas y, en sección, tienen la forma de un prisma. Las partes que componen una
navaja son la plataforma o parte superior, el extremo distal o parte inferior, dos bordes,
por lo general con dos lomos o cúspides y tres caras en su parte anterior. En la parte
posterior son lisas, muestran las huellas de dirección del desprendimiento y poseen un
bulbo de percusión en la parte superior. Las navajas del primer anillo del núcleo, por lo
general, eran cortas, anchas, pesadas, y mostraban huellas de la percusión anterior. Las
últimas series de un núcleo eran navajas más finas, es decir, delgadas, livianas, largas y
bastante regulares. Por las características morfológicas, las de las primeras series eran
empleadas en tareas más fuertes, mientras que las últimas eran destinadas a propósitos
rituales u ornamentales.
Lascas
Puntas de proyectil
Las puntas de proyectil, más que una industria específica, constituye una actividad
paralela, es decir, colateral y derivada de la industria de lascas y de la subsecuente de
navajas prismáticas. La característica tecnológica de las puntas de proyectil es la técnica
de adelgazamiento por micropercusión. De esa manera, las puntas se fabricaban a partir
de productos secundarios de la secuencia de reducción. Se seleccionaban macrolascas o
macronavajas, a las cuales se aplicaba la técnica de adelgazamiento, en la cual se
utilizaban percutores de hueso, de piedra o de cornamentas, hasta alcanzar la forma
deseada (triangulares, tipo hoja de laurel, con espiga, muescadas, etcétera), siendo
bifaciales o unifaciales. Los artefactos finalizados se empleaban como armas en la
cacería, en la guerra y como elementos para reforzar el status social. También se
incluyen en esta industria las puntas de flecha, las cuales, elaboradas principalmente
sobre navajas prismáticas, alcanzaron su mayor profusión durante el Postclásico. Las
materias primas empleadas en la producción de puntas de proyectil fueron la obsidiana
y el pedernal. En el caso de la obsidiana, la calidad y las propiedades físicas del material
conferían un singular y especial acabado a las puntas.
'Excéntricos'
Industria lapidaria
En relación con la lítica en general, los estudios de María Elena Ruiz ponen de
manifiesto la variedad de los artefactos presentes en Tikal y el tipo de actividades
realizadas en torno a su producción. De acuerdo con los instrumentos examinados, la
autora infiere actividades de manufactura lítica especializada, la cual tiene una
explicación directa relacionada con los excedentes y la escasez de productos. Es
indudable que con recursos locales y con materia prima importada del Altiplano, los
artesanos de Tikal trabajaban industrias líticas muy especializadas, que permitieron, por
un lado, cubrir los requerimientos de herramienta y, por otro, atender la producción de
artefactos suntuarios para uso e intercambio.
En relación con el jade eran importantes los centros asentados en las márgenes del Río
Motagua, cercanos a los yacimientos mineralógicos. El sitio Guaytán, en San Agustín
Acasaguastlán, fue uno de los productores de artefactos de jade, que se distribuían en
toda al área maya. Es importante notar que el sitio de San Agustín Acasaguastlán
funcionaba como un centro de producción industrial de jade, el cual se trasladaba a otras
áreas de Mesoamérica. La determinación de numerosos talleres, gracias a la presencia
de grandes cantidades de desechos de jade y otros materiales, como obsidiana, hace
suponer a Gary Rex Walters la notable elaboración de artefactos en Guaytán, un
importante centro productor de artefactos y de tallado de jade durante el Período
Clásico.
Conclusiones
La lítica constituye, sin duda, un valioso recurso arqueológico que permite conocer y
entender la forma en que el hombre antiguo se organizó tecnológicamente para enfrentar
y transformar la naturaleza, de acuerdo con las necesidades sociales cada vez más
complejas. La diversidad de las industrias de piedra y de las herramientas, pone de
relieve la creciente complejidad económica que fueron alcanzando las sociedades
prehispánicas, y la forma en que el hombre supo disponer de los recursos a su alcance.
Esta es una clara evidencia de organización, en torno a actividades económicas
realizadas por grandes contingentes humanos que estuvieron vinculados a tareas
específicas de producción, distribución, intercambio y consumo de bienes. Las
actividades desarrolladas a través de la utilización de la lítica ponen de manifiesto el
hecho de que las poblaciones prehispánicas poseían cierta especialización económica, y
de que determinados sectores sociales, como los artesanos, estaban dedicados a la
producción de los artefactos que se convertirían, mediante su uso, en satisfactores de
necesidades. Indican, asimismo, la presencia de un sector encargado de la distribución o
comercialización de los artefactos o herramientas, con lo cual se cubría la demanda
local y regional. Finalmente, se demuestra la existencia de un sector consumidor, el cual
puede subdividirse en especializado y no especializado. El primero, seguramente estuvo
integrado por los artesanos de los talleres de producción de otros artefactos (madera,
pieles, cerámica, etcétera); por el encargado de áreas de preparación de alimentos; o
bien, por el grupo ceremonial que utilizaba los artefactos con fines rituales. Por otro
lado, el sector no especializado era, sin duda, el que usaba los artefactos en las tareas
domésticas cotidianas. El investigador, por lo tanto, principalmente el arqueólogo,
dispone, mediante el estudio de la lítica, de la información que le permite establecer y
reconstruir procesos económicos y sociales inherentes al desarrollo de las sociedades
prehispánicas. Los objetos fabricados, por otra parte, constituyen una herencia
abundante de cultura material, que se extiende en el tiempo y en el espacio.
La Cerámica Arqueológica
Para los arqueólogos que estudian la cerámica es importante observar las técnicas de los
alfareros indígenas y sus actitudes hacia su trabajo, pues en muchos aspectos ellas
difieren de las del mundo occidental. La tradición de este último mantiene un enfoque
práctico, objetivo y tecnológico sobre la manufactura de la cerámica; el propósito es
transformar la naturaleza del barro por medio de un proceso mecánico y rutinario. Para
el alfarero indígena, en cambio, la relación con el barro es más íntima. El barro es
considerado por el indígena como una parte integral de la naturaleza; como algo que
tiene su propio carácter y que se resiste a su transformación, como lo hace cualquier ser
viviente. Se dice que 'tiene su modo', que a veces 'no quiere' y que hay que 'ayudarlo a
componerse'. Por ello es importante que el arqueólogo especializado observe al indígena
en el proceso de elaborar cerámica (Ilustración 180), que se fije en el momento en que
sus manos experimentadas moldean la masa de barro hasta conseguir, en ésta, una
consistencia elástica, y así, guiar su forma, manipular las partes, alisar, pintar y mojar la
superficie; que sea el momento propicio, además, en que se agrega barro adicional y las
manos sellan, presionan, empujan y desbastan, en un proceso en el que se pasa
rápidamente de un paso al siguiente. Las herramientas, simples pero sorprendentemente
adecuadas, incluyen un trapo mojado, un olote para trabajar el exterior de la vasija, una
rodaja de tecomate o una tapadera de lata para desbastar el interior, una piedra lisa para
pulir la vasija cuando está seca, hasta conseguir una textura de cuero duro. Por lo
común, se cocen o se queman las vasijas durante una hora, en una hoguera hecha con
ramas. Estas tradiciones de manufactura de cerámica han perdurado durante siglos.
A pesar de que no hay evidencia directa sobre la manera en que se inició la manufactura
de cerámica, puede asumirse que el principio de cocción del barro se conocía desde
tiempos muy antiguos. El hombre fácilmente pudo haber observado que el barro
alrededor del fogón se calentaba y se quemaba, y formaba por ello núcleos sólidos y
duros. En muchos casos, en las antiguas prácticas para cocinar se empleaban canastas
forradas con barro, en las que colocaban piedras calientes para calentar sopas u otros
líquidos. En muchas ocasiones, la canasta pudo haberse quemado, dejando intacto el
forro de barro. El siguiente paso lógico pudo ser la manufactura de una vasija de barro.
La superficie de algunas vasijas antiguas de la Costa Sur de Guatemala y de Chiapas,
como las de la Fase Cuadros, y también otras de la Tradición Woodland, del noreste de
Estados Unidos, a menudo simulan el tejido de una canasta, lo que sugiere que cocinar
en canastas forradas de barro pudo haber sido el antecedente más inmediato de hacerlo
en vasijas de cerámica colocadas directamente sobre el fuego.
Tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, con frecuencia las figurillas de barro
cocido preceden a las vasijas más antiguas. En el Viejo Mundo, las figurillas de barro
aparecen en Jarmo, en el Kurdestan iraquí, alrededor de 6700 AC. En el suroeste de
Asia la cerámica se generalizó alrededor de 6500 AC. El Lejano Oriente pudo ser una
excepción, pues en Jomon, Japón, la cerámica apareció en 10,000 AC, pero todavía no
hay evidencia de figurillas de barro en el área, antes de dicha fecha. Por supuesto, en el
Paleolítico Superior, las figurillas hechas en hueso, marfil y piedra ya eran comunes en
los inventarios culturales.
En el Nuevo Mundo, la cerámica más antigua proviene de la costa norte de América del
Sur. La cerámica aparece en el sitio Valdivia, Ecuador, en 2700 AC. La de Puerto
Hormiga, sobre la costa de Colombia, tiene una fecha de 3100-2500 AC. En
Mesoamérica, en el sitio Zohapilco, ubicado en el valle de México, se descubrió una
figurilla de barro cocido, cuya fecha llega casi a 3000 AC (2920 ± 120 AC). En el
Estado de Guerrero, México, se encontró un complejo cerámico completamente
desarrollado, con una fecha que se aproxima a 2500 AC, y otro más en el valle de
Tehuacán, en Puebla, con una fecha de 2300 AC. De la evidencia, se puede inferir que
en Mesoamérica se conocía la técnica de manufactura de cerámica alrededor de 2500
AC, aunque hubo una demora sustancial antes de que se convirtiera en una práctica
común.
Pudo ser que, en las etapas iniciales de manufactura, se considerara que la cerámica era
demasiado difícil de elaborar como para dedicarla al uso diario; y que, por esta razón, se
le reservara solamente para atender la demanda de la aristocracia. Esta idea es apoyada
por la cerámica más antigua del sur de Mesoamérica, la de la Fase Barra, en Chiapas (c
1500 AC), la cual, probablemente, es la más fina que se conoce de los tiempos
precolombinos. La cerámica Barra de ninguna manera representa los inicios toscos de
una artesanía hecha por técnicos que empezaban a experimentar. Las vasijas son
extremadamente sofisticadas, hechas por verdaderos especialistas (véase Lámina 12).
John E. Clark y Michael Blake sostienen que tal talento artístico fue empleado por una
élite emergente, que demandaba objetos exóticos para reforzar su nivel en la comunidad
y que deseaba mostrar su riqueza al tener los objetos más raros y costosos. Con el
tiempo hubo demanda de cerámica en un segmento mayor de la población, el cual
deseaba emular las prácticas de la élite. Se adoptó, entonces, un procedimiento más
sencillo para elaborar la cerámica, con el propósito de lograr que fuera más fácil y
barato conseguirla, y que, al mismo tiempo, tuviera una apariencia menos exótica y una
función más utilitaria. Alrededor del Preclásico Medio, c 800 AC, las vasijas de
cerámica cocida se usaban en la mayoría de regiones de Mesoamérica.
Bajo condiciones normales, las variaciones de estilo surgen con lentitud en las vajillas
utilitarias, porque éstas se encuentran directamente relacionadas con la función y el
trabajo de la rutina diaria. A menos que se presente un cambio en el uso de la vasija, las
variaciones tienden a ocurrir muy gradualmente a través de una evolución interna. La
tecnología es el resultado de una larga tradición, pero al pasarla de una generación a la
siguiente pueden ocurrir desviaciones menores, las cuales son inconscientes y no
apreciables de inmediato. En el curso de varias generaciones pueden ser visibles, en el
registro arqueológico, las alteraciones en forma, acabado o decoración, aunque la
función de la vasija no haya cambiado y los rasgos básicos que la definan aún sean
reconocibles. Por ejemplo, a pesar de que el artesano esté estrictamente adherido a
reglas culturales relacionadas con la manufactura, al aplicar, inconscientemente, más
presión con los dedos, puede ocurrir, después de varias generaciones, una alteración en
el ángulo del cuello del cántaro, en el filo de la orilla del borde, en la amplitud o grosor
del asa, etcétera. Estos cambios, no deliberados, son tan sutiles, que en cualquier
momento las vasijas pueden reflejar perfectamente la norma cultural.
Las vajillas finas, aunque también son objeto de los mismos factores de cambio que
afectan a las vajillas utilitarias, son más sensitivas a la influencia de estilo por razones
de prestigio, ya que son manufacturadas para los consumidores. Pueden incorporar
fácilmente elementos de moda, tales como pestaña basal, base pedestal, ciertos diseños,
pintura negativa, etcétera. Puesto que eran objeto de importación, y como constituían
artículos de comercio aristocrático, había más contacto y estímulo para la imitación e
innovación. La técnica de activación de neutrones permite identificar el yacimiento de
barro que se usó para la manufactura de la cerámica, por lo que se puede emplear para
determinar si las vajillas finas se produjeron localmente o se importaron al sitio, y
también se puede establecer el centro de producción de donde provinieron.
Las vajillas utilitarias son particularmente apropiadas para seguir la dirección del
desarrollo de una sociedad, ya que tienden a ser conservadoras y duran por largos
períodos. La seriación puede aplicarse de una manera efectiva si la muestra es
suficientemente representativa y si se pueden realizar comparaciones entre sitios. Una
ventaja es que, por lo general, en cualquier sitio las diversas vajillas utilitarias son pocas
y los tiestos representativos de cada una se encuentran en abundancia; además, existe
una fuerte consistencia en las formas y en la decoración, asociadas a cada vajilla. No
obstante, puede asumirse que los alfareros antiguos tenían cierta libertad para inventar e
innovar, talvez al hacer la vasija más resistente o fácil de cargar o, simplemente,
logrando que fuera más placentera a la vista. Si el comprador percibe la innovación
como positiva, continuará la modificación en la cerámica. Por el contrario, las
demandas de una nueva administración, de esfuerzos misioneros (que involucran nuevas
ideologías) o la conquista foránea, pueden forzar nuevos estilos en una sociedad. Un
reemplazo total de la cerámica sólo puede significar el cambio de la población que
habitaba en el área. El arqueólogo tiene la tarea de interpretar el registro de la cerámica
de acuerdo con toda la evidencia disponible. Para ello, el analista busca las
consistencias internas, los cambios progresivos en el estilo y cualquier ruptura abrupta
en la tradición, así como otras fuentes de información del sitio.
Se define una Esfera Cerámica cuando la mayoría de los tipos más comunes, en dos o
más complejos, muestran un alto grado de similitud. Puesto que la mayoría de tipos se
elaboran localmente, las similitudes se encuentran principalmente en estilos
compartidos, aunque también es posible que entre ambos grupos se intercambien
algunas de las vajillas y los tipos. Durante el Preclásico Tardío, la Costa Sur de
Guatemala, el valle de Guatemala y el oeste de El Salvador comprendían la Esfera
Cerámica Miraflores. La Esfera Cerámica Mamom, del Preclásico Medio, y la Chicanel,
del Preclásico Tardío, incluían a la mayoría de sitios en el área de Petén, como ocurrió
con las Esferas Tzakol y Tepeu durante los Períodos Clásico Temprano y Clásico
Tardío, respectivamente.
Preclásico Tardío: soportes de vasijas, que al principio del período son pequeños y
sólidos, pero conforme pasa el tiempo se vuelven más grandes y vacíos. Al final del
período los soportes son enormes, hinchados, de silueta mamiforme; cuencos con pared
curva, pestaña labial; cuencos con moldura basal; cuencos con borde muy amplio,
acanalado y evertido; forma de maceta; vasijas con vertedera; decoración Usulután de
pintura negativa; decoración en incisiones, a menudo con pigmento rojo o blanco
frotado sobre la incisión; incensarios de tres picos.
Primera mitad del Clásico Temprano: cuencos con pestaña basal; soportes 'jorobados';
soportes mamiformes; cuencos con base anular; platos con cuatro soportes largos y
vacíos; potstands; vasijas con vertederas y puentes; picheles trípodes; decoración
policroma; 'incensarios de cucharón' con el asa sólida o acanalada.
Clásico Tardío: vasos cilíndricos altos sin soportes; platos con soportes rectangulares;
'incensarios de cucharón' con asa vacía; incensarios 'reloj de arena'; figurillas hechas con
molde y silbatos; malacates.
Conclusiones
La cerámica es una de las herramientas más importantes de la Arqueología en
Guatemala. Es una excelente fuente de estudio, pues abunda en la mayoría de los sitios
y provee información no sólo cronológica, sino también sobre las áreas de actividad, la
subsistencia y la economía, la organización sociopolítica y el cambio a través del
tiempo. El hecho de que las tecnologías indígenas persistan puede dar claves sobre las
prácticas precolombinas. Cuando se estudia adecuadamente la cerámica, por medio de
la Arqueología y la Etnografía, se puede obtener una ventana a través de la cual es
factible observar, talvez un poco borrosamente, el carácter de una sociedad antigua.
DON S. RICE
Es muy dudoso que estas migraciones estuvieran confinadas a una época, a un grupo
dialectal o a un solo origen. Después de comparar exhaustivamente las primeras
muestras de cerámica maya y de correlacionar la cerámica de las Tierras Bajas con
materiales contemporáneos de áreas del Altiplano, de las que se conocen los grupos
lingüísticos, E. Wyllis Andrews V propuso dos caminos iniciales para el poblamiento de
Petén. El primero fue una intrusión de un grupo hablante de zoque, no maya, procedente
del este de Chiapas, o talvez de Alta Verapaz, que se dirigió a un terreno escasamente
poblado de las riberas del Río de La Pasión. La segunda ola fue de hablantes de maya,
procedentes del Altiplano Norte de Guatemala, quienes cruzaron el norte de Petén para
finalmente asentarse en la región norte de Belice. Después de estos primeros
movimientos poblacionales hacia Petén, a través del comercio mantuvieron relaciones
con las Tierras Altas de Chiapas y de Guatemala. Al aumentar la población, Petén se
convirtió en el hogar de un número cada vez mayor de aldeas agrícolas. Andrews
planteó la hipótesis de que hace 2,700 años las poblaciones zoques del Río de La Pasión
tuvieron contactos sustanciales con grupos de Petén, hablantes de maya, y que fueron
asimilados o desplazados por estos últimos.
Al parecer, durante los siglos XVI y XVII, el sistema agrícola que prevalecía en Petén,
para el maíz y los cultivos que se le asocian, era la técnica de quema y roza (Ilustración
41). Las referencias a dos y hasta tres cosechas de maíz por año sugieren que, por lo
menos en la región, pudieron contar con una agricultura más intensiva (en el sentido de
aumentar el trabajo y la frecuencia de la cosecha; por ejemplo, al obtener en un terreno
varias cosechas al año). Aparentemente, los campos agrícolas o milpas de los
alrededores del Lago Petén Itzá también tenían una mezcla de productos cultivados y no
cultivados, los cuales eran complementados por huertos en que se cultivaban frutas,
vegetales y otra variedad de plantas, cerca de las residencias. Asimismo, en Yalaín (el
actual Macanché) Avendaño y Loyola notó la presencia de otros tipos de huertos en
donde se cultivaba cacao.
Al parecer, la agricultura de quema y roza, basada en el maíz, era suficiente para aquella
población. Los estudios etnográficos actuales acerca de este tipo de agricultura señalan
que, por lo general, a fines de mayo los agricultores cortan y queman una porción del
bosque, justo antes del inicio de la temporada lluviosa (Ilustración 185). Esta técnica de
limpiar el terreno provee una superficie limpia para sembrar, reduce las pestes y libera
los nutrientes del suelo remanentes de la vegetación forestal. En estos campos los
agricultores siembran maíz, frijol, calabaza y talvez otros cultivos complementarios
usados en la subsistencia y para otras necesidades. Después de uno o dos años de
sembrar en el mismo terreno, la cosecha se reduce por la extracción de nutrientes, la
compactación o la erosión de los suelos y la competencia de las malas hierbas. Los
agricultores abandonan el terreno, lo dejan en barbecho, y se trasladan a otro lugar para
repetir el proceso de cortar, quemar y cultivar. La fragilidad inherente del ecosistema
tropical provoca el rápido deterioro de los campos de cultivo. Por las temperaturas altas,
la cantidad de precipitación pluvial y su delgadez relativa, los suelos tropicales pueden
ser bastante fértiles, pero no son eficientes para conservar nutrientes, como otros tipos
de bosque. El hecho de cortar los árboles, ya sea para agricultura, construcción o
explotación maderera, provoca la exposición del suelo al sol y a la lluvia, lo cual altera
profundamente la estructura del suelo y el flujo de agua. Es más, disminuye la
capacidad, ya bastante limitada, del ecosistema para almacenar y movilizar los
nutrientes. Como resultado, los ambientes tropicales resultan incapaces de ser usados en
una producción sustancial continua y a largo plazo. Sin embargo, durante el período de
barbecho, el campo agrícola vuelve a reponer su vegetación natural y la sucesión
continúa hasta que se vuelve a restablecer un bosque completo, o hasta que los humanos
intervienen de nuevo. El período de barbecho rejuvenece los suelos y reconstruye su
contenido orgánico y rico, que se caracteriza por una estructura abierta y buena
permeabilidad, ya que logra capturar nutrientes de los subsuelos, reciclándolos y
dirigiéndolos a la vegetación en pie. Los agricultores pueden regresar al campo anterior
y reiniciar las actividades de cortar, quemar y sembrar, con la esperanza de obtener una
productividad alta y renovada. Por lo tanto, la agricultura de quema y roza se basa en
procesos naturales, a fin de mantener la fertilidad del ambiente y el potencial para una
producción de subsistencia a largo plazo. Sin embargo, es un sistema extensivo que
requiere que cada familia tenga una cantidad considerable de tierra en descanso. Según
las condiciones locales, se ha establecido que con un sistema de barbecho completo,
basado en un cultivo principal, como el maíz, se puede mantener una población de 60 a
100 personas por km2.
Estudios Recientes del Ambiente, Asentamiento y
Agricultura de Petén
En 1959 se completó la primera clasificación de los suelos de Petén. Los estudios se
realizaron utilizando fotografías aéreas y experimentos de campo, y los resultados son
importantes por la variabilidad que documentan, a lo largo de una región hasta entonces
considerada como homogénea.
También en 1959 Ursula Cowgill inició el primer estudio hasta ahora reportado sobre el
uso de estos suelos por parte de agricultores modernos. En el trabajo de campo se
intentó aplicar análisis biológicos, físicos y químicos a los problemas de las dinámicas
de la población maya, en particular al problema del colapso. Luego de reconocer que los
datos de la Institución Carnegie, obtenidos al norte de Yucatán, sólo habían
proporcionado algunos indicios de la subsistencia en el sur, Cowgill llevó a cabo trabajo
de campo etnográfico en los alrededores del Lago Petén Itzá y se interesó en la rotación
agrícola y en la química del suelo. Al tomar como base la producción de maíz para la
familia y los datos de consumo, de Petén, Cowgill calculó que la agricultura de quema y
roza, basada en el maíz, podía mantener de 58 a 77 personas por kilómetro cuadrado, y
que las tareas necesarias para la subsistencia dejaban un margen de tiempo libre para
actividades especializadas. Estas cifras llevaron a Cowgill a proponer que la población
nativa de Petén, en realidad nunca alcanzó los límites impuestos por la agricultura de
milpa.
Cowgill dudó que una falla agrícola hubiera sido el factor del colapso maya; al menos,
no el principal. Sin embargo, reconoció que no había certeza sobre las densidades de
población del Período Clásico y que estos datos únicamente podían generarse a través
de cuidadosos reconocimientos en áreas amplias y con la ayuda de un control
cronológico. Las investigaciones posteriores podrían sugerir tensiones, problemas en la
subsistencia o el empleo de otra forma de agricultura que requirió la centralización
sociopolítica, en lugar de permitirla.
Al igual que sus antecesores, y puesto que no se conocía otro cultivo que se hubiere
usado en las Tierras Bajas mayas, Bullard asumió que el maíz era el cultivo principal de
los antiguos mayas de Petén. También señaló la tendencia de que las casas se
concentraran en la vecindad de las fuentes de agua, sobre terrenos más altos y bien
drenados y alrededor de las orillas de los bajos, dejando disponibles, entre los grupos de
montículos, largos trayectos de tierra cultivable en donde practicaban la agricultura
basada en el maíz. Bullard creyó que 'no existe buena evidencia de que los mayas se
hayan mantenido de otra cosa que no fuera el sistema de milpa o quema y roza'.
Consideró que la agricultura intensiva era imposible en Petén sin fertilizantes
artificiales. Aunque la información disponible no era lo suficientemente concluyente
para responder a la pregunta de si la milpa era tan productiva como para sostener a las
poblaciones mayas durante su apogeo, la densidad de los restos de montículos, en el
área que Bullard investigó, lo convenció de que las tensiones en el sistema de
subsistencia, provocadas por una población 'demasiado grande', fue un factor en el
abandono de la región.
El área de Tikal se investigó según un trazado cruciforme, con los cuatro brazos
siguiendo los puntos cardinales e irradiando desde el centro del sitio. Cada brazo tenía
12 km de largo y 500 m de ancho. Asimismo, por medio de una quinta brecha, de 9.5
km de largo por 500 m de ancho, se trazaron mapas del límite norte del Parque Nacional
Tikal con el sitio Uaxactún. Se investigaron intensamente las áreas dentro de cada brazo
y, para obtener información cronológica, se excavaron pozos de prueba en un porcentaje
de los grupos de casas que aparecían en los mapas. Dentro de las cinco franjas se
localizó un total de 1,720 montículos y 342 chultunes. Se encontró que, al occidente y al
oriente, un bajo parecía limitar el asentamiento de Tikal, mientras que a los 4.5 km, al
norte, y 8 km, al sur, disminuían las densidades del asentamiento. En estos últimos
casos parece que construcciones artificiales de tierra están relacionadas con dicha caída.
Puesto que los límites del asentamiento de Tikal se presentaron más allá de la cobertura
original de su mapa, se tuvo que revisar el área total y los cálculos de las densidades de
población en lo que se consideró como el centro de Tikal. Haviland expandió su
definición de la zona central a 63 km2 y definió una zona periférica de 60 km2, que
juntos hacían un total de 123 km2 rodeados por bajos y construcciones de tierra. Se
calculó que toda la zona central llegó a un clímax de población de 40,000 personas, con
una densidad promedio de 600 a 700 personas por km2.
Haviland calculó que, dentro del centro de Tikal, cada capa tenía disponible menos de
una hectárea de tierra (0.10 km2). La periferia de Tikal no estaba ocupada tan
densamente, con 100 personas por km2, una cifra que nuevamente es más alta que los
cálculos de Cowgill para la capacidad de carga de la agricultura de milpa basada en el
maíz.
Gerald Olson también notó que, aún después de 1,000 años de regeneración, los suelos
depositados después del apogeo de la civilización maya, los cuales se formaron en áreas
perturbadas, todavía no han alcanzado una estructura normal o niveles adecuados de
materia orgánica. En vista de esta génesis lenta, Olson asumió que, indudablemente, la
presión demográfica sobre la tierra y un manejo inadecuado del suelo contribuyeron a la
caída de los mayas. Los sondeos en los bajos también indicaron que las siembras en
estos suelos, arcillosos y ácidos, debieron requerir un sistema de manejo y drenaje. Con
dicho tratamiento intensivo se pudieron obtener abundantes cosechas y Olson creyó
posible que los mayas hubieran utilizado los bajos. Esta opinión fue, en parte, apoyada
por el descubrimiento de tiestos en los pozos de prueba, excavados en los suelos de los
bajos adyacentes a las áreas del asentamiento.
En respuesta a este argumento, Frederick Lange revisó la evidencia del uso de recursos
marinos entre los mayas y propuso una base de subsistencia de recursos marinos y
terrestres. Lange creyó que las proteínas de los recursos marinos habría proveído el
balance nutricional necesario para compensar las desventajas de las raíces y habría
aliviado algunas de las deficiencias calóricas y proteínicas sugeridas por los análisis de
los esqueletos de Tikal y de Altar de Sacrificios. Además, 'tanto para el gobierno como
para el pueblo, los recursos marinos habrían sido un alivio a las preocupaciones
principales sobre fracasos en las siembras y otras amenazas agrícolas'. Estos recursos
también habrían permitido reducir el tamaño de las milpas y provocar una estabilidad en
las áreas de cultivos.
Joseph Ball y Jack Eaton calcularon que, según el modelo de Lange, durante el Período
Clásico Tardío, cuando presuntamente la población de la Península de Yucatán alcanzó
su apogeo, se esperaría encontrar sitios ubicados en las costas marinas o en los
estuarios, habitados por grupos especializados en la explotación de los recursos. Sin
embargo, sus investigaciones en las regiones costeras del este y norte de la parte alta de
dicha península indicaron que la mayor densidad en las costas, o cerca de éstas, ocurrió
en el Preclásico Tardío. En el mejor de los casos, durante el siguiente Período Clásico,
las costas fueron áreas marginales.
Puleston observó que los árboles de ramón producen hasta 1,350 kg de semilla
comestible por acre, y que, por cada área unitaria, es cerca de 10 veces más productivo
que el maíz. En cuanto a calorías, la semilla del ramón tiene un rendimiento equivalente
al maíz, con 363 calorías por cada 100 gramos, y en lo que respecta a proteína, hierro,
carbohidratos y fibra, el ramón es superior. Al igual que con otra vegetación nativa de
Petén, el ramón tiene una proporción más alta de calcio en relación al fósforo, lo cual
indica un ajuste a los suelos derivados de piedra caliza. En cambio, el maíz tiene una
alta demanda de fósforo en suelos donde, por lo general, este elemento es escaso.
También, por estar cerca de las viviendas de los mayas y por la particularidad de sus
hábitos sanitarios, los cultivos de hortaliza obtendrían ventajas de un ciclo continuo de
nutrientes. Además, en esta arboricultura, los requerimientos de trabajo son bajos.
Puleston también intentó demostrar que, por el bajo contenido de agua en sus semillas,
de todos los cultivos de granos y raíces disponibles, el único que se almacena bien en
los chultunes es el ramón.
Una de las objeciones principales a la hipótesis del ramón es que los mayas modernos
no lo utilizan. Puleston argumentó que tanto los gustos como los sistemas agrícolas
cambian a través del tiempo en respuesta a las características ambientales y
demográficas. Las poblaciones modernas consumen el ramón en épocas de crisis, pero
no es una comida preferida. Para la época prehispánica, el hecho de que la hayan
preferido o no, permanece como una conjetura abierta a debate. Otra objeción respecto
del ramón, como un producto principal, es que sus árboles varían notablemente en
cuanto a rendimiento. No se ha calculado el grado en que los otros cultivos, sembrados
dentro del ámbito de la hortaliza, podrían compensar esta variabilidad.
Infortunadamente, por ahora los argumentos del ramón como alimento primario
permanecen sin resolver, pues no existe evidencia arqueológica firme sobre que los
mayas usaran sus semillas.
Los sistemas de campos y canales permiten expander las áreas de cultivo al incorporar
zonas inundadas, tales como depresiones de drenajes internos (bajos) y áreas aledañas a
lagos o ríos. Estas zonas no son aptas para la arquitectura, por lo que no compiten con la
urbanización. Las construcciones de canales y campos proporcionaban un medio
improvisado para cultivar, en el cual lo esencial era el reciclaje de los suelos anegados.
En otras palabras, los suelos intactos se drenaban por medio de canales o se excavaban y
apilaban en una plataforma que facilitaba el drenaje, y el agua se recogía en los canales
adyacentes que existían para tal fin. Los campos podían extenderse desde el suelo más
alto de las orillas de las depresiones, playas lacustres y bancos de los ríos, o se situaban
en el centro de zonas pantanosas por medio de agua acumulada. Se cree que la
variabilidad en la construcción y ubicación de los campos reflejaba la comprensión de la
variación estacional, en cuanto a los regímenes de humedad y la probabilidad de
programar más de un cultivo anual. En los campos más altos y secos era posible
cosechar durante la temporada lluviosa, mientras que las siembras que se recogían en la
estación seca se localizaban en los canales más altos o en los campos elevados
colocados en el interior de las depresiones (Ilustración 187).
Las terrazas agrícolas constituían una segunda técnica agrícola compleja, que implicaba
una producción intensiva de subsistencia. En la década 1930 se informó sobre la
existencia de sistemas de terrazas en las elevaciones centrales de Belice, pero, por el
contexto de las ideas que prevalecían en ese momento acerca de la agricultura maya
prehispánica, fueron consideradas como anomalías o adaptaciones de subsistencia
locales, posiblemente posteriores al Colapso Clásico. En la década 1970 se registró la
presencia de extensos sistemas de terrazas prehispánicas en el sureste de Campeche y
Quintana Roo, México. Sin embargo, al igual que en las Montañas Mayas, de Belice, en
las regiones densamente pobladas del centro de Petén y en las regiones relativamente
montañosas, situadas al sur, es difícil encontrar sistemas de terrazas y su existencia ha
permanecido como un asunto un tanto dudoso.
En los mapas se aprecia que las terrazas eran notorias en terrenos elevados y en los
descensos graduales del drenaje exterior, donde controlaban el movimiento de
materiales y agua que descendían de la montaña. De esta manera, evitaban los efectos
de la erosión y el deslave químico, además de construir suelos más gruesos. Las terrazas
también facilitaban que el fósforo de los suelos se mantuviera en el mismo lugar y no se
lavara el área de cultivo. Esto permitía que, durante un período de varios años, hubiera
un lento desprendimiento de iones de fósforo procedentes de los componentes
insolubles y que se dirigieran hacia la solución del suelo. Por lo tanto, por medio de la
preservación de los componentes del suelo y de sus nutrientes, las terrazas prolongaban
la viabilidad de la tierra, e incrementaban la cantidad de ésta que podía ser cultivable.
El Estado Actual de los Estudios de la Agricultura
Maya Prehispánica
Con la implementación de proyectos agronómicos y arqueológicos, interesados en
asuntos de demografía y subsistencia, y con la información acerca de la variedad de
técnicas agrícolas intensivas, cada vez se hace más claro que la región maya no fue una
zona de fertilidad ilimitada, pero tampoco una zona homogénea en la que predominaran
pocos cultivos. Petén varía en hidrología, suelos, topografía y fenómenos climáticos
locales. Como resultado, es posible que hubieran surgido diversas respuestas para
explotar los recursos. Durante 1970 y 1980 se pensó, de manera unánime, que los mayas
tenían un sistema regional e integrado para atender su subsistencia, y que los centros de
población de Petén funcionaban dentro de una comunidad panmaya más amplia. La
suposición implícita en esta propuesta era que en las Tierras Bajas había suficiente
variación en las estrategias de siembra, cultivos, períodos de cosecha y productividad, y
que las crisis localizadas podían compensarse por la importación de alimentos de otras
regiones.
En relación con los patrones de subsistencia de los mayas de Petén, un segundo tema
debatible concierne al papel que jugaron los jardines y las hortalizas. Aunque existe
evidencia etnohistórica y etnográfica de que en el mundo maya se usaron cultivos
arbóreos y jardines integrados a la cocina, la muestra prehispánica es un tanto ambigua
y, por ahora, ello permanece como una especulación. Son impresionantes los listados de
restos botánicos carbonizados que aparecen en los informes sobre los depósitos, del
Clásico Tardío, de Copán, de Pulltrouser Swamp y de Tikal. Lo anterior demuestra la
explotación de una variedad de cultivos de campos de siembra, hortalizas y arbóreos; no
obstante, la mayor parte de contextos no corresponden a lugares de siembras destinadas
a consumo o a producción.
Arlen y Diane Chase presentaron indicios de una posible producción hortícola en el sitio
Ixtutz, en el centro de Petén, y entre los grupos residenciales que rodean el centro de
Caracol, en Belice. Con base en una intensa recolección de superficie y un programa de
análisis de suelos realizados en Sayil, Yucatán, Nicholas Dunning indicó que los
antiguos habitantes del sitio se dedicaban a una producción intensiva de cultivos, en
suelos enriquecidos artificialmente y ubicados entre las residencias. Asimismo, en
varios lugares del norte de la Península de Yucatán, Arturo Gómez-Pompa investigó los
restos de jardines rodeados por paredes, o pet kotoob. Con base en estas evidencias,
Tourtellot señaló que los centros mayas de Petén, y de otros lugares, también pudieron
haber sido 'ciudades-jardines', y sugirió que los agricultores mayas practicaban un
sistema agrícola de jardines restringidos espacialmente. Estos consistían en jardines y
campos domésticos localizados a pocos pasos del centro. Sin embargo, únicamente en el
Cobá, Yucatán, se ha recolectado sistemáticamente una cantidad suficiente de evidencia
botánica, para establecer una fuerte relación entre el asentamiento maya y el
mantenimiento de jardines u hortalizas que producían corteza, fibras, frutas, nueces y
resinas calórica o económicamente importantes. En Cobá se observó que la distribución
espacial de dichas especies estaba distribuida concéntricamente y que eran más densas
en el centro del sitio. Se cree que esto reflejaba la intervención de los mayas y que la
nobleza controlaba los cultivos de los huertos. Aunque en las zonas arqueológicas de
Petén se han hecho investigaciones de la vegetación, por ahora no se ha definido
claramente un micropatrón similar. También falta confirmar si, en los lugares en los que
se ha identificado dicho patrón, éste fue producto de la intervención y selección de los
mayas o si, en realidad, fue determinado por las condiciones ecológicas que se
presentaron en los sitios abandonados.
Queda por aclarar el grado en que el polen arbóreo, descubierto en Petén en contextos
arqueológicos y paleolimnológicos, representa bosques manejados, ya sea como
recursos de materiales vegetales o alimentos, o como hábitats de fauna para obtener
proteína animal. Sin embargo, en relación con esto último, varios estudios de las Tierras
Bajas mayas han confirmado la explotación de fauna terrestre y acuática de agua dulce.
También Mary Pohl indicó la posibilidad de que la nobleza tuviera el privilegio en la
explotación de algunos de los vertebrados terrestres más grandes.
Don y Prudence Rice consideraron que en las estructuras circulares y en 'forma de 8',
que se identificaron en las sabanas de Petén, los mayas pudieron mantener fauna
domesticada en lugar de la caza. A diferencia de las muestras de suelos que no
corresponden a estructuras, dentro de los restos de los cimientos de estas paredes bajas
se encontraron suelos con alto contenido de fósforo. Sin embargo, es imposible
determinar si la fuente es humana o corresponde a otra especie animal.
Infortunadamente, en las Tierras Bajas mayas, las evidencias arquitectónicas
relacionadas con la economía doméstica y, en general, los restos de fauna, son
demasiado escasos para permitir una cuantificación de las fuentes de proteína
disponibles o las características y tamaños del hábitat necesario para su mantenimiento.
Un tercer rasgo del modelo de hábitat y tecnología múltiples, que actualmente está en
debate, es el grado de confianza que los mayas prehispánicos tuvieron en los sistemas
agrícolas intensivos, que incluían obras mayores en el terreno, como sistemas de
terrazas agrícolas, dependientes de la lluvia, o complejos de campos, elevados o
canalizados, dedicados a la producción del maíz. Los restos de las modificaciones del
terreno, que han sido confirmados, están regionalmente localizados y falta resolver
preguntas relacionadas con su extensión verdadera y su capacidad productiva.
En las Tierras Bajas mayas existen varios tipos confirmados de terrazas agrícolas, de
acuerdo con las características del terreno y sus funciones. A veces se hace difícil la
identificación de la extensión y tipo de sistema. Las terrazas lineales en campos
drenados, que siguen aproximadamente los contornos de la pendiente, requerían mayor
inversión de trabajo en su construcción, eran las más efectivas y son de las que se
encuentran más restos. Había otro tipo, de menor durabilidad y eficiencia contra la
erosión. Son las terrazas pequeñas o bajas, en lechos de pendientes entre cerros, las que
se han preservado menos y se encuentran en las regiones periféricas. Un caso que
demuestra los problemas de este último tipo, es la dificultad que encontraron los Rice en
identificar y trazar las terrazas agrícolas de la sabana, en el centro de Petén. En una
porción de la sabana situada al sur del actual pueblo de San Francisco, y relacionada con
una comunidad de la última parte del Clásico Tardío, se encontró una serie de filas de
piedra, ubicadas sobre una pendiente de terreno con no más de dos grados de
inclinación. Todo indica que dichas hileras son los restos caídos de las paredes de una
terraza, que funcionó como una represa para captar el suelo que se lavaba del terreno
más alto.
Durante las investigaciones iniciales en la región se había pasado por alto la presencia
de estas terrazas, pues las paredes se habían caído y formaban un solo nivel de restos
que estaba cubierto por pasto. En una segunda visita pudo notarse claramente el sistema,
ya que el pasto se había quemado en forma natural. En el terreno más alto y quebrado de
Petén hubiera sido casi imposible rescatar un sistema de construcción similar. Aunque
puede decirse que estas terrazas no reflejan la magnitud de las obras realizadas y el uso
del terreno, que es evidente en las Montañas Mayas, de Petén, sería equivocado
minusvalorar totalmente el concepto de sistemas extensos de terrazas, en Petén.
En relación con los campos canalizados y elevados de Petén y las áreas circundantes
surgen preguntas similares. A pesar de que la información obtenida por sensibilidad
remota sugiere la existencia de extensos sistemas de campos agrícolas en los bajos de
Petén, Kevin Pope y Bruce Dahlin publicaron recientemente una revisión, con base en
su interpretación de las investigaciones ecológicas y de los datos proporcionados por la
cobertura aérea y por satélite. En las imágenes de radar no se pudieron encontrar
patrones potenciales de campos con canales, y se sugirió que la falta de verificación
refuerza la probabilidad de que tales sistemas no fueran extensos y que muchos de los
que aparecen en los informes pudieran representar anomalías electrónicas. Esta idea y el
análisis de los datos ambientales llevó a los autores a concluir que muchos de los
hábitats de humedales no eran aptos para mantener una agricultura productiva y
predecible. Pope y Dahlin sostienen que los sistemas agrícolas en pantanos estaban
confinados a áreas inundadas perennemente, lo cual excluye a gran parte de Petén.
Además del impacto agrícola existieron otras causas posibles de deforestación, que sólo
se distinguen ocasionalmente. Por ejemplo, en la región de Copán los bajos porcentajes
de pino (Pinus) durante el Clásico Tardío, indican que aun la zona de bosque
montañoso, relativamente incultivable, había sido despojada de vegetación arbórea. Rue
y Elliot Abrams señalaron que el pino era importante para la obtención de leña, y
Frederick Wiseman indicó que este componente de la agroeconomía maya fue una
fuente de conflicto entre la necesidad de destinar tierra a la producción para la
subsistencia y la necesidad de producir combustibles arbóreos. A menudo se subestima
esta tensión potencial. La tala de madera, para fines de construcción, también pudo
disminuir el tamaño de los bosques existentes. No sólo hubo necesidad de talar para la
colocación de edificios cívicos y domésticos, sino que hubo demanda de madera, como
uno de los componentes de las estructuras y como combustible para producir el repello
calizo. Rue y Abrams plantearon la hipótesis de que en Copán, durante el Clásico
Tardío, se requirieron hasta 0.13 hectáreas de bosque, para la producción de cal, y que
cada año se habrían talado 0.026 hectáreas, para construir y mantener estructuras
domésticas perecederas.
Conforme una región es puesta a producir durante largos períodos, el uso prolongado y
la exposición contribuyen a que los suelos se degeneren estructuralmente y que haya
alteraciones del flujo de agua. Estos elementos, por fin, acabarán en los sedimentos de
los lagos o en otras depresiones del terreno. Durante las actividades de construcción, la
manipulación física de la superficie del terreno aumenta aún más la erosión y el deslave
de los suelos. La remoción mecánica de éstos disminuye la integridad de la superficie en
cuanto a los materiales orgánicos e inorgánicos, mientras que el hecho de cubrir el
terreno con superficies arquitectónicas impermeables incrementa más las tasas del
deslave y la deposición de dichos materiales.
Como resultado de estos cambios, en la mayor parte de los lagos de las Tierras Bajas
mayas, cuyos sedimentos han sido analizados, se encuentra un característico y grueso
nivel de barro, el cual es el elemento principal o la matriz de los sedimentos estudiados.
Este nivel es un depósito derivado de la erosión de los sedimentos que durante la
alteración provocada por los mayas cayeron desde lo alto de la montaña por la acción de
la gravedad (como coluvial) o por el agua (como deslave). En los lagos del centro de
Petén, la diferencia en el grosor de estos productos refleja, al parecer, el grado relativo
de alteración humana en sus playas, pero, al igual que con los cambios
paleolimnológicos, es difícil determinar los efectos de la agricultura, arquitectura u otras
actividades domésticas. En casos tales como el del centro cívico-ceremonial de Yaxhá,
donde hubo arquitectura densa a la vecindad de un lago, es posible que las
construcciones fueran la causa principal de la erosión.
En Petén, en la región central de los lagos, también parece que las actividades agrícolas
y domésticas liberaron nutrientes de la vegetación, como fósforo, y lo concentraron en
la superficie de los suelos. La presencia humana transformó el ciclo del fósforo y
produjo cierta pérdida. Por medio de la tala y la quema, se llevó a cabo la liberación
directa del fósforo hacia los suelos, y los humanos lo consumían a través de los
vegetales, eliminándolo en sus procesos orgánicos y al ser enterrados después de
muertos. Hay que tomar en cuenta que los suelos derivados de la piedra caliza captan el
fósforo suelto, formándose complejos insolubles que, al ser removidos por la erosión,
terminan en los sedimentos de algún lago. El fósforo allí depositado queda
permanentemente imposibilitado de ayudar al crecimiento del bosque, de las siembras o
de los seres humanos.
Aunque puede debatirse acerca de la precisión de los cálculos de población, de las cifras
de productividad agrícola y de lo explícito de los cambios del paisaje, en las
reconstrucciones paleolimnológicas, si sus escalas de magnitud son acertadas, entonces
el mensaje es claro. Al final del Clásico Tardío, en algunas regiones, los mayas de Petén
debieron afrontar escasez de recursos, y uno de los más importantes habría sido la
disminución en la cantidad y calidad de la tierra cultivable.
Conclusiones
La información arqueológica, paleolimnológica y pedológica, obtenida de Petén,
confirma que, al cierre del Período Clásico, una parte considerable del paisaje se había
transformado dramáticamente como resultado de una ocupación humana que duró más
de un milenio. Estos datos implican una disminución de los hábitats terrestres naturales,
una degeneración de los ecosistemas lacustres y ribereños adyacentes, y una pérdida
concomitante de recursos de flora y fauna. Los elementos que acompañan al cambio
ambiental, como el incremento en las densidades de población y el subsecuente colapso
de la sociedad, sugieren que las actividades de los mayas, en cuanto a construcción,
explotación de recursos y subsistencia, minaron la productividad de gran parte del
ambiente de las Tierras Bajas. Estas correlaciones hacen surgir la interrogante de si, en
realidad, durante el siglo VIII se sobrepasó sustancialmente la capacidad de subsistencia
de los sistemas regionales.
Por un lado, desde la perspectiva de la ciencia natural del siglo XX, los esfuerzos de los
mayas por mantener la producción para alimentar a una sociedad grande y compleja,
residente en el bosque tropical, podrían considerarse un fracaso. Finalmente, hubo
degeneración del ecosistema y 'colapso' social, aunque la correlación temporal de estos
resultados no necesariamente comprueba una relación causal. Sin embargo, por otro
lado, también puede considerarse que los mayas alcanzaron un éxito sin par, al asegurar,
durante dos milenios, la productividad en un ambiente como éste. Los mayas estaban
conscientes de la heterogeneidad de su ambiente. Los bosques tropicales no son
homogéneos; muestran una considerable variación en su composición y estructura; y
tienen zonas de microambientes que se distinguen por sus características de suelo,
pendiente, elevación e hidrografía. Parece que los mayas sabían esto y, por ello,
aplicaron sofisticadas técnicas agrícolas en varias zonas de las Tierras Bajas; y la
inversión de trabajo implicaba que eran focos de producción intensiva.
Estas soluciones tácticas, a las presiones ambientales, sugieren que los mayas de Petén
percibían su propio impacto en el ecosistema. Claramente adoptaron prácticas que
tendrían efectos negativos, como la pérdida de nutrientes, la erosión del suelo y el
cambio de los flujos del agua. Crearon sistemas de tecnología y hábitats múltiples, que
requirieron un intenso trabajo, y confiaron en el crecimiento de la población como la
fuente de energía para activar el sistema. Al parecer, la clave de su éxito para mantener
este régimen, a lo largo de dos milenios, fue la oportunidad de experimentar a largo
plazo con varias alternativas o estrategias de explotación de los recursos, y la
posibilidad de evaluar la efectividad de éstos. Al igual que el crecimiento de la
población, las presiones ambientales, ocasionadas por la degeneración del suelo, y la
alteración del ecosistema lacustre, se desarrollaron lentamente. Sin embargo, las
respuestas de los mayas a los problemas de la producción no sólo fueron tecnológicas
sino sociales, religiosas y políticas. Cada una de éstas necesita un estudio especial.
Aunque parece claro que los mayas de Petén se vieron forzados a enfrentarse al cambio
ambiental, todavía es debatible la magnitud, el momento y el impacto final de estos
cambios. La solución de estos asuntos no parece ser inmediata, ya que se necesita
información sobre las condiciones naturales y sociales que sean regionalmente
representativas.
En 1981, Dennis Puleston enfatizó que menos de un quinto del porcentaje del
asentamiento total de Petén había sido considerado en los muestreos, y que los análisis
ambientales tenían una cobertura aún menor. Por mucho tiempo, la cantidad de
información disponible, procedente de investigaciones hechas en Petén, ha permanecido
sin cambios, y otras regiones de las Tierras Bajas mayas sufren una negligencia similar.
No debe sorprender, por lo tanto, que un punto pendiente y obligatorio, en la agenda de
los estudios de la agricultura y la ecología maya de Petén, sea la investigación a
pequeña escala de la variabilidad cultural y ambiental de las regiones.
SANDRA L. ORELLANA
Medicina Prehispánica
Los quichés (k'iche's) creían que todos los poderes psíquicos, la memoria, el deseo, las
facultades de razonamiento, la vida, el espíritu y el alma se encontraban en el corazón.
Los tzutujiles (tz'utujiles), contemporáneos todavía consideran el corazón como el
principal órgano del cuerpo y como asiento del alma. Entre los pobladores del centro de
México, el daño al corazón se podía sufrir de varias maneras, pero especialmente por
una conducta sexual inmoral. La curación comprendía confesión, sacrificio y penitencia.
Esto es similar a lo que Fray Bartolomé de Las Casas menciona respecto de las
enfermedades graves, y su particular relación con la conducta sexual. Las Casas se
refería, en este caso, a la Verapaz.
En México también se pensaba que la fuerza de la vida podía perderse por una
osificación imperfecta de la mollera. En Guatemala existe actualmente una enfermedad
similar, que se llama 'caída de la mollera'. Se cree que la coronilla de la cabeza de un
bebé es tan suave que se le puede caer a la boca. Si esto ocurre, con frecuencia por una
caída o porque no se ha cargado adecuadamente al niño, se piensa que se cierran los
conductos nasales y se produce irritación en la garganta, tos y dificultad para mamar.
Para curar a un infante en tales condiciones, se le lava la garganta con agua caliente, se
le empuja hacia arriba el paladar, y se le coloca con los pies hacia arriba para que la
mollera regrese a su lugar. En el México antiguo, la pérdida de la fuerza de la vida y la
subsiguiente presión del cráneo del niño se trataba de manera semejante. El niño era
colocado boca abajo y sacudido; se le presionaba fuertemente el paladar, hasta
perforarlo y se empujaba la bóveda bucal hacia arriba para que la fontanela regresara a
su lugar.
Las Casas observó que había muchos santuarios, que contenían ídolos, a lo largo de los
caminos de Guatemala. Cuando las personas llegaban a uno de tales santuarios, se
golpeaban las piernas con algunas hierbas; éstas se colocaban en el santuario y se ponía
una piedra encima. Se creía que de esta manera la persona se liberaba de la fatiga y
fortalecía sus piernas. Esta costumbre se observaba también en México. En Panajachel,
en el Departamento de Sololá, los indígenas todavía se quitan el cansancio
restregándose las piernas con ramas, que después se tiran en un cruce del camino.
Los dioses
En el Popol Vuh se citan algunas deidades aborígenes mayas a las que se creía
responsables de la enfermedad. Los señores de Xibalbá (el inframundo) podían causar
enfermedad. Xik'iri Pat (nariz voladora) y Kuchuma Kiq' (jefe sangre) eran dos de estos
señores, cuya tarea era producir 'sangre para enfermar a la gente'. En muchas regiones
de Mesoamérica se percibía a la sangre como un conducto para recibir un daño externo,
y tal parece ser el significado de la citada frase del Popol Vuh. Los señores aludidos
hacían que la gente se enfermara como consecuencia de que su sangre era afectada.
En el Popol Vuh se menciona también al señor Ahal puh (hacedor de pus), quien
producía infecciones. El Ahal ganá Q'ama (hacedor de cólera) tenía el poder de 'hacer
que la gente se hinchara'. El pus aparecía en los pies, la bilis aparecía en la cara, hasta
producir ictericia. Los señores Chamiabaq (bastón hueso) y Chamiaholom (bastón
calavera) convertían a la gente en huesos y calaveras. 'Entonces uno muere estirando los
huesos o adquiere hidropesía'. Entre los cakchiqueles y los pokomames (poqomames)
existían dioses semejantes.
Itzamná, una importante deidad en las Tierras Bajas de Petén, aparentemente era
adorada por algunos grupos mayas de las Tierras Altas. Diego de Zúñiga y Pedro Morán
usaron la palabra itzam y Las Casas escribió Xtcamná. Itzamná, dios de la medicina, con
Ixchel, la diosa luna, y otras deidades, era invocado en la fiesta de los curanderos y
brujos, durante el mes Zip. En Yucatán, Itzamná era conocido porque curaba a los
enfermos y traía los muertos de regreso a la vida.
Hay indicios de una conexión entre tancaz o tamcaz (en yucateco) -una gran cantidad de
ataques, espasmos y convulsiones- y la luna. Actualmente, los kekchíes (q'eqchi'es) de
Alta Verapaz relacionan los ataques epilépticos con las fases de la luna. Los
cakchiqueles, según el diccionario Coto, también creían que la luna causaba
enfermedades.
J. Eric S. Thompson analizó el culto a los dioses de la tierra y del trueno, a quienes los
kekchíes se referían como Tzultacah. Ellos eran los responsables de enviar fiebres y
enfermedades y de proteger a la gente contra éstas. Las serpientes se concebían como
sus sirvientes, y se enviaban a castigar a los que hacían el mal.
Los brujos
Por otro lado, el tonalli era, para los antiguos mesoamericanos, el animal, planta o
fenómeno natural, con el cual se identificaba la fecha de nacimiento de un individuo, de
acuerdo con el calendario sagrado. Al niño se le daba un nombre que correspondía al día
de su nacimiento, y tal era también el nombre del animal que sería su contraparte
durante toda su vida. El individuo y su tonal compartían el mismo destino. La confusión
entre tonalli (espíritu personal o compañero animal) y nahualli (brujo que transforma)
aparece en las fuentes coloniales tempranas, y se encuentra muy difundida hoy en las
comunidades indígenas modernas.
La difusión aludida obedeció sin duda a los movimientos y contactos de población que
ocurrieron entre los pueblos de las distintas regiones de Mesoamérica después de la
Conquista. La influencia de los misioneros también parece haber tenido un importante
papel en la interpretación y confusión de estos fenómenos. Al final de su ensayo,
Musgrave-Portilla concluye que el malvado nahualli de los períodos colonial y moderno
es, aparentemente, un ser cuya naturaleza esencial tiene sus raíces tanto en la
cosmología prehispánica de Mesoamérica como en la visión cósmica española y su
interpretación de la mitología mesoamericana.
Ritos comunales
Se pensaba que los dioses podían causar enfermedad, pero también era creencia muy
difundida, en toda Mesoamérica, que ellos, asimismo, poseían el poder de curar. Por lo
tanto, muchos ritos comunales tenían por objetivo mantener o recuperar la salud. Las
Casas mencionó las ceremonias que se realizaban cuando existía la amenaza de una
enfermedad. Se ofrecían sacrificios en tales circunstancias, y todos participaban en la
respectiva ceremonia. En su estudio sobre los mayas lacandones, efectuado entre 1903 y
1904, Alfred Tozzer se refirió a la existencia de tales ritos comunales. Estos apuntaban
específicamente a cuidar la salud del grupo, y en ellos se ofrecían sacrificios a cambio
de la eliminación de la enfermedad.
El señor tzutujil que era seleccionado para consultar al ídolo ayunaba durante 260 días,
es decir, la duración total del calendario adivinatorio sagrado, que tenía 13 meses de 20
días cada uno. El señor aludido hacía sacrificio al principio y al final del ayuno; ofrecía
incienso y su sangre al ídolo, mientras le preguntaba lo que los señores deseaban saber.
El señor debía estar ritualmente puro y no podía ir a la casa ni tener relaciones sexuales
con su esposa durante el ayuno. También participaba el gobernante, que se quedaba en
el templo durante los días nublados, y quien sólo podía ir a su casa si el día estaba claro.
El rito de purificación era considerado muy importante en las ceremonias religiosas, y
constituye una creencia que sobrevive actualmente en la región maya.
Las Casas anotó que ritos semejantes se celebraban en la Verapaz, pero que no se
referían específicamente a enfermedad. Las Casas observó que los hombres dormían
separados de sus mujeres, en edificios colocados cerca del templo, en el período de 70 a
100 días que duraban los tiempos ceremoniales. Los hombres ofrecían su propia sangre
y quemaban incienso. También se abstenían de bañarse, y se cubrían con el hollín de
antorchas negras en señal de penitencia. Tozzer indicó que los lacandones renovaban
sus incensarios y que, durante cierto tiempo, los hombres no se bañaban y vivían
separados de sus familias. Dormían en la choza sagrada. Se cortaban las orejas con la
punta de piedra de las flechas, y dejaban que cayera la sangre en los braseros que tenían
los ídolos. Cuando rezaban y quemaban incienso de copal, las caras y los brazos de los
lacandones se ponían negros por el humo, lo cual, según ellos, poseía cualidades
curativas.
Adivinación
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, en su obra de finales del siglo XVII, aseveró
que el medio más común de echar la suerte consistía en el conteo de granos de maíz. El
tipo de adivinación que describió dicho cronista todavía se practica por los curanderos
en muchos pueblos de las Tierras Altas, y se usa para diagnosticar la causa de una
enfermedad. Después de formular el diagnóstico, el curandero sugiere un tratamiento
para la enfermedad. En la región quiché, estos adivinadores se llamaban aj kij, palabra
que proviene de kij, que significa sol, día o luz (con la connotación de mirar).
En la época prehispánica existieron otros tipos de adivinadores. Entre los cakchiqueles y
los quichés, los que se especializaban en predecir el futuro se llamaban ajsakiwachinel,
en cakchiquel, y hiq' uachinel, en quiché. Estos eran videntes que profetizaban, o
podían 'ver a distancia', escudriñando y viendo en el interior de las cosas. Entre los
quichés existían los labahinel, o adivinadores del augurio, los ichiqanel, o adivinadores
del sueño; los ilol, o videntes, que interpretaban los augurios. Un adivino cakchiquel, el
cholol kij (probablemente aj chol kin, 'el que cuenta los días'), que parece haber sido
distinto del aj kij, determinaba si un día era bueno o malo para celebrar un rito. El hecho
de diagnosticar enfermedades probablemente era también parte de las funciones de
algunos de estos adivinos.
Otro adivino quiché prehispánico era el ah xulu, o ajxulu, rebuscador curandero brujo.
Este hacía preguntas adivinatorias a su propio cuerpo y recibía respuestas por medio de
sacudidas en diversas partes del mismo. Este tipo de adivinación probablemente se usó
como método para diagnosticar enfermedades, de la misma manera como se hace en la
actualidad. En el presente, en muchas áreas de Mesoamérica se considera a la sangre
como una sustancia animada, capaz, en algunos individuos, de enviar señales, o 'hablar'.
En las Tierras Altas de Guatemala el adivino tiene una sensación dentro de su cuerpo,
descrita en la literatura especializada, ya como estremecimiento, ya como salto o
sacudida en la sangre o en los músculos. Esta sensación proporcionaba información
acerca del pasado, o sobre las perspectivas de los pacientes.
Los baños
El baño era un método terapéutico común, usado en todas las comunidades durante la
época prehispánica (Ilustraciones 104,144 y 192). Se realizaba con propósitos de aseo
personal y como tratamiento de enfermedades. El Capitán Juan de Estrada escribió, en
1579, que 'ellos tenían la costumbre de bañarse en los ríos y lo siguen haciendo'. Fray
Antonio de Remesal informó que, durante una epidemia ocurrida poco después de la
Conquista, los indígenas con fiebres se bañaban en los ríos, y el agua fría los mataba
rápidamente. En la Europa del siglo XVI no era costumbre bañarse con frecuencia, y los
sacerdotes que llegaron al Nuevo Mundo lucharon sin éxito para quitar tal costumbre a
los indígenas.
El baño de vapor (tuj, en quiché) se usaba como purificación ritual, aseo regular,
relajamiento y con propósitos medicinales. Los indígenas del Altiplano actualmente
usan todavía el baño de vapor para curar muchas enfermedades. Estos baños, por lo
general, miden poco mas de un metro de altura, y tienen paredes de piedra y un piso de
madera cubierto de barro. Adentro hay piedras que se calientan y luego se empapan con
agua, con lo cual se obtiene el vapor. Al parecer, estos baños han cambiado poco desde
los tiempos prehispánicos. Fuentes y Guzmán decía que los indígenas usaban el baño de
vapor para tratar las fiebres, o se ponían bajo el sol y sólo tomaban agua caliente e
infusiones. Antonio Vázquez de Espinoza, que escribió alrededor de 1620, decía que el
baño de vapor se usaba para tratar 'tumores' (sífilis) y otros males.
Junto con los baños de vapor, en las Tierras Altas de Guatemala se usaron las aguas
medicinales para curar enfermedades. Actualmente, los indígenas que viven cerca de
aguas sulfurosas todavía hacen uso de éstas para curar padecimientos, tales como
calambres, dolor de cuerpo, infección intestinal y reumatismo. En la antigüedad, las
aguas sulfurosas se usaban para tratar ciertos malestares. Las aguas medicinales de San
Bartolomé Aguas Calientes y de Totonicapán fueron mencionadas por Fuentes y
Guzmán. Vázquez de Espinosa decía que los baños calientes de San Bartolomé Aguas
Calientes eran famosos, y que allí se había levantado una casa de baños con cuartos y
compartimientos para personas inválidas, ya que las aguas eran muy saludables. Otras
aguas termales saludables se localizaban en Sonsonate. Domingo Juarros, quien escribió
a principios del siglo XIX, describía una 'vertiente de aguas vitriólicas' cerca de Santo
Domingo Mixco, 'que se han experimentado eficaces para curar la diarrea'.
Está claro que los indígenas de la Guatemala prehispánica y colonial creían que las
aguas termales tenían poderes curativos. Tanto los baños de vapor como las aguas
medicinales se usaban para tratar una variedad de enfermedades, así como para la
higiene personal regular, a pesar de las advertencias adversas de los españoles.
Curanderos
Practicantes generales
Las Casas menciona tres tipos de curanderos que existían en la Verapaz, en tiempos
antiguos. 'Ellos... tenían médicos, grandes herbolarios y tal vez aun mejores hechiceros'.
Entre los pokomames, el médico era llamado ah cut, y el oficio estaba disponible
exclusivamente para los miembros de la nobleza. Ajcun era el equivalente quiché,
derivado de la palabra cunabal, que significa medicina. En cakchiquel se escribía ajqun,
y ajkun, en tzutujil. Otro médico entre los cakchiqueles se llamaba ajkom. Este oficio
era semejante al del ahicom (médico, curandero) de los pokomames, y aparentemente
estaba abierto a todos.
Es probable que este pasaje describiera el papel del ah cut pokomam, que pertenecía a la
nobleza y que era el doctor que trataba a otros nobles. Las Casas también describió a
otro tipo de doctor, talvez el ahicom, que trataba al pueblo.
De acuerdo con el pasaje que relata el tratamiento que se le daba a los señores, el
médico aplicaba los remedios, llamaba al adivino para echar la suerte, hacer un
sacrificio, e inducir al paciente a confesar sus pecados. El más serio de todos éstos era
no cumplir con lo indicado por el médico, aunque esto significara sacrificar todas las
posesiones del paciente. Los procedimientos utilizados para tratar gente del pueblo eran
semejantes, aunque la confesión se podía obtener antes de echar las suertes, y el mismo
médico realizaba la adivinación.
Es poco lo que se sabe acerca de la forma en que eran atraídos a su vocación los
especialistas importantes en la época precolombina. Ordinariamente, el oficio era
hereditario entre la nobleza, de modo que el ahcut quizás provenía de una 'casta' de
médicos, y como aprendiz recibía mucho del conocimiento de la profesión de sus
parientes. De acuerdo con Fray Pedro Morán, el ahcut era un maestro, orador, médico y
consejero, y sugería que el aprendizaje era importante entre los de ese grupo. Por el
hecho de ser nobles, los médicos sabían leer y escribir y estudiar los manuscritos
disponibles sobre medicina.
Los médicos que pertenecían al pueblo también pueden haber sido aprendices, aunque
no se sabe si sus oficios eran hereditarios. Sin embargo, esto parece improbable, puesto
que el oficio de ahicom estaba abierto a todos. Es poco probable que estos curanderos
supieran leer, puesto que ese privilegio estaba, por lo general, reservado a la nobleza,
por lo que aprendían por medio de la observación y el trabajo con otros.
Los Especialistas
Especialistas en mordeduras
Diego García de Palacio escribió, a finales del siglo XVI, que las serpientes venenosas y
los insectos dañinos eran los responsables de muchas mordeduras y piquetes, en la
región costera del sureste. Algunas de estas criaturas dañinas estaban presentes en otras
zonas de la Costa y de las Tierras Altas, pero eran un problema más grande en las zonas
tropicales húmedas. Fray Francisco Ximénez, en su Historia Natural, mencionó algunas
de las serpientes peligrosas y venenosas que existían en Guatemala. Fray Francisco
Montero de Miranda, padre dominico que vivió en la Verapaz durante la segunda mitad
del siglo XVI, anotó que había muchas serpientes venenosas en aquella región. En la
Bocacosta sur, los indígenas temían a la tlamacaz coatl (en nahua) de la cual se decía
que era tan venenosa que el que era mordido por una de ellas moría en 24 horas. La gran
cantidad de serpientes e insectos venenosos hace suponer que en el sistema médico
indígena figuraban los especialistas en mordeduras.
Reparadores de huesos
Hay un pasaje en el Popol Vuh que se refiere a la reparación de los huesos. El Abuelo y
la Abuela mencionan que ellos arreglaban los huesos. Desafortunadamente, ésta es la
única referencia que existe en las antiguas fuentes documentales de las Tierras Altas de
Guatemala, pero ella indica la existencia de personas que se dedicaban a arreglar los
huesos. Fuentes y Guzmán, a finales del siglo XVII, describió el tratamiento que usaban
los indígenas para las fracturas, en el que figuraban las hierbas medicinales.
Los herbolarios
Las Casas mencionó a los herbolarios. Este practicante, llamado qumanel, en
cakchiquel, fue definido por Francisco de Varela como 'el que cura; el médico'.
Actualmente, en Colotenango, por ejemplo, el kanel usa tanto plantas medicinales como
medicamentos modernos. El kanel es diferente del chimán (shamán) que trata
enfermedades que resultan del pecado, las cuales son enviadas por un dios como
castigo. El chimán usa métodos mágicos y religiosos para curar. En Santiago Atitlán, el
ajkomanel es semejante al kanel, de Colotenango, y al qumanel, de los cakchiqueles, y
trata al enfermo sin el uso de oraciones. La enfermedad se trata como una condición
fisiológica por el ajkomanel, y en tiempos más recientes se usaron, de manera empírica,
hierbas y fármacos. El ajkun usa, básicamente, un medio mágico y religioso de curar.
Las comadronas
Desde la época precolombina existieron parteras (iyom, en quiché), y ellas aún practican
su profesión en la mayor parte de las poblaciones de las Tierras Altas. En 1576 García
de Palacio analizó el papel de la comadrona en el pueblo de Asunción Mita, un área
pipil en el Oriente. Los pipiles fueron aliados de los tzutujiles en tiempos prehispánicos
y pueden haber compartido algunos patrones culturales con los hablantes de maya,
especialmente lo relacionado con las prácticas médicas.
García de Palacio indicó que, al momento del alumbramiento, la mujer confesaba sus
pecados a la comadrona que la asistía:
En otro pasaje, García de Palacio relató que la comadrona también se extraía sangre y la
rociaba a los cuatro vientos, mientras hacía invocaciones y ejecutaba ceremonias para
facilitar el parto. Se usaba la ropa del marido para facilitar el alumbramiento. George
Foster señaló que en España se usaban diversas prendas de ropa masculina, con el
propósito de ayudar en el nacimiento de un niño, por lo que esta costumbre pudo
haberse adoptado de los españoles. Diego de Landa informó que, en Yucatán, existía la
costumbre de poner un ídolo, que representaba a Ixchel, la diosa de los partos, debajo de
la cama de la mujer que estaba en labor. Entre algunos grupos de las Tierras Altas,
Ixchel también era considerada la patrona de los alumbramientos.
Los cirujanos
Las navajas de obsidiana se usaron como instrumentos quirúrgicos y pueden haber sido
utilizadas para operaciones menores. Los experimentos muestran que las navajas de
obsidiana no sólo son suficientemente puntiagudas para funcionar como instrumentos
quirúrgicos, sino también que las heridas efectuadas con un cuchillo de vidrio sanan
más rápidamente que las hechas con cuchillos de otros metales.
Francisco Ximénez notó que los indígenas eran muy buenos en lo referente a la sangría
y que, a menudo, eran preferidos por los españoles. Pedro de Alvarado, el Conquistador
de Guatemala, y sus hombres, confiaban en los indígenas para la sangría. En tiempos
recientes, la evidencia muestra que los curanderos de Todos Santos, Huehuetenango,
usaron la flebotomía, que también se practicaba en Santiago Atitlán. Pinturas de
indígenas locales muestran este procedimiento. Se ha informado que en Atitlán se usaba
un pedazo de vidrio, o una navaja de obsidiana, para perforar la piel; ordinariamente se
hacían varias perforaciones pequeñas, para permitir que saliera la 'mala sangre', que
supuestamente llevaba consigo la enfermedad. Esta pudo ser la forma en la que los
naturales practicaban la flebotomía, mientras que abrir una vena era el método europeo
más común.
A veces pudo haber sido necesaria la cirugía, especialmente para tratar heridas de
guerra. Un arma común era el mazo de guerra, que tenía incrustadas filosas navajas y
podía dividir a un hombre en dos. Se usaban también el arco y la flecha, los cuchillos,
hondas y lanzas con puntas de obsidiana, todos causantes de heridas serias. Fuentes y
Guzmán decía que los indígenas tenían armas que penetraban profundamente en el
cuerpo y, cuando las lanzaban, producían miedo por las terribles heridas que causaban.
Las peores probablemente mataban a las víctimas, pero es posible que algunos hombres
se pudieran salvar por medio de la cirugía y el tratamiento adecuado.
El tatuaje, según Ximénez, se hacía 'con la punta de una navaja que estaba muy afilada'.
Luego se ponía carbón en la herida, para que ésta quedara negra. Algunas veces se
perforaban las orejas y el tabique nasal con el objeto de usar orejeras y narigueras.
Es probable que haya existido otros tipos de especialistas médicos en las Tierras Altas
de Guatemala, pero los mencionados antes eran algunos de los más importantes.
Después de la Conquista cambiaron las prácticas médicas aborígenes. Esto obedeció
principalmente a la decadencia de la nobleza y al sistema de oficios, así como a las
prohibiciones españolas concernientes a la práctica del sistema médico-religioso
indígena. Conforme se perdió el conocimiento prehispánico y los oficios hereditarios
cayeron en desuso, tanto dicho conocimiento como los practicantes tendieron a
permanecer en la clase popular. Como consecuencia de estos factores y por el gran
descenso de población después de la Conquista, muchas especializaciones se
abandonaron o se olvidaron y surgieron otras.
Conclusiones
En los tiempos prehispánicos se atribuyó la enfermedad a una variedad de causas
naturales y sobrenaturales. La religión, la medicina y la moralidad estaban íntimamente
ligadas. El diagnóstico, en muchos casos, comprendía descubrir qué entidad
sobrenatural o brujo era responsable de la enfermedad, y el tratamiento abarcaba el
restablecimiento del equilibrio del individuo con los dioses o espíritus que habían sido
ofendido; o bien, las prácticas para contrarrestar la brujería. El concepto de equilibrio y
desequilibrio formaba parte importante de la etiología de la enfermedad en Guatemala.
Entre los muchos factores que podían producir un desequilibrio y hacer que una persona
se enfermara, estaban el sexo, la edad, el trabajo excesivo y el pecado. En la actualidad,
sobrevive tal idea, particularmente en el principio fortaleza-debilidad, según el cual un
cuerpo débil, por la sangre afectada, se estima particularmente susceptible de contraer
una enfermedad.
Se tenía la creencia, asimismo, de que los dioses enviaban enfermedades. El Popol Vuh
contiene alusiones a varios dioses que hacían que se enfermara la gente. El 'Abuelo' y la
'Abuela', parece que también desempeñaban el papel de curanderos. Los dioses del
linaje figuraban de manera prominente en los ritos de la comunidad. Los brujos eran
otra fuente de enfermedad. Si se sospechaba brujería, la persona afectada acudía a un
buen hechicero para contrarrestar la magia maligna que se consideraba causa de la
enfermedad.
Odontología Prehispánica
Mesoamericana
Asimismo, han sido objeto de estudio diversos hallazgos hechos en lugares como
Tajumulco (1943), Kaminaljuyú (1946), San Agustín Acasaguastlán (1949) y Zaculeu
(1953). En 1963 Oscar Cifuentes publicó un resumen de los descubrimientos reportados
hasta esa fecha en Guatemala. Más recientemente, otros investigadores se han referido a
ejemplares encontrados en Altar de Sacrificios (1972) y en Mundo Perdido, Tikal
(1984). En este último sitio se descubrieron dientes trabajados con técnicas diferentes a
las de otros lugares. En 1990 Claudia Wolley y Lori Wright reportaron al autor del
presente artículo el resultado provisional de sus hallazgos en el Entierro Nº 20, de Dos
Pilas. Sin embargo, ni en Guatemala ni en las demás áreas que se encuentran en el
sudeste de Mesoamérica (Belice, parte de El Salvador y Honduras) ha sido posible hacer
un recuento similar al realizado para la región mexicana, por lo que se desconoce el
número de ejemplares encontrados en esas regiones.
Desgastes Selectivos
El primero de los dos grandes tipos de trabajos dentales de las culturas mesoamericanas,
consistente en el desgaste de las piezas, se conoce comúnmente con el nombre de
mutilación (Ilustración 197). Este término, que sugiere una operación traumática y
violenta, no refleja el verdadero procedimiento. Se han empleado también otros
términos, tales como limado, aserrado y desvanecido, para designar dichos trabajos. Se
considera, sin embargo, que el nombre de desgaste selectivo es el más apropiado, en
concordancia con el propósito determinado que se pretendía.
Incrustaciones
El segundo tipo de procedimiento operatorio, conocido como incrustación, fue único en
el mundo de su época (Ilustraciones 195 y 196). En ninguna parte se efectuaron
perforaciones de la superficie del esmalte sano de los dientes, sino hasta en el siglo
XVIII, en Europa. El procedimiento mesoamericano consistía en la preparación de una
cavidad circular milimétrica, por medio de una perforación en la que posteriormente se
colocaba una incrustación u obturación de materiales rígidos, como jadeíta, hematita,
pirita y otros, que se fijaban con un pegamento. Estos tratamientos se efectuaron
únicamente en los dientes anteriores (centrales, laterales y caninos), tanto en el maxilar
superior como en el inferior. Sólo en casos raros se han encontrado incrustaciones en las
primeras premolares inferiores. Las operaciones aludidas revelan una alta tecnología,
destreza y habilidad en sus ejecutores, ya que se efectuaban en las caras anteriores de
los dientes superiores o inferiores, sobre el esmalte sano, que es el tejido más duro del
organismo humano, pues tiene una dureza de 5 en la Escala de Mohs. En la actualidad
se necesitan, para trabajos similares, barrenos de alta velocidad y brocas de diamante,
así como un diligente y difícil procedimiento. Como se dijo antes, se desconoce con qué
fines se hicieron tan delicadas operaciones, que no tenían intención terapéutica.
Clasificación de los Trabajos Dentales
Los ejemplos provenientes tanto de excavaciones científicamente controladas, como de
los hallazgos fortuitos o de origen desconocido, han sido objeto de diversos intentos de
catalogación. Entre todos éstos, la clasificación ofrecida por Romero resulta la más
funcional y es la que suele seguirse por los especialistas en la materia. Dicho
investigador incluyó en su clasificación todos los casos reportados en América.
El Cuadro 19 contiene tres grandes grupos, en los que se clasifican siete tipos diferentes
de trabajos dentales. Cada uno de estos tipos, a su vez, se subdivide en variados estilos,
como se muestra en la Ilustración 197.
Grupo I
A) Pertenecen a este tipo aquellos casos en que se presentan uno o varios desgastes en el
borde incisal; este es el borde del diente con que se corta o incide. Este tipo registra
cinco estilos diferentes, designados como del A-1 al A-5. Este último tipo sólo se ha
encontrado en Norteamérica.
B) Se refiere a los casos de desgaste en un solo ángulo del diente. Según sea la
profundidad y la forma en que dicho desgaste se presenta, se han catalogado siete estilos
del B-1 al B-7.
C) Aquí se encuentran los casos de desgaste selectivo en los dos ángulos de un mismo
diente que, de acuerdo también con su forma y profundidad, se clasifican en nueve
estilos del C-1 al C-9.
Grupo II
F) Se refiere a aquellos casos en que aparece desgaste en el borde incisal, con líneas en
la cara labial o con desgastes en el esmalte. Se han clasificado 11 estilos diferentes (del
F-1 al F-11). El estilo F-6 sólo se ha encontrado en América del Sur.
Fray Diego de Landa se refirió a estos procedimientos: 'Ellas (sic) tenían por costumbre
aserrarse los dientes dejándolos como dientes de sierra y estos tenían por galantería y
hacían este oficio unas viejas limándolos con ciertas piedras y agua'. En este texto de
Landa se hace referencia únicamen-te a trabajos hechos en mujeres, pero los análisis de
muestras provenientes de gran número de excavaciones indican claramente que las
operaciones se hacían también en varones.
Las cavidades circulares preparadas para acoger las incrustaciones eran diminutas, entre
tres y seis milímetros de diámetro. Hechas sobre el esmalte de la cara anterior de un
diente sano, requirieron de instrumentos especializados. Hasta la fecha no ha sido
posible encontrar en las excavaciones arqueológicas ninguna evidencia del tipo de
instrumentos usados. Por otra parte, ni en las representaciones de vasijas policromadas
ni en los códices aparecen identificados utensilios de esa naturaleza. Se supone que tales
instrumentos tuvieron que haber sido adaptaciones de los que usaban los lapidarios o
artistas que trabajaban la piedra. Consistían en una especie de broca cilíndrica, de
diámetro similar al de las cavidades, con una longitud variable pero no mayor de cinco
centímetros. No existe acuerdo entre los investigadores acerca del material del que
pudieron estar hechos. Para algunos, tuvo que haber sido una piedra dura como la
jadeíta, la cual se ha demostrado que es capaz de perforar la piedra y el hueso. Otros
investigadores han experimentado con brocas hechas de madera dura, tales como el
guayacán y el abeto, con las que se ha logrado abrir cavidades dentales parecidas a las
que hacían los antiguos mesoamericanos. Esta segunda hipótesis parece convincente por
la carencia de testimonios arqueológicos, y sería una explicación adecuada si los
utensilios utilizados hubieran sido de madera, material perecedero. En todo caso, se ha
pretendido con las pruebas experimentales, seguir el principio de S.A. Semenov, según
el cual, 'el patrón de desgaste de un instrumento puede servir para identificar su uso, si
el patrón de desgaste puede verificarse experimentalmente'. Estas brocas o puntas de
trabajo deben de haber estado adheridas a una vara de madera que les servía de eje,
completándose así el instrumento que equivalía a un barreno.
A continuación se describen los dos procedimientos más conocidos por los artesanos
prehispánicos, para hacer girar la pieza perforada. El primero era el llamado barreno de
arco, consistente en un arco de madera a cuyos extremos iba atada una cuerda o correa,
en el centro de la cual se enrollaba el eje o varilla de la pieza perforadora directamente o
por medio de un carrete adherido a dicho eje (Ilustración 198b). La punta de la pieza
perforadora o broca, se colocaba sobre la superficie a perforar, mientras que el extremo
de la varilla que le servía de sostén se apoyaba sobre una pieza especial de madera u
otro material y se adosaba a la mano para facilitar su rotación. El sistema se activaba al
mover horizontalmente el arco, de tal manera que la cuerda se enrollaba y desenrollaba
una y otra vez en la varilla, consiguiéndose así el movimiento de rotación por el que se
producía la acción perforadora.
Materiales Obturantes
Hasta ahora, los materiales que se han encontrado para colocar en las cavidades y
obturarlas son los indicados en el Cuadro 20.
1 Talco
2 Yeso
3 Calcita
4 Fluorita
5 Apatita
6 Feldespato
7 Cuarzo
8 Topacio
9 Corindón
10 Diamante
Materiales abrasivos
Tanto en las incrustaciones como en los desgastes pudieron haberse usado materiales
abrasivos, como el polvo de cuarzo u otras arenas, mezclados con agua o algún otro
líquido.
Pegamentos
En cuanto a los líquidos para la mezcla y fraguado del pegamento es muy difícil
establecer cuáles fueron, ya que pasaron a formar parte integral de aquél. Los hallazgos
arqueológicos sugieren que pudo haberse tratado de sustancias de origen vegetal,
probablemente extraídas de una orquídea o de copal.
Aun cuando las exploraciones arqueológicas de la primera mitad de este siglo apenas
dieron importancia a este tipo de hallazgos, los tratamientos odontológicos tuvieron sin
duda gran relevancia en las culturas mesoamericanas. Ello fue así, hasta el punto en que
algunas piezas de cerámica con efigies humanas y esculturas de piedra muestran a sus
personajes con los dientes trabajados de diversa manera. Por ejemplo, en Copán,
Honduras, algunos monumentos, tanto de caras humanas como de zoomorfos, tienen sus
dientes con alteraciones en sus contornos; entre ellas, la más notable es la que se
encuentra en el altar frente a la Estela D, la cual presenta en su cara sur una figura
monstruosa con desgastes en las caras distales de sus dientes laterales. También en los
altares O y P, de Quiriguá, Guatemala, pueden distinguirse efigies con estas
particularidades. Por otra parte, el desgaste selectivo de los dientes anteriores del
maxilar superior se presenta en las figuras de deidades relacionadas con el Sol, o dios K,
como un atributo muy especial de ellas.
Patologías y riesgos
Las consecuencias de los tratamientos pudieron haber ocasionado más que simples
molestias y derivar en verdaderas patologías, con inflamaciones en los tejidos de la
pulpa y abscesos infecciosos. Las infecciones corrían el riesgo de extenderse a
estructuras vecinas de la cara, como el ojo, el oído, el cuello, los labios y otras regiones,
e incluso llegar, en los casos más graves, hasta órganos tan vitales como el corazón o el
cerebro.
Puede suponerse que los operadores prehispánicos debieron de haber sedado a las
personas que se sometían a estos tratamientos, y que para ello usaban ciertas sustancias
capaces de aminorar el dolor o de provocar inconsciencia o sedación. Se sabe de
muchas sustancias con esas características, extraídas de plantas como el nenúfar blanco
y diversos tipos de hongos, así como de un producto tóxico proveniente de las glándulas
del sapo bufo. En la actualidad se han aislado del nenúfar blanco varios alcaloides,
como la nufanina, nufanidina y la apormorfina, y los curanderos nativos de algunas
regiones mesoamericanas utilizan sustancias psicotrópicas extraídas de hongos, como la
Amanita muscaria, y de los Psilosydes (mexicana, San Isidro y retumbe). La bufotenina,
que se extrae de las glándulas del sapo Bufo marinus, tiene efectos sedantes en dosis
adecuadas, pero es mortal si se aplica en cantidades mayores. El Códice Badiano
menciona, asimismo, la planta Tenochtli, como remedio contra los dolores dentales.
Estos sedantes pudieron aplicarse de muchas maneras; por ejemplo, mediante
masticación, tragado e inhalaciones. Los mayas los utilizaban también en forma de
enemas, como curiosamente aparece en pinturas de ciertas vasijas de cerámica
policromada.
Conclusiones
Si bien existen numerosos restos de dentaduras con tratamientos de desgaste o
incrustación, las investigaciones sobre este tema se han visto limitadas por la carencia,
hasta el momento, de hallazgos de instrumentos o de materiales utilizados en estas
operaciones. Por otra parte, las fuentes de información contenidas en representaciones
pictóricas, en murales o en la decoración de cerámicas, son muy parcas al respecto, con
excepción del mural de la ciencia médica de Tepantitla, Teotihuacan, en el que se
muestran dos figuras humanas, una de las cuales parece someterse a una operación de
desgaste selectivo, en manos de la otra.
De cualquier modo, se trató sin duda de una práctica bastante extendida en la época
prehispánica, y además, con poder de arraigo en el futuro, como lo demuestra la
costumbre, que se conserva en pleno siglo XX entre los indígenas mesoamericanos, de
cubrirse los dientes sanos con coronas dentales de oro, filetes alrededor de la corona o
adornos de diferentes formas, como símbolos de prestigio. Este comportamiento atávico
pudiera estar relacionado con la admirable y original odontología de sus antepasados.
CHRISTOPHER JONES
Las reconstrucciones modernas del comercio maya tienden a considerar este fenómeno
como un sistema autosostenido. Los estudios tecnológicos de la obsidiana, por ejemplo,
señalan las correspondientes pistas para rastrear el comercio de ésta, y han aportado
nuevos métodos para el estudio del comercio a lo largo de todo el territorio maya; los
yacimientos y distribución del jade a través de Mesoamérica, en cambio, no han sido
sistemáticamente estudiados. Sin embargo, recientes estudios etnohistóricos han
permitido reconstruir la importante influencia del mercado azteca sobre el comercio
maya, durante los años finales de la época prehispánica, y sugieren que tal patrón puede
haberse extendido hacia atrás en el tiempo.
En lugar de una investigación del comercio interno de los mayas, este ensayo representa
un esfuerzo por analizar el comercio maya dentro del patrón más amplio del comercio
mesoamericano. La localización de las ciudades mayas durante todos los períodos se
explica mejor al considerarlas como puntos de control sobre las rutas de comercio que
se extendían entre lugares distantes, de este a oeste, en el territorio de Mesoamérica.
Esta hipótesis fue desarrollada en un trabajo inédito.
Las grandes civilizaciones, como las de Egipto, Mesopotamia, el valle del Indo, China,
el valle de México y Los Andes, dependientes de formas intensivas de producción de
alimentos, se caracterizaron por la presencia de una población muy grande y de
prolongada sobrevivencia, incluso después de casos de invasión, rebelión, conquista o
hambruna. También se encuentran ciudades basadas en la agricultura únicamente, en los
centros de zonas identificables por una producción agrícola intensiva. Por lo general,
estas zonas pueden reconstruirse por medio del trazo de mapas y a través del
conocimiento de las antiguas técnicas de cultivo. Por ejemplo, en el valle de México, el
proyecto de mapeo sostuvo que Teotihuacan y Tenochtitlan estuvieron localizados en
los centros de grandes zonas de irrigación y cultivos sobre chinampas.
Sin embargo, cuando se examina un mapa topográfico del área aledaña a Tikal, se puede
notar que el sitio está situado sobre una de las pocas depresiones en la que se quiebra la
áspera topografía kárstica que forma la base de la Península de Yucatán. La depresión
más cercana, hacia el sur, está en el Lago Petén Itzá y Yaxjá (Ilustraciones 147 y 150), y
la más cercana al norte, en Uaxactún. Las ubicaciones de los sitios Tikal, Uaxactún y
Yaxhá, que se hallan sobre las tres rutas más transitadas a través de la base de la
península, sugieren que las rutas este-oeste fueron las más importantes, aunque la ruta
norte-sur, que las conecta, de seguro fue también muy utilizada. Esto también significa
que los tres sitios, durante el Clásico Temprano, pudieron haber sido rivales, más que
eslabones conectados en una cadena cooperativa de ciudades.
A 75 km al oeste de Tikal están situados el Río San Pedro Mártir y el sitio El Perú; a 55
km al este está el punto más cercano del Río Mopán, cerca del sitio Naranjo. De acuerdo
con Sylvanus G. Morley, el viaje de 55 km de El Cayo a Uaxactún requiere tres y media
jornadas a lomo de mula, por lo que, en total, el viaje por tierra a través del punto de
intersección de Tikal debe haber sido de siete u ocho días.
Según Dennis Puleston y Olga S. Puleston, los primeros poblados en el área maya
central no estaban situados en Tikal sino en los ríos al este y al oeste: Altar de
Sacrificios, El Ceibal, Cuello y otros muy antiguos que datan de 1000 AC. Estos centros
no se establecieron a lo largo de la región central de la península, donde el agua es muy
escasa, sino hasta mucho tiempo después (c 500 AC) y es allí, sin embargo, donde
posteriormente estuvo concentrada la riqueza. El Mirador (Ilustración 172) fue talvez el
primero que floreció, entre los sitios centrales. Localizado al noroeste de Tikal, está
situado sobre una razonable ruta de transbordo por tierra, entre el Río Hondo, que
desagua hacia el este, y el Río Candelaria, que lo hace hacia el oeste. Este sitio floreció
durante el Preclásico Tardío y fue virtualmente abandonado a principios del Clásico
Temprano, alrededor de 250 DC. Mientras tanto, Tikal, Uaxactún y Yaxhá continuaban
transformándose en poblados más grandes durante el Preclásico Tardío, pero
permanecieron a la sombra de sus vecinos mayores. Con la caída de El Mirador, el foco
de crecimiento arquitectónico, en Petén, se movió hacia el sur, a Tikal, Uaxactún y
Yaxhá. Estos compartieron la misma tradición cerámica Manik-Tzakol y erigieron
monumentos con retratos esculpidos e inscripciones calendáricas en la Cuenta Larga de
la escritura maya.
En el siglo VII deben haberse formalizado las principales entradas a Tikal, por medio de
amplias calzadas pavimentadas, que iban al norte, oeste y este. De hecho, la calzada del
lado este conduce a la ciudad desde el sureste, probablemente porque la ruta proveniente
de los ríos tenía que bordear el extremo sur del enorme pantano situado al este de Tikal.
En la Plaza Este, donde entran las calzadas Méndez y Maler, se construyó, en el siglo
VIII, un complejo cuadrangular de galerías y pasajes (Ilustración 200). Se ha
identificado este complejo como un punto de mercado, por su forma arquitectónica poco
usual y por su localización dentro del sitio. El complejo contiene locales exteriores,
abiertos para permitir el acceso desde afuera, así como interiores, o sea dentro del
recinto cerrado, probablemente usados los primeros para artículos comunes y los
segundos para valiosos, como en el caso del mercado de Tenochtitlan. El mercado de
Tikal se localizaba junto al campo principal dedicado al juego de pelota (en la Plaza
Este), el área de los templos (la Acrópolis Norte) y las residencias reales (la Acrópolis
Central). Se ha recuperado muy poco material de desecho en las ruinas de las cámaras,
pero apareció gran cantidad de cerámica policroma fina, en un basurero en el extremo
norte de la plataforma.
En la tumba del gobernante de Tikal, Ah Cacao (682-734 DC), por ejemplo, apareció un
hueso con inscripciones, en el que posiblemente se registra una visita ceremonial
realizada por 18 Conejo, gobernante de Copán, con la fecha 5 de junio 684 DC. Es
probable que esta visita haya servido para establecer un acuerdo de mutua cooperación,
o de no agresión, entre los dos gobernantes. El 6 de agosto del año siguiente, Ah Cacao
se adjudicó una importante victoria militar sobre el sitio de El Perú, situado al oeste, en
las márgenes del Río San Pedro Mártir, la cual se conmemoró en la escena triunfal
representada en el Dintel 3 del Templo I. En una inscripción hecha un poco más tarde
(731 DC), en la Estela A de Copán, el Gobernante 18 Conejo incluyó un listado de los
gobernantes de Copán, Tikal, El Perú y Palenque (Ilustración 140), sin mencionar a los
igualmente importantes de Yaxchilán, Piedras Negras y otros sitios. Esta selección
puede explicarse por los lazos políticos y económicos que tenía Copán en aquel
momento, en una ruta comercial que se extendía desde Copán y pasaba por Tikal y El
Perú hasta Palenque. Geográficamente, tiene sentido la localización de las cuatro
ciudades citadas (Ilustración 201). En el límite oriental de la ruta, Copán debía su
importancia a su ubicación en las fuentes del Río Copán, al este y al sur de las cuales no
se podía viajar por canoa. Los artículos provenientes del este y del sur pueden haberse
almacenado en Copán, a la espera de que llegara la época de lluvias y se hiciera
navegable el Río Copán. El jade puede haberse recogido en Quiriguá y las
embarcaciones pudieron haber navegado río abajo, por las protegidas vías acuáticas
interiores que van al Golfo de Honduras, y luego subir por el Río Mopán. Tikal,
entonces, representaba el mejor punto de transbordo a través de la base de la península,
desde el Río Mopán al Río San Pedro. El Perú era vital como un punto de transbordo
hacia este segundo río, desde donde se puede alcanzar el Río Usumacinta. Palenque se
sitúa a los lados del paso del Río Otulum, uno de los mejores puertos del sistema de la
cuenca del Usumacinta, hacia el Río Grijalva. Desde allí se puede viajar por río a través
de la compleja desembocadura del Grijalva y a lo largo de las aguas costeras protegidas
hasta Coatzacoalcos, que fue después una importante comunidad azteca en la frontera
maya.
El intercambio de artículos entre las naciones que los recibían y las que los suplían, en
este caso entre el oeste de Mesoamérica y los mayas, fue probablemente en un solo
sentido. Los mayas de Tikal deben haber recibido poca ganancia material proveniente
de Teotihuacan, a cambio de sus esfuerzos. Lo que ellos sí recibían de los mayas del
sur, durante el Postclásico, talvez era lo que se enumera en el Popol Vuh, en donde se
indica que los gobernantes maya-quichés (k'iche's) debieron haber regresado a Tulán, al
oeste, para recibir las insignias de la realeza: 'el dosel, el trono, las flautas de hueso, el
cham-cham (flauta o silbato en forma de pájaro), cuentas amarillas, garras de león
(puma), garras de tigre (jaguar), cabezas y patas de venado, palios, conchas de caracol,
tabaco, calabacillas, plumas de papagayo, estandartes de pluma de garza real, tatam y
caxcón'. Este tipo de accesorios, aunque según la descripción de poco valor en sí
mismos y difíciles de recuperar por medio de los trabajos arqueológicos, debe haber
sido importante, ya que representaba el contrato hecho por las grandes civilizaciones
para recibir artículos de ciertas ciudades y no de otras.
Además, los señores mayas de Tikal (y los mencionados en el Popol Vuh), deben haber
tenido la libertad de quedarse ellos mismos con todo el jade y otros artículos de
comercio que quisieran, a fin de redistribuirlo en sus comunidades, para consolidar sus
propias posiciones de poder. La gran cantidad de jade descubierta en los entierros de
Tikal, especialmente en los Entierros 116 y 196, del Clásico Tardío, atestiguan la
habilidad de Tikal para quedarse con parte de la riqueza que pasaba a través de la
ciudad.
Conforme los sitios del Período Clásico se hacían más poderosos, generaron sus propias
demandas de materiales de lujo, según la importancia práctica y ceremonial de éstos:
sal, conchas, perlas, obsidiana y piedras de moler de basalto. La importación de sal que
efectuaba Tikal sólo se puede calcular especulativamente, con base en su necesidad
aparente, pero la obsidiana y el basalto han aparecido en gran abundancia en el lugar. A
pesar de ser importantes para la economía interna de la comunidad, éstos se sitúan en la
categoría de artículos de consumo, y no se pueden considerar como fuentes de riqueza
para Tikal, a no ser que tales productos ellos los hubieran intercambiado.
Tikal no debe haber sido la única ciudad en la península que era punto de comercio.
Con base en la localización de otros importantes sitios mayas, se ha establecido una ruta
alternativa a través de Yaxhá y los lagos centrales del Petén, en relación con fechas tan
tempranas como el siglo IV. Más hacia el sur, los ríos de La Pasión y Chixoy, talvez
junto con el Sarstún, pudieron haber contribuido al antiguo poder que ejerció Altar de
Sacrificios como un punto de supervisión en la confluencia de los ríos, poder que más
tarde pasó a El Ceibal, situado sobre una alta colina defensiva desde donde podía
vigilarse el río.
Las ciudades importantes del norte, durante el Período Clásico, como Cobá y
Dzibilchaltún, en la Península de Yucatán, se fundaron alrededor del siglo VII. Sus
monumentos y estructuras, al estilo de Petén, sugieren que las rutas del norte estuvieron
dominadas al principio, por las ciudades del centro de Petén. De hecho, una fecha
temprana en Cobá es similar a una de Naranjo, lo cual implica una conexión dinástica.
La larga calzada de Cobá a Yaxuná creó una ruta por tierra, que podía transitarse
durante todo el año, lo que por un tiempo pudo haber sido preferible a la ruta a lo largo
de las difíciles costas al norte de la Península de Yucatán. En el siglo IX, la
concentración de actividad constructiva en las Tierras Bajas mayas se había desplazado
del área central hacia el norte. Es probable que durante un tiempo, Cobá, Uxmal y
Chichén Itzá compartieran el dominio sobre el norte, pero al parecer, en 1000 DC
Chichén Itzá se había convertido en la capital del área maya del norte y talvez de toda la
región maya.
Empezaron a aparecer algunos sitios nuevos alrededor de Tikal (Jimbal, Ixlú y Ucanal),
lo cual apunta a una fragmentación de Tikal como centro de poder, aunque el antiguo
sitio continuó ocupado. La nueva cerámica de Petén, las vajillas Anaranjado Fino
encontradas en Tikal, El Ceibal y la mayoría de los sitios sobrevivientes, tiene impresas
figuras con las vestimentas y fisonomía de las tallas de Chichén Itzá. El Ceibal fue el
último sitio de Petén en persistir con sus monumentos de retratos tallados, incluyendo
una serie de estelas difíciles de fechar, que reflejan el estilo de Chichén Itzá. La
localización de este último lugar tiene sentido, no sólo en cuanto a su situación para el
dominio militar, al norte de la península, sino también en cuanto a su ubicación
defensiva, ya que estaba, por lo menos, a un día de marcha por tierra en caso de un
ataque sorpresivo. Es probable que su ubicación también se deba a su gran cenote,
usado como centro de peregrinación y sacrificio a partir de 800 DC.
Aparentemente, Mayapán funcionó, después de Chichén Itzá, como la capital del norte
del área maya, desde su fundación c 1200 DC hasta 1441, cuando los señores de las
provincias llevaron sus libros sagrados a sus propias ciudades. Se dice que una revuelta
fue generada por el gobernante opresor de Mayapán, quien estaba apoyado por los
soldados mexicanos (aztecas). En este tiempo, los aztecas habían establecido enclaves
comerciales no sólo en Tabasco sino también en el Golfo de Honduras. Esto
seguramente privó a los mayas yucatecos del control del jade, el oro y otros materiales
que habían pasado a través de su territorio. La expansión azteca había puesto a los
mayas muy cerca del nuevo centro de poder de Mesoamérica. Cortés describió a los
mayas de Yucatán como una gente dividida y relativamente empobrecida.
Los mayas del sur, de las Tierras Altas y de la Costa del Pacífico de Guatemala gozaron
de una nueva prosperidad durante el Período Postclásico, después de la declinación de
las ciudades del Período Clásico. La antigua área preclásica alrededor de Santa Lucía
Cotzumalguapa presenció nuevamente la talla de monumentos de piedra en el siglo IX
(Ilustraciones 80-84), y éstos también se asemejaban a los estilos de El Ceibal y
Chichén Itzá. De esta manera se restablecieron las antiguas rutas terrestres que
funcionaron en el Preclásico, a través del valle de Guatemala y a lo largo de la Costa del
Pacífico. Sin embargo, ya entrado el Postclásico (1000 DC), aparentemente la ruta
preferida se desplazó hacia el norte, por el valle del Alto Motagua, a través de Mixco
Viejo y Utatlán, estableciéndose así un patrón que subsistiría hasta la época de la
Conquista. Las fuentes etnohistóricas indican con claridad que los poderosos señoríos
quichés y cakchiqueles (kaqchiqueles) comerciaban mucho con los aztecas y fueron
apoyados políticamente por ellos. Aunque se dice que Soconusco, en el sur de Chiapas,
fue una provincia azteca, no existe un gran centro arqueológico en el área, que indique
una acumulación de riqueza. Es posible que Soconusco haya sido como un puerto de
comercio azteca, como el caso de Tabasco y Honduras, que servían como puntos de
contacto para recibir los bienes con rumbo al oeste, provenientes de las Ciudades-
Estado mayas independientes. Como en los viejos tiempos, en esa época el comercio
incluía oro de Centro América, además de jade, algodón, cacao y plumas.
Conclusiones
Se ha sugerido en este ensayo que, a través de toda su historia, los mayas acumularon
riqueza porque se dedicaron a satisfacer las necesidades de importación que tenían las
mayores civilizaciones al oeste, las cuales producían grandes excedentes de granos. Esta
hipótesis es demostrable por la particular localización de los sitios del área maya. La
ubicación de Kaminaljuyú, Tikal, Copán, Palenque, Cobá, Chichén Itzá y otras ciudades
mayas, situadas en puntos defensivos estratégicos para el transbordo o el control de las
rutas comerciales lógicas, indica que su riqueza se basaba en tal comercio.
Los cambios de la prosperidad maya del área sur, durante el Preclásico, a la zona
central, durante el Clásico, y luego hacia el norte, durante el Postclásico, parecen ser
más explicables por cambios de tecnología del transporte, probablemente reforzados por
el poder militar. En vista de ello, el primer transporte de jade y artículos tropicales hacia
el oeste de Mesoamérica probablemente se llevó a cabo por tierra, por cargadores
humanos, a lo largo de la ruta del sur. El desarrollo de un sistema fluvial de transporte
por canoas, a través de la base de la Península de Yucatán, permitió un gran incremento
en el volumen de comercio y fue decisivo para el desarrollo de las ciudades mayas del
Período Clásico. Las adaptaciones de estas embarcaciones para las rutas más largas y
peligrosas, alrededor de la península, favorecieron al área maya del norte, pero también
permitieron que los mayas del sur reiniciaran las rutas de comercio por tierra, una vez
que quedaron eliminadas las ciudades centrales por la competencia del norte.
Los cambios tecnológicos en los sistemas de transporte dan a la historia maya una
continuidad muy necesaria. El colapso de las ciudades mayas del Período Clásico no
debe considerarse como un ejemplo misterioso de decadencia interna, puesto que está
claro que Chichén Itzá asumió el dominio donde Tikal y las demás ciudades lo
perdieron, y logró gran parte de la misma riqueza, pero con una ubicación más acorde
con la tecnología de su época. El verdadero colapso de la civilización maya no ocurrió
en 900 DC, sino cuando los aztecas establecieron sus puestos de control en el territorio
maya, en el siglo XV, y finalm ente cuando Cortés y sus tropas capturaron a Moctezuma
en 1519.
JORGE LEON
Mesoamérica fue definida por Paul Kirchhoff en 1943. Se extendía desde las cuencas de
los ríos Pánuco y Lerma-Santiago, en el centro de México, hasta el Golfo de Nicoya, en
Costa Rica. Incluía el centro y sur de México, Belice, Guatemala, El Salvador, la región
occidental de Honduras, la vertiente del Pacífico de Nicaragua y la Península de Nicoya,
en Costa Rica. Entre las características establecidas por Kirchhoff figuran, entre otras, el
cultivo de especies autóctonas, la invención de ciertas prácticas agrícolas y de
herramientas; y el desarrollo de métodos de cultivo y utilización de productos agrícolas.
Unos años antes, el eminente botánico ruso Nicolai I. Vavilov (1930) había reconocido
esa región como uno de los centros más importantes en el mundo, en cuanto concierne
al origen de la agricultura, y en cuanto a la domesticación particular de muchas especies
de plantas.
Aunque los conceptos de Kirchhoff y Vavilov han cambiado con el aporte de nuevas
investigaciones, Mesoamérica se considera actualmente como uno de los centros
primarios en relación con la diversidad de plantas cultivadas. Existen cerca de 80
cultivos que pueden considerarse originarios de Mesoamérica. Algunos de ellos, como
maíz, tomate, cacao, algodón, chile y frijoles, son de importancia mundial. Otro grupo,
que incluye el aguacate, el güisquil (chayote) y otras cucurbitáceas, dalias, sisal,
vainilla, se han extendido a otras regiones tropicales, donde su valor económico es a
veces mayor que en su área de origen. En tercer lugar, existen muchas especies frutales,
hortícolas, medicinales y ornamentales que están en un nivel incipiente de desarrollo, y
que a veces se encuentran en núcleos silvestres o cuyo cultivo se limita a una área
reducida y su presencia a los mercados indígenas.
La riqueza en especies autóctonas cultivadas, de un rango tan amplio que abarca desde
cultivos básicos hasta ornamentales, se explica por la interacción de factores naturales y
culturales. Entre los primeros está la riqueza en especies de plantas superiores, mayor
que la de Europa y del resto de América del Norte. En Mesoamérica se mezclan
elementos florísticos de dos grandes procedencias, que son la norteña y la suramericana.
La primera predomina en las selvas de coníferas y robles, y en praderas; la segunda, en
las selvas tropicales de tierras bajas y en el bosque nuboso. El número de plantas
superiores de Mesoamérica no se conoce aún con exactitud, y se estima entre 20,000 y
30,000 especies. Muchas de ellas, inclusive numerosas especies cultivadas, son
endémicas, es decir que sólo se conocen en esta región.
Los factores culturales que determinaron que Mesoamérica, junto con los Andes, el
Cercano Oriente y otras regiones del Viejo Mundo, fuera una de las cunas de la
agricultura y de la domesticación de plantas, son aún objeto de discusión. Se supone
actualmente que la agricultura puede haberse iniciado como un complemento del
sistema de caza, pesca, y recolección de plantas silvestres, que caracteriza a poblaciones
humanas sedentarias, y que poco a poco la agricultura suplantó a dicho sistema como
fuente de alimentos, quizás porque aquellos recursos obtenidos inicialmente escasearon,
por incremento de la población o por otros factores. A la par de la domesticación de
plantas, el hombre primitivo inició la de animales. En Mesoamérica, esta última no tuvo
mayor importancia y se redujo a unas pocas especies.
Una planta pudo haberse domesticado en uno o en varios lugares, una o varias veces. Su
dispersión desde el área original pudo haberse hecho por difusión, es decir, pasando de
una familia o tribu a otras; o por migración, cuando un grupo humano se trasladaba a
una región nueva y llevaba, entre otras cosas, las semillas de sus cultivos. Es posible
que en la mayoría de las veces operara la difusión. Un ejemplo de migración es citado
por Gonzalo Fernández de Oviedo, y se refiere a Nicaragua y Nicoya, donde chorotegas
y nahuas, venidos de México, ocupaban áreas adyacentes; los primeros monopolizaban
el cultivo del chicozapote (Manilkara achras) y los segundos el del cacao (Theobroma
cacao).
En Europa
La agricultura europea en la época del Descubrimiento, con excepción del sur de España
cuando estuvo ocupado por los árabes, no mostraba avances notables en comparación
con la americana. Esta era más rica en especies cultivadas, con una diversidad que le
permitía disponer de dietas más variadas y equilibradas. En ciertos aspectos, por
ejemplo, conservación de suelos, riego, procesamiento y almacenamiento de alimentos,
las civilizaciones andinas estaban mucho más desarrolladas que las europeas. Europa,
por otra parte, disponía de numerosos animales domésticos, y las bestias de tiro, que no
existían en América, permitieron el uso de arados y otras herramientas.
La escasez de alimentos era general en Europa, desde la Edad Media. A ello contribuía
el bajo rendimiento de los cultivos, ya que por una semilla sembrada se recogían cinco;
las guerras y desórdenes continuos; y la falta de suficientes instalaciones para almacenar
víveres. La escasez obligaba a la población rural a recurrir a medidas extremas, como la
de preparar galletas con una cantidad mínima de harina de cereales y una porción
mucho mayor de corteza de árboles. Grupos enteros de campesinos invernaban, como
los osos, y reducían el número de actividades para economizar energía y víveres.
La situación se agravaba aún más cuando las cosechas fallaban, por lo general por
factores climáticos, y venían las hambrunas. Estas fueron muy frecuentes en la Europa
continental. A partir de 1200 y hasta 1850, se registraron 118 hambrunas serias, a
menudo hasta de tres años de duración, que aquejaban principalmente a la población
rural, pues en las ciudades se importaban granos de regiones no afectadas. Los
agricultores vivían de alquilar tierras y pagaban a los dueños, por lo general, con la
mitad de la cosecha. Otros sembraban en tierras marginales y, en ambos casos, dejaban
por lo menos una tercera parte en descanso (barbecho). La hambruna obligaba a comer
raíces, sangrar animales domésticos para beber su sangre, fabricar panes con cualquier
cosa, como hojas de helechos; en el centro de Francia, a mitad del siglo XVII, 'los
campesinos comían hierbas como los carneros y morían como moscas'. Las hambrunas
ocurrieron aun en Suiza y Escandinavia, en el siglo pasado, y desaparecieron desde
1850. Sus efectos en la población y en la agricultura han sido considerados peores que
las epidemias más serias.
Podría creerse que los nuevos alimentos que se llevaron de las Américas tuvieron un
impacto inmediato en las condiciones de la alimentación europea, pero no fue así. A
veces, como en el caso del tomate, transcurrieron tres siglos para que este cultivo se
implantara. Los agricultores casi siempre se resisten a introducir nuevos productos y,
sobre todo, hay que entender que de América se llevaron las semillas, pero no las
prácticas de producción y manejo, ni la forma de utilizar los productos agrícolas. Esto
último sucedió en el caso del cocinero real, quien recibió plantas de papas para los
banquetes y preparó con ellas sólo ensaladas, con hojas y tallos que contienen
sustancias venenosas.
Lo que sí es evidente es que los alimentos americanos son la base de las cocinas
europeas, desde las más humildes, como las que se encuentran en los Balcanes, hasta las
más complejas. No se puede imaginar la cocina italiana sin los tomates, la húngara sin
páprika, la española sin la papa, la francesa sin frijoles, o los restaurantes ingleses sin
fish and chips. Aquellos alimentos determinaron también un aumento considerable de
proteínas y vitaminas, de colorantes y condimentos. Por otra parte, el maíz contribuyó a
desarrollar la ganadería y el consiguiente incremento de la producción de carne, leche y
derivados, lo que no habría sido posible con los cereales europeos.
En Asia y Africa
Las rutas marítimas al Oriente las abrieron los portugueses en 1500, y poco después se
establecieron en Goa, India, y en Macao, China. Desde estos puertos pudieron ingresar
cultivos, como el maíz y el camote, hasta el centro de China. A diferencia de lo que
ocurrió en Europa, parece que allá fueron bien recibidos, y que se expandieron
rápidamente. Esos cultivos se llevaron de Brasil, que era una etapa intermedia entre
Portugal y el Oriente. Los portugueses también trasladaron los cultivos americanos a
Oceanía, donde comerciaban con especias.
Los cultivos llegaron a Africa, como a Europa y a Asia, por diferentes rutas y en
diversas fechas. Ya se citó el caso del maíz, que se supone arribó de Turquía. También
llegó de Creta, a donde lo habían llevado los venecianos en 1517. Existe todavía otra
posible ruta del traslado, por los portugueses, de varios cultivos americanos, y es la que
se extiende de Brasil a la costa de Guinea. Finalmente, hubo otra ruta de introducción de
cultivos de América a Asia y a Oceanía, y fue la que comunicaba a México con
Filipinas y Guam; a estos lugares se transportó maíz, cacao, frutales y otros productos,
la mayoría de los cuales se conocen todavía con sus nombres mexicanos.
Maíz
El maíz (Zea mays) es la planta cultivada que tiene mayor rango de adaptación. Se
cultiva en el Nuevo Mundo, desde Canadá hasta Chile; desde el nivel del mar hasta
3,200 m de altitud, y hay variedades adaptadas tanto a condiciones de extrema
sequedad, en el Oeste de Estados Unidos, como a la zona de altas precipitaciones
(7,000-8,000 mm anuales), en el litoral del Pacífico, de Colombia.
El maíz es un alimento humano barato y abundante, y fue la mejor solución para hacer
frente a las hambrunas. En Europa llegó a dominar completamente la alimentación en
las regiones pobres, donde en algunas regiones llegó a ser el principal o el único
elemento de las comidas. Es, sin embargo, un alimento pobre en lisina y niacina,
elementos esenciales en una buena alimentación. En una dieta mixta, estos nutrientes se
suplen con otras fuentes, o bien, como en el caso de las tortillas, se mejora la calidad
proteínica por medio de agregados de cal. La carencia de elementos esenciales en el
maíz se manifestó con la aparición de una enfermedad nueva, la 'pelagra', que se
reconoció primero en España y después en Italia, en Hungría y en el resto de los países
en los que el maíz era el alimento principal. La enfermedad se caracteriza por
dermatitis, diarreas y demencia; y en el último estado ya es mortal. En Italia, las
víctimas llegaron a más de 100,000, en 1821, cuando alcanzó la mayor incidencia; y
casi el mismo número en Rumanía, en 1906. Es una enfermedad de pobres, y se
presenta en épocas críticas, como la de la depresión, en Estados Unidos, cuando se
rebaja la calidad de la alimentación. En Europa desapareció lentamente, conforme
mejoraban las condiciones económicas y sociales, y ya no se presentó más después de
1950.
Frijoles
Tomate
Chiles
Uno de los propósitos de los viajes de Colón era descubrir una nueva ruta a las Islas de
la Especiería, y romper así el monopolio del comercio con esa región, que entonces
tenían los portugueses. El Almirante no alcanzó tal objetivo, pero en las Antillas
descubrió una especia desconocida en Europa, el chile (Capsicum spp.). Este vegetal
podía crecer en Europa, producirse rápidamente, a un costo muy bajo y, como dijo
Fernández de Oviedo, 'es mejor con la carne y con el pescado, que la muy buena
pimienta'. El chile que encontró Colón en las Antillas fue posiblemente Capsicum
frutescens, originario de América del Sur. Pero poco tiempo después se conoció una
especie mesoamericana, Capsicum annuum, ahora la más difundida. Inicialmente se
importó a Europa de México y Guatemala, pero ya alrededor de 1520 se cultivaba en
España, de donde pasó a Italia (1526), a Alemania (1547), y a Inglaterra (1548). Su
aceptación fue inmediata, o sea muy diferente de la que obtuvo el tomate.
El chile tuvo la mejor acogida y la difusión más rápida en el valle del Danubio y en los
Balcanes, que entonces estaban bajo el dominio turco. A los turcos se atribuye su
introducción en esas regiones, junto con el arroz, el maíz, el ajonjolí y otros productos.
En 1526 ya había siembras de extensión considerable en Hungría. Dónde obtuvieron los
turcos la semilla del chile, es un asunto que se discute todavía. Pudieron conseguirla en
algunos de los puertos del Mediterráneo, donde tenían contacto con los europeos, o
bien, en las colonias que los portugueses habían establecido en el Lejano Oriente, o en
las costas de India y Arabia. Muy rápidamente, el chile se incorporó a la dieta de los
países del centro de Europa. En Hungría lo hizo con el nombre de páprika. Los
españoles llevaron el chile de México a Filipinas, y es posible que de este país se
extendiera a Japón y China. También pudo haber sido llevado a India, donde la especie
más común es Capsicum annuum.
Cucurbitáceas
En Mesoamérica se cultivan cuatro especies de cucurbitáceas: ayote (Cucurbita
moschata), güicoy (Cucurbita pepo), pepitoria (Cucurbita argyrosperma) y chilacayote
(Cucurbita ficifolia). Es bien conocido que estos cultivos tienen una distribución según
la altitud. En las tierras más bajas se produce la Cucurbita argyrosperma; en altitudes
medianas, la Cucurbita moschata; y en las Tierras Altas, la Cucurbita pepo y la
Cucurbita ficifolia. A Europa llegaron, procedentes de Mesoamérica, la Cucurbita pepo
y la Cucurbita moschata. La primera se adaptó mejor al centro y sur de Europa, así
como a China y los Balcanes. Una de sus variedades, el 'zucchini', tiene un cultivo muy
extenso y un uso general como verdura tierna. En esta especie hay numerosas
variedades de frutos ornamentales. La Cucurbita moschata, que es la más cultivada en
los trópicos, crece muy al sur de Europa, China y Japón.
Frutales
Otros frutales de áreas tropicales llegaron al Viejo Mundo por la vía México-Filipinas.
Entre ellos están el chicozapote (Manilkara achras), que se llevó a Filipinas en el siglo
XVI o en el XVII; ya era bien conocido en India, en 1800. En Filipinas, India e
Indonesia, se han seleccionado numerosas variedades. También el jocote (Spondias
purpurea), el zapote mamey (Pouteria sapota), el zapote verde (Dispyros digyna), la
anona (Annona reticulata), y otros. La papaya, que posiblemente no sea de origen
mesoamericano, fue llevada también de México a Filipinas, y se extendió por todo el
sudeste de Asia.
Cacao y vainilla
Estos dos cultivos mesoamericanos están íntimamente asociados. El cacao fue cultivado
por los mayas, y era muy apreciado por los aztecas. La vainilla (Vanilla planifolia) se
utilizó para darle sabor y aroma al chocolate, y después a toda clase de dulces y helados.
La expansión del cacao al Viejo Mundo se hizo primero por la vía México-Filipinas,
desde 1674. Era del tipo criollo y su cultivo se extendió por Oceanía y el sudeste de
Asia. En el siglo pasado se llevó de Brasil a Africa. Actualmente, los mayores
productores son Costa de Marfil y Malasia. La vainilla se cultiva especialmente en
Madagascar, Indonesia y Tahití.
Algodón
Medicinas
Los europeos pusieron grandes esperanzas, en la época del Descubrimiento, en las
nuevas medicinas que pudiera suplirles el Nuevo Mundo. En México buscó plantas
medicinales el Doctor Francisco Hernández, entre 1570 y 1577. Sus informes se
publicaron dos siglos después, y no tuvieron mayor acogida, por tratarse de plantas
desconocidas en su manejo y utilización y por lo lejanas e inseguras que resultaban las
regiones donde se podían obtener. Una de ellas, la jalapa (Ipomoes purga) se utilizó
como laxante. Recientemente, en México y Guatemala se obtuvieron varias especies de
Dioscorea, con propiedades anticonceptivas y de otras clases.
Plantas Ornamentales
Conclusiones
Los alimentos que aportó Mesoamérica al Viejo Mundo, como maíz, frijol, tomate,
chile y otros, fueron una importante contribución al desarrollo, especialmente de
Europa, de valor comparable al oro y la plata que suplieron sus minas. No sólo fueron
un aporte a la alimentación básica, sino que permitieron crear nuevas formas de preparar
alimentos, que hoy se consideran tradicionales. Cambiaron los materiales del vestido,
las medicinas y, con las plantas ornamentales, el arreglo de las casas y la variedad de los
jardines. En el caso del Mediterráneo, con agaves y cactus, hubo transformaciones
profundas hasta en el paisaje.
MARION POPENOE DE HATCH y MATILDE IVIC DE MONTERROSO
Consideraciones Sociopolíticas
Frecuentemente se confunde lo que es cultura con lo que es civilización. Los dos
conceptos, aunque muy relacionados, son diferentes: las culturas pueden existir sin
civilización, pero las civilizaciones no pueden existir aparte de la cultura. La cultura se
refiere a la adaptación no biológica de una sociedad humana a su ambiente, por medio
de la regulación de la conducta en áreas como la tecnología, los sistemas sociales y la
ideología. Una cultura abarca las creencias, valores, costumbres y maneras de vivir
compartidas por una sociedad; lo que el hombre aprende y produce como miembro de
ella. Se enfatiza la idea de que la cultura es un continuum, aristotélico sin rupturas
definitivas, y para rastrearla hay que viajar al pasado en busca de información sobre la
forma de vida, desde sus orígenes hasta el presente.
El término civilización se originó del latín civitas, que se traducía como 'ciudadanía,
Estado o ciudad'. Literalmente, 'civilización' significa 'cultura con ciudades'. Un
asentamiento se convierte en una ciudad cuando incorpora una población grande y
densa, compuesta por lo menos de 5,000 personas. Sin embargo, las ciudades no sólo se
identifican por su tamaño, ya que grupos de poblaciones de mayor tamaño pueden
existir sin tener el grado de integración necesaria para adquirir la categoría de ciudad.
La cualidad más importante de una ciudad es su complejidad y su integración. Algunas
son dispersas y no planificadas; otras están concentradas y organizadas como
verdaderos centros urbanos. Las ciudades están constituidas por poblaciones grandes y
diversas. Su diversidad económica y de organización, así como su interdependencia
hacen que surja la complejidad que las distingue de las formas de asentamiento más
simples. La organización de una sociedad compleja es también más formal e
impersonal; existen muchas actividades ajenas a la agricultura, y hay diversidad en los
servicios centrales tanto para sus habitantes como para los de las comunidades más
pequeñas ubicadas en el área circundante. Estos factores dan lugar al término 'sociedad
compleja', que es un elemento básico en la definición de civilización.
A finales del Período Clásico, entre 800 y 900 DC, la civilización maya enfrentó una
serie de problemas, que en la mayor parte de sitios del área central desembocó en una
total transformación o abandono. Sin embargo, otros, principalmente en la periferia,
continuaron ocupados. El cese en la elaboración de los monumentos dinásticos es
tomado como el indicador más importante para determinar el fin del Período Clásico.
Nuevamente, se trata de un elemento asociado a la élite, pero en ningún caso se puede
hablar del fin de la civilización maya, pues en Yucatán, durante lo que se denomina el
Clásico Terminal y el Postclásico Temprano, la civilización maya tuvo un nuevo auge,
aunque con características diferentes. Por otro lado, en el Altiplano de Guatemala
también hubo un desarrollo social complejo que presenta características de civilización.
Las poblaciones mayas en la Península de Yucatán, en sitios como Uxmal, Sayil, Labná
y Mayapán, recibieron mucha influencia nahua y ello se reflejó en el arte, el cual perdió
su suavidad y creatividad. La arquitectura se volvió pesada, sobrecargada y repetitiva.
Igualmente sucedió con la escultura y la pintura, que incluyeron deidades con raíces
nahuas y muchos elementos relacionados con la guerra. La cerámica policromada quedó
relegada, aunque continuaron las técnicas de modelado, moldeado e incisión. A pesar de
que hubo una disminución en las manifestaciones culturales y en el propio tamaño de
los sitios, la civilización continuó en el Postclásico.
Probablemente la pregunta que se hace con más frecuencia acerca de los mayas es: ¿qué
factores causaron la crisis de la civilización clásica? Esta pregunta también es una de las
que más ha intrigado a los arqueólogos. Sin embargo, existen tres puntos en los que hay
pocas dudas: 1) fue el aspecto sociopolítico de la civilización el que sucumbió, pero no
la cultura; 2) muchos factores estuvieron involucrados; y 3) las 'crisis' o
transformaciones sociopolíticas son comunes en la historia de la humanidad. El orden
sociopolítico clásico maya se desintegró, pero la cultura sobrevive hasta hoy. Aunque el
llamado 'colapso' ocurrió en toda la región maya, claramente hubo muchos factores
involucrados, que afectaron a las diferentes poblaciones en varios grados.
La ciencia
Ideología y filosofía
Las artes, que surgen del sentido estético del hombre, reflejan un sistema de creencias
que se expresa, simbólica y gráficamente, a través de la iconografía, el ritual, la música,
el drama, la escritura y la pintura. El arte responde al deseo del hombre de enriquecer su
mundo, expresar sus emociones y obtener la perfección, el balance y la armonía de
composición, por medio de la vista y el oído, según las convenciones locales.
La mente condicionada en la tradición europea tiende a colocar límites entre las partes
ideológicas de la cultura; filosofía y religión, ciencia y arte, son tratadas como empresas
radicalmente diferentes. La ciencias 'aplicadas' se separan de las artes 'liberales'. La
ciencia, por lo general, se trata como algo diametralmente opuesto a la religión. Sin
embargo, hay un conocimiento creciente de la relación estrecha entre todos los aspectos
de la sociedad. Los programas ecológicos, los proyectos interdisciplinarios y los
modelos cibernéticos son un reflejo de dicha tendencia.
En contraste con los conceptos europeos, el arte, la religión y la ciencia maya de las
épocas precolombinas parecen haber estado integradas en un conjunto mayor, y muy
rara vez aparecen como conceptos independientes. El recorrido del Sol, la Luna, las
estrellas y los planetas parecen haber sido estudiados cuidadosamente. Los eclipses
lunares y solares se podían predecir con exactitud. Sin embargo, los elementos naturales
también tenían un carácter sobrenatural y, en consecuencia, eran adorados. El hombre se
podía comunicar directamente con ellos y éstos se podían molestar u ofender por las
acciones de los humanos. Los números eran considerados como seres vivientes que
cargaban las unidades del tiempo de una estación a la siguiente, como los cargadores de
la actualidad transportan sus bienes al mercado. El Sol por lo común, se ilustraba como
un joven, en el momento del amanecer, y como un anciano, en las horas del anochecer;
durante la noche adquiría atributos de jaguar, para simbolizar su asociación con la
oscuridad y el inframundo. La lluvia podía ser llamada por medio de un rito, en el que
los niños cantaban imitando el croar de las ranas, y entonces los seres celestiales
regaban la lluvia desde el cielo. Al mismo tiempo, la lluvia se personificaba en la deidad
Chac, aunque ésta incluye otros rasgos probablemente relacionados con el clima. El
universo maya, por lo tanto, consistía de una amalgama de las muchas partes del
sistema ideológico, y eran veneradas sin el concepto de un ser supremo sobre todas las
cosas. El hombre podía relacionarse con el mundo sobrenatural sin menoscabo de su
habilidad para realizar observaciones y cálculos científicos. Ciertas manifestaciones de
una peculiar comunicación con la naturaleza existen todavía entre los actuales
lacandones de Chiapas, quienes mantienen en su repertorio de canciones, una que sirve
para aliviar y calmar el estado de ánimo iracundo del viento.
Arte y escritura
La escritura tiene sus raíces en el dibujo, pues comenzó como una imitación de las
formas de objetos o seres verdaderos. En el curso de su evolución, esas formas se
comienzan a abreviar y a ellas se agregan símbolos que, en vez de describir objetos,
representan sonidos y partes gramaticales. Más tarde, la escritura transmite el lenguaje
completo y evoluciona hasta convertirse en un medio de comunicación mucho más
flexible, rápido y eficiente, que a la vez se vuelve más difícil de aprender y memorizar,
por lo que demanda ya un entrenamiento formal.
La necesidad de una escritura es algo que sin duda ha variado entre las diferentes
civilizaciones de la antigüedad. La escritura mesopotámica se desarrolló a partir de
necesidades seculares, como la de registrar grandes cantidades de objetos que se
obtenían por medio de transacciones económicas. La escritura egipcia, quizá más
esotérica y religiosa, se empleaba exclusivamente por los faraones para inmortalizar su
propia historia. Los huesos del oráculo chino probablemente se utilizaron para la
adivinación. Es posible que la escritura maya se haya originado de la necesidad de
conservar registros calendáricos. Los símbolos asociados a los períodos y a los nombres
de los días, identificados con los números de barra y punto, son precisamente algunos
de los glifos más antiguos. Las fechas se registraron, de manera minuciosa y elegante,
en la mayor parte de los textos tempranos, acompañando el anuncio de eventos
históricos importantes. En dichas inscripciones, por lo general, el registro de la fecha era
más importante que el propio evento involucrado.
Matemática y astronomía
Conforme los mayas acumularon conocimientos sobre los movimientos solares, lunares,
planetarios y estelares, se hizo evidente el patrón cíclico de cada uno. Como el ciclo
lunar no es igual al ciclo solar y éste se atrasa, en relación con el tiempo sideral,
aproximadamente un día por cada cuatro años, no se hizo el intento de unir el todo en un
solo calendario, como es propio de la cultura occidental. Los mayas mantuvieron
separada cada cuenta, pero como todas eran partes de un sistema calendárico intrincado,
fue motivo de gran celebración cuando dos o más ciclos terminaban en un mismo día.
Además de las cuentas lunar, solar, planetaria y sidérea, estaba también involucrada una
cuenta ritual (Cuenta Sagrada). Esta consistía de una secuencia de 20 días, con nombres
que se contaban 13 veces, y que producía una cuenta de 260 días. En esta cuenta se
atribuían buenas o malas influencias a cada día, a cada nombre y a cada número, y
funcionaba como una predicción de la suerte asignada al día, merced a lo cual se podía
determinar si el tiempo era bueno para sembrar, cortejar, ayunar o librar una batalla.
Para los mayas el tiempo era cíclico e infinito; no tenía principio ni fin, ya que la
terminación de un ciclo era igual al comienzo del otro. Dentro de este esquema se
movían las fuerzas naturales, y ejercían sus influencias. A través de la actividad ritual,
el hombre se podía comunicar y tratar de apaciguar tales fuerzas con ofrendas y
oraciones. Cada elemento de la naturaleza tenía su personalidad análoga a las versiones
humanas, sujetas por igual al enojo o al placer, merecedoras del respeto, el sustento y la
atención. La muerte simplemente movía al hombre a otro plano de la existencia, en el
cual continuaba su participación en los asuntos terrestres, y desde donde podía
funcionar como intermediario entre el hombre y los poderes sobrenaturales.
Para resumir, es evidente que el universo maya se podía entender a través de las
matemáticas, la astronomía y la miríada de fuerzas naturales. Estos elementos eran
objeto de reverencia, y se expresaban visualmente por medio de las artes. Su
personificación, y el hecho de que el hombre estuviera sujeto a sus caprichos,
significaba que tenían que ser tratados con respeto. Puede ser que tal actitud haya
permitido desarrollar un sistema de subsistencia, lo suficientemente conservador e
innovador al mismo tiempo, como para mantener poblaciones grandes en el ambiente
frágil del bosque lluvioso de Petén, por más de 2,000 años. La historia y la cosmovisión
mayas progresivamente se aclaran conforme se avanza en el desciframiento de textos e
ilustraciones incorporadas en la escultura, la pintura y la cerámica.
El análisis lingüístico muestra que, alrededor del 2000 AC, los antepasados de los
hablantes de idiomas indoeuropeos ya habían desarrollado nociones sagradas sobre los
seres celestiales; adoraban a un dios del cielo cuyo nombre significaba 'el que brilla'. La
religión egipcia se centraba en la adoración al Sol. Por otro lado, Mesopotamia
desarrolló la deificación de los patrones tribales, cada uno con su propio templo. La
manufactura de figurillas, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, provee evidencia
de que objetos simbólicos podían ser imbuidos de poderes especiales, con el objeto de
asegurar buenas cosechas, nacimientos, curaciones u otros objetivos. Los
mesoamericanos utilizaron incensarios, mientras que en el Viejo Mundo se utilizaban
fogatas sagradas con parecidos propósitos. La idea original en ambos casos puede estar
relacionada con la noción del fuego sagrado que transporta mensajes hacia el cielo por
medio del humo. La mayor parte de las civilizaciones antiguas mantenía relicarios
especiales y lugares sagrados que con el tiempo se convirtieron en centros ceremoniales
prominentes, atendidos por sacerdotes o líderes del culto. En las fases preliminares,
dichos centros estaban asociados a una organización sociopolítica teocrática.
Mesopotamia, alrededor del 3000 AC, y Mesoamérica, en torno al 1000 AC, parecen
haber tenido teocracias organizadas que lentamente se secularizaban.
Puede resultar significativo que los estudios de la historia europea se enfoquen en los
cambios intelectuales ocurridos a lo largo del tiempo, mientras que se asume que el
antiguo sistema ideológico maya fue pasivo y estático, lo cual puede ser una suposición
incorrecta. Sería interesante saber hasta qué punto los mayas también experimentaron
parecidas batallas ideológicas y la polarización de los criterios filosóficos. Se podría
ponderar el grado en el que las ideologías pueden haber estado involucradas en los
'colapsos' o crisis evidentes en la evolución cultural maya: al final del Preclásico, al
término del Clásico Temprano y en las postrimerías del Clásico Tardío. Los
arqueólogos quizás prestan más atención a las interrupciones en la evolución cultural de
los mayas, porque ellas, más que las luchas intelectuales, son más obvias en la
secuencia de los registros de la cultura material, pero el problema de fondo se complica
por el hecho de que el arte maya indudablemente refleja las concepciones esotéricas
establecidas, aprobadas y apoyadas por la élite gobernante.
Al revisar la evolución cultural maya es posible que se obvien algunas de las claves del
desarrollo ideológico. ¿Cómo pueden hacerse éstas evidentes? De nuevo, es posible
recurrir, de modo sucinto, al arte reciente de Europa y América, a fin de utilizarlo como
una guía en el análisis. El arte allí refleja las actitudes científicas y religiosas de la
época, y claramente responde a directrices y sesgos intelectuales. Después del
Renacimiento, la música y otras manifestaciones del arte alcanzaron un proceso de
secularización. A finales del siglo XIX, la preocupación científica por los átomos y las
partículas se reflejaba en el arte del puntillismo, mientras que el cubismo y otros estilos
intentaban explorar la estructura interna de la materia, y no las manifestaciones de la
superficie. El expresionismo, en la música de comienzos del siglo XX, respondió al
interés en la Psicología y en los experimentos freudianos que transportaban al oyente a
la región de los sueños y los estados emocionales. En la actualidad, el arte en general
está completamente inmerso en la tecnología moderna, y se experimenta con sonidos y
formas, instrumentos y herramientas poco convencionales.
Es evidente que ningún aspecto de la cultura constituye un fenómeno aislado y, hasta
cierto grado, cada parte se refleja en las otras y en el todo. Respecto de la historia
intelectual de los mayas antiguos, es muy difícil formular conclusiones, pero se puede
inferir que ellos también tuvieron cambios en su perspectiva del mundo, que debatieron
acerca de los principios esenciales del universo, que experimentaron frustraciones ante
el derrumbe de opiniones que anteriormente habían honrado, y que las nuevas ideas
encontraban pertinaces resistencias. Sería interesante determinar, por ejemplo, si en la
civilización maya hubo un Renacimiento o una Revolución Científica, y para alcanzar
tales propósitos quizás ayude el análisis de algunas de las claves de la evolución
intelectual de los mayas.
Los llamados 'colapsos' mayas deben entenderse como períodos de cambios profundos
causados por factores económicos, sociales, ecológicos y demográficos. Unidas
intrínsecamente con esos factores se producían influencias ideológicas menos evidentes,
involucradas con actitudes científicas y religiosas. Como consecuencia de cada una de
aquellas graves crisis, hasta el 'colapso' final que se produjo en c 800 DC, se abría un
período de nuevo vigor, innovación y dinamismo, dedicado a la reorganización y a la
reestructuración de la sociedad. La energía evidente de aquellos períodos de transición
sugiere que algunos de los estímulos eran, sin duda, de inspiración ideológica.
El 'colapso' de finales del Clásico Tardío fue sucedido por un período mucho más largo
de recuperación, que puede compararse con el 'oscurantismo' europeo. El arte en
general, y principalmente la arquitectura, decayeron, y la astronomía degeneró en pura
astrología. La organización social se desintegró y sobrevinieron movimientos
poblacionales muy extendidos. Sin embargo, la energía cultural indudablemente hubiera
florecido de nuevo, con ímpetus renovados y en otras líneas de desarrollo. Esto es
exactamente lo que las profecías mayas auscultaron en la espiral de los ciclos de
katunes, aunque no se esperaba que el último de éstos fuera tan abruptamente
interrumpido por una conquista, como la española.
JOEL PALKA
Organización Sociopolítica
Uno de los temas más interesantes y a la vez más investigados acerca de la cultura maya
antigua es el relativo a su organización sociopolítica. La cuestión de los orígenes, lo
referente a la forma en que estuvo estructurada y organizada dicha civilización, o bien el
fenómeno del colapso, han sido objeto de numerosos, extensos y acuciosos trabajos.
Este artículo se limita al Período Clásico, pero incluye también, con propósitos
comparativos, algunas referencias a la investigación etnohistórica del Postclásico y a la
teoría antropológica general. No se entrará, por otra parte, al análisis detallado de las
diferentes teorías, sino sólo a los aspectos más generales de algunas de ellas, de manera
que se pueda obtener un marco adecuadamente amplio y consistente, basado en
suficientes evidencias, que permita la reconstrucción de la organización sociopolítica
maya en su estructura comunal interna, en lo que concierne a las relaciones entre las
comunidades, y en lo que atañe a algunos modelos de su organización antigua.
De acuerdo con estas características, y para los propósitos de este artículo, se puede
considerar que la organización política se relaciona con aquellos aspectos de la cultura
que implican la toma de decisiones sociales, así como el orden y control de la sociedad
en lo que se refiere al manejo de su territorio y recursos, y a la distribución y regulación
del poder. Asimismo, implica la adopción de ciertas conductas, tales como alianzas,
guerras, intercambios comerciales, ceremonias colectivas, mediación en disputas,
etcétera. La organización política se presenta en todos los niveles de la sociedad, los que
incluyen familia, linaje, comunidad y región. Es importante destacar también que las
estructuras y comportamientos sociopolíticos varían de una región a otra, a lo largo del
tiempo.
La Organización Sociopolítica
La civilización maya clásica, caracterizada por sus numerosos y grandes centros en los
que hubo un importante desarrollo del arte y arquitectura monumental, floreció
aproximadamente desde el año 200 AC hasta el 950 DC. Los centros mayas estaban
formados por poblaciones asentadas de manera bastante dispersa, tanto alrededor de la
parte central urbana, como en la periferia. La construcción de edificios variaba, desde
las grandes estructuras cívico-ceremoniales que ocupaban el centro, hasta los muchos y
desiguales tipos residenciales de los alrededores, e incluso de zonas bastante alejadas de
los complejos monumentales. En estos últimos y en las áreas residenciales más cercanas
a ellos, se han encontrado casi todas las esculturas en piedra, figuras pintadas y
modeladas en estuco, estelas esculpidas y otros monumentos.
Comparado con la élite azteca, el grupo gobernante maya, aun cuando fue bastante
decisivo en la producción e intercambio de bienes y en la dirección religiosa,
probablemente no tuvo un control social, económico y político sobre la población, tan
amplio como el que tuvo aquélla.
Estructura Sociopolítica
Puede considerarse, para fines estrictamente analíticos, una separación entre la
organización sociopolítica interna de la sociedad maya y sus relaciones políticas
externas. La primera incluye aspectos como la vida y el régimen social de las
poblaciones locales, la importancia de las familias extendidas, linajes y grupos
corporativos, así como las posiciones políticas propias del gobierno local. La
organización sociopolítica externa se manifiesta, en cambio, en la distribución
territorial, en las jerarquías de las organizaciones políticas superiores, en los grados de
centralización regional y en el control de las poblaciones y recursos. Los
comportamientos que pueden considerarse como 'políticos' dentro de esta última
organización de tipo regional fueron, por ejemplo, la actividad bélica, las relaciones
comerciales, la celebración de alianzas y visitas y otras actividades de interrelación
entre la nobleza de los distintos centros.
Por lo general, se cree que la unidad básica específica de la sociedad maya, tanto en el
pasado como actualmente, ha sido la familia extendida. Esta es la unidad constituida por
los padres, sus hijos y las esposas e hijos de éstos, todos los cuales ocupaban viviendas,
cerca unas de las otras, y próximas a sus tierras de labranza. A la familia extendida
podían pertenecer, además, otros parientes, e incluso personas no vinculadas
biológicamente al grupo familiar. Lo importante es que se trata de conjuntos de carácter
corporativo, en los que los individuos comparten actividades orientadas al beneficio
común. En muchas sociedades preindustriales, las familias extendidas y los grupos
corporativos representan la base y el medio principal de subsistencia de toda la
sociedad.
Organización Regional
El tema de las relaciones entre las comunidades mayas, en el marco de su estructura
política regional ha sido objeto de numerosos estudios. En su proyección externa, la
organización sociopolítica maya incluía las relaciones entre los diferentes centros, así
como la distribución jerárquica y las acciones recíprocas de sus gobernantes. Este
aspecto de la política, que comprendía entre otras actividades la diplomacia, competía
casi de manera exclusiva a los nobles. También aquí, la mayor información proviene de
datos epigráficos y de fuentes etnohistóricas.
Si se considera que las inscripciones jeroglíficas hacen mucho énfasis en los sucesos
dinásticos locales, se puede deducir que la mayor parte de las ciudades mayas con
glifos-emblema eran básicamente unidades políticas autónomas y poseían una definida
área territorial (Ilustración 211). Se ha interpretado esta situación como la de 'ciudades-
estados', que se interrelacionaban sobre bases de igualdad. De esta manera, el empleo de
los glifos-emblema en tales centros indicaría que éstos eran capitales independientes,
que no estaban bajo el poder o influencia de ninguna otra organización política superior.
Sin embargo, es probable también que los glifos-emblema designaran principalmente
títulos reales, sin indicar necesariamente autonomía política absoluta. De hecho, otras
evidencias epigráficas sugieren que muchas de estas unidades políticas no eran por
completo independientes. En lo que se refiere específicamente a Yucatán, los datos
etnohistóricos señalan la presencia, en el Postclásico, de unidades políticas más grandes,
que abarcaban muchos centros ubicados en provincias de diversos tamaños. Esto mismo
pudo haber ocurrido también en otras regiones mayas, durante una época más antigua.
Por otra parte, y contrariamente a lo que algunas veces se ha afirmado, de acuerdo con
los datos epigráficos y arqueológicos, las organizaciones políticas del Clásico maya no
fueron tampoco tan grandes como para constituir Estados regionales o 'imperios'. Los
hallazgos arqueológicos y las inscripciones coinciden, en este caso, con los estudios
comparados de culturas que tenían similar grado de organización y coordinación, pero
que eran independientes entre sí. Esto llevaría a la conclusión de que las unidades
políticas estaban de tal manera relacionadas, que existía entre ellas algún grado de
jerarquización, o que sus gobernantes, si bien actuaban con autonomía, lo hacían, sin
embargo, bajo los auspicios de otro gobernante.
Con el objeto de realizar análisis más amplios sobre el ordenamiento de los rangos, los
arqueólogos utilizan actualmente fuentes variadas de información arqueológica, y por
medio de ellas se trata de identificar las jerarquías de los sitios y reconstruir el grado de
poder e influencia políticos que tenían las aristocracias de las diferentes ciudades. La
importancia de las construcciones monumentales, y el número de grandes plazas
ceremoniales y de monumentos diversos, son algunos de los factores tomados en
consideración para establecer la posición política y económica regional de los centros y
las jerarquías sociopolíticas de sus gobernantes. Se supone, posiblemente con buen
criterio, que los sitios más monumentales, tanto por sus edificios, sus espacios públicos
y ceremoniales, así como por el número de monumentos esculpidos, eran los más
activos política y económicamente de la región, según determinadas épocas. Este
método de estudio resulta más efectivo que la simple consideración de las jerarquías, en
particular cuando éstas se tratan de establecer en la parte más baja de la escala, es decir,
en muchos sitios menos importantes, que son casi iguales, y cuya clasificación depende
entonces de las diferencias en el tipo y número de sus construcciones y monumentos
esculpidos.
Durante la primera mitad del siglo XX las investigaciones arqueológicas de los sitios
mayas se centraron en la parte central o ceremonial de éstos, donde se localiza su
arquitectura y arte monumentales. Este enfoque, y el estudio de los calendarios, textos
jeroglíficos e iconografía religiosa, indujeron a concebir la organización sociopolítica
maya como una serie de Ciudades-Estado autónomas, dirigidas por pacíficos
gobernantes teocráticos o altos sacerdotes. Se llegó a pensar que los centros que se
encuentran esparcidos en el área maya, con sus grandes edificios públicos y rituales,
eran lugares prácticamente desiertos, sólo habitados de modo permanente por los
especialistas religiosos que residían en la zona de los templos. Según esta hipótesis, la
población de apoyo vivía dispersa en la periferia, y sólo visitaba periódicamente los
centros para participar en ceremonias religiosas y para pagar el tributo a los
gobernantes.
Otras hipótesis sobre la organización política de los mayas antiguos, que han gozado de
bastante difusión, son aquellas que comparan dicha organización con los sistemas
feudales de Europa, Asia y Africa. En efecto, algunos autores han recurrido a las
características y descripciones generales de los órdenes políticos de tipo feudal, para
aplicarlas analógicamente a la sociedad maya. En una sociedad feudal los gobernantes
tienen autoridad y poder supremos, y jefes subordinados que gozan, asimismo, de poder
y derechos de propiedad limitados. En este sistema, la propiedad de la tierra y el control
de la producción, particularmente la agrícola, constituyen la base de la autoridad y del
status de un pequeño grupo gobernante apoyado en la riqueza. La relación señor-siervo
y la estructura jerárquica que desde los gobernantes va bajando hasta los siervos
campesinos, a través de niveles escalonados de jefaturas, así como las conexiones
familiares y las obligaciones personales que ligan a los jefes con sus subalternos, son
características de este sistema. La nobleza controla, mediante cuotas previamente
establecidas, los excedentes de la producción agrícola y de otros artículos, que deben ser
entregados como impuestos o tributos por los subalternos. En el orden feudal, el
comercio o la mano de obra esclava no eran elementos básicos sobre los que se
fundamentaba la vida económica, ya que ésta se sostenía por medio de la distribución
jerárquica de comunidades y territorios, dentro de una relación de vasallaje y señorío,
desde una aristocracia central hacia los nobles de la periferia.
Por los documentos etnohistóricos se sabe que existía también una propiedad pública de
las tierras y que el papel de los funcionarios se limitaba a intervenir en casos de
repartición y disputas sobre ellas. Ciertamente, los nobles mayas poseían parcelas que
eran trabajadas por esclavos y vasallos, pero, a diferencia del sistema feudal, los
plebeyos ricos (ah cuch cab) también eran propietarios de sus propios terrenos.
Tampoco existen evidencias en los sitios mayas, mayores, sobre el almacenamiento de
excedentes agrícolas, como se supone que ocurría en una sociedad feudal. Por otra
parte, en las sociedades feudales los mercados eran elementos secundarios, en tanto que
en la sociedad maya, el comercio, los mercados y, en general, la distribución de los
bienes económicos para la satisfacción de necesidades y de lujos, eran cuestiones
esenciales en todos los niveles de la vida social.
Parece más bien que la organización sociopolítica maya, distinta del modelo feudal,
tenía una complejidad diferente. En ella se produjo, en efecto, una coordinación del
poder en la jerarquía política, por lo menos durante el Período Postclásico, muy distinta
a la forma vertical de difusión de la autoridad, de arriba hacia abajo, propia del
feudalismo. Este mismo sistema de poder compartido pudo muy bien haber estado
vigente también en el Clásico y tiene mucho más parecido con lo que se entiende por
confederación. Por otra parte, presentaba características de mayor burocracia, lo que
implicaba que los funcionarios y concejales debían ser consultados por los gobernantes
antes de tomar una decisión; esto significaba, además, que estos últimos, aunque eran
los que decidían en última instancia, no estaban dotados de poder absoluto. Por otro
lado, los edificios públicos mayas no mostraban el poder y riqueza típicos de las
residencias de los señores feudales, aunque sí una variada funcionalidad. Todas estas
observaciones inducen a pensar que las organizaciones políticas en América eran
diferentes a las del Viejo Mundo medieval.
Ahora bien, el modelo citado deja fuera de una conveniente explicación a ciertos
elementos que influyeron en el desarrollo de la organización política maya, y tampoco
explica sus diferencias. Por ejemplo, no resulta adecuado para comprender las
influencias externas que se dieron sobre la cultura maya, las cuales procedían de afuera,
desde lugares como Teotihuacan, Tenochtitlan, Oaxaca y Veracruz, o de las áreas
sureñas de Centro América, como el occidente de Honduras, El Salvador y Costa Rica.
Por otro lado, tampoco justiprecia el hecho de las diferentes áreas subculturales que
existieron dentro del mismo mundo maya; por ejemplo, las que estaban representadas
por las culturas del Altiplano y de la Costa, o las diferencias entre las Tierras Bajas del
norte y del sur. Los patrones de asentamiento y los datos epigráficos demuestran, por
otra parte, que no todas las unidades políticas mayas tenían el mismo tamaño, ni su
organización estaba en el mismo nivel de fuerza y autonomía política. Es posible, según
eso, que haya habido unidades más poderosas, que ejercieron una influencia más directa
sobre otras, lo que no se acomoda a una rígida explicación de organizaciones
equivalentes.
Con base en la gran cantidad de información que están proporcionando los estudios
epigráficos e iconográficos mayas, algunos autores han comparado la organización
sociopolítica de los mayas antiguos con las organizaciones políticas segmentadas o
galácticas de algunas sociedades del sudeste de Asia. Se trata de organizaciones que
son, por su propia naturaleza, formaciones libres y básicamente inestables, pero en las
cuales los dirigentes carismáticos usan la ideología y pompa para legitimar y perpetuar
sus posiciones privilegiadas. En estas condiciones no interesa tanto el control sobre la
tierra como sobre las personas, en especial la mano de obra, fundamento de los
gobernantes y de sus impresionantes obras públicas. Esto se nota claramente en los
centros mayas clásicos, en los que la base ritual o teatral del poder de la élite se
manifestaba a través de grandes construcciones ornamentadas, fachadas embellecidas
con esculturas y monumentos tallados en los que se representa a los gobernantes con
ricas vestiduras ceremoniales. Los monumentos con jeroglíficos, que describen guerras,
alianzas, ceremonias compartidas y otras relaciones entre los nobles de los diferentes
centros, dan también testimonio de la frágil y siempre cambiante escena política
regional, supeditada al eventual surgimiento de algún líder victorioso o de mayor
prestigio (Ilustraciones 212 y 213).
Sin embargo, tiene todavía que demostrarse de modo más convincente el aspecto
predominantemente ceremonial o teatral, y no económico o político, de los centros
monumentales. Hay, en efecto, otra serie de informaciones sobre asentamientos mayas
que se ha interpretado en sentido contrario: algunas unidades estatales tenían
características jerárquicas sin las equivalentes de tipo político y económico. La
redundancia de las funciones económicas, políticas y ceremoniales, podían muy bien
estar presentes también en sociedades burocráticas de organización compleja, como por
ejemplo, en el Yucatán del Postclásico, en 'imperios' como el de los aztecas, e incluso
en sociedades de estructura menos compleja como la de los cacicazgos olmecas y
mayas. La información etnohistórica relativa a Yucatán indica que, junto a la
fastuosidad y simbología empleada por sus élites, los centros estaban organizados en
confederaciones u organizaciones provinciales jerárquicas y burocráticas, así como que
algunos de estos centros ejercían, a través de funciones estrictamente políticas y
económicas, dominio sobre otros. Lo que sucedió en Yucatán puede también haberse
dado en la organización política maya del Clásico Tardío.
Hechas las anteriores salvedades, hay que reconocer que investigaciones epigráficas e
iconográficas, realizadas recientemente en Copán, pueden abonar la tesis de un sistema
político descentralizado o coordinado entre muchos nobles de una misma ciudad.
Durante los reinados de sus últimos dos soberanos, otros nobles de Copán tenían títulos
importantes, algunos de ellos de tanta categoría como los del propio soberano. En este
lugar se ha identificado la existencia de una posible popol na, o casa de consejo, en la
cual se reunían los jefes de los linajes más importantes, para decidir sobre asuntos de
índole política o religiosa. En conclusión, debe cuestionarse el modelo de Estados
segmentarios y de redundancias políticas y económicas de los centros mayas, si se
intenta aplicarlo en forma universal y no matizada, aunque puede significar una
conveniente explicación de algunos aspectos de la sociedad maya.
Conclusiones
En este artículo se ha intentado dilucidar cuáles eran la estructura general y los
elementos básicos de la organización sociopolítica maya, así como los comportamientos
sociales conexos. Por la gran cantidad de información proveniente de las
investigaciones sobre los antiguos mayas y por el análisis cruzado de sus
manifestaciones culturales, resulta difícil presentar estas generalizaciones de manera
bien definida. Por otra parte, a esta dificultad de establecer esquemas generales, que
proviene de la diversidad real de la cultura y organización mayas, se agrega otra mayor:
más allá del examen de sus aspectos básicos, es todavía mucho más difícil analizar los
intrincados y múltiples hilos de la complejidad estructural de esta sociedad que, además,
cambió con el transcurso del tiempo. En consecuencia, resulta problemático cualquier
intento de excesiva generalización sobre la forma en que estaba integrada la sociedad
maya, o la tendencia a aplicar modelos universales a su organización política.
Las fuentes arqueológicas, epigráficas y etnohistóricas sugieren que existieron
diferencias, tanto regionales como temporales, en los tipos y en los niveles de
complejidad de la organización sociopolítica maya. Por lo tanto, es posible que junto
con organizaciones complejas parecidas a lo que se entiende por Estado, se dieran al
mismo tiempo otras pequeñas similares a cacicazgos. Las evidencias jeroglíficas y la
monumentalidad y extensión de centros como Tikal, El Ceibal, Calakmul y Caracol,
indican que éstos tenían poderes económicos, religiosos y políticos en una determinada
región, que requerían de una estructura gubernamental compleja. En cambio, otros
lugares más pequeños, de organización política obviamente más simple, actuaban bajo
un sistema de mutua relación o influidos políticamente por centros cercanos más
poderosos.
Aunque la sociedad maya fue compleja y estuvo estratificada en varios niveles, no llegó
a tener los numerosos estratos socioeconómicos del imperio azteca o de los Estados
regionales grandes, ni su nobleza controló la política y la economía en la forma en que
éstos lo hicieron. Por el contrario, algunas organizaciones políticas mayas antiguas
pueden haberse parecido mucho a los Estados segmentados o formaciones estatales
tempranas. Tanto por lo que se refiere al sistema de clases (nobles y plebeyos), como a
la preponderancia de los aspectos religiosos, ceremoniales y de prestigio, la
organización maya se diferenciaba notablemente de la azteca, mucho más compleja
desde un punto de vista estrictamente político. Sin embargo, en ciertos casos, como en
Tikal, Dos Pilas, Calakmul, Piedras Negras y Bonampak, en el Clásico Tardío, o en
Chichén-Itzá, Mayapán y Sotuta, en el Postclásico, el tipo de organización debe haberse
parecido a un sistema de unidades confederadas, más compleja, posiblemente
jerarquizada y a una especie de Estado burocrático. Estos centros poderosos
probablemente llegaron a ejercer dominio o influencia considerables sobre otros más
pequeños.
Para comprender mejor la organización sociopolítica de los antiguos mayas y el
surgimiento, desarrollo y caída de dicho pueblo, los estudios tendrán que enfocarse
multidisciplinariamente y por áreas regionales específicas. Podrán, en efecto, obtenerse
resultados satisfactorios si se analiza en, primera instancia, la organización de una
región en concreto, durante determinado período histórico. Si fuere posible, se debieran
utilizar al máximo las evidencias de los textos jeroglíficos, del reconocimiento
extensivo de los asentamientos y excavaciones, confrontándolas y comparándolas con
los datos provenientes de las fuentes etnohistóricas. En tal sentido, las investigaciones
que actualmente se están realizando en estas diferentes subdisciplinas seguirán
aportando, sin duda, resultados valiosos y estimulantes. Particularmente promisorias son
las investigaciones de los documentos coloniales que se encuentran en España, México
y Centro América, así como el análisis y trabajo interpretativo de los registros
jeroglíficos.
Además de ello, resulta muy útil aprovechar el marco teórico y conceptual básico que
proporcionan las modernas ciencias sociales y políticas para la debida interpretación de
las muchas variables que resultan de los análisis directos y específicos de cada
disciplina de los estudios mayas. Así, por ejemplo, la utilización del método de la
comparación cultural con sociedades similares a la maya constituye un medio adecuado
para penetrar en la reconstrucción de sus características dominantes y generales, así
como en la naturaleza básica de su organización sociopolítica. Algunos
comportamientos, características y condiciones de su organización (como la
estratificación social, las jerarquías regionales y los grupos corporativos), se encuentran
también en otras muchas culturas del mundo con similar nivel de complejidad. Por ello
es provechoso el método comparativo para ciertos aspectos de la organización
sociopolítica y de la estructura social de la sociedad maya antigua. Si se tiene en cuenta
que esta sociedad tuvo, probablemente, muchas características comunes con las
llamadas sociedades preindustriales, los conocimientos que ya existen sobre tales
organizaciones contribuirán a comprender más ampliamente lo que ya se sabe acerca del
mundo sociopolítico maya.
Importantes documentos de los siglos XVI y XVII sirven como el nexo entre la
información arqueológica y la moderna información etnográfica. El uso e integración de
toda la evidencia arqueológica, jeroglífica, iconográfica, etnohistórica y etnográfica
permite apreciar los profundos cambios ocurridos desde la época prehispánica hasta los
tiempos modernos, pero también permite dilucidar los legados y supervivencias de un
pasado distante.
El Hombre y lo Sobrenatural
Según las creencias de los mayas antiguos, el hombre tenía un pacto con todas las cosas
que se consideraban como 'vivas'. Junto con las categorías animadas de los reinos
animal y vegetal, se incluían las entidades 'inanimadas', como la tierra, las cuevas y los
planetas. De estas entidades, y de muchas otras, se creía que poseían una 'fuerza vital' o
'espíritu interior', que les permitía moverse, crecer, cambiar o hacer ruido. La naturaleza
de aquel pacto revela tres aspectos importantes del pensamiento y la religión de los
mayas: 1) atribuían vida a muchos elementos de la naturaleza que nosotros clasificamos
como inanimados (por ejemplo, la Tierra, el Sol, la Luna, el relámpago, el viento, el
fuego, las cavernas); 2) todo lo que tenía 'fuerza vital' o 'espíritu interior' era merecedor
de respeto y reverencia; 3) la relación ideal entre esos 'seres sobrenaturales' y el hombre
era una relación de reciprocidad.
Tal visión animista del mundo, mantenida por los antiguos mayas, ha sobrevivido y se
ha adaptado a través de los siglos. De hecho, la creencia en un mundo animista aún
puede notarse entre los mayas contemporáneos. Por ejemplo, aún se considera que tiene
vida la superficie de la Tierra. Cuando los campesinos mayas cortan la vegetación para
sembrar sus milpas, piden permiso a la Tierra y le explican sus necesidades. El hombre
pide permiso a la Tierra para vivir sobre ella, para construir sus casas, o cuando se
desfigura su faz al labrar el campo y sembrar la milpa. Si un cazador maya mata un
venado, excusa la matanza del animal basándose en su necesidad. Este vínculo entre el
hombre y la naturaleza puede ser una relación positiva si el hombre pide
conscientemente permiso, hace ofrendas y cumple su parte por medio del rito. Las
fuerzas sobrenaturales ayudan al hombre a alcanzar los objetivos de una cosecha
abundante, una buena salud, o una cacería satisfactoria. Sin embargo, la relación puede
ser negativa, y amenazar potencialmente la vida del hombre, si éste olvida sus
obligaciones de reciprocidad. Entonces su cosecha puede ser escasa, su salud decaer y
su cacería ser infructuosa.
La Tierra no sólo tenía vida, sino que también era considerada sagrada y divina. En las
comunidades de las Tierras Altas de Chiapas se referían a la tierra como ch'ul balamil
(ch'ul significa 'sagrado', en la versión chiapaneca del kuul yucateco, y balamil equivale
a 'tierra'). También eran dignos de una profunda veneración, y considerados con vida
por los mayas del Altiplano de Guatemala, el Sol (kin), la Luna (u), el fuego (kak), el
viento (ik'), las cuevas (actunob) y el relámpago (chac). Todos poseían un espíritu
interior, una fuerza vital o viento (ik'), que les daba vida y movimiento.
Significativamente, ik' también es la primera sílaba del término maya que significa 'cosa
divina' (ik'tan).
En toda la región maya, muchos cerros y montañas aún se siguen considerando con
vida. Por ejemplo, en la comunidad pokomam (poqoman) de Chinautla, los pobladores
reverencian una colina que llaman El Cerro Vivo. Creen que ese cerro emite sonidos
como truenos, que son señales de lluvia, y que el cerro libera las nubes de la lluvia. Si el
hombre honra con fe y respeto a El Cerro Vivo, éste se pone contento y produce lluvia.
En mayo, algunos miembros de la comunidad hacen peregrinaciones al cerro, y le llevan
tortillas, frijoles negros y chompipes. Una anciana indicó que en los 'días antiguos' se
ofrecían niños al cerro a cambio de oro. Siglos antes, Juan de Villagutierre Soto-Mayor
aludió a la costumbre de los mayas de Tierras Bajas de venerar los cerros y las
montañas.
El Cosmos
Los antiguos mayas creían que el Universo, los Cielos, la Tierra y el Inframundo, tenían
muchas capas. Los cielos poseían 13 niveles o estratos. En cada una de las cuatro
esquinas del cielo se erigía un ser sobrenatural (bacab) que lo sostenía. Cada bacab y
esquina o cuadrante estaba asociado a un color (el este, rojo; el norte, blanco; el oeste,
negro; y el sur, amarillo). El centro mismo pudo haber estado asociado al color azul-
verde (yax). En cada esquina también había una ceiba (imix), que era un árbol sagrado;
cada una de ellas estaba asociada al color apropiado. El mundo inferior o inframundo
abarcaba nueve niveles o estratos. Los números 13 (para los niveles celestiales) y nueve
(para los niveles del inframundo) desempeñaban papeles importantes en la adivinación
y en el calendario ritual de 260 días. Algunos de los 'escondites' dedicados, en Uaxactún
y en el resto de Petén, contenían nueve artefactos irregulares de pedernal o nueve
artefactos de obsidiana, que posiblemente se usaron para ritos de ofrendas de sangre. El
número 9 estaba ligado a 'los nueve señores de la noche' y a 'los nueve Señores del
Inframundo'.
Para los mayas, el Sol (kin) y la Luna (u) eran dos seres sobrenaturales importantes. En
algunas ocasiones se referían a ellos como una pareja, como 'señor' y 'señora', o 'nuestro
padre' y 'nuestra madre'. Otro ser sobrenatural importante era Itzamná, el 'monstruo
celestial', muchas veces representado como un reptil de dos cabezas. La palabra itzam
puede traducirse como 'casa de lagartija o iguana', y pudo haber designado las cámaras
interiores de los palacios reales o de los templos. Es interesante el papel que, de acuerdo
con J. Eric S. Thompson, desempeñaba este reptil de dos cabezas en el Período Clásico.
La realeza maya se identificaba con él después de la muerte y lo usaba como símbolo
del poder real durante sus reinados (250-900 DC). También eran abundantes los seres
sobrenaturales terrestres. El maíz sobrenatural era particularmente importante y en la
iconografía de los antiguos mayas era representado en piedra, hueso, madera y
cerámica. El espíritu que animaba y habitaba dentro del maíz era generalmente
representado como una cara humana joven (Ilustración 214).
Thompson sugirió que un grupo de siete dioses pudo haber estado asociado a la
superficie de la Tierra, para complementar los 13 dioses celestiales y los nueve dioses
del inframundo. La superficie de la Tierra era el lado dorsal o la parte posterior de un
caimán flotante, rodeado de agua estancada y nenúfares, mientras que el interior de la
Tierra estaba asociado al Sol nocturno y al jaguar. Así como algunos cerros y montañas,
las cuevas (actunob) eran lugares sagrados, que se consideraban vivos. Se hacían
peregrinaciones para visitarlas y se les entregaban ofrendas. Las cuevas o grutas que
tenían estanques claros o cristalinos, o estalactitas y estalagmitas, se reverenciaban de
manera especial. Se consideraba que su agua era pura, virgen y no contaminada,
cualidades a las cuales los antiguos mayas llamaban zuhuy.
Algunas cuevas, como Naj Tunich (Casa de Piedras), localizada al este de Poptún, en el
área maya mopán, muestran textos jeroglíficos y escenas pintadas que incluyen figuras
humanas, cuyas fechas han sido situadas en el siglo VII DC (Ilustración 215). Desde los
tiempos del Preclásico, Medio y Tardío, hasta la llegada de los españoles, y en toda el
área maya (desde la cueva de Loltún, en Yucatán, hasta Naj Tunich, en Guatemala y
Actún Balam o Cueva del Jaguar, en Belice), las cuevas eran mojones muy especiales
en el circuito ritual y en la geografía sagrada de los mayas.
El inframundo ('mundo donde residía la muerte') tenía a Ah Puch o Cizin como uno de
sus habitantes. El análisis de Michael D. Coe sobre la cerámica funeraria del Período
Clásico ha proporcionado información acerca de una serie de seres sobrenaturales o
criaturas fantásticas que habitaban el mundo inferior. Dicho autor identificó varios
seres, entre ellos uno que, por lo general, fuma un puro; y otro, que ha sido asociado a
los cuatro pauahtuns que aparentemente se encontraban en las cuatro esquinas del
inframundo para sostener la Tierra, en un papel análogo a los cuatro bacabs terrestres
que sostenían el cielo.
Los antiguos mayas poblaron su cielo y su inframundo con criaturas fantásticas que,
normalmente, combinaban diversas partes del cuerpo, de diferentes animales, para
formar uno solo. Estas criaturas no existían en la naturaleza, pero eran usadas para
representar fuerzas naturales. Por ejemplo, entre diversos grupos mesoamericanos, el
relámpago estaba asociado cercanamente a los reptiles (culebras, cocodrilos y
lagartijas), y era representado como una criatura pequeña, con una pierna o pata en
forma de serpiente. Otras criaturas fantásticas se formaron al combinar animales que
volaban (murciélagos, búhos o loros) con mamíferos terrestres (jaguar, tapir, pizote,
cotuza), o anfibios (sapos, ranas) e incluso peces.
Funcionarios Religiosos
En el Período Clásico (250-900 DC), existieron sacerdotes de tiempo completo que
practicaban una serie de ritos en los templos. La mayor parte de éstos tenía el espacio
interior muy reducido, pero por fuera eran grandes edificios, precisamente por estar
construidos sobre inmensas subestructuras piramidales, en cuya parte superior había, a
veces, cresterías elaboradas (Ilustración 216). Las subestructuras o pirámides servían
para elevar no sólo la estructura del templo, sino también para que los sacerdotes y los
especialistas practicaran sus rituales en las pequeñas cámaras superiores. Tales templos
de mampostería eran de acceso limitado (evidentemente restringido a la realeza y a la
nobleza), y se elevaban de la superficie del suelo, donde se movilizaba la gente común y
los individuos seglares. Fray Diego de Landa indicó que los antiguos mayas tenían
ídolos en los templos, en los que se practicaban ritos públicos, y que también los
señores, los sacerdotes y los nobles tenían oratorios e ídolos en sus propias casas, donde
podían hacer oraciones y ofrendas en privado. Este autor aseveró que 'tenían gran
muchedumbre de ídolos y templos suntuosos a su manera y aun sin los templos
comunes tenían los señores sacerdotes y gente principal oratorios e ídolos en casa para
sus oraciones y ofrendas particulares'.
Los restos arqueológicos corroboran las informaciones de Landa, puesto que hay
pruebas tanto de una religión pública (en los templos, sobre plataformas, en oratorios),
como de una religión privada (en las casas). Para comprender esta religión es necesario
saber más acerca de los cultos religiosos doméstico y público. Desgraciadamente, las
excavaciones iniciales se dedicaron, en su mayoría, a recuperar información sobre
rituales públicos, realizados en los edificios más monumentales y en los templos
situados sobre las altas pirámides. Unas cuantas excavaciones actuales se orientan a
recuperar información sobre rituales domésticos, de los nobles y del pueblo en general.
En vista de que el conocimiento respectivo aumenta paulatinamente gracias a las
excavaciones que se efectúan en Tikal, Río Azul y otros sitios, se podrá conocer
también el papel vital que desempeñaron los ritos y las ofrendas domésticas. En el
pasado, se puso mucho énfasis en los templos más suntuosos y, por lo tanto, la visión de
la religión maya se reducía a un segmento de la sociedad, la realeza, que era la que tenía
acceso a los templos.
En el siglo XVI, el sacerdocio maya tenía una jerarquía muy desarrollada. El sumo
sacerdote, muchas veces llamado 'obispo' por los españoles del siglo XVI, era el ah kin
mai o ahau can mai (ah: él; kin: Sol, día, tiempo, sacerdote; mai: posiblemente el
nombre del linaje o patronímico que significa tabaco pulverizado; ahau: señor; can:
culebra, discurso, contador de cuentos; mai: probablemente el patronímico). Los
sacerdotes inferiores, ah kinob ('los del Sol') y los u neen kah ('los espejos del pueblo')
debían fidelidad al sumo sacerdote, especialmente cuando servían en una capital
regional o pueblo principal, pero los u neen kah también oficiaban en los pueblos
políticamente dependientes.
Otro funcionario religioso con actividades especializadas era el ah nacom, que ofrecía
los sacrificios humanos y estaba encargado de retirar el corazón, aún palpitante, y
entregarlo al ah kin. En el sacrificio humano, cuatro individuos (cada uno llamado chac)
tenían la tarea de sostener una de las extremidades de la víctima, que estaba pintada de
azul. Jerárquicamente, bajo estos individuos estaban los chilanob, o 'intérpretes rituales',
que recibían las respuestas de lo sobrenatural y las transmitían a los interesados; por lo
general, eran llevados en hombros por la gente. El papel de adivinador, o ahmen, un
cargo que estaba próximo a los más bajos de la jerarquía religiosa, ha sobrevivido entre
los mayas actuales. Los ah tamay chi' eran videntes, o sea, personas capaces de predecir
el futuro; otros, los wayasba, adivinaban por medio de sueños o señales.
Información Etnohistórica
En los registros etnohistóricos se alude a ciudades que tenían muchos templos,
adoratorios y casas, cubiertos con estuco calizo blanco. Por ejemplo, Villagutierre Soto-
Mayor dice de Tayasal, en el Lago Petén Itzá, que 'desde dos leguas se veían blanquear
las muchas casas y adoratorios'. Por lo común, los templos y las casas de los miembros
importantes de la sociedad estaban localizados en lugar elevado y en el centro de la
ciudad, mientras que las casas del pueblo se situaban en terrenos bajos. Villagutierre, al
describir la isla principal del Lago Petén Itzá, expresó:
En la década 1690, el propio Canek dijo a los sacerdotes españoles que visitaron al
gobernante Canek, en el Lago Petén Itzá, que en la gran isla que él gobernaba había 21
templos. El mayor de éstos era el del primer primo de Canek, Quincanek:
Por lo general, se dice que los templos estaban construidos con gruesas paredes de
piedra, pero con techos de palma o paja. El templo de Quincanek ostentaba dos
esculturas especiales:
Años antes, cuando había sido herido el caballo de Hernán Cortés, éste lo dejó al
cuidado de los habitantes del lugar, quienes trataron de curarlo alimentándolo con lo que
hubieran alimentado a una persona noble que estuviera enferma: pollo, carne, flores.
Todos estos regalos y honores fueron prodigados al caballo, pero no pudieron curarlo.
El caballo murió de hambre y de sus heridas. A raíz de la muerte del caballo de Cortés,
el gobernante Canek reunió a sus líderes políticos para decidir qué hacer. Acordaron
erigir una estatua de piedra al caballo y colocarla en el templo principal, para que si los
españoles regresaban por el animal, al cual ya no podían devolverle la vida, por lo
menos vieran la estatua, que ellos reverenciaban y veneraban. Tomaron la palabra
tzimin, tapir, el mamífero de mayor tamaño que existía en Petén, para designar al
caballo. Desde entonces, usaron el término tzimin kaax ('caballo de monte') para
diferenciar al tapir del tzimin, palabra que desde entonces se aplicó al caballo.
La boca del cadáver podía ser llenada con maíz o con una cuenta de jade.
Frecuentemente, se colocaban vasijas con comida y bebida en las tumbas, y también se
depositaban estatuillas y ornamentos. Los lugares de veneración incluían no sólo los
templos, sino también las plazas, estructuras temporales, cenotes, el pie de la montaña,
las cuevas, el bosque, la milpa y la cima de los cerros.
Según Landa, era tabú para las mujeres entrar en los templos cuando los sacerdotes
hacían sacrificios. Sin embargo, en la ocasión en que se celebraban algunos ritos
especiales eran admitidas algunas mujeres ancianas. Landa escribió a propósito de las
mujeres mayas:
Alfred M. Tozzer informó que a las mujeres lacandonas no se les permitía participar en
los rituales religiosos efectuados dentro de los recintos sagrados. Las descripciones de
Tozzer datan de los primeros años del siglo XX, mientras que las de Landa datan del
XVI. En este siglo parece que había en Yucatán una orden religiosa de mujeres célibes.
Varios siglos antes (500 a 800 DC), las mujeres reales (madres, esposas y descendientes
de los gobernantes) estaban involucradas en una amplia gama de ceremonias dentro de
los templos, y muchos de los ritos incluían sacrificios y derramamiento de sangre, como
se verá más adelante.
La quema de copal y otras substancias era parte importante de los ritos en los templos.
Villagutierre Soto-Mayor describió los incensarios, algunos con copal y otras ofrendas
quemadas, los cuales eran colocados en los pisos de los templos:
Igual que los griegos, que hacían sacrificios cruentos y quemaban ofrendas durante los
rituales, ya fuera en templos públicos o en residencias privadas, los mayas realizaban
una serie de ritos que incluían ofrendas rituales y sacrificios, tanto en templos públicos
como en residencias particulares. Las excavaciones en los sitios han proporcionado
importante información sobre tales actividades. El típico templo del Período Clásico
Tardío era, por lo general, una estructura de dos o tres cámaras, con techos abovedados
de mampostería. El espacio del piso interior era usualmente muy limitado. Como se
mencionó antes, la construcción de los templos encima de masivas subestructuras
piramidales servía para separarlos del nivel del suelo ocupado por el pueblo común. Las
inmensas cresterías que frecuentemente adornaban los templos se utilizaban para
inspirar temor y para crear un impresionante monumento a lo sagrado (Ilustración 216).
Algunos de los templos más tempranos no son tan impresionantes como los construidos
posteriormente, durante el Período Clásico, principalmente, porque sus subestructuras o
pirámides son menos masivas. Como ejemplo de uno de aquellos templos tempranos, se
puede observar el hermoso edificio, prosaicamente llamado Pirámide E-VII-sub, de
Uaxactún (Ilustración 135). Esta estructura de la Fase Chicanel, del Período Preclásico
Tardío, fue excavada de 1926 a 1930, y está localizada en el lado oeste de la plaza del
Grupo E. El núcleo de la pirámide es de ripio y tierra, y la superficie exterior, de piedra
cubierta con estuco de cal. La pirámide sostenía una plataforma de dos niveles y tenía
una altura total de 8.07 metros. Dos agujeros de poste, en cada nivel, sugieren que la
plataforma pudo haber sostenido un sencillo templo construido con material perecedero,
quizás caña y palma. Cuatro escalinatas y 18 mascarones de estuco, que representaban
fuerzas sobrenaturales, adornaban los lados de la pirámide.
Varios edificios de la misma época han sido excavados en Tikal, en años recientes, por
Juan Pedro Laporte, especialmente la llamada pirámide Mundo Perdido (Ilustración
134). También se han encontrado algunas estructuras del Preclásico Tardío, en Lamanai
y en Cerros, en Belice, así como en El Mirador, en la parte norte de Petén. Mientras
continúen las excavaciones en los sitios de Nakbé, Río Azul y El Mirador, se recogerán
más datos sobre la arquitectura del Preclásico Tardío y sobre la evolución del templo
maya.
Se sabe de varios templos construidos con piedra durante el Clásico Temprano (250-500
DC). Estos, generalmente tenían una sola escalinata y un muro entre las cámaras,
interior y exterior, del edificio de dos estancias. La sala exterior era más accesible que la
interior. Esta última casi siempre tenía una entrada más estrecha y se llegaba a ella por
una grada ascendente. A veces se encuentra un altar, 'escondite' o estela especial en la
cámara interior. En la Estructura E-1, de Uaxactún, el recinto interior, de un templo de
dos aposentos, incluye un altar grande y, cerca de éste, un escondite que contenía
vasijas de cerámica invertidas, colocadas una sobre otra. Dentro de las vasijas de pasta
roja había una serie de dientes humanos, fragmentos de un cráneo, nueve cuentas de
jade, dos orejeras de jade y un pendiente, también de jade.
En Tikal se encontró una fabulosa estela tallada (Estela 31) en la cámara posterior de la
Estructura 33-2ª, que era la estancia interior de un templo temprano. La estela estaba
quemada y parcialmente dañada, lo que sugirió, a quienes realizaron la excavación, que
la estela había sido 'matada' o 'sacrificada', de modo intencional, antes de ser colocada
de nuevo en la cámara posterior del templo.
En Balakbal se colocaron por lo menos tres estelas en los templos, casi siempre en el
recinto interior. Una de ellas estaba pintada de rojo y enterrada cerca del centro del
muro trasero de otro templo. En Tikal, en Uaxactún y en otros sitios frecuentemente se
encuentra una estructura de templo superpuesta sobre otra estructura, lo que produce
una larga secuencia que permite reconstruir la evolución del templo maya. La planta y
la localización de esos templos demuestran, de manera altamente significativa, una
notable continuidad.
Los lugares sagrados conservaron tal carácter, puesto que se construyeron nuevos
templos sobre los más tempranos. La transformación inicial de un lugar profano en
sagrado ordinariamente implicaba la colocación de un 'escondite' dedicatorio, es decir,
una caja de ofrendas, colocado frecuentemente debajo de una escalinata que conducía al
templo o a lo largo de los ejes centrales de los edificios públicos. Los templos más
recientes, construidos en el mismo punto, a menudo no requerían la colocación de un
nuevo conjunto de escondites, por haberse construido tales templos encima de un lugar
consagrado previamente.
Existen pruebas de sacrificios de animales y de humanos, así como de la colocación de
ofrendas especiales en los templos y en otros edificios públicos, a lo largo de todo el
Período Clásico. Mucha de la evidencia de sacrificios de animales proviene de
'escondites' dedicatorios que contienen huesos de animales sacrificados (casi siempre
pájaros, felinos y reptiles). En dichos 'escondites', y también en las tumbas, se han
encontrado instrumentos que se usaban en el sangrado ritual, tales como espinas de
raya, dientes de tiburón y lancetas de obsidiana. Ocasionalmente, también se han
encontrado vasijas cerámicas invertidas, una sobre otra, las cuales contenían materiales
preciosos transportados de muy lejos (jade, conchas marinas, navajas o lancetas de
obsidiana y vasijas policromas).
Los 'escondites' de muchos sitios del Período Clásico fueron parte de una religión
formal dirigida por el Estado, mientras que las figurillas eran parte de un culto
doméstico. Con el surgimiento de muchos especialistas de tiempo completo, que
intervenían en favor de la gente común, los miembros de las familias individuales no
podían comunicarse directamente con las fuerzas sobrenaturales. Por ejemplo, el lugar
(de la casa al templo) y el personal (de miembros de las familias a intermediarios de
tiempo completo) cambiaron en la época en la que se rescataron los primeros templos
estandarizados, lo cual es prueba tangible de modificaciones fundamentales en la
evolución de la organización sociopolítica y religiosa. Por lo tanto, no es sorprendente
que con tales reformas, las figurillas del Preclásico, que fueron hechas y usadas para
ritos domésticos, desaparecieran del registro arqueológico. El Estado y sus funcionarios
religiosos profesionales usurparon los poderes y privilegios de los miembros de las
familias individuales, así como de los adivinos y hombres religiosos de tiempo parcial.
Durante el Período Clásico, las mujeres de la realeza, de varios sitios de Petén, estaban
directamente involucradas en una diversidad de ritos, que incluían el derramamiento de
la propia sangre, los ritos de la apoteosis y la presentación de varios fardos rituales,
tocados militares y símbolos y parafernalia políticos. Ello, en contraste con la situación
descrita por Landa, en relación con Yucatán y con los años cercanos a 1500, según la
cual, a las mujeres les estaba prohibido entrar en los templos y participar en algunos
ritos religiosos.
Es clara la importancia de las mujeres reales durante el Período Clásico. Por lo tanto, las
declaraciones de Landa sobre la ausencia de mujeres en los ritos religiosos resulta
interesante, pero es preciso recordar que dicho cronista se refería al norte de Yucatán y a
una época cercana a 1500.
Las siguientes descripciones de Landa ofrecen una valiosa comparación y contraste con
los datos arqueológicos:
Los entierros han gozado del favor de los arqueólogos en su intento de reconstruir la
concepción maya de la vida después de la muerte. Se tiene noticia de entierros
localizados debajo de los pisos de las casas y de una diversidad de edificios públicos, a
lo largo de toda el área maya. La mayor parte de los entierros reportados en los templos
de Tikal, de Uaxactún y en otros sitios, son de adultos masculinos. La excepción
principal, en Uaxactún, fue el Entierro B1 de la Estructura B-VIII, que parece haber
sido construida como monumento mortuorio. Otra excepción, en Uaxactún, incluye
entierros de infantes y uno de una mujer adulta (Entierro E2, en la Estructura E-VIII),
que fue sepultada sin el cráneo. Esta mujer y algunos de los infantes parecen haber sido
víctimas de sacrificio. El tamaño de la muestra de entierros de montículos
habitacionales es todavía demasiado pequeña como para hacer inferencias definitivas o
sacar conclusiones finales.
Conclusiones
Los futuros proyectos de investigación arqueológica no deben dirigirse exclusivamente
a los templos, tumbas y edificios públicos del Clásico Tardío (600-900 DC). Antes bien,
se necesita nueva información detallada sobre las estructuras públicas del Preclásico y
del Clásico Temprano, si se quiere comprender mejor la evolución de las instituciones
públicas (templo, palacio) y del personal profesional (sacerdotes y escribas de tiempo
completo) que las administraban. También es preciso conceder especial atención a los
sitio más pequeños y a los centros de orden inferior que todavía son poco conocidos. La
evidencia disponible sugiere que los centros de orden inferior cumplieron servicios y
funciones diferentes en el Estado. La actual estrategia de excavación de una 'capital
central' ha limitado la habilidad para reconstruir las jerarquías religiosas, económicas y
sociopolíticas.
Este artículo refleja el hecho de que muchos de nuestros datos sobre la religión maya
prehispánica se refieren o describen la religión tal y como la practicaban los miembros
del estrato superior de la sociedad, pero revela menos sobre la gente del pueblo que
ocupaba los niveles inferiores. De alguna manera, en compensación de las
reconstrucciones de la religión maya prehispánica, que aquí se presentan, las cuales
están centradas en la élite, se debe considerar la información disponible sobre la gente
común en los modernos estudios etnográficos. Sin embargo, a ello se tiene que sumar la
dificultad de separar los legados del pasado, derivados de las nuevas prácticas paralelas
introducidas por los españoles. Si se aumenta notoriamente el conocimiento sobre la
gente común y sus rituales, desde el Preclásico hasta el Postclásico, se puede tener
alguna esperanza de llenar el vacío existente entre la época prehispánica y la moderna.
OSWALDO CHINCHILLA MAZARIEGOS
y HECTOR L. ESCOBEDO AYALA
A partir de estudios de los patrones numéricos y de las asociaciones de éstos con los
demás signos, así como del estudio de los calendarios mesoamericanos coloniales, la
estructura básica del calendario clásico fue correctamente interpretada desde finales del
siglo XIX. En las primeras décadas del siglo XX, nuevos avances por las mismas vías
revelaron detalles adicionales sobre el cómputo del tiempo, y al mismo tiempo fue
posible elucidar la naturaleza de los cómputos lunares y planetarios. Tales avances
condujeron a algunos estudiosos a proponer erróneamente que los textos mayas trataban
exclusivamente de temas astronómicos y cronológicos. En aquella época, el progreso
del desciframiento de las inscripciones no parecía ofrecer ningún sustento a las
propuestas, planteadas con mucha anterioridad, sobre un contenido histórico de las
inscripciones.
Más grave aún es la notoria ausencia de información sobre temas económicos, tales
como la agricultura y subsistencia, y en general la ausencia de información sobre las
clases bajas de la sociedad maya. Es posible que hayan existido registros relacionados
con tales temas, escritos en libros que no perduraron hasta el presente, por lo que no
puede más que especularse sobre tales tópicos. Estas limitaciones deben tenerse en
mente para juzgar la información resumida en las páginas siguientes y que trata del
contenido histórico de los textos jeroglíficos.
La iconografía funeraria en las tumbas aludidas es muy rica, y permite intentar una
reconstrucción del tránsito de los gobernantes después de la muerte. En la tumba del
Gobernante A de Tikal se encontró un depósito de huesos finamente incisos, algunos de
los cuales muestran al gobernante que navega en una canoa conducida por deidades,
acompañado por cuatro animales, presumiblemente en tránsito hacia el inframundo
(Ilustración 255). La lápida del sarcófago de Pacal, gobernante de Palenque, muerto en
9.12.11.5.8 (683 DC), muestra al rey descendiendo hacia el interior del inframundo,
cuya entrada se encuentra representada por dos grandes fauces abiertas; a la vez, de su
vientre surge un árbol, proyectado hacia arriba (Ilustración 222). Los antepasados de
Pacal aparecen en los lados del sarcófago, identificados también con árboles que surgen
de grietas en la tierra.
La precisión con que se registran las fechas de nacimiento y muerte de los gobernantes
permite calcular sus edades al morir, y permite al investigador moderno la posibilidad
de un control independiente para complementar los datos aportados por la Antropología
Física mediante el análisis de los restos óseos hallados en las tumbas. Estudios
osteológicos indican que el promedio de vida de los miembros de las élites era superior
al de la población común, y las inscripciones tienden a corroborar este hallazgo. De
acuerdo con los textos, muchos de los gobernantes alcanzaron una edad que
sobrepasaba los 50 años. Cierto prestigio acrecentado se derivaba de la longevidad de
los reyes: en sus monumentos, el Gobernante A de Tikal se declara orgullosamente
Señor de Cuatro Katunes, con lo cual indicaba que había alcanzado una edad superior a
los 80 años.
Ahora bien, en muchos casos es posible extraer de los propios monumentos, referencias
a hechos del pasado, e incluso registros de la sucesión de los gobernantes, escritos o
tallados por los propios artistas del Período Clásico. Las listas de sucesión de señores y
jefes de linajes ocupan una posición importante en los textos indígenas mesoamericanos
en general. Buenos ejemplos pueden leerse en las secciones finales del Popol Vuh y en
los códices del área mixteca. Las dinastías se identificaban a sí mismas como herederas
en largas líneas de sucesión que en ocasiones se remontaban a antepasados míticos,
probablemente héroes o dioses. La exaltación de los antepasados debe entenderse como
una manera de justificar y preservar el orden social y político establecido. Usando la
terminología de Mircea Eliade, los antepasados son arquetipos, cuyos actos constituyen
modelos dignos de imitación y a través de ellos las acciones básicas sustentan, en un
plano ideológico, al orden social, puesto que se repiten y renuevan permanentemente.
Varios patrones fueron utilizados por los escribas para registrar información
genealógica y dinástica. Los eventos principales de un texto con frecuencia llevan como
preludio citas de eventos similares ocurridos en el pasado, cuyos actores fueron los
antecesores del sujeto principal, quien de ese modo se identificaba con ellos. La lápida
del sarcófago de Pacal en Palenque (Ilustración 222), por ejemplo, rememora las fechas
de la muerte de nueve antecesores, en asociación con las fechas de nacimiento y muerte
del propio gobernante. Los largos textos de las tabletas del Templo de la Cruz, también
en Palenque, registran las fechas de nacimiento y entronización de ocho señores, como
introducción para los eventos relacionados con la entronización de Chan Bahlum, hijo
de Pacal.
Aunque los nombres de los señores del Altar Q no están numerados como en la lista de
sucesores de Yaxchilán, el orden de la secuencia se corrobora al estudiar las cláusulas
nominales de cada gobernante en sus propios monumentos. Frecuentemente estos
nombres contienen una expresión 'hel' acompañada de un numeral, por medio del cual
se declara la posición del personaje en la secuencia que empieza con Yax K'uk' Mo'. Por
ejemplo, en la Tribuna Monumental del Templo 11, Yax Pak se calificó orgullosamente
como 'el decimosexto sucesor del fundador'.
Los glifos 'hel' numerados se presentan también en otros sitios. Los gobernantes de cada
centro (y seguramente muchos señores pertenecientes a linajes menores) parecen haber
mantenido recuentos de sus antecesores a partir de lejanos y reverenciados fundadores,
que son citados por su nombre o por medio de títulos especiales. Debe suponerse que
los escribas mantenían en sus libros cuidadosos registros de sucesiones y genealogías,
que no han llegado a la actualidad, y que debieron servir de base para los registros
asentados en la escultura. Las fechas asociadas a los antepasados fundadores se sitúan a
veces en un pasado tan lejano que ellos tienen que ser considerados necesariamente
como seres míticos, héroes o dioses. Tal sucede en Naranjo, donde en el Altar 1 el
gobernante declara ser el trigésimo quinto sucesor de un antepasado asociado en el
mismo texto con fechas situadas miles de años atrás. En contraposición, paulatinamente
se ha acumulado información que reafirma la historicidad de los gobernantes que
figuran en el Altar Q de Copán, incluyendo al primero. Hace pocos años se descubrió en
el sitio un monumento fechado en 9.0.0.0.0, que aparentemente menciona el nombre de
Yax K'uk' Mo'. Esa fecha coincide con las asociadas a dicho gobernante en textos del
Clásico Tardío, las cuales lo sitúan alrededor de la última parte del ciclo 8, entre el 426
DC y el 435 DC.
Varias preguntas que pueden surgir como corolario del anterior análisis, constituyen
temas esenciales para la comprensión de la organización social clásica. ¿Es posible
extraer reglas generales sobre los sistemas de sucesión a partir de los textos jeroglíficos?
¿Fue el parentesco un factor determinante en la transferencia del poder político?
El estudio etnográfico y etnohistórico de las sociedades mayas, desde el siglo XVI hasta
la actualidad, indica la prevalencia de sistemas de parentesco y sucesión patrilineales, y
la lectura de los textos jeroglíficos ha venido a confirmar la existencia de formas de
organización similares en el Período Clásico. Al comparar las secuencias documentadas
de los gobernantes correspondientes a los principales centros clásicos, se puede concluir
que el sistema de sucesión preferencial fue dinástico por la vía patrilineal, y tenía,
además, sucesión lateral entre hermanos combinada con la sucesión directa de padres a
hijos. Sistemas similares se registran entre las sociedades mayas del siglo XVI. Los
casos de sucesión por la vía materna parecen ser excepcionales.
El Papel de la Mujer
Cada vez es mayor la evidencia acumulada respecto a la importancia de la mujer en el
sistema político maya clásico. Es frecuente encontrar menciones y representaciones de
mujeres en los monumentos, en contextos en los cuales desempeñan papeles de diversa
índole. Los eventos importantes en la vida de estas damas eran quizás celebrados con la
misma pompa usada en aquellos vinculados a los varones. La espalda de la Estela 3 de
Piedras Negras (Ilustración 207), en efecto, relata varios eventos sobresalientes de la
vida de una señora noble, desde su nacimiento hasta su participación en varios rituales a
la par del Gobernante 3. Informa, además, sobre el nacimiento de una niña, seguramente
hija suya y del gobernante, en la fecha 9.13.16.4.6 (708 DC). La pequeña figura en el
monumento está sentada en un trono a la par de su madre.
Como podría esperarse, una de las funciones importantes de las mujeres era la de
esposas o consortes de los gobernantes, y madres de los sucesores. En algunos casos la
relación conyugal se indicaba explícitamente por medio de la expresión yatán, su
esposa, que aparece a veces entre el nombre de una mujer y el de un gobernante. En
otros casos puede inferirse la existencia de tal relación entre los padres de un individuo.
La poliginia era práctica común entre los nobles mayas. Tres mujeres aparecen
representadas en las esculturas del Gobernante Pájaro Jaguar IV en Yaxchilán. Una de
ellas fue la madre del heredero, Escudo Jaguar II, pero es probable que las tres hayan
sido sus esposas, puesto que aparecen tomando parte activa en la ejecución de
ceremonias similares.
Los lazos matrimoniales fueron un medio importante muy frecuente para establecer o
consolidar alianzas políticas. Se conocen muchos ejemplos de mujeres nobles que
contrajeron matrimonio con gobernantes de sitios alejados, tan alejados, para citar el
ejemplo más extremado, como Copán y Palenque.
Esta dama no fue un caso aislado de una mujer que detentara el poder en un centro
maya. En efecto, la Señora Zac K'uk fue soberana en Palenque durante tres años, antes
de cederle el poder a su hijo Pacal, en 9.9.2.4.8 (615 DC). Este rindió homenaje a sus
dos progenitores, cuyas figuras lo acompañan entre los relieves laterales de su
sarcófago. En el monumento que conmemoró su entronización, sin embargo, es decir la
Tableta Oval del Palacio, Pacal recibe los símbolos del poder solamente de manos de su
madre, y todo parece indicar que su padre no fue un gobernante del sitio.
La Guerra
De gran interés para la reconstrucción del sistema sociopolítico maya clásico es la
abundante información sobre la guerra, contenida en el arte y en las inscripciones
clásicas. La capacidad guerrera era un atributo importante de los reyes, quienes en sus
monumentos relataban sus victorias, con especial énfasis, destacando en particular la
captura de guerreros prominentes y señores de los centros vecinos. Los registros bélicos
ofrecen muchas veces posibilidades de contrastar textos paralelos y evaluar así la
veracidad del dato histórico. Rara vez se registra en un texto una derrota sufrida por los
señores de un sitio, aun cuando fuera desplegada de modo prominente en los textos del
sitio vencedor.
Las acciones bélicas tenían un aspecto ritual. Hay evidencia de que en muchas
ocasiones se efectuaban durante estaciones especiales en el ciclo del planeta Venus,
fechas que eran aparentemente favorecidas por motivos rituales y astrológicos. En estos
casos, el glifo utilizado para indicar el evento guerrero consiste en un signo de Venus
colocado sobre el signo de la Tierra, o sobre el emblema del sitio que fuera objeto de
ataque. Las acciones guerreras se efectuaban muchas veces en estrecha asociación con
acontecimientos como la entronización de un rey o la designación de un heredero,
probablemente con el solo objeto de obtener víctimas de sacrificio. La analogía con la
Guerra Florida de los aztecas sugiere que en muchos casos pudo haberse tratado de
encuentros previamente estipulados, de pequeña escala, que no alteraban el orden
político.
Algunos autores se inclinan a pensar que la guerra maya era una prerrogativa de la élite,
donde el grueso de la población no participaba ni era afectada de manera directa. Tal
argumento no puede ser sustentado o rechazado con base en la interpretación del arte y
los textos jeroglíficos, ya que el objetivo de éste es siempre la glorificación de los
vencedores, quienes dedican espacio a las implicaciones rituales del conflicto, pero no a
sus aspectos materiales y económicos, en cuyo estudio es indispensable la evidencia
arqueológica.
Por otra parte, hay ejemplos bien documentados de eventos bélicos que debieron tener
consecuencias políticamente relevantes. Uno de ellos era la dominación de un centro
por otro, por un período más o menos largo. En la Estela 3 de Caracol, en la fecha
9.9.18.16.3 (631 DC), se registra un evento bélico efectuado en contra de Naranjo. Una
escalinata jeroglífica edificada en Naranjo para conmemorar el Fin de Período
9.10.10.0.0 (642 DC) confirma la veracidad de esta guerra. Dedicada a glorificar la
victoria de los gobernantes de Caracol, es evidencia de que ellos tuvieron el control
sobre Naranjo, por algún tiempo después de ese triunfo.
Visitas y Peregrinaciones
Las relaciones entre las élites de los centros mayas no fueron siempre de hostilidad.
Existieron entre ellos complejos sistemas de alianzas, lo cual se refleja a veces en los
registros sobre la presencia de nobles o de los mismos reyes de un centro, en otro. El
objetivo principal seguramente fue la creación o el fortalecimiento de alianzas entre los
gobernantes de las unidades políticas involucradas. Se han documentado ejemplos de
tales visitas durante la celebración de rituales, como la entronización de un gobernante,
por ejemplo. La presencia de reyes y nobles foráneos contribuía sin duda a la pompa y
legitimización de dichos sucesos. Una de las visitas está registrada explícitamente en el
Dintel 3 de Piedras Negras (Ilustración 256). El texto indica que Pájaro Jaguar IV, el
gobernante de Yaxchilán, efectuó un viaje 'en canoa' (por el Río Usumacinta), para
asistir a una ceremonia en el cercano Piedras Negras, en la fecha 9.15.18.3.15 (749 DC).
Ocasionalmente los nobles mayas recorrían largas distancias para visitar otros centros.
En el Panel 7 de Dos Pilas, se indica que en 9.12.13.17.7 (686 DC) el Gobernante 1 de
este sitio observó la entronización de Garra de Jaguar, su aliado del sitio Q. Por el
toponímico con que finaliza la inscripción se supone que el Gobernante 1 de Dos Pilas
viajó hasta Calakmul o El Perú, para presenciar este importante ritual dinástico.
Las peregrinaciones a lugares sagrados eran sin duda parte de la religión clásica, y se
encuentran registradas en algunas inscripciones. Las cuevas parecen haber sido lugares
particularmente favorecidos por los peregrinos. La cueva Naj Tunich, localizada en el
sureste de Petén, contiene inscripciones pintadas en sus paredes, las cuales indican que
ese fue sin duda un centro de culto, importante en la segunda mitad del siglo VIII
(Ilustración 215). Las pinturas muestran que fue visitado por nobles procedentes de los
sitios Xultún, Ixtutz y Sacul, localizados más de 50 km al norte de la cueva. Tales
lugares sagrados parecen haber sido territorios políticamente neutrales, a los cuales
podían acudir tanto los aliados como los rivales, de manera pacífica.
Danzas y Juegos
Las fuentes coloniales refieren la importancia de los bailes en diversas actividades
rituales públicas de los mayas. En los rituales más importantes era indispensable la
participación de los miembros de la élite en calidad de danzantes. Se danzaba al ritmo
de atabales, sonajas, caracoles, trompetas, silbatos y flautas, y los bailes se
acompañaban de comidas y bebidas embriagantes. Cientos de individuos,
principalmente varones, intervenían a veces en las danzas, que podían durar un día
completo sin interrupción.
La iconografía y los textos glíficos del Clásico confirman la relevancia que tenían las
danzas para la élite maya. Muchas escenas en el arte maya clásico representan a los
señores en el acto de bailar ak'ot. Los bailes se distinguen por los objetos o accesorios
que portan los danzantes, y por lo general se especifica el tipo de danza que se
efectuaba. En un dintel de procedencia desconocida, que tiene la fecha 9.16.16.12.2
(767 DC), Pájaro Jaguar IV, de Yaxchilán, aparece danzando con una serpiente en sus
manos; el texto que acompaña a la imagen indica que el gobernante está 'danzando con
la culebra' ak'otah ti chan, lo que recuerda las crónicas españolas que describen esta
variedad de baile en tiempos de la Conquista. Varias danzas se efectuaron en ocasión de
la designación del heredero al trono de Bonampak. En una de ellas, los danzantes lucen
enormes tocados, elaborados con plumas de quetzal. El texto que acompaña a uno de
ellos se refiere a este baile como ti k'uk', lo que quiere decir 'con las plumas de quetzal'.
Los bailes eran parte importante de los rituales de sacrificio. Fray Diego de Landa relata
que en algunas ocasiones los señores conservaban los huesos de los prisioneros de
guerra sacrificados y utilizaban como divisas en los bailes. El Rabinal Achí ejemplifica
las danzas asociadas a sacrificios humanos en el Altiplano de Guatemala. En este baile-
drama el protagonista baila ante sus captores antes de ser sacrificado.
Otra actividad importante de los nobles mayas era el juego de pelota. Las
representaciones muestran parejas de señores, que solían vestir trajes elaborados, y que
activamente se enfrentaban en el juego. Es evidente que el triunfo proporcionaba a los
jugadores un elevado prestigio. Uno de los títulos empleados ocasionalmente por los
gobernantes era el de ah pits o pitsil, o sea El del Juego de Pelota. Sin duda este juego
tuvo connotaciones asociadas al sacrificio humano.
Sacrificios
La ejecución de rituales y sacrificios parece haber estado íntimamente ligada al ejercicio
del poder político entre los mayas. Parte importante de las actividades de los
gobernantes era su desempeño en estas actividades, y de ellas se supone que derivaban
prestigio y legitimación. Los sacrificios eran parte importante de la religión maya, y ya
se aludió a su asociación con acontecimientos relevantes para la realeza. En el arte
clásico son abundantes las representaciones de personajes involucrados en estos rituales,
que incluían tanto el derramamiento de la propia sangre como la ultimación de otros
individuos, muchas veces cautivos de guerra. Se sacrificaban también algunas especies
animales, en especial venados, perros y pecaríes.
Landa describió los sacrificios efectuados en Yucatán en el siglo XVI, los cuales se
acompañaban de ayunos, continencias, libaciones, bailes y procesiones. Podían llevarse
a cabo en personas de ambos sexos, niños, adultos, huérfanos y esclavos, pero las
víctimas principales eran los cautivos de guerra. La sangre de los sacrificados era
utilizada para embadurnar imágenes de deidades. A veces, en una costumbre que pudo
ser la adopción del rito a Xipe Tótec que se hacía en México, los sacerdotes mayas, tras
haber extraído el corazón y desollado a la víctima, se vestían con la piel de ésta y
bailaban con gran solemnidad.
Las víctimas de los sacrificios recibían la muerte de varias maneras. La más tradicional
consistía en extraerle el corazón a la víctima, colocada de espaldas sobre un altar, con
las manos y los pies atados. Así aparece el sacrificado durante las ceremonias de
entronización del Gobernante 4 de Piedras Negras (Ilustración 219). Otra forma, que
consistía en matar al condenado a flechazos, está representada en los grafitos del
Templo II de Tikal. Landa describió precisamente este tipo de sacrificio, efectuado en
asociación con una danza: la víctima era desnudada, pintada de azul y llevada de pueblo
en pueblo, en medio de bailes. El día del sacrificio se ataba al condenado a un palo,
alrededor del cual bailaban varias personas que portaban arcos y flechas. El baile
concluía cuando todos los participantes habían asaeteado a la víctima en el corazón,
punto previamente marcado de blanco. La decapitación aparece con frecuencia en textos
de vasijas policromadas y en inscripciones monumentales. La evidencia arqueológica
confirma tales referencias. En sitios como Tikal, Uaxactún, San José y Colhá se han
encontrado ofrendas que contienen cráneos humanos.
La Nobleza Secundaria
En las secciones anteriores de este trabajo se ha concentrado la atención en los
gobernantes y sus parientes más inmediatos. Este énfasis no ha sido gratuito, ya que la
mayor parte de los textos clásicos se refiere primordialmente a los gobernantes, y son
ellos también quienes aparecen representados con mayor frecuencia en los monumentos.
Es evidente, sin embargo, que a su alrededor se movían cohortes de nobles y parientes,
así como cortesanos, artistas y servidores. Algunos textos hacen referencia a ellos, y en
ocasiones aparecen representadas sus propias imágenes.
Sin duda el testimonio más extenso de la complejidad de las cortes mayas se encuentra
en los murales de Bonampak. En estas pinturas figuran varios cientos de individuos,
entre los cuales, por su traje y su actitud, pueden distinguirse grupos de señores y damas
de elevado rango, guerreros, músicos y sirvientes. Estos últimos pueden contarse entre
los escasos ejemplos de personas de las clases bajas representadas en el arte maya, pero
los textos son mudos con respecto a ellas. No ocurre lo mismo con los miembros de la
nobleza. Las inscripciones permiten en muchos casos identificar a éstos por sus
nombres, conocer sus rangos u oficios y las relaciones que mantuvieron con los
gobernantes. Algunos tuvieron privilegios muy cercanos a los de éstos. En efecto,
participaban en muchas de las actividades de sus superiores, llevaban atuendos
parecidos a los de los reyes, y en ocasiones figuran como sujetos principales en sus
propios monumentos.
En los textos con frecuencia se indica el rango de los individuos por medio de títulos
especiales que acompañan a sus nombres. El título Ahau, quizás el mejor conocido,
estaba asociado estrechamente al rango de los reyes o gobernantes, pero a veces aparece
en los nombres de individuos que al parecer no eran reyes, sino quizás miembros
cercanos de las familias reales. No todos los Ahau tuvieron el mismo rango político, ya
que hay ejemplos bien documentados de personajes que ostentaban dicho rango pero
reconocían su subordinación frente a otro Ahau. De esa cuenta, en la Estela 3 del
pequeño sitio Arroyo de Piedra, el gobernante local aparece como 'el Ahau de' el
Gobernante 2 de Dos Pilas, centro mayor situado a sólo cinco kilómetros de distancia.
Otros títulos los utilizaba exclusivamente la nobleza secundaria. El más conocido era el
que David Stuart denominó 'subsidiary title', cuya lectura probablemente es sahal.
Aparece junto a los nombres de prominentes miembros de la nobleza, pero nunca se
presenta en el nombre de un rey. En algunos casos, estos individuos han podido ser
identificados como gobernantes de centros subordinados. El gobernante Pájaro Jaguar
III de Yaxchilán, por ejemplo, participó en una ceremonia de sacrificio en 9.16.15.0.0
(766 DC), a la par de un individuo cuyo nombre lleva el título subordinado. La
ceremonia quedó registrada en un dintel de La Pasadita, localizado en el área del
Usumacinta (Ilustración 227). El análisis conjunto de éste y otros dinteles atribuidos a
La Pasadita, que sólo llegaron a conocimiento de los estudiosos al aparecer mutilados y
dispersos en las colecciones de varios museos de Estados Unidos y Europa, revela que
el personaje subordinado era un gobernante de ese pequeño centro, que en sus
monumentos reconocía y glorificaba la soberanía del gobernante del cercano Yaxchilán.
Es evidente que estos señores mantenían una relación personal de dependencia respecto
a los reyes de los centros primarios, pues en algunos casos las inscripciones indican
específicamente que un personaje subsidiario es 'el sahal' de un gobernante principal.
Puede colegirse del ejemplo anterior que La Pasadita era un centro subordinado
políticamente a los gobernantes de Yaxchilán, y de este modo es posible comenzar a
reconstruir a grandes rasgos la organización política del área.
El uso del título subordinado se limita a los textos de la región del Usumacinta, y no
aparece sino rara vez fuera de ella. Empero, los nobles de rango secundario también
figuran en textos de otras áreas. Se encontró una banca esculpida en la Estructura 9N-82
de Copán, un pequeño palacio situado en un grupo habitacional 600 m al noreste de la
plaza principal de este sitio. Su inscripción, bellamente ejecutada en glifos de figura
completa, conmemoraba la dedicación del edificio en 9.17.10.11.0 (781 DC), y tiene
como sujeto principal a un individuo cuyo nombre no había sido registrado en otros
textos y que no era parte de la línea de gobernantes de Copán. En el final del texto, este
personaje se proclamaba como 'el Ah Ch'ul Na de Yax Pak', el rey de la época. Ah Ch'ul
Na (Ah K'ul Na en las lenguas yucatecas) parece ser un título aplicado, al igual que
sahal, solamente a nobles de rango secundario. Es probable que sea paralelo al título Ah
K'ul o K'ulel, utilizado en el Yucatán colonial para referirse a nobles que tenían
funciones de administradores, abogados u otras similares como intermediarios entre los
gobernantes y sus pueblos. Es posible que la Estructura 9N-82 y los demás edificios del
conjunto hayan sido el asiento de los miembros de un linaje prominente, cuyo jefe tenía
tal tipo de funciones al servicio del gobernante de Copán y que, en tal condición, tuvo el
privilegio de erigir semejante conjunto escultórico, en el que ratificó su posición de
subordinación en relación con el rey.
No es de extrañar que entre los nobles subordinados se hayan contado los parientes
cercanos de los gobernantes. Este podría ser el caso en el Clásico Temprano de Tikal, en
cuyas Estelas 3 y 7 el sujeto principal es un individuo que se proclama hijo del rey
Jabalí Kan, pero que aparentemente no fue a su vez gobernante. No hay certeza sobre si
el rey contemporáneo, cuyo nombre también aparece en estos monumentos, estaba
igualmente emparentado con Jabalí Kan. El personaje que figura junto al Gobernante
Escudo Jaguar II en el Dintel 58 de Yaxchilán era, según el propio texto, 'su tío materno'
(ichan).
Es probable que haya habido muchos casos de antagonismos entre la nobleza y los
reyes, así como entre los nobles secundarios. Alrededor de 780 DC parece que ocurrió
en Copán una rápida multiplicación de los monumentos esculpidos, dedicados por
nobles subordinados. Se piensa que ello obedeció a una política deliberada del
gobernante, cuyo objetivo era mantener la estabilidad y unidad de su reino, al reafirmar
en dichos monumentos las relaciones de subordinación de dichos nobles quienes vivían
en los alrededores del centro, lo cual, a la vez, les confería a éstos prerrogativas
reservadas antes sólo a la realeza.
Tanto entre los mayas como entre los aztecas existía una conexión entre los monos y los
artistas. Esta asociación quizá tuvo su origen en el hecho de que los monos se
encuentran entre los especímenes más inteligentes y astutos del reino animal. El
componente glífico its'at, que equivale a la palabra artista, incluye a veces una cabeza
simiesca como signo principal. Además, una pareja de seres sobrenaturales con
apariencia de monos aparece con cierta frecuencia en las vasijas policromas clásicas, en
actitud de escribir en códices abiertos, sirviéndose de caracoles cortados
longitudinalmente a manera de tinteros y, con pinceles quizá fabricados con plumas de
ave. Estas deidades pueden identificarse como Hun Batz y Hun Chouen, medio
hermanos de los Héroes Gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, quienes, en venganza por
malos tratos, los convirtieron en monos. Hun Batz y Hun Chouen eran patronos de los
artistas y el Popol Vuh se refiere a ellos de la siguiente manera: 'Eran flautistas,
cantores, tiradores con cerbatana, pintores, escultores, joyeros, plateros: esto eran
Hunbatz y Hunchouen.' '... eran invocados por los músicos y los cantores, por las gentes
antiguas. Invocándolos también los pintores y talladores en tiempos pasados'.
Singularmente, los mayas clásicos se cuentan entre los escasos pueblos del mundo que
permitieron a sus artistas salir del anonimato y registrar sus nombres en cortas cláusulas
escritas en los monumentos y objetos de arte, lo cual puede entenderse como el registro
de sus propias firmas. En tales cláusulas el nombre del artista sigue a expresiones que
pueden traducirse como 'su escritura (o pintura)', o bien 'su escultura', según la
naturaleza de la pieza. Algunos nombres de artistas aparecen repetidos en varias piezas,
lo que ha hecho posible identificar varias obras de un mismo artista individual. Es
evidente, sin embargo, que muchos de los grandes monumentos esculpidos no eran
obras individuales, sino trabajos colectivos de grupos o escuelas de artistas. Una de las
estelas saqueadas del sitio El Perú, en el noroeste de Petén, presenta 10 firmas de
artistas distintos. Las cláusulas nominales de estos artistas con frecuencia incluyen
frases que especifican sus oficios, tales como Ah ts'ib, que significa pintor o escriba, o
Its'at, que equivale a artista.
Hay indicios de que por lo menos algunos artistas eran miembros de la más alta
nobleza. El autor de un importante texto pintado en un vaso de procedencia desconocida
escribió en él ser hijo de un rey de Naranjo y de una señora procedente de Yaxhá
(Ilustración 224). Otro ejemplo de la elevada posición social del artista se encuentra en
Copán, donde las excavaciones de la Estructura 9N-82 revelaron un conjunto de
esculturas que incluye la efigie tridimensional de un dios mono-escriba, equipado con
pincel y tintero, y otras figuras de escribas en la fachada. Es posible que los nobles
residentes en el palacio tuvieran una dedicación especial a ese renombrado oficio.
Otra categoría de individuos que merece atención es la de los enanos. Estos pequeños
personajes aparecen como figuras secundarias en algunos monumentos, particularmente
en las fechas de Fin de Período, y se identifican con sus nombres. Su forma de vestir
sigue un patrón regular, que incluye orejeras de jade y un tocado de tela de forma
cónica, y sus nombres contienen también patrones de signos particulares. El papel de los
enanos parece haber sido puramente ceremonial, y pudieron haber jugado un papel
importante en las ceremonias asociadas a los Fines de Período.
Conclusiones
Los rituales que marcaban acontecimientos biográficos, como nacimientos,
entronizaciones y muertes de los gobernantes, estaban íntimamente ligados al poder que
éstos ejercían. Tales sucesos eran sacralizados por medio de sacrificios humanos,
autosacrificios, danzas, juegos de pelota y, ocasionalmente, guerras. La presencia de
miembros de las dinastías reinantes y nobles de otros centros servía para legitimizar,
solemnizar y dar pompa a los rituales.
A pesar de que en su mayor parte los textos mayas se refieren a los gobernantes,
también hay referencias a los nobles que se movían alrededor de ellos. Se mencionan
los nombres, títulos y actividades de dichos nobles, y se les representa con vistosos
atuendos similares a los de sus señores. También hay referencias a artistas y cortesanos,
que eran tenidos en alta estima por los gobernantes. Todo ello indica la complejidad de
la organización sociopolítica de los centros mayas durante el Período Clásico.
Desarrollo de la Escritura en
Mesoamérica durante el Preclásico
El estudio de la escritura preclásica se ha visto limitado por varios factores, de los que,
sin duda, el más importante es el corto número de inscripciones que ha llegado hasta el
presente. Aunque muchos sitios tempranos son ricos en escultura, pocas piezas
presentan ejemplos de escritura, y a ello debe sumarse, con frecuencia, un pobre estado
de preservación, resultado de fenómenos de deterioro natural, así como de actividades
humanas. Los pobladores de épocas más recientes, en muchos casos removieron los
monumentos de su localización original, los mutilaron o los reutilizaron para propósitos
diversos. Todo ello hace altamente difícil la interpretación de una escultura, ya que se
ha perdido una gran cantidad de información sobre su relación con el sitio, como un
conjunto, además de que no permite estimaciones de la posición cronológica de las
esculturas por medio de asociaciones contextuales.
La escritura surgió en Mesoamérica, al igual que en otras partes del mundo, como
resultado de un proceso gradual de desarrollo y a partir de otros sistemas de
representación gráfica, con tendencia hacia la estandarización y progresiva abstracción
de los signos, y la elaboración de formatos convencionales para su colocación. Hay
indicios de que todos los sistemas de escritura del área se derivan de un ancestro común.
No es posible, sin embargo, fijar con gran precisión su lugar de origen. Los primeros
pasos en el desarrollo de la escritura pudieron haberse situado en una gran área del sur
de Mesoamérica, desde el altiplano de Oaxaca hasta Guatemala. Aproximadamente, al
centro de esta región se encuentra el área nuclear de la cultura olmeca, que
probablemente desempeñó un papel importante en el surgimiento de la escritura y el
calendario mesoamericanos. Es posible que los olmecas no hayan llegado a poseer un
sistema desarrollado de escritura. En efecto, se conoce sólo un posible ejemplo en un
monumento olmeca: el Monumento 13, de La Venta, el cual lleva algunos signos que,
por su formato, pueden caracterizarse como un texto jeroglífico. Ha sido fechado en
relación con el año 600 AC, al final del Preclásico Medio, y es sin duda uno de los
ejemplos más precoces de escritura en Mesoamérica. A pesar de la escasez de muestras
de escritura, el arte olmeca presenta considerable riqueza en motivos sumamente
convencionales, que pudieron ser los precursores de la escritura (Ilustración 75). Los
olmecas desarrollaron un sistema icónico complejo, antes que los pueblos vecinos, y
mantuvieron una fuerte interrelación con todas las áreas que en épocas posteriores del
Preclásico poseyeron sistemas de escritura.
La Estela 2, de Chiapa de Corzo, Chiapas, lleva la fecha coetánea más antigua que se
conoce en la actualidad. Aunque fragmentada, puede reconstruirse en ella una Serie
Inicial correspondiente a la fecha 7.16.3.2.13, 6 Ben (36 AC). Casi contemporáneo es el
Monumento C, de Tres Zapotes, Veracruz, que ostenta una Serie Inicial completa,
7.16.6.16.18, 6 Etznab (32 AC). Los glifos están dispuestos en dos columnas separadas,
e incluyen una serie de signos no calendáricos, desafortunadamente muy deteriorados.
A diferencia de lo usual en los textos mayas clásicos, la fecha no se encuentra colocada
al principio de la inscripción.
Alrededor del final del Período Preclásico, los habitantes del sur de Veracruz poseían un
sistema de escritura altamente desarrollado, que se encuentra documentado en dos
importantes textos: la recientemente descubierta Estela 1, de La Mojarra, que tiene dos
fechas de Serie Inicial, correspondientes a 8.5.3.3.5, 13 Chicchán 3 Kayab (143 DC); y
8.5.16.9.7, 5 Manik 15 Pop (156 DC), y la estatuilla de jadeíta de San Andrés Tuxtla,
con la Serie Inicial 8.6.2.4.17, 8 Cabán (162 DC). La inscripción de la Estela de La
Mojarra (Ilustración 228) es una de las más largas que se conocen en Mesoamérica. En
su mayoría, los signos están formados por trazos simples y angulares, y hacen pensar en
un sistema fuertemente convencional; se encuentran dispuestos en columnas verticales
separadas. Las Series Iniciales son las únicas fechas preclásicas conocidas que indican
la posición del mes, por medio de un coeficiente colocado junto al elemento variable del
Glifo Introductor de la Serie Inicial, lo que confirma que este elemento funcionó de la
misma manera que en las inscripciones mayas clásicas. La estatuilla de San Andrés
Tuxtla tiene, además de la Serie Inicial, un texto no calendárico, en el mismo estilo que
el Monumento de La Mojarra.
El Portón
El Baúl
Abaj Takalik
Es posible que la Estela 5 haya ostentado también una Serie Inicial, de la que se
conservan solamente restos de dos numerales de barra y punto. Un cuarto monumento,
la Estela 1, muestra una pequeña área rectangular, enmarcada por una línea doble, que
sin duda portaba un corto texto, ilegible en la actualidad.
Dos esculturas de Abaj Takalik, el Monumento 11 (Ilustración 229) y el Altar 12, llevan
inscripciones que se distinguen en varios aspectos de las mencionadas anteriormente.
Los signos están colocados en patrones menos formalizados, y no se encuentran
colocados en paneles claramente delimitados, como es el caso de los otros monumentos.
Aparentemente, todos los signos son variantes en forma de cabezas humanas, de
animales o de seres míticos, de composición muy elaborada, que no se confinan a un
encuadre cuadrangular. Ninguno de los dos monumentos lleva fechas de Serie Inicial. El
Monumento 11 consiste en una gran roca sin modificación, que lleva una columna
vertical de cinco glifos en variantes de cabeza. Un sexto signo, con coeficiente 11,
aparece aislado. El Altar 12 presenta ocho glifos dispuestos a ambos lados de una figura
humana, en dos columnas ligeramente encorvadas hacia el centro. Presenta la
particularidad de que las variantes de cabeza en ambas columnas miran hacia el
personaje, disposición poco usual en las inscripciones mesoamericanas, en las que
generalmente los glifos están orientados hacia la izquierda. Por encima del personaje
aparece una banda celestial similar a las que se presenta en la iconografía maya clásica,
y que contiene los signos del Sol y Venus, en formas idénticas a las utilizadas en las
Tierras Bajas. Los lados del altar llevan 16 signos de figuras completas, humanas,
antropomórficas y de animales, enmarcados en cartuchos que se asemejan al Glifo
Introductor de la Serie Inicial.
Izapa
Kaminaljuyú
Chalchuapa
En relación con los textos del área meridional de Guatemala, debe mencionarse el
Monumento 1, de Chalchuapa, El Salvador (conocido también como Monumento 1, de
El Trapiche), fechado en el contexto del Preclásico Tardío o Terminal, y que presenta
ocho columnas de glifos en paneles separados. El monumento fue destruido
deliberadamente en tiempos antiguos, de modo que son pocos los detalles discernibles.
El único glifo que puede distinguirse en el texto es un ejemplo del uinal maya.
Se desconoce el lugar de procedencia del monumento que tiene la fecha más temprana,
en el que con seguridad puede reconocerse la escritura maya de las Tierras Bajas: una
pequeña estela que lleva una fecha de Rueda Calendárica correspondiente a 8.8.0.7.0
(199 DC). La estructura del texto y los rasgos de los signos particulares son ya acordes
con los patrones de la escritura clásica, aunque la fecha aparece en un formato poco
usual. El siguiente monumento fechado es la Estela 29 de Tikal, cuya Serie Inicial de
8.12.14.8.15 (292 DC) se asocia con el inicio del Período Clásico.
Algunos otros textos han sido atribuidos al Preclásico Tardío, con base en un análisis
del estilo de los glifos; en su mayoría, se encuentran grabados en artefactos portátiles.
Conclusiones
Se hace necesaria una apreciación correcta de la escritura de los pueblos preclásicos
para lograr un mejor entendimiento de los procesos de desarrollo cultural de
Mesoamérica, lo que ha sido reconocido ampliamente en años recientes. El
desciframiento de los textos, a los que se ha aludido anteriormente, es un objetivo de
gran importancia en la investigación arqueológica sobre el área, cuyo alcance plantea
problemas de difícil solución.
La creación más notable de la civilización maya fue, sin duda, la escritura que utilizaron
en las múltiples inscripciones jeroglíficas descubiertas y que se siguen descubriendo en
los sitios que habitaron. Es tan característica esta escritura que, para algunos
distinguidos mayistas, no puede hablarse de cultura maya allí donde no existan vestigios
de aquélla, pues aunque se diga que los mayas tomaron los principios de esa escritura de
pueblos contemporáneos, fueron ellos los que la usaron con más amplitud y la llevaron
a la máxima expresión en toda el área mesoamericana. Las inscripciones están dispersas
en todas las ciudades de su mundo cultural, en monumentos, lugares y objetos diversos,
conservando siempre una unidad conceptual (Ilustración 231). Una serie inicial de
Palenque o Piedras Negras es semejante a otra de Copán o Quiriguá, al otro lado de la
geografía maya; y se dan el mismo tipo de signos e igual ordenamiento en la escritura,
en el complejo sistema de anotación cronológica, aunque puedan apreciarse variantes
locales de menor importancia.
Los glifos tienen una forma poco más o menos cuadrada y se escribieron dentro de las
inscripciones cuidadosamente ordenados, en columnas. Las inscripciones cortas fueron
escritas en una sola línea, vertical u horizontal y, según el caso, la lectura se hace de
arriba hacia abajo o de izquierda a derecha. Cuando hay varias columnas la lectura se
hace por parejas: primero, las columnas A-B, luego C-D, después E-F, etcétera. Se
principia con el primer glifo de la columna A, se sigue con el primer glifo de la columna
B, luego el segundo de A, el segundo de B, el tercero de A, el tercero de B, hasta llegar
al último glifo de B. Entonces se sigue en la misma forma con las columnas C-D, y así
sucesivamente.
Cada glifo también puede ser un conjunto de signos: un elemento principal, simple o
compuesto, en el núcleo del glifo, más otros signos agregados a su alrededor, a los que
se denomina afijos. Estos pueden estar antes (prefijos), encima (superfijos), abajo
(subfijos) o después (postfijos). La transferencia de un mismo afijo, de prefijo a
superfijo o de subfijo a postfijo, parece que no introduce cambios en el significado del
glifo.
El elemento principal, y también los afijos, pueden ser simples o compuestos, de diseño
sencillo o complejo y, en algunos casos, pueden identificarse como representaciones de
objetos o animales. Es común, además, que un glifo convencional o geométrico tenga
variantes en formas de cabezas humanas, de animales o de seres fantásticos. Estas son
las variantes de cabeza.
El número de signos diferentes, identificados por J. Eric S. Thompson en su Catálogo,
es de 370 afijos y 356 signos principales, más 88 glifos clasificados como 'retratos', que
son cabezas humanas. El Catálogo fue publicado hace tres décadas y desde entonces se
han encontrado otros monumentos con inscripciones, en las cuales puede ser que haya
glifos que no estén en aquél.
Landa se refirió a dos asuntos de interés para este artículo: que el sistema de cuenta de
los mayas era vigesimal (20, 400, 8,000, 160,000, etcétera); y que llevaban 'cuentas' o
crónicas del origen de sus linajes.
En las inscripciones jeroglíficas, los mayas escribieron sus números de dos formas:
utilizando puntos y barras o utilizando variantes de cabeza (Ilustraciones 232 y 237). En
la primera forma, que es la que se usó también en los códices, el punto tiene valor de
uno y la raya o barra, de cinco. Cuatro puntos son 4; una barra y dos puntos, 7; tres
barras y cuatro puntos, 19. Para escribir 20 tuvieron que recurrir al sistema de
posiciones, como hacemos nosotros con nuestro sistema decimal, sólo que, en el de los
mayas, un punto y el cero, que también tuvieron que usar, significa 20.
Y como 20 y 13 no son múltiplos entre sí, tienen que pasar 260 días (20 x 13) para que
un día cualquiera, 1 Imix, por ejemplo, vuelva a aparecer en el calendario. Eso quiere
decir que los 20 nombres de los días se convierten en 260 combinaciones o días
diferentes, con los que se forma un ciclo particular, que fue de mucha importancia para
los mayas: una especie de año ceremonial. En los textos indígenas, como el Popol Vuh
y el Memorial de Sololá, y en otros documentos indígenas de Mesoamérica, suele
usarse, como nombre propio, la combinación de número y día; por ejemplo, Oxib Queb
y Beleheb Tzi, en quiché (k'iche'), equivalen a 3 Manik, y 7 Oc, en yucateco. Conviene
aclarar que, al parecer, ésta no fue la costumbre maya de la época clásica, pues los
nombres identificados en los monumentos no usan esta combinación de día y número.
No se conoce el nombre que los mayas dieron a este ciclo, pero algunos autores lo
denominaron Tzolkín, 'Almanaque sagrado', y hasta con el nombre mexicano de
Tonalamatl, pues este ciclo se usó en toda el área mesoamericana.
Algunos afijos usados en los glifos de los meses han sido identificados como signos
para designar colores: el superfijo de Zip y de Ceh significa rojo; el que llevan Yax y
Yaxkín, verde o azul; el de Zac, blanco, y el de Uo y Chen, negro. La palabra maya para
verde o azul es yax. El glifo Yaxkín podría traducirse como día o Sol verde o azul, pues
lleva como afijo yax y como elemento principal el glifo de kin, que significa día o Sol.
Los meses Chen, Zac, Yax y Queh tienen el mismo elemento principal, el glifo del día
Cauac.
La Rueda Calendárica
Un día designado con sus cuatro elementos: número de 1 a 13, nombre del día, posición
del día en el mes y nombre del mes; por ejemplo, 2 Ik 0 Pop, no se repite en el
calendario sino después de 18,980 días, o sean, 52 haab (años) o 73 ciclos de 260 días
(52 x 365 = 73 x 260 = 18,980). Este ciclo era también conocido entre otros pueblos de
Mesoamérica, (los aztecas, por ejemplo) y podía usarse para cómputos históricos que no
requirieran más allá de la vida de un hombre. Los mayistas llaman Rueda Calendárica a
este ciclo, que aparece muchas veces anotado en las inscripciones.
La Cuenta Larga
Los pueblos aborígenes conservaron, después de la llegada de los castellanos, recuerdos
históricos de su pasado reciente, ya sea mediante la transmisión oral de las tradiciones
de una generación a la siguiente, o mediante el registro de esos hechos en forma escrita.
El autor del Popol Vuh dice que 'Existía el libro original, escrito antiguamente, pero su
vista está oculta al investigador y al pensador'. Y de los yucatecos se dijo antes que,
según Landa, llevaban la cuenta del origen de sus linajes.
Los mayas clásicos dejaron ese registro en sus monumentos, y como las Ruedas
Calendáricas no cubrían el tiempo suficiente para los recuerdos de pasados remotos,
inventaron un complicado sistema cronológico, del que Sylvanus Morley escribió lo
siguiente:
La unidad de tiempo usada en ese sistema para el cómputo del pasado fue un ciclo de
360 días, al que dieron el nombre de tun. Los 360 días son una cifra ideal para el caso
porque es divisible por 20 y apenas cinco días menor que el año civil. Las unidades
mayores del tun son katún, baktún, pictún, calabtún y kinchiltún, cada uno 20 veces
mayor que el anterior, así:
El tun tiene también subdivisiones para cómputos menores de 360 días: el uinal que es
igual a 20 días y el kin que es un día. 18 uinales equivalen a un tun (Ilustración 235).
Las fechas que se consignan en los monumentos clásicos usan normalmente los
baktunes, katunes, tunes, uinales y kines, con sus respectivos coeficientes, y terminan
con una Rueda Calendárica para registrar los tunes corridos desde el inicio de la
'historia' hasta el momento de la erección del monumento. Esta es la Cuenta Larga.
Algunas veces se consignaron fechas con pictunes, calabtunes y kinchiltunes que nos
llevan a millones de años en el pasado.
La Fecha Era
Para llevar la cuenta de los años en cualquier registro histórico es necesario fijar
previamente un punto de partida, una fecha era, que tenga algún sentido para el
cómputo. Los mayas hicieron eso para el uso de su Cuenta Larga fijando su día cero, o
fecha era, en un pasado remoto a más de 3,000 años antes de sus más antiguas
inscripciones conocidas. La fecha se identifica como el día 4 Ahau 8 Cumhú que,
cuando se registra en inscripciones, aparece como un final de 13 baktunes: 13.0.0.0.0, 4
Ahau 8 Cumhú (Ilustración 236), que corresponde, según Thompson, al año 3113 AC.
Es obvio que esta fecha era debe referirse a un mito legendario y no a un suceso
histórico real. Por eso, cuando se encuentran fechas que usan el mismo o parecido
sistema de anotación cronológica que el usado por los mayas, deben tomarse con alguna
reserva: pudiera ocurrir que estén usando una diferente fecha era.
Series Iniciales
Se da el nombre de Serie Inicial a la fecha que se consigna al principio de una
inscripción jeroglífica para registrar la erección del monumento. El primer glifo que se
pone en estas series es conocido como Glifo Introductor y se caracteriza, entre otras
cosas, por ser casi siempre de mayor tamaño que los otros glifos que le siguen. Después
del Glifo Introductor vienen los baktunes, katunes, tunes, uinales y kines, con sus
respectivos coeficientes, y luego la Rueda Calendárica y otros glifos asociados a la
fecha de la serie inicial. En las ilustraciones hay ejemplos de series iniciales. En la
Ilustración 237a se usan barras y puntos para los numerales. La fecha, que se escribe
convencionalmente 9.17.9.0.13 3 Ben 6 Kayab, está en la inscripción presentada en dos
columnas (A y B) con 11 espacios cada una. Se lee de izquierda a derecha y de arriba
hacia abajo en la siguiente forma:
Los mayas hicieron muchas observaciones sobre la Luna y establecieron que una
lunación era de más de 29 días y de menos de 30; además, hacían los ajustes necesarios
mediante el uso de grupos de lunaciones.
En la otra serie inicial (Ilustración 237b), los numerales se escribieron con variantes de
cabeza. La fecha 9.11.6.2.1, (3 Imix 19 Ceh), se lee en parejas de columnas, así:
Por algún tiempo se discutió sobre el significado de las series secundarias (números de
distancia) y hasta llegó a suponerse que servían para ajustar el calendario maya, pero
ahora, con las nuevas interpretaciones históricas de las inscripciones, parece que se les
ha encontrado su verdadero significado.
Así era como se llevaba la cuenta del tiempo en la época de Landa, y así se consigna en
los Libros de Chilam Balam:
El problema surge del hecho de que los sucesos, para los cuales se tiene fecha cristiana
y maya, están registrados dentro de la cuenta de katunes y ya sabemos que un final de
un día Ahau, en esta cronología, puede repetirse cada 260 tunes, lo que significa que al
darle a una fecha maya un valor de fecha cristiana se pueda incurrir en un error de 256
años. Pero se han realizado estudios cuidadosos y se acepta como la correlación más
confiable, la que considera que el final de Katún de la Cuenta Larga 11.16.0.0.0 13
Ahau 8 Xul cayó el día 14 de noviembre de 1539
Los Códices
Los códices ocupan lugar especial en el estudio de la escritura jeroglífica maya. Estos se
salvaron de los autos de fe, organizados por los frailes para combatir las creencias
religiosas de los indios, y de la destrucción inexorable del tiempo y de los elementos.
Refiriéndose a los códices, Landa hizo la siguiente anotación:
Los tres libros que hoy se conocen se identifican con los nombres de las ciudades en
donde actualmente se encuentran: Dresden, Madrid y París. El contenido de lo que está
escrito en ellos parece corresponder a lo que señaló Landa: que la ciencia que enseñaban
eran la cuenta de los años, meses y días, las fiestas y ceremonias, la administración de
sus sacramentos, los días y tiempos fatales, su manera de adivinar, remedios para los
males, y sus antigüedades.
El Códice de Dresden es el mejor conservado de los tres y el de más fino acabado. Fue
descubierto en Viena, en 1739, y adquirido por la Biblioteca de Dresden, donde ha
permanecido hasta la fecha. Este códice debió haber llegado a Austria en el siglo XVI,
en época del Emperador Carlos V. Mide 3.5 metros de largo por 20.4 centímetros de
ancho y está doblado en 39 hojas escritas en ambos lados, menos cuatro de ellas que
sólo están escritas en una cara. Tiene 74 páginas. El códice contiene almanaques de
adivinación o augurio acerca de temas diversos, cálculos astronómicos sobre las
revoluciones del planeta Venus, sobre eclipses lunares, Series Iniciales, etcétera.
Después de la columna de glifos de los días están los dibujos de seis dioses sentados o
encuclillados: tres en la página 13b y tres en la página 14b. Arriba de los dioses hay dos
hileras de glifos, 24 en total, distribuidos cuatro sobre cada dios. Estos cuatro glifos
deben leerse siguiendo el patrón ya visto anteriormente: primero el superior izquierdo,
después el superior derecho, el inferior izquierdo y el inferior derecho. Después se
comienza con el superior izquierdo para el siguiente dios. En este almanaque, los dos
glifos primeros de cada dios se refieren al asunto del augurio, el tercero puede ser el
glifo nominal del dios y el cuarto el augurio.
Debajo de los glifos hay una serie de números rojos y negros. Los negros son 13, 9, 7, 7,
7 y 9. Son números de distancia que indican el intervalo entre los días que intervienen
en el almanaque, y de los cuales se dan sólo los números que les corresponden, los
números rojos.
El almanaque está presentado en cinco segmentos de 52 días cada uno, segmentos que
comienzan con los días cuyos glifos aparecen en el extremo izquierdo. El primer
segmento principia con 6 Ahau, 13 días después, indicados con el número negro, se
llega a 6 (Ben). Sólo está el número en rojo. Nueve días después, otro número negro, se
llega a 2 (Ik), siete días después a 9 (Muluc), etcétera, hasta llegar a un 6 Eb que inicia
el otro segmento. La suma de los números negros da 52 que multiplicados por cinco
segmentos resulta 260 días, los del almanaque sagrado.
Durante cada ciclo los dioses representan seis diferentes augurios. El primer dios es el
de la muerte y su augurio es malo, el segundo es el dios del maíz, de buen augurio; el
tercero es el dios C; el cuarto Bacab, aunque el glifo correspondiente dice dios L, el
quinto es el dios Q con mal augurio; y, por último, el dios D. Los seis dioses llevan el
glifo del maíz en las manos, y todo el objeto del almanaque está dedicado al cuidado del
maíz. Según J. Antonio Villacorta, el almanaque se refiere a la cosecha y los alimentos.
Pero, pese a las dudas, a las preguntas de difícil respuesta, a los problemas sin salida
aparente y a las dificultades de interpretación y desciframiento de las inscripciones, los
arqueólogos, epigrafistas y lingüistas seguían trabajando e investigando, unos buscando
soluciones definitivas mediante claves lingüísticas que les permitieran conocer el
contenido total de las inscripciones; y otros por medio de pacientes observaciones y
comparación de glifos; sin que faltaran, de vez en cuando, esas pugnas académicas que
pueden hacer más interesante la investigación.
En 1958, Berlin publicó su estudio El Glifo Emblema en las Inscripciones Mayas, glifo
que al final resultaba ser el nominal de las ciudades. El había observado que estos
glifos, semejantes entre sí por su juego de afijos, se diferencian unos de otros por el
signo principal, signo que cambia según sea la ciudad en donde se usaban, o en la que
era más común su uso. Mediante estos glifos, los arqueólogos llegaron a conocer el
glifo que identificaba una ciudad y a suponer relaciones entre ciudades diferentes,
cuando el glifo de una aparece en inscripciones de otra (Ilustraciones 140 y 241).
Dos años más tarde, Tatiana Proskouriakoff publicó sus implicaciones históricas de
Piedras Negras, abriendo un nuevo camino para el estudio de las inscripciones.
Cada serie tiene como características propias el uso de ciertas fechas que no se repiten
en las series siguientes, y que al principio de la mayoría de las series, en la primera
estela, hay un personaje importante esculpido dentro de un nicho, sentado en actitud de
quien recibe alabanzas. Proskouriakoff dedujo que cada serie registraba datos históricos
de un gobernante, que la fecha más antigua registrada en una serie era la del nacimiento
del personaje, mientras que la otra era la fecha cuando ascendió al trono; y que los
personajes de las estelas no eran dioses sino simplemente retratos de los gobernantes.
Las nuevas interpretaciones identificaron glifos para el nacimiento, ascensión al poder,
y fechas relacionadas con personajes asociados al gobernante. De su estudio, la autora
dedujo que el primer gobernante, que subió al trono en 9.8.10.6.16 (hacia el 603),
gobernó 35 años; el de la segunda serie ascendió al poder a los 12 años de edad y murió
de 60 años; el tercero tenía 22 años cuando comenzó a gobernar y murió de 64; el cuarto
subió a los 28 años y murió de 56; el quinto gobernó sólo cinco años, y el sexto, 17.
Proskouriakoff señaló un dato que, aunque debe ser sólo coincidencia, no deja de ser
curioso. El glifo identificado como de ascenso al trono es uno que Thompson llamó,
jocosamente, glifo del 'dolor de muelas', porque en su versión de 'variante de cabeza'
aparece una efigie con una especie de pañuelo atado, como si tuviera dolor de muelas.
Pero en su forma convencional, el glifo es un atado cualquiera; como debió ser el Pizón
Gagal, símbolo de autoridad y poder en las tradiciones quichés; un envoltorio 'cuyo
contenido era invisible, porque estaba envuelto y no podía desenvolverse; no se veía la
costura porque no se vio cuando lo envolvieron', dice el Popol Vuh.
Conclusiones
Como se dijo al principio, lo anterior es sólo una introducción al complejo y
apasionante campo de la epigrafía maya: se han señalado los temas, aceptados poco más
o menos, sin discusión, los elementos básicos; pero hay, detrás de algunos de estos
planteamientos, muchas dudas por aclarar, en lo cual trabajan y trabajarán, durante
muchos años, distinguidos epigrafistas de las nuevas generaciones. Aún no es factible
leer todas las inscripciones, pero muchas de ellas pueden ser parafraseadas merced a la
identificación del significado de diversos glifos. Mas las dudas subsisten y a veces ni
siquiera hay acuerdo sobre el funcionamiento del sistema de escritura maya. Respecto
de esto, Linda Schele afirmó que se aceptan la información e interpretaciones que han
dado los estudiosos 'históricos', y que los arqueólogos han empezado a usarlos en su
trabajo de campo.
Berlin indicó, al final de su obra Signos y significados en las inscripciones mayas, que
bien puede afirmarse que hoy se sabe más que Landa, quien seguramente no hubiera
entendido una Serie Inicial, y agregó:
Ante esta declaración, bien se podría poner fin a este artículo con las palabras del
Chilam Balam, Ah Kin, que es cantor en Cabalchén Mani:
En la escritura maya existen varios tipos de signos. Uno consiste en ideografía, signos
que representan ideas. Otro lo constituyen los 'logógrafos', que son glifos que se refieren
a un morfema, o a una unidad con significado; por lo común éstos tienen la forma de
consonante-vocal-consonante (CVC), o consonante-vocal-consonante-vocal-consonante
(CVCVC). El último tipo de signos, que ha logrado un amplio reconocimiento
solamente en las dos últimas décadas, es el compuesto por glifos fonéticos, los cuales
registran unidades en forma de consonante-vocal (CV), que son menos que un morfema.
En otras palabras, un signo fonético simplemente representa un sonido, en lugar de un
significado. Por el hecho de combinar estos signos la escritura maya sería una escritura
'logosilábica'.
Desde el siglo XIX los epigrafistas han reconocido que un aspecto crucial de la
logografía, en la escritura maya, es el principio de la homofonía, o sea el intercambio de
signos que tienen sonido similar pero diferente significado. No obstante, la contribución
más influyente en la primera mitad de este siglo está contenida en el artículo de J. Eric
S. Thompson sobre el significado de xoc en el contexto de las cuentas calendáricas. En
maya yucateco xoc es tanto la palabra que equivale a un pez mitológico, como la raíz
del verbo contar. Entonces, la presencia de una cabeza de pez en un signo generalmente
muy relacionado con 'contar', encaja muy bien en tal hipótesis. El hecho de que
Thompson estuviera esencialmente errado en su lectura no disminuye el impacto de su
artículo, el cual llevó a un renovado interés en la homofonía en la escritura maya.
Irónicamente, el mismo principio que Thompson rechazó con tanto vigor, el fonetismo,
explica el supuesto signo xoc. El pez xoc es de hecho una u, la cual se combina con ti
para producir u-ti o ut, que equivale a suceder, acontecer. El argumento de Thompson es
doblemente irónico por la razón de que la aceptación de la homofonía, en la cual el
sonido se desprende del significado, está sólo a un corto paso de la aceptación del
fonetismo, el cual descansa en un principio similar. En una perspectiva histórica, es
sorprendente que el trabajo de Thompson sobre la homofonía contraste tan
marcadamente con su énfasis en las interpretaciones ideográficas. Muchas de las
lecturas de Thompson están basadas en cadenas de significados relacionados como en el
siguiente ejemplo: el tun, o signo del año, que alterna con el pájaro moan; moan en
yucateco es lluvia; el año incluye una estación lluviosa; por lo tanto, el pájaro moan es
un sustituto apropiado para el signo de lluvia. Hoy día, tales argumentos parecen débiles
y poco convincentes. No obstante, la homofonía todavía es productiva, como ayuda en
los procesos de desciframiento.
¿Qué constituye un homófono en la escritura maya? ¿Tienen que ser idénticas las
palabras, o existe alguna libertad al definir un grupo de homófonos? Con base en la
evidencia de que se dispone en la actualidad, los mayas parecen no haber puesto mucha
atención a las 'consonantes débiles', como las siguientes: (una parada glotal que
involucra una constricción del conducto vocal), h e y, las cuales fueron consideradas
como equivalentes para propósitos del registro. Un grupo de homófonos -kan, 'cuatro';
kaan, 'serpiente'; y ka?n, 'cielo'- representa uno de los ejemplos mejor definidos de
homofonía en la escritura maya (Ilustración 242). Al mismo tiempo, hay ciertos
contextos en los que los mayas decidieron no enfatizar la homofonía y prefirieron en
cambio usar un simple signo. El patrón es más común en los nombres y títulos de los
señores mayas, en los cuales, por ejemplo, puede aparecer signo de cielo, y raramente, o
nunca, sus variantes homófonas. Talvez en tales casos los escribas resolvieron enfatizar
el significado por encima del sonido.
La historia empezó con Fray Diego de Landa, el Obispo franciscano de Yucatán, que
registró una muestra de la escritura maya, de hecho uno de los pocos ejemplos de
escrituras paralelas (caracteres latinos y glifos mayas) que se conocen en relación con la
región maya. Landa nació en 1524, en una familia noble de Toledo, España, y en 1549
llegó a Izamal, Yucatán. Después de desempeñar el oficio de inquisidor, de una manera
cruel y efectiva, fue relevado de sus funciones y enviado de regreso a España en 1564,
donde preparó una defensa escrita de su comportamiento y también una sobresaliente
etnografía e historia de la sociedad maya. En 1573 regresó a Yucatán con su reputación
ya restablecida y se convirtió en el cuarto obispo de Yucatán. Landa murió poco
después, en 1579.
Durante el siglo XVI, Fray Diego de Landa fue alabado por su celo religioso y su
piedad. Actualmente, su fama descansa en su tratado, la incomparable Relación de las
Cosas de Yucatán, que se mantiene como el mejor relato sobre los mayas durante el
dominio español.
Desde nuestra perspectiva son más relevantes los pasajes sobre la escritura maya, que
incluyen el llamado Alfabeto de Landa (Ilustración 243). En este listado se encuentra la
clave del fonetismo maya, puesto que representa nada menos que una lista de sílabas
arregladas de acuerdo con el alfabeto latino. Se ha conocido la naturaleza del Alfabeto
de Landa desde el tiempo de Phillip Valentini, quien mostró que, en efecto, registra
sílabas con letras españolas, de modo que la 'b' señalada por Landa sonaba como 'be' a
su informante letrado, quien luego registró el signo apropiado para este sonido. Lo que
provocó la mordaz disputa fue si la lista era una 'fabricación española', un ejemplo de
los profundos malentendidos culturales, o precisamente lo que ahora parece ser: el
propósito del escriba de proporcionar a Landa una colección de signos silábicos. El
hecho de que el escriba se sintiera frustrado en sus intentos, puede haberse reflejado en
uno de sus deletreos inventados: main kati, que significa 'yo no deseo'.
Ha habido dos oponentes tenaces al fonetismo. El primero fue Eduard Seler, quien
criticó fuertemente los intentos de Cyrus Thomas, por aplicar el Alfabeto de Landa. En
algunos aspectos, el trabajo de Thomas implicaba un retroceso de la investigación
anterior hecha por León de Rosny. El otro opositor fue Thompson, quien refutó a Yuri
Knorosov, un proponente más reciente del Alfabeto de Landa. Entre los años en que se
publicaron dichos estudios, hubo otros debates, de los cuales formaron parte varios
comentarios de Alfred Tozzer, quien propuso que 'el debate acerca del fonetismo no
debería cerrarse'.
El problema con la ortografía propuesta por Knorosov fue que representaba palabras
que eran un tanto diferentes respecto de la mayor parte de las raíces mayas. Estas
tienden a ser de la forma CVC, y la ortografía de Knorosov tenía una vocal adicional.
Sin embargo, ésta era la belleza del sistema, pues Knorosov dedujo que la segunda
vocal se descartaba al deletrear de acuerdo con una ingeniosa regla convencional, la
cual hacía, en el ejemplo ya citado, que la lectura fuera ku + ts(u), o kuts. La vocal
'muerta' al final, no es exclusiva de la escritura maya, pues también aparece en algunas
escrituras silábicas de las civilizaciones mediterráneas, como la del chipriota clásico.
Las lecturas de Knorosov mejor conocidas son aquellas que se apoyan en el respectivo
contexto. Un ejemplo particularmente bueno es la ortografía de la palabra pavo, es
decir, kutz, en maya yucateco. Knorosov notó que el ku de Landa y otro signo,
acompañaban una clara figura de un pavo. Puesto que esta combinación era
probablemente una ortografía fonética, en este caso para designar a un pájaro, el
segundo signo tendría que leerse tsu, la sílaba que llenaría los requisitos de la
consonante y la vocal 'sinarmónica', para producir ku-ts(u), kuts. La combinación que
confirmó la lectura fue tsu con el lu de Fray Diego de Landa, para producir tsu-l(u), en
este caso cerca de la figura de un perro. Tsul es una palabra yucateca equivalente a
'perro'.
Hay quienes piensan que este enfoque representa poco más que una casa construida con
cartas de naipe, en la que una ilusión lleva a otra. Sin embargo, el azar no puede ser la
única base para realizar lecturas tan consistentemente buenas. En esencia, todos lo
nuevos contextos son pruebas independientes; ellos establecen las condiciones
semánticas que una lectura debe llenar para lograr una amplia aceptación. Estas
revisiones rigurosas, repetidas de un contexto al siguiente, no sólo apoyan algunos de
los desciframientos de Knorosov, sino que también confirman su enfoque.
Thompson criticó a Knorosov por las siguientes razones: el uso que hacía de los
diccionarios mayas de la época colonial dejaba mucho que desear; la utilización de
términos raros en lugar de términos comunes para explicar ciertos signos; la gran
cantidad de signos en la escritura maya, la cual sugería algo más que una escritura
silábica; la aparente naturaleza opcional de la 'sinarmonía'; y, talvez la más importante,
las lecturas de Knorosov eran diferentes de la suyas. Thompson también creía que, si el
fonetismo estaba presente, su descubrimiento llevaría a un rápido desciframiento,
porque quedarían relativamente pocos signos para descifrar. Como obviamente éste no
era el caso, Thompson descartó los argumentos de Knorosov, por ésta y todas las
razones mencionadas.
Ya se explicó, en otra parte, que algunas de las críticas de Thompson eran justas. Varias
de las lecturas de Knorosov no eran convincentes, por las razones expuestas por
Thompson. No obstante, parece que éste nunca entendió que Knorosov estaba
proponiendo un sistema de escritura mixto, que consistía en logógrafos y sílabas. En tal
sistema, el desciframiento solamente se extendería a una pequeña parte del inventario
total, de cerca de 800 signos. Es más, ahora sabemos que el listado de Landa está
incompleto, y que se necesita más trabajo para completar las posibilidades que restan en
el enrejado silábico.
Las otras críticas de Thompson pueden ser descartadas con base en que, primero, el
propio Knorosov reconoció la naturaleza opcional de la 'sinarmonía'. Segundo, si una
palabra era de uso muy raro en el yucateco colonial o moderno, difícilmente refleja su
uso precolombino (aun puede decirse que el uso temprano y tardío de la palabra debería
diferir, puesto que el vocabulario en los textos glíficos corresponde a una élite letrada
que fue muy reducida, o eliminada, por los españoles).
Conclusiones
Por ahora, virtualmente todos los epigrafistas aceptan la existencia de signos silábicos
en los jeroglíficos mayas. La Ilustración 246 muestra una lista de signos que
actualmente se cree que ya están descifrados correctamente. Es cierto que no se han
encontrado todos estos signos, y queda mucho trabajo por hacer en cuanto a detectar
deletreos fonéticos. No obstante, los principios básicos están ya bien entendidos. Las
objeciones que anteriormente se hicieron al fonetismo, ya han sido refutadas por
completo, tanto con la aportación de nuevas evidencias, como con críticas al
razonamiento en que se basaban tales objeciones. El resultado es que los glifos mayas
parecen ser más que nunca paralelos a las escrituras logosilábicas usadas en otras partes
del mundo. Registran información específica de la escritura y de la cultura mayas, pero
la estructura subyacente es de un tipo más universal.
En consecuencia, las deducciones más profundas que en adelante se hagan dependerán
no sólo de las investigaciones sobre la lengua y la cultura mayas antiguas, sino de su
comprensión a través del estudio comparativo de las propiedades estructurales de la
escritura jeroglífica.
JOSE ALCINA FRANCH
Arte Maya
En un libro escrito por el autor de este ensayo se define el arte como un fenómeno de
validez universal. Los planteamientos hechos allí son absolutamente abstractos, pero
perfectamente aplicables al presente propósito y pueden servir como fundamento teórico
del tema específico relativo a las creaciones artísticas prehispánicas de Guatemala.
Tratar de definir el fenómeno artístico desde una perspectiva antropológica parece una
tarea casi imposible; sin embargo, de las reflexiones citadas se desprende que el arte es,
antes que nada, un lenguaje; y que, si bien este lenguaje suele trasmitir numerosos y
variados mensajes, los de carácter ideológico (político, religioso, etcétera), mediante los
que la sociedad adquiere la coherencia interna adecuada para superar sus propias
contradicciones, son de los más importantes.
Arquitectura
La Arqueología suele asociarse a la llamada cultura material, es decir, a las
realizaciones con las cuales los pueblos antiguos trataron de solucionar sus problemas
de subsistencia, o bien, a las formas o patrones de asentamiento y organización
sociopolítica de dichos pueblos. Sin embargo, a medida que se avanza en la
interpretación del hecho arqueológico, aparece con mayor claridad la creciente
importancia que adquiere la cosmovisión y la ideología en el análisis de la propia
cultura material. En el caso concreto de la arquitectura mesoamericana, es fundamental
partir de la cosmovisión que se encuentra implícita en ella, la cual era `la visión
estructurada en que los antiguos mesoamericanos combinaban sus nociones de
cosmología relativa al tiempo y al espacio en un conjunto sistemático'. A partir de ella
se tratará aquí de entender el sentido profundo de algunas de las más características
estructuras arquitectónicas del mundo maya, como lo fueron, principalmente, la
pirámide, la casa y el templo, el temascal y el complejo de las llamadas `pirámides
gemelas'. Infinidad de informes etnográficos demuestran que la concepción
mesoamericana del mundo consistía en una correspondencia del Universo con
realidades arquitectónicas específicas, como la casa, el templo y el temascal, o bien con
el campo, las cuales se concebían como `modelos reducidos' del cosmos. Es interesante
comprobar cómo dicha concepción de la forma y estructura del mundo, propia de la
mayor parte de los pueblos y culturas mesoamericanos, apenas ha variado desde el
pasado prehispánico y colonial hasta el presente.
La pirámide
El temascal
La casa y la sementera
Para los tzotziles de Zinacantán, las casas y los campos, de forma cuadrada, también son
modelos reducidos del Universo rectangular, en cuyo centro se sitúa el ombligo del
mundo. Ello se manifiesta en la costumbre de marcar con postes las cuatro esquinas y
también el centro de las casas. Según Evon Vogt, `en los campos se destacan los
mismos lugares críticos, con santuarios de cruz en sus esquinas y centros. Estos puntos
son de primordial importancia ritual'. Los tzotziles de Chenalhó expresan el concepto
del Universo con figura rectangular, como la de la casa, la sementera y el cielo. Este
último, lugar del Sol y de la Luna, está sostenido por cuatro pilares, como los cuatro
postes de una casa. Todo el conjunto está rodeado por agua. Debajo del cielo existe otro
estrato, cuadrado también, donde moran los yoljub, que son enanos, gentecilla que
nunca ha pecado. Este mundo particular es la parte media del Universo, su centro, en
cuyo interior se localiza el katibak o reino de los muertos.
En conclusión, las casas actuales y las antiguas de los mayas son la imagen del
Universo. Si se compara, por ejemplo, la figura de una choza antigua, como la que
aparece en el friso del Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal, con los templos que
coronan las pirámides, se puede apreciar el punto en que una y otros reproducen el
mismo patrón: la casa del hombre es, al igual que la de los dioses, una figura a escala
del cosmos.
En términos generales se puede decir que la estructura piramidal con templo, del área
maya, es sensiblemente diferente a la de la zona central de México. Esta diferencia se
aprecia, sobre todo, en la idea general que preside las construcciones en ambos casos.
Mientras que las mayas presentan elevación, decorado escultórico y barroquismo, en las
del altiplano de México predomina el concepto de pesantez, horizontalidad, desnudez
decorativa y sencillez en los trazos.
El palacio
El edificio que se conoce como palacio no representa en el área maya un modelo que se
repita sistemáticamente. Sin embargo, exhibe ciertas características coincidentes. En
todos los casos consta de una o varias series de cámaras alargadas, intercomunicadas,
que se abren al exterior por medio de puertas, lo que da al conjunto una forma alargada,
a veces en demasía. Otra característica, común a los distintos casos conocidos, consiste
en que la construcción se asienta sobre una plataforma, de perfil generalmente
piramidal. En ocasiones, en el interior de estos palacios se encuentran uno o varios
patios. Aunque su función no ha sido todavía del todo aclarada, este tipo de edificio de
carácter civil tiene tanta o mayor importancia que las mismas estructuras religiosas. Es
muy probable que algunos hubieran servido como residencia de la clase noble y de la
sacerdotal, o para albergar a especialistas de vital significación, como escribas,
astrónomos, etcétera. William T. Sanders ha demostrado, por medio de sus
investigaciones en Copán, que estructuras palaciegas más modestas fueron utilizadas
como vivienda o taller de simples artesanos. En ciertos casos, estos edificios pudieron
haber tenido otras funciones distintas; por ejemplo, como depósitos, receptáculos de
tributos, oficinas administrativas o lugares para impartir justicia.
En otros casos, las edificaciones de carácter civil adquirieron mayor complejidad; por
ejemplo, cuando se alternaban pasillos y salas con patios interiores. El Palacio de
Palenque es típico de este sistema. Su planta general, en forma de trapecio, tiene
construcciones en todos los lados, con puertas que se abren al exterior y al interior del
edificio, el cual se halla cruzado por dos naves que forman cuatro patios internos. En la
confluencia de las dos naves centrales se asienta su famosa torre. La multiplicidad de
espacios resultante de tal combinación es evidente. Menos complicado, ya que consta de
un solo patio central, es el Cuadrángulo de las Monjas, de Uxmal, que tiene una
estructura similar. Aquí resulta oportuno mencionar, además, las edificaciones civiles de
varios pisos, de las que son ejemplos la Estructura 69, de Tikal, el Palacio de Edzná y el
de Sayil. El problema de iluminación, ventilación y dimensión de estas construcciones
trató de resolverse por medio del escalonamiento de éstas, ya fuera asentándolas sobre
plataformas naturales, sobre rellenos, o bien, mediante la superposición de las plantas.
En todo caso, se trata de verdaderos edificios de niveles.
El juego de pelota
Plataformas ceremoniales
En muchos sitios arqueológicos mayas, tanto de las Tierras Bajas como del Altiplano de
Guatemala, se observan construcciones que, con una estructura básicamente similar a
las pirámides con templo, son de tamaño considerablemente menor. Sin embargo, no
podría decirse que tales plataformas ceremoniales sean simples altares, dadas sus
mayores dimensiones. Estos edificios, por lo general de planta cuadrada o ligeramente
alargada, con escaleras en uno, dos o en sus cuatro lados, seguramente sirvieron para la
realización de grandes ceremonias y rituales, en los que la danza, la música y el drama
formaban parte de la actividad religiosa.
La vivienda
Hasta hace poco los arqueólogos concentraban su atención en los núcleos urbanos y en
las estructuras de élite construidas en los centros ceremoniales o en sus inmediaciones.
Actualmente, sin embargo, sobre todo después de las excavaciones realizadas en Barton
Ramie (Belice) y Copán, existe suficiente información acerca de las viviendas mayas.
Del tema se han ocupado varios autores, entre ellos Gordon R. Willey y William T.
Sanders. En su aspecto general, muchas de estas viviendas antiguas se parecen
notablemente a las chozas de los campesinos actuales, tanto de las Tierras Bajas como
del Altiplano. Se construían sobre plataformas, empalizadas, con muros que eran de
piedra, adobe o barro, y los techos, invariablemente de paja, a dos o cuatro vertientes.
Así eran las viviendas comunes urbanas y probablemente también las de los campesinos
de la montaña o de las aldeas, lo que el autor de este artículo pudo comprobar en un
poblado de finales del Período Clásico localizado en Agua Tibia, Totonicapán. En
cuanto a las de la clase noble y de los artesanos especialistas, posiblemente se
construían de piedra, según el modelo de los palacios, quizás con bancos en el interior,
y cubierta de paja en lugar de la clásica bóveda. Muchas de las viviendas de los nobles
se organizaban alrededor de patios o plazas, igual que los palacios. Las más grandes
pudieron haber albergado a familias extensas o patriarcales, con el edificio principal
ocupado por la familia nuclear del patriarca, mientras que los hijos ocupaban las
viviendas ubicadas en torno al patio.
Fortificaciones
Hasta hace poco se tenía como verdad que el pueblo maya, en especial el del Período
Clásico, fue extremadamente pacífico. Sin embargo, bastarían las escenas de guerra de
los murales de Bonampak para demostrar lo inexacto de tal apreciación. Además,
multitud de informes y datos históricos y arqueológicos confirman la frecuente
confrontación bélica en que se vio envuelta aquella sociedad. Son muchas las ciudades
de la época clásica en las que se han descubierto restos de fortificaciones. Palenque, por
ejemplo, presenta una serie de construcciones con escaleras interiores, pasillos angostos
y otros elementos que, sumados a la situación periférica de tales edificios, indican que
los mismos fueron verdaderas fortificaciones. Estas condiciones se hicieron
particularmente evidentes en el Período Postclásico, a cuyo militarismo y continuo
estado de guerra se refieren muchos documentos y datos pictográficos. De ese tiempo
datan los complejos amurallados que circundaban las ciudades de Mayapán, Tulum y
otras.
Los depósitos para alimentos o para guardar agua constituyen igualmente un tipo muy
común de construcción. Formaban parte del conjunto de la vivienda y eran
excavaciones en la roca, en forma de botella, a las que se conoce con el nombre de
chultunes. En ciertos casos, después de haber cumplido su original función doméstica,
se rellenaban con basura o se utilizaban para enterramiento. En efecto, en algunos de
ellos se encontraron ofrendas de mayor o menor valor.
Agrupamientos de edificios
Una de las agrupaciones más comunes de estructuras piramidales con templo es aquella
en la que una pirámide mayor está acompañada por otras dos o tres menores alrededor
de un patio o plaza, donde confluyen, frente por frente, las escalinatas de los edificios.
En algunos casos, en la parte central de la plaza, donde se cruzan los ejes que relacionan
a las tres o cuatro pirámides, se alza un `altar', dotado éste de escalinatas en varios o la
totalidad de sus lados. Por lo general, todo el conjunto resalta sobre una plataforma
elevada sobre el nivel del terreno, a la cual se asciende por medio de escalinatas más o
menos grandes.
Si resulta difícil precisar la función concreta de los palacios, lo es todavía más tratar de
establecer el motivo de su agrupación. A partir de las más recientes investigaciones
realizadas en las áreas habitacionales de Copán, sin embargo, se puede pensar que ello
pudo haber obedecido a las necesidades de vivienda y de reunión de las clases nobles o
de los especialistas religiosos, tales como escribas y astrónomos e, incluso, de los
mismos artesanos. La creciente importancia de estos grupos sociales pudo haber
propiciado la ampliación progresiva de los palacios que habitaban. Tal parece que fue el
caso de la Estructura A-V, de Uaxactún, en la que se pasó de una plataforma con tres
pequeños palacios a un enorme complejo de no menos cinco estructuras alargadas,
combinadas en varios planos con altares y otros edificios.
En el área maya existe una multitud de ejemplos del tipo aludido de agrupamientos.
Entre ellos merecen destacarse el Palacio de Palenque, con sus cuatro patios y torre
central, así como la llamada Acrópolis Central, de Tikal (Ilustración 131 e Ilustración
141), donde, en torno a unos siete patios o espacios abiertos, se levantan varios palacios,
algunos de los cuales son tan altos que se elevan cinco niveles por encima del plano de
la entrada principal. Estos complejos podían tomar en ocasiones la forma de un
cuadrángulo. En tal caso, los palacios, alargados de una a varias crujías, se sitúan en
torno a un patio cuadrado o rectangular, con una comunicación a través de puertas hacia
el exterior y el interior. El Cuadrángulo de las Monjas, de Uxmal, representa la muestra
más típica y característica de lo anterior. Sus palacios, asentados sobre plataformas, se
unen entre sí mediante grandes escalinatas que resaltan la prestancia de cada edificio en
relación al patio común, en el que debieron realizarse rituales y ceremonias de mucha
importancia social.
La Escultura y el Relieve
Entre los mayas, la escultura y el relieve tuvieron igual o mayor calidad artística que la
propia arquitectura. En efecto, las innumerables estelas, los paneles de estuco en los
muros de los edificios, los dinteles y los frisos de los juegos de pelota fueron, entre
otras, realizaciones de una calidad realmente impresionante.
Materiales
Para sus extraordinarias obras escultóricas, los mayas se valieron de diversos materiales:
la piedra (caliza, arenisca, andesita, etcétera), el barro cocido, el estuco y la madera.
Esta última, seguramente se usó en grandes proporciones, sobre todo en el período más
antiguo, aunque son pocas las obras conservadas por el carácter perecedero de este
material. Por ello mismo, sin duda, se recurrió a la piedra para conservar un complicado
sistema calendárico, perfectamente concebido y realizado. Las inscripciones mayas, por
lo tanto, pudieron haber sido hechas primeramente en madera. La natural desaparición
de tales obras deja en la oscuridad muchos aspectos concernientes a la evolución no sólo
de la escritura y del calendario mayas, sino también del arte escultórico en general.
Los ejemplos de trabajos hechos en madera son escasos, pero suficientes para demostrar
una elevada técnica en este tipo de escultura. Los de Tikal se cuentan, sin duda, entre
los mejores; por ejemplo, las tres esculturas idénticas aparecidas en la tumba 195 de la
Acrópolis Central, revestidas con una delgada capa de estuco, que representan al dios K
(Ilustración 249). Sin embargo, la obra maestra mejor conservada es la de los dinteles
del Templo IV, que datan del año 747, de donde fueron desprendidos en el siglo XIX, y
que actualmente se conservan en el Museo de Basilea. De ellos, el mejor conservado es
el Dintel 3, que representa al Señor B, de Tikal, sentado en un trono al que se accede
por varios escalones y rodeado de una serpiente celeste de dos cabezas. Una escena
similar aparece en el Dintel 2, con otro soberano sentado y una enorme divinidad
protectora detrás de la figura real.
Puede decirse, en términos generales, que el arte del relieve y la glífica siguieron una
evolución totalmente paralela. En efecto, muchas veces los relieves sirvieron para
adornar o ilustrar las inscripciones jeroglíficas de las estelas; y otras fueron estas
mismas inscripciones las que se realizaron para precisar las fechas y otros datos
correspondientes a las figuras. Las estelas, que pertenecen en su mayor parte al Período
Clásico, consisten en piezas monolíticas, trabajadas con la técnica del relieve y que
representan generalmente la mencionada combinación de glifos y figuras. Suelen
ofrecer una o varias figuras, junto con una multitud de signos calendáricos referentes a
la fecha de erección de la estela, cosa que se hacía para conmemorar un acontecimiento,
la figura de un soberano o el paso de un período a otro. Menos comunes, aunque
abundantes en la región específica de Petén y en el área del Motagua (Ilustración 251),
los altares consisten en rocas de gran tamaño, trabajadas en forma de un gran prisma de
base rectangular o cilíndrica. A los lados se representaban figuras en relieves poco
profundos, o en altorrelieves tan hundidos que llegan a ser casi esculturas de bulto.
En el campo del relieve en piedra, otra especialidad importante entre los mayas fue la de
los dinteles. Estos, especialmente numerosos en la región del Río Usumacinta, se
esculpían por su parte inferior, de modo que pudieran ser contemplados al cruzar el
umbral. El hecho de haberse conservado algunos de ellos en madera, como los ya
citados de Tikal, permite suponer que debieron haber existido otros muchos del mismo
material y que no han llegado hasta nosotros. Finalmente, hay que citar una multitud de
tableros esculpidos en relieve, los cuales se colocaban en el interior de los templos o
decoraban los muros exteriores de los edificios. Como ejemplos típicos de tableros
merecen citarse los que se han descubierto en diversos templos de Palenque, con
representaciones figurativas rodeadas de un sinnúmero de inscripciones jeroglíficas.
El arte escultórico del Período Clásico ha sido rigurosamente estudiado por Tatiana
Proskouriakoff, quien distingue cuatro fases en su desarrollo (Ilustración 250). La
primera corresponde a los siglos IV y V, y se caracteriza por relieves en los que la
figura humana aparece trabajada toscamente, con los pies de perfil y uno tras otro al
modo de los egipcios, mientras que hay un tratamiento muy minucioso de los tocados,
cubiertos de grandes penachos de plumas. Este `estilo' no puede aún considerarse
`propiamente maya', pues se encuentra muy relacionado con formas escultóricas
foráneas. En la segunda fase, denominada Formativa, que se desarrolló
fundamentalmente en el siglo VII, el arte escultórico adquirió un aspecto totalmente
maya. Sin embargo, hasta la primera mitad del siglo VIII, en la fase llamada Adorno, se
alcanzó toda la madurez que exhiben las realizaciones escultóricas de la época,
caracterizadas por una mayor elaboración de los tejidos y aun de los detalles de la figura
representada, aunque la composición es todavía estática. Poco después, en la segunda
mitad de ese mismo siglo, se produjo la fase que Proskouriakoff denominó Dinámica,
en razón de que tanto las composiciones como las figuras aparecen dotadas de gran
animación y movimiento. En efecto, la línea es básicamente curvilínea y las actitudes de
las representaciones son asimétricas; los escultores, por otra parte, se plantearon,
resolviéndolos con éxito, complicados problemas de composición. Finalmente, la fase
llamada Decadente, corresponde al estilo Puuc, en el siglo IX.
La Pintura
El arte de pintar abarcaba, además de la pintura mural, la escritura propiamente dicha,
en especial la de los códices, y la decoración de vasijas. Su relación con los
conocimientos esotéricos (la matemática y los cómputos del tiempo, la astronomía y la
ciencia de las divinidades) era muy estrecha, de manera que el artista formaba parte de
la clase superior de sacerdotes y señores, y la pintura se consideraba una especialidad de
la élite. La importancia del oficio de escriba o pintor ha quedado demostrada en la
llamada Casa del Escriba (Estructura 9N-82) de la ciudad de Copán, la cual corresponde
a la época en que reinó el señor Madrugada (770-800 DC). Es bastante probable que el
retrato que figura en el friso de dicho palacio fuera el de un sacerdote o escriba
especializado en la observación astronómica y en el manejo de los códices. Pudiera
tratarse del propio hermano o de un pariente de Madrugada, ya que, como afirmó Diego
de Landa, los sacerdotes-escribas `enseñaban a los hijos de los otros sacerdotes y a los
hijos segundos de los señores que les llevaban desde niños, si veían que se inclinaban
por este oficio'. William L. Fash especifica que el dueño de dicha casa, se llamara Ahau
Kin o de otra manera, era precisamente el hermano segundo del soberano Madrugada.
Por otra parte, entre los mayas, el patrono de pintores y escribas era un dios mono, y
tanto la pintura y la escritura como la música y la danza estaban relacionadas con monos
u hombres-monos. No es extraño, por lo tanto, que el rostro reproducido en una
escultura, que muestra un Pauah Tun, hallada en la subestructura de la citada Casa del
Escriba, tenga un perfil simiesco, y que ocurra otro tanto con los dioses Hunbatz y
Hunchouen, correspondientes al Ozomatli de los quichés (k'iche's) y yucatecos.
La pintura mural
Casi todos los tipos de edificios descritos en este ensayo tuvieron en la pintura mural
uno de sus elementos decorativos más importantes. Los muros interiores y exteriores,
los zócalos, cornisas, cresterías y otras partes de templos, basamentos, habitaciones,
arcos, juegos de pelota y diferentes construcciones, solían pintarse de manera cuidadosa.
Naturalmente, la fragilidad de la pintura ha hecho que sean escasos los ejemplos
conservados en todo el territorio maya y, más aún, en la zona específicamente
guatemalteca. Las obras más brillantes de la pintura mural maya se encuentran en
Bonampak (Chiapas) (Ilustración 209), en Chichén Itzá (Yucatán) y en Tulum
(Quintana Roo). En territorio guatemalteco se han descubierto pinturas murales en tres
sitios de Petén: Río Azul, Uaxactún y Tikal.
Los murales más antiguos son los de Tikal. Allí se descubrió una serie de cuatro
personajes, trazados en líneas negras de diferente grosor, sobre el muro exterior de la
puerta trasera de un pequeño edificio denominado 5D sub 10, 1o. De trazo
marcadamente naturalista, dichas figuras tienen, sin el tocado, una altura de 89 cm. Uno
de tales personajes tiene el rostro, todavía es visible, aparentemente cubierto con una
máscara; en los otros pueden apreciarse adornos diversos, como brazaletes, pulseras y
orejeras. Según Sonia Lombardo, `los rodea en ambos costados una especie de halo de
anchas volutas en color rojo y sobre sus cabezas corre una banda de símbolos que
parecen ser jeroglíficos'. En una tumba de la misma Tikal se encontraron unas pinturas
semejantes, que representan varios personajes con tocados sumamente barrocos, a
manera de volutas; algunos están sentados de perfil, con las piernas cruzadas.
Finalmente, en el entierro 48, del mismo sitio, se descubrió un amplio texto pintado, con
glifos de gran tamaño, en los que se señala la fecha 18 de marzo de 457 DC.
Cuando se descubrieron, en 1937, las pinturas murales del Templo B-XIII, de Uaxactún,
se hallaban en perfecto estado de conservación. Poco después, Salvador Toscano
comprobó que el abandono del sitio había borrado totalmente la escena, y lo único que
queda es una copia que logró sacar la Institución Carnegie de Washington. El propio
Toscano hizo la siguiente descripción:
Los murales de Uaxactún presentan algunas características que los relacionan con los de
Teotihuacan. Datan probablemente del siglo VI DC. En Río Azul se encontraron
pinturas en los muros de un enterramiento, cubiertas casi por entero con símbolos de un
estilo que recuerda muy de cerca el de la cerámica Tzakol. Las figuras representan
varios dioses y diseños serpentinos, con una inscripción que fija la fecha 417 DC.
La pintura de la cerámica
Una de las mayores dificultades para alcanzar un mejor conocimiento de las vasijas
mayas proviene del hecho de que casi todas pertenecen a enterramientos que han sido
objeto del saqueo de los `huaqueros'. Por otra parte, se presenta la curiosa circunstancia
de que los sitios arqueológicos importantes desde el punto de vista escultórico son muy
pobres en cerámica, y a la inversa. Palenque y Quiriguá, por ejemplo, tan famosos por
sus estelas y relieves, muestran una carencia casi total de cerámicas policromas.
Según Coe, la mayoría de los vasos funerarios mayas representan seres sobrenaturales y
escenas míticas. Las investigaciones de este autor han aportado datos de sumo interés
para la interpretación de las series iconográficas mayas. Tal es el caso de los gemelos
héroes del Popol Vuh, que han sugerido la interpretación de algunos motivos de la
cerámica maya. Esa, en definitiva, no es más que una pareja de gemelos en varias series,
como son los hermanos Hunbatz-Hunchuen, los gemelos remeros y los de la Danza del
Sacrificio.
Uno de los vasos decorados más famosos es el que actualmente se conserva en el Museo
de la Universidad de Philadelfia, que representa a un personaje llevado en litera, al que
acompañan otros en procesión. A primera vista, parece la ilustración de un simple viaje
de mercaderes que llevan el emblema de su profesión. Sin embargo, el perro blanco con
una mancha negra, que aparece bajo la litera del personaje principal, es un pequeño pero
relevante detalle que hace pensar, más bien, en un viaje hacia al más allá del señor
llevado en andas, a quien la figura canina sirve de guía en el camino.
Un vaso cilíndrico de cerámica, de color marrón, con decoración grabada que representa
a señores y escribas, es el objeto de cerámica más fino de cuantos han aparecido en
Copán. La pieza, procedente de la tumba 27-42, muestra un estilo caligráfico perfecto.
Sus cuatro personajes aparecen sentados bajo una banda de glifos en uno de los cuales
se lee esta expresión: Ah tz'ib, que quiere decir `él, el de la escritura', y que identifica
como escribas, artistas o artesanos, si no a todos, a algunos de los protagonistas de la
escena pintada.
Otra pintura de gran belleza es la que muestra el llamado Jarro Kimbell, parte de la
Colección del Kimbell Art Museum, de Fort Worth. Tiene forma cilíndrica, y se ha
fechado entre los años 600 y 800 DC. Representa cinco personajes bajo una cenefa con
glifos. Dos de ellos son idénticos, y probablemente representan a un mismo señor
dispuesto a iniciar una danza con dos mujeres diferentes. El conjunto se completa con la
figura de un servidor o acompañante, y entre cada uno de los cinco personajes aparecen
los bloques de glifos.
en que están pintados las manos y los dedos. Presenta una escena de tributo en el salón
del trono de un palacio. El señor tributario, sentado, ofrece vestidos y alimentos al señor
principal, asimismo sentado sobre una tarima alargada, donde hay otro personaje,
también en esa posición y, al parecer, con un códice. Otras dos figuras de menor
categoría se hallan de pie a ambos extremos de la escena. Una columna de glifos separa
el inicio y el fin de la pintura. Aunque el Vaso Fenton y otros parecidos pertenecen a la
cerámica funeraria, no muestran, como se indicó, un tema específico de tal naturaleza,
sino más bien uno de carácter histórico. Tratándose de hallazgos realizados en Nebaj,
donde no existen estelas, significan una valiosa información para la historia de la zona.
Un vaso de Altar de Sacrificios sigue aparentemente la misma línea de realismo que los
de Nebaj, pero pudiera ser que sólo simbolizara actividades relacionadas con el más
allá. La pieza, que se conserva en el Museo Nacional de Arqueología y Etnología, de
Guatemala, presenta la imagen de figuras que cantan, danzan o se inmolan, junto con
glifos-emblema propios de Tikal y Yaxchilán. Una escena parecida puede apreciarse
también en un plato de Uaxactún, del siglo VII, en el que aparece un solo personaje en
actitud de danza o de ceremonia (Ilustración 247a).
Conclusión
El tema del arte maya es muy extenso en el tiempo y en el espacio, es decir, en el
ámbito físico e histórico de la cultura mesoamericana, pero, por razones de espacio, en
este tomo ha sido necesario restringirlo a las más breves descripciones. Se ha optado por
resaltar las características básicas de la arquitectura, escultura y pintura, sin hacer
referencia al vasto campo de los materiales y la composición, ni tampoco a los
contextos ideológicos y sociológicos asociados. Sin embargo, en sentido estricto, el arte
maya puede apreciarse como una de las más altas expresiones estéticas del Nuevo
Mundo durante la época precolombina, y los avances metodológicos y tecnológicos que
se notan en su estudio contemporáneo auguran nuevos y grandes descubrimientos
esenciales.
ELIZABETH P. BENSON
El Esquema Cósmico
La iconografía maya está presente en todo el ámbito donde se sitúan los sitios mayas,
inclusive en cuevas sagradas, rocas, colinas, montañas, árboles, nacimientos y caídas de
agua. Aparece, asimismo, en la arquitectura local, en el plan de ésta, en su orientación,
forma, decoración y funciones. Se expresa especialmente en la escultura monumental
(estelas, altares, tronos, marcadores de juego de pelota, dinteles, paneles en paredes,
entablamentos y escultura en cresterías); en dinteles de madera; en escultura portátil
(cuencos, figuras y equipo de juego de pelota); en artefactos de madera, hueso, concha,
pedernal, obsidiana y jade; en códices de papel de corteza; en cerámica y figurillas, en
vasijas labradas y policromas, y en los vasos blanco y negro 'estilo códice' que pueden
leerse como manuscritos. Es una iconografía muy compleja que todavía no se entiende
por completo, pero es claro que describe tanto conceptos reales como sobrenaturales,
políticos y religiosos. De esta manera, las dos categorías de mundos, el real y el otro,
eran partes de un todo integrado e inseparable, que incluía la totalidad de fuerzas de la
naturaleza, con sus aspectos benéficos y malévolos.
La estructura cósmica básica maya enfatizaba las cuatro direcciones o esquinas del
mundo, con el Este en lo alto del mapa, lo que indicaba la importancia de la trayectoria
del Sol. Los dioses asociados a las direcciones del mundo, el dios del cielo Chac-Xib-
Chac (Dios B, Ilustración 252a) y el cargador del cielo llamado Pauahtún (Dios N,
Ilustración 252g), tenían cuatro aspectos. Un árbol se levantaba a cada lado del mundo,
y se asociaba un color a cada dirección: rojo con el Este, amarillo con el Sur, negro con
el Oeste y blanco con el Norte. También había una quinta dirección, la vertical en el
centro, marcada por el Arbol del Mundo, la ceiba sagrada. Este era el lugar luminoso en
el que convergían el Inframundo, el Mundo Medio y el Cielo.
Posiblemente, el inframundo tenía nueve divisiones o niveles, pues había nueve Señores
de la Noche. También pudo haber existido el concepto de 13 niveles celestiales, o un
cielo piramidal, con seis niveles a cada lado y una plataforma central encima. Varias
deidades, criaturas míticas y animales simbólicos, tenían asociaciones con el cielo y con
el inframundo. Entre estos mundos ocurrían movimientos cíclicos. El Sol bajaba al
inframundo, en el Oeste, y emergía de él, en el Este, igual que la Luna y Venus. El cielo
nocturno podía considerarse como el inframundo, expuesto durante el ciclo en el
segmento que correspondía a la noche. La Luna llena pudo haber sido el Sol nocturno.
La mayor parte de los personajes míticos que aparecen en el arte maya tienen, entre
otros aspectos, una identidad astronómica. La astronomía-astrología figuraba
fuertemente en la cosmología maya, no sólo en los movimientos observables en la
naturaleza, sino en la adivinación y en la selección de las fechas apropiadas para realizar
actividades importantes, como el acceso al trono, marchar a la guerra, efectuar
sacrificios, etcétera. La información calendárica y adivinatoria fue desplegada en los
códices posteriores (libros plegadizos fabricados con papel de corteza de amate). El
cielo cambiaba en sus ciclos, la tierra en estaciones, las plantas en su secuencia de
crecimiento, floración y muerte: el tiempo era cíclico. En el pasado, el mundo había
sido creado, destruido y construido nuevamente. Las fechas y los calendarios eran un
marco para el sistema de creencias. Los números tenían dioses patrones. Las estelas, que
presentaban efigies de gobernantes, tenían textos que comenzaban con la fecha de su
dedicación y continuaban con fechas importantes de la vida ritual, religiosa,
astronómica, militar y política del gobernante, y quizás de los antepasados. Dichos
monumentos pudieron haber sido erigidos para conmemorar un hecho especial en la
vida del gobernante y de la ciudad, pero más comúnmente eran dedicados al final de
períodos específicos, o sea, las cuentas de 20 ó 10 años del calendario maya.
El inframundo tenía gran importancia para los mayas, pues no sólo era el lugar de los
muertos, de los antepasados sagrados (las tumbas eran lugares sagrados), sino que era la
base de la vida, el suelo que sostenía a los seres humanos, el lugar donde se encontraban
las raíces de la vegetación, la fuente del agua que necesitaban las plantas y el hombre
viviente.
Los dioses ancianos del inframundo son los personajes representados con más
frecuencia en las escenas pintadas en vasos cilíndricos, y a veces aparecen también en
esculturas. Particularmente prominentes eran las deidades conocidas como Dios L, el
cual luce un búho nocturno en su sombrero; como Dios N (Ilustración 252g), que por lo
general tiene su concha (de tierra, de agua dulce o de mar), que es un símbolo del
inframundo; y como Dios D (Itzamná, Ilustración 252c), que ha sido considerado como
un dios celestial, pero que probablemente se movía de un reino al otro. El Monstruo
Cauac era un dios, o una personificación de la piedra que formaba la estructura de la
Tierra y, en especial, de las cuevas que llevaban al inframundo y de donde traían agua.
Los cenotes y pozos profundos eran cuevas. En Yucatán los ríos corren
subterráneamente. Se pensaba inclusive que la lluvia venía de las cuevas. El Monstruo
Cauac podía personificar el agua, la lluvia, el relámpago y la tormenta. Generalmente
era una imagen relacionada con la tierra y con la agricultura. Las cuevas eran lugares
sagrados, donde se realizaban ritos religiosos y se dejaban ofrendas. En muchos sitios
del Nuevo Mundo las cuevas eran los lugares de origen de los antepasados míticos. Las
estalagmitas se levantan en las cuevas como estelas. La forma de la estela puede
derivarse de una estalagmita. Las tumbas eran un tipo de cueva. El nicho en que aparece
sentado el gobernante en las estelas de Piedras Negras y en los zoomorfos de Quiriguá
(Ilustración 130), puede interpretarse como una cueva. En algunas regiones las entradas
a los templos eran representaciones arquitectónicas de las bocas de las cuevas que
llevan al corazón de una montaña (también arquitectónica) e identificada por las
imágenes esculpidas del Monstruo Witz, que es la cara de una montaña viviente y la
boca de una cueva. Todo en la naturaleza era vivo, personificado y representable en el
arte.
El gobernante vestía y lucía en su estela varios símbolos de poder, así como los medios
usados para alcanzarlo; entre éstos estaba el instrumento usado para sacarse sangre. En
este acto la realeza prefería la espina de raya. La sección superior de la espina estaba
adornada con plumas verdes de quetzal, tres bandas apretadas de tela y la cabeza del
Dios C.
La raya y el tiburón son peces cartilaginosos emparentados. Las espinas de raya y los
dientes de tiburón se parecen. En forma natural y en contextos arqueológicos, como los
escondites y los entierros, aparecen juntos restos de rayas y tiburones. Un cinturón que
los gobernantes lucen en las estelas incluye la representación del Monstruo Xoc
(tiburón) y una concha u ostra espinosa (Spondylus); ambos elementos están asociados
con la ofrenda de sangre, con mujeres (nodrizas) y con el Dios del Maíz. La concha
tiene sus propias asociaciones con el sangramiento. El personaje de una escena de
perforación del pene, representada en un vaso cilíndrico, viste una capa delgada con
conchas adheridas. El cuerpo del gobernante Ah Cacau (Gobernante A), de Tikal, en el
Enterramiento 116, descubierto bajo el Templo I, estaba rodeado por conchas, restos
acaso de una capa similar. En el Entierro 29, de Uaxactún, también se encontró el
cuerpo rodeado de conchas. En toda el área maya se han encontrado cantidades de
especies de Spondylus, tanto del Atlántico como del Pacífico, con una mayor
concentración en el Preclásico Tardío y en el Clásico Temprano. En Tikal se han
descubierto Spondylus en escondites, tumbas y enterramientos asociados a estructuras
ceremoniales, a menudo con jade. Los gobernantes que figuran en las Estelas 4 y 31, de
Tikal (Ilustración 225), que datan del Clásico Temprano, lucen un collar de conchas
bivalvas, que pueden ser Spondylus. En Piedras Negras, una concha de esa especie fue
usada como joyero. Claramente, las Spondylus tenían un valor más alto que el de otras
conchas. Sus espinas de color rojo brillante pudieron tener el significado metafórico de
la sangre. Aparentemente, la sangre se conceptualizaba en términos de líquido, de
ofrenda de sacrificio y de linaje. Las asociaciones con sangre pueden haber sido la razón
de pintar de rojo muchos edificios y esculturas (Ilustración 172). Puede ser que este
color haya sido usado exclusivamente en los monumentos de Tikal, El Ceibal y Copán.
En ciertos sitios, los dioses u objetos sagrados estaban pintados de azul, el color del
agua y del cielo.
Los gobernantes representados en las estelas frecuentemente usan un cinturón con tres
accesorios de jade, parecidos a máscaras que semejan una cara idealizada, con orejeras.
Algunas de éstas, encontradas en Palenque y Copán, existían como objetos reales. En
las representaciones escultóricas de Tikal y Piedras Negras, las caras están adheridas a
los asientos reales; usualmente son tres, una a cada lado y una en el centro, como se
encuentran colocadas en los cinturones. Seguramente, las caras representan la cabeza
desmembrada del Dios del Maíz, pues con frecuencia tienen foliación en la parte
superior. Pueden estar colocadas directamente en el delantal del taparrabo del Dios C, o
pueden sustituirlo. Las caras están junto a unos pendientes de jade en forma de celtas,
arregladas las tres debajo de la imagen de jade del Dios del Maíz. Estos pendientes
pueden combinar la imagen del follaje con la de la navaja usada para cortar los tallos del
maíz. Algunas veces, los pendientes tienen incisiones y muestran las imágenes de los
gobernantes. La Placa de Leyden (Ilustración 128) representa uno de éstos.
Un significativo atributo real era el Dios Bufón (Ilustración 252h) un símbolo del
acceso al poder, el cual data de los inicios del Período Clásico. Es un motivo frecuente
en las tiaras o tocados reales y, en casos raros, se usa como un cetro. Aparece encima de
los gobernantes en las Estelas 29 y 31, de Tikal, en una máscara del Entierro 85, del
mismo sitio, y en la Placa de Leyden. Puede derivarse de una representación del maíz,
más temprana, que aparece en la iconografía olmeca, y que posiblemente, para los
mayas, tenía el significado de un antepasado mítico.
Otro símbolo real importante es el Dios K (Ilustración 252d, e), el cual está asociado a
la descendencia dinástica, al sangramiento y al maíz. Puede aparecer como una efigie
(por ejemplo, en las Estelas 2 y 3, de Machaquilá), como una cabeza sobre un cetro, o
en el extremo de una barra ceremonial sostenida por el gobernante. Otros seres pueden
emerger de los extremos de la barra, como si salieran de una cueva, pero el Dios K es la
figura más frecuente. A menudo sale de la boca de una cabeza de dragón que surge de la
barra. El Dios K ha sido identificado como una deidad arqueológicamente conocida
como GII de la Tríada, de Palenque, la cual representa a uno de los tres antepasados
divinos en Palenque y otros lugares (por ejemplo, en Tikal). En Palenque, los
gobernantes aparecen como el Dios K.
Una de las piernas del Dios K es una serpiente y en algunas ocasiones también tiene
otros atributos de reptil. Usualmente hay un espejo en su frente. En la cabeza del Dios
Bufón, del Dios del Sol y del Dios C, también puede aparecer un espejo. Este puede ser
parte de un título real, y es usado en frases que se refieren al 'acceso al trono'. El
gobernante era el espejo de su gente. Los espejos de obsidiana o mosaico de pirita eran
parte del ajuar real. A veces, en escenas representadas en vasos, un espejo es alzado ante
un señor entronizado. Se han encontrado espejos en contextos arqueológicos de
Kaminaljuyú y Nebaj, en el Altiplano de Guatemala. Ocasionalmente, el espejo en la
frente del Dios K tiene incrustada una antorcha con volutas de humo o un cigarro
humeante (el tabaco era una sustancia ritual). Las volutas de humo se parecen a la
vegetación. Todos estos atributos pueden referirse a actividades agrícolas, a la roza y
quema de los campos y a la posterior germinación de la vegetación. Los puntos en la
frente del Dios K pueden representar sangre, aunque semejan los granos del maíz. En el
rito de sangramiento se dejaba gotear la sangre sobre amatles que luego eran quemados.
De aquí se deriva la relación entre la sangre y el humo, y también las connotaciones
vegetales. El Dios K comparte ciertas afinidades con el Dios B, que corresponde a la
lluvia y el cielo, y que algunas veces tiene un hacha en su frente. Las cabezas del Dios C
y del Dios del Maíz tienen una forma similar. El Dios del Maíz puede tener una
proyección desde su frente, similar al cigarro del Dios K, y éste a su vez puede tener lo
que parece ser una foliación.
La barra ceremonial que porta el gobernante es una especie de 'banda celestial' con una
cabeza en cualquiera de sus extremos (Ilustración 153), y las bandas celestiales también
pueden enmarcar escenas, funcionar como tronos o plataformas, o ser parte de la
vestimenta del gobernante y aparecer como un cinturón. Las versiones antiguas de la
barra ceremonial a menudo son flexibles, como el cuerpo de una serpiente. La forma
parecida a la serpiente puede estar relacionada con la homofonía de las palabras
equivalentes a cielo y culebra. Los diseños glíficos en una banda celestial (o en una
barra ceremonial) se parecen a las marcas de una culebra. Con frecuencia la barra
ceremonial tiene un par de bandas cruzadas o las tres bandas del dios que ofrenda
sangre. Puede tener un motivo de petate, ya que el gobernante era el Señor de Petate, el
que no se sentaba directamente en el suelo sino sobre un asiento especial. El petate
(estera) era significativo como un material tejido o trenzado que representaba un mundo
integrado, hecho por el acto simbólico de tejer. En los tocados reales aparecen
fragmentos del motivo del petate o tela anudada, pendientes, cinturones y otros
accesorios. Se encuentra en tronos y en paneles que separan escenas. Es un motivo
común en varios altares de Tikal. El motivo del petate puede bordear el delantal del
taparrabo del Dios C, y a veces parece salir de la boca de este dios que ofrenda sangre;
puede aparecer también en el cuello del Dios C. Un pendiente con el motivo del petate
colocado horizontalmente en el cuello puede indicar que el que lo lleva es un ser
sobrenatural, puesto que, al parecer, solamente los dioses lo usaban de esa manera.
Los gobernantes mayas representados en estelas o los señores retratados en vasos visten
complejos y, a veces, enormes tocados, cuyos motivos tienen muchas referencias. Entre
las panoplias de plumas de quetzal se hallan montados diversos materiales simbólicos:
máscaras de dioses, glifos, perforadores, animales, pájaros, peces, flores, fragmentos de
tela y piel, jade, concha y otros.
En su mayor parte, los vasos cilíndricos tienen un texto alrededor del borde, el cual ha
sido llamado la Secuencia Primaria Estándar (Ilustración 259). En un tiempo se creyó
que era algún tipo de encantamiento relacionado con el Inframundo, pero recientemente
ha sido descifrado como el nombre del propietario y también del uso ritual del vaso para
beber cacao. Aunque la interpretación del texto ha cambiado, aún se acepta que la
mayor parte de las escenas en las vasijas ocurren aparentemente en el Inframundo. En
casi todos los textos aparecen nombres históricos, que a menudo son el nombre del
gobernante. Se han identificado los glifos equivalentes a las palabras pintor y escultor.
En la actualidad se sabe que los artistas mayas gozaban de alto rango, y que por lo
menos algunos de ellos pertenecían a familias reales, relacionadas con los reyes divinos
representados en los árboles de piedra.
Un día, Xquic (Mujer de Linaje), la hija de uno de los Señores del Inframundo,
caminaba cerca de la planta de calabaza donde pendía la cabeza cortada de Hun
Hunahpú. Ella recibió en su mano una escupida de la cabeza y quedó embarazada. Al
dirigirse a la superficie de la Tierra, el mundo intermedio, Xquic probó a su madre su
conexión con Hun Hunahpú, cuando llenó con numerosas mazorcas de maíz, de una
sola planta, la red que la anciana mujer le había proporcionado.
Xquic dio a luz a los Héroes Gemelos, Hunahpú e Xbalanqué, quienes encontraron el
equipo de juego de pelota de su padre y empezaron a usarlo. Igual que su padre y su tío,
ellos perturbaron a los Señores del Inframundo y fueron instados a presentarse. Los
Gemelos eran astutos y finalmente vencieron a los Señores. En vasos cilíndricos y
platos pintados o incisos, que datan del Clásico Tardío, aparecen escenas de sus
aventuras en el inframundo. Varias de ellas muestran a dos jugadores de pelota: uno con
tocado en forma de venado, y en forma de pájaro el otro. También hay tocados con otros
motivos. Dichos jugadores pueden representar a los Héroes Gemelos o a su padre y tío,
es decir, a los Señores Jóvenes.
En otras escenas, la figura del vaso, identificada como Xbalanqué, frecuentemente viste
el tocado del Dios Bufón. Lleva una piel de jaguar en la parte inferior de su cara. Sus
símbolos distintivos como dios (cartuchos que aparecen en los cuerpos de seres
sobrenaturales) pueden ser cueros de piel de jaguar.
Hunahpú, identificado por una o tres manchas oscuras en su cara y por manchas en el
cuerpo, y que cazaba con cerbatana, disparó contra Vucub Caquix (Siete Guacamayo),
el falso Sol de la anterior creación del hombre, quien también reclamaba ser la Luna. Su
nombre equivale a guacamayo, un pájaro con fuerte simbolismo solar, pero algunos de
sus atributos parecen derivarse del zopilote, un pájaro que en la mitología tuvo varios
encuentros con el Sol. Puede identificársele como el Pájaro Celestial. Un disparo de
Hunahpú arrancó los dientes a Vucub Caquix, que los Gemelos sustituyeron con granos
de maíz. Esta escena aparece en un vaso cilíndrico en el que Hunahpú, con un sombrero
de cazador hecho de paja, apunta al Pájaro Serpiente, que está en un árbol, el cual tiene
la cabeza del Dios C en su tronco y 'ojos de muerte' que brotan como frutas (ojos que
han sido arrancados). Hunahpú aparece con sombrero de cazador en escenas
reproducidas en vasijas de cerámica y en las paredes de la cueva Naj Tunich, donde
literalmente se representa un juego de pelota en el inframundo, así como también
retratos del Dios N y una figura que ofrece sangre. Hunahpú es una de las figuras que
están extrayéndose sangre en un famoso vaso de Huehuetenango. Puede ser la deidad
GIII de la Tríada, de Palenque. La correlación de identidades entre los personajes
míticos nombrados en los textos glíficos, los personajes del Popol Vuh y las
representaciones en el arte, todavía no está establecida de modo incontrovertible.
En algunas escenas puede verse a los Gemelos cargando un saco de maíz. Antes de que
dejaran a su abuela, cada uno había plantado una mazorca de maíz en el centro de la
casa de ésta. Dijeron que si las mazorcas morían, tal hecho sería una señal de que ellos
también habían muerto, pero que si germinaban de nuevo, ella sabría que vivían. Los
Gemelos permitieron a los Señores del Inframundo que los sacrificaran, pero revivieron
y reaparecieron en forma de pez gato. En el agua se transformaron en magos
vagabundos. En uno de sus trucos, Xbalanqué sacrificó a Hunahpú, y después, durante
una danza de sacrificio, mató a dos de los Señores del Inframundo. En la escultura y en
la cerámica, inclusive un conocido vaso procedente de Altar de Sacrificios, prevalece el
tema de la danza de los señores mayas, presumiblemente en el Inframundo, en una
forma similar a la de los Héroes Gemelos. Con frecuencia estos bailarines están
acompañados por enanos, los cuales aparecen en varios monumentos junto a un
gobernante, a veces en escenas con iconografía de sangramiento. Los enanos siempre
lucen atributos de la élite, y en la literatura folclórica se dice que podían moverse del
Cielo al Inframundo, con el que probablemente tenían asociaciones particulares. Su
defecto físico posiblemente les daba un poder mágico, como el de los shamanes, por lo
cual eran incorporados al ritual.
Después de sacrificar a los señores Uno Muerte y Siete Muerte (talvez los asesinos de
Hun Hunahpú y Siete Hunahpú), los Gemelos revelaron quiénes eran y vencieron a los
otros Señores del Inframundo. Mientras tanto, en el Mundo Intermedio, la abuela de los
Gemelos observaba el maíz que éstos habían plantado, al cual vio morir y luego
germinar. Los Gemelos no volvieron a ella, ya que se fueron al Cielo y se convirtieron
en el Sol y la Luna, o en el Sol y Venus.
En los vasos y en la escultura clásica maya, en los códices y fuentes etnohistóricas más
tardías, la Luna es femenina. En general, es la diosa de la fertilidad. Al momento de la
Conquista era la diosa del alumbramiento, pero también se le asociaba con el agua, la
lluvia (en el Códice de Dresden se le ve derramando agua), y la vida vegetal. La Luna
presenta los ritmos más inmediatos en el calendario natural, los que significan las
estaciones lluviosa y seca, como también las épocas de siembra. Los campos son
sembrados y cosechados de acuerdo con las fases de la Luna. Sus movimientos se
correlacionan con el ciclo de la gestación humana. La Luna también era una tejedora.
Las figurillas de Jaina, en Campeche, en forma de tejedoras (véase tercera sección de
Láminas), posiblemente representan a la Diosa Luna. Existen por lo menos dos
versiones de la Luna o dos diosas Luna, una joven y la otra vieja. Si es cierto que
Hunahpú se convirtió en la Luna, entonces la(s) Luna(s) femenina(s) que se representan
en el arte maya pueden referirse a una época anterior en el pasado mítico. Xquic puede
ser la joven Diosa Luna y la abuela de los Gemelos, Xmucané, la anciana Diosa Luna.
El juego de pelota, ejecutado por los mayas del Clásico, era una versión metafórica de
los movimientos de las estrellas y plantas. Se han expuesto varias interpretaciones del
significado preciso de tales movimientos y de los cuerpos celestes involucrados, pero su
significado básico no ha sido establecido.
El juego de pelota era un evento de sacrificio. Las 'hachas' usadas en este juego,
procedentes del Altiplano, frecuentemente representan víctimas de sacrificio, cráneos o
zopilotes. A veces, los jugadores reproducidos visten accesorios de guerreros. Se
sacrificaba a los cautivos de guerra durante el juego.
El Guerrero Jaguar
En muchas estelas el gobernante está de pie; en una mano tiene una lanza larga con
punta de pedernal, y en la otra tiene un escudo (Ilustraciones 212 y 213). A sus pies, o
en un marco debajo de sus pies, aparece un cautivo, que en ocasiones se identifica como
el gobernante de otro sitio. Aquel gobernante es retratado con un poder basado en la
guerra y el sacrificio. La sangre que él ofrecía a los dioses no era sólo la propia, sino
también la de los cautivos sacrificados. Algunas veces lleva una calavera, o lo que
parece ser una cabeza trofeo, a manera de pendiente u ornamento en el cinturón, lo cual
era un símbolo de conquista y decapitación ritual.
Conforme progresan los estudios mayas, el militarismo se hace cada vez más evidente.
Se ha argumentado que la aceleración de la guerra fue una causa del colapso maya a
finales del Período Clásico. En realidad, mucha de la iconografía de este período es
militarista. Los cautivos no sólo aparecen en estelas, sino como figurillas y como
personajes pintados en vasijas que muestran el carácter ritual de la guerra. Esta se
iniciaba en fechas astronómicamente apropiadas y ello es indicado por los glifos para
eventos de guerra, notablemente la concha-estrella. El glifo que indicaba al planeta
Venus es la 'gran estrella'. Venus era un dios de la guerra, y se le representaba con una
lanza.
Existen casos en los que el gobernante aparece sin cautivos a sus pies. Puede estar
parado sobre un glifo, que a menudo es un glifo-emblema equivalente al nombre de su
ciudad o linaje, o puede estar apoyado en una cueva estilizada o en un Monstruo Cauac
(que a veces sirve de trono para dioses y gobernantes), o bien puede estar sobre una
máscara hecha de elementos iconográficos, o sobre un jaguar (por ejemplo, las Estelas 1
y 2, de La Amelia, Ilustración 270). Tales son las bases de su poder, y de su lugar en el
cosmos. Talvez el jaguar es el motivo menos común, pero sus asociaciones son muy
fuertes.
El jaguar simbolizaba la guerra, pero tenía una iconografía mucho más complicada. Es
el felino más grande del Nuevo Mundo y, por su tamaño, talvez el más poderoso de
todos. Como predador nocturno, es una criatura misteriosa que duerme en las cuevas y
grietas, que camina silenciosamente por la selva, disimulado por las hojas. Es un
cazador, un pescador y un nadador en las aguas que comunican con el inframundo.
También puede trepar árboles y lugares altos. Se mueve entre los mundos.
Seguramente, las prendas de piel de jaguar estaban reservadas para individuos del nivel
más alto, como los gobernantes y, probablemente, los oficiales militares superiores, o
para los sacerdotes encargados de los sacrificios. El poder se obtenía por medio de la
denominada magia por afinidad. Talvez existía la idea de la transfiguración, un tema
importante en gran parte de la cosmología del Nuevo Mundo. Por vestir las prendas de
piel de jaguar, una persona adquiría los poderes de ese animal, y se convertía en un
poderoso cazador y guerrero, en un gobernante pujante que se identificaba con el jaguar
y con los dioses-jaguar.
Los dioses también aparecen sentados en tronos en forma de jaguar y visten prendas
hechas con la piel de tal felino. El Dios L del inframundo se sienta en un trono y viste
una capa semejante. También tiene una oreja de jaguar que aparentemente está pegada a
su tocado. El Dios M, negro y habitante del inframundo, es el dios de la guerra, de la
caza del venado y del sacrificio, que viste una piel de jaguar. Aparece con frecuencia en
los platos de Petén.
El jaguar encarna el poder del Otro Mundo. El glifo ahau (señor), cubierto parcialmente
con la piel del jaguar, significa shamán, brujo, álter ego, transformarse, soñar. El Otro
Mundo y el inframundo son, en algunos sentidos, intercambiables. Un plato cerámico de
Uaxactún muestra el inframundo como el lugar de los jaguares, los cuales tratan de
alcanzar el cuerpo desnudo de una víctima de sacrificio que cae en dicho lugar. Atrás se
observan figuras negras de pie. El Dios Jaguar o Sol Nocturno necesitaba sacrificios
para poder revivir. Un incensario de efigie proveniente de Tikal muestra al Sol como un
hombre viejo con símbolos de jaguar y una máscara del Dios del Maíz adherida a su
brazo, y quien además lleva en sus manos una cabeza humana cercenada.
Un vaso que se expone en el Museo Popol Vuh, de la Ciudad de Guatemala muestra una
escena elaborada de sacrificio humano (Ilustración 258). Un jaguar posado sobre un
fardo enfrenta a una figura humana que lleva una prenda asociada con el sacrificio, y
que presenta a un niño que presumiblemente será ofrendado. Un jaguar danzante, que
tiene parcialmente forma de esqueleto, sostiene un escudo y una vasija para un enema
alucinógeno, un motivo que se ve con alguna frecuencia en escenas del inframundo.
Otra figura humana está cortándose su propio cuello. En otro vaso más, un jaguar
ensangrentado está sentado sobre una estela y observa el sacrificio de un niño que
ocurre en un plano inferior. Las prendas de piel de jaguar también están asociadas al
autosacrificio. En el vaso de Altar de Sacrificios, el señor maya fallecido viste tales
prendas y danza con un perforador de pene.
En numerosas tumbas, enterramientos y escondites de Uaxactún, Kaminaljuyú y otros
sitios, se han encontrado huesos de jaguar. En escondites del Clásico Temprano, en
Tikal, se han descubierto vasijas con tapaderas en forma de jaguar. Este animal también
se representa de manera común en incensarios de las Tierras Altas. El simbolismo del
jaguar aparece en muchas formas en el arte maya. Existen variaciones en el tema del
jaguar personificado, diferentes personajes-jaguar, o el mismo animal jaguar
representando diversos papeles.
El Dios Jaguar del inframundo es una deidad vieja con atributos del Dios Sol: una nariz
grecorromana, una forma retorcida encima de la nariz, un ojo largo y dientes en forma
de T. Es el Sol en el inframundo y el patrón de la guerra. Su cara es el motivo más
común en los escudos de guerra portados por los gobernantes en las estelas del Clásico
Tardío. El panel del Templo del Sol, de Palenque, muestra dicho escudo con lanzas
cruzadas. Este dios también es la cabeza principal y más común en los incensarios del
Clásico Tardío, los cuales están asociados con estructuras de templos.
En la Estela 5, de Piedras Negras, el Dios Jaguar del inframundo emerge del ojo de un
Monstruo Cauac, o está rodeado por una gigantesca cabeza de Cauac. El trono Cauac
puede aparecer con una piel de jaguar encima. Algunas veces, el Dios Jaguar del
inframundo está involucrado con rituales relacionados con el sacrificio, durante los
cuales se administraban enemas alucinógenos.
Se han presentado varios argumentos sobre la equivalencia entre los jaguares míticos y
los dioses de la Tríada, de Palenque. El Dios Jaguar del inframundo ha sido identificado
como un aspecto del GIII de la Tríada, de Palenque. Sin embargo, estas equivalencias
todavía no han sido totalmente comprobadas.
El Jaguar Lirio de Agua es uno de los motivos más comunes en los vasos. También
aparece en esculturas y en códices, y tuvo gran importancia en Tikal. Por ejemplo,
figura como trono en la Estela 20 y se encontró una efigie de esa clase de dicho felino
en la suntuosa tumba conocida como el Enterramiento 196. En muchas vasijas aparece
como un bailarín con un signo kin (Sol) sobre su vientre. En estas escenas usualmente
aparece acompañado por un venado, un mono, un conejo, un armadillo o una
combinación de estos animales.
A menudo, el Jaguar Lirio de Agua aparece con un venado, al lado o frente a éste, pero
también suele figurar con otros animales en escenas de procesiones o en danzas. El
jaguar y el venado parecen equilibrarse mutuamente. Este último también era un
símbolo real. Igual que el primero, el segundo era asociado con el Sol y el inframundo.
Tanto el venado como el Jaguar Lirio de Agua pueden llevar la bufanda de sacrificio.
Una cabeza de venado puede aparecer sobre un envoltorio sagrado, así como aparece la
cabeza del Jaguar Lirio de Agua. En escenas de vasos del Clásico Tardío se ven
cazadores de venado que visten faldillas de piel de jaguar. Existe algún tipo de juego de
palabras en los dibujos del lirio de agua del jaguar y el de las astas del venado: los lirios
de agua parecen crecer de una cabeza de venado y las astas aparecen sobre el jaguar.
Estas últimas tienen un significado especial, puesto que crecen en sincronización con la
temporada agrícola de crecimiento. Los venados son prominentes en los ritos agrícolas
de renovación.
Las cacerías de venado eran sacrificios rituales. El venado era, por excelencia, el animal
para sacrificio (Ilustración 267). En los códices se observan piernas de venado en los
cuencos usados en las ofrendas. Varios vasos cilíndricos del Clásico Tardío muestran el
ritual de la caza del venado, en el cual el cazador suena una trompeta hecha de un
gasterópodo. Frecuentemente, estos cazadores son figuras negras; por lo general, los
dioses negros están involucrados en la guerra, los sacrificios y la cacería, actividades en
las que se suenan caracoles. Existen varias clases de trompetas hechas con caracoles que
datan del Clásico Temprano y en las cuales fueron labrados textos jeroglíficos y figuras.
Había también un rito de sacrificio humano, en el cual un hombre imitaba a un venado.
El Mundo Animal
Los animales jugaron un papel significativo en la iconografía del arte maya, lo cual ya
se hizo evidente en el análisis anterior. Habitaban el mismo mundo de los humanos,
como si fueran vecinos de éstos. Eran parte del ambiente natural, y simbolizaban
aspectos de la naturaleza y la cosmología.
En el Popol Vuh, dos hermanos, Hunbatz (Uno Mono) y Hunchuen (Uno Artesano),
hijos de Hun Hunahpú y medio hermanos de Hunahpú e Xbalanqué, eran héroes de una
cultura antigua. Plantaron un campo de maíz y talvez fueron los iniciadores de las artes.
Igual que su padre, Hunbatz y Hunchuen tenían talento, pues eran flautistas, cantantes,
bailarines, pintores, escultores, joyeros y también cerbataneros. Eran, asimismo,
videntes, ya que predijeron el nacimiento de sus medio hermanos, Hunahpú e
Xbalanqué. Hubo rivalidad entre ambos pares de hermanos y, con el tiempo, Hunahpú e
Xbalanqué transformaron en monos a Hunbatz y a Hunchuen. Sin embargo, estos
monos eran medio hermanos del Sol.
En el arte maya clásico a menudo aparecen monos que bailan, que escriben con pincel o
que tienen una concha como recipiente para pintura. Un hombre-mono escriba aparece
representado en vasos cilíndricos; a menudo tiene orejas de venado y algunas veces
astas del mismo animal; en ocasiones viste un turbante adornado o el tocado de red del
Dios N. El hombre-mono escriba fue un artista mítico. Que los artistas pertenecían a un
alto nivel social lo demuestra el caso del hijo del gobernante de Naranjo, quien era
pintor. En Copán existe evidencia de que los monos eran muy apreciados. En ese lugar
se excavó recientemente un complejo habitacional perteneciente a una dinastía de
escribas, una escultura de un hombre-mono escriba decoraba la fachada de la casa. En
un vaso cilíndrico, un Señor Mono está sentado en un trono. En los huesos incisos de la
tumba en el Templo 1, en Tikal (Ilustración 255) un mono es una de las criaturas que
viaja en la canoa acompañando al señor. Un tiesto de una vasija policroma de Uaxactún
muestra a un mono araña que extiende su brazo para tocar el seno de una mujer parecida
a la Diosa Luna, del Códice de Dresden. En ese códice se ve a dicha diosa junto a una
criatura parecida a un mono. Las caras de mono eran usadas como sustitutos de los
glifos kin (Sol o día) y ahau (señor). Aparentemente, el mono aullador fue el modelo
para el glifo del Dios C (sangre).
Según varios relatos populares tradicionales, el mono fue producto de un intento fallido
de crear al hombre, o es un hombre que fue transformado en una época de crisis. El
mono no es totalmente hombre, pero es muy cercano a éste. Después del hombre, es la
criatura más inteligente y diestra del mundo natural.
Los monos, o las criaturas que se le parecen, son comunes en escenas del inframundo.
Con frecuencia llevan símbolos de muerte, la bufanda del sacrificio o el collar de 'ojos
de la muerte'. Pueden tener asociaciones con el inframundo, pues se relacionan con los
antepasados, o sea las anteriores creaciones del hombre. Son uno de los motivos en las
'hachas' de juego de pelota del Altiplano, entre un repertorio de motivos relacionados
con sacrificio. Además, puesto que los monos caminan frecuentemente de cabeza, ellos
pueden mirar hacia abajo a través de los árboles, hacia el inframundo. Habitan el
bosque, cuya oscuridad es similar a la del inframundo. Las caras de mono se parecen a
cráneos. El rugido del mono aullador es lúgubre como el del jaguar. Por otro lado, en el
mito, el mono que habita árboles y escala hasta grandes alturas, está relacionado con el
Sol. Los monos tienen nexos con la agricultura porque viven en los árboles.
Básicamente, los monos aulladores se alimentan de hojas. En las representaciones en
cerámica, cargan frutas o mazorcas de maíz.
También aparecen en el arte maya una variedad de pájaros. El quetzal, cuyas plumas
decoraban los tocados reales, a veces aparece solo. Es un pájaro relacionado con el Sol,
igual que los colibríes, que figuran en los códices y en las vasijas, particularmente en
tocados. Un vaso cilíndrico de Tikal muestra una figura con la cabeza de un colibrí
sentado frente a un trono señorial (Ilustración 263). Los colibríes tenían un significado
ancestral en el área maya, lo cual puede explicar su presencia en esta escena. Los picos
largos de algunas especies de colibríes asocian a éstos con la ofrenda de sangre. Las
guacamayas de colores brillantes también eran pájaros solares. Las aves acuáticas
pertenecían tanto al inframundo como al cielo. Los búhos tenían connotaciones de
guerra, muerte y noche, y se les encuentra en tales contextos (por ejemplo, en el tocado
del Dios L del inframundo). Los zopilotes o zopes eran pájaros reverenciados,
especialmente el rey-zope, con su dramática apariencia. Figuras prominentes en escenas
palaciegas pueden llevar tocados en forma de zopilote. En gran parte de los pueblos del
Nuevo Mundo, el zopilote es un transformador de la inmundicia, una criatura positiva
con carácter shamánico. Se le observa en compañía de la Diosa Luna y también con las
víctimas de sacrificio. En el mito, la Luna se fugó con su amante, que era un rey-zope.
La Luna estaba asociada con el agua, con el pez y las ranas, o con los sapos. Estos
últimos aparecen en vasos pintados y en pequeñas esculturas. Un sapo regordete, que
aparece con otras criaturas en varios vasos cilíndricos del Clásico Tardío, ha sido
identificado como Bufo marinus, el cual tiene una glándula parótida tóxica, que algunas
veces está incorporado a la cara de una deidad. La toxina, usada aún en curaciones
populares, pudo haberse empleado en el pasado como droga psicoactiva. En
Kaminaljuyú aparecen algunos sapos sobre esculturas en forma de hongo. Las ranas y
los sapos están asociados a la fertilidad agrícola, a la regeneración y particularmente a la
transfiguración. El renacuajo se transforma en sapo adulto y ambos tienen rasgos casi
opuestos.
Un conejo también figura con la Diosa Luna. El glifo equivalente a conejo (o acaso un
animal similar) puede ser parte de una frase con el significado de 'continuar en la
sucesión de los antepasados' para acceder al trono. Talvez en este contexto se observa,
en un códice, un conejo que escribe bajo la égida del Dios L.
Conclusiones
Puede decirse que, igual que la mayor parte de la iconografía del Nuevo Mundo, la de
los mayas trata sobre agricultura y sobre el poder real. Estos dos temas interrelacionados
son las raíces de toda la imaginería. El gobernante poseía un poder infinito, en tanto que
los cultivos fueran buenos y él no fuera vencido por su rival. La guerra podía iniciarse
por la necesidad de poseer más tierras para sembrar o para controlar las reservas de
agua. Con el advenimiento del Período Clásico, la guerra se convirtió, al parecer, en una
mera lucha de poder, o en una actividad ritual obsesiva, pero la fertilidad agrícola fue
siempre un elemento en los ritos religiosos y en las guerras políticas. Todo ello era parte
del mismo concepto cósmico.
STEPHEN D. HOUSTON
El arte cerámico que produjeron los mayas durante el Período Clásico es famoso en
todo el mundo. Al mismo tiempo, como una trágica paradoja, los coleccionistas y
traficantes han explotado su valor comercial, y muchos sitios arqueológicos han sido
saqueados. En términos geográficos, las condiciones que aquí se presentan se limitan a
las Tierras Bajas localizadas en la mitad norte de la República de Guatemala,
principalmente en el Departamento de Petén. La esencia interpretativa de este breve
estudio está enfocada al antiguo significado del arte y no a las categorías impuestas por
los investigadores modernos. Necesariamente, ello significa que la rica iconografía de la
cerámica se examina en relación con otras clases de arte maya, todas derivadas de
sistemas de creencias similares, que parecen haber sido codificadas sistemáticamente
antes del inicio del Clásico Tardío. Además, sin duda, la belleza e importancia del arte
maya corresponden también a las etapas anterior y posterior del Clásico. Sin embargo,
aquí se analizará principalmente este último período, el cual, por otra parte, es el que ha
sido mejor estudiado, quizás porque posee un sustrato de integración poco usual en un
sistema de arte precolombino.
Investigaciones Anteriores
Desde la época del explorador y escritor John Lloyd Stephens, quien viajó a través de
las Tierras Bajas mayas en 1838, el arte de la cerámica maya empezó a recibir una
atención esporádica. Esta, sin embargo, aumentó paulatinamente, hasta que en las
últimas dos décadas llegó a conformar un gran cuerpo de investigación. Entre las figuras
que contribuyeron al inicio de su estudio están Erwin P. Dieseldorff, quien acumuló un
significativo material, que en parte fue depositado en el Museo Nacional de
Arqueología y Etnología, de Guatemala, y en parte pasó a enriquecer colecciones en el
extranjero. Su trabajo de investigación, junto con el de Eduard Seler, se enfocó, en los
llamados vasos de Chamá (Ilustraciones 90 y 254), obtenidos, por saqueos o por
excavaciones mal controladas, en las Tierras Altas guatemaltecas. Ambos académicos
sugirieron interpretaciones históricas muy avanzadas en comparación con el
pensamiento de su tiempo. En esa época, instituciones estadounidenses, particularmente
el Museo Peabody de la Universidad de Harvard, comenzaron a involucrarse
directamente en el trabajo de campo. Parte de la información obtenida se publicó en
trabajos sintéticos sobre el arte maya, entre ellos la influyente monografía de Herbert J.
Spinden. Otra institución predominante, el University Museum de la Universidad de
Pennsylvania, se embarcó en un ambicioso proyecto de estudio de la cerámica maya. La
recopilación correspondiente empleó dibujos de imagen continua (desplegado), en los
que se reprodujeron piezas sobresalientes. Posteriormente, Michael Coe adoptó el
mismo formato, en forma parcial, y ha continuado con la tradición de dibujo con
imagen continua establecida por George Gordon y Alden Mason.
No obstante, un estudio científico más enjundioso, acerca de los vasos mayas, apareció
en el informe de George Vaillant sobre la cronología de vasijas mayas. Aunque nunca
fue publicado, su ensayo dio como resultado la organización de la cerámica maya en
función del tiempo y de la 'escuela de manufactura'. Este trabajo influyó directamente
en la investigación posterior de Robert Smith, quien laboró en algunos de los mismos
proyectos de Vaillant. Bajo la supervisión de Smith, los estudios de cerámica maya
comenzaron a alcanzar madurez, aunque eran más útiles en relación con problemas de
fechas que en cuanto a la interpretación del significado de los diseños. Las
contribuciones de Smith, de gran influencia todavía, inspiraron una segunda generación
de especialistas, de la que formaban parte James Gifford, Joseph Ball, Richard E.W.
Adams y Jeremy Sabloff. Todos ellos se han concentrado en el estudio de la cerámica
en términos de la información cronológica de ésta, en lugar de su significado intrínseco.
Una excepción de esto son los intentos de Adams por interpretar un extraordinario vaso
policromado, descubierto en Altar de Sacrificios (Ilustración 261). Las teorías del citado
investigador, sin embargo, han caído en desuso.
Una característica del énfasis sobre la historia cultural en el arte cerámico maya es el
uso de varios esquemas tipológicos, en especial el sistema Tipo-Variedad, que es una
metodología utilizada inicialmente en el suroeste de Estados Unidos. Clasificaciones
anteriores, hechas por Smith y otros, se basaron en wares y en algunos atributos
tecnológicos, más que en la decoración de superficie utilizada en el Tipo-Variedad. El
beneficio real de estos esquemas es que facilitan las comparaciones de la cerámica de
diferentes sitios. Sin embargo, tienden a pasar por alto las interpretaciones iconográficas
y funcionales de la cerámica y también lo que se llama estudios 'modales', los cuales
aislan rasgos individuales y trazan sus cambios a lo largo del tiempo. Esto significó que
varias ilustraciones, de cerámica procedente de excavaciones, se concentraran
exclusivamente en el color de la superficie e hicieran ilegible cualquier otro diseño. Los
pocos intentos de examinar iconografía y el significado de ésta, tendieron a observar,
principalmente, textos y trabajos de arte similares al arte monumental, como, por
ejemplo, en la fascinación de Sylvanus G. Morley por el vaso de Uaxactún, que presenta
una fecha en la serie inicial. Otros, como J. Eric S. Thompson, insistieron en que mucho
de tal arte era meramente una copia. Esto fue especialmente cierto en las
interpretaciones de los textos jeroglíficos de las vasijas, en las cuales, según Thompson,
se mostraba ignorancia sobre la estructura y significado de la escritura glífica maya.
Uno de los beneficios del trabajo de Longyear resultó ser simplemente la publicación de
sus nuevos hallazgos. Recientemente, en 1979, una publicación sobre el cuerpo de
investigaciones solamente incluyó ejemplos muy conocidos de la cerámica maya; y por
razones éticas y académicas se excluyó una gran cantidad de vasos que habían
comenzado a aparecer en el mercado ilegal de arte. El cambio de apreciación, marcado,
por la monografía de Longyear, se convirtió en un cambio mayor en el campo de la
investigación.
La figura clave de la nueva etapa fue sin duda Michael Coe, quien, a partir de 1973,
hizo publicaciones sobre piezas de cerámica hasta entonces desconocidas, las cuales
habían sido saqueadas y adquiridas recientemente para colecciones públicas y privadas.
Aparte de cuestiones éticas, Coe revolucionó el estudio de la cerámica maya del Clásico
Tardío. Notó, en efecto, que muchas de aquellas piezas mostraban una secuencia fija de
glifos, a la que denominó 'Secuencia Primaria Estándar' (Ilustración 259). Coe indicó
que la cerámica mostraba cercanos paralelos con el contenido del Popol Vuh, en
especial aquellos que corresponden a pasajes históricos y fábulas míticas de los quichés
(k'iche's). Señaló también que dichos paralelos estaban especialmente relacionados con
los llamados 'héroes gemelos', quienes vencieron a los Señores del Inframundo. Afirmó,
asimismo, que mucho del arte cerámico era mortuorio en intención, y que registra, en la
escritura e imagen, un ciclo de historias reminiscentes del Libro Egipcio de los Muertos.
Algunos autores rebatieron las conclusiones de Coe, pero su trabajo introdujo un mayor
grado de percepción de los elementos iconográficos y glíficos en el estudio de la
cerámica maya. Mucha de la investigación reciente ha mantenido el interés en aspectos
específicos de los personajes sobrenaturales que aparecen en las vasijas, y se han
relacionado varias de estas figuras con deidades identificadas en los 'códices', pero
también se ha aislado la existencia de algunos personajes todavía no identificados, los
que incluyen dos seres sobrenaturales muy ligados a la escritura, y también deidades
cuyos rasgos iconográficos fueron sustancialmente diferentes durante el Período
Clásico.
La técnica de imagen continua ha hecho posible una gran cantidad de fotografías que
incluyen mucha de la cerámica decorada en el llamado 'estilo códice', el cual presenta
un fondo monocromo color crema, 'tralla', línea caligráfica y bordes rojos asociados a
los códices del Postclásico. Recientemente, Kerr ha empezado a publicar sus fotografías
conjuntamente con ensayos escritos por científicos especialistas en escritura y en el arte
maya de la cerámica clásica. Gracias a estas publicaciones y a la generosidad de Kerr, al
compartir sus fotografías, virtualmente todos los investigadores tienen acceso a
ejemplares del arte cerámico maya. Con ello se ha logrado entender mejor, no sólo la
iconografía, en la cual Coe, Hellmuth y otros han avanzado considerablemente, sino
también la escritura que aparece en las vasijas. Con estos avances, igualmente, se han
cuestionado algunas de las conclusiones de Coe, en especial la hipótesis mortuoria
aceptada hasta recientemente, pero los investigadores han subrayado la utilidad de ver
las imágenes de la cerámica tanto en términos cerámicos como míticos. Coe ha
contestado a sus críticos, en un excelente ensayo, que el Popol Vuh o una forma
ancestral de este documento, analizado cuidadosamente, ayuda a explicar el arte
cerámico maya de la época clásica.
En resumen, la cerámica maya ha sido estudiada desde dos perspectivas muy diferentes:
una, basada en el valor arqueológico de los objetos, que han sido analizados
principalmente según las clasificaciones del Tipo-Variedad. La otra, se concentra más
en los antiguos significados y funciones de las piezas. Es justo decir que los enfoques
formalistas sobre la cerámica maya, por ejemplo, los que se interesan en el estilo y el
color, han sido complementados por cierto énfasis en el significado. Un buen ejemplo
de esto es la tesis doctoral de Terence Grieder, publicada en parte en 1964.
Esta revisión histórica no puede concluirse sin tocar aspectos éticos relacionados con el
arte cerámico del Clásico. El primero, se refiere al problema ético derivado de estudiar
objetos depredados; y el segundo, a la incertidumbre fundamental acerca de la validez
de usar vasijas parcialmente restauradas, en particular cuando tales restauraciones no
han sido claramente señaladas como tales. Lamentablemente, la mayoría de las piezas
más espectaculares e informativas son producto del saqueo, y ello indujo a varios
arqueólogos e historiadores del arte a desautorizar cualquier intento de investigación o
publicación sobre tales objetos. Su razonamiento es el siguiente: que la publicación
aumenta el precio de la cerámica depredada y, por lo tanto, promueve mayor saqueo de
ruinas; que los hallazgos sin proveniencia arqueológica son completamente inútiles para
los científicos y los arqueólogos respetables; que los arqueólogos no deben analizar
artefactos robados, aunque esto sea de manera indirecta. En el debate correspondiente
hay posiciones que varían de extremas a moderadas. Desde una perspectiva que les
conviene, algunos coleccionistas creen que los objetos depredados sirven como
instrumentos útiles en las universidades en las cuales los estudiantes se ocupan de la
civilización maya, la que, por otra parte, forma parte del patrimonio cultural no sólo de
Centro América y México sino del mundo entero. Es decir, los coleccionistas creen que
'protegen' los artefactos que son extraídos de medios tropicales hostiles. Puesto que tales
ideas pueden ser tomadas seriamente, deben ser rechazadas de una vez por todas. Como
todo curador sabe, los objetos extraídos por los procedimientos rústicos y destructivos
de los depredadores, sufren daños considerables que el coleccionista raramente observa.
En sus trabajos en Belice, el autor del presente ensayo observó muchos ejemplos de
destrucción irreflexiva, inclusive la destrucción de vasijas que quedaron inservibles para
la venta. Por otra parte, y después de recibir las seguridades apropiadas, tanto los
gobiernos de México como los de Centro América han cooperado en el traslado
temporal de objetos mayas a exposiciones organizadas en el extranjero. Estas
exposiciones permiten mostrar importantes piezas fuera de su país de origen.
Desafortunadamente, las esperanzas de la repatriación de vasijas depredadas son
menores que aquellas que se relacionan con la localización y recuperación de
monumentos de piedra también saqueados. Muchas de tales piezas bien pueden haber
sido comercializadas desde su lugar de origen, con lo cual se hace difícil determinar con
precisión su procedencia, al momento de su descubrimiento. En tales casos, ¿qué país
tiene derecho sobre tales objetos? Problemas muy similares ocurren en relación con la
repatriación de antigüedades clásicas de Europa, como las recientes y controversiales
compras de objetos por el Museo Getty, de California, los cuales pueden proceder de
cualquiera de los países del Mediterráneo. Algunos intentos recientes que usan los
métodos de activación de neutrones pueden rastrear el lugar de manufactura de un
objeto, pero nunca pueden reconstruir el contexto arqueológico, que ha sido destruido
para siempre.
El segundo problema ético radica en la naturaleza de las imágenes y los textos incluidos
en vasijas restauradas. Muchos coleccionistas se muestran renuentes a comprar objetos
desgastados o fragmentados. En tales casos, un repintado y un repegado, realizados
hábilmente, devuelven algo de la belleza del objeto y más importante aún, su valor en el
mercado. Dicey Taylor ha señalado uno de los problemas más relevantes: ¿hasta qué
punto el científico examina una pieza del Período Clásico Tardío? Muchas piezas
publicadas, inclusive algunas de Coe y muchas de Robicsek, muestran señas de
restauración; en verdad, algunas están pintadas tan dramáticamente que pueden
considerarse falsificaciones. La ética de tal restauración todavía no está del todo
explorada, pero puede representar una buena causa el hecho de sugerir que toda la
restauración de pintura, aun la de hallazgos arqueológicos legítimos, debe limitarse al
mínimo.
Otras partes de la Secuencia Primaria Estándar preceden al Glifo Ala Quincunx. Estos
signos parecen funcionar como una fórmula dedicatoria y, ciertamente, encuentran
paralelos muy cercanos en las expresiones registradas en monumentos. Dichos signos
describen, en términos todavía poco entendidos, la 'dedicación' de un objeto y la pintura
en su superficie, el yich u tz'ib. Estos planteamientos revisados apuntan a varios
problemas con la formulación original de Coe. Muchos textos de vasijas no se refieren
al Libro de los Muertos, sino a la propia cerámica, y los textos no pueden haber sido
copiados de los libros porque su contenido concierne a la función y forma de la pieza.
Consecuentemente, aunque la pintura sobre las vasijas puede insinuar algo acerca de
códices perdidos, no son facsímiles de la imagen de tales manuscritos, sino que existen
en sí mismos como un género artístico distintivo. También puede decirse que los textos
en las vasijas no contradicen la hipótesis mortuoria de Coe respecto de la cerámica fina
del Clásico, pero tampoco la confirman.
Para terminar, vale la pena mencionar un grupo de imágenes relativamente raro. Una de
ellas, al menos, fue recuperada en Tikal (Ilustración 263). Se trata de 'escenas
folclóricas' que describen eventos que incluyen 'figuras de tramposos' y seres
sobrenaturales del Clásico. Un rasgo singular de estas imágenes es que emplean fraseos
pocos usuales. La mayoría de los textos glíficos tiene un tono impersonal, que se refiere
a la gente exclusivamente en tercera persona. En contraste, los textos folclóricos
emplean no sólo la primera persona, sino también la segunda persona singular, que
permiten una cercanía y frescura de las escenas, que es menos evidente en otras del arte
Clásico.
Conclusiones
El estudio de la cerámica clásica maya ha madurado mucho desde 1970. La
comprensión que se tiene de las imágenes y textos ha alcanzado un nivel de precisión
que ni siquiera soñaron las primeras generaciones de mayistas. Sin embargo, hay mucho
por hacer en el esfuerzo por definir estilos regionales, indicar con exactitud la
localización de talleres, rastrear las obras de los grandes artistas, refinar la cronología e
identificar todos los seres sobrenaturales, y establecer la relación de éstos con figuras
históricas. Se hace necesario entender mejor la tecnología de la cerámica clásica. Con el
progreso conseguido, sin embargo, el cual se ha construido sobre las lecciones del
pasado, los científicos obtendrán, sin duda, un conocimiento cultural de la cerámica
maya que no tendrá parangón en el resto de América.
DIETER LEHNHOFF
Para poder formarse una idea de lo que puede haber sido la música de los mayas, es
preciso recurrir al estudio de varios tipos de evidencias relacionadas con la práctica
musical, a saber: a) la evidencia pictórica plasmada en códices, murales y vasos
policromados de la civilización maya; b) los instrumentos musicales rescatados por los
arqueólogos, que pueden ser sometidos a examen y clasificación organológica, y en
algunos de los cuales todavía es posible generar sonidos; c) los testimonios de los
cronistas y misioneros españoles del siglo XVI, que escucharon la música de los
descendientes de los mayas en varias regiones de Mesoamérica y registraron sus
impresiones inmediatas; d) el análisis lingüístico de palabras y giros idiomáticos
relacionados con la música, la danza y la vida ritual, tal como aparecen en diversos
diccionarios de lenguas indígenas; y finalmente, e) la búsqueda y el análisis de
elementos no europeos en ciertas manifestaciones musicales ejecutadas, durante el siglo
XX, por músicos indígenas de origen maya. Ocasionalmente, estas manifestaciones
musicales han sido grabadas.
Entre las representaciones pictóricas de músicos e instrumentos mayas, quizás las más
conocidas sean los murales de Bonampak, que reproducen con precisión algunos de los
instrumentos utilizados, así como el contexto en el que se ejecutaba la música. Son
notables las largas trompetas, probablemente hechas de madera, como las que todavía
estaban en uso en el siglo XVI, que aparecen en el friso inferior del mural del Cuarto Nº
, de Bonampak (Ilustración 265). Los dos trompetistas forman parte de un conjunto que
incluye, además, cinco tañedores de sonajas (en pares, una en cada mano), un tambor
vertical alto de una sola membrana, y un tambor pequeño de mano, cuyo ejecutante
también toca una sonaja. Junto a los músicos aparecen varios actores ataviados con
máscaras e indumentaria teatral, preparándose para la danza ceremonial, en compañía
de numerosos personajes de alta jerarquía religiosa y civil, representados en las paredes
superiores del fresco.
Los murales del Cuarto Nº revelan el uso del mismo tipo de instrumentos en un
contexto diferente, pues las trompetas y sonajas (algunas de ellas decoradas con el
motivo de dos huesos cruzados) son utilizadas para provocar el terror de los enemigos
vencidos y capturados por guerreros de Bonampak, que les conducen al sacrificio. La
alegoría de los dos pares de largas trompetas, con acompañamiento de sonajas, también
figura prominentemente en la ceremonia que aparece en los ambientes tercero y último,
de Bonampak.
La función bélica y ceremonial de las trompetas usadas en algunos lugares del mundo
maya, era asociada, en otros, a los grandes caracoles marinos que se tocaban como
aquellos instrumentos de viento (Ilustración 266), y cuyo sonido era igualmente
poderoso y hasta terrorífico. El caracol también tenía funciones especiales en manos de
deidades, que aparecen representadas sobre vasos policromados, ya sea tañéndolo o bien
emergiendo de él.
Las flautas también se fabricaron de materiales menos perecederos que la caña (usada
aún en la actualidad por los indígenas de Guatemala para hacer el xul); por ejemplo, la
cerámica. También se utilizó el hueso, de animal o humano, como se puede apreciar en
una flauta cakchiquel (kaqchikel) hecha de un fémur de niño, la cual se conserva en el
Museo Nacional de Arqueología y Etnología, de Guatemala.
Por otro lado, el talento demostrado por los nativos en el aprendizaje musical y su nivel
de habilidad, fueron observados y descritos por los misioneros, e incluso muchos de
éstos se dedicaron a enseñar a los nativos la música europea. Algo que llamó la atención
de los ibéricos fue la precisión, el virtuosismo y la disciplina de los ejecutantes
indígenas, quienes desde el Período Clásico estaban sujetos a penas que podían llegar
hasta el sacrificio cuando cometían errores en la ejecución.
Además de las grandes festividades en honor de los dioses, las cuales incluían
ceremonias de sacrificio humano, música y danza ritual, como la representada en
Bonampak, eran frecuentes las representaciones teatrales menores. Landa co-menta la
habilidad histriónica de los descendientes de los mayas de Yucatán, demostrada en
danzas teatrales de varios tipos, las que a menudo incluían la recitación y el canto de sus
antiguas epopeyas, creencias y tradiciones.
Los códices y dibujos que ilustran respecto de la danza en México, están ausentes en
Guatemala, pero las estatuillas de barro, como la del dios danzante del maíz encontrada
en Alta Verapaz, pueden proporcionar la información pertinente. Las pocas
representaciones encontradas en Guatemala (Ilustraciones 261 y 268), así como otras
encontradas en Yucatán y en el sur de México, revelan que toda la población maya
cultivó la danza y que las posiciones convencionales para la cabeza, manos, brazos y
piernas formaban parte de bailes de una maravillosa precisión y gracia, posiblemente
similares a los del Oriente. Este arte se desvaneció. En la actualidad, sólo unas cuantas
danzas, como la del Rabinal Achí y la llamada Los Negritos, de Rabinal, usan una
verdadera coreografía. La mayoría de los bailarines simplemente se mueven como
arrastrando sus pies rítmicamente.
Las crónicas indígenas, por fortuna, proporcionan algunas referencias respecto al teatro
y la danza anteriores a la Conquista. El Popol Vuh relata que una danza cómica de
monos, llamada Hunahpu-Qoy, fue representada por Humbatz y Hunchouen después de
que sus hermanos más jóvenes, los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, los habían
convertido en verdaderos monos por su soberbia y orgullo. Los gemelos acompañaron
la danza con flauta y tambor, una combinación que todavía es popular entre los
indígenas de la actualidad. La abuela de los danzantes rió tanto al ver los gestos y
muecas grotescos y sus caras y traseros de monos que los gemelos se fueron
desvaneciendo entre la selva. Una versión de este baile posiblemente sobrevive todavía
en el Palo Volador (Ilustración 269). Proveniente de México, este ritual simboliza el
paso de los años; servía, asimismo, como danza de la lluvia y de la fertilidad. Fue
adaptada por los quichés (k'iche's) y se le vinculó a las leyendas de monos que contiene
el Popol Vuh. Mientras los actores bajan en espiral, en círculos que se ensanchan en
torno a un alto palo, un bailarín disfrazado de mono, sobre una plataforma pequeña
colocada en el extremo superior del mástil, realiza las piruetas que Fuentes y Guzmán
llamó 'raras y sobre manera ridículas figurerías'. Durante el siglo XVIII todavía eran
cuatro los bailarines que descendían como pájaros; en la actualidad son sólo dos, que
descienden en posición sedente. El Palo Volador se practica todavía en
Chichicastenango, Joyabaj y Cubulco.
El Popol Vuh también relata que los gemelos, disfrazados como mendigos,
representaban cinco danzas para los malévolos Señores del Inframundo, así como dos
sátiras teatrales, en las cuales pretendían cortarse uno a otro en pedazos y quemar casas.
Los bailes de los mayas incluían el puhuy (tecolote), el cux (comadreja), el iboy
(armadillo), el xtzul (ciempiés) y el chitic, una danza sobre zancos, posiblemente similar
a la representada en Yucatán. De acuerdo con Fray Francisco de Barela, los bailarines
del Ixtzul usaban pequeñas máscaras, y plumas de cola de guacamaya en la nuca. La
mención de estos bailes en el Popol Vuh indica que eran populares antes de la
Conquista, y que su invención es atribuible a Hunahpú e Ixbalanqué. Los bailes de
animales, por cierto, eran comunes, y en la actualidad se recuerdan todavía en
acontecimientos ceremoniales, en los que aparecen con más frecuencia monos, toros y
venados.
La comedia era un género importante tanto en México como en Yucatán. Los españoles
llamaron entremeses o farsas a estas representaciones, posiblemente por alguna
similitud con las farsas españolas del mismo período. Los mexicanos disfrutaron las
imitaciones de ancianos, de enfermos o personajes deformes. Se divertían, además, con
las representaciones en torno a la estupidez, la borrachera, la locura y las costumbres
extranjeras. Eran populares los malos entendidos causados por la sordera. Las farsas
acerca de sífilis, gripes, resfríos y mal de ojo se representaban en el templo de
Quetzalcoatl, de quien se creía que provocaba tales enfermedades, pero que también las
curaba.
Al parecer, en Yucatán la comedia fue más gentil y realista, así como la poesía maya era
más lírica y humana que la náhuatl; mostraba una obsesiva preocupación por la muerte
y una monótona repetición de la imaginería fantástica, para lo cual se usaban flores y
piedras preciosas. Diego de Landa señaló que los mayas de Yucatán representaban
escenas y problemas de la vida cotidiana, y en 1615 Pedro Sánchez Aguilar escribió que
también criticaban a las autoridades corruptas o avaras. El Diccionario de Motul ofrece
los títulos de nueve sátiras que aún eran populares en el siglo XVI. Entre éstas figuraban
piezas sobre mercaderes, una acerca de un cultivador de cacao, otra se relacionaba con
un oficial, y dos más se referían a chismes y a la corrupción. En suma, se trataba de
obras en las que se abordaba la vida diaria.
Los bailes del venado también se representaban mucho antes de la Conquista. Una de
las referencias más tempranas a ellos es la de Thomas Gage, quien aludió a una cacería,
en la que participaba un bailarín disfrazado de jaguar, y a cuyo diálogo Gage se refiere
como 'una forma de hablar al estar actuando'. En una combinación de comedia y ritual
de la fertilidad, las obras citadas rebosan humor con base en malos entendidos o escenas
eróticas. En la versión de Rabinal obtenida por Carroll Mace en 1958, un anciano y una
mujer encabezan la cacería del venado, pero ellos encuentran primero un jaguar. Los
cazadores mueren, mas la mujer los revive al tocar sus cuerpos y al ofrecerles el olor de
sus genitales. Munro Edmonson asevera que esta obra se refiere al calendario y que
repite el tema del sacrificio y posterior resurrección, representado por Hunahpú e
Ixbalanqué en el Popol Vuh. Otras danzas del venado sobrevivieron hasta comienzos del
siglo XX, pero fueron abandonadas. La de Chichicastenango también era una comedia.
En la de Comalapa, representada por última vez alrededor de 1930, un joven impúdico
llamado Caracate ofrecía a su madre el órgano genital de un venado. Su papel pudo
haber sido similar al de Xurxico, el hijo desobediente del Charamiyex.
Los bailes del venado expresados en español, muchos dedicados a la Virgen, fueron
compuestos por los curas, con el objeto de reemplazar aquellos registrados en lenguas
indígenas. Los guachibales, de la misma manera, fueron compuestos para reemplazar
los mitotes, pero la mayoría sigue manteniendo rasgos indígenas, tales como oraciones
al Dios Mundo y la indispensable presencia de una pareja de ancianos entre los actores.
Esta práctica aparece todavía en, por lo menos, 65 comunidades, y sus variantes locales
exhiben una considerable riqueza. La amplia, almidonada y ricamente bordada capa,
hecha con piel del venado, que llega al tobillo, juntamente con la cabeza disecada y la
cornamenta del animal, sobre la máscara, constituyen uno de los disfraces más
impresionantes de Guatemala. Su actual popularidad sugiere que éstos fueron
igualmente populares antes de la Conquista y, mejor que cualquier otro, los modernos
bailes del venado muestran la evolución del teatro prehispánico hacia sus formas
modernas.
Existen, finalmente, los bailes del tun, los cuales es probable que hayan formado un
círculo de tragedias vinculadas a la ejecución de un príncipe capturado. Si éste es el
caso, y tal parece ser, estas obras fueron únicas en Mesoamérica, y en apariencia
constituyeron una forma de teatro desconocida tanto en México como en Yucatán, y
revelan un alto nivel de finura dramática y poética. Las descripciones han sobrevivido
sólo en cuatro casos, el Quiché Vinac, el Tum Teleche, el Loj Tum y el Oj Tum. Otros
títulos aparecen en edictos que prohibían su representación, pero nada se sabe sobre
ellos, y aun las descripciones de los cuatro mencionados están tan alteradas y son tan
fragmentarias que, como ya se ha dicho, para comprenderlas es necesario recurrir al
Rabinal Achí, que sobrevive en Rabinal y se representa en esa localidad, casi cada año,
bajo la dirección de José León Coloch.
El Rabinal Achí fue descubierto en 1855 por Charles E. Brasseur de Bourbourg, quien
lo copió de un manuscrito de 1850 y lo tradujo al francés con la ayuda de los indígenas;
después, en 1862, lo publicó en su Grammaire de la Langue Quiché. La tragedia cuenta
la historia de un príncipe quiché, Quiché Achí, quien es capturado por un príncipe de
Rabinal. Acusado de secuestrar al rey y de cazar en las tierras de Rabinal, el príncipe es
enjuiciado, encontrado culpable y condenado a muerte. Al final, aparece de rodillas y,
mientras el tun tañe muy lentamente, los dos guerreros, Aguila y Jaguar, simulan
ejecutarlo, para lo cual tocan su cuello y cabeza, por atrás, con hachas de madera. Al
terminar la danza, el príncipe quiché se levanta y se une a los otros actores. La música,
producida por un tun y dos trompetas del siglo XIX, es rígida y austera, pero el diálogo,
en coplas, es lírico y ocasionalmente de una conmovedora belleza y patetismo. Como en
la mayor parte de la poesía maya, aparecen frecuentes referencias a la naturaleza. Los
dos príncipes, el rey y un personaje femenino secundario, usan máscaras, pero los dos
guerreros tienen paños blancos sobre sus caras. Estos guerreros portan plaquetas sobre
sus espaldas: una, tallada, que representa un águila de dos cabezas; y la otra, que
muestra dos hermosos jaguares. De las plaquetas se elevan astas coronadas por canastas
decoradas; posiblemente el mismo tipo de vestuario que hizo que Fuentes y Guzmán, en
el siglo XVIII, escribiera que los actores del Oxtum bailaban con 'traje y figura de
demonios'. Algunas fotografías de estos disfraces poco usuales, tomadas por Francisco
Rodríguez Rouanet en 1955, fueron publicadas por Mace en 1981. El diálogo
frecuentemente es interrumpido por una danza solemne, en la cual se forma un
rectángulo con pequeños círculos en las esquinas, un detalle notado por primera vez por
Silvia Alvarez, y posiblemente un remanente de la coreografía original. René Acuña ha
hecho el estudio más completo de esta danza-drama.
Excepto por la descripción de Francisco Ximénez del Quiché Vinac y un breve párrafo
que dedica Fuentes y Guzmán al Oj Tum, la información sobre estas danzas debe
rebuscarse en los autos coloniales, en los cuales se prohibía su presentación. Por
ejemplo, el de 1593, emitido por el Presidente Pedro Mallén de Rueda, en el que se
prohibían todas las representaciones del Tum, deja claro que el Tum era escenificado en
los patios privados, tanto de indígenas como de españoles. Es obvio, por lo tanto, que
Mallén de Rueda no estaba prohibiendo un mitote, sino algo completamente diferente,
talvez un baile como el Rabinal Achí.
Los comentarios de Fuentes y Guzmán acerca del Oxtum están llenos de prejuicios y
lamentablemente son muy breves, pero dejan claro que la obra se escenificaba con
música de tun y trompetas. En 1678 los indígenas del pueblo San Juan Milpa Dueñas
solicitaron autorización para representar 'el baile de trompetas tun', que describieron
como una 'istoria de canto i mui entretenido'. El permiso fue denegado. Otros dos títulos
aparecen en la ordenanza, el Tum Tum y el Uleu Tum, ambos representados en Verapaz.
La descripción de Ximénez del Quiché Vinac es la más completa, y en ella abundan las
similitudes entre ésta y el Rabinal Achí. El Quiché Vinac también trata sobre el destino
de un príncipe enemigo, un hechicero; como en el caso del Rabinal Achí, un personaje
que había perturbado la ciudad de Utatlán con aullidos nocturnos e insultos. Ximénez
recogió la creencia de que el príncipe había brincado de montaña en montaña y, por otro
lado, las leyendas de Rabinal siguen atribuyendo la misma proeza a Quiché Vinac,
aunque el texto indica solamente que el personaje había ido a diferentes montañas. En el
Quiché Vinac, el cautivo estaba atado con cuerdas, en tanto que en la representación
moderna del Rabinal Achí la cintura de éste es atada con una cinta, la cual también va
atada a la cintura de su captor. En ambas obras los culpables asumen su responsabilidad
y son condenados a muerte. Inclusive comparten el mismo nombre. Uno de los títulos
que se da a Quiché Achí es Quiché Vinac, que Ximénez tradujo como 'Señor del
Quiché'. En ambas obras se utiliza el diálogo y, al parecer, ambas comparten 'discursos'
similares. Ximénez escribió lo siguiente: 'Le dijo el Rey que si él era el que daba gritos
de noche, y diciéndole que sí, díjole, ahora verás qué fiesta hacemos contigo'. Estas
palabras aluden a los discursos importantes de Quiché Achí y del rey Jobtoj, así como a
los intercambios anteriores entre los dos príncipes. Se puede preguntar si, de hecho,
Ximénez no se refería realmente al baile que ahora se llama Rabinal Achí cuando él
escribió aquellas palabras en 1715. El cronista acababa de salir de Rabinal, donde vivió
de 1704 a 1714, en su más larga residencia en una comunidad indígena. Fuentes y
Guzmán también mencionó una danza del tun, llamada Quiché Vinac, pero él describió
un argumento totalmente diferente, que trata del secuestro de dos princesas quichés y de
batallas, con un lenguaje difícil de comprender.
En el Tum Teleche, como en el Loj Tum y el Quiché Vinac, se realizan ejecuciones que
también se hacen en el Rabinal Achí, por parte de bailarines disfrazados de guerreros
águila y jaguar, pero no es clara la forma en que se provoca la muerte en las tres
primeras obras, y en la última obra citada la muerte fue mal recogida por la invención
melodramática de Brasseur. El Rabinal Achí no concluye con un simulado sacrificio
azteca. En los tiempos modernos, excepto en 1970 cuando se hizo el cambio respectivo
para una representación en Cobán, el Quiché Achí solamente se arrodilla en el patio, y
los guerreros tocan la parte posterior de su cuello y cabeza, con hachas de madera. La
descripción de 1862 hecha por Brasseur, en la que se menciona la muerte del príncipe
sobre una piedra de sacrificio, fue la que se usó por todos los traductores posteriores,
pero no debe tomarse muy seriamente. De hecho, no aparece en la primera traducción
de 1859, donde únicamente se escribió Ils le mettent a mort. Un simulacro de
decapitación pudo haber sido usado en todos los bailes del tun. Aunque el Tum Teleche
se ha llamado la 'danza del sacrificio', no existe ninguna prueba de que hubiera sido
incluido tal acto. El auto de Prieto de Villegas, emitido en 1623, deja claro que algunos
sacerdotes otorgaron, en repetidas ocasiones, su permiso para las representaciones, lo
que seguramente hubieran denegado si en las obras hubiera habido algún intento de
representar un sangriento sacrificio azteca. Por el contrario, con toda probabilidad se
trataba de majestuosas tragedias, similares a las que contiene el Rabinal Achí en sus
versiones modernas y, como éstas, retrataban la culpabilidad y el consiguiente castigo,
como temas comunes que aparecen en las tragedias procedentes de muchos otros países.
Unas cuantas danzas del tun, no descritas sino hasta el siglo XX, y que pueden
considerarse como claros ejemplos sobrevivientes del teatro prehispánico, pueden estar
relacionadas con las descritas anteriormente, por lo menos en cuanto a algunas
similitudes que presentan en los disfraces. Lothrop describió bailarines del tun que
usaban plaquetas de madera similares a las del Rabinal Achí, en casos registrados en
San Juan Ixcoy, Nebaj, Chajul, Cotzal y Chichicastenango. En 1946, Henrietta
Yurchenco grabó en Chajul el Baile de las Canastas, un nombre que también se da al
Rabinal Achí. En esa obra se representaba la muerte de Cyeb, un hombre capaz de
transformarse en pájaro. Los bailarines hablaban ixil y usaban plaquetas, astas y
canastas aún más altas que las utilizadas en la danza de Rabinal. En Nebaj la obra se
llamaba Tzunún Tijbal. Seguramente relacionada con ella (y talvez podía tratarse de la
misma danza) existe un baile del tun, con diálogo en aguacateco (awakateko) y en
español, llamado Tzunún (el gorrión), el cual se representa cada cuatro años en
Aguacatán. Dos de los bailarines llevan sobre sus espaldas unas tablas con cuatro
agujeros que sirven para atar las cintas que las sostienen; además, tienen una barra de
madera que sube como media vara sobre la cabeza, y en la punta un aro del que cuelga
una tela roja en forma de farol con barbas en la parte inferior; en la superior hay plumas
negras, amarillas y moradas, y un pájaro de trapo. Los otros personajes pretenden
dispararle. Al igual que los guerreros del Rabinal Achí, estos bailarines suelen llevar
hachas de madera y pequeños escudos redondos. Los músicos tocan un tun, una
trompeta y una caparazón de tortuga. Por último, una danza del tun que se realiza en
Santa Cruz Verapaz, llamada ahora Danza de las Guacamayas, pero que en el pasado se
conoció como Quiché Vinac, se refiere a un príncipe que, perseguido por unos
hechiceros, se interna en el bosque. Una fotografía de la representación de esta obra
muestra placas decoradas con flores, las cuales se colocaban sobre las espaldas de dos
de los bailarines.
Actualmente se siguen representando las danzas llamadas del tun, en San Pedro Soloma,
Tectitán, Samayac y San Juan Ixcoy, pero aún no existe información disponible. El
Baile del Tun, de San Bernardino Suchitepéquez, ya no tiene trama y diálogo, pero en
algún tiempo pudo haber sido similar a los ya descritos. Las danzas del tun de Chajul,
Aguacatán y Santa Cruz Verapaz, así como el curioso Quiché Vinac descrito por
Fuentes y Guzmán, sugieren que pudieron haber existido algunas variantes en las tramas
en este género, pero sólo el Rabinal Achí parece todavía revelar mejor la naturaleza real
de la tragedia prehispánica. Al observar esta obra durante la noche, a la luz de las
candelas en el patio de la casa de José León Coloch, en las afueras de Rabinal, se puede
apreciar su austera e inolvidable belleza.
ROBERT M. HILL, II
Comentarios a la Organización
Sociopolítica en el Altiplano de
Guatemala, alrededor de 1520
Las fuentes arqueológicas y etnohistóricas son diversas y hasta cierto punto abundantes,
pero no proporcionan, al menos para algunos de los grupos indígenas, informaciones
muy específicas que puedan concluir en interpretaciones inequívocas y definitivas. La
Arqueología ofrece algunos datos que se refieren específicamente a los grupos
indígenas en el momento de la Conquista, pero, desafortunadamente, dicha disciplina ha
sido enfocada en Guatemala al estudio de los períodos más antiguos, Preclásico y
Clásico, y sobre todo a las Tierras Bajas. Ciertamente, se conocen muchos sitios del
Postclásico Tardío y del Protohistórico en el Altiplano, pero pocos de ellos han sido
objeto de excavaciones cuidadosas y lo suficientemente extensas. Por otra parte, son
raros los sitios arqueológicos atribuibles a determinado grupo indígena y solamente en
casos muy aislados se ha podido reconstruir el territorio controlado por un centro o
grupo determinados. Además, la mayor parte de los trabajos arqueológicos relacionados
con la época inmediatamente anterior a la Conquista, se ha concentrado en el área
quiché (k'iche'ana). La Arqueología, por lo tanto, por sí sola, no constituye una fuente
suficiente ni decisiva en el estudio de la organización social y política que tenían los
grupos indígenas a la llegada de los españoles. Los datos arqueológicos disponibles,
relativos a sitios, estructuras, distribución de vasijas y otros hallazgos, dan lugar a las
hipótesis más variadas. En consecuencia, resulta indispensable recurrir a la información
complementaria que proporcionan las fuentes históricas.
Dichas fuentes, que arrojan alguna luz sobre las formas de organización de los grupos
indígenas de principios del siglo XVI, tienen, sin embargo, el inconveniente de que no
corresponden a escritos anteriores a la Conquista, y muchas de ellas son documentos
que datan de varios años después de que ésta ocurriera. Con excepción de los relatos de
los primeros conquistadores y misioneros, no existen descripciones escritas por testigos
oculares de las sociedades indígenas de la época. En su gran mayoría, las crónicas y
documentos españoles fueron redactados mucho tiempo después de la derrota de las
comunidades indígenas, cuando éstas habían perdido buena parte de su población en
guerras y enfermedades, y los sobrevivientes se encontraban ya incorporados al Estado
colonial.
Por otro lado, eran pocos los españoles interesados en las sociedades indígenas. A los
primeros conquistadores, en general personas de poca educación y curiosidad, sólo
importaban las batallas, el saqueo y los esclavos. Ciertamente, algunos frailes
misioneros tenían intereses más humanistas, pero en Guatemala no se dio el caso, como
en el México central, de un Bernardino de Sahagún o Diego Durán, quienes escribieron
importantes estudios enciclopédicos sobre la cultura azteca. En relación con Guatemala,
sin embargo, es preciso reconocer, como muestra de interés hacia la cultura indígena, el
trabajo de algunos religiosos que compilaron diccionarios de los idiomas nativos
(Ilustración 271), los que sin duda representan una valiosa fuente de información, al
igual que las Relaciones Geográficas del siglo XVI, escritas por mandato real. Las
crónicas preparadas por otros religiosos, como Antonio de Remesal, Francisco Ximénez
y Francisco Vázquez, fueron verdaderas 'historias' del Reino de Guatemala, pero
compuestas en los siglos XVII o XVIII, muy alejadas ya de la época anterior a la
Conquista. Esa misma limitación afectó a la crónica de Francisco Antonio de Fuentes y
Guzmán, la Recordación Florida, posiblemente la más famosa en toda la época
colonial. Este autor era seglar y criollo, lo que representaba una singularidad entre los
cronistas de entonces, y mostró cierto interés en las antiguas sociedades indígenas de su
patria. Por supuesto, dicho interés no se centraba en tales sociedades per se, ni era su
pretensión hacer una descripción históricamente objetiva, en el sentido moderno de la
palabra, pues no era historiador ni antropólogo. No obstante, tuvo a mano y aprovechó
documentos antiguos actualmente desaparecidos.
Puede argüirse que, en el caso de algunos grupos del Altiplano guatemalteco, existen
documentos escritos por los propios indígenas, que representarían una fuente de
información más significativa. Ciertamente, relatos como el Popol Vuh, el Memorial de
Sololá y el Título de los Señores de Totonicapán, constituyen fuentes importantísimas
que han sido utilizadas por varias generaciones de investigadores. Sin embargo, aparte
de que estas fuentes sólo se refieren a los grupos quichés y no a la generalidad de los
indígenas, también tienen sus propias limitaciones. En primer lugar, ninguno de tales
escritos fue redactado antes de la Conquista y, si bien algunos reflejan probablemente
ciertos aspectos reales de las sociedades indígenas anteriores a la llegada de los
españoles, no fueron escritos con la intención de informar a éstos, ni a otros europeos,
acerca de la organización, cultura e historia nativas.
Todavía se discuten entre los investigadores las razones que dieron origen a dichos
documentos, es decir, los propósitos con que fueron escritos. Para algunos fueron una
especie de reacción contra el nuevo régimen colonial, en un intento de las aristocracias
nativas por mantener sus antiguos privilegios mediante el registro de sus historias
dinásticas, que es lo que en el fondo son, en su mayoría, tales documentos. Otros, en
cambio, los consideran verdaderas historias escritas por inspiración de los frailes
misioneros, quienes querían entender la historia antigua y las creencias de sus feligreses,
con el objeto de convertirlos al cristianismo mejor y más fácilmente. Hay quienes creen,
además, que las crónicas indígenas se redactaron con el propósito de demostrar títulos o
pruebas de posesión histórica de las tierras. Finalmente, se ha opinado también que
estos documentos fueron compilados por la nobleza indígena, como pruebas para
demostrar, ante la Corona española, los derechos y privilegios que les correspondían
como señores naturales. Estos derechos incluían exención respecto del pago de tributos
y servicios personales, así como el disfrute de los que por tradición solían recibir
anteriormente de sus súbditos. Es probable que los documentos indígenas en mención
pudieron haber tenido varios de tales objetivos; y también es posible que en el
transcurso de los tres siglos del régimen colonial hubieran sido usados para fines
distintos a los que motivaron su aparición original. En todo caso, resultaría aventurado
tomar como verdades absolutas las informaciones que ellos contienen. Al igual que los
documentos escritos por los españoles, exigen de una muy cuidadosa interpretación,
tanto más cuanto que se trata de expresiones de una tradición completamente extraña a
la europea, escritas durante una época de grandes cambios en las sociedades indígenas.
Desde finales del siglo XIX hasta la década del 1960, varias generaciones de
investigadores pensaban que el calpulli-chinamit era un grupo social basado en el
parentesco; es decir, una especie de clan o linaje, referidos estos términos a grupos
organizados sobre fundamentos de descendencia unilineal. Esta caracterización
coincidió en su tiempo con las doctrinas evolucionistas y raciales, que prevalecieron a
finales del siglo pasado y principios del presente. De acuerdo con ellas, los indígenas
del Nuevo Mundo no habían logrado alcanzar los niveles de la 'civilización' y, antes de
la llegada de los europeos, eran pueblos 'salvajes' o 'bárbaros'. Con ello se trataba de
justificar la conquista del Nuevo Mundo por los europeos, pues los nativos, atascados en
costumbres y creencias 'primitivas' e incapaces de cualquier cambio y mejoramiento, no
podían tener otra alternativa que su asimilación a las culturas civilizadas, o bien, su
desaparición.
Resulta en verdad inexplicable que tales apreciaciones hayan persistido durante tantos
años en la etnohistoria de Mesoamérica. Las primeras investigaciones arqueológicas, sin
embargo, demostraron fehacientemente que los pueblos indígenas de la región
conformaban sociedades complejas y culturas civilizadas. Pues bien, este tipo de
sociedades complejas, con sus propios sistemas de estratificación social y su gran
variedad de funciones socioeconómicas, nunca se basan principalmente en el parentesco
o la descendencia. El error inicial puede atribuirse al hecho de que muchos de los
investigadores de los calpulli-chinamit, aunque no todos ellos, eran estudiosos
estadounidenses, cuya apreciación de las culturas indígenas como 'primitivas' estaba
condicionada por los resultados de los estudios hechos sobre las culturas nativas de su
país, las cuales nunca alcanzaron realmente grados de complejidad social. De manera
que los especialistas estadounidenses, y algunos de sus seguidores, trasladaron al área
mesoamericana conceptos válidos para sociedades nativas menos desarrolladas, se
empeñaron en suponer que los calpulli-chinamit se basaban en el parentesco, y se
dedicaron a buscar las evidencias que confirmaran tales supuestos.
El tecutli gobernaba desde su casa (tecalli) o desde su palacio (tecpán), lo que dependía
de su menor o mayor rango social. Residían con él sus hijos y parientes más cercanos,
quienes participaban también del grado de nobleza menor denominada pilli. La familia
del 'señor' probablemente disponía de sirvientes que atendían su casa, y de labradores
que cultivaban sus tierras patrimoniales.
El Chinamit-Molam
La entidad básica de la sociedad indígena entre los quichés y los pokomames era el
grupo territorial llamado chinamit o molam. No es posible establecer con exactitud el
volumen de la población de tales grupos, varios de los cuales sobrevivieron a la
Conquista, y cuyos miembros fueron contados por los españoles para determinar el
monto de los tributos. En términos generales, se puede decir que las poblaciones de
estos chinamitales, al principio de la época colonial, no pasaban de 1,000 personas y
que, normalmente, sólo sumaban algunos centenares, y aun menos. Ahora bien,
teniendo en cuenta que los grupos indígenas mayas sufrieron una disminución de su
población, de aproximadamente la mitad de sus habitantes, como consecuencia de la
Conquista y de las epidemias introducidas por los europeos, se puede concluir que
anteriormente pudieron haber tenido poblaciones que oscilaban entre varios cientos y
aun miles de personas.
En muchos casos, los chinamit-molam eran encabezados por un miembro de una familia
aristocrática del propio grupo. Entre los quichés y pokomames se usaban diversos
términos para designar a tales señores, de los cuales los más comunes eran ahpop y
molabil, respectivamente. Los miembros de las familias aristocráticas de los
chinamitales de una región solían casarse entre sí, formando un estrato social bien
definido, como los de la Europa feudal. Los matrimonios entre los nobles servían para
establecer y mantener alianzas políticas entre grupos vecinos. Además de los
gobernantes, y con el objeto de ayudar a éstos en sus tareas, parece que existieron otros
nobles menores, o ancianos plebeyos pero distinguidos, que formaban una especie de
grupo consultivo. En una tercera posición se encontraban algunos funcionarios
importantes, como el 'señor', que al parecer podían poseer privilegios especiales en
relación con la masa de plebeyos.
El Amak
No se puede afirmar que en una región determinada la organización social de los mayas,
en la época inmediatamente anterior a la Conquista, consistió únicamente en una serie
de chinamitales independientes entre sí. Sobre todo, entre los quichés, se produjo con
frecuencia la federación de estos grupos en entidades superiores denominadas (amak),
que solían estar formadas por dos o más chinamitales. Esta situación, derivada en parte
de las constantes guerras de conquista, originó una mayor complejidad en la
organización política, y la creación de diversos rangos en la aristocracia. En el caso de
los quichés, los tres amak se encontraban unidos en el momento de la Conquista, y
formaban la confederación más grande del Altiplano de Guatemala, la de los Quiché
Vinak, o gente quiché. En algunos documentos, como el Popol Vuh, estos tres amak son
designados también con el nombre chob, o 'divisiones', término que probablemente no
indicaba ninguna otra entidad política superior sino que simplemente era un sinónimo
del mencionado amak.
Si se exceptúan únicamente los quichés de Utatlán y los cakchiqueles de Iximché, el
amak, en la época de la Conquista, era una entidad política amplia, que incluía diversos
grupos lingüísticos. En las crónicas indígenas aparecen varios amak, tales como los Ah
Tz'ikina o tzutujiles; los Q'aq'Chekeleb, o cakchiqueles occidentales de Iximché; los
Akajal, o cakchiqueles orientales; los Rabinales; los Tuhal Haa, o quichés que
ocupaban lo que es actualmente la mitad occidental del municipio de Sacapulas; y los
Balamiha, o aguatecos (awakatekos). Asimismo, se mencionan otros grupos menos
importantes, situados en las fronteras de los anteriores.
El caso del tamub amak es aún más confuso, pues sus tres chinamitales aparecen
subdivididos, primero en nueve nim já, y después, estos últimos, en siete ochoch.
Pareciera que los ochoch representaban un rango todavía más bajo de nobles, dentro del
mismo chinamit, algo así como los pilli y tecalli de los aztecas. Si ello fuera cierto, se
estaría ante la evidencia de un proceso de subdivisión social, que acabó en la creación
de nuevos chinamitales, a partir de los mismos antecesores.
Los amak de los tamub tenían, además, 11 grupos llamados calpules. Durante la época
colonial, los términos calpul, chinamit y parcialidad, se usaron prácticamente como
sinónimos, referidos al mismo tipo de grupo socioterritorial. Sin embargo, entre los
tamub de la preconquista, la palabra calpul indicaba un tipo de organización, hoy no
conocida a cabalidad. Bien podría significar grupos tipo amak, o chinamitales, aliados o
conquistados, que formaban parte del territorio controlado por los tres chinamitales
gobernantes del tamub amak; o también designar los lugares y poblados del norte y
occidente, colonizados por los tamub desde su capital del valle de Quiché.
Conclusiones
Aun dentro de su vaguedad y limitaciones, los datos que se refieren a la organización
social de los quichés y pokomames, en el momento de la Conquista, son más
abundantes que los relativos a otros grupos indígenas del Altiplano. Este artículo trata
de complementar otras contribuciones que se incluyen en esta sección de la Historia
General. Bárbara Borg ha realizado un minucioso análisis de las fuentes concernientes a
los cakchiqueles, sobre todo, chajomá. Sandra Orellana presenta una interesante síntesis
de sus investigaciones, tanto arqueológicas como históricas, de la zona tzutujil.
Charlotte Arnauld, asimismo, logra una combinación de los resultados de sus años de
investigación arqueológica y los datos históricos relativos a los grupos de Alta Verapaz.
William Fowler, por su parte, se ha concentrado en el tratamiento de la cultura pipil,
sobre la base de largos estudios de documentos arqueológicos. La contribución de la
presente Introducción consiste en que, además de ofrecer una visión nueva de los grupos
quichés, aporta datos acerca de otros dos pueblos importantes, los mames y
pokomames.
NORA C. ENGLAND
Se cree que los idiomas mayas se originaron, hace más de 4,000 años, en la parte
noroeste de las Tierras Altas de Guatemala, cerca del pueblo de Soloma. Se dispersaron
desde esta área, moviéndose hacia el sur, el este y el norte, en un proceso en el cual se
separaron los diferentes idiomas conocidos en la actualidad, y en el que se invadió el
territorio xinca y otras zonas. Los hablantes del idioma maya wasteko se encuentran
separados del núcleo territorial maya y viven en el norte, en San Luis Potosí y Veracruz,
México. Aparte de esta importante migración, los mayas mantuvieron un territorio
compacto, y nunca fueron tan expansionistas como otros grupos mesoamericanos. Los
asentamientos de los hablantes del idioma pipil, que han sido documentados en
Guatemala, fueron establecidos como resultado de la política expansionista de los
pueblos nahuas y su origen era relativamente reciente en comparación con el de los
mayas.
Historia y Diversificación
En la evolución histórica que se extiende a casi 40 siglos antes del contacto con los
españoles, los idiomas mayas se separaron, divergieron y cambiaron. Las fases
arqueológicas mesoamericanas prehistóricas son el Período Arcaico, de c 7000 a 1500
AC, en el cual se inició la domesticación de las plantas y la agricultura; el Preclásico o
Formativo, de c 1500 AC a 250 DC, cuando se produjo una gran expansión de la
población, se iniciaron las agrupaciones políticas bastante organizadas y diferenciadas,
y apareció la cerámica, la agricultura productiva y la arquitectura monumental; y, por
último, los Períodos Clásico y Postclásico, de 250 a 1500 DC, en los cuales alcanzaron
su máximo desarrollo la escritura, el calendario, el desarrollo urbano y la agricultura
intensiva con irrigación. De este modo, el principio de la diversificación lingüística
maya puede situarse en la última parte del Período Arcaico, y la mayor parte de la
historia de los idiomas que se puede reconstruir ocupa los Períodos Preclásico, Clásico
y Postclásico.
A medida que los pueblos se expanden y ocupan nuevos territorios, el contacto social
directo entre la comunidad de origen y la nueva comunidad puede disminuir, sobre todo
por la distancia y los límites geográficos naturales. Todos los idiomas cambian a través
del tiempo, como consecuencia natural de la presión estructural interna y de factores
sociolingüísticos como la diferenciación generacional y de grupos. Si dos comunidades
de hablantes de un mismo idioma ya no sostienen un contacto social directo, los
cambios que se introducen en la lengua de los miembros de las dos comunidades
pueden ser distintos. Estos cambios son mínimos a corto plazo y no impiden el
entendimiento mutuo; a largo plazo, sin embargo, las transformaciones se multiplican
hasta un punto en que las dos variedades, que originalmente conformaron un mismo
idioma, ya no son mutuamente inteligibles y deben considerarse como dos idiomas
separados, aunque compartan una historia y un origen comunes. Una vez que la
divergencia empieza, es necesario que transcurran cerca de 700 años para que se
produzca la separación de los idiomas, si el desarrollo social no detiene o invierte el
proceso. Los idiomas mayas tuvieron tiempo de divergir varias veces en la historia,
dando como resultado un juego de relaciones bastante complejo que ahora se puede
reconstruir.
Se supone que el protomaya fue el idioma hablado por una comunidad lingüística que
existió hace más de 4,000 años. Kaufman propone que el lugar de origen de esta
comunidad estuvo en Los Cuchumatanes, aproximadamente en el área de Soloma. Su
evidencia es la siguiente: el protomaya tiene términos para la flora y la fauna tanto de
las Tierras Altas como de las Tierras Bajas. Los mayas de las Tierras Altas por lo
regular conocen mucho acerca de la flora y la fauna de las Tierras Bajas, pero los de las
Tierras Bajas pueden desconocer las de las Tierras Altas. Por esta razón se cree que los
hablantes del protomaya probablemente vivían en las Tierras Altas, pero en áreas
cercanas a las Tierras Bajas. Soloma reúne estas condiciones y, además, está cerca de
ríos que corren hacia el este, norte y oeste, lo cual pudo haber facilitado el transporte
fuera de sus escabrosas regiones montañosas.
En torno a 1600 AC, o cerca de la época del inicio del Período Preclásico en la historia
mesoamericana, otro grupo importante se separó de su lugar de origen, trasladándose al
sur y al este, a lo largo de una ruta a través de Aguacatán, Chiantla, Cunén y Uspantán.
Los idiomas que con el tiempo se desarrollaron de esta migración son aquellos que
pertenecen a la división oriental. En el transcurso de 200 años se separaron las dos
ramas principales de esta división: la mam y la k'iche'. Hacia 600 AC, o sea 800 años
después, se llevaron a cabo otras migraciones, y ocurrió la diversificación de idiomas: la
rama k'iche' se dividió en q'eqchi', poqom, k'iche' y uspanteko; y la rama mam se
dividió en los grupos ixil y mam. Para entonces, los hablantes de los idiomas de la rama
k'iche' se habían desplazado al este, a lo que hoy es la región de Cobán; y al sur, hacia
los actuales Departamentos de Quiché, Chimaltenango, Sacatepéquez, Guatemala y
Baja Verapaz. Los hablantes de la rama mam emigraron de igual manera al sur y al
oeste, a lo que hoy es el sur de Huehuetenango y San Marcos. Los idiomas de la rama
mam se dividieron 1000 años después, o más, alrededor de 500 DC (Período Clásico),
en los cuatro que se conocen hoy y ocuparon un territorio similar al de su distribución
actual. En 1000 DC, los idiomas de la rama k'iche' se separaron de igual manera y se
establecieron en el territorio en que se encontraban a la llegada de los españoles.
Se sabe que en 1520 la comunidad política k'iche' incluía un gran número de pueblos
que hablaban otros idiomas, como uspanteko, ixil, awakateko, mam, tz'utujil y
kaqchikel. De igual manera, la comunidad política kaqchikel incluía a hablantes de pipil
y de poqomam, en los actuales Departamentos de Sacatepéquez y Guatemala. Es
probable que las tendencias expansionistas de los dos grupos citados aún no hubieran
cambiado significativamente el mapa lingüístico, ya que los otros grupos no se habían
asimilado lingüísticamente. Entre el contacto español y el presente, sin embargo, el
mapa lingüístico en la parte este de Guatemala ha sido alterado de modo significativo
por la invasión del español, especialmente en áreas que antes fueron poqomames, y que
de la ciudad de Guatemala se extendían al este, hacia Jalapa, y al sur, hacia Escuintla.
Con respecto a los otros idiomas mayas de Guatemala, los de la división occidental
empezaron a separarse alrededor de 1000 AC, cuando una rama, que más tarde sería la
ch'ol, se trasladó al norte, dejando a los hablantes de q'anjob'al en su lugar. Con el
tiempo los hablantes de la rama ch'ol ocuparon una amplia zona de las Tierras Bajas,
que se extendía hacia el este. Alrededor de 100 AC, principió otra separación, derivada
de la emigración del grupo chuj hacia el norte, y los q'anjob'ales, aún sin separarse, se
expandieron hacia el sur y el oeste. Alrededor de 500 DC se habían separado el
tojolab'al y el chuj, y el mocho se había desplazado hacia el oeste y el sur, y se separó
del q'anjob'al. Los idiomas restantes de este último grupo (q'anjob'al, akateko y popti')
se separaron más recientemente, y de hecho todavía existe bastante inteligibilidad
mutua. Ellos podrían considerarse tres dialectos separados del mismo idioma, y no tres
lenguas distintas.
El ch'orti' se separó de otros idiomas del grupo ch'ol alrededor de 600 DC, y en algún
momento se trasladó al este, al área cercana a Copán. Se presume que las migraciones y
la consiguiente separación geográfica de otros idiomas del grupo ch'ol están
relacionadas con las condiciones caóticas del Período Clásico Tardío y la disolución de
los Estados mayas de las Tierras Bajas. Los idiomas del grupo ch'ol se hablaban,
durante el Período Clásico, en las ciudades del sur, posiblemente desde Palenque hasta
Copán. Todavía se desconoce cuán al norte se hablaban estos idiomas, y si el yukateko y
no el ch'ol fue el idioma de los mayas clásicos, aunque se considera, en general, que
Petén estaba habitado por hablantes de ch'ol y, Yucatán por hablantes de yukateko. Las
inscripciones jeroglíficas están escritas tanto en ch'ol clásico como en yukateko clásico,
pero todavía no es posible identificar en todos los casos el idioma específico de las
inscripciones de cada ciudad.
Es más probable que la influencia del mixe-zoque sobre los idiomas mayas haya sido el
resultado del dominio cultural y político de los olmecas de Mesoamérica en el Período
Preclásico, más o menos a partir de 1000 AC. Las palabras del mixe-zoque se refieren a
cultivos típicos mesoamericanos, como cacao (de *kakawa), jícara (de *tzima), tomate
(de *koya); a símbolos científicos, religiosos y ceremoniales, como contar, 20 años (de
*may), copal (de *poom), sacrificio, hacha (de *pus o sea cortar), po(h) (Luna de *po');
y a personajes y símbolos calendáricos, como Toj, Tojil (de *tuuj, mojar).
Por otro lado, las palabras del nahua que se encuentran en los idiomas mayas fueron
adquiridas mucho después. Según Kaufman, se pueden rastrear estas palabras hasta el
nahua mismo, siendo éste un grupo de idiomas que empezaron a diversificarse cerca de
900 DC y que en la actualidad incluye al nahua del oeste, del centro y del norte, y al
nahua del este y el pipil. Por consiguiente, es más probable que la influencia nahua
pueda ser correlacionada con la influencia tolteca sobre la cultura maya, y las fechas
serían desde alrededor del 900 ó 1000 DC. Existen más palabras nahuas que mixe-
zoques en los idiomas mayas, lo que también refleja sus más recientes adquisiciones.
Lyle Campbell encontró 28 de estas palabras en el Popol Vuh, y 74 en los idiomas de la
rama k'iche' en general. Estos vocablos incluyen varios términos para nombrar animales
y objetos comunes, tales como masaat (de masatl, o sea venado), kot (de kwautli,
águila), xaan (de xamitl, adobe); palabras para conceptos sociales, políticos y religiosos,
como tekpan, o sea palacio (de tekpantli); tinamit, es decir, pueblo, pueblo fortificado
(de tenamitl); chinamit, que equivale a familia, linaje (de chinamitl); tepew, o sea
dominio (de tepew); xit, o jade (de xiwitl); nawal, o sea nagual, transformador (de
nawal); y un gran número de nombres de personas, personajes y lugares. Robert M.
Carmack comenta que los señores k'iche's prehispánicos con frecuencia tenían nombres
nahuas y también pudieron haber hablado un poco este idioma, por lo menos lo
suficiente para conocer varias frases.
Los hablantes del xinca hicieron préstamos de los mayas. Esto sugiere que las
relaciones políticas y económicas entre estos dos grupos fueron opuestas a las que
sostuvieron los mayas con los hablantes del mixe-zoque o nahua. Mientras que los
préstamos pueden ocurrir en ambas direcciones, de sociedades dominantes a
subordinadas o de subordinadas a dominantes (usando estos términos en un sentido
político o económico), es más usual que el grupo subordinado haga préstamos de
terminología del grupo dominante. Los términos usados para designar relaciones
comerciales, como kunu, o sea comprar (de konh) y kayi, o vender (de *k'ay) fueron
prestados por el xinca; como lo fueron una serie de vocablos que designan plantas,
como xinak o frijol (de *keenaq'), mapi o coyol (de *map), muyi o chicozapote (de
*muy); y también algunos términos que sugieren la actitud de los xincas respecto de los
mayas, como winak o brujo (de *winaq, gente), achiimi o diablo, extranjero, maya (del
kaqchikel achin, hombre). El préstamo de un gran número de palabras referidos a los
cultivos, sugiere que talvez los xincas no eran agricultores antes de su contacto con los
mayas.
En resumen, la evidencia de los préstamos de palabras hechos por los idiomas mayas así
como los que se hicieron de ellos, indica una serie de contactos largos e importantes
entre los mayas y otros grupos mesoamericanos. Es probable que los mayas se hayan
expandido en el territorio xinca y que hayan sido política y económicamente dominantes
sobre ellos. Los mayas, a su vez, fueron bastante influidos, por lo menos, por dos
culturas mesoamericanas fuertes: la olmeca, desde aproximadamente 1000 AC, y
también, mucho después, la tolteca, alrededor del 1000 DC.
Reconstrucción Cultural
La reconstrucción del vocabulario protomaya permite tener una idea de la organización
cultural de los mayas de hace 4,000 años. No puede ser una idea completa, porque parte
del vocabulario de aquella época aún no ha sido reconstruida, y también porque otra
parte se ha perdido y nunca podrá reconstruirse completamente. Si una palabra en
particular no se conserva en los idiomas existentes, es imposible reconstruirla, aun
cuando fuera evidente que existió el concepto que la palabra representaba. Sin embargo,
si una palabra del idioma ancestral puede ser reconstruida, se puede estar
razonablemente seguro de que existió el concepto representado con un nombre
específico.
Por ejemplo, existen palabras en protomaya que designan muchas plantas domesticadas
y otras que equivalen a los verbos sembrar y cosechar, y de ese modo se hace evidente
que los protomayas (Período Arcaico Tardío) eran agricultores. Además, ya tenían
palabras aplicadas a la mayoría de los cultivos más importantes del área. Algunos de
dichos términos son los que se presentan a continuación:
Se sabe que Mesoamérica tenía muy pocos animales domesticados, pero los que existían
tenían nombres en protomaya, y también una palabra que designaba al animal
domesticado en general
Los nombres dados a muchos animales silvestres de la región eran bien conocidos.
Algunos ejemplos son los siguientes:
En relación con las casas y algunos enseres hogareños existían palabras como las que se
indican a continuación:
*atyooty casa *aab' hamaca
*paat ranchito *ch'aaq cama
*oor horcón *pohp petate
*ehb' escalera *teem banco, asiento
*pat construir casa *mes barrer
Las palabras siguientes estaban vinculadas a la elaboración de ropa y al arte del tejido:
*aajaaw Señor
*aal hija, o hijo, de mujer
*al'iib' nuera
*b'aal(u k) cuñado de hombre
*chiich abuela
*chuuch mamá
*elaq' ladrón
*ihtz'ii n hermano, o hermana, menor
*ikaaq' sobrino; primo
*ikaan tío materno
*jawan cuñada de mujer
*maam nieto; sobrino; abuelo
*me'b'aa huérfano, o huérfana, viudo, o viuda
*mi'm abuela
*muun esclavitud
*mu' cuñada de hombre; cuñado de mujer
*tyaaq' hermano menor
Los idiomas mayas pueden caracterizarse fonológicamente por una serie de oclusivas
sordas simples y africadas, igualadas por una serie de oclusivas glotalizadas y africadas
en, por lo menos, cinco puntos de articulación; varias fricativas sordas y algunas
resonantes sonoras. Tienen cinco vocales cardinales y la mayoría también tiene
prolongación vocálica. Morfológicamente tienen flexión para persona y número del
poseedor del sustantivo, de los sujetos y objetos de verbos, de los sujetos de estativos y
para el tiempo-aspecto-modo de los verbos. Existe un gran número de categorías de
derivación. Las clases de palabras incluyen sustantivos, verbos, adjetivos, posicionales
(clase única para los idiomas mayas), estativos, partículas (inclusive adverbios) y varias
clases menores. Son idiomas ergativos, tanto morfológica como sintácticamente. Tienen
un orden básico de palabras que empieza con el verbo; la mayoría son idiomas del orden
verbo-objeto-sujeto, pero varios son (innovadoramente) verbo-sujeto-objeto. Las
categorías de voz incluyen el pasivo, antipasivo y, en algunos idiomas, referencial o
instrumental. Estos idiomas, como cualquier otro, han sido y siguen siendo
perfectamente capaces de adaptarse a las necesidades de comunicación de la vida
moderna.
Conclusiones
Antes del 2000 AC, la parte noroeste de Guatemala, específicamente la región de Los
Cuchumatanes, estaba habitada por las personas que crearon el idioma maya original.
Todavía se desconoce de dónde llegaron exactamente y con qué otros pueblos tuvieron
alguna relación. Su idioma, al que hoy se llama protomaya, ha sido parcialmente
reconstruido a través de los esfuerzos de lingüistas historiadores. Ya participaban en el
complejo cultural mesoamericano, y habían empezado a sembrar y a cosechar, a
escribir, pintar, hacer cálculos matemáticos, a desarrollar una sociedad estratificada y
completamente capaz de enfrentar los desafíos de la urbanización y de la formación del
Estado de los próximos milenios.
Las comunidades mayas separadas empezaron con una gran herencia lingüística, que
desarrolló los distintos idiomas en toda su complejidad. Cada uno de éstos agregó sus
características particulares a aquella herencia; conservó algunas del idioma original,
pero cambió y eliminó otras, y también agregó innovaciones y reinterpretaciones. El
resultado fue un cúmulo de diferentes idiomas mayas, todos con su carácter especial y
propio, y todos con una herencia común. El estudio de la diversificación de tales
idiomas complementa el conocimiento de la historia de esa gente. También se suma a
nuestra comprensión del proceso del cambio lingüístico.
ROBERT M. HILL, II
Los Quichés
Los antiguos quichés (k'iche's) dominaron las mismas zonas que en la actualidad ocupan
sus descendientes: una región que incluye la mayor parte de los Departamentos de
Quiché, Baja Verapaz, Totonicapán, Sololá y Quetzaltenango (Ilustración 274). Sin
embargo, el vocablo 'quiché' se refiere a una división lingüística y talvez cultural. Los
pueblos de idioma quiché nunca formaron una sola entidad política; en el momento de
la conquista española existió la confederación encabezada por los grupos de Gumarcaaj-
Utatlán, Ismachí e Ilocab, que controlaba la mayor parte del territorio ocupado por los
hablantes de esa lengua.
Según sus propias crónicas, los antiguos quichés no pretendían ser originarios de los
territorios que les pertenecían inmediatamente antes de la conquista española, ya que
declaraban haber inmigrado desde lejos, y que conquistaron sus dominios en Los Altos
de Guatemala, donde desalojaron o incorporaron a los grupos indígenas que allí
encontraron. Sin embargo, la migración y el conflicto con grupos nativos forma parte de
un complejo mítico de muchos grupos mesoamericanos. Este hecho hace necesario
examinar las crónicas indígenas, las cuales constituyen la fuente más importante de
nuestros datos sobre los quichés.
Estudios más recientes sobre las crónicas mexicanas indican que la función de la
'historia' entre los mesoamericanos fue muy diferente a la europea. Susan Gillespie ha
señalado que la función de la 'historia' entre los aztecas no era la de una crónica fiel de
eventos a través del tiempo. Al contrario, para ellos la cosmovisión dominaba todo y los
cronistas aztecas arreglaban los eventos, hasta el punto de inventar reyes y hechos, para
que la 'historia' estuviera de acuerdo con la cosmovisión.
Entre grupos como el de los mexica (o los cavec y otros grupos quichés), que habían
logrado su preeminencia política en una época relativamente reciente, hubo necesidad
de crear 'historias', como parte del proceso de validar su nueva situación, es decir,
formular una 'propaganda' que mostrara la inevitabilidad de su acceso al poder. Pero
tales 'historias' sólo alcanzaron la forma con que las conocemos actualmente después de
la conquista española. ¿Hasta dónde los indígenas cambiaron el proceso de transcripción
para enfrentar al régimen colonial, o bien para aprovechar las necesidades y
oportunidades que de éste se derivaban? Gillespie considera que las 'historias'
mexicanas representan un esfuerzo, de parte de sus autores, por explicar la 'catástrofe',
la conquista española y la caída del 'Imperio' azteca, conforme la cosmovisión
tradicional y como un momento o pequeña coyuntura en el gran ciclo del tiempo
cósmico.
El autor del presente trabajo ha encontrado las mismas tendencias en las crónicas
mayores de los cakchiqueles (kaqchikeles): el Memorial de Sololá y La Historia de los
Xpantzay. Entre los cakchiqueles, tales documentos sirvieron también como pruebas del
rango aristocrático de sus poseedores, y como 'títulos' ante la justicia española para
proteger sus tierras de la usurpación de los colonizadores o de otros indígenas.
Orígenes
Carmack y varios de sus discípulos opinan que los quichés antiguos eran originarios de
una región de la Costa del Golfo de México, situada poco más o menos a la altura de la
desembocadura del Río Usumacinta, y que de allí emigraron a Los Altos de Guatemala,
al final del Período Clásico o principios del Postclásico Temprano. Tal hipótesis parece
basarse en la interpretación del viaje realizado por los primeros quichés, desde la
legendaria Tula o Tollan, a donde fueron para recibir la investidura como líderes de su
pueblo y el permiso para establecerse finalmente en Los Altos de Guatemala.
En el presente ensayo las crónicas no se analizan al pie de la letra, sino en un sentido
más general. En principio, aquí se estima que la pretendida emigración de los quichés,
desde otra parte de Mesoamérica, debiera apoyarse en discontinuidades en la
Arqueología de la región quiché, durante el final del Clásico y principios del
Postclásico. Sin embargo, el arqueólogo estadounidense Kenneth Brown, de acuerdo
con un reconocimiento detallado de la zona quiché central, sostiene que no se aprecian
grandes cambios en el patrón de asentamiento de las poblaciones, ni en la arquitectura
ni en la cerámica, sino hasta tiempos muy tardíos, por ejemplo, desde 1350 DC. Es más
probable, según dicho investigador, que los quichés fueran de origen local, y que
posiblemente procedían de la cuenca de Chujuyub.
La premisa anterior induce a pensar que el lugar de origen y la ruta de migración, según
las crónicas quichés, se subordinaron a las exigencias de la mitología y cosmología
tradicionales. Es cierto que existen muchos sitios arqueológicos en la región quiché, y
que varios de ellos todavía tienen los nombres que corresponden a los lugares
mencionados en las crónicas. De tales sitios, sin embargo, son pocos los que han sido
estudiados intensivamente por arqueólogos competentes, y en su mayoría pertenecen al
período más tardío de la época prehispánica. Casi todos los sitios identificados como
lugares 'visitados' o 'fundados' por los quichés a lo largo de sus peregrinaciones, no han
sido suficientemente estudiados como para afirmar que pertenecieron a los quichés más
antiguos, y que corresponden con certeza a un período determinado.
El hecho de que un lugar tenga un nombre que figura en las crónicas, no prueba que ese
sea un lugar en el que estuvieron, o donde fundaron un poblado, los antiguos quichés.
Es muy posible que tales lugares hubieran recibido su nombre después del
establecimiento de los quichés en el Altiplano de Guatemala, lo cual pudiera haber sido
parte de un proceso de apropiación del territorio. La adjudicación de un nombre, por lo
tanto, parece haber sido un hecho a la vez simbólico y político.
Tanto la secuencia 'histórica' de las crónicas, como el Popol Vuh, parecen reflejar la
misma preocupación, por su 'legitimidad' política, que manifestaron los grupos de
lengua nahua, sucesores de los verdaderos toltecas, en el valle de México. En sus
propias historias, estos grupos siempre intentaron enlazar a sus líderes con una línea de
las 'familias reales' de Tollan. Pero los nahuas, por lo menos, vivían cerca del verdadero
Tollan, lo que no ocurría con los quichés y sus aliados (los cakchiqueles), que vivían
muy lejos de dicho centro. Por lo tanto, no tenían derecho al poder político por la vía de
la descendencia, y sólo podían esgrimir un derecho de instalación en las posiciones de
mando por el 'rey' de los toltecas, quien posteriormente habría ordenado a los quichés
que buscaran sus propios territorios. Este episodio 'histórico' no parece ser sino un
esfuerzo para justificar y legitimar la dominación política que los quichés lograron
después.
Grupos Sociopolíticos
Los hablantes de idioma quiché nunca formaron una sola entidad política. Sin embargo,
los de la región central, es decir, los quiché vinak (gente o nación quiché), como ellos
mismos se llamaban, constituían la entidad política más poderosa en Los Altos de
Guatemala en el momento de la conquista española. Su extensión y poder se pueden
atribuir a que desarrollaron un nivel de organización más alto que el de la mayoría de
sus vecinos. Sólo los cakchiqueles de Iximché lograron un nivel de organización
política semejante, y ellos también se llamaban vinak, o sea, la nación o gente
cakchiquel. Se puede deducir, por lo tanto, que no fue un accidente que los cakchiqueles
de Iximché fueran los únicos verdaderos rivales y más encarnizados enemigos de los
quichés.
No es posible calcular la población del quiché vinak, pero parece claro que había mucha
variación en cuanto a tamaño, extensión territorial y poder político entre los amak y los
chinamitales de esa unidad social. Esto se puede probar por el hecho de que Utatlán era
mucho más grande que Ismachí y Chisalín, aunque este último sitio era cabecera de
cinco chinamitales, y Utatlán sólo lo era de cuatro. También es seguro que estos
chinamitales importantes no eran los únicos de la nación quiché, ya que pudieron haber
existido otros de menos categoría, políticamente dependientes o sujetos a los
chinamitales mayores.
Según el Popol Vuh y otras crónicas indígenas, los chinamitales reinantes contaban con
varios nim já o casas grandes. Estos nim já han sido interpretados por Carmack como
linajes en un sistema de tipo segmentario, pero, como se dijo antes, es más probable que
los nim já representaran un proceso de consolidación de la aristocracia más alta. Según
la línea analítica del presente ensayo, con el aumento del poder político y del control
territorial que experimentaron los quiché vinak, hubo necesidad de crear más cargos
administrativos y ocuparlos con aristócratas de los chinamitales reinantes. De esta
manera, cada nim já tenía el nombre del título de su funcionario. Parece que los
candidatos para estos cargos políticos eran, originalmente, del rango menor de la
aristocracia de cada chinamit. Con el paso del tiempo, a los titulares de los nuevos
puestos políticos se les elevó su rango, y pasaron a una posición parecida a la de los
tecutli de los antiguos mexicanos. En consecuencia, parece que cada nim já era bastante
semejante al tecpán mexicano, o sea, un grupo residencial que incluía al aristócrata
titular, a su familia y a otros parientes cercanos (todos del nivel aristocrático, pero
probablemente de un rango inferior, como los pilli del México antiguo), así como a sus
sirvientes, criados o esclavos. Es posible juzgar la importancia de los chinamitales de la
nación quiché por el número de nim já que tenía cada uno. Según este criterio,
aparentemente el amak nimá quiché y el amak tamub tenían los chinamitales más
importantes de los nihaib. Dentro del amak nimá quiché, los otros dos chinamitales
parecen haber sido menos importantes, pues los chinamit ahau quiché y zaquic (zaq'
iq'ib) sólo contaban con cuatro y dos nim já, respectivamente.
Entre los tamub, los chinamit Ahquinal y Ekoamakib tenían ocho y nueve nim já,
respectivamente. El chinamit Kakojib pudo haber sido menos importante, pues tenía
sólo cuatro nim já. Sin embargo, la organización de los tamub se complicaba por la
presencia de entidades denominadas ochoch (casa) dentro de varias de sus nim já.
Existían desde dos hasta nueve de estas ochoch, en una sola nim já.
En las crónicas de los tamub también aparece un tipo más de organización, el de los
calpules. Además de existir entre los tamub, existieron 13 de estas entidades entre los
nimá quiché, pero no está claro lo que significaba el término 'calpul' en aquel tiempo y
en aquel contexto. Al igual que chinamit, la palabra calpul (o calpulli) es de origen
mexicano, y en las regiones de lengua náhuatl de México se usaban ambas palabras
indistintamente. Los tamub, sin embargo, aparentemente diferenciaban entre los dos
términos, reservando chinamit para los grupos reinantes del amak (en su caso, los
ahquinal, los ekoamakib y los kakojib). Es probable que el término calpul se refiriera a
los territorios, y a los moradores de éstos, políticamente subordinados o dependientes de
los tamub y de los nimá quiché. Muchos de los nombres de los calpules perduran
actualmente como topónimos y nombres de aldeas y pueblos de la zona quiché central,
según lo ha demostrado Carmack.
Jerarquía Sociopolítica
La aristocracia
Los quichés no conformaban una sociedad igualitaria, ya que unos poseían mejores y
diferentes posibilidades, como las de dirigir y gobernar, así como la de gozar de un
acceso especial a los medios de producción, tanto propios como ajenos. Este principio
de adscripción, por el cual se supone que una persona tiene ciertas características
basadas en el hecho de descender de padres y antepasados ilustres, define la entidad
sociopolítica que se denomina aristocracia. Lo mismo que en el México antiguo, los
quichés y los otros grupos mayas mantenían una distinción básica entre la aristocracia o
nobleza y los plebeyos. Aunque se desconoce cuáles eran exactamente las
características de la élite quiché, existen elementos circunstanciales que sugieren que
dicha categoría se basaba en conceptos semejantes a los que utilizaban los aztecas para
justificar la categoría de los nobles o aristócratas.
La gente de lenguas nahuas (incluso los aztecas o mexicas) creía que cualquier ser
humano tenía tres 'ánimas' o fuerzas: tonalli, teyolia e ihiyotl. El tonalli se concentraba
en el cráneo y era una fuerza derivada del Sol. Este astro, en cada día del calendario
adivinatorio, controlaba el destino de la persona nacida bajo su signo, y su influencia se
transmitía por medio del tonalli, que cada individuo tomaba del Sol en el momento de
su nacimiento o poco después. El tonalli también producía el conocimiento, los talentos
y las tendencias de cada persona. El teyolia estaba concentrado en el corazón del
individuo y producía el calor del humano viviente. También tenía funciones cognitivas
como el entendimiento, la memoria y la fuerza de voluntad. Finalmente, el ihiyotl se
concentraba en el hígado y era responsable de las emociones fuertes y bajas, como la
envidia, el deseo sexual, el odio, etcétera. En un individuo sano, estas fuerzas estaban
equilibradas; pero había diferencias en cuanto al poder de las fuerzas, sobre todo en
cuanto al teyolia. Entre los nahuas, los nobles se diferenciaban de los plebeyos por
poseer una teyolia más fuerte o 'caliente', que era resultado de un acto de creación
especial del dios Quetzalcoatl; es decir, que los nobles eran creados separados de los
plebeyos, con un tipo de teyolia distinto. De esta manera, los nobles, por supuesto, eran
más inteligentes que los plebeyos, tenían memoria e imaginación más potentes y, por lo
tanto, eran inherentemente superiores y mejor dotados para gobernar.
El anterior sistema de creencias sólo tendría un interés incidental si no fuera porque los
quichés, en general, tenían conceptos muy semejantes. En los diccionarios bilingües
coloniales (de lenguas indígenas y español), sobre todo el cakchiquel, que es una lengua
muy cercana a la quiché, se encuentran palabras que expresan aquellos conceptos. El
natub es el tonalli, y el uxla es equivalente al ihiyotl. Hasta el presente no se ha podido
identificar un término específico para denominar el teyolia, pero las fuentes
correspondientes indican claramente que muchas funciones cognoscitivas y afectivas se
localizaban en el corazón. Fray Thomas de Coto, por ejemplo, escribió:
Aunque no existe una declaración explícita acerca de una creación especial de los
nobles en el Popol Vuh, o en otra crónica indígena, es significativo que uno de los
cargos oficiales entre los Cavec era el de 'cura', Gukumatz, el nombre maya de
Quetzalcoatl, el dios que los nahuas consideraban que había creado a los nobles.
También es importante que los líderes quichés (los más altos miembros de la
aristocracia) poseían, por lo menos, características que no tenían los plebeyos. Por
ejemplo, en el Popol Vuh se le atribuía el principio del poder cavec y quiché al Ahpop,
llamado Gucumatz. Y para explicar sus éxitos se atribuían a dicho personaje poderes
extraordinarios. El Popol Vuh agrega que Gukumatz subió al cielo durante una semana y
que después bajó a Xibalbá por otro tiempo igual. Se transformó y pasó una semana en
cada una de las siguientes formas: serpiente, águila, jaguar y poza de sangre. Por medio
de sus transformaciones, Gucumatz pudo intimidar a otros pueblos enemigos y hacerles
vasallos tributarios, sin recurrir a la guerra.
Si los nahuas y los quichés manifestaban los mismos conceptos con igual base
ideológica respecto de sus correspondientes aristocracias, asimismo, parece que también
había diferencias de categoría dentro de la aristocracia. Se puede asumir que el Ahpop
de un chinamit ocupaba un rango más alto que los demás funcionarios del grupo, y que
los cabezas de los nim já eran de más alto rango que los cabezas de los ochoch. De igual
manera, los aristócratas de los chinamitales preeminentes (como los Cavec, los nihaib,
etcétera) deben haber sido de un rango más alto que los cabezas de chinamitales o amak
políticamente dependientes o subordinados.
Los Cavec proporcionan una idea de su organización y estratificación interna. El Ahpop
('el del petate', símbolo del poder político) era la cabeza del chinamit, aunque hay
indicios de que compartía el poder ejecutivo con el Ahpop Camhá ('el de la casa
escalonada', del petate, o consejal). Se nota la misma división del poder entre el
Tlatoani y Cihuacoatl de los mexicas. Debajo de los funcionarios citados había dos
cargos evidentemente religiosos. Estos eran el Ah tohil ('el de Tohil', dios protector de
los Cavec) y el Ah Gucumatz ('el de Gucumatz'), que pudo haber sido el equivalente
quiché de Quetzalcoatl o su antepasado, que inició el poder dominante de los Cavec.
Después había cinco cargos políticos de menor importancia, aunque cada uno de los
funcionarios que los ocupaban tenía su propio nim já en la capital, es decir, en Utatlán o
Gumarcaaj. Estos eran el Nim Ch'okoh Cavec ('el gran sentador de los Cavec), el Popol
Vinak Chi T'uy ('sentador en el petate'), el Lol Met Keh Nay (aparentemente encargado
de los tributos), el Popol Vinak Pa Hom Tzalatz ('sentador del petate del juego de
pelota') y el U Chuch Camhá (encargado de la casa escalonada o consejero).
Los nihaib (nim hayib) tenían nueve cargos muy semejantes a los de los Cavec. Los dos
funcionarios de más categoría eran un Ahau Calel y un Ahau Ah Tzih Vinak, como los
dos funcionarios más importantes, y después un Ah Avilix (Avilix era el dios protector
de los nihaib), un encargado de tributos, un 'encargado' de la Casa del Consejo, un gran
sentador y otros funcionarios de la Casa del Consejo.
El grupo de los ahau quiché, como chinamit de menor importancia, sólo contaba con
cuatro cargos, que incluían al Ah Tzih Vinak, como jefe del grupo, un Ah Hakavitz
(Hakavitz era el dios protector de los ahau quiché), un gran sentador y un encargado de
tributos. Los menos importantes dentro del amak nimá quiché, los Zaq Iq'ib, tenían dos
puestos: el Tz'tu Haa y el Calel Zaquic (Q'alel Zaq Iq').
Los Ahpop más importantes (probablemente aquellos que encabezaban los amak o,
quizás, sólo los cabezas de las naciones como los quiché vinak o cakchiquel vinak)
merecían el uso exclusivo de los 15 objetos que eran símbolos de su categoría y poder:
1) dosel
2) trono
3) nariguera de hueso
4) orejeras (probablemente de varios materiales, según se ha documentado
arqueológicamente: jade, obsidiana y oro)
5) bezote de jade u otra piedra preciosa
6) collar de cuentas de oro
7) collar de garras de león
8) otro collar de garras de jaguar
9) pendiente de calavera de búho
10) piel de venado
11) brazalete de joyas
12) pendiente de concha
13) dientes con incrustaciones de jade
14) corona de plumas de papagayo
15) penacho real de plumas de grulla
Aunque nunca se ha excavado profesionalmente una tumba 'señorial' del tipo
correspondiente en la zona quiché central, el arqueólogo Jorge Guillemin, en sus
excavaciones en Iximché, encontró una tumba de esa clase. Su ocupante estaba
adornado con algunas de aquellas manifestaciones de categoría 'real' o, por lo menos,
con objetos hechos de materiales perdurables. Estos ornamentos no eran exclusivos de
los quichés, sino comunes entre muchos pueblos mesoamericanos.
Los plebeyos
No se sabe mucho de los plebeyos (macehuales) quichés, porque los autores de las
crónicas indígenas no incluyeron referencias sobre la gente común. Su interés se centró
en los hechos, guerras y hazañas importantes de los líderes. Lo poco que se sabe sobre
ellos es lo que aportaron fuentes españolas, escritas después de la Conquista a veces, a
mucho tiempo de distancia.
En su calidad de miembros de un chinamit, parece que los plebeyos sólo gozaban del
usufructo de las tierras que labraban, ya que el propio chinamit era propietario de toda la
tierra. Los plebeyos eran obligados a contribuir al pago de cualquier gasto en que
incurría su chinamit, lo cual se hacía por medio de la institución llamada nut, que
sobrevivió hasta la época colonial. De Coto describe dicho mecanismo, de la manera
siguiente: 'recoger de casa en casa de los chinamitales, cacao. Diez y veinte cacaos de
cada casa para ayudar a casar a alguno, sacando de la cárcel. Este nombre nut significa
esta junta así, recogimiento de cacao'.
Francisco Varea (o Barela) concuerda con la descripción anterior: 'cacao que se pide en
cada casa de un chinamital, dan diez o veinte cada casa cuando se casa uno de ellos o
para pagar su pleyto si está uno en la cárcel'.
Como consecuencia de su baja categoría, los plebeyos eran sujetos a otras limitaciones
legales. Fuentes y Guzmán escribió también que, aunque los nobles y sus familiares
podían vestirse con telas finas de algodón bien labradas, los plebeyos sólo podían llevar
ropa de henequén:
Fuentes y Guzmán hizo una complicada descripción del vex o maxtlatl mesoamericano
tradicional. Es importante la indicación de que había dos rangos en el estrato plebeyo: el
de los simples labradores de la tierra, de quienes dependía económicamente toda la
sociedad; y las personas comunes, que servían directamente a los nobles. Aunque
Fuentes y Guzmán sólo mencionó a los 'criados domésticos', es seguro que había
plebeyos que eran artesanos (lapidarios, plumarios, orífices, etcétera) y otros
especialistas (arquitectos, maestros albañiles, carpinteros, etcétera) que elaboraban los
productos y proveían los servicios para la élite.
Los esclavos
Aunque entre los antiguos quichés existían los esclavos, se desconocen todas sus
características. ¿Había varios tipos de esclavos, igual que entre los aztecas? ¿Cómo se
adquiría esa condición? ¿Era posible la emancipación? ¿Bajo qué condiciones?
De acuerdo con los pocos datos disponibles, entre los quichés y los otros grupos mayas
del Altiplano la mayoría de los esclavos eran cautivos de guerra y, quizás, algunos
condenados por crímenes graves. Entre los aztecas, a tales cautivos se les destinaba para
el sacrificio en el culto divino, de manera que no había posibilidad de emancipación. Sin
embargo, entre los mismos aztecas hubo otra clase de esclavo, el llamado tlacotli en
lengua náhuatl, cuya situación legal se aproximaba a la servidumbre establecida por
contrato, y no a la esclavitud clásica. El esclavo clásico pasaba a ser propiedad
permanente de su adquirente, mientras que el siervo ligado por contrato normalmente
estaba en tal situación para pagar una deuda o multa y, al satisfacerla, quedaba libre.
Entre los aztecas, esos esclavos tenían derechos legales, ya que podían casarse
libremente y sus hijos nacían libres y podían poseer bienes, incluso sus propios tlacotin.
Los Cavec, según el Popol Vuh, pretendían que Tohil era su dios patronal y que el
mismo lo era también de los amak tamub e Ilocab. Los tres grupos basaban su
confederación de una sola nación (los Quiché Vnak) en el hecho de que los tamub, los
Ilocab y el chinamit preeminente del nimá quiché amak, o sea los Cavec compartían el
mismo patrón.
Es evidente que los quichés entendían que todos los dioses patronales eran
manifestaciones o reflexiones de una sola divinidad. Asimismo, existía entre todos los
antiguos mesoamericanos el concepto del 'hombre-dios'. Creían que un mismo ser podía
ser humano y dios, simultáneamente. Por ello, algunos jefes podían realizar sus hechos
heroicos, como en el caso de Gukumatz, el jefe Cavec. Para los Cavec tampoco era
necesario diferenciar entre Gukumatz, el dios, y Gukumatz, el antepasado ilustre.
Expansión territorial
Los expertos coinciden en que el famoso Quicab encabezó su chinamit Cavec (el más
poderoso de la nación quiché) y los subordinados a éste, en el siglo XIV,
aproximadamente durante 1425 y 1475. A él y a sus contrapartes, los amak tamub e
Ilocab, se atribuye el avance contra el territorio mam. La fuente más importante sobre
este proceso de expansión es el Título de Totonicapán.
La expansión fue un trabajo colectivo de la triple alianza de los nimá quiché, tamub e
Ilocab, pero como los autores del Título de Totonicapán dependían políticamente de los
primeros, su crónica trata principalmente de sus propios orígenes. Según dicho
documento, la colonización corresponde a cuatro grupos de parcialidades (chinamitales)
quichés. Un grupo de 13 parcialidades, llamados los K'ulajá, tomaron y poblaron la
región del actual Quetzaltenango, donde desalojaron o incorporaron a los antiguos
moradores de idioma mam. De la misma manera, las 12 parcialidades de los Tsibachaj,
poblaron la región de Totonicapán. Ocho parcialidades más, los Ts'alam C'oxtún y los
Sijá Raxq'uim, tomaron la sierra situada al este de los valles de Quetzaltenango y
Totonicapán, en la región de Ixtahuacán (Ilustraciones 274 y 276).
El Título de Totonicapán indica que los Tsibachaj contaban con parcialidades
dependientes de cada uno de los chinamitales reinantes de los nimá quiché, o sea de los
Cavec, los Nihayib y los Ahau Quiché. Parece también que a cada uno de los 12 grupos
se le permitió establecer su propia jerarquía política, cuyos funcionarios fueron
ennoblecidos por los jefes nimá quiché. De esta manera, cada parcialidad de las 12 de
los Tsibachaj recibió su Ahpop, su Calel, su Uk'alechij y su Rajpop Achij, títulos todos
éstos de cargos políticos de los chinamitales quichés mejor conocidos. También les
entregaron tres estandartes o banderas, para las parcialidades pertenecientes a los Cavec,
a los tamub y a los Ilocab.
Tanto el Popol Vuh como el Memorial de Sololá indican que los problemas empezaron
cuando Quicab enfrentó la sublevación de sus propios hijos. La razón del conflicto no
está muy clara. Pudo haber sido que, basado en sus éxitos, Quicab excedió la autoridad
tradicional de un Ahpop y asumió poderes dictatoriales. Las crónicas indígenas indican
que, como consecuencia del programa de expansión que encabezó Quicab, se originó
una clase militar cuyos miembros querían una categoría sociopolítica más elevada, que
el jefe Cavec no les otorgó. Talvez relacionado con esto último, las crónicas sugieren
también que Quicab no había premiado suficientemente a sus guerreros e hijos por sus
servicios en las guerras de expansión. ¿Guardó Quicab demasiado para sí mismo? ¿No
fueron suficientes los tributos y el botín extraídos de los grupos conquistados? Con base
en las crónicas estas preguntas no se pueden contestar de modo satisfactorio. Es
probable que una combinación de factores hubiera fomentado el levantamiento contra
Quicab. De todos modos, es evidente que tanto los grupos aliados como los
subordinados se aprovecharon de la confusión resultante para establecer o recobrar su
independencia.
Por ejemplo, los cakchiqueles de Iximché registraron en sus anales que fueron objeto de
envidia por parte de los guerreros quichés. Se afirma allí también que el verdadero
Quicab, después de haber sido derrotado por sus hijos y soldados, les aconsejó separarse
de los quichés y establecer su propia nación independiente. Es probable que los Akahal-
Chajomá cakchiqueles también se hubieran separado de los quichés en el mismo
momento, y que después de dejar su antigua morada en la región de Zacualpa-Joyabaj
hubieran fundado un nuevo señorío, con su capital en el sitio conocido popularmente
hoy como Mixco Viejo (Jilotepeque Viejo). Ambos señoríos cakchiqueles pronto se
convirtieron en acérrimos enemigos de los quichés. Estos y cakchiqueles también
entraron en guerra casi continua con los tzutujiles (tz'utujiles) y otros grupos. En este
ambiente de fragmentación política, hostilidad mutua y guerra permanente, llegó Pedro
de Alvarado, en 1524, con su pequeño ejército de españoles y auxiliares mexicanos.
Los zacualpanecas tenían cinco sitios: uno (Xolchún, Ilustración 277) en el centro, y
cuatro ubicados al norte, sur, este y noroeste. Esta distribución forma, más o menos, una
figura quincunce, que era de gran importancia cosmológica para los antiguos
mesoamericanos, entre los cuales representaba esquemáticamente el universo, el espacio
y el tiempo. El símbolo normal tenía forma de x o +, o sea un punto central, con cuatro
brazos o ramas que representaban los cuatro puntos cardinales. El centro simbolizaba la
estabilidad, producida por la intersección de todos los poderes e influencias cósmicos.
Para los antiguos mesoamericanos, sólo en el centro del universo se encontraba la
seguridad. Cada uno de los brazos tenía su asociación con un color, un tipo de lluvia y
un viento o 'aire'. También había un significado temporal, ya que cada brazo
representaba una estación del año.
Sólo entre los chinamitales de Sacapulas se dio la distribución de los sitios de los
zacualpanecas como una reproducción de la cosmología según la ubicación de sus
centros. Los demás grupos no controlaban tierras tan extensas como los zacualpanecas.
Por ejemplo, los coatecas, confederados con los zacualpanecas en el Lamakib amak,
sólo tenían un centro importante, que era el sitio arqueológico conocido como
Chutixtiox. Para los coatecas no había necesidad de controlar las grandes extensiones de
las cuencas de los ríos Negro y Blanco. La mejor tierra estaba en las inmediaciones de
su 'capital'. Directamente al oeste de Chutixtiox se ubicaba una llanura fértil llamada
Patzagel; al este, al otro lado del Río Negro, está la llanura denominada Ixpapal, sede
de un chinamit llamado los Ah Itzapaneca, que parece haber sido dependiente de los
coatecas.
El amak Tuhalhá, formado por caniles y toltecas, estaba reunido en un solo centro.
Aunque existen dos sitios pertenecientes al Período Clásico en los extremos oriente y
occidente del territorio del amak (que posiblemente representaban a los antepasados de
caniles y toltecas), durante el Postclásico Tardío parece que ambos grupos compartían
un solo centro, que ahora se conoce como Chutinamit.
¿Cuántas personas tenían los amak antiguos de la región de Sacapulas? Como resultado
de la pérdida de población provocada por la Conquista y las epidemias de origen
europeo, así como por la inexistencia de censos durante la Colonia (salvo tasaciones
tributarias), la pregunta anterior resulta difícil de responder. Sin embargo, los datos
disponibles sugieren que antes de la conquista española había entre 1,800 y 2,800
habitantes en la región, y que la primera de estas cifras es la más probable. A algunos
lectores y especialistas esta cantidad puede parecerles demasiado baja, ya que el actual
municipio de Sacapulas cuenta con más de 15,000 habitantes. Pero precisa tener en
cuenta algunos hechos. Primero, es evidente que tanto durante la Colonia como
inmediatamente antes de la Conquista, los antiguos sacapultecos sólo cultivaban las
tierras de las vegas de los ríos. El monte y las montañas servían para la caza y la
recolección forestal. Segundo, durante la Colonia se hicieron más frecuentes los litigios
de tierras entre las parcialidades de Sacapulas o entre ellas en su conjunto y los pueblos
vecinos, sobre todo cuando el número de habitantes pasó de 1,600. Esto quiere decir que
las prácticas tradicionales de subsistencia no podían sostener a una población mayor sin
que hubiera competencia y conflictos entre los grupos que allí vivían. Tercero, los
actuales sacapultecos hacen sus sementeras donde pueden, y usan abonos químicos para
aprovechar tierras que antiguamente no eran utilizables. Cuarto, a partir de fines del
siglo XVIII la región ha experimentado la migración de indígenas del municipio de
Santa María Chiquimula, los cuales constituyen ahora casi la mitad de la población del
municipio. Finalmente, hay que señalar que la deforestación es un grave problema para
los sacapultecos, y que ya es difícil encontrar animales de caza, como venados, por
ejemplo. Al mismo tiempo, los actuales habitantes no disponen de tierra suficiente para
el pasto de ganado mayor ni menor. Todo ello quiere decir que, si bien la región cuenta
actualmente con muchos más habitantes que los 1,800 a 2,800 aquí calculados para la
población antigua, ésta no mantiene ya las condiciones tradicionales ni tampoco goza de
una adaptación estable con su ambiente natural.
Por otra parte, es probable que los amak de la región de Sacapulas sólo representen la
parte baja de una continuación de chinamitales y amak quichés. Por ejemplo, es muy
difícil aceptar que chinamitales tan importantes como los Cavec, que encabezaban el
Quiché Vinak, apenas tuvieran unos cuantos cientos de personas. Aun cuando sólo los
jefes vivieran en la 'capital', es decir, en Utatlán o Gumarcaaj, debieron ser muchos
cientos (y quizás hasta miles) los plebeyos de cada chinamit que, sin duda, vivían en los
alrededores de la 'ciudad', o sea, en centros menores y aldeas rurales.
Conclusiones
Según se ha explicado, los hablantes de quiché nunca formaron una sola entidad
política. Había varios señoríos organizados al nivel de un amak, entre los cuales estaban
los rabinales, cubulcaal, tuhal haa, lamakib y seguramente otros. En contraste con los
otros señoríos de lengua quiché, los de Utatlán constituyeron la entidad política más
grande, poderosa e influyente de Los Altos de Guatemala, durante el Postclásico Tardío.
Sus dominios se extendían, al oeste, hasta el actual Quetzaltenango; al sur, hasta la
Costa del Pacífico; al norte, hasta el Río Chixoy; y al este, hasta la frontera con los
rabinales. El éxito de los quichés de Utatlán se puede atribuir, en gran parte, a su
organización. Alcanzaron el nivel más alto de integración política, al conformar una
nación o 'vinak'. A partir del culto a un solo dios patronal, se confederaron los tres amak
de los Nimá Quiché, los Ilocab y los tamub. Más tarde, realizaron unidos su programa
de expansión territorial y mantuvieron suficiente control centralizado desde la capital,
Utatlán.
Los Cakchiqueles
Robert Carmack sugirió una interpretación del calpul y del chinamit, en la cual éstos se
equiparan a segmentos específicos en un espacio geográfico. Carmack consideró que,
un poco antes de la Conquista, los arreglos territoriales empezaban a desafiar al
parentesco como el principio básico de organización entre los quichés de Utatlán. Según
este autor, los plebeyos rurales continuaban identificándose con sus linajes, pero su
relación con el linaje noble en los pueblos principales (tinamit) se basaba
principalmente en dos unidades territoriales llamadas chinamit y calpul. El chinamit
probablemente no era un linaje sino un grupo de individuos que vivían juntos en
territorio delimitado por un muro o cerca de piedra. La participación en los chinamit era
voluntaria, abierta al que quisiera adoptar el nombre del linaje del jefe o cacique y
someterse a la autoridad de éste. Por lo tanto, aunque los miembros llevaban el mismo
nombre, no siempre tenían parentesco patrilineal. Carmack describió el chinamit como
una entidad similar a los feudos europeos, donde los siervos rurales eran gobernados por
ciertos linajes de nobles residentes en los pueblos. Estos pueblos y sus tierras
circundantes constituían la base para el pago de los tributos y servicios obligatorios,
para la jurisdicción judicial, los ritos y el reclutamiento militar. Según este modelo,
probablemente las funciones administrativas eran desempeñadas por funcionarios que
representaban a los linajes básicos de las 'casas grandes', quienes, a su vez, trabajaban
de cerca con los jefes de los linajes de los siervos.
Por el contrario, Robert Hill considera que los términos chinamit y calpul son sinónimos
y que el significado de chinamit, como 'lugar fortificado', es mejor interpretarlo en
términos de espacio geográfico, y no literalmente como lo ha hecho Carmack. Hill
opina que cada chinamit era una unidad residencial que poseía tierras comunales, cuyos
habitantes tenían derecho exclusivo a los recursos dentro de sus límites. Los miembros
de un mismo chinamit aceptaban la responsabilidad por las acciones de otros integrantes
del grupo, y cooperaban entre ellos para realizar, por ejemplo, fiestas matrimoniales o
para castigar a quienes resultaban responsables en disputas civiles o religiosas. Es
posible que los miembros de un mismo chinamit practicaran una especialización u
oficio común, que compartieran una jerarquía política interna y se casaran dentro de su
mismo grupo. La hipótesis de Hill se asemeja más a la descripción que hizo Ximénez de
los sistemas sociopolíticos, quichés y cakchiqueles, del Postclásico Terminal, y su
opinión se ve respaldada por el hecho de que, hasta ahora, la Arqueología no ha
encontrado pruebas que demuestren la existencia de propiedades amuralladas.
Carmack subrayó también que el gobierno, por medio de una confederación de linajes y
méritos militares, era mucho más simple que la jerarquía burocrática centralizada de los
quichés de Utatlán. Se refiere a la relación entre los cakchiqueles y las otras culturas
mesoamericanas, en la siguiente cita:
Existían otros dos gobernantes cakchiqueles que ocupaban los lugares tercero y cuarto
en la jerarquía, y que ejercían mucho menos poder. Se les llamaba Ahpotukuché y el
Ahporaxonihay. Los cuatro gobernantes de más alto rango han sido tentativamente
relacionados con las cuatro ramas cakchiqueles, citadas en las Guerras Comunes de
Quichés y Cakchiqueles, de la manera siguiente: el Ahpozotzil y e Ahpoxahil eran los
gobernantes principales y adjuntos de Iximché (y posiblemente del Sololá
prehispánico). Los otros dos gobernantes, el Ahporaxonihay y el Ahpotukuché,
representaban, respectivamente, a las ramas Akajal (cerca de lo que hoy se conoce como
San Martín Jilotepeque) y Tukuché (posiblemente cerca al actual San Pedro
Sacatepéquez; véase la Ilustración 281). Es significativo el hecho de que, al parecer
durante la Conquista, Pedro de Alvarado y sus contemporáneos no se dieran cuenta de
la importancia de los gobernantes del tercero y cuarto rango; posiblemente porque éstos
no ejercían ningún poder visible.
El Memorial de Sololá y los tres Títulos Xpantzay relatan la historia de los linajes
principales de Iximché. Otras fuentes documentales han revelado información adicional
sobre los grupos de cakchiqueles que se asentaron en diferentes partes de la región
occidental. Francisco Vázquez, fraile franciscano y cronista de finales del siglo XVII,
describió Sololá como un reino cakchiquel prehispánico que se había desarrollado por
separado y en oposición a otros grupos cakchiqueles y quichés. A pesar de que la exacta
ubicación prehispánica de Sololá aún no ha sido determinada, fue, según parece, uno de
los primeros asentamientos que cayó, cierto tiempo antes de 1520, bajo el control de
Iximché.
Al final del Postclásico Terminal el control militar de Iximché abarcaba las ricas
plantaciones de cacao en la Costa Sur (cerca de los actuales municipios de Siquinalá,
Cotzumalguapa y Patulul) y también habían establecido asentamientos vecinos a
Escuintla. Después de una serie de campañas militares en la Costa, los cakchiqueles de
Iximché se dirigieron al norte, en un intento por conquistar la parte oriental de la región
(Ilustración 280), lo que finalmente lograron.
Los Chajomás de la Región Cakchiquel Oriental
La parte oriental de la región cakchiquel, la que actualmente comprende los municipios
de San Martín Jilotepeque, San Juan, San Pedro, San Lucas y Santiago Sacatepéquez,
Sumpango y San Pedro Ayampuc, estuvo poblada durante el Postclásico Terminal
precisamente por cakchiqueles, quienes, según los primeros documentos coloniales, se
llamaban a sí mismos chajomá. En opinion de Recinos, este nombre se deriva de la
palabra cakchiquel chahón, que equivale a roza o limpia de matorrales, una práctica
agrícola que aún se emplea, y en la cual se queman los arbustos de una área determinada
y la ceniza así obtenida se utiliza como fertilizante Más tarde, el nombre chajomá se
convirtió en el término náhuatl Sacatepéquez, que significa colina de zacate.
Conforme se trasladaron hacia el sur, parece que los chajomá pasaron por Pasuay (cerca
del centro de las tierras de Joyabaj) y por Pasaquil (un poblado en las afueras de
Joyabaj, que hoy se conoce como Caquil), y construyeron el sitio estratégico de
Jilotepeque Viejo, conocido como Mixco Viejo. Carmack ha demostrado que este bien
conocido sitio arqueológico (llamado por error Mixco Viejo), situado al nororiente de
San Martín Jilotepeque, justo al sur del Río Motagua, era en realidad Jilotepeque Viejo,
un sitio fortificado de los chajomás (Ilustración 282).
Las crónicas de los cakchiqueles se refieren a los pueblos que se asentaron cerca de lo
que hoy es San Martín Jilotepeque, con los nombres Akajal Winak ('hombres' o 'gente'
akajal), o simplemente akajales. Un estudio sobre los apellidos que aparecen en los
documentos cakchiqueles demuestra que los chajomá, quienes finalmente emigraron al
área hoy conocida como San Juan Sacatepéquez (también llamado San Juan Chajomá),
eran aliados cercanos de los akajales de Jilotepeque, aun antes de que los cakchiqueles
occidentales se establecieran en Iximché. Un croquis o mapa de 1550, escrito en
cakchiquel, junto con su traducción al español, describe los límites entre las tierras de
San Juan Chajomá y las de San Martín Jilotepeque, a lo largo del Río Pixcayá. Un
documento de tierras del siglo XVI indica que una parcialidad de San Juan retenía las
tierras conocidas como Pachalum (claramente localizadas en mapas topográficos
contemporáneos), situadas al norte del Río Motagua, en el territorio del actual Joyabaj.
Ximénez también señaló que los cakchiqueles tenían cuatro reyes antes de la Conquista,
pero que el reino unificado duró poco. El área conocida como de 'los Sacatepéquez' se
rebeló contra los cakchiqueles de Iximché, y un señor que se había alzado contra los
quichés huyó hacia Sacatepéquez y participó en la rebelión. Este rebelde pudo haber
sido un noble llamado Achicalel ('el hombre que es grande'). En realidad, era un señor
con el título Achí Kalel, un gobernante del área chajomá de Sacatepéquez, quien
estableció un nuevo reino en el lugar llamado Yampuc, en el extremo oriental del
territorio cakchiquel.
Carmack relata que, unos 50 años antes de la Conquista, los cakchiqueles trataron de
contener una invasión pokomam en la región situada al nororiente de Mixco. Esta zona
quedaba cerca de una importante fuente de obsidiana, El Chayal, y era también una
importante ruta comercial hacia las Verapaces, al norte. Los pokomames lucharon por
dominar esta región, que era estratégica para los cakchiqueles chajomás, quienes habían
establecido un importante puesto de avanzada en Yampuc. Para asegurarse el control
del territorio, los chajomás permitieron a los pokomames establecerse a lo largo de sus
fronteras, en el entendido de que no concertarían ninguna alianza con los cakchiqueles
de Iximché.
A un kilómetro de Yampuc Viejo, hacia el sureste del actual pueblo de San José
Nacahuil, se encuentran los sitios de Nacahuil Alto y Nacahuil Bajo, clasificados,
también en forma preliminar, como pertenecientes al Postclásico o al Postclásico
Terminal. Nacahuil Bajo, localizado a 1,500 metros arriba del Lago Nacahuil, también
es claramente una fortaleza. Está situado sobre la ladera occidental de una planicie y
rodeado, en tres de sus costados, por profundos barrancos que descienden al Río Las
Vacas. Estas antiguas ruinas consisten de una estructura piramidal de 10 metros de
altura, un montículo alargado, un campo de pelota abierto en un extremo, terrazas y
pequeños montículos.
Ximénez indicó que lejos de sus posiciones defensivas y apegados a su tradicional estilo
de guerra, los sacatepéquez colocaban aliados en sus fronteras, con el objeto de
protegerse de los de Iximché; de esta manera, establecieron ciudadelas alrededor de San
Juan, San Pedro, Santiago y San Lucas Sacatepéquez y Sumpango. La frontera
occidental entre las dos facciones en guerra quedaba cerca del pueblo de Chimaltenango
(del náhuatl chimali o escudo), llamado Pocob (escudo o defensa en cakchiquel) durante
la época prehispánica. Los grupos hostiles establecieron una zona neutral, en la cual
pudiera efectuarse un mutuo intercambio comercial, cercana a lo que actualmente son
las poblaciones de Chimaltenango y Comalapa. Este 'puerto de libre comercio' se
llamaba tianguesillo y Ximénez lo identificó como el bien conocido mercado de
Chimaltenango, que funcionaba en su época.
El grupo oriental, que se denominó a sí mismo chajomá, parece haber tenido un origen
un tanto diferente, y en la actualidad no está clara la relación entre los chajomás y los
cakchiqueles de Iximché. Los chajomás emigraron hacia el sur, desde la región vecina
al actual Joyabaj, y habitaron la zona que hoy abarca San Martín Jilotepeque, los
pueblos Sacatepéquez, Sumpango y San Pedro Ayampuc. En tiempos prehispánicos, los
cakchiqueles chajomás habitaron una zona fronteriza y lucharon por mantener su
independencia de Iximché. Sin embargo, poco antes de 1524, Iximché había ganado el
control militar y político de los cakchiqueles de Sololá, de las plantaciones de cacao de
la Costa del Pacífico, de los cakchiqueles chajomás de la región de Jilotepeque y,
finalmente, de los chajomás de Sacatepéquez. Después de la llegada de los españoles y
de la conquista definitiva de los cakchiqueles de Iximché, los chajomás, especialmente
los de Sacatepéquez, gozaron de un breve respiro en cuanto a su sujeción a Iximché,
hasta ser ellos mismos también sometidos por los españoles.
ROBERT M. HILL, II
Los Pokomames
A principios del siglo XVI, antes de la conquista española, los grupos indígenas
pokomames (poqomames) controlaban un territorio relativamente extenso, que incluía la
mayor parte de los actuales Departamentos de Guatemala, Jalapa y Jutiapa, así como el
área de Ahuachapán, en El Salvador; en la actualidad, sin embargo, aquel territorio ha
quedado reducido a unos pocos poblados. Los únicos municipios donde todavía hay
hablantes de pokomam son: Chinautla y Mixco, y quizás Petapa, Amatitlán y San José
Pinula, en el Departamento de Guatemala; Palín, en el Departamento de Escuintla; y
San Luis Jilotepeque, San Pedro Pinula y San Carlos Alzatate, en el Departamento de
Jalapa. En la parte más occidental de El Salvador, en los municipios de Ahuachapán,
Chalchuapa y Santa Ana, hay algunos hablantes de pokomam (Ilustración 284).
Arqueología
Durante muchos años se pensó, sobre la base de lo que escribió Francisco Antonio de
Fuentes y Guzmán, que el sitio arqueológico denominado Mixco Viejo era la 'capital'
más importante del señorío pokomam al momento de la llegada de los españoles, y que
ese lugar fue escenario de una sangrienta y decisiva batalla entre dicho pueblo y los
españoles. Por lo que refirió otro cronista colonial, Fray Francisco Ximénez, había ya
sospechas de que Fuentes y Guzmán estaba equivocado en la identificación de dicho
poblado. Tales sospechas se confirmaron gracias a los datos proporcionados por una
serie de investigaciones, como las de Robert Carmack, que han dejado en claro que
Mixco Viejo, lejos de ser la capital de los pokomames, fue un centro importante de los
akajales o chajomás, de idioma cakchiquel (kaqchikel). Tal confirmación significa que,
actualmente, no se dispone de ningún sitio pokomam explorado científicamente por
investigadores competentes.
Por lo que se ve, los pokomames no han tenido la suerte de los quichés (k'iche's) del
Altiplano o de los mayas de las Tierras Bajas, que casi han acaparado el interés de los
arqueólogos. La falta de información sobre aquel pueblo impide contestar muchas
preguntas acerca de sus orígenes, límites territoriales, organización sociopolítica y otros
aspectos importantes. Desafortunadamente, tampoco es muy abundante lo que las
fuentes históricas ofrecen sobre el particular.
Documentos Nativos
La posibilidad de delimitar los antiguos señoríos pokomames a partir de los documentos
o crónicas escritas por ellos mismos es prácticamente nula, por la sencilla razón de que
no existen tales documentos o, si existieran, no han sido localizados todavía. Sería
afortunado que estuvieran a la espera de algún celoso investigador que lograra
descubrirlos. Por el momento, sólo se conoce un escrito, más o menos histórico,
llamado Título de los señores de Cag Coh, que recoge algunas tradiciones del pueblo
pocomchí (pokomchi') de San Cristóbal Verapaz. Sin embargo, el texto corresponde a
una versión castellana, y no se conoce el original en lengua indígena. Además, el valor
histórico del documento se limita de modo considerable por el hecho de que éste
corresponde a una fecha tan tardía como 1785, aun cuando es bastante probable que el
original pertenezca a un período más antiguo.
Documentos Coloniales
La falta de documentos escritos por los propios pokomames se ve compensada por la
información que sobre este pueblo puede encontrarse en los documentos coloniales de
los siglos XVI y XVII. Entre éstos tienen particular importancia los diccionarios de la
lengua pokomchí-pokomam, que recopilaron los frailes dominicos Francisco de Viana,
Diego de Zúñiga y Pedro Morán, así como las descripciones que escribió el último de
los tres, a partir del contenido de dichos diccionarios.
Otra fuente muy valiosa, relativa a los pokomames, es la parte pertinente de la relación
del religioso Thomas Gage, quien, en su calidad de fraile dominico, trabajó varios años
como párroco de Mixco, así como lo hizo en otros pueblos del valle de Guatemala,
durante la tercera década del siglo XVII. Sus descripciones abordaron preferentemente
las condiciones generales de la época colonial que le tocó vivir, pero también
proporcionaron interesantes datos sobre la cultura tradicional de sus feligreses.
La segunda teoría proviene de las propias tradiciones históricas del pueblo pokomam,
tal como se desprende de los pocos datos contenidos en el anteriormente mencionado
Título de los señores de Cag Coh, así como de los documentos correspondientes a un
litigio entre el pueblo de Mixco y los Sacatepéquez, que se desarrolló entre 1573 y
1575. Según esta versión, los pokomames se consideraban originarios de Tecocistlán, es
decir de la Verapaz, y su verdadero nombre era Chicnoatecas. Con el paso del tiempo se
dividieron, y cuatro grandes grupos emigraron hacia el sur, quedándose en la Verapaz
los que posteriormente llegaron a ser los pokomchíes. Uno de los grupos emigrantes se
estableció en el valle de Guatemala, donde fundó los pueblos de Mixco, Chinautla,
Petapa, Amatitlán y Pinula (Ilustración 285). Un segundo grupo se asentó en la región
de los actuales municipios de San Luis Jilotepeque y San Pedro Pinula, ambos del
Departamento de Jalapa, y es probable que llegara más al oriente, hasta Santa Catarina
Mita, pueblo de idioma pokomam durante la Colonia. El tercer grupo se estableció en el
occidente de El Salvador. Esta teoría está en franca contradicción con la de Ximénez,
que hace de esta última región el centro más antiguo y origen de este pueblo. De esta
manera, los pokomames se habrían asentado en El Salvador en épocas más recientes y
habrían desalojado parcialmente de sus tierras a los pipiles que allí encontraron.
Finalmente, un cuarto grupo emigró a la región denominada Izcuintepeque. El nombre
es muy parecido a Escuintla, pero difícilmente puede tratarse de este lugar, que se sabe
era un señorío pipil en el Postclásico Tardío. Es más probable que el mencionado
Izcuintepeque se refiera a la parte sur del valle de Guatemala, representada por los
pueblos de Palín, Amatitlán y San Vicente Pacaya. Podría, asimismo, tratarse de alguna
zona de la Bocacosta, cercana al valle, todavía no identificada.
La segunda teoría acerca del origen de los pokomames, basada en su propia tradición, se
encuentra de algún modo apoyada por las más recientes investigaciones etnohistóricas y
arqueológicas hechas en El Salvador. En efecto, tanto en Chalchuapa (grupo tazumal)
como en otros sitios de ese país hay evidencias de que los pipiles se asentaron en el
Postclásico Temprano, mientras que los restos que pueden atribuirse allí a los
pokomames son posteriores, o sea del Postclásico Tardío. Ello quiere decir que los
segundos, lejos de ser los habitantes más antiguos de la región, llegaron después, y
desalojaron a los pipiles poco antes de la conquista española.
El de Mixco compartía con otros señoríos pokomames el dominio sobre el fértil valle de
Guatemala. Los mixqueños ocupaban la parte norte de éste y tenían su centro principal
en el sitio hoy conocido como Chinautla Viejo, que parece haber sido la población
prehispánica más importante de todo el valle (Ilustración 285 y 286). Según las
investigaciones realizadas por el estadounidense Lawrence Feldman, su nombre antiguo
era Beleh, que significa 'entre los nueve', probablemente con referencia a que allí tenían
su capital nueve señores o cabezas de molab.
De acuerdo con las primeras exploraciones hechas por Edwin Shook, el sitio es un
conjunto de cuatro agrupaciones, de las cuales Beleh era la central, por lo menos con
cinco o seis grupos de estructuras. Las otras dos, llamadas Guías y Dale, eran baluartes
o fortificaciones que guardaban la entrada a Beleh, desde el sur (Ilustración 123).
Es difícil establecer qué territorio controlaban desde su capital los antiguos mixqueños.
Por el norte, es seguro que estaban limitados por los cakchiqueles chajomás, que
ocupaban una zona que comenzaba en San Antonio Las Flores, actual aldea del
municipio de Chinautla, en la que aún existe un sitio arqueológico chajomá. En cambio,
no se sabe hasta dónde se extendían por el sur, en el valle de Guatemala, en las tierras
donde, tras la Conquista, los españoles fundaron grandes estancias y labores de trigo.
Los documentos coloniales permiten conocer algo acerca de otros límites del antiguo
señorío pokomam de Mixco. Es bueno recordar, a este respecto, que según la legislación
indiana, cuando los españoles fundaron los pueblos de indios, en el siglo XVI, se
permitió que estos últimos continuaran en la posesión de sus antiguos terrenos, de
manera que tales pueblos coincidían bastante con las divisiones territoriales
prehispánicas. Según un documento que data de 1750 y que ha sido analizado por
Lawrence Feldman, parece que el antiguo territorio de los pokomames de Beleh tenía
los mismos límites que los pueblos coloniales de Mixco y Chinautla. Hay que aclarar
que el segundo de estos pueblos no se formó sino hasta finales del siglo XVIII, con
emigrantes de Mixco que regresaron a las inmediaciones de la antigua capital de
Chinautla Viejo o Beleh. El territorio comprendía las ruinas de Kaminaljuyú, y se
extendía, por el oeste, hasta el cerro Alux, y por el este, hasta el Río de las Vacas.
Comparado con los señoríos vecinos, quichés y cakchiqueles, el de Mixco o Beleh era
muy pequeño. Sin embargo, se trataba de organizaciones distintas, pues los señoríos de
los cakchiqueles chajomás y de Iximché, constituían 'naciones' o vinak, mientras que el
de Mixco era solamente un amak, o confederación de varios molab.
Los documentos coloniales analizados, tanto por Luján como por Feldman, indican que
hubo allí otro señorío importante, además del de Beleh, que correspondía a los
antepasados del pueblo de Petapa. Ello, sin embargo, todavía no ha sido confirmado por
evidencias arqueológicas, pues no se ha descubierto, hasta la fecha, ninguna ruina
importante en las inmediaciones de ese pueblo, lo que pudiera identificarlo como la
antigua capital de un señorío pokomam. En cambio, dentro del municipio de Santa
Catarina Pinula, Shook 16 descubrió algunas ruinas que identificó como
CanchónGraciela, Montaña y San Vicente, las cuales probablemente constituyeron
durante el Postclásico Tardío una sola entidad política. Es probable, asimismo, que los
españoles hayan dividido la antigua población de este señorío para formar con ella dos
pueblos, uno en Pinula y otro en Petapa, pero esto es algo que también está por
confirmarse.
Había también otro señorío, el de Amatitlán, que Shook identificó como un sitio de
ocupación tardía, al este del actual pueblo que lleva ese nombre. Dicho lugar, que según
Shook pudo haber sido la antigua capital del señorío, Feldman cree que estaba bajo el
dominio del señorío de Petapa. Esta última apreciación se basa en un documento de una
familia prominente de este último lugar, pero tampoco ha podido ser confirmada por
otras fuentes.
A partir de los pocos datos conocidos, se puede concluir en que los señoríos
pokomames del valle de Guatemala vivían en relativa paz mutua y no estaban
organizados a un nivel superior de integración política. Es cierto que todos sus centros
antiguos han sido descubiertos en lugares perfectamente defendibles (lo cual obedecía a
una costumbre común en esa época), pero sólo en el caso del señorío fronterizo de
Beleh hay evidencias de construcciones con intención claramente defensiva. En
comparación con los quichés y los cakchiqueles estos grupos solían establecer, en la
fronteras de sus territorios, centros menores de defensa. Como se acaba de decir, entre
los pokomames del valle de Guatemala el fenómeno de las fortificaciones sólo se dio en
Beleh, en la frontera con los cakchiqueles chajomás (los cuales tenían un centro
importante a pocos kilómetros, en las inmediaciones de la aldea actual de San Antonio
Las Flores), pero no existió en las fronteras con los demás señoríos pokomames.
Conclusiones
A pesar de que las fuentes sobre los pokomames no son tan ricas como las de la rama
quiché, puede resumirse alguna información acerca de ellos. En primer término, es
posible afirmar que los pokomames, al igual que las otras entidades etnolingüísticas del
Altiplano de Guatemala, no formaron nunca una entidad política única. Durante el
Postclásico Tardío, por lo menos, ocupaba esta etnia cuatro zonas, a saber: en Alta
Verapaz, donde residían los pokomchíes; en el valle de Guatemala; en la región de
Jalapa; y en la parte más occidental de El Salvador. Es evidente que su territorio no era
continuo, sino que estaba separado por señoríos hablantes de otros idiomas. De esta
manera, los rabinales y los cakchiqueles chajomás estaban intercalados entre los
pokomames del valle de Guatemala y los pokomchíes de Alta Verapaz; en tanto que los
pipiles y xincas separaban a los pokomames del Departamento de Jalapa, de los de El
Salvador.
Los Tzutujiles
El Pueblo y su Lengua
El tzutujil pertenece a la rama de idiomas quichés (k'iche's), junto con el cakchiquel
(kaqchikel), el quiché, el pokomam (poqomam), el uspanteco (uspanteko) y el kekchí
(q'eqchi'). Es la lengua más parecida al cakchiquel. Los que la hablan habitan
actualmente los pueblos de San Lucas Tolimán, Cerro de Oro, Santiago Atitlán, San
Pedro La Laguna, San Juan La Laguna y San Pablo La Laguna.
Geografía de la Región
La parte media del Altiplano occidental, centrada alrededor del Lago de Atitlán, se halla
paralela a la planicie de la Costa del Pacífico, desde la cual se eleva abruptamente. En el
sur, el Altiplano está bordeado por varios volcanes activos, geológicamente jóvenes, de
la variedad estrato-volcanes; constituyen una barrera geográfica y limitan severamente
el número de rutas que descienden desde la cuenca del Lago de Atitlán hacia el Pacífico.
Los volcanes más cercanos al lago, San Pedro, Atitlán y Tolimán, no han hecho
erupción recientemente.
Atitlán es el segundo en tamaño entre los lagos de Guatemala, después del de Izabal. Su
diámetro promedio es de 24 km y su profundidad máxima se acerca a los 330 m. La
región del lago se puede dividir en tres áreas: 1) la parte norte y oriental de la cuenca,
con su escarpada orilla amurallada; 2) las faldas más bajas de la planicie volcánica
situada entre Santiago Atitlán y San Lucas Tolimán; y 3) el lado occidental. Los
terrenos adecuados para la agricultura son escasos en la primera área; pero existen
terrenos relativamente grandes cerca de la orilla del lago, en San Pablo, y sobre el delta
fluvial de Panajachel.
El elemento dominante en la segunda región es el Volcán Tolimán. Gran parte del área
tiene buena tierra cultivable, y los pueblos están localizados en las mesetas cercanas a la
orilla del lago. San Lucas Tolimán está ubicado cerca del paso suroriental hacia la
Costa, y por esto mismo se convirtió en un importante centro de comercio,
probablemente desde tiempos antiguos. Actualmente, el lado occidental del lago está
poco poblado, como probablemente lo estuvo en la antigüedad. El volcán de San Pedro
se yergue en una empinada pendiente, y pocas regiones allí son apropiadas para
poblados o cultivos. Las únicas tierras cultivables se encuentran cerca de San Pedro y de
San Juan, al norte; y Chuitinamit y la finca Chacayá, al sur. Santiago Atitlán y las ruinas
de (Chiyá) se hallan cerca del importante paso suroccidental hacia las Tierras Bajas.
Esta ubicación favorable estimuló el crecimiento del área como centro del comercio,
desde los tiempos prehispánicos.
La Bocacosta y la Costa
La región baja aledaña a la cuenca del Lago de Atitlán se divide en dos áreas
principales: la Bocacosta y la Costa. La Bocacosta, cuyos límites corresponden más o
menos a las curvas de nivel entre 1,000 m a 200 m sobre el nivel del mar, está cubierta
por la densa vegetación típica del bosque tropical húmedo. La tierra es montañosa, con
sierras que separan valles, y ríos de corriente rápida. Durante la época de lluvias, esos
ríos se desbordan, lo que limita la comunicación con el Altiplano. En los tiempos
antiguos y durante la Colonia, la Bocacosta estaba cultivada principalmente con cacao.
Sitios Arqueológicos
En la actualidad el área más densamente poblada de la región tzutujil del Altiplano es el
lado suroccidental del Lago de Atitlán (Ilustración 287 y 289). Los pueblos modernos
están localizados sobre planicies rocosas, poco adecuadas para la agricultura, aunque
muchas de estas áreas ya estaban pobladas antes de la llegada de los españoles.
Chuitinamit (Ilustración 288) fue uno de estos sitios, y Xikomuk, situado entre Santiago
Atitlán y Cerro de Oro (Chejiyú) era otro. Estos dos sitios quedaron deshabitados
cuando los tzutujiles fueron congregados en Santiago Atitlán, después de la Conquista.
Todas las laderas bajas al este de Atitlán se utilizan actualmente para el cultivo del
maíz. Restos de obsidiana, alfarería (Ilustración 290), casas y terrazas para cultivos se
encuentran en toda la región cercana a Atitlán, San Lucas Tolimán y Cerro de Oro.
Samuel K. Lothrop, quien en 1933 dirigió las únicas excavaciones a fondo, en el área
tzutujil del Altiplano, describió la ubicación de varios montículos, cimientos de casas,
terrazas y esculturas de la región de Atitlán-Tolimán.
San Lucas, San Juan, San Pedro (Chi-Tzunún-Choy) y San Antonio Palopó muestran
evidencia de ocupación prehispánica. Estos lugares aumentaron en población después
de la Conquista, cuando se formaron las reducciones o llegaron nuevos pobladores.
Gerardo Aguirre y Lothrop describieron las ruinas en San Pedro, San Pablo y San Juan.
La región entre San Antonio Palopó y San Lucas no posee restos visibles de estructuras.
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán indicó que era una región fronteriza, y que
Palopó era un puesto de avanzada tzutujil, finalmente capturado por mercenarios
cakchiqueles al servicio de los quichés.
A finales del siglo XIV, los quichés, cakchiqueles y tzutujiles participaron en una
confederación político-militar no muy firme. Después de 1375 el poderío de los quichés
se extendió considerablemente y los tzutujiles quedaron sometidos a la hegemonía de
aquéllos. Los señores cakchiqueles cobraban tributo, para el gobernante quiché, en la
capital tzutujil. El Memorial de Sololá describe un incidente en que el Ajtz'iquinajay
urdió un plan para posesionarse del tributo. Envió mujeres a seducir a los cobradores
cakchiqueles, con el objeto de que ellas robaran lo recaudado.
El gobernante quiché Qotujá (C'otujá) se casó con una joven tzutujil, hija del Señor de
Malah o Malaj. Este poblado estaba ubicado en la región de la Bocacosta. El casamiento
fue una estrategia quiché para ganar influencia en las Tierras Bajas, al este. Los quichés
enviaron después a subalternos a poblar 'las colinas y valles de los tzutujiles'. Esto
precipitó una batalla entre los de Rjtz'iquinajay (Chiyá) y los invasores quichés. Los
tzutujiles no fueron derrotados y Qotujá premió a los de Malah dándoles cargos
especiales 'a fin de dar ofensa a sus enemigos, en particular a los de la laguna'.
Quicab asumió el mando de los quichés en 1425 y extendió su dominio hasta las
fronteras más lejanas. Los tzutujiles de Chuitinamit o Chiyá se hallaban entre los
'pueblos enemigos' que aparecen en la lista del Título de Totonicapán. En efecto, ellos
participaron en un intento de asesinar a Quicab. La rebelión permitió a algunos 'pueblos
enemigos', entre ellos los tzutujiles, la oportunidad de recobrar algo de su
independencia. Quicab murió en 1475, despojado de buena parte del poder que había
tenido.
A causa del vacío de poder registrado después de la declinación de Quicab, los tzutujiles
y varios otros grupos del Altiplano iniciaron hostilidades contra los quichés. Fuentes y
Guzmán narra cómo se inició una larga serie de batallas entre los quichés y los
tzutujiles, y en la que se produjo inclusive el secuestro de una princesa quiché por el
Ajtz'iquinajay. Este gobernante fue probablemente el primer Voo Caok (Jo'Cawok o
Cinco Rayos) mencionado en el Memorial de Sololá. Lo más probable es que el
secuestro no haya sido la verdadera razón, sino sólo el pretexto, para iniciar las
hostilidades. Los verdaderos motivos se relacionaban con el deseo de los quichés de
recobrar el control sobre sus anteriores poblados dependientes, y el empeño de los
tzutujiles por ensanchar su propio territorio y su poder. El relato de Fuentes y Guzmán
proporciona bastante información acerca de las guerras, historia, geografía y nombres
de los señores tzutujiles. Sin embargo, los argumentos de este cronista se basan en su
propia interpretación de documentos indígenas, algunos de los cuales han desaparecido.
Durante las guerras de finales del siglo XV, los tzutujiles se aliaron con los pipiles y los
mames contra los quichés y cakchiqueles. La contienda armada se inició alrededor del
Lago de Atitlán, en Palopó y Chiyá. También se peleó en la Costa y el ejército tzutujil-
pipil atacó la región aledaña a Totonicapán y destruyó los cultivos. Los tzutujiles
sitiaron el actual Quetzaltenango (Xelajú). Los quichés, por su parte, mataron a Voo
Caok alrededor de 1493.
Las luchas entre los quichés, cakchiqueles y tzutujiles continuaron hasta 1501. Estos
últimos perdieron tierras en la Bocacosta, y Patulul fue conquistado durante esta época.
Finalmente, los pipiles se rindieron en territorio de los cakchiqueles. Estos les exigieron
no ayudar a los tzutujiles y permitirles un tránsito libre a través del territorio pipil. Esta
paz involucró también a tzutujiles y quichés, y dio fin al conflicto que había durado
desde 1485 hasta 1501. Como resultado de estas guerras, los quichés y cakchiqueles
capturaron Patulul, Pochuta, Samayac, Ixtahuacán (San Miguel), Palopó y muchos otros
pueblos.
El Territorio Tzutujil
Los restos arqueológicos muestran que durante el Período Postclásico los grupos del
Altiplano acostumbraban establecerse en la cima de colinas. El centro del asentamiento
localizado en la cumbre de la colina, se llamaba tinamit, y era tanto la casa del
gobernante como la capital militar, administrativa y ritual. Los amak, o centros
secundarios, eran más pequeños y menos importantes que los tinamit, y probablemente
vivían allí los miembros de los diferentes linajes. En varios documentos se afirma que el
Señor tzutujil era propietario de plantaciones en la Bocacosta y que pobladores de esos
lugares le pagaban tributo. En un tiempo, San Pedro se extendía desde Santa Clara hasta
Atitlán, e incluía territorios de la Costa que colindaban con Nahualá y San Antonio
Suchitepéquez. Los señores que vivían en Chiyá o en San Pedro pueden haber sido
dueños de esas tierras.
Otro poblado tzutujil prehispánico situado al norte del lago era Panpatí, mencionado
juntamente con Payán Chocol, en el Memorial de Sololá. Ambos quedaban cerca de
Santa Cruz. Los restos arqueológicos ubicados al norte de San Pablo podrían
identificarse con Çuquitlán (en náhuatl, Zoquitlán) o Chupaló 'en el lago', mencionado
en las cartas de encomienda de fecha 1529 y 1532. En 1563, el pueblo se llamó San
Pablo Çuquitán.
A finales del siglo XV, buena parte de la región nororiental del Lago de Atitlán fue
ocupada por los cakchiqueles, después de la rebelión contra Quicab. Los poblados al
oeste de Tzololá y 'Quizqab' (San Jorge) permanecieron en manos de los tzutujiles.
Parte de la región noroccidental del lago fue conquistada por los quichés en tiempo de
Quicab. Probablemente éste tomó posesión de Santa Clara y 'Panyevar', ahora una aldea
de San Juan. La frontera quiché-tzutujil permaneció allí. San Juan y la aldea de Tzununá
continuaron en manos de los tzutujiles. Los sitios al sur del lago, Chacayá, Pachavaj,
Chukumuk, Xikomuk, Chejiyú y Tolimán, junto con Chiyá, permanecieron firmemente
bajo el control de los tzutujiles. Palopó pasó a manos de los cakchiqueles.
La región tzutujil de la Costa estaba ubicada entre los ríos Coyolate y Nahualate. Las
fronteras no estaban claramente definidas, ya que muchos de los habitantes vivían
dispersos en las colinas. Xeoj (San Bartolomé) y Quioj (San Andrés) fueron dos
importantes amak tzutujiles. Cerca de 1,600 tributarios vivían en Xeoj en 1524, y cerca
de 800 en Quioj, aunque vivían en diferentes lugares, entre los bosques. Había otro
amak cercano al pueblo de San Francisco, fundado después de la Conquista, donde, en
1524, había aproximadamente 1,000 tributarios; pero a este poblado no se le
consideraba un amak separado en tiempos prehispánicos, sino parte de Chiyá, y no
parece haber tenido un nombre diferente.
Tributo
En tiempos antiguos, los grupos conquistados conservaban sus tierras, pero estaban
obligados a pagar cierta cantidad de bienes a los conquistadores. A principios del siglo
XIV, los cakchiqueles eran los recolectores oficiales del tributo entre los tzutujiles,
quienes lo pagaban en metales preciosos y telas. Los tzutujiles, juntamente con otros
pueblos conquistados, estaban obligados a presentarse periódicamente en la capital de
los quichés, Gumarcaaj, y permanecer un mes al servicio de éstos.
Cuando Quicab y su ejército llegaron a la orilla del Lago de Atitlán, los tzutujiles le
presentaron ofrendas consistentes en pescado, cangrejos, esmeraldas, joyas, piedras
verdes y dinero (¿oro?). El botín de guerra también formaba parte del tributo entregado
en la capital por los líderes guerreros. Fuentes y Guzmán cuenta que, a finales del siglo
XV, los tzutujiles saqueaban pueblos en la misma forma en que eran saqueados los de
ellos.
Bartolomé de Las Casas describió las muchas clases de tributo que se recolectaban en el
Altiplano, en la época anterior a la Conquista. Cuenta que existía un tributo general
pagado a gobernantes y señores, el cual consistía de trabajo en la construcción, en
común, de sus casas; en el cultivo, cosecha y almacenamiento de algodón y cacao; y en
la atención de otras necesidades domésticas. El tributo se recolectaba cada 80 días y
también cinco o seis veces al año, con ocasión de festividades religiosas y ceremonias
importantes. Era práctica común ofrecer 80 artículos de una misma clase, después de un
período de 80 días. Los tzutujiles, probablemente, pagaban tributo a los quichés con
tales intervalos; y sus propios vasallos deben haberles pagado tributo a ellos, al mismo
tiempo.
A finales del siglo XV, el Ajtz'iquinajay y los Señores recibían servicios personales de
sus vasallos, quienes también les construían y reparaban sus casas, atendían a sus
llamadas y seguían sus órdenes. También les llevaban mantas, miel, cacao y plumas de
quetzal. Los vasallos trabajaban y sembraban los campos de maíz y las huertas de
verduras. El pueblo de Xeoj pagaba su tributo en oro, cacao, plumas de quetzal,
esclavos, collares de jade y alimentos. La Relación Tzutujil menciona que los señores
nativos contaban con siervos y sirvientes, además de quienes les enviaban el tributo, el
cual consistía de esclavos, jade, oro, plumas, pavos, miel, maíz y cacao. También les
construían sus casas. Este tributo servía asimismo para mantener artesanos, como
carpinteros, albañiles, pintores y especialistas en el arte de la plumería. También
formaban parte del tributo las armas que se utilizaban para defender el reino.
El sistema tributario dependía del éxito que se tuviera en la guerra y proveía a la élite de
artículos suntuarios. Esto ayudaba a conservar la división básica de clases, puesto que se
separaba a quienes recibían tributos (los señores), de los tributarios (los vasallos). Por
mucho tiempo, durante su historia prehispánica, los tzutujiles formaron parte de una
unidad tributaria dentro del reino quiché. En las décadas anteriores a la Conquista, los
tzutujiles se libraron de tal dominio, lograron formar su propio reino independiente y
quedarse con todo el tributo que pagaban sus vasallos.
Clase y Linaje
La sociedad tzutujil prehispánica estaba compuesta por dos estratos: los señores,
quienes recibían el tributo y los servicios; y los vasallos, a quienes les correspondía
pagarlos y hacerlos.
Estratificación
Los señores ocupaban los puestos más importantes del 'Estado'; los vasallos servían en
el ejército, labraban los campos y construían las casas de los señores. Los vasallos, que
constituían la mayoría de la población, eran generalmente mercaderes, campesinos,
trabajadores, pescadores, artesanos, esclavos y súbditos conquistados, y los hijos e hijas
de las esposas plebeyas y esclavas de los señores. Los Señores tzutujiles más
importantes vivían en Chiyá. La mayoría de los vasallos vivían dispersos en el campo,
en los asentamientos dependientes o amak.
Los Señores tzutujiles tenían súbditos plebeyos y esclavos que les trabajaban sus tierras.
También existían grupos conquistados que se habían incorporado al territorio tzutujil.
Estos eran los nimak-achí (gente grande), nombre quiché que sugiere que eran personas
importantes. Tales personas existían también entre los cakchiqueles. Un grupo nimak-
achí estaba radicado en San Pedro, en el siglo XVII, por lo que consta definitivamente
que vivían entre los tzutujiles. Los gobernantes tzutujiles pueden haber dependido
mucho de ellos para la administración de sus plantaciones de cacao en la Costa.
Los esclavos formaban la clase más baja de la sociedad. Un esclavo doméstico trabajaba
principalmente en tareas del hogar y en los campos de los señores. Entre los quichés
existían otras varias clases de esclavos. Los tzutujiles probablemente también tenían
algunas de estas clases de esclavos; por ejemplo, los prisioneros de guerra.
El sistema de linaje. Los Señores
De acuerdo con dos lienzos prehispánicos que existían en 1553, en ese entonces había
16 Señores importantes entre los tzutujiles, incluyendo a Ajtz'iquinajay. Ellos eran los
Señores de linajes dirigentes (llamados chinamit en algunos documentos). Sin embargo,
Fray Francisco Vázquez señaló que en Atitlán existieron 18 linajes (que llamó calpules)
en tiempos antiguos. Los tzutujiles también tenían una división social en 'mitades'. Por
un lado estaba la 'mitad' Ajtz'iquinajay, que dominaba, y otra facción que, aunque
subordinada, daba su nombre al pueblo como un todo. Después de la Conquista, una y
otra de las dos 'mitades' participaban en el gobierno. Parece ser que el segundo grupo
empezó a desafiar el dominio de la otra 'mitad', poco antes de la Conquista.
Probablemente existía un lienzo para cada mitad. Cada uno de los 16 señores poseía sus
propias tierras, pero estaba sujeto al Ajtz'iquinajay.
El linaje Ajtz'iquinajay, o linaje de la Casa del Pájaro, era el más importante en Chiyá.
La Relación Tzutujil menciona varios nombres de nobles tzutujiles de alto rango:
Najtijay (Casa Lejana), Ajcojay (Casa Fuerte), Ajquiwijay (?), y Ajc'abawil (Casa del
Idolo). Otro linaje era el Ajcojay. El Señor adjunto era el más importante después del
Ajtz'iquinajay. Se le llamaba Cabunay o Cahunay, y probablemente haya sido Cabinjay.
El linaje de los Tzununá (colibrí) era el más importante en Chi-Tzunún-Choy. El linaje
de los Cooní pudo haber sido uno de los 16 linajes importantes. Este grupo aparece en el
Título Xpantzay 2, junto con el linaje Lapoyoi. Otro linaje importante era el de
Ajpopolajay (Casa del Consejero). Después de la Conquista, don Jerónimo de Mendoza,
cacique del linaje Ajpopolajay, hizo un testamento fechado en 1569, por el cual dejaba
tierras, en la región del Altiplano y la Costa, a su esposa e hijos.
Todos los Señores importantes poseían tierras tanto en el Altiplano como en la Costa.
Es posible que cada Señor de la 'mitad' Ajtz'iquinajay haya tenido también una casa en
Chiyá, y cada uno de los de la mitad tzutujil también puede haber tenido la suya en
Xikomuk. Los linajes más importantes seguramente tenían sus propios templos, dioses y
sacerdotes, del mismo modo que los quichés.
Los vasallos
Existe poca documentación sobre los vasallos tzutujiles. Las Relaciones Geográficas
indican que los asentamientos dependientes ('estancias') de la Costa estuvieron siempre
sujetos a los señores y gobernantes de la cabecera (tinamit). De vez en cuando los
señores ordenaban a sus vasallos poblar otras regiones. Por ejemplo, los indígenas de
Xeoj o Xeohg eran originarios del área de Chiyá, y se trasladaron a las Tierras Bajas por
órdenes de sus señores.
Los linajes de los vasallos no eran de tan alto rango como el de los Señores. Sin
embargo, algunas de las 'estancias' pueden haber tenido algún grado de autonomía con
respecto a Chiyá, y también sus propios templos y dioses; pero otras no los tuvieron.
Los vasallos solían casarse dentro de sus propias localidades y estaban excluidos de la
nobleza.
Todas las clases tenían asignados los cargos, aunque el deseo de mejorar de posición
social, a través de obtener mayor poder para su propio cargo, era un fuerte estímulo para
emprender guerras.
Pop tzutujil: los cargos del 'Estado' más importantes en la sociedad tzutujil eran
ejercidos por 16 señores pertenecientes a los más altos linajes. El cargo principal era el
de pop tzutujil, el cual correspondía al linaje de los Ajtz'iquinajay. Equivalía al de ajpop
de los quichés y al del ajpoxajil o ajpotzotzil de los cakchiqueles. En su calidad de
Señor y gobernador del reino, el pop tzutujil tenía la última palabra sobre todo lo que
ocurría en sus dominios. Si los otros Señores deseaban hacer sacrificios humanos, o
castigar a alguien, primero tenían que pedir el consentimiento de aquél. La Relación
Tzutujil afirma que los otros cargos eran los de lolmay, atzij winak, k'alel y ajuchán, y
que éstos actuaban como agentes, contadores y tesoreros.
Lolmay: éste era el señor enviado por el resto de los señores para tratar asuntos del reino
o para transportar el tributo. Lolmet se traduce como 'El Supervisor del Algodón de los
Señores', en el Popol Vuh. Este cargo lo ocupaba posiblemente el miembro de mayor
rango del linaje de los Cabinjay, entre los tzutujiles, y aparece como Lolmet-Cuminay
en la lista de enemigos que se registra en el Título de los Señores de Totonicapán.
El lolmay era el Señor más importante después del pop tzutujil y actuaba como
consejero y amigo más cercano del Ajtz'iquinajay. Los otros señores también acudían al
lolmay para tratar asuntos de guerra, justicia o sacrificios, y con el fin de que
intercediera por ellos. También actuaba como regente si el gobernante era menor de
edad. Los diccionarios de Francisco Varea y Tomás de Coto, elaborados en el siglo
XVII, definen lolmay como 'mensajero' o 'portador' de los Señores. Ambos significados
posiblemente se refieren a la primera obligación del lolmay, la cual consistía en portar y
vigilar los valiosos artículos del tributo, tales como mantas de algodón, cacao, etcétera.
K'alel: este cargo se menciona en la Relación Tzutujil y significa cortesano. Entre los
quichés, el k'alel ayudaba al ajpop en los asuntos públicos, en los cuales actuaba como
juez principal y consejero. Su papel era el de explicar, interrogar, atestiguar, denunciar y
asistir al gobernante en la toma de decisiones. Quizás era igual entre los tzutujiles.
Atzij Winak: este cargo (vocero) lo describió De Coto como algo similar al lolmay, por
ser el atzij winak también el señor enviado para tratar de negociar. En la jerarquía
quiché este funcionario era otro consejero del ajpop.
Ajc'abawil: la persona que desempeñaba este cargo (el del ídolo) era el sumo sacerdote
de Chiyá. Posiblemente oficiaba en las ceremonias principales y jugaba un papel similar
al del Aj Tojil y Aj K'ucumatz entre los quichés. Los sacerdotes tzutujiles aconsejaban a
los señores sobre asuntos religiosos e influían en asuntos importantes por su habilidad
para interpretar los deseos de los dioses. El resto de los funcionarios religiosos estaba
subordinado al sumo sacerdote.
La 'mitad' tzutujil
La 'mitad' tzutujil quizá haya tenido puestos similares a los de la 'mitad' del
Atz'iquinajay. Los Tamub quichés lograron ganarse el título de ajpop, ya tarde en su
historia; pero la 'mitad' tzutujil aún se encontraba tratando de alcanzar la igualdad con la
'mitad' del Ajtz'iquinajay en el momento de la Conquista. Por lo tanto, pudo no haber
llegado a tener el cargo más alto.
Funcionarios subordinados
Existe poca información relacionada con los cargos, salvo los que ejercían los señores
tzutujiles más importantes. La Relación Geográfica Atitlán cuenta que los indios
tequitlatos ayudaron a preparar este documento aportando lo que sabían acerca del
período aborigen. Tequitlato significa, en náhuatl, 'el que asigna tareas'. Pedro Carrasco
considera que tales funcionarios pudieron haber ejercido atribuciones similares a las de
los Aj tz'alam (funcionarios de muros, refiriéndose a los muros entre las propiedades
quichés) en la época prehispánica. Por lo tanto, el Aj tz'alam pudo haber existido
también entre los tzutujiles.
Los nombres de cargos usados por los Señores principales no se limitaban a los linajes
más importantes. El rango de una persona se determinaba tanto por el cargo que
desempeñaba como por el nombre de su linaje. De Coto afirmó que cada chinamit
elegía a un funcionario llamado pop qamahay. Este nombre fue tomado de la frase
lomay quipop quiqamahay ahava, según el diccionario de Varea. La expresión podría
traducirse como 'mensajero' o 'portador de los Señores'. Estos funcionarios tenían
atribuciones similares a las del más prominente lolmay. El título pop qamahay fue
ampliamente utilizado entre los tzutujiles para funcionarios de menor rango.
Religión
Los tzutujiles prehispánicos adoraban a diversos espíritus y creían en fuerzas ocultas
impersonales, como el destino; también practicaban la magia, la brujería y el arte
adivinatorio. Sin embargo, los dioses más importantes eran las deidades patronas de los
más altos linajes. Estos dioses se representaban en esculturas ('ídolos'), y eran el objeto
central del culto en los templos y cuevas del Altiplano.
En el Postclásico Tardío, el dios más importante de Chiyá era Sakibuk. Cakix Can era
otro dios importante. Fray Francisco Vázquez también mencionó a un señor Jun Tijax,
quien probablemente era sacerdote del ídolo citado en segundo término. Algunas de las
aldeas dependientes de las Tierras Bajas tenían sus propios dioses y sacerdotes. La diosa
de Xeoj era Taluc y la de Quioj era Cinquimil.
Rituales y ceremonias
La danza que se bailaba entre los tzutujiles para conmemorar el sacrificio de los
prisioneros de guerra se llamaba loj-tum. El baile era acompañado por música tocada
con largas trompetas. A principios del siglo XVII, todavía se bailaba en Nagualapa y
Suchitepéquez. Fuentes y Guzmán menciona la misma danza y la llama oxtum.
Otro ritual prehispánico consistía en lanzar doncellas dentro del volcán de Atitlán. Fray
Francisco Vázquez narra que cuando tronaba y le salía fuego y humo, los indígenas
creían que el volcán estaba hambriento y exigía comida. Se pensaba que las doncellas
eran la comida favorita del volcán, y por ello se les lanzaba adentro. Se echaban suertes
para escoger a la víctima.
Conclusiones
En el presente ensayo se han utilizado datos etnohistóricos y arqueológicos para
bosquejar la historia tzutujil y describir la evolución de este grupo, hasta que llegó a
constituirse como reino independiente a finales del siglo XV. Los límites políticos
cambiaron con el tiempo, pero a finales del período prehispánico los tzutujiles todavía
mantenían un firme control sobre el Lago de Atitlán, desde Panpati y Payán Chocol, al
norte, hasta Tolimán, al sureste (Ilustración 287). En la Costa conservaban tierras de
primera para el cultivo del cacao, desde Suchitepéquez hasta Tzacbalcat.
A principios del siglo XV, los reinos tzutujiles todavía pagaban tributo a los quichés.
Los tzutujiles se independizaron después de la muerte de Quicab, ocurrido en 1475. Al
momento de la Conquista, los reinos quiché, cakchiquel y tzutujil eran todavía
independientes, pero se disputaban regiones fronterizas. Ninguno era tan poderoso para
conquistar a los otros, pero, a la sazón, los cakchiqueles ganaban fuerza a expensas de
los quichés y tzutujiles.
En la sociedad tzutujil el linaje determinaba la clase, así como el papel que la persona
desempeñaba en la sociedad. Los señores vivían en los poblados más importantes y los
vasallos en los amak circundantes. Los vasallos, pagadores de tributo, eran nobles de
menor importancia, y plebeyos. También había siervos llamados nimak achí, y varios
tipos de esclavos. Existían 16 señores tzutujiles principales, quienes se dividían en
'mitades'. Estos eran los Ajtz'iquinajay dominantes y los tzutujiles subordinados.
Un marco político basado en un sistema de cargos proporcionaba cohesión y
organización interna a la sociedad tzutujil. Existían cargos de gobierno que ejercían
miembros de los más altos linajes, y cargos subordinados ocupados por nobles menores
y plebeyos. Generalmente, los mismos linajes ocupaban ciertos cargos y éstos se
pasaban de padre a hijo.
La estructura religiosa apoyaba el marco sociopolítico. Los dioses más importantes eran
los protectores de los linajes. Sakibuk, de Chiyá (Chuitinamit), era la deidad principal y
a él, como a las otras, se les ofrecían sacrificios. Los sacrificios privados, el ayuno, la
abstinencia sexual, la danza, echar suertes y los sacrificios al volcán ocupaban, todos,
un lugar prominente en la religión tzutujil prehispánica.
En contraste con los grupos de idioma quiché, y aún con los pokomames (poqomames),
se carece en la actualidad de documentos escritos por los propios habitantes de aquellos
pueblos. Sin embargo, hay algunas referencias en las crónicas de sus enemigos quichés
y cakchiqueles (kaqchikeles), así como en las de los españoles.
Con todo, el interés que han suscitado los mames y los otros grupos de Los
Cuchumatanes ha sido considerable, y son varios los trabajos de investigación que se
han ocupado del tema. Entre estos estudios se pueden citar los de Eduard Seler, Oliver
La Farge y Douglas Byers, Charles Wagley, Maud Oakes, Rubén E. Reina y Robert M.
Hill, II, Carlos Navarrete, Anne Collins y W. George Lovell.
Distribución Territorial
Antiguamente, los mames ocupaban una gran parte del Altiplano guatemalteco, y antes
de que, en el siglo XIV, se produjera la expansión territorial de la triple alianza quiché,
llegaron a controlar un extenso territorio que comprendía, además de los actuales
Departamentos de Huehuetenango y San Marcos, casi la totalidad de los de Totonicapán
y Quetzaltenango. En el presente, solamente se dispone de alguna información general
sobre los acontecimientos que provocaron la pérdida de los dos últimos territorios
citados en favor de los quichés, y aquélla proviene de otras fuentes indígenas. Aparte de
eso, se desconocen los detalles de dicha incorporación parcial del territorio y de los
habitantes mames al dominio de sus vecinos.
Parece ser, sin embargo, por lo que indican las fuentes etnográficas, que no todos los
mames abandonaron sus tierras cuando éstas fueron conquistadas por los quichés, y que,
antes bien, muchos plebeyos se quedaron y fueron sometidos al dominio político del
pueblo conquistador. La persistencia en la región de la tecnología cerámica tradicional
de los mames es una prueba de lo afirmado. En la actualidad, los alfareros de San
Cristóbal Totonicapán, hablantes de quiché, emplean técnicas decididamente mames
(Ilustración 181). Si se observa la alfarería, típicamente quiché, de los habitantes de San
Pedro Jocopilas, Santa María Chiquimula y Rabinal, así como la de sus 'primos'
lingüísticos, los cakchiqueles, se puede ver que, de manera invariable, se basan en el
procedimiento denominado de orbitación. Este consiste en trabajar la pieza, inmóvil en
el suelo, alrededor de la cual el artesano aplica manualmente el moldeado. En cambio,
los mames, por ejemplo, los de San Sebastián, al igual que otros grupos, como los
kekchíes (q'eqchi'es), utilizan la técnica llamada de 'molde cóncavo de base', en la que
se parte de una 'tortilla' grande de barro para formar el fondo de la vasija, y después se
añaden y alisan los rollos de barro, de abajo hacia arriba, hasta completar la pieza. El
hecho de que, después del control de la zona de Totonicapán, asumido por los quichés,
persistiera esta última técnica, tan diferente de la de los nuevos dominadores, indica que
permaneció en ella alguna población mam, la cual paulatinamente perdió su idioma y
adoptó el de los quichés.
Otros sitios cercanos a Zaculeu todavía no han sido suficientemente explorados, como
Cerro Pueblo Viejo, inmediatamente al sur; el de El Caballero, unos seis kilómetros al
sureste, y el de Pueblo Viejo o Piol, que se localiza cerca del actual pueblo de San
Sebastián, unos siete kilómetros al noroeste. Puede, asimismo, citarse el sitio de
Xetenam, hacia el noreste, distante sólo tres kilómetros de Zaculeu. Todos ellos
probablemente formaron el centro del señorío, con Zaculeu como capital y los otros
como puestos dependientes o de vigilancia en las entradas. Más al sur, y en la frontera
misma con los quichés, estaba otro importante centro mam, conocido hoy como Pueblo
Viejo Malacatancito, el cual tenía seguramente funciones de defensa y control de la
frontera y de las vías de acceso que, por el sur, conducían al interior del señorío.
Si no es difícil establecer las fronteras del señorío, sobre la base de la persistencia de los
antiguos límites en las divisiones de la época colonial, resulta complicado, en cambio,
tener una idea determinada acerca de su organización. Por supuesto, entre los mames
había la misma distinción social general, entre aristocracia y plebeyos, la que existía en
los pueblos de la rama quiché y de otros grupos del Altiplano. Sin embargo, se
desconoce totalmente el tipo de organización local y territorial, y no se sabe si disponían
de entidades territoriales similares al chinamit quiché o al molam de los pokomames.
Lo que sí puede afirmarse es que la influencia del señorío de Zaculeu llegaba más allá
de sus fronteras, aunque no necesariamente el dominio político. Sobre la base de lo que
escribió Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán acerca de la conquista de este lugar,
Nathalie Woodbury afirmó que el señorío estaba aliado con los de Cuilco e Ixtahuacán,
pues de ambos sitios llegaron guerreros en su auxilio durante la conquista española.
Tales refuerzos para la defensa de Zaculeu, procedentes de los altos Cuchumatanes,
indicarían que su influencia se extendía hasta esa región.
Tal como se afirmó en el ensayo sobre los quichés, no procede un parangón con la
historia occidental moderna, pues la de aquellos grupos estaba muy ligada a la
cosmología. Es evidente, además, que tales 'historias' estaban al servicio del estrato
dominante y bajo su control. Por lo tanto, las crónicas indígenas, que indudablemente
incluyen una dosis de veracidad, se encuentran necesariamente teñidas de elementos
propagandísticos y de otras formas literarias propias de la cosmovisión que dominaba a
aquellas sociedades. En tal sentido, queda la duda sobre si la narración, de la conquista
de Zaculeu por el rey Quicab, corresponde a hechos reales o si se trata de una
exageración, con el fin de exaltar la figura del gobernante.
Por otra parte, existe la descripción del conquistador Pedro de Alvarado, de la gran
ceremonia y reverencia con que los quichés de Utatlán recibieron al 'rey' de los mames,
Caibil Balam, a quien se le atribuye la estratagema, intentada por los quichés, de
incendiar Utatlán, cuando los españoles estaban dentro de este centro. Tal actitud de
respeto no parece coincidir con la pretensión quiché de que los mames hubieran sido sus
vasallos, aunque la actuación de Caibil Balam, en Utatlán, fuera un hecho reciente,
resultado del resurgimiento de la independencia mam, en momentos en que el reino
quiché se encontraba debilitado y fraccionado, después del levantamiento contra
Quicab.
Sin embargo, entrar en demasiados detalles cronológicos sobre las relaciones entre
mames y quichés es algo todavía prematuro, por el estado actual de las investigaciones
arqueológicas y etnohistóricas. Esta observación, además, resulta procedente, en razón
de que algunos especialistas han tratado de fechar y atribuir, a uno u otro grupo, los
varios sitios arqueológicos que se conocen, pero que todavía no están debidamente
excavados. A falta de excavaciones detalladas, no es posible establecer cuándo se
construyó determinado lugar, por cuánto tiempo fue ocupado y si en un momento dado
perteneció a quichés o a mames. En conclusión, se carece todavía de elementos
suficientes para precisar las relaciones entre los mames del señorío de Zaculeu y los
quichés de Utatlán.
MARIE CHARLOTTE ARNAULD
Kekchíes y Pokomchíes
Los hablantes de la lengua maya-pokomchí poblaban una estrecha franja de oeste a este,
desde el Río Chixoy medio hasta Panzós, en el valle del Polochic inferior (Ilustraciones
293, 294). Además, en 1544 existían asentamientos pokomchíes, relativamente
recientes, a lo largo del Chixoy, desde el pueblo colonial de San Cristóbal Cagcoh hacia
Chamá, en tierra cálida, entre lacandones, acalaes y kekchíes. El territorio pokomchí,
por lo tanto, circundaba a la zona kekchí en sus lados oeste y sur, desde Chamá hasta
Panzós, y lo protegía, en alguna manera, de las ambiciones quichés. Entre pokomchíes y
quichés, o quiché-rabinaleb, de lengua achí, existía una 'tierra de nadie', poco más o
menos despoblada, que se extendía aproximadamente entre el valle de Tactic y la
cuenca del Río Salamá. Sin embargo, el enfrentamiento era directo en el sector de la
confluencia del Chixoy con el Salamá y el Carchelá; ya que en el asentamiento
prehispánico de Pueblo Viejo-Chixoy, el grupo G alto (ribera oeste) era quiché, o a
cargo de súbditos del 'Estado' quiché, mientras que los grupos bajos (riberas oeste y
sobre todo este) estaban poblados de pokomchíes. Un enclave de idioma pokomchí
existía al oeste del río, en Belejú. En general, es interesante observar que los
pokomchíes poblaban las orillas de los ríos en el fondo de valles, mientras los quichés
ocupaban las cumbres limítrofes, y los kekchíes las sierras kársticas.
Se ha establecido que los pokomames (hablantes de pokomam, ya que la diferencia
lingüística entre pokomchí y pokomam era mínima en el siglo XVI), instalados en lo
que hoy es Baja Verapaz desde, por lo menos, el Clásico, fueron conquistados,
dominados o desplazados por los quiché-rabinaleb y los quichés de Utatlán, según
procesos múltiples que quedan por esclarecer. Por lo tanto, los pokomchíes del Chixoy
y del Polochic se hallaron separados de los pokomames, quienes emigraron hacia los
valles y las cuencas del sur, entre Palín y Chinautla, así como a valles del Oriente, entre
San Pedro Pinula, San Luis Jilotepeque y Asunción Mita (Mictlán). Por tal razón
existían, y existen todavía, tres territorios principales de hablantes de pokomam: norte,
sur y oriente, los tres formando franjas a lo largo de grandes vías de comunicación. En
el centro geográfico entre estos tres territorios (sin considerar los pequeños enclaves
pokomames de El Salvador) quedaban asentamientos de hablantes de pokomam y de
chortí, en San Cristóbal y San Agustín Acasaguastlán, y en la región llamada Valil, de
pokomam, en el valle medio del Río Motagua (Ilustración 294). Esta era otra vía de
comunicación importante que quizás haya sido la ruta comercial más activa del extremo
sur de Mesoamérica, aun después del colapso de Quiriguá. Muy poco se sabe de los
pokomames del Motagua, pero Suzanne W. Miles subrayó la importancia política que
estos centros de Valil tuvieron para los pokomchíes y pokomames, durante el
Postclásico, de acuerdo con los diccionarios de Diego de Zúñiga y Pedro Morán, y
también según el Memorial de Sololá.
En contraste con el grupo kekchí, cuya lengua no muestra ningún fenómeno conocido
de diversificación interna y cuya distribución espacial era relativamente homogénea en
el siglo XVI, el grupo lingüístico pokomam estaba marcado por una fuerte división
territorial y lingüística, resultado de diversos procesos que lo afectaron desde,
posiblemente, el siglo X hasta el XVI. La población pokomchí de Verapaz, en este
último siglo, representaba sólo un vestigio de la población pokomam asentada entre los
ríos Chixoy, Polochic y Motagua, durante el Clásico.
Hasta donde se sabe, los documentos sólo se refieren a algunos 'señores' kekchíes,
vinculados a Carchá, Chamelco, Cahabón y Lanquín. El Título Chamelco indica
claramente que el 'señor' de Carchá y otros caciques menores eran los 'súbditos' de Juan
Matalbatz, de Chamelco, antes de 1544, de tal manera que parece haber existido alguna
jerarquía entre los 'gobernantes' kekchíes (ajgwal). Este mismo documento demuestra
también que las entidades políticas, gobernadas por los jefes menores, no alcanzaban a
ser ni Estados ni provincias, sino correspondían, cada una, a un pequeño grupo de
población dispersa sobre un territorio a veces bastante extendido, como es el caso de
Carchá, '...que tiene montes confines con los infieles que se llaman de Ah Itza...'; es
decir, tierras muy adentro de Petén, hacia el norte, aunque la afirmación de los frailes,
en este caso, sea algo exagerada.
Es posible, pero difícil de demostrar, que cada uno de los grupos citados hubiera
constituido, en el siglo XVI, lo que en muchas regiones mayas de Guatemala se llamaba
'parcialidad' o chinamit (también calpul, aunque no parezca muy conveniente usar esta
palabra azteca). Las reducciones hechas por los dominicos creaban, por lo general, la
congregación de varias 'parcialidades', cada una de las cuales formaba un 'barrio' del
pueblo y guardaba su organización interna, nombre, jefe y tierras, aun cuando éstas
estuvieran alejadas del nuevo asentamiento. En Cobán fueron reunidos no solamente
kekchíes de varias supuestas parcialidades del sur, entre otras '...jo'cui ri'quin aj' Cobán
se' amak' ChiChen...', sino también grupos de choles y acalaes de Petén.
Los documentos que describen los procesos de reducción de San Cristóbal Cagcoh, así
como los diccionarios de Diego de Zúñiga y Pedro Morán y la Apologética Historia de
Fray Bartolomé de Las Casas, estudiados por Miles, dejan entrever la misma
organización de 'parcialidades' que se relacionó tentativamente con los kekchíes. Sin
embargo, los numerosos términos pokomchíes, concernientes a la estructura de poder,
sugieren la existencia de una jerarquía sociopolítica relativamente compleja, dentro del
molam, es decir, la 'parcialidad', y adentro del amak, es decir, la agrupación de varias
parcialidades dependientes de un mismo centro. Aunque el material documental sea
abundante, tanto las descripciones indígenas de los procesos de reducción como las
concepciones occidentales, evidentes en las crónicas españolas, enfocan la sociedad
pokomchí como dos espejos deformantes y dan imágenes difíciles de reconciliar;
además, el concepto de clan que Miles aplica al molam es controvertido. Para
reconstruir las articulaciones político-territoriales entre molam, amak y centro cívico-
ceremonial (arqueológico), a nivel concreto y específico, se requieren todavía análisis
cuidadosos, tanto de los textos como de los asentamientos conocidos. Un hecho queda
relativamente claro: la unidad sociopolítica que subsistió, a través de la transición entre
el centro prehispánico y la reducción colonial, en el tiempo y en el espacio, fue el
molam; es decir, la probable parcialidad, la cual conformó después un barrio en un
pueblo colonial. Es conocido el ejemplo de San Cristóbal Cagcoh, aunque no está
totalmente esclarecido.
A manera de síntesis, resulta lógico considerar que los pokomchíes fueran comerciantes,
ya que ocupaban valles fluviales importantes y aprovechaban sus contactos lingüísticos
y étnicos con los pokomames del Motagua, los del sur y del este; mientras que la
producción de los kekchíes permitía a éstos disponer de excedentes, ya que gozaban de
grandes extensiones cultivables en el norte y el oriente.
Conclusiones
En este breve panorama etnohistórico de las etnias kekchí y pokomchí alrededor de
1540, se ha puesto énfasis en los aspectos territorial, sociopolítico y económico, y se
han dejado al margen los fenómenos de índole ideológica, como la religión, la
mitología, los conocimientos calendáricos, las concepciones cosmogónicas. Estos
aspectos han sido poco estudiados en las crónicas y relaciones tempranas, y no se
conoce, a la fecha, ningún texto kekchí o pokomchí de carácter prehispánico,
comparable al Popol Vuh de los quichés. La información disponible en la actualidad se
limita todavía al resultado de algunas breves encuestas etnológicas. Queda mucho por
investigar en estas regiones de los confines entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas.
Para concluir, puede ser oportuno recordar que la aserción, bastante común, según la
cual, tanto los pokomchíes y los pokomames como los kekchíes emigraron de un
mitológico o histórico oriente mexicano hacia el Altiplano de Guatemala, durante el
Postclásico, no se fundamenta más que en textos quichés o cakchiqueles, los que, por
cierto, no mencionan a estas dos etnias entre aquellos posibles migrantes. Sin embargo,
es teóricamente factible que auténticas crónicas kekchíes y pokomchíes, desconocidas a
la fecha, pudieran reclamar similar origen 'mexicano', para los mismos fines de
legitimidad política que perseguían los quichés y cakchiqueles. De todas maneras, pese
a las inevitables reservas consiguientes, no hay duda de que los kekchíes y pokomchíes
ocupaban las regiones de Tezulutlán, quizás desde el Preclásico.
WILLIAM R. FOWLER, JR.
Los Pipiles
Las Migraciones
Desde mediados del siglo pasado los estudiosos han abordado el problema de la
reconstrucción histórica de las migraciones pipiles. Estos intentos tempranos de resolver
dicho problema se basaron principalmente en los datos históricos y lingüísticos, pero
estuvieron limitados por la falta de datos arqueológicos pertinentes. Posteriormente,
después de lograr un entendimiento básico de las secuencias culturales prehispánicas de
la Costa Sur de Guatemala y de El Salvador, los especialistas pudieron sugerir
reconstrucciones especulativas de las migraciones que vincularon la Arqueología de
México con la de Centro América. Sin embargo, los datos arqueológicos en que se
basaron estos esquemas fueron poco precisos. Aunque es indudable que las migraciones
ocurrieron, hay que admitir que aún se sabe muy poco sobre los desplazamientos de los
pipiles.
Las primeras migraciones pipiles que llegaron a Centro América deben fecharse en el
Postclásico Temprano (900-1200 DC), y estuvieron íntimamente vinculadas al pueblo
tolteca en México. Durante la primera parte de ese período se produjeron asentamientos
en El Salvador, como Cihuatán y Santa María, en la cuenca de El Paraíso o región
Cerrón Grande, los cuales tienen un complejo cultural fuertemente asociado con el de
Tula, Hidalgo, durante la Fase Tollan. Otros sitios de El Salvador, como Tacuscalco,
cerca de Izalco; Punta Las Conchas, en la orilla del Lago de Güija; Cerro de Ulata, en la
costa del Bálsamo; y Loma China, en la región del embalse de San Lorenzo, muestran
complejos culturales relacionados, que indican plena participación en el mundo de los
toltecas. Se trata de una invasión o una serie de invasiones a las regiones central y
occidental de El Salvador por grupos de lengua náhuat. Las migraciones se iniciaron en
el altiplano central de México, y pasaron por la Costa del Golfo de México y el Istmo de
Tehuantepec. Después de establecerse en El Salvador, los pipiles mantuvieron los nexos
comerciales con México y Yucatán.
Aunque se suele decir que la 'diáspora' de los toltecas, a mediados del siglo XIII,
provocó la última serie de migraciones pipiles, y especialmente la llegada de los pipiles
nonoalcas a El Salvador, se carece de la evidencia arqueológica que confirme la
migración de los nonoalcas a Centro América. La principal evidencia que apoya esta
tradición es de naturaleza toponímica y consiste de algunos paralelos llamativos entre la
región nonohualca de Puebla, México, y las zonas central y occidental de El Salvador.
Aunque estos paralelos son intrigantes, es igualmente posible que los antecesores de los
grupos pipiles que los españoles encontraron en El Salvador, en el siglo XVI, hubieran
estado allí desde el Postclásico Temprano. Sin embargo, no se descarta la posibilidad de
que los nonoalcas penetraran en territorio de El Salvador en el siglo XIII. Es posible que
Cuscatlán, uno de los 'Estados' más poderosos en la periferia sudeste de Mesoamérica,
fuera un centro nonoalca. En su reconocimiento de la zona del Antiguo Cuscatlán,
probablemente la verdadera ubicación de Cuscatlán, Paul Amaroli encontró restos de
asentamientos fechados en el contexto del Postclásico Tardío, pero ninguna evidencia
de ocupación durante el período anterior.
Estructura Social
El siguiente resumen de la estructura social de los pipiles se basa en los datos
etnohistóricos presentados por William R. Fowler, Jr. Las fuentes principales son
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán y Diego García de Palacio.
Los linajes nobles eran un rasgo importante de la estructura social de los pipiles. El
mismo nombre pipil, del náhuat pipiltin, plural de pilli (noble), debe entenderse como
una referencia a los linajes nobles. Tal como en el centro de México, los linajes nobles
de los pipiles tenían funciones económicas y políticas que desempeñaban un papel
esencial en la estratificación social. El jefe titular controlaba las tierras del linaje como
propiedad corporativa, las cuales distribuía entre los nobles y plebeyos que dependían
de él a cambio de tributo y servicio personal.
Parece que en muchos casos los linajes nobles entre los pipiles coincidían con los
calpultin. El término calpulli tenía muchos significados entre los antiguos pueblos
mexicanos. Generalmente un calpulli era una unidad político administrativa de tamaño
variable, que no necesariamente estaba asociada al parentesco. En la región
toltecachichimeca de Cuauhtinchan, en el valle de Puebla, el calpulli fue un tipo
específico de unidad social que tenía tierras en común, que estaba estratificado
internamente de acuerdo con el parentesco y era dirigido por un señor mayor del linaje.
Una situación semejante parece haber prevalecido entre los pipiles. El pueblo de
Caluco, El Salvador, por ejemplo, estaba dividido entre cinco calpultin, cada uno con su
propio cacique o cabeza titular. Casi todas las familias nucleares tenían huertas de
cacao, que probablemente se les habían asignado antes de la Conquista en el contexto
del calpulli.
Según Robert Carneiro, tres criterios mínimos distinguen los Estados de los cacicazgos.
Los primeros tienen el poder de reclutar para la guerra y las obras públicas, imponer y
cobrar tributos, y decretar y hacer cumplir las leyes. Kent Flannery está de acuerdo:
'...mientras los ciudadanos individuales deben abstenerse de la violencia, el Estado
puede trabar la guerra; también puede reclutar soldados, recaudar impuestos, y exigir
impuestos'. Los cacicazgos organizaban los ejércitos y los proyectos de trabajo comunal
por medio del parentesco, pero no podían reclutar guerreros y trabajadores. Los
caciques recibían el tributo, pero no tenían el poder político o militar de recaudar
impuestos. Por ende, los cacicazgos no tenían leyes, ni los medios de fuerza
institucionalizada para que éstas entraran en vigor, en caso de existir.
Economía Política
Se les clasifique como integrantes de cacicazgos o de Estados, los pipiles antiguos
tenían un modo tributario de producción. Los datos tampoco son claros ni abundantes,
pero se puede suponer que la capacidad de pagar el tributo a los españoles, en la época
colonial inicial, inmediatamente después de la Conquista, refleja una economía
tributaria prehispánica. Después de la pacificación de la región, los pueblos pipiles
pagaron tributo a sus encomenderos en cacao, algodón, mantas, maíz, chile, frijoles,
miel, pescado y sal.
La élite gobernante controlaba el uso de la tierra. Los linajes nobles (que, como ya se
dijo, muchas veces coincidían con los calpultin) sirvieron como la institución de
tenencia de la tierra. Era privilegio del soberano asignar el uso de la tierra comunal a los
jefes de linajes. Cada uno de éstos tenía sus plebeyos y esclavos para trabajar las tierras.
Religión
Como en el caso de la estructura sociopolítica, la religión pipil muestra muchas
semejanzas con la de los aztecas (Ilustración 298). Los pipiles tenían un sacerdocio
especializado, que consistía de varios rangos. Según García de Palacio, los pipiles de
Mita tenían un 'papa' (sacerdote supremo) que llamaban tecti (teucti, equivalente al
azteca teuctli), quien usaba una vestidura azul y un tocado con plumas de quetzal. El
sacerdote segundo tenía el titulo tehuamatlini, y era 'el mayor hechicero y letrado en sus
libros'. Cuatro sacerdotes auxiliares, a los que se referían como teupixqui, ayudaban en
las ceremonias. Cada uno de ellos llevaba una vestidura de color distinto: negro, rojo,
verde o amarillo. Además, tenían un 'mayordomo', que se encargaba de los sacrificios.
Los sacerdotes vivían en templos llamados teupas (teupan). Según García de Palacio, el
templo mayor estaba junto a la residencia del sacerdote supremo. La Arqueología
comprueba esta asociación. La excavación del centro pipil postclásico temprano de
Cihuatán, El Salvador, reveló una asociación espacial entre el principal montículo, que
fue la subestructura del templo mayor (Estructura P-7), y un recinto residencial de la
aristocracia (el Patio Sudeste), que posiblemente funcionaba como un palacio para el
sacerdote y sus dependientes.
Los dioses que adoraban los pipiles eran muy semejantes a los de los otros pueblos
nahuas de Mesoamérica. García de Palacio mencionó a dos de ellos: Quetzalcoatl e
Itzqueye. El segundo era una diosa madre que tenía su origen en la Costa del Golfo.
García de Palacio también mencionó que los pipiles de Mita tenían un 'ídolo... señalado
para la caza y pesca', probablemente Mixcoat. La Arqueología indica que Tláloc (o
Quiateot) y Xipe Tótec también eran dioses de mucha importancia entre los pipiles. Las
representaciones de Tláloc son comunes en piezas de cerámica con efigies (Ilustración
299), y en decoración modelada en incensarios grandes hallados en Cihuatán y otros
sitios. Xipe Tótec aparece en cerámica, con efigies de tamaño natural, encontradas en
Chalchuapa, el Lago de Güija, y Cihuatán. Son casi idénticas a las efigies de Xipe Tótec
encontradas en el altiplano de México y fechadas en el Horizonte Mazapan, o sea, la
época de los toltecas.
Los pipiles tenían un calendario casi idéntico al de los aztecas, con el tonalpohualli de
260 días y el xihuitl de 365 días. Cada día se identificaba con un número y un símbolo.
La tabla de calendario que ilustró Fuentes y Guzmán muestra los glifos para los
símbolos calli (casa), cuat (serpiente), suchit (flor), y posiblemente acat (caña) y tecpat
(cuchillo de pedernal).
Con respecto al sacrificio humano, García de Palacio informó que los pipiles, de Mita,
tenían dos tipos de ritos de sacrificio, cuya práctica dependía de que la víctima fuera de
carácter doméstico o cautivo de guerra. Las víctimas domésticas eran hijos bastardos, de
6 a 12 años de edad, a quienes se sacrificaba dos veces al año: uno al principio del
invierno y el otro al inicio del verano. Estas ceremonias probablemente marcaban los
solsticios, y tenían un carácter muy secreto, pues sólo las observaban los gobernantes y
los indios principales. Los cautivos de guerra eran sacrificados en público, con
ceremonias de danza que duraban de 5 a 15 días.
Conclusiones
Es lamentable que los pipiles hayan sido casi olvidados en las investigaciones sobre la
prehistoria e historia de Guatemala. Por lo general, se mencionan simplemente como un
pueblo extinguido del que se sabe muy poco. El nacionalismo guatemalteco se identifica
más con lo maya, y, por lo tanto, los estudios sobre los pipiles han sido relegados a un
segundo plano.
Balance
La Arqueología representa un largo viaje a lo largo del tiempo y en pos de los pasos del
hombre. Como todas las exploraciones por regiones ignotas, en algunas de sus partes la
jornada atraviesa campos claros y abiertos, en tanto que en otras se esconde en túneles
oscuros, llenos de figuras de perfiles difusos que se diluyen incluso al tacto y a la
apreciación más avezados. La presente Historia General de Guatemala es una de tales
expediciones por los reinos de lo humano, extendidos hasta la confluencia del Viejo y el
Nuevo Mundos. En la óptica occidental esta particular expedición reproduce sin duda
un fenómeno lineal, como el movimiento intenso de una flecha que rompe el tiempo
hacia el futuro. Empero, acaso sea más apropiado adoptar la percepción maya de un
tiempo cíclico, en el cual el fin se funde con el principio. Un tiempo que, aplicado a la
experiencia humana, es una serie intrincada, compacta, sin intersticios, de instantes
culturales que se ajustan, se reproducen, pero que recorren inexorablemente los mismos
espacios. En la experiencia humana, por lo tanto, no hay solución de continuidad entre
un momento cultural y el que le precede y le da origen.
Asimismo, debe enfatizarse que, aun cuando se han hecho grandes avances en la
investigación arqueológica de Guatemala durante los pasados 50 años, ello constituye
un desarrollo comparativamente reciente en términos de una disciplina profesional. En
comparación con Europa y Norteamérica, la información disponible para los análisis
correspondientes es mínima. La necesidad de obtener más datos es crítica, y diariamente
el problema empeora conforme las ciudades crecen y se dispersan, la agricultura se
intensifica y el saqueo destruye evidencias importantes. Hasta hace pocos años, mucha
de la investigación arqueológica en Guatemala se concentraba principalmente en los
sitios mayas clásicos de Petén. En el Altiplano y en la Costa Sur, la secuencia de los
acontecimientos sólo está empezando a emerger, por lo que el registro de su desarrollo
cultural permanece nebuloso. En otras partes del país, las investigaciones han sido
esporádicas y dispersas, a menudo realizadas por proyectos de muy corto plazo. Por
ejemplo, en Oriente, Alta Verapaz, el Altiplano noroccidental, y en grandes áreas del
noroeste de Petén, la Arqueología permanece virtualmente desconocida.
En toda Guatemala, el final del Período Clásico Temprano fue nuevamente un momento
de reorganización y de caída de la anterior estructura sociopolítica. La tendencia general
que se observó durante el Clásico Tardío, la cual se refleja en los estilos arquitectónicos
y en la expresión artística, revela un mayor énfasis en temas seculares. Los estilos
cerámicos muestran una regionalización cada vez mayor, y parece haberse desarrollado
más competencia entre los centros. En Petén, la escultura tuvo una naturaleza menos
religiosa, muestra gobernantes ataviados como guerreros y los textos adjuntos enfatizan
sus conexiones dinásticas y su derecho a gobernar. En el Altiplano, el patrón de
asentamiento en Kaminaljuyú sugiere su descentralización. Existen indicios de que se
debilitaron o se interrumpieron sus nexos con el área noroeste, en los actuales
Departamentos de Quiché y Quetzaltenango. La situación en la Costa Sur no está clara
pero, en general, en esta región el Clásico Tardío parece haber sido un período durante
el cual se estaban desarrollando capitales locales poderosas.
El último 'colapso', que ocurrió después del 800 DC, fue muy amplio y aparentemente
tan drástico que los habitantes abandonaron la mayoría de los centros y todavía no se
habían recuperado cuando llegaron los españoles. Petén, el valle de Guatemala y la
Costa Sur sufrieron cambios demográficos y despoblamientos. Por el contrario, en los
Departamentos de Quiché, Quetzaltenango y Huehuetenango se empezaron a formar
nuevos centros de poder. No se conocen bien los procesos sociopolíticos que estaban
ocurriendo, y hay controversia acerca de hasta qué grado los desarrollos fueron
ocasionados por influencias de México, ya sea del área del Golfo o del Valle Central.
Sin embargo, puede que la llamada expansión tolteca comprendiera la tercera etapa de
intervención extranjera en los desarrollos culturales y sociopolíticos. Cualquiera que
haya sido la causa, es claro que el centro quiché (k'iche') de Utatlán empezó a
concentrarse bajo una autoridad política muy centralizada, la que probablemente
alcanzó el nivel de Estado e inició una expansión agresiva por el Altiplano y la Costa
Sur. A fines del Postclásico ese poder centralizado se estaba dividiendo en facciones
locales competitvas, entre las que se intensificó la guerra. Al mismo tiempo, el gran
centro de Tenochtitlan expandía agresivamente sus fronteras en dirección a Guatemala,
en un proceso que fue interrumpido por la conquista española. Este hecho puede haber
obstruido la cuarta etapa de dispersión de influencia extranjera que pudo haber llegado a
Guatemala desde México, y nunca se sabrá hasta qué grado podría haber afectado a los
desarrollos locales.
Es evidente que la herencia cultural de Guatemala necesita preservarse y que para ello
es necesario su registro arqueológico, no sólo en función del interés nacional sino como
parte importante de la historia de la humanidad en general. El pasado es un espejo del
Hombre universal, que no puede separarse del presente, y el futuro sólo puede
construirse sobre los cimientos de ambos.
ERNESTO CHINCHILLA AGUILAR
Introducción
Esta segunda parte de la Historia General de Guatemala abarca el período comprendido
entre el Descubrimiento de América en 1492 y el fin del siglo XVII, época esta en que
concluyó en España la dinastía de los Austrias y comenzaron las provincias o regiones
de las Indias a perfilar sus propias características, sobre las que habían de fundarse las
nuevas nacionalidades de principios del siglo XIX. Resulta fácil justificar el inicio de la
sección, ya que la inesperada presencia de los europeos en el continente a partir de
1492, y en nuestro territorio desde 1524, supuso claramente la súbita apertura de una
nueva era. Es más difícil justificar su finalización precisamente en 1700. No resultaba
factible tratar la dominación española en un sola sección, por lo que hubo de buscarse la
separación en algún lugar más o menos intermedio. En este caso no se pretende hacer un
corte tajante en el comienzo del siglo XVIII, pero no se puede desestimar una serie de
cambios que se produjeron en el ámbito de la política, así como en otros campos de la
vida social, en parte como resultado de la nueva dinastía establecida en España. Se trata
de transformaciones importantes que marcaron un hito en el tiempo y que permiten una
relativa solución de continuidad en el análisis del proceso colonial.
Para los habitantes del Nuevo Mundo la irrupción europea supuso un profundo impacto
que cambió su ritmo histórico. Fue un auténtico salto sociocultural. Se pusieron en
contacto sociedades que se encontraban en diferentes etapas históricas, y las
dominadoras, las más avanzadas tecnológicamente, impusieron sus condiciones y sus
sistemas de vida. Los procesos generados fueron dolorosos, profundos, destructivos, y a
la vez irreversibles. El propósito fundamental de esta sección es tratar de comprender y
explicar las transformaciones que se produjeron en lo que hoy es Guatemala y territorios
vecinos más relacionados, aquellas que afectaron tanto a los que estaban aquí como a
los que arribaron. Se busca entender lo que sucedió, cuándo, cómo, y por qué, en los
diferentes segmentos integrantes del fenómeno humano total: en el medio físico, en lo
social, en lo económico y en lo cultural.
No fue la primera vez, ni habría de ser la última, en que pueblos más evolucionados
tecnológicamente irrumpieran en regiones habitadas desde tiempos remotos, con los
consiguientes procesos transformadores para los aborígenes. Sin embargo, la apertura de
América fue la más trascendente, por haberse efectuado en un tiempo relativamente
corto, en un continente amplio, habitado por culturas diferentes que en muchos casos no
se conocían mutuamente. Los europeos encontraron a lo largo de América pueblos muy
diversos, en variados estadios evolutivos, con organizaciones sociales y económicas que
iban desde las etapas predominantemente tribales hasta las unidades sociopolíticas que
comenzaban a consolidarse como imperios. Las reacciones de las diferentes sociedades
y las consecuencias de ellas fueron muy variadas. En el caso de Guatemala, que
formaba parte de una región de altas culturas, posteriormente conocida por los
estudiosos como Mesoamérica, las sociedades eran sedentarias y habían desarrollado
unidades políticas, conocidas como señoríos, subdivididas en parcialidades, con
diferenciaciones sociales y sistemas políticos dinámicos, según se analizó en el volumen
anterior.
Mas también para Europa el acceso al Nuevo Mundo significó una enorme
transformación. Marcó la hegemonía de los países atlánticos de Europa, la que habría de
prolongarse hasta la antesala del siglo XX. La riqueza americana financió el desarrollo
europeo y le dio territorios para su expansión demográfica. No se puede concebir el
auge de Europa sin el despegue que supuso el dominio del continente americano. El
orbe se hizo uno, pero controlado por las potencias europeas. Sevilla, por ejemplo, para
citar un caso aislado, una ciudad regional de mediana importancia, con 45,000
habitantes a fines del siglo XV, se convirtió en un centro comercial y político con
130,000 habitantes en poco más de un siglo, y adquirió el rango de urbe internacional.
El mismo fenómeno se repitió en otras ciudades europeas vinculadas al comercio
ultramarino, como Londres, Amsterdam, Amberes, y otras del Mediterráneo.
La primera sección ofrece una visión de la España de los siglos XVI y XVII, que se
juzgó pertinente aunque con un carácter introductorio. La obra dedica una parte
completa al estudio del período prehispánico, y de la misma manera no podía prescindir
de un panorama general que permitiera apreciar las características históricas del pueblo
dominador y sus propios procesos evolutivos antes y durante el descubrimiento,
conquista y colonización del Nuevo Mundo. No haber incluido tal sección introductoria
hubiera obligado a formular explicaciones específicas en el tratamiento de fenómenos o
instituciones sociales con antecedentes peninsulares. Ello, aparte de afectar la
continuidad de los temas, hubiera dado lugar a un innecesario énfasis en la historia
española, a expensas de la propia de Guatemala, que es el objetivo medular de toda la
obra.
Los hechos históricos aquí tratados ejercieron una poderosa influencia en el desarrollo
del Reino de Guatemala durante el resto de la época colonial y aun después. En esta
etapa se establecieron no sólo las instituciones primeras del dominio colonial, de la
administración política y la transformación cultural, sino también muchas otras
prácticas y patrones de conducta social que el grupo dominador trató de imponer a los
vencidos. Estos, por su parte, iniciaron desde entonces el desarrollo de formas de
resistencia para preservar su cultura, producto de muchos siglos de evolución. Si en
parte lo consiguieron fue penosamente, en forma oculta, disimulada y aprovechando
cierto grado de tolerancia no siempre espontánea del grupo dominante, ya que ésta a
veces obedecía a razones económicas, morales o de simple indiferencia.
A continuación se presenta el estudio de las Leyes Nuevas y del carácter que éstas
imprimieron a la pacificación y organización del Reino de Guatemala, y se realza la
fundación de la Audiencia de los Confines, llamada más tarde de Guatemala. Con las
Leyes Nuevas la Corona española trató de superar la etapa de la Conquista, en la que se
habían tolerado instituciones como la esclavitud y la encomiendarepartimiento, pero que
desde entonces se pretendió suprimir de modo inmediato o pausadamente. La aplicación
de dicho cuerpo legal, por lo tanto, encontró la fuerte oposición y protesta de los
conquistadores, pues ello ponía en peligro la posesión de los indios obtenidos como
esclavos de guerra o por la vía de la encomienda.
En la misma sección se presentan también las instituciones del poder local de los
españoles, que tenían en la ciudad de Santiago su mayor centro estructural, pues allí
estaba la sede de la administración, del gobierno, la cabeza de la Iglesia y el núcleo del
comercio. En otras ciudades y villas, como Ciudad Real, Sonsonate, San Salvador,
Gracias, Comayagua, León, Granada y Cartago, así como en algunos centros mineros y
portuarios, existía asimismo un cierto grado de prosperidad.
Por otra parte, no se debe olvidar el especial contexto económico de España. En efecto,
no tenía este país una industria importante, y las rique-zas llegadas de las nuevas
posesiones de ultramar frenaron su desarrollo en lugar de hacerlo crecer,
probablemente, en opinión de algunos autores modernos, porque las riquezas
americanas reforzaron al estamento seño-rial tradicional y no precisamente al sector
empresarial. Por tales razones y otras colaterales, los metales preciosos que llegaban del
Nuevo Mundo no permanecieron en España, salvo cuando se destinaban a obras
suntuarias no productivas, y fueron a parar a las metrópolis del Norte, especialmente en
Holanda e Inglaterra, que controlaban el comercio y la naciente industria europea. Una
circunstancia adicional que no debe desestimarse es la que se refiere a las enormes
inversiones hechas por España en los diversos frentes bélicos del Viejo Mundo, lo cual
implicó también un gran desgaste para la población y la economía españolas.
España trató de mantener la exclusividad del mercado indiano, en lo cual sólo tuvo éxito
relativo. En efecto, las condiciones geográficas y los vientos favorecían la ruta de
Sevilla a Canarias y a las Indias, pero las demás potencias europeas encontraron los
procedimientos para compartir las riquezas. A finales del siglo XVI dichas potencias
habían alcanzado cierto éxito en sus propósitos, y en el siglo XVII España perdió cada
vez más el control de la 'carrera de Indias'.
A pesar de que no ha sido posible hacer un estudio pormenorizado de todas las regiones
del antiguo Reino de Guatemala, se incluyen las más representativas o aquellas sobre las
que existe mayor información. En consecuencia, se ofrecen trabajos sobre el
Corregimiento del Valle de Guatemala, que comprendía principalmente a cakchiqueles
(kaqchikeles) y pokomames (poqomames). Se incluyen además estudios sobre los
quichés (k'iche's), los tzutujiles (tz'utujiles), y los habitantes de la Sierra de los Cu-
chumatanes. Igualmente se presentan trabajos sobre las zonas de Escuintla y
Guazacapán, la Verapaz, el Corregimiento de Chiquimula de la Sierra, Izalco y la Villa
de la Santísima Trinidad de Sonsonate, Soconusco (enton-ces muy vinculado a la vida y
a la economía de Guatemala) y, finalmente, Petén. El tratamiento particular de estas
regiones, emprendido con mucha solvencia académica, enriquece de manera notable la
comprensión de los procesos históricos generales de Guatemala.
La parte de Artes se refiere sobre todo a las plásticas o visuales. Se inicia con un análisis
del sistema urbanístico trasplantado por los españoles al Nuevo Mundo, tanto en los
centros urbanos habitados por ellos mismos, como en aquellos ocupados por los
indígenas como parte del proceso de reducción. Se sigue con la arquitectura, que
desempeñó un papel esencial en la vida religiosa, ya que los principales edificios
estuvieron dedicados al culto católico. Al principio se recurrió a soluciones interesantes
para resol-ver la asistencia de los indígenas a las ceremonias colectivas, como las
llamadas 'capillas de indios' o abiertas y las 'capillas posas', de las que que-dan muchas
todavía en México, y de cuyo funcionamiento en Guatemala hay evidencias. La
escultura merece especial atención, ya que las imágenes de Santiago gozaron de
merecida fama no sólo en Guatemala sino también en la Nueva España. Igual atención
se concedió a los retablos, la arquitec-tura efímera (túmulos funerarios y 'monumentos'
de Jueves Santo), así como a la llamada Fiesta del Volcán. Se dedicaron asimismo
sendos trabajos a la pintura y la orfebrería.
Al término de esta sección y desde una perspectiva global, se puede apreciar un fondo
de armonía y sucesión ordenada, no obstante la variedad de los trabajos y las diferentes
posturas ideológicas de los autores. Las tendencias tradicionales, centradas
primordialmente en la exposición política y narra-tiva, se han podido interpolar con la
interpretación racionalizada, propia del análisis metódico y del enfoque de las nuevas
corrientes, como la historia social y económica, la etnohistoria, la historia cuantitativa,
la microhistoria, etcétera. Ahora bien, ello fue posible gracias a los avances hechos en la
investigación de nuestro pasado colonial en las últimas décadas, principalmente a partir
de 1945, año en que se iniciaron en Guatemala los estudios históricos profesionales.
Ello también permitió integrar los aportes de importantes investigadores extranjeros con
los de historiadores guatemaltecos, y contar con un equipo adecuado para alcan-zar en
la medida de lo posible los propósitos buscados. Es decir, el trabajo que aquí se presenta
fue posible porque existían suficientes estudios monográficos (como se demuestra en la
abundante bibliografía de la obra) y porque había personas en el país que pudieron
reunir todos esos estudios dispersos y coordinar a los historiadores, nacionales y
extranjeros, que contribuyeron generosa y profesionalmente con sus conocimientos.
Esta aportación resulta tanto más interesante cuanto que la obra se ha escrito en un
momento de cambios profundos, nacionales y mundiales.
Durante el reinado de los Reyes Católicos no se puede hablar de unidad nacional, puesto
que no existió un Estado centralizado sino una diarquía, es decir, un gobierno de dos
Reyes en el que ambos mantenían sus instituciones propias, Cortes separadas, aduanas y
monedas. Aunque los Reyes Católicos no crearon ninguna nueva institución
administrativa, la fuerza y vigor que dieron a las ya existentes, mientras conservaban un
control muy firme sobre ellas, constituyó de hecho una innovación con respecto a los
reinados anteriores. El autoritarismo real abarcó todas las esferas, fortaleció los órganos
de gobierno y sometió el poder político de la nobleza feudal. También declinó la
autonomía del régimen municipal con la intervención de los corregidores nombrados
por los Reyes, que presidían las sesiones de los Ayuntamientos.
El Fin de la Reconquista
El reino nazarita de Granada se hallaba en plena anarquía, dividido en facciones entre
Boabdil y su tío Al-Zagal. Fernando aprovechó y fomentó estas disensiones para lograr
la reconquista del último reducto musulmán en la Península y durante 10 años todos los
recursos se destinaron a este fin.
Granada se rindió al fin después de un largo asedio, y los Reyes Católicos recibieron las
llaves de la ciudad el 2 de enero de 1492. Las capitulaciones fueron muy liberales, ya
que se permitió a los vencidos conservar sus costumbres, propiedades, leyes y religión.
El primer administrador del Reino fue el Conde de Tendilla, de espíritu tolerante y
respetuoso de la cultura mudéjar, por lo cual se ganó el aprecio de los árabes. Pero fue
sobre todo el primer Arzobispo de Granada, Fray Hernando de Talavera, quien con su
conducta caritativa ayudó a reconciliar a musulmanes y cristianos. Talavera trató de
promover las conversiones de los musulmanes mediante la predicación y el buen
ejemplo.
Sin embargo, el proceso fue lento, y en 1499 el Cardenal Cisneros decidió forzar las
conversiones y los bautismos en masa. La consecuencia de esta nueva política fue una
revuelta que, si bien sofocada rápidamente, señaló el final de la convivencia que había
caracterizado todo el período de la Edad Media peninsular. Los mudéjares se vieron
obligados a elegir entre el exilio y el bautismo. La mayoría optó por el último, pero los
cristianos dudaban de su buena fe.
El 31 de marzo de 1492 dictaron los Reyes un decreto por el cual se concedió a los
judíos un plazo de cuatro meses para bautizarse o marcharse del país. No existen cifras
exactas sobre la expulsión: probablemente se marcharon unos 200,000, que se
establecieron en Portugal, el norte de Africa, Italia y el Imperio Otomano. Otros muchos
pidieron ser bautizados, con lo que aumentó en España el problema de los falsos
conversos.
La recién creada Inquisición empezó a vigilar a los judíos y musulmanes conversos. Por
otro lado, se comenzó a exigir el estatuto de limpieza de sangre para ocupar cargos
públicos, para el ingreso en la universidad o en algunas órdenes religiosas. Esto se
convirtió en otra de las rémoras al progreso demográfico y económico peninsular,
además de que los `cristianos viejos' no querían ocupar los oficios abandonados por
judíos y musulmanes. Las circunstancias especiales de la Edad Media española habían
permitido convivir de manera oficial a distintas minorías religiosas pero, finalizada la
Reconquista, la creación del Estado moderno hacía imposible la permanencia conjunta
de comunidades musulmanas y judías.
Por ello, mientras en los otros países europeos el orden estatal se independizaba del
poder eclesiástico y se secularizaba, en la Península Ibérica, Iglesia y Estado se unieron,
basando en el dogma católico su unificación política y religiosa.
El Descubrimiento de América
El hecho más trascendental durante el reinado de los Reyes Católicos fue el
descubrimiento de América, que no se debió a la casualidad ni fue un hecho fortuito.
Varios factores ayudaron a que fuera Castilla la que iniciara esta empresa. Uno fue que
desde el siglo XIV, cuando conquistó las Islas Canarias, Castilla estaba interesada en la
exploración atlántica y en la búsqueda de una nueva ruta hacia las tierras de las
especias. Además existía una continuidad histórica en la monarquía peninsular, en la
idea de cruzada contra el Islam, que siguió vigente aún después de la toma de Granada.
Así, pues, hubo motivos religiosos (la difusión del cristianismo); y también motivos
políticos y económicos (la búsqueda de una nueva ruta para las Islas de La Especiería,
con lo cual se abaratarían productos como pimienta, clavo de olor, canela, etcétera, que
tenían cada vez mayor demanda, y la posibilidad de hallar metales preciosos a flor de
tierra para el siempre escaso numerario europeo). Todos ellos fueron factores que
influyeron en los planes de descubrimiento, así como el desarrollo de nuevos
instrumentos y técnicas de navegación; sobre todo la carabela de aparejo redondo y más
maniobrable, y posteriormente la nao, de mayor tamaño y de velas triangulares y
rectangulares, con las que podían aprovecharse mejor los vientos atlánticos.
A estos factores habría que añadir la presión demográfica en Castilla, donde habitaba el
80% de la población peninsular, lo que explica su supremacía con respecto a los otros
reinos, su actitud hegemónica en Europa y su protagonismo en Indias. Castilla
proporcionó la mayor parte de los hombres para los tercios de Italia y Flandes y para los
descubrimientos y conquistas ultramarinos.
Carlos I
A la muerte de Fernando el Católico (1516) se estableció en la Península una nueva
dinastía: la de la Casa de Austria. Por primera vez estaban unidos en la misma persona
los Reinos de Castilla y Aragón. Además, en el nuevo Rey recayeron también los
señoríos de Flandes, Países Bajos, el ducado de Borgoña, el Franco Condado y, pocos
años después, la Corona Imperial (véase Ilustración 3).
Estalló el descontento en las ciudades castellanas que tenían voto en Cortes (véase
Ilustración 2), y en Segovia la multitud capturó a uno de los procuradores y lo asesinó.
Se inició la lucha armada. El incendio de Medina del Campo, provocado
accidentalmente por las tropas del Regente Adriano de Utrecht, indignó a la opinión
pública, y las ciudades enviaron delegados a la Junta Santa reunida en Avila. Fue el
momento de mayor éxito de las comunidades, pero nunca obtuvieron el apoyo de la
nobleza que, preocupada por algunas revueltas populares contra las prestaciones
señoriales, apoyó al Regente, quien supo maniobrar con prudencia para atraerse a gran
parte de la población. La batalla decisiva se llevó a cabo en Villalar (1521), cerca de
Valladolid. Los jefes comuneros Padilla, Bravo y Maldonado fueron ejecutados, pero la
represión no fue severa contra los sublevados. Adriano de Utrecht actuó con clemencia
y cuando Carlos I regresó en 1522 otorgó un perdón general y las ciudades mantuvieron
sus privilegios intactos.
La derrota de los comuneros terminó con las últimas resistencias organizadas frente al
absolutismo monárquico. Las Cortes castellanas perdieron progresivamente su
importancia como organismo de oposición, aunque en los otros reinos peninsulares
conservaron sus atribuciones. Contemporáneo al Movimiento Comunero en Castilla se
dio en Valencia y Mallorca el de las Germanías, aunque este último tuvo desde sus
inicios un carácter social, pues fue una revuelta de los artesanos y los gremios contra los
abusos de una aristocracia que no asumía sus obligaciones. Ambas crisis se resolvieron
con la alianza entre la monarquía y la nobleza en contra de los sectores populares, y así
afianzaron los nobles su situación de privilegio.
La Política Imperial
Cuando Carlos I fue elegido Emperador (1520), la unidad cultural y religiosa que había
mantenido Europa durante la Edad Media estaba amenazada por el surgimiento y la
expansión de la Reforma protestante y por el peligro turco en el Mediterráneo y Europa
central. El Emperador se sintió obligado a defender la cristiandad ante estos riesgos,
tratando de unir a los Reyes cristianos en un frente único, pero fracasó en el intento, y
en ocasiones tuvo que luchar contra ellos e incluso contra el mismo Papa.
En Alemania, la crisis provocada por la Reforma luterana se agravaba más cada día. En
sus inicios, el Emperador trató de lograr una solución de compromiso con Lutero. Eran
los tiempos de la influencia de Erasmo. Pero la expansión del movimiento luterano y los
peligros políticos que ello implicaba para el Imperio hicieron que Carlos I tomara las
armas, y se inició una guerra en la que el Emperador consiguió algunas victorias como
la de Mühlberg (1547). Este, sin embargo, no logró sus propósitos y finalmente se firmó
la Paz de Augsburgo (1555), en la que debió aceptar los hechos consumados y
reconocer a los protestantes la libertad religiosa y los mismos derechos de los católicos.
El fracaso descrito pudo haber sido uno de los factores que influyó en la decisión del
Emperador de abdicar al año siguiente (1556), y dividir su herencia entre su hermano
Fernando, al que dejó el Imperio, y su hijo Felipe II, que recibió el resto de sus Estados.
Si en la Península impulsó la unidad religiosa, fue más que nada para salvaguardar la
integridad política. La unidad hispana era precaria: un conjunto de Estados con distintas
instituciones y sentido histórico, sin más soldadura entre ellos que la religión y la
monarquía común.
Las deudas y el desajuste financiero provocado por el desbalance entre los ingresos y
los gastos fueron otra herencia del Emperador: se calcula que en el momento de abdicar,
sus deudas ascendían a más de seis millones de ducados. A mediados del siglo XVI, la
economía castellana se hallaba en una fase expansiva. A ello contribuyó el crecimiento
demográfico, que a su vez aumentó la demanda de bienes y servicios, pero la llegada
masiva de metales preciosos de América ocasionó el incremento de precios. Se produjo
un desequilibrio entre el costo de producción de los bienes de consumo, por el aumento
de los salarios, y las ganancias que reportaba su venta.
Política interna
Entre los problemas internos que se vio obligado a enfrentar se encuentra la sublevación
de los moriscos granadinos, sofocada por don Juan de Austria en 1569, que terminó con
la expulsión de éstos del Reino de Granada, y su deportación en masa a diferentes
regiones de Extremadura, Galicia y Castilla.
Política internacional
Cuando Felipe II comenzó su reinado, era Rey consorte de Inglaterra. Pero las
expectativas de crear un bloque permanente entre ésta y los Países Bajos contra Francia
se esfumaron por la muerte de María Tudor, su segunda esposa. También terminó la
seguridad de la navegación de los barcos españoles por el Canal de la Mancha, la ruta
más directa entre la Península y Flandes.
Los Países Bajos, por su riqueza y el comercio que mantenían con Sevilla y desde allí
con las Indias, eran una región indispensable para la monarquía española. Es necesario
señalar esto para comprender que la lucha allí mantenida no obedeció únicamente a
motivos religiosos, sino especialmente a económicos y políticos. Los intentos
centralizadores propios del absolutismo chocaron con la relativa autonomía de las
provincias flamencas.
En los inicios, el Rey se mostró paciente y tolerante, pero finalmente se decidió por la
intervención militar. El Duque de Alba (1567), don Luis de Requesens (1573) y don
Juan de Austria (1576), se sucedieron en el mando de los tercios. Aunque obtuvieron
algunas victorias, éstas fueron sólo momentáneas. La falta de recursos económicos
retrasó la paga de los soldados, y por ello éstos cometieron abusos y saqueos que
pusieron a la población flamenca en su contra. Alejandro Farnesio, estadista,
diplomático y gran militar, logró controlar a los tercios y firmar una alianza con las
provincias walonas del sur (Tratado de Arras, 1579). Francia e Inglaterra continuaron
prestando ayuda económica y militar a los rebeldes.
Poco antes de morir, Felipe II cedió los Países Bajos a su hija, Isabel Clara Eugenia,
casada con el Archiduque Alberto de Austria, pero, al no tener sucesión, volvieron estos
territorios a la Corona española.
La enemistad con Francia, una constante desde el reinado de los Reyes Católicos, tuvo
altibajos en este período. Los franceses sufrieron dos grandes derrotas en San Quintín
(1557) y Gravelinas (1558), lo cual los llevó a firmar la paz de Cateau-Cambrésis
(1559), que puso fin a la pugna que ambas monarquías habían mantenido por la
posesión de los territorios italianos. También se concertó en ella el tercer matrimonio de
Felipe II, con Isabel de Valois. Este acuerdo fue duradero por el mutuo agotamiento
humano y económico de los contendientes.
La política matrimonial de los Reyes Católicos, para tratar de conseguir por esa vía la
unión de todos los reinos peninsulares, culminó con éxito al morir sin sucesión don
Sebastián, último Rey de Portugal. Los derechos al trono portugués de Felipe II, nieto
legítimo de Manuel I el Afortunado, fueron reconocidos por las Cortes de Almeirin
(1580). Pero un bastardo, don Antonio, prior de Ocrato, con el apoyo de muchos
portugueses que no querían la anexión, se opuso por las armas. Felipe II envió un
ejército al mando del Duque de Alba (que en tres meses derrotó a sus opositores) y en
las Cortes de Thomar (1581) prestó juramento como Rey de Portugal. El monarca
español unificó así bajo su mando los extensos territorios que aquel país poseía en
Africa, Asia y América (véase Ilustración 4).
Esta derrota no supuso el fin del poderío naval español, pero tuvo grandes efectos
morales en el ánimo de los españoles y permitió que los extranjeros se percataran de la
disminución del mencionado poderío español. El fracaso de la Armada Invencible
originó las primeras controversias sobre la orientación de la política internacional de la
época. En las Cortes de Castilla, algunos procuradores sugirieron desistir de la lucha
contra los herejes: aducían que era preferible que ellos mismos se condenaran en paz a
seguir consumiendo los recursos castellanos.
Felipe II ha sido uno de los monarcas más atacados de la historia. La Leyenda Negra
antiespañola, fraguada en Europa por medio de los escritos de sus enemigos, lo acusa de
fanático y cruel, y le achaca crímenes absurdos. Si Felipe II actuó como campeón de la
Contrarreforma y enemigo del protestantismo, no hay que olvidar que el clima general
del siglo XVI fue la intolerancia, y debe ser considerado desde esa perspectiva.
En España la crisis se manifestó con especial intensidad, aunque en el devenir del siglo
se pueden distinguir varios períodos, basados en el carácter de cada uno de los monarcas
y de los colaboradores escogidos por éstos. Las causas del descenso de la población
fueron diversas: la expulsión de los moriscos, las malas cosechas, las guerras y
epidemias, la emigración a Indias y el ingreso de muchos jóvenes en las órdenes
religiosas. Regiones enteras quedaron abandonadas por falta de mano de obra para los
cultivos, manufacturas y artesanías.
Los métodos de labranza eran muy primitivos. El arado con mulas resultaba más barato,
pero agotaba el suelo al no penetrar tan profundamente. La mala distribución de la tierra
obligaba a los campesinos a emigrar. Todos estos problemas no eran nuevos, pero se
agudizaron con la crisis general. Hubo un descenso de la producción y de las rentas y
una variación en los cultivos. Muchas comarcas dejaron de producir trigo a cambio de
centeno y cebada, pues estos últimos productos tenían un mayor rendimiento y servían
para alimentar al ganado. El maíz se generalizó en todo el Norte a partir de 1630.
Hubo una disminución en el número de telares en Castilla, y los paños que se fabricaban
eran de menor calidad. Decayeron las ferias y el comercio, y éste además se volvió
dependiente de la demanda externa. Declinó el transporte marítimo y por consiguiente
la industria naval, puesto que las mercancías se transportaban en barcos extranjeros. El
monopolio existente en el comercio indiano impedía a los extranjeros comerciar con
América. A pesar de todo, éste era transgredido continuamente y de varias maneras.
Algunos comerciantes extranjeros se naturalizaban, pero un buen número de ellos
realizaba sus negocios por medio de agentes españoles.
Otra de las características del siglo XVII español fue la aparición de los validos,
privados o favoritos (se les llamaba de cualquiera de estas formas), personajes que se
ganaban la confianza del monarca mediante halagos y el fomento de sus gustos, por
ejemplo, las fiestas y partidas de caza organizadas por el Duque de Lerma para Felipe
III. El trabajo de un monarca absoluto era muy pesado, porque debía conocer y decidir
sobre todos los asuntos del Reino, los cuales en ocasiones eran abandonados en manos
de un amigo cercano. Los validos fueron siempre impopulares. El pueblo los acusaba de
ser los responsables del mal gobierno y causantes de sus desdichas. Pero no todos los
privados fueron iguales: el Duque de Lerma, hombre codicioso, acumuló cargos y
riquezas para él y su familia; el Conde-Duque de Olivares ambicionaba además el
poder, pero desarrolló una actividad bien intencionada aunque no fuera la más acertada
para los problemas del momento.
El poder municipal también decayó. Muestra de ello fue la facilidad con que la Corona
nombraba a los titulares de los cargos vitalicios y hereditarios. Otra institución que se
desacreditó totalmente fue la de las Cortes castellanas, cuya única tarea consistió en
votar nuevos impuestos. Cuando al final de la centuria dejaron de convocarse, no se alzó
en su defensa ninguna voz de protesta.
Los nobles de Aragón y Valencia, que tenían muchos vasallos entre los moriscos,
trataron de oponerse a la expulsión, pero prevaleció el criterio contrario. En total
salieron de la Península cerca de 300,000 personas, un poco más del 4% de toda la
población, pero ello no afectó a todas las regiones por igual. En Valencia, Aragón y
Murcia la despoblación fue mayor. Esto ocasionó el decaimiento de la horticultura, la
baja en las rentas de los señores y también la disminución de los diezmos.
Felipe IV (1621-1665)
A diferencia del período anterior, desde los inicios de este largo reinado hubo un activo
intervencionismo en los asuntos europeos. El mismo año en que Felipe IV asumió la
Corona, expiró la Tregua de los Doce Años y en esta ocasión en ambos países
prevaleció el criterio de reanudar la actividad bélica. A la lucha en Flandes se sumó el
apoyo prestado al Emperador en la Guerra de los Treinta Años, iniciada en 1618 y
llamada a marcar en Europa el comienzo de una etapa de desastres bélicos y la última
contienda de tipo religioso. La participación de la Corona española en las distintas fases
de esta guerra y los sacrificios humanos y económicos que una vez más se exigieron a
los súbditos, fueron la causa principal de las sublevaciones en Cataluña y Portugal.
Cuando Felipe IV accedió al trono era joven, inexperto y de poco carácter. El Conde de
Olivares (posteriormente Duque de Sanlúcar la Mayor y por ello conocido como Conde-
Duque), se había ganado la confianza del soberano y logró desde el primer momento
que éste pusiera el gobierno en sus manos; el Rey, sin embargo, nunca desatendió por
completo sus deberes, y más bien existió así entre ambos una especie de colaboración.
No obstante esto último, el valido impuso con frecuencia su criterio, dado el ascendiente
que ejercía sobre el monarca.
Para resaltar las diferencias con el reinado anterior, el Conde-Duque destituyó a todos
los funcionarios que ocupaban altos cargos, y exigió de los servidores públicos
presentar un inventario de sus bienes como garantía contra el enriquecimiento indebido.
También se creó una Junta de Reformación para tratar de sanear la agricultura, fomentar
la industria, combatir el lujo excesivo y restringir los gastos de la Corte.
La Hacienda Real estaba exhausta. Las rentas se habían gastado por adelantado hasta el
año 1625. De todos los reinos peninsulares, era Castilla la que había soportado el peso
de la política exterior en los reinados anteriores, costeando la guerra cada vez con
mayores impuestos y aportando los hombres para el ejército. En 1621 se encontraba
agotada y Olivares consideró que era conveniente suprimir las diferencias entre los
Estados, y que todos llevaran la carga por igual. Así lo expuso a Felipe IV en un
memorial secreto que presentó en 1625:
La Unión de Armas propuesta por Olivares era nada menos que repartir el peso de las
guerras entre los reinos, formando un ejército común, mantenido y abastecido por cada
reino según su población y su riqueza. Para ello tenía que vencer el fuerte obstáculo que
presentaban los fueros. Este intento de lograr la unidad efectiva de la nación era
arriesgado, dada la pérdida de prestigio de una monarquía que carecía entonces de la
fuerza moral y material para lograr tales propósitos.
Desde comienzos del siglo XVII, el volumen de los metales preciosos provenientes de
América había disminuido. La llegada de la flota de Indias era irregular, por los ataques
de ingleses y holandeses o simplemente por el mal tiempo. Era indispensable que todos
los reinos contribuyeran para cubrir los gastos de la monarquía.
Cuando en 1636 Francia declaró la guerra, Olivares decidió atacar desde Cataluña. Los
catalanes debían `alojar' a la tropa y de allí surgieron los primeros choques entre los
campesinos y los soldados, pues éstos cometían abusos y saqueos. El día de Corpus
Christi de 1640 estalló un motín en Barcelona y asesinaron al Virrey. La revolución
catalana fue una guerra civil con reivindicaciones sociales y políticas, mezclada además
a un conflicto internacional, puesto que los catalanes ofrecieron la Corona al Rey Luis
XIII de Francia. Pronto se dieron cuenta de que el ejército francés, llegado como
auxiliar, no se comportaba mejor que el otro contra el cual se habían sublevado, y la
opinión fue cambiando en favor de permanecer unidos al resto de España. Ambos
países, cansados de la lucha, se inclinaron por la paz, que se firmó en 1659 (Paz de los
Pirineos). Francia obtuvo el Rosellón, la Cerdeña, una serie de plazas en los Países
Bajos y algunas ventajas comerciales. Además, se acordó el matrimonio de la Infanta
María Teresa, hija de Felipe IV, con Luis XIV.
El odio de todos los grupos sociales contra Olivares, al que hacían responsable de tantos
desastres, era cada vez mayor, y por fin el Rey le `otorgó' licencia para retirarse a sus
tierras (1643), donde murió a los pocos meses.
El fin de la Guerra de los Treinta Años y por otro lado la Paz de Westfalia (1648)
confirmaron la pérdida de la hegemonía de la Casa de Austria y también la del
catolicismo en Europa. En el Tratado de Westfalia, España reconoció, después de más
de 80 años de lucha inútil, la independencia de las Provincias Unidas (Holanda).
Economía
Carlos II
Al morir su padre, Carlos II tenía solamente cuatro años, por lo que se hizo cargo de la
regencia su madre Mariana de Austria, extranjera e inexperta, que depositó su confianza
en el Padre Nithard, su confesor, a quien nombró Inquisidor General. Tanto el pueblo
como la alta nobleza se opusieron al `privado', quien al fin tuvo que salir de España.
En política exterior, el hecho más sobresaliente durante la regencia fue la paz firmada
con Portugal (1668), por la que se le reconoció su independencia. Las relaciones con
Francia se hicieron difíciles por la ambición de Luis XIV, quien deseaba ampliar sus
fronteras y para ello atacó a los Países Bajos del sur, católicos, aún pertenecientes a la
Corona española, y se adueñó de algunas ciudades. España estaba agotada, carecía de
recursos económicos y humanos, por lo cual no estaba en situación de defender a los
flamencos. Pero Inglaterra, Holanda y el Imperio, temiendo la preponderancia francesa,
formaron una coalición para apoyar a España, y Luis XIV se vio obligado a firmar la
Paz de Aquisgrán (1668), por la que obtuvo algunas plazas, pero no toda la región. El 8
de julio de 1670 se firmó entre Inglaterra y España la Paz de Madrid, por la cual se
reconoció la soberanía inglesa sobre Jamaica, conquistada en 1656. A partir de
entonces, dicha isla se convirtió en una base de operaciones de piratas y,
posteriormente, en un centro de contrabando comercial, así como de los esfuerzos de
penetración inglesa en la Costa caribe del Reino de Guatemala.
En 1675 el Rey llegó a su mayoría de edad legal (14 años) pero, enfermizo y retrasado
desde su nacimiento, nunca ejerció el gobierno en forma personal. De carácter débil, se
dejó influir por los que le rodeaban, su madre y el nuevo favorito, Fernando Valenzuela.
La opinión pública estaba cada vez más en contra del valido y en favor de don Juan José
de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, quien era Virrey de Aragón y muy popular.
Apoyado por la alta nobleza, don Juan José de Austria maniobró hábilmente y reunió un
pequeño ejército con el cual marchó hacia Madrid. Carlos II le entregó el gobierno pero,
aun cuando se corrigieron algunos abusos, no se atacaron los males de raíz ni se
cortaron los privilegios que gozaban los grupos poderosos.
La coyuntura política interna y externa era desfavorable: las epidemias, las malas
cosechas y la inflación aumentaron la mendicidad y el bandolerismo. Además, Francia
reanudó la guerra en Flandes y, por la Paz de Nimega (1678), España tuvo que cederle
el Franco Condado y algunas de las plazas flamencas.
Don Juan José de Austria gobernó sólo tres años (1677-1679) y murió inesperadamente.
Le sucedió como Primer Ministro el Duque de Medinaceli, que tenía un sincero afán de
hacer reformas, pero las guerras europeas continuaban consumiendo los escasos
recursos disponibles, y de nuevo fue necesario recurrir a donativos, a la venta de cargos
públicos y títulos nobiliarios, e incluso a reducir a una cuarta parte de su valor la
moneda de vellón. La actitud de Francia hizo que Austria, Suecia y España se unieran
en la Liga de Augsburgo (1686), a la que poco después se sumó Inglaterra con su nuevo
Rey Guillermo de Orange, enemigo de Luis XIV. Francia, agotada por la guerra, firmó
la Paz de Ryswick (1697), por la que devolvió Luxemburgo a España.
Conclusiones
En las dos centurias que se acaban de estudiar, España pasó de ser potencia hegemónica
a nación de segunda clase. Fue Castilla, más que cualquier otro reino peninsular, la que
realizó la expansión española por Europa y el mundo. Las instituciones castellanas,
principalmente los Cabildos y corregimientos, se plegaron más dócilmente a los deseos
de los monarcas, lo que no hicieron los reinos restantes, escudados en sus fueros.
Al estar los reinos unidos en la persona del Monarca, cada uno tuvo diferentes áreas de
acción. Por ello se dice que el descubrimiento de América fue castellano. Castilla lo
financió y organizó, de allí salieron la mayoría de los hombres, sobre todo al principio,
y también fueron castellanas las instituciones que pasaron al Nuevo Mundo: municipios,
audiencias, legislación, organización fiscal, presupuesto y el idioma.
Introducción: Descubrimiento y
Conquista
Planteamiento
El descubrimiento del Nuevo Mundo tuvo una motivación de carácter mercantil.
Obedeció a la necesidad de buscar una ruta directa entre Europa y Asia, China e India,
para facilitar el comercio de las especias. Los esfuerzos de Colón en su primer viaje,
mientras exploraba las rutas al Asia, estuvieron dominados por su deseo de obtener oro
y hacerse rico. También los participantes en el viaje y los empresarios que habían
invertido en la organización del mismo confiaban en obtener ganancias. Se esperaba,
como en los viajes comerciales, que al final vendría el reparto de utilidades. Creían que
cada expedición proporcionaría riquezas a sus promotores e integrantes. Las primeras
décadas de la presencia europea en América estuvieron marcados por esta actitud y ello
explica que los europeos se sintieran decepcionados por los escasos resultados
obtenidos en las Antillas.
Como era de esperarse, los primeros años fueron de pruebas y vacilaciones. Por un lado,
en las Capitulaciones de Santa Fe se otorgaban amplísimos derechos a Colón. De ahí
que La Española haya surgido, más que como una colonia, como una factoría. Sólo muy
lentamente y con dificultades pudo la Corona ir despojando a los Colón de sus
prerrogativas, en un empeño que duró casi medio siglo. Puesto en marcha el proceso de
viajes y exploraciones, pronto quedó claro que el mismo desbordaba las posibilidades
colombinas, y se resolvió que la Corona otorgara otras concesiones, más de tipo factoría
que de colonización. El verdadero sentido de la empresa se fue definiendo
paulatinamente.
Mientras las expediciones se concentraron en la zona insular, los frutos fueron escasos.
Colón trató de compensar estos precarios resultados con el comercio de esclavos y
remitió indios a España para su venta. De acuerdo con su razonamiento, los indios eran
bárbaros que, según el Derecho Romano, podían ser esclavizados legítimamente.
Durante la Edad Media, el epíteto bárbaro había pasado a ser equivalente de infiel. Si
bien al principio pareció aceptarse tal razonamiento, pronto surgieron teólogos que lo
objetaron: era infiel quien había abjurado de la verdadera fe, pero los habitantes del
Nuevo Mundo nunca la habían conocido, por extraño que a algunos les pareciera
entonces. De acuerdo con tales teólogos, a los indios se les podía tener por paganos,
pero no por infieles. Talvez de acuerdo con este razonamiento, la Reina Isabel,
aconsejada por su confesor Jiménez de Cisneros, prohibió el tráfico de indios, y en 1500
la Corona estableció que los mismos fueran libres y que no se les considerara sujetos de
servidumbre.
Sin embargo, la cuestión quedó sin resolver, ya que se permitía la esclavitud de los
indios hechos prisioneros en `justa guerra'. Pronto surgió el artificio del `requerimiento'
(véase más adelante), por el que se pedía a los indígenas aceptar pacíficamente el
dominio del Rey español, pues dicho dominio había sido establecido en el Tratado de
Tordesillas y contaba con la ratificación papal contenida en las bulas Inter Caeteras
(1493), por las cuales se otorgaban los `justos títulos' a la Corona española. El problema
de la esclavitud de los indios no empezó a resolverse sino hasta la década de 1540, con
la lenta y difícil aplicación que se hizo de las Leyes Nuevas, promulgadas en 1542.
No hay que olvidar, por otro lado, el caso de las Islas Canarias, que tenía también sus
propias particularidades. En cuanto a las Canarias, debió transcurrir un siglo para
descubrirlas, conquistarlas y colonizarlas. Además, la intervención de la Corona de
Castilla sobre ellas fue directa, aunque tardía y lejana. De hecho, la administración real
sobre las mismas se inició formalmente después del descubrimiento y colonización de
América, aun cuando uno y otro hecho estuvieron ligados por el valor que tenían las
islas como escala obligada en la ruta hacia las Indias. Las Canarias pasaron a ser
controladas por funcionarios reales casi al mismo tiempo que las Antillas y la llamada
específicamente Tierra Firme.
Las expediciones, pues, fueron preparadas por grupos privados, que las llevaron a cabo
por su cuenta y riesgo. No participaron en ellas los ejércitos reales, ni se arriesgaron los
escasos capitales del Estado. Fueron unos cuantos audaces, en busca de riqueza, fama y
ennoblecimiento, los que en ellas participaron, nutriéndolas con elementos procedentes
de los sectores populares, deseosos de mejorar su condición social y económica.
Las Capitulaciones
Desde el punto de vista puramente jurídico, la capitulación era un contrato bilateral
entre la Corona o sus representantes y el jefe de la expedición proyectada, en el cual se
establecían los derechos y obligaciones de ambas partes. En realidad fueron contratos
que rebasaron la esfera propia del derecho privado y se constituyeron en el `código'
fundamental para administrar un territorio determinado, y representaron también la
fuente jurídica primaria y principal para cada jurisdicción.
De acuerdo con su origen, las capitulaciones siempre tenían un marcado acento señorial.
Se otorgaba al jefe de la expedición el título de Adelantado, generalmente en forma
vitalicia y hasta hereditaria. Aunque al principio hubo alguna variedad en sus
estipulaciones, con el tiempo se fue imponiendo cierta similitud entre todas ellas.
Usualmente se facultaba al Adelantado para otorgar tierras y solares, hacer
repartimientos de indios, proveer oficios públicos en las ciudades de su jurisdicción,
erigir fortalezas y obras militares, de todo lo cual podía gozar vitalicia o
hereditariamente, y participar en las ganancias. El Rey tenía derecho al quinto real, es
decir al 20% de todo el oro, plata y piedras preciosas que se obtuvieran; el jefe de
conquista tenía derecho a que se le entregara entre una décima y una séptima parte; el
resto se repartía entre los demás participantes. En todas las expediciones debían
incluirse clérigos y oficiales reales, quienes estaban encargados de velar por el
cumplimiento de los propósitos religiosos, y de administrar y defender los intereses
reales, según fuera el caso. Después de la expedición de Pedrarias en 1513, se
incorporaron las normas sobre el requerimiento (véase apartado a continuación), y a
partir de la Real Provisión sobre el buen tratamiento a los indios, del 17 de noviembre
de 1526, estas disposiciones se intercalaban completas en cada capitulación. Conforme
se iba definiendo la política real, ésta se reflejaba en las capitulaciones.
Fernando el Católico ordenó que se escribieran réplicas sobre las cuestiones planteadas.
Uno de los que escribió en este sentido fue Fray Matías de Paz. Lo mismo que otros
tratadistas, De Paz consideró como título fundamental la donación de los pontífices, y
de ella partió para justificar la guerra contra los `bárbaros'. Consideraba que la guerra
tenía como justificación última que los indios abrazaran la `verdadera fe de Cristo', pero
antes debían ser amonestados, para que aceptaran el dominio español y la prédica del
cristianismo. Otro autor, Juan Ginés de Sepúlveda, no sólo consideraba la guerra
`justísima', sino obligatoria, a fin de corregir la impiedad, los abusos y pecados de los
indios. También escribió al respecto Juan López de Palacios Rubios, a quien se encargó
la redacción de un documento para `amonestar' a los indígenas, a fin de que aceptaran el
dominio español y la `verdadera fe'. Parece ser que quien primero aplicó en el Nuevo
Mundo este documento fue Pedrarias Dávila, en 1513. A partir de entonces, todos los
jefes de conquista llevaban ejemplares del mismo, y ante un escribano y con la ayuda de
un intérprete, que no siempre conseguían, debían leer el documento a los indígenas.
Los reflejos del Medioevo son muy claros en el trasplante institucional e ideológico. La
capitulación, el requerimiento, la encomienda, y muchas otras instituciones, no fueron
sino transferencias, más o menos adaptadas, de las instituciones medievales castellanas.
Los valores, el sentido del honor y de la gloria, por ejemplo, fueron todos trasplantes
medievales. La Iglesia tenía también el sentido militante y misional propio de su
actuación en la Reconquista, así como la intolerancia de las últimas décadas del siglo
XV y principios del siguiente.
Hasta el arte refleja, mejor quizás que cualquier otra manifestación cultural, la
preponderancia de lo medieval. De ahí que se pueda decir con mucha veracidad que el
arte medieval, como todo el Medioevo, no murió en Europa, sino en América. Aquí
vinieron a darse las últimas manifestaciones no sólo del gótico, todavía pujante en
España en el momento del descubrimiento, sino del románico, aparentemente fenecido
ya en Europa. Lo mismo sucedió con otros elementos medievales. Fue como si el
descubrimiento y su traslado a las Indias les hubieran dado bríos para manifestarse con
nueva savia y plena vida. Igual que los libros de caballerías adquirieron popularidad y
aun credibilidad con las noticias indianas, muchas instituciones medievales revivieron
no sólo en el Nuevo Mundo sino en España misma.
Vale la pena preguntarse si el buen éxito de las novelas de caballería durante el siglo
XVI no se debió en parte a los ecos llegados a España y a Europa de lo realizado por los
soldados y sus jefes en las lejanas tierras indianas, llenas de maravillas increíbles y de
riquezas enormes. Era, para aquellos perplejos lectores, como el cumplimiento de lo que
sólo parecía fantasía. No hay duda de que los propios protagonistas se sintieron
inspirados o influidos por lo que habían leído. Por supuesto, muchos de aquellos
soldados estuvieron lejos de seguir fielmente los ideales caballerescos, pero estaban
convencidos de que en lo heroico y militar sí los cumplieron.
El armamento de los conquistadores era el mismo con el que habían vencido a los
Abencerrajes: falconetes, culebrinas, ballestas, arcabuces, catapultas, testuguines, cotas
de malla, morriones, arneses y corazas. Pronto la artillería fue perdiendo importancia, lo
mismo la catapulta y otras máquinas pesadas y difíciles de transportar. La espada, el
arcabuz y la ballesta fueron las armas más efectivas que, junto con el caballo, les dieron
ventaja sobre los indios.
Los soldados estaban convencidos de su superioridad religiosa. No cabe duda de que los
movió el afán de riqueza y ennoblecimiento (hacerse hidalgos y nobles sirviendo a su
Rey y a su religión), pero rara vez dudaron del apoyo divino. Fray Antonio de Remesal
resume muy bien el punto de vista de los conquistadores cuando dice, refiriéndose a la
salida de la hueste de Alvarado para dominar Guatemala, que iban `con grandes
esperanzas de ampliar el señorío de España, extender la religión católica, alcanzar fama
inmortal y mejorar su fortuna con la riqueza que les ofreciese la tierra para poder
proseguir sus altos y buenos intentos'.
Una de las más notorias manifestaciones del apoyo divino, según los conquistadores, se
notaba en la ayuda que les prodigó Santiago, que de matador de moros se convirtió en
matador de indios. El grito de guerra de Cortés era `¡Santiago y a ellos!' o `¡Santiago
cierra España!', que también usó Gonzalo Sandoval. En su obra Santiago en América
(1946), Rafael H. Valle ha recogido una serie de intervenciones directas del apóstol en
la Conquista y en la vida colonial posterior.
Muy conocida es la narración de Bernal Díaz sobre la supuesta participación del apóstol
contra los indios de Tabasco, que él `como pecador' no fue digno de ver. Afirma que lo
único que entonces vio `fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, y venía
juntamente con Cortés' (cap. 34); sin embargo, antes aclara: `Digo que todas nuestras
obras y victorias son por mano de nuestro señor Jesucristo'. En otra parte de su obra
(cap. 128), al referirse a la batalla de Otumba, escribió que el grande ánimo que tuvieron
`nuestro señor Jesucristo y nuestra señora la virgen Santa María nos lo ponía en
corazón, y (el) señor Santiago que ciertamente nos ayudaba'.
Pero si de su lado creían los españoles que contaban con el apoyo de los santos,
especialmente de la Virgen María y del Apóstol Santiago, también estaban convencidos
de que los indígenas lo recibían del demonio. Los aborígenes eran diabólicos y sus
dioses manifestaciones demoníacas. Los conquistadores insistieron mucho en sus
narraciones acerca de los ritos y sacrificios humanos, considerados como ceremonias
del demonio, que ellos llegaron a eliminar. Cuando los indios se resistían era, según los
conquistadores, por los consejos de algún demonio, como ocurrió, según se dice en el
Memorial de Sololá, cuando se `rebelaron', en 1524, `a causa de un hombre demonio'.
Nicolás de Ovando recibió facultades para repartir indios, y así se sentaron las bases del
sistema de explotación tanto de La Española como de las otras islas y de la Tierra
Firme. Para hacerse `señores', los colonos necesitaban no sólo recibir tierra, sino tener
siervos que la trabajaran. De esa manera, la encomienda, basada en el sistema aplicado
en la Reconquista de `encomendar' los moros recién conquistados, proporcionó los
aborígenes necesarios para trabajar minas, labrar la tierra, construir casas y realizar
tareas domésticas. De este modo quedaban los indios temporalmente a cargo de los
`nuevos señores', y éstos a su vez tenían la obligación de instruir a aquéllos en la fe.
La Española se convirtió en el modelo para dominar a los naturales de las otras islas
antillanas. En vista del despoblamiento, tanto a causa de la explotación como de la fuga,
los abusos y, sobre todo, las enfermedades, se hicieron `entradas' para capturar nativos
en las Bahamas, otras islas y posteriormente en Tierra Firme. Por ello, como dice Pierre
Chaunu, `la Conquista surgió de la colonia, mejor que la colonia de la Conquista'. La
conquista estuvo estrechamente relacionada primero con la evolución política de Santo
Domingo, y luego con la de Cuba. Las Antillas fueron el trampolín para numerosas
expediciones hacia Tierra Firme, Sudamérica, México y Centro América. Cuando
España dejó de ser la base de operaciones y se pudieron organizar expediciones desde
más cerca, el éxito en las conquistas fue también más fácil.
A partir de 1518-1519, con los primeros avances sobre Mesoamérica, el ritmo del
dominio se aceleró. En los siguientes 20 años se llegó a controlar, en los aspectos
fundamentales, casi todo el litoral del continente y los centros de los imperios
precolombinos más poderosos. Se puede afirmar que en 1540 el proceso de conquista
estaba terminado, cuando menos en la etapa vinculada a las grandes expediciones. En
esa etapa antillana y continental se incluye la conquista de Centro América, y
específicamente la del actual territorio de Guatemala.
A mediados del siglo XVI, hubo un movimiento por evitar el vocablo. En las
Instrucciones de 1556 se ordenaba el destierro de la palabra, y Juan de Ovando (1569-
1575) se opuso también a su uso, recogiendo en parte los argumentos lascasianos.
Según él, los descubrimientos no debían darse `con título y nombre de conquistas, pues
habiéndose de hacer con tanta paz y caridad como deseamos, no queremos que el
nombre dé ocasión ni calor para que se pueda hacer fuerza ni agravio a los indios'. Vale
decir que cuando el proceso de dominación estaba ya prácticamente concluido, triunfó,
aunque sólo fuere retóricamente, la tesis de Las Casas sobre los procedimientos
pacíficos.
El término se ha mantenido en uso, sin mayores discusiones, hasta una época reciente
en que se ha tratado nuevamente de sustituirlo. Aproximadamente en la década de 1960
hubo en España un intento de usar anexión, palabra `menos dura al oído y a la
sensibilidad'. En los últimos años, algunos grupos `indianistas', quizás en un afán de
quitar sentido heroico y con la intención de atacar todo el proceso, han insistido en usar
la palabra invasión. En todo caso, este último término no corresponde exactamente a lo
sucedido en Hispanoamérica. Por una parte, el mismo se ha aplicado a procesos
transitorios, sin propósito de permanencia. Por otra, las que usualmente se han llamado
invasiones en la historia (por ejemplo, las de los bárbaros en Europa, a la caída del
Imperio Romano), tienen aspectos que no se dieron en las Indias; implicaron, en efecto,
un avance inmediato sobre el territorio invadido, avance realizado por grupos sociales
completos, que irrumpieron en una región más avanzada en los campos social, político y
tecnológico. Por todo ello, parece preferible mantener la denominación tradicional de
conquista, la cual entraña un sentido de dominación política permanente, realizada por
grupos numéricamente minoritarios, alejados de su región de origen, pero más
desarrollados social, política y tecnológicamente. Inclusive el concepto jurídico
asociado al término parece más preciso: `...adquisición del territorio de un enemigo
mediante su completa y final subjuzgación (política), seguida de la declaración del
estado conquistador de su intención de anexionárselo'. Si bien la palabra conquista ha
sido eliminada en la terminología usada hoy en el Derecho Internacional, durante el
siglo XVI (y hasta bien entrado el XIX) estuvo plenamente reconocida por muchos
autores en lo que se llamaba el `derecho de gentes'.
HORACIO CABEZAS CARCACHE
Este primer encuentro con nativos mesoamericanos concluyó al hacer prisionero al más
anciano de los indios y llevarlo para que sirviera de intérprete y guía. Supone Las Casas
que los indígenas engañaron a Colón al indicarle que siguiera hacia el oriente y no
virara hacia la región yucateca. Sin embargo, parece lógico pensar que los nativos
dieron la respuesta correcta a las preguntas que se les hicieron, indicando el rumbo
hacia los yacimientos del metal que tanto codiciaban los castellanos, ya que no era
costumbre de los indígenas mentir. Al continuar por la ruta señalada por los naturales,
cambió el buen tiempo con que habían venido navegando los castellanos: éstos debieron
soportar una violenta tempestad que, según Herrera, dio lugar a la expresión `Gracias a
Dios que hemos salido de estas honduras'. De esta expresión, al parecer, se derivan los
nombres actuales de la República de Honduras y del Cabo de Gracias a Dios. También
cambió el panorama social, pues en los siguientes sitios que tocaron (Punta Caxina, Río
de La Posesión y Cariay, que según Sofonías Salvatierra corresponden a la costa de
Mosquitos en Nicaragua, mientras Carlos Meléndez Chaverri considera que pertenecen
a la región costarricense) la gente andaba desnuda, con los cuerpos y caras pintados.
Para su satisfacción y la de sus tripulantes, en el último lugar Cristóbal Colón se enteró
de la existencia de minas de oro más hacia el sur. Se dirigió hacia allí y constató la
veracidad de la información. A dicha región la llamó Veragua.
En la carta en que Cristóbal Colón informó a la Corona sobre este viaje, señaló con
alegría haber encontrado mayor presencia de oro entre los nativos, pero se cuidó de
precisar en sus cartas marítimas la ubicación geográfica de los lugares, pues pensó que
así ni sus propios compañeros de viaje podrían llegar de nuevo a dicha tierra: `Yo vide
en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en
cuatro años... digo que no pueden dar otra razón ni cuenta salvo que fueron a unas
tierras onde hay mucho oro y certificarle'.
La expedición de Diego de Nicuesa fue más infortunada, ya que éste, después de haber
sido abandonado por la mayor parte de su tripulación, naufragó y tuvo que recorrer a pie
parte del litoral atlántico costarricense, hasta ser auxiliado por los mismos que habían
desertado. En esa ocasión los expedicionarios continuaron bordeando las costas hasta
que, diezmados por el hambre y las enfermedades, desembarcaron y fundaron Nombre
de Dios, en 1509. Poco tiempo después, en noviembre de 1510, Rodrigo de Colmenares
llegó al Darién, donde se confabuló con Vasco Núñez de Balboa para deponer al
Bachiller Enciso y nombrar en su lugar a Nicuesa. Este, movido por la codicia,
abandonó a su suerte la naciente colonia y se dirigió a Santa María de la Antigua
Darién, donde Balboa no sólo no le dio la gobernación sino que lo hizo prisionero y lo
obligó a embarcarse en una averiada carabela. No se supo más de él. Balboa, a su vez,
apresó al Bachiller Enciso y lo despachó a La Española. Después asumió de facto la
gobernación del Darién y emprendió por la región numerosas expediciones de saqueo,
llamadas `cabalgadas'. En una de ellas descubrió, el 25 de septiembre de 1513, el
Océano Pacífico, al que llamó Mar del Sur (ver Ilustración 7).
Siguiendo su recorrido, Gil González Dávila pasó por los pueblos de Ochomogo,
Mombacho y Nandaime, que tenían alrededor de 2,000 casas cada uno. Por su parte,
Andrés Niño continuó bordeando las costas, y así descubrió un golfo que llamó
Fonseca, en honor del Obispo de Burgos. Probablemente también descubrió el Istmo de
Tehuantepec. Así lo indica Pedro Mártir de Anglería, al recoger el testimonio de los
nativos de la Costa Sur de Guatemala. Estos refirieron a Pedro de Alvarado haber visto
navegando unos `grandes monstruos marinos'. La expedición regresó a Panamá, en julio
de 1523, a causa de la guerra que hicieron los diriangenes que se habían aliado con sus
tradicionales enemigos, los nicaraos, para acabar con los vejámenes y robos que les
estaban provocando los castellanos. Pese a ello, y a que tuvieron que salir huyendo de la
región de los grandes lagos de Nicaragua, los castellanos pudieron sacar un botín de
113,000 pesos en oro.
Pedrarias, molesto por la expedición de Gil González Dávila y pensando que éste había
pasado sobre sus derechos adquiridos, según él, en la expedición que en 1519 había
hecho el Licenciado Espinoza, abandonó toda actividad de rescate de oro en la región
atlántica, trasladó la capital a Panamá en 1521 y envió a Francisco Hernández de
Córdoba a conquistar y tomar posesión de la región en que había incursionado Gil
González Dávila, a quien se trataba de castigar. La expedición salió a fines de 1523 y en
el trayecto Hernández de Córdoba fundó Bruselas, en el Golfo de Nicoya, León y
Granada en las márgenes de los Lagos de Managua (Xolotlán) y Nicaragua (Cocibolca),
e inició la exploración del Lago de Nicaragua en busca de las riquezas observadas por
Colón en distintos encuentros que tuvo con grupos indígenas en su recorrido hacia el sur
del Cabo Gracias a Dios. Esto condujo, con el tiempo, a buscar un acceso especial al
Mar Caribe, y desde entonces (1539) Nicaragua se convirtió en objeto de una posible
ruta transoceánica y codicia de potencias extranjeras, que por medio de piratas y
corsarios incursionaban por el Río San Juan.
En efecto, Gil González Dávila se dirigió, en 1524, a las costas de las Higueras
(Honduras), pensando que por allí el Mar Dulce (Lago de Nicaragua) conectaba con el
Mar del Norte (Océano Atlántico), y al llegar fundó San Gil de Buena Vista, que
después, sucesivamente, se llamó Puerto Natividad, Puerto Caballos y por fin, a partir
de 1869, Puerto Cortés.
Por otro lado, en 1523, Cortés envió a Cristóbal de Olid a la región de Higueras
(Honduras), con las siguientes instrucciones que transcribe Bernal:
Hernán Cortés, por su parte, no estaba satisfecho con haber enviado solamente una
expedición punitiva a Honduras, y decidió ir en persona a castigar a Olid, lo que le
permitió explorar gran parte del actual territorio guatemalteco. Salió de México en
octubre de 1524 y se adentró por las selvas y ríos de Tabasco, Campeche y el Petén. En
su tránsito hacia Honduras se valió de informes que le dieron los naturales de México,
`quienes le mostraron un lienzo tejido de algodón en el cual estaba pintado todo el
camino que había de recorrer'. En el trayecto, Cortés ordenó ahorcar al emperador
azteca Guatimotzín (Cuauhtémoc), al señor de Tacuba y a otros indígenas principales,
por temor a que se insubordinaran con los 3,000 indios auxiliares que iban en la
expedición. Bernal Díaz del Castillo juzga este hecho duramente: `Fue esta muerte que
le dieron muy injustamente dada y parecía mal a todos'. Durante el largo viaje, Cortés
pasó por Petén Itzá, donde recibió mucha ayuda de los naturales y obtuvo noticias de
`dos pueblos de barbudos (así llamaban a los españoles). El uno era el que se llamaba el
pueblo de Nito, que estaba en la costa del Norte, y el otro el pueblo de Naco, en la tierra
adentro'. Al llegar a Nito, Hernán Cortés se enteró de lo que había acontecido a
Cristóbal de Olid y, como sus tropas y los españoles que allí moraban estaban pasando
hambre, se internó por el Río Dulce, Lago de Izabal y parte del Río Polochic, asaltando
rancherías y poblados de naturales (Cinacatán y Tenecintle) para aprovisionarse de
comestibles. Luego trasladó la población de Nito a Puerto Caballos, la que bautizó con
el nombre de La Natividad y le asignó gobernador para que rigiera en adelante como su
representante.
La expedición de Cortés a Honduras sirvió también para que Pedro de Alvarado, saliera
de Guatemala y explorara otras regiones. En efecto, al enterarse de que su jefe se dirigía
por tierra hacia Honduras, Alvarado emprendió un frustrado viaje hacia la zona norte
guatemalteca, donde estaban los poblados indígenas de los lacandones e itzaes. Luego,
en 1526, al recibir carta de Cortés en que le mandaba pasar a Honduras, se encaminó
hacia allá por la ruta de Cuscatlán, las montañas de Chaparrastique y San Miguel.
Alvarado llegó hasta la Villa de Choluteca, donde se enteró que Cortés se había
embarcado de nuevo hacia México, después de haber establecido autoridades que
garantizaran el control y conquista de la región hondureña, en vista de lo cual optó por
regresar a Guatemala.
Conclusión
Tanto el primer viaje de Colón en 1492, como los que después realizaron él y otros
españoles hacia las nuevas regiones, tuvieron como objetivo principal la búsqueda de
una nueva ruta que comunicara los países del Mediterráneo europeo con el Lejano
Oriente, ya que las que tradicionalmente se habían utilizado hasta entonces estaban
bloqueadas por el control que distintos califatos ejercían sobre ellas.
La disputa entre los dos grupos fue cruenta y tuvo lugar en Honduras, donde habían
convergido fuerzas de Hernán Cortés, Pedrarias Dávila y Diego de Velázquez, y dio
como resultado final el reparto de la región en dos secciones: Guatemala, El Salvador y
Honduras, que se adjudicaron a la gente de Hernán Cortés, mientras Nicaragua y Costa
Rica se otorgaron a las tropas de Pedrarias.
JORGE LUJÁN MUÑOZ Y HORACIO CABEZAS CARCACHE
La Conquista
Introducción
El proceso de sometimiento por los españoles de los pueblos ubicados en lo que hoy es
Guatemala se llevó a cabo durante la que se ha llamado en la historia de América, la
`época de expediciones de conquista'. Se trata de un período que comprende las
vacilaciones iniciales y luego la experiencia antillana, la de Panamá y la de la zona
central de México. En dicha etapa se habían definido ya los procedimientos y las
actitudes en el trato a los habitantes de las Indias y se había determinado el afán de
dominio permanente. Este período finalizó con las Leyes Nuevas (1542) y la crisis
subsiguiente.
Por supuesto, una conquista no debe verse sólo desde una perspectiva militar, como ha
sido usual en el enfoque de muchas obras tradicionales. Aunque no puede soslayarse el
aspecto bélico militar, no se deben ignorar los elementos sociales y culturales, pues
éstos integran procesos más amplios que no se conocen todavía en toda su magnitud.
Es necesario resaltar, por otro lado, que la Conquista de lo que hoy es Guatemala no fue
precisamente un proceso de corta duración. Los libros de texto tradicionales dan la idea
de que la expedición de Pedro de Alvarado, de escasos seis meses, prácticamente
completó la Conquista, por lo menos en su parte esencial. Ello no fue así, sin embargo.
Después de la primera incursión de Alvarado, la mayor parte del territorio estaba
todavía sin conquistar. Así lo demuestra la prolongada resistencia de Los Cakchiqueles
(kaqchikeles) de 1524 a 1530, y lo difícil que fue para los españoles dominar el resto de
Guatemala. De 1524 a 1542 no hubo año en que no se tuviera que emprender alguna
acción bélica, y aun así quedaba territorio sin conquistar.
Por supuesto, los españoles aprovecharon las rivalidades y odios entre los diversos
señoríos indígenas. Sin embargo, ello no fue sólo una estrategia de los conquistadores,
sino resultado de una situación en la cual algunos señoríos, aun de la misma lengua, que
habían mantenido largas rivalidades, no pudieron superar sus conflictos y presentar una
resistencia unificada. La defensa, por consiguiente, se hizo en forma aislada: cada
señorío libró su propia lucha. Además, no debe desestimarse el efecto destructor de las
enfermedades que precedieron a las primeras expediciones, y que después provocaron
durante décadas sensibles cambios en la demografía.
La irregular situación aludida se complicó más aún por la cantidad de expediciones que
confluyeron en la región, así como el criterio colonizador de los jefes de conquista.
Estos, en efecto, inconformes con lo que habían logrado, siempre estaban planeando
nuevas expediciones, cada una de las cuales requirió su cuota de indios auxiliares, el
acopio de recursos materiales que debían obtenerse de cualquier manera, y la
participación de algunos españoles.
Con los primeros navegantes y náufragos, y por medio de las correrías de las armadas
para extraer esclavos, llegaron las enfermedades europeas, para las cuales los
aborígenes no tenían defensas biológicas, y se desataron así las devastadoras epidemias.
Desde el catarro común y la influenza (gripe), hasta el sarampión, la tos ferina y la
viruela, causaron estragos en la población nativa. Si bien es cierto que para la región
sureste de Centro América no quedan suficientes evidencias documentales sobre los
efectos de las epidemias, sí las hay para Guatemala. El Memorial de Sololá se refiere
dramáticamente a las enfermedades, sus síntomas y mortalidad. Una epidemia debe
haberse iniciado a finales de 1519:
No se pudo detener la enfermedad. Murieron el rey Hunyg y el Ahpop Achí Balam, con
dos días de diferencia, en abril de 1521. Fue tanta la mortandad que los perros (es
posible que se tratara de coyotes) y los buitres (zopilotes) devoraban los cadáveres,
probablemente por falta de entierro.
Según parece, los quichés trataron de conformar una alianza defensiva, pero debido a
las rivalidades y desconfianzas muy arraigadas entre los señoríos, las cuales les habían
mantenido en luchas constantes, fue imposible establecer un frente común. Inclusive
estas guerras continuaron posteriormente. En marzo de 1521, los cakchiqueles, que
todavía estaban afectados por la peste, atacaron a los de Panatacat (Izquintepeque). En
septiembre del mismo año hubo una revuelta entre Los Tzutujiles (tz'utujiles), la cual,
aun cuando fue sofocada, obligó a los de la corte de Atitlán, los de Ahtzinquinajay y a
los de Quanizajay, a refugiarse en Iximché. Tiempo después, alrededor de 1523, `cesó la
guerra' de los cakchiqueles con `el Quiché'.
En todo caso, fue imposible organizar una defensa coordinada contra los españoles. Los
quichés, no obstante, tomaron la decisión de resistir la esperada incursión, como dicen
en sus propias palabras: levantando sus `banderas', empezaron a `coger sus armas todos,
y mandaron tocar sus teponauastis y todos los instrumentos de guerra'.
Gerardo G. Aguirre, con base en el Título del pueblo de San Bartolomé, afirma que hay
evidencia de una embajada tzutujil llegada ante Cortés en 1522, e indica inclusive que
dos frailes (Juan Díaz y Bartolomé de Olmedo) precedieron a Alvarado, en un viaje
desde Soconusco hasta las tierras bajas de los tzutujiles. Sandra Orellana acepta la
versión de Aguirre. Sin embargo, de la lectura de dicho título, el cual se presenta
bastante confuso en su contenido, con los nombres de los religiosos equivocados y poco
claro en cuanto a fechas, más bien parece que los tzutujiles, acompañados por los frailes
mencionados y un español de nombre Pablo Chacona, se presentaron ante Hernán
Cortés en la Laguna de Campeche. Esto no tuvo que haber sido antes de la venida de
Pedro de Alvarado a Guatemala, sino pudo haber sido después de las primeras guerras
contra quichés y cakchiqueles.
Es difícil aceptar la veracidad de las embajadas indígenas ante Cortés, pues sólo se tiene
como referencia la carta de relación de éste y las fuentes españolas posteriores que no
hacen sino repetirla. Más difícil todavía es creer en cualquier visita, anterior a la
Conquista, de enviados españoles, ya fueran frailes u otros. Quienes hablan de estas
visitas se basan en documentos escritos muchos años después de la Conquista con el
propósito de legitimar cuestiones de tierras. En todo caso, quizás fueron enviadas
algunas embajadas, pero con el fin único de cerciorarse de la veracidad de los avisos y
conocer a los extranjeros, y es posible que Cortés, por sí o por intermedio de sus
`lenguas', hubiera malinterpretado el propósito de la visita. Resulta significativo que
nada se diga al respecto en las crónicas indígenas `mayores', especialmente el Popol
Vuh y el Memorial de Sololá. En todo caso, se puede pensar en contactos directos
cuando Pedro de Alvarado ya se acercaba con su expedición de conquista.
Antonio de Remesal dice que Alvarado causó estragos en Soconusco, lo cual resulta
dudoso, pues dicho territorio estaba dominado ya por los castellanos. No obstante,
Alvarado sí informó a Cortés que después de enviar los requerimientos de sometimiento
pacífico realizó un `alarde', con toda su `gente de pie y de caballo', y al día siguiente,
sábado, `me partí en demanda de su tierra'.
Desde Soconusco, siempre por la Costa Sur, la expedición llegó a una región que los
indios llamaban Xetulul Hunbatz (Zapotitlán). Alvarado despachó de allí nuevos
mensajeros a los quichés, insistiendo en el sometimiento pacífico. El conquistador
continuó la marcha sin esperar la respuesta, y se encontró que en los caminos había
obstáculos colocados por los naturales. Se dieron entonces los primeros choques con las
avanzadas quichés y, cerca del Río Samalá, se libró la primera batalla de que se tiene
noticia cierta. En este lugar los españoles cambiaron el rumbo y se dirigieron hacia el
norte, para iniciar el difícil ascenso hacia el centro del reino quiché.
Según Bernal Díaz, Alvarado `y todos sus soldados pelearon con grande ánimo',
hiriéndoles los indios seis soldados y dos caballos. Los españoles, agrega Bernal, se
vieron `en gran aprieto, porque eran muchos los contrarios'. En esta decisiva y
sangrienta batalla, según el futuro Adelantado, `murió uno de los cuatro señores desta
ciudad de Utatlán que venía por capitán general de toda la tierra'. De acuerdo con la
versión popular en Guatemala, proveniente sobre todo de Fuentes y Guzmán, la matanza
fue tan grande que el río cercano se tiñó de rojo, por lo que se le llamó Xequiquel, que
etimológicamente quiere decir `río de sangre', según el mismo Fuentes. No obstante,
Ximénez dice que en realidad el término significa lo mismo que Olintepeque, o sea
`debajo del valle'.
Otros autores posteriores, Domingo Juarros y José Milla, por ejemplo, en versiones que
provienen fundamentalmente de Fuentes y Guzmán, recogieron la tradición de la batalla
y el combate entre Pedro de Alvarado y Tecún Umán. De las obras de estos autores es
de donde ha pasado a los textos de historia para la educación primaria y secundaria, y de
allí a la leyenda y tradición nacionales, hasta ser convertido Tecún Umán, sobre todo en
las últimas dos o tres décadas (con construcción de monumentos, festejos escolares,
etcétera) en héroe `nacional' y símbolo de la nacionalidad `guatemalteca'. Ello a pesar
de que resulta contradictorio declarar a Tecún Umán héroe de `Guatemala' (i.e.
Iximché) y de los `guatemaltecos', término este que en su acepción original y colonial se
refería a los cakchiqueles, a alguien que precisamente representaba a los quichés, los
acérrimos enemigos de los cakchiqueles.
En una obra más reciente que las citadas anteriormente, Historia Social de los Quichés,
Robert Carmack resume el tema como si se tratara de una verdad comprobada, pero sin
analizar las dudas históricas conocidas. Carmack llega a especificar inclusive el lugar
donde supuestamente vivió Tecún Umán (Tzijbachaj, Totonicapán), y para ello se basa
en el Título Coyoi.
Cabe preguntar de dónde provino la narración del combate personal que ocurrió entre el
jefe quiché y el capitán español, y cuándo se le dio al primero el nombre de Tecún o
Tecún Umán. Una hipótesis podría encontrarse en el `Baile de la Conquista', que los
españoles introdujeron, con las necesarias variantes en cuanto a detalles, en muchas
partes de Hispanoamérica. Los requerimientos de la trama de dicho drama-danza
exigían un enfrentamiento personal entre Alvarado y el jefe quiché, y a éste se hacía
necesario asignarle un nombre. El baile se ha representado tradicionalmente en
Guatemala, en especial en la región de idioma quiché, y posiblemente allí se dio al
personaje histórico el nombre de Tecún Umán.
Según el Popol Vuh, los reyes quichés contemporáneos de Alvarado, los sucesores de
los señores Cavec, fueron Tecún y Tepepul, de la decimatercera `generación', a quienes
por cierto no se cita con nombres cristianos. Estos señores deben haber dirigido a los
quichés, que apoyaron a los españoles en la lucha contra los cakchiqueles, cuando éstos
decidieron resistir a los castellanos y en especial las exigencias de Alvarado entre los
años 1526 y 1530. El nombre del Ahau Ahpop (rey), `que tributó a los castellanos', era
conocido por quienes adaptaron el Baile de la Conquista. Es probable así que se
decidiera asignar dicho nombre al rey que, de acuerdo a las necesidades de la trama,
debía luchar contra el jefe español. Se supone entonces que así pudo llamarse el señor
que murió en la famosa batalla, aunque no precisamente en lucha personal con Pedro de
Alvarado o Tonatiuh como llamaban a éste los indígenas. En la actualidad, aquel jefe
indio ha sido escogido para representar simbólicamente a todos los indios que murieron
al enfrentar a los conquistadores españoles. De esta manera se olvida a otros jefes
indígenas, así como otras importantes acciones bélicas, incluyendo la prolongada y
heroica resistencia de los cakchiqueles, que duró aproximadamente seis años.
Continuación de la Campaña
Alvarado relata que después de la batalla en que murió el jefe quiché `asentaron el real',
`harto fatigados y españoles heridos y caballos'. Al día siguiente se dirigieron a
Quezaltenango (Xelahub), distante una legua, y lo encontraron desierto. Después de
varios días de recorrer la tierra, el jueves 20 de febrero apareció un nuevo ejército
indígena, que Pedro de Alvarado calculó en 12,000 hombres, originarios de
Quezaltenango, más otros de los pueblos vecinos `que no pudieron contar'. La batalla
fue menos difícil, pues los españoles se abalanzaron sobre los indios, persiguiéndolos
dos leguas y media. `Aqueste día se mató y prendió mucha gente, muchos de los cuales
eran capitanes y señores y personas señaladas'.
Entonces los reyes quichés enviaron una embajada a los españoles, instándoles a
trasladarse a Gumarcaaj. Desde el principio, según lo comunicó Alvarado a Cortés, los
castellanos sospecharon que el propósito era atraerlos a la ciudad para quemarlos en
ella. La ciudad, `muy fuerte en demasía', con sólo dos entradas, `muy junta y las calles
muy angostas' (lo cual evidentemente es una exageración), hacía fácil el propósito de
los reyes quichés. El jefe castellano mostró desconfianza, por lo que decidió alojarse en
unos llanos de las afueras y no en la capital. A pesar de la insistencia de los reyes se
negó a entrar, y los invitó a su vez a visitarlo en su propio campamento. Alvarado tomó
prisioneros a los señores quichés, pero no por ello dejaron de hostilizarlo, `y viendo que
con correrles la tierra y quemársela no los podía atraer al servicio de su majestad,
determiné quemar a los señores... y mandé quemar la ciudad...' Según el Memorial de
Sololá, la quema de los reyes quichés ocurrió el 7 de marzo de 1524.
Desde allí Alvarado volvió a Iximché y decidió emprender un ataque contra los de
Izquintepeque, en ruta para Cuscatlán o Cuscatán (hoy El Salvador). Una mañana
lluviosa, después de tres días de acecho en la arboleda, los atacó por sorpresa, y les
causó gran estrago. Sobre ello comentó Bernal Díaz: `...más valiera que así no lo
hiciera, sino conforme a lo que mandó su majestad'.
Pasados ocho días en Izquintepeque, tiempo que ocupó en recorrer la tierra y recibir el
vasallaje, Tonatiuh decidió continuar hacia el oriente, a lo largo de la Costa Sur de
Guatemala, entrando en lo que después sería conocido como Guazacapán. Primero llegó
al pueblo Atiepar (Atiquipaque), donde reparó que se trataba de otra clase de gente que
hablaba un idioma distinto (xinca o xinka). Allí fueron recibidos en paz, pero pronto los
naturales comenzaron a huir, y al terminar el día el poblado estaba abandonado. Lo
mismo ocurrió en Tacuilula y Taxisco. Primero los españoles eran recibidos en paz,
pero luego los indios dejaban los poblados y huían hacia la sierra. Fue hasta en
Nacendelan (Nancintla) donde hubo un enfrentamiento. Los xincas atacaron la
retaguardia del ejército invasor, mataron muchos indios auxiliares y se apoderaron de
parte del `fardaje' (hilado de ballestas y herraje). Los españoles permanecieron allí ocho
días, con el propósito de recobrar los pertrechos y castigar a los xincas. Alvarado les
mandó mensajeros, `con requerimientos y mandamientos' y les apercibió que de no
venir en paz los haría esclavos y herraría, pero no regresaron. En cambio, los castellanos
recibieron allí mismo mensajeros de Pasaco, ofreciéndose pacíficamente; pero al llegar
a este poblado fueron recibidos por un ejército desafiante, al cual sin embargo
derrotaron con facilidad. El último poblado de Guazacapán que menciona Alvarado es
Mopicalco, en el que sus moradores también se habían retirado hacia los montes.
En siete meses y 21 días, desde que salió de México, Alvarado había realizado una
extensa e intensa campaña, en la que había logrado llegar hasta lo que ahora es San
Salvador y dominar, cuando menos parcialmente, los reinos quiché, cakchiquel, tzutujil
y buena parte de las regiones xinca y pipil. Todavía faltaba mucho por conquistar, pero
es innegable que sentó las bases del dominio español mejor y más rápidamente que en
ninguna otra región de lo que sería el Reino de Guatemala.
Desde La Española, a principios de 1524, Gil González Dávila llegó a Puerto Caballos,
en la Costa de Honduras, cerca del actual Puerto Cortés. Fundó San Gil de Buena Vista,
de vida efímera, para internarse después hacia la región de Olancho donde, según la
información que le dieron los indígenas, había oro.
Pedrarias Dávila, para asegurar sus derechos y anular los de González, mandó por tierra
a Francisco Hernández de Córdoba a Nicaragua. Allí, informado de la presencia del
grupo de González al norte, se dirigió hacia él y, mediante una estratagema, lo dominó.
En ese momento llegaron noticias de otra expedición que había desembarcado y que
venía al mando de Cristóbal de Olid.
Olid había zarpado de Veracruz el 11 de enero de 1524 y pasó, según las indicaciones
de Cortés, por La Habana. Pero allí entró en componendas con Diego de Velázquez, que
lo incitó a independizarse. El 3 de mayo de 1524 arribó a la Costa hondureña, en un
lugar no lejano de Puerto Caballos, que nominó Triunfo de la Cruz.
Las noticias de la alianza de Olid y Velázquez llegaron pronto a la Nueva España, por lo
que Cortés envió otra armada, al mando de su pariente Francisco de Las Casas. El arribo
de éste a Honduras no pudo ser más desafortunado: una borrasca lo hizo naufragar en la
costa y fue fácil presa de Olid, quien luego dominó también a Gil González y se hizo
momentáneamente dueño de la situación. Según parece, trató a sus prisioneros
amigablemente, actitud que Francisco de Las Casas y González Dávila aprovecharon
para intentar matarlo. Olid, herido, pudo escapar, pero pronto fue apresado, y después
de enjuiciarlo lo ajusticiaron el 16 de enero de 1525. Al poco tiempo, los dos capitanes
acordaron trasladarse a México, luego de fundar Trujillo, el 25 de mayo de 1525. Al
mismo tiempo, el propio Hernán Cortés se adelantaba al encuentro, pues desde el año
anterior había emprendido la marcha por tierra.
Actualmente es muy difícil establecer exactamente cuál fue la ruta seguida (véase
Ilustración 9). Existe la información de que llegó al Lago Petén Itzá, donde dejó un
caballo enfermo, que luego murió, y que por eso los indios hicieron uno de piedra que
colocaron en el templo principal, donde lo vieron unos frailes franciscanos en 1618. Es
extraño que Cortés no mencione nada en su quinta Carta de Relación.
Durante el viaje, según denuncia que Cortés dice le hizo don Cristóbal, el señor de
Tlatelolco, los indios, dirigidos por Cuauhtémoc y el señor de Tacuba, quisieron
rebelarse, por lo que después de procesados los mandó ejecutar. Según Bernal Díaz del
Castillo, que iba en la expedición, ambos murieron cristianamente, confesándose con
los frailes franciscanos de la hueste. Y añadió seguidamente: `Y fue esta muerte que les
dieron muy injustamente, y pareció mal a todos los que íbamos'.
Según el Memorial de Sololá, Alvarado exigía 1,200 pesos de oro. Los reyes trataron de
obtener una rebaja, pero aquél no aceptó y les dijo: `Conseguid el metal y traedlo dentro
de cinco días. ¡Ay de vosotros si no lo traéis! ¡Yo conozco mi corazón!' En el Memorial
se dice que cuando ya habían entregado la mitad del dinero exigido se les presentó un
hombre, `agente del demonio', que les instó a salir de Iximché. El día 7 Ahmak (26 de
agosto de 1524) comenzaron a hacerlos sufrir:
También por la época que se reseña, Alvarado envió un destacamento hacia Cuscatlán,
quizás al mando de Diego de Holguín, recién electo regidor de Santiago de Guatemala.
El objeto de la expedición era el de asegurar la región, lo cual se logró en buena parte
por entonces. Se fundó la Villa de San Salvador, no lejos de su actual asiento, en fecha
que unos sitúan a fines de 1524 y otros en abril de 1525. Holguín fue su primer alcalde.
Se llevó a cabo asimismo una campaña contra los cakchiqueles de Sacatepéquez, que
hasta poco antes de la Conquista habían formado una confederación independiente de
Iximché. Fuentes y Guzmán indica que algunos de los sacatepéquez, probablemente de
Ayampuc, no aceptaron aliarse con los castellanos, e inclusive hostigaron a otros
antiguos miembros de la confederación que así lo hicieron. Los indios de Sinacao, el
actual Xenacoj, los de Sumpango, `y otros pueblos sujetos a la obediencia católica',
pidieron protección a los españoles ante los ataques de los otros sacatepéquez. Alvarado
estaba terminando entonces lo que pudo haber sido una segunda campaña contra un
grupo de los tzutujiles, en Atitlán, la cual al parecer no se encuentra suficientemente
documentada. Pero en cuanto pudo envió dos destacamentos para socorrer a los de
Xenacoj y Sumpango.
Como se explica en otra parte de este mismo ensayo (véase Otras Conquistas), en julio
de 1525, los castellanos, al mando de Gonzalo de Alvarado, hermano del Adelantado,
iniciaron una campaña contra los mames, la cual culminó con el sitio de varios meses a
la fortaleza de Zaculeu. También parece ser que ese año, el propio Don Pedro inició una
`entrada' al Lacandón y Puyumatán, sitios probablemente ubicados en los
Cuchumatanes, quizás con la idea de hacer encuentro a Hernán Cortés en el viaje de éste
a Honduras, pues Alvarado pensaba que ello era posible.
A principios de 1526 la situación se presentaba más difícil para los castellanos. Cortés
había llegado a Honduras desde México, y de allí envió un mensaje a Pedro de Alvarado
pidiéndole que fuera a entrevistarse con él. Don Pedro preparó para ello una expedición,
pero un grupo de unos 50 a 60 españoles se amotinó y se negó a hacer el viaje, quizás
influidos por ciertas noticias propaladas en México por los enemigos de Cortés. El 7 de
febrero, los amotinados huyeron de Iximché, pero antes incendiaron el asentamiento y
escaparon con dirección hacia la Nueva España, quemando otros pueblos a su paso.
Entre los desertores iban dos artilleros que hicieron mucha falta en el ejército de
Alvarado. El Memorial de Sololá atribuye el incendio de la ciudad a Tonatiuh, que
`llegó a ella de paso'. Durante ese año, dice el Memorial: `...tuvo algún descanso nuestro
corazón. Igualmente lo tuvieron los reyes Cahí Ymox y Beleheb Qat. No nos sometimos
a los castellanos y estuvimos viviendo en Holom Balam...' Adrián Recinos identifica
este lugar como un elevado monte cercano a Iximché.
Según Fuentes y Guzmán, las fuerzas españolas estuvieron ocupadas combatiendo a los
cakchiqueles de Sacatepéquez, en una población que él llama Ucubil, `que hoy no se
descubre a la noticia de los hombres'. En dicha campaña se distinguió Pedro de
Portocarrero. Fuentes y Guzmán localiza la batalla principal cerca del Río Pixcayá, lo
que permite suponer que Ucubil era lo que ahora se llama Mixco Viejo. El cronista
llama al jefe indígena de este encuentro Panaguali, quien junto con otro de los jefes,
Huehuexuc, fue sometido a la pena de garrote. Fuentes y Guzmán dice que su
información fue tomada de un cuaderno perteneciente a su familia, titulado Anotaciones
a la conquista de Sacatepéquez, que él prestó al religioso dominico Fray José de Lara, y
que se perdió al fallecer éste. También menciona como fuente la historia manuscrita de
Gonzalo de Alvarado.
Don Pedro estuvo fuera de Guatemala, durante casi todo el primer semestre de 1526, en
su viaje a Honduras para encontrarse con Hernán Cortés. Pero como éste ya no estaba
en el lugar de la cita, Pedro de Alvarado retornó reforzado con cierto número de
soldados al mando de Luis Marín, entre quienes venía Bernal Díaz del Castillo. A su
paso por Cuscatlán la encontraron en guerra, y despoblada la Villa de San Salvador.
Bernal dice que ya en el Altiplano central tuvieron `con los naturales de Guatemala [i.e.
con los cakchiqueles] reencuentros de guerra y tenían hechos muchos hoyos y cortados
en pasos malos pedazos de sierras' y estuvieron dos días guerreando entre unos pueblos
`que se dicen Juanagaçapa y Petapa', logrando pasar `con harto trabajo, porque estaban
en el paso muchos guerreros guatimaltecas y de otros pueblos'. En esta ocasión el
mismo cronista salió herido de un flechazo, `mas fue poca cosa'. Luego de pasar por
Panchoy, los españoles se fueron a Xepau.
Alvarado se detuvo poco y luego nombró autoridades para sustituirlo, pues resolvió de
inmediato continuar su viaje a México y luego a España, primero para entrevistarse con
Hernán Cortés y luego para asegurar su posición directamente ante la Corte. En México
logró que su hermano Jorge de Alvarado, que le acompañaba, fuera nombrado Teniente
de Gobernador, cargo con el cual regresó de inmediato a Guatemala en compañía de
algunos españoles y 200 indios tlaxcaltecas, cholulas, mexicas y de Guacachula.
Pedro de Alvarado tuvo en la Corte tanto éxito como en sus campañas de conquista,
pero allí tampoco le faltaron enemigos y opositores. Las dificultades se desvanecieron
cuando se casó con doña Francisca de la Cueva, pues ello le permitió conseguir el apoyo
del Secretario del Consejo, Francisco de los Cobos, pariente de doña Francisca. El 18 de
diciembre de 1527 obtuvo el nombramiento de Adelantado, Gobernador y Capitán
General de la Provincia de Guatemala, en el entendido que su jurisdicción comprendía
Chiapas, Guatemala y San Salvador, lo cual era mucho más de lo que había
conquistado.
Culminaban así casi seis años de resistencia de los cakchiqueles. En realidad no se trató
de un alzamiento o rebelión, como se dijo entonces y se dice todavía, puesto que no
habían aceptado el vasallaje, sino sólo habían concertado una alianza con los españoles.
Al mando de sus dos reyes Cahí Ymox, el Sinacán de los cronistas, y Beleheb Qat,
realizaron una heroica aunque infructuosa guerra de resistencia, con la cual los
castellanos y sus indios auxiliares sufrieron más daños y dificultades que en 1524 frente
a los quichés.
Hacia fines de mayo de 1530 debió haber llegado el sacerdote, Licenciado Francisco
Marroquín, invitado por Alvarado desde México, donde se habían conocido no hacía
mucho tiempo. Traer a Marroquín fue precisamente uno de los grandes aciertos del
Adelantado. El sacerdote llegó a ser luego el primer Obispo de Guatemala y desempeñó
un importante papel, a lo largo de tres décadas, en el desarrollo general de la naciente
ciudad y de toda la región.
Conquista de Chiapas
La conquista de Chiapas fue iniciada por el Capitán Luis Marín, enviado por Cortés con
tales propósitos en 1523-1524. Marín arribó de la Villa del Espíritu Santo, en el Istmo
de Tehuantepec, donde se encontraba en calidad de comisionado. A Chiapas llegó con
aproximadamente 100 españoles y algunos indios auxiliares, y tras dominar una
extensión del territorio, regresó a Espíritu Santo. No pasó mucho tiempo sin que se
rebelaran los indios, y por ello fue enviado desde Nueva España el Capitán Diego de
Mazariegos, quien no sólo dominó a los alzados, sino extendió la conquista a otros
territorios. El 10 de marzo de 1528 fundó Villa Real, y poco después la trasladó a un
mejor asiento (Gueyzcatlán), donde sucesivamente fue llamada Villaviciosa y San
Cristóbal de los Llanos, hasta que en 1535 tomó su nombre definitivo, Ciudad Real de
Chiapa.
Alvarado envió después a Chiapas una expedición al mando de Pedro de Portocarrero,
con el propósito de extender sus dominios en la región. Sin embargo, Mazariegos,
considerando tener mejor derecho por el respaldo recibido de las autoridades de
México, no aceptó la presencia de Portocarrero, a quien hizo retirar después de atraer
como pobladores a algunos de sus hombres.
Aunque la labor inicial de conquista en Chiapas fue realizada por capitanes y tropas
ajenas a Alvarado, la Corona, en diciembre de 1527, incluyó a dicha región entre las
provincias que le asignó en calidad de Adelantado y Gobernador de Guatemala. Este
ejerció su autoridad, a partir de 1530, por medio de un teniente. Los españoles
residentes en Chiapas se quejaron de tal sistema, y señalaron sus inconvenientes,
especialmente en cuanto a la administración de la justicia. Llegadas las quejas ante el
monarca, éste emitió una cédula, en 1535, por la cual se dejaba sin efecto todo lo
ordenado hasta entonces. No obstante, por medio de un arreglo directo Alvarado cedió
la gobernación de Chiapas a Francisco de Montejo, que también la ejerció por medio de
un teniente de gobernación. De nuevo surgió el descontento de los pobladores, hasta que
la provincia volvió otra vez a la jurisdicción de Guatemala en 1542, precisamente al
establecerse la Audiencia de los Confines en Gracias a Dios (Honduras).
Mientras tanto, a fines de octubre de 1526, llegó a Honduras como Gobernador Diego
López de Salcedo, nombrado por la Audiencia de Santo Domingo, que creía tener
jurisdicción sobre Nicaragua. Y como entonces también llegaba a Panamá un nuevo
Gobernador, Pedro de los Ríos, para sustituir a Pedrarias, el `gran Justador', éste se vio
precisado a regresar a Panamá, evitándose así el enfrentamiento con Salcedo. Este
último amplió su dominio hacia el sur, donde tuvo una actividad llena de excesos y
abusos contra los indios, que huyeron y lo dejaron sin bastimentos. Aunque de los Ríos
fue a Nicaragua para sustituir también a Pedrarias, ante la presencia de Salcedo optó por
regresar, y se eliminó así el conflicto.
La muerte de González Dávila, en España, fue aprovechada por Pedrarias para obtener,
por real cédula, la gobernación de Nicaragua en 1527. Debido a eso, López de Salcedo
tuvo que retirarse.
Cuando Pedrarias regresó a Nicaragua, aunque con casi 90 años, continuó su esfuerzo
infatigable por dominar la provincia (sin parar en procedimientos), ya que los indios se
habían alzado aprovechando las disensiones entre los castellanos. Pedrarias envió una
expedición para explorar el Río San Juan, con el fin de comprobar su navegabilidad, y
también mandó a Martín de Estete a Cuscatlán, donde éste se encontró con la gente de
Guatemala. Por fin, la muerte liquidó las competencias: en 1530 falleció López de
Salcedo, y al año siguiente Pedrarias.
Por otra parte, hay indicios de que los cakchiqueles no se habían pacificado totalmente
después de la rendición de sus señores. Según Fray Francisco Vázquez `andaban por los
montes en cavernas y tropas, y de guerra desde la prisión de sus señores, y despoblada
la ciudad de Patinamit', es decir Iximché. Dice este cronista que con base en el
desaparecido Libro Segundo de Cabildo, Alvarado nombró por su teniente al Contador
Francisco de Zorrilla, `por causa de ir a la guerra sobre los indios alzados'. Luego alude
Vázquez al nombramiento de `dos capitanes para las guerras', Diego de Rojas y Pedro
de Portocarrero, el 21 de abril de 1533, `por la urgencia de las guerras que les daban los
indios' cuando el Adelantado andaba fuera de Guatemala, ocupado en la preparación de
su expedición al Perú. De ello se deduce que puede ser errónea la información siguiente
del mismo Vázquez, sobre que en marzo de 1534 el Adelantado fue `forzado a salir
frecuentemente a la guerra, por causa de los indios que cada día se alzan contra el real
servicio'. En este caso no pudo tratarse de Pedro de Alvarado, que se encontraba en
viaje hacia Quito, sino de su hermano Jorge, que había quedado como su teniente. J.
Daniel Contreras cree que en estas acciones estuvieron involucrados los dos reyes
cakchiqueles, y que ello podría considerarse una segunda etapa de la resistencia
cakchiquel, con lo cual está de acuerdo Francis Polo Sifontes. Aunque resulta probable
dicha resistencia cakchiquel, no necesariamente tenía que haber sido bajo la dirección
de los señores o reyes, que a la sazón se encontraban detenidos por los españoles. Es
significativo que nada diga sobre el particular el Memorial de Sololá que, en cambio, sí
se refiere a la muerte del rey Beleheb Qat, el 24 de septiembre de 1532, `cuando estaba
ocupado en lavar oro'. Precisamente entonces Alvarado impuso como nuevo rey al señor
cakchiquel don Jorge, sin que hubiera `elección de la comunidad para nombrarlo', lo
cual tuvieron que reconocer `los señores'. Posteriormente, en 1534, es decir, cuando
Tonatiuh estaba de viaje, el Ahpozotzil Cahí Ymox se fue a vivir a la ciudad (a Santiago
de Guatemala), porque `se impuso a los Señores el tributo lo mismo que a todo el
mundo', sin exceptuarlo a él mismo.
No se entra en detalles de aquella expedición a la América del Sur, por no ser éste el
lugar para ello. Sin embargo, es necesario decir que para Alvarado fue su mayor
fracaso, pues produjo muertes, sufrimientos y pérdidas para él y los expedicionarios.
Como se sabe, el ejército se topó con Diego de Almagro, con quien Alvarado tuvo que
entrar en negociaciones. Como producto de éstas, el conquistador de Guatemala
traspasó toda su tropa, por medio de un convenio firmado el 26 de agosto de 1534 en
Riobamba, al precio de 100,000 `pesos de buen oro', de 450 maravedíes cada uno. Es
decir, cedió a Almagro esclavos, caballos, pertrechos y todos los indios auxiliares.
Además, por las mismas circunstancias quedaron allá bastantes españoles, que luego
hicieron falta en Guatemala para poblar y colonizar.
Alvarado retornó a Guatemala en abril de 1535. La situación que encontró fue difícil,
pues si bien continuaba el esfuerzo por dominar la resistencia indígena, la pacificación
total no se había logrado todavía. Por ejemplo, Fray Francisco Vázquez, con base
probablemente en el desaparecido Libro Segundo del Cabildo, dice que en enero de
1535 `muchos pueblos de la costa, así de los términos de la ciudad [sin duda
cakchiqueles], como los de San Salvador' se habían alzado `contra el real servicio y
contra los españoles', y que para ello se habían tomado previsiones `porque no suceda lo
que en años pasados que mataron a más de veinte españoles'.
Esta victoria supuso el control del entonces populoso valle del Ulúa, ya que pronto
cayeron las otras fortificaciones indígenas. En la zona de Choloma, al sur de Puerto
Caballos, Alvarado fundó el 26 de junio de 1536 la Villa de San Pedro (luego San Pedro
Sula). Mientras tanto, las fuerzas de Chávez lucharon en Cerquín y fundaron Gracias a
Dios. Alvarado recibió entonces la noticia de que, desde el 10 de mayo, había llegado de
nuevo a Santiago de Guatemala Alonso de Maldonado para residenciarlo, que había
asumido de inmediato la gobernación, y que le había embargado sus bienes y despojado
de sus ricas encomiendas y de todos los indios que le lavaban oro. Al respecto de esto
dice el Memorial de Sololá:
...el día 11 Noh (16 de mayo de 1536) llegó el señor
Presidente Mantunalo, quien vino a aliviar los
sufrimientos del pueblo. Pronto cesó el lavado de oro, se
suspendió el tributo de muchachas y muchachos. Pronto
también cesaron las muertes por el fuego y en la horca, y
cesaron los despojos en los caminos por parte de los
castellanos. Pronto volvieron a verse transitados los
caminos por la gente como lo eran antes de que comenzara
el tributo, cuando llegó el Señor Maldonado ¡oh hijos
míos!
Durante el mes de julio Pedro de Alvarado repartió tierras a sus hombres, tanto en San
Pedro Sula como en Gracias a Dios (Honduras). Luego decidió desobedecer la orden de
presentarse en Guatemala extendida por el Juez de Residencia Alonso de Maldonado y,
por el contrario, se dirigió personalmente a España para defender allí su posición. Desde
Puerto Caballos escribió al Ayuntamiento de Santiago de Guatemala una carta fechada
el 27 de julio de 1536, para informarle de lo actuado y despedirse, en vista de su
próximo viaje a la Corte. A mediados de agosto de ese año zarpó con destino a La
Habana. Con él iban Diego García de Celis, Francisco de Cava y Nicolás de Irazaga,
estos dos últimos como procuradores de la Villa de San Pedro Sula. Se cierra de esta
forma otro ciclo en el proceso de conquista y colonización de Guatemala, San Salvador
y Honduras.
Mientras tanto, Francisco Marroquín, que había sido designado Obispo de la nueva
Diócesis de Guatemala por bula de 18 de diciembre de 1534, decidió también marchar a
Castilla para su consagración. En 1536 había hecho llegar a Guatemala a Fray
Bartolomé de Las Casas, que estaba en Nicaragua. Probablemente a principios de 1537
Francisco Marroquín se dirigió a la ciudad de México, donde se encontró con la noticia
de que había llegado su confirmación y recibió su consagración de manos del Obispo
Fray Juan de Zumárraga, el 7 de abril. Marroquín vio truncado así su único intento de
viajar a España. En su retorno visitó Ciudad Real, también elevada a Diócesis, pero
todavía como sede vacante, y regresó a Guatemala en febrero o marzo de 1538.
Alvarado, por su parte, había tardado un año en llegar a la Corte (agosto o septiembre de
1537), donde de inmediato reanudó sus contactos con influyentes funcionarios reales y
comenzó su defensa. Dos eran sus argumentos: la pacificación de Honduras y la
promesa de realizar su expedición a las Islas de La Especiería, pues afirmaba que ya
tenía naves en preparación en la Mar del Sur. Recibió el apoyo de los procuradores de
Honduras que lo acompañaban, y mostró las cartas de Marroquín y del Ayuntamiento
de Santiago de Guatemala. Tanto el prelado como el Cabildo secular recomendaban que
volviera casado.
El 9 de agosto de 1538, Alvarado obtuvo una primera real cédula que le otorgaba la
Gobernación de Guatemala por el término de siete años, siempre y cuando, en la
Residencia que le estaba incoando Alonso de Maldonado, no aparecieran culpas o
razones suficientes para privarle de ella. El 22 de octubre del mismo año logró otra
cédula que le concedía la Gobernación, esta vez sin condiciones. Además, había
firmado capitulación el 17 de abril de 1538 para el descubrimiento y conquista de las
Islas de La Especiería, y por la misma se le hacía merced `de una de las veinte y cinco
partes de las islas y tierras que descubriere' con título de Conde, y con derecho a señorío
y jurisdicción. Se le reconocía además el nombramiento de Gobernador y Capitán
General de todas las tierras que descubriera y el oficio perpetuo de Alguacil Mayor en
ellas.
Sin duda, Alvarado mantuvo el apoyo del Consejero Francisco de los Cobos, tío de su
primera esposa. Resultado de sus relaciones con la familia De la Cueva fue el nuevo
matrimonio concertado con la hermana menor de doña Francisca, doña Beatriz de la
Cueva, para lo cual fue necesario obtener dispensa papal. El enlace debió haberse
efectuado antes del 17 de octubre de 1538, pues ya en esa fecha había sido extendida
licencia a doña Beatriz para pasar a Indias, como su esposa.
El Adelantado tuvo que contraer muchas deudas para preparar su armada, que estaba
compuesta de tres naves y más de 400 hombres; éstos se hicieron a la vela en San Lúcar
de Barrameda a principios de 1539. La flota salió sin mayores contratiempos, pasó por
La Española, y arribó a Puerto Caballos el 4 de abril de 1539. Desde este último lugar,
que encontró desierto, Alvarado escribió su famosa carta al Ayuntamiento de Santiago
de Guatemala, donde decía:
...soy llegado a salvamento a este Puerto de Caballos, con
tres naos gruesas y trescientos arcabuceros y otra mucha
gente... solamente me queda decir como vengo casado, y
doña Beatriz está muy buena: trae veinte doncellas, muy
gentiles mujeres, hijas de caballeros, y de muy buenos
linajes, bien creo que es mercadería que no me quedará en
la tienda nada, pagándomela bien, que de otra manera
excusado es hablar de ello.
Con el brillo y la pompa del caso, Don Pedro llegó a Santiago el 15 de septiembre de
1539. Sin embargo, no permaneció mucho tiempo en la ciudad. En su alforja también
traía la cédula para organizar una armada para el Oriente, la cual, de hecho, había
dejado en preparación desde antes de su expedición a Honduras y su posterior viaje a la
Península Ibérica.
En mayo de 1540, Alvarado estaba listo para partir. Los miembros del Ayuntamiento se
mostraron temerosos que ante la ausencia de Tonatiuh los indios promovieran un nuevo
alzamiento, y parece ser que pidieron la ejecución del rey cakchiquel Ahpozotzil Cahí
Ymox (Sinacán) y la de Quiyavit Caok, las que se cumplieron el 24 de mayo. Ya
cuando había partido la armada, se llevó a cabo la ejecución de Chuuy Tziuinú, Chical y
Nimabah Quehchún, todos señores indígenas.
Se componía la armada de la nave capitana, Santiago, cuatro navíos más, además de una
galera, una fusta y una fragata. Según información un poco anterior, contaban con 700
hombres de pie y de caballo, mientras que Fernández de Oviedo dice que fueron más de
1,000. Infortunadamente, tampoco esta vez se conoce el número de indios auxiliares,
que debe haber pasado de 2,000. La flota zarpó de Acajutla el 1º de septiembre de 1540.
Sin contratiempo alguno llegaron al puerto de La Navidad y más tarde al puerto de
Santiago de Buena Esperanza, con la idea de ir tierra adentro y entrevistarse con el
Virrey Antonio de Mendoza, para considerar la posible participación conjunta en la
búsqueda de las ciudades de Cíbola. Después de extensas negociaciones llegaron al
acuerdo de dividir las fuerzas de Alvarado y que ambos participaran como socios en la
armada a La Especiería y en la búsqueda de Cíbola, ya que tal empresa se había iniciado
ya, por cuenta de Mendoza, en una expedición del Gobernador de Jalisco, Francisco
Vázquez de Coronado.
Empero, un hecho inesperado vino a echar por tierra los ambiciosos planes aludidos.
Desde el año anterior estaban alzados los indios de la región de Nueva Galicia, a
quienes no se había podido derrotar. El Gobernador Cristóbal de Oñate pidió ayuda a
Pedro de Alvarado, antes que éste se reembarcara. El inquieto conquistador acudió de
inmediato con su gente, pero en Nochistlán, cuando su columna se retiraba
desordenadamente, resbaló en su caballo por la pendiente y salió muy mal herido y
maltrecho. Después de varios días de sufrimientos, falleció en Guadalajara el 4 de julio
de 1541.
Se puede decir que para esa fecha se cierra el ciclo de la conquista militar de
Guatemala, aunque todavía quedaban territorios por dominar y estaba por hacerse la
conquista pacífica de la Verapaz.
La muerte de Alvarado, y la aplicación de las Leyes Nuevas con todas sus profundas
consecuencias, marcan una nueva etapa en el proceso de la colonización española. No
fue sólo la supresión de la esclavitud de los indios, la disminución de los trabajos
forzados, la rebaja en los tributos y el hecho de pagar obligadamente (aunque fuera
poco) a los indios, sino también, en la década de 1540, se inició la instrucción religiosa
sistemática, que hasta entonces había sido relativamente parcial, más bien limitada a la
aristocracia indígena. En la misma época comenzó también el proceso de reducción a
pueblos.
A pesar de todo, aquélla fue todavía una década agitada, ya que los conquistadores
reaccionaron con amargura y violencia ante la nueva legislación, como lo demuestra el
asesinato de Fray Antonio de Valdivieso, Obispo de León, en Nicaragua. Sin embargo,
el espíritu del nuevo esquema legal persistió en gran medida y mantuvo su sentido
antiesclavista. Para la mayor parte de lo que sería el Reino de Guatemala se había
cerrado la etapa de campañas militares de conquista.
Otras Conquistas
En este apartado se trata el proceso de conquista de señoríos indígenas de menor
desarrollo y relevancia política, que en muchos casos inclusive eran tributarios de los
quichés o cakchiqueles. Tal era el caso de los señoríos de Mixco, Sacatepéquez,
Chiquimula, Uspantán y Zaculeu. Las fuerzas de Pedro de Alvarado concentraron
inicialmente todos sus esfuerzos en la conquista de los centros de mayor poder
(Gumarcaaj e Iximché), pero inmediatamente después, en el mismo año 1524 (ver
Cuadro1), tuvieron que dirigir sus acciones bélicas a los centros políticos menores. Así
buscaban consolidar el dominio de los territorios ya conquistados, porque de otro modo,
a juicio de los conquistadores, la permanencia en libertad de los centros menores era un
mal ejemplo que incitaba a la rebelión de los demás.
El señorío de los sacatepéquez, cuyo origen se remonta a las primeras décadas del siglo
XIII de nuestra era, cuando grupos toltecas se asentaron entre los ríos Las Vacas y
Pixcayá (ver Ilustración 16), no llegó a tener `casa grande' (nim-ja) o ciudadela
fortificada, como los quichés y cakchiqueles las tuvieron en Gumarcaaj (Utatlán) e
Iximché respectivamente. El señorío de los sacatepéquez sólo tuvo algunos tinamit o
asentamientos de poco desarrollo urbano, utilizados como focos en la dirección
teocráticomilitar de su población. Estos centros fueron: Ayampuc, Ucubil y Paluk,
identificados los dos últimos por el historiador José Antonio Villacorta como San Pedro
y San Juan Sacatepéquez.
Ciertamente, la reducción a poblado de San Pedro Ayampuc fue tardía, pero ello no
implica la inexistencia de los enfrentamientos entre españoles y los naturales de
Sacatepéquez y la conquista de estos últimos. Se sabe que muchas reducciones se
efectuaron por los frailes y oidores de la Audiencia en la segunda mitad del siglo XVI, y
que se utilizaron algunos sitios poblacionales antiguos que no presentaban condiciones
de defensa natural. Estos eran los asentamientos llamados tinamit, que existían por
doquier y servían como centros desde donde se gobernaba a la mayoría de la población
ubicada en forma dispersa por los montes.
Esta última fecha es probable, pero no lo es que Alvarado viniera de combatir a los de
Atitlán, ya que en dicho período los tzutujiles eran ya sus aliados.
El relato de la Isagoge parece más cercano a la verdad, pues si el hecho aquel hubiera
sido después de la conquista de Tziquinahá, principal centro de poder de los tzutujiles,
seguramente Pedro de Alvarado se hubiera referido a una acción de tal magnitud en sus
dos primeras Cartas de Relación a Hernán Cortés. Tampoco se hubiera ignorado tal
hecho en el Memorial de Sololá, otra de las fuentes básicas sobre las primeras acciones
bélicas en la Conquista. Es un hecho comprobado, en cambio, que Alvarado, a su
retorno de Cuscatlán, en julio de 1524, provocó una sublevación en toda el área
cakchiquel y tuvo que auxiliarse de quichés y tzutujiles para sofocarla. El Memorial de
Sololá refiere tal acontecimiento diciendo que el 4 Camey (5 de septiembre de 1524)
todas las tribus entraron en lucha con Tonatiuh y que los quichés y tzutujiles apoyaron a
los castellanos.
Conquista de Mixco
Los mixqueños fueron vencidos en repetidas ocasiones (1480, 1497) por los
cakchiqueles de Iximché, y tuvieron que entregarles siervos como tributo. En las
décadas anteriores a la Conquista, se encontraban presionados una vez más por los
señoríos de los sacatepéquez y los cakchiqueles de Iximché, que codiciaban sus
yacimientos de obsidiana en El Chayal, los barros para cerámica, los grandes depósitos
de cal y su fácil comunicación con la Verapaz, tierra rica en recursos naturales.
Fuentes y Guzmán equivocó el asiento original de Mixco, el cual ubicó en lo que fue
Jilotepeque Viejo, entre los ríos Pixcayá y Grande o Motagua(ver Ilustración 17). Tal
afirmación fue refutada en el mismo siglo XVII por el fraile dominico Francisco
Ximénez, quien se expresó así:
El sitio de Mixco Viejo estuvo situado en realidad en lo que hoy se conoce como
Chinautla Viejo.
Los castellanos mantuvieron el sitio, pero sólo triunfaron hasta que contaron con el
apoyo de los chinautlecos. Estos, en efecto, tres días después de haber sido derrotados,
no sólo abandonaron a los mixqueños, sino enviaron secretamente a Pedro de Alvarado
una misión de paz, con presentes de oro, plumas y mantas, y le ofrecieron ayuda para la
guerra e información sobre la manera de cortar la retirada a los mixqueños al producirse
la toma de la fortificación. Los señores pokomames de Chinautla justificaron su cambio
de posición con el argumento de que `ellos eran fieles vasallos del Señor Rabinaleb,
fundador de los indios de Verapaz y no sujetos a los mixqueños, quienes los habían
provocado a que hiciesen la guerra a los castellanos'.
Conquista de Zaculeu
Para ejecutar sus planes en el territorio mam, Pedro de Alvarado organizó un ejército
formado por 40 soldados de a caballo, 80 infantes y 2,000 indios auxiliares, a los que
añadió 300 naturales para que realizaran el trabajo de hacheros, macheteros y
azadoneros, y además un gran número de cargadores (tamemes). El ejército se puso bajo
las órdenes de Gonzalo de Alvarado, y se sabe que éste escribió después una memoria
de aquellas acciones de conquista, pero lamentablemente este documento se perdió.
Los españoles usaron los servicios de guías suministrados por sus nuevos aliados, y se
trasladaron a Totonicapán, un centro quiché que escogieron como plaza de armas para el
apoyo logístico necesario. De allí se dirigieron a la región de los habitantes de
Mazatenango (Huehuetenango), quienes estaban atrincherados tras una ciénaga y
presentaban gran resistencia. Los españoles lograron rodearlos y romper sus filas con la
caballería. Finalmente los derrotaron y tomaron el pueblo. Casi al mismo tiempo, los
naturales de Malacatán (sujetos al señorío mam de Zaculeu), levantaron un ejército de
5,000 guerreros y presentaron batalla. Las acciones se mantenían equiparadas hasta que
en determinado momento Gonzalo de Alvarado reconoció a Can Ilocab, jefe de los
naturales, y en una embestida a todo trote le dio muerte atravesándolo con su lanza. Este
acto desconcertó a los naturales y les hizo darse a la fuga. Después de la batalla, los
españoles tomaron el pueblo de Malacatán, donde sus principales se presentaron en plan
de paz, con presentes de oro y muestras de hospitalidad.
La táctica de batalla de los naturales fue más allá de acciones defensivas dentro del
recinto, pues presentaron varias acciones ofensivas a campo abierto. En la primera de
estas acciones unos 6,000 naturales, originarios de Cuilco, Ixtlahuacán y Zaculeu
acometieron a las fuerzas invasoras y lograron matar tres caballos, que los capitanes
castellanos valoraban más que a sus mismos infantes, así como 40 indios auxiliares, e
hirieron a ocho españoles, entre los que se contaba el mismo Gonzalo de Alvarado. Por
su lado, los indígenas tuvieron unas 300 bajas. En esta batalla los castellanos hicieron
un rico botín con las piezas de oro (patenillas) que arrancaron de los cuellos y
vestimentas de los naturales muertos.
Diversos medios emplearon los castellanos para avanzar en la ciudadela; por ejemplo,
emprendieron rápidamente hasta obras de ingeniería para ensanchar el foso e hicieron
escaleras para alcanzar la cima de la fortaleza, pero todo fue inútil. El lugar era
realmente de muy difícil acceso. Los naturales atrincherados en Zaculeu hicieron
todavía una nueva acometida a campo abierto con un ejército de 8,000 hombres, pero no
lograron sus objetivos. Fueron derrotados y forzados a retirarse en desbandada.
En aquellas circunstancias, Caibil Balam, señor de los mames, decidió efectuar una
retirada táctica por la noche, con un grupo de sus guerreros, pero fueron descubiertos
por una ronda de castellanos, la que les hizo fuego, y los obligó a volver al interior de
Zaculeu. Mientras tanto, la situación se agravaba para ambos bandos, pues entre los
castellanos e indios aliados se generó una epidemia. Decidieron retirar a los enfermos al
poblado cercano de Huehuetenango, mientras los sitiados padecían de hambre, lo que
los obligaba a comerse los cueros de las rodelas y aun a sus compañeros muertos.
Caibil Balam ya sólo contaba con un ejército diezmado por la muerte de 1,800 de sus
hombres, y para evitar que los guerreros que le quedaban murieran de hambre decidió,
en consulta con los principales, negociar la paz. Las conversaciones se realizarían entre
la puerta de la fortaleza y el cuartel de la caballería española.
Los españoles dirigieron la guerra de conquista contra los núcleos principales de poder,
en la creencia de que destruidos éstos, los naturales aceptarían a los nuevos amos. Pero
no sucedió así, como se comprobó en el caso de los mixqueños. Lo mismo ocurrió con
los pueblos de Uspantán y Sacapulas, que conservaron su libertad durante los primeros
cinco años de dominación española, y de paso trataron de hostilizar a sus vecinos de
Utatlán. Por tal razón, en 1529, cuando era Gobernador Jorge de Alvarado, el Cabildo
decidió que se emprendiera la conquista de los señoríos de dicha región, y encargó tal
empresa a Gaspar de Arias, uno de los dos alcaldes ordinarios, que contó para el efecto
con 60 infantes y 300 indios auxiliares. En esta ocasión fue bastante difícil poder
integrar la expedición, ya que aún se dejaban oír las críticas por los desmanes que había
cometido Alvarado, que además acaparó los mejores repartimientos de indios, con lo
cual provocó mucha división entre los vecinos.
De Nebaj los españoles avanzaron a Chajul y de allí a Uspantán, pueblos a los que sólo
pudieron vencer a fines de diciembre de 1530, después de muchos encuentros. En estas
incursiones los españoles también procedieron a herrar a los indios que lograban
apresar.
Mitlán sirvió de plaza de armas para la expansión de las acciones de conquista a los
poblados de Esquipulas y Copán. En abril de 1530 se emprendió la conquista de los
naturales de Esquipulas, por las mismas fuerzas a cargo de los capitanes Hernando de
Chávez y Pedro de Amalín. La táctica usada esta vez fue la de asegurarse previamente
la retaguardia, para lo cual fue necesario someter las plazas de Zacapa, Jilotepeque y
Pinula, donde se proveyeron también de buena cantidad de maíz, frijol y chompipes. A
continuación los castellanos sitiaron el poblado de Esquipulas y entonces estuvieron en
condiciones de exigir la capitulación. Los naturales pidieron tres días de tregua para
responder y al cuarto día decidieron rendirse. Dijeron que lo hacían `más por respeto de
la paz pública que por temor de las armas castellanas'. Los españoles los obligaron a
deshacer un muro defensivo en el término de un día y a entregar como prisioneros a
varios de sus caciques.
El asedio de Copán fue largo, pero los castellanos, favorecidos por un acto de traición,
conocieron una vía de acceso y pudieron superar las trincheras de los indígenas.
Mientras duraban los enfrentamientos, el señor de Copán solicitó al de Esquipulas y
Chiquimula de la Sierra que se sublevaran para atacar por dos frentes a las fuerzas de
los castellanos, pero aquéllos prefirieron dejarlo solo.
Por ahora no existen trabajos monográficos sobre la conquista de los naturales del Valle
del Motagua. Lo poco que se conoce es lo que escribió Francisco Antonio de Fuentes y
Guzmán, y este mismo indica que había poca información sobre el tema.
JORGE LUJÁN MUÑOZ
Características, Consecuencias y
Alcances de la Conquista
El primer siglo XVI `trastornó' el Nuevo Mundo; durante el segundo siglo XVI el resto
del mundo inició la transformación de Europa. Paradójicamente si se quiere, la Europa
mediterránea que encontró el Nuevo Mundo no fue la más beneficiada, sino la Europa
`media'. `La mutación espacial del siglo XVI generó también la promoción del Norte, de
los países ribereños de los mares fríos del Atlántico. Unos hacia 1560, otros hacia 1580,
comenzaron a reclamar con insistencia la participación directa en la explotación de los
nuevos mundos'. España, la que más territorios dominó, fue quizás la menos
beneficiada. De hecho, a la larga resultó perjudicada. Muchos fueron los factores que
contribuyeron a ello.
Otro factor que probablemente facilitó el triunfo hispano fue la religión de los nativos
americanos, con sus peculiares creencias, su fatalismo, su pasividad, sus dudas. Aún
sigue sin explicarse del todo la vacilación del emperador Moctezuma frente a las
huestes de Cortés, pues quizás haya influido, más que su personalidad, su posición
religiosa y su convicción sobre el cumplimiento de algunos vaticinios. Además, las
características de la mayoría de las religiones prehispánicas facilitaron el surgimiento de
un particular sincretismo, en el cual los nativos aceptaron a los `poderosos' dioses de los
vencedores, sin abandonar del todo su propia religión, mas en procura de una posible
unidad.
Evaluación Comparativa
La conquista de lo que después se llamó el Reino de Guatemala ofrece rasgos
particulares, comparada con la de otras partes del continente americano y, a la vez,
acusa diferencias entre las diversas regiones culturales de la misma área. La conquista
del área mesoamericana no fue igual a la de la zona de influencia andina, al sureste. Los
señoríos de la parte correspondiente a Mesoamérica, incluyendo la respectiva sección de
México, aceptaron la derrota en forma similar: todo se redujo a un cambio de dominio
sin abandono del territorio. En cambio, los pueblos más al sudeste reaccionaron en
retirada, hacia el litoral atlántico. Ello hizo más difícil el control español y aun quedaron
áreas sin conquistar por mucho tiempo. Como se ha dicho antes, la dominación fue
relativamente más fácil en las zonas mesoamericanas más pobladas: el centro y sur de
México, Chiapas, Guatemala, El Salvador, el occidente de Honduras y el sur de
Nicaragua. En este enorme territorio los aborígenes permanecieron en su tierra, lo que
no ocurrió en el oriente de Honduras, y la parte atlántica de Nicaragua y Costa Rica,
zonas menos pobladas, de las cuales los nativos se retiraron.
Un poco más lenta resultó la conquista en el resto de las Tierras Altas, no sólo por la
resistencia de los cakchiqueles, sino porque las tropas españolas tenían que efectuar
sendas campañas en otros lugares, en las que incluso sufrieron algunos reveses. Toda
una década fue necesaria para poder dominar los señoríos del Altiplano guatemalteco,
aun si se considerara a la conquista de la Verapaz como un fenómeno diferente. En
cambio, la de Honduras llevó más tiempo, lo mismo que la de Nicaragua, y aún más la
de Costa Rica, lugar este último donde precisamente se había comenzado antes y donde
el proceso se culminó hasta finales del siglo XVI. Cuanto más se prolongaron las
campañas, la conquista fue de consecuencias más destructivas, y la misma se tardó más
donde la población aborigen era menos densa.
Por otra parte, mientras en la Nueva España hubo una sola corriente conquistadora, que
luego se ramificó, en el Reino de Guatemala se produjeron varias y además rivales.
Unas llegaron de Panamá, otras de las Antillas, de México y algunas incluso de España.
Los mismos conquistadores chocaron entre sí, se asesinaron, menoscabaron su éxito e
involucraron a los indios en sus enfrentamientos.
Por supuesto, la disminución de la población nativa fue más grave y más rápida en unas
regiones que en otras. En algunas partes de la Costa atlántica casi desapareció; lo mismo
sucedió en las Tierras Bajas del Pacífico, pero más tarde. La situación fue mucho más
grave en la Costa del Pacífico de Nicaragua y Costa Rica, sometida por mucho tiempo
al comercio de indígenas hacia el Perú, que en Honduras y San Salvador, y que en el
Altiplano central y occidental de Guatemala y en los altos de Chiapas, donde fue menor.
En estos últimos lugares ocurrió antes el descenso máximo, aunque se calcula que
desapareció un tercio de la población aborigen entre 1520 y 1540. No se entra aquí en
más detalle porque las citas anteriores son suficientes para mostrar la gravedad, la
rapidez y la amplitud de la catástrofe demográfica, y además porque el tema se trata de
modo más extenso para el período que concluye en el siglo XVII, en los artículos
`Evolución Demográfica hasta 1700' de Jorge Arias de Blois, y `Epidemias y
Desploblación', de W. George Lovell, en la sección `República de los Indios' de este
mismo volumen.
Conquista y Esclavitud
Siguiendo las prácticas utilizadas en las Antillas y la Nueva España, Alvarado hizo
esclavos de guerra en la primera etapa de la conquista de Guatemala. Desde 1524 se
sometió a tal condición a indios de Cuscatlán, Escuintla, Pasaco, Acajutla y Tuculcalco.
La misma práctica se siguió en las expediciones a otras regiones de Guatemala. Según
la opinión de William Sherman, en las incursiones de conquista y pacificación
comandadas por Alvarado se hicieron probablemente más esclavos que en ninguna otra.
Esta cédula causó mucho disgusto entre los españoles de las Indias. El Cabildo de
Santiago, como muchos otros, escribio al Rey para pedir autorización a fin de seguir
haciendo esclavos entre los indios, así de guerra como de rescate. La gestión dio
resultado, pues el 20 de julio de 1532 la Corona ordenó a Pedro de Alvarado, como
Gobernador, y al Licenciado Francisco Marroquín, como Protector de los Indios, a
recabar información sobre los esclavos que tuvieran los caciques indígenas y que
pudieran ser objeto de rescate por los pobladores españoles de la provincia.
La resolución aludida satisfizo sólo en parte a los españoles, pues quedaba sin resolver
el caso de los esclavos de guerra. A ellos se refiere una cédula del 19 de marzo de 1533,
emitida a solicitud del procurador de la ciudad de Guatemala. En ella se autorizó dicho
tipo de esclavitud entre los indios `alzados', haciendoles previamente `el
requerimiento... acordado'. De este modo, en Guatemala se volvió a gozar del derecho a
tener esclavos indios, de rescate y de guerra, como antes de la limitación de 1530.
Según Silvio Zavala, tal derecho se obtuvo en la Nueva España hasta el año siguiente.
En todas las regiones americanas los frailes trabajaron junto a los indios, compartiendo
la casa y el alimento y aprendiendo sus idiomas. De ahí que su influencia fuera más
permanente y profunda que la de los soldados, quienes redujeron su contacto con los
conquistados, pasada la primera etapa de la Conquista. Esta circunstancia fue
aprovechada por los frailes para incrementar su actividad. Sin su labor misionera, la
situación de los nativos hubiera sido mucho peor y su adaptación al nuevo estado de
cosas más lenta y difícil. La conquista espiritual realizada por los frailes mendicantes de
la primera época fue admirable, por lo mucho que lograron a pesar de ser tan pocos.
Coadyuvaron en la pacificación aun frente a las circunstancias más adversas, y
compensaron con su celo misionero su carencia de recursos.
Así como la nueva religión reemplazó parcialmente a la de los aborígenes, así también
los frailes relevaron a la anterior teocracia sacerdotal. En los religiosos de las primeras
décadas los indios tuvieron protectores que los defendieron, amigos que les enseñaron
cosas diferentes, padres que los amonestaban y líderes espirituales que los guiaban. En
referencia a los primeros franciscanos que llegaron a la Nueva España, pero en sentido
aplicable a otros muchos religiosos, Fray Jerónimo de Mendieta escribió en su Historia
Eclesiástica Indiana: `Los indios andaban tras ellos... y maravilláronse de verlos con tan
desarrapado traje, tan diferente de la bizarría y gallardía que en los soldados españoles
antes habían visto'.
Conquista y Mestizaje
Uno de los resultados inmediatos de la Conquista fue el nacimiento de hijos mestizos,
producto de las uniones entre españoles e indígenas. Bernal Díaz refiere que
Cuauhtémoc y sus capitanes pidieron a Cortés, después de `ganada' la ciudad de
Tenochtitlan por los españoles, que éstos les devolvieran las hijas y mujeres que les
habían quitado. Cortés les autorizó buscarlas, pero sólo tres de las mujeres quisieron
regresar. La mayoría prefirió quedarse con los soldados españoles `con quienes estaban';
unas se escondieron, otras dijeron que `no querían volver a idolatrar... y aun algunas de
ellas estaban ya preñadas...'
Durante las primeras décadas de la Colonia fue muy escaso el número de mujeres
españolas. En su mayoría los colonizadores establecieron relaciones maritales con las
indígenas. Algunas de estas uniones fueron relativamente estables. Sin embargo, muy
pocas culminaron en el matrimonio, el cual generalmente sólo se realizó cuando se
trataba de indias principales. Los numerosos hijos de estas uniones constituyeron una
preocupación constante para los religiosos. El Obispo Marroquín se refirió
frecuentemente a ellos en su correspondencia con el monarca.
La suerte de los mestizos fue diversa. Los menos alcanzaron posiciones encumbradas,
como el hijo de Cortés y doña Marina, o la hija de Alvarado con doña Luisa
Xicoténcatl. Otros fueron atendidos directamente por el padre. La mayor parte pasó a
engrosar los estratos medio y bajo en las ciudades. Con el tiempo, conforme hubo más
mujeres españolas y criollas, fue más raro el matrimonio como producto de tales
uniones, y los prejuicios se afianzaron. Los mestizos se vieron marginados, en una
posición ambigua, pues eran despreciados por los españoles y menospreciaban a su vez
a los indios. Juan de Solórzano y Pereyra dijo que eran de origen `infame', porque `lo
más ordinario es, que nacen de adulterio, o de otros ilícitos, y punibles ayuntamientos,
porque pocos Españoles de honra hay, que casen con indias...' Según este autor,
representativo del pensamiento criollo, sobre ellos caía `la mancha del color vario, y
otros vicios, que suelen ser como naturales y mamados de la leche...'
En peor situación estaban los negros; los mulatos, resultado de uniones de negros con
blancos; y los zambos, de uniones de negros con los indios. Sin embargo, el hecho es
que esta población existió desde el principio, y que fue aumentando hasta llegar a
constituir la mayoría en algunas regiones.
Los hijos de españoles, nacidos en América, fueron llamados criollos. Los españoles,
así los peninsulares como los que se establecieron en el Nuevo Mundo, alimentaban
prejuicios contra ellos, y los discriminaban. Solórzano y Pereyra, criollo limeño, los
defendió en su Política Indiana.
Relata este autor la anécdota de un obispo de México que incluso puso en duda que los
criollos pudieran ser ordenados sacerdotes. Según Solórzano, los que más los
menospreciaban eran algunos religiosos llegados de España, que tenían interés en
excluirlos de las prelacías.
La `Cultura de Conquista'
Es conveniente ver el resultado de la Conquista desde el punto de vista sociocultural o
antropológico. El carácter militar de la misma sólo fue decisivo al principio. Tras la
pacificación se dio la parcial transformación cultural de los vencidos y el traslado de la
cultura española de que eran portadores los peninsulares. España, o Castilla si se
prefiere, trató de trasplantar al Nuevo Mundo toda su cultura, construir en Indias una
nueva España y hacer de los indígenas campesinos a la española. Los resultados fueron
muy diferentes de lo previsto. En cuanto a la versión de la cultura española trasplantada,
fue imposible imprimir a la de América toda la variedad y complejidad de la original.
Como en otros casos en que un pueblo conquista y coloniza territorios más o menos
alejados de su lugar de origen, y pretende organizarlos `a su manera', los colonizadores
españoles sólo pudieron `trasladar' una parte de su cultura. Para el análisis de este
proceso, George Foster, en una obra ya clásica, propuso el concepto de `cultura de
conquista'.
Dos citas bastarían para dar una idea de la sociedad que los conquistadores esperaban
crear en las Indias. Por una parte, el Virrey de la Nueva España declaró, en 1554, que
los españoles habían ido a las Indias para `no pechar [gravamen impuesto a la clase
humilde en la Península], ni servir, y acá no quieren trabajar'. Por otra parte, el
franciscano Fray Jerónimo de Mendieta escribió:
Las grandes fortunas obtenidas en Indias fueron excepcionales, y sólo unos cuantos
obtuvieron títulos de Castilla. Los más recibieron tierras y encomiendas, que sólo les
permitieron vivir de `sus rentas', sin trabajar. Empero, con la disminución de las
poblaciones indígenas bajaron los ingresos que éstos proporcionaban a los
encomenderos. La mayor parte de los españoles deploraba que los beneficios de la
Conquista sólo alcanzaban a los altos funcionarios y que éstos, para colmo, los
controlaban y regateaban a quienes los merecían. Rara vez recibieron los conquistadores
los mejores cargos, que generalmente se otorgaron a los peninsulares que llegaron
despues. Los primeros fueron buenos soldados, pero malos administradores. La Corona
no estaba dispuesta a dejarlos solos, a su propio albedrío. Se dieron casos inclusive en
que se enfrentaron unos a otros, sin saber mantener lo conquistado.
El espacio americano pasó a ser parte del `mundo europeo', al que se vio sujeto y del
que fue dependiente. Las expediciones iniciaron los intercambios trasatlánticos, que
tantas consecuencias tuvieron en el Nuevo Mundo: nuevas enfermedades, otras especies
vegetales y animales, que transformaron irremediablemente el paisaje físico y social.
También hubo efectos en la otra dirección, aunque menores: alguna clase de sífilis,
especies vegetales (basta recordar las más importantes: maíz, papa o patata, tomate,
mandioca o yuca), que se propagaron por todas partes, y transformaron la vida del Viejo
Mundo.
Se podría pensar que los conquistadores fracasaron en lo político, pero en todo caso
fueron fundadores de sociedades nuevas, y éstas han podido exhibir sus propias
deficiencias y arrastrar sus propias rémoras. En muchos aspectos, la sociedad indiana
dominante fue anacrónica, dependiente o subordinada respecto de Europa, a la que
imitaba con retraso. Pero también fue original, pues tuvo que improvisar en la solución
de problemas nuevos, desconocidos en España. Algunos de esos problemas pudieron
inclusive influir en el curso de los acontecimientos en otras partes del mundo.
La primera etapa de nuestra historia colonial fue la más dinámica. Sus efectos se
prolongaron por largo tiempo. La improvisación y la solución de situaciones nuevas
obligaron a tomar decisiones que, una vez probadas, se repitieron. En tal sentido, la
sociedad se anquilosó, y fue después muy difícil encontrar soluciones diferentes.
Durante las primeras décadas de la colonización española se realizaron profundas
modificaciones en todo el Reino de Guatemala. Por un lado, se comenzó a borrar la
separación prehispánica entre Mesoamérica y las zonas de influencia andina o caribe. Se
afirmó la distribución demográfica preexistente, aunque disminuyeron los índices de
densidad poblacional. Las zonas con mayor población (los altos de Chiapas, Guatemala,
occidente de Honduras y El Salvador) mantuvieron tal condición, y en ellas se
establecieron las principales ciudades españolas. La única área poblada antes de la
Conquista que se despobló (aunque todavía se discute en qué medida) fue la Costa del
Pacífico. La Costa atlántica mantuvo los mismos bajos índices o en algunas regiones se
despobló del todo. Esta fue una zona donde los españoles no pudieron consolidar un
dominio continuo. En consecuencia, los resultados inmediatos de la Conquista y
especialmente de la colonización conformaron los patrones de ocupación y
asentamiento que se mantuvieron en los siguientes cuatro siglos, hasta mediados de
nuestra centuria en que se dieron cambios profundos en dichos patrones.
Los Orígenes
En 1492, y justamente en el campamento del sitio a la ciudad de Granada, llamado
Santa Fe, los Reyes Católicos firmaron con Cristóbal Colón el contrato del viaje que
culminó el 12 de octubre con el descubrimiento de un Nuevo Mundo.
Recurrieron a una forma jurídica por la cual concedían al futuro descubridor la merced
real correspondiente. El instrumento legal, conocido como `capitulación', marcó, sin que
nadie lo sospechara entonces, el punto de partida en la historia jurídico-constitucional,
administrativa, económica, social y política de Hispanoamérica.
Por supuesto, las distancias y otras razones coyunturales permitieron que muchos
funcionarios abusaran de su poder, pero siempre estuvieron sujetos a la autoridad real,
por medio de los virreyes y presidentes-gobernadores, los oidores, las audiencias (que a
diferencia de las españolas, no sólo tuvieron funciones judiciales sino también de
gobierno), los Juicios de Visita y Residencia, etcétera. A pesar de los problemas
consiguientes y hasta de algunos conflictos de jurisdicción, la autoridad de la monarquía
siempre se mantuvo firme.
Sólo los españoles que se mantuvieron en las ciudades pudieron perpetuar su identidad
y mantener su riqueza y categoría social. No obstante, muchos peninsulares dependían
del campo, tanto los encomenderos que recibían los tributos como los propietarios de
haciendas comerciales (añil, azúcar, trigo, ganado). Sin embargo, aunque las empresas
estuvieran en el campo, la auténtica vida hispana era urbana, mientras la vida indígena
se hacía en las comunidades rurales. Esta dicotomía se mantiene con variantes hasta la
actualidad.
Con la Reforma y la Contrarreforma este sistema hubo de ser revisado a causa del
esfuerzo por evitar, en lo posible, que las prebendas y los beneficios eclesiásticos fueran
utilizados para fines seculares, `al mismo tiempo que el campo de la actividad
gubernamental se iba ensanchando progresivamente requiriéndose cada vez un número
mayor de funcionarios públicos que se reclutaban entre los seglares cultos'.
Además existía la Real Hacienda a cargo de los llamados oficiales reales, y bajo la
autoridad nominal del obispo estaba la jerarquía eclesiástica. Esta autoridad era
compartida con el Virrey y con la Audiencia, además de las órdenes religiosas, que
muchas veces actuaban sin sujetarse al obispo.
Como bien dice Clarence Haring, era evidente la existencia de dos principios
característicos del gobierno imperial español en las Indias: a) `la división de autoridad y
de responsabilidad', y, b) `el profundo recelo de la Corona con respecto de las
iniciativas (y actuaciones) de sus funcionarios coloniales'. Todo ello contribuyó a que la
función administrativa fuera lenta, inadecuada y muchas veces ineficaz. Era necesario,
en la mayoría de los casos, acudir en consulta o aprobación a las autoridades
peninsulares, con el consiguiente retraso.
Phelan sostiene que `la administración colonial española fue, en efecto, un balance
dinámico entre los principios de autoridad y flexibilidad', en el cual la toma de
decisiones era altamente centralizada y descansaba en la Corona y en el Consejo de
Indias. Se equilibraba por algunas medidas políticas y económicas sustanciales de
decisión descentralizada que ejercían los presidentes y funcionarios subordinados.
Haring, por su parte, señaló que desde el Virrey hasta los gobernadores provinciales y
los magistrados locales actuaban frecuentemente con un grado de libertad e
independencia que puede parecer incompatible con los principios de gobierno.
Por su parte, los Cabildos seculares debían apoyar la labor de las otras esferas, pero
muchas veces encontraron que sus intereses no coincidían con los de la Corona o con
los de la Iglesia. No obstante, a pesar de toda clase de tensiones, el sistema buscó los
ajustes necesarios y a la larga los encontró.
De esa manera la Audiencia se mantuvo sin grandes cambios. Siempre tuvo carácter
pretorial, es decir, no estaba subordinada a la de México, como estuvo la de Nueva
Galicia, ni su presidente estaba supeditado al Virrey en cuestiones de gobierno. El
Reino de Guatemala, por lo tanto, nunca fue parte de la Nueva España en el sentido
político-administrativo, como aparece corrientemente en mapas y libros poco
documentados. Además, los presidentes siempre tuvieron un triple carácter: primero,
eran presidentes del tribunal, y como había varias gobernaciones en su distrito, eran
presidentes-gobernadores (igual que en las Audiencias de Nueva Granada, Tierra Firme,
Nueva Galicia y La Española); en segundo lugar tenían atribuciones de gobierno sobre
su provincia y sobre todo el distrito jurisdiccional de la misma Audiencia (como en las
de Nueva Granada, Tierra Firme y Nueva Galicia); y, finalmente, tenían atribuciones
militares, y por lo tanto derecho al título de Capitán General, en todo el territorio donde
ejercían su gobierno directo (lo mismo que en las de Nueva España, Nueva Granada,
Chile, Tierra Firme, La Española y Filipinas). Por todo ello, se les asignaba un solo
título para todos los cargos: Presidente-Gobernador y Capitán General.
Capitalidad, Patria y Nacionalidad
Ya se ha hecho referencia al sentido urbano que tuvo la sociedad española del Nuevo
Mundo. Alrededor de las urbes se constituyó el núcleo de patria. En cada región
surgieron una o más ciudades importantes, que rivalizaban en su esfuerzo por dominar
el entorno rural de los pueblos de indios. En cada capital de región se centralizaba el
mayor poder. En su Ayuntamiento se concentraba el mando y el prestigio citadino y
regional. Es preciso tener en cuenta que entonces la influencia y las facultades del
gobierno municipal no se limitaban a la circunscripción de la ciudad, ni siquiera (en el
caso de Santiago de Guatemala) al llamado Corregimiento del Valle. El área
jurisdiccional de dicho gobierno era más amplia, se hacía sentir en toda la provincia y
aun en España, donde los Ayuntamientos tenían un representante por cuyo medio hacían
valer su voz y la defensa de sus intereses ante la Corte y ante los organismos
peninsulares.
Para una mejor comprensión del tema se analizará primero la evolución del poder
político central y después la de las instituciones políticas intermedias, conocidas
también como `justicias mayores'.
Primeros Gobernadores
La conquista de la región centroamericana se llevó a cabo por encargo de Hernán Cortés
y Pedrarias Dávila, Gobernadores de Nueva España y Tierra Firme (Panamá)
respectivamente, ya que el único proyecto que contó con autorización directa de la
Corona (el de Gil González Dávila) fracasó. De este modo, Pedro de Alvarado y
Cristóbal de Olid, con el título de tenientes de gobernador para actuar en nombre de
Hernán Cortés, realizaron la conquista de los señoríos indígenas de la parte norte de
Centro América, es decir, lo que es actualmente Guatemala, El Salvador y Honduras.
Algo similar sucedió en la parte sur (Nicoya, Nicaragua), que fue controlada por gente
de Pedrarias Dávila. Pedro de Alvarado, en ejercicio del mandato que le había dado
Cortés, conquistó Utatlán, Iximché, Atitlán, Escuintla, Guazacapán y Taxisco, y en los
tres años iniciales de su gobierno nombró los primeros alcaldes y regidores.
Las acusaciones no siempre cayeron en el vacío, como sucedió en 1529, cuando Pedro
de Alvarado tuvo que defenderse con firmeza ante la Audiencia de México, por una
serie de cargos que le formularon sectores adversos a su antiguo jefe Hernán Cortés. Por
entonces llegó a Guatemala Francisco de Orduña con la calidad de Juez de Residencia
encargado de levantar un proceso a Jorge de Alvarado. Este fungía como Teniente de
Gobernador y un sector de los vecinos le acusaba de cohecho, favoritismo y
acaparamiento de los mejores pueblos de indios. Orduña quitó la `vara de justicia' al
acusado y a los concejales, declaró nulo y sin ningún valor todo lo hecho por dicha
administración, despojó a los acusados de tierras e indígenas y entregó todo ello a
quienes adversaban a los Alvarado. Orduña asimismo prohibió que los vecinos salieran
a buscar oro, bajo gravísimas penas; abofeteó a uno de los alcaldes en plena sala
capitular, y finalmente nombró a los sustitutos de éstos y de los regidores.
La ausencia de Alvarado permitió que hubiera en Guatemala una mejoría temporal para
los indígenas, según lo patentiza el Memorial de Sololá.
Las Leyes Nuevas produjeron una cierta reorganización socioeconómica. Por medio de
ellas se prohibió hacer esclavos a los naturales y se ordenó la libertad de los que había
hasta la fecha; se suprimió la condición de los tamemes, o sea los indios obligados a
conducir cargamentos sobre sus espaldas; se recomendó a las audiencias reducir los
repartimientos de indios dados en cantidades excesivas, y se instruyó a los gobernadores
para encomendarlos mediante nuevas provisiones. Por otro lado, se suprimió el poder
incontrolado de los gobernadores (al menos de iure); se concentró en las audiencias el
conjunto de las funciones de gobierno y justicia, tanto en lo civil como en lo criminal, y
se determinaron las atribuciones y procedimientos pertinentes. Las audiencias, en
efecto, se reconocieron como tribunales superiores de justicia, ante los cuales se podían
apelar asuntos que no excedieran de 10,000 pesos, pero además se les dieron, de modo
preferente, funciones de cuerpos colegiados de gobierno, con funciones políticas,
legislativas, administrativas, militares, económicas y religiosas.
Sin embargo, Bernal Díaz del Castillo, síndico por entonces del Ayuntamiento de
Santiago de Guatemala y representante de los intereses de los encomenderos,
especialmente de los de pueblos cacaoteros de Sonsonate y Suchitepéquez, opinó que
Maldonado había sido un buen juez.
Dadas las circunstancias, Fray Bartolomé de Las Casas hizo sentir de nuevo su
influencia ante la Corona y logró la sustitución de Maldonado por Alonso López de
Cerrato, que gobernó de 1548 a 1555. Historiadores contemporáneos de diversas
escuelas concuerdan en señalar la rectitud y energía de Cerrato en lo referente a la
liberación de los esclavos y la organización de la nueva sociedad. Julio C. Pinto Soria,
en cambio, sigue a Marcel Bataillon al afirmar que Severo Martínez Peláez cae en la
simple apología de Cerrato, pues olvida que este último en realidad se valía `...de
cualquier argucia, una de ellas, la manipulación de los caciques indígenas, para crear
frente a la Metrópoli la imagen de un funcionario modelo y así lograr su nombramiento
a perpetuidad que le permita seguir enriqueciéndose a costa del pillaje colonial'.
El traslado, sin embargo, perjudicó los intereses de la Corona, y sobre todo los de los
indígenas, ya que éstos no tenían un lugar cercano hacia el cual pudieran canalizar su
oposición y protestas ante los abusos de los encomenderos y de las autoridades civiles y
eclesiásticas. Mientras gobernaba Francisco Briceño, el Obispo Bernardino Villalpando
se asoció y confabuló con los encomenderos. La emprendió contra los frailes dominicos
y franciscanos, a quienes les quitó sus curatos, principalmente en los pueblos
cacaoteros, y colocó en su lugar a clérigos inescrupulosos. La actitud del Obispo hizo
que los indígenas de Totonicapán y Quezaltenango, poseedores también de muchas
estancias de cacao en la Costa Sur, `puestos en armas con vara y flecha', resistieran
`tumultuados al promotor fiscal, [a] un alguacil eclesiástico, al notario y otros allegados,
clérigos y seculares'. Alarmada la Corona por tales acontecimientos, en 1567 emitió una
real cédula en la cual se decía al Gobernador Briceño lo siguiente:
Ciertamente, la Iglesia, a pesar de ser una institución que según el Patronato Real debía
garantizar los intereses de la Corona, en la práctica no hacía tal cosa, pues con
frecuencia dominaba en ella el interés personal de los jerarcas, como fue evidente
durante los obispados de Bernardino Villalpando y Fray Gómez Fernández de Córdoba.
La ausencia de un tribunal superior cercano, en el cual los vecinos pudieran iniciar sus
acciones judiciales contra el Gobernador y sobre todo denunciar los abusos de los
encomenderos, hizo que el Ayuntamiento y los frailes dominicos, abogando por
intereses muy distintos y hasta en pugna, solicitaran a la Corona la reinstalación de la
Audiencia en Santiago de Guatemala. En estas circunstancias fue significativa la
intervención de Fray Bartolomé de Las Casas que, con sus 90 años a cuestas, promovió
personalmente en 1566 el restablecimiento de la Audiencia en Guatemala, en pro de las
necesidades de los indígenas según lo dejaba ver.
Seis años duró la situación de inestabilidad, es decir, hasta 1568, cuando la Corona
decidió recobrar el control y ordenó el restablecimiento de la Audiencia en la ciudad de
Santiago de Guatemala, pero esto se llevó a cabo hasta en 1570.
Audiencia de Guatemala
El restablecimiento de la Audiencia se justificó por el interés de la Corona en poner fin
a la anarquía que se había desatado en el área. Tal anarquía había llegado a corromper
no sólo a las autoridades del Ayuntamiento sino hasta al mismo obispado, por la poca
capacidad política del Gobernador para imponer el orden. El inicio del nuevo período se
caracterizó consecuentemente por las disputas entre la Audiencia y el Ayuntamiento, y
entre éste y el nuevo obispado. Era, en efecto, la época en que se había intensificado la
explotación del cacao, generadora de la corrupción del poder administrativo, y la
Corona trataba de disminuir la hegemonía alcanzada por algunos encomenderos, como
antaño lo había hecho con los adelantados y gobernadores, mediante una cuidadosa
selección del Presidente de la Audiencia y del Obispo de Guatemala. Los nombrados,
por cierto, entraron en conflicto con el Ayuntamiento de Santiago, institución que
representaba los intereses de los principales encomenderos.
Para conseguir sus propósitos, la Corona decidió una vez más concentrar el gobierno de
la región en el Presidente, y dejó a la Audiencia sólo las funciones de tribunal superior
de justicia. Por ello se adjudicaron al Presidente las funciones de proveer encomiendas,
de asignar repartimientos de indios, y de nombrar funcionarios intermedios (alcaldes
mayores y corregidores), con excepción de los que la Corona se había reservado, como
los jueces repartidores, oficiales reales, y jueces de visitas. La Corona también se
reservó la potestad de confirmar a los alcaldes ordinarios de las ciudades.
La Audiencia quedó como tribunal superior para resolver las causas políticas,
económicas, civiles, criminales y religiosas, mediante la aplicación de mecanismos
procesales casuísticos que para el efecto había dictado la Corona. Los miembros de la
Audiencia no podían abogar por otros, ni obtener granjerías agropecuarias, ni proveer
cargos a sus familiares (fenómeno usual durante el período de la Audiencia de los
Confines, principalmente con Alonso de Maldonado y Alonso López de Cerrato), ni
enviar jueces pesquisidores, a no ser que fuera más allá de cinco leguas de la sede.
Tampoco podían prender a una mujer por amancebamiento con clérigo o fraile. Debían,
por otro lado, determinar los pleitos de la Real Hacienda en primer lugar y resolver en
primera instancia los hechos criminales acaecidos a cinco leguas a la redonda.
El poder político de la Audiencia, durante el resto del siglo XVI y durante el siglo XVII
no tuvo un carácter consistente, pues en dicho período se pueden distinguir tres etapas:
los gobiernos reformistas (1570-1626), los gobiernos de fuerza (1626-1678) y los
gobiernos inestables (1678-1701).
Los Gobiernos Reformistas (1570-1626)
Con el restablecimiento de la Audiencia se inició un período de gobiernos reformistas
que incidieron en la reorganización política de la región, y a la vez se emprendieron con
interés propio actividades agrícolas, urbanísticas y comerciales. Sus primeros tres
Presidentes, Antonio González, Pedro de Villalobos y García de Valverde (ver Cuadro
2) tuvieron que enfrentarse a las tradicionales manifestaciones del poder político que
habían adquirido los encomenderos de la región cacaotera de los izalcos. Efectivamente,
se había iniciado un conflicto entre los comerciantes de cacao que controlaban el
Cabildo de Sonsonate, en cuya jurisdicción estaban los izalcos, y los encomenderos de
dicha región que controlaban el Ayuntamiento de Santiago y el Corregimiento del
Valle. La Audiencia se pronunció en favor de los comerciantes y dispuso que los
alcaldes ordinarios de Sonsonate eran las únicas autoridades con jurisdicción sobre la
rica región cacaotera de los izalcos, en contra de lo que reclamaba el Ayuntamiento de
Santiago para sus alcaldes ordinarios y para el Corregidor del Valle. La disputa se
prolongó desde 1570 hasta 1582, debido a las apelaciones de los encomenderos. La
Corona ordenó cerrar el caso y deshacer el feudo de los Guzmán, líder principal de los
encomenderos. De paso se ordenó también, en 1572, la supresión del Corregimiento del
Valle, una de las causas de los problemas, aunque después el Presidente Alonso Criado
de Castilla trató de beneficiar a un familiar, por lo cual se le llamó la atención y se
ordenó la eliminación definitiva del Corregimiento en 1604.
El reformismo que caracterizó este período fue producto no sólo del auge de la actividad
añilera y cacaotera en las últimas décadas del siglo XVI (con sus consecuentes efectos
en cuanto a la tenencia de la tierra, relaciones laborales y actividad comercial) sino,
sobre todo, del interés real por tener un mayor dominio político en la región y,
consecuentemente, un mayor ingreso monetario.
Los gobiernos bajo análisis impulsaron obras materiales que favorecieron el desarrollo
económico. Ejemplos de tales obras son el puente de Los Esclavos, terminado en 1592;
la apertura del puerto de Santo Tomás de Castilla (1604), para facilitar el comercio con
la metrópoli; la plantación de nopaleras en 1617, para la producción de la grana o
cochinilla, con lo cual se buscaba sustituir la decreciente actividad cacaotera, pero el
proyecto no prosperó satisfactoriamente; y la fundación de una villa (1611) al suroeste
de Escuintla, destinada a mestizos y personas de color, la cual recibió el nombre de La
Gomera.
Por otra parte, el período se caracterizó por todo un conjunto de medidas defensivas
adoptadas para enfrentar la amenaza de los piratas. En efecto, España estaba en guerra
con Francia y Holanda, lo que aprovechaban los piratas holandeses e ingleses para
asolar las posesiones coloniales españolas. Esto llevó a la Corona a establecer una
armada en las Antillas, la que debía ser sostenida por las colonias que iban a resultar
directa o indirectamente beneficiadas. El Ayuntamiento de Santiago se comprometió a
entregar durante 15 años 4,000 ducados anuales, pero en 1636 la Corona exigió con
efecto inmediato, además de tal contribución, que se pagara un nuevo impuesto de
exportación, al cual se dio el nombre de `barlovento' (por referencia a la región donde
operaría la armada). El impuesto consistía en cuatro reales por cada cajón de tinta añil,
dos en el caso de una carga de cacao, dos por la arroba de grana silvestre, un real si se
trataba de un cuero de ganado vacuno, un real por cada `petaca' de brea o de tabaco y
sobre cada arroba de zarzaparrilla.
La realidad era que la piratería se estaba haciendo sentir en el área costera de ambos
océanos y también en algunas ciudades del interior como Granada y León en Nicaragua.
Según explicaba Gage refiriéndose al año 1637, el tránsito comercial se hacía por la vía
del Río San Juan (Nicaragua) porque los comerciantes de Guatemala temían mandar sus
efectos por el Golfo de Honduras, donde habían sido asaltados varias veces por piratas
holandeses en la ruta a La Habana. Se consideraba más seguro usar las fragatas de
Cartagena, cuyo pasaje no había sido tan interrumpido por los holandeses como el otro.
El auge económico, por otro lado, permitió que los llamados a la limosna formulados
por los frailes tuvieran eco, y se pudieran así mejorar los hospitales (1684).
Paralelamente a ello, empero, resurgió el interés de ampliar el control de la tierra y la
mano de obra, aunque esto último se planteó como una nueva cruzada evangelizadora.
En tales circunstancias se proyectó la conquista del Itzá y El Lacandón (1695-1696)
desde tres sitios a la vez (Verapaz, Huehuetenango y Chiapas), lo que dio origen a la
reducción de nuevos poblados (Nuestra Señora de los Dolores, y Betlén, por ejemplo),
donde se exigió a los moradores, en calidad de tributo, grana, vainilla, cacao, achiote,
cera y miel. Las extorsiones sufridas por éstas y otras poblaciones a manos de frailes y
autoridades asentados en Chiapas, Huehuetenango y Verapaz fueron de tal magnitud
que los motines aumentaron en número e intensidad hasta desembocar en la rebelión de
los zendales a principios del siglo XVIII.
Justicias Mayores
La institucionalización del poder colonial a mediados del siglo XVI tenía como objetivo
principal hacer llegar al real fisco las riquezas que generaba el trabajo indígena. Al
mismo tiempo se reunificó el poder central y los familiares de los adelantados fueron
despojados de los numerosos pueblos de indios que se les habían adjudicado, los cuales
pasaron a ser realengos, es decir, a tributar en favor del Rey. Con ello surgió la
necesidad de administrar más directamente a dichos pueblos, a fin de asegurar el pago
del tributo.
En esta época, las presiones de los conquistadores y sus hijos ante la Corona habían sido
fuertes e insistentes y, sumadas a las arbitrariedades y abusos de los presidentes y
oidores, crearon las condiciones para que muchos pueblos realengos (principalmente los
de las regiones cacaoteras) volvieran a ser encomendados. De este modo desapareció la
diferencia original, pues los pueblos de encomienda empezaron a ser administrados
indistintamente por corregimientos, alcaldías mayores y gobernaciones. Es más, ni
siquiera la jerarquía señalada a estas últimas se guardó en la práctica. Carlos Molina,
historiador nicaragüense, dice al respecto:
Organización Militar
El poder militar no fue, como pudiera creerse, de lo más sobresaliente en los primeros
dos siglos de vida colonial. Ciertamente fue muy significativo en el proceso de
conquista, pero en la segunda mitad del siglo XVI su importancia empezó a decaer y
cedió lugar a las fuerzas políticas y religiosas. En la segunda parte de la centuria
siguiente, sin embargo, de nuevo se hicieron evidentes (aunque sin los bríos necesarios)
la organización y acciones militares para la defensa y consolidación del poder colonial.
El Ejército Conquistador
El proceso de conquista de los señoríos guatemaltecos comprendió básicamente
acciones militares de ocupación y avasallamiento. Las tropas que llevaron a cabo tales
empresas venían integradas por un cuerpo de infantería de 300 hombres, uno de
caballería de 120 y unos pocos artilleros. Traían también un cuerpo numeroso de indios
auxiliares mexicanos y tlaxcaltecas. Pedro de Alvarado, con el grado de Teniente de
Capitán General que le otorgó Hernán Cortés, traía el mando general.
Las tropas invasoras, a pesar de formar parte de un ejército que operaba en nombre de la
Corona hispana, no respondían exactamente a los intereses de ésta, ya que sus
integrantes no percibían una `soldada', o sea, un sueldo; antes bien, aportaban sus
propios medios y recursos para la guerra. Esta fue la razón principal que explica una
escasa y deficiente disciplina militar. No obstante, los expedicionarios tenían
conocimientos generales de carácter militar: antes del combate hacían `alardes' (especie
de paradas militares) al son de caja, pífano y clarín, y ya en el combate distribuían los
distintos cuerpos en `tercios', comandados unos por capitanes y los otros por cabos.
En los pueblos de indios, los gobernadores y justicias eran los encargados directos de
guardar el orden y ejercer las funciones policíacas, pero no tuvieron mayor autonomía
ya que actuaban bajo presiones de los curas doctrineros, los encomenderos y las
autoridades españolas. La documentación colonial muestra las múltiples vejaciones y
abusos cometidos por las autoridades en contra de los indígenas, contra quienes se
ordenaba el castigo del azote aun por faltas leves.
Formación de Milicias
Con la consolidación progresiva del poder colonial, los encomenderos fueron
asumiendo actitudes aristocráticas y descuidando por completo sus obligaciones
militares. De este modo, cuando se hacía necesario organizar una fuerza defensiva, los
encomenderos desaparecían. En 1558 el único aspecto castrense permanente era la sala
de armas, con unas pocas bocas de fuego y armas blancas. Probablemente las medidas
aprobadas por la Corona en las Leyes Nuevas, emitidas la década anterior, por las cuales
se reducía el poder de los gobernadores a la esfera política y religiosa, incidieron en el
descuido y debilitamiento de la organización militar. La Corona, empero, decidió en
1572 restablecer el cargo de Capitán General en la persona del Presidente y Gobernador,
pero no por ello resurgió la organización militar. Situación semejante encontró en 1625
el dominico Gage, pues relata que no había vigilancia para la defensa de los puertos y
que los navíos ingleses y holandeses entraban sin mayor dificultad por el Golfo Dulce y
se instalaban en las riberas sin oposición, porque la gente en su mayoría huía hacia los
bosques, `confiando más en sus pies que en sus manos y armas'. Desde 1611 la Corona
había tratado de fortalecer las actividades castrenses en el Reino de Guatemala, y
nombró para ello un presidente de capa y espada, Antonio Peraza de Ayala, Conde de la
Gomera, entendido en asuntos militares, y con el encargo específico de contener los
avances de piratas sobre el área. Pero los presidentes optaron por enriquecerse y
abandonaron las tareas encaminadas a la defensa del poder colonial.
Los ataques de piratas y corsarios, que aumentaron en el último cuarto del siglo XVII
por las guerras entre España y Francia e Inglaterra, por un lado, y por el otro la
pervivencia de señoríos indígenas sin reducir en distintas partes del Reino (Petén Itzá,
Taguzgalpa, Tologalpa, Chontales), obligaron a la formación de ejércitos. En la primera
mitad del siglo XVII se organizaron, ocasionalmente, algunas tropas, integradas por
miembros de los gremios artesanales, pero como tal tipo de reclutamiento encontró
oposición y además era difícil conseguir el número necesario de soldados cuando la
ocasión lo demandaba, la Audiencia decidió reclutar gente sin oficio o sin trabajo, entre
mulatos, negros y blancos pobres, a efecto de repeler los ataques de piratas o hacer
`entradas' en las zonas sin conquistar. En 1643, sin embargo, se ordenó un reclutamiento
general en todo el Reino, el cual no se podía evadir so pena de la vida, y se movilizó a
todos los españoles y castas comprendidos entre los 16 y 60 años, pues se temía que los
piratas, que se habían apoderado de Trujillo, penetraran al interior del territorio y
acabaran con el poder hispano en el Reino de Guatemala.
Fueron realmente las acciones de piratas y corsarios (ver Cuadro 4) las que obligaron a
las autoridades coloniales a organizar, en 1671, milicias fijas (permanentes) y batallones
de gente parda en la ciudad de Santiago de Guatemala. Pero no se permitió que los
naturales ingresaran en ellas, algo contradictorio en la práctica, pues las compañías de
flecheros constituyeron, durante todo el período colonial, un sector importante en la
movilización de tropas. La Corona desaprobó aquella decisión, pero no por ello fueron
desmovilizadas dichas tropas de pardos; más bien fueron acrecentadas constantemente
hasta constituir el cuerpo principal de las fuerzas armadas del Reino. En 1679, el
batallón de la ciudad de Santiago estaba compuesto por las compañías de los barrios El
Tortuguero, San Sebastián, San Jerónimo y San Francisco, cada una al mando de un
sargento. Un capitán, por lo regular español, tenía el mando del batallón. Sin embargo,
muchos pardos fueron también distinguidos con tal jerarquía por sus méritos. La sala de
armas empezó a abastecerse mejor en este período, y alrededor de 1681 contaba con
1,357 bocas de fuego, entre mosquetes, arcabuces y escopetas.
Los ataques de los piratas obligaron a conformar igualmente milicias de mulatos en las
alcaldías mayores, corregimientos y ciudades del Reino. Las milicias de San Miguel,
Sonsonate, San Vicente y Granada fueron importantes, pero una que se destacó fue la de
Chiquimula, que acudía a la defensa de las baterías del Motagua, Omoa, Trujillo,
Castillo de San Felipe y Bodegas del Golfo, a fin de rechazar a los piratas cuando fuera
necesario. Los soldados `fijos' (permanentes) formaban una parte de tales milicias, pero
la mayoría la constituían las `reservas'. En 1685 se crearon también las milicias de
españoles-americanos en la ciudad de Santiago, las cuales integraron en su conjunto la
llamada Compañía de Vizcaínos y Montañeses, con unidades destacadas, como la
Escuadra de los Guzmanes.
Las milicias, además de servir para repeler ataques de piratas, se emplearon en las
últimas décadas del siglo XVII para llevar a cabo la conquista del Itzá y Lacandón. Hay
al respecto abundantes datos sobre la organización, desplazamiento y enfrentamientos
militares en las jornadas correspondientes.
A fines del siglo XVII el armamento, tanto de la caballería como de la infantería, no era
muy diferente del que habían traído los primeros conquistadores, a no ser en su valor
monetario. Las principales armas seguían siendo `blancas' en su mayor parte (ballesta,
puñal, daga, alabarda, espada, pica, chuzo, lanza). Las de fuego eran los arcabuces, las
escopetas, algunas culebrinas y bombardas. En la artillería se notaba cierto progreso,
pues se contaba con algunas baterías de cañones y `pedreras' para defender los puertos.
A mediados del siglo XVI una lanza costaba un peso de oro, un puñal tres, una espada
ocho, una ballesta 21 y una escopeta 100. A fines del siglo XVII las escopetas y
arcabuces tenían un valor marcadamente inferior, pues costaban nueve y siete pesos
respectivamente.
Al mismo tiempo que se formaron las milicias, se procedió a la fortificación y
artillamiento de algunas regiones. Se amplió, por ejemplo, el aparato defensivo del
Golfo Dulce. La prístina torre circular, construida en 1586, fue mejorada y guarnecida
con 32 mosquetes en 1605, para proteger el recién inaugurado sitio de atracamiento de
Santo Tomás de Castilla, el cual supuestamente sustituiría a Puerto Caballos y Trujillo.
Por esta razón especial fue objeto de ampliación y fortificación a partir de 1685. Para el
éxito de tal empresa, los vecinos de Santiago de Guatemala prometieron dar 6,000
pesos, el grupo de los eclesiásticos prometió 1,000, y el obispo y los comerciantes un
cuartillo sobre cada libra de añil, mientras durara la construcción. Los vecinos del Perú
prometieron asimismo 8,000 pesos. La empresa fue una realidad y la fortaleza llegó a
tener cuatro baluartes: el de Nuestra Señora de la Regla que contó con tres piezas de
artillería y un falconete; el de San Felipe (llamado también `torreón'), con siete piezas y
un falconete; el de Nuestra Señora de la Concepción (`brocal'), dos piezas, un falconete
y un `pedrero'; y el de San Jorge, tres piezas, un falconete y dos pedreros.
Conclusiones
El proceso de institucionalización política de Guatemala, durante los primeros dos
siglos de vida colonial, pasó por los momentos siguientes: 1) el de los primeros
gobernadores (1524-1541); 2) el de la Audiencia de los Confines (1542-1564); 3) el de
la supresión de la Audiencia (1564-1570); y 4) el de la Audiencia de Guatemala.
La situación política imperante a finales del siglo XVI se caracterizó por mucha
inestabilidad. En efecto, el incremento de la actividad comercial, especialmente del añil,
provocó profundas contradicciones entre el Ayuntamiento y la Audiencia, ya que
terratenientes y comerciantes, representados en el primero, exigían mayor participación
política y otorgamiento de cargos como corregidores y gobernadores.
Durante el primer siglo de vida colonial no hubo propiamente ejército, sino que cuando
era necesario organizar alguna fuerza armada, los encomenderos eran los obligados a
proporcionar gente y armas. Sin embargo, durante el último cuarto del siglo XVII, por
los continuos ataques de piratas y corsarios, se nombró presidentes de `capa y espada' y
se empezó a formar cuerpos de milicias, principalmente con gente proveniente de la
población negra y mulata, la que optaba por ese tipo de actividad para no tener que
pagar impuestos. Para el mantenimiento del orden urbano, existían los cargos de
alguaciles mayores y alcaldes de la Santa Hermandad.
ALFREDO JIMÉNEZ
Por último, se señalará algo evidente: la unidad esencial del régimen o administración
de la Corona de Castilla sobre los territorios y poblaciones de las Indias debe permitir la
aplicación de este análisis y las posibles conclusiones generales a otras regiones de
América. Guatemala, entendida como Gobernación, Capitanía General y más aún como
Audiencia, ilustra de manera extraordinariamente clara la naturaleza y los mecanismos
del proceso político en las Indias españolas. Circunstancias de localización geográfica,
extensión limitada y régimen jurídico (Audiencia pretorial prácticamente no vinculada
al Virrey de Nueva España) favorecían el control de las variables políticas, y
convirtieron al Reino de Guatemala en excelente campo para el análisis o interpretación
desde la perspectiva de las diversas ciencias sociales.
Marco Teórico
Los esquemas que a continuación se presentan ayudarán a interpretar la actividad
política en Guatemala durante el siglo XVI, desde la perspectiva de la Antropología
Política.
En cada una de las dos sociedades globales (india y española) se pueden distinguir cinco
sistemas sociales o subsistemas (ecológico, biosocial, cultural, económico y político),
que se definen y comentan a continuación.
El sistema ecológico era prácticamente único y común a las dos sociedades globales.
Indios y españoles vivían y se movían dentro del mismo gran marco geográfico, aunque
las relaciones de cada grupo con el ecosistema no fueran las mismas, debido a la acción
de muchos factores diferenciadores. Los españoles, aunque dominantes en sentido
general, se encontraban en situación de inferioridad, sobre todo en los primeros
momentos, ya que debían adaptarse a un medio natural desconocido y en condiciones
muchas veces extremas. Los indios, por su parte, se encontraban en su propia tierra, a la
que se habían adaptado gracias a una milenaria tradición cultural. Pero, por otra parte,
tuvieron que adaptarse también a la presencia de una población extraña y dominante, y a
nuevos elementos y factores introducidos o desarrollados por los españoles, todo lo cual
afectó seriamente sus relaciones con el medio natural. El propio ecosistema de América
Latina se vio también alterado por plantas, animales y enfermedades hasta entonces
desconocidos; por un nuevo y más intenso régimen de explotación de los recursos
naturales; por modificaciones en los asentamientos y en la vivienda; etcétera.
El sistema económico tiene como base los recursos naturales y al propio indígena en
cuanto mano de obra que actúa bajo condiciones diversas, condiciones que fueron
objeto de profundas y agudas disputas entre los españoles, particularmente entre los
representantes de la Corona y los de la Iglesia. Las relaciones de naturaleza económica
entre las dos sociedades fueron muy estrechas y asimétricas, de acuerdo con la situación
de dominación-dependencia que prevalecía. El principal mecanismo de articulación
entre los dos sistemas era la encomienda, que durante la primera mitad del siglo XVI
fue un tema candente y polémico para todas las instituciones españolas y para todos los
actores de la sociedad dominante.
El sistema político indígena sufrió cambios más rápidos y drásticos. Puede afirmarse
que en sus niveles superiores desapareció como consecuencia de la Conquista. Los
individuos que entre los mayas de las Tierras Altas ocupaban posiciones equivalentes a
`rey', o autoridad suprema del Estado, murieron o fueron depuestos, y el aparato político
quedó reducido al nivel local, siempre dentro de la estructura y bajo el poder superior
del sistema político español.
Como una prolongación de la tradición medieval ibérica, según la cual el Rey debía
defender a la Iglesia y ésta, a su vez, actuaba como legitimadora del poder político, se
instauró en las Indias españolas el Real Patronato. La Corona de Castilla quedaba
legitimada en su presencia y actuación en el Nuevo Mundo, al mismo tiempo que
disfrutaba a perpetuidad del privilegio de organizar la Iglesia en los nuevos territorios,
con funciones tan importantes como la proposición de candidatos a todas las sedes
episcopales y a otros muchos beneficios eclesiásticos, y la recaudación y empleo de los
diezmos. La Iglesia, por su parte, delegaba en la Corona la pesada carga de dotar de lo
necesario a la nueva y pujante organización religiosa, así como la difícil tarea de
administrar el programa de evangelización de los indígenas.
Las zonas de interacción del Cabildo con los otros dos subsistemas de poder (Corona e
Iglesia) fueron importantes. En aquél intervenían los oficiales reales que, con sus
actitudes y comportamientos, afectaban las decisiones de los particulares, en cuanto
éstos ejercían funciones políticas como alcaldes y regidores. Los particulares también
entraban en relación institucional con la Iglesia, por medio de la encomienda, ya que la
protección y promoción del indio eran responsabilidad conjunta del encomendero y del
doctrinero. En el plano personal, cada español veía también juzgada y sancionada su
conducta de acuerdo con un código cultural, reflejo directo de la doctrina y de los
criterios de la Iglesia que, en definitiva, encarnaba el sistema de valores, y no sólo las
creencias estrictamente religiosas, de la sociedad española.
En síntesis, el sistema político o de poder que funcionó en las Indias, y en tal caso en la
Gobernación y Audiencia de Guatemala, estaba formado por tres subsistemas de distinta
naturaleza y diferente nivel: la Corona, la Iglesia y el Cabildo secular. No puede
entenderse el sistema total ni evaluarse la fuerza de cada una de sus partes sin tener en
cuenta su interdependencia y los poderosos mecanismos y factores que actuaban sobre
ellas, incluidos los que no eran estrictamente políticos.
Se llama input, por no encontrar un término mejor en español, a las fuerzas que
alimentan al sistema político y lo ponen en funcionamiento. Output es la respuesta del
sistema a los inputs. Esto es posible porque el sistema está en interacción con su entorno
y mantiene abierta una entrada para la energía y la información que procede de fuera, y
una salida para dejar fluir la energía e información que se introducen en ese mismo
entorno del sistema político. El entorno está formado por los otros sistemas de la
sociedad global (ecológico, biosocial, económico, cultural). Por eso se llama entorno
intrasocietal. La actuación de otros sistemas sociales, en este caso el sistema de la
sociedad global formada por los indígenas, corresponde al entorno extrasocietal. Los
outputs del sistema político son decisiones obligatorias para toda una sociedad global.
Se puede considerar, pues, que las leyes y demás normas jurídicas, como el caso
extraordinario de las Leyes Nuevas, fueron los outputs emanados del sistema político
español, con capacidad para obligar a todos los españoles de América e incluso a los
indígenas. De la Iglesia emanaban también normas de obligado cumplimiento moral y
legal, por la propia naturaleza confesional del Estado y por la existencia de la institución
del Real Patronato.
Hay tres clases de inputs: demandas, por un lado; recursos y apremios, por otro. Las
demandas son las peticiones o las exigencias de uno de los actores de la relación
política, en favor de decisiones que a su juicio deben tomar los órganos políticos y las
personas que ostentan el poder. Hubo muchos e insistentes demandantes en Guatemala,
a lo largo del siglo XVI: los españoles que todavía estaban envueltos en acciones de
conquista y pacificación o que en su tiempo fueron conquistadores; los españoles que
orgullosamente se calificaban como `primeros pobladores', así como sus hijos y nietos
nacidos en Guatemala; los que disfrutaban encomiendas, porque las recibieron de la
Corona o porque las heredaron; los obispos, frailes y clérigos; también los indios,
aunque pertenecieran a otro sistema social.
Como los status pueden ser más de uno para una misma persona, algunos españoles
eran, al mismo tiempo, antiguos conquistadores, encomenderos y miembros del Cabildo
en calidad de alcaldes o regidores. De esta manera se producían demandas procedentes,
simultáneamente, del entorno y del propio sistema político, ya que un alcalde o un
regidor del Cabildo eran parte también del sistema de poder. Igualmente, había
individuos que, en razón de su cargo y por nombramiento de la Corona (oficiales reales,
presidente y oidores de la Audiencia) podían presentar demandas al sistema político, en
su doble condición de miembros de la sociedad y de autoridades de dicho sistema. El
status, como todo lo que se refiere a la estratificación social, influye mucho en la fuerza
de las demandas; los españoles lo sabían y acudían a todos sus títulos y méritos a la hora
de solicitar o exigir. El status de los frailes y clérigos era también complejo, pues
aunque sus demandas se hacían desde fuera del sistema estrictamente político, la propia
Iglesia era en cierto modo, como ya se ha dicho, parte del sistema de poder, en virtud
del Real Patronato que vinculaba estrechamente a las autoridades civiles y religiosas en
la acción política.
Del sistema biosocial proceden los recursos relativos a la población, que en Guatemala
era compleja porque estaba formada por dos grupos raciales diferentes, a los cuales se
añadió otro con la introducción de esclavos negros. El sistema ecológico tiene que ver
con los recursos humanos, si se tiene en cuenta no solamente el número y composición
de la población, sino también su densidad. En la Audiencia de Guatemala era
relativamente alta la densidad de la población indígena, especialmente en la sierra,
mientras que la población española era minúscula y se reducía a los pocos núcleos
urbanos que existían en el siglo XVI. La dificultad en el traslado y comunicación de
personas y bienes afectaba a los recursos procedentes del sistema ecológico, así como al
funcionamiento del sistema económico. La geografía de América Central no ofrece
facilidades, y la tecnología del transporte, aspecto que pertenece al sistema cultural, era
de lo más simple. En estas tierras, muy montañosas y con rápidos desniveles entre el
Altiplano y la Costa, el medio tradicional de transporte había sido el propio hombre.
Durante el período español, ni siquiera las carretas, tiradas por animales venidos del
Viejo Mundo, eran útiles en aquellos caminos. Por ello, una de las cuestiones más
polémicas fue la de si podían los españoles seguir usando a los indios como cargadores
o tamemes. Por lo tanto, a los recursos con los que en teoría podía contar el sistema
político se oponían apremios, como la drástica disminución de la población indígena
tras la Conquista y la tradicional dispersión de esta población por razones ecológicas
(sistema de milpa y rotación de parcelas).
El sistema político español tuvo que sufrir también los apremios procedentes de otros
sistemas sociales, situados fuera del ámbito geográfico de América. Las naciones
europeas producían apremios directamente sobre las tierras americanas y hacían más
difícil todavía la comunicación con la metrópoli, mediante la acción de los corsarios,
que mermaban la capacidad de decisión del sistema político. En general, toda la presión
política que España sufría en Europa limitaba o condicionaba su política americana:
eran apremios procedentes de sociedades o naciones rivales. Guatemala conoció de
manera directa el acoso de los corsarios a sus costas, lo cual aumentaba las dificultades
que por razones internas ya sufrían estas provincias.
Los indios no solamente estaban en la parte más baja de la estratificación social, sino
pertenecían a otra sociedad, aun cuando contaran con la mediación de la Iglesia y de las
autoridades políticas, las cuales tenían misiones específicas que cumplir en su favor. En
nombre de dicha población, presentaba demandas, por ejemplo, el Protector de Indios,
que generalmente era el obispo, o el Corregidor de Naturales. En una situación peor
estaban los mestizos y los negros, quienes carecían prácticamente de la posibilidad de
formular demandas.
Una forma muy común en las Indias de filtrar las demandas fue su envío a instancias
superiores o su devolución a las instancias de origen, pidiendo más información o el
parecer de quien había dado curso a la demanda. No era un rechazo claro e inmediato
pero, dadas las distancias, los medios de transporte, los azares del viaje y lo complejo
del procedimiento burocrático, se producía de hecho una sutil desviación, ya que
muchas veces, antes de tomar una decisión, el problema se resolvía por sí mismo o el
demandante había abandonado la provincia, dejado el cargo o simplemente había
muerto.
A pesar de los mecanismos de filtración o desviación, podían ser todavía muchas las
demandas capaces de entrar en el sistema, lo cual obligaba a reducir su número y a
establecer prioridades. Aquí comienza propiamente el proceso político, que consiste en
tomar decisiones. Las demandas que entraban en el sistema político de la Audiencia de
Guatemala eran muchas, graves y urgentes. Más aún, eran frecuentemente
contradictorias unas respecto de otras. El indio era siempre el origen de las más agudas
discrepancias, por ser la mano de obra imprescindible en la economía colonial y al
mismo tiempo el objeto de la cristianización, objeto este último que justificaba la
soberanía de España sobre las tierras y sus gentes.
Se concluyen los comentarios a los principales conceptos que se utilizan en este análisis
con la mención de la frecuente incompatibilidad de las demandas; la legitimidad de las
decisiones, cuestión que fue muy importante y debatida en las Indias; y, finalmente, la
retroacción como parte del funcionamiento del sistema político en su comunicación e
interdependencia con otros sistemas. La actividad política del Reino de Guatemala es un
ejemplo muy significativo de todo ello.
De la Conquista a las Leyes Nuevas
La conquista de Guatemala, como la conquista española de cualquier otro territorio del
Nuevo Mundo, fue un choque de dos sistemas socioculturales: el indígena y el español o
castellano. La figura más prominente de este episodio eminentemente militar fue el
Adelantado Pedro de Alvarado. En pocos años se produjo prácticamente la sumisión de
las varias sociedades indígenas que habitaban el Altiplano de Guatemala. Así comenzó
una historia que, entre otras cosas, fue un complejo proceso de contacto entre culturas,
de cambios y adaptaciones y, en definitiva, de formación y desarrollo de una nueva
sociedad, que todavía hoy no ha consumado su ciclo.
Del proceso total que se puso en marcha tras la rápida conquista militar, se destacarán
aquí los fenómenos y hechos procedentes del sistema político. Más concretamente, se
enfatizará el sistema político de los españoles, ya que el sistema político indígena quedó
eliminado casi de inmediato como el primero y más claro entre los resultados de su
derrota militar. Solamente en el nivel local, el de pequeñas comunidades indígenas
organizadas en pueblos, funcionó el sistema político de los naturales. También fue en
este nivel donde el sistema sociocultural mantuvo su vigencia y logró sobrevivir hasta
hoy, mediante diversos e interesantes mecanismos de adaptación, algunos de ellos
tomados en su origen de la propia sociedad dominante.
Como se señaló antes, el sistema político español en las Indias estaba constituido por los
representantes de la Corona, los cuales actuaban en estrecha relación con la Iglesia por
medio del Real Patronato. Además, uno y otro poder mantenían fuertes relaciones con
los Cabildos seculares o Ayuntamientos. En aquel complejo sistema político fueron
muy importantes las actuaciones de algunos individuos, especialmente en las primeras
décadas y hasta que se consolidaron las instituciones indianas. Basta mencionar a Pedro
de Alvarado, a los obispos Francisco Marroquín y Bartolomé de Las Casas, al
Presidente de la Audiencia, Alonso López de Cerrato, y al Oidor Tomás López, o bien
la figura sobresaliente, no tanto como conquistador cuanto como vecino y Regidor del
Ayuntamiento de Santiago de Guatemala, el veterano soldado Bernal Díaz del Castillo.
En una tierra que poco antes había sido de guerra (en la década de 1530), cuya
población indígena había practicado la esclavitud y hasta el sacrificio de los cautivos,
los españoles consideraron normal la continuación de una práctica que por otra parte no
era desconocida en el Viejo Mundo. En consecuencia, se introdujo en el sistema político
otro tipo de demanda: el derecho a hacer esclavos en la guerra. De hecho la tierra no
estaba todavía plenamente sometida, y aquí y allá surgían brotes de rebelión, a veces
provocados. Los españoles demandaban además el derecho a mantener como esclavos a
los naturales que lo eran de sus señores indígenas antes de la Conquista.
Una demanda secundaria, más de orden social que económico, era la obtención del
status de hidalgo, que venía a ser otra forma de recompensa por los trabajos y riesgos
corridos desde la salida de España. De hecho, pretender y ser hidalgo imponía trabas a
la actividad comercial y exigía importantes dispendios que no implicaban un beneficio
directo e inmediato.
De inmediato surgió otro apremio en la nueva sociedad colonial. En este caso procedía
del subsistema de poder, que de hecho era la Iglesia, y hasta de autoridades civiles que
eran, por lo mismo, miembros del sistema estrictamente político. No era sólo la
diferencia entre el número limitado de indios disponibles (apremio) y el volumen de las
solicitudes de los españoles (demanda), sino la cuestión jurídica y moral de si los indios
podían usarse como tamemes y, sobre todo, si se podía mantener como esclavos a los
que ya lo eran y hacer nuevos esclavos de guerra.
La fuerza de las demandas, la escasez de los recursos, más el apremio impuesto sobre
estos últimos por razones de justicia y humanidad, fueron los inputs que en la década de
1530 entraron en el sistema político de Guatemala y lo pusieron en agitado movimiento.
Cada parte o sector de la sociedad española tomó posiciones y ejerció acciones en favor
de sus convicciones o intereses. Los argumentos se forzaron, hasta el extremo de
afirmarse por algunos que el indio esclavo estaba en mejores condiciones de ser
adoctrinado y civilizado que el indio libre y suelto que vivía en sus barrancas. Para
mayor complicación del panorama de esta década de 1530, tenemos los proyectos del
ambicioso e inquieto Pedro de Alvarado, que osó sacar indios de Guatemala para su
expedición al Perú.
La Iglesia tenía por entonces una exigua representación, aunque Francisco ,Marroquín,
clérigo llegado con Pedro de Alvarado en 1530, era ya en 1535 primer Obispo electo de
Guatemala. El que sería más tarde primer Obispo de Chiapa, Fray Bartolomé de Las
Casas, se movía de un lado para otro, demandaba con vehemencia ante la Corona, y
ensayaba en la Verapaz su programa de `evangelización pacífica'. En Nicaragua, el
Obispo Antonio de Valdivieso se unió también a la postura de la Iglesia en favor de un
mejor trato a los indios.
El controvertido tema del indígena americano había llegado hasta Roma y Paulo III
emitió en 1537 la bula Sublimis Deus, que venía a zanjar, teóricamente y desde el plano
doctrinal, el debate sobre la racionalidad y plena humanidad de los indios, y por lo tanto
también su derecho y capacidad para entender y recibir la fe católica. La intervención de
la Iglesia en cuestiones de naturaleza política y económica, que agitaban a la sociedad
indiana, y muy especialmente a la sociedad guatemalteca, no podía ser más clara y
directa. Así se expresaba la suprema autoridad del Pontífice:
Por aquellos años dominaban todavía la escena política los caudillos de la Conquista, y
sus actuaciones iban en detrimento de la autoridad de la Corona; ésta, a distancia, no
podía evitar los efectos negativos de las rivalidades y de las violencias que ejercían unos
contra otros. Los eclesiásticos levantaban su voz contra los abusos, proponían planes, y
con ingenuidad o apasionamiento se enfrentaban al duro realismo de los que querían
prosperar o al menos sobrevivir.
Las decisiones políticas que la Corona y la Iglesia habían tomado hasta entonces eran
tímidas o demasiado genéricas para resolver los problemas concretos de Guatemala y de
las provincias vecinas. Los dominicos habían iniciado en la Verapaz su programa de
evangelización pacífica, bajo la inspiración y el patrocinio de Fray Bartolomé de Las
Casas. El Obispo Marroquín ejercía sus buenos oficios, mas sin mucho resultado y sin
contentar plenamente a nadie. La muerte de Pedro de Alvarado, en 1541, supuso el final
repentino de un período y abrió una situación de inestabilidad, inaugurada con el
nombramiento de su viuda, doña Beatriz de la Cueva, como Gobernadora de Guatemala,
la misma que meses después también murió trágica e inesperadamente. A continuación
se hicieron cargo de la Gobernación el hermano de la viuda, don Francisco de la Cueva
y el Obispo Francisco Marroquín, quienes durante un tiempo actuaron como
cogobernadores. Este último hecho es una demostración más de hasta qué punto eran
parte del mismo sistema político o de poder los representantes de la Corona y de la
Iglesia.
Estas decisiones en favor del indio hacían imposible, o por lo menos no rentable, la
actividad económica de los españoles, en especial el trabajo en las minas.
Evidentemente se trataba de un efecto del sistema político sobre el sistema económico,
de la misma manera que las decisiones favorables al indio y basadas en principios
morales y religiosos eran un efecto del sistema cultural español (creencias y valores)
sobre el sistema político y, consecuentemente, también sobre el económico.
Las Leyes Nuevas afectaron de manera todavía más directa y general a los españoles en
cuanto disponían la extinción de la encomienda al morir su propietario, lo cual suponía,
a corto plazo, el fin del sistema y la inseguridad y pobreza de viudas y huérfanos.
También se sintieron perjudicados por las Leyes Nuevas los funcionarios reales, para
quienes se establecía la incompatibilidad del cargo con el disfrute de encomienda.
Los argumentos en contra de la aplicación de las leyes citadas no se basaban solamente
en la defensa de los intereses económicos de personas y grupos, pues se acudía
abundantemente a los daños generales que se producirían y que podrían ser mayores que
los posibles beneficios: los indios volverían a sus idolatrías, la tierra se despoblaría de
españoles, y la actividad económica disminuiría o desaparecería en perjuicio de las
rentas de la Real Hacienda. Ante el peso de las argumentaciones y las presiones
ejercidas sobre la corona española, no es sorprendente que, en el Reino de Guatemala,
las Leyes Nuevas u Ordenanzas de Barcelona no se aplicaran durante años, o se
aplicaran sólo tímida y parcialmente. Esta situación ambigua y de espera fue alterada
por Alonso López de Cerrato y los oidores de la Audiencia con su firme propósito de
hacer cumplir la ley.
Desde el punto de vista del análisis político, lo que estaba ocurriendo en el Reino de
Guatemala en la década de 1540 era una acumulación de demandas, por parte de
conquistadores y colonizadores, que pugnaban por entrar en el sistema de poder. La
situación política se había hecho crítica y era absolutamente necesario reducir el número
y la variedad de las demandas, que amenazaban con atascar o romper el sistema. En
otras palabras, se imponía la disminución de la incompatibilidad que existía entre ellas.
La máxima incompatibilidad surgió entre tres tipos de demandas: las que tendían al
cambio innovador; las que pretendían la conservación o el mantenimiento del sistema; y
las que tendían a producir un cambio regresivo, una vuelta atrás.
A pesar del conflictivo panorama que ofrecía la Audiencia a mitad de siglo, el sistema
social y su sistema político sobrevivieron y se estabilizaron en las décadas siguientes,
aunque no faltaron momentos de crisis y difíciles coyunturas. Las Leyes Nuevas y la
decidida actuación de López de Cerrato y otras autoridades habían evitado al menos que
la situación se agravara o que aquella naciente sociedad terminara hecha pedazos. Esta
capacidad de supervivencia y hasta de consolidación de las jóvenes instituciones no
puede ser explicada sólo mediante el frío análisis del sistema de poder efectuado desde
las ciencias sociales, pues el tema obliga a tener en cuenta otras circunstancias y
factores relacionados con otros sistemas, especialmente con el sistema cultural.
Las autoridades españolas de la época tenían una visión global de la función política,
como también tenían una visión integral del hombre, lo cual se constituía en causa y
efecto de la interrelación Corona-Iglesia, que se ha venido subrayando, y de la doble
condición política y eclesiástica de muchas autoridades indianas. Tomás López se
preocupó mucho por los asuntos religiosos y dedicó gran atención a los indígenas. Es
característico en sus informes al Emperador y en las ordenanzas que siguieron a su
visita a Yucatán el atender por igual a cuestiones temporales y espirituales, pues la
política española hacia el indígena (en colaboración con los vecinos españoles o a pesar
de ellos) era concebida como un programa integral de aculturación, en la dirección del
modelo cultural hispano.
Marroquín murió en 1563. Otros dos obispos tuvieron la sede de Guatemala desde
entonces hasta el final de siglo: Bernardino de Villalpando, que tomó posesión en 1564
y falleció en 1570, y Fray Gómez Fernández de Córdova, que ocupó la vacante en 1574
y falleció en 1598. Su sucesor, Fray Juan Ramírez, no tomó posesión sino hasta 1601.
Con la venida del segundo Obispo de Guatemala surgieron fuertes pugnas entre el clero
secular y las órdenes religiosas, apoyado el primero por los encomenderos, debido a que
el Obispo empezó a quitar buen número de curatos a los frailes para darlos a miembros
del clero secular, muchos de los cuales eran advenedizos y hasta `clérigos facinerosos'.
Dada la grave situación, la Corona tuvo que enviar un juez pesquisidor.
Fueron más los presidentes de la Audiencia que se sucedieron en la segunda mitad del
siglo XVI, porque sus períodos de gobierno eran notablemente más cortos. No se puede
entrar aquí en los numerosos episodios y crisis que en este tiempo ocurrieron en el
sistema político (al fin y al cabo en el sistema social de Guatemala), los cuales darían
lugar a enfrentamientos de las autoridades civiles con las eclesiásticas. Ello era reflejo
de las diferencias y los conflictos existentes entre las dos grandes instituciones (la
Corona y la Iglesia) y dentro de cada una de estas dos esferas de poder: presidentes y
oidores por una parte; obispos, órdenes religiosas, y clero secular por otra. También es
necesario destacar los puntos de coincidencia y las colaboraciones, que no faltaron. La
descripción y análisis de tales episodios llevarían a conocer en detalle el funcionamiento
global de un sistema de poder, del cual sólo se están ofreciendo algunos apuntes
ilustrativos.
Por encima de discrepancias y rivalidades existían y presionaban sobre todas las partes
en conflicto unos problemas objetivos que, en forma de demandas y apremios, seguían
entrando en el sistema político y constituían en definitiva la causa de las diferencias y
tensiones sociales. Se pueden citar, entre otros, la decadencia de la encomienda, como
recurso económico de los vecinos españoles; la búsqueda sucesiva de cosechas con
valor de mercado; la evolución demográfica de naturales, españoles y mestizos; la
necesidad de mejores puertos y caminos, y los ataques de corsarios y piratas.
En las pugnas entre españoles y en los esfuerzos y esperanzas por encontrar soluciones
se puede buscar una explicación de cómo una sociedad plagada de problemas, agobiada
por las necesidades, desencantada por la cruda realidad, seguía su curso y hasta se
consolidaba en la centuria siguiente. Probablemente fue la persistencia del conflicto
social el mecanismo o la fuerza que, paradójicamente, evitó la ruptura, al actuar como
una tensión permanente que mantenía, aun a duras penas, la unión y comunicación entre
las partes. Sirvan como ejemplo de cómo se podía estar en contra y al mismo tiempo
sentirse parte del sistema, las pruebas de fe y devoción que los vecinos de Santiago de
Guatemala dieron desde el Ayuntamiento, al solicitar reiteradamente al Rey el envío de
más frailes y monjas; al aprobar ayudas económicas para la construcción o
reconstrucción de templos; y el interés de alcaldes y regidores (directos representantes
de la población civil) por una festividad como la del Corpus, sobre la que recayó
acuerdo de que los capitulares llevaran varas del palio en la procesión del Santísimo.
Como escribió Adriaan C. van Oss, si tuviéramos que escoger una sola e irreductible
idea que defina al colonialismo español en el Nuevo Mundo, ésta sería indudablemente
la propagación de la fe católica. A diferencia de otros poderes coloniales europeos,
como Inglaterra u Holanda, España insistió en convertir a su religión estatal a los
indígenas de las tierras conquistadas. Este gran objetivo estatal sólo podía concebirse y
realizarse sobre la base de una identificación profunda de la población española con los
principios que sustentaban dicho propósito. Las claves para entender la administración
española en las Indias y su singular sistema de poder, claramente reflejado en el Reino
de Guatemala, deben buscarse, en última instancia, en el sistema cultural hispano que
todos compartían, aunque a la hora de defender puntos de vista e intereses
institucionales, personales o de grupos, las diferencias fueran grandes y los conflictos
frecuentes, inevitables y a veces hasta violentos.
JORGE LUJÁN MUÑOZ
Introducción
El proceso de fundación de poblados en el Reino de Guatemala durante la dominación
española tuvo etapas más o menos definidas. La más importante, cualitativa y
cuantitativamente, correspondió a la primera mitad del siglo XVI. A partir de 1540-
1550 disminuyó el número de las fundaciones españolas, y alrededor de 1555-1560 el
de pueblos de indios, en ambos casos con la excepción de Costa Rica. El proceso se
detuvo casi por completo durante el siglo XVII pero tuvo un pequeño repunte en la
centuria siguiente, sobre todo en su segunda mitad.
En la historia de Centro América las grandes ciudades han tenido, al igual que en otras
partes de Hispanoamérica, una enorme importancia que fue particularmente evidente en
la época de la Colonia. Inmediatamente después de fundadas las ciudades españolas,
algunas de ellas se constituyeron en los centros de poder (político, económico, cultural y
social) desde donde la toma de decisiones y las influencias determinantes irradiaron a
las zonas circundantes. En cada una de las provincias, gobernaciones o regiones
surgieron una o dos ciudades que se definieron como los ejes dominantes o focos de
poder de cada área. Este fenómeno no fue solamente el resultado de la Conquista y de
un proceso de fundaciones basado en razones circunstanciales, sino que tuvo también su
fundamento en motivos geográficos y en la propia ubicación de los pueblos
precolombinos, aunque también incidieron otros factores.
A pesar de que una parte de la costa atlántica de lo que después sería conocido como el
Reino de Guatemala fue recorrida por Colón en su cuarto viaje (1502), y posteriormente
por Juan Díaz de Solís y Vicente Yáñez Pinzón (1506), y pese también a la presencia
española en Panamá desde el segundo lustro del siglo, las fundaciones no se iniciaron
sino hasta en 1524 con la llegada de expediciones desde dos direcciones opuestas:
Panamá y México. Antes de esta fecha, en 1523, se había internado en Nicaragua la
expedición de Gil González Dávila, pero no efectuó fundación alguna. Al año siguiente
se produjeron las fundaciones de Guatemala (Pedro de Alvarado), León y Granada
(Francisco Hernández de Córdoba), y probablemente Huehuetlán, en Soconusco (Pedro
de Alvarado o gente bajo sus órdenes). Todas ellas se convirtieron en centros urbanos
importantes (aunque algunas sufrieron traslados), particularmente Santiago de
Guatemala debido a inundaciones y terremotos, que llegó a ser la capital del Reino, sede
de Audiencia y del principal obispado, y León, centro de la gobernación y del obispado.
Por razones de espacio y enfoque del tema, no se entra en los detalles de cada una de las
fundaciones realizadas, su evolución, permanencia o fracaso, etcétera. Sin embargo,
conviene señalar etapas y características generales de la política fundacional. En tal
sentido, se puede decir que, salvo en el caso de Costa Rica, la etapa de campañas
militares había ya concluido en 1540. Aunque todavía quedaban extensos territorios por
dominar, especialmente en las selvas húmedas tropicales de la vertiente del Caribe, las
regiones de mayor población indígena, es decir, el Altiplano central, la Bocacosta y la
Costa del Pacífico habían sido ya dominadas. De ahí que pueda afirmarse que la primera
etapa fundacional de los centros urbanos españoles terminó en dicho año.
De acuerdo con el resumen realizado por Carlos Meléndez Chaverri en 1977 (al que se
han hecho agregados y del que se ha eliminado lo correspondiente a Panamá), se puede
apreciar que en el Reino de Guatemala se fundaron durante el siglo XVI alrededor de 50
ciudades y villas, de las que solamente perduran unas 19. De aquel total, 28 se
establecieron antes de 1540. En la década siguiente sólo se fundaron seis; entre 1551-
1560, apenas dos; ocho en la década de 1561-1570, de las cuales cinco corresponden a
Costa Rica (sólo una perduró); y seis en la década de 1571-1580, de las que nuevamente
cinco fueron en Costa Rica y solamente una prosperó. Finalmente, en las dos décadas
finales del siglo no se registró fundación alguna (Cuadro 5).
Al cierre del siglo XVI las ciudades y villas con Ayuntamiento pueden jerarquizarse, de
acuerdo con el número de residentes españoles que tenían, en la siguiente forma: una
ciudad con casi 500 vecinos, Santiago de Guatemala; dos con más de 200: Granada y
Ciudad Real; tres con alrededor de 200: San Salvador, Comayagua y la Villa de
Sonsonate; siete fluctuaban entre más o menos los 100 vecinos: las ciudades de León y
Cartago, junto con las villas de Huehuetlán, Tegucigalpa, San Miguel, El Realejo y
Trujillo; y seis con menos de 50 (todas ellas existieron como villas la mayor parte del
tiempo): Gracias a Dios, San Pedro Sula, Olancho, Nueva Segovia, Esparza y Puerto
Caballos. Hubo, pues, en el Reino de Guatemala, un total de 19 centros urbanos
españoles de cierta importancia.
El desarrollo de estos centros puede asociarse al de las diversas regiones que se fueron
delimitando en todo el Reino, cada una de las cuales giró en torno a un foco de poder (la
sede del gobierno o de la autoridad política principal). La importancia de cada uno de
estos núcleos urbanos dependió del desarrollo agrícola y prosperidad de la etapa
extractiva del siglo XVI, que luego se demostraría pasajera. De esta manera, por
ejemplo, Huehuetlán creció por el comercio del cacao, y cuando éste entró en crisis tuvo
una rápida declinación. De igual forma, la prosperidad de San Salvador y Sonsonate
estuvo asociada al cacao y luego al añil. Por su parte, Tegucigalpa fue prácticamente la
única ciudad que debió su crecimiento a la minería. El Reino de Guatemala se definió
como una zona fundamentalmente agrícola, cuya economía dependió de la exportación
sucesiva de un solo producto agrícola. La etapa extractiva del bálsamo, la zarzaparrilla,
la vainilla y los metales preciosos en los ríos se agotó en poco tiempo. El único recurso
duradero fue la agricultura, asociada íntimamente a la existencia de la fuerza laboral
aborigen.
El Oidor Rogel recurrió a la ayuda de los religiosos, muchos de los cuales eran buenos
conocedores de los idiomas de los indios, e inició la reducción a pueblos comenzando
en la de Patinamit, `corte antigua de Guatemala', es decir, de los cakchiqueles. El primer
pueblo `reducido' fue el de Tecpán Guatemala; luego siguió el de Chimaltenango, que
estaba donde ahora está Comalapa, `y lo hizo acercarse a la ciudad de Guatemala'; y el
de Comalapa, que estaba en el sitio llamado Puvakil, lo asentó donde se encuentra en la
actualidad. Aparentemente primero dirigió su atención `a las cabeceras de los señoríos',
y así continuó con Atitlán, Tecpán Atitlán (hoy Sololá), Totonicapán (San Miguel) y
Quezaltenango. Estos últimos, según Vázquez, `no dieron tanto trabajo' porque `ya
estaban algo domesticados por los religiosos'. De acuerdo con lo que informó el Obispo
Marroquín, en abril de 1548 se hallaba encaminada la reducción a pueblos. Según el
Memorial de Sololá, el día 7 Caok (30 de octubre de 1547) se estableció la ciudad de
Sololá o Tecpán Atitlán.
Parece ser que en zonas demasiado alejadas pudo haber más dificultad para sacar a los
indios de sus `barrancas' y `montes', `recoger' a los fugitivos y obligarlos a establecerse
permanentemente en poblados, de acuerdo al patrón europeo, ya que estaban
acostumbrados a vivir dispersos, cada familia en su parcela y `cada indio en su milpa',
como decían los españoles del siglo XVI. Sucedió frecuentemente que los indios ya
reducidos regresaran a vivir en sus cultivos. De hecho, aún hoy día, ciertos poblados
han sido catalogados (por los antropólogos sociales, etnólogos y sociólogos) como
`pueblos vacíos' durante el ciclo agrícola, a los cuales acuden sus habitantes en dicha
temporada sólo periódicamente, el domingo o el día de mercado y en las fiestas locales
importantes. Los indígenas tardaron bastante en adaptarse al sistema de vida de los
poblados de tipo europeo. Los archivos están llenos de testimonios acerca de la
resistencia que presentaron durante largo tiempo y con diversos resultados. Sin
embargo, debe reconocerse la habilidad y el buen método seguido por los frailes,
primero para hacer la congregación y luego para lograr la adaptación de los indígenas a
esa forma de vida.
Las calles resultaron relativamente rectas, en especial en la parte más céntrica del
poblado. La orientación de las calles era hacia los puntos cardinales, con una leve
desviación del Norte hacia el Norte magnético (NNE). Las manzanas tenían
generalmente 100 varas por lado, y las calles entre ocho y diez varas de ancho. Cada
manzana comprendía varias parcelas, y las casas quedaban interpoladas, pues cada
familia tenía su parte dedicada a la siembra, animales domésticos, horno, temascal,
etcétera. En cuanto a los lugares escogidos, en general se buscó que fueran zonas llanas
y no muy alejadas de las áreas originales de los indios. Se trató, asimismo, que los
vecinos congregados fueran de la misma etnia e idioma. Sin embargo, en algunos casos
éstos pertenecían a diversos clanes o calpullis, que entonces daban lugar a la formación
de barrios diferenciados dentro de la misma cabecera municipal. Probablemente la
distribución de la población en los diferentes municipios se hizo también de acuerdo
con la forma en que estaban asignadas las encomiendas. En otros casos el factor para la
ubicación de un pueblo pudo haber sido la preexistencia de una iglesia cristiana o,
excepcionalmente, de un convento, por ejemplo, en San Cristóbal Totonicapán.
La reducción tuvo sus problemas y, contra lo que parecen indicar las idealizadas
descripciones de Remesal y Vázquez, causó graves perjuicios a los indios,
especialmente a los que se resistieron. Edward O'Flaherty se refiere a lo mucho que los
indios sufrieron durante el proceso. Según este autor, la congregación se intensificó en
los años 1553 y 1554. Cada reducción siempre debía ser supervisada por un oidor, a
cuyo lado actuaban un escribano y un intérprete. Los frailes apoyaron la necesidad y
urgencia de juntar a los indios en pueblos como medio eficaz de reforzar la
evangelización y eliminar la religión tradicional, pues de esta manera se les podía
controlar más fácilmente.
La inmensa mayoría de los pueblos de indios del Reino de Guatemala presenta el patrón
urbano de cuadrícula. Sólo las aldeas y caseríos más pequeños (probablemente
agrupaciones de indios que se resistieron con buen éxito a juntarse en los poblados
mayores, o `fundaciones' más tardías realizadas fuera del control de las autoridades)
muestran una forma irregular. En todos los pueblos se encuentra la plaza mayor en el
centro, con la iglesia (generalmente con la portada hacia el Este) en uno de los lados y el
Cabildo en otro. Aún hoy en día se pueden ver las calles relativamente rectas. Por
supuesto, las condiciones geográficas determinaron muchas veces el alineamiento y el
crecimiento del poblado. Según Felix W. McBryde, las calles principales de Sololá, por
ejemplo, siguen el eje de la pequeña depresión de la terraza en que se halla, y las
pendientes hacia el Este y el Oeste limitaron la expansión en esas direcciones. Otros
pueblos tienen una orientación distinta, como Patzún, que se extiende de Noroeste a
Sureste y Chicacao, de Nordeste a Suroeste; San Antonio Suchitepéquez casi de Este a
Oeste.
La única ciudad que verdaderamente creció durante el siglo XVII fue Guatemala, sede
del gobierno regional, de la Audiencia, de la educación superior, de los grandes
monasterios, del principal obispado, y centro del poder económico del Reino. A
principios del siglo tenía unos 500 vecinos españoles e igual número de indígenas,
ladinos y `castas', y como cada vecino era jefe de una familia promedio de cinco
personas, se obtiene un total de 5,000 habitantes. Alrededor de 1700, esta cifra llegaba a
30,000.
En cuanto a otras ciudades, los principales cambios pueden resumirse así: Ciudad Real
disminuyó en su importancia relativa; Trujillo, Gracias a Dios y Nueva Segovia
perdieron su Ayuntamiento; dejaron de ser villas El Realejo, Xerez de la Choluteca, San
Pedro Sula y San Jorge de Olancho (que antes había sido ciudad). Mientras tanto
surgieron dos nuevas villas de `ladinos', según se verá a continuación. En relación a los
despoblamientos y abandonos, se afirmó la tendencia del siglo precedente: se
produjeron en los centros urbanos del litoral (fueran costeros o cercanos a la costa)
especialmente en el Atlántico. Al contrario, todas las ciudades que se mantuvieron y las
nuevas villas correspondieron al interior, a zonas templadas o de Bocacosta más
relacionadas con la vertiente del Océano Pacífico, es decir, las más sanas, con mayor
población aborigen y donde se hallaban los cultivos de cacao y añil.
Como ya se dijo, después del siglo XVI fue excepcional la fundación de poblados no
indígenas. A continuación se hace referencia a tres intentos fallidos. El primero se
verificó en 1604 cerca de la capital del Reino, en lo que entonces era el Valle de Mixco,
es decir el que ahora ocupa la ciudad de Guatemala, en el llamado Llano de la Culebra
por la cercanía del montículo prehispánico, sobre el que se construyó hacia 1780 el
acueducto de Pinula. El proyecto contó con la iniciativa y apoyo del Presidente de la
Audiencia, Doctor Alonso Criado de Castilla, por lo cual la propuesta villa iba a
llamarse San Ildefonso de Castilla. Tras dejar la presidencia Criado de Castilla el intento
fracasó, pues su sucesor, Antonio de Peraza Ayala y Rojas, Conde de la Gomera,
atendió más bien la posición contraria del Ayuntamiento de Santiago de Guatemala, que
consideró tal iniciativa lesiva a sus intereses. La cercana población vendría, en efecto, a
limitar la jurisdicción de Santiago sobre el Corregimiento del Valle, al abrir la brecha
para nuevas fundaciones de villas, cuyos Ayuntamientos no dependerían ya del de la
capital del Reino de Guatemala.
El segundo intento, también a principios de siglo, ocurrió en Costa Rica, aunque en este
caso sí se verificó la fundación. El Gobernador Juan de Ocón y Trillo ordenó a Diego de
Soja y Peñaranda que hiciera una entrada en la Talamanca, para someter a los indios del
valle de Duy. El 10 de octubre de 1605, en la margen del Río Sixaola, fundó la ciudad
que solemnemente llamó Santiago de Talamanca. Trazó la planta, repartió solares y
asignó sitio para el templo a cargo de frailes franciscanos. En un principio hubo cierta
prosperidad, pero pronto se produjeron problemas al cambiar la jefatura de los
españoles (el Gobernador nombró a un sobrino suyo para sustituir al fundador) y
especialmente al llegar, en febrero de 1610, Gonzalo Vázquez de Coronado como
`gobernador y lugarteniente de capitán general' del valle de Duy y Mexicanos. Este
cometió atrocidades contra los indios, quienes sitiaron la `ciudad', que no pudieron
tomar por la llegada de refuerzos españoles. Sin embargo, se hizo imposible mantenerse
ya en la región, que se abandonó.
Durante todo el siglo, sólo se produjeron dos fundaciones con buenos resultados de
poblados no indígenas. La primera se hizo en 1611, durante el gobierno del Presidente
Antonio de Peraza (el mismo que no prosiguió la fundación de San Ildefonso de
Castilla), en la Alcaldía Mayor de Escuintla y Guazacapán, región entonces casi
despoblada de aborígenes. Se le dio el nombre de La Gomera, y Vázquez de Espinosa la
describió como `pueblo de negros y mulatos libres'. De acuerdo con José Milla, esta
fundación le valió al Presidente el condado de La Gomera.
Severo Martínez considera que a mediados del siglo XVII se produjo en el Reino de
Guatemala lo que él llama un `viraje repentino y brusco' en la política de fundación de
villas de ladinos. En su criterio, la explicación estaría en lo que denomina `fenómeno
básico de la dinámica colonial', consistente en la `pugna' entre la Corona y los
hacendados criollos (propietarios de explotaciones agrícolas de algún tamaño) en
relación a los indios. Dentro de esta pugna era deseable para el poder real cualquier
factor que produjera una distensión. Este autor cree que la presencia de ladinos
desarraigados y dispersos (trabajadores rurales necesitados) favorecía a los hacendados
al proporcionarles mano de obra barata, que usualmente laboraba a cambio del
usufructo de alguna tierra, y los aliviaba así de la necesidad de contar con trabajadores
indios. Por otro lado, considera que se impidió la fundación de villas de ladinos porque
el requerimiento de tierras que éstos suponían podía poner en peligro el sistema de
repartimiento de indios. En el esquema de Martínez hay sólo una parte de la verdad, al
simplificar un fenómeno que fue más complejo.
En primer lugar, resulta difícil hablar de `viraje' en la política fundacional, cuando hasta
ese momento no había existido ninguna política para establecer nuevas villas de
españoles y ladinos. Para entender por qué hubo tan pocas fundaciones basta tener en
cuenta la situación que vivía el Reino de Guatemala. Se había producido una profunda
crisis demográfica, que dejó mucho espacio disponible. Además, la población española
y ladina apenas empezaba a crecer y no tenía todavía necesidad de nuevos poblados.
Podía en efecto acomodarse en las ciudades y villas existentes, en las haciendas
(generalmente como capataces y administradores los blancos y mulatos, y los negros
como esclavos), así como en algunos pueblos de indios (los más cercanos a las
ciudades, villas, haciendas y al `camino real'), hecho este último que se toleró algunas
veces dentro de ciertos límites. Por otra parte, el sistema de plantaciones sufrió una
crisis, y se abandonó el carácter extensivo que hasta entonces había tenido, con lo que
cesó la necesidad de movilizar trabajadores indios del Altiplano hacia la Bocacosta del
Pacífico. Los indígenas sólo eran indispensables como mano de obra en las cercanías de
los centros urbanos y en las zonas añileras (contra prohibición expresa), que fueron las
`zonas críticas' de la explotación resultante de los repartimientos y servicios personales.
En el resto de las regiones donde hubo disminución demográfica pero no
despoblamiento (sobre todo en los altiplanos), los indios quedaron aislados en sus
pueblos, explotados indirectamente por medio de la tributación en dinero y trabajo a la
que estaban obligados.
En la segunda mitad del siglo XVI, en que se produjo una gran despoblación indígena,
tampoco hubo necesidad de fundar nuevos pueblos de indios. Antes bien, se dio el
proceso particular de varios pueblos o anexos que se concentraron en un solo asiento al
ser abandonados o quedar su población muy reducida. Las escasas excepciones de
nuevas fundaciones que se intentaron estuvieron siempre vinculadas a nuevos esfuerzos
de `reducción y conquista' en regiones sin dominar, y que rara vez prosperaron.
En la zona norte de lo que hoy es la República de Guatemala hubo diversos grupos que
quedaron sin conquistar: choles, manchés, mopanes y lacandones. Los primeros con
quienes se entró en contacto fueron los choles, que vivían cerca del último confín o
poblado kekchí (q'eqchi') de Cahabón, en la Verapaz. Conviene advertir que a veces se
hace referencia a ellos como de la `región del Manché'.
El esfuerzo por reducir estos grupos obedeció, por un lado, al deseo de comunicar
Yucatán con la Verapaz, y por otro, a la decisión de terminar con el mal ejemplo que
daban a los indios `pacíficos' que huían en esa dirección, así como acabar con el
hostigamiento que ejercían sobre los indios cristianos. Fray Antonio de Remesal se
ocupa del asunto al final de su obra. Sitúa el inicio del proceso en 1594-1596, poco
antes de la llegada del Presidente Criado de Castilla (quien tomó posesión el 19 de
septiembre de 1598). En 1606 se habían ya descubierto y bautizado los habitantes de
algunos pueblos: San Felipe Cahal, San Pablo Yaxhá, San Jacinto Matzín, San Vicente
Ixil, Santa María Manché y San José Ixbón, y se tenía noticia de otros cinco: `Yool,
Cequichán, Noquichán, Mopán y Yxoemo'. Aunque dicho autor habla de `pueblos', no
es probable que se hubiera hecho verdadera traza a cordel ni producido efectiva y total
reducción.
En esta misma época, en el año 1631, fue la `destrucción' de los pueblos de San Andrés
Polochic y Santa Catarina Xocoló, en el Río Dulce, también de choles, que había
reducido Fray Domingo de Vico de la Orden Dominica alrededor de 1560. Según dice
Francisco Ximénez, casi simultáneamente ocurrió la `fuga y derrama' de los indios que
Fray Pedro Lorenzo había sacado de Pochutla y llevado a Ocosingo (Chiapas) para
poblarlo. Quizás todo esto estuvo asociado con la peste que, según señalan diversos
autores, asoló todo el Reino de Guatemala aproximadamente en 1631.
Los dominicos fueron nuevamente los que intentaron otra `entrada', esta vez bajo la
dirección de Fray Francisco Gallegos, en 1674, al dejar de ser Provincial. El avance
duró dos años y de él ha quedado un interesante informe impreso. El Provincial de la
Orden de Santo Domingo informó además en 1680 que, gracias al celo de sus
religiosos, se había logrado reducir `al gremio de la iglesia' más de 3,000 almas del
Lacandón o Vokol Provincia del Manché, y enumera los pueblos con sus vecinos: San
Lucas (190), Rosario (200), Santiago (194), San Jacinto Matzín (198), San Pedro y San
Pablo (240), Asunción Chocatiau (150), San Joseph May (300), San Miguel Manché
(248), San Francisco Sacomo (125) y San Francisco Axoy (120).
Sin embargo, Ximénez narra cómo a partir de 1677, y especialmente en marzo y abril
del año siguiente, los choles se volvieron a levantar. Como es usual en él, achacó este
hecho a las vejaciones que sufrían de parte del Alcalde Mayor Sebastián de Olivera,
aunque también menciona los malos tratos ocasionados por un indio. Para agravar la
situación, en el pueblo de San Lucas, que había permanecido pacífico, se desató una
peste que mató a todos los niños de ocho y diez años para abajo, `de manera que no
quedó criatura de pecho, ni de los grandecitos de seis a siete años'. Dicha peste atacó
después a los mayores, aunque de ellos no murieron muchos. En total, fallecieron 400
personas y los indios abandonaron los pueblos.
Fray Antonio de Molina corrobora lo anterior, y menciona una entrada que hicieron en
1681 los padres Juan Serrano del Barco, Leonardo Serrano y José Delgado, para reducir
a los que antes habían huido, pero sin conseguir objetivo alguno. Nuevamente se
hicieron intentos en 1684 y 1685, con escaso resultado. En el paraje de San Lucas
lograron reunir unos pocos indios, bajo la dirección de Fray Agustín Cano. Pero pronto,
en 1688, éstos volvieron a rebelarse, y quemaron el pueblo y la iglesia. Ximénez se
lamenta de que era la quinta o sexta vez que apostataban de su fe.
Los otros pueblos se fundaron así: cinco a la vera del camino al castillo de Campeche, y
seis en el de la Verapaz. San Luis, elevado a curato, era el más cercano a la Verapaz y
estaba a 40 leguas del presidio. Nuestra Señora de los Dolores del Lacandón fue
fundación importante, por haber sido antes un gran centro lacandón; así como Santo
Toribio, Santa Ana, San Ramón, San Francisco (que se extinguió), y San Pedro, este
último en dirección a Belice. También se mencionan San Miguel y Santa Rita, en el
camino a la Laguna de Cabán. La región quedó políticamente dependiente de
Guatemala pero bajo la administración eclesiástica del Obispo de Mérida.
Esta tardía conquista y reducción tuvo una suerte semejante a las del siglo XVI, con su
propio proceso de mortandad por enfermedades, lo que provocó una notable
disminución de la población aborigen, tal como se menciona ya en 1700.
Similares intentos se realizaron por los franciscanos para catequizar la Costa atlántica
oriental de Honduras, conocida como Taguzgalpa y Tologalpa. A lo largo del siglo
XVII se repitieron las entradas y los fracasos detalladamente descritos por Fray
Francisco Vázquez. En la década de 1620, en lo que pareció una afortunada tentativa, se
bautizaron más de 600 adultos `y mucha cantidad de párvulos', y se fundaron siete
`poblazoncillas': Azocecgua, Yaxamahá, Borbortabahca, Zuy y Barcaquer, Murahquí
(inicialmente llamada Guampún) y Xarúa. Empero, pronto comenzaron las fugas y
finalmente vino el fracaso. En la década de 1674, los franciscanos fueron a fundar otros
`pueblecillos': Santa Marta, San Buenaventura, San Pedro Apóstol, San Francisco, San
Pedro de Alcántara, San Sebastián y San Felipe de Jesús, donde empadronaron hasta
600 almas en 1675, sin contar cerca de 100 adultos `que habían muerto en cristianismo,
y más de otros tantos párvulos que con agua de bautismo fueron a gozar de la gloria'.
Sin embargo, tampoco esta vez perduraron las fundaciones. En resumen, el siglo
finalizó sin que se lograra ninguna congregación perdurable; antes bien, tales esfuerzos
contribuyeron al despoblamiento de la región.
Existen pocas noticias acerca de otras fundaciones de pueblos de indios durante el siglo
XVII en el Reino de Guatemala. Por ejemplo, se tiene conocimiento de que en 1610 se
intentó la catequización y congregación de `indios infieles llamados beacaoba', cercanos
a la Provincia de Sébaco en Nicaragua, proyecto que no logró terminarse. Por otro lado,
a mediados de siglo se estableció en Costa Rica el pueblo de San Bartolomé de
Urinama, en la frontera norte de Talamanca, fundación que según Murdo J. MacLeod
estuvo asociada a la necesidad de los hacendados cacaoteros de tener mano de obra para
sus cultivos en Matina.
Conclusiones
Durante el siglo XVI el ciclo fundacional de ciudades y villas de españoles en el Reino
de Guatemala se inició en 1524, y tuvo su etapa más intensa hasta 1540. En los
siguientes 40 años se hicieron menos fundaciones y ninguna en las últimas dos décadas
de la centuria. El ciclo fundacional de pueblos de indios fue más tardío y corto: duró
poco más de una década en Guatemala (1547-1560), y algo más en las otras regiones.
Por otra parte, el Reino de Guatemala fue, si no la primera, una de las regiones de
América en que se inició más tempranamente la reducción de los indígenas a pueblos
con traza formal.
Las ciudades y villas de españoles que prosperaron estaban todas en lugares del interior,
en tierras de altura intermedia y en mesetas y valles de clima sano, lo más parecido
posible al mediterráneo europeo. Al igual que en otras partes de la América española, se
ubicaron en zonas de densa población aborigen. Es significativo que la ciudad más
importante del Reino, que se convirtió en su capital y sede de la Audiencia, se levantara
precisamente en la región de más densa población precolombina.
Las provincias donde las fundaciones españolas tuvieron menos fracasos fueron
Chiapas, Guatemala y San Salvador y, en segundo término, Honduras, es decir, las
regiones donde la población precolombina era más abundante. Pero esta labor
fundacional fracasó más frecuentemente en Nicaragua y en Costa Rica, donde la
población indígena no sólo fue escasa sino que seminómada y evadía la proximidad de
los colonizadores.
Entre los modelos urbanísticos que distingue Jorge Hardoy, el predominante fue el que
llama `clásico', con plaza central y calles orientadas a los puntos cardinales. Tanto en
los centros españoles como en los indígenas, este modelo mostró ser de fácil aplicación,
funcional y práctico y, recogido a posteriori por la legislación indiana, se aplicó sin
cambios a lo largo de la dominación española.
A partir de mediados del siglo XVI se verificaron muy pocas fundaciones de ciudades y
villas y de pueblos de indios. Sin duda, un factor importante que influyó en ello fue la
falta de población. En efecto, hasta bien entrado el siglo XVIII hubo escasa población
española, mestiza o ladina, la cual había podido entretanto acomodarse sin mayores
problemas en los centros urbanos ya existentes y en las haciendas propiedad de
españoles. Sin embargo, poco a poco fue creándose una población desarraigada y
dispersa, fuente de constantes problemas, sobre todo en la segunda mitad del siglo
XVIII. En el siglo XVII el gobierno se limitó a lamentar la situación o a criticar la
calidad moral de los `ladinos', sin elaborar una política que ayudara a resolverla.
En cuanto a las fundaciones de indios, casi todos los nuevos pueblos que se
establecieron estuvieron asociados a los reiterados intentos de conquista y dominio y, en
general, tuvieron resultados precarios. La política fundacional fracasó tanto en las zonas
fronterizas, donde los indios se fugaban, se rebelaban o eran hostilizados por los aún no
dominados, como en los escasos intentos de trasladar indios rebeldes a zonas pacíficas
alejadas de sus territorios. Lentamente se avanzó en la dominación de los aborígenes
`salvajes', aunque por lo general el control de nuevos territorios se produjo más bien por
el vacío demográfico que provocaba el alejamiento de estos indios seminómadas a
zonas en que no eran molestados. Otros factores que obstaculizaron el proceso
fundacional fueron la escasez de recursos humanos y económicos, los problemas de
clima, la falta de apoyo a los religiosos y la poca riqueza de las zonas que se iban a
dominar.
Cabe finalmente concluir que a partir de mediados del siglo XVI, una vez terminada la
etapa de conquista y colonización (lo cual en el caso de Costa Rica no ocurrió sino hasta
la década de 1580), así como la de reducción de los naturales a pueblos, no hubo una
política fundacional, particularmente en lo relativo a la problemática situación de la
creciente población mulata, mestiza o ladina. Al igual que en otros aspectos de la
estructura colonial española, una vez establecido un patrón fundacional en el siglo XVI,
y aunque las circunstancias económicas y sociales fueran cambiando, el gobierno
mantenía la misma actitud de inactividad e inercia.
HORACIO CABEZAS CARCACHE
Las misiones y reducciones corresponden a los dos períodos citados. Se conoce como
misiones a la forma en que los eclesiásticos (sacerdotes seculares y frailes) trataron de
catequizar y evangelizar a los nativos, en la coyuntura en que prevalecieron los intereses
de los conquistadores sobre los de la Corona. Las reducciones a poblados, por el
contrario, aunque teóricamente debían servir para adoctrinar, cristianizar y enseñar a los
indígenas a vivir al modo europeo en términos políticos y sociales, se utilizaron,
sobretodo especialmente en la práctica, como el mejor medio para la consolidación del
conjunto de transformaciones socioeconómicas que implicaba el proyecto político de
institucionalización del orden colonial en el Reino de Guatemala.
Sin embargo, a lo largo del período colonial se dio una constante contradicción entre las
pautas aprobadas por la Corona y la conducta de los conquistadores, ya que el fin
primero (la cristianización y evangelización) interesaba menos a los ejecutores de las
citadas empresas. Por ello, un gran sector de los dirigentes religiosos mantuvo una cierta
presión sobre la Corona para que no se descuidara el mandato de la bula de donación,
especialmente en las primeras décadas de la colonización.
En Guatemala, como en casi todas las Indias Occidentales, hubo muy pocos
eclesiásticos entre quienes llevaron a cabo las primeras acciones de conquista. Con un
número reducido de religiosos difícilmente podían realizarse las tareas de adoctrinar y
evangelizar a los indígenas, sobre todo por los intereses económicos que movían a
dichos eclesiásticos. Antonio de Remesal dice sobre el particular:
De hecho, la labor que efectuaron los primeros curas consistió básicamente en bautizos
masivos y prédicas mediante intérprete, pero estas acciones no tuvieron mayor
incidencia evangelizadora, pues no sólo eran recibidas por un reducido número de
indígenas que vivían en los nim já (Casas Grandes) y los tinamit (poblados en general),
sino implicaban vocablos y expresiones tan abstractos como el de `santísima trinidad',
`concepción virginal', `resurrección', `eucaristía', etcétera. Todo ello era difícil de
comprender para un auditorio que tenía una concepción distinta del mundo y usaba un
lenguaje eminentemente materialista. De manera que los primeros eclesiásticos,
principalmente los frailes, se vieron obligados a estudiar y aprender las lenguas de los
indígenas en contra de las disposiciones de la Corona, las cuales tendían a impulsar una
política de castellanización apoyada en el uso práctico de gramáticas, catecismos y
sermones escritos en los idiomas nativos.
Por otro lado, el período de la Conquista y las dos décadas siguientes se caracterizaron
por la depredación humana, el tráfico esclavista con los indígenas, su explotación en las
minas y en el lavado de oro, el maltrato, la violencia sexual, etcétera. A todo ello se
sumaba el mal ejemplo de gran parte de los españoles, lo cual sorprendía mucho a los
nativos por ser totalmente contrario a los principios predicados por los sacerdotes. La
actitud y el comportamiento inhumano de los castellanos negaban en la práctica lo que
significaba vivir cristianamente y constituían el mayor obstáculo para la evangelización
de los naturales. Era necesario, pues, transformar profundamente las estrategias
adoptadas por los misioneros, casi todos del clero secular, para cumplir con el mandato
papal de evangelizar a estos pueblos. Entonces se pensó con más insistencia en
concentrar a los indígenas en poblados, los que se conocerían después con los nombres
de `reducciones', `congregaciones' o `pueblos'.
La propuesta de Las Casas fue más precisa y radical. Aunque anteriormente había
impulsado un proyecto de convivencia de labradores españoles con indígenas, que
nunca se llevó a la práctica, esta vez consideraba que la concentración de los indígenas
en poblados debería hacerse sin la presencia de españoles y en forma pacífica, ya que de
otra manera no sería factible su cristianización. Bartolomé de Las Casas decía:
Atendiendo dichas solicitudes, la Corona promulgó una cédula, en 1537, por la cual se
ordenaba juntar a los naturales. Pero en la misma cédula real se decía a manera de
advertencia: `...si cómodamente se pudiese hacer e sin premia [presión] e no contra su
voluntad', lo cual aprovecharon las autoridades coloniales para no dar cumplimiento a
las instrucciones reales. El Obispo Marroquín escribió una vez más a la Corona,
insistiendo en la necesidad de concentrar a los indígenas para cumplir el mandato papal
sobre la cristianización de los territorios conquistados. Marroquín se expresaba así:
Se puede apreciar que los proyectos originales de reducir a los indígenas a poblados
tenían como fin primordial cristianizarlos y enseñarles a vivir al modo europeo y como
fin secundario obtener un beneficio de ellos. Los religiosos creían que así podría
superarse el poco éxito que hasta entonces habían tenido las misiones. Juntamente con
el proyecto de concentrar a los indígenas en poblados, el Obispo Marroquín expuso ante
la Corona la necesidad de ampliar el número de eclesiásticos, especialmente frailes, para
`plantar la fe, piedra fundamental, y desarraigar las malas costumbres y mal ejemplo
que los españoles hemos dado y puesto'. Como se puede comprobar, en 1537 el Obispo
Francisco Marroquín se había sumado a los frailes letrados que, dirigidos por Bartolomé
de Las Casas, eran partidarios de la separación residencial, y éste fue en adelante el
criterio que privó en la legislación indiana respecto a la concentración de los naturales
en poblados y su organización política.
Reducción a Pueblos
Más de una década transcurrió en el Reino de Guatemala entre la promulgación de la
primera cédula real que ordenaba la reducción a poblados, y la ejecución de la misma.
En efecto, en 1537 la Corona mandó por primera vez que se emprendiera la
concentración de los indígenas; en 1540 insistió y ordenó al obispo y gobernador que
procurara por la mejor vía disponible juntar a los indios en poblados. La cédula señala
lo siguiente:
Sin embargo, todavía en 1546, año en que se realizó en México la junta eclesiástica de
obispos y provinciales de órdenes religiosas, las cédulas no se habían puesto en práctica.
Hasta en 1549 la Audiencia, con la ayuda decisiva de los frailes dedicados hasta
entonces a la actividad misionera, inició en forma sistemática la ejecución del proyecto
político de las reducciones, el cual consistía en agrupar a los indígenas en poblados, con
autoridades propias, y en asentamientos en los que se tuvieran lineamientos urbanos
(mercados, plazas, mesones, etcétera).
Los procedimientos empleados para congregar a los indígenas fueron diversos. Los
cakchiqueles dicen que salieron de las cuevas y barrancos por orden de Juan Rogel, en
octubre de 1547, para asentarse en poblados y comenzar su instrucción cristiana. Sin
embargo, los cronistas españoles difieren al explicar el modo en que se efectuó dicha
concentración. Remesal, fraile dominico, estima, por ejemplo, que las reducciones
fueron producto del celo de las distintas órdenes (dominicos, franciscanos,
mercedarios), que actuaron para ello con el respaldo de la Audiencia. Se procedía en
forma pacífica, después de convencer a los dirigentes indígenas (principales) sobre la
conveniencia de vivir concentrados en poblados; luego se observaban las siguientes
etapas: escoger el nuevo sitio; sembrar la milpa; construir las casas mientras maduraba
el maíz; y, ya próxima la cosecha, se señalaba un día para el traslado, con muchos bailes
y fiestas.
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, cronista, funcionario y encomendero, afirma
en cambio que fueron los primeros conquistadores los que llevaron a cabo buena
cantidad de las concentraciones de indios en pueblos. Salían, dice, por la noche, y caían
sobre las rancherías `poniendo las presas que iban habiendo y agregando en sus sitios y
territorios de milperías en poder y al cuidado de personas de confianza y celo, que con
caricia y alago los mantenían... y fundaban un pueblo de 200, 300, 800 personas más o
menos según la diligencia de cada uno'. Ximénez, Fraile dominico, niega credibilidad a
Fuentes y Guzmán, y asevera que el patrón de poblamiento fue único y respondió a las
directrices indicadas por Remesal. Todo parece indicar que lo descrito por Fuentes y
Guzmán no respondió precisamente al proyecto de congregar a los indígenas en
poblados, sino a un fenómeno anterior, ligado a la esclavización de ellos, y que más
bien provocó, durante las dos primeras décadas de la Conquista, el despoblamiento de la
mayoría de los asentamientos prehispánicos.
Los sitios de los nuevos asentamientos variaron notablemente con respecto al patrón
urbano tradicional de los indígenas. En efecto, los señoríos guatemaltecos construían
sus centros políticos en áreas planas y angostas, rodeadas de barrancos. Importaba más
la posición estratégica del sitio para la defensa militar que las potencialidades agrícolas.
En el procedimiento colonial posterior, en cambio, se escogían `áreas planas, lejos de
elevadas posiciones defensivas, con agua suficiente y abundantes tierras para pastura y
cultivos, y, de ser posible, cerca de minas o plantaciones'. Este tipo de asentamiento
correspondió por lo general a los pueblos de indios que se fundaron más allá de la
periferia de la ciudad de Santiago, porque en los pueblos cincunvecinos de esta ciudad
los nativos no contaban, salvo raras excepciones, con tierras propias. Sin embargo, en
algunos casos se escogieron los anteriores asentamientos. Esta fue la situación de
antiguos poblados, de tamaño intermedio entre las dimensiones de una ranchería y una
ciudadela, por ejemplo Chimequenyá, Chuvá Tzac, Cakolqueh y Tuhalhá, donde se
formaron los nuevos poblados de San Miguel Totonicapán, Momostenango,
Mazatenango y Sacapulas, respectivamente (ver Cuadro 9).
George Lovell y William Swezey han demostrado que a fines del siglo XVI los barrios
de Sacapulas estaban divididos en grupos familiares de `nativos' y `extranjeros'. Las
parcialidades `extranjeras' luchaban por el control y distribución de los fondos de la
comunidad, el derecho a elegir sus propios representantes civiles, y el dominio sobre las
tierras de las que habían sido sacados para concentrarlos en el nuevo asentamiento. Las
reducciones indígenas aprovecharon e hicieron perdurar tal tipo de organización social
prehispánica, el cual se mantuvo todavía a finales del siglo XVII en la mayoría de los
poblados indígenas, por ejemplo en Sacapulas, donde convivían las parcialidades
Cuatlán, Tulteca, Bechauazar, Acunil y Magdalena (ver Cuadro 9).
Entre los miembros de la Audiencia que sobresalieron en las tareas de reducir a los
indígenas figuran Pedro Ramírez Quiñónez, que colaboró en la formación de los
pueblos de Sacapulas, Aguacatán, Santa Cruz del Quiché, Zacualpa, San Pedro
Jocopilas, Cunén, y San Andrés; Juan Rogel, que trabajó en las reducciones de los
naturales de Tecpán Guatemala, Chimaltenango, Comalapa, Atitlán, Totonicapán, y
Quezaltenango; y Diego Mazariegos y Gonzalo Hidalgo de Montemayor, que fundaron
diversos pueblos en Chiapas. Las órdenes que más se destacaron fueron las de los
dominicos, franciscanos y mercedarios. Entre los miembros de éstas, Fray Gonzalo
redujo a los tzutujiles; Alonso Bustillo trabajó en la reducción de Tzololá; Diego de
Alvaque, en Totonicapán y Quezaltenango; Diego de Ordóñez, en diversos pueblos del
valle de Guatemala; Pedro de Angulo y Juan de Torres, en Sacapulas, Yantla y
Aguacatán; Benito de Villacañas, en San Lucas; y Diego Martínez, en San Juan de
Amatitlán.
Al mismo tiempo que desarrollaban dicha labor, los frailes se enfrascaron en celos y
luchas por el control del mayor número de pueblos de indígenas. El Memorial de Sololá
se refiere lacónicamente a tal hecho, acontecido en 1554 en Quezaltenango:
En cuanto al número de reducciones establecidas, Adriaan van Oss indica que en 1555
los eclesiásticos habían logrado formar 95 poblados, de los cuales 47 eran doctrinas de
los frailes dominicos, 37 de la orden franciscana, seis de los mercedarios y cinco
pertenecían al clero secular. El mismo autor estima también que en 1600 el número de
pueblos fundados era de 336, y que 82 pertenecían a los dominicos, 108 a los padres
franciscanos, 42 a los mercedarios y 104 al clero secular. El incremento en los del clero
secular se debió a que la mayoría de pueblos cacaoteros de la Costa Sur pasaron en la
segunda mitad del siglo XVI a sus manos por orden de los obispos de Santiago de
Guatemala.
Cabildo indígena
Respecto del Cabildo indígena, la Corona había ordenado su creación desde 1549:
El Cabildo indígena vino a ser una imitación del municipio que se estableció para las
ciudades de españoles. Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán indica que los primeros
Cabildos indígenas estuvieron formados por dos alcaldes ordinarios, cuatro regidores,
un escribano, algunos alguaciles ejecutores y ministros de vara. Se diferenciaban del
Ayuntamiento español en el proceso de elección y nombramiento de las autoridades.
Robert Carmack anota lo siguiente:
La clase gobernante prehispánica continuó ejerciendo
influencia dentro de los pueblos. En la práctica, los
alcaldes y regidores de esos pueblos no eran funcionarios
elegidos, sino que las funciones inherentes a dichos
cargos se convirtieron en un servicio rotativo, para el
cual los hombres eran designados por los ancianos de los
clanes y linajes, en mucho como se hiciera antes de la
conquista.
Fuentes y Guzmán también dice igualmente que este estilo se conservó durante largo
tiempo, pues `gustando de ser gobernados de sus principales caciques, no se atrevieron
en muchos años a corromper esta natural atención'. Fuentes describe luego la ceremonia
de confirmación en los cargos, es decir, cuando los corregidores y alcaldes mayores
procedían a entregar la vara edilicia, símbolo del poder a las nuevas autoridades
indígenas:
Propiedad comunal
Muchas de las tierras comunales de buen número de pueblos del Altiplano, como
Sololá, Totonicapán, Quezaltenango y Santiago Atitlán, se encontraban en la Bocacosta,
en la región de Retalhuleu y Suchitepéquez, en la época en que llegaron los
conquistadores españoles. Quezaltenango, por ejemplo, tenía dos estancias: San Luis y
la Magdalena; y Atitlán tenía cuatro: San Bernardino, San Francisco, San Andrés y
Santa Bárbara. Al aprobarse la reducción a poblados, las autoridades coloniales
aceptaron que se mantuviera tal situación de tenencia de la tierra de los naturales, pues
la misma favorecía tanto a la Corona como a los encomenderos. Como esas estancias
eran ricas en cacao, achiote, algodón, mariscos y frijoles, no era necesario violentar las
relaciones prehispánicas de propiedad y producción, que consistían en el control,
laboreo y beneficio de dichas tierras por pueblos del Altiplano. Bastaba con exigir
dichos productos, en calidad de tributo, a los mismos pueblos que habían sido reducidos
y sometidos al orden colonial, contando para ello con el apoyo de los curas doctrineros
y justicias mayores, que presionaban a las autoridades indígenas.
Separación residencial
La migración de ladinos al campo empezó a ser un hecho notorio a partir de finales del
siglo XVI y principios del XVII, y se produjo cuando se intensificaron de modo
simultáneo el cultivo del añil y la ganadería. Ellos se asentaban en forma ilegal en las
tierras de las comunidades indígenas, suscitando consecuentemente numerosos `pleitos'
promovidos por los mismos indígenas afectados, que defendían así sus propiedades.
Este fenómeno fue creciendo en forma tan acelerada que, a finales del siglo XVIII, el
75% de la población ladina de la Provincia de Guatemala se hacía sentir ya en 117
pueblos de indios.
Los españoles se dieron igualmente a la tarea de esclavizar a los naturales, para contar
con suficiente fuerza laboral, abusando de aquellos naturales conocidos como naborías.
Un caso típico fue el de Pedro de Alvarado, que según William Sherman:
Así fueron surgiendo numerosas milpas en San Juan del Obispo, Jocotenango, San
Pedro Las Huertas, San Miguel Milpas Altas, Santa María de Jesús, San Dionisio
Pastores, etcétera.
Las tierras comunales, en vez de ser el medio principal para obtener productos
suficientes en función del bienestar económico y de la capacidad de pago de un tributo
moderado, se convirtieron igualmente en un instrumento eficaz para garantizar el pago
del tributo. Éste, por otra parte, era relativamente mayor en los pueblos de encomienda
que en los realengos, tal como se informaba a la Corona a fines del siglo XVI: `...y
como los pueblos de encomenderos tienen amos que vuelven por sus tributos y por lo
que les conviene, los dichos pueblos dan más tributo que los que están en vuestra real
Corona'.
Los frailes abusaron también de los indígenas y sus tierras, como lo demuestran
distintos documentos. Después de las tasaciones de Cerrato, los regidores de Santiago
presentaron ante el Consejo de Indias un escrito en que decían:
Fuentes y Guzmán, que era parte interesada por su calidad de encomendero, enjuicia a
los frailes de la siguiente manera: `...los padres religiosos de la Religión de Santo
Domingo tienen ocupados muchos indios en labrar y cultivar tierras para milperías de
maíz, algodón y otras legumbres, y en descubrimiento de minas y lavaderos de oro'.
Las cajas de comunidad, por su parte, sirvieron, más que para resolver las urgentes
necesidades del pueblo, para cubrir los gastos excesivos en las frecuentes visitas de
corregidores, oidores, y autoridades eclesiásticas, o para contribuir en derramas
impositivas. Estas últimas eran señaladas en determinadas ocasiones por la Audiencia, a
fin de colaborar en situaciones de calamidad pública o en celebraciones diversas, como
natalicios y nupcias de los monarcas o de ciertas autoridades locales.
La fuga de los indígenas, montaña adentro, fue mayor en los pueblos de encomienda
que en los realengos, porque en éstos era menor la carga impositiva.
El primero de tales hechos consiste en que la llegada de la Iglesia española a las Indias
fue una consecuencia lógica de la obligación recaída en la Corona de Castilla de
evangelizar las tierras descubiertas y por descubrir, en virtud de una serie de
concesiones y mandatos papales. Fue el Pontífice Alejandro VI, de origen español,
quien, mediante las bulas Inter Caetera (3 de mayo de 1493), Eximiae Devotionis (3 de
mayo de 1493) e Inter Caetera (4 de mayo de 1493), hizo a los reyes castellanos
`señores de estos territorios con plena, libre y omnímoda potestad, autoridad y
jurisdicción' para cristianizarlos. En dichas bulas se concedió el dominio político de las
Indias Occidentales para evangelizar a sus habitantes, de tal manera que la donación
estuvo condicionada por la evangelización y ésta justificaba el señorío político.
Las concesiones papales produjeron una vivísima polémica entre misioneros, teólogos y
juristas, especialmente en los dos primeros tercios del siglo XVI. En las diversas juntas
y tratados que se celebraron, y pareceres que se publicaron, se encuentran las más
diversas y contradictorias opiniones. En unas se afirmaba que el derecho a la
evangelización confería el dominio político sobre los indígenas y que tal derecho debía
imponerse mediante la conquista armada, como paso necesario para la evangelización.
Así opinó el jurista Juan Ginés de Sepúlveda en su Democritus Alter. En otras corrientes
de pensamiento se negaba que el Papa tuviera potestad para otorgar el dominio político
so pretexto de la evangelización, y se reprobaba abiertamente la conquista como paso
previo a la evangelización, pues se trataba de términos excluyentes. Así opinaba Las
Casas en su De Unico Vocationis Modo, escrito muy probablemente en La Española,
entre 1522 y 1527, y en otros tratados suyos.
Al margen de las opiniones extremas hubo otras muchas intermedias, en las cuales se
trataba de compaginar de alguna manera el dominio político, la conquista y la
evangelización. Estas controversias no influyeron en la expansión conquistadora de la
primera mitad del siglo XVI, aunque sí tuvieron repercusiones positivas en las Leyes
Nuevas de 1542, y sobre todo en las Ordenanzas sobre Descubrimientos del 13 de julio
de 1573, en las que Felipe II prohibió en principio las conquistas armadas, a fin de
sustituirlas por las entradas pacíficas de los frailes. La Corona española jamás puso en
duda la validez de las concesiones papales, y asumió con todas sus consecuencias el
dominio político y la evangelización de las Indias.
Aceptada de hecho o de derecho la presencia española en América, procedía entonces la
evangelización. Se imponía una estrecha colaboración entre la Corona y la Iglesia, pues
sobre ambas caía el peso de evangelizar. Los pontífices romanos habían concedido a la
Corona una serie de derechos y privilegios sobre la misma Iglesia, para que pudiera
cumplir con sus obligaciones evangelizadoras. Todo el conjunto de tales concesiones es
lo que se conoce como Gobierno Espiritual de las Indias, en el cual se incluía también lo
referente al Real Patronato.
En los años 1475-1517 se llevó a cabo una profunda reforma de la Iglesia en España,
fomentada por la Corona y tenazmente llevada a efecto por personas y grupos
escogidos. Los Reyes Católicos pretendían la construcción de un Estado moderno,
impregnado de humanismo cristiano, con una Iglesia vitalmente reformada y un cambio
moral de la sociedad, y con la ayuda del Cardenal Francisco de Cisneros se entregaron a
la tarea de colocar en las diócesis a obispos virtuosos. La reforma llegó también al clero,
cuyo nivel intelectual y moral creció considerablemente, y de modo especial a las
órdenes religiosas, que pasaron en general de una práctica vacía y poco edificante a una
vida disciplinada, virtuosa y de gran vitalidad. También se reformaron los estudios
eclesiásticos y se impusieron la catequesis y la predicación al pueblo, procurando que la
religiosidad de los ritos externos correspondiera a un cristianismo vivido interiormente.
La reforma fue decididamente apoyada por Carlos I y Felipe II, de tal manera que en el
siglo XVI la Iglesia española aparecía pujante, con una enorme fuerza espiritual, una
elevada categoría intelectual y un extraordinario florecimiento de la vida mística.
Lógicamente, ni todo el clero y los religiosos entraron en la reforma, ni toda la sociedad
española elevó su nivel moral. Fueron dos siglos de profundos contrastes, combinación
de luces y sombras, tanto en la Iglesia como en la sociedad.
España llegó a América con una arraigada fe católica, con una nueva conciencia
nacional dentro de un Estado unitario, con la persuasión de que era la heredera de
aquella ya casi fenecida cristiandad europea, que plasmaba el ideal de construir un reino
cristiano, temporal y espiritual, íntimamente entrelazado por el Papa y la Corona.
Evangelización
En este apartado inicial se presenta una visión general sobre el proceso evangelizador,
los evangelizadores, los métodos de evangelización, el trato a los indígenas y el
aprendizaje de lenguas indígenas por los misioneros.
Los evangelizadores
La Corona se hacía cargo de todos los gastos de las expediciones misioneras, desde la
salida de los religiosos de sus conventos de origen hasta la llegada a los lugares de
destino en América, lo cual supuso grandes sumas de dinero. Durante los siglos XVI y
XVII llegaron a Indias procedentes de España, en calidad de evangelizadores, no menos
de 9,232 misioneros. Otros muchos sacerdotes seculares y religiosos llegaron también
para ejercer funciones pastorales en lugares previamente evangelizados, donde había
españoles ya asentados, o en puestos de organización de las instituciones eclesiales.
Casi la totalidad de tales sacerdotes era originaria de los reinos de España, aunque
siempre hubo, especialmente en la Compañía de Jesús, algunos extranjeros.
Durante los siglos XVI y XVII, los franciscanos integraron 36 expediciones con 602
expedicionarios; los dominicos llegaron en 26 con 397; y los mercedarios lo hicieron en
siete oportunidades con 60. A la Orden franciscana le corresponde el mayor número de
evangelizadores, con bastante ventaja sobre las otras. El lugar que ocuparon los
mercedarios es bastante modesto. En el siglo XVII las diferencias a favor de los
franciscanos se acentuaron más. Del total de expediciones y misioneros enviados a
América en los dos siglos citados, un 8% llegó al Reino de Guatemala, lo que responde
a la importancia política y económica de la zona.
El celo y ejemplaridad de los religiosos destacaba sobre la actitud de una buena parte
del clero secular. Éste solía mirar más por sus negocios y granjerías que por el cuidado
espiritual de los nativos. Las obras de Antonio de Remesal y Francisco Vázquez, y
algunas otras crónicas conventuales, registran los nombres de los misioneros que más se
significaron e informan de sus actuaciones. El Obispo Francisco Marroquín alabó en sus
cartas el trabajo de los primeros evangelizadores, defendió a los clérigos seculares de las
denuncias que les afectaban, y trató de enderezar la conducta de éstos mediante cartas
pastorales, tal como lo hizo también con los clérigos de Soconusco. El Presidente de la
Audiencia, Alonso López de Cerrato, consignó en sus cartas la fructífera evangelización
desarrollada por los religiosos, en contraste con el apego al oro demostrado por los
clérigos seculares. También hay documentos de la época que critican a los religiosos por
su falta de atención a los indígenas. No es extraño encontrar opiniones contradictorias
en aquellos difíciles años de la segunda mitad del siglo XVI, cuando los intereses de
misioneros, encomenderos y autoridades de gobierno fueron con frecuencia igualmente
contradictorios.
Durante los dos primeros tercios del siglo XVI, la Conquista precedió a la
evangelización. Los misioneros acudían a los lugares donde el dominio español ya
estaba cimentado, y allí promovían la conversión de los indios al cristianismo. Para los
indígenas, la relación conquista-evangelización era inevitable. Así lo comprendieron los
evangelizadores, quienes trataron de distinguirse y distanciarse de los conquistadores,
consiguiendo que los indios les otorgaran el tratamiento de padres. No obstante, las
conversiones se realizaban dentro de una atmósfera de dominio político y explotación
económica por parte de los españoles y de los mismos curas doctrineros, lo cual se
traducía en una cierta coacción sobre la determinación de los indígenas para aceptar el
evangelio.
Se llevaron a cabo numerosas juntas, reuniones y concilios por parte de los eclesiásticos
e inclusive de las autoridades civiles, para tratar con todo cuidado de la conversión de
los indios. Se dieron numerosas normas pragmáticas, se discutieron los problemas
suscitados por la evangelización, y se confeccionaron catecismos adecuados a la
mentalidad indígena y útiles a los misioneros. Éstos se esforzaron por conocer el alma
indígena y descubrieron cualidades intelectuales y morales para la aceptación del
evangelio. De esta época datan los grandes tratados sobre las culturas indígenas de
Bernardino de Sahagún, José de Acosta y otros, aunque a finales del siglo se produjo
una corriente que puso trabas a estos documentos, por considerar que su lectura por
parte de los indios podría hacerlos volver a sus antiguas costumbres e idolatrías.
Los misioneros comprobaron que mediante su ejemplo, autoridad y buenas obras, más
que por medio de discursos y razonamientos, el nativo se convertía más fácilmente. De
ahí la insistencia en que el evangelizador mostrara amor, bondad, comprensión y buen
trato al indio; que fuera un defensor de los indígenas ante los atropellos cometidos por
los españoles; que fuera respetado por las autoridades reales. No siempre se consiguió
que los curas doctrineros reunieran tales características, pero en líneas generales el
comportamiento de los evangelizadores estuvo a la altura de su misión. Se trató de
presentar al indio un cristianismo atrayente, de mostrarle a un Dios bueno, creador y
padre de todos los hombres, y a Jesucristo, como portador de la salvación y la felicidad,
todo ello en contraposición con algunos de los dioses indígenas sanguinarios. La riqueza
y variedad de los ritos y ceremonias del catolicismo impresionaron vivamente a los
nativos.
La lucha contra la idolatría por parte de los misioneros fue tenaz y sin concesiones. La
evangelización llevaba consigo la destrucción de todo aquello que guardara relación con
las religiones aborígenes. Las culturas indígenas estaban impregnadas de religiosidad en
casi todas sus manifestaciones, y por ello los misioneros utilizaron el sistema de la
`tabla rasa', con la intención de extirpar de raíz innumerables costumbres y creencias
que creían contrarias al evangelio, a la vez que implantaban otras nuevas. La religión
cristiana excluía radicalmente las antiguas religiones indígenas, consideradas en gran
parte obra del demonio. En consecuencia, la lucha contra la idolatría, que tuvo rebrotes
en el último tercio del siglo XVI y primeras décadas del siglo XVII, llevó consigo la
destrucción de prácticas que nada tenían de común con la idolatría propiamente dicha.
Factor de primer orden para la evangelización fue la reducción de los indios a poblados.
La dispersión habitual en que vivían los indígenas era un obstáculo casi insalvable para
los misioneros, en sus propósitos de adoctrinar convenientemente a los nativos. Se tenía
como muy importante conseguir que los indios vivieran, según la expresión de la época,
`en policía'. Para ser cristiano había que `vivir como hombres', lo que equivalía a vivir
según los dictámenes de la razón natural, al modo de los españoles. La mayoría de los
indios conquistados vivía ya en reducciones al finalizar el siglo XVI.
Las reales cédulas ordenaban que los evangelizadores trataran con mansedumbre y
bondad a los indígenas y que en ningún caso les impusieran penas corporales por faltas
de tipo religioso; que, en caso necesario, dichas penas fueran aplicadas por las
autoridades reales. Pero, de hecho, los doctrineros solían castigar con relativa frecuencia
a los indios que faltaban a sus obligaciones religiosas o cometían faltas contra la
moralidad pública. Una real cédula de 1680 repitió la prohibición de que los curas
doctrineros mandaran azotar a los indios y prescribió que, si fuese necesario, lo hicieran
los justicias reales.
De igual manera, las reales cédulas ordenaban que los curas doctrineros se conformaran
con el salario o `sínodo real' que les estaba asignado, y no exigieran a los indígenas
ayudas o donaciones de ninguna clase. Sin embargo, muy pronto se impuso a los indios
la costumbre de entregar a sus doctrineros ayudas materiales o raciones para su sustento,
así como otros servicios personales, todo lo cual acabó siendo tasado por obispos y
autoridades reales. Los hechos demostraron que el salario asignado era insuficiente para
el sustento del párroco.
En la segunda mitad del siglo XVI, se denunciaron abusos cometidos por los curas
seculares en los curatos y anexos eclesiásticos de su jurisdicción, especialmente en el
área de Soconusco, Sonsonate y San Salvador. Se les acusó de comerciar con los
indígenas, venderles mercaderías a precios excesivos, exigirles demasiadas
contribuciones y servicios personales y el cuidado de sus ganados. Las autoridades
obligaron al Obispo Marroquín a reformar o expulsar a los responsables. El prelado
prohibió a los curas cualquier tipo de negocio con los indígenas y ordenó que pagaran a
éstos los servicios y raciones recibidos de ellos. Aunque durante dichos años los
religiosos trataron a los indígenas con mayor generosidad y desprendimiento que el
clero secular, también hay denuncias sobre ciertos abusos en la utilización de los indios,
en las casas de aquéllos y en las iglesias, como trabajadores manuales, a quienes además
se exigía indebidamente ofrendas en las misas. Este tipo de denuncias fue frecuente
durante el siglo XVI aunque, por lo general, la mayoría de los curas no parece haberse
sobrepasado de lo establecido por el derecho y la costumbre. El Obispo de Guatemala,
Fray Andrés de las Navas y Quevedo, escribió en 1687:
Fueron muchos los obispos y doctrineros que en Guatemala defendieron a los indios, y
éstos frecuentemente encontraban en ellos protección y amparo. No todos, por supuesto,
cumplieron con este deber. Sin embargo, históricamente, la Iglesia, a pesar de abusos y
descuidos, fue una institución que sirvió de contrapeso a los excesos de los españoles y
de las autoridades reales.
Dos caminos se ofrecían a los misioneros para la evangelización de los indios: aprender
las lenguas de éstos o enseñarles el castellano. Por razones obvias, se eligió el primero,
aunque se tropezaba con la enorme dificultad de expresar con propiedad los misterios de
la fe en los numerosos idiomas nativos que existían. En principio la Corona se inclinó
por la predicación en castellano, pero las necesidades reales de la evangelización la
llevaron pronto a cambiar de táctica. En el último tercio del siglo XVI se emitió una
serie de reales cédulas, en las que se ordenaba terminantemente el aprendizaje y previo
examen de lenguas a los curas destinados a pueblos de indios, y se mandó que se
fundaran cátedras de lenguas en los conventos y universidades, así como en las ciudades
donde residían las Audiencias. El cumplimiento de las órdenes reales no siempre fue
satisfactorio. No obstante, se debe reconocer que los religiosos realizaron grandes
esfuerzos, y que dejaron un impresionante legado de vocabularios, artes, gramáticas,
catecismos, sermonarios y otros tratados religiosos en lenguas indígenas.
A pesar de las quejas de los oficiales reales, presentadas en 1550, sobre una
evangelización que se estaba llevando a cabo en lenguas indígenas, lo cual suponía un
obstáculo para la adecuada comprensión del cristianismo por parte de los nativos, desde
el principio los misioneros evangelizaron en dichas lenguas, ante la imposibilidad de
obligar a los indígenas a aprender el castellano. El Obispo Marroquín conocía algunas
lenguas y al parecer escribió tratados en las mismas.
El clero regular estuvo siempre más familiarizado con los idiomas indígenas que el
secular, pues éste atendía preferentemente las parroquias de españoles y ladinos. Los
`capítulos provinciales', celebrados por los religiosos en los siglos XVI y XVII, se
lamentaban de la falta de ministros que conocieran las lenguas locales, y pedían no
conferir las órdenes sagradas a quienes no las supieran y que no se enviaran a las
doctrinas de indios a quienes ignoraran la lengua nativa.
Las gramáticas, vocabularios, catecismos y otras obras manuscritas por los misioneros
se han perdido en su mayoría, y sólo se tienen noticias indirectas de algunas obras y
autores. Abundan, como es natural, los escritos en cakchiquel y quiché (k'iche'); en
menor proporción existen en mam, tzutujil (tz'utujil) y kekchí (q'eqchi'). Llama la
atención que hasta 1681 no se pusieran en funcionamiento cátedras de lenguas
indígenas. En la recién fundada Universidad de San Carlos se instituyeron una cátedra
de cakchiquel y otra de lengua mexicana o pipil, pero la primera apenas funcionó y la
segunda prácticamente no existió. En realidad, las lenguas sólo interesaban a los
misioneros para cumplir sus deberes pastorales.
Organización de la Iglesia
A lo largo de esta sección se tratará la estructura eclesiástica; los problemas surgidos
entre el clero secular y las órdenes religiosas; la organización económica de la Iglesia
durante los siglos XVI y XVII; los servicios de salud y educación prestados por el clero;
las instituciones pastorales; y los medios de control utilizados para la defensa y
conservación del catolicismo.
Obispos y diócesis
Por ser la Iglesia Católica una organización estrictamente jerárquica, la piedra angular
de su constitución reside en el Papa y los obispos, que acumulan todo el poder. El peso
primero de la evangelización, de la administración de los sacramentos y del
funcionamiento de la Iglesia recaen sobre los obispos, bajo la autoridad del Papa. Tal es
el caso de la Iglesia fundada en América hispana, y por ello un cuidado urgente y
temprano fue la erección de las `diócesis' (ámbito territorial que comprende varias
parroquias) y el nombramiento de los obispos.
El siglo XVI fue la época en que se erigieron más obispados. Durante el mismo se
fundaron 32 diócesis y los arzobispados de Santo Domingo, Nueva España y Lima (los
tres en 1546), y el de Santa Fe de Bogotá (1564). En el siglo XVII sólo se crearon cinco
obispados. Los concilios provinciales de Lima (1582-1583) y de México (1585)
presentaron el perfil del obispo ideal para las Indias: austero, pobre, ejemplar, cercano al
pueblo y de modo especial a los indios, con residencia permanente en su diócesis y la
obligación de visitar a sus fieles al menos cada dos años. Durante el siglo XVI, la
mayoría de los obispos procedía de órdenes religiosas reformadas; en el siglo XVII, sin
embargo, aproximadamente la mitad de los obispos pertenecía al clero secular. El
principal período organizativo de la Iglesia discurrió entre 1512 y 1620, durante el cual
se erigieron 24 obispados. De los obispos nombrados en dicha etapa, 134 fueron
españoles y 23 criollos. Durante los siglos XVI y XVII, el promedio en que las sedes
episcopales estuvieron vacantes fue aproximadamente un 36% del tiempo.
La Iglesia de Guatemala, sin ser de las más florecientes del Nuevo Mundo, destacaba
sobre las pobres y marginadas diócesis de Chiapas y Honduras, e incluso sobre la de
Nicaragua, que se mantenía a unos niveles más adecuados, y poseía un extenso territorio
extendido a la Gobernación de Costa Rica.
En la región centroamericana se daba la siguiente situación anómala: mientras
civilmente constituía una unidad dentro de la Audiencia de Guatemala, en lo
eclesiástico Chiapas y Guatemala eran sufragáneas del arzobispado de México,
Honduras lo era del arzobispado de Santo Domingo, y Nicaragua del de Lima. En la
práctica, sin embargo, estas últimas diócesis llegaron a tratar sus asuntos eclesiásticos
en el arzobispado de México.
A lo largo de los primeros dos siglos de etapa colonial hubo algunos obispos cuya forma
especial de conducir los asuntos eclesiásticos les permitió influir más directamente en la
esfera económica, social, política y cultural. Son ellos Francisco Marroquín, Bernardino
de Villalpando, Fray Juan Ramírez, Fray Payo de Rivera y Fray Andrés de las Navas y
Quevedo.
Guatemala tuvo la gran suerte de que su primer Obispo fuera Francisco Marroquín,
excelente prelado, que ejerció un fecundo pontificado durante 29 años, hasta su muerte
el 1º de abril de 1563. Nombrado obispo en 1534, le tocó vivir tiempos difíciles, en una
región que no comenzó a estabilizarse políticamente sino hasta la llegada de la
Audiencia y la puesta en práctica de las Leyes Nuevas de 1542. Al tomar posesión
contaba sólo con unos pocos clérigos y religiosos. Desde el principio se esforzó en traer
abundantes contingentes de religiosos y clérigos seculares, que distribuyó por todo el
obispado. Ordenó la vida eclesial, levantó la Catedral, instaló el Cabildo diocesano,
edificó el hospital de Santiago para los españoles, fundó un colegio para niñas
huérfanas, estableció escuelas de primeras letras, legó 2,000 pesos y unas tierras de su
propiedad para la constitución del Colegio de Santo Tomás, con la finalidad de que
fuera un centro de estudios superiores, y pidió a la Corona la fundación de una
universidad. Asistió en México a dos juntas eclesiásticas, y realizó en su diócesis varias
juntas y dos sínodos, para la reforma del clero y la evangelización del pueblo.
Conocedor de lenguas indígenas, hizo imprimir un catecismo en lengua cakchiquel y
visitó varias veces su extensa diócesis. Intentó cortar los abusos cometidos por los
clérigos en sus parroquias. Se mostró amante de los religiosos, a quienes favoreció y
confió la mayor parte de la diócesis. Procuró asumir una postura moderada en la
aplicación de las Leyes Nuevas, que tantas conmociones suscitaron en Guatemala,
tratando de que su puesta en práctica fuera escalonada, a diferencia de la actitud más
rígida del Presidente López de Cerrato y los dominicos.
El religioso mercedario Fray Andrés de las Navas y Quevedo (1683-1700), que había
ocupado anteriormente la diócesis de Nicaragua, se caracterizó por su cuidado en la
reforma del clero, su apoyo a las vocaciones religiosas y la formación de los
seminaristas. Exhortó a los curas a tratar bien a los indios, aunque siempre lamentó la
falta de devoción de éstos. Estableció aranceles para el pago de los servicios religiosos y
fue un decidido defensor de su clero frente a las autoridades civiles.
Doctrinas y parroquias
A partir de la segunda mitad del siglo XVI, se fue perfilando el mapa geográfico de la
distribución de las parroquias en la diócesis de Guatemala, entre el clero secular y
regular. Los religiosos se asentaron preferentemente en las zonas del Oeste y los
seculares en las orientales. En 1555, los 95 pueblos de la diócesis de Guatemala estaban
atendidos en la forma siguiente: 47 por dominicos, 37 por franciscanos, seis por
mercedarios y cinco por el clero secular. Alrededor de 1575, los dominicos tenían a su
cargo 13,364 tributarios, con aproximadamente 30 religiosos dedicados a su
evangelización; los franciscanos, 10,273, con 20; los mercedarios, 5,500, con 10; y el
clero secular administraba 25,781 tributarios, con unos 24 sacerdotes. El total de 54,918
tributarios estaba atendido por cerca de 84 sacerdotes, es decir, unos 654 tributarios
(que equivalían a 1,563 personas por término medio) por sacerdote. Ésta es una cifra
bastante elevada, si tenemos en cuenta que en los inicios de la evangelización se
necesitaban muchos ministros sagrados.
Los datos referidos a la segunda mitad del siglo XVII son algo más precisos, pero
todavía incompletos y no muy exactos. Los franciscanos, que en la década de 1650
poseían 18 doctrinas con 120 pueblos, alrededor de 1680 administraban ya 26 doctrinas
con 26 doctrineros, ayudados por unos 62 coadjutores, con un total de más de 53,000
almas. Por esta misma fecha, los dominicos administraban 20 doctrinas con 20
doctrineros y unos 50 coadjutores; los mercedarios regentaban unas 10 doctrinas con 10
doctrineros y unos 20 coadjutores.
Se puede calcular que a finales del siglo XVII, en la diócesis de Guatemala, más de 200
religiosos tenían el cuidado pastoral de unas 60 doctrinas, con un elevado número de
pueblos. Respecto a las parroquias regentadas por el clero secular en el siglo XVII,
apenas se puede decir algo, pues la documentación, en la medida que existe, está por
estudiarse. Se puede aventurar la cifra de unos 70 clérigos que atendían a unas 20
parroquias.
En las doctrinas los religiosos estaban obligados a llevar una vida comunitaria, según
las normas de la propia Orden, y en cada una debían residir por lo menos dos religiosos.
Uno de ellos desempeñaba el cargo de superior o prior, otro el de doctrinero, y los
restantes hacían de coadjutores o realizaban otros oficios dentro del convento. Los
párrocos seculares, aunque debían cumplir las obligaciones de su estado eclesiástico,
que no eran pocas, vivían privadamente en sus residencias, como lo hacían los
sacerdotes coadjutores, y su permanencia en las parroquias era mucho más estable que
la de los religiosos.
Órdenes religiosas
Franciscanos
En el siglo XVII la Orden se fue incrementando, y pronto los criollos llegaron a ser
mayoría. En 1645, a pesar de la resistencia, se impuso la `alternativa', y pronto se
nombró a los primeros provinciales criollos. Los superiores religiosos visitaban cada
tres años los conventos, y comprobaban el grado de observancia de la vida religiosa y el
comportamiento de los frailes. En la citada centuria, la vida conventual sufrió un cierto
relajamiento y no logró mantenerse a la altura de las primeras décadas.
En 1661 la Orden tenía 24 conventos y 172 religiosos, y en 1680 eran 29 los conventos
y 190 los religiosos. El convento de San Francisco de Guatemala albergaba en dichos
años a unos 80 religiosos. En 1690 los conventos eran 33 (dos se encontraban en
Chiapas y cinco en Honduras), y el número de religiosos superaba los 180 (20 de ellos
en los conventos de Chiapas y Honduras). Los criollos superaban a los frailes
peninsulares en proporción de tres a uno. En 1700 los franciscanos rebasaban los dos
centenares, distribuidos en 35 conventos. Su formación religiosa y académica se llevaba
a cabo en el convento de San Francisco de Guatemala, donde funcionaba un floreciente
noviciado y un centro de estudios superiores, en el cual se enseñaba Gramática y se
concedían grados en Artes y Teología. También en el convento de Almolonga funcionó,
a partir de 1673, una casa de estudios, que a la vez facilitaba a los religiosos una vida
más austera y estricta.
El cronista Francisco Vázquez dedica buena parte de su obra a las biografías de los
franciscanos más beneméritos. Entre ellos sobresalen Fray Diego de Ordóñez, uno de
los fundadores de la Orden en Guatemala, que dedicó su larga vida (murió, según
Vázquez, a los 117 años, en México) a la fundación de conventos en Guatemala y
México, y a múltiples tareas de evangelización y dirección de los conventos, dando
muestras de una vida ejemplar; su compañero, Fray Gonzalo Méndez, experto en
lenguas y muy querido por los indígenas; el lego Fray Francisco Gómez, ejemplo de
comportamiento austero, humildad y vida de oración; Fray Diego del Saz, natural de
Chiapas, de excelente formación intelectual, buen trato y cualidades, que desempeñó
importantes cargos en la Orden; Fray Esteban de Verdalete y Fray Juan de Monteagudo,
que murieron a manos de los indígenas en 1612 en Taguzgalpa, mientras estaban en
actividades misioneras.
Dominicos
Mercedarios
Jesuitas
El papel que desempeñaron los jesuitas en la educación de los criollos fue de gran
importancia para la ciudad, e incluso para el Reino. A comienzos del siglo XVII hubo
intentos fallidos para fundar conventos en El Realejo y Granada, en Nicaragua. Luego,
en 1667, fundaron un convento en Ciudad Real de Chiapas, y pronto se les encomendó
la dirección del seminario para la formación del clero secular. A finales del siglo XVII
fundaron el Colegio internado de San Francisco de Borja, para alumnos no clérigos.
Una idea del esplendor del Colegio de San Lucas se puede obtener del hecho siguiente:
en 1671 tenía 100 párvulos de primeras letras, 120 alumnos de Gramática y 35 de
Filosofía. A partir de 1620, la media de religiosos en el colegio oscilaba entre los 12 y
16. Los jesuitas se dedicaron en Guatemala exclusivamente a labores educativas, de
culto y apostolado en su iglesia, y no participaron en trabajos de evangelización entre
los indígenas.
Agustinos y Belemitas
Conventos de religiosas
En 1667 llegaron de Lima unas monjas que fundaron el monasterio similar de San José
de Carmelitas Descalzas. Años antes, en 1610, un grupo de religiosas del monasterio de
la Concepción fundó un monasterio semejante en Ciudad Real de Chiapas, llamado de
La Encarnación.
Estos monasterios, en los cuales se guardaba rigurosa clausura, aparte de sus funciones
estrictamente religiosas, desarrollaron labores de educación en beneficio de las niñas de
la ciudad, y mantuvieron en su interior un elevado número de pupilas y sirvientas.
El clero secular
Así como el clero regular tenía como función esencial en la Iglesia la santificación de
sus miembros dentro de sus conventos y monasterios, y en algunas órdenes cierta
participación en labores pastorales, al clero secular le estaba encomendada la
importantísima labor del cuidado del pueblo cristiano en las parroquias, desempeñar
trabajos de dirección en las diócesis, conformar los Cabildos catedralicios y ocupar los
beneficios eclesiásticos existentes. Se regían en su vida y funciones por las leyes
canónicas de la Iglesia, y las emanadas de la Corona en virtud del Real Patronato. Al
principio llegaron a América bastantes clérigos poco formados y de dudoso
comportamiento moral, lo que originó numerosas denuncias y protestas. Se hicieron
cargo de las parroquias de españoles recién fundadas e incluso administraron doctrinas
de indios. Pero poco a poco el clero secular se fue depurando como consecuencia de la
apertura de seminarios para su instrucción y del consiguiente acceso de los religiosos a
los estudios generales.
Los primeros eclesiásticos llegados a Guatemala fueron los clérigos que acompañaron a
los conquistadores y primeros pobladores. A ellos les fueron encomendadas las
parroquias de las ciudades y villas de españoles, y también se les permitió asentarse en
la zona oriental de Guatemala, en Sonsonate y en San Salvador, donde además
administraron doctrinas de indios. En el último tercio del siglo XVI los clérigos
lograron hacerse de algunas doctrinas de la región de Suchitepéquez que estaban
regentadas por los franciscanos. En su mayoría estos primeros clérigos demostraron
poca altura intelectual y compaginaron sus tareas pastorales con tratos, comercio con los
productos de la tierra y exacciones a los indios, aunque algunos llevaron una vida
ejemplar. El Obispo Marroquín, acuciado por las necesidades pastorales, no tuvo más
remedio que admitir a quienes llegaban, y es posible inclusive que haya ordenado a
algunos sin las debidas condiciones.
En el siglo XVII se percibió un cambio favorable, pues a una mejor formación del clero
se unió la disponibilidad de un abundante número de clérigos seculares, sobre todo a
partir de 1631, y en especial en la zonas añileras del oriente de la diócesis. Este
incremento del clero coincidió con el auge del añil. Una información de 1620 habla del
celo y buen comportamiento del clero secular en Soconusco. No obstante, se dio
entonces el grave problema de la inestabilidad de los párrocos; en efecto, al no haber
parroquias suficientes para colocarlos a todos, en su mayoría se empleaban como
coadjutores al servicio de los párrocos, buscando los mejores sueldos y dando origen a
situaciones de inestabilidad poco deseables. Otros, con más suerte, lograban hacerse de
algunas de las capellanías existentes o vivían de sus propias rentas familiares. A pesar
de ser muchos los criollos sacerdotes, hubo obispos que confiaron parroquias y cargos
eclesiásticos a clérigos no nacidos en la tierra. Ello ocasionó en 1607 una protesta del
Ayuntamiento de Santiago, en la cual se recordaba que en la provisión de cargos
eclesiásticos debían ser preferidos los hijos y nietos de los conquistadores y primeros
pobladores. Durante el siglo XVII se aprecia una mayor influencia del clero secular en
la administración religiosa de los pueblos, ya que después de atender 100 de éstos en
1600, se llegó a atender 150 pueblos en 1700.
Más grave fue el problema de la asignación de las doctrinas a los religiosos. Según el
Derecho Canónico, la administración de las parroquias era función del clero secular.
Los religiosos, que en América habían empleado lo mejor de sus esfuerzos en la
creación de las parroquias de indios y las dirigían con fruto, se opusieron con todas sus
fuerzas a la entrega de éstas al clero secular. Los seculares, más numerosos cada día,
alegaban a su vez que les correspondían por derecho y que las necesitaban para
subsistir. En general, los obispos se fueron inclinando a favor de los seculares, pues
éstos, por su dependencia directa del obispo, se prestaban mejor al ejercicio pleno de la
jurisdicción episcopal. En la segunda mitad del siglo XVI y los primeros decenios del
siglo XVII, hubo intentos por parte de algunos obispos para entregar las doctrinas de los
regulares a los seculares. El Rey tuvo que convertirse en árbitro de la situación, y acabó,
no sin vacilaciones, por ordenar que se dejara a los religiosos en la posesión pacífica de
sus doctrinas.
Graves fueron los conflictos surgidos durante la administración del Obispo Bernardino
de Villalpando(1564-1570). Éste convocó un sínodo en el que se decretó que las
doctrinas fueran entregadas al clero secular, y se prohibió a los religiosos la
administración de los sacramentos. Para tomar tales medidas, el prelado se apoyó en el
Concilio de Trento, e ignoró reales cédulas y privilegios papales que favorecían a los
religiosos. La actitud del Obispo fue, cuando menos, precipitada e inoportuna, pues la
secularización de las doctrinas en aquellos momentos era gravemente perjudicial a los
indígenas, y la prohibición a los curas doctrineros de las órdenes religiosas de
administrar los sacramentos debió haber tenido sin duda consecuencias pastorales muy
negativas. Los religiosos se resistieron a cumplir los decretos del Obispo. Ello dio lugar
a una gran polémica, en la cual el Presidente de la Audiencia se puso al lado de los
religiosos, como al parecer lo hicieron también muchos vecinos españoles, no así los
encomenderos de pueblos cacaoteros. Por real cédula del 30 de agosto de 1567, el Rey
desaprobó lo realizado por el Obispo, nombró un visitador, y se devolvieron las
doctrinas arrebatadas a los religiosos, exceptuando unas de Suchitepéquez
pertenecientes a la Orden franciscana, que eran ricas en plantaciones de cacao.
Organización económica
Diezmos eclesiásticos
Por los diezmos podía medirse la riqueza de una diócesis. Para que el prelado pudiera
recibir de los diezmos su sueldo anual de 1,838 pesos, se requería un mínimo de 7,400
pesos anuales de diezmo. A partir de 1558 se superaron en Guatemala los 10,000 pesos;
en 1600 se sobrepasaron los 20,000; durante el siglo XVII la media era de unos 25,000.
Estas cifras colocaron a la diócesis de Guatemala en una posición económica media
respecto al resto de las diócesis americanas, y muy por encima de Chiapas, Honduras y
Nicaragua, especialmente las dos primeras, que se mantuvieron muy por debajo de los
7,000 pesos anuales.
Ingresos parroquiales
Los ingresos parroquiales eran de muy diversa procedencia. Se ofrece en seguida una
lista de los más comunes en Guatemala: los salarios de los doctrineros, a razón de
50,000 maravedíes por cada 400 tributarios; las raciones o alimentos (cacao, maíz,
frijol, miel, gallinas, huevos, etcétera) que los indios entregaban a sus doctrineros y
coadjutores, impuestos por la costumbre en contra de lo legislado; los servicios
personales prestados por los indios a sus sacerdotes (zacateros, leñateros, cocineros,
tortilleras, semaneros, etcétera), también impuestos por la costumbre; las contribuciones
(dinero, candelas, etcétera) con motivo de las fiestas y obligaciones de las cofradías,
hermandades y guachivales; los derechos parroquiales sobre bautizos, matrimonios y
enterramientos, llamados accidentales o casuales, que se cobraban casi exclusivamente a
ladinos y españoles, cuyo primer arancel se elaboró en 1660; ciertas contribuciones de
los justicias y fiscales indios en determinadas fiestas; los besamanos o `manípulos',
ofrendas que en algunos pueblos hacían algunos caciques al besar la mano del
doctrinero; ciertas contribuciones por la confesión en algunos pueblos de indios; las
primicias de los frutos del campo y ganado, que solamente pagaban españoles y ladinos;
las novenas correspondientes a los diezmos diocesanos; las rentas provenientes de
capellanías y obras pías, que casi exclusivamente existían en curatos de españoles; y las
entradas por peregrinaciones en lugares especiales de culto. El 70% de los ingresos era
para el doctrinero, el 20% para el coadjutor, y el resto para el seminario y el obispo.
Los salarios de los curas doctrineros, que también se llamaban `sínodos reales', eran
bajos y poco estables. La mayor parte de los salarios se deducía de los tributos
indígenas. Los doctrineros no siempre percibían los 50,000 maravedíes, pues se les
pagaba según el número de tributarios que atendían, a razón de 152 maravedíes por cada
uno de ellos, lo que hacía más atractivos económicamente a los curatos con mayor
población.
En el siglo XVII ya eran notables las diferencias de ingresos en algunos curatos: había
unos ricos, con 2,000 pesos anuales, en contraste con otros muy pobres, que no llegaban
a los 100 pesos. No existen suficientes datos para ofrecer una evaluación confiable, pero
una relación de 1570 señala que los clérigos seculares percibían unos ingresos medios
de 800 pesos anuales.
En un principio se prohibió a las órdenes religiosas poseer bienes raíces en las Indias.
Hasta 1570 sus miembros vivían de los salarios, contribuciones y servicios percibidos
en sus doctrinas, y también de las limosnas y otras ofrendas obsequiadas a la Orden. Los
salarios se entregaban a los superiores de las órdenes, y éstos se encargaban del
mantenimiento de los religiosos. Durante las primeras décadas se produjeron quejas de
doctrineros contra los encomenderos, pues éstos se mostraban renuentes a cumplir la
obligación de pagar sus salarios con los tributos cobrados a los indios. También algunos
pueblos de indios protestaron porque estimaban que sus doctrineros les exigían
demasiado.
Sin embargo, al ver que aumentaban sus necesidades económicas, y puesto que éstas no
podían ser cubiertas con las limosnas de los españoles y las aportaciones de los
indígenas y de la Corona, los religiosos no tuvieron otro remedio que adquirir bienes
inmuebles. Se comenzó por permitirles poseer dichos bienes en los pueblos de
españoles, pero una real cédula de 1572 autorizó que los tuvieran también en los
pueblos de indios. Los franciscanos nunca poseyeron bienes raíces.
Los dominicos decidieron adquirir, en 1576, tierras y estancias de ganado, pues los
indios estaban muy acabados por las pestes y no podían soportar las cargas de los
conventos e iglesias. La Orden fue incrementando su patrimonio para disponer de la
suficiente independencia económica, la cual era imprescindible para sufragar los
considerables gastos que requerían sus actividades. Poseía tierras de cultivo, haciendas,
ingenios de azúcar y de añil, e incluso una mina de plata.
Capellanías
Otras fuentes de ingresos eclesiásticos fueron las capellanías, las cuales consistían en
dinero o propiedades territoriales, legados por criollos e indígenas ricos a la Iglesia, a
fin de que se celebraran misas periódicas en memoria de sus almas.
Una de las primeras capellanías de que se tiene noticia fue la instituida por Pedro de
Alvarado. Éste, en efecto, mandó en su testamento que sus tributarios utatlecas
cosecharan cierta cantidad de trigo y maíz para mantener dos capellanías en la Catedral
de Santiago, por cada una de las cuales se tenían que pagar 127 pesos de oro de minas
anuales. A cambio, los clérigos beneficiados se alternarían diciendo misas por las almas
del Adelantado y su esposa doña Beatriz.
Seminarios y hospitales
Uno de los decretos más importantes emanados del Concilio de Trento, para la reforma
del clero secular, fue el relativo a la fundación obligatoria de seminarios o centros
especializados para la formación de dicho clero, en todas las diócesis. A los candidatos
al sacerdocio se les ofrecía en esos centros una formación intelectual que cubría
estudios de Gramática, Filosofía y Teología, junto con una educación moral y espiritual
destinada a convertir al aspirante en el modelo de sacerdote precisado por la Iglesia. La
Corona hizo suyo el decreto y ordenó a las autoridades reales favorecer la erección de
los seminarios en las diócesis americanas, y admitir en ellos preferentemente a los
descendientes de los primeros descubridores, pacificadores y pobladores. Los criollos
serían los principales beneficiarios de estas medidas. A finales del siglo XVI los
seminarios comenzaron a erigirse en algunas diócesis. A finales del siglo XVII sólo
funcionaba una docena en toda América. En 1691, Carlos II ordenó que en los
seminarios se reservara la cuarta parte de las becas para los hijos de los caciques. El
tema de los seminarios en las Indias prácticamente no se ha estudiado.
Por real cédula del 22 de junio de 1592 se ordenó al Obispo de Guatemala, Fray Gómez
de Córdova que erigiera un colegio seminario. El 24 de agosto de 1597 quedó instituido
el seminario de Nuestra Señora de la Asunción, en la ciudad de Santiago. El Obispo
promulgó algunas constituciones para su funcionamiento, por ejemplo: se podían
admitir niños de 12 años de edad en adelante; los colegiales o seminaristas debían tener
una edad entre los 16 y 20 años y no recibir el sacerdocio antes de los 24; se fundaron
algunas becas para alumnos pobres; solamente podían ser admitidos hijos de españoles
y criollos, aunque se hacía una excepción con el mestizo hijo de español y mestizo; se
impartían estudios de Gramática, Filosofía, Teología, Moral y otras disciplinas
eclesiásticas como Historia Eclesiástica y casos de moral; y se elaboró un reglamento
para la vida interna de los seminaristas.
El seminario tropezó con muchas dificultades económicas, y hasta bien entrado el siglo
XVII no se impartieron las asignaturas exigidas ni se otorgaron grados académicos. Los
estudios duraban entre ocho y 12 años. En 1603 había 18 colegiales. En 1619 hubo una
queja sobre el ingreso de muchos mestizos en el seminario, en perjuicio de los hijos de
familias criollas nobles y pobres. Los seminarios de Chiapas, fundados en 1679, el de
León de Nicaragua (1680), y el de Comayagua (1680) pasaron también por muchas
dificultades económicas y altibajos en su funcionamiento.
Los religiosos tuvieron menos problemas con sus candidatos, pues instituyeron en sus
conventos de Santiago estudios de Gramática, Artes, Filosofía y Teología (en 1556, los
dominicos; en 1575, los franciscanos; y en 1619, los mercedarios). Además, a partir de
1620 funcionó en la capital el colegio de Santo Tomás, regentado por los dominicos,
aunque con interrupciones; y a partir de 1624, el de San Lucas, de los jesuitas, en el cual
se impartieron grados en Artes y Teología. La Universidad de San Carlos comenzó sus
clases en 1681. Por lo tanto, en la ciudad de Santiago había abundantes centros de
estudio para eclesiásticos, en contraste con el resto del obispado y de las otras diócesis
del Reino.
En 1541, una real cédula decretó la fundación de hospitales en todos los pueblos de
españoles e indios, para recoger a los enfermos. De hecho, los hospitales se levantaron
principalmente en las más importantes ciudades y villas de españoles y no sin
dificultades, pues los problemas económicos ocasionaron retrasos considerables.
Durante el siglo XVII, los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios se extendieron
por América y se pusieron al frente de gran número de hospitales. Su labor fue muy
estimada, pues no rehuyeron asistir a los `apestados', aun cuando por tal causa murieron
muchos hermanos.
Concilios, sínodos y visitas pastorales
Durante esta época, los concilios, los sínodos y las visitas pastorales fueron
instituciones importantes en el gobierno eclesiástico.
Los concilios provinciales eran reuniones de eclesiásticos presididas por sus obispos.
Cada concilio pertenecía a una misma provincia eclesiástica, constituida por un
arzobispado y sus diócesis sufragáneas. En ellos se trataban materias de organización y
evangelización propias de la Iglesia. Según el Concilio de Trento, debían celebrarse
cada tres años, pero en América, dadas sus circunstancias especiales, los plazos fueron
mayores. A partir de 1612, se estableció que fueran celebrados cada 12 años. En el siglo
XVI se llevaron a cabo siete y en el XVII, cuatro, pero solamente tres de ellos, el
primero de México (1555), y los terceros de Lima (1582-1583) y de México (1585),
recibieron la aprobación pontificia y del Rey. Hubo dos concilios que tuvieron una
influencia decisiva en la Iglesia americana, los terceros de México y Lima, cuyas
conclusiones y disposiciones estuvieron en vigor hasta después de la Independencia.
Celebrado en 1585, el tercer concilio mexicano tuvo una importancia decisiva, no sólo
por la enorme trascendencia de los temas tratados, sino porque sus resoluciones
estuvieron en vigor en Guatemala hasta después de la independencia. En él se ordenó
que los párrocos predicaran todos los domingos y días festivos las verdades
fundamentales acomodadas a la mentalidad indígena; que se confeccionara un único
catecismo obligatorio para toda la provincia eclesiástica, el cual debía ser traducido a las
lenguas vernáculas y enseñarse diariamente a los niños; que se instituyeran escuelas en
pueblos de indios, para la enseñanza de la doctrina cristiana; que no se permitiera a los
indios recurrir a bailes y cantos relacionados con sus antiguas religiones, y que fueran
destruidos sus templos e ídolos; que no se admitiera al sacerdocio a los indios y
mestizos, sino con gran cuidado; que los candidatos a las órdenes sagradas estuvieran
bien formados, tuvieran buenas costumbres y fueran examinados; que el número de
fiestas de precepto se redujera para los indios a los domingos y 11 días más; que los
obispos llevaran una vida austera y ejemplar; que a los doctrineros que no supieran
lenguas nativas se les quitaran las doctrinas; que los doctrineros atendieran con celo a
sus feligreses, cuidaran que no hubiera escándalos públicos y tuvieran libros de
bautismos, confirmaciones, matrimonios y defunciones; que los doctrineros trataran con
benignidad y amor a los indios, no los castigaran por su mano, no les obligaran a dar
ofrendas, cuidaran de los encarcelados, y visitaran los poblados de su jurisdicción al
menos dos veces al año; que los curas llevaran una vida ejemplar y no pudieran
negociar con los productos de los indios; que se redujeran los días obligatorios de ayuno
para los indios a los viernes de cuaresma y dos días más al año; que se vigilaran
estrechamente las posibles idolatrías de los indios y se les amonestara con blandura. El
concilio condenó los repartimientos obligatorios de indios para trabajos del campo,
construcción de edificios y trabajos de minas. También elevó un informe al Rey sobre
los agravios que recibían los indios, y elaboró un Directorio para Confesores, en el cual
se establecían penas para quienes agravaran a los indios y les obligaran a trabajos y
repartimientos. A este concilio asistió el Obispo de Guatemala, Fray Gómez Fernández
de Córdova, y una representación del Cabildo Eclesiástico.
Los sínodos eran asambleas que los obispos estaban obligados a realizar anualmente en
sus diócesis, para tratar, junto con los párrocos y Cabildo Eclesiástico, asuntos relativos
a la Iglesia. Pese a que en 1621 el Rey exigió su celebración anual, de hecho ninguna
diócesis cumplió la orden, a causa de las muchas dificultades con que se tropezaba para
su celebración. Entre 1555 y 1630 se realizaron más de medio centenar, pero después
disminuyó su número. Lo resuelto debía ser enviado, antes de su aprobación, a los
virreyes y presidentes de Audiencias, para su examen. La celebración de sínodos fue
más frecuente en Sudamérica que en la Nueva España y en el Reino de Guatemala.
Los obispos tenían la obligación de realizar cada año una visita pastoral a los curatos de
su diócesis (lo que raramente se cumplía), a fin de comprobar su situación espiritual y
dar las oportunas normas para el buen funcionamiento de la Iglesia. Los obispos
enviaban el informe de la visita al Consejo de Indias, que analizaba si los prelados
habían cumplido con lo ordenado por la Iglesia y por las reales cédulas. Una de las
funciones principales de la visita pastoral, la cual estaba reservada al obispo, era la
administración del sacramento de la confirmación. No podían cobrar por la visita,
aunque casi siempre recibían algún tipo de emolumento que, en algunos casos, se
convirtió en muy gravoso para los indios. En América, la visita era obligatoria cada dos
o tres años; sin embargo, la mayoría de obispos se conformó con hacerla una sola vez, e
incluso algunos no la hicieron nunca.
El tercer concilio mexicano prescribió que las visitas pastorales se realizaran al menos
cada dos años, por los propios obispos o por un delegado. También señaló la forma y
contenido de las mismas. El obispo hacía su entrada oficial en el templo parroquial,
donde era recibido por los clérigos, las autoridades y el pueblo; leía el decreto de la
visita y exhortaba a denunciar los pecados públicos; luego, inspeccionaba la eucaristía,
pila bautismal, santos óleos, ornamentos de culto, imágenes, altares, y el edificio del
templo. Especial cuidado debía poner en el examen de los libros parroquiales,
cumplimiento de aranceles, catecismos en uso, directorio de los confesores y estado de
los bienes de la parroquia. Debía visitar las ermitas, hospitales y cofradías, e
inspeccionar las capellanías y obras pías. El comportamiento de los clérigos y
cumplimiento de sus obligaciones debían ser también cuidadosamente examinados por
el obispo. El prelado emitía las normas oportunas para que se efectuaran las reformas
necesarias. Todo lo efectuado en las visitas quedaba escrito en un libro especial, para
comprobar posteriormente su cumplimiento. A los visitadores se les prohibía recibir de
los fieles cualquier clase de presentes en especie o en dinero (lo que raramente se
cumplió); solamente podían aceptar comidas frugales para sí y sus acompañantes,
quienes, en todo caso, debían ser pocos. Tampoco podían recibir estipendio alguno por
la administración de la confirmación. Las cintas y candelas que acostumbraban entregar
a los confirmandos tenían que ser compradas antes por éstos en concepto de limosnas.
Parece que las visitas realizadas en Guatemala durante los siglos XVI y XVII no fueron
muchas, pues cada obispo solía realizar una sola y no siempre. Marroquín visitó varias
veces algunos curatos de su diócesis. La visita no siempre llegaba a los lugares más
apartados y de difícil acceso. Suelen citarse como algo singular las visitas en que el
prelado llegaba a todos los curatos de la diócesis, tal como ocurrió con la iniciada por
Fray Payo de Rivera en 1660, con buenos resultados; o el caso de los obispos que la
realizaban más de una vez. Así lo hizo Fray Andrés de las Navas y Quevedo, que visitó
la diócesis durante los años 1683 a 1697, a costa de indecibles trabajos, recorriendo más
de 1,200 leguas, y confirmando unas 120,000 personas. Hay constancia de que al menos
seis de los 10 obispos que tomaron posesión efectiva de su diócesis hicieron la visita
personalmente. Parece ser que, en contra de lo legislado, se introdujo pronto la
costumbre de recibir ciertos derechos y ofrendas por las visitas.
Las cofradías
Las cofradías se fundaron en América con la llegada de los españoles. Eran asociaciones
de fieles, legalmente constituidas, con finalidades religiosas y benéficas, que tenían
como titular a un santo, la Virgen María o alguno de los misterios de la fe cristiana, y
tenían un reglamento propio. Las cofradías podían formarse por el hecho de pertenecer a
una profesión o grupo social, o simplemente por motivos de devoción. Aspecto
importante de las cofradías era la ayuda mutua entre sus miembros, que en algunos
casos podía tener una relevancia económica considerable. El capital provenía de las
cuotas y limosnas de los cofrades y de donaciones de todo tipo, algunas de las cuales
consistían en bienes raíces. Había algunas cofradías muy ricas, incluso con iglesia
propia. Los mayores gastos se destinaban al culto divino. Para fundar una cofradía se
necesitaban la licencia del Rey y la del obispo. Los bienes eran administrados por los
propios cofrades, aunque el obispo y los párrocos podían inspeccionar las cuentas. En
América proliferaron las cofradías. Muchas de ellas se implantaron sin las licencias
requeridas, y se erigieron selectivamente para españoles, criollos, mestizos, indios y
negros. Muchos párrocos favorecieron su creación, por los beneficios que les
reportaban. Los indígenas las aceptaron de buena gana y las convirtieron en
instituciones de capital importancia para la propia supervivencia social y cultural.
Las cofradías adquirieron un auge extraordinario en todo el Reino y especialmente en la
diócesis de Guatemala. En 1637, la Audiencia denunció que su número era excesivo,
ordenó que se suprimieran las que no contaban con las debidas licencias, y prohibió que
se fundaran otras nuevas. La orden no tuvo efecto alguno y las cofradías, con o sin
permiso, siguieron aumentando. A finales del siglo XVII, solamente en las doctrinas de
los franciscanos había más de 300. Por ejemplo, en Santa María de Jesús había 24
cofradías; en Quezaltenango, 22; y en el remoto curato de Santiago Tejutla existían 29
en actividad. Las visitas pastorales del Obispo Navas y Quevedo, realizadas en los dos
últimos decenios del siglo XVII, ofrecieron bastantes detalles sobre su funcionamiento
ya que, al examinar los libros de cuentas, tuvo que corregir muchos defectos de
administración. En 1527 se fundó la primera de estas cofradías en Santiago, bajo la
advocación de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. Se puede estimar que en
Guatemala funcionaban unas 800 cofradías a finales del siglo XVII.
La Inquisición
Durante los siglos XVI y XVII se llevaron a cabo en Hispanoamérica cerca de 4,000
procesos de la Inquisición, y un tercio de las sentencias fueron absolutorias. Aunque
abundaron las acusaciones, muchas de ellas no fueron admitidas como suficientemente
serias para iniciar los procesos. Las sentencias podían ser absolutorias, de
reconciliación, de penitencia, y de relajación al brazo secular. Esta última conllevaba la
pena capital. Las sentencias que implicaban prisión o pena de muerte se ejecutaban en
autos de fe particulares o `autillos', o bien en autos generales o públicos; el resto se
ejecutaba en privado. La mayoría de las causas se referían a malas costumbres o
prácticas sospechosas, como bigamia, solicitaciones en el sacramento de la confesión,
heterodoxia ideológica, sortilegios, brujerías, supersticiones y blasfemias; las más
graves eran las de herejía, especialmente las referentes a criptojudíos y luteranos. La
inmensa mayoría de los procesados fueron españoles y criollos. En el siglo XVI se
ajustició a 18 personas, de las cuales 14 eran corsarios y piratas extranjeros; en el siglo
XVII su número fue de nueve. Los indígenas, por ser nuevos en la fe, quedaron fuera de
los tribunales de la Inquisición.
Los procesos eran largos y complejos, pues se exigían pruebas convincentes. La prueba
de tormento en el potro podía ser solicitada por el tribunal, cuando no había
coincidencia entre las declaraciones del reo y los testigos, pero este tipo de prueba fue
poco usado a partir de la segunda mitad del siglo XVII. Al ingresar en las cárceles del
Santo Oficio, los bienes de los reos eran embargados preventivamente. Las sentencias
podían apelarse ante el Tribunal Supremo de la Inquisición en España, que nunca
aumentaba las penas sino más bien las disminuía.
El Cristianismo Americano
En el desarrollo de este título se analizará lo referente a la administración de los
sacramentos, así como el tipo de religiosidad de indígenas y criollos.
Hasta finales del siglo XVI, la administración del bautismo a los indígenas pasó por dos
fases, aunque con diferencias en relación a tiempo y lugar: una primera etapa en la que
se bautizó masivamente, con escasa o ninguna preparación; y una segunda, en la que se
impuso un catecumenado más exigente como condición para recibirlo, especialmente a
partir de la segunda mitad del siglo. En 1536, Fray Toribio de Benavente, el célebre
Motolinía, afirmó que en la Nueva España había unos cinco millones de indígenas ya
bautizados; en menos de dos decenios, prácticamente todos los indígenas conquistados
habían recibido el bautismo. Los concilios celebrados en México y Lima durante la
segunda mitad del siglo XVI dieron normas muy precisas y exigieron una adecuada
instrucción religiosa antes de administrar los sacramentos. También ordenaron que se
intensificara la educación religiosa de los indígenas ya bautizados. En general, los
indígenas aceptaron con agrado el bautismo de sus hijos. Mayores problemas hubo con
el sacramento de la confirmación, cuya administración estaba reservada a los obispos.
Aunque los religiosos podían conferirlo en las misiones, no lo hicieron. Se exceptuaron
los jesuitas respecto de los indios de sus reducciones. Solían pasar muchos años sin
administrarlo, pues todo dependía de las visitas pastorales de los obispos, siempre
escasas.
El sacramento del matrimonio tropezó al principio con la poligamia en que solían vivir
los caciques, a quienes se exigía quedarse con una esposa. También tropezó con las
relaciones de parentesco vigentes en las comunidades indígenas, que no siempre
coincidían con los grados de consanguinidad y afinidad constituyentes de impedimento
para la celebración del matrimonio cristiano.
La recepción de la eucaristía por parte de los indígenas levantó una viva polémica entre
los religiosos, los obispos y la Corona, que no se ponían de acuerdo en cuanto a su
administración. Mientras franciscanos y dominicos se mostraban reacios a administrar
la eucaristía a los indígenas, por no considerarlos todavía preparados para recibirla y
quedar expuestos a cometer sacrilegios, los agustinos y jesuitas opinaban que se les
debía permitir el acceso a la misma, pues la gracia conferida por el sacramento les era
necesaria para fortificar su todavía incipiente fe. Gregorio XIII, mediante un breve del
13 de febrero de 1575, aceptó el acceso de los indios al sacramento y amplió el plazo
para que éstos recibieran la comunión pascual. En 1578, la Corona insistía en que se
administrara a los indígenas capaces. Los concilios terceros de Lima y México pidieron
que a los indios se les confiriera el sacramento, siempre que fueran capaces y estuvieran
preparados. No obstante, los doctrineros se resistían a dar la eucaristía a los indios,
alegando falta de instrucción religiosa e incapacidad para distinguir entre el pan
ordinario y el consagrado. Todavía a finales del siglo XVII, hubo denuncias sobre que
en algunos pueblos de indios la costumbre era no darla.
La obligación de asistir a misa los domingos y días festivos pesaba también sobre los
indios. Como no siempre los indígenas se encontraban dispuestos a cumplir con estas
obligaciones religiosas, los doctrineros tenían que utilizar medidas de fuerza, mediante
los fiscales indígenas, e incluso azotes públicos para que cumplieran.
En el Reino de Guatemala se llevaron a cabo bautismos masivos, sin que precediera una
adecuada evangelización. Se dice que el Fraile mercedario Marcos Ardón bautizó cerca
de un millón de indios en Chiapas, Guatemala y Honduras. A partir de 1550, la
situación fue cambiando. Para recibir el bautismo, se exigió a los adultos que cuando
menos aprendieran el Padre Nuestro, el Ave María, los mandamientos de Dios y de la
Iglesia, y que ofrecieran alguna garantía de cambio en su comportamiento moral. El
concilio tercero de México ordenó que al bautizar a los indios no se les pusieran
nombres de su gentilidad. En 1562 se autorizó que en los óleos para la administración
de los sacramentos en América pudiera usarse el bálsamo de un tipo de árboles de la
región de Sonsonate, impropiamente llamado `bálsamo del Perú'. En 1660 hubo
denuncias de que en ciertos pueblos morían muchos niños sin bautizar, por no haber
indios autorizados por los doctrineros para conferir el bautismo en peligro de muerte.
En los pueblos donde había indios con permiso para administrar el bautismo en tales
situaciones, los doctrineros los bautizaban de nuevo sub conditione (bajo condición).
En cuanto al viático, hubo bastante negligencia por parte de los doctrineros: al principio
se exigía llevar al enfermo a la iglesia para darle la comunión, lo que frecuentemente era
imposible; después, el sacerdote acudía a casa del enfermo, aunque la distancia le
impedía muchas veces llegar a tiempo. En la segunda mitad del siglo XVII, en los
pueblos donde residía el doctrinero, el viático se administraba rodeado de solemne
ceremonia. Sin embargo, había todavía bastante abandono por parte de los doctrineros
en la administración del sacramento de la extremaunción. En 1656, los franciscanos lo
administraban cuando el enfermo lo pedía; a partir de esa fecha, los visitadores de la
Audiencia ordenaron que se confiriera habitualmente. La costumbre se fue imponiendo,
pero con resultados no siempre satisfactorios.
El cristianismo indígena
Otra importante cuestión es el grado de voluntariedad con que los indígenas, al menos
inicialmente, aceptaron el cristianismo. En principio debe rechazarse la postura
simplista de quienes ven en este asunto un acto de fuerza e imposición exclusivamente,
y también la de quienes defienden una libertad total del indio en su aceptación. Lo que
el historiador percibe es que en América surgieron muy pronto dos formas de vivir y
comprender el cristianismo: la `república de los indios' practicó un tipo de cristianismo
con caracteres específicos y propios, diferente del cristianismo de la `república de los
españoles', al que se llamó `cristianismo criollo'.
Los indígenas se sintieron muy atraídos por los sitios ceremoniales de la liturgia
cristiana, y en general por los aspectos concretos y perceptibles de la misma.
Contrariamente, no parecieron entusiasmados por los conceptos abstractos de la
Teología, como sucedió con el concepto de Dios, el cual no pudo ser traducido a sus
lenguas, y el de la Trinidad. La devoción a la Virgen María ocupó un lugar privilegiado,
y bien pudiera ser que en ella se escondiera algún tipo de culto a ciertas divinidades
agrarias, especialmente a la Madre Tierra. La devoción a la imagen de Jesucristo caló
también de manera profunda en el alma indígena, particularmente en su vertiente de
dolor y sacrificio. La Semana Santa fue un tiempo sagrado vivido en forma
significativa. El santo patrono del pueblo fue muy venerado, y sus fiestas se solían
prolongar durante ocho días y más. El culto a las imágenes se extendió con prontitud,
tanto en los templos como en las casas particulares. A veces, detrás del culto a las
imágenes se escondían otras devociones no cristianas. El culto a los difuntos se vivía
con intensidad, pues entroncaba perfectamente con las tradiciones de los aborígenes. La
creencia en los demonios, que los misioneros se esforzaron en identificar con los ídolos,
fue también asimilada por los indígenas, que creían en los malos espíritus. Los
chimanes solían apropiarse de objetos de culto o utilizar lugares específicos de las
iglesias para sus prácticas. El cristianismo logró penetrar en los espacios y tiempos
religiosos indígenas, pero sólo parcialmente, pues persistieron los ritos y creencias
propios de los indios, a veces mezclados con los ritos cristianos, y otras veces separados
de los mismos. Había muchos que vivían la vida sacramental sin oponer resistencia. El
resto de la vida litúrgica era más aceptado en la medida en que coincidía con sus
festividades y preferencias. Unos doctrineros se mostraron pesimistas ante el
cristianismo indígena; otros, optimistas; algunos más, perplejos; la mayoría, no
obstante, lo aceptó y convivió pacíficamente con sus costumbres y religiosidad.
El culto a los santos fue aprovechado por los indígenas para expresar también
manifestaciones religiosas que no tenían nada de cristianas. Tal fue el caso del culto a
San Pascual Bailón, por el que se le rendía homenaje a la muerte. Fuentes y Guzmán
dijo, a mediados del siglo XVII, que no había casa de indios en todo el Valle de
Guatemala que no tuviera una imagen de dicho santo, hasta que las autoridades
eclesiásticas llevaron a cabo un auto de fe y prendieron fuego a cuantas pudieron
recoger.
El cristianismo criollo
Los cronistas y los documentos de la época nos describen, hasta con gran brillantez en
algunos momentos, la vida religiosa de españoles y mestizos. Era un mundo donde lo
milagroso, como señal divina, aparecía frecuentemente en los fenómenos sociales y
relaciones humanas, y el culto a las imágenes y reliquias penetraba hasta la intimidad de
los hogares. Remesal puso de manifiesto la profunda devoción mariana de los
españoles, lo cual se fue haciendo presente en imágenes, iglesias, ermitas y cofradías
dedicadas a Nuestra Señora, cuyo número creció ininterrumpidamente desde el siglo
XVI.
Se multiplicaron los días festivos y se unieron a los de la Iglesia universal los propios de
las diócesis, ciudades y pueblos, sin que hubiera semana sin dos o tres días festivos. Se
promovió en toda su amplitud la devoción a los santos y en su honor se llevaban a cabo
procesiones, misas y novenarios. Las festividades en honor de la Concepción
Inmaculada de María y del Corpus revestían especial esplendor. En las ciudades de los
españoles y en muchos pueblos de indios, el día del Corpus se celebraba con
procesiones de extraordinaria brillantez y solemnidad. La Semana Santa se convirtió en
el tiempo sagrado por excelencia, pues toda la vida cristiana giraba en torno a los actos
litúrgicos y a las procesiones con los `pasos' tradicionales. Los días de ayuno y
abstinencia eran numerosos, particularmente durante la cuaresma. Ante los frecuentes
terremotos, pestes, plagas, sequías, lluvias torrenciales e incluso invasiones de corsarios,
se organizaban procesiones, rogativas y votos, en demanda del remedio a los males que
afligían a la sociedad. Españoles y mestizos estaban obligados, bajo determinadas
penas, a cumplir con el precepto de la misa dominical y de la confesión y comunión
anuales.
Hay que destacar, particularmente por su aparato externo, la vigorosa vida religiosa en
Santiago de Guatemala. Alrededor de 1650, más de 50 templos, entre iglesias, capillas y
ermitas, funcionaban en una ciudad de unos 32,900 habitantes. Las autoridades de la
Audiencia y del Ayuntamiento asistían oficialmente a procesiones, rogativas y actos
litúrgicos, y el Ayuntamiento solía colaborar con generosidad en la celebración de tales
festividades. Las iglesias estaban dotadas de objetos de culto, retablos e imágenes,
elaborados en los renombrados talleres artesanales de la ciudad. Los nacimientos,
aniversarios, exaltación al trono de los monarcas, funerales de cuerpo presente y otros
acontecimientos similares exhibían gran aparato externo. A mediados del siglo XVII se
destacó la Compañía de Jesús como foco de espiritualidad, frecuencia de sacramentos,
oración mental y enseñanza de la doctrina cristiana al pueblo, mediante las
congregaciones marianas. Célebre por su apostolado en estos años fue el jesuita Manuel
Lobo. Los escritos teológicos y de tipo religioso en general proliferaron copiosamente.
Se tiene noticia de un buen número de personas que sobresalieron por su vida virtuosa.
Cabría señalar por lo menos dos, que se distinguieron por su profunda vida interior y las
obras de caridad cristiana que realizaron. En 1639 nació en San Vicente de Austria (San
Salvador) Ana Guerra de Jesús, de condición humilde y de carácter dócil. Contrajo
matrimonio con Diego Hernández, hombre de mal temperamento, de quien recibió
malos tratos y que acabó abandonándola. Tuvo siete hijos, de los cuales cinco murieron.
En 1669 llegó a Santiago y allí comenzó una nueva vida dedicada a la oración, al
servicio de los pobres y a las obras de penitencia. Llegó a desarrollar una vida mística
muy elevada y fue ejemplo de laboriosidad y austeridad para toda la población. Murió
en 1713 y a su funeral asistieron miembros de la Audiencia, del Ayuntamiento y de
todas las órdenes religiosas de la ciudad de Santiago de Guatemala. Grande era la fama
de santidad de aquella sencilla y pobre mujer, pues supo desarrollar las mejores virtudes
cristianas en el marco de una vida normal.
Alrededor de 1650 llegó el que iba a convertirse en uno de los santos más venerados y
queridos del pueblo de Guatemala, el Hermano Pedro de San Joseph de Bethancourt.
Dedicó su vida al servicio de los enfermos pobres, a quienes recogía en un hospital
fundado por él. Fue un ejemplo vivo de caridad, desinterés y amor a los hombres.
Interesado en promover la vocación por las ánimas del purgatorio, edificó dos ermitas
con tales propósitos. Vivía pobremente de las limosnas que recibía y se rodeó de un
grupo de personas que le ayudaron en sus obras benéficas. Murió en 1667, y dejó en la
ciudad y en toda Guatemala un recuerdo imborrable.
El cristianismo vivido por los españoles y mestizos en América, sin embargo, también
tuvo sus aspectos negativos. Con frecuencia los ritos externos que parecían vivirse tan
intensamente no correspondían a una vida interior acorde con las enseñanzas del
evangelio. Había corrupción, abusos, codicias, excesos sexuales, odios, venganzas,
crímenes, excesiva embriaguez, y todo un conjunto de miserias alejadas del cristianismo
que oficialmente se predicaba y aparentemente se vivía. El trato dado al indio dejaba
mucho que desear y en ocasiones era contradictorio con el amor cristiano. Los
documentos de la época revelan aspectos de este tipo, que no se pueden ocultar. Muchos
mestizos, postergados y marginados por la sociedad, se refugiaron obligadamente en el
interior de la selva, donde llevaban una vida inadecuada desde el punto de vista
cristiano, sin control apenas y con muy escasa formación religiosa. El Obispo de las
Navas y Quevedo (1683-1701) tuvo palabras muy duras para los españoles que, al llegar
a las Indias, abandonaban su comportamiento cristiano y olvidaban el celo apostólico.
De esa manera, denunció la ambición y codicia de muchos españoles y criollos, y se
escandalizó de la poca lealtad que éstos guardaban a Dios y al Rey.
ERNESTO CHINCHILLA AGUILAR
Entre sus biógrafos principales se cuentan el Padre Manuel Lobo, SJ, y el cronista
Francisco Vázquez, OFM. Ambos aseguran que Pedro de San José de Bethancourt llegó
a la ciudad de Guatemala en 1651, a la edad de 24 ó 25 años, y él mismo confirmó el
año en su testamento.
Durante todo este tiempo fueron admirables su devoción, sus ejercicios piadosos, sus
rigurosos ayunos y sus penitencias. Durante horas de la noche, a veces de las nueve a las
dos de la madrugada, para no interferir con su trabajo en la construcción del edificio de
El Calvario, recorría las estaciones del Vía Crucis, a pie o de rodillas, desde el templo
de San Francisco hasta El Calvario mismo.
Un día caminó hasta el pueblo de Petapa, con la idea de abandonar la ciudad porque en
ésta su fervor religioso parecía no encontrar cauce pero, al hallarse en oración en la
iglesia titular de aquel pueblo, decidió volver a Santiago y dedicarse a la práctica de
obras caritativas.
Solicitó ingresar en la Orden Tercera de San Francisco, pero así como no era admitido
en el sacerdocio por no ser letrado, también se pensaba que todavía era muy joven para
ser recibido en la Orden como Terciario del Hábito Descubierto. Después de sucesivas
gestiones, se le confirió aquella humilde calidad. En relación con esto, dice
textualmente en su testamento:
...ocupándome en algunas cosas del servicio de dicha
Orden, y Calvario que es a su cargo, fue la divina
majestad servido, que con algunas limosnas que se me
dieron para que comprase un solarcillo, y que en él
pudiese poner escuela de niños que fuesen enseñados e
industriados en la doctrina cristiana, hube y compré un
solar y sitio, que quedó por muerte de María Esquivel,
difunta, con una casita de paja, en que tuve escuela,
admití niños y otras personas, que se industriaron y
enseñaron, y se ha continuado.
Pero la piedad del Hermano Pedro fue más allá de esta pequeña y loable labor
educativa, y pronto se le vio empeñado en otras tareas humanitarias:
Otras personas devotas que había en la ciudad comenzaron a ayudar al Hermano Pedro
con limosnas o donaciones, o abandonando sus intereses para dedicarse totalmente a las
mismas obras de caridad que lo veían desarrollar con tanto ahínco. El menciona, entre
estos últimos, a los siguientes:
El mismo edificio material de los belemitas, situado en la parte posterior del convento
grande de San Francisco y de la Escuela de Cristo, al oriente de la ciudad, cerca del área
que baña la corriente del Río Pensativo, crecía a ojos vistas. Dice el Hermano Pedro en
su testamento:
Los edificios estaban provistos de camas, ropa, bienes, ornamentos, tres cálices,
imágenes, cuadros y otras cosas, todo adornado con la mayor decencia posible,
principalmente el oratorio o iglesia de Belem. En un período de menos de 15 años había
definido los comienzos de un gran instituto religioso, y gracias a que contaba con la
aprobación tácita del Obispo y del Presidente de la Audiencia se atrevía a pensar:
La vida del Hermano Pedro de Bethancourt fue breve, de apenas 41 años, pues falleció
el 25 de abril de 1667. De su muerte dio fe el escribano Esteban Rodríguez Dávila:
Al concluir el siglo XVII, la Orden Hospitalaria de Belem era una realidad, creíble sólo
por la actividad desplegada por los prefectos generales de la misma y por el entusiasmo
y fervor que despertaba la figura del Hermano Pedro en todos los ámbitos a donde
llegaba la Orden de Belem.
La beatificación del Hermano Pedro de San José de Bethancourt fue ratificada por el
Papa Juan Pablo II durante su visita a Guatemala en 1983, y continúa firmemente el
proceso de su canonización como santo de la Iglesia Católica.
BEATRIZ SUÑE BLANCO
El primer Cabildo
El 12 de agosto del mismo año, en el acta del Cabildo aparece la palabra ciudad y se
supone que se levantó alguna choza como iglesia pues se nombró a un sacristán. Es muy
significativo que apenas un mes después de la fundación estaban constituidas las dos
instituciones más importantes de la ciudad: Iglesia y Cabildo. Este último habría de
preocuparse de recrear el ambiente de una auténtica ciudad castellana y de buscar
algunos signos externos de riqueza equiparables a los de las ciudades peninsulares. Este
hecho, el de cuidar los aspectos ostentosos, se refleja en las ordenanzas dadas a los
sastres, en las cuales se regulan precios de elementos de lujo, como una capa
guarnecida, en vez de los precios para los artículos de subsistencia. Hasta mayo del año
siguiente no se recoge nada sobre artículos como la carne u otros similares.
El primer reparto de tierras que realizó Pedro de Alvarado fue hecho un tanto
azarosamente, pues en su rápida entrada militar no pudo hacer una valoración real de la
calidad de las tierras. Por ello, Jorge de Alvarado hizo un nuevo reparto cuando la
ciudad estaba ya establecida en su nuevo sitio. En el Cabildo del 8 de abril de 1528 se
decidió hacer una nueva distribución de la tierra pues, según se comentó, `los dichos
vecinos tienen tomada mucha tierra, más de la que han de tener y otros no tienen
ninguna'.
La regulación de los distintos oficios fue una de las primeras manifestaciones de la vida
de la ciudad. En abril de 1528 se fijaron los precios para los servicios de los herradores,
herreros, zapateros, sastres y pregoneros, así como las penas que debían pagar por el
incumplimiento de sus compromisos. En mayo de 1529, y dado el crecimiento de la
ciudad, la plaza resultó pequeña y el Cabildo ordenó `...dar a la plaza pública de esta
dicha ciudad veinte cuatro pasos de los solares de la ciudad que comienzan desde la
esquina del juego de la pelota, de la de fuera, para que todo sea plaza'.
En el Cabildo celebrado el 20 del mismo mes y año se dieron normas generales para el
ornato de la ciudad. Se dispuso que el ganado no anduviera suelto, que se cuidara de los
perros por el daño que hacían a los naturales, que se limpiaran los caminos, y se
emitieron algunas regulaciones sobre las edificaciones indicadas en los solares
concedidos, etcétera. En el Cabildo siguiente se dijo que la ciudad estaba pobre y sin
`propios', referencia que habría de repetirse a lo largo del siglo. En los sucesivos
Cabildos se concedió vecindad, solar y tierra a los nuevos solicitantes y se dictaron
disposiciones para evitar que vecino alguno acumulara tierras o pudiera venderlas.
En cuanto a las elecciones municipales, el Juez de Residencia Francisco de Orduña no
modificó las normas establecidas por Jorge de Alvarado. En las elecciones de 1530 se
solicitó que para nombrar a los dos alcaldes y seis regidores necesarios, cada uno de los
regidores salientes nombrara a tres personas suficientes. Es decir, un total de 18
propuestos para elegir entre ellos a los seis. Además se dispuso que se podía proponer a
otras cuatro personas para elegir entre ellas a los dos alcaldes.
Con la llegada del Juez Visitador Francisco de Orduña, que asumió la presidencia del
Ayuntamiento, los capitulares se escindieron en dos grupos: los allegados a Alvarado, y
los que apoyaban al Juez Visitador que tenía los poderes de Capitán General. Las
relaciones internas del Cabildo en estos momentos eran malas y, en algunos casos,
violentas. Los abusos que el Visitador Orduña cometió contra los vecinos como
consecuencia de su política dictatorial, lo hicieron odioso hasta para los enemigos de los
Alvarado. En uno de tales Cabildos, Orduña llegó incluso a tirar de las barbas a Gaspar
Arias. Eugenio de Moscoso se negó a tomar parte en las elecciones de 1530 y alegó para
ello irregularidades en el procedimiento. El Visitador lo acusó a su vez de alborotador y
de no servir bien a Su Majestad, y adujo que por ello no era justo que tuviera su oficio.
Moscoso apeló contra tal decisión y Orduña le mandó presentar su protesta ante la
Audiencia de México y lo conminó a que, si pasados 60 días del mandamiento no salía
de la ciudad de Santiago, lo llevaría preso como a persona rebelde y `escandalizadora de
la tierra'.
Así se encontraba la ciudad cuando Pedro de Alvarado regresó con una provisión real
emitida por la Audiencia y Cancillería de México, y otra de Su Majestad, por medio de
las cuales se le nombraba Gobernador y Capitán General de `estas partes'. El Cabildo lo
recibió el 30 de abril de 1530. Alvarado encontró la ciudad muy distinta a como la había
dejado. Gonzalo Ortiz, en su calidad de Procurador de la ciudad, presentó una petición
para que detuviera a Francisco de Orduña y no se le permitiera salir de la tierra mientras
no se le sometiera a Juicio de Residencia.
Durante la década de 1530, las relaciones entre el Cabildo y el poder eclesiástico fueron
muy buenas. La personalidad de Marroquín, tan preocupado por el bien de la república
y de los indios, propició el buen entendimiento entre el Cabildo y la Iglesia. Las
relaciones entre ambas instituciones fueron tan buenas que el Ayuntamiento pidió al
Rey que se diera al Obispo la encomienda de un pueblo con una renta digna y
suficiente. En la solicitud se aducía que ya Su Majestad había dado a otros prelados
como ellos lo habían pedido, y en cuanto al Prelado se pedía específicamente al Rey que
`lo mande mantener conforme a su dignidad y esto se podía hacer con mandarle V.
En enero de 1539, el Cabildo elevó a la Corona una serie de solicitudes de los vecinos
que pedían distintas cosas `...en remuneración de lo mucho que a V.
Destrucción de Almolonga
El Cabildo de Santiago escribió varias cartas al Rey con las noticias de lo ocurrido. La
primera, del 6 de octubre de 1541, informaba de una carta enviada al Virrey de la Nueva
España, en la que se describían tan tristes acontecimientos. La información remitida al
Virrey perseguía obtener socorro más inmediato dada la menor distancia. En la carta al
monarca también se hacían objeciones acerca de las cualidades de Francisco de la
Cueva y se solicitaba que se nombrara a otra persona para que presidiera el gobierno:
Pero quizás la más patética y realista de las cartas remitidas al monarca con motivo de la
catástrofe fue la del 13 de diciembre del mismo año, en la cual el Ayuntamiento se
expresó de la siguiente manera:
En resumen, los años transcurridos desde la conquista de Guatemala hasta la muerte del
Adelantado fueron dedicados a la creación de una comunidad de españoles, que
encontraron en los Cabildos seculares la institución idónea para la defensa de sus
intereses como individuos y como grupo de `conquistadores y primeros pobladores'. De
todas maneras, dichos años estuvieron esencialmente marcados por la fuerte
personalidad de Pedro de Alvarado, quien se valió de su prestigio, su habilidad, su
atractivo personal y sus ambiciones para mantener a la comunidad de españoles girando
en torno a su política personal y a sus intereses, no siempre coincidentes con los de todo
el grupo.
Santiago de Guatemala
La trágica y temprana muerte de Pedro de Alvarado dio paso a una nueva etapa en la
historia del Reino de Guatemala, no sólo por el traslado de la ciudad de Santiago a un
nuevo sitio, sino especialmente por la reorganización del poder político.
El cronista Antonio Vázquez de Espinosa dijo de ella que tenía unas seis leguas de
circunferencia. Este cronista la visitó por primera vez en 1620, pero resulta válida para
el siglo XVI la impresión tan grata que sacó de una tierra tan fértil `donde es primavera
todo el año'. Su descripción aporta algunos datos interesantes:
Los indios llevaron una vida muy dura, pues se convirtieron en fuente intensiva de
mano de obra, se les hizo objeto de agravios y humillaciones, y se les obligó a tributar a
los poseedores de las tierras que ocupaban. En las fuentes documentales se encuentran
repetidas quejas de la Audiencia y de los religiosos, las cuales se referían a tan
deplorable situación: `Estos indios no tienen ningún género de hacienda..., pues aun de
la tierra en que viven pagan terrazgo a los españoles..., a los cuales se paga tres reales...'
Al principio los arquitectos y alarifes se improvisaron, pero gracias al gran sentido que
los españoles tenían de la construcción y sobre todo del uso del ladrillo, pronto la
ciudad de Santiago empezó a surgir con pujanza y brillantez. Después de la primera
mitad del siglo XVI empezaron a llegar profesionales de la construcción, y la capital
cobró un gran impulso. El terremoto de 1585 representó un duro golpe para los tenaces
pobladores. Es difícil explicarse la perseverancia de unos hombres que una y otra vez
construyen la nueva planta con el firme deseo de permanecer en el lugar.
Santiago fue siempre la ciudad más poblada del Reino de Guatemala, y lo fue también
en el continente después de México y Lima. Alonso López de Cerrato, en una carta de
1548, dice `que la ciudad será de cuarenta vecinos'. En 1567 el Ayuntamiento hizo dos
repartimientos o derramas entre los habitantes, para cubrir ciertos gastos de la ciudad.
En dichos repartimientos aparecen 281 y 269 vecinos. Una relación de pobladores,
hecha en 1572 por orden del Presidente Villalobos, indica una cantidad de 227 vecinos,
de los cuales 77 eran encomenderos.
Las repetidas acusaciones del Cabildo y de los vecinos contra los Alvarado por los
abusos cometidos obligaron al Rey a tomar medidas firmes contra las irregularidades
denunciadas. En las Leyes Nuevas de 1542 se mandó fundar una Audiencia Real en los
confines de Nicaragua y Guatemala, y se dispuso que la misma fuera presidida por el
Licenciado Alonso de Maldonado, quien era buen conocedor del medio y de los
problemas que enfrentaba la población. Maldonado venía además respaldado por el
propio Cabildo que, en carta a Su Majestad, había suplicado que, mientras otra cosa no
se proveyera, se nombrara Gobernador al Licenciado Maldonado, de quien se decía que
siempre había dado muestras de buen gobierno. Mas los hechos dirían que una cosa era
tenerlo como juzgador de las actuaciones de los Alvarado y otra muy distinta tenerlo por
Presidente de la Audiencia. Desde esta nueva posición, sus intereses contrastarían con
las aspiraciones de los vecinos.
La opinión de dos regidores del Cabildo sobre la actuación política del Licenciado
Maldonado fue severamente negativa. Desde su llegada comenzó a dar a sus parientes,
amigos y criados los indios que habían vacado, no para que los tuvieran en la tierra sino
para que los vendieran. Entregó indios dos veces a Martín de Guzmán, su hermano, a
quien otorgó también los pueblos de Sacatepéquez, Zapotitlán y Pinula. A Diego de
Monroy, conquistador antiguo, lo despojó de dos pueblos que luego entregó a un primo
suyo, a quien entregó además 300 pesos de un pueblo de la Real Corona. Trajo consigo
a su primo Juan de Guzmán, a quien casó con una viuda que tenía un pueblo de más de
2,000 pesos de renta. Los favores concedidos a sus familiares de apellido Guzmán,
habrían de tener repercusiones económicas y sociales, pues con ellos nació un fuerte
núcleo que controló el comercio del cacao. A su alrededor se fueron agrupando todos
los salmantinos (Maldonado provenía precisamente de esa región) que, sin mérito
alguno de guerra o vecindad, consiguieron pueblos de mucha renta, y que luego
ocuparon cargos en el Concejo para conseguir la categoría que buscaban.
En una segunda carta, del 6 de mayo del mismo año, los vecinos decían que el
Presidente era `tan riguroso que todo su deseo es pensar cómo nos ha de destruir sin
punta de misericordia'. Insistían en que no estaban abogando sólo por sus haciendas sino
por sus conciencias y por el bien y conservación de la república. Afirmaban que la
calidad de los indios demandaba que, para su educación e incorporación a la fe cristiana,
estuvieran bajo el yugo de los españoles.
Preguntamos a V.
M. para que uno sea buen gobernador qué se requiere; la
respuesta es que haga justicia y que la haga justamente,
que es dar a cada uno lo que es suyo, a Dios
principalmente fe, devoción y obras... Habíase de acordar
el presidente que esta tierra es de V.
M. aparejado.
Los puntos en que los vecinos insistían más eran los siguientes: falta de justicia y
deficiente ejecución de la misma; desaparición de las labores de minas por falta de
cuadrillas; carestía de mercancías y mano de obra (los oficios mecánicos empleaban
muchos esclavos indios que ya habían recobrado su libertad); escasez de ganado y
granjerías que ponen a la ciudad en peligro de padecer hambre; trato arbitrario a los
conquistadores casados o solteros.
Al abolirse la esclavitud para todos los indios al servicio de los oficiales de los oficios
mecánicos, aquéllos alcanzaron su libertad sin que los amos fueran recompensados.
Perjudicados económicamente y sin que nadie les ayudara en el desempeño de sus
oficios, dichos oficiales tenían dos caminos: abandonar la ciudad de Santiago y buscar
otras formas de vida, o aumentar el precio de sus productos. Esto último redundaría en
perjuicio de toda la población. A los indígenas que habían aprendido los oficios no se
les permitía obtener carta de oficiales. La solución que aconsejaban los vecinos y
algunos religiosos era la de conservar a los artesanos indígenas con sus mismos amos y
ofrecerles un salario decoroso.
El Presidente quitó a la ciudad un ejido donde pacía el ganado de los vecinos. Ello había
causado tanto perjuicio que el Cabildo se había visto obligado a confeccionar una
matrícula de las personas que poseían ganado para que se alternaran en el
abastecimiento a las carnicerías. En esta primera matrícula se registraron solamente 12
vecinos.
Después de la prematura muerte del Doctor Rodríguez de Quesada, la ciudad quedó sin
gobierno y la Audiencia sin presidente. Se discutió el problema de la sucesión en la
presidencia, ya que según las normas debía ejercerla el oidor más antiguo. Se nombró,
por lo tanto, al Oidor Tomás Zorita, hombre de carácter, que había tenido ya
enfrentamientos con los vecinos. Las causas de tales enfrentamientos residían en los
cambios que Zorita había efectuado después de una visita general a la Gobernación:
Después de terminada la gestión de Zorita en Guatemala, el Cabildo trató por todos los
medios de enmendar los abusos cometidos por el Oidor. En el Cabildo del 3 de abril de
1556 se dispuso acudir al extenso poder otorgado a Sebastián Recinos, Solicitador ante
el Consejo de Su Majestad, y a varios vecinos de Sevilla, para que pidieran un Juez de
Residencia a fin de examinar la gestión del Licenciado Zorita y los muchos agravios
cometidos por éste contra los vecinos, la ciudad y gobernación.
Los continuos memoriales que el Cabildo hizo llegar al Rey por medio de sus
procuradores, hicieron que en España se tomara la decisión de enviar al Licenciado
Francisco Briceño como Juez de Residencia y futuro Gobernador. Este personaje llegó a
Guatemala el 12 de febrero de 1565, oculto y bajo nombre supuesto, y se alojó en el
convento de La Merced, en la capital. Hizo sus primeras averiguaciones amparado en el
anonimato y más tarde se dirigió a Petapa, desde donde avisó de su llegada a la
Audiencia y al Cabildo. La Audiencia, temerosa de los problemas que podían
presentarse, se negó a recibirlo, y el Cabildo acudió entonces a Petapa a darle la
bienvenida.
El mandato del Licenciado Francisco Briceño, según Fuentes y Guzmán, fue tan del
agrado de los `republicanos', que éstos intentaron que se quedara definitivamente en
Santiago como regidor perpetuo. Tal afirmación, sin embargo, no concuerda con los
datos de las fuentes documentales. El mismo Licenciado Briceño se dirigió al Rey en
este sentido: `...todos los que piensan que son y valen algo en esta tierra, todos están a
mal conmigo, porque aunque quieren justicia no la quieren para su casa'.
Quizás la mejor fuente para examinar el gobierno del Licenciado Briceño, y la forma en
que el mismo afectó la vida de la ciudad de Santiago de Guatemala, es su propio Juicio
de Residencia. Éste contiene acusaciones de particulares y cabildantes a los que el
funcionario trató mal de palabra y con gestos, y se dice que interrumpió el normal
desarrollo de las funciones del Cabildo.
Los cargos principales que el Ayuntamiento presentó fueron los siguientes: quitó a
Gregorio de Polanco, Alcalde, la custodia de unos indios y la vara de justicia, y lo tuvo
preso siete u ocho días, con gran escándalo para la ciudad. El Alcalde Diego López de
Villanueva fue desautorizado, despojado de su vara de justicia y hecho prisionero en los
momentos en que López actuaba como juez en cierta pendencia entre dos vecinos. Al
Escribano de Cabildo, Juan de Guevara, le rompió la información que hacía acerca de
un pleito. En la cárcel pública, que constaba de sólo dos aposentos, húmedos como
mazmorras, sujetó juntos a negros, indios y gente común con personas honradas,
caballeros e hijos de conquistadores.
En 1570, en las vísperas de la festividad de los Reyes Magos, llegó el nuevo Presidente
a la ciudad de Santiago, Antonio González. De inmediato escribió al Rey para
informarle que había hallado la Gobernación `muy sosegada y proveída de todos los
frutos de la tierra aunque muy cara y falta de las cosas de Castilla'. Si bien la mayoría de
las opiniones fueron favorables a su gestión, hay un memorial firmado por Diego de
Guzmán donde se encuentran juicios poco favorables a su gobierno.
En estas fechas se efectuó el regreso definitivo de la Audiencia a Santiago de
Guatemala, una medida que produjo gran regocijo entre los vecinos, según lo aseveran
alcaldes y regidores en una carta enviada a Su Majestad.
En 1572 se inició el pleito de la ciudad y el Cabildo contra la Orden dominica por los
beneficios de pesca, pastos y abrevaderos en la Laguna de Amatitlán, cercana a la
ciudad. Es muy rica e interesante la documentación de dicho pleito porque contiene
cuestiones tan ilustrativas de aquella sociedad como la necesidad del pescado en la dieta
de una población muy sacralizada, donde la observancia de las vigilias se llevaba con
gran rigor. El Doctor González, por una real provisión de 1571, confirió los
aprovechamientos de la laguna a los religiosos de Santo Domingo, y basó la concesión
en la labor de repoblación piscícola que habían hecho los dominicos. La sentencia
definitiva de 1573 revoca esta provisión, y aún en 1575 insistían los frailes en que se
modificara la resolución, pero no lo consiguieron. En los documentos citados también
aparecen datos sobre estancias de ganado y de pan, que habrían de alcanzar su
verdadero desarrollo en el siglo XVII.
En este período seguía vivo el problema sobre los beneficios curados. El Cabildo se
pronunciaba reiteradamente en favor de los hijos de los vecinos de la ciudad y razonaba
así: `...que hay muchos muy hábiles y muy buenos lenguas que estudian con diligencia,
con confianza que V.
El Cabildo intentó demostrar que se había dado buen trato a la población indígena, pero
aun así se observa que en la tasación de las milpas y barrios de la ciudad había
disminuido en 292 el número de tributarios, en sólo seis años. La obligatoriedad del
trabajo no era la única causa de tal disminución, pues también la tributación al Rey, a
particulares y a diversas instituciones suponía una pesada carga. Como la solución más
inmediata a dichos problemas, los indios recurrían a la huida y al abandono de sus
hogares, en busca de nuevos sitios donde vivir sin tantos gravámenes. Alonso de
Herrera presentó al Rey unos requerimientos en representación de la ciudad `...por ser
conveniente a Vuestro Real Servicio, conservación y aumento de aquella tierra'. En este
memorial se pueden determinar algunas de las necesidades de la ciudad en aquellos
años. En 1576 se emitió una real cédula para cobrar un 2% de alcabala en toda
operación de compraventa. Los vecinos por capitulación estaban exentos de la alcabala
y el almojarifazgo (infra `Organización Monetaria y Hacendaria'). Los productos que
llegaban de España estaban gravados con un 2.5% y los que salían, con un 5%. En 1566
se dobló el almojarifazgo. Desde 1533 se consiguió que el quinto real (20%) sobre el
oro y la plata se rebajara al 10%, debido a la pobreza de las minas. En 1578 se consiguió
una prórroga de esta medida por 10 años más. Aunque la alcabala del 2.5% se venía
cobrando desde 1576, no fue sino hasta 1591 que se reglamentó el cobro de la misma, lo
que provocó fuertes protestas de encomenderos, comerciantes y artesanos. El protocolo
para el cobro de dicho impuesto se elaboró hasta 1604. En el censo correspondiente
resultaron 890 cabezas de familia.
El Cabildo suplicó de nuevo alguna merced para paliar la pobreza de los habitantes. El
almojarifazgo, las alcabalas y las bulas quitaban a los habitantes de la ciudad `...la poca
sustancia que en la tierra había y así han cesado muchas contrataciones con que se
sustentaban y han quedado muy deslustrados y con tanta pobreza por no tener posible
de propios'.
Las cartas del Cabildo mostraban un panorama de desaliento entre los vecinos y
principales. Los razonamientos en que basaban las peticiones eran la pobreza de la tierra
y la defensa de los criollos, así como un sentimiento de clase basado en la conciencia de
hidalguía. El argumento de permanecer en la tierra era la base para conseguir mejoras
en el vivir cotidiano. En las mismas cartas hay una referencia al buen gobierno del
Presidente Villalobos, de quien se decía que había servido al Rey con gran rectitud,
cristiandad, y a satisfacción de todos.
En las líneas anteriores se ha hecho alusión a los deseos de los vecinos por afianzar y
mejorar su posición económica. A la llegada del Licenciado García de Valverde,
empero, se habría de vivir una nueva experiencia hasta entonces no registrada en otro
territorio de la Audiencia: los ataques del corsario Francis Drake a las costas del Reino.
Desde junio de 1586 se celebraron varios Cabildos abiertos en los cuales se ordenaba a
encomenderos y principales ponerse a disposición de la Audiencia para prestar socorro
al puerto de Acajutla y a la Villa de La Trinidad. El Cabildo también solicitó que las
rentas del Golfo Dulce se aplicaran a pertrechos, así como a toda clase de armas y
salitre para la fabricación de pólvora. En mayo de 1587 se informó que después de
recibir la noticia sobre la caída de Santo Domingo en poder de Drake, se dispuso tomar
mejores medidas de precaución. Se solicitó asimismo que se estableciera en Santiago
una sala de armas similar a la de México.
Fuentes y Guzmán describe a Mallén de Rueda como `acre y de adversario afecto para
esta ciudad de Guatemala..., de nombre y concepto aborrecible y temerosa y disonante
fama a todas las ciudades del reino'.
Por primera vez en el juego político de la ciudad se rompió el equilibrio de fuerzas que
había existido, con los presidentes y oidores en un lado y el Cabildo, y los vecinos en el
otro. En la misma Audiencia los oficiales reales estaban `...conjurados, en estrecha e
íntima amistad contra el presidente, negándole la comunicación, el respeto y
acompañamiento debido y quitándole las cosas de su gobierno y justicia'.
M. pareciendo uno de nosotros ante vuestra real persona donde sin temores ni respetos
humanos se pudieran decir verdades'.
En cuanto a las relaciones con la Iglesia, los vecinos trataron de influir en la Corte,
sobre todo en la elección de obispos. Por entonces había muerto ya Fray Juan Gómez de
Córdova, y se solicitó al Rey que, para aliviar la `pena de los vecinos', se nombrara a
quien a la sazón era Obispo de la Verapaz. La frase `pena de los vecinos' seguramente
tenía que ver con las tensiones y malestar social derivados de la ejecutoria del dicho
obispo. Cabildo y vecinos, Iglesia y Audiencia se venían enfrentando de manera
solapada, lo cual hacía difícil la convivencia diaria. Fray Gómez pertenecía a la Orden
jerónima, llevaba una vida de pobreza, espíritu evangélico y demostraba gran interés por
la población indígena, y aquí precisamente radicaban los abundantes conflictos con la
población española.
Entre las cuestiones que más enfrentaron al obispo con los ciudadanos pueden citarse
las siguientes:
Por último, y como un ejemplo más de los conflictos canalizados por caminos
indirectos, cabe citar el escándalo producido cuando el obispo nombró confesores
especiales para ministros de justicias, tasadores, encomenderos, tratantes y contratantes,
con negación de la absolución a los que no cesaran en sus acciones negativas y no
restituyeran los daños causados. Los españoles protestaron, pero sus argumentos no
estaban enderezados tanto a refutar las acusaciones de abusos, lo que sería una reacción
directa y frontal, cuanto a negarse a recurrir a la Audiencia y afirmar que las
confesiones sacramentales eran una humillación ante la población indígena. Todos estos
problemas están expresados en más de 30 cartas que se encuentran en el Archivo
General de Indias.
A punto de terminar el siglo los vecinos de Santiago de Guatemala seguían con las
mismas aspiraciones y con los mismos argumentos para comparecer ante Su Majestad.
El Procurador Juan Hurtado de Mendoza hizo esta descripción:
El Doctor Alonso Criado de Castilla llegó a Guatemala en las postrimerías del siglo
XVI. El mandato de este Presidente supuso un cambio importante en la situación
general del territorio de la Audiencia. En los anteriores mandatos de gobernadores y
presidentes constituyeron un factor constante las reivindicaciones de conquistadores y
pobladores y la concepción patrimonial del Estado fruto de la Conquista. En cierta
forma, este grupo inicial de vecinos tenía independencia frente al Estado, sobre todo
cuando la política de éste no armonizaba con sus intereses. Hasta entonces los
mercaderes y comerciantes no formaban parte del grupo dominante. Si bien eran
imprescindibles para el desarrollo de los nuevos reinos fundados, no poseían los
requisitos para formar parte de la élite dirigente. Por otra parte, las organizaciones
gremiales no adquirieron una fuerza socioeconómica como en Europa. Con la norma
que habría de imponerse en el siglo XVII (la venta de oficios), un nuevo elemento, el
dinero, habría de ser la base para adquirir prestigio en el grupo, mediante la compra de
los oficios concejiles.
En el gobierno de todo el siglo XVI, sólo Cerrato representa una fuerte personalidad
histórica. Sus reformas y la aplicación de las Leyes Nuevas hicieron cambiar el curso de
los acontecimientos. En este sentido, Criado de Castilla tuvo también un verdadero
programa político para la Gobernación. En tres cartas que escribió a Su Majestad
presentaba las reformas necesarias para sacar al territorio del estado de postración en
que se hallaba.
El comercio tomó gran auge y el desarrollo del tráfico marítimo se vio incrementado,
tanto en el Océano Atlántico como en el Pacífico. Los caminos desde el mar hasta
Guatemala se intentaron mejorar y se impulsaron los astilleros en la zona de Iztapa. El
Doctor Criado de Castilla insistía en que era en el comercio y no en las minas (`que es
cosa accidental y finita') donde estaba la salvación de la tierra. Los productos de la tierra
que él calificaba como importantes para la Hacienda Real eran la tinta y el cacao. Se
empezó a hablar de la exportación de cueros procedentes de las grandes estancias
establecidas en la Bocacosta y se inició también la exportación de zarzaparrilla.
Resulta elocuente que el protocolo para el cobro de las alcabalas no se elaboró sino
hasta 1604, seis años después de la llegada del Presidente.
Por medio del análisis del libro `Becerro', donde se recoge el protocolo elaborado por el
Cabildo para el cobro de las alcabalas, se pueden deducir importantes cambios en la
población de la ciudad. Sólo un pequeño grupo de encomenderos ricos había sabido
generar riqueza de los beneficios obtenidos, gracias a la diversificación de las
inversiones en haciendas y obrajes. Desaparecida la generación que llevó a cabo la
conquista y pacificación, disminuidas y divididas las encomiendas y transformado el
acceso al Cabildo por la venta de los oficios, los vecinos tuvieron que buscar nuevas
formas de sobrevivir.
A la vuelta del siglo la vida en la ciudad era difícil, y se hacía más grave por las
diferencias entre la realidad económica de los estratos altos y el prestigio que se veían
obligados a mantener a toda costa. Algunas familias importantes, para entonces casi
empobrecidas, tenían que abandonar la ciudad y se radicaban en el campo, en pequeñas
explotaciones agrícolas, de caña de azúcar y trigo principalmente, lejos de los ojos de
sus vecinos y ayudados por los repartimientos de indios de los que aún se seguían
beneficiando. Al descender el nivel de vida, los individuos afianzaban su prestigio
social por medio de otros mecanismos tales como la cortesía, el lujo en el vestir y la
ostentación en general. También, como un instrumento de defensa, se agrupaban en
bandos o camarillas, con consecuencias más virulentas que en el siglo XVI.
La ciudad sufría algunos alborotos en la primera década del nuevo siglo, precisamente
por las intromisiones del Presidente en asuntos que competían exclusivamente al
Cabildo, como la mediatización de las elecciones municipales o asuntos del
Corregimiento del Valle.
Los vecinos siguieron reclamando encomiendas, que éstas se prolongaran por dos vidas,
que no se dieran a personas que no fueran de la tierra, que sólo los beneméritos tuvieran
derecho a ellas, etcétera. En una instrucción enviada por el Ayuntamiento a su
Procurador Carlos Vázquez de Coronado, la cual debía ser entregada a Su Majestad, se
pueden ver todas las aspiraciones y necesidades de los vecinos.
En síntesis, los temas tratados en tan largo y significativo documento son los siguientes:
que las encomiendas, ya prorrogadas por dos vidas, se prolongaran por dos más; que las
mismas no se dividieran sino se dieran enteras según el orden antiguo; que la tasa y
cuenta de los indios las debían hacer los oidores y no por comisión delegada a otras
personas; que la sisa sobre el puerto de Santo Tomás de Castilla fuera por 20 años; que
se habilitara otro puerto para la seguridad de los vecinos, y que los navíos fueran
acompañados a su arribo por un galeón de la armada; que las ayudas de costa fueran
para los beneméritos pobres exclusivamente; que se dieran repartimientos de indios para
sementeras y reparaciones de las casas y que los trabajos en las minas quedaran sólo
para los esclavos; que los indios pudieran ser empleados en el trabajo del añil; que se
confirmara a la ciudad, por propios, la correduría y la pregonería; que cada botija de
vino tuviera una sisa de dos reales para terminar el puente en el Río Los Esclavos; que
se emitiera una cédula para que los gastos del procurador entraran en los gastos
generales. Se pedía asimismo el diezmo de la plata y el oro; que los actos públicos
fueran presididos por los alcaldes ordinarios y no por el alguacil mayor; que los
regidores condenados al destierro fueran perdonados por su mucha edad; que se
prorrogara el encabezamiento de las alcabalas a causa de la pobreza y ruina ocasionada
por el terremoto de 1607; que se dieran al Ayuntamiento todas las cédulas libradas por
el gobierno y administración de justicia; que se repartieran 2,000 negros para las minas,
el laboreo de la tinta y el azúcar; que la doctrina estuviera al cuidado de buenas
`lenguas' y no se diera en Castilla, ya que los beneficios de curatos debían ser para los
hijos y nietos de conquistadores; que los nacidos en la tierra fueran admitidos a las
prelacías y dignidades de franciscanos y dominicos; que el obispado pasara a ser
arzobispado, volviendo Soconusco a la jurisdicción eclesiástica de Guatemala; que el
Colegio de Santo Domingo pudiera conceder grados como en Castilla; que se
prorrogara el salario de 200 pesos del preceptor de Gramática; que se diera merced real
para la casa del Cabildo, la iglesia, fuentes y puentes. Esta pormenorizada relación de
peticiones, referidas a las más diversas cuestiones, es una excelente manifestación de las
necesidades, carencias y aspiraciones de los habitantes de Santiago de Guatemala a
principios del siglo XVII.
Las alteraciones sufridas por la ciudad se vieron reflejadas en las quejas de su Cabildo.
En 1613 se continuaba reclamando las libertades cívicas, las elecciones libres del
Ayuntamiento y el socorro de sus vecinos. Las actuaciones de Francisco de Mesa,
Alguacil mayor de la Audiencia y Regidor, llenaron muchos folios de los procuradores
síndicos. Vázquez de Coronado escribió al Rey quejándose no sólo del Alguacil mayor
sino también de toda su familia, de la que los vecinos recibían muchos agravios. Esta
interesante documentación (1613-1615) está recogida en el Archivo General de Indias,
Audiencia de Guatemala, 42.
En una carta del Cabildo de 1617 se narran los estragos producidos por una plaga de
langosta, los ataques de los piratas, y sobre todo la falta de mano de obra para las
labores del campo. Resulta curiosa una solicitud remitida a Su Majestad en la que se
pedía la confirmación del voto que la ciudad tenía a la Limpia Concepción. Igualmente
se solicitaba escribir al Presidente para que autorizara las procesiones con carácter de
rogativa en la ciudad. En esta petición se incluía el voto que la ciudad había hecho a la
Limpia Concepción de Nuestra Señora, en 1616, y se pedía escribir a la Audiencia para
obtener autorización para dichas procesiones y rogativas.
En los años comprendidos de 1626 a 1642 la presidencia estuvo ocupada por el Doctor
Diego de Acuña, Caballero de la Orden de Alcántara (1626-1633), y Alvaro de
Quiñones y Osorio, de la de Santiago (1634-1642). Coetáneos de estos dos presidentes
fueron los obispos Juan Cabeza Altamirano, dominico, y Juan Zapata de Sandoval, de la
Orden de San Agustín y mexicano de nacimiento. Durante el obispado de este último se
comenzaron a dar grados en el Colegio de Santo Tomás de Guatemala y se inauguró el
Colegio de la Compañía de Jesús. El Obispo murió en 1630. En 1632 ocupó la sede
vacante el señor Agustín Ugarte y Saravia. Durante el mandato de Diego de Acuña se
originó un levantamiento de negros cimarrones de la Costa, que se encontraban
concentrados en el estero de Tiulat. En 1628, Juan Ruiz de Avilés fue nombrado
caudillo y capitán contra los cimarrones de la Costa, e inmediatamente después
promovió una probanza de méritos y servicios para que Su Majestad lo socorriera, en
atención a la calidad de su persona y la de sus ascendientes. En las reivindicaciones
planteadas por el Ayuntamiento para los descendientes de conquistadores y pobladores
se observa un sentido de solidaridad y de ayuda mutua, quizás en la idea de que lo que
beneficia a otro mejora al conjunto.
A los pocos meses de tomar posesión el Presidente Avendaño, los piratas holandeses
atacaron el puerto de Trujillo, con el consiguiente saqueo del lugar. Oportunamente
llegó a Santiago la noticia de que el enemigo había tomado el puerto de Iztapa y de que
parecía marchar sobre la ciudad. Los vecinos fueron convocados para organizar un
ejército, pero todo resultó una falsa alarma, ya que los piratas se habían dado a la fuga.
Los gastos militares no sólo afectaron a la población española sino también a los
indígenas.
Las encomiendas y las rentas de éstas estaban como telón de fondo en una ciudad
entonces empeñada en hacer efectiva la colonización en áreas no incorporadas de hecho.
Se inició pues toda una política para la pacificación de choles, mopanes, itzaes y
lacandones. Se pensaba que ésta también podría ser una solución para remediar la
sangría que representaba para el distrito la asignación de encomiendas en personas sin
merecimientos para ello y que no habían pisado nunca el territorio. Milla dice que
funcionarios del Consejo de Indias y del de Castilla disfrutaban de ricas encomiendas
hasta el punto que, en mayo de 1669, se habían enviado a España más de 40,000 pesos
de renta procedentes de ellas.
Como hechos notables del gobierno interino del Oidor Lara cabe destacar la
fortificación del Castillo del Golfo y del puerto de Amatique.
En 1660 Fray Payo de Rivera inició una visita pastoral a su diócesis, y logró grandes
frutos. Cabe destacar la reforma de las costumbres y una mayor participación de los
fieles en la vida religiosa. En 1663 emprendió una segunda visita por todo su distrito, en
la cual además de conocer a toda su feligresía consagró las campanas de muchas iglesias
visitadas.
Un hecho muy importante del obispado de Fray Payo fue el contacto que tuvo con un
`humilde hermano terciario franciscano, de hábito descubierto llamado Pedro de
Betancur'. Este hermano había solicitado anteriormente al Presidente Mencos que
pidiera a Su Majestad autorización para fundar el Hospitalito de Convalecientes. La
impresión causada en Fray Payo por este carismático siervo de Dios fue tan buena que
inmediatamente le prestó el apoyo solicitado. En una carta del Obispo al Rey le informó
de la semejanza que él había podido observar entre San Juan de Dios y el Hermano
Pedro. Toda la vida del Hermano Pedro fue un ejemplo de sacrificio y abnegación,
recompensada con el cariño y las limosnas de los vecinos de la ciudad.
Un incidente muy curioso que alteró la ciudad fue la decisión de Sebastián Alvarez de
encarcelar al Fiscal Pedro de Miranda Santillán. Al parecer, este fiscal secretamente
daba cuenta al Rey de los actos del Presidente, aunque Domingo Juarros dice que fue
por el delito de admitir dineros o regalos para mediatizar la sentencia. Rápidamente el
Ayuntamiento salió en defensa del Presidente y recomendó para el puesto de fiscal a
Carlos Coronado y Ulloa, vecino prominente de la ciudad. El Presidente tuvo que
enfrentarse a su Juicio de Residencia, en el cual actuó como juez el Obispo Santo Matía
quien quedó como Presidente interino durante dos años. Este Obispo fue uno de los
mejores defensores de los criollos para la obtención de cargos y encomiendas.
Jerónimo de Viega escribió en 1675 al Consejo de Indias para relatar los sucesos
ocurridos en la capital: cuando se tuvo noticias sobre el ataque de los piratas a la Nueva
Segovia, el Presidente, algunos oidores, el obispo y otros vecinos se reunieron en el
convento franciscano para celebrar `juegos, músicas y saraos' con una señora llamada
Margarita de Pereira. Esta señora solía celebrar en su casa continuas y prolongadas
fiestas, en las que participaban las propias autoridades, ante el asombro y escándalo de
los vecinos. Era tal el escándalo, que la ciudad llamó a su Obispo Francisco de
Escobedo, con lo cual se insinuaba la identificación que existía entre el obispo y el
presidente. El oidor atribuyó la mala conducta del Presidente a su profesión militar,
pues según él, los militares `tienen pacto con el desahogo y licencia de las costumbres' y
se valen siempre de resoluciones violentas.
El Presidente había sido acusado antes de ser un jugador de naipes prohibidos y de que
había otorgado los corregimientos a los mejores postores, siempre en perjuicio de los
beneméritos.
Ante tal acusación, la Corona sancionó al Presidente con una multa de 500 pesos sólo
por el asunto de los naipes. El funcionario respondió así en su defensa:
...ni por otro fin que hallarme con la vista tan cansada y
gastada y dificultárseme el conocimiento de los naipes de
por acá, por la mala junta, y las pocas veces que usé de
los que no eran de este estanco por reducirse mi
conversación a un leve y decente entretenimiento para
desahogo a las continuas y precisas ocupaciones de este
gobierno.
Los vecinos también censuraron el proceder del Obispo, y lo atribuyeron a los malos
consejeros que cada día acudían a jugar y a las reuniones de su casa.
El Oidor Benito de Naboa relató en una carta las acusaciones contra el Obispo y
afirmaba en ella que los vecinos criticaban el comportamiento indevoto observado por
el prelado desde su llegada a la tierra. El Oidor decía que el Obispo era codicioso, pues
había quitado las licencias para confesar y las había vendido; había hecho por triplicado
los exámenes para la concesión de curatos, con el fin de cobrar por cada prueba sin
eximir a los franciscanos que siempre tuvieron título de pobreza. Todos lo tenían `por
persona de mala intención y amigo de disensiones'. Según el relato citado, los vecinos
de Santiago recordaban que desde México les habían advertido sobre las discordias que
podía originar el dicho obispo.
El Visitador Juan Miguel de Augurto y Alaba ocupó la presidencia entre los años 1681
y 1683, después de tomar la Residencia a Escobedo.
Por otra parte, la defensa de las costas y la creación de una flotilla para este efecto fue
una preocupación del Ayuntamiento, así como la suspensión de un acuerdo de la
Audiencia para convertir en villas a Amatitlán y Petapa. Esta medida sin duda habría
afectado la jurisdicción del Valle.
Los dos últimos presidentes del siglo, Jacinto de Barrios Leal (1688-1695) y Gabriel
Sánchez de Verrospe (1695- ?) se distinguieron sobre todo por sus expediciones hacia el
Lacandón y Petén, así como las entradas pacíficas en la Verapaz.
Conclusión
En el siglo XVI se produjo la configuración institucionalizada de dos repúblicas: la de
españoles y la de indios. Ambas estaban legalmente separadas, aunque la supervivencia
de la primera se hallaba profundamente condicionada por la existencia de la segunda.
Hacia finales de dicho siglo se observó el incremento de esa masa poblacional sin
filiación definida que se denominó genéricamente `castas'. Los documentos son
altamente clarificadores sobre la composición de estos grupos, ya que se reconoce
explícitamente la existencia de las `castas oficiales'. Se puede inferir que había además
otro grupo social no indio ni español, al que ni siquiera se puede aplicar una
denominación.
Conviene precisar que durante el siglo XVII las castas trataron de ocupar un lugar en la
sociedad colonial por medio del ejercicio comercial del que estaban exentos los
españoles. Pero aun cuando estos grupos se adscribían al mecanismo colonial de
diferenciación social basado en la apariencia personal, la `gente principal' no permitía
semejante transgresión del orden establecido. Ello se refleja también en una carta
enviada por la Audiencia al Rey. El tono categórico en que se expresa la necesidad de
prohibir la ostentación a la `gente de la plebe' y `gente ordinaria', aclara suficientemente
el temor de los estratos superiores de que realmente los grupos inferiores pudieran llegar
a `tratarse con las personas más ilustres y condecoradas de esta república'.
Introducción: Sociedad
La Sociedad
La historiografía tradicional había estudiado la sociedad colonial en el Reino de
Guatemala casi sólo desde el punto de vista de la dicotomía conceptual de las dos
`repúblicas', la indígena y la española, y ha dedicado poca atención a muchos otros
fenómenos sociales particulares que se conformaron en el período colonial. Por
ejemplo, se ignoró la complejidad étnica, los procesos de urbanización, los movimientos
migratorios internos, las actitudes de resistencia cultural entre los indígenas, etcétera.
Algunas de las grandes interrogantes que se busca despejar desde la óptica diacrónica
son las siguientes: ¿Quiénes fueron y cómo eran los primeros españoles que llegaron a
Guatemala? ¿Cuáles fueron los patrones de su conducta social en el proceso en que fue
surgiendo una unidad política relativamente estable y bien conformada? ¿Cuáles fueron
las actitudes, recursos y procedimientos para enfrentar un mundo nuevo, donde vivía un
hombre diferente y donde la naturaleza presentaba también una fisonomía sorprendente?
Es cierto que en la presente obra no se pretende agotar todas las inquietudes y preguntas
que puedan derivarse de un análisis global, cambiante y coyuntural al mismo tiempo, de
la entidad colonial de las etapas iniciales y subsiguientes, y de la sociedad guatemalteca
en toda su secuencia histórica. Quizás deba reconocerse que los objetivos que se
persiguen en esta sección, como en los otros que conforman esta Historia General de
Guatemala, y más específicamente los objetivos de un estudio de la organización social
propiamente dicha, son un tanto más modestos y realistas. Se trata de abrir nuevas
brechas, de ampliar la perspectiva, de botar barreras y superar limitaciones y
condicionamientos que puedan ser superables, para alcanzar un conocimiento más
depurado científicamente sobre lo que fue la sociedad guatemalteca en el pasado
porque, como se ha dicho reiteradamente, ello puede ayudarnos a entender la del
presente, e influir en la conformación de la sociedad del futuro.
La política española de población de las Indias, analizada por Jorge Luján Muñoz, no
fue uniforme en el tiempo. Después de los primeros años se perfiló como una política de
migración restrictiva, pues no permitía el viaje de personas con malos antecedentes, ni
de moros ni judíos. Los conversos, salvo los esclavos negros, también estuvieron
excluidos durante varios lustros. Es difícil trazar los antecedentes sociales de todos
cuantos viajaron a América, o determinar su número, pues se registraron muchas
corrientes de migración clandestina y se produjo también un alto grado de movilidad
social dentro de las colonias. Al principio se pretendió que los españoles no vinieran a
quedarse, sino que la población se renovara cada pocos años, y ello explica la presencia
relativamente importante de hidalgos jóvenes de origen urbano que buscaban hacer
fortuna. En menor número arribaron labradores, artesanos, religiosos y mercaderes.
Pocas mujeres viajaron al comienzo, pero al final del siglo XVI la presencia de ellas era
cuantitativamente más relevante y en buena parte llegaron con sus esposos e hijos
pequeños.
Cada grupo social tenía sus derechos y sus obligaciones, entre ellos, el pago del tributo
y los impuestos, y también sus propios mecanismos para salvaguardar tales derechos o
evadir los deberes consiguientes. Hubo barreras raciales para el ingreso en los centros
educativos, tanto los de hombres como los de mujeres, lo mismo que para integrar los
gremios artesanales; también diferencias en el vestido, en el lenguaje y en muchas otras
formas del comportamiento social.
La vida en las ciudades permitió un cierto grado de mestizaje e impidió, por lo tanto, la
observancia de las pautas ideales de la endogamia según el status. Sin embargo, la
honra de la mujer era uno de los valores más altos, mientras que en los hombres se
buscaba demostrar su cristiandad y honestidad, y si éstas no existían por lo menos se
aparentaban.
Otro de los problemas que presenta el análisis de la sociedad colonial de las primeras
etapas consiste en la delimitación geográfica, política y cultural de dicha sociedad, si es
que la misma ha de considerarse como un todo unitario. La realidad se hizo más
compleja por los movimientos forzados de población, ora como recurso defensivo en
manos de los indígenas, ora como mecanismo utilizado por los españoles para facilitar
el cobro del mismo tributo, o bien para ejercer un mayor control social, político y
cultural sobre los pobladores nativos, o para hacer más expeditos los procedimientos del
trabajo forzoso u otras formas de explotación.
En su artículo `Evolución Demográfica hasta 1700', Jorge Arias cita las fuentes que
permiten acercarse a una estimación de lo sucedido con la población en los siglos XVI y
XVII. Las tasaciones que se hicieron desde 1536 para determinar el tributo dan una lista
de 169 asentamientos. Esta lista es incompleta y sólo incluye a los hombres casados.
Las tasaciones de 1561 ofrecen un panorama más completo porque incluyen la lista de
los exonerados al pago del tributo. Sin embargo, este solo hecho, débil como pudiera
parecer la información disponible sobre el mismo, nos coloca frente a un fenómeno de
amplios y profundos contenidos sociológicos, pues la vida en los asentamientos citados
implica cambios trascendentes en los patrones de comportamiento social y en los estilos
de vida en general. Este mismo tema, y el factor concomitante de las enfermedades, lo
desarrolla en relación con el período 1520-1632, W. George Lovell, en su trabajo
`Epidemias y Despoblación'.
Alrededor de 1510-1511, y por algunos años, se estableció una política casi totalmente
abierta, aunque sólo para los naturales de Castilla y León, sin duda por la necesidad
urgente de más personas en las Indias. Entonces se autorizó la importación de negros, y
se emitió una cédula que ordenaba a los oficiales de la Casa de Contratación (cuyo
establecimiento en Sevilla se ordenó por cédula firmada en Alcalá el 20 de enero de
1503), que `de aquí en adelante pueden pasar y pasen a las dichas Indias, Islas y Tierra
firme del mar Océano todas las personas naturales vecinos y moradores destos Reynos y
señoríos que quisieren', `sin que por vosotros ni por otra persona alguna se haga alguna
examinación ni información sobre ello, salvo solamente que se escriba en esa Casa los
nombres de los que pasaren, para saberse la gente que va'. Es decir que por algún
tiempo se abrió el paso a las Indias sin examen ni previa información, incluso a
reconciliados y conversos que dijeran no serlo, puesto que los moros y judíos ya habían
sido expulsados de la Península.
Los españoles que en las primeras décadas pasaron a Indias lo hicieron, en su mayoría,
en expediciones de descubrimiento y conquista, enrolados por el sistema de `recluta'.
Una vez que el jefe de una expedición obtenía la capitulación del Rey, podía `hacer
sonar las cajas o tambores', para reclutar participantes, en cualquier lugar de Castilla y
León, que él escogía de acuerdo con sus preferencias. Al pregonar la empresa se daba a
conocer su destino y las mercedes concedidas a quien se alistara. El enganche era
voluntario y lo usual era que no tuvieran derecho a soldada; de acuerdo con su
condición de enrolamiento (por ejemplo, peón, ballestero, de a caballo, etcétera), así
sería su participación posterior en las utilidades. Una vez reclutado, debía seguirse el
proceso de registro y aprobación en la Casa de Contratación. Al principio el
reclutamiento sólo se hizo en la Península, pero después fue cada vez más frecuente
también en las propias Indias, al menos para completar las expediciones.
Política Migratoria
Si bien se dio la tendencia de enrolar en las expediciones a representantes de todos los
grupos sociales, excluida la alta nobleza que casi no participó y cuando lo hizo fue para
regresar pronto, al principio predominaron los hidalgos, en general jóvenes, que
buscaban fortuna en los nuevos territorios. Hubo algunos veteranos, de no mucha edad,
de las guerras europeas. Fueron excepcionales los labradores y los artesanos, al menos
los que se registraron como tales. De acuerdo con el Catálogo de Pasajeros a Indias de
las primeras tres décadas, éstos se declararon hidalgos en un 50%, siguen los labradores
con un 20%, los artesanos con 10%, y luego, en orden descendente, religiosos, letrados
y mercaderes. Es probable que algunos hidalgos hayan sido hombres dedicados a la
tierra e inclusive artesanos.
Como ya se dijo antes, no se permitía pasar a los que no fueran de los Reinos de Castilla
y León, a los cuales pertenecían las Indias. Estuvieron así excluidos los del Reino de
Aragón hasta 1585, cuando, en las Cortes de Monzón, se les equiparó a los castellanos.
Este asunto fue definitivamente resuelto por cédula de 1596, que traducía al plano legal
lo que en parte ya se venía practicando. El paso de extranjeros se resolvió mediante el
proceso de naturalización, que se verificaba en España antes del viaje, o bien (desde
finales del siglo XVI en adelante) por la `composición', mediante el pago de tasas fijas.
Sin embargo, se debe reconocer que el número de extranjeros fue bajo en relación con el
total de emigrantes. Tampoco estaba autorizado que emigraran los que siendo casados
fueran sin sus esposas, `salvo a los mercaderes y los que van por tiempo limitado', lo
cual permitió que `debajo de nombre de mercaderes y de hombres de mar' pasaran
muchos a quienes no estaba permitido.
Además, es dable establecer períodos o etapas. Durante la primera década después del
descubrimiento, fueron suficientes unos 300 españoles para la empresa colombina de las
Antillas. La verdadera colonización se inició en 1502, con la llegada a La Española de
2,500 migrantes. En los siguientes años el flujo de nuevos colonos no fue muy grande.
Peter Boyd-Bowman calculó un total de 5,481 para el período 1493-1519; 13,262, entre
1520 y 1539; y 9,044 en las dos décadas siguientes; es decir, un total de 27,787 hasta
1559. Esta cifra está muy por encima de la que ofrecía el Catálogo de pasajeros a
Indias, publicado por la dirección del Archivo General de Indias (AGI) entre 1940-
1946. Este Catálogo proporciona para el período 1509-1559, un total de 15,480
emigrantes como cifra total. Juan Friede señaló lo absurdo de esta información, indicó
los numerosos vacíos de la serie, la emigración fraudulenta, y propuso una migración
total 10 veces mayor.
Para todo el período que concluye en 1600, Boyd-Bowman llegó a la cifra de 54,881,
que probablemente sea sólo una cuarta o quinta parte del total real. Pierre y Huguette
Chaunu propusieron un total de 200,000 hasta 1600, lo que no resulta exagerado, ya que
supone una corriente anual de 300 ó 400 antes de 1550, y de 2,000 a 3,000 el resto del
siglo. Magnus Mörner hizo llegar aquel total a 240,413 (véase Cuadro 10). Este autor
efectuó antes una evaluación del total de embarcados, para lo cual tuvo en cuenta el
número y tonelaje de las embarcaciones, y la capacidad media de éstas para transportar
pasajeros y tripulantes. De tal manera, llegó a medias anuales ascendentes hasta
alcanzar la mayor en 1561-1600; ésta es de 3,930, pero luego bajó un poco en el medio
siglo siguiente con un promedio general, entre 1506 y 1650, de 3,039, para llegar a un
total de 435,229 en 1650. Si el promedio en los 50 años siguientes hubiera sido de 3,800
(un poco menor que el de la primera mitad del siglo), se alcanzarían 190,000 más, para
un gran total de 525,229 hasta 1700 (véase Ilustración 63).
La división por provincias modernas (Ilustración 62), es muy útil; muestra que sólo
ocho provincias (Sevilla, Badajoz, Toledo, Cáceres, Valladolid, Huelva, Salamanca y
Burgos) proporcionaron un poco más del 60% de todos los inmigrantes antes de 1579.
Llama la atención la importancia de Sevilla, con casi una cuarta parte, aunque es de
dudar si algunos de tales inmigrantes no serían residentes recientes de la que era la
principal ciudad en el comercio entre las Indias y España. Por su parte, el historiador
chileno Mario Góngora ha señalado otra forma de distribución regional: el tipo de
jurisdicción al que pertenecía el lugar de origen. De una muestra panameña de 1519,
una cuarta parte procedía de lugares bajo jurisdicción señorial y de las órdenes militares,
y durante el período de la Conquista (1509-1539) el 35% de los extremeños procedía de
tierras bajo el control de la Orden de Santiago.
Hay que señalar, por otra parte, que durante el siglo XVII cambió el porcentaje del
aporte regional español, y se afirmó lo que ya se apreciaba a finales del siglo XVI. Las
regiones del norte, especialmente las Vascongadas y Cataluña, aumentaron su
participación, la cual, sólo en cuanto a los vascos, pudo haber pasado del 15%. En el
caso del Reino de Guatemala, y particularmente en la ciudad de Santiago, en ese siglo
se encontraban personas importantes originarias de dichas regiones.
Otro aspecto del origen geográfico es el referente a la procedencia urbana o rural. Boyd-
Bowman ha encontrado que, entre 1540-1559, al menos un tercio de los inmigrantes
procedía de 10 ciudades, y más de la mitad de otras 38. Ya se ha visto que la principal
fue Sevilla, de donde decía proceder hasta el 18% de la inmigración total hasta 1579.
Siempre cabe la duda sobre un lejano origen rural de estos migrantes urbanos, y de que
se trataba sólo de residentes recientes de las urbes; se debe recordar que entonces no
estaba muy bien establecida la división rural-urbano en la Península. Sin embargo, la
tendencia y los indicios apuntan a un origen mayoritariamente urbano, especialmente en
el siglo XVI.
Para apreciar los puntos de destino en América véase el Cuadro 12 y la Ilustración 64.
Este aspecto, también elaborado a partir de los datos de Boyd-Bowman, es más
problemático, porque resultan muy altos los porcentajes de las Antillas, lo cual es
aceptable sólo para el primer período migratorio, pero no para los subsiguientes. Aquí la
dificultad probablemente proviene de que muchos de los emigrantes daban como
destino su primera parada en las Antillas, pero de allí continuaban, más o menos pronto,
a otras zonas americanas. Además, hubo movilidad de una circunscripción a otra. En el
caso del Reino de Guatemala aparece una participación porcentual acumulada de apenas
4.0, cuando debió ser por lo menos del 8 al 10%.
Es probable que con el correr del siglo XVI, conforme se alejó la necesidad militar y se
fue constituyendo la sociedad colonial, la configuración de la migración cambiara en
favor de comerciantes, personal administrativo, religiosos y letrados, aunque nunca
dejaron de llegar artesanos, criados, labriegos, etcétera. Un grupo siempre presente fue
el de los eclesiásticos, el cual se encuentra bastante bien documentado, ya que también
para ellos se requería la correspondiente autorización del obispo o de su respectiva
orden religiosa. Pero la necesidad de este grupo fue disminuyendo por el surgimiento
del estamento religioso indiano. Entre los eclesiásticos también llegaron extranjeros, en
mayor porcentaje que para la totalidad de migrantes. Algunos de ellos usaron métodos
poco ortodoxos para cambiar su destino, tal el caso del fraile dominico inglés Thomas
Gage, que vino a parar a Guatemala cuando su licencia era para Filipinas. No hay que
olvidar, finalmente, la presencia de esclavos negros, que se estudia en otro capítulo de
esta obra (véase en esta sección sección el trabajo de Beatriz Palomo de Lewin `La
Esclavitud Negra en Guatemala Durante los Siglos XVI y XVII').
En relación con la composición por edad, los indicios señalan que la mayoría de los
emigrantes eran jóvenes. Diversas muestras apuntan a que la mayoría, a veces hasta las
tres cuartas partes, era menor de 30 años al hacer el viaje ultramarino. Con el paso de
familias se incluyó la presencia de menores o niños, aunque siguió siempre
predominando el número de jóvenes.
Sí existen estudios para el caso de Costa Rica, colonizada a partir de 1560. Monseñor
Víctor Sanabria hizo un análisis de las 69 `familias fundadoras', a las que habría de
agregar otras 19 de posibles fundadoras, para un total de 88. De las 63 identificadas, un
poco más de la mitad, 35 para ser exactos (55.56%), eran originarias de España; seis
(9.52%) lo eran de diferentes regiones de Europa (dos de Portugal, tres de Italia y una
de Francia), y 22 (34.92%) de otras regiones de América (tres de México, siete de
Guatemala, tres de Honduras y nueve de Nicaragua). La distribución de la procedencia
española y extranjera de 41 familias fundadoras puede observarse en el Cuadro 13, en el
cual también se incluye su porcentaje y el correspondiente a los datos de Boyd-Bowman
para el período 1560-1600.
Varias cosas llaman la atención entre los porcentajes regionales, por resultar diferentes
de los porcentajes generales. Lo más anómalo es la baja participación de andaluces, con
alrededor de 18% de diferencia. Además, lo elevado de los porcentajes para navarros,
vascos y gallegos, así como extranjeros, y un poco menos los valencianos; lo mismo
que el más bajo de leoneses. Esto pudo deberse a dos factores: lo pequeño de la muestra,
y la presencia de 22 fundadores provenientes del Reino de Guatemala y el Virreinato de
Nueva España. Estos últimos distorsionan la relación con los datos de Boyd-Bowman,
que sólo toma en cuenta a la Península. Por lo tardío de la conquista y colonización de
Costa Rica, en algunos casos los inmigrantes pudieron ser españoles ya establecidos en
América, e inclusive españoles nacidos en las Indias. Así pues, el caso costarricense es
diferente del resto del Reino de Guatemala, y ayuda poco a hacer comparaciones por lo
reducido de la población y por haber sido tan tardía la dominación definitiva.
Conclusiones
El tema de las inmigraciones españolas al Nuevo Mundo está todavía lejos de conocerse
a fondo, y es probable que nunca se pueda reconstruir en forma completa a causa de las
grandes lagunas en la información de salida, por la numerosa migración clandestina que
no dejó huellas, y porque muchas veces se proporcionaron a las autoridades datos no
verídicos. Son admirables los esfuerzos del investigador Boyd-Bowman y de otros
autores, pero aun así la información tiene que ser incompleta. La única forma de
mejorar el panorama es por medio de investigaciones en los archivos americanos
(regionales, nacionales y locales), con especial interés en la documentación notarial, y
en los registros sobre tasaciones, para así lograr una perspectiva que refleje la situación
real de cada localidad, y que también detecte las movilidades interregionales americanas
que existieron y tuvieron alguna importancia.
Los trabajos de Boyd-Bowman han reconstruido, lo mejor que han permitido las fuentes
documentales españolas, la situación hasta 1600. Queda todavía por investigar todo el
siglo XVII, sobre el que apenas se pueden hacer suposiciones o acercamientos
imperfectos. Lo que puede apreciarse de momento es que la migración continuó en la
primera mitad de dicho siglo más o menos igual que en el último cuarto del siglo XVI, y
que disminuyó un poco en la segunda mitad. No obstante, falta corroborarlo con
investigación documental directa, ya que ello se ha deducido de la crisis general de
Hispanoamérica durante esa centuria, la cual impuso una cierta `ruralización', que puede
ser engañosa al encubrir la verdadera situación de las corrientes migratorias
peninsulares.
La situación no parece haberse aliviado sino más bien empeorado, como puede
colegirse de una preocupación muy común entre los arbitristas del siglo XVII. Pedro
Fernández de Navarrete, en su Conservación de la Monarquía (1626), tituló su Discurso
VIII, `De la despoblación por las muchas colonias', y manifestó que una de las
principales causas de la despoblación era `la muchedumbre de colonias... y que salen
cada año de España más de cuarenta mil personas aptas para todos los ministerios de
mar y tierra'. Sin embargo, no hay que perder de vista que entonces se estaban sufriendo
los resultados de unos procesos sociales iniciados desde finales del siglo XV, con la
expulsión de judíos y moros, y que también se habían producido, con sus propios
efectos, las guerras de Flandes, Italia y otras regiones europeas. Además, la migración
española al Nuevo Mundo sólo se incrementó a partir de 1540, pero infortunadamente
ello ocurrió cuando ya se vivían las consecuencias de un proceso más amplio de pérdida
demográfica, especialmente en Extremadura, las dos Castillas y algunas zonas
andaluzas (por ejemplo la región del Aljarafe sevillano). Estas regiones habían perdido
partes importantes de su población, al extremo que se imposibilitaba su recuperación.
En consecuencia, para comprender las inmigraciones españolas al Nuevo Mundo hay
que verlas tanto dentro del contexto peninsular como en el de la región americana en
particular.
PILAR SANCHIZ OCHOA
Por otro lado, la intervención de una serie de factores que implicaron nuevos criterios de
valoración diferencial hizo más compleja la estructura, pues se establecieron ciertas
equiparaciones que con frecuencia diluyeron las líneas de diferenciación racial y social
anteriormente expuestas. A ello contribuyeron circunstancias legales y de costumbre, ya
que existían derechos y deberes, penas y castigos, y en algunos casos privilegios, para
uno u otro grupo racial, y para los diferentes estratos dentro de estos mismos grupos.
Así, por ejemplo, a los `señores' nativos la ley les concedía categoría de hidalgos,
aunque en la práctica estos indios principales se equiparaban a los gañanes castellanos.
Además, el hecho de haber aprendido a desempeñar un oficio artesanal o hablar la
lengua castellana, colocó a algunos indígenas en una posición superior al resto de sus
hermanos de etnia, situándolos incluso por encima de los antiguos `señores'.
Por encima de los conquistadores sólo se situaron los que ejercían los poderes político y
religioso, gobernadores y obispos respectivamente, en su calidad de representantes de la
indiscutible supremacía del Rey y del Papa. Sin embargo, se trataba en cierto modo de
personajes ajenos a aquella sociedad, pues venían de la Península o de cualquier otra
parte de América, para volver a marcharse al cabo de unos años. Su influencia consistió
principalmente en favorecer a parientes, amigos y paniaguados que los acompañaban,
concediéndoles, u obteniendo del Rey, encomiendas y mercedes que a veces les
adjudicaban por el solo hecho de ser antiguos pobladores. Los beneficios y encomiendas
que recibieron estas personas ocasionalmente les permitieron introducirse en el cerrado
grupo de los conquistadores por medio de uniones matrimoniales.
Avanzado el siglo y dado que eran ya innecesarias las actividades guerreras en esta
sociedad, las aspiraciones de nobleza de gran parte de la población española se
reflejaron en su comportamiento y `apariencia honrosa'. Se convirtieron en individuos
importantes aquellos que pudieron presentar la distinción de caballeros: en primer lugar
los mercaderes `de grueso' o de `mercaderías de Castilla'; después, los plateros y sastres.
Tanto unos como otros, imprescindibles en los últimos años del siglo XVI, se
enriquecieron y llegaron en algunos casos a ascender en la escala social hasta
equipararse con los descendientes de conquistadores y antiguos pobladores, con cuyas
hijas se unieron algunas veces en matrimonio.
Indios
Los indios, declarados vasallos libres y súbditos de la Corona, mantuvieron hasta cierto
punto una estructura social interna semejante a la que existía en la época prehispánica.
Los `señores' y principales fueron exentos del tributo, siguieron gobernando a sus
propios pueblos, y se les concedió la categoría de hidalgos; los macehuales, en cambio,
no tributaron a sus antiguos señores, sino al Rey castellano, y al encomendero, y debían
realizar toda una serie de trabajos forzados.
Tampoco el macehual podía ser comparado con el `mero vecino' español, pues ni aun
cuando realizara idénticas funciones se le trataba o recompensaba de igual manera. El
indio tributaba al Rey o al encomendero y servía a todo español que se lo exigiera. El
trabajo indígena vino así a cubrir las necesidades y ambiciones de encomenderos,
alcaldes, corregidores, frailes, curas y vecinos de la ciudad.
Continuas cédulas reales regularon el trabajo de los indios y señalaron la obligación que
tenían los españoles de pagar sus servicios. En cualquier caso, el tipo de labores
realizadas por un indio, fuera como sirviente, trabajador agrícola o artesano, eran
valoradas muy por debajo del trabajo desarrollado por un español. Por ejemplo, en unas
cuentas del Cabildo de 1561 aparecen los gastos realizados en `hacer las cajas de agua'.
En ellas se detallan los sueldos de los albañiles, tanto españoles como indígenas, y
mientras el español recibía un salario de cuatro tostones por día, el `maestro' indio
percibía sólo un tostón diario. Seguramente, en aquellos años ésta debió ser la cantidad
que se acostumbraba pagar a los `oficios' indios, puesto que en dichas cuentas aparece la
misma cantidad asignada a los carpinteros indígenas. Por otra parte, los sueldos que
recibían los trabajadores indios no calificados fueron aún más bajos, pues se les pagaba
un tostón por una semana de trabajo, tanto a los que transportaban mercancías
(tamemes) como a los que servían en las casas o trabajaban en las obras públicas de la
ciudad.
Las medidas tomadas en favor de los indios por el Presidente Cerrato propiciaron
indirectamente, junto con las presiones tributarias, la dedicación de algunos de ellos a
actividades comerciales. En efecto, al huir los indígenas de sus pueblos para escapar del
tributo, emigraron a las cercanías de la ciudad de Santiago, donde unos eran contratados
por los españoles para el servicio doméstico y otros subsistieron mediante el comercio
de `menudo', principalmente de productos de la tierra, y la mayoría de las veces como
`regatones'.
Con la aplicación de las Leyes Nuevas se puso de manifiesto una cierta pérdida de
control sobre los indios. Incluso algunos religiosos consideraron que había que tratarlos
con mano dura, pues a consecuencia de las libertades conseguidas, ellos se `dan a la
ociosidad', se hacían mercaderes, y abandonaban sus tareas agrícolas. A fines del siglo
XVI, se dio el caso de algunos indígenas, generalmente principales o alcaldes de los
barrios de la ciudad o de los pueblos limítrofes, que se enriquecieron mediante el
comercio a largas distancias, y aun llegaron a tener recuas de mulas que eran
conducidas por otros indios porteadores convertidos en arrieros. El conocimiento del
terreno convirtió a estos antiguos tamemes en excelentes conductores de las bestias de
carga que recorrían las tres principales vías de comunicación con el exterior: el camino
de Petapa, y los de Jocotenango y Ciudad Vieja.
Negros
Los primeros negros llegaron a Guatemala como esclavos en compañía de sus dueños
(presidentes, oidores y otros cargos públicos). Desde el principio se les asignó una doble
función: por un lado, formaban parte del servicio doméstico de las casas de sus amos;
por el otro, daban fundamento al prestigio social de éstos, y consolidaban su status.
Hasta tal punto se constituyeron en símbolo de prestigio social que, una vez
desaparecidos los esclavos indios, los conquistadores y antiguos pobladores (las gentes
más importantes de la ciudad) adquirieron numerosos negros y negras para el servicio
de sus casas, pese a que podían contar con el abundante y casi gratuito servicio de los
indígenas.
Al finalizar el siglo XVI, hasta algunas casas de artesanos contaban con esclavos
negros, aunque en este caso no se les utilizó para realizar los quehaceres domésticos
sino para ayudar en los oficios de sus dueños, o incluso para alquilarlos a otras
personas, por lo que su función fue eminentemente económica. A la postre la compra de
esclavos negros vino a convertirse en una inversión muy rentable. En ese tiempo, este
grupo racial, que constituía el grueso del servicio permanente de las casas, debe haber
sido muy importante en la composición étnica de la ciudad de Santiago de Guatemala,
como lo sugiere la información que aparece en un pleito en que una negra esclava dice
que `tardó mucho en hacer la compra porque había muchas negras comprando'. Sin
embargo, el servicio personal de los indios no disminuyó y éstos siguieron acudiendo
semanalmente desde los pueblos contiguos a la ciudad donde se agrupaban en la plaza o
tiánguez del barrio de Santo Domingo, a la espera de ser repartidos a los españoles,
quienes los empleaban para los trabajos agrícolas y en las haciendas de ganado
principalmente.
Al igual que los negros, muchos mulatos, producto de la unión de españoles y esclavas
negras, permanecieron en esclavitud; otros, en cambio, fueron libres desde su
nacimiento, puesto que sus madres habían sido liberadas antes de que ellos nacieran.
Con el tiempo dichos mulatos vinieron a engrosar el número de los `oficios' o se les
contrató por los dueños de estancias de ganado, donde desempeñaron en ocasiones el
cargo de mayordomos.
Negros, mulatos y zambos libres fueron a veces igualados por la ley. Aunque no
permanecieron bajo el régimen de encomienda como ocurrió con toda la población
indígena asentada en el Valle, recayó sobre ellos un impuesto especial destinado a
beneficiar exclusivamente a la Corona, el cual se llamó `servicio del tostón'. Los
indígenas tributaron por este concepto sólo un tostón en plata, mientras aquéllos
pagaron cuatro, pero en el caso de los indígenas este impuesto era un agregado del
tributo.
A principios del siglo XVII, la población flotante de Santiago y sus alrededores estaba
en gran parte constituida por negros y mulatos libres. Eran, en expresión de la época,
`cimarrones' o `furtivos', es decir, carecían de lugar fijo de residencia y solían trabajar
únicamente por temporadas para los españoles, ya fuera en las casas de éstos, ya en las
haciendas de ganado, en los trapiches de azúcar, o en los obrajes de añil. Estos mulatos
y negros desarraigados de ordinario eran contratados por españoles desaprensivos para
desjarretar el ganado y hacer sebo o para cometer cualquier otra acción delictiva.
Adquirieron fama de alborotadores y pendencieros, y por ello los indígenas temían que
entraran en sus pueblos, pues les robaban los víveres e incluso les quitaban sus mujeres.
En la ciudad de Santiago llegó a prohibírseles el uso de armas, por temor a que causaran
males y escándalos.
Sin embargo, no todos los negros y mulatos libres fueron `cimarrones'; muchos se
integraron a la población de Santiago y, asentados en los barrios tradicionalmente
indígenas, formaron parte del servicio de los españoles o desempeñaron algunos oficios.
Mestizos
Los mestizos gozaron de cierta situación privilegiada en comparación con los mulatos,
pues no sólo estaban exentos del tributo, sino además se les eximía del servicio del
tostón. No obstante, al igual que los mulatos, fueron discriminados en cuanto a ciertas
actividades sociales. En la práctica su posición dependía de la de sus progenitores y,
como se ha dicho, del interés que éstos demostraran por sus hijos naturales. Algunos
siguieron formando parte de las comunidades indígenas a las que pertenecían sus
madres, otros fueron a engrosar el número de los `cimarrones', y muchos aprendieron
diversos oficios y llegaron a ser `maestros', incluso en aquellas artesanías que habían
sido privativas de los españoles durante los primeros años de la Colonia, como fue en el
caso de los oficios de herreros y alarifes. Ya en el siglo XVII había sastres mestizos, y
en un documento de 1619 aparece información sobre un platero mestizo que vivía en la
ciudad de Santiago.
Como puede notarse, en los casos citados el status de los padres prevaleció sobre el
criterio étnico para determinar la posición social de los mestizos. La situación de los
padres fue también factor decisivo para la aceptación de mestizos en las cofradías y
hermandades de españoles (los negros, mulatos e indígenas tenían sus propias cofradías)
así como para su ingreso en el Colegio Seminario de la Asunción de Santiago, fundado
por el Obispo Gómez de Córdova, en 1596. De acuerdo con las constituciones del
seminario se dio preferencia de entrada a hijos de conquistadores y pobladores antiguos:
En cambio, las constituciones del colegio creado `para recogimiento de doncellas pobres
o pupilas ricas', en 1592, fueron mucho más estrictas en sus criterios étnico-religiosos,
según se verá más adelante.
Lo anterior no quiere decir que las mujeres, cuyos derechos eran pocos en aquella
sociedad patriarcal, ocuparan un lugar marginal en el sistema social. Hay que aceptar
que lo más importante de una cultura y una sociedad no son las normas y prescripciones
formales, que otorgan al hombre la autoridad, el control de los recursos y el poder legal,
es decir, el dominio formal en el ámbito de la economía y la política. En consecuencia,
se puede afirmar que en la práctica la mujer de la sociedad de Santiago, durante el siglo
XVI, fue una pieza esencial no sólo en el núcleo familiar y doméstico (ámbito privado),
sino también en la esfera de la vida pública (política, religión, economía).
La dote
En Guatemala, la mujer, menor ante la ley, dependía del hombre. Por esa razón, al tener
la edad de `tomar estado', la hija era dotada por su padre para el matrimonio o, en caso
de faltar el padre, por el hermano mayor. Las dificultades económicas, incluso de los
propios conquistadores-hidalgos, condenaban a muchas jóvenes a la soltería o, lo que
podía resultar aún más triste, al confinamiento en la `casa de refugio' de mujeres o en un
convento.
En el caso de las hijas de conquistadores, ellas debían ser dotadas de acuerdo con la
categoría social de sus padres, y el hecho de casarlas bien suponía un gravamen
económico de tal índole que muchos no podían soportarlo. Las doncellas solteras
presentaban, pues, para sus progenitores, un problema material y moral al mismo
tiempo, toda vez que la mujer estaba hecha para el matrimonio o, en su defecto, para
pasar sus días `recogida' en un convento. Muchas de ellas se casaban tarde, en tanto el
padre o hermano podían reunir el dinero suficiente para la dote.
La mujer principal había de ser dotada muy por encima de la mujer `vulgar' o `innoble',
y en Guatemala se llegó a dotaciones excesivas. En éste, como en otros aspectos, la
hidalguía de nuevo corte trataba de paliar, por medio de la apariencia y la exageración,
la falta de ejecutoria que acreditara la posición. Un ejemplo de la elevada cuantía de
estas dotes es el caso de un encomendero que declaró no tener más de 1,000 pesos como
producto anual de su encomienda, pero dotó a una de sus hijas con 7,000 pesos.
Proveer tales dotes era una de las causas del endeudamiento de muchos conquistadores.
Algunas veces las hijas de colonizadores pobres, o las huérfanas, eran dotadas por algún
español más rico. Este acto, además de ser una muestra de la cohesión y solidaridad que
existía entre ellos, se tenía como uno de los deberes `de honor'. La protección de
huérfanas, doncellas y viudas figuraba como uno de los méritos que un `caballero' podía
presentar ante el Rey.
El Oidor Tomás López hizo hincapié sobre este asunto y sugirió que los solteros que
había en la ciudad se casaran con doncellas pobres, que están `en gran peligro de su
honestidad'.
Pero no fueron sólo los motivos de tipo económico los que llevaron al conquistador al
matrimonio. Contrariamente a lo que pueda pensarse, en el Reino de Guatemala el afán
nobiliario y el deseo de prestigio social de los españoles fueron incentivos que
superaron muchas veces a los económicos en los conciertos matrimoniales. Por ello,
muchos vecinos de Santiago se casaron con hijas de conquistadores sin haber recibido
dote por ellas, pero con la esperanza de obtener alguna merced real por los méritos del
padre de su mujer. Otros se casaron con hijas de conquistadores, herederas de
encomiendas, pero adquirieron, con ellas, las deudas que el suegro había contraído en
vida, además de tener que mantener a la suegra y hermanas solteras de su mujer y de
comprometerse a dotarlas como caballero, a fin de que se pudieran casar, a su vez, con
caballeros. Está, por ejemplo, el caso de Bartolomé de Molina que, al casarse en 1568,
se vio obligado a pagar las deudas de su suegro y a dotar nada menos que a siete
cuñadas, aunque la renta de la encomienda que recibió con su mujer no era realmente
cuantiosa.
Por todos estos condicionantes (posibilidad de dotar y hacerlo dignamente, enlazar con
personas de igual categoría social, etcétera) se observa en esa época un desajuste de
edad entre las parejas, y era común el hecho de hombres jóvenes casados con mujeres
mayores, que abundaran las doncellas solteras, y que las viudas se casaran varias veces.
Al heredar éstas las encomiendas de sus difuntos maridos, la Corona les instaba a
realizar nuevas nupcias como medida para poblar la tierra. Por otra parte las viudas
encomenderas ofrecían grandes incentivos a los solteros necesitados pues, además de las
encomiendas, aportaban al nuevo matrimonio el `nombre' y méritos de su difunto
cónyuge, con la consiguiente posibilidad para el nuevo marido de solicitar alguna
merced real, basándose en las hazañas de su antecesor. No obstante, el interés de casarse
con ellas decreció al fin de la centuria. La razón fue que, en 1590, un auto reglamentó la
sucesión de encomiendas en segunda generación y se prescribió el cese de las poseídas
por viudas que murieran después de haber contraído segundas nupcias, de forma que el
segundo marido quedaba sin derecho a ellas una vez fallecida su mujer. En cualquier
caso, los segundos maridos nunca heredaron las encomiendas completas, pues si
quedaban hijos del primer matrimonio, la mitad de los indios pasaban a éstos y la otra
mitad podía ser disfrutada por el nuevo cónyuge y los hijos que nacieran de la nueva
unión.
Al igual que las solteras, también las viudas, con excepción de las encomenderas,
llegaron a constituir una auténtica carga social. Las que eran pobres y sin posibilidad de
que sus hipotéticos segundos maridos obtuvieran mercedes reales por méritos del
primero, tuvieron como únicas alternativas de subsistir el ser mantenidas por sus hijos o,
en caso de faltar éstos, acudir al favor real. La viuda de un conquistador no tenía
posibilidad de trabajar para mantenerse pues, al igual que al caballero, le estaba vedado
comerciar o dedicarse a oficios manuales, por considerarse esto indigno de su honra y
nobleza. La solución a su inactiva pobreza consistió en las ayudas de costa que los
presidentes concedían por orden de la Corona. Gran parte de dichas ayudas recaía en las
viudas y huérfanas (en 1591 se repartieron 13 a hombres y 118 a mujeres, entre viudas,
doncellas y beatas) y su cuantía, que se renovaba anualmente, oscilaba entre los 30 y
100 pesos, según la categoría de la dama y la necesidad que presentaba.
Durante el siglo XVI muy pocas mujeres españolas se dedicaron a realizar trabajos
remunerados, excepto algunas criadas que recibían poco sueldo, pero que se aseguraban,
durante el tiempo que duraba su servicio, una dote que les posibilitaba el matrimonio.
Dedicarse a la confección de ropa o al oficio de `parteras' era el único recurso de las
mujeres pobres, además de la caridad real de las ayudas de costa. Basta con acudir al
testamento de alguna viuda de conquistador o mercader importante (`de grueso'), para
darse cuenta de la difícil situación en que la muerte de sus maridos dejaba a estas
mujeres, cuya posición social les impedía desempeñar trabajos remunerados. El `censo'
sobre bienes, joyas y objetos de valor empeñados iba acrecentándose durante el tiempo
que sobrevivían y al final de sus días lo habían perdido todo o esos objetos permanecían
en manos de prestamistas. Tal fue, por ejemplo, el caso de Ana Cabeza de Vaca
Montúfar, viuda de Alonso de Nava que, en 1591, tenía empeñadas sus joyas, vestidos y
muebles, al no haber podido además cobrar deudas que muchos habían contraído con su
marido.
Colegio de doncellas
El Obispo Francisco Marroquín tuvo la idea de fundar una casa para recoger doncellas
pobres. En 1563, año de su muerte, dirigió una carta al Rey en la que dice haber
comprado una casa para este efecto y 16 años después esta casa de `mujeres beatas
recogidas', como se las denomina en un documento, albergaba 17 doncellas hijas y
nietas de conquistadores, que habían `prometido castidad para servir a Dios'. Todas eran
huérfanas y muy pobres, se mantenían de limosnas y no podían entrar todas las que
solicitaban su admisión.
La fundación de este convento no sólo fue solicitada y apoyada por el Obispo, sino
también por toda la gobernación. Incluso el Cabildo de San Salvador suplicó al Rey
ayuda para la creación del convento de Santiago. La Corona, por cédula dirigida a la
Audiencia en 1582, concedió 600 pesos al año, por espacio de 10 años, como ayuda
para el monasterio. A fines de siglo se concedió otro aporte semejante para la fundación
de un nuevo monasterio en Chiapa, como lo indica la cédula real dirigida a la Audiencia
de Guatemala en 1598. En ella se concedía licencia para fundar un monasterio y se
otorgaba 500 pesos de renta para ayuda de su sustento, a fin de que 236 doncellas
nobles, hijas de descubridores y pobladores pobres, pudieran conservar su virtud en
recogimiento.
La mujer indígena
La mujer negra
En los primeros años de la Colonia, todas las negras que vivían en Santiago, al igual que
sus hermanos de raza, eran esclavas. Además de realizar tareas domésticas, servían
como acompañantes de sus señoras blancas y parece que estuvieron más cerca de ellas
que las sirvientas indias. Las esclavas negras no fueron a trabajar en las minas, pero no
por ello se obtenían por un precio menor al de los hombres. A menos que fueran viejas
o estuvieran enfermas, llegaron a cotizarse en el mercado de esclavos entre los 800 y
1,000 tostones, a fines de siglo, que era lo que se pagaba por los esclavos varones
jóvenes. Una valoración tan elevada tenía una clara justificación, no sólo en la
capacidad laboral de tales esclavas, sino también en su apreciada capacidad
reproductora. Desde su nacimiento, los hijos e hijas de esclavas se convertían en
esclavos de los amos de aquéllas, quienes incrementaban así sus posesiones sin tener
que pagar nada a cambio, y eso aunque los descendientes fueran mulatos y a veces
descendientes de los propios dueños. Éstos, por su parte, movidos por un sentimiento de
compasión, establecieron alguna vez en sus testamentos, como última voluntad, la
liberación de estas esclavas madres de mulatos e incluso les dejaron bienes, aunque a
los hijos no se les reconoció como naturales.
Negras y mulatas eran enviadas a comprar y vender en el mercado en lugar de sus amos
españoles, sobre todo en las ocasiones en que éstos tenían prohibido comerciar por los
cargos que ocupaban o por su posición social. Una vez liberadas, algunas se casaron con
indios y muy pocas, sobre todo mulatas, con españoles pobres. La mayoría de ellas,
acostumbradas al trato mercantil aprendido cuando actuaban como agentes de sus amos,
se dedicaron a la venta y reventa de productos de consumo diario, y llegaron a constituir
el grueso de la población `regatona' de los mercados de la ciudad, junto con las
mestizas, durante el siglo XVII.
El hombre es creador de normas de preferencia respecto del mundo que le rodea y estas
inclinaciones se pueden descubrir, principalmente, por medio del lenguaje. Las
expresiones de la sociedad guatemalteca están fuertemente cargadas de locuciones
valorativas relacionadas con su situación en la escala social. Muchas de las valoraciones
verbales son implícitas, pero los juicios cotidianos suelen ser explícitos.
Existía, en la mente de todas las personas que formaban la sociedad de Santiago, una
clara idea de la diferencia entre los blancos y otros grupos en beneficio de los primeros.
Pero, cuando el blanco hablaba o enjuiciaba a los otros grupos, todas sus expresiones
aparecían cargadas de fuerte prejuicio racial. Por ejemplo, si un español recibía el
calificativo de `negro', `mulato' o `indio', ello constituía para él una grave ofensa. Mas
no sólo era infamante para el español recibir el apelativo de `negro' o `indio', sino
también que se le tratara de obra o de palabra como tal, según lo manifiesta el
testimonio de algunos pleitos donde los demandantes dicen haber sido amenazados con
ser `atados a un árbol' y allí `recibir azotes'. Como se sabe, a los españoles, cualquiera
que fuera el delito cometido, nunca se les amarró al palo de la plaza pública ni
recibieron pena corporal. En cambio, cuando un indio, negro, mulato o mestizo cometía
algún acto delictivo, se le desnudaba de medio cuerpo para arriba, y con las manos
atadas se le conducía a la plaza para ser azotado en la picota, `subido en una bestia de
albarda, con voz de pregonero' que iba gritando por las calles la falta cometida.
También era costumbre llevar a las indias `rabietadas a la cola de un caballo'. Por eso,
cuando un español acusaba a su mujer de desvergonzada y la amenazaba con llevarla de
esta forma por las calles de la ciudad, la ofendida respondía que `si acaso hablaba con
una india'.
Evidentemente los españoles se sintieron superiores a los otros grupos étnicos. Esta
superioridad, además de justificar su dominación, estuvo también cargada de razones
religiosas y morales. En opinión del Oidor Tomás López, generalmente compartida
entre los pobladores españoles, los indios eran:
Las leyes españolas establecieron una clara diferencia entre macehuales y señores, y
otorgaron de derecho a estos últimos una serie de privilegios así como la categoría de
hidalgos. Sin embargo, tales distinciones no fueron tomadas en cuenta por la población
dominante y, a lo más, los señores indios se equipararon socialmente a los gañanes
peninsulares. El mismo Oidor Tomás López recomendó al Rey el envío a Guatemala de
labradores, `gente llana, simple, de los de Sayago y otras partes semejantes', para que
vivieran entre los indios y se casaran con las hijas de los señores. Incluso creyó
conveniente que pasaran algunas `mozas, de esta suerte y condición', para casarlas con
algunos de ellos y `otra gente de más entonación entre ellos'. También propuso la idea
de que los indios principales adquirieran la costumbre de dotar a sus hijas, a fin de
entroncar más fácilmente con los españoles de `más baja calidad'.
Cabe ahora preguntarse de los juicios expresados por los españoles en relación con la
población negra. A diferencia de los indios, los negros no contaron con la protección de
la Corona ni de la Iglesia; antes bien, ni reyes ni papas mostraron escrúpulo por su
esclavitud, gracias a lo cual se posibilitó además la proclamación legal de la libertad de
los indígenas. En términos legales, el grupo negro ocupaba la escala inferior de toda la
estructura social. Se le achacaron los mayores vicios, y fue discriminado incluso por los
propios indios. Aunque oprimidos, los indígenas tenían conciencia de que la tierra les
pertenecía por haber sido ellos sus dueños antes de que el español llegara, y esto les
hizo despreciar abiertamente a unos intrusos que, por añadidura, eran postergados por el
grupo dominante. Este desprecio del indio hacia el negro se manifiesta en numerosos
documentos. Un ejemplo de éstos es el testimonio de una india contra una esclava negra
en un juicio, en el cual la primera contradijo la declaración hecha por la segunda y
añadió que `la negra se perjuró y dijo lo que no pasaba, además de ser esclava'. Con ello
quiso dejar muy claro que la opinión de un negro y además esclavo, no merecía
confianza. En contrapartida, negros y mulatos explotaron de hecho a los indios en
multitud de ocasiones y a veces fueron colocados por los propios españoles por encima
de aquéllos en la realización de ciertos trabajos, quizás por su mayor capacidad para
adaptarse a la cultura española o porque, como en el caso de los esclavos procedentes de
la Península Ibérica, habían pasado ya por un intenso proceso de aculturación. Los
españoles llegaron incluso a forzar a las indias a casarse con sus esclavos negros y
mulatos. Sin embargo, el orgullo de ser los primitivos dueños de la tierra no sólo llevó a
los indios a despreciar al negro o mulato, sino a hacer extensivo dicho sentimiento a los
mestizos, como se expresó claramente en alguna ocasión:
Como se ve por este texto, la pureza de sangre era también motivo de orgullo para los
indígenas frente a los mestizos. Por eso, entre los insultos que se hacen al alguacil, junto
a los vocablos `moro' y `judío' se coloca el de `mestizo', y se le califica de ladrón y
guardador de cabras, términos todos que entre los españoles se usaban comúnmente
como insultos y `palabras afrentosas'.
Posiblemente el orgullo racial fue lo que movió a los indios a perder el respeto a sus
señores. Los principales, desprovistos ya de su anterior prestigio, fueron despreciados
por los macehuales y aunque la Corona pretendió mantener en parte la estructura social
prehispánica, en la práctica ni españoles ni indígenas la tomaron en cuenta, de manera
que al cabo de cierto tiempo eran pocos los linajes principales que permanecían en el
gobierno de sus pueblos, sobre todo en la región del Valle de Guatemala. Una vez
desaparecidas las diferencias sociales que las leyes españolas quisieron mantener en un
principio, la mayor o menor ladinización del indio se convirtió en el rasgo fundamental
para elevar a un indígena por encima de sus hermanos y, en definitiva, para marcar las
diferencias sociales entre ellos.
Hasta aquí se ha hecho referencia a la forma en que unos grupos raciales se expresaban
acerca de los otros. Pero, ¿cómo se vieron los españoles a sí mismos? ¿qué diferencias
sociales evidencian sus valoraciones? En el grupo blanco, las personas más `comedidas',
más `honradas' y de más `calidad' eran las que habían participado en la Conquista, o al
menos habían formado parte del segmento de pobladores antiguos o de sus
descendientes. Esta era la condición que, junto con el hecho de mantener armas y
caballeros en servicio del Rey, tales personas aducían a la hora de solicitar
encomiendas, cargos y mercedes. Conquistadores y antiguos pobladores tenían
conciencia de ser superiores al resto de la población, se consideraban nobles u hombres
principales, y hacían gala de ello cuantas veces era posible. Este sentimiento de
superioridad aparece en muchos documentos, en los que explícita o implícitamente
dicha élite hace referencia a la distancia que los separa de los restantes grupos sociales.
Su nobleza estaba fuera de toda discusión y podía comprobarse en `el trato de su
persona, casa y conversación', en los `buenos caballos y armas' que tenían en sus casas,
en la vida de hombres honrados que llevaban, y `por tal entre los tales eran tenidos'. Los
documentos muestran a estas personas haciendo valer su superioridad en cualquier
ocasión: en las disputas, con motivo de cualquier delito, ante la justicia para conseguir
su inmunidad, y cuando a uno de estos hidalgos notorios, se le preguntaba en un juicio
cuál era su oficio, él respondía ofendido que `el oficio que tiene es sustentar armas y
caballos para servir a Su Magestad'.
En los pleitos suscitados entre conquistadores y `meros' vecinos, por las encomiendas
con que a veces los gobernantes favorecieron a estos últimos, se expresan las diferencias
entre uno y otro grupo social. Los alegatos de los conquistadores se manifiestan en
formas como ésta: `Y atento a que Juan Ortega es mercader, persona que ha mucho
tiempo vive del trato... ni es conquistador de ella (Guatemala) y además tiene el oficio
de mallero que ha usado y usa'.
Durante los primeros años de vida colonial, el `mercadeo' fue considerado una
ocupación indigna por los españoles importantes de Santiago que, sin embargo,
abastecían a la ciudad de trigo, carne de res o cualquier otro producto procedente de sus
tributos, sin ser considerados, por ello, mercaderes o tratantes. Nunca perdieron el
apelativo de `encomenderos' y encubrían su actividad comercial bajo la justificación
eufemística de estar dedicados a `sus granjerías', aunque ello implicara que algunas de
esas `granjerías', por ejemplo cacao y azúcar, se vendieran en México y España. A fines
del siglo XVI, la disminución de las encomiendas (casi todos los pueblos del Valle
pasaron a ser tributarios de la Corona) y las crecientes necesidades de lujo y bienestar
de la población española fueron las causas de la aparición de un grupo social poderoso,
los `mercaderes de grueso'. Éstos, que emparentaron con los encomenderos y
descendientes de conquistadores, comerciaban con productos de la metrópoli y sus
recuas llegaban hasta el Golfo Dulce o traspasaban las fronteras de la Gobernación hasta
llegar a México, para vender allí sus mercancías o enviarlas desde el puerto de Veracruz
a España. A la vez, surtían de ropas y productos de Castilla a los españoles en general, y
a los `comerciantes de menudeo' españoles y, ya entrado el siglo XVII, a los mestizos.
Estos últimos mantenían tiendas abiertas al público y vendían no sólo a españoles, sino
a indios, mestizos, mulatos e incluso negros libres, y los surtían de tejidos, güipiles y
mantas procedentes de Oaxaca, Chiapas, Yucatán o México. Los testamentos son una
fuente importante para conocer la actividad de los mercaderes y establecer qué y a
quiénes vendían, así como la procedencia de sus productos y deudas.
La cita alude a insultos con los que se ofendía a la persona del conquistador en su
calidad de noble. Parece, pues, que había por parte de los gobernadores un deseo
manifiesto de rebajar la importancia del grupo de conquistadores. De modo
significativo, entre los cargos contra Cerrato en su Juicio de Residencia, sólo aparecen
los insultos infligidos por éste a los miembros de dicho grupo, mientras no hay ninguna
denuncia de malos tratos a mercaderes, oficios, ni, por supuesto, a los indios. Este
detalle demuestra, por una parte, la especial conciencia de los conquistadores de
pertenecer a un grupo digno de ser respetado por su situación de nobleza (`...siendo
como es conquistador') y, por otra, el reconocimiento hasta cierto punto oficial de esta
situación social privilegiada, puesto que no se tomaban como delitos graves los insultos
hechos a otras personas. En un libro de la autora, Los Hidalgos de Guatemala, se ha
comparado esta postura de desprecio de los gobernantes hacia los conquistadores con el
desprecio que la noblesse de robe europea (juristas y letrados) sentía en esa misma
época hacia la hidalguía empobrecida y decadente. Sin embargo, en el caso de
Guatemala, se trataba más bien de una hidalguía incipiente, con el agravante de no tener
ejecutorias que la avalaran. Para un presidente de la Audiencia, licenciado o doctor,
tenía que resultar enojosa la primacía social que el conquistador, casi siempre inculto,
pobre y en algún caso analfabeto, trataba de detentar sobre el resto de la población, sólo
por el hecho de haber participado en la Conquista.
Los hombres no sólo expresan las valoraciones de sí mismos y de los demás en lo que
dicen, sino en lo que hacen. Por ello, los comportamientos reales de asociación entre las
personas y la acción recíproca entre ellas al expresar igualdad, superioridad o
inferioridad, constituyen nuevos indicadores de diferenciación social. El modo como es
tratado un individuo y el modo como él trata a los otros, el círculo de amistades, la
intimidad e igualdad social que implican visitas, compadrazgo y endogamia de grupo,
se convierten en índices de valoración diferencial.
El matrimonio es la expresión más completa de intimidad e igualdad social. En páginas
anteriores se anotó que normalmente no se unían en matrimonio canónico los individuos
de origen étnico diferente sino que mestizos, mulatos y zambos fueron el producto, en la
mayoría de los casos, de uniones ilegítimas, como lo indica Christopher Lutz, al mostrar
con cifras la casi ausencia de exogamia racial, al menos durante los dos primeros siglos
de vida colonial. De los pocos matrimonios interraciales legitimados por la Iglesia, las
más frecuentes fueron las de indias con esclavos negros, pero estos matrimonios no
necesariamente eran libres, sino forzados por los dueños de los esclavos, ya que,
casando a las indias de servicio con aquéllos, ampliaban el número de servidores
gratuitos.
Asimismo, los documentos hacen continua referencia a los matrimonios entre personas
del estrato formado por artesanos, pequeños mercaderes y `oficios'. Como ya se dijo, la
funcionalidad de sus papeles implicaba mayor o menor posibilidad de enriquecimiento,
lo que permite hablar de la importancia de algunos artesanos frente a otros y, por lo
tanto, de una cierta diferenciación social dentro del mismo estrato. Esta diferencia se
puso de manifiesto en las uniones matrimoniales, que comúnmente se realizaban entre
individuos pertenecientes al mismo gremio.
Las relaciones que se establecieron entre los españoles y los otros grupos se derivaban
del trato de servidumbre de unos con respecto a los otros. Dentro del grupo de los
servidores se notan relaciones amistosas entre negros e indios de servicio, especialmente
entre mujeres. El caso más curioso de amistad entre indias y negras es el que aparece en
un juicio en el que una india se declara amiga de una esclava negra.; dijo que `como
amiga de la dicha negra fue a casa de su amo (de la negra) y la halló en la cocina', pero
luego se estableció que dicha india sólo hablaba en lengua indígena y por medio de
intérprete, lo que hace suponer que, siendo amiga de la negra, ésta también conocía
dicha lengua. Eran frecuentes las visitas entre sirvientes de ambos grupos, así como las
charlas callejeras, relaciones todas ellas motivadas por el hecho de desempeñar las
mismas funciones de servidumbre en las casas de los señores blancos. Éstos, por su
parte, podían llegar a maltratar a sus esclavos, tanto física, como emocionalmente, a
separar a los hijos de sus padres e incluso, en alguna ocasión, negarse a que una madre
manumitida pudiera `ahorrar' a sus hijas mediante el pago a sus dueños del precio en
que estaban valoradas. Tal fue, por ejemplo, el caso de María de Santiago, morena libre
que entabló un pleito con María de Mercado para liberar a sus hijas. No sólo no
consiguió de la justicia que se les libertara mediante el pago del precio en que estaban
tasadas, sino que la dueña se las llevó a México, y las separó definitivamente de su
progenitora. Parece que incluso consiguió permiso para herrarlas en la cara, pese a las
desgarradas peticiones y súplicas de la madre.
Parece que el compadrazgo fue un vínculo que sólo se dio entre individuos de un mismo
grupo racial. La autora únicamente ha hallado una referencia de compadrazgo
interétnico en el testamento de un español que había vivido mucho tiempo en una
comunidad indígena. Sin embargo, este individuo, viudo y sin hijos, establecido en
aquel pueblo donde probablemente había muy pocos españoles, parece que sólo se
relacionó con indios, a juzgar por sus legados, dirigidos exclusivamente a ellos.
Dentro del grupo de los españoles, sólo aparece trato franco y amistoso entre personas
del mismo estrato social. Ejemplo de ello son las respuestas que se dan en los
interrogatorios objeto de las probanzas de méritos, donde para demostrar el
conocimiento de la vida y la obra del promotor de la información se concluye
aseverando `que lo sabe porque se comunicaba este testigo con el dicho... como vecinos
y conquistadores'. Otras veces es motivado ese conocimiento `por el trato y
conversación que con el dicho tiene'. En cambio, cuando el testigo pertenecía a otro
grupo social o étnico, señalaba que desconocía lo que se le preguntaba por el escaso o
nulo trato que mantenía con la persona a la que se refería la información, además de no
frecuentar su casa.
Actividades y posesiones
Pero si la mayor o menor cercanía de la plaza central fue un símbolo de posición social,
aún lo fue más el tipo de casa en que se vivía, sus dimensiones, las plantas de que estaba
compuesta, la cubierta y el precio en que estaba valorada. En el último cuarto del siglo
XVI, el precio de las casas principales oscilaba entre los 2,500 y 4,000 pesos. Eran
`grandes y de muchos aposentos', de `altos y bajos' y con techo siempre de teja.
Igualmente, existen datos acerca de las viviendas de los indios en esa misma época: eran
éstas de adobe, por lo general de techo pajizo, de una sola pieza y su precio no excedía
de 50 tostones. Los `oficios' y pequeños mercaderes vivían comúnmente en casas con
`su corral y patio',además de dos o tres `piezas', y su precio, también a fines de siglo,
podía oscilar entre 800 y 1,000 tostones. Para evaluar mejor las cifras que acaban de
darse, hay que compararlas con los precios de otros bienes. En la misma época, un
caballo costaba 50 tostones, igual que una casa indígena, mientras que un esclavo
alcanzaba un valor equivalente al de las casas de los artesanos y pequeños mercaderes:
entre 800 y 1,000.
Por otra parte, únicamente las casas importantes tenían agua corriente, y había barrios a
los que no llegaban las conducciones de agua. No obstante, cuando en alguno de estos
barrios vivían españoles además de indios o mestizos, parece que cada grupo utilizaba
fuentes de agua o `pilas' distintas, y sus viviendas estaban situadas en zonas más o
menos separadas. De un sombrerero y mercader español que vivía en el barrio de Santo
Domingo se dice en un documento que vivía en la plaza o tiánguez cerca de la `pila' de
los indios y se añade que vivía `entre los indios'.
Si se toman en cuenta el mobiliario y utillaje de las casas, las diferencias eran aún más
notorias. En las casas de los indios:
Testamentos, cartas de dote y pleitos dan una visión muy completa del equipamiento de
las casas de los españoles. Es difícil enumerar aquí los muebles y utensilios, tanto de las
casas de las personas importantes, encomenderos y ricos mercaderes, como de los
oficiales y artesanos, pero baste indicar que las diferencias entre ellos se manifestaban
en la cantidad y riqueza del mobiliario, vajillas y ropajes de unas frente a la escasez y
tosquedad de las otras.
Calidad de la indumentaria
Por otra parte, los indios y negros vestían `a la usanza de los indios': zaragüelles y
camisa, los hombres; y faldellín o naguas y güipil, las mujeres. No se conoce la
existencia de leyes que impidieran a indios o negros ir vestidos como los españoles,
pero éstos veían con malos ojos que los otros grupos usaran sus ropas. Esto se deduce
de un dato sobre un pleito en el que se acusa a una india de haber cometido un delito y
entre las faltas imputadas está la de `andar en hábito de española'. No obstante, entrado
ya el siglo XVII, los múltiples cruces raciales, la intensa aculturación de los indios
urbanos hizo muy difícil el control por parte de los españoles de la forma de vestir del
resto de los grupos sociorraciales del Valle de Guatemala.
Un rasgo que caracterizó desde muy pronto a los indios de la ciudad fue la utilización de
prendas indígenas, de muy diversa procedencia. Las comunidades apartadas de
Santiago, a pesar de sufrir las influencias de la cultura dominante, empezaron a elaborar
y adoptar un atuendo propio. Éste, que los caracterizó durante toda la época colonial, ha
perdurado hasta nuestros días hasta convertirse en uno de los símbolos de su identidad.
Los pobladores indios de la ciudad, en cambio, por su diversa procedencia y por ser la
capital un centro mercantil al que llegaban tejidos indígenas desde los más apartados
lugares, carecieron de una vestimenta propia. Un mismo indígena podía vestirse con
mantas zoques de Chiapas o ropas de Yucatán, en tanto que las indias se ataviaban con
`güipiles' de México y `naguas' zendales de Chiapas o con `güipiles mixtecos' de
Oaxaca y `naguas' de Huehuetenango, todo ello comprado, casi siempre, a mercaderes
españoles o a revendedores mestizos.
Era tan importante el atuendo como símbolo de posición social en la ciudad de Santiago
durante el siglo XVI, que los individuos evitaban aparecer en público con ropa que no
correspondiera a la `calidad de sus personas'. Vestir bien confería la `apariencia
honrosa', tan necesaria a los conquistadores y antiguos pobladores, nobles de nuevo
cuño. Por consiguiente, cuando sus empobrecidas arcas no podían sustentar esa
`apariencia honrosa', se retiraban a vivir a sus pueblos de encomienda para encubrir la
pobreza que les impedía mantener los signos externos de su posición social.
Vestir bien y con lujo no fue algo exclusivo de la sociedad guatemalteca, sino que
durante toda la época medieval y moderna fue una constante también en España. Tanto
en España como en Guatemala, cualquier acontecimiento, regocijos, lutos o ceremonias
capitulares, se convertía en ocasión para sacar a la calle las mejores galas. Se llegó en
esto a tales excesos que la Corona tuvo que suprimir las telas de oro y plata, y
promulgar con firmeza diversas leyes suntuarias para todos sus dominios.
El valor que alcanzaron los trajes en la Guatemala de fines del siglo XVI fue tan alto
que, por su rica confección, llegaron a constituir una parte importante de los bienes
dotales que el marido recibía con su esposa. Además, podían ser empeñados o vendidos
en cantidades mucho más altas, a veces, que las joyas de oro y plata. Ejemplo de ello es
el testamento de Ana Cabeza de Vaca, donde declara tener empeñados un jubón de oro
y plata en 13 tostones, mientras que los zarcillos de oro estaban empeñados en seis
tostones. Un rico vestido de los que se entregaban como dote, guarnecido de oro, llegó a
alcanzar a fin de siglo un valor de 150 y hasta 250 pesos, o sea que dos vestidos
costaban lo mismo que un esclavo o que una casa de las habitadas por artesanos y
pequeños mercaderes. Por ejemplo, en una carta de dote se indican las siguientes
prendas: vestido blanco de raso, guarnecido con franjas de oro, valorado en 500
tostones; vestido de tafetán negro azabachado en saya y cuerpo, apreciado en 300
tostones; un faldellín de tafetán guarnecido de terciopelo negro, en 200 tostones; un
faldellín de grana guarnecido con franjones de oro valorado en 300.
Otra forma de mostrar una `apariencia digna' consistía en hacerse acompañar de muchos
criados, de ser posible, lacayos blancos o, en su defecto, esclavos negros. Los
presidentes de la Audiencia obtenían licencia real para llevar consigo a Guatemala hasta
16 criados blancos y de ocho a diez esclavos negros, mientras que a los oidores se les
permitía traer sólo tres o cuatro esclavos. Muchos de ellos conseguían que sus esclavos
o criados pudieran portar armas `para acompañamiento y guarda de sus personas'. No
sólo los funcionarios públicos se hacían acompañar por esclavos y criados:
conquistadores, antiguos pobladores y ricos mercaderes deambulaban por las calles
rodeados de ellos. Cuando estos españoles principales morían, por voluntad expresa
manifestada en su testamento todos sus criados y esclavos `acompañaban su cuerpo'
hasta su última morada, vestidos con ropas de luto y formando una comitiva fúnebre
tanto más larga, cuanto mayor se suponía era el prestigio del alcurnioso fallecido.
Arras y dotes
La cuantía de la dote se convirtió en un símbolo social entre los españoles, así como
también las arras que ofrecía el futuro esposo `por honra del linaje y virginidad' de su
mujer. Parece ser que las arras sólo las ofrecían los individuos más importantes de la
ciudad. Se estipuló que éstas equivalieran a la décima parte de los bienes del
contrayente, y ellas suponían además un `pago' por la progenie, lo que no dejaba de ser
congruente con la sociedad patriarcal que intentaban mantener los españoles en
Guatemala, a imagen y semejanza de la metrópoli. Por eso, en las cartas de arras se
especificaba que, además de otorgarse en remuneración de la virginidad y linaje de la
esposa, eran `por los hijos que en uno habremos, Dios queriendo'. Mientras que entre las
familias de las capas más altas y entre las que gozaban de buena posición nunca faltaban
en los conciertos matrimoniales, en los niveles más bajos de la sociedad no las había. En
los testamentos y cartas de dote consultados, las donaciones de arras están relacionadas
con conquistadores, antiguos pobladores, altos cargos públicos y algunos ricos
mercaderes; nunca se hallan en el caso de `oficiales de oficios mecánicos', salvo en el de
los plateros, gremio que en Guatemala llegó a alcanzar una gran importancia social y
que tenía algunos miembros bastante acaudalados.
Hay que señalar también que entre los españoles las arras estaban muy relacionadas con
la honra femenina. Como ya se ha dicho, esta donación se efectuaba, entre otros
conceptos, en remuneración de la virginidad que en esa época iba de la mano con la
`honra' de una mujer. De tal manera, en la entrega de las arras se estaba valorando tanto
la virginidad como la posición social de la desposada, quien por medio del matrimonio
pasaba a ostentar la posición social de su marido, o lo que era igual, la honra de éste
que, a su vez, la recibía `honrada' con la dote, es decir, con la posición social del padre.
Era tan importante la relación entre virginidad-honra y status que a veces se falseaban
los documentos, ya sea fingiendo una dote o unas arras inexistentes o bien inflando
artificialmente la cuantía real de la primera, para que, cara a la comunidad, la mujer
pareciera más honrada.
Sin embargo, aunque entre los españoles el acto de dotar a las hijas era tan importante
como curarse o subsistir, ya que la dote era uno de los principales fundamentos de la
honradez femenina, ni el significado ni la institución misma se extendieron entre los
indígenas. Prueba de ello es que actualmente muchos indígenas guatemaltecos siguen
practicando la donación de regalos por parte del novio, siguiendo así una costumbre
tradicional contraria a la dote. Los españoles trataron también de aplicar su concepción
de las arras como pago por la virginidad femenina a la población nativa. Al igual que
con la dote, esta costumbre no arraigó entre los indios. De todos modos, al morir un
indígena, los jueces españoles beneficiaban a la viuda con los bienes del difunto que
legítimamente le hubieran correspondido, `atento que averiguó [el juez] haberse casado
con ella el difunto siendo doncella'. De esta manera conferían al régimen hereditario el
significado de las arras españolas, por cuanto este derecho de la viuda de primer
matrimonio implicaba una valoración de su virginidad prematrimonial.
Un contrato de trabajo entre un indio del barrio de San Francisco y un español informa
acerca de las donaciones y gastos que los indios de la ciudad hacían en sus bodas. El
indígena recibió un adelanto de su sueldo `para vestir a su mujer y los demás gastos de
la boda'. Éstos consistieron en dos tostones para tratar su casamiento en Almolonga, uno
para un alguacil `que sacara a su mujer', tres para hacer la información y obtener la
licencia para casarse; un güipil `de los buenos', seis tostones; `una naguas', cuatro
tostones; cuatro varas de sinabafa, ocho tostones; una gallina `para la boda', un tostón;
unas `naguas de tochomite', 10 tostones; un güipil, cinco tostones y, finalmente, seis
tostones para pagar al sacerdote que oficiaría la misa de velación.
El contacto diario con los españoles facilitó a los indígenas de la ciudad el aprendizaje
del castellano. Los franciscanos, por su parte, se encargaron de abrir escuelas para
enseñar el español a los hijos de los indios principales, lo que dio lugar a que en un
principio se relacionara el mayor grado de ladinización con el estrato más alto del grupo
racial indígena. Sin embargo estas diferencias desaparecieron pronto y la ladinización,
más que indicador de `clase' entre los indios, fue característica del oficio o trabajo al
que se dedicaban. El desempeño de una actividad artesanal elevó a muchos indígenas
por encima del resto de sus hermanos de raza y, a la postre, los indios más ladinizados y
aculturados, que desempeñaban oficios españoles, terminaron siendo principales al ser
elegidos alcaldes o regidores de los barrios y milpas de la ciudad.
Algunos indios desconocían el castellano, pero podían expresarse en náhuatl, bien por
ser descendientes de los mexicanos que llegaron con Alvarado a la Conquista, por la
influencia que habían sufrido en épocas pasadas de los habitantes del centro de México,
o simplemente porque habían sido adoctrinados por los misioneros en esa lengua.
Finalmente, otros indígenas sólo se expresaban en sus propios idiomas. Por lo general se
trataba de gente dedicada a tareas agrícolas en las comunidades cercanas a la capital o
en las milpas de los españoles.
Los conquistadores y antiguos pobladores, además de tener una apariencia digna, debían
mostrarse `comedidos' y `afables', cualidades que aparecían en su `trato y conversación',
y evitar dar `mala nota de sus personas con escándalos ni ocasión de mal ejemplo'. Esta
cordialidad en el trato, así como la utilización de un vocabulario limpio de exabruptos,
eran señales de `buena crianza'. Y, en efecto, se trataba de personas que cultivaban un
trato social intachable dada la importancia que tenía en aquella sociedad de apariencia el
juicio de los demás. Sabían cuán beneficiosas podían resultar las valoraciones ajenas a
la hora de esgrimirlas en sus pretensiones de nobleza o concesiones regias.
Títulos y tratamientos
Apellidarse de manera notable era quizás una de las primeras pretensiones de los
conquistadores para formalizar su hidalguía. Según Huarte de San Juan, una de las
características inherentes al hombre honrado era poseer `buen apellido y gracioso
nombre', por lo que, de no tenerlo, buscaban el más adecuado para ellos. Era difícil
comprobar la autenticidad de esta nomenclatura en unas tierras tan distantes, donde
además la forma de otorgar los apellidos a los descendientes apenas estaba regulada,
pues tanto padres como hijos podían elegir de entre los más significativos. De esta
manera, se encuentran varios hijos de una misma familia con distintos apelativos. Por
ejemplo, el primogénito solía llevar el del conquistador (padre o abuelo) cuando le
servía para obtener la encomienda o, al menos, para poder solicitarla, pero en otros
casos se escogía el apellido materno, aun entre los mayores en edad, porque la rama
materna era la aportadora de méritos. Por otra parte, procuraban escoger el o los
apellidos que tuvieren resonancias de nobleza hispana. Ahora bien, no sólo se elegían
los heredados por la vía paterna o materna en razón de la mayor nobleza que otorgaban
al individuo. Muchas veces esa elección encubría obscuros intereses, tales como el de
ser reconocido. De esta manera se encubrían casos de bigamia o simplemente de
abandono de la familia, puesto que al trasladarse de ciudad y elegir un nuevo apellido
(materno o paterno) las personas difícilmente podían ser identificadas. Sólo a la hora de
la muerte, en el momento de hacer testamento, se arrepentían y confesaban el secreto
mantenido durante años.
En los testamentos se dedican varias cláusulas a señalar dónde, cómo y con qué
ceremonial debían ser enterradas las personas que otorgaban dichos documentos. Las
honras fúnebres vinieron a ser muestras muy valiosas de la situación social de los
individuos. De todo este complejo ritual se detallan lugar de enterramiento,
acompañantes del féretro, misas que se decían por el difunto e institución de capellanías
y limosnas póstumas a conventos, cofradías y personas necesitadas. Al analizar y
comparar las disposiciones de los diversos testamentos, se pueden observar las grandes
diferencias existentes entre los diversos estratos de la sociedad.
Alrededor del tercer cuarto del siglo XVI, un gran número de personas principales, así
como también oficiales y artesanos, fueron enterrados en el monasterio de Santo
Domingo. Algunos descendientes de conquistadores e hidalgos de ejecutoria recibieron
sepultura en la Catedral y otros en el convento de San Francisco. A pesar de compartir
las mismas iglesias, las diferencias entre los distintos grupos sociales se patentizaban en
que las personas principales se enterraban siempre en sepulcros de propiedad familiar,
donde estaban inhumados sus padres, hermanos o esposas. Expresiones como ésta se
repiten en los testamentos de la gente importante de Santiago:
También se hallan diferencias en el propio ritual del entierro. Los individuos del estrato
inferior eran conducidos hasta su última morada por el cura, el sacristán con `cruz alta' y
algunos `acompañantes'. En cambio, las personas principales de la ciudad no sólo eran
acompañadas por el cura y el sacristán, sino que sus entierros eran seguidos por una
larga comitiva formada hasta por 12 sacerdotes, el Deán y Cabildo de la Catedral
(aunque no fueran sepultados allí) y la `capilla y cantores del coro de ella'. Además, los
más ricos y alcurniosos disponían en sus testamentos que `acompañen su cuerpo doce
sacerdotes de cada uno de los conventos de la ciudad' (La Merced, San Francisco y
Santo Domingo), portando todos `candelas de cera'. Era común también que engrosara
la comitiva una representación de cada una de las cofradías de las que el difunto había
sido cofrade. Finalmente, el caso más extremo de distinción social era cuando algún
individuo ordenaba pagar a 12 pobres y comprarles vestidos negros para que
acompañaran su féretro, así como cuando se disponía enlutar a todos los esclavos
propios para que también se unieran a la larga procesión mortuoria. Tanto o más
importante que el número de `acompañantes' era, como símbolo de posición social, la
cantidad de misas que se ofrecían por el alma del difunto. Era frecuente que a la muerte
de un `mero vecino' se celebrara una cantada con diácono y subdiácono el día de su
entierro, y nueve más en días sucesivos. En el caso de haciendas más saneadas, el
número de misas por el difunto podía llegar a 100. Cuando moría un hombre principal,
el número podía ser aún mayor y el recuerdo del difunto se mantenía durante mucho
tiempo en las plegarias de curas y frailes, quienes recibían buenos legados con este fin.
Además de la misa cantada del día del entierro, hubo señores que expresaron como
última voluntad que se dijeran 100 más por su alma en cada uno de los monasterios de
la ciudad, más otras tantas en la Catedral y un número indeterminado en las ermitas,
además de otras 50 ó 100 en los altares de todas las iglesias en las que `se ganan
indulgencias'.
Comparados estos datos con los relativos a la población indígena, se nota la gran
diferencia existente entre ambos grupos. A veces se acusaba a los sacerdotes de no
acompañar a los indios difuntos hasta su última morada, y de abandonarlos a la puerta
de la iglesia y pedirle a sus fiscales que se encargaran del entierro. Frecuentes o no estas
irregularidades, lo cierto es que en los testamentos indígenas que se conocen se da poca
importancia, o se pasa por alto, el acto del entierro y sus acompañantes. En cambio, se
hace explícito siempre el número de misas que se han de decir por sus almas. Cabe
preguntarse si los indígenas guatemaltecos llegaron a comprender la relación entre la
celebración de dicho rito y la salvación de las almas. Puesto que la idea del cielo como
premio y salvación, y la del infierno como castigo y condena, parece que nunca
formaron parte de las creencias prehispánicas, es posible que se haya tratado aquí de
otra de tantas formas impuestas, que los indígenas no llegaron a comprender.
El hecho de que casi todos los testamentos dejados por los indios fueran redactados ante
los religiosos o sacerdotes seculares ayuda a explicar mejor el interés que la misa
suscitó entre los pueblos colonizados. Naturalmente, para que se celebraran varias por
un difunto, tenían que existir legados para ello, y los sacerdotes eran los encargados de
establecer su número, de acuerdo con los bienes dejados por el finado. Prueba de la
presión ejercida por curas y frailes para que los indígenas dejaran consignadas misas y
limosnas en sus testamentos son las múltiples denuncias que sobre este asunto se
encuentran en los documentos, así como una disposición real de 1580 en la que se
mandó a virreyes y presidentes de audiencias que cuidaran de que los indios no fueran
violentados para establecer tales disposiciones testamentarias.
Gran parte de los gastos del entierro iba destinada a los clérigos. En una memoria de
gastos funerarios de un rico mercader, además de las limosnas a las diferentes cofradías
de las que el difunto fue cofrade y el pago de la sepultura, el resto, una larga lista de
gastos, estuvo destinado a pagar a los clérigos acompañantes, así como el valor de las
ofrendas (trigo, carneros, vino y cera), y misas ofrecidas en todas las iglesias de la
ciudad.
Ahora bien, llegados a este punto se hace necesario distinguir entre los individuos que
hicieron sus fundaciones en Guatemala y los que las instituyeron en la Península.
¿Cuáles fueron las causas que llevaron a dotar las capellanías en uno u otro lado del
océano? El factor decisivo lo constituyó la relación de sus descendientes con el
asentamiento definitivo en el Nuevo Mundo, dado el prestigio que tales dotaciones
conferían a los herederos. Los que residieron en Guatemala temporalmente, bien porque
desempeñaban cargos públicos (como los altos puestos de la Audiencia, oficiales reales,
clérigos, etcétera) o bien por razones de negocio (como ciertos mercaderes)
establecieron sus capellanías en la Península, lugar donde permanecieron sus familias y
donde perpetuaron sus linajes. De igual forma se sabe de algunos casos de personas sin
descendencia que también las fundaron en España, unos en sus pueblos y otros en sus
colaciones sevillanas. Es decir que las capellanías se instituyeron allí donde cada quien
tenía establecidas sus relaciones familiares permanentes y donde habría de ser
recordado en el futuro. Un caso extremo fue el de un mercader sin hijos que, siendo bien
conocido tanto en México y Guatemala como en España, condicionó el cumplimiento
de sus fundaciones y mandas testamentarias al lugar en que muriera.
Una idea fundamental obsesionó las mentes de los cristianos de la época: la salvación.
Esta podía, en cierto modo, conseguirse mediante las muchas misas encargadas para
después de la muerte, siempre y cuando el individuo no hubiere muerto en pecado
mortal. Es sorprendente la cantidad de misas por el alma de un difunto y con cargo a sus
bienes que aparece reiteradamente en los testamentos de la época. A veces la fundación
de una capellanía suponía la celebración de miles de misas por el alma del fundador. Si
a mayor número de misas pagadas, mayor era la posibilidad de salvación, el dinero
acumulado durante la vida venía a hacer más asequible el bienestar ultramundano,
acortando a las almas el sufrimiento del purgatorio. Al fin y al cabo el dinero, que abría
todas o casi todas las puertas en la tierra, también debía permitir gozar más pronto a sus
poseedores de la Presencia Divina en el cielo.
En este sentido llama poderosamente la atención una frase que aparece en ciertos
testamentos de personas sin herederos legítimos: `Y dejo por heredera a mi ánima...',
estableciéndose a continuación la fundación de una capellanía o dos (a veces hasta
cinco), y se pormenorizaba cuántas misas y cuándo se tenían que celebrar. Las cuantías
que dotaban estas instituciones llegaron a alcanzar la cifra de 4,000 pesos de oro a fines
del siglo, aunque lo normal era que los legados para este fin fueran de 1,000 ó 2,000
pesos. Por eso, en la investigación para este trabajo no se ha encontrado institución de
capellanías en testamentos de personas procedentes de los estratos inferiores de la
población, así como tampoco las mandas a conventos, personas e instituciones que son
comunes en las cláusulas de los documentos testamentarios de las `personas nobles y de
mucha calidad'.
Conclusión
A través de las páginas precedentes se ha intentado mostrar cuál era la estructura social
de la ciudad de Santiago durante el siglo XVI. Se han puesto de manifiesto los cambios
que se originaron en dicha estructura por la propia dinámica de la sociedad, y cómo los
antiguos criterios de diferenciación social vinieron a transformarse con la aparición de
nuevos papeles, funcionalmente importantes en una sociedad ya asentada y pacífica.
Por otra parte, el estrato formado por los pequeños comerciantes, artesanos y oficios,
aunque se mantuvo separado del grupo superior, integrado por grandes comerciantes y
autoridades políticas, civiles y religiosas, y no llegó a adquirir sus privilegios, se
estratificó internamente. Al principio adquirieron mayor prestigio los oficios
relacionados con la guerra (armeros y forjadores) y, posteriormente, todos los que
estuvieron próximos a la ostentación y la riqueza, como fue el caso de plateros, sastres,
artistas, etcétera.
Por último, a fines de siglo, las barreras raciales no fueron tan claras como en el
principio, dada la aparición de mestizos y mulatos, una gran parte de los cuales
permaneció en una situación semejante a la de indios o negros, aunque otra, por la
posición de sus progenitores o por haber logrado alcanzar la maestría en algún oficio,
llegó a situarse más cerca del grupo formado por artesanos y oficiales españoles.
A comienzos del siglo XVII, las plazas de la ciudad en días de mercado eran una buena
muestra de la diversidad étnica y social que caracterizó a la capital de la Gobernación de
Guatemala durante la época colonial. Aunque a ellas acudían españoles, los
compradores y vendedores eran, sobre todo, criados indios y esclavos negros, indios de
diversa procedencia étnica y `castas libres', que llegaban a los mercados a comprar o
vender de `menudo'. La ciudad que había comenzado su historia con una reducida
población de españoles y numerosos indígenas, se convirtió en menos de un siglo en un
centro multiétnico en el que prevalecían en número los mestizos y mulatos por encima
de españoles e indios, que habían sido sus primeros habitantes.
CHRISTOPHER H. LUTZ
Hace tan sólo unas décadas la llamada historia social de Guatemala raras veces tomaba
en cuenta la evolución demográfica de la población no indígena, con excepción
naturalmente de los españoles. La historia demográfica del país tenía un principio y un
fin, esto es, el pasado reciente, pero los siglos transcurridos entre los dos extremos casi
no contaban. En la década de 1520, sólo había indígenas y españoles. De estos dos
grupos, y algunos otros elementos de presencia esporádica, se formó la heterogénea
población guatemalteca de finales del siglo XX. Aunque las relaciones sexuales,
consensuales o forzadas, entre grupos étnicos que pertenecían a distintos niveles de una
jerarquía determinada por la riqueza y el poder, dieron origen a una población mixta,
poco se sabía o se escribía sobre este proceso de tanta importancia histórica para
Guatemala. Incluso los estudios antropológicos de mediados y finales del siglo XX, que
tratan de la gran diversidad étnica de Guatemala, dejan al lector con la impresión
engañosa de que la inmensa población llamada mestiza o ladina sólo se derivó de la
mezcla entre españoles e indios, o de la adaptación cultural de los indios al idioma,
vestido y comportamiento de los españoles o sus descendientes.
Casi todo lo que sucedió entre el siglo XVI y el pasado más reciente ha permanecido en
el ámbito del misterio, las ideas falsas y la ignorancia. Al observador de finales del siglo
XX le resulta difícil determinar si el tema fue continuamente olvidado a causa de un
descuido involuntario, como consecuencia de la ignorancia y la falta de interés, o
encubierto de manera intencionada por cierta vergüenza de élite. Al referirnos a una
vergüenza de clase, no pensamos sólo en el nuevo estrato alto, compuesto por personas
de origen europeo y estadounidense, sino particularmente en la élite ladina o criolla
tradicional, con raíces tan arraigadas en el pasado de Guatemala. Cualquiera que sea la
razón, los siglos de historia demográfica colonial y republicana pasaron inadvertidos y
la gran mayoría de los guatemaltecos, en especial los ladinos, se quedaron sin conocer
sus orígenes y su pasado.
No es éste el lugar para examinar de cerca las ideas de las dos repúblicas, pero su mera
existencia y persistencia sugieren que ni los españoles ni los indios previeron el hecho
de que sus relaciones de trabajo y convivencia pudieran tener como resultado la
existencia de otros que no se adaptarían fácilmente a este modelo ideal. Si la aparición
de los mestizos a principios del siglo XVI fue imprevista y molesta, hasta cierto punto
no tuvo mayores consecuencias, ya que ellos fueron absorbidos por la población
española o por la población indígena, y quedó fuera sólo una minoría de personas de
descendencia mixta.
Sin embargo, cuando en las décadas anteriores a 1550 los españoles introdujeron
esclavos africanos (junto con algunos libertos o liberados), quienes posteriormente se
mezclaron con los indígenas, los mestizos y los españoles, se empezó a destruir la
dicotomía de las dos repúblicas y apareció una población de castas que no sería tan fácil
de absorber. Las personas de origen mixto, tales como los mestizos, los mulatos, los
castizos y los ladinos, recibían el nombre de `castas', especialmente en el Reino de
Guatemala, durante los siglos XVII y XVIII. Debido a los prejuicios raciales, a las
mayores diferencias en los fenotipos (apariencia física), en comparación con el
segmento indígena o el mestizo, y al papel que jugaron como agentes o intermediarios
en la sociedad colonial española, las personas de descendencia africana no se integraron
fácilmente en ninguna de las dos repúblicas.
En este ensayo se explicará y se analizará (con base en la evidencia disponible, pues aún
quedan por hacer muchas investigaciones fundamentales), el surgimiento y la evolución
de los mestizos y los afroamericanos (negros y mulatos, esclavos y libres), quienes más
tarde se convirtieron en lo que actualmente se conoce como la población ladina. Al
mismo tiempo, se considerará en forma breve la evolución de la población española
hasta finales del siglo XVII. La élite española se transformó mediante la interacción
directa con todos los grupos subordinados, y absorbió en sus familias a un número no
determinado de personas, cuyo fenotipo era muy parecido. Por ello, su historia está
estrechamente relacionada con la de los ladinos. Con base en conocimientos geográficos
e históricos, se puede considerar que la evolución demográfica de la población no
indígena se dio principalmente en dos zonas determinadas. La primera, sobre la cual se
sabe algo, era una área pequeña que incluía Santiago de Guatemala y sus barrios
contiguos. La segunda era una gran extensión desconocida, formada por el resto de
Guatemala y las jurisdicciones vecinas (Soconusco, Sonsonate, San Salvador, etcétera).
En el centro de Santiago, donde vivían los vecinos más ricos, estaban las casas más
grandes. Aunque en la mayoría de las casas españolas normalmente vivían de 10 a 20
personas de todas las categorías, la historiadora Pilar Sanchiz observa que `algunas de
estas casas principales de la ciudad de Guatemala alojaban un número altísimo de
personas, hasta alcanzar cifras de cincuenta, setenta y aun más individuos'. Entre sus
muros moraban los vecinos españoles y sus esposas e hijos, sus parientes (con
frecuencia varones y solteros), los paniaguados (en su gran mayoría solteros españoles),
los esclavos indígenas (probablemente en su mayoría mujeres en las casas urbanas), los
naborías indígenas (sirvientes, sobre todo mujeres), y los esclavos africanos. Aunque a
menudo las casas eran grandes (compuestas de una serie de patios comunicados,
destinados a diversos usos), estos grupos pertenecientes a etnias y clases distintas
trabajaban, comían y dormían en espacios muy reducidos. Como había más hombres
que mujeres (sin olvidar los factores de desigualdad sociorracial), la fuerza física, la
persuasión y la atracción mutua produjeron relaciones sexuales, embarazos y
nacimientos.
Es difícil hacer estadísticas referidas a las personas que vivían en las casas españolas del
siglo XVI, pero sabemos que en su mayoría los esclavos africanos eran varones, que
muchos de los parientes y paniaguados españoles también eran varones y que muchos
de los esclavos y sirvientes eran mujeres y jovencitas. No hace falta mucha imaginación
para adivinar lo que sucedía en el interior de las casas. Se podrían reconstruir las
relaciones sociales de las casas españolas de la época colonial, entrevistando a mujeres
que han servido en casas de élite en tiempos más recientes o examinando a fondo los
registros criminales de todos los períodos. Muchos niños de descendencia mixta
nacieron en las décadas de principios y mediados del siglo XVI, principalmente de
mujeres indígenas. Gran parte de dichos niños no nacieron de matrimonios formales
aunque, a pesar de las circunstancias difíciles, sí hubo uniones duraderas de este tipo.
¿Quiénes eran los niños nacidos en las grandes casas españolas? Muchos de ellos eran
mestizos, producto de uniones efímeras entre españoles e indias. Otros eran hijos de
mujer indígena con padre esclavo de ascendencia africana total o parcial.
En 1550 fueron emancipados casi todos los esclavos indígenas (de 3,000 a 5,000) que
servían en las casas españolas de Santiago y los que vivían y trabajaban en tierras y
milpas del Valle de Panchoy (actualmente, el valle de la Antigua). Estos esclavos
indígenas y sus familias se establecieron en un círculo de barrios indígenas fundados a
petición de las órdenes religiosas (franciscanos, dominicos y mercedarios) en las orillas
oriental, norte y occidental de la ciudad. Tal como se había hecho en otras partes con los
habitantes de los pueblos de indios, la Corona española y las órdenes religiosas trataron
de proteger a los indios recién liberados, contra las incursiones y los abusos de los
vecinos españoles y sus esclavos y sirvientes de casta. Si la tarea era difícil en los
pueblos distantes, donde había relativamente pocos españoles y pocas castas, en los
barrios indígenas de la ciudad resultó casi del todo imposible.
Mientras que en la primera mitad del siglo XVI las castas aumentaban, la población
indígena urbana y rural siguió disminuyendo de manera precipitada, como consecuencia
de las enfermedades epidémicas de origen europeo. La disminución de la población
indígena ocurrió en todas partes: en las casas españolas, en los barrios indígenas, en los
pueblos de indios más distantes del Altiplano y en las Tierras Bajas. Desde la
perspectiva de los españoles, el crecimiento de las castas significaba que podían contar
con una fuerza de trabajo alternativa que llenaba el vacío dejado por la población
indígena. Sin embargo, a pesar de que les eran útiles, los españoles consideraban a las
castas como una molestia y las veían con cierto sentimiento de vergüenza. Con todo,
ello no les impidió que contribuyeran a procrear más castas.
Tal como se dijo antes, la población indígena de la ciudad disminuía casi, de modo
continuo, a causa de las enfermedades y del mestizaje cultural y biológico, en tanto la
población española, africana y de casta no dejaba de aumentar. En las casas
multirraciales nacían muchos más niños de los que sus patronos españoles podían alojar
y emplear. ¿Qué pasó con el exceso de castas libres? Algunos de tales mestizos fueron
reconocidos por sus padres españoles y absorbidos en el segmento español. Sin
embargo, la mayoría quedó fuera. A finales de la década de 1540, el Obispo Marroquín
expresaba su preocupación por el sustento y la enseñanza de las doncellas mestizas de la
ciudad y sugería que a los muchachos mestizos se les enseñara algún oficio para evitar
su `muy gran corrupción'. A principios de la década de 1550, la Corona propuso que los
mestizos huérfanos (varones) de la ciudad fueran enviados a España, donde se les
pondría a trabajar en diversos oficios, sin que ello se llevara a cabo. Sin embargo,
parece que hubo menos preocupación por los descendientes de las uniones
afroespañolas y afroindígenas, y por los de las relaciones entre los grupos de
ascendencia africana.
Como en las casas españolas no había lugar para las castas, quienes integraban esta
categoría tuvieron que buscar dónde vivir y los medios para ganarse la vida en los
barrios indígenas. Los que no encontraron oportunidades en la ciudad y sus alrededores
empezaron a ir más lejos, en busca de libertad, trabajo y refugio, formando familias en
diversas regiones de Guatemala, sobre todo en las zonas más bajas y cálidas, donde se
podía trabajar en el sector agrícola de exportación dominado por los españoles.
Además de las castas y los negros libres, e incluso los españoles pobres que se
establecían en los barrios indígenas de la ciudad, había también otras personas que
llegaban a Santiago desde distintas regiones y ciudades, a menudo distantes, buscando
trabajo, huyendo de algún compromiso o fugados. No hay que olvidar que la población
de los barrios indígenas disminuía constantemente desde su fundación en 1550. Las
causas de tal disminución eran las enfermedades epidémicas, la exogamia y el
mestizaje. Al principio, las castas libres llegaban a los barrios indígenas buscando
solares y casas donde vivir. Sin embargo, no tardaron en formar uniones formales e
informales entre ellos mismos y con los indígenas. Las comunidades indígenas
intentaron mantener su integridad, pero la necesidad económica a menudo las obligó a
arrendar y vender propiedades a las castas, a quienes muchas veces consideraban
intrusas.
Intrusas o no, las castas libres se distinguieron en Santiago no sólo por su número sino
también por el impacto que tuvieron en las relaciones sociales y económicas. Si a
mediados del siglo XVI las castas libres ya eran un elemento notable, en el siglo y
medio siguiente llegaron a ser mayoría, aunque no predominaron. Es imposible calcular
el número de castas hasta finales del siglo XVI (en el decenio de 1590-1599), cuando en
Santiago había aproximadamente 13,000 `gentes ordinarias' y unos 3,700 españoles.
Gente ordinaria era el término que se usaba en los registros parroquiales de Santiago
para referirse a los mestizos, negros (que podían ser esclavos o libres), mulatos libres y
naborías indígenas. En la década de 1650, había alrededor de 21,700 personas
pertenecientes a las castas y unos 5,600 españoles. En la última década del siglo XVII
(1690-1699), la proporción de gente ordinaria era casi la misma.
Durante el siglo XVI, cuando muchos miembros de las castas eran esclavos o sirvientes
nominalmente libres, pocos podían o querían casarse y formar familias estables. No se
sabe mucho sobre las razones, pero se puede suponer que se debía a la falta de espacio
físico y a la total dependencia en que vivían en los hogares de sus amos. Es posible que
el hacinamiento en las habitaciones de la servidumbre provocara relaciones sexuales y
embarazos a una edad muy temprana. Para las mujeres jóvenes afectadas, era
prácticamente imposible casarse después. Ello obedecía a la norma según la cual los
varones podían tener varias mujeres, pero la mujer con quien se casaban tenía que ser
virgen. Por los primeros registros parroquiales se sabe que, a diferencia de las castas
libres dependientes, muchos esclavos negros y mulatos se casaban con mujeres de su
misma clase o con sirvientas indígenas o mulatas libres. Se desconocen las causas de
estas diferencias en las prácticas matrimoniales, pero se puede suponer que los señores
españoles influían en sus esclavos para que se casaran, a fin de asegurar que, si la
esposa era esclava, los hijos siguieran la condición de ésta y, por lo tanto, quedaran en
propiedad de los amos.
Las sirvientas de castas libres podían ascender en la escala social mediante el
matrimonio, especialmente si el señor de la casa, sus hijos u otros parientes, o incluso
los paniaguados, las encontraban atractivas. Sin embargo, era mucho más común que se
convirtieran en concubinas de sus patronos durante períodos variables. Se sabe muy
poco sobre el poder que los hombres españoles tenían para controlar el destino de las
mujeres que estaban a su servicio. Sin embargo, puede suponerse que si el señor de la
casa o sus hijos querían mantener una relación íntima con una mujer de casta, era muy
difícil que ésta se casara con ningún otro. Al examinar las cifras de niños legítimos e
ilegítimos registrados como `gente ordinaria', que fueron bautizados en la parroquia de
El Sagrario entre 1630 y 1699, se nota que sólo en un 28% eran legítimos, mientras que
en un 72% eran ilegítimos. Sin embargo, durante las dos últimas décadas del siglo
XVII, hubo un incremento significativo en los bautismos de hijos legítimos. Los
porcentajes fueron entonces de 41 y 51, respectivamente. No obstante, estas cifras
podrían reflejar el crecimiento demográfico de las castas libres en el límite oriental de
aquella parroquia, donde tenían más libertad para casarse, residir y trabajar, sin estar
controladas por un amo español. Durante la segunda mitad del siglo XVII, se dio un
patrón similar en la parroquia de Los Remedios, establecida en la parte sudeste de la
parroquia central alrededor de 1641.
A partir del siglo XVI surgió una población de castas libres cada vez mayor. Las
personas de estas castas vivían en sus propias casas, fuera de la parroquia central, en
particular en la de San Sebastián, en el margen occidental y norte de Santiago. Abunda
la evidencia de incursiones de castas libres en los barrios indígenas que formaban esta
parroquia. En este lugar, las castas libres, especialmente los mulatos y los mestizos,
aumentaron incluso más que en la parroquia de El Sagrario.
Mientras que las castas libres siguieron aumentando desde mediados del siglo XVI
hasta finales del siglo XVII (e incluso después), ¿qué pasaba con la población urbana de
esclavos negros y mulatos que vivían en las casas de sus amos españoles? Un examen
exhaustivo de los protocolos de los escribanos y de los registros parroquiales podría
proporcionar datos completos y exactos sobre el número de esclavos de la ciudad. Otra
fuente útil podrían ser los padrones parroquiales de las décadas de 1670 y 1680, en los
cuales se anota el nombre, el sexo, y a menudo la edad y la condición, de todos los
feligreses de la parroquia central de El Sagrario. Sin embargo, hasta ahora sólo se han
examinado los registros parroquiales.
Parece que la población de esclavos negros alcanzó su número más alto entre finales del
siglo XVI y la década de 1680. A partir de 1690 empezó a disminuir, y esta tendencia
continuó hasta el siglo siguiente. En contraste, el período en el que hubo más esclavos
mulatos en la ciudad comienza después de 1650 y se prolongó también hasta principios
del siglo XVIII. El fuerte descenso que experimentaron las importaciones de esclavos
en Centro América durante la mayor parte del siglo XVII, debe haber jugado un papel
importante en la disminución de los esclavos negros de la ciudad. Sin embargo, esta
disminución fue compensada por el aumento de los esclavos mulatos. Así, a finales del
siglo XVII, este segmento de Santiago era más numeroso que dichos esclavos negros.
Ello quizá era porque los españoles concentraban a los esclavos en sus residencias
urbanas y llevaban a los esclavos negros a trabajar fuera de la ciudad, a menudo en
empresas rurales relacionadas con la agricultura.
Mientras que sólo algo más de la mitad de los esclavos negros que se casaban escogían
cónyuges libres, 80% de los esclavos mulatos escogían personas de esa condición. Sin
embargo, parece que sólo algunos esclavos se casaban por la Iglesia, aunque no se debe
olvidar que otros esclavos que la Iglesia consideraba solteros bien podrían haber
mantenido relaciones informales de larga duración. No obstante, no es seguro que estas
uniones formales, y menos aún las informales, fueran estables en el contexto de una
casa española. Si las sirvientas legalmente libres podían ser forzadas sexualmente, en el
caso de las esclavas debe haber sido mucho peor. Con todo, no hay que olvidar que
hubo relaciones sinceras entre amos y esclavas, especialmente cuando tenían hijos.
Estas relaciones podrían explicar por qué el número de manumisiones fue mayor entre
las esclavas mulatas y sus hijos que entre las esclavas negras y los suyos.
Igual que las castas libres, que tenían cierta movilidad ascendente y de las cuales
descendían, los nuevos españoles solían vivir en la periferia de Santiago. A finales del
siglo XVII, el mestizaje había borrado de tal forma las distinciones entre mestizos,
mulatos y negros, que el cronista Fuentes y Guzmán llamó a estos grupos del barrio de
La Candelaria `gente ladina'. En muchos casos debe haber sido difícil distinguir quién
era español y quién era ladino. Posiblemente, las condiciones de vida, el empleo, la
posición económica y la elección de cónyuge eran factores que determinaban en qué
lado de la vaga frontera racial estaba uno situado. Debió haber habido numerosos
individuos que permanecieron en el área indefinida situada entre los dos grupos, y otros
que se movilizaron hacia arriba o hacia abajo, según sus circunstancias personales y el
cambio de residencia.
Otro factor, muy debatido pero que influyó mucho en el descenso demográfico de los
indígenas de las Tierras Bajas, fue el relativo a las enfermedades tropicales. Éstas
parecen no haber tenido consecuencias en la región centroamericana hasta alrededor de
1650. Sin embargo, pudieron haber contribuido a retrasar la recuperación de la
población indígena de las Tierras Bajas a finales del siglo XVII y en los siglos
posteriores, precisamente cuando la población indígena del Altiplano empezaba a
aumentar.
Es casi seguro que éstas no eran las cifras completas de cada jurisdicción (en parte,
porque las castas libres a menudo no tenían residencia fija, según las autoridades de la
Corona); empero, al compararlas se puede ver la importancia que en el último cuarto del
siglo XVI tenía la población naboría (negros libres, mulatos libres y sirvientes
indígenas, al parecer exentos del tributo ordinario) en la ciudad capital y en cuatro
jurisdicciones de las tierras bajas del sudeste. Como era de esperar, Sonsonate y
Escuintla, las áreas de mayor actividad económica dirigida por españoles, tenían más
naborías que Guazacapán o Chiquimula de la Sierra.
Los datos sobre las jurisdicciones de las Tierras Bajas están más completos e ilustran
bien cómo creció y se extendió la población no indígena en estas regiones. En la
Provincia de Soconusco (hoy parte de Chiapas, México), la población indígena era
escasa (aproximadamente 800 tributarios completos en 33 pueblos) y no había
`ciudades, villas ni lugares de españoles, sino sólo cuatro gremios de mulatos, mestizos
y negros libres que están en los pueblos de Tonalá, Pixixiapa, Mapastepeque, y Ayuta'.
Estas castas libres trabajaban en haciendas cercanas y sumaban 259, todas ellas:
Es importante señalar que algunos mulatos de esta región eran dueños de haciendas de
campo y que, en ese momento, los hombres de ascendencia africana eran
considerablemente más numerosos que los españoles y los mestizos.
Los datos del Partido de Chiquimula tampoco están completos, pero nos dan una idea de
la importancia que tuvo la población no indígena en aquella extensa jurisdicción. En el
pueblo de Chiquimula de la Sierra, que tenía más de 450 `familias de indios casados',
había `60 familias de españoles [y] 43 familias de mulatos y mestizos'; en el pueblo de
Jalapa había `54 familias de indios casados...[y] 2 de españoles y 32 familias de mulatos
y mestizos'; mientras que en Jutiapa existían `100 familias de indios casados... 4
familias de españoles y 12 de mulatos y mestizos'. Finalmente, en el pueblo de
Mataquescuintla había `102 familias de indios casados..., 5 familias de españoles', y en
el pueblo de Mita (¿Asunción?) `182 familias de indios casados..., 9 familias de
españoles que estos son dueños de haciendas los mas de ellos, y asimismo hay 52
familias de mulatos y mestizos'.
A principios del siglo XVII, la mayor parte de las casas españolas formaba las
manzanas regulares. Éstas estaban situadas alrededor de la plaza mayor, y las contiguas
al noreste. Rodeando este núcleo, en forma de herradura abierta en el sur, estaban los
barrios indígenas, establecidos alrededor de 1550 por las órdenes religiosas
(franciscanos, dominicos y mercedarios), también la Audiencia, dirigida entonces por el
Licenciado Alonso López de Cerrato, y los poblados con los esclavos indígenas recién
emancipados. Tanto los frailes como Cerrato parecen haber inducido a estos indígenas a
establecerse muy cerca de los monasterios, los cuales estaban situados en la periferia
según el plano original de la ciudad. En 1600 la población indígena de dichos barrios
había disminuido drásticamente, como consecuencia de las enfermedades epidémicas.
Además, la llegada de castas libres (personas de descendencia mixta), negros libres y
españoles pobres, contribuyó a romper la unidad de las comunidades. A pesar de éstos y
otros problemas (el mestizaje, la pérdida de solares, la explotación económica a manos
de los no indígenas), los barrios indígenas lograron sobrevivir.
Más allá del aludido cordón de barrios se localizaba un gran número de pueblos (en su
mayoría indígenas, c 1600), agrupados cerca de los caminos reales que conectaban la
ciudad con el área rural y las jurisdicciones más distantes situadas al sur (Ciudad Vieja),
al norte y al noroeste (Jocotenango y San Felipe), al este (Santo Domingo de los
Hortelanos y San Juan Gascón), y al sudeste (Santa Ana y Santa Isabel). Alrededor de
estos pueblos, y extendidas desde la orilla de los barrios indígenas hasta los límites del
Valle de Panchoy, estaban las unidades agrícolas, en su mayoría poseídas por españoles,
dedicadas al pastoreo y al cultivo de trigo y hortalizas. Aquí se encontraban
asentamientos indígenas rurales (entonces llamados milpas, cuyas tierras eran también
de españoles particulares o de instituciones religiosas), el matadero de la ciudad (al sur)
y al noroeste, a lo largo de las márgenes del Río Magdalena (hoy Guacalate), tres
molinos harineros movidos por agua. El dominico inglés Thomas Gage, quien en la
década de 1620 entró en Santiago por el norte, observó que `en todo este camino [entre
Chimaltenango y Jocotenango] también hay muchos y muy hermosos jardines, que
abastecen los mercados de Guatemala, con verduras, raíces, frutas y flores todo el año'.
Aunque la Corona española había decretado que todos los barrios y pueblos indígenas
(incluyendo las milpas anteriormente mencionadas) tenían derecho a sus propias tierras
de cultivo, la realidad era muy diferente. Casi todas las comunidades indígenas del valle
tenían que pagar terrazgos (renta pagada por el labrador al propietario) a los españoles o
a las instituciones religiosas. Los habitantes de algunos barrios, La Merced y San
Jerónimo, por ejemplo, y los del pueblo de Jocotenango eran obligados a pagar
terrazgos hasta por los solares donde vivían. Los pocos barrios indígenas que tenían la
suerte de no pagarlos cultivaban milpas en los cerros empinados (y en algunos casos,
mucho más lejos) que dominaban la ciudad al norte, al noreste y al este. Estas tierras
marginales eran mucho menos productivas que las del Valle de Panchoy, y era difícil
llegar a ellas desde el barrio de Santo Domingo o el de San Francisco. En la década de
1690, Fuentes y Guzmán escribió respecto del barrio de Santa Cruz: `... es pobre de
ejidos, porque, aunque se arrima a uno de los montes o cerros que circunvalan la ciudad,
es tierra infructífera y inútil'. Naturalmente, la mayoría de los vecinos españoles que
vivía en el centro no se daba cuenta de estos problemas.
La vida de los españoles discurría casi sólo en sus casas y en las instituciones públicas y
privadas agrupadas en los cuatro lados de la plaza mayor. A principios del siglo XVII,
la plaza mayor no era tan impresionante como lo fue a finales del mismo siglo, o en los
años anteriores a los terremotos de 1773. No tenía árboles ni empedrado, ni los jardines
que se le añadieron a principios del siglo XX para satisfacer los gustos modernos. No
obstante, algunas de aquellas características han cambiado poco. Desde principios del
siglo XVII ha tenido una fuente. El suelo era de tierra y sólo había unos cuantos puestos
semipermanentes que formaban parte del tiánguez principal o mercado de la ciudad.
Aunque la plaza ha sufrido cambios radicales, muchos de los edificios, o por lo menos
sus funciones, siguen siendo iguales. En la esquina noreste está situado el
Ayuntamiento, donde durante más de dos siglos el Cabildo ha celebrado sesiones y ha
gobernado la ciudad. Frente al Cabildo estaba el palacio de la Audiencia, donde residía
el presidente. Las galerías de madera de ambos edificios fueron reemplazadas en el siglo
XVIII por las arcadas de piedra de la actualidad. Al lado del Ayuntamiento, en el
costado norte de la plaza, había varias tiendas, que el gobierno municipal alquilaba a
comerciantes y artesanos.
Los costados norte y sur estaban dominados por las instituciones del gobierno civil; el
del este por edificios que simbolizaban la importancia de la Iglesia en la vida colonial.
En esa manzana estaba la Catedral, edificio casi siempre en construcción, lo cual se
explica por los terremotos que periódicamente han sacudido la ciudad. En el último
tercio del siglo XVII se construyó en el mismo lugar una Catedral más grandiosa, la
tercera en la historia de la ciudad si se incluye la de Santiago en Almolonga. La
ejecución del proyecto requirió muchos años y fue necesario el trabajo de cientos de
indios, castas libres (especializados y no especializados) y artesanos de la ciudad, así
como de pueblos indígenas distantes. Al norte de la Catedral estaba el palacio episcopal,
que ocupaba el resto del lado este de la plaza mayor.
A lo largo del lado oeste de la plaza se localizaba el portal del comercio. Frente al
mercado que se organizaba en la plaza, el portal y los otros tres lados de esta manzana
estaban ocupados por varios comerciantes españoles (20 en 1604). El portal era el
comienzo de la llamada Calle de Mercaderes, que se prolongaba por espacio de tres
manzanas, desde la plaza hasta la iglesia de La Merced. Las seis cuadras (tres en cada
extremo) de esta calle, así como las contiguas, eran también áreas comerciales,
especialmente en la parte más próxima a la plaza. Como en la actualidad, estas tiendas y
almacenes, y una combinación de talleres-tiendas, servían de residencia a los
empresarios españoles y sus familias, sus sirvientes indígenas y de casta, y sus esclavos
de origen africano.
Las casas de la élite española del siglo XVII no estaban (como se podría esperar y como
parecen haberlo estado a mediados del siglo XVI) concentradas alrededor de la plaza
mayor. Los vecinos más ricos vivían en las manzanas situadas al noreste. Aunque las 10
u 11 del noreste estaban ocupadas sólo por el 11% de los vecinos que pagaban alcabala,
ellas representaban más del 30% de todas las manzanas que pagaban dicho impuesto.
Aunque no existen textos tan descriptivos para el resto del siglo XVII, no hay razón
alguna para creer que los patrones residenciales de la élite hubieran cambiado en
Santiago. Los sectores central y noreste permanecieron dentro de la parroquia del
Sagrario o de la Catedral. Los padrones de feligreses de 1680 muestran que en esta
parroquia había muchas casas que albergaban a españoles, esclavos negros y mulatos, y
sirvientes de castas libres. Sin embargo, ninguna de dichas casas fue tan grande como
las que menciona Pilar Sanchiz para mediados del siglo XVI. Sin una investigación
cuidadosa en los protocolos de escribanos, sería difícil decir en qué parte de la parroquia
estaban situadas tales casas.
En otro ensayo incluido en esta obra se ha descrito cómo las casas españolas
multirraciales produjeron población excedente. Aunque es difícil seguir el rastro de las
castas pobres y analfabetas, de los indios naborías (es decir, los tributarios no regulares
inscritos en las listas de impuestos de los barrios indígenas), e incluso de los españoles
pobres, es probable que durante décadas, y aun siglos, muchísimas personas
abandonaran las casas españolas del centro (por falta de oportunidades, malos tratos,
hacinamiento, crímenes cometidos, etcétera) y se trasladaran de modo temporal o
permanente a los barrios indígenas. Este proceso probablemente comenzó cuando se
fundaron los barrios, se intensificó en forma gradual a finales del siglo XVI, y se
mantuvo constante a lo largo de los siglos XVII y XVIII.
En la ciudad de Santiago los grupos pobres incluyendo los esclavos que carecían del
todo de movilidad residencial, no tenían suficiente libertad mientras residieran y
trabajaran en las casas de sus amos españoles, pero podían ser independientes si se iban
de manera voluntaria o incluso si eran echados. Naturalmente, esta nueva independencia
era relativa, y puede haberse aplicado sólo a quienes abandonaban la casa de su patrón
(mientras seguían trabajando para él) o malvivían al margen de la sociedad. Un estudio
cuidadoso de los protocolos de los escribanos debería aclararnos este proceso, a pesar de
que sobre la vida de estas personas nunca se escribió mucho y quedaron, por lo tanto, en
el anonimato.
De los pocos detalles enunciados se podría concluir que los barrios eran autónomos y
estaban libres de interferencias externas. Después de todo, tal era la intención de la
política dualista de las dos repúblicas, es decir la de los españoles y la de los indios.
Como se ha explicado en otra parte, la política segregacionista, que buscaba proteger a
los indios contra los mismos españoles y las castas mal adaptadas, fracasó en Santiago
de Guatemala por tres razones: 1) la intrusión de estos mismos grupos en los barrios y
en la vida diaria de los habitantes indígenas; 2) el considerable decrecimiento de la
población indígena en la ciudad (y prácticamente en cualquier parte que estuviera en
contacto directo o indirecto con los no indígenas) durante el siglo XVI; y 3) el impacto
del mestizaje. Los barrios indígenas hubieran resistido mejor las intrusiones si el
número de sus habitantes no se hubiera reducido por las epidemias.
Las autoridades civiles y eclesiásticas no planearon nada para las castas independientes
(o vagabundos, desde la perspectiva española) que ya no vivían en las casas españolas,
aunque algunas huérfanas mestizas fueron enclaustradas en una casa de recogidas y, en
la segunda mitad del siglo XVI, las autoridades españolas hablaron de mandar a España
a los huérfanos jóvenes para que aprendieran algún oficio. Sin embargo, a finales del
siglo XVII, el síndico general observaba que Santiago tenía `gran copia' de huérfanos,
muchos de los cuales servían en las casas de la ciudad, pero que otros vagaban
simplemente por las calles y barrios, sin oficio ni doctrina cristiana.
Era natural que las castas libres buscaran lugares para vivir en los barrios indígenas,
pues las epidemias y la necesidad de eludir la condición de tributario habían obligado a
los miembros de muchas comunidades a alquilar sus solares vacíos o ponerlos a la
venta. Además, las deudas por tributo y terrazgo obligaban a las viudas y los huérfanos
a renunciar a sus solares y casas de la ciudad. A menudo los barrios intentaron
mantenerse unidos e impedir que los foráneos compraran los solares, pero el impacto de
las epidemias, el mestizaje y las deudas tributarias, combinado todo ello con las
obligaciones laborales, debilitaron tanto a las comunidades indígenas urbanas, que
pocas veces pudieron resistir la invasión de los intrusos. A pesar de la legislación
segregacionista de la Corona, estas comunidades recibieron muy poco apoyo de los
alcaldes ordinarios y de la Audiencia.
¿Cuánto costaba una vivienda (casas y solares urbanos) en Santiago durante el siglo
XVII? Mientras que, en 1615, medio solar con casa en el barrio de La Merced pagaba al
convento mercedario un interés anual de cuatro tostones (dos pesos), lo que sugiere (al
interés normal del 5%) un valor de 80 tostones (40 pesos), muchos españoles pagaban
más en concepto de interés anual por las hipotecas de sus casas.
Por otra parte, durante el siglo XVII, muchas casas humildes con solar se vendieron por
20 pesos, e inclusive menos, en los barrios periféricos. Naturalmente, las castas libres y
los españoles pobres no podían comprar casas en el centro, pero sí tenían para pagar por
un solar o casa en los barrios indígenas.
Igual que las casas españolas del centro, los barrios exteriores se convirtieron en
semilleros del mestizaje. Las castas, los ladinos (conforme transcurrió el siglo), e
inclusive los españoles que no pertenecían a la élite, a menudo se casaban por la Iglesia
con las indias o formaban con ellas uniones informales. Con gran disgusto de los
funcionarios de los barrios, dichas uniones servían para estimular las aspiraciones de
quienes querían escapar de la condición de tributario indígena, especialmente los hijos
mestizos que resultaron de tales uniones. Enzarzados en una batalla perdida de
antemano, los funcionarios del Corregimiento del Valle a menudo intentaron inscribir
como tributarios a quienes afirmaban estar exentos. En otros casos, por la movilidad
residencial, un barrio podía verse envuelto en una lucha prolongada con otro barrio en
relación a los derechos sobre determinado individuo.
Sin duda alguna, los indios de la ciudad habrían procurado escapar de su condición de
tributarios aun cuando sus barrios hubieran permanecido segregados y el mestizaje
reducido al mínimo. Sin embargo, la entrada continua de no indígenas facilitó más las
uniones formales e informales entre los foráneos y los indios e incrementó las
oportunidades del mestizaje. Esto provocó la disminución gradual de la población
aborigen de los barrios exteriores durante el siglo XVII, y los hizo más vulnerables a
nuevas intrusiones. Sólo un barrio grande, como Santo Domingo (también conocido
como La Candelaria), o un pueblo indígena como Jocotenango, con aproximadamente
1,000 tributarios a finales del siglo XVII, pudieron comenzar el siglo XVIII como una
comunidad autónoma fuerte.
Todo lo anterior es interesante por la estrecha relación que guarda con una familia
criolla notable en la historia guatemalteca, pero el aspecto más sobresaliente en la vida
de Felipe de Fuentes es que simultáneamente hizo carrera en la milicia. En 1667 fue
nombrado Alférez de una compañía miliciana de pardos; en 1671, Capitán de las
guarniciones de pardos libres de la plaza mayor y el barrio del Tortuguero; y en 1674,
Sargento Mayor. Felipe de Fuentes y sus ayudantes fueron relevados de sus cargos en
1678, pero no por razones de indisciplina. Hacia finales de 1679 solicitó a la Corona
que sus hijos legítimos fueran admitidos en la Universidad de San Carlos y en la de
México. No se conoce el resultado, pero el caso muestra lo que pudo lograr un mulato
libre, descendiente de una familia prominente, a pesar de su ilegitimidad.
Webre pone en duda la idea de que la élite colonial, por lo menos entre 1600 y 1821,
estuviera dominada por las viejas familias criollas, las que se enriquecían con la
encomienda, las propiedades agrícolas y los cargos públicos. Según Webre, Fuentes y
Guzmán, encomendero criollo, terrateniente, historiador, y ejemplo exacto de aquella
idea tradicional, era un miembro `atípico' del Cabildo del siglo XVII. Más
`representativo' era José Agustín de Estrada, `peninsular, comerciante, exportador y
prestamista'. Los tradicionalistas podrían alegar que tal revisionismo se puede aplicar a
las figuras de finales del siglo XVII, pero no a las que vivieron en las primeras décadas
y estuvieron tan cerca de la conquista española. Sin embargo, Webre demuestra que los
orígenes de la élite mercantil del siglo XVII se remontan al último cuarto del siglo XVI,
tan sólo 50 años después de la llegada de Pedro de Alvarado. A pesar de que la
legislación real prohibía la participación de los comerciantes en el gobierno municipal,
tal participación se hizo común en la práctica, en especial cuando los cargos capitulares
se pusieron a la venta con el fin de obtener fondos para la monarquía.
Webre afirma que había un flujo `constante y frecuente' de inmigrantes españoles, que
eran fácilmente aceptados no sólo por el Cabildo, sino también por la élite. Las
evidencias de finales del siglo XVI y principios del XVII demuestran que otros
inmigrantes europeos (portugueses, corsos, genoveses y sicilianos), con intereses
mercantiles semejantes a los de los españoles, también conseguían entrar, mas no tan
fácilmente. En realidad, la élite de la ciudad hacía circular su posición en el Cabildo,
antes que consolidarla. Los recién llegados, en especial los hombres, eran incorporados
conforme emparentaban con las familias viejas. Por ello, la calidad de miembro era
movible.
En el siglo XVII, las familias criollas que, por la reducción de la encomienda y su falta
de iniciativa para dedicarse a nuevas empresas, estaban en decadencia económica,
pudieron revitalizar su posición casando a sus hijas con peninsulares prósperos. Así, los
regidores que residían en la capital entre 1650 y 1700, tenían padre español, o
extranjero, y madre criolla. Por otra parte, ninguno de los regidores de padre criollo, en
la misma época, tenía madre nacida en el extranjero. Aunque esta `élite restringida'
aceptaba a los extranjeros, siempre que tuvieran las credenciales adecuadas,
especialmente dinero, no había movilidad ascendente desde los escalones más bajos de
la sociedad española local. Ello es comprensible si se tiene en cuenta la entrada de las
castas en los estratos más bajos de la sociedad española, lo que ocurrió a finales del
siglo XVII y durante el XVIII.
La calidad de miembro de un grupo social era tan movible, que las familias criollas
terratenientes no monopolizaban política y numéricamente el control del Cabildo. Los
españoles de nacimiento eran los que dominaban el Cabildo. Según la definición de
Webre, el Cabildo del siglo XVII estaba compuesto de tres grupos: 1) `criollos viejos';
2) `criollos de transición' y 3) `recién llegados'. Esta definición se basa en el hecho de
que ambos padres, uno solo o ninguno de ellos, hubieran nacido en Guatemala,
respectivamente. Muchos de la primera categoría `descendían de los conquistadores y
los primeros colonizadores', mientras que los de la segunda eran hijos de matrimonios
entre criollos viejos y recién llegados (el tercer grupo). Estos últimos, además de tener
orígenes peninsulares españoles o de otro país europeo, a veces procedían de diferentes
partes de América, por ejemplo México, y venían como `comerciantes, funcionarios, o
ambas cosas, en busca de oportunidades'. En contra de la opinión tradicional, Webre
cree que los criollos viejos no eran tan ricos y políticamente poderosos; los criollos de
transición ocupaban la posición intermedia; y los recién llegados, a juzgar por su calidad
de miembros del Cabildo y sus actividades económicas, `claramente constituían el
grupo más poderoso e influyente' dentro de la élite y gozaban de `acceso a cargos y
privilegios fuera de toda proporción con su número en la sociedad española local'.
Si la tierra, sin capital ni mercados, era un bien barato, no se puede decir lo mismo de la
mano de obra. El Altiplano de Guatemala no atrajo pobladores españoles por sus
recursos minerales o sus riquezas agrícolas, existentes o potenciales, sino por su
población indígena y su clima agradable. Gracias a la altitud y el clima del Valle de
Panchoy, la población indígena de la región soportó mejor las epidemias del siglo XVI
que los habitantes de las estribaciones del Altiplano (en partes del Oriente, por ejemplo
la Montaña, y en la Bocacosta) y de las tierras bajas del Sur y el Este (explotadas por los
españoles que buscaban hacerse ricos con el cacao). Ello fue una suerte para Santiago,
ya que la ciudad necesitaba mucha mano de obra para reparar los daños que le causaban
los terremotos. Aun en períodos de tranquilidad sísmica hacían falta cuadrillas de
trabajadores para construir y reparar edificios. Además, a los pueblos se les exigía
materiales de construcción (cal, ladrillos, teja, piedra, vigas y tablas). Aunque aún no se
ha hecho una investigación detallada sobre el valor de tales materiales, puede decirse
con seguridad que los indios recibían mucho menos de lo que valía su trabajo y
suministros, incluso después de algún terremoto, cuando la demanda aumentaba
drásticamente.
Aparte de la mano de obra gratuita o mal pagada para trabajos públicos (incluyendo el
trabajo en las casas españolas), los indios de los barrios y los pueblos exteriores, y aun
los de pueblos más distantes situados dentro del Corregimiento del Valle de Guatemala
(formado por unos 70 pueblos y barrios indígenas equivalentes a los tres departamentos
actuales de Chimaltenango, Sacatepéquez y Guatemala), desempeñaban otros trabajos
obligatorios en las haciendas y labores. En el análisis del sistema de mercados se
mencionarán más detalladamente las obligaciones laborales relacionadas con el
suministro de alimentos a la ciudad. La presente sección se centrará en las muchas otras
tareas incluidas bajo el título de servicio ordinario, las cuales están bien documentadas
para las últimas décadas del siglo XVI y no se cree que hayan sido abolidas en los siglos
XVII y XVIII. Es más probable que los indios y los españoles se acostumbraran tanto a
ellas que no les prestaban mucha atención en sus registros administrativos o en sus
informes personales.
Casi todos los pueblos de indios situados fuera del Valle de Panchoy (para los objetivos
de esta descripción, este valle incluía los pueblos del área de Dueñas y Santa María de
Jesús) proporcionaban indios de repartimiento, también conocido éste como
mandamiento. Dichos indios trabajaban en las labores de trigo, en los ingenios de
azúcar de los alrededores del Lago de Amatitlán y, en menor grado, en casas españolas
de la ciudad. Aunque el trabajo agrícola (pagado a cuatro reales por semana durante el
siglo XVII y a tres durante la mayor parte del siglo XVI) se hacía fuera de la ciudad, su
objetivo y justificación consistían en asegurar el suministro de productos alimenticios.
Era más difícil justificar, en nombre del `bienestar público', los repartimientos
destinados a la reparación y construcción de casas privadas.
Sin embargo, en los distritos españoles de la ciudad había una forma de trabajo forzoso
más importante (llamada `servicio ordinario' o de tequetines). Estaba reservada a los
tributarios indígenas de los barrios y pueblos circundantes, y en ella se pagaban salarios
igualmente bajos. Se tienen pocos datos sobre la evolución y el funcionamiento de esta
forma de repartimiento durante los siglos XVII y XVIII, pero se sabe que quienes tenían
la suerte de pertenecer a la élite lo usaban regularmente para trabajos domésticos. Sin
embargo, gracias al Presidente de la Audiencia, Juan Núñez de Landecho, se conocen
los orígenes y funcionamiento del servicio ordinario en la segunda mitad del siglo XVI.
En una carta a Su Majestad, Landecho señala que los indios que habitaban en el Valle
de Santiago de Guatemala (Panchoy) trabajaban en las labranzas y se les exigía que
repararan las casas españolas. Los indios que vivían muy cerca de la ciudad realizaban
sus obligaciones laborales en Santiago, y los que residían a unas 10 leguas de la capital
trabajaban en las labores de trigo, que estaban a no más de cinco leguas de distancia. De
acuerdo con las normas observadas, nadie debía viajar muy lejos ni tener más de un
turno laboral cada seis meses. Entre las tareas rutinarias (a veces diarias) que incluía el
servicio ordinario, explica Landecho, estaban la preparación de comida y pan, el
abastecimiento de agua, el suministro de leña y forraje para los caballos y otras bestias
de carga, además del trabajo doméstico en general. En la década de 1550 este trabajo
era expresamente voluntario, y por el mismo se pagaban tres reales por semana, más las
comidas. Además, para minimizar su impacto, la Audiencia había ordenado que en un
pueblo de 100 habitantes, no se ausentaran más de dos trabajadores a la vez. Tales
disposiciones sólo eran efectivas si los funcionarios estaban dispuestos a cumplirlas.
Lamentablemente, pocas veces fue así. Una administración descuidada, junto con las
condiciones socioeconómicas cambiantes (inflación, carestía y despoblación indígena,
especialmente), condujo a una situación muy distinta.
En la década de 1570, los pueblos y los barrios indígenas que estaban cerca de Santiago
prestaban diversos servicios. Jocotenango (que puede ser caracterizado como
semiurbano por sus patrones de empleo) mandaba tres `indios de servicio [a] las casas
de españoles cada semana del año'; 46 yerbateros por semana, a quienes no les pagaban
más de 40 ó 60 patastes (variedad de cacao inferior, equivalente a dos o tres reales);
hombres para `limpiar la plaza de la ciudad' (no se sabe si una vez por año, cuántos eran
ellos, y tampoco si recibían remuneración o no); 30 `indios regadores en las Casas
Reales tres veces la semana y no hay pago'; tres `indias molenderas' por semana para la
casa de algún funcionario de la Audiencia; tres `indias chichiguas [nodrizas] que dan a
mamar a los niños por mandado del Corregidor D. Rodrigo de Fuentes' y seis hombres a
quienes `les mandan sacar pribadas en la cárcel, no somos pagados'. Esta lista parcial de
obligaciones se diferencia poco del servicio ordinario que prestaban otros asentamientos
urbanos. Con el paso del tiempo, algunas de estas obligaciones fueron suprimidas y se
instituyeron reformas moderadas. Sin embargo, hasta que se demuestre lo contrario,
debe suponerse que tales prácticas continuaron en una u otra forma. Es muy posible que
muchas de estas tareas recayeran en las castas libres, que eran sirvientes de las casas
españolas.
Algunos indios, tanto de los pueblos de la región como de los barrios recién fundados,
eran agentes independientes en la red de abastecimiento. Sin embargo, muchos
participaban en el sistema comercial porque eran obligados por sus encomenderos y
patronos españoles, o por los funcionarios de la Corona. La economía del siglo XVI ha
sido caracterizada como una economía extractiva o tributaria, porque en una gran
mayoría los productos alimenticios (y otros) que entraban a Santiago eran arrebatados,
por así decir, a los indios que los producían. Incluso el trigo que llegaba a la ciudad era
producido por los indios, ya fuera como parte de su tributo o en tierras cultivadas por
los encomenderos con mano de obra indígena. Sólo con la abolición de la mayor parte
de las exigencias laborales por el Presidente López de Cerrato (alrededor de 1549), el
descenso de la población indígena y la transferencia de las encomiendas a la Corona,
empezaron los españoles a buscar tierras más allá de Panchoy. Aun entonces, la mano
de obra indígena, bajo el nuevo nombre de repartimiento o mandamiento, hizo posible
la producción `española' de trigo. Los únicos productos que no requerían indios eran el
ganado y el azúcar, ya que la mano de obra necesaria provenía de los esclavos africanos
y de las castas libres.
Las reglamentaciones del Ayuntamiento eran sólo una de las muchas preocupaciones
que los indios experimentaban cuando llevaban a Santiago productos costosos y muy
solicitados. Después de 1550, los vecinos españoles y sus sirvientes indígenas y
esclavos africanos trataron de acaparar o pagar precios reducidos por dichos productos,
para después revenderlos con ganancia. Esta acción de intermediarios se llamaba
regatonería, y quienes la ejecutaban, regatones. A causa del mestizaje, del descenso de
la población indígena y del decrecimiento que en el siglo XVII experimentó la
población esclava africana (especialmente los negros), hubo cada vez más castas libres
y ladinos que desempeñaban un papel en el comercio de regatones. Parece que los
indios, los esclavos africanos y las castas, que actuaban como agentes de sus patronos
españoles, operaban con relativa impunidad, pero las castas independientes que
actuaban por su cuenta a menudo eran castigados. El comercio legal de menor
importancia debía hacerse entre los productores-vendedores y los compradores. Sin
embargo, a medida que la población mestiza crecía y se independizaba, cualquier
oportunidad era buena para sobrevivir económicamente. Los enfrentamientos entre las
castas independientes y las autoridades españolas fueron continuos.
A mediados del siglo XVII, muchas mulatas libres (y algunos españoles pobres) eran
dueñas de panaderías y no dependían de ningún patrono español. Cuando el trigo estaba
escaso era lógico que las castas independientes y otros miembros que no pertenecían a
la élite trataran de comprarlo fuera de la ciudad. Tales intentos traían consigo
acusaciones de regatonería y medidas enérgicas por parte de las autoridades españolas.
Alrededor de 1630, Thomas Gage observó que algunos `monopolistas ricos de la ciudad
acaparaban trigo en San Lucas Sacatepéquez, a la espera de encontrar `la mejor
oportunidad de sacarlo a la venta, de su propia voluntad y gusto'. Es muy posible que
estas prácticas hayan continuado durante todo el siglo y que incluso se hayan
intensificado, cuando la mayoría de los panaderos de Santiago habrían dejado de ser
miembros de la élite o españoles.
Durante el siglo XVII, Santiago era una ciudad colonial, ya que su economía y su
sociedad eran propiamente una extensión directa de España. Además, se mantenía sólo
por medio del trabajo y la producción de la población indígena sometida. La ciudad era
el centro de una gran rueda radiada. Cada rayo representaba una vía de abastecimiento
por donde fluían diversas materias primas, granos, materiales de construcción, forraje,
combustibles, artículos de comercio, verduras, frutos y ganado vacuno, porcino y
avícola. Estos artículos llegaban a la ciudad por la eficacia con que los funcionarios
españoles y corregidores organizaban y administraban la economía tributaria y
controlaban la mano de obra indígena, aunque la participación voluntaria de los indios
era un factor importante. Con todo, no se puede negar que los impuestos cargados por
las autoridades civiles y eclesiásticas sobre las comunidades indígenas servían de
incentivo para que los indios participaran en la economía.
Introducción
La sociedad que los españoles desarrollaron en el Nuevo Mundo estuvo dominada por
los conquistadores y sus descendientes, mientras los indios vieron destruidas sus
ciudades, aniquiladas sus poblaciones por las epidemias, hollados sus hogares y
expropiadas sus tierras de cultivo. Lo anterior causó verdadera alarma entre los
defensores de los naturales y entre quienes se encargaban de su administración espiritual
o temporal.
José Milla señaló también que el Cabildo, en carta del 15 de octubre de 1576, suplicó al
soberano que se dieran las encomiendas de indios a personas `beneméritas'. Mencionó
también que era conveniente que los beneficios simples del obispado se fueran
proveyendo con hijos de vecinos de la ciudad, de los cuales había ya algunos que tenían
las aptitudes y estudios necesarios para desempeñar tales cargos.
Según el mismo autor, ésta fue la primera vez que apareció un reclamo a favor de los
españoles criollos en un documento oficial, en el que se expresaba también cierta
diferencia entre éstos y los peninsulares.
García Peláez corroboró esta idea e hizo notar que, al cabo de un siglo, se vieron surgir
distinciones y diferencias muy marcadas entre los españoles de las Indias, no sólo por
llamar criollos a los nacidos en ellas, y `gachupines' a los procedentes de España, según
advierte Vázquez, sino también por la manera en que los primeros comenzaron a ser
tratados por los segundos. El término gachupín, del portugués cachopo (niño), parece
haber sido usado ya en la segunda mitad del siglo XVII. También frecuentemente se
daba el nombre de `chapetones' a los españoles peninsulares.
En 1586, cuando el gobierno quedó en manos del Oidor decano, don Alvaro Gómez de
Abaunza, se hizo una representación al Rey, para informarle que habían quedado
vacantes varios empleos y que el presidente en funciones no los proveía. Lo mismo
ocurría con siete u ocho encomiendas de indios, todo ello en `perjuicio de los vecinos
descendientes de conquistadores y antiguos pobladores en cuyo favor abogaba el
Cabildo'.
Todo ello se agudizó cuando el Obispo de Guatemala, Fray Juan Zapata y Sandoval,
originario de México, publicó un opúsculo en latín, intitulado De Iustitia Distributiva, et
acceptiones personarum ei opposita; Disertatio pro Novi Indiarum Orbis rerum
moderatoribus, summisque regalibus, 1603-1604 (Sobre la Justicia Distributiva y
consideraciones de las personas que se oponen. Discurso sobre los aspectos
moderadores y múltiples dones del Nuevo Mundo Indiano). El objetivo principal de
dicho documento era probar que tanto los beneficios eclesiásticos como los empleos
civiles en las Indias debían conferirse a los nativos de América.
`No tengo por justo ni conveniente que se dé crédito a esta mala opinión de criollos',
expresaba Fray Juan Zapata y Sandoval, que murió siendo Obispo de Guatemala, al
señalar la `siniestra' intención de quienes esparcían tal idea. Los criollos, sostenía
Zapata, no sólo no debían ser excluidos de las prelacías regulares y seculares, sino en
igualdad de méritos deberían ser preferidos frente a los de España. Señalaba además que
los españoles y los criollos eran un `solo cuerpo y un reino', vasallos de un mismo Rey,
y por tanto no se podía hacerles mayor agravio que intentar excluirlos de tales honores.
Solórzano escribió que causaba gran dolor y sentimiento a los criollos comprobar que
en su patria se les excluía de aquellos honores, a pesar de que tenían méritos para ellos.
Otros incidentes parecidos movieron a García Peláez a decir que la alternabilidad entre
los alcaldes nacidos en España y los nacidos en las Indias, que en un `principio fue
resultado de buena armonía y conformidad, en lo sucesivo fue objeto de rivalidad', y
que por ello hubo constantes disturbios entre los mismos criollos. Con lo anterior, la
administración de justicia, basada en criterios parciales y arbitrarios, padeció daños y
pérdidas en los intereses ciudadanos de la época.
José Milla comenta el espíritu de desconfianza y recelo entre los españoles peninsulares
y los nacidos en las Indias, actitudes que se agudizaron al hacerse más evidente la
división entre unos y otros, lo cual llevaría tarde o temprano a una escisión completa. El
mismo autor indica que aun en los claustros religiosos se formaron partidos, y que los
criollos reclamaban el derecho de alternar con los peninsulares en las prelacías. El Rey
decidió a favor de los nativos del país, y el Cabildo de Guatemala agradeció la decisión
del monarca en memorial del 28 de enero de 1652. Señala Milla que el primer criollo
nombrado Provincial de los dominicos fue Fray Jacinto Díaz del Castillo y Cárcamo,
persona recomendable por sus letras y virtudes, nieto del conquistador Bernal Díaz del
Castillo.
Conclusiones
En la segunda mitad del siglo XVII, varios cronistas coloniales, principalmente Fray
Antonio de Molina y los criollos Fray Francisco Vázquez y Francisco Antonio de
Fuentes y Guzmán, testimoniaron en diversos capítulos de sus obras el creciente
antagonismo entre españoles peninsulares y criollos. De acuerdo con tales testimonios,
los criollos se sintieron frecuentemente postergados en promociones de carácter
religioso o político, a las cuales sin duda tenían tanto derecho y méritos como los
españoles peninsulares.
La base del poder económico de los criollos se sustentaba, sobre todo al principio, en la
posesión de encomiendas y el consiguiente empleo de la abundante mano de obra
indígena (adquirida por esta vía o por la del repartimiento o peonazgo), y en la
administración directa de los llamados corregimientos. Asimismo, eran puntales de su
posición económica el hallazgo y explotación de minas, propiedad de casas en las
ciudades, tierras de labranza y ganadería, así como la explotación del comercio local y
regional. En cambio, la base del poder de los peninsulares estaba en el control de los
más altos cargos administrativos, así de tipo político y hacendario como de carácter
militar y religioso, o en el control del comercio con la metrópoli.
BEATRIZ PALOMO DE LEWIN
Introducción
El origen de la esclavitud se remonta a una época lejana en que los pueblos cambiaron
la costumbre de matar a los prisioneros de guerra por la de venderlos o emplearlos en
los trabajos más degradantes y duros, sin remuneración. Los esclavos y todo lo que
producían pertenecía al amo y éste tenía sobre ellos plenos derechos, en algunas
sociedades hasta de vida o muerte. Sin embargo, la esclavitud llegó a ser más funcional
cuando, por el surgimiento de la agricultura, las sociedades se hicieron sedentarias, con
una economía en expansión que requería mano de obra. Estos factores la hicieron surgir,
con otras formas de servidumbre, a fin de producir lo necesario para una población en
aumento.
La situación de los esclavos varió mucho según las épocas y las sociedades respectivas.
En los países cristianos se usaron individuos no cristianos. Muchos de ellos eran
`eslavos' (slavus, en latín medieval), gentilicio que dio origen al término `esclavo'.
Antes se hablaba de siervos. En el continente africano los vencedores de las guerras
tribales tomaban esclavos que se convertían en mano de obra y objetos de prestigio. Sin
embargo, la esclavitud no tuvo mucha importancia, ya que no era un elemento decisivo
en la producción. La trata se limitaba a proveer a ciertas casas de servicio doméstico,
por lo cual las mujeres eran más apreciadas. Al iniciarse el tráfico trasatlántico dichos
esclavos fueron exportados.
En la América prehispánica los criminales eran reducidos a la esclavitud, pero sus hijos
nacían libres. La guerra era fomentada con el objeto de tomar prisioneros para el
sacrificio o esclavizarlos para el trabajo. Los esclavos ocupaban la posición más baja de
la sociedad. Vestían de diferente manera y eran marcados mediante una cortada en el
brazo a la cual se añadía un tinte, de manera que la cicatriz se convertía en un tatuaje.
La existencia de los `esclavos de buena guerra' era familiar a los habitantes del Nuevo
Mundo, y tal categoría social sirvió para que los españoles continuaran con la práctica
de hacer esclavos durante y después de la Conquista. La variante de fondo consistió en
que los hijos de los afectados heredaban tal condición.
La esclavitud negra en la Península Ibérica empezó desde el siglo VIII. Los negros
llegaron con Tarik, en el año 711 DC, cuando éste llegó del norte de África y estableció
la dominación islámica en España. Para los europeos de esa época, el negro era un
soldado que peleaba a la par de los árabes y por lo mismo luchar contra ellos era un
deber cristiano. Durante la guerra de la Reconquista, tanto musulmanes como cristianos
reducían a la esclavitud a los prisioneros que no estuvieran en capacidad de pagar
rescate. En 1442 algunos negros llamados gelofes, de religión islámica, pagaron su
libertad con esclavos negros de otra tribu, y así se inició el mercado de africanos. Luego
los portugueses comenzaron a capturar negros en África, y a venderlos como esclavos
en Portugal.
Surgió entonces una marcada rivalidad por el control del comercio de esclavos. Los
portugueses dominaron el mercado, pues ellos `habían resultado gananciosos en las
bulas expedidas por el Papa en 1493'. Un arreglo del año siguiente entre España y
Portugal, reconoció el derecho de los portugueses al mercado de esclavos desde África.
El acuerdo les otorgaba tal derecho de exclusividad para sacar esclavos del continente
negro. Conjuntamente con los portugueses, los banqueros genoveses ejercieron un
evidente control sobre el tráfico correspondiente. La Casa de Contratación de Sevilla se
opuso con firmeza a la adjudicación de asientos, pues se rechazaba la intromisión de
extranjeros en el comercio hacia las Indias.
Además del sistema de asientos, existieron siempre las licencias para llevar esclavos a
las Indias. El Rey por lo general autorizaba a sus protegidos, conquistadores y
funcionarios reales, la importación sin impuestos de un número limitado de esclavos
para su servicio personal. Las licencias no podían ser vendidas, pero hubo quien amasó
riquezas consiguiéndolas. Este procedimiento amañado perjudicaba los intereses de los
asentistas, pues éstos ya habían invertido en el contrato del asiento. Para protegerse de
los caprichos del monarca, los mismos concesionarios promovieron el contrabando de
esclavos.
El monopolio ejercido por el gobierno español empezó a romperse a finales del siglo
XVII, cuando se iniciaron los contratos con grandes compañías, como la Compañía del
Mar del Sur. Por medio de tales contratos se permitió que parte de los barcos y la
tripulación fueran extranjeros, pero la Corona se reservó el control de los puertos.
El contrabando existió desde que se crearon las aduanas y tuvo características muy
particulares en cada país. En Guatemala el asiento no cubrió la demanda de esclavos, y
quizás por ello con frecuencia venían `barcos de arribada': goletas que, pretextando una
emergencia como mal tiempo, atracaban en puerto guatemalteco. Pedían entonces
permiso para vender en la ciudad de Santiago a los esclavos que transportaban, so
pretexto de que morirían si tenían que permanecer en el barco. De tal manera llegaron a
Guatemala sendas cargas de negros en 1613, 1614, 1631 y 1641, con un promedio de 50
por barco, todos ellos originarios de Angola y de Vidah.
Los frailes dominicos, ante la necesidad de mano de obra, especialmente para el cultivo
de la caña, pidieron al Rey la obligada autorización para traer algunos esclavos a las
islas. Se planteó entonces la ineludible interrogante: ¿Qué tipo de esclavos? En esa
época había en España esclavos judíos, moros, egipcios, sirios, libaneses, cristianos
griegos, sardos, rusos, guanches y africanos del Subsahara. Todos presentaban ciertas
desventajas. Por ejemplo, si se pretendía hacer del cristianismo el factor unificador en el
Nuevo Mundo, de ninguna manera se podía tolerar la influencia hebraica o musulmana
en América, y por experiencia se sabía que los negros y blancos ladinos representaban
una mala influencia para los indios. Los blancos, además, podían desaparecer entre la
población española.
Los negros bozales se presentaron como la solución ideal. Se llamaba así a los que no
habían tenido contacto con la cultura occidental, y ello hacía suponer que podían ser
cristianizados. Se reconocían inequívocamente como esclavos por su color. Se esperaba
que resistirían las enfermedades de los europeos, pues ya habían tenido contacto con
éstos. Se suponía que estarían como prisioneros en un mundo ajeno y podrían ser
intimidados más fácilmente a fin de hacerlos ejecutar tareas duras y peligrosas, que
ningún español estaba dispuesto a asumir y en las cuales los indios no podrían
sobrevivir.
El Tráfico Trasatlántico
En la época anterior al descubrimiento de América, la esclavización de los individuos en
Europa tuvo el requisito de `buena guerra' como justificación moral. Los prisioneros de
guerra podían ser legítimamente esclavizados, por lo que el riesgo era el mismo para
todos los soldados. Los musulmanes esclavizaban cristianos y viceversa, según las
circunstancias.
Al llegar a puerto, el esclavo debía pasar un examen físico para evaluar sus tachas y
defectos, por ejemplo, mataduras en la piel, falta de dientes o de dedos, piernas corvas,
etcétera. Tenía que confesar supuestos defectos morales: ser rebelde, borracho o
huidizo, o bien sufrir de lo que los portugueses llamaban malat de mal de sentiment, que
no era otra cosa que la nostalgia que conducía a muchos al suicidio. También lo medían
y pesaban para ver si calificaba como `pieza'. Luego lo marcaban con hierro candente en
la cara y en el pecho, con la marca del Rey y con la del asentista. La costumbre de
marcarlos en el brazo se abandonó en su oportunidad, porque preferían mutilarse antes
que ser identificados por la infame marca.
En Guatemala, como en otras partes, para que un esclavo calificara como `pieza' tenía
que tener siete u ocho palmos de altura, fortaleza y buena apariencia física.
Generalmente se les clasificaba para la venta de la siguiente manera: `mulequín', de cero
a seis años; `muleque', de 6 a 12; y `mulecón', de 12 a 18. Uno en la flor de la vida era
calificado como `pieza', mientras que los mulequines y los viejos como `media pieza'.
Ya situado en Guatemala, podía ser entregado a su amo en lote, si es que lo había
pedido con anterioridad, o vendido en real almoneda, o sea una subasta pública en la
cual se vendía al mejor postor.
Como resultado de las protestas de los dominicos, encabezados por Fray Bartolomé de
Las Casas, que había presenciado la extinción de los indios en La Española, la Corona,
preocupada por la constante pérdida de tributarios, dictó las Leyes Nuevas en 1542.
Estas leyes prohibieron la esclavitud de los indios y reformaron la encomienda. Los
españoles esperaban tal prohibición de esa fecha en adelante, pero no pensaban que se
ordenaría la liberación de los esclavos hechos en mala ley, que en realidad eran muchos.
Desde aquella fecha, el destino de los negros en África y de los indios quedó ligado por
muchos años, ya que la escasez de mano de obra indígena fue suplida por la negra
esclava, y cuando la población aborigen se recuperó demográficamente se restringió, en
forma abierta o solapada, la importación de nuevos esclavos.
El mismo autor conoció de primera mano el caso del muletero Juan Palomeque, dueño
de 300 mulas y 100 esclavos, entre hombres, mujeres y niños, que vivían con él cerca de
Mixco en varios ranchos. Este hombre, avaro y miserable, aunque muy rico, vivía entre
sus esclavos y comía el mismo tasajo y pan duro que ellos comían. Era tan cruel con sus
negros, `que si alguno cometía una falta, lo torturaba casi hasta la muerte'. Tenía un
esclavo llamado Macaco, por quien Gage frecuentemente intercedía, sin mayores
resultados: `...a menudo lo colgaba de los brazos y lo latigueaba hasta que la sangre le
corría por la espalda y entonces, teniendo abierta la piel, macerada y sangrienta, lo
curaba virtiendo aceite hirviendo en sus heridas'. El esclavo estaba marcado `en la cara,
las manos, la espalda, el vientre, los muslos y las piernas'. El infeliz estaba tan `cansado
de esa vida', que el mismo Gage dice literalmente: `...si yo no se lo hubiese impedido
dos o tres veces, se habría ahorcado'. Esta cruda descripción de la situación de Macaco
en Mixco nos da una idea de lo miserable que podía ser la vida de un esclavo a
principios del siglo XVII. Sin embargo, el caso aludido fue un ejemplo extremo. La
mayoría de esclavos vivía igual que las demás clases bajas.
A mediados del mismo siglo XVII se volvió a sentir la falta de mano de obra, según se
puede colegir de un informe de Esteban Medrano, Procurador de la ciudad de Santiago,
quien a requerimiento del Concejo escribió en 1660:
En las ciudades, las esclavas superaban numéricamente a los esclavos. Por cada hombre
había 2.8 mujeres, que por lo general eran empleadas en el servicio doméstico. Los
hombres se desempeñaban como cocheros, mayordomos y guardaespaldas. Los negros,
mulatos e indios tenían prohibido portar armas. Por lo mismo, personas de prestigio
como Nicolás López de Irraraga, Alguacil Mayor de la Real Audiencia, tenían que
solicitar la merced correspondiente para poder acompañarse de tres esclavos negros
armados y alabardados. Pablo Escobar, Escribano de Cámara, tuvo que explicar a la
Audiencia en 1568, que `por haber servido su oficio con mucha limpieza y fidelidad,
como es obligado, se le han seguido muchas enemistades' y, por lo tanto, tenía
necesidad de traer consigo dos negros con armas, `como los traía su antecesor'. Aunque
algunos escribanos importantes solían solicitar tal privilegio, el mismo no se concedía
con mucha liberalidad.
En el campo, donde se encontraba el mayor número de esclavos y los hombres eran más
numerosos, no se hacía diferencia por sexo sino por capacidad física y destreza. Se
necesitaban especialmente en los ingenios y en las haciendas, y en menor grado en los
obrajes de añil.
Obrajes de Añil
Por medio de auto del 15 de mayo de 1590, la Audiencia suprimió el trabajo de indios
en los obrajes de añil, por considerarlo malsano. En ese auto se decía que `los dichos
españoles, mestizos, negros ni mulatos, ni otras personas, por ninguna vía ni manera',
hagan `conciertos con los indios para que les corten y carguen la dicha yerva del
xiquilite, ni se aprovechen de ellos en este beneficio...', por los `dueños de tales obrajes
ni por interpósitas personas'. Sin embargo, los indios siguieron siendo enganchados
`voluntariamente' para trabajar en los obrajes, ya que el uso de mano de obra esclava
resultaba onerosa por la naturaleza del cultivo.
Al llegar la caña al molino, las mujeres la pasaban por la prensa, luego ponían el
guarapo en peroles de metal donde se hervía, colaba y purificaba. Este proceso dependía
del `maestro de azúcar', esclavo especializado y de más valor, que gozaba de ciertos
privilegios, como más tiempo libre o una ración más grande de aguardiente. Las
mujeres drenaban la melaza que se ponía a destilar para hacer aguardiente o para
producir azúcar de segunda calidad. Luego, ésta se ponía en sacos, se almacenaba y se
transportaba a la ciudad de Santiago en mulas guiadas por un mulero que
frecuentemente era un esclavo con cierta libertad para hacer negocios propios.
El capital requerido para instalar un ingenio era, según Fuentes y Guzmán, 600,000
pesos. A esta suma tan alta se agregaba la incertidumbre de la cosecha, por lo que era
indispensable tener acceso a los créditos que suministraban las órdenes religiosas. No es
de extrañar pues que seis de los siete ingenios que existían en Guatemala a finales del
siglo XVII pertenecieran a dichas organizaciones. Los dominicos, propietarios de cuatro
de ellos, eran los que controlaban la producción de azúcar. El más importante de los
ingenios era el de San Jerónimo, localizado en la jurisdicción de Verapaz. La propiedad
del mismo tuvo su origen en una merced real otorgada en 1579. Los dominicos
adquirieron sucesivamente varios terrenos aledaños hasta consolidar una gran
propiedad, que en 1696 tenía 12 caballerías y por lo menos 150 esclavos negros. En
1679 la Orden dominica poseía en San Juan Amatitlán el ingenio de Nuestra Señora de
la Encarnación, conocido también con el nombre de Anís (D'Anis o de Onís) por su
antiguo propietario Juan González Donis. Dicha empresa pertenecía al convento de
Amatitlán. Era muy importante, pues además de 119 esclavos tenía `79 mulatos y
mestizos libres y los consiguientes indios meseros' (véase Cuadro 16).
Asimismo, a cuatro leguas de San Miguel Petapa estaba el ingenio Nuestra Señora del
Rosario, que pertenecía al convento de la ciudad de Guatemala. Contaba con 111
esclavos, 57 trabajadores libres, y los indios de repartimiento. El hecho de tener más de
100 trabajadores permite clasificarlo como ingenio grande. Los dominicos también
poseían uno menor en Escuintepeque, el cual `disponía de 30 esclavos y un trabajador
libre, un mozo avecinado y además 20 indios meseros'.
Entre San Juan Amatitlán y San Cristóbal Amatitlán tenían los jesuitas la labor y el
ingenio de la Santísima Trinidad, movido por el Río Michatoya, que contaba con `una
fuerza laboral permanente de 108 esclavos, 29 mulatos libres y los consiguientes indios
meseros'. Los mercedarios eran dueños del ingenio La Vega, situado en las
proximidades de Petapa, en el cual `tenían 66 esclavos e indios en repartimiento'.
El único ingenio de importancia que no estaba en manos de los religiosos era el de los
herederos de Juan de Arrivillaga, llamado Nuestra Señora de Guadalupe, el cual estaba
situado en el Valle de las Mesas. La casa tenía dos prensas, 121 esclavos como fuerza
laboral permanente, 43 mulatos libres, más los respectivos indios meseros, y era lo
suficientemente grande como para necesitar dos maestros de azúcar. Este ingenio es
descrito con admiración por Fuentes y Guzmán en su Recordación Florida.
En las haciendas, los esclavos eran también los encargados del cuidado del ganado, y
muchas veces eran los capataces o mandones a cargo de cuadrillas de indios, quienes les
temían por la crueldad o la rudeza con que los trataban.
Un amo podía dar a sus esclavos usos diversos. El dueño podía arrendarlos como
peones o enviarlos a la cárcel como prenda por deuda. Esto le sucedió a un esclavo
llamado Blas Agustín, que pidió se le buscara un nuevo dueño, pues estaba cansado de
estar en la cárcel por deuda de su amo, el Capitán Juan Gálvez.
¿Cómo lograban los interesados ahorrar el capital necesario para comprar su libertad?
En el campo tenían derecho a cultivar una parcela y vender en su propio provecho el
producto en el mercado. En la ciudad, siguiendo el reglamento de la educación de
esclavos, éstos gozaban de unas horas libres que podían ocupar en trabajos
remunerados, ora reparando zapatos, ora cortando el pelo, o bien en alguna otra tarea
artesanal que les permitiera ir acumulando capital para iniciar el camino hacia la
libertad. Algunos amos tenían la costumbre de alquilar a sus esclavos como peones para
los trabajos agrícolas o de construcción, por lo cual se cobraba cierto precio al día. Si el
esclavo lograba que le pagaran más, podía quedarse con el dinero adicional, aunque
legalmente el amo tenía derecho a todo lo que aquél produjera, incluyendo sus hijos.
Además de la compra, había otras maneras de conseguir la libertad. Una esclava podía
lograrla en contra de la voluntad de su amo si éste la trataba mal o la obligaba a la
prostitución. Algunas disposiciones testamentarias, o el amor de un amo hacia un niño
fruto de una relación ilegítima, abrían el camino hacia la libertad. Aunque muchas
esclavas encontraban ventajosa una relación íntima con el amo, no estaban obligadas a
someterse sin su voluntad. Al acusar a su dueño de violación, si ésta era comprobada, la
víctima podía obtener su libertad.
Otro derecho de los esclavos era el matrimonio. Podían elegir la persona con quién
desposarse, y ésta podía ser otro esclavo o una persona libre, pero siempre con el
conocimiento del amo. Este se veía obligado a proveer para que vivieran juntos, ya que
era interés de la Iglesia evitar los niños ilegítimos. En Guatemala frecuentemente se
efectuaban ventas de esclavos con el objeto de reunir a una pareja de esposos.
Los esclavos también tenían derecho a iniciar un proceso contra sus amos y para ello
podían disponer de un abogado defensor al igual que los pobres. No pocos ejercieron
este derecho. Con frecuencia pedían ser vendidos junto con su familia y, si esto no era
posible, solicitaban una rebaja en el precio para poder liberar a sus hijos ellos mismos.
El primer caso conocido en Guatemala de un esclavo que pidió su libertad por medio de
los tribunales fue el de Leonor Delgado, que en 1583 inició el correspondiente proceso
contra su ama. Otro caso interesante es el de María, una esclava que para vivir con sus
hijos trató de obligar a su antigua ama a venderlos a quien ella tenía como su nuevo
dueño. Evidentemente la dueña de los niños no deseaba venderlos, ya que pidió un
precio excesivo por ellos. El juez determinó que:
En Guatemala los españoles consideraban que las tierras cálidas y húmedas de las costas
del Pacífico y del Atlántico eran malsanas. Por eso fueron las regiones escogidas por los
esclavos fugitivos para eludir su captura. En el siglo XVII, Gage se refirió a unos 200 ó
300 cimarrones de la región de Izabal, de los cuales dijo: `...crían a sus niños en estos
bosques... todo el poder de Guatemala no ha sido capaz de sujetarlos'. Mencionó
también que asaltaban las recuas de mulas y robaban vino, hierro, ropa, armas y todo lo
que necesitaban, sin hacer daño a la gente o a los esclavos que transportaban dichas
cosas. Por su parte, éstos celebraban los asaltos y envidiaban la condición libre de los
cimarrones y muchos se unían a éstos para gozar de libertad. Gage también mencionó
un `palenque' a 15 leguas de la región de Acasaguastlán. Por otra parte, se cree que el
pueblo de La Gomera (Escuintla) se originó de un reducto de cimarrones, que se
asentaron allí para cultivar la tierra y poder vivir en paz. De los cimarrones se sabía que
solían atacar las recuas de mulas en el camino al Golfo Dulce, y que de vez en cuando
bajaban a robar a las aldeas y pueblos de indios y a las haciendas. Algunos también
cooperaron con los ingleses en los ataques a los poblados del litoral atlántico, en lo que
se llamó Mosquitia.
Las primeras ordenanzas para el castigo de los cimarrones fueron emitidas en el Perú,
en 1536, y prescribían castigos muy graves, tanto para los fugitivos como para los que
ayudaban a un prófugo. En la Recopilación de Leyes de Indias estaban previstos los
siguientes castigos: por cuatro días fuera del control de sus amos, 50 azotes y
exposición al sol hasta caer la tarde; por más de cuatro días, 100 azotes y calza de hierro
de 12 libras; por más de dos meses, 200 azotes y cuatro meses con la calza de hierro. En
la práctica, los castigos que se aplicaron en Guatemala solían ser suaves, porque
después de todo los amos no querían ver destruida su propiedad. Preferían mandar a
capturar al esclavo y para evitarse más problemas lo vendían cuando se encontraba en la
cárcel y compraban un bozal. Este era un truco empleado por esclavos especializados en
algún trabajo para obligar a sus amos a venderlos, posiblemente a un precio más bajo, lo
que luego les permitía comprar su libertad.
Conclusión
La esclavitud fue una institución mundial y muy antigua. Tomó un carácter totalmente
diferente con el descubrimiento de América y con la trata de esclavos africanos. Desde
entonces, dicho comercio estuvo más ligado a la economía. En Guatemala, el negro fue
considerado más bien una mercancía que un medio de producción. La importación de
esclavos seguía los ritmos productivos del Reino: cuando había depresión no se
producía tal importación. En épocas de crecimiento económico, si los canales oficiales
no cubrían la demanda de esclavos, se recurría al contrabando. Se les usaba en toda
clase de actividades: servicio doméstico, trabajos públicos, acciones de represión y
faenas en el campo.
Los negros libres formaron una población marginal en la ciudad y ejercían algunos
oficios. En el campo ocupaban tierras sin títulos o se convertían en peones. También
integraron batallones de la milicia.
Los factores tercero y cuarto estaban íntimamente relacionados: para que un producto de
exportación fuera rentable se debía resolver positivamente la ecuación volumen-
durabilidad-distancia-tiempo = rentabilidad.
En lo que sigue se hace una reseña de estos cambios y se indica la forma en que
afectaron a la sociedad indígena en algunos aspectos fundamentales.
La Reducción o Congregación
Con la puesta en práctica de la reducción o congregación en pueblos, la estructura social
se vio modificada. El paso a este nuevo sistema significó una profunda transformación
para la sociedad indígena.
La iniciativa de congregar a los indios fue sugerida por el Obispo Francisco Marroquín,
que muchas veces insistió en la utilidad del proyecto para el control y catequización de
los indios. Por supuesto, las razones no sólo fueron religiosas. La reducción estuvo
también motivada por la necesidad de cobrar el tributo, actividad que se hacía difícil si
la población seguía viviendo en asentamientos dispersos. Para los españoles era también
importante que los indígenas aprendieran a vivir `en policía', es decir agrupados de
acuerdo al patrón español.
Las reducciones constituyeron en algunos casos un medio para el despojo legal sufrido
por las parcialidades, que se vieron privadas de una parte de sus tierras al limitarse la
propiedad de las mismas al área inmediata al nuevo asentamiento. Esta medida dio
como resultado que buena parte de sus antiguas tierras (bosques, pastizales y tierras de
cultivo lejos del nuevo asentamiento) fueran con el tiempo declaradas baldías y
quedaran a disposición de los españoles. Sin embargo, la política de reducciones no
acabó totalmente con las poblaciones dispersas, que siguieron existiendo en torno a los
lugares donde los indígenas tenían sus siembras.
En muchas ocasiones la relación con la tierra dio lugar a disputas entre pueblos como,
por ejemplo, cuando se escogía para asentamiento de un nuevo poblado un territorio
considerado propio por otra comunidad. Además, ya en el siglo XVII y después,
conforme la población indígena fue recuperándose y la tierra escaseó, surgieron algunos
litigios entre comunidades o a lo interno entre las parcialidades que componían un
pueblo. Se debe considerar también el caso de los pueblos cercanos a la metrópoli y los
ubicados a la vera del camino real, en los cuales se estableció población española y
mestiza, que pronto se convirtió en propietaria de parcelas.
Para varios autores el desarraigo provocado por la reducción fue un hecho evidente,
como lo fueron también sus inmediatas consecuencias en la dislocación del patrón
social prehispánico. Sin embargo, Sandra Orellana hace notar que los tzutujiles
(tz'utujiles) permanecieron en sus localidades prehispánicas, y mantuvieron muchos
elementos de su estructura política por lo menos durante los 20 años siguientes a la
Conquista. Robert M. Carmack opinó que la congregación, si bien contribuyó al éxito
de los españoles en la recaudación del tributo y al control de la mano de obra, no
reorganizó fundamentalmente la sociedad indígena. La pervivencia de los clanes y los
linajes sería una demostración de ello.
En todo caso, aunque el pueblo de indios resultó muy alejado de la utopía o del ideal
que tuvo en mente el Obispo Marroquín al promover su establecimiento, se constituyó,
desde el siglo XVI, en una de las bases de la organización indígena, y en el `refugio' en
que los indios reconstruyeron su vida sociocultural y resistieron efectivamente los
embates del sistema. En ellos pudieron vivir y defender su nueva cultura mixta.
Las Parcialidades o Chinamitales
En la documentación colonial del siglo XVI se hallan referencias a la existencia de
parcialidades en la mayoría de los pueblos indígenas del Occidente de Guatemala.
Parece que su origen se localizaba en los patrilinajes existentes en la época
prehispánica, pues hay coincidencias en sus características esenciales.
Elías Zamora Acosta opina que los casos de Atitlán y Sacapulas permiten comprobar
que durante el primer siglo de la Colonia los términos `pueblo' y `comunidad' no se
referían al mismo concepto. Las estructuras de parentesco definían en la mayoría de los
casos los límites dentro de los cuales la comunidad era percibida por el indígena, quien
siguió considerando a los otros grupos de parentesco como extraños, aunque habitaran
el mismo poblado.
Es probable que la evolución de las parcialidades haya variado de una región a otra
desde el principio, porque su persistencia está asociada con la forma en que se
organizaron los pueblos y con la cantidad de habitantes existente a lo largo de la época
de la declinación demográfica. Zamora opina respecto de la región por él estudiada, que
los patrilinajes persistieron en el siglo XVI, y que sus rasgos elementales y sus
funciones no sufrieron, aparentemente, grandes cambios.
Lo anterior parece ser válido para la región quiché (k'iche'), a la cual se refirió Fray
Francisco Ximénez a principios del siglo XVIII. De acuerdo con este autor, en esa
época, aunque tenían a sus alcaldes `por su Majestad y Gobernadores en muchas partes',
en cuanto había quejas de algún delito se llamaba a `las cabezas de sus Chinamitales y
allí delante de ellos se sigue la probanza contra el reo, todo verbalmente'. Se decidía
entonces el caso y la ejecución del castigo `sin más escritos, ni autos ni más enredos de
Escribanos y Procuradores'. Igualmente sucedía en cuanto a `las cosas y obras que
concurren con sus pueblos', en que tampoco los alcaldes eran `absolutos', ya que
llamaban a los principales y juntos decidían el asunto, determinándose `lo que ha de dar
cada uno del pueblo y cada cabeza de Calpul', de manera que `todos van a un rasero y
con la misma igualdad'.
Por lo tanto, hubo regiones en que las parcialidades se mantuvieron firmes y vigorosas,
mientras en otras se fueron debilitando y sus funciones terminaron sustituidas por los
alcaldes y gobernadores, e incluso por otras instituciones como las cofradías. En las
zonas más alejadas y en las que se mantuvo una población aborigen importante con
pocas intervenciones foráneas permanentes, las parcialidades se conservaron más, y se
las encuentra incluso en la actualidad.
Principales y Macehuales
Aunque después de la Conquista los indígenas mantuvieron como rasgo común ser
vasallos de la Corona española y pasaron a ser un grupo social dominado en lo
económico y político, las diferencias sociales que habían existido entre ellos no
desaparecieron. La población indígena de Guatemala mantuvo, aunque simplificado, un
tipo de estratificación social basado en el sistema prehispánico. La documentación
colonial alude repetidamente a la existencia de dos grupos sociales: principales y
macehuales, que en general coinciden con los señores y vasallos existentes antes de la
Conquista. Los españoles encontraron `normal' esta división, que coincidía con su
sociedad estamental, y conveniente para mantener el control sobre la población recién
sometida. Conservaron el rango de `principal' y al utilizarlo convirtieron a quienes lo
poseían en intermediarios entre el poder colonial y el resto de la población indígena.
Por debajo de los principales se encontraban en los pueblos de indios los macehuales,
que constituían la inmensa mayoría de la población indígena. Todos ellos tenían la
condición de tributarios, no gozaban de privilegio alguno y la justicia se les aplicaba
con todo rigor. Esta sumisión que los macehuales debían a los principales siguió
existiendo a lo largo de la época colonial.
El caso de los señores de Santa Cruz Utatlán constituye un ejemplo único: hubo indios
encomenderos, cuyos privilegios se prolongaron hasta fines del siglo XVIII. Juan de
Rojas y Juan Cortés fueron tenidos como `hijos y nietos de reyes'. Después del viaje que
realizó el último de los nombrados a España, se le reconocieron sus derechos y obtuvo
una recomendación real para que la Audiencia le hiciera justicia.
Alrededor de 1561 disfrutaba ya del control de sus indios y, a partir de un auto del
Presidente Francisco Briceño, le fue asignado el tributo, es decir, una encomienda, en la
parcialidad de los indios nimacachíes, que habían sido obtenidos en guerra. Parece ser
que a lo largo del siglo XVII los señores de Utatlán mantuvieron sus rentas con pocos
problemas.
Esta necesidad dio lugar a la creación, al lado del Ayuntamiento castellano, del
gobernador de indios, que se volvió una pieza básica para el control y gobierno de la
población. En la nueva organización la aristocracia indígena mantuvo su papel de
importancia y privilegio, y de este estamento salieron generalmente los individuos que
ocuparon el puesto de gobernador y las posiciones de mayor importancia dentro del
Cabildo. Este fenómeno ha sido comprobado en el caso de las poblaciones de San
Miguel Petapa, Sacapulas, Santiago Atitlán, San Andrés Sajcabajá y otras más.
Parece, por lo tanto, que fue en el aspecto político en el que más rápidamente se
hicieron notar las consecuencias de la presencia española. Ello se muestra por `la
desaparición de las estructuras estatales de los Altos de Guatemala y la paulatina
descomposición de los señoríos indígenas que integraban cada estado, como
consecuencia del sistema tributario, así como de la política de reducciones desarrollada
por los españoles'.
La Religión
Lo religioso ocupó desde un principio lugar especial dentro del proceso de
transformación de los aborígenes provocado por los españoles. Era parte esencial de la
presencia española en el Nuevo Mundo, ya que la Corona había recibido del Papa la
obligación de cristianizar a los aborígenes. De ahí que de inmediato se preocuparan de
bautizarlos y, posteriormente, de enseñarles la religión católica. El éxito obtenido fue
relativo, aunque con el tiempo aspectos de la nueva religión e instituciones cercanas a
ella, como la cofradía, pasaron a conformar parte integral de las prácticas religiosas de
los indígenas, mezcladas con las suyas tradicionales.
Evangelización
En Utatlán, zona dominica, la alianza con los caciques locales constituyó también el
primer paso en el proceso evangelizador. Según Jean Piel, pasada la primera mitad del
siglo XVII, el antiguo señorío, como unidad etnopolítica territorial, había cedido su
lugar a tantas unidades indígenas como doctrinas dominicas (pueblos) existían en la
región. En el plano social, la aculturación que resultó de la presencia dominica en el
área se puso de manifiesto en la ideología, severamente reglamentada por los
dominicos, y también en la implantación de la familia monógama y en las nuevas
obligaciones morales y religiosas, que los indígenas tuvieron que aprender a cumplir.
En el área de Rabinal, lo mismo que en otras regiones, se aplicaron en el siglo XVI
métodos paternalistas para la enseñanza de la doctrina cristiana. Aunque en un primer
momento las reales cédulas habían preconizado un adoctrinamiento intensivo,
finalmente prevaleció la realidad. Sólo eran posibles, por el escaso número de frailes,
las reuniones periódicas durante los días de fiesta y la asistencia obligatoria a la misa de
los domingos. En 1577, en la Verapaz, poblada por aproximadamente 3,000 indios, no
había más de 10 dominicos. A esto hay que agregar la pérdida de la autoridad de sus
aliados los caciques, debida principalmente a la opresión en la que mantenían a los
macehuales. Percheron cita el siguiente párrafo, que explica esta situación:
La nueva religión
Robert Carmack habla de `sincretismo' para referirse a la religión que desarrollaron los
quichés, y que debe haber sido similar para todos los indígenas de lo que hoy es
Guatemala y otras partes de Mesoamérica. Este `sincretismo' fue en alguna medida
tolerado o aceptado por las autoridades españolas, tanto religiosas como civiles, en
reconocimiento de una realidad prácticamente imposible de hacer cambiar. Según este
autor, a los quichés `se les permitió retener gran parte de su religión nativa', en tanto
mantuvieran a los curas doctrineros y aceptaran los principios cristianos, `al menos
externamente'. Considera además que se llegó a una `acti
tud de compromiso' entre los frailes y los indígenas: los dominicos que actuaron en la
zona quiché `empezaron a encontrar elementos similares a los del cristianismo en la
religión quiché', y los líderes religiosos indígenas `hallaron semejanzas entre su religión
nativa y el cristianismo'. Se desarrolló entre los indios `una nueva religión, sincrética,
que simbolizó la acomodación socio política que ambos grupos habían logrado'.
Referido a la totalidad del proceso, parece éste un esquema muy simplificado, ya que si
bien es cierto que hubo clérigos tolerantes de algunas o todas las prácticas religiosas
nativas, hubo otros, principalmente entre la alta jerarquía urbana, que mantuvieron
posturas más intransigentes y trataron de imponer mayor `pureza' religiosa, y hasta
persiguieron las `idolatrías' aborígenes. Como ya se dijo antes, con base en las
apreciaciones de Carmack, mientras que los españoles percibieron la religión nativa
como distinta de la ortodoxia católica, los aborígenes `unieron' sin problemas ambas
prácticas.
Lo cierto es que la religión fue para los indígenas un elemento esencial de su nueva
realidad social y económica. El sacerdote católico ocupó un lugar importante en la vida
ceremonial, pero sin desplazar a otros `sacerdotes' nativos, chimanes y oficiantes
`populares', que llevaban a cabo los ritos no aceptados por la Iglesia y que, según los
casos, debían realizar secretamente para impedir su persecución o supresión.
Sin negar la relación que muchas veces hubo entre los estallidos de violencia y la
persecución de prácticas religiosas indígenas, parece razonable suponer más bien que la
religión elaborada por los indios, aunque no fue del agrado de los españoles, sí resultó
del esfuerzo sincero de los nativos por conservar aquellos aspectos de ambas religiones
que les eran satisfactorios. La asociación indudable que hubo entre muchos `motines' de
indios y la represión de prácticas religiosas aborígenes, era el resultado sobre todo de las
actitudes de intolerancia de algunas autoridades, que en determinados momentos
rompían el acomodamiento pragmático anterior o se sorprendían ante formas que habían
permanecido ocultas. También resultaron algunas veces de los abusos de los párrocos,
muchas veces los únicos representantes de la cultura española en las comunidades
indígenas.
Esta posición `oficial' provocó la separación por parte de los indígenas del otro nivel
religioso, que a veces consiguieron encubrir en el propio templo católico, como afirma,
por ejemplo, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán al referir en la Recordación
Florida cómo escondían los ídolos detrás de los retablos. En general, los indios se
adaptaron a las normas establecidas y aceptadas por los curas, las que por cierto
variaron a lo largo del tiempo de un caso a otro. Los sacerdotes católicos, por su parte,
vigilaban la `pureza' del culto y trataban, con diverso empeño y éxito, de explicar la
`verdadera fe'. Los propios frailes reconocían, como escribió Francisco Ximénez, que
los indígenas acudían más al templo en los días que `celebraban' según sus festividades,
que en los días `prescritos' por la Iglesia, o bien cantaban a los santos `donde el padre
los oye y que, allá en su secreto hacen muy lindas memorias de su gentilidad'.
Además del nivel oficial, cabe hablar de otro, que podría llamarse tradicional o popular,
conformado en buena parte por ceremonias realizadas fuera de los templos. Estas
ceremonias estaban a cargo de oficiantes especializados indígenas, o bien eran
realizadas directamente por cada persona. Así rendían culto en lugares determinados
como cuevas, cerros, cúes o antiguos adoratorios. En conclusión, se dieron más o menos
diferenciados dos cultos, ambos realizados con fe y autenticidad pero `separados'
parcialmente, en parte porque los mismos clérigos españoles obligaban a esa separación
y en parte porque los lugares de culto de los aborígenes estaban fuera de los límites del
templo católico, puesto que los indígenas no abandonaron del todo sus antiguas
creencias. Para los indios no había `falsedad' o `simulación': en ambos planos o esferas
actuaban con sinceridad y convencimiento, y sentían la necesidad de complementarlos
recíprocamente.
La cofradía
Las cofradías eran autorizadas por la Iglesia. Existieron, sin embargo, otras
organizaciones que se formaron sin aprobación. Tal fue el caso de las hermandades,
cuyo origen parece estar ligado a las primeras sociedades de los barrios de los pueblos
de indios, encargadas de celebrar las fiestas o guachivales. Debido a esto, los vocablos
hermandad y guachival se usaron indistintamente para referirse a este tipo de
organización.
De esa forma sirvió para que las comunidades indígenas reconstruyeran primero su
organización sociopolítica, sin subordinación total a los religiosos, y para que su nueva
cultura (hispano-indígena) pudiera resistir mejor los acosos del exterior. Lo mismo que
en otros casos, también aquí los principales, al menos al principio, desempeñaron un
papel preeminente, dado que ocuparon de ordinario diversos cargos en la dirección de
estas organizaciones. Sin embargo, Edmonson cree que las cofradías, al igual que el
sistema municipal de cargos, fueron usadas por los curas como medios de debilitar los
linajes, al incitar a éstos a competir por los cargos, y a convertirse el párroco en el
árbitro final de la asignación de los mismos. A ello contribuyó, según el autor, la grave,
común y antigua enfermedad maya de los celos.
Es difícil precisar la fecha exacta del surgimiento de las primeras cofradías indígenas.
Se ha podido establecer que en el caso de la Verapaz la primera cofradía de indios fue
fundada por el primer Obispo de la región, Fray Pedro de Angulo, por los años 1559-
1562, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario. Años más tarde se organizó
allí mismo la del Santísimo Sacramento y en los comienzos del siglo XVII, la de la
Santa Cruz.
Es probable que en las demás regiones las cofradías hayan comenzado más o menos al
mismo tiempo, e incluso un poco antes. En Rabinal se introdujo en 1661 la cofradía de
las Animas, y se fundó la primera cofradía ladina, la del Santísimo Rosario. Durante el
resto del siglo XVII existieron cinco cofradías, y en los últimos años de ese mismo siglo
se mencionan por primera vez los bienes de cofradía. En otras partes proliferaron
muchísimo, dependiendo de la Orden religiosa que las tenía a su cargo. En la región de
Atitlán la más temprana referencia que se conoce es el establecimiento de la cofradía de
la Concepción, en San Pedro, en enero de 1613.
Las cofradías alcanzaron un gran desarrollo durante el siglo XVII. Thomas Gage afirmó
que no había pueblo de indios, grande o pequeño, aunque no fuera de más de 20
familias, que no estuviera dedicado a la Virgen o a algún santo. Esto parece confirmar el
establecimiento exitoso de las cofradías en el siglo anterior. Gage señaló además la
importancia que se le concedía en los pueblos a la celebración de las fiestas del santo
patrono, la larga preparación que las precedía, y lo importante que eran las danzas
dentro de esta celebración. Los principales de los pueblos participaban en los bailes que,
según él, no habían cambiado, y `en lugar de las alabanzas a sus falsos dioses cantan la
vida de los santos'.
La misma observación hace Percheron en relación con las cofradías de Rabinal, donde
las antiguas danzas, `pero con cantos y palabras devotas' en opinión de un dominico,
eran practicadas en las celebraciones religiosas. Por otro lado, la misma autora señala la
coincidencia de estas celebraciones, por ejemplo la del Corpus Christi, con la llegada de
las primeras lluvias, que también había sido motivo de celebración en la época anterior
a la Conquista.
Las danzas, las procesiones de imágenes adornadas con plumas, el uso del copal, la
comida y los rituales, el excesivo consumo de bebidas embriagantes, son aspectos que
parecen indicar que las cofradías sirvieron más para conservar las creencias y
costumbres antiguas que para cristianizar a los indios. Tal extremo no se le escapó a la
Audiencia, que en marzo de 1637 ordenó por este motivo la supresión de las cofradías
`ilegales'.
Conforme la cofradía pasó a mayor control de los indígenas, los párrocos tuvieron que
tolerar algunos de sus `excesos', y cada vez fueron teniendo menos posibilidades de
evitar ciertos ritos. Muchos curas no gustaban de las danzas y cortejos, con trompetas y
tambores, que realizaban para festejar a los santos. La cofradía se convirtió en un
ejemplo del `sincretismo' de las manifestaciones religiosas nativas, en que se
confundieron lo cristiano y lo pagano.
Existe un documento de 1687 que permite hacerse una idea acerca de la situación de la
religiosidad católica de los indígenas de Guatemala. Se trata de un expediente que se
hizo a instancias del Obispo Fray Andrés de las Navas y Quevedo, ante la denuncia del
Fiscal de la Audiencia sobre la `perdición general' de los indios del Corregimiento del
Valle de Guatemala y el incumplimiento de sus obligaciones cristianas. El resultado fue
alarmante, a pesar de que se trataba de poblados relativamente cercanos a la capital y
que contaban todos con un párroco residente. La información se recogió en 14 pueblos,
seis a cargo de dominicos (San Lucas, San Pedro y San Juan Sacatepéquez, Santo
Domingo Mixco, San Agustín Sumpango y San Martín Jilotepeque), siete a cargo de
franciscanos (San Juan Comalapa, San Francisco Tecpán Guatemala, San Bernardino
Patzún, Santiago Patzicía, San Antonio Nejapa Acatenango, San Juan del Obispo y
Santa María de Jesús) y uno a cargo de un sacerdote secular (Santa Ana
Chimaltenango).
No existe un patrón determinado que pueda explicar esta situación, sea en razón de
distancia, orden religiosa, cargo o etnia. Según las respuestas de los curas, los indios
cum
plían sus obligaciones cristianas (asistir a misa en días de precepto y que los niños
asistieran a la doctrina) en los pueblos de Mixco, San Pedro y San Juan Sacatepéquez,
los tres a cargo de dominicos: uno pokomam (poqomam), los otros dos cakchiqueles
(kaqchikeles); y en el de Tecpán Guatemala, cakchiquel, a cargo de franciscanos, en que
asistían casi todos a misa. La mayoría no asistía a misa en Patzún, Patzicía, Comalapa y
Jilotepeque. Tampoco iban los niños a la doctrina en esos mismos pueblos, con la
exclusión de Jilotepeque y el agregado de Chimaltenango. En los demás poblados
algunos cumplían y otros no. Vale la pena mencionar dos casos especiales: el de
Comalapa, donde se denunciaban idolatrías, y el de San Juan y San Pedro Sacatepéquez,
en los que había indígenas dispersos viviendo en lo que el documento llama pajuios (los
pajuides citados por Pedro Cortés y Larraz un siglo después), es decir, aldeas o caseríos
alejados de la cabecera municipal. En esos lugares se dificultaba el cumplimiento de las
obligaciones religiosas por la lejanía y la falta de cura.
La información de los curas y la opinión del obispo son ilustrativas. Por un lado,
evidencian el paternalismo de los religiosos y su convencimiento de que los indígenas
no conocían bien la religión católica y seguían con sus prácticas tradicionales; por otro,
ponen de manifiesto su criterio sobre la razón de este incumplimiento de las
obligaciones religiosas por parte de los indígenas: porque la Audiencia hacía unos años
había prohibido a los curas que azotaran y castigaran corporalmente a los indios
desobedientes. Según los curas, en cuanto esa medida se puso en práctica disminuyó la
asistencia a misa y a la doctrina. De acuerdo con la mentalidad de la época, los
indígenas estaban `perdidos' porque no acudían a la iglesia; conforme al criterio
moderno, que rechaza la imposición de la religión por la fuerza, más bien se podría
interpretar que los indios, al tener libertad o al menos no recibir castigos y no cumplir
con la religión `oficial', demostraban que su catolicismo no era profundo, o bien que
preferían practicar su religión, en la que probablemente había una mezcla de elementos
cristianos y prehispánicos, ajenos al dominio o vigilancia del párroco.
La Familia
Las autoridades españolas coloniales hicieron caso omiso de las diversas clases de
familia existentes entre los aborígenes prehispánicos, como lo era la familia extendida o
corporativa, vigente en la sociedad indígena de antes de la Colonia, especialmente entre
los principales o aristócratas. En interés de la moralidad cristiana y de la eficiencia
administrativa, impusieron un solo modelo aceptable de comportamiento, con lo cual
simplificaron y uniformaron la institución familiar y trastornaron el balance de derechos
y obligaciones que la familia extendida indígena contenía.
Entre los pokomames prehispánicos, la familia extendida era el tipo de familia ideal,
aunque probablemente esta forma de agrupación sólo podía ser practicada por los
principales. Era muy raro que inmediatamente después del matrimonio se estableciera
una unidad residencial matrimonial separada de los padres: los hijos e hijas, casados o
solteros, estaban subordinados al jefe de familia. Con la colonización española, esta
estructura sufrió también un gran impacto, al declararse aceptable sólo el tipo de familia
nuclear o estricta.
Finalmente, hay que tener en cuenta el mestizaje, generado por la presencia española,
como otro de los factores importantes que afectó la estructura familiar indígena.
La Indumentaria
El vestido prehispánico sufrió diversas alteraciones después de la Conquista. En la
Relación de Santiago Atitlán (1585), de Alfonso Páez Betancourt y Fray Pedro de
Arboleda, figura la descripción de la vestimenta prehispánica de los habitantes de esa
región, que consistía en una chamarra sin mangas, llamada xapot, que llegaba hasta
medio muslo, en el caso de los señores, y hasta el ombligo, entre los macehuales.
Además usaban una segunda pieza para la parte inferior del cuerpo: `Y traían puestos
por masteles unos pañetes de manta de algodón a manera de venda con que se cubrían
sus vergüenzas'. Las mujeres llevaban unas camisas cortas de algodón y naguas de la
misma tela.
Con la llegada de los españoles se introdujo el uso entre los hombres de `camisas o
çaragüelles', chamarras de paño hechas en México y calzones de `paño de diferentes
colores'. Algunos vestían `sayal de chamarras y calzones' y calzaban `zapatos de cuero
con medias de lana y otros botas de cordobán y cuero de venado'. Los niños usaban
`cotaras (sandalias o caites) de henequén'; algunos llevaban sombrero y se cubrían con
unas `mantas atadas en el hombro a manera de capas largas, unas pintadas (kooh) y otras
listadas de colores con sus cenefas de plumería', otras blancas (caquiqul), que tenían
`rosarios al cuello'. Las mujeres llevaban `güipiles y naguas al uso de México'. El güipil,
que llamaban en su lengua pot, les llegaba `a más de media pierna, escotado el cuello y
`la manga no más larga que al molledo del brazo'. Las naguas las llevaban ceñidas al
ombligo hasta el tobillo. Cuando iban a la iglesia, se cubrían la cabeza con un paño
blanco de `ruán o naval', de dos varas.
Por su parte, Gage, que estuvo en Guatemala en esa misma época (1625-1637), dice que
la `ropa de todos los días' de los indígenas consistía en `un par de calzones de lino o
lana hasta las rodillas', sin zapatos (a veces en los viajes llevaban sandalias de cuero),
sin medias ni ropa interior, `una camisa corta, que llega hasta un poco más de la cintura'
que servía más de jubón que de camisa, `y un mantón de lana o lino (llamado aiate), que
se ata con un nudo por encima del hombro y cuelga por el otro, casi hasta el suelo', y
sombrero. Los más acomodados iban mejor vestidos `en el mismo estilo', usaban
calzones con encajes en los bordes o bordados con seda de colores, así como un manto
en cuyos bordes tenía encaje o pájaros bordados, y muy pocos llevaban medias o una
banda o adorno en el cuello'.
En cuanto a las mujeres, dice que la ropa era barata y fácil de poner. En su mayor parte
iban descalzas. Las de clase más acomodada usaban zapatos `con cintas a modo de
cordones y como combinación se atan una manta de lana en la cintura que en el mejor
de los casos está adornada con diversos colores'; no eran cosidos, sino entrecruzados.
Tampoco llevaban ropa interior, y se cubrían con el güipil, `curiosamente labrado',
especialmente sobre el pecho, con algodón o plumas. Las más acomodadas llevaban
`pulseras y colgantes pesados en las muñecas y cuello', y se recogían el pelo con
horquillas, sin ningún tipo de red o pañuelo, `excepto las más ricas'. Cuando iban a la
iglesia, se cubrían la cabeza con `un velo de lino que llega casi hasta el suelo', que era lo
más caro de su vestimenta, ya que generalmente provenía de Holanda, España o China,
y debía ser de lino `de buena calidad con encaje alrededor'.
Los trajes que describió Fuentes y Guzmán muestran algunas diferencias con los de
Vázquez de Espinosa y Gage, lo cual puede atribuirse tanto a la evolución por el tiempo
transcurrido (unos 60 años), al criterio o lenguaje diferente de cada autor o bien a las
regiones que cada uno tuvo en mente al escribir. En cuanto a los varones, dijo que
usaban `camisa blanca de asiento llano al cuello', `calzones blancos delgados, finos y
transparentes', sobre los que iban otros `labrados que les daban a las rodillas, quedando
los de abajo colgando fuera como una cuarta de vara' y los pies con `sandalias de
cabuya' (henequén), aseguradas por un lazada entre el dedo mayor, sobre el tobillo. El
autor incluyó un dibujo de un `indio político' de la era prehispánica, con esos dos
pantalones (véase Ilustración 86), pero más bien se referiría a los de su época, ya que
antes de la Conquista no conocían el pantalón. Las camisas eran en su mayoría de color
azul y encarnadas las menos, cuyas mangas se arregazaban hasta el codo o sangradera,
aseguradas con una cinta de algodón. La cintura se la ceñían `con una toalla larga de
colores', que se ataba por delante. También se refirió Fuentes a la capa pendiente de los
hombos, `blanca, delgada y transparente, labrada del propio hilo blanco en el telar, de
pájaros y leones', de `verdad primorosa y apreciable', con las `orlas perfiladas de
torzales y flecos'. De los macehuales dice que el traje era sin adorno, pobre, basto y
grueso.
Fuentes consideraba el traje de las mujeres, más honesto que el masculino, y opinaba
que apenas hubo de ser transformado por los españoles, salvo que para ir a la iglesia se
cubrían la cabeza con unas tocas blancas. Lo describió como de `enaguas cumplidas
hasta el tobillo y un güipil que cae sobre ellas... hasta las rodillas, todo labrado de hilo
de colores de chuchumite'. Es interesante el contraste con lo que había escrito Gage, ya
que este último escribió que el labrado era sólo sobre los pechos. Además Fuentes se
extendió sobre el arreglo del cabello, hecho de torzales gruesos, en
lazado con cintas de hilo negro, encarnado o azul, que hacían `una crecida diadema que
llaman rodetes, que les coge la frente al cerebro'. En el caso de las indígenas de
Guazacapán, individualizó un poco sobre este aspecto, ya que se refirió a que se
arreglaban el pelo `partido en crencha, y trenzado con cintas blancas' que se recogían
unas `a la parte del cerebro, otras rodeando la frente, y otras a la coronilla', como `una
guirnalda' que llamaban rodetes. Según explicaba, el lugar en que las llevaban y el color
de las cintas `hacen especial divisa' para permitir conocer su procedencia. Asimismo,
dijo que otras indígenas usaban paños sobre la cabeza `que cuelgan sueltos sobre la
espalda y los hombros', y algunas los llevaban `blancos y dados muchos dobleces a lo
largo' que les caían por medio de la espalda, `como las de Almolonga'.
Cabe preguntarse por qué todos estos autores, salvo en cierta medida Fuentes y
Guzmán, pusieron tan poco énfasis en el variado cromatismo, que hoy constituye la
característica más relevante de los textiles indígenas de Guatemala. Esto plantea
legítimamente la duda acerca de si en el primer siglo del dominio español y años
siguientes los trajes indígenas poseían o no ese colorido, o si el mismo fue una
incorporación posterior.
Ya a principios del siglo XVII refiere Gage que en la mayor parte de los pueblos de
indios se practicaban oficios españoles, entre ellos los de herrero, sastre, carpintero,
albañil, zapatero, etcétera. En cuanto a la albañilería, comenta que los indígenas se
habían perfeccionado bastante, y pone el ejemplo de una iglesia que habían tenido que
construir en Mixco, en la que pudieron hacer una amplia capilla con bóveda. Según
dicho autor, la mayor parte de las iglesias las construían los indígenas. También
menciona su inclinación a la pintura, y añade que eran los autores de la mayor parte de
los altares y cuadros de las iglesias localizadas en el campo, lo cual resulta ser una
exageración. Aunque Gage no habla de oficios femeninos, debe hacerse notar que las
mujeres se dedicaron durante mucho tiempo al hilado, y que en esta actividad se dieron
abusos por parte de los españoles mediante las llamadas `derramas', que constituían una
forma de trabajo femenino obligatorio.
Sin embargo, se tiene la impresión de que a partir de la segunda mitad del siglo XVI se
hubiera borrado la existencia de una oposición, pues existe la imagen de unos
aborígenes que recibían de manera pasiva la evangelización y aceptaban la reducción a
pueblos con todas sus duras consecuencias. Algunos testigos de la época creían que la
defensa de los indios se había limitado a `huir a los montes' para escapar de las
crueldades y abusos, según denunciaba el Padre Las Casas. Algo semejante consideró a
principios del siglo XVII Thomas Gage, quien afirmaba que los indios no eran de temer
porque habían `sido incapacitados para la lucha por los españoles'. Un poco más
adelante el mismo autor señala asimismo que estaban `acobardados, oprimidos,
desarmados y atemorizados, tan pronto oyen el ruido de un mosquete, asustados incluso
de la mirada de los españoles'.
El segundo caso se originó a causa de una orden dada por el Obispo de Guatemala para
sustituir al cura doctrinero de Quezaltenango, un franciscano llamado Fray Lucas, por
un clérigo secular. Al acudir éste a tomar posesión, aparentemente el fraile pidió ayuda
a los indígenas, quienes acudieron armados de piedras y palos, y expulsaron al nuevo
párroco, que ya se había instalado en la iglesia en lugar de Fray Lucas. Los indios, en
número de 600, se hicieron presentes, encabezados por los alcaldes y principales. De
acuerdo con los testigos españoles, una india golpeó al clérigo y le dijo: `Estas son las
gallinas que has de comer' y otras cosas ofensivas, aludiendo quizás a las gallinas que
tenían obligación de entregar a los párrocos. Los otros españoles, asustados, buscaron
refugio y no auxiliaron al cura agredido, por temor a ser atacados también ellos. El
nuevo cura amenazó a sus agresores incluso con la excomunión, pero sin resultado
alguno.
Ante lo grave de la situación, llegó un juez comisionado que pretendió detener a varios
indios, entre ellos al supuesto cabecilla, llamado Cristóbal Chahal, pero el propio juez
desistió ante el riesgo de ser agredido también él por los indígenas amotinados. Los
españoles presentes pidieron a los alcaldes indios que controlaran la situación, pero
éstos se negaron porque los rebeldes `estaban muy alzados y no les obedecían'. Zamora,
que se refiere a este caso, considera probable que los propios principales estuvieran
involucrados en los hechos.
El primer motín lo vivió de cerca Fuentes, porque ocurrió cuando él era Alcalde Mayor
de Totonicapán y Huehuetenango, y porque en lo personal tuvo que tomar las
correspondientes medidas correctivas. El hecho se originó en San Juan Atitlán (hoy
Atitán), en plena Sierra de los Cuchumatanes, cuya iglesia estaba a cargo de frailes
mercedarios. El vicario de ese partido, Fray Marcos Ruiz (`de amable natural y gran
ministro, gran lengua de los mames, por haber nacido y criádose entre ellos') llegó
inesperadamente al poblado. En el templo, muy concurrido de pueblo, `muy aseado,
adornado con flores y perfumes', los indígenas rendían culto y `celebraban' a un `indio
mozo, mudo y en gran modo asqueroso', que tenían colocado en el altar, rodeado de
viandas y frutas. El fraile quedó `aturdido y admirado, hallando como Moisés pervertido
su rebaño, fervorizado y encendido en el celo del verdadero pastor... reprendió el
atrevimiento e inmoderada maldad', y los amenazó con `la ira del Señor, y trayéndoles a
la memoria ejemplos de muchos pueblos idólatras...' Pero los indios, obstinados `en su
infamia y ruindad', fueron saliendo del templo `llevándose consigo a su dios indio,
mudo y tonto', y dejaron solo al fraile. Quiso el párroco que le dieran al indio para
remitirlo preso a Huehuetenango, pero no sólo no le obedecieron, sino que, `irritado el
pueblo contra él, le acometieron con machetes, palos y piedras para quererle matar', .
Pudo huir, pero, `no sin grande ayuda de Dios, a uña de caballo'.
En los dos casos anteriores se encuentran similitudes: los aborígenes vivían en paz con
su cura, siempre que respetara sus creencias, pero cuando éste les impedía rituales que
consideraban importantes y lo hacía en forma drástica y violenta, el conflicto se
producía. Por supuesto, es probable que hubiera otros antecedentes no mencionados por
el cronista que contribuyeron a precipitar los conflictos.
Por lo que se colige del expediente respectivo, los acontecimientos violentos ocurridos
en 1679 en San Miguel Totoonicapán comenzaron después del nombramiento de un
nuevo corregidor, que ofreció a los indígenas que `venía con designio de aliviarlos,
quitándoles del repartimiento la mitad de los fardos'. Es decir, que les iba a reducir a la
mitad la cantidad de algodón que debían hilar gratuitamente. Parece que el corregidor
no cumplió su promesa, por lo cual los `cabezas de calpul' decidieron acudir a la
Audiencia para que se emitiera un despacho y se ordenara al corregidor del Partido de
Totonicapán que no repartiera algodón para hilar. El escribano Juan Pereira, receptor de
la Real Audiencia, les pidió a los cabezas de calpul 60 pesos para ir a notificar a
Huehuetenango. Con el fin de reunir el dinero (que, por el monto, probablemente incluía
los honorarios completos del trámite ante la Audiencia), los jefes de calpul hicieron una
`derrama' entre los macehuales, con alguna `violencia', y éstos se quejaron ante el
gobernador indígena, Pedro Gómez Chojolón. Mientras tanto, el escribano Pereira, de
vuelta de Huehuetenango, informó que no se había conseguido lo solicitado y que
deberían seguir hilando. Recibida la denuncia de la `derrama' organizada por los jefes
de calpul, el teniente del pueblo apresó a Juan Gómez Baquial (o Baquiay), Baltazar de
Aguilar, Francisco Gómez Cutz (o Cuz) y Juan Morales, todos cabezas de calpul. Por la
noche, cuando eran trasladados a Huehuetenango, un grupo de indígenas armados de
garrotes y piedras, entre los que se menciona a los hijos de Juan Morales, los liberaron y
lastimaron a los guardias indígenas que los conducían, especialmente al alguacil mayor,
el indio Pedro Tunán. En vista de ello, el 22 de abril de 1679 el alcalde mayor ordenó su
recaptura, pero la orden no se pudo cumplir porque dos estaban ausentes y tres
`gravemente enfermos y en peligro de muerte'.
La causa llegó pronto a la Audiencia y el 4 de mayo el fiscal pidió una pena moderada,
a pesar del delito, `por la incapacidad de los agresores'. Además, sugirió que en adelante
la Audiencia ordenara que `ni los justicias de los indios ni sus calpules puedan hacer
derramas sino para cosas muy precisas, previa licencia del corregidor o del alcalde
mayor'. El 6 de mayo resolvió la Audiencia sobre el `amotinamiento', y resultaron
condenados Nicolás Yococ, Juan García Belesqui, Pedro Con, Juan Vásquez, Bartolomé
Soc, Juan Gómez Baquiay y Baltazar de Aguilar, estos dos últimos cabezas de calpul.
Todos ellos fueron privados a perpetuidad `de poder ser calpules, ni tener ejercicio de
justicia', y desterrados por dos años a seis leguas del pueblo. A los demás se les impuso
una pena de 100 azotes y dos años de destierro. Es significativo que al escribano se le
castigó también con una multa de 60 pesos, aplicable a los pobres de la cárcel, la misma
cantidad que había recibido en honorarios. En nada se alude al repartimiento de algodón
para hilar ni al castigo del corregidor.
El motín ocurrido en Tuxtla en 1693 resultó el más grave `tumulto' indígena del Reino
de Guatemala durante el siglo XVII. En él murieron tres miembros del sistema de
gobierno y fueron ejecutados numerosos acusados.
Según Ximénez, el hecho se originó a causa de los abusos cometidos por el gobernador
indio del pueblo (de quien no da el nombre, pero a quien en los otros expedientes aquí
citados se le identifica como Pablo Hernández). Este gobernador no sólo hacía
repartimientos a favor del Alcalde Mayor, don Manuel Maisterra y Atocha (así como los
había hecho también para otros alcaldes anteriores), sino también a favor de sí mismo, y
además maltrataba a los indígenas. Desesperados éstos, `ocurrieron' a la Audiencia,
`quien mandó por Real Provisión que le quitasen del gobierno'. Sin embargo, el Alcalde
Mayor se resistió a quitarlo `porque perdía mucha utilidad', y le dio largas al asunto. Por
fin, cuando el Alcalde Mayor fue al pueblo de Tuxtla, le exigieron que ejecutara la
orden y de nuevo se resistió, `a lo que le dijeron los indios que cómo no se ejecutaba lo
que S. M. mandaba... que si no era el Señor Supremo á que todos deben obedecer'. El
Alcalde Mayor se encolerizó `y los trató mal de palabra diciendo que eran unos
desvergonzados y atrevidos'. `Los indios ya calientes de ver la maldad que con ellos se
usaba, tomaron piedras y lo empezaron á apedrear y así lo mataron, con que murió',
`según la ley de los adúlteros, y lo merecía muy bien, pues era traidor y adúltero á Dios
a quien tenía hecho juramento solemne de no tratar y contratar, y á su Rey y Señor á
quien faltó á la fidelidad y obediencia que le había prometido'. También mataron al
gobernador indio, según Ximénez, `quemándole las uñas', que debía `de tener largas,
como todos ellos las tienen por parecerse a sus amos'. Asimismo, murió el alguacil
español Nicolás de Trejo.
Una versión un poco más detallada aparece en otro documento, donde se dice que, antes
del estallido, el Alcalde Mayor no sólo trató mal de palabra a los indios, sino que mandó
prender a Juan de Velásquez, anciano principal e `instigador del motín', y ordenó darle
12 azotes en la picota. Entonces los indios, `dando grandes y crecidos gritos', se
dirigieron a las Casas Reales `desgajando muchas piedras'. El Alcalde Mayor quiso
defenderse con su espadín y sus pistolas, `con los demás que le acompañaban', pero `no
bastó'. Se fueron sobre él, lo mataron y lo hicieron pedazos. También incendiaron la
casa del gobernador indio y otras de su calpul, el cual parece que fue exterminado.
Se tratará ahora, por último, de otro caso que se encuentra en un expediente incompleto,
en el Archivo General de Centro América. En el mismo sólo consta que los principales
y cabezas de calpul o parcialidad del pueblo de San Francisco El Alto se resistieron a
pagar los tributos en el `tercio de San Juan' de 1696 y se enfrentaron a los alcaldes del
pueblo, a los que amenazaron con deponerlos y sustituirlos por otros. Aparentemente, el
caso estuvo asociado a una solicitud de exoneración de tributos por razón de que
estaban construyendo su iglesia.
Todavía falta mucho por investigar sobre las rebeliones indígenas. Es probable que, al
profundizar en el tema, se encuentren durante los siglos XVI y XVII más ejemplos y se
conozca mejor el proceso `interno' de cada caso. De momento llama la atención el corto
número de casos que parecen haberse dado en estos siglos, en contraste con los más
abundantes y graves ocurridos a lo largo del siglo XVIII. Después de la Conquista, la
afirmación del control español y la grave disminución demográfica de los indígenas
durante muchas décadas trajeron como consecuencia que las reacciones violentas de los
indios fueran escasas, e incluso de menor gravedad, ya que no pasaron de
`insubordinaciones' y tumultos de pequeña relevancia, en que no hubo muertos, salvo en
el caso de San Marcos Tuxtla, en 1693. Por otra parte, es interesante observar que en
varios de los ejemplos descritos siempre hay algún indio como cómplice o subordinado
que desafía al sistema. Por último, cabe asimismo resaltar que otros casos se limitaron a
cierto tipo de reacción por cuestiones religiosas, debido a que algún fraile se mostró
demasiado severo e intransigente, sobre aspectos que para los nativos eran de gran
valor.
Sumario y Conclusiones
A partir de la Conquista, la población indígena de lo que hoy es Guatemala vivió una
etapa de grandes cambios, a la vez traumática y profunda, desde el choque mismo de
carácter militar y las consiguientes e inesperadas epidemias, hasta el ulterior
afianzamiento de un nuevo sistema de dominación, que supuso la destrucción o la
transformación radical de su sociedad, economía, gobierno y cultura. Aunque los
pueblos mesoamericanos estaban acostumbrados a la guerra y a las conquistas, a la
esclavitud y a la explotación del hombre por el hombre, nunca antes se habían
enfrentado a un cambio tan profundo y tan traumatizante, que interrumpió de tajo su
evolución sociocultural.
Los españoles se propusieron, en relación con los pueblos sometidos, objetivos muy
amplios que estuvieron lejos de alcanzar: dominar políticamente a los vencidos,
evangelizarlos y organizarlos en un nuevo sistema socioeconómico, lo que se tradujo en
la desaparición de los antiguos señoríos y su sistema jerárquico-religioso, la imposición
de una nueva religión y la alteración de las anteriores relaciones económicas. El hecho
de la enorme disminución demográfica que sufrió la población indígena facilitó los
procesos socioculturales españoles de sometimiento.
Elemento característico de este proceso fue que, si bien supuso la subordinación de
todos los indígenas a un mismo sistema de dominación, resultó de ello la aparente
paradoja de una fragmentación mucho mayor que la que tenían anteriormente. Es decir
que, si bien comenzaron a depender de un mismo soberano, las antiguas unidades
políticas prehispánicas fueron sustituidas por un sistema basado en el municipio. A
partir de las reducciones, los españoles optaron por el poblado (el municipio) como la
unidad política básica de control. Cada uno de los pueblos debía constituir un centro
autosuficiente, con la menor movilidad posible de su población. Los españoles no sólo
acabaron con los señoríos, sino fragmentaron el sistema económico. Súbitamente se
interrumpió en buena parte el comercio entre puntos situados a largas distancias, que
había unido a Mesoamérica a lo largo de los siglos. A partir de entonces, cada
comunidad debía ser autosuficiente y el comercio se desenvolvió entre puntos
relativamente cercanos, con excepción de los mercados de las grandes capitales
españolas, que a medida que crecieron demandaron un sistema de abasto cada vez más
amplio. En cambio, las zonas indígenas alejadas de los grandes centros urbanos
españoles se constituyeron sobre la base de la autosuficiencia comunal.
Como dice Eric Wolf, bajo el nuevo régimen el indio tenía que ser un campesino, y la
comunidad de indios una comunidad de campesinos. `Privados de su élite y de los
elementos constitutivos de la vida urbana, los indios fueron relegados al campo'. A
partir de entonces, y hasta la actualidad, el indio mesoamericano que dejaba de ser
campesino también dejaba de ser indio. La élite y dirigencia central y regional fue
completamente española. Las sociedades indígenas fueron `decapitadas', por la
desaparición de sus dirigentes políticos y religiosos regionales, y la dirigencia indígena
quedó reducida sólo al nivel local.
Desde mediados del siglo XVI, en que se afirmó el proceso de reducción, el pueblo pasó
a ser el sistema de organización básica de los indios. Cada municipio se fue
diferenciando por pequeños pero importantes detalles: su nombre, su advocación
patronal (y su sistema de festividades anuales), su vestido, etcétera. Sin embargo, dentro
de cada pueblo persistieron, en muchos casos, las `parcialidades'. Nuevos estudios
etnohistóricos han mostrado que las parcialidades no tuvieron sólo una importancia
original, sino en muchos casos persistieron más tiempo del que se había pensado hasta
ahora.
Los indicios que se tienen respecto del siglo XVII hacen pensar que tanto principales
como parcialidades seguían existiendo y cumplían funciones importantes, aunque sin
duda en algunos pueblos de indios se habían debilitado y estaban en proceso de
desaparición. También se aprecia que había pueblos en que existían rivalidades serias
entre las parcialidades, y que en algún momento alguna de ellas perdió fuerza frente a
las otras, o bien buscó `independizarse' mediante la constitución de un poblado
separado. Asimismo, existieron tensiones que en ciertas oportunidades desembocaron
en conflictos entre los cabezas de calpul o entre los funcionarios municipales y el
gobernador indígena (que muchas veces aparece como el representante e instrumento de
explotación en el pueblo del Alcalde Mayor).
Durante este período surgió el municipio como la unidad social mayor de los indígenas
de Guatemala, como sucedió también en el resto de Mesoamérica. Cada municipio se
convirtió en una comunidad cerrada y autosuficiente, fundamentalmente rural, a pesar
de la traza urbana de la cabecera y de la insistencia de los españoles en que el grueso de
la población estableciera su residencia en el pueblo. A lo largo de estos casi dos siglos
cada municipio se convirtió en `zona de refugio', según la expresión de Gonzalo Aguirre
Beltrán. En ellos `montó' la comunidad indígena su defensa y resistencia. Su vida plena
se hizo interior, basada en la jerarquía de cargos y la versión sincrética cultural y
religiosa, y se adoptaron aquellos elementos de la cultura española (tanto material como
espiritual) que encontraron útiles y adecuados. Ante los extraños, la mejor defensa fue
la desconfianza y el hermetismo, en una especie de resistencia pasiva pero efectiva, que
sólo raras veces llegó a estallar, cuando los abusos o las intromisiones sobrepasaron los
límites tolerados internamente. Como regla general, los indígenas aprendieron a
soportar y a resistir sin arriesgar, en el seno de su comunidad.
Por supuesto, el problema no fue exclusivo del Reino de Guatemala. Hay evidencia de
que en la Nueva España ocurrió lo mismo. De ahí que en el siglo XVII se escribieran al
menos dos obras alusivas: la de Hernando Ruiz de Alarcón, Tratado de las
Supersticiones y Costumbres Gentílicas que oy Viven entre los Indios de la Nueva
España (1629); y la de Jacinto de la Serna, Manual de Ministros de Indios para el
Conocimiento de sus Idolatrías, y Extirpación de ellas (1656). Es probable que en este
proceso de afirmación de una religiosidad propiamente indígena influyera la
disminución no sólo del número de religiosos sino también de su entusiasmo, además de
que simultáneamente fue creciendo el número de indígenas hasta lograr la capacidad
para adaptarse, resistir y encubrir la situación. Es significativo también, como dice
Charles Gibson, que el amor y entusiasmo que los indios tenían en un principio por los
frailes se fuera trocando progresivamente en desconfianza e incluso en odio hacia ellos.
La ortodoxia católica interpretó la persistencia del paganismo entre los indios como un
fracaso del esfuerzo evangelizador y como la expresión de la terquedad de los
indígenas. Hoy, con otra perspectiva, se aprecia el fenómeno de una manera menos
rígida y se comprende que los indígenas quisieran adoptar parte de la nueva religión sin
abandonar la antigua. La religión siguió siendo parte básica de su cultura y de su
sociedad, y se constituyó en el centro de su vida comunal. De ahí que estuvieran
dispuestos a defenderla a toda costa, aun enfrentándose a los propios sacerdotes
católicos, cuando percibían que eran éstos quienes la ponían en peligro.
Entre los indios este nuevo sistema religioso `fue el principal mecanismo por el cual la
gente lograba prestigio y, al mismo tiempo, aseguraba el equilibrio económico de la
comunidad' a través de la participación en los gastos religiosos que absorbían
considerables recursos. La participación en las responsabilidades religiosas calificaba a
los individuos para desempeñar cargos políticos y elevaba su prestigio. El poder era
otorgado por la comunidad y transmitido periódicamente a otro grupo de funcionarios.
De esa forma se garantizaba, como ha dicho Eric Wolf, que no hubiera monopolio del
poder y que siempre existiera un núcleo de personas que transmitiera la tradición. De
manera similar, a lo largo de Mesoamérica todos los pueblos `construyeron' un nuevo
sistema político de tipo teocrático, sustituto del sistema prehispánico, dentro del cual
adoptaron a su manera la religión y otros aspectos de la cultura de los vencedores.
En cada comunidad, aunque por supuesto podía faltar alguno, se estableció una especie
de esquema organizacional con cinco elementos interrelacionados, a veces vinculados
con el `exterior': el Ayuntamiento; las parcialidades, con sus jefes o cabezas como
representantes; la Iglesia Católica, representada por los párrocos; la organización local
de las cofradías; y los gobernadores indios, muchas veces representantes del alcalde
mayor o corregidor ante el pueblo. La Ilustración 89 esquematiza dicha organización y
sus relaciones hacia afuera.
La comunidad local resultó ser un sistema simple pero efectivo, en el cual se logró
elaborar una síntesis que, en delicado equilibrio, conservó (transformados) elementos
nativos y adoptó (también transformados o adaptados) elementos españoles. La síntesis
era sencilla, pero funcional. Toda la organización social se simplificó, desde la familia
(que ya fue sólo nuclear) hasta el sistema de gobierno. Esa comunidad se constituyó en
el único lugar en el que el indio se sentía seguro, a pesar de los abusos y de la
explotación general del sistema. En ocasiones, cuando el precario equilibrio se rompía
por diversas circunstancias, hubo motines o revueltas, que durante el siglo XVII no
fueron tan violentos y recurrentes como en el siglo posterior.
JORGE ARIAS DE BLOIS
Varias son las razones en que apoyan sus argumentos quienes se han preocupado por
realizar dichas investigaciones. En todo caso, es necesario reconocer que cualquier
estudio histórico sobre el período de transición de la época precolombina a la colonial,
tarde o temprano tiene que indagar sobre el volumen y el proceso evolutivo de la
población indígena de la región.
Territorio de Referencia
Una población está adscrita siempre a una región geográfica. Esto hace aún más difícil
el cálculo de la misma, pues a menudo no existen límites definidos de la región. Los
límites políticos y administrativos no llegaron a estabilizarse sino hasta avanzado el
siglo XVI. Este siglo y los comienzos del siguiente conformaron un período en el que
hubo mucha inestabilidad en la organización administrativa de la región
centroamericana. La misma Audiencia cambió de sede, hasta que se fincó en Santiago
de Guatemala. No cabe duda que esa serie de cambios llevó a realizar ajustes de la poca
información demográfica disponible, la cual en la primera etapa de la Colonia es aún
más reducida para Centro América que para México o Perú.
Para el propósito de este estudio, se tomará como territorio de Guatemala el área que se
asocia en forma aproximada a los límites con México, fijados en el siglo pasado, y con
Honduras y El Salvador, trazados en forma final en la década de 1930. En un principio
no se tomará el área del Petén, que fue incorporada hasta fines del siglo XVII.
Fuentes de Información
Como se indicó al principio, no existe información proveniente de los grupos nativos
acerca de la magnitud de la población. Estudios demográficos recientes, iniciados
alrededor de 1972, han tratado de investigar el impacto de la ocupación maya sobre el
territorio del Petén. Se han producido estudios geoquímicos, biológicos y arqueológicos
que puedan arrojar alguna luz sobre el debate, siempre latente, del grado en que una
sociedad agrícola hubiera podido afectar el medio físico, degradándolo hasta el punto de
reducir la producción de granos básicos por debajo del nivel necesario para su
subsistencia y contribuyendo así al descenso significativo de la población nativa.
Un problema que se presenta para estudiar la evolución de la población durante los dos
primeros siglos de la Colonia, es la falta de un dato tan importante como es el que
indique con precisión el monto de la población al inicio de la misma. La información
recolectada sólo ha permitido conocer aspectos relacionados con la distribución de
asentamientos y su tamaño relativo con base en estudios arqueológicos. Esto en cierta
forma ayuda a comprender el sistema de producción existente, aunque no es fácil
obtener información sobre unidades habitacionales, ya que eran hechas en su mayoría
de material degradable (madera, paja, cañas, hojas de palma, etcétera).
Lo mismo pasa con los intentos realizados para conocer aspectos biológicos, como sexo
y edad, dada la escasa conservación de esqueletos de la época, la dificultad de su
recuperación y análisis para la determinación de dichas características, que son
importantes demográficamente para comprender la evolución de las poblaciones.
Kenneth Brown, al analizar la información obtenida de 47 entierros en el monte de
Gumarcaaj (Quiché central) señala que un 74.5% correspondía a personas adultas, lo
que indicaría una población bastante vieja. No obstante, en una muestra tan reducida
pueden tener peso aspectos como los relacionados con la tradicional ausencia de
algunos grupos de edad en los hallazgos arqueológicos, sobre todo niños. Hay necesidad
de más investigaciones para obtener una mejor información demográfica.
Algunos autores, entre ellos John Fox, han señalado que la frontera oriental de
Mesoamérica tiene un valor particular para examinar la historia demográfica
prehispánica, sobre todo en el Período Postclásico Tardío (1200-1524), a partir de los
movimientos poblacionales muy claros a través de esa frontera, como consecuencia del
crecimiento de las poblaciones quiché (k'iche') y cakchiquel (kaqchikel). Esta expansión
territorial sobre todo de los últimos, posiblemente obligó a pequeñas comunidades, así
como a unidades demográficas, a atravesar dicha frontera para dirigirse a áreas quizás
más libres, y por ello de más fácil ocupación, en la parte occidental de Honduras y en la
oriental de El Salvador.
Thomas Veblen, opinó que las estimaciones hechas por los españoles respecto al
tamaño de los ejércitos indígenas en el área de Totonicapán son congruentes con las
derivadas de otras fuentes documentales, aunque comete el grave error de suponer que
ningún participante en una batalla previa tomó parte en las posteriores, lo cual produjo
una magnificación en su cálculo de la población indígena inicial. Veblen afirmó
también que las estimaciones sobre el tamaño de dichos ejércitos, tal como aparecen en
la Recordación
Florida de Fuentes y Guzmán las que se relacionan con la conquista de los
Cuchumatanes, son bastante aceptables, aunque hay quienes señalan que dicha obra
constituye una fuente poco confiable a este respecto. Otras obras, como el Memorial de
Sololá, no contienen mucha información numérica, pero sí observaciones sobre aspectos
demográficos, que ayudan a comprender el cuadro evolutivo de la población de
Guatemala a partir de la Conquista.
Otra fuente de información sobre el tema, para los primeros siglos de la época colonial,
es la relativa a los tributos pagados por los nativos. El primer intento de tasación se
realizó cuando Alonso de Maldonado, Oidor de la Audiencia de la Nueva España, trató
de convencer a Pedro de Alvarado, en ese entonces Gobernador de Guatemala, acerca
de la necesidad de establecer un sistema de impuestos con control sobre las
comunidades indígenas, en respuesta a las reales cédulas promulgadas en 1533 y 1534.
Se dice que Pedro de Alvarado, con su orgullo característico, rechazó tal proposición,
que consideró como una injerencia de la Audiencia de la Nueva España en los asuntos
de la Gobernación de Guatemala.
Estimación de la Población
Lovell, Lutz y Swezey han usado la información a la que antes se ha hecho referencia
para reconstruir la población de lo que llaman la Región Sur de Guatemala, i.e.,
Guatemala sin Petén. La metodología se basó en la utilizada para otras regiones,
especialmente México: reconstrucción del número de tributarios en una fecha
determinada y su multiplicación por el número estimado de personas vinculadas a cada
tributario. Esta última proporción ha sido objeto de mucho debate, ya que diferentes
autores, en diversos lugares y épocas, a falta de mejor información demográfica, han
asumido un valor determinado que oscila entre 2.7 para el área central de México, hasta
6.1 propuesto por Carmack para la situación del Altiplano de Guatemala en la segunda
mitad del siglo XVI, y 5.1 en la primera mitad. La diferencia se debe al fuerte descenso
de población ocurrido durante este último período, caracterizado por una alta
mortalidad, según se verá más adelante.
Para el área central de México, Sherburne F. Cook y Woodrow W. Borah han estimado
que en 1550 la población nativa se había reducido a una cuarta parte de la que existía en
la fecha del contacto con los españoles. De hacer uso de esta escala de despoblación
para Guatemala, la estimación de 428,500 habitantes, hecha por Lovell y colaboradores,
llevaría a un cálculo de 1.7 millones de habitantes para la fecha de dicho contacto (con
base en la proporción de cinco habitantes por cada tributario); 1.4 millones para la
proporción 4:1 y 1,040,000 para la proporción 3:1. Antes de proseguir con otros
intentos de estimación, conviene hacer algunas consideraciones sobre la mortalidad
excesiva que afectó a la población durante los siglos XVI y parte del XVII, y que
constituye el evento demográfico más importante de la época colonial.
Los autores del Memorial de Sololá, refiriéndose a los cakchiqueles, hacen una
descripción vívida de dicha mortandad y una caracterización de la misma, aunque sin
dar indicio numérico alguno que pueda ayudar a formarse una idea más concreta de los
efectos de la epidemia, como se puede apreciar en la siguiente traducción de Adrián
Recinos:
El hecho de que aún en el siglo pasado, cuando ya existían las vacunas, hubiera
epidemias que produjeron millares de muertes, hace pensar en lo que pudo haber pasado
en aquella época: bien pudo haberse duplicado la experiencia vivida por los países
europeos con las plagas y las pestes sufridas en diferentes oportunidades.
Es difícil formarse una idea exacta de la clase de epidemias que azotaron a los pueblos
de aquel entonces. Las descripciones de los testigos son generales y confusas, y a veces
dan síntomas que bien podrían corresponder a una u otra enfermedad. Las lesiones
encontradas en esqueletos no ayudan mayor cosa para hacer un posible diagnóstico
retrospectivo.
De los estudios hechos por varios autores se deduce la existencia de tasas de mortalidad
tan altas, como el 30% en los enfermos de viruela.
El sarampión fue otra enfermedad introducida por los españoles, que también causó
fuertes bajas en la población indígena. A las enfermedades ya mencionadas se
agregaron la malaria y la influenza. Respecto a la malaria, ha habido dudas sobre su
verdadero origen, ya que algunos investigadores mantienen que ya existía en América,
mientras otros señalan su ingreso en forma tardía. Por consiguiente, se hace difícil
considerarla como una de las causas básicas de la despoblación, al menos en el siglo
XVI, aunque se cree que tuvo importancia a mediados del siglo XVII.
El virus de la viruela no sólo tiene una larga vida, sino que se transmite fácilmente por
medio de gotas de agua o polvo en el aire, de modo que su transmisión podía ocurrir
más fácilmente por las redes de conexión que por la densidad de la población. En ese
sentido, el desplazamiento de personas por razones de comercio o por el ejercicio de
funciones de gobierno o militares, pero especialmente por las encomiendas o el trabajo
en minas y el consiguiente agrupamiento de indios de diferentes regiones para integrar
comunidades laborales, hacía más fácil que la viruela se diseminara ampliamente en un
territorio determinado y tomara proporciones exageradas.
Se debe tener presente asimismo que en las enfermedades de tipo eruptivo, la muerte era
causada fácilmente por complicaciones tales como la bronconeumonía, sobre todo bajo
las deficientes condiciones sanitarias derivadas de la destrucción de viviendas durante la
Conquista. Ello significaba una ruptura del hábitat del hombre, con sus respectivas
consecuencias. Se dice que de cada 10 personas, ocho adquirían la enfermedad, y de
éstas sólo tres sobrevivían. Se puede tener una mejor idea de la incidencia y frecuencia
de las epidemias que azotaron a Guatemala, durante los dos primeros siglos de la era
colonial, si se consulta el Cuadro 17.
Desde el punto de vista demográfico, también se debe considerar que la enfermedad
causaba mayor número de muertes entre los niños y los ancianos, con lo cual se rompía
la estructura de la población por edad. La disminución de la población infantil producía
un vacío en la próxima generación, en las edades que entraban en el período
reproductivo. De esa manera se operaba una baja en la natalidad, la cual se reforzaba
por el probable impacto psicológico de una epidemia tan severa. La población, en
efecto, adoptaba una visión pesimista ante la vida, visión que, sin duda alguna, ha de
haber repercutido en forma negativa en su deseo de reproducirse. Por otro lado, los
sobrevivientes de una epidemia en cierta forma lograban crear alguna defensa
inmunológica que los protegía frente a nuevos brotes.
Según la autora citada, se pueden identificar tres variantes tipológicas, de acuerdo con la
naturaleza de los cambios demográficos operados durante el período colonial. El primer
tipo lo conforman aquellos grupos que después del contacto con los españoles sufrieron
un rápido decrecimiento de población, seguido de una lenta recuperación durante el
período colonial. El segundo grupo está constituido por las poblaciones indígenas que,
una vez iniciada su declinación, continuaron disminuyendo durante todo el período de la
Colonia. El tercero lo forman aquellos grupos indígenas que se extinguieron muy
rápidamente, quizás en el término de dos a tres generaciones. La población del
Altiplano de Guatemala, como la del centro de México, pertenece al primer grupo; en
cambio la de la Costa Sur posiblemente perteneció al segundo grupo, aunque el
descenso poblacional, en parte, fue agravado por la migración al Altiplano.
Si se repitiera la operación anterior, con las cifras cercanas al año 1575, se tendría para
esta fecha una población de 307,000, lo que significaría que en cerca de 55 años la
población se había reducido a menos de un sexto (15.5%) respecto de la población
existente al principio del período, lo que indicaría a su vez una fuerte reducción de su
monto.
Las estimaciones demográficas de Lovell y Swezey son las últimas que se conocen
sobre la población de Guatemala en dicho período. Para el resto de los siglos XVI y
XVII, el autor de este ensayo no conoce algún otro intento de estimación de la
población indígena total, aunque sí hay estimaciones parciales para diferentes regiones
del país, las cuales pueden ser útiles para obtener una idea de la posible evolución que
tuvieron aquéllas posteriormente (ver los ensayos relacionados con las historias
regionales en esta y en la tercera parte de esta enciclopedia). Entre las estimaciones
demográficas que se conocen se pueden dar las siguientes:
Respecto de1571 aparecen dos cifras que corresponden a dos diferentes fuentes de
información. La serie reconstruida presenta una imagen de la forma en que la población
de esta región decreció durante una parte de la segunda mitad del siglo XVI,
comportamiento que parece constituir un patrón similar en otras regiones de Guatemala.
De 1560 a 1594 la población decreció en un 71%, es decir, una tasa media anual del
3.8%. En términos generales, durante esos años la situación de la población se
caracterizó por una alta tasa de mortalidad que llegó en algunas poblaciones de la Baja
Verapaz al 80 y 90 por millar, cifra que es sumamente elevada. Michel Bertrand señala
que la mortalidad alcanzó valores altos en 1561 y 1571, y que en el período 1572-1580,
la tasa de natalidad de los naturales decreció, mientras aumentaba la mortalidad infantil,
resultados ambos que caracterizan una crisis demográfica.
Año Población
1520 60,000 a 150,000
1524 60,000 a 90,000
1572 11,500 a 15,000
1689 7,500 a 8,000
Los dos primeros años (1520 y 1524) muestran la incertidumbre respecto al número de
la población prehispánica. Thomas Veblen dice que la misma se redujo por lo menos en
un 80%, y puede ser que hasta en un 90%. La escasez de información numérica para el
siglo XVII no permite formarse una mejor idea de la evolución de la población durante
ese siglo. Sin embargo, todo parece indicar, como lo asienta Lovell, que a fines del siglo
XVII el colapso poblacional ya se había reducido en importancia y más bien se
vislumbraba una recuperación demográfica, lenta pero significativa, como lo corroboran
las cifras dadas para el siglo siguiente por el mismo Veblen (22,000 habitantes para
1778).
Una nueva plaga llamada matlazáhuatl produjo efectos devastadores en la población del
Altiplano Occidental, al punto que se estima que ésta se redujo de 73,000 en 1550 a
37,000 en 1580. Desde esta fecha, al igual que en otras regiones, transcurrió cerca de un
siglo para el cual no se conocen, por ahora, fuentes apropiadas de información
demográfica. No fue sino hasta el período 1664-1678, en que un nuevo recuento
tributario condujo a una estimación de 16,162 personas, y a una de 19,258 para 1690,
basada ésta en información sobre tributación compilada por Francisco Antonio de
Fuentes y Guzmán en la Recordación Florida, y citada por Lovell. Es decir, que la
población indígena de la región de los Cuchumatanes, según Lovell, varió en la
siguiente forma:
Año Habitantes
1520 260,000
1525-1530 150,000
1550 73,000
1580 47,000
1664-1678 16,162
1690 19,258
Año Habitantes
1524 6,950-9,000
1549 2,700
1587 2,000
1672 2,077
1687 2,720
1690 2,400
Resumen
La información ofrecida en los párrafos anteriores, que refleja el intento realizado por
varios investigadores para reconstruir parcialmente la historia demográfica de la
Provincia de Guatemala durante los dos primeros siglos del período colonial, pone en
evidencia tres aspectos principales:
2) La alta mortalidad, sobre todo infantil y de ancianos, estuvo acompañada de una baja
en la natalidad al disminuir los contingentes de población en edad reproductiva, dada la
fuerte mortalidad en las primeras edades. Además, al parecer prevaleció una situación
de pesimismo que condujo a una especie de `desgano vital', por el cual la población
aparentemente no mostraba mayor deseo e interés por reproducirse, y se afectaba
también el nivel de fecundidad. Estos factores impidieron que se iniciara una franca
recuperación demográfica más temprano.
Todo parece indicar que al inicio de la Colonia los conquistadores no mostraron interés
por la urbanización de la población conquistada. La urbanización de los indígenas se
pudo hacer después de la promulgación de la real cédula del 10 de junio de 1540, por
medio de la cual el Rey mandó fundar pueblos con los nativos que estaban dispersos en
los montes, `para la mejor conservación y educación de los indios de las poblaciones de
la provincia de Guatemala'.
Uno de los errores aludidos consistió en que, por desconocimiento de las variaciones no
fáciles de distinguir entre los grupos, los misioneros decidieron fundar pueblos
reuniendo supuestas unidades familiares que compartían territorios determinados, pero
que en el fondo eran grupos heterogéneos. Los españoles llamaron parcialidades a
dichas unidades (véase el trabajo de G. Lovell sobre los Cuchumatanes en este
volumen). Los integrantes de estos grupos a menudo trataban de conservar su identidad,
en lugar de mezclarse para formar una unidad diferente. Lovell indica que con
frecuencia un pueblo de indios formado por reducción resultaba ser un mosaico de
parcialidades que se tocaban pero no se entremezclaban, que coexistían pero no siempre
cooperaban entre sí. Como resultado de las diferencias así surgidas, prácticamente se
vivía una situación tensa que tendía a desintegrar la vida de los moradores. Esta mala
experiencia sólo se ha aligerado en el presente.
Todo parece indicar que a fines del siglo XVI los factores antes mencionados habían
hecho casi imposible la vida urbana. La disminución en el número de indígenas había
afectado mucho la producción agrícola, en especial de granos. Al mismo tiempo, la
ganadería sufría por falta de pastos y cuidado, con lo cual escaseó la carne de res y se
elevó su precio considerablemente. Con ello se inició un proceso de ruralización de la
población, la cual abandonaba las ciudades y las villas para encontrar un refugio en el
campo, de preferencia en algún sitio cercano a un pueblo de indios donde hubiera
producción agrícola, o en parcelas de tierra que al menos permitieran desarrollar alguna
forma de subsistencia. Por medio de este éxodo urbano-rural se intensificó la presión
sobre la tierra (composición de tierras).
El cultivo del añil, relativamente fácil de practicar en un sector de la Costa Sur, tuvo su
primer apogeo de 1590 a 1620. Sin embargo, este cultivo pronto sufrió una crisis, como
consecuencia de la eventual falta de mano de obra. Ello explica por qué el gobierno no
permitía el trabajo de los indígenas en tal actividad, pues se consideraba que los obrajes
de añil eran muy insalubres. Aquella corriente urbano-rural de población, a que se ha
hecho referencia antes pudo haber suplido la mano de obra necesaria, pero no sucedió
así. La única posibilidad, pues, de superar la difícil situación era utilizar esclavos
negros, pero éstos eran caros y no era fácil conseguirlos para realizar tareas que sólo
duraban unos dos meses al año.
Sin embargo, vale repetir que siempre prevaleció el carácter rural de la población, sobre
todo en el primer siglo de la Colonia. La población urbana nunca alcanzó proporciones
que pudieran considerarse de alguna significación. Baste señalar que la población de
gente ordinaria y de españoles en Santiago, que era la principal ciudad, apenas llegaba a
finales del siglo XVI a cerca de unos 5,800 habitantes, cantidad que al parecer no
representaba ni al 1% de la población total. Sin embargo, esa población fue creciendo
más rápidamente que la población total, pues a fines del siglo XVII era de 15,000
habitantes, es decir, casi tres veces más que la existente alrededor de un siglo antes. El
número de habitantes de toda Guatemala, en cambio, no había crecido en esa misma
proporción, pues apenas empezaba a recuperarse de la catástrofe demográfica que dejó
tan honda huella. Se estima que este crecimiento se originó, en su mayor parte, en las
corrientes migratorias, en las cuales prevalecieron los mestizos, los mulatos libres y los
esclavos mulatos. Podría haber resultado conveniente e ilustrativo aclarar la evolución
demográfica de Santiago de Guatemala, aunque fuera éste un caso muy específico, pero
este proceso lo analiza con todo detalle Lutz en sus trabajos incluidos en este mismo
volumen (véanse `Evolución Demográfica de la Población No Indígena' y `Santiago de
Guatemala en el Siglo XVII').
Nupcialidad y Etnicidad
La nupcialidad, que es un factor tan importante en la dinámica de una población, ha sido
poco estudiada en el caso de la población del Reino de Guatemala durante los primeros
siglos de la existencia de éste. Si se considera la nupcialidad en su sentido más amplio,
que incluye matrimonio, uniones consensuales y uniones casuales, es fácil comprender
la importancia que tiene en la evolución demográfica de una población.
Si bien en esta primera fase del mestizaje no surgieron mayores problemas, no sucedió
lo mismo con la introducción de esclavos africanos negros, entre los cuales también
predominaban los hombres. Este nuevo grupo poblacional se mezcló con integrantes de
los grupos indígena, español y mestizo, lo que dio lugar a una serie de tipos mixtos que,
en contraste con los mestizos ya existentes, no fueron bien recibidos ni por unos ni por
otros. La causa fue, fundamentalmente, de prejuicios raciales importados de España o
que se desarrollaron con el tiempo en la misma América. No obstante esa
discriminación, Christopher Lutz, en los trabajos incluidos en este volumen sobre la
evolución demográfica de los diversos grupos étnicos, explica cómo los segmentos
mestizo y africano que, de acuerdo con lo antes dicho, recibían el rechazo del grupo
español de élite así como del indígena, fueron evolucionando hasta convertirse en lo que
actualmente se conoce como población ladina. A esta última corresponden aspectos
demográficos diferenciales respecto de los indígenas, por difícil que aún parezca
especificar ambos grupos, con base en una simple declaración. Desafortunadamente no
se tiene por ahora suficiente información demográfica clasificada según los principales
grupos étnicos, del Reino de Guatemala en los siglos estudiados, a efecto de comparar
la evolución de los índices demográficos correspondientes.
Despoblación Indígena
El Cuadro 19 resume documentación que demuestra que, entre 1539 y 1617, la
población indígena de Guatemala se redujo en forma acelerada. Sin embargo, no se cita
una enfermedad específica como causa de dicho descenso. Casi la mitad de la
información proviene de encomenderos que se quejaban de la baja de los tributos de los
indígenas. En su opinión, ello era resultado de la reducción de los tributarios. Por
ejemplo, alrededor de 1562, se hizo constar que la encomienda de Asunción Mita valía
`casi nada, por haberse muerto muchos indios'. Por razones similares, en 1568, Alonso
Páez esperaba un ingreso menor de 100 pesos, proveniente de pueblos que habían
tributado mucho más cuando su padre los tenía encomendados 30 años antes. Cristóbal
Aceituno se quejaba en relación con su parte de San Juan Nahualapa: `...no me vale ni
me renta en cada un año 400 tostones por las bajas que se han hecho respecto a la gran
disminución de los tributarios' y se lamentaba de que sólo podía esperar `ocho cargas de
cacao con que no se puede sustentar dos meses del año'.
los naturales son cada día menos, los españoles cada día
más, y así hay grandísimas necesidades. Y si los indios no
duran más que dos vidas padecerán los hijos y los nietos
de los conquistadores que han ganado a Vuestra Magestad
toda esta tierra, mucha necesidad.
Esta voz de alarma se repitió dos años más tarde cuando otro franciscano, Fray Gonzalo
Méndez, advirtió al Rey:
Fray Gonzalo envió otra misiva después, su quinta carta al Rey en un período de 10
años, fechada en Santiago de Guatemala el 24 de marzo de 1579; en ella daba una lista
de 21 razones por las cuales el Rey y el Consejo de Indias se debían preocupar por la
sobrevivencia de los indígenas, y enfatizaba las consecuencias económicas de una
despoblación, al mismo tiempo que respetuosamente recordaba al Rey su obligación
moral de evitarla. Al parecer, alguien en la Corte leyó la carta del Fraile, porque escribió
al reverso: `Vista, no hay que responder'. Estas cortas palabras podrían servir de epitafio
al imperio que España estaba destinada a perder. A finales del siglo XVI, la Corona
estaba más que enterada de la mala situación de las Indias, de que sus súbditos
indígenas estaban muriendo en forma acelerada y que, en ciertos casos, habían
desaparecido por completo.
La Peste de 1519-1521
Una famosa cita del Memorial de Sololá, contenida en la versión al español de Adrián
Recinos, describe el impacto que causó la terrible peste que azotó a Guatemala entre
agosto de 1519 y octubre de 1520. Daniel Brinton tradujo al inglés el original en
cakchiquel (kaqchikel). Puesto que Brinton era médico y experto en lingüística maya,
posiblemente su traducción, desde el punto de vista epidemiológico, contiene ciertas
interpretaciones más sutiles, que Recinos no captó. La versión de Brinton traducida al
español dice así:
Es una suerte que haya sobrevivido tan exacta descripción, aun cuando haya provocado
numerosos problemas, porque ha dividido las opiniones médicas y no médicas sobre la
identificación de la enfermedad. La mayoría considera que ésta fue viruela. Por otro
lado, Brinton, apegado a la descripción, opinó que fue un brote de sarampión maligno.
Jorge Luis Villacorta Cifuentes y Horacio Figueroa Marroquín, también médicos,
concuerdan con Brinton.
George Shattuck, catedrático de la Escuela de Salud Pública de Harvard, opinó que la
epidemia `no se puede identificar con certeza por la vaguedad de los términos usados
por el relator para describirla'. Sin embargo, sugirió que `probablemente se refería a la
viruela que provino de México', y agregó que pudo ser posible que hubiera `al mismo
tiempo más de una enfermedad de proporciones epidémicas'. Murdo MacLeod también
considera que se trató de viruela, y concuerda con Shattuck en que pudo tratarse de más
de una enfermedad. Específicamente sugirió que `las descripciones de la enfermedad...
ciertamente se parecen a las de la peste pulmonar'.
Al señalar que la gripe (influenza) se extendió en Europa a principios del siglo XVI,
Felix W. McBryde propuso la idea de que los síntomas se asemejaban más a `aquellos
de la gripe pandémica de 1918-1919'. Alfred Crosby opinó que la enfermedad `pudo
haber sido gripe', y que `aparentemente no era viruela, puesto que los relatos no
mencionan la manifestación de pústulas'. Sandra Orellana señaló que, si bien la palabra
viruela en español casi siempre significa smallpox en inglés, el término de hecho se
refiere a la `manifestación ampollada pustulenta' de dicha enfermedad, no así a la
enfermedad misma. La palabra viruela, como manifestación o síntoma, pudo haber sido
empleada por los españoles de aquella época para referirse también al `sarampión,
varicela o inclusive tifus' porque esa era la designación común.
Orellana sugirió que la enfermedad pudo haber sido una viruela maligna. Por lo tanto, la
mayoría de las opiniones parece indicar que fue viruela, aunque no hay unanimidad. Los
médicos que han analizado el texto cakchiquel se han inclinado más por diagnosticar
sarampión que viruela.
Otras fuentes de información sobre los distintos brotes epidémicos de la época podrían
ayudar a obtener un diagnóstico más exacto. Desafortunadamente dichas fuentes no son
muy abundantes. En el Memorial de Sololá se hace referencia a un brote, en 1560, de `la
peste que había azotado antiguamente a los pueblos', y se alude a enfermos a quienes
`les brotaban llagas pequeñas y grandes'. Si estas `llagas' fueron realmente pústulas y el
brote de 1560 fue la misma enfermedad de 1519-1521, lo más probable es que se tratara
de viruela. Es lamentable no contar con otro texto indígena para corroborar la
información existente. En la Descripción de San Bartolomé, una relación geográfica
recopilada en 1585, se dice que `antes que los españoles viniesen a esta tierra les
sucedió una pestilencia de viruelas yncurables'. Por lo tanto, es posible relacionar la
referencia a la viruela de la Descripción de San Bartolomé con el brote de 1519-1521
que aparece en el Memorial de Sololá, tal como lo hizo Elías Zamora.
La Peste de 1533
Con base en tres fuentes de información contemporáneas, MacLeod confirma que el
sarampión se extendió ampliamente en Centro América entre 1532 y 1534. Es casi
seguro que en esa época este mal devastó Honduras y Nicaragua, según lo comprueban
otras fuentes consultadas por Linda Newson.
También existe el testimonio directo de Pedro de los Ríos, tesorero real residente en
León, quien en una carta al Rey, de 22 de junio de 1533, comentó que la escasez de
indígenas en Nicaragua para sacar oro de los ríos era por las `muchas enfermedades que
les han dado, especialmente una que nuevamente les ha dado de sarampión'. No es tan
evidente la magnitud de este brote en la Provincia de Guatemala porque, de nuevo, las
fuentes son muy escasas. Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán mencionó, sin
indicar fechas, un brote de viruela proveniente de México. El sarampión y la viruela,
aseveró el cronista, se extendieron `como el activo y cebado fuego de lo campos secos,
pueblos enteros de innumerables y crecidos millares de habitadores'. Francisco Asturias,
apoyado en Antonio de Remesal, también se refiere a la existencia de la viruela en la
Guatemala de aquella época.
Aunque los españoles del siglo XVI emplearon mucho el vocablo sarampión, Shattuck
opinó que no basta el uso de la palabra como `evidencia para comprobar que tuvo lugar
una epidemia' de esa enfermedad, sobre todo porque `el sarampión no fue reconocido en
Europa como una enfermedad aparte sino hasta el siglo XVIII', lo cual también fue
señalado por Figueroa Marroquín. Por lo tanto, es necesario reunir más evidencias antes
de llegar a una conclusión.
La Peste de 1545-1548
Entre 1545 y 1548, los indígenas de México sufrieron mucho por una enfermedad que
los cronistas nativos llamaron cocoliztli o hueycocoliztli. El término cocoliztli equivale
sencillamente a enfermedad o peste; hueycocoliztli significa gran enfermedad o gran
peste. En varias fuentes se encuentra evidencia de que el cocoliztli se propagó hacia el
sur de México, y que llegó a Guatemala, donde se conoció con el nombre de cumatz o
gucumatz. En la Isagoge Histórica Apologética se le menciona específicamente en el
pasaje en que se dice que en 1545, y de nuevo en 1576, `en todas estas provincias del
Reino de Guatemala... hubo grandísimas pestes y mortandades de indios'. También se
relata que `las enfermedades y pestes se extienden [a] muchísimos pueblos de los más
numerosos y famosos [y] se han destruido totalmente'. Durante el primer brote de esta
enfermedad, el encomendero Gonzalo de Ortiz afirmó que `envió Dios tal enfermedad
sobre ellos que de cuatro partes de indios que había se llevó tres'. Ortiz declaró de modo
categórico que `a esta causa está todo perdido lo de México y lo de aquí'.
La Peste de 1558-1562
Entre 1558 y 1562, Guatemala fue azotada por enfermedades que dejaron muchos
muertos y sobrevivientes hambrientos. Existen muchas fuentes de referencia que
facilitan la reconstrucción de los hechos. El cronista Fray Francisco Vázquez relató que
en 1558 `casi destruyó el reino "una enfermedad" en que murieron sin que nadie pudiese
hallar remedio, muchísimas gentes', y apuntó que `fue señaladísima la sangre de
narices'. El 30 de junio de 1560, y de nuevo el 7 de febrero de 1561, la Audiencia
informó a Felipe II que Guatemala `toda está enferma y con pestilencia [y] se han
muerto muy gran cantidad de indios'. Se hizo lo posible para asistir a los necesitados,
porque los que lograban sobrevivir a la enfermedad morían de hambre y, como decía la
Audiencia, si los indios morían por falta de ayuda, entonces se reducía el tributo y los
encomenderos españoles pronto empobrecerían.
La Peste de 1576-1577
Durante 1576 y 1577, Guatemala sufrió otra epidemia proveniente del sur de México.
Un estudio reciente de Elsa Malvido y Carlos Viesca la ha identificado como cocoliztli,
la cual se menciona en las fuentes mexicanas de la época como una plaga. Dichas
fuentes también la llaman matlatzáhuatl, lo que pudo haber sido tifus exantemático. La
documentación guatemalteca ciertamente puede ser correlacionada con las que aluden el
cocoliztli de México, pero también hace referencia a viruela, tifus, catarros y otras
enfermedades no específicas. Además, Martínez Durán agregó `bubas, sarampión y
peste de flujo de narices'.
La Peste de 1607-1608
El 30 de noviembre de 1608, el Presidente de la Audiencia, Alonso Criado de Castilla
informó al Rey sobre `la enfermedad general que los naturales de esta tierra han tenido
de más de un año'. El funcionario explicaba que `con mucha brevedad en dos o tres días
y algunas veces de repente morían estos indios míseros sin que admitiese remedios ni se
pudiese entender la cura della'. Comentó que la enfermedad provocaba `un flujo de
sangre de narizes que pocas veces se podía restañar', y mencionó específicamente que la
sangre de narices era acompañada `en algunos [casos] con mezcla de tabardillo'. La
Audiencia utilizó algunos fondos disponibles para ayudar a las comunidades más
severamente afectadas, pero sin solicitar el permiso previo del Consejo de Indias. El
Rey señaló que `las grandes enfermedades de peste' obviamente requerían de alguna
ayuda por parte del gobierno, pero ordenó a la Audiencia que en el futuro no descuidara
los adecuados procedimientos administrativos.
La Peste de 1620-1625
Un poco antes de 1623, pero posiblemente después de los brotes de tifus de 1607 y
1608, Guatemala volvió a verse afectada por otra epidemia que pudo ser de sarampión.
La fuente de información más precisa sobre este brote es una carta del Cabildo de
Santiago, del 19 de octubre de 1623, en la que se informaba al Rey que, `desde el
principio de agosto [de este] año, cesó la peste general que hubo en este reyno'. El
Cabildo le aseguraba que el tributo no debía verse afectado porque `según se tenía
noticia habría poca disminución de tributarios porque los que fallecieron en mayor
número eran niños y muchachos'. Esta enfermedad pudo haber sido la misma que afectó
a la capital en 1614. El 2 de agosto del mismo año, el Cabildo acordó pedir al convento
mercedario que una procesión de la Virgen recorriera las calles de Santiago, a fin de que
ella intercediera para detener la `peste general'.
La Peste de 1631-1632
Otro brote de tifus devastó Guatemala en 1631 y 1632. Fray Antonio de Molina informó
que, `en el año de 1631, hubo en esta ciudad de Guatemala una peste muy grande en que
murió muchísima gente y en los pueblos de la comarca y en todas las provincias de
Guatemala', y comentaba que la mortandad en la capital `fue terrible'. El 27 de abril del
año siguiente, el Ayuntamiento de Santiago pidió una vez más que se realizara una
procesión para suplicar la intervención divina contra la enfermedad. Ni Molina ni el
Cabildo identificaron la enfermedad, pero Thomas Gage proporcionó una descripción
bastante clara de tifus:
Junto a la viruela, el tifus fue una verdadera plaga para los indígenas de Guatemala
durante el resto del período colonial y parte del siglo XIX.
Se produjeron otros casos más difíciles de relacionar con brotes más extensos, lo que
indica que pudo tratarse de enfermedades con un radio de infección más limitado. Las
epidemias que afectaron a los cakchiqueles en 1588, 1590 y 1601 ilustran muy bien esta
dinámica local, así como también la `grande enfermedad' que afectó a Quezaltenango en
1585, y los 10 o más ejemplos que sintetiza el Cuadro 22. Como lo sugiere una
evidencia posterior en la Sierra de los Cuchumatanes, el impacto espacial de la
enfermedad podía muy bien localizarse en determinadas comunidades, sin llegar a
afectar a los pueblos vecinos.
Conclusiones
Con base en la evidencia documental conocida, no es dudable que en Guatemala existió
una relación directa entre las epidemias y la despoblación indígena en los primeros años
de la Colonia. Los testimonios de la época sobre la disminución demográfica de los
indígenas entre 1539 y 1617, según lo indica el Cuadro 19, pueden relacionarse con la
extensión y la localización de los brotes de enfermedad, como se indican en los Cuadro
21 y Cuadro 19, respectivamente. Guatemala fue afectada por lo menos por ocho
grandes brotes epidémicos entre 1519 y 1632, además de casos menos generalizados
que ocurrieron con más frecuencia en el mismo período. No debe olvidarse que los
documentos consultados son registros escritos que han sobrevivido a inundaciones,
incendios, terremotos, negligencia y robo, tanto en el caso de los que se encuentran en
Guatemala como en aquellos que fueron remitidos a España. Además, no
necesariamente se registraron todos los brotes de enfermedades. El testimonio
documental tiende más a disminuir que a acentuar las trágicas consecuencias de las
epidemias que cortaron tantas vidas de indios.
ROSA HELENA CHINCHILLA
La lingüística en Guatemala en los siglos XVI y XVII marca el principio de una época
llena de contradicciones y descubrimientos inconclusos. El hombre renacentista y
barroco que llegó de España trajo consigo la nueva ciencia de los idiomas vulgares que
empezó con Dante, Nebrija y Du Bellay. Los primeros intentos de conocer los idiomas
europeos llevaron a los descubridores de América a tratar de conocer lo otro, lo
americano. En las Indias Occidentales encontraron una realidad lingüística totalmente
distinta, pero a la vez bastante sofisticada. Los idiomas de Mesoamérica valoraban la
retórica y alcanzaron una alta expresión literaria. Motivados sin duda por sus afanes
religiosos, los europeos que vinieron a América comenzaron a investigar a fondo los
idiomas de Guatemala, casi exclusivamente con un sentido utilitario.
Libros como la Políglota, que incluye una gramática del hebreo y un vocabulario, y
además gramáticas españolas del hebreo y árabe del siglo XVI, muestran que los
españoles tenían la experiencia para emprender con buen éxito el aprendizaje de
idiomas muy distintos del latín y el castellano. La tradición de traducir que tenían los
españoles del medioevo, y la particular situación surgida a raíz de la conversión de
moros y judíos, son elementos que deben haber afectado la preparación de los clérigos
franciscanos, agustinos y dominicos para estudiar lo que encontraron en las Indias
Occidentales. A principios del siglo XVI se hizo relevante que, aparte de la muy
conocida gramática y el vocabulario de Nebrija, se publicaron otras gramáticas en
castellano, como las de Juan de Valdés, Cristóbal Villalón, Bernardo Aldrete, Alonso de
Ledesma y José Pellicer Valencia, y también las teorías de Alonso de Herrera y F.
Sánchez de las Brozas, las cuales trataban de las nuevas maneras de enseñar el latín.
Además, se deben haber conocido muchas gramáticas extranjeras, como las de Pietro
Bembo, A. Barclay, Meignet y Francisco Oliveira.
Los misioneros o predicadores que llegaron a las Indias tenían entonces más que los
rudimentos para empezar el conocimiento de una lingüística depurada. Sin duda,
aquellos estudiosos estaban contagiados por el afán de sistematizar las lenguas vulgares
del Renacimiento.
Los encargados de la ardua labor de comprender y enseñar a los amerindios fueron los
frailes franciscanos, dominicos y agustinos, principalmente, aunque también
participaron otros. En su estudio sobre la Nueva España, Robert Ricard describe dos
fases en esta labor de conversión. La primera empezó en 1523 con la llegada de los
primeros misioneros franciscanos a la Nueva España y terminó con la de los jesuitas en
1572. Los franciscanos, agustinos y dominicos trajeron consigo las ideas de la retórica,
la escolástica y la Contrarreforma. Más adelante, en el siglo XVII, también trajeron a
América el conceptismo y las ideas precartesianas de la lingüística.
Como se puede ver, el papel del misionero era doble: aprender el idioma del indígena y
enseñar las creencias cristianas en tal idioma. José Toribio Medina, en sus notas a la
primera reimpresión de la gramática de Marroquín, escribió:
... los obispos y doctrineros llegaron pronto a
persuadirse que la conversión de los indios resultaba
imposible si no se les enseñaban los preceptos de la fe
católica en su propia lengua. Para ese fin era
indispensable que se redactaran e imprimieran en seguida
los catecismos necesarios... No escaseaban, relativamente
hablando, eclesiásticos y seglares que, por su larga
residencia entre los indios o por su contacto diario con
ellos en los pueblos recién fundados, hubiesen llegado a
poseer con perfección los idiomas americanos...
Esta ley provee también cierta información que permite saber un poco más acerca del
nivel de investigación de los misioneros. En primer lugar, declara que ya se habían
traducido muchísimos textos religiosos para la época. También muchos de los
misioneros pidieron a sus estudiantes indígenas que escribieran sus tradiciones propias
para que los religiosos españoles no tradujeran imperfectamente. Ricard da el famoso
ejemplo de Bernardino de Sahagún y otros menos conocidos de México. Se ha
especulado mucho sobre el uso de estas ideas por los misioneros que preservaron el
Popol Vuh, el Memorial de Sololá y el Rabinal Achí. La ley reproducida antes cambió
sin duda los conceptos anteriores de muchos misioneros en Guatemala. Sin embargo, el
trabajo de cambiar el idioma de los indígenas resultaba inconmensurable, y el misionero
indudablemente siguió predicando en el otro idioma y no en castellano.
La lingüística de aquellos dos siglos es en gran parte una ciencia aplicada, generalmente
no teórica, lo cual resulta cierto respecto de la lingüística renacentista en general.
Muchas de las gramáticas escritas en Guatemala en la época que nos ocupa son escuetas
y de carácter totalmente descriptivo, pero otras dan además indicios de la actitud del
autor respecto al otro idioma o de ideas teóricas más concretas. Esta lingüística como
ciencia aplicada permitió, en el siglo XVIII, crear gramáticas más elaboradas a
escritores como Francisco Ximénez o José Ildefonso de Flores.
La variedad de los idiomas descritos, y de los trabajos hechos en los mismos, atestiguan
la importancia de las primeras aportaciones de los misioneros. Todos los avances
logrados en los siglos XVI y XVII se fundan en las ideas del Renacimiento sobre los
idiomas humanos y contienen preceptos que apenas se empiezan a revalorar.
Los textos que sobreviven son muchos. De los libros escritos por los misioneros hay
cinco clases: vocabularios, artes, confesionarios y doctrinas, sermones y teologías.
Muchos de estos libros combinan dos clases en un volumen. Seguramente los
manuscritos fueron copiados, y tuvieron una circulación grande. A continuación se
presenta una breve descripción del contenido general de ellos.
Vocabularios
Los vocabularios tuvieron una función claramente utilitaria. La mayor parte estuvo
organizada a partir del idioma indígena, lo cual indica que se usaban para entender a los
feligreses o en función de los libros escritos enteramente en el otro idioma. Algunos
vocabularios mezclaban dos idiomas parecidos, en especial cakchiquel y quiché. La
norma era mezclar los idiomas con indicación de las distinciones. Menos comunes eran
los vocabularios como el Vocabulario de la Lengua Castellana y Guatemalteca...
organizado a partir del idioma castellano. Esta clase de vocabulario pudo ser usada para
la traducción o, al revés, para el aprendizaje del español por indígenas. Fray Francisco
de Varela escribió un Calepino, que incluye una gramática, un vocabulario y algunas
adiciones. Otros vocabularios, como el Vocabulario del Mam i Español, dividen la
materia agrupándola por órdenes de animales, plantas, etcétera.
Artes
Las artes o gramáticas casi siempre terminan con un pequeño catecismo o
confesionario. Todas están basadas en el esquema del latín y la tradición de los
importantes gramáticos de los siglos anteriores. Dice G. Padley acerca del estudio de las
gramáticas de ese período:
Las gramáticas a veces son muy breves, tal como la que está al principio de la Doctrina
y Confesionario en Lengua Ixil. Ellas adquirieron más importancia en el siglo XVII,
cuando aparecieron impresas varias artes. El contenido de éstas era muy directo, casi sin
comentarios de los religiosos que las escribieron. Otro ejemplo sobresaliente es Arte,
Pronunciación y Ortografía de la Lengua en el mismo Idioma Cakchiquel. Esta es
talvez la única gramática escrita en cakchiquel de la época, y su uso puede ponerse en
tela de juicio por contener en su manuscrito la fecha 6 de julio de 1748.
Confesionarios y Doctrinas
Los libros de doctrinas son muy comunes y muchas veces aparecen anexos a otros
tratados. Por lo general incluyen los elementos básicos de la religión cristiana. Las
traducciones son útiles porque pueden servir para dar una buena idea de su nivel o de la
comprensión del idioma por parte del autor.
Sermones
Los sermones eran principalmente para uso de los párrocos. Su fin utilitario fue
marcado con claridad por su organización, casi siempre basada en los días festivos del
calendario litúrgico católico. Por lo general daban indicaciones del texto del Evangelio
que se utilizaba como base del sermón. El Libro de Comparaciones, de Fray Bartolomé
de Temporal, parece estar fundado en esta misma idea, aunque recibe un nombre
distinto. Normalmente, los títulos y anotaciones en las márgenes están escritos todos en
latín.
Algunos autores, como los frailes Domingo de Vico o Domingo de Ara, buscaban crear
obras más enciclopédicas. En múltiples obras, algunas de las cuales sólo parecen existir
en copia más tardía, Vico trató de llegar a los fundamentos del quiché, el cakchiquel y el
tzutujil. Dejó además dos vocabularios, un arte de la lengua quiché y varias teologías,
algunas copiadas varias veces, todo lo cual da al investigador moderno indicios de la
popularidad y utilidad alcanzada por la obra de Vico entre los padres de las órdenes
mendicantes. De Ara buscó hacer algo similar en su Egregium Opus, respecto del
idioma tzental o tzendal. Esta obra incluye una sección de comparaciones, otra de
sermones, otra del modo de administrar los sacramentos, una gramática, y también
anotaciones musicales para el canto. Los dos autores citados constituyen un digno
ejemplo de la dedicación y entrega de los misioneros respecto de sus tareas religiosas.
Teologías
Las llamadas Theologia Indorum abundan en manuscritos de gran interés. Contienen la
teología básica que los misioneros impartieron a los nativos de la época. Están escritas
completamente en idioma indígena, y por ello permanecen fuera del alcance de los no
versados en el mismo. Casi todas cuentan las historias del Viejo Testamento. La
presentación de conceptos, descripciones y traducciones de acontecimientos cristianos
en el marco de la religión indígena dio lugar a muchísimos estudios interesantes sobre el
conocimiento que tenían los misioneros de la religión nativa, y también del sentido que
el cristianismo pudo haber tenido para los indígenas de Guatemala.
Está todavía por hacerse un estudio en términos más teóricos, al estilo de las
investigaciones de Padley y los trabajos de los gramáticos y lingüistas de España, como
El Brocense, Juan de Valdés y Antonio de Nebrija. Se debe considerar a los autores
prolijos de las posesiones coloniales como partícipes de las corrientes renacentistas.
También debería hacerse un estudio histórico y biográfico de las vidas de los autores,
que señale su contribución al conocimiento de idiomas que han cambiado
permanentemente y de los cuales sólo quedan al hombre moderno vestigios escasos.
Hasta ahora pocos autores han hecho un trabajo de tal magnitud. Aquellos libros, por lo
tanto, constituyen no sólo una parte importante del patrimonio nacional, sino una fuente
invaluable del conocimiento histórico.
Muchísimos autores de manuscritos y libros publicados han sido investigados sólo muy
escuetamente. Un ejemplo de ello es la poca información dejada sobre personajes tan
importantes como Domingo de Vico o Francisco de Cepeda. Vico, como ya se ha
indicado, formó una colección importante de teologías, dos gramáticas y posiblemente
algunos otros documentos. Investigadores como J. Himelblau y René Acuña han
sugerido incluso que Vico fue autor del Popol Vuh, pero todo ello seguirá siendo
refutable hasta no saber más acerca del autor. Se necesita hacer investigaciones
paleográficas de los documentos importantes y biografías completas de los autores,
especialmente para saber qué clase de estudios habían hecho en España. En general, se
debe enfatizar en los libros que circulaban en la época y eran accesibles a los misioneros
y predicadores, para entender así el trasfondo teórico que tenían los religiosos que
participaron en los trabajos lingüísticos.
Cuadro 23
Bibliografía parcial de manuscritos o libros impresos (siglos XVI y XVII)
Albornoz, J. de, Arte de la Lengua Chiapaneca, (Ms. BNP; 1961, fotoedición en NL)
Anónimo, Arte del Idioma Maya, México: Francisco Gabriel de S., 1560, Buenaventura, México
--, Noticia Breve de los Vocablos más Usuales de la Lengua Cakchiquel, siglo XVII (Ms. BNP,
fotoedición en NL)
--, Vocabulario en Lengua Cakchiquel y Quiché o Utatleca, siglo XVII (fotoedición en NL)
--, Diccionario Quiché Procedente del Convento de Papuna, siglo XVII (Sánchez García)
--, Doctrina Christiana y Arte en Cakchiquel, 1692 (Ms. American Philosophical Society, fotoedición en
NL)
--, Sermones, Oraciones en Lengua Poconchí (siglo XVI-XVII, Ms. Peabody Museum, fotoedición en
NL)
--, Theologia de los Indios e Indoctrinación de ellos (siglo XVII, 2 volúmenes, fotoedición en NL)
--, Vocabulario en la Lengua Castellana y Guatemalteca que se llama cakchiquel chi (siglo XVII,
fotoedición en NL)
Ara, Domingo de, Copanaguastla Tzeltal Gramática (Doctrina y Confesionario en lengua Tzendal)
(fotoedición en NL)
Betanzos, Pedro de, Cartilla de Oraciones en las lenguas Guatemalteca, Utatleca y Tzutugil (1583,
fotoedición en NL)
Cáncer, Fray Luis, Varias coplas, versos e himnos en la lengua de Cobán de Verapaz sobre los misterios
de la religión para uso de los neófitos de la dicha provincia (siglo XVI, Ms. NL)
Cepeda, Fray Francisco de, Artes de los Idiomas Chiapaneco, Zoque Tzendal y Chinanteco (1560,
fotoedición en NL)
Ciudad Real, A. de, Vocabulario de la Lengua Maya (1600, Ms. John Carter Brown Library, fotoedición
en NL)
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Villacañas, Fray Benito de, Arte para aprender la Lengua Cakchiquel (Remesal, 259)
MICHAEL Y JULIA RICHARDS
Introducción
En este trabajo se examina la distribución de los idiomas en Guatemala al momento de
la llegada de los españoles y los procesos subsecuentes que se desarrollaron hasta 1700.
Guatemala es conocida por la gran variedad de las lenguas que componen su espectro
lingüístico. De los 23 idiomas indígenas que se hablan hoy, 21 proceden del tronco
lingüístico maya. Como todas las lenguas, las de Guatemala han evolucionado a lo largo
del tiempo. Se han producido cambios profundos en su desarrollo, causados éstos por
guerras, migraciones, nuevas colonizaciones, y otros factores que las afectaron de modo
considerable.
Los idiomas que hablaban los nativos de Guatemala sufrieron cambios internos
significativos entre 1524 y 1700, como resultado de la conquista militar, la disminución
de la población, la esclavitud, la subordinación a un poder extranjero y el cambio de
ubicación de las poblaciones. Las reducciones forzadas produjeron efectos lingüísticos a
todo nivel. Sin embargo, en este orden el fenómeno más significativo que afectó a los
indígenas fue la castellanización. El uso del español se extendió no sólo entre los
mestizos, negros, mulatos y zambos, sino también entre los indígenas, cuyos idiomas
sufrieron cambios al incorporar palabras y estructuras gramaticales del español.
En lugar de presentar aquí un análisis de cada una de las lenguas que existían al
iniciarse el período colonial y los cambios ocurridos en ellas, se enfoca el tema
mediante el análisis social e histórico del fenómeno lingüístico, tal como éste se
presenta en dicho período de rápidos cambios sociales. En algunos casos se alude a un
grupo social específico y su lengua, aunque es necesario reconocer que existen muchos
vacíos en el conocimiento de algunas situaciones particulares. La documentación que se
refiere a las tradiciones indígenas y a la dinámica social es escasa. En cambio, se tiene
abundante información acerca de la realidad demográfica y sobre los procesos
macrohistóricos ocurridos en la región durante esa época.
Por otra parte, se sabe bastante sobre los procesos macrohistóricos que promovió la
legislación española. Además se puede hacer buen uso del conocimiento actual sobre la
variedad de lenguas que se hablan en Guatemala. Finalmente, en la reconstrucción de
los movimientos evolutivos observados por los idiomas en el pasado, se pueden
aprovechar la teoría lingüística contemporánea y la sociolingüística, a fin de hacer las
necesarias inferencias. Por razones vinculadas a la continuidad de la documentación,
este trabajo se restringe al área que estaba bajo la jurisdicción de Santiago de Guatemala
durante los inicios del siglo XVI.
Las tribus guerreras que emigraron de distintas regiones de México hacia lo que es
actualmente Centro América, a partir de la segunda mitad del siglo XV, lo hicieron para
conjurar la presión política del imperio azteca. Las migraciones usaron las rutas
comerciales establecidas cientos de años antes, a través de la planicie costera del
Pacífico o siguiendo los valles de los ríos.
Jorge Suárez afirma que la influencia cultural mexicana se enraizó más profundamente
entre las élites; el campesinado rural, que era la base de la pirámide social, resultó
menos afectado. Dice así:
A la llegada de los españoles había en Guatemala una serie de señoríos, el más grande
de los cuales era el quiché (k'iche'). Los quichés, cakchiqueles (kaqchikeles), rabinales y
tzutujiles (tz'utujiles) conformaban entonces señoríos separados. En el lapso de sólo dos
generaciones (entre el final del siglo XIV y la mitad del siglo XV, y particularmente
durante el reinado de Kikab), los quichés extendieron su control, de modo considerable,
pues ampliaron su dominio del Altiplano hacia el Pacífico. En su máximo apogeo, el
Estado quiché incluyó aproximadamente un millón de habitantes.
La entidad social conocida como calpul, representaba unidades sociales más grandes,
pero que se hallaban muy lejos del tinamit como para ser fácilmente incorporadas. En
general se trataba de colonias de macehuales (gente común), organizadas a lo largo de
las divisiones territoriales establecidas por los pueblos conquistados. Para controlar a
los calpules más distantes, los gobernantes enviaban funcionarios de sus linajes. Estas
áreas fronterizas fueron las que más a menudo sufrieron cambios al efectuarse alianzas
políticas, o cuando hubo modificaciones de las fronteras. Las regiones que en la
actualidad representan zonas de entrecruzamiento lingüístico eran las áreas que
constantemente cambiaban cuando había una expansión o retracción de las fronteras
territoriales. Las mayores divisiones dialectales que hoy encontramos entre las lenguas
corresponden a lo que fueron las fronteras de acuerdo con los linajes que existieron en
la época prehispánica. Un ejemplo ilustra el fenómeno: durante el período previo a la
Conquista, los cakchiqueles abarcaban varios linajes. Los principales fueron el xahil, el
tzotzil, el tukuché y el akajal. Los primeros tres habían sido aliados cercanos de los
quichés y servido como el brazo armado de todo el reino antes de su desintegración. La
rama akajal de los cakchiqueles, que habitaba las áreas cercanas a lo que actualmente es
San Martín Jilotepeque y el Valle de Chimaltenango, no estuvo con los quichés. Lo que
en la actualidad se conoce como el área de la rama oriental del dialecto cakchiquel es
donde estuvo asentada la cultura akajal cakchiquel. El área de la rama occidental del
dialecto cakchiquel corresponde al lugar donde estuvieron asentados los linajes que una
vez fueron aliados de los quichés, pero de los cuales se separaron más tarde para fundar
su capital en Iximché.
Uno de los efectos lingüísticos más inmediatos de la Conquista fue la masiva reducción
de los hablantes de las lenguas autóctonas, a lo que contribuyó la transferencia de éstos
a regiones lingüísticamente diferentes. Hubo casos de comunidades que quedaron con
un número tan bajo de hablantes nativos que casi resultó imposible la sobrevivencia del
idioma original.
Los pueblos de indios (reducciones) no siempre funcionaron como una unidad. Como se
mencionó antes, cuando se hicieron las congregaciones hubo casos en que se unieron
varios chinamitales para formar un solo pueblo. Los chinamitales llamados
parcialidades por los españoles, a menudo se juntaron sin un criterio definido. Este fue
el caso en la región ixil, a donde llegaron muchos indios lacandones sacados de sus
tierras en 1562 y enviados a los pueblos de Chajul, Nebaj, Cotzal y Uspantán. Una vez
unidos en el poblado, los diferentes linajes con frecuencia seguían funcionando como
entidades sociales y económicas separadas. Los barrios compuestos por diferentes
chinamitales mantenían ciertas formas de matrimonio prehispánicas y alguna
especialización económica. De acuerdo con George Lovell y William Swezey, lejos de
dar como resultado las entidades armoniosas que la legislación colonial trataba de
promover, muchos pueblos que fueron forzados a unirse se convirtieron en un mosaico
de parcialidades con contactos entre sí pero no unidas, que coexistieron pero no siempre
cooperaron entre sí.
Las estructuras derivadas del chinamital habían definido la base de la identidad indígena
antes de la Conquista, y aunque se congregaron chinamitales diversos, aquellas
personas que descendían de uno de ellos todavía consideraban a las demás como
miembros de otros grupos. La consecuencia lingüística de dicho mosaico de
parcialidades fue el surgimiento de un dialecto intracomunal, donde cada grupo luchaba
por mantener su identidad merced a la preservación y elaboración de formas lingüísticas
distintivas. Un ejemplo de ello es el enclave cholán, en el barrio de Acalá de Cobán,
cuyos orígenes se remontan a 1559 y donde aún se hablaba cholán o choleño en el siglo
XIX. Aún hoy no es raro encontrar variaciones de esta lengua en un barrio o una
comunidad indígena en la región del Altiplano guatemalteco.
En algunos casos los linajes se resistían cuando otros grupos querían imponerse y
prolongar su hegemonía. En Santiago Atitlán, por ejemplo, los líderes indígenas del
linaje Chiyá se quejaron porque en la congregación había `indios rebeldes que deseaban
mantenerse fuera de su autoridad y que desobedecían sus órdenes concernientes al
monto del tributo que debían pagar'. En muchos casos, los indígenas `rebeldes' huyeron
de la comunidad que les había sido asignada.
En muchos casos, el hecho de escapar de los pueblos para empezar a residir nuevamente
en los lares ancestrales no impidió que los españoles se esforzaran en cobrar el tributo o
promover el trabajo forzoso. Por tal razón, algunos indígenas decidían trasladarse a
zonas más remotas, montaña adentro. La reubicación de ciertos grupos de las
parcialidades en áreas más alejadas, donde el comercio y la comunicación eran más
restringidos, trajo como consecuencia que su identidad y la lengua se circunscribieran y
cerraran aún más.
El patrón lingüístico creado por medio de las reducciones fue bastante parecido al
encontrado en los tiempos prehispánicos. Las regiones lingüísticas estaban compuestas
por pequeños grupos con variaciones idiomáticas distintivas y mutuamente inteligibles,
habladas en unidades sociales delimitadas geográficamente. Bajo el sistema de
municipios, la congregación de lenguas diversas en un centro sirvió para adoptar formas
lingüísticas de otras lenguas. La `nivelación' entre los dialectos, como resultado de vivir
en un mismo poblado, trajo como consecuencia el desarrollo de una nueva lengua que
sirvió como un símbolo tangible de la nueva identidad comunal desarrollada.
La topografía del país reforzó el aislamiento de los pueblos de indios. Aunque estaban
bajo la guía espiritual de un clérigo, la conducta social cotidiana aún estaba bajo el
gobierno indígena. Los españoles mantuvieron el sistema de estratificación social
prehispánica y utilizaron a los señores para recolectar el tributo y para asignar a los
indígenas el trabajo a que estaban obligados bajo el sistema de repartimiento. Este
hecho particular tuvo sus peculiares consecuencias en el esquema evolutivo de los
idiomas.
A finales del siglo XVI, sin embargo, los líderes indígenas habían perdido mucho de su
poder. Esto sucedió por dos razones: primero, porque los españoles con frecuencia y
con toda libertad cambiaban a los caciques, que eran los que poseían la autoridad
legítima, por personas más inclinadas a cooperar con sus deseos. Segundo, porque
después de un tiempo los miembros de un linaje noble tuvieron dificultades para
demostrar las líneas de su ascendencia. La falta de una autoridad legítima y además el
descenso de la población, afectaron la jerarquización social. Las formas específicas de
estratificación social y política, heredadas socialmente, fueron reemplazadas por otras
basadas en el servicio y en la lealtad al sistema de la comunidad. Alrededor de esta
nueva forma de organización se desarrolló un complejo sistema de cargos establecidos
jerárquicamente, y que cubría tanto el orden civil como el religioso. Muchos de los
cargos eran de importación directa de España.
Los encomenderos no cumplieron con una ni otra cosa. Los primeros indígenas que
aprendieron el español no fueron utilizados para enseñar a otros indios la fe católica,
sino como intérpretes de los conquistadores en el proceso de conquista de otros pueblos
nativos; fueron usados asimismo para ayudar a los colonizadores en la administración
de los territorios sometidos y para auxiliar a los encomenderos en la explotación de la
fuerza laboral indígena. Fray Bartolomé de Las Casas pidió que se privara a los
encomenderos de la atribución de educar a los indígenas, pero no fue sino hasta la
promulgación de las Leyes Nuevas, en 1542, que se dejó dicha responsabilidad en
manos de las órdenes religiosas.
A lo largo de los años, algunos miembros de las órdenes religiosas aprendieron los
idiomas vernáculos e hicieron diccionarios y gramáticas. También utilizaron sus
conocimientos para fortalecer su posición en el marco de la jerarquía del poder colonial.
Después de la reducción a pueblos, se decidió que sólo los frailes podían vivir en las
comunidades indígenas. Shirley B. Heath afirma que el mantenimiento de las lenguas
aborígenes en las comunidades fue promovido por los frailes, porque ello les permitía
vivir armoniosamente con los nativos y, al mismo tiempo, se evitaba así que llegaran
otros españoles a las comunidades. Evidentemente, el conocimiento de las lenguas
locales que adquirieron los frailes les dio ventaja sobre la jerarquía religiosa. El
aislamiento de los indígenas en sus pueblos administrados por miembros de las órdenes,
convirtió a éstos en la primera autoridad europea en la vida religiosa, política y judicial
de las comunidades. Ello les dio, por consiguiente, un gran poder social y les permitió
evadir el cumplimiento de las órdenes superiores, por ejemplo en cuanto a utilizar el
español en los asuntos catequísticos y administrativos.
Para justificar su negativa a utilizar el español en los procesos de enseñanza, los frailes
adujeron que una conversión más representativa sólo se llevaría a cabo si los indígenas
eran enseñados en su propio idioma. También argumentaban que aprender el catecismo
en español era, en el mejor de los casos, transitorio y superficial, ya que se limitaba a la
repetición de frases y respuestas del catecismo. En 1570, el Virrey de Perú, Francisco de
Toledo, consideró que los sacerdotes enseñaban en un español corrompido, y que los
indígenas aprendían a repetir el credo y los ritos sin entender más de lo que entendería
`un loro' que aprendiera a hablar.
Los frailes encontraron una gran diversidad lingüística en sus parroquias. En México
comprobaron que usar tantas lenguas era una situación casi insuperable, por lo que
recurrieron al náhuatl, el idioma de los aztecas, como especie de lengua común. En
respuesta a una petición de los frailes, Felipe II estableció en 1570 el náhuatl como la
lengua oficial de los indígenas de la Nueva España. Algo similar ocurrió en el Perú, en
relación con el quechua. No se sabe hasta qué punto se llegó a hacer lo mismo en
Guatemala. En 1788 se aseveraba que en parte de lo que hoy es Guatemala, el
cakchiquel servía como `lengua general' porque `el que entendiere o hable dicho idioma
cakchiquel entenderá y hablará también el quiché y tzutujil, con la diferencia de que en
pocas palabras se distinguen'.
A lo largo del siglo XVI y bien entrado el siglo XVII, los líderes religiosos promovieron
el uso del cakchiquel y otros idiomas nativos como medio de conversión. De acuerdo
con Remesal, los frailes podían predicar en una lengua indígena después de tres meses
de haber empezado a escucharla. En 1632, `los frailes dominicos administraban los
sacramentos en unas diez lenguas indígenas diferentes, y la orden se vanagloriaba que
había frailes que conocían cuatro, cinco y hasta seis lenguas nativas'.
Poco a poco empezó a disminuir el entusiasmo inicial de los primeros frailes que
deseaban aprender y enseñar en las lenguas nativas. Muchos de los sacerdotes que
vinieron al Nuevo Mundo se resistían a aventurarse fuera de las ciudades y adentrarse
en las áreas rurales. Después de medio siglo de colonización había suficientes indígenas
que hablaban el español, de manera que los religiosos y sacerdotes seculares podían
llevar a cabo su misión catequística con la ayuda de traductores.
Thomas Gage se refiere a su aprendizaje del idioma que hoy se identifica como
pokomam (poqomam), alrededor de 1630, en el pueblo de Petapa, con la ayuda de un
fraile anciano, Pedro de Molina. Aunque ese autor por lo general se mostraba poco
favorable hacia los religiosos católicos, reconoció que los frailes de su Orden (los
dominicos) eran `muy entendidos en lenguas indias' y que habían compuesto
`gramáticas y diccionarios para facilitar la tarea' a quienes les sucedieran en sus puestos.
Según Gage, a los frailes no les gustaba enseñar a otros mientras vivían, por temor a que
los desplazaran de sus cargos. De acuerdo con el método que Fray Pedro de Molina
utilizó con él mismo, relata Gage, primero recibió `un breve esquema' con los
rudimentos, `que consistían principalmente en declinar nombres y conjugar verbos' (lo
cual Gage aprendió con facilidad en una quincena), y después `un diccionario de
palabras indias, que era el resto de lo que tenía que estudiar sin libro', hasta que fuera
capaz de predicar. Esto último sólo lo consiguió al hablar y cambiar impresiones con los
indígenas.
Los altos jerarcas de la Iglesia intentaron desacreditar a los frailes criollos al informar
en España que éstos se habían vuelto muy tolerantes en cuanto a las costumbres y
tradiciones religiosas de los indígenas. Los sacerdotes peninsulares argumentaban que
sólo ellos podían enseñar a los indígenas `buenas costumbres', precisamente porque no
habían sido objeto de la `tentación' de vivir con los nativos y aprender su lengua.
En 1634, Felipe IV determinó que toda la doctrina cristiana debía ser enseñada
únicamente en lengua española. De aquí en adelante, el español fue reconocido
teóricamente como el medio eficaz para enseñar la doctrina cristiana y para la
unificación de las colonias. Con el fin de promover más el aprendizaje del español, la
Corona emitió una cédula por la cual se establecía el conocimiento de dicho idioma por
los indios principales como un prerrequisito para desempeñar cargos públicos y optar a
posiciones importantes. El Visitador Antonio de Lara elaboró en 1646 una serie de
ordenanzas, en las cuales resumió la política oficial sobre la castellanización:
No. 6. En todos los pueblos de indios haya un maestro que enseñe el español todos los
días a los niños de cinco a ocho años. Hágase en la plaza del pueblo una galera que sirva
de escuela. El maestro tendrá el derecho de obligar a los padres a que sus niños asistan a
la escuela que para eso `traía vara de la Real Justicia'. Queda exento de todo tributo y
servicio y se le pagará de la Caja de Comunidad del pueblo.
No. 9. Se conceden privilegios a los indios que supieren la lengua castellana, como
vestir a la usanza española, traer capa y andar a caballo con silla, freno y espuelas, y
tener mula de recua, aunque les estuviera prohibido por viejas ordenanzas.
No. 10. Todos los indios deberán aprender castellano y las justicias no les consentirán
hablar en otra lengua, castigando con azotes al que lo hiciere en público, y no admitirán
petición ni memorial que no venga escrito en castellano.
No. 11. El maestro será quienquiera que supiere castellano, mestizo o mulato.
No. 12. Quien no sepa español, no puede ser alcalde. Y si no lo hay uno, tráigaselo del
pueblo vecino. Los que lo sepan, sean preferidos para alcaldes, regidores, escribanos,
mayordomos de comunidad y mesoneros.
No. 39. Lo que se cante en los bailes, cántese en español.
En la región de la planicie costera del Pacífico, que tradicionalmente estaba ocupada por
asentamientos dispersos de hablantes de lengua pipil, la extinción de este idioma
indígena ocurrió en el curso de pocas generaciones, ya que fueron rápidamente
absorbidos por la matriz sociolingüística española. Francisco de Solano se refiere así a
este problema:
La zona de tierra caliente es insalubre, endémica a
ciertas enfermedades tropicales: el paludismo se encarga
de diezmar la población. La zona no se despuebla, porque
se compensa con la emigración interior de otras zonas.
Pero esta `masa india se castellanizará', no sólo por el
contacto con el europeo, sino por servirle el español como
`lengua de contacto y de expresión con los otros indios
emigrantes', de grupos lingüísticos diferentes del suyo.
En regiones del Altiplano ocurrió que mientras los pueblos indígenas y sus idiomas
permanecieron casi intactos, muchos nativos experimentaron una continua pérdida de
sus tierras ancestrales, especialmente porque no poseían títulos de propiedad. Durante
los primeros dos siglos del período colonial, muchos pueblos indígenas fueron
encerrados por franjas de tierras fértiles que cayeron en manos de españoles y ladinos.
Resumen y Conclusiones
Se ha descrito el contexto lingüístico de Guatemala durante la primera parte del período
colonial, o sea de 1524 a 1700. Se analizaron antes los efectos que tuvieron en los
idiomas varios de los procesos sociales derivados de los cambios catastróficos de la
Conquista y de las subsiguientes transformaciones durante la Colonia. Se examinaron
tres procesos importantes en las lenguas: 1) su disminución por los efectos devastadores
de la guerra, las enfermedades y la esclavitud; 2) la unificación y atrincheramiento de
una diversidad de idiomas, como consecuencia de la reducción o congregación; y 3) la
expansión del español por las políticas de castellanización y la emigración de los
españoles, ladinos y mulatos hacia las planicies costeras y regiones que quedaron
disponibles.
Un importante proceso lingüístico que se llevó a cabo en los inicios de la época colonial
fue la unificación y afirmación de las variaciones en las lenguas de cada comunidad. La
práctica colonial de la reducción, por medio de la cual los grupos indígenas dispersos se
congregaron en pueblos, tuvo un efecto profundo en la evolución de las lenguas
indígenas. En los pueblos se produjo la `nivelación' de los dialectos, como resultado del
contacto intenso entre las diferentes variedades. Con el tiempo en cada pueblo surgió un
idioma que se afianzó como el único de esa comunidad. Los procesos sociales que
afectaron la dinámica lingüística observaron sus propios cambios endógenos, y la
ideología del idioma incluyó la configuración compleja de los siguientes elementos: la
congregación o reducción de distintos linajes, cuyos miembros hablaban dialectos del
mismo idioma o lenguas diferentes, en una cabecera municipal; el aumento del
aislamiento social como resultado de las políticas reguladoras coloniales que limitaban
la interacción social foránea y acentuaban la integración de la sociedad; y la imposición
de la migración colectiva de indígenas por los sistemas laborales forzados.
En cada pueblo existió una situación política y económica diferente, con su propia
dinámica y sus fenómenos sociales particulares, como la endogamia comunal y la
continuidad de prácticas prehispánicas, expresión esta de una identidad basada en la
descendencia. Todo ello contribuyó al desarrollo, mantenimiento y perpetuación de los
idiomas nativos.
Los idiomas que sufrieron la mayor pérdida fueron el pipil y el xinca, localizados en la
Costa del Pacífico, área muy afectada por las enfermedades que casi aniquilaron la
población de las Tierras Bajas. Lo mismo ocurrió con el toquegua, en la Costa atlántica,
al este del Río Dulce.
Conforme la región de la Bocacosta del Pacífico se convirtió en el foco de la economía
de exportación colonial, la misma absorbió miles de indígenas procedentes de las
Tierras Altas. El español fue adoptado como el medio de comunicación no sólo para
tratar con los europeos, sino como lengua franca entre toda la población aborigen. A
finales del siglo XVII, los xincas y pipiles mantenían cierto grado de bilingüismo (su
idioma y el español), pero no lo conservaron por mucho tiempo. Poco a poco estas
lenguas se redujeron en sus respectivas regiones en la zona costera del Pacífico.
La castellanización fue el tercer proceso lingüístico importante que emergió del cambio
en la configuración sociocultural. En algunas regiones de la Provincia de Guatemala el
español se convirtió en la lengua dominante, en parte por la interacción con los
españoles en los centros urbanos, pero sobre todo por el contacto con los comerciantes y
propietarios de tierras, ladinos y mulatos, que incursionaron en los territorios y poblados
indígenas. El español desplazó al xinca y al pipil en la Costa del Pacífico, le ganó
terreno al cakchiquel en el centro colonial de Santiago de Guatemala y en los valles
circundantes, al pokomam en los valles de La Ermita, Mixco, Las Vacas, Pinula y a lo
largo del valle del Motagua; al pokomchí en los valles de Saltán, Chivac y Urram; y al
chortí en la región del Motagua, de Zacapa a Esquipulas.
Al principio del período colonial, la Medicina fue pobre como ciencia y su práctica
estuvo condicionada a factores propios de la época: falta de desarrollo, aislamiento y
desconocimiento del entorno. Todo ello hizo que la Medicina en el Reino de Guatemala
fuera practicada por charlatanes, que se establecieron en el país o transitaban por él.
Eran personajes que tenían escasos conocimientos médicos y mezclaban la Medicina
con la magia, pues tenían criterios y pensamientos de herencia medieval, pretendían
dominar la ciencia médica o alguna rama de ella, y la practicaban a su antojo.
La Orden de San Juan de Dios, llamada también de los Hermanos Hospitalarios, tuvo a
su cargo los hospitales de la Colonia, a excepción del Hospital de la Misericordia y el
Hospital de Convalecientes de Nuestra Señora de Belem. El primero que atendieron los
miembros de dicha Orden fue el Hospital Real de Santiago. Con posterioridad les fue
otorgada la atención y administración del Hospital de San Lázaro, donde empezaron a
trabajar el 23 de febrero de 1640. El Hospital de San Pedro Apóstol les fue entregado a
partir de mayo de 1663, y el Hospital de San Alejo pasó a su tutela y atención en
noviembre de 1667. Finalmente, tuvieron a su cargo el Hospital San Juan de Dios, en la
nueva Guatemala.
Primeros Hospitales Coloniales
Se pueden mencionar algunos antecedentes de importancia en la fundación de los
primeros hospitales en América. Por ejemplo, el Comendador Nicolás de Ovando,
Gobernador de Santo Domingo, fundó y construyó, en 1502, el Hospital y Templo de
San Nicolás de Bari, que fue el primero de América. Hernán Cortés fundó en la ciudad
de México el segundo, en 1522.
En 1516, Fray Bartolomé de Las Casas consideró que uno de los beneficios que se debía
otorgar a los indios en el Nuevo Mundo era la atención hospitalaria, y mantuvo tal
criterio en su lucha por mejorar la condición de los nativos. Oportunamente la Corte se
hizo eco de tales preocupaciones. En este sentido se emitieron instrucciones que están
vinculadas al trabajo de Fray Bartolomé de Las Casas. Remesal explica esto de la
manera siguiente: `Los otros capítulos de la instrucción... contenían... que se hiciese un
hospital y que los pueblos fuesen más a gusto del cacique que ser pudiese y de los
indios en cuanto al sitio'.
Hospital de la Misericordia
Éste fue el primer hospital en la historia del Reino de Guatemala. Su fundación se
ordenó en 1527, pero se principió a edificar hasta 1530 y duró el mismo tiempo que la
capital en Almolonga. Se concluyó tarde por la natural desorganización derivada de la
fundación de la ciudad, así como por los trastornos que causó la venida del Visitador
Francisco de Orduña, enviado en 1526 por la Real Audiencia de México a solicitud de
vecinos inconformes en la naciente ciudad. Orduña fue un personaje que ejerció una
oscura influencia hasta el regreso de Pedro de Alvarado el 11 de abril de 1530.
Como dato de importancia sobre este hospital, José Flamenco menciona el Cabildo del
9 de noviembre de 1530, en cuya acta se anotó:
Dado que la ciudad contaba ya con un hospital, el de San Alejo, destinado a prestar
atención médica a los indígenas, el Obispo Marroquín solicitó al soberano la necesaria
autorización para fusionar el Hospital Real de Santiago con el de San Alejo. Las
ventajas de la unión serían múltiples, no sólo en lo social sino en lo económico, pues al
estar unidas las rentas de ambos se lograría una mayor eficiencia del nuevo centro,
traducida en una mejor atención a los pacientes. El Rey aceptó la propuesta y mandó
fusionar los dos centros por medio de real cédula del 29 de noviembre de 1559. Sin
embargo, la orden no pudo cumplirse pues, en contra de lo esperado, se encontró una
tenaz resistencia de los indígenas que no querían mezclarse con los españoles. No
obstante que durante un corto período fue considerado como un solo centro, la
separación se decidió nuevamente en 1569 ó 1578. Este hecho se pudo haber producido
a instancias de los mismos indios, quienes se habían percatado que al morar entre
españoles se contagiaban y enfermaban más fácilmente.
Al siguiente año, 1686, el hospital tuvo que ampliarse, pues resultaba ya insuficiente, no
sólo por la incorporación del otro hospital, sino también por el crecimiento de la ciudad.
Esta mejora se obtuvo por la compra de unas casas vecinas. Durante 1687 se le
efectuaron también reformas como consecuencia del aparecimiento de una epidemia de
tifus, situación que obligó al Cabildo a donarle 1,000 pesos. Con este aporte se aumentó
el número de camas, de 24 que existían para hombres y mujeres, a más de 70.
Este hospital tuvo un gran auge y crecimiento, lo que obligó a su traslado a un solar
cercano al convento de Santo Domingo, donde se hacía más fácil su administración por
los dominicos, que lo atendían por entonces. En esta época llegó a contar con médico,
botica y barbero.
La construcción de este hospital se ordenó en 1636 por medio de real cédula de Felipe
IV, en la cual se le dotaban con 4,000 ducados. Sin embargo, en 1683 no estaba aún
concluido, por lo que el Cabildo ayudó a la construcción con 300 pesos, y el Doctor
José Baños y Sotomayor también aportó ayuda económica para terminar la obra. Desde
su creación el hospital fue administrado por la Orden de San Juan de Dios, lo cual se
oficializó el 23 de febrero de 1640 por disposición del Presidente Quiñónez y Osorio.
La construcción tuvo atrasos por distintos motivos, como la muerte del Obispo
González Soltero, pero se agilizó con la llegada del Fray Payo de Rivera, quien continuó
la obra. Se terminó el 6 de diciembre de 1662, junto con la primera iglesia de bóveda en
Santiago. El mismo Fray Payo de Rivera lo inauguró y bendijo. Su primer rector fue el
chantre de la iglesia Catedral Antonio Alvarez de Vega y su ecónomo fue Salvador de
Nebrixa, quienes lo administraron hasta el mes de mayo de 1663, fecha en que lo
tomaron a su cargo los religiosos de la Orden de San Juan de Dios.
Hospital de Convalecientes de Nuestra Señora de
Belem
El primer hospital de convalecientes del Reino de Guatemala y probablemente de
América fue el de Nuestra Señora de Belem (ver en esta misma sección el trabajo sobre
la Orden Hospitalaria de Belem, de Ernesto Chinchilla Aguilar), que fue fundado por el
Beato Hermano Pedro de San José de Bethancourt. Su funcionamiento se autorizó por
real cédula de 1660.
La Orden de San Juan de Dios cumplió mejor su misión en la antigua capital que en la
nueva Guatemala de la Asunción. Después del traslado de la ciudad, en efecto, hubo
quejas sobre la atención prestada en el Hospital San Juan de Dios, especialmente a
finales del siglo XVIII.
Introducción: Economía
El Pensamiento Económico
La historia de la economía debiera cubrir los hechos relacionados con la producción,
distribución y consumo de bienes y servicios a fin de satisfacer las necesidades del ser
humano. Sin embargo, los trabajos de la Historia General en el área de economía no
cubren tales tópicos por falta de la información de que se adolece en la actualidad.
Dichos trabajos se distribuyen en tres grandes apartados: 1) los factores de producción y
las instituciones sociales directamente vinculadas con los mismos, que incluyen los
elementos siguientes: la mano de obra, los bienes físicos de capital, la tierra y la
tecnología; 2) las actividades de producción y generación de servicios: la agricultura, la
minería, la manufactura y la industria, y los servicios, incluyendo entre éstos el
comercio y las comunicaciones; y 3) la moneda y las finanzas públicas.
Para lograr la apropiación de parte de la riqueza que estaba en manos de otras naciones,
se establecían medidas económicas como las siguientes: impuestos altos a la
importación, lo que motivaba y protegía la producción interna y además desmotivaba la
compra de bienes traídos de otros países; e impuestos al consumo, para desmotivar el
consumo de la producción interna, con el objeto de tener más bienes disponibles para la
venta en el exterior, aunque ello fuera a costa del consumo mínimo necesario de los
estratos poblacionales pobres de la nación. Adicionalmente, se estilaba establecer un
gran número de regulaciones económicas, entre las cuales estaban el control de precios
y de calidad de los productos, medidas para el uso de la mano de obra, establecimiento
de monopolios legales, otorgamiento de privilegios económicos especiales, etcétera.
Dichas regulaciones no permitían libertad en la realización de las actividades
económicas.
La política económica de los países europeos hacia sus colonias, con base en el
pensamiento mercantilista, se caracterizó por dos elementos que pueden también
identificarse con dos períodos: el primero fue la extracción de metales preciosos, cuya
posesión, como se señaló, representaba el nivel de riqueza de una nación; y el segundo
fue asignar a las colonias la función de proveedoras de materias primas, las cuales, una
vez procesadas, como en los casos de Inglaterra, Holanda y Francia, se incorporaban en
el sistema de exportación de manufacturas. Esto permitía el excedente deseado en la
balanza de pagos del comercio exterior, por medio del cual se podían acumular metales
preciosos.
Los principales exponentes del pensamiento mercantilista fueron John Locke (1632-
1704), quien en 1690 delineó importantes conceptos sobre la teoría del valor basada en
la mano de obra, los cuales se incluyeron en su libro Of Civil Government; y Richard
Cantillón (1685-1734), quien representa una figura de transición entre la concepción
mercantilista y la escuela de la economía clásica, que es la escuela económica cuyos
planteamientos dominaron el período siguiente.
Inglaterra, durante los dos siglos en mención, logró no sólo establecer su sistema de
colonias (Walter Raleigh fundó Virginia en 1584) sino además realizó una revolución
agraria dentro de su territorio, basada en la producción de lana para la manufactura
textil, la secularización de las tierras de los monasterios y la privatización de las tierras
comunales. La manufactura textil se basó más en el trabajo a domicilio que en el trabajo
realizado en grandes empresas, y se inventó e introdujo la máquina de hilar de pedal.
Por su lado, Holanda dominó el comercio que durante los siglos anteriores había
controlado la Hansa alemana, y ocupó el espacio hacia el norte y centro de Europa,
hacia Rusia e Inglaterra y hacia sus propias colonias. Logró también un desarrollo de la
manufactura textil en las ramas de lino y seda; se convirtió en un centro de construcción
de navíos y en 1609 estableció el Banco de Amsterdam.
La Economía Guatemalteca
La economía guatemalteca de los siglos XVI y XVII se inició con el proceso de
acoplamiento entre el antiguo sistema económico precolombino y el nuevo sistema
económico que demandaba España de sus colonias, enmarcado éste en el pensamiento
mercantilista de la época, el cual valoraba la posesión de minerales preciosos: oro, plata,
piedras preciosas, como manifestación de riqueza nacional, tal como se señaló arriba.
El auge del cacao terminó, alrededor de 1570, por dos causas: la primera fue el cultivo y
exportación del cacao de Guayaquil, al cual siempre se consideró de menor calidad que
el de Soconusco, por lo que tenía un precio mucho menor. La segunda causa fue la
escasez de mano de obra indígena para su cultivo en las zonas tropicales calientes de la
Costa del Pacífico, no sólo porque se diezmó la población nativa cercana a las áreas de
trabajo sino también porque había ocurrido lo mismo en los poblados del Altiplano, de
donde por varias décadas se obligó a los indígenas a migrar a Soconusco para atender
dicho cultivo, el cual requería de atención intensiva todos los meses del año.
El período de cultivo del añil presenta, durante los siglos XVI y XVII, tres etapas: la
primera es la de generalización de su cultivo que duró hasta 1620; le siguió una etapa de
letargo, que duró hasta alrededor de 1670; y por último el primer período de auge, en el
cual aumentó considerablemente la producción y exportación y que abarcó el período
1680-1720.
La etapa de letargo fue causada por la escasez e irregularidad del transporte del
producto a España, de donde se reexportaba a Inglaterra, Holanda y Francia; y la falta
de estabilidad en la política tributaria de la metrópoli sobre el producto, la que estuvo
más en función de las necesidades de recursos del gobierno español, que en función de
la promoción del crecimiento económico de sus colonias.
En segundo lugar, el cultivo del añil implicó un cambio de actitud hacia la tenencia de
la tierra: la atención de los españoles estuvo centrada, durante el período de cultivo y
exportación del cacao, en el control sobre el mercado del producto y sobre el suministro
de trabajadores por medio de los sistemas de esclavitud y luego de repartimientos, sin
prestar atención a la propiedad de la tierra. Con el cultivo del añil, en cambio, se
establecieron las haciendas autosuficientes y, por lo tanto, surgió la necesidad de tener
la seguridad que otorgaba la titulación de la tierra (véase H. Cabezas, `La Tierra, Fuente
de Riqueza de los Españoles', en esta misma sección).
La economía guatemalteca de los siglos XVI y XVII fue, a pesar de las depresiones y el
letargo, suficientemente fuerte y productiva como para haber podido sufragar el costo
cuantioso que debe haber representado la desintegración de las instituciones económicas
precolombinas y el establecimiento de las coloniales; el aprendizaje, por parte de la
población nativa, de nuevas técnicas de cultivo y de nuevos cultivos; y sobre todo, el
abandono de las ciudades precolombinas y la construcción de las nuevas, las cuales
crecieron con edificios públicos como templos, conventos, colegios y palacios para
albergar a las autoridades públicas y una infraestuctura que incluía los sistemas de agua
potable, drenaje, viviendas particulares, etcétera, tal como se describe en el artículo
sobre arquitectura en esta sección.
Para finalizar, debe señalarse que desde la primera etapa de la vida económica colonial
se estableció la característica monoexportadora de la economía del Reino de Guatemala,
la cual pasó de las plantas medicinales y el cacao, al añil, la cochinilla y el café (estos
dos últimos ya en el período republicano), sujetándola a los vaivenes o ciclos de los
países importadores.
HORACIO CABEZAS CARCACHE
Las Encomiendas
Encomienda-Repartimiento
Una de las principales concesiones que hizo la Corona a los capitanes que llevaron a
cabo la conquista de los indígenas americanos fue la de repartir indios entre sus
soldados. Cristóbal Colón, sin contar con autorización alguna de la Corona, fue el
primero en hacerlo. A partir de las primeras expediciones de descubrimiento y
conquista, los capturados en combate eran herrados como se hacía con las bestias y
entregados como esclavos a los soldados. Una suerte semejante corrían los indios de los
pueblos que se entregaban pacíficamente y aceptaban la sumisión y el vasallaje ante el
Rey de España. Ellos también fueron distribuidos entre los soldados y obligados a servir
sin retribución en todo lo que requiriera su amo, como construirle casa, mantenerlo bien
servido, trabajar en minas, cultivar milpas, transportar mercancías, talar y aserrar
árboles, etcétera. A este sistema de trato y empleo de los naturales se le llamó
`encomienda-repartimiento' o más comúnmente `repartimiento'.
Para resolver el creciente malestar entre los vecinos de Santiago de Guatemala y evitar
los desórdenes e injusticias derivados de la forma en que se había repartido a los indios,
la Audiencia de México mandó, en 1529, a Francisco de Orduña con el encargo de
realizar Juicios de Residencia al gobernador, tenientes de gobernador, alcaldes y
oficiales reales de Guatemala. La Audiencia de Nueva España había sido informada que
los vecinos españoles de la ciudad enviaban a sus naborías a los pueblos que tenían
encomendados con el objeto de desempeñar ciertas comisiones, pero que éstos se
permitían maltratar a los señores y a los macehuales `atándolos y dándoles palos y
bofetones'. Sin embargo, el Visitador Orduña, en el ejercicio de su cargo y a pesar de las
quejas contra el repartimiento general, no hizo mayores modificaciones en cuanto a la
propiedad de las encomiendas, ya que se limitó a asignar algunas de éstas que habían
vacado y las que estaban en poder de personas ausentes (ver Cuadro 25). Orduña no
pudo hacer otra cosa porque algunos poblados indígenas estaban alzados y no había
manera de conseguir información rápida y verídica sobre el número de indígenas
residentes en cada pueblo.
Después de su retorno de España en 1530, y cuando había concluido el juicio que Nuño
de Guzmán le siguió ante la Audiencia de México, Pedro de Alvarado vino a Guatemala
investido de plenos poderes y con el título de Adelantado. Casi inmediatamente después
de su llegada le inició Juicio de Residencia al Visitador Orduña, a fin de que rindiera
cuentas de su actuación, `so pena de muerte y perdimiento de todos sus bienes'. Por otra
parte, y como clara demostración de poder, anuló las concesiones hechas por su
hermano Jorge y las pocas otorgadas por Orduña.
A juicio del Cabildo de Santiago, la razón que adujo el Adelantado para anular la
mayoría de repartimientos hechos por su hermano y por Orduña, fue la de `ver la tierra
tan ciegamente repartida'. Los regidores, perjudicados política y económicamente
durante la administración de Orduña, consideraron bueno lo hecho por el Adelantado,
porque `así todos tenían... de comer'. Muy distinta fue la opinión de los funcionarios
reales, quienes se refirieron de este modo a la disposición de Alvarado: `...el gobernador
ha dado y quitado y da y quita hoy día indios en esta gobernación y dalos hoy y quítalos
de allí a ocho días y en haciéndole un enojo los torna a quitar a quien los dio y los da a
quien se le antoja'. Entre las principales encomiendas que invalidó estaban las de
Atitlán, Chichicastenango y Sacatepéquez (en la jurisdicción de Quezaltenango), las
cuales otorgó a criados, parientes y amigos que en dicha ocasión había traído de España
en su compañía. La conducta de Alvarado no fue bien vista por aquellos que le habían
ayudado a conquistar los principales señoríos indígenas del Altiplano. Por ejemplo,
Ortega Gómez, encomendero de una parte de Chichicastenango, apeló ante la Corona y
cinco años después consiguió la devolución de su encomienda. El propio Alvarado se
adjudicó la encomienda de Atitlán, la cual pertenecía por mitad a Sancho de Barahona y
a Pedro de Cueto, y de cuyas estancias en la Costa obtenía cada uno de éstos 1,000
jiquipiles de cacao. Sin embargo, Alvarado tuvo que devolver esta encomienda
posteriormente.
Petición de perpetuidad
En las dos primeras décadas del período colonial se produjeron muchos cambios en la
propiedad de las encomiendas. En algunos casos porque los gobernadores, tenientes de
gobernador o jueces de residencia se las quitaron a ciertos conquistadores, y en otras
circunstancias por negociaciones que sus propios dueños realizaban cuando se
marchaban a otras partes. El mismo Alvarado acostumbraba anular ilegalmente las
encomiendas que le interesaban, tal como lo hizo con el pueblo de Huehuetenango, que
pertenecía a Juan de Espinar y que generaba aproximadamente 12,000 pesos en los
minerales de plata procesados en la propia región. En este último caso Alvarado
argumentó que había procedido de tal manera para castigar las atrocidades cometidas
por Espinar contra los indios y porque el concesionario, es decir Espinar, era un sastre,
lo cual lo inhabilitaba para obtener una concesión real. Un año después, la Audiencia de
México ordenó al Adelantado que devolviera la encomienda en cuestión, lo que
obedeció a su debido tiempo.
Las expediciones que organizó Alvarado, al Perú en 1535 y a las Islas de La Especiería
en 1541, ocasionaron el mayor número de traspasos de encomiendas. Antes de zarpar
hacia el Perú, Alvarado concedió a varios de los que viajaban en su compañía `cédulas
de repartimiento en blanco', para que pudieran negociar libremente sus indios de
repartimiento.
Los frecuentes despojos de indios que hacía Pedro de Alvarado dieron base a
encomenderos, funcionarios reales y regidores del Ayuntamiento para exigir a la Corona
que los repartimientos se adjudicaran en forma perpetua. En carta dirigida al Rey en
1530 los miembros del Ayuntamiento mencionaban su inseguridad y su temor de perder
las encomiendas por órdenes de un nuevo gobernador, y expresaban claramente que tal
circunstancia era la causa principal del maltrato que los españoles daban a los indios,
porque ello los llevaba a `desollarlos y sacarles todo el oro o ropa o todo aquello con
que pueden servir y tratar mal las personas de los caciques'. Otra razón mencionada por
los concejales se refería a que los repartimientos otorgados por los gobernadores y sus
tenientes no correspondían a los méritos de los conquistadores, pues unos tenían mucho
sin merecerlo y otros poco pese a sus merecimientos. De esta manera, indicaban, toda la
tierra estaba revuelta y `enfrascada y mal repartida, porque hay muchos conquistadores
que no tienen qué comer ni indios que se lo den, y demás de esto tienen muchos
repartimientos en tierras de guerra'.
Dadas las numerosas quejas, en 1535 la Corona mandó a los gobernadores que se
respetara la propiedad de las encomiendas y que se abstuvieran de transferirlas, a menos
que se hubiera vencido a su dueño en previo juicio. Con tales propósitos, se ordenó al
gobernador informarse sobre la cantidad y calidad de las tierras y gentes de la provincia.
Se le mandó que después del paso anterior se verificara el número de españoles que
había participado en la conquista y población, o bien de sus herederos si eran moradores
permanentes, si habían recibido ya aprovechamientos o repartimientos de indios, y si
eran casados. Se instruyó también al gobernador en el sentido de poner especial cuidado
en los descubrimientos de minas de oro, plata y otros metales, piedras finas y pesquerías
de perlas y, finalmente, se le ordenó hacer el repartimiento, siempre que se procediera
de la manera siguiente:
En 1537 los vecinos de Santiago de Guatemala solicitaron una vez más que se les
concedieran a perpetuidad los repartimientos de indios que habían recibido. Esta vez lo
hicieron por medio del Obispo Marroquín, quien apeló a la bondad y magnanimidad de
la Corona, y argumentó el gran perjuicio que causaba a los indios el hecho de ser
traspasados de un español a otro:
Empero, la Corona no atendió las numerosas solicitudes, que ya no sólo planteaban sino
casi exigían la perpetuidad de las encomiendas. En tales circunstancias, la compraventa
de encomiendas se siguió realizando en forma ilegal, ya que desde el gobernador, los
funcionarios reales y concejales, hasta el encomendero menos favorecido, negociaban
sus indios o se los jugaban a los dados.
Por otro lado, y para dar cumplimiento a una real cédula aprobada y mandada cumplir
por Alonso de Maldonado, en 1536 el Obispo Marroquín comenzó a elaborar una
matrícula y tasación de los pueblos de indios. En éstas, además del tributo en productos
de la tierra, se mantenía la obligación de los pueblos en cuanto a entregar semanalmente
a sus encomenderos cierto número de tamemes, o sea cargadores, para usarlos `en sus
necesidades o bien dispon[er] de los porteadores para alquilarlos a los comerciantes o a
otras personas de la ciudad'. Antes de las tasaciones de Cerrato los encomenderos
obtenían por el servicio de los tamemes la mitad de lo tasado. En esa ocasión, los
tributos fueron rebajados en más de 90,000 castellanos. Por ello precisamente el
Memorial de Sololá recuerda con gratitud la actuación de Maldonado. Sin embargo, el
Obispo Marroquín se autocriticó acremente años después (1539), por no haber hecho lo
suficiente en favor de los indios y por haber favorecido a los españoles:
A causa de la citada tasación el servicio de los tamemes disminuyó, pero no cesó del
todo. De todas maneras, Fray Bartolomé de Las Casas consideró inmoderados los
tributos que Maldonado impuso a los indios y en 1544 solicitó al Rey otra tasación de
los mismos, a fin de que se redujeran a cantidades moderadas.
En dicho juicio tanto el Adelantado como su hermano Jorge fueron acusados de extrema
crueldad con los indios, a fin de obtener de éstos el máximo servicio para ellos y para
otros encomenderos. Una de las acusaciones formulada a Pedro de Alvarado fue la de
que amedrentaba a los indios:
Del modo descrito quedaron zanjadas las diferencias entre los Adelantados. Poco
tiempo después, sin embargo, el Rey privó a Montejo de las encomiendas de Chiapas, y
doña Catalina, hija del Adelantado de Yucatán, casó con el Licenciado don Alonso de
Maldonado, Presidente de la Audiencia de Guatemala, lo que produjo nuevas disputas
legales por las encomiendas de Honduras que retenían los descendientes de Alvarado.
Institucionalización de la Encomienda
A raíz del largo período de alegatos contra la encomienda-repartimiento iniciado en La
Española desde 1511 por los frailes dominicos, encabezados primeramente por Fray
Antonio de Montesinos y después por Bartolomé de Las Casas, la Corona aprobó en
1542 las Leyes Nuevas, conocidas también como Ordenanzas de Barcelona. Al ponerse
en práctica estas nuevas disposiciones hubo un cambio profundo en las relaciones
laborales que habían imperado hasta entonces (esclavitud, encomienda-repartimiento), y
por las cuales los conquistadores y pobladores se aprovechaban ilícitamente de los
servicios de los indios. En efecto, la Corona determinó por medio de dichas leyes que la
encomienda consistiría a partir de entonces únicamente en el disfrute de cierta cantidad
de los tributos tasados para un determinado pueblo de indios. Por las Leyes Nuevas se
suprimieron asimismo los servicios personales y el dominio directo que los
encomenderos habían venido ejerciendo sobre los indios, y se estableció que el
usufructo de la encomienda sería sólo por una vida. Se mandó igualmente que las
encomiendas no se podrían adjudicar a funcionarios de la Corona, que las que vacaran
debían pasar de inmediato a poder del Rey, y que el encomendero tenía la obligación de
cristianizar a sus indios y mantener caballo y armas para defender la soberanía real, so
pena de perder sus derechos sobre la encomienda.
En otra de sus secciones las Leyes Nuevas prohibieron terminantemente que los indios
llevaran cargas muy pesadas; que fueran llevados a trabajar de tierra fría a tierra caliente
y viceversa; que fueran alquilados, prestados o transferidos al servicio de otras personas,
aunque éstas fueran también encomenderos; que se abusara del trabajo de las mujeres
indígenas, o se les convirtiera en mancebas o concubinas de los propios encomenderos.
Las Leyes Nuevas contenían otras prohibiciones como las siguientes: que se despojara a
los indios de las tierras donde cosechaban los artículos para su propia subsistencia; el
empleo de los indios encomendados en el trabajo de las minas, como se había
acostumbrado durante los primeros años después de la Conquista, y también en los
trapiches o ingenios de azúcar; el transporte de los tributos a lugares distintos de
aquellos en que residían los indios tributarios; y el cobro de los tributos que no
estuvieran ceñidos a las tasaciones hechas por los oidores de la Audiencia o personas
comisionadas específicamente para ello. Finalmente, las Leyes Nuevas indicaban que
los indios podían quejarse de los malos tratos, ante sus curas doctrineros o ante la
Audiencia misma. Se ordenaba que en caso de comprobarse las denuncias se impusiera
un castigo a los encomenderos responsables de abusos graves contra los indios, y se
señalaba expresamente que la sanción consistiera en la privación de las encomiendas o
en declararlas vacantes, a fin de que el Rey pudiera disponer de ellas o las incorporara a
la Corona.
En el Reino de Guatemala, como en todas las Indias, muchas de las disposiciones de las
Leyes Nuevas no se cumplieron. El responsable principal de tal situación irregular fue
Alonso de Maldonado, primer Presidente de la Audiencia de los Confines. Maldonado
fue nombrado para este cargo por recomendación muy especial e interesada de Fray
Bartolomé de Las Casas, pero su comportamiento en tan alta posición fue muy diferente
del que esperaba de él Las Casas. Particularmente se le puede señalar que incurrió en
acciones de nepotismo y se dejó sobornar de manera muy notoria principalmente por
encomenderos.
Por otro lado, y a pesar del expreso mandato de una real cédula, Maldonado hizo pasar a
la Real Corona sólo una parte de las encomiendas de Pedro de Alvarado, y distribuyó
las restantes entre sus parientes. La Corona ordenó que los fondos provenientes de
dichas encomiendas se emplearan en obras públicas de la nueva ciudad que se construía
en el Valle de Panchoy, así como en la apertura de caminos y tendido de puentes.
Maldonado cumplió en parte lo ordenado, y con tales propósitos contrató a Andrés de
Ulloa para dirigir la reparación de los caminos que comunicaban Petapa y los pueblos
sacatepéquez con Santiago de Guatemala.
Fray Bartolomé de Las Casas, descontento por la debilidad, corrupción y nepotismo con
que actuaba el Presidente Maldonado, hizo sentir nuevamente su influencia ante el
Consejo de Indias, y en 1548 logró que la Corona ordenara el correspondiente Juicio de
Residencia y sustituyera a Maldonado por el Licenciado Alonso López de Cerrato. Al
iniciarse en el ejercicio de su cargo, el nuevo Presidente despojó de sus derechos a los
encomenderos más crueles, prohibió los servicios personales y solicitó autorización a la
Corona para decomisar las encomiendas de los que habían exportado indios al Perú.
Cerrato pretendió abolir asimismo el alquiler de indios pero, a petición de distintos
Cabildos de ciudades españolas, no llegó a ejecutar tal medida. Ello no obstante, no se
inhibió de escribir duramente sobre el particular: `Se quejan que les quité el servicio
personal y esto es lo que más han sentido, porque debajo de este color tenían todos los
indios por esclavos y como tales se servían de ellos'.
Lo que más se recuerda del Presidente Cerrato son las nuevas tasaciones de tributos que
mandó hacer en los pueblos de indios, en cuya realización ya no participó el Obispo
Francisco Marroquín. Dichas tasaciones se llevaron a cabo por los Oidores Juan Rogel,
Pedro Ramírez y Diego de Herrera. En ellas se exigieron como tributo productos de la
tierra (cacao, maíz, frijol, miel), trigo y en algunos casos también indios de servicio (ver
Cuadro 27).
Los miembros del Ayuntamiento de Santiago, por su parte, acusaron a los frailes,
especialmente a los dominicos, de odiar a los vecinos y de comportarse como hipócritas
porque, según decían, se habían convertido en los nuevos amos y explotadores de los
indios. Aún más, el Ayuntamiento solicitó a la Corona que reconsiderara lo decidido y
autorizara la adjudicación de las encomiendas a perpetuidad, o cuando menos por tres
vidas, y el argumento principal era el siguiente: que si el efecto de su servicio era
perpetuo, cual era la adquisición de un imperio, su remuneración, que eran las
encomiendas, debía serlo igualmente.
Encomienda y cristianización
Por otra parte, el clero también resultó favorecido con el repartimiento de indios o
encomiendas. Ello puede comprobarse en el caso del propio Obispo Marroquín que,
cuando Pedro de Alvarado estaba por zarpar hacia el Perú, exigió y consiguió, en
nombre de la Iglesia, las encomiendas de Istalavaca y Suchitepéquez, que habían
pertenecido a Diego de Alvarado. Posteriormente, cuando ya Alonso de Maldonado era
Presidente de la Audiencia, Marroquín logró que dicho funcionario le concediera la
encomienda de Tecpán Atitlán (Sololá), cuyo producto destinó temporalmente a la
construcción de la Catedral, pero que después transfirió a un familiar cercano, Francisco
del Valle Marroquín.
Muy distinta fue la actitud de los frailes que regentaban los pueblos realengos, como lo
constató en 1595 Juan de Pineda. Este explicó la serie de presiones que ejercieron los
encomenderos y curas (en su mayoría del clero secular) sobre la Audiencia, hasta
conseguir que en las tasaciones no se bajara el tributo de los pueblos en que había
disminuido la población sino, por el contrario, se incrementara. Pineda señaló asimismo
la intervención de los frailes a fin de que se disminuyera el tributo tasado a los indios de
pueblos realengos, cuestión que casi siempre se logró.
Una de las primeras acciones que emprendió Alonso López de Cerrato al asumir la
Presidencia de la Audiencia, fue la de tratar de limitar el poder del grupo de
encomenderos familiares de Maldonado. No logró sus propósitos porque dichos
encomenderos tenían tal capacidad económica que además de haber conseguido el
control del Ayuntamiento de Santiago, habían logrado extender la jurisdicción del
mismo hasta abarcar la mayoría de sus pueblos de encomienda, a muchas leguas de
distancia de la ciudad. No fue sino hasta que volvió la Audiencia a la ciudad de
Guatemala en el último cuarto del siglo XVI, que se pudo frenar el poder y prepotencia
de aquellos encomenderos. Todo empezó en 1572, cuando el Alcalde Mayor de
Sonsonate no permitió que Diego de Guzmán, Alcalde de Santiago de Guatemala, se
permitiera portar en dicha región su vara de autoridad. Ello molestó al Cabildo de
Guatemala, que alegó ante la Audiencia que aquella medida del Alcalde Mayor de
Sonsonate constituía una violación de sus reconocidos privilegios.
El Ocaso de la Encomienda
Durante la segunda mitad del siglo XVII, la Corona tomó algunas medidas orientadas a
abolir la encomienda. Si bien no se logró dicho objetivo, se consiguió en cambio que
comenzara a disminuir el número de las respectivas concesiones (ver Ilustración 107 y
Cuadro 28). Se hace necesario reconocer, no obstante, que en su mayoría estas
concesiones eran pensiones a viudas de personas importantes, y ellas no llevaban
implícito el derecho a recaudar directamente los tributos o a negociarlos. Ciertamente la
demanda de encomiendas había disminuido de manera evidente y esto obedecía a
distintas razones: en primer lugar, se podían obtener mayores beneficios y un
enriquecimiento más rápido por medio de la actividad añilera y ganadera, o bien por
medio del control de indios de repartimiento. En segundo lugar, la disminución de la
población en los pueblos cacaoteros había mermado significativamente el tributo
pagado por los indios. Finalmente, la Corona ponía muchos obstáculos para conceder
nuevas encomiendas y muy difícilmente se otorgaban a sus herederos las encomiendas
de los fallecidos.
En el mismo año 1680, la Recopilación de Leyes de Indias recogió el carácter que había
tenido y debería seguir teniendo la encomienda, es decir, como `simple cesión de
tributos debidos a la Corona por los vasallos indios', a condición de que los beneficiados
contribuyeran a la cristianización de los naturales y a la defensa de la tierra, so pena de
perder la concesión. Como puede notarse, la jurisprudencia había cambiado bastante
desde la época de las Leyes Nuevas, pues ya se había quitado a los indígenas la
obligación de hacer casa al encomendero y prestarle servicios personales.
A fines del siglo XVII, al igual que lo hicieron sus antecesores a mediados de la
centuria anterior, los reyes trataron de controlar el sistema de encomienda. En esta
ocasión el propósito fue el de incorporar al real haber todo el tributo de los indios a fin
de contribuir a los numerosos gastos del Reino, en especial aquellos destinados a
`defender los puertos y costas de piratas que los infestan'. De esta manera, por mandato
real de 1688 se inició la reducción de las rentas de las encomiendas a la mitad de su
valor, medida que perduró hasta 1695. La intención específica de esta medida era la de
afianzar el mantenimiento de las fuerzas marítimas. En 1694, la Corona consultó al
Consejo de Indias sobre la conveniencia de suspender todas las encomiendas, con la
excepción de las que se empleaban en el ritual religioso. La respuesta del Consejo fue
favorable. Los Habsburgo, en su interés por recuperar en su propio beneficio todos los
tributos de los indios, obligaron a los encomenderos a pagar fuertes cargas impositivas.
Por ejemplo, en 1688, los encomenderos recibían 80,900 pesos, de los cuales el 15% se
destinaba al gobierno y el 22.5% a los gastos de la Iglesia. Todo ello demuestra el
gradual debilitamiento de la encomienda.
Conclusiones
Durante los dos primeros siglos del período colonial, la encomienda tuvo dos etapas
bien diferenciadas en el Reino de Guatemala. La primera fue la de la `encomienda-
repartimiento' (1524-1542), ligada al poder omnímodo de gobernadores y capitanes, y
consistió en la obligación de los indios sometidos a vasallaje de servir a sus
encomenderos en todo lo que éstos demandaran. Se puede decir con certeza que este
tipo de obligación no se diferenció en mayor grado de la esclavitud, excepto en que los
indios no eran herrados. Con esta única excepción, los indios fueron tratados igual que
los `esclavos de guerra' y los `esclavos de rescate'.
Durante las dos últimas décadas del siglo XVII, la Corona inició una serie de acciones
para recuperar la mayor parte de los tributos de los indios en el Reino de Guatemala.
Con este propósito se empezó a reducir el número de concesiones de encomiendas y a
gravar fuertemente a quienes aún las poseían. Parte de esta última estrategia fue la
aplicación del impuesto de la media annata, en 1688. Tal política general tuvo los
resultados perseguidos, pues la mayoría de pueblos de encomienda pasó a tributar
directamente a la Corona.
HORACIO CABEZAS CARCACHE
Dos fueron las formas que los castellanos utilizaron por doquier para hacerse de
esclavos: la guerra y el rescate. En Guatemala se había recurrido a la guerra desde las
entradas iniciales de conquista, aunque ella implicaba teóricamente la aplicación
consecuente del `requerimiento', instrumento jurídico que establecía el procedimiento
por el cual se podía hacer lícitamente la guerra a los indígenas y esclavizar a los
vencidos. Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán confirma que el requerimiento se
aplicó en Guatemala y dio lugar a la entrega de los indígenas capturados en guerra a los
principales conquistadores, para servirse de ellos como esclavos. Francisco Ximénez
añade que Pedro de Alvarado, en un buen número de ocasiones, se reservó para sí la
mayor cantidad de indígenas, y que ello fue causa de múltiples discordias entre los
conquistadores.
En Guatemala la forma más utilizada por los españoles para conseguir indígenas fue la
del `rescate', vocablo utilizado por los conquistadores en el sentido de `cambiar una
cosa por otra'. Así la usaban principalmente aquellos vecinos que habían recibido pocos
esclavos. Los españoles exigían a los señores indígenas la entrega de esclavos a cambio
de mercancías o por medio de la coacción directa. Para justificar tal proceder aducían
que de esa manera hacían un bien a los indígenas, al liberarlos del peligro de que sus
señores los sacrificaran y se los comieran. A este tipo de esclavos se le llamaba en las
Antillas naborías, y el mismo se generalizó en el continente. Fray Bartolomé de Las
Casas, refiriéndose a la Provincia de Guatemala, criticó severamente tal proceder:
No fue sino hasta 1549 que la Audiencia de los Confines, dirigida por su Presidente,
Alonso López de Cerrato, emprendió el cumplimiento de las Leyes Nuevas, `quitando
esclavos, naborías, chichihuas y a todos los indios que estaban en casa de españoles,
campos, ingenios de azúcar y comercio'. El Memorial de Sololá describe tal
acontecimiento con gran regocijo y señala el bienestar que ello trajo a los indígenas:
Ante la actuación del Presidente Cerrato, el Cabildo de Santiago insistió con una nueva
apelación, hecha por su procurador y síndico Bernal Díaz del Castillo, quien daba 25
razones por las cuales no debía quitárseles los esclavos. Indicaba también en la parte
final del alegato que si no se aceptaban acatarían la decisión real. Esta vez la Corona no
retrocedió. Las leyes que establecían una nueva organización laboral, que disminuían el
poder de gobernadores y capitanes, y que favorecían los intereses de la Corona, se
impusieron. El dominico Francisco Ximénez comenta el cambio:
La Encomienda
Ya se dijo que Cristóbal Colón fue el primero en repartir nativos para ser utilizados
como fuerza de trabajo por los miembros principales de su tripulación, y encomendó a
éstos a la vez que enseñaran a aquéllos la doctrina cristiana y las buenas costumbres.
Así nació la encomienda-repartimiento. Ya se indicó también que los españoles
consideraban haber recibido a los nativos en propiedad y por tal razón los emplearon
como esclavos. Cuando las empresas de conquista pasaron de las islas a tierra firme, la
encomienda-repartimiento se había generalizado ya como una forma esclavista de
producción, y tanto adelantados como gobernadores la siguieron empleando hasta
mediados del siglo XVI. En Guatemala, tanto el Adelantado Pedro de Alvarado como su
hermano Jorge repartieron, entre sus lugartenientes más destacados en la Conquista, a
los indígenas de los pueblos vencidos y les autorizaron a herrar a éstos como esclavos.
Según se desprende del documento transcrito antes, los indígenas estaban obligados a
cosechar dos veces al año granos básicos en favor del encomendero, y a brindarle
además otros productos alimenticios y algunos indios ordinarios de servicio, a quienes
el encomendero a su vez debía enseñarles la doctrina cristiana. Un análisis más detenido
del conjunto de tasaciones muestra que el tipo de alimentos escogido como tributo
variaba según las características ecológicas de cada pueblo, y que en la mayoría de éstos
se añadía la obligación de entregar telas, cera, alpargatas, vinagre, cerámica, miel,
petates, sal, etcétera.
A partir de las Leyes Nuevas, los pueblos indígenas quedaron obligados a pagar el
tributo, pues éste, reconocido como una obligación individual, se recolectaba en forma
comunal. Buena cantidad de dichos pueblos pagaba el tributo a la Corona (pueblos
realengos) y el número de éstos fue siempre en aumento, pues fue política de las
autoridades reales disminuir el número de los pueblos de encomienda. A pesar de que el
tributo era obligatorio para todo indígena, los pobladores de los barrios y milpas de los
alrededores de Santiago estuvieron exentos de dicha obligación desde 1549 hasta
mediados de la década de 1560, por haber sufrido la esclavitud en el período anterior, en
contra de lo establecido legalmente.
Resulta muy significativo el hecho de que la mayoría de los vecinos de Santiago no fue
de encomenderos, pues en 1575 sólo 70 de los 500 vecinos lo eran. Por ello, durante
todo el siglo XVI, fueron constantes las demandas formuladas por los vecinos ante la
Corona a fin de obtener encomiendas, o para que se prolongaran por más de una vida las
que ya tenían. Sin embargo, no se aprobaron las demandas de carácter general; antes
bien, se mantuvo el principio de que las encomiendas que vacaren a causa de la muerte
de su poseedor se incorporaran al real haber. Solamente en casos particulares,
atendiendo a las probanzas de méritos y servicios, la Corona concedía una encomienda
por segunda o tercera vida.
Además de ser una concesión temporal de tributos que la Corona hacía a quienes se
habían distinguido en las empresas de conquista o a sus familiares, la encomienda
implicó la obligación de cristianizar a los indígenas, como lo señalaba también el propio
documento de otorgamiento. En la práctica, el primer aspecto de la encomienda era
cumplido fiel y rigurosamente, pero en cuanto a la segunda parte, los encomenderos
obviaron su cumplimiento al delegar tal tarea en los curas doctrineros de sus respectivos
pueblos, a cambio de determinada paga. Sin embargo, también en este aspecto la
mayoría de los encomenderos comenzó muy pronto a abusar, pues dejaron de pagar a
los doctrineros. La Audiencia trató de corregir tal anomalía, y para ello mandó, por
medio de su Presidente García Valverde, que dicha paga consistiera en 50,000
maravedíes anuales por cada 400 tributarios, mas esta disposición fue igualmente
incumplida. Ante tal situación, los frailes y clérigos apelaron a la Corona, y ésta
reafirmó a mediados del siglo XVII la obligación de los encomenderos en cuanto a
cumplir con el pago establecido por la prestación de dicho servicio religioso.
El Repartimiento
Al tratar lo referente a la esclavitud se señaló que la primera forma de organizar y
aprovechar la capacidad laboral de los nativos fue la encomienda-repartimiento, y que
ésta se convirtió, en la práctica, en una modalidad esclavista de producción. Se indicó
también que con las Leyes Nuevas desapareció la encomienda-repartimiento o trabajo
esclavo, y en su lugar surgieron dos nuevas instituciones laborales, la encomienda y el
repartimiento de indios, este último llamado también `mandamiento' en algunos
documentos coloniales.
Con esta autorización se multiplicaron los abusos, como lo confirman los múltiples
escritos que se conservan en el Archivo General de Centro América y en el Archivo
General de Indias. Según uno de tales escritos, los indígenas del Valle de Santiago de
Guatemala se quejaron, en 1576, de dichos excesos:
A finales del siglo XVI y principios del XVII, mientras la encomienda tenía menos
incidencia en la economía guatemalteca y por ende en el enriquecimiento de los
españoles avecindados en Santiago (la política de la Corona consistía en aumentar el
número de pueblos realengos), el repartimiento, asociado con un latifundio en
formación, se generalizaba y se convertía en la base del desarrollo económico. En
efecto, este período se caracterizó por la intensificación de la producción añilera,
ganadera, de caña de azúcar, trigo, etcétera, lo que trajo una bonanza económica en las
últimas décadas del siglo XVII. Con el acrecentamiento de la riqueza, sobrevino el
desarrollo urbanístico y el auge del mercado interno. Jorge Luján Muñoz señala al
respecto:
Hay ciertos indicios de que a partir de la década de 1660
se produce una reactivación económica. En la capital
aumentan los ingresos de la real hacienda. Mientras que
los ingresos por alcabala e impuestos de barlovento en el
período 1656- 67 ascendieron a 65,000 pesos, con un
promedio anual de 6,455; en el período 1667-78 pasaron a
169,719, con un promedio al año de 15,429... Esta
activación económica se reflejó en Santiago a través de la
renovación arquitectónica, que es verdaderamente
impresionante: la iglesia y el hospital de San Pedro; la
nueva catedral (1669-86); el convento de Santa Teresa; la
iglesia, colegio y convento de los jesuitas; el convento e
iglesia de los franciscanos; así como obras en otros
conventos y edificaciones eclesiásticas. Algo similar se
daba en la arquitectura doméstica.
Suplico a V.
A partir de 1574, fecha en que la Corona aprobó en forma precisa el repartimiento, éste
pasó jurídicamente a ser una obligación de todos los indios varones comprendidos entre
los 16 y los 60 años, de prestar servicio laboral en beneficio de los españoles, ya se
tratara de pueblo realengo o de pueblo de encomienda. El servicio debía prestarse una
semana cada mes, pero del mismo se exceptuaba a los alcaldes indígenas y a los
enfermos. Dichos alcaldes tenían que ayudar a formar el padrón, y para ello organizaban
a los indígenas en cuatro grupos. La cuarta parte de éstos debía ser concentrada cada
domingo por los mismos alcaldes, a fin de ser entregada el lunes siguiente a los jueces
repartidores. Los empleadores, por su parte, debían pagar al indígena un real de plata
por cada día trabajado, en moneda y no en especie, incluyendo el lunes como día de
trabajo, pues este día se utilizaba para el viaje. Lo mismo se hacía para el regreso. Los
empleadores también estaban obligados a pagar, esta vez al juez repartidor, medio real
por cada indígena enrolado, y proporcionar a éste los instrumentos de trabajo necesarios
según la obra que fueran a realizar.
Por ahora sólo se conocen con precisión las cifras promedio de quienes cumplían con el
repartimiento en el Corregimiento del Valle. Luján Muñoz indica que `de unos 1,728 en
1670, se pasó a 2,270 en 1678 y a 2,349 en 1680'. Dicha cifra es muy significativa, pues
ella se refiere sólo a los pueblos del Valle. En la Provincia de Guatemala, sin embargo,
también había gran densidad de población indígena en las regiones de Suchitepéquez,
las Verapaces, Quiché y Quezaltenango. Christopher Lutz señala que la ciudad de
Santiago tenía, a fines del siglo XVI, alrededor de 500 familias españolas. Al comparar
esta cifra con las que corresponden al repartimiento del Valle, se deduce la posibilidad
de que, en aquel período, todo vecino español pudiera aprovecharse del trabajo de por lo
menos cinco indígenas en el cultivo de trigo, obras de construcción o tareas domésticas
(acarreo de trigo, agua, zacate). En realidad, no todas las familias españolas gozaban de
repartimiento: en 1680 sólo 116 tenían en propiedad labores dedicadas a la agricultura y
se servían de indios de repartimiento en el Corregimiento del Valle, y ellas recibían en
promedio de 15 a 20 indios, mientras que los frailes, principalmente los dominicos,
obtenían en forma sistemática entre 40 y 50.
Conclusiones
Durante los dos primeros siglos del período colonial, la utilización de mano de obra
indígena por parte de españoles experimentó cambios profundos. Durante las primeras
dos décadas que siguieron a la Conquista, los españoles emplearon a los indios
propiamente como esclavos, bajo un sistema que denominaron encomienda-
repartimiento. Sin embargo, a mediados del siglo XVI cesó la esclavitud de los indios y
se instituyó la encomienda, que obligó a los indios a trabajar en sus tierras comunales y
entregar un tributo, ya fuere al encomendero o a la Corona. De manera simultánea se
institucionalizó el sistema laboral conocido como repartimiento, por el cual todos los
pueblos de indios tenían que entregar cada semana una cuarta parte de la población
masculina apta para el trabajo, a fin de que laborara en las fincas de los españoles, con
excepción de los obrajes añileros, aunque esta norma siempre fue violada.
Los alistados en las tropas que conquistaron Guatemala eran en su mayor parte peones y
sus antecedentes laborales se localizaban principalmente en la agricultura, el pastoreo,
los oficios mecánicos o bien se trataba de desempleados. Los artesanos jugaban un
papel importante en los preparativos de las acciones armadas: el herrero forjaba o
reparaba espadas, puñales, picas y alabardas; el herrador hacía las herraduras para los
caballos; el carpintero armaba las ballestas o alguna obra de ingeniería para los asedios;
el fundidor fabricaba balas para las pocas piezas de artillería; y el albéitar curaba las
heridas y torceduras de los caballos. Pedro de Alvarado tuvo una estima singular por los
artesanos. Al retornar de su primer viaje a España trajo consigo buen número de ellos,
en especial carpinteros, herreros y calafateros para la construcción de la flota con la que
se proponía zarpar hacia Perú. Además de los que venían con él, llevó en esa expedición
a gran parte de los que se encontraban.
Otra de las actitudes asumidas por los artesanos fue la de no hacer ni entregar trabajo
alguno si no se les pagaba en oro o plata. El naciente Cabildo buscó primero la solución
de tales problemas fijando los precios para las distintas producciones artesanales: un
sayo de armas valía un ducado; un jubón, medio peso; una calza, un ducado; una
caperuza, cuatro reales; 100 clavos, un peso; herrar un caballo, un ducado. Pocos años
después se estableció que los artesanos podían aceptar pagos en ropa, cacao y plumas,
productos que constituyeron moneda de uso corriente en el Reino de Guatemala durante
la mayor parte del período colonial.
Las actas de Cabildo contienen información variada sobre las actividades de herreros,
cerrajeros, carpinteros, herradores, sastres, zapateros y plateros durante los primeros seis
años de la etapa colonial. De ellas se desprende que estos artesanos usaron y abusaron
de su oficio para ubicarse rápidamente en buenas posiciones sociales. Es conveniente
recordar al respecto que en la España de entonces las actividades artesanales eran
propias de la población servil, y los castellanos que se habían aventurado en las
empresas de descubrimiento y conquista de América lo habían hecho para conseguir
riquezas y para escalar socialmente mediante la compra de un título de hidalguía. Bernal
Díaz del Castillo expresó tal sentir en 1549 al afirmar `que no convenía a los vecinos de
Santiago ser oficiales ni aquí ni en Castilla'.
Los artesanos se valieron del paro laboral para lograr sus propósitos. Remesal comenta
que los oficiales mecánicos, a los que llamó `gente vulgar y común', se aprovecharon de
la necesidad de vestirse, calzarse y hacer sus casas que tenían las personas ilustres y
nobles, y no cesaron en sus medidas de presión hasta recibir indios que `los sirviesen y
pagasen tributo y vasallaje'. Las autoridades, ante la necesidad de viviendas, pilas,
acueductos, trajes, armas, vajillas y demás, tuvieron que tolerar tales excesos. El
resultado fue que la actividad artesanal en vez de mejorar empeoró. Remesal dice que
entre los años 1534 y 1536 `...el herrero apagó la fragua, el sastre cerró la tienda... el
zapatero no conocía las hormas... el carpintero huía de la azuela y trataba de jaeces y
caballos y que otro hiciese las obras de la ciudad y se afrentaba de que le dijesen que
había serrado un madero'.
Para obligar a los artesanos a trabajar y respetar los aranceles establecidos, y para
sacarlos de su empecinamiento, el gobernador y el Cabildo de Santiago los amenazaron
con quitarles los indios de repartimiento. A regañadientes, ellos terminaron acatando las
normas establecidas. Mas no por ello se dedicaron plenamente a sus oficios, sino
descargaron el grueso del trabajo en los indios a su servicio o en los esclavos negros que
habían comprado, a quienes habían ido enseñando sus tareas. En ocasiones, para quitar
los indios a los artesanos o para no asignárselos, algunos gobernadores y tenientes de
gobernación utilizaron como base una prohibición real en tal sentido. Ejemplo de ello es
el despojo que hizo Pedro de Alvarado a Juan de Espinar, de Huehuetenango, alegando
entre otras cosas que éste era oficial. El argumento, sin embargo, no fue aceptado por la
Audiencia de México, la que obligó a Pedro de Alvarado a devolver la encomienda.
Pese a todo, las actividades urbanas se acrecentaban, como lo indican las actas de
Cabildo. En éstas consta que a fines de 1536 se había ampliado el número de oficios,
pues había ya calceteros, silleros, cuchilleros, espaderos y armeros. Todos éstos, en una
u otra forma, habían venido a contribuir al mayor bienestar de los vecinos.
A las presiones que sufrían las autoridades por parte de los artesanos existentes, se
sumaron en 1540 los numerosos engaños y robos que tuvieron que afrontar los vecinos
con la llegada a la ciudad de Santiago de nuevos artesanos, especialmente sastres y
joyeros que no habían logrado hacer fortuna en México, Perú y Nicaragua. En dicha
ocasión los vecinos encargaron a los nuevos artesanos trajes, vajillas, joyas, etcétera,
entregándoles para el efecto telas, paños, plata, oro, esmeraldas y otros productos.
Cuando menos lo esperaban los vecinos, sastres y joyeros desaparecieron con todo el
material recibido. A fin de evitar la repetición de actos semejantes, el Cabildo exigió en
1540 y 1545 que los sastres depositaran una fianza para poder montar un taller.
A causa del desprecio con que los artesanos españoles veían sus oficios (con excepción
de la platería y cerería), éstos fueron pasando a sus criados indígenas y esclavos negros.
A principios del siglo XVII, los oficiales y maestros en gran parte provenían de las
castas. Entre los casos notables están las familias de los Porres, de Quirio Cataño, de
Juan Pasqual, o familias indígenas como las de Antonio de la Cruz, Ambrosio
Hernández y Ramón Sánchez.
Gremio es una asociación de personas de una misma profesión (del sector primario,
secundario o terciario de la economía), sujeta a determinadas ordenanzas, y constituida
para conseguir beneficios comunes. Las actividades gremiales se remontan a la
antigüedad clásica grecorromana, pero alcanzaron su mayor desarrollo durante la Alta
Edad Media europea. En esta época se convirtieron en la punta de lanza del renacer
económico y cultural, y lograron que el poder político les otorgara no sólo una posición
superior a la de los siervos, sino también una serie de privilegios para realizar acciones
de contratación laboral y de compraventa.
Sus integrantes
Para llegar a ser plenamente miembro de un gremio había que pasar por un proceso
previo de `aprendizaje' y `oficialía'. Los aprendices eran comúnmente muchachos de
entre 12 y 20 años, que adquirían los conocimientos y destreza en un oficio bajo la
tutela o dominio de un maestro, ya que sus padres o tutores renunciaban mediante
escritura pública a la patria potestad durante el plazo fijado para el aprendizaje. El
aprendiz debía trabajar gratuitamente para el maestro, que a cambio de ello se
comprometía a enseñarle el oficio y la doctrina cristiana, a proporcionarle casa,
alimentos y vestidos, a procurarle cuidado en caso de enfermedad no prolongada y a
castigarlo sin excesivo rigor cuando hubiera motivo. Este período variaba según el
oficio, pero por lo general duraba entre seis y ocho años. Concluido el aprendizaje, se
sometía al aspirante a un examen. Si lo ganaba, pasaba al grado de `oficial', y recibía de
su maestro ropa nueva y en algunos casos las herramientas de la profesión. Este grado le
daba derecho a recibir salario por su trabajo, pero aún no le permitía responsabilizarse
de trabajos específicos.
Los elementos de mayor categoría eran los `maestros', quienes después de haber
aprobado el examen ante un tribunal competente, obtenían del Ayuntamiento `título' o
`carta de examen', por el cual se les autorizaba a tener taller propio y obrador público
con oficiales y aprendices. También les daba derecho a ejercer los cargos del `poder
ejecutivo' de su organización (alcalde y veedor), así como los cargos de `mayordomo de
la cofradía' y `maestro mayor'. Buena parte de oficiales no lograba alcanzar la maestría,
ya fuera por carecer de recursos económicos para cubrir los gastos de graduación
(media annata, fiesta), por no aprobar el examen de aptitud, o por motivos étnicos,
como en el caso de los gremios de platería y cohetería, oficios que no estaban
permitidos a los esclavos.
El `alcalde' era la máxima autoridad del gremio y a él estaban sujetos todos los
maestros, oficiales y aprendices. Representaba al gremio ante las instituciones civiles,
políticas y religiosas; conocía en primera instancia las escrituras de aprendizaje, así
como los recursos de incumplimiento; calificaba finalmente los informes de
presentación de aspirantes al grado de maestro y los podía reprobar.
Los `veedores' se elegían entre los maestros más antiguos. Servían de apoyo al alcalde
en la dirección y conducción del gremio. Sus principales obligaciones se limitaban a
integrar los tribunales examinadores de aprendices y oficiales aspirantes al grado
superior; evaluar el trabajo y acompañar al fiel ejecutor, ya fuera en la visita a tiendas y
talleres o bien en las acciones judiciales. También estaba encargado de velar por el
cumplimiento de las ordenanzas de la organización gremial.
Hubo momentos en que las `ordenanzas generales de la ciudad' fueron letra muerta y no
garantizaban el cumplimiento del requisito de ser maestro para tener taller artesanal. Tal
situación irregular respecto de las ordenanzas generales se debía a las tensiones
existentes entre el Ayuntamiento y la Audiencia. Presidentes como Antonio Peraza y
Ayala (Conde de La Gomera), Diego de Avendaño y Francisco de Escobedo
pretendieron en 1624, 1634 y 1676, respectivamente, contra lo normado por la ley,
favorecer la `libre concurrencia' y la `libre empresa' al autorizar tener taller a quienes
todavía no eran maestros, no sólo en la ciudad de Santiago sino también y
especialmente en los pueblos de indios. De esta manera se buscaba legalizar los
numerosos talleres que operaban al margen de la ley, pero tales propósitos no fueron
conseguidos. En 1696 la situación llegó a tal grado de tirantez que ningún regidor del
Cabildo quiso aceptar el cargo de fiel ejecutor. En otros casos era el mismo
Ayuntamiento el que violaba las normas al otorgar a algunos oficiales licencias
provisionales para montar taller propio. En estos casos, empero, se contaba con el visto
bueno del gremio respectivo, que exigía la contratación de un regente para dicho taller.
Entre los oficios que alcanzaron mayor desarrollo en un primer momento se encuentran
los de herreros, sastres, plateros y carpinteros. A éstos se añadieron posteriormente los
de albañiles, curtidores, tejedores y otros.
La albañilería fue de los oficios más florecientes, en especial por los frecuentes
terremotos que obligaban a una actividad constante de construcción y reconstrucción.
En las zonas rurales muchos indios aprendieron este oficio con bastante propiedad,
como lo reconoció el dominico Thomas Gage, quien a principios del siglo XVII escribió
lo siguiente:
El tejido de piezas de algodón era una actividad realizada por algunos naturales desde
antes de la Conquista, la cual se amplió a una población mayor cuando los frailes les
enseñaron a tejer lana y a utilizar el telar de pie. Durante los primeros dos siglos de la
época colonial la tejeduría no se efectuaba en talleres, pues se trataba de una tarea
propiamente doméstica. También constituyó uno de los oficios en que menos se
cumplían los aranceles y las ordenanzas, ya que las mismas autoridades políticas y
religiosas se encargaban de violarlos.
Los españoles mantuvieron por mucho tiempo el status de maestro en el marco de los
oficios artesanales. Sin embargo, la habilidad y destreza de algunos artesanos indígenas,
negros y mulatos, llegaron a tal grado que las autoridades coloniales, aun con la
oposición de maestros españoles y del gremio si lo había, permitieron en muchos casos
que indios y mulatos tuvieran taller propio. Algunos gremios, ante la realidad de una
considerable mayoría de indígenas o castas entre sus integrantes, procuraron impedir
legalmente que los artesanos esclavos, indígenas o mulatos alcanzaran la categoría de
maestros. En consecuencia, la mayoría de ellos no pasó del grado de oficial. El gremio
de los plateros fue el más renuente en este sentido y jamás permitió que un esclavo
llegara a la condición de maestro.
Conclusiones
Con la colonización se inició en el Reino de Guatemala y especialmente en la ciudad de
Santiago la introducción de nuevos oficios artesanales, que pronto fueron enseñados a
indígenas, mestizos y esclavos negros. Paralelamente al desarrollo de estos nuevos
oficios, los artesanos empezaron a organizarse en gremios, siguiendo para ello las
tradiciones europeas. Entre los objetivos buscados estaban los de defender sus intereses
económicos, solucionar sus conflictos con los soldados, ascender socialmente y vivir de
manera holgada con el fruto de su trabajo.
Los gremios defendieron más los intereses de los maestros que los propios de oficiales y
aprendices. Esto, sumado a las periódicas crisis económicas, dio como resultado que
buen número de artesanos prefiriera operar al margen de la organización gremial, en
ocasiones con autorización del Ayuntamiento de Santiago, pero por lo general sin
permiso alguno.
A partir de la segunda mitad del siglo XVI, la mayoría de oficios fue pasando a mulatos,
negros e indios, en especial en el área rural, lo cual se explica porque entre los españoles
persistía la idea de que los oficios eran propios de siervos y no de gente principal.
HORACIO CABEZAS CARCACHE
Primeros Asentamientos
Dado el poco interés de los primeros conquistadores por poblar las tierras descubiertas,
la Corona misma trató de promover la colonización y los asentamientos en las nuevas
regiones, bajo ciertas condiciones. Así se hizo en 1513, por ejemplo, cuando se ordenó
repartir tierras e indios a los españoles que se avecindaran en las nuevas posesiones. El
avecindamiento daba derecho a un solar para construir, a tierras de labranza y a la
crianza de animales domésticos. La extensión del solar y las tierras dependía del mérito
de quien los recibiera. De allí vienen las medidas de superficie llamadas `caballerías' y
`peonías', usadas en las concesiones hechas a gente de a caballo o de a pie. Se
establecieron, como requisitos para convalidar tales concesiones, que el vecino residiera
en su morada durante cuatro años, que la tierra fuera trabajada, que no hubiera sido
enajenada en favor de la Iglesia y que la concesión no afectara las tierras de los indios.
Ejidos
En la Hispanoamérica colonial se difundieron las tradiciones urbanísticas y de tenencia
de la tierra de la Europa medieval. De tal manera, al fundarse los centros urbanos y al
hacerse el trazado de las calles, se establecían conjuntamente los ejidos y las dehesas,
conocidos también como `propios', es decir, una cierta cantidad de leguas de tierra a la
redonda, medida desde las últimas casas o desde la cruz del atrio de la iglesia, conocida
también como cruz mojonera. En dicha área los vecinos podían obtener leña, materiales
de construcción, ocote para el alumbrado, llevar a pastar su ganado, aprovechar las
fuentes de agua, realizar algunos cultivos, especialmente los de beneficio colectivo,
etcétera. Desde 1523, la Corona dejó establecido que todo asentamiento poblacional
tenía que contar con `ejidos competentes', y a partir de 1571 se precisó que tales
terrenos debían tener cuatro leguas en todo asentamiento con más de 30 vecinos
españoles. La Corona se preocupó reiteradamente de que los ejidos de los pueblos de
indígenas no se redujeran; que los usurpados se recuperaran; y que, en general, no se
vendieran, sino se dieran en censo enfitéutico, es decir, que sólo se pudiera ceder el
derecho de uso a cambio de una paga anual, pero no la propiedad. Sin embargo, estas
disposiciones, aunque se acataban, no se cumplían.
Tierras Comunales
Los derechos de los índigenas sobre las tierras no aparecen regulados en las cédulas u
ordenanzas emitidas en relación con Guatemala durante la primera mitad del siglo XVI.
Las disposiciones concernientes se limitaron a exhortaciones para no perjudicar a los
indios. Antes de 1553 la Corona no se preocupó en promover algún tipo de indagación
sobre el régimen prehispánico de propiedad, en averiguar, por ejemplo, de quiénes eran
las tierras, las heredades y los términos de las mismas. Se puede afirmar que en la
primera mitad del siglo XVI no se reconoció a los indígenas propiedad territorial
alguna; por el contrario, fue la época en que sufrieron el mayor despojo.
La Composición Real
En las postrimerías del siglo XVI, Felipe II involucró a España en numerosas guerras.
Para financiarlas se promovió una nueva política fiscal, mediante la cual se obligó a las
colonias hispanoamericanas a aportar una mayor contribución monetaria. En cuanto a la
propiedad territorial, se estableció como parte de aquella política que en adelante dicha
propiedad se adjudicaría únicamente al mejor postor, y que sólo se darían mercedes
reales (especie de concesiones de tierras o tributos por servicios prestados a la Corona)
como excepción, o para los ejidos de pueblos de indios y villas. La evolución
experimentada hasta entonces por el régimen de tenencia de la tierra facilitó la
aplicación de tal política, ya que españoles y ladinos habían ido acaparando y usurpando
tierras realengas y no realengas, sin preocuparse de tramitar y obtener títulos y mucho
menos de que éstos fueran confirmados.
La real cédula por la cual el Consejo de Indias mandó que se aplicara la nueva política
agraria en Guatemala es una síntesis de las dos cédulas generales mencionadas
anteriormente y en ella se establece su propio procedimiento de aplicación:
Es decir, el interés real era allegarse fondos, y por ello no se dudó en dar facilidades a
quienes hubieren usurpado tierras y a aquellos interesados en aumentar sus propiedades
con tierras baldías.
La `composición' fue, pues, el procedimiento jurídico de la época colonial por medio del
cual se legalizaba una posesión ilegal de tierras mediante el pago de determinada
cantidad de dinero al tesoro real. De esta manera los colonos conseguían títulos de
dominio pleno sobre tierras en las cuales se habían asentado de modo anómalo. Este
procedimiento se utilizó también para adquirir en propiedad privada tierras realengas. A
partir de la emisión de la cédula citada antes, el problema de la propiedad territorial ya
no se resolvió por medio de mercedes reales sujetas a confirmación, sino fue objeto de
estrictas operaciones mercantiles.
Real Confirmación
Las órdenes de `composición' se fueron convirtiendo en una medida a la que acudía la
Corona constantemente cuando tenía dificultades económicas. A partir de 1613, sin
embargo, ya no sólo se buscaba `componer' lo defectuoso, lo no titulado, sino exigir la
confirmación de títulos o sacar a pública subasta las tierras baldías. Sobre el particular
el jurista e historiador español Antonio de León Pinelo (1590-1660), en su Historia de
la Villa Imperial de Potosí, escribió lo siguiente:
Mercedes reales
La merced real fue el mecanismo más común en el siglo XVI para conseguir tierra,
tanto en lo concerniente a la propiedad privada de vecinos y clero como a la propiedad
comunal de los indígenas. Sin embargo, este mecanismo no se usó desde los primeros
años. En efecto, después de conquistados los quichés (k'iche's) y los cakchiqueles
(kaqchikeles) y cuando existía ya el primer asentamiento urbano español en Almolonga,
los conquistadores, en 1527, se repartieron las tierras circunvecinas sin guardar orden
alguno ni respetar la jerarquía de los conquistadores y vecinos, lo que ocasionó un
profundo malestar. Por esta razón, en 1528, el Cabildo de la ciudad de Santiago fue
facultado por el gobernador para reordenar la distribución de la tierra según los méritos
de cada conquistador, tal como lo establecían las órdenes reales.
Avecindamiento
Las personas que se avecindaban en las ciudades que se iban fundando tenían derecho a
recibir solares y tierras concedidos por los Ayuntamientos. En 1528, por lo tanto, se
otorgaron en Santiago las primeras caballerías y peonías. Las caballerías tenían 600
pasos de frente y 1,400 de fondo, y las peonías exactamente la mitad. Las parcelas que
se otorgaron originalmente en propiedad no fueron en realidad muy extensas, ni hubo
gran presión para obtener tierras en extensiones que formaran latifundios, como lo
afirma Severo Martínez. Los hechos indican que en en esos momentos los medios
predilectos de enriquecimiento y el bienestar se basaban fundamentalmente en la
explotación minera, en el envío de esclavos al Perú y en los beneficios derivados del
repartimiento de indios.
No obstante que el mismo Pedro de Alvarado era el principal causante de las anomalías
señaladas, la Corona lo rehabilitó y lo autorizó para hacer un reordenamiento general de
la propiedad territorial. Esta medida fue tomada después que Alvarado había hecho una
estimable donación a la Corona. Posteriormente a la primera etapa de distribución se
concedieron solares principalmente a la `gente de oficios' (herreros, plateros, sastres,
tejeros, barberos, carpinteros) o a personas que se habían empobrecido y vivían en
solares alquilados.
Las tierras distribuidas entre los españoles fueron generalmente las que circundaban la
ciudad, y el propósito era destinarlas al cultivo de trigo y caña de azúcar o a la crianza
de ganado. Dichas tierras eran conocidas como las milpas de los vecinos españoles (ver
Ilustración 114). No obstante, en 1542 también se hicieron repartos en la región del
actual municipio de San Martín Jilotepeque (Chimaltenango) y en Jalapa.
A partir de 1549, la Corona decidió que la Audiencia se encargara de otorgar las tierras.
Así se hizo en 1550 en la zona del Golfo Dulce; en 1556 en la Villa de La Trinidad; en
1557, en Jilotepeque; en 1560, en la zona de los sacatepéquez; en 1562, en la Verapaz.
Parece que estas concesiones fueron excesivas, ya que en 1572 la Corona ordenó que en
adelante se enmendara tal proceder.
En la primera década del período colonial no hubo un patrón único en cuanto a las
medidas de superficie, pero en 1536 el Cabildo precisó lo que se entendía por `sitio',
`estancia', `criadero', `caballería', `suerte', `solar' (ver Cuadro 33). Algunas de estas
medidas fueron modificadas en 1573.
El sector eclesiástico fue muy favorecido en las concesiones de tierras. Los conventos
de La Merced y Santo Domingo, y también el Obispo Francisco Marroquín, recibieron
tierras en los alrededores de la ciudad. El Presidente Cerrato concedió a los dominicos
la Laguna de Amatitlán, pero tal concesión fue anulada posteriormente por la Corona,
por el perjuicio que se causaba a los indígenas.
Comunidades indígenas
Las comunidades indígenas, para tener derecho a sus propias tierras, tuvieron que
aceptar también el principio del señorío. Tal como se hizo con los españoles
avecindados, a los indígenas sometidos a la reducción se concedieron solares y ejidos.
El Arzobispo García Peláez consideró que esa política, lejos de favorecer a los
naturales, los perjudicaba considerablemente, según lo explicó de esta manera:
No todos los indígenas tuvieron acceso a la propiedad territorial. Algunos de los que
fueron liberados de la esclavitud en 1549 y se quedaron a vivir en los alrededores de la
ciudad junto con sus descendientes, no llegaron a poseer tierras para sus milpas, a
excepción de unos cuantos. Ello ocurrió pese a la disposición real que ordenaba a la
Audiencia adjudicar tierras a dichos indígenas, y porque esa orden fue bloqueada por
quienes controlaban el Ayuntamiento de Santiago.
Usurpaciones
Las concesiones hechas por la Audiencia fueron la primera forma de acceso a la tierra,
pero como se limitaban sólo a tres o cinco caballerías, hubo españoles que se las
ingeniaron para incrementar sus propiedades sin reconocimiento legal.
Una población duramente golpeada por las usurpaciones fue la de San Martín
Jilotepeque. Aquí las tierras eran buenas para el cultivo de trigo y caña de azúcar, así
como para la crianza de ganado. En 1592, los naturales de dicho pueblo habían sido
reducidos a una situación angustiosa, según lo expusieron en un escrito elevado a la
Audiencia:
Compraventa
La compra de tierras a las comunidades indígenas fue también una modalidad utilizada
por los españoles, no siempre por las buenas, sino mediante coacciones, como lo
confirma la real cédula de 1549, enviada a la Audiencia de Guatemala:
A partir de 1591 cesaron las mercedes reales de tierras y se inició en toda su magnitud
el sistema de compras reguladas por las reales cédulas de composición. En 1596 se
legalizaron muchas usurpaciones consumadas en tierras de comunidades indígenas y se
tomó como base el precio de 100 tostones por cada seis caballerías. En 1598 se
emitieron instrucciones para el procedimiento que debía seguirse en las `composiciones'
efectuadas en la región de Chiquimula de la Sierra, las efectuadas en 1676 en las
provincias de Zapotitlán y Verapaz, y en 1692 se dio un mandato específico para
`componer' los obrajes de tinta e ingenios de azúcar.
Arrendamiento
Tal como se ha dicho antes, la mayor parte de los naturales pertenecientes a pueblos
circunvecinos de la ciudad de Santiago no recibió tierras para sus cultivos (supra,
Comunidades Indígenas). Dichos indígenas sólo tuvieron acceso al uso de la tierra por
medio del arrendamiento, previo pago de un terrazgo (ver Cuadro 34) a sus propietarios
(el obispo, los españoles, los monasterios), a razón de 10 reales por 30 varas en cuadro.
El terrazgo pagado por los indígenas de Jocotenango fue una de las primeras
contribuciones para el fondo destinado al Colegio Santo Tomás de Aquino, y después
para el sostenimiento de la Universidad de San Carlos.
Se dieron casos asimismo en que algunos ladinos entraban en arreglos con comunidades
indígenas para obtener en arrendamiento parte de las tierras comunales. Según cierta
información documental, con frecuencia el Ayuntamiento también arrendaba tierras
ejidales a los ladinos mencionados. En estos dos casos el arrendamiento se pagaba en
dinero.
El clero, tanto el secular como el regular, tuvo acceso a la propiedad territorial por
medio de las mercedes reales, las donaciones de particulares (herencias y legados,
prohibidos por la ley hasta 1572, en favor de las órdenes religiosas) o bien mediante la
ejecución de obligaciones sobre préstamos vencidos para los cuales se hubieran usado
tierras como garantía hipotecaria. Por este camino la Iglesia se convirtió en la mayor
latifundista de la época. En efecto, muchos españoles y caciques heredaban o
trasladaban tierras en calidad de capellanías, a favor de los conventos, y la renta de tales
tierras se destinaba al pago de misas mensuales y anuales. En las dos primeras décadas
del período colonial el Ayuntamiento administró aquellas tierras, pero después éstas
pasaron de modo directo a las órdenes religiosas, las que, por lo general, no las
administraban propiamente, sino que las alquilaban a españoles, a cambio de lo cual
recibían una renta y se evitaban otras complicaciones. Las cofradías y hermandades de
pueblos, villas y ciudades se convirtieron, a su vez, en propietarias de tierras. Estas eran
adquiridas en concepto de donaciones y limosnas provenientes de indígenas, ladinos y
españoles, que así contribuían al sostenimiento de fiestas y celebraciones.
La propiedad comunal
Durante todo el período colonial, los indígenas mantuvieron sus tierras en propiedad
comunal. Por lo general se trataba de pequeñas parcelas familiares, dedicadas
principalmente a la producción de cacao. La tecnología empleada por los indígenas en
este cultivo era la heredada de sus antepasados, la cual les permitía obtener buenas
cosechas, granos de buena calidad y una renovación constante de los plantíos. Sin
embargo, el despoblamiento de fines del siglo XVI produjo una disminución de esta
actividad.
Los alcaldes y principales de los pueblos de indios eran los encargados del reparto de la
tierra comunal entre los barrios (parcialidades), y luego entre las unidades familiares
que realizaban directamente el trabajo de la milpa. Estos grupos efectuaban también
labores conjuntas en ciertas tierras y en determinados días del año, y el producto de este
trabajo se destinaba al pago de los tributos, así como al funcionamiento de las cajas de
comunidad y las cofradías.
Los indígenas incorporaron en su dieta, basada fundamentalmente en la producción del
complejo agrícola maíz-frijol-calabazas, y en el cultivo de cacao, otros productos
alimenticios, como trigo, arroz, verduras (ajo, cebolla, zanahoria, remolacha, güisquil,
lechuga) y frutas (melón, pera, manzana, naranja, durazno, ciruela), y comenzaron a
utilizar diferentes instrumentos de trabajo (azadón, machete, hacha, rastrillo), traídos
por los españoles. Sin embargo, las técnicas de cultivo no se modificaron mucho, ya que
siguieron trabajando sus milpas con elementos tradicionales, como la roza, la coa, la
aporcadura, la limpia, etcétera.
La pequeña propiedad
La pequeña propiedad fue muy común en la época colonial, sobre todo entre los blancos
pobres y una parte de los mestizos. Severo Martínez sostiene, por el contrario, que a los
mestizos se les vedó el acceso a la tierra, con el fin de garantizar mano de obra para los
terratenientes. Es cierto que se fundaron pocas villas de ladinos y que a las mismas no
se les asignaron ejidos. Sin embargo, ello no implica necesariamente una falta general
de propiedad territorial entre los mestizos. La realidad es que, con la crisis económica
de mediados del siglo XVII, la migración de mestizos al campo fue masiva y buen
número de ellos se hizo de propiedades, ya fuera usurpando tierras a los indígenas, ya
viviendo con estrecheces en tierras realengas a la espera de un oportuno arreglo con la
Corona. Tal fue el caso de Salamá y San Jerónimo en Verapaz; Escuintla; Don García,
Cuajiniquilapa, Azacualpa en Santa Rosa; San Marcos Huista en Huehuetenango; Las
Mesas en Sacatepéquez; Chicoj en Chimaltenango. También existía un gran número de
pequeñas propiedades dedicadas a los cultivos de añil, caña de azúcar y trigo.
La tecnología empleada por los pequeños productores, aun cuando estaban dedicados a
cultivos como trigo, caña de azúcar y añil, era ciertamente sencilla. No obstante, en su
mayoría utilizaban el arado tirado por bueyes. La pequeña propiedad no permitía
ahorros suficientes como para invertir en técnicas avanzadas. Por ello, los trigueros
dependían de los frailes dominicos, dueños de los molinos, para el procesamiento de la
harina. Los cultivadores de caña de azúcar se limitaron a la construcción de trapiches
para la producción de panela. Los que se dedicaban al añil (los poquiteros) vendían a los
dueños de los obrajes, generalmente por adelantado, la cosecha de jiquilite.
Conclusiones
Los primeros conquistadores no tuvieron el claro propósito de asentarse en Guatemala o
formar un señorío en este territorio, mas el fracaso de las dos expediciones de Alvarado
por mar y las limitaciones mineras les obligaron a ello. Tuvieron que avecindarse en
forma permanente y tratar de conseguir indios de tributo y de repartimiento.
A mediados del siglo XVI, cuando se produjo también la reducción de los indios a
poblados, la Corona otorgó a muchas parcialidades el reconocimiento legal de la
propiedad y dominio sobre sus antiguas tierras, con el fin de que tuvieran donde
producir sus milpas y pudieran así pagar el tributo, sostener al cura doctrinero y
procurarse su propio sustento.
El proceso de acaparamiento y arrebato de tierras de las comunidades indígenas por los
españoles se inició a fines del siglo XVI, precisamente cuando se empezó a explotar el
añil de forma intensiva. La Corona también aprovechó este hecho para allegarse fondos
por medio de la `composición', un procedimiento aplicable a todas las tierras de las
cuales los españoles o los indígenas carecieran de justo título.
Agricultura
Durante la década que siguió a la Conquista, parece ser que los españoles no tuvieron
mayores dificultades en cuanto a recibir suficiente abastecimiento, excepto los
problemas derivados de la gran rebelión cakchiquel (kaqchikel) que comenzó a finales
de 1524. Sin embargo, a medida que se esclavizó un mayor número de indios, éstos no
sólo disminuyeron la entrega de alimentos, sino planearon vencer a los españoles por el
hambre. Este propósito lo expresa Francisco de Fuentes y Guzmán de la siguiente
manera: `Porque viéndose dominados de nuestros españoles y sin poderlos expeler ni
rechazar, probaron a echar de los países a los castellanos, dejando de sembrar sus
sementeras de maíz, para que así con el hambre y las desdichas se fuesen para otras
partes'. Esto llevó a las autoridades coloniales a crear, en 1539, el cargo de Juez de
Milpas, a fin de obligar a los indígenas a sembrar frijol y maíz para el sustento de los
españoles.
Cuando la Corona prohibió la esclavitud de los indios, a mediados del siglo XVI, las
autoridades coloniales locales procuraron que con la nueva situación no disminuyeran
los alimentos. Por tal razón establecieron, como primera obligación tributaria de las
comunidades indígenas, la entrega de maíz, frijol y gallinas. Según las tasaciones de
Alonso López de Cerrato, los indios de Guatemala estaban obligados a dar anualmente
16,050.5 fanegas de maíz y 342.96 fanegas de frijol.
Los indígenas siguieron sembrando sus milpas al estilo tradicional, excepto por algunas
innovaciones tecnológicas, como el uso del machete y el azadón. Por lo común hacían
dos siembras: la primera al inicio de las lluvias, y la segunda, conocida también como
`postrera', cuyo producto cosechaban en diciembre. En ambos casos realizaban sus
antiguos ritos, con comidas ceremoniales, ofrendas en sus santuarios ancestrales, y
abstinencia sexual. El cultivo de la milpa no afectó, durante la época colonial, las
formas tradicionales de tenencia de la tierra. En efecto, el reconocimiento que los
españoles hicieron de las tierras comunales tuvo como principal objetivo el de asegurar
que los indígenas tuvieran donde sembrar sus milpas. Este propósito fue más asequible
porque, como parte del proceso de institucionalización política, se conservó, en parte, la
estructura prehispánica de poder, para garantizar así que los indígenas sembraran milpas
no sólo para el pago del tributo sino también para el mantenimiento de sus principales
(gobernador y alcaldes indígenas), de su caja comunal y para su propia alimentación.
Durante el siglo XVII, el cargo de Juez de Milpas cobró mayor importancia. En 1620, el
Cabildo informó a la Corona que, con base en la experiencia, `cuando se proveían
jueces de milpas, la fanega de maíz estaba a 4 y 5 reales, mas si faltaban, se ponía a dos
e tres y cuatro tostones'. Comentarios como el anterior abundaron durante el siglo XVII.
Sin embargo, la Corona no siempre les dio el crédito necesario, y periódicamente
repetía órdenes para que se suprimiera dicho cargo. Las autoridades coloniales, no
obstante, lo seguían manteniendo contra derecho, aferradas al expediente, tan común en
el período colonial, de que la ley `se acata, pero no se cumple'. Las prohibiciones
repetían constantemente el argumento sobre los Jueces de Milpas:
El cargo resultaba perjudicial, en efecto, pues en 1628 había 20 Jueces de Milpas, que
cobraban 14,600 tostones en concepto de salarios y además obtenían de las
comunidades indígenas el doble o triple de lo que les estaba asignado en nómina.
Trigo
Francisco Castellanos introdujo el trigo en Guatemala en 1529. Este mismo año, el
Ayuntamiento concedió un salto de agua del río de la ciudad al Adelantado Pedro de
Alvarado, a fin de que éste lo utilizara en un molino de trigo. El cultivo se expandió
rápidamente porque el pan era parte fundamental en la alimentación de los españoles. A
pesar de su rápida propagación, al menos durante las primeras tres décadas, no implicó
cambios sustanciales en las formas de propiedad territorial de las comunidades
indígenas, excepto en los pueblos `situados', donde se construyó la ciudad. En estos
pueblos los españoles obligaron a los indios a cultivar trigo en las tierras comunales o
en los sitios que se les habían adjudicado, en cuyo caso los españoles proveían los
animales para las faenas de arado y trillado. Según las tasaciones de Cerrato, de 1549,
los indígenas estaban obligados a cultivar 1,749 fanegas de trigo a favor de los
españoles.
Áreas de producción
Cultivo y procesamiento
A principios del siglo XVII, Gage se refiere con bastante detalle a las variedades de
trigo que se cultivaban y a las técnicas agrícolas correspondientes. Dice que en los
valles de Mixco y Las Mesas se recogían dos cosechas: una de un grano pequeño,
llamado tremesino, que se sembraba a fines de agosto y se cosechaba a finales de
noviembre; y otras dos variedades, llamadas rubio y blanquillo, que se recogían después
de Navidad. La trilla se hacía con yeguas. Con el incremento del cultivo del trigo, según
el mismo Gage, se deforestaron muchos bosques de buenas maderas que no se
utilizaron, ya que se dejaban secar sobre el terreno los árboles derribados y antes de las
primeras lluvias se les prendía fuego para que las cenizas abonaran la tierra. Lo mismo
se hacía, una vez recogido el grano, con la paja y la cascarilla, que se dejaban en el
campo hasta podrirse y para quemarlas poco antes de las primeras lluvias. Las cenizas
eran humedecidas en agua, y esta mezcla se tenía como `el mejor modo de abonar los
campos'. A fines del mismo siglo se obtenían 40 fanegas de trigo por cada una que se
sembraba.
Las relaciones laborales variaban profundamente según se tratara del cultivo del trigo en
una propiedad indígena, o en una de español. En efecto, en la primera los indígenas
beneficiaban el trigo `con sus personas y las de su calpul, al corto gasto de una fanega
de maíz y diez o doce reales de carne de vaca para sus convidados de aquel tequio o
trabajo...' En la de españoles, en forma muy distinta, el mismo trabajo se hacía mediante
la institución laboral conocida como repartimiento de indios.
El interés de los españoles por el cultivo del trigo y la simultánea escasez de mano de
obra provocaron las condiciones para que la Corona, en 1574, legalizara las medidas de
hecho emprendidas por los dueños de las labores y por las autoridades coloniales, en
cuanto a obtener semanalmente los indios de repartimiento, sacándolos de los pueblos
de la periferia de la ciudad de Santiago de Guatemala. Aunque la legislación sobre la
materia normó en detalle esta nueva forma de relación laboral, en la práctica los
indígenas trabajaban de sol a sol, y en el valle de Guatemala los vejámenes a que se les
sometió fueron mucho mayores que en México. En 1670, los pueblos situados en los
alrededores de Santiago entregaban semanalmente 1,728 indios de repartimiento, que
sembraban para 94 propietarios 6,280 fanegas de trigo. Diez años más tarde, el número
de indios repartidos era de 2,382, todos los cuales laboraban para 116 propietarios
españoles, en 774 caballerías, y producían 6,638 fanegas de trigo (ver Cuadro 36).
Comercialización
La comercialización del trigo estuvo envuelta en toda clase de artimañas, pues los
grandes comerciantes hicieron de San Lucas Sacatepéquez un sitio para almacenar el
cereal hasta por dos y tres años, a fin de provocar escasez y especular con el precio. En
1603, el Obispo Juan Ramírez denunció ante la Corona tal anomalía:
Caña de Azúcar
La caña de azúcar fue introducida por los españoles al Reino de Guatemala en la década
posterior a la Conquista. La misma habría de llenar una de las principales exigencias
alimenticias de los colonizadores y vecinos de distintas ciudades, ya que los 1,427 litros
de miel silvestre que recibían de los indígenas como tributo en ese mismo período
resultaban insuficientes para endulzar sus bebidas y elaborar sus variados y abundantes
dulces y bocadillos. El producto de la caña de azúcar (azúcar, panela, aguardiente), al
menos durante el siglo XVI, fue dirigido principalmente al mercado interno, muy
diferente de lo que aconteció en las Antillas, donde se organizó la producción azucarera
con el fin de proveer la creciente demanda de dicho producto en Europa. En Chiapas, la
caña de azúcar cobró cierta importancia en las primeras décadas, pues existían unas
ocho plantaciones.
Área de producción
La principal área de producción azucarera (ver Ilustración 117) fue Amatitlán, donde en
1536 se habían distribuido ya las primeras tierras para cañaverales. La caña se sembró
también en Jilotepeque, Escuintla, Guazacapán y Verapaz.
El cultivo fue atendido durante los primeros años por españoles seglares, pero a fines
del siglo XVI las órdenes religiosas incursionaron en dicha actividad en forma tal que a
principios del siglo siguiente poseían ya grandes plantaciones, y a fines del mismo casi
habían logrado establecer un monopolio mediante el control de los principales ingenios.
El vizcaíno Sebastián de Zavaletta representaba una excepción notable, pues tenía una
plantación con cerca de 300 esclavos. En efecto, de los seis ingenios que había en 1680
en el Corregimiento del Valle, cinco eran propiedad de religiosos: uno de los jesuitas,
otro de los mercedarios, tres de los dominicos y un trapiche de los agustinos (ver
Cuadro 37). Además existía un ingenio de los dominicos en San Jerónimo (Verapaz). La
mayor parte de los 14 trapiches restantes, cuatro de los cuales se encontraban en
Escuintla, eran propiedad de españoles seglares.
El cultivo de la caña de azúcar durante la época colonial no fue una actividad exclusiva
de los españoles, ya que los indígenas lo incorporaron en sus tierras comunales,
especialmente en el área de Jilotepeque y Comalapa. Esto fue motivo de preocupación,
a fines del siglo XVII, para los dueños de ingenios y trapiches, tal como lo asienta
Fuentes y Guzmán, propietario de un trapiche: `...siendo muy numerosos estos
trapichuelos y cortísimos sus gastos de producción, han bajado los precios, y con ello le
han creado problemas a los grandes ingenios de azúcar'.
Proceso de producción
Entre las actividades agrícolas introducidas por los españoles en Guatemala, el cultivo y
procesamiento de la caña de azúcar fue el que exigió mayor tecnología, pues obligó a la
construcción de canales de riego, puentes, caminos, carretas para el transporte, y sobre
todo instalaciones para el procesamiento. Estas últimas fueron el trapiche y el ingenio,
el primero movido por fuerza animal (machos, mulas y bueyes), y el segundo por fuerza
hidráulica. La tecnificación se llevó a cabo en las propiedades de los religiosos
principalmente, pues ellos pudieron acumular la riqueza necesaria para las grandes
inversiones en maquinaria, edificaciones e instrumentos de trabajo.
Se sabe que entre los frailes dominicos de la Nueva España, a mediados del siglo XVII,
la actividad en el ingenio se iniciaba al amanecer, momento en el cual los esclavos e
indios, bajo las órdenes de un fraile, trasladaban el azúcar de la casa de calderas a la de
purgar o al asoleadero, y juntaban la leña para los hornos. Seguidamente, organizados
en cuadrillas controladas por un `mandón' o capataz, unos trabajadores se dirigían al
campo a cortar, escardar y sembrar caña, y otros, principalmente mujeres y niños
esclavos, se dedicaban a cargar las carretas en que se acarreaba la caña para ser molida.
Un grupo de negros, además, iba al monte a cortar leña, la que se acarreaba en mulas.
Todos, al retornar por la tarde, tenían que traer zacate para las mulas y venir cantando
las oraciones. A los esclavos se les hacía trabajar hasta una parte del día domingo,
después de asistir a misa:
Fuera de las que se referían al pago de la alcabala, antes de 1597 no existían normas
escritas que regularan la comercialización del azúcar. A partir de dicho año, sin
embargo, el Ayuntamiento estableció el cargo de veedor de trapiches para regular la
actividad de los productores de azúcar. Entre las obligaciones del titular de dicho cargo
estaba la de fijar precios, medidas y los jornales pagados en los trapiches.
El cacao
El cacao (theobroma cacao), o `alimento de los dioses' como alguna vez se le llamó, se
cultivó en Mesoamérica desde aproximadamente 1500 AC y se utilizó como alimento y
principal medio de intercambio. Se empleó como alimento y bebida ceremonial por los
sectores de poder, en la forma preparada conocida como chocolate, mientras la mayoría
de la población lo consumía mezclado con maíz. Como medida de intercambio, los
pueblos mesoamericanos contabilizaron el cacao bajo las denominaciones monetarias
siguientes: el zontle, equivalente a 400 granos; el jiquipil, a 200 zontles; y la `carga' a
tres jiquipiles.
Debe observarse que en relación con este cultivo, los españoles no cambiaron desde el
principio las relaciones de propiedad territorial y de producción que encontraron en las
comunidades indígenas que poseían cacaotales. Dejaron que los pueblos de indios y los
señores conservaran sus tierras y que las cultivaran como antes. Ello explica que
muchos pueblos del Altiplano contaran, a lo largo del período colonial, con milpas
anexas en la Costa Sur, en las que vivía parte de la población tributaria. Los indígenas
poseían estas milpas desde antes de la Conquista, época en la cual, según se dice:
Pineda indica que en 1595 los pueblos de Tecpán Atitlán y Quezaltenango tenían dos
estancias cada uno, y Atitlán tenía cuatro. Consta, igualmente, que en algunos casos se
propició la migración, como sucedió a mediados del siglo XVI cuando indígenas de
Santiago Atitlán fueron llevados a Santa Bárbara, en la Bocacosta, con el propósito de
sembrar cacao y residir allí de modo permanente.
Desde el mismo siglo XVI se han discutido las relaciones entre la explotación cacaotera
y el decrecimiento violento de la población indígena. Las Relaciones que los visitadores
enviaron a la Corona señalaban el fenómeno demográfico, pero sin aludir a las causas
del mismo. En dichas Relaciones consta que zonas como Soconusco, que tenía 30,000
tributarios en el momento de la Conquista, sólo contaba con 2,000 después de 50 años.
San Andrés y San Francisco, estancias de Atitlán de 800 y 1,000 tributarios, quedaron
con 101 y 189, respectivamente. Pineda dice que en 1594 Iztapa era un pueblo `muy
fértil de cacao porque tiene muchas milpas y tantas que no las pueden beneficiar los
indios porque solía ser gran pueblo y ha venido en disminución por haberse muerto
mucha gente y haber muchas milpas sin que haya quien las beneficie'. En diferentes
reales cédulas se inquiría, asimismo, sobre las causas de la disminución de tributarios en
las regiones cacaoteras. Fueron los mismos indios los que aportaron la mejor
explicación del descenso demográfico. Naturales de las estancias de Atitlán señalaron al
respecto: `Y después de venidos los españoles les han sobrevivido muchas
enfermedades y pestilencias en diferentes veces... Y otros fallescieron de enfermedad de
viruela y sarampión y tabardete y sangre que le salía de las narices y otras pestilencias y
trabajos que les sucedieron'. El maltrato a los indios, prácticamente autorizado por la
misma Corona, fue otra de las causas de la declinación demográfica, según consta en
real cédula de 1630:
Por otro lado, hubo casos de encomenderos que no tenían pueblos cacaoteros y que,
violando lo establecido en las tasaciones de las últimas décadas del siglo XVI,
empezaron a exigir a sus indígenas que se les entregara cacao en pago del tributo. Para
conseguir tal propósito sobornaban a las autoridades coloniales correspondientes. Los
indios de pueblos del Altiplano que no tenían estancias cacaoteras, empezaron a viajar
entonces a las zonas cálidas para trabajar y ganar los granos de cacao destinados al pago
del tributo. Los indios de Chiapas, Quiché y Huehuetenango tenían que bajar a
Soconusco y Suchitepéquez. Lo mismo hacían los de Verapaz, que se dirigían a la
región de Chiquimula, Izalcos y Guazacapán, para ganar el cacao de los tributos.
Ciertamente, los cambios climáticos violentos que implicaba el traslado de zonas frías a
cálidas y viceversa, contribuyeron a la propagación de enfermedades infecto-
contagiosas (paludismo, sarampión, viruela, fiebre amarilla) y a que disminuyera aún
más la población nativa. Gage indica que la peste de tabardillo sólo afectaba a los
nativos. Pineda, se refiere también a este fenómeno de la siguiente manera:
Elías Zamora piensa que la cifra anterior es exagerada y considera, como relación más
confiable, que de cada cinco que bajaban a las cacaoteras solían regresar menos de
cuatro.
Durante las primeras décadas del siglo XVI, la comercialización del cacao se hizo
principalmente con México y Perú. En el primer caso había dos rutas (ver Ilustración
129): la marítima, que salía de los puertos de Acajutla e Iztapa y terminaba en Huatulco,
Zihuatanejo y Acapulco, para continuar por tierra hasta México. La otra era una vía
terrestre que utilizaba las tradicionales veredas prehispánicas. El transporte hacia Perú
se hacía desde los puertos de Acajutla (El Salvador) y El Realejo (Nicaragua).
A fines del siglo XVI, el consumo de cacao había ingresado ampliamente en los hábitos
alimenticios de los sectores adinerados de las principales naciones europeas. Ello no
obstante, la comercialización no se desarrolló con facilidad. Por ejemplo, la creciente
presencia de piratas en el Mar Caribe impidió el establecimiento de rutas fijas y la
Corona terminó por despreocuparse de la región centroamericana y aun limitar la
llegada de la flota a sus costas. Tal marginación sólo permitía el arribo esporádico de
embarcaciones. En dichas circunstancias, la ruta por Nicaragua adquirió mucha
importancia ya que las mercancías se podían sacar por el Río San Juan para llevarlas a
Cartagena y desde allí a España. Las otras rutas fueron la de Veracruz, en México, y
ocasionalmente la de Trujillo en Honduras (ver Ilustración 129).
El análisis de las cantidades de cacao recibido como tributo en Soconusco, por ejemplo
(ver Cuadro 39), muestra un incremento en la cantidad tributada a fines del siglo XVI,
lo cual coincide con un marcado ascenso en los precios del producto mientras, por otra
parte, la población disminuía notablemente. La Corona, a su vez, alrededor de ese
mismo año (1577) cobró el 7.5% del valor del cacao en concepto de almojarifazgo.
Pineda analizó en 1594 las profundas diferencias en el pago del tributo que se notaban
entre los pueblos realengos y los de encomienda y apunta entre las causas principales la
defensa que los frailes hacían de los primeros, mientras en los segundos los
encomenderos y autoridades se aliaban para subir las tasaciones.
El añil
Los nativos utilizaron diferentes colorantes en sus actividades artesanales durante la
época prehispánica. Los más importantes eran la grana o cochinilla y el jiquilite o añil.
El Chilam Balam indica que el jiquilite se empleaba en los rituales de los indios. Fray
Diego de Landa señala, asimismo, que dicho tinte servía a los indígenas en su escritura,
para el teñido de sus telas y para pintar sus monumentos.
Durante las tres primeras décadas del período colonial no se produjo un mayor
desarrollo en las actividades agroexportadoras de Guatemala. El oro era el principal
foco de atracción en la vida cotidiana y en la escala de valores materiales de los
españoles que se habían avecindado en las nacientes ciudades surgidas de la Conquista,
pero no adquirió una importancia comercial realmente considerable. Entre las
actividades agrícolas prehispánicas, sólo la cacaotera tuvo cierta incidencia en el
comercio intrarregional, especialmente con México y Perú. Los españoles tardaron en
darse cuenta del beneficio que podía derivarse de la comercialización de los colorantes.
Hasta mediados del siglo XVI comenzaron a obligar a los indígenas a pagar con telas
una parte del tributo. Los corregidores, por su parte, en abuso del cargo, introdujeron el
repartimiento de algodón, en el cual se generalizó el uso del añil. En estas
circunstancias, se dieron cuenta de lo útil que podría ser dicho tinte en los obrajes
textileros europeos y del gran beneficio que podría derivarse de su comercialización.
Las exportaciones de añil comenzaron a cobrar importancia en el último cuarto del siglo
XVI, y ello indujo a los colonos españoles de estas tierras a cultivarlo, pues el jiquilite
silvestre no resultaba suficiente ante la creciente demanda. La nueva actividad
agropecuaria se desarrolló principalmente en la zona costera del Pacífico, entre
Escuintla y las tierras bajas del occidente de Nicaragua. Dichas tierras eran aptas para el
cultivo y además estaban densamente pobladas, lo cual era muy importante para
garantizar la mano de obra.
A medida que la actividad añilera se expandía, se comenzaron a dar profundas
transformaciones en las relaciones de propiedad y de trabajo que habían sido
institucionalizadas por medio de las Leyes Nuevas a mediados del siglo XVI. En efecto,
el jiquilite, a diferencia del cacao, involucró en forma directa al colono español. Los
vecinos de las distintas ciudades del área prácticamente crearon ellos mismos las nuevas
relaciones de propiedad y de trabajo. El proceso comenzó en el momento en que se
asentaron en tierras baldías o realengas para después optar por el desembozado arrebato
de las tierras comunales de los indios. La Corona aprovechó, a su vez, el naciente
interés de los vecinos del Reino de Guatemala por la actividad añilera y la desmesurada
ambición por la tierra que la misma había suscitado, y obligó a los nuevos `propietarios'
a legalizar las tierras que habían usurpado, lo cual permitiría la consolidación de la
política fiscal y el incremento de la Real Hacienda. La situación descrita permitió que
en el período comprendido entre 1590 y 1620 los españoles se apropiaran de la mayor
parte de las tierras útiles para el cultivo del añil. Se presentaron entonces numerosas
solicitudes de tierras para este cultivo, y en las mismas se aducía que dichas tierras no
estaban ocupadas por indígenas. En tales circunstancias, se efectuaron muchas
`composiciones' sobre tierras de Guazacapán, Escuintla, Chiquimula, Suchitepéquez,
etcétera. La Corona, sin embargo, no se dio por satisfecha con las primeras
composiciones, y en 1689 obligó nuevamente a los dueños de los obrajes de añil a
legalizar la propiedad de las tierras.
La langosta, conocida también con el nombre de `chapulín', era uno de los peores
enemigos de los cultivadores de jiquilite. Gage refiere que durante su estancia en
Guatemala, a principios del siglo XVII, hubo una invasión de estos insectos que volaban
`en enjambres tan densos e infinitos que en verdad cubrían el rostro del sol'. Y acota el
cronista que `los granjeros de la zona de la costa sur se lamentaban porque su índigo,
que estaba creciendo entonces, estaba expuesto a ser devorado'.
Después del corte, el jiquilite se trasladaba, ora en hombros, ora en carretas tiradas por
bueyes, a los obrajes añileros donde habría de emprenderse el procesamiento. Los
obrajes estaban instalados cerca de quebradas, lagunas o fuentes de agua, que se
requería en gran cantidad. Los pequeños cultivadores de jiquilite (`poquiteros') no
tenían obrajes. Buena parte de ellos era de pardos y blancos pobres. A principios del
siglo XVII había un poco más de 40 obrajes en el Corregimiento de Escuintla y 60 en el
de Guazacapán. La actividad en los obrajes era muy especializada y dirigida por
personas de mucha experiencia en la extracción del tinte, a quienes se conocía con el
nombre de `punteros'. El `zacate', es decir, las plantas, se depositaba en canoas de
madera, que más adelante fueron sustituidas por pilas de calicanto. En ambos casos el
tratamiento a que se sometía el jiquilite era semejante: fermentación, coagulación y
secado. La primera consistía en dejar el jiquilite en remojo, por un tiempo que oscilaba
entre seis y 20 horas, hasta que el agua se ponía azul y comenzaba a burbujear. Ello
dependía de la calidad del zacate y por el experto. La etapa de coagulación consistía en
batir el zacate durante tres o cinco horas, hasta que se disolvía y empezaba a asentarse.
Finalmente, el secado consistía en botar el agua de la superficie y colocar en cajas el
material sólido del fondo para ponerlo a secar al sol. Después de varios días, los grandes
bloques de tinta se cortaban en barras de aproximadamente 214 libras, que se envolvían
en tela para su almacenamiento y posterior embarque. El añil de la Provincia de
Guatemala se exportaba en cajas hechas en los aserraderos de Patzún o en bolsones de
cuero llamados `zurrones'. De un promedio de 100 cargas de tres haces de hierba se
obtenían 100 libras de tinta.
En los obrajes de añil se adulteraba con frecuencia el producto final, ya que en la etapa
de secado se añadía tierra o ceniza para aumentar la cantidad. Ello obligó a los
compradores a adoptar un proceso de control de calidad y se estableció que, según la
edad del zacate y el tratamiento a que el mismo se sometía, se podían obtener tres
variedades:
Ciertamente, la Corona se interesó en repetidas ocasiones por la suerte de los indios que
trabajaban en aquellas deplorables condiciones y emitió diferentes cédulas (1545, 1563,
1581, 1636, 1643) por las cuales se prohibía su empleo en los obrajes añileros. Empero,
la ley se cumplió sólo por excepción, ya que los dueños de obrajes utilizaron toda clase
de subterfugios para obligar a los indios a trabajar en el procesamiento del añil. La
Audiencia se ocupó en 1583 de tales anomalías, e indicó específicamente que a pesar de
la prohibición de emplear a los indígenas en la elaboración de añil, los dueños de
obrajes encontraban medios para burlar las normas. Uno de tales medios consistía en no
emplearlos directamente y, en cambio, `se concertan con ellos y les compran cada
quintal de hoja de la dicha tinta por un tanto y en pago de ello les dan ropa a tan subidos
precios que lo que vale uno les cargan por diez'.
Las autoridades coloniales del Reino de Guatemala presionadas por la Corona, se vieron
obligadas a designar jueces visitadores para verificar si las leyes correspondientes se
cumplían en los obrajes. Dichos jueces, sin embargo, no impidieron los abusos y se
convirtieron en un medio más para propiciar el enriquecimiento de los funcionarios
coloniales y sus familiares. En consecuencia, muchos pueblos de indios desaparecieron
por los efectos negativos de la actividad añilera, y no se conservó de ellos sino los
nombres. Los propietarios de las haciendas inmediatas, en tanto, ocupaban las tierras
baldías, sin medirlas ni entrar en composición con la Corona. Un sacerdote dejó el
siguiente relato de principios del siglo XVII:
Las relaciones de trabajo en los obrajes fueron distintas a las que predominaron durante
la época colonial en otras actividades agrícolas, como la cacaotera, la de los ingenios de
azúcar o la correspondiente a las siembras de trigo. Murdo MacLeod describe aquéllas
de la siguiente manera:
García Peláez, por su parte, explica que el artificio empleado por los españoles para
retener a los indígenas consistía en adelantarles dinero, ropas y otras cosas, haciendo
escritura del recibo y del compromiso de servirles durante el tiempo a que equivalía
dicha cantidad, y antes que cumplieran el término por el que se habían concertado les
adelantaban más, con lo cual `los hacían servir como perpetuos esclavos'.
Las condiciones generales que padecían los indios en algunos obrajes se describen en un
documento de 1582:
A mediados del siglo XVI, la comercialización del añil se hacía para satisfacer la
demanda local de tintes usados en paños y mantas. Posteriormente, el mercado se
expandió a México y en mayor medida al Perú, lugares en los cuales los obrajes de paño
se habían multiplicado. A cambio del añil, del Perú se traía vino, aceite y plata, pero la
mayor parte de este comercio se hacía de contrabando, y por ello no se conocen los
registros cuantitativos del intercambio.
El tráfico del añil era intenso, pero se desconocen las cantidades precisas que se
exportaban a Europa. Algunas cifras muestran altos índices de producción alcanzados
en 1630 (ver Cuadro 41), pero a partir de este año se marca también el descenso en los
niveles productivos. La causa de esto último, como lo señaló el Ayuntamiento en 1659,
fue el cese del tráfico marítimo, por el incremento de la piratería: `...esto casi más ha de
veinte años por la infestación de enemigos... y a esta causa y a otras ha llegado este
reino a suma pobreza por no tener saca ni salida de sus frutos, en particular el de la tinta
añil'. Sin embargo, y paradójicamente, la Armada de Barlovento, creada en 1636 con el
fin de defender a la flota española, se sostuvo en parte gracias al impuesto adicional de
cuatro reales por cada cajón de tinta exportado. Si bien el comercio trasatlántico decayó
ostensiblemente, se sostuvo en cambio el establecido con México y principalmente con
Perú. A este último país se le autorizó negociar anualmente en estas partes hasta
200,000 pesos, que se invertían en su mayor parte en la compra de añil y brea. Pese a
todo, a fines del siglo XVII, la actividad añilera se había recuperado casi por completo.
El cultivo del añil fue en su mayor parte una actividad de pequeños propietarios,
llamados `poquiteros'. Jesús García Añoveros calcula que ellos cubrían, a finales del
siglo XVIII, dos terceras partes del total de la producción. Sin embargo, la actividad
añilera generó el enriquecimiento de una minoría que controlaba el comercio, en
algunos casos con capitales de 50,000, 100,000 y hasta 500,000 ducados. Entre ellos
cabe citar, a principios del siglo XVII, los nombres de Antonio Justiniano, Regidor de
Santiago, que compró para un sobrino la Alcaldía de San Salvador; de Tomás de
Siliézar (vizcaíno), Pedro de Lira, Antonio Fernández y Bartolomé Núñez, los dos
últimos de origen portugués.
Los conflictos entre los productores y las autoridades coloniales fueron constantes, pues
éstas provocaban el soborno como una forma fácil de enriquecimiento. En efecto,
fueron los funcionarios los principales culpables de que las leyes en favor de los
indígenas no se cumplieran, pues en cada visita a un obraje obtenían un quintal de añil,
a cambio de no informar sobre las anomalías que encontraban. Los añileros no por ello
vacilaron en desenmascararlos y ofrecieron a la Corona 20,000 libras anuales de añil si
se suprimían las visitas oficiales a los obrajes. Los añileros denunciaron que si bien los
informes señalaban que no había trabajadores indígenas en los obrajes, la verdad,
decían, `es que no hay hacienda donde no sirvan y se vayan a alquilar para pagar sus
tributos y vestir sus mujeres e hijos'. Las anomalías mencionadas se prolongaron porque
las regiones añileras estaban administradas principalmente por el clero secular, y este
sector de la sociedad colonial también estaba interesado en su propio enriquecimiento,
ya que el añil generaba muchos beneficios. Los productores, en efecto, tenían que pagar
un quintal de diezmo por cada 20 cosechados.
Desarrollo Pecuario
La actividad pecuaria en la Mesoamérica prehispánica apenas tuvo un desarrollo
incipiente con la crianza domética del `chompipe' o guajolote y el engorde del `perro
mudo'. Sin embargo, se consumía carne silvestre obtenida mediante la caza. Los
españoles, en cambio, estaban acostumbrados a una dieta de carnes y productos lácteos
en una apreciable variedad. También usaban animales como medio de locomoción y de
tracción, y como fuente de materia prima para artículos de lana y para otros artículos. A
ello obedeció la necesidad de traer diferentes especies pecuarias.
Ganado equino
A principios del siglo XVII, el número de bestias mulares era considerable y muchos de
dichos animales se criaban en estancias del Corregimiento de Chiquimula de la Sierra.
Los dueños de recuas prestaban el servicio de transporte de carga en distintas
direcciones, y llegaban hasta el Golfo Dulce, Trujillo, México, Veracruz, San Salvador,
León, Granada, Cartago y Panamá. A lo largo de los caminos tenían postas cada cinco
leguas a fin de relevar a las bestias cansadas, y allí mismo funcionaban ventas bien
abastecidas al servicio de los viajantes. Thomas Gage escribió en 1630 que pobladores
de Mixco se especializaban en el transporte de carga y tenían alrededor de 1,000 mulas.
La empresa comercial de Juan Palomeque era la más importante en Guatemala, pues
sólo en ella se disponía de 300 mulas para llevar y traer carga al Golfo Dulce. Indica
asimismo Gage que en Granada vio pasar hacia Panamá recuas de hasta 300 bestias de
carga provenientes de las ciudades de Guatemala, Comayagua y San Salvador. Iban
conducidas por negros y cargadas de añil, grana, cueros, azúcar y dinero, todo en
calidad de rentas del Rey.
Ganado vacuno
El ganado vacuno se crió primero en los alrededores de la ciudad de Santiago, pero dado
el daño que el mismo producía en las siembras de trigo y de maíz, en 1532 se ordenó
sacarlo del valle a los extremos de los ejidos. La rápida multiplicación del ganado fue
favorecida por la abundancia de pastos y también se consiguió a expensas de las milpas
de los indígenas, quienes tenían que soportar tal situación por temor a las represalias de
los dueños de las vacas. Después de poco tiempo empezaron a surgir estancias de
ganado en el camino hacia el Golfo Dulce y sobre todo en la Costa Sur, en las márgenes
del Río Michatoya, desaguadero del Lago de Amatitlán. En este lugar Pedro de
Alvarado tuvo un hato de 700 cabezas. El ganado creció en las mencionadas regiones
cálidas casi en la misma medida que el número de indígenas decrecía. La destrucción
que éstos sufrían en sus milpas y el descenso demográfico provocado especialmente por
las enfermedades endémicas explican esta situación.
A fines del siglo XVI, con el incremento de la actividad añilera en las zonas cálidas, la
ganadería cobró renovados impulsos en esas regiones. En primer lugar, el ganado se
usaba en el deshierbe de los sembrados y, en segundo lugar, del mismo se obtenían los
cueros utilizados para empacar el añil, así como el sebo usado como lubricante en las
carretas. En las regiones de Chiquimula de la Sierra y la Costa Sur surgieron muchas
estancias de ganado mayor y algunos estancieros llegaron a tener, en las primeras
décadas del siglo XVII, hasta 40,000 cabezas. Thomas Gage lo indica de este modo:
Refiere asimismo dicho autor, que en Cerro Redondo estaba una de las mayores
estancias de ganado vacuno y ovino y que allí se hacía uno de los mejores quesos del
país. En 1604, en Santiago de Guatemala había 33 criadores de ganado. En la Provincia
de Nicaragua la crianza de vacunos tuvo un extraordinario impulso, principalmente en
las numerosas haciendas situadas en las márgenes de los grandes lagos de Nicaragua y
Managua.
Durante el siglo XVI el precio de la carne fue bajo, y en las décadas de los setentas y
ochentas se podían obtener hasta 30 y 40 libras por un real. En las últimas dos décadas,
empero, el precio fue aumentando. En 1604 se compraban 14 libras por un real, en tanto
que en 1654, 12; en 1686 y 1696, por el mismo precio se compraban ocho y seis,
respectivamente (ver Cuadro 42). MacLeod supone que tal encarecimiento fue resultado
de una disminución del número de reses, fenómeno causado a su vez por el
empobrecimiento de los suelos y la matanza en gran escala.
Ganado ovino
El pastoreo de rebaños de ovejas era una actividad familiar para muchos españoles de
cuantos vinieron en la Conquista, pues procedían de familias de pastores y pequeños
agricultores de Castilla y Extremadura. Al fracasar los planes de enriquecimiento rápido
mediante la explotación minera, los miembros de las primeras expediciones tuvieron
que resignarse y aceptar uno más lento, y por los mismo se dedicaron a diversas
actividades agropecuarias.
El contador Francisco de Zorrilla, quien llegó en 1530 con Pedro de Alvarado cuando
éste retornaba de España, trajo los primeros especímenes de ganado ovino y con ellos
formó el primer rebaño en un sitio que se le otorgó en las cercanías de la ciudad. El
pastoreo de ovejas, sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió con la crianza de ganado
bovino, pasó casi de inmediato a ser una actividad de los indígenas. En efecto, la
encomienda-repartimiento, la institución que canalizó en las primeras tres décadas el
trabajo de los indígenas, se utilizó de modo preponderante para conseguir que éstos se
dedicaran obligadamente a la crianza de ovejas. El mismo Pedro de Alvarado, por
ejemplo, reconoció en 1540 que tenía un hato de 4,000 ovejas en el término de los
pueblos de Quezaltenango y Totonicapán. Por otra parte, la crianza de ovejas permitió
una de las primeras modalidades de apropiación de las tierras de las comunidades
indígenas. Sobre este tema dice MacLeod:
No fue sino hasta las primeras décadas del siglo XVII, como lo indica Gage, cuando la
crianza de ganado ovino se desarrolló ampliamente en los valles de Mixco, Pinula,
Petapa y Amatitlán. Allí conoció dicho autor a un propietario que tenía 4,000 ovejas. El
cronista indica, por otro lado, que los indígenas del priorato de Sacapulas contaban con
buenos rebaños de ovejas. Oportunamente, sin embargo, el Ayuntamiento prohibió que
la crianza de esos animales se hiciera en las proximidades de Santiago. Ello puede haber
sido consecuencia del incremento en la producción de caña de azúcar y de trigo en la
región del Valle de Guatemala, o bien resultado del daño que provocaban los rebaños en
las laderas aledañas a la ciudad. La crianza de ovejas se fue trasladando paulatinamente
a las regiones más altas, como Los Cuchumatanes.
Las órdenes religiosas, en especial la de los franciscanos, contribuyeron a que los
indígenas aprendieran a trabajar la lana y pudieran así hacer los sayales que los frailes
necesitaban. En la segunda mitad del siglo XVI, la lana se incorporó también en la
indumentaria indígena y reemplazó eventualmente al tejido tradicional de algodón en
muchas partes de Guatemala. La tradición ha perdurado hasta nuestros días, no sólo en
la vestimenta personal sino en las `chamarras' o frazadas y en otras prendas.
Hernán Cortés, en la expedición que realizó de México a Honduras en 1525, llevaba una
manada de cerdos. Además, de ese mismo año data una constancia de la existencia en
Guatemala de ganado porcino. Se trata de un acta del seis de mayo, por la cual se
prohibía vender cerdos a un precio mayor de 20 pesos cada uno.
La crianza y comercialización del cerdo fue delegada por los españoles a los indígenas,
mientras ellos se reservaron las concernientes al ganado vacuno. Los naturales
residentes en el barrio de Candelaria y en el pueblo de Jocotenango anexo a la ciudad de
Guatemala, viajaban en todas direcciones con el propósito de comprar marranos para
abastecer el mercado con carne, chicharrones, tamales y manteca. Esta última se
convirtió, durante todo el período colonial, en el gran sustituto del aceite de oliva, cuya
escasez y alto precio fueron constantes, ya que se traía de España.
Las gallinas también fueron introducidas por los españoles y su crianza se impuso
asimismo a los indígenas, porque se convirtieron en uno de los productos preferidos
cuando el tributo se cobraba en especie. A mediados del siglo XVI, los indígenas
tributaban anualmente 7,795 gallinas. Éstas también eran apetecidas por los visitadores
civiles y eclesiásticos, entre ellos los curas doctrineros, que las usaban en cuanto podían
como medio de enriquecimiento. Thomas Gage refiere que a lo largo del año cada
pueblo tenía numerosas festividades religiosas (Semana Santa, Día de los Santos,
Navidad, fiesta del santo patrono, etcétera) y además muchas fiestas de cofradía. En
todas ellas los indígenas estaban obligados a ofrendar gallinas, huevos, maíz y cacao.
Relata también que un fraile de Petapa se jactaba ante él así:
La grana o cochinilla
Se sabe que en 1575 ya se exportaba grana del Reino de Guatemala por Puerto Caballos,
Granada y Veracruz, proveniente la última de la Alcaldía Mayor de Chiapas. Durante el
gobierno del Conde de La Gomera, a principios del siglo XVII, se buscó impulsar
nuevamente la crianza de cochinilla en gran parte del territorio guatemalteco,
especialmente en lugares de Totonicapán, Suchitepéquez, Guazacapán, Atitlán, y en
ciertas regiones de Nicaragua. Cuando Fray Antonio Vázquez de Espinosa estuvo en
Santiago de Guatemala, dijo lo siguiente de la producción de grana: `...ha ido y va en
grande aumento por ser la tierra muy a propósito y darse bien en ella los árboles tunales
en que se cría'.
Los españoles buscaron por diversos medios cómo resarcirse económicamente ante la
baja sensible del tributo cobrado en cacao. De esa guisa, empezaron a comercializar en
el exterior algunas plantas medicinales empleadas por los indígenas y consiguieron que
dichos productos se incorporaran en el procedimiento de las tasaciones en especie o
bien como medio de pago en el repartimiento de mercancías (véase el ensayo sobre
organización laboral, en esta misma sección). Entre las plantas aludidas figuraban de
modo preferente la zarzaparrilla (Aralia nudicaulis), la cañafístula (Cassia nigra) y el
bálsamo (Miroxylon
pereirae). A principios del siglo XVII se exportaban alrededor de 800 arrobas de
zarzaparrilla, la cual, con cantidades adicionales de cañafístula, se cargaba en navíos
que llegaban a Puerto Caballos. A fines del mismo siglo, empero, la exportación había
declinado. Parece ser que fueron los dominicos quienes se beneficiaron más con dicha
actividad, pues obligaban a los indígenas a recoger, montaña adentro, grandes
cantidades de zarzaparrilla.
La región comprendida entre Acajutla y La Libertad, en el litoral del Pacífico, fue una
de las que se destinó preponderantemente al cultivo del bálsamo. Los comerciantes
abusaban y aun maltrataban a los indígenas para obtener el producto en grandes
cantidades. A la forma de extracción normal, que consistía en hacer canales en la
corteza del árbol para que por allí brotara la savia, se añadieron otras modalidades,
como la de `hacer sudar' al árbol, que consistía en quemar zacate debajo del mismo, o
bien hervir en las cortezas. Lo primero se hacía durante la época de verano y produjo la
total destrucción de muchos bosques. Alrededor de 1574, el valor de una `botija
perulera' era de 240 reales. La mayor parte del bálsamo se embarcaba en Acajutla hacia
el Perú, y el resto se enviaba a España, vía Puerto Caballos y Veracruz.
Los españoles también exportaron achiote (Bixa orellana), que se empleaba como
colorante, y que en Guatemala se producía en grandes cantidades en las regiones de
Verapaz y Chiapas. El procesamiento, uso y comercialización fueron descritos por
Vázquez de Espinosa:
Durante el siglo XVII se comercializó con el Perú gran cantidad de brea, la cual se
extraía de coníferas. Además, se exportaban palo de brasil y tabaco. El tráfico de estos
productos se hacía de modo legal o ilegal.
Conclusiones
Con excepción de las primeras dos décadas, en toda la época colonial la agricultura
constituyó en el Reino de Guatemala la principal fuente de enriquecimiento de los
españoles. En efecto, a partir de la aplicación de las Leyes Nuevas, a mediados del siglo
XVI, se obligó a los indígenas a pagar el tributo con productos de la tierra,
principalmente cacao, granos básicos y plantas medicinales. Años después, a finales del
mismo siglo XVI, se inició el cultivo intensivo del jiquilite, por el buen mercado que
tenía en los obrajes de paño europeos.
Introducción
Con el trasfondo de las ideas mercantilistas y el bullonismo que prevalecían en España
durante los siglos XVI y XVII, los conquistadores y primeros pobladores se entregaron
a la búsqueda y acumulación de metales preciosos y, donde fue posible, a la pesquería
de perlas.
De esta incipiente actividad económica, hecha con gran premura y codicia, quedó
constancia en algunos manuscritos indígenas y en varias fuentes españolas. Por ejemplo,
en el Memorial de Sololá se dice que: `Durante este año [1530] se impusieron terribles
tributos. Se tributó oro a Tunatiuh; se le tributaron cuatrocientos hombres y
cuatrocientas mujeres para ir a lavar oro'.
Con más dramatismo, y aun cuando ello implicaba desoír las instrucciones contenidas
en las Ordenanzas de Valladolid en cuanto se mandaba respetar a los señores naturales
de los indios, el Memorial de Sololá agrega: `Durante los dos meses del tercer año
transcurrido desde que se presentaron los Señores, murió el Rey Belehé Qat; murió el
día 7 Queh [24 de septiembre de 1532] cuando estaba ocupado en lavar oro'.
Los cronistas Francisco Ximénez y Francisco Vázquez, citados por Valentín Solórzano
Fernández, afirman que estos trabajos se hicieron en las faldas de un cerro llamado
Chakchehal.
Una información más detallada existe en el testamento que el Obispo Marroquín hizo a
nombre del Adelantado de Guatemala, donde se dice:
En cuanto a los tributos que los cakchiqueles comenzaron a pagar después que Alvarado
regresó de Cuscatlán, el Memorial de Sololá agrega:
Etapa Extractiva
El interés principal del prototipo de los primeros conquistadores fue, según Murdo
MacLeod, `convertirse en un señor feudal', así como `regresar a España a negociar
mayorazgos y un lugar en la corte'. Ésta fue la razón por la cual se dedicaron a la
búsqueda y apropiación de metales preciosos; para ello rescataron y trasladaron
numerosas cuadrillas de esclavos indígenas del Altiplano a las regiones más ricas en
minerales preciosos, algunas de ellas situadas en la Provincia de Honduras. El período
de intensa actividad minera se extiende de 1524 a 1550, año este en que se inició una
`depresión relativamente larga'.
El mismo autor hizo relación de los lugares donde los indios hicieron presentes de oro a
los españoles y suponía que el precioso metal procedía de los mencionados lavaderos,
entre los cuales se incluyen Guatemala y Atitlán, a los que también se refirió Bernal
Díaz del Castillo; Verapaz, donde Cortés recibió algunas cantidades menores en su
tránsito a las Hibueras (Honduras); Copán, donde según Domingo Juarros el rey hizo
presentes al conquistador Chávez. A propósito de entregas de oro, habría que recordar
también `los canutillos tributados diariamente por 200 niños a Jorge de Alvarado,
hermano y teniente del Adelantado'. Hubo otros lugares más que, según Francisco
García Peláez, fueron mencionados por Ximénez y por el propio Juarros: Nebaj,
Joyabaj, Santiago Zamora, San Juan y San Pedro Sacatepéquez.
Desde dicho lugar todo el cuerpo del río rebalsaba, aprisionado, a unas piletas redondas
y contiguas, de cinco cuartas de diámetro cada una, todas de la misma proporción y con
una profundidad de medio estado, [un estado es igual a la altura regular de un hombre],
las cuales quedaban bañadas y regadas por la corriente, `...sin que haya quien averigüe
ni remotamente que presuma a qué fin pudo tomarse un trabajo de tan áspera y desigual
fatiga, como romper y abrir en piedra tan capaces y repetidas piletas'.
Por ello pensaba el cronista Fuentes y Guzmán que dicha construcción había sido parte
de un antiguo lavadero de oro, y que aquellos que la levantaron se habían tomado tanto
trabajo, sólo por provecho y codicia. La importancia de este lavadero puede relacionarse
a la especial circunstancia de que el pueblo de San Martín Jilotepeque fue encomienda
del célebre conquistador Díaz del Castillo, a quien los habitantes le tributaban no sólo
con productos agrícolas sino también con mano de obra para el cultivo de una milpa.
A medida que los españoles se familiarizaron con el terreno, obtuvieron de los indios
información suficiente para localizar las más ricas minas de oro y de plata que había en
el territorio recién conquistado. Las mejores se hallaban principalmente en la Provincia
de Honduras, en la región de Tegucigalpa, y en la de Nicaragua, en las Segovias. Pero
cuando se prohibió la esclavitud de los indios por las Leyes Nuevas se ordenó a la
Audiencia, el 5 de julio de 1546, lo siguiente:
Con tales disposiciones comenzó la demanda de esclavos negros, no sólo para las
minas, sino también para los ingenios de azúcar y los obrajes de tintes. A este respecto,
García Peláez cita un informe de la Audiencia, de 1579:
El beneficio de las minas se hizo al principio separando los metales preciosos por medio
de complicados trabajos de trituración y fundición; pero luego se perfeccionó el
procedimiento de amalgamarlos con azogue o mercurio, que se traía de las minas de
Almadén, en España. Cuando se descubrió en el Perú la famosa mina de azogue de
Huancavelica, en 1566, fue posible el abasto de este metal a casi todas las minas del
Nuevo Mundo. El precio del azogue puesto en Guatemala, en el último cuarto del siglo
XVI, oscilaba entre 60 y 80 ducados por quintal.
Entre las principales minas mencionadas por García Peláez, explotadas en el área de la
Provincia de Honduras en la última parte del siglo XVI, estaban las siguientes:
La parte principal del Real de Minas (Honduras) estaba constituida por un monte,
encadenado a otros cerros que formaban una cordillera, la cual corría de sur a norte, con
muchos ramales al este y oeste:
Otra región minera muy importante en la época colonial fue la de Huehuetenango, que
Fuentes y Guzmán visitó y describió muy prolijamente: `Gobernando yo aquel país, de
una veta de metal acerado que descubrió Pedro de Armengol, vi en los ensayos de ella
sacar, a razón de la mitad, de plata'.
El mismo autor hizo referencia a la mina que descubrió Juan de Espinal o Espinar, en
ocasión en que se hallaba descansando y había encendido lumbre al pie de un pino.
Refiere el autor que cuando Espinal tuvo que continuar su viaje, descubrió que algunas
piedras estaban encendidas como brasas, y que al enfriarse cuajaron como piedras de
plata. Asombrado por la riqueza de aquel monte, volvió a Huehuetenango, donde
manifestó su hallazgo al Corregidor y dejó registrada la propiedad de aquella veta:
`Labra desde entonces el mismo minero la mina que hoy se manifiesta, de donde obtuvo
grande opulencia para pasar a España, dejando cubierta la labor principal de los metales
acerados, con ánimo de volver a gozar lo que dejaba'.
Las minas de Guatemala, así como las de Honduras y otras partes de Centro América,
estaban a corta distancia de bosques de encinos y pinares. Había asimismo llanuras
propias para la crianza de ganado. En otras regiones áridas del Nuevo Mundo los
mineros encontraban dificultades de abastecimiento de víveres, porque nadie quería
dedicarse a la agricultura en una región donde la riqueza fácil estaba al alcance de la
mano gracias a la explotación de los metales preciosos. Además, en una zona como la
de Huehuetenango, con población indígena numerosa, no había necesidad de un gran
número de esclavos negros para el trabajo de las minas.
En las minas de Huehuetenango la plata casi siempre se hallaba mezclada con gran
cantidad de plomo, el cual es abundante en la región. La riqueza minera de esta zona fue
descrita ampliamente por Adrián Recinos en un extenso capítulo de su Monografía del
Departamento de Huehuetenango. La información pertinente permite identificar las
minas de Tohlon (denominadas ahora Torlón), Las Ánimas, y Calucantepeque, en los
confines de Soconusco, cuya explotación era muy difícil por los intensos vapores
malolientes que se desprendían de ella.
También es importante mencionar la rica mina de oro del pueblo de Motocintla, que en
la época colonial era de la visita del párroco de Cuilco. En una ocasión dicho párroco
logró, con mucha perseverancia, que el indio fiscal de la iglesia le mostrara primero una
gran pepita de oro y después, a sus reiterados ruegos, los justicias y caciques lo
condujeron al paraje donde estaba aquel tesoro, con la condición de llevar vendados los
ojos, a satisfacción del pueblo, y que él solo con sus manos cogiera el oro que utilizaría
para las obras de la iglesia y otras necesidades.
Las minas de Costa Rica, Nicaragua, San Salvador y Chiquimula, pero particularmente
las de Honduras y Huehuetenango, produjeron caudales considerables a sus dueños y a
la Real Hacienda. En su mayoría se trató de vetas de oro y plata superficiales, y por ello
fueron fácilmente explotadas. También incidieron en el desarrollo de ricas
manifestaciones del arte de orífices y orfebres, cuyas obras aún pueden apreciarse en
altares, retablos, joyas y ornamentos suntuarios hechos en la época colonial.
En todo caso, la producción de metales preciosos fue suficiente para llamar la atención
de la Corona, que finalmente dispuso establecer en Guatemala una Real Casa de
Moneda, y se emitió para el efecto la real cédula de 20 de enero de 1731. De ésta no se
escribe más aquí, pues no cabe dentro de los límites cronológicos del presente trabajo.
JORGE LUJÁN MUÑOZ Y HORACIO CABEZAS CARCACHE
Comercio
A fin de evitar que sus posesiones en América comerciaran directamente con otras
naciones, la Corona española centralizó la actividad mercantil por medio de la Casa de
Contratación de Sevilla, cuya fundación aprobó en 1503 y sus estatutos en 1510. En su
calidad de agente fiscal y comercial real, tuvo como funciones principales la regulación
y control del mercado ultramarino e interno en las Indias. Al principio contó con un
administrador, un tesorero y un contador, y en 1523 se agregaron las plazas de piloto
mayor y cosmógrafo, a quienes correspondía otorgar la autorización para que zarparan
los barcos, de acuerdo con su estado y tonelaje y las correspondientes cartas marinas. En
1538 se incorporaron algunos letrados, después de haberse creado un tribunal especial
conocido como Audiencia de la Casa de Contratación.
Durante los primeros 25 años, las relaciones comerciales con las colonias estuvieron
centralizadas en Sevilla, con excepción de lo referente a barcos de gran calado, que eran
revisados en San Lúcar, en la desembocadura del Guadalquivir. En 1519 la Corona
autorizó el arribo y salida de barcos desde Cádiz, siempre que no transportaran oro, en
cuyo caso el control tenía que hacerse exclusivamente en Sevilla. Para mejor ayuda a la
navegación, en 1556 se instituyó la cátedra de Cosmografía y Náutica, en la propia Casa
de Contratación de Sevilla.
A partir del reinado de Felipe II (1527-1598), los puestos de la Casa de Contratación,
por haber pasado a integrar la categoría de oficios vendibles, fueron comprados por
mercaderes de Sevilla, que así pudieron promover sus intereses más fácilmente. Ya en
1579 eran de tal magnitud las actividades de la Casa de Contratación que se nombró
para su dirección a un presidente. A fines del siglo XVII el número de funcionarios era
de 110.
Flotas y armadas
El monopolio comercial español con las colonias fue socavado prontamente por los
ataques en alta mar y el saqueo de los puertos que llevaban a cabo piratas y corsarios
protegidos por otras naciones, en especial Inglaterra, Holanda y Francia. Ello obligó a la
introducción, en 1543, del sistema de convoyes para la travesía a las Indias, más
conocido con el nombre de flota. Sin embargo, como los barcos continuaron zarpando al
margen del sistema de control y como siguieron las acciones piráticas, Felipe II ordenó
en 1561 que el tráfico comercial hacia el Nuevo Mundo se realizara solamente dos
veces al año, en primavera y verano. La primera flota salía de los puertos españoles. Al
llegar a las Antillas dejaba los navíos destinados a Puerto Rico, La Española y Cuba, y
después se dirigía con los restantes hacia Veracruz (México) y puertos del Golfo de
Honduras. La de verano llegaba a las Antillas y luego proseguía hacia Cartagena de
Indias y Portobelo (Panamá).
Generalmente, las naves que llegaban a Puerto Caballos (Honduras) hacían solas la
última parte del trayecto, pues se separaban de la flota en la Isla de Los Pinos. En 1608
se ordenó que estuvieran artilladas, a fin de contrarrestar los ataques de piratas. Durante
el siglo XVI se incrementó el número de barcos que conformaban la flota (ver
Ilustración 122), pero esto cambió notoriamente después del fracaso de la Armada
Invencible en 1588, ya que la Corona no pudo seguir brindando la protección necesaria.
Para el sostenimiento de la armada se creó el impuesto de la `avería' sobre todas las
mercaderías registradas, cuyo monto no fue siempre constante. En 1633 la Corona
canceló la protección que se brindaba a los barcos que se dirigían al Puerto de
Honduras, a pesar de que el Reino de Guatemala estaba obligado a pagar el
almojarifazgo.
Hubo asimismo rutas terrestres que unían las distintas ciudades y pueblos con los
puertos (ver Cuadro 44) en las que por lo general sólo se podían emplear mulas y gente
de a pie (tamemes) para el acarreo de mercaderías. Durante los siglos XVI y XVII, muy
pocos fueron los sitios donde se podía obtener alimentación y albergue en dichas rutas.
Thomas Gage, dominico inglés, refiere que entre México y Guatemala sólo encontró
algunos ranchos de paja. Entre Guatemala y la Villa de Sonsonate únicamente había una
venta cerca de Jalpatagua.
A principios del siglo XVII, la flotilla destinada a Guatemala arribaba a las costas
hondureñas por lo general a fines de julio, y zarpaba un mes después. Traía vino, higos,
pasas, aceitunas, aceite, paño, lino, hierro y mercurio, y llevaba añil, cueros,
zarzaparrilla, cañafístula, cochinilla, azúcar.
De acuerdo con el registro de tonelaje de los barcos que hacían la ruta Honduras-
Sevilla, el comercio alcanzó sus cuotas más altas a principios del siglo XVII y empezó a
declinar a mediados de la década de 1620. El problema se agudizó en la década
siguiente. En ello influyeron los ataques de piratas en el Caribe, pero no fue éste el
factor fundamental del cambio, ya que la crisis del comercio entre España y las Indias
fue general en esos años. La explicación se vincula más bien a un problema integral del
sistema mercante español.
Durante los años 1606, 1607, y 1640-1646 no arribaron al Reino de Guatemala barcos
de Castilla. Los puertos hondureños y los barcos que llegaban podían ser fácilmente
presa de los piratas y corsarios. Las mercaderías pasaban meses esperando la llegada de
un barco, y cuando alguno se aparecía de modo inesperado se requería no menos de un
mes para preparar los fletes que debían transportar de regreso. La falta de un comercio
continuo con España se ve asimismo en las oscilaciones del ingreso de vino (ver
Ilustración 128).
Durante las últimas décadas del siglo XVI y primeras del siglo XVII, el comercio del
Reino centroamericano se hizo con alguna frecuencia desde Granada (Nicaragua) hacia
La Habana, y sobre todo hacia Portobelo y Cartagena. Se enviaba brea, añil, azúcar del
Valle de las Mesas (Amatitlán), cochinilla, cueros, jarcia, etcétera, y se importaba vino,
aceite, aceitunas, telas y alcaparras. Ello convirtió a Granada en un centro de mucho
comercio y con mayor desarrollo urbano que León. Gage señaló que en su tiempo se
prefería esta ruta para obviar los ataques de piratas ingleses y holandeses, y que hasta
las remisiones a la Corona se despachaban algunas veces por dicha ruta. Además, indica
que se escogía esta ruta por la mayor seguridad que ofrecía, ya que la armada española
había desalojado a los piratas de las Islas de Providencia y San Andrés, a fin de
garantizar mejor el tránsito del tesoro proveniente del Perú. También plantea Gage que
la situación era muy distinta en las costas hondureñas, ya que los piratas acechaban a los
barcos desde las islas San Juan y Santa Catalina, `lo cual hacía temblar y sudar de
miedo a todos los comerciantes del país y al presidente cuidar mucho de los impuestos
del rey'. En 1637, año en que el autor citado estuvo en Granada, llegaron de distintas
provincias aproximadamente 450 mulas cargadas con añil, azúcar, tesoro real y cueros,
para ser embarcados con rumbo a Cartagena.
Durante las primeras décadas del siglo XVII deben haber sido numerosos los envíos de
mercancías hacia España por la vía de Nicaragua, ya que en 1639 el Ayuntamiento de
Santiago de Guatemala solicitó que no se sobrecargaran las fragatas que salían de
Granada, para evitar daños, ya que en algunas ocasiones por excesivo peso no podían
huir de los piratas en el Mar Caribe.
Además de la ruta por Granada, existió a partir de 1632 la ruta hacia Portobelo y
Cartagena desde el Puerto de Matina, por medio de pequeñas fragatas que llevaban
tocino, aves, cacao y galletas a Portobelo y retornaban con productos provenientes de
Cartagena. Esto permitió el florecimiento de la ciudad de Cartago. En 1683 el cacao de
Matina generaba 11,762 reales al fisco, por concepto de almojarifazgo. Sin embargo,
desde ese puerto también se hizo contrabando con Jamaica. Por ejemplo, durante 1698
se recibieron en Inglaterra 914 barriles de cacao provenientes de Costa Rica.
En 1553, el Virrey de México ordenó que el valor de 180 almendras fuera un real y el
valor de la carga, 16 pesos con cinco cuartillos. El Ayuntamiento de Santiago protestó
porque tal medida perjudicaba a la economía guatemalteca. En 1586 la carga de cacao
se vendía en Izalco por 30 reales de a cuatro, y al ser comercializada en Nueva España
lo era por 50 reales de a cuatro, con una ganancia de más del 66%. En 1576 la Corona
obligó a los comerciantes a comprar una licencia de exportación y a pagar un impuesto
del 5% en Mazatepeque por el cacao que sacaban de Suchitepéquez y que llevaban a las
principales ciudades de la Nueva España.
Durante la segunda mitad del siglo XVI, Izalco pasó a ser la región de mayor
producción de cacao, lo que motivó a numerosos mercaderes y a los mismos frailes
dominicos a establecerse permanentemente en ese mismo pueblo de indios, situación
que los encomenderos trataron de contrarrestar en 1553, cuando lograron que el
Presidente Juan Núñez de Landecho mandara salir de los pueblos de indios a los
comerciantes, a fin de que vivieran en la Villa de Sonsonate. Sin embargo, la medida no
tuvo mayor éxito pues en 1558 eran 150 los mercaderes que vivían en la región de
Izalco y en 1570 había 400. Durante 1575 el comercio de cacao alcanzó
aproximadamente los 300,000 reales y en 1585 llegó a 500,000. Se dio un intenso
tráfico marítimo entre Acajutla y Huatulco (México), desde donde se llevaba dicho
producto a los principales poblados novohispanos.
En un principio, el comercio que se hacía con la Nueva España por Acajutla era de
cacao originario de Izalco, pero en la segunda mitad del siglo XVII gran parte era
contrabando proveniente de Guayaquil. En los últimos 40 años del siglo XVII se
vendieron entre 400,000 y 600,000 libras al año.
Por Acajutla se comercializó también añil con destino a México y a Perú. En la primera
mitad del siglo XVII, el precio de este colorante osciló entre tres y seis reales la libra. A
partir de 1667 se fijó en cuatro reales. Los mexicanos lo conseguían intercambiándolo
por ropa, y los peruanos, por vino.
Como resultado de la presencia de piratas en el Caribe, desde mediados del siglo XVII
gran parte del añil tuvo que enviarse a España por Veracruz, a pesar del incremento en
el precio del transporte porque la distancia era mayor, lo cual producía una menor
ganancia.
Durante el siglo XVII y parte del siglo XVIII, el Reino de Guatemala mantuvo activas
relaciones comerciales, tanto lícitas como ilícitas, con Perú. De ahí que por mucho
tiempo la mayor cantidad de moneda circulante fue la perulera, que dejaban los
comerciantes cuando compraban brea (producto básico para calafatear barcos e
impermeabilizar los toneles en que se guardaba el vino), cordelería, palo de Brasil,
bálsamo, alquitrán, cebo, añil (para los obrajes de Quito, Lima y Arequipa), el trigo que
era llevado a Lima, telas, achiote y otras mercancías que eran exportadas a las Filipinas.
Ellos vendían vino, aceitunas, almendras, azogue y aceite.
Presionada por los cultivadores de vid y los comerciantes de vino andaluz (en especial
por la Casa de Medinaceli), la Corona restringió, en 1604, a tres barcos el comercio
entre México y Perú; prohibió que éstos tocaran otros puertos que no fueran los de
Callao y Acapulco, y en 1609 limitó su número a dos. A pesar de la prohibición, se
siguió comerciando en forma clandestina, y la brea, que hasta entonces había tenido un
precio de tres pesos y medio el quintal, pasó a costar nueve pesos. En 1610, por
ejemplo, arribó al Callao un barco proveniente del Realejo (Nicaragua). Ese mismo año
el Virrey de México, Juan de Mendoza y Luna, Conde de Montesclaros, le indicó al Rey
que no podía impedirse el comercio entre Guatemala y Perú, y para ello argumentaba:
`... son tantos los que salen para Guatemala y tan imposible excusarlos, por no poder
parar sin comunicarse ésta ni aquella Provincia'.
Debe haber sido fuerte la presión de los comerciantes sevillanos para que la Corona
mantuviera la prohibición, que necesariamente mermaba el ingreso de buena cantidad
de impuestos.
El comercio entre el Reino de Guatemala y el Perú se vio favorecido por el astillero del
Realejo (Nicaragua), región en la que abundaba madera de guayacán y brea. A partir de
la fecha en que se organizó la armada de Alvarado, continuó la construcción de barcos
encargados por mercaderes peruanos y se carenaron otros provenientes de México y
Perú. La Corona alentó tal labor en 1699 al exonerar de impuestos por 10 años a las
embarcaciones que allí se construyeran.
Guatemala no tuvo intercambio comercial directo con Filipinas, pero sí lo hizo en forma
indirecta. Este comercio se inició durante el último cuarto del siglo XVI, después de la
llegada en 1573 del primer Galeón de Manila a Acapulco. Desde entonces salían de
dicho puerto embarcaciones hacia Guatemala y Perú, que traían seda, porcelana y otros
productos de China, Japón y la India Oriental. En su retorno llevaban añil, cochinilla y,
sobre todo, plata y oro sin quintar. Este tráfico ilegal fue muy significativo durante las
primeras décadas del siglo XVII, según lo reconoció en 1612 el Virrey del Perú, Juan de
Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros, cuando señaló que no se podía cortar dicho
tráfico porque `provocaría no sólo la ruina de los mercaderes de esta provincia y
Nicaragua, sino también la escasez de navíos para la navegación de Tierra Firme al
Perú'.
Aunque la Corona española legisló para que el comercio con sus colonias se realizara
exclusivamente por medio de las casas comerciales sevillanas, la realidad es que las
colonias comerciaron desde el mismo siglo XVI con otras naciones. En la práctica, éstas
llegaron a controlar en ocasiones hasta dos terceras partes del gran comercio. Las
principales formas en que se dieron estas negociaciones fueron el contrabando, las
arribadas forzosas y las compañías negreras.
Durante las negociaciones del Tratado de 1670, Inglaterra propuso a España que, a
cambio de no seguir acaparando nuevas regiones, le concediera uno de los monopolios
siguientes: comercio de esclavos, comercio del añil hondureño (sic) o la explotación
maderera en Belice. La petición muestra que eran actividades a las que se habían venido
dedicando en forma ilegal.
Mercados y ferias
Los indígenas continuaron con sus tiánguez, o sea las formas tradicionales de mercado:
un día de la semana, cuando menos, se reunían en la plaza del poblado, como antaño en
su tinamit, para la compraventa de sus productos. Además del mercado tradicional de
los pueblos de indios, los españoles crearon las ferias, celebradas durante las fiestas del
santo patrono, a las que llegaban comerciantes de otras regiones y donde se podían
comprar muy diversos productos.
Por supuesto, en la ciudad de Guatemala la situación era diferente, tanto por el volumen
de compradores y vendedores, y su diversa composición étnica, como por la variedad y
cantidad de productos que se acumulaban diariamente a casi todas horas. Los artículos
llegaban de diversas regiones. Conforme creció el número de habitantes, hubo
productos básicos (maíz, trigo, azúcar, etcétera) que se llevaban de regiones cada vez
más alejadas. El maíz llegaba de casi todos los pueblos de indios, tanto en el pago del
tributo como para la venta. El trigo sólo se producía al principio en el Valle de Petapa o
de las Mesas, pero luego fue necesario transportarlo de Comalapa, Patzicía, Patzún,
Tecpán y hasta de Quezaltenango, Totonicapán y Jalapa. El azúcar arribaba de
Escuintla, Petapa, Amatitlán y Palín, así como del ingenio de San Jerónimo, en
Verapaz. Otros productos, como verduras y frutas, llegaban en buena parte de los
pueblos cercanos, sobre todo de San Juan del Obispo, San Cristóbal El Alto, San Pedro
Las Huertas, Almolonga (de donde incluso bajaban a la Costa a traer productos
tropicales), Jilotepeque, Petapa (que tenía un platanal en el Río Petapa cerca del lago),
San Juan Sacatepéquez, etcétera. Los melones más famosos llegaban, según el dominico
Thomas Gage, de Acasaguastlán. Las tortillas procedían de Santa Ana y Almolonga; la
sal, de Iztapa, en el Pacífico. Las flores, en gran abundancia, de Almolonga, San
Cristóbal El Bajo y El Alto, San Juan del Obispo y otros pueblos. Según Francisco
Antonio de Fuentes y Guzmán, las flores eran llevadas a Santiago de Guatemala todas
las mañanas del año por innumerables indias de los pueblos de las faldas del Volcán de
Agua, que conducían `abundantes pértigas de ramilletes, tejidos y formados con copia
agradable y maravillosa de claveles, siemprevivas, azucenas, amapolas, mirtos, tréboles,
azahares, espoletas, retamas, tulipanes, maravillosas rosas...', de que se abastecían no
sólo las cinco boticas para la elaboración de medicamentos sino todos los particulares.
La leña se llevaba de muchos lugares, pero en especial de San Juan del Obispo,
Almolonga, Sumpango, Chimaltenango y Sacatepéquez. Madera fina, como el cedro,
llegaba de San Cristóbal Amatitlán (Palín), y el pino de lugares como Las Vacas,
Tecpán, Chimaltenango, etcétera. Los petates y esteras de tule provenían de Almolonga
y los pueblos situados a las orillas de la laguna de Quinizilapa. Estos pueblos también
proveían el zacate que se necesitaba en la ciudad. Los indios de diversas poblaciones
elaboraban telas que también llevaban a vender en la capital, lo que según Fuentes y
Guzmán produjo la `extinción' de cinco obrajes que había en ésta. También se expendía
cal proveniente del Valle de Las Vacas.
Actualmente se cuenta con una representación gráfica del mercado de la plaza mayor,
consistente en una pintura de Antonio Ramírez de Montúfar, que se ha podido fechar en
1678, y que fue ejecutada para ilustrar la construcción de la Catedral (véase Ilustración
69). Muestra un espectáculo abigarrado y toda la variedad étnica de la ciudad:
transeúntes y expendedores ambulantes, niños que juegan o acompañan a sus madres o
niñeras; jugadores de naipes; negras, mulatas, mestizas, indias y españolas, comprando,
pesando o gesticulando; cargadores con mecapal y arrieros con sus mulas; varios
jinetes; vendedores de telas y de granos, una mujer negra cocinando, un vendedor de
velas; vendedoras bajo toldo o a la intemperie, con sus productos en el suelo o sobre una
mesa, y al fondo las carretas de bueyes que llevan materiales para la obra de la Catedral.
El cuadro comercial lo completaban las tiendas en los portales de la plaza, de los cuales
el del poniente se llamaba `de las panaderas' y el del norte, al lado del Cabildo, `de los
escribanos'.
Asimismo eran importantes los mercados de los pueblos cercanos, sobre todo el de
Jocotenango, donde se vendía especialmente carne y manteca de cerdo, sal, tamales, teja
y ladrillos y, probablemente, atole y pinol, igual que en el atrio del templo Santo
Domingo. Por otra parte, había vendedores ambulantes que andaban por las calles
ofreciendo sus productos en petaquillas o canastas, sistema que el Cabildo
constantemente trató de evitar y prohibir.
Tiendas y tabernas
Un sector importante del sistema comercial lo constituían las tiendas y tabernas, en las
que se vendían mercaderías diversas. El Ayuntamiento de Santiago de Guatemala trató
de mantener un control sobre el número de dichos establecimientos, así como su
localización. Para ello se estableció el requisito de una licencia para poder operar y se
orderaron visitas periódicas de representantes de la autoridad. Gage se ocupa de ello, y
su descripción coincide en mucho con la que aparece en documentación de casi 50 años
más tarde. Según el Fraile inglés, eran bodegones o tabernas, y se parecen mucho a las
velerías porque no venden solamente vino sino también velas, pescado, sal, queso y
tocino. Gage se quejaba de que sus propietarios atraían a los `pobres indios' para
emborracharlos y luego robarles.
Christopher Lutz dice que en Santiago de Guatemala se trató de concentrar las tabernas
en el casco central, prohibiéndolas en los barrios de la periferia. No obstante, ellas
proliferaban, y cuando los escándalos y las borracheras se hacían demasiado notorios
inevitablemente se procedía a su cierre. Según dicho autor, en tiempos en que el control
fue menos riguroso su número aumentó a unas 30, pero en períodos estrictos disminuyó
a 12 ó 16 en el centro de la ciudad.
Hay indicios de que el control sufrió altibajos, entre 1674 y 1681, aunque nunca fue
excesivamente riguroso. Jorge Luján Muñoz describe el sistema con base en el
Cuaderno de las Visitas de Tiendas y Pulperías. Estas visitas las efectuaba el fiel
ejecutor de turno, y debían comprender a todas las tiendas de la ciudad y sus barrios. El
Cuaderno va desde 1674 hasta 1681. En el primer año se hicieron dos visitas, una en
junio y otra en octubre; en 1675 se efectuaron tres, en febrero, en julio y en diciembre.
Empero, la siguiente visita registrada corresponde a abril de 1681, lo que quiere decir
que durante más de cinco años no se llevó a cabo visita alguna, o bien no se dejó
constancia en el Cuaderno correspondiente. Se pueden apreciar diferencias en la forma
de hacer las visitas. El fiel ejecutor, que era distinto en cada caso, siguió un orden
diferente cada vez y visitó un número muy variable de establecimientos.
El grupo étnico del propietario sólo se identifica en dos casos: una negra libre en la
primera visita, que aparece mencionada sin identificación étnica en dos visitas más, y un
negro en la segunda, que aparece sin identificación étnica en otra. En cuanto a mujeres
propietarias, el número varía: hay tres en la primera y segunda visitas; 12 en la tercera
(de un total de 51 establecimientos); cinco en la cuarta; de nuevo tres en la de julio de
1675, una de las cuales era nueva; y, finalmente, siete en la visita de 1681, de las cuales
sólo una ya había sido mencionada. Debe notarse que en el Cabildo del viernes 24 de
enero de 1681 se mandó cerrar las pulperías de la ciudad de Santiago que no tuvieran
licencia o que fueran de mestizas o mulatas solteras, y se resolvió que no se concedieran
licencias a `mulatas y mestizas solteras y sólo a personas de buen vivir imposibilitadas
de trabajar en otro ministerio'.
Los negocios mencionados vendían mercadería diversa, que incluso variaba de una
visita a otra. Los artículos más generalizados, en su orden, eran las candelas, el azúcar y
la sal. Menos común era la miel, que en unos casos se distingue entre blanca y prieta.
Artículos menos corrientes, que sólo vendían unos pocos establecimientos o no
aparecen en todas las visitas, eran los siguientes: queso, pan, tocino, manteca, aceitunas
y pasas de Castilla, pescado fresco o seco, frijoles y jarabe de miel de caña.
Debe señalarse que el fiel ejecutor sólo en dos casos se hizo acompañar por el `fiel de
repeso', a fin de comprobar los pesos y medidas. En el primero, todo se encontraba bien,
pero en el otro (1681) se encontraron las medidas `algo defectuosas'. En cada visita se
debía `despachar' a cada tienda un `arancel' de precios.
Los expendios que se encontraban en los pueblos y en los caminos más frecuentados
deben haberse parecido a las tiendas, pulperías y tabernas de la capital. En los pueblos
también hubo panaderías y carnicerías. Gage da testimonio de estas últimas en Mixco y
Pinula.
El abasto de carne
La concesión del sistema de abasto de carne se hacía por medio de una subasta anual.
Quien ofreciera proveer la carne a menor precio obtenía la concesión, y recibía el
nombre de `obligado'. Los pregones previos a la subasta se iniciaban `nueve o diez días
antes de San Miguel'. El obligado debía suplir la carne `bajo pena de multa en beneficio
del rey si faltaba a las condiciones establecidas entre éste, los jueces y los habitantes de
la ciudad'. Según Gage, si el obligado no tenía carne de res suficiente para cumplir el
compromiso, debía completar lo que faltaba con carne de carnero y `suplirlo con
volátiles (carne de aves), reportando el precio a proporción de la libra de carnero que
debía dar, y la calidad de las familias que estaba obligado a surtir de carne...' Según el
mismo autor, en Guatemala había más reses que en ninguna otra parte de América. Esto
lo confirma la gran cantidad de cueros que se remitían anualmente a España. La carne
de res era muy barata, según se desprende de lo dicho por el dominico Thomas Gage:
`...en mi tiempo trece libras y media... no valían más que medio real'.
El ganado debía llevarse al rastro, único lugar donde se podía matar reses, y desde allí la
carne se distribuía a las carnicerías. En un principio había una de éstas en la plaza
mayor de Santiago, y a mediados del siglo XVII ya había dos más en los barrios de San
Sebastián y Santo Domingo. El Cabildo acordó poner otra en 1681 en el de San
Francisco. Según Fuentes y Guzmán, fuera de las de los conventos y las que expendían
carne de marrano, había cinco carnicerías públicas que se abastecían de la carne de
9,000 reses al año.
A partir de 1680 dejó de haber un obligado único, y se repartió el abasto entre los
hacendados. En el Cabildo del martes 26 de marzo de 1680 se hizo constar que al no
haber habido postor, se repartiría el abasto entre los vecinos. Al principio, el reparto se
hizo por semanas, de mayo a julio, y luego, desde agosto, por períodos mayores. El
precio establecido fue de 12 libras por un real.
Lutz dice que hubo miembros de las castas que trabajaban como revendedoras por lo
menos desde mediados del siglo XVII. Algunas decían haber heredado su oficio de sus
madres y abuelas. Fuentes y Guzmán las menciona al narrar que, cuando le tocó servir
de fiel ejecutor en 1686, halló que las carnicerías regatonas, es decir, las revendedoras
de plaza, vendían ocho libras por un real, mientras que lo reglamentado era 14 por un
real.
Hay indicios de que, por diversos medios, se creó un mercado negro de carne. Una de
tales formas podía ser la autorización otorgada a algunos ganaderos para abastecer los
conventos de monjas. Por ejemplo, el ganadero Juan Muñoz de Garrido, que recibió en
el reparto de 1680-1681 una semana de abasto del 2 al 7 de junio, fue denunciado
porque, `so color y pretexto de abastecer de carne de vaca a los conventos de religiosas
tenía matadero aparte donde mataba más ganado del que necesitaban los conventos'. A
Muñoz se le hizo la prevención correspondiente. Otro procedimiento consistía en que
los ganaderos hacían arreglos ilícitos con las carnicerías, especialmente en los pueblos
del valle. Asimismo, se abrían carnicerías sin licencia, como en el caso denunciado por
Fuentes y Guzmán en 1671, en el cual el responsable era también el citado Juan Muñoz
de Garrido. En este caso, a pesar de los reclamos del Cabildo, la Audiencia permitió
`que por entonces lo dejase correr'.
Tanto la carne como la manteca de cerdo fueron productos de alto consumo entre los
sectores medio y popular de la ciudad de Santiago como sustitutos de la carne de res y
del aceite de oliva, respectivamente. Estos productos se utilizaron asimismo en la
comida popular.
En las visitas del fiel ejecutor a las pulperías se acostumbró incluir ciertas formas de
control sobre los mantequeros, cajeteros, tejeros y ladrilleros, salineros y tamaleros de
Jocotenango, San Felipe y del barrio de Santo Domingo, a fin de comprobar los precios
y medidas. En las visitas que aparecen en el citado Cuaderno (25 de octubre de 1674,
30 de enero de 1675, y 18 de abril de 1681), casi no hay variantes de precios: la manteca
se debía vender a un real por 12 onzas, en cajetes de cuatro onzas cada uno. Este era el
precio en 1674-1675, pero en 1681, 14 onzas se vendían por un real, en dos cajetes. La
sal se vendía a dos cuartillos por medio real, pero en 1681 había subido a un cuartillo
por medio real. El precio de los `nacatamales bien cocidos y de buena calidad' era de
seis por medio real. En cuanto a las tejas y ladrillos, se visitó a los tejeros y ladrilleros
para comprobar el tamaño de los moldes y el sello de autorización. En un caso se
rompieron los moldes por no estar correctos y carecer de sello y se ordenó hacer nuevos
y obtener el sello. Las medidas de las salineras también tenían que tener sello.
Los pueblos de indios mantuvieron una extendida red de intercambios comerciales. Los
del Altiplano occidental bajaban a Suchitepéquez y Soconusco a vender telas, cerámica
y ocote, y a comprar o trocar algodón, sal y especialmente cacao, que los encomenderos
exigían como tributo.
Hubo numerosas vías de comunicación que interconectaban a los pueblos, en las cuales
transitaban mercaderes, dueños de productos que transportaban llevando carga por
medio de indios mecapaleros o en mulas. Por lo general, sólo muy pocos tramos de los
caminos permitían el tránsito de carretas y en invierno todos eran prácticamente
intransitables por el lodo y las ciénagas.
Los comerciantes indios tenían libertad para realizar su trabajo en cualquier pueblo,
siempre que pagaran la alcabala. Sin embargo, en algunos casos los Justicias Mayores
les ponían obstáculos, como aconteció en 1698 con mercaderes de Chichicastenango,
que sólo después de ser amparados por la Audiencia pudieron vender en cualquier lugar
sus `jerguetas, sayales y estameñas, propias de su industria'.
Transporte
A principios del siglo XVII, Juan Palomeque, vecino de Mixco, era el mayor
transportista, pues tenía más de 300 mulas, y según Gage:
Los precios de las mercaderías en el siglo XVI fueron altos, exceptuando los de los
comestibles (ver Cuadro 46). La compra de mercancías extranjeras se realizaba en el
barrio de Santo Domingo, donde vivían los principales comerciantes de la ciudad de
Santiago (ver Cuadro 47). Cuando llegaban las recuas con la carga de la flotilla de
Honduras, se organizaba una feria.
La Corona ordenó en 1576 que tanto los mercaderes de bienes importados, como de
algunos alimentos (maíz, trigo, carne de res, pescado, sal) pagaran el impuesto de la
alcabala, pero no fue sino hasta 1602 cuando se logró comenzar a recolectarlo en el
reino de Guatemala. Cada uno pagaba 10 pesos, cantidad bastante significativa si se
compara con la de otros sectores. Los agricultores, por ejemplo, pagaban seis, los
ganaderos tres, y los trilladores de trigo, cuatro. Sin embargo, no fue la Corona la más
beneficiada sino el Ayuntamiento, ya que en 1604 logró comprar por 5,000 pesos, el
derecho de Santiago de Guatemala a recolectar este impuesto. En 1667 la Corona
mandó establecer la primera Real Aduana en la ciudad de Santiago, a fin de que de allí
en adelante fuera ésta la que recolectara la alcabala y ya no el Ayuntamiento. De esa
forma se evitó que los mercaderes continuaran defraudando a la Real Hacienda (véase
en esta misma sección, en lo referente a impuestos, el trabajo de Horacio Cabezas
`Organización Monetaria y Hacendaria').
Santiago de Guatemala fue una ciudad singular en cuanto a la importancia que en ella
tuvieron los grandes comerciantes. En las capitales virreinales y en otras ciudades de
Nueva España y Perú, los dueños de minas tuvieron un papel relevante como parte de
las élites, mientras que en Guatemala ese lugar lo ocuparon los principales mercaderes.
En los inicios compartieron el poder con los conquistadores y sus descendientes, la
mayoría encomenderos, pero éstos paulatinamente tuvieron que ceder posiciones
conforme disminuyeron las rentas de los pueblos de indios como resultado de la
catástrofe demográfica entre la población nativa. Ya en la primera etapa de prosperidad,
que MacLeod llama `época extractiva', la obtención de ganancias dependía de la
posibilidad de enviar los productos locales a la Península y a la Nueva España.
Destacaban entonces el cacao, los productos medicinales (bálsamo, zarzaparrilla y
cañafístula) y los cueros. Esta etapa entró en crisis en la década 1581-1590, como
resultado del agotamiento de las fuentes de los productos y la competencia del cacao de
Guayaquil, así como por la creciente escasez de metales.
Si bien los cargos capitulares se dividían por partes iguales entre peninsulares y criollos,
había una notoria diferencia en el monto de los bienes en favor de los primeros, casi
todos ellos mercaderes. Si se observa el Cuadro 48, se puede apreciar que los
peninsulares tenían casi el 90% del total de los bienes, frente a sólo un 10.43% de los
criollos, y que los únicos que en su mayoría estaban en manos de los segundos eran los
relacionados con la actividad agropecuaria, los bienes de caballeriza y el menaje de
casa.
Vale la pena mencionar por aparte a Pedro de Lira, de origen castellano, que prosperó
rápidamente hasta convertirse en uno de los primeros comerciantes de Santiago de
Guatemala, si no en el más rico. En 1608 compró un cargo en el Ayuntamiento y en
1623 tenía un patrimonio de 254,376 pesos (véase Cuadro 49). Thomas Gage lo ubica
alrededor de 1630 como uno de los cinco mercaderes más ricos de Santiago de
Guatemala (los otros eran Tomás de Siliézar, vizcaíno; Antonio Justiniano, genovés;
Antonio Fernández y Bartolomé Núñez, ambos portugueses, cada uno con un capital
superior a los 500,000 ducados. El origen de su riqueza se localizaba en el control del
comercio de añil que se producía principalmente en la Alcaldía Mayor de San Salvador.
En distintas ocasiones (1607, 1619, 1640, 1652), la Corona prohibió a las autoridades
políticas y religiosas, así como a sus familiares, involucrarse en actividades comerciales.
Sólo hizo excepción a favor de los alcaldes y regidores, a quienes se permitió tener
almacén.
Algunas familias nativas continuaron con su habitual actividad comercial regional. En
1574 seis comerciantes indígenas controlaban el comercio de la Verapaz, y en 1600 los
principales de Rabinal eran grandes comerciantes. Los frailes dominicos se dedicaron
igualmente al comercio del azúcar del ingenio de San Jerónimo, así como a la venta de
telas en las zonas cacaoteras.
Conclusiones
Desde mediados del siglo XVI fue importante la actividad comercial en el Reino de
Guatemala, pues muy pronto los conquistadores y primeros pobladores se percataron de
que en la región sólo podían obtener ganancias por medio de la exportación de los
productos locales. El comercio exterior estuvo primeramente en manos de españoles y
luego también lo manejaron criollos, ambos como agentes de casas sevillanas y
gaditanas. En el comercio entre los pueblos de indios participaron muchos principales.
A partir de la década de 1660 es posible detectar una reactivación del comercio exterior,
la cual se reflejó inmediatamente en la capital. El proceso se aceleró en la década de
1680, y el peor momento había pasado. La escasez monetaria se alivió y el comercio
exterior se estabilizó. Después de casi medio siglo, la situación mejoró. La única región
que realmente prosperó en todo el siglo XVII fue la de Santiago de Guatemala y su
Corregimiento del Valle. Allí no decayó el volumen de negocios, la población aumentó,
y ello permitió obtener buenas ganancias a una minoría selecta de comerciantes.
La exportación de los productos agrícolas del Reino de Guatemala, en especial el añil,
se hacía, en primer lugar y directamente, hacia Nueva España, Perú y España. Parte de
lo enviado a México se trasladaba a Filipinas, y de la Península se exportaba a otros
países europeos, especialmente a Inglaterra y Holanda. Además, un sector del comercio
con Perú fue ilegal, lo mismo que el que se hizo con Inglaterra y Holanda a través de
Jamaica, en la última parte del siglo XVII. En ese comercio ilegal estuvieron
involucrados alcaldes y regidores del Ayuntamiento de Santiago, presidentes y oidores
de la Audiencia y Justicias Mayores de San Salvador y Nicaragua.
En el siglo XVI los indios proveían al mercado citadino la mayoría de los `productos de
la tierra'. Las llamadas `castas' se abrieron espacio conforme fueron surgiendo. Primero
lo hicieron en calidad de esclavos o empleados de los residentes españoles, pero poco a
poco lo consiguieron por su cuenta. Trataron de tomar a su cargo la reventa de
productos que permitieran una mayor ganancia: aves, huevos, ciertas verduras y flores,
etcétera. Les tocó jugar el papel de regatones, muy odiados en la literatura y la
documentación de la época.
A los indígenas les quedó el suministro de las mercancías menos lucrativas: maíz,
tortillas, zacate, leña, carbón, algunas verduras y flores, manteca y carne de cerdo.
Empero, cuando uno de estos artículos escaseaba, los revendedores (regatones)
inmediatamente trataban de obtener alguna o toda la participación en el comercio de
esos productos.
Si bien la capital del Reino generó la región económica más amplia y dinámica, las
ciudades provinciales también tuvieron sus pequeñas áreas de influencia. No debe
perderse de vista que a pesar de su importancia, las ciudades provinciales sólo eran islas
que ejercían su influencia en un radio no mayor de 50 kilómetros. La mayor parte del
Reino tuvo que generar un régimen autosuficiente, en el cual cada poblado tenía que
producir lo que allí se consumía y tuvo, por lo tanto, poco comercio externo.
A finales del siglo XVI y principios del siguiente la oligarquía de Santiago estaba
dominada por los grandes comerciantes. Los problemas del comercio exterior de la
década de 1630 produjeron nuevos cambios: algunos comerciantes dejaron el Reino de
Guatemala, pero fueron sustituidos por otros. Los que permanecieron siguieron
controlando dicho sector y el Ayuntamiento de Santiago, y aprovecharon las
oportunidades de enriquecimiento que ofrecía el comercio de exportación e
importación, así como el abastecimiento de la capital, especialmente de trigo, azúcar y
carne.
Es posible que el cuadro que presenta MacLeod para el siglo XVII sea válido para otras
regiones del Reino, y que la empresa agrícola se hiciera modesta y autosuficiente. Sin
embargo, en el área de Santiago y su Corregimiento la situación fue diferente: no sólo
aumentó el número de explotaciones agrícolas, sino algunas de las ya existentes se
hicieron más grandes. Hubo propietarios que llegaron a tener varias haciendas, aunque
fueron sobre todo las órdenes religiosas (dominicos, jesuitas, mercedarios y agustinos)
las que surgieron como los primeros empresarios agrícolas. En sus haciendas cultivaban
trigo y maíz, tenían ganado mayor y, sobre todo, los más grandes ingenios de azúcar.
Pero aun cuando no podían competir con las órdenes religiosas que eran las que tenían
el mayor control en propiedades territoriales de la mano de obra, los seglares poseían
capitales respetables.
Sin embargo, a pesar de las rivalidades, lo usual era que se establecieran vínculos
matrimoniales entre criollos y peninsulares. Los estudios sobre el Ayuntamiento de
Santiago muestran la composición relativamente variada de éste, aunque hubo algunos
peninsulares que se empeñaron en controlarlo. Si bien el Ayuntamiento tenía
aproximadamente una mitad de criollos, la riqueza de los españoles era mayor. Existía,
pues, una élite que se renovaba constantemente, lo cual se reflejó en el Concejo de
Santiago, que no fue un cuerpo cerrado y hereditario, mas sí aristocrático y oligárquico.
A fines del siglo XVI los comerciantes llegaron a desplazar a los encomenderos. Ello se
produjo cuando lograron comprar los puestos del Ayuntamiento y servirse de éste para
favorecer sus intereses. Sin embargo, a mediados del siglo XVII comenzaron a entrar en
conflicto con la Audiencia, cuando ésta empezó a exigir el pago correcto de la alcabala.
El comercio exterior estuvo en manos de españoles y algunos criollos, pero entre los
pueblos de indios fue manejado por los principales, como en los casos de Cobán,
Rabinal y Chichicastenango.
HORACIO CABEZAS CARCACHE
Por otro lado, el fracaso del citado plan universalista obligó a la Corona española a
adoptar una política exterior de corte pacifista y aceptar, en 1604, la Paz de Londres. No
obstante, al subir al trono Felipe IV en 1621, se reinició, bajo la influencia del Duque de
Olivares, una serie de acciones ofensivas contra Holanda, lo cual dio como resultado
que el corso resurgiera con nuevos bríos y se agudizaran las campañas de piratería.
A los piratas autorizados por un Estado determinado para operar contra las
embarcaciones y puertos de países enemigos se les conoció con el nombre de corsarios.
Éstos contaban con apoyo financiero de los gobiernos y en especial del capital privado,
en gran parte judío. Otros piratas eran conocidos con el nombre de bucaneros, por la
procedencia de sus integrantes: los caribes usaban la palabra bucán para referirse a la
acción de asar y ahumar la carne de sus víctimas. El mismo nombre se asignó a los
residentes europeos de La Española (Santo Domingo), dedicados a elaborar tasajo y
cueros de ganado cimarrón, para vender dichos productos en los barcos que llegaban,
por lo general, con tripulaciones holandesas o inglesas. Quienes se dedicaban a dicha
actividad comúnmente eran desertores, criminales y evadidos, o bien sirvientes blancos
fugitivos. En otras palabras, `gente de nadie en tierra de nadie'. En 1655, Inglaterra
decidió emplear bucaneros para enfrentar a españoles, holandeses y franceses en la
defensa de Jamaica, Barbados y otras islas, a cambio de lo cual concedió a los
mercenarios derechos para disponer del botín obtenido.
Durante este mismo período, Thomas Gage, dominico inglés, después convertido al
credo anglicano, escribió la obra The English -American, his Travail by Sea and Land:
or, A New Survey of the West-India's. Este escrito ha sido considerado tradicionalmente
como un medio de atizar en la Corona y pueblo británicos los deseos de conquistar en la
América hispana, bajo el supuesto de que ésta estaba sumamente desprotegida. En un
memorándum posterior, titulado Some Brief and True Observations Concerning the
West Indies, Humbly Presented to his Highness Oliver, Lord Protector of the
Commonwealth of England, Scotland and Ireland, escrito en 1654 a petición del mismo
Oliver Cromwell, Gage reforzó las intenciones y planes expansionistas de los británicos.
La política agresiva de holandeses e ingleses dio resultado, pues España se vio obligada
a hacer concesiones de gran importancia. En 1667, por el Tratado de Madrid, se acordó
conceder a Su Majestad Británica y a sus súbditos los mismos privilegios de que
gozaban las Provincias Unidas de los Países Bajos, con las cuales se había firmado el
Tratado de Munster. Este instrumento decía en el artículo 5:
Pocos años después, por medio del Tratado Godolphin (1670), España reconoció a
Inglaterra la posesión de las tierras que había ocupado en América, bajo el compromiso
de que en el futuro no pretendería extenderlas. A fines de 1680 las actividades de los
piratas principiaron a declinar. Inglaterra, en efecto, resolvió frenarlas, puesto que
España había comenzado a brindar ciertas posibilidades de comercio con sus colonias
de ultramar. Con la Paz de Ryswich (1697), las correrías de los bucaneros llegaron a su
término.
Región Atlántica
Los ataques de piratas en las costas del Caribe centroamericano fueron los primeros y
más numerosos. La primera noticia sobre la presencia de corsarios se remonta a 1545,
cuando una embarcación y un patache franceses bordearon la costa hondureña. Parece
que dichas incursiones se intensificaron durante los años siguientes, pues en 1588 la
Audiencia mostró gran preocupación por los múltiples daños ocasionados por los piratas
franceses en Puerto Caballos y Trujillo. El Obispo Francisco Marroquín había
informado antes a la Corona, con pormenores, sobre el saqueo en el pueblo de Trujillo
(1558). En esa ocasión había sido asesinado el cura y se exigieron rescates elevados por
los rehenes (dos o tres mil pesos por persona). Las pérdidas sumaban más de 100,000
pesos (ver Cuadro 52).
En el último cuarto del siglo XVI se incrementaron los ataques de piratas en las costas
hondureñas (ver Cuadro 51). Trujillo y Puerto Caballos fueron los blancos principales
de dichas correrías, por ser precisamente los puertos donde atracaban las naves
españolas dedicadas al comercio con el área. En 1572, corsarios franceses luteranos
saquearon Puerto Caballos, se asentaron en la Isla de Agua Baja y desde allí obligaron a
los vecinos de Trujillo a pagar una cantidad de dinero a cambio de no hacerles daño.
Esto último fue utilizado después por las autoridades locales como justificación por no
haber enviado a la Corona las correspondientes contribuciones. Entre 1578 y 1580 las
costas de la región fueron asoladas por William Parqueiro, en 1592 por Cristopher
Newport, y en 1595 por Jeremías El Francés.
Durante la primera mitad del siglo XVII, los piratas convirtieron la región alrededor de
las Islas de la Bahía, en Honduras, en una especie de mare nostrum. No sólo
multiplicaron el número de ataques a los puertos, sino fomentaron el contrabando a
grados extremos. En 1603, Pata de Palo y su socio Diego El Mulato atacaron Trujillo;
Mauricio de Nasau (holandés) atacó el mismo lugar en 1607; Juan Pisque (holandés), en
1639; Diego Díaz, alias El Mulato, Dieguillo o Diego Lucifer, nuevamente en 1641;
François l'Olonnois, más conocido como El Olonés, en 1660.
Los piratas contaron con el apoyo de los habitantes de las islas Guanaja, Roatán, Utila,
Masa, etcétera quienes los proveían de alimentos, especialmente cazabe, y los
acompañaban en sus correrías e incursiones por las costas y tierra adentro. Por tales
razones y en cumplimiento de una orden real, en 1643 la Audiencia organizó una
expedición militar con el objeto de desalojar a los moradores de Guanaja. Durante la
acción fueron quemadas varias poblaciones, se destruyeron los sembrados, y unos 700
habitantes de la Islas de la Bahía (Honduras) fueron trasladados a Comayagua. La
medida no tuvo buen éxito, sin embargo, pues al año siguiente había ya buen número de
fugados, que se asentaron de nuevo en Roatán y siguieron apoyando las correrías y
saqueos de los piratas.
El Atlántico nicaragüense también fue objeto de las citadas correrías. En 1640, el pirata
David remontó el Río San Juan, consiguió el apoyo de los naturales de las isletas del
Gran Lago de Nicaragua, e hizo la primera incursión en Granada. Unos 25 años
después, el corsario holandés Mansfield, al servicio de los ingleses, salió de Jamaica
con 120 piratas y, con el apoyo de los naturales de las isletas de Granada, saqueó
templos y casas de vecinos principales, se llevó varios rehenes y prometió a los
naturales regresar oportunamente para imponer un nuevo régimen, en el cual se
suprimirían los tributos y se podrían practicar los antiguos ritos de los moradores. En su
viaje de retorno a Jamaica, Mansfield recuperó temporalmente la Isla Providencia (San
Andrés), y fue acogido triunfalmente por Moddyford en Port Royal.
Durante la segunda mitad del siglo XVII, como consecuencia del monopolio español en
el comercio del añil, la piratería prácticamente controló el Atlántico centroamericano.
Los piratas emprendieron amplias y repetidas operaciones tierra adentro, con el apoyo
de la población mískita. En 1650, el Ayuntamiento de Santiago señaló ante la Corona
que la paz con Holanda no había reducido la actividad funesta de los piratas. Éstos,
decía el Ayuntamiento, `se han quedado en las islas cercanas a los puertos destas con
cantidad de bajeles, que las infestan e impiden el comercio destas provincias'. La
respuesta fue una nueva orden para que se emprendiera otra campaña militar contra las
islas de Guanaja y Roatán, con lo cual supuestamente se privaría a los piratas, de una
vez por todas, de su base de apoyo. La expedición estuvo al mando del Oidor Lara y
Mongrovejo, que mandó incendiar los pueblos de los naturales y trasladarlos a Santo
Tomás de Castilla. En 1665, El Olonés remontó el Río Jagua, asaltó Puerto Caballos y
se apoderó de 12 chalupas y un navío artillado con 28 cañones. Después incursionó en
San Pedro Sula. En 1667 este último lugar fue asaltado nuevamente. En 1688, fuerzas
de los piratas que operaban en ambos mares, se concentraron en el Golfo de Fonseca y
siguieron el cauce del Río Coco a fin de agruparse en la desembocadura de éste. Desde
allí usaron la vía del Río Aguán, con el objeto de saquear el poblado de Olancho.
La impunidad con que los piratas penetraban hasta la ciudad de Granada, en Nicaragua,
obligó a la Corona a ordenar, en 1666, la pronta fortificación del Desaguadero (Río San
Juan). Para estos efectos, la Real Hacienda de Guatemala adelantó 8,000 pesos e
incrementó a la vez los gravámenes de los productos de exportación. El Gobernador de
Nicaragua, don Juan Fernández de Salinas y Cerda, emprendió la construcción del
fuerte de San Carlos de Austria, pero luego fue acusado y procesado por mal manejo de
los fondos. Allí mismo, en 1670, una nueva acometida de los piratas obligó a rendirse,
sin oponer mayor resistencia, a las fuerzas milicianas. Como consecuencia de tal
descalabro, se empezó la construcción de un nuevo fuerte frente al raudal de Santa Cruz.
La obra se emprendió bajo la dirección del Ingeniero Diego Gómez. Esta nueva
fortaleza se bautizó, en 1675, con el nombre de Castillo de la Inmaculada Concepción.
Contaba con cuatro baluartes, 11 piezas de artillería y seis cañones de mosquete. Aun
con los dos fuertes no se pudo evitar una nueva incursión de piratas ingleses y franceses
que asaltaron, saquearon e incendiaron, una vez más, en 1685, la ciudad de Granada.
A finales del siglo XVII, los mískitos, que sumaban unos 1,700, eran ya los principales
aliados de los piratas en las correrías de éstos por las costas hondureñas (región paya),
en las costarricenses, o en el mismo interior de Nicaragua, y también lo eran de los
contrabandistas y de los misioneros moravos. Los mismos mískitos empezaron a
organizar asaltos a Matina y Talamanca en Costa Rica, Chontales en Nicaragua, al
territorio de los payas en Honduras, donde robaban cacao, ganado y mujeres, que luego
vendían a comerciantes de Jamaica.
Los piratas apreciaban mucho a los mískitos por su habilidad para la pesca, pues un par
de ellos garantizaba la alimentación hasta de 100 personas. La relación con ellos fue
muy especial, porque los naturales les proveían de mujeres, pescadores y productos de
la tierra, a cambio de armas y de ron. Inclusive los acompañaban en sus correrías por los
mares y tierra adentro. Fue en una de estas ocasiones, en 1681, que los piratas ingleses
localizados en la Isla de Juan Fernández, en el Pacífico sur, fueron sorprendidos por
galeones españoles y dejaron en su huida a un indio mískito, que vivió solitario de la
caza y la pesca durante tres años. Este hecho lo recogió en sus escritos William
Dampier, y posteriormente lo inmortalizó Daniel Defoe en su libro Robinson Crusoe.
A finales del siglo XVII, Costa Rica se convirtió en uno de los más importantes centros
de contrabando, el principal `método comercial', como lo llama Murdo MacLeod. De
allí salían ilícitamente hacia Jamaica, especialmente a través del puerto de Matina,
cargamentos de cacao y zarzaparrilla, que provenían de distintas provincias del Reino,
especialmente cacao de los Izalcos, añil de San Salvador y cueros de Nicaragua.
La región nicaragüense sufrió en el litoral del Pacífico los mayores embates, pues a
diferencia del resto de las provincias, en aquélla los piratas no se limitaron a operar en
sus costas, sino incursionaron repetidamente sobre sus principales ciudades, ya que,
desde fines del siglo XVI, Nicaragua había empezado a convertirse en la principal
región de salida de los productos del Reino de Guatemala, tanto para el Perú como para
Cartagena. En uno de los principales y más sonados ataques, el de 1585, los piratas
saquearon la ciudad de León, pero aun así nunca se mejoró la defensa del Puerto del
Realejo.
En 1615 la Audiencia trató de desalojar a los piratas de las islas citadas, pero los
resultados no fueron los buscados. El proyecto punitivo tenía un interés
complementario, porque en 1611 la Audiencia había solicitado a la Corona,
conjuntamente con el Ayuntamiento, que se abriera una ruta comercial entre el puerto
de Santo Tomás de Castilla y un puerto que iba a construirse en el Golfo de Fonseca
para navegar desde aquí al Perú y sustituir así la tradicional ruta por Cartagena y
Portobelo.
El segundo puerto con que contó Guatemala durante la mayor parte del período colonial
se localizaba en la Bahía de Amatique. Esta fue reconocida por primera vez en 1576,
pero hasta el 7 de marzo de 1604 el piloto Francisco Navarro, a solicitud del Presidente
Alonso Criado de Castilla, la escogió como puerto, al que llamó Santo Tomás de
Castilla, en honor del santo del día y de la persona del Presidente. El 16 de julio del
mismo año se decidió poblarlo con gente que se trajo de Puerto Caballos, y se nombró a
Pedro de Bustamante como Capitán de una milicia de 32 mosqueteros. Este puerto
mostró mayor seguridad que las Bodegas del Golfo o los de Honduras, por ser de más
difícil acceso para los piratas. En 1607, más de 1,000 piratas holandeses, que se
conducían en ocho navíos dirigidos por el Conde Mauricio, sufrieron muchos daños y
hasta perdieron una nave. No obstante, se llevaron alrededor de 8,000 pesos en frutos de
la tierra, en su mayoría añil y cueros. En 1608 fue concluido un morro para su
protección, al que se llamó San Francisco, y se le proveyó con la artillería que tenía el
de Trujillo.
Las guerras de España con Francia y Holanda dieron como resultado un incremento de
la piratería contra las colonias españolas, especialmente en Hispanoamérica. En 1636 la
Corona ordenó la formación de una armada, a la que se denominó de Barlovento,
destinada a contrarrestar tal situación. Su principal tarea consistió en patrullar la región
de las Antillas y prestar especial protección a la flota en que se transportaban los
ingresos reales. Los fondos para su sostenimiento se obtuvieron de nuevos impuestos a
los artículos exportables: cuatro reales por cada cajón de tinta de añil, dos por cada
carga de cacao o arroba de grana, uno por cada cuero, petaca de brea, tabaco o arroba de
zarzaparrilla.
De los numerosos ataques de piratas (ver Cuadro 51), algunos han sido documentados
con múltiples detalles por la historiografía colonial. Tal es el caso del perpetrado en
1640 por los piratas holandeses que atacaron Amatique, robaron buena cantidad de añil
y asesinaron al dominico Diego de Villamayor, a don Sancho de Guinea y a don Juan
Bautista de Guzmán. Esto obligó a una fuerte movilización miliciana: 2,000 flecheros
de la Verapaz fueron destinados a Bodegas del Golfo, y 100 milicianos a Santo Tomás
de Castilla; 750 fueron reclutados en Tegucigalpa, San Salvador y San Miguel, pero
nunca llegaron a Trujillo, su lugar de destino. El Presidente Lorenzana salió también de
Guatemala con 400 hombres, pero se detuvo en Mixco so pretexto de que llegaría tarde
al Golfo. En corrillos populares se dijo que había sido por cobardía.
Desde antes de la ocupación de Jamaica en 1655, los ingleses efectuaron entradas a las
costas de Yucatán, con el objeto de conseguir palo de tinte o de campeche y maderas
finas. Ya en 1627 la Corona española mostró su preocupación por estas incursiones.
Pero a partir de 1640 empezó realmente el asentamiento de piratas entre Amatique y
Cabo Catoche. Los naturales de las regiones del Chol, Mopán y Verapaz, así como
grupos de cimarrones, colaboraron en dicho asentamiento.
Otro ataque de piratas que afectó grandemente a muchos habitantes del Reino de
Guatemala fue el de 1643, ocasión en que fueron saqueadas las Bodegas del Golfo y
robada una fragata que acababa de llegar de Veracruz. La Audiencia ordenó la
`movilización militar general' de todos los hombres comprendidos entre 16 y 60 años,
sin excepciones de ninguna clase y con sanciones que incluían la pena de muerte para
quienes no acataran la orden. Al año siguiente, la Audiencia, preocupada por el
equipamiento de las milicias de los puertos, acordó, en junta de hacienda, el gasto de
15,000 pesos para los efectos consiguientes. Pero la cantidad de `bocas de fuego' que se
adquirió fue escasa. Buena parte del equipo comprado consistía en 1,200 armas blancas:
lanzas, chuzos, y desjarretaderas.
En 1650 Santo Tomás de Castilla quedó casi desmantelado porque el Oidor Lara y
Mongrovejo construyó el baluarte de San Felipe en la desembocadura del Lago de
Izabal, después de la campaña militar sobre Roatán y Guanaja. A ello contribuyó el mal
camino entre Santo Tomás de Castilla y la capital, y la carencia de pastos para las
recuas en el primero de dichos lugares. Por razones estratégicas, el puerto fue trasladado
nuevamente a Bodegas del Golfo, que sirvió de punto de escala entre Puerto Caballos y
la capital. Ante las acometidas de piratas en 1665, la población de Santo Tomás de
Castilla, juntamente con su Alcalde Mayor y su comandante, se trasladó al fuerte
Bustamante, en las Bodegas del Golfo.
Uno de los casos más famosos en la historia de la piratería, recogido por las crónicas
coloniales, es aquel de que fue víctima el propio Presidente Jacinto de Barrios Leal. En
1688, cuando este alto funcionario llegó a costas guatemaltecas, organizó una fiesta por
la noche, y cuando el festejo estaba en su mejor momento, el Presidente y sus
acompañantes fueron atacados por piratas y obligados a huir a los montes. El Presidente
perdió 200,000 pesos y los miembros de su comitiva, más de 100,000.
Acciones de Resistencia
Los piratas se apoderaban de joyas, dinero y productos de la tierra pero, por lo general,
también capturaban a personas importantes, y exigían rescates elevados desde sus
asentamientos en las islas. Por ejemplo, en 1643 se llevaron de Trujillo a 30 rehenes,
entre quienes estaban el cura, el Alcalde Ordinario, Juan Mexía, el Alguacil Mayor y
varios militares. En 1688 secuestraron en Olancho a 22 mujeres y al Teniente de
Gobernador. En algunos casos se emprendieron acciones de resistencia y persecución.
En efecto, no siempre los piratas consiguieron sus propósitos con facilidad. En 1595,
por ejemplo, el sargento Pedro de Bustamante, con las milicias bajo su mando, resistió a
los piratas conducidos por Jeremías El Francés. En 1603, el Capitán Juan de
Monasterios Bide resistió bravamente a Pata de Palo. En 1607, las milicias de Puerto
Caballos resistieron a los piratas durante 11 días y lograron salvar gran cantidad de añil,
zarzaparrilla, cacao, vainilla, achiote y plata. En 1639, un español y un grupo de indios
flecheros impidieron el saqueo de Omoa. En 1641, las milicias de Olancho al mando de
Melchor Alonso de Tamayo emboscaron a la gavilla de piratas conducidos por
Dieguillo y recuperaron el añil robado. En 1651, las milicias de Trujillo resistieron y
persiguieron a los piratas hasta la Isla de Guanaja, donde les quitaron un navío y
apresaron a 30 corsarios franceses. Estos fueron condenados a trabajar en las minas, con
excepción de tres de ellos, que fueron condenados a la pena capital por `luteranos'. Por
lo general, cuando los españoles hacían prisionero a un pirata, lo condenaban en forma
sumaria.
A pesar de los muchos casos de resistencia, en la mayoría de ocasiones los piratas salían
indemnes. En 1630 y 1633, por ejemplo, piratas holandeses saquearon Trujillo,
destruyeron el fuerte y se llevaron la artillería. En 1639, piratas venidos de la Isla
Providencia asaltaron otra vez el lugar y robaron cerca de 16,000 pesos.
Al referirse a un caso ocurrido en este período, Gage indica que los holandeses tomaron
el puerto de Trujillo y `la gente, en su mayoría, huyó hacia los bosques, confiando más
en sus pies que en sus manos y armas'. Según el mismo autor, en aquella época la
defensa de dicho puerto era exigua, lo cual permitía a ingleses y holandeses internarse
en el territorio sin temor alguno. En realidad, tanto la Corona española como los
mismos vecinos de Guatemala se mostraron muy reacios a contribuir a la defensa de los
puertos, no obstante que ellos eran los más afectados. En 1589 se crearon las milicias
para la defensa de Trujillo, las cuales consistían de 70 hombres que se renovarían cada
cinco meses. El mismo año, el Ingeniero Juan Bautista Antonelli se ocupó de diseñar
una mejor comunicación entre el Golfo de Fonseca, y Puerto Caballos y Trujillo. En
última instancia, sin embargo, sólo se inició la construcción de un camino entre el
Puerto de Iztapa y la ciudad de Santiago de Guatemala, pero el proyecto no se continuó
por lo elevado de los costos.
En 1644, la Junta de Hacienda logró imponer una contribución de 3,350 pesos para la
compra de armas y municiones. En 1645 también aprobó un repartimiento de 1,500
pesos entre los vecinos, para la compra de 1,000 libras de pólvora. De las armas
compradas con dichos fondos, se enviaron 50 arcabuces a Trujillo para venderlos al
costo entre los vecinos.
Conclusiones
El desarrollo de la piratería en Hispanoamerica se debió principalmente a las disputas
comerciales, políticas y bélicas que España mantuvo con Francia, Holanda e Inglaterra.
Como consecuencia de tales conflictos de intereses, estos últimos países
institucionalizaron las acciones de piratería en el fenómeno conocido genéricamente
como corso.
La región que sufrió más ataques violentos en el Reino de Guatemala fue la Provincia
de Nicaragua, ya que sus principales ciudades, especialmente Granada, fueron blanco de
frecuentes incursiones, saqueos e incendios. Sin embargo, el fenómeno de la piratería
afectó por igual la economía de todo el Reino, porque obstruyó el comercio regular con
España.
El sistema defensivo contra los piratas, a pesar del impuesto de Barlovento, fue
precario. La Corona así como los vecinos del Reino de Guatemala mantuvieron, por lo
general, una actitud reacia en cuanto a invertir en la fortificación de los puertos y hasta
para movilizarse militarmente en caso de ser atacados de manera directa. Ello permitió
que piratas y contrabandistas prolongaran su peligrosa presencia en gran parte del
Caribe centroamericano, en especial en las costas de Honduras y Nicaragua, donde
contaron con ayuda de los naturales.
Introducción
Con el objeto de hacer más comprensible el sistema impositivo en los dos primeros
siglos de la Colonia, se presenta a continuación un bosquejo del régimen monetario y
luego un análisis de las distintas denominaciones y valores de cambio que se empleaban
en la época. Seguidamente se expone la organización y funcionamiento del régimen
hacendario, a efecto de conocer los cargos y formas de control fiscal que operaron a
favor de la Corona, del Ayuntamiento, de la Iglesia y de los particulares.
Régimen Monetario
A fines del siglo XV, exactamente en 1497, y con el propósito de poner orden en la
diversidad monetaria circulante en sus dominios de la Península Ibérica, los Reyes
Católicos mandaron reacuñar la moneda circulante. Así surgieron los `ducados' o
`excelentes', que equivalían a 11 reales y un maravedí; los `reales de plata'; y las
`blancas' o monedas de vellón con plata y cobre.
Moneda de la tierra
Antes de 1536, los conquistadores y primeros colonos, que en su mayoría vinieron sin
ningún recurso, se vieron obligados a crear otros medios monetarios de cambio. Los
más importantes fueron las `hojas de dar y tomar' y las `rajas de plata'. Las primeras se
hicieron con el oro que los españoles arrebataron o `rescataron' de los indios, fundido de
un modo primitivo, y reducido a láminas pequeñas de igual grosor y tamaño. El valor de
estas rústicas monedas poco a poco se fue unificando hasta llegar a constituir lo que se
conoció como `peso de oro de minas', que en Nueva España fue por lo general de 18
quilates, con un valor aproximado de 300 maravedíes, por ser de menor calidad que el
castellano, que era de 22.5 quilates. En Guatemala, el Ayuntamiento mandó en 1528
que dichos pesos de oro tuvieran un valor de 1,000 maravedíes, lo cual cambió con el
tiempo, pues en 1571 dicho valor era de sólo 450 maravedíes. La razón de este cambio
parece que obedeció al nuevo valor de ley dado a un quilate de oro puro, pues en 1578
este valor se fijó en 24 maravedíes y tres cuartillos.
A este peso de oro de minas, de menor quilataje por la presencia aleatoria de cobre en
distintos grados según la técnica empleada en la fundición, se le conoció también como
tepuzque. Desde agosto de 1525 ésta fue en Santiago de Guatemala moneda de curso
legal, la cual debía ser recibida por cualquier artesano y servía también para el pago de
sueldos a empleados públicos, así como para saldar deudas.
El acuñamiento legal de monedas de plata de cuatro reales, dos reales, un real, medio
real y cuartillo, se inició en México en 1536. Estas monedas se caracterizaron por no
tener labrado en el canto. Eran aproximadamente circulares y tenían las armas de
Castilla y de León, estampadas en una de sus caras. Las de mayor circulación fueron las
de cuatro reales, conocidas también como `tostones'. En el lado donde estaban los
emblemas de Castilla y de León figuraba también la leyenda Charolus et Johanna reges
Hispaniarum et Indiarum; en el otro lado había dos columnas sobre las olas del mar,
cada una con una corona real y con la leyenda plus ultra.
A principios del siglo XVII, un real era equivalente, según Thomas Gage, a seis
peniques ingleses, y con él se podía obtener una u otra de las siguientes cosas: media
gallina, siete onzas de pan, un octavo de vino o aceite, un cuarto de fanega de maíz o un
paquete de tasajo.
Durante el segundo cuarto del siglo XVII, el Reino de Guatemala sufrió una creciente
escasez de monedas, primero por no ser una región de grandes yacimientos de minerales
preciosos, y segundo por el envío constante de dichos metales a España.
En 1630 la situación llegó a ser tan grave que no había moneda para pagar el vino y el
aceite provenientes del Perú. Los mercaderes peruanos, en cambio, sí podían comprar
los productos guatemaltecos (añil, grana, cueros, brea), con su moneda potosina `de
sospechosa calidad', conocida como `peso perulero' o `moclón'. En el transcurso de los
años, la región se fue llenando de dicha moneda y ante la decisión adoptada por México
de no recibirla ni en el comercio, mucho menos como pago de impuestos reales, la
situación causó crisis, y obligó a las autoridades de la Audiencia de Guatemala a
devaluar (1653) el peso perulero a seis reales y el tostón a tres. Al parecer la decisión
fue incorrecta, pues hubo personas que se dedicaron a recoger dichas monedas y
fundirlas para obtener ganancia, dado que su verdadero valor era más que seis reales.
Al desaparecer los peruleros o moclones, casi sólo quedaron en circulación los reales de
a dos y `rajas de plata' sin quintar. La escasez monetaria fue una excusa más para pagar
a los indios de repartimiento en especie, alrededor de 1661, o con una moneda tan mala
`que después no se la querían recibir ni por su tributo ni por otra cosa'.
Oficiales reales
Durante los primeros años, la oficialidad real estaba compuesta por un tesorero, un
contador, un factor y un veedor. Al tesorero le correspondía la custodia de los fondos
reales, depositados en la `caja de las tres llaves', el cobro de los distintos ingresos, y
también el pago de las libranzas y el arrendamiento de los diezmos. El contador ejercía
una misión de control sobre todo lo que entraba y salía, certificaba y cuidaba de los
papeles y ordenaba las libranzas. El factor, cuando lo había, custodiaba los almacenes
en que se depositaban las mercancías pertenecientes al Rey, y el veedor tenía como
atribución velar por los intereses reales en lo referente a fundiciones.
En 1526 se nombraron los primeros oficiales reales para Honduras. Sin embargo, pronto
surgieron pugnas por el control de los ingresos reales entre la Gobernación de Castilla
de Oro y la de Santo Domingo. Por ello la Corona nombró a oficiales reales
independientes en Honduras y Nicaragua en 1528, y prohibió a los primeros intervenir
en el territorio de los últimos.
Guatemala tuvo sus primeros oficiales reales en 1529, cuando Francisco de Castellanos
y Ortega Gómez llegaron como tesorero y contador respectivamente. El número de
oficiales reales creció, pero en 1563 de nuevo se ordenó que se redujeran a dos.
Posteriormente se volvió a ampliar su número. José Joaquín Pardo señala que para
poner a los oficiales reales en condiciones de desempeñar un mejor trabajo se estructuró
la administración central en tres dependencias: la de aguardiente y chicha, la de pólvora
y naipe, y la de tabaco y alcabala. Todas tenían a su vez funcionarios subalternos en las
distintas ciudades que eran asiento de gobernación.
Controles fiscales
Desde 1542 los oficiales reales del Reino de Guatemala debían entregar a la Audiencia,
durante los dos primeros meses de cada año, un informe general con las cifras
percibidas en cada renglón de las rentas reales, so pena de perder sus sueldos durante el
tiempo que se atrasara la entrega del informe. La documentación se enviaba luego a la
Casa de Contratación, donde era sometida a estudio y dictamen, para luego ser
trasladada al Consejo de Indias, donde se tomaban las decisiones finales.
Otro medio ordinario de control era el Juicio de Residencia, al cual se sometía a los
funcionarios reales al cesar en su cargo. Consistía en la llegada de un juez, a quien se le
daba el título de Contador Mayor y quien después de anunciar públicamente la
celebración del juicio, recibía denuncias, reducía éstas a cargos concretos, escuchaba la
defensa del interesado y luego preparaba un escrito con los cargos y condenas, que
elevaba a la autoridad superior.
En las Indias existieron dos tipos de impuestos: los fundamentales o regulares (quinto
real, almojarifazgo, tributo, diezmo y alcabala) y los complementarios (estancos, oficios
vendibles, empréstitos, derramas y penas de cámara), estos últimos calificados por
Murdo MacLeod como `exacciones de emergencia'.
Ramos fundamentales
Según la época y la región, varió el orden e importancia de los impuestos. Durante las
primeras décadas fue el quinto real el más importante pero, con el tiempo, por lo menos
en la Audiencia de Guatemala, fue desplazado por el tributo pagado por los indígenas.
Quinto Real
La concesión papal otorgada a los Reyes Católicos sobre el Nuevo Mundo implicó, ante
todo, la posesión de toda clase de productos mineros. Los que se controlaron con mayor
celo fueron el oro, la plata, el mercurio y las piedras preciosas. La Corona permitió la
búsqueda y explotación de tales productos y en un principio cobraba por esa regalía el
impuesto de un quinto del valor de los mismos. Con el tiempo, según fuera la clase de
mineral y el tipo de región, y a fin de estimular dicha actividad y evitar que se evadiera
el pago del impuesto, éste se redujo a un octavo, un décimo y hasta un doceavo.
La evasión del impuesto del quinto real a lo largo de los primeros dos siglos fue algo
común, a pesar de que desde 1543 se había creado la casa de fundición en Santiago, y se
había hecho responsable de la misma a Antonio Ortiz, a quien se fijó un salario de 600
pesos oro anuales. Por ello, en 1632 la Corona trató de agenciarse algunos fondos
mediante una amnistía general a favor de quienes hubieran evadido dicho impuesto o
hecho declaraciones fraudulentas, y se facilitó a estas mismas personas la posibilidad de
legalizar sus haberes metálicos mediante el pago de sólo un décimo en lugar de un
quinto de su valor. La situación no parece haber cambiado, pues a fines de 1672 el
Oidor Gerónimo Gómez, en visita efectuada a los oficiales reales de Tegucigalpa,
constató que en ocho años sólo se habían recolectado 12,500 marcos, cuando en
realidad se había sacado mucho más y no se había quintado.
El impuesto sobre el azogue o mercurio cobró gran importancia, porque éste servía en la
explotación de minas de plata y oro. El celoso control guardado sobre el mismo hizo
que los mineros guatemaltecos lamentaran en forma crónica su carestía.
El impuesto del quinto real no sólo se aplicó a minerales. Durante la conquista de los
señoríos guatemaltecos se aplicó en los casos de naturales reducidos a esclavitud,
aunque desde 1533 la Corona sólo recibía una décima parte del valor en que se tasaba al
esclavo.
Almojarifazgo
Tributo
Los funcionarios reales, apoyados por los curas doctrineros, establecían el número de
tributarios en cada pueblo, y fijaban a la vez lo que éstos debían pagar. Este
procedimiento se conoció como `tasación' y se realizaba por lo general cada 10 ó 20
años. A menudo había injusticias en el mismo, y los `vivos pagaban por los muertos y
huídos'. Lo establecido quedaba registrado en tres libros: uno para la Junta Superior de
la Real Hacienda, con sede en España; otro para los Justicias Mayores, bajo cuya
jurisdicción se encontraba el pueblo; y el último para los propios Justicias de los indios.
Las tasaciones más conocidas fueron las de Cerrato, realizadas en 1549. Estas
modificaron sustancialmente las establecidas por Maldonado-Marroquín, e indicaban
que el tributo debía pagarse para las fiestas de San Juan y Navidad, fechas
correspondientes a los períodos de recolección de las cosechas de `primera' y `segunda'
o `postrera', respectivamente. Con base en las citadas tasaciones, los pueblos de la
Provincia de Guatemala debían pagar anualmente 10,097 jiquipiles de cacao; 16,050.5
fanegas de maíz y 342.96 fanegas de frijoles (ver para más detalles el Cuadro 56).
A mediados del siglo XVI el tributo era el equivalente a tres tostones para los hombres
y dos para las mujeres. A principios del siglo XVII se aumentó a cuatro tostones para
los hombres, de los cuales uno era para el recaudador; a las mujeres en cambio se les
rebajó a uno.
Sólo parte del tributo quedaba a la Corona, al contrario de lo que opina Juan Carlos
Solórzano, quien no presenta documentación alguna para avalar sus juicios. La Corona,
en efecto, había `encomendado' algunos pueblos a españoles, encargando a éstos la
cristianización de los indios, y concediéndoles a cambio el beneficio del tributo. Según
las tasaciones de Cerrato, sólo 16 de 150 pueblos pertenecían a la Corona, y los 134
restantes estaban repartidos entre 86 encomenderos. Por ello, la Corona mantuvo la
política permanente de pasar a su real haber toda encomienda que resultara vacante. En
1565 ya sólo existían 72 encomiendas, que generaban al año 80,000 ducados. En 1627
se mandó que una tercera parte de las encomiendas que quedaran vacantes pasara a la
Corona. De esa manera, en 1698 el 65% de la población indígena tributaba a la Corona
286,923 pesos, equivalentes al 78.48% de los ingresos de la Hacienda Real en el Reino
de Guatemala; el otro 35% de los pobladores tributaba a 147 encomenderos.
Según la naturaleza del pueblo, el tributo era recaudado por funcionarios reales o por los
propios encomenderos, en ambos casos con la ayuda del cura doctrinero. De ello se
derivó, cuando menos en el siglo XVI, que si este último pertenecía al clero regular
podía impedir algunas exacciones cometidas por encomenderos y funcionarios, lo que
no ocurría cuando el cura pertenecía al clero secular.
Severo Martínez Peláez señala que una de las principales injusticias cometida en la
recaudación del tributo era que, cuando había carestía, en las almonedas se fijaba un
precio a los productos entregados por los naturales, equivalente al precio que tenían los
mismos productos en época de abundancia. Cuando los precios eran bajos, se exigía a
los naturales que ellos mismos subastaran sus productos y pagaran el tributo en
metálico. Para remediar esta situación, la Corona ordenó en 1634 que se exigiera el
tributo sólo en dinero.
A mediados del siglo XVII era tal la falta de circulante, por la depresión económica
causada por plagas de langostas y asedio de piratas a la navegación, que con frecuencia
los naturales no podían pagar el tributo. En 1664, por ejemplo, habían pasado ya tres
años sin que éste se pagara.
Juntamente con el tributo, los naturales debían cumplir con otras obligaciones, como el
`servicio del tostón' y el `servicio de comunidad'. El primero consistía en el pago
semestral de un tostón, el cual se hacía a los recaudadores por cada `tributario entero'. El
segundo era el pago de real y medio, que por lo general se sustituía por la obligación de
cultivar 10 brazadas de tierra, cuyo producto, al ser vendido, ingresaba en las `cajas de
comunidad', creadas en 1550. Los fondos de las cajas de comunidad se utilizaban
especialmente para cubrir los gastos de cofradía y alimentación de los curas doctrineros.
Joaquín Pardo indica sobre el particular que por las múltiples y crecidas exigencias de
los curas doctrineros, el Presidente Landecho ordenó en 1561 la asignación siguiente
para dichos religiosos: dos gallinas de Castilla diariamente; dos docenas de huevos en
los `días de pescado'; una fanega de maíz cada semana; además de una india para
cocinar y un indio para acarrear leña, zacate y agua.
Desde las últimas décadas del siglo XVI la Corona se interesó vivamente en las cajas de
comunidad y en 1583 se ordenó que la cobranza y administración de las mismas
quedara a cargo del corregidor del distrito. En 1619 se ordenó además que dichos bienes
se prestaran a interés a fin de generar ganancias en favor del erario real, lo cual
contradice lo que han afirmado algunos autores. En 1639 la Corona centralizó la
administración de las cajas de comunidad en los oficiales reales, y a los Cabildos
propietarios les quedó sólo el derecho de petición. Según el dominico Francisco
Ximénez, ello hizo difícil que los naturales pudieran hacer uso de sus propios fondos,
por los trámites engorrosos que debían cumplir.
Hasta principios del siglo XVII hubo indígenas exentos de la obligación de tributar. Un
sector de ellos fue el de los teopantlacas, o sea la gente designada para el servicio de la
iglesia. Sin embargo, los funcionarios reales prorrateaban el tributo no pagado por los
teopantlacas, cobrándolo entre el resto de habitantes, o bien lo tomaban del grueso de
los fondos de comunidad. Los descendientes de tlaxcaltecas y mexicanos, que vinieron
apoyando a los españoles en las luchas de conquista, intentaron por mucho tiempo
eximirse del tributo, y en ciertos años lo lograron, a principios del siglo XVII, por
ejemplo, pero a fines del mismo siglo lo pagaban nuevamente.
Durante la mayor parte del siglo XVI solamente los indígenas pagaron tributo, no así los
mestizos y las castas. Gage indica al respecto:
No hay ningún pueblo que sea tan pobre donde cada indio
casado no pague al menos cuatro reales al año al rey,
además de otros cuatro a su señor o encomendero. Y si el
pueblo paga solamente al rey, se paga por lo menos seis, y
en algunos sitios ocho reales de acuerdo con el estatuto
por el pago de otros productos comunes de la ciudad donde
viven, como maíz (que se paga en todas las ciudades),
miel, pavos y otras aves, sal, cacao y mantos de algodón y
lana se pagan solamente al encomendero, ya que el rey
tiene que ser pagado en dinero. Los mantos que se dan como
tributo son muy estimados, ya que son los seleccionados y
de mayor tamaño que el resto, por eso se paga en cacao,
achiote o cochinilla frecuentemente.
En 1575 se ordenó que los mulatos y negros casados o solteros, a diferencia de lo que
sucedía con los indígenas, entre quienes se excluía a los solteros, pagaran cuatro
tostones, y sus mujeres dos; los zambos casados o solteros pagaban tres tostones y sus
mujeres, uno; además había que pagar el servicio del tostón respectivo en todos los
casos. Este tributo se conoció como `laborío' y sólo se exceptuó del mismo a los
hombres mayores de 60 años y a las mujeres de más de 50, así como a los ciegos y
tullidos siempre y cuando no contaran con rentas para vivir honestamente.
La recaudación del laborío fue bastante difícil, pues la mayor parte de la población
afectada vivía en las montañas, sin autoridad alguna que la controlara. Por lo tanto, en
1587 se dispuso que el recaudador de dicho tributo recibiera hasta una tercera parte del
mismo. En el Cuadro 57 se presentan algunos datos sobre las cantidades recaudadas en
el último cuarto del siglo XVI.
Diezmo
Los oficiales reales recaudaban este impuesto y estaba prohibido que en ello se
entrometieran las autoridades eclesiásticas. En la legislación colonial no aparece grupo
social alguno exento del pago del diezmo en forma permanente. Sólo a los naturales se
les eximió del mismo en 1533 pero, a pesar de las órdenes en tal sentido, se les cobró
durante las primeras décadas de la etapa colonial, aunque se les deducía del tributo. En
1550 el diezmo equivalía a un peso por año, y en 1565 las estancias de Utatlán lo
pagaban con un jiquipil de cacao. En lo que se refiere a Guatemala, Manuel Fernández
indica que los indígenas lo pagaron. Sin embargo, Gage, que a principios del siglo XVII
se refiere con gran abundancia de detalles a las distintas contribuciones de los indígenas,
no da información sobre el particular.
El rubro de los diezmos fue muy significativo para las arcas reales, especialmente desde
1578, cuando se ordenó que se pagara por todas las cajas de añil que pesaran 25 libras o
más. A mediados del siglo XVI no llegaba ni a 10,000 pesos, pero a principios del
siguiente siglo se recaudaban alrededor de 20,000 pesos (ver Cuadro 58), gracias al
apogeo que había en la producción añilera.
Alcabala
La alcabala era un impuesto del 2% sobre todas las operaciones de traspaso, contratos y
compraventas, así como herencias y donaciones, del cual estaban exonerados los
indígenas. Su introducción en las Indias Occidentales fue tardía, pues no fue sino hasta
1574 y 1591 que se ordenó su aplicación en los Reinos de Nueva España y Perú,
respectivamente. En Guatemala se ordenó su aplicación en 1576, pero por las súplicas
del Ayuntamiento de Santiago, se pospuso su inicio hasta 1591, cuando se estableció
que la recaudación fuera una de las obligaciones de los alcaldes ordinarios.
Otro caso fue el juicio seguido en 1686 contra el Barón de Burruez (aparece también
como Berrieza), tesorero de la Santa Cruzada, a quien se acusaba de la evasión de
impuestos (alcabala y almojarifazgo, principalmente) por la cantidad de 23,605 pesos y
siete reales. Pero el conflicto más significativo fue el acontecido entre 1688 y 1691, que
produjo un atentado contra Pedro Enríquez, juez de aduana, porque éste exigía el pago
al contado de los derechos de alcabala, antes que las mercaderías salieran de bodega.
Esta exigencia originó disturbios callejeros, intentos de linchamiento y la prisión de
varios vecinos, casi todos comerciantes.
Ramos Complementarios
Hubo otra serie de ingresos para la Hacienda Real que, sin ser los más significativos, en
determinadas circunstancias constituyeron mecanismos asequibles por los cuales la
Corona resolvía sus problemas económicos. Los principales de tales ingresos fueron los
estancos, la bula de la Santa Cruzada y las derramas, así como las penas de cámara, los
oficios vendibles y la composición.
Estancos
La sal, de tanta utilidad en Guatemala para la minería y la preparación del tasajo, fue
explotada libremente en un principio, pero a fines del siglo XVI la Corona comenzó a
controlar su producción.
El papel sellado fue otro de los estancos que produjo, a partir de su introducción en
1640, rentas seguras a la Corona, pues para todo trámite burocrático era necesario hacer
uso de dicho papel. En 1644 ingresaron a las arcas reales 17,500 pesos por tal concepto.
Había cuatro clases de papel sellado, cada una con diferentes características.
El primero se usaba para todos los despachos de gracias y mercedes que se hicieran en
las Indias por los virreyes, presidentes, audiencias, corregidores y cualquier otro
ministro de justicia, guerra y hacienda. El segundo se usaba para los testimonios de las
escrituras, testamentos y contratos de cualquier género, que se otorgaran legítimamente
ante escribano; así como para las hojas de registro en los protocolos de los mismos. El
papel de sello tercero, cuyo valor era de un real, debía servir para todas las peticiones y
actos de carácter judicial ante los virreyes, cancillerías, audiencias y demás tribunales de
Indias, y el papel de sello cuarto debía utilizarse para escribir todos los despachos de
oficio y de pobres de solemnidad e indios. Si en algún caso éstos no presentaban su
petición en papel sellado, debía admitírsele, por estar en el real ánimo el buen deseo de
ayudarlos y aliviarlos.
El estanco de la pólvora funcionó desde fines del siglo XVII, y el mismo dependía de un
asentista general para Nueva España y Guatemala. Pero la pólvora empezó a fabricarse
en Guatemala desde 1601, cuando se extendió a Diego Mercado licencia para fabricarla.
Hasta 1690 la nieve no se explotó nunca, pero en Santa María de Jesús ya había
indígenas que eran obligados a bajarla `del volcán de Agua y con ella se hacían helados
y refrescos'. El estanco de la misma se creó hasta el siglo XVII.
Los oficios que se vendieron con más frecuencia fueron las `escribanías', la jefatura de
los regimientos municipales y algunos puestos asalariados, como el de receptor de
penas, depositario de bienes de difuntos, fiel ejecutor, cargos en la Casa de Moneda y
otros más. Todo esto se llevó a cabo aun cuando el Consejo de Indias siempre
recomendó a la Corona que no se hiciera.
En los casos aludidos no sólo existía la obligación de comprar el puesto, sino también la
de pagar un impuesto adicional sobre el sueldo: la mesada eclesiástica, pagada desde
1529, en cuanto a los puestos eclesiásticos, y la media annata (mitad del sueldo durante
un año), pagada desde 1625, en cuanto a la burocracia secular, encomenderos y
artesanos. Ambas debían pagarse en la forma siguiente: la mitad antes de recibir el
cargo y el resto al iniciar el segundo año en el ejercicio del mismo. La mesada
eclesiástica se calculaba con base en el promedio anual del beneficio obtenido durante
los cinco años precedentes. La media
annata, por otra parte, consistió en la mitad del sueldo del primer año, más un tercio de
todos los demás emolumentos provenientes de cargo público, favor o concesión. De este
último impuesto no se exceptuó a nadie, pues aun los oficiales de las milicias (Alférez,
Capitán, sargento) lo pagaron.
Donaciones
La Corona, para aliviar sus apuros y compromisos financieros, obligó periódicamente a
sus súbditos a efectuar donativos forzosos (`voluntarios' rezan los escritos coloniales),
como el ordenado en 1591 para Guatemala, por el cual se contribuyó con cuatro reales
per cápita. Murdo MacLeod dice que `se insinuaba fuertemente que la cantidad dada era
un buen indicio de la lealtad y patriotismo del donante'.
Derramas
Composiciones
Sisas
En 1573 se creó este impuesto, que consistía en el pago de dos reales por botija de vino,
con el fin de formar un fondo destinado a la construcción del puente de Los Esclavos.
Posteriormente el mismo se convirtió en un impuesto permanente a favor de las obras
públicas. En aquella ocasión el síndico Francisco Díaz del Castillo (hijo de Bernal Díaz
del Castillo) fue privado temporalmente de sus poderes por haberse opuesto a tal
impuesto. En 1577 se amplió a un nuevo producto, la carne, cuyos ingresos concedió la
Corona a los `propios', o sea al patrimonio de la ciudad.
Penas de cámara
Resumen
En las líneas anteriores se ofrece una visión de conjunto del régimen monetario que
imperó durante los primeros dos siglos de la etapa colonial, y luego se descubren no
sólo las distintas denominaciones monetarias que existían en la época, sino también los
medios más frecuentes empleados para recaudar los impuestos. Finalmente, se analizan
los diferentes tipos de impuestos, divididos en fundamentales (quinto real,
almojarifazgo, tributo, diezmo y alcabala) y complementarios (estancos, bula de la
Santa Cruzada, venta de cargos públicos, donaciones, derramas, composiciones, sisas, y
penas de cámara).
Durante las primeras décadas de vida colonial, la Corona exigió constantemente a sus
autoridades el cobro del quinto real, pero pronto este ramo impositivo pasó a un
segundo plano, por la poca presencia de minerales preciosos en el Reino de Guatemala.
Desde mediados del siglo XVI, la importancia de los impuestos dependió del sector
favorecido. Por ejemplo, el tributo benefició especialmente a los encomenderos; la
alcabala, al Ayuntamiento; el almojarifazgo, a la Corona; y el diezmo, a la Iglesia y a la
Corona. De todos ellos, el mejor recolectado fue el tributo, por el celo que ponían en
ello los encomenderos, auxiliados por los curas doctrineros. Muy diferente era lo que
acontecía con respecto al pago de alcabala, almojarifazgo y diezmo, donde se daban
constantemente evasiones, subterfugios y actitudes morosas.
Como resultado del predominio numérico de los pueblos indígenas en la Guatemala del
período colonial, la historia regional sobre dicha época se interesa, necesariamente, en
las experiencias de aquellos pueblos. Los indígenas eran institucionalmente súbditos de
España, vivían dentro del Imperio, bajo las leyes de éste, y sujetos a su programa de
conversión religiosa y de `civilización' general, y por ello la historia regional se interesa
en el establecimiento de las instituciones españolas y en la reacción de los indígenas
frente a las mismas. En un sentido general, se puede encontrar el origen del interés en
los dos tópicos, en dos obras precursoras y de gran influencia en la evolución de las
nuevas ideas. En 1953, Silvio Zavala publicó su Contribución a la Historia de las
Instituciones Coloniales en Guatemala, que inició efectivamente el actual interés en el
muy rico pasado colonial de Guatemala, poco conocido en esa época. En 1964, Charles
Gibson publicó su monumental obra Aztecs under Spanish Rule, Los Aztecas bajo la
Dominación Española, con la cual el estudio de la reacción de los pueblos indígenas
mesoamericanos ante el régimen colonial fue un tema importante por derecho propio, y
que finalmente involucraría no sólo a historiadores sino también a etnohistoriadores,
geógrafos históricos, etnógrafos, lingüistas, demógrafos, arqueólogos y otros
especialistas.
Por supuesto, la sola razón aritmética hombre/tierra por sí misma, no cuenta toda la
historia. Era necesario poseer tierra para trabajarla, y para los españoles aun ello no era
suficiente. La economía colonial también requería mano de obra barata que trabajara la
tierra para los colonizadores. En consecuencia, la Corona creó una serie de instituciones
con la finalidad de proveer a los españoles de trabajadores indígenas y también de los
productos de la tierra, al costo más bajo posible. Por ello, dichas instituciones, como la
esclavitud, la encomienda y el repartimiento, fueron importantes en la vida colonial,
tanto para los españoles como para los indios, y cualquier analista de la historia regional
necesariamente debe tomar en cuenta su funcionamiento en su área de estudio. Sin
embargo, el régimen colonial requirió del indio no sólo su mano de obra, pues también
quería su alma y su dinero.
La conversión religiosa de los indios fue una de las justificaciones principales de toda la
empresa colonial, y sin duda atenuó algunas otras políticas e instituciones menos
agradables. En consecuencia, otro componente necesario de la historia regional es la
descripción de los esfuerzos de la Iglesia para convertir e indoctrinar a los indios. Una
estratagema fundamental en el arsenal de los frailes fue el culto a los santos. La
institución principal fue la cofradía. Por lo menos entre los quichés (k'iche's),
cakchiqueles (kaqchikeles) y pokomames (poqomames), el culto a un santo, costeado
por un solo individuo o una familia, el guachival, sirvió no sólo como instrumento para
el adoctrinamiento, sino también como medio para que los frailes locales aumentaran
sus ingresos mediante las limosnas en las misas y los sermones, que eran parte
integrante de la celebración del día del santo.
Para lograr más fácilmente los objetivos aludidos, reclutamiento de mano de obra, cobro
de tributos, adoctrinamiento de los indios, así como para proveer la seguridad interna de
la Colonia contra las sublevaciones de éstos, la Corona, la Iglesia y los colonizadores
estuvieron de acuerdo en que los indios debían concentrarse en pueblos de tamaño
moderado. El resultado fue el programa de congregación o reducción, puesto en práctica
desde mediados del siglo XVI hasta finales del mismo, período durante el cual se
formaron muchos de los pueblos indígenas del Altiplano de Guatemala. De tal manera,
la congregación o reducción es otra parte inevitable de una historia regional.
Como el lector podrá darse cuenta, una historia regional no es una crónica de eventos ni
un registro de personajes ilustres. Una historia colonial regional es, en gran medida, una
`historia inmóvil' o una `historia que permanece quieta', para citar al gran historiador
social, el francés Emmanuel LeRoy Ladurie (1981). El sistema colonial y las reacciones
indígenas ante el mismo fueron extraordinariamente estables desde finales del siglo XVI
hasta principios del siglo XIX, y posteriormente. Por supuesto, hubo cambios a lo largo
del tiempo, y todavía se tiende a tratar y dividir el tema en períodos, de acuerdo con el
establecimiento de las diferentes políticas e instituciones españolas o de las tendencias
en el crecimiento y declinación poblacional. Salvo durante el período de la Conquista y
el establecimiento inicial del sistema colonial, hay pocos individuos en las narraciones
que se presentan a continuación. En su mayor parte nuestras historias regionales son
más bien historias de políticas e instituciones y de los efectos de ellas sobre la población
abrumadoramente indígena de las regiones estudiadas.
Más adelante, en el mismo siglo XVIII, el Arzobispo Pedro Cortés y Larraz hizo una
observación similar:
Incluso los cargos que eran designados por los españoles, como los gobernadores de
pueblos indígenas, podían ser adquiridos mediante la práctica de la prorrogación, por
medio de la cual los pueblos compraban el cargo a la Audiencia para su propio
candidato, que pasaba entonces a depender de los principales que lo habían designado
para el puesto más que de los funcionarios españoles.
Todas las anteriores son formas de resistencia, pero que muchos españoles nunca
reconocieron. Para ellos, así como para los criollos y más tarde para sus descendientes,
fue más sencillo y más satisfactorio interpretar la holgazanería, la ignorancia simulada y
el apego a las creencias y prácticas tradicionales de los indígenas, como características
puramente raciales. La pereza, la estupidez, la superstición, etcétera, eran inherentes,
según ellos, a una raza supuestamente inferior y, por lo tanto, una raza incapaz de
cambio. Con tal opinión acerca de los indios, era sencillo justificar la explotación de su
mano de obra y el producto de ella.
Pero talvez las expectativas expresadas son muy grandes. En la actualidad, el cuerpo de
documentos producido por y para el pueblo indígena es todavía muy pequeño y, por
supuesto, todos los involucrados en el estudio de la Guatemala colonial han trabajado
para llegar al punto de poder ofrecer un juego tan completo de síntesis regionales como
la que se presenta aquí. Como se anotó anteriormente, ello constituye de suyo una
verdadera proeza y un gran avance, si se compara con el estado del conocimiento sobre
el tema, de hace tan sólo 20 años. Acaso lo más que se ha hecho aquí sea sugerir
algunas posibles avenidas de investigación para un período igual en el futuro.
HORACIO CABEZAS CARCACHE
Los Quichés
La región quiché (k'iche') era una tierra de altas montañas, entre los 1,700 y 2,000
metros sobre el nivel del mar, y profundos barrancos, con abundantes bosques de
coníferas, robles y encinos, con clima templado, y poca irrigación porque los ríos eran
profundos y rápidos. Tenía subregiones con cuencas altas y productivas, como
Quezaltenango y Santa Cruz del Quiché; zonas templadas, con recursos de piedra y
metal, como Joyabaj; y tierras cálidas, con artículos exóticos (plumas, maderas finas),
como Sajcabajá. Los principales linajes poseían asimismo tierras en la Bocacosta, donde
tenían súbditos que trabajaban en cacaotales y milpas.
Años antes de la Conquista, los quichés ya habían perdido su hegemonía entre otras
razones, por la sublevación cakchiquel y las divisiones internas. A pesar de ello, a la
llegada de los conquistadores el idioma quiché funcionaba todavía en el Altiplano como
lengua franca. Esto cambió por la declinación de Gumarcaaj como centro hegemónico,
y se acentuó con el triunfo hispano y también por el creciente polilingüismo de la
región: el ixil en Chajul, Cotzal y Nebaj; el uspanteco (uspanteko) en Uspantán y
Cunén; y el achí y el sacapulteco (sakapulteko), en Cubulco y Sacapulas, que tendían
asimismo a diferenciarse.
Los gobernantes cawek (principal linaje quiché) perdieron el amplio poder que habían
ejercido hasta entonces desde Gumarcaaj, y los primeros conquistadores reconocieron
como caciques a jefes de parcialidades y en algunos casos también a indios que les
fueron fieles, no obstante haber sido antes súbditos de los señores de Utatlán. Los jefes
tamub e ilocab (los otros linajes gobernantes entre los quichés), como la mayoría de
principales de las distintas `casas grandes' o nim já, consiguieron así un relativo grado
de autonomía y por algunas décadas dejaron sin poder alguno a los nimaquiché en
general y en especial a los cawek..
Reducción a Poblados
Con la toma y destrucción de Uspantán (1530), que era la sede del señorío formado por
las parcialidades de Sacapulas, Chajul y Cunén, se terminó de sojuzgar militarmente la
zona quiché. En 1533 se instaló el convento de Santo Domingo en Sacapulas, desde
donde se administraba religiosamente toda la región quiché, pero la mayoría de la
población siguió viviendo como antaño, en forma dispersa por los valles y montañas.
Sólo hacían vida urbana los que estaban habituados a ello: los antiguos moradores de las
nim já (casas grandes) y de los poblados pequeños.
Hasta en 1537 los frailes dominicos Pedro de Angulo y Bartolomé de Las Casas
indujeron a los caciques de Sacapulas, Sajcabajá y Cubulco a reunir a sus súbditos en
poblados. Santa Cruz del Quiché fue al parecer uno de los primeros pueblos que se
organizaron en la región, de acuerdo con los patrones urbanísticos correspondientes
conocidos por los primeros españoles y en especial por los frailes. Se supone que este
hecho aconteció en febrero de 1538, cuando el Obispo Francisco Marroquín realizó la
primera tasación de tributarios. No obstante, la inmensa mayoría de los habitantes de la
región quiché continuó diseminada por mucho tiempo, como lo constató el Oidor
Tomás Zorita en 1555, quien señaló que los pobladores rehusaban abandonar sus
`agrestes caseríos'.
Para la mayoría de las parcialidades, las reducciones seguían siendo, todavía en 1553,
tan sólo un proyecto. Existe información suficiente para demostrar que la Audiencia
acudió a varios caciques para que ayudaran a los frailes en sus propósitos de reducir a
los indios. En 1560 de nuevo se insistió en este propósito. Probablemente entre 1550 y
1580 se realizó y consolidó la mayoría de las reducciones de la zona. Los pobladores
fueron sacados de sus amak (caseríos, comunidades aldeanas) y se les organizó en
barrios a cargo de jefes de parcialidades (ver Cuadro 64). Resulta significativo el hecho
de que en San Andrés Sajcabajá se haya concentrado un buen número de parcialidades,
y que para ello se haya contado con la ayuda de caciques y sacerdotes del culto de
tzutujá. Fue constante, sin embargo, el abandono de los nuevos centros poblacionales y
el retorno de las familias a sus antiguas milpas especialmente en el Altiplano. Fray Juan
Ramírez de Arellano, Obispo de Guatemala, opinó en 1602 que los resabios de la
idolatría eran la causa de tal fenómeno.
Al retorno de don Juan Cortés a Guatemala, los dos reyes recobraron parte de sus
antiguos privilegios ante los distintos pueblos de indios. El más importante de tales
privilegios consistía en que sus anteriores siervos (los nimacachíes o gente capturada en
la guerra, tal el caso de los soc de Chuachituj) les tributaran, cultivaran sus milpas,
repararan sus casas y les comercializaran algunos tributos en la Costa Sur, así como que
les proveyeran de agua y leña, y les dieran servicio doméstico permanente. Todo ello
equivalía a estar encomendado, pero a favor de los reyes quichés. En esta misma
ocasión, los reyes pretendieron igualmente jurisdicción sobre el barrio de Santa Cruz en
Santiago de Guatemala, barrio formado con los esclavos que sacó Pedro de Alvarado de
Utatlán, pero la Audiencia no accedio.
El nuevo status de los reyes quichés está comprobado por el Título de Izquín Nehaib,
(1558), el título del Ajpop Huitzitzil Zunum (1561) y el de los Indios de Santa Clara
(1583), que aparecen firmados por don Juan Cortés. Por otra parte, en el acta de toma de
posesión del jefe de Momostenango se asentó que la autoridad no provenía de ningún
obispo, presidente, juez, gobernador o alcalde, y se escribió así de modo categórico:
Los reyes quichés recobraron asimismo potestad para administrar justicia, y de esa
manera algunos conflictos de tierras fueron resueltos con la intervención de los caciques
Rojas y Cortés. Entre los opositores al nuevo status de los señores quichés figuraban los
frailes franciscanos, que escribieron a la Corona para pedir la disminución del mando
concedido a dichos señores. Se decía, por ejemplo, que los pueblos de Quezaltenango,
Totonicapán y Estalavaca, Zapotitlán, Santo Tomás Chichicastenango, Zacualpa y
Ozumacinta, pertenecían a distintas parcialidades; que el culto a Tojil en Gumarcaaj o
Utatlán, causa principal de la hegemonía quiché antes de la Conquista, había
desaparecido; y que admitir los tres señoríos restantes implicaba acabar con las
encomiendas. La Corona, sin embargo, ordenó mantener a los reyes quichés en sus
privilegios. Sobre el cumplimiento de este mandato, R. Carmack opina lo siguiente:
Entre 1593 y 1595 se pretendió nuevamente que los caciques de Utatlán pagaran tributo
y no gozaran del que les daban los nimacachíes. Juan de Rosales, descendiente de los
reyes quichés y casado con la hija del cacique de Ilotenango, consiguió de nuevo la
exención del tributo.
Estructura de Poder
La estructura prehispánica de poder fue modificada, pero se conservaron muchas de sus
características. Quienes llevaron a cabo las reducciones unieron gente de distintas
parcialidades en un solo pueblo y la colocaron bajo el mando de un principal. Es decir,
se crearon jefes de barrio, a los que Ximénez se refiere como `cabecillas de sus calpules
y parcialidades'. En el proceso de institucionalización del poder hispano, los principales
fueron revestidos de algunas atribuciones, como repartir en usufructo las tierras de
cultivo, arrendar pastizales propios de los ejidos del pueblo, organizar las fiestas y
recaudar diezmos, tributos y primicias; organizar el trabajo obligatorio (tequíos);
controlar la asistencia de adultos y niños a la misa dominical y la doctrina; emitir
sentencias en disputas para usar el título de `don' y vestir a la usanza española, etcétera.
En algunas ocasiones, los principales fueron exonerados del pago del tributo y de
realizar servicios personales.
La instancia inmediata superior de gobierno a que estuvo sujeta la región quiché no fue
siempre la misma ni administrada como un todo. Desde 1550 a 1689 estuvo repartida en
tres Justicias Mayores: a) el Corregimiento de Totonicapán, que controlaba Sacapulas,
Chajul, Nebaj, Cotzal, Uspantán y Cunén; b) el de Tecpán Atitlán, que tenía a su cargo
San Andrés Sajcabajá, San Bartolomé Jocotenango, Joyabaj y Zacualpa, así como
Lemoa, Santa Cruz del Quiché, San Pedro Jocopilas y San Tomás Chichicastenango; c)
Zacualpa y Joyabaj pasaron a formar parte en 1580 del Corregimiento del Valle (ver
Ilustración 139). En los dos primeros casos, los frailes dominicos ejercieron
efectivamente no sólo el poder religioso, sino también el administrativo y en especial el
poder fiscal. Desde 1553 hasta 1659, el convento de Sacapulas ejerció el control sobre
las 14 doctrinas que conformaban la región. En 1659 los pueblos dependientes del
Corregimiento de Tecpán Atitlán pasaron a ser administrados en lo religioso por el
convento de Santa Cruz del Quiché, con lo cual desplazaron el importante liderazgo
ejercido hasta entonces por Sacapulas.
En 1680 la Corona empezó a cercenar el poder de los frailes al encargar a los oficiales
reales la administración directa de los ingresos fiscales de la región quiché. En 1689 se
ordenó la unión de los Corregimientos de Totonicapán y Tecpán Atitlán en la Alcaldía
Mayor de Sololá, con el propósito de obtener un mayor control sobre dicha región para
poder gozar de mayores ingresos.
Imposiciones Fiscales
Después de la Conquista, los linajes que conformaban la federación quiché, es decir, los
nimá quiché, tamub e ilocab, fueron repartidos entre los lugartenientes de Pedro de
Alvarado. Una parte de dicha gente, la que fue esclavizada, quedó reasentada en los
pueblos y milpas situados en los alrededores de Santiago, a los que se conoció como
parcialidades utatecas. Otra parte fue llevada al Perú por Pedro de Alvarado.
La región pasó en 1543 al control directo de la Orden dominica, que la retuvo hasta
1580. Entre esos años formó parte de un territorio mayor, en el cual se había dado `la
separación residencial' por mandato de la Corona. Esto en modo alguno significó que
ciertos pueblos tuvieran que dejar de pagar tributo a los españoles, ya que la
documentación de archivo demuestra que la mayoría de los pueblos quichés (60%)
estaba sujeta a encomienda, en tanto otros pagaban a la Corona y a encomenderos
simultáneamente. Pocos tributaban de modo exclusivo a la Corona, como fue el caso de
Santa Cruz Utatlán y Santa María Joyabaj (ver Cuadro 65).
Entre 1547 y 1564 fueron frailes dominicos los que garantizaron la recaudación del
tributo, para lo cual contaron con la ayuda de las nuevas autoridades indígenas, en
especial de los antiguos tlatoques, que eran los encargados de exigirlo a los macehuales
de sus respectivas parcialidades. Si no cumplían, incurrían en un descuido que debía ser
castigado. Un documento de 1589 se refiere a este fenómeno de la manera siguiente:
No sólo cacao se exigió como producto foráneo para el pago del tributo; también se
exigían sal y mantas. Los españoles, para garantizar el tributo, designaron a los Jueces
de Milpas. Se conoce la actuación de éstos en la región quiché en 1575, 1631, 1655 y
1677, fechas en que se registra su ayuda al fisco real para la recaudación del tributo y la
organización del transporte de los productos recolectados. En efecto, dos veces al año,
en la época del día de San Juan y en Navidad, caravanas de cargadores debían
transportar las mercancías a Guatemala, donde se vendían en almoneda o subasta
pública.
Los pueblos quichés estuvieron obligados también al pago del diezmo. Por ejemplo, en
1574 se pagaban en Santa Cruz 13 tostones; en 1603 Sacapulas recibía el diezmo de
3,340 personas de 14 pueblos; y en 1624 Santa Cruz recolectaba el de 1,803,
pertenecientes a siete pueblos, aunque se suponía que debían ser de 3,600 personas.
Además del tributo y el diezmo, los naturales fueron forzados a pagar derramas,
colectas, guachivales, capellanías y prestaciones alimentarias a favor de la Iglesia. Las
primeras dos formas se practicaron so pretexto de construcción de iglesias y conventos;
los guachivales se organizaban para el pago de misas en festividades de los santos. Por
otro lado, las prestaciones alimentarias consistieron, a partir de 1550, en la entrega
cotidiana de dos gallinas, fruta, sal, chile, leche y cántaros de agua fresca, y una india
doméstica. Además, se entregaban semanalmente una fanega de maíz y un tostón cuatro
veces al año. A todo ello se añadía la obligación de cuidar gratuitamente los animales
del cura.
Para el pago de las obligaciones citadas en último término los pueblos mantenían `cajas
de comunidad', custodiadas por principales del Cabildo y que se formaban por lo
general con fondos provenientes de tierras trabajadas en común en los ejidos del pueblo,
especialmente en estancias de ganado mayor.
Propiedad de la Tierra
Con la reducción de indígenas en poblados, se empezaron a modificar en la región
quiché las formas prehispánicas de tenencia de la tierra. La tradicional hegemonía de los
nimá quiché, en especial de los cawek, desapareció con la Conquista, y su propiedad
territorial quedó limitada a Santa Cruz del Quiché y Chichicastenango. Los tamub, por
su parte, controlaban Santa María Chiquimula, Santa Lucía La Reforma, Patzité y el
noroeste de San Pedro Jocopilas. Los ilocab controlaban San Antonio Ilotenango y el
occidente de San Pedro Jocopilas.
Los frailes dominicos fueron los primeros en acaparar tierras en la región bajo estudio.
Así lo confirma el establecimiento del convento de Sacapulas, que tuvo haciendas
dedicadas al cultivo de trigo y a la crianza de ganado desde 1550. A partir de 1580 se
prosiguió en la misma senda con la adjudicación de tierras ejidales en Zacualpa,
Joyabaj, Rabinal, Cubulco y San Andrés Sajcabajá.
Después de 1580 la penetración de ladinos y españoles fue mucho más intensa, así
como considerable el despojo de tierras comunales. Se llegó al acaparamiento de
superficies no menores de cinco caballerías y en un caso se constituyó una unidad
agraria de hasta 100 caballerías (ver Cuadro 66).
Por lo general fueron funcionarios (alcaldes mayores, corregidores, jueces) y
comerciantes los que se apoderaron de la tierra. A éstos cabe agregar los conventos de la
Orden dominica y también los caciques. En efecto, caciques de Rabinal,
Momostenango, Joyabaj, San Andrés Sajcabajá y Santa Cruz del Quiché realizaron
gestiones de `composición' y consiguieron títulos a su nombre. El caso más conocido es
el de Silvestre Gravel, de Rabinal, que acaparó numerosas tierras, entre 1616 y 1643,
para estancias de ganado mayor. También son conocidos los casos de Gaspar de los
Reyes, que en 1627 tituló 12 caballerías entre Momostenango y San Francisco El Alto y
obtuvo después, en 1638, otras cuatro caballerías al noroeste de Santa María
Chiquimula; el de Tomás Ciprián (1685), en Pachalum (Joyabaj); el de Diego Jacomé
(1656), que defendió su estancia en Chicumutz (Cubulco) contra las pretensiones del
alcalde mayor; el de Tomás López (1671) y el de Antonio Santo Domingo Ramos
(1678). Este último solicitó nueve caballerías entre Sacapulas y Santa Cruz del Quiché.
Durante el siglo XVII, muchos caciques del Reino de Guatemala consiguieron títulos de
tierra en su propio favor. El período se caracterizó igualmente por la privatización o
usufructo de tierras en favor de los frailes dominicos. En efecto, a partir de 1616, éstos
empezaron el arrebato de pastizales en Sajcabajá, Uspantán y Joyabaj, por un lado, y
Cubulco y Rabinal por el otro. Gozaron también del producto de las tierras de cofradías,
las cuales por mandato real no se podían enajenar. Por ejemplo, la Hermandad de
Nuestra Señora de Rabinal tenía 11 2/3 caballerías; la de Nuestra Señora del Rosario de
Joyabaj tenía una estancia de ganado mayor donada en 1693 por el indio Gaspar Tomás
Larios. Todo ello convirtió a los conventos y a algunos párrocos del clero secular en
propietarios directos de estancias, y les indujo a dedicar la mayor parte de su tiempo a la
administración de éstas. Esto a su vez provocó el descuido de su labor evangelizadora y
de atención espiritual a sus fieles. En 1589, por ejemplo, la gran mayoría de frailes
dominicos de Sacapulas dedicaba mucha atención a las estancias de vacas repartidas en
los ejidos de sus distintas doctrinas.
Durante la segunda mitad del siglo XVII los españoles cobraron mayor relevancia en el
proceso de arrebato de tierras a los naturales de la región quiché, para dedicarlas a la
crianza de ganado vacuno o a la siembra de caña de azúcar, en especial entre la Sierra
de Chuacús y el Río Motagua. Cabe citar entre otros a Francisco Dávila Valenzuela,
Baltazar de Santa Teresa, Francisco Santiago y doña Bárbula de Castillo, asentados
todos en San Andrés Sajcabajá y conocidos como `blanquitos'. También se puede
mencionar a Marcos Larios, Domingo de Avila y Luis Aceituno Guzmán, en Rabinal;
Hernando Alonso y Matías de Argueta, entre Zacualpa y Chichicastenango; Hernando
Godínez, quien en 1677 `compuso' a su favor el lugar llamado Cambalmaj (estancia del
Coyolar, Cubulco); Bonilla y Arévalo (1652), en Rabinal; y Pablo Barrientos y Felipe
Santiago (1688), en Aguascalientes.
También se conoce la disputa, surgida a mediados del siglo XVII, entre los vecinos de
Santa Cruz y los de Cabricán de Chichicastenango, por las tierras de Chinique. Carmack
sugiere como una causa más de estos conflictos la recuperación demográfica de los
pueblos pertenecientes al Corregimiento de Totonicapán, fenómeno que fue el
detonador de los problemas generados por el acaparamiento de tierras de los años
anteriores.
Fuera del tradicional laboreo en las milpas, un trabajo usual entre los naturales de esta
región a lo largo del siglo XVI fue el de cargadores o `mecapaleros', es decir, aquellos
que transportaban no sólo mercancías, sino que eventualmente a los mismos viajantes
españoles. Por lo general éste era un servicio gratuito; en raras ocasiones se pagaba a
razón de dos o cuatro tostones.
Jean Piel sugiere que desde fines del siglo XVI se introdujo el repartimiento, institución
por la cual se obligaba a los indígenas a bajar a la Costa a trabajar en obrajes de añil y
en el cultivo de la caña de azúcar, o bien se les llevaba al Valle de las Mesas a cultivar
trigo. Al parecer este análisis no es del todo exacto, excepto temporalmente, en 1580, en
los casos de Joyabaj y Zacualpa, en que dependieron del Corregimiento del Valle
(1580). Los documentos coloniales más bien apuntan hacia una acentuación de las
relaciones laborales prehispánicas en un nuevo contexto. Señalan, en efecto,
migraciones de naturales enviados por sus principales a estancias de cacaotales situadas
en la Bocacosta. Los principales actuaban de este modo por las presiones que recibían a
fin de que los pueblos pagaran los tributos en cacao, aun cuando las tasaciones
mandaran otro tipo de producto. Tal fue el caso del pueblo de Santiago Zambo
(municipio de San Francisco Zapotitlán, Suchitepéquez), donde se localizó en 1561 a
naturales de Zacualpa, Santa María Chiquimula y Chichicastenango.
Aspectos Religiosos
Los naturales del Quiché supieron adaptarse a las exigencias del nuevo poder religioso,
a fin de evitar castigos y vejámenes. Siempre aparentaron profesar el culto católico,
pero en secreto continuaron practicando sus rituales. Por tal razón no resulta raro que en
sus escritos repitan `como propias' algunas historias transmitidas por los frailes sobre el
origen del mundo y otros tópicos cristianos. Tales son los casos de la Historia Quiché
de don Juan de Torres, el Título de los Señores de Totonicapán y el mismo Popol Vuh.
La explicación del fracaso de la catequesis católica durante los dos primeros siglos de
vida colonial fue resumida por el dominico Francisco Ximénez, gran conocedor de los
quichés, cuando en 1700 se lamentaba de que sus hermanos de Orden se interesaran más
en establecer haciendas que en predicar a los nativos.
Conclusión
En las líneas anteriores se ha hecho referencia a los variados cambios sufridos por el
antiguo señorío quiché como consecuencia de la Conquista y colonización. La
población, por ejemplo, disminuyó en más de un 75% después de las primeras dos
décadas del contacto inicial, y sólo empezó a recuperarse a mediados del siglo XVII. La
organización política adquirió un carácter sui géneris por el poder de los frailes
dominicos, quienes propiciaron cierta recuperación del poder por parte de los señores
quichés, pero luego se sirvieron y abusaron de caciques, principales y alcaldes para
controlar a los naturales. Si bien los quichés estaban acostumbrados a tributar a sus
antiguos señores, es innegable que las nuevas imposiciones fiscales significaron un
incremento, pues al tributo se sumaron distintas contribuciones en favor de los frailes.
Las formas de tenencia de la tierra fueron modificadas de manera profunda, primero por
el acaparamiento demostrado por los frailes, después por la privatización de otros bienes
llevada a cabo por caciques, y finalmente por la incursión y asentamiento de españoles y
ladinos. Esto último provocó escasez e insuficiencia de tierras en función de las
necesidades de la gente del común, y dio paso al consiguiente surgimiento de conflictos
entre pueblos (Joyabaj-Sacapulas, Jocopilas-Chiquimula, Santa Cruz-Chichicastenango,
etcétera). También surgieron conflictos internos en muchos de dichos pueblos (Santo
Domingo Sacapulas-Joyabaj, Sajcabajá y otros). Las prácticas laborales tradicionales
fueron ampliadas con la introducción del cultivo del trigo, caña de azúcar y la crianza de
ganado vacuno, ovino y caprino, y los naturales tuvieron que trabajar gratuitamente en
las estancias de los frailes dominicos. A la situación descrita se sumó la obligación
adicional del `repartimiento de algodón'. El único aspecto en que los cambios sólo
fueron aparentes fue el religioso, pues los naturales asumieron el ritual católico, pero sin
modificar totalmente sus creencias y su concepción del mundo.
ERNESTO CHINCHILLA AGUILAR
El Valle de Guatemala
Las grandes ciudades de las Indias tuvieron jurisdicción sobre los habitantes de los
territorios que las circundaban. No hubo regla fija para delimitar dichos territorios. Por
lo general, eran designados con el nombre de Valle de tal o cual ciudad. Lo más
probable es que la denominación de estos `valles', sujetos directamente al gobierno de
las ciudades, proviniera de los tiempos de la Conquista, cuando fueron surgiendo de la
guerra o de la posterior pacificación las demarcaciones políticas.
Asimismo, en el título del capítulo 1º, libro 8º, dice el mismo cronista: `Una de las
admirables prerrogativas que confiere el Cabildo y Regimiento de Goathemala en sus
alcaldes ordinarios, es la del Corregimiento del Valle'.
La Audiencia, desde luego, trató de obtener algún control sobre los pueblos que
circundaban la ciudad, y pocos años después de establecida, en 1559, presentó a la
Corona el proyecto de repartir entre los españoles las tierras baldías del Valle de
Guatemala, para el incremento de la agricultura, pero Su Majestad desoyó la propuesta.
Sin embargo, el juez de provincia, que era uno de los oidores, estaba facultado para
conocer las querellas de los indígenas habitantes del valle, así como las de los otros
corregimientos de la jurisdicción total de la Audiencia. Esta facultad fue definida,
específicamente, por una real cédula de 8 de marzo de 1570. Pero al pretender la
Audiencia decidir interesadamente en dicha cuestión, el 30 de abril de 1572, Su
Majestad prohibió que los oidores, en calidad de Jueces de Visita, fueran nombrados
para los pueblos del Valle de Guatemala, `por ser esta atribución de los alcaldes
ordinarios'.
Parece ser que el Ayuntamiento mostró una ejecutoria y real provisión en tal sentido, la
que se confirmó por otra ejecutoria de 1582, en la cual se declaró que los justicias de la
Villa de Sonsonate no debían invadir la jurisdicción de los pueblos cuyo corregimiento
perteneciera a los alcaldes ordinarios de la ciudad de Santiago de Guatemala. Dos años
después, dice el autor citado, el Presidente García de Valverde nombró a Francisco de
Pereña como Juez del Valle, y dio ocasión así a un largo litigio acerca de la defensa de
la jurisdicción de los alcaldes ordinarios en el Corregimiento. Este conflicto duró hasta
1588, con grave perjuicio para los intereses de la ciudad.
El 9 de julio de 1586 se dictó una real cédula por la cual se confirmaba la de 8 de abril
de 1565. Por medio de dichos documentos Su Majestad disponía que uno de los oidores
tuviera a su cargo resolver las querellas de los indígenas en la jurisdicción del Valle de
Guatemala. Sin embargo, pasados dos años, el Ayuntamiento aún protestó ante la
Audiencia, porque ésta había nombrado Jueces de Visita con jurisdicción sobre los
pueblos del Valle y se había llegado al extremo de dar en repartimiento a los indígenas
del pueblo de San Bernardino Acatenango.
La primera vez que realmente se pensó en cercenar los derechos de la ciudad en este
importante asunto de la jurisdicción sobre el Valle, fue cuando los propios vecinos de la
metrópoli, que con tanto tesón habían defendido sus derechos, solicitaron a Su Majestad
que se crearan cuatro corregimientos del llamado Valle de Guatemala. Ante la actitud
tomada por el vecindario, sólo quedaba a los miembros del Ayuntamiento informar al
Rey y al Consejo de Indias que tal pretensión iba en contra de la jurisdicción de los
alcaldes ordinarios de la ciudad, quienes habían sido siempre, por derecho, corregidores
del Valle. Esto sucedió el 12 de febrero de 1666.
Cuatro años más tarde, la amenaza que prevalecía sobre la ciudad de Santiago indujo al
Alcalde Sancho Álvarez de Asturias a proponer en el seno del Cabildo que para mejorar
la administración de los 72 pueblos que entonces formaban el Valle de Guatemala, se
nombraran por los alcaldes de la ciudad cuatro tenientes de corregidor, pero los
capitulares, o sea los concejales, se opusieron terminantemente a esta moción.
Este autor indica también que dichas tierras producían abundantes cosechas de frutas,
verduras, frijoles, chile, garbanzos, jamones, manteca, gallinas, pollos, huevos, loza,
leña gruesa, teja, ladrillo, adobes, piedra, forrajes, pájaros, pulque y otras cosas
innumerables, con la ventaja de que 28 pueblos circunvecinos se hallaban tan cerca de
la ciudad, algunos sólo a tan pocas cuadras, `que era como si dentro de sus mismos
muros y recintos se produjeran tan variados frutos y mercancías'.
Otro autor, Thomas Gage, indica que en Mixco, Pinula, Petapa y Amatitlán había una
doble cosecha de trigo. El de tres meses o `tremesino', cuya siembra se hacía en agosto
para cosecharlo a fines de noviembre, era un trigo pequeño que producía tanta harina
como las otras especies, de la cual se hacía pan blanco. Si el grano se guardaba por
largo tiempo, se ponía muy duro. Las otras dos especies que allí se cosechaban eran el
trigo blanco y el rojo como el de Candía, y se cosechaban conjuntamente después de
Navidad, pero en vez de engavillarlo y encerrarlo en las trojes, trillaban con caballos o
mulas en las eras que se hacían para tal objeto.
El Valle de las Mesas, con la suma del producto de Petapa, San Juan y San Cristóbal
Amatitlán, también proveía azúcar, pues se hallaban allí, cuando menos, ocho ingenios,
cinco pertenecientes a órdenes religiosas. Uno de éstos era el de la Compañía y otros
eran los que poseían los dominicos en Amatitlán. Tres eran de particulares, como el de
Tomás de Arrivillaga Coronado, `el más aventajado en edificios y ostentación de
ingenio y oficinas'. Estos ingenios, junto con el de San Jerónimo, propiedad de los
dominicos, situado en Baja Verapaz, abastecían a la ciudad con más de 18,000 arrobas
de azúcar.
El Valle de las Mesas producía también excelente maíz. Era conocido `como el granero
general', por el acopio de este producto que abundantemente llegaba a la ciudad, así
como por sus afamados frijoles negros o taletes, blancos, rojos y otros mayores,
salpicados de variedad de colores. Además de los frutos de la misma región, había
abundancia de árboles de oloroso incienso, de almáciga y estoraque silvestre.
Valle de Canales
En el Valle de Canales, que se extendía hacia Pinula, podían verse hasta 23 leguas de
tierra feraz, vestida de excelentes pastos forrajeros y de bosques pródigos en maderas
preciosas, encinos para leña y carbón vegetal. También eran fecundas las sementeras de
trigo y los abundantes maizales.
Héctor de la Barreda, con su propio dinero, trajo al Valle de Las Vacas, procedente de
La Habana, gran cantidad de reses que se reprodujeron en sus abundantes y ricos
pastizales. El pasto competía con los sembrados de maíz y trigo, pródigos en esta zona.
Los bosques de la región, dice Fuentes y Guzmán, eran gran copia de pinos,
`inagotables', de mucha elevación y corpulencia, que servían para construir los edificios
de la ciudad, y se utilizaban como vigas, pilares y en otras funciones inherentes al arte
de la edificación. Además era muy fácil conducirlos, sin pérdida de materiales o de los
bueyes que los arrastraban, por la relativa proximidad a la ciudad de Guatemala. Tal era
la situación en los siglos XVI y XVII. Existía también allí buena cantidad de piedra
caliza para numerosas caleras, cuyo producto que se preparaba en el Valle de Las
Vacas, era de la mejor calidad, `y por esa razón más apetecida y solicitada para los
edificios costosos'.
Valle de Mixco
Del Valle de Mixco Cucul, `el pueblo de la loza pintada', llamado así por la que se
elaboraba en él, se surtía también abundantemente la ciudad de Guatemala. Según
Fuentes y Guzmán, mientras los hombres se dedicaban al cultivo y labores en las
sementeras de trigo, propiedad de los españoles del Valle, en que `perciben y acaudalan
suficiente y puntual sueldo', las mujeres se dedicaban y gastaban `el tiempo en largas y
delicadas tareas de alfarería'. Éstas fabricaban loza de la basta, que les representaba
grandes utilidades económicas, porque todos los días del año entraban al mercado de la
ciudad de Guatemala `recuas cargadas de ollas, tinajuelas, alcarrazas y caxetes'.
Valle de Sacatepéquez
Fuentes y Guzmán enumera en el Valle de Sacatepéquez seis pueblos: San Juan, San
Pedro, San Lucas, Santiago, Quiaguistán y Sumpango, que contribuían y vendían en la
ciudad de Guatemala, por un ínfimo precio, abundantes cargas de manzanas, duraznos,
membrillos, peras y el chile blanco, que llaman chamborote, de suave y oloroso picante,
`que sirven para rellenarlos'. En el de Sacatepéquez, como en los otros valles,
naturalmente había sementeras de trigo y de maíz, frijol y gran variedad de legumbres.
Valle de Jilotepeque
En este valle, donde el clima oscila de frío a templado y la temperatura es casi cálida en
las tierras bajas de la región norte, se producía abundante trigo, particularmente del
llamado `pelón', muy apreciado por carecer de raspa, y con el cual se hacía un pan
blanco y delicado, de excelente gusto, cuyas harinas se elaboraban en las grandes
tahonas o panaderías del Valle, propiedad de españoles. Dichas harinas, además, eran
buscadas desde alejadas partes del Reino.
En los pueblos de Santa Apolonia y Santa Cruz Balanyá se cultivaban frutas traídas de
España, como uvas, ciruelas, duraznos y aceitunas, en tanto que en las tierras bajas del
norte del Valle, cercanas a la Baja Verapaz, había caña de azúcar, cacao y frutas de
tierra caliente.
Valle de Chimaltenango
Éste tenía poco más o menos 16 leguas de circunferencia y estaba muy próximo a la
ciudad de Guatemala. Sus pobladores se dedicaban a los tejares, y además tenían tierra
propicia para los cultivos de maíz, trigo, garbanzos, frijol y todo género de granos. Los
indios no tenían que venir a la ciudad a ofrecer sus mercaderías, porque de muchos
lugares y de la ciudad llegaban los compradores a sus mercados, en mulas, carros,
carretones y carrozas, y más frecuentemente a pie, en busca de los productos de la tierra.
Valle de Alotenango
Se extendía hacia el sur de la ciudad, comenzando en Ciudad Vieja, adelante del sitio
que llamaban El Valle. Alotenango tenía una circunferencia de 18 leguas de provechosa
tierra, situada hacia los volcanes de Agua y de Fuego, con una cañada y abertura hacia
la parte de El Valle, con variedad de alfalfares, potreros y una hacienda de caña de
azúcar, valiosa por su cercanía a la ciudad. Todo rodeado por sementeras de maíz
cultivadas por los indios, que también se dedicaban a la fabricación de cajas para
conservas, para lo cual utilizaban una madera blanca, muy blanda. Fuera de su
dedicación a las labores de trigo, propiedad éstas de españoles, los indios atendían otros
oficios que eran siempre deseables en lugares próximos a la ciudad.
Los indios de Alotenango, así como los de otros lugares en los diversos parajes del gran
Valle de la ciudad de Santiago de Guatemala, se dedicaban también a la siembra de
tabaco, del que fabricaban cigarros, algunas veces sazonados con el sabor de otras hojas
como el guayabo, que llamaban `puquietes'.
San Juan del Obispo, hacia el suroriente de la ciudad, y a menos de una legua de
distancia de ella, tenía 700 tributarios. En lo espiritual dependían de su convento. Tenía
siete lugares más pequeños: San Cristóbal de Abajo, con 350 tributarios; San Cristóbal
El Alto, con 70; San Bartolomé Carmona, con 110; Santa Isabel, con 210; San Lucas,
llamado Ichansuquit, con 60, que tenían unos pozos de tierra negra para dar tinte a las
telas, y también solían traer hierba fresca cultivada en unos solarcillos cenagosos de su
propiedad para el forraje de los caballos y mulas de los tiros de las carrozas del
presidente, obispo y oidores. También existía el pueblo de San Bartolomé Becerra, de
sólo 36 tributarios, y el más apartado de todos, que era Santa María de Jesús, situado en
las faldas del Volcán de Agua. Este último era un pueblo muy numeroso, de 1,600
tributarios, de naturaleza áspera y altiva. Eran aserradores de tablas, alfajías y otras
piezas de cedro. En Santa María de Jesús ocurrió un incidente en la época del Presidente
don Martín Carlos de Mencos: sucedió que su caballerizo, Alonso Meza, nombrado
Juez de Milpas, al tratar de castigar a ciertos indios que no habían sembrado, provocó
que el pueblo se amotinara. El juez fue perseguido a pedradas hasta las inmediaciones
del Calvario de la ciudad, y los amotinados fueron castigados. Además del
procesamiento de maderas, los de Santa María de Jesús se dedicaban a cultivar maíz,
trigo, frijol y gran cantidad de flores.
El pueblo de San Andrés Itzapa, separado del de Comalapa por seis leguas de fragoso
camino, estaba situado hacia el norte de la ciudad de Guatemala. Tenía en su padrón
1,400 indios tributarios y 32 españoles, estancieros de ganado. Los indios se dedicaban
al cultivo de maíz, frijol, garbanzo, chile y algunos a la crianza de ganado porcino.
San Bernardino Patzún, sitio eminente y frío, ubicado a ocho leguas de la ciudad de
Guatemala en el camino hacia México. De terreno quebrado y con grandes
desigualdades topográficas por sus muchos montes, colinas y barrancas. No obstante, su
tierra era fértil y muy adecuada para el cultivo del maíz, frijol, trigo, habas y otros
granos y frutos. Tenía 1,600 indios tributarios, de origen cakchiquel, y también
contribuía al abasto de la ciudad.
San Pedro Las Huertas o San Pedro Tesorero fue encomienda de Pedro Bezerra y se
hallaba situado entre San Juan del Obispo y San Miguel Tzacualpa. Tenía 307
tributarios de origen cakchiquel, dedicados a sus milpas, con buenos regadíos de agua
de pozo, para el cultivo de verduras con que abastecían el mercado de la ciudad de
Santiago. Asimismo, San Gaspar Vivar, posiblemente fundación y encomienda, de Luis
de Vivar, tenía 71 tributarios dedicados a la venta de agua de maguey, que llamaban
pulque, y que había decaído por las prohibiciones, y se le había sustituido por el
comercio más lucrativo de la chicha.
Los otros pueblos menores, adyacentes a la ciudad, eran: San Andrés Deán, fundación
del Bachiller Juan Alfonso, con 45 tributarios; Santa Catarina Bobadilla, fundación de
Ignacio Bobadilla, con 108 tributarios; y Santa Ana, con 40, todos de origen cakchiquel.
Éstos de Santa Ana eran indios muy ladinos, dedicados al destace de carne, con la cual
se surtían las carnicerías públicas de la ciudad. Sus salarios se cubrían por fondos
propios de la misma.
Los padres dominicos administraban el barrio de la Santa Cruz, situado hacia el sur.
Este barrio tenía sólo 37 tributarios, de origen cakchiquel, pero casi todos hablaban
castellano. Las casas se arrimaban a uno de los montes o cerros de la ciudad. Se trataba
de tierra improductiva, razón por la cual sus habitantes se dedicaban a oficios
mecánicos, y entre ellos había muy buenos oficiales.
Estaban sujetos a Santa Cruz los pueblos de Santo Tomás, Magdalena, San Mateo, San
Miguel y Santa Lucía Monterroso, de la denominación común de Milpas Altas. El
último era fundación de Francisco Monterroso. Todos los habitantes eran de origen
cakchiquel. Santo Tomás tenía 91 tributarios; Magdalena, 172, dedicados todos a la
agricultura, y quienes estaban sujetos a repartimiento en favor de los españoles; Santa
Lucía Monterroso tenía 42 tributarios, dueños de sementeras de trigo y de maíz; San
Mateo tenía sólo 32, dedicados al cultivo de maíz y sujetos al servicio de repartimiento
en las labores de pan llevar de los españoles; San Miguel tenía 15 tributarios, que se
empleaban en el cultivo de maíz y pastizales.
Santiago Sacatepéquez tenía 501 tributarios, según el padrón del corregidor del Valle.
Gozaba de clima frío y sus habitantes se dedicaban al cultivo de trigo, maíz, frijol, chile,
a la crianza de gallinas de Castilla y daban servicio de repartimiento a los españoles en
labores de pan llevar.
San Lucas Sacatepéquez contaba con 475 tributarios, de origen cakchiquel. San
Bartolomé sumaba sólo 78, ocupados todos en partir rajas y en otras actividades en las
cuales eran aventajados y diestros, más que en el cultivo de los campos. Santa María
Cauqué tenía 120 tributarios, dueños de milpas y frijolares.
San Juan Amatitlán tenía cerca de 725 tributarios, de lengua pokomam (pokomam),
dedicados al cultivo de trigo y maíz, frijol, garbanzo, a la pesca de mojarras, pepescas y
cangrejos, en la laguna de su nombre, y a la explotación del salitre. En relación con este
pueblo no puede omitirse la rica producción de azúcar y dulces, por el buen número de
ingenios que había cerca.
San Cristóbal Amatitlán, llamado también Palín, tenía 799 tributarios, de origen
pokomam, que eran grandes agricultores y cosechaban caña de azúcar, además de ricas
y variadas frutas. San Pedro Mártir, situado en buena y fértil planicie, era de clima
templado. Tenía 43 tributarios dedicados al acarreo de frutas de tierra caliente y tenían
además cultivos de cacao y achiote, bejucos de vainilla y caña de azúcar de excelente
calidad. El pueblo de Pampichí o Pampichín, llamado también Belén, estaba sobre la
ribera meridional del Lago de Amatitlán, con sólo 30 tributarios. Era lugar frecuentado
por romeros, devotos de la milagrosa imagen del Niño Dios de Belén, bajo cuya
advocación había comenzado el pueblo.
San Miguel Petapa tenía registrados 702 tributarios de idioma pokomam. Había allí
muchos negocios, especialmente durante las cosechas de trigo, maíz, frutas, plátanos, y
continuamente se vendía pescado. Era un lugar en que se alquilaban bestias de carga a
los pasajeros, y la renta la percibían los dueños de labores e ingenios de azúcar.
También se fabricaban petates y canastas, porque el pueblo se ubicaba en el camino del
tránsito a San Salvador. A corta distancia, y separado por el Río Tululhá, se hallaba el
pueblo de Santa Inés Petapa, de indígenas descendientes de los tlaxcaltecas, con 200
tributarios, dedicados a sus sementeras de maíz y a los trabajos de imaginaria con hojas
de árboles, a los que ya se hizo referencia.
Santa Catarina Pinula tenía 486 tributarios, de origen pokomam, dedicados a sus
colmenas de abejas, a sus recuas de mulas, a sus labores de trigo y sementeras de maíz y
frijol, productos que vendían a otros pueblos o llevaban a la ciudad.
Santo Domingo Mixco registraba 446 tributarios, de lengua pokomam, con milperías,
labores de trigo, recuas, alfarería y hornos para procesar cal.
Santa Cruz Chinautla reportaba 46 tributarios de origen pokomam, según el padrón del
Corregimiento del Valle. Estos indios eran buenos alfareros, como los de Mixco,
partidores de tea y ocote, milperos y dedicados a sus labores de trigo y a forrajear
ganados.
Finalmente, estaba el pueblo de Las Vacas, que distaba nueve leguas de la ciudad de
Guatemala, por camino peligroso y molesto, donde existía una ermita de Nuestra Señora
del Carmen, sostenida por los indígenas laboríos del pueblo de la Asunción. Había en
éste, como en los pueblos apuntados de San Miguel Petapa, San Juan Amatitlán, Mixco,
Pinula y Chinautla, mucha vecindad de españoles, en número de 50 a fines del siglo
XVII, y además ladinos, mestizos y negros, que trabajaban en las plantaciones de
azúcar, estancias de ganado, labores de trigo y en otros empleos de la región.
Otras Consideraciones
En la descripción anterior figuran los nombres de los pueblos y su riqueza, mas a veces
escapan los nombres de los encomenderos que los tenían a su cargo. Tampoco se
mencionan los lavaderos de oro y las minas, que se explotaron intensamente en los
albores de la colonización, pero que luego fueron abandonados al agotarse el metal que
se había acumulado a lo largo de milenios en las arenas de los ríos. Esta fuente de
riqueza se agotó en pocas décadas, por la extracción exhaustiva. Nuevos lavaderos de
oro y minas de este metal o de plata, tuvieron que buscarse en otras partes más alejadas
de la ciudad, como Huehuetenango, Honduras, en la región de Comayagua y lugares
circunvecinos, y otros puntos aislados en San Salvador, Nicaragua y Costa Rica. A fines
del siglo XVII, la actividad en los lavaderos de oro y las minas de oro o plata era
prácticamente inexistente en el extenso Valle de Guatemala, pero se conservaba el
recuerdo de lugares famosos, entre los cuales se mencionan los siguientes:
Chucahay, palabra que quiere decir `cerro que llora agua', con boca en la sierra de
Jocotenango; Santiago Zamora, encomienda de Alonso de Zamora, que decía tener sus
minas de oro en el pueblo que fundó con su apellido, y cuyos indios eran de su
repartimiento. El 4 de enero de 1535, Pedro de Alvarado cedió a Diego Sánchez de
Ortega un salto de agua, para molino de metales, cerca del pueblo de Dueñas, en el sitio
que llamaban El Valle, adelante de Ciudad Vieja, y otra mina que había sido de
Hernando de Chávez, en el pueblo de San Andrés, cuya boca se veía desde el Cabildo
de la ciudad de Guatemala. También se recordaba la existencia de minas en Comalapa y
Tecpán Guatemala. En el Valle de Jilotepeque se veían los cimientos del antiguo
lavadero de oro, sobre el Río Pancacová. En el de Las Vacas se explotaron ricos
yacimientos de oro. También había una mina en las proximidades de San Pedro
Ayampuc.
Los indios de repartimiento, que trabajaban en las labranzas propiedad de los españoles
en el Valle de Guatemala, y en otros servicios de pan llevar, así como en las obras
públicas de la ciudad, percibían anualmente entre todos, 147,552 pesos, según cálculo
de Fuentes y Guzmán. De ello sacaban para el pago y satisfacción de tributos, servicio
del tostón, mantenimiento de cofradías, guachivales y otras cosas que eran de su
obligación. La suma citada era sólo la que percibían los indios de mandamiento, y no
incluye la que recibían otros indios voluntarios, designados con los nombres de
`peseros', `realeros' o `cotzunes'.
El monto de los tributos que los indios pagaban a los encomenderos particulares o a la
Real Corona, a fines del siglo XVII, ascendía aproximadamente a 35,000 pesos anuales,
calculados a razón de dos tostones por tributario, pero en la práctica el pago resultaba
ser casi el doble, debido al llamado `tercer tostón', a los precios variables de los
productos, al pago del transporte eventual de los mismos, al costo de las tasaciones y a
la manutención de los jueces encargados de practicarlas.
Es importante hacer notar que en varias ocasiones la Corona hizo donación de los
tributos de los pueblos vacos del Valle, a favor de la ciudad, para contribuir a los gastos
públicos, o en ocasión de grandes calamidades, como los terremotos que ocasionaban
gastos extraordinarios en la reconstrucción de edificios, caminos, puentes y templos, o
bien para suplir sus necesidades cuando se producían inundaciones, que también
gravaban hasta el límite la capacidad de los propios fondos del Ayuntamiento. A fines
del siglo XVI, en 1590 para ser más precisos, la ciudad recibió la donación por un
período de 10 años consecutivos de los tributos vacos del Valle.
Por todo ello, resulta claro que la ciudad de Santiago de Guatemala no podía enajenar
sin lucha uno de sus más ricos patrimonios. Durante mucho tiempo el Ayuntamiento se
reservó sus derechos sobre el Corregimiento del Valle, al cual mantuvo bajo su
autoridad casi omnímoda, y merced al cual había florecido y se sostuvo hasta mediados
del siglo XVIII.
Para los pueblos del Valle, la perpetuación del corregimiento llegó a ser a la postre
verdaderamente perjudicial, sobre todo si se considera que el mismo excedía los límites
de lo que son actualmente los departamentos de Chimaltenango, Sacatepéquez y
Guatemala, juntos. Por esa causa, los alcaldes ordinarios a veces no practicaban la visita
anual a que estaban obligados o no podían atender debidamente todos los negocios
propuestos por los pueblos. Lo más grave de todo parece haber sido que el
Ayuntamiento metropolitano se opuso al crecimiento de la población no indígena en los
pueblos del Valle, ya que, con tales propósitos, se impidió la creación de villas de
españoles que lógicamente habrían escapado a la jurisdicción ordinaria de los alcaldes
de la ciudad.
Sistema Económico
De acuerdo a Christopher H. Lutz, a la zona circundante de Santiago se le puede aplicar
el concepto de `región simbiótica'. Dicho concepto implica, en sentido económico, en
una región dada, interdependencia de unidades o grupos de población, sociales o físicos,
en ventaja de todos; si bien lo usual es que haya alguien que domine la relación y posea
las mayores ventajas, en este caso, Santiago. Dicho concepto también se puede ver
como un tipo de relación de sustentación recíprocamente ventajosa, que une a personas
que desempeñan funciones especializadas diferentes.
Este mismo concepto se puede aplicar a Santiago y a todo el Corregimiento del Valle.
Los pueblos más cercanos constituyeron el núcleo inicial e inmediato de una región
simbiótica que se fue haciendo más amplia. La ubicación de la ciudad en un lugar
cercano a climas y suelos muy distintos facilitó la diversificación local y regional en la
producción destinada al abastecimiento de la capital. De acuerdo a esas diferencias y
diversificaciones se estableció de modo constante una extensa y compleja red de
aprovisionamiento, siempre dinámica, conforme se fue ajustando a los diversos
cambios. El núcleo de la red era Santiago de Guatemala, centro político que adecuaba y
dirigía la provisión de los alimentos para su población y los servicios (trabajo) que ésta
requería.
Aunque hay algo de verdad en la afirmación del cronista, no se puede negar que a pesar
de las intromisiones de la Audiencia y su Presidente, el fiel ejecutor seguía cumpliendo
sus funciones, aunque fueran menos que antes.
Demografía
Con la información de que ahora se dispone, es casi imposible saber cuál era la
población de la región del Corregimiento inmediatamente antes de la llegada de los
españoles. Cualquier estimación que se haga tendrá mucho de especulativa y puede ser
motivo de diversas discusiones. Por eso mismo es igualmente difícil ponerse de acuerdo
acerca del nivel de disminución de la población indígena como resultado de la crisis
demográfica provocada por la Conquista y la llegada de las nuevas enfermedades
europeas. La situación se hizo más compleja por el factor determinante que constituyó
desde 1527 la presencia de Santiago de Guatemala en el área, así como la expansión de
las explotaciones agrícolas propiedad de los españoles.
Evolución posterior
En cuanto a la evolución demográfica del Corregimiento del Valle a partir de fines del
siglo XVI se puede afirmar lo siguiente: a) Fue la zona de mayor mestizaje en todo el
Reino, a donde confluyeron desde temprano todos los componentes étnicos posibles:
indígenas de diversos orígenes y lenguas, blancos y negros. b) Sobre este último grupo,
se puede decir que su número fue mayor en esta región aún cuando hacia 1630 bajó el
flujo de inmigrantes para reanudarse en las dos últimas décadas del siglo. c) Las
enfermedades de origen europeo siguieron siendo el principal factor limitante del
desarrollo demográfico, no sólo de los aborígenes sino también de los blancos y los
negros, así como de los mestizos. d) Desde el último cuarto del siglo XVI los nativos de
la región soportaron el sistema de repartimientos, por el cual tenían que aportar cada
cuatro semanas una cuarta parte de su población laboral o tributaria (entre 15 y 50
años), para trabajar por un real diario en las labores de trigo. f) Ya a finales del XVI en
casi todos los pueblos del Corregimiento cercanos a Santiago, especialmente en los que
se encontraban al oeste y al este (valles de Chimaltenango, Sacatepéquez, Mixco, Las
Vacas, Las Mesas y Canales), había muchas haciendas y labores propiedad de
españoles.
En el siglo XVII se produjeron algunas epidemias `generales', que afectaron a toda la
población pero castigaron más a los indígenas. Hubo algunas especialmente fuertes en
1607-1608, 1631-1632 (ambas de `tabardillo' o tifus), 1647-1648 (identificada sólo
como `peste'), 1650 (peste bubónica), 1660-1661 (de viruela y sarampión), 1676 (peste),
1678 (viruela), 1686 (tifus o neumonía o ambas) y, finalmente, en 1693 (sarampión,
viruela y tifus).
La ciudad de Santiago de Guatemala, según el estudio de Lutz, al fin del siglo XVI tenía
alrededor de 20,000 habitantes: 4,035 españoles y criollos, y 15,860 de `gente ordinaria',
sin incluir la población indígena de los barrios y poblados interiores. En el siglo XVII
tuvo un extraordinario aumento, y alcanzó su máximo crecimiento en la década de
1680, llegando a 37,500 habitantes, de los cuales 24,620 eran `gente ordinaria', 5,740
españoles y criollos, y 6,400 indígenas. En estas cifras se incluyen los barrios `interiores
y cuatro pueblos exteriores, que ya se habían confundido con la capital.
A dicha cantidad puede agregarse otro pueblo, del que hay una cuenta de indios de
repartimiento, para hacer un total de 25 pueblos. Si en cada caso se multiplica por tres,
que es una relación ya aceptada para establecer la población total, se llega a tener una
idea de cuál era la población indígena de dichos pueblos (véase Cuadro 68). En 1678,
después de la peste de 1676, esa población ascendía a unos 39,525. Incluso se
contemplaba ya el `ajuste' que se había hecho casi inmediatamente en seis pueblos, en
que se disminuyó la tasación a pedido de los mismos, y en dos de ellos (Santiago y San
Lucas Sacatepéquez) tal rebaja fue especialmente drástica. Este ajuste supuso una
disminución en el cálculo de 2,109 habitantes, para quedar en 37,416 (véanse Cuadros
68 y 69).
En total se puede calcular que estos pueblos tenían unos 10,000 habitantes, lo que
acumularía alrededor de 50,000 aborígenes en todo el Corregimiento.
A dichas cifras habría que agregar las que corresponden a la población no tributaria:
indios laboríos, mestizos, mulatos, negros, etcétera y los españoles que vivían en los
pueblos de indios. En algunos de éstos se sabe que existía `gran concurso' de estos
grupos, mientras en otros era menor la cantidad, aunque en todos los había. Por
ejemplo, alrededor de 1680 en San Miguel Petapa la cantidad de españoles y `ladinos'
era no menor a 600 personas, lo que era cerca de un tercio del total de indígenas. Como
este pueblo era de los que se consideraba que tenía bastante población no indígena, se
puede suponer que el total de población de `ladinos' y españoles en el Corregimiento
era, en promedio, de alrededor de un 15%, que vivía en los cascos de los poblados; ello
supondría, sobre unos 50,000 indígenas, no menos de 7,500 personas más.
El Corregimiento del Valle era una pequeña fracción de todo el Reino de Guatemala:
unos 7,000 km de un total de aproximadamente 500,000; es decir, apenas un poco más
del 1%, pero acumulaba una sexta parte de la población total, entonces de unos 600,000.
Era la zona más densamente poblada, con 14 habitantes por km si se incluía la capital, y
unos 9 por km si se hace exclusión de ésta.
Conclusiones
El Corregimiento del Valle fue el centro del Reino de Guatemala. Con su eje en
Santiago de Guatemala, configuró una amplia y creciente región simbiótica que tuvo la
mayor densidad de población de toda la Audiencia. Fue una región `nueva', constituida
en una zona postclásica de frontera, en el confín de cakchiqueles y pokomames, a cuyo
alrededor existía suficiente variedad de climas para poder cosechar cultivos tan diversos
como caña de azúcar y trigo. Santiago fue el centro condicionante de todo un sistema de
alrededor de 70 pueblos que, como satélites, dependían en buena parte de abastecer a la
capital. De la ciudad salían las vías de comunicación y las órdenes que mantenían a la
región relacionada y al sistema en funcionamiento.
El Corregimiento del Valle era un importante privilegio para la capital, que lo defendió
y promovió celosa y firmemente frente a los embates del poder real, personificado en la
Audiencia. Facilitó el abasto de alimentos y de mano de obra a la población de la
capital. No sólo permitió el crecimiento de la urbe, sino que lo hizo con relativamente
pocos problemas de escasez. Los capitulares de Santiago comprendían su importancia y
lo vieron como una fuente de poder y prestigio. A pesar de que los criollos, como el
cronista Fuentes y Guzmán, creían que el Ayuntamiento de Santiago había perdido la
mayoría de sus privilegios en favor de la Audiencia, la verdad es que más bien los
compartió, y que en general los mantuvo en una hábil y constante adaptación entre
ambos cuerpos.
Los Cakchiqueles
Introducción
La populosa región maya cakchiquel (kaqchikel) de las tierras altas del centro de
Guatemala ha participado históricamente en la evolución de la compleja civilización
mesoamericana. Sin embargo, por su proximidad a la capital colonial española, durante
mucho tiempo dicha área fue considerada por los estudiosos como menos indígena y,
por lo tanto, fue virtualmente ignorada hasta hace poco. En contraste, sus vecinos,
quichés (k'iche's), tzutujiles (tz'utujiles), mames y pokomames (poqomames) han sido
objeto de estudio durante más de medio siglo. Aunque existen abundantes materiales
documentales acerca de los cakchiqueles, la cobertura etnohistórica sigue siendo, hasta
la fecha, bastante irregular y la investigación arqueológica de la región cakchiquel,
incluyendo la capital prehispánica Iximché, está todavía en una etapa incipiente.
Un estudio detenido de las fuentes etnohistóricas ha revelado que las políticas internas
de los cakchiqueles, así como su diversidad étnica y lingüística en el período anterior al
contacto con los españoles, conformaban un mosaico mucho más complejo de lo que se
había sospechado hasta hace poco. Los escritos de los primeros cronistas sugieren que
en la región cakchiquel pudo haber habido hasta cuatro divisiones territoriales distintas,
semi-independientes. Las áreas circunvecinas de Iximché (Tecpán Guatemala), San
Martín Jilotepeque y San Juan y San Pedro Sacatepéquez parecen haber sido tres de
tales subdivisiones. William Swezey ha sugerido que una cuarta estaba asociada al sitio
arqueológico de Oronic Cakhay, localizado a medio camino entre Patzicía y Tecpán
Guatemala, en el Departamento de Chimaltenango (véase Ilustración 145). Sin
embargo, esta identificación de Cakhay como el sitio protohistórico llamado Viejo
Sololá, sobre la base de una reconstrucción etnohistórica, no ha sido corroborada por un
muestreo arqueológico reciente del sitio.
Una breve revisión de los acontecimientos ocurridos a finales del período protohistórico
cakchiquel ayudará a aclarar las razones por las cuales esta región ha sido subdividida
en las subregiones occidental (Iximché) y oriental (Sacatepéquez), y ayudará también a
formarse una idea de su situación a la llegada de los conquistadores españoles en 1524.
Después de rebelarse contra los quichés (c 1470), los cakchiqueles se separaron de la
federación de la que formaban parte con aquéllos y establecieron una capital
independiente en Iximché, cerca de la actual cabecera municipal de Tecpán Guatemala.
A partir de 1475, después de la muerte del famoso rey quiché Quicab, los cakchiqueles
estuvieron constantemente envueltos en guerras contra los quichés. De acuerdo con el
Memorial de Sololá, el 18 de mayo de 1493 se produjo una revuelta interna contra los
señores de Iximché, la cual fue consecuencia de una disputa de tierras y dio como
resultado la expulsión de la parcialidad de los tukuchés. Este incidente fue considerado
tan importante que por más de 100 años los acontecimientos subsecuentes en la historia
de los cakchiqueles se registraron a partir de esa fecha. Puede ser que todos o algunos
de los ofendidos tukuchés hayan emigrado hacia el este, a la región de Sacatepéquez, ya
que posteriormente se incorporó al pueblo de San Pedro Sacatepéquez una población de
una localidad llamada Tukuché, al igual que otras cuatro poblaciones. Ello ocurrió
cuando los españoles ordenaron la reducción del pueblo en la década de 1540. Los
cakchiqueles de Iximché y los de Sacatepéquez se mantuvieron en hostilidad recíproca
durante la última parte del período prehispánico, y las rebeliones cakchiqueles de los
sacatepéquez contra los españoles, en la década de 1530, tuvieron un carácter
claramente separatista, pues actuaron al margen de los de Iximché.
El límite territorial entre las ramas oriental y occidental de los cakchiqueles estaba cerca
del pueblo de Chimaltenango (de chimali o `escudo' en nahua), llamado Pocob en
cakchiquel, término que también significa `escudo' o `defensa'. Sin embargo, cerca de
las actuales poblaciones de Chimaltenango y Comalapa, las facciones hostiles de los
cakchiqueles establecieron una zona neutral, que lo era también de intercambio
comercial, llamada `tianguesillo'. Ésta fue el bien conocido mercado de Chimaltenango,
el cual seguía funcionando en el siglo XVII.
Después de 1510, año en que los quichés accedieron a pagar tributo al emperador
mexicano Moctezuma, pero antes de consumarse la conquista de México por los
españoles en 1521, los cakchiqueles de Iximché recibieron las primeras noticias de la
inminente invasión española. Como resultado del contacto con los mexicanos y de la
presencia de mexicas en Guatemala durante el período justo antes de la Conquista,
muchos nombres en lengua náhuatl fueron agregados a los nombres originales de las
localidades existentes. El sitio quiché de Gumarcaaj fue conocido como Utatlán, y el
cakchiquel Iximché como Cuauhtemallan. Las enfermedades introducidas por los
europeos llegaron aun antes que las tropas españolas. Mientras Cortés iniciaba la
conquista de México, los cakchiqueles y otros grupos de las tierras altas del centro de
Guatemala sufrieron terribles epidemias de viruela y enfermedades pulmonares, las
cuales eliminaron entre un tercio y la mitad de la población indígena entre 1520 y 1580.
En 1520 los cakchiqueles de Iximché enviaron emisarios a Cortés y le ofrecieron
convertirse en sus súbditos, motivados por el deseo de crear una alianza con los
españoles contra sus enemigos tradicionales, los quichés de Utatlán y los tzutujiles del
Lago de Atitlán.
Aunque Alvarado nunca redactó documentos formales sobre sus propias encomiendas,
se reservó Iximché y la mayoría de otros pueblos cakchiqueles importantes. Así
controló, entre 1527 y 1534, la mayor parte de la región. Al pueblo de Sololá, escogido
después de la Conquista como residencia del linaje real de los xahil, se le solicitó
proporcionar 400 hombres y 400 mujeres regularmente para lavar oro en los ríos, y
otros 800 individuos para proyectos de construcción en la nueva capital española. Sin
embargo, los pueblos cakchiqueles de Alvarado no funcionaron en realidad como
encomiendas, sino hasta después que se concluyó la pacificación de los indios, avanzada
la década de 1530. Además, durante este período temprano, Alvarado distribuyó
encomiendas a otros españoles.
El insaciable apetito del conquistador por el oro y las mujeres nativas, así como su
crueldad y excesivas demandas de tributo, determinaron que los cakchiqueles de
Iximché se rebelaran contra Alvarado en 1524, el mismo año en que se habían hecho sus
aliados. En consecuencia, los testimonios de la presencia española en esta primera
ciudad de Santiago son confusos y en gran parte ya no existen. Kramer atribuyó esta
falta de evidencia documental en parte a un intento deliberado de los españoles de
encubrir sus abusos contra los indios y de minimizar su responsabilidad en las
renovadas hostilidades indígenas.
Los indios fueron legalmente esclavizados por millares, ya fuera por su condición de
enemigos vencidos o porque ya habían sido esclavos antes de la Conquista. Los
soldados españoles, que no recibían remuneración alguna de la Corona, acostumbraban
tomar esclavos como parte del botín de guerra. La venta de éstos les ayudaba en su
propio mantenimiento así como en el de su equipo de batalla, ya que costaba más de
200 esclavos el reponer un buen caballo muerto en combate. En Guatemala,
particularmente, hubo poca voluntad de parte de las autoridades españolas para prevenir
la esclavitud ilegal de los indígenas, la cual se realizaba por los más leves caprichos.
Los esclavos eran inmediatamente marcados con el sello del Rey. William Sherman
estima que fueron tomados más esclavos por las fuerzas de Alvarado que por cualquiera
otra. Al momento de su muerte, en 1541, un inventario del patrimonio personal de
Alvarado incluía un total de 525 indios esclavos, tanto mujeres como hombres, la
mayoría de los cuales trabajaba en yacimientos de oro y plata en los territorios de sus
encomiendas.
El año 1524, que registra el Memorial de Sololá, es ahora generalmente aceptado por los
eruditos como año del inicio de la rebelión cakchiquel, en vez de la fecha de 1526 que
aparece en las obras de algunos otros cronistas. Los cakchiqueles ofrecieron una
resistencia feroz, mataron a muchos españoles, quichés y tzutujiles, y atraparon varios
caballos españoles en fosos profundos donde colocaban afiladas estacas. Nuevas
evidencias encontradas por Kramer confirman que este levantamiento cakchiquel de
1524 fue sofocado por los capitanes de Alvarado, y que hubo una tregua entre españoles
y los alzados durante la primera mitad de 1525. Mientras las fuerzas españolas seguían
empeñadas en ocupar Iximché, se reinició nuevamente la guerra en la segunda mitad del
citado año 1525. Las tropas españolas no tomaron Iximché sino hasta 1526, según
Kramer, y no abandonaron el área en 1524, como se registra en el Memorial de Sololá.
Durante el período de la rebelión cakchiquel también hubo levantamientos entre otros
grupos del Altiplano, incluyendo a los cakchiqueles de Sacatepéquez, al este. Francisco
de Fuentes y Guzmán escribió que en 1524 y 1525 los sacatepéquez se hallaban
extremadamente divididos en cuanto a rendirse a Alvarado. Los de las cercanías de
Xenacoj y Sumpango, que ya se habían sometido al dominio español, solicitaron la
protección de Alvarado contra otros elementos rebeldes de Sacatepéquez, que
continuaban aterrorizándolos. Estos rebeldes de la región fueron derrotados, pero se
rebelaron nuevamente en 1526, según lo anota Fuentes y Guzmán. Robert Carmack
afirma que la confederación sacatepéquez era muy débil. Los mensajeros que se
enviaban de un pueblo a otro eran sacrificados, y la gente común traicionaba a sus
propios señores en demostración de apoyo a los españoles. Fuentes y Guzmán ofrece la
única descripción de una batalla decisiva en Sacatepéquez, en el sitio llamado Ucubil.
Supuestamente la información la tomó de una relación titulada `Notas sobre la
conquista de Sacatepéquez', escrita por un soldado del ejército de Alvarado, pero sin
apoyo en ninguna otra relación, por lo cual no se ha tomado en cuenta en este ensayo.
En 1524, durante los levantamientos de la región, Bernal Díaz del Castillo atravesó el
territorio, en su viaje de regreso a México con el Capitán Luis Marín. Posteriormente
Bernal se convirtió en uno de los principales encomenderos de la región cakchiquel de
Sacatepéquez, pero ello no fue sino hasta después de 1542.
A pesar del gran número de indios muertos como resultado de la guerra o por las
epidemias, había suficiente mano de obra. Los relatos de los nativos acerca de este
período describen capturas arbitrarias y movimientos forzados de población, casos de
indígenas forzados a trabajar en regiones que les eran desconocidas e inhóspitas, y el
estado de anarquía e inseguridad en todo el país, que hacían peligrosos tales
movimientos de población. La cultura, la agricultura y el comercio de los nativos fueron
totalmente desarticulados. Algunos españoles se resistían a asentarse, reñían
constantemente entre ellos mismos, y organizaban nuevas incursiones a los territorios
no pacificados. Se obligaba a los hombres indígenas a ir como auxiliares de los
españoles en las campañas militares, o se les vendía como esclavos; mientras sus
mujeres e hijos se quedaban solos y expuestos a muchos riesgos en sus aldeas nativas.
La esclavitud fue realmente la peor forma de abuso contra los indios. Éstos eran usados
en el Reino de Guatemala como tamemes (cargadores humanos) y como naborías.
Trabajaban para los españoles, aunque no siempre a tiempo completo, como sirvientes
dedicados a oficios domésticos; eran legalmente libres, pero habían sido arrancados de
sus propias tierras y asignados a otras comunidades específicas, como en el caso de los
indios de las encomiendas, y, por `carecer de raíces', rápidamente caían bajo el control
español. En consecuencia, fueron considerados como una categoría separada, aunque
realizaban muchas de las tareas a que estaban obligados los indios de las encomiendas.
Con frecuencia los naborías eran usados por los españoles como criados personales. La
mano de obra forzada se extendía a las mujeres y también a los niños. Murdo MacLeod
ha sintetizado acertadamente las principales tendencias de estas dos primeras décadas:
Los defensores de los indígenas, como el dominico Fray Bartolomé de Las Casas,
realizaron incansables campañas para proteger a los indios. Ello les hizo objeto del odio
de sus conciudadanos, quienes los veían como una seria amenaza para la existencia
misma de la sociedad colonial. Las Leyes Nuevas (1542-1543), por medio de las cuales
la Corona abolió la esclavitud de los indios y trató de reducir el sistema de encomienda,
fueron recibidas con gran animadversión por los encomenderos de Guatemala, y ello
retardó la ejecución de las reformas humanitarias. La misma legislación creó una
Audiencia real (la Audiencia de los Confines en Gracias a Dios, Honduras), para
facilitar la administración en el Reino de Guatemala. Su primer Presidente fue Alonso
de Maldonado (1542-1548), que contó con la simpatía de los encomenderos porque
introdujo sólo reformas mínimas. La Corona comprobó la situación trágica y
económicamente desastrosa en que se hallaban los indígenas, y envió entonces a Alonso
López de Cerrato (1548-1555) en sustitución de Maldonado. A aquél le tocó aplicar en
Guatemala las Leyes Nuevas.
En su intento por recuperar el control sobre la población indígena, la Corona ordenó que
los indios fueran reducidos a pueblos por miembros del clero regular, a fin de facilitar
una adecuada administración y la instrucción religiosa. La reducción de los
cakchiqueles fue completada por los franciscanos (en la zona occidental) y por los
dominicos (en la zona oriental) alrededor de 1550, y este deslinde de jurisdicción entre
las órdenes continuó a lo largo del período colonial temprano. La reducción de los
pueblos de los sacatepéquez en la región cakchiquel oriental (incluyendo parte de la
encomienda de Bernal Díaz del Castillo) proporciona un excelente ejemplo del proceso
general de concentrar a la población nativa, el cual está particularmente bien
documentado en la tasación de 1562. Además de ello, dicha tasación revela mucho
acerca de la forma en que fueron organizados los pueblos indígenas cakchiqueles.
Durante las décadas de 1540 y 1550, en San Juan y San Pedro Sacatepéquez, el cacique
o gobernador era la más alta autoridad en un pueblo indígena. En Guatemala, el
gobernador indígena, junto con el cura local y el corregidor español (quien tenía
jurisdicción sobre todos los pueblos indígenas de su corregimiento), ejercían un cierto
grado de poder administrativo y judicial. El gobernador indígena tenía poder para enviar
a prisión, azotar, multar y desterrar a quienes se tenía por merecedores de tales penas,
pero sólo el gobernador español podía ordenar la muerte de alguien en la horca o
descuartizado. El cacique también podía multar o apresar a un español por una noche,
pero raramente lo hacía por temor a represalias. El número de funcionarios menores
elegidos dependía de la cantidad de habitantes del pueblo, y los ocupantes de los cargos
eran escogidos por los mismos indios, en turnos por parcialidad (chinamit). El tributo
también se recogía por cada chinamit, de la misma manera como se había hecho en
tiempos prehispánicos. El período administrativo empezaba el día de Año Nuevo, y en
tal ocasión el funcionario español confirmaba las nuevas elecciones y arreglaba las
cuentas de la comunidad con los funcionarios del año anterior y el escribano del pueblo.
Por lo general, los escribanos servían durante muchos años porque eran muy pocos los
indios que sabían leer y escribir.
Las autoridades presionaban a los indígenas para que se casaran pronto y establecieran
así nuevas unidades familiares, que equivalían a nuevas fuentes de tributo. Gage indica
que los indios consideraban a un joven de 14 años y a una muchacha de 13 en edad de
casarse, pero también dice que él mismo, a pesar de sus protestas, debía obedecer las
órdenes de sus superiores y casar a jóvenes de apenas 12 años. Los funcionarios
indígenas también solían hurtar a expensas de su propia gente tanto con el objeto de
satisfacer las exigencias del recolector de tributos como en función de sus propios
deseos de ganancia personal. Los escribanos del pueblo, casi los únicos miembros
letrados de su comunidad, servían durante largos períodos y podían fácilmente alterar
los registros a su cargo. Ellos estaban en una posición que les permitía manipular el
dinero y las asignaciones de mano de obra en su propio beneficio, ya fuera en forma
individual o en componenda con los alcaldes, alguaciles y regidores.
Después de 1630, Gage observó que las iglesias cakchiqueles de Sacatepéquez eran
`excesivamente ricas', y también criticó a la Iglesia por sus prácticas opresivas e
ilegítimas, como la imposición de donaciones en dinero, miel, huevos, aves de corral,
pescado, candelas y cacao en ocasiones especiales como la Pascua Florida. Una de las
fuentes de riqueza de los pueblos de Sacatepéquez era la venta y alquiler de las raras
plumas de quetzal, usadas en los ornamentos para las danzas durante las fiestas. Dichas
plumas eran suministradas por la familia de los anteriores caciques cakchiqueles (los
Pirir), quienes vivían cerca del Río Motagua. Antes de 1630 se les prohibió a los indios
realizar danzas religiosas prehispánicas en los días de las fiestas católicas principales,
como el Corpus Christi y las Pascuas de fin de año, en las cuales tradicionalmente se
usaban máscaras, tambores y costosos atuendos cubiertos con plumas de quetzal.
La religión indígena fue combatida por los frailes españoles durante todo el período
colonial temprano. Thomas Gage fue violentamente agredido en 1635 por destruir
públicamente en una iglesia un ídolo que había encontrado en una cueva a medio
camino entre el pueblo pokomam de Mixco y la población cakchiquel de San Juan
Sacatepéquez. Treinta años más tarde, otro sacerdote de Mixco se vio forzado a salir
precipitadamente hacia Santiago, pues estuvo a punto de que lo mataran por haber
prohibido una celebración pública durante un eclipse de luna. En otra ocasión, un ídolo
que fue lanzado en un profundo barranco reapareció misteriosamente, hasta que por fin
fue destruido por los españoles.
Un gran número de indios huyó hacia las montañas en toda la región cakchiquel para
escapar de la opresión española. Allí revivieron su antigua religión y se las ingeniaron
para evitar su captura durante largos períodos. Los que se quedaban en los pueblos
congregados, o sea en las reducciones, se quejaban amargamente porque se les obligaba
a pagar el tributo y los impuestos de aquellos que habían huido. Las malas cosechas o
las enfermedades impedían a los indios pagar a tiempo, o pagar del todo, sus tributos e
impuestos. Las tasaciones debían actualizarse periódicamente, pero ello raramente se
hacía, por lo cual los indios también tenían que pagar el tributo de los fallecidos.
Encomienda
Después de la muerte de Pedro de Alvarado en 1541, es más fácil trazar la existencia de
la encomienda en la región cakchiquel, pero la reconstrucción etnohistórica para dicha
región en esa fecha es bastante irregular. La información más detallada sobre las
encomiendas cakchiqueles proviene de un ensayo acerca de una de Chimaltenango del
siglo XVII, y de una considerable cantidad de material documental sobre otra de
Sacatepéquez, de la cual fueron titulares primero el soldado-cronista Bernal Díaz del
Castillo y luego sus herederos.
La encomienda de Sacatepéquez
En 1540 Bernal Díaz del Castillo, quien se convirtió en el encomendero más famoso de
Sacatepéquez, seguía siendo residente (vecino) de Espíritu Santo, México, pero a la
sazón se hallaba en España con el propósito de asegurar en su favor algunas
encomiendas para resarcirse así por tres pueblos que le habían quitado en México y
Chiapas. Por medio de una carta de junio de 1540, el Rey ordenó a Pedro de Alvarado
que se otorgara a Bernal Díaz del Castillo una encomienda, en la Provincia de
Guatemala, con un valor equivalente a los pueblos de que se le había despojado. En
1541, antes de que Díaz regresara a Guatemala, Alvarado había muerto en México y su
viuda había perecido en la inundación que destruyó la capital, localizada entonces en
Almolonga. Infortunadamente, la cédula real por la cual se concedió a Bernal Díaz la
encomienda de Sacatepéquez no ha aparecido todavía, pero Herbert Cerwin sitúa la
concesión a principios del período en que Maldonado actuaba como Gobernador, lo que
quiere decir una fecha más cercana a 1542 que a 1548.
Los pueblos de tierra alta de los sacatepéquez (correspondientes al área de las actuales
comunidades de San Juan Sacatepéquez, San Raimundo, San Pedro Sacatepéquez y
Santo Domingo Xenacoj) formaban el segmento más productivo de la encomienda de
Díaz del Castillo. El cronista también tenía otros pueblos y partes de pueblos en la
Costa del Pacífico, donde se producía cacao. Estos pueblos de la Costa, a pesar del valor
del cacao, proporcionaban a Díaz menos ingresos que su encomienda de Sacatepéquez.
La información más extensa sobre los indios de la encomienda de Bernal Díaz data de
1560-1562. En el censo de 1562 se estableció una población total de 2,659 para San
Juan y San Pedro, con 723 hombres casados como cabezas de familia (tributarios), a
quienes la Corona española les cobraba impuestos legalmente. De los 386 tributarios de
San Pedro y 337 de San Juan, sólo 53 (sin contar 40 sacristanes de iglesia) tenían
ocupaciones especializadas, como carpintería, recolección de miel y crianza de gallinas.
Casi todos los hombres, sin importar su ocupación, estaban dedicados a la agricultura de
subsistencia, cultivaban maíz y frijol y criaban pollos. Sólo tres individuos se dedicaban
a tiempo completo a trabajos especializados y no cultivaban la tierra: un vendedor de
miel con 15 colmenas, un carpintero y un sacristán de iglesia que solamente criaba
pollos.
Había diversas categorías de individuos (un total de 307 personas) exentas del pago de
tributos al encomendero español. Entre tales categorías se contaba la de los ancianos,
quienes estaban eximidos por su avanzada edad o por enfermedad. Los teopantlacas de
iglesia (sacristanes, cocineros, panaderos, jardineros) y los jóvenes que hacían los
mandados estaban exentos de pagar tributos porque se consideraba que con sus tareas
cumplían dicha obligación. El teopantlaca de más alto rango (llamado `fiscal') era un
indio que sabía leer y escribir, y quien normalmente ayudaba en la educación religiosa y
se hacía cargo de la música de la iglesia. Los teopantlacas estaban exentos del pago del
tributo, por lo cual cada iglesia tenía más trabajadores indígenas de los necesarios, y su
número se reducía constantemente de modo coercitivo por los funcionarios españoles.
Las viudas formaban una categoría exenta de pagar el tributo completo, pero los viudos
seguían pagándolo. Estos últimos por lo general no permanecían por mucho tiempo sin
casarse, pues así lo demandaba una sociedad en la cual el trabajo doméstico de una
mujer era prácticamente esencial.
En 1562, como lo había hecho en 1549, Bernal Díaz del Castillo cobraba el tributo de su
encomienda de Sacatepéquez en especie. Recibía maíz, frijol, chile, trigo, gallinas de
Castilla, `gallinas de la tierra' y dinero. En la misma forma se pagaban las
correspondientes contribuciones a la Iglesia. El ingreso que Bernal Díaz recibía de su
encomienda de Sacatepéquez variaba ligeramente según el número de tributarios que
aparecía en la tasación actualizada de cada pueblo. El rendimiento anual de la
encomienda de Sacatepéquez de Bernal Díaz, sin embargo, podía muy bien estimarse en
más de 7,400 tostones que se recibían en efectivo, por lo cual se consideraba una buena
encomienda. Pese al alto valor del cacao, inclusive en pequeñas cantidades, es casi
seguro que la mayor parte de los ingresos de Bernal Díaz provenía de la encomienda de
Sacatepéquez y no de sus pueblos de la Bocacosta. Cerwin estima que en 1549 el cacao
de estas tierras de la Bocacosta rendía solamente 2,000 reales (500 tostones).
En 1562 Díaz del Castillo tenía una gran familia (esposa y ocho hijos), mantenía en
Santiago una residencia totalmente equipada y con la servidumbre correspondiente, y
había desempeñado una diversidad de cargos en el Concejo de la ciudad. Sin embargo,
al igual que muchos otros españoles, vivía por encima de sus ingresos reales, y pedía
dinero en préstamo en vez de reducir sus gastos cuando bajaban sus ingresos. En 1568
seguramente estaba muy endeudado y pudo haber intentado manipular el sistema legal
español al tratar que su hijo y heredero iniciara un litigio en su contra. Lo que se
demuestra documentalmente es que los ingresos de una buena encomienda no impedían
que siempre estuviera escaso de dinero y que regularmente pidiera prestado de los
fondos de comunidad de los pueblos de su encomienda.
En la segunda mitad del siglo XVI se fundaron los otros dos pueblos de Sacatepéquez
en el territorio que abarcaba la encomienda de Bernal Díaz. San Juan tenía al norte un
asentamiento llamado San Raimundo Las Casillas, establecido por el cronista en alguna
fecha entre su arribo a Guatemala y su muerte en 1584. Los documentos sobre tierras se
refieren a dicho asentamiento, dependiente de San Juan, como la `estancia de las casillas
de los indios de San Juan'. En el tiempo en que vivió Bernal Díaz esta aldea parece
haber estado localizada al suroeste del actual San Raimundo. Según Ximénez, este
pueblo fue fundado formalmente en una época posterior, alrededor de 1610, por el
dominico Fray Víctor de Carbajal. De éste se dice que trasladó a los residentes locales y
a un número adicional de indios recalcitrantes sacados de los pajuides, al actual pueblo
de San Raimundo en el camino a la Verapaz.
Bernal Díaz del Castillo murió en 1584 y su encomienda pasó a su hijo mayor y
heredero, Francisco Díaz del Castillo. Éste había ocupado varios cargos en el gobierno,
como los de Corregidor de Totonicapán, Quezaltenango, Zapotitlán, Samayac y
Suchitepéquez, y había llevado a cabo comisiones reales, incluyendo una inspección
judicial en relación con las funciones de Juan de la Cueva, Gobernador de Soconusco.
También sirvió como Segundo Lugarteniente (Alférez) en una acción militar en defensa
del puerto de Acajutla en el Pacífico, con un destacamento enviado desde la ciudad de
Santiago.
Francisco Díaz fue descrito por un contemporáneo suyo como un hidalgo, el rango
social más alto que se podía adjudicar a los conquistadores. Según referencias
testimoniales, el ingreso de la encomienda de Francisco Díaz se calculaba entre 5,000 y
6,000 tostones anuales (el tostón equivalía a cuatro reales), y sus coetáneos españoles
consideraban que sus pueblos de encomienda eran muy buenos. Contrajo matrimonio
dos veces y tuvo 10 hijos. En Santiago mantenía una casa con sirvientes, caballos y
armas, y era considerado hombre honorable, prominente ciudadano y `persona muy
cristiana'. Además de regidor y encomendero, también era hacendado y comerciante.
La encomienda de Chimaltenango
El más grande de estos poblados era Santa Ana Chimaltenango. Fuentes y Guzmán lo
describió como un centro impresionante, con elegantes casas localizadas en una bella y
tranquila planicie de suelos muy fértiles. Los 12,000 industriosos habitantes producían
en abundancia maíz, frijol y otros cultivos nativos, así como aves de corral. En las
relaciones del siglo XVII es notoria la falta de referencias sobre la introducción del trigo
por los españoles, no obstante que los indios ya cultivaban dicho cereal en 1549 para el
pago del tributo. Al igual que lo había sido en tiempos prehispánicos, Chimaltenango
era un importante mercado y rivalizaba con el de la capital española en cuanto a la
calidad y variedad de sus productos. En las cercanas aldeas indígenas de San Lorenzo,
San Sebastián y San Miguel El Tejar, los indios operaban un buen negocio en sus
fábricas de ladrillos y tejas donde se producían los mejores de estos artículos en los
alrededores de Santiago. También manufacturaban vasijas especiales (ollas de salineros)
usadas por los productores de sal que viajaban a las costas del Océano Pacífico, a fin de
atender esta actividad que demandaba una mano de obra intensiva. Parte de los pueblos
mencionados pertenecieron a Alvaro de Paz, que fue mayordomo de Pedro de Alvarado.
Repartimiento
Después de 1540, la encomienda como institución estuvo sujeta cada vez más a las
restricciones legales. Esta situación presentó serias complicaciones en las oportunidades
en que surgieron nuevos brotes epidémicos después de 1570, con la consiguiente
reducción de la mano de obra indígena. Como resultado de tales circunstancias de
inestabilidad, sólo los encomenderos más ricos fueron capaces de mantener un modesto
nivel de vida urbana. Después de la emancipación de los esclavos indígenas a partir de
1542, los colonos españoles tuvieron que enfrentar el problema de ejecutar los trabajos
necesarios sin tener que hacerlos ellos mismos. Como aumentaba la proporción entre los
españoles que no trabajaban y los trabajadores indígenas potenciales, los colonizadores
presionaron al Rey para que hiciera algo con respecto a la necesidad de mano de obra.
En respuesta, la Corona extendió el sistema de reclutar a los indios para tareas
específicas, sistema que se conoció en el Reino de Guatemala con el nombre de
`repartimiento' (la palabra alude literalmente al hecho de `repartir' o `distribuir' la mano
de obra indígena). Esta modalidad del trabajo obligatorio y no remunerado tenía como
fin principal atender los proyectos de `obras públicas', pero las regulaciones fueron
interpretadas tan ampliamente que permitían incluir actividades o proyectos
individuales. En la región cakchiquel, los labradores españoles de trigo, entre otros,
alegaban que el cultivo de este cereal era un servicio público que demandaba más indios
a fin de que la Colonia no quedara sin uno de sus alimentos básicos. En consecuencia,
se requería que los indios no sólo pagaran el tributo a sus encomenderos sino que
participaran también en el repartimiento.
A fines del siglo XVII los españoles que cultivaban trigo en la región cakchiquel
estaban tan ansiosos como sus predecesores en adquirir mano de obra indígena. La
principal área para la producción de trigo en las Tierras Altas de Guatemala, que
también era el área de mayor concentración de población española, la constituían cuatro
valles (Mixco, Las Mesas, Sacatepéquez y Chimaltenango-Sumpango), todos bajo la
jurisdicción del Corregimiento del Valle. En 1680, Chimaltenango contaba con un Juez
de Repartimiento y pagaba el medio real de derecho, lo que indica que el trigo se
cultivaba hacia el oeste hasta el valle entre Chimaltenango y Sumpango. Al oeste de
Chimaltenango, a partir de los pueblos de Patzún, Patzicía y San Andrés Itzapa, había
menos labores españolas de trigo, lo que se deduce por la falta de Juez de Repartimiento
en esa zona y porque no se recolectaba el medio real `de derecho', `como era la
costumbre en los demás lugares'.
Entre 1670 y 1680 había unas 100 labores españolas dedicadas al cultivo de trigo cerca
del valle de Guatemala, de las cuales 34, localizadas principalmente en los valles de
Mixco y Sacatepéquez, utilizaban mano de obra indígena de repartimientos
provenientes de San Juan y San Pedro Sacatepéquez, San Raimundo y Santo Domingo
Xenacoj. El estudio de muchos documentos de tierras de esta área ha confirmado que la
típica modalidad española de tenencia de la tierra, reconocida por la Corona, consistía,
en promedio, de tres caballerías de tierra: dos para cultivo y una para pasto de los
animales de tiro. En el siglo XVIII una caballería se definía en forma literal como una
`concesión a un caballero'.
Además de dedicarse al cultivo del trigo, unos pocos españoles también tenían uno de
los dos tipos de obrajes de caña de azúcar: uno movido por agua, llamado ingenio, y
otro más pequeño y común, impulsado por fuerza animal, llamado trapiche. Sin
embargo, las regulaciones de la Corona prohibían usar indios en los `obrajes' de azúcar,
porque esta ocupación, como la producción de añil, se consideraba dañina para la salud
de los naturales. Los indios que no estaban en la rotación del repartimiento podían
trabajar de modo voluntario en los ingenios a cambio de un salario, usualmente en
compañía de mulatos, mestizos y esclavos negros. Los indios hacían su panela con el
jugo destilado de la caña, y la bebida alcohólica conocida como chicha, con el jugo
simplemente fermentado.
En los vecinos y ricos valles de Mixco, Pinula y Petapa era posible obtener dos
cosechas de trigo al año. De acuerdo con las leyes promulgadas por la Audiencia
durante el período del Presidente Martín Carlos de Mencos (1659-1668), los
trabajadores indígenas podían ser asignados a las labores españolas de trigo sólo durante
ocho meses al año. El repartimiento debía regularse de modo que de estos ocho meses
se utilizaran tres para sembrar, dos para limpiar las malezas y tres para la cosecha. Sin
embargo, los indios de Sacatepéquez describían a los hacendados españoles como
cultivadores de trigo durante todo el año. Se asignaba un número específico de
habitantes de uno o más pueblos a cada labor de trigo. Los trabajadores se rotaban cada
semana, para trabajar más o menos una semana de cada cuatro, y supuestamente se les
pagaba un real al día (el precio de un pollo).
En la región de Sacatepéquez, la distancia más larga que los indios cubrían para llegar a
un lugar de trabajo era de unas cinco leguas. Salían los lunes por la mañana y
regresaban los sábados por la tarde a sus pueblos, lo que les dejaba tiempo suficiente
para asistir a misa el domingo. Los españoles preferían indios de los pueblos más
cercanos, lo cual resultaba más conveniente para todos. En casos inevitables, a algunos
españoles se les asignaban indios de pueblos localizados en parajes de difícil acceso, y
ello hacía común un comercio ilegal de indios de repartimiento para mutuo beneficio de
los hacendados españoles. En el Corregimiento del Valle los hacendados eran en su
mayoría dueños de las tierras que cultivaban, las cuales habían adquirido por concesión
real, por herencia o por compra. Algunos alquilaban tierras adicionales de otros
españoles, de indígenas o de pueblos de indígenas, y en tales casos el hacendado podía
trabajar con sus indios de repartimiento aun cuando dispusiera sólo de tierras
arrendadas.
En los pueblos de indios se cometían por debajo muchos abusos, ya que los funcionarios
indígenas trataban de obtener dinero de los trabajadores del repartimiento que se
excusaban o estaban ausentes, y de las familias de los que habían muerto. Aunque una
parte de la evidente corrupción pudo haber sido motivada por la necesidad de satisfacer
al recaudador real de impuestos, en otros casos se cometía para obtener una ganancia
personal, y los mismos funcionarios exceptuaban del repartimiento a sus parientes.
Usualmente, los escribanos de los pueblos recortaban uno o dos indios a los españoles,
y luego pedían un pago a cada indio por excusarlo del trabajo. Un escribano de Mixco
recortó seis trabajadores a un español en una semana, y extorsionó a razón de seis reales
a cada trabajador. El alguacil mayor del pueblo de Sumpango extorsionaba en un real a
cada viuda, cada vez que el marido muerto debía regresar a trabajar a las labores. Tal
cantidad era compartida con el escribano del pueblo, que tenía acceso a los registros y
que participaba en el abuso. Una mujer, cuyo marido estaba ausente y por lo tanto no
podía pagar el tributo y cumplir con sus obligaciones de repartimiento, tenía que pagar
la parte correspondiente al mismo alguacil. Había veces que los hombres que habían
completado sus obligaciones de repartimiento durante una semana debían pagar un real
por cada una de sus `semanas libres' a los alguaciles, que hacían el cobro en nombre del
alcalde. Estas prácticas no se limitaban a un solo pueblo o a un grupo de funcionarios
indígenas.
Por otro lado, habían casos de indios que denunciaban ante los jueces españoles el
maltrato de que eran objeto, pero declaraban al mismo tiempo que les satisfacía trabajar
para los españoles que los trataban bien. En contraste con la relación que se daba entre
los indios y los labradores españoles, los indígenas se mostraban contentos de trabajar
para los dominicos. Cerca de Chimaltenango estos frailes tenían una hacienda de
experimentación en el cultivo de trigo, y muchos indios trabajaban allí y en los tejares
que habían comprado dichos frailes.
Como consecuencia de las quejas sobre los abusos señalados, periódicamente la Corona
enviaba jueces especiales para hacer las averiguaciones y castigar a los responsables.
Los dueños de las haciendas de azúcar, en la región cakchiquel, con frecuencia
disimulaban tales centros de trabajo tras la fachada de plantaciones de trigo, para así
obtener indígenas de repartimiento. Los jueces nombrados por la Corona sabían de estas
prácticas y hacían cuidadosas inspecciones en tales haciendas. A los españoles se les
amenazaba con perder el repartimiento si persistían en el trato injusto a los indios y, en
efecto, se les negaban algunos de tales privilegios mientras no pagaran los salarios que
adeudaban a sus trabajadores. También se imponían multas a los funcionarios indígenas
corruptos, quienes incluso podían perder el cargo. Sin embargo, entre una y otra visita
oficial, los abusos contra los trabajadores indígenas continuaban. Los labradores
españoles de Sacatepéquez presentaban airadas protestas después de revelarse los
resultados de las visitas reales. Argumentaban que nunca tenían suficientes trabajadores
indígenas, o que habían perdido muchos en los procedimientos de las redistribuciones y
querían recuperarlos. Aducían que sus indios no eran buenos para los trabajos agrícolas,
o bien que provenían de lugares muy alejados. Afirmaban que los originarios de los
pueblos cercanos trabajaban con mayor voluntad mientras que los llegados de lugares
más distantes mostraban actitudes negativas. Cuando convenía a sus propósitos, los
hacendados enfatizaban la naturaleza delicada de los indios, recordaban a los
funcionarios españoles que los nativos eran vasallos y no esclavos, y reiteraban que era
necesario aliviar su miseria.
Bajo uno u otro sistema y durante todo el período colonial temprano, los indios
cakchiqueles fueron explotados como mano de obra barata en las minas, las industrias y
las obras públicas, y en el cultivo de alimentos para consumo de los españoles. Sin
embargo, las empresas económicas de los españoles estuvieron concentradas primero
hacia el sur y el este de la ciudad de Santiago, en los valles de Mixco y Pinula.
Comparada con estas áreas de asentamiento y explotación española más temprana e
intensiva, la región cakchiquel permaneció relativamente aislada, y los pueblos
indígenas allí establecidos pudieron reconstruir y reestructurar más fácilmente una
cultura indígena colonial viable.
JORGE LUJÁN MUÑOZ
Los Pokomames
Introducción
Como ya se ha expuesto en la primera sección de esta obra, la etnohistoria pokomam
(poqomam) del Postclásico Tardío es menos conocida que la de los grupos que se
encontraban en el Altiplano occidental de Guatemala. Se supone que el idioma
pokomam (o pokom) se hablaba en un extenso territorio limitado al norte por el Río
Motagua, a partir de donde se hablaba quiché (k'iche'); al noroeste por el territorio
choltí; al oeste por el territorio cakchiquel (kaqchikel); al sur más o menos por la cadena
volcánica, donde estaban los xincas (xinkas), en el área de la Bocacosta; y finalmente, al
este tenían contacto con grupos de lengua chortí, cerca de las zonas de Jilotepeque (San
Luis), y Santa Catarina y Asunción Mita. Sin embargo, hasta ahora se desconoce
cuántos señoríos de lengua pokomam existían y cuáles eran sus fronteras internas.
Incluso se discute sobre el lugar que los pokomames ocupaban antes de la Conquista,
así como si estaban asentados al norte del Motagua, en lo que hoy son los municipios de
Morazán (Tocoy), San Agustín y San Cristóbal Acasaguastlán, o si estos asentamientos
fueron producto de un desplazamiento posterior (véase Ilustración 151). Lo mismo se
discute acerca de los enclaves pokomames de Chalchuapa, Ahuachapán y Santa Ana, en
la Provincia de San Salvador. Suzanne Miles cree que éstos eran incluso anteriores a los
de Guatemala, pero otros autores, como William R. Fowler, los sitúan en el Postclásico
Tardío. Este trabajo se limitará a la primera región, no sólo porque corresponde a
Guatemala, sino porque se le considera como la ocupada por los pokomames durante
mayor tiempo.
Las fuentes históricas, indígenas y españolas, son más precisas acerca de la zona
fronteriza con los `cakchiqueles del este' (los chajomás, acahales o sacatepéquez), donde
parece que había cuando menos dos señoríos pokomames aliados, el de Chinautla-
Mixco, y el de Petapa (Popah), que posiblemente incluían en su confederación a los que
se encontraban al sur del Lago de Amatitlán (Amatitlán y Palín). También la conquista
española de los pokomames se conoce con menos precisión, ya que sólo se mencionan
de paso la campaña emprendida contra los de Petapa cuando Alvarado retornó de San
Salvador y las acciones posteriores contra la región de Mita, en las cuales también hubo
enfrentamientos con los chortíes. Se puede decir que toda el área de idioma pokomam
pasó a control español, en forma casi completa, no más tarde de 1530 (véase `Otras
Conquistas').
No está claro lo que sucedió en esta región durante la etapa de levantamientos a partir
de 1524, después de iniciarse la rebelión cakchiquel. Hay indicios de que algunos
grupos se aprovecharon de la atención prestada por los españoles a la región cakchiquel,
para resistir también el dominio español, todavía precario, e incluso, en algunos casos,
rechazar a los destacamentos que habían quedado en la región. No se conoce con
certeza lo que pasó en la región pokomam, aunque es probable que no se hayan
involucrado directamente en una resistencia militar. Sin embargo, más al oriente sí hubo
levantamientos y dentro de ese contexto deben verse las expediciones hacia la región de
Mictlán (Mita) y contra los chortíes de Chiquimula. De cualquier manera, alrededor de
1530 o poco después, una vez sofocada la resistencia cakchiquel y llegados nuevos
contingentes de españoles desde México, el área se pacificó y fue sometida del todo.
En el Cuadro 74 se hace un resumen por encomiendas. Hay que aclarar que en ningún
caso se menciona en la tasación el número de tributarios, sino simplemente se asignaba
lo que en cada encomienda se debía sembrar o entregar. En cuanto a los indios de
servicio, sí se establecía, en la mayoría de los casos, que el encomendero debía darles de
comer y enseñarles la doctrina cristiana, lo cual parecería indicar que no existía aún esa
obligación en otros lugares. Además, en muchos casos se establecía que los productos
agrícolas debían llevarse al encomendero a la ciudad, siempre que éste pusiera las
`bestias'. En unas pocas encomiendas había obligaciones especiales, como proveer
cangrejos en el caso de Amatitlán: un arrelde (cuatro libras) en cuaresma y tres libras a
la semana el resto del año. En cuanto a ambos Casaguastlanes, cada uno tenía que dar
dos arreldes de pescado semanales.
El único pueblo no encomendado, que entonces estaba `en cabeza de Su Majestad', era
(San Miguel) Petapa, y por su importancia parecería que proporcionalmente tenía menos
obligaciones que los otros, además de que no tenía indios de servicio.
Catequización y Reducción
Pocas noticias quedan del momento en que se inició la catequización formal y general
de los indígenas de la región, aunque es dable suponer que existió desde los primeros
años, cuando pudieron haber sido bautizados los señores y principales, y que en la
década de 1540 se hizo ya en forma más sistemática y general. La catequización siguió
un curso similar más o menos en los mismos años entre los cakchiqueles, de acuerdo
con el Memorial de Sololá, y ambos grupos étnicos estuvieron a cargo de la Orden
dominica. Según se indicó antes, era obligación de los encomenderos para con los
indios de servicio, de acuerdo con la tasación de 1549-1550, darles de comer todo el
tiempo que los sirvieran y `enseñarles la doctrina cristiana'. Lo más probable es que la
catequización se hiciera más profunda y mejor organizada hasta después de la reducción
a poblados y que entonces se asignaran religiosos residentes en cada pueblo. Las
reducciones pokomames del Corregimiento del Valle (Mixco, San Miguel Petapa, Santa
Catarina Pinula, San Juan y San Cristóbal Amatitlán) fueron atendidas por los frailes
dominicos.
En cuanto a la reducción a pueblos, hay indicios de que ésta se llevó a cabo a partir de
1548, bajo la supervisión y colaboración de los frailes. Se inició con las capitales o
cabeceras (véase `Política Fundacional en los Siglos XVI y XVII en el Reino de
Guatemala', en esta misma sección), y por ello es probable que Petapa y quizás Mixco
hayan sido de los primeros, en lo cual puede haber influido su cercanía a Santiago de
Guatemala. Fuentes y Guzmán dice respecto de San Miguel Petapa que era `uno de los
antiguos y primeros curatos' que había en `este valle de Goathemala'. En la década de
1550 se intensificó la congregación, y debe haber estado muy avanzada o casi finalizada
en 1555.
Los nombres de los principales pueblos fundados en la región pokomam coinciden con
los de las encomiendas, las que seguramente sirvieron como base para efectuar las
reducciones. Los pueblos fueron Mixco, Santa Catarina Pinula, San Miguel Petapa, San
Juan Amatitlán, San Cristóbal Amatitlán (hoy Palín), San Luis Jilotepeque y Santa
Catarina Mita. Comprendían una extensa región en la que los pueblos congregados
dejaron zonas vacías, porque la población no era muy numerosa, y también por el efecto
de la disminución demográfica, que no debe haber sido menor que en otras regiones.
San Cristóbal y San Agustín Acasaguastlán constituyeron un caso diferente, según se
verá más adelante.
Talvez para compensar aquellos vacíos se hicieron en dicha época algunas fundaciones
con población no pokomam. Fuentes y Guzmán asegura que los indios de Santa Inés
Petapa, pueblo anexo de San Miguel, eran de origen mexicano. Sin embargo, en la
cuenta y tasación de Santa Inés, de 1562, figura una mayoría de esclavos (26 de 47
matrimonios), dos naborías (uno de los cuales decía no haber sido esclavo) y 20
(incluyendo el naboría) no habían sido esclavos, si bien algunos de éstos eran hijos de
antiguos esclavos. De haber sido cierta la presencia de mexicanos señalada por Fuentes
y Guzmán, ésta podría ser posterior a 1562.
Por otra parte habría que mencionar los pueblos de idioma pokomam del occidente de
El Salvador: Chalchuapa, Ahuachapán y Santa Ana, los cuales probablemente fueron
desplazamientos o conquistas del Postclásico Tardío a costa de los pipiles. Estos
pueblos quedaron separados de los de Guatemala después de la Conquista.
En cuanto a los xincas de la región (San Pedro Ayampuc, San Antonio Las Flores y San
José Nacahuil, véanse Ilustraciones 150 y 151), se discute si su presencia debe situarse
en el Clásico o en el Postclásico. No hay que descartar, sin embargo, que ellos se
desplazaron al norte de su región original después de la Conquista, por su disminución
demográfica en la Bocacosta (es decir, Guazacapán, Guanagazapa y Taxisco), buscando
un clima más favorable.
Cambios Económicos
Los nuevos pueblos indígenas pokomames reaccionaron rápidamente a las exigencias
económicas de los españoles. Un elemento conformador fue sin duda la encomienda, y
las actividades que ésta imponía para el pago del tributo.
En Amatitlán también se habían adquirido telares, dos para tejer `jergas, frazadas y
algodón blanco y de color para naguas', y cuatro tornos de hilar. Asimismo tenían
caballos y yeguas, un hato de puercos cuyo número no se da, 63 cabras y 64 ovejas.
Estos ejemplos demuestran la rápida incorporación de los pueblos pokomames a las
industrias de origen europeo. En los mismos libros de cuentas de todos estos pueblos
aparecen sus ornamentos y utensilios para el culto católico: incensarios, navetas con su
respectiva cuchara, ciriales, cruces de plata, etcétera.
Por otra parte, como se aprecia en las tasaciones, era usual que el encomendero tuviera
una estancia en las cercanías del pueblo y que los indios cuidaran de su ganado. Esto
pudo haber sido el inicio de las labores y haciendas de españoles en los alrededores de
estos pueblos, que llegaron a ser unas 60 en la última parte del siglo XVII.
De acuerdo con datos históricos, el repartimiento de indios se afirmó entre 1563 y 1570,
cuando la Audiencia estuvo en Panamá. Aparentemente el Cabildo de Santiago
generalizó los repartimientos de indios y la Audiencia, al retornar, los limitó a las
labores de trigo o `pan llevar'. Según Fuentes y Guzmán, la confirmación se produjo por
real cédula del 21 de abril de 1574. La responsabilidad de efectuar los repartimientos
siguió a cargo del Cabildo, por medio del alcalde ordinario con funciones de Corregidor
del Valle, quien los realizaba por medio de jueces repartidores. Cuando Martín Carlos
de Mencos ocupó la presidencia, en 1661, los repartimientos pasaron a la Audiencia.
Las labores o estancias propiedad de españoles, así como las haciendas de ganado y de
azúcar, fueron un factor importante que afectó a los pueblos indígenas cercanos a la
ciudad de Guatemala, especialmente los que se hallaban al suroriente (Las Mesas,
Petapa, Amatitlán), donde estaban los más importantes trapiches e ingenios. A pesar de
existir prohibición expresa, la evidencia documental muestra que los indios de
repartimiento para labores de trigo se usaron en esas haciendas, por lo cual la autoridad
tuvo que insistir en la prohibición. En ese sentido, se estableció paulatinamente una
clara diferenciación entre los pueblos pokomames más cercanos a Santiago, que
sufrieron mayor influencia de las labores y haciendas, y aquellos más alejados, que
pudieron llevar una vida menos cargada de exigencias laborales.
Estas rutas afectaron los poblados de varias maneras: existencia de mesones, atención
de los viajeros y sus bestias, inmigración ladina, estadía de comerciantes. Además tales
rutas generaron en cada pueblo algunos negocios para la atención de los pasajeros, que
no era raro que fueran atendidos por población no indígena. Podría no ser una simple
casualidad que en ambas rutas se encontraran pueblos de lengua nahuat (Santa Inés
Petapa en el primero, y el valle intermedio del Motagua en el segundo), que quizás
establecieron los españoles para facilitar el comercio. De cualquier manera, las
mencionadas rutas facilitaron la presencia de españoles en la región, que con el tiempo
produjeron propiedades agrícolas de éstos, es decir, reforzaron o aumentaron la
`ladinización' y el mestizaje.
Demografía
Las primeras tasaciones de tributarios de la región pokomam que permiten hacer
algunas inferencias demográficas, corresponden aproximadamente a la década de 1560.
Una fuente es la `Cuenta de vecinos naturales y tributarios' de San Miguel Petapa, que
hace un conteo de matrimonios (tanto de tributarios como de exonerados o
teupantecas), y de los hijos y los ancianos que ya no tributaban. En dicha tasación
aparece un total de 746 habitantes distribuidos en 211 matrimonios de tributarios, 11 de
exonerados y 5 de ancianos. Había 256 hijos dependientes, 16 menores huérfanos, 2
hombres `para casarse', 2 viudas y 4 viejos lisiados. El promedio de habitantes por casa
era de 4.21 y la relación de habitantes por tributario era de 3.4. Como es el único caso
de una cuenta tan detallada y confiable de matrimonios con sus hijos, a los otros
pueblos se aplicará la cercana relación de 3.5 habitantes por tributario.
Las siguientes cifras de tributarios corresponden a casi un siglo después (1664), en que
se tiene un recuento de los pueblos a cargo de los dominicos. En la parte izquierda del
Cuadro 79 aparecen las cifras de tributarios de los cinco pueblos de idioma pokomam
en ese padrón, y la cifra de habitantes, siempre resultado de multiplicar los tributarios
por 3.5. Los siguientes datos son de 1678. Al extraer la información de tributarios de los
mismos cinco pueblos y convertirlos en habitantes aplicando el mismo multiplicador
(3.5) se obtienen los resultados que se ven a la derecha del Cuadro 79. El aumento es
exagerado, salvo para Santa Catarina Pinula; resultaría que en apenas 14 años la
población habría pasado de 2,106 tributarios y 7,370 habitantes, a 3,078 tributarios y
10,771 habitantes, lo que hace pensar que las cifras de los cuatro primeros pueblos
pudieran corresponder a una época anterior o bien que se les hubiera tasado por debajo
de la realidad. En cambio, sí resulta creíble el crecimiento desde la década de 1560,
cuando estos cinco pueblos sumaban 2,772 habitantes, y que en 1678 tuvieran 10,771,
lo que daría una tasa anual de crecimiento de 1.16%, aceptable para aquella época.
Si se supone que el crecimiento continuó a un ritmo más o menos igual hasta 1700,
resultaría que la población de estos cinco pueblos alcanzó ese año alrededor de 12,000
indígenas. Dicha evolución se resume en la Ilustración 152.
Para llenar los principales cargos de la jerarquía civil (en la que hay que incluir también
al gobernador indio) y religiosa, los españoles recurrieron a los descendientes de las
antiguas familias gobernantes, o al menos de la nobleza, llamados usualmente calpules
o cabeza de calpul. Los encargados de escogerlos eran los corregidores o alcaldes
mayores en el caso de los puestos seculares, y el párroco en cuanto a los cargos
religiosos. De esa manera, los españoles aprovecharon el prestigio de estos indios y
trataron de convertirlos en intermediarios entre las autoridades españolas y el sistema de
gobierno local. En el apartado siguiente se hace referencia a un caso bastante bien
documentado, el de la familia Guzmán, de Petapa, que se decía descendiente del rey
pokomam de esa región. Además, igual que en otras partes, en los pueblos pokomames
se establecieron cofradías casi desde el principio de la Colonia, a fin de organizar y
canalizar el culto católico a determinadas imágenes, como el santo patrono del pueblo,
Cristo, la Virgen, etcétera. Si bien nunca perdieron ese carácter, no hay duda que pronto
los indígenas incorporaron en las cofradías otras funciones, ya no exclusivamente
religiosas, sino de apoyo comunal y de afirmación de la identidad cultural.
En la cuenta y tasación de San Miguel Petapa de 1562, se aprecia con toda claridad la
política aplicada sin contemplación por el Juez Administrador, Francisco del Valle
Marroquín: todos los matrimonios, por jóvenes que fueran, debían tener casa aparte y
`milpa' propia. Todos debían acatar la orden, y a quienes no la habían cumplido desde la
tasación anterior (de 1560) se les castigó con azotes.
Tal fue la política oficial española, pero ello no quiere decir que siempre tuvieron éxito,
ya que hoy todavía existen variantes de familia extendida en algunas partes de
Guatemala. Eso hace suponer que el logro de esta política varió de una zona a otra. En
el caso de la región pokomam, hay indicios de que tuvo un éxito relativo, predominando
notoriamente la familia nuclear. Por otra parte, la documentación muestra que el sistema
de otorgar las parcelas de cultivo en los pueblos pokomames se basó en la familia
nuclear, sin dar participación a los calpules o parcialidades, de los que no queda traza
documental, lo que hace suponer que en esta región desaparecieron relativamente
pronto.
En algún momento del siglo XVI adoptaron el apellido Guzmán. Ya entonces denotaban
un mayor grado de transculturación que el resto de los indios del pueblo, así como una
riqueza relativa. Pronto emparentaron con indios `mexicanos' procedentes de
Almolonga o Ciudad Vieja, y posteriormente con mestizos y españoles. Sin embargo,
siguieron siendo escogidos como gobernadores y considerados como caciques, a pesar
de las disposiciones en contrario de la legislación.
De acuerdo con la llamada `Probanza de don Pablo de Guzmán', hecha en 1670 pero
con traslados notariales de documentos anteriores, la Audiencia eximió a los caciques
de Petapa del pago del tributo. Asimismo, ordenó que los indios del poblado debían
construir la casa de dichos caciques, sembrarles su milpa y darles gente de servicio para
trabajos tales como proveerles de agua, leña, etcétera, en compensación porque los
macehuales ya no les tributaban por tener que cumplir con la Corona.
La familia Guzmán continuó acaparando el cargo de gobernador hasta finales del siglo
XVII. El último fue don Pascual de Guzmán, que lo era cuando la Audiencia suprimió
el cargo por considerar que sólo debía existir en los pueblos situados a más de ocho
leguas de Santiago de Guatemala. Sin embargo, poco duró la supresión, ya que en 1704
se restituyó el cargo y el nombramiento volvió a recaer en don Pascual, aun cuando
parece que fue por poco tiempo. En la Ilustración 153 se resume la descendencia del rey
Casbalam hasta principios del siglo XVIII.
Conclusiones
Las regiones central y oriental de los pokomames de Guatemala fueron las que sufrieron
más amplios cambios desde la Conquista hasta 1700. En el caso de la región más
inmediata a la capital, esta misma cercanía y la existencia allí de labores y haciendas
propiedad de españoles fueron factores determinantes. No sólo se condicionó la
producción interna de los pueblos para el abasto de Santiago de Guatemala, sino que las
labores y haciendas propiedad de españoles fueron importantes centros de mestizaje,
sobre todo las de azúcar, que se establecieron desde el siglo XVI, y en las que pronto se
asentó población negra (esclava y libre) y española. Otros factores fueron los caminos
reales hacia el oriente del Reino y hacia el Atlántico en el Valle del Motagua. Estos
caminos, con todo su trajín, promovieron poco a poco la presencia de población no
indígena en sus cercanías. Un factor más fue el vacío demográfico que produjo tanto el
proceso de reducción a pueblos como la disminución de la población indígena.
En resumen, una región que en 1520 era exclusivamente pokomam, en 1700 se había
convertido en multiétnica con la presencia, además de la población original, de
españoles, xincas (incluyendo aquí el idioma llamado `alagüilac') chortíes y también
uno o más grupos de origen mexicano. Es decir que en esos 180 años se produjeron
profundos cambios lingüísticos, que limitaron la región pokomam a unos pocos
poblados, en los que gran parte de la población indígena (especialmente la masculina),
era ya bilingüe pokomamcastellano. Además se produjo un intenso mestizaje,
especialmente en las haciendas y sus alrededores. La presencia de todos estos elementos
se dio desde muy temprano, es decir, un poco después de la reducción, con el
establecimiento de un pueblo de esclavos liberados, llamado Santa Inés Petapa, como
también por los asentamientos de origen mexicano.
Los Tzutujiles
Encomienda y tributo
Cuando los dominicos salieron en misión para convertir a los indígenas de Sacapulas,
Rabinal y Verapaz, varios principales (incluyendo a don Juan) y sus criados,
acompañaron a los frailes en la pacificación y conversión de los habitantes de aquella
región. En 1540, don Juan fue premiado por la Corona por esa participación. Tales
reconocimientos explican por qué algunos caciques y principales estaban dispuestos a
convertirse y a participar en campañas de conversión de otros indígenas. Después de
adoptar el catolicismo, los señores lograban la protección de los religiosos y retenían
algunos de los privilegios que habían disfrutado en la época prehispánica.
La congregación o reducción
La mayor parte de las otras congregaciones o reducciones realizadas alrededor del Lago
de Atitlán concentraron grupos dispersos de indígenas en sitios que en tiempos
prehispánicos habían sido parcialidades (amak). El efecto total de esta política fue hacer
más compacto el modelo poblacional del Altiplano.
Las congregaciones en la región de las Tierras Bajas de los tzutujiles las realizaron los
frailes Gonzalo Méndez y Diego Ordóñez, también franciscanos, a partir de 1544. A
causa del terreno difícil, estos pueblos no se trazaban con tanta regularidad como
Atitlán, y por la falta de buenos caminos se encontraban aislados. La política de
congregación o reducción no cambió en ese momento los límites del reino tzutujil
prehispánico, porque los españoles tendían a respetar las entidades políticas previas;
pero sí implicó el abandono de la antigua capital y el establecimiento de algunos nuevos
poblados.
El tributo no fue tasado y cobrado regularmente de acuerdo con una cuota fija sino hasta
que Alonso López de Cerrato asumió el control del gobierno en 1546. Después de 1550,
los funcionarios de la Corona prepararon tasaciones (listas) de tributarios, lo que
transformó la jurisdicción de los encomenderos sobre los indígenas. En 1549, Sancho de
Barahona, hijo menor del conquistador, heredó la mitad de la encomienda de Atitlán
perteneciente a su padre. En aquel tiempo, Atitlán era una de las encomiendas más ricas
gracias al control que ejercía sobre las plantaciones de cacao. Los indígenas pagaban el
tributo con artículos producidos localmente y el mismo se cobraba dos veces al año.
Atitlán pagaba entonces 1,200 xiquipiles y nueve zontles de cacao al año. En 1554
pagaba 400 pavos y 400 pollos, pero sólo 600 xiquipiles de cacao. En el período inicial,
los funcionarios indígenas del Cabildo tuvieron cierta independencia de las autoridades
españolas pero, a partir de 1561, fueron restringidos cada vez más por la Corona. Hasta
ese momento, el sistema de gobierno municipal permitió a los nobles de Atitlán
continuar gobernando a su pueblo, con un mínimo de interferencia española. Sin
embargo, estaban subordinados al corregidor local, que confirmaba todas las elecciones,
así como a la Corona y al encomendero, a quienes pagaban tributo.
En 1564, los tzutujiles solicitaron una nueva tasación al sucesor de Landecho, Francisco
Briceño. Se realizó, pero de nuevo se aumentó todavía más el tributo. Además, debían
pagar 35 cargas de cacao, que en dinero representaban 750 pesos, más otros 250
adicionales. Barahona percibía una cantidad semejante y posiblemente mayor, ya que,
según Juan de Pineda (1594), algunos encomenderos cobraban más de lo que obtenía la
Corona. De 1585 a 1588, ésta percibió de su mitad de Atitlán entre 1,200 y 1,700 pesos;
de 1589 a 1599 esta suma se incrementó de 2,200 a 2,800.
Buena parte de este tributo provenía del cacao de la Costa. Diego de Garcés, Alcalde
Mayor de Zapotitlán, decía que en la década de 1570 las dependencias costeñas de
Atitlán eran ricas en cacao. García de Valverde asumió la presidencia de la Audiencia
en 1578. En un informe fechado en 1584, describía dos clases de tributos pagados por
los indígenas. El primero consistía en dos tostones, que se requerían de todos los
tributarios. El segundo era una tasación sobre las plantaciones de cacao, basada en el
tamaño y productividad de éstas. Ambos tributos eran pagados por los tzutujiles, dueños
de las tierras cacaoteras. En 1592, se agregó el servicio del tostón para pagar la flota
española (ver Cuadros 80, 81 y 82).
Atitlán y sus dependencias fueron tasados de nuevo en 1599 cuando era Presidente de la
Audiencia Alonso Criado de Castilla. La tasación la llevó a cabo el Alcalde Mayor de
Zapotitlán, Carlos Vázquez de Coronado. Para entonces, los tzutujiles pagaban tributo
principalmente en forma de cacao y aves (gallinas).
La costumbre prehispánica para escoger a los funcionarios continuó durante casi todo el
siglo XVI. Algunos de los primeros datos acerca del gobierno local y la elección de
funcionarios en Atitlán se refieren a quejas de los señores de la parcialidad tzutujil (que,
a pesar de su título, eran subordinados) en contra del gobernador (ajtz iquinajay), don
Pedro Cabinjay. En las parcialidades anteriores, la sucesión había pasado de padre a hijo
desde tiempos prehispánicos.
Como don Bernabé era demasiado joven para ocupar el puesto que le correspondía, los
miembros de la parcialidad de los tzutujiles se opusieron a la sucesión e intentaron
aumentar su poder en el pueblo. Las autoridades españolas llamaron varios testigos a
declarar con respecto a la sucesión y éstos validaron a Cabinjay como Regente y
Gobernador.
Sin embargo, la parcialidad de los tzutujiles algo obtuvo de aquella actitud desafiante.
Las autoridades españolas determinaron que en el Cabildo de Atitlán debía haber dos
alcaldes, uno para cada parcialidad. Además, el Presidente Landecho ordenó en 1563
que, en cada elección, una mitad de los funcionarios provendría de la parcialidad tzutujil
y la otra de la parcialidad ajtz iquinajay.
Según el Testamento Ajpopolajay, don Francisco de Rivera, miembro del ajtz iquinajay,
fue Gobernador de Atitlán. Debe haber sido el sucesor de don Pedro Cabinjay, al morir
éste en 1565. Rivera fue uno de los signatarios de la Relación Tzutujil, escrita en 1571,
de manera que era probablemente el Gobernador en aquel entonces. No fue sino hasta
1583 que Francisco Vázquez, miembro de la parcialidad tzutujil, finalmente llegó a ser
Gobernador.
Durante casi todo el siglo XVI la cabecera de Atitlán mantuvo el dominio social y
político sobre sus `sujetos', entre los cuales se incluían San Bartolomé, San Francisco,
Santa Bárbara y San Andrés, en la Costa; San Pedro, San Pablo, Santa María de Jesús
(Visitación), San Marcos, Santa Cruz y San Lucas Tolimán, alrededor del lago. San
Antonio Suchitepéquez quedó separado del dominio de Atitlán y se convirtió en la sede
de la Alcaldía Mayor de Zapotitlán. También se perdió Nagualapa.
En los últimos 50 años del siglo XVI, los `sujetos' trataron de conseguir alguna
independencia política de la cabecera. Mientras estaban incluidos en la tasación
tributaria como parte de Atitlán, eran considerados políticamente dependientes de la
cabecera y parte integral de la misma. La clave de una independencia mayor era la
formación de un Cabildo.
Para 1585, los `sujetos' de la Costa tenían ya sus propios Cabildos y algunos `sujetos' de
Tierra Alta probablemente fueron fundados alrededor del mismo tiempo. En 1575 se
establecieron oficialmente San Pedro y San Pablo como pueblos separados. Después de
independizarse un poblado sujeto, se le contaba en forma separada de la cabecera para
los efectos del pago del tributo. A pesar de su independencia política, los pueblos de
habla tzutujil mantuvieron sus lazos lingüísticos y culturales con Atitlán. Sin embargo,
la obtención de cierta independencia local, así como la fundación de pueblos,
significaron una separación de hecho, social y política, que más tarde se convirtió en la
base del sistema de gobierno por municipios del siglo XIX.
A los indígenas también se les obligaba a ocuparse de los viajeros que pasaban por sus
pueblos. Cuando Fray Alonso Ponce y su grupo pasaron por la Costa y el Altiplano, los
tzutujiles y otros indígenas que vivían en el área les dieron obsequios de comida.
También les proporcionaron animales y guías.
En ciertas ocasiones, los funcionarios españoles pedían comida, forraje para sus
animales, mano de obra para construir sus casas y sirvientes domésticos. Algunos de
ellos maltrataban abiertamente a los indígenas. Los comerciantes eran particularmente
culpables de tal conducta. El pueblo más importante en el comercio del cacao durante el
siglo XVI fue San Antonio Suchitepéquez, pues la mayor parte de los mercaderes
españoles que realizaban sus negocios con México vivían allí, y usaban métodos
variados para obtener cacao de los indígenas de la Costa, al menor precio posible.
A los tzutujiles de los alrededores del lago les iba un poco mejor, puesto que el área del
Altiplano occidental se encontraba un poco más alejada de los grandes núcleos de
población española. Por consiguiente, evitaban la continua demanda de mano de obra,
así como las depredaciones que sufrían los pueblos indígenas localizados más cerca de
los grandes centros de españoles, que debían trabajar en labores de trigo, obrajes de añil
y haciendas de azúcar.
El crecimiento de la Iglesia
En 1570, Fray Gonzalo Méndez llegó a ser Guardián de Atitlán. Méndez reunió
catecismos, diccionarios y explicaciones de la doctrina cristiana en lengua tzutujil y
comenzó la construcción de una iglesia permanente en Atitlán. Los indígenas la
construyeron sin que el encomendero aportara dinero alguno al esfuerzoaunque, según
la legislación, ésta era una de sus obligaciones.
En 1585, la Iglesia estaba bien establecida en la región tzutujil. Por ejemplo, los
religiosos franciscanos de Atitlán celebraban la misa, predicaban el evangelio a los
naturales en su propia lengua, llevaban a cabo matrimonios y bautizos y administraban
otros sacramentos. Los indígenas servían cargos diversos en la parroquia y
proporcionaban músicos y cantores.
El servicio en las variadas funciones de la Iglesia ofrecía un medio de ganar prestigio y
posición en la sociedad posterior a la Conquista. Aunque estos puestos eran ocupados
ordinariamente por miembros de los estratos altos del sector indígena, algunos plebeyos
lograron acceso a estas vías de mejora. Los hombres que ocupaban estos cargos
frecuentemente estaban exentos de pagar tributo, y ello hacía atractivas tales categorías.
A principios del siglo XVII había disminuido el trauma de la Conquista y los rigores
inherentes al establecimiento de la nueva estructura gubernamental, cultural y
eclesiástica. Durante este período se fusionaron y ajustaron los patrones de vida tzutujil
y español, para producir el estilo de vida colonial que surge en forma tan prominente en
los documentos de la época.
Encomienda y tributo
El desinterés de los españoles y la pobreza que afectaron a Atitlán durante el siglo XVII
fueron resultado del virtual abandono del cultivo de cacao en el área de las Tierras
Bajas. En 1629, después de la muerte de Núñez de Barahona, la familia de Sancho
Barahona ya no siguió obteniendo ingresos del área, y el último encomendero fue el
Conde de Oropesa, que retuvo tal derecho hasta 1707.
En 1609, Alonso de Vides, entonces Corregidor de Atitlán, auxiliado por Fray Juan
Sánchez, tasó a los pueblos tzutujiles. Dicha tasación constituye la primera lista que
proporciona todos los nombres de los tributarios de Atitlán, con sus cabezas de calpul o
linaje y los `sujetos' del Altiplano. Esta es la tasación que declaraba que Núñez de
Barahona obtenía un tributo anual de 2,867 tostones y la Corona probablemente recibía
una cantidad semejante. En comparación con muchas otras encomiendas en decadencia,
el Corregimiento de Atitlán seguía produciendo una suma considerable de ingresos,
gracias a sus estancias de cacao en la Bocacosta.
Varios autores del siglo XVII comentaron sobre la producción de cacao en la Costa.
Francisco Vázquez notó que las tierras de Samayac estaban sembradas de cacao y que
los indígenas trabajaban más en ellas que en sus campos de maíz. Para sus necesidades
obtenían maíz del Altiplano. Sin embargo, durante esta época la baja de la población
debe haber dejado vacantes y descuidadas muchas tierras cacaoteras.
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, que escribió por el mismo tiempo, indicó que
los indígenas de la Costa seguían todavía cultivando cacao. Si se perdía la cosecha
sufrían de hambre, pero si era buena gastaban generosamente. Ello demuestra que, a
fines de siglo, no se había encontrado en esa región un buen sustituto del monocultivo
del cacao, pese a que esta industria obviamente iba en decadencia.
El gobierno municipal
El mayor cambio administrativo del siglo XVII que afectó a los tzutujiles fue la
formación en 1689 de la Alcaldía Mayor de Sololá. Las dependencias de la Costa
permanecieron como parte de la Alcaldía Mayor de Zapotitlán. Esta estructura
reconoció el creciente distanciamiento entre el Altiplano y las Tierras Bajas. A
principios del siglo XVII, la mayor parte de los `sujetos' tzutujiles del Altiplano y la
Costa tenían sus propios Cabildos y la tasación del tributo se hacía en forma separada
respecto de Atitlán. La influencia tzutujil decayó más en la Costa que en el Altiplano,
porque este último está básicamente habitado por indígenas (aún en los tiempos
modernos), mientras que las Tierras Bajas se volvieron cada vez más ladinas.
San Juan La Laguna fue fundado oficialmente entre 1618 (fecha en que no se le
mencionaba en forma separada en ninguna tasación), y 1623, en que se le incluyó como
`el pueblo nuevo de San Juan'. Parte de la razón para esta fundación oficial fue el
creciente temor que infundían las incursiones de los quichés en territorio tzutujil, desde
el noroccidente del lago. Probablemente se trasladaron más personas al pueblo nuevo
para ayudar a mantener sus límites. En 1641, los indígenas de San Juan reclamaron
tierras ocupadas por los vecinos quichés de Santa Clara. Finalmente, la Corona otorgó
tierras a cada pueblo de acuerdo a las extensiones que realmente poseían.
Por razones parecidas, Santa María Visitación fue fundada alrededor de 1583 por los
tzutujiles de Atitlán. Éstos lograron así evitar un movimiento ulterior de los quichés
hacia el lado occidental del lago. Sin embargo, los tzutujiles nunca recuperaron de
manos de los cakchiqueles algunas de sus posesiones prehispánicas como Tzololá,
Ajachel, Palopó y Coón, en el nororiente y en el oriente de la zona. Buena parte de la
documentación sobre los tzutujiles trata de disputas de límites y tierras.
En 1630 viajó a Guatemala Bernabé Cobo, naturalista español que se hizo jesuita en el
Perú. Éste escribió una carta a un amigo en la que decía haber estado en Atitlán donde
había conocido al cacique, nieto de quien había sido gobernador de Atitlán en tiempos
de la Conquista. El cacique que conoció en 1630 debe haber sido don Bernabé, por
entonces seguramente muy anciano.
Durante el siglo XVI, muchos de los nobles, tanto de la parcialidad ajtz iquinajay como
de la tzutujil, utilizaron el título de `don'. Eran descendientes directos de los señores
prehispánicos más importantes. A finales del siglo XVI se fue haciendo cada vez más
difícil para los nobles el mantener su posición social; conservaban sus tierras
tradicionales, pero cada vez se beneficiaban menos de su producto. Los nobles se
empobrecieron y en muchos casos apenas se les podía distinguir del resto de la
población.
En 1609, sólo nueve de 20 jefes de calpul de Atitlán usaban todavía el título de `don'.
Fray Francisco Vázquez dice que en tiempos primitivos había 18 calpules
(probablemente se refería a cabezas o jefes de linaje), y el mismo número existía en
1609 (aparecían en lista dos calpules para un grupo). Por lo tanto, continuaron su mando
hasta ese tiempo.
A finales del siglo XVI, por insuficiente número de religiosos, las regiones rurales eran
básicamente paganas. El hecho de que las órdenes religiosas españolas enseñaran una
forma primitiva de catolicismo a los indígenas del Nuevo Mundo facilitó la
continuación del paganismo detrás de una fachada de cristianismo. Muchos objetos y
elementos de la práctica religiosa católica como la cruz, el altar, el bautismo, la
confesión, el incienso, el ayuno, el celibato, las peregrinaciones y las representaciones
visuales del sacrificio tenían paralelos en la religión prehispánica.
Durante el siglo XVII, esa institución y el Cabildo surgieron como instrumentos para
orientar el proceso de confrontación en curso y para el ajuste entre las culturas aborigen
y española. Los indígenas mostraron gran entusiasmo por las cofradías y éstas
proliferaron rápidamente en toda Guatemala. Se fundaron muchas por los indígenas a
partir de 1550, cuando ya existían más religiosos y se había completado la congregación
o reducción, pero no se sabe cuándo se establecieron las primeras asociaciones
religiosas en la región tzutujil. La primera referencia documentada menciona la
fundación, el 17 de enero de 1613, de la cofradía Concepción en San Pedro. La de San
Nicolás se remonta por lo menos a 1631 en Atitlán, según una inscripción en un cáliz de
la iglesia.
La cofradía pronto llegó a ser el foco de la vida indígena. Permitía el continuismo del
pasado aborigen, así como la asimilación de algunas creencias básicas de la fe católica
española. Los clérigos se quejaban a menudo de las prolongadas celebraciones de los
cofrades, llamadas zarabandas, en las cuales los indígenas se entregaban durante varios
días a borracheras y dejaban de trabajar.
El 20 de marzo de 1637 la Audiencia emitió una orden para suprimir las cofradías
ilegales, con el fin de reducir así su número y el daño que causaban en la vida de los
indios. Las autoridades estaban preocupadas sobre todo por las borracheras y fiestas
durante sus actividades. También hicieron notar que tales fiestas y bailes permitían a los
indígenas recordar tiempos antiguos y practicar la idolatría con las imágenes de los
santos. A fines del siglo XVII había 10 cofradías en Atitlán, dos en San Lucas Tolimán,
11 en la Doctrina de San Pedro La Laguna, siete en la Doctrina de San Bartolomé de la
Costa y 12 en la cercana Doctrina de San Francisco. Se trataba de una gran cantidad si
se toma en cuenta los pocos habitantes que había en algunos de estos pueblos.
Conclusión
El efecto más significativo de la Conquista para los indígenas fue la pérdida de su
independencia política y su incorporación en el sistema de la encomienda. Se sabe que
ellos también pagaban tributo en los tiempos prehispánicos, pero fue más pesada la
carga después de la Conquista. La encomienda de Atitlán fue explotada por unos pocos
conquistadores y sus descendientes. Los señores tzutujiles conservaron sus tierras y
quienes las retuvieron continuaron con la responsabilidad de cultivar el valioso cacao.
Algunos nobles, como don Juan de Atitlán, adoptaron costumbres españolas en un
esfuerzo por mantener su posición y privilegios, y estaban exentos de pagar tributos. La
diferencia social básica, tanto después de la Conquista como en los tiempos
prehispánicos, estaba entre los naturales que pagaban tributo y los que no lo pagaban.
Los tzutujiles del Altiplano estuvieron más alejados y de alguna forma más protegidos
de la depredación española que los indígenas de la Costa, donde murieron muchos por
abusos. La población disminuyó rápidamente y a la larga la región de las Tierras Bajas
se volvió más española. Todo ello empezó a afectar la producción de cacao, la cual se
mantuvo bastante elevada durante el siglo XVII, pero surgieron las fuerzas que al final
llevaron a la destrucción, en el siglo XVIII, de la fuente principal de riqueza de los
tzutujiles.
Si bien persistieron muchas de las creencias aborígenes, los nativos ocuparon también
cargos menores en el culto católico. Tales puestos ofrecían un medio para progresar y
quedar exentos del tributo. Las cofradías se establecieron en los pueblos tzutujiles para
ayudar a la conversión de los indígenas, y llegaron a ser una institución que
efectivamente mezcló las creencias prehispánicas con el catolicismo. Junto con el
Cabildo, se volvió la fuerza dominante de la vida indígena en el siglo XVII.
A fines de ese siglo, los tzutujiles habían logrado una reorganización completa de su
sociedad y su cultura, como respuesta a la imposición de las instituciones y el control
español. Esta situación se logró a pesar del tributo, el fuerte descenso demográfico, de la
conducta de funcionarios, sacerdotes y comerciantes españoles inescrupulosos, y de los
ataques a sus creencias religiosas. No obstante todo esto, los tzutujiles pudieron
mantener su identidad cultural hasta los tiempos modernos.
W. GEORGE LOVELL
Es difícil imaginar un pedazo de tierra más bello e inspirador, pero a la vez más triste,
que la Sierra de los Cuchumatanes. El poeta Juan Diéguez, que escribió en el siglo XIX,
inmortalizó el esplendor del paisaje que el visitante puede contemplar mientras lee sus
versos en El Mirador, unos 13 kilómetros al norte de Chiantla, justo antes de que la
Ruta Nacional 9 llegue hasta el páramo de la capellanía azotado por el viento. Adrián
Recinos, erudito talentoso y versátil, publicó a principios de este siglo una monografía
sobre parte de esta región. En ella enmarcó la historia y geografía de uno de los dos
departamentos de los Cuchumatanes en su contexto regional, y proporcionó de esta
manera un modelo útil para esfuerzos posteriores. De hecho, se puede decir que los
estudios regionales modernos en Guatemala comenzaron en 1913, cuando apareció por
primera vez la Monografía sobre el Departamento de Huehuetenango de Recinos, cuya
segunda edición es de 1954.
Recinos habla del `amor y entusiasmo' que lo movió a escribir sobre Huehuetenango,
pero si su estudio está lleno de ardor juvenil, también está teñido de tristeza y
pesimismo. En ninguna otra parte es esto más notorio que cuando describe lo que
sucedió en San Juan Ixcoy en la noche del 17 de julio de 1898, cuando los indígenas se
sublevaron contra la explotación de los ladinos y luego sufrieron desastrosas
consecuencias por sus acciones. Recinos advirtió sobre un hecho histórico con el cual
pocos guatemaltecos han podido reconciliarse, a saber:
El nombre Cuchumatán significa `aquello que fue reunido por una fuerza mayor', y se
deriva de la combinación de dos palabras mames: cuchuj (`reunir') y matán (`por la
fuerza'). Otra posible derivación puede ser de la palabra náhuatl kochmatlán, que
significa `donde abundan los cazadores de loros'. La derivación mam, por ser maya, es
posiblemente anterior a la náhuatl en este contexto local. Sin tomar en cuenta su origen,
el nombre Cuchumatán parece ser bastante antiguo, y si bien se asocia con mucha
frecuencia a las comunidades mames de Todos Santos y San Martín, que se encuentran
en el corazón de las montañas, la designación se refiere, en general, a todo el Altiplano
noroeste guatemalteco.
Durante los dos primeros siglos del dominio español en Guatemala, la Sierra de los
Cuchumatanes formó parte de la unidad administrativa conocida como el Corregimiento
de Totonicapán y Huehuetenango. Esta extensa unidad incluía todo el actual
Departamento de Totonicapán, lo que ahora es la mayor parte de Huehuetenango, la
mitad norte de Quiché y una pequeña parte de Quetzaltenango, además de Motozintla,
área del estado mexicano de Chiapas. A finales del siglo XVII, en 1672 y 1673,
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán sirvió como Corregidor de Totonicapán y
Huehuetenango. Este cargo le permitió conocer personalmente la región, por lo que los
capítulos de su libro Recordación Florida que tratan acerca de la región de los
Cuchumatanes son maravillosamente ricos. Son también, en general, más confiables que
otros capítulos sobre asuntos que el cronista no conoció de primera mano. Fuentes y
Guzmán incluyó un mapa de la región en su Recordación Florida (Ilustración 158). Si
se observa dicho mapa se puede comprobar que el tercio sur correspondía a
Totonicapán, y los restantes dos tercios en el norte eran lo que entonces se conocía
como Huehuetenango, un extenso territorio atravesado por la Sierra de los
Cuchumatanes desde Motozintla (San Francisco Motozintla) en el oeste hasta Uzpantlán
(Uspantán) al este, y desde Sacapulas al sur hasta Ystatlán (San Mateo Ixtatán) al norte.
Conquista y Resistencia
Así como los quichés de Gumarcaaj encontraron resistencia al tratar de incorporar a los
pueblos de los Cuchumatanes en una relación de conquista, así también la encontró la
España imperial. Talvez el mito más constante en la historia de Guatemala fue que la
conquista española se consumó, así como el consiguiente dominio de los invasores,
después de la derrota de los quichés por las fuerzas al mando de Pedro de Alvarado. Tal
interpretación simplista no toma en cuenta para nada que otros pueblos, además del
quiché, tuvieron que ser conquistados. También pasa por alto que la mayoría de las
campañas, aun las que culminaron con éxito, inevitablemente encontraron reveses. La
subyugación del Altiplano por los españoles fue una tarea ardua y prolongada, por la
fragmentación política que había ocurrido durante el medio siglo anterior a la incursión
de Alvarado. Éste se vio ante una situación en que, a diferencia de Hernán Cortés en
México, no encontró un solo grupo dominante al cual era necesario vencer; antes bien,
había que dominar muchos grupos pequeños y tenaces. Algunos de ellos ocupaban
lugares fortificados, construidos en terrenos aislados y montañosos. El triunfo sobre los
quichés de Gumarcaaj no produjo una situación indiscutible de dominación por los
vencedores, como sucedió en otras partes. Éste fue ciertamente el caso en la Sierra de
los Cuchumatanes, donde los españoles no sólo encontraron resistencia sino, cuando
menos en una ocasión, fueron expulsados.
Entre 1525 y 1530 los españoles llevaron a cabo tres campañas de conquista en la Sierra
de los Cuchumatanes, dirigidas principalmente contra la capital mam de
Huehuetenango, los sitios ixiles de Nebaj y Chajul, y el sitio quiché de Uspantán. Sólo
estas tres `entradas' provocaron no menos de ocho grandes batallas, y en el primer
enfrentamiento, en 1529, entre españoles y uspantecos, fueron derrotados los primeros.
Sólo después de una sostenida lucha aceptaron los indígenas de los Cuchumatanes la
dominación española. El combate más dramático se llevó a cabo en las cercanías de la
actual ciudad de Huehuetenango, en lo que era Zaculeu, la capital mam. La caída de
Zaculeu, en octubre de 1525, implicó que se considerara que el dominio español ya
había prevalecido en la mitad oeste de la Sierra de los Cuchumatanes. Sin embargo,
quedaron sin conquistar dos regiones orientales, la de los ixiles y la de los uspantecos,
así como también una extensa zona fronteriza en el norte lejano, donde vivían los
lacandones que hablaban la lengua chol. Durante varios años, después de conquistados
los mames, estas áreas se consideraron demasiado remotas, y sus habitantes poco
importantes como para justificar una seria atención de parte de los españoles. El
hostigamiento de los uspantecos contra las fuerzas españolas y la negativa de los
lacandones a someterse al orden impuesto por los conquistadores finalmente condujeron
a la organización de `entradas' también en estas otras regiones.
Un grupo maya, los lacandones, resistió la conquista durante los siglos XVI y XVII. Su
resistencia produjo todo tipo de problemas, tanto a otros pueblos indígenas como a los
mismos españoles. Aunque los lacandones no pueden considerarse un pueblo de los
Cuchumatanes en sentido estricto, ellos hicieron sentir su presencia en toda la región,
principalmente cuando atacaban establecimientos donde los indígenas habían decidido
adaptarse a la dominación española de manera menos conflictiva. Estas incursiones
lacandonas perturbaban la paz, destruían propiedades y segaban vidas. En Santa Eulalia,
por ejemplo, el primer intento de crear un poblado de tipo español tuvo que
suspenderse, pues el sitio escogido originalmente para su construcción, Paiconop, no
podía defenderse contra el ataque lacandón. Por lo tanto, su asentamiento se concentró
en el sitio más defendible, el que la población ocupa actualmente, pero hasta después de
haber levantado una iglesia y otras estructuras en Paiconop. A fines del siglo XVII,
Fuentes y Guzmán advirtió que quien viajara entre Santa Eulalia y San Mateo Ixtatán lo
hacía con `manifiesto riesgo de las asechanzas y emboscadas del Lacandón, que como
dijimos se derraman en tropillas por los montes de estos caminos al robo de los indios
pasajeros'. En respuesta a esta situación se establecieron dos fuerzas encargadas de
mantener la paz, una en San Mateo y otra en Santa Eulalia, ambas para proteger la
frontera cuchumatán al oeste del Río Ixcán. Todavía en 1712 se ordenó, en un intento de
imponer orden, que los lacandones del infortunado lugar de Nuestra Señora de los
Dolores fueran reubicados cerca de San Mateo, en un lugar llamado Asantic.
Los poblados ixiles a todo lo largo de la frontera de los Cuchumatanes hasta al este del
Río Ixcán sufrieron también depredaciones a manos de invasores lacandones. El área
que rodea Ilom era en especial vulnerable, y probablemente ésta fue la razón por la cual
los españoles decidieron abandonar el lugar aun después de que, como en Paiconop, ya
se había edificado una iglesia. A los ixiles de Ilom se les ordenó reubicarse en Chajul y
Santa Eulalia. El primero de estos pueblos recibió el altar, y el segundo las campanas de
la iglesia de Ilom. Chajul mismo fue atacado muchas veces. Estas incursiones
lacandonas en el campo ixil se producían a través del valle Xaclbal. A diferencia de
Ilom, que al final se volvió a poblar, Chajul nunca fue abandonado, pero sus habitantes
tuvieron que vivir en constante alerta, pues no era raro que los atacaran para robarles,
para matarlos o llevarlos prisioneros. Fuentes y Guzmán (Ilustración 158) consideró las
incursiones lo suficiente importantes como para incluir en sus bocetos de Totonicapán y
Huehuetenango, a través del Río Grande y desde Chajul, una zona marcada como
`Tierra del Chol y el Lacandón, Yndios Ynfieles'. En varias ocasiones, sobre todo en
1559, en 1685 y 1695, los españoles organizaron `entradas' contra los lacandones, pero
nunca con resultados duraderos y deseables. Durante estas `entradas', los indígenas de
los Cuchumatanes sirvieron como guías, cargadores y reclutas, así como lo hicieron en
las expediciones de 1712 para reprimir los alzamientos índigenas de los naturales en
Chiapas.
La Experiencia Colonial
Aunque comprometidos en sangrientas guerras desiguales, de las cuales no todas se
desarrollaron conforme a un plan, los españoles empezaron a fijar su atención en la
posibilidad de enriquecimiento que les ofrecía la tierra y los pueblos que habían venido
a conquistar. Pronto descubrieron que la descripción que se refería a un país `grande y
rico' era más imaginaria que real, y que la inversión en otras partes de Centro América
ofrecía mayores perspectivas de ganancia que en la Sierra de los Cuchumatanes. El
comercio de esclavos en Honduras y Nicaragua; las minas de plata en los cerros que
rodean Tegucigalpa; el cultivo del cacao en Soconusco, Guazacapán e Izalco; la
ganadería y la industria del añil en la tierra templada al sur y al este de Santiago de
Guatemala; todas estas actividades parecían más atractivas a la mente materialista de los
españoles, que las limitadas oportunidades empresariales encontradas en la Sierra de los
Cuchumatanes, escabrosa y con tan pocos recursos importantes explotables. A
excepción de proporcionar la mano de obra necesaria para las haciendas de cacao en la
Costa del Pacífico o las fincas de añil en Oriente, la región casi no participaba en los
ciclos de bonanza repentina y de quiebra que tuvieron impactos duraderos y dramáticos
en el resto del Istmo. Ciertamente, los observadores de la época, ya fueran funcionarios
de gobierno o miembros de la Iglesia, sabían de sobra que al norte de Huehuetenango se
extendía una región donde no se podían conseguir fácilmente las metas espirituales ni
las económicas del Imperio. Por ello, Diego de Garcés escribió lo siguiente en 1560:
Del mismo modo como deben afinarse las ideas sobre la naturaleza social de una
comunidad, debe hacerse lo propio respecto de nuestra concepción de las unidades
territoriales de los indígenas y la manera en que ellas se manejaban, tanto unas en
relación con otras, como entre las mismas parcialidades que conformaban un pueblo.
Una vez más, los datos sobre los Cuchumatanes resultan instructivos.
De acuerdo con la legislación colonial, todos los pueblos tenían derecho a una
asignación comunal de tierra conocida como ejido. Los indígenas que trabajaban la
tierra del ejido cerca del centro de un pueblo, regresaban también a trabajar las tierras
más alejadas, desde donde ellos o sus antepasados habían sido trasladados. Martín
Alfonso Tovilla comentó esta práctica al pasar por Sacapulas en 1631, pero ya dos
frailes dominicos, Tomás de Cárdenas y Juan de Torres, habían notado lo mismo más de
70 años antes, cuando se ocupaban de realizar una reducción en la Serranía de
Sacapulas. Regresar a sembrar y cultivar milpas tradicionales no sólo tenía un sentido
ecológico sano y razonable, sino que servía también para amortiguar el impacto de la
aculturación en un lugar nuevo, al mismo tiempo que servía para reafirmar el lazo
espiritual con los antiguos.
Entre las primeras `recompensas' aprobadas se cuentan cuatro títulos de tierra otorgados
a Luis Manuel Pimentel, entre noviembre de 1563 y mayo de 1564. La primera
recompensa se refiere a dos caballerías de tierra situadas cerca de Huehuetenango, que
serían destinadas fundamentalmente al cultivo de trigo. El título costó a Pimentel 500
pesos y contrajo con él dos obligaciones: 1) cultivar la tierra en un plazo de dos años; y
2) abstenerse de vender la tierra hasta pasados cuatro años. La otra recompensa, de dos
caballerías de tierra cerca de Chiantla para la siembra de maíz, fue comprada al mismo
precio y con las mismas condiciones de la anterior. Se otorgaron dos títulos más de
tierra de pasto cerca de Huehuetenango para la crianza de ovejas, ganado, cabras,
caballos y mulas. Los cuatro títulos otorgados a Pimentel declaraban que la tierra en
cuestión se otorgaba `sin perjuicio' para los habitantes indígenas y siempre que lo
otorgado no estuviera en conflicto con los reclamos de terceras personas. Además de
terrenos, Pimentel también adquirió en propiedad un molino de agua en Huehuetenango,
el cual había pertenecido a Juan de Espinar.
Los españoles comprendieron que mientras la región ofrecía poco o ningún potencial
para cosechas comerciales, existían tramos ideales para la crianza de ganado, en
especial ovejas. En ningún otro lado fue esto más evidente que en el páramo entre
Chancol y Páquix, una extensión fría conocida durante la época colonial como los Altos
de Chiantla, descrita por Fuentes y Guzmán (Ilustración 158) como la zona de `sitios y
estancias'. Allá, por primera vez en la historia, la excelente tierra de pastura podía
convertirse en ganancia por la ausencia de animales de pasto en la economía
precolombina. Los Altos de Chiantla, como se comprueba en el Cuadro 84, fueron el
centro de atención de los españoles. Transacciones que involucraron aproximadamente
media docena de compradores prominentes dieron como resultado el establecimiento,
en el siglo XVIII, de haciendas como El Rosario y La Capellanía, pertenecientes a la
familia Moscoso, que en total tenían más de 15,000 ovejas, 800 yeguas, 400 vacas y 300
caballos. Sin embargo, debe acentuarse que los españoles no adquirieron estas tierras
arrebatándolas a los indígenas, como se hizo en otras regiones.
Ciertamente, las comunidades nativas que lindaban con las fincas más grandes sufrieron
usurpaciones, pero en su mayoría los pueblos indígenas conservaron, durante el período
colonial, las tierras reconocidas como suyas. Cuando hubo disputas sobre propiedades,
los contendientes podían ser igualmente facciones indígenas rivales o comunidades
nativas que luchaban contra algún hacendado.
De hecho, las disputas sobre tierras fueron un fenómeno más característico del siglo
XVIII que de los siglos anteriores, ya que fue a finales del período colonial cuando los
indígenas comenzaron a recuperarse del colapso demográfico causado por la Conquista,
y adoptaron una mayor vigilancia para proteger sus terrenos. Durante los siglos XVI y
XVII, la catastrófica pérdida de vidas entre los naturales fue causada principalmente por
la inadvertida pero fatal transferencia de enfermedades del Viejo Mundo a una
población sin defensas inmunológicas. En su magnitud y rapidez, la despoblación
indígena en la Sierra de los Cuchumatanes sigue el trágico y bien establecido patrón
válido para la mayor parte de Hispanoamérica. Una población natural que talvez
alcanzaba un total de 260,000 en vísperas de la Conquista disminuyó, alrededor de
1680, a cerca de 16,000, cifra que apenas se había duplicado en la época de la
Independencia, en 1821. Los efectos de las enfermedades entre los indígenas fueron
profundos, ya que cuando ellas golpeaban, invariablemente provocaban una cadena de
acontecimientos, que incluían una horrenda mortandad, el abandono de los pueblos, y el
hecho de que los afectados no sembraban los campos. La hambruna, la pobreza y una
vida miserable nunca estaban muy lejos y servían sólo para acrecentar la vulnerabilidad
de las familias indígenas ante renovadas olas de pestilencia. Los intereses de los
españoles se vieron también negativamente afectados, pues las epidemias perjudicaban
la capacidad de las aldeas para pagar tributos, reducían el comercio e interrumpían todo
tipo de hábitos normales. Con la repetición de tales reveses imprevistos, la España
imperial tuvo que conformarse, tanto en esta región como en otras, con una realidad
colonial muy diferente de la que esperaba.
Conclusión
El contacto entre indígenas y españoles durante los dos primeros siglos de la
dominación española en la Sierra de los Cuchumatanes ofrece una oportunidad para
reflexionar sobre el significado de la Conquista y la resistencia indígena. Es un ejercicio
que podría dar fácilmente como resultado una contemplación prolongada del lado
oscuro de la historia de esta región. Aunque de alguna manera ello resulta comprensible,
al limitarse sólo a lo que la Conquista destruyó, se resta importancia a lo que, contra
viento y marea, los naturales lograron salvar y mantener vivo. Este ejercicio se debe
emprender con mucha precaución. Tal como sucede respecto del `salvaje noble', buscar
sólo indígenas que se ajusten a nuestros argumentos e ideologías es una ilusión que no
sirve propósito útil alguno, sea éste académico o de otra naturaleza. Tampoco se debe
descuidar el papel fundamental que desempeñó el medio físico. Pero ignorar totalmente
la dinámica de la resistencia, especialmente cuando es la supervivencia maya la que se
encuentra todavía amenazada, es una injusticia aún mayor.
Escuintla y Guazacapán
Uno de los propósitos de este capítulo es analizar los factores socioeconómicos que
incidieron en la historia de las provincias de Escuintla y Guazacapán, desde
aproximadamente 1524 hasta 1725. Estas provincias o partidos comprendían los
actuales departamentos de Escuintla, Santa Rosa, y el sur de Jutiapa.
En 1594, el Escribano y Juez Contador Juan de Pineda describió Escuintla así: `...buen
pueblo y grande para aquella provincia; es muy fértil de cacao y los vecinos de él tienen
muchas milpas de que se coge en él mucho cacao, maíz, ají, y frijoles'. Pineda mencionó
también la crianza de gallinas de la tierra y de Castilla, y la pesca de tepemechines en un
río cercano al pueblo.
La Bocacosta baja tiene tierras fértiles, pero en esta zona la agricultura se combinó con
la pesca y la caza como las actividades económicas más importantes. En la planicie
costera, la producción de la sal tuvo gran importancia, tanto en la época prehispánica
como durante la Colonia. García de Palacio señaló, en 1576, que la Costa de
Guazacapán `...tiene comodidad toda ella para hacer sal, aunque la hacen con mucho
trabajo y riesgo de su salud'. Otro cultivo de gran importancia comercial en la Costa y la
Bocacosta fue el algodón, lo mismo que la crianza de ganado.
Un recurso importante en la época bajo estudio, sobre todo porque la Provincia de
Guatemala careció de los metales preciosos buscados ansiosamente por los españoles,
fue la población indígena. Ésta fue la fuente principal de mano de obra para atender la
producción de cacao y otros cultivos, como maíz y trigo, para elaborar añil, producir sal,
cuidar ganado, proveer el servicio personal y construir casas e iglesias.
El náhuat de los pipiles era un dialecto, hoy extinto en Guatemala, que se hablaba
todavía en los siglos XVI y XVII. En aquella época estaba tan difundido en Centro
América, que también lo hablaban, como lengua franca, otros indígenas de las zonas
fronterizas, como los xincas (xinkas) y los lencas. Por ejemplo, en el Juicio de
Residencia del Corregidor de Guazacapán, Luis de Fuentes y de la Cerda, en 1591,
testigos indígenas de casi todos los pueblos de la provincia bajo estudio,
predominantemente xincas, dieron testimonio en náhuat por medio de un intérprete. En
la actualidad el náhuat de los pipiles se limita a unos pocos hablantes de la región de
Sonsonate en el occidente de El Salvador, en especial los pueblos de Izalco, Nahuizalco
y Santo Domingo de Guzmán.
La Provincia de Guazacapán (Cuadro 86), o sea la zona entre los ríos Michatoya y Paz
(Ilustración 160) fue habitada principalmente por xincas, probablemente descendientes
de los primeros pobladores de la Costa Sur de Guatemala. El xinca es una lengua
aislada que no se ha podido clasificar o asociar con ninguna otra estructura lingüística.
Lawrence Feldman afirma que el dialecto de Moyuta (o Moyutla), que se habla también
en Pasaco, Azulco y Conguaco, es una lengua aislada, pero no ha presentado la
evidencia en que apoya tal afirmación. Otros especialistas están de acuerdo en que en
Moyuta se habla un dialecto del xinca.
Con base en los datos citados, referidos muchos a la época prehispánica, y los cuales
indican una presencia náhuat indudable en los pueblos bajo estudio, se considera posible
que, en el momento de la Conquista, la unidad política centrada en Jalpatagua (con sus
elementos poblacionales de Ixhuatán, Comapa y Jumaytepeque) estuviera bajo el
control de una élite pipil, pero que la mayoría de la población (los plebeyos) era de
filiación xinca. La investigación arqueológica, en el futuro, podría contribuir a resolver
esta incógnita.
Se puede decir que la conquista española de Escuintla y Guazacapán se hizo con relativa
rapidez y poca resistencia de parte de los indios, quizás porque éstos ya estaban
debilitados por el contagio de las enfermedades europeas llegadas antes que los
conquistadores.
La encomienda
Las primeras tasaciones de tributos las realizaron, entre 1536 y 1541, el Licenciado
Alonso de Maldonado y el Obispo Francisco Marroquín. Se han localizado pocas
evidencias de estas tasaciones y, con excepción de Jumaytepeque, no se dispone de
datos específicos sobre los tributos pagados por los pueblos de Escuintla y Guazacapán
durante el período aludido. Jumaytepeque estaba encomendado a Francisco de la Cueva,
quien posteriormente se casó con doña Leonor de Alvarado, hija del Adelantado. La
tasación de 1538 obligaba a los indios del pueblo a hacer sementeras de trigo,
cosecharlo y llevarlo a Santiago de Guatemala (Almolonga), sembrar maíz, enviar seis
indios de servicio a la ciudad y entregar al encomendero gallinas de Castilla y de la
tierra, miel, cera y cutarras (caites) para los esclavos. Los otros pueblos de la región sin
duda pagaron tributo con los mismos productos agrícolas, sal, mantas y servicio
personal.
Las encomiendas más ricas de Escuintla y Guazacapán, en aquella época, eran las de la
Bocacosta, las cuales producían cacao. Según datos de las tasaciones de Cerrato, los
pueblos más importantes de Escuintla, en cuanto a la producción de cacao en 1549 (en
términos de producción neta y suponiendo que el tributo pagado reflejara la producción)
fueron Cotzumalguapa, Masagua, Taxisco, Chiquimulilla y Guazacapán. No obstante,
en cuanto a la cantidad de cacao pagado por cada tributario individual, los pueblos
pipiles de Amayuca, Iztapa, Otazingo y Miahuatlán pagaron cantidades de cacao
asombrosamente altas. La enorme proporción de cacao que pagó cada tributario de
dichos pueblos se debió a la alta tasa de despoblación ocurrida en la zona durante las
dos primeras décadas posteriores a la Conquista. Los indios de Iztapa, por ejemplo,
fueron exonerados del tributo en 1555, por haber sufrido `esterilidad' y falta de gente.
Una real cédula de 1559 hizo constar que Mopicalco tenía solamente 37 tributarios y
pagaba 500 pesos de tributo, en cacao.
El decrecimiento de la población indígena y el colapso del cacao en Escuintla y
Guazacapán formaron parte de un problema general que afectó a todas las zonas
cacaoteras de la Costa del Pacífico de Centro América.
Cambios demográficos
Durante el medio siglo transcurrido entre 1524 y 1575, la población nativa de Escuintla
y Guazacapán experimentó un declive catastrófico debido, principalmente, a la
introducción de enfermedades de origen europeo, para las cuales los indígenas no tenían
resistencia. El primer registro de población corresponde a las tasaciones de tributos del
Presidente Cerrato. Este documento está incompleto y su uso como fuente de datos
demográficos es bastante complicado, pero es un punto de partida útil en el campo de la
demografía histórica en el inicio de la época colonial en Guatemala.
En 1562, Gaspar Martín pidió tierra para una estancia de ganado mayor y menor en `las
sabanas de Texcuaco, riberas de un río grande llamado Coyolate, frontero de la mar del
sur'. Según Martín, las tierras eran baldías, pero los indios del pueblo se opusieron
porque tenían cacaotales en el lugar. Sin embargo, Martín logró el título, otorgado por el
Presidente Doctor Antonio González. El año siguiente, González otorgó otro título a
Matías Martín de Aguilera, relator de la Audiencia, de seis caballerías de tierra para
establecer una estancia de ganado mayor y menor en los términos de Chipilapa y
Texcuaco.
De los casos citados se deduce que los primeros despojos de tierras ocurrieron, sobre
todo, donde los indígenas habían sufrido un mayor descenso de población. Chipilapa,
por ejemplo, tenía solamente 10 tributarios en 1549. En muchos casos, las tierras objeto
del despojo fueron las inmediatas al pueblo viejo o la `zacualpa' de una comunidad
diezmada por enfermedades o reubicada en una reducción. En 1567 se otorgaron dos
caballerías cercanas al `asiento viejo' de Ixhuatán a Benito de Molina, vecino de
Santiago, para sembrar trigo. A Antón Rivas, vecino de la Villa de La Trinidad
(Sonsonate, San Salvador), le concedieron seis caballerías `junto a la zacualpa vieja' de
Ixhuatán. En 1569, los indígenas de Comapa vendieron cuatro caballerías de tierra a
Diego López de Villanueva, encomendero del pueblo. Las tierras `eran las de la
zacualpa, o sea en donde estuvo asentado dicho pueblo de Comapa'. Los indios
principales de Comapa se declararon dispuestos a vender la tierra diciendo que `ni
podían sembrar ni cultivar en ella por estar en el... camino real y andar por ella mucho
ganado'. Agregaron que el sitio `está yermo y hecho monte... y no tienen para que lo
cultivar porque las tierras no eran tales para poderse aprovechar dellas porque allí
siempre estaban enfermos'. Aceptaron del encomendero el pago de 200 tostones. Un
caso semejante de disminución de población se dio en 1578, cuando Paulo Cota Manuel
pidió un sitio para estancia de ganado mayor `en un pedazo de tierra... junto a unos
asientos viejos que llaman Chiquigüitlan [Chiquiotla] junto a la mar del sur las quales
d[ic]has tierras son yermas e despobladas'. No hay razón para dudar de esta afirmación,
porque en 1549 Chiquiotla tenía sólo tres tributarios.
A partir de 1570 aumentaron las peticiones de títulos de tierras en la zona, y ello indica
una tendencia creciente de parte de españoles y criollos para convertirse en hacendados
en lugar de encomenderos. La venta de tierras requería el consentimiento de los
indígenas de los pueblos más cercanos. En la mayoría de los casos se pusieron de
acuerdo rápidamente, ya por temor, ya mediante un pago o dádiva del solicitante a los
principales de la comunidad. Sin embargo, la reacción de los indios no fue siempre la
capitulación pacífica ante la usurpación. En 1578, cuando Gaspar Martín vendió su
estancia a Juan Méndez de Sotomayor y éste tomó posesión de la misma, los indígenas
de Texcuaco entraron en las tierras, y destruyeron y quemaron las casas de la estancia.
Recuérdese que estas tierras habían sido objeto de litigio entre los indios de Texcuaco y
Gaspar Martín, desde 1562, cuando el Doctor Antonio González, Presidente de la
Audiencia, concedió el sitio de estancia a Martín. En el pleito de 1578, el encomendero
de Texcuaco, Juan de Colindres Puerta, intervino para ayudar a conseguir una
conciliación: Méndez de Sotomayor pagó a los principales de Texcuaco 300 tostones
para ornamentos de la iglesia, se obligó a no pedir indios para servicio, y aceptó que se
fijaran los linderos de la estancia.
En 1579, Martín Ximénez pidió seis caballerías de tierra para poner un obraje de añil
cerca del Río Michatoya, en los términos de Guanagazapa, pero los indígenas
protestaron diciendo que la tierra era necesaria para su sustento. Bernal Díaz del Castillo
intervino en el litigio y envió varias cartas y peticiones a la Audiencia para explicar que
en las tierras en cuestión los indios tenían sembrado su maíz, chile y cacao, con lo cual
pagaban su tributo, y que si se pudieran conceder, sin causar daños, él mismo las
hubiera pedido para él y sus seis hijos legítimos. Está claro que el motivo de la defensa
del encomendero era el de proteger sus ingresos. Al principio, la Audiencia cedió las
tierras a Ximénez, pero después de más de un año de pleito, en 1580, éstas fueron
restituidas a los indígenas. Como dijo Silvio Zavala: `...el encomendero reconoció la
propiedad de los nativos y la defendió porque constituía la base de producción de los
tributos que recibía'. Sin embargo, unos cinco años después de la muerte de Bernal Díaz
del Castillo (en 1584?), los indígenas de Guanagazapa sufrieron otro intento de
usurpación de sus tierras, cuando, Tomás de Salazar pidió cuatro caballerías de tierra en
los términos del pueblo. En su protesta los indígenas señalaron que sus milpas de cacao,
maíz, chile, algodón y plátanos quedaban a menos de un cuarto de legua de las tierras
que pedía Salazar, y agregaron lo que se expresa a continuación:
Ante la petición de los indígenas, la Audiencia concedió a Salazar sólo dos caballerías
de tierra, en vez de las cuatro que pedía, pero es probable que, en realidad, los indígenas
perdieran más tierra que la cantidad especificada en el título.
Evolución demográfica
En 1576-1577 los indígenas de Guatemala fueron azotados, otra vez, por una nueva
epidemia de viruela, cocoliztli (posiblemente tifus) y otras enfermedades traídas de
México, las cuales produjeron una alta mortandad.
Antes de 1635 ocurrieron tres epidemias más: viruela y tifus en 1607-1608; viruela,
unos años antes de 1623; y tifus en 1631-1632. Posiblemente la epidemia de 1607-1608
no ocasionó mayor daño en Escuintla y Guazacapán, pues el Presidente de la Audiencia,
Alonso Criado de Castilla, informó a la Corona, en 1608, que la peste `en tierra cálida
ha tocado ligeramente'. La mayoría de las víctimas de la epidemia que se produjo antes
de 1623 fue de niños y, por lo tanto, el número de tributarios mermó poco en esta
ocasión.
Al igual que en el período anterior (de 1524 a 1575), la población de algunos lugares se
mantuvo estable o aumentó por la inmigración desde las Tierras Altas, como ocurrió
durante las décadas de 1570 y 1580. Sólo el pueblo de Guazacapán creció de 350
tributarios en 1581, a 500 vecinos en 1594 (Cuadro 87). En la ocasión del ya citado
pleito de los indios de Guanagazapa y Bernal Díaz del Castillo contra Martín Ximénez,
los indígenas afirmaron, en 1580, que su población había crecido de 20 a 80 familias. El
pueblo de Nestiquipaque, que había sido tasado en 148 tributarios antes de 1580, tenía
161 en 1581.
Si se aceptan sin reservas las cifras presentadas en el Cuadro 88, se podría estimar que
la población de la Provincia de Guazacapán llegó a su número más bajo en la última
década del siglo XVI, y no comenzó a recobrarse sino hasta la década de 1630.
Respecto a la Provincia de Escuintla hace falta una estimación vinculada a 1595, pero es
muy probable que siguiera la misma curva.
Cambios socioeconómicos
La depresión mundial de 1630 a 1690 produjo un impacto mayor en zonas como
Escuintla y Guazacapán, las cuales habían sufrido el fracaso de la industria cacaotera y
el efecto de las epidemias generales de 1576-1577, de 1620 y de 1631-1632. La
reacción local fue un cambio en el patrón de asentamiento, hacia un carácter todavía
más rural. En los años anteriores había comenzado el cultivo de añil y la crianza de
ganado, las dos actividades económicas más importantes de Escuintla y Guazacapán
durante la depresión. En los primeros años del siglo XVII, el Corregimiento de
Escuintla tenía 40 obrajes de añil, mientras Guazacapán, en cambio, tenía 60.
Cambios demográficos
Una `peste general' golpeó a los indígenas de Guatemala, una vez más, en 1666 y,
posteriormente, en 1693-1695, hubo una epidemia general de viruela. Al parecer las dos
epidemias se padecieron en todo el territorio del Reino de Guatemala, y se supone que
ambas tuvieron un impacto fuerte en Escuintla y Guazacapán. Se dijo que la mitad de
los indios de Siquinalá murió en la peste de 1666. La epidemia de viruela atacó el
pueblo de Nestiquipaque en 1693.
Se dispone de datos demográficos para dos fechas específicas en esta época: 1636-1637
y 1719, los cuales proceden de registros del `servicio del tostón'. Cada indio tributario
pagaba un tostón (medio peso) al año, y estas cifras pueden servir como base directa en
el cálculo de la población. Guazacapán tenía 2,224 tributarios en 1636-1637, y 2,482 en
1719; Escuintla tenía 1,656 en el mismo período, y 991 en 1719. Como se ve, Escuintla
sufrió una baja considerable de su población durante este período, mientras que
Guazacapán experimentó una alza de 1636-1637 hasta 1690, y luego una baja entre
1690 y 1719 (Cuadro 88). Parece lógico inferir que la epidemia de 1666 tuvo mayor
impacto en Escuintla que en Guazacapán.
WILLIAM R. FOWLER, Jr.
Introducción
El propósito de este ensayo es examinar los cambios sociales que ocurrieron durante el
siglo XVI en la región de Izalco y Sonsonate, localizada en el oeste de El Salvador.
Durante la Colonia esta región formó parte de la Audiencia de Guatemala. Se tratará de
centrar la atención en los factores socioeconómicos que fomentaron y motivaron la
insólita fuerte presencia española en la región de Izalco durante el inicio del período
colonial y en el impacto de la dominación española sobre la población indígena.
Izalco tenía una extraordinaria producción de cacao, el primer monocultivo del Reino de
Guatemala, y por ello la región llegó a ser rica y famosa. Sus encomiendas eran de las
más codiciadas, y fueron asignadas a amigos influyentes y parientes del primer
Presidente de la Audiencia de Guatemala, Alonso de Maldonado. Sus indios, los
productores de aquella riqueza, figuran entre los más duramente explotados en el
imperio.
Una vez establecidos en la región oeste del Pacífico de El Salvador (lo que ahora son los
departamentos de Ahuachapán y Sonsonate) los pipiles de Izalco formaron uno de los
Estados prehispánicos regionales más poderosos en el sureste de Mesoamérica. Dicho
Estado tuvo bajo su dominio 15 asentamientos principales (Ilustración 163), con un
territorio de cerca de 2,500 km, y con algunas de las tierras agrícolas más fértiles en la
zona del Pacífico centroamericano.
De acuerdo con las tasaciones de tributos llevadas a cabo por Alonso López de
Cerrato,los 15 asentamientos principales de la región (Cuadro 89) tenían en 1549 una
población total registrada de 1,347 tributarios.
Si se usa una proporción de tributario a población total de 5:1 y se hacen ajustes para
corregir algunos problemas de esta cuenta de tributarios en particular, aquella cantidad
puede resultar en una población de aproximadamente 13,500 personas a mediados del
siglo XVI. Al asumir una tasa de despoblación conservadora de 75%,se obtiene una
estimación aproximada de 54,000 para la población pipil en la región de Izalco en 1519.
La unidad política de Izalco era rival del reino pipil de Cuscatlán, localizado al este,
mayor en tamaño y población, pero con menos recursos naturales. De hecho, Cuscatlán
parece haberse expandido por medio de guerras de conquista, usurpando algunas de las
posesiones de los izalcos al principio del siglo XVI. Probablemente el propósito de tal
expansión fue controlar la producción de cacao de aquella región. Por otra parte, la
acción expansiva quizás fue resultado del aumento de la demanda comercial en
Mesoamérica de cacao, algodón y otros artículos de lujo.
De la misma manera que fue el principal producto comercial de Izalco en el siglo XVI,
el cacao lo había sido también en el Postclásico Tardío. No sólo se pagó como tributo a
los soberanos prehispánicos, sino que, según se sabe,el cacique de Izalco al momento de
la Conquista tenía `gran número de huertas de cacao, más que ningún otro pueblo de la
región'. Probablemente fue exportado a Cuscatlán a cambio de productos de algodón,
tejidos y otras mercancías que no se producían en Izalco. Sólo Nahuizalco (uno de los
dos pueblos dominados por el señorío de Cuscatlán poco antes de la conquista española)
fue notable por su producción de algodón en los inicios del siglo XVI. Izalco
posiblemente también intercambió cacao por obsidiana procedente del Altiplano de
Guatemala, pues se incrementó la participación pipil en el sistema prehispánico de
Mesoamérica.
La Conquista
El primer contacto entre españoles y pipiles ocurrió en junio de 1524, cuando Pedro de
Alvarado y su ejército entraron en la Provincia de Izalco y pelearon contra tropas de esa
etnia en la batalla de Acajutla, `donde bate la mar del sur'. Al observar el campo de
batalla desde una distancia de media legua, Alvarado se impresionó mucho con el
espectáculo de miles de pipiles en vestimentas adornadas con plumas y exhibiendo sus
armas e insignias de guerra. Alvarado ordenó la retirada, y a medida que su ejército lo
hacía los nativos cometieron el fatal error de perseguir a los españoles hasta la planicie
abierta. Éstos se voltearon entonces y arremetieron con la caballería sobre los guerreros
pipiles, cuyas armaduras rellenas de algodón eran tan gruesas, que cuando se caían al
suelo no podían levantarse. Alvarado reportó que en esta batalla todos los guerreros
indígenas fueron masacrados. Las pérdidas españolas también fueron grandes,
especialmente de indios aliados. Alvarado mismo fue herido por una flecha que le
penetró en la pierna y se alojó en su silla de montar. Esta herida le dejó una pierna
cuatro dedos más corta que la otra.
De allí en adelante los pipiles se negaron a enfrentar a los españoles en campo abierto
por los estragos que ocasionó la caballería, y prefirieron pelear en escaramuzas
guerrilleras.
Pedro de Alvarado y sus tropas continuaron hacia Cuscatlán, cuya conquista quedó
inconclusa. Los españoles regresaron a Iximché (Guatemala) a finales de julio de 1524
sin una victoria clara. Sin embargo, las batallas de Acajutla y Tacuscalco parecen haber
sido decisivas para los pipiles de Izalco. A diferencia de Cuscatlán, ellos no se unieron
en el levantamiento general de 1526. No hay evidencia de una resistencia aislada a la
imposición del dominio español en la región de Izalco.
La viruela fue posiblemente, junto con la peste pulmonar, una `epidemia en tierra
virgen', es decir, las poblaciones afectadas no habían tenido contacto previo con los
gérmenes patógenos y por lo tanto estaban inmunológicamente expuestas. MacLeod
estima que por lo menos un tercio de la población del Altiplano de Guatemala murió en
esta epidemia. Si la misma proporción falleció en la región de Izalco, lo que parece
posible, entonces las enfermedades epidémicas, `tropas de choque de la conquista',
debilitaron a los pipiles de Izalco hasta un punto en que las cruentas batallas de Acajutla
y Tacuscalco fueron suficientes para terminar con su resistencia.
Los conquistadores llegados a Centro América primero buscaron el poder por medio de
la esclavitud y la minería.
Ninguno de estos instrumentos económicos duró mucho tiempo, y los españoles pronto
regresaron a la actividad agrícola en búsqueda de una fuente segura de riqueza rápida.
El auge del cacao en el siglo XVI en el Reino de Guatemala (primero en Soconusco y
más tarde en Izalco) fue en su mayor parte una respuesta al colapso de la esclavitud y la
minería como bases del poder español inmediatamente después de la Conquista. En
Izalco el cacao tenía la ventaja de que no necesitaba de inversión de capital inicial: las
plantaciones ya se encontraban allí, esperando su intensificación. Además, había
abundancia de mano de obra forzosa disponible.
Agregó que cuatro pueblos de la región de Izalco producían al año más de 50,000 cargas
de cacao. Una carga pesaba aproximadamente 50 libras y estaba compuesta de tres
xiquipiles, o sea 24,000 granos de cacao. Un xiquipil entonces consistía de 20 zontles, o
sea 8,000 granos. Las dos últimas medidas, de origen nahua, se usaron a lo largo del
período colonial en Guatemala y San Salvador.
MacLeod afirma que los encomenderos del siglo XVI en Centro América estuvieron
más interesados en el control de la mano de obra que en la tenencia de la tierra.
Ello fue cierto en la mayoría de los casos, pero algunos encomenderos de la región de
Izalco, en especial aquellos cuyas concesiones eran relativamente pequeñas, adquirieron
tierras, ya fuera por medio de compra o de usurpación, y las dedicaron al cacao u otros
cultivos. Una táctica común fue la de comprar una pequeña parcela y luego cercar más
terreno del que realmente habían comprado. Un ejemplo de tal comportamiento fue el
de Gómez Díaz de la Reguera, el renegado encomendero de Naolingo, quien compró
tierra de Tacuscalco y luego ocupó por la fuerza una parcela de tierra adyacente que era
propiedad de don Juan Chiname, el cacique de Tacuscalco.
Se siguió sembrando cacao en extensiones cada vez mayores y con más árboles por área
y muchas milpas de maíz se convirtieron en plantaciones de aquel producto. Tacuscalco
cambió sus tierras de maíz por cacao alrededor de 1566. Gaspar de Cepeda, el
encomendero de Nahuizalco, compró tierra cerca de este pueblo y sembró más cacao del
que ya antes se había plantado allí. Al morir Cepeda en 1567, los recaudadores de
impuestos contaron más de 20,000 árboles de cacao en tres de sus plantaciones. Según
se sabe, los árboles se sembraron cada siete u ocho pies, cuando antes se acostumbraba
sembrarlos a 12. Algunos testigos informaron que por el poco espacio entre uno y otro
árbol y la falta de irrigación, no dieron mucho fruto.
Despoblamiento
Como ya se dijo antes, las enfermedades epidémicas tuvieron un impacto catastrófico en
los niveles de población de la región de Izalco. Tres olas mayores de enfermedades
diezmaron a la población nativa de Centro América en el siglo XVI: la gran epidemia de
viruela de la época precolonial en 1520-1521; cocoliztli o gukumatz (posiblemente una
peste neumónica o tifus) en 1545-1548; y sarampión y tifus en 1576-1577. Todas
produjeron una alta tasa de mortandad. La mencionada zona en particular fue duramente
golpeada, con repercusión inmediata en la industria de cacao. Ya en 1548 se reportó que
la población de Izalco había disminuido tanto que no había suficientes personas para
cuidar las huertas de dicho producto. Ello se reiteró en 1556, cuando se dejó constancia
de lo siguiente:
...provincia de poca gente... de gran contratación de
cacao y de ello depende casi todo el trato desta
Guatimala; ...tienen necesidad de gente y como la tierra y
comarca acude todo allí de todas partes van muchos
naturales de treynta e quarenta e menos leguas allí pobres
y desnudos y a pie y de tierras frías a ella que es
cálida, de que se muere gran cantidad dellos.
La solución para dicho problema fue importar mano de obra de otras regiones,
especialmente de Verapaz (Guatemala). Desde la década de 1540 hasta la de 1570 se
llevaron muchos trabajadores a esa región Algunos encomenderos y funcionarios reales
conspiraron para colocar a estos recién llegados en las tasaciones de tributos y así
aumentar la cantidad de tributarios. A pesar de las protestas de un buen número de
sacerdotes, los recién llegados se vieron forzados a casarse en Izalco para que se les
pudiera contar como tributarios completos.
Se llamaron muchos testigos para dar información sobre los tributos recolectados entre
la población indígena de la región de Izalco. Por ello, a finales del siglo XVI la
Audiencia sometió a una exhaustiva investigación a Diego de Guzmán, el gran
encomendero de Izalco. El Presidente Cerrato tasó oficialmente 400 tributarios en
Caluco, 200 en Naolingo y 100 en Tacuscalco, pero no se registró el número
correspondiente a Izalco. Estas cifras parecen haber sido subestimadas
substancialmente. Testigos en las actuaciones sobre Guzmán declararon que en 1549
Izalco tenía entre 700 y 900 tributarios, Caluco de 650 a 800 y Naolingo de 350 a 400.
No se menciona Tacuscalco en este testimonio.
A los testigos que tenían un buen conocimiento de los pueblos se les pidió comparar los
niveles de población en el pasado y el presente. Un sacerdote español declaró que sólo
cerca de un 5% de los indios registrados en 1549 sobrevivía en 1582. Otro cura
mencionó que Naolingo tenía 350 tributarios en 1568, y sólo 40 en 1582.
El cacique indígena de Caluco recordó que su pueblo tenía entre 700 y 800 en 1562, y
sólo aproximadamente 20 en 1582. Un testigo indígena de Izalco declaró que su pueblo
tenía 800 en 1549, de los cuales sólo sobrevivían 50 en 1582. La mayoría de los testigos
señaló que casi toda la población de los principales pueblos cacaoteros de Izalco estaba
conformada por recién llegados.
Según el Presidente Diego García de Valverde, que parece haber basado sus
estimaciones tanto en el testimonio sobre las actuaciones de Diego de Guzmán como en
los reportes de sus oidores y otros observadores confiables, el pueblo de Izalco tenía de
800 a 900 tributarios en el tiempo de la tasación de Cerrato, de los cuales se cree que
sólo sobrevivían 100 en 1584. Su número aumentó hasta 400 ó 500, por los foráneos
que habían sido llevados a solicitud del encomendero. De los 700 que existían en
Caluco a mediados del siglo XVI, Valverde registró que sobrevivían 60, los cuales se
complementaban con 240 recién llegados. Los 600 tributarios originales de Naolingo en
1549 habían bajado a 40 ó 50 en 1584, pero dicha cifra se incrementó aproximadamente
a 250, por los trabajadores migratorios.
Así, pues, la fuerza laboral de entonces sumaba únicamente cerca de 1,000 indios, pero
este número estaba disminuyendo rápidamente. Valverde predijo que la provincia se
despoblaría del todo en una década. Su consideración fue un poco exagerada, pero de
hecho la disminución parece haber continuado. En 1636, Naolingo tenía solamente entre
70 y 80 tributarios y Tacuscalco sólo 9 ó 10.
Trabajo y Tributo
El trabajo forzoso y el tributo fueron los principales medios por los cuales la población
indígena americana se incorporó en el sistema mundial del siglo XVI. A los
conquistadores y primeros pobladores se les recompensaron sus servicios a la Corona
con encomiendas, es decir, con indios que estaban obligados a pagar tributos, dar
trabajo, o ambas cosas a la vez. La encomienda fue la base de la economía colonial en el
siglo XVI en el Reino de Guatemala, y por medio de ella se obtuvo la producción de
cacao de los indios. Este cultivo se adaptaba fácilmente al sistema de encomienda.
Como se mencionó antes, ya existían las plantaciones y una demanda grande que se
aumentó posteriormente. Como el cacao ya se había usado antes de la Conquista para
tributar, los productores indígenas ya estaban acostumbrados a esa forma de pago. A lo
que no estaban habituados era al incremento en la demanda tributaria a causa de
presiones del mercado mundial y la codicia de los encomenderos. Una idea cuantitativa
del incremento de los tributos puede obtenerse apreciando el caso de Ateos, un pueblo
pipil al este de la región de Izalco, el cual había pertenecido en tiempos pasados al
señorío de Cuscatlán. La Relación de Marroquín, uno de los documentos de tributo más
antiguos de los conocidos en la América española, indica que en 1532 la mitad de los
habitantes de Ateos pagó a su encomendero un tributo anual de 20 xiquipiles de cacao.
Para 1548 este pueblo fue obligado a pagar al mismo encomendero 60 xiquipiles
anuales. Esta última estimación la hizo Alonso López de Cerrato, el Presidente
reformista de la Audiencia, aclamado por historiadores y despreciado por encomenderos
por sus esfuerzos en moderar los tributos excesivos. A pesar de ello, Cerrato incrementó
el tributo en este pueblo en un 300% sobre el nivel de 1532.
De acuerdo con las tasaciones de Cerrato, 13 pueblos de Izalco pagaron tributo en cacao
en 1549 (Cuadro 89). Los pueblos más gravados fueron Izalco, Caluco, Naolingo y
Tacuscalco. Cerrato estableció que tanto Izalco como Caluco debían pagar 1,000
xiquipiles de cacao, mientras Naolingo se tasó en 685 y Tacuscalco en 400. En 1570
Izalco fue nuevamente tasado en 1,000 . En 1575 García de Palacio incrementó el
tributo de este pueblo a 1,300 cargas (3,900 xiquipiles). En 1582 Caluco se tasó en
1,104 xiquipiles.
El exceso en los tributos alcanzó los mayores extremos en 1570, aunque la Audiencia
no trató de corregir la situación sino hasta 1582. Como la población había bajado
drásticamente, los encomenderos recaudaban el impuesto según el número de tributarios
de la tasación de Cerrato, por lo que muchos, incluyendo el Presidente Valverde, dijeron
que `los vivos pagaban por los muertos'.
Todavía había otro detalle más: el tributo también se recaudaba de acuerdo con lo
sembrado. Mientras más tuviese un indio, más tenía que pagar. Las viudas y los
huérfanos lo pagaban completo sobre las tierras de cacao que heredaban. Valverde notó
que en muchos casos los indios daban en tal concepto más de lo que podían haber
obtenido de la venta de sus tierras. Fue verdaderamente un caso extraordinario de
explotación, en el cual el dueño de los medios de producción obtenía pobreza en vez de
riqueza.
MacLeod menciona que Guzmán percibió que no escaparía libre de cargos en una
acusación sobre recaudación de tributos, maltrato a los indios, engaño y soborno a
oficiales gubernamentales. Por tal razón se vio obligado a abandonar la provincia.
Según MacLeod, con la ausencia de Guzmán su feudo se desintegró. Pero la historia no
terminó con la huida de éste de Guatemala, pues se marchó a la Corte en Madrid, y
aunque en realidad la Audiencia lo había despojado de su encomienda, Guzmán se
presentó ante la Corona y dos años más tarde el Consejo de Indias se la restituyó. A su
regreso a Guatemala se hicieron más denuncias en su contra, pero ninguna tuvo efecto y
los abusos continuaron.
Ya se ha descrito en detalle la violenta explotación de los indios por medio del abuso y
la extorsión. Tal comportamiento parece que fue característico de la mayoría de
encomenderos de los pueblos productores de cacao en Guatemala durante el siglo XVI,
aunque en Izalco pudo haber sido más exagerado. Sin embargo, no se ha reconocido aún
que los encomenderos constituían un grupo diversificado de individuos, algunos de los
cuales en lugar de comportarse simplemente como señores feudales se mezclaron
íntimamente en los asuntos y vidas de sus pueblos de encomienda.
El testamento de Antonio Diosdado (1541) indica que éste tenía en Izalco 80 esclavos,
180 cabezas de ganado y varios caballos. Los indígenas se hacían cargo de su ganado.
Una hermana del cacique de Izalco fue una de sus sirvientas personales. Tuvo cinco
hijos nacidos de esclavas y sirvientas, a cada uno de los cuales legó una pequeña
cantidad de dinero y seis esclavos.
Díaz de la Reguera, no aceptado del todo como miembro del grupo de `nuevos ricos',
fue un tirano fuera de la ley. Mantuvo un ejército privado de aproximadamente 300
negros, mulatos, y mestizos, con el que frecuentemente acosaba a la población indígena
local. En la disputa de tierras con Tacuscalco mencionada antes, ordenó a sus
subordinados destruir las acequias del pueblo. También mantuvo una cárcel privada
para encerrar a aquellos que se le enfrentaban, y además fue acusado de torturas y
ejecuciones de indios.
Los encomenderos se aliaron con funcionarios reales de distinto nivel. Los Guzmán y
sus cercanos seguidores estuvieron relacionados con la Audiencia hasta que en 1548
Cerrato reemplazó a Maldonado como Presidente. También recibieron apoyo político y
autoridad del Ayuntamiento de Santiago de Guatemala. Tanto cuando Cerrato fue
Presidente como bajo las administraciones subsiguientes, su base de poder fue lo
suficiente fuerte como para permitirles desafiar a la Audiencia.
Los comerciantes, por su parte, argumentaban que su presencia era beneficiosa y decían
traer orden, `pulicía,' religión cristiana, y buenas costumbres a los indios que vivían en
la región. También subrayaban que las influencias negativas no provenían sólo de los
comerciantes y sus sirvientes, sino de los muchos vagabundos y forasteros llegados a la
villa sin negocio legítimo.
Conclusión
La región que ocuparon los pipiles de Izalco durante el siglo XVI constituyó la más rica
del Reino de Guatemala por sus abundantes y productivas plantaciones de cacao. Este
producto, a la vez que sirvió para el enriquecimiento de unos pocos y constituyó
asimismo el factor que desencadenó toda suerte de vejámenes para los naturales.
El poder que acumularon los encomenderos de esta región los llevó a la violación de las
leyes que defendían a los naturales, ya que podían sobornar a las autoridades políticas y
religiosas, si es que éstas no estaban ya involucradas en los negocios ilícitos.
Como en todas partes, el contacto entre los pipiles de Izalco y los europeos produjo
catástrofes demográficas, económicas y culturales. Los abundantes recursos naturales de
Izalco se convirtieron paradójicamente en una maldición, cuando la región se incorporó
en la periferia de la economía mundial del siglo XVI. A finales de esta centuria la
industria cacaotera de Izalco se hallaba en ruinas. La población local, afectada por las
enfermedades epidémicas y llevando el peso de la exagerada explotación de
encomenderos, funcionarios reales y comerciantes, luchaba por sobrevivir. Pese a todo,
existen indicios de una vigorosa tradición nativa, mantenida por los indios que
sobrevivieron. Conforme se nivelaron más o menos las exigencias de los tributos,
persistió algo de la desarrollada estratificación anterior a la Conquista.
MARGARITA RAMÍREZ VARGAS
El Corregimiento de Chiquimula de la
Sierra
Introducción
A la llegada de los españoles la región del Oriente de Guatemala estaba habitada por
hablantes de chortí, pokomam (poqomam), xinca (xinka) y pipil, organizados en
cacicazgos que opusieron resistencia al ejército español.
La conquista del área se inició en 1524 por los Capitanes Juan Pérez Dardón, Sancho de
Barahona y Bartolomé Becerra, acompañado por los curas Juan Godínez y Francisco
Hernández. Sin embargo, el área no fue totalmente subyugada sino hasta 1530, cuando
la sublevación iniciada por el cacique Copán Calel y el Señor de Mictlán fue sofocada
por Hernando de Chaves y Pedro de Amalín.
Cuando en 1549 Alonso López de Cerrato ordenó la tasación de tributarios del área, se
registraron los siguientes encomenderos: 1) Lorenzo de Godoy y los hijos menores de
Hernando de Chaves, en Chiquimula de la Sierra; 2) Hernán Pérez Peñate, en San Juan
Camotán; 3) Cristóbal Lobo, en Quezaltepeque, Chancoate (Ipala) y Xilotepeque; 4)
Juan Aragón, en Yupelingo (Jupilingo); 5) Gabriel Cabrera, en Jalapa; 6) Antonio de
Salazar, en Jutiapa y Yupiltepeque; 7) Francisco Utila, en Atescatempa; 8) Bartolomé
Marroquín, en Mazcote (Mataquescuintla); 9) la Real Corona, en Yzquipulas
(Esquipulas); 10) la hija menor de Juan Durán, en Mitlán (Asunción Mita) (véase
Ilustración 166).
De tales encomiendas, la única perteneciente a la Corona era Esquipulas, y también era
sólo ella la que pagaba su tributo en tostones de plata, pues las otras lo pagaban en
especie, principalmente maíz, frijol, cacao, mantas, miel, gallinas y petates, en ese orden
de importancia. Las encomiendas con mayor variedad de productos eran las de
Camotán, Chiquimula y Jalapa.
La abolición del sistema de encomiendas fue decretada en 1718, pero algunos poblados
habían pasado a la Real Corona con anterioridad: en 1594, Ipala y San Pedro Pinula; en
1608, Quezaltepeque; en 1549, Esquipulas y Jupilingo.
La Población Aborigen
Como ya se dijo al principio, la población indígena del Corregimiento de Chiquimula de
la Sierra estaba compuesta por hablantes de chortí, pokomam, xinca y pipil. El chortí es
un idioma maya que, junto al chol, cholán y chontal, se hablaba en el siglo XVI en la
región que se extiende desde Copán y Quiriguá hasta el sur de Petén y las zonas bajas
de Campeche y Tabasco.
El pokomam es otra lengua maya que, según algunos autores, por el asentamiento de
hablantes de pipil en el valle del Río Motagua, se dividió en norte y sur. Al norte, el
área pokomam se extendía en dirección oeste-este desde el Río Chixoy hasta Panzós, en
el Río Polochic, mientras que al sur ocupaba el área extendida desde el sur del Río
Motagua hasta la Bocacosta, en el Oriente de Guatemala.
Los pipiles vinieron de México durante los siglos IX y X y según Suzanne Miles se
mezclaron con los pokomames en el sureste del actual territorio de Guatemala y El
Salvador, aunque sólo en este último lugar mantuvieron preponderancia. Los xincas, al
igual que los pipiles, posiblemente migraron también de México y se establecieron en la
Costa Sur de Guatemala. Esta distribución lingüística referida al siglo XVI se puede ver
y comprender mejor en el mapa elaborado por Suzanne Miles.
La población indígena del área, a excepción de los pokomames del norte en la Baja
Verapaz, que fueron pacificados por los frailes dominicos, sostuvo cruentas batallas
contra los españoles bajo la dirección del cacique Copán Calel y el Señor de Mictlán.
Finalmente fueron subyugados en 1530 y, de acuerdo a la política de reducción,
distribuidos en distintos pueblos y encomiendas:
Como se puede observar, de las 13 encomiendas asignadas, seis estaban en el área chortí
y cuatro en el área pokomam. Sin embargo, de acuerdo con los datos de tasación y
tributos de 1549, dados por Alonso López de Cerrato, la población tributaria chortí sólo
alcanzaba el 17%, mientras la población mayoritaria era pokomam (53%), seguida de la
xinca (26%) (véase Cuadro 91).
El contacto con los españoles tuvo efectos negativos en la población indígena, ya que en
1589, según datos obtenidos por Lawrence Feldman, el número total de tributarios
registró una baja del 74%, producto principalmente de las epidemias. Las poblaciones
más afectadas fueron la pipil y la xinca, que no pudieron recobrarse.
En el siglo XVII hubo grandes cambios. En 1676, la población chortí se había
recuperado totalmente, y aumentado en un alto porcentaje, lo cual se reflejó no sólo en
el número de tributarios, sino en el número de poblados. Éstos eran 13 en esa época y la
población chortí representaba el 48% de la población tributaria total de la zona oriental
del país. El otro grupo mayoritario, el pokomam, con 44% de la población tributaria, se
mantenía en el mismo nivel que en 1549. El área xinca, por su parte, no logró
recuperarse y la población pipil siguió disminuyendo.
Alrededor de 1700, según datos sólo conocidos parcialmente por haberse destruido los
documentos de ciertos poblados, el número de tributarios del Corregimiento de
Chiquimula mantuvo un lento crecimiento. La población chortí, sin embargo, aumentó y
llegó a representar un 63% de la totalidad.
Según Julio César Pinto Soria, el camino mencionado se dejó de usar a partir de 1650.
Sin embargo, con el objeto de defenderse de la piratería y evitar el contrabando se
dispuso la construcción del Castillo de San Felipe del Golfo, al cual se dotó de tropas o
`escuadras' que pudieran salir en su defensa. En 1673, estas escuadras estaban formadas
de la siguiente manera: 1) en el Corregimiento de Acasaguastlán: una compañía de
infantería con 109 hombres, 41 arcabuces y 18 picas, a cargo del Capitán Diego de
Lorenzana; 2) en el Corregimiento de Chiquimula de la Sierra: una compañía de
infantería con 246 hombres, 55 armas de fuego y 128 picas, a cargo del Capitán José de
Paz Monteros.
Sin embargo, el tránsito hacia el Golfo tuvo efectos negativos en los pobladores
indígenas de los partidos de Chiquimula y Acasaguastlán. Éstos, en efecto, a veces eran
exonerados del tributo del `situado' del Castillo, por ser ellos `los que cargan el peso de
la infantería, así de leva, como socorro... así en los avíos de cabalgadura como en el
sustento y con sus personas', pero no siempre les eran retribuidos sus servicios, lo cual
se aprecia en una denuncia efectuada en 1697 ante la Audiencia por el `común del
pueblo' de San Pedro Zacapa, en la que se declaró que los avíos y cabalgaduras dados a
personas, correos y soldados no les eran pagados. Por lo tanto, pedían repartir este gasto
entre los demás pueblos del Partido de Acasaguastlán o bien descontarlo del pago del
tributo. Originalmente se rechazó la petición y se adujo para ello que los gastos se daban
tan rara vez que no les perjudicaban; sin embargo, un siglo más tarde, en 1795, se
autorizó que se pagaran las mulas dadas a los soldados.
Desgraciadamente, aquélla no era la única vejación que sufrían los indígenas. Las más
conocidas eran el exceso de tributos y el usurpamiento de tierras, a las cuales eran
sometidos sin importar el servicio que prestaran. Tal cosa le ocurrió a Miguel Suchil,
indio maestro de coro en la iglesia del pueblo de Chiquimula, quien en 1654 denunció
que en pago por la enseñanza de lectura, escritura y doctrina impartida a los hijos de los
naturales del pueblo, él recibía una indígena que ayudaba a su mujer española en los
trabajos de la casa. Empero, el Justicia Mayor y Capitán Juan de Mendoza y Mediano
ordenó suprimirle dicho privilegio porque en una fragua propiedad de Suchil no se
hicieron unos frenos tan pronto como quería el hijo del capitán. Como se puede
apreciar, ésta era una intimidación y represalia hecha a un indígena con una posición
social superior a la del común de sus congéneres.
Ahora bien, no sólo los indígenas eran maltratados, sino también lo eran las castas en
general. Por ejemplo, en 1698, Juan Grande, mulato libre, fue amarrado a la cola de una
bestia y arrastrado hasta una hacienda donde se le encerró y se le aplicaron severos
castigos. En este caso, la justicia sentenció a los responsables a cinco años de servicio,
sin goce de sueldo, en el Castillo de San Felipe, lugar de destierro por su clima malsano.
Los Pueblos
Durante el siglo XVII la población chortí de varios poblados aumentó
considerablemente En dicho siglo surgieron las comunidades de San Esteban y Santa
Elena, que se separaron de Chiquimula en 1676 y obtuvieron así, por separado, su
padrón y auto de tasación; San Juan Jocotán (hoy, San Juan Ermita), que en un
documento de 1677 aparece como Pueblo Nuevo; y San Jacinto, que en 1697 se separó
de Quezaltepeque.
No obstante lo anterior, también hubo un poblado chortí que desapareció a finales del
siglo XVII, San Miguel Jupilingo, que en 1594 contaba con 50 tributarios y en 1676
sólo con seis. Alrededor de 1683 fue despoblado y sus habitantes trasladados al pueblo
de Santiago Esquipulas, distante unas ocho leguas. En dicha ocasión los pobladores
conservaron sus ejidos en su lugar de origen. En 1691, Jupilingo ya no conservaba las
casas ni la iglesia, sino tan sólo los cimientos de la orilla del pueblo.
Los Curatos
La administración espiritual del Corregimiento de Chiquimula de la Sierra estaba, según
Fuentes y Guzmán, a cargo de seis parroquias, las cuales, con sus respectivos pueblos,
eran las siguientes: 1) Chiquimula de la Sierra: San Juan Jocotán, Santiago Jocotán, San
Juan Camotán, Santa Elena, San Esteban y San José; 2) Mitlán (Mita): Santa Catarina;
3) San Francisco Quezaltepeque: Santiago Esquipulas, San Ildefonso Ipala, San Luis
Jilotepeque; 4) Santa María Jalapa: San Pedro Pinula; 5) San Cristóbal Jutiapa: San Juan
Yupiltepeque, San José Atescatempa y Comapa (este último, en el Corregimiento de
Guazacapán); 6) Santiago Mataquescuintla y el pueblo de Santa Lucía, anexado a la
Parroquia de Zacapa.
La Parroquia de Chiquimula era bastante grande y por ello estaba a cargo de dos curas.
En 1677 el párroco Fernando de Monjarraz pidió la división de este curato. Adujo que
había ríos que se desbordaban en invierno y dificultaban las visitas y que, además, esta
división reduciría el sustento de los curas por parte de los pueblos. Posiblemente, sin
embargo, la razón principal de la petición era la de evitar mayores agravios entre los
mismos curas, pues los pueblos de San Juan Jocotán, Santa Elena y San José no pedían
ningún cura. La petición fue denegada.
El pueblo de Chiquimula, como era costumbre, estaba dividido en cuatro barrios: San
Nicolás Obispo, San Juan, Santa Cruz y San Sebastián. Además, existía el Calvario, al
cual se llegaba por una calzada. A finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII el
pueblo contaba con dos iglesias: la parroquial de la Santísima Trinidad (véase
Ilustración 170) y la de San Nicolás Obispo, y además con una capilla del Señor del
Calvario, el edificio de las Casas Reales y el Cabildo, entre otros. La iglesia parroquial
debe haberse construido antes de 1637, cuando la cofradía de españoles de Nuestra
Señora de la Asunción contrató al maestro pintor Jacinto del Saz para hacer un
tabernáculo dedicado a la santa patrona. Todo ello coincide con la descripción hecha por
Fuentes y Guzmán sobre la existencia de buenos retablos, el mayor y los colaterales, los
cuales estaban alojados en un edificio grande con sacristía y capilla mayor abovedada
pero con techo de paja, que debe haber facilitado el incendio del 8 de mayo de 1699. Es
probable que por este suceso se contratara en 1700 a los hermanos Francisco y Ramón
Cárdenas para dorar y estofar el retablo mayor, que medía 11 varas de alto y 9.5 de
ancho, así como un retablo colateral de cuatro varas de alto y tres de ancho.
Fuentes y Guzmán dice que las iglesias de San Juan Jocotán, Santiago Jocotán y San
Juan Camotán estaban bien construidas con teja y con buenos altares. Pero, a menos que
esta información fuera anterior a 1681, no podría ser válida para Santiago Jocotán, pues
en esta fecha hubo un incendio que destruyó no sólo la iglesia y la sacristía sino también
cerca de 70 viviendas indígenas. Hasta 1724 se concedió a los moradores la cuarta parte
de sus tributos para la reconstrucción de su templo.
Por otra parte, a fines del siglo XVII varias iglesias fueron reconstruidas, entre ellas la
de San José, cuyos feligreses, por tener una iglesia pequeña y pajiza, decidieron
construir por su cuenta una nueva, de la cual sólo pudieron levantar los cimientos, las
bases de calicanto y las paredes de adobe. Por ello, en 1681 les fue concedida la cuarta
parte de sus tributos, durante cuatro años, para terminar la obra.
La imagen fue hecha por el escultor Quirio Cataño. Éste fue contratado en 1594 por
Fray Cristóbal de Morales, por la cantidad de 100 tostones de a cuatro reales de plata,
para la elaboración de un crucifijo de vara y media de alto, que debía entregar el día de
San Francisco, patrón del pueblo de Quezaltepeque.
Santiago era todavía el patrón del pueblo de Esquipulas, y por ello el Obispo de
Guatemala y Verapaz, el Ilustrísimo y Reverendísimo Fray Gómez Fernández de
Córdova consagró al Cristo Negro como patrón de Esquipulas, el día 15 de enero de
1595. La imagen permaneció en la ermita donde se ofició la primera misa, hasta la
construcción de la iglesia parroquial a principios del siglo XVII.
Las Haciendas
El asentamiento de españoles en el Oriente del país cambió la situación social y
económica de la región. Se introdujeron nuevos cultivos, como la caña de azúcar, el añil
y otros. La ganadería requirió grandes extensiones de tierra. Estas actividades pudieron
realizarse gracias a que la Corona premió a los conquistadores y primeros pobladores
con propiedades acordes con sus méritos: caballerías para hombres de a caballo, y
peonías para los que venían a pie. Además cedió tierras a las comunidades indígenas y a
sus caciques, para cultivarlas y producir sus propios alimentos y los de las tropas
españolas.
Un cultivo muy interesante fue el del algodón, que se sembraba en los pueblos de
Asunción Mita y Jalapa, y se tejía en casi todos los demás del Corregimiento. Sólo
Jalapa, Mataquescuintla, San Luis Jilotepeque y Chiquimula producían, cada uno, más
de 299 mantas anualmente. Jalapa y Mataquescuintla eran los mayores productores, con
la cantidad de 1,110 mantas. Las `naguas' se producían sólo en Atescatempa.
Por la crisis de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, muchos españoles
salieron de Santiago de Guatemala al campo, especialmente al Oriente del país. De esta
manera, las tierras abandonadas por la crisis demográfica entre los indígenas fueron
ocupadas por los españoles. Sin embargo, en esta época la titulación de tierras todavía
no era muy abundante. Según un inventario del Juzgado de Tierras de Chiquimula y
Zacapa, de 1578 a 1600 se formaron cuatro expedientes para la titulación de igual
número de propiedades, mientras que en el siglo XVII se efectuaron 29. La extensión
promedio de estas propiedades era de cuatro caballerías.
El rubro económico más importante fue la ganadería. El ganado entró a Centro América
vía México, Panamá y el Golfo Dulce, en la década de 1520, y su crianza se desarrolló
en la región central, Costa Sur y el Oriente del país. Si bien la producción ganadera del
Corregimiento de Chiquimula de la Sierra no fue demasiado grande, era importante en
la región, como lo indica la existencia de gran cantidad de haciendas y estancias de
ganado mayor, desde el siglo XVI, las cuales pertenecían a españoles, mestizos, clérigos
e indígenas. Estos últimos las mantenían, generalmente, para gastos de cofradía. Las
cofradías de Jilotepeque, por ejemplo, además de poseer estancias de ganado mayor,
también tenían potreros. Estas haciendas estaban localizadas cerca del pueblo, poco más
o menos a dos leguas.
Los primeros habitantes que se registraron en el área de Concepción las Minas fueron
los miembros de la familia de Luisa Sazo, a quienes se les otorgó en 1658 el título de la
hacienda de Nuestra Señora de la Concepción, y Juan Antonio Aguilar, quien en la
misma fecha pidió la medida de un sitio de estancia en las Minas de Alotepeque. Sin
embargo, el florecimiento de esta zona corresponde al siglo XVIII, cuando tomó mayor
auge la producción minera en la región.
Conclusiones
La región oriental presenta hoy día las características del proceso de mestizaje que
comenzó en el siglo XVI y siguió a todo lo largo de la era colonial. Este mestizaje
biológico y la fusión de las culturas europea, indígena y africana, se debió
principalmente al establecimiento permanente de españoles en el área.
No todos los españoles que llegaron al Oriente eran ricos y poderosos, pues también
hubo pobres que se mantenían con una economía de subsistencia. Cuando los españoles
inmigraron, trajeron la tecnología propia de su cultura, como la caña de azúcar y la
ganadería. La primera se cultiva bastante todavía, en especial por los indígenas chortíes.
La segunda es una actividad ladina propia de los valles aluviales de los departamentos
de El Progreso, Zacapa, Izabal, Chiquimula, Jalapa y Jutiapa. Estas tierras pueden ser
herencia de los primeros españoles que acapararon los mejores sitios y orillaron a los
indígenas a trasladar sus sementeras a las laderas de las montañas y ocasionaron así un
cambio en el paisaje y una erosión continua.
El siglo XVIII presenció una mayor afluencia de mestizos y españoles, llegados con la
esperanza de amasar riquezas por medio de la explotación de las Minas de Alotepeque,
y ello dio como resultado una mayor circulación de metálico, lo que a su vez promovió
el desarrollo comercial, agrícola e industrial, en especial el ganadero.
MICHEL BERTRAND
La Región de Rabinal
Con todo y su carácter fronterizo, la región tenía una fuerte homogeneidad étnica. Los
rabinalenses integraban una unidad dentro de la confederación quiché. Tenían su propio
dios (tohil), sus propios antepasados fundadores y su propia lengua (el quiché-achí).
Esta autonomía se hacía sentir frente a los otros señoríos: quichés, cakchiqueles
(kaqchikeles), tzutujiles (tz'utujiles), etcétera, como se indica en el ballet-drama Rabinal
Achí, así como frente a las etnias rivales pokomam (poqomam) y kekchí.
Aproximadamente entre 1350 y 1400, los rabinalenses, hasta entonces aislados en las
tierras que rodeaban Tzamaneb, conquistaron, a expensas de los pokomchíes, la región
de Rabinal y se instalaron allí definitivamente.
Este lugar tan poco atractivo no experimentó más que una tentativa de colonización
española. El fracaso de ésta favoreció el proyecto lascasiano de conquista pacífica, y
sobre todo la implantación del sistema colonial dominico. A fines del siglo XVII, la
región de Rabinal constituía un mundo social original, donde la autoridad dominica
imponía su ley sobre los indígenas.
El sistema impuesto implicó que los sobrevivientes tuvieran que adaptarse a nuevas
formas básicas de propiedad. La Corona, propietaria de las vastas tierras conquistadas,
se preocupó desde un principio de controlar su distribución. Con este propósito, después
de 1550 se comenzó a regular progresivamente la materia, y rápidamente la tierra se
convirtió en una fuente de ingresos fiscales. Reales cédulas de 1589 y 1591 precisaron
las condiciones del nuevo régimen de propiedad de la tierra al imponer un pago, o
composición, a todo propietario que no pudiera demostrar su título legal. Como parte
del nuevo sistema se nombraron jueces especiales encargados de ejercer el control sobre
la tierra.
La aplicación del nuevo sistema legal fue difícil en términos generales y creó
conmoción en la zona de Rabinal. El régimen prehispánico de propiedad, basado en la
costumbre, perdía toda legitimidad legal y quedaba a merced de las formas de
adquisición contenidas en las nuevas normas. Desde luego, las formas de propiedad
precoloniales no desaparecieron de manera absoluta e inmediata, pero pasaron al ámbito
de la clandestinidad. Después, cuando el crecimiento demográfico produjo una presión
sin precedentes sobre la disponibilidad de la tierra, las formas precoloniales ya no
pudieron resistir y desaparecieron casi por completo. En consecuencia, de acuerdo con
las evidencias de la documentación oficial, había sólo dos formas reconocidas de
propiedad: la comunal y la privada.
Es necesario reconocer, por otro lado, que el poder indígena establecido en el marco de
los pueblos no fue eliminado del todo. El ejercicio de las responsabilidades municipales
estaba asociado al control de las cofradías, con todas las riquezas de éstas y con los
beneficios que de ellas se obtenían: tierras, ganado, préstamos a interés, así como
diversos intercambios, todo lo cual servía de base a la actividad económica y ritual de
estas hermandades. Para los macehuales los privilegios de sus caciques pesaban tanto
como las cargas suplementarias a las que ellos debían contribuir.
El tamaño de las propiedades variaba según su localización. Las unidades más grandes
se hallaban en el centro de la región. Se trataba básicamente de las haciendas dominicas,
las cuales se fueron ampliando progresivamente, pero también estaban los ejidos
originales aumentados con nuevas parcelas. Los valles, en cambio, se caracterizaron
desde 1700 como lugares para actividades más pequeñas.
Junto a las actividades inspiradas en el modelo de los frailes dominicos se mantuvo una
economía de subsistencia, predominante durante mucho tiempo, la cual se basaba en los
cultivos tradicionales y el trabajo artesanal. Se aseguraba así la satisfacción de las
necesidades domésticas sin sacrificar excedentes importantes. Es cierto que las técnicas
utilizadas en aquellas actividades económicas eran todavía muy atrasadas, lo mismo que
el equipo de trabajo disponible.
Conclusiones
Al comenzar el siglo XVIII, la región había superado en mucho la catástrofe producida
por la Conquista. Después de 150 años de colonización, el sistema establecido por los
dominicos estaba bastante consolidado. Después de las primeras reticencias, la
población había sido totalmente sometida. Tal estado de cosas supuso asimismo la
implantación de nuevas reglas en cuanto a la propiedad inmueble, lo cual contribuyó a
perturbar el mundo indígena, ya que alimentó la crisis demográfica y el desplazamiento
de las élites sociales. La situación, por otra parte, permitió el desarrollo de una
explotación con beneficios desiguales para la Corona, sus funcionarios locales y los
dominicos. Estos últimos fueron los más favorecidos. Con gran habilidad y realismo, los
frailes consiguieron sacar gran provecho de los privilegios que en nombre de la
conquista evangélica obtuvo Las Casas.
Antecedentes
La historia de la Verapaz comenzó en 1537 con un pacto secreto entre Fray Bartolomé
de Las Casas, Vicario del convento dominico de Guatemala, y el Gobernador interino
del país, Alonso de Maldonado. Según dicho convenio, citado in extenso por Remesal,
Las Casas y dos compañeros suyos, Fray Rodrigo de Ladrada y Fray Pedro de Angulo,
se ofrecieron para reducir y evangelizar pacíficamente a ciertos indios que vivían al
norte del territorio conquistado y que no habían sido sometidos todavía. Una de las
condiciones expresas se refería a que, una vez reducidos, los indios serían puestos bajo
la autoridad directa de la Corona y no serían dados en encomienda a persona particular
alguna. El Gobernador, por su parte, garantizó en nombre del Rey el respeto a dicha
condición, así como la exclusión de toda injerencia española en las regiones confiadas a
los misioneros. El convenio tenía un plazo de cinco años contados a partir de la
penetración efectiva de los religiosos en la zona rebelde.
Ahora bien, la intención y los móviles lascasianos en este caso sólo se pueden entender
a cabalidad si se consideran adecuadamente los antecedentes principales de la empresa.
Resulta difícil establecer el momento en que el sacerdote secular Las Casas, llegado a
las Indias en 1502, empezó a protestar contra las guerras de conquista, pero se puede
suponer que la violencia e inhumanidad de las campañas militares de que fue testigo en
La Española y en Cuba, y que denunció más tarde en sus escritos, le llevaron a condenar
definitivamente las correrías armadas. Como capellán castrense en Cuba, Las Casas se
esforzaba ya en suavizar los contactos violentos, en evitar los saqueos y en que se
delimitara en cada pueblo el sector destinado a los españoles. Según lo asevera él
mismo en la Historia de las Indias, también consiguió reducir pacíficamente algunos
indios ahuyentados por la llegada de los conquistadores.
Vuelto a España en 1515, y ya con el deseo de promover una reforma general en las
Indias, el cura secular propuso primero un plan para las islas, en el cual se trataba de
proteger a los indios conquistados. Después propuso otro para la tierra firme, amplio
campo para experimentar nuevos métodos de penetración y colonización, iniciados por
los religiosos en La Española, en una pequeña zona costera de prohibido acceso a los
colonos. Según el plan lascasiano para el continente, los misioneros podían desempeñar
un papel determinante y de vanguardia para preparar la instalación de pobladores
pacíficos. Para poner en marcha sus proyectos, decidió el clérigo fundar una compañía
concesionaria, con socios proveedores de fondos, pero rápidamente tuvo que transigir
con la codicia de los españoles y aceptar el tráfico de oro e incluso de esclavos. Viciada
de esta manera, la empresa terminó en el fracaso de Cumaná (1522), donde se produjo
una sublevación de los indios de la Costa, la cual llevó a Las Casas a retirarse y a vestir
el hábito de Santo Domingo. Fray Bartolomé aprovechó sus años de retiro en los
conventos de La Española para adquirir una cultura de teólogo jurista, de la que hasta
entonces carecía. Redactó un grueso tratado en latín, De unico vocationis modo, en el
que exponía, con el apoyo de gran cantidad de citas sagradas y profanas, toda una teoría
de la conquista basada en el evangelio, que resaltaba la libre atracción de la voluntad
por medios suaves y persuasivos, como única manera de difundir la religión cristiana.
Esta obra resulta, pues, el antecedente doctrinal directo de la evangelización de la
Verapaz.
En 1531, Las Casas reanudó su acción política mediante una importante carta dirigida al
Consejo de Indias, en la que renovaba sus antiguos proyectos colonizadores y en la que
daba claramente la primacía a los religiosos, que se encargarían simultáneamente de la
evangelización y de la pacificación de los naturales. En su afán de poner en práctica sus
métodos, Fray Bartolomé trató de realizar personalmente la atracción pacífica de los
indios, primero en La Española, donde intervino secretamente y con buen éxito en la
reducción del cacique rebelde Enriquillo, y después en Nicaragua, a donde llegó en
1535 tras un frustrado viaje al Perú, y donde se ofreció para someter por la vía
evangélica a unos indios todavía no conquistados en las zonas más apartadas del país. A
pesar de haber pedido y obtenido de la Corona las indispensables garantías (exclusión
de los españoles y del sistema de encomienda), se enfrentó allí con la oposición
irreductible del Gobernador Contreras y del Obispo Diego Alvarez Osorio, y tuvo que
desistir de su intento. Salió poco después hacia Guatemala, por invitación del Obispo
Francisco Marroquín.
En la medida en que pudo conocer la realidad de los hechos, parece ser que Remesal los
modificó sustancialmente para hacerlos más edificantes y para ajustar el éxito de la
empresa al mínimo lapso de un año. Importa ver ahora lo que pasó realmente durante
este breve período inicial. Debe notarse en primer lugar que la relación de Remesal no
se halla convalidada por ninguna otra fuente. El propio Las Casas no decía nada preciso
en sus escritos. Al hablar de la manera en que se había ganado la Verapaz, en su
Apología Latina o en su Controversia con Sepúlveda, sólo se contentó con exponer
brevemente, sin dar fechas ni nombres, el paciente método de acercamiento empleado
por los religiosos, que contaron con el auxilio de unos indios pacíficos y evangelizados.
El historiador dominico Fray Agustín Dávila Padilla, por su parte, en las postrimerías
del siglo XVI hablaba del papel determinante de Cáncer, pero sin proporcionar tampoco
la menor indicación cronológica.
La versión de Remesal dio motivo a ciertas reservas expresadas por Fuentes y Guzmán
a fines del siglo XVII en la Recordación Florida. Algunas otras interesantes novedades
sobre el tema se encontraban también en la Historia de Fray Francisco Ximénez, quien
continuó la crónica dominica de Guatemala a principios del siglo XVIII. Ximénez no
deja de ser fiel a Remesal en los lineamientos esenciales, pero señaló que la acción de
los frailes se comenzó en unos poblados situados bastante lejos de la Tierra de Guerra,
hacia el suroeste, concretamente en las regiones de Atitlán, Tecpán Atitlán,
Chichicastenango y Rabinal. Ahora bien, no cabe duda que fue precisamente en estos
lugares apartados y separados geográficamente, donde se inició el prudente avance de
los dominicos, en algo que no pasó de ser inicialmente un discreto trabajo preliminar
llevado a cabo con la ayuda de los señores amigos de esas comarcas ya sometidas. Una
prueba de ello se encuentra en ciertos documentos de 1540 citados por Ximénez e
incluso por el mismo Remesal. Se trata de unas cédulas reales, obtenidas a petición de
Las Casas, en las que se agradecen los servicios prestados por los señores de dichos
lugares. En cuanto a los resultados concretos de este primer esfuerzo evangelizador, se
puede suponer que quedaron limitados a unos breves contactos de los misioneros con
los jefes `de guerra', obtenidos por mediación de los jefes `de paz'. Estas conversaciones
preparatorias efectuadas en los confines, y sólo ellas, se hallan mencionadas en una
carta de Alonso de Maldonado a Carlos V, de 1539: `...ya algunos indios principales de
aquella tierra que está de guerra habían venido a hablar con los padres', y están, además,
confirmadas por una real cédula al Gobernador de Guatemala y por una carta del propio
Las Casas al Emperador, ambas de 1540.
Cabe preguntar entonces quiénes eran los señores insumisos que salieron al encuentro
de los dominicos. Pese a la imprecisión de los textos citados, puede suponerse que
venían de la región de Cobán. Sobre este pueblo precisamente se dispone de unas
preciosas informaciones contenidas en dos pleitos más tardíos (1563-1567 y 1570-
1572), que se conservan en el Archivo General de Indias (AGI). En ellas consta que
Cobán había sido dado en encomienda a unos colonos de Guatemala, en tres ocasiones
distintas anteriores a 1537. ¿Cuál era, pues, la situación exacta de este pueblo, en el
momento en que los religiosos iniciaron su acción? La multiplicidad de las encomiendas
parece ser ya un indicio de que su posesión no fue estable. De hecho, los testigos
españoles afirman en sus declaraciones que Cobán fue efectivamente conquistado y que
nunca se rebeló, mientras sus contrarios, los fiscales de la Audiencia de los Confines y
del Consejo de Indias, sostienen que las encomiendas repartidas nunca fueron efectivas
y que Cobán, por no haber sido sometido o por haberse sublevado, formaba parte en
1537 de la zona de guerra reservada a los frailes. En realidad, es probable que Cobán
haya sido conquistado alrededor de 1529-1530, época en que se organizaron varias
expediciones armadas por aquella zona. Pero también es probable que este poblado, a la
sazón pequeño y situado en una región aislada todavía sin conquistar, haya quedado
prácticamente abandonado por los españoles, y constituyera así un caso particular
separado del territorio quiché que ya estaba sometido y bien controlado. En este caso, la
Tierra de Guerra propiamente dicha, situada más al este, en la región llamada
Tezulutlán, constituía el territorio que no había sido sometido.
El lugar tenía un interés estratégico evidente para los misioneros. Cobán era puerta de
entrada al país de guerra y como tal debe haber sido para los misioneros no sólo un
punto de apoyo para un prudente ingreso en la Tierra de Guerra, sino el primero y más
esencial de sus objetivos inmediatos. Remesal dice que el proyecto de los dominicos
tuvo que ser aplazado por la salida de éstos hacia México. Este viaje se señala en varios
documentos como un verdadero contratiempo, pero el mismo no dejaba de tener ciertas
ventajas potenciales que Las Casas aprovechó en la posterior continuación de su
empresa. En el momento decisivo de la penetración se necesitaban efectivos misionales
suficientes y una plena libertad de acción, sobre todo porque podían preverse nuevas
dificultades.
En 1538 Maldonado preparaba una expedición al país de los lacandones, situado más
allá de Cobán, hacia el noroeste. En el itinerario quedaba precisamente Cobán, y era de
esperarse que los españoles pretendieran derechos de posesión. Por otra parte, el
previsto regreso de Alvarado a la cabeza de la Gobernación no podía menos que
aumentar tales inquietudes. A fin de proseguir su campaña pacífica en tan delicadas
circunstancias, los frailes necesitaban refuerzos y garantías, los cuales se podían obtener
precisamente en Nueva España, mas no en Guatemala.
Los refuerzos aludidos no los consiguieron sino años más tarde, probablemente a
instancias de Angulo. Las Casas, por su parte, volvió a Santiago en 1539, en compañía
de Fray Rodrigo de Ladrada y con el respaldo asegurado del Virrey Mendoza y de la
Audiencia de México. Este apoyo se expresaba claramente en una provisión al
Gobernador de Guatemala, en la cual se ratificaba el contrato de 1537 y se exigía que el
mismo se respetara estrictamente por las autoridades. La empresa, sin embargo, se
postergó por algún tiempo, a la espera de nuevos misioneros y también porque Fray
Bartolomé estaba a punto de salir hacia España, donde continuó con sus actividades
reformadoras. En efecto, tras largos años de espera había sido acreditado por fin como
delegado de los obispos y los superiores de las órdenes religiosas. Provisto de valiosas
cartas de recomendación firmadas por autoridades civiles y religiosas, salió con Ladrada
en marzo de 1540, con lo cual interrumpió temporalmente su labor de conquistador
evangélico. El proyecto, empero, no quedó abandonado. Antes bien, el viaje a España
permitió a Las Casas dar nuevo impulso a su plan, en condiciones y con medios que
entonces deben haberlo llenado de esperanza.
Ahora bien, Las Casas estaba impaciente por dar a conocer sus proyectos de reforma
detenidamente elaborados. Según escribía al Emperador, a la sazón ausente de España,
sus planes se referían a la `universalidad del Nuevo Mundo'. Pero su preocupación por
continuar su empresa en la Tierra de Guerra se demuestra por la importante serie de
cédulas expedidas a petición suya por el Consejo de Indias, a fines del mismo año 1540.
Los años siguientes marcan el apogeo de la carrera lascasiana. En 1544, año del regreso
a América de Fray Bartolomé, la legislación colonial no era la misma que a su llegada a
España: impulsadas por él mismo, habían sido promulgadas las famosas Leyes Nuevas
de 1542-1543. Además de la célebre Brevísima Relación de la Destrucción de las
Indias, la más abrumadora reprensión contra las conquistas guerreras, se conoce de la
misma época el siguiente conjunto de textos: Octavo Remedio, Memorial de Remedios,
Representación al Emperador, Memorial Las Casas-Ladrada al Rey, todos los cuales
reiteran con gran vehemencia las ideas reformadoras del Defensor de los Indios. En
dichos textos se condenan de modo radical las encomiendas y la esclavitud de los
indígenas. Se afirmaba que las `infernales' conquistas armadas debían ser sustituidas por
expediciones pacíficas y respetuosas de los señoríos autóctonos. Se sostenía que
únicamente los misioneros debían estar encargados de atraer a los habitantes, primero
por la predicación y las buenas obras, y después por la vía de una futura colonización a
la vez inofensiva y benéfica. Es decir, el mismo método que se estaba experimentando
en pequeña escala en Guatemala.
Las Leyes Nuevas recogieron gran parte del contenido de aquel ideario reformador,
especialmente en materia de encomiendas y esclavitud. En cuanto a la cuestión
fundamental de las conquistas, ciertamente, las leyes no fueron tan radicales como
esperaba Las Casas, pues no prohibían de modo terminante el empleo de las armas, tal
como él lo pretendía. En semejante contexto legislativo, por cierto nada desfavorable a
sus objetivos, Fray Bartolomé obtuvo en 1543 otras garantías legales relativas a la
Tierra de Guerra, perfectamente adaptadas a sus particulares propósitos. Por otra parte,
y en reconocimiento a sus méritos personales, fue designado Obispo de Chiapas,
provincia relativamente cercana al territorio de su misión. Esto último pudo haber sido
dispuesto a su propia petición.
Entre los nuevos documentos enviados en 1543 había una carta dirigida a Angulo, en la
que le anunciaba algunos despachos destinados a proteger su acción. También estaba
una solicitud al Provincial de los dominicos para obtener refuerzos adicionales y,
finalmente, otra más dirigida a la recién fundada Audiencia de los Confines, en la cual
le rogaba informar sobre las actividades de los misioneros y pedía facilitarles cuanto
necesitaran.
La penetración decisiva en el país de guerra se llevó a cabo en 1544. En este año, como
se puntualiza en varios textos de 1545 y en una relación posterior, dos dominicos
entraron en Cobán. Uno de ellos era Fray Luis Cáncer. Desde dicho pueblo, en el que se
agrupó a los habitantes de los alrededores, la misión se extendió progresivamente hacia
las áreas vecinas. Los religiosos se esforzaron desde el principio en aprender los
idiomas locales, y enviaron mensajeros para anunciar su llegada y su propósito de
distribuir rescates. Casi simultáneamente intervenían también los indios cantores y
músicos venidos de la Nueva España. En 1545, el propio Las Casas tuvo la oportunidad
de visitar la región cuando se dirigía a Honduras. Aquí tenía su sede la Audiencia y ante
ésta pensaba quejarse de la hostilidad de los españoles de su diócesis. Según un informe
formulado allí mismo a petición de los dominicos y ante el propio obispo, había
entonces en la Tierra de Guerra ocho frailes, y varios pueblos más o menos alejados de
Cobán, como Patal, Jatic (Tactic?), Chamelco y Tucurú, situados todos éstos en el
corazón de Tezulutlán, que ya habían sido reducidos. Si se concede credibilidad a la
información, la visita de Fray Bartolomé se efectuó en medio de grandes reuniones
populares y del entusiasmo general. Es posible que este cuadro haya sido presentado un
tanto embellecido. El Obispo Marroquín, que también estaba presente, no dio muestras
de igual optimismo. De cualquier manera, los resultados no pueden dejar de
considerarse como altamente positivos.
Merced a la vigilancia de Las Casas, varias cédulas de 1547 confirmaron el buen éxito
apuntado. Entonces se dio oficialmente el nombre de Verapaz a la llamada Tierra de
Guerra, mientras que la prohibición sobre el establecimiento de otros españoles en el
territorio se prorrogó por cinco años más. Los dominicos fueron animados a perseverar
en su obra y los señores de Tezulutlán a favorecer la formación de pueblos. En contra de
ciertas amenazas que habían surgido del lado de Yucatán, se emitió una provisión
destinada a Francisco de Montejo, Adelantado de ese país, en la cual se le ordenaba salir
de la zona reservada. De esta forma, a pesar de la hostilidad de los españoles, los frailes
parecían firmemente establecidos en el territorio de su elección: a los 10 años del
comienzo de la empresa, la vieja Tierra de Guerra se convirtió en la misión dominica de
la Verapaz.
El exclusivismo dominico
A pesar de las órdenes oficiales, la amenaza de los españoles bajo el control de Montejo
no tardó en hacerse realidad: a fines de 1547, en las proximidades del Golfo Dulce,
fundaron un establecimiento colonial al que llamaron Nueva Sevilla y donde efectuaron
un repartimiento de los indios de la región. Los religiosos protestaron en seguida contra
tales maniobras, y durante 1548 consiguieron resultados favorables para ellos, gracias a
la venida del Presidente Alonso López de Cerrato, sucesor de Maldonado. Fray Tomás
Casillas, que había sido Superior de los dominicos llegados en 1545, viajó a la sede de
la Audiencia en Gracias a Dios, para exponer al nuevo Presidente las quejas de los
misioneros de la Verapaz, y para incitarle a ejecutar estrictamente las provisiones reales
que exigían la exclusión de los españoles de los territorios reservados. Cerrato ordenó
entonces la evacuación inmediata de toda la zona del Golfo Dulce, y fue el propio
Casillas quien llevó a Nueva Sevilla los despachos presidenciales. Los vecinos de dicho
asentamiento opusieron cierta resistencia, pero acabaron por someterse y el lugar fue
por fin abandonado. El asunto, sin embargo, sólo se resolvió militarmente: puesto que
habían quedado en el sector algunos elementos rebeldes, se organizó una expedición
para reprimirlos bajo el mando del Oidor Ramírez de Quiñones, quien acabó
rápidamente con los perturbadores. En suma, la despoblación de Nueva Sevilla
representó para los misioneros de la Verapaz un éxito total, no sin serias consecuencias
en cuanto a la explotación colonial de la región del Golfo, que en adelante quedó
prohibida a los españoles. Con el apoyo oficial de que gozaban, los dominicos no
dejaron de aprovechar su privilegio de exclusividad en todo lo que pudieron.
Este criterio no era compartido por los religiosos recién llegados, deseosos ante todo de
mantenerse solos en medio de sus indios y, por lo tanto, en los años siguientes se
opusieron resueltamente a las intenciones de Angulo. Según se desprende de unas cartas
que este fraile dirigió al Rey en 1560, sus hermanos de hábito se habían esforzado por
todos los medios en contrarrestar sus miras, y en convencer a los naturales de que la
misión estaba animada de supuestos propósitos esclavistas. Poco después, el nuevo
Presidente, Núñez de Landecho, obtuvo el acuerdo de la Corona para fundar en la
misma región del Golfo Dulce, un pueblo al que llamó La Monguía. El establecimiento
no prosperó, sin embargo, porque los dominicos se opusieron a la apertura de un camino
a través de la Verapaz, y al cabo de unos tres años se había abandonado por completo.
Tras la evacuación de La Monguía, la idea de un asentamiento español no fue
abandonada totalmente, y reapareció a finales del siglo XVI, durante las presidencias de
Pedro de Villalobos, García de Valverde y Francisco de Sandé. Pero fue tan fuerte la
oposición de los misioneros en su actitud por salvaguardar lo que ya consideraban su
feudo, que todos los proyectos fracasaron uno a uno, y la misión dominica quedó
cerrada a cualquier intromisión de tipo colonial. El territorio, no obstante, no pudo
librarse del control administrativo previsto también desde el principio, y la instalación
de una autoridad temporal en Verapaz ocasionó una serie de conflictos con los
religiosos. En la época de López de Cerrato se efectuaron sólo algunas visitas de
inspección, encaminadas a apreciar el fruto de la actividad de los misioneros. A pesar de
todo, en 1552, y de acuerdo con el Presidente, Fray Pedro de Angulo envió al Rey la
escritura de vasallaje de los indios del antiguo país de guerra. Hay que subrayar que este
paso integracionista no significaba la desaparición de los señoríos indígenas. Por el
contrario, el señor de San Juan Chamelco, por ejemplo, que había sido elegido
libremente como gobernador, fue confirmado en este cargo por cédula real de 1555, y
otra cédula del mismo año aprobó el sistema tradicional de gobierno de los naturales.
Pero las autoridades de Guatemala no tardaron en denunciar la carencia de una
administración española en Verapaz, y el propio Angulo reclamó el nombramiento de
funcionarios y magistrados.
El Obispado de la Verapaz
Con los dos obispos siguientes, Fray Pedro de la Peña (Provincial de México y
promovido a otra parte poco después de haber sido designado) y Fray Tomás de
Cárdenas (dominico de Guatemala, personaje humilde y completamente sometido a las
exigencias de sus hermanos de hábito) nada extraordinario perturbó las relaciones entre
prelados y misioneros. Mas la situación cambió súbitamente en 1581 con la llegada de
Fray Antonio de Hervias, que venía del Perú y también pertenecía a la Orden de los
dominicos. El antagonismo entre este Obispo terco y autoritario, y los religiosos que
pugnaban por un exclusivismo exacerbado en la región, tomó inmediatamente un
carácter violento que culminó con el capítulo que los frailes celebraron en Cobán en
1582. El desorden, las injurias, las amenazas y otras medidas de hecho sólo terminaron
con la rápida salida de Hervias, que se dirigió a Guatemala para continuar luego hacia
España, donde posteriormente fue promovido al obispado de Cartagena de Indias.
El obispado quedó vacante durante 10 años, pero el viejo conflicto resurgió con más
fuerza a la venida de Juan Fernández Rosillo, ex Deán del capítulo de Cartagena.
Rosillo exigió que la iglesia y el monasterio de Cobán le fueran asignados oficialmente.
Se siguió entonces un pleito ante el Consejo de Indias, que emitió una sentencia por la
cual se daba la iglesia al obispado y el convento a los religiosos. Se trataba, sin
embargo, de una decisión ilusoria, que pretendía en vano promover una vecindad
pacífica. Rosillo se retiró finalmente a Guatemala con el argumento de que se hallaba en
exilio forzado, y en 1603 fue trasladado a Michoacán.
La disputa entre los frailes y algunos dignatarios seculares que permanecían en el lugar
se prolongó todavía por cierto tiempo. En 1608 la Corona se convenció de que el
obispado no era viable y decidió incorporarlo al de Guatemala. La iglesia de Cobán fue
devuelta a los dominicos un poco más tarde, y en adelante estuvieron casi a salvo de las
interferencias de la jurisdicción ordinaria. Así concluyó en su provecho un largo
conflicto que había generado querellas memorables, y que en definitiva alteró
gravemente la esencia de la misión ideal, tal como había sido forjada por los pioneros de
ésta.
Cuando el país de guerra tomó oficialmente el nombre de Verapaz, aún quedaban por
`conquistar' varios señoríos de los alrededores y de allende las zonas de Cobán y
Tezulutlán. Los principales eran los acalaes y los lacandones, hacia el noroeste; los
choles y los manchés, hacia el noreste; y los mopanes y los ahitzaes, hacia el norte. Los
proyectos de reducción impulsados por los dominicos fueron frecuentes en la segunda
mitad del siglo XVI y a todo lo largo del siglo XVII, pero el espíritu pacífico que
caracterizó a la empresa de la Verapaz en sus principios no estuvo siempre vigente,
como lo desearon los fundadores.
Fue más evidente este desvío del espíritu inicial en la actitud de los religiosos
dominicos frente a los indios lacandones, asumida algunos años después. Estos
indígenas, particularmente belicosos, organizaban a menudo correrías devastadoras en
las zonas ya sometidas, y la Audiencia no vaciló en apelar al recurso de la guerra contra
tales peligros. La Corona, por su parte, invitaba a los religiosos de la Verapaz a
ocuparse también de la pacificación y cristianización de estos otros indios de acuerdo
con la misión que les había sido encomendada. Dicha invitación se venía repitiendo
desde 1553, y ella motivó quizás la empresa desgraciada de Vico en el país de los
acalaes, el cual constituía una etapa obligada en la penetración por ese lado al territorio
de los lacandones. Otra tentativa se llevó a cabo por el lado opuesto, directamente desde
Chiapas, y se organizó por iniciativa de Fray Tomás Casillas, sucesor de Las Casas en la
diócesis. No se conocen muchos de sus detalles, pero se sabe que terminó en un abierto
fracaso y que se registraron muchas víctimas.
Ante tal situación, el Consejo de Indias cambió completamente su política y acabó por
autorizar el empleo de la fuerza para reducir de una vez por todas a los lacandones. Una
real cédula de 1558 sugería expresamente la solución guerrera en caso necesario, y
autorizaba que los indios capturados fueran hechos esclavos. Estas disposiciones
extremas resultan un tanto sorprendentes y quizás se deban colocar en la perspectiva de
una cierta regresión de la influencia general lascasiana en aquellos años difíciles de
cambio de reinado. No obstante, se puede comprender mejor la posición de la Corona si
se toma en cuenta que los propios dominicos de la Verapaz habían pedido el recurso de
las armas con la mayor insistencia. En su capítulo provincial de enero de 1558, por
ejemplo, declararon solemnemente que este medio no sólo era lícito, sino que se
imponía como una obligación de conciencia, y que el Rey debía proteger a sus súbditos
contra las agresiones de que eran víctimas, lo que implicaba `destruir totalmente' a los
lacandones.
En la región del Golfo Dulce, cuyos habitantes, los choles, vivían en pequeñas
comunidades diseminadas y poco accesibles, los esfuerzos de reducción empezaron
desde Cobán, una vez concluida la pacificación de los kekchíes y pokomchíes
(poqomchi'es) en el corazón de la Verapaz. Fray Domingo Vico, futura víctima de los
acalaes, fundó allí, entre 1550 y 1552, los pueblos de Xocoló y Polochic, y poco
después otros indígenas fueron desplazados e incorporados a los lugares pokomchíes de
Tucurú y Tamahú. Sin embargo, no todas estas acciones tuvieron éxito definitivos. Por
ejemplo, los nuevos pueblos de las zonas bajas, talvez a causa del clima o de los ataques
de los piratas, declinaron lentamente y terminaron por desaparecer en el transcurso del
siglo XVII.
En la zona situada más allá de Cahabón fue donde los religiosos concentraron sus
esfuerzos y dieron muestras de la mayor perseverancia en sus propósitos. Era
precisamente la zona ocupada por los manchés, que constituían un pueblo chol. Los
primeros contactos con este pueblo comenzaron en la época de Cárdenas, pero fueron
suspendidos al cabo de poco tiempo. A fines del siglo XVI, continuaron por iniciativa
de Fray Pedro Martínez y Fray Juan de Esguerra. También intervinieron el Obispo
Fernández Rosillo y su hermano, el Alcalde Mayor Fernández Pareja, mientras que el
Presidente Alonso Criado de Castilla aprobaba una serie de medidas en apoyo de la
política del contacto pacífico con los indios. Limitada hasta entonces a unas simples
relaciones fronterizas, la empresa, empero, no podía progresar realmente, a no ser que
los misioneros desafiaran todos los peligros y se decidieran a llegar hasta el corazón de
los sectores insumisos.
Así lo hizo precisamente Esguerra con su nuevo compañero Fray Salvador Cipriano, en
1603 y 1604. Después de llegar al pueblo de Cucul, cuyos habitantes fueron
rápidamente catequizados y bautizados, los religiosos dieron una gran vuelta que los
condujo hasta otros seis lugares de la propia región del Manché, en el centro del país.
Las campañas siguientes estuvieron a cargo de Cipriano, acompañado sucesivamente
por los frailes Alejo de Montes y Bartolomé de Plaza, y se orientaron a la reducción y
evangelización de los pueblos recién descubiertos. Los peligros, sin embargo, se
multiplicaban por la proximidad de los pueblos hostiles. Después de una interrupción de
varios años, atribuible probablemente a la muerte de algunos misioneros, se llevó a cabo
el relevo, alrededor de 1618, en la persona de Fray Gabriel Salazar, quien recibió la
ayuda de Fray Francisco Morán y de otros cuatro religiosos. Se descubrieron nuevos
pueblos y se administraron numerosos bautismos. En 1625 el proceso de reducción se
consideró suficientemente avanzado como para que las autoridades temporales tomaran
posesión de la nueva provincia. Y de esa cuenta, en 1628 los dominicos decidieron
erigir en vicaría la totalidad del Manché, y confiaron el cargo de vicario a Fray
Francisco Morán. Así se organizaba esta misión, tan precaria durante mucho tiempo,
sobre fundamentos aparentemente sólidos y estables. Sin embargo, tan sólo cinco años
más tarde casi no quedaba nada de ella.
Para prevenir los peligros que representaban sus vecinos del norte, los mopanes y los
ahitzaes, a cuya beligerancia se exponían las poblaciones ya reducidas y cristianizadas,
el Alcalde Mayor Martín Alfonso Tovilla, de acuerdo con Morán, fundó en el centro del
país del Manché, en 1631, el pequeño establecimiento colonial de Toro de Acuña, que a
la postre no pudo sostenerse. Mal abastecidos y demasiado aislados, los españoles
sufrieron un asalto y tuvieron que retirarse a Cahabón. Los indios se dispersaron y el
pueblo de San Miguel Manché fue destruido por un incendio. Transcurrieron muchos
años antes de que la actividad misionera volviera a reanudarse en el sector.
Un poco más tarde, una nueva tentativa de Delgado resultó todo un fracaso. En 1685 se
produjo un intento de agrupamiento de los naturales, el cual estuvo bajo la dirección del
Provincial Fray Agustín Cano. Empezada con buenos auspicios, la reducción tuvo que
interrumpirse porque los religiosos se enfermaron. Cada vez más convencidos de su
impotencia, los dominicos acudieron en 1689 al desplazamiento de pequeños núcleos de
pobladores hacia una región anteriormente cristianizada. Así se fundó el pueblo chol de
Santa Cruz, en un lugar cercano a Rabinal. A las diversas tentativas de los frailes
dominicos podrían añadirse algunos intentos de reducción, en especial entre los
lacandones, llevados a cabo por los mercedarios y franciscanos de Guatemala. Los
resultados de tales proyectos también fueron modestos, temporales o francamente
decepcionantes.
Si se echa una mirada de conjunto sobre las empresas de conquista más o menos
pacífica, en las cuales los dominicos de la Verapaz participaron desde el siglo XVI hasta
el siglo XVIII, se tiene que admitir, sin minimizar los resultados, que contrastan
fuertemente con los claros éxitos iniciales conseguidos por Las Casas y sus compañeros.
Si los continuadores de Fray Bartolomé fueron menos afortunados que él, fue sin duda
por las grandes dificultades que las regiones periféricas y sus hoscos habitantes ofrecían
a la penetración y al establecimiento de relaciones firmes. Pero también es probable que
los medios empleados no fueran los más apropiados para lograr los fines que
perseguían. El espíritu evangélico, pese a sus fluctuaciones, se mantuvo vivo entre los
misioneros. Se observa simplemente que la conquista pacífica, tras unos principios tan
prometedores, no volvió nunca a contar en Verapaz con la conjunción de circunstancias
tan favorables y con la fuerte voluntad de un campeón excepcional.
Tutela y apostolado
Para poder comunicarse con los naturales, los religiosos debían aprender los idiomas de
la región. No faltan testimonios sobre los esfuerzos realizados por ellos en el estudio y
aprendizaje de las lenguas vernáculas. El kekchí, del que los frailes llegados a Cobán en
1544 tenían acaso algunas nociones, fue rápidamente dominado al año siguiente por
Fray Domingo Vico, autor de numerosos tratados lingüísticos y obras de
evangelización. Un poco más tarde, Fray Francisco de Viana compuso en pokomchí
varios escritos didácticos. Tras estos dos pioneros, sería larga la lista de los religiosos
versados en los idiomas de la Verapaz. No es menos cierto que muchos misioneros no
eran capaces de alcanzar un dominio suficiente de esas lenguas y cabe sospechar, por
otra parte, que los esfuerzos iniciales, andando el tiempo, no fueron sostenidos con el
mismo entusiasmo.
Para que la acción civilizadora y apostólica resultara eficaz era necesario, además,
agrupar a las poblaciones, generalmente dispersas y seminómadas. A partir de Rabinal,
fundado durante el período preparatorio en la región de Tequecistlán para servir de base
de operaciones, los religiosos, a medida que penetraban en la Tierra de Guerra,
procedían, no sin dificultades, a la congregación o reducción de los naturales en
localidades más o menos parecidas a las de España, con sus calles trazadas a cordel, su
plaza central y su iglesia. Estos nuevos poblados recibían sus tierras de labrantío y sus
ejidos, al tiempo que se construían las viviendas. De este modo, con la ayuda de los
señores amigos, cuya colaboración habían sabido ganarse los dominicos, fundaron
primero los pueblos de Chamelco y Cobán en el territorio kekchí, y agruparon en unos
sitios apropiados a la población local diseminada. Más tarde, esos núcleos iniciales
fueron ensanchados con la adición de nuevos barrios destinados a acoger a ciertos
grupos étnicos trasplantados, de procedencia a veces lejana. Así, en Cobán, elegido por
los religiosos como cabecera de su Verapaz, y colocado de propósito bajo la invocación
de Santo Domingo, se fundaron varios barrios: Santa María Madgalena, Santo Tomás,
San Juan, San Bartolomé... poblados de acalaes, lacandones y otros elementos
transferidos de regiones todavía no controladas del todo.
Para iniciar y mantener a sus fieles en la práctica religiosa, los misioneros se valieron
sobre todo de los atractivos del culto cristiano y de la liturgia católica. Las iglesias de la
Verapaz se distinguían por la abundancia y la riqueza, al menos relativas, de su
ornamentación, acordes con cierta solemnidad de los oficios y brillo de las ceremonias.
Todo este aparato era sin duda indispensable, pero también se corría el peligro de
distorsionar, por confusión entre lo esencial y lo accesorio, la noción que de lo sagrado
pudieran tener los indígenas. No es fácil, en definitiva, hacerse una idea exacta de la
calidad de su devoción, pero es evidente que la cristianización de la Verapaz, por más
lograda que pareciera, no podía desembocar, como por milagro, en la implantación
inconmovible de una religión ejemplar.
Del mismo modo, sería bastante difícil formular un juicio completamente justo sobre el
conjunto de actividades de los misioneros de la Verapaz. Cierto es que las esperanzas
puestas por los pioneros en su empresa de conquista pacífica no se realizaron
plenamente. Pero mientras Las Casas y sus compañeros habían visto su voluntad y su
habilidad favorecidas por las circunstancias, los que vinieron tras ellos, talvez menos
capaces o menos atentos al ideal de los fundadores, se encontraron con obstáculos sin
duda no previstos por quienes les precedieron. En todo caso, con sus éxitos relativos y
sus fracasos casi inevitables, la misión dominica de la Verapaz, ejemplo notabilísimo de
la difícil conciliación entre el espíritu evangélico y las duras realidades de la
colonización, queda como un apasionante tema de estudio para el historiador de la
América española.
DIDIER BOREMANSE
Introducción
En el momento de la Conquista, el territorio ubicado entre México y Copán (Honduras),
en una franja que atraviesa la cuenca de los ríos Usumacinta y de La Pasión, estaba
ocupado por grupos de lengua chol; mientras que al este y norte de estos ríos, en el
Petén y al norte de la península, se hablaban variantes del yucateco. Los indios de la
Laguna de Términos (Tabasco) hablaban chontal. En los alrededores de Palenque se
hablaba y se sigue hablando el chol, mientras que los habitantes de la selva lacandona
en Chiapas utilizaban una variante del chol, el choltí. También en la región del Manché,
próxima al Golfo de Honduras, se hablaba el chol, pero en un dialecto diferente al chol
de Palenque. Por último, en el este de Guatemala y en la región de Copán, se usó la
lengua chortí. El chontal, chol, choltí y chortí formaban una familia lingüística diferente
a las de las Tierras Altas del área maya y de las variantes yucatecas que se hablaban al
este del Río Usumacinta y norte del Río de La Pasión. No se sabe si los habitantes del
Petén hablaban el yucateco durante el Período Clásico, o si esta lengua les fue impuesta
por los itzaes que emigraron durante el Período Postclásico, de Yucatán a la selva,
donde sometieron a una parte de las sociedades autóctonas. En todo caso, parece ser que
a partir del siglo XVI, el territorio que comprendía el sudeste de Campeche, el sur de
Quintana Roo, el oeste de Belice hasta los ríos Usumacinta y de La Pasión, estaba
habitado por pueblos cuya lengua y cultura estaban emparentadas con las de Yucatán.
No fue sino años después que pequeños grupos de refugiados que hablaban los dialectos
yucatecos penetraron en la región situada al sudoeste del Usumacinta (véase Ilustración
179).
El término Petén o Patén, que significa `isla' en maya yucateco, se refería en su origen a
las islas del Lago Petén Itzá, situado en el centro del Petén, donde los itzaes se
establecieron y permanecieron hasta su reducción por los castellanos en 1697. El
término se aplicó más tarde a todo el territorio dominado por los itzaes y sus aliados, y
posteriormente al Departamento septentrional de Guatemala. Según las crónicas, la
población del Petén se dividía en varios grupos políticos, enemigos o aliados según las
circunstancias. Los itzaes guerreaban a menudo, por ejemplo, contra sus vecinos los
chinamitas, con los que compartían muchas costumbres; efectuaban incursiones unos
contra otros, y sacrificaban y se comían a sus respectivos prisioneros. Asimismo, los
itzaes estaban en guerra contra los lacandones de lengua choltí. Comerciaban con los
quehaches y los habitantes de Tipú para obtener utensilios de metal, a cambio de
textiles. Los antepasados de los actuales lacandones, que emigraron a Chiapas,
pertenecían al área lingüística yucateca y no deben confundirse con los lacandones de
lengua choltí, de los que se ocupa este ensayo.
Los Lacandones
En el tiempo de la Conquista existía en el sur de la selva de Chiapas una pequeña
sociedad de indios aguerridos y temidos por los otros grupos indígenas. De ellos, una
parte habitaba en un pueblo asentado en un islote rocoso del Lago Miramar, llamado
Lacam Tum, expresión maya que significa `roca grande' o también `piedra enorme'.
Este nombre se daba también al lago y al territorio controlado por los habitantes de la
isla. En la actualidad se nombra así a un gran río de la región, el Río Lacantún. Hernán
Cortés oyó hablar de los indios de Lacam Tum cuando, en 1525, efectuó su viaje por
tierra a Honduras para reprimir la rebelión de Cristóbal de Olid. Dichos indios tenían la
fama de efectuar sangrientas incursiones contra los señoríos vecinos, sin duda con el fin
de obtener víctimas para los sacrificios. En 1530, Alonso Dávila dirigió una expedición
que salió de la villa de Comitán y esperaba llegar a la región chontal. Los españoles
penetraron en la selva y a una distancia de más de 30 leguas de Comitán encontraron el
lago. Cerca de la orilla estaba la isla y el pueblo de Lacam Tum, compuesto por unas 60
casas blancas y espaciosas, según cuenta el historiador Gonzalo Fernández de Oviedo y
Valdés. Los conquistadores construyeron una pequeña embarcación, a bordo de la cual
llegaron hasta la isla una docena de hombres y dos caballos, pero cuando los indios
vieron a los jinetes sobre las bestias huyeron en sus canoas, presos de pánico,
llevándose todo lo que pudieron. Los españoles siguieron hacia el norte, hasta llegar a
Tenosique.
Sin embargo, los habitantes de Lacam Tum continuaron sus incursiones contra los
pueblos de indios colonizados. En 1552 atacaron dos pueblos situados a 15 leguas de
Ciudad Real (hoy San Cristóbal de Las Casas), donde apresaron y asesinaron a muchas
personas. Sacrificaron a los niños en los altares, al pie de la cruz en las iglesias y les
arrancaron el corazón. Mancharon con sangre las sagradas imágenes. Francisco
Ximénez afirma, por su parte, que se ha exagerado mucho la frecuencia de tales
incursiones. En 1555, estos mismos indios asesinaron a flechazos a dos padres
dominicos de la misión de Cobán.
Intentos de reducción
No fue sino hasta 1695-1697 cuando los españoles derrotaron a las últimas sociedades
de las Tierras Bajas del norte de Guatemala, los lacandones y los itzaes, y finalizó así la
conquista de la región maya. Tres ejércitos penetraron en la selva en 1695 (véase
Ilustración 180). Uno salió de Ocosingo (Chiapas), otro de Cahabón (Verapaz) y un
tercero de San Mateo Ixtatán (Cuchumatanes). Este último fue el primero en llegar al
pueblo de Cagbalán, después de 30 jornadas de marcha. Fray Diego de Rivas, que tomó
parte en la expedición, describió la aventura, y Agustín Estrada Monroy transcribió y
publicó el relato. De hecho, el verdadero nombre de Cagbalán era Sac Balam y
probablemente proviene de Sac Balam te (`árbol del tigre blanco'), un gran árbol cuya
corteza contiene un jugo blanco como la leche y que en Chiapas recibe el nombre vulgar
de `Palo de Santa María' (Calophylbum brasiliense).
Es probable que Tovilla cometiera un error de transcripción, porque las fuentes de 1695
mencionan, sin posible equívoco, el nombre de Sac Balam y no Cagbalán.
Después de varios intentos para encontrar el lago de los itzaes, el ejército aludido
regresó a Guatemala. Dejaron atrás una pequeña guarnición y tres misioneros
encargados de bautizar y enseñar la doctrina a los indios, pero a mediados de agosto los
frailes enviaron una carta a las autoridades militares de Guatemala en la que
denunciaban la falta de cooperación de los nuevos súbditos. En efecto, los lacandones
rehusaban vestirse a la europea, enviar a los niños al catecismo, renunciar a sus
prácticas religiosas o dejar de pintarse el cuerpo. Los frailes se proponían recurrir a la
fuerza para que los indios cambiaran de actitud. La carta mencionaba asimismo la
existencia de otros dos pueblos lacandones, localizados a cuatro jornadas de camino.
Fray Diego de Rivas fue y prometió a los habitantes de estos dos pueblos hachas y
machetes si aceptaban establecerse en Sac Balam.
En 1708, los soldados descubrieron a unos indios de la tribu petenactes que vivían
dispersos por la selva, muy cerca del Río Usumacinta, a 50 leguas al noreste de Sac
Balam. Hablaban un dialecto yucateco y formaban un grupo heterogéneo compuesto por
elementos originarios del Petén, mezclados con fugitivos de Tabasco. Es posible que
entre ellos se encontraran los antepasados de ciertos lacandones actuales. Los españoles
lograron reducir a un centenar de dichos indios, 25 familias, y los reagruparon en un
pequeño pueblo agregado a la misión de Dolores. De tal manera, ésta estaba compuesta
por tres pueblos y dos etnias diferentes que no tardaron en confraternizar, y en 1712 se
informó que los petenactes aprendían la lengua (choltí) de los lacandones. A ambos
pueblos se les deportó juntos, en 1714, al Departamento de Huehuetenango y después se
les llevó hasta Retalhuleu, cerca de la Costa del Pacífico, donde su población siguió
disminuyendo como resultado de los cambios migratorios sucesivos. De todos ellos
unos murieron, en tanto otros se integraron a los pueblos de indios colonizados o
escaparon y regresaron a su tierra. De los restantes, los españoles tomaron a los hombres
para venderlos como esclavos y a las mujeres las llevaron a sus casas como sirvientas.
A principios del siglo XVIII, la población autóctona de habla choltí prácticamente había
desaparecido de la selva chiapaneca. Algunos grupos que lograron escapar al etnocidio
probablemente fueron absorbidos por los indios hablantes de la lengua yucateca que se
refugiaron en esta región a partir del siglo XVII. Algunos de estos fugitivos huían de la
opresión colonial de Yucatán; otros, llegados del Petén central, querían escapar del
dominio de los itzaes (conquistados en 1697, dos años después de la toma de Sac
Balam). No debe dudarse que los antepasados de los lacandones que viven actualmente
en Chiapas se encontraban entre dichos fugitivos.
Este ejemplo de la cultura maya postclásica de las Tierras Bajas del sur (Petén), que
sobrevivió casi intacta hasta fines del siglo XVII, tiene un interés considerable porque
permite renovar nuestros conocimientos e ideas sobre la civilización maya clásica.
Las mujeres llevaban una falda corta, tejida con hilos negros y rojos. Tenían el pecho
desnudo, pero algunas se lo cubrían con un paño y unas pocas, probablemente las de la
clase aristocrática, se ponían un jubón con faldillas. También se amarraban el pelo en la
base con una cinta de colores, pero con las puntas sueltas en la espalda. En las orejas
llevaban ya fuera un arillo, una pedrezuela, o una concha de ostión, o bien un palillo
como los hombres. Tenían también las narices horadadas y atravesadas por un canutillo,
o un arillo que las hacía ganguear. Los hombres no se separaban de su arco y sus
flechas, y algunos llevaban una lanza y una rodela de cuero de tapir.
Las casas eran espaciosas, con varias habitaciones y una cocina. Estaban construidas de
madera y cubiertas con un techo de paja (o talvez de palma). Tenían tres lados cerrados
con paredes de varas y eran abiertas en la parte delantera. Unas plataformas grandes, en
las cuales podían dormir cuatro personas, servían de camas y estaban sólidamente
amarradas a estacas hundidas en la tierra. A su lado, a la misma altura, había unas como
cunas hechas de caña o de corteza, donde se ponía a los niños, de modo que la madre
pudiera amamantarlos en la noche sin levantarse. Las chozas en el campo eran más
pequeñas pero bien construidas y recubiertas de lodo. También tenían un granero para el
maíz, y un lugar para colocar alimentos, utensilios de cocina y recipientes, y había
pequeños barriles hechos de corteza de árbol, envueltos en hojas amarradas con bejuco,
donde guardaban el polvo negro que les servía para pintarse el cuerpo.
Entre los utensilios domésticos los habitantes de Sac Balam tenían ollas de barro
cocido, comales, piedras de moler y guacales que servían de recipientes. Por medio del
trueque habían adquirido herramientas de metal. Utilizaban buriles y martillos de
piedra, hachitas de jade muy bien trabajadas y el arco y las flechas como armas, éstas
colocadas en un carcaj. Con estos mismos propósitos usaban lanzas y cerbatanas. El
hacha y el machete les servían para los combates cuerpo a cuerpo. Para intimidar al
enemigo tocaban la flauta o una especie de pito y lanzaban gritos penetrantes.
Los indios de Sac Balam (Dolores) eran grandes fumadores, y el tabaco tenía una gran
importancia en su vida cotidiana y en sus rituales. Hacían una especie de `puro' llamado
`puquiete' (una combinación de pipa y puro o cigarrillo), con hojas de nance, recubiertas
de arcilla similar al ocre. Formaban así un pequeño recipiente que luego pintaban de
diversos colores y después lo llenaban de tabaco. Fumaban constantemente y encendían
un nuevo `puro' con la colilla del que terminaban e inclusive degustaban las cenizas que
dejaban caer sobre la lengua y se las tragaban.
Organización social
Matrimonio
Los habitantes de Sac Balam eran monógamos. El novio pedía a sus futuros suegros la
mano de la novia y si se la otorgaban vivía en casa de los suegros un año, durante el
cual comía y dormía con su prometida, como si fuera ya su esposa. Si en dicho período
la pareja no se llevaba bien, se separaba, pero si la unión persistía, se sellaba el
matrimonio con una ceremonia y un banquete. Ese día se pintaban los novios de negro y
vestían sus mejores galas. La prometida ofrecía a su futuro esposo un banquito pintado
de diversos colores y cinco granos de cacao, símbolo de su himeneo. El novio regalaba,
igualmente, cinco granos de cacao a su prometida y naguas nuevas. Después el cacique
juntaba las manos de los contrayentes. Los recién casados se sentaban en un petate en
medio de la casa, y se levantaban para bailar algunas veces mientras los invitados
comían y bebían. Según el indio ixil interrogado por Tovilla en 1631, en cada casa vivía
una familia extendida compuesta por los padres, los hijos, los yernos, las nueras y los
nietos.
La división del trabajo estaba determinada, en parte, por la dicotomía de los sexos. Las
mujeres cocinaban, educaban a los niños, se ocupaban de las aves de corral y tejían,
mientras los hombres cultivaban, cazaban, pescaban y hacían la guerra. Asimismo, toda
la familia, que por una temporada residía en la milpa, participaba en la cosecha del
maíz. A cada lado del templo había una `casa de los hombres' y una `casa de las
mujeres', destinadas a las reuniones comunitarias. Los caciques eran los encargados del
orden social, ya que oían las confesiones, y una falta grave como el incesto o la sodomía
supuestamente recibía un castigo sobrenatural. La cólera de los dioses, según sus
creencias, no recaía necesariamente sobre el pecador, sino podía golpear a uno de sus
parientes (muerte, enfermedad). En este caso el cacique denunciaba el crimen a la
comunidad, y ésta mataba al culpable a flechazos. Si se trataba de una ofensa menor, el
cacique la perdonaba y como reparación se ofrecía copal a los dioses. El jefe no
intervenía en una disputa si los implicados llegaban ellos mismos a un acuerdo. En caso
de adulterio, el marido y el amante podían llegar a las manos, pero por lo general el
culpable se desterraba de manera voluntaria, para lo cual se iba a vivir a la selva o a un
lugar alejado. Un año después, cuando las pasiones se habían calmado, regresaba al
poblado.
Religión
El centro ceremonial de Sac Balam estaba situado a cierta altura y se componía de tres
edificios colocados en forma de U. Los dos edificios que estaban frente a frente tenían
orientación de este a oeste, y servían como `casa de hombres' y `casa de mujeres' ,
separadamente. En el interior del otro templo había más de 200 tablas suspendidas, en
las cuales se sentaba la gente para las reuniones; se hallaba orientado de norte a sur, de
manera que los ídolos y los incensarios miraban hacia el este, por donde se entraba. Ésta
era una construcción mayor que las otras dos, limpia y espaciosa, de unos 15 metros de
largo, cuyas paredes de bajareque estaban recubiertas de barro seco. Esta edificación
tenía una segunda pieza, donde se encontraban los ídolos y los incensarios que Diego de
Rivas describe así:
En el recinto descrito el sacerdote sacrificaba a las aves de corral (pavos). Los dos
grandes braseros o incensarios estaban pintados de muchos colores. Y en los más
pequeños, de cerámica muy fina, había representadas figuras de lagartijas, serpientes y
otros animales. En la misma habitación había también numerosas telas de algodón de
diversos colores, adornadas con cordones y borlas y además jubones sin mangas,
también de algodón, con una especie de faldilla mitad roja mitad negra. Cuando los
indios bailaban en el templo, se ponían en las muñecas unos paños parecidos a los
manípulos del culto católico, igualmente adornados con cordones y borlas. Los hombres
y las mujeres participaban separados en estas ceremonias, que a veces duraban toda la
noche y se acompasaban con música de flautas y de tambores hechos con troncos
huecos de árboles.
En el atrio del templo había unas construcciones de piedras planas en forma de caja, que
contenían antorchas, y en un rincón del patio una gran piedra de sacrificios donde se
degollaban las aves.
Es posible que los ritos religiosos de los lacandones se hayan modificado durante el
siglo XVII. En efecto, los habitantes de Lacam Tum (Lago Miramar), a fines del siglo
XVI practicaban el sacrificio humano y la mutilación de los cadáveres. Morales
Villavicencio hace una elocuente descripción de ello y explica que unos 20 días después
de haber llegado al lago, los españoles y sus aliados chiapanecos se adentraron en la
selva en busca de lacandones. Después de haber caminado cerca de dos leguas,
encontraron el cadáver mutilado de un niño de cinco años. A fines de 1585, los
lacandones habían efectuado una incursión contra los indios cristianizados que vivían a
la orilla de la selva, donde capturaron a unas 10 personas. El niño sacrificado era uno de
los cautivos. Tenía abierto el pecho y arrancado el corazón, le habían quemado los pies,
y hecho tres heridas en el pie derecho, al parecer con golpes de lanza. Del brazo
izquierdo le cercenaron la carne, hasta mostrar el hueso, del codo a la muñeca. Más
adelante los conquistadores descubrieron el cuerpo mutilado de un soldado español
muerto en una emboscada, y que había sido enterrado con una cruz sobre su tumba. Los
lacandones habían roto la cruz y exhumado el cadáver que presentaba el brazo izquierdo
descarnado, exactamente como el del niño sacrificado. Profanaron también la sepultura
de uno de los indios acompañantes de los conquistadores. Se encontraron los huesos
dispersos fuera de la fosa y el cráneo, al que habían arrancado los dientes, estaba
colocado sobre una estaca.
Se puede afirmar que un siglo después el sacrificio de pavos había reemplazado en Sac
Balam al sacrificio humano. También desapareció la mutilación de los cadáveres. ¿Eran
verdaderamente los habitantes de Sac Balam los descendientes de los guerreros feroces
y crueles de Lacam Tum? Las reliquias de dos misioneros asesinados por estos últimos,
en 1555, encontradas en Sac Balam, parecen indicarlo. Lo cierto es que en un siglo la
cultura de los lacandones había cambiado. Sin embargo, se encontraron, en 1695,
creencias y ritos mágicos parecidos a los de los indios del Lago Miramar. En el sendero
que conducía a las milpas de las gentes de Sac Balam, los misioneros hallaron una
figurita de copal, con aspecto de muñeca, rodeada de tea, similar a la que describe el
documento de Morales Villavicencio. Se trataba de una práctica ritual para obstaculizar
el camino a los perseguidores.
Es probable que los dioses venerados por los lacandones fueran personificados en el
relámpago, en algunas colinas, en los ríos e incluso en las siembras de maíz o de cacao.
Tenían dioses domésticos y comunitarios y todos recibían su alimento cotidiano en
forma de granos de cacao, que los fieles les metían en la boca. También les quemaban
incienso, teas u ocotes empapados con la sangre de un pavo sacrificado en una olla de
arcilla colocada frente a la figurilla que representaba a la divinidad. El término genérico
utilizado por los indígenas para nombrar a sus dioses era mam, que significa `abuelo'.
Entre los principales figuraban: Zintum, Ahau, Kisín, Chacmuo, Zai Noh Ahau,
Xkaknihalal, Tepecthic Chua, Yaxavitz y Macom.
En la religión de Sac Balam se encuentran rasgos comunes a otras religiones de las
Tierras Bajas mayas, como el uso de incensarios, la ceremonia de la `extinción de los
fuegos', y la embriaguez ritual. El rito de la extinción del fuego se practicaba en
Yucatán en honor de Chac, dios de la lluvia, durante el mes de marzo (mac), pero en
Sac Balam se celebraba un rito semejante en honor de Macom, dios del rayo. Este rito
consistía en que los caciques se embriagaban en el templo y los ayudantes cuidaban que
estuvieran borrachos durante los cuatro días que duraba la ceremonia. Mientras tanto,
los habitantes del poblado se retiraban a la selva después de dejar un cántaro de agua al
lado del fogón de su casa, pero luego, los ayudantes, que no bebían nada, entraban en
cada choza y apagaban el fuego con el agua. De manera simultánea, en el templo ardía
una gran cantidad de incensarios ante los ídolos y los caciques seguían ebrios. Después
de cuatro días los habitantes del pueblo volvían, sacrificaban las aves, dejaban correr la
sangre de éstas sobre el ocote, que inmediatamente llevaban a quemar en los incensarios
del templo. Allí pedían a los caciques el fuego nuevo. Llevaban este fuego a su hogar y
entonces comenzaban las fiestas. Este rito es de difícil interpretación, pero se sabe que
en Yucatán se llevaba a cabo para tratar de obtener lluvias abundantes.
Otra ceremonia de Sac Balam descrita por los misioneros, era la de los cigarros
(`puquietes'), llamada hicsion. Durante 20 días los indios hacían `puros', para luego ir a
la selva a cazar, pescar y recoger miel de abejas silvestres. Entre tanto los caciques se
embriagaban y después se reunían todos en el templo, donde ofrecían cacao a los dioses,
vertían algunas gotas de esta bebida en la boca de las figurillas y frotaban contra éstas la
grasa de los animales muertos en la cacería. Por último, cada familia entregaba a su
cacique respectivo un paquete pequeño de `puros'. Después se hacía una fiesta y los
indios se adornaban con pinturas ceremoniales, comían, bebían y bailaban.
El ritual que los misioneros llamaban `bautismo' comenzaba cuando la mujer tenía cinco
meses de embarazo. Desde ese momento el marido no dormía más con ella y pasaba las
noches en el templo. Volvía después del parto y esperaba cinco días más antes de
acostarse con su esposa. Al vigésimo día del nacimiento se preparaba el banquete, se
reunían pavos y cacao y se invitaba a los miembros de la familia. Una anciana principal
pasaba un peine por los cabellos del recién nacido. Luego quemaban la punta de sus
cabellos con seis bastoncillos de ocote encendido usados por turno y después los
impregnaban con la sangre de los pavos sacrificados. Iban al templo y quemaban ocote
y mucho copal ante los ídolos y echaban los seis bastoncillos sobre las cenizas. Después
aparecía el cacique principal y le daba un nombre al niño, a quien pintaban de negro y
rojo, y lo adornaban con una guirnalda de plumitas de guacamaya. Después las personas
volvían a sus casas a festejar.
Ritos funerarios
Los indios de Sac Balam enterraban a sus muertos en la llanura, a poca distancia del
poblado. Sobre la tumba de los hombres depositaban banquitos de madera,
herramientas, `puros' y otros objetos de uso masculino, mientras sobre la tumba de las
mujeres se colocaba una piedra de moler, ollas, jícaras y otros utensilios domésticos.
Existía la costumbre de bailar alrededor de la tumba.
¿Qué se sabe de las costumbres funerarias de Lacam Tum? En 1950, Frans Blom
exploró varias cuevas de la orilla sur del Lago Miramar, que en su mayor parte habían
servido de osarios. Cráneos humanos, deformados artificialmente, y osamentas
completas estaban apilados muy cerca de la entrada. El arqueólogo y sus ayudantes
descubrieron también cráneos en las grietas y cavidades más escondidas de las cuevas.
Encontraron cenizas y carbón de madera, pero ninguna señal de cremación. En las
cuevas del Lago Miramar los cráneos y las osamentas parecen colocados sin orden
específico. Se encontraron también pedazos de cerámica quebrada, tirados por el suelo.
Los exploradores encontraron entre la ceniza, los huesos y la tierra, siete pedazos de
caparazón de tortuga que habían servido para darle vueltas al huso. Estos
descubrimientos prueban que los lacandones desenterraban a sus muertos y depositaban
sus restos en las cuevas, con los objetos personales que habían colocado en la tumba. En
el caso preciso que se comenta, las ollas y los instrumentos para hilar el algodón que se
encontraron permiten suponer que los restos humanos eran de mujeres.
Los Itzaes
Los itzaes eran mayas mexicanizados originarios del área chontal (Laguna de Términos,
Tabasco). Los autores están en desacuerdo con respecto a las fechas de sus migraciones.
Michael Coe afirma que los itzaes llegaron a Yucatán en el siglo XIII, mucho antes que
los toltecas, y emigraron al sur de la península en el siglo XV, después de una guerra
civil. Esto coincide con la afirmación de los cronistas en el sentido de que los itzaes se
refugiaron en la selva petenera un siglo antes de la llegada de los españoles, porque
temían el regreso del héroe tolteca, Quetzalcoatl. Según otros investigadores, los itzaes
llegaron a Yucatán en el siglo X, casi en la misma época que los toltecas, y se fueron de
Chichén Itzá en el siglo XII, para establecerse en el Petén. Los mayas tenían una
concepción cíclica del tiempo y por esta razón es difícil interpretar la cronología
expresada en sus libros sagrados (por ejemplo el Chilam Balam de Chumayel). Además,
según los registros arqueológicos `hay muy pocas semejanzas entre la cerámica del
Petén y la del norte de Yucatán' (véase Don S. Rice y Prudence Rice, `Período
Postclásico: Tierras Bajas Mayas' en la primera sección de esta obra), lo cual podría
poner en duda la supuesta migración de los itzaes desde Yucatán.
Pidieron a los misioneros que se fueran, no sin antes darles permiso para pasear por el
poblado e incluso para ver los ídolos. En el templo principal encontraron una gran
estatua de cal con figura de caballo: era el dios Tzimín Chac (tzimín significa caballo y
chac era el dios de la tormenta y el rayo). Se sabe que Cortés había abandonado en la
isla un caballo herido, y que los españoles, montados y disparando, habían causado una
grande impresión entre los indios, que no conocían los caballos ni las armas de fuego.
Por ello fue que los indios decidieran divinizar al caballo. El Padre Orbita cogió una
gran piedra con la cual golpeó y rompió la estatua, y sólo un sermón oportuno impidió
que los itzaes furiosos mataran a los iconoclastas. Después los sacerdotes españoles
volvieron a la casa de Canek y una vez más le propusieron `convertirse' a la fe cristiana.
Pero éste les repitió que, según el calendario y las predicciones de los antiguos
sacerdotes propios, el tiempo de convertirse aún no había llegado. Días después los dos
misioneros españoles regresaron con los indios de Tipú que los habían acompañado, y
apenas se habían apartado de la orilla del lago cuando algunos itzaes les tiraron piedras.
Poco después, al atravesar el lago, vieron aproximarse dos canoas llenas de guerreros
pintados de negro, armados con arcos y flechas, que amenazaban matarlos. Sin
embargo, consiguieron llegar a Tipú sanos y salvos.
Tres indios de Tipú volvieron para comprobar lo ocurrido a los misioneros. Los itzaes
ordenaron a los frailes volver a Tipú con los tres indios, y les confirmaron su intención
de no hacerse cristianos. Los religiosos pidieron hablar con el cacique, pero los itzaes
los apresaron sin miramientos y los llevaron al embarcadero. Como el Padre Orbita se
resistió, lo golpearon y lo introdujeron inerte en una canoa vieja. El Padre Fuensálida y
los indios de Tipú se embarcaron también, y regresaron por donde habían venido, hasta
volver a Mérida. Después, los indios de Tipú y los de Bacalar se sublevaron, quemaron
las iglesias, arrasaron las casas y huyeron a la selva.
Intentos de reducción y resistencia
En 1621, el Padre Diego Delgado comenzó a buscar a los fugitivos dispersos en el sur
de la Provincia de Yucatán. Consiguió reunir cierto número y con ellos fundó un gran
pueblo, situado en un paraje llamado Zaclún (probablemente Sak luum, `tierra blanca')
entre Tipú y Bacalar. Por la misma época el Capitán Francisco de Mirones tuvo la idea
de conquistar a los itzaes, pues creía que después de Zaclún sería fácil llegar a su
territorio. Reclutó 50 soldados españoles e indios en Mérida, y de allí marcharon a
Oxcutzcal, donde se les unirían otros indios. Después de un camino largo y difícil
llegaron a Zaclún, donde encontraron al Padre Delgado y a los indios que se habían
reagrupado. El Capitán de Mirones esperaba refuerzos de Mérida, pero éstos no llegaron
y se pasó el resto del año 1622 esperándolos. Este Capitán maltrataba a los indios y los
explotaba. Por tal motivo entró en conflicto con el misionero y éste resolvió denunciar
ante su propio padre provincial los excesos de que se hacía objeto a los indios, para
luego viajar en secreto a Tipú en busca de los itzaes. El Capitán, por su parte, envió 12
soldados y un sargento para pedir al religioso que volviera, pero el Padre Delgado se
negó; antes bien, dirigió un mensaje a los itzaes por intermedio de Cristóbal Na, el
cacique que anteriormente había ayudado a predecesores del religioso. Al conocer de
que el misionero viajaba con pocos españoles, Canek y los demás jefes itzaes
autorizaron su visita. Entonces el Padre Delgado, los soldados españoles, Cristóbal Na y
80 de sus hombres se pusieron en camino. Fueron bien recibidos por los itzaes, que les
enviaron embarcaciones a la ribera de lago. Al llegar a la isla, sin embargo, los mataron
a todos. Les arrancaron el corazón para ofrecerlo a sus dioses y les cortaron la cabeza,
que empalaron sobre estacas y colocaron en un pequeño cerro, a la vista de todos.
Mientras tanto, el Capitán de Mirones, que seguía sin noticias del misionero y de los
soldados, envió a dos españoles a buscarlos acompañados por uno de sus sirvientes,
Bernardino Ek, un indio ladino que les serviría de intérprete y de guía. Llegaron los
enviados a Tipú y de allí a Tayasal, donde fueron capturados por los itzaes. Éstos los
ataron, los pasearon por el pueblo y los llevaron al cerro donde estaban las cabezas
empaladas. Después los encerraron con la intención de hacer lo mismo con ellos al día
siguiente. Durante la noche, Bernardino Ek logró escapar y por él medio supieron los
españoles lo que había pasado.
Embajadas mutuas
Los itzaes y otros grupos del Petén mantuvieron su independencia hasta fines del siglo
XVII. En 1695, la expedición militar dirigida por Jacinto de Barrios Leal, Presidente de
la Audiencia de Guatemala, redujo finalmente a los lacandones de lengua choltí, pero no
logró localizar Tayasal. El ejército español, que había salido de Cahabón, atravesó el
territorio de los choles de Manché y de los mopanes, y llegó al Lago Petén, donde libró
una batalla con los itzaes. Agustín Cano, un padre dominico que formaba parte en la
expedición, narró este acontecimiento. Los españoles, a pesar de su victoria, decidieron
abandonar la región. El Padre Cano comprendió que los itzaes no se convertirían al
cristianismo en forma pacífica y no creía en el uso de la fuerza. El mismo año citado,
otro intrépido misionero, Andrés de Avendaño y Loyola, se aventuró también en
territorio itzá y describió sus aventuras en el manuscrito `Relación de las dos entradas
que hize a la conversión de los Gentiles Itzaex y Cehaches', documento que Philie
Arnsworth Means analizó detalladamente.
El Gobernador Ursúa envió a Canek una carta escrita en maya y la confió al Padre
Avendaño. Anteriormente, el sacerdote había intentado llegar a Petén Itzá, pero fracasó
por la mala conducta de los soldados que lo acompañaban. Avendaño y otros dos
misioneros, esta vez sin protección militar, siguieron otro camino para llegar a Tayasal,
sin pasar por Tipú. Mientras tanto, Canek envió unos mensajeros a Tipú, que después
debían seguir hasta Mérida. La visita de Avendaño a Tayasal coincidió entonces, poco
más o menos, con la de los itzaes a Mérida. Esta última merece cierta atención. Entre
los cuatro embajadores de Canek se encontraba el `hijo de su hermana', Can (era el hijo
de un hombre casado con la prima de Canek, clasificada como `hermana' según la
nomenclatura maya de parentesco). La embajada hizo saber a los españoles que, según
la profecía formulada por los antiguos sacerdotes, había llegado el momento para los
itzaes de someterse al Rey de España. Canek y cuatro de sus vasallos habían convenido
en no hacer resistencia durante más tiempo. La noticia fue muy bien recibida en Mérida
y en pocos días se instruyó a los mensajeros en los misterios de la fe cristiana, se les
bautizó, se les vistió y se les cubrió de regalos. Después, 30 soldados los escoltaron
hasta Tipú. A mediados de enero de 1696, Avendaño y sus compañeros llegaron a
Chatán Itzá, pueblo situado casi a cuatro leguas del lago. Los habitantes de este pueblo
aparentemente no eran partícipes de las buenas intenciones de Canek, al que tampoco
estaban sometidos. Formaban una unidad política independiente, por lo que vieron
llegar a los visitantes con desconfianza y los recibieron con las armas en la mano. Pero
los misioneros lograron hacerles cambiar de actitud por medio de regalos y palabras
convincentes. Al mismo tiempo, los chatán itzá enviaron un indio a Tayasal para avisar
a Canek de la llegada de los extranjeros. Mientras se esperaba la respuesta de Canek, los
de Chatán Itzá entretuvieron a los españoles durante la tarde y la noche con música y
bailes, y les ofrecieron comida y bebida. Al día siguiente los acompañaron a uno de sus
pueblos llamado Nichén (o Nich), en la orilla del lago.
El Padre Avendaño conocía bien la lengua y la cultura mayas, y ello le permitió escribir
un tratado (ya perdido) sobre el calendario. Se valió de dicho conocimiento para
preguntar a Canek si él y los suyos deseaban recibir el bautismo y la amistad de los
españoles. Los itzaes respondieron que sí, pero dijeron temer que ese rito conllevara
alguna dolorosa mutilación. El misionero bautizó entonces a un niño y al ver los indios
que se trataba de un acto inofensivo, pidieron que se bautizara a otros niños. Avendaño
bautizó a casi 300 niños en las gradas del templo. Los adultos declararon que recibirían
el bautismo cuando se realizara la profecía anunciada por sus sacerdotes. Según
Avendaño, esta profecía anunciaba el regreso del héroe Quetzalcoatl (Kukulcán) y de
los suyos, en la forma de hombres barbudos que venían del Este, más allá de los mares.
Los caciques de las cuatro islas también estaban allí. Todos dijeron que aceptarían el
bautismo a condición de que los españoles les entregaran hachas y machetes.
Avendaño trató de descifrar los `libros' de los itzaes, hechos sobre corteza de árbol en la
que estaban pintados los jeroglíficos para poder evaluar el tiempo que debía pasar para
que se cumpliera la profecía. Canek y algunos sacerdotes lo ayudaron en los cálculos y
después de tres días y medio de discusiones concluyeron en que faltaban cuatro meses.
Después de este período se bautizarían los más viejos. Pero Coboh, el jefe de los de
Chatán Itzá, no estuvo de acuerdo. `Y qué importa que el tiempo se haya cumplido, dijo
al misionero, si aún no se le ha gastado a mi lanza de pedernal esta delgada punta'. En
señal de paz, Canek entregó a Avendaño dos coronas de plumas y un abanico, para el
Gobernador Ursúa. A su vez, Avendaño le ofreció una colcha, un paño y otros
presentes.
Coboh invitó a los españoles a pasar por su pueblo a su regreso, pero Canek les previno
que se trataba de una trampa, y les aconsejó no atravesar de nuevo el territorio de
Chatán Itzá y regresar por Tipú. Durante la noche, él mismo, su hijo y su yerno llevaron
a Avendaño y sus compañeros en canoa y alcanzaron la orilla hacia las cuatro de la
mañana. Canek le dijo a Avendaño que regresara cuatro meses más tarde y le recordó la
hostilidad de Coboh. Después, su hijo y su yerno llevaron a los españoles hasta Alain,
un pueblo situado a más de cuatro leguas del lago, cuyo cacique era Chamax Tsulu,
aliado de Canek. Chamax los recibió muy bien, pero antes de proporcionarles guías para
ir a Tipú, envió a uno de sus hombres a Petén Itzá. Este último informó a su regreso que
en la isla había estallado una rebelión y Chamax Tsulu, ante tal noticia, se negó a
conceder los guías que había prometido, por lo que los sacerdotes españoles se
perdieron y anduvieron errantes por la selva durante varios días (del 19 de enero al 25
de febrero de 1696), alimentándose con hojas y frutas silvestres. Por fin llegaron a
Chuntuqui, totalmente agotados. Más tarde regresaron a Mérida.
Los hispanos navegaron por el lago en canoas y con arcabuces para asustar a los
indígenas itzaes. Después de ciertas vacilaciones el Gobernador ordenó el asalto, el 13
de mayo de 1697. La conquista de la isla se concluyó en pocas horas, y muchos de sus
habitantes huyeron, entre ellos Canek, que se refugió en Alain, de donde después fue
devuelto a Tayasal. Lo primero que hicieron los conquistadores fue destruir
sistemáticamente los templos y todas las imágenes religiosas que encontraron, una tarea
que duró desde las ocho y media de la mañana hasta las cinco y media de la tarde.
Canek, Kin Canek y numerosos dignatarios itzaes reconocieron, públicamente, la
soberanía de Carlos II, Rey de España, representado por Ursúa. Después fueron
bautizados.
Modos de subsistencia
Los habitantes que vivían en las cinco islas del Lago Petén Itzá, en los pueblos de su
orilla, y en la selva aledaña al lago, según cálculos realizados por Avendaño, sumaban
unos 24,000 ó 25,000. Canek residía en la isla principal, pero las otras cuatro también
estaban habitadas y tenían su propio cacique. Merecen mencionarse también Alain y los
numerosos pueblos de chatán itzaes dispersos en la selva. Villagutierre informa de la
existencia de otro lago, más pequeño, a cinco leguas del anterior, con una isla habitada y
un pueblo importante situado en la orilla. Probablemente se trataba del pueblo de Yaxhá
donde, según un documento de archivo citado por Hellmuth, había 18 pueblos a orillas
del Lago Petén Itzá. Algunos tenían casas bastante grandes que podían albergar, cuando
menos, a 100 personas. Cada mes gran cantidad de canoas eran empleadas en la
navegación por el lago, para asegurar así la relación entre los pueblos de las islas y los
pueblos de la orilla.
Avendaño refiere que las milpas y plantaciones de los itzaes estaban en tierra firme y
que aquí los indios habían construido chozas donde residían mientras duraban los
trabajos agrícolas. Esta es una costumbre precolombina digna de ser mencionada porque
ya no existe entre los mayas contemporáneos. Podríamos preguntarnos si este cambio de
residencia en función del ciclo agrícola era practicado por los campesinos mayas de la
época clásica. En todo caso, parece cierto que el sistema de cultivo de los itzaes y de los
habitantes de la selva chiapaneca, en el siglo XVII, era más elaborado e intensivo que el
de los actuales indios de México y Guatemala.
Según se ha dicho antes, la isla principal tenía una pendiente y una plataforma en la
cima: su circunferencia era de aproximadamente tres cuartos de legua y estaba cubierta
de casas. Algunas tenían paredes de madera, y otras de piedra en la base y de madera
arriba. Villagutierre dice que los techos de las casas eran de paja (o de palma) y parece
que el suelo era de tierra apisonada. El poblado no tenía calles.
El territorio controlado por los itzaes comprendía 22 distritos y cada uno tenía su propio
jefe. El territorio estaba dividido en cuatro provincias, cada una dominada por un linaje
principal (véase D. y P. Rice, `Período Postclásico: Tierras Bajas Mayas', en la primera
sección de esta obra). Es posible que la región mopán, situada al sudeste del gran lago,
también estuviera dominada por los itzaes. El itzá y el mopán son dos dialectos
mutuamente inteligibles (véase Ilustración 182). Algunos distritos gozaban de una
verdadera autonomía, aunque nominalmente estuvieran bajo la autoridad del señor de
Tayasal. En ciertos casos, el distrito llevaba el nombre de su jefe político. El nombre del
cacique de la isla principal, Canek, era también un título transmitido a sus sucesores.
Los itzaes llevaban en primer lugar el nombre de su madre y después el de su padre.
En cada casa vivía una familia extendida, es decir, un grupo que comprendía varias
familias nucleares. Parece ser que los itzaes eran monógamos. Villagutierre dice de los
hombres que eran `perezosos', que se pasaban el tiempo en los templos `idolatrando,
bailando y emborrachándose', y que trabajaban poco en sus milpas. Ello contradice las
descripciones de su producción agrícola. Sin embargo, posiblemente los miembros de la
alta sociedad (élite) gozaban de más tiempo de ocio que la gente común. Lo que sí se
puede afirmar es que entre los deberes de los hombres estaban los de cultivar la tierra y
rezarle a los dioses, mientras las mujeres, de quienes el autor citado elogia la aplicación
al trabajo, pasaban mucho tiempo hilando y tejiendo algodón, para fabricar telas de
varios colores, mejores que las tejidas por las indias de Yucatán.
Religión
En Tayasal existían unos 20 templos, uno para las personas comunes y algunos
reservados para los miembros de la élite. Todos ellos contenían inmumerables estatuas y
figurillas de forma diversa que representaban a los dioses. Pero los indios iban también
a la selva y practicaban ritos religiosos en las cuevas. Este rasgo era común en la mayor
parte de los grupos mayas y se mantuvo entre los lacandones de lengua yucateca hasta
principios de la segunda mitad del siglo XX. Inclusive en la actualidad, los indios de las
Tierras Altas de Guatemala y Chiapas siguen venerando las cuevas y las piedras. El uso
ritual de las cuevas se remonta al Período Preclásico de la civilización maya.
Entre los itzaes, y probablemente también entre otras sociedades mayas de igual o
superior complejidad, conviene distinguir dos sistemas rituales, uno propio de la plebe y
el otro de la élite. Existía asimismo una forma de ritos privados, practicados en los
templos o en las cuevas, y un ritual de Estado o de gobierno, asociado a ceremonias
públicas.
Los templos de más prestigio, según Avendaño, eran grandes edificios con paredes
gruesas, `a cuya medianía nacía un pretil por dentro, todo ello de cal y canto, revocado y
bruñido; y el pretil servía de asiento a los indios...' Estos templos estaban cubiertos con
palmas de guano. En el templo más importante oficiaba el gran sacerdote Kin Canek (ah
Kin significa `sacerdote', `profeta'). Era cuadrado, dotado de un parapeto y una hermosa
escalera de piedra de nueve escalones. Sobre el último escalón, a la entrada del templo,
estaba una figura humana, con la cara ceñuda. En el interior otra más representaba al
dios de la guerra y por encima de esta última estaba colocada una figura en forma de
sol, con los rayos alrededor, en cuya boca tenía incrustados los dientes de los españoles
que habían sido sacrificados. En medio de este templo estaba un gran hueso, medio
podrido, con una corona arriba, suspendido por tres bandas de algodón tejido en varios
colores, y más abajo había un saquito que contenía pedacitos de huesos, también
podridos. Sobre el suelo se encontraban tres braseros con resina y algunas hojas secas
de maíz. Estos huesos eran del caballo que Cortés había dejado en la isla
aproximadamente 172 años antes. Los huesos pertenecían a la pata de un caballo. Los
itzaes lo llamaban ubaceltitzimin, es decir, u bakel ti tzimin, expresión que significa `el
hueso del caballo' Tzimin Chac.
El templo de Canek se parecía al del gran sacerdote, con un gran altar de piedra pulida y
con 12 asientos alrededor, en los cuales se sentaban los sacerdotes que ejecutaban los
sacrificios. Este templo tenía adentro varias estatuas de piedra, de madera y de yeso,
unas bien esculpidas y otras `horribles'. Los itzaes tenían también `ídolos de jade verde,
violeta, rojo y de otros colores'. Canek tenía además un altar y estatuas en su casa y allí
se encontraban colocados los `libros' de profecías escritos en jeroglíficos. En otro
templo, situado en la plaza, oficiaba el sacerdote Tut, que era adivino y se comunicaba
con una estatua.
La religión de los itzaes era politeísta, y se caracterizaba por una gran variedad de
sacrificios, de los cuales el más impresionante era el sacrificio humano. Éste consistía
en arrancar el corazón de la víctima cuando todavía estaba viva. Pero había otro rito
durante el cual se quemaba viva a la víctima, después de encerrarla en una estatua de
metal de forma humana, con la espalda entreabierta y los brazos extendidos. Cuando la
víctima estaba dentro de la estatua, la metían al fuego. Mientras se quemaba, los
sacerdotes tocaban música, bailaban, cantaban y bebían. Parece que uno de los dioses al
que ofrecían víctimas humanas se llamaba Hobo. Los instrumentos musicales usados
durante este rito eran tambores y caparazones vacíos de tortuga, que golpeaban con
palos, y flautas de caña. Los padres de la víctima eran obligados a bailar, a alegrarse y a
considerar como un privilegio el hecho de tener un hijo, una hija o un pariente
ofrendado a la divinidad. Los itzaes veneraban a dos dioses de la guerra, Pakoc y
Hexchunchán. Ante éstos ofrecían copal en los incensarios cuando iban a guerrear
contra los chinamitas, sus vecinos y enemigos mortales. Antes de la batalla también
hacían prácticas de adivinación, acompañadas de bailes. En general los itzaes
sacrificaban a sus prisioneros, pero si no los tenían, escogían a sus víctimas entre la
población local, preferentemente a los muchachos más gordos, pues los devoraban
después de haberlos sacrificado. Avendaño informa que un día antes de inmolarla,
alimentaban bien a la víctima, especialmente cuando se trataba de un extranjero.
Ya se mencionaron los `libros' de los itzaes donde estaban escritas sus profecías: `...eran
unos caracteres y figuras pintadas en unas cortezas de árboles, como de una cuarta de
largo cada hoja o tablilla y del grueso como de un real de a ocho, dobladas a una parte y
otra a manera de biombo...' Estas profecías tenían relación con su calendario y su
concepción cíclica del tiempo. Cada período tenía su propio dios, sus propios sacerdotes
y su profecía. Cada período de 20 años, llamado katún, estaba dividido en cinco
subperíodos de cuatro años y cuando se cumplía un katún los itzaes colocaban una
piedra tallada sobre otra y las unían con cal y piedrín, dentro de un templo, para
venerarlas. Tun significa `piedra' en maya y ka significa `dos', `otra vez', `de nuevo'. Así
literalmente, pues, katún quiere decir `dos piedras' o bien `de nuevo una piedra'. Al igual
que los antiguos mayas, los itzaes adoraban el tiempo, que concebían en forma de
ciclos. Para ellos la historia se repetía indefinidamente.
Victoria R. Bricker ha demostrado que el mito y la his-toria no están tan alejados entre
sí como parece a primera vista, y que a veces los mitos pueden ser `teorías de la his-
toria'. Así sucedía en las profecías de los itzaes. Según su calendario, la fecha katún 8
Ahau se repetía aproximada-mente cada 256 años, y cada vez que eso sucedía un pueblo
era destruido o abandonado. A mediados del siglo IX los itzaes fueron expulsados de
Chakanputún y a fines del siglo XII los echaron de Chichén Itzá; en el siglo XV fue
arrasado Mayapán, y a fines del siglo XVII, los españoles conquistaron Tayasal. Estos
acontecimientos se produjeron cada vez que se cumplía un katún 8 Ahau.
Según estos hechos, se ve que la embajada enviada por Canek a Mérida, a fines de
1695, no fue casual, pues la fecha profética katún 8 Ahau se aproximaba. También es
posible que el Padre Avendaño la conociera, y por eso programó su misión para que
correspondiera con el comienzo del nuevo katún 8 Ahau. Los mayas procuraban que los
acontecimientos históricos encajaran en sus profecías. En este caso, como observa
Bricker, es difícil considerar la toma de Tayasal como una verdadera `conquista'. Es por
ello que al enviar los mensajeros a Mérida y al pedirle a Avendaño que regresara, Canek
y los restantes itzaes estaban interesados en que la historia se repitiera o que la profecía
se cumpliera.
Conclusiones
Varias sociedades de las Tierras Bajas mayas del Petén y zonas aledañas del sur
conservaron su independencia política y su identidad cultural durante aproximadamente
150 años después de la conquista de Yucatán. La naturaleza del terreno, caracterizado
por una vegetación tupida, un relieve accidentado y un sistema hidrográfico complejo,
junto con los problemas de logística y las dificultades administrativas y políticas,
impidieron a los misioneros y soldados españoles reducir a todos los pueblos que
moraban en las selvas lluviosas de Chiapas y Petén al momento de la Conquista.
Entre ellos se encontraban los lacandones y los itzaes. Los primeros probablemente
descendían de los mayas que sobrevivieron, después del siglo X, al colapso de la
civilización clásica, mientras los segundos habían migrado desde Yucatán a Petén,
durante el Período Postclásico. Estas dos sociedades representaban vestigios de la
cultura maya prehispánica.
JUAN PEDRO LAPORTE
La despoblación ocurrida en las Tierras Bajas mayas centrales a partir del Período
Postclásico hace más difícil establecer la afiliación étnica y lingüística de los habitantes
que ocuparon esta zona durante los primeros siglos de la colonización española. En este
ensayo se trata de analizar los movimientos poblacionales efectuados durante los siglos
XVI y XVII en el norte de Alta Verapaz, el sur de Petén y en Izabal. Esta es una amplia
y diversa área geográfica que comprende tierras llanas, montañas, cerros calizos y
aislados, zonas costeras y lacustres y ricos valles aluviales que conforman un hábitat
intermedio entre las Tierras Altas y Bajas. En el conjunto sobresalen abundantes vías
fluviales que inciden en el patrón de asentamiento humano y en las posibilidades de
interrelación comercial. Muchas descripciones se han hecho de esta provincia a partir
del siglo XVI, las cuales no se analizarán aquí.
Es necesario conocer las etnias que habitaron la zona, pero la situación resulta compleja
porque, entre otras cosas, casi no se la ha estudiado arqueológicamente. Por lo general,
ha sido considerada una zona en que la población, como consecuencia del contacto entre
grupos, formó un grupo cultural mayor, lingüísticamente homogéneo, básicamente chol,
de asentamientos moderados y dispersos. Posteriores exploraciones arqueológicas han
determinado que en la región había un mosaico ambiental que debe haber incidido en la
diversidad de población. Su carácter de área de paso, en la que convergían diversas rutas
comerciales, explica también la presencia de distintos grupos.
El grupo chol tuvo tres divisiones: 1) chol nororiental, de la región del Río Sarstún y del
Manché, en el sur de Petén; 2) chol central, de Lacandón y Acalá, en la región de los
ríos Lacantún, Usumacinta, La Pasión y Salinas; 3) chol occidental, en las cercanías de
Palenque. El presente trabajo se refiere al grupo chol nororiental, asentado en el área del
Río Sarstún y en sectores adyacentes de los actuales departamentos de Alta Verapaz,
Izabal y Petén. Para el estudio de los grupos choles son útiles las crónicas de Antonio de
Remesal, Francisco Ximénez, Juan de Villagutierre y Soto-Mayor y Nicolás de
Valenzuela. Trabajos más recientes son los de Otto Stoll, Eric Thompson, Arturo
Valdés Oliva, Frances Scholes y Ralph Roys, Alfonso Villa Rojas, Nicholas Hellmuth y
Otto Schumann.
El Chol Nororiental
Remesal y Ximénez informaron sobre un grupo chol localizado en la región del Río
Sarstún, específicamente en la zona de Chahal. Mediante la evangelización dominica
ocurrió el primer contacto con los pueblos de las Tierras Bajas, y desde entonces se
englobaron bajo el término chol cinco naciones o señoríos: chol, manché, acalá,
toquegua y lacandón.
El territorio chol del norte de la Verapaz comenzaba más allá de Cahabón y se extendía
hacia Chahal, el Río Sarstún, el norte de Izabal y el sur de Belice hasta alcanzar las
costas de Amatique. En esta última zona habitaban los toqueguas. El grupo acalá
limitaba dicho territorio al noroeste. Desde Cahabón, la provincia chol se extendía 150
kms hasta colindar con el territorio mopán. El Río Sarstún se llamó Zactún o Petenhá,
desde su desembocadura hasta los ríos Chiyú y Chahal, que bajan de la zona kekchí. El
actual Río San Pedro, que corre en dirección noreste y se interna en tierra manché, se
conoció como Maytol.
El término `manché' se aplicó a una rama de hablantes de la lengua chol que habitó al
norte del Río Cancuén y que, junto con los grupos del Río Sarstún, comerciaba en los
mercados de Cahabón, Lanquín y otros pueblos de habla kekchí. Desde los primeros
contactos con el territorio chol, se utilizaron cahaboneros como intérpretes y guías. Los
choles del Sarstún y el Manché desaparecieron pronto al fusionarse con sus vecinos
dominantes kekchíes y mopanes. Agravado por diversos movimientos de población, tal
proceso condujo a la total desaparición del chol nororiental.
Entre 1530 y 1550, la zona de Cobán sufrió una rápida despoblación, por lo cual los
dominicos formaron un asentamiento heterogéneo de kekchíes y choles. La población
indígena no cesó de disminuir sino hasta 1635, y después se recuperó lentamente. Al
final del siglo XVII, el Presidente Gabriel Sánchez de Berrospe sugirió trasladar a los
indígenas a tierras fácilmente controlables, y abandonó los proyectos de reducción de
toda el área, incluyendo los pueblos itzá y lacandón. Grupos de choles cristianizados
fueron trasladados de las cercanías de Cahabón y Boloncó a la actual Baja Verapaz. Los
restantes pueblos choles de esa región fueron absorbidos por los kekchíes, en un
proceso que podría remontarse a épocas anteriores a la Conquista. Actualmente ya no
existe la etnia chol de Guatemala.
Los datos anteriores indican que, en la época en que se llevaron a cabo esas entradas,
eran tres las entidades que conformaban el grupo chol nororiental: 1) Los choles del Río
Sarstún, que estaban asentados entre Cahabón y Tzalac o Cadenas (Modesto Méndez) y
que dominaron los valles de Chahal y el curso del Río Chiyú. 2) El grupo manché del
núcleo Yaxhá-Cancuén, con subgrupos asentados desde Tzalac o Cadenas (Modesto
Méndez), en el extremo sur de Petén, que llegó hasta los límites con los kekchíes de
Boloncó y dominó las tierras de dicha región. 3) El grupo manché del núcleo Ixbobó-
Cancuén, con subgrupos localizados en las serranías de las montañas mayas, que
dominó los valles de San Luis Petén, en contacto con los mopanes situados más hacia el
norte (Poptún, Dolores).
Al norte del Río Yaxhá o Cancuén fue reducido un tercer grupo en San Pablo Ixil o
Tzuncal, centro principal de este núcleo. Cerca de éste se redujo a otro grupo en San
Jacinto Matzín. En la actualidad subsiste el paraje de Tzuncal como evidencia de dichas
reducciones.
En resumen, la nación manché abarcaba dos zonas contiguas: el núcleo relacionado con
el sistema Ixbobó-Cancuén, del cual formaban parte los poblados de San Miguel
Manché, Chocohau y May; y el otro sobre el Río Yaxhá Cancuén, con reducciones en
Ixil o Tzuncal, Matzín y Yaxhá. Sus vecinos fueron: al norte, la población mopán, de
lengua de filiación maya yucateca, asentada en los amplios valles y mesetas de las
montañas mayas; hacia el oeste, el señorío acalá, de lengua cholana, cuyos poblados
dominaban el área de los ríos de La Pasión y Salinas.
Los poblados manché compartieron el Río Cancuén con los grupos kekchíes de tierra
baja, talvez dependientes de Cahabón, como lo sugieren las aldeas de Chipachché,
Chimuchuch, Campamac y Tuilá, nombres de filiación kekchí, y lugares donde no se
reportaron hablantes de chol en la incursión de 1695. Eric Thompson sugirió que los
cahaboneros pudieron haber sido antiguos hablantes de chol que cambiaron su lengua
por el dominante kekchí, cuya expansión fue evidente en comunidades del territorio
manché, como Tzuncal y May. El expansionismo kekchí se ha incrementado durante el
siglo XX, por la escasa población del área.
Su pacificación fue difícil. Se cree que el primer contacto con los acalaes fue en 1538 ó
1539, cuando el Presidente Alonso de Maldonado y sus soldados cruzaron la región en
su expedición al Lacandón. La primera entrada por parte de los dominicos se llevó a
cabo en 1550 y estuvo a cargo de los Frailes Tomás de la Torre y Domingo de Vico,
quienes no fueron bien recibidos y tuvieron que retornar a Cobán bajo la protección de
don Juan, Gobernador de Verapaz. Pocos años después, Vico y Fray Alfonso de Vayllo
realizaron varios intentos de penetrar en el área. En noviembre de 1555, Vico y Fray
Andrés López volvieron a Acalá, después de rechazar la protección del Gobernador don
Juan, pero la gente del lugar, con ayuda de sus vecinos lacandones, incendió la choza de
los frailes, que murieron flechados junto con una treintena de sus acompañantes. Esta
matanza condujo a otra mayor, cuando los jefes indígenas de Verapaz y Sacapulas
intentaron realizar una expedición punitiva. Ambas acciones tuvieron como
consecuencia que se pidiera protección a las autoridades españolas y que se usara la
fuerza en las futuras entradas. Así terminaron los planes de Las Casas, 12 años después
de los éxitos iniciales de penetración pacífica. La rebeldía y la violencia del pueblo
acalá pudieron haber tenido su origen en el fanatismo de Vico y la consecuente
imposición de patrones ajenos, en contra de los postulados de Las Casas.
Poco se sabe sobre la población acalá después de la matanza aludida antes. En 1574,
vecinos del barrio San Juan, en Cobán, hablaban acalá. Alrededor de 1580 fundaron un
nuevo pueblo, Santa Cruz, en un sitio cercano al lugar donde murieron los frailes.
Todavía en 1590 se hacía mención de grupos acalá y de una reducción, Almodóvar,
desde donde el alcalde de Verapaz pretendía pacificar y poblar el Lacandón. La
reducción llamada San Marcos, ubicada en Chamá, de donde venían los habitantes de la
parcialidad de San Marcos de Cobán, pudo haber sido la primera y efímera fundación
hecha por Vico poco después de 1550.
Seguramente otras poblaciones acalá se refugiaron en las espesas selvas del noroeste,
desde la persecución de 1556. Alrededor de 1693, los Frailes López y Antonio Margil
entraron en Lacandón, donde se les mostraron prendas y objetos de Vico, hecho
importante para determinar la fusión de los grupos acalá y lacandón. Sin embargo, no se
ha resuelto la sustitución lingüística sufrida por los grupos lacandones a inicios del siglo
XVII, así como la adecuación de Acalá a este cambio. ¿Cómo lograron conservar la
tradición de la muerte del Padre Vico a más de un siglo después de haber sucedido?
¿Cómo correlacionar la presencia de estos hablantes de lacandón-chol o acalá con la
población de habla maya yucateca, que se reunió en Dolores dos años después, con la
presencia del propio Fray Antonio Margil? Para todo ello es necesario analizar la
información sobre el lacandón, la cual es mucho más abundante que la de otros pueblos
de las Tierras Bajas centrales.
Grupo lacandón-chol
Karl Sapper, Eric Thompson y Nicholas Hellmuth han demostrado que la población
lacandona del siglo XVI hablaba chol y constituía un grupo lingüístico distinto del
actual lacandón de filiación maya-yucateco. En el siglo XVI el centro de este señorío
estaba en la Isla Lacantún, al este de Chiapas, entre los ríos Lacantún y Usumacinta, por
lo que fue vecino del grupo acalá. Varios puntos son relevantes para la presente
investigación. Los grupos chol, lacandón-chol y acalá ocuparon un amplio territorio que
se extendía desde el Río de La Pasión al este, hasta Ocosingo, en el oeste. Su límite sur
es menos conocido, aunque la presencia de las altas montañas y la existencia de grupos
lingüísticos del Altiplano dan indicios para poder definirlo. Hacia el norte no es clara su
diferenciación de los hablantes del maya-yucateco, pero la presencia itzá en el área
quizás contuvo ese avance. Alrededor de 1631, los grupos lacandón-chol y acalá habían
desaparecido del área después de la sustitución lingüística que trajo consigo el
lacandónyucateco. Esta situación debe haber estado acompañada de una sustitución
cultural, poco evidente, tratándose de grupos también asentados en zonas selváticas,
probablemente cehaché. Solamente parecen resaltar algunos cambios a nivel ritual o
religioso.
El grupo mopán
La etnia kekchí llega hasta el Mar Caribe, convive con grupos no mesoamericanos e
integra una poderosa minoría en comunidades como Livingston y Punta Gorda. Durante
un reconocimiento efectuado en el Distrito de Toledo, se encontró población kekchí en
14 de 16 aldeas, algunas de población mixta mopán-kekchí, como San Pedro Columbia,
Mohijón, Poité y San Antonio Pueblo Viejo. En la cuenca de los ríos Columbia y
Sarstún hay aldeas con población exclusivamente kekchí. La reciente migración hacia
esta zona comenzó por la limitación de las tierras para milpa en Guatemala y por el
reclutamiento de gente kekchí por parte de los terratenientes alemanes de Cobán,
quienes los enviaban a las haciendas de Belice para el cultivo de cacao, café y hule.
Sin embargo, es posible que la presencia kekchí en tierra baja tenga raíces más antiguas.
Hay evidencia de que hubo grupos kekchí-chol en comunidades manché y chol cercanas
al Río Cancuén (ixil o tzuncal y yaxhá), que fueron descubiertas por los españoles
durante sus entradas. El kekchí, en su expansión de los últimos tres siglos, absorbió
grupos aislados de pokomchí, chol, lacandón y mopán, y sus hablantes adquirieron
costumbres, creencias y peculiaridades de pronunciación y gramática, pero
conformaban en conjunto un grupo homogéneo.
La relación entre las Tierras Bajas y el altiplano de Verapaz se remonta a muchos siglos
atrás. Se notan antiguos contactos entre las lenguas kekchí y chol, sobre la base de
términos semejantes y de una mitología que pudiera tener el mismo origen. Al parecer,
este proceso llevó consigo la adopción del calendario. En la presentación de un
manuscrito del siglo XVI, Thompson manifestó que el calendario kekchí tuvo sus
orígenes en el chol de tierra baja. Fundó su afirmación en la presencia del mes yax que,
de ser kekchí local, hubiera tomado la forma de rax, según el canon propio, por lo que
es más probable que se obtuviera de una lengua que usara la `r'. En el caso del mes
tzihora, correspondiente al mes chen, la sustitución de términos es sin duda reciente. La
única lengua vecina del kekchí que no empleó la `r' fue el chol.
En relación con el kekchí, Robert Burkitt habla de un `estilo cahabón', por la presencia
de formas arcaicas y de palabras que ya no estaban en uso, como el caso de los
numerales txuy (8,000) y kalab (160,000), incluidos en un manuscrito kekchí
encontrado en Cahabón, que contiene sermones e historias del Viejo Testamento. El
manuscrito no tiene fecha y está incompleto. Al estudiar un testamento de 1583
encontrado en San Pedro Carchá, pero que posiblemente fue escrito en San Juan
Chamelco, Burkitt se asombra de la persistencia de la lengua kekchí.
Otto Stoll escribió: `...cuando recogía en Cobán estos idiomas [el kekchí], encontré que
la lengua que se habla en la región septentrional kekchí se diferenciaba de la que se
habla en Cahabón, aunque se entienden sin ninguna dificultad'. Alfonso Villa Rojas hizo
notar también variaciones dialectales que no entorpecen su comprensión. Diferencias
importantes parecen ser el acento y el tono, lo cual constituye un indicio de que los
antiguos habitantes del norte de Verapaz, Sierra de Santa Cruz y valle del Río Polochic,
aunque de cercana filiación kekchí, comenzaban un proceso de separación dialectal en
el momento de la Conquista. Este proceso se detuvo con el repliegue y la despoblación
del área. Sin embargo, volvió a surgir con la migración actual.
Por lo tanto, existen diferencias lingüísticas entre las ramas kekchí de tierra alta y tierra
baja. El actual proceso de expansión responde a problemas demográficos en el núcleo
central, lo cual podría relacionarse con un patrón prehispánico. Su extensión hacia
Petén, Belice y el Mar Caribe puede haber correspondido a la desaparición de grupos
chol y manché, y a movimientos de población mopán, aunque se ha considerado que
este fenómeno fue posterior a la Conquista. También es probable que se encontrara en la
zona, si se considera un grupo prehispánico kekchí de tierra baja (kekchí-chol), cuya
población abundó durante el Período Postclásico en los altiplanos de Cobán y Carchá,
cuando ya se encontraban despobladas algunas áreas de tierra baja.
Es clara la importancia que deben haber tenido las poblaciones kekchíes en relación con
el comercio, por su posición favorable entre tierra alta y tierra baja, lo cual también
debe haber sucedido en épocas anteriores. En el l informe de Cortés (1525) en que
menciona su expedición al Lago de Izabal y al Río Polochic, se alude también a ciertas
poblaciones que hablaban una lengua ininteligible, diferente al maya y al chol que él ya
conocía por sus contactos con los pobladores de las zonas chontal, cehaché, itzá, mopán,
manché y toquegua. Los grupos encontrados en el valle del Río Polochic pueden haber
sido de lengua kekchí o pokomchí, en sus variantes de tierra baja.
Grupo ahxoy
La región ahxoy estaba en tierra baja. Sus pobladores no eran choles ni lacandones, sino
cristianos naturales de Cobán y, por lo tanto, kekchíes, que se habían retirado a las
montañas cercanas a Acalá y Lacandón. Por estar ya muy cerca del Río Grande o
Chixoy, se les llamó ahxoy. Todavía en 1675 se tenía noticia de ellos. Es claro que
formaron parte del kekchí de tierra baja (kekchí-chol) al constituir un caso concreto de
penetración, talvez en un intento de acercarse a las ricas salinas del Río Chixoy, aunque
finalmente acabaron ocupando una zona más al norte de éstas. No se sabe más de ellos,
ni siquiera si esta ocupación se llevó a cabo antes del siglo XVI. También podría estar
relacionada con el pueblo de San Marcos, fundado por Vico cerca de Chamá,
mencionado anteriormente al tratar de Acalá.
El sur de Belice presenta una situación igualmente compleja. Su población fue chol de
Sarstún, y tenía contacto con grupos manché y mopán. Se les redujo en Tzalac, por lo
que se dejó libre el territorio para que pudieran ocuparlo sus vecinos kekchíes. Al
noreste del Sarstún, las reducciones manché impidieron la expansión kekchí durante la
época colonial. Grupos modernos penetraron en el área del Río Columbia y se
mezclaron con población de habla kekchí. Esta situación prevalece en la actualidad.
Grupo toquegua
Este grupo desapareció desde el siglo XVI. Cortés lo menciona en 1525, después de
haber encontrado a algunos de los españoles que participaron en expediciones a
Honduras. Esto hace suponer que este grupo estableció contacto con europeos desde las
primeras incursiones. Las enfermedades los diezmaron pronto y aceleraron el proceso
de extinción que sufrieron los grupos costeros. Cuando, en 1604, se descubrió la Bahía
de Santo Tomás, se entró en contacto con los toquegua que navegaban por el Río
Motagua y comerciaban con pobladores de la Costa de Honduras y de la Bahía de
Amatique. En 1613 habían desaparecido. Varios grupos, algunos de los cuales pueden
haber sido toquegua, se asentaron en Amatique, en cumplimiento de las órdenes del
Presidente Sánchez de Berrospe, relativas al traslado de grupos rebeldes o aislados. A
mediados del siglo XIX se les menciona como ubicados en las márgenes del Río
Sarstún, aunque Sapper no los encontró en su viaje de 1896.
Durante el siglo XVI, el área del Polochic estuvo ocupada por hablantes de kekchí,
pokomchí y chol, que confluyeron en esta zona. La presencia de grupos que no eran
cholanos, a lo largo de la cuenca del Río Cahabón y en la Sierra de Santa Cruz, está
fundamentada en la entrada de Cortés en 1524 y la situación que halló en Chacujal,
donde anotó la existencia de una lengua que le resultó incomprensible, aun llevando
consigo hablantes de distintos idiomas de las Tierras Bajas.
Los dominicos de la Verapaz consideraron la Sierra de Santa Cruz y el valle del Río
Polochic como parte integral de su concesión y dirigieron las primeras reducciones en
esta zona desde el convento de Cobán. En ningún momento relacionaron el oeste del
Golfo Dulce con una población de idioma chol. Es posible que la riqueza agrícola del
valle aluvial del Río Polochic haya sido compartida por gentes de habla pokomchí y
kekchí. Las crónicas refieren que personas de Tamahú, hablantes de pokomchí,
dominaban los cacaotales de La Tinta y Telemán, ambos en el valle del Río Polochic.
Existen numerosas alusiones a choles en el área del Golfo Dulce. Sin embargo, este
extenso grupo estuvo confinado al este del Lago de Izabal. La evidencia apunta a que
dominaban la Costa de Amatique, sin alcanzar la Sierra de Santa Cruz y menos aún el
valle del Polochic. Un punto de contacto entre los grupos chol y kekchí pudo haber sido
la comunidad de San Felipe, más o menos donde se fundó la reducción de Xocoló a
mediados del siglo XVI. Aquí comienza el Lago de Izabal y se eleva la Sierra de Santa
Cruz hacia el oeste, mientras que al este se extiende la planicie costera. En la actualidad
la situación ha cambiado. Hay población kekchí plenamente asentada en el área del
Lago de Izabal, en el valle del Polochic y en la Sierra de Santa Cruz. Con el repliegue
de grupos de tierra baja, los kekchíes se han expandido hacia zonas que probablemente
no dominaban en la antigüedad, hasta alcanzar la Costa atlántica.
Para comprender la movilidad de los grupos étnicos de las Tierras Bajas y la división
que ya existía entre ellos desde la época postclásica, se incluye información sobre los
asentamientos españoles en la región del Río Dulce, el Golfete, el Lago de Izabal y valle
del Polochic, con el fin de observar los movimientos poblacionales ocurridos en los
siglos XVI y XVII.
Grupo pokomchí
El pokomchí tuvo dos divisiones internas anteriores a la Conquista, las cuales seguían
vigentes en 1540: el pokomchí oriental se habló en Tactic, Purulhá, Tamahú y Tucurú;
el occidental, en Santa Cruz, San Cristóbal y Belejú. La diversificación pokomchí
ocurrió cuando el grupo occidental se movió hacia el norte y llegó hasta San Cristóbal y
talvez hasta Chamá y Cobán, lo cual obligó a otros grupos orientales a moverse hacia el
sureste de Alta Verapaz (Tactic y Tucurú), e instalarse en el valle del Polochic. No está
claro si este movimiento trajo consigo el desplazamiento de otros pobladores originales.
Los españoles conocieron el Golfo Dulce desde muy temprano. Gil González Dávila
realizó el primer intento de colonización y fundó San Gil de Buenavista en 1523, cerca
del pueblo indígena de Nito, en una zona de población toquegua. Cuando llegó Cortés, a
finales de 1524, los pocos habitantes de San Gil fueron trasladados hacia la Costa de
Honduras, por lo cual duró poco el primer asentamiento español en Izabal.
El aislamiento de esta zona fue muy breve, puesto que alrededor de 1544 un grupo de
españoles mercaderes, procedentes de Yucatán y Cozumel y encabezados por Pedro de
Ávila (luego Alcalde Mayor), remontó el Río Polochic y se vio obligado a retirarse ante
los ataques de los indígenas, que eran, talvez, de idioma pokomchí o kekchí-chol. Sin
embargo, poco tiempo después lograron controlar una amplia zona, y a fines de 1547
fundaron una villa conocida como Nueva Sevilla o Villa de Munguía, ubicada en la
margen sur del Río Polochic. Por su corta duración, se confunden estos dos
asentamientos. Se considera que pueden haber sido uno mismo, con el nombre de
Nueva Sevilla aplicado por los pobladores venidos de Yucatán, y el de Munguía, por las
autoridades cobaneras. Este paraje estaba a unos 12 kilómetros al oeste de un puesto
donde entonces se entregaba y se recibía mercadería, conocido después como Bodegas.
Se ha dicho que el Licenciado Landecho fundó la Villa de Munguía en 1561, en la
región en que actualmente se encuentra El Estor, con el fin de recibir y transportar
mercancías por el Río Polochic, pero no existe fundamento para ubicar dicho
asentamiento en la ribera norte del lago.
Los colonos de Nueva Sevilla pronto entraron en conflicto con los frailes dominicos,
quienes consideraban que esta zona era parte de su concesión. Aun así, se procedió a
establecer un sistema de encomienda, que fracasó ante la retirada de la población nativa
hacia tierras interiores. El caso fue elevado por los dominicos a la Audiencia, la cual
falló a su favor, por lo que, a finales de 1548, se decretó la destrucción del pueblo, que
se llevó a cabo algunos años después, a pesar de que los colonos se negaron a abandonar
el área. En esta forma, apenas 10 años después de su fundación, desapareció Nueva
Sevilla. Sin embargo, se ha dicho que en Munguía se introdujo ganado bovino y que
esta población se encontraba activa en 1561 y aún existía en 1568, según el Juicio de
Residencia hecho por el Alcalde de la Verapaz a su predecesor.
Tres décadas después de las primeras expediciones al Golfo Dulce no se había logrado
establecer ningún asentamiento hispano permanente, por lo que Izabal se perfiló como
un territorio aislado, con una población belicosa y poco organizada, desde la
desaparición de los núcleos prehispánicos.
Tras los incidentes de Nueva Sevilla, Fray Domingo Vico fundó Santa Catarina Xocoló,
en 1552, en la margen norte del lago. Posiblemente se redujo en ella a una población
mixta de hablantes de chol y de kekchí-chol. La vida y duración de este asentamiento es
confusa. Ximénez consideró que debe haber desaparecido alrededor de 1631, por las
condiciones malsanas del lugar. Domingo Juarros asegura que su desaparición se
produjo por la construcción del Castillo de San Felipe en dicha localidad, entre 1644 y
1655. Mariana Rodríguez sostiene que en Xocoló existió, desde 1596, el Fuerte de
Bustamante, que podría considerarse como un precedente del mencionado castillo. Estas
discrepancias son aun más confusas si tomamos en cuenta que después de su visita a
Xocoló, en 1630, Tovilla no mencionó la existencia de ningún fuerte. Talvez lo más
acertado es que Xocoló estuviera a unos cinco kilómetros al oeste de San Felipe y que,
por lo tanto, se tratara de localidades distintas. Respecto a la economía de Xocoló, se
dijo que manufacturaban herramientas de pedernal. Hubo otros dos pueblos cercanos a
Xocoló, Yajal (Yaxal) y Campín, aparentemente dedicados a la extracción de oro.
Campín, habitado por familias manché-chol, estaba situado en dirección al Río Monkey,
en el Distrito de Toledo.
El hallazgo de oro en esta zona constituyó un cierto atractivo para sus pobladores,
especialmente en una localidad denominada Quebrada de Monoa. Esta localidad fue
mencionada por Fray Domingo de Azcona, Juan Correa y Juan González de Villasinda,
pero no se conoce la ubicación exacta de la mina. Aparte de que estaba cerca del Lago
de Izabal, la única referencia que se tiene es que para llegar a ella se subía por un río, y
que se encontraba de 12 a 16 kilómetros de su ribera, es decir, en plena montaña. Toda
la ribera norte del lago está jalonada por montañas y ríos (Sauce, Túnico) y también la
ribera sur (Pataxte, Las Minas). Para la extracción del oro se llevaban indígenas de
Polochic, lo cual no es determinante, pero sí sugiere que pudiera tratarse de un área
asociada a la cadena del sur del lago, ya que, de estar al norte, hubiera sido más fácil
llevar gente de Xocoló. El metal se sacaba hacia Santiago por el Río Motagua, lo cual
apoya la tesis de que Monoa estaba ubicada al suroeste del lago, pues en ningún
momento se hace mención del transporte del oro hacia Cobán, como ocurrió con la
zarzaparrilla y otros productos.
Vico fundó también San Andrés Polochic en 1552. La localización de este pueblo
resulta compleja, aunque se sabe que distaba 16 kilómetros de San Pablo. Si se ubica
este último donde el Río Polochic comienza a ser navegable, habría que situar a San
Andrés Polochic 16 kilómetros más arriba, cerca de la actual población de La Tinta,
punto natural de desembarque para viajar a Cobán. San Pablo podría haber estado en la
fértil zona de Las Tinajas, en el estratégico punto en que actualmente se encuentra
Telemán. Se le asocia con las ricas plantaciones de cacao, probablemente dependientes
de San Miguel Tucurú (a 56 kms) y adscritas a pueblos de habla pokomchí, lo cual
reflejaría su adscripción lingüística prehispánica.
En el siglo XVI hubo en la zona de Izabal otro asentamiento conocido con el nombre de
Bodegas, que fue fundado entre 1572 y 1577 por el Gobernador Pedro de Villalobos con
el objeto de proteger la actividad comercial. Bodegas tuvo una vida agitada por los
constantes ataques de bucaneros que sufrió y por ello 75 años después de su fundación
fue necesario guarnecerla con la construcción del Fuerte de Bustamante y el Castillo de
San Felipe, cuya defensa estaba encomendada a flecheros indígenas de la Verapaz. La
localización de Bodegas es confusa, puesto que la referencia de su posición en el sector
suroeste del lago y a 12 kilómetros de Nueva Sevilla es insuficiente porque no se ha
establecido con certeza la posición de este último asentamiento. Bodegas puede haber
estado cerca de los ríos Cañas y Limones y corresponder, talvez, al actual Izabal, donde
todavía se encuentra una importante construcción colonial. La administración de
Bodegas Altas parece haber funcionado hasta finales del siglo XVIII y desde entonces
es un paraje prácticamente abandonado.
A finales del siglo XVI Izabal contó con un nuevo asentamiento, llamado Amatique,
cuya población pudo haber estado integrada por los naturales expulsados de Nueva
Sevilla en 1550-1555, y por algunos indios toqueguas. Durante los siglos XVII y XVIII
no hubo nuevos asentamientos en la región de Izabal. Lo inseguro de sus costas, el
cambio de ruta para el ingreso de mercancías hacia el Motagua y la insalubridad de
estas zonas cálidas y pantanosas afectaron sensiblemente a las poblaciones ya
establecidas. Por otra parte, los dominicos habían logrado la reducción de indígenas
pokomchíes y kekchíes en los altiplanos de la Verapaz, todo lo cual dejó a la región
interior de Izabal un tanto aislada. También influyó el hecho de que, desde 1787, el
Gobernador Estachería prohibiera el transporte de mercaderías por el Río Polochic, a
pesar de la abundante explotación de productos como zarzaparrilla, algodón,
liquidámbar, sangre de drago, jiquilite o añil, resinas y maderas preciosas.
Entonces se traficaba únicamente con víveres hacia el Castillo de San Felipe, desde una
comunidad denominada Santa Catarina Polochic, que podría ser la misma que la
anterior San Andrés, ya mencionada y ubicada más al norte de Telemán. Su
embarcadero se conoció como Ave María. Se ha mencionado la presencia de individuos
de raza negra que llegaban a Santa Catarina para llevar zarzaparrilla.
Santa Cruz Cahaboncillo era otra reducción de la que se hizo mención en 1574 y se le
ha ubicado a 28 kilómetros de Tucurú, pero se sabe muy poco de ella. De Cahaboncillo
se decía en 1838 que era un pueblo situado antes de llegar al lago. Por otra parte, Sapper
consideró que se trataba del poblado ahora conocido como La Tinta.
La dinámica historia demográfica indicada respecto de las zonas intermedias del área
maya es indicio de la movilidad étnica que privó en territorios en contacto. Es evidente
la importancia de los estudios etnohistóricos para la determinación de los antiguos
patrones migratorios, que se repitieron como resultado de condiciones demográficas, y
también para el conocimiento de los grupos lingüísticos y sus dialectos, que participaron
en la red cultural y económica de este territorio desde la época prehispánica, pero las
fuentes tradicionales legadas por los evangelizadores no son particularmente ricas en tal
sentido.
JANINE GASCO
Introducción
En el período colonial la Provincia de Soconusco no correspondía exactamente al área
que actualmente lleva este nombre y que se extiende desde Mapastepec hasta la frontera
sudeste con Guatemala. En realidad era un territorio más grande, que cubría la planicie
costera del actual Estado de Chiapas (México), desde Tonalá en el Noroeste, hasta el
Río Tilapa en las tierras costeras de los departamentos guatemaltecos de San Marcos,
Quetzaltenango y Retalhuleu (ver Ilustración 185).
Durante los últimos años del período prehispánico los pueblos de Soconusco cercanos a
la actual frontera con Guatemala estuvieron primeramente bajo el dominio de los
quichés (k'iche's) y, al declinar esta influencia a finales del siglo XV, fueron
subyugados por los aztecas. Probablemente estos últimos buscaron controlar la región
para tener un mejor acceso al excelente cacao que allí se producía. Por las listas de
tributo se sabe que ocho pueblos de Soconusco (Mapastepec, Soconusco, Acapetahua,
Huixtla, Huehuetán, Mazatán, Coyoacán y Ayutla) pagaban a los aztecas un tributo
anual de 200 cargas de cacao, equivalentes a 5,000 kilogramos, además de pieles de
jaguar, plumas de pájaros, otras pieles, adornos de oro y ámbar para los labios, cuentas
de piedra verde (posiblemente jade) y jícaras que se usaban para tomar chocolate.
El primer contacto de estos pueblos con los españoles data probablemente de 1522, año
este en que dos mensajeros de Hernán Cortés visitaron la región. Soconusco se alió
desde ese momento con los nuevos conquistadores, a quienes posteriormente nativos del
lugar acompañaron en su expedición a Guatemala. Un año después de este contacto
inicial, Cortés se enteró de que los indios de Guatemala estaban hostigando a los de
Soconusco por su alianza con los españoles. Se organizó entonces la expedición
comandada por Pedro de Alvarado, que llegó a la región en 1524 y la sometió a dominio
español. Desafortunadamente se ha perdido el relato que Alvarado hizo de su actuación
en Soconusco y, por otra parte, son contradictorios los informes que sobre esta acción
proporcionaron los cronistas Bernal Díaz del Castillo y Fray Antonio de Remesal.
Mientras que el primero de éstos asegura que la toma de estos pueblos se realizó en
forma pacífica, el fraile dominico afirma que Alvarado los conquistó después de una
batalla sangrienta y destructiva.
Primeros Años del Gobierno Colonial Español
Es escasa la información acerca de los primeros años de gobierno colonial en
Soconusco. Cortés se asignó inicialmente la Provincia, pero Jorge de Alvarado declaró
posteriormente que la encomienda de Soconusco le pertenecía desde 1528 y que había
sido despojado de ella de manera injusta en 1529. Soconusco fue declarado entonces
territorio dependiente de la Corona, aunque Pedro de Alvarado posiblemente se la
adjudicó de nuevo como encomienda propia durante cierto tiempo. Desde 1538 hasta el
final del período colonial, en todo caso, Soconusco se administró como encomienda de
la Corona.
Uno de los documentos más antiguos sobre Soconusco se refiere a la primera fijación de
tributos hecha al pasar el territorio a manos de la Corona. El 13 de abril de 1530
Tlatuscalca, `indio gobernador de Soconusco', le dio a Luis Baca, oficial de la Corona,
1,649 pesos y cuatro tomines como primer pago del tributo de la Provincia de
Soconusco a la Corona. El tributo se repartió entre los diferentes pueblos. Soconusco,
conocido como `la cabecera', pagó 875 pesos y cuatro tomines, más de la mitad del
total; Ayutla y Huetla (probablemente Huehuetán) pagaron 300 pesos cada uno y
Mazatán, 174 pesos. Un segundo pago de 1,850 pesos se hizo en agosto de 1530, sin
especificarse en el documento los tributos correspondientes a cada pueblo. El 14 de
diciembre de 1530, `Huecamécatl y otros principales de Soconusco' pagaron 70 tezuelos
de oro, valuados en 1,736 pesos. En este caso, nuevamente, la cabecera de Soconusco
completó la mitad del tributo total (35 tezuelos, con valor de 866 pesos); Tubuetlán
(Huehuetán) pagó 11 (273 pesos); Ayutla, 12 (298 pesos); Tuxtla, 4 (99 pesos); y
Mazatán y Coyoacán juntos, 8 tezuelos (200 pesos).
Con excepción de las primeras décadas de la Colonia, durante las cuales Soconusco
estuvo bajo la jurisdicción de la diócesis de Tlaxcala, y del corto período en que fue
admi