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GABRIEL DENGO

El Medio Físico de Guatemala

Ubicación y División Política


El área terrestre de la República de Guatemala está geográficamente ubicada entre los
paralelos 13"45' y 17"50' de latitud norte, y los meridianos 88"46' y 92"15' de longitud
oeste, aproximadamente en el centro del continente americano. Su extensión terrestre es
de 108,900 km, sin incluir 22,900 km2 de Belice, cuyo territorio, desde que era colonia
británica, ha sido reclamado por Guatemala. Al considerar el área marina de la Zona
Económica Exclusiva del Pacífico, el territorio nacional se extiende hacia el sur casi
hasta el paralelo 12" norte.

La plataforma continental, o sea el área marina entre 0 y 200 m de profundidad, tiene en


el Pacífico una superficie de 14,700 km. En ese mismo océano la Zona Económica
Exclusiva, que se extiende 200 millas náuticas desde la costa está bien delimitada, tanto
respecto de El Salvador como de México. La extensión de la plataforma continental en
el Caribe depende de su delimitación final, según la forma en que se resuelva la
controversia con Belice. Actualmente la Zona Económica Exclusiva en dicho litoral
tampoco está definida y es compartida por Guatemala, Honduras y Belice. El litoral en
el Mar Caribe o de las Antillas tiene una longitud aproximada de 148.1 km y en el
Océano Pacífico de 254.7 km.

Administrativamente Guatemala está dividida en 22 Departamentos cuyos nombres,


localización y cabecera departamental, se muestran en la Ilustración 1, y su extensión en
el Cuadro 1. El país limita al norte y al oeste con los Estados Unidos Mexicanos; al este
con Belice, el Mar Caribe y la República de Honduras; al sureste con la República de El
Salvador, y al sur con el Océano Pacífico.

Descripción General del Relieve


El territorio de Guatemala presenta un relieve muy variado. Con el objeto de ubicar los
principales nombres geográficos en uso (Ilustraciones 2 y 3), a continuación se describe
brevemente dicho relieve, de sur a norte. Paralelamente a la Costa del Pacífico se
extiende una planicie costera ancha, sin interrupciones topográficas por serranías, cuyo
límite norte se puede localizar arbitrariamente a lo largo de 300 m de altura. Hacia el
norte, y paralela a la planicie costera, la topografía se eleva abruptamente por la
presencia de una cadena volcánica, que llega a alturas superiores a los 4,000 m. Con
excepción de los conos volcánicos, las alturas predominantes en esta área son de 1,000 a
2,000 m en su porción oriental, y superiores a los 2,000 m en su parte occidental, en la
zona conocida como Altiplano. La altura de los volcanes mayores se indica en el
Cuadro 2, y su ubicación y toponimia en la Ilustración 3.
Al norte de la zona volcánica, en la porción oriental del país, se encuentran varias
sierras bajas, que se extienden hacia Honduras y cuyos nombres varían localmente.
Entre ellas se encuentran las sierras de La Grita, El Gallinero, y una mayor que es la
Montaña del Espíritu Santo, que cubre parte de la Sierra del Merendón, cuyas mayores
alturas y extensión están en territorio hondureño. La fotografía de la Ilustración 16,
basada en imágenes de satélite, muestra el relieve de la parte del sur del país.

El Río Motagua sirve de separación entre las montañas citadas anteriormente y una serie
de sierras mayores que cruza el país en dirección general este-oeste, con alturas
superiores a los 2,000 m. Esta serie de sierras, denominada en conjunto Cordillera
Central de Guatemala, está formada por las sierras de Cuilco, Chuacús, de Las Minas y
la Montaña del Mico. Al norte de la Cordillera Central, y separada de ésta por los ríos
Cuilco, Negro o Chixoy, Polochic y el Lago Izabal, se encuentran otras montañas altas,
entre las cuales las mayores son la Sierra Los Cuchumatanes, en el occidente, la Sierra
de Chamá, en la parte central, y la Sierra de Santa Cruz en el extremo oriental. La
región norte del país, que incluye parte de los Departamentos de Quiché y Alta Verapaz
y casi todo Petén, se caracteriza por una topografía baja, con elevaciones inferiores a los
500 m. La mayor parte se ubica entre 100 y 200 m. Sólo la parte más alta de la Sierra
del Lacandón, en la porción noroccidental, y la parte de las Montañas Mayas, en la parte
centrooriental de Petén, superan la cota de los 100 y 200 m.

El relieve submarino del lado del Pacífico se caracteriza por una plataforma continental
ancha, limitada por la isóbata de 200 m de profundidad, que en su parte media, al sur del
Puerto San José, está interrumpida por un cañón submarino (Ilustración
2).Paralelamente a la Costa del Pacífico, al sur de la plataforma, el declive continental
baja hasta profundidades superiores a los 6,600 m, y forma la Fosa Mesoamericana. El
relieve submarino en el Mar Caribe presenta una plataforma continental más angosta,
que en aguas nacionales apenas alcanza profundidades superiores a los 1,000 m, las
cuales se encuentran en el extremo occidental de otra fosa del Caribe: la de Caymán
(nombre tomado de The Grand Cayman Island).

Hidrología
Cuenca hidrológica es el área sobre la cual el agua superficial corre por varios arroyos y
ríos menores, hasta reunirse en un río principal. Varias cuencas, cuyos ríos principales
corren hacia un mismo océano, constituyen una vertiente, y los puntos topográficamente
más altos que las separan forman el parteaguas. El parteaguas que separa el drenaje
superficial hacia dos océanos se conoce como divisoria continental. En Guatemala la
divisoria continental separa la vertiente del Pacífico, cuya extensión es de 23,380 km2,
de dos vertientes que drenan hacia diferentes partes del Atlántico, a saber, la del Golfo
de México, con 52,910 km2, de superficie, y la vertiente del Mar Caribe, que cubre un
área de 32,610 km2 sin incluir la parte correspondiente a Belice. En las tres vertientes
hay un total de 35 cuencas hidrológicas. Los sistemas fluviales mayores, tales como los
de los ríos Motagua, Polochic y Usumacinta, pueden subdividirse en subcuencas (véase
Ilustración 3).

La vertiente del Pacífico está formada por 18 cuencas, cuyos ríos principales son, por lo
general, de poca longitud y de pendientes fuertes en su parte alta, ya que se originan en
la cadena volcánica cuaternaria, y en pendientes suaves en la parte baja, donde corren
por la planicie costera. La vertiente del Mar Caribe tiene ríos de mayor longitud y
menor pendiente media que los de la vertiente del Pacífico. En esta última se han
identificado cinco cuencas. El sistema del Río Motagua lo conforman las subcuencas de
la parte alta del río y la del Río Grande de Zacapa, que en conjunto constituyen la
cuenca mayor de la vertiente del Caribe. El sistema hidrológico del Polochic lo forman
las subcuencas de la parte alta del mismo, la del Río Cahabón y la del Lago de Izabal y
el Río Dulce.

La vertiente del Golfo de México la constituyen dos grandes cuencas, la del Río
Grijalva, cuya mayor extensión está en territorio mexicano, pero a la cual drenan varios
ríos originados en Guatemala, tales como el Cuilco, Selegua y Nentón, y la cuenca del
Río Usumacinta. Esta última en su parte media y superior, aguas arriba a partir de la
confluencia con el Río San Pedro, en el Estado de Tabasco, México, ocupa una
extensión de 55,000 km2, de los cuales 33,000 están en territorio guatemalteco y una
pequeña parte se extiende a Belice. El Usumacinta es el río de mayor caudal de cuantos
desembocan en el Golfo de México y el Mar Caribe, en el tramo comprendido entre el
Río Mississippi de Estados Unidos y el Río Magdalena en Colombia. El Usumacinta
tuvo gran importancia histórica, ya que fue vía de acceso durante los primeros años de
la Colonia. La vasta región del norte de Guatemala es un fenómeno hidrológico que se
caracteriza por tener en gran parte un drenaje subterráneo, como consecuencia de las
condiciones geológicas de la zona. Esta, en efecto, está formada por capas
principalmente calizas, sobre las que se formó una topografía kárstica extensa, cuyas
peculiaridades se analizan más adelante.

Los lagos y lagunas de Guatemala ocupan en conjunto una superficie de 950 km2
aproximadamente. El mayor es el Lago de Izabal, que es parte del sistema hidrológico
del Río Polochic; su extensión es de 509 km2. Es un lago de poca profundidad, ya que
ésta sólo alcanza un máximo de aproximadamente 20 m. En extensión le sigue el Lago
de Atitlán que tiene 125 km2 de extensión, y una profundidad máxima de 324 m. Este
lago ocupa el centro de una cuenca cerrada, sin desagüe superficial, formada por
fenómenos asociados con vulcanismo. Otros lagos y lagunas menores, de origen similar,
son los de Amatitlán y Ayarza; este último ocupa también una pequeña cuenca cerrada.
Cerca de la frontera con El Salvador se encuentran la Laguna de Atescatempa y el Lago
de Güija, los cuales se originaron por derrames de lava que represaron dos ríos. En la
zona kárstica de Petén se encuentran numerosas lagunas sin drenaje superficial, de las
cuales la mayor es el Lago Petén Itzá, cuya extensión es de 99 km2 y su mayor
profundidad, en la parte norte y central, es de aproximadamente 140 m.

Las características principales de varios de los ríos mayores se resumen en el Cuadro 3,


en el que se indican los caudales medios anuales, pero no las variaciones del régimen
hidrológico, el cual está determinado por el régimen pluvial.

Clima
El clima es el resultado de cuatro factores principales: la latitud geográfica, la
temperatura de los mares vecinos, la dirección prevaleciente de los vientos y la
configuración y elevación de las montañas. El clima de América Central presenta
características definidas por la posición intertropical del territorio y las modificaciones
considerablemente abruptas en la altura de las montañas. Generalmente se hace una
diferencia en la designación del clima, de acuerdo con los cambios de elevación y
consecuentemente de temperatura, y se determinan así tres clases: tierra caliente, tierra
templada y tierra fría. Estos son términos populares, pero resultan muy descriptivos, ya
que en realidad se refieren a zonas térmicas altitudinales. Al nivel del mar, en el
Pacífico, la tierra caliente tiene una temperatura media anual de 27oC, mientras que en
la Bahía de Amatique es de 28oC. Esta zona térmica se extiende aproximadamente hasta
los 800 ó 900 m de altura, con temperaturas medias anuales variables entre 24 y 26oC.
La zona o tierra templada se extiende altitudinalmente hasta los 1,900 m, con una
temperatura media anual de 17oC. Después de esta elevación se encuentra la tierra fría,
donde la temperatura ocasionalmente llega a 0oC, e incluso menos, particularmente
donde las elevaciones sobrepasan los 3,000 m.

Los tipos climáticos de la clasificación mundial de F. Köppen, en parte basados en


líneas isotérmicas, son los siguientes: tropical, abajo de 1,450 m (temperatura media
anual de 18oC), y mesotermal, sobre dicha altitud.

La de C.V. Thornthwaite es otra clasificación del clima mundial, que se basa en el


mismo criterio que el descrito anteriormente, es decir, el de diferencias térmicas según
la elevación. De acuerdo con este sistema se puede hacer una subdivisión más precisa,
basándose en que la gradiente térmica en el país es de 1oC por cada 176 m, como se
muestra en el Cuadro 4.

El régimen de precipitación pluvial depende principalmente de los desplazamientos de


la zona de convergencia intertropical, en la cual se encuentran las corrientes de vientos
alisios de los hemisferios norte y sur. Los desplazamientos de la zona de convergencia
intertropical, hacia el norte durante el verano del hemisferio norte y hacia el sur durante
el invierno, al pasar sobre Guatemala, aproximadamente de junio a septiembre,
producen las mayores precipitaciones pluviales. El resultado de ello es una estación
lluviosa, localmente llamada invierno, durante los meses de mayo a octubre, y una seca,
conocida como verano, de noviembre a abril. La duración de las estaciones lluviosa y
seca no es uniforme en todo el territorio, por el efecto de barrera que se deriva de las
montañas altas. Las estaciones también son modificadas por lluvias originadas por
frentes fríos del hemisferio norte, variaciones en la corriente de los alisios del noroeste,
efectos de circulación atmosférica local y por los huracanes originados en el Mar
Caribe. La precipitación pluvial media anual es variable (Ilustración 5) generalmente
entre 500 y 6,000 mm. Una franja de precipitación anual de 3,000 mm se extiende desde
la Bahía de Amatique, hasta el Departamento de Huehuetenango, en el oeste; y otra,
también de alta precipitación, que se dirige desde la frontera con México hacia el este,
hasta el Río Achiguate. Entre ambas existen áreas de menor precipitación en el llamado
Altiplano, en el valle superior del Río Chixoy y en las cuencas de los ríos Motagua,
Grande de Zacapa y Paz. En la parte media del valle del Río Motagua, particularmente
en el valle de La Fragua, Departamento de Zacapa, se encuentra la zona más seca, con
precipitación anual de 500 mm. Por otra parte, las zonas más húmedas son la llamada
Bocacosta, en el occidente del litoral Pacífico, y el flanco noroeste de la Sierra Los
Cuchumatanes, en los Departamentos de Huehuetenango y Quiché, así como en la
porción sur de Petén.
Vegetación
De acuerdo con la posición geográfica del Istmo centroamericano, la gran variación de
condiciones climáticas, de elevación y de suelos, la flora de Guatemala es sumamente
variada y la conforman miles de especies de diversos tipos de plantas. Dos grupos de
factores principales determinan la distribución de la flora: primero, su origen y
migración, y segundo, las características edáficas y climáticas, íntimamente
relacionadas con el relieve, y las primeras influidas por el tipo litológico del subsuelo.

Como Guatemala geográficamente está localizada en el trópico, la mayoría de los


bosques son tropicales y subtropicales, sin embargo, las características de éstos varían
considerablemente como resultado de cambios de temperatura, que resultan de las
variaciones de altitud, desde el nivel del mar hasta más de 4,000 m, así como de los
patrones de precipitación pluvial. Por tales motivos, es difícil establecer una
clasificación de la flora en términos de comunidades de especies. La clasificación y
descripción general, que se presenta a continuación, en forma resumida, es la de Leslie
Holdridge conformada por zonas de vida o 'formaciones de vegetación'. Basada en el
clima, esta clasificación primero presenta 'franjas', de acuerdo con los cambios de
altitud, las que se subdividen en 'formaciones', según sean las variaciones de
precipitación pluvial en cada franja.

Franja Tropical
Esta franja se extiende desde el nivel del mar hasta una altura entre 700 y 800 m sobre
la vertiente del Pacífico, pero en la del Atlántico, por los vientos fríos ocasionales
llamados 'nortes', la elevación del límite más alto varía entre 400 y 600 m. Es la franja
más extensa, ya que cubre un área aproximada de 62,000 km2. En ella se ubican las
siguientes formaciones de vegetación.

Bosque tropical de variedades espinosas

Esta es una formación característica de áreas cuya precipitación pluvial es inferior a 500
mm al año, y está restringida al valle de La Fragua, en la cuenca hidrológica media del
Río Motagua, en el Departamento de Zacapa. Allí abundan varias especies de cactus
entre las cuales la más común es el cardón (Lemairocerues similis) y otras plantas
xerófitas como el cornizuelo (Acacia collinsi).

Bosque tropical muy seco

Se encuentra en el área en que la precipitación media varía entre 500 y 1,000 mm por
año. Comprende un sector pequeño alrededor de la descrita anteriormente, en el valle
del Río Motagua y en el del Río Grande, de Zacapa. Originalmente estaba cubierta de
bosques deciduos o cauducifolios, incluyendo algunas maderas resistentes que fueron
muy utilizadas como durmientes durante la construcción del ferrocarril de Puerto
Barrios a Guatemala, razón por la cual dichos bosques fueron casi exterminados.

Bosque tropical seco


Esta formación ocupa más de 21,000 km2, o sea aproximadamente la quinta parte del
territorio nacional, en áreas donde la precipitación pluvial varía entre 1,000 y 2,000 mm,
tanto en el litoral Pacífico como en el Departamento de Petén. Originalmente tenía
bosques altos que han sido destruidos, sobre todo en el litoral del Pacífico, por la
explotación de maderas finas, como la caoba (Swietenia macrophylla), el cedro
(Cedrela mexicana), el tempisque (Dipholis minutiflora) y el conacaste (Enteroblium
cyclocarpum). Sin embargo, se preservan, aún con abundancia, algunas especies
dominantes en el bosque primario, como la ceiba (Ceiba pentandra), que es el árbol
nacional, el matilisguate (Tabeuia chrysantha), el zapote (Calocarpum mammosum) y el
higuerón (Ficus crassiuccula). También en el litoral del Pacífico la vegetación original
ha sido destruida para explotar la riqueza agrícola de los suelos. La vegetación original
fue reemplazada inicialmente por plantaciones de banano, y en la actualidad hay
cultivos de caña de azúcar, algodón y arroz, así como ganadería. A lo largo de la Costa
hay manglares o bosque salino, con especies como el mangle colorado (Rhizophora
mangle) y el manzanillo de playa (Hippomanemancinella). En Petén, por cambios
graduales del clima, los límites de esta formación son menos definidos, pero también
allí existen maderas valiosas como la caoba y el cedro, que en las últimas décadas han
sido explotadas indiscriminadamente, y sólo en parte se han logrado explotaciones
agrícolas y ganaderas intensivas, pues los suelos no son adecuados para ello. Un árbol
de gran importancia económica en esta área ha sido el chicozapote o chicle (Achras
zapota), pero aun éste ha sido destruido en gran parte.

Bosque tropical húmedo

Esta es una formación cuyo bosque primario originalmente era muy extenso ya que
cubría aproximadamente 39,220 km2. Tiene sectores donde la precipitación anual es
superior a 2,000 mm, como la llamada Bocacosta en el litoral del Pacífico, la porción
oriental de los valles del Río Polochic-Lago Izabal y del Río Motagua, la parte conocida
como Zona Reina, en el norte de los Departamentos de Huehuetenango, Quiché, Alta
Verapaz, y la porción sur de Petén. Este tipo de bosque ha sido de gran importancia,
primero por la variedad de materias útiles, entre las que se incluyen algunas de las
citadas en la formación anterior. Se adaptan a diferentes climas e incluyen especies
como la caoba, el cedro y el chicle, y cultivos de gran potencial agrícola, como banano,
abacá, hule, cardamomo, palma africana, caña de azúcar e inclusive un poco de café.

Franja Subtropical
Esta franja se encuentra en alturas superiores a las de la Franja Tropical,
aproximadamente entre 700 y 1,400 m, y ocupa casi una cuarta parte del país. Presenta
grandes extensiones secas, pero también incluye algunas de las partes más lluviosas del
país. En términos generales corresponde a la zona climática conocida como tierra
templada. Las formaciones vegetales que la conforman son las que se citan a
continuación.

Bosque subtropical seco o sabana

Por sus características climáticas, la zona que cubre este tipo de bosque, cuya extensión
se estima en alrededor de 12,700 km2, ha sido habitada por el hombre durante mucho
tiempo, por lo que su naturaleza original no es bien conocida. Una gran sección limita
con El Salvador, donde se interna en los valles de los ríos donde las montañas obstruyen
el paso de vientos que provienen de la Costa cargados de humedad. Gran parte del
problema de la destrucción de la vegetación se explica por la costumbre arcaica de las
'quemas', que se hacen al final de la estación seca para sembrar cultivos de subsistencia,
principalmente maíz. Algunas especies de Acacia son típicas de esta zona.

Bosque subtropical húmedo

Este tipo de bosque ocupa una zona importante, tanto desde el punto de vista forestal
como agrícola; sin embargo, su extensión es reducida, ya que sólo abarca
aproximadamente 4,900 km2. Las asociaciones forestales incluyen tanto bosques de
hoja ancha como de coníferas. Un área característica es la de Poptún, Petén, donde se
encuentran sabanas extensas pobladas de Pinus caribaea, y algunas especies de palmera
(Acoelarraphe pinetorum). Los árboles de hoja ancha se encuentran principalmente
cercanos a los ríos, o en suelos mejores que los de la sabana, e incluyen especies del
bosque tropical húmedo.

Bosque subtropical muy húmedo

Este bosque se encuentra en áreas altas y de precipitación pluvial fuerte, principalmente


en la parte occidental de Guatemala. Su extensión es pequeña ya que apenas ocupa el
7% de la superficie del país, tanto en la vertiente del Atlántico como en la del Pacífico,
pero tiene gran importancia económica por los extensos cultivos de café.

Bosque subtropical pluvial

Este ocupa una pequeña área, de unos 500 km2 en el Departamento de Huehuetenango
y posiblemente áreas menores en Alta Verapaz. Los bosques naturales están formados
por una gran variedad de especies, muy pocas de las cuales tienen valor comercial,
aunque una de ellas, Talauma mexicana, se usa localmente como madera de
construcción.

Franja Montana Baja


Es una zona que se extiende altitudinalmente más o menos hasta 1,000 m sobre la
anterior y comprende alrededor de 20,200 km2, principalmente en el Altiplano. Los
bosques primarios son principalmente de coníferas, pero en gran parte han sido
sustituidos por cultivos, ya que los suelos, en su mayoría de origen volcánico, son ricos;
esto último, combinado con el clima, desde hace mucho tiempo ha convertido a esta
zona en una de las más pobladas del país. En esta franja se distinguen las zonas de vida
que se citan a continuación.

Bosque montano bajo seco

Actualmente, este tipo de bosque se encuentra muy destruido por los asentamientos
humanos, especialmente alrededor de Chimaltenango, Quetzaltenango y cerca de
Huehuetenango, en partes relativamente llanas. La vegetación original de esta zona era
del tipo sabana. En los cerros es característica una especie de pino (Pinus montezumae),
pero por cubrir pequeñas áreas su importancia silvícola es reducida.

Bosque montano bajo húmedo

Se encuentra en áreas de mayor precipitación pluvial y es extenso en las altiplanicies.


Su superficie se estima en 16,750 km2. Sobresalen allí las coníferas valiosas, como el
Pinus oocarpa, el Pinus montezumae y la más común, el Pinus occidentalis. Entre las
especies latifoliadas son comunes el encino (Quercus) y el aliso (Alnus acuminata). Por
su clima templado, la zona permite el cultivo de frutales, como manzana, durazno y
pera.

Bosque montano bajo muy húmedo

Cubre una extensión aproximada de 3,150 km2 en lugares en que las montañas están
expuestas a gran precipitación pluvial. Incluye una gran variedad de asociaciones
forestales de regiones templadas, inclusive géneros corrientemente encontrados en
latitudes más septentrionales. El ciprés (Cupressus lusitanica) es característico de esta
zona y posiblemente nativo de ella, pero también abundan numerosas especies
latifoliadas. La agricultura es limitada, pero la deforestación ha sido intensa, lo cual ha
afectado las cabeceras de varias cuencas hidrológicas.

Franja Montana
Ocupa una zona que tiene elevaciones entre 3,000 y 4,000 m en la llamada tierra fría, y
una extensión muy reducida, cercana a los 800 km2. La parte más característica se
encuentra en la Sierra Los Cuchumatanes, donde la vegetación primaria ha sido
sustituida por cultivos de papa y por pastizales de altura para la ganadería ovina. En esta
franja se distinguen las formaciones que se mencionan seguidamente.

Bosque montano húmedo

Esta asociación vegetal es la más característica de la Sierra Los Cuchumatanes, sobre


todo en partes rocosas, donde prevalece el Junípero (Juniperus standleyi) y el Pinus
montezumae, así como el pino blanco (Pinus ayacahuite).

Bosque montano muy húmedo

El área que abarca este tipo de bosque es la más pequeña de las formaciones vegetales.
En ella se encuentran las especies de coníferas ya citadas, como el Pinus ayacahuite,
mezclado con abeto o pinabete (Abies guatemaltensis); dichas especies alcanzan
grandes dimensiones, por lo que han estado sujetas a intensa explotación.

La Ilustración 6 muestra la distribución de las franjas y formaciones vegetales de


Guatemala, en forma generalizada, y está basada en el mapa de Leslie Holdridge, Lam
Bruce y Bertell Mason Jr.
La Vegetación y el Paleoclima
Los estudios palinológicos (de polen fósil), combinados con las características
geológicas de los sedimentos donde se encuentra el polen, permiten establecer las
condiciones del paleoclima, así como de los tipos de vegetación que existieron en
épocas pasadas. En un estudio realizado por A. Graham en parte del sur de México y el
sureste de América Central, se determinaron especies de árboles que aún persisten, y se
sugiere que durante el Plioceno Medio, hace aproximadamente dos millones de años, la
temperatura promedio era de 2 a 3oC más baja que la actual, y que la topografía era
mucho más baja. Es indudable que en el transcurso de tantos años el clima sufrió
numerosos cambios, como resultado del efecto producido mundialmente por las
diferentes glaciaciones del Pleistoceno, lo cual debe haber producido cambios en la
distribución de las diversas zonas de vida, hasta alcanzar las condiciones actuales. En
ello influyó también el levantamiento paulatino de la región, resultado del fenómeno de
epirogénesis, que se explica más adelante.

Constitución Geológica
Para comprender los aspectos tectónicos mayores que afectan al territorio guatemalteco,
así como los que han intervenido en su historia geológica, es necesario referirse a una
región mucho mayor. Además, es conveniente describir primero la configuración
tectónica actual y después presentar una interpretación de la historia regional. Como
introducción a este tema es oportuno definir algunos términos que serán usados
posteriormente.

Durante la década 1960 se conformó la teoría 'tectónica de placas', la cual revivió


ciertos conceptos semiempíricos de la llamada 'deriva continental', que en la actualidad
se basan en elementos científicos que resultaron principalmente de estudios del subsuelo
marino hechos por medio de métodos geofísicos. La placa tectónica o litosférica es una
porción de la corteza terrestre, independientemente de su tamaño, que presenta
características propias de su espesor y constitución geológica y que se ha movido, o aún
se desplaza, en relación con otra u otras placas.

Se conocen dos clases principales de placas definidas por la constitución de su corteza:


las oceánicas y las continentales. La corteza oceánica generalmente tiene un espesor que
varía entre 6 y 12 km, y su composición es principalmente de basalto, por lo que su
densidad es mayor. La continental o cratónica presenta espesores mayores, pero
variables, que en algunos casos pasan de 40 km. Su composición principal, sin incluir
las rocas que la cubren, es similar a la del granito, y su densidad es menor. La zona del
interior del globo terrestre, sobre la cual yacen y se desplazan los diferentes tipos de
corteza se denomina manto.

Los límites entre las placas son de varios tipos: de separación entre ellas, de
desplazamiento lateral entre una y otra, y de colisión entre dos. En casos de colisión
entre una placa oceánica y una continental, la primera penetra bajo la segunda,
formando una zona de subducción. Al final de este proceso parte de la corteza oceánica
queda adherida a la continental. La colisión entre dos placas continentales y la unión de
las mismas resulta en una zona de sutura. La zona de unión de tres placas se denomina
juntura triple.

La región que incluye México, América Central, el norte de América del Sur y una
porción del Pacífico Oriental incluye cinco placas litosféricas o partes de ellas, a saber:
las de América del Norte, del Caribe, de la América del Sur, del Coco (o de Cocos) y de
Nazca, tal como se observa en la Ilustración 7.

Dentro de las placas mayores se identifican bloques corticales menores, cada uno de los
cuales presenta sus propias características geológicas. El bloque más meridional de la
placa de América del Norte, denominado Bloque Maya, es de naturaleza cratónica, y en
él se ubica la parte de Guatemala al norte del valle del Río Motagua. La parte
centroamericana de la placa del Caribe, llamada Bloque Chortís, también presenta una
corteza cratónica, aunque de menor espesor que la del Bloque Maya, y se extiende al sur
del valle del Río Motagua hasta aproximadamente la frontera entre Costa Rica y
Nicaragua.

Como se trata de destacar la posición de Guatemala en relación con las placas


tectónicas, las consideraciones siguientes se limitarán a los bloques mencionados, a la
zona de sutura intermedia situada a lo largo del valle del Río Motagua y al límite de
ambas con la placa del Coco en el Pacífico.

Bloque Maya
Este bloque también ha sido llamado Yucatán. Sin embargo, tectónicamente es
preferible restringir el nombre de Yucatán a la plataforma estable que ocupa la
península del mismo nombre, que se extiende hacia el sur en parte de Guatemala y
Belice, y que es parte del Bloque Maya. También se considera como parte de este
bloque el área al este del Istmo de Tehuantepec, que incluye los Estados de Tabasco y
Chiapas (casi en su totalidad), la parte de Guatemala al norte del valle del Río Motagua,
y Belice. Las interpretaciones de la información sísmica y de las anomalías
gravimétricas muestran que el bloque tiene una corteza continental de un espesor de 20
a 25 km en la Península de Yucatán, y de 30 a 40 km en su porción sur.

Las rocas más antiguas en este bloque se encuentran en su porción sur, en la Sierra
Madre del Sur de Chiapas (o Macizo de Chiapas), la Cordillera Central de Guatemala, y
en la parte sureste, en las Montañas Mayas de Belice (Cuadro 5). Estas rocas consisten
en un basamento ígneo-metamórfico cubierto discordantemente por rocas sedimentarias
del Paleozoico Superior Mississíppico a Pérmico Medio) depositadas en la cuenca
sedimentaria que ocupaba parte de Chiapas y Guatemala. En las partes central y norte
del bloque, la secuencia estratigráfica continúa en una sección muy extensa y de grandes
espesores de rocas del Mesozoico, que se inician con sedimentos de tipo continental,
cubiertos por evaporitas y rocas carbonáticas que constituyen la extensión sureste del
Geosinclinal Mexicano, y que aparecen fuertemente plegadas y falladas en la porción
sur (Cinturón Estructural Mesozoico-Cenozoico de Chiapas y Guatemala) mientras que
más al norte, en el subsuelo de la Península de Yucatán, están poco deformadas. Sobre
las mismas se encuentran rocas del Terciario, ya sean carbonáticas y evaporíticas, tal
como ocurre en la Península de Yucatán, o principalmente clásticas.
Esta descripción muy general de la secuencia estratigráfica mayor del Bloque Maya se
presenta como introducción a las siguientes consideraciones. La geología del Macizo de
Chiapas se conoce parcialmente y aún existen serias dudas sobre las edades de
diferentes clases de rocas, así como de las relaciones entre ellas. Originalmente se
consideraba como un solo gran batolito, de posible edad Paleozoica, y en parte
Precámbrica, ya que en gran medida está formado por rocas graníticas, algunas
metamorfizadas.

Sin embargo, varias determinaciones recientes de edades radiométricas indican que


algunos granitos son del Jurásico Medio y Tardío. Los granitos y rocas afines en la parte
oriental del macizo pertenecen al Permo-Triásico, lo cual coincidiría con las edades que
hoy se conocen de los granitos de las Montañas Mayas en Belice. Cerca de la frontera
entre Chiapas y Guatemala afloran rocas intrusivas mucho más jóvenes, asignadas al
Mioceno. En resumen, lo que se puede aseverar con estos datos aislados, es que las
rocas intrusivas del Macizo de Chiapas son el resultado de diferentes eventos
igneotectónicos y que no se trata de un batolito simple y de edad uniforme.

Además de las rocas intrusivas también existen en el Macizo de Chiapas rocas


metasedimentarias, principalmente esquistos y algunos mármoles, que podrían ser más
bien del Paleozoico Inferior, que afloran en mayor grado en la parte cercana a
Guatemala y continúan en la Sierra de Cuilco. Están cubiertas, de modo discordante, por
rocas sedimentarias del Mississíppico, y, por lo tanto, son más antiguas. En la
continuación hacia el este, en la Cordillera Central de Guatemala, la geología difiere
considerablemente, ya que predominan las rocas metasedimentarias denominadas Grupo
Chuacús. En la Cordillera Central de Guatemala se encuentran también rocas intrusivas
graníticas, cuya edad aún no es bien conocida y podría ser diversa, tal como ocurre en el
Macizo de Chiapas. Una edad de 375 millones de años ha sido determinada para el
Granito de Rabinal y edades similares se han encontrado en las rocas
metasedimentarias, lo cual indica un extenso evento ígneo-metamórfico a fines del
Devónico.

La extensión del basamento ígneo-metamórfico del Paleozoico, en el subsuelo del sector


situado al norte del Bloque Maya, puede ser inferida por las determinaciones de edades
radiométricas de núcleos de un pozo petrolero, que se encuentra en la Península de
Yucatán. En este caso la edad es de 240 millones de años, o sea Silúrico Temprano.

En la parte sur del Bloque Maya, sobre el basamento ígneo-metamórfico, yace una
gruesa secuencia de rocas sedimentarias, cuya edad se extiende desde el Mississíppico
al Pérmico Medio, y la cual está depositada en la Cuenca Paleozoica de Chiapas y
Guatemala. Esta cuenca se extendió desde la parte centrooccidental de Chiapas, a través
de Guatemala, hasta las Montañas Mayas de Belice. La parte inferior de la secuencia,
conocida en Chiapas como Formación Aguacate, consiste en sedimentos clásticos de
origen lagunal y continental. Esta secuencia ha sido fechada con base en fósiles y su
edad se remonta al Mississíppico Tardío. Una posible discordancia la separa de otra
gruesa secuencia clástica de conglomerados, areniscas y argilitas, en cuya parte superior
se han encontrado fósiles marinos del Pennsylvánico Tardío y el Pérmico Temprano, la
cual se conoce como Grupo Santa Rosa. Sobre ésta siguen calizas y dolomías fosilíferas
del Pérmico Medio, denominadas Formación Chóchal, en Guatemala. Una discordancia
regional mayor separa las rocas del Paleozoico y las del Mesozoico, la cual corresponde
al intervalo del Pérmico Tardío al Triásico.
La parte basal de la secuencia estratigráfica del Mesozoico consiste en lechos rojos
(Formación Todos Santos) del Jurásico Tardío y Cretácico Temprano. Hacia el norte, en
el subsuelo, pasa gradualmente a calizas marinas y a evaporitas, principalmente sal. En
Chiapas, y en el Departamento de Huehuetenango, en Guatemala, sobre los lechos rojos,
existen lutitas calcáreas fosilíferas (Formación San Ricardo) de origen marino somero,
de la misma edad.

La parte inferior de las rocas del Cretácico Inferior consiste en calizas y dolomías
intercaladas en un gran espesor de sal y anhidrita. Sobre ellas siguen otras calizas y
dolomías también de gran espesor, de edad Cretácico Medio. Todo el conjunto antes
descrito se denomina, en Guatemala, Formación Cobán. En concordancia con las rocas
anteriores, la secuencia se caracteriza por calizas fosilíferas del Cretácico Superior,
conocidas como Formación Campur.

A lo largo de la porción central del Estado de Chiapas se encuentra una ancha franja que
se extiende hacia el este y atraviesa Guatemala hasta Belice. Esta franja está formada
por rocas principalmente clásticas, de tipo turbiditas, o sea sedimentos depositados
concomitantemente con deformación tectónica compresional y de levantamiento de la
porción sur del Bloque Maya. Su edad varía del Cretácico Superior a principios del
Eoceno, y en Guatemala recibe el nombre de Grupo Sepur.

Otros cambios de sedimentación que también reflejan modificaciones en la actividad


tectónica están representados en Chiapas por los lechos rojos de la Formación El
Bosque (Eoceno Medio), que indican un corto episodio de distensión, después de los
movimientos de compresión del Cretácico Superior al Eoceno Inferior. En Guatemala
existen rocas similares en el valle del Río Motagua (Formación Subinal), en la zona
limítrofe entre los bloques Maya y Chortís, pero su edad tiene un rango mayor, con
posibles partes más antiguas que el Eoceno Medio.

Las rocas sedimentarias, tanto clásticas como carbonáticas del Terciario Superior, que
en Chiapas y Tabasco sobreyacen la Formación El Bosque, representan una nueva
transgresión marina en gran parte del Bloque Maya, que incluye los bordes de la
Península de Yucatán y de Belice. Esta transgresión fue seguida por un episodio de
fuertes esfuerzos compresionales a partir del Mioceno Medio, acompañado de esfuerzos
de cizallamiento que resultaron en una serie de grandes fallas de transcurrencia, tales
como las de Polochic y Motagua.

De la anterior descripción de eventos sedimentarios y tectónicos se puede generalizar la


historia del Bloque Maya, con el fin de compararla con la del Chortís. Las
determinaciones de edades radiométricas indican que las rocas sedimentarias originales
del Grupo Chuacús fueron muy deformadas y metamorfizadas durante el Devónico, lo
cual corresponde con la orogénesis Acadiana de Norte América. Este evento tectónico
fue acompañado de intrusiones graníticas. Después de la sedimentación del
Mississíppico Tardío hasta el Pérmico Medio en la Cuenca Paleozoica de Chiapas y
Guatemala, otra severa orogénesis afectó la región durante el Pérmico Tardío y
posiblemente el Triásico Temprano, que corresponde a la Appalachiana de Norte
América. Esta deformación tectónica también estuvo acompañada de intrusiones
graníticas, tanto en la Sierra Madre del Sur, en Chiapas, como en las Montañas Mayas
de Belice. Durante parte del Triásico y principios del Jurásico el Bloque Maya fue
elevado, y formó una gran masa terrestre, la que a finales del Jurásico estuvo sujeta a
movimientos o distensión, con el resultado de fallamiento normal y sedimentación de
lechos rojos (Formación Todos Santos), seguida por subsidencia y transgresión marina
principalmente durante el Jurásico Tardío y todo el Cretácico.

Otra gran deformación regional se llevó a cabo desde finales del Cretácico hasta el
Eoceno Temprano, conocida como la orogénesis Laramiana. Esta posiblemente se inició
con el levantamiento del área en la parte sur del bloque y siguió con mayor intensidad,
tal como lo evidencian los sedimentos concomitantes a la deformación tectónica del
Grupo Sepur. Una gran zona de sutura, representada por rocas volcánicas e intrusivas de
origen de corteza oceánica, que ahora están altamente metamorfoseadas y afloran a lo
largo del valle del Río Motagua, indica una colisión de la placa del Caribe (Bloque
Chortís) con la placa de Norte América (Bloque Maya) durante el episodio Laramiano.
Un corto evento de tafrogénesis ya fue mencionado durante el Eoceno Medio,
representado por los sedimentos de las formaciones El Bosque y Subinal.

La última fase de deformación tectónica intensa se desarrolló a partir del Mioceno


Medio, por movimientos de compresión hacia el noreste, derivados del choque de la
placa del Coco con las placas de Norte América y el Caribe. Esto se explicará más
ampliamente al describir la zona limítrofe entre estas placas. Parte de esta deformación
tectónica está caracterizada por desplazamientos laterales a lo largo de grandes fallas de
transcurrencia. Si bien el patrón estructural predominante en el Bloque Maya quedó
iniciado durante la orogénesis Laramiana, la mayor deformación que hoy día caracteriza
la fisonomía estructural de grandes anticlinales y sinclinales debe haber sido el resultado
de la orogénesis Chiapaneca (correspondiente a la Cascadiana de Norte América),
iniciada en el Mioceno Medio y que aún continúa, tal como lo evidencia la actividad
sísmica de la región. Una síntesis de los movimientos tectónicos, comparados con la
estratigrafía, se presenta gráficamente en el Cuadro 5.

Bloque Chortís
La placa del Caribe es muy extensa y compleja, ya que presenta áreas de corteza
continental, así como otras de corteza oceánica de diferentes edades y espesores. La
parte de corteza continental se conoce como Bloque Chortís y es la que interesa en esta
descripción.

Geográficamente, el Bloque Chortís incluye la parte de Guatemala situada al sur del


valle del Río Motagua, El Salvador, Honduras, casi toda Nicaragua y se extiende bajo el
Mar Caribe hacia el este, por el promontorio conocido como Banco de Nicaragua. El
espesor de la corteza, deducido de velocidades sísmicas, se estima que varía de 35 a 40
km en la parte terrestre, que es de tipo continental, y de 25 a 30 km en el Banco de
Nicaragua, lo que indica una corteza intermedia y oceánica engrosada. El cambio de una
a otra es un problema aún sin resolver.

Las rocas más antiguas conocidas en el bloque son principalmente metasedimentarias,


de varios grados de metamorfismo y posiblemente de diferentes edades. Al sur de la
Falla del Motagua, extendida en Guatemala y Honduras, hasta otra gran falla
transcurrente conocida como Jocotán, aflora un complejo de rocas metasedimentarias y
metaígneas de esquistos, gneisses y mármoles, designados como Grupo Las Ovejas.
Con base en el grado de metamorfismo, así como en relaciones estructurales, puede
considerarse que Las Ovejas está separado por una discordancia de otros conjuntos
metamórficos y que es más antiguo. Sin embargo, algunas de las rocas de alto grado de
metamorfismo en la Sierra de Omoa (noreste de Honduras), tales como el complejo
metaígneo de Bañaderos, podrían ser más antiguas que Las Ovejas, ya que se han
determinado edades radiométricas, no bien confirmadas, que las situarían en el
Precámbrico Tardío o Paleozoico Temprano.

Las rocas metasedimentarias más extensas en el Bloque Chortís, consideradas más


jóvenes que las citadas anteriormente, son filitas que en Guatemala reciben el nombre
de Formación San Diego. Su edad no se conoce, pero se ha considerado que pertenecen
al Paleozoico Superior. Hasta ahora no se han encontrado en el Bloque Chortís rocas
sedimentarias no metamorfoseadas del Paleozoico Superior, que se puedan
correlacionar con las del Bloque Maya, lo cual es una de las grandes diferencias entre
ambos. Sobre las rocas del basamento metamórfico yace una gruesa secuencia
sedimentaria del Mesozoico, la que también presenta considerables diferencias
estratigráficas con las del Bloque Maya. En la parte inferior de la secuencia se
encuentran areniscas y lutitas depositadas en aguas someras y que contienen plantas
fósiles. La edad de estas areniscas y lutitas es del Jurásico Temprano pero algunas
podrían ser un poco más antiguas, es decir, del Triásico Tardío. Sobre éstas, o
directamente sobre el basamento, yacen lechos rojos, similares a la Formación Todos
Santos, de espesores muy variables (Formación Metapán). Su edad no se conoce con
certeza, pero su posición estratigráfica bajo calizas del Cretácico Medio, las sitúan en el
Cretácico Inferior. Las calizas, que alcanzan grandes espesores, son también muy
extensas desde el sur de Guatemala hasta el norte de Nicaragua, y se conocen como
Grupo Yojoa.

Las rocas post-Yojoa, que también presentan grandes espesores y cubren áreas extensas,
llamadas Grupo Valle de Angeles, están constituidas por lechos rojos intercalados con
calizas delgadas, y su edad ha sido determinada como Cretácico Tardío. En términos
generales, la secuencia sedimentaria Mesozoica del Bloque Chortís se asemeja mucho
más a la de la Cuenca Morelos-Guerrero en México, que a la del Bloque Maya, lo cual
se ha usado como uno de los criterios para la reconstrucción paleotectónica que se
esboza más adelante.

Rocas intrusivas, principalmente del tipo granito-granodiorita, fechadas como del


Cretácico Tardío y Terciario Temprano, son comunes en el Bloque Chortís,
principalmente en su borde norte, donde podrían representar raíces de un paleoarco
volcánico. Las rocas sedimentarias del Terciario están restringidas a cuencas pequeñas,
mientras que existen rocas volcánicas del Oligoceno al Plioceno, principalmente
ignimbritas riolíticas con basaltos y andesitas en su parte inferior, que son extensas, y
pueden asociarse tectónicamente con el inicio de una fase de extensión regional.

Del anterior resumen de la estratigrafía, así como de las relaciones entre rocas de
diversas edades, se puede presentar brevemente la historia tectónica del bloque, aunque
es evidente que una interpretación adecuada de la historia pre-Mesozoica es difícil.

Tomando en cuenta que la edad de la discordancia que separa Las Ovejas de las filitas
San Diego no es conocida, es problemático asignar el metamorfismo a un episodio
orogénico determinado, ya que podría corresponder tanto a la orogénesis Taconiana
como a la Acadiana (Cuadro 5). Igual sucede con el metamorfismo de las filitas San
Diego, que, aunque más joven que el anterior, no está fechado, y si el de Las Ovejas se
considera como Taconiano, entonces éste se podría asignar tentativamente a la
orogénesis Acadiana.

El hiato estratigráfico entre las rocas del basamento metamórfico y la secuencia


sedimentaria Mesozoica indica un largo tiempo de emersión, por lo menos desde el
Pérmico Tardío al Triásico Tardío, tal como fue el caso también en el Bloque Maya. La
orogénesis Laramiana se evidencia en el Bloque Chortís, tanto por plegamiento como
por intrusiones ígneas, aunque los pliegues son menos intensos. La historia tectónica del
Terciario Tardío está caracterizada por movimientos de extensión, acompañados de
extrusiones de ignimbritas y fallamiento normal, provocados por la migración hacia el
este de la placa del Caribe y los desplazamientos laterales hacia la izquierda, a lo largo
de las grandes fallas transcurrentes de Polochic y Motagua.

Zona de Sutura del Motagua


Este límite entre las placas de América del Norte y el Caribe se sitúa generalmente a lo
largo de la zona de las grandes Fallas de Polochic y Motagua, pero en realidad está
definido por una zona de geología compleja expuesta principalmente en el valle del Río
Motagua y zonas aledañas. Gran parte de esta zona se caracteriza geológicamente por
rocas metavolcánicas, principalmente esquistos cloríticos y anfibolitas, cuya
composición química corresponde a basaltos de tipo oceánico, lo que indica que antes
del metamorfismo existió un área de corteza oceánica que separaba los bloques Maya y
Chortís. Estas rocas, conocidas como Grupo El Tambor, incluyen en su parte superior
filitas, calizas silíceas, radiolaritas y basaltos almohadillados poco metamorfizados. El
Grupo El Tambor ha sido intrusionado tectónicamente por varios cuerpos de peridotita
serpentinizada y serpentinitas, emplazadas principalmente a lo largo de la Falla del
Motagua. La edad de todo este conjunto, tanto por algunos fósiles como por
determinaciones radiométricas, se sitúa en el Cretácico Superior.

La secuencia completa se considera como un complejo metamorfoseado por colisión


entre las dos placas, como parte de la orogénesis Laramiana y transformada en una
sutura. Como parte de los movimientos resultantes de la colisión, varios cuerpos
grandes de serpentinita fueron sobrecorridos hacia el norte, como masas alóctonas, de
las cuales la mayor es la que forma la Sierra de Santa Cruz, al norte del Lago Izabal en
Guatemala.

Un aspecto importante de la zona de sutura, sobre todo por estar relacionado con la
Arqueología, es la existencia de jade (jadeíta) en ciertos lugares como el Río La
Palmilla, tributario del Motagua. La jadeíta es un mineral que se forma a altas presiones
y generalmente está asociado a rocas como las serpentinitas y otras características de
una zona de sutura donde las presiones tectónicas de comprensión fueron mayores
durante la colisión de dos placas. A lo largo del valle del Río Motagua y en las
vecindades de éste, hacia el sur, discordantemente sobre el Complejo de El Tambor, se
encuentra una gruesa secuencia de rocas sedimentarias más jóvenes, la cual en su parte
baja se caracteriza por areniscas y conglomerados rojos, denominada Formación
Subinal, la que también tiene importancia arqueológica, pues son las rocas usadas en las
estelas y monumentos de Quiriguá. Sobre Subinal, en la parte oriental del valle, existen
rocas sedimentarias más jóvenes, de origen terrígeno. Todo este conjunto se depositó
posteriormente a la formación de la zona de sutura, pero está restringido a la misma
área.

El otro aspecto importante a lo largo de la zona limítrofe entre placas, es la presencia de


grandes fallas de transcurrencia en forma de grandes arcos con rumbo aproximado E-O.
Estas fallas indican una zona ancha de movimientos laterales, con desplazamiento de la
placa del Caribe hacia el este, que se extiende tanto al norte como al sur, fuera de la
zona de colisión propiamente dicha. En el centro, y sobre la propia zona de colisión, se
encuentra la Falla del Motagua, que no es simple, pues en parte son dos paralelas con
una separación relativamente pequeña. Hacia el norte, y ya dentro del Bloque Maya, se
localiza la Falla del Polochic, que es la de mayor longitud, ya que atraviesa el
continente, del Pacífico al Caribe, donde continúa en la Fosa de Caymán (Ilustración 9).
Otras fallas de gran longitud, pero menores a las anteriores y que forman parte del
mismo sistema, son las de Malpaso y San Cristóbal, en Chiapas. Al sur de la Falla del
Motagua, más o menos paralela a la misma, dentro del Bloque Chortís, se encuentra otra
gran falla transcurrente: la de Jocotán, que abarca parte de Guatemala y Honduras.
Tanto la edad de incepción de estas fallas como la magnitud del desplazamiento general
han sido objeto de diversas opiniones. Una controversia reciente se ha suscitado en el
caso de la Falla Polochic, para la cual B. Burkart ha propuesto un desplazamiento lateral
izquierdo, de aproximadamente 125 km a partir del Mioceno Tardío. Las fallas
transcurrentes, principalmente las de Polochic y Motagua, son sísmicamente activas, y a
lo largo de ellas se han originado muchos de los grandes sismos que han afectado tanto
a Chiapas como a Guatemala.

Límite entre la Placa del Coco y las del Caribe y Norte América

La placa del Coco, en su totalidad, está formada por corteza oceánica. La Dorsal del
Pacífico Oriental, que limita esta placa por su lado oeste, y la pequeña Dorsal de
Galápagos, que la limita por el sur, son generadoras de corteza oceánica, con el
resultado de expansión de la misma (Ilustración 7). Este proceso resulta en un
movimiento de la placa del Coco hacia el NE, el cual, tomando como base la
información paleomagnética, es de 9 cm por año frente a la costa del Istmo de
Tehuantepec y de 7.5 cm por año frente a la costa de Guatemala. El movimiento de la
placa oceánica contra la masa continental de los bloques Maya y Chortís resulta en una
zona de subducción, o sea, de penetración de la corteza oceánica bajo la continental. El
límite más evidente entre ambos tipos de corteza se sitúa en la parte superior, o zona de
contacto, de la zona de subducción, y es de carácter tectónico, por lo cual se representa
como una gran falla inclinada hacia el continente. Sin embargo, la zona limítrofe entre
las placas es más compleja, ya que la subducción resulta en otros fenómenos asociados,
tales como sismicidad, vulcanismo en la placa continental y la formación de una fosa
marina paralela al continente, en este caso denominada Fosa Mesoamericana.

Frente a la costa del Pacífico de México y América Central, la Fosa Mesoamericana se


extiende 2,600 km, desde Cabo Corrientes, en el Estado de Jalisco en México, hasta
frente a la Península de Nicoya, en Costa Rica. Su mayor profundidad frente a
Guatemala alcanza 6,662 ± 10 m, pero aun así es la menos profunda si se compara con
fosas de origen similar alrededor del Océano Pacífico. La fosa consiste en dos partes
principales de topografía y estructura diferente, separadas por el promontorio marino de
Tehuantepec (Ilustración 7). La porción sureste, que es la de mayor interés en esta
descripción, en contraste con la otra, está separada del continente por una plataforma
continental más ancha, que alcanza su máxima dimensión en el Golfo de Tehuantepec, y
presenta una corteza más gruesa pero menos volumen de sedimentos. Los centros
volcánicos cuaternarios en el Bloque Maya son pocos y están separados entre sí, sin
formar una cadena continua. El único volcán activo en esta parte es el Chichón, que se
encuentra a una distancia de 350 km del eje de la Fosa Mesoamericana. Los conos
volcánicos inactivos y erosionados, cerca de San Cristóbal de las Casas, y en el área
intermedia entre éstos y el Chichón, tienen un rumbo general ONO, casi paralelo al eje
de la fosa.

Por otra parte, la Cadena Volcánica Centroamericana, que se inicia en su extremo


noroeste con el Volcán Tacaná, también activo, e incluye una serie de volcanes activos
en el Bloque Chortís y aún más hacia el sureste, es paralela al eje de la fosa y dista del
Tacaná aproximadamente 125 km. Esta parte también está caracterizada por una serie
de fallas normales, paralelas a la cadena volcánica, de las cuales una de las mayores es
la de Jalpatagua, que en su extremo noroccidental pasa al norte del Volcán Tacaná y
penetra en Chiapas, donde recibe el nombre de Belisario Domínguez. Las relaciones
entre la posición de los volcanes y el eje de la fosa indican ángulos de inclinación
diferente de la zona de subducción, que debe ser menor en el caso del Bloque Maya, y
mucho más pronunciado en el caso del Bloque Chortís.

Interpretación tectónica regional

Varios modelos tectónicos han sido propuestos para explicar la formación del Golfo de
México y el Caribe y, consecuentemente, de América Central. El propósito de esta
síntesis no es el de comparar los modelos de otros autores, sino más bien tratar de
integrar los aspectos geológicos en tal forma que permita eventualmente llegar a
descifrar la historia tectónica de la región que se analiza. En las descripciones anteriores
se puso énfasis en la estratigrafía gruesa y en los eventos tectónicos de cada una de las
partes consideradas, y se indicaron posibles correlaciones, así como diferencias entre
ellas. En la parte siguiente se esboza una tentativa explicación que podría conjugar las
similitudes geológicas entre cada uno de los bloques corticales descritos, la cual se basa
en un modelo que cubre una región mayor. Se postula que, durante el Paleozoico, el
Bloque Maya se encontraba adyacente a Oaxaca, del lado este, y el Bloque Chortís, en
una posición también adyacente a Oaxaca, pero del lado oeste. Esta conformación se
basa tanto en las comparaciones que se han hecho de las rocas metamórficas de cada
bloque, así como en información paleomagnética. La ilustración 8 muestra
diagramáticamente esta configuración y los otros diagramas de la misma figura indican
la separación de los bloques y sus movimientos de traslación y rotación, hasta llegar a la
posición actual.

En resumen, se propone una separación de los bloques durante el Triásico Tardío y


Jurásico Temprano y la sutura, por colisión, del área Oaxaca y el Bloque Maya, en la
zona del Istmo de Tehuantepec, durante el Jurásico, con ambos bloques ya en su
posición relativa actual a partir del Jurásico Tardío. En cuanto al Bloque Chortís, si se
acepta la correlación de las secuencias Mesozoicas de la Cuenca Morelos-Guerrero con
la de Honduras, su separación debe haber sido paulatina, posiblemente a lo largo de una
serie de fallas paralelas a la costa actual de México, con un movimiento de traslación
hacia el SE, tanto de la parte continental del bloque como de parte de la corteza
intermedia a oceánica que más tarde formaría el Banco de Nicaragua.

Durante fines del Cretácico e inicios del Eoceno, por colisión del Bloque Chortís con el
Maya, se formó la zona de la sutura de Motagua. Los movimientos a partir del Mioceno
Medio, a lo largo de las fallas recién formadas de Polochic y Motagua, continuaron
desplazando el Bloque Chortís hacia el este, tal como sucede aún en la actualidad. La
ilustración 8 muestra un modelo tectónico simplificado de estas relaciones. Para una
mejor comprensión muestra también la relación de las placas de América del Norte y
América del Sur a partir del Jurásico Tardío, así como un esquema de la formación de la
parte del Istmo Centroamericano, al sur del Bloque Chortís.

Las características geológicas anteriormente descritas se presentan gráficamente en la


Ilustración 9, y como documento de interés histórico se reproduce el Mapa Geológico
de Parte de Guatemala y El Salvador, levantado por Dollfus y de Montserrat en 1864
(Ilustración 10). Este mapa, además de ser el más antiguo de ese tipo, correspondiente a
una porción de América Central, es también uno de los primeros mapas geológicos de
una parte del Hemisferio Occidental.

Neotectónica
Los esfuerzos tectónicos iniciados durante el Mioceno han continuado, y hoy día son
evidentes por movimientos a lo largo de varias fallas, sismicidad, actividad volcánica y
un levantamiento vertical paulatino del área terrestre, conocido como epirogénesis. Este
conjunto de mecanismos tectónicos presentes desde el Mioceno hasta la actualidad,
constituye la neotectónica, y se debe al empuje de la placa del Coco, en dirección
noreste contra la corteza continental de las placas de América del Norte (Bloque Maya)
y del Caribe (Bloque Chortís). Este empuje resulta en un desplazamiento hacia el este
de la placa del Caribe, en relación con la placa de América del Norte a lo largo de las
grandes fallas de transcurrencia, principalmente las de Polochic, Motagua y Jocotán,
cuyo rumbo es cercano a este-oeste. El desplazamiento hacia el este se encuentra bien
documentado, no sólo en Guatemala sino también en otras partes alrededor del Mar
Caribe.

Debido a la situación tectónica descrita, gran parte del Bloque Chortís está sujeto a
esfuerzos de tensión, que resultan en una extensión de su corteza y formación de fallas
normales, aproximadamente perpendiculares a las grandes fallas de transcurrencia. En
varios casos un pequeño bloque, limitado en sus lados este y oeste por fallas normales,
baja y queda formando una pequeña fosa tectónica o graben. En el Bloque Chortís hay
varios casos de éstos, tanto en Guatemala como en Honduras. En Guatemala los dos
principales o mayores son el graben de Guatemala, en el cual se ubica la ciudad capital,
y el graben de Ipala. Otros menores son los de Tecuamburro y Chiquimula
(Ilustraciones 11 y 12).

La zona terrestre cercana a la costa, en la cual se ubican los volcanes, está sujeta a un
levantamiento vertical, producto también de la colisión de las placas. Este
levantamiento resulta de formación de fallas, principalmente con orientación noroeste-
sureste. La mayor de éstas es la Falla de Jalpatagua, que se extiende desde la frontera
con El Salvador a través de Guatemala hasta Chiapas, donde recibe el nombre de Falla
Belisario Domínguez. Como resultado de tales condiciones tectónicas, Guatemala se
encuentra en una región altamente afectada por sismicidad de diferente origen. Un área
sismogénica es resultado de los movimientos de la zona de subducción, y se le
denomina zona sísmica de Benioff. La zona de subducción está fragmentada y su
inclinación y la velocidad de penetración cambian de un fragmento a otro, por lo que no
es uniforme, y su sismicidad varía en cada uno de ellos. Los sismos originados en la
zona de Benioff tienen una profundidad de foco o hipocentro variable, por la inclinación
de la misma. Los más profundos son los originados a mayor distancia de la Fosa
Mesoamericana, algunos de los cuales se originan a profundidades cercanas a 250 km.
Por lo general son sismos de menor magnitud que los que tienen origen en otras zonas
sismogénicas, pero sus efectos se sienten en áreas mayores.

Otra zona sísmica importante es la constituida por las grandes fallas de transcurrencia,
cuyos desplazamientos laterales originan sismos de foco menos profundo pero de
magnitudes altas, y cubren áreas extensas, sobre las cuales existe documentación desde
el tiempo de la Colonia, y cuyo ejemplo más reciente fue el sismo del 4 de febrero de
1976, originado en la Falla del Motagua. El desplazamiento del Bloque Chortís hacia el
este constituye el mecanismo que origina sismos en las fallas transcurrentes, y a la vez
activa las fallas normales perpendiculares a las anteriores, tal como sucedió también el 4
de febrero de 1976, fecha en que se activó la zona de Fallas de Mixco, que limita el
graben de Guatemala al oeste, así como varias fallas menores en el área de
Chimaltenango.

Finalmente, otra zona sismogénica la constituyen las fallas asociadas a la cadena


volcánica, principalmente la de Jalpatagua, donde se originan sismos de poca
profundidad, a veces de magnitud alta, que afectan áreas relativamente pequeñas. Otro
tipo de sismos, no directamente relacionado con movimientos tectónicos, es el
producido por ascenso de magma, antes de una erupción volcánica. Estos afectan áreas
relativamente pequeñas. La Ilustración 12 muestra la localización, el año y, en algunos
casos, la magnitud de los mayores sismos, así como las fallas antes mencionadas.
También muestra líneas de regionalización sísmica, en las cuales se indican las
velocidades máximas en centímetros por segundo, calculadas aproximadamente por la
relación entre terrenos de dureza intermedia y la distancia hipocentral y la magnitud,
para un período de retorno sísmico de 50 años.

Otros aspectos de neotectónica, tales como los de vulcanismo y las evidencias


geológicas de la epirogénesis, se mencionan al describir las unidades morfotectónicas.

Unidades Morfotectónicas
Una unidad o provincia fisiográfica, como se denomina corrientemente, se define por
las características del relieve. Una unidad morfotectónica combina la fisonomía
fisiográfica con las características geológicas, particularmente la estructura y la
estratigrafía. En varios casos, aunque la estratigrafía es la misma en dos o más unidades,
si el relieve y la estructura geológica son diferentes, se usan estos rasgos para separarlas.
También es posible establecer relaciones con los suelos, aunque en su formación no
sólo interviene el substrato rocoso y el relieve, sino el clima como factor principal.
No existe una forma convencional para dar nombre a las unidades morfotectónicas. Los
nombres usados a continuación varían en cada caso, ya que en unos se usa un término
relacionado más con el relieve y en otros con características geológicas o con toponimia
de uno de sus rasgos predominantes. Para obtener una visión de conjunto más amplia,
las descripciones siguientes se refieren en parte, también, a los países vecinos. La
clasificación que se presenta se basa en la de unidades mayores, descritas para todo el
territorio de América Central, pero elaborada en forma más detallada (Ilustración 14).
En orden aproximado de sur a norte se definen las siguientes unidades:

I Planicie Costera del Pacífico

II Cadena Volcánica Cenozoica

III Sierras al Sur del Río Motagua

IV Valle del Río Motagua

V Cordillera Central de Guatemala

VI Depresión de Izabal

VII Cinturón Plegado Mesozoico-Cenozoico

VIII Depresión de Chiapas

IX Tierras Bajas de Chapayal

X Montañas Mayas

XI Tierras Bajas de Petén

a. Tierras Bajas Sobre Estratos Plegados

b. Sub-Plataforma del Petén

XII Planicie Costera del Caribe

Planicie costera del Pacífico

Una planicie costera bien definida se extiende desde el Istmo de Tehuantepec en


México hasta la parte sur-occidental de El Salvador, con una longitud aproximada de
700 km, y alcanza su mayor anchura (cerca de 50 km) en Guatemala, en el área
comprendida entre los puertos de Champerico y San José. Esta planicie costera se
caracteriza por una pendiente leve, aproximadamente a partir de la cota 300 hasta el
nivel del mar. Los materiales que se presentan en la superficie de la planicie costera
están constituidos en su mayoría por depósitos aluviales, aunque existen lahares en la
parte superior, es decir, depósitos formados por flujos de lodo y ceniza volcánica
mezclados con grandes bloques rodados. En los esteros, deltas y barras a lo largo de la
costa se encuentran materiales de ambientes mixtos.

En la parte interior, la planicie pasa a una zona de transición al pie de la cadena


volcánica, en la cual se encuentran depósitos pluviales mezclados con depósitos
laháricos, cenizas volcánicas y grandes abanicos aluviales que rodean las faldas de los
principales conos volcánicos. Dos perforaciones de exploración petrolera han mostrado
que bajo las gruesas capas aluvionales se encuentran rocas sedimentarias marinas del
Terciario y el Cretácico, las que continúan también bajo la plataforma continental. Esta
condición indica que gran parte de la planicie costera se ha formado por un
levantamiento paulatino de la plataforma, acompañado de un continuo relleno de
materiales acarreados por los ríos desde la zona volcánica y que, en consecuencia, la
planicie costera se ha ido ensanchando con el transcurso de los siglos, y extendiéndose
hacia el mar.

De los ríos que atraviesan la planicie costera, algunos se originan en la zona volcánica,
al norte de los volcanes principales, otros en las pendientes de volcanes y otros más en
la misma planicie. Entre los primeros pueden citarse el Samalá, el Nahualate, el Madre
Vieja, el Michatoya y el de Los Esclavos. La morfología de los cauces de estos ríos es
variable, particularmente en la parte alta de sus cuencas, ubicadas dentro de la zona
volcánica, y deben haber existido, en una forma u otra, antes de la actividad volcánica
del Cuaternario. Algunos de ellos, por ejemplo el de Los Esclavos, en su parte media,
antes de alcanzar la planicie costera, presenta gruesas terrazas aluviales indicativas
también de un levantamiento paulatino de la región. Estos ríos pueden considerarse
dentro del tipo denominado antecedentes, es decir, que ya existían antes de que se
llegara a la conformación geológica actual, y sus cauces están superpuestos a las
estructuras geológicas. Los ríos que se originan en las pendientes de los volcanes son
del tipo denominado consecuente, es decir, que su pendiente está regida por la pendiente
original del suelo. Entre estos pueden citarse como ejemplos el Suchiate, Icán y María
Linda.

La morfología de la costa es muy regular. Se presenta en forma de arco convexo hacia


el mar, al poniente del Puerto San José, y de arco cóncavo hacia el mar, al oriente. Dos
de los ríos presentan deltas anchos, el Samalá y el Nahualate, mientras que la mayoría
forma, antes de su desembocadura, numerosos esteros paralelos a la costa, y separados
total o parcialmente del mar por medio de barras. Una playa típica tiene un frente corto
de mucha inclinación y lateralmente exhibe una superficie ondulada. Hacia atrás
presenta una larga pendiente de poca inclinación, la cual termina en la línea de
vegetación, que cubre los depósitos de playas anteriores a la actual. Donde los esteros
existen detrás de la playa, la tras-playa tiene mayor pendiente y termina en la orilla del
estero. Por las características geológicas y climáticas que prevalecen en la planicie
costera se han formado suelos fértiles, que constituyen uno de los mayores recursos
económicos del país.

Cadena volcánica Cenozoica

Bajo este nombre se designa el área entre la planicie costera hacia el norte, hasta la falla
de Jocotán en su porción oriental, y hasta la Cordillera Central de Guatemala en la parte
occidental (Ilustración 12). Sin embargo, en algunas partes, tales como el graben de
Chiquimula, se extiende más al norte, como parte de otra unidad entre las Fallas Jocotán
y Motagua. Como su nombre lo indica, está constituida principalmente por rocas
volcánicas cenozoicas que yacen sobre rocas pre-Terciarias, tales como granitos, calizas
del Cretácico y rocas metamórficas, las cuales afloran en áreas pequeñas.

Las rocas volcánicas se han dividido en dos grandes grupos, uno Terciario y otro
Cuaternario (Cuadro 5), que se diferencian tanto en edad como en sus características
litológicas y en el tipo de relieve que producen. Parte de esta área se muestra en la
imagen de satélite (Ilustración 16). Las rocas volcánicas del Terciario son características
del Bloque Chortís, y son sumamente extensas, tanto en Guatemala como en El
Salvador, Honduras y Nicaragua.

La actividad volcánica durante el Terciario Tardío (Mioceno-Plioceno) fue diferente a la


del Cuaternario y se produjo a lo largo de grandes fisuras, y dio como resultado una
extensa y gruesa secuencia de tobas, tobas candentes (ignimbritas) y algunos flujos de
lava. Este tipo de vulcanismo es indicativo de fenómenos tectónicos de extensión,
producidos por la migración hacia el este del Bloque Chortís, la cual debe haber sido
considerable, principalmente durante la última parte del Mioceno.

Entre las rocas volcánicas es frecuente encontrar depósitos de diatomita, por ejemplo en
el área de El Fiscal y Palencia, al noreste de la ciudad de Guatemala. Estos yacimientos
indican la existencia de varios lagos durante esa época. Un aspecto de interés histórico
es que algunas ignimbritas fueron usadas por los mayas en la elaboración de estelas y
construcciones, de las cuales el caso más típico es lo que hoy son las ruinas de Copán,
en Honduras.

La topografía formada sobre las rocas volcánicas del Terciario está caracterizada por
pequeñas sierras y mesetas limitadas por escarpas abruptas. En el Oriente de Guatemala
las sierras tienen formas alargadas de distribución irregular, y se encuentran fuertemente
desgastadas por la erosión, lo cual permite diferenciarlas de las montañas volcánicas
más jóvenes. Entre estas sierras hay valles intermontanos amplios, como los de Jalapa y
Asunción Mita.

Uno de los aspectos más sobresalientes y más llamativos del paisaje guatemalteco es su
cadena de volcanes (Ilustración 20). Por tal motivo han sido objeto de numerosos
estudios, algunos de los más recientes se refieren a problemas geológicos específicos o a
un volcán en particular. Entre los estudios generales sobre toda la cadena volcánica, o
una gran parte de ella, los de mayor interés son los de K. von Seebach, A. Dollfus y E.
de Montserrat, Karl Sapper, Howel Williams, A.R. McBirney y Gabriel Dengo.

Lo que comúnmente se considera como vulcanismo del Cuaternario se inició a fines del
Plioceno y continuó durante el Pleistoceno, hasta hoy día. Existe una serie de
formaciones volcánicas de diverso tamaño cuya topografía presenta características de
erosión menores que la de las rocas volcánicas del Terciario, pero mayores que la de los
conos volcánicos más jóvenes. Entre éstos se puede citar el Cerro Zunil, cerca de
Quetzaltenango, La Gabia, situado al oeste del Volcán Tecuamburro, y Santa María
Ixhuatán, al sur de Cuilapa (Ilustración 15). Un caso muy particular es el de una serie de
pequeños domos volcánicos erosionados, en el área entre El Fiscal y San Antonio La
Paz, al noreste de la ciudad de Guatemala, específicamente los del lugar llamado El
Chayal, también de importancia arqueológica, ya que de allí procede mucha de la
obsidiana usada por los mayas, particularmente la encontrada en Kaminaljuyú.
El vulcanismo durante el período Cuaternario fue en varios sentidos diferente al
anterior, ya que se localizó en una zona alargada, paralela a la Fosa Mesoamericana y
consecuentemente a la zona de subducción. Una excepción a esto lo constituyen los
volcanes asociados a los grabens en dirección norte-sur. Esta actividad volcánica resultó
en una topografía con características variadas, como son los grandes conos, los lagos
localizados en calderas, y las amplias áreas casi planas sobre rellenos de depósitos de
pómez. Caldera se denomina una depresión aproximadamente circular u ovalada, que
puede originarse por una violenta explosión de un cono volcánico, como ocurrió en
1835 en el Volcán Cosigüina en Nicaragua. Un caso similar dio origen a la caldera que
ocupa la Laguna de Ayarza, donde anteriormente existían dos conos. En algunos casos,
en el centro de la recién formada caldera se forma un nuevo cono. Como ejemplos de
este fenómeno en Guatemala, se pueden citar los volcanes Tacaná y Tecuamburro.

Las calderas mayores o depresiones tectono-volcánicas, como son las ocupadas por los
lagos Atitlán y Amatitlán en Guatemala, e Ilopango en El Salvador, tienen un origen
más complejo. Se forman por movimientos de una gran masa de magma a profundidad,
que produce grandes fracturas superficiales semicirculares, las que permiten la
expulsión de gran cantidad de ceniza y gases a la vez que la parte central se hunde,
dando origen a la caldera. Casos de estos fenómenos en tiempos recientes son los de
Krakatoa en Indonesia y Katmai en Alaska. La continuación de la actividad volcánica
generalmente se concentra en los bordes de la caldera, como los volcanes Tolimán,
Atitlán y San Pedro, al sur de la caldera de Atitlán, y el Volcán Pacaya, al sur de la
caldera de Amatitlán (Ilustración 15).

Las erupciones asociadas a la formación de calderas producen una enorme cantidad de


pómez, ya sea en forma de ceniza, polvo fino, y aun fragmentos de varios decímetros de
diámetro, así como ocasionales coladas de ceniza candente. La pómez de diferentes
erupciones se fue acumulando sucesivamente en áreas de topografía un poco más baja,
formando rellenos de considerable espesor y con el resultado final de una topografía
casi plana, en varias áreas rodeadas de colinas. Por la facilidad que presentan los
depósitos a la erosión, éstos han sido disectados por cañones profundos, generalmente
conocidos como barrancos. Estas son las características de la gran área conocida como
Altiplano, sobre la cual se asientan varias de las ciudades principales del país:
Guatemala, la Antigua Guatemala, Chimaltenango, Totonicapán, Santa Cruz del
Quiché, Quetzaltenango y San Marcos. Los depósitos de pómez mejor estudiados se
encuentran en el área entre la ciudad de Guatemala y el Lago Atitlán, donde cubren un
área de 1,500 km. Sin embargo, son mucho más extensos, tanto hacia el oeste como
hacia el este. Como la pómez fina es acarreada por el viento a largas distancias, hacia el
norte del país también se encuentran varios pequeños valles con relleno de este material,
incluyendo la parte sur de Petén.

Según las características mineralógicas de diferentes depósitos de pómez, se ha podido


determinar que proceden de varios centros volcánicos, principalmente durante la
formación de las calderas de Atitlán, Amatitlán y Ayarza, y de los volcanes Agua,
Fuego, Acatenango y Pacaya. En la parte occidental posiblemente procedieron de una
caldera un poco más antigua que las mencionadas, y hoy día no bien definida, en el área
de la ciudad de Quetzaltenango. Las edades en los depósitos de pómez, determinadas
por diferentes métodos radiométricos, varían de 1.84 millones de años, la más antigua, a
40,000 años, las más jóvenes, es decir, que indican una actividad volcánica desde fines
del Plioceno y durante todo el Pleistoceno.
Otra característica fisiográfica importante de la Cadena Volcánica Cenozoica la
constituyen los diferentes grabens. El graben de Guatemala, donde se asienta la ciudad
capital, es uno de los mayores, y comúnmente se le denomina Valle de Guatemala,
aunque no está ocupado por un solo valle, sino por valles de varios ríos que drenan tanto
hacia el norte a la cuenca hidrológica del Río Motagua, como hacia el sur donde,
después de desembocar en el Lago Amatitlán, continúan hacia el Pacífico por el Río
Michatoya (Ilustración 11). Este graben tiene un relleno de pómez de un espesor total de
más de 100 m, en el cual se han identificado 28 diferentes estratos de pómez, con cuatro
intercalados de sedimentos lacustres, separados entre sí por paleosuelos. Esta condición
es de gran importancia económica pues los paleosuelos forman zonas impermeables
entre los estratos de pómez, que en algunos casos constituyen acuíferos. En el graben de
Guatemala no hubo actividad volcánica a lo largo de las zonas de fallas normales, las
que lo limitan en sus lados este y oeste.

Hacia el sureste del graben de Guatemala se encuentra otro graben pequeño, limitado
también por fallas normales, cuyo rumbo general es norte-sur. En su parte sur central se
ubica el Volcán Tecuamburro, y a lo largo de las fallas que lo limitan por el oriente
existe una serie de pequeños conos cineríticos, en el área que se extiende entre las
poblaciones de Barberena y Cuilapa, así como unos pequeños conos de lava, tales como
el Cerro Redondo hacia el norte de Barberena. Aunque no existe actividad volcánica
presente en esa área, exceptuando algunas fuentes termales cercanas al Volcán
Tecuamburro, los pequeños conos volcánicos mencionados son muy jóvenes
geológicamente, ya que su forma inicial ha sido poco afectada por la erosión.

El graben con mayor extensión es el de Ipala (Ilustración 12) y presenta características


excepcionales por la cantidad de diferentes clases de edificios volcánicos que allí se
encuentran. Posiblemente el volcán más antiguo en esa área es el Suchitán, a juzgar por
el grado de erosión que ha alcanzado. Este, así como el de Ipala y el de Ixtepeque, se
encuentra dentro del graben, mientras que otros de los edificios mayores, como el
Volcán Chingo y Las Víboras, están localizados a lo largo de una falla en dirección
norte sur hacia el borde oriental del graben.

Uno de los aspectos de importancia es el Volcán Ixtepeque, un domo formado


exclusivamente de obsidiana y que constituye uno de los mayores depósitos de esa roca
en América del Norte. De Ixtepeque también se explotó mucha de la obsidiana usada
por los mayas para construir artefactos. Por métodos químicos se ha podido determinar
que de allí procedieron muchos de los objetos de ese material encontrados en Honduras,
en Petén y en la Península de Yucatán. Otro aspecto interesante es que dentro del graben
se encuentra una pequeña caldera, la de Retana, anteriormente ocupada por una laguna,
así como varias depresiones circulares pequeñas, tales como la Laguna San Pedro, al sur
de la población de Monjas, que se conocen bajo el término alemán de maar, y que
fueron formadas por una pequeña explosión de vapor de agua, sobrecalentado por la
presencia de una fuente de calor en el subsuelo.

Una de las características más sobresalientes del graben de Ipala es la enorme cantidad
de pequeños conos cineríticos y de lava, localizados a lo largo de fallas geológicas tanto
en dirección norte-sur como noroeste-sureste. Todos los montículos formados por estos
conos han sido muy poco erosionados, por lo cual son testimonio de una gran actividad
volcánica muy reciente, aunque hoy día ninguno de ellos, ni los conos mayores, están
activos. Sin embargo, en la parte sur del graben, en territorio salvadoreño, sí se conoce
actividad volcánica actual. El otro graben de importancia es el de Chiquimula, que
también está limitado por fallas en dirección norte-sur, a lo largo de las cuales se
localizan varios conos cineríticos pequeños y algunas coladas de lava basáltica bastante
extensas.

En lo que respecta a la actividad volcánica en tiempos históricos, se conoce activación


de fumarolas en el Volcán Tacaná, en 1855, y varias veces posteriormente (una muy
importante fue en 1987); en el Volcán Tajumulco, en 1808 y 1948; y en el Volcán
Acatenango, en el que aún existe un poco de actividad hidrotermal.

En cuanto a volcanes con mayor actividad, tanto en erupciones de ceniza como de lava,
los datos de documentos históricos indican que el Volcán Atitlán hizo numerosas
erupciones entre 1568 y 1856. Del Volcán de Fuego, que es uno de los más activos
actualmente, se conoce su actividad desde 1524. Del Cerro Quemado hay datos de
actividad de lava en 1818 y 1875 y hoy día continúa con actividad fumarólica que se
está estudiando para explotación de energía geotérmica. Del Volcán de Pacaya, también
muy activo en la actualidad, es conocida su actividad desde 1565 a 1846, y
posteriormente a partir de 1961 a la fecha (Ilustración 18). Un caso especial es el del
Volcán Santa María (Ilustración 20) sobre el cual no hay información de actividad antes
de 1902. En octubre de ese año hizo una gran explosión y se formó un cráter profundo
en su ladera suroeste, sobre el cual en 1922 se inició la formación de una cúpula o
domo, hoy día muy activo y conocido como Volcán Santiaguito. El volumen del
material arrojado durante la explosión se ha calculado en 5.5 km cúbicos. No hay
fechamientos radiométricos que permitan establecer una cronología completa de la
actividad a lo largo de toda la cadena volcánica. En un estudio reciente se pudo
determinar que la actividad en el Tecuamburro se inició hace 38,300 años, y que la
pequeña laguna cratérica de Ixpaco, al norte del Tecuamburro, se originó hace apenas
2,900 años. Una vista panorámica de la Cadena Volcánica se muestra en la ilustración
19.

Sierras del sur del Río Motagua

Esta unidad incluye las sierras formadas por rocas pre-Terciarias situadas entre la
Cadena Volcánica Cenozoica y el valle del Río Motagua, las cuales forman una franja
relativamente angosta en dirección general oeste-este en su porción occidental, y oeste-
suroeste a este-noreste en su parte oriental. Se inician en el extremo oeste en la parte
baja del Río Pixcayá, tributario del Motagua, en el área aledaña a las ruinas de Mixco
Viejo, donde tienen una anchura aproximada de 10 km. De allí hacia el este adquieren
mayor anchura hasta la Sierra del Espíritu Santo, en la frontera con Honduras. Más
hacia el este son aún más anchas, pero gran parte de ellas se extienden en territorio
hondureño.

La porción occidental es más baja y presenta un tipo de relieve muy erosionado, con
pendientes fuertes y generalmente con suelos agrícolamente pobres, con excepción de
pequeñas áreas en las partes más altas o de pequeños valles como en el que se ubica la
población de Sansare. De allí hacia el este las sierras son más altas y en algunas partes
alcanzan elevaciones superiores a los 1,500 m, particularmente en la Montaña de Jalapa.
En esta sierra se encuentra un fenómeno fisiográfico importante. Se trata del Potrero
Carrillo, que es una extensa depresión topográfica semicircular rodeada por cerros de
origen tectónico, pero diferente al de las calderas. Esta depresión posiblemente estaba
ocupada antes por una laguna, según lo evidencian los depósitos de arcilla existentes.

Más hacia el este, las sierras son interrumpidas por el graben de Chiquimula y el valle
del Río Grande de Zacapa. La porción oriental alcanza de nuevo alturas superiores a los
1,500 m, y presenta una topografía variada de sierras con pendientes abruptas,
disectadas por los pequeños valles de los ríos que drenan hacia el Motagua, y con
pendientes más leves en las partes altas, que son las que tienen los mejores suelos.
Algunos de estos ríos, principalmente el Río Bobos, son bien conocidos, por encontrarse
en ellos yacimientos de oro aluvional o de placer.

La constitución geológica de las diferentes sierras es muy variada, ya que incluye varios
tipos de rocas metamórficas, calizas y lechos rojos (principalmente areniscas), típicos de
la estratigrafía del Bloque Chortís, así como rocas metamórficas e ígneas de la zona de
sutura del Motagua, corridas hacia el sur a lo largo de fallas inversas, sobre las
anteriores. Otra característica geológica de esta unidad es la presencia de varios cuerpos
extensos de rocas intrusivas graníticas cuya edad es del Cretácico. De estos cuerpos, los
mayores se encuentran al norte de la ciudad de Guatemala, en el área entre San
Raimundo y San Pedro Ayampuc, al este del graben de Chiquimula y en el área de La
Unión, cerca de la frontera con Honduras. Además existen varios lugares, tales como el
área de Sanarate, donde han quedado remanentes de rocas volcánicas del Terciario y
otros, como el graben de Chiquimula, en cuyos bordes hubo vulcanismo Cuaternario,
como se describió anteriormente.

La unidad en conjunto es de importancia por la existencia en ella de varios yacimientos


de minerales metálicos, algunos relacionados con la actividad ígnea intrusiva de las
rocas graníticas, como son los de galena (sulfuro de plomo) en el área de San Juan
Sacatepéquez; antimonio, al este de Olopa; y la mineralización de oro al oeste de
Chiquimula, y más hacia el este, en Managua. Los yacimientos de cromo, que fueron
explotados durante varios años, se encuentran asociados con serpentinita, al norte del
Potrero Carrillo.

Valle del Río Motagua

El Río Motagua inicia su curso en la Cadena Volcánica Cenozoica y luego corre hacia
el este dentro de un valle profundo que limita a esa unidad y a la de las sierras no
volcánicas en su parte sur con la Cordillera Central de Guatemala al norte. A partir de
unos 20 km al oeste de El Rancho el valle se va ensanchando cada vez más y adquiere
características propias que lo identifican como una unidad separada. En la parte más
baja, en su porción oriental, pasa a formar parte de la Planicie Costera del Caribe.

Estructuralmente el valle está controlado por la zona de Fallas del Motagua las cuales,
como resultado de sus movimientos tectónicos, han debilitado las rocas y permitido una
mayor erosión. Este tipo de valle y de río se denomina geomór-

ficamente como subsecuente. El fondo del valle está ocupado principalmente por las
rocas más jóvenes de la zona de sutura del Motagua, por ejemplo, las areniscas rojas de
la Formación Subinal. En las partes más cercanas al río y en su porción media y baja,
donde es más ancho, el valle está ocupado por aluviones recientes. Una característica
sobresaliente la constituyen las diferentes terrazas formadas por niveles anteriores del
río, tema que aún no está estudiado en su totalidad como para poder correlacionarlas a
lo largo del mismo. En el área de El Rancho se han identificado tres terrazas, la más
baja entre 4 y 5 m sobre el nivel medio del río, la mediana alcanza una altura de 10 m
sobre la anterior y está constituida por depósitos pluviales, con mucho material de
pómez e intercalaciones de capas pumíticas de polvo transportado eólicamente, y la más
alta entre 14 y 20 m sobre la anterior, está formada principalmente de depósitos
pumíticos que en varias partes, tales como el área de Cabañas, hacia el este, forma
planicies extensas. Las terrazas constituyen una evidencia de que el valle ha sido
rellenado varias veces y que, debido a un movimiento epirogenético paulatino, el río ha
cortado los rellenos anteriores. Por lo tanto, la terraza más alta es la más antigua.

Los depósitos de sedimentos pumíticos y aluviones en el valle son de importancia


agrícola, sobre todo en áreas secas como el valle de La Fragua, pues constituyen
acuíferos importantes de donde se explota agua subterránea. Sin embargo, los mejores
suelos agrícolas son aquellos formados sobre los extensos depósitos aluvionales hacia el
este de la población de Los Amates, donde el clima es mucho más lluvioso. Esta área es
bien conocida, principalmente por las plantaciones de banano.

En los sedimentos pumíticos en el área de Cabañas se han encontrado numerosos restos


fósiles de mamíferos como mamut (Mammuthus) del Plioceno. Dentro de una región
mayor, asociados con depósitos pumíticos en valles intermontanos, también se han
encontrado fósiles de mamíferos del Plioceno y del Pleistoceno. En el área de Gracias,
Honduras, se encontraron varias especies de caballos, entre ellas la de un caballo enano
anteriormente desconocida, hoy día extinta (Pliohippus hondurensis). Esta especie fue
descrita por E.C. Olsson y Paul MacGrew. En el noroeste de El Salvador, en varias
localidades, se hallaron especies de Mammuthus, Smilodon y Megatherium. Se
menciona esta área fuera del valle del Motagua pues, en conjunto, se trata de un aspecto
importante sobre la prehistoria del norte de América Central.

La Cordillera Central de Guatemala

Esta cordillera puede considerarse como la columna vertebral fisiográfica de


Guatemala, ya que está formada principalmente por un conjunto de las rocas más
antiguas conocidas en el país. Se extiende longitudinalmente desde la frontera con
Chiapas hasta casi el Caribe, y forma un rasgo importante por su altura, principalmente
en su parte central en las sierras de Chuacús y Las Minas. Su límite sur ya ha sido
definido y su límite hacia el norte lo constituye la zona de Fallas de Polochic.

La cordillera se considera generalmente como una continuación hacia el este del Macizo
o Sierra Madre del Sur, de Chiapas. Sin embargo, ese macizo también está cortado por
la Falla de Polochic, y únicamente la porción al sur de esta falla, conocida como Sierra
de Motozintla, es geológicamente equivalente a la Cordillera Central de Guatemala,
donde recibe el nombre de Sierra de Cuilco. Esta última montaña tiene una topografía
abrupta, con pendientes empinadas y alturas superiores a los 2,700 m. Su continuación
hacia el este, en el área de Huehuetenango, tiene una topografía más leve, y la cordillera
está mejor definida por su geología que por su fisiografía, ya que las alturas disminuyen
y aparece muy angosta, porque gran parte de las rocas que la forman están cubiertas por
una extensa área de rocas de la Cadena Volcánica Cenozoica. Hacia el este de Comitan-
cillo la cordillera se eleva de nuevo, en lo que constituye el extremo occidental de la
Sierra de Chuacús. El aumento de elevación alcanza alturas mayores a los 2,700 m en la
Sierra de Las Minas y de ahí hacia el este disminuyen hasta la Sierra del Mico, la cual
forma su extremo oriental. En la mayor parte, la cordillera forma una cadena montañosa
continua oeste a este, pero en secciones, en la franja norte, presenta sierras paralelas,
separadas por los valles intermontanos de San Andrés Sajcabajá, Cubulco, Rabinal y
Salamá.

Geológicamente, la cordillera, en su parte media, a lo largo de casi toda ella, está


constituida por rocas metamórficas del Grupo Chuacús, y en la franja al norte de éstas,
por rocas sedimentarias del Grupo Santa Rosa y por cuerpos intrusivos graníticos, en un
conjunto característico de la estratigrafía más antigua del Bloque Maya. Su borde sur, al
norte del Río Motagua, presenta una geología característica de la Zona de Sutura del
Motagua, formada principalmente por serpentinitas corridas hacia el norte a lo largo de
fallas inversas, resultado de la colisión entre las placas tectónicas del Caribe y de
América del Norte.

El borde norte de la Sierra de Chuacús, en el área comprendida entre Sacapulas y


Purulhá, y limitada al sur en gran parte por el Río Negro o Chixoy, la geología es
diferente y muy variada, pues presenta grandes masas de serpentinitas alóctonas, es
decir, que fueron desplazadas hacia el norte por largas distancias, que actualmente se
encuentran descansando sobre rocas sedimentarias del Paleozoico (Grupo Santa Rosa) y
del Mesozoico (Formación Cobán).

En la Sierra de Chuacús, los valles intermontanos mencionados constituyen un rasgo


fisiográfico importante, ya que están aproximadamente alineados de oeste a este en una
zona topográfica y estructuralmente más baja entre dos cadenas montañosas, y si bien
son el resultado de un cambio en las características geológicas, no son producidos por
fallas en sus flancos y no constituyen grabens. Estos valles están rellenos
principalmente de pómez cuaternaria, acarreada por el viento, y de materiales finos de
las erupciones en la Cadena Volcánica Cenozoica. Por esto, su topografía es casi plana.
La Sierra de Las Minas presenta una condición geológica similar a parte de la Sierra de
Chuacús, pero más sencilla. La parte principal está constituida por rocas del Grupo
Chuacús, y por masas de granito sobrecorridas hacia el norte encima de rocas del Grupo
Santa Rosa que afloran a lo largo del flanco norte de la montaña, desde Purulhá hacia el
este hasta la Sierra del Mico. Una característica importante de la Cordillera Central de
Guatemala la presenta una serie de fallas, en dirección aproximada oeste a este, casi
paralelas a la gran Falla del Polochic, y que han servido para formar valles
subsecuentes, como son el de la parte media del Río Negro y el del Río Panimá.

Como resultado de la variedad de condiciones topográficas, de geología y de clima, los


suelos de la Cordillera Central son muy variados. En términos generales son más pobres

en su porción occidental y en su borde sur, por ser áreas de menor precipitación. Los de
la parte norte de la Sierra de Las Minas, donde aún se conservan grandes áreas de
bosque primitivo, han estado menos afectados por la erosión. El principal recurso
mineral de la cordillera está constituido por los yacimientos de mármol de la Sierra de
Las Minas.

Depresión de Izabal
La zona de fallas del Polochic, al igual que la del Motagua, ha producido debilitamiento
de las rocas y en consecuencia mayor facilidad para su erosión. Por ello, a lo largo de la
zona se formaron varios valles subsecuentes como son, de oeste a este, el del Río
Cuilco, la parte alta del Río Negro y principalmente el Río Polochic. Este último, en su
parte alta, corre hacia el este a lo largo de la zona de fallas, por el límite entre la
Cordillera Central y la unidad denominada Cinturón Plegado Mesozoico-Cenozoico.
Hacia el este de la población de Tucurú, el valle se hace más ancho y continúa
ensanchándose hasta llegar a la depresión topográficamente ocupada por el Lago Izabal,
donde más al este se angosta de nuevo y cambia su nombre por el de Golfete y Río
Dulce. Aunque es una unidad morfotectónica de poca extensión en relación con otras,
constituye un fenómeno fisiográfico y estructural con características propias.

La parte ancha del valle y la depresión del Lago Izabal son el resultado de la separación
de las fallas mayores de la zona de Polochic. Estas fallas se separan desde Tucurú hacia
el este y continúan una por la parte norte y la otra por la parte sur del valle y del lago, al
pie de las montañas aledañas. El desplazamiento hacia el este de la región al sur de la
zona de la Falla del Polochic, en relación con la región norte, produjo en el área del
Lago Izabal una separación, dejando una depresión tectónica de un tipo diferente a la
del graben, ya que se debe a movimientos laterales de fallas, fenómeno que se conoce
bajo el término inglés de pull apart basin. Este fenómeno debe haberse iniciado durante
el Mioceno, mientras que la cuenca se fue llenando paulatinamente de sedimentos, y
estaba directamente abierta hacia el mar como una bahía, la cual posteriormente se cerró
por el levantamiento de rocas calizas de origen marino, que hoy se encuentran a ambos
lados del Río Dulce. Fisiográficamente, el valle forma una llanura aluvial más ancha
hacia el este de Panzós, la cual, tanto por las condiciones climáticas de mucha
precipitación como por la naturaleza de los suelos, constituye una de las áreas de mayor
riqueza agrícola del país. En la parte más próxima al lago, el Río Polochic forma una
serie de meandros, algunos de ellos abandonados y ocupados por pantanos, y de
bifurcaciones de su curso, que en conjunto forman un extenso delta.

Cinturón Plegado Mesozoico-Cenozoico

En términos de tectónica regional se denomina Cinturón Plegado Mesozoico-Cenozoico


de Chiapas y Guatemala a una unidad extensa, caracterizada por una serie de pliegues
(anticlinales y sinclinales) paralelos, en muchos casos separados por fallas inversas,
cuyas características estructurales son el resultado de las orogénesis Laramiana y
Chiapaneca. Esta gran unidad comprende una de las mayores sierras del norte de
Chiapas, Guatemala y Belice. Por presentar una gran variación en cuanto a sus alturas y
formas de relieve, en este texto se considera como Cinturón Plegado únicamente la parte
que se extiende de Chiapas hacia la Sierra del Lacandón, en el noroeste de Guatemala, y
la continuación de las sierras de Comitán, hacia el este, en las sierras de Los
Cuchumatanes, Chamá y Santa Cruz. Su límite hacia el sur lo constituye la zona de
Fallas del Polochic, mientras que hacia el norte varía mucho por las condiciones
topográficas, pero en general está definido por varias fallas inversas inclinadas hacia el
sur (Ilustración 14).

En Los Cuchumatanes y la Sierra de Chamá las rocas que predominan son


principalmente calizas y dolomías del Cretácico, pero también afloran rocas más
antiguas como son los lechos rojos de la Formación Todos Santos, constituidos
mayormente por areniscas. En la parte central-norte de Los Cuchumatanes, en un área
profundamente erosionada, aparecen rocas del Paleozoico que representan una
elevación estructural importante conocida como Alto de Poxlac. En las partes más altas
de la Sierra Los Cuchumatanes se encuentran localmente sedimentos y formas
topográficas que son resultado de la existencia de glaciares durante el Pleistoceno.

La gran extensión ocupada por calizas y dolomías del Cretácico presenta una topografía
característica, denominada karst (término alemán ahora usado universalmente, derivado
de la palabra yugoslava krs, que significa rocoso; en español e italiano a veces lo
cambian a carso). El término se refiere a un tipo de topografía formado en calizas, yeso
u otras rocas por disolución de éstas, debido a procesos de intemperismo. En zonas
tropicales húmedas, tales como el norte de Guatemala, la presencia de ácido carbónico
es muy común en los bosques, lo cual, combinado con la fuerte precipitación pluvial,
acelera los procesos de disolución de las rocas. Una de las características típicas del
karst es la formación de sistemas de drenaje subterráneo y cavernas. Regionalmente, la
acción de los procesos de karstificación sigue un ciclo definido, por lo cual pueden
determinarse áreas de karst joven, avanzado y senil, según sean las características de la
topografía y el drenaje superficial y subterráneo.

En gran parte del área, en particular en Alta Verapaz, la topografía se caracteriza por
innumerables embudos formados por disolución, conocidos en Guatemala como
siguanes, pero técnicamente denominados dolinas. Algunas de éstas alcanzan un gran
diámetro y profundidad. La coalescencia de varias dolinas y la formación en ellas de un
fondo plano constituye una uvala, fenómeno que es muy común en el área de Cobán.
Una erosión mayor llega a formar un valle de varios kilómetros de largo, rodeado por
cerros, con suelos fértiles, generalmente del tipo conocido como terra rossa, a lo que se
le aplica el término yugoeslavo de polje. Casos de éstos son comunes en el norte de Alta
Verapaz, por ejemplo, el valle de Chitocán. Otro aspecto interesante de esta región son
las grandes cavernas, en algunas de las cuales corren ríos subterráneos, como son las de
Lanquín, Candelaria y Scamay (cerca de Senahú). La de Candelaria ha sido
extensamente estudiada por P. Courbon y D. Dreux.

Este conjunto de fenómenos indica un estado de madurez avanzada del ciclo kárstico en
esta extensa área. En varias partes de la unidad se pueden definir cerros de cimas casi
planas, aproximadamente a una misma altura, que representan antiguas superficies de
erosión las que, como consecuencia de movimientos epirogénicos han sido levantadas,
con el resultado de varios aspectos del ciclo kárstico superpuestos unos a otros. Como
ejemplo se puede citar la Sierra del Lacandón, donde es posible determinar remanentes
elevados de antiguas superficies de erosión, entre 125 y 130 m de altura, la más baja, y
otras dos, mejor definidas, a los 190 y 200 m. Esta es una de las evidencias de que la
región ha estado sujeta a levantamientos recientes, posiblemente desde fines del
Plioceno.

La porción oriental de esta unidad, correspondiente a la Sierra de Santa Cruz, presenta


características diferentes, pues, además de serranías de calizas, gran parte está formada
por rocas ígneas de los tipos serpentinita y peridotita, que estructuralmente representan
un bloque alóctono sobre-corrido encima de otras rocas. La topografía, en consecuencia,
es diferente a la que resulta en terrenos calcáreos. Los suelos de la mayor parte de esta
unidad son de tipo laterítico, es decir, que se ha lixiviado gran parte de los elementos
químicos solubles y se han concentrado los menos solubles, fenómeno que es común en
áreas tropicales lluviosas. Desde el punto de vista agrícola son buenos mientras el
proceso de laterización no esté muy avanzado, y estén protegidos por bosques o por
plantaciones como las de café, que evitan la erosión. Sobre rocas como las serpentinitas,
la laterización concentra elementos como aluminio, hierro y níquel, y en algunos casos
llega a formar concentraciones de valor económico como son las de los yacimientos de
níquel de la Sierra de Santa Cruz, al norte de El Estor.

Depresión Central de Chiapas

Esta unidad está caracterizada por una gran depresión topográfica, cuyo rumbo es de
noroeste a sureste, separando la Sierra Madre del Sur de las montañas del Cinturón
Plegado, en el Estado de Chiapas, México. A través de esta depresión corre el Río
Grijalva, en su curso superior. Si bien en Chiapas es importante, en Guatemala se
extiende únicamente su extremo sureste, en una pequeña área de topografía semiplana,
pero alta, pues casi llega a los 900 m, en la cual se originan varios de los afluentes del
Grijalva, tales como el Río Nentón y el Río Azul. Su superficie está ocupada
principalmente por suelos formados sobre sedimentos aluviales, mientras que el
subsuelo está constituido por calizas.

Tierras Bajas de Chapayal

Esta unidad se define principalmente por sus características topográficas consistentes en


un relieve casi plano con pocas colinas de pendientes leves. Está limitada al norte y este
por las planicies aluviales del Río de La Pasión, y por el sur y el oeste por las serranías
del Cinturón Plegado aproximadamente a lo largo de la cota de 300 m. Esta unidad se
extiende dentro del territorio chiapaneco en el área conocida como Marqués de
Comillas.

Geológicamente, en la superficie prevalecen las formaciones Sepur y Caribe, las cuales,


por consistir en areniscas y lutitas fácilmente erosionables, forman un relieve muy
diferente al de las calizas y, por este motivo, se presenta como una unidad separada de
las Tierras Bajas de Petén, con las cuales colinda hacia el norte y el este. Por medio de
exploraciones petroleras se ha determinado que el subsuelo presenta una estructura
geológica que es continuación del Cinturón Plegado. Una característica fisiográfica
importante es la de los cursos de los ríos mayores, que presentan numerosos meandros,
en particular el Río de La Pasión, el Río Chixoy (que luego se denomina Río Salinas y a
partir de su confluencia con el de la Pasión toma el nombre de Usumacinta) y, del lado
de México, el cauce bajo del Río Lacantún, también tributario del Usumacinta. Por la
combinación de las características geológicas y de un clima cálido muy lluvioso, en esta
área se han formado suelos profundos y fértiles. Hasta hace pocos años la mayor parte
del área estaba ocupada por una selva tropical que se ha ido perdiendo conforme ha
avanzado la ocupación agrícola y ganadera.

Un aspecto económico muy importante es el desarrollo de la producción de


hidrocarburos acumulados en el subsuelo, en la parte media de la Formación Cobán.

Montañas Mayas

Una unidad morfotectónica importante, por presentar una fisiografía muy diferente a las
que la rodean, es la de las Montañas Mayas, la cual ocupa la parte central de Belice y se
extiende hacia el oeste a la parte centrooriental de Petén, en una serranía hacia el noreste
de la población de Poptún. El macizo montañoso corresponde a un área
estructuralmente alta, por lo cual en su parte central o núcleo afloran extensamente
rocas sedimentarias, parcialmente metamorfizadas, del Paleozoico (Grupo Santa Rosa)
y grandes masas de granito y rocas afines, de intrusiones ígneas producidas durante la
orogénesis Appalachiana. En el Petén únicamente se encuentran las rocas sedimentarias
del núcleo. Todo este conjunto, que forma las partes más altas de las montañas, está
rodeado por serranías y colinas menores, constituidas por calizas del Cretácico. Por sus
características geológicas, el relieve es muy variado, en partes con pendientes fuertes y
cañones profundos, y con áreas de poca inclinación en las cimas, ocupadas actualmente
por reservas forestales y plantaciones de cítricos en la parte beliceña.

Tierras Bajas de Petén

El área generalmente conocida como Tierras Bajas de Petén es una de las unidades
fisiográficas de mayor extensión, y ocupa aproximadamente dos terceras partes de ese
Departamento. En su parte central está dividida por un graben limitado por fallas con
rumbo este-oeste, que se extiende desde las faldas de las Montañas Mayas hacia el oeste
hasta terminar contra la Sierra del Lacandón. En la parte central del graben se encuentra
el Lago Petén Itzá (Ilustración 12). Por el conocimiento de la geología del subsuelo, se
ha podido determinar que este graben se formó sobre el eje estructural de un gran arco
antiguo, el cual se originó posiblemente durante el Triásico, y que posteriormente
separaba dos cuencas sedimentarias marinas durante el Cretácico Temprano. Esta
información está bien documentada por medio de estudios geofísicos y estratigráficos
correspondientes a perforaciones exploratorias de petróleo. Esta gran estructura
geológica ha sido llamada el Arco de La Libertad.

El arco y también el graben superpuesto delimitan dos sub-unidades cuyo relieve y


geología son diferentes. Hacia el sur se identifica la parte denominada Tierras Bajas
sobre Estratos Plegados, ya que su estructura geológica, tanto en la superficie como en
el subsuelo, es una continuación del Cinturón Plegado. La diferencia es principalmente
fisiográfica, ya que su relieve es bajo, con extensas áreas planas generalmente ocupadas
por rocas de la Formación Sepur, separadas por colinas alargadas en dirección este-
oeste, las que están formadas por calizas del Cretácico. Sobre estas colinas el ciclo
kárstico ha alcanzado una madurez muy avanzada que resulta en cerros alineados en
forma de mamelón, formando en conjunto un paisaje típico de lo que se denomina
kegelkarst. En otras partes, tales como las áreas de la sabana de Poptún y de La
Libertad, el ciclo ha alcanzado su senilidad y el relieve es de áreas planas con pequeños
cerros aislados, los que en otros países reciben el nombre de mogotes.

Los suelos de esta área difieren mucho si se formaron sobre rocas de la Formación
Sepur o sobre calizas. Los primeros son fértiles y han sido usados en agricultura
posiblemente desde tiempos precolombinos, mientras que los de caliza son inferiores en
las partes de topografía leve y pobres en las partes de colina donde, a causa de la
deforestación, se erosionan fácilmente.

La sub-unidad al norte del Arco de La Libertad se ha denominado Sub-Plataforma del


Petén, ya que es el extremo sur de la Plataforma de Yucatán. Geológicamente se llama
plataforma a una extensa área tectónicamente estable, que no ha sufrido ningún
plegamiento, por lo cual los estratos que la forman son horizontales. La plataforma
mencionada únicamente ha sido afectada, a partir del Cretácico temprano, por
movimientos epirogenéticos, tanto de hundimiento, al inicio, como de elevación
paulatina, a partir del Eoceno. Las rocas que afloran en la superficie son calizas
arcillosas del Eoceno Inferior, con intercalaciones de yeso. En algunas partes presentan
estratos delgados lenticulares de pedernal, los que posiblemente fueron una de las
fuentes de esa piedra, usadas por los mayas para la elaboración de hachas y otros
objetos. La fisiografía de esta área es monótona, pues es casi plana con algunas
depresiones ocupadas por pequeñas lagunas kársticas o por pantanos. En ella el ciclo
kárstico está menos avanzado pero aun el drenaje superficial es poco, con excepción del
Río San Pedro y de varios ríos menores. Por las condiciones geológicas y de clima
prevalece el bosque tropical seco. Por la presencia de yeso algunos suelos, así como el
agua del Río San Pedro, tienen un alto contenido de sulfatos, lo cual limita el número de
especies de plantas que se han adaptado a esa situación.

Planicie costera del Caribe

La planicie costera del Caribe, al este y sureste de Puerto Barrios, está formada por
sedimentos aluviales deltaicos, producto del acarreo del Río Motagua. Hacia el norte
esta planicie es el resultado principalmente de depósitos de material acarreado por el
Río Sarstún y otros menores. Un rasgo predominante lo constituye la Península de
Manabique, formada por el acarreo y depositación de sedimentos llevados por el
Motagua y transportados hacia el norte por efecto de las corrientes marinas litorales. Un
aspecto regional sobresaliente del litoral Caribe (desde Isla Mujeres, al noreste de la
Península de Yucatán, y hacia el sur, hasta los Cayos Zapotillo, frente a la Península de
Manabique) es la existencia de una extensa barra de arrecifes coralinos, que en
extensión es la segunda en el mundo, después de la Gran Barrera Coralina del litoral
oriental de Australia.
J. DANIEL CONTRERAS R.

Origen del Nombre Guatemala

La palabra Guatemala, como designación de un país determinado, apareció escrita por


primera vez en un documento castellano, precisamente en la carta que Pedro de
Alvarado envió a Hernán Cortés, desde Utatlán, el 11 de abril de 1524. En ella el
Adelantado narraba las peripecias de su viaje de Soconusco a Utatlán, la ciudad quiché
(k'iche') que destruyó, y allí escribió dos veces el nombre Guatemala. Decía, en efecto,
que había pedido gente de guerra a la 'ciudad de Guatemala que está a diez leguas de
ésta...', y después informaba: '...yo me parto para la ciudad de Guatemala lunes once de
abril donde pienso detenerme poco a causa del pueblo que está asentado en el agua que
se dice Atitlán está de guerra y me ha muerto cuatro mensajeros' (Ilustración 25).

En una segunda carta enviada a Cortés, fechada el 27 de julio de aquel mismo año,
escribió Alvarado: '...esta ciudad de Guatemala donde fui muy bien recibido...' En esta
otra misiva hizo relación de sus andanzas por tierras tzutujiles (tz'utujiles), de la Costa
Sur y de Cuscatlán, y al mencionar su retorno a la capital cakchiquel (kaqchikel),
asentó: '...hice y edifiqué en nombre de su majestad una ciudad de españoles que se dice
la ciudad del señor Santiago porque desde aquí está en el riñón de toda la tierra...'

Cortés también se refirió a la 'ciudad' de Guatemala en una carta dirigida a Carlos V y


fechada en la ciudad de México el 15 de octubre del citado año 1524:

...unas ciudades de que muchos días había que yo tengo


noticias que se llaman Ucaclán [Utatlán] y Guatemala, y
están de estas provincias de Soconusco otras sesenta
leguas, con las cuales dichos españoles vinieron hasta
cien personas de los naturales de aquellas ciudades, por
mandato de los señores de ellos, ofreciéndose por vasallos
y súbditos de vuestra Cesárea Majestad...

En los tres documentos citados, el nombre Guatemala se escribe igual que en la


actualidad; se trata, sin duda, de la forma castellanizada de Quauhtemallan, nombre con
que los mexicanos que acompañaron a Alvarado y a Cortés designaban a la 'capital'
cakchiquel. El nombre Quauhtemallan aparece en la Lámina 81 del Lienzo de Tlaxcala
(Ilustración 24), en la que se hace referencia a la conquista de Iximché. En aquellos
años del siglo XVI, aparentemente no hubo problemas para escribir el nombre
Guatemala con esta grafía. Sólo en algunas actas del Cabildo de Santiago, recogidas en
el Libro Viejo, se cambia Guatemala por Guatimala. Años más tarde, ante la dificultad
de hallar el significado etimológico de la palabra Guatemala, algunos historiadores y
lingüistas sugirieron algunos cambios en la grafía del vocablo indígena original.

Cuando Alvarado decidió fundar en Iximché la ciudad de Santiago, centro político del
nuevo territorio de la Corona española que se estaba ganando a los indios, se inició el
proceso de cambio del sentido geográfico del vocablo Guatemala. Ya no fue, entonces,
el nombre de una ciudad o de un pueblo indígena sino el de una nueva provincia, y
como 'Provincia de Guatemala' apareció en el Libro Primero de Cabildo o Libro Viejo
(Ilustración 23). Así la llamó Alvarado, en enero de 1526, en su exposición al Cabildo, a
cuyos miembros recordaba que él había venido a conquistar estas tierras y que fundó la
ciudad de Santiago. De igual manera la llamó Sancho de Barahona, Procurador de la
ciudad en 1527, al presentar su requerimiento en contra de los diezmos; y cuando Jorge
de Alvarado asentó la ciudad en Almolonga declaró que este 'sitio es término de la
provincia de Guatemala'.

Cuando Carlos V nombró a Pedro de Alvarado Gobernador y Capitán General, la


provincia adquirió una dimensión más amplia y oficial:

...es nuestra merced y voluntad que agora, y de aquí


adelante cuando nuestra voluntad fuere, vos el dicho Pedro
de Alvarado seais nuestro Gobernador y Capitán General de
la dicha tierra y provincia de Guatemala en la ciudad de
Guatemala, que se dice agora Santiago, con la tierra de
Chiapa, y Cinacantán, y Tequepampo, y Omatán, el de Alcalá
y de todas las demás a ella anexa et perteneciente.

De allí en adelante el nombre Guatemala designó no sólo a la ciudad o a la provincia,


sino a la Audiencia y Cancillería Real, la Capitanía General o Reino de Guatemala, que
se extendía desde Chiapas hasta Costa Rica. Tal designación se mantuvo hasta el 1º de
julio de 1823, cuando las antiguas provincias decidieron cambiar el nombre enraizado
en su historia desde los albores de la época colonial, por el de América Central. Desde
1847, Guatemala designó sólo a la república de este nombre.

Explicaciones Etimológicas
Como se dijo antes, en los años iniciales no hubo problemas con el nombre Guatemala.
Para los habitantes de entonces, designaba a la ciudad y a la provincia de los
cakchiqueles, que eran los 'guatemaltecos' por derecho propio. El idioma de éstos,
asimismo, se conocía como guatemalteco. Con el paso de los años los historiadores y
lingüistas comenzaron a preocuparse por averiguar el origen del nombre y asignarle un
significado etimológico. Fuentes y Guzmán dijo que el nombre derivaba de Jiutemal o
Juitemal, un legendario rey cakchiquel; o bien que podría venir de la palabra indígena
Coctemallan, que quiere decir palo de leche. Para Francisco Ximénez, el vocablo
original fue Cuahuitimal, que quiere decir fuente de donde se extrae el betún amarillo.
Jorge Luis Arriola recogió éstas y otras etimologías de la voz Guatemala, presentadas
durante muchos años por diversos investigadores, y resumió la siguiente información:
para Domingo Juarros el nombre se deriva de Quautemalli, que significa palo podrido;
Francisco de Paula García Peláez lo hizo derivar de Guhatezmalhá, o cerro de agua;
Manuel García Elgueta lo relaciona con Quauhtlimallán que quiere decir águila cautiva;
Walter Krickeberg indicó que el nombre se origina de Cuahtemallan, que significa entre
montones de madera. Arriola, como lo creyó también Adrián Recinos, después de
analizar éstas y otras explicaciones llegó a la conclusión de que la geonimia significa,
interpretada en una forma más libre, lugar de bosques o sitio boscoso. Recinos asignó el
mismo significado a la palabra 'quiché', es decir, tierra de muchos árboles, y agregó que
'el mismo significado tiene la palabra náhuatl Quauhtlemallan'.
Origen del Vocablo
En vista de que los lingüistas no han podido ponerse de acuerdo sobre la etimología de
la palabra Guatemala, hay que buscar otros medios para resolver el problema. Se puede
intentar, por ejemplo, un análisis comparativo del nombre de otras localidades del país,
que se pueden considerar contemporáneas y de las cuales se conoce también el nombre
original. Se sabe que en la época anterior a la llegada de los españoles los pueblos de
Guatemala mantenían relaciones con algunos pueblos del actual territorio de México.
Por el sur del país habían llegado migraciones mexicanas, y los propios libros indígenas
se referían a ciertas migraciones desde Tula. En el Popol Vuh se dice que los 'yaquis'
(mexicanos) visitaban a los quichés. En el Memorial de Sololá también se hace
referencia a los yaquis. En este documento se dice que, durante el quinto año después de
la revolución (alrededor de 1497), 'murieron los yaquis de Xivicu que se habían aliado
con el rey Voo Caok Señor de los Akajales', y que más adelante, después de haberse
cumplido 15 años de la revolución, es decir, cerca de1510, '...los reyes Hunyg y Lahuh
Noh recibieron a los yaquis de Culuacán. El día 1 toh llegaron los yaquis, mensajeros
del rey Modeczumayzin, rey de Mexicu'. Los autores del Memorial escribieron también
lo siguiente: 'Nosotros vimos cuando llegaron los yaquis de Culuacán. Estos yaquis, que
vinieron hace muchos años, eran muy numerosos'.

Las fuentes indígenas mexicanas también se refieren a las relaciones con habitantes de
Guatemala en la misma época anterior a la Conquista. En la Relación del origen de los
indios de la Nueva España se dice que Ahuitzotl 'fue rey tan valeroso que extendió su
reino hasta la provincia de Guatimala, que hay de esta ciudad de distancia trescientas
leguas, no contentándose hasta los últimos términos de la tierra que cae al mar del sur'.
Francisco Javier Clavijero amplió la información y escribió lo siguiente en relación con
el 'general mexicano' Tliltototl

...terminó la primera de estas campañas, llevó sus armas


victoriosas hasta Quauhtemallan o Guatemala, a más de
novecientas millas al sudeste de México, en cuya
expedición hizo, según los historiadores, prodigios de
valor; pero ninguno da pormenores sobre sus hazañas, ni
sabemos tampoco que aquel territorio quedase sujeto a la
corona de México.

Si la invasión a la que se refería Clavijero se hubiera efectivamente realizado, los


autores del Memorial de Sololá quizás no la hubieran olvidado. En todo caso, aun
cuando no fuera cierto que ejércitos mexicanos llegaron hasta Guatemala, el mismo
Clavijero afirmó que sí invadieron Soconusco y que sometieron este territorio al reino
de Ahuitzotl y que desde allí pudieron llegar las avanzadas de comerciantes mexicanos
hasta el Altiplano central de la actual Guatemala, siguiendo el procedimiento que, según
Hernando Alvarado Tezozomoc, se utilizaron para conquistar territorios situados en el
sur del Valle de México. De acuerdo con este cronista, en efecto, los comerciantes eran
la avanzada de los reyes mexicanos en la conquista de nuevas tierras:

...juntáronse como entre ellos era uso y costumbre los


tratantes, mercaderes y arrieros nombrados otzoemca de
México Tenuchtitalan, Aculhuacan... todos mercaderes para
hacer viaje y camino largo...
Y en grupos llegaban a los pueblos que no estaban bajo el dominio de los reyes
mexicanos, y si eran mal recibidos o muertos siempre había alguno que lograba escapar
para llevar la noticia a Tenochtitlán, y entonces los reyes ordenaban la invasión para
castigar a los que habían osado maltratar a sus comerciantes. Así narra Tezozomoc la
conquista de Tecuantepec y lugares vecinos, y así también la de Xoconuschco, Xolotla,
Mazatecatl y Ayotlan, pueblos situados en los linderos del territorio habitado por
quichés y cakchiqueles o utatlecos y guatemaltecos, como hubieran dicho los
mexicanos.

No tendría nada de extraño que grupos de aquellos tratantes o mercaderes, como los
llama Tezozomoc, hubieran visitado muchas veces las ciudades indígenas que, por
conveniencia, identificaban con nombres mexicanos. Estos, en la mayoría de los casos,
eran simples traducciones de los nombres locales expresados en las lenguas vernáculas.
Fueron precisamente estos nombres los que aprendieron los conquistadores castellanos
de sus auxiliares mexicanos. Sólo así se explica que Cortés afirmara que hacía días tenía
noticias de Utatlán y Guatemala, y que Alvarado, a su vez, haya nombrado a estas
mismas ciudades, a Quetzaltenango y a Zapotitlán, ignorando sus nombres verdaderos.

Arriola, en su Libro de las Geonimias de Guatemala, se refiere a varios casos de


ciudades con nombres de origen mexicano para las cuales se conocen también los
nombres antiguos de origen mayense. En estos casos el nombre mexicano tiene casi
siempre una etimología muy semejante a la quiché o cakchiquel, como en los siguientes
ejemplos:

Almolonga significa donde mana agua; el nombre original era Bulbuxyá,


manantial de agua;

Chichicastenango, lugar de las ortigas o chichicastes, se llamaba Chugüilá o


Chilá, que son palabras que tienen el mismo significado;

Chimaltenango, muralla de escudos o rodelas, era Bocob o Bocó, que significa


escudo o rodela;

Mazatenango, lugar de venados, se llamaba Cakolquiej, que tiene también un


significado equivalente;

Totonicapán, en el lugar del agua caliente, se llamó Chuimekenhá, lugar sobre el


agua caliente; y

Zapotitlán, lugar de zapotes, era Xetulul, lugar al pie de los zapotes.

Los anteriores fueron asentamientos contemporáneos al de Guatemala y lo que ocurrió


con sus nombres debió ocurrir también con el nombre Guatemala y, por consiguiente, se
podría resolver el caso del significado etimológico de este último, si se le aplica el
mismo patrón y se traduce el nombre cakchiquel de donde se obtuvo el nombre
Cuauhtemallan. No es difícil identificar este vocablo, pues sólo hay dos que pueden ser
equivalentes a Guatemala: Iximché, la ciudad que sirvió de asiento a Santiago, y
cakchiquel, el nombre de la nación indígena o país que tuvo a Iximché por capital.
Simón Otzoy sugirió que el nombre Guatemala deriva de 'ChiIximché (lugar del árbol
de maíz), que al ser traducido por los aztecas en su propio idioma, dio por resultado la
versión Cuahuitlmalan; cuahuitl, en náhuatl, árbol; mal, en tolteca maíz; y an, un sufijo
locativo tolteca'. No convence la explicación de Otzoy porque cae en el mismo juego de
otros lingüistas de modificar la grafía original de Guatemala, agravado en este caso por
el uso de raíces de dos idiomas diferentes para crear su palabra clave, y porque como él
mismo reconoce en su trabajo, la palabra Iximché, que puede traducirse literalmente
árbol de maíz, no es el nombre de la planta de maíz o milpa sino el de un árbol conocido
con el nombre de ramón, cuyas hojas, escribió Recinos, 'sirven de forraje para el ganado
y de cuyo fruto se alimentan los habitantes cuando escasea el maíz. De aquí su nombre
de ixim chée, literalmente árbol de maíz'.

El lienzo de Tlaxcala no ayuda a solucionar el problema. En las láminas dedicadas a la


conquista de Guatemala se identifican con ciertos dibujos o jeroglíficos los nombres de
algunos pueblos. Por ejemplo, hay un árbol, presumiblemente de zapotes, en la lámina
de Zapotitlán; unas largas plumas (de quetzal?) en la de Quetzaltenango (Ilustración
26); y la figura de un perro en la de Ytzcuintepec. En la correspondiente a
Quauhtemallan (Ilustración 24) el jeroglífico es la cabeza de una ave rapaz,
posiblemente un águila. Si Quauhtemallan fuera la traducción de Iximché, el jeroglífico
debería ser un árbol de ramón, o en todo caso una milpa o una mazorca y no una águila.
Por este jeroglífico García Elgueta, citado por Arriola, propuso para Quauhtemallan el
significado de Aguila Cautiva, pues águila en náhuatl es Quauhtli. Para otros autores la
cabeza del águila es el jeroglífico de la primera sílaba de Quauhtemallan.

Guatemala Traducción de Cakchiquel


Pero como Quauhtemallan no es la traducción de Iximché tiene que serlo de cakchiquel,
el nombre de la nación o pueblo en cuya capital asentó Alvarado su real y fundó la
ciudad del Señor Santiago, primera ciudad de españoles en nuestro territorio. Esa era,
por cierto, la opinión de los indígenas Principales de Santiago Atitlán cuando se les
preguntó sobre el significado del nombre de Guatemala en 1585. En aquel año el
Corregidor Alonso Páez Betancor, acompañado de Fray Pedro de Arboleda y del
escribano Francisco de Villacastín, recababa datos, cumpliendo órdenes superiores, para
la relación geográfica de Santiago Atitlán, relación que debía hacerse siguiendo
detalladas instrucciones cuya primera pregunta era: 'Primeramente, en los pueblos de los
españoles, se diga el nombre de la comarca o provincia en que están, y que quiere decir
dicho nombre en lengua de los indios y porque se llama así'. Y los encuestados de
Santiago Atitlán, todos ellos indios Principales de quienes se dice que son viejos de más
de 80 años de edad: el Gobernador Francisco Vázquez y Fernando de Soto, Pedro de
Alvarado, Gonzalo Méndez, Gonzalo Ortiz, Diego Ramírez y Juan Elías, respondieron:

Primeramente, en cuanto al primer capítulo de la dicha


instrucción: respondiendo a él, siendo preguntados los
susodichos todos juntos y cada uno de ellos, dijeron que
antiguamente, en el tiempo de su infidelidad, los viejos
ancianos y señores de este pueblo siempre entendieron que
el nombre y apellido de la ciudad de Santiago, que ahora
está poblada de españoles, en su lengua materna de los
naturales de esta tierra se llama Cakchequil, que, en
lengua mexicana quiere decir Cuauhtemala.

Y al seguir contestando las instrucciones y pedírseles que explicaran por qué se llamaba
así ampliaron su respuesta diciendo que en el tiempo de su infidelidad los caciques y
señores que gobernaban las cuatro cabeceras de este reino, que eran Tecpán
Quauhtemala, Uhtlatlán, Tecuizitlán y Atitlán, cuando tenían guerra con otras
provincias se juntaban cada uno de los señores en su tierra y nombraban dos capitanes
para dirigir el ejército:

Uno de los capitanes se llamaba quauhtli, que en lengua


castellana se dice águila, este capitán se armaba y vestía
sobre las armas o escaopil la insignia del águila, y el
segundo capitán se llamaba ocelotl, que quiere decir tigre
en lengua castellana... Y por esta causa se llamó desde
entonces la cabecera desta tierra Cuauhtemala, ...(por que
generalmente su capitán usaba)... esta insignia del
águila, se llama esta tierra provincia de Cuauhtemala...

En la primera parte de su respuesta los Principales de Santiago Atitlán fueron precisos


en responder que Guatemala es la traducción de cakchiquel, y después explicaron
indirectamente el significado del jeroglífico del águila que aparece en la gráfica de
Guatemala en el lienzo de Tlaxcala: no se trata de la primera sílaba del nombre del lugar
sino de la identificación del señor o capitán de los cakchiqueles.

En resumen, los Principales de Santiago Atitlán confirmaron el hecho de que durante


los primeros años de la dominación castellana, Guatemala y cakchiquel significaban lo
mismo para los españoles y para los indios y, por consiguiente, el significado
etimológico de ambas palabras debe ser igual o equivalente.

Del significado del vocablo cakchiquel no hay duda, ya que está bien claro en los textos
indígenas clásicos, como el Popol Vuh y el Memorial de Sololá. En el primero se dice:
'En seguida dieron su nombre a los Cakchiqueles, Gagchequelab fue su nombre', es
decir, los del árbol rojo o de fuego. Una versión semejante se lee en el Memorial de
Sololá: 'Cuando llegamos a las puertas de Tulán fuimos a recibir un palo rojo que era
nuestro báculo, y por eso se nos dio el nombre de Cakchiqueles ¡oh hijos nuestros!
dijeron Gacavitz y Zactecauh'.

Es decir que la palabra Cuauhtemalan, castellanizada como Guatemala, es la versión


mexicana de cakchiquel que quiere decir árbol o palo de fuego o rojo. Parece más
aceptable la primera versión, la del árbol de fuego porque, según el Popol Vuh:

Hubo, sin embargo, una tribu que hurtó el fuego entre el


humo. Y fueron los de la casa de Zotzil... No pidieron el
fuego los Cakchiqueles porque no quisieron entregarse como
vencidos, de la manera como fueron vencidos las demás
tribus cuando ofrecieron su pecho y su sobaco [a Tohil]...
MARION POPENOE DE HATCH

Introducción

Por medio de la Arqueología es posible emprender grandes jornadas retrospectivas


hacia épocas remotas en las que permanecen imágenes vagas y olvidadas, como
sombras difusas, de lejanas generaciones perdidas en un tiempo silencioso. Se trata del
mundo de las antiguas culturas, del círculo interminable de las tareas cotidianas que una
vez fueron importantes, de la persecución esforzada de sueños y esperanzas, de los
triunfos y fracasos, y, en última instancia, de las grandes y pequeñas crisis que quedaron
para siempre sin solución alguna. Los ecos de aquel universo resuenan actualmente en
las deterioradas ruinas que guardan los cerrados bosques, y que sólo lentamente
desprenden sus secretos, adheridos a la larga oscuridad de los siglos, merced al paciente
y meticuloso trabajo de la investigación arqueológica (Ilustración 27).

La Arqueología, una rama de la Antropología, es una disciplina científica relativamente


reciente en Guatemala. La Antropología estudia al hombre en todos sus aspectos. Gran
parte de lo que los antropólogos investigan es la cultura humana: un sistema compartido
de creencias, valores, costumbres, comportamientos y artefactos que utilizan los
miembros de una sociedad para enfrentarse con su mundo, y que transmiten de
generación en generación por medio del proceso enseñanza-aprendizaje. La
Arqueología aplica el conocimiento antropológico moderno al estudio de las culturas
desaparecidas. Los artículos de esta sección contienen una recopilación de la
investigación arqueológica realizada en Guatemala. En ellos se resume lo que
actualmente se conoce sobre las sociedades que vivieron antes de la conquista española.

¿Qué es Cultura?
La cultura es un producto humano singular. Es el mecanismo por medio del cual el ser
humano, desde que se reconoció y se distinguió como tal, se adapta a su medio. El
desarrollo de la cultura ha permitido al hombre modificar su ambiente, por medio de
patrones de comportamiento aprendidos, sancionados y transmitidos por los miembros
de una sociedad. Los hábitos y las costumbres han evolucionado a lo largo del tiempo y
se interrelacionan para mantener un equilibrio entre los diferentes componentes de una
sociedad, que muchas veces están en conflicto. Tal equilibrio es necesario para prevenir
la desintegración del sistema cultural y para mantener la unidad del grupo. Los
diferentes componentes de la cultura se relacionan unos con otros, de tal manera que los
cambios ocurridos en un sector provocan una serie de respuestas y modificaciones en
otros. Algunos de dichos componentes son el idioma, la organización social y la
estructura política, las herramientas y la tecnología, las creencias religiosas, los valores
morales y éticos, las reglas de cortesía, la cosmovisión, etcétera. Se puede decir que la
cultura comprende tres subsistemas interrelacionados: tecnológico, sociológico e
ideológico. Estos, lógicamente, varían de una sociedad a otra, según la tradición
histórica y al ambiente respectivos.
La mayor parte de los elementos de la cultura son inmateriales, y de ellos sólo quedan
algunos rastros para los registros arqueológicos. Por ejemplo, un arqueólogo no puede
identificar o conocer un idioma o una ideología por medio de una excavación; sin
embargo, ambas cosas quedaron incorporadas en los objetos materiales que el
arqueólogo recobra, usualmente en una excavación; por ejemplo: piezas de cerámica,
herramientas de obsidiana, objetos artísticos, etcétera. Todo ello, aunque no es la cultura
misma, es producto de ella y, por lo tanto, refleja los patrones de comportamiento. El
reto para el arqueólogo consiste en descubrir cómo se manifiesta la cultura en los
productos materiales.

La culminación del género homo en la especie homo sapiens sapiens, después de pasar
por las etapas de homo habilis, homo erectus y homo sapiens, abarca un período de dos
millones de años, hasta cerca de 40,000 años AC, y, ocurrió cuando ya existía la mayor
parte de los elementos básicos de la cultura humana: viviendas, herramientas,
procesamiento y distribución de los alimentos y la división del trabajo. Los edificios
que se conocen en la actualidad tienen su antecedente en las primitivas estructuras de
ramas y hojas, erigidas para protegerse de la lluvia y el viento. Los cortadores y
raspadores originales que se utilizaron en la preparación de los alimentos en el Viejo
Mundo, durante el Período Paleolítico Superior (40,000-10,000 AC), evolucionaron a
una amplia variedad de herramientas, como hachas, puntas de lanza, martillos, leznas,
agujas, etcétera, antecedentes de la compleja tecnología actual. Durante el Paleolítico
Superior también se enterraban a los muertos con ritos sagrados, y se realizaban
ceremonias en las cavernas para ahuyentar los males y evitar las catástrofes, para
enfrentarse a fuerzas desconocidas o bien asegurar una buena cacería. Todas las
sociedades contemporáneas tienen alguna herencia de aquellas tempranas etapas de la
evolución cultural. La diferencia entre el ayer y el hoy está, en gran parte, en el aumento
demográfico acompañado por la creciente complejidad de una tecnología más avanzada,
y en la acumulación de tradiciones históricas e intelectuales.

Objetivos y Métodos Arqueológicos


En la búsqueda de información sobre las culturas antiguas, el arqueólogo trata de
encontrar respuestas a preguntas relativas a los creadores de aquellas culturas: dónde
vivían, cuándo estuvieron en determinado lugar, cuánto tiempo se quedaron allí, qué
hacían y cómo sobrevivieron. Tales preguntas, a la postre, ayudan a comprender al
hombre de todos los tiempos. En otras palabras, el arqueólogo trata de identificar a una
población específica y determinar las relaciones de ella con otras localizadas en la
misma región; busca definir los límites territoriales, la fecha de ocupación de una área, y
determinar, basándose en los restos arqueológicos, la naturaleza de la cultura. El
arqueólogo, en suma, se propone averiguar cómo el hombre se adaptó a su medio, cómo
estaba organizada la sociedad y cómo se percibía el mundo circundante. Existen
técnicas específicas que ayudan al arqueólogo a responder tales preguntas.

Una vez descubierto el material cultural, el arqueólogo tiene la obligación de recoger,


preservar, describir y analizar los datos. La recuperación del material requiere
cuidadosas excavaciones, que muchas veces se realizan en condiciones poco favorables,
como lluvia, lodo, sol, frío, cansancio y desánimo. En el trabajo de campo se recobran
con especial cuidado los restos funerarios, la cerámica, la lítica, las muestras de tierra,
de flora y de polen, etcétera, y se trasladan cuidadosamente a laboratorios especiales
para su análisis. El trabajo de laboratorio requiere largas horas de clasificación,
descripción, anotación y estudio. También se registran los detalles arquitectónicos
cuando es el caso, la escultura y otros trabajos artísticos, la escritura de cualquier tipo y
la iconografía. En la investigación arqueológica es esencial un conocimiento básico de
las fuentes etnohistóricas y de la etnografía moderna. Ello puede demandar
investigación adicional en los archivos de Historia, con el propósito de localizar
documentos antiguos asociados al área en cuestión, a los habitantes, a la relación de
éstos con el ambiente, a las costumbres, etcétera. La investigación etnográfica provee
información sobre las formas modernas de las casas de habitación, los patrones de
asentamiento, el uso de herramientas, los hábitos alimenticios, las creencias, los ritos y
muchas otras expresiones simbólicas. Por medio de todo ello se pueden hacer
inferencias y comparaciones con la evidencia arqueológica.

En el proceso de las excavaciones y del análisis de laboratorio, un pequeño detalle


puede utilizarse decisivamente, como una pieza suelta de un rompecabezas; los datos se
interrelacionan y el sistema en su conjunto se vuelve comprensible y lógico. La fatiga y
el cansancio de las largas horas de trabajo desaparecen de pronto, en el momento
decisivo en que llega la incomparable recompensa del descubrimiento científico. En el
curso del análisis, el arqueólogo debe tener la capacidad de interpretar los datos que
puedan conducir a determinar la ubicación en el tiempo y en el espacio de las antiguas
culturas, la forma en que los habitantes sobrevivieron, cómo modificaron el ambiente,
con quiénes intercambiaron ideas y objetos varios, y cuáles pudieron haber sido los
principales rasgos de su organización social. En otras palabras, el arqueólogo busca
información sobre el contexto más amplio del sitio donde excava, con la mira de
comprender el proceso de la evolución cultural a lo largo de los siglos. Tal perspectiva
puede ayudar a formarse una idea del desarrollo de las sociedades en general. A la larga,
cuando se han acumulado suficientes datos, el registro arqueológico local se puede
interpretar en el marco general de la teoría antropológica, en el que se ponen a prueba
las hipótesis particulares.

El registro arqueológico en Guatemala es largo y complicado. El curso de la vida


humana en esta parte del mundo presenta muchos vacíos y aún queda mucho por
aprender antes de poder obtener una adecuada reconstrucción de las sociedades
precolombinas. Sin embargo, la diversidad topográfica, la multiplicidad de idiomas en
un mismo territorio, la vulnerabilidad del hábitat y sus graves problemas
socioeconómicos, son un reto para todo aquel que busque nuevas respuestas. Lo que se
aprecia en retrospectiva puede ser vital para la construcción del futuro; el pasado es un
preludio de lo que está por venir, y conocerlo puede conducir a la afirmación más
profunda de la identidad guatemalteca.

Arqueología de Guatemala
Es evidente que el actual territorio de Guatemala fue asiento de grandes poblaciones,
por más de dos milenios, antes de la llegada de los españoles en 1524. La evidencia más
temprana de ocupación humana que se ha encontrado en el área, corresponde al año
9000 AC, y consiste sobre todo de herramientas líticas y residuos que dejaron los
antiguos cazadores y recolectores. Aquella etapa inicial fue seguida por un período de
desarrollo de comunidades sedentarias y agrícolas, el cual comenzó alrededor del 1500
AC, y culminó con las primeras ciudades y sociedades complejas alrededor del año
1000 AC. Estas sociedades, que en Guatemala parecen haber sido predominantemente
mayas, perduraron hasta la época de la conquista española. Actualmente, los
arqueólogos buscan información sobre dichas poblaciones, con el objeto de establecer
cómo se desarrollaron y resolvieron sus problemas sociales, políticos, económicos y
ecológicos, lo cual les permitió sobrevivir y prosperar durante varios milenios.

En la Guatemala prehispánica se observa una marcada diferencia entre el desarrollo


cultural en las Tierras Bajas de Petén, por un lado, y las Tierras Altas y la Costa Sur, por
el otro. Cada una de estas regiones es bastante homogénea en lo interno, pero contrasta
mucho con la otra, en cuanto a los 'estilos' artísticos, arquitectónicos y cerámicos. De
acuerdo con la información disponible actualmente, la cerámica, la escultura, los
monumentos y la escritura jeroglífica más tempranos, proceden de la Costa Sur. Este
tipo de escritura surgió más tarde en Kaminaljuyú y posiblemente en El Portón, Baja
Verapaz, aunque en este último lugar también pudo haber surgido en aquella fecha
temprana. En Petén, el desarrollo cultural se retardó en comparación con otras regiones,
y empezó su auge aproximadamente desde la segunda mitad del primer milenio, antes
de nuestra era. Durante el milenio después de Cristo, esta área se caracterizó por un arte
escultórico con textos jeroglíficos extensos, un 'estilo' particular de arquitectura pública
que incluía la bóveda maya, cerámica policromada y una uniformidad de 'estilos' dentro
de la región, todo lo cual indica que existía estrecha comunicación interregional. El
Altiplano y la Costa Sur, igualmente vigorosos culturalmente, parecen haber estado
alejados del desarrollo que se produjo en Petén. Si bien surgieron allí grandes centros de
población, no se desarrolló más la escritura jeroglífica; la arquitectura, la escultura y la
cerámica mantuvieron su calidad tecnológica, pero eran distintas de las que
correspondían a las Tierras Bajas de Petén. Se trataba pues, aparentemente, de dos
regiones que tuvieron un desarrollo cultural diferente.

El contraste se hizo más evidente en los siglos anteriores a la conquista española. En las
Tierras Bajas de Petén se detuvo el crecimiento demográfico y cultural, mientras que en
el Altiplano guatemalteco se mantuvo en forma notoria. Los estilos artísticos y
cerámicos del Altiplano muestran que en la época citada hubo intercambios y
comunicación con centros de México. Sin embargo, todavía existen zonas arqueológicas
poco conocidas, entre las que se encuentra el Oriente, la parte norte de Quiché,
Huehuetenango, Alta Verapaz, Izabal, el noroeste y sureste de Petén. Estas zonas se han
caracterizado por su difícil acceso y falta de agua potable, a lo que últimamente se
agregan los enfrentamientos en la guerra interna, y todo ello ha dificultado la ejecución
de proyectos arqueológicos. Tampoco se debe olvidar que los intereses de la
Arqueología por lo general se han centrado en otras zonas de Guatemala, a las cuales se
han dirigido los profesionales y los fondos disponibles.

Se sabe que los sitios arqueológicos abundan en Guatemala y que todas las áreas del
país estuvieron ocupadas por algún tipo de población precolombina, pero las evidencias
correspondientes están desapareciendo rápidamente por la urbanización, la agricultura
mecanizada y la tecnología moderna. Otro problema que afecta a los sitios no excavados
es el constante saqueo. La investigación arqueológica en el país es una tarea
relativamente nueva, que empezó a mediados del siglo XIX, por lo que la comprensión
del pasado todavía se encuentra en sus primeras fases. Quedan muchas preguntas por
contestar y urge obtener toda la información posible antes de que sea demasiado tarde.
Como resultado del rápido crecimiento industrial y demográfico del país, la viabilidad
de los futuros proyectos arqueológicos dependerá en gran medida de la capacidad de
colaboración entre el gobierno, las instituciones académicas y la iniciativa privada. Ello
permitirá el estudio más depurado y la preservación más efectiva del patrimonio
cultural.

Organización de los Temas


Para facilitar el entendimiento del largo y complejo desarrollo de la cultura prehispánica
en Guatemala, es necesario organizar los datos en subdivisiones geográficas y
cronológicas. Cualquier proyecto de esta naturaleza se complica por el hecho de que las
divisiones político-administrativas actuales no siempre coinciden con los límites
topográficos y étnico-culturales, y que, como ya se dijo, el desarrollo de las
investigaciones varía de una región a otra. Para aumentar las dificultades, es
abrumadora la cantidad de datos que resultan de los proyectos arqueológicos. En la
actualidad las computadoras son indispensables para guardar y procesar la información,
pero la organización también es necesaria, ya que la mente humana no puede manejar
un caos. En Arqueología el material se ordena por medio de la clasificación, la
organización de la información en categorías y la subdivisión en unidades más
pequeñas, ya sea en una secuencia jerárquica o en una lógica. En esta sección, los
artículos se ordenaron por regiones geográficas que coinciden con los límites
administrativos actuales, lo cual se hizo como un medio para simplificar la lectura, pero
es preciso tener en cuenta que estas divisiones, desde el punto de vista cultural, son
puramente arbitrarias.

En el campo de la Arqueología mesoamericana, la cronología comprende unidades


temporales que reflejan etapas de desarrollo en toda la región. Estas divisiones permiten
analizar y entender eventos específicos en un marco de tiempo más amplio, para indicar
cuándo ocurrieron, en qué orden y cuál fue su duración, lo que demanda, asimismo, la
comparación con eventos similares correspondientes a otras áreas. Las unidades
temporales más grandes, definidas por lo general como períodos, se subdividen en
unidades más pequeñas, conocidas como fases. Cada uno de los períodos y las fases
reciben un nombre determinado, para facilitar su reconocimiento. Las secuencias
cronológicas se establecen a través de la comparación de los restos materiales dejados
por las poblaciones antiguas. Los 'basureros' son los mayores depósitos dejados por la
ocupación humana. La mayor parte de esta 'basura' es perecedera, pero lo que no se
pudre es de gran ayuda como material de estudio. En Guatemala, los mejores objetos
para el análisis arqueológico son los restos no perecederos, como la cerámica y la
obsidiana, así como la arquitectura y la escultura de piedra o barro. En todas las
sociedades, los 'estilos' de los artefactos y monumentos se modifican a través del
tiempo. Las vajillas cerámicas cambian gradualmente en su forma y decoración, a través
del proceso normal de evolución, pero con frecuencia, los cambios se introducen en
forma deliberada, por medio de la innovación, la alteración de funciones, o por la
imitación de estilos importados. La lítica, la arquitectura y el arte en general también
tienen una evolución similar. Al comparar los cambios en forma y estilo, a través del
tiempo, con otros complejos culturales, es factible establecer una secuencia cronológica.
En las últimas décadas, los avances tecnológicos en campos como el análisis por medio
de radiocarbón, la hidratación de obsidiana, el arqueomagnetismo, etcétera, han hecho
factible el fechamiento de diversos materiales arqueológicos. De esta manera, las
secuencias evolutivas se han podido acomodar en períodos aproximados, por lo general
en términos de siglos, antes o después de Cristo.

Los capítulos que comprenden esta sección representan el primer intento de recopilar
todo lo que se conoce actualmente sobre la Arqueología guatemalteca. Esta
información, aunque fragmentaria, es un adelanto en el intento de organizar un sumario
de la historia de la cultura en Guatemala. Sin embargo, es preciso tener presente que,
como en otras disciplinas, la Arqueología cultural es más que la suma de sus partes. Los
diferentes elementos de la cultura estaban integrados en un todo complejo, y cuando se
describen las partes separadamente no se capta la naturaleza de la cultura en su
conjunto. En función de este último propósito, es necesario tomar en cuenta la relación
entre las partes de un sistema cultural en su totalidad, lo que constituye un reto
abrumador para el arqueólogo. La estructura de la sociedad debe estudiarse en términos
de su propia historia, y la función de los diferentes elementos, de cada costumbre o
patrón de comportamiento, debe tratar de entenderse en el contexto de todo el sistema.
Este problema particular, que es además fundamental en todo análisis antropológico, se
complica por el hecho de que todas las culturas existen en un proceso de modificación
continua. Sin embargo, son los cambios y, más que nada, la dirección de éstos, los que
orientan la investigación arqueológica, y los que permiten formarse una idea de la
evolución cultural en general.
OSWALDO CHINCHILLA MAZARIEGOS

Historia de la Investigación Arqueológica


en Guatemala

La Arqueología de Guatemala es parte de una tradición de descripción e interpretación


de la cultura indígena, que tiene sus raíces en la conquista española. Sin negar que hubo
continuidades significativas en el panorama de dicha cultura, puede afirmarse que, a
partir de la crisis de la Conquista, la etapa prehispánica pasó gradualmente a formar
parte de un pasado claramente definido. Ese pasado prehispánico representa el principal
objeto de estudio de la Arqueología moderna en Guatemala. El pasado colonial y el
reciente, a su vez constituyen un campo potencial para la aplicación de métodos
arqueológicos, pero todavía son escasas las investigaciones dedicadas a esas etapas.

La Conquista implicó la confrontación de dos sociedades radicalmente distintas, y


originó en ellas la necesidad de conocerse recíprocamente. Desde el ángulo intelectual
de los españoles, una parte importante en la tarea de explicar la cultura de los indígenas
consistió en conocer los orígenes y la historia de éstos. La moderna Arqueología
guatemalteca comparte esa orientación y, por lo tanto, su historia es a la vez la historia
de la interpretación del indígena guatemalteco prehispánico. La Arqueología
propiamente dicha, entendida como el estudio sistemático de las sociedades humanas
del pasado por medio de los restos materiales de éstas, es un fenómeno relativamente
reciente a nivel mundial, ya que no se remonta más allá de las primeras décadas del
siglo XIX, en tanto que la interpretación del indígena prehispánico empieza desde la
época colonial.

La Arqueología no es un fenómeno aislado; antes bien, es parte del complejo cultural de


cada etapa histórica. El interés por estudiar cualquier aspecto del pasado prehispánico,
así como la posibilidad material de alcanzar dicho objetivo, forman parte del contexto
social y cultural en que se desenvuelven los responsables de la reconstrucción de ese
pasado, y sus interpretaciones responden a orientaciones ideológicas particulares. De
ello se desprende que la historia de la Arqueología es, en efecto, algo más que una
curiosidad intelectual. El conocimiento del contexto histórico de los trabajos
arqueológicos puede ser útil para entender las interpretaciones que de ellos resultan, y
en el caso de la historia de la Arqueología de Guatemala, ella puede servir para iluminar
los conceptos cambiantes sobre el indígena prehispánico, inevitablemente ligados a las
ideas prevalecientes sobre el indígena actual.

La presentación resumida del desarrollo de la Arqueología en Guatemala requiere una


adecuada selección de los temas a tratar. En este ensayo se dedica una atención
detallada a las etapas tempranas, en detrimento de las más recientes. Del mismo modo,
se hace énfasis en el desarrollo local de la Arqueología y en las contribuciones
producidas por individuos e instituciones guatemaltecas, a expensas del espacio
concedido a las contribuciones extranjeras. En ambos casos, se ha tratado de iluminar
los aspectos menos conocidos, a pesar de que ello puede originar una visión
desbalanceada, si se atiende a la cantidad de contribuciones producidas en cada época y
lugar.

La división de las etapas históricas sigue, con algunos cambios, la propuesta de Luis
Luján Muñoz, pero sin especificar fechas límite, o períodos definidos con precisión, ya
que se presentan períodos que exhiben cierta unidad en cuanto a las tendencias
predominantes en la interpretación del pasado prehispánico, es decir, etapas que se
traslapan en forma gradual.

Primeros Investigadores del Pasado Prehispánico


La historia prehispánica del indígena guatemalteco no recibió mucha atención por parte
de los conquistadores y colonizadores en el siglo XVI. No se produjeron en Guatemala
recopilaciones sobre las costumbres e historia de los indígenas prehispánicos,
comparables a las que se hicieron en el centro de México y en Yucatán.

La primera contribución europea a la historia prehispánica del actual territorio


guatemalteco se encuentra en algunos capítulos de la Apologética Historia de las Indias,
de Fray Bartolomé de Las Casas (escrita antes de 1550), que contiene datos sobre la
historia, organización social y religión de los indígenas de Utatlán y la Verapaz. Dicha
obra es una compilación extensa de las costumbres de los indígenas del Nuevo Mundo,
escrita con el propósito político de rebatir la acusación de irracionalidad que se hacía a
sus habitantes. Las Casas, en efecto, se proponía demostrar que los indígenas
americanos poseían las características que Aristóteles asignó a los hombres racionales.
Con tal propósito, Las Casas adoptó una perspectiva casi etnográfica, ya que trató de
comprender a los indígenas americanos en su propio contexto, en vez de juzgarlos de
acuerdo con los cánones culturales europeos. Desde esa época temprana, la historia
prehispánica adquirió relevancia política en el ámbito de la discusión sobre la
racionalidad de los aborígenes americanos. El libro citado permaneció inédito hasta
1909, pero fue copiado extensamente por Fray Jerónimo Román en su obra Repúblicas
de Indias, publicada en 1575. A través de Román, los escritos de Las Casas sobre los
indios guatemaltecos tuvieron vigencia durante el período colonial.

En el siglo XVI no fueron los españoles, sino los mismos indígenas, quienes produjeron
los principales textos sobre su propia historia prehispánica. Dichos textos son el Popol
Vuh, el Memorial de Sololá y otros documentos conocidos con el nombre genérico de
Títulos o Crónicas Indígenas. El deseo de rescatar del olvido la historia prehispánica es
expresado por el autor del Popol Vuh como la motivación principal que le indujo a
escribir el libro, y este sentimiento probablemente animaba también a los autores de los
otros documentos indígenas. Sin embargo, se trataba, asimismo, de una tarea de utilidad
práctica para el presente y el futuro. Al registrar su origen mítico, sus genealogías y la
extensión de sus territorios en la época prehispánica, los caciques indígenas hacían
protesta de legitimidad y apelaban a la ley española para el mantenimiento de sus
derechos bajo el sistema colonial.

En este trabajo se hacen escasas referencias a las actitudes de los indígenas en relación
con su propio pasado prehispánico. Sin embargo, es evidente que ellos no lo olvidaron
en la crisis del coloniaje; antes bien, como ocurrió con otros aspectos de su cultura, lo
adaptaron a las nuevas condiciones. Es oportuno esbozar dos aspectos que resaltan en la
actitud indígena a lo largo del período colonial. Por un lado, aparece el objetivo legal al
que se aludió antes, por el cual trataron de aprovechar en forma inteligente las leyes que
amparaban sus derechos sobre la tierra. Los indígenas, en efecto, utilizaron los títulos
del siglo XVI, ante los tribunales e instituciones coloniales, como evidencia de la
antigüedad de aquellos derechos. Otras veces usaron la existencia de poblados
prehispánicos habitados ancestralmente por sus interesados, como prueba de sus
derechos sobre las tierras aledañas. Por otro lado, los restos de la antigüedad fueron
objeto de devoción religiosa. Abundan las denuncias de idolatría en los escritos
coloniales, y con frecuencia el objeto de culto no era otro que una efigie o una escultura
prehispánica. Hasta el presente, algunos sitios arqueológicos son focos importantes de la
religión tradicional guatemalteca.

Los documentos indígenas del siglo XVI también llaman la atención hacia otro aspecto
de interés arqueológico: la búsqueda de una explicación sobre el origen de los indios.
Según la tradición bíblica, los europeos de la época creían en un origen común a todo el
género humano. El problema, entonces, consistía en explicar cómo habían llegado los
hombres al Nuevo Mundo, separado del Viejo por miles de leguas de mar abierto.
Algunos títulos indígenas hicieron eco a una de las varias hipótesis que circulaban; a
saber, que los habitantes del Nuevo Mundo descendían de los antiguos hebreos. Un
buen ejemplo se encuentra en la Historia de los Xpantzay de Tecpán Guatemala, donde
los autores aseveraron que sus ancestros eran originarios de Israel, que se habían
desparramado por el mundo tras la confusión de las lenguas, y que, eventualmente,
pasando el mar, arribaron al Altiplano guatemalteco. Sin duda, la idea fue inculcada en
ellos por los misioneros, quienes advirtieron la presencia de elementos paralelos en las
tradiciones históricas indígenas y las del Viejo Testamento.

El origen hebreo fue solamente una de varias explicaciones que circulaban en torno al
problema, pero lejos de aceptarse generalmente como una respuesta satisfactoria, era de
hecho una de las ideas menos admitidas en el siglo XVI, cuando muchos autores se
inclinaban más bien por buscar la solución en fuentes no bíblicas. Había quienes,
basándose en la lectura de Platón, situaban el origen de los indios en la legendaria
Atlántida; otros se inclinaban por una antigua migración cartaginesa, y para ello partían
de un pasaje de Aristóteles; hubo alguien, incluso, que trató de identificar al Nuevo
Mundo con las Islas Hespérides, que, de acuerdo con una vieja historia, habían sido
descubiertas y colonizadas en la antigüedad por españoles. El asunto fue uno de los
principales temas en la discusión sobre el pasado indígena, a todo lo largo del período
colonial.

Los restos materiales de la antigüedad tampoco fueron objeto de atención en las


primeras décadas de la Colonia. En aquellos años, la descripción de la población
indígena se refería a centros en pleno funcionamiento, o sólo recientemente
abandonados. Tal actitud contrasta con lo ocurrido en Yucatán, cuyos abundantes
vestigios arquitectónicos fueron objeto de atención desde fecha temprana. En 1576, el
Oidor Diego García de Palacio acertó a pasar por la ruinas de Copán, durante una visita
a las provincias del Oriente de Guatemala. En cumplimiento de órdenes reales, que
solicitaban descripciones de las tierras y sus habitantes, el Oidor envió al Rey una
extensa carta, en la que incluyó una descripción del mencionado sitio arqueológico.
Copán impresionó vivamente al Oidor, quien describió en su carta los edificios y las
piedras 'labradas con harto primor'. Los habitantes del área le contaron que los edificios
eran obra de un señor llegado de Yucatán, que los había abandonado al regresar a su
tierra. Aunque la explicación le pareció aceptable, García de Palacio no pudo menos que
expresar su desconcierto, pues le parecía 'que en ningún tiempo pudo haber, en tan
bárbaro ingenio como tienen los naturales de aquella provincia, edificio de tanta arte y
suntuosidad'. García de Palacio anticipó dos actitudes que iban a estar muy presentes en
la apreciación de las antigüedades guatemaltecas en los siglos por venir: por un lado,
fue lo grandioso y lo estético lo que en primer lugar atrajo su atención; por el otro, el
triste estado de los indios de su siglo le hizo dudar, por un momento, que fuera acertado
asociarlos con los monumentos.

Lo Prehispánico en la Epoca Colonial


Pasó algún tiempo antes de que los vestigios prehispánicos de Guatemala llamaran la
atención como antigüedades. Pocos autores tomaron nota de ellos durante la mayor
parte del siglo XVII. Cuando Fray Antonio de Remesal escribió la primera historia de
Guatemala (impresa en 1619), no se ocupó de lo prehispánico; la obra empezó a partir
de la conquista española. Una excepción casi completamente desconocida es la que
representa el dominico Fray Jacinto Garrido, quien, a mediados del siglo XVII, hizo una
descripción de las ruinas de Ocosingo (hoy conocidas como Toniná), la que nunca se
imprimió, pero fue utilizada por autores posteriores.

¿Cómo explicar tal desinterés? Pasado el primer ímpetu de la Conquista y de la


evangelización de los indígenas, parece que no hubo motivación importante entre los
españoles y criollos de Guatemala para dedicar atención alguna a la historia indígena.
La sociedad colonial, ya estable en el siglo XVII, era muy distinta de la agitada y
enérgica del siglo precedente. Lo novedoso y extraño que los indígenas representaban
para los conquistadores, había desaparecido en los ojos de los descendientes de éstos.
La Iglesia había perdido gran parte de su inicial celo misionero, y la legislación indiana
y la actividad inquisitorial coartaban fuertemente la producción intelectual.

Pero el siglo XVII presenció también el surgimiento gradual de una conciencia colectiva
entre los criollos guatemaltecos, la cual encontró su expresión más elaborada en los
escritos de Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán. En un esfuerzo por exaltar lo
guatemalteco frente a lo español, que era a la vez una lucha por defender los intereses
criollos frente a los de los españoles peninsulares, Fuentes y Guzmán elogió el paisaje
que le rodeaba, la naturaleza, los habitantes y sus obras. Una parte importante de ese
entorno era la población indígena. Fuentes y Guzmán incorporó el pasado prehispánico
a la historia de Guatemala, y lo utilizó como parte de sus argumentos en defensa de la
calidad de la tierra guatemalteca.

Para reconstruir el pasado indígena, Fuentes y Guzmán recurrió a los escritos españoles
a su alcance, pero también utilizó un conjunto de documentos indígenas del siglo XVI.
Basado en ellos, reconstruyó pasajes extensos de la historia prehispánica, con
abundancia de detalles sobre el modo de vida que tenían los indios antes de la
Conquista. Su actitud hacia las costumbres prehispánicas en general fue de aprobación,
y en ocasiones llegó a juzgarlas ejemplares. Sólo en el tema de la religión se manifestó
abiertamente crítico. Si en los aspectos seculares calificaba a los indios como 'muy
dados a lo político y esmerados en sus artes', y les atribuía 'muy buenas capacidades,
con excelente don de gobierno', en lo religioso se enardecía contra 'aquellos miserables,
ciegos y bárbaramente torpes, primitivos indios de este Reino de Guatemala'.

Fuentes y Guzmán no se limitó a manejar los documentos escritos ya que, en su


descripción de las provincias, no perdió oportunidad de referirse a la existencia de
vestigios prehispánicos. Según él, los pueblos en ruinas eran prueba de que en
Guatemala habían existido grandes poblaciones antes de la venida de los españoles. La
presencia de 'tanta insigne erección de fábricas materiales de los indios antiguos', es una
de las justificaciones que adujo para emprender la tarea de escribir la historia de
Guatemala.

Al exaltar las sociedades prehispánicas, Fuentes y Guzmán, al mismo tiempo, rendía un


homenaje a los conquistadores que lograron someter a pueblos tan poderosos al dominio
español. El tema militar predomina en muchas de sus descripciones de pueblos
antiguos, en especial los del Altiplano occidental, donde se libraron los principales
episodios de la Conquista. Un buen ejemplo es su descripción de Zaculeu, cuyo edificio
mayor le parecía 'un gran castillo, fortaleza principal o caballero alto', rodeado de todo
un sistema de fosos, murallas y 'castillejos'.

Ciertamente no se distinguió por un estricto apego a la objetividad en sus descripciones


de los pueblos antiguos, muchas de ellas ilustradas con dibujos. En muchos casos se
nota claramente que las escribió de memoria, y en algunas la información parece ser de
segunda mano. En su honor, se debe reconocer que al referirse a las plantas y animales
fue mucho más realista que al tratar de las antigüedades. Aun así, su incansable
curiosidad, y su conocimiento de las tradiciones asociadas a los vestigios, le permitieron
ofrecer una información abundante, que aún en la actualidad puede servir de guía a los
investigadores.

Fuentes y Guzmán no tenía duda alguna sobre la relación que existía entre los restos
arqueológicos y los indígenas de su época. Al hablar de Copán, argumentó en contra de
los que querían creer que las grandes ruinas eran obra de romanos o españoles. No tuvo
empacho en comparar la sencillez arquitectónica de la primera Catedral de Guatemala,
'cortísima obra de este arte', con la antigua Copán, donde se apreciaba 'tanta obra, tan
cumplida y esmerada'. Por otro lado, no pudo evitar pronunciarse sobre la inferioridad
moral de los indios: en la creencia de que Copán estaba habitado en el tiempo de la
Conquista, atribuyó su decaimiento a la recalcitrante idolatría de sus pobladores, la que
pudo haber atraído hacia ellos el castigo divino. Y en virtud de la Conquista, la
grandeza indígena se proyectó hacia los conquistadores y sus descendientes: la
construcción de Copán 'es crédito ingenioso de los indios; y el descubrimiento de
aquesta... inmortal fama de nuestra España'.

A la vez que manifestaba el modo de pensar criollo, Fuentes y Guzmán tenía un interés
personal por lo prehispánico, que se advierte no sólo en el acopio de la información
presentada, sino también en su deseo sincero de salvaguardar los vestigios. Lamentó
que los conquistadores y primeros eclesiásticos no se hubieran preocupado por apuntar
las costumbres de los indios y, más aún, los acusó de incuria y descuido al permitir la
destrucción de los edificios de Quiché, '...que debieran haberse defendido, y conservado
por testimonio de lo mucho que vencieron sus afanes, y de la gran potencia y majestad
de aquella generación...' (Ilustración 28). Al escribir su historia, trataba de rescatar
aquellos vestigios -'si no la esencia, su diseño'-, en contra del olvido y la destrucción
total.

Fuentes y Guzmán fue el principal precursor de la Arqueología guatemalteca durante la


Colonia. Su obra no se imprimió hasta fines del siglo XIX, pero el manuscrito fue
utilizado antes. Domingo Juarros tomó de la Recordación la mayor parte de la
información prehispánica que aparece en su propio libro, Compendio de Historia de la
Ciudad de Guatemala, que se imprimió entre 1808 y 1818, y que fue rápidamente
traducido al inglés. Por medio de Juarros, las ideas de Fuentes y Guzmán se divulgaron
mucho más allá de su época y de las fronteras de Guatemala, y ejercieron influencia
hasta bien entrado el siglo XIX. Cuando John L. Stephens llegó a Copán en 1839, iba de
la mano de Francisco de Fuentes y Guzmán, a quien conocía a través de Juarros, en
busca de una 'hamaca de piedra', que aparecía descrita en la Recordación y que, para su
pesar, no encontró.

El dominico Fray Francisco Ximénez siguió el precedente sentado por Fuentes y


Guzmán, al incorporar la historia prehispánica como la primera parte de su Historia de
la Provincia de San Vicente de Chiapa y Guatemala (escrita c 1716-1721) y, como
Fuentes y Guzmán, se basó en fuentes indígenas. Ximénez había vivido muchos años en
el Altiplano occidental y conocía a fondo las costumbres y las lenguas de esa zona;
gracias a ello, conoció y tradujo al español el Popol Vuh, que utilizó como fuente
primaria para la historia indígena.

En la época citada, otro dominico, el desconocido autor de la Isagoge Histórico


Apologética de las Indias Occidentales (escrita c 1710-1711), se preocupó por el tema
del origen de los indios. Tanto Fuentes y Guzmán como Ximénez se interesaron sólo
brevemente en la cuestión, y los dos concluyeron que los indios descendían de los
hebreos, para lo cual se basaron principalmente en los pasajes del Antiguo Testamento,
que leyeron en los documentos indígenas. El autor de la Isagoge, que también conocía
esos textos, aceptó la misma explicación, pero la elaboró extensamente con ideas
propias. En un alarde de americanismo, propuso que el paraíso bíblico debía hallarse al
sur del Nuevo Mundo. Adán y Eva salieron de allí, atravesaron el continente hasta llegar
a su extremo noroeste, y de allí pasaron a Asia. El mismo camino fue utilizado tiempo
después por las tribus perdidas de Israel, para viajar en sentido contrario, y después
poblar de nuevo el continente americano.

Pero el autor de la Isagoge no quedó satisfecho con aquella sola explicación. Había
leído la descripción de Copán escrita por Fuentes y Guzmán; conocía algunas de las
esculturas de Ocosingo, y conocía la descripción de estas ruinas que escribió Fray
Jacinto Garrido. De este autor tomó la idea de atribuir esos vestigios a una antigua
población de 'Fenicios, Cartaginenses y Españoles', que habría alcanzado el Nuevo
Mundo, por mar, aun antes que las errantes tribus de Israel. La idea no era nueva, puesto
que había sido planteada desde el siglo XVI. Lo importante es la manera en que el autor
de la Isagoge trató de sustentarla. En vez de basarse solamente en textos escritos, acudió
a los monumentos de Ocosingo y Copán, en los cuales, según las descripciones, se
representaban personajes que vestían trajes a la usanza de los antiguos pobladores del
Mediterráneo. Sorprende el alto valor que concedía a las antigüedades, no sólo como
curiosidades, sino como fuente de información sobre sus creadores: 'Porque en materias
tan antiguas, las más fidedignas y mejores historias son las estatuas y los letreros de las
piedras... porque las memorias de la antigüedad más bien se conservan en una piedra
arrojada en el campo, que en los libros de pergamino...' El autor aludido no negó que
hubiera en Guatemala vestigios atribuibles a los antepasados de los indios
contemporáneos, pero los restos que llamaban su atención eran los que le parecían no
ser obra de ellos, sino de gentes del Viejo Mundo. No era casual que dichos vestigios
fueran precisamente los monumentos mayas clásicos de Ocosingo y Copán, tan
llamativos por su tamaño y su riqueza escultórica.

A grandes rasgos, es posible distinguir en los escritores del siglo XVII y principios del
XVIII dos posiciones hacia lo prehispánico. Por un lado, en Ximénez y en Fuentes y
Guzmán se trasluce una actitud apologética y localista; ambos intentaron rescatar del
olvido a los pueblos indígenas y, asimismo, incorporaron lo prehispánico a la historia de
Guatemala. Por otro lado, en la Isagoge, así como en el antecedente de ésta, es decir, el
trabajo de Fray Jacinto Garrido, la actitud es más bien erudita y no localista.
Característica de este enfoque es la tendencia a establecer una separación entre los
indígenas contemporáneos y los vestigios antiguos, atribuyendo estos últimos, al menos
los más conspicuos, a pueblos antiguos del Viejo Mundo.

Hasta la época en cuestión, otra tendencia estaba todavía muy presente en todos los
autores: la de rechazar todo lo relacionado con la religión indígena. Esa actitud se
tradujo en la destrucción de muchos restos prehispánicos, en especial aquellos que eran
objeto de culto por los indígenas contemporáneos. Pasaría algún tiempo antes de que
esta preocupación dejara de ser predominante.

Ilustración y Patriotismo
En las últimas décadas del siglo XVIII se produjeron cambios importantes en la
apreciación de las antigüedades guatemaltecas. En esa época, la Colonia había
experimentado cierto grado de desarrollo intelectual, producto del influjo de la
Ilustración europea. Nuevos planteamientos sobre la evolución de las sociedades
humanas impulsaban en Europa un interés renovado hacia los indígenas. La vieja
polémica sobre la inferioridad del hombre americano adquirió nueva vigencia, y
estimuló la producción de una literatura relacionada con los indígenas del Nuevo
Mundo. En lo que atañe a la Arqueología guatemalteca, el evento más notable fue la
participación del gobierno colonial como promotor de una de las primeras
investigaciones arqueológicas en el continente americano. En 1784, el Presidente de la
Audiencia de Guatemala, Brigadier José de Estachería, tuvo noticia de la existencia de
las ruinas de una ciudad antigua cercana al pueblo de Palenque, en Chiapas. Las ruinas
habían sido encontradas, años atrás, por pobladores locales, que por propia curiosidad
habían realizado ya algunas pesquisas, e incluso excavaciones, en el lugar. Fue tal el
interés que tales noticias provocaron en el Presidente, que éste consideró su deber
ordenar exploraciones en las ruinas, para lo cual buscó el patrocinio de la Corona. Los
resultados de una primera y breve exploración, realizada en aquel mismo año por José
Antonio Calderón, Teniente de Alcalde Mayor de Palenque, lograron excitar aún más la
curiosidad de Estachería, quien decidió enviar una expedición formal, esta vez a cargo
de Antonio Bernasconi, Sobrestante en las obras de construcción de la Nueva
Guatemala.
Quizás la mejor muestra de la nueva posición respecto de lo prehispánico se encuentre
en las ambiciosas instrucciones que el Presidente Estachería preparó para Bernasconi.
La misión de éste incluía no solamente registrar la arquitectura y escultura del lugar,
sino también recolectar toda la información que considerara pertinente para establecer la
antigüedad de las ruinas, la identidad de los pobladores vinculados a ellas, su poderío y
grado de civilización, sus medios de subsistencia, manufacturas, industria, comercio y
comunicaciones. También se buscaba información sobre la geografía del área, con
atención a la posible existencia de puertos o vías de acceso al mar. En fin, se trataba de
averiguar las posibles causas del abandono de la ciudad, para lo cual se le ordenaba
indagar sobre cualquier evidencia de actividad guerrera, y estudiar la geología de la
región, con el objeto de considerar la posible destrucción ocasionada por una erupción
volcánica. Bernasconi hizo el reconocimiento y rindió un informe breve pero muy
objetivo, en el que daba respuesta, en la medida de lo posible, a las instrucciones del
Presidente. Acompañó cuatro dibujos, ejecutados con un grado aceptable de fidelidad,
los cuales incluían un plano general del área, plantas, elevaciones y cortes de los
edificios más notables, así como una serie de detalles de los relieves estucados en las
paredes.

En España, las pesquisas de Estachería recibieron la aprobación real. El monarca Carlos


III tenía un interés personal en las antigüedades; como Rey de Nápoles (de 1734 a 1756)
había organizado, en las ciudades romanas de Herculano y Pompeya, excavaciones que
se prolongaron hasta 1782. Los trabajos de Palenque despertaron el interés del Cronista
de Indias, Juan Bautista Muñoz, un buen conocedor de las antigüedades americanas, a
quien las exploraciones servían para confirmar las noticias sobre vestigios de ciudades
antiguas que encontraba en los archivos españoles; entre otras, la vieja descripción de
Copán hecha por García de Palacio. Con el deseo de examinar algo de tales
antigüedades con sus propios ojos, Muñoz recomendó efectuar una nueva expedición,
con el objeto de continuar el reconocimiento de las ruinas y recolectar muestras de
artefactos y materiales de construcción que serían enviados a España.

La tercera exploración se realizó en 1786. En ausencia de Bernasconi, quien había


fallecido poco tiempo antes, Estachería la confió al Capitán de Artillería, Antonio del
Río. Esta nueva expedición produjo un informe más extenso que los anteriores, y una
nueva serie de dibujos de los relieves que adornaban las paredes de los edificios, la cual
fue hecha por Ignacio Armendáriz. Del Río hizo excavaciones en el piso de los templos,
y tuvo la suerte de encontrar tres ofrendas, de las que extrajo varias vasijas y artefactos
de piedra. En cumplimiento de los deseos de Juan Bautista Muñoz, todo ello fue
remitido a Madrid, junto con un conjunto de esculturas y fragmentos de estuco
modelado.

El apoyo oficial otorgado a las exploraciones mencionadas tuvo mucho que ver con el
interés personal de José de Estachería. El Presidente no se limitó a organizar los equipos
encargados de las exploraciones, puesto que recurrió también al examen de un
manuscrito indígena del siglo XVI, en un esfuerzo infructuoso por obtener más noticias
sobre las ruinas; además solicitó el permiso del Rey para viajar personalmente a
Palenque. A Estachería le interesaba averiguar quiénes habían sido los constructores de
la ciudad, y era evidente que se inclinaba por la idea de que éstos habían venido del
Viejo Mundo. Sin embargo, los intereses que se reflejaban en sus instrucciones a
Bernasconi sobrepasaban el problema del origen. Muchos de los temas que interesaban
a José de Estachería, en 1784, siguen siendo objeto de discusión en la actualidad, y es
interesante observar que la crítica del paganismo indígena, común en épocas anteriores,
estaba ausente en el pensamiento de Estachería.

En la época citada, la migración de antiguas poblaciones del Viejo Mundo era la teoría
más generalizada para explicar las antigüedades americanas, particularmente aquellas
que no se podían asociar fácilmente con las historias de la Conquista. De los
comisionados a explorar Palenque, sólo Bernasconi, sin duda el más versado en las artes
grecorromanas, opinó que los vestigios americanos eran obra de los indios.

En los años que siguieron a las exploraciones de Palenque hubo en Guatemala dos
autores que trataron de interpretar los vestigios palencanos a la luz de los documentos
indígenas: Ramón Ordóñez y Aguiar, y Pablo Félix Cabrera. El primero era un
eclesiástico chiapaneco que aparentemente tuvo alguna participación en la tarea de
divulgar en Guatemala las primeras noticias sobre la existencia de las ruinas; el segundo
era un inmigrante italiano que se adentró en el tema a raíz de su relación con Ordóñez.
Ambos produjeron tratados en los que reelaboraban los viejos argumentos en favor de
las migraciones de hebreos y cartagineses, por medio de las cuales se trataba de explicar
el poblamiento de América; eventualmente se enfrentaron en un alegato judicial en
torno a la originalidad de las ideas de cada cual. Aunque contribuyeron poco al
entendimiento del pasado prehispánico, las actividades de estos dos personajes merecen
una particular atención, ya que ellas revelaban cierto grado del interés por lo
precolombino que prevalecía entre los miembros de la sociedad criolla de fines de la
época colonial.

El siglo XVIII se cerró con un evento importante: el establecimiento de un Gabinete de


Historia Natural en Guatemala, en 1796. Organizado por el naturalista español José
Longinos Martínez, miembro de la expedición científica de la Nueva España, y con los
auspicios de la Sociedad Económica de Amigos del País, el Gabinete funcionó hasta
1801, cuando la Sociedad Económica fue clausurada. Reunía colecciones de animales,
vegetales y minerales, y entre estos últimos estaban incluidos 'algunos ídolos, y
curiosidades de los Gentiles'. Es perceptible el cambio en la actitud hacia lo
prehispánico: los ídolos que Fuentes y Guzmán abominaba 100 años antes, ahora eran
tratados como curiosidades. Tal actitud parece haber sido general; por la misma época,
varias esculturas de Kaminaljuyú servían como adorno en algunas casas de la Nueva
Guatemala y sus alrededores.

Pasada la Independencia, el interés por la historia indígena estuvo ligado al esfuerzo


patriótico de algunos intelectuales y políticos por construir una historia nacional. En su
calidad de director de la Sociedad Económica, José Cecilio del Valle propuso, en 1830,
la elaboración de un mapa de la Guatemala indígena, que complementara otros de la
Guatemala colonial e independiente. El proyecto no se realizó, pero al parecer estimuló
al gobierno del Doctor Mariano Gálvez para organizar, en 1834, una serie de
exploraciones en las ruinas de Utatlán, Iximché, Mixco y Copán. De acuerdo con el
decreto original, las exploraciones servirían para ennoblecer la historia del Estado. El
Ingeniero Agrimensor Miguel Rivera Maestre fue designado para reconocer los tres
primeros sitios. Aparentemente, la exploración de Mixco nunca se efectuó; las de
Utatlán (Ilustración 29) e Iximché, en cambio, produjeron una serie de planos y vistas
de muy buena calidad, además de un informe detallado.
La comisión para el estudio de Copán fue encomendada al Coronel Juan Galindo
(Ilustración 30), un emigrante de origen irlandés que por entonces trabajaba para el
gobierno del Estado de Guatemala. Galindo tenía un interés personal por las
antigüedades, y ya había visitado las ruinas de Palenque y Topoxté tres años antes,
cuando ocupaba el cargo de Gobernador de Petén. Mantenía correspondencia con varias
instituciones europeas, en especial con la Sociedad de Geografía de París, las que dieron
a luz varias de sus cartas, en las cuales se incluían descripciones de sitios arqueológicos
guatemaltecos. Las cartas de Galindo se sumaron a varias publicaciones que aparecieron
por esa época en Europa y que, en su conjunto, llamaron la atención de los europeos
hacia las antigüedades mexicanas y guatemaltecas. Entre ellas resaltaba la edición
londinense de la historia de Juarros, que difundió la versión de Fuentes y Guzmán sobre
la historia prehispánica del país, y que, además, contenía algunos datos sobre Palenque.
Un año antes se había impreso en Londres el informe de Antonio Del Río, acompañado
por el ensayo de Pablo Félix Cabrera sobre el origen de los indios, que en poco tiempo
mereció dos ediciones alemanas. En 1810 había aparecido el libro Vues des Cordillères
et Monuments des Indigènes de l'Amérique, del Barón Alejandro von Humboldt, que
reunía una serie de láminas de edificios y otras antigüedades mexicanas, acompañadas
por reproducciones de algunas páginas de los códices prehispánicos, incluyendo el
Códice de Dresden. Entre 1831 y 1848 se publicaron los nueve tomos de Antiquities of
Mexico, de Lord Kingsborough, profusamente ilustrados con reproducciones de los
códices prehispánicos, y en los cuales se incluían los informes del Capitán Guillermo
Dupaix sobre Palenque y otros sitios. Los informes de Dupaix fueron editados
nuevamente en París, en 1834. En 1838 apareció el relato del viaje a Yucatán, de
Frederick de Waldeck, también acompañado de abundantes ilustraciones.

El surgimiento del interés europeo por las antigüedades del país estuvo estrechamente
relacionado con la apertura de Guatemala a la expansión del capitalismo industrial
europeo, particularmente del inglés. La penetración del comercio de Inglaterra hizo más
fácil y frecuente el influjo de visitantes, y la consecuente salida de información hacia el
otro lado del Atlántico. La expansión del interés europeo por lo prehispánico en el
Nuevo Mundo tiene precedentes en las áreas del Mediterráneo y del Cercano Oriente,
cuyas antiguas civilizaciones eran objeto de atención desde mediados del siglo XVIII, al
compás de la expansión económica y política de los países de Europa occidental.

Al igual que en el Mediterráneo, las interpretaciones que se proponían para las


antigüedades americanas partían de la utilización, muchas veces indiscriminada, de
textos escritos. Muy distinto es el cuadro que ofrece la Arqueología de Europa
noroccidental que, durante las primeras décadas del siglo XIX, presenció el nacimiento
de la Arqueología prehistórica. El ímpetu inicial tuvo lugar en Dinamarca, Francia e
Inglaterra, donde se desarrollaron los primeros métodos de fechamiento de artefactos
por seriación, y se empezó a prestar atención al contexto geológico de los depósitos
arqueológicos. Tales métodos no se aplicaron en la Arqueología guatemalteca sino hasta
principios del siglo XX.

La Arqueología Guatemalteca en el Ambito


Internacional
En 1839, el viajero estadounidense John Lloyd Stephens llegó a Guatemala como
representante de su gobierno ante la Federación Centroamericana, en compañía del
dibujante inglés Frederick Catherwood. Stephens había viajado extensamente en Europa
y el Cercano Oriente, conocía las ruinas del antiguo Egipto, y había publicado ya dos
libros sobre sus viajes. Su misión diplomática le dio la oportunidad de conocer
directamente las ciudades antiguas de la América Central, de cuya existencia se había
enterado por medio de los escritos de Del Río, Dupaix, Juarros, Galindo, Waldeck y
otros. Stephens y Catherwood visitaron Copán, Quiriguá, Iximché, Utatlán, Toniná y
Palenque, y aun se detuvieron por breve tiempo en Yucatán, donde conocieron las
ruinas de Uxmal (Ilustración 31). Al volver a su país, Stephens publicó un ameno relato
de sus viajes y exploraciones, el que, ilustrado con grabados de Catherwood, alcanzó un
éxito inmediato. Poco tiempo después, los dos viajeros emprendieron una segunda
expedición a Yucatán, ya con propósitos puramente arqueológicos, y con resultados
igualmente buenos.

Los grabados de Catherwood (Ilustración 32) ofrecieron por primera vez


representaciones fieles de un conjunto amplio de edificios, esculturas y otros restos
prehispánicos del área, y complementaron a cabalidad las descripciones de Stephens, en
general claras y detalladas. Este último enfocó la cuestión de la identidad de los
creadores de las antiguas ciudades, desde una perspectiva más objetiva y acertada que
muchos de sus contemporáneos. Sus conocimientos sobre las antigüedades del Viejo
Mundo le permitieron descartar la idea de que hubieran sido creadas por inmigrantes del
otro lado del Atlántico. La lectura de los relatos de la Conquista y sus propias
observaciones sobre el estado de deterioro de los edificios, le hicieron pensar que no
eran tan antiguos como algunos habían supuesto. Stephens concluyó que los vestigios
eran producto de civilizaciones desarrolladas localmente por los antepasados de los
indígenas contemporáneos de la zona, en épocas relativamente cercanas a la Conquista.
Las ideas de Stephens representaron un avance significativo en la comprensión del
pasado maya, y el éxito de sus libros contribuyó mucho a difundir el interés por el tema.

Pero la atención que Stephens concedió a las antigüedades mayas trascendía lo


puramente material. A los ojos de Stephens, la monumentalidad y calidad artística de
los vestigios mayas eran prueba de que los antiguos pobladores de América no eran
salvajes, sino poseedores de un grado de civilización comparable al de los pueblos
antiguos del Viejo Mundo. El argumento se encaminaba a refutar ideas heredadas del
siglo XVIII sobre la inferioridad del hombre americano, y se conciliaba bien con el
esfuerzo de los intelectuales de la creciente nación estadounidense, que por esa época
trataban de dotar a su país de una historia antigua que rivalizara con la del Viejo
Mundo. Parecido interés era expresado en Guatemala, donde se veía con buenos ojos la
idea de que los vestigios arqueológicos del país salieran hacia Europa para atestiguar las
glorias del pasado nacional. Esto último no era del agrado de Stephens. Para él, el
destino más apropiado de los restos arqueológicos mayas no era Europa, sino Estados
Unidos. Sinceramente preocupado por el estado de abandono en que encontró las
antiguas ciudades, Stephens hizo esfuerzos infructuosos por trasladar a su país algunos
monumentos de Copán, Palenque y Quiriguá, donde esperaba que recibirían un aprecio
similar al que por entonces se concedía a los relieves del Partenón, en el Museo
Británico. Stephens argumentaba que el estudio y la protección de dichas antigüedades
correspondía legítimamente a los americanos, y no a los europeos. A la vez, los
centroamericanos de su época, tanto indígenas como mestizos y criollos, le parecían
ignorantes y faltos de interés por sus antigüedades. Ante tal situación, pensaba que lo
más apropiado y justo era que tales vestigios pasaran a pertenecer materialmente a
Estados Unidos, y que fueran estudiados por estadounidenses. En su país, según
Stephens, servirían para afirmar, frente a Europa, la grandeza del pasado 'americano', en
una acepción muy general de esta palabra. Si en el plano intelectual Stephens ligaba
sólidamente los vestigios mayas clásicos a los antepasados de los indígenas que todavía
ocupaban la región, en el plano político hacía la correspondiente separación. Fuentes y
Guzmán alabó el pasado indígena en función de los intereses criollos, pero Stephens lo
hacía en atención de los estadounidenses.

Hasta aquella fecha, los guatemaltecos y españoles residentes en el país habían venido
haciendo contribuciones, esporádicas pero significativas, para alcanzar un mejor
conocimiento del pasado prehispánico, y buena parte del material existente sobre el
tema se había escrito en Guatemala. Sin embargo, a partir de la expansión del interés
europeo y estadounidense por la región, la mayor parte de las contribuciones a la
Arqueología de Guatemala se han escrito en el extranjero, con pocas excepciones
importantes.

La segunda mitad del siglo XIX se caracterizó por una expansión del panorama
arqueológico de Guatemala, en términos del número de sitios conocidos. La amplia
zona de Petén entró a figurar en el mapa arqueológico del país, a raíz de los trabajos del
Corregidor Modesto Méndez, quien reportó por vez primera las ruinas de Tikal en 1848,
y posteriormente hizo reconocimientos en Ixkún e Ixtutz, en la vecindad del pueblo de
Dolores. Sus informes fueron publicados de inmediato, primero en Guatemala y más
tarde en Alemania. Años después, la Costa Sur se incorporó también al cuadro de la
Arqueología de Guatemala, como consecuencia de la expansión del cultivo del café y
del azúcar en Cotzumalguapa, y ello reveló la existencia de esculturas antiguas en los
alrededores del poblado. En 1862, el viajero austriaco Simeón Habel hizo el primer
reconocimiento de la zona, y el bibliógrafo guatemalteco Juan Gavarrete publicó una
descripción breve en 1866. Por su localización fácilmente accesible, Cotzumalguapa fue
uno de los lugares arqueológicos más conocidos y visitados en el siglo XIX.

A la altura de los años citados, la Sociedad Económica tomó nuevamente la iniciativa de


organizar un museo en Guatemala. Desde la desaparición del Gabinete de Historia
Natural, en 1801, Guatemala no contaba con una institución de ese tipo, a pesar de que
se habían emitido leyes dirigidas a su creación, en 1831 y 1851. El Museo de la
Sociedad Económica abrió sus puertas en 1866, y subsistió hasta 1881, cuando la
Sociedad fue disuelta. En esta ocasión, el museo contó con un Departamento
Etnográfico, a cargo de Juan Gavarrete, el cual contenía una colección de artefactos
prehispánicos.

El interés por el pasado precolombino de Guatemala había crecido bastante en Europa.


En 1857 apareció en Viena la primera edición del Popol Vuh, preparada por Karl
Scherzer. Pocos años después apareció en París una edición del texto quiché (k'iche'),
con una traducción francesa hecha por Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, uno de
los principales impulsores de los estudios americanistas en Europa. Las interpretaciones
de la historia indígena hechas por Brasseur, basadas en lecturas poco críticas de textos
antiguos, han perdido vigencia desde hace tiempo, pero aún se aprecia a dicho autor por
haber dado a conocer varios documentos hasta entonces olvidados: el Códice Troano, la
obra de Fray Diego de Landa, y el drama Rabinal Achí.
El interés europeo por las antigüedades guatemaltecas estuvo concatenado con la
afluencia creciente de inmigrantes alemanes, quienes venían con el propósito de obtener
beneficios de la agricultura o el comercio. Algunos de ellos tenían preparación
académica e inclinaciones científicas, y se interesaron por la Geografía, Geología,
Lingüística, Etnología y Arqueología del país. Edwin Rockstroh trabajaba como
maestro en el Instituto Nacional de Varones de la ciudad de Guatemala, y logró obtener
el apoyo de esta institución para efectuar un viaje de investigación a la selva lacandona.
Además de producir importante información etnográfica, Rockstroh reportó el sitio de
Yaxchilán, y escribió una descripción de Tikal. Karl Sapper vino de Alemania a trabajar
en la administración de las fincas cafetaleras de su familia, y emprendió una vasta serie
de investigaciones sobre la geografía y las poblaciones indígenas de la América Central.
Colaboró en los trabajos arqueológicos de su compatriota Erwin P. Dieseldorff, también
empresario cafetalero. Las excavaciones de Sapper y Dieseldorff, en Chamá, La Cueva
y otros lugares de la Verapaz, llamaron la atención en relación con la Arqueología de la
Verapaz. En Alemania, Ernst Förstemann logró descifrar los elementos básicos del
calendario maya, con base en el estudio del códice preservado en Dresden, en tanto que
Eduard Seler escribió una vasta serie de estudios sobre la iconografía mexicana y maya.
Ambas contribuciones son fundamentales para el estudio del arte y la escritura
mesoamericanos. El desciframiento del calendario maya permitió que más tarde se
estableciera una cronología absoluta para la Arqueología de Mesoamérica.

A partir de 1881, el inglés Alfred P. Maudslay viajó por la región maya y reprodujo, por
medio de moldes, esculturas y edificios prehispánicos en placas fotográficas de alta
calidad (Ilustración 33). Las publicaciones de Maudslay hicieron accesible un corpus
extenso del arte maya, y constituye un precedente del inventario y registro sistemático
de los restos arqueológicos de la región (Ilustración 34).

Como parte del interés que habían despertado en Europa las antigüedades americanas,
se inició la exportación de piezas arqueológicas. A partir de 1875, las superficies
esculpidas de varios dinteles de los edificios de Tikal fueron removidas por visitantes y
pobladores locales, y enviadas, eventualmente, a museos de Europa y Estados Unidos.
En la misma época, un conjunto extenso de esculturas de Cotzumalguapa fue exportado
con destino al Museo Real de Berlín. Hasta entonces, los restos arqueológicos carecían
de protección legal, y se exportaban con autorización del gobierno. La salida de
antigüedades no dejó de originar protestas en la prensa guatemalteca.

Las primeras leyes de protección fueron emitidas en 1893 y 1894, durante el gobierno
de José María Reina Barrios. En ellas, el Estado asumió la responsabilidad de proteger
los bienes arqueológicos del país. Se prohibió la exportación de éstos, así como efectuar
alteraciones en los sitios. Es probable que las leyes hayan sido motivadas, en parte, por
el interés que despertó el cuarto centenario del descubrimiento de América, en especial
las exposiciones de Sevilla y Chicago, en las que Guatemala presentó muestras de
objetos arqueológicos. El gobierno empezaba a utilizar el arte prehispánico como un
medio para proyectar una imagen positiva del país en el ámbito internacional. En 1898
se estableció un nuevo Museo Nacional, el cual subsistió hasta 1917, cuando su edificio
fue destruido por los terremotos.

Los intelectuales liberales de la última parte del siglo XIX consideraban la historia
prehispánica en función de sus ideas sobre el indígena de su época. 'Enseñad al indio su
hermoso pasado, para redimirlo de su presente y civilizarlo en el porvenir' era el
epígrafe que, en español y quiché, encabezaba los números de El Federal Indiano,
periódico que se imprimía en Totonicapán, en 1883, dedicado en buena parte a publicar
reportajes relacionados con la historia prehispánica y sobre el indígena contemporáneo.
Su redactor, Manuel García Elgueta, hizo carrera en la política liberal, a la vez que
cultivaba cierto interés por los temas indígenas; en efecto, realizó algunas
contribuciones en el campo de la lingüística quiché, y emprendió excavaciones
arqueológicas en Chalchitán y Pichikil, en el Departamento de Huehuetenango.

Como se advierte en el epígrafe citado, García Elgueta señalaba, en el pasado


prehispánico, elementos útiles para la transformación del indígena. Esta actitud
paternalista era usual en la época, pero adoptaba formas variadas. El pensamiento de
García Elgueta contrastaba con el de otro intelectual y político liberal, Antonio Batres
Jáuregui, quien también escribió acerca del indígena prehispánico y moderno. García
Elgueta consideraba que los elementos positivos de la cultura indígena de su época eran
compatibles con el concepto liberal del progreso; Batres Jáuregui, en cambio, opinaba
que la pérdida de la civilización indígena, después de la Conquista, era irreparable, y se
inclinaba por promover la ladinización completa.

Expansión de la Arqueología Estadounidense en


Guatemala
En los últimos años del siglo XIX, la Arqueología entró en una etapa de expansión en
Estados Unidos, lo cual estaba en consonancia con el crecimiento generalizado de las
universidades y de los estudios científicos en ese país. Anteriormente, dicha disciplina
había sido practicada por aficionados individuales y por pequeñas sociedades de
anticuarios, pero en los años citados paulatinamente fue pasado a manos de
profesionales y de grandes instituciones científicas. Al mismo tiempo, los intereses
económicos estadounidenses experimentaban rápida expansión en Guatemala,
principalmente en la construcción de ferrocarriles y en el cultivo de banano, con el
consiguiente crecimiento de la injerencia política y cultural.

La Arqueología maya jugó un papel importante en el desarrollo inicial de la arqueología


académica en Estados Unidos. El Museo Peabody de Arqueología y Etnología, de la
Universidad de Harvard, la primera institución estadounidense dedicada a la
Arqueología del Nuevo Mundo, organizó una serie de investigaciones en el área maya,
en 1891. El atractivo de los vestigios culturales mayas, como pertenecientes a la que por
entonces se consideraba la civilización más avanzada del continente, contribuyó en gran
manera a impulsar el estudio de la Arqueología del Nuevo Mundo en Estados Unidos.
Los primeros profesionales egresaron de una cátedra establecida en Harvard en 1887, y
muchos de ellos recibieron entrenamiento de campo en la región maya.

Entre 1897 y 1904, el Museo Peabody patrocinó las exploraciones de Teoberto Maler,
un inmigrante austriaco que llegó a México en 1864, con el ejército de Maximiliano de
Habsburgo, y que después se estableció en Yucatán, con el objeto de explorar las ruinas
mayas. Maler se adentró varias veces en las selvas de Petén, donde localizó muchos
sitios hasta entonces desconocidos. A sus informes acompañó excelentes fotografías
que, con las de Maudslay, sirvieron como base para el estudio del arte y la escritura de
los mayas clásicos.

En pocos años, otras instituciones estadounidenses se sumaron al Museo Peabody en la


investigación mayista. La Escuela de Arqueología Americana, establecida en aquellos
años en Santa Fe, Nuevo México, organizó un proyecto de excavaciones en Quiriguá,
entre 1910 y 1914. El trabajo de campo estuvo dirigido por Edgar L. Hewett, y culminó
en la primera reconstrucción de un edificio prehispánico en Guatemala. El Museo de la
Universidad de Pennsylvania intervino por primera vez en la Arqueología guatemalteca,
cuando patrocinó los trabajos de Robert Burkitt entre 1912 y 1937; éstos incluyeron
excavaciones en Chamá, Alta Verapaz, y Chocolá, Suchitepéquez (Ilustraciones 35 y
36).

A partir de 1914, la Institución Carnegie, de Washington, patrocinó un programa


extenso que se proponía desentrañar el desarrollo histórico de la civilización maya, de
acuerdo con una propuesta original de Sylvanus G. Morley. Entre 1924 y 1937, los
arqueólogos de dicha Institución llevaron a cabo un proyecto de gran envergadura en
Uaxactún, sitio que fue seleccionado por presentar las inscripciones más tempranas
conocidas hasta entonces. Las excavaciones revelaron, por primera vez, el prolongado
desarrollo preclásico de la cultura maya, y cubrieron varios siglos atrás de lo conocido
hasta esa época. La contribución más importante fue un esquema del desarrollo
histórico y cultural, obtenido como consecuencia de la aplicación de métodos de
excavación estratigráfica, seguida por estudios detallados de la cerámica recuperada.
Este esquema se usa, todavía en el presente, como marco de referencia para estudiar la
evolución cultural de los mayas.

Como muchos otros proyectos arqueológicos realizados antes y después, el proyecto


Uaxactún era una empresa esencialmente estadounidense, diseñada en función de
intereses académicos ajenos a Guatemala. Sin embargo, los trabajos de los especialistas
estadounidenses no dejaron de tener repercusiones en el país, y estimularon la
promulgación de un nuevo conjunto de leyes en 1922 y 1925. Por medio de éstas se
regulaba el funcionamiento de los proyectos arqueológicos, y de nuevo se prohibía la
exportación de antigüedades, tráfico que representaba un objetivo importante en todos
los proyectos de principios del siglo, no obstante que ello violaba la ley de 1894.

Es probable que la emisión de las leyes citadas haya sido producto de las actividades de
un grupo de intelectuales y burócratas, cercanos al gobierno liberal de la época, que en
1923 establecieron la Sociedad de Geografía e Historia de Guatemala. Desde sus
inicios, la revista de esa sociedad publicó regularmente artículos relacionados con la
Arqueología. Dos de sus primeros miembros, J. Antonio Villacorta y Carlos A.
Villacorta, publicaron un volumen sobre los sitios arqueológicos de Guatemala. Por
medio de este libro se divulgó en el país mucho de la información que hasta entonces
sólo se había publicado en el extranjero, además de una valiosa edición facsimilar de los
códices mayas. Quizás el más distinguido, entre los fundadores de la Sociedad de
Geografía e Historia, fue Adrián Recinos, quien en años posteriores publicó ediciones
cuidadosas del Popol Vuh, el Memorial de Sololá y otros documentos indígenas de la
Colonia.

La ley de 1922 también estipulaba la creación de una Dirección General de


Arqueología, Etnología e Historia, encargada de velar por la protección y exploración
de los lugares históricos, pero nunca fue organizada a cabalidad. Este intento por crear
una institución centralizada, a cargo de la Arqueología del país, seguía de cerca el
modelo de México, donde existía una institución similar desde 1917. En México, la
Arqueología profesional se desarrolló desde principios del siglo, y estuvo caracterizada
por motivaciones nacionalistas y por un elevado nivel de injerencia estatal. Manuel
Gamio, uno de los principales organizadores de la moderna Arqueología de México,
pasó algún tiempo en Guatemala, en 1926, cuando, exiliado de su país, fue comisionado
por la Sociedad Arqueológica de Washington para efectuar una serie de investigaciones
especializadas, las cuales contribuyeron a despertar cierto interés en la Arqueología del
Altiplano.

En 1931 se emitió un acuerdo en el que se declaraban monumentos nacionales más de


80 sitios arqueológicos en todo el país, los que, de esa manera, quedaron nominalmente
bajo la protección del Estado, aunque no se tomaron medidas para su protección real. El
mismo año se inauguró la Sección de Arqueología del Museo Nacional, cuya creación
se justificó por la necesidad de salvaguardar y dar a conocer al público los objetos que
eran rescatados mediante los proyectos norteamericanos. Además de los hallazgos de
Uaxactún, elnúcleo de las colecciones del museo provino de Kaminaljuyú, donde se
recogieron las esculturas que estaban dispersas en las varias fincas de la zona; y de
Piedras Negras, que entonces era objeto de un proyecto organizado por la Universidad
de Pennsylvania.

Los trabajos de Piedras Negras se hicieron entre 1931 y 1939, bajo la dirección de J.
Alden Mason y Linton Satterthwaite. En tanto que el proyecto Uaxactún, de la misma
época, transformó la Arqueología maya al introducir el enfoque histórico-cultural,
Piedras Negras siguió una línea más tradicional, concentrándose principalmente en el
registro de la arquitectura y la extracción de un conjunto de monumentos esculpidos;
este último fue el objetivo primordial de la primera etapa del proyecto. Ocho esculturas
de Piedras Negras fueron instaladas en el Museo Nacional de Guatemala, mientras que
otras tantas salieron en calidad de préstamo hacia Pennsylvania.

La Institución Carnegie siguió siendo el principal promotor de la investigación


arqueológica en Guatemala, hasta la mitad del siglo. Una importancia similar a la de los
trabajos de Uaxactún tuvieron las investigaciones de Kaminaljuyú (Ilustración 34),
efectuadas en forma intermitente entre 1935 y 1952, principalmente por Alfred V.
Kidder y Edwin M. Shook. El sitio, entonces, ya era objeto de destrucción por el
crecimiento de la ciudad de Guatemala. Además de producir una larga secuencia de
desarrollo histórico y cultural, que ha servido de base a la Arqueología del Altiplano,
estos trabajos permitieron enlazar cronológicamente la historia cultural maya con la del
centro de México, con lo cual se obtuvieron bases adecuadas para formular esquemas
generalizados de la historia mesoamericana. El equipo de la Carnegie también hizo
reconocimientos y excavaciones en otras partes del Altiplano, y en menor escala en la
Costa del Pacífico.

En conjunto, las investigaciones de la Institución Carnegie dejaron una base de datos,


extensa y cuidadosamente construida, sobre la historia cultural de toda el área maya.

Desgraciadamente, los proyectos de la primera mitad del siglo prestaron poca atención a
la preservación de los sitios arqueológicos. Tanto en Piedras Negras como en Uaxactún
y otros lugares, los excavadores no procedieron a reenterrar los edificios que habían
descubierto, los cuales sufrieron grave deterioro al quedar expuestos a la intemperie.
Posiblemente por su localización, que los hacía casi inaccesibles, no se hicieron trabajos
de restauración en esos sitios, tales como los que practicó la Institución Carnegie en
Chichén Itzá y Copán. La conservación y restauración de los sitios arqueológicos no fue
un objetivo importante de la Arqueología en Guatemala durante la primera mitad del
siglo. Las únicas excepciones fueron la ya mencionada de Quiriguá, y un pequeño
trabajo efectuado en Zaculeu, en 1927, por el gobierno de Guatemala.

Arqueología Estatal, Arqueología Internacional, y la


Arqueología Profesional en Guatemala
El Estado guatemalteco empezó a participar activamente en la Arqueología a partir de la
Revolución de 1944. El Instituto de Antropología e Historia de Guatemala (IDAEH),
creado en 1946, puso en práctica la idea de centralizar en una oficina estatal la autoridad
sobre los restos arqueológicos e históricos del país, nuevamente siguiendo el modelo de
México, donde una institución de nombre similar funcionaba desde 1939. Los decretos
que crearon el IDAEH lo presentaron como una institución de protección e
investigación. Sus funciones incluían la de proteger los restos arqueológicos y mantener
un registro permanente de éstos, además de impulsar investigaciones.

El IDAEH inició sus labores con un equipo muy calificado, que participó directamente
en la investigación arqueológica. Formaba parte importante de ese equipo, Heinrich
Berlin, originario de Alemania y entrenado en México como arqueólogo e historiador
del arte. Con el apoyo del IDAEH, Berlin condujo exploraciones arqueológicas en Tikal
y otros lugares de Petén, así como en Kaminaljuyú. Al mismo tiempo, el IDAEH
patrocinó excavaciones en contextos coloniales del área de Ciudad Vieja, lo que fue un
trabajo pionero en la Arqueología histórica de Guatemala. En sus inicios, el IDAEH
emprendió una labor docente, que se tradujo en actividades escolares y cursos
avanzados de Arqueología, que se impartieron por primera vez en Guatemala. El Museo
Nacional se amplió considerablemente al trasladarse a un nuevo local en 1948. En
muchas de estas actividades, el Instituto recibió la colaboración de la Institución
Carnegie y de otros arqueólogos extranjeros.

La reconstrucción de edificios prehispánicos no formó parte importante de los trabajos


arqueológicos en Guatemala sino hasta mediados del siglo. Entre 1946 y 1950, la
United Fruit Company patrocinó un proyecto en Zaculeu, el cual involucró la
reconstrucción de los edificios principales. La compañía frutera había mantenido
vínculos estrechos con los arqueólogos estadounidenses desde 1910, cuando patrocinó
los trabajos de Quiriguá, sitio que estaba dentro de sus concesiones.

En México, la reconstrucción de edificios prehispánicos con propósitos educativos y


turísticos era impulsada desde tiempo atrás, en muchos casos aplicando métodos poco
fidedignos, similares a los que se usaron en Zaculeu. La promoción del turismo se
convertía en uno de los principales incentivos para la inversión del gobierno mexicano
en los trabajos arqueológicos. Guatemala siguió el mismo camino a partir de 1956,
cuando el gobierno se involucró, por primera vez, como patrocinador de un trabajo
arqueológico de gran escala: el Proyecto Tikal, organizado por el Museo de la
Universidad de Pennsylvania y ejecutado, entre 1956 y 1970, bajo la dirección de
Edwin M. Shook y William Coe (Ilustración 37). Las circunstancias políticas y
económicas del momento propiciaban la realización del proyecto: el gobierno instalado
en Guatemala, en 1954, con el apoyo de Estados Unidos, era favorable a las empresas
de esta nacionalidad, y el auge económico de dicho país durante la postguerra producía
una elevada disponibilidad de recursos para la investigación en el extranjero. El
gobierno de Guatemala proporcionó aproximadamente la mitad del financiamiento total
del Proyecto Tikal. Este incluyó un programa muy amplio de restauración, a cargo de
Aubrey Trik y George Guillemin, en el cual se utilizaron, en general, criterios más
cuidadosos que los empleados en Zaculeu. Con ello, Tikal se convirtió en una atracción
turística internacional, y a partir de entonces, el atractivo turístico de los sitios
arqueológicos ha permitido algún incentivo en los sectores gubernamentales para
invertir fondos en la investigación. Ello, a la vez, ha planteado problemas en cuanto a
los criterios que se han de aplicar en el trabajo de restauración y en las estrategias para
preservar los edificios restaurados (Ilustración 38).

En sus inicios el proyecto Tikal siguió lineamientos muy tradicionales. Se trataba de


investigar intensamente el que se consideraba el centro mas grande de la civilización
maya, de lo cual, por esa misma razón, se esperaba una información importante.
Posteriormente, los trabajos de Tikal introdujeron nuevos métodos y perspectivas en la
Arqueología maya, principalmente por la atención que se otorgó a los conjuntos
habitacionales de la periferia del sitio, que hasta entonces habían recibido escasa
atención. Ello permitió estudiar aspectos tales como la demografía, patrones de
subsistencia y organización social, además de la historia cultural. El interés por tales
estudios fue producto de nuevas tendencias en la Arqueología de Estados Unidos, las
cuales trataban de interpretar los contextos arqueológicos como secuencias del
comportamiento humano y no solamente como evidencia de procesos históricos.

A la par del desarrollo de la Arqueología de campo, la segunda mitad del siglo ha


presenciado un avance notable en el desciframiento de la escritura maya. En la década
de 1950, el lingüista ruso Yuri Knorosov propuso un sistema de lectura fonética que
subsecuentemente ha sido aplicado con éxito. Pocos años después, Heinrich Berlin y
Tatiana Proskouriakoff demostraron la existencia de registros históricos en las
inscripciones clásicas. A partir de esas contribuciones ha surgido un cuadro muy rico
sobre la clase gobernante del Período Clásico y su historia. Aunque sea de modo
parcial, si se toman en cuenta las limitaciones de la temática y distribución de los textos,
la Arqueología de los mayas clásicos ha pasado a ser Arqueología histórica.

Más o menos en la misma época aludida antes, el Museo Peabody volvió a interesarse
en la Arqueología petenera, para lo cual organizó proyectos de gran escala en Altar de
Sacrificios y posteriormente en El Ceibal. En décadas recientes, muchas otras
instituciones estadounidenses han intervenido en la Arqueología de las Tierras Bajas
mayas, lo que se relaciona con un marcado aumento en la cantidad de arqueólogos
profesionales y departamentos universitarios involucrados en Arqueología, en Estados
Unidos. No es posible dar detalles sobre todos estos trabajos, pero puede destacarse la
investigación de los grandes sitios preclásicos del área de El Mirador y Nakbé, los que
han revelado un nivel elevado de complejidad social en el Período Preclásico,
anteriormente insospechado. Algunos proyectos han aplicado métodos modernos en el
análisis paleoecológico, tales como los estudios de sedimentos lacustres en Petén
central. Otros han ampliado el conocimiento arqueológico de regiones específicas, como
Quiriguá y el valle del bajo Motagua, Río Azul y otros sitios del noreste de Petén, así
como los sitios de la región de Dolores, Petén. El gobierno guatemalteco ha seguido
patrocinando proyectos de investigación y restauración en Tikal y Uaxactún.

En el Altiplano, Kaminaljuyú se ha mantenido como un foco de atención hasta el


presente. El sitio ha sido destruido casi completamente por el crecimiento de la ciudad
de Guatemala, lo que sólo se ha mitigado parcialmente por una ley protectora emitida en
1964. Este problema estimuló la organización de trabajos de rescate por parte del
IDAEH, y la misma razón impulsó a la Universidad Estatal de Pennsylvania para
impulsar un proyecto de gran escala, entre 1968 y 1971. En la actualidad, se hace
necesario un esfuerzo de integración de la gran cantidad de datos aislados que se han
reunido por medio de estos proyectos.

Más que otras regiones del país, el Altiplano ha atraído la atención de investigadores
europeos, principalmente franceses y, en menor medida, españoles. El gobierno francés
empezó a patrocinar investigaciones arqueológicas en el Altiplano Occidental, en 1954,
cuando se emprendieron excavaciones y reconstrucciones en Mixco Viejo, dirigidas por
Henri Lehmann. Entre los proyectos franceses conviene resaltar las investigaciones de
Alain Ichon en las regiones de San Andrés Sajcabajá y el valle medio del Río Chixoy,
área que quedó inundada tras la construcción de una represa hidroeléctrica. Un proyecto
español promovió investigaciones en las regiones de Quetzaltenango y Totonicapán, en
tanto que otras partes del Altiplano Noroccidental han sido objeto de investigación por
proyectos estadounidenses.

Pasado el interés inicial que provocó la escultura de Cotzumalguapa en el siglo XIX, la


Arqueología de la Costa Sur quedó bastante olvidada, excepto por algunos trabajos del
equipo de la Institución Carnegie. Los trabajos de Edwin Shook, en Tiquisate y otras
regiones, contribuyeron en gran medida a llamar nuevamente la atención hacia la
Arqueología de la Costa. Las investigaciones de Michael Coe, en la zona de Ocós,
revelaron evidencia de ocupación preclásica temprana, con lo que actualmente la Costa
Sur es considerada como un punto decisivo en el estudio de las primeras sociedades
sedentarias de Mesoamérica, a la vez que ha permitido el surgimiento de un interés
hacia el desarrollo cultural en otros períodos.

En las últimas décadas, los restos arqueológicos mayas han adquirido un valor inusitado
en el mercado internacional del arte. Como resultado de ello, la extracción y comercio
de piezas arqueológicas se han convertido en una alternativa económica productiva para
muchos campesinos del país, en forma individual u organizada. El problema es
particularmente agudo en Petén, cuyos vestigios arqueológicos presentan el mayor
atractivo para los comerciantes de arte, y donde, además, se ha experimentado una
crecimiento demográfico desmedido a partir de 1960. El saqueo ha ocasionado la
mutilación o destrucción de muchos edificios y artefactos prehispánicos, además de la
pérdida de información que resulta de excavaciones no controladas y orientadas
solamente a los artefactos de valor artístico. El problema ha sido controlado sólo
parcialmente por medio de tratados internacionales para regular el comercio de objetos
prehispánicos, y por la delimitación de parques arqueológicos al cuidado de guardianes
del IDAEH. Sin embargo, no se avizoran aún mecanismos que permitan obtener un
control más completo.
Seguramente, el desarrollo más importante de las últimas décadas es el surgimiento de
una Arqueología profesional en Guatemala. La creación del IDAEH no estimuló, como
podría haberse esperado, un proceso de profesionalización en la Arqueología del país.
Los cursos de Arqueología que el instituto impartió en sus primeros tiempos no llegaron
a cristalizar en un programa sistemático.

Bruce Trigger ha argumentado que el surgimiento de la Arqueología profesional en el


mundo está correlacionado con la expansión de las clases medias. Esa condición se
cumple en Guatemala, donde el origen de la Arqueología profesional puede explicarse
como parte de un proceso de expansión universitaria que se ha producido en la segunda
mitad del siglo, y que se relaciona con un cierto grado de expansión de los estratos
medios urbanos.

La Universidad de San Carlos de Guatemala empezó a participar en la investigación


arqueológica en la década de 1960. En 1961 organizó un proyecto de reconocimiento
arqueológico en Dos Pilas, Petén, en el que participaron dos guatemaltecos que habían
adquirido entrenamiento arqueológico en México: Carlos Navarrete y Luis Luján
Muñoz. En 1967, la Facultad de Humanidades de la misma Universidad estableció un
área de especialización en Arqueología Guatemalteca, como parte de su programa de
licenciatura en Historia.

En 1974, un movimiento separatista en la Facultad de Humanidades resultó en la


creación de la Escuela de Historia, una unidad académica independiente dentro de la
Universidad de San Carlos. El programa de Arqueología a nivel

de licenciatura surgió al año siguiente, como consecuencia directa de la creación de la


nueva escuela. El diseño y dirección inicial del programa estuvo a cargo de Juan Pedro
Laporte, graduado como arqueólogo en México y quien había trabajado, tiempo atrás,
en el Proyecto Tikal. En 1991, la Universidad de San Carlos había otorgado 40 grados
de licenciatura en Arqueología. A partir de la creación del programa, la Universidad ha
patrocinado proyectos de investigación en diversas zonas del país: la cuenca del Lago
de Izabal; Tiquisate y La Gomera, en la Costa Sur; Dolores y la Laguna El Tigre, en
Petén; Sansare y El Jícaro, en el valle del Motagua.

Pocos años después surgió un programa de Arqueología en la Universidad del Valle de


Guatemala, el cual, en sus inicios, fue concebido como área de especialización en el
pensum general de Ciencias Sociales, pero que después ha adquirido mayor orientación
hacia la Arqueología propiamente dicha.

No es posible enmarcar la Arqueología guatemalteca, en su conjunto, dentro de


corrientes específicas. La principal influencia procede de la Arqueología mexicana, lo
que se manifiesta en la regulación estatal de la investigación, y en el interés por la
restauración de sitios arqueológicos, con propósitos de desarrollo turístico. La
influencia de la Arqueología mexicana también se percibe en la adopción, por algunos
círculos de la Universidad de San Carlos, de la Arqueología marxista, en la forma
planteada a raíz de la Conferencia de Oaxtepec, México, efectuada en 1983. La
Arqueología de Estados Unidos también tiene una influencia importante, como
consecuencia de la constante presencia de investigadores de ese país en Guatemala. Sin
embargo, ello no ha resultado en la adopción extensiva de teorías y métodos que son
centrales en la Arqueología de dicho país, tales como las varias formas de
neoevolucionismo y de Arqueología postprocesual, el uso amplio de métodos
cuantitativos, y el esfuerzo comparativo orientado al planteamiento de teorías
generalizadoras sobre las sociedades humanas.

La Arqueología guatemalteca ha tenido más bien un carácter historicista, enfocado en la


elucidación de los procesos históricos y sociales prehispánicos, tal como se pudieron
haber realizado en las distintas regiones del país, cuyo estudio se considera en sí un
objetivo válido. Hasta ahora se ha caracterizado por un dominio adecuado de los
métodos tradicionales de investigación de campo y análisis de artefactos, pero también
por un grado relativamente bajo de refinamiento teórico y técnico. Se han hecho aportes
al conocimiento arqueológico de sitios o regiones determinadas, pero sólo en contados
casos se ha tratado de interpretar los datos de campo a la luz de la teoría antropológica.
A la vez, son escasos los intentos de aplicación de métodos cuantitativos modernos u
otras técnicas derivadas de ciencias auxiliares. Más grave aún es la escasez de
publicaciones, en comparación con la cantidad de trabajo de campo realizado.

La Arqueología guatemalteca nace en un medio pobre, en una época de fuertes crisis


económicas y políticas en el país, lo que hace difícil la ejecución y el financiamiento de
los trabajos arqueológicos, el intercambio de información y la disponibilidad de
recursos técnicos. Existe desproporción, asimismo, entre el número de arqueólogos con
entrenamiento universitario y la capacidad de las instituciones existentes para
emplearlos. Hasta el presente, el principal patrocinador de trabajos arqueológicos
guatemaltecos ha sido el Estado, a través del IDAEH, de la Universidad de San Carlos,
o por medio de programas de desarrollo turístico.

Con todo, puede advertirse en la Arqueología guatemalteca contemporánea un proceso


de profesionalización escalonado, a través del cual los guatemaltecos empiezan a
participar activamente en la investigación sobre su propio pasado prehispánico. Es de
esperar que este proceso tenga proyección fuera de los círculos especializados, y
contribuya a crear una mayor concientización histórica en la población guatemalteca.
MATILDE IVIC DE MONTERROSO

Mesoamérica: una Unidad Cultural

El término Mesoamérica fue acuñado por Paul Kirchhoff para designar el área
geográfico-cultural que comprendía el sur de México, Guatemala y otras partes de
Centro América (Ilustración 39). La denominación alude a la localización central de una
unidad cultural en el continente americano, y evita la moderna connotación política del
término Centro América. En la actualidad se entiende que el término se refiere a una
zona geográfica cuya línea fronteriza se extiende desde el Río Sinaloa, en el noroeste,
baja a la meseta central de México, sube nuevamente al noreste hasta el Río Soto La
Marina, se expande después hasta el centro de Honduras, aproximadamente en la
desembocadura del Río Ulúa, pasa por el Lago de Nicaragua y finalmente baja hacia el
sur hasta la Península de Nicoya en Costa Rica (Ilustración 40).

Kirchhoff notó que las fronteras biogeográficas, es decir, América del Norte, del Centro
y Sudamérica, eran poco útiles para trazar límites culturales, y que la división
tradicional de los antiguos pobladores de América en cinco grandes áreas obscurecía la
realidad. Reconoció que ciertas regiones compartían determinados rasgos culturales, por
ejemplo, idioma, agricultura avanzada, cerámica, textiles, etcétera, y que, por otro lado,
se diferenciaban en la presencia o ausencia de otros rasgos como escritura jeroglífica,
calendario permutable, pirámides escalonadas, juego de pelota, etcétera. Ello lo indujo a
considerar que algunas de las áreas culturales distribuidas entre México y Costa Rica
podían ser unificadas en una superárea, a la que precisamente denominó Mesoamérica.
Los rasgos culturales que tradicionalmente definen a Mesoamérica, según Kirchhoff,
son los siguientes:

Agricultura: uso de coa, construcción de chinampas, cultivo de chía y su uso en la


elaboración de bebidas y aceite para pinturas; cultivo del maguey y su utilización en la
preparación de papel, tela, fibras y pulque; cultivo del maíz y del cacao.

Patrones alimenticios: molienda del maíz cocido con cenizas o cal, uso de metate y
'mano de piedra'.

Cultura material: uso de cerbatanas, bezotes (adorno que se llevaba en el labio inferior),
uso y pulimiento de la obsidiana, espejos de pirita, tubos de cobre para horadar piedra,
uso de pelo de conejo para adornar textiles, macanas de madera con puntas de obsidiana
incrustadas (maccuahuitl), cotas de algodón y escudos, turbantes, sandalias, trajes
completos de plumas usados por los guerreros.

Arquitectura: pirámides escalonadas, pisos y recubrimientos de estuco, canchas para


juego de pelota con anillos en las paredes; edificios ubicados alrededor de plazas.

Logros intelectuales y ritualismo: escritura jeroglífica, signos numéricos y valor relativo


según su posición, libros plegados al estilo de biombo; calendarios de 260 y 365 días,
uso ritual del papel y del caucho, sacrificio humano y autosacrificio, palo volador,
conjunto compartido de deidades, concepto de varios niveles celestiales e inframundo,
sistema de mercados especializados.

Para trazar el área cultural mesoamericana, Kirchhoff hizo un estudio de la distribución


de los rasgos más característicos en la época de la conquista española, los cuales
corresponden a lo que hoy se conoce como Período Postclásico Terminal. Observó que,
efectivamente, dicha distribución estaba definida por ciertos límites geográficos,
afiliación lingüística y ciertas características culturales generales. La gran cantidad y
variedad de los rasgos relacionados con idioma, sistema de subsistencia, patrón de
asentamiento y religión, hizo necesaria la selección de los más consistentes. En opinión
de Kirchhoff, la clasificación y distribución lingüística y étnica podían usarse como la
base más firme para delimitar el espacio que corresponde a Mesoamérica.

Kirchhoff dividió a las poblaciones que existían en el siglo XVI en cinco grandes
grupos. Estableció que solamente la familia otomí tenía algunas subdivisiones que no
pertenecían a la unidad cultural mesoamericana; que la nahua tenía muchos grupos
lingüísticos relacionados fuera de Mesoamérica; y que dos grupos lingüísticos, zoque-
maya y macro-otomangue, estaban totalmente dentro de los límites de Mesoamérica y
distribuidos a lo largo de su territorio. De acuerdo con tales datos, Kirchhoff concluyó
en que Mesoamérica era una región poblada por inmigrantes muy antiguos y por otros
más recientes, unidos por una historia común. Además, determinó que las familias
lingüísticas maya, zoque, totonaca, tarasca, cuitlateca y otras, no sólo eran de las más
antiguas, sino que también desempeñaron un papel primario en la constitución de
Mesoamérica y en su definición geográfica.

Kirchhoff afirmó que la frontera norte de Mesoamérica fue mucho más movible e
insegura que la del sur, ya que en ella alternaban períodos de expansión y retracción,
provocados por invasiones de grupos culturalmente 'inferiores' a los mesoamericanos.
En efecto, el territorio norte de México estaba compartido por grupos de agricultores y
grupos de cazadores y recolectores. La frontera sur, en cambio, era menos irregular,
puesto que allí las culturas mostraban una serie de rasgos comunes, incluyendo la
agricultura incipiente y avanzada.

Algunos académicos han utilizado la agricultura basada en los cultivos principales de


maíz, frijol y calabaza, como el rasgo cultural que definía los límites del área
mesoamericana (Ilustración 41). Según este criterio, la adopción de la agricultura
provocó el incremento de la población, el sedentarismo, un aumento del equipo
doméstico (lítica y cerámica) y, por consiguiente, una mayor complejidad en la vida
social y religiosa. Los académicos aludidos, de acuerdo con la tesis de Kirchhoff,
definieron Mesoamérica así: 'Porción de México y América Central ocupada en tiempos
prehistóricos por grupos de culturas avanzadas con fuerte énfasis en el ceremonialismo'.

Otro criterio utilizado para definir el área que comprendía Mesoamérica es el uso de los
calendarios de 260 y 365 días. Según Alfred Kroeber, este calendario estuvo asociado a
descubrimientos astronómicos, a la invención de los numerales de posición y al
concepto del cero, a la escritura verdadera, templos de mampostería y pirámides
escalonadas, escultura y arte simbólico, sacrificios humanos y ofrendas de sangre,
sociedad estratificada y Estados basados en el tributo. Kroeber indicó que algunos de
estos rasgos culturales se presentaron al oeste y norte de Mesoamérica, pero que el
calendario permutable, la astronomía y la agricultura elaborada, estaban ausentes en
dichas zonas. Con esta información dividió a Mesoamérica en dos subáreas: el núcleo
verdadero de la alta cultura, que incluía el centro y sur de México, Guatemala y el oeste
de El Salvador y Honduras; y una región subnuclear, que comprendía el norte de
México.

No se puede definir el área de Mesoamérica con base en la existencia del calendario y la


escritura, porque estos rasgos culturales no eran conocidos en todo el territorio actual de
Honduras, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica. En realidad, esta región compartía
varios rasgos culturales con el norte y centro de Mesoamérica, entre ellos las figurillas,
la cerámica policromada, el uso del jade, etcétera. Las zonas mesoamericanas del sur
eran periféricas y colindaban con los grupos sudamericanos, y por ello su cultura estaba
caracterizada por la combinación de rasgos de ambas procedencias, más la presencia de
otros locales. La distancia, además, determinó que las manifestaciones culturales de
dichas zonas periféricas fueran rurales hasta cierto punto. La misma situación se
presentaba en regiones situadas al occidente y noroeste de México, donde, a pesar de la
presencia de elementos básicos mesoamericanos, como agricultura, cerámica y
sedentarismo, no se conocía el juego de pelota, la escritura jeroglífica, etcétera. Los
hallazgos arqueológicos hechos en algunas de estas zonas, y la necesidad de colocarlas
en un contexto geográfico y cultural más amplio, pusieron en evidencia algunas de las
dificultades que presentaba el modelo propuesto por Kirchhoff.

Problemas Relacionados con la Definición y el uso del


Concepto Mesoamérica
El modelo que utilizó Kirchhoff en 1943 para la definición de Mesoamérica tuvo una
amplia aceptación entre arqueólogos, antropólogos e historiadores, quienes lo utilizaron
para situar espacialmente sus investigaciones y trazar relaciones culturales. Sin
embargo, esta definición tuvo inicialmente algunas restricciones que, con el tiempo,
ocasionaron problemas a más de un investigador. La primera limitación de la tesis de
Kirchhoff es de carácter temporal, puesto que en ella se limita la superárea a la época en
que llegaron los españoles al Nuevo Mundo. La segunda se refiere a su contenido
propiamente dicho, ya que los datos de Kirchhoff no eran producto de observación
directa, sino de documentos etnohistóricos. Las limitaciones mencionadas afectaron en
mayor grado a los arqueólogos que han estado empeñados en encontrar respuestas a
preguntas relacionadas con el surgimiento de Mesoamérica como entidad cultural, con
los cambios que ocurrieron a través del tiempo y el espacio, con la presencia en el área
de grupos que compartían pocos de los rasgos aceptados como característicos de toda la
entidad cultural, etcétera.

En la década posterior a aquella en que se conoció la tesis de Kirchhoff, algunos


investigadores intentaron solucionar parte de las interrogantes planteadas; tal es el caso
de Pedro Armillas, Julio Olivé y Beatriz Barba, entre otros. Sin embargo, aparentemente
las ideas propuestas no tuvieron mayor difusión. En efecto, en 1960, Kirchhoff explicó
cuáles habían sido sus intenciones y limitaciones al proponer el concepto de
Mesoamérica. Entre sus ideas más importantes se incluyen las siguientes:
Fue un intento de señalar lo que tenían en común ciertos pueblos y
culturas de una determinada parte del continente americano, y lo que los
separaba de otros. Para lograr este propósito, me impuse la limitación de
enumerar sólo aquellos rasgos culturales que eran propiedad exclusiva de
esos pueblos, sin intentar hacer una caracterización de la totalidad de su
vida cultural... Falta también la división de esta 'superárea' en áreas
culturales que se distinguen no sólo por la presencia o ausencia de
determinados elementos, sino por el grado de desarrollo y la complejidad
que han alcanzado, siendo las más típicamente mesoamericanas las más
desarrolladas y complejas. Falta, en fin, la profundidad histórica...
retrocediendo paso por paso hasta la formación misma de la civilización
mesoamericana.

En el mismo lugar, Kirchhoff explica que el suyo era el primero de una serie de estudios
para seguir buscando los rasgos del pasado, pero esperaba que otros continuaran con
dicha tarea, lo cual no ocurrió sino hasta varios años después.

Numerosos investigadores han propuesto diversos modelos para definir la superárea,


para lo cual se han basado en elementos como la transición de asentamientos dispersos a
urbanos, formas de organización social e intercambios económicos entre ambientes
ecológicos diferentes, etcétera.

Uno de los modelos más interesantes es el de Jaime Litvak King, el cual se basa
concretamente en los cambios geográficos que experimentó Mesoamérica a través del
tiempo. Sus premisas se apoyan parcialmente en los modelos de Kent Flannery y
Wigberto Jiménez Moreno, puesto que relaciona a Mesoamérica con su diversidad
ambiental. La diferencia entre aquél y estos modelos estriba en la importancia que
Litvak da a las redes de intercambio que surgieron en regiones antiguamente habitadas,
cuyos ambientes cambiaron de modo gradual. Es importante notar que para este
investigador el intercambio no se refiere únicamente a lo económico, sino a contactos
bélicos, rituales, de organización social, y de todo tipo, lo cual da como resultado el
aprovechamiento de los ambientes y la aculturación. De acuerdo con estas premisas
Litvak definió a Mesoamérica como:

(un) sistema espacial de intercambio normal, donde cada región


componente, además de su dinámica interior, tiene relaciones de ese tipo
con todas las demás regiones que la conforman, que varían en el tiempo
y que presentan entre sí estados de equilibrio siempre cambiantes.

Para trazar los límites de Mesoamérica a lo largo del tiempo, Litvak utilizó el
movimiento de artefactos, en especial tipos cerámicos. Afirmó que una vez se
comprobara la existencia de la superárea, por medio de restos de cultura material
recobrada por la Arqueología y cuya procedencia podía reconocerse, era posible
suponer que tales elementos viajaban acompañados de ideas, formas de gobierno,
etcétera. Por medio de este modelo, Litvak propuso que la extensión de Mesoamérica
varió en las distintas etapas (Ilustración 42), desde el Período Preclásico hasta el
Postclásico. La frontera sur de Mesoamérica en el Período Postclásico Tardío, según el
modelo de Litvak, no concuerda con la propuesta por Kirchhoff. Litvak no explica la
diferencia, pero probablemente ésta se derivó de su metodología, en la cual tomó la
distribución de tipos cerámicos michoacanos (Negro sobre Naranja Tenochtitlan y
Cholula Policromo), que según sus estudios eran ampliamente comerciados durante el
Postclásico Tardío, para trazar la frontera sur mesoamericana.

Es importante hacer notar que la tesis propuesta está hecha desde el ángulo de las
investigaciones realizadas en México. Posteriormente, empero, los nuevos estudios
arqueológicos efectuados en otras regiones de Mesoamérica han demostrado que las
rutas de intercambio no se daban exactamente en la forma que propuso Litvak, pero no
por ello el modelo carece de valor.

En años recientes se ha planteado nuevamente la necesidad de continuar la búsqueda de


las fronteras de Mesoamérica en los períodos anteriores al Postclásico. Esta urgencia es
experimentada, principalmente, por arqueólogos que están trabajando en zonas hasta
hace poco consideradas marginales a Mesoamérica, por ejemplo el occidente y noroeste
de México. Se proponen modelos en los que se elimina el concepto de un 'núcleo de alta
cultura o civilización' y se usa el concepto de sociedad estratificada o jerárquica. Se
sugiere tomar en cuenta los pueblos pequeños como parte integral del modelo de una
sociedad estratificada y como entes que perpetuaron las formas de vida de las primeras
épocas de Mesoamérica. Se insiste en que, a veces, es necesario tomar en cuenta
elementos culturales básicos, como la agricultura, el sedentarismo y la cerámica, y no
sólo aspectos monumentales, para afirmar que una determinada zona estaba dentro de la
esfera cultural mesoamericana. Se señala la necesidad de mostrar las distinciones
lingüísticas de los grupos mesoamericanos y los no mesoamericanos que habitaban el
área y sus fronteras. Se aconseja revisar el concepto de Mesoamérica desde el punto de
vista de la etnología actual, aceptando un proceso milenario de transculturación y
migraciones. También se expresa la imperiosa necesidad de reconocer que Mesoamérica
no terminó en la primera mitad del siglo XVI, sino que continúa, mezclada con
elementos impuestos por la cultura española.

Todas las sugerencias aludidas pueden resumirse en la necesidad de buscar la dimensión


histórica para el concepto de Mesoamérica. Para lograr este propósito es necesario
recurrir a los restos arqueológicos, y empezar a reconstruir el mosaico en los diferentes
períodos mesoamericanos.
MATILDE IVIC DE MONTERROSO

Esquema Cronológico de Mesoamérica

Todas las culturas cambian constantemente para asegurar su sobrevivencia en los


diferentes ambientes físicos y sociales. Por consiguiente, es conveniente dividir la larga
secuencia de la evolución cultural en unidades relevantes, con el propósito de entender
los procesos de cambio. En este artículo se trata de explicar la variable del tiempo en la
Arqueología mesoamericana, con el fin de establecer cuándo sucedieron las cosas,
cuánto tiempo duraron y cuándo terminaron. Para tratar de organizar la vasta
información que se ha acumulado sobre el tema, es necesario reconstruir un marco
cronológico con la mira de colocar los eventos en una secuencia significativa. Los
períodos son las divisiones de tiempo más grandes, que a su vez se subdividen en
segmentos más pequeños conocidos como fases. Por medio de métodos geoquímicos y
radiométricos, inventados en las décadas recién pasadas, se ha podido asignar fechas a
las fases y a los períodos.

Un período se define cuando en el registro arqueológico se reconoce un grupo


consistente de rasgos culturales que muestran cierta uniformidad a lo largo de una
región específica, y que persisten por algún tiempo. Por lo común, estos rasgos se
expresan por medio de los estilos de las herramientas, de la arquitectura, del arte
escultórico, de la cerámica y de otros elementos materiales no perecederos. Con el
tiempo éstos sufren modificaciones, o dejan de producirse y son reemplazados por
otros. Puede asumirse que los cambios estilísticos representan manifestaciones externas
de eventos mucho más profundos que se producen en una sociedad determinada.

En el marco de la evolución cultural, es obvio que no todos los elementos cambian


simultáneamente. Algunos cambios son menores, mientras que otros son radicales;
suceden lentamente, o bien con una velocidad vertiginosa. Unos cambios pueden ser
locales, en tanto que otros se dispersan ampliamente. Cuando se puede identificar una
serie de modificaciones pequeñas, es conveniente asignarla a una nueva fase, y de esta
manera tratar de aclarar los cambios e indagar sobre sus causas y efectos. Asimismo, en
el momento en que se acumulan los nuevos rasgos, alteran considerablemente el
inventario cultural y logran diferenciarlo de los anteriores, y cuando se dispersan en un
área extensa, se puede entonces hablar de la iniciación de un período nuevo. La tarea del
arqueólogo consiste en intentar entender e interpretar lo que sucedió en una sociedad,
comprender la naturaleza de los cambios y cómo afectaron la cultura.

En la siguiente exposición se resumen los períodos que se han definido en los procesos
evolutivos de Mesoamérica. En virtud de que los eventos no ocurrieron exactamente de
la misma manera en todas las áreas, las fechas pueden variar en las diferentes regiones
geográficas. Se acepta, sin embargo, que el cuadro general de la evolución cultural fue
similar en toda la región mesoamericana.

El proceso del poblamiento en el continente americano se inició a finales del Período


Pleistoceno, probablemente alrededor de 10,000 años AC. Aproximadamente entre los
años 5000 y 3000 AC empezó a aparecer una serie de rasgos culturales, que un milenio
después constituyó la base del patrón mesoamericano. La antigua ocupación de
Mesoamérica se divide en cinco períodos principales: Paleoindio (antes del 7000 AC),
Arcaico (7000 a 2000 AC), Preclásico (2000 AC a 250 DC), Clásico (250 a 900 DC),
Postclásico (900 a 1525 DC).

A continuación se presentan los elementos que caracterizan a cada período y algunos


problemas relativos a la cronología y la terminología.

Período Paleoindio (c 10,000 a 7000 AC)


El Paleoindio se inició con la llegada del hombre al Nuevo Mundo, la cual se sitúa por
la mayoría de investigadores alrededor de 10,000 años AC. Científicos menos
conservadores proponen una fecha que llega hasta 40,000 años AC. Es difícil calcular
cuándo cruzó el hombre el estrecho de Bering, ya que los restos arqueológicos son
escasos y confusos. Se sabe que el hombre arribó ya como Homo sapiens sapiens,
porque todavía no se han encontrado en América fósiles de homínidos pre-sapiens.

Las primeras evidencias seguras de actividad humana son las industrias líticas Clovis y
Folsom, que se han fechado por radiocarbón entre 10,000 y 9000 AC. Los análisis de
los sitios con ocupación del Paleoindio, y de artefactos asociados a ella, indican que las
poblaciones eran nómadas y tenían un patrón de subsistencia basado en la cacería de
una megafauna hoy extinta.

Sin embargo, en Mesoamérica la información sobre el Paleoindio es tan escasa, que este
período constituye casi un vacío en la secuencia cultural. Una serie de artefactos
provenientes de varias partes de Centro América aparentemente datan de los inicios del
Paleoindio, y algunos investigadores opinan que evidencian una ocupación anterior al
10,000 AC. Empero, por la falta de un contexto arqueológico seguro y por problemas de
tipología, su posición cronológica se mantiene todavía en el plano de la especulación.

Período Arcaico (7000 a 2000 AC)


Este período se caracteriza por las culturas que en Estados Unidos se conocen como la
Tradición del Desierto. Cambios drásticos en el clima y la extinción de la megafauna
ocurridos en el inicio del Arcaico determinaron en las poblaciones un carácter
seminómada estacional y un sistema de subsistencia que dependía de la caza de
animales más pequeños y de la recolección de plantas silvestres. Entre 5000 y 3000 AC
empezó una serie de cambios en algunos lugares de Mesoamérica; se inició la
domesticación de plantas, especialmente raíces, maíz, chile y calabazas, lo que
proporcionó excedentes alimenticios que permitieron la vida sedentaria en aldeas. Esto
contribuyó a la formación de patrones culturales que posteriormente definieron a
Mesoamérica.

Las evidencias más importantes del Arcaico provienen de cuevas y zonas de climas
secos, como el valle de Tehuacán, situado en el centro de México, y la cueva de Santa
Marta en Chiapas. Las condiciones ambientales de esos lugares ayudaron a la
preservación de los restos dejados por los pobladores; por ejemplo, canastas, redes,
textiles, semillas, coprolitos, etcétera. Es probable que grupos de la Tradición del
Desierto hayan ocupado otros nichos ecológicos, pero sus bienes consistían
principalmente en materiales perecederos, y los restos arqueológicos están oscurecidos
por densas ocupaciones de grupos humanos posteriores, por lo cual actualmente no se
dispone de la información necesaria.

Período Preclásico (2000 AC a 250 DC)


El Preclásico se caracteriza por la manifestación de patrones culturales propiamente
mesoamericanos. Su inicio se marca por la aparición de la cerámica. La fecha inicial del
Preclásico se hace variar algunos siglos, ya que la cerámica no se trabajó en el mismo
momento en todas las regiones mesoamericanas, lo cual hace difícil el fechamiento por
comparación de tipos. Un método que ha ayudado a la obtención de fechas muy
tempranas es el radiocarbón. En el caso de Mesoamérica, en algunos sitios ha permitido
calcular fechas calendáricas para el inicio del Preclásico con poco margen de error. Sin
embargo, es muy difícil encontrar muestras de carbón asociadas a los artefactos y en
contextos puros correspondientes a los inicios del Preclásico, por lo que existe debate
sobre su fechamiento exacto. La fecha 2000 AC es un promedio, puesto que las
cerámicas, que son las más antiguas que se conocen, tienen una fecha de 2300 AC
(cerámica Pox del Estado de Guerrero y cerámica Purrón del valle de Tehuacán, ambas
en México). Se calcula que el Preclásico termina alrededor del 250 DC. Esta fecha,
como se verá más adelante, depende de la correlación de los calendarios maya y
cristiano.

El Período Preclásico abarca más de 2000 años y durante ese tiempo ocurrieron
fenómenos notables en los grupos humanos que habitaban Mesoamérica. Sobre la base
de cambios en la cerámica, la arquitectura y la escultura, este período ha sido dividido
en Temprano (2000 a 800 AC), Medio (800 a 400 AC) y Tardío (400 AC a 250 DC).

A grandes rasgos, el Preclásico Temprano puede describirse como un período


caracterizado por poblaciones jerarquizadas, que explotaban estuarios y áreas de
manglar (Costa Sur de Chiapas, y Guatemala), con una adquisición paulatina de
agricultura, o una utilización completa de ella (valle de Guatemala, sitio de
Kaminaljuyú). Algunas de estas poblaciones, como las culturas de las Fases Barra y
Ocós, en la Costa Sur, son notables por su cerámica de excelente tecnología, por la
construcción de montículos grandes y por el inicio del ceremonialismo, indicado por la
importancia de ciertos montículos, vasijas especiales y figurillas. En el actual Estado
mexicano de Veracruz surge la primera civilización del Nuevo Mundo, la Olmeca,
cuyas manifestaciones más notables se encuentran en la Costa del Golfo de México.

Durante el Preclásico Medio se observa el avance de grupos humanos hacia zonas que
antes no estaban completamente ocupadas; por ejemplo, Petén, lo que implicaría mayor
densidad de población y un mejor conocimiento del manejo de la tecnología agrícola
junto con cierto control del agua. Se nota más comunicación entre las poblaciones por
medio del comercio, y hubo más complejidad social y ceremonialismo, según se colige
de una mayor variedad en la cerámica, de la arquitectura monumental y de la escultura.
En el Preclásico Tardío ya estaban firmemente cimentados los principales rasgos de la
civilización maya. En cerámica se usaba ampliamente la pintura bicroma y comenzaba
la policromía que, poco tiempo después, en el Clásico, sería una característica común.
La construcción de pirámides ceremoniales se extendió a través de Mesoamérica, junto
con una mayor centralización política en los centros cívicos y administrativos. En la
agricultura se observan técnicas intensivas, como canales de irrigación, drenaje,
chinampas o campos elevados, tablones, etcétera. A fines del Preclásico se introdujeron
dos innovaciones importantes en el campo intelectual: el calendario y la escritura,
usados en el registro histórico de los acontecimientos políticos del área maya. Ambos
logros aparecen muy desarrollados, por lo que pudieron haberse iniciado bastante
tiempo antes. La estructura social se tornó mucho más compleja, con grandes centros de
población, que ejercieron dominio sobre otros, y cuyos gobernantes reforzaban su
derecho al poder por medio de inscripciones en estelas, dinteles, etcétera.

Variaciones en la terminología del Preclásico

Con relación al nombre de este período, que se extiende del 2000 AC al 250 DC, existe
cierta variación. Los primeros en investigar los restos arqueológicos mesoamericanos
fueron los europeos y norteamericanos, y ellos aplicaron en el Nuevo Mundo una
terminología que se usaba en el Viejo Mundo. Al principio del siglo XX, por ejemplo,
Sylvanus G. Morley incorporó términos utilizados en la Arqueología de Egipto, como
los de Viejo Imperio y Nuevo Imperio, para denominar a dos de los períodos
reconocidos en el área maya. Actualmente se usan los términos Clásico y Postclásico.

En las décadas entre 1930 y 1950 surgió una serie de nombres para el primer período de
Mesoamérica. Con base en excavaciones que realizó en Uaxactún, entre 1931 y 1937,
A. Ledyard Smith utilizó los nombres Desarrollo Temprano I y Desarrollo Temprano II.
Después, aparentemente en los inicios de la década 1940, durante las investigaciones
efectuadas por la Institución Carnegie en Yucatán, se empezó a usar el término
Formativo. Sin embargo, se sabe que fue en dos artículos de J. Eric S. Thompson donde
se publicó por primera vez el término Formativo, para referirse a la misma época.
Ambos estudios se publicaron en American Antiquity, por lo que esta denominación
tuvo una mayor divulgación. A esto también contribuyó Alfred Kroeber, quien, en su
famoso libro Anthropology, llamó Formativo al período anterior al Clásico.

Robert Wauchope, por su parte, presentó una hipótesis que tuvo mucha influencia en el
uso del término Formativo, así como en los estudios acerca del desarrollo cultural de
este período. Dicho autor afirmaba que se necesitaba de una terminología muy amplia
que traspasara las regiones y que permitiera referirse a la misma etapa cultural
utilizando las secuencias locales de cada región. El término Formativo también tuvo
buena acogida entre los arqueólogos mexicanos, especialmente porque en ese momento
se intentaba buscar un sustrato común para las culturas de Mesoamérica y Sudamérica.
En un ensayo publicado en 1948, Pedro Armillas usó el término Formativo, y señaló
que la misma denominación se usaba por peruanistas para designar a la fase del área
andina que parecía coincidir con el área mesoamericana. En otras palabras, aceptaban
una correspondencia en el tiempo, entre los primeros aspectos culturales de las dos áreas
arqueológicas, que, de esa manera, supuestamente constituían un horizonte cultural.

Más o menos en la misma época, Edwin M. Shook indicaba que ninguno de los
términos previamente aplicados al período anterior al Clásico (Arcaico, Medio,
Desarrollo, Pre-Maya, Formativo, etcétera) encajaba tan bien en el panorama general de
Mesoamérica y permitía tanta correlación, como la denominación Preclásico. Este fue
definido por Shook como el período 'que cubre todas las culturas que hacían cerámica a
través de Mesoamérica, hasta 200 DC, fecha aproximada (con base en la correlación del
calendario maya con el cristiano) para el inicio del clímax intelectual del Clásico'.

En los años siguientes continuó el debate y los investigadores usaban indistintamente


los términos Formativo y Preclásico. A finales de la década 1950 y en la 1960, los
miembros de la New World Archaeological Foundation usaban la palabra Preclásico en
su cronología aplicada a Chiapas, México, mientras que Michael D. Coe utilizaba
Formativo para la suya en el sitio La Victoria, en el litoral Pacífico de Guatemala. Los
estudios de Coe tuvieron mucho impacto en las posteriores investigaciones que se
realizaron en Guatemala, y él contribuyó mucho en divulgar el uso del término
Formativo.

El avance de los estudios arqueológicos ha demostrado, cada vez con más claridad, que
las poblaciones mesoamericanas alcanzaron un alto grado de desarrollo cultural. Por
ello, si algún período de las culturas mesoamericanas puede llamarse Formativo, con
alguna propiedad, es precisamente el que hoy se conoce como Arcaico. Es más, con las
nuevas investigaciones se ha establecido que algunos sitios, como Kaminaljuyú y El
Mirador, tuvieron varias etapas de apogeo, algunas antes del Período Clásico. Además,
hasta el presente no es seguro que culturas, como la de la Fase Ocós, en el sitio La
Victoria, y de la Fase Arévalo, en Kaminaljuyú, hayan sido formativas de posteriores
desarrollos. Por ello, se considera que el término Formativo para denominar al período
mesoamericano inicial, es inadecuado, puesto que implica que es una etapa anterior o
culturalmente más baja que el Período Clásico. Por tal razón, se ha preferido el término
Preclásico, el cual únicamente sugiere que se presenta antes del Clásico. A continuación
se usarán ambos términos con el mismo significado, puesto que se refieren a la misma
época, es decir a la que está comprendida entre 2000 AC a 250 DC.

Algunas anotaciones sobre el uso del término Protoclásico

En la última parte del Preclásico Tardío o inicio del Clásico Temprano, entre 100 y 300
DC, se presenta en el área maya un estilo cerámico que fue la base del Período
Protoclásico. Sin embargo, el concepto de Protoclásico ha provocado mucha confusión
y no hay un acuerdo general sobre lo que realmente representa. A través del tiempo ha
sido descrito como un período arqueológico, una etapa de transición al Clásico, o
simplemente como estilos cerámicos que llegan al área maya en determinado momento.

En vista de que no hay un acuerdo general para describir el Protoclásico, y de que


algunos investigadores consideran que no es adecuado definirlo como un período, en
esta sección de la Historia General de Guatemala se optó por equipararlo a los estilos
cerámicos que se presentaron poco antes del inicio del Clásico. Varios de los autores en
los artículos que conforman esta sección, empero, excepcionalmente utilizaron el
término Protoclásico para designar un período o bien un complejo cerámico.

El Período Clásico (250 a 900 DC)


Originalmente, el inicio del Período Clásico se marcó con la fecha más temprana en el
sistema maya de escritura en la Cuenta Larga. Por varios años la inscripción más
antigua encontrada en Petén fue la de la Estela 29 de Tikal, que tiene la fecha de 290
DC. Sin embargo, recientemente se descubrió, en la Estela Hauberg, que actualmente
forma parte de una colección privada, una fecha anterior que corresponde al 199 DC. En
la Costa Sur de Guatemala se han descubierto estelas con fechas todavía más tempranas,
como la Estela Nº 5 de Abaj Takalik, fechada 126 DC. Como es de esperarse que se
encuentren monumentos con fechas más tempranas, la mayoría de investigadores utiliza
como promedio aproximado del inicio del Clásico, el año 250 DC. Su finalización está
fijada en 909 DC, fecha registrada en un monumento del sitio Toniná, en Chiapas, que
es la última inscripción fechada en la Cuenta Larga del calendario maya.

En el Período Clásico, especialmente en el área de Petén, ocurrió un gran florecimiento


en todas las manifestaciones del arte maya; se perfeccionó la escritura, el sistema
ceremonial se hizo más complicado, en particular el culto altarestela; se amplió el
comercio, y, en general, la civilización maya se volvió más compleja y elaborada. Por
esta razón, desde el principio se le dieron nombres como Edad de Oro de los Mayas,
Floreciente o Clásico. Estas denominaciones no causaron polémica, pero en la
actualidad hay acuerdo general en cuanto a usar la expresión Período Clásico.

El foco principal del desarrollo cultural durante el período en cuestión se encuentra en


las Tierras Bajas mayas. El Clásico ha sido dividido en dos partes. La primera, o
Clásico Temprano (de 250 a 550 DC), se caracteriza por la amplia distribución de
rasgos culturales, como cerámica con estilos protoclásicos, escritura jeroglífica, el culto
altar-estela, la influencia teotihuacana y el papel que jugó Tikal como centro regional,
dominando una vasta zona. Entre 550 y 600 DC ocurrió lo que en Arqueología se
conoce como 'hiato maya'. Estos 50 años se caracterizan por la ausencia de monumentos
en la mayor parte del área maya, y parece que fueron años problemáticos, especialmente
para la aristocracia de Tikal. El colapso de Teotihuacan coincidió con los años del hiato,
por lo que, evidentemente, las consecuencias de estos acontecimientos del centro de
México afectaron al área maya situada hacia el sur. Durante el Clásico Tardío (600 a
900 DC) el poder ya no estaba sólo en unos pocos sitios esparcidos, como Tikal y
Copán. Existía una nueva organización regional en las Tierras Bajas, en la cual se
aumentó el número de centros de poder, pues se incluyen Yaxchilán, Dos Pilas,
Quiriguá, Caracol, Naranjo, etcétera. En el transcurso de estos siglos el arte alcanzó su
máximo refinamiento.

Aclaración sobre la aplicación del concepto del Clásico Medio

En años recientes, varios arqueólogos han adoptado el concepto de un Período 'Clásico


Medio'. Estos autores consideran que el intervalo entre 400 y 700 DC debe distinguirse
del resto del Clásico para reconocer, durante esa época, el dominio de Teotihuacan
sobre gran parte de Mesoamérica. Lee Parsons, incluso, divide el Clásico Medio en dos
partes: la primera, data aproximadamente de 400 a 550 DC; y la segunda, de 550 a 700
DC. Parsons se refiere a la primera parte como la Fase Teotihuacana, porque fue la
época de mayor influencia y contacto entre Teotihuacan y otros centros localizados en
diversas regiones de Mesoamérica. A la segunda parte la denomina Fase
Teotihuacanoide, en vista de que, pese a ciertas influencias, no hay un contacto directo
entre Teotihuacan y centros extranjeros.
Muchos arqueólogos no están de acuerdo sobre la división cronológica que el concepto
Clásico Medio representa para Mesoamérica. Aquellos que no lo aceptan opinan que un
Período Clásico Medio oscurece las diferencias entre los rasgos que caracterizan al
Clásico Temprano y al Tardío. Los cambios que se presentan al final del Clásico
Temprano, alrededor de 550 DC, son muy marcados en Guatemala, y los nuevos rasgos
que tipifican los complejos del Clásico Tardío se desarrollan en una forma consistente,
desde ese punto en adelante y por varios siglos. Entonces, en los capítulos que forman
esta sección, el lector notará que algunos autores prefieren dividir al Período Clásico
únicamente en dos partes, la temprana y la tardía, mientras que algunos utilizan el
concepto del Clásico Medio.

Algunas anotaciones sobre el uso de los términos Clásico Terminal y Epiclásico

A finales del Clásico Tardío (entre 830 y 900 DC) el área maya resultó afectada por
diversos problemas que provocaron el declive de la civilización y su ulterior colapso, lo
que fue acompañado por el abandono de los centros urbanos más importantes. Sin
embargo, estas dificultades no se presentaron de manera uniforme en las Tierras Bajas y
las Tierras Altas. Por lo tanto, cuando los arqueólogos han estudiado la última parte del
Clásico se han encontrado con situaciones que plantean el dilema de utilizar términos
como Clásico Terminal y Epiclásico.

El Clásico Terminal se usa cuando, después del colapso que afectó a las Tierras Bajas
Centrales, en otras zonas todavía los sitios continuaron ocupados, pero en decadencia,
había cerámica y la actividad de construcción disminuyó sensiblemente o se estancó por
completo. Un ejemplo son los sitios del centro de Yucatán.

El Epiclásico es aplicable a aquellas zonas que no muestran señales de declive, sino la


continuación de su desarrollo (y en ocasiones florecimiento), aproximadamente hasta
1000 DC, es decir, después del abandono de otros sitios a finales del siglo IX. Los sitios
de la región de las montañas Puuc, en Yucatán, y Quiché, en Guatemala, son notables
por su actividad cultural epiclásica. En esta sección, especialmente en los capítulos que
tratan sobre la zona del Altiplano Norte, aparece el término Epiclásico en varios
artículos.

El Período Postclásico (900-1525 DC)


La estela con la última fecha en Cuenta Larga, 909 DC, se ha tomado como final del
Clásico e inicio del Postclásico. Esta fecha varía unos decenios, según el área
geográfica. En relación con las Tierras Bajas mayas, algunos arqueólogos se inclinan
por la fecha 889 DC, que conmemora los últimos monumentos erigidos en los sitios de
Uaxactún y Xultún, en Petén. El Período Postclásico termina en la Península de Yucatán
en 1517, cuando los españoles tomaron posesión de ese territorio. Nuevamente, las
fechas de 900 y 1525 DC son un promedio aproximado.

El Período Postclásico ha sido descrito como un período de decadencia, conflictos e


invasiones. Esta observación se basa en la presencia de sitios fortificados y en el
evidente ingreso en el área maya de influencias y, posiblemente, poblaciones
extranjeras. Esto provocó que al principio se diera a dicha etapa nombres como Período
Mexicano o de Absorción Mexicana, Militarista, Retráctil, etcétera. Actualmente hay
consenso en denominarlo Postclásico, y comprende las civilizaciones que surgieron
después del colapso del Clásico Tardío.

A causa del debilitamiento de las poblaciones localizadas en el sur del área maya, a
finales del Período Clásico empezaron a ingresar influencias nahuas, y los sitios de
Altar de Sacrificios y El Ceibal muestran evidencia de invasiones de grupos del norte.
En los sitios del Postclásico se nota decadencia en la cultura material; por ejemplo, la
escultura y la pintura pierden su suavidad, la arquitectura muestra pesadez y su
decoración es por medio de diseños geométricos y repetitivos, aunque con la ventaja de
que sus espacios interiores son más amplios. El auge religioso continuó pero se hizo
más 'secular', se perdió el culto del complejo altar-estela, y aumentó el énfasis del
sacrificio humano. El comercio se extendió hacia rutas por mar, pero ahora su interés
principal fue la Península de Yucatán. También ocurrieron fuertes cambios en el campo
intelectual, puesto que las fechas se calculan por medio de la Rueda Calendárica maya,
que resulta algunas veces en cálculos problemáticos o equivocados, lo que evidencia la
pérdida parcial de la información.

El Postclásico se divide en dos partes. La primera, el Postclásico Temprano, de 900 a


1250 DC. En México, principalmente, se marca por el surgimiento y la caída del centro
tolteca de Tula, Hidalgo, en el altiplano mexicano, y por la dominancia y posterior
colapso de Chichén Itzá, en la Península de Yucatán. En Guatemala, el Postclásico
Temprano es el período más confuso, por los procesos políticos que estaban ocurriendo
y porque casi no se dispone de información. En las Tierras Bajas Centrales hay
poblaciones medianas y pequeñas alrededor de los lagos, de las cuales la más
importante se localiza en las islas de Topoxté, Petén. En el Altiplano, las excavaciones
arqueológicas y las crónicas indígenas proporcionan información sobre el surgimiento
de grupos de origen 'quicheano': quichés (k'iche's), cakchiqueles (kaqchikeles) y
tzutujiles (tz'utujiles).

El Postclásico Tardío (1250 a 1525 DC) se inicia con la caída de Chichén Itzá y el
surgimiento de Mayapán como el centro más importante en la Península de Yucatán. En
el centro de México se observa el desarrollo, dominio y expansión del imperio Azteca
en los siglos XIV y XV. En Guatemala, el foco principal del desarrollo cultural se
encuentra en las Tierras Altas, con el control ejercido por los quichés hasta
aproximadamente 1470, cuando los cakchiqueles y tzutujiles ya se constituyeron en
señoríos independientes. A principios del siglo XVI, los españoles encontraron estos
señoríos enfrentados en guerra, lo cual facilitó la primera etapa de la conquista
española.

Algunas anotaciones sobre el uso del término Protohistórico

Varios estudiosos utilizan el término Protohistórico para referirse a los últimos dos
siglos anteriores a la llegada de los españoles y las primeras décadas de la Conquista. Se
considera que este término no es adecuado, puesto que su significado literal es 'la forma
más temprana de la historia'. Esto sería afirmar que los pueblos mesoamericanos no
tenían historia sino hasta la llegada de los europeos. Existe innumerable evidencia de
textos históricos en estelas, altares, gradas, dinteles, códices y artefactos portátiles,
etcétera, que muestra los registros de eventos políticos que ocurrieron. El
desciframiento de jeroglíficos, inclusive, está permitiendo pasar de las hipótesis
inferidas por los restos arqueológicos al fascinante escenario histórico de Mesoamérica.
CARSON N. MURDY

Los Primeros Habitantes de Centro


América

Determinar la época y el proceso de los primeros asentamientos humanos en las


Américas sigue siendo un tópico de controversia entre los arqueólogos. La mayoría está
de acuerdo con que los primeros habitantes pudieron haber llegado del noreste de Asia,
a través de un puente terrestre en la región del estrecho de Bering, pero existen dos
teorías sobre la fecha y las formas de este proceso de asentamiento. La tesis
conservadora, o posiblemente escéptica, indica que los primeros humanos entraron al
Nuevo Mundo en una única migración, hace unos 12,000 años. Los migrantes iniciales
ya estaban especializados en la caza de grandes animales y, por ello, se dispersaron
hacia el sur del continente americano durante aproximadamente 2,000 años, y
eliminaron esencialmente la megafauna pleistocena que encontraban en su camino. La
tesis más liberal, que otorga mayor credibilidad a las fechas radiométricas más antiguas
y a las colecciones de herramientas burdas aceptadas como tempranas, sostiene que el
hombre probablemente entró a las Américas hace casi 40,000 años, y depuró su
capacidad de adaptación tecnológica y económica a las variantes condiciones ecológicas
en el Nuevo Mundo. A lo largo del tiempo, mientras la emigración se prolongaba hacia
el sur, el proceso culminó en la etapa de los cazadores especializados en la megafauna
del Período Paleoindio, hace aproximadamente de 12,000 a 8500 años. La evidencia de
actividad humana en Centro América durante dicho Período es crucial en este análisis, y
es un tema que se revisará a continuación. Hasta hoy, más de una posible presencia
humana en Centro América proviene del sitio El Bosque, Nicaragua (Ilustración 45).
Localizado en el interior del altiplano noroccidental de Nicaragua, a unos 10 km al
suroeste de Pueblo Nuevo, en el distrito de Estelí, el sitio ocupa alrededor de 2,000 m2
de una zona parecida a una terraza; está a 19 m arriba de la quebrada de Los Horcones,
cuyo drenaje se orienta hacia el Océano Atlántico, por medio del Río Coco (Segovia).
La estratigrafía del sitio cubre un manto de roca de andesita rosada, y consiste primero
en un suelo residual y coluvial formado por un barro rosado que llega hasta un metro de
grosor, seguido por dos unidades de barro verde de un espesor máximo de tres metros
cada una, y separadas por una zona de cantos y guijarros. Estas unidades están
sobrepuestas y parcialmente erosionadas por un suelo coluvial de cantos, que tiene de
40 a 100 cm de espesor, y cubierto a su vez por un máximo de 60 cm de suelo coluvial
de aluvión arenoso. Dentro de la unidad de barro verde más profunda aparecieron
numerosos huesos de grandes mamíferos, entre los cuales se han identificado los
siguientes: Eremotherium sp. (perezoso gigante), Megalony-chids (caballos),
Gomphotheres, Odocoileus sp. (venado); además, Notoungulates, tortugas y un pequeño
mamífero, como del tamaño de un perro, no identificado. Estas agrupaciones de fauna,
así como las fechas radiométricas asociadas, que varían de 16,000 a más de 33,000 AC,
sugieren una fecha más antigua, en condiciones ambientales mucho más húmedas en
relación con los climas actuales, los cuales comprenden desde el clima de sabana
tropical al clima cálido con inviernos secos.
Por lo general, los huesos aparecieron desarticulados y rotos; pero en un caso había una
densa concentración de pequeños fragmentos de restos óseos ennegrecidos, que cubrían
un área de aproximadamente 30 x 40 cm. Evidentemente, los huesos, que se localizaron
sobre un delgado manto de pequeñas piedras ígneas, fueron quebrados antes de su
fosilización. Otros mantos de guijarros, extensos pero delgados, se encontraron en otros
sectores del depósito, e incluían 10 pequeñas piezas tubulares de jaspe laminado; otros
más aparecieron en la matriz de barro verde, no asociada con los mantos de guijarros.
Las piezas de jaspe laminado son, por lo menos, de cinco tipos distintos de piedra; dos
de éstos se pueden encontrar localmente, y los otros son de origen desconocido. Las
piezas no están rodadas y gastadas, como otras encontradas en el lecho del Río Los
Horcones, sino más bien parecen haber sido importadas y trabajadas por el hombre.
Algunas están laminadas en una sola cara, alrededor de sus perímetros. En resumen: no
obstante la sugestiva apariencia de este sitio como un temprano asentamiento de
cazadores situado a orillas de un lago, con concentraciones de huesos y un alineamiento
rectangular de piedras, todavía es necesario que los supuestos artefactos sean estudiados
por un especialista en lítica; de otra manera, los escépticos continuarán sin convencerse
de que El Bosque fue un escenario de actividad humana temprana.

Otro posible asentamiento muy temprano en esta región es el sitio, o sitios, de


Richmond Hill, cerca de la población de Orange Walk, en Belice. En la superficie, el
sitio presenta una distribución no continua de miles de grandes e irregulares
herramientas de piedra, burdamente talladas, en una área de unos 5 km de diámetro
(véase Ilustración 46). Actualmente este espacio está abierto y exhibe pequeñas
ondulaciones limitadas por depresiones que retienen agua por largos períodos. El río
más cercano está a unos 5 km de distancia. Las excavaciones de muestreo de 2 m2,
hechas en una de las colinas, mostraron un estrato basal de piedra caliza natural, a unos
50 cm abajo de la superficie y sobre el cual había lo siguiente: a) 10 a 25 cm de greda
barrosa, de color gris claro; b) 1 a 2 cm de tierra barrosa, de color negro-cafesoide
oscuro; c) 2 a 10 cm de barro grisáceo; d) alrededor de 10 cm de una densa y bien
compactada capa de cristales silíceos (?), en una matriz de marga barrosa café-rojiza; y
e) una cubierta de tierra superficial barrosa, de color café oscuro. Los estratos b) y a)
fueron interpretados como los Horizontes A y B, respectivamente, de un suelo
enterrado, mientras que el estrato d) era obviamente un piso preparado, en el cual los
habitantes aborígenes excavaron varios hoyos.

Todos los niveles sobre esta marga basal mostraron herramientas de piedra tallada, en
cantidades variables, las cuales tenían una pátina de ligera a densa en los bordes
trabajados. Exámenes microscópicos de estos bordes mostraron que las piezas tuvieron
diversos usos, como los de alisar, cortar, pulir, tallar y martillar; ello, por otro lado,
indica que el sitio fue una área de habitación en la que se realizaba una amplia gama de
actividades. La abundancia de las herramientas encontradas tanto en la superficie como
en las excavaciones, sugiere que el lugar probablemente estuvo ocupado en forma
intermitente por una pequeña población durante un largo período. En virtud de la gran
cantidad de estas herramientas, de su amplia distribución y de su burda manufactura,
algunos investigadores han dudado de que realmente fueran artefactos de fabricación
humana; sin embargo, en un estudio reciente, Arlene V. Miller ha rechazado la
posibilidad alternativa de que hayan sido astillados solamente por acción
geomorfológica. Aunque este sitio todavía no puede fecharse radiométricamente, la
comparación de las colecciones de la Fase Pacaicasa de Perú, que contienen
herramientas con agrupaciones similares de los materiales, sugiere una fecha alrededor
de 18,000 AC.

En el contexto aludido en las líneas precedentes conviene mencionar el hueso de un


perezoso extinto, que Barnum Brown encontró en Petén. Dicha pieza mostraba sobre
una de sus superficies tres cortes agudos, no paralelos, en forma de V. Según Brown los
cortes fueron hechos por un humano sobre el hueso fresco, una observación con la que
concuerdan otros expertos. Este espécimen, asociado a otros huesos petrificados de
camello, mastodonte, megaterio y gliptodonte, apareció detrás de un muro de
contención natural que atraviesa el Río de La Pasión, exactamente debajo de la
confluencia del Río Amelia, hacia el oriente, en unos 1.5 metros de agua.
Desafortunadamente, como este depósito es claramente de naturaleza secundaria, los
hallazgos no pueden ser fechados con más exactitud, y tan sólo es posible indicar que la
fauna representada pertenece al Pleistoceno Superior.

Aparte de tan tenues indicios sobre los habitantes más antiguos, parece existir un gran
vacío posterior de información en lo referente a la ocupación paleoindia de Centro
América. Se conocen dos sitios en Chiapas en los que existen evidencias de ocupación
que pueden fecharse antes de 13,000 AC. Sin embargo, esta fecha está basada
únicamente en la tipología de los artefactos encontrados allí. La primera evidencia es un
raspador largo y grueso, que apareció, en asociación con carbón y huesos de ardilla, en
los niveles más bajos de la Cueva Santa Marta. En Chiapas, México, la segunda
evidencia encontrada en el sitio Teopisca es un conjunto de herramientas de piedra
situadas a flor de tierra, que muestran una espesa pátina. El conjunto incluye
herramientas de piedra con bordes cortados, raspados y dentados; un buril y un pequeño
cuchillo bifacial. José Luis Lorenzo ha planteado recientemente dudas respecto de la
fecha tan temprana asignada a dicho sitio, pero no sugiere una alternativa más plausible.
También existe la Cueva Loltún, en Yucatán, en cuyos niveles más bajos se han
encontrado herramientas unifaciales asociadas con huesos de caballos, mamuts y otros
animales extintos. Aunque todavía no ha sido reportado detalladamente, este
descubrimiento se puede situar en el mismo período que corresponde a los hallazgos en
Chiapas.

En relación con el período comprendido entre 10,000 y 6500 AC, por el contrario, sí
existe evidencia relativamente abundante de actividad humana en la región. Dicha
evidencia incluye hallazgos provenientes de excavaciones y otros obtenidos de manera
casual, así como reconocimientos controlados de superficie. Sin embargo, sólo algunos
de los materiales encontrados en excavaciones pueden fecharse con seguridad. Parece
conveniente enumerar primero los hallazgos de superficie, sin fecharlos, en un orden
geográfico de oeste a este y de norte a sur:

1 Una punta de obsidiana completa, parecida al tipo Folsom, encontrada


en la finca Villatoro, Chivacabé, a 8 km al oeste de Huehuetenango, y a
1,880 m sobre el nivel del mar.

2 Una punta de basalto, completa, parecida al tipo Clovis, descubierta


cerca del poblado Chajbal, en el valle de Quiché.
3 La base, en forma de cola de pescado, de una punta acanalada de
obsidiana, localizada cerca de la aldea Santa Rosa Chujuyub, en el valle
de Quiché.

4 Una posible punta de obsidiana, similar al tipo Clovis, encontrada


probablemente en las Verapaces, según se reportó en 1722, aunque se
duda si Fray Francisco Ximénez estaba en realidad refiriéndose a una
punta acanalada.

5 Una punta de obsidiana acanalada, con la base en forma de cola de


pescado, encontrada en la aldea San Rafael, en el valle de Guatemala
(Ilustración 44a).

6 La mitad basal de una punta de obsidiana acanalada, con la base en


forma de cola de pescado (Ilustración 44a, b y c), localizada en Piedra
Parada, en la planicie de Canchón, Departamento de Guatemala. Después
de romperse, esta punta fue convertida en un buril, para lo cual se le
removieron lascas, en forma transversal, a lo largo del corte quebradizo,
y longitudinalmente a lo largo del otro borde; el buril fue retocado
posteriormente, al remover las lascas a lo largo de los mismos ejes. En
atención a los patrones de uso, Michael K. Davis sugiere que el eje distal
de esta herramienta retocada también pudo haber sido usado como
raspador.

7 Una punta de cuarzo casi completa, parecida al tipo Clovis (Ilustración


47), descubierta en el sitio Ladyville Nº 1, en Belice.

8 Dos puntas parecidas al tipo El Inga y dos puntas parecidas al tipo


Lago Madden, localizadas en el sitio Ladyville Nº 1, Belice.

9 Una punta parecida al tipo El Inga y tres puntas parecidas al tipo Lago
Madden, así como una punta similar al tipo Plainview, encontradas en el
sitio Lowe-ha, Belice.

10 Una punta parecida al tipo Lago Madden, descubierta en el sitio


Melinda, Belice.

11 Una punta parecida al tipo Clovis, de pedernal negro, encontrada en


1904, por C.V. Hartmann, en la región de la costa del Pacífico de Costa
Rica.

12 Una punta acanalada, con la base en forma de cola de pescado, de


madera fosilizada, encontrada en la Isla Macapale, en el Lago Madden,
Panamá.

13 Un fragmento basal de punta acanalada, con la base en forma de cola


de pescado, con espiga (Lago Madden) de ágata turitella, procedente de
la Isla Butler en el Lago Madden, Panamá.
14 Una punta acanalada, completa, con la base en forma de cola de
pescado, con espiga, localizada en el canal del Río Chagres, cerca del
Lago Madden, Panamá.

15 Cuatro puntas adicionales acanaladas, con la base en forma de cola de


pescado, con mango, procedentes de varias localidades situadas
alrededor del Lago Madden, Panamá.

16 La hoja de lo que puede ser una punta acanalada, con la base en forma
de cola de pescado, recuperada en el Canal de Panamá, frente a Balboa.

Además de los hallazgos citados de puntas de proyectil, todos casuales y de superficie y


que sólo pueden fecharse de una manera aproximada por medio de tipología
comparativa de artefactos, varios sitios del mismo período en Centro América han
contado con un extenso reconocimiento o excavación, y han proporcionado no sólo
fechas sino un panorama más completo de las industrias de herramientas de piedra y las
diversas adaptaciones ecológicas de la gente. Estas otras investigaciones incluyen
excavaciones en la Cueva de los Grifos, Chiapas, un reconocimiento en el valle de
Quiché, Guatemala, un reconocimiento en el área de Chichicastenango, Guatemala, con
excavaciones en los sitios La Piedra del Coyote y Los Tapiales, un reconocimiento con
un amplio radio y excavaciones en algunos sitios precerámicos en Belice y
excavaciones extensivas en el sitio Turrialba, en Costa Rica.

Las excavaciones en la Cueva de los Grifos, Chiapas, han proporcionado puntas


acanaladas en forma de cola de pescado, asociadas a raspadores con bordes de navaja y
otras herramientas que fueron fechadas por radiocarbón entre 9300 y 8900 AC. En el
reconocimiento del valle de Quiché, Kenneth Brown, por otra parte, localizó por lo
menos 117 sitios con evidencia de ocupación precerámica. En estos sitios se encontró
una amplia gama de tipos de herramientas, incluyendo puntas de proyectil de varios
estilos, bifaciales, raspadores dentados en el extremo, raspadores dentados en el extremo
y a los lados, raspadores discoidales, raspadores laterales, cuchillos, buriles, cinceles y
núcleos. De éstos, la gran mayoría (alrededor del 90%) fueron hechos de basalto y otros
de obsidiana, calcedonia y cuarcita. Desafortunadamente, puesto que todos estos sitios y
herramientas fueron definidos sólo a base de colecciones de superficie, en la actualidad
es imposible distinguir entre los sitios del Período Paleoindio y del Arcaico con apoyo
en esta muestra. Sin embargo, con fundamento en comparaciones tipológicas, así como
en la similitud que presenta la gran preferencia por el basalto, también notada en Los
Tapiales, Brown sugiere que la mayoría de los últimos sitios corresponde a una época
comprendida entre 9000 y casi 1000 AC.

Son mucho más seguras las fechas obtenidas en los sitios La Piedra del Coyote y Los
Tapiales en el área de Chichicastenango. Ambos están localizados en una planicie
elevada, a unos 3,300 m de elevación, a lo largo de la carretera entre Los Encuentros y
Totonicapán en el oriente del municipio de Totonicapán.

Las excavaciones de muestreo en La Piedra del Coyote revelaron una estratigrafía


natural de ceniza volcánica oscura, endurecida, sobre una capa estéril de pómez, entre
1.00 y 1.10 m bajo la superficie. También se encontró una estratigrafía cultural de
materiales cerámicos que recubre una industria de lascas de basalto, a una profundidad
de 40 a 60 cm. Este estrato más bajo proporcionó numerosas lascas de basalto, dos
lascas retocadas y un raspador dentado en el extremo, quebrado, asociado con fechas de
radiocarbón que oscilan entre 8700 y 7480 AC.

En Los Tapiales las excavaciones fueron más extensas, y cubrían 224 m2 al terminar la
temporada de trabajo. A través del sitio la estratigrafía fue variable, generalmente más
gruesa cuesta arriba, hacia el noreste. Consistió principalmente de un manto de roca
irregular de riolita, resquebrajado, recubierto de piedra pómez blanca-amarilla-
anaranjada, muy áspera, la cual a su vez estaba recubierta por un manto de ceniza
volcánica oscura y endurecida. Esta última variaba en textura de abajo hacia arriba, de
la siguiente manera: a) 0.10 m de arcilla barrosa, café; b) una 'zona oscura', no continua,
con abundantes fragmentos microscópicos de carbón, que variaba entre 0.20 y 0.40 m
de espesor, en donde era visible; c) 0.10 a 0.60 m de arcilla café oscuro; y d) tierra de
superficie, de 0.20 a 0.30 m, de arcilla café oscuro. Los análisis espectográficos
infrarrojos de los suelos indicaron que el sitio probablemente existió como una planicie
abierta alpina a través de toda la historia de su ocupación. Una secuencia de nueve
muestras de radiocarbón de todos los niveles del sitio proporcionó fechas que oscilaban
entre 8710 y 7860 AC, en los principales niveles de ocupación precerámica. Los restos
de piedra trabajadas que fueron recuperados incluían 1,458 lascas, de las cuales el 77%
era de basalto gris, el 13% de obsidiana negra, el 6% de obsidiana gris, el 3% de
calcedonia blanca y el 1% de calcedonia variada. Las herramientas de piedra incluían la
base de una punta acanalada de basalto, una punta unifacial completa de obsidiana,
cinco fragmentos bifaciales, cinco buriles, seis cinceles, cinco raspadores unifaciales
(laterales), 11 raspadores unifaciales con dentado en un extremo (incluyendo cinco con
dentado lateral), cuatro fragmentos de raspadores, cinco navajas de sección triangular in
situ y 25 lascas usadas.

Las excavaciones realizadas conjuntamente con el proyecto Reconocimiento


Arqueológico Arcaico de Belice han revelado, por lo menos, cuatro sitios con
componentes que posiblemente corresponden a la Fase Lowe-ha (9000-7500 AC),
además de tres sitios con restos de superficie que probablemente sean también de esa
fase. Las herramientas de piedra asignadas a la industria de dicha fase incluyen
pequeñas navajas con estrechas plataformas preparadas, lascas grandes y pequeñas
retocadas irregularmente, raspadores con dentado al extremo y con quilla achatada,
raspadores con bordes de navaja, bifaciales ovoides finos, grandes raspadores ovoides
dentados en núcleos de tajadores, etcétera, así como las puntas de proyectil
mencionadas anteriormente. Estos últimos artefactos rara vez han sido encontrados en
las excavaciones. La fecha de los componentes de la Fase Lowe-ha no ha sido
establecida radiométricamente; hasta el presente está basada principalmente en tipología
comparativa de artefactos.

El sitio Turrialba, localizado en un lugar escarpado desde donde se divisa el Río


Reventazón, en las colinas orientales de la Cordillera Central de Costa Rica, es el sitio
del Período Paleoindio situado más hacia el sur entre todos los que han sido
extensamente excavados en Centro América. A pesar de que las actuales actividades
agrícolas no han permitido determinar sus límites precisos, parece ser que cubre por lo
menos 100,000 m2, en una área que se extiende aproximadamente 500 m a lo largo de
tres terrazas del Río Reventazón. Los depósitos culturales son muy poco profundos, ya
que sólo alcanzan de 0.20 a 0.40 m. Las herramientas y lascas allí encontradas son, en
su mayoría, de piedra dura silícea local, de varios colores, e incluyen puntas acanaladas
con la base en forma de pescado, puntas parecidas al tipo Clovis, puntas parecidas al
tipo Lago Madden, bifaciales que parecen haber sido formas de puntas semejantes al
tipo Clovis, raspadores dentados en el extremo con quilla, raspadores con dentado
lateral, cuchillos o raspadores unifaciales, núcleos poliédricos, navajas y buriles. El sitio
no ha sido fechado radiométricamente; sin embargo, las terrazas del río han sido
geomorfológicamente fechadas en c 10,000 a 8000 AC.

En la evidencia presentada anteriormente puede observarse una lenta pero segura


evolución de la tecnología de manufactura lítica a través de aproximadamente 20,000
años, conforme los habitantes del Paleoindio fueron incrementando y depurando su
capacidad de adaptación económica a la vida en Centro América. Si los restos de lascas
de jaspe en el sitio El Bosque, situado en Nicaragua, fueron de hecho artefactos
elaborados por el hombre, lo cual parece muy probable en vista de su asociación con
huesos de mamíferos extintos que fueron aplastados y ennegrecidos (¿quemados?) antes
de su fosilización, dichos restos sugieren que los habitantes más antiguos de esta región
fueron dependientes de una burda tecnología, compuesta básicamente de tajadores y
herramientas para cortar. Una tecnología similar ha sido registrada en los sitios con
fechas más tempranas situados en Norteamérica. Uno de éstos es Lewisville, Texas, que
tiene una fecha de 38,000 AC; en Sudamérica, el sitio llamado Cueva Pikimachay, en
Ayacucho, Perú, corresponde a la Fase Pacaicasa, y tiene una fecha de 18,000 AC; sin
embargo, el hecho de identificar estos hallazgos como artefactos humanos, asimismo
está sujeto a discusión. Por analogía, las herramientas encontradas en Richmond Hill,
Belice, también pueden pertenecer a dicha industria temprana, a pesar de que este sitio
aún no ha sido fechado.

Existe una gran laguna, aproximadamente entre 18,000 y 10,000 AC, en la información
arqueológica de Centro América; un período en el cual no se ha fechado con exactitud
ningún sitio. Una manera por la cual se puede inferir que ciertos sitios de Centro
América pertenecen a dicho período consiste en compararlos con sitios que tienen
asignadas fechas más confiables, ya que los conjuntos de herramientas se caracterizan
principalmente por unifaciales y buriles. Los sitios con los cuales se pueden establecer
tales analogías son los que están situados al norte, es decir, en México; por ejemplo,
Tlapacoya, en el Distrito Federal, y El Cedral, Matehuala, en San Luis Potosí, así como
el nivel más bajo de la Cueva Santa Marta, en Chiapas y los hallazgos de superficie
hechos en Teopisca, Chiapas, y la Cueva de Loltún, Yucatán.

Unicamente la última parte del Período Paleoindio, es decir, entre c 10,000 y 6500 AC,
está mejor representada en Centro América, según los sitios excavados y fechados, así
como por los hallazgos en superficie. La mayor parte de evidencia de este período
consiste en puntas de proyectil de distintos estilos. No es extraño encontrar más de un
tipo en un solo sitio. Entre ellos, el más común incluye las que se pueden llamar puntas
acanaladas con base en forma de cola de pescado, las cuales parecen representar una
tradición autóctona en Centro América, ya que no aparecen fuera de la región. Estas
puntas han aparecido en la Cueva de los Grifos, Santa Rosa Chujuyub, San Rafael,
Piedra Parada, Turrialba, Isla Macapale y posiblemente el Canal de Panamá. La mayoría
de ellas son bastante parecidas en forma y tamaño, aun cuando difiera la materia prima,
aunque las dos de Panamá son más grandes que las otras. El segundo estilo más
comúnmente encontrado incluye lo que se puede llamar puntas acanaladas tipo Clovis,
las cuales son bastante variables en forma y tamaño, pero que, sin embargo, presentan
fuertes afinidades con las puntas Clovis del este de Norteamérica. Estas se han
encontrado en Los Tapiales, Chajbal, en el Departamento de Quiché; Ladyville, en
Belice; y Turrialba, en Costa Rica. También son relativamente comunes las que se
pueden llamar puntas con base en forma de cola de pescado con espiga, o puntas
acanaladas tipo Lago Madden, que son comparables con colecciones similares halladas
en Sudamérica. Ellas se han encontrado en Ladyville, Lowe-ha y Melinda, en Belice;
Turrialba, en Costa Rica; y particularmente alrededor del Lago Madden, en Panamá.
Otras variedades encontradas incluyen las del tipo Folsom de la finca Villatoro y las del
tipo El Inga, de Ladyville y Lowe-ha, en Belice. Entre estas últimas variedades las de
los tipos Folsom y Plainview muestran afinidades con Norteamérica, mientras que las
del tipo El Inga muestran cierta afinidad con Sudamérica. Entonces, de acuerdo con
estas puntas de proyectil, se puede suponer que durante el Período Paleoindio, Centro
América formó una frontera o zona de transición entre las puntas de lados rectos de
Norteamérica y las puntas con espiga o base en forma de cola de pescado con espiga de
Sudamérica. Las puntas acanaladas en forma de cola de pescado de Centro América
parecen haberse desarrollado por la interacción de estas dos tradiciones continentales.

Otras herramientas de piedra encontradas en sitios del Paleoindio Tardío, tales como
puntas unifaciales, bifaciales, raspadores dentados en el extremo con quilla achatada,
raspadores con dentado lateral, raspadores discoidales, raspadores unifaciales con
dentadura lateral, buriles, cinceles, cuchillas, navajas, núcleos, lascas ya usadas,
etcétera, muestran una diversidad de tipos mucho mayor, y aparentemente con
funciones más especializadas, que las herramientas de piedra del Paleoindio más
temprano. A pesar de que la mayoría de estos artefactos también pueden encontrarse en
colecciones más tardías, los raspadores con dentado al extremo y puntas a los lados
parecen ser tanto un diagnóstico de las colecciones del Paleoindio Tardío como las
mismas puntas acanaladas.

En contraste con la escasa información obtenida de los sitios del Paleoindio más
tempranos en esta región, los reconocimientos y excavaciones correspondientes al
Paleoindio Tardío han proporcionado suficiente evidencia que indica alguna
especialización de las funciones del sitio, en proporción con el incremento de
especialización de la tecnología. En el valle de Quiché, Kenneth Brown pudo distinguir
por lo menos tres tipos de sitios: aquellos en los cuales se cortaba piedra, o servían
como canteras, y cuya localización, cerca de los mantos de dicho material, permitía la
manufactura de las herramientas; los sitios de recursos limitados, que tenían pocos tipos
de herramientas y que estaban localizados en áreas de fácil acceso a sólo una o dos
zonas ecológicas; los campamentos, que cubrían una área entre cinco y ocho veces más
grande que la de los sitios de recursos limitados, y que presentaban una mayor variedad
y densidad de herramientas de piedra. Estos últimos tenían fácil acceso, por lo menos, a
cuatro distintas zonas ecológicas. Los sitios de La Piedra del Coyote y Los Tapiales,
excavados por Ruth Gruhn y Alan Lyle Bryan, parecen haber sido de recursos limitados
y aparentemente estuvieron ocupados temporalmente, según lo indica su tamaño y
situación ecológica, aunque también pudieron ser campamentos pequeños, como se
puede colegir de su amplia variedad de herramientas. Richard MacNeish encontró que
todos los sitios de la Fase Lowe-ha, en Belice, eran pequeños, que tenían pocos
artefactos y que estaban localizados en ecozonas de laderas arenosas con bosques de
pino o con arbustos propios de una vegetación de sabana. Estos probablemente
representan sitios temporales de recursos limitados, ocupados por un pequeño grupo de
habitantes. Otro sitio excavado y correspondiente al Paleoindio Tardío, el de Turrialba,
en Costa Rica, fue una cantera y taller especializado, aparentemente usado durante un
largo período, según lo indican las numerosas preformas y la vasta cantidad de restos
líticos.

Aunque la mayoría de investigadores está de acuerdo con que la población del


Paleoindio Tardío en Centro América era pequeña y dispersa, infortunadamente la falta
general de reconocimientos regionales intensivos y de una clasificación interregional
coherente de los tipos de sitios, basada en el tamaño, intensidad y período de ocupación,
hacen difícil una estimación del tamaño y densidad de la población. Usando una
metodología adaptada a la que se desarrolló para calcular la población de los sitios más
tardíos en el valle de Guatemala, se puede estimar que la población del Paleoindio
Tardío, en la región del valle de Guatemala y la planicie de Canchón, pudo haber
oscilado entre 55 y 110 personas, lo que equivale a una densidad demográfica de 0.06 a
0.12 por km2 en un área de 875 km2. Hasta la fecha no se puede afirmar si esta
estimación de la densidad se puede aplicar a toda Centro América como un conjunto,
como tampoco se puede establecer la medida en que pudo haber variado dicha densidad
en los diferentes asentamientos ecológicos.

En términos de su contexto económico, se puede decir que los habitantes del Paleoindio
Tardío vivían en pequeños grupos nómadas, y que parecen haber alcanzado una alta
especialización en la caza de grandes animales del Pleistoceno Tardío. Algo de la
variedad de sus actividades y contactos se puede inferir no sólo de la amplia
distribución de los diversos estilos de puntas de proyectil, sino también por el hecho de
que los habitantes de Los Tapiales pudieron haber adquirido la obsidiana de fuentes tan
diversas como el Río Pixcayá y San Bartolomé Milpas Altas al oriente, y Tajumulco al
occidente, las cuales están a una distancia que oscila entre 50 y 75 km del sitio. La
especialización en la cacería de piezas mayores está indicada tanto por lo bien
manufacturadas que están las puntas de proyectil, como por el hecho de que los estudios
del uso de otras herramientas, provenientes de los sitios de la Fase Lowe-ha, en Belice,
indican que la mayoría de dichos artefactos fueron usados para diversas operaciones de
cortar y raspar materiales blandos, como cueros de animales.

En conclusión, y con fundamento en la evidencia obtenida en Centro América, se


pueden señalar dos puntos relevantes, respecto a los modelos alternativos de la
colonización paleoindia de las Américas, que se presentaron en la introducción de este
artículo. Primero, si las fechas tempranas, la cacería de fauna extinta y lo burdo de las
herramientas de manufactura humana de El Bosque y sitios similares son aceptados
como tales, y son corroborados mediante la evidencia de sitios adicionales que se
puedan descubrir en el futuro, se podrá deducir que el hombre penetró en el continente
americano hace mucho más de 40,000 años. Si esto resulta cierto, no habrá necesidad de
postular una rápida extinción de la megafauna del Pleistoceno Tardío, provocada por
aquellos primeros habitantes al final del Paleoindio. El segundo punto, y quizás el más
importante, se refiere a que existe evidencia sobre una diversidad de industrias y
herramientas de piedra durante el Paleoindio Tardío en Centro América. Estas incluyen
no sólo herramientas que parecen haberse originado en las industrias de Norteamérica,
sino también algunas originadas en las de Sudamérica, anteriores o contemporáneas a
las que se usaron en Centro América. El concomitante desarrollo de una tradición
autóctona en Centro América, durante el mismo período, indica que las poblaciones del
Paleoindio Tardío tuvieron una bien establecida adaptación a las distintas situaciones
ambientales locales en el área, y que durante mucho tiempo habían estado recibiendo
influencias tanto del norte como del sur. Por consiguiente, la evidencia paleoindia en
Centro América, vista sobre la base de cada una o de ambas conclusiones, indica que es
muy poco probable una tardía y rápida colonización de las Américas sólo durante el
Paleoindio.
JUAN ANTONIO VALDES y ZOILA RODRIGUEZ GIRON

Panorama Preclásico, Clásico y


Postclásico

En el presente artículo se ofrece un panorama general de las sociedades que ocuparon


las diversas regiones geográficas del país, en el entendido de que una mayor o más
detallada información sobre cada área se encuentra en los diferentes ensayos que
aparecen en este mismo volumen. La exposición está organizada cronológicamente y
para cada período aparece un mapa con los sitios más importantes que se mencionan en
esta sección.

Panorama del Preclásico


El Período Preclásico fue un lapso de gran importancia en la historia del actual territorio
guatemalteco, ya que marcó el inicio del sedentarismo y con ello el avance paulatino de
sociedades agrícolas que complementaron su dieta con la caza, pesca y recolección.
Representa un largo período, comprendido entre el año 2000 ó 1500 AC y el 200 ó 250
DC, en el que también se desarrollaron la alfarería, la tecnología lítica, la religión, las
relaciones sociopolíticas y la arquitectura.

Tradicionalmente, el Preclásico se divide en tres partes. En el Preclásico Temprano


(2000 a 1000 AC) en Mesoamérica se experimentó el desarrollo de comunidades
sedentarias y agrícolas. Durante el Preclásico Medio (1000 a 400 AC) se encuentran
niveles más avanzados de complejidad social y política, acompañados por comercio
interregional e interacción con los grupos olmecas y otros grupos mesoamericanos.
Alrededor del Preclásico Tardío (400 AC a 250 DC) estaba emergiendo la civilización
maya y muchas otras instituciones características del Clásico. Los sitios del Preclásico
se encuentran en casi todas las regiones arqueológicas de Guatemala (Ilustración 48).

Puesto que los mayas construyeron sus edificios de manera superpuesta, es difícil
obtener los datos necesarios para el conocimiento de las épocas más tempranas del
Preclásico. Los edificios y los elementos más antiguos, en efecto, se encuentran a
profundidades mayores, mientras que los rasgos de épocas posteriores aparecen más
cerca de la superficie. Por estas razones, debe notarse que las fechas para el Preclásico
han sido manejadas generalmente de manera arbitraria, ya que cambian las evidencias
obtenidas en las excavaciones arqueológicas. Empero, las fechas anteriores son
aceptadas y utilizadas por la mayoría de investigadores, como marcos de referencia
cronológica. El trabajo de los arqueólogos siempre es complicado y tiene que apoyarse
constantemente en nuevas técnicas y métodos que ayuden a encontrar respuestas
convincentes a los procesos de cambio que experimentaron las sociedades tempranas
que ocuparon el territorio de Guatemala.
Preclásico Temprano (2000 AC - 1000 AC)
En el Preclásico Temprano se produjo la fundamental transición de los grupos de
cazadores-recolectores hacia aldeas que muestran una primigenia estratificación social y
el inicial desarrollo paulatino de economías locales y regionales. Aparecieron las
poblaciones sedentarias, asentadas en aldeas construidas de manera dispersa en las
distintas regiones del territorio guatemalteco, y en las cuales la familia nuclear
desempeñó un papel muy importante. La arquitectura se limitaba, por lo general, a bajas
plataformas que sostenían ranchos de estructura liviana. Estas construcciones tenían
principalmente funciones habitacionales, pero también existían residencias de mayor
importancia, o bien edificaciones de carácter ritual.

Probablemente, desde entonces los linajes principiaron, de manera paulatina, a cobrar


importancia en el interior de las comunidades, y empezó a sobresalir la imagen del jefe
de familia o de linaje, encargado de dirigir la aldea. A pesar de la diversa magnitud de
los sitios, se cree que en esta época las aldeas eran unidades independientes, con una
autonomía que respondía a sus necesidades y que se reflejaba en sus decisiones.

Costa Sur

En la Costa Sur de Guatemala se han encontrado evidencias que indican la presencia de


sociedades agrícolas tempranas, en sitios como Ocós, La Victoria, Salinas La Blanca,
Salinas Tilapa, La Blanca, El Mesak y otros. Todos están localizados cerca de los ríos y
el mar, donde podían obtenerse todo el año recursos acuáticos y terrestres, como
tortugas, peces, mariscos, pájaros, reptiles, venados y otros mamíferos. La gente
también se ocupaba en la extracción de sal a orillas del mar, e indudablemente
cultivaban maíz por medio de un método simple. La evidencia de la diversificación
social y de la especialización artesanal, asociada a sitios con montículos de diverso
tamaño, indica que ya existía cierta división jerárquica en la sociedad.

La cerámica más antigua de Guatemala se encuentra en la Costa Sur, y corresponde al


Preclásico Temprano. Tiene una fecha de alrededor de 1500 a 1200 AC y pertenece a
las Fases Barra, Locona y Ocós. Esta cerámica presenta una amplia variedad de técnicas
decorativas en su superficie; no incluye ejemplos burdos y, por lo tanto, no representa
los primeros intentos para manufacturar cerámica. La Fase Ocós fue seguida por las
Fases Cuadros y Jocotal. Esta cerámica más tardía, aunque es menos espectacular que la
de las fases anteriores, mantuvo una excelente calidad tecnológica.

El desarrollo precoz de las poblaciones en la Costa Sur puede haberse derivado, en


parte, de los contactos con asentamientos olmecas de la región de la Costa del Golfo de
México y de Chiapas, aunque los estilos cerámicos y escultóricos típicos de éstos no se
manifestaron en Guatemala hasta el Preclásico Medio. Durante el Preclásico Temprano
estos sitios olmecas ya mostraban rangos sociopolíticos y económicos, así como una
religión y ceremonias públicas firmemente establecidas. Se considera que alrededor de
1200 AC los olmecas establecieron un cacicazgo teocrático. Esta autoridad político-
religiosa está relacionada con sociedades completamente agrícolas, en las que el jefe es
responsable de dirigir la actividad agrícola y otras actividades esenciales, de manejar la
creciente red comercial, y de supervisar los rituales necesarios para asegurarse una
cosecha exitosa. En esto último va implícito el uso de un calendario para determinar las
épocas de siembra y de cosecha, y las fechas prescritas para importantes ceremonias
religiosas.

Tierras Altas

En Guatemala la influencia olmeca estaba confinada principalmente a la Costa Sur y a


la región de la Bocacosta, donde tuvo sus mayores efectos en el Preclásico Medio. En
las Tierras Altas y en Petén se encuentra poca evidencia de iconografía olmeca y de los
estilos cerámicos relacionados. No obstante, ambas regiones estaban evolucionando
hacia una mayor complejidad. El sitio de Kaminaljuyú, situado en el valle que ocupa la
actual capital de Guatemala, ya estaba desarrollándose como un centro estratégico en las
Tierras Altas Centrales durante el Preclásico Temprano, para jugar después un papel
importante en el intercambio entre la Costa Sur y las Tierras Bajas mayas. Existe
evidencia de que se construyeron conjuntos de viviendas de bajareque sobre basamentos
bajos alrededor de pequeñas plazas, y algunas plataformas más grandes para los
miembros de alto rango. Se observa el inicio de la explotación del cercano yacimiento
de obsidiana de El Chayal, aunque parece ser que Kaminaljuyú todavía no tenía su
pleno control, que llegó a obtener posteriormente. Sin embargo, el descubrimiento de
herramientas de obsidiana en el norte de Belice, provenientes de El Chayal, indica que
dicho material era exportado hacia las Tierras Bajas, desde épocas muy antiguas. Se
puede inferir que la sociedad ya estaba organizada según linajes, cada uno con
diferentes especializaciones, como artesanías, agricultura, gobierno, etcétera.

En Alta y Baja Verapaz ya existían los importantes sitios de Sakajut y El Portón. El


primero de éstos tiene varios conjuntos de montículos agrupados en pequeñas plazas. En
el sitio de El Portón, situado en San Jerónimo, Baja Verapaz, se observa un
acondicionamiento del terreno por medio de terrazas elevadas, con estructuras
emplazadas en pequeños conjuntos, lo cual indica avances en la planificación urbana y
arquitectónica. El Portón y Sakajut proveen evidencia sobre que, desde alrededor de
1000 AC, existieron relaciones entre los mayas del Altiplano y de las Tierras Bajas. La
Alta Verapaz y la cuenca del Río Chixoy era una zona intermedia y ruta de paso entre
ambas regiones, y dichos contactos aceleraron el proceso de evolución cultural y de
desarrollo sociopolítico.

Tierras Bajas

En la región de las Tierras Bajas, el área central junto a los lagos Quexil y Petenxil ya
estaba ocupada antes de 2000 AC. Las evidencias más tempranas de la presencia
humana en Petén consisten en muestras palinológicas que indican el inicio del
sedentarismo y el surgimiento de cultivos en la región. El asentamiento humano más
antiguo que se conoce en las Tierras Bajas es el sitio Cuello, localizado en la parte norte
de Belice. Las excavaciones realizadas allí fueron determinantes para identificar una
fase cerámica denominada Swasey, que representa la alfarería más antigua descubierta
hasta el presente en las Tierras Bajas, la cual se ha fechado entre 1100 y 400 AC. Ese
mismo tipo cerámico ha sido encontrado también en otros sitios del norte de Belice y al
sur de la Península de Yucatán. La presencia de jadeíta y obsidiana procedentes de la
cuenca del Río Motagua, así como también conchas marinas intercambiadas entre
regiones costeras y sitios alejados del mar, indican que existían contactos entre las
Tierras Bajas y las Tierras Altas.
Sin embargo, puede decirse que en general las Tierras Bajas mayas iban rezagadas en
comparación con el Altiplano y la Costa Sur en cuanto al desarrollo temprano de la
sociedad compleja.

Preclásico Medio (800 AC - 400 AC)


Durante el Preclásico Medio se dio en toda Mesoamérica una mayor complejidad social
a través de los cacicazgos, que se caracterizaban por las distinciones en el rango social y
la posición política (que usualmente se determinaban por nacimiento) y por la
especialización laboral. Estos rasgos distinguían a estas sociedades de las que tenían
organización tribal, aunque mantuvieron las relaciones de parentesco. Sin embargo, si
bien el papel del jefe se derivaba de su nacimiento, su poder provenía de la ascendencia
de sus antepasados. Su habilidad para permanecer en el poder dependía sobre todo de su
éxito en el manejo de los excedentes económicos, por lo común obtenidos a través del
tributo, y de la forma de redistribuirlos entre los otros miembros de la sociedad, en
ocasión de festivales y ceremonias religiosas.

Alrededor del año 600 AC, toda el área maya, incluida la Península de Yucatán,
experimentaba un aumento demográfico. En el Preclásico Temprano se construyó una
mayoría de asentamientos junto a las fuentes de agua, pero en el Preclásico Medio,
además, se principiaron a edificar aldeas alejadas de los ríos, lagunas y mares. Durante
el Preclásico Medio se dieron los asentamientos más grandes, con conjuntos de edificios
alrededor de plazas, y la arquitectura adquirió mayor tamaño.

Uno de los indicios del aumento en la complejidad socioeconómica es la presencia de


entierros acompañados de ofrendas funerarias suntuosas. Estas consistían de materiales
cerámicos, cuentas de jade, artefactos de obsidiana y otros materiales líticos. La
diversidad de utensilios que componían las ofrendas funerarias, así como la cantidad de
vasijas y la variedad en el número de individuos que forman un entierro, ayudan a
suponer el nivel social de los habitantes. En efecto, se puede pensar que en el Preclásico
Medio se inició una diferenciación social y económica, que puede apreciarse más
claramente en algunos de los sitios mayores.

Costa Sur

En la Costa Sur de Guatemala, durante el Preclásico Medio, es evidente que algunos


centros mayores estaban desarrollando una organización social basada en el rango, la
arquitectura pública y el comercio a larga distancia. Los contactos con asentamientos
olmecas de México se intensificaron, sobre todo, en los centros La Blanca y Abaj
Takalik, en los Departamentos de San Marcos y Retalhuleu, respectivamente. Ambos
muestran organización administrativa altamente centralizada, dirigida por una
aristocracia poderosa. Se inició la construcción en gran escala, y se manifestaron estilos
e iconografía olmeca en la cerámica y la escultura. En La Blanca se observa un
montículo de 20 m de alto, construido con tierra, el cual requirió disponer de una gran
fuerza laboral, bajo la supervisión y dirección de un grupo administrativo. En Abaj
Takalik la cantidad de esculturas no portátiles, esculpidas en estilo olmeca, también
indica la presencia de un grupo gobernante, que mantenía comunicación con los centros
principales en el actual México.
En otras partes de la Costa Sur se desarrollaron nuevos centros importantes, en lugares
tales como Chocolá, en el Departamento de Suchitepéquez, y Bilbao, El Bálsamo y
Monte Alto, en el Departamento de Escuintla. Estos sitios seguramente llegaron a ser
aún más importantes durante el Preclásico Tardío. Por medio de la construcción de
grandes plataformas rellenas de tierra que soportaban residencias de la élite o edificios
públicos, se muestra en ellos la existencia de una autoridad política centralizada.
Aunque en esta área hay menor presencia olmeca, algunas de las cabezas de piedra
colosales, en Monte Alto, se esculpieron en esa época y parecieran imitar las prácticas
seguidas en La Venta.

La cerámica de la Costa Sur sugiere que, en contraste con el Período Preclásico


Temprano, las diferentes áreas de la Costa Sur estaban comenzando a diferir y a
volverse entidades separadas, independientes unas de otras. Por ejemplo, el área
alrededor de La Blanca parece haber sido bastante exclusiva. Estas cerámicas se
encuentran raramente en otros lugares de la Costa, lo que indicaría que no se
comercializaron mucho. Abaj Takalik, en la Bocacosta, parece haber tenido poco
contacto con centros de la planicie de la Costa. Los centros situados más hacia el este,
en lo que hoy es el Departamento de Escuintla, parecerían haber mantenido vinculación
principalmente con las Tierras Altas, directamente al norte.

Tierras Altas

La influencia olmeca está virtualmente ausente en el Altiplano y las Tierras Bajas. Sin
embargo, es evidente el aumento de poder en manos del grupo administrativo.
Kaminaljuyú fue sin duda uno de los centros dominantes del Altiplano, durante el
Preclásico Medio. En este sitio se encuentran plataformas de gran tamaño situadas
alrededor de amplias plazas, y conjuntos de edificios probablemente conectados por
medio de un sistema de calzadas y avenidas. A la vez, se inició la construcción de un
sistema hidráulico que conducía el agua del extinto Lago Miraflores, por medio de
canales de irrigación, hacia campos agrícolas situados a la orilla del asentamiento.

Otros centros, igualmente importantes durante el Preclásico Medio, eran Semetabaj,


cerca del Lago de Atitlán; Cambote, en el Departamento de Huehuetenango; Río Blanco
y Chiché, en el Departamento de Quiché; Santa Isabel, en el Departamento de
Chimaltenango; y El Portón, en Baja Verapaz. Los tipos y estilos de cerámica
compartidos indican que la mayoría de estos centros de las Tierras Altas comerciaban
entre sí, en lo que debió haber sido una red bastante elaborada de comunicación e
intercambio.

Tierras Bajas

En las Tierras Bajas, el mayor desarrollo se observa en Nakbé y El Mirador, en el centro


de Petén, y en Cerros, Cuello y Lamanai, en Belice. En las construcciones se comenzó a
usar la piedra para recubrir los edificios, y aunque éstos eran de menor altura que en
otras regiones, se agrupaban en plazuelas de distintas dimensiones. Dichos edificios
eran de tipo piramidal, y sostenían en la parte superior una casa o templo, de materiales
perecederos. En contraste con el período anterior, se observan construcciones que
implican una organización y planeamiento de montículos y plazas, con el propósito de
organizar la ciudad según las relaciones sociopolíticas.
Durante el Preclásico Medio se muestra ya un definido concepto de un recinto para
ceremonias periódicas. Se puede suponer que las aldeas subsistieron inalteradas durante
el Preclásico Temprano, pero estos agrupamientos, antes autónomos, progresivamente
pasaron a ser dependientes de un núcleo mayor, que se convirtió en un gran centro
ceremonial o de culto. Se presume, por consiguiente, que cada centro principal se formó
de manera gradual, sostenido por los habitantes de las aldeas menores o de los núcleos
familiares, quienes permanecían en sus comunidades, salvo cuando participaban en las
actividades periódicas de los grandes centros ceremoniales.

Como ya se ha indicado, alrededor del año 600 AC, se aprecia un incremento en el


número y tamaño de los asentamientos. También aumentaron los contactos entre
regiones, lo cual puede inferirse por la presencia de alfarería de distinta procedencia en
cada una de las zonas. A pesar de que existe una cierta variación entre la cerámica de
una región a otra, se observan rasgos similares que permiten inferir que hubo un mayor
grado de comunicación entre ellas. Con base en la evidencia sobre la construcción de
edificios de la aristocracia, aumento en el tamaño de los sitios, la ampliación de la red
de interacción entre las regiones, y los contactos entre las diferentes poblaciones, la
centralización de los mercados y el comercio a larga distancia, se puede afirmar que a lo
largo del Preclásico Medio, el grupo gubernativo se centralizó más e incrementó su
poder.

Preclásico Tardío (400 AC - 250 DC)


La culminación de los desarrollos de la etapa preclásica ocurrió durante el Preclásico
Tardío, que se ubica entre los años 400 AC al 250 DC. Al principio del período la
influencia olmeca ya había desaparecido, y fue reemplazada por la difusión de los
estilos mayas. Al final de esta época se daban otros de los rasgos que han servido para
definir el Clásico, incluyendo el 'culto' estela-altar, la escritura jeroglífica con fechas
calendáricas expresadas en el sistema de la Cuenta Larga, la bóveda maya, la cerámica
pintada y bien elaborada, y el inicio de algunas dinastías. Muchos centros, tales como El
Mirador, en Petén; Kaminaljuyú, en el Altiplano, y Monte Alto y Abaj Takalik, en la
Costa Sur, alcanzaron su apogeo durante el Preclásico Tardío.

Costa Sur

En el Preclásico Tardío ocurrieron algunos cambios importantes en la Costa Sur, y hay


evidencia sobre movimientos de poblaciones. El centro La Blanca ya había sido
abandonado en el Preclásico Medio y, según la información de la cerámica, su
población se trasladó al este y se estableció en el sitio Ujuxte, Departamento de
Retalhuleu. Allí permaneció durante el Preclásico Tardío, pero antes del final de este
período algunos grupos de esa población se reubicaron en el área de Tiquisate,
Escuintla.

En contraste con la Costa, en la Bocacosta se produjo en este período la llegada del


estilo maya y de los textos jeroglíficos. El sitio Abaj Takalik es el que presenta más
estelas mayas en la Costa Sur (Ilustración 49), pero también merecen mencionarse la
Estela 1 de El Baúl, la Estela 1 de Chocolá, y el Monumento 1 de Chalchuapa, en El
Salvador. Estos son algunos de los ejemplos más antiguos de escritura jeroglífica maya
con inscripciones calendáricas, pero es curioso que, al inicio del Período Clásico, tanto
en la Costa Sur como en el Altiplano, se interrumpió tal práctica. Se ha sugerido que
existía, a lo largo de dicha costa, una ruta de comercio importante y que las esculturas
olmecas y mayas se levantaban en los cruces críticos de los caminos costeros con los
que llevaban a pasos de montaña en dirección al Altiplano. La falta de monumentos
mayas del Clásico Temprano, a lo largo de esta ruta, podría indicar que esta red
comercial pudo haberse interrumpido en los inicios de dicho período.

Un tipo escultórico radicalmente diferente, y que predominó en el área central de la


Costa Sur, es el que se conoce con el nombre 'barrigón'. Se le llama así porque
representa a figuras humanas gordas, con abdomen prominente, tallados en bulto en
enormes 'cantos rodados' (Ilustración 50, véase también otros ejemplos en la primera
sección de láminas). Se encuentran en los sitios Abaj Takalik, Palo Gordo, Monte Alto
y en centros cercanos más pequeños, en Kaminaljuyú, en el Altiplano y en Santa
Leticia, en El Salvador. Son más numerosos en Monte Alto, lo cual sugiere que éste
pudo haber sido el centro de un culto religioso asociado a los 'barrigones'.

En la Costa Sur los sitios ocupados durante el Preclásico Tardío y Terminal muestran
una arquitectura que sigue el patrón de plazas alargadas, igual al del Altiplano. En esta
etapa también se presenta una estructura especial, que limita el lado este de la plaza y
que consiste en un montículo largo de diferentes alturas, pero que sobresale del resto, tal
como ha sido notado en distintos sitios de la región de Tiquisate. En éstos también se
nota una plataforma de grandes dimensiones, que representa una estructura monumental
dedicada a la vivienda de un grupo elitista o dirigente, dentro de los sitios;
probablemente se trata del reflejo de un cambio en la organización social. En esta etapa
surgieron ya algunos centros de mayor tamaño, que principiaron a tomar el control
regional y el dominio político sobre sus vecinos de menor importancia. Entre los sitios
importantes de la época pueden mencionarse Izapa, Abaj Takalik, Sin Cabezas, Vista
Hermosa, Los Cerritos, Giralda, Bilbao, Monte Alto, El Bálsamo, El Baúl y otros.
Además de los 'barrigones' y esculturas en estilo maya, también hubo estelas lisas
asociadas a la arquitectura monumental.

Tierras Altas

En las Tierras Altas, Kaminaljuyú alcanzó su máximo desarrollo demográfico, su


apogeo cultural y, al parecer, funcionó como el centro dominante del Altiplano durante
el Preclásico Tardío. Lo mismo que Abaj Takalik en la Costa Sur, Kaminaljuyú fue el
núcleo de una red comercial que atraía visitantes y residentes de muchas otras áreas,
según lo sugiere la cantidad de esculturas de estilos diferentes que allí se ha encontrado.
Las dos tumbas más ricas de Kaminaljuyú, localizadas en la Estructura E-III-3, el
montículo más grande del sitio, indican que el centro tenía un solo gobernante, de muy
alta jerarquía y extremadamente poderoso. Las tumbas están muy relacionadas, por lo
que puede inferirse la posibilidad de que la línea de sucesión fuera heredada.
Indudablemente, el comercio interregional y su redistribución, el sistema de canales de
irrigación, los festivales públicos, la arquitectura y el estilo escultórico, estaban bajo la
supervisión directa de la élite gobernante del sitio.

Las excavaciones realizadas en casas que fueron habitadas por la población de menores
recursos económicos, han sido de gran ayuda para conocer las áreas de actividad
doméstica y ritual. Por lo general, dichas casas fueron hechas sobre basamentos bajos de
forma rectangular, y también cuadrados, en un número menor. Se construyeron con
paredes de adobe, bajareque o tronos, mientras que los techos eran de dos aguas, y con
palma o paja. En el interior había un fogón, tanto para la preparación de alimentos como
para la calefacción en la época de frío o por las noches. En términos generales, estas
unidades domésticas formaban pequeños conjuntos alrededor de estructuras mayores
que servían como lugar de reunión o de culto, y que por lo regular eran más altas que el
resto de las casas.

En el transcurso del Preclásico Tardío, las secciones central y este de la Costa Sur
participaron en una red comercial que incluía a Kaminaljuyú, en las Tierras Altas, y la
parte occidental de El Salvador. Los nexos que existieron entre estas regiones se reflejan
en las similitudes de la cerámica; en el estilo arquitectónico, que incluía el uso de adobe;
así como en el consumo de obsidiana de El Chayal, y el 'culto' del 'barrigón'. El
concepto Esfera Cerámica Miraflores, referido a estas tres regiones, expresa su
interacción y las tradiciones comunes que compartieron. Sin embargo, al final del
Preclásico ocurrieron cambios notables en la Costa Sur de Guatemala y en las regiones
vecinas, los cuales causaron la ruptura de la Esfera Miraflores. Tales transformaciones
fueron probablemente de carácter sociopolítico, pero afectaron también a las relaciones
comerciales entre la Costa Sur, Kaminaljuyú y El Salvador, que parecen haber
terminado.

En Kaminaljuyú, así como en otras partes del Altiplano de Guatemala, por ejemplo, en
La Lagunita, en el Departamento de Quiché, y en el valle de Salamá, en Baja Verapaz,
se han encontrado monumentos esculpidos del Preclásico Tardío. En general, el estilo
escultórico del Preclásico muestra imágenes de personajes mitológicos o seres
sobrenaturales (Ilustración 51, véase también otros ejemplos en la primera sección de
láminas). En muchos ejemplos se observa también la importancia creciente de la clase
dirigente, y al mismo tiempo, se marca con claridad el inicio de una rígida
estratificación social, que debió desarrollarse paulatinamente desde una época anterior.
Sobre los personajes esculpidos se trazaron símbolos y elementos especiales que
identificaban a la clase gobernante, y se utilizaron, además, los atavíos reales
correspondientes a cada rango.

Durante el Preclásico Tardío la religión se consolidó fuertemente, manejada por los


sacerdotes que estaban al servicio de la élite gobernante. En el sitio La Lagunita, en
Quiché, se descubrió el entierro de un shaman. El cuerpo posiblemente fue depositado
sobre una tarima de madera, y tenía cerca de su brazo derecho cristales de roca de cinco
cortes, que usaban quienes tenían tal categoría; además, se encontró una ofrenda de
vasijas y otros objetos de la época. La presencia de estos vestigios indica la importancia
que tuvieron, en las comunidades preclásicas, los elementos asociados con el culto de
los poderes sobrenaturales.

Tierras Bajas

En las Tierras Bajas mayas, sitios como Nakbé, El Mirador, Tikal y Uaxactún, eran
ciudades que comprendían un elevado número de pobladores y campesinos, quienes
vivían dispersos en los alrededores, y a una clase gobernante que se asentaba en la parte
central de dichos sitios, asociada al centro ceremonial, o sea el lugar donde se realizaban
los actos públicos y religiosos más importantes. La economía de sitios como los
mencionados se basaba en la agricultura y el comercio; este último se extendía a otros
lugares del Altiplano de Guatemala y a las regiones costeras, con los cuales se
intercambiaban productos de diversa naturaleza.

Durante el Preclásico Tardío hubo un fuerte crecimiento de la población en las Tierras


Bajas, lo cual obligó a los habitantes a descubrir nuevos métodos de agricultura
intensiva, y a incorporar otros alimentos en la dieta regular. Se utilizaron sistemas de
agricultura de irrigación por medio de canales, campos elevados, terrazas y otros
procedimientos. Además de maíz, frijol y ayotes, los mayas incrementaron la
producción de subsistencia, que se complementaba con la silvicultura, los tubérculos y
la dieta de carne de animales, todo lo cual evidencia un sistema muy diversificado.

Los vestigios arquitectónicos en los centros ceremoniales de Petén demuestran un


aumento de las construcciones en las que se utilizaba la piedra, el revoque de estuco y la
pintura de color rojo. Durante el período en cuestión se incrementó la altura y el
volumen de los principales edificios, tal como lo indican los basamentos piramidales
que varían entre 8 y 30 metros de alto, aunque los hubo también de dimensiones
mayores, hasta de 70 m, como las de El Mirador.

Las estructuras piramidales se edificaron en cuerpos escalonados, que disminuyen su


volumen en la parte superior. Por lo general, tienen una escalinata en la parte central de
la fachada, por la cual se ascendía a las partes más elevadas. A veces, se construían en la
cúspide pequeños recintos, en los que se utilizaban materiales perecederos, como
madera y hojas de palma.

En los sitios mayores se han encontrado grupos de edificios construidos sobre una gran
plataforma artificial, a los que se conoce con el nombre de Acrópolis. Allí se ubicaban
los principales edificios ceremoniales de uso público; también se construyeron los
primeros palacios, en los que se incorporó la bóveda de piedra. En estos últimos se
pueden apreciar todavía los agujeros de ventilación, que permitían el paso de aire y luz
hacia el interior, así como una variedad de diseños, un número variable de cuartos y los
muros exteriores pintados de rojo. Algunos tenían una decoración especial, que incluía
pinturas murales y mascarones estucados y policromados, en la base de las
construcciones. En la parte superior de los palacios se observan todavía frisos
modelados en estuco y pintados de varios colores. También aparecen figuras de dioses
mitológicos e imágenes de antepasados importantes, las cuales servían a los gobernantes
locales para demostrar el origen divino de su linaje y la supuesta protección
sobrenatural de que disfrutaban. Parecidos propósitos estaban asociados a los altares y
estelas de este período, como se puede observar especialmente en los sitios Nakbé, El
Polol y El Mirador.

En cuanto a la iconografía maya, es evidente la importancia del dios Sol, las


representaciones de Venus y de la Luna, y las imágenes de los Héroes Gemelos. Todos
son parte del tema religioso mostrado en los mascarones de Uaxactún (Ilustración 52),
El Mirador, Tikal, Nakbé y en la Estela 1 de Nakbé, recientemente descubierta. Los
astrónomos observaban el paso de los astros, que después se reflejaban en los llamados
Complejos de Conmemoración Astronómica y en los símbolos iconográficos plasmados
en los mascarones. Los Complejos de Conmemoración enfatizan el interés en el paso
del tiempo y en el calendario, ya que concedían una especial importancia a la actividad
ritual asociada al ciclo agrario.
Las relaciones entre los asentamientos separados por largas distancias se infieren de la
presencia de materiales, como obsidiana de El Chayal y de San Martín Jilotepeque, o
bien de jade procedente del Río Motagua, en entierros en las Tierras Bajas de personajes
de elevado rango social, y, a la inversa, por la presencia de objetos marinos, procedentes
de los dos océanos, constatada en las Tierras Altas.

Parece ser que al final del Preclásico Tardío se presentaron serios problemas en algunos
sitios de las Tierras Bajas. En El Mirador, por ejemplo, se construyó una muralla para la
defensa del centro ceremonial. Asimismo, es posible apreciar un descenso demográfico
ostensible en la zona del Río de La Pasión, como también en El Ceibal. En otros sitios
del sur de Yucatán y norte de Belice, como Becán y Cerros, también se observan
elementos que indican drásticos cambios sociopolíticos, ya que algunos de dichos sitios,
que desempeñaron un papel importante durante el Preclásico, fueron abandonados casi
totalmente. Se puede inferir que la civilización maya ya se había desarrollado durante el
Preclásico, y que al final del período ocurrió el primer colapso maya, del cual se
recuperó en el Clásico Temprano.

Panorama del Clásico (250 DC - 900 DC)


Generalmente se considera que el Período Clásico (250 a 900 DC) representa el
florecimiento de la cultura y la civilización mayas. Se le divide en dos partes: El Clásico
Temprano (250 a 550 DC) y el Clásico Tardío (550 a 900 DC). Durante el Clásico
Temprano se desarrolló una organización política más compleja (según algunos autores
alcanza el nivel de Estado), que se expandió por las Tierras Bajas centrales y del sur. La
era del Clásico Tardío presenció el surgimiento de nuevos sistemas políticos, que
compitieron por el poder. En el final del Clásico Tardío se alcanzó el máximo
crecimiento demográfico y hubo un apogeo cultural en las Tierras Bajas mayas centrales
y del sur.

Los Estados difieren de los cacicazgos en que estaban estratificados en una serie de
clases, las que incluían especialistas de tiempo completo, sujetos a un poder jerárquico
altamente centralizado, que gobernaba un territorio bien delimitado. La administración
del gobierno estaba a cargo de una jerarquía muy organizada de especialistas de tiempo
completo, que manejaban los asuntos del Estado. Tales divisiones sociales y
económicas se notan en el registro arqueológico por medio de las diferencias en las
viviendas, los artefactos y los enterramientos correspondientes a cada clase. Existía una
jerarquía de los centros, el más importante de los cuales funcionaba como el núcleo
primario o capital, rodeado por centros secundarios o terciarios, dependientes.

En los primeros Estados, como aquellos de los mayas, el poder político era
monopolizado por una élite dirigente que estaba separada del resto de la sociedad por el
nacimiento, los privilegios y otras distinciones. La élite usualmente se basaba en
relaciones de parentesco, y trazaba su ascendencia desde antepasados reales o míticos.
El poder se basaba en factores económicos y religiosos, que incluían el derecho a
recolectar tributo, y la creencia de que los orígenes sobrenaturales de la élite daban al
gobernante y a su familia el derecho divino de gobernar. La sucesión en el gobierno
usualmente era heredada.
Al iniciarse el Período Clásico, muchos sitios mayas se encontraban ya formalmente
establecidos (Ilustración 59). Desde el inicio de esta etapa se erigían estelas esculpidas,
las cuales mostraban representaciones de los gobernantes, su ascendencia y su relación
con los dioses. Incluían fechas de los acontecimientos de su vida, a través del sistema
calendárico de la Cuenta Larga. En épocas más tardías existía el glifo-emblema de la
ciudad. El culto a las estelas llegó a tener en las Tierras Bajas mayor presencia y
difusión que en las otras regiones; también se mejoraron las técnicas constructivas en
los edificios con bóvedas de piedra. En el lado negativo, el Período Clásico parece
haberse caracterizado por un incremento de las guerras, y de la competencia entre los
centros por obtener el control sociopolítico regional. Por supuesto, muchas de las
características anteriores surgieron antes del año 250 DC, pero aproximadamente a
partir de esta fecha se afirmaron mucho, por lo que se considera dicho año como en el
que se inició el Período Clásico.

Clásico Temprano (250 DC - 550 DC)


En las Tierras Bajas mayas el Clásico Temprano ha sido tradicionalmente definido por
la cerámica policromada, la bóveda maya y textos jeroglíficos con fechas registradas en
notación de la Cuenta Larga. Como se mencionó anteriormente, en la actualidad se sabe
que estos rasgos aparecieron poco antes del Clásico Temprano, pero continúan
considerándoseles particularmente característicos del Período Clásico.

Costa Sur

Todas las regiones de Guatemala experimentaron fuertes cambios culturales durante el


Clásico Temprano. En la parte oeste de la Costa Sur, muchos sitios, como La Blanca,
que habían sido dominantes durante el Preclásico, perdieron su importancia y fueron
abandonados. Esto provocó ciertos movimientos migratorios y la formación de nuevos
centros. Las poblaciones, identificadas como de la Tradición Cerámica Naranjo, se
trasladaron paulatinamente al este. Al final del Preclásico llegaron a Sin Cabezas, en el
área de Tiquisate, Escuintla, y de allí siguieron su expansión, durante el Clásico
Temprano, hacia la zona de La Gomera y Sipacate.

En la primera mitad del Clásico Temprano, los movimientos poblacionales causaron


una cierta tensión en el área central de la Costa Sur, lo que se refleja en el sistema
defensivo utilizado en Balberta, y en la considerable actividad constructiva de Monte
Alto. En esta zona los cambios en la cerámica y su baja en la calidad son síntomas de
los problemas que enfrentaban las sociedades, y se observa una ruptura en las redes
comerciales locales. En la segunda mitad del período se abandonaron por completo
Balberta, Monte Alto, Bilbao y otros lugares en los que se había desarrollado un
dominio y un prestigio regional. La evidencia indica que la 'población Naranjo' entró y
dominó la región central de la Costa durante el resto del Clásico Temprano. Algunos
sitios quedaron entonces deshabitados para siempre, aunque después, en el Clásico
Tardío, Bilbao recuperó su importancia.

En la segunda mitad del Clásico Temprano, la 'población Naranjo' fue portadora de los
elementos foráneos que tradicionalmente se han asociado a Teotihuacan. Entre éstos
figuran la obsidiana verde, las formas de cerámica y la iconografía religiosa de estilo
teotihuacano, que aparece en vasos cilindros trípodes (Ilustración 53) e incensarios.
Asimismo, la cerámica indica que las relaciones con Kaminaljuyú, que se habían
interrumpido al final del Preclásico Tardío, se reestablecieron durante la segunda mitad
del Clásico Temprano.

En las décadas pasadas se atribuyó la presencia de estilos teotihuacanos en la Costa Sur


a grupos que llegaron de Teotihuacan a ocupar la región. Sin embargo, los
descubrimientos recientes indican que la cerámica a que se ha hecho referencia antes, no
fue traída del centro de México, sino fabricada localmente. Esto último se conoce por el
hallazgo de moldes utilizados para la fabricación de incensarios, y porque la arcilla
empleada en todas las vasijas es de origen local. Es importante indicar, por otra parte,
que los elementos de tipo teotihuacano se han manifestado principalmente en la zona de
Tiquisate y en la cuenca Sipacate-La Gomera, y no en toda la Costa, ya que este tipo de
rasgos no se presentan en el sector de Cotzumalguapa, y tampoco junto a la frontera con
México. Sin embargo, la presencia de tales rasgos no se ha determinado con claridad
hasta el presente, y se considera que el aparecimiento de vasijas con diseños
teotihuacanos puede más bien haber estado relacionada con las influencias a través de
personas que traían un nuevo tipo de religión. Esto último pudo haber reemplazado, por
lo tanto, el culto local asociado a las esculturas de los 'barrigones'. El aparecimiento de
rasgos culturales teotihuacanos se comprende actualmente mejor que hace 15 años, pero
aún persiste la polémica sobre los verdaderos motivos o razones que pueden explicar su
existencia sólo en una región determinada.

Al final del Clásico Temprano desapareció en la zona el uso de cerámica de estilo


teotihuacano y se abandonaron varios sitios, lo cual hace pensar que se llevaron a cabo
algunos procesos de reorganización en la Costa. Esta coyuntura histórica no es en
realidad muy conocida, pero se pueden inferir ciertos problemas sociales que se
reflejaron en el abandono de sitios y en cambios de los materiales cerámicos.

En general, los sitios arqueológicos de la Costa Sur son menos impresionantes que los
de las Tierras Bajas mayas, ya que la construcción de los edificios era de arcilla, arena,
ceniza volcánica y barro cocido. Pocos sitios, entre ellos Abaj Takalik, emplearon la
piedra de río para hacer las paredes de algunos edificios o plataformas piramidales. Las
principales estructuras aún se fabricaban con cuerpos escalonados, que en algunos casos
incluían taludes. En las viviendas de personas de menores recursos, situadas en los
alrededores de los centros ceremoniales, se utilizaron materiales perecederos y muchas
de ellas estaban asentadas directamente en el suelo; en otros casos se construyeron sobre
bajas plataformas cuadradas y rectangulares. La altura de las plataformas variaba según
el rango social de los moradores.

Tierras Altas

En las Tierras Altas de Guatemala el sistema sociopolítico que parece haber imperado
fue el dominio de varios sitios mayores sobre amplias extensiones de terreno, donde un
centro rector controlaba a otros sitios menores. Se considera que cada territorio mantuvo
una relativa independencia en relación con sus vecinos. Los sitios arqueológicos mejor
conocidos para el Clásico Temprano son Kaminaljuyú, en el valle de Guatemala;
Chamá, en Alta Verapaz; Zacualpa, en Quiché; Zaculeu, en Huehuetenango; y el valle
de Salcajá, en Quetzaltenango. En años recientes se han efectuado excavaciones en
otros lugares de Quiché, las Verapaces y Chimaltenango. Sin embargo, uno de los sitios
más investigados hasta el momento ha sido Kaminaljuyú, al que se considera como base
para los estudios y la comprensión de la cultura maya del Altiplano.

Con base en los datos obtenidos en el valle de Guatemala, pero especialmente en


Kaminaljuyú, la ocupación del Clásico Temprano en la zona se ha dividido
tradicionalmente en dos etapas. En la primera, se observa una baja de población, la
disminución de las relaciones con la Costa del Pacífico, y el establecimiento de nuevos
nexos con la región del Altiplano Occidental. Durante la segunda, la población aumentó
ligeramente, continuaron las relaciones con el Altiplano Occidental, y aparecieron
rasgos cerámicos y arquitectónicos de estilo teotihuacano en el sector central del sitio.

Se tienen datos indicativos de que durante el comienzo de la primera parte de este


período el número de habitantes en Kaminaljuyú había disminuido, pero la cifra
aumentó lentamente hasta alcanzar 4,670 personas en el sitio, y un máximo de 31,985
en el valle de Guatemala y sus regiones aledañas, entre las que se incluían Petapa,
Amatitlán, Pinula y Canchón. También se observa que entró en el valle de Guatemala
un nuevo complejo cerámico que se impuso durante varios siglos. El estudio de esta
cerámica indica una novedosa y estrecha relación con los actuales Departamentos del
centro y occidente de Guatemala, especialmente Sacatepéquez, Chimaltenango y
Quiché.

La economía de los sitios de las Tierras Altas estuvo basada en su producción agrícola y
en la exportación de productos locales y regionales. A esto se sumaban otros bienes,
como vasijas cerámicas, plumas de quetzal, piedra basáltica, ocote, pieles, etcétera, que
eran cambiados por productos de otras zonas vecinas. Las cadenas montañosas no
fueron obstáculo para que los comerciantes se trasladaran de un lugar a otro, caminando
en muchas oportunidades a través de pasajes naturales en los corredores situados entre
montañas, así como utilizando los amplios valles y las cuencas hidrográficas.

La ubicación de Kaminaljuyú, en el centro de las Tierras Altas, le permitió mantener


control sobre productos comerciales, tales como la obsidiana de El Chayal y el jade de
las márgenes del Río Motagua. El gusto particular que tuvieron los mayas por el jade
hizo que este material fuera transportado hasta regiones lejanas y trabajado para la
fabricación de finas piezas de joyería, como collares, brazaletes, orejeras, etcétera. La
obsidiana también se llevaba a todos los rincones del área maya y se empleaba
particularmente para hacer finos cuchillos, navajas y otros objetos punzo-cortantes, que
han sido descubiertos en sitios alejados, en el norte de Petén, Belice y México.

Las técnicas y materiales de construcción utilizados en las Tierras Altas eran similares a
los del Preclásico Tardío; es decir, basados en el barro. Sin embargo, uno de los
cambios fundamentales que se observa, especialmente en Kaminaljuyú, es que la
escultura en piedra, tan desarrollada en el Preclásico, ya no se trabajó en los inicios del
Clásico Temprano. En este período, en Kaminaljuyú sólo se conocen esculturas
modeladas en barro en algunas fachadas policromadas, las cuales representaban
deidades, así como figuras antropomorfas y zoomorfas pintadas en colores rojo, verde,
blanco, crema, amarillo y azul. Dichas fachadas se encontraron en la Estructura D-III-1
(Ilustración 54).

La segunda parte del Clásico Temprano fue acompañada por cambios considerables en
Kaminaljuyú. En primer lugar, la población continuó aumentando, mientras que el
conjunto de sitios ubicados en el valle de Guatemala pudo llegar a tener un máximo de
46,330 habitantes, integrados dentro de un sistema de asentamientos jerarquizados. Por
otra parte, la evidencia cerámica indica que continuaron las relaciones con la región
occidental. Adicionalmente, se encuentra estilo teotihuacano en la cerámica, y el talud-
tablero en la arquitectura de los sectores más importantes del centro (Ilustración 57).

La naturaleza de la influencia teotihuacana en Kaminaljuyú todavía está bajo discusión,


y las opiniones varían sobre si ésta ocurrió a través de contactos políticos y comerciales,
o por intrusiones de extranjeros. Algunos de los primeros investigadores sugirieron que
la presencia del talud-tablero en Kaminaljuyú reflejaba la conquista del centro por un
grupo de teotihuacanos llegado al valle de Guatemala. Sin embargo, otros
investigadores han descartado la idea de una invasión, y prefieren considerar que las
relaciones tuvieron naturaleza comercial. Recientemente se ha propuesto que la
presencia de estilos teotihuacanos en sitios de Guatemala reflejó la adopción de
símbolos de un culto guerrero que originalmente se desarrolló en Teotihuacan.

Los estilos de Teotihuacan cesaron de tener importancia después del Clásico Temprano.
Sin embargo, las poblaciones de las Tierras Altas de Guatemala residieron aún en los
mismos lugares y aumentaron de tamaño durante el resto del Período Clásico. Se
mantuvieron los nexos socioeconómicos y puramente comerciales entre las regiones del
Altiplano Central, occidente y norte de Guatemala y, en el comienzo del Clásico Tardío,
se reanudaron las relaciones entre las Tierras Altas Centrales y la Costa Sur.

Tierras Bajas

En las Tierras Bajas los estilos cerámicos y arquitectónicos han permitido dividir el
Clásico Temprano en tres grandes etapas de desarrollo. Estas son conocidas como
Tzakol 1, 2 y 3, nombre que se les dio por la secuencia cerámica asignada para
Uaxactún. La cerámica era bastante rica y elaborada, y en cuanto a la decoración, las
técnicas se diversificaron ampliamente, incluyendo el uso de la policromía, el
esgrafiado y el estucado.

La organización sociopolítica del Clásico Temprano en la región estuvo marcada por el


dominio y control de un sitio rector sobre grandes extensiones, las que incluían la
existencia de sitios menores dentro del territorio. Este fue el caso de Tikal, Yaxchilán,
El Ceibal, Calakmul, Naranjo y otros más. Durante este período, los linajes gobernantes
de varios centros mayores de las Tierras Bajas hicieron alianzas entre ellos,
asegurándose así el mejor funcionamiento social, político y económico de sus ciudades.
Sin embargo, Tikal fue la ciudad más grande desde el punto de vista arquitectónico, y
también la que tuvo el mayor número de monumentos esculpidos. Existen otros sitios,
que rodean a Tikal en un radio de 30 kms, en los que también se erigieron monumentos
en la misma época, entre ellos están Uaxactún, Xultún y Yaxhá.

Los primeros monumentos del Clásico Temprano en las Tierras Bajas fueron erigidos
en Tikal y Uaxactún, donde las estelas y altares muestran figuras de personajes y fechas
calendáricas. Los ejemplares más antiguos de este período son la Estela 29 de Tikal y la
Estela 9 de Uaxactún, que tienen las fechas 292 y 327 DC, respectivamente. Un poco
más tarde, sitios localizados aproximadamente a 60 kms de Tikal, como El Perú, Polol y
Balakbal, también erigieron estelas. En algunos de ellos se observa el Glifo-Emblema
de Tikal esculpido en las estelas, lo que parece indicar una dependencia política de los
sitios menores respecto del mayor. Varios lugares, como Yaxhá, El Perú y Bejucal,
cuentan con su propio glifo-emblema, por lo que se les considera independientes.

Se sabe que en algunos centros las dinastías gobernantes quedaron plenamente


establecidas en el transcurso del Clásico Temprano. Por medio de la lectura de los
textos jeroglíficos se ha podido determinar que Tikal fue uno de los primeros lugares en
escribir, sobre las estelas, el inicio de su dinastía gobernante en el Clásico, seguido años
más tarde por Palenque, El Ceibal, Yaxchilán, Naranjo, Quiriguá y Copán, lo que indica
un alto grado de diferenciación social.

Los gobernantes fueron rememorados y glorificados, por medio de la escultura, en


estelas y altares, en los que también se registraron eventos de importancia histórica. En
su mayor parte, dichos monumentos se levantaron en las plazas, por lo que estuvieron a
la vista del público. También pueden apreciarse en tales esculturas el sistema
calendárico y matemático, el avance en el sistema jeroglífico y el gradual refinamiento
en las técnicas de esculpido en piedra.

La realeza más elevada tenía sus palacios y residencias en la parte central de las
ciudades, más cerca a la zona ceremonial y administrativa. Alrededor de los centros
ceremoniales se localizaban las casas y otros signos de ocupación de pobladores de
menor rango social. Las residencias de éstos se construyeron sobre una plataforma baja,
y se usó bajareque en las paredes y palma local en los techos. Las canteras, embalses de
agua, campos de cultivo, basureros, arcilla para la fabricación de vasijas y otros rasgos
de producción, se encontraban dispersos en los alrededores de los sitios.

A su muerte, los nobles y gobernantes eran enterrados en los palacios o en recintos


sagrados, como las acrópolis, y se les colocaba un número mayor de ofrendas
suntuarias. Los de menor rango, por otro lado, tenían la costumbre de enterrar a sus
muertos bajo del piso de sus casas, con ofrendas utilitarias, como cerámica, lítica, u
otros productos que, según ellos, les servirían en su viaje hacia el otro mundo.

Durante todo el Clásico Temprano los pobladores del área petenera mantuvieron un
comercio estable con los de las otras regiones, surtiéndose de productos elaborados con
diversos materiales. De las Tierras Altas llegaban productos como jade, obsidiana,
plumas de quetzal, pieles de animales, vestidos de algodón, etcétera. De las costas
provenían conchas y caracoles marinos, espinas de mantarraya, sal, cacao, tabaco y
algodón. Las Tierras Bajas, por su parte, exportaban sal, pedernal, pieles de animales,
plumas de pájaros multicolores, vasijas cerámicas, tintas vegetales y otros artículos.
Entre las 'exportaciones' más importantes, figuraban también los avances científicos y
tecnológicos, así como la parafernalia ritual.

En la última parte del Clásico Temprano (Tzakol 3) se han encontrado, sobre todo en
Tikal, algunos rasgos cerámicos y arquitectónicos tradicionalmente asignados al estilo
teotihuacano, lo que hace pensar que existieron relaciones entre ambas regiones. Sin
embargo, al igual que sucede en la Costa Sur y en Kaminaljuyú, no se conoce
claramente la naturaleza y recurrencia de dichos contactos. Al final del Clásico
Temprano parece que ocurrió en el área central de Petén, principalmente en Tikal y
Uaxactún, una disminución en la construcción de edificios y en la erección de
monumentos esculpidos, mientras que esta actividad se incrementó en otros sitios
periféricos, como Caracol. A esta etapa se le llama hiato, y actualmente no se conoce
mucho sobre su desarrollo. Parece que los grandes centros de Petén Central, pero
especialmente Tikal, perdieron parte de su poder político como consecuencia de las
guerras, lo que condujo al mismo tiempo a una reorganización del control o dominio de
territorios, por parte de los sitios de las Tierras Bajas. El final del hiato, ocurrido
alrededor del año 550 DC, marca el término del Clásico Temprano y el inicio del
Clásico Tardío.

Clásico Tardío (550 a 900 DC)


El Clásico Tardío representa la época de mayor apogeo y desarrollo logrado por la
civilización maya en economía, agricultura, medición del tiempo, artes y arquitectura.
Los edificios aumentaron sus dimensiones y las cresterías de los templos alcanzaron
cada vez mayor elevación. Se incrementaron los contactos culturales y las relaciones
comerciales entre todas las regiones del área maya. Creció la densidad demográfica y
todas las regiones de lo que hoy es Guatemala estaban más pobladas.

Como resultado de la presión por la tierra, y de otros factores relacionados, al final del
Clásico se produjeron continuos enfrentamientos bélicos entre ciudades-estados, así
como desórdenes y revueltas internas en distintos sitios, lo cual derivó en una mayor
presión sobre la clase dominante y un creciente descontento de la clase popular. Todo
ello se tradujo en un proceso de desintegración en los órdenes social y político del
sistema, lo que provocó posteriormente el fenómeno conocido como 'colapso maya',
acaecido al final del siglo IX.

Costa Sur

En toda la región sur hay vestigios de numerosos asentamientos, los cuales incluyen
abundantes evidencias de poblaciones que se encontraban tanto en la planicie costera
como en la Bocacosta. Los sitios mayores se encuentran separados por una distancia
promedio de 14 kms, y hay agrupaciones de menor tamaño a los alrededores. En
muchos de estos centros se puede observar una distribución espacial jerárquica, que
parece sugerir un modelo de organización sociopolítica similar a la de un Estado.

Entre los nuevos rasgos que aparecieron en el Clásico Tardío estaban el uso de
malacates, en lugares como Flamenco, Retalhuleu, lo que indicaría una mayor
especialización en el hilado, tejido y producción de mantas, y en el cultivo previo del
algodón. La cerámica Plomizo San Juan es una nueva vajilla, manufacturada en la zona
costera cerca de la frontera con México. La cerámica plomiza se caracteriza por una
vitrificación que varía en tonos anaranjados y grises, por la cocción y sus formas.
También se han encontrado figurillas cerámicas hechas en molde, así como gran
variedad de instrumentos musicales que incluye tambores, ocarinas y campanas. Se
evidencia una nueva etapa de relaciones con el Altiplano, con el cual se intercambiaban
productos y conocimientos culturales. La cerámica encontrada en Bilbao y El Baúl
indica que los habitantes de estos lugares importaban o copiaban la alfarería de la vajilla
Amatle, proveniente de Chimaltenango. Se han descubierto elementos escultóricos y
artísticos, originarios de la Costa, en Sacatepéquez, lo que sugiere una gran intensidad
en las relaciones entre ambas áreas. Posiblemente, el cacao, el algodón y la sal fueron
los principales productos exportados por los pobladores de la Costa hacia los sitios de
las Tierras Altas, en particular hacia el valle de Kaminaljuyú.

Desde el punto de vista arquitectónico, los sitios muestran un patrón urbanístico


tendente a la concentración de edificios, por lo que se nota una reducción de los
espacios abiertos, propios de épocas anteriores. Muchos de tales centros son de grandes
dimensiones y tienen varias plazas, así como su respectiva 'acrópolis', lo cual indica una
mayor complejidad arquitectónica y social. Las acrópolis se encuentran por lo general
en la parte sur o central de los sitios y reunen la arquitectura más sobresaliente de cada
lugar. Junto a ellas aparecen largas plataformas, que cierran y delimitan los lados de las
plazas. La altura de las plataformas varía entre 2 y 10 m, mientras que su longitud puede
alcanzar hasta un centenar. Los muros fueron construidos con piedras de 'cantos
rodados' y, a veces, se colocaba sobre la superficie de ellos una capa delgada de lodo, a
manera de repello.

La escultura monumental en piedra fue ampliamente desarrollada, sobresaliendo los


monumentos esculpidos encontrados en la región de Santa Lucía Cotzumalguapa, donde
se localizan los sitios arqueológicos El Baúl, Bilbao y El Castillo. En estos sitios se
desarrolló el estilo escultórico Cotzumalguapa, expresado en estelas y grandes
monumentos que muestran imágenes de gobernantes acompañados de figuras
ancestrales o mitológicas, lo que sugiere la existencia de hegemonías políticas y
dinásticas locales. Parece que El Baúl, Bilbao y El Castillo funcionaron juntos, como
una de las capitales regionales de la Costa Sur, durante el Clásico Tardío. El Estilo
Cotzumalguapa se extiende a través de la región comprendida entre Palo Gordo, en el
Departamento de Suchitepéquez, y Cara Sucia, en El Salvador, así como también en el
Valle de Panchoy, Departamento de Sacatepéquez.

Al final del Clásico Tardío apareció la nueva práctica de enterrar a los muertos en urnas
funerarias. Ejemplares de éstas se han encontrado en lugares como Santa Clara y
Ayutla, al igual que en Buena Vista, cerca de San Marcos. El aparecimiento de la
cerámica Plomizo San Juan en la zona costera, y diversos signos de costumbres no
practicadas antes, sugieren que estaban en proceso cambios radicales, que seguramente
culminaron en la interrupción de la prosperidad de los pueblos de la Costa Sur y el
ulterior abandono de éstos al final del Clásico Tardío.

Tierras Altas

En los sitios de los actuales Departamentos de Sacatepéquez, Chimaltenango y


Guatemala, es decir, en la parte central de las Tierras Altas, al igual que en la región de
las Verapaces, Quiché y el occidente del país, hubo un acelerado crecimiento
demográfico. Se ha calculado que el valle completo de Guatemala y las regiones
aledañas pudieron alcanzar una cifra máxima de 108,715 habitantes, como resultado de
la proliferación de asentamientos. Los dos centros mayores del valle de Guatemala en el
Clásico Tardío fueron Kaminaljuyú y San Antonio Frutal, los cuales lograron
concentrar mayor población. Se estima que Kaminaljuyú tenía aproximadamente 6,680
habitantes y, aunque sufrió una aparente descentralización y disminuyó su poder en la
región, se mantuvo como un sitio importante en el Altiplano Central. San Antonio
Frutal se convirtió en un centro regional independiente, estimándose que pudo alcanzar
4,430 pobladores. No obstante, todos los centros del Altiplano Central funcionaron, al
parecer, dentro de una intrincada red de intercambio, la cual incluía comercio tanto con
la Costa Sur como con el valle del Río Motagua.

En el Altiplano Norte y Noroccidental de Guatemala, la cantidad de asentamientos


aumentó a lo largo del Clásico Tardío; y varios centros, como Zacualpa y Nebaj en el
Departamento de Quiché, Zaculeu en Huehuetenango, y Chamá en Alta Verapaz,
aumentaron su tamaño e importancia. Parece que las relaciones entre los sitios de esta
región fueron amigables. Sin embargo, hay menos manifestaciones de interacción entre
los Altiplanos Noroccidental y Central, lo cual se deduce de las diferencias incorporadas
en la cerámica de ambas regiones.

En las proximidades del año 900 DC los sitios de las Tierras Altas seguramente fueron
afectados por el colapso de las grandes ciudades peteneras, por lo que también entraron
en un ciclo de decaimiento y paralización de actividades, lo que produjo su posterior
colapso y disminución de habitantes. Durante el Clásico Terminal, con excepción de los
sitios de Quiché, la población de la zona fue abandonando los centros mayores, y
comenzó a distribuirse en pequeñas aldeas y pueblos. Se considera que la ostensible
baja de población pudo derivarse, en parte, de los cambios políticos regionales y del mal
manejo de los recursos agrícolas. Los sitios del área de Utatlán, en cambio,
progresivamente se hicieron más centralizados y unificados, lo cual fue un signo
temprano de los procesos que se agudizaron en el Postclásico.

Tierras Bajas

Con el advenimiento del Clásico Tardío las cosas cambiaron totalmente en las Tierras
Bajas, ya que surgieron muchos sitios nuevos, al mismo tiempo que aumentó
notablemente el índice demográfico en la región. Se realizaron las más sobresalientes
obras de arte, tanto en objetos pequeños de jade, concha y obsidiana, como en otras de
mayor tamaño, ejecutadas en dinteles de madera, estelas y altares de piedra, todas las
cuales muestran del creciente poder de los sectores de la élite gobernante en las
comunidades.

El modelo sociopolítico del Clásico Tardío estuvo basado en la configuración de


pequeños Estados que controlaban territorios menores, cada uno con diferente
extensión, pero de gran poder. Los centros principales ya no dominaban el mismo
territorio que habían controlado durante el Clásico Temprano, ya que en el Clásico
Tardío las fronteras geopolíticas se estructuraron de manera diferente, por el rápido
crecimiento de muchos centros que lograron definir su propia clase dirigente y su
respectivo glifo-emblema.

En la región occidental de Petén, junto a las riberas de los ríos Usumacinta y de La


Pasión, varios sitios lograron alcanzar esplendor y hegemonía locales, tales los casos de
Yaxchilán, Palenque y Piedras Negras, así como Dos Pilas, El Ceibal y Cancuén. En el
sureste de Petén también se manifestó el avance cultural, y sobresalieron allí lugares
como Ixkún, Ixtontón y Sacul, en tanto que en la región del noreste destacaban Tikal,
Yaxhá, Nakum, Naranjo y otros.

El aumento de la población indujo a los dirigentes a buscar una solución en cuanto al


mejor manejo de los recursos agrícolas, incrementándose entonces la agricultura
intensiva por medio de sistemas hidráulicos, terrazas y campos elevados. Estos sistemas
vinieron a complementar el cultivo tradicional de la milpa por medio de la roza. Los
huertos y jardines fueron adaptados a fin de obtener productos para consumo familiar, y
la silvicultura desempeñó un papel importante, especialmente por medio de la
recolección de la fruta del árbol de ramón. Los tubérculos, como la yuca, camote y
otros, completaron la dieta de los habitantes mayas.

En el Clásico Tardío aumentaron las relaciones de los pueblos de las Tierras Bajas con
los de otras regiones. Se manifiestan estas relaciones en el intercambio de bienes, lo que
ayuda a conocer el grado de comunicación existente. En la cerámica ocurrieron
semejanzas en cuanto a formas, decoración, representación de figuras y uso de
jeroglíficos. El aspecto ideológico se manifiesta en las vasijas policromas (Ilustración
56) y en los monumentos esculpidos con dioses y seres mitológicos. Por lo tanto, es
evidente que los contactos no se limitaron únicamente a lo económico, sino también a
ideas religiosas y sociales. El desarrollo del Clásico Tardío se comprueba por el
aumento del tamaño de los edificios. En todas partes las construcciones se hicieron más
grandes y los templos principales, realizados con piedra caliza, adquirieron una
verticalidad singular, que los hizo imponentes y majestuosos. El empleo de techos con
bóveda de piedra se generalizó en este período, y al mismo tiempo se incrementaron las
grandes cresterías en la parte más alta de los templos, donde se modelaron figuras de
gobernantes y dioses. Todo el conjunto se decoraba con estuco y pinturas multicolores.
El uso de la policromía dio una característica particular a la integración de pintura,
escultura y arquitectura.

El estilo arquitectónico se manifestó principalmente en el juego de volúmenes en los


diferentes cuerpos escalonados que componen la base de los edificios, así como en la
continua presencia de ángulos entrantes y salientes. Los muros se hicieron en forma de
talud, acompañados muchas veces de molduras, cornisas y otros elementos decorativos.
En la parte central de los sitios se construyeron largas y amplias calzadas, algunas de
ellas con parapetos a sus lados, a fin de unir los complejos principales.

Por otra parte, se observa que continuó la evolución de la escultura en piedra, según lo
muestran los paneles, dinteles y estelas encontrados en ciudades como Piedras Negras,
Yaxchilán, Palenque, Copán y Quiriguá. Aparecen figuras de gobernantes con el cetro o
la barra de mando, adornados con grandes tocados y plumas de quetzal, acompañadas
de fechas calendáricas que indican la data del acontecimiento conmemorado.

La religión muestra uniformidad en el área maya, tal como se ha demostrado por medio
de estudios sobre la iconografía y las costumbres funerarias. Sin embargo, se conocen
aspectos que permiten establecer la existencia de un ritual gubernamental practicado por
la élite y otro de tipo popular, propio de la gente común. Muestras de lo primero se
conservan en las imágenes de las grandes cresterías, estelas, pinturas murales y ofrendas
rituales depositadas en tumbas. El segundo, practicado por personas de menores
recursos, no tuvo la oportunidad de expresarse en forma espectacular. Se sabe de él por
las ofrendas funerarias descubiertas en entierros, y por medio de pequeños recintos
religiosos construidos en las aldeas o en agrupamientos situados en la periferia de las
ciudades.

Todo el avance logrado por la civilización maya principió a disminuir a finales del siglo
VIII, y este decaimiento se prolongó durante el IX. Se pueden observar manifestaciones
bélicas en algunos sitios, como Yaxchilán, Piedras Negras y el área de Petexbatún,
donde algunos monumentos fueron removidos de sus lugares originales y destruidos
parcialmente. En muchas de las estelas y monumentos esculpidos aparecen imágenes de
prisioneros, así como elementos de guerra que indican conflictos con los vecinos.

Fueron rápidamente abandonadas ciudades importantes, como Dos Pilas y Palenque,


mientras que en el área central, en Tikal, Uaxactún y Xultún, el proceso fue más lento.
En todo caso, la clase dirigente permaneció en algunos centros de las Tierras Bajas
hasta finales del siglo IX, ya que en Uaxactún y Xultún todavía se esculpieron estelas en
el año 889 DC.

Al proceso gradual de desintegración cultural, que afectó a las diferentes ciudades


mayas en proporciones distintas, se le conoce como el 'colapso de la civilización maya'.
Trajo cambios en la erección de monumentos esculpidos, así como en arquitectura y
religión, aunque algunas limitadas actividades ceremoniales prosiguieron durante un
corto lapso. La característica vida urbana no desapareció súbitamente, pero poco a poco
se perdió el conocimiento alcanzado en el pasado. Después de los siglos IX y X, quedó
abandonada la mayoría de las ciudades de Petén, como resultado de los factores
sociopolíticos del colapso. Pocas de ellas lograron traspasar el umbral del Período
Postclásico, regido éste por una serie distinta de procesos históricos y económicos.

Panorama del Postclásico


El 13 de marzo de 1697 las fuerzas españolas, al mando de Martín de Urzúa, atacaron
Tayasal, en Petén, lo que provocó que los itzaes huyeran y abandonaran la isla y sus
viviendas. Los españoles tomaron posesión de la tierra, destruyeron los últimos edificios
y sobre ellos construyeron una iglesia. Estos escuetos datos fueron corroborados casi
300 años después, cuando se hicieron trabajos de restauración de la iglesia de la Isla de
Flores, y se localizaron varios monumentos de piedra esculpidos, cuyos motivos
evidentemente eran de la época postclásica.

Más de un siglo y medio antes de la caída de Tayasal, los habitantes del Altiplano
guatemalteco habían sido dominados por los españoles. Arqueológicamente, las fechas
citadas indican que el Postclásico no terminó al mismo tiempo en las distintas regiones
del país, y que existieron diferencias cronológicas que marcan el final de la época
prehispánica en las Tierras Bajas y en las Tierras Altas (Ilustración 69).

El Período Postclásico comprende el tiempo transcurrido desde el colapso de la


civilización maya, alrededor del año 900 DC, hasta la Conquista de Guatemala, aunque
el Departamento de Petén fue sometido después de que lo fue la región del Altiplano. El
período ha sido dividido, para los efectos de su estudio, en Postclásico Temprano y
Postclásico Tardío. La primera parte está comprendida entre los años 900 y 1250 DC y,
tradicionalmente, se ha relacionado con los toltecas de Tula, del Estado de Hidalgo, en
México. La segunda parte corresponde a 1250 DC y años subsiguientes, época del
surgimiento de los aztecas en Tenochtitlan. Todo el período, que abarca entre 600 y 800
años, según la región de que se trate, fue de gran actividad y movilidad entre las
sociedades de Mesoamérica.
Postclásico Temprano (900 a 1250 DC)
El Postclásico Temprano se caracteriza en toda Mesoamérica por fuertes conflictos
entre las poblaciones, y por frecuentes migraciones. Entre los grupos migratorios
estuvieron los chontales (putunes) de la Costa del Golfo, que migraron hacia Yucatán y
a la zona del Río de La Pasión, en Guatemala; y pobladores de las Tierras Bajas, que
migraron hacia regiones como Yucatán y el Altiplano de Guatemala. Otros casos
similares corresponden al norte de México, donde llegaron grupos chichimecas, y
también son dignas de mención las migraciones de los pobladores de Tula, en el Estado
de Hidalgo, México.

Costa Sur

Existe poca información sobre los habitantes de la Costa Sur de Guatemala durante el
Postclásico, ya que muchos sitios fueron abandonados al final del Clásico Tardío y gran
parte de la Costa se despobló. Los habitantes que quedaron continuaron siendo
agricultores, y comerciaban algodón, sal y cacao. La vajilla Plomizo San Juan fue
reemplazada en el Postclásico Temprano por la vajilla Plomizo Tohil, un elemento
marcador de dicho período en toda Mesoamérica que fue objeto de comercio entre las
comunidades de la época. La cerámica Plomizo Tohil proviene de la planicie costera del
Pacífico, en la vecindad de la frontera entre Chiapas y Guatemala. Se distingue de su
antecedente, Plomizo San Juan, por sus formas y efigies antropomorfas y zoomorfas, de
carácter 'mexicano'. Se encuentra distribuida a lo largo del territorio guatemalteco, pero
se extiende también a la Península de Yucatán, Tula, Hidalgo, y otros lugares de
México.

Probablemente, durante el Postclásico Temprano, los grupos de idioma náhuat (pipiles)


iniciaron sus migraciones a través de la Costa Sur, hasta asentarse en lo que hoy es El
Salvador y Nicaragua. Los lingüistas, apoyados en la glotocronología, han fijado la
fecha de estas migraciones en torno al año 1000 DC. Se han hecho varios intentos para
relacionar las mencionadas poblaciones pipiles con los sitios de Bilbao y El Baúl, de
Cotzumalguapa, y con otros aledaños, pero estos centros datan del Clásico Tardío, o sea
que son anteriores a la presencia náhuat en Centro América. Sin embargo, pequeños
enclaves de gente de idioma pipil pudieron haberse asentado en la Costa Sur de
Guatemala, después del año 1000 DC; lo podría explicar la presencia de pipiles en
Izcuintepeque (Escuintla), en la época en que Pedro de Alvarado conquistó Guatemala.

Tierras Altas

En el Departamento de Quiché y en una parte de Huehuetenango se puede comprobar


una continuidad, durante el Postclásico Temprano, de la ocupación de varios sitios,
como Nebaj, Zacualpa, La Lagunita y Zaculeu. Sin embargo, la mayor parte del
Altiplano de Guatemala experimentó un cambio profundo en los patrones de
asentamiento. Sitios que estuvieron situados en valles durante el Período Clásico, fueron
abandonados y construidos posteriormente en las cimas de montañas, en lugares poco
accesibles, rodeados por barrancos, con el fin de hacer más fácil su defensa ante las
continuas acciones bélicas. En el área quiché (k'iche') es evidente la centralización del
poder en Utatlán, bajo cuyo dominio se encontraban los asentamientos aledaños.
Algunos investigadores sostienen que, a partir del año 900 DC, llegaron a Guatemala
varios grupos toltecas, en tanto que otros plantean la presencia de grupos pretoltecas a
partir del año 800 DC. En uno y otro caso, se alude a conglomerados que trajeron los
primeros elementos culturales del centro de México, lo que se considera como el inicio
de la 'mexicanización' del Altiplano guatemalteco. Sin embargo, existen pocos datos
concretos en la región referidos al Postclásico Temprano, aunque algunos arqueólogos
sostienen opiniones como la siguiente: '... la evolución durante el Clásico Terminal no
implica una ruptura, sino la persistencia de las tradiciones clásicas, sin negar por ello la
aparición de nuevos rasgos culturales'.

La cerámica en las Tierras Altas continuó su desarrollo a partir de sus antecedentes del
Período Clásico, aunque se introdujeron nuevos tipos. Se observa la introducción de las
cerámicas Plomizo Tohil, y Naranja Fino, esta última proviene del Golfo de México; y
también de incensarios trípodes en forma de cucharón, típicos del estilo Mixteca-
Puebla. Es evidente que hubo, durante el Postclásico, intensos contactos comerciales
entre el Altiplano de Guatemala y México, que posiblemente no existían antes.

Desde el punto de vista lingüístico, los idiomas cakchiquel (kaqchikel) y quiché


presentan mayores índices de influjo náhuat. El quiché estaba presente en Guatemala
desde el Período Clásico, pero hay indicios de conflictos internos en este grupo,
referidos al año 900 DC, ya que entonces el idioma empezó a dividirse en cakchiquel,
tzutujil (tz'utujil) y quiché.

Tierras Bajas

Al finalizar el Período Clásico e iniciarse el Postclásico, la población de las Tierras


Bajas salió de las ciudades con el propósito de asentarse en otros lugares, posiblemente
situados en las Tierras Altas o en la Península de Yucatán. En el Postclásico Temprano,
el centro que dominó la Península de Yucatán fue Chichén Itzá. Los que se quedaron en
Petén se establecieron preferentemente en las orillas de los lagos. En la arquitectura
doméstica de los sitios de Petén se mantuvo el uso de materiales perecederos en las
paredes y en los techos. Por otra parte, los edificios de tipo ritual presentaban menores
dimensiones que los del Clásico Tardío, y se emplearon columnas y espacios techados
para dar más amplitud al área utilizada en las ceremonias religiosas.

En varias edificaciones de la región lacustre, como en Tayasal e Ixlú, se han descubierto


monumentos esculpidos, con fechas referidas al Postclásico, los cuales, en algunos
casos, muestran figuras de personajes y glifos. Sin embargo, los motivos iconográficos
son diferentes a los que muestran las estelas del Clásico Tardío, y la calidad artística
también es menor.

Se puede aseverar que el intercambio regional continuó, como lo demuestra el ingreso


de la cerámica Plomizo Tohil, proveniente de la Costa Sur de Guatemala y Chiapas.
Además, llegó la cerámica Naranja Fina, que procedía probablemente de Campeche y
Tabasco, en México. De este tipo son las vasijas Pabellón Modelado Tallado, fabricadas
con molde, que a veces presentan escenas de guerra.

En las Tierras Bajas, sobre todo en Tayasal, predominó durante el Postclásico


Temprano el complejo cerámico Chilcob. En la Isla de Flores se utilizó la cerámica
Paxcamán Rojo, y aparecen ciertos tipos de vasijas no locales, posiblemente
provenientes de Yucatán, pero de este fenómeno no participaron otras comunidades
peteneras.

Postclásico Tardío (1250-1524)


Este período se extiende desde 1250 DC hasta la Conquista de Guatemala. El centro de
Chichén Itzá, después de una época de construcción extensiva y considerable actividad
cultural, experimentó problemas de naturaleza sociopolítica (según las fuentes
etnohistóricas), y fue abandonado al final del Postclásico Temprano. Fue sustituido por
la nueva capital maya establecida en Mayapán, situada a poca distancia, hacia el oeste
de Chichén Itzá. Este nuevo centro dominó la Península, hasta su colapso, ocurrido
alrededor del año 1450. Después de este hecho todas las ciudades grandes de la región
declinaron, y muchas también fueron abandonadas al cabo de corto tiempo. En la época
en la que arribaron los conquistadores españoles, la Península de Yucatán estaba
compuesta de numerosas pequeñas provincias independientes, cada una dirigida por un
gobernante local. En Petén, las poblaciones permanecieron en pequeños centros o
aldeas, situados alrededor de los lagos, relativamente aislados del resto del mundo
maya. Por ello, y por el difícil acceso a la zona, esa fue la última región conquistada por
los españoles. Los señoríos mayas de las Tierras Altas mayas afirmaban tener orígenes
nahuas o toltecas, y sus tradiciones indicaban que sus antepasados habían migrado y
asentádose en Guatemala. La introducción de leyendas de origen mixteca y nahua
produjo la mezcla de la historia con el mito. Por ello, es muy difícil que la evidencia
arqueológica pueda corroborar los relatos acerca del origen de los pueblos, y sobre las
migraciones y las visitas a que se alude en las crónicas indígenas del Altiplano
guatemalteco.

Costa Sur

La evidencia etnohistórica sugiere que cuando se realizó la Conquista española, cada


uno de los principales grupos lingüísticos de las Tierras Altas poseía una sección de la
Costa Sur, donde mantenía siembras de cacao y obtenía sal y otros productos marinos.
Los quichés afirmaban que habían conquistado toda la Costa entre los ríos Nahualate y
Ocós (parte de este territorio había sido obtenido a través de guerras con los mames).
Los tzutujiles hablaban de poseer cacaotales en la Costa, al sur de su territorio del
Altiplano; y los cakchiqueles declaraban que poseían toda la Costa, en la parte situada al
sur de sus Tierras Altas, excepto Panatacat (término dado por ellos a Izcuintepeque), un
centro ocupado por pipiles, con quienes estaban en guerra. Por las crónicas coloniales se
sabe que estos últimos fueron conquistados en 1524 por Pedro de Alvarado, pero no se
conoce la localización exacta de dicho asentamiento, aunque seguramente se encontraba
muy cercano a la actual ciudad de Escuintla.5

Aunque los sitios del Postclásico Tardío de la Costa Sur son más abundantes que los
que corresponden al Postclásico Temprano, se cree que la población continuó
disminuyendo desde su nivel máximo alcanzado en la época del Clásico Tardío. Abaj
Takalik parece haber sido uno de los pocos centros que no fueron abandonados en
aquella época. Los sitios identificados del período disminuyeron por lo general en
tamaño y consistían de un complejo rígidamente organizado de pequeñas plataformas.
En contraste con las Tierras Altas, los sitios del Postclásico Tardío no parecen haber
estado situados en lugares defensivos. Sin embargo, como la topografía de la Costa
impide la construcción de zonas de fácil defensa en montañas y promontorios altos, los
tupidos bosques pudieron haber provisto la necesaria protección.

Tierras Altas

Los estudios de las Tierras Altas se apoyan no sólo en los vestigios arqueológicos, sino
también en las fuentes documentales, es decir, las crónicas coloniales, las cartas de
relación de los conquistadores, los textos indígenas, etcétera. De esta manera se ha
intentado reconstruir la historia de algunos de los pueblos mencionados.

El evento más sobresaliente que tuvo lugar en las Tierras Altas de Guatemala, durante el
Período Postclásico Tardío, fue la expansión de la nación quiché, dirigida por su jefe
Quicab. Como resultado de esta campaña, la mayor parte de lo que hoy son los
Departamentos de Quiché y San Marcos quedó bajo el control de los quichés, cuya
capital, Gumarcaah o Utatlán, fundada alrededor de 1433, está localizada en las
cercanías de la actual ciudad de Santa Cruz del Quiché.

Como consecuencia de los conflictos interregionales, la mayor parte de los centros


urbanos del Altiplano estaban ubicados en las partes altas de los cerros y montañas,
rodeados por profundos barrancos. Se acondicionaba la parte superior de los cerros a fin
de construir plazas y centros ceremoniales. Esta situación permitía a los pobladores
defenderse de cualquier ataque enemigo, ya que los sitios se convirtieron en verdaderas
fortalezas. Las construcciones se amoldaron a la configuración natural del terreno. Las
estructuras se hicieron con piedra local, adobe u otros materiales cercanos, y los
edificios se recubrían con estuco y los pintaban de rojo, azul, amarillo y verde. Algunos
tenían murales de estilo mixteca. La arquitectura se ajustó al modelo general de las
Tierras Altas, y en su mayoría compartieron los mismos rasgos: templos gemelos con
doble escalinata, pirámides-templo, juegos de pelota cerrados, las estructuras largas que
servían como 'Casas del Consejo', los altares en las plazas, etcétera. Gumarcaah e
Iximché, además de esos elementos, tenían palacios con columnas, patios y calzadas
diversas.

Según Robert Carmack, la organización social de este período incluía tres categorías
sociales principales: los nobles, los vasallos y los esclavos, cada una con estratos
internos. Jerárquicamente, antes que los guerreros estaban los señores y los nobles. Sólo
a estos personajes se les permitía usar objetos suntuosos, trajes elaborados y practicar el
juego de pelota, así como controlar el comercio (Ilustración 55). Los comerciantes, que
también desempeñaban un papel importante, pertenecían, por lo tanto, a la clase social
más elevada de la comunidad.

En un nivel más bajo, después de los guerreros, se encontraban los campesinos, quienes
sólo asistían a las ciudades o centros ceremoniales en ocasiones especiales. Los
miembros de este segmento social tenían a su cargo la construcción de edificios, la
agricultura y también prestaban sus servicios en la guerra. En el nivel inferior estaban
los esclavos, que trabajaban como sirvientes en las casas de los señores y de los
agricultores dueños de la tierra.

Por medio de conquistas, los quichés finalmente se convirtieron en el poder dominante


de las Tierras Altas, y pudieron controlar el territorio extendido hacia el este, hasta
Rabinal, y hacia el oeste, hasta el mar. Esta expansión, y varias de las batallas
consiguientes, se describen en el Popol Vuh, en el Memorial de Sololá y en otras
crónicas indígenas. Los quichés conquistaron a los mames, ubicados al noroeste, y a los
tzutujiles, que vivían al sur. Estos últimos se aliaron con los pipiles de la Costa, para
enfrentar a los quichés. Por un tiempo, los cakchiqueles se aliaron con los quichés en
estas campañas expansionistas. Sin embargo, como resultado de problemas internos, los
cakchiqueles se separaron de los quichés alrededor de 1463 y en 1470 fundaron su
propia capital, Iximché. También estaban en guerra con los pipiles de la Costa Sur y con
los pokomames (poqomames), ubicados al este y sureste de sus territorios.

Tal era el panorama que prevalecía a la llegada de los conquistadores españoles en


1524. Estos encontraron en las Tierras Altas de Guatemala a los quichés y cakchiqueles
como Estados incipientes, y con señoríos y otros tipos de organización política, menos
complejos, a los tzutuhiles, mames, kekchíes (q'eqchi'es), pokomchíes (poqomchi'es),
pokomames y, en la Costa Sur, a los pipiles y xincas.

Tierras Bajas

Después del colapso cesó la construcción de los grandes palacios y pirámides en el área
de Petén, así como la erección de estelas fechadas. La continuación del desarrollo
sociopolítico se trasladó al norte, a la Península de Yucatán, donde se registró un nuevo
aumento demográfico, el establecimiento de nuevos centros y el florecimiento de
Chichén Itzá, que empezó a dominar el área maya en el Postclásico Temprano. Allí se
produjo una 'mexicanización' de la cultura maya local (los itzaes), que probablemente
fue resultado de contactos con las poblaciones del Golfo y el valle de México, donde los
toltecas estaban estableciendo su capital, específicamente en Tula, Hidalgo.

El Postclásico Tardío ha sido generalmente delimitado por la caída de Chichén Itzá y el


auge de Mayapán. Los habitantes del primer lugar probablemente emigraron de
Yucatán; incrementaron la población de algunos sitios peteneros; y llevaron con ellos
sus creencias religiosas que se fundieron con las de las poblaciones autóctonas, en las
cuales persistía en menor grado el culto a las estelas, como lo demuestran los
monumentos encontrados en la Isla de Flores en 1975.

En Yucatán, entre 1250 y 1450, Mayapán predominó como centro político y económico,
y llegó a manejar el comercio a través de la Isla de Cozumel, por medio de rutas de
intercambio bien definidas, con centros de almacenaje regionales, como Xicalango, en
México, Naco, en Honduras y Nito, en la cuenca del Río Dulce. Este último lugar fue
visitado por Hernán Cortés en su viaje de México a Honduras, y reportado en la quinta
carta de relación del conquistador de México. Cortés señaló que el Lago de Izabal y el
Río Polochic se utilizaban como rutas comerciales, e indicó que 'tenía noticia que allí
había pueblos y muchos bastimentos'. El documento citado es una valiosa fuente de
información respecto de lo que había en la cuenca del lago: poblaciones grandes;
siembras de maíz, cacao, chile, sal, frutas, aves, algodón, etcétera. El asentamiento de
mayor tamaño, Chacujal, cercano a las márgenes del Río Polochic, '...era muy grande
pueblo y muy antiguo y era abastecido de todo género de bastimentos'; tenía una gran
plaza con 'mezquitas y oratorios bien trazados, y sus casas muy juntas y buenas'.

Según los españoles, Nito estaba situado en la cuenca del Río Dulce, y era un centro
importante dedicado al comercio y al almacenaje de productos regionales. Se tiene
conocimiento de que por él pasaba una ruta de comercio interregional, por la cual
transitaban productos como sal, oro, mantas y otros; el transporte se hacía desde Naco,
en el actual territorio de Honduras, hasta la Península de Yucatán y viceversa.

Alrededor de 1440, las guerras internas entre las familias gobernantes de los principales
centros postclásicos de Yucatán produjeron la caída de Mayapán. En la época de la
Conquista, las diversas poblaciones mayas de las Tierras Bajas no habían podido formar
de nuevo algún tipo de unificación o alianza, con un poder dominante.

Los sitios importantes del Postclásico, en Petén central, incluyen: Tayasal, capital de los
itzaes, que tuvo una larga ocupación hasta 1697; las islas de Topoxté, Canté y Paxté, en
la Laguna Yaxjá; Salpetén y otros núcleos poblacionales en los lagos de Macanché y
Salpetén. Estudios realizados por Tatiana Proskouriakoff y Don S. Rice señalaron la
existencia de rasgos similares a los de Mayapán, sobre todo en los sitios de Topoxté y
Paxté. Estos rasgos no se han encontrado en la Isla de Canté, donde no hay arquitectura.
A partir de ello, Jay K. Johnson sugirió que hubo cambios en la función de estos sitios:
Topoxté fue el centro ceremonial; Paxté, el núcleo residencial de alto rango; y Canté, el
área de vivienda para el pueblo. Topoxté fue sin duda uno de los centros más
importantes de la zona, según se desprende de su arquitectura característica y de objetos
ceremoniales, como incensarios con efigies, y vasijas con engobes rojos y decoraciones
bicromas.

Tayasal, situado junto al Lago Petén Itzá, se considera que fue el mayor centro de la
época en la zona. Este lugar fue visitado por Hernán Cortés en 1525, cuando viajó de
México a Honduras. La expedición fue recibida pacíficamente por Canek, gobernante
de los itzaes. El grupo estaba formado por unos 3,000 hombres, por lo que resulta
curioso que no hayan visto ninguno de los sitios importantes de la cultura maya clásica.
Thompson sugirió que los guías, a propósito, no llevaron a los españoles a los pueblos
ocupados por indígenas en Petén, y es posible que también los hayan conducido por
senderos alejados de los sitios arqueológicos, que eran considerados sagrados y
ocupados por los dioses. Cortés estuvo poco tiempo en Tayasal, donde conversó e
intercambió regalos con Canek. Se realizó una solemne misa cantada, con un sermón en
idioma itzá, y ambos jefes efectuaron un recorrido en canoas para visitar y conocer los
dominios del reino. Cortés continuó su viaje a Honduras, y durante muchos años ningún
otro español volvió a la región itzá, hasta que frailes dominicos llegaron en el siglo
XVII. Sin embargo, la conquista no se efectuó sino hasta 1697.

El complejo cerámico característico de este período fue el Cocahmut. Las vasijas


pertenecen al tipo Paxcamán Rojo, y se utilizaron entre 1250 y 1450; se caracterizaban
por tener, dentro de sus desgrasantes, partículas de concha y caracol. En la época se
conservaron las formas del Postclásico Temprano y la decoración policroma y diversos
diseños incisos o modelados (Ilustración 58). El último complejo conocido en relación
con las Tierras Bajas es el Kauil (1450-1750). Parte de la cerámica Macanché Rojo
sobre Crema también tiene cierta semejanza con las piezas de Yucatán y las del este del
Lago Petén Itzá.

Para la fabricación de las herramientas líticas, en Petén se utilizaron pedernales,


basaltos, obsidianas, etcétera, y al parecer la calidad de tales instrumentos mejoró con
relación a la etapa anterior. La presencia de basalto y obsidiana evidencia un
intercambio comercial con las Tierras Altas, ya que el pedernal era de origen local.
Las evidencias arqueológicas y etnohistóricas muestran que Petén central permaneció
ocupado desde las épocas tempranas hasta la llegada de los españoles. La cultura de la
región, inclusive la religión que tenía rituales menos sofisticados, continuó hasta 1697.
Lugares como Palenque y Yaxchilán, son visitados todavía por los lacandones de
Chiapas, así como Tikal y otros centros importantes; lo hacen durante los solsticios y
los equinoccios, épocas en las que se hacen rogativas a los dioses y a los antepasados.

Conclusiones
El Período Preclásico en Mesoamérica atestigua la transformación de los pueblos
mesoamericanos, de simples aldeas agrícolas a sociedades organizadas jerárquicamente
bajo una autoridad centralizada. La base de subsistencia agrícola se volvió
progresivamente más intensiva, las población aumentó y los centros urbanos crecieron
en tamaño y complejidad. Este desarrollo parece haberse realizado antes en la Costa Sur
y en las Tierras Altas de Guatemala. No obstante, en la época clásica, Petén alcanzó el
máximo de su esplendor. Sin embargo, hubo diferentes variaciones regionales en la
civilización mesoamericana, y un crecimiento cultural vigoroso en todas partes. El
Postclásico fue un tiempo de declinación en la mayor parte de las áreas, de
desplazamientos de población y de reorganización sociopolítica.

Las causas y efectos del auge y caída de la civilización maya han sido y continúan
siendo uno de los tópicos más debatidos en la Arqueología, aunque dicho patrón se haya
repetido, a lo largo de un milenio, en todo el mundo. Con el objeto de explicar tal
fenómeno se han considerado factores determinantes, como el crecimiento de la
población, la ecología, la tecnología, las guerras, etcétera. Todos parecen concurrir en
diferentes formas y en diversas épocas, pero la interacción entre ellos varía en cada
situación. El caso mesoamericano, comparado con otros, tanto del Viejo como del
Nuevo Mundo, será importante a fin de emprender con éxito estudios posteriores.
MATILDE IVIC DE MONTERROSO

Regiones Arqueológicas de Guatemala

En este artículo se pretende explicar cómo se ordenaron las regiones arqueológicas de


Guatemala, su relación con el sur de Mesoamérica, y los criterios utilizados para
proponer una división de aquéllas. Esto último surgió de una reunión de arqueólogos
previa a la preparación de esta Historia General. Se acordó que para facilitar la lectura
sobre las regiones arqueológicas de Guatemala se dividirían, en lo posible, de acuerdo
con la actual división político-administrativa de la república. Conviene aclarar que,
desde principios del siglo XX, los arqueólogos usaron divisiones basadas en las
características naturales de cada región, pero no se sabe con certeza quién fue el primero
en ordenarlas e incluirlas en la literatura especializada.

Desde que se efectuaron las primeras investigaciones arqueológicas sobre Mesoamérica


se consideró al territorio de Guatemala como la parte central del área maya. El conjunto
de ésta abarcaba la parte sureste de México (Chiapas, Tabasco, Campeche, Yucatán y
Quintana Roo), Guatemala, Belice, y el oeste de Honduras y El Salvador. Desde
entonces se comenzó a afirmar que la civilización maya era un fenómeno propio de las
Tierras Bajas, aunque también se dio importancia a los desarrollos culturales de las
Tierras Altas. Hasta donde se conoce, fue Herbert J. Spinden el primero en proponer
tres secciones naturales del área maya, basadas en el clima, los recursos naturales y la
topografía. Dichas secciones eran: la Península de Yucatán, a la que dicho autor
consideró como un área separada, por sus características de planicie caliza bastante
árida; la zona del gran valle central del Usumacinta y sus tributarios, que comprendía
desde Chiapas hasta Belice y Copán, en Honduras; y, finalmente, la zona atravesada por
la Sierra Madre, a la que se llamó el Altiplano Sur y Oeste.

Sylvanus G. Morley utilizó una división muy similar, en la que el área maya se
presentaba compuesta por tres regiones naturales: las cadenas de montañas y sus
mesetas intermedias; la parte interior del Departamento de Petén, con los valles
exteriores adyacentes, que incluía también la mitad sur de la Península de Yucatán; y la
mitad norte de esta península, que corresponde a una planicie caliza. Posteriormente,
Michael D. Coe ofreció otra división más explícita y algo diferente, puesto que incluyó
en ella la Costa Sur de Guatemala y parte de El Salvador. Según Coe, los mayas
ocuparon tres secciones: El Area Sur, que incluía las Tierras Altas de Guatemala, las
tierras adyacentes de Chiapas, la planicie costera del Pacífico y la mitad oeste de El
Salvador; el Area Central, que comprendía Petén, Tabasco, el sur de Campeche, Belice,
la zona del Río Motagua y la parte oeste de Honduras; y, finalmente, el Area Norte,
correspondiente a Yucatán.

Regiones Arqueológicas Inicialmente Propuestas


Las características topográficas de Guatemala dividen su territorio en dos zonas
principales: las Tierras Bajas (abajo de los 300 msnm), y las Tierras Altas, también
conocidas como Altiplano (encima de los 1,000 msnm). A ellas se debe añadir una zona
intermedia de mucha importancia geográfica y cultural, conocida como la Bocacosta,
situada entre los 300 y los 1,000 msnm, aproximadamente. Además, está la planicie
costera al sur de la Bocacosta, que se sitúa entre los 300 y 0 msnm. Se ha demostrado
ampliamente que estas zonas funcionaban en una forma simbiótica, en cuanto al modo
de proveerse de los recursos necesarios para su subsistencia y desarrollo.

La primera división formal de las áreas arqueológico-geográficas correspondientes al


territorio de Guatemala se presentó en 1956, por Stephan F. de Borhegyi (véase
Ilustración 60) de la siguiente manera:

a. Bosque Lluvioso Tropical, que comprende las Tierras Bajas de Chiapas, Petén,
Belice, Izabal, zona este de Zacapa y Chiquimula, y zona adyacente de Honduras.

b. Altiplano Medio, que abarca la parte este de Huehuetenango, la mitad norte de


Quiché, Alta Verapaz, y el noreste de Baja Verapaz.

c. Altiplano Occidental, que incluye la parte norte de San Marcos, Huehuetenango,


Totonicapán, Sololá y la parte sur de Quiché.

d. Altiplano Central, que comprende Chimaltenango, Sacatepéquez, Guatemala, la zona


norte de Santa Rosa y la sección sur de Baja Verapaz.

e. Tierras Bajas Semiáridas del Este, que engloba El Progreso, Jalapa, el norte de
Jutiapa, Chiquimula y la parte oeste de Zacapa.

f. Costa del Pacífico y Bocacosta de San Marcos, Retalhuleu, Suchitepéquez, Escuintla,


Santa Rosa y Jutiapa.

Las zonas geográficas influyeron en alguna medida en las culturas que allí se
desarrollaron, lo que se tradujo en una correlación entre las zonas geográficas y las
regiones arqueológicas. La división de las zonas arqueológicas utilizada en la presente
sección reconoce, en lo posible, la unidad geográfica y las afiliaciones culturales, pero
en algunos casos se han usado criterios convencionales, especialmente cuando se trata
de no dividir un Departamento en dos áreas separadas.

Las Regiones Arqueológicas de Guatemala


La división del área maya de Guatemala, que se sigue básicamente aquí, es la siguiente:
Tierras Bajas (Petén), Tierras Altas (Altiplano Norte, Central y Occidental), Costa Sur,
y Región Oriental (Ilustración 62).

Tierras Bajas
Geográficamente, las Tierras Bajas se extienden desde Yucatán en el Norte hasta Copán
en el Sur. Estudios recientes las subdividen en Tierras Bajas del Norte (Yucatán),
Tierras Bajas Centrales (Tabasco, Petén y Belice), Tierras Bajas del Sur (Izabal y oeste
de Honduras, especialmente la región de Copán). Sin embargo, en esta obra, que se
circunscribe principalmente a Guatemala, se prefiere referirse a Petén como la Región
Norte, mientras que Izabal, Jutiapa, Jalapa y otras áreas aledañas, se engloban en la
Región de Oriente.

Desde el norte de Alta Verapaz hasta el norte de la Península de Yucatán se extiende un


suelo cárstico o calizo. Este proporcionó a los habitantes de la región la piedra caliza,
muy apreciada en las construcciones, así como el pedernal utilizado en la manufactura
de herramientas, el cual se comerciaba con las Tierras Altas. Dicho suelo está cubierto
por bosque lluvioso tropical, interrumpido por sabanas, lagos y pantanos o bajos. El
clima es caliente y húmedo. En este ambiente evolucionó la cultura maya de las Tierras
Bajas, la cual alcanzó, desde finales del Período Preclásico y sobre todo durante el
Clásico, niveles bastante complejos de desarrollo social.

Región Norte: Petén

La zona central de Petén es sin duda la región arqueológica mejor conocida de


Guatemala. Sus grandes centros atrajeron desde hace muchos años la atención de los
investigadores, así como los recursos necesarios para estudiarlos. Sin embargo, existen
áreas del mismo Departamento todavía poco conocidas; por ejemplo, las zonas sureste y
oeste, en las cuales se esperan aún bastantes descubrimientos.

No se dispone de muchas evidencias correspondientes al Período Preclásico Temprano


de Petén. Las muestras de polen obtenidas en el Lago Petenxil Quexil indican que en
dicha época ya vivían agricultores en la región. En relación con el Preclásico Medio, se
cuenta con datos más precisos provenientes de El Ceibal, en la zona del Río de La
Pasión, y de El Mirador y Nakbé, situados más al norte. En cambio, entre el Preclásico
Tardío y el Clásico Tardío se produjo un extraordinario aumento tanto en el número de
sitios como en la complejidad de la organización social; los centros más conocidos
vinculados a esas épocas son: Tikal, Uaxactún, Río Azul, Piedras Negras, Dos Pilas, El
Ceibal, Altar de Sacrificios, entre otros. En el Postclásico, los asentamientos de Petén
disminuyeron notablemente, y se redujeron a algunas escasas poblaciones cerca de ríos
y lagos.

Tierras Altas o Altiplano


Las Tierras Altas están cubiertas de bosques de coníferas, y su clima es entre templado
y frío; sus suelos son de origen volcánico, lo cual produjo ciertos recursos importantes
como obsidiana, basalto, jade, cinabrio y hematita especular. El Altiplano comprende
varias partes distribuidas en diferentes Departamentos de Guatemala. Por su extensión,
así como por ciertos accidentes geográficos y algunas diferencias culturales, se decidió
dividir esta región en Altiplano Norte, Altiplano Occidental y Altiplano Central.

Altiplano Norte
Abarca los Departamentos de Alta Verapaz, Baja Verapaz y Quiché. Esta zona
geográfica y arqueológica está limitada al sur por el Río Motagua, al norte por la Sierra
de Chamá, al este por la cuenca del Río Polochic y al oeste por el Río Ixcán y sus
tributarios, así como por los afluentes del Río Negro o Chixoy. Por su topografía muy
accidentada, las áreas principalmente ocupadas fueron las cuencas de los ríos y las
mesetas aisladas. Además, su sistema fluvial fue utilizado como medio de
comunicación. Por su posición geográfica, entre Petén hacia el norte y el Altiplano
Central hacia el sur, la zona del Altiplano Norte sirvió de intermediaria para ambas
regiones.

Los descubrimientos arqueológicos indican que durante la época prehispánica ciertas


áreas del Altiplano Norte estuvieron ocupadas desde aproximadamente el año 1000 AC
hasta finales del Postclásico, es decir, alrededor de 1500 DC. Los sitios más importantes
del Período Preclásico fueron

Sakajut, en Alta Verapaz; El Portón, en Baja Verapaz; y Río Blanco, en Quiché.


Durante el Clásico, La Lagunita y Los Encuentros, situados en la cuenca del Río
Chixoy, y Zacualpa, al sur de Quiché, figuran como los lugares de mayor prominencia.
Los asentamientos mejor conocidos del Altiplano Norte corresponden al Período
Postclásico, especialmente los descubiertos en la cuenca del Río Chixoy, donde destaca
el sitio de Cauinal, así como los del área central de Quiché con su famoso centro
Gumarcaaj o Utatlán. La información correspondiente al Postclásico del Altiplano Norte
y de otras partes de Guatemala puede completarse por medio de documentos
etnohistóricos.

Altiplano Occidental

Comprende el resto de Tierras Altas que se encuentran hacia el oeste, en los


Departamentos de Quetzaltenango, Huehuetenango, San Marcos, Totonicapán, Sololá y
la zona occidental de Quiché. Es una región poco estudiada arqueológicamente, por lo
que su delimitación se ha hecho sobre todo en atención a razones geográficas. Existen
evidencias sobre algunos asentamientos antiguos; por ejemplo, las que se refieren al
sitio Semetabaj, en el Departamento de Sololá, durante el Preclásico Medio. Entre los
sitios vinculados al Preclásico Tardío están Chukumuk, junto al Lago de Atitlán, y
Salcajá, en el Departamento de Quetzaltenango. El propio Semetabaj tuvo importancia
en el Clásico Temprano y en el Clásico Tardío. Se tienen datos provenientes
principalmente de Zaculeu en Huehuetenango, y de El Paraíso, en Quetzaltenango. Por
otro lado, investigaciones realizadas en Agua Tibia, una aldea del Clásico Tardío, han
revelado aspectos interesantes referidos a los sectores populares de la época. En relación
con el Período Postclásico, los sitios más representativos del Altiplano Occidental son
Chuitinamit y Tzanjuyú, en el Lago de Atitlán, y Tajumulco, en San Marcos.

Altiplano Central

Comprende los Departamentos de Guatemala, Sacatepéquez y Chimaltenango. Se trata


de una región montañosa y volcánica, donde alternan valles muy fértiles, barrancos y
mesetas. El área limita al norte con el Río Motagua, al este con el Río Los Plátanos y las
montañas llamadas Las Nubes, al oeste con el Lago de Atitlán y al sur con la región de
la Bocacosta.
La información arqueológica más importante en el Departamento de Guatemala
proviene del sitio Kaminaljuyú, cuyos restos más tempranos corresponden
aproximadamente al 1200 AC. Este centro tuvo una larga ocupación que terminó a
inicios del Período Postclásico. Kaminaljuyú fue el sitio más importante del Preclásico,
pero se prolongó en el Clásico, conjuntamente con otros lugares, como Solano y El
Frutal, los cuales han sido menos estudiados.

En el valle de Guatemala, durante el Postclásico, el sitio Chinautla fue especialmente


notable por su producción cerámica, que llegó a comercializarse hasta lugares lejanos.
De ese mismo período es Iximché, la capital cakchiquel (kaqchikel), que ha
proporcionado abundantes datos, producto de numerosos estudios.

Región del Oriente


Sus límites han sido establecidos un tanto arbitrariamente. Con el objeto de ajustarse a
la actual división administrativa se incluyeron en ella los Departamentos de El Progreso,
Jalapa, Santa Rosa, Izabal, Zacapa, Chiquimula y Jutiapa. Sin embargo, por el
desprendimiento de dos sistemas secundarios de la Sierra Madre, en la región hay zonas
que corresponden a las Tierras Altas y algunas que tienen bosques de coníferas. Al
mismo tiempo, hay zonas que, por su altura, deben clasificarse como Tierras Bajas, pero
que, a excepción de Izabal y de las tierras que se encuentran alrededor del Motagua, son
casi desérticas. En virtud de sus características geológicas, la cuenca del Motagua fue
particularmente importante por la extracción de jade y obsidiana, así como por su
comercio con otras regiones.

Arqueológicamente, la Región del Oriente ha sido poco estudiada y, por la insuficiente


comunicación entre los investigadores, no ha sido posible obtener cierta uniformidad en
los datos. Estos son muy escasos en cuanto al Preclásico, y además se encuentran
dispersos por toda la región. Los sitios más importantes de la Región del Oriente
corresponden al Período Clásico, probablemente gracias a la importancia del jade. En
este período destacan Quiriguá, en la zona de Izabal, Guaytán, en el valle medio del
Motagua, Asunción Mita y Papalhuapa, en la zona situada al sur del valle del Motagua.
En el Postclásico la población de la región disminuyó sensiblemente, y de esa época
sólo se han descubierto asentamientos dispersos en los alrededores del Lago de Izabal.

La Costa Sur
La Región de la Costa Sur está formada por una estrecha planicie costera que se
extiende del Istmo de Tehuantepec hacia el resto de Centro América. Al norte está
limitada por la Bocacosta, que es el inicio de las cadenas montañosas, y al sur por el
Océano Pacífico. La Costa Sur está dividida por una serie de ríos que corren de norte a
sur, y cerca del mar tiene una buena cantidad de esteros que son fuentes valiosas de
alimento y sal (Ilustración 61). Por su terreno poco accidentado, por la disponibilidad de
alimentos y la fertilidad de sus tierras, esta región ha tenido ocupación humana desde
épocas muy lejanas. También sirvió como corredor natural por el que pasaron
poblaciones hacia el sur y el norte.

En la Costa Sur se encuentran sitios con numerosos montículos donde se ha descubierto


la cerámica más temprana de Guatemala. Algunos de tales sitios corresponden
aproximadamente a 1600 AC, y entre ellos destacan La Victoria y El Mesak, en la costa
de los Departamentos de San Marcos y Retalhuleu, respectivamente, así como Monte
Alto y López, en Escuintla. En el Preclásico Medio y Tardío se produjo un mayor
florecimiento de la Costa Sur y surgieron muchos sitios, tanto a lo largo del litoral
marítimo como en las tierras aledañas a los ríos. En la Bocacosta se encuentra el
importante centro Abaj Takalik, notable por sus numerosos monumentos de estilo
olmeca y maya temprano. El Clásico Temprano introdujo cambios importantes en la
distribución de los asentamientos, mientras que el Clásico Tardío se caracterizó por una
ocupación muy densa de la región. A esta última época pertenecen algunos centros
localizados en Tiquisate, Cotzumalguapa y otras localidades. En el Postclásico se
registró un claro descenso de la población. Los documentos etnohistóricos proporcionan
datos interesantes acerca de ese período, especialmente sobre Soconusco, situado entre
Chiapas y Guatemala, y sobre Escuintla. En estas zonas, según los cronistas, había en
tiempo de la Conquista sitios pipiles hasta ahora no reconocidos arqueológicamente.

Finalmente, es importante señalar que, a lo largo de la época prehispánica, se dieron


algunos cambios en la evolución de ciertas zonas arqueológicas, lo que hace difícil su
inclusión en determinada región.
MARION POPENOE DE HATCH y EDWIN M. SHOOK

La Arqueología de la Costa Sur

La Costa Sur de Guatemala es un terreno relativamente plano que se extiende paralelo al


Océano Pacífico, desde la frontera con México, al suroeste, hasta El Salvador, al
sureste. Incluye la planicie costera y las laderas sur de la cadena volcánica que separa
esta área, relativamente baja, de las Tierras Altas, al norte. Las elevaciones van desde el
nivel del mar hasta más de los 4,000 m, como en el caso del Volcán Tajumulco, situado
cerca de la frontera con México. Esta amplia gama de alturas conforma una ecología
rica y diversa, donde la flora y la fauna varían según las temperaturas y la precipitación
pluvial.

En el marco de este análisis, la Costa Sur se divide en planicie costera y Bocacosta. La


planicie costera se define como el terreno comprendido entre 0 y 300 m de altura, y la
Bocacosta es aquella que se extiende aproximadamente de 300 m a 1,000 m de altura.
Al terreno de más de 1,000 m de altitud se le llama Tierras Altas, en este ensayo. El
análisis también se enfoca en las partes occidentales y centrales de la Costa Sur, es
decir, aproximadamente desde la frontera mexicana hasta el área de Escuintla, que
incluye el Río María Linda. Hacia el este de este río se ha realizado poca investigación
arqueológica, y los datos disponibles son insuficientes para agregarse convenientemente
a lo que se conoce sobre el resto del área costera.

La Costa Sur es una de las áreas más fértiles de Guatemala, gracias a la multitud de ríos
que la atraviesan. Estas aguas llevan grandes cantidades de tierra y materiales
erosionados de las Tierras Altas, que se depositan en las áreas más planas durante las
inundaciones estacionales. El resultado es una planicie costera principalmente aluvial
que, enriquecida de modo constante, es altamente productiva para la agricultura. En la
actualidad, las partes más altas de la Costa se dedican casi por completo a la producción
de café, y la planicie se destina a la producción de caña de azúcar, algodón, maíz,
banano, aceite de palma, ajonjolí, y ganado. Sin embargo, en la época de la Conquista la
mayor parte de la planicie costera, hasta los 600 m de altura, se utilizaba para el cultivo
de maíz y cacao. Los documentos del siglo XVI registran también el algodón como una
de las cosechas más importantes de dicha Costa, junto a otros artículos, como pescado,
mariscos y sal. Estos productos se intercambiaban con los del Altiplano, entre los que
figuraban objetos de obsidiana y jade, y posiblemente también materiales perecederos
como plumas, textiles, canastas, etcétera.

Aunque se ha realizado una apreciable investigación arqueológica en la Costa Sur, sólo


hasta en la actualidad ha sido posible juntar y reconstruir algunos detalles sobre el
desarrollo cultural precolombino en la región. En el presente, la cerámica de las
poblaciones antiguas es la mejor herramienta para determinar el curso de los
acontecimientos, las actividades a que se dedicaba la gente, con qué otras zonas se
mantenían contactos, de dónde llegaron los primeros pobladores, y cuánto tiempo se
quedaron éstos en la región. Por lo tanto, gran parte de las siguientes consideraciones se
obtuvieron de dicho tipo de información.
Evidencia Temprana del Hombre en la Costa Sur
(3000-2000 AC)
El productivo ambiente natural y los abundantes recursos de la Costa Sur de Guatemala
debieron haber facilitado su ocupación humana desde épocas muy tempranas. La
disponibilidad de presas salvajes; alimento proveniente de plantas tropicales, sal,
reptiles, peces, crustáceos y mariscos, probablemente pudieron mantener a sociedades
de cazadores y recolectores. Sin embargo, en la actualidad no se ha encontrado prueba
de tales asentamientos preagrícolas o precerámicos. Esta falta de evidencia puede ser el
resultado de un largo proceso de sedimentación, que ha enterrado los rastros de los
asentamientos tempranos, o bien de una investigación arqueológica insuficiente en el
área, particularmente a lo largo de las márgenes más bajas de los ríos y estuarios
cercanos a la costa.

La mejor evidencia que hay sobre cazadores y recolectores precerámicos proviene del
sitio de Chantuto, en Chiapas, México. Este y otros 16 sitios, localizados en lagunas
poco profundas, han sido fechados en la fase tardía de Chantuto Arcaico (3000-2000
AC). Todavía no está claro si estos sitios se ocupaban temporalmente, si estaban
semiocupados, o si se ocupaban todo el año. Todos muestran que dependían del sistema
de estuario, donde se obtenían conchas, camarón, peces, reptiles, venados, agutíes y
culebras. No hay rastro alguno de la domesticación de plantas, ni tampoco sobre grupos
contemporáneos que habitaran la planicie costera tierra adentro.

Se asume que localidades como Chantuto, donde había alimentación disponible todo el
año, permitieron mayor grado de sedentarismo y una agricultura incipiente. Conforme
mejoraron las técnicas de cultivo, la selección e hibridación de las especies de plantas
permitieron cosechas más productivas, hasta que fue posible almacenar suficiente
comida para las áreas en las cuales había escasez estacional. Tres cultivos, maíz, frijol y
calabaza, se convirtieron en la base de la dieta mesoamericana. La vida sedentaria y la
agricultura están acompañadas casi universalmente por la producción de cerámica para
cocinar, comer y almacenar. Todavía no se ha podido determinar el momento de su
invención e introducción en Mesoamérica, pero en algunas áreas se le encuentra
relacionada al año 1500 AC. La tecnología probablemente se dominó en una fecha más
temprana, pero las vasijas eran muy frágiles y pesadas como para que cazadores y
recolectores migratorios las transportaran de un lugar a otro. Por esta razón, la
tecnología cerámica avanzó mucho después del establecimiento de las comunidades
sedentarias.

Preclásico Temprano (1800-850 AC)


Los sitios que han proporcionado la cerámica más temprana de Guatemala se
encuentran en la Costa Sur. El primer sitio en que se encontró esta cerámica fue el de La
Victoria, cerca del pueblo de Ocós, Departamento de San Marcos. Las investigaciones
allí se hicieron en 1958 y estuvieron a cargo de Michael D. Coe, quien definió el
complejo cerámico de Ocós, que está fechado entre 1500 y 1000 AC. Posteriormente,
también se encontró cerámica Ocós en Altamira, Chiapas. El trabajo que se hizo
después en Altamira reveló un complejo cerámico que Gareth W. Lowe denominó
Barra, el cual es todavía más temprano que el de Ocós. Desde entonces, la Fase Ocós de
Chiapas ha sido subdividida en tres partes: la más temprana se conoce como Locona, la
segunda retiene el nombre de Ocós, y la última se denomina Cherla. Los asentamientos
más tempranos que se aceptan en la Costa Sur incluyen los complejos Locona y Ocós,
en algunos casos mezclados con una pequeña cantidad de tiestos de la Fase Barra.
Todavía no se conoce ningún sitio en Guatemala fechado exclusivamente con la Fase
Barra. La estimación más reciente de fechas en sitios del Preclásico Tardío en Chiapas y
Guatemala, basada en análisis de radiocarbón, aparecen en el Cuadro 8.

Recientemente se descubrió un lugar de la Fase Locona/Ocós en El Carmen, El


Salvador. En Guatemala, se ha encontrado este complejo en La Victoria y en Salinas La
Blanca, ambos sitios en el Departamento de San Marcos, así como en El Mesak,
Departamento de Retalhuleu, y en la región de Tecojate, cerca de Tiquisate, en el
Departamento de Escuintla (Ilustración 48). En un lugar cercano a Tecojate, Bárbara
Arroyo encontró que la cerámica de la Fase Barra estaba mezclada con material de
ocupación con fecha de las Fases Locona y Ocós. Fechamientos de radiocarbón
asociados se situaron entre 1350 y 1150 AC. Sin embargo, fechas de radiocarbón de
otros sitios situados alrededor de Tecojate indican que la ocupación sedentaria en la
región pudo haber comenzado tan temprano como 1700 AC.

En la Costa Sur de Guatemala, los asentamientos Locona y Ocós están localizados en la


planicie costera inferior y en los manglares. Tierra adentro, los tiestos de las fases
citadas se encontraron en el relleno de mezcla de construcciones más tardías localizadas
en La Blanca y sus alrededores, en el Departamento de San Marcos, y en El Bálsamo y
Monte Alto, en el Departamento de Escuintla. Herramientas de obsidiana procesadas
con la técnica de percusión también son típicas de estos lugares.

Las vasijas de la Fase Barra son una muestra de la cerámica más fina y hermosa de toda
la cerámica preclásica de Mesoamérica (véase Lámina 12). Están muy pulidas y
quemadas, y muestran tonos de rojos brillantes, naranja, café, negro y engobes blancos;
en su mayoría son monocromos, pero en algunos casos se combinan dos o más colores
en una sola vasija. Por lo general imitan formas de calabazas y tienen un cuerpo
globular o subglobular que termina en una boca restringida. Estas vasijas sin cuello
comúnmente se conocen con el nombre de 'tecomates', y su forma predomina a lo largo
del Período Preclásico Temprano. A pesar de la avanzada tecnología de la cerámica de
la Fase Barra, la evidencia sugiere que los pobladores probablemente todavía estaban en
las etapas incipientes de la agricultura del maíz. Información proveniente de sitios de
Chiapas indica que ya formaban parte de la dieta un poco de maíz cultivado, frijol y
probablemente calabaza. Sin embargo, es posible que continuaran dependiendo en gran
medida de la caza y la pesca, complementadas con la recolección de semillas, frutas,
nueces, raíces y tubérculos, todo lo cual integraba una dieta rica y variada.

Durante la Fase Locona, la economía de subsistencia mezclada continuó, pero la


agricultura se volvió más importante. En esos sitios abundaban los depósitos de granos
de maíz y mazorcas carbonizadas, junto con manos y metates de piedra para el
procesamiento de esa comida. La mayor innovación que se produjo durante la Fase
Locona fue un aumento dramático en los tipos y frecuencias de vasijas elaboradas. John
E. Clark cree que este cambio de las vasijas 'tecomates', a platos y cuencos, puede
indicar un cambio de un simple consumo de bebida ritual hacia un aumento en el
número y complejidad de las celebraciones públicas. Otros cambios en la cerámica
incluyen soportes trípodes sólidos en los 'tecomates', es decir, vasijas de boca
restringida, y una banda de pintura rosada iridiscente alrededor del borde. También se
introdujeron el uso de un engobe rojo de hematita y modos específicos de decoración
plástica. Las figurillas de barro cocido aparecen pocas veces, usualmente con pequeñas
formas femeninas poco modeladas. Entre los objetos usados por la élite se pueden citar
orejeras, cuentas, pitos, anillos de barro y hueso, y espejos de hematita. Se muestra poco
cambio en la tecnología para elaborar herramientas de obsidiana.

El desarrollo cultural continuó gradualmente de la Fase Locona a la denominada Ocós.


La forma de tecomate continuó en la cerámica, y se mantuvo la tradición de una vasija
sin cuello, con paredes delgadas globulares o subglobulares, con engobe rojo y tres
largos soportes huecos. Las figurillas de la Fase Ocós son más grandes y están mejor
modeladas. Sin embargo, al final de la dicha Fase ocurrieron cambios en la cultura y se
evidencia un deterioro en la calidad de la cerámica. La Fase Cherla representa el último
estado de degeneración y desaparición de las antiguas fases cerámicas de las tradiciones
Barra y Ocós. Se introdujeron, asimismo, nuevas prácticas tecnológicas en la cerámica y
la lítica.

El hecho de que la cerámica sofisticada de las Fases Barra y Ocós apareciera


repentinamente en el registro arqueológico, sin antecedentes obvios, inicialmente llevó a
Coe a sospechar que podía proceder de otras regiones; por ejemplo, que hubiera sido
introducida de Norte América, la parte sur de Centro América o hasta del norte de Sur
América. Ello se sugirió por el hecho de que esa clase de cerámica aparece en dichas
áreas con fechas más tempranas (3000-2500 AC). El inventario cerámico en Colombia y
Ecuador incluye la forma de calabaza, el estampado y la pintura iridiscente. Sin
embargo, muchos otros rasgos de Sur América están ausentes en el inventario Barra-
Ocós y, por lo tanto, se ha propuesto una explicación más lógica. John E. Clark y
Michael Blake han sugerido que la cerámica mesoamericana temprana, como una
manualidad especializada, inicialmente se manufacturó para responder a las necesidades
y exigencias de la élite, es decir, para el propio uso de ésta y para actividades
ceremoniales que solamente dicho segmento podía dirigir. La demanda de vasijas
cerámicas aumentó, y conforme su producción se hizo más utilitaria, barata y menos
artística, éstas se volvieron accesibles en los niveles más bajos de la sociedad. Según
Clark y Blake, la alta frecuencia de vasijas de servir en la Fase Locona y las siguientes
fases demuestra que las celebraciones públicas estaban patrocinadas por el grupo de la
élite, pero el deterioro de su calidad a través del tiempo muestra que la cerámica ya no
se manufacturaba como un elemento exclusivo de posición alta. Según esta hipótesis,
las divisiones jerárquicas y de rango ya estaban presentes en la Fase Barra; y en la Fase
Locona ya existían grandes poblados de 1,000 habitantes o más. Estos centros, a su vez,
estaban rodeados por aldeas dependientes más pequeñas, que probablemente se
dedicaban a actividades económicas especializadas, en un sistema mayor, más
centralizado y regulado por el intercambio económico.

En 1962, Coe realizó más investigaciones en la Costa Sur, excavando el sitio de Salinas
La Blanca, localizado a 2.5 km al sureste de La Victoria. El resultado de dicho trabajo
fue la identificación de dos fases más, Cuadros y Jocotal, posteriores a las Fases Ocós y
Cherla. La estimación de las fechas para las nuevas fases mencionadas se da en el
Cuadro 9.
Con el propósito de obtener más información, en 1973 Edwin M. Shook excavó otro
montículo, el llamado Navarijo, en Salinas La Blanca. El fechamiento para este
montículo es un poco anterior al de la Fase Cuadros. Claramente, la cerámica de los
niveles más bajos era pre-Cuadros, pero en los superiores se desarrolló gradualmente el
tipo Cuadros. Restos carbonizados del relleno del montículo mostraron una fecha en
radiocarbón de aproximadamente 1185 AC. Por lo tanto, parece que en Guatemala la
Fase Cuadros evolucionó separada de la Ocós, y que tal desarrollo se traslapó con el
decaimiento en la región de las Fases Ocós y Cherla.

Durante las Fases Cuadros y Jocotal el 'tecomate' se mantuvo como la forma de vasija
predominante y las vasijas elaboradas para servir se volvieron menos comunes.
Tecnológicamente, estos 'tecomates' contrastan con los de las tradiciones más tempranas
de las Fases Barra, Locona y Ocós, por sus paredes gruesas y porque no tenían engobe.
Usualmente, los 'tecomates' de la Fase Cuadros tienen una zona ancha y convexa debajo
del borde, la cual está cepillada o estriada y a veces tiene incisiones u otro tipo de
decoración sobre el cepillado. En la Fase Jocotal la parte convexa y la decoración se
abandonaron, pero durante la etapa temprana de esa misma fase se siguió utilizando un
cepillado ligero. La tecnología de lascas de obsidiana muestra poco cambio en relación
a las épocas anteriores.

Sitios pertenecientes a las Fases Cuadros y Jocotal son abundantes en Chiapas y en


Guatemala, a lo largo de la planicie costera de los Departamentos de San Marcos y
Retalhuleu. Cerámica relacionada, aunque no idéntica, se encuentra en el Departamento
de Escuintla. Parecería, entonces, que las sociedades Cuadros y Jocotal tenían
intercambios diversos, aunque en Guatemala no hay suficiente evidencia para
determinar la extensión de la organización social jerárquica interna en las comunidades.
En Chiapas, la Fase Cuadros está asociada con el aparecimiento de la influencia olmeca
de la costa del Golfo de México. En Guatemala, esta influencia se manifiesta más tarde,
ya que aparece por primera vez en la Fase Conchas del Preclásico Medio, en La Blanca,
alrededor de 900 AC.

Resumen del Preclásico Temprano

Se pueden hacer algunas generalizaciones con respecto al desarrollo de la sociedad


durante el Preclásico Temprano en la Costa Sur de Guatemala. En las primeras fases, la
población probablemente vivía en pueblos dispersos y subsistía a base de la creciente
agricultura incipiente combinada con la explotación del ambiente por medio de la caza,
pesca y recolección. Similitudes en los estilos cerámicos indican que existía
comunicación e intercambio entre las comunidades y hay pruebas de un intercambio a
larga distancia de obsidiana, y probablemente también de sal y otros alimentos. En
Chiapas, y quizás también en Guatemala, ya existían estratos sociales privilegiados. Las
comunidades pudieron haber estado jerarquizadas en pueblos y aldeas organizados
alrededor de un centro mayor y dependientes de éste, que tenía el papel de llevar a cabo
las funciones ceremoniales y distribuir los bienes.

Período Preclásico Medio y Tardío y los Complejos


Cerámicos Regionales
El Preclásico Medio (850-400 AC) fue una época de cambios pronunciados en la Costa
Sur de Guatemala. En ciertos lugares ocurrió una tendencia de centralización de las
comunidades, acompañada por el aumento en la separación de las diferentes áreas. Este
desarrollo se debió en parte a la reorganización y a los rangos en las relaciones
sociopolíticas, a la intensificación de la explotación de los recursos y a la cristalización
de las redes locales de intercambio. Un grupo parece haberse limitado a la planicie
costera occidental, en la región del Río Naranjo; otro al Departamento de Escuintla, en
ambos lados del Río Achiguate; y un tercero parece haberse desarrollado a lo largo de la
Bocacosta, hacia el norte del Río Ocosito (Ilustración 63). Los complejos cerámicos que
se desarrollaron en estas tres zonas se conocen como las tradiciones cerámicas Naranjo,
Achiguate y Ocosito, nombradas así por el sistema mayor de ríos asociado con cada
una. Debe notarse que en este estudio la expresión 'complejo cerámico' se utiliza con
referencia al inventario cerámico de cualquier población, utilizado durante un siglo o
dos. Cuando se sigue la evolución de un complejo cerámico particular sobre un período
largo, quizás aun por más de un milenio, es apropiado usar la expresión 'tradición
cerámica'. Una es sincrónica y la otra diacrónica.

Las tradiciones cerámicas reflejan la existencia de tres poblaciones regionales que se


pueden identificar con base en las distintas vajillas domésticas utilitarias, asociadas a
cada una. Las vajillas utilitarias son eficaces para identificar tradiciones cerámicas,
porque éstas incluían las vasijas que se usaban para cocinar, trasladar y almacenar, en
las viviendas de la gente común. Los hábitos domésticos no se cambiaban fácilmente, y
de este modo las vasijas que se utilizaban tenían una larga historia de manufactura.
Cualquier tipo de cambio que se pueda observar en el registro arqueológico,
generalmente es el resultado de pequeñas diferencias que inevitablemente ocurrían en el
proceso de pasar la técnica de manufactura de una generación a otra. Se producen
cambios lentos y graduales en el estilo, muchas veces inconscientemente. Estos cambios
también podían resultar de modificaciones de la función, nuevos hábitos alimenticios, la
conquista por extranjeros, o por imitar algún estilo introducido desde fuera de los
límites del complejo local.

Las vajillas utilitarias se compartían por poblaciones vecinas que mantenían un contacto
estrecho; probablemente, integradas social y políticamente por alianzas matrimoniales y
por descendencia, acuerdos de intercambio, por un sistema jerárquico de centros
primarios, secundarios y terciarios, o por otros medios en los cuales varias poblaciones
obtenían beneficios. Se puede suponer que dichas poblaciones representaban grupos
étnicos estrechamente relacionados, que utilizaban cierto número de mecanismos para
mantener sus fronteras y preservar su propia identidad. Para cada tradición cerámica
(población regional) se desarrolló una gran capital, que indudablemente funcionó como
el núcleo principal de la red de intercambio, lo cual permitía la redistribución de bienes
a través de mercados públicos y festividades periódicas. Estos eventos también
alentaron la interacción social y la comunicación entre pueblos y aldeas (centros
secundarios y terciarios) y en el centro principal. Tales mecanismos promovieron los
lazos de parentesco y una identidad de grupo que probablemente se expresó por medio
del idioma, costumbres, hábitos de cocina y los diferentes mecanismos para explotar el
ambiente (pesca, caza, agricultura, manufactura de bienes para el intercambio, etcétera).
En resumen, los límites de las poblaciones regionales se pueden definir si se trazan las
fronteras de las vajillas utilitarias. Una vez definidos los limites, es posible trazar los
cambios, el desarrollo y las relaciones entre los grupos, a través del tiempo.
La cerámica de las tradiciones Naranjo, Ocosito y Achiguate difieren radicalmente una
de otra, pero comparten estilos que estuvieron de moda en Mesoamérica en diferentes
períodos. Cada una está asociada con un centro mayor. Durante el Preclásico Medio es
evidente un poco de influencia olmeca en las tres tradiciones, aunque los rasgos olmecas
más fuertes se manifiestan en la Tradición Naranjo. En el comienzo del Preclásico
Medio adoptaron las tres tradiciones, una industria nueva de obsidiana, y una tecnología
de navajas de lasqueado por presión, aunque para la industria de lascas se siguió
utilizando el método de percusión. La adaptación ambiental variaba entre los grupos. A
través del Período Preclásico las poblaciones de la tradición Naranjo se mantuvieron en
la planicie costera, a menos de 180 m sobre el nivel del mar, y estaban adaptadas a la
playa y a la explotación de los estuarios. Como en el resto de Mesoamérica, el maíz ya
formaba parte importante de la dieta, junto con productos provenientes de la
recolección, la cacería y la pesca. La gente de la tradición Naranjo estaba asociada a
varias salinas. A lo largo de los Períodos Preclásico y Clásico parece que también
mantuvieron relaciones con Chiapas y México.

Las poblaciones de las tradiciones Ocosito y Achiguate ocuparon la Bocacosta, en un


área importante de la producción de cacao. La comunicación y el intercambio se
realizaban principalmente con el Altiplano, directamente al norte de cada grupo. La
población de Ocosito parece no haber tenido acceso directo a la planicie costera, pero
hay evidencia de que en el Preclásico Medio tenía intercambios con sus vecinos
localizados a lo largo de la Bocacosta, y con los de la tradición Achiguate.

La Tradición Cerámica Naranjo en el Preclásico

El sitio más importante del Preclásico Medio, asociado con la Tradición Cerámica
Naranjo, es el denominado La Blanca, el cual se encuentra, aproximadamente, 10 km
tierra adentro. Su montículo más importante, que tenía 25 m de altura, fue destruido en
1971 al construirse una carretera. Dicho montículo, el más grande conocido en la Costa
Sur, tenía una base de 140 x 160 m. El sitio entero consistía de más de 45 montículos, y
cubría una extensión de 100 hectáreas. Su mayor época de construcción y ocupación se
sitúa en el Preclásico Medio, durante la Fase Conchas.

Las investigaciones en La Blanca se realizaron por Edwin M. Shook, a principios de la


década de 1970, a través de un proyecto de rescate, cuando se estaba construyendo la
carretera. Unos años después, en 1985, Michael W. Love efectuó investigaciones en el
área residencial del sitio. La cerámica recobrada de esos proyectos es similar al material
encontrado por Coe en La Victoria.

La cerámica de la Fase Conchas es de excelente calidad. Sus formas, engobes y diseños


son muy similares a los de los sitios de la costa del Golfo de México y de Chiapas. Sin
embargo, el complejo cerámico tiene antecedentes en el material de la anterior Fase
Jocotal, tanto en lo que atañe a las formas de las vasijas como a la arcilla. Por ello, la
cerámica de la Fase Conchas se parece a las fases anteriores en su arcilla y cocción,
pero difiere en el acabado: lleva un engobe micáceo grueso, bien pulido, que varía de
blanco a gris o a negro, según los efectos de la cocción. Algunas de las vasijas con
engobe blanco tienen decoraciones hechas con pintura roja. Figurillas cerámicas,
elaboradas con el mismo barro y tecnología que las vasijas, están asociadas al complejo
Conchas, y se encuentran en grandes cantidades en La Blanca (Ilustración 64 y Lámina
3). Muchas de ellas muestran deformidades diversas como labio leporino, tumores,
ceguera, etcétera, lo que induce a pensar que se utilizaban para curaciones.

Se han recuperado por lo menos tres esculturas de piedra en el sitio. Una de éstas es una
cabeza de jaguar olmeca, y la otra es un fragmento de la pierna de un personaje que se
encontraba de rodillas. En las excavaciones hechas en 1972, Shook encontró algunos
sellos (Lámina 2) y unos cuantos artefactos de jade; entre éstos se incluían orejeras, un
perforador pequeño y un fragmento de un espejo cóncavo de pirita.

No se puede afirmar con certeza que un grupo de olmecas procedente de Chiapas o del
Golfo de México se estableciera en La Blanca, pero es indudable que el centro estuvo
administrado por una aristocracia, altamente refinada, que se identificaba con la
ideología y los estilos artísticos de los olmecas. Hasta el presente no ha sido posible
determinar qué idioma hablaba la población de la Fase Conchas.

Después del año 700 AC, los estilos olmecas desaparecieron de la Costa Sur de
Guatemala y la cerámica del complejo Naranjo empezó a evolucionar en una nueva
dirección. En el inicio del Período Preclásico Tardío aparecieron, en la tradición
cerámica Naranjo, una gran variedad de formas de vasijas y decoraciones. En los siglos
subsiguientes esta cerámica se difundió gradualmente hacia el este, a lo largo de la
planicie costera (Ilustración 65). La cerámica que se desarrolló en la Fase Conchas se
encuentra en Ujuxte y sus alrededores, un sitio que actualmente investiga Michael Love.
Posteriormente apareció en la región del Río Jesús, y más tarde en el sitio Sin Cabezas,
en el área de Tiquisate. Se le encuentra al este del Río Coyolate, en el sitio Marinalá, en
relación con el final del Preclásico Tardío.

La Tradición Cerámica Achiguate en el Preclásico

La tradición cerámica de Achiguate se ha localizado en el Departamento de Escuintla,


en la parte central de la Costa Sur, en una región que ha sido investigada
extensivamente por Frederick J. Bove. En 1982 y 1983 este investigador registró e hizo
el levantamiento topográfico de 46 sitios en una zona ubicada entre los ríos Madre Vieja
y Nahualate. En los años siguientes, Bove efectuó más excavaciones y mapeos en la
zona La Gomera-Sipacate. El objetivo principal de tales trabajos era el de determinar las
jerarquías de los sitios, una tarea que continúa en la actualidad, y que es importante,
adicionalmente, para establecer la densidad demográfica.

Los estilos escultóricos, la cerámica y las relaciones de intercambio de la tradición


Achiguate, eran muy diferentes a los de la Tradición Naranjo. En escultura se hacía
énfasis en las figuras con vientre prominente ('potbellies' o 'barrigones'), las que se
fechan en relación con el Preclásico Tardío. La cerámica contrasta con la de Naranjo, en
cuanto concierne a la tecnología (arcilla y cocción), así como respecto a la variedad de
formas de vasijas. En el Preclásico Tardío, la Tradición Achiguate fue un componente
mayor de una importante red de intercambio que mantuvo a la población en contacto
con Kaminaljuyú, la parte sur del valle del Motagua y el occidente de El Salvador. En
relación con el Preclásico Medio, el sitio más conocido de la Tradición Achiguate es El
Bálsamo, pero en función del Preclásico Tardío, el sitio Monte Alto, por el número de
esculturas de 'barrigones', parece que se convirtió en el principal centro religioso y
comercial de la región.
El Bálsamo se localiza en la planicie costera del Pacífico, aproximadamente a 40 km
tierra adentro, y a 9 km al oeste de la cabecera municipal de La Democracia. Una
muestra de carbón de un montículo que fue excavado por Shook en 1969 y 1970, dio
una fecha aproximada de 1025 AC. En 1977, William Clewlow, de la Universidad de
California en Los Angeles (UCLA), realizó otras investigaciones en El Bálsamo. El
proyecto se extendió en 1979, con el objeto de incluir un estudio especial sobre el
procesamiento e intercambio de obsidiana. Esta investigación determinó ocupaciones
del sitio, durante el Preclásico Medio y Tardío, y el Clásico Tardío.

La cerámica del Preclásico Medio de El Bálsamo se desarrolló directamente del


complejo local del Preclásico Temprano. A pesar de que presenta semejanzas con los
estilos de la Fase Conchas, en cuanto a algunas formas y el uso de los engobes rojos y
blancos, tecnológicamente es diferente. La pasta tiende a tener tonos cafés, y las vasijas
por lo general no tienen engobe. En El Bálsamo se observa una menor influencia
olmeca. Allí se han recogido esculturas de jaguares, probablemente las que están
fechadas en el contexto del Preclásico Medio o Tardío, que, además, reflejan ciertos
elementos del estilo olmeca.

Aparentemente, el sitio Monte Alto, localizado cerca de La Democracia, Escuintla, se


convirtió en un centro cívico y ceremonial durante el Preclásico Tardío. El primero en
describir el sitio y hacer el correspondiente levantamiento topográfico fue Robert
Burkitt, en 1931. En 1968, Lee A. Parsons y Shook, del Proyecto Monte Alto,
realizaron excavaciones extensivas, las cuales mostraron que Monte Alto estuvo
ocupado desde el Preclásico Medio hasta la primera parte del Clásico Temprano, c 800
AC a 350 DC; se indicó, asimismo, que la cerámica pertenece a la Tradición Achiguate.

Las esculturas de Monte Alto son cinco 'barrigones' y seis cabezas grandes (véase
Lámina 4 y Lámina 5). Todas están esculpidas en grandes bloques de piedra, y tienen
detalles en bajorrelieve. De manera característica, la cara tiene los ojos cerrados y
saltados, quijadas pesadas y labios rectos. En las esculturas, el pecho y el abdomen
emergen para formar un cuerpo grande, redondo e inflado. Los brazos y las piernas se
extienden en bajorrelieve, a lo largo del estómago. Solamente se puede especular sobre
el significado que estas esculturas pudieron haber tenido para la comunidad.

Se han encontrado monumentos similares a los 'barrigones' de Monte Alto en sitios de la


planicie costera, al sur de Monte Alto y a lo largo de la Bocacosta, hasta Abaj Takalik.
También están presentes en el Altiplano, hacia el norte, especialmente en Kaminaljuyú;
hacia el este, en Copán, Honduras, y en Santa Leticia, en El Salvador. Las esculturas
varían de una región a otra. En Kaminaljuyú son más pequeñas y tienen un collar
(Lámina 10), mientras que en Santa Leticia el ombligo está exagerado; sin embargo,
todas representan la figura de un hombre gordo, sentado.

La distribución del culto a los 'barrigones' y las similitudes en el inventario del complejo
cerámico en Monte Alto, Kaminaljuyú y Santa Leticia, son elementos que sugieren que
estas áreas mantenían relaciones estrechas. Estas son tan evidentes que Arthur A.
Demarest y Robert J. Sharer han integrado la región entera con el nombre de Esfera
Cerámica Miraflores. Las relaciones entre estas áreas continuaron hasta el final del
Preclásico Tardío.

La Tradición Cerámica Ocosito en el Preclásico


El centro más importante del Preclásico Medio en la Tradición Cerámica Ocosito es
Abaj Takalik. Este sitio se encuentra en el municipio de El Asintal, Departamento de
Retalhuleu, a una elevación de 600 m. Consiste de una serie de terrazas que soportan
cuatro grupos grandes de montículos. El total de éstos es de más de 70, y eran
plataformas que sostenían estructuras evidentemente perecederas. Asociados a las
diferentes estructuras hay 53 estelas y 26 altares. Algunos están esculpidos en estilo
olmeca, otros en estilo maya, y el resto probablemente refleja el estilo local.

Abaj Takalik fue descrito primero por Gustav Bruhl, en 1888. Karl Sapper lo mencionó,
cuando se refirió a la Estela 1, en un informe publicado en 1894. Max Vollemberg, un
artista alemán, hizo unos dibujos de los monumentos, los cuales indujeron después a
Walter Lehmann a visitar el sitio y realizar excavaciones alrededor de la Estela 2. En
1943, J. Eric S. Thompson publicó el informe más completo hasta entonces sobre Abaj
Takalik. Posteriormente, Susanne W. Miles hizo un estudio acompañado de fotografías,
sobre algunos de los monumentos, y esta investigadora le dio el nombre quiché (k'iche')
Abaj Takalik, que significa 'piedra parada'. Fotografías y un nuevo análisis sobre los
monumentos se incluyeron en los estudios de arte maya publicados por Lee A. Parsons.
Sin embargo, hasta 1976, Robert F. Heizer y John A. Graham, de la Universidad de
California, en Berkeley, quienes tenían a Shook como consultor, efectuaron las primeras
excavaciones sistemáticas y realizaron estudios sobre los monumentos esculpidos.

Las terrazas y sus correspondientes estructuras se encuentran distribuidas en la


actualidad en cinco fincas privadas. Recientemente, 11 manzanas de una de dichas
fincas fueron donadas por el dueño, José Luis Ralda, con el propósito de que se
preservaran como parque nacional. En l988, el gobierno guatemalteco estableció el
Proyecto Nacional Abaj Takalik, destinado a realizar investigaciones arqueológicas en
el sitio y a integrar las 11manzanas en un parque arqueológico público. Este trabajo
estuvo bajo la dirección de Miguel Orrego C.

Las investigaciones arqueológicas realizadas en el Proyecto Nacional Abaj Takalik se


han concentrado especialmente en una terraza, designada como Terraza 2, y en tres
estructuras que tienen los números 11, 12 y 13, que integran lo que se llama Grupo Sur
Central. Las excavaciones en la Terraza 2 indican que la construcción en el lugar
comenzó en una época tan temprana como el Preclásico Medio. La cerámica asociada
muestra que durante ese tiempo Abaj Takalik tenía poco contacto con la planicie costera
del sur. Aparentemente, se comunicaba entonces con otros lugares de la Bocacosta y del
Altiplano, específicamente las áreas de Quetzaltenango y Quiché.

Se supone, aunque todavía no está probado arqueológicamente, que las esculturas de


estilo olmeca se erigieron en Abaj Takalik durante el Preclásico Medio (Lámina 8). Sin
embargo, con la excepción del Monumento 1 (Ilustración 66) y posiblemente otro más
(Monumento 64), ninguna otra escultura olmeca se le ha encontrado en su posición
original, y ninguna de otro estilo se encontró en las excavaciones de la plataforma del
Preclásico Medio, en la Terraza 2. No obstante, es evidente que las esculturas de estilo
olmeca no estaban asociadas a una población olmeca intrusa. La cerámica del Preclásico
Medio recolectada en el sitio parece haber evolucionado localmente, sin ninguna
relación directa con la de la planicie costera inferior (Tradición Naranjo), con Chiapas o
con el Golfo de México.
Durante el Preclásico Tardío ocurrió un cambio abrupto en Abaj Takalik, cuando se
amplió la Terraza 2, con una enorme cantidad de construcciones nuevas. Las
excavaciones en la Estructura 12 muestran que el fechamiento de este edificio
corresponde completamente al Preclásico Tardío y principios del Clásico Temprano,
que tuvo cuatro o cinco fases de renovación. La Estela 5 (Ilustración 49), que registra la
fecha 126 DC en el sistema calendárico maya, fue eregida en la base del graderío,
durante una de las fases de reconstrucción del Preclásico Tardío. La evidencia de la
Estructura 12 indica que la actividad del Preclásico Tardío estaba acompañada por la
erección de monumentos de estilo maya.

La cerámica local mantuvo su evolución durante el Preclásico Tardío, lo que indicaría


que la población que ya ocupaba el sitio seguía allí. Sin embargo, también es evidente
que un complejo cerámico nuevo y diferente entró y se mezcló con el local. Este
complejo cerámico del Preclásico Tardío, que representa la mezcla de dos componentes,
se puede trazar hacia el sur, hasta el Río Ocosito y, por lo tanto, se le conoce como la
Tradición Cerámica Ocosito. Esta cerámica estaba restringida al área norte de dicho río,
mientras que el área al sur del río seguía dominada por la Tradición Cerámica Naranjo.
Curiosamente, no hay evidencia de comunicación entre las poblaciones de Naranjo y
Ocosito. El río aparentemente funcionó como una frontera tanto geográfica como
cultural.

La cerámica intrusa que llegó a Abaj Takalik durante el Preclásico Tardío parece haber
estado asociada a algún grupo que esculpía monumentos en estilo maya. Sería fácil
concluir, por lo tanto, que Abaj Takalik fue conquistado por algún grupo maya. Sin
embargo, también es posible que no haya existido conflicto alguno, y que más bien se
haya producido algún convenio entre dos o más poblaciones en una zona que hacía
posible el intercambio comercial, o la existencia de lazos políticos y económicos. En
consecuencia, no es obligado atribuir los monumentos de estilo maya y la cerámica
intrusa a una conquista. En vista de las esculturas de estilo maya, se puede considerar
que los recién llegados pudieron haber sido hablantes mayas, aunque es igualmente
probable que la población local también hubiera hablado maya y optado por registrar su
historia de esa manera propia.

De cualquier modo, la evidencia sugiere que, durante el Preclásico Tardío, Abaj Takalik
comenzó a funcionar como un centro regional mayor dentro de una red política de la
Bocacosta. El sitio probablemente ejerció control político sobre centros subsidiarios y
fácilmente pudo haber sido un nódulo principal en el intercambio económico a lo largo
de la Bocacosta y del Altiplano Norte. La considerable actividad escultural que se
realizó en Abaj Takalik indica que su posición se extendió y se inmortalizó en el arte
monumental.

Evidencia de Intercambios en la Costa durante el


Preclásico
La distribución de las grandes esculturas preclásicas de estilo maya y olmeca en la
Costa Sur de Guatemala tuvo un patrón lineal a lo largo del pie de las montañas
(Ilustración 67). También es digno de notarse que la distribución de las esculturas
mayas es muy similar a la de los olmecas y que actualmente el camino sigue casi la
misma dirección. Aunque se puede argumentar que esta área al pie de la montaña tiene
gran cantidad de piedras de 'canto rodado' apropiadas para la escultura, mientras que no
ocurre lo mismo con la planicie costera inferior, la distribución lineal inequívoca de los
monumentos sugiere que, en el Preclásico, éstos marcaban una ruta de comunicación e
intercambio. Adicionalmente, cada uno de estos sitios donde se encuentran los
monumentos tiene una posición cercana a la de un pasaje montañoso que conecta la
Costa con el Altiplano. Los monumentos olmecas se localizan en La Blanca, Abaj
Takalik (Ilustración 66), San Antonio Suchitepéquez (Ilustración 68) y Amatitlán, en
Guatemala; y Chalchuapa, en el occidente de El Salvador. De manera similar, las
esculturas mayas se encuentran en los sitios El Jobo, Abaj Takalik (Ilustración 70),
Chocolá, El Baúl (Ilustración 71), Kaminaljuyú y Chalchuapa.

La localización de los monumentos mayas difiere esencialmente de la de los olmecas,


ya que la ruta maya se extiende por el Altiplano hasta el valle de Guatemala. Este valle
está estratégicamente localizado, pues conecta la ruta de la Costa con la del valle del
Motagua, región importante esta última por su yacimientos de obsidiana y jade.
También es evidente que la ruta maya atravesó varias tradiciones cerámicas en la Costa
y en el Altiplano. El hecho de que en el sur la ruta estuviera confinada a la zona de la
Bocacosta, y que haya poca evidencia de comunicación entre estas poblaciones y las de
la planicie costera, sugiere que el tráfico comercial que atravesaba la zona estaba
controlado por las poblaciones de Ocosito y Achiguate. En efecto, la ruta maya y el
comercio que llevaba pudieron haber sido un factor primario en la aparente integración
de las áreas de Escuintla, del valle de Guatemala y del occidente de El Salvador, en lo
que los arqueólogos llaman la Esfera Miraflores del Preclásico Tardío.

Como las poblaciones de la Tradición Naranjo no tenían acceso a la ruta, en la sección


que se extendía a lo largo de la Bocacosta, ni a la participación en el comercio de la
Esfera Miraflores, es muy probable que intercambiaran bienes por medio de los puertos.
Varios sitios arqueológicos en la planicie costera sugieren que los antiguos
asentamientos tuvieran esta función. El sitio de La Blanca, del Preclásico Medio, está
localizado a 10 km del estuario donde desemboca el Río Naranjo en el Océano Pacífico,
cuyo curso inferior todavía es navegable en la actualidad. Hacia el este se encuentra el
sitio de Manchón, localizado cerca de manglares; se ha sugerido que este sitio funcionó
como puerto a principios del Preclásico Medio.. El asentamiento preclásico tardío de
Acapán, cerca de Champerico, tuvo carácter de puerto, como también el poblado clásico
tardío de San José, cerca del puerto moderno que lleva el mismo nombre. La cerámica
indica que todos estos lugares pertenecían a la Tradición Naranjo. El sitio de San José
se encuentra en la región de la Tradición Achiguate, pero aparentemente fue construido
por la gente de la Tradición Naranjo, después de que los pobladores pasaron a ocupar
esta área. En contraste, el sitio clásico tardío Mi Cielo, localizado cerca de Iztapa, en la
desembocadura del Río María Linda, indica que este lugar se mantuvo siempre en
manos de la gente de la Tradición Achiguate.

Características Generales de los Períodos Preclásico


Medio y Tardío
Las poblaciones asociadas a las diferentes tradiciones cerámicas del Preclásico difieren
en muchos detalles, como estilo escultórico, cerámica, lazos de intercambio, avíos
religiosos, etcétera, pero algunos rasgos son compartidos por todas. Algunos de éstos se
resumen a continuación.

Arquitectura

Los sitios a lo largo de la planicie costera y de la Bocacosta están localizados en terreno


abierto, sin defensas artificiales o naturales. Usualmente, se identifican porque tienen un
plano formal de montículos, arreglados alrededor de una plaza angosta y larga,
orientada de norte a sur. Por lo general, una sola estructura prominente cierra el extremo
de la plaza. Los dos lados largos de ésta están marcados por unidades que se orientan de
este a oeste. En ocasiones, la plaza principal tiene otras paralelas, cada una delimitada
por montículos.

Las subestructuras estaban hechas principalmente de tierra, en especial en la planicie


costera inferior, que no tiene mucha piedra disponible. En la Bocacosta, donde los ríos
son más profundos y depositan piedras de 'canto rodado' antes de llegar a la planicie,
usualmente se utilizaron guijarros no trabajados como parte del material de las
plataformas. Por lo general, las subestructuras se modelaban según se deseara y después
se cubría la superficie con una capa delgada de argamasa de barro. Trazos de pintura
roja, naranja, amarilla, azul-verde o negro, muestran que la arquitectura estuvo
decorada. Templos y casas de postes y paja se erigían sobre las subestructuras de tierra;
las paredes de calicanto probablemente eran más comunes en las elevaciones mayores
de la Costa. En la Costa Sur no se usó durante el Preclásico la piedra cortada, el estuco
o mortero, ni adobe modelado para la ornamentación.

En el Período Preclásico tampoco se conocieron canchas del juego de pelota, excepto


por una posible cancha de barro, que ha sido relacionada con el Preclásico Medio, en
Abaj Takalik.

Entierros

En el Preclásico Medio eran característicos los entierros extendidos, los cuales


continuaron a lo largo de la Costa Sur durante el Preclásico Tardío. La costumbre de
enterrar a los muertos en urnas funerarias se volvió común en la región cercana a la
frontera mexicana, según se puede notar en El Sitio y El Jobo, que no son típicos de la
Tradición Naranjo y, por lo tanto, la práctica pudo reflejar la presencia de una población
más cercana a Chiapas o a cualquier otra parte de México, que a la Costa Sur de
Guatemala. Estos entierros se colocaban debajo de los pisos de las estructuras existentes
y se utilizaban urnas de barro hechas especialmente para el difunto. El cuerpo se
flexionaba y se colocaba en posición fetal dentro de la urna, y sobre ésta se invertía otra
vasija que funcionaba como tapadera.

Esculturas

Ya se analizaron antes la distribución de las esculturas y pinturas no-portátiles del


Preclásico Medio y de origen olmeca, así como la de los monumentos mayas del
Preclásico Tardío.
Las esculturas de 'barrigones', fechadas en su mayoría dentro del Preclásico Tardío, se
encuentran en grandes cantidades en el Departamento de Escuintla y son características
de las tradiciones cerámicas Achiguate y Ocosito. Se hallan distribuidas hacia el oeste, a
lo largo de la Bocacosta, hasta Chiapas, México, y al este, hasta Santa Leticia, en El
Salvador, y Copán, en Honduras. Hay una concentración de dichos monumentos en el
sitio Monte Alto, que parece haber funcionado como el centro de ese culto religioso.

En el Preclásico Medio y, de modo continuo, en el Preclásico Tardío y en el Clásico, se


erigieron estelas lisas en muchos de los asentamientos grandes; por lo común eran
secciones no labradas de basalto columnar. Shook cree que un alineamiento de estelas
simples en Monte Alto pudo haber funcionado como un observatorio astronómico
dedicado a registrar amaneceres y llevar la cuenta del año agrícola. Estas estelas simples
se asocian a las tradiciones cerámicas Achiguate y Ocosito, aunque se han reportado
varias en el área de Retalhuleu, que pertenecen a la Tradición Naranjo. La falta de
estelas y grandes monumentos de piedra en los sitios de la Tradición Naranjo, pudo
haber sido el resultado de la falta de piedra para esculpir.

Las esculturas de pedestal son comunes en la mayor parte de la Costa Sur, y están
asociadas al Preclásico Medio, al Tardío, y probablemente continuaron en los Períodos
Clásico y Postclásico, con algunos cambios. Por lo general, son representaciones de
jaguares sentados, monos, pizotes, pájaros o figuras antropomorfas, colocadas sobre una
espiga que se insertaba en el piso. El hecho de que fueran portátiles explica su amplia
distribución en la Costa Sur. Las piedras hongo, que son tan comunes en asociación con
el Preclásico en el Altiplano de Guatemala, son escasas o están ausentes en la Costa Sur
hasta el Clásico Tardío.

Transición del Preclásico al Clásico Temprano


A finales del Preclásico se registraron varios cambios en la Costa Sur (Ilustración 65).
La población asociada con la Tradición Cerámica Ocosito había extendido sus fronteras
más allá del Río Ocosito hasta el Río Samalá, hacia el este. A lo largo de la planicie
costera, al sur del Río Ocosito, grupos asociados a la Tradición Cerámica Naranjo
habían llegado a lugares tan lejanos como el Río Acomé, en el Departamento de
Escuintla. En su reconocimiento del área a lo largo de la frontera entre México y
Guatemala y en la vertiente del Río Naranjo, Shook no encontró material del Clásico
Temprano, pero en cambio, recogió evidencias de que todos los lugares preclásicos que
examinó habían sido abandonados al principio del Clásico Temprano.

La población asociada a la Tradición Cerámica Naranjo se estableció en el área situada


al este del Río Ocosito. Uno de los centros principales del Clásico Temprano era Sin
Cabezas, localizado en la región de Tiquisate, entre los ríos Nahualate y Madre Vieja.
Sin embargo, los pobladores ya se habían mudado a lugares tan lejanos como Marinalá,
cerca del poblado La Gomera (Lámina 14). Este territorio había estado antes en manos
de la población de la Tradición Cerámica Achiguate, la cual se mudó después más allá
del Río Acomé. Es evidente que existió cierta hostilidad entre estos dos grupos, lo que
se deduce de la existencia de un centro fortificado, el de Balberta, construido por la
gente de Achiguate. En Marinalá, la estructura defensiva fue erigida por los habitantes
asociados con la tradición Naranjo, y hay indicaciones de que las dos poblaciones
tuvieron un conflicto armado. Por lo tanto, parece que la población Achiguate prefirió
quedarse y pelear, antes que retirarse completamente del área. Sin embargo, en la
segunda mitad del Clásico Temprano, los grupos de la población Achiguate parecen
haber sido derrotados por los de Naranjo.

Otro hecho notable ocurrido a finales del Preclásico Tardío fue la desintegración de la
Esfera Miraflores. El análisis cerámico de los sitios Kaminaljuyú, Monte Alto y los del
occidente de El Salvador, todos los cuales formaban la Esfera Miraflores, indica que la
red de intercambio, que se había mantenido durante el Preclásico Tardío, ya se había
disuelto. Aparentemente, cada uno de estos complejos empezó a evolucionar en forma
separada. Se han propuesto varias explicaciones sobre la desintegración de la Esfera
Miraflores. En una se indica que se produjo por una o varias erupciones del Volcán
Ilopango, en El Salvador, alrededor del año 200 DC. Estas erupciones cubrieron el área
con una capa gruesa de ceniza, la cual pudo haber causado un colapso agrícola, así
como cambios demográficos e interrupciones en las relaciones de intercambio y en las
vías de comunicación. No se sabe con certeza si tal fue la causa de la desintegración de
la Esfera Miraflores, pero posiblemente ello pudo haber acelerado el proceso.

Un hecho que indudablemente afectó el curso de los acontecimientos, a finales del


Preclásico, fue el ingreso al área de un grupo expansionista del Altiplano Noroccidental,
el cual se apoderó de los actuales Departamentos de Chimaltenango y Sacatepéquez, así
como del valle de Guatemala. La población preclásica de Kaminaljuyú aparentemente
huyó del área conforme se producía la invasión de aquel grupo. Se ha sugerido que
dicha población intrusa pretendía dominar la ruta de intercambio que existía entre el
Altiplano y la Costa, y que una vez establecida en Kaminaljuyú, logró obtener el control
de la vía entre Escuintla y el valle de Guatemala. Estos hechos, agregados a una serie de
desastres naturales que pudieron haber causado cambios en la comunicación, se
evidencian en el registro arqueológico de la Costa Sur, en a la última parte del
Preclásico Tardío. Posteriormente, a principios del Clásico Temprano, la cerámica
asociada al nuevo grupo de Kaminaljuyú se puede encontrar en los sitios Monte Alto y
Bilbao, lo que indica que habían comenzado los intercambios con la población de
Achiguate. La comunicación de la población de Naranjo con este nuevo grupo es menos
evidente.

En resumen, se pueden observar dos grandes cambios en la transición del Período


Preclásico Tardío al Clásico Temprano, en la Costa Sur de Guatemala. El primero de
ellos fue la expansión de los grupos de la Tradición Naranjo en el territorio de la
Tradición Achiguate, lo que produjo una serie de conflictos entre estos dos grupos. El
segundo cambio fue la desintegración de la red de intercambio entre los miembros de la
Esfera Miraflores. Este fenómeno pudo haber resultado de las invasiones de los nuevos
grupos al valle de Guatemala, los que empezaron a dominar las rutas de comercio entre
el Altiplano y la Costa. Es posible que las erupciones del Ilopango pudieran haber
contribuido a acelerar los cambios demográficos y agrícolas.

Transformaciones en el Clásico Temprano (200-550


DC)
Las Tradiciones Cerámicas Achiguate y Naranjo

Durante la primera parte del Clásico Temprano (200-400 DC), continuaron ocupados
los sitios de la Tradición Achiguate, y se emprendió una extensa tarea de construcción.
Por lo menos un centro, Balberta, se fortificó. La cerámica Achiguate evolucionó
localmente a partir de sus antecedentes preclásicos, pero con marcado deterioro en su
calidad. El culto de los 'barrigones' parece haber continuado en Monte Alto. Ya se había
iniciado el intercambio entre los grupos de Achiguate y la nueva población establecida
en el valle de Guatemala. Simultáneamente, la población Naranjo ocupaba el área de la
Costa, hasta el Río Acomé. Al principio, durante el Preclásico Tardío, estos grupos se
establecieron en el centro Sin Cabezas, en la región de Tiquisate, y de allí avanzaron
hasta el área de La Gomera. Aunque la cerámica no muestra relaciones con el Altiplano,
se sabe que utilizaron obsidiana tanto de El Chayal como de San Martín Jilotepeque, lo
que indica algún tipo de acceso a los recursos del Altiplano.

En la segunda mitad del Clásico Temprano (400-550 DC) ocurrieron importantes


cambios. Fueron abandonados los sitios de la Tradición Achiguate, inclusive Monte
Alto y Balberta. El intercambio entre esta región de la Costa y Kaminaljuyú cesó
brevemente. Se fundaron nuevos centros, y desde esta época hasta finales del Clásico
Tardío, la cerámica de la Tradición Naranjo se difundió en la región costera. Todavía no
está claro hasta qué punto la población Achiguate huyó del área o se quedó sujeta al
nuevo orden. Durante el Clásico Tardío la cerámica de ambas tradiciones se encuentra
mezclada, lo que indicaría que, por lo menos, parte de la población se quedó en el área,
aun después de que se instalaron los grupos de la Tradición Naranjo.

En una región restringida alrededor del sitio Balberta, al este del Río Coyolate, Bove
dirigió un reconocimiento intensivo del que se obtuvieron diversos resultados. Los
cambios evidentes en el patrón de asentamiento respaldan los observados en las
tradiciones cerámicas, e indican que ocurrió una ruptura en el área de Balberta,
alrededor de la segunda mitad del Clásico Tardío. El aumento en la densidad de centros,
a finales del Preclásico Tardío y principios del Clásico Temprano, sugiere que grupos
relacionados con la Tradición Achiguate estaban concentrándose en el área,
probablemente por la expansión de la población Naranjo, que los estaba expulsando
hacia el oeste de su territorio. Un período de grandes trastornos pudo haber seguido
durante la segunda mitad del Clásico Temprano.

Cuando los pobladores de Naranjo entraron en el territorio, portaban consigo una nueva
religión. En aquella coyuntura, Monte Alto, el centro Achiguate más importante en el
culto de los 'barrigones', ya había sido abandonado, y cesó la producción de estas
esculturas. La adopción de una nueva religión se hace evidente en el gran número de
incensarios de estilo Teotihuacan, que se encontraron en el área entre los ríos Nahualate
y Achiguate, lo que indica que la nueva religión estaba relacionada con la de la zona
central de México. El gran número de estos incensarios, encontrados en Río Seco,
sugiere que este sitio pudo haber asumido el papel de Monte Alto, como el centro
religioso. Los incensarios son muy parecidos a los de Teotihuacan, pero fueron
fabricados localmente dentro de la Tradición Cerámica Naranjo; los moldes respectivos
se han recobrado en el área de Tiquisate. Abunda la cerámica para la élite, estilo
Teotihuacan, e incluye trípodes cilíndricos, picheles y 'candeleros' (nombre aplicado a
unos recipientes pequeños con un hoyo del tamaño de un dedo). Estos objetos muestran
que la cultura teotihuacana fue emulada por el estrato superior de la jerarquía social del
Grupo Naranjo.

La población de la Tradición Naranjo dominó la Costa durante el resto del Clásico


Temprano, pero parece haber tenido poco contacto con el Altiplano. No intercambiaba
cerámica y, aunque hay estilos teotihuacanos presentes en Kaminaljuyú, éstos se
encuentran en diferente contexto que los de la Costa. En Kaminaljuyú, los estilos se
limitan a un ámbito secular, y entre ellos se pueden citar vasijas y arquitectura con el
elemento talud-tablero, ambos asociados con el grupo de élite. Los estilos teotihuacanos
en la Costa Sur se enfocaban más al sistema de creencias y a la actividad ritual. Sin
embargo, en ambas áreas, los estilos probablemente reflejaron la necesidad del grupo
invasor de reforzar su posición social.

La Tradición Cerámica Ocosito

En el gran centro Abaj Takalik, la Tradición Cerámica Ocosito continuó restringida a la


región limitada por el Río Ocosito, al sur, el Río Naranjo, al oeste y el Río Samalá, al
este. No se han podido localizar centros del Clásico Temprano en la desembocadura del
Río Naranjo, o en el área al sur del Río Ocosito. Tampoco está claro hasta qué punto
había contacto entre Ocosito y Teotihuacan. Abaj Takalik parece haber mantenido cierto
grado de comunicación con el Altiplano, al norte, específicamente con los actuales
Departamentos de Quetzaltenango y Quiché.

Características Generales del Clásico Temprano

Arquitectura

En muchas áreas se dificulta definir las estructuras del Clásico Temprano porque yacen
bajo los niveles de una ocupación tan densa como la del Clásico Tardío. Shook encontró
que en el área de Tiquisate la manera de construcción era similar a la de épocas más
tardías. Típicamente, en esta área la construcción consistía de un relleno de tierra
recubierto con piso de barro y argamasa, por lo común con una capa de pintura roja. En
los sitios de las tradiciones Naranjo y Achiguate es difícil discernir la forma,
evidentemente perecedera, de las estructuras que se construyeron sobre las plataformas.

Entierros

Los cuerpos se colocaban extendidos. Los que se encontraron en las áreas de Tiquisate y
La Gomera fueron enterrados en el relleno de las estructuras piramidales y las
plataformas, debajo de los pisos de las viviendas, o en áreas abiertas alejadas de las
estructuras. Las ofrendas se colocaban alrededor de la cabeza, o, en el caso de los
personajes de la élite, alrededor de todo el cuerpo. En Tiquisate se han encontrado
entierros múltiples en una misma tumba. Una de éstas contenía dos cuerpos extendidos,
acompañados por uno sentado.

Escultura
Las únicas esculturas conocidas en la Costa Sur pertenecientes al Clásico Temprano son
las que provienen del sitio La Ceiba, en el área de Tiquisate. Se encontraron cinco, cuya
cerámica asociada indica que pertenecían a la última parte de dicho período. Las
esculturas son pequeñas, portátiles y un tanto toscas. El rostro del personaje es plano, y
la nariz, ojos y boca están bien definidos. Los brazos y las piernas son muy delgados
(Ilustración 73). Este estilo es muy diferente al de estilos anteriores y posteriores que se
encuentran en la Costa y en otras áreas.

Cerámica

La primera parte del Clásico Temprano está definida por cuencos con tres o cuatro
soportes mamiformes; cuencos con pestaña basal; platos tetrápodes, con soportes largos
y huecos; cuencos profundos, o poco profundos con base anular o pedestal; vajilla
Tiquisate; vasijas con vertedera en forma de puente; y cuencos hondos en forma de
'casco'. Frecuentemente se aplicaba una capa de estuco a la superficie de la vasija. No se
ha encontrado decoración de la técnica Usulután, ni figurillas.

Respecto de la segunda parte del Clásico Temprano, se puede observar una fuerte
influencia teotihuacana en los estilos cerámicos, lo que incluye vasijas trípodes
cilíndricas (Ilustración 74), tapaderas truncadas y soportes redondeados o rectangulares.
También hay incensarios estilo Teotihuacan, candeleros y picheles. No hay figurillas.

Período Clásico Tardío (550-900 DC)


En contraste con el Clásico Temprano, el Clásico Tardío tuvo la más alta densidad de
asentamientos en la Costa Sur. Además de su aumento numérico y su tamaño, el mayor
cambio se refiere a un contacto más intenso entre las diferentes regiones de la Costa y
también entre estos lugares y el Altiplano. Se construyeron varios centros mayores, y
muchos de los sitios que habían sido abandonados durante el Clásico Temprano se
reocuparon y se agregaron nuevos edificios. Repentinamente aparecieron nuevos estilos
en la cerámica, en la arquitectura y en los objetos rituales.

En Abaj Takalik, aparentemente continuaba la misma ocupación, aunque las


investigaciones en relación con el período citado todavía están en proceso. Sin embargo,
está claro que había una gran población en el centro y que, durante el Clásico Tardío, se
emprendió una extensa labor de construcción. Hay evidencia de que en dicho período
todavía se daba la Tradición Achiguate en la parte este de la Costa. Pequeños grupos de
esta tradición ocuparon los sitios Monte Alto y Mi Cielo.

En el Departamento de Escuintla se encuentra un gran número de sitios del Clásico


Tardío. En la región de Tiquisate, Bove investigó, y clasificó jerárquicamente, un total
de 25 sitios. El más extenso, Ixtepeque, cubre100 hectáreas y probablemente funcionó
como capital regional. Los otros 24 sitios varían en tamaño, entre 0.4 a 9 hectáreas. La
cerámica que se ha encontrado en éstos deriva de la anterior Tradición Naranjo.

El sitio Sin Cabezas, nombrado así por la presencia de 'barrigones' arrodillados, que no
tienen la cabeza (Lámina 6 y Lámina 7), fue reocupado en el Clásico Tardío. Aunque
las esculturas tienen fechas del Preclásico, se desconoce su proveniencia original y la
fecha en que se les despojó de las cabezas. Las esculturas se colocaron en el lugar
cuando se erigieron los edificios del Clásico Tardío, precisamente donde fueron
descubiertos por Shook, en 1949.

En el área de La Gomera, el gran sitio Texas pudo haber sido otra capital regional. En la
región de Santa Lucía Cotzumalguapa, los sitios de El Baúl, Bilbao y El Castillo,
formaban un centro grande e importante, que probablemente era otra capital regional.
Este centro es particularmente notable por la gran cantidad de esculturas hechas en un
estilo 'mexicano' del Clásico Tardío, el cual se conoce como estilo Mixteca-Puebla.
Estas esculturas dan la impresión de que anteriormente hubo un período violento y
bélico. En vista de la subsecuente prosperidad del centro, se supone que su desarrollo
culminó con su propia victoria y un nuevo florecimiento.

El centro Bilbao-El Baúl estuvo ocupado por gente de la Tradición Achiguate, durante
el Preclásico y la primera parte del Clásico Temprano. Parece que fue abandonado a
finales del período. La mayor ocupación ocurrió en el Clásico Tardío. En relación con
esta época hay cerámica de la Tradición Achiguate, mezclada con la de la Tradición
Naranjo. En esa época entró al complejo una afluencia de cerámica del Altiplano,
específicamente del área de Chimaltenango. Con respecto a esto, es interesante notar
que investigaciones recientes realizadas por Geoffrey Braswell, sugieren que el estilo
escultórico de Cotzumalguapa, asociado con Bilbao, El Baúl y El Castillo, tiene
antecedentes del Clásico Temprano en el Departamento de Chimaltenango. Esto parece
indicar que el grupo del Altiplano jugó un papel importante en el crecimiento y
desarrollo de Bilbao-El Baúl.

Una vista general demuestra, en resumen, que el principio del Clásico Tardío fue una
época de conflicto, seguida por un lapso en que grandes partes de la Costa Sur se
unificaron culturalmente, lo cual se evidencia por medio de la cerámica, pero quizás tal
unificación no se produjo en el orden político. Se establecieron varias capitales
regionales, de las cuales la mayor parece haber sido la de Bilbao-El Baúl, las que
aparentemente mantuvieron relaciones amistosas durante el resto del Clásico Tardío.

Características Generales del Clásico Tardío

Arquitectura

En el Clásico Tardío se adoptaron nuevos patrones de asentamiento. Fue típica de este


período la construcción de una estructura grande, tipo acrópolis, al sur de la plaza
central. Por lo menos, un montículo grande y alargado cubre un lado de la plaza. A
veces se incluían canchas de juego de pelota, pero no fueron tan comunes en la Costa
como en el Altiplano.

La construcción en la zona de la Bocacosta, donde se dispone de guijarros del río,


normalmente consiste de un relleno de piedras y tierra, sostenido por paredes de 'cantos
rodados'. En la costa aluvial, las estructuras se construyeron completamente de tierra,
con paredes y terracerías aplanadas, y una cubierta de barro café. Un ejemplo único de
construcción en la Costa Sur de Guatemala fue observado por Shook en Los Limones,
cerca de la frontera mexicana. Allí, los núcleos de las estructuras estaban hechos de
tierra, retenidos por 'cantos rodados', cuidadosamente seleccionados y cubiertos con cal,
y las paredes se recubrieron con estuco. La cal que se utilizaba era de excelente calidad
y se obtenía de la quema de grandes cantidades de conchas. Se hacía una argamasa fina
con los residuos de las conchas y arena de río.

Entierros

En raras ocasiones se hacían los entierros en cámaras alineadas con piedras, con el
cuerpo sentado, y las piernas cruzadas. Sin embargo, más frecuentemente el cuerpo
estaba flexionado y sentado dentro de una urna funeraria. Se colocaban ofrendas
pequeñas alrededor de la urna. Este tipo de entierros se ha encontrado dentro del relleno
de estructuras religiosas y administrativas, debajo de los pisos de casas o en cementerios
en las afueras de los asentamientos. Probablemente, eran comunes los cementerios
formales, pero en la actualidad sólo se conocen tres ejemplos, que fueron descubiertos
por accidente, al efectuar construcciones modernas.

Esculturas

Hubo diferentes tipos de esculturas en la Costa Sur. Las de estilo Cotzumalguapa, están
muy concentradas en los sitios El Baúl y Bilbao, pero hay también por todo el
Departamento de Escuintla, y se encuentran hasta en Palo Gordo y San José El Idolo, en
el Departamento de Suchitepéquez. Se trata de un estilo tardío de escultura,
probablemente una versión temprana del estilo Mixteca-Puebla. También están
presentes los yugos y hachas que indican algún tipo de relación con la Costa del Golfo,
en México. En el Clásico Tardío se continuó la producción de piedras hongo, tanto en la
Costa Sur como en el área del Altiplano adyacente. Las piedras hongo se han
encontrado, en un contexto Clásico Tardío, en el área de Tiquisate y El Baúl. En el fuste
o tallo de estas esculturas, se reproducen, por lo general, figuras antropomorfas,
jaguares, sapos o pájaros. El contexto en el que se han encontrado estas esculturas
sugiere que probablemente eran marcadores portátiles, utilizados para designar límites
de propiedad. También pudieron haber servido para marcar las fronteras de un área,
para un juego o para realizar alguna actividad ceremonial.

Cerámica

En la cerámica se observan nuevas modalidades, que incluyen platos trípodes con


soportes planos, vasijas cilíndricas altas y urnas funerarias. Desapareció la influencia
teotihuacana en la cerámica. Al principio del período se dieron por primera vez husos de
barro y figurillas hechas con molde. A finales del período apareció una nueva vajilla,
Plomizo San Juan, manufacturada en el área del Río Naranjo. En su tipología se agregan
instrumentos musicales de barro, entre los que figuran tambores, campanas, ocarinas y
figurillas silbato.

El Colapso en la Costa Sur (c 900 DC)


Es evidente que a finales del Clásico Tardío ocurrieron cambios radicales en la Costa
Sur. El más obvio fue el abandono casi completo de la mayoría de las ciudades, pueblos
y aldeas, y la reubicación de la disminuida población en otras áreas de la Costa. La
región parece haber sufrido un colapso similar al de las Tierras Bajas del norte. Sin
embargo, no hay evidencia arqueológica de que en la Costa Sur se hayan dado excesivas
presiones demográficas, acompañadas por degradación ecológica, desorden social o
invasión extranjera.

El colapso en las postrimerías del Clásico fue obviamente extenso, ya que ocurrió en
Petén, la parte central de la Península de Yucatán, Chiapas, Quiriguá y Copán, todos,
lugares situados en la región sureste maya, como también en el Altiplano Central de
Guatemala y la Costa Sur. El hecho de que la crisis de estos centros haya sido tan
drástica y que, además, haya ocurrido casi simultáneamente en todos, indica que estaban
relacionados y que no hubo una causa simple. Es evidente que por toda la región la
población alcanzó niveles muy altos, y que para su supervivencia era necesaria una
producción intensiva de alimentos y su intercambio a larga distancia, una organización
sociopolítica más burocrática para administrar el sistema, y todo ello hace suponer una
complejidad enorme. Con base en los argumentos de Joseph A. Tainter se puede inferir
que el costo de mantener un sistema tan complejo salía excesivamente caro: mientras
que las demandas aumentaban, los beneficios disminuían. Cuando los centros más
débiles ya no pudieron mantenerse dentro de tal sistema, se creó un efecto de dominó,
que causó más tensión en los sitios mayores, hasta que la tendencia hacia el colapso se
hizo irreversible. La desintegración de la red de intercambio fue, por cierto, uno de los
resultados que tuvo efectos más drásticos en la Costa Sur.

Período Postclásico (900-1525 DC)


Desafortunadamente, hay muy poca información sobre el Postclásico Temprano (900-
1250 DC), quizás porque en su mayor parte los sitios ya habían sido abandonados en
dicha época. Tampoco está claro si mantuvieron su desarrollo las tradiciones cerámicas
Achiguate y Naranjo; si se modificaron o simplemente desaparecieron. Es evidente, sin
embargo, que la cerámica quiché postclásica entró vigorosamente en la Tradición
Ocosito, de la región de Abaj Takalik, y que se hizo presente en la parte occidental de la
Costa. La evidencia arqueológica, por lo tanto, coincide con la etnohistoria en cuanto a
que los quichés (k'ich'es) conquistaron esta parte de la Costa, aunque las fechas todavía
son especulativas.

En vista del hecho de que el Postclásico Temprano es un período escasamente


representado en la región, se hace referencia al sitio Tajumulco, en el Departamento de
San Marcos. Se ubica arriba de los límites que se utilizan para definir a la Costa Sur,
pero es uno de los mejores ejemplos que se tienen sobre la ocupación del Postclásico
Temprano. En 1938 y 1939, el sitio Tajumulco fue investigado por Bertha P. Dutton y
Hulda R. Hobbs, quienes lo consideraron como un sitio característico de Chiapas y del
Altiplano Occidental de Guatemala. Las esculturas muestran tanto influencia mexicana
como maya, pero claramente tienen un estilo local que se caracterizaba por caras
cuadradas y rasgos pesados. Más del 50% de las vasijas recogidas en las excavaciones
pertenecen a la vajilla Plomizo Tohil, que es una cerámica característica del Postclásico
Temprano. Esta vajilla se asocia con el modelado de efigies de dioses mexicanos en las
vasijas. Tajumulco representa un complejo que no se derivó de las tradiciones cerámicas
Naranjo, Ocosito o Achiguate, y aparentemente no sobrevivió en el Postclásico Tardío
(1250-1525 DC).

Los asentamientos de la Costa Sur fueron un poco más numerosos en el Postclásico


Tardío que durante la primera parte del Postclásico. Varios sitios del Postclásico Tardío
se localizan en la región cercana a la desembocadura del Río Naranjo y en Variedades,
cerca de Río Bravo. Bove descubrió un sitio postclásico tardío en el área de Escuintla, el
cual se conoce con el nombre Carolina.

En general, la Costa Sur parece haber caído durante el Postclásico bajo el dominio de
las poblaciones del Altiplano. En Abaj Takalik, la población continuó igual a la de
tiempos anteriores; sin embargo, la evidencia indica que hubo una intrusión de la
cerámica postclásica del Altiplano quiché en el complejo local. Esto también es cierto
para los sitios postclásicos del área de la desembocadura del Río Naranjo.

En 1615, Fray Juan de Torquemada se refirió a migraciones prehispánicas emprendidas


por los pipiles desde México, a través de la Costa Sur de Guatemala, hasta el occidente
de El Salvador. Los lingüistas han establecido que el nahua apareció en México no antes
de 1000 DC, lo que significa que, si la información de Torquemada era correcta, las
migraciones a lo largo de la Costa Sur no pudieron haber ocurrido antes del Postclásico.
Thompson sugirió que El Baúl y Bilbao fueron ocupados por un grupo nahua, pero estos
lugares ya habían sido abandonados en el Postclásico Temprano. Se sabe que en la
época de la conquista española, una población pipil ocupaba la región donde
actualmente se localiza la ciudad de Escuintla. Sin embargo, hasta la fecha no existe en
el área un sitio asociado con cerámica pipil, aunque en el occidente de El Salvador
abunda este tipo de cerámica.

En la época de la conquista española, cada uno de los grupos lingüísticos mayores del
Altiplano controlaba una parte de la Costa. Los cakchiqueles (kaqchikeles)
probablemente dominaban toda la región de Cotzumalguapa y Siquinalá, hacia el sur de
su propio territorio, excepto los alrededores de Escuintla, que aparentemente estaban en
manos de los pipiles, con quienes los cakchiqueles se encontraban en conflicto. Los
tzutujiles (tz'utujiles) han sostenido que tenían derechos de propiedad en cacaotales de
la Bocacosta, al sur del Lago de Atitlán, en lo que actualmente es el Departamento de
Suchitepéquez, en un área comprendida entre los territorios controlados por los
cakchiqueles y los quichés.

Características Generales del Postclásico

Arquitectura

Muy poco se sabe acerca de la arquitectura y de los patrones de poblamiento en la Costa


Sur de Guatemala. Aparentemente, los asentamientos del Postclásico Temprano y
Tardío estaban localizados en áreas abiertas, sin defensa alguna. En la Costa esto pudo
ocurrir por la falta de barrancos, como los que rodeaban los sitios defensivos del
Postclásico en el Altiplano. Sin embargo, según Francisco Antonio de Fuentes y
Guzmán, cuando Alvarado y sus soldados llegaron a Escuintla, en 1524, encontraron un
bosque denso que hacía la entrada al pueblo casi imposible. Más adelante, conforme
Alvarado se acercaba a Taxisco, en el sureste de Escuintla, encontró los caminos
bloqueados. La gente del pueblo había dejado flechas en el camino, como símbolo de
hostilidad y para prevenir la entrada de los conquistadores en su territorio.

Entierros

La única información que se tiene sobre entierros del Postclásico Tardío proviene de
Tajumulco, pero no se sabe si éstos serían del mismo tipo de los que se dieron en la
Costa Sur. En Tajumulco, los individuos importantes se enterraban en posición
extendida, en una cripta cubierta con losas de piedra. En el Postclásico Tardío, el
método más común en el Altiplano, y probablemente en la Costa Sur también, era la
cremación de los cuerpos. Las cenizas se colocaban en un recipiente especial de
entierro.

Escultura

Las únicas esculturas que claramente pertenecen al Postclásico son las del sitio
Tajumulco. En el presente no se conocen otras en la Costa Sur.

Cerámica

Tanto en la Costa Sur como en el Altiplano, las principales vajillas características del
Postclásico Temprano son las del tipo Plomizo Tohil y Naranja Fina X. Una forma
típica de las vasijas de varias vajillas es el vaso tipo 'lámpara de chimenea'. En el
Postclásico Tardío se incluyen molcajetes con soportes en forma de una cabeza de ave,
comales planos con impresiones de textiles en el fondo, y una vajilla gris o color carne
con diseños rojos.

Conclusiones
La Costa Sur de Guatemala ha jugado un papel importante en la Arqueología
mesoamericana. A lo largo de todo el registro arqueológico hay evidencia de que hubo
una competencia continua por el control de la región, probablemente por el enorme
potencial de ésta como proveedora de recursos vitales y comida, tanto del mar, los
estuarios y ríos como de los suelos fértiles y bosques. También funcionó como una
especie de corredor para transportar dichos productos y permitir los movimientos de las
poblaciones del este al oeste, y también del norte hacia el sur, por medio de los pasajes
que conectaban el Altiplano con las Tierras Bajas. Los restos arqueológicos son mucho
menos espectaculares y más perecederos que los de Petén; la destrucción de dichos
vestigios está ocurriendo a un ritmo acelerado, y existe el peligro inminente de que tal
información se pierda definitivamente.
MICHAEL LOVE

La Cultura Olmeca en Guatemala

El término 'olmeca' se usa para referirse a una amplia gama de rasgos estilísticos,
iconográficos y culturales que se encontraban diseminados en áreas de Mesoamérica
durante los Períodos Preclásico Temprano y Medio, es decir, aproximadamente entre
1200 y 400 AC. La importancia y lo fascinante de estos rasgos radica no solamente en
la belleza del arte, ni sólo en la intrigante naturaleza de su iconografía, sino también en
la asociación de ellos con los inicios de la civilización mesoamericana. Los diferentes
elementos considerados como olmecas están vinculados, en gran parte de Mesoamérica,
con los primeros centros urbanos, el arte monumental y la arquitectura a gran escala. De
acuerdo con varias definiciones, dichos rasgos marcaron el surgimiento de las
civilizaciones. Por lo tanto, si podemos comprender el significado del término 'olmeca'
podremos estar más próximos de entender cómo, por qué y dónde surgió la civilización
en Mesoamérica.

Los vínculos entre los rasgos olmecas y la primera civilización mesoamericana se


reconocieron hace casi 50 años. En ese entonces muchas teorías postulaban la existencia
de una 'Cultura Madre' olmeca, que tuvo su centro en la región de la Costa del Golfo, en
la cual se desarrolló la vida civilizada, y desde donde ésta se difundió hacia toda
Mesoamérica, estableciendo así un modelo para todas las civilizaciones posteriores. En
años recientes tal explicación ha sido considerada como simplista, y los nexos entre el
estilo olmeca y la complejidad social se ven ahora mucho más profundos que lo que se
sospechaba anteriormente. Los diferentes rasgos llamados olmecas probablemente no
tuvieron un punto único de origen, y su distribución pudiera estar más relacionada con
patrones complejos de interacciones regionales, que con la difusión desde un solo lugar.
Esta nueva perspectiva no disminuye la importancia del fenómeno olmeca. Por el
contrario, demanda, aún más imperiosamente, que el estudio de los orígenes de la
civilización en Mesoamérica se inicie con una consideración del llamado estilo olmeca.

El Término 'Olmeca'
La palabra 'olmeca' ha tenido siempre un significado impreciso y vago. El término ha
sido usado en diferentes épocas y por diversas personas, para referirse a una sociedad, a
un estilo de arte, o a un sistema de iconografía religiosa. Cada uno de estos significados
presenta una diferente relación entre la gente, su cultura material y su cultura espiritual.
Este hecho a menudo no se percibe, por lo cual es común encontrar autores que utilizan
el término 'olmeca' con diversos significados, aun en un mismo trabajo. El uso variable
de esta palabra se encuentra en el fondo de la confusa interpretación de la distribución
de los restos 'olmecas' en Mesoamérica. Antes de analizar la naturaleza de la cultura
olmeca en Guatemala, es necesario definir primero el contexto que ello demanda.

La palabra 'olmeca', en la forma en que se utiliza en este ensayo, se refiere a un estilo de


cultura material localizado en muchas áreas de Mesoamérica y que se dio en los
Períodos Preclásico Temprano y Medio, aproximadamente entre 1200 y 500 AC. Los
elementos estilísticos específicos son variables, porque se presentaron de diferentes
maneras, entre las cuales se incluía la alfarería, las figurillas de barro, el jade tallado y la
escultura monumental. Dichos elementos también cambiaron a lo largo del tiempo, lo
cual hace que las definiciones estilísticas formales sean aún más difíciles. En el
Preclásico Temprano, los elementos olmecas figuraron predominantemente como
decoración incisa en la cerámica o en la elaboración de figurillas. En el Preclásico
Medio, los rasgos olmecas se dieron en una mayor variedad de formas, que
comprendían la escultura monumental en piedra y el jade tallado, además de las otras ya
mencionadas.

La anterior definición mínima de lo olmeca es suficientemente amplia para ser aceptada


por la mayoría de los académicos, aunque muchos darían una lista de rasgos más amplia
y específica. Pero, sin importar la definición que se use, los rasgos olmecas constituyen
únicamente una pequeña parte de toda la cultura material que ha aparecido en los sitios
arqueológicos de Mesoamérica correspondientes a los Períodos Preclásico Temprano y
Medio. Objetos como la cerámica utilitaria, las herramientas de piedra y las figurillas de
barro corriente son más frecuentes en las colecciones arqueológicas, pero generalmente
no reciben una denominación especial. Sería justo decir, por lo tanto, que los elementos
de cultura material llamados olmecas, representan algo especial y están ligados a una
variedad limitada de actividades sociales y culturales. La tarea difícil a la que se
enfrentan los arqueólogos consiste en determinar cuáles de esos elementos pueden ser
asociados a determinados grupos, actividades y procesos culturales o sociales.

Mesoamérica en el Preclásico Temprano y el Preclásico


Medio
La aparición y desarrollo del estilo olmeca son hechos ligados a los procesos sociales y
culturales de un área muy amplia, por lo que es necesario tener una visión panorámica
de la sociedad mesoamericana durante el Preclásico Temprano y el Preclásico Medio.
Durante estos períodos, la gente se asentó en aldeas permanentes, y llegó a depender de
plantas domesticadas, entre las cuales el maíz y el frijol eran las más importantes. El
tamaño de la población creció dramáticamente y surgió la primera evidencia de
desigualdad social significativa. También durante ese tiempo la interacción entre
regiones distantes de Mesoamérica se expandió de manera considerable. Esta
interacción, se tradujo en el intercambio de artículos, tales como obsidiana, y de ideas,
algunas de las cuales son notorias en los estilos compartidos de la cultura material.

Los Períodos Preclásico Temprano y el Preclásico Medio sufrieron en la mayor parte


del occidente de Mesoamérica varios cambios estilísticos, lo cual permite precisar las
siguientes etapas: 1) Un Período Pre-Olmeca correspondiente a la primera parte del
Preclásico Temprano, aproximadamente entre 2000 y 1200 AC. En esta etapa la cultura
material muestra interacción regional, pero no exhibe ninguno de los rasgos definidos
como olmecas. 2) Un Período Olmeca Temprano correspondiente a la última parte del
Preclásico Temprano, aproximadamente de 1200 a 900 AC. En esta etapa hubo muchos
cambios en la cultura material. Aparecieron nuevos procedimientos en la cerámica,
otros colores, formas, y motivos decorativos. Surgieron los iconos, símbolos y otros
rasgos llamados olmecas en la cerámica y en las figurillas de barro. 3) Un Período
Olmeca Tardío, correspondiente al Preclásico Medio, aproximadamente de 900-300 AC.
En esta época hubo otro giro en la cultura material, el que también incluyó cambios de
colores y formas en la cerámica. Lo más importante es la creación de formas totalmente
nuevas en la cultura material, por ejemplo la escultura monumental.

El Período Pre-Olmeca

Los materiales cerámicos muestran que, alrededor de 1500 AC, existió una red de
interacción cultural a lo largo del oeste de Mesoamérica. Aunque hay bastante similitud
en la cultura material de la región, Marcus Winter y John Clark se refieren a dos estilos
distintos, a los que identificaron como diferentes 'horizontes'. El occidental, al que
Winter denominó Horizonte Rojo sobre Ante, pudo estar asociado con el idioma
otomangue, mientras que el estilo oriental, u Horizonte Locona, pudo estar relacionado
con hablantes de los idiomas mixe-zoque. Tanto Clark como Winter señalaron
diferencias importantes entre ambos horizontes, aunque el último de dichos autores
también observó que había evidencia de intercambios que mostraban nexos estrechos
entre las áreas geográficas que cubría cada uno de los dos horizontes. Asimismo, Clark
señaló que hay un área en la cual aparentemente hubo un traslape, ya que se presentaban
los dos estilos respectivos. Por lo tanto, puede decirse que cada uno de los 'horizontes'
representa una variación de un estilo-horizonte más amplio y comprensivo.

El área que cubría el Horizonte Rojo sobre Ante incluye el altiplano central de México y
el valle de Oaxaca. El Horizonte Locona se extendía desde la Costa del Golfo, en
México, y atravesaba el altiplano de Chiapas, hasta la costa pacífica de El Salvador.
Una porción considerable del actual territorio de Guatemala se incluía en esta zona, pero
las Tierras Bajas mayas estarían fuera del horizonte, y al parecer representaban un área
estilística y culturalmente separada del oeste de Mesoamérica.

Los materiales del Horizonte Locona son refinados, e incluyen cerámica brillantemente
pulida, así como figurillas antropomorfas de barro. La cerámica de esta etapa está
dominada por vajillas rojas pulidas, decoradas con diseños abstractos incisos,
curvilíneos y lineales. Las formas más comunes son el 'tecomate' (olla sin cuello) y
varias formas de cuencos. Las figurillas de barro son altamente estilizadas, pero con
varios rasgos realistas. Las figurillas incluyen tanto formas humanas como animales. En
el Período Pre-Olmeca se encuentra la primera evidencia de grandes aldeas con
poblaciones nucleadas, muestras de estratificación social y, talvez, especialización
artesanal. Sin embargo, no parece haber existido una gran diferenciación entre la
aristocracia y los otros grupos sociales.

El Período Olmeca Temprano

Los primeros materiales con rasgos olmecas corresponden aproximadamente al 1200


AC, y están asociados a gran parte de lo que había sido el territorio del Horizonte
Locona. Es muy significativo notar que dichos rasgos aparecieron contemporáneamente
en el valle de México, la Costa del Golfo, el valle de Oaxaca y en Chiapas. No hay
ninguna área en particular que pueda ser identificada como el punto de origen de ese
complejo de rasgos. Antes bien, el desarrollo de ese horizonte es parte de una secuencia
paralela de cambios estilísticos en toda esta vasta área, y claramente se desarrolla por
las interacciones dentro del Horizonte Locona. Es importante observar también que los
materiales llamados olmecas son sólo una parte de un horizonte más amplio que tenía
una cultura material similar. La cerámica con fines utilitarios, las figurillas de barro y
otros materiales son similares a lo largo de aquella amplia área, aunque también se
encuentran rasgos característicos de cada región.

Los rasgos del complejo Olmeca Temprano son predominantemente motivos incisos en
vasijas de barro (Ilustración 75). El significado de estos motivos no está claro, pero
algunos parecen ser representaciones simbólicas o alusiones a animales, tales como
jaguares y serpientes, o a los poderes que a estos animales se asociaban. Otros símbolos,
frecuentemente designados como 'dioses', pueden ser referencias a fuerzas
sobrenaturales más abstractas, incluyendo el cielo y la tierra.

La organización social en Mesoamérica parece haberse tornado mucho más compleja


durante la época citada. Grandes poblaciones, extendidas en unas 40 ó 50 hectáreas, se
hallaban en el valle de México, Oaxaca, la región costera de Chiapas, y la Costa del
Golfo de México. En la época referida había muy poca arquitectura gubernamental,
excepto algunas edificaciones menores que podrían haber sido pequeños adoratorios,
casas comunales o, incluso, residencias de la élite. Hay evidencia mucho más firme que
muestra la existencia de desigualdades sociales, y de una creciente brecha entre la élite
y otros segmentos de la sociedad. También puede demostrarse que hubo un comercio de
bienes, como espejos de mineral ferroso, conchas y posiblemente jade.

Se ha sugerido que algunos de los motivos del Complejo Olmeca Temprano tuvieron un
papel importante en la definición y desarrollo de las categorías sociales. En Oaxaca y en
el valle de México los investigadores han encontrado que la distribución de ciertos
motivos está confinada a las áreas limitadas de las aldeas, y probablemente indican la
asociación de símbolos específicos con ciertos linajes en particular, o con otros grupos
sociales de la aldea. El significado y uso de otros motivos, símbolos e iconos no está
claro, pero se puede afirmar que algunos estaban vinculados al desarrollo de una
ideología religiosa y a la práctica de rituales.

El Período Olmeca Tardío

El inicio del Período Preclásico Medio marca otro cambio, tanto en los estilos de cultura
material como en la organización social. Los asentamientos de este período son ya lo
suficientemente grandes para ser clasificados como las primeras ciudades. Se conocen
asentamientos que en aquella época cubrían más de un kilómetro cuadrado en la Costa
del Golfo de México y en la Costa Sur de Guatemala. Las ciudades de este período
tienen una arquitectura monumental, con montículos cónicos de más de 20 m de altura
encontrados en los sitios arqueológicos, como La Venta en el Golfo de México y La
Blanca en la Costa Sur de Guatemala (Ilustración 79).

Una de las nuevas formas de cultura material es la escultura monumental. La escultura


olmeca puede ser reconocida tanto por sus temas como por su estilo. Los temas olmecas
más comunes incluyen las cabezas colosales, figuras en nichos (incluyendo muchos de
los llamados 'altares') y figuras sentadas. Buena parte del arte olmeca consiste en
representaciones de personas, aunque también se pueden encontrar criaturas
aparentemente sobrenaturales con rasgos humanos. Estilísticamente, la escultura olmeca
se reconoce por su sentido del volumen o 'redondez' (Lámina 8). Las figuras humanas
en el arte olmeca no son verdaderamente naturalistas, porque son algo infladas. Otros
rasgos comunes incluyen la cabeza hendida y la boca vuelta hacia abajo.

Aunque el mayor número de esculturas olmecas se encuentra en la región de la Costa


del Golfo, se han encontrado cantidades impresionantes en regiones como Guerrero y la
Costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala. Existe suficiente variación en los estilos de
una región a otra para sugerir que la simple imitación no explica la distribución de este
estilo.

Los Olmecas en Guatemala


De acuerdo con lo que se ha expuesto anteriormente, la interpretación del arte y los
artefactos olmecas en Guatemala, comienza por hacer notar que éstos deben entenderse
como representaciones de la participación de grupos locales en las redes de interacción
económica, social y cultural, presentes en grandes áreas de Mesoamérica durante los
Períodos Preclásico Temprano y Medio. No deben interpretarse como representación de
la presencia de grupos procedentes de la Costa del Golfo de México, ni como el
resultado de una 'influencia cultural' de esa región. Las 'influencias' indudablemente se
difundieron en muchas direcciones.

Distribución temporal y geográfica

En el actual territorio de la República de Guatemala la mayor parte del material olmeca


se encuentra en la región de la Costa del Pacífico, la que incluye la Costa propiamente y
la pendiente o Bocacosta. Durante la época prehispánica, dicha zona estaba íntimamente
vinculada a la costa de Chiapas y es necesario considerarlas como una misma área
cultural. Relativamente pocos artefactos relacionados al estilo olmeca provienen del
Altiplano o de las Tierras Bajas mayas, aunque la cerámica del occidente de Petén,
especialmente los complejos cerámicos Xe y Real Xe del Preclásico Medio, indican que
hubo alguna interacción con las culturas de la región olmeca. E. Wyllys Andrews V.
sugirió recientemente que los fundadores de los asentamientos del occidente de Petén,
como Altar de Sacrificios y El Ceibal, vinieron de Chiapas o de la región de la Costa del
Golfo, integrándose hasta más tarde con los mayas de la región este de Petén. No
obstante, dentro de las Tierras Bajas mayas la mayoría de los artefactos conocidos con
posible afiliación olmeca son piezas pequeñas y portátiles, que pudieron haber sido
obtenidas por intercambio comercial.

En El Ceibal se encontró un escondite con hachuelas y otros objetos de jade que estaban
colocados formando un diseño cruciforme. Aunque no habían motivos o
representaciones olmecas, el depósito fue llamado 'olmeca' por los excavadores, porque
tenía similitud con otros escondites de Chiapas, Veracruz y Tabasco. No se conocen
objetos grandes de arte o piezas de escultura olmeca en las Tierras Bajas mayas, aunque
la 'influencia olmeca' ha sido a menudo interpretada en el arte maya temprano. A pesar
de que se puede afirmar que sí hubo algún tipo de interacción entre las Tierras Bajas
mayas y los grupos de regiones adyacentes, tal contacto parece no haber sido de gran
importancia en la historia de los mayas, sino hasta mucho tiempo después.

La Costa Sur
Dentro de lo que es la Costa del Pacífico, la distribución y significado del cambio
estilístico se puede entender haciendo referencia a las tres épocas definidas con
anterioridad: Pre-Olmeca, Olmeca Temprano y Olmeca Tardío.

El Período Pre-Olmeca

El Período Pre-Olmeca comprende las fases Barra, Locona y Ocós. Los primeros
habitantes de la Costa del Pacífico participaron en las interacciones del Horizonte
Locona. En la actualidad, el mayor número de sitios vinculados a esta tradición están en
Chiapas y en el área que comprende los Departamentos guatemaltecos de San Marcos y
Retalhuleu. Sin embargo, existen otros sitios del Horizonte Locona en regiones situadas
más hacia el este, hasta El Salvador, y es posible que otros sitios relacionados con dicho
horizonte se encuentran en Suchitepéquez, Escuintla, Santa Rosa y Jutiapa. Cerámicas
afines han sido localizadas, en menor número, en la cuenca de Salcajá y en Quiché.

Los sitios más grandes de este período parecen ser los ubicados en la planicie costera de
Chiapas, en el área de Mazatán. No se conoce la naturaleza precisa de la interacción
entre los varios sitios, pero hay evidencia muy firme del intercambio de productos entre
ellos, en especial de obsidiana.

Escultura Pre-Olmeca

En Guatemala mucha de la atención pública se centró en la posibilidad de que hubiera


una tradición Pre-Olmeca. En particular ha despertado gran interés la escultura
monumental de Monte Alto en el municipio de La Democracia (Ilustración 48). En este
sitio las cabezas colosales de piedra y las tallas de individuos obesos sentados, llamados
'barrigones' (Ilustración 50), han sido consideradas similares a la escultura olmeca y,
posiblemente, antecedentes de ella. Aunque las grandes cabezas de Monte Alto son
únicas (Láminas 4 y 5), se han encontrado 'barrigones' a lo largo de la Costa del Pacífico
y en el Altiplano (Lámina 10), lo que hace pensar en un horizonte cultural Pre-Olmeca
bastante extendido.

Los descubrimientos de Abaj Takalik han inducido a John Graham a elaborar el


argumento de que los antecedentes del arte olmeca se sitúan en el área del Pacífico de
Guatemala. Graham propuso que la tradición escultórica se inició con grandes piedras
de 'cantos rodados' muy poco modificados, y que a través del tiempo han sufrido
sucesivos grados de elaboración, durante los cuales algunos 'barrigones' ocupan una
posición intermedia entre los primeros 'cantos esculpidos' y el estilo escultórico olmeca.
Graham hizo notar que la figura del 'barrigón' es un tema, y que existe una gran
variedad de esculturas de este tipo. Este tema de los 'barrigones' tiene una larga vida,
que probablemente abarca muchos siglos e incluye piezas pertenecientes a diferentes
tradiciones estilísticas, entre ellas la olmeca.

Aunque la posibilidad de la existencia de escultura Pre-Olmeca en Guatemala no puede


refutarse definitivamente, hay poca evidencia que la apoye. Se debe reconocer que casi
toda la escultura, a pesar de su tamaño, es transportable y que, en efecto, frecuentemente
fue trasladada en el pasado. Es muy difícil, por lo tanto, que alguna vez se pueda
afirmar que se ha encontrado una escultura en su 'posición original'. Casi siempre las
esculturas son encontradas en una ubicación que difiere en muchos siglos de la fecha en
la que fue elaborada. Por ello su fechamiento es siempre inseguro y para hacerlo hay
que apoyarse fuertemente en su comparación con objetos que han sido fechados con
mucha seguridad. Si eso no fuera posible, otra posibilidad sería la de aplicar el método
de seriación, es decir, ordenar los monumentos según la evidencia de su evolución de un
extremo estilístico al otro.

Ninguna de las esculturas que se ha considerado Pre-Olmeca fue encontrada en un


contexto con fecha anterior al Preclásico Tardío, época que es bastante posterior al
Período Olmeca. Los argumentos que colocan estas obras como previas a las esculturas
olmecas del Preclásico Medio se basan en sus supuestos rasgos toscos, que deberían ser
anteriores a las producciones 'maduras' en el estilo olmeca. La mayoría de los
arqueólogos considera que esos argumentos basados en el estilo son precarios, y se
inclina a rechazarlos si no cuentan con algún otro tipo de evidencia independiente
(como fechamiento por radiocarbono o evidencia estratigráfica), que respalde la
secuencia propuesta. Hasta el presente hay muy poca evidencia que permita suponer que
las poblaciones del Período Pre-Olmeca eran lo suficientemente grandes, o que estaban
tan dispersas para crear tales obras. Las áreas con el mayor número de 'barrigones' son
aquellas que tienen los menores indicios de una ocupación Pre-Olmeca.

La mayoría de los arqueólogos que han trabajado en la Costa Sur tiende a clasificar las
cabezas colosales de Monte Alto y la mayor parte de los 'barrigones' en el Preclásico
Tardío, aunque la evidencia dista mucho de ser concluyente. La definición presentada
por Graham de los 'barrigones' como un tema, más que como un estilo, sugiere que
pueden tener una larga historia y abarcar varios estilos escultóricos. Sin embargo,
actualmente no existe ninguna evidencia firme de que cualquiera de tales estilos sea
anterior al olmeca.

Período Olmeca Temprano

Hay una abundancia de sitios del Preclásico Temprano en la planicie de la Costa del
Pacífico que se ubican entre 1200 y 900 AC, y que incluyen las Fases Cherla, Cuadros y
Jocotal. Estos sitios tienen cerámica que indican una continuada participación en las
interacciones sociales dentro del oeste de Mesoamérica. Sin embargo, los motivos y
representaciones del Complejo Olmeca Temprano son extremadamente raros. Se
conocen en el área del Río Naranjo y son mucho más numerosos en Chiapas.

La escasez de motivos en el Complejo Olmeca Temprano en la porción guatemalteca de


la Costa Sur, parece estar ligada a los patrones de estructura política e interacción social
de aquella época. Durante casi todo el Período Preclásico Temprano, los poblados y
aldeas más grandes estaban situados en el actual lado mexicano de la frontera con
Chiapas. Las aldeas más antiguas de la región de Mazatán se hallaban entre las más
grandes de Mesoamérica durante el Período Preclásico Temprano. Es allí donde también
se encuentra la mayor cantidad de cerámica con decoraciones identificadas con el
Complejo Olmeca Temprano. Estos motivos decorativos se vuelven más raros a medida
que se avanza hacia el este de Chiapas, lo que significaría una participación cada vez
menor en las instituciones sociales asociadas con un nivel de alta complejidad. Por lo
tanto, se ha sugerido que el Complejo Olmeca Temprano estaba ligado a un aspecto
aristocrático, de tradición cultural más amplia y compartida a través de un área mayor.

Al final del Preclásico Temprano, en la Fase Jocotal, hay evidencia más concreta de
elementos aristocráticos del estilo olmeca, los cuales están asociados con un aumento
demográfico en la región. Mary Pye y Arthur Demarest excavaron en el asentamiento
costero El Mesak, Retalhuleu, y encontraron una cerámica de pasta fina con muchas
decoraciones abstractas que parecen estar ligadas a los aspectos elitistas de la cultura
olmeca. También se encontró un fragmento de cerámica que tiene incisado el perfil de
una cabeza (Ilustración 75d). Este perfil con la cabeza hendida es una representación
olmeca común, con un posible significado religioso.

Período Olmeca Tardío

En diferentes porciones de la Costa Sur de Guatemala se han indicado diferentes grados


de participación en el sistema cultural olmeca, que rigió en el oeste de Mesoamérica
durante el Preclásico Medio. En la sección oriental de dicha Costa, en lo que ahora son
los Departamentos de Escuintla y Santa Rosa, la cerámica se diferencia, y
aparentemente principia una historia distinta y separada a la de la porción occidental de
la misma Costa. El complejo cerámico que muestra las mayores conexiones con
Chiapas y la Costa del Golfo es el Complejo Conchas, con su centro principal en el área
del Río Naranjo.

A principios del Preclásico Medio, los artefactos no cerámicos en estilo olmeca se


hicieron más numerosos, más diversos, y se difundieron más ampliamente en la Costa
del Pacífico. En gran parte, este fenómeno puede estar ligado a las crecientes
poblaciones y al desarrollo de sociedades más complejas en la región. Muchas piezas de
arte olmeca de la Costa del Pacífico probablemente corresponden a esa época. Algunas
de las más notables son la hachuela de jade de El Sitio, San Marcos (Ilustración 76), que
ha sido descrita por Carlos Navarrete; un 'altar', procedente de la vecindad de San
Antonio Suchitepéquez (Ilistración 68); y la cabeza de jade encontrada cerca de El Baúl,
Escuintla.

Las esculturas Sin Cabezas (Láminas 6 y 7), en el Departamento de Escuintla, aunque a


menudo son ligadas a la tradición de los 'barrigones', se ajustan a los cánones del estilo
olmeca, porque muestran la misma forma física y volumen inflado que tienen las
esculturas de la región de la Costa del Golfo. Un relieve de estilo olmeca, encontrado en
las cercanías de Los Cerritos, Escuintla, apoya la idea de que el estilo olmeca llegó al
área. Las pinturas sobre rocas, que son una forma muy rara del arte olmeca, también son
conocidas en Guatemala. William Clewlow ha registrado la existencia de tales pinturas
en las paredes de un acantilado cerca al Lago de Amatitlán.

La mayoría de las piezas olmecas aisladas vienen de contextos que no permiten una
consideración detallada de su localización temporal, o de su significado cultural o
social. Lo mismo puede afirmarse de las muchas piezas no publicadas que existen en
colecciones privadas de Guatemala y de fuera de este país. Hasta el presente, la
comprensión más completa de la cultura olmeca en Guatemala viene de dos lugares
situados en la porción occidental de la Costa Sur. Estos sitios son Abaj Takalik, en el
Departamento de Retalhuleu, y La Blanca, en el Departamento de San Marcos.
Investigaciones muy recientes en estos dos lugares los colocan entre los sitios más
importantes de Mesoamérica durante el Período Preclásico.

Abaj Takalik
Abaj Takalik está localizado en la Bocacosta, en las cercanías del moderno municipio
de El Asintal. Las ruinas han sido investigadas con el patrocinio de la Universidad de
California bajo la dirección de John Graham, y por el Proyecto Nacional Abaj Takalik,
que ha dirigido Miguel Orrego. Las ruinas cubren un área de más de 3 kms2, aunque la
extensión precisa de la ocupación en cualquier época del Preclásico no ha sido aún
determinada. No se sabe si alguna de las mayores construcciones monumentales del
lugar corresponde al Preclásico Medio, aunque la más grande, el Montículo 5, es similar
a muchos grandes montículos públicos construidos en la planicie costera durante el
Preclásico Medio.

El aspecto más impresionante de los primeros registros arqueológicos en Abaj Takalik


es su amplio despliegue de esculturas. El lugar es famoso por las muchas obras en estilo
maya temprano que se encontraron allí, pero el número y la calidad de las piezas de
estilo olmeca no es menos impresionante. Estilísticamente, estas piezas datan del
Preclásico Medio; no hay evidencia firme que sugiera que hubo una ocupación mayor
en Abaj Takalik antes de ese período. Este sitio tiene la colección más grande de
escultura olmeca fuera del área de Veracruz y Tabasco, aun cuando las exploraciones en
ese sitio han tocado sólo una porción de su área total. Muchas de las piezas están
seriamente dañadas o retocadas, pero todavía tienen suficientes características que las
colocan dentro de los trabajos de la tradición olmeca. Varias de estas obras son
sorprendentemente similares a las esculturas olmecas de otros lugares, sin embargo,
también ostentan un aspecto regional distintivo.

Petroglifos

La figura humana es el tema más común en la escultura olmeca. Las figuras humanas no
se representan de una manera naturalista, sino como cuerpos inflados. Estos aspectos
pueden observarse claramente en los petroglifos de Abaj Takalik. A pesar de que las
figuras se representan en dos dimensiones, talladas en bajorrelieve, todavía transmiten
la sensación de figuras infladas que sobrepasan sus proporciones naturales. En Abaj
Takalik se han descubierto dos petroglifos cerca de los arroyos que marcan los límites
este y oeste del sitio. El Monumento 1 (Ilustración 66) lleva incisa la figura de una
persona que está de rodillas. Aunque por lo común se le describe como un jugador de
pelota, la persona lleva un garrote en la mano, talvez como un arma de guerra.

Cabezas colosales

Quizás los monumentos más impresionantes de Abaj Takalik son dos cabezas colosales
que, con la excepción de Monte Alto, son las únicas que se conocen afuera de la Costa
del Golfo. El Monumento 23 es una cabeza similar a las de la Costa del Golfo
(Ilustración 77); todavía puede verse su silueta, la forma de las orejas y las bandas del
tocado. Es evidente que en algún momento la escultura original fue trabajada de nuevo
para representar una figura sentada en un nicho. En esas obras se le borró la cara, pero
dejó visibles algunos vestigios de los labios, para formar las piernas de la nueva figura.
La figura sentada en un nicho, es un tema común en el arte olmeca.

La segunda cabeza colosal es el Monumento 16-17; consiste en dos fragmentos que


originalmente se clasificaron como monumentos separados. Al colocarlos juntos, se
observó que formaban una cabeza columnar, una forma que no tiene par en el resto del
área olmeca. La boca en forma de U invertida, el tocado y el volumen total de la pieza,
claramente la relacionan con dicho estilo.

Figuras en nichos

Estas esculturas representan un ser humano sentado o parado dentro de las fauces de un
animal. Este tema es común en el arte olmeca, tanto en la escultura exenta como en los
altares de La Venta y San Lorenzo, en el Golfo de México, Chalcatzingo, en Morelos, y
Teopantecuantitlan, en Guerrero. En Abaj Takalik, además de la figura que
posteriormente se talló en el Monumento 23, están la Estela 50 y el Monumento 67. La
Estela 50 representa una figura sentada dentro de las fauces de una serpiente. Puede
verse claramente la boca del animal, pero la figura dentro del nicho se destruyó hace ya
mucho tiempo. No obstante, todavía puede observarse la silueta del cuerpo y las
piernas. El anverso del monumento muestra los restos de una fecha en Cuenta Larga, un
rasgo que probablemente fue agregado mucho después de tallarse la pieza original. El
Monumento 67 muestra dentro de la boca de un felino, probablemente un jaguar, una
figura de pie que lleva en alto un garrote.

Escultura exenta

Muchas esculturas de Abaj Takalik presentan la sensación de volumen que define al


estilo escultórico olmeca. El Monumento 55 representa a un hombre que lleva una
especie de casco y un ornamento facial (Ilustración 78). Es este último el que da a la
pieza la característica boca vertida hacia abajo, común en el retrato olmeca. El
Monumento 42 es el fragmento de una representación más elaborada de una figura de
pie, que lleva un mazo o un garrote. La figura viste un taparrabo que cae desde la
cintura y una banda alrededor de la pierna derecha.

Otras piezas

Existe otro tipo de esculturas en Abaj Takalik que son difíciles de clasificar, aunque en
términos estilísticos tienen elementos olmecas. Estas piezas incluyen a los Monumentos
14 y 15. Ambas representan a personas sentadas y en bajorrelieve. El Monumento 14
muestra a una persona que carga un felino en un brazo y un venado en el otro; viste un
estrecho taparrabo que baja desde un cinturón y es similar al tipo del Monumento 54. La
cara de la figura está erosionada pero todavía puede verse la boca vertida hacia abajo
(Lámina 9). El Monumento 15 se parece al 14, pero se encuentra aún más deteriorado.
Se aprecian los rasgos faciales y dos grandes orejeras similares a las del Monumento 14.
La parte posterior tiene una talla en bajorrelieve y muestra posaderas, patas y cola.
Podría pensarse que son los elementos traseros de un animal, con lo que el Monumento
15 sería una figura de nicho; de éste, formado por el animal, surge una figura sentada al
frente.

El gran número de esculturas olmecas en Abaj Takalik es impresionante, y ello lo


establece claramente como uno de los sitios olmecas más importantes de Mesoamérica.
Desafortunadamente, con la excepción de los petroglifos tallados hechos en roca, cada
pieza escultórica en Abaj Takalik fue reubicada mucho después de haber sido tallada, y
casi todos los monumentos fueron colocados de nuevo durante los Períodos Clásico o
Postclásico. Esta falta de contexto sólido, y la dificultad de recuperar otros materiales
culturales que correspondan al Preclásico Temprano o Medio, hacen que la
interpretación del significado cultural y social de estas obras sea extremadamente difícil.

La zona del Río Naranjo

La comprensión más completa de la naturaleza de la sociedad preclásica en la Costa Sur


se ha obtenido después de las recientes investigaciones en la zona costera del
Departamento de San Marcos. Un reconocimiento arqueológico y excavaciones en el
centro principal de La Blanca ha revelado vínculos entre el estilo olmeca y el desarrollo
de la complejidad social.

Durante el Preclásico Temprano, mientras aparecían los grandes asentamientos en la


región de Mazatán, Chiapas, las aldeas de la zona del Río Naranjo estaban al margen de
los eventos económicos y políticos de la zona de Mazatán, un aspecto que se refleja en
su tamaño relativo y en su cultura material. Mientras los sitios en la zona mencionada
muestran una gran variedad de motivos decorativos olmecas en su cerámica, durante las
Fases Cherla, Cuadros y Jocotal, tales elementos fueron escasos en la zona del Río
Naranjo. Sin embargo, este patrón se invierte al iniciarse el Preclásico Medio, que
localmente recibe el nombre de Fase Conchas. Durante esta época, la población
disminuyó dramáticamente en la zona de Mazatán y se incrementa en igual forma en la
zona del Río Naranjo. Hay indicios de que hubo desplazamiento de población de una
zona a la otra, y evidencias de un crecimiento poblacional generalizado. A medida que
la población crecía en la región del Río Naranjo, se dieron cambios sociales
fenomenales que culminaron con el desarrollo de La Blanca como la capital regional.

El desplazamiento del poder demográfico y social de la zona de Mazatán a la del Río


Naranjo estuvo acompañado por un cambio en la ubicación de las expresiones
estilísticas olmecas. Durante el Preclásico Medio estas expresiones estuvieron
considerablemente ausentes de la región costera de Chiapas. En contraste, se
generalizaron y se diversificaron en la región costera de Guatemala.

Excavaciones en La Blanca
Sin duda, el desarrollo más significativo durante la Fase Conchas fue el surgimiento de
La Blanca como un centro regional de poder. Mientras los asentamientos de la región de
Mazatán representan el aparecimiento temprano de agregados de población y
desigualdad social, La Blanca representa un crecimiento exponencial en ambos
aspectos.

El sitio arqueológico La Blanca está localizado en el municipio de Ocós, San Marcos,


aproximadamente a 10 kms del Océano Pacífico. Las ruinas cubren por lo menos un
kilómetro cuadrado y pueden sobrepasar los dos kilómetros. En 1972 durante la
construcción de una autopista desde la carretera CA-2 hasta la aldea y balneario de
Tilapa, se destruyó una buena parte del sitio lo que hizo más difícil determinar con
exactitud la extensión de las ruinas. Aun una estimación mínima coloca a aquél como
uno de los asentamientos más grandes del Preclásico Medio de Mesoamérica,
comparable únicamente al sitio La Venta, en Tabasco.
La importancia de La Blanca se comprueba por el tamaño de sus edificaciones. Por lo
menos cinco montículos parecen haber tenido allí funciones públicas o rituales. La
construcción más grande era el Montículo 1, que fue destruido para obtener relleno para
la autopista mencionada antes. Sin embargo, antes de esta destrucción, fue trazado un
mapa del montículo y se le fotografió. El mapeo, dirigido por el Ingeniero James
Hazard, muestra que el montículo tenía unos 25 m de altura y más de 100 m en cada
lado de su base (Ilustración 79).

El Nº 1 fue uno de varios montículos similares construidos durante el Preclásico Medio


en Mesoamérica. En el área del Río Naranjo, se construyeron los centros secundarios El
Infierno y La Zarca, pero ninguna estructura llegó a tener la altura del Montículo 1, en
La Blanca. El montículo principal en La Venta en Tabasco, México, también
corresponde al Preclásico Medio y es comparable en tamaño y volumen al montículo de
La Blanca. La Estructura 5 de Abaj Takalik, que mide más de 20 m de altura, es otra
construcción que puede corresponder a este período, pero todavía no ha sido excavada o
investigada. Está claro, por lo tanto, que el Montículo 1 en La Blanca puede ser
calificado con certeza como una de las construcciones más grandes del Preclásico
Medio en Mesoamérica, y muestra que el sitio fue no sólo un centro importante de
poder en la Costa Sur, sino también uno de los más grandes del mundo olmeca.

En la Blanca se han encontrado dos piezas de escultura en estilo olmeca. El Monumento


1 es una cabeza al estilo olmeca que muestra la característica boca vuelta hacia abajo.
Otras esculturas adicionales pudieron haber venido de ese sitio. Unos pobladores del
lugar informaron a Edwin Shook que una vez hubo una estela sobre un montículo al este
del Montículo 1, pero que había sido destruida por individuos que creyeron que las
incrustaciones de mica en la piedra eran oro.

Las investigaciones efectuadas en La Blanca en 1985 incluyeron excavaciones en tres


áreas residenciales. Las residencias tenían pisos, de tierra apisonada, pozos de basura y
otros rasgos que son indicadores de actividades domésticas. Los artefactos encontrados
en los pozos de basura incluían restos de utensilios usados en la vida diaria, tales como
piedras de moler, herramientas gastadas de obsidiana, cerámica utilitaria y desperdicios
de comida. Entre los desechos encontrados en dos de las residencias había cerámica que
mostraba motivos identificados por algunos investigadores como representaciones
religiosas de los olmecas. Entre estas había representaciones antropomórficas, motivos
con cabezas hendidas y otros diseños abstractos. Las dos residencias en las que se
encontró esta cerámica también tenían entre sus desechos algunos artículos raros o 'de
lujo', que pueden ser índices de riqueza o de una posición social elevada. Estos artículos
incluyeron jade, pendientes de mica pulida y, con mucha frecuencia, fina cerámica de
pasta de caolín. Sobre esta base se ha propuesto que algunos de estos motivos estaban
relacionados con un estrato social alto.

Los estudios en La Blanca ayudan a entender el contexto social de muchos elementos de


la cultura material olmeca y de su simbolismo en Guatemala. Algunas clases de cultura
material se encuentran únicamente en sitios grandes. La escultura, por ejemplo, no
aparece fuera de La Blanca. Varios símbolos y representaciones se encuentran sólo en
residencias de personas de alta posición social. Estos elementos pueden haberse
empleado para indicar la clase social en forma directa, y otros pueden estar asociados
con las actividades de personas con un nivel social alto, como las ceremonias religiosas.
Hasta el presente no hay evidencia suficiente para afirmar en forma absoluta cómo
funcionaban estos símbolos.

Conclusiones
La relación entre el estilo olmeca y el origen de la civilización en Mesoamérica fue, al
parecer, mucho más compleja de lo que solían admitir las teorías anteriores referente a
una 'Cultura Madre Olmeca'. Las investigaciones recientes muestran una clara relación
entre el desarrollo del estilo olmeca y los cambios sociales del Preclásico Temprano y
Medio. Antes que tener un único centro, el conjunto de rasgos que llamamos olmecas se
desarrollaron en una vasta área de relaciones que tuvieron sus raíces en la interacción
más temprana, identificada actualmente como Horizonte Locona. Dentro de esta área de
interacción, se aprecian tanto cambios paralelos en la cultura material como en los
desarrollos socioculturales paralelos.

Durante el Preclásico Temprano y Medio, los grupos sociales de muchas áreas de


Guatemala estaban relacionados en esferas de interacción dentro de los cuales se
desarrolló el estilo olmeca. El involucramiento más significativo parece haber ocurrido
en la Costa Sur, especialmente en la parte occidental, en lo que actualmente son los
Departamentos de Retalhuleu y San Marcos. Aparentemente la participación de grupos
del Altiplano y de las Tierras Bajas mayas fue mínima, con la posible excepción de la
cuenca del Usumacinta.

El desarrollo de la cultura material olmeca, de la iconografía religiosa y de otros


simbolismos, estuvo vinculado al desarrollo en varias regiones de una sociedad
compleja. Los rasgos olmecas aparecieron inicialmente cuando se formaron las primeras
aldeas grandes, al final del Preclásico Temprano, y parece que muchos de los elementos
que hoy se llaman olmecas estaban relacionados con varios tipos de fenómenos sociales
asociados a este proceso.

En el Preclásico Temprano los sitios más grandes y más importantes estaban en la


región costera de Chiapas. Con la transición al Preclásico Medio, los centros de
población se trasladaron al este, adentrándose en lo que hoy es Guatemala. Dos de los
sitios más importantes del Preclásico Medio mesoamericano, La Blanca y Abaj Takalik,
se encuentran en la Costa Sur. Abaj Takalik tiene un número grande y diverso de
esculturas olmecas, lo que lo distingue como un importante centro regional. La Blanca
fue uno de los sitios más grandes de Mesoamérica durante el Preclásico Medio.

Los estudios sobre la cultura olmeca han entrado en una nueva fase, en la cual el énfasis
ha cambiado, del estudio de ideas pobremente definidas acerca de la difusión e
influencias regionales, al estudio de los vínculos entre los procesos sociales y los
cambios en la cultura material. El reconocimiento de importantes sitios tempranos en la
Costa del Pacífico de Chiapas y de Guatemala muestra que esta región jugará un papel
crucial en futuras investigaciones.
MARION POPENOE DE HATCH y ROLANDO RUBIO

Arqueología de Cotzumalguapa

Uno de los centros arqueológicos más importantes de la Costa Sur de Guatemala se


ubica cerca de la cabecera municipal de Santa Lucía Cotzumalguapa, que en el
Departamento de Escuintla (Ilustración 59), que hoy en día tiene 20,000 habitantes. Esta
gran zona arqueológica está compuesta por tres subcentros conocidos como El Baúl,
Bilbao y El Castillo. La región alcanzó su más alto desarrollo durante el Clásico Tardío,
pero una estela encontrada en El Baúl, esculpida en un estilo maya temprano y que lleva
la fecha de la Cuenta Larga equivalente a 36 AC, así como el hallazgo de cerámica de la
misma fecha, indican que el sitio ya era importante en el Preclásico Tardío. Sin
embargo, los tres sitios se conocen especialmente por el gran número de monumentos
de piedra esculpidos en un estilo característico, conocido actualmente como Estilo
Cotzumalguapa, que se remonta al Período Clásico Tardío.

El municipio de Cotzumalguapa está situado en la Bocacosta, en una zona de bosque


tropical húmedo y cálido, aproximadamente a 355 m sobre el nivel del mar. Las
temperaturas en esa zona tienen un promedio de 21 a 25o C, pero las condiciones
climáticas pueden variar según la influencia de los vientos. La precipitación pluvial es
mayor que en el resto del país, con un promedio de 3,284 mm anualmente. En la época
precolombina esta zona de la Bocacosta fue una gran productora de cacao. Sin embargo,
desde el siglo XIX hasta el presente, ese cultivo ha sido totalmente reemplazado en el
área por la producción comercial de café y caña de azúcar.

En la época prehispánica, el asentamiento compuesto por El Baúl, Bilbao y El Castillo,


parece haber funcionado como una ciudad comercial intermediaria (gateway city), en
una importante ruta comercial que unía la Costa con las regiones situadas al este y al
oeste, y con el Altiplano, al norte. Una gateway city se define como un asentamiento
grande e importante, localizado estratégicamente en una ruta principal de comercio, en
la cual su ubicación resultaba decisiva para los efectos de controlar el intercambio de
bienes. Los tres sitios posiblemente funcionaron juntos, como un centro clave en la ruta
al Pacífico, en función de la redistribución de productos de la Costa y del Altiplano. A
continuación se presenta un resumen de la investigación arqueológica relacionada con
dichos sitios.

Primeras Exploraciones
El primer europeo que exploró y reconoció algunos de los monumentos del área
arqueológica Cotzumalguapa fue Jean Frederic Maximilian de Waldeck, durante la
primera mitad del siglo XIX. Posteriormente, en 1860, Pedro de Anda, funcionario civil
local, descubrió oficialmente los restos arqueológicos, y los reportó al gobierno. Se
informó del descubrimiento en la sesión de la American Ethnological Society, en Nueva
York, en diciembre de 1861.
En 1863, el Doctor Simeon Habel visitó y estudió las esculturas de Cotzumalguapa.
Aparentemente, fue la primera persona con interés arqueológico que investigó las
esculturas del sitio Bilbao. Dos años después, en 1865, el Capitán Miguel Urrutia fue
enviado con la comisión científica oficial de realizar un levantamiento del sitio y
preparar el correspondiente informe. A partir de 1876 se efectuaron los trabajos de
investigación organizados por Adolphe Bastian, del Museo Real de Berlín. El Doctor
Bastian, junto con Manuel Herrera y Pedro de Anda, lograron el desarrollo de un
proyecto de investigación a cargo de Carl Hermann Berendt. A principios del siglo XX,
Cotzumalguapa despertó gran interés arqueológico por la presencia de un estilo
escultórico no maya, el cual se atribuyó a grupos de lengua nahua, específicamente
pipiles. En 1942, J. Eric S. Thompson inició un proyecto patrocinado por la Institución
Carnegie, de Washington, durante el cual se excavó el área central de El Baúl y se
llevaron a cabo reconocimientos superficiales en los alrededores.

Investigaciones Arqueológicas Recientes


En 1962 comenzó un proyecto de investigación en el centro arqueológico de Bilbao, el
cual estuvo dirigido por Lee Parsons y fue organizado por el Public Museum de
Milwaukee y el Sciences Museum de St. Paul Minnesota. Entre 1982 y 1986 se realizó
un proyecto de investigación arqueológica en el sitio El Baúl, patrocinado por la
Universidad del Valle de Guatemala y dirigido por la Doctora Marion Popenoe de
Hatch. Actualmente, el Doctor Frederick Bove, Sonia Medrano y Oswaldo Chinchilla
realizan estudios arqueológicos en el área de Cotzumalguapa.

Los tres sitios arqueológicos mayores, Bilbao, El Baúl y El Castillo, están lo


suficientemente agrupados para ser considerados como una zona arqueológica
interrelacionada. El sitio Bilbao es el más grande de los tres y muestra la ocupación más
larga, que se extiende desde la última parte del Preclásico Medio hasta el final del
Clásico Tardío. Mucha de la información acerca de Bilbao, que se incluye en este
ensayo, proviene de las excavaciones llevadas a cabo por Parsons durante 1962 y 1963.
Los datos de El Baúl se basan en las excavaciones realizadas en el sitio por Thompson,
en 1942, y por la Universidad del Valle de Guatemala, en 1982 y 1983.

Bilbao
El sitio Bilbao se encuentra sobre un terreno inclinado de norte a sur. Con el propósito
de nivelar para erigir las estructuras ceremoniales, los antiguos pobladores construyeron
lo que se puede llamar una acrópolis formada por una serie de cuatro grandes terrazas
conectadas, que bajaban por medio de gradas de norte a sur. En esta acrópolis con
terrazas, que medía aproximadamente 600 x 175 m, se construyeron 17 plataformas
piramidales, arregladas en cuatro grupos de montículos denominados A, B, C y D. El
Grupo A es el que está más hacia el sur, es decir, sobre la terraza más baja, mientras que
el Grupo D es el más alto y está hacia el norte. Como los terraplenes al sur de cada
terraza eran empinados, se construyó una rampa amplia en las esquinas al suroeste de
los Grupos B, C y D, para facilitar el tráfico entre los niveles. Existe la posibilidad de
que haya existido otra rampa en la esquina sureste del Grupo A.

El cuerpo principal de la terraza del Grupo A sostiene a la mayoría del agrupamiento de


pirámides del sitio. Cinco de éstas rodean una plaza central, con pares de pirámides
adyacentes al este y oeste, y un montículo linear que limita al sur. Una extensión
ligeramente inferior sobre el lado este de esta terraza incluye lo que se ha llamado la
Plaza de los Monumentos, por la concentración de esculturas de piedra que allí se
encontraron. Sin embargo, de un total de 76 esculturas que se sabe pertenecían a Bilbao,
sólo seis permanecen en su posición original. Estas seis son demasiado grandes para
removerlas y transportarlas.

Dentro de la propia plaza hay una cancha enterrada, aproximadamente a 1 m bajo la


superficie circundante, la cual pudo haber servido como patio para el juego de pelota. A
pesar de que carece de la arquitectura convencional del juego de pelota, tal función se
colige porque en esa área existieron ocho grandes estelas que muestran jugadores de
pelota. Actualmente dichas estelas se encuentran en el Museum Für Völkerkunde, en
Berlín.

La terraza del Grupo B se compone de cuatro estructuras, todas relativamente pequeñas.


Encima de ella, la terraza del Grupo C tiene tres montículos simétricamente colocados,
los cuales dan hacia la plaza central. El complejo de montículos situados más hacia el
norte, el Grupo D, está construido en dos niveles. La terraza superior tiene dos
pirámides pequeñas o plataformas y en el límite de su orilla sur hay un montículo
alargado, orientado de este a oeste, el cual mide 100 m de longitud, lo que lo hace la
estructura más larga de Bilbao. Muchos edificios tenían fachadas de mampostería o de
argamasa de adobe. También se encontraron varios pavimentos de guijarros y escaleras
hechas de una sola piedra. Sin embargo, la falta de evidencia de superestructuras
arquitectónicas, aparte de las plataformas, indica que estas últimas probablemente
soportaban edificios hechos con materiales perecederos.

El 64% de la cerámica recuperada de las excavaciones dirigidas por Parsons pertenece a


los Períodos Clásico Temprano y Clásico Tardío. Aunque en el complejo se encontró
cerámica del Preclásico Medio y Tardío, el Período Clásico constituye el clímax de la
actividad arquitectónica y escultórica en Bilbao. La cerámica postclásica estaba
confinada en todo el sitio a la superficie o a los niveles cercanos a la superficie. Las
fases cerámicas definidas por Parsons se presentan en el Cuadro 11.

La cerámica del Preclásico Tardío y del Clásico Temprano muestra relaciones cercanas
con Monte Alto, al este, y con Kaminaljuyú, al noreste. Durante el Clásico Tardío se
produjo un evidente cambio en la orientación de las relaciones y una ampliación de la
red comercial. El complejo cerámico del Clásico Tardío, que caracteriza a Bilbao, se
extendía al área costera hacia el suroeste, especialmente la zona de Tiquisate. También
existían fuertes lazos hacia el norte, con el área de los actuales Departamentos de
Chimaltenango, Sacatepéquez y Guatemala. Esta relación se refleja igualmente en la
distribución del estilo escultórico Cotzumalguapa, que se extendía por la Costa y el
Altiplano Central.
El Castillo
Este sitio se encuentra aproximadamente 2 km al noreste de Bilbao. Los montículos son
más pequeños y menos numerosos, pero están asociados con por lo menos ocho
esculturas, que incluyen el importante Monumento 1 de El Castillo (Ilustración 80). A
pesar de que no se ha efectuado ninguna excavación seria en El Castillo, Parsons nota la
posible presencia de una plataforma con un templo.

El Baúl
Como ya se dijo, el grupo principal de las ruinas de El Baúl fue investigado por
Thompson en 1942. Consiste en una serie de montículos organizados alrededor de
plazas. En el extremo norte del sitio hay una gran acrópolis de 170 m de largo por 90 m
ancho y 5 m de alto. En su cúspide se encuentran tres canchas, cada una rodeada por
estructuras; una de ellas puede haber sido utilizada para el juego de pelota. Entre las
esculturas asociadas con la acrópolis hay una gran cabeza de piedra (Monumento 3), y
una conocida localmente como La Reina (Monumento 2). Estas grandes esculturas son
objeto de veneración por los indígenas contemporáneos de las Tierras Altas, que llegan
allí para realizar sus ritos y dejar ofrendas.

Thompson excavó dos estructuras, la 1 y la 6. La Estructura 6 consiste de una


plataforma baja, de 3.6 m de altura. La fachada este de la pirámide fue construida como
una unidad de tres niveles; el nivel inferior tenía una fachada de lajas delgadas, de una
piedra parecida a la pizarra. El segundo y tercer niveles tenían fachadas de mampostería
con guijarros y barro, cubiertas con una argamasa de color rosáceo. También en dicho
lado de la plataforma había una escalera hecha con bloques de piedra bien
confeccionados, sin alfardas. La plataforma superior de la pirámide estaba cubierta por
un piso de barro amasado con agua. Enfrente y atrás de la Estructura 6 había un
pavimento de piedra hecho de lajas grandes. Debajo de este pavimento, en el lado este
de dicha estructura, se encontró un escondite que contenía pedernal, navajas y puntas de
obsidiana, y dos pedernales excéntricos tridentitos. También se localizaron en el área de
la estructura varios monumentos de piedra y esculturas. Se recuperaron dos cabezas de
serpiente, en un contexto que sugiere que estaban colocadas a cada lado de una escalera,
en la parte superior de la pirámide. Los escasos restos arquitectónicos indican que el
edificio consistía de materiales perecederos, y los pocos restos de incensarios inducen a
pensar que esta estructura se usó para propósitos religiosos.

La Estructura 1 difiere de la 6 en que es una plataforma más baja y pequeña, que debió
haber soportado un edificio construido con materiales perecederos. Estaba formada por
dos niveles de terrazas, cada uno con un muro de contención vertical formado por
piedras de 'cantos rodados', de origen volcánico, sin revestimiento, que fueron colocadas
en una matriz de barro y guijarros más pequeños. En las excavaciones de la acrópolis se
encontraron tres drenajes hechos por piedras alineadas.

La cancha situada más al norte de la acrópolis, que se encuentra hundida, fue


considerada por Thompson como un posible juego de pelota. Parsons posteriormente
dirigió excavaciones en este complejo arquitectónico, y confirmó que esta identificación
probablemente era correcta. En su opinión, la cancha pudo haber sido construida en
forma de I, talvez con esculturas de cabezas con espiga en cada lado. Empotradas en las
bancas o en las paredes del juego. Se recuperaron en el Baúl más de 30 monumentos de
piedra, incluyendo varias estelas y esculturas exentas. En las excavaciones efectuadas
con el patrocinio de la Universidad del Valle de Guatemala, en 1982, se encontraron
restos de una probable residencia aristocrática, que corresponden al Período Clásico
Tardío. Estos fueron encontrados en un área al suroeste de la acrópolis, que había
trabajado Thompson. La estructura tenía por lo menos dos salas adyacentes, que, juntas,
daban a la casa una forma ovalada o absidal. El piso de cada sala estaba hecho de
grandes 'cantos rodados' colocados en la tierra, donde el lado plano de la piedra formaba
un suelo de superficie lisa y dura. El borde exterior del piso fue delineado por una pared
baja de retención, o por una base construida de piedras pequeñas e irregulares colocadas
en barro, la cual evidentemente soportaba una pared y un techo de materiales
perecederos. A su alrededor se encontró una acera o banqueta de piedra, que
probablemente permitía cierta impermeabilización, además de cumplir con fines
decorativos y de paso.

La cerámica recuperada de las excavaciones hechas en El Baúl, que primero fue


analizada por Thompson y después por los investigadores de la Universidad del Valle
de Guatemala, pertenece casi totalmente al Período Clásico Tardío. Thompson dividió
el período en dos fases, de acuerdo con la ausencia o presencia de la vajilla Plomizo San
Juan. La fase más temprana, que carece de Plomizo San Juan, la llamó Thompson Fase
San Francisco. La más tardía, que fue la predominante, y que corresponde a la parte
final del Clásico Tardío, la llamó San Juan, por la presencia de la cerámica Plomizo. A
pesar de que la fase más temprana tenía menos ejemplos en su muestra, Thompson
observó que había una obvia continuación del desarrollo cerámico del complejo más
temprano hacia el más tardío.

En las excavaciones realizadas por la Universidad del Valle de Guatemala, se


recuperaron tiestos de Plomizo San Juan en todos los cortes, pero en el porcentaje total
de vajillas, aquéllos se incrementaron en los niveles superiores, que eran los más
tardíos. En el material cerámico recuperado bajo el piso de la estructura excavada, el
0.47% de los tiestos eran de la vajilla Plomizo San Juan; sobre el piso, esta vajilla se
incrementó a un 1.45% del total.

Otras dos vajillas del Clásico Tardío, denominadas Tiquisate y Amatle, y que juntas
comprenden la mayoría de la cerámica recuperada de la estructura aristocrática, también
muestran cambios de frecuencia, que pueden ser relevantes para hacer inferencias
respecto a la comunicación y relaciones comerciales. Las dos vajillas tienen sus
orígenes en áreas afuera de Cotzumalguapa. La vajilla Tiquisate proviene de la región
del mismo nombre, al suroeste de Santa Lucía Cotzumalguapa, mientras que la vajilla
Amatle fue producida en la zona del actual Departamento de Chimaltenango, en el
Altiplano. La vajilla Amatle puede considerarse como utilitaria, pero de mayor costo,
porque probablemente fue importada del Altiplano Central a El Baúl (aunque no se debe
descartar la posibilidad de que haya sido imitada localmente). En cualquier caso, la
presencia de la cerámica Amatle en El Baúl, simultáneamente con el hecho de que el
estilo escultórico Cotzumalguapa también se encuentra en los actuales Departamentos
de Chimaltenango y Sacatepéquez, indica que existían fuertes lazos entre esas dos
regiones.
En consecuencia, es de sumo interés comparar las frecuencias de los tiestos de las
vajillas Amatle y Tiquisate recuperados en las excavaciones abajo y arriba del piso de la
estructura. Como el material encontrado debajo del piso es más temprano que el que
estaba encima, la comparación de los dos lotes puede proveer alguna indicación de
cambio en las relaciones externas del Clásico Tardío. En el estudio llevado a cabo por
Rolando Rubio, se encontró que, debajo del piso, la vajilla Tiquisate comprendía el
19.5% del total de la cerámica, y encima, era el 19%. Los tiestos de la vajilla Amatle
correspondieron al 21%, debajo del piso, y encima de éste llegó al 50%. Parece que las
relaciones cerámicas entre El Baúl y el área costera del sur continuaron sin un cambio
notorio durante el Clásico Tardío, mientras que las relaciones con la zona del Altiplano,
inmediatamente al norte, se incrementaron mucho, volviéndose más importantes.

El Estilo Escultórico Cotzumalguapa


El descubrimiento de una escultura de jade de estilo olmeca en El Baúl sugiere que
puede haber existido una temprana ocupación olmeca en esta área. Sin embargo, la
cerámica de esta zona abarca desde el Período Preclásico Medio (c 500 AC) hasta el
Clásico Tardío (c 900 DC). El Monumento 1 representa el estilo maya en el sitio
(Ilustración 71). Lleva una inscripción con una fecha de la Cuenta Larga maya
equivalente a 37 DC. Su presencia en El Baúl muestra que éste ya era un centro
importante desde el Preclásico Tardío, quizás porque ocupaba una posición estratégica
en la ruta de comercio a lo largo de la Bocacosta, y que a la vez conectaba la región con
el Altiplano.

Después del Preclásico no se encuentra el estilo maya en Cotzumalguapa; al contrario,


el Clásico Tardío se distingue por la abundancia de esculturas ejecutadas en un estilo
artístico 'mexicano', o no maya, pero que llegó a ser muy característico de la región. Los
temas de este 'Estilo Cotzumalguapa' consisten principalmente en figuras humanas no
mayas distribuidas en escenas narrativas talladas en bajorrelieve, o en figuras
individuales talladas en bulto. Las escenas narrativas generalmente incluyen dos o más
individuos asociados con símbolos, que a menudo, se refieren al juego de pelota, al
sacrificio y a la muerte. El estilo se halla distribuido al oeste, hasta Palo Gordo (10 km
al este de Mazatenango), y al este, hasta Pasaco, Jutiapa, en una distancia total de 150
km. También se encuentra el estilo en algunos lugares del Altiplano, al norte, en los
actuales Departamentos de Sacatepéquez y Chimaltenango. Investigaciones realizadas
en el Departamento de Chimaltenango, por Geoffrey Braswell, indican que en esta
región las esculturas son más tempranas, probablemente fechadas en el contexto del
Clásico Temprano, lo que sugirió a dicho investigador que pueden ser los antecedentes
del Estilo Cotzumalguapa en el área costeña. Sin embargo, el estilo está más
concentrado en los sitios Bilbao, El Baúl y El Castillo, durante el Clásico Tardío.

El estilo artístico Cotzumalguapa es particularmente distintivo en cuanto a la figura


humana, y contrasta marcadamente con el estilo maya (Ilustraciones 80-84). En el Estilo
Cotzumalguapa, el rostro humano es angular y presenta una frente, sin deformación, que
sube verticalmente de una nariz filuda y recta. El ojo es ovalado, delineado por una o
dos líneas incisas. Los labios son delgados y rectos, con la barbilla cuadrada. Los
pómulos son altos, y para acentuar las mejillas una profunda fisura se extiende desde la
nariz, por toda la orilla de la boca, hasta la barbilla. El pelo, largo y liso, se indica por
profundas líneas paralelas. Un elemento clave es que el pie se presenta de frente, en
perspectiva plana, como visto desde la parte superior (empeine), aunque el resto de la
figura se muestra de perfil. El hueso del tobillo se representa como un pequeño disco
redondeado.

El simbolismo del juego de pelota se observa en figuras humanas que poseen guantes,
un yugo alrededor de la cintura y rodillas callosas. Los símbolos de muerte incluyen
calaveras, esqueletos, cuerpos desmembrados y corazones humanos. Estos rasgos, así
como en las representaciones de Tláloc, el uso de volutas de habla, el símbolo de la
greca, el tocado xiucoatl (o serpiente de fuego) y la combinación de la numeración de
barras y puntos (talvez con relación al calendario), ha llevado a los estudiosos a atribuir
al Estilo Cotzumalguapa una influencia procedente de México. Varios investigadores
han propuesto que en esta área, durante la época prehispánica, existió una ocupación
teotihuacana y posteriormente una pipil (o náhuat). Sin embargo, hasta el momento no
se ha encontrado evidencia arqueológica que pueda comprobar fehacientemente estos
hechos, y por la cual se pueda relacionar las ocupaciones teotihuacana y pipil con el
estilo escultórico o con la evidencia cerámica. Es importante resaltar el hecho de que la
posible influencia 'mexicana' en la escultura no se refleja en la cerámica.

Evidencia de Relaciones con Culturas Mexicanas


Muchos académicos dedicados al estudio del estilo escultórico Cotzumalguapa, le han
atribuido un origen mexicano. Parsons lo considera un estilo teotihuacanoide, es decir,
influido o derivado del arte y motivos de Teotihuacan, como las representaciones de
Tláloc y Xipe Tótec, el tocado xiucoatl, etcétera. Para fundamentar dicho razonamiento,
el autor citado revisó los esquemas cronológicos mesoamericanos tradicionales para
incluir un Período Clásico Medio (Fase Laguneta), que corresponde a la fecha 400 a 700
DC (véase el Cuadro 11). Por lo tanto, el Clásico Medio combinaría la segunda mitad
del Clásico Temprano con la primera mitad del Clásico Tardío. En esta perspectiva, el
Clásico Medio empezó cuando los estilos de arte y la cerámica de Teotihuacan iniciaron
su difusión, y persistieron por un tiempo, hasta que los estilos únicamente pueden
observarse como derivados de Teotihuacan. Para Parsons, el estilo Cotzumalguapa
pertenece al Clásico Medio, y representa una fase transicional teotihuacanoide, que tuvo
sus orígenes en una influencia teotihuacana del Clásico Temprano, la cual evolucionó
por último en un complejo regional no mexicanizado, durante el Clásico Tardío,
después del 700 DC.

Aunque existe evidencia de que algunos estilos y motivos mesoamericanos pueden tener
su origen en los de Teotihuacan, durante el Clásico Temprano, hay varios factores que
hacen difícil adoptar el concepto del Período Clásico Medio. Entre éstos figura
principalmente el hecho de que, al combinarse la última parte del Clásico Temprano y el
inicio del Clásico Tardío, se hacen confusos los cambios abruptos ocurridos entre
ambos períodos. En otras palabras, las diferencias entre el Clásico Temprano y el
Clásico Tardío parecen ser mucho más pronunciadas que las continuidades, y éstas
probablemente reflejan cambios culturales bien cimentados. Muchos elementos típicos
del Clásico Temprano, particularmente los estilos cerámicos, cesan abruptamente al
iniciarse el Período Clásico Tardío. A su vez, este Período estuvo marcado por la
aparición de nuevos rasgos, tales como juegos de pelota y otras formas arquitectónicas,
figurillas huecas hechas con moldes, malacates cerámicos, la forma de vaso cilíndrico
alto, hecho en cerámica, etcétera.

Un segundo problema que presenta el concepto de Clásico Medio es que en el área de


Cotzumalguapa no existen evidencias, ni en la arquitectura ni en la cerámica, de una
fase del Clásico Temprano relacionada con Teotihuacan. La ausencia de esta cerámica
parece indicar un hiato o vacío de ocupación durante esta época, en los sitios Bilbao, El
Castillo y El Baúl. Posteriormente, durante el Clásico Tardío, se manifestó una nueva y
fuerte actividad en la construcción, la escultura y la cerámica, lo cual indica que estaban
ocurriendo desarrollos radicales en esos sitios. Sin embargo, es importante hacer notar
que la región de Tiquisate, en la planicie costera situada directamente al sur, muestra
relaciones bastante fuertes con Teotihuacan durante el Clásico Temprano, las que
pueden observarse en los estilos cerámicos y en los incensarios. Este fenómeno pudo
haber tenido un efecto en los eventos que ocurrieron posteriormente en Cotzumalguapa,
como se indicará más adelante.

A diferencia de las interpretaciones de Parsons, Thompson atribuyó el estilo escultórico


Cotzumalguapa a las migraciones pipiles. Sin embargo, con base en la evidencia
lingüística y etnohistórica, dichas migraciones probablemente ocurrieron en la parte
temprana del Postclásico, después de que había sido abandonada Cotzumalguapa. Es
posible que el arte escultórico de Cotzumalguapa sea una manifestación temprana del
estilo Mixteca-Puebla, como opina el historiador del arte Henry B. Nicholson. Este fue
un estilo u horizonte que se desarrolló en México en el Postclásico Temprano y tuvo
una amplia distribución. Se incluyen en dicho 'estilo': las figuras de serpientes, Tláloc,
calaveras y corazones como símbolos de muerte y sacrificio, el tocado xiucoatl, y los
signos del día y el mes, combinados con numeración de barras y puntos.

Análisis de las Esculturas


En general, las esculturas de Bilbao, El Baúl y El Castillo pueden ser agrupadas en la
forma siguiente: 1) Grandes rocas naturales esculpidas en bajorrelieve sobre una
superficie plana, con escenas narrativas. 2) Monumentos de piedra adornados,
incluyendo lozas verticales o estelas, gradas de plataformas y bloques rectangulares de
uso desconocido. La mayoría de éstas son en bajorrelieve, o en alto y bajorrelieve
combinados; son muy pocas las esculpidas en altorrelieve, pero en éstas los temas son
también de carácter narrativo. 3) Esculturas circulares, que incluyen monumentos
erigidos independientemente (algunos de ellos usados como receptáculos) y cabezas en
espiga utilizadas en contextos arquitectónicos, algunas de las cuales probablemente
fueron marcadores en el juego de la pelota. Cuando se representaban figuras humanas,
se trata de 'retratos'; las que no son humanas son probablemente simbólicas.

En 1985-1986, Marion Popenoe de Hatch hizo un intento de organizar las esculturas de


acuerdo con sus similitudes y diferencias, ordenándolas por la presencia o ausencia de
ciertos rasgos. Como resultado, se hizo evidente que se desarrollaba un tema a lo largo
de la secuencia. Esto no implica necesariamente que las esculturas hayan sido talladas
en tal secuencia, ya que quizás algunas o todas pudieron haber sido labradas y erigidas
en una fecha determinada, a fin de explicar un acontecimiento anterior que había
cobrado importancia. En efecto, el corpus entero puede representar una secuencia de
eventos preservados por tradición oral. Desafortunadamente, a las esculturas de
Cotzumalguapa no se les puede ordenar de acuerdo con fechas inscritas, como sucede
en la mayoría del arte maya, y fechar según el estilo artístico es siempre un problema
complicado y arriesgado.

Sin embargo, como muchas de las escenas de las esculturas de Cotzumalguapa parecen
ser narrativas y explicatorias, se pueden ordenar de acuerdo con lo que parece haber
ocurrido en orden cronológico. La secuencia resultante muestra cierta consistencia en el
tema y cambios menores en el estilo. En este intento, se pudieron identificar, por lo
menos, cuatro personajes, de los cuales tres parecen ser gobernantes locales sucesivos.
Aunque cada gobernante está asociado con un número de esculturas diferentes, hay tres
tipos de esculturas que son similares en el tema, a saber: un gran monumento con una
escena narrativa que incluye a tres personajes, de los cuales uno está recibiendo algún
tipo de autoridad de parte de otro, delante del tercero; una escultura de tamaño grande
con una escena de acción que capta cómo el gobernante logra su reconocimiento y es
elevado a una posición superior; y una escultura pequeña, en la cual el gobernante
conversa con el personaje de quien recibió la autoridad.

La escultura más temprana en la secuencia es obviamente el Monumento 1 de El Baúl


(Ilustración 71), conocido también como la Estela Herrera. Este monumento es una
excepción, ya que pertenece al Período Preclásico Tardío y no representa el estilo
artístico de Cotzumalguapa. Sin embargo, tuvo implicaciones en el arte escultórico
posterior. Tiene una figura de pie, en perfil, en estilo maya temprano, adyacente a dos
columnas de glifos, que incluyen una versión poco usual de estilo maya conocido como
'cuenta larga', fechado en el séptimo baktún e interpretado como 11 ó 37 DC. El resto de
los glifos está erosionado y no se puede descifrar. La figura probablemente usa una tela
colgante como taparrabo, rodilleras, sandalias y lleva una especie de bastón. Usa un
turbante o tocado amarrado a la barbilla y grandes aretes circulares. Sobre él hay una
figura inclinada, que ve hacia abajo y puede ser ancestral o celestial, y que está encajado
en espirales; este tipo de escena se encuentra en esculturas mayas antiguas de varios
lugares, tales como la Estela 29 de Tikal, las Estelas 10 y 11 de Kaminaljuyú
(Ilustración 51), y la Estela 2 de Abaj Takalik.

Es interesante para este estudio observar que la figura principal usa una vestimenta que
se encuentra en los monumentos del Período Clásico Tardío: el taparrabo, las rodilleras
y el turbante. La cabeza o figura inclinada que mira hacia abajo, sobre la figura central,
es análoga a la que aparece en los Monumentos 2 a 6 y 8 de Bilbao (todas en forma de
estelas y que actualmente se encuentran en Berlín), que similarmente imparte poder,
prestigio y rango a la figura situada debajo de ella. Las semejanzas en la vestimenta
sugieren que la población que ocupó El Baúl en el Período Clásico Tardío es
descendiente de la que ocupó esa región por largo tiempo. Un margen de por lo menos
varios siglos separa esta escultura de las posteriores.

En las esculturas de Estilo Cotzumalguapa del Clásico Tardío, la narrativa parece


empezar en Bilbao con dos figuras identificables que se pueden observar en varios
monumentos. Una de éstas parece ser un personaje local, que usa el taparrabo típico y
turbante en la cabeza. La otra es de una persona diferente a las demás, quizás de mayor
rango o posiblemente de una región aledaña. Este personaje puede ser identificado por
su falda, bufanda o serpiente enrollada en el pelo, y un adorno tubular que le atraviesa la
nariz. Esta persona se observa en el Monumento 21 de Bilbao (Ilustración 81). El
monumento esculpido es de gran tamaño (altura: 3.87 m; ancho 2.34 m) y ocupaba una
posición dominante en la acrópolis, localizado en la parte este de la Pirámide 2, en el
centro del Grupo B. La escena muestra tres figuras: las dos de la izquierda parecen estar
relacionadas con el contexto (aunque de esto no se tiene completa certeza), mientras que
el tercero, a la derecha, está sentado en un trono y parece ser de un rango más alto. La
figura principal viste elegantemente un taparrabo con un cinturón o faja amarrado, con
la abrazadera hacia atrás y un lado colgándole como falda de forma trapezoidal. Situado
sobre su pelo largo y lacio hay un turbante o tocado redondo, adornado con un lazo que
cuelga por un lado y con un elemento peculiar, parecido a una brocha sobresaliendo
hacia el frente del turbante. De la oreja cuelga un gran disco plano y en la cuello tiene
un adorno con cuentas que destaca en forma prominente. Parsons observa que tiene
callosidades en la rodilla, lo que lo identifica como jugador de pelota; en una rodilla
tiene una rodillera adornada y la otra está amarrada con una serpiente. Lleva sandalias y
tiene las muñecas amarradas con moñas. En la mano derecha sostiene un cuchillo con el
cual corta los productos de las enredaderas o parras, que se enroscan en el trasfondo del
relieve. Según parece, le entrega los productos a la persona que está sentada. Detrás del
personaje principal hay un individuo pequeño (quizás menos importante), que parece
tener atributos mágicos, en vista del cuchillo que sale de su boca, la muñeca en su
mano, y la extensión larga y bifurcada proveniente de uno de los ojos.

El hombre en el trono es evidentemente un personaje importante porque aparece por lo


menos tres veces en estas esculturas. Su vestimenta consiste de una falda, una especie
de bufanda gruesa, brazaletes y aros de adorno en los tobillos ataviados con cuentas. En
la cintura tiene un cinturón que termina en serpiente, cuya cabeza con lengua bífida
aparece entre las piernas, la cola colgando detrás. La figura tiene otra serpiente
enrollada en la cabeza y una cuenta tubular en la nariz. De la boca le sale una forma
espiral o semiespiral, indicando que le está hablando a una o a varias de las figuras que
están frente a él. Parece también estar recibiendo los productos ofrecidos por la figura
principal y poniéndolos en un recipiente, que contiene varios objetos, incluyendo una
muñeca, un cuchillo bipolar con una cabeza en el centro, una mariposa con cabeza
humana, vainas de cacao personificadas, frutas y posiblemente un corazón humano
sacrificado. También hay una borla amarrada al recipiente, del mismo tipo de las que
usaban en el cuello las personas de los monumentos subsecuentes y que parece ser el
símbolo del grupo local.

Esta escena sugeriría que la población local rendía tributo a alguien de rango superior
que no se viste como los demás y que tiene símbolos especiales, particularmente la
serpiente; esta persona puede ser un extranjero. El hombre con turbante especial es
representado otras veces en Bilbao y en El Baúl y, por su importancia en la narrativa, se
le ha llamado Gobernante 1. Parece que este personaje estaba subordinado a la persona
que se identifica como el extranjero.

Tal como el Monumento 21 de Bilbao, el Monumento 4 de El Baúl (Ilustración 82) es


una gran roca natural con una escena esculpida en bajorrelieve en una superficie plana.
Está localizado al oeste de la acrópolis de El Baúl. La figura importante parece humana,
pero con apariencia de esqueleto o representando a la muerte. La cabeza es una calavera
y tanto los brazos como las piernas están trazados con dos líneas para mostrarlos como
huesos, mientras que las manos y los pies son normales. La figura usa una especie de
bufanda o corbata amarrada al cuello y un pendiente circular en la oreja. El cincho del
taparrabo carece de un amarre mayor, pero la parte más ancha cuelga al frente, en forma
similar a la de las figuras de los Monumentos 19 y 21 de Bilbao. Lleva en la espalda un
marco rectangular con una extensión que se curva sobre la cabeza y cuelga sobre ella
como una borla. En la mano derecha sostiene un corazón que gotea sangre, y que fue
sacado de una víctima que se encuentra abajo.

Un estudio cuidadoso de la víctima muestra que usa una máscara Tláloc, anchas
muñequeras y un cincho con forma de serpiente muy realista, el cual, según otros
monumentos, es uno de los símbolos del extranjero. Es una escena de violencia y
muerte. Al extremo derecho hay una columna de seis puntos numéricos, realzados y
planos. Sobre esta columna hay una cabeza con una máscara Tláloc de cuya boca sale
una espiral indicando que está hablando. La escena es altamente simbólica y es difícil
determinar qué ha pasado. Sin embargo, es obvio que es una escena de muerte e implica
que el extranjero ha muerto, quizás por sacrificio o en una batalla. Por otro lado, el
sacrificio puede ser solamente simbólico, ya que puede representar la ruptura de
relaciones con el grupo o entidad que él representaba. El extranjero no aparece otra vez
en escenas narrativas, pero puede identificarse como la cabeza que mira hacia abajo en
el Monumento 8 de Bilbao (y posiblemente en las otras estelas de ese tipo, o sea los
Monumentos 2, 4, 5 y 6) que parecen ser representaciones póstumas, quizás celestiales
o ancestrales. Con excepción de estas estelas, la figura con cinturón de serpiente y con
banda sobre la cabeza no vuelve a aparecer como personaje importante en las esculturas
subsecuentes.

No es factible la identificación de la figura que efectúa el sacrificio, pero la corbata


anudada y el taparrabo con cincho la identifican como un miembro del grupo local
(Ilustración 80). El Gobernante 1 usa un adorno con cuentas y no la corbata anudada
que aparece en el Monumento 21 de Bilbao y el 7 de El Baúl; monumentos posteriores
reflejan consistencia al mostrar la figura con el nudo (aunque esto cambia nuevamente
al final de la secuencia). Incluso representaciones no humanas usan el nudo, como en el
Monumento 29 de Bilbao (Ilustración 83) y el famoso jaguar de El Baúl (Monumento
14).

Existe evidencia en el sentido de que la figura responsable de la muerte del extranjero


en el Monumento 4 fue el Gobernante 2, aunque él no haya estado entonces en su cargo
de mando. Aparece después con el mismo marco rectangular en su espalda, el pendiente
circular como arete y la corbata anudada en la misma forma. No está claro si el
Gobernante 2 fue responsable de dicha muerte o si representaba al grupo local en
general, actuando bajo la dirección del Gobernante 1 (que pudo haber nombrado a un
'capitán'). El monumento siguiente en la serie da la idea de que el Gobernante 1 estaba
todavía en el poder cuando ocurrió este acontecimiento. De todos modos, parece obvio
que acontenció algo importante, que involucró al extranjero o a las personas asociadas a
él.

La secuencia de monumentos continúa la narración de los eventos en Bilbao, El Baúl y


El Castillo. Uno de los principales de éstos es el Monumento 18 de Bilbao, encontrado
in situ frente al lado oeste de la Pirámide B-4. Es una loza vertical bastante ancha, pero
difiere de los anteriores por tener un marco o bordillo realzado alrededor del relieve, el
primer ejemplo de tal característica en la secuencia, pero este detalle seguirá. La escena,
en bajorrelieve, muestra dos figuras confrontadas a una tercera. El personaje central es,
sin lugar a dudas, el Gobernante 1, identificado por su turbante con el adorno en forma
de brocha adelante. Usa una especie de corbata anudada, taparrabo y los mismos aretes
que en el Monumento 7 de El Baúl. Aquí aparece más fornido y más viejo que en las
versiones anteriores. Aparentemente, el Gobernante 1 está entregando a la figura frente
a él, quien tiene los brazos extendidos para recibir, un estandarte simbólico que termina
en tenazas de cangrejo. Detrás de él está un hombre más pequeño, quien sostiene un
bastón o un ramo de flores y hojas. Es casi seguro que el Gobernante 1, quien también
parece estar asociado con el cangrejo y las ramas floridas, en el Monumento 7 de El
Baúl, está transfiriendo su símbolo de autoridad a otra persona.

Quien recibe el estandarte usa una especie de corbata anudada en el cuello, un taparrabo
con un cinturón (cuyos extremos se extienden al frente, formando un faldón ancho y
otro pequeño al lado), un turbante amarrado al frente, aretes de discos pendientes y
rodilleras. Esta figura puede ser identificada como el Gobernante 2. En el bordillo o
marco de la derecha se pueden notar ocho puntos realzados y aplanados. En la parte
superior del centro del monumento está esculpido otro punto en forma de un glifo
circular enmarcado, que muestra la cabeza de un mono. Posiblemente la fecha de la
ceremonia es '9 mono'.

El Gobernante 2 aparece también en los Monumentos 20 y 38 de Bilbao. Finalmente, en


el Monumento 1 de El Castillo (Ilustración 80) se observa una escena análoga a la del
Monumento 18 de Bilbao, la cual muestra el Gobernante 2 en el proceso de transferir su
bastón de mando al Gobernante 3. Este último usa un penacho o turbante xiucoatl y
aretes, pero la característica más importante es la larga bufanda que le cuelga sobre la
espalda. Esta prenda lo identifica también en esculturas posteriores, incluyendo el del
Monumento 27 de El Baúl (Ilustración 84). Este monumento está esculpido en un
relieve profundo, los contornos redondeados proveen un cambio notable del bajorrelieve
de las escenas narrativas de los monumentos previos. Muestra una escena del juego de
pelota, en la cual el vencedor usa una máscara de mono y una corbata amarrada al
pecho. La bufanda sobre la espalda y la parte ancha del cincho lo identifican como el
Gobernante 3, el cual se puede ver con la misma vestimenta en el Monumento 1 de El
Castillo. Otras diferencias estilísticas que se muestran en este monumento son el amarre
del cincho hacia el frente de la figura y las 'llamas' que le salen de la boca en vez de las
espirales usuales. Pareciera que esta escultura fuera posterior en la serie, mostrando un
nuevo estilo.

En la parte superior izquierda se puede ver una pequeña figura con dos serpientes en la
cabeza, que presenta o premia al jugador victorioso con una bolsa como la usada en el
cuello por el Gobernante 3 en el Monumento 30 de El Baúl. Esto puede simbolizar una
victoria importante que elevó de rango al Gobernante 3 o le dio derecho a la sucesión
del poder. Debajo de la bolsa hay dos pequeños puntos enmarcados, o glifos, cada uno
con un pájaro en el pico, amarrado con una moña. El perdedor, que no puede ser
identificado, está en el suelo debajo del ganador y usa una máscara con una barba
tupida. Debajo de la escena hay una franja que contiene seis figuras pequeñas, sentadas
y con los brazos cruzados sobre el pecho. Cada una lleva encima de la cabeza un
símbolo de tres puntas, como se ha visto asociado con el Gobernante 2 en la parte de
atrás del Monumento 1 de El Castillo.

En este análisis de las esculturas, se pueden notar varias tendencias e identificar por lo
menos a tres gobernantes. El Gobernante 1 aparece en las esculturas en rocas naturales,
con puntos numéricos sólidos y planos. Está asociado con el extranjero, y el cangrejo es
uno de sus símbolos. Usa un turbante con un elemento o adorno al frente parecido a una
brocha, un ornamento con cuentas anudado en el cuello y, en ciertos casos, sandalias. El
Gobernante 2 aparece en los monumentos enmarcados y con los símbolos de muerte y
sacrificio. Lleva un turbante redondo y completo, que podría estar atado al frente;
también se puede notar un marco rectangular en el trasfondo, un nudo o corbata en el
cuello, aretes colgantes circulares y pies descalzos. El Gobernante 3 revive los temas
antiguos asociados con el extranjero y sus símbolos, como el turbante xiucoatl, Tláloc y
la serpiente. Usa una como bufanda que le cuelga sobre la espalda y el atado de su
cinturón o faja al frente; algunas veces lleva sandalias.

Se aprecia un patrón general en el tipo de esculturas asociadas con cada gobernante.


Cada uno aparece en una pequeña escultura donde se comunica con otro personaje,
quien probablemente le está transmitiendo autoridad, (Monumentos 2 de El Castillo, 20
de Bilbao y 30 de El Baúl). Adicionalmente, cada gobernante se puede ver en una gran
escultura donde se retrata a tres figuras que se transmiten la autoridad de una a la otra
(Monumentos 19 y 18 de Bilbao y 1 de El Castillo). La ceremonia se expresa con la
extensión de los brazos hacia enfrente, y en dos casos se entrega un estandarte
simbólico. Finalmente, para cada gobernante hay una escultura en la que está expresada
alguna acción, por medio de la cual la persona alcanzó un rango más alto (Monumento
21 de Bilbao, y 4 y 27 de El Baúl).

Además de lo anterior, cada uno de los centros administrativos y ceremoniales dentro de


un área cultural común, es decir Bilbao, El Baúl y El Castillo, parecen estar más
relacionados con uno de los gobernantes, hecho que sugiere que cada uno de éstos se
estableció en una sección particular del sitio mayor. Las excavaciones aportan cierta
evidencia a esta observación. Bilbao tiene la mayor secuencia de ocupación y
probablemente sea un centro más antiguo, además de tener las esculturas más
importantes del Gobernante 1. El Baúl tiene una ocupación un poco más reciente
(segunda parte de Clásico Tardío), así como las esculturas más importantes del
Gobernante 2. El Gobernante 3 tiene que ver aparentemente con El Castillo, en cuyo
Monumento 1 aparece recibiendo el estandarte.

Si la secuencia es correcta, tenemos tres gobernantes que se sucedieron uno al otro,


probablemente a lo largo de un siglo o más. Como la fecha que corresponde a El Baúl
abarca la fase asociada con la cerámica Plomiza San Juan, la fecha de las esculturas no
debe ser más de 50 años antes. En otras palabras, parece que todos los monumentos
(menos el Monumento 1 de El Baúl, que es preclásico) corresponden al Período Clásico
Tardío y por eso no se les puede asignar una fecha relacionada con Teotihuacan. Sin
embargo, hay evidencia de que durante el Clásico Temprano, Cotzumalguapa tuvo
cierta disminución en su importancia y que, de alguna manera, fue sometida a la
dominación del área de Tiquisate. En contraste con Cotzumalguapa, Tiquisate tuvo
mucha importancia durante el Clásico Temprano y experimentó relaciones de alguna
forma con Teotihuacan, quizás por intereses comerciales o por adoptar sus ideologías.
De todas maneras, la interacción con Tiquisate durante el Clásico Temprano explicaría
por qué el estilo escultórico Cotzumalguapa, que surgió durante el Clásico Tardío,
muestra vestigios de estilos teotihuacanoides. También es evidente que el Estilo
Cotzumalguapa fue anterior al Estilo Mixteca-Puebla, que estuvo de moda en toda
Mesoamérica durante el Postclásico Temprano y éste, a su vez, pudo haberse derivado
de rasgos teotihuacanos tan comunes en el centro de México en tiempos anteriores.
El análisis de la cerámica del Clásico Tardío de El Baúl muestra que las relaciones
externas fueron inicialmente más fuertes con el área costera de Tiquisate, pero que
después Cotzumalguapa entró en una relación (alianza u otro arreglo político o
económico) con grupos que se encontraban en los actuales Departamentos de
Chimaltenango y Sacatepéquez, directamente al norte. En ese momento la cerámica de
las Tierras Altas entró al Complejo Cotzumalguapa y las dos regiones compartieron el
estilo escultórico. Es posible que fue por medio de la ayuda de las Tierras Altas que
Cotzumalguapa pudo romper sus relaciones subordinadas con Tiquisate y llegar a su
propia dominación en la Costa Sur.

Comentarios sobre la Presencia Pipil en la Costa Sur


En vista de que el estilo escultórico Cotzumalguapa ha sido atribuido comúnmente a
intrusiones procedentes de México, es importante examinar las evidencias en los inicios
de la Colonia, a fin de tratar de encontrar la situación lingüística en el área durante dicha
época. Las fuentes etnohistóricas, por supuesto, se refieren principalmente a las
relaciones que existieron durante los Períodos Postclásico Tardío y Protohistórico,
mientras que el Estilo Cotzumalguapa se deriva de una ocupación del Clásico Tardío.
Sin embargo, con el objeto de evaluar las especulaciones e hipótesis propuestas sobre
cómo se dio la secuencia de los hechos en la época prehispánica, es necesario revisar los
datos sobre los cuales se basan tales ideas.

La información más temprana que se tiene sobre la presencia de los pipiles en la zona de
la Costa Sur, la proporcionó Diego García de Palacio, en su Carta de Relación de 1576.
Lamentablemente, García de Palacio no pasó por el área de Santa Lucía Cotzumalguapa
durante su viaje, por lo que no existe información acerca del idioma de quienes
ocupaban el lugar en aquel tiempo. De acuerdo con dicha carta, García de Palacio
encontró hablantes de pipil en Honduras, Izalco (oeste de El Salvador), Guazacapán
(Costa Sur de Guatemala), San Salvador y Nicaragua. Según escribió, se hablaba lengua
mexica o nahua (relacionada con la pipil) en Soconusco, y el oeste de Cotzumalguapa.
En relación con Nicaragua, García de Palacio describió la lengua como 'pipil corrupto',
posiblemente refiriéndose al nicarao. Después, Juan de Torquemada mencionó a los
pipiles, en su obra escrita a principios del siglo XVII, e hizo notar que el lugar de origen
de la migración fue México:

Según se platica, entre los naturales de esta tierra,


mayormente los viejos, dicen, que los indios de Nicaragua,
y los de Nicoya (que por otro nombre, se dicen Magnes)
antiguamente tuvieron su habitación en el despoblado de
Xoconochco, que es de la Gobernación de México. Los de
Nicoya, descienden de los Cholotecas. Moraron hacia la
sierra, la tierra adentro; y los Nicaraguas, que son de la
de Anahuac, mexicanos, habitaban hacia la Costa del Mar
del Sur.

Una vez descritos los lugares que habitaban los grupos 'Nicaragua' (nicaraos que
ocuparon principalmente el territorio de la actual República de Nicaragua) y Nicoya,
Torquemada explicó que estos grupos fueron sometidos por los olmecas
(contemporáneos o históricos), por lo cual optaron por abandonar esas tierras y dirigirse
a otra parte. Relata algunas escenas de las desdichas que pasaron aquellos pobladores, y
la forma en que se efectuaron sus migraciones de estos grupos hasta llegar a la zona
costera de Guatemala:

Esta generación vino por la Costa del Mar del Sur y


pasaron por tierra de Quauhtemallan, entre los naturales
de aquella tierra. Estos adonde veían algún buen asiento,
para poblar, poblaban; y de esta generación, son los que
en la nación de Quauhtemallan, llaman Pipiles, como son
los pueblos, que llaman Ecalcos, que es la mayor y mejor
huerta, y más abundante, y rica de cacao, y algodón, que
ai en toda la Nueva España, aunque entre dentro, toda la
Gobernación de Quauhtemallan. El Pueblo de Mictal, y el de
Yzcuintlan, y otros algunos, dexaron poblados aquellos
indios, que pasaron adelante.

Se puede notar claramente en la cita anterior que, según Torquemada, fue el grupo pipil
el que pobló el área de la Bocacosta de Guatemala y El Salvador. 'Ecalcos' (Izalcos) fue
el nombre de la parte que vivía al oeste de El Salvador en el momento de la conquista
española. En esa época, el área del actual Departamento de Escuintla (el Yzcuintlan de
Torquemada) estaba en manos de una población hablante de nahua.

La información disponible indica que la presencia de hablantes de nahua en la Costa Sur


es un fenómeno tardío, que ocurrió después del Período Clásico Tardío. De acuerdo con
los análisis lingüísticos, la lengua nahua no entró al valle de México sino hasta el final
del Clásico Tardío o principios del Postclásico Temprano (800-1000 DC). William
Fowler proporciona una fecha del Postclásico Temprano, entre 800 ó 900 y 1300 DC,
para las migraciones pipiles hacia la Costa Sur de Guatemala y El Salvador. Si ello es
válido, esta fecha tardía para las migraciones pipiles hacia la Costa Sur de Guatemala
hace imposible considerarlos como los escultores de los monumentos en Estilo
Cotzumalguapa del Clásico Tardío.

Desafortunadamente, los documentos coloniales del siglo XVI no mencionan el idioma


que se hablaba en la zona de Santa Lucía Cotzumalguapa, aunque describen con algún
detalle a los grupos étnicos que vivían al oeste y este de esta zona. Sin embargo,
posteriormente, a finales del siglo XVII, Francisco Vázquez escribió que la lengua
materna de esta zona era 'cacchiquel'. En 1740 Alonso Crespo informó que en el área se
hablaba 'Quichel', probablemente confundiéndose con el cakchiquel (kaqchikel).
Posteriormente, (c 1767), Pedro Cortés y Larraz registró a la parroquia de Santa Lucía
'Cusumaluapam' como hablante de cakchiquel.

A pesar de que las divisiones lingüísticas de la Costa Sur de Guatemala, durante el


Postclásico Tardío y tiempos coloniales tempranos, podrían no tener relación directa
con las del Período Clásico, es útil considerar la evidencia etnohistórica para evaluar la
opinión de Thompson y de otros que piensan que en alguna época Cotzumalguapa fue
un centro mexicano o pipil. Thompson basó su idea en la información proveniente de
las tradiciones quichés (k'iche's) preservadas por Fuentes y Guzmán, en las que algunos
pueblos que una vez pertenecieron a los tzutujiles (tz'utujiles) fueron capturados por los
quichés y sus aliados los cakchiqueles. En esta guerra los pipiles fueron aliados de los
tzutujiles, lo que hizo suponer a Thompson que sus tierras debieron estar adyacentes.
Por lo tanto, este autor concluyó que Cotzumalguapa debió de haber estado relacionado
con la zona pipil de Escuintla. A pesar de las opiniones de Thompson, no existe
evidencia de que los pipiles residieran alguna vez en Cotzumalguapa. Este autor pudo
haber estado influido por su firme creencia de que las esculturas de Cotzumalguapa eran
puramente mexicanas en estilo, por lo que buscó una explicación razonable.

Con base en la evidencia disponible, se podría argumentar que en el área aledaña a


Santa Lucía Cotzumalguapa se hablaba cakchiquel (o quiché-cakchiquel), formando una
cuña entre el tzutujil, al oeste, y el pipil de Escuintla, al este, oponiéndose con cada una
en los límites territoriales. Esta idea es apoyada por varias fuentes etnohistóricas. En el
Memorial de Sololá está claro que los cakchiqueles eran acérrimos enemigos de la
población hablante de nahua, de Escuintla, territorio éste que los cakchiqueles
denominaban Panatacat. En la Relación del Pueblo de Atitlán, y también en la
Descripción de San Bartolomé, del Partido de Atitlán, de 1585, es evidente que hubo
muchas guerras entre tzutujiles y cakchiqueles.

Un punto más profundo que es menester considerar se refiere a la razón de la presencia


del estilo escultórico Cotzumalguapa en áreas de los valles de las Tierras Altas de
Sacatepéquez y Chimaltenango. Si se aceptara la hipótesis de Thompson y otros, ello
implicaría que la influencia pipil penetró en la zona de las Tierras Altas al norte de
Santa Lucía Cotzumalguapa, para lo cual no existe evidencia cerámica ni lingüística.
Parece posible que el estilo pudo extenderse de las Tierras Bajas a la zona de las Tierras
Altas, o al revés, por medio de las relaciones entre grupos lingüística y étnicamente
relacionados, siendo éstos los hablantes de quiché-cakchiquel u otros idiomas mayanses
de la región.

No se conoce el significado de la palabra Cotzumalguapa; indudablemente es un


nombre mexicano aplicado al área en cuestión. Posiblemente, el nombre cakchiquel
original sea el que se encuentra en un documento fechado en 1602, y relacionado con
los Xpantzay, una familia noble de los cakchiqueles del siglo XVII, que residía en
Tecpán Guatemala. En dicho documento se encuentra el testimonio de Felipe Vásquez,
hijo de Alonso Pérez, en el cual el declarante defiende su linaje contra otra rama que no
era descendiente de la realeza de los Xpantzay. Al referirse a Francisco Orozco, Felipe
Vásquez declaró:

Este era amigo de los pleitos, que recogió consigo los


hijos del pueblo y no fue Dios servido, porque se fue a
morir en la costa en Santiago Sacbinyá, donde está
enterrado este Don Francisco Orozco. Y tiene hijos este
Don Francisco Orozco, Bonifacio se llama uno y otro Juan y
otro Francisco, que son tres nietos del primer Don
Francisco, que tenía un hermano Diego Ordóñez y tiene un
nieto llamado Gaspar Ordóñez y otro Joseph, que están en
Santa Lucia Sacbinyá y tuvo otro hijo llamado Luis
Hernando, que está en el pueblo.

Lo importante de este documento es que menciona al pueblo de Santiago Sacbinyá, al


que localiza en la Costa; después se menciona al de Santa Lucía Sacbinyá, el cual, por el
contexto en que aparece, se puede pensar que estaba cerca de Santiago Sacbinyá. Se
puede sospechar, por lo tanto, que al mencionar Santiago Sacbinyá se refiere a Santiago
Cotzumalguapa (que es el nombre de un pueblo vecino que existió en la época colonial),
y al mencionar a Santa Lucía Sacbinyá se hacía referencia a Santa Lucía
Cotzumalguapa; por lo tanto, la palabra Sacbinyá podría tomarse como un término
cakchiquel usado para referirse a Cotzumalguapa.
ROBERT J. SHARER y DAVID W. SEDAT

El Preclásico en las Tierras Altas del


Norte

Este resumen sobre la ocupación, durante el Preclásico (c 1200 AC-200 DC), de las
Tierras Altas mayas del norte de Guatemala descansa básicamente en los resultados del
Proyecto Arqueológico Verapaz, que estuvo a cargo de los autores, en el sitio de
Sakajut, Alta Verapaz, en 1977 y 1988, y en el valle de Salamá, Baja Verapaz, en 1972
y 1974. Una introducción al estudio de esta región se presenta también en el ensayo de
Marie C. Arnauld incluido en este mismo volumen. Asimismo, existe información
adicional proveniente de las investigaciones realizadas por la Misión Arqueológica
Francesa en Guatemala, especialmente en los sitios preclásicos de Verapaz
(documentadas por Arnauld), y en los sitios preclásicos situados al oeste de Quiché.

Antes de las anteriores investigaciones, la región de las Tierras Altas del norte recibió la
atención esporádica de varios arqueólogos, que en su mayor parte se concentraron en los
restos materiales correspondientes a los Períodos Clásico y Postclásico. De estos
estudios tempranos solamente el informe de la cerámica de Chipoc, Alta Verapaz, y el
reconocimiento de dicho sitio efectuado por A. Ledyard Smith, incluyeron
descubrimientos correspondientes al Preclásico.

Los mayistas han reconocido desde hace bastante tiempo las relaciones lingüísticas y
culturales entre los mayas de las Tierras Altas y los de las Tierras Bajas. Con los
primeros descubrimientos de restos significativos del Preclásico en las Tierras Bajas,
por ejemplo, en Uaxactún, y en las Tierras Altas, principalmente en Kaminaljuyú, se
reconocieron similitudes generales en cerámica, figurillas y otros artefactos. Con base
en tales datos se ha supuesto que el contacto entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas
ocurrió durante el Preclásico. A pesar de la dispersa evidencia arqueológica, ya en 1940
la región de Verapaz, situada al norte de las Tierras Altas, sobre las rutas más directas
entre el norte y el sur, era considerada como la zona de intercambio entre los centros
preclásicos de las Tierras Altas, al sur, y las poblaciones tempranas de las Tierras Bajas
mayas, al norte. Esta suposición, mantenida por largo tiempo, fue puesta en tela de
juicio cuando, por la falta de evidencia de ocupación preclásica en el valle de Cotzal, al
noroeste de Quiché, se llegó a la conclusión de que todas las Tierras Altas del norte
estuvieron generalmente despobladas hasta el Período Clásico, y que, por lo tanto, la
interacción entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas durante el Preclásico fue
insignificante o inexistente. El Proyecto Verapaz se estableció para determinar si había
existido una significativa ocupación preclásica en las Tierras Altas del norte de las
Verapaces, y si existía evidencia de interacción entre las Tierras Altas del sur y las
Tierras Bajas del norte. Los resultados de esta investigación, en combinación con los
descubrimientos de la Misión Arqueológica Francesa, documentaron todo un espacio de
ocupación preclásica en ambas regiones, es decir, Verapaz y Quiché, y apoyaron la
interacción preclásica entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas. Con respecto a las
conclusiones previas referentes a la falta de tal ocupación e interacción, estos resultados,
según las palabras de un connotado mayista, han 'sepultado... aquella idea para siempre'.
En el resto de este artículo se examina brevemente la cronología y la distribución de los
sitios preclásicos en las Tierras Altas del norte, que incluyen tanto la región de la
Verapaz, como la ocupación preclásica en la región adyacente de Quiché. A
continuación, se hace un resumen sobre el desarrollo de la sociedad preclásica de
acuerdo con lo conocido en el valle de Salamá, que hasta la fecha es del que se posee
información más completa y detallada en las Tierras Altas del norte. Se cierra el
presente artículo con un resumen interpretativo del papel que jugaron, durante el
Preclásico, las Tierras Altas del norte, en el desarrollo general de la civilización maya.

Asentamientos en las Tierras Altas del Norte


En su conjunto, la información disponible indica que las Tierras Altas mayas del norte
fueron ocupadas por poblaciones sedentarias durante todo el Período Preclásico
(Ilustración 85), empezando desde el Preclásico Temprano (c 1200-800 AC). El patrón
de fechamiento y distribución de la información sugiere un crecimiento demográfico
durante los subsiguientes períodos, o sea el Preclásico Medio (c 800-500 AC), el
Preclásico Tardío (c 500 AC-0) y el Preclásico Terminal (c 0-200 DC), con
asentamientos notablemente más densos en Baja Verapaz, de acuerdo con recientes
estudios.

Se han establecido las fechas de ocupación durante el Preclásico Temprano y Medio,


para tres sitios de las Verapaces. Dos de ellos están localizados a lo largo del cauce de
ríos importantes: Sulín, unos 6 km al este de Purulhá, y Carchá I, adyacente a la actual
población de Carchá, sobre el Río Cahabón. El tercer sitio, Sakajut, está situado sobre el
cauce de un pequeño tributario en el curso superior del mismo Río Cahabón, a lo largo
de un camino que corre de norte a sur, y que continúa utilizándose como ruta comercial,
a 5 km al sur de San Juan Chamelco (Ilustración 48).

Las investigaciones de Arnauld han identificado siete sitios adicionales en Alta Verapaz
con ocupación en el Preclásico Tardío o Terminal; seis de ellos se sitúan en la cuenca
superior del Río Cahabón o de sus tributarios, que son, de norte a sur: Santa Elena,
Xutjá, Valparaíso, Pansalché, Chicán y Pasmolón. El séptimo sitio, Chichén, se localiza
en las márgenes del río del mismo nombre, a 8 km al suroeste de Sakajut.

En la región de Quiché, al oeste de la Verapaz, el reconocimiento arqueológico de


Ledyard Smith localizó dos sitios preclásicos, en el nacimiento del Río Chixoy; ellos
son Xolpacol y Cambote, a los que se agregan dos 'probables' sitios preclásicos. Una
investigación más reciente de la Misión Arqueológica Francesa identificó 15 sitios con
ocupación preclásica, situados más al este, sobre el cauce del Río Chixoy; y otros nueve
sitios con igual tipo de ocupación en dos regiones adyacentes, al sur de ese río. Entre
estos últimos se incluyen cinco sitios en la región de San Andrés Sajcabajá, y cuatro
más al este, en las regiones de Cubulco y Rabinal. También se identificó ocupación
preclásica en Comalapa, a lo largo del Río Salamá, al noroeste del valle de Salamá.
Además, el Proyecto Arqueológico Verapaz localizó un sitio preclásico en el cauce del
Río Chixoy, llamado Piedra del Tigre; una probable escultura exenta del Preclásico en
el valle de Rabinal; y el sitio preclásico Bramadero, en el valle de San Miguel Chicaj.
Por lo menos cinco de los sitios citados han proporcionado cerámica que se fecha en el
Preclásico Temprano o el Medio: Los Encuentros y Cauinal en el valle del Chixoy; La
Lagunita, cerca a San Andrés Sajcabajá; La Laguna cerca de Cubulco; y Chiwiloy,
cerca a Rabinal. Allí mismo se encontraron, conjuntamente, tipos más tardíos de
cerámica. Los restantes 20 sitios, que mostraron ejemplares de cerámica (no se encontró
cerámica en Piedra del Tigre), corresponden al Preclásico Tardío o Terminal.

En el valle de Salamá se identificaron 14 sitios con ocupación preclásica (Ilustración


85). La distribución cronológica de ellos indica un crecimiento demográfico durante el
Preclásico Tardío, con una declinación en el Preclásico Terminal. Las distribuciones
cronológicas específicas de estos 14 sitios en el valle de Salamá muestran ocupación de
siete sitios que se fechan en el Preclásico Temprano (c 1200-800 AC), nueve para el
Preclásico Medio (c 800-500 AC), 11 para la transición del Preclásico Medio al Tardío
(c 500-200 AC), 14 para el Preclásico Tardío (c 200 AC -0), y nueve para el Preclásico
Terminal (c 0-200 DC). Esta información del valle de Salamá permite un análisis más
detallado de la trayectoria evolutiva de la sociedad preclásica, en el panorama de las
Tierras Altas del norte.

Desarrollo de la Sociedad Preclásica: Un Enfoque


desde el Valle de Salamá
Una propuesta del proceso evolutivo de la sociedad preclásica en las Tierras Altas
mayas del norte, puede examinarse a través de la información procedente del valle de
Salamá,la cual presenta la secuencia arqueológica más completa revelada hasta el
presente para esa zona. En esta tarea, por supuesto, se deben tomar en cuenta las
variaciones en lo referente a las condiciones ambientales y culturales, para no caer en
una simple generalización de la información que se tiene sobre el valle de Salamá, y
para evitar hacer inferencias sin base adecuada acerca de otras regiones en las Tierras
Altas del norte. Se pretende, más bien, ofrecer una base de la cual se deriven propuestas
acerca de la evolución social, que puedan ser sometidas a prueba en futuras
investigaciones en otras regiones de las Tierras Altas mayas del norte.

La sociedad preclásica en el valle de Salamá se desarrolló, a lo largo del tiempo, en una


serie de procesos que se han inferido o supuesto. En primer lugar, se supone que los
sitios del valle de Salamá conformaban un sistema social único, y que estaban habitados
por gente que compartía un idioma común. Aquel ambiente circunscrito al valle limitó
la expansión por medio de nuevos asentamientos, y necesitó nuevas especializaciones y
sistemas de organización que respondieran al crecimiento de la población. Estas
especializaciones y organizaciones incluyeron el surgimiento de un grupo gobernante
que monopolizó el poder y usó su autoridad para determinar objetivos, dirigir
actividades, mediar en las disputas y perpetuar su posición privilegiada dentro de la
sociedad. A través del tiempo esta élite y determinadas actividades quedaron cada vez
más ligadas a áreas específicas en los propios asentamientos, mientras que algunos
centros asumieron funciones distintas y singulares. Una consecuencia de la
diferenciación sociopolítica fue el surgimiento de centros tanto funcionalmente
complejos como especializados. El centro El Portón, en el valle de Salamá, asumió
múltiples funciones, y se constituyó en el centro de gobierno para la región completa,
mientras que Las Tunas se convirtió en un centro residencial exclusivo de la nobleza.
Los Mangales se desarrolló como un sitio funerario de la aristocracia. Finalmente, la
evolución de la sociedad preclásica en el valle de Salamá fue estimulada por una
interacción local, regional e interregional. Las redes económicas, sociopolíticas e
ideológicas agruparon a las poblaciones del valle, y mantuvieron vínculos con el resto
del mundo maya, estimulando las condiciones para el crecimiento y la estabilidad, o la
declinación de la sociedad de dicho valle.

El Preclásico Temprano (c 1200-800 AC)

Mientras no exista prueba directa de ocupación preagrícola en el valle de Salamá, y


puesto que tal evidencia existe para el resto de Mesoamérica, se puede aceptar como
algo bastante probable que pequeños grupos de cazadores y recolectores hubieran
explotado los recursos del valle durante miles de años antes de la aparición de los
primeros asentamientos estables, similares a la ocupación documentada que existió en la
región de Quiché, al oeste. De hecho, la presencia de megafauna en el valle de Salamá,
probablemente del Pleistoceno Tardío, debió haber ofrecido un hábitat ideal para los
pobladores precerámicos tempranos.

La evidencia más antigua que se conoce en relación con pobladores agrícolas estables,
proviene de la cerámica y de los artefactos asociados con ella, encontrados en siete
sitios del valle. Esta información refleja ocupación en asentamientos agrícolas no
diferenciados, del tamaño de caseríos o pequeñas aldeas. El principal factor que incidió
en que estos grupos se asentaran en esta región, fue la fertilidad de los suelos en áreas
bien drenadas del valle (980-1,000 msnm), próximas a ríos. El patrón de asentamiento
dominante a lo largo del Preclásico, en el valle de Salamá, fue la ocupación en valles
abiertos y planos. En contraste, durante el Clásico Tardío y el Postclásico se tendía a
buscar los márgenes de los valles y los lugares defensivos en la cima de las colinas,
patrón que concuerda, de modo general, con los asentamientos prevalecientes en las
Tierras Altas. Cinco de los siete sitios están localizados en la planicie del valle, mientras
que dos se hallan en el margen de éste. Cuatro están agrupados en la porción más al
oriente del valle, a no más de 2 km uno de otro. Los restantes tres sitios están más
ampliamente dispersos hacia el oeste. Esto sugiere que el grupo de asentamientos al este
representa la ocupación sedentaria original del valle, la cual fue expandiéndose hacia el
oeste al dividirse los grupos. Por medio de este proceso de división de los grupos
sociales, el poblamiento de la región que rodea el valle fue sin duda un proceso
importante en la expansión de los asentamientos agrícolas en el valle. Este proceso pudo
conducir a un constante estado de guerra o a la adopción de mecanismos sociopolíticos
de integración, tales como alianzas y control por medio de un centro regional. El
ambiente delimitado del valle de Salamá probablemente influyó en que las adaptaciones
no competitivas fueran en última instancia más exitosas e importantes para el desarrollo
de esta sociedad a lo largo del resto del Preclásico.

No existe evidencia sobre diferenciaciones económicas, sociopolíticas o ideológicas


dentro de la sociedad del valle, durante el Preclásico Temprano. De hecho, el inventario
cerámico compartido por los siete sitios sugiere un único sistema social, así como una
continuidad básica de las tradiciones que tuvieron un origen común. El conjunto de la
cerámica utilizada por los pobladores sedentarios más tempranos en el valle de Salamá
(Complejo Cerámico Xox, c 1200-800 AC) refleja una tradición bien desarrollada, que
debe haber tenido sus raíces en un pasado más distante.
La cerámica del período en la región está representada por un inventario más bien
simple en formas de vasijas, aunque en general el tratamiento de la superficie y la
composición de la arcilla pudo haber sido bastante variado. Entre las vasijas cerámicas
predominan los cuencos simples con base plana y pared divergente (39%), 'tecomates' o
jarras sin cuello (29%), mientras que fueron menos populares los jarros con cuello
vertical (19%) y los cuencos con pared redondeada (8%). Los tipos de cerámica lisa,
amarillenta y sin engobe, con variada decoración plástica, son comunes en la muestra, y
a veces aparecen combinados con baños rojo oscuro. Los tipos con engobe incluyen
monocromos rojo, crema y gris, a veces alterados por zonas manchadas y
combinaciones con superficies ásperas y sin engobe, o simples áreas incisas
previamente alisadas. Se conocen algunos tipos bicromos, que consisten en vajillas
Rojo-sobre-Crema, junto con débil pintura de estuco de colores con acabado mate.
Existieron conexiones tanto con las Tierras Bajas mayas del sur, como con las Tierras
Altas, indicativo de que, incluso en estos tiempos tempranos, debe haber ocurrido una
interrelación con esas dos regiones.

Es probable que esta población inicial haya tenido sus orígenes en más de un área,
probablemente al sur (Tierras Altas y Bocacosta del Pacífico) y en las Tierras Bajas
circundantes. A pesar de que son limitados los depósitos primarios, los desechos
domésticos y otros materiales, que se han podido fechar con seguridad en el período, se
asume, con base en los datos arqueológicos de las áreas adyacentes, tanto al norte como
al sur, que los primeros pobladores del valle fueron agricultores. Restos de tierra
quemada en construcciones de barro con armazón de varas, y lascas de obsidiana,
indican que los primeros pobladores deben haber vivido de manera bastante similar a la
de sus descendientes posteriores. Existen también indicios de que se mantuvieron lazos
muy importantes con estas mismas regiones externas durante el resto del Período
Preclásico.

La significación de los lazos aludidos en las cerámicas Xox, no es clara en manera


alguna, a pesar de que Gareth Lowe ha sugerido que las poblaciones del Preclásico
Temprano se expandieron de la Costa del Pacífico hacia diversas regiones, incluyendo
las Tierras Altas mayas del norte, para lo cual se basa en los atributos cerámicos que son
comunes. Además, la cerámica Xox incluye algunas unidades que pueden derivarse de
una tradición indígena de las Tierras Altas. Otras reflejan lazos con regiones situadas
más al norte, en las Tierras Bajas. Estas diversas conexiones cerámicas externas pueden
reflejar orígenes diversos para los distintos componentes de las poblaciones que se
establecieron en el valle. Es probable, sin embargo, que se hayan mantenido conexiones
económicas y sociales con las diversas regiones de origen, después de que poblaron el
valle. En general, parece que las tradiciones cerámicas tempranas en el área maya
muestran orígenes y relaciones diversas, y todavía parece posible que las poblaciones
tempranas de las Tierras Altas del norte estuvieron involucradas en el asentamiento
inicial de las Tierras Bajas del sur.

La posición de uno de los sitios en el límite del valle (Los Mangales), sobre una ruta
natural que conduce hacia el noreste, probablemente ofreció ventajas adicionales a sus
habitantes para adquirir recursos provenientes de regiones de más altitud. Los medios
para adquirir los productos no locales, tales como obsidiana y otros recursos naturales,
que eran trabajados localmente y utilizados en el ámbito doméstico durante el Preclásico
Temprano, sólo pueden ser objeto de conjeturas. Dichos productos no locales
probablemente eran traídos al valle a través de redes de intercambio ya establecidas,
como aquellas por las cuales llegaba la obsidiana al centro de la zona olmeca y hacia las
Tierras Bajas mayas, durante la misma época. Parte del jade encontrado en los contextos
más tempranos del Preclásico, en ciertos sitios mayas de las Tierras Bajas, como El
Ceibal y Cuello, posiblemente tenga su origen en la parte media del valle del Motagua,
y pudo muy bien haber sido transportado por una ruta terrestre que pasaba a través del
valle de Salamá, y de allí hacia el norte a lo largo de ciertos sitios estratégicos, como
Sakajut, en Alta Verapaz. Parece probable, por lo tanto, que un importante factor en la
evolución de la sociedad del valle de Salamá, iniciada por lo menos en el Preclásico
Temprano, haya sido el desarrollo y mantenimiento de redes de intercambio
interregional.

El Preclásico Medio (c 800-500 AC)

Durante el siguiente período, el valle de Salamá se caracterizó por el aumento del


número de asentamientos y de la población, juntamente con los primeros indicios de
una arquitectura importante. En algunos sitios excavados se pueden inferir funciones
especializadas adicionales, las que incluían actividades residenciales, comerciales y
funerarias. Lo más significativo es la aparición de evidencia relacionada con el
surgimiento de una jerarquía sociopolítica, cuyas consecuencias fueron el subsecuente
desarrollo tanto del valle como de sus alrededores.

La cerámica del Preclásico Medio se caracteriza por una serie de modas típicas
correspondientes a este período, las cuales procedían de gran parte del área maya. La
tradición más temprana se expandió, según se muestra, con un nuevo tipo de jarro con
pintura roja sobre la superficie lisa, así como el inicio de las tradiciones negro, café y
naranja, que con el tiempo sustituyeron a las tempranas, que eran crema y gris. Las
vajillas rojas tempranas también fueron desplazadas por estos nuevos estilos. Al igual
que en el Preclásico Temprano, las formas de cuencos sencillos con paredes divergentes
son las más comunes (38-39%), si bien todas las otras formas de cuencos aumentaron a
cerca del 22% en el inventario de formas. Casi desaparecieron los 'tecomates' o jarros
sin cuello. La decoración incluye zonas con diseños de puntos hechos con punzón,
incisiones realizadas antes del engobe, con tiznado y aplicaciones cortadas. La cerámica
de este período refleja la continuación de los lazos con las regiones situadas al norte y al
sur del valle.

Se ha fechado un total de nueve sitios del Preclásico Medio, con base en su cerámica, lo
que significa un incremento de dos sobre el período previo. Esto probablemente refleja
un crecimiento demográfico. Hubo también una expansión continua de los
asentamientos desde la cuenca de San Jerónimo hacia el este. En contraste con el
Preclásico Temprano, dos sitios (Las Tunas y Los Mangales) manifiestan durante este
intervalo arquitectura funcionalmente diferenciada. En Las Tunas, localizado cerca de
un importante sistema de rutas de comercio hacia el sur, se pueden trazar los inicios de
un complejo residencial, que incluye la construcción de una plataforma extensa y baja,
que pudo haber sido la antecesora de las formas mayores desarrolladas posteriormente
en El Portón. En Los Mangales, cerca de la ruta principal que conduce en el noreste
hacia la Alta Verapaz, la primera evidencia clara de la posición social de la élite
proviene de un elaborado entierro de un adulto masculino, posiblemente un miembro
principal de la comunidad o un shamán, en una cripta con piedras alineadas dentro de
una plataforma funeraria de tierra. Este personaje estaba acompañado de objetos de jade
y concha, y tres trofeos con forma de cabeza; además, aparecieron por lo menos 12
sirvientes enterrados alrededor de la cripta, con evidencias de sacrificio y
desmembramiento. Este entierro aristocrático fue la culminación de una serie de
plataformas bajas, más tempranas, aparentemente residenciales, una de las cuales
contenía un entierro único, sin compañía, colocado debajo de un pequeño altar de
adobe.

Las causas del surgimiento de una élite local en el valle de Salamá, durante el intervalo
en cuestión, se mantienen todavía en el plano de la especulación. Las bases de las
distinciones sociopolíticas probablemente fueron establecidas durante el período
precedente, como un medio para agenciarse recursos tanto locales como importados. La
evidencia recogida en Los Mangales indica que el acceso diferencial de bienes
importados, tales como jade y concha (de los cuales el primero probablemente procedía
del valle del Motagua y la concha quizás de la Costa del Pacífico), se estableció durante
el Preclásico Medio. A pesar de que es bastante dispersa la información directa para
hacer tales inferencias, es razonable suponer que las distinciones de rango social
aumentaron a medida que un segmento de la población obtuvo el control del comercio
externo y la redistribución local. Grupos similares pudieron haber sido organizados para
controlar las actividades religiosas y militares. Los indicios de cabezas-trofeo y
numerosos sacrificios humanos, reflejan el poder ejercido por la recién establecida élite,
así como otras formas de conducta que se dieron durante los tiempos mayas más tardíos.

La organización social en el valle cambió claramente como consecuencia de diversos


eventos que ocurrieron durante este período. Se supone que a medida que surgieron las
distinciones de riqueza y poder, la confianza de la población agrícola se reforzó en favor
de los líderes que se distinguían en actividades tales como emitir fallos en las disputas
por la tierra, el agua y otros recursos, en la organización de proyectos de construcción,
empresas comerciales, ataques a los asentamientos situados fuera del valle, y el uso del
conocimiento esotérico para la curación de enfermedades y la adivinación. De manera
general, se puede decir que, probablemente, la sociedad del valle de Salamá se
desarrolló a partir de una serie de comunidades interrelacionadas, básicamente agrícolas
e igualitarias, hasta convertirse en un sistema dominado por una aristocracia
privilegiada, que poseía suficientes prerrogativas económicas, sociopolíticas e
ideológicas para poder expresar y perpetuar su poder. Como un signo de su elevada
posición, esta élite estableció un centro funerario para sus enterramientos, y
probablemente instituyó complicados rituales para que se les venerara. Todo ello sirvió
para reforzar su autoridad por medio de nexos privilegiados con lo sobrenatural, que
básicamente consistía en un culto dedicado a la veneración pública a los antepasados.
Obviamente, Los Mangales fue uno de los centros de este desarrollo, es decir, un
complejo funerario para los primeros representantes de la aristocracia. Sin embargo, los
centros residenciales y otras actividades asociadas con este grupo de poder permanece
aún sin establecerse en cuanto al Preclásico Medio, aunque, por su localización central y
posterior superioridad, El Portón parece ser el candidato más probable.

Los desarrollos enunciados sugieren una creciente interacción no igualitaria, tanto en el


valle como entre éste y las regiones vecinas. Los Mangales y Las Tunas estaban
localizados convenientemente para especializarse en el comercio externo. La creciente
especialización de tales centros y la competencia entre ellos, atemperadas por una
interacción social integradora dentro de la región, contribuyeron a mantener la
adquisición y redistribución de los recursos locales y foráneos. Los asentamientos en el
centro del valle, como El Portón, debieron haber mantenido una relación simbiótica con
las poblaciones situadas en los límites del valle, y pudieron haber empezado a
especializarse en cuanto a las funciones redistributivas.

La Transición entre el Preclásico Medio y el Tardío (c 500-200 AC)

La ocupación en el valle de Salamá continuó expandiéndose en el lapso señalado, lo


cual se marca por El Portón, que surge, cerca del centro del valle de San Jerónimo,
como el sitio dominante de la región. Mientras que los otros sitios del valle continuaron
con las tendencias más tempranas de funciones especializadas o limitadas, El Portón
creció dramáticamente como un centro político, especializado en la administración y el
control de los destinos del resto del valle.

La cerámica de este período refleja muchas características de una transición entre el


Preclásico Medio y el Preclásico Tardío, y marca el desarrollo de tradiciones cerámicas
cada vez más regionales. La tradición de jarros rojo-sobre-ante continuó con diversas
variaciones, inclusive un estilo más lustroso de engobe pintado. La tradición anaranjada
muestra una marcada expansión con un énfasis en el acabado más brillante de las
superficies, y aparecen también las vajillas Negro-Café. A pesar de que casi desapareció
la decoración de vajillas sin engobe, en las que se utilizaban manchas de color rojo y
aplicaciones, y decayeron bastante los tipos con engobe rojo, continuaron en cambio las
incisiones hechas antes del engobe, y las incisiones postengobe hicieron su primera
aparición importante. Continuaron los cuencos simples con pared divergente, con casi el
mismo porcentaje que antes (35%). Las formas de las jarras son variables; las que tienen
cuello divergente -cuello vertical- y cuello curvo-divergente conforman
aproximadamente el 12% del número total de formas. Una mayor variedad de éstas
conforma el porcentaje restante del inventario de vasijas. La cerámica de este período
muestra marcadas características de las Tierras Altas mayas, pero algunos otros tipos
indican nexos persistentes con el norte y con las Tierras Bajas más lejanas. Los 11 sitios
fechados en conexión con el período que se analiza, gracias a la presencia de cerámica
Tol, reflejan una continua tendencia al incremento de población en el valle. Esto se nota
especialmente en la evidencia inicial de los asentamientos de San Jacinto, en el valle de
Salamá, presumiblemente como resultado de la expansión fuera de los límites del valle
de San Jerónimo. Para dicho período, también, la información indica una marcada
variedad de categorías entre los sitios del valle, según se puede notar por las diferencias
de tamaño y complejidad.

Los materiales obtenidos de un número de depósitos primarios en el valle revelan la


variedad de restos que se han conservado de una típica ocupación en una aldea del
Preclásico. Los desechos de estos asentamientos incluyen restos de adobe quemado
procedente de construcciones de caña y lodo; fragmentos cerámicos de vajillas de uso
doméstico; vasijas con engobe más fino; fragmentos de figurillas antropomórficas y
diversos artefactos de barro quemado; piedras y manos de moler, usadas en la
preparación de masa de maíz cocido; artefactos de obsidiana, básicamente navajas
prismáticas; desechos de manufactura de herramientas; ornamentos de jade y restos de
una industria de manufactura de jade; hueso trabajado y fragmentos de concha,
aparentemente ornamentales; fragmentos de hacha de piedra pulida y martillos de
piedra; restos de materia vegetal carbonizada como semillas de aguacate, cacao y
jocote; restos fragmentarios de animales, usualmente quemados, como venado, tapir,
perro, conejo, roedores (agutí y tepescuintle); y jute, un caracol fluvial local, muy
común. Indicios de restos de huesos humanos quemados, entre estos mismos desechos,
también pueden indicar canibalismo ocasional.

Los Mangales mantuvo su función como necrópolis, pero no creció en tamaño o


complejidad. De hecho, en los entierros de la élite, durante el período, se encontraron
menos sirvientes sacrificados que en las tumbas de principios del Preclásico Medio. Las
Tunas, en contraste, se desarrolló como un complejo residencial de la aristocracia,
cuadrangular y bien definido, similar en su distribución a un típico patrón posterior del
Clásico, en las Tierras Bajas mayas.Las construcciones sobre la terraza norte de El
Portón pueden haber tenido una distribución similar y constituyen, posiblemente, el
complejo residencial elitista más temprano en ese sitio. Un patrón de plataformas en
arreglo cuadrangular en el sitio de Sakajut, Alta Verapaz (Ilustración 87), es bastante
similar en su distribución a Las Tunas, y pudo haber funcionado como un pequeño
centro organizacional para una red de intercambio entre el valle de Salamá y centros
situados más al norte.

El cambio más sobresaliente en los asentamientos del valle, durante el período bajo
análisis, sucedió en El Portón. Tras haber sido previamente un gran asentamiento,
aunque aparentemente no diferenciado, El Portón se transformó gracias a una serie de
nuevas construcciones realizadas con rellenos de tierra. Primero se construyeron
pequeñas plataformas, sobre las cuales posiblemente se levantaron residencias de la
nobleza. Después, durante el mismo período, el sitio se expandió grandemente, por
medio de la construcción de cuatro extensas terrazas elevadas, las cuales es posible que
sirvieran como áreas para efectuar asambleas públicas, cada una de las cuales tenía,
según parece, estructuras ceremoniales especializadas.

Dichas terrazas pueden haber sido ligeramente diferentes, no obstante sus funciones
complementarias. La Terraza 1 presenta la mayor cantidad de evidencia residencial y
ceremonial; en las Terrazas 3 y 4 aparecen indicadas las mismas funciones. La Terraza
2 se convirtió en el centro de manifestaciones rituales dirigidas a la veneración pública
del complejo estela-altar, incluyendo la temprana inscripción jeroglífica del Monumento
1 (Ilustración 86). Este monumento está fechado c 400 AC, por lo que llevaría el más
antiguo texto maya conocido. El hecho de que los Monumentos 1 y 2 sean los más
tempranos en una serie de combinaciones de estela y altar, de muestra que estos
ejemplos en el valle de Salamá son también más antiguos que los conjuntos de
monumentos del Preclásico Tardío de las Tierras Altas del sur y de las áreas de la Costa
del Pacífico. Las únicas tradiciones contemporáneas de estelas talladas conocidas son
las del valle de Oaxaca, y algunos ejemplos algo más tempranos que se encuentran en la
Costa del Golfo de México, en Chalcatzingo.

De aquí en adelante, El Portón opacó significativamente a todos los demás


asentamientos preclásicos en el valle de Salamá. Ello refleja su predominio sobre toda la
región durante este intervalo. Es significativo que ningún otro sitio en el valle, con
excepción de El Portón, haya incrementado su tamaño sino hasta en el Período Clásico.
La hegemonía de El Portón se vio favorecida por diversos factores. Primero, su
ubicación central en el valle, lo cual le proporcionó una obvia ventaja para controlar las
comunicaciones de dicha área, lo que le permitió su crecimiento demográfico. El
poblado también desarrolló importantes especializaciones en diversas manufacturas,
como el trabajo del jade y la obsidiana, y ello le posibilitó ser el foco de relaciones
económicas tanto en el valle como en las áreas circunvecinas. Por lo tanto, el
surgimiento de El Portón como un centro político-administrativo dominante en el valle
se basó tanto en su localización estratégica como en el control de las actividades
económicas, sociopolíticas y ceremoniales. El logro más significativo que se alcanzó en
todo el valle, fechado en asociación con este período, es el desarrollo de sistemas
locales de numeración y escritura, lo cual estuvo íntimamente ligado a otros procesos
evolutivos observados en los registros arqueológicos disponibles. Las investigaciones
en el valle muestran, de modo algo sorprendente, que en los monumentos de este
período se emplearon dos estilos escultóricos diferentes, que evidencian tradiciones
bastante diferentes. El primero de estos estilos se hacía con una técnica de punzonado e
incisión, que aparece en dos pequeñas lajas o estelas en miniatura, conocidas como
Monumentos 13 y 14 (Ilustración 88). Se utilizó también en los dinteles en una cripta
(Entierro 5) de un importante personaje, o shamán, en el sitio de Los Mangales, situado
en uno de los límites del valle. Otro monumento de este estilo es una enorme roca,
encontrada en Piedra de Sacrificios, la cual registra información aparentemente
calendárica, numérica o ritual, en la que se usó una notación especializada en forma de
cúpula. A pesar de que el significado de tales notaciones sigue siendo incierto, podría
representar un componente ancestral de la escritura maya que apareció más tarde.

Un elemento relacionado con el desarrollo temprano de la escultura y la escritura en el


valle aparece indicado con más claridad en una estela esculpida en bajorrelieve, la que
probablemente representa la figura de un gobernante en la escena central, que en la
actualidad está bastante deteriorada. Tiene una inscripción jeroglífica en columna
vertical, al estilo maya, la cual aparece en una piedra mucho mayor, es decir, el
Monumento 1 de El Portón, el centro dominante del valle. Esta demostración de una
temprana forma de escritura jeroglífica aparece asociada a la fecha en radiocarbón 410-
370 AC (calibración CRD-10). Parece ser ligeramente más tardía, en el mismo período,
que la notación en forma de cúpula encontrada en Los Mangales y en Piedra de
Sacrificios.

La asociación de las piedras con el entierro de un individuo de alto rango en Los


Mangales, parece ser el prototipo de la costumbre de romper, descartar o enterrar
ritualmente los monumentos asociados a un gobernante, lo que se practicó después
durante el Período Clásico. Del mismo modo, el texto conservado en el gran
Monumento 1 de El Portón, tallado en bajorrelieve, parece ser un claro antecedente del
sistema jeroglífico maya que se desarrolló a través del Clásico. La presencia de estos
dos distintos estilos en contextos diferentes en el valle de Salamá, es probable que tenga
importantes implicaciones en el surgimiento de la escritura en el área maya.

El Monumento 1 y el altar que lo acompaña requirieron un considerable esfuerzo


colectivo para transportarlos; presentan, además, una gran elegancia en su talla y en el
texto. Estas esculturas fueron colocadas en un lugar sagrado en una gran área elevada,
constituyéndose en el foco de la actividad ceremonial pública en el mayor centro del
valle. Dicho contexto indica que este monumento esculpido, y también su texto glífico,
ejecutados de manera tan artística para retratar un evento, era parte de un privilegio de
que gozaban los personajes con autoridad, y que se usaba evidentemente para fijar sus
fisonomías, para conmemorar sus logros, para justificar su pertenencia a ciertos linajes,
y afirmar así su derecho al poder. Se puede suponer, en el contexto social del Preclásico,
que la reproducción de jeroglíficos en monumentos públicos debió haber sido
interpretada por el pueblo como signos ideológicos, que tuvieron el papel de reforzar
efectivamente la estructura sociopolítica.
Por otro lado, los elementos no representativos y cursivos del sistema de escritura en
forma de cúpula, que aparecen en los sitios más pequeños situados en los límites del
valle, fueron superados en El Portón. El uso de formas abstractas, separadas del arte
representativo, debe haber requerido un previo entrenamiento e iniciación de quienes se
especializaban en su uso efectivo, una circunstancia probablemente reservada a los
directores de los cultos shamanísticos esotéricos. Por lo tanto, parece razonable pensar
que El Portón surgió como el centro dominante del valle durante el Preclásico. La
tradición jeroglífica representativa, asociada a este poder unificador, alcanzó una
categoría superior, y finalmente rebasó, o incluso suprimió, a la antigua tradición de
escritura en forma de cúpula. Sin embargo, algunos de los rasgos de ésta continuaron
usándose: el sistema numérico de barras y puntos, y la inclusión de elementos en forma
de cúpula, que en la escritura jeroglífica servían como modificadores simbólicos o
fonéticos.

En El Portón, la asociación de un sistema de escritura jeroglífica con el surgimiento de


un centro en el valle, que llegó a dominar la región, sugiere también que tal sistema
pudo haber sido transmitido a otras áreas, a través de las amplias redes de comercio por
las cuales se transportaban jade, obsidiana, plumas de quetzal y otros bienes suntuarios,
y que florecieron durante el Período Preclásico. Tales lazos comerciales entre los
diversos centros del Preclásico en el sur de Mesoamérica, deben haber proporcionado
los medios para la transmisión de textos escritos en una variedad de formas de
comunicación, las cuales, en conjunto, seguramente facilitaron, e incluso promovieron,
el flujo de los conceptos sociopolíticos, ideológicos y escultóricos, que estaban
relacionados íntimamente con tales tradiciones gráficas. El distinto rango económico,
social e ideológico, que tenía cada uno de los centros, y también el prestigio de los
linajes gobernantes asociados a ellos, juntamente con las diferencias lingüísticas,
posiblemente influyeron en la preferencia de formas y convencionalismos en cuanto a la
escritura; y esto último determinó que algunos elementos fueran abandonados y otros,
por el contrario, llegaran a ser más elaborados e imitados. En este modelo, en el cual la
evolución de la escritura y la comunicación durante el Preclásico forman una compleja
trama, el valle de Salamá debe haber funcionado como una estación intermedia ideal
para viajar y para el intercambio comercial, gracias a su localización sobre la ruta
terrestre más directa y conveniente entre las Tierras Altas del norte y la Costa del
Pacífico, y las Tierras Bajas mayas. Estas redes del valle de Salamá deben haber sido
conductos ideales para la comunicación, y para que se difundieran los experimentos e
innovaciones en la notación, que resultaron del uso simultáneo de distintos sistemas
gráficos. Dichas redes, asimismo, pueden haber tipificado los nexos desde los cuales la
escritura maya, y los sistemas sociopolíticos e ideológicos asociados a ella,
evolucionaron, hacia su punto máximo, durante el Período Clásico.

El Preclásico Tardío (c 200 AC -0)

Durante esta fase el valle de Salamá permaneció bajo el dominio de El Portón. De


hecho, mientras que algunos de los asentamientos del valle declinaron o incluso fueron
abandonados, El Portón continuó expandiéndose en tamaño e importancia, como un
centro político-administrativo y ceremonial para toda la región. Este desarrollo parece
haber seguido a un episodio de deposición volcánica en el valle, fechado c 200 AC, el
cual pudo haber alterado las condiciones ambientales locales. A pesar de todo, la
información disponible refleja una culminación de las tendencias ya anotadas en las
fases precedentes del Preclásico.
La cerámica del Preclásico Tardío presenta diversas modalidades que son comunes en
toda el área de las Tierras Altas mayas durante el mismo período. Algunos tipos
cerámicos son compartidos por el Altiplano, la Costa Sur de Guatemala y el oeste de El
Salvador, y están integrados en la llamada Esfera Miraflores. Las vajillas naranja
monocromas se desarrollaron hasta convertirse en una variedad propia del valle de
Salamá, la cual fue la dominante, juntamente con los tipos relacionados con ésta, los
que presentan incisiones y surcos, y con decoración Usulután. Continuó la cerámica con
engobe café-negro, al mismo tiempo que apareció una nueva clase de engobe rojo.
También continuó el rojo-sobre-ante, con una ejecución cada vez más cuidadosa. Las
formas de las vasijas, en especial, muestran un repertorio mucho más amplio que antes,
pero es llamativo que los cuencos de silueta compleja y de pared curvada presentan un
incremento mucho mayor que las formas más simples. Son típicas de esta época las
vasijas con pestaña labial o medial. Los jarros con cuellos divergentes (16%) dominan
el inventario de esta forma cerámica. En general, la cerámica del valle de Salamá,
correspondiente a este período, denota fuertes nexos con las Tierras Altas mayas del sur,
aunque algunos tipos presentan una continua interrelación con las Tierras Bajas al norte.

De esta fase se han identificado 14 sitios, el número más alto para el Preclásico, a pesar
de que sólo uno (San Jacinto) se sitúa dentro de la cuenca de Salamá; 10 de los sitios
restantes reflejan una continuidad en sus asentamientos, desde el período de expansión
anterior; y tres (El Cacao, Santa Catarina y Santo Domingo) representan ocupaciones
nuevas o renovadas en la cuenca de San Jerónimo.

La característica más sorprendente de este período fue la consolidación de El Portón


como el centro dominante de los asentamientos y la actividad en la región. Durante este
tiempo fue casi abandonado el complejo residencial aristocrático de Las Tunas, cuyas
construcciones de remate siguen siendo enigmáticas, ya que se quedaron sin completar
o como el resultado de un ritual de terminación. También cesó la antigua función de Los
Mangales como un centro mortuorio de la élite. A pesar de que este sitio proporciona la
única evidencia de arquitectura no residencial para este período, con excepción de El
Portón, ésta no es más que una plataforma pequeña y baja. Los restantes sitios del valle
parecen haber funcionado como comunidades agrícolas dispersas, dependientes o
controlados por la jerarquía residente en El Portón.

Las construcciones mayores en El Portón se realizaron sobre cuatro terrazas completas,


con sucesivas renovaciones de las plataformas iniciadas durante el período anterior. Las
adiciones a la plataforma basal y subestructura de la Estructura J7-2, elevaron ésta a
más de 14 m de altura, la mayor construcción en el valle durante el Preclásico. Es
probable que sobre esta estructura se llevaran a cabo rituales dirigidos por la élite, los
cuales eran presenciados por el pueblo, que se reunía en la terraza inferior, y así haber
reemplazado a Los Mangales como centro mortuorio de la élite. Es necesario realizar
más excavaciones para determinar si la Estructura J7-2 contiene tumbas de quienes
gobernaron El Portón durante el Preclásico Tardío, que posiblemente eran análogas a
aquellas encontradas en el contemporáneo Montículo E-111-3 de Kaminaljuyú.

Es probable que las ceremonias públicas se dieran también en la Terraza 2, sobre la


Estructura J7-4, a pesar de que el antiguo Monumento 1 y su texto jeroglífico haya sido
enterrado por la construcción del Preclásico Tardío y sustituido por una serie de estelas,
altares y altares cóncavos simples. Las plataformas en el lado este de la Terraza 1,
juntamente con otras inmediatamente al oeste de esta terraza, componen el conjunto
arquitectónico más denso en El Portón. Cuatro plataformas forman aquí un cuadrángulo
que probablemente sirvió para fines rituales y para residencia del gobernante local y de
sus parientes inmediatos.

Los factores que mantuvieron el dominio de El Portón son indudablemente los mismos
que ayudan a explicar el surgimiento de su poder en los siglos precedentes. Parece claro
que durante el Preclásico Tardío todas las actividades económicas, sociopolíticas y
ceremoniales de la región, excepto aquellas locales de una serie de pequeñas
comunidades agrícolas subordinadas, dispersas a todo lo largo del valle, se hallaban
centralizadas en El Portón. Fuera de su región inmediata, El Portón parece haber
controlado el comercio y otras relaciones a gran distancia, todo lo cual le permitió
mantener su posición dominante.

La continuidad de una tradición de monumentos tallados en el valle, durante éste y el


intervalo subsiguiente, está representada por cuatro estelas recuperadas, en el sitio
Laguneta, por el lado de Sibabaj, a 2 km al sur de El Portón. Por indicios se puede
suponer que estos monumentos (Ilustración 89) estuvieron colocados en El Portón,
antes de ser trasladados y usados de nuevo en Laguneta. Aunque estos monumentos
muestran algunas características de estilo, similares a la contemporánea tradición de
Izapán, situada bastante al sur, y pueden, asimismo, estar relacionados con el desarrollo
de las tradiciones monumentales de las Tierras Bajas, también manifiestan un aparente
desarrollo local, que ha sido llamado Estilo Escultórico Verapaz, que los liga con un
cuerpo, aún mayor, de esculturas talladas del sitio La Lagunita, en Quiché. De manera
significativa, estos dos centros del desarrollo escultórico de las Tierras Altas, que
corresponden al Preclásico Tardío, están localizados a lo largo de importantes rutas que
conectaban el valle de Salamá para la adquisición de recursos importantes,
especialmente jade de la parte media del Motagua, y posiblemente, sal de Sacapulas, a
través de La Lagunita. Es interesante que las esculturas tanto de Laguneta como de La
Lagunita no muestran una evidencia clara de escritura jeroglífica, lo que podría indicar
una revuelta iconoclasta que, según se ha sugerido, pudo haber afectado el área maya
del sur y suprimido de aquí, en adelante, el desarrollo y uso de la escritura en
monumentos públicos. De manera alternativa, la mutilación de monumentos podría
reflejar otros procesos sociales, como la transferencia de poder entre gobernantes o
linajes dominantes.

El Preclásico Terminal (c 0-200 DC)

Hasta esta etapa, la evolución de la sociedad en el valle de Salamá estuvo dominada por
desarrollos autóctonos, pero su curso, durante el Preclásico Terminal, se vio cada vez
más influido o incluso controlado desde afuera. Este período fue testigo de una drástica
disminución, tanto en el número (nueve) como en el tamaño de los sitios en el valle.
Para esta fase no se sabe de ningún asentamiento en la cuenca de Salamá. Es probable
que haya habido una ocupación dispersa en las sierras orientales que dominan el valle,
pero, al igual que en la fase anterior, todos los sitios, con excepción de El Portón,
parecen haber sido asentamientos agrícolas dispersos.

El Preclásico Terminal está definido por la presencia de dos nuevos grupos de cerámica
con engobe, una vajilla crema, y otra con una nueva tonalidad anaranjada, que vino a
reemplazar a la anterior tradición del mismo color. Esta nueva tradición anaranjada
parece ser la antecesora de los monocromos anaranjados que aparecieron después,
durante el Período Clásico, en la misma región, y muestra una arcilla y un engobe más
suaves, distintos de los anteriores. Adquirieron nuevamente popularidad los cuencos de
silueta sencilla, tanto los que tenían pared divergente como los de pared curvada (52%),
en contraste con las formas que tenían antes. La mayoría de los jarros tienen cuello
curvado (13%), y se utilizaron más que antes los soportes en las vasijas, que son
sólidos, con forma de pezón o de bulbo, y mamiformes huecos. Algunos tipos de la
tradición de monocromos anaranjados muestran claras afinidades con la cerámica de las
Tierras Bajas del norte, y reflejan una continua interrelación con dicha región. Otras
vajillas y estilos que eran objeto de comercio muestran, asimismo, que la interacción
continuó también con las Tierras Altas mayas.

La evidencia disponible indica que El Portón perdió una significativa porción de su base
de subsistencia y preeminencia durante el Preclásico Terminal. La construcción y las
actividades ceremoniales de alguna importancia parecen haber quedado confinadas a la
Terraza 2, donde empezó a vislumbrarse un incipiente uso de la piedra en la
construcción, que fue precursor del mayor uso de este material durante el Período
Clásico. Las causas de esta declinación en la construcción, que continuaron
presentándose en este sitio central del valle durante la etapa subsiguiente, son bastante
vagas. Lo que sí está claro es que, en el Clásico Temprano, El Portón había sido
completamente abandonado; y parece bastante probable que, durante este intervalo, el
valle de Salamá haya caído bajo el dominio de un centro externo, que pudo haber sido
Kaminaljuyú, el mayor sitio de las Tierras Altas mayas durante el Preclásico.

De hecho, la localización estratégica del valle de Salamá, especialmente su posición en


la principal ruta rumbo al norte hacia las Tierras Bajas mayas que estaban
desarrollándose rápidamente, debió haber hecho que El Portón y su área de sostén
fueran una obvia y tentadora presa para un poderoso centro como Kaminaljuyú. La
mejor evidencia de esto se encuentra en el hecho de que todos los utensilios para el
culto, encontrados en El Portón, parecen haber tomado sus patrones de Kaminaljuyú.
Además, la cantidad de nexos con este último lugar, que se observa en los artefactos del
valle de Salamá, parece que alcanzó su cúspide durante el Preclásico Terminal. El
brusco aumento de una muy definida influencia, y posiblemente también de poblaciones
procedentes de las Tierras Altas del sur, puede verse, asimismo, en la región de Quiché,
alrededor del sitio La Lagunita, en el mismo tiempo.

Se ha sugerido que, para finales del Preclásico, El Portón pudo haberse convertido en un
centro dependiente. Aunque este predominio de Kaminaljuyú sobre El Portón debe ser
todavía sometido a prueba por medio de futuras investigaciones, parece ser que además
del dominio económico, las alianzas sociales y políticas entre los dos centros también
jugaron un papel importante en esta relación. Aunque la riqueza que reflejan las
ofrendas de los escondites hallados en El Portón, correspondientes a este período, es
insuperable en la región, la cantidad y magnitud de todas las actividades rituales y
públicas de hecho disminuyeron significativamente desde los tiempos precedentes. Si
suponemos que Kaminaljuyú desestimuló la continua expansión de El Portón, por ser
éste un centro regional rival, los recursos de mano de obra disponibles en el valle
pudieron haber sido sustraídos del control de El Portón, y ser usados en cambio para la
expansión de empresas comerciales o la recaudación de tributos bajo las órdenes de
Kaminaljuyú. Por lo tanto, la disminución de la actividad en El Portón y en el valle de
Salamá, al final del Período Preclásico, no significa necesariamente que hubiera un
marcado descenso de población, sino más bien podría representar una reorganización y
nueva dirección en la población del valle, al servicio de una autoridad externa.

En contraste con el panorama anterior se produjo un dominio exterior sobre el valle. Las
investigaciones futuras deberán esforzarse por determinar si hubo algún proceso local
de reorientación que haya podido desplazar los destinos del valle hacia otro sitio local,
como Salto, situado más estratégicamente para explotar las cambiantes condiciones
políticas y económicas.

Conclusiones
Los sitios del Preclásico en las Tierras Altas del norte tendieron a agruparse en dos
regiones: un grupo al oeste (en el curso medio del Río Chixoy y áreas adyacentes de
Quiché), y un grupo al este (en Baja y Alta Verapaz). La evidencia arqueológica
disponible indica que ninguna de estas agrupaciones estuvo aislada, sino más bien que
ambas estuvieron involucradas en una amplia red de comunicaciones con otras regiones
del área maya, tanto en las Tierras Altas como en las Tierras Bajas. En cuanto a
cerámica, las Tierras Altas del norte, en los primeros tiempos de la historia de sus
asentamientos, parecerían ser más cercanas al límite norte de la Esfera Cerámica
Conchas, que relaciona los complejos Conchas, Las Charcas y Tok de las Tierras Altas
del sur y Costa del Pacífico, con los complejos Xox y Santizo de las regiones de Baja
Verapaz y Quiché. Más tarde, durante el Preclásico, los complejos Tol, Uc y Noguta se
sitúan claramente dentro de la Esfera Cerámica Miraflores, y tentativamente definen la
periferia norte de esta esfera. En el Preclásico Terminal, posiblemente con anticipación
a los cambios que ocurrieron durante el inicio del Período Clásico, las modificaciones
en el repertorio cerámico han conducido a la proposición de una nueva Esfera llamada
Lilillá. Al revisar estos datos, parece probable que toda la región de Verapaz mantuvo
relativamente más relación norte-sur, por su localización directamente entre los centros
de población del área maya del sur (el valle de Guatemala y la planicie de la Costa del
Pacífico) y las Tierras Bajas mayas al norte, especialmente las partes altas de los ríos
navegables, como el Río de La Pasión. Se necesita una mayor investigación en
horizontes más tempranos para comprobar la hipótesis de que las Tierras Altas mayas
del norte estuvieron íntimamente involucradas en la colonización inicial de las Tierras
Bajas de Petén.

La información arqueológica actualmente disponible acerca de las Tierras Altas del


norte, obtenida en algunos proyectos de investigación recientes, de hecho refuta la
afirmación de que esta zona no contó con ningún asentamiento de importancia durante
el Preclásico. Estos estudios muestran más bien que la ocupación a lo largo de las rutas
naturales norte-sur, a través de Baja y Alta Verapaz y a lo largo del Río Chixoy, se
estableció durante el Preclásico Temprano (c 1200-800 AC). A partir de entonces, la
ocupación continuó expandiéndose por toda la zona durante el resto del Preclásico
(Preclásico Medio y Terminal, c 800 AC-0), aunque existen algunos indicios de que la
población disminuyó o declinó durante el Preclásico Terminal (c 0-200 DC). Más
importante aún, la localización de estos asentamientos del Preclásico es consistente con
el mantenimiento del comercio y otras formas de comunicación entre las Tierras Altas y
las Tierras Bajas, una conclusión apoyada por medio del hallazgo posterior de artículos
de intercambio procedentes de ambas áreas, juntamente con artefactos similares a los
tipos encontrados en estas mismas áreas.

Ello no significa que todas las áreas de las Tierras Altas del norte estuvieran ocupadas
durante el Preclásico. Pero la ausencia de evidencia de algún asentamiento preclásico en
una región en las Tierras Altas del norte, como en el valle de Cotzal, no implica
necesariamente falta de ocupación o relaciones con el resto de esta área. Más bien,
como lo sugirieron originalmente los hallazgos de Pierre Becquelin, cerca de Nebaj, la
evidencia de Cotzal solamente demuestra que esta región, en los límites occidentales de
las Tierras Altas del norte, no fue ocupada sino hasta tiempos posteriores. Este hecho
está mejor explicado talvez por la localización periférica del valle de Cotzal con
respecto a la comunicación norte-sur entre los principales centros de población del
Preclásico. Al valle Cotzal podía llegarse desde las Tierras Bajas mayas a través del Río
Chixoy, pero carece de buenas rutas naturales hacia o desde las Tierras Altas al sur.

¿Qué era lo que comprendía esta comunicación interregional? A pesar de que pueden
proponerse diversas de formas de interacción humana, es seguro que el comercio de
bienes de valor económico fue una de las más importantes y, lo cual encuentra apoyo
directo en los registros arqueológicos. Otro aspecto importante en la relación
interregional fue el intercambio de información, que incluye aspectos como sistemas de
escritura, de numeración y estilos escultóricos y artísticos. Esto se ve reflejado en las
similitudes de larga duración y de amplia difusión en las muestras de cultura material,
tanto sagrada como profana, encontrada en las Tierras Altas y en las Tierras Bajas,
durante el Preclásico.

Información directa de comercio solamente puede encontrarse en los productos más


durables. De los cuatro productos mencionados específicamente por el Obispo Diego de
Landa como los principales artículos del comercio maya a larga distancia (sal, telas,
esclavos y cuentas de piedra) sólo uno puede esperarse, de manera razonable, que haya
sobrevivido arqueológicamente. Pero el inventario completo de los bienes de
intercambio en el comercio antiguo entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas, de hecho
incluía otros productos perecederos, tales como plumas, pieles, textiles y comestibles.
Las cantidades de artículos de comercio, tanto utilitarios como suntuarios, para mostrar
categoría social, que han sido recuperados y que eran ampliamente distribuidos por toda
el área maya (obsidiana, jade, basalto, cerámica, etcétera) dan testimonio del volumen
sustancial de productos que se intercambiaban en los tiempos antiguos.

Actualmente, uno de los principales problemas que tienen ante sí los arqueólogos es
tratar de lograr determinar el papel que tuvieron las relaciones interregionales en el
desarrollo de la civilización maya. David Freidel ha propuesto un caso que muestra las
consecuencias que tal interacción tuvo en el desarrollo de las Tierras Bajas mayas,
incluyendo contactos a través de las regiones costeras entre Yucatán y las Tierras Bajas
centrales. Modelos similares, basados en comunicaciones por vía terrestre, han sido
propuestos por William Fowler, Arthur Demarest y Robert Sharer, para el área maya del
sureste. Modelos de interacción a una escala más extensa han sido propuestos por
Demarest para la Mesoamérica del Preclásico, y por Richard Blanton y Gary Feinman
para el área mesoamericana durante toda la era precolombina.

A pesar de que la interacción entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas durante el
Preclásico puede ser demostrada por medio de la evidencia hallada en las Tierras Altas
del norte, y que su papel crucial en la evolución de la civilización maya queda fuera de
toda duda, las causas específicas para el desarrollo de la complejidad social son
frecuentemente difíciles de identificar desde el punto de vista arqueológico. En el valle
de Salamá, por ejemplo, los principales factores de desarrollo parecen haber sido
similares a los propuestos para muchas otras áreas de Mesoamérica; ellas incluyen
crecimiento de población, contextos ambientales, competencia, especialización,
comercio a larga distancia y otras formas de relaciones interregional. Si sólo se tuvieran
que considerar los factores interactivos, se podrían identificar los posibles mecanismos,
como los referentes interregionales, en la utilidad de los sistemas de intercambio para
generar y reforzar las organizaciones complejas. Los sistemas de intercambio también
pueden reforzar la complejidad social, al permitir una variedad de estímulos potenciales
externos. Sobre todo, se han aplicado a tales situaciones una variedad de formas de
modelos de interacción interregional, incluyendo el concepto de esfera de interacción, el
modelo de enrejado, y el modelo de interacción según la localización.

La reciente evidencia arqueológica hallada en las Tierras Altas mayas del norte indica
que había por lo menos dos áreas que mantuvieron complejos desarrollos regionales
durante el Preclásico: el valle de Salamá y el valle del curso medio del Río Chixoy. El
modelo del valle de Salamá ha permitido la reconstrucción de un sistema regional que
surgió durante el Preclásico Medio, dominado por un solo centro político-administrativo
(El Portón), el cual finalmente obtuvo el control de una serie de actividades, incluyendo
la adquisición de recursos, el intercambio local y a larga distancia, el liderazgo político
y el ceremonialismo. Este centro y la región que controlaba crecieron en tamaño e
importancia en el Preclásico Tardío, hasta que sufrieron una aparente declinación
durante el Preclásico Terminal. Este sistema fue la culminación de tendencias evolutivas
que habían venido extendiéndose durante más de un milenio, y parece haberse basado
en asentamientos, en el valle, más tempranos y menos unificados, establecidos por lo
menos para el Preclásico Temprano.

Es probable que ocurrieran procesos similares en muchos valles de las Tierras Altas,
durante el Preclásico, incluyendo la región del curso medio del Río Chixoy, en las
Tierras Altas del norte, donde La Lagunita (Ilustración 92) parece haber evolucionado
hasta alcanzar un rango comparable con El Portón. Ciertamente, el más importante de
tales sistemas de las Tierras Altas, durante el Preclásico, estuvo controlado por el mayor
y más poderoso centro regional, que era Kaminaljuyú. Es probable que al expandirse el
tamaño y complejidad de estos sistemas de las Tierras Altas, el comercio a larga
distancia pasó poco a poco al control de estos centros de las Tierras Altas del Preclásico.
Centros regionales similares surgieron en las Tierras Bajas mayas, los cuales, al igual
que sus contrapartes en las Tierras Altas, controlaban las regiones alejadas de sus
centros urbanos y mantenían las redes de comunicación que conectaban gran parte del
área maya.

A manera de ejemplo, tanto en las Tierras Altas como en las Tierras Bajas mayas, hay
sitios preclásicos que aparentemente controlaban las materias primas, escasas pero
vitales, y se especializaron en el procesamiento de éstas y en la exportación de los
productos elaborados con ellas. Entre dichos sitios estaban Kaminaljuyú (obsidiana y
jade), Colhá (pedernal), y Komchén (sal). Otros centros regionales localizados a lo largo
de las principales rutas de comunicación parecen haberse especializado en el transporte,
intercambio y redistribución de productos. Cerros, por ejemplo, localizado en la Bahía
de Chetumal, probablemente funcionó como un puerto. Un poco más tierra adentro, una
serie de centros regionales mayores parece haber controlado los puntos entre las rutas
fluviales a través de la base de la Península de Yucatán: Nakbé (Preclásico Medio), El
Mirador (Preclásico Tardío) y Tikal (Clásico). Por supuesto, tales desarrollos no se
debieron simplemente a la localización y al control económico que tuviera un sitio; las
funciones sociales, políticas e ideológicas también fueron factores importantes en la
evolución de estos sistemas regionales durante el Preclásico.

El Portón también está localizado en una zona de transición, a lo largo de las principales
rutas norte-sur. El Portón fue sin duda un eslabón en las redes de comercio durante el
Preclásico, entre las Tierras Altas mayas del sur y las Tierras Bajas, así como un centro
de procesamiento y manufactura de, por lo menos, algunos de los productos (jade y
obsidiana) que eran transportados por estas rutas. Parece claro que El Portón mantuvo
un enlace muy importante, hacia el sur, con Kaminaljuyú, el centro dominante en las
Tierras Altas, primero como un asociado en el comercio y, después, hacia el final del
Preclásico, como un centro tributario. Las conexiones de El Portón hacia el norte, a lo
largo de las rutas de comercio terrestres que conducían a las Tierras Bajas, parecen
haber sido mantenidas por centros preclásicos más pequeños, como Sulín y Sakajut, los
cuales están separados por una distancia equivalente a un día de camino a pie, para
facilitar el movimiento de mercaderías transportadas por cargadores. La otra ruta hacia
las Tierras Bajas era por el noroeste, a través del valle del curso medio del Río Chixoy,
donde las conexiones con centros conocidos del Preclásico habrían facilitado el
transporte de los productos, desde y hacia las Tierras Bajas, siguiendo el curso del Río
Chixoy. De acuerdo con esta reconstrucción, por lo tanto, El Portón funcionó como el
principal centro situado más al norte en las Tierras Altas durante el Período Preclásico,
sirviendo a las rutas norte-sur a través de Alta Verapaz y, talvez, también a las rutas
hacia el noroeste que conectaban con la red de comercio del Chixoy.

En conclusión, las Tierras Altas mayas, según se ve en la evidencia hallada en los valles
de Salamá y del curso medio del Río Chixoy, constituyeron importantísimas conexiones
en las redes de comunicación entre las Tierras Altas del sur y las Tierras Bajas del norte,
y estimularon el desarrollo de éstas. Más específicamente, estos valles y sus centros
regionales (como El Portón) representan la importancia de la interacción interregional
dentro de la evolución total de la civilización maya. Pero estos valles de las Tierras
Altas del norte no fueron únicamente conexiones comerciales dentro de un sistema
mayor, ya que, tanto el valle de Salamá como el del Chixoy medio, participaron en el
desarrollo de aspectos claves en la antigua cultura maya, incluyendo la complejidad
sociopolítica, el ceremonialismo y tradiciones, tanto en la escritura como en la
escultura. El estudio de las Tierras Altas mayas del norte refuerza, por ende, la
percepción del antiguo mundo maya como un mosaico de regiones y tradiciones
diversas, pero interrelacionadas, cada una de las cuales contribuyó en distinto grado a
los orígenes y al crecimiento del sistema cultural total, al que por conveniencia se ha
denominado 'civilización maya'.
MARIE CHARLOTTE ARNAULD

Desarrollo Cultural en el Altiplano


Norte. Período Clásico

Para los fines del presente estudio dedicado a la Arqueología sobre el Período Clásico,
el Altiplano Norte abarca los actuales Departamentos de Alta Verapaz, Baja Verapaz y
Quiché oriental. Existen razones arqueológicas, lingüísticas y geográficas para no
separar las dos Verapaces en el contexto de este ensayo. A manera de ejemplo, se puede
citar la marcada afinidad que une las lenguas pokom y kekchí (q'eqchi'), considerando
que la población de idioma pokom, que incluye pokomam (pokomam) y pokomchí
(poqomchi'), ocupaba la Baja Verapaz en la época prehispánica, y la de kekchí, la Alta
Verapaz. Según los estudios de Terrence Kaufman, el kekchí se separó del Gran
Quicheano y se dirigió a Cobán, alrededor del 600 AC. Los dos Departamentos están
unidos también por la Sierra de Chuacús, al sur, y la Sierra de Chamá, en la orilla de las
Tierras Bajas de Petén, los cuales forman en las Verapaces la inmensa 'fachada norte'
del Altiplano guatemalteco, orientada hacia las Tierras Bajas. Sus aguas se reparten
entre las cuencas hidrográficas Chixoy-Usumacinta, hacia el Petén, y del Polochic,
hacia Izabal. A través de esta 'fachada norte', el eje vial moderno que conduce de
Guatemala a Chisec (por El Chol, Rabinal y Cobán), cruza de sur a norte a las tierras y
las cuencas orientadas en dirección este-oeste (véase Ilustración 91).

De manera que el Altiplano Norte, más que una pendiente suave y regular desde los
2,500 m de la Sierra de Chuacús hasta los 200 m de Chisec, conforma una serie de
gradas: bajada desde la cumbre de El Chol (2,500 m) hasta Salamá (1,000 m), subida a
Tactic (1,500 m) pasando de Baja a Alta Verapaz, y finalmente bajada desde Cobán
(1,200 m) hasta Chisec (200 m). La topografía regional es accidentada y áspera, pero
también incluye ámbitos atractivos para el hombre, densamente poblados desde hace
siglos, como son las cuencas de Baja Verapaz y de Quiché oriental (Salamá, Rabinal,
Cubulco, Sajcabajá, 1,000 m), los valles altos de Verapaz (Purulhá, Tactic, a 1,500 m) y
las pequeñas depresiones de Alta Verapaz (San Cristóbal, Santa Cruz, Cobán, Carchá,
Chamelco, a 1,200 m), aunque todas estas unidades están muy circunscritas y aisladas
entre altas sierras. Ellas son, precisamente, las que constituyen las entidades básicas de
la investigación arqueológica en las Verapaces y regiones adyacentes.

En resumen, se podría decir que la problemática arqueológica regional consiste en


analizar la hipotética alternativa de una región fragmentada sociopolítica o étnico-
culturalmente, en múltiples entidades correspondientes a aquellas unidades
geomorfológicas (cuencas, altos valles y depresiones), es decir, centralizada desde una
entidad única por medio de interacciones entre subunidades. Este problema, esto es,
fragmentación versus centralización, se plantea quizás especialmente para el
Protoclásico y principios del Clásico Temprano (100-400 DC), cuando se dieron
algunos desarrollos espectaculares de centros ceremoniales en las cuencas meridionales.
Pero también se plantea para el Epiclásico (900-1100 DC), cuando se produjeron
procesos de desestabilización entre entidades de las Verapaces, después del fuerte
crecimiento demográfico que parece haber marcado el Clásico Tardío (600-900 DC).
Tales opiniones generales, sin embargo, quizás no tengan más mérito que el de una
mera contribución dirigida a suscitar la curiosidad del lector indulgente.

Investigaciones Arqueológicas Pasadas y Recientes


Durante el siglo pasado y todavía hasta la década 1940 de la presente centuria, algunos
investigadores recorrieron las sierras entre Petén, Nebaj, Cobán, Rabinal y Quiché, con
el objeto de recoger datos arqueológicos. Entre ellos son dignos de mencionar: el
etnohistoriador Charles Etienne Brasseur de Bourbourg, Párroco de Rabinal a mediados
del siglo XIX; el geógrafo y etnólogo Karl Sapper; los arqueólogos Robert Burkitt,
Erwin Dieseldorff y Mary Butler; también el historiador José Antonio Villacorta. Las
primeras excavaciones científicas y los informes correspondientes fueron hechos por
Burkitt, quien trabajó en Chamá en 1930; Butler, que lo hizo en Carchá y en Nebaj; y A.
Ledyard Smith, quien estuvo en Nebaj en 1951. Estos últimos realizaron amplios
reconocimientos en el Altiplano durante los años 40, y publicaron excelentes planos de
sitios. En la misma época, Robert Wauchope efectuó varias excavaciones en el sitio de
Zacualpa y publicó la segunda secuencia cronológica, pues la primera fue la de Chamá.
Poco después, Robert Smith publicó la secuencia sintética de Chamá y Chipoc (Cobán).

Empero, no fue sino hasta mediados de la década de 1960 cuando se produjeron los
primeros programas de investigación regional, los cuales se sucedieron: en la región ixil
(1965-1982); en la zona de San Jerónimo-Salamá (1972-1973); en Sajcabajá (1972-
1977); en algunos valles altos y depresiones de Alta Verapaz (1974-1976); y finalmente,
en el valle medio del Río Chixoy (1977-1982). Se deben citar también las
investigaciones realizadas en cuevas de la zona norte de Alta Verapaz (1975), y los
trabajos de Brian Dillon en Salinas de Los Nueve Cerros (1977 -1978), aunque este
sitio, localizado en el extremo norte del Departamento de Alta Verapaz, pertenece más
bien a la subárea cultural de las Tierras Bajas, área del Río de La Pasión.

Por supuesto, los programas de investigación arqueológica dedicados a un territorio que


cubre casi la tercera parte del Altiplano de Guatemala, no representan una muestra
suficiente de unidades estudiadas, de cuencas, valles o depresiones. Ya que los datos
limitados en el espacio no permiten generalizar las conclusiones, se discutirá
principalmente lo que se refiere a los siguientes sectores: a) cuenca de Sajcabajá, en
Quiché oriental, y cuencas de Cubulco, Rabinal, Salamá-San Jerónimo, en Baja
Verapaz; b) valle medio del Río Chixoy; c) depresiones y altos valles del suroeste de
Alta Verapaz: Cobán, Carchá, Tactic, etcétera. Se incluirán algunos datos pertinentes en
relación con la cuenca alta del Río Motagua, en la vecindad de Zacualpa (Quiché), y las
altas cuencas de Nebaj, Cotzal y Chajul, en la región ixil.

La franja norte de Alta Verapaz y de Quiché queda casi totalmente inexplorada, lo


mismo que toda la mitad oriental de Alta Verapaz. Entre Sajcabajá y Nebaj se
desconocen los sectores de Uspantán y Cunén, al igual que toda la vertiente sur de Baja
Verapaz, o sea la que domina el Motagua (El Chol, Granados), y la sierra noreste de
Baja Verapaz (Chilascó). En las cuencas de Rabinal y Cubulco y en la sierra occidental
adyacente, Alain Ichon efectuó reconocimientos preliminares que se empezaron a
ampliar en 1988, mediante un nuevo programa arqueológico y multidisciplinario. Los
primeros aportes de este trabajo, aún sin publicar, se presentan aquí en forma parcial y
preliminar.

Además de tener limitaciones espaciales, los conocimientos arqueológicos de la


Verapaz casi siempre quedan en interpretaciones cronológicas y geográficas. No
obstante, este nivel preliminar es indispensable. A continuación, se examina el marco de
referencia cronológico.

Cronología del Clásico


El Cuadro 12 presenta la información cronológica regional recopilada en las
publicaciones mencionadas (cf. supra). Aparecen ordenados temporal y espacialmente
los nombres de las fases culturales, es decir, en este caso, los complejos cerámicos. Del
lado izquierdo están dos secuencias de referencia, las de Chalchuapa (El Salvador) y la
de Kaminaljuyú, cuya dinámica cultural preclásica tuvo un fuerte impacto en el
Altiplano. Del lado derecho, a la par de las secuencias de la región ixil, está la secuencia
de Chamá-Chipal, diferente de las demás por estar basada en la clasificación de vasijas
enteras procedentes de sepulturas, y no de tiestos. En el centro aparece toda la parte que
corresponde al Altiplano Norte: Zacualpa, Sajcabajá, valle del Chixoy, Salamá, Alta
Verapaz, en el sector Cobán-Tactic, y Alta Verapaz en la vecindad norte de Cobán. Se
deja esta última parte relativamente abierta y libre de divisiones para indicar, primero,
que el cuadro es preliminar y provisional, y segundo, que los diversos sectores, por ser
tan cercanos unos a otros, comparten parcialmente los mismos complejos cerámicos. Un
ejemplo: desde Sajcabajá hasta Cobán, durante el Clásico Tardío, coexistieron sólo dos
complejos cerámicos, Canillá, del lado occidental, y Cobán 2, del lado oriental, de una
'frontera cerámica' que quizás seguiría el actual límite entre Quiché y Baja Verapaz.

En esta cronología regional, los dos problemas principales atañen al Clásico Temprano
y al Epiclásico. Como lo indican los nombres (ejemplo: Tubán 1 y Tubán 2, Balam 1 y
Balam 2), los complejos del Protoclásico y del Clásico Temprano se diferencian mal
unos de otros, sugiriendo que la transición hacia el Clásico fue progresiva y continua.
En La Lagunita, cerca de Sajcabajá, el Complejo Tucunel queda todavía en 400 DC,
muy marcado por rasgos cerámicos típicos del Protoclásico. En Alta Verapaz, donde por
cierto el Complejo Preclásico Final Carchá se tuvo que definir con poco material, la
transición del Clásico Temprano al Clásico Tardío es igualmente progresiva y continua.
De tal forma, que el concepto cronocultural de Clásico Temprano, tan bien marcado por
los complejos culturales que son Esperanza-Amatle (según Ronald Wetherington) o
Aurora-Esperanza (según Edwin Shook), en Kaminaljuyú, y Tzakol, en Petén, no parece
tener mucha pertinencia o relevancia en el Altiplano Norte; lo que, de hecho, explicaría
la dificultad en detectar una ocupación regional del Clásico Temprano, aun donde la
ocupación anterior, preclásica, haya sido importante.

A diferencia del Clásico Temprano, el término Epiclásico fue introducido y aplicado


recientemente. En relación con el final del Clásico, el concepto señala varios rasgos
culturales aparentemente intrusivos, entre los cuales está la cerámica funeraria y ritual,
mientras que la cerámica doméstica clásica sigue en uso. Las famosas vasijas Plomizo
Tohil y Naranja Fino son típicas del Epiclásico, significativas de cierta innovación y de
influencias ajenas.
Esferas Cerámicas (Hipótesis)
Del mismo modo que las secuencias de fases cronológicas representan un primer
acercamiento burdo a la evolución cultural, la definición de esferas cerámicas indica
una primera imagen de la organización espacial que imperaba entre los diferentes
grupos étnicos, lingüísticos o sociopolíticos instalados en la región. A la cerámica como
criterio de definición, se añade la escultura, otro elemento relevante de la cultura
material.

Durante el Preclásico Tardío, las Verapaces quedaron relativamente marginadas en la


orilla norte de la Esfera Miraflores, centrada en Chalchuapa, Santa Leticia (El Salvador)
y Kaminaljuyú, aunque de ella recibieron muchas influencias. Para el Protoclásico se ha
propuesto la definición de una nueva esfera cerámica que incluye Sajcabajá (La
Lagunita y Chiboy), las Verapaces y la región ixil, quizás aun los sectores más
occidentales de Salcajá-Momostenango y Atitlán. Lilillá, el complejo protoclásico de La
Lagunita, podría dar su nombre a esta esfera; sin embargo, se necesitan más estudios
antes de nombrarla de una manera definitiva. Una esfera tan amplia expresa la fuerza de
las interacciones culturales en las Verapaces y regiones colindantes: los centros de las
cuencas meridionales, como La Lagunita, desempeñaron sin duda un papel primordial,
pero, más al sur, el papel de Kaminaljuyú sigue siendo objeto de discusión.

En la escultura de La Lagunita, Ichon definió dos estilos. El estilo 1 se caracteriza por


figuras antropomorfas, zoomorfas y mixtas, vistas de perfil, que llevan una profusión de
adornos corporales. Ello indica relaciones culturales entre La Lagunita y Kaminaljuyú,
al menos durante el Preclásico Tardío, ya que los nueve monumentos de estilo 1 se
comparan con monumentos contemporáneos en Kaminaljuyú (Estelas 4, 5, 10 y 11,
entre otras), sin excluir algunas referencias al estilo Izapa. El estilo 2, con fechas del
Protoclásico y del Clásico Temprano, incluye tres estelas y los cuatro sarcófagos
(Ilustración 93). Sus figuras antropomorfas no muestran relaciones con Kaminaljuyú,
sino con dos estelas del Cerro de Las Mesas (Veracruz central) fechadas del Clásico
Temprano, las cuales presentan también semejanzas con monumentos de Izapa, a pesar
de su fechamiento tardío. Tanto en La Lagunita como en el Cerro de Las Mesas, las
influencias de Teotihuacan, esencialmente en cilindros trípodes estucados, aparecen
desde el inicio del Clásico Temprano, quizás aún antes de su aparición en Kaminaljuyú.
Por otra parte, fuera de La Lagunita se han hallado sarcófagos esculpidos o lisos, en
cuatro sitios cercanos distribuidos entre La Lagunita, Chalchitán y Nebaj (Ilustración
59), con fechas del Protoclásico y del Clásico Temprano; y también en dos sitios
preclásicos olmecas: Tres Zapotes y La Venta, en Veracruz y Tabasco, México.

En síntesis, tanto la cerámica como la escultura indican, al menos respecto de la zona de


La Lagunita (Quiché sur-oriental), la existencia de fuertes interacciones con El
Salvador, Kaminaljuyú y, en menor grado, con Izapa, durante el Preclásico Tardío, las
que se fueron debilitando a medida que se iban estableciendo nuevas relaciones locales,
en Quiché y las Verapaces, durante el Protoclásico y el Clásico Temprano. Sin embargo,
no hay duda de que todavía en 400-500 DC, La Lagunita exhibía rasgos cerámicos y
escultóricos heredados tanto de Kaminaljuyú como de Izapa (si no del centro mismo, al
menos de la región cultural 'izapeña'), y aun de la región 'olmeca'. Estas relaciones no
contradicen necesariamente la tesis según la cual el mismo centro de Kaminaljuyú
recibía fuertes influencias del Altiplano Norte durante el Protoclásico y el Clásico
Temprano.

Posteriormente, hasta 700-800 DC, cuando se afianzaron las características cerámicas


del Clásico Tardío, aparecieron los elementos para la definición de nuevas esferas
(Ilustración 91). La división ya mencionada, entre los complejos clásicos Canillá y
Cobán 2, determinaría dos esferas, una occidental, característica de Quiché
(Totonicapán en particular), y la otra oriental, típica de Baja Verapaz y del suroeste de
Alta Verapaz. Por falta de estudios cerámicos la primera no ha sido nombrada todavía.
La segunda ha sido llamada Chuacús e incluye, además del sector Cobán-Tactic y de las
cuencas de Baja Verapaz, el valle medio del Río Motagua (Acasaguastlán). La Esfera
Chuacús manifiesta interacciones limitadas a la cerámica doméstica, por ejemplo:
comales, palanganas, ollas, etcétera.

En cambio, la cerámica más fina y decorada (de servicio, ritual y funeraria) presenta una
imagen de interacciones regionales relativamente diferentes, entre el sector de Cobán, la
región ixil y las Tierras Bajas de Petén. A este conjunto septentrional se ha llamado
Esfera Cerámica Cuchumatanes. Aunque demuestren algunas conexiones con ella,
quedan excluidas las cerámicas finas del sector de Tactic, de Baja Verapaz, del valle
medio del Río Motagua (Acasaguastlán), y de Quiché oriental, es decir, el conjunto
meridional. Este último se diferencia del conjunto septentrional, a pesar de compartir
cerámicas domésticas, por carecer de rasgos típicos de Petén (Chamá 3 y Tepeu 1-2) y
de la tradición muy elaborada de decoración en 'pintura negativa', típica de Los
Cuchumatanes y de Alta Verapaz.

En suma, la situación regional del Clásico Tardío sería la de un gran conjunto


meridional que comparte cerámicas domésticas (Esfera Chuacús), un poco más amplio
que la actual Baja Verapaz, y un gran conjunto septentrional que comparte cerámicas
finas muy diversificadas, notablemente elaboradas (Esfera Cuchumatanes), que
manifiestan varias tradiciones del Altiplano (pintura negativa) así como influencias de
Chamá (Ilustración 90) y de Petén. Interpretar esta situación implica, de cualquier
manera, otorgar unos significados culturales a un material cerámico que quizás no los
tenga. Sin embargo, otros datos apoyan de manera independiente dos hipótesis: 1) que
la Esfera Chuacús corresponde a cierta unidad territorial étnica, en la cual los grupos
intercambiaban los productos de su alfarería doméstica; sin embargo, en su margen
occidental, el complejo cerámico Canillá (cuenca de Sajcabajá, Quiché) se diferencia de
la Esfera Chuacús; 2) que la Esfera de Cuchumatanes corresponde a esta franja norte
cercana a Petén, cuyas élites sociales y religiosas mantuvieron relaciones culturales
entre ellas, quizás por intermedio de centros como Chamá.

Distribución Etnica Regional durante el Clásico


(Hipótesis)
La contribución de la lingüística y de la etnohistoria a la arqueología del Altiplano maya
se ha vuelto indispensable. Partiendo de la distribución lingüística del siglo XVI se
puede plantear el siguiente cuadro. Los hablantes de quiché (k'iche') ocupaban toda la
parte occidental de la región, hasta una línea oriental que va desde el sitio de Los
Encuentros, en el Río Chixoy, hasta Salamá y San Jerónimo (véanse Ilustraciones 59 y
91). Al oriente de esta línea, los pokomchíes ocupaban la parte sur hasta el valle del
Polochic, y los kekchíes la parte norte. Es un hecho conocido que los quichés (achís)
invadieron de alguna forma las cuencas de Baja Verapaz durante el Postclásico,
expulsando a grupos pokoms, quienes huyeron hacia Alta Verapaz y hacia el Altiplano
sur-oriental. Por consiguiente, antes del Postclásico, los ocupantes de Baja Verapaz
hablaban el pokom y colindaban con quichés, kekchís y sin duda otros grupos
lingüísticos. El territorio de la Esfera Cerámica Chuacús hubiera sido ocupado
esencialmente por una(s) etnia(s) de idioma pokomam, desde Cubulco hasta
Acasaguastlán y desde Tactic hasta Zacualpa (Ilustración 91).

El esquema lingüístico de diversificación entre las lenguas mayas en el Altiplano


guatemalteco (fechamiento por glotocronología, estudio de los cambios lingüísticos y
del grado de parentesco de las lenguas) plantea que la lengua kekchí se separó de la
'rama quiché' durante el Preclásico Medio (600 AC). Ya que esta división lingüística
resultó de una separación geográfica anterior, se admite que los kekchís entraron a su
actual territorio de Alta Verapaz antes del 600 AC. La diversificación de la rama quiché
en los idiomas uspanteco (uspanteko), quiché y pokomam, por otra parte, pudo haber
ocurrido en el 200 AC (Preclásico Tardío), datando la llegada de los hablantes del
pokomam a Baja Verapaz entre 600 y 200 AC.

Pero las correcciones más recientes al esquema glotocronológico dejan pensar que estas
diversificaciones ocurrieron más tarde: en realidad, en 600 AC la rama quiché
terminaba de diferenciarse de la rama mam. De ser así, todas las divisiones internas de
la rama quiché serían posteriores al 600 AC y quizás los desplazamientos geográficos
de los kekchís hacia Alta Verapaz, y de los pokoms hacia Baja Verapaz, se hubieran
desarrollado hasta en el Preclásico TardíoTerminal (200 AC - 300 DC). Conviene
indicar que en esta cronología hipotética podría cobrar cierta relevancia la hipótesis de
una ocupación temprana del Altiplano guatemalteco por grupos 'mixezoque' (es decir,
hablantes de lenguas de la familia mixezoque). El área mixezoque más cercana al
Altiplano Norte corresponde a la Costa del Pacífico, la Bocacosta y el Altiplano Sur, es
decir la zona de esta cultura preclásica tardía relacionada con Izapa, Abaj Takalik y
otros centros, incluyendo Kaminaljuyú y Chalchuapa, notables por sus expresiones
escultóricas de una iconografía temprana.

Un primer indicio preclásico de una posible población mixezoque en la región, o


próxima a ésta, sería la escultura de El Portón (Ilustración86) y de La Lagunita; al
menos, esto ayudaría a explicar las tardías influencias 'olmecas' en La Lagunita (el
idioma de la región 'olmeca' pertenecía al mixezoque). Pero hay que insistir en que la
identificación de estos estilos escultóricos con la familia lingüística mixezoque es
hipotética, tanto en relación con Kaminaljuyú y Chalchuapa como con El Portón y La
Lagunita. Otro indicio también hipotético, sería, ya en el Clásico Temprano, la
presencia en Zaculeu de una cerámica café-negro, muy similar a la cerámica
contemporánea del área zoque de Chiapas occidental, en coincidencia con un enclave
lingüístico supuestamente 'zoqueano' en la región de Aguacatán (idioma Aguacateca II,
actualmente desaparecido). Muy frágil entonces es la hipótesis de una presencia
mixezoque en medio, o al lado, de una población maya de idiomas quiché, pokomam y
kekchí recién diversificados en la región. En todo caso, esta presencia no habría sido
más que el vestigio de una ocupación preclásica más extendida, cuya hipotética
asociación con los estilos escultóricos del Altiplano y de la Costa queda por investigar.
En suma, la cuestión es todavía confusa y se necesitan más investigaciones para aclarar
las situaciones lingüística y étnica tempranas, en las Verapaces y sus confines. El
Protoclásico pudo haber sido un momento de redistribución etnolingüística y, por
consiguiente, de reorganización etnogeográfica, quizás de estructuración sociopolítica.
Por otra parte, las clasificaciones lingüísticas del quiché, del pokomam y del kekchí, en
relación con las demás lenguas mayas, indican varios puntos de interés para el Altiplano
Norte. En primer lugar, durante muchos siglos, y en forma mucho más marcada que
para cualquier idioma maya del Altiplano, los hablantes del kekchí mantuvieron
relaciones con hablantes de las Tierras Bajas, choles y yucatecos. En segundo lugar, los
kekchís y los pokomames ocuparon regiones colindantes durante muchos siglos. En
tercer lugar, el pokomam tiene más afinidades con el quiché y el cakchiquel (kaqchikel),
que con el chol y el yucateco de las Tierras Bajas. En forma general, estas conclusiones
concuerdan con la distribución territorial clásica de los grupos kekchí, pokomam y
quiché en las Verapaces y regiones adyacentes. Por otra parte, estudios comparativos de
calendarios, divinidades y mitologías, confirman las relaciones antiguas entre kekchís,
choles y yucatecos; también indican lo mismo respecto de los ixiles, y en forma menos
marcada en relación con los pokomames.

Planteados los marcos de referencia cronológico y espacial, conocidas las principales


categorías cerámicas, escultóricas y lingüísticas definidas en las Verapaces y oriente de
Quiché, es posible esbozar el desarrollo cultural regional, característico del Período
Clásico. Llama la atención la dicotomía que coloca temporal y espacialmente a esta
región del Altiplano, entre la cultura preclásica del Altiplano Sur (centros de
Kaminaljuyú, Chalchuapa, Abaj Takalik) y la cultura clásica de las Tierras Bajas (Petén
y Yucatán). De Kaminaljuyú a Tikal, el camino directo pasa primero por las cuencas de
Quiché oriental y de Baja Verapaz, y después por los altos valles y depresiones de Alta
Verapaz. El lector puede seguir este camino, de sur a norte y del Protoclásico hasta el
Epiclásico (200-1000 DC).

Desarrollo Cultural en el Protoclásico-Clásico


Temprano (100-600 DC)
El final del Preclásico, o Período Protoclásico, denota a la vez desarrollos culturales
espectaculares en la parte occidental de la región (cuenca de Sajcabajá, Quiché) e
indicios más bien de cierto ocaso en la parte oriental (cuenca de Salamá, Baja Verapaz).
Tal contradicción en los datos o en las interpretaciones corresponde sin duda a
conceptos cronológicos algo diferentes, ya que la Fase Quej de Salamá es un poco más
temprana que la Fase Lilillá de Sajcabajá (Cuadro 12), es decir, Quej representaría
cierto ocaso de la gran tradición preclásica del sureste, mientras que Lilillá abriría una
gran tradición nueva, la clásica, cuyos testimonios iniciales derivan tanto de
Kaminaljuyú y Chalchuapa como del Altiplano Noroccidental, de Teotihuacan y de
Petén, sin descartar la posibilidad de que Lilillá haya marcado, en reciprocidad, el
Complejo Clásico Temprano de Kaminaljuyú. De todos modos, queda por explicar
cierta discrepancia entre los patrones culturales de las cuencas de Sajcabajá y Salamá en
los años 100-200 DC. Hacen falta datos en cuanto al Protoclásico de las regiones
vecinas, no solamente de las cuencas intermedias, como Cubulco, Rabinal, Chicaj
(véase Ilustración 59), sino también de los valles de Alta Verapaz y de la zona ixil, para
comprobar la hipótesis de que el desarrollo sociopolítico y económico de las múltiples
entidades locales pudo haber sido muy desigual durante la transición preclásica-clásica.
El apogeo de La Lagunita quizás fue exclusivo de la cuenca de Sajcabajá, lo que llevaría
a sospechar que este centro hubiera ejercido una fuerte atracción sobre las poblaciones
vecinas, lo que explica el ocaso de El Portón.

En efecto, el dato más notable es la ocupación muy densa de toda la cuenca de


Sajcabajá durante el Protoclásico y el Clásico Temprano; dicho dato se refiere a la
presencia de 53 sitios, casi todos con una ocupación protoclásica no diferenciada de la
del Clásico Temprano (complejos cerámicos Lilillá y Tucunel). Tal cantidad de
asentamientos, comparada con los siete sitios preclásicos y con los 17 del Clásico
Tardío, en la misma región, debe tener significados a la vez demográficos (¿crecimiento
o inmigración, o ambas cosas simultáneamente, hacia la cuenca?) y políticos
(¿reorganización o atracción, o las dos cosas, sobre poblaciones vecinas dispersas?).

El patrón de asentamiento conformado por los 53 sitios era de carácter jerarquizado:


abarca una mayoría de pequeñas aldeas residenciales, algunas aldeas con, al menos, una
estructura funeraria o residencial de la nobleza local, centros ceremoniales menores y un
centro mayor. Por otra parte, es interesante observar la existencia de centros rituales en
las cumbres entre estos asentamientos tempranos. Por ejemplo, en la cumbre del cerro
Achiote, al norte de Sajcabajá, hay un lugar llamado Chi-Quiché (Chu-Chikché) un
topónimo mencionado en varias crónicas del siglo XVI. Entre estas crónicas se puede
mencionar la Historia Quiché de don Juan de Torres, en la que se mencionan lugares
como Chuquiché, Chuipixab, Mamaj, Mocbal y Chuiskarbal (Sakiribal), y cerros de
Sajcabajá, enumerados en este orden); sin embargo, la cerámica de superficie asociada
con los vestigios prehispánicos, no es postclásica sino protoclásica.

El centro ceremonial de La Lagunita (100-600 DC)

En la cuenca de Sajcabajá, el único centro ceremonial mayor es el Grupo A de La


Lagunita, sitio clave para el conocimiento preliminar de aquellos períodos tempranos en
el Altiplano Norte. Descubierto por Ledyard Smith en 1949, La Lagunita incluye, en su
Grupo A, pirámides de hasta 10 m de altura, cuyas construcciones superpuestas
conforman una secuencia continua del Preclásico Medio hasta el Clásico Temprano
(Ilustración 92). La ocupación culminó entre 200 y 500 DC, y el Grupo A, tal como se
observa actualmente, fue construido entre 300 y 400 DC. Posteriormente, lo reemplazó
el Grupo B (no excavado). Las cuatro grandes pirámides del Grupo A tienen una
disposición cruciforme (orientación de 9" este del norte magnético), al lado de la gran
cancha en 'palangana' del juego de pelota, con banquetas de perfil convexo. Cada
pirámide presenta un perfil de tres o cuatro gradas, con una escalinata en la parte
delantera, frente a la plaza. Estas escalinatas frontales cubren sepulturas y tumbas. El
tipo de construcción es sencillo: piedras en su mayoría sin tallar, y quizás un repello de
barro pintado de rojo.

La organización espacial del Grupo A tiene significados simbólicos, posiblemente de


orden cosmogónico. Los dos ejes de la cruz formada por las cuatro pirámides están
marcados por varias estelas lisas y series de ofrendas y escondites. Sus extremos
corresponden a las tumbas y sepulturas incluidas en las escalinatas frontales. En el cruce
central de los dos ejes fue hallado un altar monolítico liso: este monumento cubría una
ofrenda de 13 camagüiles (Ilustración 94), colocada encima del acceso a una gruta
artificial excavada en el centro de la plaza. Otros marcadores importantes del espacio
sagrado en el Grupo A son 23 monumentos, que incluyen estelas y altares, tanto
esculpidos como lisos, y cuatro sarcófagos (Ilustración 93, cf. supra). De los sarcófagos
hallados en sitios vecinos a La Lagunita (cf. supra) sólo uno presenta en la parte inferior
un drenaje, o agujero para el drenaje de líquidos, como los de La Lagunita. En cuanto a
las ofrendas, incluyen espejos de pirita, como uno de 24 cm de diámetro que apareció en
el centro exacto de la gruta, así como vasijas que contenían 'cantos rodados' (a menudo
de quarzo) y camagüiles.

Otro aspecto fundamental del Grupo A consiste en el dualismo característico de la


configuración, tanto del centro en general como de las ofrendas en particular: por
ejemplo, todas las estructuras del Grupo A forman pares, lo mismo que la gran mayoría
de las casi 300 vasijas halladas en la 'gruta'. La plataforma 11, adyacente a la cancha,
soporta dos estructuras idénticas y paralelas, 11a y 11b. Otros sitios contemporáneos de
la cuenca de Sajcabajá tienen una conformación estructural parecida, es decir distribuida
en pares (Pacagüix, El Achiote).

La iconografía, principalmente cerámica, ofrece temas muy variados, pero se observan


numerosas representaciones zoomorfas, especialmente del jaguar y de la tortuga, 'pareja'
que corresponde probablemente al binomio tierra-agua. Las prácticas funerarias,
asociadas principalmente a las cuatro pirámides del Grupo A, responden en cierta
medida al principio dual que rige el centro: las pirámides norte (A10) y este (A7)
contienen tumbas con sarcófagos monolíticos, mientras las pirámides sur (A5) y oeste
(A6) cubren sepulturas más sencillas en cajones de lajas.

En contraste con las tumbas grandes, un poco posteriores, de Kaminaljuyú y Nebaj, las
de La Lagunita no corresponden a cámaras techadas sino a fosas rellenadas (con
excepción de dos tumbas claramente techadas con bóveda en las Estructuras A8 y C1).
La tumba más importante del Grupo A (C44) fue hallada debajo de la escalinata frontal
de la pirámide A7, y ha sido fechada de 300 DC. El sarcófago esculpido (Ilustración
93), depositado en la fosa contenía dos individuos en posición decúbito, superpuestos,
lo que es otro indicio de dualismo. Contenía también varios restos humanos dispersos,
ofrendas de cerámica (un par de urnas, una con forma de jaguar y la otra antropomorfa),
ofrendas de huesos de animales (jaguar y tortuga), así como de jadeíta, cuarzo, sílex,
obsidiana (dos bifaciales de obsidiana verde de Pachuca), pizarra y pirita, y también de
concha y hueso labrado. Al rellenar la fosa, alrededor y encima del sarcófago se
depositaron una estela lisa (Monumento16) y un 'yugo' de piedra, así como varias
ofrendas de cerámica (otro par de urnas que representan, jaguar y sol), de 'cantos
rodados', de conchas, de lítica, de caparazones de tortuga, etcétera. También se
depositaron los restos de varios individuos sacrificados.

Más que la calidad un tanto 'rústica' de los objetos, el rasgo relevante de esta tumba es la
configuración espacial e iconográfica de las ofrendas adentro y afuera del sarcófago,
como expresión de un simbolismo ritual muy elaborado, comparable al de las tumbas de
la Fase Esperanza, de Kaminaljuyú. Solamente excavaciones científicas hechas con
precisión pueden aportar datos de esta índole.

El conjunto ritual más complejo de La Lagunita, sin embargo, es sin duda la gruta
artificial (C48) descubierta debajo del piso de la plaza, en el cruce de los dos ejes del
Grupo A. Desde el altar central, con su estela y la ya mencio-nada ofrenda de 13
camagüiles (Ilustración 94), el acceso se hacía por una escalinata de 11 gradas de
talpetate, luego por un corredor horizontal, cuya entrada, al pie de las gradas, estaba
cerrada con lajas. Una segunda pared cerraba el corredor a medio camino, con otro
escondite de 13 camagüiles y 13 cuentas depositadas en una vasija. La 'gruta' es de
forma elipsoidal (6.70 x 5.30 m), alta, de 1.50 a 2.00 m, excavada en el talpetate,
utilizada para fines rituales y definitivamente cerrada entre 350 y 400 DC, es decir, a
principios del Clásico Temprano. No contiene sepulturas sino varias lajas grandes que
forman 'mesas' sobre el piso, y una gran variedad de objetos (entre ellos casi 300 vasijas
de cerámica: 60% domésticas y 40% rituales, Ilustración 95), cuya disposición espacial
es muy compleja. Esta 'gruta' probablemente, no tenía ningún carácter funerario, sino
simbolizaba más bien (al igual que la cueva primitiva descubierta en 1971 debajo de la
Pirámide del Sol, de Teotihuacan) la matriz primordial, origen mítico del universo,
representado de modo condensado, bajo forma de un microcosmos organizado. La gruta
C48 ha sido comparada también con una cámara funeraria subterránea, clásica
temprana, hallada por Ichon en el sitio vecino de los Cimientos-Chustum (véase
Ilustración 59), con las cámaras subterráneas protoclásicas de Salcajá (Quetzaltenango),
y con la tumba grande de Zaculeu (Estructura 1). Con fecha del final del Clásico
Temprano, y aun con las tumbas del occidente mexicano, fechadas 100-100 DC (estas
tumbas son cámaras subterráneas con acceso por medio de un pozo vertical).

Aunque no es pertinente hacer aquí una descripción detallada de la cultura material,


desplegada en La Lagunita entre 100 y 500 DC, conviene subrayar que sus
componentes indican influencias foráneas múltiples. La presencia de sarcófagos sugiere
que se mantenía una influencia olmeca tardía en La Lagunita (iniciada localmente con la
cerámica del Preclásico Medio), lo que confirma la comparación con la escultura clásica
temprana del Cerro de Las Mesas, un sitio que también conserva rasgos olmecas tardíos.
La configuración misma del Grupo A, según dos ejes cruzados, y en su centro el
escondite de 13 camagüiles (que evoca la famosa Ofrenda 4 de La Venta) también
podrían ser rasgos olmecas presentes en La Lagunita, de la transición del Preclásico al
Clásico. Este 'conservadurismo' olmeca podría reforzar la hipótesis lingüística de una
presencia mixezoque (cf. supra), si no en La Lagunita por lo menos en algunas regiones
vecinas, hasta inicios del Clásico. En todo caso, la cerámica Lilillá-Tucunel carece
totalmente de rasgos olmecas, y más bien muestra afinidades con las cerámicas del
sureste (Chalchuapa, Kaminaljuyú), a pesar de una escasez de decoraciones Usulután,
tan populares en El Salvador a finales del Preclásico. Vasijas policromadas
protoclásicas, importadas de Petén, así como claras influencias de Teotihuacan,
aparecen en la cerámica de la gruta C, es decir, aun más temprano que en Kaminaljuyú
(conviene observar que, al igual que varias lenguas mayas, la 'rama quiché' tiene
semejanzas lexicales con el totonaco, hipotético idioma ancestral de los
teotihuacanos).48 En suma, La Lagunita expresa una intensificación de contactos a
larga distancia, durante el período comprendido entre 100-400 DC.

Ichon ha propuesto que la población responsable del aumento espectacular de


asentamientos protoclásicos en la región de Sajcabajá, pudo haber venido de El
Salvador huyendo de una erupción del Volcán Ilopango, ocurrido en 250 DC. Sin
embargo, los cambios que definen la Fase Lilillá se iniciaron antes, por lo menos en 100
DC, y las relaciones culturales entre el sureste y La Lagunita se remontan sin duda al
Preclásico Medio. Queda la interrogante: ¿qué impacto tuvo aquella tremenda erupción
volcánica en las cuencas y valles de Quiché, Baja Verapaz y Alta Verapaz, a principios
del Clásico? Depósitos recientes de cenizas volcánicas existen en estas regiones:
algunos cubren probablemente capas con restos de ocupaciones humanas del Preclásico.

El Portón y otros centros mayores en las cuencas (100-600 DC)

Al sur de la cuenca de Sajcabajá (véase Ilustración 59), en la cuenca alta del Río
Motagua, Zacualpa es un centro que ya estaba ocupado durante el Preclásico Tardío y
final; pero no hay prueba de que hayan existido edificios públicos, antes del Clásico
Temprano, durante la Fase Balam. En cambio, las cuencas de Cubulco y de Rabinal
abarcan varios centros preclásicos con pirámides: La Laguna de Cubulco, y en Rabinal,
Tukurabaj, con sus cámaras funerarias, lamentablemente saqueadas, y Pakakjá. No hay
duda de que, como en Sajcabajá, la estructura sociopolítica de estas cuencas tuvo su
origen y aun un desarrollo marcado desde el Preclásico Tardío. Pero las secuencias de
construcción y de ocupación de estos centros todavía se desconocen.

El gran centro de El Portón, en la cuenca de Salamá, ha sido tan estudiado como La


Lagunita. La red de asentamientos dominada por este centro muestra tendencias muy
distintas del aumento notable que afecta a la cuenca de Sajcabajá: entre 1 y 200 DC, el
número de sitios ocupados bajó de 14 a 9, y El Portón parece entrar en decadencia.
Durante la fase posterior, es decir el Clásico Temprano, sólo cinco sitios estaban
ocupados y El Portón quedó abandonado. Los nuevos centros rectores eran aldeas que
tenían estructuras funerarias de cierto volumen, localizadas en las orillas. Chuacimarrón
y El Salto, grandes asentamientos del Clásico Tardío, estaban instalados arriba de la
planicie, aunque una ocupación más temprana se indica por la presencia de algunos
tiestos que corresponden al Clásico Temprano. En realidad, la red de asentamientos más
tardíos oculta la ocupación temprana.

En Baja Verapaz, los datos referentes al valle del Río Chixoy indican una ocupación en
tres pequeños sitios cerca y río abajo de Sacapulas, probablemente en relación con la
densa ocupación de la cuenca adyacente de Sajcabajá. Río abajo, hacia Alta Verapaz, el
Protoclásico y el Clásico Temprano están muy escasamente representados, a pesar de
una ocupación marcada en el período anterior y en el posterior.

Valles de Alta Verapaz y de Nebaj (100-600 DC)

Hacia el norte de las cuencas de Quiché y de Baja Verapaz, los pequeños valles de Alta
Verapaz revelan, posiblemente, sitios del Preclásico Tardío, cubiertos por aluviones y
cenizas volcánicas en los fondos planos. Menos de 10 asentamientos son conocidos
entre Salamá y Cobán, en su mayoría situados sobre cerritos y lomas, a veces en centros
ocupados muy posteriormente. El centro cívico-ceremonial mayor sería Carchá-
Calvario, caracterizado por sus dos grandes pirámides, parcialmente excavadas por
Mary Butler en la década de 1940. Más al norte, se han encontrado indicios dispersos de
ocupación protoclásica, hasta Chamá y Salinas de Los Nueve Cerros. Aunque mal
conocida, la cerámica asociada sugiere relaciones con el Altiplano, más bien que con las
Tierras Bajas.

El Clásico Temprano es sin duda el período menos conocido en Alta Verapaz. Entre
Salamá y Cobán no se han ha- llado más de tres sitios con un claro componente
cerámico Cobán 1. Posiblemente fenómenos coluviales y aluviales en los fondos de los
valles, quizás ligados al desastre de Ilopango, así como estratos de ocupación posterior
en sitios clásicos, ocultan buena parte de los componentes tempranos. Carchá-Calvario
parece haber sido abandonado y reemplazado por el centro de Chichén (véase
Ilustración 59). En la región ixil, las grandes pirámides funerarias del centro ceremonial
mayor de Nebaj evocan múltiples rasgos rituales de Kaminaljuyú y de La Lagunita: ejes
de organización espacial marcados por monumentos (26 en total: pero no hay escultura
contemporánea en Kaminaljuyú), igual orientación general, tumbas con techo en bóveda
debajo de las escalinatas frontales, sarcófagos monolíticos, etcétera. Es decir, hay
muchos rasgos fechados del Clásico Temprano-Medio en este centro, famoso por su
cerámica negra fina y sus vasijas policromadas con pestaña basal, importadas o imitadas
de Petén.

En los años 500-600 DC, momento que algunos llaman el Clásico Medio, llegó a su fin
la supuesta presencia teotihuacana en Kaminaljuyú e intervino el 'hiato' en la vida
político-ritual de los Estados de Petén. Se desconoce el impacto que tuvieron los dos
fenómenos históricos en las Verapaces y sus confines occidentales.

Desarrollo Cultural en el Clásico Tardío (600-900 DC)

Las cuencas meridionales

En Sajcabajá, el Grupo A de La Lagunita fue abandonado en algún momento del


Clásico Temprano, quizás cuando se cerró definitivamente la gruta oficial. El nuevo
centro ritual se estableció en el Grupo B, vecino, cuyas ruinas no han sido excavadas.
En la región de Sajcabajá la ocupación anterior, evaluada en 53 sitios, se redujo a 17 del
Clásico Tardío, pero la tendencia es también que se multiplican los centros mayores.
Además del Grupo B de La Lagunita surge Pantzak, localizado en el llano de Sajcabajá
(véase Ilustración 59), pero de apogeo fechado más bien en el Epiclásico. Cerca de
Pantzak, los dos asentamientos gemelos, Xe Patzak y Los Cimientos-Chustum, si bien
son postclásicos, incluyen una ocupación anterior. Otro centro mayor, vecino de La
Lagunita, es Los Cerritos-Chijoj, cuyo centro ceremonial y zonas residenciales
periféricas han sido topografiados y excavados.

El centro ceremonial Los Cerritos-Chijoj (Ilustración 96) sólo dominaba la subcuenca


de Canillá. Parece ser más pequeño y más sencillo que el Grupo B de La Lagunita, pero
los dos centros tenían el mismo concepto Clásico Tardío de plaza, rodeada de
estructuras rectangulares y bajas (tres plazas en el Grupo B, sólo una en Los Cerritos),
sin las grandes pirámides típicas del Preclásico. Las plazas marcan una orientación de
10 a 15 grados al este del polo magnético. Los dos centros abarcan una cancha de juego
de pelota en 'palangana', orientada casi exactamente de norte a sur, lo cual es un rasgo
regional característico del Clásico Tardío. El centro epiclásico de Pantzak presenta
también los mismos rasgos, aunque abarca dos canchas, una orientada de este a oeste, y
otra cerrada en I, orientada de norte a sur.

El dualismo mencionado para el Grupo A de La Lagunita, en su configuración general y


en muchas de sus ofrendas, parece regir también la organización de la plaza de Los
Cerritos-Chijoj, considerando que las Estructuras 2, 3, 4, 5 y 11 conforman la mitad
norte del centro y las Estructuras 1, 7, 8, 9, 10 y 12 la mitad sur. La cancha representa
una actividad ritual y un espacio compartidos, lo que confirmaría las tres escalinatas,
norte, central y sur, de acceso desde la plaza. Las dos estructuras principales, la número
1 de 5 m de altura y la número 2 un poco más baja, son pirámides-templos del Clásico
Tardío. La diferencia de tamaño entre las dos indica claramente que la mitad sur
dominaba la mitad norte. En realidad, el dualismo en las mitades norte y sur es también
evidente en los planos de centros clásicos como Pantzak, en Sajcabajá, Chuacimarrón,
en Salamá, Los Encuentros, en el valle del Chixoy, etcétera. Este dualismo parece ser un
rasgo característico de los centros mayores con plano ortogonal compacto y cancha de
pelota normalmente orientada de norte a sur, dos rasgos típicos del Clásico Tardío.

En Los Cerritos-Chijoj, las plataformas de mampostería con repello de arcilla


soportaban superestructuras de materiales perecederos. Las superposiciones indican que
hubo hasta cuatro fases de reconstrucción en este pequeño centro, cuyos edificios
combinaban estrechamente las actividades rituales públicas y las domésticas privadas.

Los criterios que permiten identificar las actividades domésticas (Estructuras 3, 5 y 10;
Ilustración 96) son los fogones en depresión de arcilla quemada (40 a 80 cm de
diámetro), las cazuelas para nixtamal empotradas en el suelo y pequeños graneros de
bajareque (un ejemplo en la Estructura 5 de primera fase: 110 x 130 cm). En contraste,
los criterios de actividades ceremoniales (Estructuras 1, 2, 7, 8 y posiblemente 11 y 12)
corresponden a bloques frontales incluidos en las escalinatas, ofrendas dedicatorias, así
como sepulturas en cajones de lajas colocadas adentro de los bloques frontales, es decir
como parte integrante no visible de las estructuras. Otras sepulturas en cajones fueron
agregadas a las plataformas sobre sus pisos, y como eran visibles o fácilmente
accesibles, fueron saqueadas durante el Epiclásico, rellenándose los cajones de tiestos y
de varios materiales. Estas sepulturas sugieren que las estructuras domésticas de las dos
mitades se transformaron en edificios funerarios durante la tercera fase de construcción,
antes del saqueo que caracterizó la cuarta fase.

Otro rasgo interesante de la fase final es la transformación de las Estructuras 8 y 10,


para formar una sola 'casa larga (35 m de largo; Ilustración 96), logrando un tipo de
estructura característica' del período posterior: este hecho confirmaría la dominación
(sociopolítica o ritual) de la mitad sur. En el Epiclásico o en el Postclásico está fechado
un altar central, esculpido con dos calaveras y dos cabezas zoomorfas, encontrado en el
centro del juego de pelota, como testigo de una utilización ceremonial esporádica del
centro, después de su abandono durante el Epiclásico. Otros fragmentos de esculturas,
entre éstos dos cabezas de jaguares, asignan al Clásico Tardío o final.

Las zonas residenciales de Los Cerritos-Chijoj cubren más de 100 hectáreas en las
faldas de la cuenca de Canillá. La población se estima en 1,000 a 2,000 habitantes. De
las viviendas quedan aproximadamente 200 plataformas de piedra, las cuales alcanzan
una altura máxima de 3 m; marcadas diferencias de tamaño sugieren cierta
diferenciación social en la población local. Además, dos grupos residenciales son
notablemente más elaborados que los otros: los grupos A y D constan de cinco
montículos con un sexto de función funeraria y es interesante observar que, en cada uno
de los dos grupos, tres estructuras están dispuestas en hileras de la misma manera que
las tres estructuras de cada mitad del centro ceremonial. Quizás los Grupos A y D
correspondan a las dos mitades del centro.
A primera vista y en espera de otros estudios similares, el asentamiento Los Cerritos-
Chijoj, pueblo pequeño pero más poblado que los centros y las aldeas del período
anterior, podría haber resultado de algún proceso de concentración de la población,
ocurrido durante el Clásico Temprano-Medio, con base en una estructura política en
parte heredada del Preclásico. Tal hipótesis explicaría la disminución drástica de la
cantidad de sitios en la región de Sajcabajá (53 a 17), mientras que las regiones vecinas
presentan más bien los indicios de un aumento de población.

En Baja Verapaz, la cuenca de Cubulco tenía en La Laguna su mayor centro Preclásico


(véase Ilustración 59), aparentemente abandonado durante el Clásico y quizás
reemplazado por Las Vegas, localizado en la salida del Río Cubulco hacia la cuenca de
Rabinal. Este centro consta de un juego de pelota y de grandes zonas residenciales. Más
hacia el este, en Rabinal, datos muy preliminares sugieren que los mismos centros
preclásicos y clásicos tempranos de Pakakjá y Tukurabaj, seguían dominando la cuenca
y que se produjo una fuerte concentración de población entre estos dos centros y un
tercero localizado cerca de Tukurabaj, Kack-Cotzij, ocupando así todo un sector central
del llano de Rabinal. Aparte de la presencia, en cada uno, de un juego de pelota y de
zonas residenciales, se sabe muy poco de la organización y de la arquitectura
monumental de estos centros. Cabe señalar también otro asentamiento similar,
Toloxcoc-La Laguna a 1,500 m de altura en la vertiente sureste de Rabinal, centro
postclásico por su posición alta, pero más bien clásico por su juego de pelota (canchas
postclásicas no existen al oriente de Rabinal).

Hacia el este, la cuenca de Salamá y San Jerónimo experimentó un fuerte crecimiento


demográfico y una reorganización sociopolítica, ya que la cantidad de sitios aumenta de
5 a 17 durante el Clásico Medio-Tardío. Los centros secundarios son Tzalcam, El Cacao
y Trapichito, en la subcuenca de San Jerónimo, dominados por el centro mayor de Salto,
mientras San Jacinto es un centro secundario de Salamá, subcuenca dominada por
Chuacimarrón. Todos estos sitios ponen en evidencia la tendencia, ya observada en las
demás cuencas, a la concentración de población en grandes zonas residenciales que
rodean las plazas públicas, con centenares de viviendas. Pero Salto y Chuacimarrón
revelan además una tendencia nueva, que consiste en localizar los centros en lomas un
tanto altas, que dominan los llanos de Salamá y San Jerónimo y dan acceso a las sierras
y valles altos de Alta Verapaz; localización óptima, tanto para controlar los caminos
entre sierras y cuencas, como para asegurar la defensa contra ataques militares.

Muy poco se sabe de la cronología y de la arquitectura de estos dos centros. La


cerámica de superficie sugiere una ocupación desde el Clásico Temprano hasta el
Epiclásico y Postclásico. Ciertos rasgos, tales como las estructuras largas y los juegos
de pelota cerrados en I y deprimidos, indican que las plazas actualmente visibles datan
del Epiclásico, anunciando claramente el desarrollo de los grandes centros defensivos
del Postclásico. Por otra parte, Chuacimarrón y Salto expresan también la organización
dual, tan frecuente en la época clásica tardía (y posteriormente), pero según patrones
diferentes. En Chuacimarrón dos mitades, norte y sur, conforman una sola plaza
compacta con un solo juego de pelota; en Salto, el Río Las Flautas separa dos plazas,
cada una con su cancha.

También en el valle del Río Chixoy se observa un fuerte crecimiento demográfico en el


Clásico Tardío: de 40 sitios conocidos, 30 datan de este período. Considerando la escasa
ocupación anterior (Clásico Temprano), se admite que el aumento resultó en buena
parte de una inmigración, quizás desde las cuencas meridionales. El patrón de
asentamiento es claramente agrupado, confirmando la tendencia a la concentración en
los centros: los del valle incluyen 30 de los 36 grupos residenciales reconocidos, lo que
deja sólo seis grupos aislados (cada uno con un máximo de 15 viviendas). El centro
mayor es Los Encuentros, localizado en la confluencia de los ríos Chixoy y Salamá.
Con las zonas residenciales del sitio vecino (Pueblo Viejo-Chixoy), este asentamiento
agrupaba aproximadamente a 2,000 habitantes, en un punto estratégico entre las cuencas
del sur y los valles altos del noreste.

El grupo monumental de Los Encuentros presenta una organización dual, como Los
Cerritos-Chijoj y Chuacima-rrón, en plaza ortogonal compacta, con una sola cancha.
También incluye sepulturas importantes colocadas debajo de las escalinatas de las
estructuras más altas, algunas en cámaras con bóveda, otras en cajones, sepulturas
violadas durante el Epiclásico, al igual que en Los Cerritos-Chijoj. Gracias a los
trabajos exhaustivos de rescate realizados en el valle por los equipos de Ichon, Los
Encuentros y los centros secundarios que se suceden río arriba han revelado una
marcada diversidad de elementos culturales, negando que el valle haya formado alguna
entidad sociopolítica unida; antes bien, cada sector del valle dependía directamente de la
cuenca meridional más cercana, desde Sajcabajá, al oeste, hasta San Jerónimo, al este.

Valles altos y depresiones de Verapaz (600-900 DC)

Desde Salto hasta Tactic, todos los valles altos (Baja Verapaz; véase Ilustración 59)
abarcan asentamientos parecidos a los de Chixoy o de las cuencas meridionales, con sus
extensas zonas residenciales. Estos asentamientos indican un aumento demográfico y,
en alguna medida, confirman la organización urbana dual, según el patrón de las dos
plazas y dos zonas separadas por el río; los juegos de pelota son escasos. Excavaciones
limitadas en el pequeño centro de Sulín, cerca de Purulhá, han ilustrado la morfología
rústica de la estructura funeraria, con algunas de sus sepulturas violadas quizás durante
el Epiclásico.

Más al norte de Tactic, en las depresiones kársticas de Alta Verapaz (Santa Cruz,
Chamelco, Cobán, Carchá), el patrón de asentamiento Clásico Tardío es distinto del
patrón meridional. Los centros secundarios y el centro mayor, Chichén, forman plazas
ceremoniales ortogonales que carecen totalmente de zonas residenciales. La población
parece haber sido dispersa, tanto en los llanos como en los cerros kársticos, donde la
vegetación y el relieve ocultan los vestigios a tal punto que toda evaluación de la
densidad y dinámica sería difícil.

Quizás Chichén pueda considerársele como el último centro ceremonial hacia el sur,
que representa la tradición clásica de Petén, o por lo menos, que pertenece a una serie
transicional de centros dispersos, desde Salinas de Los Nueve Cerros, Chinajá y
Cancuén hasta Cobán, pasando por Chamá y Raxrujá (Ilustración 91). Muy poco se sabe
de esta región transicional entre las Tierras Bajas y el Altiplano, por falta de
prospecciones y excavaciones. Aun de la famosa cerámica policromada Chamá 3-4
(Ilustración 90) se desconocen en parte los contextos. Los centros se caracterizan por
varias plazas ortogonales yuxtapuestas, con estricta orientación de todas las estructuras,
por una arquitectura de piedra cuidadosamente labrada y por la presencia de estelas lisas
y altares alineados, especialmente en Chichén y Raxrujá. Chichén tiene dos canchas
abiertas en sus tres plazas; una de las estructuras laterales lleva una representación de un
loro en bajorrelieve, un rasgo que asemeja este juego a uno del sitio Piedras Negras. Las
tres plazas están orientadas a 15-20 grados este, orientación común en el Clásico, y
abarcan 23 estructuras, entre las cuales se notan una pirámide de 10 m de alto y siete
estructuras largas. El centro siguió ocupado durante el Epiclásico y el Postclásico,
aparentemente sin mayor ruptura. En toda la región de Cobán y en el valle del Río
Cahabón, hallazgos mal reportados de una gran diversidad de objetos revelan una
iconografía local muy elaborada, claramente derivada de las Tierras Bajas. Es probable
que las élites de Alta Verapaz hayan mantenido relaciones estrechas con ciertas
Ciudades-Estados de Petén.

Para terminar esta síntesis dedicada al Clásico Tardío en las Verapaces, es pertinente
recordar las dos hipótesis propuestas en relación con las esferas cerámicas clásicas.
Primera hipótesis: la Esfera Chuacús corresponde a cierta unidad territorial étnica en
Baja Verapaz, donde las aldeas y los pueblos intercambiaban cerámicas domésticas. La
etnia habría sido pokomam, pero por la fragmentación evidente en los patrones de
asentamiento con múltiples 'centros mayores', es poco probable que las cuencas
meridionales y sus anexos en el valle del Chixoy hayan formado una sola entidad unida.
De hecho, al final del Clásico, el idioma pokomam se dividió en pokoman y pokomchí.
Segunda hipótesis: la Esfera Cuchumatanes corresponde a esta franja norte, cercana a
Petén y Alta Verapaz, donde las élites intercambiaban cerámicas finas y muchos otros
objetos de lujo. Esta región es, y posiblemente era, kekchí, desde el Preclásico Medio o
Tardío.

Conviene enfatizar la fragmentación, si no étnica al menos sociopolítica, de las


Verapaces durante el Clásico Tardío. Desde Los Cerritos-Chijoj hasta Chichén (véase
Ilustración 59), el crecimiento demográfico parece haber multiplicado los centros de
poder sin que haya surgido el primus inter pares. Tal situación no hubiera facilitado los
intercambios económicos entre las Tierras Altas y Bajas; por ejemplo, entre el centro de
exportación de obsidiana, que seguía siendo Kaminaljuyú, y las ciudades de Petén.

Intrusiones Epiclásicas (900-1100 DC)


El Epiclásico continúa siendo un período todavía difícil de definir, tanto en lo
cronológico como en lo espacial. Parece que se mantuvieron los grandes rasgos de los
patrones culturales del Clásico Tardío, pero con algunos indicios de cambios
significativos. Sin embargo, no en todos los sitios clásicos aparecen los elementos
epiclásicos: en la cuenca de Sajcabajá sólo 10 sitios de un total de 80, y en el valle del
Río Chixoy, en siete sitios de un total de 45. En Cubulco y Rabinal los datos, todavía
muy limitados, no permiten apreciar el fenómeno Epiclásico. En Salamá-San Jerónimo
y en los valles altos de Baja y Alta Verapaz se ha dado poca atención a la definición de
este fenómeno. A pesar de todo, muchos datos permiten esbozar el cuadro general del
Epiclásico en esta región.

La profanación de sepulturas es quizás el rasgo Epiclásico más notable. En Los


Cerritos-Chijoj (Sajcabajá), fueron violados sólo los cajones colocados sobre las
plataformas, es decir visibles, y no los cajones incluidos en los rellenos, en las
escalinatas frontales. Hay sepulturas violadas también en cinco centros del Chixoy y,
cerca de Tactic, en el montículo funerario de Sulín. De las estructuras funerarias
saqueadas fueron reutilizadas sólo las tumbas con bóvedas de Los Encuentros, con
excepción de la tumba principal. Además, se hicieron entierros epiclásicos intrusivos en
estructuras preclásicas o clásicas. En el Grupo A de La Lagunita varias estructuras
ceremoniales contienen sepulturas sencillas intrusivas, de adultos en posición sedente,
con ofrendas de cerámicas epiclásicas. Los centros de Los Cerritos-Chijoj, en Sajcabajá,
y de El Portón, en San Jerónimo, también recibieron tales sepulturas intrusivas. Los
patrones funerarios del Epiclásico rompen claramente con las tradiciones clásicas:
indican que surgieron localmente élites nuevas, quizás foráneas, que destruyeron los
viejos cultos ancestrales e impusieron nuevos líderes.

En el Epiclásico se reanudó la tradición de la escultura, aunque con estilos muy distintos


de los del Preclásico. Ichon describió, en relación con la cuenca de Sajcabajá, una serie
de esculturas de factura burda, entre éstas algunas cabezas de jaguar o serpiente, con o
sin rostro humano asociado (un tema Epiclásico, según John Fox), y estelas
antropomorfas con brazos cruzados en el pecho (un rasgo Epiclásico según Carlos
Navarrete). Tres ejemplares se hallaron en sitios rituales de cumbre: Xabaj y Sakiribal
demuestran la permanencia en el Clásico Tardío Terminal de un culto en las cumbres
muy antiguo (cf. supra, el sitio protoclásico de Chi-Quiché). Es posible que antes y
después de la Conquista, cada sitio de cumbre haya tenido su antiguo 'ídolo' de piedra.
En la cuenca de San Jerónimo y en su orilla norte, algunas esculturas parecidas a las de
Sajcabajá podrían confirmar el fechamiento epiclásico. Además, es interesante observar
que hubo estructuras preclásicas de El Portón que fueron transportadas y reinstaladas en
uno de los dos nuevos centros epiclásicos, tal el caso de Laguneta.

Otros rasgos del Epiclásico son la conversión de plataformas rectangulares clásicas en


'casas largas', de 35 a 40 m de largo (por ejemplo en Los Cerritos-Chijoj y Los
Encuentros), nuevos estilos, formas y técnicas de decoración de la cerámica funeraria o
ritual (Plomizo Tohil, Naranja Fino, bicromo inciso, soportes zoomorfos, iconografía
'mexicana' sobre incensarios), mientras que la cerámica doméstica continúa la tradición
clásica, escasos objetos de metal de algunas sepulturas epiclásicas, etcétera.

La hipótesis que pueda explicar estos cambios relativamente abruptos al final del
Clásico sería que tomaron el poder nuevas élites extranjeras, de los mismos grupos de
mayas mexicanizados, procedentes de la Costa del Golfo (o de Yucatán), que invadieron
las ciudades del Río de La Pasión en los siglos IX y X, dejando una estela de uno de sus
líderes hasta en Chinajá, a 60 km al norte de Cobán. Considerando el interés del sistema
fluvial Chixoy-Usumacinta-de La Pasión para los intercambios entre la Costa del Golfo
(y de allí al centro de México), Petén y el Altiplano maya, es posible adelantar que estas
élites buscaban implantar centros de control para un comercio a larga distancia, que no
facilitaba la fragmentación sociopolítica del Altiplano Norte en el Clásico Tardío. Lo
mismo quizás estaba ocurriendo durante el Epiclásico en la otra vía fluvial, el valle del
Motagua entre Quiriguá y Acasaguastlán. Sin embargo, esta hipótesis exige que se
estudie la distribución cronológica y espacial de los rasgos que definen el fenómeno
epiclásico. Además, conviene observar que, en lo lingüístico, las influencias e
interacciones entre lenguas mayas y no mayas de las Tierras Bajas, durante el
Epiclásico, no confirman el carácter 'mexicanizado' de las supuestas intrusiones
epiclásicas. Las famosas influencias 'toltecas' (de idioma nahua) serían más tardías, es
decir, del Postclásico. Lo que sí queda seguro es que el Epiclásico anuncia claramente
los desarrollos postclásicos en el Altiplano Norte de Guatemala.
MARION POPENOE DE HATCH y MATILDE IVIC DE MONTERROSO

El Altiplano Norte durante el Período


Postclásico

El Altiplano Norte, según los criterios usados en este ensayo, sólo incluye a los
Departamentos de Alta Verapaz, Baja Verapaz y Quiché. Esta área tenía características
interesantes durante el Período Postclásico. El territorio del actual Departamento de
Quiché es particularmente notable, en comparación con otras regiones de Guatemala,
porque no parece haber sido afectado de manera tan negativa por el colapso del Clásico
Tardío. En otras regiones, como las Verapaces, se produjo una aparente disminución de
la población y simultáneamente una descentralización sociopolítica. En muchos lugares
de Quiché ocurrió exactamente lo contrario, es decir, un aumento demográfico continuo
y una creciente centralización sociopolítica.

Las investigaciones arqueológicas en el Altiplano Norte de Guatemala han sido


realizadas en varias unidades de trabajo, con diferentes objetivos y metodologías. Sin
embargo, el Período Postclásico ha sido afectado por la tendencia a correlacionar los
datos arqueológicos con la información contenida en los documentos etnohistóricos. Es
deseable, en efecto, que algún día se pueda efectuar tal correlación, pero para ello es
necesario más trabajo de campo y más análisis de la cerámica, antes de llegar a
conclusiones definitivas. En la actualidad, muchos de los nombres originales de los
lugares ya no se usan, las fronteras de los idiomas y dialectos han cambiado, y existe
incertidumbre en cuanto a la cronología y el contenido de los relatos sobre los conflictos
que ocurrieron antes de la Conquista. Hay contradicciones entre los datos arqueológicos
y los etnohistóricos, especialmente respecto de las fechas de las posibles conquistas
prehispánicas, la llegada de elementos foráneos, la identidad de ciertas poblaciones,
etcétera. Un problema básico se refiere a la invasión 'tolteca' o 'maya-mexicanizada' al
Altiplano Norte de Guatemala, la cual supuestamente ocurrió después del colapso de los
centros mayas de las Tierras Bajas. Para examinar algunas de estas preguntas, es preciso
tratar de separar los datos arqueológicos de las interpretaciones de los acontecimientos
prehispánicos, los cuales se basan en los documentos coloniales escritos por indígenas y
españoles. Primero se presentará la información arqueológica, seguida por un análisis de
las interpretaciones etnohistóricas y lingüísticas. Para el desarrollo del tema se tratará de
integrar los datos de las tres disciplinas.

Las investigaciones arqueológicas más tempranas incluyen un estudio sobre Rabinal,


publicado por Alfred P. Maudslay, en 1899; un análisis de la cerámica de Alta Verapaz,
hecho por Mary Butler, y reconocimientos efectuados por Robert Burkitt y Franz
Termer. El reconocimiento arqueológico más extenso del Altiplano Norte fue realizado
por A. Ledyard Smith, e incluye mapas y recolecciones superficiales de la cerámica que
estaba en los sitios más grandes situados a lo largo del Río Negro (también conocido
como Chixoy) y las áreas adyacentes. El sitio Nebaj, localizado en la sección noroeste
del Departamento de Quiché, a inmediaciones del Río Cotzal, fue inicialmente
excavado por A. Ledyard Smith y Alfred Kidder, y posteriormente por Pierre
Becquelin. Richard E.W. Adams realizó investigaciones en los sitios Tzicuay, San
Francisco, San Francisco del Norte y Palo Viejo, todos en el valle del Río Cotzal
(Ilustraciones 69 y 97).

En la década 1970, la Misión Francesa, especialmente los arqueólogos Alain Ichon,


Marie Ch. Arnauld y Marie F. Fauvet-Berthelot, investigaron un extenso territorio que
incluyó partes de Sacapulas, Sajcabajá, los valles del Río Negro o Chixoy, y el área de
Rabinal en Baja Verapaz. Los valles de Salamá y San Jerónimo, en Baja Verapaz,
fueron estudiados intensivamente por Robert Sharer y David Sedat. Asimismo, Arnauld
realizó una investigación sobre el Período Postclásico en Alta Verapaz.

Utatlán y Zacualpa fueron excavados por Robert Wauchope, quien también analizó la
cerámica encontrada en dichos lugares. El proyecto de Zacualpa tuvo inicialmente el
patrocinio de la Institución Carnegie y después el de la Universidad de Tulane. En otro
proyecto, organizado por el Institute for Mesoamerican Studies, de State University of
New York, en Albany, Robert Carmack, John Fox y Kenneth Brown investigaron la
parte sur del Departamento de Quiché, en un área que incluyó Utatlán y sus alrededores.
Investigaciones más recientes, hechas por Carmack y Fox, incorporaron un enfoque
predominantemente etnohistórico en la interpretación de los sucesos prehispánicos, y
utilizaron una cantidad relativamente grande de documentos indígenas coloniales
redactados por miembros de los grupos quichés (k'iche's) y cakchiqueles (kaqchikeles).
Estos documentos proporcionaron las bases de las interpretaciones propuestas por
Carmack y Fox respecto de la organización social prehispánica y la historia cultural de
dichos grupos.

En el presente resumen, el Altiplano Norte será separado por Departamentos. Esta


división responde a propósitos específicos, pero también se basa en la posibilidad de
trazar las diferencias entre los complejos cerámicos arqueológicos, en coincidencia
aproximada con los límites departamentales. Esta tarea se complica por la falta de
informes publicados sobre los análisis cerámicos del área, lo cual hace difícil definir sus
rasgos específicos. No obstante, se pueden hacer algunas afirmaciones generales. Para
este propósito se han usado principalmente los informes cerámicos publicados por
Wauchope, Sharer y Sedat, Becquelin, Smith y Kidder, Ichon y Arnauld. En la
elaboración de este ensayo la tarea más difícil quizás ha consistido en la necesidad de
superar la heterogeneidad de la información y de las metodologías utilizadas en los
distintos proyectos. Por ello, a continuación se intenta organizar y resumir los datos
disponibles.

Con base en las diferencias en la cerámica, es posible distinguir en el Postclásico dos


complejos: el Complejo Cerámico Este y el Complejo Cerámico Oeste. La diferencia
principal entre ambos estriba en que la vajilla Fortaleza Blanco sobre Rojo predominó
en el Complejo Oeste y escasamente se dio en el Complejo Este (Ilustración 97). En
este último abundaban las vajillas micáceas, las cuales constituían su principal
característica, que raramente aparece en el Complejo Oeste. La división entre ambos
complejos también se ha basado en investigaciones previas sobre la cerámica del
Altiplano en general, y sobre su desarrollo a lo largo del tiempo. El Complejo Este se
encuentra principalmente en Baja Verapaz, mientras que el Complejo Oeste incluye la
mayor parte del Departamento de Quiché. El actual Departamento de Alta Verapaz
permaneció un poco ajeno a ambos complejos y será considerado como una unidad
geográfica separada. Es necesario aclarar que los límites de estos complejos no fueron
los mismos en los períodos anteriores, aunque hay indicios de que en cada región los
complejos postclásicos evolucionaron de complejos anteriores.

Es importante mencionar que en el Postclásico Temprano ambos complejos importaron


vajillas, como la Plomizo Tohil, originada en el territorio aledaño a la actual frontera
entre Guatemala y Chiapas, la vajilla Naranja Fino, que provino del sur de México, e
incensarios de estilo 'mixteca'. Sin embargo, es curioso que estos materiales raramente
se presentan en el Area Central de Quiché.

Las diferencias en la cerámica, que han permitido establecer los Complejos Cerámicos
Este y Oeste del Altiplano Norte, no son tan observables en la arquitectura. Los
arqueólogos que se han especializado en la arquitectura observan variaciones entre los
Períodos Postclásico Temprano y Tardío. En relación con el Postclásico Temprano,
Smith observó que en el Altiplano se presentan principalmente dos tipos de conjuntos
arquitectónicos. Usualmente, ambos se han encontrado en los valles o en las laderas de
las montañas. El primero no es muy diferente de los centros del Clásico Tardío, excepto
por la introducción de pequeñas plataformas en el centro de las plazas. Como ejemplo
se pueden citar los sitios Chichén, Chalchitán, La Lagunita, Pantzac y Tzicuay
(Ilustración 97). El otro tipo continuó en el Postclásico Tardío y consistía en un grupo
compacto de edificios que bordean una o dos plazas, con un juego de pelota de extremos
abiertos, uno de los cuales conduce a una de las plazas. Normalmente había una
plataforma al centro de la plaza. El terreno alrededor de las plazas por lo general era
más alto, y tenía estructuras en los tres lados. Como ejemplos figuran los sitios de la
región de Nebaj, Cotzal y Chajul, Huitchún y Chalchitán, en la vecindad de Aguacatán,
y Pantzac, cerca de San Andrés Sajcabajá. Otro buen ejemplo es Chutixtiox, en la
región de Sacapulas.

En el Postclásico Tardío se experimentó un gran cambio en la localización de los


asentamientos. Los centros ceremoniales estaban ya bien fortificados con muros
defensivos, y situados en altas cumbres o penínsulas de tierras rodeadas por barrancos.
Los sitios defensivos comprendían de uno a ocho grupos de estructuras, que tenían una
cámara con tres o más entradas abiertas a la plaza. En el centro generalmente había un
templo, con una o más plataformas que pudieron funcionar como altares. Estos sitios
también se distinguen por edificios largos y abiertos con muchas entradas, templos
gemelos sobre una plataforma, y por lo menos un juego de pelota cerrado en forma de I.
Este tipo de arreglo se encuentra en la mayor parte del Altiplano, pero está ausente en
Nebaj, Cotzal, Chajul y en Alta Verapaz. Fox clasificó el patrón del Postclásico
Temprano como 'patrón de acrópolis' y lo atribuyó a una influencia chontal. Según
dicho autor, el patrón del Postclásico Tardío, que se caracterizaba por un complejo de
templos gemelos, supuestamente muestra influencia mexicana.

Datos Arqueológicos del Complejo Este


La información del Complejo Este incluye a Alta Verapaz y Baja Verapaz. Los datos
disponibles provienen de las excavaciones arqueológicas en ambos departamentos.

Alta Verapaz
La información sobre el Período Postclásico en Alta Verapaz proviene de las
investigaciones realizadas por Arnauld. En general, durante el Período Clásico el área
estuvo comercialmente orientada hacia las Tierras Bajas de Petén, y hacia la altiplanicie
del noroeste, en la zona de Nebaj y Cotzal. Después del colapso de los centros mayas de
las Tierras Bajas, Alta Verapaz parece haberse desarrollado independientemente de las
regiones adyacentes.

Al igual que en Baja Verapaz, el Postclásico Temprano en Alta Verapaz se caracterizó


por una disminución del número de sitios. La mayor parte de centros del Clásico Tardío
fueron abandonados, pero se construyeron otros nuevos. Estos sitios, que se encuentran
en la parte norte del Departamento, son los siguientes: Santa Elena, Chicuxab, Chichén,
Chijou, Samac, Chajsel y Kanihaab (Ilustraciones 69 y 97). Los estudios publicados
indican que la escasa información disponible de estos sitios se debe a la dificultad de
distinguir la cerámica de este período. Existen muy pocos ejemplares de cerámica
Plomizo Tohil provenientes de Alta Verapaz. Se señala, asimismo, que si bien los sitios
que continuaron ocupados durante el Postclásico Temprano muestran ciertos cambios
en las vajillas utilitarias, también puede observarse que la cerámica fina continuó con
las tradiciones del Clásico Tardío, que ya estaban presentes en el área. Por lo tanto,
Arnauld considera al Postclásico Temprano como una fase de transición, que no refleja
un colapso en la organización sociopolítica.

En relación con el Período Postclásico Tardío existe evidencia de una reducción de


población aun mayor que en el Postclásico Temprano. En la zona montañosa se conocen
tres sitios, que son Chajsel, Kanihaab y Pansalché, y dos más en los valles, Chichén y
Chicán. Es necesario hacer un análisis cerámico profundo, pero las vajillas conocidas en
la actualidad parecen derivarse de las del Postclásico Temprano. En esta región se
presenta la cerámica típica del Postclásico Tardío del Altiplano Norte: la vajilla
Fortaleza Blanco sobre Rojo (Ilustración 101) y las vajillas micáceas. Como en los
informes de Alta Verapaz no se presenta la información sobre la vajilla cerámica que
domina en esta región, no se puede señalar a cuál complejo perteneció en el Postclásico.
Por la presencia de ambas vajillas pareciera que Alta Verapaz estuvo en comunicación
con el Complejo Este y el Oeste, lo cual estaría apoyado por el hecho de que colinda
con Quiché y Baja Verapaz.

Baja Verapaz

Los datos de Baja Verapaz provienen de dos áreas: las cuencas de Salamá y San
Jerónimo y las cuencas de Rabinal y Cubulco.

Cuencas de Salamá y San Jerónimo

Esta zona abarca la parte sur del Río Salamá y el valle de San Jerónimo. El patrón del
Postclásico Temprano muestra continuidad en la cerámica y la arquitectura del Clásico
Tardío. Un cambio importante consistió, al parecer, en que los sitios anteriormente
ocupados en el valle de Salamá fueron abandonados, y la población pasó al valle de San
Jerónimo. Para analizar el patrón del Postclásico es necesario referirse a los datos del
Clásico Tardío relacionados con los valles de Salamá y San Jerónimo. Durante el
Clásico Tardío se experimentó la mayor densidad de centros, ya que se conocen un total
de 17 ocupados. Se considera que cinco de éstos eran centros mayores y que cada uno
funcionó como una entidad sociopolítica distinta, que controlaba uno o más centros
satélites.

La mayor parte de los sitios se han localizado en la región sur del valle de Salamá, un
patrón que se tornó aun más pronunciado en el Postclásico Temprano. En el propio valle
de Salamá, San Jacinto dominó las secciones oeste y noreste, y Tzalcam la parte sur
(véase Cuadro 13). En la cuenca de San Jerónimo, El Trapichito controló el extremo
norte, mientras El Cacao realizó la misma función en el sur (véase Cuadro 14). Hacia el
norte, sobre una cumbre que mira hacia el valle de San Jerónimo, se localiza otro sitio
llamado El Salto. Este probablemente dominaba el área de la cuenca Matanzas, hacia el
noreste, la cual incluye por lo menos ocho centros más hacia el norte y este.

A fines del Clásico Tardío y comienzos del Postclásico Temprano, la parte norte de la
región aparentemente fue abandonada. En el extremo suroeste del Valle de Salamá, el
sitio Tzalcam continuó ocupado, posiblemente por alguna relación económica con el
pequeño sitio San Juan, estratégicamente ubicado sobre el límite entre los valles de
Salamá y San Jerónimo. La decadencia de centros, como el denominado Los Mangales
en el extremo norte de San Jerónimo, es consistente con el patrón de un traslado de los
sitios hacia el sur.

El desplazamiento de población es menos evidente en el valle Matanzas, situado hacia


el noreste de San Jerónimo, en el cual continuó ocupado El Salto. Se construyeron dos
centros nuevos, Sibabaj y Laguneta, en el lado sur del valle San Jerónimo. Se observa la
introducción, en el sitio San Juan, de nuevos estilos arquitectónicos y otros métodos de
construcción, como el uso de adobe y repello de estuco. Posiblemente estos cambios en
San Juan reflejan una alteración en el comercio y en la interacción con regiones más
distantes.

Todos los sitios previamente ocupados en los valles de Salamá y San Jerónimo se
abandonaron durante el Postclásico Tardío. Solamente tres sitios corresponden a este
período: Las Tunas, Los Pinos y Pachalum. Este último, el más importante, se localiza
sobre una alta elevación, hacia el este de la cuenca de San Jerónimo. Los Pinos se
encuentra sobre la cumbre de una montaña, aproximadamente a 2.5 km al noroeste del
valle de San Jerónimo. La evidencia de ocupación en Las Tunas, localizado en el valle,
es indirecta y se limita a dos entierros intrusivos.

Pachalum era el centro dominante del área; tenía un carácter defensivo, probablemente
era la residencia de la aristocracia y al mismo tiempo funcionaba como centro cívico y
ceremonial. Es posible que Los Pinos fuera un sitio satélite de Pachalum. Durante el
período en cuestión los valles de Salamá y San Jerónimo pudieron haber sido poblados
por pequeñas comunidades de agricultores, que abandonaron sus hogares en una época
de conflictos, para buscar refugio en sus respectivos centros defensivos controlados por
el grupo gobernante.

Las investigaciones realizadas por Sharer y Sedat en Baja Verapaz se centraron


principalmente en los complejos cerámicos preclásicos. Empero, también se hicieron
algunas observaciones respecto del desarrollo del Postclásico Temprano. El análisis
cerámico y sobre el patrón de asentamiento sugiere una ocupación continua a lo largo
del tiempo. De acuerdo con los datos relativos a Baja Verapaz, parece que los tipos y
estilos cerámicos permanecieron completamente dentro del Complejo Este. En el
Postclásico Tardío la cerámica micácea indica que el área continuaba dentro del
Complejo Este. Sin embargo, la presencia de Fortaleza Blanco sobre Rojo (Ilustración
101) también proporciona evidencia de contactos con el Complejo Oeste, y con las rutas
comerciales hacia el oeste y suroeste.

Cuencas de Rabinal y Cubulco

El Cuadro 16 muestra que los sitios Chuitinamit y Cahyup pertenecen al Postclásico


Tardío. Ambos se ubican al este del Río Rabinal y eran centros defensivos medianos,
construidos sobre cumbres altas. Chuitinamit, el más grande, tiene ocho grupos de
estructuras, mientras que Cahyup, (Ilustración 160) localizado a unos kilómetros hacia
el sur, comprende cinco.

En el valle de Cubulco se construyeron tres sitios en el Postclásico Temprano, y a ellos


se agregaron seis más durante el Postclásico Tardío. Existe poca información sobre la
ocupación durante el Postclásico Temprano. En relación con el Postclásico Tardío, la
mayor parte de información proviene del sitio Cimientos-Tres Cruces, localizado al
oeste del Río Chup, casi sobre la línea divisoria de los actuales Departamentos de Baja
Verapaz y Quiché. El sitio consiste en tres grupos de estructuras y es un centro de
tamaño intermedio, aunque más grande que otros del área de Cubulco. Parece haber
tenido una larga ocupación, por lo menos desde el Clásico hasta el momento de la
Conquista, principalmente durante la transición del Postclásico Temprano al Tardío,
entre 1250 y 1350 DC. Según el informe cerámico, los tipos predominantes son los
micáceos, lo cual indica que en el Postclásico este sitio perteneció al Complejo Este.

La obsidiana de Cimientos-Tres Cruces proviene de San Martín Jilotepeque. Por la poca


abundancia del material se cree que este sitio no funcionó como un taller de obsidiana,
aunque puede haber sido un punto intermedio de distribución de dicho material. La
presencia de obsidiana de San Martín Jilotepeque indicaría la existencia de una red de
comercio con grupos que habitaban el actual Departamento de Chimaltenango.

Ichon ha notado que durante el Postclásico Tardío la arquitectura de las cuencas de


Rabinal y Cubulco, incluyendo a Cahyup y Chuitinamit, es parecida a la de los sitios del
valle del Chixoy. En este caso, la arquitectura apoyaría una relación entre estas regiones
en el Postclásico, lo cual sería confirmado por la cerámica, pues como se verá, ahora los
sitios de la cuenca del Río Negro/Chixoy parecen pertenecer al Complejo Este.

El Quiché
Hemos dividido la información de esta región en dos áreas: Cuenca del Río Negro o
Chixoy y San Andrés Sajcabajá.

Cuenca del Río Negro o Chixoy

Todos los sitios de esta región se localizan en Quiché, excepto Los Encuentros, que está
en Baja Verapaz, en la confluencia de los ríos Chixoy, Salamá y Carchelá. Tomando
como base los pocos informes cerámicos disponibles, parece que los sitios de esta
cuenca durante el Postclásico pertenecen al Complejo Este. Aparentemente, el área fue
ocupada desde el Preclásico Medio, y tuvo una población sustancial hasta el final del
Preclásico Tardío. En el Clásico Temprano disminuyó el número de asentamientos, pero
en el Clásico Tardío de nuevo aumentó. Algunos de éstos fueron repoblados y en otros
casos se construyeron nuevamente. La zona ocupada en el Río Negro o Chixoy
permaneció más o menos sin cambios en los alrededores de Los Encuentros, Pueblo
Viejo Chixoy y El Jocote. Al final del Clásico e inicios del Postclásico Temprano
ocurrió el mayor abandono del área, cuando virtualmente todos los centros fueron
abandonados.

Aparentemente, en la primera parte del Postclásico Temprano (c 900 a 1100 DC) se


produjeron algunos conflictos bélicos en el área. Las tumbas del Clásico Tardío en
Guaynep, Chitomax, Chirramos y San Juan Las Vegas han sufrido destrucción y saqueo
(Ilustraciones 69 y 97). También fue destruida una tumba importante en Los
Encuentros, pero otras se reutilizaron quizás por parte de nuevos pobladores. Ichon
identifica a éstos como invasores, porque enterraban a sus muertos con cerámicas
Plomizo Tohil y Naranja Fino, ambos tipos provenientes de zonas lejanas. La presencia
de estas ofrendas funerarias ha sido interpretada por los investigadores como la
introducción de un nuevo complejo ritual-funerario. Sin embargo, los estilos locales de
arquitectura, el patrón de asentamiento y las vajillas domésticas de los sitios en la
cuenca del Río Negro o Chixoy continuaron sin cambios radicales hasta el momento del
abandono.

Alrededor de 1100 DC se inició una nueva era con la construcción de muchos sitios a lo
largo de la cuenca del Río Negro o Chixoy. Estos se concentraron en la vecindad de un
nuevo centro mayor, Cauinal, localizado en el fondo del valle, a orillas del Río Calá, un
afluente del Chixoy. Esta localización está bastante al oeste del abandonado sitio Los
Encuentros. Cerca de Cauinal hubo por lo menos seis centros dependientes y otros tres
estaban en las montañas. Estos últimos son pequeños y pudieron haber sido puntos de
vigilancia en lugar de ser defensivos. Se localizan al sur y oeste de Cauinal, como si se
esperara alguna amenaza desde esas direcciones.

En Cauinal y en otros sitios del valle del Río Negro o Chixoy existió durante el
Postclásico poca diferencia entre la arquitectura pública y la residencial. La primera,
generalmente consistía de una plataforma con su escalinata, que sostenía una
superestructura hecha de piedras o adobes. Además, Ichon identificó cinco tipos de
estructuras ceremoniales especiales: la casa del consejo, la casa larga, el templo-
pirámide, el pequeño altar independiente y el juego de pelota. En algunos casos, la casa
del consejo o la casa larga se encuentra construida sobre lo que anteriormente fue un
templo-pirámide, lo cual indica que, al igual que en otras partes del Altiplano Norte,
estas formas arquitectónicas llegaron al área en un momento avanzado del Postclásico.
Frecuentemente, la grada inferior del templo-pirámide se alargaba para sostener un
altar. Este podía ser un gran recipiente hecho de una piedra ovalada que se usaba para
ritos de sacrificio o cremación. El altar del sitio El Jocote se presenta como una calavera
hecha de piedra y cubierta de estuco. Otro tipo de altar consiste de figuras modeladas en
forma humana o de jaguar recostado (Ilustración 99). Es interesante notar que el templo
con un altar en forma de jaguar se encuentra en sitios muy distantes, como en Chicruz,
en la zona de Chixoy, y en Chutixtiox, en la región de Sacapulas. Asimismo, se ha
descubierto al pie de un templo en Chimul, en el valle de Chixoy, la representación de
una figura humana estucada y en el sitio Huil, situado en el extremo norte de la región
de Nebaj y Cotzal.
En el Postclásico Tardío alcanzaron su máxima densidad el número de sitios y la
población en la cuenca del Río Negro o Chixoy. Se calcula que hubo entre 4,000 y
5,000 habitantes al terminar el período. Este es un incremento considerable, que
sobrepasa las 2,000 a 3,000 personas calculadas a fines del Clásico Tardío e inicios del
Postclásico Temprano.

Antes de terminar este apartado, es apropiado mencionar la evidencia respecto de los


patrones funerarios del Altiplano Norte. En el Clásico Tardío, por lo común se
encuentran entierros en grandes urnas de cerámica. En el Postclásico Temprano cambió,
ya que se colocaba al difunto, extendido, dentro de una abertura rodeada de lajas con
una tapadera formada por otra laja grande. En relación con el Postclásico Tardío, es
común encontrar cenizas de cremaciones depositadas en cántaros.

Región de San Andrés Sajcabajá

Es difícil determinar si esta región perteneció al Complejo Este o al Oeste, pues hay
muy pocos informes publicados sobre la cerámica postclásica proveniente de esta zona.
No obstante, se puede aprovechar la información del sitio La Lagunita, donde se
recuperó una importante muestra de cerámica del Clásico Temprano, en una 'gruta'
(Ilustración 95) cuyo plano es muy similar a la Tumba 1 de Zaculeu y a dos que se
encontraron en Nebaj (Tumba 1 en Montículo 1 y Tumba 1 en Montículo 2). La
cerámica también está relacionada con la de Nebaj, la de Zacualpa y con el complejo del
Clásico Temprano de Kaminaljuyú. Por lo tanto, podría concluirse que, por lo menos en
el Clásico Temprano, esta cerámica pertenecía al Complejo Oeste. Puesto que es
evidente alguna continuidad en el patrón de asentamiento, es posible que la región
siguiera dentro del Complejo Oeste, por lo menos durante todo el Período Clásico. Sin
embargo, posteriormente, la región de Sajcabajá parece haber cambiado su orientación y
pasó a ser parte del Complejo Este, pues, en el Postclásico Tardío, la cerámica muestra
lazos más fuertes con las poblaciones de la cuenca del Río Negro.

Los datos arqueológicos del final del Preclásico Tardío y la primera parte del Clásico
Temprano, o sea del Protoclásico, muestran que la región de Sajcabajá tuvo una
población relativamente densa en por lo menos 53 sitios que han sido registrados. En el
Clásico Tardío el total de éstos se redujo a aproximadamente 17, pero sólo 10 tienen
restos que corresponden al Postclásico Temprano, y Tardío (véase Cuadro 16). A pesar
de la reducción en la cantidad de sitios, es evidente cierta persistencia de la ocupación
en Sajcabajá. Dos sitios (Xolja Bajo y Poza San Pedro) perduraron del Clásico Tardío al
Postclásico Temprano y uno (Los Cimientos Chustum) sobrevivió el cambio del
Postclásico Temprano al Postclásico Tardío. Los Cerritos Chijoj tuvo ocupación
ininterrumpida desde el del Clásico Tardío hasta el final del Postclásico Tardío.

El hecho de que en algunos sitios la ocupación no se interrumpió por dos o tres períodos
(Clásico Tardío, Postclásico Temprano y Tardío) sugiere que la misma población habitó
el área a lo largo de la secuencia. La cantidad de sitios defensivos se incrementó en el
Postclásico Tardío e incluye a Pueblo Viejo Chichaj, La Lagunita, Xepom, Pantzac,
Patzac y Los Cimientos. Estos datos pueden indicar el aumento de conflictos en esta
región.

Se dispone de una pequeña muestra de cerámica del sitio Patzac del Postclásico Tardío.
Esta comprende vajillas monocromas rojo o café, blanco sobre rojo inciso y blanco
sobre naranja-rojo (en el informe respectivo no se especifica si se incluye Fortaleza
Blanco sobre Rojo). También se hace una breve mención de la cerámica postclásica de
La Lagunita, de un tipo con engobe rojo y tipos micáceos. El informe de las
investigaciones en Pueblo Viejo Chichaj indica que predominan los tipos micáceos. La
presencia de cerámica micácea y la escasez, o posible ausencia, de Fortaleza Blanco
sobre Rojo sugiere que en el Postclásico Tardío esta región tuvo una fuerte orientación
hacia el Complejo Este, especialmente en dirección a los sitios de la cuenca del Río
Negro. Sin embargo, es prematuro plantear cualquier conclusión sin datos más
concretos.

Datos Arqueológicos del Complejo Oeste


Este complejo abarca cuatro regiones: Nebaj-Cotzal, Sacapulas, Zacualpa y el Area
Central del Quiché.

Región de Nebaj-Cotzal

La presencia de cerámica Fortaleza Blanco sobre Rojo (Ilustración 101) en el


Postclásico y el hecho de que en las publicaciones no se incluyan descripciones de
vajillas micáceas, inducen a colocar esta región dentro del Complejo Oeste. Con base en
sus análisis cerámicos, Adams observó una evolución continua a lo largo de la
secuencia de ocupación del Preclásico al Postclásico. La permanencia de la población
en el área se aprecia especialmente a través de la cerámica utilitaria. Los únicos tipos
extranjeros llegaban por el comercio de objetos raros utilizados por la nobleza. A pesar
de que siguió la ocupación, hubo algunos cambios en la localización de los sitios (véase
Cuadro 16). Los sitios Nebaj y Caquixay, del Clásico Tardío, parecen haber sido
reemplazados, respectivamente, por Tixchún y Chipal, del Postclásico Temprano.
Tzicuay permaneció ocupado en el Postclásico Temprano. Los centros del Postclásico
Tardío incluyen a Chipal, Caquixay, Acihtz, Vicaveval y Oncap.

Los sitios arqueológicos de la región Cotzal se caracterizan por ser pequeños centros
ceremoniales y centros individuales de habitación. En el valle de Cotzal, los centros
ceremoniales se localizan por lo general sobre cimas bajas. La arquitectura consiste en
edificios de mampostería repellados y puestos alrededor de una o más plazas. Los
centros ceremoniales generalmente están asociados a un juego de pelota. El principal
tipo de edificio en estos grupos es una plataforma rectangular en que descansaba una o
más residencias de la aristocracia o estructuras de templos con techos perecederos, a
veces con paredes también perecederas. No se encontraron estructuras de varias
recámaras, tipo palacio, comunes en otras partes de Mesoamérica. En su mayor parte,
las plataformas contenían tumbas de nobles, hechas de mampostería, con ofrendas
funerarias relativamente suntuosas.

Las excavaciones de Adams mostraron que a través del tiempo estos centros
ceremoniales cambiaron muy poco en su composición y, aparentemente, en su función.
Desde un punto de vista arquitectónico el área fue muy conservadora, desde el Clásico
Temprano en adelante; y en el Clásico Tardío apareció la tendencia a construir
estructuras un poco más grandes. En general, la arquitectura de esta región es similar a
la del resto de las Tierras Altas del norte de Guatemala.
En referencia al Postclásico, Adams opina que en la región de Nebaj y Cotzal, en
contraste con otras regiones adyacentes de las Tierras Altas, no se encuentran los
centros grandes y fortificados característicos de este período. No obstante, Smith
reconoció algunos rasgos defensivos en Vicaveval, Tzicuay y Chipal. En relación a
Nebaj, Becquelin opinó que los cambios arquitectónicos más notables en el Postclásico
Tardío consistieron en la ubicación de los sitios en posiciones defensivas, la
construcción de juegos de pelota en forma de I y frecuentemente la superposición de
templos gemelos sobre una plataforma. Adams encontró los centros residenciales para la
gente común, dispersos y aparentemente dispuestos al azar, sobre gran parte de las
laderas inferiores de las montañas, donde estaban las tierras más fértiles para la
agricultura.

El Postclásico Temprano en la región de Nebaj y Cotzal estuvo marcado por la


aparición de una cantidad sustancial de vasijas Plomizo Tohil. Desafortunadamente,
para los datos cerámicos del Postclásico Tardío sólo se dispone de un poco de
información de los sitios Chipal y Nebaj. Entre las vajillas cerámicas que se han
encontrado en Chipal, Wauchope únicamente identificó tipos monocromos rojo-café. En
Nebaj, Becquelin identificó Fortaleza Blanco sobre Rojo y un tipo monocromo rojo-
café, que se llamó Tipo Bipana Rouge.

Sacapulas

En esta región se han descubierto pocos sitios pertenecientes a los Períodos Preclásico y
Clásico Temprano. No obstante, existe suficiente evidencia sobre un crecimiento y
desarrollo continuo de la población local, que aparentemente alcanzó su densidad
máxima en el Período Postclásico Tardío. Este patrón contrasta con la cercana región de
Sajcabajá, donde la población parece haber disminuido con el paso del tiempo.

Según el Cuadro16 la transición del Clásico Tardío al Postclásico Temprano, en


Sacapulas, no tuvo mayores interrupciones. Dos sitios continuaron del Postclásico
Temprano al Tardío: Xolchun y Chutinamit. En general, la cantidad de sitios se
incrementó notablemente. En su mayor parte, si no en su totalidad, los centros del
Postclásico Tardío son sitios defensivos colocados a grandes elevaciones, y comprenden
Pacot, Comitancillo y Xolpacol.

En Sacapulas hubo cambios en el patrón de asentamiento durante el Postclásico Tardío.


El agrupamiento de estructuras en Chutixtiox y Chutinamit pertenece al patrón de
acrópolis, mientras que Pacot, Comitancillo y Xolpacol corresponden al patrón de
templos gemelos. Con base en esa diferencia, Fox sugiere que Chutixtiox y Chutinamit
pueden corresponder a una fase más temprana del Postclásico, en comparación con el
resto de sitios de Sacapulas.

Smith excavó los sitios Chutixtiox, Chutinamit y Xolchun. La cerámica recuperada de


estas operaciones y la de los sitios Pacot, Comitancillo y Xolpacol, fue analizada y
publicada por Wauchope. En todos estos lugares, las vajillas del Postclásico Tardío son
muy homogéneas, con una amplia distribución de cerámica Fortaleza Blanco sobre Rojo
y tipos monocromos rojos y cafés; las vajillas micáceas son raras o ausentes. Es
evidente que la región de Sacapulas estaba dentro del Complejo Oeste, en el Postclásico
Tardío.
Zacualpa

Las excavaciones de Wauchope en Zacualpa muestran que este sitio empezó a


desarrollarse a principios del Clásico Temprano y continuó sin cambios abruptos hasta
el Postclásico Tardío. Por lo tanto, al igual que las regiones de Nebaj y Cotzal y de
Sacapulas, puede asumirse que un solo grupo étnico residió en el sitio a lo largo de la
secuencia.

Los estilos cerámicos del Clásico Temprano en Zacualpa muestran algunas similitudes
con los de la Fase Lilillá, en La Lagunita, especialmente en lo que concierne a formas,
como platos trípodes con soportes cilíndricos altos, picheles trípodes, comales con asas
'canasta de mercado', o asas en arco colocadas en ambos lados del borde, y las llamadas
vasijas duckpots ('vasijas pato', Ilustración 100, véase también la sección 2 de Láminas).
Investigaciones recientes muestran que estos rasgos también son característicos del
Clásico Temprano, en Kaminaljuyú, hacia el sur, y también hasta Nebaj, al norte. Las
vasijas duckpots, que debieron haber estado asociadas con una costumbre muy
específica, se han encontrado en contextos arqueológicos de Zacualpa, La Lagunita, el
área de Nebaj, y Alta Verapaz. Zacualpa y La Lagunita también están asociados con los
camagüiles. Estos rasgos compartidos, aunque con diferencias regionales, muestran que
el Complejo Oeste ya estaba en desarrollo en el Altiplano, durante el Clásico Temprano.

El apogeo de Zacualpa ocurrió en el Clásico Tardío, pero disminuyó en el Postclásico


Temprano, cuando una parte importante del sitio fue abandonada por completo. Sin
embargo, el depósito de tiestos acumulados y la basura indican que el área continuó
ocupada densamente. La cerámica característica del Postclásico Temprano es Plomizo
Tohil, vajillas con decoraciones geométricas pintadas en rojo sobre engobe crema o
naranja, y los incensarios 'estilo mixteca puebla' (Ilustración 102).

Parece que Zacualpa fue abandonado al final del Postclásico Temprano. En relación con
el Postclásico Tardío se encontraron unos cuantos tiestos dispersos, que incluyen
cerámica Fortaleza Blanco sobre Rojo, de lo cual no hay antecedentes en el sitio.
Wauchope concluyó en que, durante este período, Zacualpa pudo haber sido utilizado
temporalmente por otra población ajena a la que tradicionalmente estuvo en el lugar. La
información anterior señala que Zacualpa perteneció al Complejo Oeste hasta finales del
Postclásico Temprano. Arqueológicamente, no hay indicios del destino final de esta
población.

Area Central de Quiché

Antes de empezar esta sección es necesario aclarar que en este ensayo se usará
indistintamente la denominación propuesta por Fox, es decir, Area Central de Quiché y
el término geográfico Cuenca de Quiché. El nombre usado por Fox enfatiza en que la
cuenca era dominada por la capital de los quichés (llamada Gumarcaaj en quiché y
Utatlán en náhuatl) en el momento de la Conquista. Esta región incluye los sitios que
están alrededor de Utatlán y que se extienden entre dos a 10 km afuera de la Cuenca del
Quiché. También incluye el área de Chujuyub, que está sobre una alta cadena
montañosa, ubicada aproximadamente a 10 km al norte de la Cuenca del Quiché.

La información arqueológica se obtuvo de las investigaciones realizadas por Wauchope,


en Gumarcaaj-Utatlán, y por el Proyecto Arqueológico-Etnohistórico en la Cuenca de
Quiché, del Institute for Mesoamerican Studies de la Universidad del Estado de Nueva
York, en Albany (SUNY). Las excavaciones hechas por Wauchope se limitaron al
propio sitio de Gumarcaaj-Utatlán, mientras que el proyecto de SUNY incluyó un
reconocimiento del Area Central de Quiché, con trazado de mapas y excavaciones en las
zonas residenciales elitistas de los sitios Chitinamit, Chujuyub, Gumarcaaj-Utatlán y sus
alrededores.

El Proyecto Arqueológico-Etnohistórico de la Cuenca de Quiché es de especial interés


en el análisis que aquí se presenta, ya que se diseñó para investigar los orígenes del
grupo quiché y la validez de la hipótesis de una 'invasión tolteca' durante el Postclásico.
Las excavaciones en el sitio Chitinamit, identificado por Carmack, Fox y Russell
Stewart como el Jakawitz etnohistórico, fueron decisivas, puesto que se afirmó que este
lugar albergó a la primera capital de los quichés. Esta debió ser posterior a la intrusión
de toltecas o mayas toltequizados en la Cuenca de Quiché. En este proyecto también se
investigó el sitio Chujuyub que, según los documentos etnohistóricos quichés, fue
ocupado antes que Chitinamit. Ello se hizo con el propósito de obtener información
sobre la cultura indígena pretolteca de la región. En total, la investigación cubrió
aproximadamente 624 sitios en un área de cerca de 72 km2. Los sitios comprendían
desde centros mayores hasta talleres pequeños y zonas de ocupación, y las fechas
asignadas oscilaron entre 9000 AC hasta el período colonial.

El sitio Gumarcaaj-Utatlán corresponde a la última parte del Postclásico Tardío y


obviamente se construyó con propósitos defensivos. Comprende, por lo menos, 70
estructuras, y la meseta que ocupa sólo es accesible por un estrecho camino y un puente,
en el este, y una escalinata muy empinada que sube la barranca desde el lado oeste.
Puede distinguirse una plaza central, tres complejos residenciales y varios grupos
adicionales. Tiene estructuras largas, juego de pelota en forma de I, y un templo
dedicado a Tohil que tiene balaustrada talud-tablero. También contaba con murales y
esculturas en estilo mixteca-puebla.

Las investigaciones del proyecto SUNY mostraron que el área central de Quiché
experimentó un aumento continuo de población, que empezó con las primeras aldeas
agrícolas del Preclásico hasta el Postclásico Tardío. En el registro arqueológico no se
hacen evidentes cambios abruptos, aunque hay alteraciones del patrón de asentamiento
que muestran, durante el Clásico Tardío, el inicio de un desarrollo hacia la nucleación
de la población. Por lo común, este fenómeno ocurrió como un movimiento de los
habitantes locales hacia asentamientos pequeños adyacentes a los centros más grandes.
Al mismo tiempo se redujo el número de centros mayores, de cinco a tres: Chiché,
Jocopilas y Chujuyub. El sitio de Chiché parece haber controlado las porciones sur y
este del área y Jocopilas la parte norte. La nucleación fue menos pronunciada en la
vecindad de Chiché, hacia el norte. Junto con este desarrollo hacia un menor número de
centros, pero de mayor tamaño, que fueron ocupados por mayor tiempo, se produjo un
continuo aumento demográfico. El incremento en la cantidad de pequeñas comunidades
indica que la población llenó el territorio y se dispersó hacia áreas de tierra menos
productivas. Este patrón fue gradual, sin indicios de grupos intrusos que llegaran a la
zona o que la conquistaran.

El hecho de que no haya indicios de conquista en relación con el Clásico Tardío, no


significa que el área se mantuviera aislada, puesto que participó en una red comercial de
objetos elitistas. Kenneth Brown sugiere que el sitio Chujuyub pudo haber sido un
punto principal en el intercambio a larga distancia de la época, especialmente con las
Tierras Bajas mayas, vía la cuenca de los ríos Chixoy y Usumacinta.

En el Postclásico Temprano ocurrieron cambios radicales en el sistema político y


económico del área central de Quiché. Aunque Jocopilas permaneció ocupado, los
grandes sitios de Chiché y Chujuyub fueron abandonados y reemplazados por varios
centros más pequeños. Uno de éstos, Chitinamit, se convirtió en el centro dominante. Se
discontinuó el comercio a larga distancia, y la única importación exótica en Chitinamit
fue la cerámica Plomizo Tohil. Parece que el comercio con los centros cercanos de
recursos básicos como la obsidiana, siguió sin alteración.

En el Postclásico Temprano la densidad de población siguió en aumento, a pesar de que


el área central de Quiché estaba aislada de las principales regiones de Mesoamérica. El
poco comercio existente parece haber sido con las poblaciones de la Costa del Pacífico.
La comunicación con los centros de las Tierras Bajas del norte estaba en su nivel más
bajo. No existe mayor evidencia de contacto alguno con la Costa del Golfo de México o
con grupos mayas toltequizados, como proponen los etnohistoriadores. En los valles
disponibles en la Cuenca de Quiché se localizaron agrupaciones de pequeños sitios de
una plaza, situados a una distancia de uno a tres kilómetros de los centros principales.
Los sitios no son de naturaleza defensiva, aunque se sitúan bastante lejos de las
fronteras políticas. Se descubrieron algunos montículos individuales, probablemente
oratorios, localizados sobre cumbres. Este patrón persistió hasta 1200 DC o más.

El florecimiento de Gumarcaaj-Utatlán ocurrió en el Postclásico Tardío, y


eventualmente este centro dominó a las regiones circundantes (Ilustración 29). La
evidencia de intenso contacto con el extranjero aparece en el registro arqueológico en
algún momento después de 1400 DC. Los materiales importados en Gumarcaaj-Utatlán
parecen provenir del comercio con grupos del centro de México, o con grupos
'mexicanizados' fuertemente influidos en su arte por el estilo mixteca-puebla. Según
Carlos Navarrete, estos objetos intrusos no provenían de la Costa del Golfo de México.
Se observó que los bienes exóticos importados se agregaron a los objetos elitistas
locales que continuaron en uso dentro de los patrones de comportamiento tradicionales.
Brown sugiere que el principal foco de comercio de Gumarcaaj-Utatlán era la Costa del
Pacífico de Guatemala. Se postula que los elementos mexicanos entraron vía
Soconusco, una provincia dominada por México, y que sólo hubo contactos limitados
con las Tierras Bajas en la Península de Yucatán.

Fox se opone al argumento de Brown, y para ello se apoya en una ofrenda de varias
vasijas encontrada en unas excavaciones recientes hechas en Gumarcaaj-Utatlán. Estas
vasijas presentan estilo mixteca-puebla, corresponden al Postclásico Temprano y son
similares a unos códices que se han identificado como provenientes de la Costa del
Golfo. Fox sostiene que llegaron al área central de Quiché junto con los emigrantes
procedentes del Golfo de México. Para explicar su presencia en Gumarcaaj-Utatlán, un
sitio del Postclásico Tardío, Fox argumenta que los quichés las guardaron por varios
siglos como reliquias sagradas. Fox apoya también sus planteamientos en las similitudes
arquitectónicas, especialmente representadas por el patrón 'acrópolis' que se manifiesta
en algunas áreas del Altiplano Norte y en el área de Chontalpa, en el Golfo de México.
Asimismo, utiliza como evidencia los préstamos lingüísticos nahuas encontrados en el
idioma quiché.
Las excavaciones hechas por Brown en el área central de Quiché mostraron que, durante
el Postclásico Tardío, el desarrollo se orientó hacia el aumento de la población y una
mayor nucleación. Una nueva característica fue el establecimiento de una capital mayor
y más importante, Gumarcaaj-Utatlán, con sus centros satélites Chisalín, Resguardo,
Ismachí y Pakamán (Ilustración 97). Se abandonaron las capitales regionales del
Postclásico Temprano, y probablemente sus funciones fueron asumidas por una
autoridad centralizada en el grupo dominante de la élite, asentado en la nueva capital
Gumarcaaj. Sin embargo, los centros secundarios locales ejercieron algún poder en los
distritos periféricos, lo cual revela la operación de una red jerárquica controlada por un
centro mayor de superior jerarquía.

En el proceso de nucleación no hay indicios de cambios radicales en el comportamiento


cultural. Parece que los quichés sólo modificaron patrones anteriormente desarrollados,
quizás como resultado de un nuevo vigor expansionista que es evidente en el principio
del Postclásico Tardío. Este desarrollo cultural tomó la forma de un sistema
sociopolítico cada vez más jerarquizado, que finalmente provocó la necesidad de una
capital nucleada pero no necesariamente urbana. Los centros secundarios continuaron
en funciones, pero dentro de niveles jerárquicos más bajos. Fox y Carmack proponen
que organización de los grupos del Quiché central se basaba en un sistema de linajes
segmentarios.71

El centro de Gumarcaaj-Utatlán se diferenció de los centros anteriores, por ejemplo, en


lo concerniente a las prácticas funerarias. En las capitales anteriores, por lo menos en
Chitinamit y Chujuyub, no se enterraba a los muertos dentro de sus límites, sino que se
utilizaban los centros dependientes de menor tamaño. En cambio, el gran centro de
Gumarcaaj-Utatlán recibió los enterramientos de importantes funcionarios.

Para el área central de Quiché solamente se dispone de un estudio cerámico de


Gumarcaaj-Utatlán, publicado por Wauchope. La cerámica corresponde al Postclásico
Tardío y es el mejor exponente del Complejo Oeste. Consiste predominantemente de la
cerámica Fortaleza Blanco sobre Rojo y tipos monocromos rojo, naranja-café, o café.

En resumen, las excavaciones en el área central de Quiché indican que el desarrollo


cultural fue resultado del continuo crecimiento demográfico de una comunidad basada
en la agricultura. El cambio mayor se nota en un desarrollo hacia la nucleación y en la
intensificación de las divisiones jerárquicas que ya eran evidentes en el Clásico Tardío,
en combinación con el surgimiento de una ideología expansionista que ocurrió en el
Postclásico Tardío. El registro arqueológico sugiere que estos rasgos fueron el resultado
de una evolución local, gradual, y que no fueron el resultado de la intrusión de gente
extranjera. Empero, aunque hay evidencia de influencia mexicana, existe desacuerdo
sobre su naturaleza y origen.

Resumen de los Datos Arqueológicos


Los datos arqueológicos, basados principalmente en una revisión de los rasgos
compartidos por los complejos cerámicos, indican que el Altiplano Norte puede
dividirse en un Complejo Este y uno Oeste. El Complejo Este incorpora a Baja Verapaz
y la cuenca del Río Negro o Chixoy hacia el oeste, hasta la región de San Andrés
Sajcabajá, y en algunas épocas puede agregarse la parte sur de Alta Verapaz. El
Complejo Oeste incorpora al resto de Quiché y es evidente un movimiento
expansionista que empieza en el Postclásico Tardío. Esta expansión fue agresiva,
dirigida por grupos quichés establecidos en la capital Gumarkaaj-Utatlán. El resultado
de esas invasiones es apreciable en el registro arqueológico, puesto que las poblaciones
aledañas empezaron a alejarse y a fortificar sus centros por la amenaza emanada de esta
área. Se notan cambios en el patrón de asentamiento hacia el este y norte. Se produjo un
traslado de los sitios, aunque en la mayoría de los casos las poblaciones permanecían en
sus respectivas regiones. Es necesario enfatizar que en todo el Altiplano Norte, en
donde se han llevado a cabo excavaciones arqueológicas, el patrón muestra que las
poblaciones se desarrollaron localmente y, aunque sufren la expansión comandada por
los quichés de Gumarcaaj-Utatlán, no se ha encontrado evidencia definitiva de
intrusiones militares nahuatizadas.

En el Complejo Este, las regiones de Alta Verapaz y las cuencas de Salamá y San
Jerónimo muestran alguna consistencia en la ocupación, durante la transición del
Clásico Tardío al Postclásico Temprano. Es evidente una reducción del número de sitios
en el Postclásico Temprano, pero algunos de éstos continuaron habitados y se agregaron
otros. Sin embargo, ninguno de estos centros siguieron en el Postclásico Tardío y sólo
se construyeron tres asentamientos nuevos. Las cuencas de Cubulco y Rabinal y la
cuenca del Río Negro o Chixoy muestran un patrón diferente. Hubo continuidad a lo
largo de la secuencia, con un notorio aumento de sitios durante el Postclásico Tardío. La
región de Sajcabajá también muestra continuidad, pero se diferencia en que hay una
reducción en la cantidad de sitios después del Período Clásico.

En todos los casos registrados del Complejo Este, los investigadores reportan que la
reducción en la cantidad de sitios del Postclásico Tardío estaba asociada a un descenso
de población. En otras palabras, en contraste con el Complejo Oeste, el patrón no es el
de una nucleación de menos sitios de mayor tamaño como consecuencia de un
incremento de población. Las únicas áreas donde es evidente el aumento de población
son la cuenca del Río Negro o Chixoy y posiblemente las cuencas de Cubulco y
Rabinal.

En el Complejo Oeste, las regiones de Nebaj-Cotzal y Sacapulas tuvieron una


ocupación constante, y parecen haberse incorporado al área central de Quiché durante el
Postclásico Tardío. Esta área también muestra una población continua y un aumento
demográfico a lo largo de la secuencia. Hacia el este, Zacualpa siguió en el Postclásico
Temprano, pero fue abandonado a principios del Postclásico Tardío.

Entonces, el patrón global que se puede observar en el Postclásico es el siguiente: en


Baja Verapaz la población parece haberse concentrado en la vecindad de Cubulco y
Rabinal, pero a la vez es evidente un movimiento hacia el norte, en dirección a Alta
Verapaz, y hacia el noroeste para ocupar la cuenca del Río Negro o Chixoy. Con el paso
del tiempo se incrementó la penetración hacia el oeste, a lo largo de la cuenca del Río
Negro o Chixoy, cuando Cauinal empezó su desarrollo y Los Encuentros fue
abandonado. Más hacia el sur de Baja Verapaz, la población se trasladó de la cuenca de
Salamá hacia la de San Jerónimo.

En la región de Sajcabajá es difícil determinar exactamente qué sucedió, sobre todo por
la escasez de datos arqueológicos. Muchos de los sitios del Postclásico Tardío fueron
fortificados y se localizan a lo largo de la franja sur y oeste de la región de Sajcabajá. El
predominio de vajillas micáceas en el inventario cerámico del Postclásico Tardío
sugiere una orientación hacia el noreste y una probable interacción con la población del
Río Negro o Chixoy. Se podría inferir que la población se movió gradualmente hacia el
norte del área de Sajcabajá, con el objeto de establecer nuevos centros en las partes
desocupadas de la cuenca del Río Negro o Chixoy. En tal caso, esto podría explicar en
parte el incremento demográfico relativamente rápido que es evidente en la cuenca de
dicho río durante el Postclásico Tardío. También explicaría la falta de sitios que se nota
en el territorio oeste, entre la región de Sajcabajá y Sacapulas.

El centro más grande del Postclásico Tardío en la cuenca del Río Negro o Chixoy es
Cauinal. Aunque no es un sitio fortificado, típico del Postclásico Tardío, se localiza en
una posición defensiva y estratégica a lo largo del Río Calá. Hacia el sur, el Río Negro
habría proveído alguna protección de los grupos invasores, y los sitios colocados en
cumbres elevadas pudieron funcionar como puntos de vigilancia para avisar sobre
cualquier avance. Si esto es válido, la distribución de los sitios sugiere que la amenaza
venía del sur, proveniente del Area Central de Quiché. Esta inferencia también puede
aplicarse a los sitios fortificados que se localizan en los límites al sur de la región de
Sajcabajá.

La información arqueológica del Area Central de Quiché claramente refleja el


desarrollo de una centralización durante el Postclásico Tardío, acompañada por la
expansión hacia los territorios adyacentes. Actualmente, no hay evidencia que confirme
la noción de que el nuevo expansionismo obedeció a ideas o grupos extranjeros que
ingresaron al área, aunque esta posibilidad no puede descartarse sin más investigación.
Es concebible que los líderes quichés hayan tenido alguna influencia mexicana, que no
se refleja en el registro arqueológico. Sólo puede decirse que, hasta el momento, la
evidencia de las excavaciones sugiere que, durante el Postclásico, la población local
empezó a incrementarse gradualmente, a centralizarse en el orden sociopolítico y a
iniciar una campaña agresiva hacia las regiones adyacentes. El abandono de Zacualpa y
la construcción de los sitios fortificados a lo largo de los límites de la Baja Verapaz
sugiere que este movimiento expansionista avanzó hacia el este. Las historias de los
quichés confirman esta observación y también indican que sus líderes conquistaron
Zacualpa, Chuitinamit y Cahyup, hacia el este, el territorio mam hacia el oeste y la
región adyacente de la Costa Sur.

Datos Etnohistóricos
La idea de una invasión 'tolteca' al Altiplano de Guatemala tiene sus raíces en las
historias quichés y cakchiqueles, donde estos pueblos trazan sus orígenes en una
migración desde Tula. Considerados de manera literal, estos relatos coinciden con la
fecha aproximada del colapso de la capital tolteca en Tula, Hidalgo, lo que dio por
resultado la emigración de gente tolteca del centro de México.

Dichos relatos parecen explicar la llegada de poblaciones extranjeras mexicanizadas,


según se ha descubierto en los sitios de Altar de Sacrificios y El Ceibal, a orillas del Río
de La Pasión, a finales del Período Clásico. Con base en esta evidencia, J. Eric S.
Thompson desarrolló una hipótesis en la cual relacionó estas intrusiones de finales del
Clásico o inicio del Postclásico Temprano, con grupos chontales (también llamados
putunes) del área de Chontalpa, en Tabasco y Campeche. De acuerdo con esta hipótesis,
dichos grupos mayas mexicanizados se dedicaban al comercio e intercambio a lo largo
de la Costa del Golfo. Tradicionalmente, los chontales habían interactuado con
poblaciones mexicanas y mayas, localizadas entre Tabasco y Yucatán. A finales del
Período Clásico empezaron a extender sus actividades alrededor de la costa de Yucatán
y tierra adentro, a lo largo del Río Usumacinta. Probablemente, por las crisis que
ocurrieron en los centros mayas clásicos de las Tierras Bajas, algunos de estos chontales
pudieron tomar el control político de El Ceibal y Altar de Sacrificios.

Las ideas de Thompson respecto de la identificación de los grupos chontales de la costa


y sus actividades en el Postclásico, se basaron en amplios datos etnohistóricos. Desde
entonces se ha utilizado el argumento de dicho autor para apoyar las hipótesis de
migraciones de grupos mayas-mexicanos de la Costa del Golfo, y éstas se toman como
una fuente plausible de las influencias extranjeras en el Altiplano de Guatemala. Estas
migraciones dejaron vacíos de poder que llenaron otras poblaciones. Con el tiempo,
algunos de estos grupos maya-mexicanizados viajaron hasta el Río Usumacinta y
entraron al Altiplano de Guatemala, donde empezaron campañas agresivas para
controlar y dominar a las poblaciones locales.

Carmack propuso que los migrantes que llegaron a ser ancestros de los quichés eran
hablantes de maya nahuatizado (chontal) del área de Tabasco y Veracruz. Arribaron
como pequeñas bandas militares, originalmente comisionadas en centros epitoltecas
(lugares de influencia tolteca después de la caída de Tula), situados en la Costa del
Golfo, con propósitos de conquista y control político. La identificación de Tula en los
documentos quichés ha sido objeto de mucha controversia. Algunos autores señalan la
naturaleza mitológica de Tula, y el propio Carmack piensa que el sitio de Chichén Itzá,
en Yucatán, pudo funcionar como la 'Tula al este' de los quichés. De todas maneras,
Carmack opina que guerreros extranjeros llegaron a la región central de Quiché y
construyeron pequeños centros defensivos en las montañas. El más notable se llamó
Jakawitz, al cual identificó como el sitio arqueológico Chitinamit. De allí empezaron a
aterrorizar a los grupos vecinos por medio de la guerra y los sacrificios humanos.
Trajeron nueva tecnología militar y una organización política diferente, con lo que
supuestamente lograron imponer su control sobre los grupos locales. Gradualmente
establecieron un estado epitolteca, completado por una línea dinástica que tenía sus
antecedentes en Quetzalcoatl (Gukumatz en maya), la serpiente emplumada de los
toltecas.

Según Carmack, la migración de los ancestros de los quichés no involucró gran cantidad
de gente. Las pequeñas bandas se componían, sobre todo, de hombres eficientemente
organizados en linajes militares. Encontraron una población indígena, hablante de
quiché, que era más numerosa. Subyugaron a la población nativa y le impusieron una
nueva organización política; se mezclaron con ella y se colocaron como los nuevos
gobernantes. Las costumbres nativas, el idioma, la cerámica y herramientas continuaron,
y paulatinamente fueron asimiladas por el nuevo grupo. Por esta razón, se supone que el
registro arqueológico no muestra un cambio abrupto en los materiales culturales. Los
elementos extranjeros son evidentes en la introducción de vocabulario nahua asociado al
nuevo orden político, ya que se encuentran términos como tinamit (pueblo fortificado),
tepewal (poder de dominio), chimal (escudo), etcétera.
Utilizando las genealogías dinásticas mencionadas en las historias quichés, Carmack
reconstruyó la secuencia cronológica de los eventos, que se puede relacionar con el
Postclásico. Mostró que los nombres de lugares asociados a los relatos sobre los
orígenes quichés son similares, o idénticos, a los de lugares que en realidad existen en la
Costa del Golfo. La ruta de migración de los supuestos antepasados de los quichés
parecía seguir el Río Usumacinta hacia la región de Verapaz, y después el Río Negro o
Chixoy hacia el oeste, hasta la cuenca de San Andrés Sajcabajá. Se indica que de allí
avanzaron hacia la región montañosa de Chujuyub, donde fundaron sus asentamientos
en los alrededores de Chitinamit. Carmack apoyó su tesis en el hecho de que los
nombres (o el significado) de los lugares geográficos en las Tierras Altas de Guatemala
coinciden con los nombres que aparecen en los relatos quichés. Posteriormente, en un
extenso reconocimiento arqueológico en el Altiplano, realizado por Fox, se hicieron
mapas de los sitios y se recolectó la cerámica disponible en la superficie.

Una explicación similar, levemente modificada, sobre los orígenes de los quichés del
Postclásico, ha sido propuesta por Robert Hill. Este autor identifica la orilla este de la
Costa del Golfo como el lugar de origen, pero cree que la migración fue de una
población completa que incluyó a mujeres y niños. Hill argumenta que después del
colapso de la civilización maya de las Tierras Bajas, muchos grupos mayas que estaban
en la periferia de Petén sobrevivieron más o menos intactos. Cerca de la desembocadura
del Río Usumacinta había grupos mayas muy influidos por la cultura del centro de
México. Esta gente empezó a subir el Usumacinta y después de 1200 DC, llegó hacia el
estrecho valle del Río Chixoy, en el Altiplano de Guatemala. Entre ellos,
supuestamente, estaban los antepasados inmigrantes de los quichés y cakchiqueles.

Basado en un reconocimiento del Altiplano guatemalteco y en comparaciones con los


centros de la Costa del Golfo, Fox apoyó la hipótesis de Carmack al mostrar similitudes
en los planos de sitios y en la cerámica de ambas regiones. Sin embargo, Fox argumentó
en favor de varias migraciones. Unos de estos grupos fueron descendientes de los
migrantes toltecas que se habían asentado en Chontalpa por un breve período, alrededor
de 900 DC. El resultado fue una población híbrida de chontales y mayas-toltecas, de la
cual eventualmente se separaron varios grupos y se movieron en diferentes épocas hacia
el Río Negro, en el Postclásico Temprano. Estos grupos supuestamente construyeron los
centros tipo 'acrópolis'.

En los documentos quichés pueden identificarse varios sitios arqueológicos, y otros más
fueron reconocidos por Carmack y Fox al calcular aproximadamente la localización
geográfica y la descripción correspondientes. Algunas de las identificaciones que
existen son las indicadas en el Cuadro 15.

La validez de las hipótesis esbozadas antes espera una confirmación arqueológica, la


cual únicamente puede lograrse por medio de excavaciones cuidadosas y sistemáticas y
un análisis cerámico del material de todos los sitios. En relación con la mayor parte de
éstos, parece confiable aceptar la identificación contenida en los relatos quichés, puesto
que es claro que éstos realizaron una campaña expansionista en el Altiplano, durante el
Postclásico Tardío. El problema radica en establecer si este desarrollo obedeció a la
llegada de guerreros nahuatizados y sus acompañantes, o si fue consecuencia de
desarrollos sociopolíticos locales. En esta revisión de los materiales publicados sobre el
Postclásico del Altiplano Norte, se establece que sólo un dato arqueológico podría
apoyar las ideas de una invasión, y éste se encuentra en la región del Río Negro o
Chixoy. Este dato se obtuvo de las publicaciones de los arqueólogos que investigaron
los sitios en la cuenca del Río Negro o Chixoy. Ellos creen que los invasores toltecas
fueron responsables del saqueo de las tumbas de la región, en el Postclásico Temprano.
No obstante, esta evidencia aislada no es suficiente para probar la hipótesis de
migración.

La interpretación del Período Postclásico en el Altiplano guatemalteco se ve complicada


por el hecho de que la versión quiché sobre sus orígenes puede ser parte de un mito de
migración mexicano, ampliamente esparcido. En este mito, Quetzalcoatl (Gukumatz,
Kukulkán, Nacxit, Tohil, etcétera) juega un papel dominante. El mito fue adaptado por
las culturas locales de acuerdo con sus propias historias y para explicar o justificar el
curso de los eventos, particularmente porque estaba involucrada una ideología
expansionista. Los líderes tendían a tomar el nombre de Quetzalcoatl cuando eran
considerados funcionalmente equivalentes a la imagen tolteca. Estos también aparecen
en varios lugares como fundadores de los linajes gobernantes. Eran considerados como
los creadores de las artes y artesanías, de la agricultura y de todas las habilidades
civilizadas. La propia Tula parece haber sido un lugar legendario, origen de todo lo que
era antiguo y, por lo tanto, más civilizado y legítimo.

Es conveniente finalizar este ensayo con algunas observaciones tentativas. Puede


decirse que hasta el momento no hay suficientes datos para comprobar la idea de una
migración postclásica de extranjeros que se hubieran trasladado de la región de la Costa
del Golfo de México y se dirigieran hacia el oeste, a lo largo de la cuenca del Río Negro
o Chixoy, para finalmente bajar hacia el sur, al área de San Andrés Sajcabajá, y
establecerse en la región del Area Central de Quiché. La localización de sitios
defensivos parece trazar un semicírculo alrededor del grupo expansionista. Este
semicírculo se extiende desde la cuenca del Río Negro o Chixoy y Sajcabajá, al norte, a
la región de Rabinal y Cubulco, al este, e incluye varios sitios localizados al sur del
Area Central de Quiché. El patrón sugiere que la agresión tuvo su fuente en Gumarcaaj-
Utatlán. No hay evidencia de guerra en el Postclásico Temprano, reflejada en batallas
libradas a lo largo de una ruta específica, en el curso del Río Negro o Chixoy. Puede
que aparezca información sobre esta intrusión, pero por ahora únicamente queda como
una cuestión hipotética.

La división del Altiplano Norte en un Complejo Este y otro Oeste, como se ha indicado,
tiene apoyo en las investigaciones lingüísticas. El Complejo Este concuerda con la
distribución del grupo pokom, y el Oeste está relacionado con el grupo quiché. Es
evidente que la invasión de los quichés en las cuencas de Rabinal y Cubulco provocó la
separación del idioma pokom, con el resultado de que el pokomchí se desarrolló al norte
(Alta Verapaz) y pokomam hacia el sur. Aparentemente, el idioma quiché tiene una
larga evolución en el territorio del Complejo Oeste. Se calcula que el idioma quiché ya
estaba en el área de Sacapulas desde 1400 AC. También es importante notar que en el
Título de Uchabajá, un pequeño título relativo a una disputa de tierras entre San Andrés
Sajcabajá y Sacapulas, aparece la afirmación de que ellos siempre ocuparon este lugar,
aun antes de las guerras con los quichés de Gumarcaj-Utatlán. Similarmente, los
documentos etnohistóricos, como el Título del Barrio de Santa Ana, señalan que los
pokom también tienen antiguas raíces en la región de las Verapaces.

Adicionalmente, conviene señalar que la información arqueológica revela que, durante


la época prehispánica, ocurrieron, por lo menos, dos movimientos expansionistas en el
Altiplano Norte de Guatemala. El primero se produjo a principios del Clásico
Temprano, cuando una población, aparentemente originada en algún lugar de la región
de San Andrés Sajcabajá o talvez más al norte, se movió hacia el sur, en dirección a los
valles de Chimaltenango y Guatemala. El segundo movimiento ocurrió durante el
Postclásico y se originó en el centro de Gumarcaaj-Utatlán y se extendió hacia las áreas
adyacentes del este y oeste, pero no hacia el sur. Indudablemente, las tierras hacia el sur
estaban bloqueadas por los cakchiqueles, que se rebelaron contra los quichés en el
Postclásico Temprano e impusieron su autoridad sobre el actual territorio del
Departamento de Chimaltenango. En sus documentos etnohistóricos los quichés indican
que, antes de la Conquista, ellos poseían el territorio hacia el este, hasta Rabinal, del
cual despojaron a los pokomes, y que hacia el oeste habían conquistado a los mames de
Quezaltenango, Totonicapán, y Zaculeu. Su territorio se extendía hasta la Costa del
Pacífico e incluía toda la zona costera entre los ríos Ocós y Nahualate.

Las dos expansiones agresivas que son evidentes en el territorio quiché, en la época
prehispánica, pudieron ser resultado de una situación en la cual la población se encontró
aislada de las regiones costeras circundantes. La Costa Sur, en particular, era una fuente
de recursos importantes, como sal, marisco seco, cacao, productos hechos de palma,
etcétera. Si por alguna causa, ciertas barreras geográficas o culturales cerraban el acceso
a dichos recursos, se hacía necesario buscar la manera de obtenerlos, ya fuera por medio
del comercio o por la fuerza. Los rebeldes cakchiqueles estaban situados al sur, los
mames dominaban un vasto territorio que incluía las tierras costeñas al oeste de Quiché,
y el este estaba controlado por los pokomes y kekchíes (q'eqchi'es). Si las relaciones
entre estos grupos y las poblaciones de la Costa eran hostiles, entonces la única forma
de obtener los bienes indispensables era la fuerza, ya fuera traducida en la conquista, en
la imposición de tributos, o bien, desplazándolos y estableciendo centros nuevos y
propios. Las investigaciones arqueológicas indican que esto último fue la estrategia
seguida en la expansión del Clásico Temprano hacia el valle de Guatemala. En el caso
de la expansión del Postclásico Tardío, dirigida desde Gumarcaaj-Utatlán, también
parece involucrar cambios demográficos, pero parece que en algunas áreas los líderes
quichés impusieron su control sobre las poblaciones locales y las obligaron a pagar
tributo en forma de bienes y servicios.

Para concluir, es necesario reiterar que queda por aclarar la naturaleza de la influencia
nahua en la cultura quiché. No obstante, es claro que la información arqueológica y la
lingüística apoyan una larga evolución local de los grupos mayas que actualmente
ocupan el Altiplano Norte de Guatemala.
MARIA JOSEFA IGLESIAS PONCE DE LEON y ANDRES CIUDAD RUIZ

El Altiplano Occidental

El Occidente de Guatemala es una región mal definida desde el punto de vista cultural.
En buena medida, ello obedece a la marcada escasez de trabajos arqueológicos sobre la
zona. Por tal razón, en este ensayo se delimita el territorio con base tanto en fenómenos
físicos, como políticos, y culturales. Una decisión de esta naturaleza implica riesgos,
pero el desconocimiento de la región así lo exige. Por otra parte, la delimitación de un
territorio en un trabajo general siempre resulta arbitraria, y no necesariamente tiene que
afectar de manera negativa a la reconstrucción de los fenómenos culturales del pasado.

De manera un poco más específica, se puede decir que la frontera sur del territorio es
puramente física, y que se ha establecido en función de la línea de los 1,500 m de altitud
en los Departamentos de Quetzaltenango, San Marcos y Totonicapán. La delimitación
política se da por el oeste, donde se emplaza la frontera que separa México de
Guatemala, en el actual Departamento de San Marcos. Los límites establecidos por la
investigación científica no incluyen los territorios estudiados por Samuel K. Lothrop en
torno al Lago de Atitlán, Departamento de Sololá, los cuales han sido revisados y
colocados en contexto, recientemente, por Sandra Orellana.

Por otra parte, la Universidad del Estado de Nueva York, en Albany, realizó en la
década 1970 una amplia investigación de la meseta quiché (k'iche') y del valle de
Chichicastenango, en la que, pese a haberse utilizado una metodología de orientación
más etnohistórica que arqueológica, representa un cuerpo de documentación que ha
contribuido a hacer, de ésta, una de las regiones más conocidas del área maya, por lo
menos en relación con la etapa final de la historia prehispánica.

Además, las excavaciones realizadas en Zacualpa por Robert S. Wauchope pueden ser
integradas, bien en una reconstrucción desde la meseta quiché, o bien, con los datos
arqueológicos obtenidos, en la década 1970, por la Misión Francesa, en los llanos de
San Andrés Sajcabajá y Canillá. Por último, la cordillera de Los Cuchumatanes ha sido
analizada por el equipo de Carlos Navarrete, perteneciente al Instituto de
Investigaciones Antropológicas de la UNAM. Apoyado en un método arqueológico y
etnohistórico, ese equipo intenta analizar las rutas de comercio y de comunicación
prehispánicas en la región del área maya que comprende tanto a las Tierras Altas de
Chiapas como a la cordillera de Los Cuchumatanes.

En definitiva, el que aquí se considera es un territorio de tamaño extenso y heterogéneo


desde el punto de vista cultural, que abarca una parte o la totalidad de los
Departamentos de Quetzaltenango, Totonicapán, Huehuetenango y San Marcos, y que, a
pesar de su complejidad, apenas ha suscitado la atención de los arqueólogos.

El área bajo análisis pertenece a las Tierras Altas, que incluyen tanto la cadena
neovolcánica del sur, como la parte más meridional de la cadena metamórfica del norte.
Desde el Período Terciario la acción de los volcanes ha originado la formación en los
valles de gruesos estratos de piedra pómez y talpetate (sedimentos volcánicos en
diversos procesos de descomposición), lo mismo que afloramientos aislados de otros
materiales volcánicos, como basalto y obsidiana. Estos suelos, de alta capacidad
productiva, están diseccionados por corrientes permanentes de agua que, por la erosión,
forman profundos barrancos en su camino hacia las diferentes cuencas que desaguan en
el Atlántico, Caribe y Pacífico, por medio de ríos como el Negro, el Motagua y el
Samalá. El paisaje queda, pues, conformado por una alternancia de fértiles cuencas
rodeadas de altas montañas y volcanes que superan en diferentes ocasiones los 4,000 m
de altura. Entre estos últimos figuran los siguientes: Tacaná y Tajumulco.

El clima está modulado por dos estaciones. La invernal, que es seca y con vientos
alisios predominantes, se alarga de noviembre a mayo, y provoca heladas en alturas
superiores a los 2,000 m. La estación de lluvias, de junio a octubre, proporciona al área
una pluviosidad media de 2,000 mm, aunque existen fuertes variaciones según la altitud
de los diversos parajes. El territorio está cubierto por una vegetación original de
bosques de coníferas de hoja ancha, que incluyen diferentes tipos de pino, ciprés y
roble, combinándose con concentraciones arbóreas de hoja caduca y plantas espinosas,
que se localizan a alturas inferiores. Sobre los 3,000 m estos bosques dejan paso a
pajonales y praderas aptas para el pastoreo.

Período Preclásico
El conocimiento del Preclásico en la región es muy precario, y el poblamiento detectado
por medio de los trabajos de la Misión Científica Española se remite de manera
exclusiva al Preclásico Tardío. La tradición de análisis de sitio único en todo el
Altiplano de Guatemala no ha permitido sino un conocimiento escaso y aleatorio del
conjunto. En buena medida, ello se ha paliado en diversas regiones mediante el
concurso de amplios programas de área, tal como se hizo después de la década 1970
(por ejemplo, el Proyecto Quiché Central, de la Universidad del Estado de Nueva York,
en Albany, o los trabajos de la Misión Francesa en los llanos de Canillá y San Andrés
Sajcabajá, y en la cuenca media del Chixoy), pero en otras partes no se han concentrado
los esfuerzos de los investigadores. Los estudios de sitio único han favorecido el
conocimiento de los grandes centros urbanos del Postclásico (Zaculeu, Iximché,
Utatlán, Mixco Viejo), pero han relegado la información sobre etapas precedentes. Las
investigaciones de la Misión Científica Española en Guatemala, efectuadas en dos de
los Departamentos que se consideran en este trabajo (Totonicapán y Quetzaltenango),
deberían haber solucionado parcialmente esta cuestión, pero infortunadamente no se
prolongaron el tiempo necesario y, en consecuencia, sólo se obtuvo una información
parcial sobre el particular.

La reconstrucción del Período Preclásico, por lo tanto, resulta escasa, excesivamente


centrada en el entorno del Río Samalá, y limitada cronológicamente al Preclásico Tardío
(300 AC -250 DC). Se dispone, en efecto, de una antigua excavación realizada por el
arqueólogo mexicano Manuel Gamio en el área del Samalá, la cual se orientó, sobre
todo, al descubrimiento de tumbas, ya famosas entonces por la continua depredación a
la que tradicionalmente se ha sometido a la región.6 En dichos trabajos, además, se
definió por vez primera la existencia de pozos de almacenaje, en forma de botella o
campana, que tanta importancia tuvieron en el altiplano volcánico mesoamericano,
desde el Preclásico Temprano hasta el Clásico. También se elaboró una insegura
secuencia cerámica por medio de las colecciones recuperadas.

En la década1960, Gustavo Espinoza descubrió varias tumbas en las instalaciones del


Instituto Bíblico Quiché, las cuales contenían materiales del Preclásico Tardío y del
período de transición al Clásico Temprano, que coincidieron, hasta cierto punto, con las
conclusiones que se pueden extraer del material de Gamio.

Las mismas colecciones, junto a los datos aportados por Edwin M. Shook, a raíz de su
reconocimiento de las diversas áreas de la región en los años 1930 y 1950, y también las
informaciones obtenidas mediante el estudio de diferentes colecciones privadas
(Dieseldorff, Rossbach, Robles, y las que se encuentran en las Casas de la Cultura de
varios municipios), han permitido a diversos estudiosos profundizar en el conocimiento
de la región y hacer las primeras síntesis.

Por último, los trabajos de la Misión Científica Española en el área permitieron alcanzar
un poco más de profundidad en la reconstrucción del Preclásico Tardío, aunque sólo en
lo que respecta al área del Samalá. Ello facilitó la definición de algunos procesos de
comportamiento entre las comunidades establecidas en la región.

Cronología

El desconocimiento general del área, y la diversidad y calidad de materiales cerámicos


procedentes de Salcajá y de otros yacimientos, como Chukumuk, en el Lago de Atitlán,
han permitido la formulación de versiones contradictorias acerca de la antigüedad de los
sitios en el Occidente de Guatemala (Cuadro 17). La Misión Científica Española en
Guatemala ha registrado una fecha de Carbono-14, procedente de Las Victorias, la cual
corresponde al 140 DC y ha servido para establecer la Fase Salcajá (300 AC-250 DC).
Esta fecha, así como el análisis estilístico y tecnológico de la cerámica y diferentes
rasgos del patrón de asentamiento determinan que, hasta el presente, sólo se pueda
remitir el primer poblamiento de estos valles al inicio del Preclásico Tardío.

En territorios circundantes al área indicada, el poblamiento ha sido fechado en el


contexto del Preclásico Medio. Tal es el caso de San Andrés Sajcabajá, La Lagunita y
otros lugares en el Quiché meridional. En la meseta quiché, Kenneth Brown y Teresa
Majewski descubrieron un total de 91 sitios, que han sido fechados, asimismo, desde el
Preclásico Medio al Tardío.

Por otra parte, un reciente estudio fundamentado en la presencia de tradiciones


cerámicas tempranas en la Costa Sur y en las Tierras Altas de Guatemala, confirma que
algunas de ellas son compartidas, y que se extienden a otras poblaciones próximas a la
zona bajo análisis. Sin embargo, las tradiciones cerámicas en la región mantienen una
acentuada continuidad, por lo que, a menos de que se disponga de datos cronológicos o
estratigráficos más fiables, es necesaria una mayor cautela acerca de su delimitación
temporal. De ahí, que no parezca viable adelantar el momento del poblamiento más allá
de los inicios del Preclásico Tardío. Por último, hay que indicar que en la zona aparece,
en cuanto a cerámica, determinado tipo de rasgos que se ha dado como característico del
llamado Protoclásico (o Preclásico Terminal), un período bajo discusión todavía no
dilucidada. Estos materiales no se encontraron en contexto estratigráfico, por lo que en
ocasiones fue difícil su delimitación.
Patrón de asentamiento

Para el estudio del patrón de asentamiento en los Períodos Preclásico Tardío y


Protoclásico, se cuenta con 10 sitios, de los cuales seis se sitúan en las zonas medias de
las colinas, mientras que los otros cuatro se localizan en la base de los valles, más
directamente relacionados con las fértiles tierras de aluvión.

Sitios arqueológicos

Chovicente: consiste en dos cámaras funerarias, saqueadas, excavadas en el talpetate.

Monte bello: presenta un modelo de tumba similar a las anteriores, así como una
localización equivalente: parte media de las colinas, sobre la línea de los 2,390 m.

Tax: montículo de 2.75 m, que se eleva, aislado, sobre la planicie de los Llanos de
Urbina. Según informaciones de sus dueños, es de carácter funerario-ceremonial, según
los restos que de él se extrajeron.

Cerritos: montículo de unos 8 m de altura, situado a algo más de 1 km al suroeste del


anterior, en la misma llanura. Su funcionalidad no se ha determinado, aunque
presumiblemente es ceremonial.

Checajá-Urbina: dos cámaras funerarias saqueadas, con las mismas características, en


cuanto a forma y situación, aludidas antes.

Chiquilajá: pequeño montículo de altura inferior a los 2 m, situado cerca del Río
Xequijel.

San Cristóbal: restos de dos grandes montículos en avanzado estado de desaparición. Se


encuentran en un lugar estratégicamente situado, en la confluencia de los valles San
Francisco, Totonicapán y Quetzaltenango.

El Instituto Bíblico Quiché: lugar con tumbas de cámara, similares a las anteriormente
descritas, en la otra margen del Samalá.

La Ciénaga: pequeño sitio con materiales en superficie, situado unos 200 m al sureste
del anterior y a 20 m del Río Samalá.

Las Victorias: yacimiento localizado en la parte media de las laderas de un cerro


próximo al Río Curruchiche, afluente del Samalá, con las mismas características que los
otros ya descritos. La información disponible sobre este sitio es mucho mayor, puesto
que allí se han realizado excavaciones. Estas dieron como resultado el hallazgo de
varias tumbas, algunas de ellas abovedadas, y numerosos recintos circulares de forma
abotellada y funcionalidad aún no totalmente definida, por lo menos en algunos casos
conocidos ya por Gamio, merced a sus excavaciones realizadas en el área de Salcajá, en
la década 1920.

También se tiene evidencia de asentamiento preclásico en la zona de Momostenango, el


cual se ha localizado en la parte baja de los valles, con un contenido material de cierta
complejidad, aunque aún no se dispone de datos acerca de los resultados exactos de los
trabajos allí realizados.

El asentamiento

Los hallazgos realizados en tres temporadas de excavación en el sitio Las Victorias


ponen de manifiesto una serie de carencias, entre las que destaca la ausencia de una
'casa', según el modelo propuesto por Marcus Winter, en relación con Oaxaca y con una
época un poco más temprana. Ello puede ser producto de diversos factores. En efecto,
puede ser que la erosión haya hecho desaparecer los vestigios de la 'vivienda', que
pudiera haber estado relacionada con los pozos de almacenaje y los enterramientos
encontrados; o bien, que el recinto habitacional se encuentre situado en un lugar
diferente, aunque cercano, más próximo al abastecimiento de agua potable o a los
campos de cultivo, pauta normal en una época en la que se eligían principalmente
lugares no defensivos, como el fondo de los valles. La ausencia de un elemento tan
importante no implica que no se puedan hacer inferencias de los modelos estudiados en
otros lugares de Mesoamérica, ya que se conocen rasgos importantes relacionados con
la producción, el almacenamiento, el intercambio de bienes y las esferas políticas
(integración en lugares cívico-ceremoniales) o estrictamente culturales (tumbas y
enterramientos).

El modelo doméstico propuesto para las aldeas agrícolas de carácter igualitario,


posiblemente estaba compuesto de una pequeña casa de forma rectangular con piso de
tierra apisonada, situada a ras del suelo o ligeramente hundida. La estructura de madera
y las paredes de palos recubiertas con una ligera capa de lodo, seguramente se
remataban con un tejado de palos y cubierto con zacate o pajón.

Parte esencial de las unidades domésticas eran los pozos abotellados, destinados quizás
al almacenaje de los granos obtenidos por el grupo productor. Estos pozos, cuando
dejaron de servir para su función original de almacenaje, fueron reutilizados con
diversas finalidades, durante una dilatada secuencia temporal. Las manifestaciones más
claras de su reutilización están indicadas por los 'basureros', es decir, los fragmentos
cerámicos acompañados de cenizas, restos de manos y metates, figurillas, incensarios e,
incluso, de materiales de construcción de las casas. De manera ocasional, pero no por
ello infrecuente, se puede hallar en éstos algún enterramiento, por norma general no
muy complejo y con una ofrenda sencilla.

Este modelo, que aparentemente carecía de planificación, tiene una amplia distribución,
tanto espacial como temporal, y está definido, desde el Preclásico Temprano, para las
Tierras Altas, de formación volcánica, del centro y sur de Mesoamérica, en una
secuencia temporal que abarca hasta bien avanzado el Clásico.

Cultura material

Como se indicó antes, en la zona bajo estudio sólo se tiene, hasta el presente, constancia
cerámica de dos etapas, que a veces son difíciles de diferenciar: Preclásico Tardío y
Protoclásico. Por la fuerte continuidad cultural que existió entre ambas, es conveniente
abordar su estudio en forma conjunta.
A pesar de la coyuntural ausencia de materiales vinculados a fechas anteriores, es
necesario decir que, con base en datos bibliográficos recientes, se puede deducir que por
lo menos una parte del Altiplano Occidental posiblemente compartió tradiciones
cerámicas bien definidas. Tal es el caso en Achiguate, Las Vacas y, sobre todo, Solano.
Esta reflexión permite inferir que los rasgos preclásicos tardíos y protoclásicos hallados
en el área de Salcajá, pueden provenir, al igual que en la Costa Sur y las Tierras Altas,
de una continuidad cultural de fuerte enraizamiento en la región, y de la que existen sólo
muestras tardías, tanto en cuanto a cerámicas utilitarias como finas. Se puede destacar,
por lo tanto, la idea de que no existía en el área nada que impidiera la existencia de un
poblamiento más temprano que los del Preclásico Tardío, ya que se compartía un
mismo ambiente con numerosos sitios ocupados. La ausencia de datos reales que
corroboren tal suposición, en consecuencia, se explica simplemente por la falta de un
estudio más profundo, tanto extensivo como intensivo. Los materiales conocidos
provienen de dos amplios contextos culturales: el doméstico, que se relaciona con el
contenido de los pozos de almacenaje; y el funerario, vinculado al ajuar de las
inhumaciones. Con ello se completa bastante el panorama.

En general, la cerámica elaborada por los pobladores de la zona era de gran calidad
técnica y de una amplia variación formal y decorativa. Las cerámicas de la etapa se
incluyen en seis grupos. Cuatro corresponden a cerámicas monocromas: Chabal Negro-
Marrón, Cot Naranja, Hilih Rojo y Xic Rojo Fino; y dos bicromas, escasamente
representadas: Utatlán y Molay Rojo sobre Blanco. Las formas características de la
etapa consisten en diferentes tipos de cuencos, a veces decorados con moldura labial
que llega a transformarse en pestaña, y en muchas ocasiones trípodes; cuencos de silueta
compuesta en ángulo S-Z; vasijas semiglobulares con distintos tipos de cuello y bordes
evertidos, platos trípodes y tetrápodes con moldura basal, y floreros. En dichas
tradiciones, hay rasgos que son atributos de inequívoca filiación preclásica, como los
siguientes: presencia de cerámica de la vajilla Utatlán, alto brillo y tacto ceroso en los
engobes en color naranja y negro-marrón de las superficies cerámicas, vasijas zapato,
patas protuberancia, pestañas incisas, ojos tipo grano de café y representaciones de
pizotes. Con ellos coexistían otros que han servido ocasionalmente para definir el
Protoclásico en Los Altos de Guatemala: cuencos en ángulo S-Z, anchos platos trípodes
y tetrápodes con altas patas huecas cilíndricas o mamiformes (Ilustración 103), floreros,
vasijas de silueta compuesta, molduras basal, medial o labial, diseños incisos de rejilla,
rellenos de pigmento rojo o blanco, representaciones zooantropomorfas, y decoración en
estuco.

Lothrop mencionó, asimismo, la existencia de cerámica con decoración en técnica


Usulután y platos policromos con moldura basal, en el área de Totonicapán-
Quetzaltenango, lo cual está confirmado en la Colección Robles, que procede en su
mayoría del valle de Quetzaltenango, aunque los autores de este ensayo no la han
encontrado en contexto arqueológico.

Los objetos que fueron utilizados en actividades puramente domésticas son con
facilidad detectables por sus diferencias palpables en cuanto a forma y tratamiento de
superficie, y entre ellos los más habituales son las ollas globulares, las vasijas 'zapato' y
los cuencos de pared redondeada y boca ancha. El registro de incensarios, por otra parte,
se remite a escasos y muy diluidos datos de incensarios de tres picos, cuyos restos
también se han encontrado en ambientes utilitarios. En contextos funerarios se conocen
piezas de superficies monocromas brillantes (en negro, naranja o rojo) y formas
extremadamente variables, además de objetos cerámicos procedentes de otras zonas y
obtenidas por comercio. Está ausente en el registro arqueológico un rasgo muy
característico de etapas anteriores: las figurillas de cerámica; no obstante, se han
registrado en la zona ejemplares aislados que siguen las pautas preclásicas de otros
yacimientos.

Comparaciones y análisis

Las cerámicas descritas en este ensayo manifiestan claras semejanzas con otros
yacimientos del Altiplano guatemalteco (Chukumuk, Zacualpa, sitios de Quiché,
Chimaltenango, Baja Verapaz, etcétera). Se observa la tendencia de compartir grandes
complejos de rasgos comunes en el sur del área maya, por lo cual se pueden localizar
desde Chiapas hasta el Altiplano Central. En efecto, la región comparte la tradición de
manufactura de gruesos engobes en negro-marrón, naranja y rojo, con altos pulimentos
que confieren a las piezas un tacto ceroso tan característico de todas las Tierras Altas,
desde el Preclásico Medio hasta finales del Protoclásico.

El Alto Samalá comparte, además, uno de los complejos culturales que en las épocas
aludidas se habían implantado ya en las Tierras Altas de Guatemala: el Protoclásico,
bien defini-do en la importante muestra obtenida por Alain Ichon y Marie Charlotte
Arnauld en el Departamento de Quiché. Los datos hasta aquí señalados confirman que
esta área occidental tuvo un desarrollo cerámico similar, aunque menos evolucionado, a
los complejos Noguta y Lilillá, de La Lagunita. En el área de Quetzaltenango-
Totonicapán existió una menor capacidad de innovación tecnológica. También tiene
menos semejanzas con la Esfera Miraflores del Altiplano Central y Oriental, donde los
elementos protoclásicos aparecen de manera esporádica. Con posterioridad (Fase
Aurora), estos rasgos surgen, dentro de la Tradición Solano, como un complejo
completo e intrusivo en Kaminaljuyú, pero en una fecha posterior a su aparición en
numerosos lugares de las Tierras Altas septentrionales y centrales. Por ello, Marion
Popenoe de Hatch propuso que el origen de esta tradición debe buscarse en torno a estas
zonas, o incluso en Chiapas. Mientras tanto, la región costera permaneció parcialmente
inscrita en sus propias tradiciones anteriores, con ciertas zonas de interacción regional
entre las tradiciones Achiguate-Solano.

En determinados aspectos de la tradición cerámica, el Altiplano Occidental pudo haber


servido de puente entre diferentes territorios con aparente superior personalidad a lo
largo de esta etapa: la depresión central de Chiapas, la llanura costera del Pacífico y los
yacimientos de las Esferas Norte y Miraflores. El Altiplano manifestaba, por lo tanto,
características presentes en unos y otros territorios, pero sin aportar ninguna innovación
técnica ni decorativa con respecto a ellos.

Lítica

El material lítico es de menor complejidad, ya que tiene limitaciones formales mucho


mayores. Los objetos encontrados en contextos domésticos y funerarios presentan claras
variaciones en algunos casos. Una parte de dicho instrumental está elaborado con
materiales procedentes de canteras cercanas de piedra volcánica porosa o de piedra
pómez, mientras que otros objetos fueron hechos con materiales importados, como
obsidiana, piedra verde o gabro. La piedra volcánica porosa, procedente de
afloramientos cercanos, sirvió mayoritariamente para la elaboración del instrumental de
molienda ('manos', metates y morteros), imprescindible en una sociedad campesina,
cuyo patrón de subsistencia se basaba en el cultivo de maíz, calabaza, frijol, chile y
otros productos de carácter agrícola. Se conoce la utilización de piedra pómez, muy
abundante en la zona, en ciertos objetos de función no determi-nada, pero en pocos
casos doméstica o constructiva.

La presencia de determinado tipo de objetos de obsidiana, tales como nódulos


ligeramente trabajados, y la gran abundancia de material de desecho y desbaste, indica
que existió un trabajo local sobre el producto más o menos bruto, que llegaba de
diversas fuentes, como El Chayal o San Martín Jilotepeque. Existe un yacimiento más
cercano en Buena Vista (Departamento de San Marcos), sobre el que no se ha
investigado a profundidad. Se constató también la presencia de un pequeño porcentaje
de obsidiana verde, procedente de Pachuca, México. La muestra hallada se puede
considerar habitual en un contexto campesino con una economía basada en la
agricultura y la caza: cuchillas prismáticas, hojas, núcleos, puntas de proyectil,
punzones, buriles, raspadores y lascas, con retoque y sin éste.

También es importante mencionar un pequeño conjunto de objetos elaborados en piedra


verde, en su mayor parte cuentas y pequeñas hachas, procedentes de enterramientos,
pero entre los cuales destaca una pequeña carita de forma circular, que tiene
representados toscamente la boca, nariz y ojos de un personaje, en el que se observan
bien afirmados, los cánones de la región costera y de las Tierras Bajas del área olmeca.

Sistema funerario

De las consideraciones anteriores se desprende que, para los efectos del estudio de los
Períodos Preclásico Tardío y Protoclásico, la mayor cantidad de datos relativos a la zona
proviene de los hallazgos de tipo funerario realizados en las inmediaciones de Salcajá,
Departamento de Quetzaltenango. El patrón existente se reduce a tres tipos detectados
en un mismo lugar de enterramiento, localizado en las laderas, fácilmente excavables,
de talpetate, que se elevan a ambos lados del Río Samalá. Las variantes son: pozos
cilíndricos de inhumación individuales, pozos abotellados reutilizados y cámaras.

En cuanto a los pozos cilíndricos, la muestra disponible indica que se trata de pozos
pequeños y estrechos, realizados para inhumaciones individuales, colocadas en posición
sedente, con las piernas del individuo fuertemente presionadas contra el pecho. El ajuar
funerario, cuando existe, es reducido, sencillo y se situaba bajo el inhumado.

Los pozos abotellados son excavaciones cuya boca generalmente tiene dimensiones
menores que la base, y que en apariencia fueron realizadas con una finalidad diferente a
la funeraria; seguramente, eran pozos de almacenaje, pero que en un momento
determinado, una vez desplazados de su función original, fueron reutilizados como
basureros y, de manera ocasional, sirvieron de tumba en entierros individuales que, por
regla general, poseen una pequeña y sencilla ofrenda. En este caso, el individuo estaba
en posición supina y apoyada, en ocasiones, sobre un ligero lecho de pequeñas piedras,
repellado con arena volcánica. De las cámaras se conocen numerosos ejemplos, aunque
saqueados en su mayor parte. Abiertas en las laderas de las colinas, suelen tener planta
rectangular y algunas poseen incluso escaleras de acceso, tapadera y un pasillo de
entrada, donde se depositaba parte de la ofrenda.
El sitio Las Victorias ha proporcionado la mayor gama de variaciones. En cuanto al
patrón de asentamiento puede observarse que los sitios conocidos remiten siempre a
alguno de los tipos mencionados. En cualquier caso, dicho sitio, el mejor conocido,
permite formular un mayor número de inferencias, y los datos obtenidos pueden
aplicarse al resto. No existe un tipo que, por su incidencia numérica sea más importante
que los otros. Todos, en efecto, coinciden en una misma área de relativamente pocos
metros cuadrados.

La centralización de tan variadas sepulturas en una misma zona puede ser indicio de una
especie de 'área funeraria cerrada', que correspondería a unidades habitacionales
extendidas, ocupadas por personas pertenecientes a un mismo grupo de parentesco. La
zona puede haber servido de asentamiento en un momento más temprano, y de ahí que
existan pozos de almacenaje, frecuentes, como ya se dijo, a lo largo de las Tierras Altas
de Guatemala y en otros lugares de Mesoamérica, y que con posterioridad fueron
reutilizados para enterramientos con un sencillo ajuar funerario.

A partir de entonces, el área adquirió un uso específicamente funerario y albergó otros


tipos de recintos, como los pequeños pozos que contenían individuos en posición
sedente, sin ofrendas, y las cámaras funerarias, que constituyen el tercero y más
complejo tipo de construcción. Ello hace suponer una cierta jerarquización
socioeconómica del entorno social de los grupos asentados en el área del Alto Samalá.
Es muy posible, además, que algunas de las cámaras más complejas (por lo menos
aquellas que tienen escaleras y pasillo, pero también otras carentes de estos elementos)
estén relacionadas con la implantación de las modas protoclásicas en el área; la
cerámica hallada en su interior, en el sitio Las Victorias, así lo indica.

Los enterramientos hechos en el área habitacional son típicos de la cultura maya, y se


sabe que existe una continuidad de 'zonas específicas de enterramiento' en sitios
cercanos, aunque para épocas más tardías, como se verá más adelante. Tal es el caso del
pequeño cementerio del sitio Agua Tibia (Totonicapán), con fecha correspondiente al
Clásico Tardío, o los del valle del Río Chixoy y Mixco Viejo, referidos a tiempos
postclásicos y protohistóricos.

Comentarios sobre la estructura social

El establecimiento de aldeas agrícolas como las que posiblemente existieron en el Alto


Samalá, fue paralelo al desarrollo del resto del Altiplano guatemalteco con el que
compartía una misma ecología. El modelo, que existió durante el Preclásico Medio, y
que consistía en aldeas autónomas de un nivel socioeconómico muy homogéneo, el cual
empezó a romperse con el surgimiento de cierta jerarquización en el Preclásico Tardío,
pudo haber sido precisamente el más generalizado. En contraposición a la idea de que la
influencia olmeca fue decisiva en la evolución cultural del centro y sur de Mesoamérica
durante el Preclásico Temprano y Medio, algunos autores piensan que su importancia
no fue tal, y que existió un primer desarrollo temprano independiente, así como una
posterior aparición de jefaturas regionales, (alrededor del Preclásico Medio) basadas en
procesos de adaptaciones ecológicas locales, en combinación con la interacción entre el
Altiplano y la Costa. La aparición de símbolos 'olmecas', sólo se explicaría en función
de la necesidad de sancionar el poder en manos de las élites locales en proceso de
desarrollo. La cuenca del Río Samalá constituye un corredor natural en el Occidente de
Guatemala, entre las Tierras Altas y las rutas que atraviesan la Costa Sur, por lo que esta
teoría podría aplicarse para explicar la ocupación y evolución del área en su conjunto.

Los datos que se conocen en la actualidad muestran que en el Preclásico Tardío existió
un asentamiento, de viviendas dispersas, situado en la parte media de las laderas de los
cerros que dominan el río. El sistema de vida posiblemente se desarrollaba en torno a
pequeñas unidades domésticas dispersas, que albergaban los segmentos sociales
mínimos, talvez una familia nuclear dedicada primariamente a actividades agrícolas y
de caza, así como a la transformación de alimentos. Una parte del ajuar doméstico pudo
haber estado compuesto de materias primas semimanufacturadas, provenientes del
exterior, como la obsidiana. En el ajuar funerario se detectan también pequeños objetos
obtenidos por intercambios comerciales, tales como pequeñas hachas de gabro y cuentas
de jadeíta, cuya distribución debe de haber estado estar controlada por otras
comunidades más complejas.

Las condiciones de la época denotan un cierto grado de diferenciación social, reflejado


en la existencia de lugares de centralización ritual. La presencia de dos grandes
montículos en San Cristóbal Totonicapán, los cuales contienen restos de enterramientos
de élite (jade y conchas marinas), pudiera representar el nivel jerárquico más alto de la
organización social en el valle. La estratégica situación de éste, en la confluencia de tres
valles, lo sitúa a la cabeza de la integración ceremonial, y posiblemente política, de una
amplia área.

En los momentos finales del Preclásico, parte de la población del valle evolucionaba
hacia un sistema social de mayor complejidad, y ello se refleja tanto en el avance
técnico que supone la excavación de cámaras funerarias frente a los pequeños recintos
circulares, como en la variedad y riqueza de las ofrendas. Los ajuares hallados
constatan, aun cuando las ofrendas no sufrieran cambios radicales en cuanto a calidad o
técnicas de fabricación, la aparición de nuevas formas: vasijas antropomorfas y
zoomorfas, grandes platos tetrápodes de altas patas cilíndricas o mamiformes, etcétera,
de fuerte especialización. Puede tratarse, por lo tanto, de la intrusión de un subcomplejo
cultural, que se manifiesta tanto en el patrón funerario (tumbas en cámara) como en el
vigor de ciertos rasgos cerámicos y, talvez, en el culto a ciertos animales representados
en la cerámica. Estos rasgos, calificados como protoclásicos, fueron compartidos por
numerosas poblaciones de Altiplano y la Costa.

En un esfuerzo por profundizar más en el problema del Protoclásico, los trabajos de


Payson Sheets sobre El Salvador, señalan una corriente inmigratoria de pobladores
supervivientes de la catástrofe del Volcán Ilopango, la cual afectó a los grupos de
agricultores de las Tierras Altas, ora en forma directa, ora por la línea indirecta del
intercambio comercial con asentamientos no muy lejanos. La fuerte presencia de
componentes protoclásicos anteriores, en zonas del Altiplano Norte, Oeste y Noroeste,
permite suponer que el origen de este estilo provenga de alguno de esos lugares. No
obstante, determinados rasgos cerámicos, considerados protoclásicos, estuvieron
presentes en diversas partes de Mesoamérica durante la misma etapa, por lo que no se
puede proponer un solo origen.

En resumen, se puede afirmar que en el Preclásico Tardío y en el Protoclásico, por lo


menos en parte del Occidente de Guatemala, se produjo un desarrollo constante y
armónico, reflejado, sobre todo, en las variaciones existentes en las costumbres
funerarias.

Período Clásico
Existen dos tipos complementarios de información acerca del área bajo estudio, por
medio de los cuales se puede obtener una visión global sobre el desarrollo durante el
Período Clásico. El primero de ellos se refiere a pequeños asenta-mientos de
comunidades campesinas, localizados en el valle de Totonicapán, prototipo de lo que
debió ser el asentamiento básico de las Tierras Altas de Guatemala, e incluso de
Mesoamérica, a lo largo de amplios períodos. El otro se refiere a los asentamientos de
mayor magnitud, como Monrovia, La Estancia o Zaculeu, que se identifican como
centros de integración sociopolítica y ceremonial.

Los datos correspondientes varían en cuanto a su profundidad, ya que unos sitios sólo
fueron explorados y muestreados, en tanto que otros fueron sometidos a trabajos de
excavación intensiva. Entre estos últimos figuran Agua Tibia y Zaculeu. En
determinados aspectos, sin embargo, el trabajo arqueológico efectuado en Zaculeu, por
ejemplo, ha sido cuestionado. El problema principal en relación con este último se
refiere al trabajo de campo, el cual fue patrocinado por la United Fruit Company entre
los años 1946 y 1950. La urgencia con que se procedió a la restauración de las
estructuras más relevantes originó muchas críticas, aunque parece que el trabajo de
laboratorio se realizó con una mayor acuciosidad.

Cronología

En la zona existe una problemática específica en cuanto a cronología, ya que el Clásico


Temprano está muy probremente conocido en la mitad sur del Altiplano Occidental,
mientras que hay más información sobre sitios como Zaculeu, Nebaj, Zacualpa y
Kaminaljuyú. Los vestigios utilizados en el estudio del Altiplano Occidental se limitan a
materiales dispersos que formaban parte del relleno de pozos de almacenaje, en etapas
tempranas en Salcajá; a muestras fragmentarias sacadas de montículos como los de San
Cristóbal Totonicapán; y también a simples reconocimientos como los efectuados en La
Estancia o Monrovia.

Como se aprecia en el cuadro cronológico propuesto para la zona, el Período Clásico


(250-1000 DC) se comprueba por la presencia de las Fases Atzán (300-600 DC) y
Chinaq (600-1000 DC) en Zaculeu (facetas del Clásico Temprano y Tardío), aunque
aquí con un marcado decaimiento en la segunda fase. En los valles del Alto Samalá, en
cambio, sólo está bien controlada la Fase Totonicapán del Clásico Tardío (700-1000
DC), y queda en duda la ocupación del área de Momostenango, de la cual se posee
información demasiado fragmentaria.

Patrón de asentamiento

Si se asume que existió una cierta continuidad en algunos rasgos culturales, tales como
los modelos habitacionales, es posible hacer generalizaciones a partir del ejemplo
investigado en Agua Tibia, lugar elegido entre varios muestreados, tanto en el valle del
Samalá como en la parte alta y plana de los cerros circundantes: Poxlajuj, Tierra Blanca,
Chichaclán y Xolcajá (Ilustración 59).

Vivienda

Agua Tibia representa el modelo socioeconómico de pequeña comunidad rural, con un


patrón disperso, que supone una constante en la cultura maya prehispánica. Los
materiales utilizados allí en los sistemas constructivos básicos se pueden obtener en el
área circundante y son los que mejor se adaptan al medio ambiente general. Las
estructuras tienen forma rectangular y poseen en su base muros realizados con grandes
'cantos rodados' y objetos de piedra volcánica ya desechados, los cuales servían como el
sostén primordial sobre el que se elevaban las paredes compuestas de pequeños trozos
de piedra pómez y palos, recubierto todo ello con una capa de barro y agujas de pino, lo
que daba cohesión a la mezcla y proporcionaba el necesario aislamiento del exterior.
Por último, se añadía una capa de enlucido, hecho también de barro decorado con
pigmento de color rojo. Todo ello y una fuerte armazón de madera sustentaron una
techumbre de pajón a dos o cuatro aguas (Ilustraciones 104 y 105).

Las dimensiones absolutas de la muestra mejor conservada en Agua Tibia, son de 7 m


de longitud y 4 m de ancho, localizándose la puerta de acceso (de manera asimétrica) en
la pared que mira al fondo del valle. Acorde con el tipo de vida campesino, en el interior
de la vivienda se realizaba una buena cantidad de funciones o actividades:
transformación y preparación de alimentos, almacenaje, procesos de manufactura de
diversos materiales, zona de descanso, etcétera, las cuales han sido estudiadas por
medio del análisis de los utensilios recuperados en el interior de la casa.

Temascal

La vivienda tenía otro componente de gran interés, que evidencia claramente una mayor
complejidad en la vida diaria del campesino maya del Período Clásico: el temascal o
baño de vapor. Se dispone de una sola muestra en el sitio de Agua Tibia, la cual se
encontraba a escasos metros de la casa (Ilustraciones 104 y 105). Era un pequeño
recinto semisubterráneo (4.25 x 2.25 m), con un acceso de tres escalones, así como una
pequeña banca y la típica zona de producción de calor. A pesar de que en la actualidad
los temascales son comunes en el ámbito rural de las Tierras Altas, no ha sido frecuente
el hallazgo de este rasgo en investigaciones arqueológicas del Altiplano, y las
referencias conocidas se limitaban al ejemplar excavado por Ichon en Los Cimientos-
Chustum (Quiché), y a los de Coneta, Nueva Independencia y Los Cimientos, estos tres
últimos en el Estado mexicano de Chiapas.

Con base en datos etnohistóricos y etnográficos se puede afirmar que el temascal tiene
una función múltiple, pero destaca su carácter higiénico, tanto formal como ritual, y los
propósitos curativos. El uso del baño de vapor es producto de una serie de
conocimientos que seguramente se adquirieron a lo largo de períodos anteriores. Por
otra parte, la conocida presencia de temascales de una mayor elaboración en lugares
mayas de élite, como Piedras Negras, Palenque, San Antonio, Chichén Itzá, El y Los
Cimientos-Chustum, no tiene connotaciones de clase en cuanto al uso, aunque quizás sí
respecto de la función, que en estos lugares posiblemente fue más ceremonial que
utilitaria. El hecho de que la cronología en Guatemala remonte la existencia del
temascal al Período Clásico, reafirma la idea de que se trata de un rasgo
panmesoamericano, de amplia distribución temporal y espacial, plenamente integrado
en diferentes contextos sociales de la cultura maya.

Horno para cocer cerámica

Un hallazgo de singular importancia hecho en Agua Tibia fue un horno para cocer
cerámica. Marcus Winter indicó la presencia de posibles hornos (para cocer alimentos o
cerámica), como un rasgo común en los conjuntos domésticos tempranos de Oaxaca. El
horno de Agua Tibia es un pequeño muro en forma aproximadamente rectangular,
paralelo a la pared sur de la vivienda principal (Ilustraciones 104 y 105). Tiene un
núcleo compuesto de piedra pómez amalgamada con barro y recubierto con una capa de
tierra arcillosa rojiza, endurecida por la acción del fuego. Mide unos 4.25 m de longitud,
0.50 m de anchura media y otro tanto de altura.

El hallazgo de un horno de cerámica en el contexto habitacional de Agua Tibia tiene


implicaciones diferentes a las de los hallazgos de Winter, sobre todo por sus
connotaciones socioeconómicas, pero no deja de ser interesante la continuidad. Resulta
de gran interés, asimismo, la constancia etnográfica de un horno de cerámica, de
características semejantes y aún en uso, en un cantón próximo al lugar de excavación. El
área de Totonicapán, por lo tanto, puede considerarse como una clara demostración de
una continuidad cultural en la elaboración cerámica, la que sufrió fuertes cambios
estructurales con la introducción de nuevas técnicas por los españoles, tales como el
vidriado y el horno cerrado.

Otros rasgos

Otro aspecto importante del complejo doméstico es el almacenamiento de los alimentos.


Se puede señalar una variación en los sistemas de almacenaje con respecto a los
constatados en períodos anteriores, ya que los pozos abotellados no parecen haber sido
utilizados en la zona a lo largo del Período Clásico. Tampoco se tiene constancia
arqueológica de lugares específicos, como trojes, que se encuentran en los
asentamientos campesinos actuales. Una última característica común en la zona y que se
remonta a la época del Preclásico, es la existencia de enterramientos en el entorno
doméstico, los cuales se tratarán más adelante.

En virtud de que el aumento de población durante el Clásico fue casi general en buena
parte del área maya, el patrón campesino, que permaneció bajo constantes básicas de
dispersión y de localización en valles abiertos, se extendió, y muchos parajes,
anteriormente desocupados, se poblaron con numerosos conjuntos habitacionales,
similares a los actuales en el Atliplano guatemalteco.

Asentamiento complejo

Además del modelo rural de asentamiento, existió una serie de centros cuya finalidad
era la integración ceremonial, socioeconómica y política de la sociedad. En el Altiplano
Occidental existieron lugares de diferentes tamaños, lo que puede ser el indicio de un
patrón de jerarquización local y regional. Las diferencias entre ambos modelos estarían
reflejadas, en el registro arqueológico, por un mayor número de montículos, el uso de
una mejor técnica constructiva, más riqueza y variedad de los ajuares funerarios
encontrados en las estructuras o en las plazas, etcétera. Naturalmente, la cronología
también es importante, así como la creación, durante el Período Clásico, de nuevos
centros intermedios y el engrandecimiento de algunos de los ya existentes.

En un primer nivel figurarían centros, como San Cristóbal Totonicapán, que poseen una
localización estratégica favorable a su continuidad temporal, por lo menos hasta el
Clásico Temprano. Otros centros localizados en torno a Momostenango, como La
Estancia, cuentan con una cierta planificación (al margen de posibles estímulos
teotihuacanos), la cual incluye juego de pelota. El centro citado parece que tuvo una
corta ocupación, ya que fue abandonado en los comienzos del Clásico Tardío, y se creó
otro centro cercano denominado Paracaná. En la misma zona, y a lo largo del Clásico
Tardío, se fundó Xuabaj, centro localizado en un área bien defendida. De esa manera se
introdujo un patrón que se haría general en el período inmediatamente posterior.

También durante el Clásico Tardío, en áreas relativamente cercanas, existen


asentamientos complejos de tipo intermedio. Una buena muestra es Monrovia, aunque
este interesante lugar sólo pudo ser reconocido. Se localiza a unos 6 km de San Juan
Ostuncalco, consta de varios montículos ubicados en torno a una plaza, el mayor de los
cuales mide 18 x 22 m de base y unos 14 m de altura. Enfrente se halla otro de menores
dimensiones y altura (7 m), y el lado este de la plaza se cierra por un juego de pelota
abierto, cuyas típicas estructuras paralelas miden 20 m de longitud y 1.5 a 2 m de altura.
Otros dos montículos, muy erosionados, completan el panorama actual del sitio.

Otros lugares, como Zaculeu, que se inician en el Clásico Temprano pero que alcanzan
su mayor importancia en períodos posteriores, aportan una información bastante escasa
en cuanto a la arquitectura. Los niveles más tempranos para la Fase Atzán (Clásico
Temprano), por ejemplo, sólo muestran suelos de adobe, subestructuras o basamentos
terraceados muy destruidos, y una escalera con alfarda temprana, relacionado todo ello
con la Estructura 1. La información se completa con restos de suelos asociados a una
baja plataforma que sustentó una construcción perecedera en la Estructura 13, y simples
suelos con escondites cerámicos definitorios en la Estructura 9. Técnicamente, la
construcción se basó en el adobe, aunque también se utilizó mampostería de lajas sin
trabajar, unidas por mortero de adobe, todo ello cubierto de enlucido blanco.

Durante el Clásico Tardío (Fase Chinaq) parece haber existido, en los diferentes niveles,
una marcada recesión, que en arquitectura se traduce en pequeños indicios de
remodelación en la pirámide principal (Estructura 1). Es interesante la construcción de
la Estructura 6 que, a partir de una baja plataforma, presenta hasta cuatro y cinco
terrazas en las que se sustenta una habitación rectangular cuyo lado sur está abierto en
cuatro entrepaños, mientras que el lado norte tiene dos pequeñas entradas, así como
cuatro pilares y una banca rectangular. Los investigadores remiten dicha estructura al
período citado por haberse encontrado en ella 22 enterramientos asociados a esta fase,
pero, por otro lado, resulta un tanto atípica. En la Estructura 9 hay tres inhumaciones,
pero sin arquitectura asociada y, por último, la construcción del juego de pelota se
adscribe al final de la fase citada (Ilustración 106). Las técnicas de construcción no
parecen haber tenido variaciones, salvo en el hallazgo de restos de enlucido con
decoración policromada. En cualquier caso, es probable que, según pautas conocidas en
lugares cercanos, Zaculeu poseyera ya los inicios de una estructuración típicamente
maya, desarrollada en torno a plazas cuadradas o rectangulares, que llegará a tener
cuando el centro disfrutó de mayor auge.
Cultura material

Ya se hizo referencia al problema de la falta de precisión del Clásico Temprano en el


área de Salcajá, por lo que poco se puede añadir al respecto. Las técnicas cerámicas
preclásicas y protoclásicas no parecen haber sufrido variaciones, salvo en cuanto que
existe una gama de formas más limitada y diferente. Pese a la pobreza de los hallazgos
es necesario comprobar la continuidad de las tradiciones cerámicas mono-cromas en
naranja, negro y rojo; y la presencia de ciertos rasgos típicos de esta etapa: cilindros
trípodes, con o sin engobe, cuencos de base anular, incensarios en varias modalidades,
en los que predominan los incensarios en forma de reloj de arena y decorados con
espiga, y vasijas cilíndricas con soportes almenados, comunes en amplias zonas de
Mesoamérica, incluida la gran urbe de Teotihuacan.

Zaculeu posee una mayor variedad de cerámica, aunque no excesiva cantidad, y el


contenido de ella refleja las pautas propias de lugares de gran desarrollo en este período,
como Kaminaljuyú. Hay muestras, tanto en tumbas como en rellenos de estructuras, de
la cerámica de importación conocida como Naranja Delgada, floreros, cuencos y
cilindros trípodes negros (Polished Black) con grabados (Ilustración 107), picheles,
cuencos de bases anulares, pintura resistente o negativa (Zaculeu Resist Painted) de
singular importancia, ampliamente representada en tumbas y enterramientos, y con
formas de cuencos, cilindros y vasijas trípodes, cerámica policroma, incensarios
variados, decoración secundaria de estuco sobre tipos negros o resistentes, comales,
etcétera.

Cerámica del Clásico Tardío

En el Clásico Tardío, al parecer, se produjeron cambios cuantitativos y cualitativos a


muchos niveles en el área maya, y ello se refleja en un considerable aumento de la
variedad de tipos cerámicos, según el registro arqueológico de algunos de los sitios más
conocidos. El asentamiento campesino de Agua Tibia proporciona una variedad de
cerámica que incluye la de tradición preclásica (Tzic Negro-Marrón y Bulux Rojo o
decoración estucada), de innovación autóctona (Jelic Rojo sobre Crema), y otras
procedentes de las amplias relaciones comerciales que los habitantes del lugar tuvieron
con diversos centros del Altiplano Norte (Wech Negro, Xibal Negro-estucado, Chemalá
Rojo-pulido y Latz Blanco), del Altiplano Central, de la Costa Sur y Bocacosta
(Tiquisate, Plomizo San Juan, Zozot Rojo-Marruecos y Umal Rojo-fino) e incluso de
las Tierras Bajas (Poval Negro-Pulido-Exciso y Saxché Naranja-Policromo).

La cerámica que se conoce abarca tres tipos de contextos: doméstico, ceremonial y


funerario. Los tipos utilitarios, presumiblemente fabricados en la zona, son cerámicas
monocromas en rojo y café, e incluyen formas tales como jarras de almacenaje,
cántaros, ollas y apastes de cocinar, grandes comales y pequeños cuencos (Ilustración
108). Entre la que se denomina cerámica ceremonial se encontrarían los incensarios, de
amplia difusión en el Altiplano, en diferentes modalidades: cucharón, de doble cámara,
y decorados con espigas en las paredes. En cambio, la cerámica funeraria presenta un
interesante tipo autóctono, un pequeño porcentaje de cerámica doméstica y la amplia
variedad de los tipos importados a los que se ha hecho referencia. La manufactura local
del tipo Jelic Rojo sobre Crema, con una gama de formas limitada a cuencos de
diferentes siluetas, tuvo una importancia vital en el desarrollo de esta comunidad
campesina, ya que gracias a ello se introdujo en las redes comerciales interregionales y
obtuvo objetos de lujo que fueron depositados en sus tumbas.

La cerámica autóctona refleja, además, una interesante variedad en cuanto a sus diseños
bicromos, que en ocasiones se combinan con pintura negativa, e incluyen motivos
geométricos, zoomorfos y antropomorfos, entre los cuales destacan las representaciones
de hombres que danzan, enmascarados y con atributos de ave, que han sido
interpretados como la expresión plástica de danzas y cánticos funerarios.

Puesto que la arcilla es un material esencialmente plástico, se utilizó para elaborar no


sólo vasijas cerámicas, sino una amplia variedad de objetos de múltiples usos
(domésticos, lúdicos, ornamentales, ceremoniales o funerarios), tales como malacates o
husos de hilar, ocarinas, silbatos, canicas, fichas, pendientes, separadores de collar, y
muchos más.

Otros objetos cerámicos de amplia distribución en el área maya durante el Clásico


Tardío son la figurillas, que en el caso de las halladas en Agua Tibia están realizadas a
molde, en cerámica Plomizo San Juan. En Zaculeu se dio en el Clásico Tardío una cierta
recesión en cuanto a la variedad de tipos cerámicos, lo que algunos investigadores
relacionan con un posible descenso en la actividad general del sitio, por causas que se
desconocen. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que porcentualmente la
presencia de cerámica de tipo doméstico debe ser mucho menor al tratarse de un centro
de integración, y que buena parte del material rescatado procede de tumbas de élite o de
rellenos de estructuras. Existen diferencias apreciables entre este sitio y Agua Tibia, ya
que las cerámicas de Zaculeu están más en la línea del norte del Departamento de
Quiché y de Alta y Baja Verapaz. Además de una cierta continuidad de tipos de la
anterior Fase Atzán, las cerámicas denominadas Streaky Red-Brown y Polished Gray
son las más comunes. La última tiene formas de cuencos semiesféricos de bases planas
o anulares, y cilindros simples o trípodes. En ocasiones se presenta decorada con
acanaladuras, pastillaje, incisión e incluso estuco de colores. No hay constancia de
cerámica Plomizo San Juan, auténtico marcador de horizonte en el sur del área maya, y
no se conoce la razón por la cual Zaculeu estuvo fuera de su amplio radio de
distribución. En cambio, se conocen algunos fragmentos procedentes de rellenos de
estructuras correspondientes a cuencos del tipo Jelic Rojo sobre Crema, que quizás
fueran elaborados en un sitio diferente de Agua Tibia, y que presentan una variedad
mucho menor, tanto en formas como en complejidad de diseños, aunque Richard
Woodbury y Aubrey S. Trik los incluyen en la fase inmediatamente posterior.

Lítica

En general, el material lítico presenta una fuerte continuidad desde etapas anteriores, lo
que se relaciona con el hecho de que el sistema básico de subsistencia del campesino
maya no había sufrido cambios esenciales y se basaba todavía en el cultivo de la tierra y
la caza complementaria.

Tampoco el material en que se fabricaban los utensilios usados para el proceso de


molienda, presenta diferencias esenciales, y en un buen porcentaje procedía de
afloramientos cercanos de rocas volcánicas porosas. Ciertamente existe una mayor
variedad de objetos, pero esto se debe sin duda al hecho de que las excavaciones
arqueológicas se hicieron en asentamientos en los que los habitantes complementaban
su subsistencia con la fabricación de cerámica, lo que incluye un tipo de ajuar
específicamente dedicado a esta artesanía. Por lo tanto, existen metates, manos,
morteros y machacadores de funcionalidad puramente doméstica, junto a otros objetos
que, por sus características específicas (por ejemplo, mayor tamaño, más peso o
profundidad), pudieron dedicarse a un proceso de elaboración de la cerámica, no muy
diferente del que se utiliza en la actualidad en la elaboración de la cerámica tradicional.
Dicho proceso seguramente se complementaba con martillos, pulidores o afiladores,
estos últimos fabricados de piedras con alto poder abrasivo. Otros objetos de interés y
de amplia difusión pudieron haber sido las piedras perforadas (doughnut stones) y la
parte inferior trípode de una posible piedra-hongo. Como ya se dijo, la piedra pómez, de
fácil obtención, se utilizó mezclada con barro en la construcción de las paredes de las
viviendas, además de que pudo habérsele dado otro uso ocasional en la fabricación de
objetos extraños y de difícil clasificación.

La obsidiana es porcentualmente mucho mayor que ningún otro material lítico, lo que
resulta normal en los sitios arqueológicos del Altiplano. Al igual que sucedía en la
época preclásica, los objetos de más frecuente aparición son las cuchillas prismáticas,
elaboradas a partir de núcleos poliédricos, de los que también aparecen ejemplares.
Tales objetos, así como las lascas de desbastado, indican que, en parte, los materiales
llegaban semimanufacturados, en forma de núcleos o de grandes nódulos, y era el
propio campesino o artesano cerámico el que hacía los instrumentos necesarios para
cubrir sus necesidades: cuchillas, hojas, lascas con retoque, perforadores, raederas,
etcétera, en procesos primarios o de reutilización. Otros objetos, como las puntas de
proyectil, precisaron de una mayor especialización, y quizás fueran de manufactura
ajena al asentamiento, puesto que su transporte, además, era menos dificultoso que el de
las cuchillas.

El último elemento proveniente del exterior es la piedra verde oscura o gabro, que está
presente en las comunes hachas de varios tamaños y en un fragmento de camagüil, que
es una figurilla alargada de rasgos extremadamente esquematizados, con una amplia
distribución en contextos ceremoniales y funerarios de Los Altos. Está totalmente
ausente el jade, cuya comercialización pudo haber variado con respecto a etapas
anteriores.

Los problemas enunciados con respecto a Zaculeu sobre una recesión de la importancia
de este centro durante el Clásico Tardío, también se ven palpablemente reflejados en la
lítica. Mientras que se dispone de una buena muestra de objetos del Clásico Temprano
(por ejemplo, excelentes mosaicos de pirita, metates trípodes, algunos con
representaciones zooantropomorfas, manos de moler, obsidiana, jade de poca calidad
pero con formas muy variadas, e incluso recipientes de alabastro), en relación con el
Clásico Tardío apenas existe algo de obsidiana, pocos objetos de jade y sólo fragmentos
de mosaicos de pirita. Los ajuares funerarios de esta última etapa del Clásico, sin duda
denuncian una situación de mayor aislamiento y escasez en relación a etapas anteriores
o posteriores.

Escultura monumental

Los ejemplos conocidos son pocos y carentes de una localización exacta. Se sabe, por
ejemplo, que San Cristóbal Totonicapán aportó un hacha finamente elaborada, con
representación de una cabeza, y que en Salcajá y Quetzaltenango se ha encontrado
diversa parafernalia vinculada al juego de pelota. Este precario registro contrasta con los
bellos ejemplares hallados en la zona sureste de Quetzaltenango, y en la Bocacosta.
También se da por cierto que las calificadas como piedras-hongo son más frecuentes en
el área bajo estudio que en cualquier otra zona de Los Altos, lo que contrasta con su casi
ausencia total en excavaciones controladas.

En Zaculeu existe sólo una pequeña muestra de figuras antropomorfas, tanto de la Fase
Atzán como de la Chinaq. Esta escasez ha sido atribuida por algunos investigadores a la
falta de piedra apta para tal tipo de trabajos. En la muestra recuperada destaca una
escultura en la que se representa un personaje con los brazos entrelazados, en posición
sedente, con las piernas cruzadas, y que luce pectoral y tocado. Dicha escultura,
clasificada como de la Fase Atzán, pudiera ser un interesante y temprano antecedente de
un estilo muy utilizado posteriormente. Otro objeto llamativo, perteneciente a la Fase
Chinaq, es un incensario de roca ígnea, con cabeza humana y manos sobre el pecho.

Concha

La concha es un material obviamente ajeno a Los Altos, que pudo haberse obtenido,
quizás ya manufacturado, por medio del comercio entre ambas costas. Ciertamente, se
trata de un elemento representativo de segmentos de élite y está absolutamente ausente
en los contextos campesinos de las excavaciones hechas en Salcajá y Totonicapán, los
cuales se refieren tanto al Preclásico Tardío como al Clásico. Puesto que Zaculeu era un
centro político ceremonial, resulta natural que los ajuares funerarios allí encontrados
posean algunos artículos de concha, los cuales eran comunes durante el Período Clásico,
en todos los centros mayas de las Tierras Bajas. Proceden tanto del Océano Atlántico
como del Pacífico, y aparecen a lo largo de toda la secuencia clásica pero, naturalmente,
con mayor incidencia en la Fase Atzán, del Clásico Temprano. Los objetos más
comunes son los ornamentales, en forma de cuentas discoidales, tubulares, globulares o
cuadradas, que a veces forman collares, además de discos, anillos y diversas partes de
mosaicos, combinados con jade y pirita. También están presentes los grandes caracoles,
que se utilizaban como instrumentos de viento.

Hueso

La presencia de hueso ha sido detectada en Zaculeu, sólo en una pequeña cantidad, y en


relación con el Clásico Temprano. Los restos de animales, que se han encontrado en la
zona, informan sobre el tipo de fauna a la que los habitantes podían acceder (chompipes,
loros, perros, coyotes, conejos, venados, etcétera), y se sabe, además, que algunos de
ellos estaban asociados a enterramientos importantes. Asimismo, hay objetos de uso
doméstico, como agujas y perforadores, y de uso ornamental, como cuentas, pendientes,
tubos y anillos.

Sistema funerario

El asentamiento campesino de Agua Tibia incluía un pequeño cementerio, localizado a


unos metros de las instalaciones habitacionales. Allí se encontraron restos, en muy
malas condiciones de preservación, de 16 personas que portaban ajuar funerario
cerámico y, en menor proporción, objetos líticos.
En las inhumaciones se registraron características muy uniformes, ya que eran
enterramientos simples, primarios e individuales, en los cuales las personas fueron
posiblemente colocadas en posición flexionada, lateral o sedente, sin que se pueda
conocer si tuvieron una orientación determinada. Existe una ligera diferenciación entre
ellos, ya que en ciertos casos aparecieron grandes losas uniformes de piedra, que
pudieron usarse como una precaria protección, o bien, como signo de localización.

La distribución de las ofrendas no es especialmente significativa, aunque existen


variaciones en el número y calidad de las vasijas que acompañan al cadáver. Una parte
de la cerámica, por lo general, corresponde a un tipo usualmente doméstico. En el
interior también se encontraron restos quemados de posibles alimentos, 'para el viaje'
que el muerto tenía que afrontar. Junto a los objetos indicados se encontraron otras
piezas de cerámica, de características más suntuarias, a las que se hace referencia de
manera más detallada en la sección dedicada a la cultura material.

Una parte importante de la ofrenda funeraria, seguramente elaborada en el propio


asentamiento, consistía de una cerámica con decoraciones parcialmente simbólicas. La
otra parte procede del intercambio con ciertas zonas, situadas a media distancia en
lugares del Altiplano y la Bocacosta. Aparte del ajuar cerámico, es importante
mencionar un gran machacador de piedra volcánica, que quizás formó parte de los
implementos habituales de uno de los alfareros del lugar, así como un fragmento de
metate, una grotesca 'carita' de piedra pómez, y un pequeño silbato en cerámica que
acompañaba el entierro de un niño. Tal debió haber sido, en mayor o menor medida, el
patrón básico de enterramiento en los asentamientos campesinos de una buena porción
del área maya. Las variaciones que se conocen, vinculadas a niveles socioeconómicos
equivalentes, no se refieren tanto a los tipos de enterramientos y a sus ajuares, como a la
localización de ellos, ya que, por ejemplo, en las Tierras Bajas las inhumaciones tienden
a realizarse dentro de las estructuras domésticas o, por lo menos, en el patio o plaza del
grupo habitacional. Por otro lado, como se adelantaba en la sección correspondiente al
Período Preclásico, en diversos lugares del Altiplano existe una mayor tradición de
'zonas específicas de enterramiento', que tendrán continuidad en los Períodos
Postclásico y Protohistórico, a los que se hará referencia después.

Las tumbas encontradas en Zaculeu denotan claramente un nivel social mayor, como
corresponde a los habitantes de un centro ceremonial complejo. Se descubrieron varios
tipos diferentes de tumbas, algunos de los cuales se mantienen, con mayor o menor
incidencia, a lo largo de toda la secuencia cronológica. Dichas tumbas o enterramientos
se resumen a continuación:

Enterramientos simples: localizados en el relleno de las estructuras. La posición del


cadáver varía entre extendida y flexionada lateral, y la ofrenda suele ser relativamente
pobre. A veces se trata de enterramientos secundarios e incompletos.

Cistas: Woodbury y Trik dan este nombre a la introducción del inhumado en el interior
de estructuras, o al hecho de colocarlo simplemente en el suelo, en una fosa sin trabajo
estructural pero con límites claramente definidos, rectangulares o circulares. En
ocasiones, se encuentran pequeñas lajas y piedras de protección.

Criptas: compuestas por losas alineadas, donde el inhumado se encuentra en posición


extendida o flexionada. Suelen tener el ajuar funerario de mayor riqueza, tal y como
corresponde a su mayor grado de elaboración en la técnica de construcción. Las más
importantes corresponden a la Fase Atzán, pero continúan en Qankyak.

Tumba: sólo se encontró una con enterramiento múltiple, bajo la Estructura 1, y


consistía en una gran habitación circular, subterránea, excavada en el talpetate, y a la
que se accedía mediante una escalera y un corto corredor. Corresponde al final de la
Fase Atzán.

Urnas: se trata de grandes recipientes de boca estrecha, alguno de los cuales pudo haber
sido usado previamente para propósitos de almacenaje, aunque con posterioridad se le
cortara la boca y se introdujera al inhumado en posición flexionada sedente, junto con
su ofrenda. Se colocó una tapadera hecha de un fragmento del mismo recipiente, o bien,
de un cuenco invertido. Las urnas están cronológicamente limitadas a la Fase Chinaq,
del Clásico Tardío.

Zaculeu sufrió una declinación en el Clásico Tardío, que se refleja en los ajuares
funerarios, que en el Clásico Temprano son de mucha más riqueza. La ofrenda es
mayoritariamente cerámica, con presencia de jade, concha y mosaicos de pirita, como
elementos complementarios. El patrón posicional tiene pocas variaciones, y las
posiciones extendidas y flexionadas son las más comunes. Los restos funerarios se han
localizado tanto en el interior de las estructuras como en las plazas.

Todos los tipos de inhumación detectados corresponden a las amplias pautas observadas
en la cultura maya, la cual, según el lugar y el período, presenta una gama de variables
tan amplia que hace francamente difícil la tarea de realizar una clasificación coherente,
que incluya todos los aspectos de un rasgo importante en cualquier cultura, es decir, las
costumbres funerarias.

Comentarios sobre la estructura social

En contraste con las Tierras Bajas, el Clásico Temprano en la zona que aquí se analiza
no fue un período de desarrollo excesivamente complejo. Antes bien, y comparado con
el Preclásico Tardío-Protoclásico, resulta hasta cierto punto regresivo, por lo menos en
lo que se refiere a la cuenca alta del Samalá. Las poblaciones de esta zona occidental no
manifestaron, salvo Zaculeu, rasgos que denoten interacción alguna con Teotihuacan, ni
en su comienzo, ni, como dice Kenneth Brown, en su caída y retirada, hacia el año 700,
de la meseta quiché, aunque, como ya se ha indicado antes, un trabajo de campo más
continuado podría variar tal visión.

El cuestionamiento de la incidencia de la civilización olmeca en el desarrollo temprano


de la cultura maya, a la que se hizo referencia antes, puede extenderse al problema de
las relaciones entre Teotihuacan y el área maya. Un estudio reciente concluye en que
existió una interacción prolongada que englobaba diversos tipos de relación, pero que
en gran medida se limitaba a contactos entre las élites. Estos vínculos se hacían más
evidentes en las manifestaciones artísticas, ceremoniales, ideológicas, etcétera, así como
en un pequeño porcentaje de los objetos locales sujetos a comercio directo.

En general, la estructuración social se orientaba hacia una mayor complejidad en


comparación con los últimos momentos del período anterior, ya que surgía una sociedad
más marcadamente jerarquizada, en la que las clases sociales exhiben diferenciaciones
cada vez más profundas. La parte más numerosa de la población pertenecía al sector
campesino, que habitaba pequeños ranchos localizados de manera dispersa en lugares
no necesariamente defensivos, y cuyas milpas se ubicaban en torno o cerca del grupo
doméstico. En este primer nivel existía una cierta diversificación, ya que figuraban
también los artesanos de tiempo parcial, es decir, quienes alternaban su oficio con los
cultivos agrícolas y la caza. La diferencia entre ambos segmentos se traducía en que los
segundos tenían acceso a determinado tipo de objetos suntuarios, obtenidos por
intercambio, quizás indirecto, con regiones circundantes.

Los centros de integración, más numerosos que en el período anterior, determinaron la


persistencia y engrandecimiento del poder de la élite que habitaba en el centro y
mantenía su influencia política en un área determinada. La gran masa campesina acudía
seguramente a esos centros, tanto para reuniones de carácter social (mercados) como
ceremonial, en las cuales se afirmaba la identidad de las personas pertenecientes a la
comunidad.

Se puede afirmar que una buena parte de las tradiciones preclásicas persistieron en su
conjunto. En efecto, siguieron en uso determinados objetos, como vasijas con cabezas
colocadas en los bordes, incensarios, piedras-hongo, etcétera, aunque con variaciones
formales propias de la evolución cultural. En cambio, desaparecieron otras tradiciones,
sin que hasta el presente se pueda dar una explicación coherente, válida para toda el área
maya. Tal es el caso de las figurillas de cerámicas, muy populares en Guatemala durante
el Preclásico Medio, que disminuyen en el Preclásico Tardío (excepto en Kaminaljuyú),
y que virtualmente desaparecen en el Clásico Temprano. Algunos autores piensan que
se trata de una tradición familiar, cuya desaparición coincidió con la supresión de los
cultos locales practicados en los poblados agrícolas, y con la imposición de una religión
de carácter elitista introducida por el Estado. Ciertamente, tal podría ser la explicación
viable en determinadas zonas del área maya, donde existió una centralización política
mayor que en el Altiplano Occidental. Sin embargo, es evidente que las deidades de
carácter agrícola tienen un notorio y poderoso arraigo en la población campesina, y que
ésta conforma el segmento más tradicional de la sociedad, ya que, generalmente, las
élites de los grandes centros son más proclives a admitir cambios procedentes del
exterior, ajenos a su propia cultura.

En definitiva, a lo largo del Período Clásico, y en toda la región, se manifiesta una


característica que ya estaba implícita en el período anterior: los patrones de evolución
cultural no eran iguales en el norte y en el sur del territorio. Es decir, mientras que el
Alto Samalá manifestaba un fuerte continuismo desde el Preclásico Tardío y sólo
registraba transformaciones profundas desde el año 600, Zaculeu, en el sur de Los
Cuchumatanes, siguió un proceso contradictorio desde que se inició el Clásico Tardío.
La Fase Atzán era de fuerte creatividad, en tanto que en la Chinaq hay un fuerte
continuismo y, en cierto modo, una regresión con respecto al desarrollo generado en los
comienzos y a lo largo del Clásico Temprano.

Período Postclásico
La reconstrucción de este período en el Altiplano Occidental se fundamenta en diversos
y desiguales trabajos de campo que serán valorados brevemente a continuación. No sólo
se cuenta con datos arqueológicos, sino etnohistóricos, a los que se aludirá sólo de
manera ocasional. En esta sección se consideran sólo los primeros, ya que las
contribuciones de otros autores, que se incluyen en esta sección, completarán el
panorama histórico de todo el territorio.

La región del Alto Samalá se caracteriza por una marcada falta de información
detallada. En esta carencia han jugado un papel importante los destrozos considerables
que han sufrido los sitios arqueológicos del área por la creciente presión demográfica. Si
bien es cierto que en casi todos los sitios explorados se rescataron materiales cerámicos
fechados en el contexto de este período, especialmente del Postclásico Tardío, en su
mayor parte aparecen en escaso número y asociados a depósitos cronológicamente
mezclados. Esto hace suponer una ocupación global del Alto Samalá por comunidades
postclásicas, aunque también es cierto que durante tres años de exploración en la zona
se consiguió muy poca documentación acerca de ellas.

En el área de Momostenango, la mayor parte de los lugares investigados se sitúan


cronológicamente en el Postclásico Tardío. Tienen una fuerte incidencia de rasgos
quichés e incluyen un buen número de nuevos asentamientos, a los que se hará
referencia después.

La monografía sobre Zaculeu, a la que con tanta frecuencia se hace alusión en páginas
anteriores, es la que aporta el mayor número de datos sobre el Postclásico en el área. Tal
centro, en efecto, alcanzó en aquellos momentos su máxima importancia a nivel
regional y se transformó en la capital de los mames. La investigación se dirigió
exclusivamente a rasgos puramente urbanos, y sigue las corrientes arqueológicas
usuales en la época. En ese momento entró en juego un nuevo lugar que nació, se
desarrolló y fue abandonado en el Postclásico Temprano; se trata de Tajumulco, sitio
enclavado en el Departamento de San Marcos. La investigación, realizada por Bertha
Dutton y Hulda R. Hobbs durante cuatro meses, entre 1938 y 1939, consistió tanto en
excavación como en exploración y recolección de información de lugares próximos:
Reforma, Chamac, Toquián Chico, Chana, Santo Domingo y otros. Todo ello produjo
una monografía.

Patrón de asentamiento

En el análisis de este tema se parte de lo más sencillo a lo más complejo, tal como se
hizo en relación con los otros períodos estudiados. En la medida de lo posible y a pesar
de un evidente desequilibrio por la falta de suficiente cantidad de datos, están
estructurados en la subdivisión cronológica habitual.

Postclásico Temprano

El sitio Tajumulco, ocupado exclusivamente durante su Fase San Marcos (1000 a 1200
AC), que corresponde al Postclásico Temprano, es una buena muestra de un centro de
importancia intermedia o provincial, a juzgar por su tamaño. Lo mismo que muchos de
los sitios mencionados antes, era utilizado por los indígenas de la zona, en la década
1930, como lugar sagrado para hacer 'costumbre'. Consta de unos cinco montículos, de
diferente importancia, de los cuales los dos mayores (I y II) son de forma rectangular y
parecido tamaño. Se enfrentan a los lados de una plaza cuadrada, la Plaza Principal, en
un cuadrángulo, en la cual se encontró una buena muestra de monumentos tallados. En
su entorno hay otras terrazas, en las que se emplazan montículos de tamaño más
reducido. Los montículos I y II tienen escaleras en sus frentes. Otras más salvan los
desniveles naturales de la plaza con las terrazas cercanas. Un rasgo interesante es la
presencia de canales de drenaje, construidos muy cuidadosamente. En cualquier caso, la
estructuración del sitio tuvo que adaptarse a condiciones orográficas determinadas. Esto
y la ocupación actual han producido una intensa erosión de los rasgos arquitectónicos,
que fueron construidos con lajas naturales, fácilmente adquiridas en el entorno
inmediato.

En el caso de Zaculeu, como se anotó antes, la fundación, durante el Clásico, en el


extremo de una planicie protegida por barrancos, supone un antecedente de lo que fue
una pauta típica del patrón de asentamiento postclásico: la ubicación en terrenos altos y
bien protegidos. Numerosos asentamientos clásicos abandonaron los fértiles valles para
trasladarse a elevadas mesetas delimitadas por profundos barrancos y cimas
montañosas. Muchos de los asentamientos calificados como 'fortalezas' pertenecen a un
mismo período. La documentación referente a las estructuras monumentales de Zaculeu,
en las dos fases de que consta el Período Postclásico (Qankyak y Xinabahul), es muy
abundante. En relación con el Postclásico Temprano (Fase Qankyak, 1000-1250 DC),
este centro inicia un desarrollo arquitectónico acelerado, y su estructuración era muy
parecida a la que se tenía en los momentos finales, con diferentes construcciones en
torno a plazas más o menos regulares. Las subestructuras más comunes son las
plataformas terraceadas, sobre las que se asientan edificios rectangulares, de habitación
única, pero con múltiples entradas, tales como las Estructuras 1, 3, 4, norte y sur, 13, 17,
25, 32, 37.

Es posible que en dicho período hicieran su aparición las primeras plataformas


ceremoniales, tales como las Estructuras 15 y16. En los comienzos de esta fase, o en las
postrimerías de la anterior, se realizó, en dos momentos diferentes, la construcción del
juego de pelota (Estructuras 22 y 23) (Ilustración 106), el cual corresponde al tipo de
cancha cerrada con pequeñas zonas terminales, que tipificó Eric Taladoire. Este autor,
empero, sugirió que es característico de la etapa protohistórica. Las columnas, por lo
general, son rectangulares, y en la segunda fase coexisten con las redondeadas. La
mampostería predomina sobre el adobe, aunque el uso de éste no se abandonó
totalmente, como lo demuestra el hallazgo de una singular construcción de forma
redonda. Las balaustradas en forma de talud se usaron tanto en los extremos como en las
partes medias de las escaleras, aunque esta última modalidad parece la más temprana.
Los pisos y paredes se recubrieron con una capa de fino estuco, que con cierta
frecuencia aparece coloreado. También se utilizaron altares rectangulares y largas
bancas añadidas a las paredes interiores de los edificios.

Postclásico Tardío

En el reconocimiento del área del Alto Samalá se descubrieron varios lugares de


diferentes características, todos pertenecientes al Postclásico Tardío o Protohistórico
(Ilustración 69). La información que proporcionan algunos de ellos es tangencial, pues
en parte están mezclados con materiales de otros períodos, o por lo menos en los
mismos contextos, como en los casos de Las Victorias, Chovicente, El Instituto Bíblico
Quiché, o el mismo sitio de Agua Tibia. No puede afirmarse que todos están incluidos
en un patrón o contexto claro, habitacional o cívico-ceremonial, ya que se carece de
datos sobre tal extremo.
Otros dos sitios revelaron ocupación puramente protohistórica: Pacajá-Nixcajá y El
Calvario, ambos situados en las proximidades de San Andrés Xecul. Estos sitios tienen
dos montículos muy erosionados, con materiales cerámicos típicos en el primer caso, y
sólo cerámica protohistórica en el segundo. Aunque no proporcionan datos suficientes
para hacer mayores lucubraciones, es importante señalar que los dos lugares funcionan
en la actualidad en sendos adoratorios donde se hace 'costumbre'. Esta pauta cultural,
que consiste en la reutilización actual de lugares y objetos sagrados, es una respuesta
habitual en casos de aculturación, como el que se inició a partir de la conquista
española. En San Andrés Xecul el hecho tiene una doble dimensión, pues la pequeña
capilla católica de El Calvario pudo ser la respuesta española a un probable centro
ceremonial prehispánico, en torno al cual pervivió a su vez la tradición indígena. Este
tipo de interesantes fenómenos sincréticos son de sobra conocidos en el Altiplano
guatemalteco.

Algo parecido sucede en el sitio Cerro Quiac, que se eleva a 2,635 m en los Llanos de
Urbina. Se trata de un conocido adoratorio que en 1970 tenía cinco piedras esculpidas,
de las cuales en 1977 sólo quedaban cuatro. Los erosionados diseños de las losas
parecen ser geométricos en un caso, y otros dos tienen figuras. Se ignora de dónde
hayan podido provenir. Francis Gall creía que eran de lugares distintos al área, mientras
que Rafael Girard opinó que tales esculturas podían haberse tallado en un período
indefinido posterior a la Conquista.

En la zona de Momostenango no se conocen sitios ocupados durante el Postclásico


Temprano, aunque se debe exceptuar la persistencia de alguna población en el
mencionado sitio de Xuabaj. En cambio, durante el Postclásico Tardío la influencia
quiché fue muy fuerte en el área, y ello se tradujo en la construcción de nuevos sitios,
como el reducido de Ojertinamit (situado a 1 km al sureste del actual Momostenango),
que probablemente se abandonó al comienzo de la Conquista. Entre otros más grandes
está Chwa Tz'ak (localizado de 6 a 7 km al oeste de Momostenango), que duró más
tiempo y es conocido con el nombre de Pueblo Viejo. En él se hallaron materiales
típicamente protohistóricos, similares a los de la cercana Gumarcaaj. Existen otros sitios
localizados durante el mismo trabajo de reconocimiento, como Malacatancito,
(Malacatán colonial) Mazatenango (San Lorenzo, Huehuetenango) o Tzolojché
(Chiquimula), de importancia desconocida, pero cuyo estudio puede ser de gran utilidad
para precisar las características básicas del poblamiento y la expansión de los linajes
quichés hacia la zona occidental del Altiplano. La información en su conjunto, apoyada
básicamente en la existencia de una cerámica protohistórica definida con claridad, ha
permitido proponer tentativamente una fase denominada Xantún, que coincide
temporalmente con el Período Protohistórico, y que ha sido corroborada con
documentos etnohistóricos que datan por lo menos de mediados del siglo XV.

En la región de Los Cuchumatanes, correspondiente al Departamento de


Huehuetenango, George Lovell enumeró cinco sitios correspondientes al Período
Postclásico Tardío: El Caballero, Huitchún, Malacatancito, Xolchún y Zaculeu, los
cuales tienen los patrones de asentamiento característicos de esta etapa final de la era
prehispánica. Todos tienen una clara posición defensiva, bien por estar construidos en la
cima de las montañas o, como en el caso de Zaculeu, por haberse dotado de las defensas
oportunas. La capital mam, como consecuencia de su fundación en el Clásico
Temprano, fue ubicada en una planicie abierta, rodeada de barrancos, pero en el
transcurso del Postclásico Tardío fue protegida mediante pequeños centros colocados en
posiciones estratégicas más elevadas, como El Caballero y Tenam. El propio Zaculeu,
empero, construyó sus particulares estructuras defensivas. Este centro cívico-
ceremonial, siguiendo su propia dinámica durante el Período Postclásico Tardío (Fase
Xinabahul), adquiere la fisonomía general en cuanto al número de construcciones que
pueden verse en la actualidad, fisonomía que no es muy diferente de la que tenía en la
fase anterior: más de 40 estructuras de diversas formas y tamaños, construidas en torno
a plazas, pero sin una orientación común definida.

En el centro destacan dos típicas estructuras piramidales de carácter marcadamente


religioso, cada una con un templo de una cámara en la parte superior: Estructuras 1 y 2.
Asimismo, son frecuentes las construcciones alargadas o palacios, con múltiples
entradas marcadas por columnas: Estructura 4 en las secciones norte y sur (Ilustración
109), la 6 y la10. También hay que tomar en cuenta el juego de pelota Estructuras 22 y
23 (Ilustración 106), que continuó en uso, y otras plataformas ceremoniales de menor
tamaño, como las Estructuras 11 y 12, situadas en el centro de la Plaza 1.

En la fase anterior se introdujeron, por lo menos, tres tipos de edificios distintivos: una
construcción de dos habitaciones con columnas redondeadas en su entrada: Estructuras
17 y 37; una edificación alargada con múltiples vanos de entrada en el frente:
Estructuras 4 norte y sur (Ilustración 109), y por último, una habitación redonda,
combinada con la estructura básica, de dos habitaciones y entrada con columnas
redondas, de supuesta influencia mexicana. La mayor parte de las columnas son
redondas, hay balaustradas en todas las escaleras, y el interior de las habitaciones tiene
diversos tipos de bancas. Son muy característicos los pequeños altares con alfardas en
las escalinatas, construidos en conexión con las bancas de la Estructura 4, secciones
norte y sur. En cuanto a la técnica empleada, prevalece el uso de la piedra bien trabajada
y unida con mortero de adobe, que permite un tipo de arquitectura de mucha mayor
calidad y consistencia que la de las fases anteriores. Persiste el uso de la pintura
policromada, como decoración en las paredes.

En resumen, existieron en el Altiplano Occidental dos pautas diferentes en cuanto a la


ocupación durante el Período Postclásico. En el área de Salcajá-Momostenango las
poblaciones son pequeñas y más bien escasas. Las que existen son sencillas y no se
diferencian mucho de las del Clásico Tardío. Esto constituye un serio problema para
diferenciarlas cronológicamente. Al mismo tiempo, existen claros ejemplos de centros
provinciales o regionales bien definidos, como Tajumulco y Zaculeu, dándose en este
último lugar una marcada influencia de rasgos calificados como mexicanos,
especialmente en cuanto a determinadas características arquitectónicas u ornamentales,
las cuales se plasmaron también de una manera muy firme en otros lugares del Altiplano
Norte.

En buena medida, estas transformaciones obedecieron a los procesos de


'mexicanización' de las Tierras Altas, los cuales se iniciaron poco después de la
decadencia de los centros clásicos, ocurrida en las Tierras Bajas mayas. Otras, sin
embargo, están íntimamente conectadas con procesos internos del Altiplano
guatemalteco. Por ejemplo, en Zaculeu y otros sitios menores, como Xolchún, se
aprecian cambios arquitectónicos provocados por el expansionismo quiché, que desde
los comienzos del siglo XV impulsaron los gobernantes Gucumatz y Quicab. Así se
explican las semejanzas arquitectónicas y culturales con Gumarcaaj, y se demuestra la
importancia de la colonización en el norte del territorio mam, promovida por los quichés
entre 1400 y 1500 DC. Este movimiento de conquista coincidió con el cambio en el
patrón de asentamiento, tanto por la propia dinámica interna que mueve a los centros
indígenas a crear un sistema defensivo, como por la acción colonizadora quiché, que
origina una línea de fortalezas para un mejor control del territorio colonizado y que,
según Adrián Recinos, llegó hasta la región de Todos Santos, en Los Cuchumatanes.

En definitiva, el modelo característico es el del tinamit-amak, que tanta importancia


tuvo entre los quichés, por su capacidad de adaptación. El tinamit funcionaba entonces
como un 'centro fortificado', en el que se concentraban las máximas funciones de
integración religiosa y militar, política y administrativa. Ello representaba lo contrario
de lo que era el amak o 'vecindad', que caracterizaba a los asentamientos dispersos,
propios de las poblaciones nativas, generalizados antes de los procesos de
mexicanización, típicos del Postclásico.

Cultura material

Existe una clara diferenciación en cuanto a la tipología cerámica de las fases del Período
Postclásico, sobre la cual existen unos cuantos tipos que definen y permiten conocer los
contenidos culturales propios.

En la Fase Qankyak, de Zaculeu, la cerámica más característica es Plomizo Tohil, cuyas


formas más habituales son cuencos, vasos cilíndricos o en forma de barril y jarras con
efigies modeladas. En la decoración prevalecen las líneas geométricas incisas, el
pastillaje con impresiones dactilares y las efigies modeladas de dioses, ranas y también
de pájaros, serpientes, y otros animales. Los incensarios trípodes perforados, en
numerosas ocasiones tienen rasgos de estilo

Mixteca-Puebla, que aparecen también en otras figuras modeladas adosadas a los


mangos tubulares. La cerámica Naranja Fino está, asimismo, representada (Ilustración
110). Un cuenco trípode, del lejano tipo Nicoya Policromo, muestra las amplias
relaciones comerciales de Zaculeu en aquella época. Por último, hay otros tipos
cerámicos, algunos de ellos autóctonos, mejor representados, de engobes rojos,
naranjas, negros y marrones, con diversas formas, entre las que destacan unos cuencos
trípodes, con patas moldeadas, que representan cabezas de animales (Ilustración 111),
jarras globulares, vasos pedestal y grandes cuencos.

Tajumulco presenta algunas características similares a Zaculeu, en lo que a materiales


cerámicos se refiere, aunque hay una mayor presencia y variedad de formas y
decoraciones de la cerámica Plomizo Tohil, y existe además un número casi equivalente
de ejemplares de un tipo que los investigadores califican de Quasi-Plomizo. En ambos
casos, las formas halladas son cuencos sencillos o trípodes, jarras simples, trípodes o
con efigie, y vasos simples o con efigie. Investigadores actuales consideran este
segundo tipo simplemente como una variedad técnica del tipo Tohil, indicativo de que
el sitio Tajumulco se encuentra enclavado en la zona de origen y producción de esta
importante cerámica. En este pequeño centro, lo mismo que en Zaculeu, el tipo está
especialmente relacionado con enterramientos, aunque también hace su aparición en
otros contextos. Los demás tipos cerámicos ya comentados están presentes, pero en
menor número, y consisten en incensarios cucharón con efigies moldeadas y de estilo
Mixteca-Puebla, Naranja Fino, Jelic Rojo sobre Crema, monocromas roja, naranja y
negra, y a veces con cierta policromía.
Como en otros momentos, los objetos cerámicos de Zaculeu son variados y abundantes:
discos, sellos (véase sección 2 de Láminas), silbatos, etcétera. Destacan los restos de
figurillas femeninas hechas en molde y con adornos de pastillaje. En Tajumulco existen
ejemplares de silbatos, malacates, discos, restos de figurillas y una mascarita.

Ya se ha indicado que la zona del Alto Samalá no tiene representatividad en esta fase, lo
que puede indicar, no la falta de hábitat, sino la existencia de una fuerte continuidad
cultural y la ausencia de las influencias mexicanas que incidieron en las zonas situadas
más al norte y al oeste, como Zaculeu y Tajumulco. En este sentido, podría existir un
marcado paralelismo con la situación definida por Russell Stewart para el valle de
Chichicastenango, donde parece haber existido un dilatado período (Fase Wukamak,
700 a1200 DC) de continuidad de los patrones culturales, caracterizado por cerámica en
rojo de tipo 'peinado' y bicromo Rojo sobre Crema, con una total ausencia de los rasgos
postclásicos básicos. Quizás la inexistencia de grandes centros, su carácter
marcadamente rural y su provincianismo, pusieron freno a la influencia mexicana que,
por otra parte, parece haberse dirigido de manera especial a las clases dirigentes de
aquel momento.

Cerámica del Postclásico Tardío o Protohistórico

Wauchope elaboró un detallado estudio de la cerámica protohistórica y mostró una


tendencia general hacia una mayor homogeneización, pese a las fuertes diferencias
regionales, referidas tanto a la popularidad de ciertos tipos, como a las formas y
decoraciones. Efectivamente, ello caracteriza a diversos lugares del área occidental.

Sin duda, uno de los tipos más representativos es el Fortaleza Blanco sobre Rojo, con
formas características de cuencos, sencillos o trípodes con patas de efigie, y jarras
globulares. En los diseños pintados abundan las formas geométricas, como líneas,
volutas, espirales, y animales representados de manera sumamente estilizada (serpientes
y otros). Hay cerámicas monocromas, como Xinabahul Naranja-Rojo y Cinnamon (la
que Wauchope llamó Monocromo Rojo); esta última es común, como la Fortaleza, en
las típicas cremaciones. Una cerámica muy representativa de otros lugares de Los Altos
es la Chinautla Policroma, de la que curiosamente sólo se hallaron en Zaculeu tres
fragmentos y quizás un cuenco completo. Es interesante anotar la presencia de cuencos
y vasos en cerámica monocroma negra pulida y, en menor número, del tipo policromo
Dull Paint Style (pintura policroma mate).

Mientras que el sitio Tajumulco se abandonó en la citada fase protohistórica, se tiene


constancia de asentamientos en el área de Salcajá y Totonicapán, pero en escasa
cantidad, salvo algunas excepciones. Hay Fortaleza Blanco sobre Rojo, incensarios,
cerámica monocroma roja (Karoz Rojo) con pichachas (vasijas agujereadas), ollas,
comales y otras formas habituales de la etapa. No se encuentra la presencia de Chinautla
Policroma, pero, en cambio, hace su aparición otra cerámica muy característica y
ausente en Zaculeu: la cerámica Micácea (Ichala Micáceo), con formas de comales y
vasijas semiglobulares.

Lítica

Los objetos líticos de Zaculeu pertenecientes al Período Postclásico no difieren en


general de otros relativos a momentos anteriores, al menos lo relacionado con contextos
domésticos. Entre ellos figuran hachas de gabro, metates simples o trípodes, manos de
moler, implementos de obsidiana comunes a todo el desarrollo del sitio, como cuchillas,
núcleos, etcétera. Sin embargo, hay que destacar una mayor abundancia de objetos de
obsidiana y calcedonia, tales como cuchillos, puntas con espiga y sin ésta, y tubos
acanalados de importación. En relación con la Fase Qankyak también se registra un
pequeño número de placas de pizarra con agujeros, pero en ningún momento
comparables a los bellos trabajos en mosaico, elaborados durante la Fase Atzán. En
cambio es interesante la presencia, en contexto funerario, de cerca de 900 pequeñas
piezas de turquesa, de evidente importación mexicana y un bello vaso de alabastro. Por
último, los adornos de jade y otras piedras verdosas, siempre de escasa calidad,
continúan apareciendo, relacionados con enterramientos, en forma de orejeras y
pendientes variados, aunque en menor número que durante el Clásico Temprano.

Tajumulco produjo una amplia gama de objetos de piedra de diversos materiales, desde
la habitual obsidiana en núcleos, cuchillas, proyectiles y raederas, a la calcedonia en
puntas de proyectil, además de metates trípodes y manos, morteros y machacadores,
pulidores, hachas, martillos, objetos de adorno como cuentas y pendientes de jade,
cristales de cuarzo y pequeñas figurillas de rasgos esquemáticos.

Escultura monumental

Lee Parsons denominó a la etapa comprendida entre los años 950 y 1550 DC Style
Division VI (Mexicano Tardío). Está marcada por la distribución de estilos y rasgos de
naturaleza tolteca y mexicana por toda Mesoamérica. Se define por un buen número de
esculturas de bulto redondo, toscas y de gran rigidez. Son corrientes los marcadores de
juego de pelota y los petroglifos, y se dio una revitalización de la escultura con pedestal
vertical y las tallas en bajorrelieve. Coincide en que los sitios con mayor número de
esculturas de estas características están en la zona occidental de Guatemala, como
Tajumulco, Quen Santo y Chaculá, entre otros.

Tajumulco tiene una interesante, variada y característica muestra, que incluye la


presencia de altares redondos con depresiones cóncavas o de planta cuadrada con patas,
tallados en su entorno; y monumentos con toscas figuras humanas y de animales como
águilas, jaguares o sapos, sin que falten representaciones de discos solares, que
coincidirían parcialmente con los registrados por Eduard Seler y Carlos Navarrete en
lugares del Altiplano Oeste. Mientras tanto, Zaculeu apenas aporta, en relación con el
Postclásico, algún fragmento escultórico hallado en superficie o en rellenos, y con una
adscripción poco clara. Por último, hay que recordar las ya mencionadas lajas
toscamente grabadas, que se localizan en la cima del Cerro Quiac, cerca de Salcajá, y la
existencia de un petroglifo con forma de monograbado en una gran roca, procedente de
la finca Arabia, ubicada en los alrededores de la actual ciudad de Quetzaltenango. Pero
nada se puede asegurar sobre su cronología.

Concha y hueso

Los objetos elaborados con estos materiales, tales como cuentas y pendientes en el
sector ornamental, o agujas y punzones en el utilitario, continúan apareciendo en el
Postclásico, pero su incidencia es escasa. Un posible escondite de la Fase San Marcos,
del Postclásico Temprano de Tajumulco, proporcionó una pequeña muestra de restos de
concha Oliva y 16 pequeñas cuentas inclasificables en cuanto a especie, todo ello
depositado en el interior de una jarra del tipo Plomizo Tohil. Otra mínima muestra se
halló en una jarra con efigie, del tipo Plomizo Tohil, de la Tumba 3. En Tajumulco no
se reportaron objetos elaborados en hueso. Tal ausencia parece obedecer a un problema
general de conservación en el sitio, ya que los restos óseos de las inhumaciones fueron
hallados en condiciones de total deterioro.

Metal

En Zaculeu se hallaron cerca de 30 objetos de metal, correspondientes a las dos fases


del Período Postclásico y siempre en contextos funerarios. Consisten en pendientes,
orejeras, cascabeles, anillos y una amplia variedad de ornamentos, unos de origen local
y otros evidentemente importados, elaborados en oro, tumbaga y cobre. Los procesos de
elaboración se extienden desde el de cera perdida al martilleado y mise-en-couleur. En
Tajumulco se mencionan ejemplares de cascabeles, discos y anillos en cobre y oro,
elaborados mediante los procedimientos referidos para Zaculeu.

Sistema funerario

La mejor información con que se cuenta sobre el sistema funerario proviene de Zaculeu,
donde se produjo una cierta continuidad en determinados sistemas funerarios y al
mismo tiempo se introdujeron algunos aspectos nuevos.

En la Fase Qankyak, del Postclásico Temprano, persistieron en las criptas (Ilustración


112) y las sepulturas de lajas, pero se operó un cambio notable con la aparición de
enterramientos en estructuras bajas de mampostería, resultado de una mayor elaboración
de las anteriores criptas con tapaderas de lajas. La posición más habitual de los
enterrados es encogida o sedente. Además, hay algunos restos de cremación, aunque
sólo al final de la fase; éstos se hallan en diversas vasijas especiales, como lo son una
jarra del tipo Plomizo, un vaso de alabastro y dos vasos pedestal de doble base. La
cremación fue casi completa, pues en los enterramientos sólo aparecieron cenizas y
algunos restos de madera carbonizada.

Las inhumaciones hechas en Tajumulco no aportan una mayor información sobre esta
fase. Lo que en Zaculeu se define como criptas, en la monografía de Tajumulco se
califica genéricamente como tumbas. De las 21 inhumaciones determinadas, por lo
menos 15 presentan rasgos básicos como paredes y tapaderas de finas lajas planas de
piedra sin tallar, y el suelo preparado con arena o grava. Una buena parte de ellas
estaban agrupadas en el cuadrángulo de la Plaza Principal o en torno a él, y en la base
de las escaleras o en el interior del Montículo I. Salvo un caso, en todas hay ofrendas
funerarias de contenido variable y en ninguna faltan las vasijas del tipo plomizo, que
constituyen más del 50% del contenido total.

En Zaculeu también encontraron un pequeño número de inhumaciones pertenecientes a


la Fase Xinabahul, del Postclásico Tardío. Siguen las pautas anteriores consistentes en
sepulturas de lajas y recintos abovedados, pero lo característico de este lugar es la
cremación, habitual en los contextos de élite de otros centros de las Tierras Altas. La
gama de vasijas en las que se introducen las cenizas es más limitada, y se reduce a
cerámica Cinnamon, Naranja-Roja y Fortaleza Blanca sobre Rojo. Sus bocas fueron
cubiertas con fragmentos rotos, cuencos o materiales perecederos. La ofrenda funeraria
de esta fase es más rica. Incluso, aparecieron objetos de metal relacionados con las
cremaciones, pero éstas son menos completas e incluyen restos de carbón añadido.

Aunque un tanto afuera del entorno geográfico, de que se trata, es oportuno aludir a la
excelente información de cementerios postclásicos y protohistóricos del valle del Río
Chixoy y de Mixco Viejo. El concepto de zona funeraria o centralizada, que se ha
manejado en relación con períodos preclásicos tardíos y protoclásicos del área de
Salcajá, tiene aquí una especial relevancia, ya que alguno de los cementerios hallados
contiene hasta 200 sepulturas. Estas parecen limitarse a personas de las clases bajas,
pues los nobles eran incinerados y enterrados a los pies de estructuras importantes. Por
lo general, y en coincidencia con los excavados en torno al Río Samalá, estos
enterramientos están en las laderas de las montañas, en cuyas cimas (Mixco Viejo o
Jilotepeque Viejo) o en el fondo de cuyos valles (Chixoy) se ubican tanto la zona
habitacional como el centro ceremonial. El caso del cementerio de La Campana, en
Mixco Viejo (Jilotepeque Viejo), es una excelente muestra. La zona es geológicamente
afín al valle del actual Quetzaltenango y tiene una gruesa capa de cenizas y talpetate.
Todas las sepulturas consisten de pequeños recintos cilíndricos, en cuyo interior se
colocaba el cuerpo en posición sedente.

La afinidad señalada denota la continuidad a lo largo de varios siglos de determinado


tipo de rasgos culturales, como los funerarios, en zonas próximas y ecológicamente
equivalentes, y de gentes que poseyeron un mismo nivel tecnológico, con las
implicaciones que, a nivel general, se puedan deducir al respecto. Aunque en relación
con el Altiplano Occidental se carece de una muestra funeraria de contextos
campesinos, en el supuesto de que ésta se encontrara estaría probablemente más en una
relación de continuidad cultural, que de afinidad con contextos ceremoniales tipo
criptas, sepulturas de lajas u otros.

Comentarios sobre la estructura sociopolítica

Numerosos investigadores han señalado la contradicción que existe en la reconstrucción


de los fenómenos culturales ocurridos en el Altiplano Occidental de Guatemala, durante
el Postclásico, que se basa en una de las más ricas documentaciones escritas sobre este
período en Mesoamérica, pero del que existe también una escasez general de datos
arqueológicos. Se puede comprobar que existe información sólo sobre un pequeño
centro de período único, Tajumulco, y un centro regional, Zaculeu, proyectados en una
amplia secuencia desde el Clásico Temprano hasta la llegada de los españoles, a cuyo
estudio no se le ha concedido una atención especial, a pesar de la importancia que se les
ha reconocido tradicionalmente a los trabajos arqueológicos de Los Altos; lo cual
denota la imposibilidad de elaborar reconstrucciones complejas sobre la región. No
obstante lo dicho, los documentos arqueológicos permiten deducir algunas
consecuencias de interés, aunque éstas tengan, en ocasiones, una connotación negativa.

En primer lugar, se puede señalar que no se han detectado en el área algunos de los
elementos que sirvieron a Ichon para identificar, en algunos sitios de las cuencas de San
Andrés Sajcabajá y del valle medio del Chixoy, la intrusión de un subcomplejo cultural
que se ha denominado 'Epiclásico'. Es cierto, sin embargo, que la parte más
septentrional y oeste del territorio estudiado, tanto en la Fase San Marcos, de
Tajumulco, como en la Fase Qankyak, de Zaculeu, denota la aparición de rasgos
tradicionalmente definidos como 'mexicanos', algunos de los cuales se incluyen en la
definición del mencionado subcomplejo. Se trata de los tipos cerámicos Plomizo Tohil,
Naranja Fino, cuencos trípodes con patas confeccionadas en molde, que representan
animales, enseres diversos. Pero no se ha encontrado, como una de sus principales
características, la violación de tumbas, en las cuales estos materiales habrían de sustituir
a los característicos del Clásico. Por otra parte, tampoco la región se adapta del todo a
los procesos de 'mexicanización' descritos por John Fox respecto de Los Altos
Septentrionales, ni existen evidencias de abandono de sitios del período anterior o
templos redondos. Se puede suponer que ambos centros mantienen patrones culturales
tradicionales, y que en el caso de Zaculeu se produjo un cambio paulatino hacia las
modas 'mexicanas', más fuerte que la tradición de Tajumulco, cambio que no culminó
sino hasta la siguiente fase, conocida como Xinabahul.

Mientras que la región más meridional era objeto de patrones y procesos totalmente
arraigados en la tradición del Clásico Tardío, ya se indicó la inexistencia de materiales
arqueológicos indicativos del Postclásico Temprano en la cuenca alta del Samalá,
situación muy similar a la reportada por Russell Stewart respecto de la meseta quiché,
hasta un punto en que la Fase Totonicapán se alarga desde el 700 hasta el 1250 DC. En
tal sentido, y en relación con esta porción de la zona estudiada, se puede aceptar que
Ichon tiene razón cuando señala que no existieron cambios culturales profundos hasta la
segunda mitad del siglo XII.

Con el Postclásico Tardío o Protohistórico la mexicanización del Altiplano de


Guatemala alcanzó su punto culminante. Pero también conviene señalar que se
mantienen ausentes del registro arqueológico los rasgos 'puros' toltecas (columnas con
serpientes emplumadas, diseños de águilas o de jaguares pintados, escenas de batallas o
sacrificios, chacmool, atlantes, guerreros de órdenes militares, tzompantlis o jeroglíficos
de origen mexicano), lo cual evidencia que este proceso de cambio en Los Altos tuvo
una procedencia multicultural, en la que confluyen aportaciones proporcionadas por las
comunidades de las Tierras Bajas mayas, con otras de la Chontalpa tabasqueña y aun
con ingredientes originarios del muy influyente valle de México. Por lo tanto, en la
región que aquí se trata se produjo una fusión de los elementos citados, en su mayor
parte aceptados de manera voluntaria, pero otros también seguramente fueron impuestos
por vía militar, como lo demuestran los procesos de expansión del Estado quiché hacia
occidente, con las tradiciones locales nativas en distintos procesos de cambio, según se
haga referencia al norte o al sur.

La generalización de cerámicas, tales como Fortaleza Blanco sobre Rojo, los palacios
fortificados o casas largas y otros rasgos arquitectónicos (como columnas redondas,
habitaciones circulares, balaustradas con tablero o altares taludados con escalinatas),
elementos de carácter ideológico como la cremación de los muertos, la utilización de
urnas para contener las cenizas y su colocación al pie de las estructuras más
importantes, evidencian el éxito de una nueva cultura 'mexicana', por lo menos en la
clase dirigente, sobre la sociedad local.

Quizá el rasgo más claro en tal sentido sea la superposición de los quichés en la región y
la centralización de algunas de sus actividades básicas; por ejemplo, el monopolio en la
fabricación de algunas de sus cerámicas y la difusión de éstas en amplios territorios del
Altiplano guatemalteco. Sin embargo, la distribución de ciertas cerámicas, como los
estilos de pintura policroma mate (Dull Paint Style), hacen presuponer la existencia de
fronteras étnicas, y acaso culturales, en el área occidental de las Tierras Altas, durante el
Período Protohistórico. El hecho de que los quichés, dirigidos por Quicab, entraran y se
instalaran en Zaculeu, en un período muy corto, y de que el pueblo mam conservara
gran parte de su territorio, frente al poderío quiché, hasta el momento de la Conquista,
así parece indicarlo.

Pero, como ocurre a lo largo de toda la secuencia prehispánica, la mitad sureste de la


región vivió procesos diferentes. Apenas si hay elementos arqueológicos para emitir
juicios sobre esta etapa. Es evidente la existencia de lugares en sitios bien defendidos,
como El Calvario, Nixcajá y Pacajá, en San Andrés Xecul, pero resultan tan aislados y
escasos que no se pueden definir sus características arquitectónicas para evaluar el
cambio. Las cerámicas recolectadas a lo largo de toda el área no tienen contexto
estratigráfico, pero dejan bien clara su adscripción a la superposición cultural de los
quichés.

La documentación escrita muestra que los quichés de Gumarcaaj usaron una estrategia
basada en el modelo solar, por medio de la cual conquistaron territorios al norte, sur,
este y oeste del Altiplano. Con la anexión de las fértiles llanuras volcánicas de los valles
de Totonicapán y Quetzaltenango consiguieron dominar el estratégico paso del Samalá
entre el Altiplano y la rica llanura costera, donde se localizaban las ambicionadas
plantaciones de cacao y algodón. Para mantener controlado el territorio y defenderlo de
los grupos mam, que redujeron su frontera oriental hasta poco más allá de la actual
ciudad de Quetzaltenango, los quichés construyeron defensas y fortificaron el
asentamiento de grandes centros. Este es el caso de Momostenango (Chwa Tz'ak),
Totonicapán (Chuwi Mik'iná), la propia Quetzaltenango, (Xelajuj, la Culahá de los
Mam), Zunil y otros.

Desgraciadamente, esta documentación etnohistórica aún no ha podido ser contrastada


con la arqueológica, ya que en estos sitios se produjo la superposición colonial, que
ocultó los asentamientos mencionados en los documentos escritos.

Conclusiones
El área analizada resulta muy peculiar y es poco conocida. Los procesos culturales en
ella identificados muestran una evolución escasamente uniforme. Parece probable que
comenzara a poblarse a comienzos del Preclásico Tardío en el sur, y que poco más tarde
aceptó algunos de los cambios materiales (decoración y forma de algunas cerámicas) e
ideológicos (tumbas en cámara, excavadas en el talpetate, y cultos a determinados
animales que decoran las mencionadas cerámicas) introducidos desde el exterior
mediante el subcomplejo Protoclásico, en un período que parece haber sido bastante
dinámico. No hay evidencias claras de que se produjera cambio cultural alguno, con el
advenimiento del Clásico, en la mitad meridional del territorio comentado; al contrario,
la tónica general está definida por la continuidad cultural. Contrasta esta situación con el
vigor cultural demostrado en amplias regiones septentrionales del Altiplano de
Guatemala, como lo sugiere la fundación de Zaculeu.

A lo largo del Clásico Tardío, mientras Zaculeu languidecía y atravesaba una etapa de
atonía cultural, con escasas alteraciones en arquitectura y cerámica, y tumbas con
ajuares muy pobres, en el Alto Samalá se aprecian importantes transformaciones en su
registro cultural. Con los escasos datos disponibles, parece evidente la desaparición
definitiva de las tradiciones cimentadas en el Preclásico Tardío y su desplazamiento por
patrones más acordes con el Clásico. En este sentido, y en contraste con Zaculeu, que
vivió un lapso de aislamiento, Agua Tibia, y seguramente otros sitios del valle de
Totonicapán, pueden considerarse como la faceta más meridional de una esfera que
incluía la meseta quiché, Zacualpa, los llanos de San Andrés Sajcabajá y Canillá, y que
llegó hasta Baja Verapaz.

A lo largo del Postclásico volvió a producirse una evolución divergente en el área


estudiada. En el Alto Samalá, que tuvo claras similitudes con los procesos culturales
detectados en la meseta quiché, no existió aparentemente cambio entre 700 y 1250 DC.
No hubo elementos que hagan presuponer la instalación de modas características de la
toltequización de los inicios del Postclásico. Algunos cuencos moldeados con caras de
animales, y rostros humanos asociados a mangos tubulares de incensario, constituyen
toda la información al respecto. Se puede pensar, por lo tanto, en una continuidad
cultural similar o más profunda aun que la detectada entre el Preclásico Tardío-
Protoclásico y el Período Clásico. Sin embargo, esto no ocurrió exactamente en el resto
del área. En Tajumulco se fundó un pequeño centro en el que confluyeron un buen
número de rasgos que identifican la toltequización del Altiplano desde 800 y 900 DC.
Plomizo Tohil, Naranja Fino, escultura con cabezas de serpiente, ciertos rasgos
arquitectónicos y el empleo de metal, manifiestan tal realidad. Por desgracia, se trata de
un sitio de período único, pero en cualquier caso manifiesta elementos propios de la
tradición cultural de sitios del Altiplano y, sobre todo, de la Bocacosta, con los que
mantuvo grandes afinidades. Es el caso de la cerámica Jelic Rojo sobre Crema, la
transición hacia Plomizo Tohil desde tipos Plomizo San Juan, las figuras en piedra de
brazos cruzados y otros muchos ejemplos.

Lo mismo se puede sugerir en relación con el sitio Zaculeu, que parece haber sido más
abierto a las transformaciones producidas por esta toltequización del Altiplano. Después
de una breve etapa de atonía cultural, se manifestaron en él las modas 'mexicanizadas'
vigentes en la parte más septentrional de las Tierras Altas. Sin poder defender aún la
existencia de un breve Período Epiclásico, pero contando con elementos que han sido
utilizados para su definición, se puede sostener que tuvo un gran auge respecto de la
construcción e integró cerámicas y materiales (turquesa y metal), muy ajustados a los
gustos y tradiciones del Postclásico.

El Protohistórico acentuó estos procesos. Zaculeu se mantuvo como una capital regional
en relación con el territorio mam, que logró una gran independencia del Estado más
centralizado e imperialista de Los Altos, esto es, Quiché. No obstante, se debe
mencionar una breve conquista de esta capital por el gobernante Quicab, a mediados del
siglo XV, y su adscripción a las modas más características existentes en grandes
regiones de las Tierras Altas, por lo que se refiere a la 'mexicanización' cultural y a los
estilos generados por la superposición del Estado quiché. También se constituyó en una
importante frontera cultural y lingüística.

El Alto Salamá se integró, por lo menos desde finales del siglo XV, en la órbita quiché
de Gumarcaaj y se transformó en frontera política, lingüística y, en cierto modo,
cultural, entre los quichés y los mames. En esta situación se mantuvo hasta la llegada de
los españoles.
EDWIN M. SHOOK y MARION POPENOE DE HATCH

Las Tierras Altas Centrales: Períodos


Preclásico y Clásico

Los actuales Departamentos de Guatemala, Sacatepéquez y Chimaltenango están


situados en una región de profundas barrancas y hondonadas, pequeños valles fértiles,
cuencas y unas pocas altiplanicies amplias. El Departamento de Chimaltenango forma la
parte oeste de dicha región y casi alcanza la orilla del Lago de Atitlán; el Río Motagua
lo limita al norte. El Departamento de Sacatepéquez es el más pequeño de los tres y se
encuentra en medio de los otros dos; dentro de sus límites se encuentran los volcanes de
Agua, Fuego y Acatenango. El Departamento de Guatemala, hacia el este, está limitado
por el Río Motagua, en el norte y al este, en parte, por el Río Los Plátanos y la cadena
montañosa Las Nubes. El sector sur incluye el importante Lago de Amatitlán y el
Volcán de Pacaya. La región en cuestión varía en altitud, desde un máximo de casi
4,000 m, en la punta del Volcán Acatenango, hasta un mínimo de 400 m, en
Guanagazapa, en el sur, y el valle del Río Motagua en el norte; tiene, por lo tanto, unas
partes de tierra fría y otras de tierra caliente. La elevación de los valles principales
fluctúan entre 1,500 m, en la ciudad de Guatemala (valle de Las Vacas), 1,800 m, en
Chimaltenango y 2,300 m, en Tecpán.

Es muy probable que las Tierras Altas Centrales proporcionaran un rico hábitat a los
cazadores y recolectores preagrícolas, quizás desde 9000 AC. Sin embargo, actualmente
la evidencia de la asociación del hombre con la fauna extinta del Pleistoceno Superior,
en Guatemala, es precaria y geográficamente dispersa. El Doctor Barnum Brown
descubrió en el Río de La Pasión, en el sur del Departamento de Petén, un fragmento de
hueso petrificado, aparentemente de un perezoso ahora extinto. El hueso muestra tres
cortes en forma de V, los cuales parecen haber sido hechos por una afilada herramienta
de piedra; en el supuesto de que dichos cortes hubieran sido provocados por los dientes
de un depredador salvaje, se hubiera obtenido la forma de una U. Por lo tanto, puede
inferirse que el hombre, mientras cortaba la carne del perezoso con una herramienta de
piedra, penetró sin intención el hueso fresco del animal y dejó tres marcas claramente
conservadas. El Doctor Brown también recuperó huesos de glyptodonte, de elephas y de
mastodonte en la zona de Tívoli, en la ciudad de Guatemala, pero sin relación con restos
humanos. Especímenes de la misma fauna se encontraron en Chinautla, al norte de la
ciudad de Guatemala. Aunque estos descubrimientos no estaban relacionados con
material cultural, sugieren la disponibilidad de una megafauna en la región, que pudo
haber sido aprovechada por los cazadores de la época.

La herramienta característica del Período Paleoindio (entre 9000 y 3000 AC, o acaso
más temprano) es una punta de proyectil, con un canal longitudinal, es decir, 'acanalada'
en la base. Los objetos de esta clase se conocen en Norteamérica como puntas Clovis y
Folsom. Otras similares incluyen la punta 'hoja de laurel', que se afila por ambos
extremos, como las puntas Lerma, encontradas, en relación con una cacería de mamut,
en Santa Isabel Iztapan, México. También se encontraron herramientas de estos tipos al
oeste y noroeste de la región que aquí se analiza, en un campamento del Paleoindio
situado en Los Tapiales, Quiché. Fechas de C14 del carbón asociado en Los Tapiales
indican que los cazadores vivieron en algún momento, hace unos 11,000 u 8,800 años
(9047AC a 6847 AC) o posiblemente un poco antes. Una punta de proyectil algo
semejante, aunque más pequeña, que probablemente corresponde al mismo período
general, fue descubierta por Carlos Nottebohm hijo, aproximadamente a 12 km al oeste
de la ciudad de Guatemala; fue recogida en una zanja a la orilla de un camino
exactamente al oeste de Mixco. Esta punta, hecha de obsidiana, tiene sobre una de sus
caras, un canal longitudinal que se extiende de la base hasta la sección media, lo cual es
característico de las puntas Folsom.

La escasez de información respecto de la presencia temprana del hombre en las Tierras


Altas Centrales probablemente se debe a varios factores. Primero, los cazadores
preagrícolas y los recolectores dejaron siempre muy poca evidencia de su presencia.
Puesto que eran nómadas, no tenían una arquitectura permanente que atestiguara su
existencia en el área. Segundo, aparte de sus herramientas y armas de piedra, sus bienes
materiales eran objetos perecederos que solamente podían conservarse en cuevas o
climas secos, lo cual no se da en la región. Sin embargo, con base en lo que se sabe de
los cazadores y recolectores prehistóricos y contemporáneos, se puede suponer que, ante
la falta de refugios naturales disponibles en cuevas y albergues de piedra,
probablemente construyeran chozas cubiertas de ramas o pieles de animales. De manera
semejante, la ropa (talvez en forma de capas, faldas o delantales, y taparrabos) debió
haber sido hecha de pieles de animales o de varios tipos de tela elaborada con fibras o
corteza. En cuevas secas localizadas en Estados Unidos, México y Sudamérica, se han
obtenido pruebas abundantes que indican que las fibras entrelazadas y anudadas servían
para hacer redes, bolsas y sandalias, mientras que las pieles y las plumas se usaban para
alfombras. Probablemente también hubo algún conocimiento de cestería, cuya
impermeabilidad se obtenía mediante un recubrimiento de barro. Este tipo de objetos se
llenaban de agua y se agregaban piedras calientes. Las canastas, por ejemplo, pudieron
emplearse para calentar agua, cocinar, etcétera.

Puede presumirse que en Guatemala el hombre antiguo no sólo era cazador de una fauna
ahora extinta, sino que explotaba todas las especies de plantas silvestres disponibles,
con propósitos comestibles, para usos medicinales u otros. El registro arqueológico en
cualquier lugar del Nuevo Mundo indica que, conforme cierta fauna se volvió escasa o
se extinguió, se reparó cada vez más en la explotación de alimentos vegetales,
indudablemente complementados con carne de animales pequeños como pájaros,
reptiles y peces.

Información proveniente de los Estados mexicanos de Puebla, Oaxaca y Chiapas indica


que, al principio, alrededor de 7000 ó 6000 AC, ocurrió una sustitución de la cacería de
megafauna por la cacería de animales más pequeños. También hubo una utilización
creciente de una más amplia variedad de plantas, lo que finalmente, alrededor de 3000
AC, se desarrolló en cultivos incipientes. El cambio en los patrones de subsistencia
pudo haber sido provocado parcialmente por la extinción de ciertos mamíferos, a finales
del Pleistoceno. Además, el crecimiento de la población durante milenios pudo haber
contribuido a la escasez de alimentos, y a crear las condiciones que limitaron los
territorios que podían explotar los grupos humanos migratorios. Conforme las regiones
se llenaron de más pobladores, cada grupo pudo haberse sentido forzado a intensificar la
recolección y la caza estacionales, dentro de una área geográfica restringida. Final-
mente, todo ello pudo haber provocado que algunas pequeñas poblaciones quedaran
ubicadas en ciertos ambientes ecológicos, desarrollando tecnologías cada vez más
especializadas para explotar los recursos disponibles. En ese momento aparecen por
primera vez, en el registro arqueológico, nuevas herramientas, como las piedras de
moler y los morteros, los cuales son implementos relacionados directamente con la
preparación de granos y otros alimentos vegetales.

La adaptación a una recolección más intensiva de semillas y plantas, por otra parte,
gradualmente originó un ciclo retroactivo. La selección de ciertas plantas estimuló la
hibridación, la cual a su vez incrementó la productividad de las especies. Por lo tanto,
llegó a ser más beneficioso dedicar la energía y el tiempo a recolectar tales plantas
alimenticias, lo cual provocó una ulterior selección e hibridación. Este proceso hizo más
ventajoso permanecer períodos más largos en un determinado lugar, lo cual, a su vez,
fue posible por la productividad de los cultivos y el almacenamiento de las cosechas.
Los datos arqueológicos muestran un desarrollo gradual hacia un mayor sedentarismo,
con cambios de una agricultura incipiente a una agricultura de tiempo completo, y de
casas temporales y perecederas a una arquitectura permanente que incluía algunas
estructuras públicas. Las herramientas portátiles se complementaban con las no portáti-
les, tales como piedras de moler pesadas, instalaciones de almacenamiento, fogones y
hornos fijos. Este proceso también estuvo acompañado por la invención de la cerámica
para el procesamiento, traslado, entrega y almacenamiento de alimentos. Hacia 1500
AC estaba preparado el escenario para que surgieran las aldeas más tempranas, que se
pueden reconocer arqueológicamente en los actuales Departamentos de Guatemala,
Sacatepéquez y Chimaltenango.

El Período Preclásico
Hasta el presente no se han identificado sitios de la etapa de recolección intensiva de
alimentos y de agricultura incipiente en las Tierras Altas Centrales de Guatemala. Sin
embargo, se conoce un buen número de sitios que representan aldeas totalmente
agrícolas, situadas en un contexto temporal que se inicia en 1500 AC. El sitio que ha
sido estudiado más intensamente y que tiene un largo registro arqueológico, es
Kaminaljuyú, situado en el valle de Guatemala. Por ello, en el análisis que sigue, este
sitio sirve como punto de referencia y se agrega información de otras regiones de donde
hay información disponible.

Las ruinas de Kaminaljuyú se encuentran a l suroeste de la moderna ciudad de


Guatemala. Originalmente, el sitio constaba de más de 200 montículos, distribuidos
sobre un área de aproximadamente 5 km cuadrados. Las antiguas estructuras variaban
desde bajas elevaciones, apenas visibles sobre el nivel del suelo, hasta las más grandes
de hasta 20 m de altura. Algunas unidades estaban separadas, mientras que otras tenían
un arreglo formal y planificado alrededor de patios, plazas o en alineaciones paralelas
que sugieren amplias avenidas. Lamentablemente, el crecimiento de la capital de
Guatemala ha destruido desde la década de 1940 la mayor parte de Kaminaljuyú,
excepto unos pocos montículos individuales y una región comúnmente conocida como
La Palangana, la cual ha sido reservada como patrimonio nacional.

Las primeras excavaciones científicas en Kaminaljuyú fueron realizadas por Manuel


Gamio, en 1925. Estas fueron seguidas por J. Antonio Villacorta y su hijo, quienes en
1927 trabajaron la Estructura D-III-7, conocida entonces como Quitasombrero.
Posteriormente, en 1935, la Institución Carnegie de Washington empezó investigaciones
y excavaciones en Kaminaljuyú y sus alrededores, las cuales continuaron
intermitentemente, durante los siguientes 18 años. Desde 1953, los estudios
arqueológicos de Kaminaljuyú han continuado esporádicamente bajo la dirección del
Instituto de Antropología e Historia y de la Universidad del Estado de Pennsylvania.

Las investigaciones de la Institución Carnegie de Washington, efectuadas de 1935 a


1953, proporcionaron la información que permitió el ordenamiento cronológico de las
varias fases de ocupación humana en Kaminaljuyú, el valle de Guatemala y las otras
regiones de las Tierras Altas Centrales. Estas fases se basan en los cambios en los tipos
de cerámica y sus frecuencias, como se entienden hasta el presente. Se espera que
estudios futuros refinen, corrijan y agreguen datos a la secuencia que aquí se presenta.
El Cuadro 18 presenta las fases cerámicas de Kaminaljuyú. A continuación, los datos de
este sitio se analizan y comparan, en lo posible, con los sitios contemporáneos de las
Tierras Altas Centrales.

El análisis de los complejos cerámicos indica que la ocupación en Kaminaljuyú fue


continua hasta el Período Clásico Temprano. En esa etapa ocurrió un cambio importante
que preparó los desarrollos del Clásico. Otro cambio abrupto se produjo a finales del
Clásico Tardío, cuando Kaminaljuyú y muchos otros sitios de la región maya fueron
abandonados.

La Fase Arévalo del Preclásico Temprano

Bases de identificación

La Fase Arévalo, reconocida primero por Edwin M. Shook en Kaminaljuyú, se refiere a


los restos de la población agrícola sedentaria más antigua identificada hasta ahora en el
valle de Guatemala. Todavía no se conocen otros sitios afuera de este valle, en las
Tierras Altas Centrales, de edad comparable. La cerámica de la Fase Arévalo
probablemente corresponde a c 1200 a 1000 AC y, a pesar de ser la más temprana de la
región, es de excelente calidad (Ilustración 113). En ningún sentido puede
considerársele primitiva y tampoco representa el comienzo de la tecnología cerámica.
La elevada calidad de los cuencos y cántaros de esta fase sugiere que el grupo humano
que los fabricó había desarrollado la tecnología en otro lugar, antes de su asentamiento
en Kaminaljuyú. Esta alfarería también se distingue de la posterior de Kaminaljuyú, por
la arcilla, el color del engobe, las formas de vasija y la decoración.

El reconocimiento de esta fase data de 1951-1952, cuando Shook excavó un montículo


grande, el C-III-10. Por medio de pozos de sondeo controlados, hechos en el relleno de
esta estructura, se recuperó una cantidad considerable de restos de cerámica y artefactos.
La construcción del montículo C-III-10 corresponde a la fase subsiguiente, denominada
Las Charcas, pero en su relleno había material de una cultura anterior, el cual incluía
objetos de cerámica y piedra, que se habían quebrado con el uso, descartados como
'basura', y por eso estaban presentes en el suelo que antiguamente fue apilado y utilizado
como relleno en dicha estructura. De la cerámica recuperada durante las excavaciones,
que sumó un total de 9,455 fragmentos clasificables de vajillas finas y utilitarias,
solamente un 19% pertenecía a los tipos reconocidos de la Fase Las Charcas. La amplia
mayoría era de un complejo cerámico previamente desconocido, al cual Shook
denominó Fase Arévalo.

Distribución geográfica

Desgraciadamente, la falta de información respecto de la Fase Arévalo plantea un


enigma en cuanto a los orígenes de los pobladores implicados, es decir, quiénes fueron
y hacia dónde se trasladaron. Ningún complejo cultural semejante se ha encontrado en
las Tierras Altas, en la Costa Sur, o en cualquier otro lugar de Guatemala o de Chiapas,
México. Hasta el presente, fuera de Kaminaljuyú, este complejo solamente ha sido
identificado en dos lugares, ambos a lo largo del borde oeste del valle de Guatemala.
Fragmentos de la vajilla Rojo Arévalo fueron encontrados por Shook en el sitio Lo de
Bran, localizado en esta región. Shook recibió también un informe verbal de Michael
Davis, quien en 1970 realizó una investigación arqueológica extensa y detallada del
valle y las regiones adyacentes, y le comunicó que al sur de Mixco había descubierto un
área en donde los fragmentos de la Fase Arévalo estaban expuestos sobre la superficie
del suelo. Tanto el lugar encontrado por Davis como Lo de Bran, están localizados cerca
de las estribaciones de las montañas que enmarcan el valle de Guatemala por el oeste.

Cultura material

Hasta el presente, la Fase Arévalo solamente es reconocida sobre la base de tipos


cerámicos específicos, que no se han relacionado con arquitectura, herramientas, casas,
etcétera. El tipo cerámico definitorio, conocido como vajilla Arévalo Rojo, consiste
principalmente de cuencos, aunque la forma de cántaro también está presente. Todas las
vasijas de esta vajilla llevan un engobe rojo, espeso, brillante y muy pulido (Ilustración
113). Los cuencos son grandes, con una pared muy llamativa, un leve abultamiento en
el exterior del borde y una base ligeramente redondeada. El engobe rojo cubre todo el
interior del cuenco y el exterior de la pared hasta la base. Estos cuencos son más
numerosos que las otras formas de la vajilla Arévalo Rojo, ya que los bordes
encontrados ascienden a más del 96% de los tiestos. Un número menor de bordes son de
cántaros globulares con un cuello corto, recto-divergente, con un borde directo
redondeado. Estos llevan el típico engobe rojo pulido, justo desde dentro del labio hacia
el exterior, hasta llegar al hombro de la vasija.

Como las herramientas de piedra de las Fases Arévalo y Las Charcas se presentan
juntas, en depósitos mezclados, no hay forma de distinguir unas de otras.

Base de subsistencia

De acuerdo con lo que se sabe de la fase siguiente, Las Charcas, puede suponerse que la
subsistencia durante la Fase Arévalo se basaba en la agricultura de maíz, probablemente
combinada con otros cultivos, como frijol, ayote y otras verduras y frutas.

Actividad artística y ceremonial

Aunque se carece de datos pertinentes, parece muy probable que con el avanzado nivel
de tecnología cerámica, la población de la Fase Arévalo fue capaz de construir una
arquitectura doméstica y ceremonial de naturaleza permanente. La razón de que no se
hayan encontrado construcciones de la Fase Arévalo puede consistir en la destrucción
de éstas por grupos humanos posteriores. Un ejemplo pertinente puede observarse en el
Montículo C-III-10, en el cual el relleno consistía de escombros más tempranos, quizás
de plataformas y subestructuras de la Fase Arévalo, que se nivelaron para erigir la
estructura de la Fase Las Charcas. No se conocen objetos como figurillas, incensarios y
esculturas procedentes de esta fase.

Inferencias sobre la organización sociopolítica

Se espera que futuras investigaciones puedan proporcionar información sobre la


arquitectura, el patrón de asentamiento, los entierros, etcétera, lo cual ayudaría a
determinar la naturaleza de la organización sociopolítica durante la Fase Arévalo.
También será interesante saber si la población evolucionó gradualmente en la cultura
representada por la Fase Las Charcas, o si la gente de la Fase Arévalo se vio forzada a
abandonar la región y fue reemplazada por nuevos grupos en el valle de Guatemala.

Fase Las Charcas del Preclásico Medio

Bases de identificación

En Kaminaljuyú, la Fase Las Charcas fue identificada por primera vez por Shook y
Alfred V. Kidder, en 1943, con base en la cerámica recuperada en varios pozos de
'basura' antiguos, situados en un terreno que en otro tiempo había formado parte de la
finca Las Charcas, a lo largo del borde sur de Kaminaljuyú. Estos pozos antiguos habían
sido excavados dentro de una colina natural baja, la cual fue nivelada en 1943 para
construir los cimientos del Hospital Roosevelt. Desde aquel entonces, la Fase Las
Charcas ha sido reconocida no sólo por muchos pozos más de 'basura', de Kaminaljuyú,
sino también por varios montículos, inclusive el C-III-6, C-III-9 y C-III-10.

Distribución geográfica

Afuera de Kaminaljuyú, Shook ha identificado cerámica Las Charcas en los siguientes


lugares: 1) Cerca de Kaminaljuyú, en el valle de Guatemala, en los sitios Naranjo,
Cementerio, Arcos, Aurora, Portillo y Charcas. 2) Al sur de Kaminaljuyú, en el sitio
Contreras, en el Lago de Amatitlán. 3) Hacia el sureste de Kaminaljuyú, en la meseta
Canchón, en los siguientes sitios, situados de norte a sur: Piedra Parada, Canchón, Santa
Isabel, Jorgia y Virginia. Más al este de la meseta Canchón, el sitio de Cieneguilla
probablemente corresponde a la Fase Las Charcas. 4) Sitio San Rafael Las Flores, cerca
de la Laguna de Ayarza. 5) Hacia el este-noreste de Kaminaljuyú fueron excavados
antiguos pozos de 'basura' con depósitos puros de la Fase Las Charcas, en el sitio
Sinaca, que mira al Río Los Plátanos. 6) Hacia el oeste del valle de Guatemala, los
descubrimientos de material Las Charcas son más escasos, pero existen algunos
registrados que provienen del Departamento de Sacatepéquez, alrededor de Sumpango y
en el valle de la Antigua.

Cultura material
Gran parte de la información acerca de la Fase Las Charcas procede de 'basura' antigua
arrojada en pozos subterráneos. Estos fueron excavados a través de la capa superior de
barro estéril, hasta el nivel de ceniza volcánica y talpetate, aparentemente con una
herramienta para excavar, hecha de madera, con un extremo en forma de espátula, la
cual dejó marcas distintivas en las paredes de los pozos. Algunos de éstos fueron
cuidadosamente hechos, en forma cónica o de botella. Unos cuantos se encontraron
vacíos, con la abertura sellada con una laja de piedra; otros contenían entierros, pero en
su mayoría seguramente fueron excavados principalmente para obtener material para los
cimientos de las casas o con otros propósitos, y de manera secundaria se usaron como
depósito de 'basura'. Sin embargo, esto no explica la existencia de los pozos
cuidadosamente formados, con un orificio pequeño y redondo. Estos últimos pudieron
servir como letrinas, baños de vapor, para almacenamiento, o bien, como cámaras
rituales.

Desde un ángulo arqueológico, tienen particular importancia dos pozos específicos, a


los cuales puede asignárseles con seguridad una fecha de la Fase Las Charcas y,
además, contenían una cantidad de material perecedero que fue preservado por medio
de fuego. Uno de ellos, el Pozo 1, era profundo, de forma cónica, y medía 3 m de
diámetro en la base, pero en la parte superior se estrechaba hasta terminar en un orificio
pequeño al nivel del suelo. Este pozo, localizado aproximadamente a 1 km al sur de
Kaminaljuyú, fue excavado por Shook en 1953. El segundo, llamado Pozo 24, fue
descubierto en la orilla sureste de Kaminaljuyú, en la Colonia Progreso, y fue
cuidadosamente excavado por Shook en 1948. En el fondo contenía un grueso depósito
de cerámica quebrada y artefactos de piedra. Directamente encima del depósito estaba
una capa de ceniza casi pura y carbón. En las cenizas y el adobe quemado se
encontraban huellas de materiales perecederos, como canastas, petates, lazos, cordeles,
textiles y material vegetal, todo lo cual se preservó accidentalmente.

A partir de los mencionados, y de otros pozos de 'basura', así como también de las
excavaciones de las estructuras preclásicas, se ha resumido la información acerca de la
Fase Las Charcas que se presenta a continuación. Sin embargo, muchos de estos rasgos
probablemente eran característicos también de los primeros asentamientos agrícolas del
valle de Guatemala y se mantuvieron con pocos cambios a lo largo del Período
Preclásico.

Arquitectura

Entre la ''basura'' de los pozos antiguos se incluyen pedazos quemados de barro, con
impresiones de cañas, que proporcionan evidencia de la construcción de casas. Estas
tenían grandes postes principales, o de esquina, de madera, y las paredes fueron hechas
con cañas delgadas, cubiertas de barro. Los postes principales probablemente
soportaban un marco de palos más livianos, que sostenían un techo de paja. Una
destrucción accidental por fuego causó el endurecimiento de la cubierta de barro de la
pared, la cual retuvo las impresiones de las estacas. En aquella época, los templos eran
de construcción similar, aunque talvez más grandes que las moradas domésticas. Las
excavaciones indicaron que las casas y los templos eran rectangulares, con una
plataforma de barro que sostenía un poste en cada esquina. Probablemente, este tipo de
planta empezó con los primeros asentamientos agrícolas en el valle de Guatemala y
continuó a lo largo de todo el Período Preclásico.
Herramientas y artefactos de piedra

Uno de los rasgos más sobresalientes de Las Charcas y las fases siguientes del
Preclásico, en el valle de Guatemala, es la vasta cantidad de obsidiana utilizada. Se
excavaron cuatro pozos de ''basura'', que estaban casi totalmente llenos de lascas y
retazos descartados de obsidiana. Estos pozos, localizados en la periferia de
Kaminaljuyú, estaban relacionados con antiguos talleres, en los cuales los bloques
burdos de obsidiana eran reducidos a núcleos simétricos, puntiagudos, en forma de
cono. De éstos se obtenían las delgadas y filudas navajas. Los talleres sugieren que
talvez una familia extendida de artesanos diestros vivió en la vecindad inmediata a los
pozos, y que los desechos de obsidiana derivados del tallado de las navajas se tiraban
dentro de un profundo pozo, y el área propiamente de vivienda se dejaba limpia de
restos de vidrio con filo, que resultaban peligrosos no sólo para los niños descalzos sino
también para los adultos. La concentración de desechos de obsidiana en los cuatro pozos
antiguos mencionados también sugiere que, en la Fase Las Charcas, estaban bien
establecidas las industrias de artesanía especializada, tales como las ya citadas y la de
manufactura de metates y 'manos' de piedra, cerámica, tejido, etcétera.

La gran cantidad de talleres de obsidiana en la vecindad inmediata a Kaminaljuyú


sugiere, asimismo, la presencia de un centro de manufactura suficientemente productivo
para satisfacer las necesidades locales de objetos de obsidiana, así como también las de
una zona más amplia, que se cubría por medio del comercio. Los correspondientes
análisis de la obsidiana indican que la principal fuente utilizada en Kaminaljuyú,
durante el Preclásico, fue El Chayal, situado precisamente al este del valle de
Guatemala. Otro tipo de piedra, distinto de la obsidiana, utilizado para hacer tajadores y
raspadores, fue raro durante las Fases Arévalo, Las Charcas y Majadas. Sin embargo,
las hachuelas de jade o de piedra de textura fina y color azul-negro o verdoso, son
bastante comunes. Estas muestran superficies bien pulidas en la sección inferior, que
disminuye hacia el borde cortante. Algunas tienen sus bordes golpeados, o romos, por el
uso. Las hachuelas no pueden distinguirse de las que corresponden a los períodos
siguientes en Kaminaljuyú.

Un buen número de fragmentos de piedra arenisca de textura fina, que aparentemente


conformaban piedras de afilar, fue encontrado en pozos de ''basura'' de Las Charcas y en
el relleno del Montículo C-III-10. Muestran acanaladuras superficiales y piletas hondas
en forma de V, probablemente resultado de la afiladura de herramientas de piedra. La
formación de un borde agudo y el pulimento final de las hachuelas de piedra verde, y
posiblemente también de herramientas de madera, pudo haberse realizado con dichas
piedras de afilar.

La abundancia de fragmentos de metates y 'manos', que se hacían de roca ígnea gris, y


algunos ejemplares completos de estos utensilios, usados para moler alimentos, indican
que dichas 'piedras de moler' y su 'manos' fueron parte integral y común en la cultura
material. Los metates del Período Preclásico tienen forma idéntica y, además, son
sencillos, como piletas sin patas y de 'manos' cortas. En el Clásico cambiaron para
convertirse en metates trípodes, en algunos casos con las 'manos' más largas que el
ancho del metate.

En los depósitos de la Fase Las Charcas, aunque en menor número, también se


encontraron artefactos de piedra, que pueden ser considerados morteros y pistaderos.
Del Pozo 24 se recuperó un mortero, modelado de la cabeza de una piedra en forma de
hongo. El lado interior, donde el tallo o fuste se unía con la cabeza, fue picado, con el
objeto de formar una depresión superficial, adecuada para moler chile u otros
condimentos. Otros probables morteros, procedentes de los Pozos 24 y 1, eran 'cantos
rodados', aplanados por el agua, que mostraban leves depresiones en una de sus
superficies, como resultado de la acción de moler.

Un pistadero, hecho de una piedra densa de color gris verdoso, se encontró en el relleno
del Montículo C-III-10. Representa el único ejemplar, razonablemente seguro, de
pistadero, pero en los pozos de 'basura' había cientos de guijarros que mostraban uso
considerable y pulimento sobre una o más de sus superficies, lo que indica que fueron
usados como moledores. Algunos también pudieron servir igualmente como pulidores
de vasijas o para alisar las superficies de las paredes y pisos cubiertos con barro.

En los depósitos de Las Charcas y otros posteriores se encontraron terrones de pómez


natural, redondeados, y de varios tamaños. Algunos de éstos no muestran alteración de
su forma natural, mientras que otros han sido cortados en una variedad de figuras.
Ocasionalmente se han encontrado ejemplares trabajados para formar rectángulos,
labrados en espirales o en burdas figuras zoomórficas o antropomórficas. No se sabe
cuál era el propósito de estos objetos pequeños.

Cerámica

La Fase Las Charcas está caracterizada por una cerámica excelente. Las principales
vajillas engobadas y pulidas de dicha Fase son Blanco, Rojo sobre Blanco, Café o Ante,
Rojo Pálido y Café Gris Veteado (Ilustraciones 114 y 115c). Algunas son cuencos con
borde curvo-convergente y base plana, vasijas con vertederas, vasijas en forma de
zapato, y grandes cántaros con borde reforzado. Por lo común, la decoración consiste de
pintura (a veces de tonos policromados, aplicados después de cocción, Ilustración 115e),
incisión, acanalamiento y modelado de efigies. Las vajillas burdas, sin engobe ni
pulimento, generalmente están hechas de una arcilla color ladrillo. Estas incluyen
cuencos de silueta simple, comales en forma de cuencos; molcajetes fuertemente
acanalados; incensarios de tres picos (Ilustración 115d) y tazas pequeñas colocadas
sobre tres soportes altos, delgados y vacíos (Ilustración 115f). Un análisis de los
incensarios se presenta adelante, en la sección 'Actividad artística y ceremonial'.

Los tiestos trabajados son fragmentos de vasijas, algunos tienen una fuerte curvatura, y
otros posiblemente eran parte de las bases planas de los cuencos. Los tiestos estaban
cortados en formas casi circulares, triangulares o rectangulares y, en algunos casos,
tenían las orillas limadas. En su mayor parte no tienen perforaciones, pero algunos
presentan un agujero central, y unos pocos poseen perforaciones sin concluir. El agujero
siempre es bicónico, colocado más o menos en el centro, pero a veces no está centrado.
No se sabe cuál era la función de estos tiestos, aunque pudieron usarse como piezas de
juego, contadores para registrar cuentas, juguetes para niños u objetos con otros
propósitos.

Los artefactos tejidos constituyen una prueba de cestería, aunque rara; se recuperaron
entre las cenizas y terrones de arcilla endurecidos por el fuego, en el Pozo 24 de la Fase
Las Charcas. Estos terrones no tienen forma consistente o propósito evidente, pero en
varios casos la arcilla fresca aparentemente fue apretada contra el fondo o las paredes de
las canastas y, merced al fuego accidental o voluntario, conservó la impresión de la
canasta tejida. Un ejemplo del Montículo C-III-10 de la Fase Las Charcas, muestra
cestería de urdimbre, una técnica que persiste en la actualidad.

En las capas de ceniza contenidas en el Pozo 24 también se encontraron restos de


bramante y cuerda, trenzados, aparentemente de dos o más hebras, y petates de tul de
tejido cruzado. También se encontró evidencia de petates en las tumbas de la Fase
Verbena, en el Montículo E-III-3. Algunos patrones de tejidos encontrados entre las
cenizas del Pozo 24 eran suficiente-mente finos como para sugerir textiles, y la
presencia de semillas de algodón en el Pozo 1 podría indicar que la fibra de este
material era peinada y tejida en Kaminaljuyú.

Base de subsistencia

El sistema de milpa de maíz, junto con el cultivo estacional de frijol, verduras y frutas,
fue la forma predominante de agricultura, en el Período Preclásico, en las Tierras Altas
Centrales. Durante el Preclásico Tardío, en Kaminaljuyú se adoptó un sistema de
agricultura intensiva con irrigación, que se trata más adelante, en la sección dedicada a
los desarrollos de este período.

En los pozos de 'basura' de Las Charcas abundan restos de maíz, lo que indica que
indudablemente constituyó la base de la dieta, como hasta el presente. En dichos pozos
se recuperaron también semillas de aguacate, jocote y ayotes. Estos últimos
probablemente se usaban como alimento y como recipiente. Las semillas recuperadas en
las excavaciones de Kaminaljuyú-San Jorge incluyen maíz, frijol, palmas, anonas,
aguacates, zapote blanco, jocote y cacao. Por la dificultad de conservar restos vegetales,
a menos que se quemaran accidentalmente, los ejemplos enumerados sólo representan
un pequeño porcentaje de las plantas utilizadas como alimento. Los habitantes del área,
además, se proveían de carne mediante la caza de venados, mamíferos pequeños,
reptiles y pájaros y, según información proveniente de otra parte de Mesoamérica, la
carne de perro también pudo haber sido parte de la dieta. La falta de puntas de proyectil
durante el Preclásico sugiere que muchos de esos animales probablemente eran
entrampados, golpeados o heridos con cerbatana.

Actividad artística y ceremonial

Las principales expresiones artísticas evidentes en la Fase Las Charcas son esculturas de
pedestal y piedras de efigie parecidas a hongos. Las esculturas de pedestal, de columnas
altas y delgadas, sostienen un pájaro, un animal o una figura humana; esta última, por lo
general, aparece parada, arrodillada o sentada. Una escultura de pedestal representa un
pequeño pizote que sostiene su dilatada barriga.

Las esculturas en forma de hongo, del Preclásico, tienen ordinariamente una figura
animal o humana esculpida en el tallo vertical. Un ejemplar de la Fase Las Charcas
representa un jaguar sentado sobre sus ancas, sostenido por una base rectangular. El
tallo del hongo emerge del lomo del jaguar. No se conoce con seguridad la función de
estas pequeñas esculturas, que se distribuyen ampliamente en el tiempo y en el espacio,
durante el período precolombino. En vista de que siempre se encuentran botadas en el
campo abierto, se cree que podían ser marcadores portátiles usados en los juegos de
pelota o en la delimitación de tierras.
Hasta el presente no se han descubierto tumbas formales relacionadas con la Fase Las
Charcas. Un entierro informal fue localizado en un profundo pozo cónico de 3 m de
diámetro en la base y estrechado al nivel del suelo hasta terminar en un orificio
pequeño. En el fondo se encontraba el entierro informal de una niña, colocada en
posición extendida, la cara hacia arriba, con los brazos y las piernas ligeramente
flexionados. No había otro artículo mortuorio adicional, ni señal alguna de que se
hubiera usado un petate, litera de madera, vestido o cualquier tipo de envoltorio. Es
posible que después de colocar el cuerpo, el pozo fuera llenado con una gran cantidad
de lo que probablemente era 'basura' doméstica, incluyendo restos de vasijas rotas,
artefactos de cerámica y piedra, cenizas, carbón y huesos humanos y de animales. El
patrón del relleno (con tiestos de la misma vasija, depositados en niveles diferentes) y la
enorme cantidad de restos, sugieren que la 'basura' provenía de más de una casa, talvez
de una porción grande de la comunidad.

La presencia de incensarios cerámicos de tres picos y tapaderas con asas y


profundamente esgrafiadas es evidencia de un patrón desarrollado de actividad religiosa
y ceremonial. Dichos objetos se presentan en todos los depósitos de la Fase Las Charcas
y aparentemente continuaron en uso, en Kaminaljuyú, con leves cambios en la forma, a
lo largo de toda la ocupación del Preclásico y del Clásico así como en otras regiones de
las Tierras Altas Centrales.

Durante la Fase Las Charcas este tipo de incensario consistía de un cilindro alto, casi
vertical, hecho de una arcilla tosca, de color café-rojizo sin engobe. La pared puede
mostrar perforaciones triangulares en forma de ventana o decoraciones con púas
(Ilustración 115d). En la base se ensancha abruptamente, lo que conforma una base
abierta. El cilindro se cierra en la parte superior por una plataforma plana o levemente
abombada, la cual se extiende más allá de la orilla de la pared. Esta plataforma sostiene
tres picos verticales y huecos, espaciados de manera uniforme alrededor de la orilla. En
una gran mayoría, los picos son efigies de cabezas humanas o de animales, pero hay
casos en que son lisos. El centro de la plataforma siempre muestra algún elemento
adicional, como un animal echado con la boca hacia abajo, una protuberancia en forma
de peine, o un anillo o disco levantado en las orillas y con una depresión en el centro. A
menudo, la parte superior de la plataforma y los picos están ennegrecidos por humo.

Los picos, que aparecen siempre vacíos en este tipo de incensario, pueden ser lisos o
con efigie. En cualquier caso, hay una gran abertura en la base. Cuando se representan
cabezas humanas, estas aberturas están directamente debajo de la barbilla. La cara es
larga, los rasgos agudamente delineados y a veces muestran líneas paralelas, a manera
de incisiones profundas, que bajan de los ojos saltones hasta las mejillas.
Frecuentemente, la cara tiene una barba indicada por líneas grabadas.

Durante la Fase Las Charcas, los únicos animales relacionados con incensarios de tres
picos son los pizotes. Estos nunca son aplicados como picos, sino colocados sobre la
plataforma del incensario, y forman el elemento central.

En todos los depósitos excavados había fragmentos de tapaderas cóncavas, junto a los
incensarios. Están esgrafiadas en el lado inferior y llevan un asa de banda en el centro.
La superficie inferior está ennegrecida por el humo, lo que sugiere que la tapadera
descansaba sobre los picos del incensario, donde se quemaba el incienso. Las
superficies quemadas y ahumadas de los picos y las tapaderas indican que algún
material se quemaba ceremonialmente en la parte superior de los incensarios. Puesto
que el copal era muy común en la región maya durante la época anterior a la Conquista,
tal como fue en el período colonial y sigue siendo en la actualidad, se puede suponer
que también fue el material usado en la Fase Las Charcas.

Las figurillas manufacturadas durante Las Charcas eran sólidas, modeladas a mano, con
forma humana o de animales, o bien silbatos pequeños con efigie y sellos de barro,
cilíndricos o planos, con espiga o mango. Las figuras humanas, masculinas o femeninas,
generalmente se modelaban de manera naturalista, de un barro que podía ser café claro
hasta café-rojizo, sobre el cual se aplicaba un engobe pulido de color blanco, rojo o
beige. La cara era modelada cuidadosamente, y los ojos tenían un punzonado profundo
en el centro para formar la pupila. La boca a menudo aparece abierta, con labios
protuberantes y a veces se nota la fila de los dientes superiores. Algunas de las figurillas
masculinas tienen una barba rígida, parecida a una espada. Las orejas siempre llevan un
agujero en el lóbulo, probablemente para colocar una orejera. El pelo, o quizás un
tocado, se indica por medio de un arco elevado encima de la frente, pero no se
representan tocados elaborados.

En el contexto de la Fase Las Charcas son raras las figurillas no humanas, y las pocas
que se han recuperado representan monos o, en menor escala, animales no
identificables. Los monos suelen estar parados o sentados y característicamente
aparecen preñados, usualmente con las manos en la barriga. Otros animales están
parados en cuatro patas y quizás representan perros. Los pequeños silbatos con efigie
reproducen seres humanos, mamíferos (pizote y mono) o pájaros. Los silbatos con
efigie de pájaro son los más comunes, y en ellos el cuerpo forma la cámara de silbar y la
boquilla es la cola del animal. Los silbatos pueden tener una o dos cámaras, con uno y
hasta cuatro agujeros para la salida del aire.

Los sellos de barro son cilíndricos o con mango. Posiblemente se usaron para imprimir
diseños en textiles o en el cuerpo humano. No parecen haber funcionado para decorar
cerámica, ya que en Kaminaljuyú no se encuentra cerámica estampada del Preclásico.
Ambas formas están hechas de un barro de textura total o medianamente burda, de color
café claro a rojizo, con los diseños que supuestamente se grabaron profundamente
después de que el barro estuvo bastante seco. La forma con mango tiene una superficie
plana o tenuemente cóncava en la base. El mango o asa está colocado en el centro y se
eleva verticalmente de la superficie. Los diseños en la base consisten en espirales
sencillas o volutas; un ejemplo muestra un pie humano. Los sellos cilíndricos son
sólidos o vacíos. Los diseños oscilan entre líneas sencillas y patrones curvilíneos, en
algunos casos con toscas representaciones antropomorfas.

En el inventario artístico de adornos personales de la Fase Las Charcas figuran orejeras


y anillos. Las primeras eran del tipo 'anillo de servilleta', y consistían en un carrete o
zoquete que se insertaba en el lóbulo de la oreja. Se hacían de un barro café-gris claro a
oscuro, el cual era bien pulido y podía cubrirse con pintura roja. A veces los anillos son
bandas de barro simples y lisas, o con apliques modelados en caras humanas o de
animales convencionales. El pequeño tamaño de los anillos sugiere que pudieron haber
sido usados en los dedos.

Inferencias sobre la organización sociopolítica


De la información disponible se infiere que en aquella época la gente vivía en
comunidades con una economía basada en la agricultura y el comercio. Se trataba de
una sociedad estratificada, lo cual se deduce de la presencia de estructuras públicas,
cerámica elitista y ornamentos de jade. La especialización en la manufactura de
cerámica, de herramientas de obsidiana y de objetos de jade, probablemente existió a
nivel doméstico o familiar. La existencia de una religión formal, supervisada por un
sacerdocio, se puede colegir de los incensarios recuperados.

La Fase Majadas del Preclásico Medio

Bases de identificación

La información referente a la Fase Majadas proviene de un escondite descubierto por


Shook en el Montículo C-III-6. La razón para identificar a Majadas como una fase
separada y distinta, en Kaminaljuyú, consiste en la ausencia de tipos cerámicos
característicos, que definan la fase temprana de Las Charcas y el complejo posterior de
la Fase Providencia.

Distribución geográfica

En la actualidad, esta fase se conoce por los escondites descubiertos en las Estructuras
C-III-6 y C-III-10, así como por el relleno de otros montículos del mismo Kaminaljuyú.
Además, hay otros descubrimientos esparcidos en el valle de Guatemala, como el sitio
Piedra Parada, en la meseta Canchón.

Cultura material

No hay información identificada con respecto a la arquitectura, herramientas líticas,


vivienda, etcétera, aunque puede suponerse que tales elementos no difieren
esencialmente de los que corresponden a la Fase Las Charcas y a la siguiente, la Fase
Providencia. Aunque algunos de los tipos cerámicos son únicos de la Fase Majadas,
otros, especialmente los que tienen engobe café-negro pulido, parecen representar una
transición entre la Fase Las Charcas y la Providencia. La cerámica presente en la Fase
Majadas incluye las vajillas engobadas Naranja Zinc y el Café-Negro. Están ausentes en
el complejo los tipos Rojo Fino (ahora llamado Rofino), Morado sobre Rojo Fino (ahora
Morfino), Utatlán, Kaminaljuyú Café-Negro Inciso Fino y la vajilla Xuc, los cuales
empiezan en la Fase Providencia. El hecho de que la vajilla Naranja Zinc comience casi
al final de la Fase Las Charcas y se volviera popular durante la Fase Providencia
implica que Majadas corresponde a una fecha entre ambas fases, que refleja un
desarrollo gradual de una fase a la siguiente y no constituye una ruptura abrupta en la
tradición.

Base de subsistencia

De acuerdo con la información que se conoce de las Fases Las Charcas y Providencia,
en Kaminaljuyú, se puede suponer que la agricultura, basada en el maíz y otros cultivos,
servía de base de subsistencia durante la Fase Majadas.
Actividad artística y ceremonial

El escondite descubierto en el Montículo C-III-6 indudablemente representa una


ceremonia especial, la más temprana de tal naturaleza hasta ahora descubierta en
Kaminaljuyú. El escondite era un pozo que se cortó a través del piso, en la orilla norte
de la estructura. Una plancha de piedra, de 1.60 por 1.80 m, se colocó sobre el fondo del
pozo abierto. Alrededor de la plancha estaban unos monumentos de piedra que incluían
una estela columnar de basalto, columnas lisas de este mismo material y bases de
esculturas de pedestal. A un lado de la plancha había un cráneo de animal,
insuficientemente preservado como para poder identificarlo, compuesto por varios
fragmentos de hueso muy delgados, de hasta 1 mm de grosor. Dentro de la mitad
superior del cráneo había 290 cuentas y pendientes bien pulidos, de jade verde de
diferentes tonalidades, que originalmente formaron un collar (Ilustración 116). Este
tenía un pendiente tallado en forma de cabeza de pato, tres pendientes rectangulares y
uno irregular con una perforación central elongada, dos cuentas semiesféricas, una
cuenta tubular grande y 138 pequeñas, y 144 cuentas pequeñas irregulares. Justo afuera
del cráneo del animal había una figurilla humana, hecha de jade gris-verde opaco. Esta
figura humana, así como las cuentas de jade translúcido, la 'forma de canoa' rectangular
y el pendiente en forma de pato, muestran afinidad con los materiales olmecas de La
Venta, en la Costa del Golfo de México. Los jades y el cráneo del animal estaban
cubiertos por una delgada capa, que se extendía en un área de 30 x 60 cm, de un
material de cerca de 0.5 mm de ancho, pintado de color rosado brillante en uno de sus
lados. Esta capa pudo haber sido una piel de animal, posiblemente venado, o una tela de
corteza, revestida con un encolado de cal blanca y pintada de rosado.

Encima de la plancha grande se encontraron unas 80 vasijas, lanzadas desde arriba,


probablemente con ofrendas de comida, por personas de pie alrededor de la orilla del
pozo. Las vasijas, en su mayoría, se quebraron al estrellarse contra la plancha, pero unas
pocas quedaron completas. También se encontraron 70 cántaros, cilindros y cuencos
con engobe café-negro (Ilustración 117d-j), cinco vasijas de la vajilla Naranja Zinc
(Ilustración 117a-c), cuatro cuencos con engobe rojo, y una taza burda de color café con
tres soportes sólidos y alargados. En relación con este escondite se descubrió una estela
columnar de basalto (Estela 4), labrada en tres de sus lados en un estilo único en
Kaminaljuyú. En dicho monumento está representada una delgada figura humana, con
el torso de frente y la cabeza y los pies de perfil. El personaje mira hacia el cielo,
gesticulando con el brazo izquierdo levantado y de su boca salen volutas que simbolizan
el habla.

El estilo de las esculturas de pedestal en el escondite no puede conocerse, ya que


solamente están representadas por sus bases. Sin embargo, puede atribuírseles un cierto
parecido con las de la Fase Las Charcas.

Inferencias sobre la organización sociopolítica

La colocación del elaborado escondite, mencionado antes, en una estructura que existía
desde la Fase Las Charcas, induce a pensar que, en esa época, Kaminaljuyú era ya un
centro ceremonial importante, ocupado por una población jerarquizada. Seguramente
albergaba un número sustancial de habitantes. La vida diaria de la gente común
probablemente había cambiado poco desde la época de Las Charcas.
La Fase Sacatepéquez-Providencia del Preclásico
Medio Tardío

Bases de identificación

La Fase Sacatepéquez-Providencia parece haberse desarrollado directamente de las


Fases Las Charcas y Majadas, puesto que persisten muchas de las vajillas más
tempranas. Sin embargo, el complejo se identifica como algo separado por las nuevas
formas de vasijas que se desarrollaron en las vajillas, y también porque, por primera
vez, aparecen nuevos tipos de cerámica. El nombre compuesto de la fase indica que su
manifestación, en Kaminaljuyú, fue denominada Providencia, en tanto que al oeste del
valle de Guatemala se le conoce como Sacatepéquez, en referencia al actual Departa
mento de este nombre, donde fue reconocida por primera vez. El complejo del
Preclásico Medio es parecido en ambas regiones, pero las diferencias entre la cerámica
de ambas regiones justifican el uso de los dos nombres.

Distribución geográfica

Los restos culturales del complejo Sacatepéquez-Providencia están ampliamente


dispersos en las Tierras Altas Centrales, aunque la densidad de sitios en los actuales
Departamentos de Sacatepéquez y Chimaltenango es notablemente mayor que en el
valle de Guatemala y las regiones del este. La fase está bien representada en
Kaminaljuyú, y muestra un desarrollo gradual y una continuidad desde las fases
anteriores. En contraste, en las regiones del oeste hubo un notorio incremento en la
cantidad y concentración de sitios y muy probablemente en la cantidad de habitantes.

Cultura material

La cultura material muestra poco cambio en relación con la fase anterior. Por ejemplo,
persistieron las casas hechas de caña y adobe con techo de paja, el uso de metates lisos
sin soportes, la producción de herramientas de obsidiana (navajas y lascas) y la
manufactura de cerámica. En los actuales Departamentos de Sacatepéquez y
Chimaltenango la información sobre la cultura material de la fase en cuestión proviene
de pozos de 'basura' y entierros. Dichos pozos tienen ordinariamente forma de botella y
están llenos de desechos, probablemente provenientes de las casas; se encuentran en
regiones en las que existen señales de población bastante densa en torno a las
estructuras públicas.

En Kaminaljuyú, la prueba de la Fase Providencia proviene principalmente de la


Estructura D-III-10 y de otros montículos cercanos. La Estructura D-III-3 era una gran
plataforma que sostenía un enorme edificio de materiales perecederos, cuyos postes
principales de madera medían hasta 40 cm de diámetro. Este templo de postes y paja fue
destruido por el fuego, de manera intencional o accidental. A pesar de que los enormes
postes principales se quemaron, las secciones que estaban insertadas debajo del piso se
conservaron casi intactas, y los bordes carbonizados rodeaban el núcleo sin quemar.
La cerámica característica de la Fase Sacatepéquez-Providencia es una vajilla hecha de
arcilla blanca, fina, sin engobe, pero pulida (Ilustración 118a,c). Shook fue el primero
en identificar esta vajilla en varios pozos y en un entierro del sitio Zacat, en el
Departamento de Sacatepéquez. En sus descripciones iniciales sobre cerámica se refirió
a la vajilla como 'Sacatepéquez Blanco Pasta Blanca', pero después adoptó el nuevo
nombre de vajilla Xuc. Esta cerámica blanca es muy llamativa, pero puede ser sencilla;
a menudo tiene acanaladuras, incisiones, modelados o diseños pintados en rojo. La parte
más temprana de la fase se distingue por el uso de pintura roja y roja-naranja. En la
mitad y al final de la fase, el color cambia a un fuerte color rojo-púrpura. El hecho de
que la vajilla se presente con mayor frecuencia y variedad de formas en el
Departamento de Sacatepéquez, y que Shook haya descubierto una vasija de la vajilla
Xuc, sin cocción, en una tumba de Zacat, sugiere que su centro de manufactura estaba
en la región inmediata. Sin embargo, la cerámica se comercializó ampliamente en las
Tierras Altas durante la fase citada, y de ella existen registros en zonas tan apartadas del
noroeste como el Departamento de Huehuetenango, del noreste, en Baja Verapaz, del
este, en El Progreso, y al sur, en varios sitios del Departamento de Escuintla. Esta vajilla
es común durante la Fase Providencia, en Kaminaljuyú.

La mayor parte de la cerámica utilitaria y algunas de las vajillas finas de la Fase


Sacatepéquez-Providencia se relacionan con la Fase Las Charcas, pero no se han
encontrado varias de las vajillas finas en relación con épocas anteriores. Las vajillas
finas que aparecen por primera vez en la Fase Sacatepéquez-Providencia son las
Kaminaljuyú Café-Negro Inciso Grueso (Ilustración 119a,b), Rofino, Morfino
(Ilustración 119c), Utatlán (Ilustración 118e) y Naranja Zinc con decoración de líneas
incisadas en zigzag (Ilustración 118b). Toda esta cerámica, excepto dos vajillas (Xuc y
Kaminaljuyú Café-Negro Inciso Grueso), parece que fueron importadas a las Tierras
Altas Centrales, posiblemente desde la región del noroeste. La cerámica con engobe
naranja y decoración en la técnica Usulután (Ilustración 118f) proviene de las fases
anteriores. Shook reconoció una vajilla utilitaria, a la que llamó Sacatepéquez Rojo
Pulido sobre Ante no Pulido, y que ahora se conoce con el nombre Sumpango
(Ilustración 118d). Esta vajilla probablemente se desarrolló de unos cántaros de color
rojo sobre café, de la Fase Las Charcas. También persisten varias vajillas utilitarias de
pasta roja. Un nuevo agregado es la vajilla Sacatepéquez Rojo, que consiste
principalmente de cuencos profundos, que bien pudieron haber sido utilizados como
cuencos para mezclar alimentos.

Las nuevas formas que aparecieron en la cerámica, durante la Fase Sacatepéquez-


Providencia, son cuencos con pestaña labial, cuencos y cántaros con hombro facetado,
cuenco de silueta compuesta (cuspidor) y comales o platos planos (Ilustración 119e). La
aparición abrupta de estos comales sugiere la introducción de una nueva técnica de
preparación de comida. Durante esta fase, a excepción de los soportes alargados en las
pequeñas tazas trípodes, no se presentan los soportes de vasijas. Las figurillas son
menos comunes; característicamente están confeccionadas con barro blanco, y hay una
tendencia a que el ojo tenga pupila formada por dos punzonados. Continuaron los
incensarios de tres picos, aunque éstos ya no eran vacíos y con efigie, sino sólidos.

Base de subsistencia

La base de subsistencia, probablemente la de la agricultura de maíz tipo milpa, muestra


poco cambio en relación con las fases anteriores.
Actividad artística y ceremonial

La actividad artística en piedra se observa en las esculturas de pedestal y en las piedras


labradas en forma de hongo parecidas en estilo a las fases precedentes, es decir, Las
Charcas y Majadas. Shook localizó un entierro formal en un profundo pozo del sitio
Zacat en el Departamento de Sacatepéquez. El cuerpo estaba extendido dentro de un
sepulcro hecho de lajas, algunas de las cuales estaban en posición vertical y cubiertas
con otras colocadas horizontalmente. En otros lugares de la región se han descubierto
entierros, pero sus contenidos están pendientes de estudio, pues carecen de información
relacionada con la construcción de la tumba y la posición del esqueleto.

Inferencias sobre la organización sociopolítica

La vida de la gente común, durante la Fase Sacatepéquez-Providencia, parece haber


cambiado poco respecto de la de los siglos anteriores, aunque el comercio pudo haberse
extendido. Sin embargo, el desarrollo más marcado se refiere al aumento de la actividad
arquitectónica y a la aparición de nuevos estilos de cerámica, lo que sugiere la
evolución hacia una sociedad más jerárquica.

Fases Verbena y Arenal del Preclásico Tardío

Bases de identificación

Las Fases Verbena y Arenal se relacionan estrechamente y se distinguen por los tipos y
estilos cerámicos. Sin embargo, estas Fases del Preclásico Tardío contrastan
notablemente en Kaminaljuyú con el anterior Período Preclásico Medio. Durante este
último, Kaminaljuyú se relacionaba con los actuales Departamentos de Sacatepéquez y
Chimaltenango, pero en el Preclásico Tardío las relaciones se redujeron a un
intercambio con el actual Departamento de Escuintla y el oeste de El Salvador. Estos
nuevos nexos se reflejaron en la cerámica, la escultura y la arquitectura para la élite.

Distribución geográfica

Con el comienzo de la Fase Verbena, Kaminaljuyú empezó a experimentar un nuevo


florecimiento, que creció firmemente a lo largo de la Fase Arenal. Al final de ésta, la
actividad de construcción y la densidad de población alcanzaron su punto máximo en
todo el Período Preclásico. En esta época, la ocupación también se dispersó por todo el
valle de Guatemala, extendiéndose hacia el sur, hasta el Lago de Amatitlán. En
contraste, hacia el norte del valle, en los actuales Departamentos de Sacatepéquez y
Chimaltenango, las fases mencionadas están representadas sólo débilmente, si es el
caso, o no se encuentran del todo. Los estudios cerámicos indican que el Kaminaljuyú
del Preclásico Tardío mantuvo sus nexos más fuertes con la región del sur y del
suroeste, especialmente con la actual Escuintla y el oeste de El Salvador.

Cultura material
Mientras que la cerámica utilitaria y algunas de las vajillas finas persisten desde la fase
anterior, otras ya no están en evidencia. De las vajillas finas, las siguientes dejan de ser
parte del inventario de Kaminaljuyú, a partir de la Fase Verbena: Xuc, Morfino, Naranja
Zinc y Utatlán. Se mantuvieron las vajillas con engobe naranja y decoración de la
técnica Usulután y aumentaron notoriamente. Se fabricaban vasijas de piedra (esquisto
de clorita) durante la Fase Verbena (Ilustración 120a-d), así como en la vajilla Café-
Negro se observa, por primera vez, la decoración por incisión fina y en muchas vajillas
empiezan a popularizarse los soportes de vasijas. Estos aparecieron primero en la Fase
Verbena, como tres o cuatro soportes sólidos de botón, que se hicieron más grandes y
vacíos, a veces con sonaja, durante la siguiente Fase Arenal.

La Fase Arenal se distingue de la Verbena en los siguientes aspectos, que aparecen en la


segunda: 1) grandes soportes vacíos en cuencos y algunas veces también en cántaros; 2)
cuencos de la vajilla Rofino, con pintura roja y líneas incisadas sobre el borde; 3)
vasijas con efigies de cabezas modeladas en el borde; 4) vajilla Arenante (Ilustración
120f, anteriormente conocida como vajilla Arenal Ante Inciso Grueso). El inventario
también incluye vasijas con efigie (Ilustración 120e). Las figurillas de cerámica
siguieron fabricándose y usándose en las Tierras Altas Centrales, durante ambas fases,
en contraste marcado con la mayor parte de las otras regiones de Mesoamérica que, en
el Preclásico Tardío, característicamente carecen de ellas.

La evidencia de la arquitectura aristocrática del Preclásico Tardío y los complejos


culturales relacionados, en Kaminaljuyú, se basa principalmente en la información
proveniente del Montículo E-III-3, excavado en 1947 por Shook y Kidder. Las
principales estructuras en Kaminaljuyú, durante el Preclásico Tardío, eran semejantes a
las formas arquitectónicas de cualquier lugar de Mesoamérica. Básicamente, dichas
unidades eran subestructuras a menudo de varias terrazas, con un graderío que llegaba
hasta la cima. Estaban construidas de material no perecedero y sostenían una o más
plataformas pequeñas y rectangulares hechas de un material semejante, que servían de
base a edificios construidos de material perecedero. Estos últimos pudieron tener los
extremos abiertos o cerrados con paredes de caña y adobe. A pesar de la sencillez de su
construcción, los edificios eran muy importantes, y probablemente servían para
propósitos religiosos y seculares, es decir, como templos y santuarios o para funciones
administrativas.

Las subestructuras se construían de materiales obtenidos, localmente, de los estratos


geológicos que caracterizan el valle de Guatemala. En éste, la secuencia estratigráfica
normal consiste de una capa superficial de humus oscuro y orgánico, que cubre una
capa de arcilla estéril, y es seguida por una capa gruesa de arena de piedra pómez
blanca. Debajo de la piedra pómez se encuentra una capa de talpetate, un material café-
amarillo (paleosuelo) que se endurece cuando se le expone al aire. Las construcciones
del Preclásico no contienen piedra, ya que este material no se presenta naturalmente en
la superficie de la región de Kaminaljuyú.

La tierra, el barro y el talpetate pudieron emplearse con propósitos de construcción en


forma separada o mezclados y utilizados como relleno seco. Sin embargo, por lo
general, la mezcla era preparada como lodo. En este caso, el barro café se mezclaba con
cantidades variables de suelo negro, arena de piedra pómez y talpetate desmoronado con
paja cortada, que servía como aglutinante. El suelo negro, en la capa de la superficie,
incluía 'basura' (como tiestos cerámicos, fragmentos de obsidiana, hueso, etcétera). La
mezcla cimentada se aplicaba mojada y apisonada firmemente en el lugar, de manera
que, al secar, se producía un relleno muy duro y compacto, que aún hoy resiste un golpe
de pico de acero. Una capa final, de pasta de barro de color chocolate, llegó a ser muy
corriente durante el Preclásico Tardío. Esta cubierta se formaba por la mezcla de barro
café puro con arena limpia muy fina, para producir una delgada capa con un grosor
entre 3 y 10 mm que, al secar, se ponía dura y resistente a la erosión. Una vez
terminada, la superficie de la construcción se alisaba con una paleta mojada y, en
algunos casos, se pintaba con diseños en blanco, rojo anaranjado, rojo hematita, y verde
azul. La presencia de capas sucesivas de arcilla café chocolate sugiere que la tarea de
recubrir la superficie pudo haber sido anual, posiblemente después de cada estación
lluviosa.

El Montículo E-III-3, de Kaminaljuyú, estaba compuesto por una serie de siete


construcciones sobrepuestas, una después de la otra, durante el Período Preclásico
Tardío. La excavación reveló la Estructura 1, la más temprana, la cual tenía una
plataforma basal rectangular, que soportaba una unidad casi circular de adobe, con una
escalera de dos gradas insertada en el lado este. La estructura fue toscamente modelada
en barro, y luego las superficies se alisaron con paleta mojada. Los núcleos de barro
quemado, que tenían impresiones de cañas pequeñas, colocadas en forma paralela,
indican que las paredes fueron hechas de bajareque y hay señales de que algunas
estaban pintadas con diseños en negro, rojo anaranjado, rojo hematita y verde azul.
Varios pisos superpuestos, encima de la Estructura 1, se relacionan con un período de
renovaciones asignables a la Estructura 2. Estos pisos estaban hechos de barro
burdamente emparejado con paleta mojada. La cerámica del relleno indica que esta
estructura corresponde a la Fase Verbena.

Los constructores de la Estructura 3 utilizaron las dos anteriores como núcleo central.
Alrededor y sobre éste se agregó una masa envolvente de barro fangoso, que se modeló
en forma de una subestructura terraplenada con una amplia escalera en el sur.
Presentaba una subestructura rectangular de cuatro terrazas de alto, con una ancha
escalera central insertada en el lado sur. Las paredes verticales de la terraza se aplanaron
de manera uniforme con paleta mojada, mientras que las superficies horizontales, como
pisos, terrazas y gradas, se cubrieron con un repello de talpetate molido. Luego se aplicó
una delgada capa de barro, de color café chocolate, sobre toda la unidad; una práctica
que no se había presentado en las estructuras más tempranas, pero que llegó a ser común
en todas las unidades posteriores. En la cima de la plataforma terraceada había uno o
más templos, pequeños, de materiales perecederos.

Antes de la siguiente fase principal de construcción se agrandó la Estructura 3, ya que se


extendió la plataforma en la cima, hacia el sur, a ambos lados de la escalera central, y se
le dejó profundamente remetida en las terrazas. La ampliación modificó la forma
original de la subestructura, de modo que, después, tuvo tres terrazas en lugar de cuatro.
En una siguiente renovación se agregó una nueva escalinata central con una terraza de
descanso en la cima.

La Estructura 4 fue un agregado importante del Montículo E-III-3, que enterraba por
completo todas las construcciones anteriores, con la posible excepción de las terrazas
inferiores y del graderío central. El relleno consistió de lodo, con muchos núcleos de
talpetate, todo apisonado dentro de la matriz. Se le niveló toscamente y después se le
puso una capa de talpetate molido, antes de añadirse la capa delgada final de argamasa
de barro. En el piso superior de esta estructura se encontraron varias depresiones
rectangulares, cada una severamente quemada, hasta obtener un color ladrillo en el
interior. Los pozos se encontraron parcialmente llenos de ceniza, carbón y unos pocos
tiestos muy quemados, lo que indica que servían para fuegos ceremoniales.

Durante la renovación de la Estructura 4 se construyeron varias plataformas


rectangulares de adobe, con la altura de una grada, sobre la terraza superior o la
plataforma, al oeste del descanso del graderío central. Se colocó otro piso que cubría
varios de los pozos para fuegos. En cada esquina de la plataforma había un agujero de
11 cm de diámetro, donde se colocaban los postes de madera que sostenían adoratorios
o templos con lados abiertos y techo de paja. En una modificación todavía más tardía,
aparentemente el templo fue desmantelado para poder colocar un piso nuevo (en otros
casos, es evidente que templos perecederos de este tipo fueron quemados antes de
agregar unidades nuevas).

La siguiente renovación arquitectónica principal fue la erección de la Estructura 5, una


gran pirámide de barro, terraceada, con la cima plana y una amplia escalera
parcialmente insertada por el sur. Las gradas y las terrazas estaban modeladas de una
manera experta en adobe, y cubiertas con una capa de barro. Las paredes de la terraza
estaban rematadas con una moldura rectangular, que se proyectaba unos pocos
centímetros de las caras verticales. Antes de terminar con la capa delgada de barro, la
cúspide de esta estructura masiva se niveló y se cubrió con una gruesa capa de talpetate.
El enorme tamaño de la Estructura 5, requirió de una gran fuerza laboral para su
construcción y de un poderoso cuerpo administrativo para dirigir la operación, lo que
implica que la estructura tenía un gran significado para la comunidad de Kaminaljuyú.
Su importancia se comprueba, además, por la colocación de una tumba profusamente
equipada que seguramente albergaba a un personaje altamente estimado (véase sección
'entierros').

La Estructura 6 parece haber sido erigida poco después del entierro en la Tumba 1, en
honor del difunto o de su sucesor. Encerraba por completo a la Estructura 5. Una gran
masa de barro fangoso fue aplicada alrededor y sobre la estructura más antigua, que
terminaba con una capa de talpetate de 5-10 cm, cubierta de adobe. Después de utilizar
esta estructura por algún tiempo, el fallecimiento de otro personaje importante exigió
seguramente la construcción de la Tumba II, con la misma elaboración que la Tumba I.

La Estructura 7 fue el agregado final en la larga serie de renovaciones del Montículo E-


III-3. Fue una obra importante, que enterró por completo a las unidades más antiguas, y
aumentó la altura de la Estructura 6 por lo menos en cuatro metros. En contraste con el
de las unidades anteriores, el relleno consistió principalmente en un barro café oscuro
homogéneo, mezclado con pequeñas cantidades de pómez, talpetate y fragmentos de
barro quemado. Esta gran estructura, que es la unidad final, ha sufrido los efectos de la
exposición a la acción corrosiva de los siglos, pero probablemente tenía forma
piramidal, con una amplia escalera en el lado sur, y posiblemente fue cubierta con la
usual capa de barro. Los tiestos recuperados en el relleno indican que la Estructura 7 fue
construida a comienzos de la Fase Arenal, y pudo haber seguido en uso hasta el final de
dicha fase.

Base de subsistencia
El sistema de milpa de maíz junto con el cultivo de frijol, verduras y frutas, según la
lluvia estacional, seguramente fue la forma de agricultura predominante durante todo el
lapso del Preclásico en las Tierras Altas Centrales. Sin embargo, ahora se sabe que la
agricultura intensiva, por medio de la ingeniería hidráulica, también se practicó en
Kaminaljuyú, y probablemente también en otros sitios, por lo menos desde los
comienzos del Preclásico Tardío.

Las investigaciones efectuadas por la Institución Carnegie, en Kaminaljuyú, revelaron


que, durante el Preclásico, en la orilla suroeste del sitio existió un lago, el cual, por
conveniencia, se denominó Miraflores. Posteriormente, investigaciones realizadas en
1984 por el Proyecto Arqueológico Kaminaljuyú-San Jorge, indicaron que, durante el
Preclásico Medio, un riachuelo bajaba suavemente desde el lago hacia el sur, y drenaba
el agua hacia una barranca. En aquella época (Fase Providencia) los agricultores
probablemente cultivaban maíz y otras plantas en una depresión de terreno fértil, en
ambos lados del riachuelo, donde el suelo aluvial era depositado antes de alcanzar la
orilla de la barranca. Se supone que en aquel entonces la agricultura dependía de la
lluvia estacional, pero también pudo haberse logrado la irrigación simple a orillas del
riachuelo. Los restos arqueológicos indican que los agricultores y sus familias vivían en
pequeñas chozas individuales, dispersas en la zona investigada.

Las excavaciones hechas en Kaminaljuyú-San Jorge indican que evidentemente ocurrió


un cambio mayor en el sistema agrícola, en dicha zona, durante la Fase Verbena. El
riachuelo mencionado antes fue convertido en un canal para llevar el agua hacia un
depósito artificial. De esa manera, el flujo de agua podía acumularse y luego ser
dirigido, por medio de canalitos, para irrigar tablones agrícolas formados y mantenidos
en la depresión fértil situada inmediatamente al sur del canal. Estos tablones permitían
el cultivo intensivo de plantas alimenticias durante todo el año. Al norte del canal se
encontraron áreas de cocina, donde los vegetales cosechados eran procesados y
cocinados en grandes fogones y hornos. Una serie de estructuras localizada entre el
Lago Miraflores y el canal probablemente proveía abrigo y acogía a los
administradores, y a sus familias, involucrados en el manejo del canal y la producción
agrícola.

El canal estuvo en uso durante el Preclásico Tardío, pero aparentemente dejó de


funcionar al final de este período. La presencia de viviendas fechadas dentro del Clásico
Temprano, en el área donde había existido el lago, confirma que éste se secó y que en
tal época ya había desaparecido. El canal, ya sin ninguna utilidad para los habitantes,
fue llenado artificialmente. Se supone que la agricultura recobró su carácter extensivo,
aunque no se puede descartar la posibilidad de que alrededor de Kaminaljuyú hubieran
permanecido otras zonas con agricultura intensiva y que utilizaran irrigación de otras
fuentes. Ello, sin embargo, sólo se podrá confirmar por medio de otras investigaciones
arqueológicas.

Actividad artística y ceremonial

Las esculturas conocidas de Kaminaljuyú, en una gran mayoría, fueron talladas durante
el Período Preclásico Tardío. En un estudio hecho por Lee A. Parsons se estimó que, de
las 125 esculturas de piedra del sitio, 96 corresponden a las Fases Verbena y Arenal. De
éstas, Parsons clasificó 33 como monumentos, que incluyen las esculturas de
'barrigones', 22 estelas, 14 altares, y 12 relieves en silueta. En dicho estudio, seis
esculturas de pedestal, tres drenajes de piedra tallada, tres figuras esculpidas y dos
estelas, fueron identificadas como 'transicionales', o sea, pertenecientes al Preclásico
Medio y Tardío.

Las esculturas en silueta y las pequeñas bancas con figuras representan estilos
escultóricos que se iniciaron durante el Preclásico Tardío en las Tierras Altas Centrales.
Las esculturas en silueta han sido documentadas con seguridad en el sitio de
Kaminaljuyú y en los alrededores inmediatos. Las pequeñas figuras, algunas de las
cuales mostraban rasgos olmecoides, se encuentran exclusivamente en un área
restringida a la meseta centrada alrededor de Tecpán, Patzún y Patzicía. No obstante, en
Kaminaljuyú se han recuperado fragmentos de tales esculturas, por medio de
excavaciones controladas en las estructuras. Otros estilos escultóricos, presentes en este
sitio durante el Preclásico Tardío, incluyen monumentos del estilo 'barrigón' y
monumentos tallados en estilo maya temprano, con jeroglíficos.

Como se mencionó antes, las figurillas de arcilla continuaron en todo el Preclásico


Tardío. Durante la Fase Verbena fueron especialmente populares las figurillas con
engobe rojo o negro, y algunos ejemplos sin engobe se hicieron más comunes durante la
Fase Arenal. Las caras son largas y estrechas en comparación con las más antiguas; los
ojos, fosas nasales y boca están profundamente punzonados. También, a lo largo de este
período, se incrementó la elaboración del pelo o tocado.

Entierros

La presencia de dos tumbas de la élite en el Montículo E- III-3, de Kaminaljuyú, indica


que, durante el Preclásico Tardío, por lo menos algunas de las estructuras principales se
utilizaron para enterrar personas importantes. Como se indicó anteriormente, el
Montículo E-III-3 consistía de siete estructuras sobrepuestas, y la Tumba I estaba
relacionada con la Estructura 5 y la Tumba II con la Estructura 6. La Tumba I fue
cortada a través del piso superior de la Estructura 5, en una serie de terrazas o bancas
que bajaban hacia una cámara rectangular. Se supone que después se realizó una
elaborada ceremonia funeraria, durante la cual fue enterrado el ocupante principal,
evidentemente un personaje de gran distinción. El cuerpo, cubierto con pintura roja,
descansaba sobre una litera de madera, y probablemente fue trasladado al templo y
depositado en la cámara en una solemne y refinada procesión. La litera estaba sostenida
por cuatro bloques rectangulares de madera, según lo indican las huellas de dos de éstos
en el piso de adobe, en el extremo sur de la tumba. El cuerpo fue colocado en el centro
de la cámara funeraria, con la cabeza hacia el sur. Las ofrendas y regalos, que incluían
más de 300 vasijas de cerámica y piedra, ornamentos de jade, morteros de piedra,
pedestales y numerosos objetos perecederos (probablemente textiles, calabazas y
madera), fueron apilados en el piso, contra las paredes de la tumba.

Supuestamente, una vez que la tumba se llenó con objetos considerados necesarios para
después de la muerte, la cámara se techó con vigas de madera, colocadas una contra la
otra, y las hendeduras se llenaron con cañas y todo fue cubierto con petates de tul.
Después de techar la cámara de la tumba se colocaron ofrendas mortuorias adicionales
sobre el techo y las bancas, inclusive el cuerpo de un adulto que pudo haber sido
sacrificado para atender a su señor durante la larga jornada en el más allá. Para
completar la ceremonia del entierro y la colocación de ofrendas, el espacio grande
encima del techo de la tumba y las bancas, se llenó sólidamente con tierra apisonada
hasta el nivel del piso más alto. El área de la tierra apisonada se cubrió después con un
piso de barro. La estructura continuó en uso hasta que el techo de la tumba colapsó e
hizo que el piso superior se hundiera. La depresión resultante demandó un segundo piso
y un asentamiento ulterior exigió todavía un tercero. Areas quemadas en estos pisos
indican que las actividades ceremoniales, continuaron sobre la Tumba I, por algún
tiempo después del entierro.

La Tumba II tenía un patrón semejante al de la Tumba I, ya que presentaba el entierro


de una persona importante en una cámara funeraria rectangular, cortada a través de la
plataforma superior de la Estructura 6, ligeramente al oeste del eje central del Montículo
E-III-3. La cámara del entierro era más profunda y grande que en la Tumba I, y tenía un
gran poste de madera en cada esquina para sostener el techo construido de madera. El
cuerpo del ocupante principal, un adulto de sexo masculino y bastante alto, fue pintado
de rojo brillante, vestido y envuelto elaboradamente, y descansaba extendido sobre una
litera de madera cubierta de petates o en una plataforma de palos sostenida por cuatro
bloques rectangulares de madera. Existen indicios de que el difunto tenía una espléndida
máscara y tocado. Dos niños de seis u ocho años y un adulto joven de 18 ó 20 años
fueron sacrificados para acompañar a su señor en la etapa posterior a la muerte. Las
ofrendas mortuorias eran menos numerosas que las de la Tumba I, pero también
espléndidas e impresionantes, e incluían aproximadamente 200 vasijas de cerámica,
piezas de jade y de hueso, y otros artefactos.

Después de que las ofrendas se colocaron alrededor de los cuerpos, en el piso de la


tumba, la cámara, igual que en la Tumba I, se techó, y se colocaron otras ofrendas sobre
las bancas que estaban alrededor. Nuevamente se llenó el área y se colocó un piso de
barro en la parte alta de la Estructura 6. Las ceremonias, que implicaban quema,
continuaron sobre el área de la tumba y afectaron el piso, que alcanzó el color y la
dureza de un ladrillo. Finalmente, tuvieron que añadirse pisos adicionales, con el objeto
de corregir el hundimiento sobre la Tumba II.

Inferencias sobre la organización sociopolítica

Las actividades sociopolíticas durante las Fases Verbena y Arenal continuaron el patrón
establecido en las fases previas de Kaminaljuyú. Los cambios fueron graduales y
cuantitativos más que cualitativos. Sin embargo, la cerámica demuestra que ocurrió un
cambio radical en las relaciones comerciales al comienzo del Preclásico Tardío. En
contraste con el Preclásico Medio, en el que los complejos cerámicos de todas las
Tierras Altas Centrales eran semejantes, a partir de la Fase Verbena los territorios de los
actuales Departamentos de Sacatepéquez y Chimaltenango se aislaron de Kaminaljuyú y
de otros centros del valle de Guatemala. El complejo cerámico de Kaminaljuyú indica
que sus lazos comerciales cambiaron hacia la zona costera del sur, particularmente a
Monte Alto y a otros sitios del Departamento de Escuintla, así como hacia Chalchuapa y
Santa Leticia, en el oeste de El Salvador. Los tipos y estilos cerámicos en estas tres
áreas culturales son tan parecidos que Arthur Demarest y Robert Sharer proponen que
se les considere como una sola región relacionada, a la cual denominaron Esfera
Cerámica Miraflores.

En el transcurso del Preclásico hubo un crecimiento continuo de la población, y una


marcada tendencia hacia una organización social más jerárquica. El desarrollo de la
agricultura con irrigación, en Kaminaljuyú, implicó la movilización de una considerable
fuerza laboral, una autoridad centralizada para planificar y dirigir, y la necesidad de
incrementar la producción alimenticia como consecuencia, por lo menos en parte, del
crecimiento de la población. A juzgar por la distribución extensa del material cultural de
la Fase Arenal, en el sitio, la que algunas veces alcanza un grosor de más de 4m, la
población alcanzó su punto máximo al final de la fase, con una densidad que no fue
igualada hasta el Período Clásico Tardío.

Con base en el análisis del patrón de asentamiento de Kaminaljuyú, hecho por la


Universidad del Estado de Pennsylvania, Joseph Michels anotó cinco agrupamientos
distintos de montículos, los cuales asoció a como cinco linajes diferentes, o
subcacicazgos, que juntos integraban el cacicazgo de un clan cónico. El recinto de cada
subcacicazgo continuó a través de los Períodos Preclásico y Clásico, aunque las
relaciones entre ellos y la organización espacial de cada uno cambian en el transcurso
del tiempo.

Probablemente, nunca se conocerá la naturaleza precisa del sistema sociopolítico, pero


es evidente que la estructura administrativa se hizo más numerosa y más grande, de la
misma manera que las tumbas se construyeron en una forma más compleja en la última
parte del Preclásico Tardío. Para Shook y Popenoe de Hatch, la evidencia arqueológica
sugiere que Kaminaljuyú fue gobernado por un solo centro administrativo, y que las
Tumbas I y II de la Estructura E-III-3 probablemente corresponden a dos gobernantes
sucesivos. Popenoe de Hatch considera que existen indicios de un cambio abrupto en el
complejo cultural de Kaminaljuyú, al final del Período Preclásico, tal como se indica
adelante en este mismo ensayo.

En Kaminaljuyú, la frecuencia de esculturas rotas, mutiladas y destrozadas, y que luego


fueron descartadas o enterradas bajo pisos, sugiere que éstas fueron destruidas
deliberadamente, más que por accidente. Sólo puede especularse si esta actividad fue de
naturaleza ceremonial o si refleja períodos de conflicto y rivalidad dentro de la
comunidad.

La Fase Santa Clara del Preclásico Terminal

Bases de identificación

La Fase Santa Clara, con la cual concluye el Período Preclásico Tardío, en


Kaminaljuyú, fue llamada así por un antiguo pozo en forma de botella, excavado por
Shook en la lotificación Santa Clara, en la Zona 10 de la ciudad de Guatemala. Con base
en la cerámica relacionada con el entierro, Kidder fechó el pozo en una nueva fase
posterior a la Arenal, pero que todavía no pertenecía al Período Clásico Temprano.

Distribución geográfica

Durante la Fase Santa Clara, Kaminaljuyú entró en decadencia. No hay evidencia, o


existe muy poca, sobre actividad de construcción, y la ocupación parece disminuir. Los
estudios sobre cerámica indican que al final de la fase se interrumpieron las relaciones
con la Costa Sur y el oeste de El Salvador. La cerámica de la Fase Santa Clara tiene una
distribución restringida al valle de Guatemala y este período no está representado en los
actuales Departamentos de Sacatepéquez y Chimaltenango.

Cultura material

Aunque la cerámica de la Fase Santa Clara se relaciona claramente con la de Arenal, es


más burda y menos acabada, como si hubiera sido apresuradamente manufacturada y
pulida. El complejo también difiere del perteneciente a la Fase Arenal, en que carece de
la vajilla Café Negro Kaminaljuyú, con decoración incisada, de los cuencos 'sapo' de la
vajilla Rofino, y por la ausencia total de figurillas. Otras vajillas que persisten muestran
evidencia de algunos de los modos típicos del Protoclásico, como cuencos tetrápodes
con soportes mamiformes. Es evidente un cambio en el estilo de metates, los cuales se
hacían ya con una superficie plana y una mano larga y delgada.

Base de subsistencia

Al final de la Fase Santa Clara parece haber caído en desuso el gran canal de irrigación,
seguramente por el descenso del volumen de agua en el Lago Miraflores. Todavía no
está claro si el lago se estaba sedimentando, si fue afectado por un descenso en el nivel
de agua del subsuelo, o si se estaban secando los nacimientos que lo alimentaban. El
fenómeno de escasez de agua fue indudablemente una de las causas del descenso de
población que se observa en esta fase.

Actividad artística y ceremonial

El pozo en forma de botella, descubierto por Shook en Santa Clara, en la ciudad de


Guatemala, contenía un entierro de un humano adulto acompañado de ofrendas de
vasijas completas. El cuerpo estaba extendido sobre el piso del pozo, y unas lajas de
piedra delgada lo cubrían horizontalmente. El entierro se había cubierto echando
'basura', probablemente por deslaves de tierra floja y desechos de la vecindad del pozo.
Las lajas, originalmente pudieran haber estado en posición vertical alrededor del cuerpo,
pero quizás se cayeron hacia adentro por el peso de la 'basura' y el relleno, con lo cual
también se quebraron las vasijas. Enseguida, probablemente se tiraron bloques de adobe
quemado sobre la 'basura'. Después de ello se agregó material perecedero, como paja, y
se quemó el pozo. Finalmente, se tiró más 'basura' para sellar la abertura y llevarla hasta
el nivel del suelo.

Inferencias sobre la organización sociopolítica

La Fase Santa Clara fue un período de decadencia en Kaminaljuyú, la que se reflejó


tanto en la densidad de población como en la actividad constructiva. La cerámica
muestra que se interrumpieron las relaciones comerciales con la zona costera y El
Salvador, lo que dio como resultado la desintegración de la Esfera Cerámica Miraflores.
Este deterioro evidente en la cerámica de la Fase Santa Clara, puede ser una indicación
de problemas internos o externos que precedieron a los cambios profundos del Período
Clásico Temprano, que sigue inmediatamente en la secuencia cultural.

Las Tierras Altas Centrales: El Período Clásico


La división entre los Períodos Preclásico y Clásico, en Mesoamérica, se hizo con base
en nuevos elementos que aparecieron en la arquitectura, la escultura, la escritura
jeroglífica y la cerámica de las Tierras Bajas mayas del sur. En las Tierras Altas
Centrales la división entre ambos períodos fue menos pronunciada en cuanto a la
arquitectura, pero en Kaminaljuyú, además, hubo cambios claves en los tipos y estilos
de cerámica. Este desarrollo estuvo acompañado de una marcada disminución de la
actividad escultórica en toda la región. La ausencia de cambios notables en los estilos
arquitectónicos puede explicarse parcialmente por el hecho de que se ha efectuado
menos investigación arqueológica en las Tierras Altas Centrales, y en parte por la
ausencia de arquitectura de piedra y argamasa, acompañada de estelas con textos
jeroglíficos, la cual proporciona una rica fuente de información en los sitios mayas
clásicos de las Tierras Bajas.

En Mesoamérica, tradicionalmente, el Período Clásico se divide en Clásico Temprano


(alrededor de 200 a 550 DC) y Clásico Tardío (550 a 900 DC). Esta diferenciación se
hizo por los cambios bastante abruptos que ocurren en el inventario cultural, después
del 550 DC. En las Tierras Altas Centrales, los Períodos Clásico Temprano y Tardío
pueden ser subdivididos en fases más tempranas y posteriores, de la manera que se
indica a continuación. Durante la primera mitad del Período Clásico Temprano
(conocida en Kaminaljuyú como Fase Aurora) empezaron a desarrollarse los rasgos que
llegarían a ser muy característicos de todo el Período Clásico. En la mayor parte de las
regiones, la segunda mitad (conocida en Kaminaljuyú como Fase Esperanza) se basa en
la incorporación de estilos teotihuacanos en las tradiciones locales de cerámica o
arquitectura, o de ambas, y a veces también en la escultura. Esta influencia teotihuacana
es muy evidente en Kaminaljuyú y, en general, en todas las Tierras Altas Centrales.
Todavía no se conoce la naturaleza de esta difusión de estilos desde México, pero
parece haber sido un fenómeno panmesoamericano, que pudo haberse extendido por
medio de redes comerciales, nexos diplomáticos, proselitismo religioso, guerras, o una
combinación de éstos y otros factores. Alrededor de 550 DC esta influencia había
cesado. Ordinariamente, ello se atribuye a una serie de problemas muy arraigados en el
gran centro de Teotihuacan, los que finalmente lo llevaron a su colapso alrededor de
750 DC.

En muchas regiones, el fin del Período Clásico Temprano fue seguido de una aparente
reorganización de las relaciones políticas y comerciales. Los problemas de las Tierras
Bajas mayas se reflejaron en una interrupción en la actividad constructiva y en la
práctica de erigir estelas. Sin embargo, durante el Período Clásico Tardío se manifestó
un nuevo vigor tanto en las Tierras Altas como en las Tierras Bajas. El número de sitios
se incrementó en todas las regiones, los existentes se hicieron más grandes e incluyeron
estructuras más elaboradas, y las innovaciones se manifestaron en arquitectura,
cerámica y escultura.

Recientemente, muchos investigadores han incorporado un Período 'Clásico Medio', que


modifica las divisiones cronológicas esbozadas antes. Esta idea fue inicialmente
desarrollada y publicada por Lee A. Parsons, quién definió un Período Clásico Medio
que abarcaba tres siglos, de 400 a 700 DC. Dicho autor dividió el Clásico Medio en dos
partes, la primera de las cuales (400 a 550 DC) comprende la época de contacto intenso
con Teotihuacan. La segunda (550 a 700 DC), que Parsons definió como
'teotihuacanoide', es una época de consolidación o absorción de muchas influencias
diversas que se estaban intercambiando entre todas las regiones. Parsons consideró esta
segunda parte del Clásico Medio como una mera transición hacia el Clásico Tardío,
período que se caracterizó por una tendencia regionalista, el florecimiento cultural y la
introducción de nuevos estilos artísticos.

En el esquema anterior, por lo tanto, el Clásico Medio se organiza para combinar en una
sola unidad la última mitad del Clásico Temprano y la primera mitad del Clásico
Tardío, un nuevo arreglo cronológico con el que no están de acuerdo los autores del
presente ensayo. Desde nuestra perspectiva, que se propone e ilustra en este trabajo,
consideramos que el Clásico Temprano y el Tardío difieren uno del otro en formas
básicas, y por ello creemos que el hecho de agrupar partes de ambos períodos en un
Clásico Medio oscurece ese importante fenómeno. El razonamiento que aquí se formula
quedará más claro en el siguiente análisis de los Períodos Clásico Temprano y Tardío en
las Tierras Altas Centrales. De nuevo, al igual que con el Período Preclásico, la
información que se maneja en este ensayo proviene principalmente de las excavaciones
de Kaminaljuyú, pero donde sea posible se incluyen datos de toda el área. El lector
puede consultar el Cuadro 18, que se refiere a las divisiones cronológicas de
Kaminaljuyú.

La Fase Aurora del Clásico Temprano

Bases de identificación

Originalmente, la identificación de la Fase Aurora se hizo con base en la cerámica de la


Estructura D-III-13, de Kaminaljuyú, excavada por Heinrich Berlin. Shook y Kidder ya
habían identificado, entonces, las Fases Verbena, Arenal y Santa Clara, del Preclásico
Tardío, de Kaminaljuyú, así como también la cerámica de la Fase Esperanza, del
Clásico Temprano, de los montículos A y B. Se determinó que las vasijas recuperadas
del D-III-13 correspondían a una época posterior al Preclásico Tardío, pero anterior a la
Fase Esperanza y a los estilos asociados a la Fase Teotihuacan III. Se concluyó que los
materiales de la Estructura D-III-13 podían pertenecer a la parte temprana del Clásico
Temprano, y se dio a la fase el nombre de Aurora.

A partir del primer reconocimiento de la Fase Aurora, en la Estructura D-III-13, se ha


obtenido más información acerca del Período Clásico Temprano, especialmente en la
zona del área de Kaminaljuyú-San Jorge. Aquí se encontró que la cerámica de la Fase
Aurora, del Clásico Temprano, muestra un cambio completo en relación con los tipos
inmediatamente anteriores, pertenecientes al Preclásico. Este cambio parece haber
ocurrido de manera abrupta, sin un espacio intercalado. Ambos complejos contrastan de
muchas maneras, sin ninguna prueba de un período de coexistencia o mezcla de los dos.
Por lo tanto, se puede concluir que la cerámica de la Fase Aurora representa una
intrusión en Kaminaljuyú, puesto que no está relacionada con el complejo anterior del
Preclásico.

Distribución geográfica

La distribución geográfica de los sitios del Clásico Temprano contrasta de muchas


maneras con la de los del Preclásico Tardío. En el análisis anterior se observó que, de
acuerdo con la cerámica de cada región, había muy poca relación entre Kaminaljuyú y
los Departamentos de Chimaltenango y Sacatepéquez, durante el Preclásico Tardío. En
ese tiempo, la cerámica y los estilos escultóricos de Kaminaljuyú y otros sitios del valle,
mostraban lazos estrechos con la Costa Sur y el oeste de El Salvador. A principios del
Clásico Temprano, la situación cambió en sentido contrario, cuando la cerámica del
Preclásico, en Kaminaljuyú, fue reemplazada por un complejo cerámico nuevo. Este
complejo estaba muy relacionado con el de los actuales Departamentos de Sacatepéquez
y Chimaltenango.

La Fase Aurora está fuertemente representada en los sitios del área general,
precisamente al norte del pueblo de Chimaltenango y en el Departamento de
Sacatepéquez, cerca de las ruinas de Zacat y de la ciudad de la Antigua. Esta cerámica
también tiene una amplia distribución en los lados sur y oeste del valle de Guatemala, y
se encuentran en los sitios Solano, Cerrito, Falda, Eucalipto, San Antonio Frutal y
Mejicanos, en la orilla sur del Lago de Amatitlán. Más hacia el norte, la fase está
presente en Kaminaljuyú, La Reforma, Zanja, Lo de Bran y Chinautla. Sin embargo,
parece que no hay sitios de la Fase Aurora hacia el este del valle de Guatemala.

Estudios comparativos indican que la cerámica nueva que aparece con la Fase Aurora
está estrechamente relacionada con la de la zona al norte y noroeste de las Tierras Altas
Centrales, es decir, la zona que actualmente comprende los Departamentos de
Quetzaltenango y Quiché. Esto sugiere que, a principios del Período Clásico, una
población se trasladó de esta zona general noroeste y empezó a extenderse por todas las
Tierras Altas Centrales. Todavía no se sabe cuál fue el destino de la población
preclásica que ocupó el valle de Guatemala durante un tiempo tan largo, pero
posiblemente los habitantes fueron forzados a dirigirse hacia el sudeste y, a su vez,
empujaron, todavía más hacia el sur, a los habitantes de aquellas zonas o fueron
aceptados por los grupos del sur que tenían una cultura semejante. Para distinguirlo del
Preclásico, al complejo nuevo, de las Tierras Altas Centrales, correspondiente al
Período Clásico, se le ha asignando el nombre de Tradición Cerámica Solano, porque
éste es el sitio donde primero fue identificado. Se hace referencia al complejo Preclásico
de Kaminaljuyú, como la Tradición Cerámica Las Vacas, porque es el nombre del valle
de Guatemala y de su río principal.

Cultura material

La ausencia de pozos de 'basura' en forma de botella, cuyo fechamiento corresponda a la


Fase Aurora, reduce la información respecto de la vida diaria de los ocupantes de esta
fase, en relación con la que se posee respecto de los tiempos del Preclásico. Sin
embargo, pueden formularse las siguientes observaciones:

Las Estructuras D-III-13 Y D-III-1, ambas fechadas para la Fase Aurora, muestran un
cambio en estilo arquitectónico. Cada una fue construida como una plataforma
terraceada, con ornamentación modelada en barro. La Estructura D-III-13 tiene una
escalera dividida por un altar o bloque central. Estos detalles no son conocidos en
estructuras anteriores en Kaminaljuyú. Las plataformas sostenían un templo que tenía
paredes de caña y techo de paja.

Además de la Estructura D-III-13, hay muy pocos ejemplos de arquitectura de la Fase


Aurora. Esta carencia puede obedecer a la naturaleza de los materiales de construcción,
que eran madera perecedera y techos de paja sostenidos por postes en plataformas de
adobe. La debilidad de estas estructuras ante una erosión prolongada de siglos, y el
hecho de que, a menudo, los edificios más antiguos fueran enterrados profundamente
bajo una pesada acumulación de construcción del Clásico Tardío, complica la tarea para
identificar la arquitectura del Clásico Temprano.

Las herramientas de piedra y artefactos diversos, durante toda la Fase Aurora, se


siguieron manufacturando en grandes cantidades de núcleos de obsidiana, navajas y
raspadores tallados. En Kaminaljuyú puede notarse un cambio, y éste consiste en que el
nacimiento de obsidiana de San Martín Jilotepeque se utilizó igual que el de El Chayal.
Persistieron las hachuelas de piedra verde, que corresponden a épocas anteriores, así
como también las 'manos' y metates. Mientras los metates sin soportes, del Preclásico,
siguieron en uso, los del Clásico Temprano difieren en que eran manufacturados con
dos y, posiblemente, tres soportes. Los pesos cilíndricos y perforados, llamados a
menudo 'piedras donas', se tornaron comunes durante la Fase Aurora.

Todos los tipos cerámicos contrastan con los anteriores del Preclásico, en cuanto a
estilo, forma, acabado y decoración. Una característica importante de la Fase Aurora es
la vajilla Esperanza Flesh, bien conocida en la zona de Chimaltenango. Esta vajilla
siguió en la Fase Esperanza, y finalmente evolucionó en la vajilla Amatle, durante el
Período Clásico Tardío. Otras vajillas utilitarias comunes de la Fase Aurora se
caracterizan por una arcilla rojiza con engobe naranja pulido o naranja micáceo, como el
de las vajillas Llanto y Prisma. Ninguna de estas vajillas se deriva de la cerámica
presente en Kaminaljuyú durante el Período Preclásico.

Además de los nuevos tipos cerámicos que entraron con la Fase Aurora, ciertos tipos
cerámicos reflejan estilos 'horizonte', comunes en Mesoamérica durante el Período
Clásico Temprano. Estos incluyen cuencos con pestaña basal, algunos con soporte
anular o base pedestal, y otros con tres soportes jorobados. Entre otras formas de
cerámica están los platos con cuatro soportes largos y cilíndricos, vasijas con vertedera
provista de puente, picheles trípodes y vasijas de pedestal. Son comunes los cántaros
con efigie, caracterizados por una cara burdamente modelada en el cuello. La cal
reemplazó al barro en la decoración de estuco en las vasijas. Un cambio notorio en el
inventario cerámico es que las figurillas de barro, tan típicas del Preclásico de
Kaminaljuyú, están ausentes en la Fase Aurora.

Base de subsistencia

En la actualidad no se sabe si la agricultura intensiva por medio de irrigación se practicó


en Kaminaljuyú durante el Período Clásico. Sin embargo, es evidente que en la Fase
Aurora la densidad de la población se redujo, que el Lago Miraflores se había secado y
que el canal de irrigación, en Kaminaljuyú-San Jorge, había sido rellenado y ya no
estaba en uso. No obstante, la presencia de grandes hornos enterrados y vestigios de
fogones, en esta área, indica que la agricultura proporcionaba todavía los alimentos que
se preparaban en las cocinas comunales, ya fuera para atender a la élite administrativa o
para consumirlos en los festivales ceremoniales.

Actividad artística y ceremonial


En Kaminaljuyú, la escultura de piedra, fechada con seguridad en relación con la Fase
Aurora, se limita a una sola estela lisa de la Estructura D-III-13. Las terrazas de la
plataforma de esta estructura fueron decoradas con flores modeladas en barro y
pintadas. Adornos de piedra pulida, encontrados en esta estructura, incluyen cuentas
tubulares de jade, pendientes y orejeras, una figura en miniatura y una cabecita labrada
de esteatita.

Las gradas de la Estructura D-III-1 fueron repelladas con barro y tenían discos de
obsidiana incrustados. La fachada estaba decorada con figuras humanas modeladas en
barro, en altorrelieve, al lado de un mascarón de un monstruo.

En cuanto a la actividad ceremonial, los incensarios de cucharón aparecen por primera


vez en Kaminaljuyú durante la Fase Aurora. Eran hechos de barro cocido y tenían una
asa sólida. La evidencia que proviene de Kaminaljuyú-San Jorge muestra que los
incensarios de tres picos siguieron también en uso. Estos son altos y cilíndricos, y tienen
una cara sencilla modelada sobre un lado. Las figurillas parecen estar ausentes.

Hasta este momento no se conocen tumbas que pertenezcan a la Fase Aurora, pero se
encontraron varios entierros informales en las excavaciones de Kaminaljuyú-San Jorge.
En éstos siempre apareció el esqueleto en una posición extendida, acompañado por unas
pocas vasijas cerámicas sencillas.

Inferencias sobre la organización sociopolítica

La naturaleza intrusa del complejo cerámico Aurora implica que una población bajo una
autoridad política bien organizada entró en el valle de Guatemala y tomó el control de
Kaminaljuyú. No se conoce el centro político y administrativo responsable de este
movimiento expansionista. Sin embargo, no hay indicios de un ataque repentino de una
fuerza militar grande, que provocara destrucción y entierros masivos. En cambio, el
modelo encaja con una invasión gradual en el área, probablemente con escaramuzas a lo
largo de las fronteras, las cuales bloquearon las rutas de acceso e interrumpieron las
relaciones comerciales. Antes de la Fase Aurora, la falta de comunicación entre
Kaminaljuyú y los actuales territorios de los Departamentos de Sacatepéquez y
Chimaltenango, sugiere relaciones hostiles con una zona escasamente ocupada, que
formaba una frontera cultural entre ambas áreas. Con el tiempo, la competencia y el
conflicto pudieron haberse intensificado, hasta el punto de hacer imposible que la
población de Kaminaljuyú permaneciera en la región. Problemas internos también
pudieron hacer de Kaminaljuyú el centro más vulnerable al ataque, al final del Período
Preclásico.

Parece claro, por lo tanto, que el grupo intrusivo asociado con la Fase Aurora tuvo una
organización sociopolítica que, aunque dirigida por un fuerte liderazgo, no tenía el nivel
de un Estado fuertemente centralizado en el verdadero sentido de la palabra, con
grandes ejércitos y una administración burocrática. El modelo característico en el sur de
Mesoamérica, según lo indica la evidencia arqueológica, es que las batallas se decidían
por la captura del jefe, y con la rendición de éste toda la población que estaba bajo su
control quedaba sometida. Este pudo haber sido el caso de Kaminaljuyú, donde, al
perder la batalla, la población prefirió huir a otra región antes que aceptar la
subyugación por un nuevo grupo político. Ulteriores investigaciones arqueológicas
podrán revelar la suerte de la población preclásica de Kaminaljuyú.
La Fase Esperanza del Clásico Temprano

Bases de identificación

La Fase Esperanza se reconoció, por primera vez, como resultado de las excavaciones
hechas en los montículos A y B, de Kaminaljuyú, de1936 a 1937, por la Institución
Carnegie, de Washington. Esos dos montículos, localizados en el borde sureste del sitio,
en la llamada Finca Esperanza, contenían varias tumbas. La cerámica asociada con
éstas, los 'escondites' y el relleno del montículo, proporcionaron la base para la
identificación de la Fase Esperanza. La presencia de vasijas de la Fase Teotihuacan III
en las tumbas y los estilos arquitectónicos de los edificios permitieron que la fase fuera
fechada en relación con la segunda mitad del Período Clásico Temprano.

Distribución geográfica

En las Tierras Altas Centrales, la cerámica indica que, durante la Fase Esperanza, del
Clásico Temprano, siguió la ocupación de los sitios de la Fase Aurora anterior. La
cerámica de la Fase Esperanza está ampliamente distribuida en los Departamentos de
Chimaltenango, Sacatepéquez y Guatemala. Una vez más, la ocupación en el valle se
concentraba en el lado oeste, mientras que el este estaba poco habitado.
Arquitectónicamente, la Fase Esperanza, de Kaminaljuyú, está representada por los
montículos A y B y por las estructuras del Complejo C-II-IV. En otra parte del valle, el
sitio Solano es el que más refleja el estilo de la arquitectura de tipo Teotihuacan.

Cultura material

Aunque los Montículos A y B son casi contemporáneos, el segundo fue comenzado


después de las primeras fases de construcción del Montículo A, y se mantuvo en un
proceso de ampliación después de que cesara la actividad constructiva en el Montículo
A. De acuerdo con los contenidos de las tumbas, el lapso representado por las dos
estructuras es relativamente corto. Son muy semejantes desde el punto de vista
arquitectónico y en las etapas sucesivas de construcción (ocho en el caso del Montículo
A y cinco en el Montículo B), así como en los contenidos de las tumbas. Ambos
empezaron como una unidad pequeña de lados verticales, que luego evolucionó a una
pirámide de barro, con talud, y finalmente, a un par de pirámides terraceadas de pómez
y barro con fachadas de piedrín. La mayor parte de los esfuerzos de reconstrucción se
realizaron en función de ritos funerarios.

El Montículo A empezó como un bloque de mampostería con la cima plana, que medía
aproximadamente 1.85 x 1.45 m y 0.5 m. de altura desde la superficie del suelo. Fue
construido con pedazos aplanados de piedra caliza erosionada, colocados en una mezcla
de barro. El exterior estaba cubierto por una mezcla de barro, tierra, carbón y talpetate.
Posiblemente en su momento funcionó como un altar. Posteriormente se construyó otra
estructura semejante (A-2) sobre la primera, y después se agregó una tercera, la A-3.
Cada uno de los dos agregados posteriores estaba asociado con una tumba. El cuarto
agregado, la Estructura A-4, marcó la apertura de una nueva fase de construcción. Su
forma era de una pirámide truncada, hecha de barro, que en la base medía
aproximadamente 5.6 x 7 m, y 3 m de altura. Tenía lados empinados que ascendían
hasta llegar a una cornisa muy pronunciada. En el lado este estaba centrada una escalera
con balaustradas, y en la plataforma de la cumbre de la pirámide había un templo
pequeño de una cámara. La Estructura A-5 era una réplica agrandada de la Estructura
A-4, que alcanzaba 6.7 x 8.5 m en la base y más de 4 m de altura. En la base se le
añadió un estrecho escalón, por lo menos en dos lados de la plataforma. Las cornisas y
las plataformas superiores de las Estructuras A-4 y A-5 fueron decoradas con pinturas
de varios colores, y los lados exteriores de la escalera en la A-6 estaban pintados de
rojo.

La Estructura A-6 incrementó considerablemente el tamaño del conjunto piramidal, a


9.5 x 11.7 m y 5.6 m de altura. De nuevo se construyó de adobe, con una cornisa
superior y escalera sobre el este. La estructura A-7 se apartó radicalmente de las normas
anteriores, aunque, de modo interesante, este cambio no se reflejó en la cerámica
asociada. La estructura mantuvo la forma de una pirámide truncada, pero contaba ya
con un escalón basal y dos terrazas, cada una con un talud inclinado y un tablero
vertical. El estilo arquitectónico, idéntico al de Teotihuacan, no se había presentado
anteriormente en Kaminaljuyú. El edificio fue mucho mayor que la Estructura A-6, y
medía aproximadamente 16 m por lado. Los materiales utilizados en la construcción, así
como en el acabado exterior, también contrastan con los anteriores. En lugar del barro
tradicional, la construcción consistió de núcleos redondeados de pómez, colocados en
barro negro espeso, y el revoque de barro fue reemplazado por una mezcla muy dura de
cal y guijarros pequeños, recubierta con cal pura. La larga serie de reconstrucciones
terminó con la construcción final de la Estructura A-8.

El Montículo B se encontraba, aproximadamente, 100 m al este del Montículo A, uno


frente al otro, en una plaza. Era semejante al Montículo A en su construcción y en que
consistía de una secuencia de estructuras relacionadas con tumbas, pero fue dañado más
severamente por las renovaciones emprendidas en tiempos antiguos.

La primera estructura de la serie, la B-1, era pequeña y baja, probablemente semejante a


la Estructura A-1. La B-2 parece haber sido una pirámide baja. La Estructura B-3 era
una pirámide de barro que medía cerca de 18 m por lado. En la fachada este se
construyó una amplia escalera de barro con fuertes balaustradas. Las Estructuras B-4 y
B-5 diferían de la B-3 en que eran pirámides con terrazas, cada una de las cuales
consistía de una zona inferior inclinada, que en su parte superior remataba con una
segunda zona vertical ornamentada con molduras. Una escalinata subía a una plataforma
que sobresalía, en la cual había un pequeño adoratorio rectangular. Las Estructuras B-4
y B-5 y los agregados frontales posteriores estaban relacionados con tumbas.

El complejo de Montículos C-II-4, localizado en la sección noroeste de Kaminaljuyú, es


uno de los grupos de estructuras más grandes del sitio. Fue construido durante la Fase
Esperanza, en forma de acrópolis, y se le colocaron agregados a través del Período
Clásico Tardío. Las primeras estructuras del C-II-4 fueron construidas de barro, e
incluyen rasgos en estilo teotihuacano. Posteriormente, se le agregaron varias
estructuras que utilizaron talud-tablero con cubierta de piedrín, que era el estilo común
en la arquitectura de Teotihuacan.

Aproximadamente a 9 km al sur-suroeste de Kaminaljuyú, se encuentra el sitio Solano,


en cuyas excavaciones se ha encontrado arquitectura de la Fase Esperanza. Las
investigaciones revelaron que en Solano hubo una ocupación menor durante la Fase
Providencia, del Preclásico, pero que se inició un período de construcción mayor en el
Clásico Temprano, que continuó hasta el Clásico Tardío. Durante la Fase Esperanza, el
sitio constaba de, por lo menos, 15 estructuras dispuestas alrededor de tres plazas. Las
estructuras revelan el estilo teotihuacano en su arquitectura, pero difieren de las de
Kaminaljuyú en que carecen del recubrimiento de piedrín en los escalones y alfardas de
las gradas. Sin embargo, el área hacia el norte estaba recubierta con piedrín, disperso
sobre un piso de pómez y barro, lo que sugiere una gran plaza. En contraste, la
extensión situada directamente al sur del complejo de montículos, parece haber estado
reservada para zona residencial.

Las herramientas más comunes, recuperadas en los desechos de la Fase Esperanza, son
navajas de obsidiana talladas y puntas hechas de lascas. La abundancia de herramientas
y núcleos de obsidiana, en Kaminaljuyú, sugiere que probablemente el sitio fue un
centro de manufactura y exportación de estos productos. La materia prima para estas
herramientas provenía, primariamente, de El Chayal y San Martín Jilotepeque. Sin
embargo, en esa época se presenta, por primera vez en Kaminaljuyú, la obsidiana verde
de México, aunque en poca cantidad. Indudablemente, ésta se importaba como producto
terminado.

Los metates y 'manos' se confeccionaban de una roca ígnea oscura, de textura fina, y de
lava vesicular. Los metates no tenían soportes o trípodes y en estos últimos las patas
variaban desde conos truncados hasta protuberancias cortas y redondeadas. Los lados,
fondos y soportes, estaban parejamente acabados, en un proceso en el que se picaba
finamente la piedra. Por lo general, las 'manos' son largas o más anchas que el metate.
Los morteros y machacadores son mucho menos comunes que los metates. El mortero
es circular, con un diámetro menor y más profundo que los metates. El machacador es
una piedra alargada, con la punta gastada por el uso.

Otros objetos de piedra encontrados, comúnmente asociados a la Fase Esperanza, son


los pesos perforados para cavar (llamados a menudo 'piedras donas'), 'piedras hongo',
hachuelas de piedra verde, machacadores de corteza, martillos y pulidores de vasijas.
Aunque más raras, se presentan también copas dobles de alabastro, o de cuatro patas o
sin soportes. Eran confeccionadas de piedra blanca clara, a menudo con vetas verdes, y
a veces estaban cubiertas de estuco o pintura en el exterior.

Los tipos cerámicos siguieron desarrollándose desde los que estuvieron presentes en la
Fase Aurora, incluyendo Esperanza Flesh (Ilustración 121a, b, d-k) y vajillas de color
café rojizo, con o sin engobe (Ilustración 121c). Los vasos cilíndricos de estilo
teotihuacano, con tres soportes vacíos de almeda (Ilustración 121d, f), son nuevos en el
complejo. Algunos de éstos tenían tapaderas y estaban estucados y pintados. En algunos
casos, los diseños están pintados en estilo teotihuacano, mientras que en otros, en
mayoide. La forma 'pichel' está relacionada con éstos y probablemente derivada de los
estilos teotihuacanos.

Durante la Fase Esperanza no se han encontrado figurillas en las Tierras Altas


Centrales. Fue una excepción, un ejemplar recuperado en las excavaciones del
Montículo A, de Kaminaljuyú.38 Se trata de una figurilla bellamente modelada en barro
café fino, con buena cocción. El cuerpo estaba vacío, y tenía una ventanilla de aire a
través del ombligo; los brazos y piernas eran sólidos. La cabeza, el collar, el taparrabo y
el cinturón fueron hechos de una sustancia amarillenta y quebradiza, casi totalmente
desintegrada. El cuerpo estaba pintado de negro, las manos amarillas, el collar verde y
la cabeza roja. Todavía no se ha encontrado algo comparable a este ejemplar en otro
lugar de Mesoamérica.

El hueso utilizado para las herramientas, asociadas a las tumbas de la Fase Esperanza,
proviene en su mayor parte de mamíferos no identificados. Entre los huesos
identificables hay una mandíbula de puma, usada como lezna, y uno humano, trabajado
para formar herramientas filudas. Los objetos de hueso recuperados fueron, en su mayor
parte, herramientas en forma de leznas, como las usadas para confeccionar canastas y
petates. Varias tumbas contenían el esqueleto de un perro, cuyos dientes estaban
perforados y fueron usados como collares u otros ornamentos. En las tumbas de la Fase
Esperanza se presentaron mandíbulas de jaguar, caparazones de tortuga y espinas de
raya. Estos artículos indican amplias relaciones de comercio, tanto con ambas costas
como con las Tierras Bajas.

En lo que respecta a sustancias perecederas, en la Estructura A, en Kaminaljuyú, se


encontraron impresiones de tela tejida en vasijas cerámicas y en la tierra arcillosa de la
Tumba A-II. Análisis cuidadosos mostraron que éstas fueron tejidas con una hilaza de
algodón, en una sola capa, probablemente en telares de palos del tipo de lomeras. Las
tramas se parecían a nuestra manta o tela ordinaria. También en la tierra arcillosa de la
Estructura A había impresiones de petates hechos de juncos. Aparentemente, éstos
fueron colocados contra las paredes. Varias masas de material putrefacto contenían
huellas de plumas.

Todos los objetos de madera en las Estructuras A y B estaban totalmente destruidos. Sin
embargo, había prueba fragmentaria de vigas de madera, un cuenco y una taza del
mismo material, y una máscara que estaba cubierta con estuco y pintura. También se
recuperó lo que pudo haber sido un recipiente de calabaza, aunque estaba
completamente desintegrado. La película de estuco blanco que cubría su exterior estaba
casi perfectamente conservada. El estuco fue bellamente pintado y muestra, por lo
menos, una figura humana, vestida esmeradamente, con un arreglo de plumas al estilo
teotihuacano. Había contenido cerca de 25 cc de mercurio líquido.

Base de subsistencia

A partir de la Fase Aurora, la subsistencia en Kaminaljuyú y en el resto de las Tierras


Altas Centrales siguió sin cambio aparente. La información demuestra que se basaba en
la agricultura del maíz, indicada por numerosos fragmentos de 'manos', metates y
comales, como los que se usan actualmente para hacer y cocinar tortillas. Al igual que
en la Fase Aurora, no hay prueba de una agricultura de irrigación en la zona de
Kaminaljuyú-San Jorge, aunque se siguieron usando gra ndes hornos y fogones. Estas
cocinas comunales, empleadas para la elaboración de gran cantidad de alimentos,
pudieron haber funcionado para preparar comida destinada a festivales públicos.

Actividad artística y ceremonial

Ninguna escultura puede ser fechada con seguridad en la Fase Esperanza. No obstante,
la presencia en el Montículo B de un altar rectangular preclásico, y la cabeza de una
escultura con estilo 'barrigón' en la plataforma B-4b del Montículo B, revela que,
durante la época, algunos monumentos anteriores se volvieron a usar en edificios
públicos.

La mayor parte de las cuentas, asociadas con la Fase Esperanza, fue confeccionada de
jade, pero también se utilizaron materiales como la concha, la piedra caliza, la piedra
verde y el barro. Las cuentas de jade variaban de pequeñas a grandes, y tenían formas
semiesféricas, esféricas, planas o tubulares, algunas de éstas con borde ensanchado. En
su mayor parte eran lisas, a menudo con fuerte pulimento, pero algunas estaban
labradas. Los pendientes son menos numerosos y varían en forma, pero usualmente
estaban labrados para representar un animal, un pájaro o una cabeza humana.

En los montículos de la Fase Esperanza, de Kaminaljuyú, se encontraron dos formas de


orejeras. Una de éstas era un anillo delgado, hecho de cerámica finamente pulida. La
segunda estaba hecha de jade y cortada en una silueta en forma de trompeta. Había otros
accesorios hechos de material perecedero que normalmente estaba desintegrado,
dejando únicamente la piedra de jade. Sin embargo, otros ejemplos de orejeras que se
encontraron en alguna ocasión fueron hechos de concha, copal, serpentina y
posiblemente pirita. Otros adornos eran objetos en forma de botón y unos discos
delgados que pudieron haber ido cosidos para decorar ropa. Además, dos objetos del
Montículo B fueron identificados provisionalmente como narigueras.

En Kaminaljuyú las placas de pirita incrustada comúnmente estaban asociadas con


tumbas de la Fase Esperanza. Estas son discos de piedra pizarra o esquisto con un
diámetro entre 7.5 y 25 cm. La cara del disco tenía incrustado un mosaico de placas
poligonales de pirita. La parte de atrás del disco estaba pintada ordinariamente de rojo o,
menos comúnmente, labrada o estucada y decorada con diseños pintados. Las placas
encontradas en las tumbas de la Fase Esperanza estaban en algunos casos sobre el pecho
del difunto, lo que sugiere que se usaban como adornos en esa parte del cuerpo. En
otros casos, las placas fueron colocadas alrededor del esqueleto, junto con otras
ofrendas. Además de su uso en placas, la pirita se usaba mucho con otros propósitos.
Uno de los usos que posiblemente se le daba era como un pequeño espejo de mano, y
fue sugerido por el material áspero, amarillo y desintegrado encontrado en las tumbas de
la Fase Esperanza. En otros casos, se encontraron pedazos delgados de pirita asociados
con placas de jade finamente cortadas, lo que sugería un mosaico montado sobre un
respaldo de madera. También se empleaba pirita en incrustaciones en dientes, y hay
evidencia de que se usaba para representar los ojos en las máscaras de jaguar.

La concha formaba parte del ajuar funerario en cada tumba de la Fase Esperanza en
Kaminaljuyú. Las conchas provenían, en su mayor parte, de los océanos Atlántico y
Pacífico, pero también había tipos de agua dulce. Las univalvas o bivalvas grandes eran
alisadas y desbastadas para servir como recipientes o cucharas, o se les perforaban
agujeros para colgarlas o agregarlas como adornos. Se confeccionaban trompetas de la
caparazón de caracol. Otras univalvas se utilizaban para chinchines y cuentas. Estas
eran semiesféricas, discoidales o tubulares. Se les daba otros usos, como incrustaciones,
discos pintados, orejeras y ornamentos misceláneos.

A juzgar por las vestimentas de sacerdotes y gobernantes, que aparecen en las vasijas de
la Fase Esperanza, las ceremonias eran refinadas y llenas de colorido. Ello indica que la
pompa desempeñó un gran papel en todos los ritos solemnes. A juzgar por los
contenidos en las tumbas de la élite, los ritos mortuorios para estos individuos fueron
también sucesos intrincados y ceremoniosos.

El objeto ritual más comúnmente encontrado, en relación con la Fase Esperanza, es el


llamado incensario 'cucharón', que consiste en un cuenco pequeño y bajo, con una asa
larga y cilíndrica (Ilustración 121k). Esta forma continuó con cambios menores durante
todo el Período Clásico y el Postclásico. También son características de la fase los
incensarios con pestaña. Un ejemplo de éstos fue recuperado de la Estructura A-5, de
Kaminaljuyú. El cuerpo es alto y cilíndrico, ensanchado hacia la base, y sostiene un
receptáculo con borde divergente en la sección superior, el cual pudo haber llevado una
tapadera. Una cara grotesca está modelada sobre un lado del cuerpo y a cada lado lleva
pestañas verticales, largas y delgadas. En partes del exterior aplicaron pintura blanca.
De las excavaciones se recuperaron varios estilos de incensarios antropomórficos y un
cuenco tetrápode con una cubierta en forma de chimenea, que probablemente también
funcionaba como incensario. Además, muchos de los cuencos cafés, burdos y muy
abundantes, asociados a esta fase, pudieron haber sido usados para ritos que incluían la
quema de incienso.

Es curioso que los incensarios de estilo teotihuacano, encontrados tan comúnmente en el


Departamento de Escuintla, no aparecen en Kaminaljuyú. Sin embargo, muchos de ellos
han sido recuperados en el Lago de Amatitlán y pueden indicar que los habitantes del
valle de Guatemala los usaban en ritos asociados con el lago.

Inferencias sobre la organización sociopolítica

Al igual que con la anterior Fase Aurora, del Clásico Temprano, los sitios que
corresponden a la Fase Esperanza son más abundantes en los Departamentos de
Chimaltenango y Sacatepéquez, que los correspondientes al Preclásico Tardío. Sin
embargo, de acuerdo con la evidencia cerámica y con el volumen constructivo en
Kaminaljuyú, la densidad de población en el valle de Guatemala siguió siendo inferior a
la de la Fase Arenal, del Preclásico Tardío. Por otro lado, las tumbas selectas en los
Montículos A y B indican una marcada estratificación de la sociedad. De manera
semejante al Período Preclásico, el patrón de asentamiento de los sitios del Clásico
Temprano muestra que el grupo gobernante probablemente residió en la región del
centro administrativo, mientras que los plebeyos vivían en caseríos simples dispersos en
toda la zona rural o en aldeas pequeñas.

Las ofrendas en las tumbas muestran que la élite tenía relaciones comerciales por toda
una vasta zona. Las vasijas policromas eran transportadas de las Tierras Bajas mayas del
sur; los vasos cilíndricos trípodes y la obsidiana verde venían de Teotihuacan, en el
Valle de México. Las importaciones de México también incluían cerámica de Oaxaca y
espejos en estilo Tajín, de Veracruz. La Costa del Pacífico proporcionaba conchas,
cacao, algodón e indudablemente pescado seco, camarón e iguanas. Las conchas
también eran importadas de la costa del Atlántico.

Los datos arqueológicos sobre talleres de jade y obsidiana, en Kaminaljuyú, indican que
aparentemente éste era un centro para la manufactura de artefactos de obsidiana y
ornamentos de jade, y que este último material provenía del valle del Río Motagua. Sin
duda, estos bienes eran producidos tanto para la exportación como para el consumo
local. Claramente, el sistema social jerárquico, la especialización en la producción y la
exportación e importación de bienes exóticos a través de una amplia red comercial,
implicaban una organización sociopolítica compleja y centralizada.

La naturaleza exacta de la influencia de Teotihuacan en la arquitectura y en los estilos


cerámicos de Kaminaljuyú permanece enigmática. El hecho de que ésta se limite a unos
pocos centros cívico-ceremoniales de la élite, y la ausencia de este estilo en arquitectura
y cerámica doméstica, son elementos que niegan la llegada de un gran número de
teotihuacanos a las Tierras Altas Centrales. No obstante, el predominio de este estilo en
las zonas donde ha aparecido sugiere, de alguna manera, y por un período corto de unos
100 años o menos, que había una fuerte conexión con este centro de México. Por ahora
y con la presente información, no se puede determinar si este lazo era comercial,
ideológico, religioso o político, o una combinación de todos éstos.

Las Fases Amatle y Pamplona del Clásico Tardío

Bases de identificación

En las Tierras Altas Centrales, durante el Período Clásico Tardío, se nota un marcado
incremento de población. Los sitios se hicieron más grandes y numerosos, y estaban
más densamente distribuidos a través de la mayor parte de las regiones de Guatemala.
El período también se caracterizó por cambios notables en arquitectura, cerámica,
escultura, patrón de asentamiento y prácticas funerarias. En cuanto a la arquitectura,
aparece por primera vez la cancha de juego de pelota, y las figurillas hechas con molde,
los malacates y la forma de vaso cilíndrico alto, son elementos nuevos en el inventario
cerámico.

La mayor parte de las zonas de Mesoamérica, en el Clásico Tardío, alcanzó alturas de


excelencia sin precedentes en arquitectura, escultura, escritura jeroglífica y cerámica.
Fue una época generalmente caracterizada por el consumo conspicuo de una élite que
vivía en palacios refinados, y cuyos miembros eran enterrados en tumbas, acompañados
por ofrendas de los jades más finos y vasijas cerámicas exquisitas. A este respecto, y a
pesar de los densos niveles de población manifiestos, es intrigante que dicho elitismo
esté ausente de las Tierras Altas Centrales. Cuando se las compara con el resto de
Mesoamérica, especialmente con la adyacente planicie costera del Pacífico, las
comunidades de la zona central parecen un tanto provincianas.

La estratigrafía expuesta por las excavaciones intensivas en Kaminaljuyú-San Jorge


revelan una acumulación de humus entre las Fases Esperanza y Amatle, lo cual muestra
que durante esta época hubo un hiato corto en la ocupación. No está claro todavía si
todo el sitio fue abandonado brevemente después de la Fase Esperanza o si la
interrupción ocurrió sólo en algunas partes. Sin embargo, las similitudes entre la
cerámica de las Fases Amatle y Esperanza indican que ambas poblaciones estaban muy
relacionadas, si no eran una sola. Por lo tanto, una vez que la Fase Amatle estuvo en
marcha en Kaminaljuyú, evolucionó a la Fase Pamplona sin cambios importantes.
Ambas fases solamente se distinguen por los estilos cerámicos y las diferencias en los
tipos. Por consiguiente, en la siguiente sección las Fases Amatle y Pamplona se manejan
juntas, excepto donde se haga ver lo contrario.
Distribución geográfica

Shook identificó 31 sitios del Clásico Tardío en el valle de Guatemala. De éstos, 24


están definitivamente asociados a una o más canchas de juegos de pelota. Al este del
valle de Guatemala los sitios disminuyen en número. Se registraron sólo cuatro, cada
uno asociado a una cancha de juego de pelota. Sin embargo, hacia el oeste del valle, en
los Departamentos de Sacatepéquez y Chimaltenango, hay 32 sitios, seis o siete de los
cuales tienen una o más canchas de juego de pelota. En la década 1970, Michael Davis
realizó un estudio más intensivo y detallado, al cual se incorporó Carson Murdy, en
1984. Ambos son investigadores de la Universidad del Estado de Pennsylvania.

Cultura material

Los sitios del Clásico Tardío siguieron localizándose, como en épocas anteriores, en los
valles o en las laderas de las colinas que enmarcan los valles. El patrón típico de las
estructuras del Clásico Tardío es un arreglo bien definido, de tres o cuatro montículos o
plataformas de tierra alrededor de un patio o plaza central. Un nuevo agregado
arquitectónico es la cancha del juego de pelota. Los sitios más pequeños tienden a tener
tres estructuras alrededor de un patio, con una cancha de juego de pelota rectangular en
el cuarto lado. Los sitios más grandes constan de grupos pequeños y compactos de
estructuras piramidales que rodean apretadamente las plazas, y pueden estar presentes
varias canchas de juego de pelota. Por lo menos 11 de ellas han sido identificadas en el
gran sitio de Kaminaljuyú.

Por toda la región maya, a excepción de las Tierras Altas Centrales y de las zonas
inmediatamente adyacentes, durante el Clásico Tardío las canchas de juego de pelota
normalmente eran del tipo de extremos abiertos. Por lo general, consistían en dos
plataformas paralelas de igual longitud, y los extremos de la cancha no estaban
definidos por paredes de mampostería. El tipo de cancha de pelota característico de las
Tierras Altas Centrales ha sido denominado 'palangana'. Este es un cercado rectangular,
ordinariamente con las cuatro paredes de la misma altura y sin aperturas en los lados. El
acceso a la cancha era por una o más escaleras. Algunas de las canchas, particularmente
en Kaminaljuyú, son notables porque tenían un marcador incrustado horizontalmente en
cada lado de la cancha (Ilustración 122a-c). Estas esculturas fueron colocadas en lados
opuestos, al centro de las paredes largas. Los marcadores estaban labrados en forma de
cabezas de serpiente, de jaguar, de pájaro o de hombre. Frecuentemente, la serpiente,
jaguar o pájaro llevan una cara humana entre sus fauces. En las Tierras Altas Centrales
hay 47 canchas del tipo palangana, dos tercios del total encontrado en el valle de
Guatemala.

Por la falta de excavaciones sistemáticas en sitios correspondientes al Clásico Tardío, en


las Tierras Altas Centrales hay poca información sobre la vivienda y los edificios
cívico-administrativos. No obstante, es claro que la arquitectura inspirada en
Teotihuacan, con talud y tablero, característica de la Fase Esperanza, ya no se dio en
Kaminaljuyú. La mayor parte de las estructuras de la zona eran de tierra, o de tierra con
relleno de piedra, y sus superficies fueron cubiertas con una capa de barro.

Charles Cheek describió una secuencia de etapas de construcción de varias estructuras


de Kaminaljuyú, en lo que se llama el Complejo Palangana, de los Períodos Clásico
Temprano y Tardío. Aunque este autor fechó la mayoría de las fases de construcción en
su Período 'Clásico Medio', el montículo más al norte se atribuye al Clásico Tardío. El
núcleo de esta estructura consistía en arcilla pomícea dura, compacto y de color café
oscuro. Sobre éste agregaron un barro café arenoso, con pedazos de talpetate disperso
en todas partes. Finalmente, la plataforma, que pudo haber sostenido una estructura
perecedera, fue cubierta con barro café arenoso. En otra sección del complejo
Palangana, la plataforma que funcionó en el Clásico Temprano para la administración y
los ritos públicos, parece haber sido transformada, en el Clásico Tardío, con el objeto de
que funcionara como residencia y talvez para ritos privados. Esta observación se basa en
la presencia de desechos cerámicos y estructuras de bajareque sobre plataformas más
antiguas. Cheek concluyó que tanto las actividades domésticas como las ceremoniales
se efectuaban en estructuras selectas durante el Clásico Tardío.

Richard Kirsch excavó varios montículos domésticos en Kaminaljuyú. Estos, de


acuerdo con la cerámica asociada, corresponden al Clásico Tardío, y variaban en
tamaño desde 11 x 6 m hasta 5 x 6 m. Uno tenía un área de fogón cerca de su centro y
todos estaban asociados con tiestos, fragmentos de obsidiana, núcleos de barro
quemado, 'manos' y metates y malacates.

Las ruinas de Cotió, un sitio a pocos kilómetros al oeste de Kaminaljuyú, son


representativas de un centro pequeño del Clásico Tardío en las Tierras Altas Centrales.
Consta de una cancha de juego de pelota rectangular y tres montículos bajos, de
cúspides aplanadas que rodean una plaza. No se usaron piedras en la construcción de los
montículos, los cuales estaban rellenos de mantillo de desecho, barro café, y cubiertos
por una capa de barro. Sobre la superficie de los montículos se encontraron núcleos de
barro quemado, con huellas de cañas pequeñas, que demuestran que sostuvieron
edificios con paredes hechas de bajareque.

Al igual que en el Clásico Temprano, en este período continuaron las hachuelas de


piedra pulida, 'manos' y metates trípodes. Las 'piedras donas' o pesos para cavar, se
hicieron más comunes en el Clásico Tardío. Los machacadores de corteza se dan
principalmente en contextos del Clásico Tardío y Postclásico, pero es probable que
provinieran de épocas anteriores. Estos son herramientas de piedra, rectangulares y
esgrafiadas en una o ambas caras. Normalmente, el esgrafiado sobre uno de los lados es
más burdo que el del otro. El borde del machacador está acanalado para empuñarlo, y
esto posiblemente se hacía con una cuerda colocada alrededor de la piedra, amarrada de
modo fuerte a un mango de madera. La experiencia etnográfica identifica estas
herramientas como machacadores de corteza y también como ralladores. La corteza de
varios árboles se reducía a tela delgada o papel, y el agave era rayado en fibras para
usos múltiples.

La obsidiana siguió usándose en forma de navajas extraídas de núcleos prismáticos o


bifaciales, obtenidos por presión, que se usaban como cuchillos. Aunque el oro y el
cobre aparecieron en Copán, en el valle del Motagua y en la Costa Sur de Guatemala
durante la última parte del Clásico Tardío, hasta el momento, ningún metal que
corresponda a dicho período se ha recuperado de las Tierras Altas Centrales.

Los tipos cerámicos de la Fase Amatle evolucionaron respecto de los de la Fase


Esperanza, con cambios referidos principalmente a las formas de las vasijas y a la
decoración. La cerámica más característica del Clásico Tardío es la vajilla Amatle
(Ilustración 122e-g), la cual se desarrolló derivada de la vajilla Esperanza Flesh, del
Clásico Temprano. La vajilla Amatle se encuentra de manera abundante en
Kaminaljuyú y en el resto del valle de Guatemala, así como en Amatitlán y en los
Departamentos de Sacatepéquez y Chimaltenango. También es común en la Costa Sur,
en la zona de Santa Lucía Cotzumalguapa y en Tiquisate. El complejo cerámico de
Kaminaljuyú tuvo una amplia distribución a través de las Tierras Altas Centrales,
durante el Clásico Tardío. Los nuevos agregados al complejo incluyeron los vasos
cilíndricos altos y delgados, pintura negativa en blanco y negro (Ilustración 122i) y
decoración en pintura policromada. La cerámica Plomiza San Juan (Ilustración 122j),
manufacturada en la Costa del Pacífico, cerca de la frontera con México, entró en el
complejo de Kaminaljuyú al final de la Fase Amatle y siguió durante la Fase Pamplona.

En contraste con la virtual ausencia de figurillas cerámicas durante el Clásico


Temprano, en el Clásico Tardío éstas fueron abundantes (Ilustración 122d). Aparecieron
por primera vez las figurillas humanas, de animal o de pájaro, y los silbatos hechos en
moldes cerámicos. Normalmente están vacíos y, aunque en la Costa Sur se encuentran
en grandes cantidades, en las Tierras Altas Centrales son menos comunes. También se
confeccionaban sellos planos de cerámica, que probablemente se usaban para pintar el
cuerpo y estampar textiles, e instrumentos musicales, como flautas, ocarinas y tambores.
Otra vez, éstos han aparecido particularmente en la Costa Sur y son menos abundantes
en las Tierras Altas.

Base de subsistencia

El incremento en la densidad de población durante el Período Clásico Tardío sugiere


algún tipo de agricultura intensiva. Es probable que se empleara algún método como la
irrigación o la construcción de terrazas, semejante a los que se usaron en el pasado.

La cocina comunal en la zona de Kaminaljuyú-San Jorge, descrita anteriormente, siguió


funcionando en el Período Clásico Tardío. En el sitio se identificaron por lo menos
cuatro fogones con paredes de barro quemado, que corresponden a este período. Estos
fogones estaban asociados a grandes cantidades de vasijas y platos quebrados,
principalmente de la vajilla Amatle, que son prueba de la considerable cantidad de
alimentos preparados y cocinados, que talvez servían para festivales y otros
acontecimientos públicos.

Actividad artística y ceremonial

Las esculturas del Clásico Tardío de las Tierras Altas Centrales consisten
principalmente de marcadores de juego de pelota, del tipo con espiga, ya descritos, y
grandes cabezas con espigas horizontales colocadas en la parte posterior, las cuales se
encontraban quizás en la base de las balaustradas de los graderíos. En esta zona se han
recuperado unos cuantos yugos y hachas (Ilustración 122k). En los Departamentos de
Sacatepéquez y Chimaltenango se han descubierto varias esculturas. La mayor parte
refleja el estilo Cotzumalguapa, de la Costa. Las piedras en forma de hongo con base de
trípode siguieron en uso y son un poco más achatadas, con la parte superior más
aplanada que la del período anterior.

No se ha recuperado ninguna tumba formal que corresponda al Clásico Tardío en las


Tierras Altas Centrales. Los pocos enterramientos hasta ahora encontrados son de
personas comunes, inhumadas en posición extendida. El cuerpo estaba acompañado por
unas pocas vasijas cerámicas, que probablemente contenían comida para que la usara el
difunto en su jornada después de la vida.

El incensario tipo 'cucharón' continuó desde la Fase Esperanza. Durante el Clásico


Tardío éstos tenían asa larga y sólida, o hueca, algunas veces con una efigie hecha en
molde, colocada en la punta. Sin embargo, durante esa época la forma predominante de
incensario en las Tierras Altas Centrales era la cilíndrica, con dos cámaras. Enfrente hay
una efigie humana hecha en molde, y a cada lado dos pestañas verticales. La cara
humana de la figura es de tipo naturalista, de ordinario con los ojos cerrados, grandes
orejeras y la nariz en forma de barra.

Otro tipo, particularmente popular en los alrededores del Lago de Amatitlán, era una
vasija grande, poco profunda, de base plana, con pared vertical o divergente hacia un
borde evertido. Esta vasija está decorada en el exterior con filas de picos.

Inferencias sobre de la organización sociopolítica

Es extraño que a pesar de la densa población, evidente en Kaminaljuyú y en general en


las Tierras Altas Centrales, parece que ella carecía del nivel de elitismo tan
característico del Clásico Tardío en la Costa Sur de Guatemala, la franja norte de las
Tierras Altas y en toda la zona de las Tierras Bajas mayas. Por ejemplo, todavía no se
han descubierto tumbas refinadas, con ricas ofrendas de jade, cerámica fina, y artículos
exóticos de comercio. Actualmente no puede determinarse si este fenómeno representa
un cambio en la organización social, en la perspectiva religiosa, en la reorientación de
las relaciones geopolíticas, o en otros factores. La cerámica y las esculturas, inclusive
yugos y hachas, muestran una fuerte relación con la zona de Santa Lucía
Cotzumalguapa. Esto es particularmente válido para los Departamentos de
Sacatepéquez y Chimaltenango. En cuanto a la organización social en Kaminaljuyú, se
puede deducir que rasgos tales como la ausencia de tumbas selectas y bienes exóticos y
la presencia de 11 canchas de juego de pelota, sugieren que la administración se volvió
menos centralizada durante el Período Clásico Tardío.

Las Fases Amatle y Pamplona cierran el largo desarrollo cultural y el liderazgo de


Kaminaljuyú, que una vez estuvo densamente poblado. Al final del Período Clásico
Tardío este gran sitio y otros centros de las Tierras Altas Centrales experimentaron la
misma decadencia y colapso que afectó al resto de Mesoamérica.
CARSON N. MURDY

El Período Postclásico en el Altiplano


Central

El Altiplano Central comprende los Departamentos de Chimaltenango, Sacatepéquez,


Guatemala y parte de los de El Progreso, Jalapa y Santa Rosa.

Postclásico Temprano (1000-1200 DC)


Los resultados de un estudio arqueológico intenso, aunque parcial, del valle de
Guatemala y de la meseta Canchón, indican que esta subregión sufrió un descenso
drástico de población, ya que varios sectores del valle perdieron del 48% al 87%. Para
el valle en su conjunto, la población estimada entre unos 52,000 y 97,000 habitantes, a
finales del Clásico Terminal, bajó a una cifra que oscilaba entre unos 18,000 y 34,000, a
fines del Postclásico Temprano. Los resultados de los estudios respectivos en la cuenca
del Río Guacalate todavía deben de ser analizados, y las escasas investigaciones
emprendidas en otros lugares del Altiplano Central no han proporcionado cifras
confiables de los cambios de la población. Sin embargo, la escasez de sitios
arqueológicos conocidos del Período Postclásico Temprano, en la región, aun
comparándolos con el número de sitios pertenecientes al Postclásico Tardío, indican una
población relativamente baja.

En el valle de Guatemala, la disminución de la población se reflejó en los cambios en el


tamaño y la función de los centros que existían antes. Sólo quedaron señales de
ocupación en San Antonio Frutal y Solano. Taltic se redujo a una pequeña aldea
nucleada, y Kaminaljuyú también fue reducido a una gran aldea nucleada de 660 a
1,570 habitantes. Aproximadamente, el 75% de la población vivía en pequeños
poblados rurales. En su mayoría, éstos estaban ubicados en la planicie de Villa Nueva y
Petapa, alrededor de Chinautla, y en la meseta Canchón. Además de Kaminaljuyú, otras
poblaciones mayores incluían tres aldeas grandes, nucleadas, en los sitios Chinautla, El
Canal I y Petapa IV. Con esta disminución de población, el sistema agrícola que se
usaba, por lo general, en el valle y en la meseta Canchón, probablemente pasó a ser
intensivo.

Planificación urbana y arquitectura

Se sabe muy poco de la arquitectura del Período Postclásico Temprano en el Altiplano


Central, como consecuencia de la falta de investigaciones y por el hecho de que muchas
de las construcciones de ese período pueden estar ocultas por la construcción
sobrepuesta del Período Postclásico Tardío. En el Departamento de Chimaltenango,
John Fox describió, brevemente, cuatro sitios arqueológicos así:
La Merced, que está localizado en la cima de un cerro en tierra templada, 7 km al norte
de San Martín Jilotepeque. La arquitectura de este sitio consiste de dos plazas cerradas
en los extremos opuestos de un cerro extenso, separadas por una zona estrecha de cerca
de 100 m de largo.

La plaza situada más al occidente tiene cinco estructuras: dos plataformas rectangulares
de tamaño intermedio, una estructura larga, y un templo ovalado de una altura poco
común, que juntos forman una plaza de forma irregular alrededor de un altar en el
centro... La plaza al extremo este de la cima del cerro es rectilínea y está orientada del
este al oeste. Sus lados en estas dos direcciones tiene cada uno un templo. Una
estructura rectangular forma el lado sur y en el lado norte hay una cancha de juego de
pelota rectangular, hundida, orientada del este al oeste.

Chuabaj es un sitio localizado en la cima de una montaña, a 1.5 km al sur del Motagua.
La arquitectura de este enorme sitio ha sido destruida, con excepción de una estructura
larga, muy dañada, y un templo, que Fox sugirió que pueden ser restos de una
plataforma de plaza 'mexicana'.

El sitio Saquitacaj-Chibalo está localizado en la cima de varios cerros, separados entre


sí por 500 m; aproximadamente 4 km al norte de San José Poaquil. En la actualidad,
Saquitacaj consiste de montículos bajos, que forman una plaza rectangular con un
templo en el centro; mientras que Chibalo es una plaza única, rectangular, simétrica, con
dos estructuras del mismo largo a los lados este y oeste, y dos templos del mismo
tamaño en los lados norte y sur.

Un sitio adicional, Tzabalaj-Comalapa, se parece a La Merced y a Saquitacaj, por


contener una escultura de piedra que representa un rostro humano de cuya boca sale una
serpiente. En una publicación posterior, Fox sugirió que todos estos sitios arqueológicos
corresponden al llamado Epiclásico.

La arquitectura de los dos sitios arqueológicos en la meseta de Canchón, Agua Tibia II


y Vista Fantabulosa ha sido fechada en este período. Sólo un piso de patio que
corresponde a este período se ha excavado en Kaminaljuyú, y se trataba de una
superficie de 20 cm de espesor, principalmente de arena. Los materiales y técnicas de
construcción de montículos en Kaminaljuyú durante este período eran básicamente
parecidos a los de períodos anteriores. El Montículo A-IV-10 fue construido sobre una
base de 20 cm de talpetate y una mezcla de arena y talpetate acarreados con canasta y
distribuidos hasta formar la plataforma, mientras que el Montículo A-VI-2 fue
construido de un relleno de barro arenoso de color café oscuro y rematado con un piso
de barro cocido. El Montículo A-VI-6, que se dejó de usar desde el Protoclásico,
formaba el núcleo de una plataforma nueva, de dos terrazas, hecha de un barro arenoso
café, mezclado con pómez, encima del cual se construyó una casa de bajareque y
argamasa. Los Montículos B-V-7 y E-II-2 también fueron aparentemente restaurados
durante este período.

Organización sociopolítica

De los datos conocidos muy poco puede deducirse, en relación con la organización
sociopolítica en la región, en este período. En el valle de Guatemala se habían
desintegrado las sociedades Estado que existieron hasta algún momento del Clásico
Terminal, ya que se abandonaron en buena parte las capitales, y la población se
dispersó. Esto probablemente dejó a los grupos de parentesco como la más alta forma de
organización sociopolítica, aunque la unidad política centrada en Chinautla, que llegó a
ser el poblado más grande del valle, durante el Postclásico Tardío, pudo haber sido más
compleja. Fox sugirió que los sitios arqueológicos, anteriormente mencionados, de la
cuenca del Río Motagua muestran en su arquitectura influencia 'mexicana'. Esta
consistía de grandes grupos de plazas, de estilo 'intruso', adyacentes a conjuntos
arquitectónicos que probablemente existían antes y que se caracterizan por el estilo
propio del Altiplano, como en La Merced o Saquitacaj-Chibalo o, más tarde, como una
plataforma de plaza, en Chuabaj y otros sitios. Si éste fuera el caso, los portadores de
una variante de la cultura central mexicana se desplazaron, durante el período de
transición del Clásico Terminal al Postclásico Temprano, al Altiplano de Guatemala, y
parte de la disminución de la población, documentada, por lo menos para el valle de
Guatemala y la meseta Canchón, pudo obedecer a los desplazamientos causados por las
rivalidades militares. Sin embargo, la evidencia de tales movimientos en esta región,
según la presenta Fox, no puede tomarse más que como una hipótesis, ya que no existen
pruebas de intrusiones extranjeras en el valle de Guatemala y en la meseta Canchón
durante el Postclásico Temprano.

Postclásico Tardío (1200-1524 DC)


Durante el Postclásico Tardío hubo un aumento sustancial de población en el Altiplano
Central, documentado no sólo por la mayor cantidad de centros cívicos conocidos en el
actual Departamento de Chimaltenango y más hacia el occidente, sino también por un
estudio intensivo en los Departamentos de Sacatepéquez y Guatemala que registró sitios
arqueológicos rurales sin arquitectura. Este incremento de la población obedeció, por lo
menos en parte, a la inmigración desde fuera de la región (véase infra). En la subregión
del valle de Guatemala y de la meseta Canchón, la población aumentó, en relación con
la del Período Postclásico Temprano, en un poco más del 23%, es decir, entre 24,000 y
44,000 habitantes. Aproximadamente, el 77% de esta población vivía en poblados
rurales que, según su tamaño, se clasifican como pequeñas aldeas. Los poblados más
grandes conocidos arqueológicamente incluyen una gran aldea dispersa en
Kaminaljuyú, con un total de 550 a 1,340 habitantes; dos aldeas grandes nucleadas en el
Amparo y Taltic; y el centro regional de Chinautla. Esta población se concentró
principalmente en tres sectores: en la meseta Canchón, en el valle norte, alrededor de
Chinautla, y en la planicie de Villa Nueva y Petapa, alrededor de Taltic.

Planificación urbana y arquitectura

La planificación urbana y la arquitectura en el Altiplano Central variaron según el área,


el tiempo de construcción y la afiliación étnica de los constructores. En el valle de
Guatemala y la meseta Canchón, el tipo más común de planificación urbanistica
consistió de grupos arreglados informalmente entre uno y cinco montículos, encerrados
en parte por terraplenes, por lo general asentados en lomas o promontorios, en los que
los factores defensivos eran de mucha importancia. Agua Tibia II y Vista Fantabulosa
(ambos del Período Postclásico Temprano), El Pajón II, Don Justo II, Santa Lucía, San
Vicente, y Graciela (véase Ilustración 69), están localizados en la meseta Canchón.
Otros dos sitios de la meseta, previamente ocupados durante el Período Formativo
Tardío, Don Justo y Jorgia, parecen haber sido ocupados de nuevo. Otros sitios
pequeños en la meseta, como Agua Tibia, Arrazola II, San José Pinula, Hacienda Nueva
y Vista Hermosa, muestran una planificación similar y pueden estar en cerros estrechos,
pero no tienen terraplenes.

La principal arquitectura del Postclásico en el valle de Guatemala estaba en el complejo


de sitios situados alrededor de Chinautla. Es evidente que la razón principal para la
ubicación de Chinautla fue también la defensa, puesto que allí el sitio principal está
distribuido en tres cimas de mesetas rodeadas de gargantas empinadas, con zanjas y
parapetos construidos a través de la ruta principal de acceso desde el sudoeste, en Dale y
Guías (Ilustración 123). Chinautla Viejo tiene numerosos complejos arquitectónicos. La
mayor parte de los edificios fueron construidos con relleno, formado por tierra y
fragmentos de piedra, mientras que las gradas y las paredes tenían en su superficie
bloques rectangulares de piedra pómez o talpetate, o de ambos materiales, cubiertos con
un repello de cal. Los pisos eran también superficies preparadas con un repello de cal
parecido al concreto. El Complejo A (Ilustración 124) incluye toda la arquitectura de la
meseta sur, por lo menos 21 estructuras. Lawrence Feldman ha propuesto las funciones
a que se destinaban varias estructuras. Las estructuras gemelas (a) se indica que son las
paredes laterales de una estructura abierta de juego de pelota. La depresión central (b)
era probablemente un depósito de agua. Las dos estructuras piramidales (c) se
interpretan como templos, y las estructuras marcadas (d) según Feldman son popol pat
(casas del consejo). El autor citado interpreta siete de las estructuras de la siguiente
manera: (e) dormitorios; las estructuras marcadas (f), plataformas de altar. La estructura
(g) pudo haber sido la base de los templos gemelos. El Complejo B (Ilustración 124)
consiste de por lo menos siete estructuras, incluyendo un templo (c), un popol pat? (d),
un dormitorio (e), y dos plataformas de altar (f). El Complejo C consiste por lo menos
de nueve estructuras, incluyendo un templo (c), un popol pat (d), dos dormitorios (e), y
tres plataformas de altar (f). El Complejo D consiste por lo menos de cinco estructuras,
incluyendo un templo (c), un popol pat (d), dos dormitorios (e) y una plataforma de altar
(f). El Complejo E, al que Feldman se refiere como Chinautla II, está localizado
aproximadamente a 250 m al este del Complejo D, en una pequeña colina más baja que
las otras dos mesetas. Según Fox, hay 10 estructuras en este complejo, a las cuales no se
les ha asignado función alguna.

Las zonas del Altiplano Central situadas al norte y al oeste del valle de Guatemala
fueron ocupadas principalmente por los cakchiqueles (kaqchikeles) y sus afiliados. Al
igual que en los sitios arqueológicos del Postclásico Tardío, localizados en el valle, la
preocupación por la defensa parece haber sido importante para la construcción del sitio,
ya que restos arquitectónicos conocidos en sitios grandes y pequeños están ubicados en
lugares rodeados por promontorios. Por lo menos 15 sitios arqueológicos del Período
Postclásico Tardío se conocen en esta subregión, inclusive 13 de los que hay disponible
alguna descripción arquitectónica. Aunque poco puede decirse en relación al tamaño de
la población asociada a estos grupos arquitectónicos, o de las funciones sociopolíticas
específicas de la mayor parte de estos sitios, ellos pueden clasificarse en cinco
categorías generales, según la cantidad y el tamaño de las construcciones
arquitectónicas.

Los sitios arqueológicos más pequeños, entre los que se incluye Semeja y Chuitinamit-
Comalapa, Los Cimientos, y Nacahuil II, por lo general están ubicados sobre pequeños
promontorios de marcada inclinación, y tienen de cuatro a diez edificios. Entre estos
sitios es digno de atención el más grande, Los Cimientos, donde la cima de la colina fue
artificialmente nivelada con muros de contención de tierra y piedra toscamente cortada.
Los 10 montículos fueron construidos de lajas de esquisto, pegadas a un mortero de
lodo, o de bloques de piedra pómez y otras rocas volcánicas, cubiertas por un repello de
baja calidad. Además, incluye dos conjuntos de templos gemelos.

Una segunda clasificación de sitios arqueológicos, la que incluye Pueblo Viejo-


Jilotepeque, Chuisac, Cucul y Los Cimientos-Pachalum, y Chillani, también están en
lugares defensivos, y poseen de 12 a 30 edificios distribuidos en dos o tres grupos, a
menudo en mesetas separadas.

Un tercer orden de sitios arqueológicos, que incluye Patzak, probablemente Chirijuyú-


Cakhay y Alotenango, así como Ayampuc, pueden haber sido centros provinciales o,
por lo menos, aldeas grandes nucleadas. Patzak, el sitio más hacia el oeste y el mejor
conocido, ocupa una meseta de 400 m por 200 m y tiene unas 38 estructuras arregladas
en siete grupos, tres de las cuales están ubicadas al centro y parecen haber sido las más
importantes. Se puede tener una idea del tamaño e importancia de la arquitectura de
Chirijuyú-Cakhay, por medio de la siguiente descripción hecha por William Swezey:

El grupo principal tiene una enorme pirámide, montículos


en los lados norte, este y oeste... Las ruinas se
extienden hacia el este del grupo anterior, en grandes
montículos, plataformas, montículos bajos y terrazas.
También es visible hacia el sudoeste un gran grupo,
distante unos 200 m, y un pequeño grupo se encuentra al
lado este de la carretera, a unos 500 m hacia el norte del
grupo principal.

Mixco Viejo o Jilotepeque Viejo

Una cuarta clasificación entre los sitios arqueológicos de la subregión de mérito está
representada por Jilotepeque Viejo, más conocido como Mixco Viejo (Ilustración 163).
Este sitio fortificado, erróneamente identificado como la fortaleza pokomam de Mixcú,
sitiada y conquistada por los españoles en 1525, ha sido objeto de investigación
arqueológica.

A partir de los últimos años del siglo pasado, y con la ayuda de un mapa, que sirvió por
lo menos hasta mediados del presente siglo, el sitio fue objeto de una investigación de
varios años realizada por un proyecto franco guatemalteco que incluyó excavaciones y
restauraciones de las principales estructuras. El sitio, ubicado en el ángulo nordeste del
Departamento de Chimaltenango, está distribuido a lo largo de una meseta con rumbo
norte-sur; tiene aproximadamente un kilómetro de largo, y está rodeado por precipicios
de 100 m, que terminan abajo, en el Río Pancaco. El acceso principal era un paso
estrecho que entraba al sitio desde el oeste.

La arquitectura del lugar consiste de más de 120 estructuras ceremoniales y


residenciales, distribuidas en 15 grupos compactos, principalmente en los puntos altos
de la meseta. La mayor parte de la población, estimada entre 1,500 y 2,000 habitantes,
vivía en pequeñas casas rectangulares de cerca de 8 por 3 m. Las casas tenían paredes
de bajareque y posiblemente techos de paja.
La principal arquitectura cívico-ceremonial del sitio está concentrada en cinco grupos
compactos que clasificó Karl Sapper. En cada caso, el terreno fue nivelado o terraceado,
y cercado con un muro de contención, que en el caso del Grupo B alcanza 13 m de alto
en el lado este. El acceso a estos grupos se puede hacer por medio de escalinatas (Grupo
B). Las estructuras en los grupos incluyen templos, altares, plataformas largas y
rectangulares, y canchas de pelota en los Grupos A y B. Los templos, de los cuales hay
nueve en el sitio, generalmente tienen planta rectangular, estructuras terraceadas, de
cuatro o cinco gradas, con una o dos escaleras orientadas hacia el oeste y rodeadas de
amplias y planas balaustradas. El templo más grande que aún se conserva es la Pirámide
A1, que tiene una altura de 6.90 m, sobre una base de 15.4 m, norte-sur, por 7.25 m,
este-oeste. Las cuatro terrazas de este edificio son en talud y rematadas por cornisas
verticales. La pirámide B3 se distingue por ser una estructura de templos gemelos, sobre
una base común; cada uno de los templos tiene una escalera hacia el oeste y se levanta
sobre cinco gradas a 6.17 m sobre el nivel de la plaza. El único templo excavado que
conservaba algo de la superestructura es la segunda construcción, en la Pirámide C1.
Originalmente, sus paredes pudieron haber sido de tierra compactada, con superficie de
estuco y techo de paja. En la mitad norte queda una parte de la pared posterior, de 1.10
m de alto, con una ancha banca saliente de estuco. Una moldura circular, ligeramente
cóncava, hecha de mezcla, está colocada en el piso, y sin lugar a dudas era un incensario
o quemador de copal.

Los altares son generalmente pequeñas estructuras rectangulares, a veces con esquinas
remetidas y escalinatas cortas, colocados en la plaza y rodeados de edificios más
grandes. Las plataformas son, por lo común, estructuras bajas rectangulares y alargadas,
que tienen una o dos terrazas construidas con cornisas verticales, y de una a cuatro
escalinatas remetidas, en todo un lado. Tienden a estar puestas alrededor de la periferia
de los grupos cívico-ceremoniales, frente a las plazas que delimitan. La más grande es la
Plataforma C2, que mide en la base 47.3 m, de norte a sur, por 14 m, de este a oeste, y
se levanta sobre dos terrazas de una altura de 4.40 m desde el nivel de la plaza.

Las dos canchas de pelota de los Grupos A y B son del tipo I, cerradas, con paredes
laterales de pendiente muy marcada y escaleras remetidas en los ejes de los extremos;
un tipo de cancha que está distribuido ampliamente en los sitios de las Tierras Altas de
Guatemala. La cancha de pelota AII mide 37.21 m de largo de norte a sur, con un área
de juego de 9.46 de ancho, y zonas de remate de 15.95 de ancho, circundadas por
paredes verticales. La estructura del juego de pelota B1 mide 44.50 m de largo, de norte
a sur, con un área de juego de 9 m de ancho, y zonas de remate de 17.46 m de ancho,
circundada por paredes. Además, las paredes laterales del pasillo de juego, de esta
cancha, tienen superestructuras que consisten de paredes superiores, extendidas casi a
todo lo largo de los bordes exteriores, y contra los cuales hay bancas del mismo largo.
En esta cancha se encontró, también, un marcador de piedra con espiga, en forma de una
cabeza de serpiente con una cara humana entre las quijadas. Este tipo de marcadores son
relativamente raros en similares canchas de pelota.

En resumen, casi toda la arquitectura visible de Mixco Viejo o Jilotepeque Viejo se


construyó de lajas horizontales de esquisto, y se utilizaron estructuras anteriores o ripio
de piedra y tierra como relleno. En contraste, las estructuras anteriores en varios
edificios (por ejemplo, CI, CII, EI, E4) se construyeron de bloques tallados de piedra
pómez. A muchos de los edificios más importantes, como las canchas de juego de
pelota, se les puso un revestimiento de cal pintada; sin embargo, el Grupo C parece ser
el único en que todos los edificios estaban estucados. Varios edificios están compuestos
de dos (por ejemplo, A1, A3, A5, A6, B5, B6, C2) o tres (por ejemplo, A2, C1, E1)
estructuras sobrepuestas. Los artefactos y las ofrendas, tales como el hacha de cobre y el
collar de campanitas de oro, encontrados y asociados con la primera estructura del C1,
así como las fechas de radiocarbón, sugieren que este asentamiento fue iniciado al
principio del siglo XIII. Es posible que este lapso relativamente corto es el que le otorga
la unidad estilística en su arquitectura. Sin embargo, esta circunstancia y el buen estado
de los edificios, han hecho posible que los arqueólogos lograran una comprensión más
clara, no sólo del mismo sitio sino también de la arquitectura del Postclásico Tardío en
otros lugares del Altiplano.

Iximché

El quinto y más alto nivel está representado por el mayor complejo arqueológico,
aunque también el de menor duración, que es el sitio del Postclásico Tardío de esta
región, es decir, la capital de los cakchiqueles (kaqchikeles), Iximché, muy conocida por
medio de los cronistas, desde que Pedro de Alvarado llegó allí por primera vez, el 12 de
abril de 1524. Aunque el primer contacto entre cakchiqueles y españoles fue
relativamente amistoso, llegó el conflicto inevitable, y el 7 de febrero de 1526, Tecpán
Cuauhtimallan, como lo conocían los mexicas que acompañaban a Alvarado, quedó en
ruinas para siempre. Sin embargo, nunca fue olvidado el lugar. En 1690, Francisco
Antonio de Fuentes y Guzmán dibujó un mapa del sitio y lo describió con bastante
detalle. En el siglo XIX lo visitaron John Stephens, y Gustav Brühl; Miguel Rivera
Maestre y Alfred Maudslay hicieron mapas de sus construcciones. En la actualidad, es
uno de los sitios arqueológicos mejor conocidos de Guatemala, pues ha sido objeto de
investigación continua durante unos 25 años. Esta la comenzó Janos de Szecsy y la
siguió Jorge F. Guillemin, quien excavó y consolidó la arquitectura central del sitio.

Iximché fue fundada, entre 1470 y 1480, por Juntoh y Vukabatz. Estos gobernantes
cakchiqueles fueron instados a ello por su protector Quicab, gobernante de los quichés
(k'iche's), cuando éste fue depuesto en una revuelta dirigida por sus hijos Tepepul e
Itzayul. Quicab les sugirió que se trasladaran de su centro en Chiavar
(Chichicastenango?) a Ratzamut, promontorio del Cerro Tecpán, en el actual
Departamento de Chimaltenango. En términos defensivos, Quicab escogió bien, ya que
Ratzamut es una península orientada del noroeste al sudeste, de cerca de 200 a 250 m de
ancho, limitada al este y al suroeste por barrancos de 100 m de profundidad, cuyas
corrientes se juntan al suroeste para formar el Río Molino. La península se niveló en
terrazas y plazas para edificar el pueblo, que se dividió en dos sectores: el del oeste,
destinado a residencias de plebeyos (que permanece sin explorar), y el del este, que era
el centro ceremonial y administrativo de la aristocracia. La entrada al conjunto estaba en
el sector plebeyo, con lo cual quedaba protegido adicionalmente el centro aristocrático.
Estaban separados ambos por una zanja orientada de norte a sur y por un sistema de
parapetos que conectaba los dos barrancos. Originalmente la zanja tenía cerca de 8 m de
profundidad, y el parapeto, de aproximadamente 3 m de alto, estaba atravesado
normalmente por un puente movible. Guillemin realza mucho el hecho de que mientras
la secuencia de muros de contención, que sostenían las plataformas de las casas a lo
largo del flanco norte del centro de la élite, formaba una línea de defensa interna
secundaria, el parapeto antes mencionado no continuaba lo suficiente para proteger la
zona norte de dicha línea. Este arreglo era un paso forzado muy peligroso ante cualquier
ataque enemigo que tuviera la suficiente fuerza para penetrar a través de la sección
plebeya y amenazar a la corte cakchiquel.

En el sector de la élite, la arquitectura, que consta de cerca de 200 estructuras, se divide


en cuatro (?) grupos de plazas bien definidas, A/B, C, D, y el E/F (al este del Grupo D),
y quizás un grupo al oeste del Grupo A; estos dos últimos no han sido explorados. Los
dos más importantes son los Grupos A/B y C, los que, a pesar de las diferencias en
detalle, comparten una configuración arquitectónica básica que consiste en: a) un patio
ceremonial grande rodeado de plataformas residenciales, con templos gemelos,
numerosos altares, una cancha de pelota; y b) un complejo de palacios con un patio
ceremonial agregado y un templo que mira al este. Guillemin escribió lo siguiente:

...el bulto de estas estructuras es de piedra y mortero,


con tierra o arena; tal relleno está contenido por paredes
hechas de piedra canteada con mortero arcilloso y
fragmentos de pómez que sirven a la estabilidad de los
bloques y a la adherencia del repello calizo -o estuco-
que se aplica finalmente... las columnas y las paredes (de
las superestructuras) eran de adobe. Indudablemente las
techumbres eran de material perecedero o inflamable. El
suelo de la ciudad está revestido de cemento calizo, betún
o argamasa.

La Estructura 22 del lado norte del Grupo A y la Estructura 38 del lado norte del Grupo
C son plataformas residenciales típicas. La primera es un edificio elevado, largo y
rectangular, con bancas interiores contra las paredes posteriores y laterales de la única
sala, con dos fogones circulares hundidos en ambos extremos del piso, y con cinco
puertas adyacentes separadas por pilares colocados en la fachada; una sola escalera
remetida asciende a la plataforma desde el sur. La otra estructura consta de una larga
plataforma con talud de 68 m de largo, y cornisa vertical, en la cual estaban colocadas
tres residencias individuales con salidas múltiples, cada una con sus propias gradas de
acceso desde el sur. El deterioro sólo permitió observar rastros de fogones y bancas.

Los templos (Estructuras 1, 2, 3, 4, 5, 6, 42, 69, 73) son estructuras piramidales de


cuatro o cinco terrazas verticales, sobre las cuales se elevan paredes en talud construidas
con cornisas verticales (de manera tal, que las terrazas parecen esquinas remetidas), y
con una sola escalinata que sube a la fachada.

Las superestructuras generalmente no se conservaron, a excepción de la que pertenece a


la segunda edificación del Templo 2 del Grupo A. La superestructura del propio templo
está colocada en un plinto con un plano en forma de T invertida. La antecámara
rectangular tiene tres puertas, separadas por entrepaños, que se abren a la fachada tiene
bancas interiores adosadas a las paredes posteriores y laterales, y un fogón circular
colocado en medio del piso. Una puerta central en la pared posterior conduce a un
sanctum sanctorum, más pequeño, también con bancas adosadas a las paredes
posteriores y laterales. Los muros de la fachada; en el interior y de los entrepaños de las
puertas fueron decorados con pinturas policromadas en estilo mixteca-puebla
(Ilustración 125). Muy pocas de estas pinturas sobrevivieron hasta la época de la
excavación de Guillemin, pero la técnica usada revela la mano de artistas
experimentados. Los diseños fueron inscritos primero con un estilo punteado en una
capa de adobe fresco lavado, y los espacios, delineados de ese modo, fueron después
pintados al estilo cloisonné, en rojo, amarillo y azul. Frente a esta superestructura, cerca
del borde del tope de la pirámide, a la cabeza de la escalera, está un pequeño altar de
mampostería con un bloque ligeramente convexo, de piedra enyesada, de 40 cm de alto
por 45 cm de ancho y 18 cm de espesor, el cual, según Guillemin, se usó para sacrificios
humanos.

Los altares son pequeños, por lo general estructuras aisladas de una o dos gradas, cuyo
plano puede ser cuadrado, con dos o cuatro esquinas remetidas y una escalera corta que
lleva a la cúspide. Se encuentran ubicados en las plazuelas y patios. La excepción de
este modelo son los altares 74 y 104. Estos están unidos en un ángulo en las esquinas
del sureste de los Templos 2 y 4, respectivamente, y Guillemin los describió como
tzompantli, o sea, estante para cráneos. El Altar 74 estaba decorado con un diseño
policromado, muy estilizado, de cráneos y huesos cruzados. Detrás de él se encontró un
escondite con dos cráneos humanos decapitados (con la vértebra atlas y el resto de las
cervicales aún articuladas), acompañados de navajas de obsidiana. Detrás del Altar 104
se encontraron los cráneos decapitados de 48 víctimas de sacrificio, acompañados de
navajas de obsidiana y enterrados, en lotes pequeños o en forma individual, en pequeños
agujeros cortados en el piso de la plaza.

Los dos patios de juego de pelota de Iximché, Estructura 8 en el Grupo A y Estructura 7


del Grupo C, son muy semejantes en diseño. Son del tipo cerrado, descrito
anteriormente en relación con Mixco Viejo. La cancha de pelota 8 tiene un área de
juego de 30 m de largo por 7 m de ancho, entre los muros laterales. Las dimensiones de
las zonas finales no se registraron. Los marcadores no se encontraron in situ, sino en
otra parte del Grupo A. Representan cabezas de jaguar con espiga, talladas en forma
rudimentaria, de las cuales Guillemin afirmó que tenían acabados en estuco. La cancha
de juego de pelota 7 tiene un área de juego de 30 m de largo por 7.5 m de ancho, entre
las bancas. Se ha encontrado solamente uno de los marcadores, otra vez fuera de su
lugar, en la esquina norte de la Plaza C. Este representa una cabeza humana con espiga.

Los Grandes Palacios de estos grupos son conjuntos de estructuras residenciales de la


élite, que rodean patios encerrados con plazuelas abiertas, contiguas, definidas por
plataformas residenciales adicionales. El más elaborado de éstos es el Gran Palacio I,
que está en el Grupo B. Este pasó por tres fases o etapas de construcción durante su
breve historia, ampliándose aproximadamente de 500 m2, en su fase inicial, a unos
3,000 m2, en su fase final. La parte mejor conservada es la que corresponde a la primera
fase, en la cual el palacio constaba de cuatro unidades de alojamiento, alrededor de un
patio con una plataforma-altar de mampostería en el centro (Ilustración 126). Las
residencias eran esencialmente semejantes a las descritas antes, y las paredes de adobe
estaban pintadas en varios colores. Los restos domésticos encontrados en las casas
incluían piedras de moler, cuchillos de obsidiana, comales, ollas y otras piezas de
cerámica utilitaria, en tanto que alrededor del altar se encontraron fragmentos de
incensarios del tipo 'cucharón'. Se ha sugerido que el Altar circular 14 de la Plaza B, que
tiene 3.50 m de diámetro, es semejante a los utilizados por los mexicas para 'sacrificar
gladiadores'. El Gran Palacio II, en el sector sureste del Grupo C, es más modesto en su
diseño y construcción que el Gran Palacio I. Cubre un área de 2,400 m2 en su tercera y
última fase, y su núcleo principal constaba de una plataforma cuadrangular ocupada por
unidades de alojamiento, alrededor de un patio central conectado al campo de juego por
un corredor corto. Las otras unidades del complejo están distribuidas en forma de U e
los tres lados de ese núcleo. Estas plataformas de casas y patios se encuentran a un nivel
más bajo, excepto en el lado sur, donde el conjunto de construcciones yuxtapuestas está
al mismo nivel. Al comparar estos dos palacios, Guillemin reparó en lo siguiente: a)
mientras el Gran Palacio I fue bien concebido y planificado con anticipación, el Gran
Palacio II fue precedido por diferentes edificios, y en su etapa final, las unidades no
fueron alineadas sino distribuidas irregularmente; b) el patio ceremonial situado
enfrente del Gran Palacio II tiene planta y es más pequeño que la Plaza B, y las
plataformas domésticas que lo rodean son relativamente más pequeñas; c) no se
encontraron altares en el Gran Palacio II; d) el Templo 1 tiene tres capas de estuco, en
tanto que el Templo 6 tiene únicamente una. El Palacio III, al igual que el Grupo D, en
general, no parece sino una pálida imitación de los dos complejos descritos antes.

Patrones de enterramiento

No se conocen enterramientos correspondientes al Postclásico Tardío en la subregión


del valle de Guatemala y en la meseta Canchón. En los Departamentos de Sacatepéquez
y Chimaltenango, todos los entierros conocidos del Postclásico Tardío pertenecen a los
sitios de Mixco Viejo (Jilotepeque Viejo) e Iximché. En el primero, Alain Ichon y Rita
Grignon excavaron, en una región llamada La Campana, tres grupos de cementerios que
estaban ubicados en una ladera empinada sobre el Río Pancaco, al norte del Grupo H.
Allí se recuperaron los restos de 67 individuos, en 62 entierros. La mayor parte de éstos
(85%) eran fosas circulares, excavadas a través de capas de humus y arena hasta la capa
inferior de talpetate. Ordinariamente, contenían un solo individuo, y estaban marcadas
en la superficie por piedras o bloques de talpetate. Otros tipos incluían entierros simples
en la capa de arena (12%), así como entierros en urnas (3%) que tenían tres
perforaciones en un lado (acaso una representación de la cara del fallecido). Las urnas
eran de niños. Es interesante notar que los cuerpos de éstos, por lo general estaban
orientados hacia el sur, con la cara dirigida a la ladera, mientras que los adultos la tenían
hacia el norte, y en dirección a la parte inferior de la ladera. Ichon y Grignon sugirieron
que esta ubicación representaba la esperanza de renacimiento de los niños.
Aproximadamente, el 30% de los entierros contenía alguna clase de ofrendas funerarias,
las cuales, aparte de residuos de cerámica, encontrados en el relleno, contenían una o
más hachas de serpentina, navajas de obsidiana y cuentas de jadeíta o piedra negra; y en
el cementerio más alto, tres entierros contenían artículos de metal. Con base en la
distribución de los artefactos encontrados en los entierros, Ichon y Grignon sugirieron
que el cementerio más alto estaba destinado a individuos de un nivel social superior;
que todos los entierros probablemente pertenecían a individuos residentes en las casas
de la parte de arriba, en el sector de La Campana; y que éstos pudieron haber sido
especialistas en el labrado de la piedra.

No se ha podido averiguar cuántos entierros se han recuperado en los sectores


administrativos centrales de Mixco Viejo, aunque se conocen, siete por lo menos, en los
Grupos B y C: dos asociados con una estructura interior de la A5, 'varios' en la base del
muro sur de la E1 y 'algunos' bajo la base del muro situado atrás de la D5. Henri
Lehmann resume las prácticas funerarias de la élite, y advierte que los difuntos eran
incinerados y sus cenizas colocadas en urnas perforadas con tres agujeros en un lado, y
a menudo enterradas debajo de las orillas posteriores de las plataformas. Se encontró un
cráneo deformado de modo artificial, que probablemente represente una víctima de
sacrificio, frente de la Pirámide C1, a lo largo de la línea central.

En Iximché, aparte de las víctimas de sacrificio aludidas antes, se sabe poco sobre los
patrones funerarios. Guillemin no proporciona más que un breve resumen, e indica que
las sepulturas se perforaban debajo de las plataformas de las casas. Por lo común, los
difuntos estaban en posición sedente sin orientación estandarizada, y acompañados por
una punta de obsidiana rota. En un caso se encontró una mujer con varias ollas
ennegrecidas por el humo, un niño con unas cuentas de jade, y un anciano provisto de
carbón de pino y roble. El entierro de un adolescente, sentado en un pozo sellado con un
bloque de mampostería, asociado a la fase intermedia de la Estructura 38, podría encajar
en este patrón. Posteriormente, Guillemin notó que las dos plataformas (Estructuras 27
y 39) que produjeron el mayor número de entierros estaban situadas detrás del templo
principal, en cada uno de los dos complejos más importantes, o sea los Grupos A/B y C.
Estos entierros correspondían a individuos de un nivel social alto. Uno de los tres
entierros mencionados en la Estructura 39, el Entierro 39-A, encontrado en un pozo
intruso en la parte posterior, a 8.90 m de la esquina sureste, estaba acompañado de un
collar de oro, con 15 campanas y 87 cuentas, y un brazalete de ocho planchas pequeñas
rectangulares, de madera. Encima del entierro se encontró un yugo fragmentado de
piedra quemada. Sin embargo, el entierro más elaborado descubierto hasta ahora en
Iximché, asociado al muro posterior de la primera fase de la Estructura 27, contenía
cuatro individuos (Ilustración 127). El ocupante principal de esta tumba, ubicada en la
esquina sureste, debajo de la pared, llevaba una banda de oro en la cabeza y un collar
con 10 cabezas de jaguar de oro y 40 cuentas pequeñas de oro. En los codos tenía
puestos brazaletes tallados de cráneo humano y que fueron delicadamente grabados con
figuras de pájaros y símbolos de estrellas, pendientes de una 'banda de cielo'. Cerca de
la mandíbula se encontró una cabeza finamente tallada en jade, así como otras joyas.
Este individuo parece haber recibido una fractura mortal en el occipital. Los otros tres
ocupantes de la tumba eran criados sacrificados, amontonados en un espacio de casi un
metro cuadrado. Guillemin supuso que el último de éstos, por la posición de la cabeza y
del brazo izquierdo, pudo haber sido enterrado vivo.

Organización sociopolítica

En relación con los pokomames que habitaron la región del valle de Guatemala y la
meseta de Canchón, Francisco Ximénez informa que eran inmigrantes relativamente
recientes, que provenían de la provincia de Cuscatlán, en lo que hoy es El Salvador.
Esta aseveración fue apoyada por Suzanne Miles, quien notó que 'los enclaves de los
pokomames en Cuscatlán en el momento de la Conquista tienen las características de
una población antigua reducida y rodeada de recién llegados, los pipiles de habla
náhuat'. Los datos de población y asentamiento revisados anteriormente sugieren que la
expansión pokomam en esta región fue un fenómeno del Período Postclásico Tardío.
Feldman ha indicado que la gente que fue expulsada o asimilada por los pokomames
eran hablantes de xinca con influencias nahuas. Además, anotó que hubo 'un cambio
dramático en la localización de gente en Chinautla entre las Fases Ayampuc y
Chinautla'.

La capital de la población pokom en esta subregión fue el tinamit de Chinautla. De la


revisión de evidencias hecha por Miles en los diccionarios antiguos de pokomam-
español, se desprende que la unidad social básica de los pokomames era la casa (hun
patal), que variaba de pequeñas familias nucleares a grandes familias, quizás polígamas,
con todas sus posesiones. Estas familias u hogares, a su vez estaban organizadas en
patrilinajes (chul/?/, ton, ilatz) y clanes patrilineales exógamos (molam), localizados en
orden ascendente de inclusividad. Feldman trató de definir los barrios de estos clanes
patrilineales en Chinautla, basado en grupos duplicados de estructuras identificables,
cada uno con un templo, una casa de consejo (popol pat), uno o más dormitorios (tacal,
huk, varal) y una o más plataformas de altar asociadas con una plaza (cayal). Al revisar
esta evidencia, el tinamit de Chinautla aparece dividido en seis barrios o distritos, cada
uno con una unidad social residente. Según Feldman, estas unidades sociales
probablemente fueron clanes patrilineales, aunque la evidencia de que cada molam
realmente se localizara en un distrito es un poco equívoca.

Un sistema rígido para delimitar las clases sociales, que establecía los tres niveles
básicos (nobleza, ciudadanos comunes y esclavos), operaba en conexión y se
entrecruzaba con el sistema de parentesco de los patriclanes en la sociedad pokomam.
Aunque había cierta movilidad social dentro de estas clases, los puestos de gobierno y
las ocupaciones, así como sus símbolos, estaban fijados como prerrogativas de cada
clase social. Sólo los nobles podían ocupar puestos de señores, sacerdotes de la más alta
categoría, embajadores, capitanes de guerra permanentes, historiadores, escribas y
maestros (en las escuelas de los templos para la juventud noble), jueces, y recaudadores
de impuestos de alto nivel. Igualmente, sólo ellos podían llevar joyas de piedras
preciosas y de oro, uñas muy largas ('como garras de tigre') y mantos delgados de
algodón. Como se sugiere en el caso de los sacerdotes y de los recaudadores de
impuestos, muchas de estas ocupaciones estaban estratificadas internamente o, mejor
dicho, burocratizadas, extrayendo los escalones más bajos de la categoría de los
ciudadanos comunes. Así, por lo menos había 12 categorías diferentes de sacerdotes y
casi el mismo número de cargos militares. Esta rígida estratificación social, junto con la
burocracia elaborada del gobierno y de las funciones públicas, no deja ninguna duda de
que los pokomames de Chinautla vivían en una sociedad estatal.

Las consideraciones anteriores no deben tomarse como una indicación de que Chinautla
controlaba toda la región o a todos los pokomames. Es más, los gobernantes de Petapa
(Popah, ubicados probablemente en Taltic antes de la Conquista), aparentemente
manejaban sus asuntos internos y externos con bastante independencia de la
organización política que tenían en el norte. Feldman también sugirió que hubo un
centro político del Postclásico Tardío, equivalente en su arquitectura a Chinautla, en
algún lugar cercano al Lago de Amatitlán. De no ser Petapa, este sitio bien pudo haber
sido Montaña, en la meseta Canchón. Aunque no fue cubierto por la investigación
arqueológica del Proyecto Kaminaljuyú, se informó que este sitio se ubicaba en una
meseta angosta limitada por hondos barrancos y con sólo una ruta angosta de acceso.
Tiene una variedad de estructuras que incluyen pirámides hasta de 5 m de altura. Estas
están construidas de tierra y piedra, con un revestimiento de piedra y adobe. Las puntas
de proyectiles de obsidiana y la cerámica policromada de Chinautla indican una fecha
del Período Postclásico Tardío para este sitio. La presencia de los centros políticos
pokomames en Chinautla, Taltic y Montaña corresponderían muy bien a las tres zonas
de concentración de asentamientos en esta subregión durante este período.

La organización sociopolítica de los cakchiqueles parece haber sido semejante a la de


los pokomames. Asentados en el Altiplano, ya como aliados o como parte de la
organización política quiché, los cakchiqueles se establecieron en la zona de
Chichicastenango. Fox aseveró que su primera capital, Chiavar, corresponde al sitio de
Patzak, y que Chuisac fue la primera capital de los akahales, grupo estrechamente afín.
Al desligarse del protectorado quiché, fundaron su nueva capital en Iximché, la que
arquitectónicamente refleja su organización sociopolítica, al menos en los niveles más
altos; aunque los documentos indígenas escritos por los cakchiqueles: el Memorial de
Sololá, el Testamento de los Xpantzay, el Título de Alotenango, etcétera) tienden a
hacer énfasis en las actividades de los gobernantes de linajes particulares. Por analogía
con la organización sociopolítica de los pokomames y de los quichés, se supone que los
estratos más bajos de la sociedad cakchiquel estaban organizados con los mismos
principios estructurales de la élite. Los cakchiqueles de Iximché se subdividían en
cuatro grandes linajes, que tenían rangos internos y externos o clanes (amak): los zotzil,
los xahil, los xpantzay y los tukuché, los cuales aparentemente también eran unidades
de tenencia de la tierra (por ejemplo, los xpantzay poseían tierras que se extendían hacia
el oeste, hasta la frontera con los quichés en Yuncut Cala, donde los gobernantes
cakchiqueles fueron a encontrar a Alvarado). Los nobles que encabezaban estos linajes
ostentaban muchos títulos con sus correspondientes prerrogativas, de los cuales los
ahpozotzil y los ahpoxahil, a quienes se dirigían como naheb al (primer hermano) y
chipil al (hermano más joven), respectivamente, eran claramente los más altos.
Guillemin consideró que los Grupos A/B y C, de Iximché, pertenecían a los poseedores
de dichos títulos. Los otros dos grupos de palacios seguramente pertenecieron a los
poseedores de títulos menores de otros dos linajes. Aunque los miembros de estos
linajes se casaban entre sí, las relaciones no siempre eran amistosas, como se colige del
muro que separaba a los Grupos A/B y C, y por la revolución que emprendieron los
tukuché el 18 de mayo de 1493, cuyo aniversario quedó inscrito en el Memorial de
Sololá. La sucesión del gobernante y los títulos del linaje se heredaban generalmente de
padre a hijo mayor, sujeto a la aprobación de un consejo de los varios linajes, lo que
implica que éstos seguían la línea paterna. Guillemin, apoyado en Martín Tovilla,
afirmó que 'cuando moría el rey [quiché] se encalaban todas las calles y los palacios por
dentro y por fuera y se pintaban nuevas historias', con lo cual sugería que prevalecía una
costumbre similar en Iximché. Las tres remodelaciones observadas en la mayor parte de
las zonas excavadas (por ejemplo, Gran Palacio I, Grupo B) corresponderían así a las
primeras tres de las cuatro sucesiones de gobernantes duales en la capital.

Conclusiones
Finalmente, existe alguna información acerca de los eventos históricos de los pueblos
del Altiplano Central antes de la conquista española. Ximénez menciona que poco
tiempo antes de la Conquista, los pokomames estuvieron involucrados en una disputa
con los de Sacatepéquez (cakchiqueles akahales) por un territorio cercano a Ayampuc,
pero aparentemente se llegó a un acuerdo por el cual los pokomames pudieron retener
un corredor de comunicación con los poblados pokomames de las Verapaces; los de
Sacatepéquez, por su parte, pudieron tener a los pokomames en una zona de
amortiguamento entre ellos y los cakchiqueles de Iximché, con quienes también estaban
en guerra. Después de establecer su nueva capital en Iximché, los cakchiqueles iniciaron
su propia campaña de conquista y expansión, la que pronto rivalizó con la de los
quichés. Estos, ciertamente, trataron varias veces, aunque sin éxito, de reconquistar a los
cakchiqueles, quienes, en una ocasión los habían derrotado. Anteriormente, los
cakchiqueles habían subyugado a los akahales, en el valle del Motagua, al nordeste (en
Mixco Viejo, a donde los akahales se habían trasladado forzados por los quichés).
Conquistaron muchas de las tierras de la Bocacosta, al este de las posesiones de los
quichés, y presionaron a los pokomames en el este. En 1480 conquistaron Mixcú
(Chinautla), Popah (Petapa) y otras poblaciones pokomames en el valle de Guatemala, y
tomaron muchos cautivos como esclavos. Las hostilidades entre los dos bandos
estallaron de nuevo en 1497, y el 16 de diciembre los cakchiqueles saquearon Chinautla
y esclavizaron a más pokomames.

Robert Carmack indicó que el Grupo B, de Chinautla, puede representar una guarnición
cakchiquel establecida después del conflicto de 1497. Esta hipótesis se basa
primordialmente en las comparaciones arquitectónicas con Mixco Viejo,
específicamente con los Grupos C y E (que también podrían ser guarniciones
cakchiqueles), así como en una concentración de cerámica Fortaleza Blanco sobre Rojo
y puntas de proyectiles de obsidiana encontrados en la vecindad. La propuesta, sin
embargo, así como el continuado dominio cakchiquel sobre Chinautla, debe
considerarse todavía como una mera hipótesis. La información obtenida por medio de
los mapas y excavaciones en Chinautla, es insuficiente para lograr una comparación tan
detallada. Por ejemplo, Feldman no coloca el Grupo B en una plataforma rectangular, ni
el altar o plataforma directamente adyacente al templo, como lo hace Carmack.
Asimismo, la concentración de cerámicas Fortaleza Blanco sobre Rojo (al oeste del
Grupo B) ha sido interpretada por Feldman como representativa de una zona de
mercado (caybal). Asimismo, unidades políticas pokomam, notablemente más débiles
en la región y con menos población, como Petapa, por ejemplo, mantuvieron o
volvieron a obtener su independencia de los cakchiqueles un poco antes de la conquista
española. En todo caso, tanto las funciones internas como las externas de estos Estados
del Período Postclásico Tardío, en el Altiplano Central, fueron truncadas por la llegada
de los españoles en 1524.
TOMAS BARRIENTOS Q., MARION POPENOE DE HATCH y
MATILDE IVIC DE MONTERROSO

Región del Oriente: del Preclásico al


Postclásico

La importancia de esta zona en la época prehispánica descansó en dos aspectos de su


geografía. El primero se relaciona con el Río Motagua, el cual fue utilizado como una
importante ruta de comercio entre las Tierras Bajas y el Altiplano. El segundo se refiere
a la riqueza de sus recursos líticos, especialmente el jade y la obsidiana. Esta última
proviene principalmente de El Chayal, localizado en el límite oeste de la zona, y de
Ixtepeque, en el Departamento de Jutiapa. Otros recursos se extraían de las riberas de
los ríos Motagua y Polochic; algunos productos lacustres se obtenían en el Lago de
Izabal; y también se explotaban la fauna y flora de la Sierra de Las Minas. Varios de los
asentamientos de la región funcionaron como puntos claves en el control y en la
redistribución de dichos bienes a lugares lejanos a través de rutas terrestres y acuáticas.

Desde el punto de vista arqueológico el Departamento de Izabal tiene su propia


importancia por varias razones, entre las cuales se pueden mencionar el descubrimiento
de la famosa Placa de Leyden, pequeña escultura de jadeíta encontrada
aproximadamente a 20 kms al noroeste de Puerto Barrios, aunque se ha comprobado
que proviene de Tikal. Esta escultura indica contactos entre la zona y Petén (Ilustración
128 y sección 2 de Láminas). La otra razón se relaciona con la presencia de un centro de
comercio que existió durante el Postclásico Tardío y que es llamado Nito en las cartas
de Hernán Cortés. Este centro náhuatl, todavía era próspero en 1525, cuando Cortés lo
visitó en su viaje a Honduras. Otro punto de interés en la zona oriental es el centro de
peregrinaje de Esquipulas, en el Departamento de Chiquimula. Es posible que este lugar
haya tenido una importancia especial, aun antes de su fundación formal en el siglo XVI.

En resumen, la relevancia arqueológica del Oriente se resume en una recopilación de


datos provenientes de diferentes reconocimientos y excavaciones realizados en los
Departamentos de Izabal, El Progreso, Zacapa, Chiquimula, Jutiapa y Jalapa. El
desarrollo cultural del Oriente fue bastante variado, aunque el registro arqueológico está
todavía incompleto. Por tal razón, es difícil hacer inferencias relacionadas con la
organización sociopolítica, la demografía, las actividades artísticas y ceremoniales,
etcétera. Con base en los datos conocidos se puede dividir el Oriente en tres regiones
culturales, las cuales presentan ciertas diferencias, aun cuando tuvieron una interacción
interna. Las regiones son la cuenca del Río Motagua, la cuenca del Lago de Izabal y la
región Sur del Río Motagua (Ilustración 62). En el siguiente resumen, se traza el
desarrollo cultural de cada una de estas áreas en la época prehispánica.

La Cuenca del Río Motagua


Esta zona comprende los Departamentos de El Progreso, Zacapa y la parte sureste de
Izabal. Probablemente, por la fertilidad de las tierras cercanas al Motagua, determinó un
hábitat atractivo para ser ocupado desde tiempos antiguos, como lo indican los restos de
una megafauna localizados en los alrededores de Estanzuela, Zacapa. Sin embargo,
hasta ahora no se ha encontrado evidencia del Período Paleoindio, y la información más
temprana de ocupación humana data del Preclásico Medio.

Investigaciones anteriores

La zona en referencia es la más investigada arqueológicamente en todo el territorio del


Oriente, ya que existen bastantes informes de reconocimientos y excavaciones. En las
Relaciones Geográficas del siglo XVI, especialmente en la Carta-Relación de Diego
García de Palacio, se describe el área de Acasaguastlán, y se indica que las lenguas que
se hablaban eran 'hacaccuastleca' (probablemente xinca [xinka]) y 'apay'
(probablemente chortí).

Los estudios de la región del Oriente los inició Daniel G. Brinton, quien describió el
área basándose en un documento de 1868, escrito por el Párroco de San Cristóbal
Acasaguastlán, José Inocente Cordón. Después se iniciaron los reconocimientos
arqueológicos de Karl Sapper y Alfred P. Maudslay, quienes localizaron sitios y
montículos e hicieron las correspondientes descripciones geográficas y arquitectónicas.

Sin duda, el sitio arqueológico que ha recibido mayor atención es Quiriguá. Las
primeras descripciones y dibujos se encuentran en las publicaciones de John L.
Stephens, Heinrich Meye y Julius Schmidt. No obstante, desde un ángulo arqueológico
son más importantes el informe y las excelentes fotografías de Maudslay, que todavía
constituyen fuentes útiles de información. En 1910 se iniciaron otras investigaciones y
las primeras excavaciones por la School of American Archaeology y el Archaeological
Institute of America, dirigidas por Edgar L. Hewett. Excavaciones más detalladas fueron
realizadas por la Institución Carnegie, de Washington, entre 1919 y 1934, y los textos
jeroglíficos rescatados en esa ocasión fueron publicados por Sylvanus Morley, quien se
desempeñaba como Director del Departamento de Investigación Histórica de la misma
Institución Carnegie. Después de estas investigaciones no se realizó excavación alguna
en el sitio por casi 40 años, aunque diversos académicos, como por ejemplo David H.
Kelley, continuaron el estudio de los monumentos. En 1973 se inició un proyecto
arqueológico patrocinado por la Universidad de Pennsylvania, con el objeto de
investigar el sitio y la región inferior del Motagua por un período de cinco años.
Además de las excavaciones arqueológicas este proyecto incluyó la restauración de
algunas estructuras, todo lo cual concluyó en 1979.

Otros sitios arqueológicos investigados incluyen las ruinas de Guaytán (también


conocido como San Agustín Acasaguastlán), reportadas en 1935 por el Ministro de
Agricultura, Guillermo Cruz, quien hizo un informe en el periódico El Imparcial. Más
tarde, Gustavo Espinoza publicó la misma información en la Revista Agrícola. A.
Ledyard Smith y Alfred V. Kidder hicieron excavaciones patrocinadas por la Institución
Carnegie, y como parte del mismo proyecto se hicieron investigaciones menores en
sitios cercanos, como La Vega de Cobán, Los Cimientos y San José Apantes.
Posteriormente, en un proyecto de la Universidad de Missouri-Columbia, dirigido por
Gary Rex Walters, se excavó en San Agustín Acasaguastlán.
Edwin M. Shook registró numerosos sitios de la zona, en un lapso de 40 años que
comprenden sus reconocimientos de superficie. Aquéllos se citarán oportunamente, pero
no se proporcionarán mayores detalles puesto que no han sido excavados.

Evidencia Arqueológica: Período Preclásico


Los datos del período anterior al Clásico son escasos. Se supone que las evidencias
respectivas están profundamente enterradas, como resultado de las constantes
inundaciones del Río Motagua. Posiblemente los movimientos de poblaciones costeras
siguieron el curso de los ríos, con el propósito de asentarse en regiones de tierra adentro.
Existe material del Preclásico Medio, proveniente de una recolección superficial de
tiestos del sitio Tulumaje Viejo, situado en la margen norte del Motagua, en el
municipio de San Agustín Acasaguastlán (Ilustración 48). El sitio tiene algunos
montículos, pero hasta ahora no ha sido excavado sistemáticamente. Además, otro
material del mismo período se encontró en el municipio de Sansare, Departamento de El
Progreso, por medio de un proyecto arqueológico organizado por la Universidad de San
Carlos de Guatemala. Como parte de estas investigaciones se excavó en el sitio El
Llano, donde se recogieron tiestos del Período Preclásico Medio. Algunos de estos
tiestos son similares a los encontrados en Tulumaje Viejo, y otros del Preclásico Tardío
parecen estar relacionados con la cerámica de Kaminaljuyú.

En sus informes relativos a San Agustín Acasaguastlán, Smith y Kidder mencionan el


hallazgo de tiestos del Preclásico Tardío. En estudios posteriores se indicó que la
ocupación de este sitio probablemente comenzó en 400 AC. Para completar la
información sobre el Preclásico es importante anotar que en la información
arqueológica reunida por Shook se incluye el sitio Conacaste, situado en el municipio
de Sanarate, Departamento de El Progreso.

En relación con el Preclásico Tardío (c 400 AC 100 DC) existe evidencia de


asentamientos en la zona de Quiriguá, en el valle inferior del Motagua, donde se han
encontrado figurillas y vasijas. Estos artefactos indican que esta parte del valle estaba
ocupada por grupos que compartían tradiciones culturales con el área maya.

El Período Clásico
En el Período Clásico el sitio principal de la zona era Quiriguá, lo que se deduce de su
ventajosa posición en una zona fértil y por las facilidades que, para el transporte y el
comercio, ofrecía el Motagua (Ilustración 59). En recientes investigaciones
arqueológicas se ha descubierto que Quiriguá probablemente era un puerto importante y
un punto de comercio que comunicaba con las Tierras Altas del suroeste, la región de
Petén en el norte y el Caribe en el noreste. Los productos de exportación incluían el jade
y la obsidiana, mientras que del Altiplano llegaban productos como plumas, basalto
para metates, productos silvestres de las montañas, etcétera.
El sitio de Quiriguá cubre un área aproximada de cuatro kilómetros cuadrados. En la
transición del Preclásico Tardío al Clásico Temprano se observa una continuidad en la
ocupación y un crecimiento en la actividad ceremonial local. Ya en correspondencia con
el Período Clásico, c 400-500 DC, se puede indicar el ingreso de nuevos elementos
culturales que parecen provenir de Petén central. Se cree que una élite de dicha región
se impuso a la población local, y estableció allí su capital. Estas inferencias se basan
principalmente en la aparición de estelas que muestran gobernantes con textos
jeroglíficos en el estilo maya de las Tierras Bajas.

No existe evidencia disponible sobre la posible cantidad de personas que habitaron


Quiriguá entre los siglos V y VII DC. En relación con el siglo VIII DC, Wendy
Ashmore hizo un cálculo indirecto comparando características del área Las Sepulturas,
en Copán, y sugirió un total equivalente a un quinto o un tercio de la habitantes de esta
última zona. No obstante, el cálculo de la población absoluta y la densidad demográfica,
obtenido por medio del número de estructuras, se ve obstaculizado por el problema que
se refiere a identificar qué rasgos deben tenerse como estructuras. Además, las
excavaciones en Quiriguá no proveen evidencia de construcciones superpuestas o
reparaciones, lo que hace difícil establecer la contemporaneidad de las estructuras.

La mayor parte de los restos arquitectónicos está debajo de aluviones depositados


durante los 1,000 años siguientes, después del abandono del lugar. La parte central del
sitio ocupa medio kilómetro cuadrado e incluye grupos principales de estructuras que
datan en su mayor parte del Clásico Tardío. Quiriguá es famoso por la calidad artística
de sus esculturas. Hasta 1978 se conocían 25 esculturas, que incluían estelas, altares y
zoomorfos. Posteriormente, durante el proyecto de la Universidad de Pennsylvania, se
descubrió accidentalmente la Estela 26, que probablemente es la más temprana del sitio,
con una posible fecha de 493 DC.

La actividad más vigorosa en la erección de estelas se inició en el Clásico Tardío, con la


Estela F, fechada 746 DC. Después de esta fecha, los eventos asociados a los
gobernantes se conmemoraron con la erección de una estela, un altar, o un zoomorfo,
cada cinco años, hasta 800 DC (véase Lámina 15). El punto culminante en la
construcción de monumentos lo ilustra la Estela E, que es la más alta del área maya, ya
que mide 10.6 m (Ilustración 129). Como parte del conjunto de esculturas de Quiriguá
se encuentran los famosos zoomorfos, algunos de los cuales pesan más de 50 toneladas
(Ilustración 130). Mientras que las estelas representan retratos de gobernantes, los
zoomorfos ilustran figuras humanas que emergen de las fauces de monstruos míticos.
Existen extensos textos jeroglíficos en las estelas, los zoomorfos y los altares.

El siglo VIII marca el florecimiento de Quiriguá en el campo político y económico. El


auge se reflejó en su crecimiento arquitectónico y en la elaboración de sus esculturas.
Esto coincidió con el reinado del gobernante identificado como Cauac Cielo, el más
importante de Quiriguá. Según David Kelley, este personaje reinó entre 746 y 785 o,
según estudios más recientes, de 724 a 784. Cauac Cielo fue sucedido por dos
gobernantes más (Cielo Xul y Cielo Jade), los cuales completan la línea dinástica hasta
ahora conocida respecto de Quiriguá. No se puede asignar un año seguro al fin del
período de Cielo Jade, pero la última fecha de dedicación en Quiriguá es 805 DC, y
contrasta con los monumentos anteriores puesto que se presenta en un elemento
arquitectónico (friso) de una estructura.
En una fecha temprana de su historia, Quiriguá estuvo muy relacionada políticamente, y
quizás económicamente, con Copán. Este hecho es señalado por referencias frecuentes
del glifo-emblema de Copán en los textos jeroglíficos de Quiriguá. Sin embargo,
durante el reinado de Cauac Cielo, alrededor de 738 DC, es claro que ambos centros
entraron en un período de conflictos. El motivo del problema parece relacionarse con la
muerte del gobernante de Copán, 18 Conejo. Las circunstancias de su muerte son
motivo de controversia, pero al parecer fue seguida por problemas vinculados a la
sucesión política en Copán. La interrupción de la elaboración de monumentos y la
reducción de la construcción en Copán son indicios de problemas políticos internos. Al
contrario, en esta época Quiriguá alcanzó su apogeo. Alrededor de 753 DC es evidente
que Quiriguá iba en una dirección independiente de Copán. Los estilos escultóricos y la
manera en que los pobladores fechaban sus monumentos era diferente en ambos centros;
cada uno realizó nuevas construcciones masivas bajo su propio liderazgo centralizado.
Quiriguá se convirtió en el poder dominante del valle bajo del Motagua, hasta que dicho
centro fue abandonado alrededor de 900 DC.

El Clásico Tardío también significó un florecimiento de los sitios localizados al noreste


de Quiriguá. Esto se nota en la arquitectura monumental de los sitios Las Quebradas,
Playitas y Quebrada Grande (Ilustración 59), cuyas dimensiones alcanzan magnitudes
similares a las de Quiriguá. A pesar de su gran extensión, la complejidad de estos sitios
no alcanzó los niveles de otros grandes centros mayas de la época, ya que carecen de
monumentos esculpidos, estructuras complejas y sus técnicas de construcción son más
simples. Parece que existió entre los grupos dirigentes de estos sitios una competencia
por el control de las rutas de comercio.

El otro sitio de importancia en el Período Clásico, en la cuenca del Motagua, es


Guaytán. Es el principal de una serie de sitios que se localizan a ambos lados de los ríos
Lato y Motagua, y está en jurisdicción municipal de San Agustín Acasaguastlán.
Consiste en 142 montículos, que forman los sitios de Guaytán, Terón y Magdalena.
Estos montículos están dispersos sobre terrazas, a varios niveles, con poca orientación o
agrupación, y carecen de la formalidad que presentan los conjuntos similares de las
ciudades mayas clásicas.

Las ocupaciones fueron divididas por Smith y Kidder en dos fases. La primera, que
llamaron Lato, data de la segunda parte del Clásico Temprano y floreció alrededor de
427 DC. Según la cerámica, parece que en este período la zona cambió su orientación
de las Tierras Altas para incorporarse a la esfera de las Tierras Bajas mayas. Apareció
cerámica policroma, así como también utilitaria esgrafiada. Sin embargo, la mayor parte
de la cerámica utilitaria se derivó de estilos locales anteriores. También se observa el
estilo teotihuacano en los cilindros trípodes con soportes almenados, que probablemente
fueron manufacturados en las cercanías. No hay información sobre relaciones de dichos
sitios con Quiriguá y Copán.

Smith y Kidder opinaron que hubo un intervalo sin ocupación entre la Fase Lato del
Clásico Temprano y la Fase Magdalena que representa la última parte del Clásico
Tardío. Los vínculos con la zona de las Tierras Bajas mayas continuaron pero siempre
en forma débil, como lo señala la virtual ausencia del culto estela-altar y de textos
jeroglíficos. La presencia de cerámica estilo Chamá indica que las relaciones se
dirigieron hacia Alta Verapaz, y también se aprecian vínculos con la cerámica
policroma de Petén, el oeste de Honduras y El Salvador. La cerámica utilitaria era local
y es evidente que se desarrolló de la Fase Lato. Nuevamente parece que el florecimiento
ocurrió en la última parte del período, evidenciado por la presencia en varias tumbas de
cerámicas plomizas y artefactos de cobre, ambos detalles, propios del siguiente Período
Postclásico.

Un rasgo característico y único de Guaytán, en relación con la Fase Magdalena, es la


construcción y uso de sus tumbas, que tenían entradas para ser usadas continuamente
por largos períodos. Por lo menos una de éstas tuvo bóveda maya. Varias de ellas tenían
bancas, sobre las cuales se colocaban a los difuntos, sucesivamente, como en una
cámara mortuoria. El sistema de enterramiento muestra ceremonias elaboradas, puesto
que varios esqueletos tienen restos de pintura roja, y entre las ofrendas aparecen vasijas
policromas, punzones de obsidiana, placas de mosaico de pirita, conchas del Océano
Pacífico, etcétera. En un caso, el difunto tenía una cuenta de jade en la boca, y otro, una
deformación occipital.

Por las reconstrucciones, alteraciones y enterramientos sucesivos durante considerables


períodos se hace difícil el fechamiento de las tumbas. Por lo tanto, las fases en Guaytán
se han fijado, desde hace varias décadas, de manera tentativa, y esperan estudios
futuros. Aparentemente, el sitio fue usado como cementerio y algunas zonas muestran
evidencia de desperdicio de talleres de jade. Probablemente, la producción era para
exportación, puesto que se encontraron muy pocos objetos acabados de dicho material,
en el sitio en general y en las tumbas, aun en las que no estaban saqueadas. Aunque se
cuenta con datos de arquitectura formal, como juegos de pelota y plataformas
construidas por una combinación de 'canto rodado', barro y piedra esquisto, existen
pocos datos sobre fogones, basureros, habitaciones y otras áreas domésticas. Por ello, la
función del sitio permanece como una pregunta abierta. Smith y Kidder calcularon que
Guaytán fue abandonado a finales del siglo X.

El Período Postclásico
La evidencia respecto de este período, aunque muy escasa, proviene principalmente de
Quiriguá y sus alrededores. Aparentemente, llegaron nuevos grupos a la zona para
controlar el comercio que seguía la ruta del Motagua. Existe evidencia sobre nuevos
estilos cerámicos, escultóricos, y sobre artefactos de cobre. A pesar de los nuevos
intereses comerciales que supuestamente conectaban a Quiriguá con un poderoso
intercambio marítimo, su ruta comercial declinó a final del siglo IX. Después de 900
DC permaneció poca gente en los alrededores. Parece que se construyó un pequeño sitio
en la orilla sur del Motagua y al suroeste de Quiriguá, el cual, talvez sustituyó a este
lugar en su función económica.

Siglos después, la ruta de comercio del Motagua estaba ligada a un intercambio


marítimo azteca, a través del puerto de Nito. No obstante, por ahora no existe evidencia
que apoye la presencia de grupos de lengua náhuatl en el valle del Motagua, durante el
Postclásico. Recientes investigaciones lingüísticas consideran que, en realidad, dicho
idioma ingresó en el área con los españoles, después de la Conquista.

Cuenca del Lago de Izabal


Esta área fue investigada en 1940, por medio de los reconocimientos hechos por Shook
para identificar el sitio de Nito, pero tales intentos no tuvieron éxito completo (véase
más adelante). Quince años más tarde, János de Szecsy realizó algunas excavaciones en
la zona del Castillo de San Felipe. En la década 1960, Barbara Voorhies efectuó un
reconocimiento de las orillas del Lago de Izabal y del Río Dulce; también excavó en el
sitio prehispánico San Felipe. Entre 1974 y 1978, Juan Pedro Laporte dirigió cuatro
temporadas de campo, que comprendieron reconocimientos del lago, tareas de
salvamento y excavaciones intensivas en los sitios de Sechoc y Sepila, cerca de El
Estor, patrocinadas por la compañía minera Exmibal.

En 1978 se organizó el Proyecto Cuenca del Lago de Izabal, financiado por la


Universidad de San Carlos de Guatemala, el cual incluyó reconocimientos y
excavaciones en los sitios Sepila, Sechoc, Santa Rosa, El Bongo, Murciélago y San
Felipe, en la margen norte del lago; y Río Zarquito, El Pataxte e Izabal, en la margen
sur. El Preclásico Tardío está representado en los sitios Sechoc, Murciélago, El Pataxte,
y posiblemente en Santa Rosa (Ilustración 48). Los otros parecen haber tenido su
ocupación más importante durante el Clásico (Ilustración 59).

Desde 1990 funciona el Proyecto Arqueológico Izabal, a cargo del Doctor Richard
Bronson y de la Licenciada Rebeca Orozco, patrocinado por la Compañía de
Exploración Shell. Su objetivo principal es lograr un mejor reconocimiento y registro de
los sitios de la cuenca del lago. Se cuenta con informes preliminares, pero el
fechamiento de los sitios está pendiente de confirmación.

Los suelos aluviales de los alrededores del lago son muy fértiles y probablemente por
eso atrajeron pobladores desde el Período Preclásico y quizás antes. Esta zona también
presenta un patrón de comercio muy específico. Por ejemplo, el intercambio con las
Tierras Bajas del norte se demuestra por el uso de pedernal en la fabricación de las
herramientas, en los sitios situados al norte del lago, puesto que ese material proviene
de Petén y Belice. En contraste, los sitios ubicados en la orilla sur del lago presentan
herramientas hechas de obsidiana, material que probablemente provenía de El Chayal,
San Martín Jilotepeque e Ixtepeque, en la parte sur de Guatemala.

La secuencia cultural de esta zona es poco clara. La mayor parte de los sitios de la
cuenca experimentaron una larga interrupción en la ocupación, que probablemente se
extendió por todo el Clásico Temprano. De ser esto válido, indicaría que los eventos en
las Tierras Bajas tuvieron serias repercusiones en esta zona, lo mismo que en Quiriguá.
Se requiere más investigación, análisis de cerámica y excavaciones para confirmar estos
datos y las relaciones entre los sitios.

Correspondiente al Postclásico Terminal existe información de interés consignada en la


quinta carta de Hernán Cortés, en la ocasión en que éste visitó Nito. Aunque la
ubicación de este lugar no ha sido plenamente identificada, con base en la descripción
de Cortés y en su propio reconocimiento hecho en la década 1940, Shook creyó que se
localizaba en la vecindad del Río San Gil, que desemboca en El Golfete. Cortés se
encontró en el camino con un asentamiento de españoles fundado por Gil González de
Avila en la vecindad de Nito, el cual se hallaba en muy mala situación. Gil González
había abandonado a los colonos, que se encontraban enfermos y hambrientos. Shook
observó que varios accidentes geográficos de la zona llevan el nombre de San Gil, como
por ejemplo el Cerro San Gil, el Río San Gil y un asentamiento San Gil. Otro punto
significativo, en las descripciones de Cortés, es aquel en que indica que los indígenas le
hablaron de 'un gran río', que corría entre la zona donde ellos estaban y el centro de
Nito, y el cual sólo podía cruzarse con canoa. Podría tratarse de El Golfete, donde se
amplían bastante las dimensiones del Río Dulce.

Región al Sur del Río Motagua


La región que aquí se considera comprende los actuales Departamentos de Jalapa,
Jutiapa y Chiquimula. Además de la información que corresponde a la cuenca del
Motagua, la mayor parte de los datos arqueológicos proviene de los Departamentos de
Jalapa y Jutiapa. En el Departamento de Jalapa se han hecho pocas investigaciones, las
cuales se limitan al reconocimiento de Shook en los años 1940; la investigación de John
W. Fox, hecha en Pinula Viejo en 1981; la descripción del sitio El Chagüite realizada
por Robert Wauchope y Margaret N. Bond en 1989; y el recorrido que hizo Alain Ichon,
en 1986, por todo el Departamento. Según Ichon, en algún período de la época
prehispánica Jalapa tuvo una ocupación considerable, como lo indica la existencia de 99
sitios, grandes y pequeños, con montículos de por lo menos dos metros de altura. Sin
embargo, queda por establecer la fecha de estos vestigios para lograr una reconstrucción
aproximada.

En el Departamento de Jalapa, Ichon clasificó 42 sitios como preclásicos, lo cual indica


que durante este período hubo una ocupación relativamente densa, en especial en las
partes occidental y meridional del Departamento. Algunos de dichos sitios están
asociados con esculturas en forma de sapo y pizote, a veces con pedestal, lo cual apoya
su fechamiento preclásico. En cambio, en Jutiapa, el Preclásico solamente está
representado por recolecciones superficiales de tiestos, en especial del sitio Rancho
Vista Hermosa, adyacente al centro arqueológico Asunción Mita.

Durante el Período Clásico, la población de Jalapa se trasladó en su mayoría a las


planicies de Monjas y a una parte de San Pedro Pinula. Los sitios de este período, que
incluyen Llano Grande, Paso de Tobón y Los Amates, están asociados con canchas de
juego de pelota, en las que se han encontrado esculturas como marcadores. Ichon opina
que las esculturas muestran influencia del Altiplano y de la Costa Sur de Guatemala.

En relación con Jutiapa sólo se tienen datos de dos sitios excavados, Papalhuapa y
Asunción Mita, los cuales datan del Clásico Tardío. El primero fue descubierto por un
grupo de ingenieros guatemaltecos, en 1926, cuando se trazaba la línea del ferrocarril
entre Zacapa y la frontera con El Salvador. En el mismo año se excavó el sitio por
Carlos Azurdia, quien reportó que tenía una superficie de dos o tres manzanas, y que
estaba dentro de la aldea Papalhuapa; ésta, a su vez, se ubica en las faldas de un volcán
extinto. En esa temporada, Azurdia excavó varias estructuras construidas de lajas, las
cuales tenían una altura que variaba de 60 cm a 3.6 m. Posteriormente no se han hecho
otras excavaciones, pero observaciones recientes indican que el sitio Papalhuapa se
ubica en la fuente de obsidiana Ixtepeque. Es evidente que el sitio jugó un papel
importante como taller de herramientas de obsidiana, que eran exportadas a centros
mesoamericanos en el Clásico Tardío.
El sitio arqueológico Asunción Mita se localiza al sur del pueblo del mismo nombre.
Según Wauchope, ocupa entre 1.5 y 2.5 km cuadrados. Tiene la reputación de ser el
centro situado más al suroeste, que exhibe una arquitectura maya, inclusive la bóveda
falsa. Las primeras investigaciones en el sitio fueron realizadas por Gustav Stromsvik y
Gustavo Espinoza, como parte de un proyecto de salvamento financiado por el Instituto
de Antropología e Historia y la Institución Carnegie, y emprendido en 1949. En esta
época, el gobierno estaba por construir una carretera y el proyecto de salvamento dio
como resultado un informe con descripciones de las estructuras, y el mapa del sitio.
Cuatro décadas después, Wauchope y Bond incluyeron Asunción Mita en su
reconocimiento del Departamento de Jutiapa.

Los estudios respectivos indican que Asunción Mita probablemente fue un centro maya
que dominó, económica y culturalmente, el área, quizás por su control del comercio de
la obsidiana de Ixtepeque y por su papel de puesto de control periférico. Su posición
alta, en la jerarquía de los sitios de la zona, se refleja en el hallazgo de nueve tumbas
elitistas construidas de lajas de piedra. Wauchope y Bond consideraban que éstas talvez
sean tumbas reales abovedas, de los gobernantes del sitio. Si, como parece, Asunción
Mita funcionó como un centro maya periférico, no es de extrañar que haya sido
abandonado a finales del Clásico, como parte del colapso que afectó a toda el área.
Hasta ahora no se han descubierto datos del Postclásico en la zona.

En relación con el Período Postclásico únicamente se han reconocido ocho sitios en


Jalapa. Uno de ellos es El Durazno, o Pinula Viejo (Ilustración 69), el cual tiene
plataformas largas y altares. En dicho período aparentemente ocurrió una reocupación
menor en la montaña Xalapan. Se especula que esta zona no fue ajena a los
acontecimientos que afectaron al resto del territorio de Guatemala. Como resultado de la
actividad bélica, es muy posible que los habitantes de la época hayan buscado lugares
altos y defensibles para sus centros.

Finalmente, son dignos de citar ciertos datos interesantes relativos a la zona de


Esquipulas en el Departamento de Chiquimula. En las cercanías del pueblo de
Esquipulas se encuentran varios sitios arqueológicos. Uno de éstos lleva el mismo
nombre de ese lugar, y otro se conoce localmente como Los Cerritos. Francisco Antonio
de Fuentes y Guzmán escribió que, en la época de la Conquista, la capital de la
provincia indígena de Chiquimula era llamada Esquipulas. La describió como una
fortificación e indicó que los indios se levantaron contra los españoles en 1530, y que
después de una feroz batalla, fueron subyugados. Aparentemente, a finales del siglo
XVI, los indios del área pidieron que se construyera la primera iglesia de Esquipulas.
Esta información sugiere que el actual centro de peregrinaje de Esquipulas, tiene
antecedentes prehispánicos.

Conclusiones
La secuencia arqueológica del Oriente de Guatemala, según la información disponible,
se inicia en los Períodos Preclásico Medio y Tardío. La mayor parte de las ocupaciones
se vinculan a la cuenca del Motagua y a los Departamentos de Jalapa y Jutiapa. Existe
evidencia de antiguas relaciones entre estos lugares y el Altiplano Central de
Guatemala. Asimismo, se sabe que los habitantes de la zona ya comerciaban con
productos, como el jade y la obsidiana, y que utilizaban para ello la ruta del Motagua.

En el Período Clásico la orientación de las relaciones cambió, ya que se dirigió hacia


Alta Verapaz y las Tierras Bajas de Petén. En esa época se observan, en Quiriguá,
rasgos culturales como el culto estela-altar con textos jeroglíficos; arquitectura con
bóveda maya, en Asunción Mita; cerámica policroma en varios sitios, etcétera.
Posiblemente, por los vínculos mencionados, la región sufrió los efectos del hiatus que
afectó Petén entre 534 y 593 DC. Sin embargo, el Oriente se caracteriza por rasgos
culturales muy propios; por ejemplo, su cerámica utilitaria y las tumbas de Guaytán, que
no tienen paralelo en otra parte del país. Además, excepto en Quiriguá, el estilo
escultórico refleja cánones locales. Al igual que el resto del área maya, la zona del
Oriente experimentó el colapso, con decadencia y abandono bastante general.

Existe evidencia de modestas ocupaciones del Postclásico en los alrededores de


Quiriguá, y también en Jalapa, donde los pobladores buscaron lugares altos para
asentarse. Esto es similar a lo que ocurrió en otras partes del Altiplano, lo cual parece
que obedeció a conflictos internos e invasiones. Hacia el final del Período Postclásico,
las poblaciones de México se interesaron en incluir, en su red comercial, a los grupos
asentados en Izabal y quizás a otros de la cuenca del Motagua. Esta fue la situación que
los españoles encontraron al llegar a la zona, y la presencia de éstos indudablemente
interrumpió un proceso que entonces se iniciaba y que pudo desembocar en un
crecimiento local, integrado a una esfera económica más amplia.
JUAN PEDRO LAPORTE y VILMA FIALKO

El Preclásico en las Tierras Bajas Mayas


Centrales

La ocupación de las Tierras Bajas mayas centrales representa uno de los pocos ejemplos
conocidos de amplio desarrollo sociopolítico en un contexto geográfico en que
predomina un medio ambiente de bosque tropical húmedo. El denominado Período
Preclásico en esta región de la zona maya representa el espacio comprendido entre el
1000 AC y el 250 AC, respecto del cual es necesario analizar varias interrogantes
interpretativas.

En el estudio del Preclásico hay que determinar el origen y la dinámica de dispersión de


los primeros pobladores, su sistema de subsistencia, el nivel sociopolítico de los
asentamientos iniciales y los procesos que permitieron el desarrollo de las instituciones
sociales. También hay que explicar los efectos de la ideología y la religión en el sistema
social, político y ceremonial, tomando como base las representaciones iconográficas,
artísticas y arquitectónicas. Un aspecto más específico que se debe investigar es la razón
o razones por las que las cerámicas de dicho período (Esferas Mamom y Chicanel) eran
consistentes en forma, tratamiento de superficie y tecnología, a lo largo de esta amplia
área geográfica.

Distintos factores han impedido formular respuestas satisfactorias a las anteriores


interrogantes. La abundancia de restos del Clásico Tardío, incluyendo monumentos con
inscripciones, condujo a una interpretación cultural-historicista, un enfoque aplicado ya
en estudios más recientes. Por otra parte, la inaccesibilidad de los restos preclásicos, por
haber estado enterrados bajo materiales más tardíos, ha dificultado la realización de
estudios sobre la sociedad preclásica. Apenas un número no mayor del 15% de los
hallazgos de materiales y montículos habitacionales data del Preclásico.1 La
determinación de los procesos de evolución sociocultural se ha visto también afectada al
considerar que la civilización maya comenzó fuera de las Tierras Bajas, de acuerdo con
la temprana evidencia de las culturas del Altiplano y Costa Sur de Guatemala, y de la
costa del Golfo de México, respecto del desarrollo de las sociedades complejas.

Para explicar el desarrollo cultural del Preclásico se han empleado distintos modelos,
basados principalmente en aspectos ecológicos y económicos. El modelo ecologista se
basa en el crecimiento de la población y en la competencia, lo que permitió que la
sociedad adquiriera las características de Estado mediante su adaptación a ecosistemas
locales y su relación con otras sociedades con un desarrollo sociopolítico más
complejo.2

A través de las variantes de este modelo se considera que la escasez de recursos


naturales en los delgados suelos de Petén y Yucatán condujo a una temprana
consolidación y organización sociopolítica;3 mientras que la rápida expansión
poblacional causó conflictos en torno a la tierra arable y otros recursos desde el 500 AC,
generando organizaciones administrativas destinadas a preservar el poder y las
categorías sociales.4 De todo ello se desprende que los primeros asentamientos se
conformaron en áreas fluviales, mientras que en las áreas interiores las difíciles
condiciones del medio natural condicionaron el surgimiento de una estratificación social
más compleja, a causa de las necesidades organizativas.5

Se cuenta con poca información sobre el tamaño de la población preclásica, lo cual hace
difícil aplicar el modelo de presión demográfica, por la relativa escasa densidad
poblacional generalmente reportada. Es importante considerar que en relación con la
parte avanzada del Período Preclásico (Esfera Cerámica Chicanel) estuvo ocupado todo
el territorio de las Tierras Bajas centrales (Ilustración 48). Respecto de Tikal, los
cálculos paleodemográficos indican un número no mayor de 10,000 habitantes en un
área de 38 km2.6 Se estima que en Río Azul, la población máxima fue de 3,500
personas, con un área rural de 300 habitantes por km2.7 Casos similares son los de
Dzibilchaltún, Komchén y Edzná en Yucatán; Becán en Campeche, Cerros y Lamanai
en Belice, Yaxhá y otros sitios en Petén, por lo que esta relativa baja densidad
poblacional dificulta la aplicación del modelo de presión demográfica.

A su vez, el modelo económico se sustenta en los principios de interacción e


intercambio, y en él tiene relevancia prioritaria el comercio.8 En este modelo se
enmarca el concepto de esfera de interacción, en el cual las élites ejercieron un inicial
monopolio económico sobre la distribución de las materias primas y los productos
terminados, más que sobre la tierra arable, por lo cual surgieron las instituciones de las
élites como resultado de la relación entre comunidades, y no como consecuencia de su
adaptación a las condiciones locales.

Los 17 siglos que abarca el Preclásico se han subdividido en tres grandes subperíodos
mayores: el Preclásico Temprano (2000-900 AC); el Preclásico Medio (900-400 AC),
también conocido como Horizonte Pre-Mamom; y el Preclásico Tardío (400 AC- 250
DC), el cual incluye los Horizontes Mamom y Chicanel. En relación con la última parte
del período se considera también un componente llamado Protoclásico (100 AC-250
DC).

El Período Preclásico Temprano


La evidencia más temprana de ocupación humana en Petén es solamente de carácter
palinológico; se ha obtenido en análisis de sedimentos de las lagunas Petenxil y Quexil,
a través de los cuales se han detectado cambios ambientales y la domesticación de
plantas, aunque no se cuenta actualmente con las correspondientes correlaciones
arqueológicas. Se trata de polen de maíz (Zea mays) y pasto quemado, que sugieren la
presencia de agricultores por lo menos desde 2,000 años AC.9 La evidencia más segura
referente a esta etapa procede del norte de Belice, donde los depósitos profundos,
tomados de los sitios Richmond Hill y Cuello, revelan ocupaciones muy tempranas.10
Estos pocos elementos conforman el Preclásico Temprano de las Tierras Bajas mayas
centrales, período que alcanza hasta el 900 AC. La presencia humana en el Petén
durante las etapas anteriores puede estar indicada por el hallazgo de un trozo de hueso
perteneciente a una especie extinta, posiblemente glyptodonte, recolectado con otros
huesos fósiles en el Río de La Pasión, que muestra tres cortes en forma de V en su
superficie, los cuales posiblemente fueron hechos por el hombre.11 Sin embargo, los
anteriores hallazgos no se ubican en un contexto cultural definido.

La llegada del maíz a regiones húmedas tropicales de Centro América hizo a muchas
regiones atractivas, por primera vez para el asentamiento humano.12 La selva tropical
tenía pocos recursos para los cazadores-recolectores de la etapa arcaica, por la baja
productividad de carbohidratos, y por la falta de concentración de recursos y su intensa
estacionalidad.

El Período Preclásico Medio

Horizonte Pre-Mamom en las Tierras Bajas

Para precisar el inicio del Preclásico Medio, entre 900 y 600 AC, en las Tierras Bajas
mayas centrales, se han determinado tres esferas geográficas y sus consiguientes
tradiciones cerámicas: el Complejo Xe, del Río de La Pasión; el Complejo Eb
Temprano, de la región noreste de Petén; y el Complejo Swasey, en el norte de
Belice.13 Debido a fechamientos incongruentes entre ellos y a los pocos sitios en que se
les ha identificado, se les considera de carácter regional, de extensión temporal poco
certera, y no como una fase cultural definida para las Tierras Bajas centrales.

Con la excepción del Complejo Xe, del Río de La Pasión, los componentes tempranos
no muestran mayor similitud con otros conjuntos tempranos del área maya (Chiapa de
Corzo, Kaminaljuyú) ni tampoco entre ellos. Xe podría pertenecer a la tradición de las
cordilleras de Chiapas y remontarse a los Complejos Barra y Ocós (Lámina 12), de la
Costa del Pacífico, posiblemente relacionados con hablantes de zoque.14 Por otra parte,
existe similitud con el Complejo Xox, del valle de Salamá, lo cual también ha sido
sugerido para los orígenes de los Complejos Eb y Swasey.

Las marcadas diferencias entre los complejos cerámicos tempranos son indicio de que
grupos pequeños, procedentes de más de una área, llegaron a ocupar en distintas épocas
las Tierras Bajas Centrales. La baja densidad de población, durante aproximadamente
dos siglos, tuvo como resultado el desarrollo relativamente independiente de las
tradiciones cerámicas. Los pobladores de pequeñas aldeas agrícolas sedentarias
explotaban los recursos forestales y fluviales, y cultivaban la milpa en las vegas de los
ríos. Existe poca evidencia de una integración sociopolítica; más bien parece tratarse de
una sociedad de carácter tribal igualitario, talvez caracterizada por una organización
bipartita.15 Esta organización regulaba la interacción social, formando una base para el
liderazgo dual y complementario.

Alrededor del 600 AC, se produjo un rápido incremento de la población y la


consecuente expansión hacia áreas de las Tierras Bajas, no ocupadas antes,
conjuntamente con el Complejo cerámico Mamom, cada vez más uniforme, basado en
un proceso de interacción regional.16 Surgieron rasgos indicativos de un mayor
ceremonialismo, como lo indican grupos de plataformas con orientación astronómica y
la colocación de escondites rituales en sitios tales como El Ceibal (Grupo A), Altar de
Sacrificios (Grupo B) y Tikal. En este último, el conjunto que reúne estas características
es el denominado Mundo Perdido, el cual incluye cinco grupos asociados en un solo
espacio ceremonial del sitio (5C-III, 5C-XIII, 5X-XIV, 5D-IX y 6D-II).17

Las pocas relaciones entre los distintos complejos de esta temprana época, son indicio
de que hubo múltiples migraciones a la región desde diversas áreas, pues de haber
provenido de un solo foco se observaría una expansión con un patrón inicial de grandes
semejanzas, seguido de una creciente divergencia, que es lo contrario de lo
documentado en relación con el área maya.18

El Complejo Xe
En Petén, la evidencia arqueológica más temprana procede de los Complejos Xe, de
Altar de Sacrificios, y Real, de El Ceibal, los cuales son esencialmente idénticos,
aunque con algunas variaciones locales, y comparten el desarrollo cerámico del
Preclásico Medio (900-600 AC). Xe y Real se establecen firmemente como un estadio
del desarrollo maya y se les interpreta como un antecedente de Mamom, perteneciente a
una tradición cerámica distinta de la Swasey.

Las comunidades participaron en contactos regionales, adquiriendo bienes exóticos,


como obsidiana y jade. Sus afinidades genéticas no son claras, aunque el complejo
cerámico tiene correspondencia con Chiapa de Corzo (Fases Dili-Escalera) y La
Victoria (Fase Conchas), y representa una entrada temprana hacia las Tierras Bajas
Centrales.19 También comparte rasgos del área de Verapaz, a través del corredor de los
ríos Chixoy-Salinas, Sebol-de La Pasión o Lacantún. Su afiliación a los altiplanos
mayas se ve reflejada en la presencia de decoración de pintura con técnica Usulután
(tipo Tierra Mojada Resistente) y en el hecho de que la obsidiana de las fases tempranas
se obtenía en San Martín Jilotepeque más que en las vetas de El Chayal. La obsidiana
procedente de El Chayal fue predominante a partir del Preclásico Tardío.

El material cerámico Xe y Real fue recuperado de contextos que sugieren estructuras


perecederas con pisos de barro apisonado.20 En El Ceibal fueron localizados, bajo el
Grupo A, restos de ocupación de una aldea, aparentemente sin un área ceremonial
definida. El único elemento ceremonial fue un escondite, sin enterramiento asociado,
que contenía cinco vasijas, seis hachuelas de jade y un pequeño punzón de este mismo
material.21 Estas piezas debieron ser depositadas entre el 900 y el 700 AC.22

Solamente dos cerámicas o (wares) están representadas en este complejo: el engobado


del Río de La Pasión y el de Uaxactún. El primero tiene poco lustre y no presenta la
textura cerosa que caracterizó al ware Flores de la Esfera Cerámica Mamom, aunque es
su prototipo en cuanto a formas.23 En estas cerámicas son importantes los tipos
monocromos de color blanco, rojo y negro, y son numéricamente insignificantes los
tipos bicromos. Se comparten formas de vasijas y el mismo sistema decorativo,
reducido a incisiones de doble línea quebrada, un tipo de filete aplicado, que es el más
característico en la cerámica sin engobe. La cerámica (ware) Uaxactún sin engobe es
poco pulimentada y muestra en algunos casos estrías sobre el color natural,
frecuentemente ahumado. La decoración consiste en impresión de uña, aplicados y
espigas.24 Incluye piezas con forma de tecomate y pared marcadamente convergente,
así como platos con pared divergente y borde engrosado. Se utilizó como desgrasante la
misma arena o ceniza.

El Complejo Eb
Aunque el Complejo Eb se ha asociado, por lo general, a Tikal, donde fue ubicado, se le
considera más bien como un complejo cerámico y cultural de carácter regional,
atribuible a la zona noreste de Petén, como asentamiento precursor de los sitios mayores
de las Tierras Bajas mayas centrales.

Los asentamientos permanentes en el interior de Petén se dieron por primera vez en los
inicios de la Fase Eb, de Tikal, y en la Fase Ah Pam, del área de los lagos Yaxjá y
Sacnab (750-550 AC). La evidencia arqueológica indica que las poblaciones ingresaron
por zonas fluviales.25 Aunque la relación entre los Complejos Eb y Xe no puede
demostrarse tipológica o estratigráficamente, hay, en algunas categorías, semejanzas de
forma, decoración y tratamiento de la superficie. Esto sugiere la posibilidad de que
poblaciones relacionadas con el Río de La Pasión pudieran alcanzar la región noreste de
Petén, primero en la zona de los lagos y posteriormente en las áreas interiores, como
Tikal y Uaxactún, por ser más fácil la adaptación a una zona lacustre.

En el área de Yaxjá-Sacnab, la ocupación más temprana sugiere comunidades pequeñas,


situadas en terrenos altos, alrededor de ambos lagos.26 La población aumentó durante el
resto del Preclásico y se construyeron conjuntos cívico-ceremoniales en cuatro
localidades situadas alrededor de estas lagunas: Sacnab, Manax, Uapaké (Yaxhá Hill) e
Ixtintó, así como en el propio Lago Yaxjá.

En Tikal, la población de la Fase Eb pudo haber sido atraída hacia esta área por la
abundancia de pedernal y la marcada elevación del centro del sitio, que facilitaba el
drenaje, lo cual podía permitir la construcción de un sistema de cisternas o aguadas
(Ilustración 131).27 Los asentamientos del Preclásico Medio parecen haber estado
esparcidos en terreno bien drenado. En el área periférica de Tikal, el Complejo Eb está
escasamente representado en las brechas de muestreo, que más bien parecen
concentrarse en la parte superior de las elevaciones, donde ocupan los terrenos más
productivos.28

Los escondites de la Fase Eb, en la Acrópolis Norte; las concentraciones de materiales,


que incluyen parafernalia ritual; localizadas en el conjunto Mundo Perdido;29 los restos
de posible arquitectura ceremonial de Uolantún30 y Yaxhá-Sacnab,31 sugieren que la
autoridad sociopolítica y la diferenciación social eran características de las poblaciones
más tempranas de Petén. En el caso de Uaxactún, los materiales tempranos conocidos
son posteriores al Complejo Eb, aunque algunos de los materiales documentados
podrían remontarse al horizonte Pre-Mamom.32 También en Río Azul se han reportado
materiales semejantes.

El Preclásico Medio, en El Mirador, está representado por varios depósitos, pero hay
poca o ninguna evidencia material de una ocupación de carácter Pre-Mamom. No
obstante, se obtuvieron fechas tempranas por medio del C14, como la de alrededor del
1480 AC, que se refiere a extensas quemas y rozas realizadas entonces.33 Por ahora se
carece de una explicación sobre la ausencia de cerámica, de este período, en los rellenos
de las construcciones masivas del Preclásico Tardío.

El Complejo Swasey
El material cerámico más temprano en las Tierras Bajas centrales proviene del norte de
Belice y está representado por el Complejo Swasey del sitio Cuello, fechado alrededor
de 1000 AC.34 Varios sitios cercanos, incluyendo Nohmul, San Esteban, El Pozito,
Santa Rita y Colhá (Ilustración 48), muestran un desarrollo durante el Complejo
Swasey, que no fue documentado en otras zonas del área Maya, salvo en Becán
(Campeche). La discusión surgida en torno a las fechas de este complejo y la similitud
cerámica con el material de etapas posteriores ha proporcionado una imagen
incongruente sobre los complejos tempranos del área maya.35

En el Complejo Swasey es dominante la cerámica de engobe rojo e incluye platos y


fuentes con pared recta o poco divergente.36 También se desarrollan cerámicas
bicromas y se presentan diseños geométricos esgrafiados. Con las mismas formas y
variedades decorativas que las cerámicas de color rojo se muestran engobes de color
naranja, negro, café y crema. Los rasgos anteriores y las grandes similitudes tipológicas
y estratigráficas con el Complejo Cerámico López Mamom, permiten afiliar el
Complejo Swasey a la cultura del Preclásico Medio de las Tierras Bajas.

En Cuello se encontraron plataformas basales, estucadas, que sostuvieron estructuras de


material perecedero, inclusive una de planta semicircular, de cinco metros de diámetro.
Otra, es una larga plataforma oval de 13 x 6 m, que sostuvo una construcción temporal
en un extremo. El tamaño y posición de estas plataformas sugieren un uso ceremonial
más que doméstico. Se descubrió un enterramiento femenino, en una fosa de roca
natural, con un plato rojo con decoración incisada, colocado sobre el cráneo, y un collar
de cuentas de concha. Pequeñas cuentas de jade acompañaban un segundo
enterramiento.37

Respecto del valle del Río Belice, el asentamiento inicial de Barton Ramie, que aparece
al inicio de la Fase Jenney Creek, es contemporáneo del Complejo Xe, con el cual
comparte categorías tipológicas importantes, como las cerámicas de pasta color naranja
(Grupo Naranja Mars). Se ha considerado, asimismo, que existen algunas similitudes
con cerámica del Altiplano guatemalteco, posible resultado de las tradiciones
compartidas en Mesoamérica durante el Preclásico Temprano y Medio.

Horizonte Mamom en las Tierras Bajas Mayas


El Horizonte Mamom representa el lapso de ocupación de la mayor parte de las Tierras
Bajas. Partiendo de comunidades de hábitat fluvial y de organización tribal igualitaria,
la evolución en un ambiente abierto pudo darse por segmentación, el proceso normal de
crecimiento y evolución tribal.38 Esto indica que, por la poca competencia en los
nuevos territorios, los segmentos tribales tienden a volverse autónomos y se mantienen
unidos por una solidaridad mecánica; es decir, que se favorece la fisión en vez de la
fusión. Como resultado colateral, se aprecia un énfasis en la uniformidad cerámica, a
medida que el aumento demográfico obligó a asentamientos en nuevas áreas
ecológicas.39 Esta hipótesis descansa en que el mecanismo de crecimiento fue el cultivo
de la milpa y no la dependencia silvícola, lo que traería consigo, a la vez, expansión
gradual y la concentración temprana de la población.

La arquitectura asociada al Horizonte Mamom

Las actividades de la construcción, durante el Horizonte Mamom, reflejan la habilidad


del líder de la comunidad en cuanto a dirigir la fuerza de trabajo, pero no muestran si el
liderazgo era ya hereditario, lo cual indicaría el grado de complejidad de la sociedad de
que se trata.40 Entonces ya era impor-

tante el desarrollo interno en los sitios, en los que hay plataformas artificiales y
arquitectura de función más específica. El tamaño de las construcciones y la
importancia de los sitios menores apoyan la idea de que representan arquitectura
ceremonial o cívica. Como elementos arquitectónicos figuran la construcción de
plataformas elevadas, hasta de 4 m de altura, que forman parte de plazas planificadas.
Posiblemente aparecieron también los primeros pisos estucados.41 Estos elementos son
observables en Altar de Sacrificios, Río Azul y Yaxhá, en Petén, y Barton Ramie y
Nohoch Ek, en Belice.

En el caso de El Mirador, desde el Preclásico Medio, el Complejo Monos era ya una


gran elevación que aprovechaba el terreno natural en una extensión de 21,000 m2 y se
elevaba en 6 m sobre el terreno circundante.42

En Tikal se han registrado varias muestras de arquitectura de época Mamom (Fase Eb


Tardío). En el conjunto Mundo Perdido se descubrieron elementos arquitectónicos
claramente definidos. La subestructura 5C-54-1 fue fechada como perteneciente a la
parte final del Complejo Eb, con base en la cerámica hallada en su relleno y en la
secuencia constructiva siguiente.43 El basamento piramidal estuvo integrado por tres
cuerpos escalonados, construidos con piedras medianamente canteadas. Esta estructura
pudo tener una planta de tipo radial, llegando a constituir, por lo tanto, un ejemplo
bastante temprano de este tipo de edificaciones, con 3 m de altura y 23 m de ancho en
su base (Ilustraciones 133 y 134). En los niveles más profundos de la plataforma
longitudinal, ubicada al este de 5C-54 y cubriendo concentraciones de materiales
cerámicos Eb, se encontraron los restos de un muro cuya estructura se prolongaba 42 m
en dirección norte sur, con un ancho aproximado de 10.75 m.

La disposición espacial de ambos edificios parece adelantarse a las características


arquitectónicas de los conjuntos relacionados con aspectos de carácter astronómico,
conocidos para las fases posteriores.44 Por ello se asume un patrón ritual elaborado para
las poblaciones de la última parte de la Fase Eb, que ocuparon este sector de Mundo
Perdido. La particularidad más significativa de estos complejos radica en que su
disposición parece implicar una alegoría relativa a los solsticios y equinoccios. De todos
los ejemplos identificados hasta el presente, solamente el de Uaxactún está
correctamente orientado hacia el norte astronómico, por lo que resulta inconveniente
definir a los restantes complejos como observatorios. Si se toma en consideración que
estos conjuntos, además de tener una función alegórica relativa a los solsticios, pudieron
implicar algún ritual relacionado con la celebración de ciclos calendáricos, se puede
catalogar este tipo de conjuntos como complejos de conmemoración astronómica.

Poco tiempo después, y aun dentro del Horizonte Mamom (Fase Tzec), se efectuó una
nueva construcción dentro de este complejo arquitectónico, que consistió en un sacbé, o
calzada, que conducía a esta importante unidad ceremonial de Tikal. La Pirámide 5C-
54-2 fue estructurada en cuatro cuerpos escalonados hasta alcanzar una altura de 8 m
(Ilustraciones 133 y 134). Según la evidencia obtenida de las versiones precedente y
posterior, esta pirámide pudo también tener escalinatas en sus cuatro lados. Esta versión
fue complementada con una segunda construcción de la plataforma longitudinal, que
alcanzó 94 m de largo, integrada por cuatro cuerpos escalonados, con una altura total de
3.75 m.

Las manifestaciones arquitectónicas de la Fase Tzec, en Mundo Perdido, su formalidad


y su funcionamiento específico, corroboran la posibilidad de que se encuentren otros
conjuntos contemporáneos que apoyen la tesis de que la Fase Tzec es una ocupación
más extensa que la precedente Eb, como lo indican algunos otros datos encontrados al
este de la Acrópolis Norte. En la periferia de Tikal existe, al parecer, una continuidad de
los patrones del período precedente, sin evidencia del aumento de la población o de
cambios en la distribución de la misma.45

La cerámica del Horizonte Mamom

Aunque el contenido cerámico de los complejos que integran la etapa tardía del
Horizonte Mamom es bastante uniforme, la situación de la etapa temprana es confusa,
por la diversidad entre la cerámica de los diferentes sitios. Las relaciones entre
complejos tienden a ser débiles.46 En los tipos monocromos es más común el engobe
rojo, seguido del negro, naranja y crema. Las cerámicas de pasta naranja (Naranja Mars)
son consideradas objetos de comercio y se encuentran en la parte oriental de las Tierras
Bajas, aunque aparecen también en distintos sitios, como Altar de Sacrificios, El Ceibal,
Tikal, Cuello y Yaxhá. Hay alguna cerámica bicroma, de color rojo sobre fondo crema.
En cuanto a formas, hay platos de borde evertido, cuencos de silueta compuesta y
cuencos de boca restringida en forma de tecomates. Como formas decorativas
predominan la incisión, el acanalado, el achaflanado y diseños en pintura con la técnica
negativa (Ilustración 132).

Horizonte Chicanel en las Tierras Bajas Mayas


Al final del Preclásico Medio, alrededor de 450 AC, el asentamiento en las Tierras
Bajas mayas centrales muestra un número creciente de comunidades agrícolas dispersas,
integradas por autoridades y con elementos rituales, que se manifiestan en una
arquitectura monumental separada y distinta de la residencial.47

El Período Preclásico Tardío (entre 400 AC-250 DC) muestra un continuo aumento
poblacional en todas la regiones de Petén, con el consiguiente incremento de sitios y
elaboración arquitectónica. La extensa y uniforme distribución Chicanel sugiere
intensos contactos interregionales y una tradición cultural compartida.48 Surgieron
comunidades más grandes y fuertes mediante una combinación de alianzas, absorción
de grupos y organización interna más elaborada, llegando a estabilizarse gradualmente
como señoríos, definidos por la estratificación sociopolítica y religiosa entre distintos
centros asentados en la región, lo que se refleja en las diferencias de tamaño y en la
distribución de la arquitectura monumental. La estratificación personal o familiar se
manifiesta en el grado de acceso a objetos suntuarios, en contextos rituales y
habitacionales.

En sitios investigados a fondo se muestra la nucleación de actividades ceremoniales y


administrativas. En el área de Yaxhá-Sacnab se conocen tres unidades cívico-
ceremoniales, entre las cuales Yaxhá domina la región en términos de escala
arquitectónica, consumo de bienes suntuarios y la densidad relativa de los
asentamientos adjuntos.49 Situación parecida refleja Tikal, donde se marca la aparición
de un área densamente habitada alrededor de un centro de carácter sociopolítico.50 En
su área periférica se desarrollaron Bobal, Uolantún, Jimbal, El Descanso y Chikín
Tikal,51 comunidades centradas alrededor de un templo pequeño o mediano, lo cual
evidencia un patrón disperso si se le compara con los posteriores asentamientos del
Clásico Temprano. Aunque el material se distribuye a través de Tikal, hasta el momento
se conoce que la arquitectura ceremonial se restringe a dos conjuntos mayores: la
Acrópolis Norte y Mundo Perdido.

En el Preclásico Tardío hubo un incremento impresionante en la construcción, lo que se


tradujo en edificaciones mayores, algunas con mascarones de estuco en sus fachadas,
como indicio de los cosmogramas que, mediante una mezcla de rito, ideología y poder,
se empleaban para dominar a la población.52 Lamanai, Cerros, Uaxactún (Ilustración
135), Tikal (Ilustración 136), El Mirador, Nakbé, Río Azul, El Ceibal, Altar de
Sacrificios, Chakantún y seguramente muchos otros, forman parte de este movimiento,
aunque, por las monumentales nivelaciones efectuadas en los inicios de la época clásica,
muchos centros explorados en las Tierras Bajas no han proporcionado suficiente
evidencia relacionada con el asentamiento del final del Preclásico. Desde entonces hubo
monumentos tallados, uso de mampostería y piedra cortada, estuco y bóveda falsa, al
menos en las tumbas, así como consumo de bienes suntuarios asociados al complejo
ceremonial funerario.53

La arquitectura asociada al Horizonte Chicanel

En torno de las nuevas plazas monumentales se desarrollaron importantes complejos


arquitectónicos de carácter ceremonial. En El Mirador todos los principales rasgos
arquitectónicos del Complejo Danta fueron construidos, utilizados y abandonados en
este período. En su formación se aprovechó parcialmente la topografía natural del
terreno. La argamasa usada era de lodo, a pesar del gran tamaño de los bloques, y el
relleno está sostenido por cajas de contención.54 A su vez, el Complejo Tigre, cuyas
estructuras muestran un tema triádico, con el edificio mayor al oeste, puede representar
un panteón temprano mesoamericano, erigido en honor de las familias fundadoras.55
Este patrón está presente, asimismo, en otros conjuntos del sitio, como Monos, Danta y
Acrópolis Central, y en otros sitios, como Nakbé, Tintal, Uaxactún y Tikal.

En Tikal, la Acrópolis Norte y Mundo Perdido muestran desarrollos arquitectónicos


monumentales (Fase Chuen). La conexión entre ambos grupos pudo haberse dado
mediante el sacbé o calzada que va a Mundo Perdido desde la Plaza Oeste, formado
posiblemente desde una etapa anterior. Llegó a tener 49 m de ancho y una longitud
aproximada de 92 m. Pudo desempeñar también una función hidráulica, ya que en su
base se descubrió un canal que captaba y distribuía el agua acumulada en las plazas.

En Mundo Perdido se construyó un nuevo basamento piramidal, el 5C-54-3, cuyo eje


fue marcado mediante la colocación de enterramientos (Ilustraciones 133 y 134).56 La
estructura se integra con seis cuerpos escalonados, cuya conformación estructural ofrece
un patrón que se sigue desarrollando en las etapas siguientes: uniformidad proporcional
de los cuerpos inferiores que sustentan un tablero cuya terraza o plataforma da lugar a
un mascarón de proporciones masivas; lamentablemente, los mascarones fueron
mutilados, quizá durante la construcción de la pirámide siguiente. Con una planta radial
se incrementó su altura a 9.65 m y su anchura en la base norte-sur a 38 m. Además de
una escalinata central, 5C-54-3 presenta ya escalinatas laterales o auxiliares que
demarcan los tableros y mascarones, lo que recuerda la conocida Estructura E-VII-Sub,
de Uaxactún (Ilustración 135).

Las manifestaciones de arquitectura, documentadas en la Plataforma Este, de Mundo


Perdido, siguen reflejando los patrones indicados para etapas anteriores; es decir, una
estructura longitudinal, de no menos de 97 m, integrada por cuatro cuerpos escalonados,
que contrastan en los extremos con dos cuerpos salientes en talud, que contribuyen a
incrementar su altura.

En la parte final del Preclásico Tardío o Fase Cauac (0-250 DC) ocurrieron grandes
cambios arquitectónicos en Tikal. En la Acrópolis Norte se adhirieron mascarones
zoomorfos y figuras de estuco sobre algunos muros. Los muros de un recinto funerario
aristocrático (Enterramiento 166) muestran seis figuras delineadas en negro sobre estuco
pintado de rojo, lo cual indica un marcado simbolismo ceremonial.

En Mundo Perdido, la versión piramidal 5C-54-4 pudo estar integrada por siete cuerpos
(Ilustraciones 133 y 134), elevados sobre bloques de piedra caliza, colocados de canto y
sólidamente argamasados; caso similar al reportado para el conjunto Danta, en El
Mirador.57 Con una planta radial, la altura original de la pirámide pudo alcanzar 17.50
m y la anchura de la base norte-sur, más de 59 m. Sus mascarones, mutilados por
completo en la etapa posterior, deben haber sido monumentales. Durante esta etapa, la
configuración de la Plataforma Este, de Mundo Perdido, denotaba mayor complejidad
estructural e importancia funcional, y surgieron las primeras versiones de los templos
5D-84, 5D-86 y 5D-88, fijando el patrón simétrico que privaría en ellos hasta finales del
Clásico Temprano. Emergieron rasgos arquitectónicos tales como molduras en faldón,
esquinas remetidas con molduras combinadas en desniveles, taludes con doble
inclinación, desagües, y ventanillas o respiraderos en las cámaras.

La cámara central del Templo 5D-86-4 es importante por dos mascarones zoomorfos
que flanquearon su acceso (Ilustración 136). Los mascarones representaron jaguares.
Porciones del estuco azul que los recubrió se recortaron en áreas rellenadas con líneas
incisas inclinadas para simular las manchas negras de la piel del felino. Los ojos
oblicuos y los belfos abultados que permiten entrever los colmillos, constituyen rasgos
estilísticos sobresalientes. El diseño de las orejeras semeja una estrella estilizada de seis
puntas, dentro de la cual, encerrado por un semicírculo, hay un diseño de medialuna con
la sección abierta hacia afuera. Es posible que en el interior de alguna de esas cámaras
haya habido pintura mural.
La cerámica del Horizonte Chicanel

Desde el inicio del Horizonte Chicanel, la cerámica del área central entró en un período
de estabilidad tipológica y se incrementó notablemente en cantidad.58 En general, la
cerámica más importante de este horizonte era de carácter utilitario, usualmente con un
patrón decorativo a base de estrías, y los monocromos engobados de color rojo, negro y
crema. Tipos bicromos se presentan en pequeñas cantidades, algunos con decoración de
líneas paralelas múltiples en rojo o negro, sobre naranja o rojo (algunos de estos tipos
son de la técnica Usulután, mientras que otros sólo usan el estilo) véase Ilustración 137.
Son comunes las acanaladuras o incisiones paralelas, horizontales o verticales. Hay
decoración a base de estuco pintado, pero es poco común. Hay también molduras
labiales o mediales en las vasijas y se incrementa el uso de soportes sólidos y huecos y
la base anular.

El Final del Período Preclásico Tardío


Al final del Preclásico y coincidente con el Protoclásico, un buen número de
asentamientos fueron abandonados o se redujeron sensiblemente en tamaño, mientras
que otros se desarrollaron ampliamente. Centros mayores, como Cerros, en el norte de
Belice, y El Ceibal, en el Río de La Pasión, fueron prácticamente abandonados. No se
conocen causas ambientales para explicar esta selectividad, siendo lo más probable que
la competencia entre centros de población en expansión y la diferenciación social haya
conducido a la violencia, conquista y despoblación forzada de los centros sojuzgados.

Esta actividad connotaría un liderazgo permanente, político y militar, institucionalizado.


La construcción de grandes sistemas defensivos, como el de Becán, en Campeche, tiene
fecha del Preclásico Terminal, entre 100 y 250 DC. Se ha sugerido que el sitio Muralla
de León, en el área lacustre de Petén, que presenta un muro defensivo, era una avanzada
hacia el occidente de personas que utilizaban cerámica protoclásica y estaban
concentradas en Belice y al este de Petén.59

Componente Protoclásico en las Tierras Bajas

La cerámica del Componente Protoclásico

El Protoclásico de las Tierras Bajas, definido a veces en torno a la Esfera Cerámica


Salinas, o Floral Park, se refiere a un período y a una elaboración social concurrentes
con el Preclásico Tardío. Vasijas protoclásicas han sido registradas en numerosos sitios,
pero casi siempre como pertenecientes a un contexto ceremonial, es decir, como parte
de un subcomplejo funerario o ceremonial. Las exploraciones en Barton Ramie y
Nohmul, en Belice, indican que el componente Salinas, o Floral Park, es más que un
complejo funerario.
Se estima que solamente cinco sitios de las Tierras Bajas mayas centrales poseen un
componente considerable de material Salinas, o Floral Park: Altar de Sacrificios, en el
Río de La Pasión; Holmul, en el noreste de Petén; Barton Ramie, Hatzcab Ceel y
Nohmul, en Belice (Ilustración 48). De acuerdo con esta distribución puede observarse
que las Tierras Bajas orientales, es decir, Belice, tienen un peso mayor en las
interpretaciones de esta etapa cultural. En contraste, Uaxactún, Tikal y El Ceibal han
proporcionado poco material protoclásico.

El material cerámico protoclásico está marcado por fuertes innovaciones cerámicas en


los sitios en que aparece. Los rasgos definitorios de esta etapa son la aparición de
policromía en colores rojo y negro sobre fondo de color naranja (Ixcanrío Naranja
Policromo) y de diseños bicromos geométricos o convencionales, también sobre un
color naranja, cuyo exponente es la cerámica (ware) Holmul. Los monocromos de color
naranja comienzan a reemplazar a la cerámica de color rojo, que había predominado en
los siglos anteriores. Se tornan importantes los soportes mamiformes, las bases anulares
y las pestañas basales, en vasijas de ángulo-Z, lo mismo que los labios en gancho y la
acanaladura.60

El engobe en general es resistente y claro, de acabado más cercano a la cerámica (ware)


Petén Lustroso, del Clásico Temprano, que a la superficie cerosa del Preclásico. En
ciertas ocasiones puede considerarse como un subcomplejo del Clásico Temprano
Inicial, o Tzakol 1, aunque es importante recordar que aparece en un contexto de
cuencos rojos y negros monocromos de tipo Chicanel.61 Otros rasgos que pueden
considerarse como protoclásicos en las Tierras Bajas tienen ya una larga historia en
otras zonas del área maya, como es el caso de la decoración Usulután y de la pintura
sobre estuco.

Tanto en El Mirador como en Tikal (Fase Cimi), los restos protoclásicos suelen
aparecer en los rellenos mezclados con materiales del Preclásico Tardío o del Clásico
Temprano, por lo que resulta muy difícil separar, por lo menos en lo que a arquitectura
se refiere, ambas manifestaciones culturales.

La Problemática del Protoclásico


Aunque el término Protoclásico ha tenido una significación cronológica que comprende
del 100 AC al 250 DC, su contenido está definido solamente por asociación con
cerámica, por lo que el problema es esencialmente de tipología cerámica.62 Al
considerar al Protoclásico como una mera transición entre el Preclásico y el Clásico
Temprano, se reduce aún más el problema tipológico a unas cuantas nuevas formas,
acabados de superficie y modos decorativos.

Aunque con frecuencia se ha pensado en un proceso de invasión, con algunos


desplazamientos de población y vestigios de violencia a nivel local, esto parece haber
dejado intacta la mayor parte de la infraestructura del área. Excepto en Macanché,
donde los materiales protoclásicos se encuentran asociados a un muro defensivo, en
ninguna otra parte este componente sugiere guerra u otra circunstancia que no sea la
modificación pacífica de corrientes de desarrollo ya existentes.63 Por lo tanto, parece
ser que el componente protoclásico es producto de otros mecanismos, y es evidente que
esta cerámica estaba restringida al uso de un determinado estrato de la sociedad maya,
tanto en material de enterramientos como en materiales utilitarios.

En Tikal, este movimiento fue paralelo a acentuadas relaciones comerciales con zonas
que proporcionan innovaciones cerámicas, consistentes en nuevos tipos y elementos
simplemente adicionados a una tradición local que tuvo pocos cambios, y constituye un
empuje en la cristalización inicial del Clásico Temprano, el cual va mucho más allá del
simple cambio cerámico.

Se ha mencionado que el Período Protoclásico implica la influencia de dos esferas de


comercio contemporáneas, en las cuales participaban las Tierras Bajas.64 La primera de
ellas incluía el Altiplano Central (Kaminaljuyú), a través de una ruta interior en la que
seguramente participaba Tikal. La segunda involucraba áreas de El Salvador, la costa y
ríos de Belice. Esta última refleja los materiales Floral Park y parece asociarse más bien
a la época preclásica, mientras que la primera pudo ser más importante al comenzar el
Clásico Temprano.
JUAN ANTONIO VALDES y DINA FERNANDEZ

Período Clásico en las Tierras Bajas de


Petén

La civilización maya alcanzó, en Petén, su máximo esplendor durante el Período


Clásico, comprendido éste entre los años 250 y 900 DC. La región de Petén, conocida
arqueológicamente como 'zona central de las Tierras Bajas mayas', se ubica en el
corazón de las planicies que se extienden desde las faldas de las montañas chiapanecas y
la Sierra de Chamá, hasta los áridos confines septentrionales de la península yucateca
(Ilustración 59).

Varios estudios especializados han demostrado las diferencias entre el medio físico del
Período Clásico y el de la actualidad. La exuberancia de la flora y de la fauna de la selva
era muestra de una extraordinaria riqueza ecológica. Entre los densos y altos follajes
aún existen miles de especies animales. Sin embargo, los suelos calcáreos, despojados
de su delgada capa orgánica, se vuelven del todo estériles.

El apogeo cultural de los mayas fue la culminación de un proceso que se inició en los
siglos anteriores del Preclásico. La bóveda falsa en palacios de mampostería, la
edificación de pirámides escalonadas, la construcción de estelas, la escultura asociada a
la arquitectura y el registro calendárico de la Cuenta Larga, se consideraron durante
mucho tiempo como los rasgos característicos del Período Clásico, pero en la actualidad
se sabe que dichos rasgos culturales estuvieron presentes en el área central desde épocas
anteriores, en sitios como Uaxactún, Tikal, El Mirador, Nakbé, El Tintal y otros.

El Período Clásico ha sido dividido en Clásico Temprano (250-550 DC) y Clásico


Tardío (550-900 DC), etapas que a su vez se subdividen en fases cerámicas, que difieren
en cada sitio y que ayudan a conocer mejor la secuencia cronológica de la civilización
maya (véase Cuadros Cronológicos). Entre ambas épocas se ha identificado, con base en
un notable descenso de la construcción arquitectónica y de los monumentos esculpidos,
una relativa suspensión del proceso general, la que es más notoria en sitios como Tikal.
Se sabe que en otros lugares, además, de Tikal, el hiato detuvo el desarrollo de la
cultura maya, como ocurrió en Uaxactún y Río Azul, donde no se han encontrado
estelas esculpidas asociadas a dicho hiato. Las evidencias arqueológicas indican que el
hiato afectó con mayor fuerza a los centros del área maya central, mientras que los sitios
de zonas periféricas sufrieron en menor grado, ya que en lugares alejados de Tikal,
como en Caracol, Belice, sí se han encontrado restos de arquitectura y estelas de esa
época.

Sin embargo, el esplendor de esta civilización declinó paulatinamente en el siglo IX de


nuestra era, cuando ocurrió el 'colapso maya'. Empero, algunas ciudades no fueron
totalmente desocupadas, según lo indican las evidencias de una ocupación que se sitúa
temporalmente en la coyuntura de la transición del Clásico al Postclásico. Lugares como
Tayasal y el área del Lago Petén Itzá no fueron abandonados. En la zona periférica, en
el sitio de Barton Ramie, Belice, existen datos sobre alta densidad de población hasta
finales del Postclásico Temprano.

Actividades Económicas
Durante muchos años los arqueólogos creyeron que la economía maya se basaba en una
agricultura de roza. Sin embar-go, estudios recientes han confirmado que los
conocimientos agrícolas de los mayas eran mucho más complejos. Es muy probable que
los mayas hayan utilizado el sistema de roza para cultivar maíz, frijol y calabazas
(Ilustración 41). Pero, las limitaciones de espacio, a las cuales estaban sujetas sus
ciudades, sobre todo por los crecientes índices poblacionales y de demanda,
seguramente crearon la necesidad de buscar nuevas estrategias de subsistencia. En las
últimas décadas, la evidencia obtenida en las excavaciones arqueológicas ha demostrado
que los mayas utilizaron técnicas de agricultura intensiva durante el Clásico. Se han
descubierto restos de terrazas con muros de piedra en el norte de Belice, en el área del
Río de La Pasión, al oeste del Río Usumacinta y en el sur de Campeche.

Asimismo, en varias regiones cerca de los bajos o a la orilla de los ríos de la zona maya
central, se han descubierto extensas zonas que fueron cultivadas en campos elevados y
pantanosos. Este sistema consistía en habilitar para la siembra parcelas largas y
rectangulares de tierra firme, separadas por canales de agua, cerca de los bajos y los
ríos. Estos embalses fangosos, parecidos a las chinampas aztecas, servían tanto para
plantar maíz, cacao y algodón, como para la piscicultura. Se supone que los hogares
mayas tuvieron también huertos, en los que sembraban árboles frutales, tubérculos y
legumbres.

En su estudio sobre los patrones agrícolas y nutricionales de los mayas, Dennis y Peter
Puleston concluyeron que la nuez del árbol de ramón (Brosium alicastrum) constituía
una de las mayores fuentes de alimento de los pobladores del Período Clásico. En
efecto, la utilización de esta semilla tenía numerosas ventajas: su productividad era
superior a la del maíz, el nivel nutritivo era muy rico y, además, su almacenamiento y
conservación eran más fáciles en comparación con otros productos agrícolas, ya que las
semillas del ramón contienen menos agua. También los tubérculos formaban parte de la
dieta maya prehispánica. En un estudio de etno-agronomía realizado por Bennet
Bronson, se ha establecido que en las Tierras Bajas centrales, al igual que en otras
regiones, se consumían el camote, la yuca, la jícama y la malanga, productos que
todavía integran la dieta de las poblaciones de Yucatán y del Altiplano de Guatemala.

La diversidad ecológica presente en la selva petenera no sólo permitió el desarrollo de


varios sistemas agrícolas, sino que también fomentó el intercambio mercantil entre las
distintas regiones del área maya. Durante el Período Clásico, las operaciones
comerciales se extendieron a otros centros culturales mesoamericanos del altiplano
central de México y Oaxaca. Una eficaz red de rutas comerciales surcaba las planicies
de Yucatán y las regiones montañosas del centro de Guatemala, de manera que una
región podía tener acceso a los recursos y los productos de otra. Las vías comerciales
más transitadas eran los ríos y las costas, ya que resultaba más fácil transportar las
mercancías en canoas. El área del Río Usumacinta y sus tributarios controlaba gran
parte del movimiento comercial que se efectuaba entre las Tierras Bajas y las Tierras
Altas, pues los mercaderes podían movilizarse por los ríos, desde la cuenca del Chixoy,
donde se proveían de sal en el lugar conocido como Salinas de Los Nueve Cerros, hasta
el Golfo de México y las playas yucatecas. Otra ruta comercial muy activa era la del Río
Motagua, por cuyo curso se podía penetrar al Altiplano guatemalteco o comunicarse con
la costa oeste de Honduras. Los mercaderes, además, viajaban por las rutas terrestres y
marítimas, guiados por los astros y bajo la protección de su propia deidad.

Los mayas intercambiaban con sus vecinos materia prima y productos acabados. De las
Tierras Altas se obtenían las piedras de moler y manos, obsidiana, jade, serpentina y
otras piedras verdes de menor valor, utilizadas en la joyería y en la fabricación de
objetos ceremoniales (Ilustración 138). La ceniza volcánica, que se empleaba como
desgrasante en la producción de cerámica, provenía de la meseta central guatemalteca y
de la región de Chalchuapa, en El Salvador. Las mercancías de exportación de las
Tierras Bajas formaban una gama más amplia de recursos y manufacturas. La sal y la
miel de Yucatán tenían gran demanda en toda el área maya. El cacao, usado como
moneda y bebida ritual, se cultivaba en gran escala en la Costa Sur de Guatemala, así
como en las costas periféricas de Soconusco y Honduras. En la zona central se
explotaban los abundantes recursos de la selva petenera: el pedernal y el cuarzo, las
pieles de jaguar y las plumas multicolores de las aves tropicales. Las plumas de quetzal,
que adornaban los tocados de los gobernantes, se obtenían en los bosques del Altiplano,
en particular en las Verapaces, donde se localiza el hábitat de dichos pájaros. La
cerámica policromada de las Tierras Bajas también era un artículo muy apreciado por la
élite del Altiplano, donde formaba parte de los tesoros reales.

Organización Política y Social


A finales del Período Preclásico, la organización social de los mayas sufrió fuertes
cambios motivados por el mismo gobierno local, en el cual sobresalía ya la presencia de
un gobernante centralizador del poder. Durante los siglos siguientes, la estructura
política de los mayas de las Tierras Bajas evolucionó poco a poco hacia un régimen aún
más centralizado, hasta que las ciudades alcanzaron su máximo nivel de complejidad
sociopolítica en el Período Clásico Tardío.

La autoridad política la ostentaba una sola persona, quien se encargaba de gobernar con
la ayuda de algunos miembros de la élite. El mandatario supremo heredaba el poder de
su padre y lo ejercía en forma absoluta hasta el final de su vida, cuando lo transmitía al
primer descendiente masculino en línea directa. Por lo general, los jefes de gobierno
eran hombres; sin embar-go, en la región del Usumacinta existen pruebas de que
también algunas mujeres desempeñaron funciones muy importantes como gobernantes o
regentes, hasta que sus hijos alcanza-ron la edad para tomar el mando del gobierno.

Para lograr la centralización política en este tipo de gobierno, los mandatarios


necesitaron de un sector público especializado en diferentes actividades y de una
sociedad altamente estratificada. La evidencia arqueológica y etnohistórica confirma
que las comunidades mayas estaban estructuradas en clases sociales muy marcadas. Se
sabe que el nivel más alto de la jerarquía estaba ocupado por el gobernante, que
ostentaba el título de Ahau, es decir, 'señor', y éste dirigía una unidad política, que podía
ser territorialmente mayor o menor que otras. Bajo su potestad aparece la élite local
relacionada con el dirigente, y cuyos linajes se consideraban de origen divino. Este
grupo monopolizaba los cargos públicos más importantes, ya que los miembros de la
aristocracia eran líderes políticos, militares de alto rango, sacerdotes y burócratas.

Ahora bien, la composición del resto de la estructura social es más difícil de definir,
principalmente, por el hecho de que la mayoría de las excavaciones han sido enfocadas
al conocimiento de los estratos superiores, así como también por el mal estado en que se
encuentran los entierros de los pobladores de menores recursos económicos. Es posible
que los arquitectos, escribas, artistas y artesanos hayan ocupado un estrato social medio,
por la alta especialización de sus respectivas ocupaciones. En los niveles más bajos de
la sociedad probablemente se encontraban las grandes masas campesinas, que
constituían la base del sistema social, entre cuyas responsabilidades figuraban la
producción agrícola y el mantenimiento del Estado, ya que aportaban la mano de obra
necesaria para los trabajos pesados. Existe además la posibilidad de que se empleara
como esclavos a los prisioneros de guerra, pero esto no aparece documentado más que
para el Período Postclásico en las fuentes etnohistóricas, por lo que muy poco se sabe de
ellos en relación con el Clásico.

Todo parece indicar que la estructura de clases prevaleciente en las sociedades mayas
del Período Clásico era muy rígida. Las posibilidades que una persona tenía de ascender
en la jerarquía de la comunidad eran prácticamente nulas. La evidencia relacionada con
entierros en el Preclásico Medio y Tardío indica mayor posibilidad para adquirir
posiciones de poder, mediante hazañas de guerra, conocimiento, etcétera. En cambio,
respecto del Clásico, se presentan entierros de niños y mujeres con artículos lujosos, lo
cual indica predominio de poder adscrito. A pesar de que algunos sitios presentaban
peculiaridades o se enmarcaban dentro de estilos regionales, las principales metrópolis
compartían motivos y estilos artísticos, una misma religión, un mismo calendario y,
posiblemente, un mismo patrón de organización social.

Respecto del Clásico Temprano se cuenta con abundante información sobre el


desarrollo arquitectónico, escultórico y sociopolítico en Tikal, Uaxactún y Río Azul, lo
que demuestra el avance de estos lugares y sus contactos con otras regiones. La Estela
29, de Tikal, fechada para el año 292 DC, y la pieza de jade conocida como Placa de
Leyden, correspondiente al año 320 DC (véase Ilustración 128 y segunda sección de
Láminas), son algunos de los ejemplares más antiguos del Clásico Temprano, en los
cuales se muestran retratos de soberanos de Tikal, indicándose con ello que un sistema
centralizado de gobierno estaba ya instituido.

Tanto Tikal como Uaxactún parecen haber sido florecientes metrópolis durante los
inicios del Clásico Temprano, pero posiblemente su cercanía geográfica, y la
prosperidad de ambas ciudades, produjo una rivalidad entre ellas, con el objeto de
obtener el control territorial del área maya central. Este problema fue resuelto por medio
de una guerra, en la cual las fuerzas de Uaxactún fueron derrotadas en el año 378 DC, lo
que convirtió a Tikal en el principal centro administrativo de la región. Esto parece
haber permitido el aumento de territorio bajo el control de la égida de Tikal, al mismo
tiempo que nuevos gobernantes de este centro se hacían representar en las estelas como
dirigentes y legítimos herederos del poder. Cielo Tormentoso, quien gobernó Tikal entre
los años 426-457 DC, proclamó el origen divino de su linaje y sus ancestros en la Estela
31 de ese sitio. Asimismo, en las pinturas murales de la tumba de un importante
gobernante de Río Azul, se hace referencia a su filiación tikaleña por medio del glifo-
emblema de Tikal. En Uaxactún, este mismo glifo aparece también en las Estelas 4, 5 y
22, lo que indica que durante una porción del Clásico Temprano el sitio se encontraba
bajo el dominio de Tikal.

El desarrollo logrado por estos Estados permitió una intensificación de las relaciones
comerciales y culturales con otras regiones, tales como las Tierras Altas de Guatemala,
donde sobresalía Kaminaljuyú, y el altiplano de México, dominado por Teotihuacan.
Anteriormente se consideró que este último centro había influido en el desarrollo de la
sociedad maya del Clásico Temprano. Sin embargo, los nuevos hallazgos sugieren que
no existió tal influencia, sino más bien una relación de intercambio bilateral entre ambas
regiones.

Tradicionalmente se ha considerado que la llegada de teotihuacanos a las Tierras Bajas


mayas debe de haber ocurrido alrededor del año 400 DC, y que entonces introdujeron
tres elementos primordiales: 1) bienes comerciales, como la obsidiana verde y la
cerámica estucada; 2) el talud-tablero para su empleo en la arquitectura local; y 3)
Tláloc, la deidad de la lluvia y la guerra. Sin embargo, la idea anterior fue puesta en
duda a raíz de los descubrimientos realizados en el conjunto Mundo Perdido (Ilustración
131), que ocupa los cuadrantes 5C, 5D, 6C y 6D del plano de Tikal, donde fueron
descubiertos varios edificios en los que se empleó el talud-tablero, y cuya fecha se sitúa
en 250-300 DC. En consecuencia, se supone que el contacto entre diversos sitios
mesoamericanos se remonta a una época más temprana de la considerada
tradicionalmente y que ello no dependió sólo de la expansión de Teotihuacan. El
sistema de talud-tablero presenta en su base un muro inclinado en forma de talud,
mientras que su sección superior está formada por un marco horizontal saliente, en cuyo
centro hay un panel remetido, que a veces tiene figuras decorativas (Ilustración 139).

Por otra parte, en el sector central de Teotihuacan, específicamente al este del conjunto
conocido como La Ciudadela, se han descubierto rasgos culturales de origen maya,
como los complejos de conmemoración astronómica y los círculos calendáricos
realizados sobre pisos de estuco. El fechamiento respectivo sitúa a estos elementos en
los inicios del Clásico Temprano, con lo cual se remarca una vez más la antigüedad de
los correspondientes vínculos culturales. En ese mismo sitio, asimismo, se ha
encontrado cerámica de procedencia maya.

Lo anterior demuestra que no existió un dominio cultural de Teotihuacan en el área


maya, sino que las dos regiones mantuvieron un contacto continuo desde fechas más
antiguas que las consideradas anteriormente, y que la influencia fluyó en ambas
direcciones. El final del Clásico Temprano está marcado por un retorno a las tradiciones
puramente mayas, y la consecuente desaparición de objetos foráneos. Sin embargo, este
intervalo se caracterizó por un recrudecimiento de las rivalidades entre los centros
políticos. Los conflictos militares se multiplicaron y hay evidencias de guerras entre
Tikal y Caracol en el año 562 DC, así como otra posterior entre Naranjo y Caracol
emprendida en 631 DC. Estas guerras parecen haber debilitado los centros políticos del
área maya central y constituido la causa del hiato que provocó el cese de la práctica de
erigir monumentos arquitectónicos y escultóricos durante varias décadas.

Con el inicio del Clásico Tardío, los sitios del área maya renacieron con gran auge y
principió nuevamente una época de esplendor bajo el control de un gobierno aún más
centralizado en una sola persona. Se sabe que las grandes ciudades eran identificadas
por los mayas por medio de un glifo especial para cada una de ellas, conocido como
'glifo emblema'. Durante el Clásico Temprano, pocas ciudades tuvieron glifo-emblema
propio, y la presencia de esa representación simbólica parece limitarse al área central,
en donde Tikal ejerció un mayor dominio sobre las ciudades vecinas. Durante el Clásico
Tardío esta situación cambió y se nota el surgimiento de muchos nuevos glifos-
emblema, tanto en el área central como en la periferia. Esto parece indicar que nuevos
sitios alcanzaron la categoría de centros rectores sobre un determinado territorio. En el
período en cuestión, el sistema político maya se estructuró en un conjunto de pequeñas
regiones geográficas, cada una de las cuales tenía su propio centro primario. Sin
embargo, en la Estela A de Copán, cuya fecha se sitúa en el año 731 DC, se mencionan
Tikal, Palenque, Calakmul y Copán, como las cuatro capitales regionales que
dominaban el área maya (Ilustración 140). Cada una de estas capitales extendía su
dominio a sitios más pequeños situados dentro de su radio de influencia.

Durante el Clásico Tardío, las dinastías mayas se esforzaban por estrechar los nexos
diplomáticos que les permitieran establecer coaliciones poderosas y extender sus
dominios. Los medios utilizados para este fin fueron los enlaces matrimoniales, las
alianzas estratégicas o las visitas diplomáticas. De esta manera, los gobernantes
aseguraban la alianza de sus vecinos para enfrentar las contiendas armadas que pudieran
presentarse. La mujer de la nobleza maya (Ilustración 143), por ejemplo, desempeñó un
importante papel como embajadora de paz, puesto que los matrimonios reales eran uno
de los principales medios para alcanzar alianzas políticas, y de esa manera, las mujeres
de abolengo viajaban en diversas direcciones al contraer nupcias con gobernantes o
señores importantes de otros sitios. Las uniones matrimoniales que sellaron alianzas
políticas entre sitios de primera y segunda categoría, a nivel regional, se produjeron, por
ejemplo, entre Tikal y Naranjo, Yaxchilán y Bonampak, así como Palenque y
Tortuguero. En el Clásico Tardío, la civilización maya logró alcanzar su máximo nivel
cultural. Tal desarrollo demandó miles de personas en quienes se sustentaba el rígido
sistema oficial implantado por los gobernantes. El alto grado de explotación humana
condujo posteriormente a un deterioro interno de la sociedad. En el final del siglo VIII y
principios del IX, se pudo haber producido un descontento generalizado en la población
de menores recursos económicos y los gobernantes posiblemente se esforzaron por
mantener el sistema económico establecido, ya que toda la zona maya sufría su mayor
declinación. La crítica situación económica, por ejemplo, hizo más difícil el control de
los recursos, y ello afectó la posición de Tikal y otros pueblos, cuya fuerza política y sus
niveles de civilización, en general, descendieron ostensiblemente. En el orden interno se
produjo un proceso de deterioro, provocado por las presiones sociales, y en particular,
por problemas tales como la pérdida de credibilidad en el sistema impuesto por la clase
gobernante, el debilitamiento de las creencias religiosas, el descontento popular por la
falta de recursos básicos o bienes de intercambio, la falta de movilidad en las capas
sociales, la crisis alimenticia, las guerras internas, etcétera.

A principios del siglo IX, la crisis interna de la organización sociopolítica provocó la


caída de las primeras ciudades mayas y el inicio de la reducción territorial de esta
civilización. Las primeras ciudades que tuvieron problemas, entre los años 800 y 820
DC, son las que se encontraban en la periferia, tal el caso de Palenque y Yaxchilán, en
el extremo oeste, y Copán y Quiriguá, en la frontera oriental. Los sitios de la zona
central continuaron su desarrollo, y en 849 DC la Estela 10, de El Ceibal (Ilustración
151), registró un cambio en las capitales mayas: Tikal y Calakmul conservaron su
categoría, pero Motul, de San José, y El Ceibal reemplazaron a Copán y Palenque. La
reducción del mundo maya a un área más limitada anunciaba el final de una era. Ello
fue el inicio del colapso que se extendió a todos los centros en menos de un siglo. Los
últimos monumentos esculpidos en el área maya fueron los de Tikal, de 869 DC, y los
de Uaxactún y Xultún, de 889 DC. En 909 DC Toniná registró la última fecha de la
Cuenta Larga, que se conoce en relación con el Clásico.

En los últimos 200 años del Período Clásico, importantes cambios conmocionaron al
mundo maya. Se sabe que en el año 810 DC, en los sitios cercanos al drenaje del Río
Usumacinta, fueron esculpidos en estelas algunos personajes pertenecientes a un grupo
étnicamente diferente al de los mayas de la región central. Estos gobernantes o grandes
señores presentan rasgos que se diferencian de los clásicos, y que se relacionan tanto
por la apariencia física como por el atavío real. Por esta razón, algunos arqueólogos han
considerado que se trata de los jefes de un grupo invasor de origen foráneo. Eric
Thompson sugirió que estos extranjeros eran mayas periféricos procedentes del sur de
Campeche y del delta de los ríos Usumacinta y Grijalva, en Tabasco. Dicho autor los
denominó putunes y consideró que eran hablantes de maya chontal. Con la llegada de
los extranjeros también aparecieron, en las ciudades centrales, cambios paulatinos en la
tradición artística y cerámica, lo que incluyó el surgimiento del tipo cerámico Naranja
Fino (Ilustración 152), que es uno de los materiales que marcan el final del Período
Clásico.

El colapso de la civilización maya ha constituido un tema de investigación constante


desde que se iniciaron los estudios de esta cultura. Distintas causas han sido propuestas
para explicar este fenómeno. Anteriormente, se pensó en catástrofes ecológicas, sequías,
epidemias y terremotos, pero actualmente se considera que el colapso no fue ocasionado
por un solo factor determinante, sino por varios factores interactivos en un proceso de
destrucción interna. Entre ellos se pueden citar: el descontento que provocaron, en la
población, la rigidez del sistema sociopolítico, las revueltas internas, el incremento de
los conflictos bélicos y la competencia desmesurada por la obtención de recursos en
territorios más amplios. Al final del siglo IX, las ciudades que aún estaban habitadas
entraron en completa decadencia y sus núcleos principales fueron abandonados cuando
faltó la clase gobernante que había dirigido el destino de esos pueblos a lo largo de
varios milenios. Las grandes ciudades de Petén fueron completamente abandonadas y
sus antiguos moradores se movilizaron en busca de nuevas tierras. En poco tiempo, la
densa vegetación tropical cubrió los restos de esas ciudades desiertas, que unos años
atrás habían dado muestras de gloria y esplendor.

Religión
Los mayas, como muchos pueblos del mundo antiguo, concebían la realidad en
términos sobrenaturales y mitológicos. Se explicaban el orden de la naturaleza y de la
sociedad por medio de una doctrina religiosa, compleja y bien estructurada, cuya
mística envolvía todos los aspectos de la vida y moldeaba una completa visión del
mundo. Sin embargo, es muy poco lo que se sabe con certeza de la cosmología y del
panteón maya clásico. Reconstruir el pensamiento religioso de una civilización con base
en sus vestigios arqueológicos es bastante difícil, ya que se corre el riesgo de caer en
meras especulaciones. Indudablemente, muchos detalles concernientes a las creencias y
a los ritos sagrados de los mayas escapan al entendimiento del hombre contemporáneo.
No obstante, por medio de laboriosas investigaciones etnográficas, iconográficas y
epigráficas, ha sido posible comprender algunos de los conceptos básicos de la religión
maya. Se sabe, por ejemplo, que la multiplicidad teogónica de su panteón obedece a los
diversos aspectos que podía tener cada dios. El dualismo o la unión de principios
opuestos, constituía una de las ideas claves de su pensamiento religioso, por lo que los
dioses podían adoptar formas masculinas o femeninas, diurnas o nocturnas,
benevolentes o nefastas.

El campo de acción de los dioses mayas se extendía a la totalidad del universo. La


configuración del espacio y del tiempo, las dos nociones fundamentales de la
experiencia humana, conformaban el sistema cosmológico de aquellos pobladores. Se
sabe que en la cultura maya existieron dos tipos o sistemas de culto. Por una parte,
estaba la religión popular, practicada por la mayoría de la población y relacionada con
las creencias y necesidades cotidianas, así como con las sencillas ceremonias agrícolas
de las comunidades apartadas. Existía, además, la religión oficial, manejada por la élite
con fines políticos. Algunas manifestaciones de ésta fueron grabadas en piedra, por lo
cual se conoce más de ella en la actualidad. Se considera que, cuando se realizó el
cambio de sociedades agrarias a sociedades urbanas, también la religión comenzó a
desempeñar una función importante en apoyo del poder político, ya que indujo a la élite
a crear una nueva conceptualización ideológica del orden natural y social.

Los mayas creían que el universo estaba formado por tres estratos principales: la bóveda
celeste, la tierra y el inframundo. En esta concepción, la ceiba desempeñaba un papel
importante, pues se consideraba que existían cinco de estos árboles mitológicos, de gran
tamaño, que nacían en la tierra y se encargaban de sostener los cielos, y que se ubicaban
en los cuatro puntos cardinales y en el centro del mundo. Las raíces de las ceibas, que
crecían continuamente, permitían mantener un contacto entre la tierra y el Inframundo.
Este, por lo tanto, era un árbol sagrado, ya que servía de comunicación entre los tres
estratos del universo, donde el Sol, Venus, la Luna y otras divinidades se movían
cíclicamente a través del mundo superior y el inframundo. Esta idea se encuentra
representada en la lápida del sarcófago de Palenque, la cual guarda los restos del
gobernante Pacal, aunque se ha demostrado que el concepto descrito del universo fue
concebido desde el Preclásico Tardío. El cielo tenía 13 capas superpuestas, en las cuales
residían diferentes divinidades. El dios Sol, llamado Ah Kin, Kinich Ahau o Kinich
Kakmoo, era la deidad suprema y fue ampliamente representada en esculturas y códices;
la diosa Luna, Ixchel, patrona de los tejidos, la medicina y el parto, era su consorte.

Los mayas también reverenciaban a los astros, entre los cuales figuraban Venus y la
Constelación Pléyades. El movimiento de los astros se consideraba como una
manifestación de la actividad de los dioses, por lo que las observaciones astronómicas
de las estrellas matutinas y vespertinas eran vitales en la religión, pues el
comportamiento de las deidades celestes tenía una injerencia decisiva en la vida de los
hombres.

Cuatro dioses, llamados Bacabs, se encontraban apostados en las esquinas del mundo
donde sostenían el cielo sobre las palmas de sus manos. La Tierra, morada del género
humano, se orientaba según los puntos cardinales. Cada uno de éstos estaba asociado a
un árbol, un pájaro y un color. Al Este, o sea la dirección del sol naciente, correspondía
el rojo, y a su punto opuesto, el Oeste, el negro. El Norte se representaba con el blanco,
y el Sur con el amarillo. Varias deidades velaban por el trabajo de los hombres. Chac, el
dios de la lluvia, y el dios del maíz, estaban asociados a los trabajos agrícolas. De la
misma manera, el viento, los cerros y las plantas estaban animados por poderes
espirituales.

En la concepción maya, el cielo consistía de 13 niveles y el inframundo tenía nueve


pisos; éste estaba habitado por los muertos y los dioses de la noche. El propio sol moría
cada día al atardecer y se convertía en uno de los Señores de la Oscuridad, adoptando la
forma de un temible jaguar. Los mayas consideraban que las cuevas servían como
medio de comunicación entre la Tierra y el inframundo, y por ello se realizaban rituales
especiales en dichos lugares.

Los mayas, además, tenían una concepción cíclica del tiempo. Esta creencia es un rasgo
característico de las religiones mesoamericanas. Probablemente, estaba presente ya en la
civilización olmeca y sobrevive hasta hoy en las culturas indígenas de Guatemala y
México. Los mayas, al igual que los aztecas, concibieron el desarrollo histórico como
una serie de ciclos sucesivos de creación y destrucción del universo, tal y como se
describe en el Popol Vuh. El tiempo se clasificaba en eras de gran duración, que se
anotaban en los registros calendáricos. La actividad astronómica estaba estrechamente
ligada a la religión y la política. Por medio del calendario ritual de 260 días, los
sacerdotes podían profetizar acerca de las fechas propicias o adversas para los hombres.
De esta manera, los augurios de los sacerdotes permitían programar las celebraciones
religiosas destinadas a obtener los favores de los dioses.

En la cosmología maya existía una relación mágica entre el mundo terreno y el mundo
sobrenatural. La religión era la espina dorsal de esta cultura, pues muchas de sus
instituciones sociales se estructuraban de acuerdo a los cánones de la doctrina religiosa.

Los soberanos detentaban el poder y el conocimiento por derecho divino. En un mundo


sujeto a la voluntad de los dioses, ellos eran los únicos que podían servir de mediadores
entre los hombres y sus creadores. En sus manos se concentraba la autoridad política y
religiosa, por lo que su intervención ante las deidades era crucial en la toma de
decisiones relacionadas con el destino de un pueblo.

Arquitectura
Los centros clásicos más importantes de la zona central se encuentran situados en
posiciones estratégicas, destinadas a facilitar su abastecimiento de víveres, agua y
materiales de construcción. En efecto, parece ser que la disponibilidad de estos recursos,
el acceso a las vías comerciales y la topografía del lugar escogido fueron los criterios
que determinaron la ubicación de un sitio. Además, es posible que se hubieran tomado
en cuenta factores militares o políticos, pues los contactos y las rivalidades entre los
centros mayas de la época podían tener implicaciones vitales para la élite gobernante y
la población en general.

Por lo común, los mayas establecieron sus ciudades en la parte superior de lomas de
poca altura, rodeadas de tierra fértil y próximas a las riberas de lagos o ríos. Asimismo,
se suelen encontrar centros habitacionales en las cercanías de los bajos, esas grandes
depresiones arcillosas, tan comunes en la región central y norte de Petén, que se inundan
durante la estación lluviosa.

No se conoce con certeza a cuánto ascendió la población de las Tierras Bajas mayas,
pero algunos investigadores han sugerido que esta zona estuvo ocupada,
aproximadamente, por dos o tres millones de habitantes. En su mayoría, éstos vivían en
grupos de caseríos dispersos en la periferia de los núcleos urbanos, mientras que un
menor número habitaba en el centro cívico religioso. En las áreas más alejadas del eje
central de las ciudades, la gente vivió en ranchos construidos sobre plataformas de
piedra caliza. Las paredes de estas casas estaban hechas de delgados maderos rollizos, y
el techo, de palma local. Sin embargo, en las proximidades del centro de los sitios, las
viviendas aumentaban en número, tamaño y calidad. Construidas sobre plataformas y
con muros de piedra, estas residencias servían de albergue a los estratos medios de la
sociedad.

A pesar de que los materiales y las dimensiones de las casas variaban según los recursos
económicos de sus habitantes, la mayoría de ellas estaba diseñada según el mismo
patrón. Las estructuras domésticas se conformaban por una o varias habitaciones, y
solían encontrarse alrededor de un patio central, formando un grupo. Con base en las
crónicas escritas durante la Conquista y en las evidencias etnográficas, se ha sugerido
que estos complejos habitacionales albergaban a familias numerosas.

La arquitectura doméstica experimentó pocas transformaciones a lo largo de su


evolución. Por el contrario, la arquitectura monumental tuvo un gran auge durante el
Período Clásico. Los edificios públicos de esta época se multiplicaron al mismo tiempo
que crecieron en volumen y complejidad.

Definir las características del estilo arquitectónico clásico no es una tarea sencilla. En
aquellos días, la fisonomía de las ciudades mayas cambiaba constantemente, ya que los
arquitectos mantenían una actividad ininterrumpida, renovando y ampliando las
estructuras erigidas en fechas anteriores. Además, es necesario considerar que cada
región tenía una tradición artística particular, cuya evolución estuvo determinada por
circunstancias diferentes. No obstante, se puede decir que una cierta homogeneidad
arquitectónica prevalece en los sitios del área central. A pesar del carácter individual de
cada uno de éstos, el diseño de las construcciones se deriva de los mismos criterios
estéticos.

El centro cívico-religioso de una ciudad del Período Clásico estaba formado por una
serie de plataformas escalonadas, sobre las cuales se edificaban varias estructuras de
mampostería, como edificios tipo palacio, templos, pirámides escalonadas, juegos de
pelota, mercados y calzadas. Estas fueron construidas en torno a plazas amplias y
soleadas, las que a su vez tenían altares y estelas lisas o esculpidas.

La monumental arquitectura encontrada en las Tierras Bajas desde el Preclásico Tardío,


se siguió desarrollando durante los inicios del Clásico Temprano, volviéndose aún más
compleja durante el Clásico Tardío. Un ejemplo de ello fueron los complejos de
conmemoración astronómica (Ilustración 134) y los conjuntos tipo Acrópolis. En el
primero de los casos, los Complejos de Conmemoración Astronómica, también
conocidos como Conjuntos Grupo E (en referencia al Grupo E de Uaxactún, por haberse
encontrado en ese sitio el primer grupo de esta naturaleza, a principios del siglo XX),
continuaron siendo empleados durante el Clásico Temprano, pero se aumentaron sus
dimensiones, tanto en Tikal como en Uaxactún y otros sitios mayas. En el Clásico
Tardío, parece ser que este tipo de complejo perdió su significado original y nuevos
edificios fueron integrados al grupo, en algunas ocasiones.

Los conjuntos denominados Acrópolis surgieron también en el Preclásico Tardío, pero


durante el Clásico aumentaron de tamaño y los edificios crecieron en número y volumen
(Ilustración 141). Este tipo de conjuntos se encuentra ubicado en la parte central y más
importante de cada sitio; en muchas oportunidades era allí donde se sepultaba a los
gobernantes y grandes sacerdotes. Se les colocaba en cámaras mortuorias especialmente
preparadas, y junto a los cadáveres se colocaban ofrendas funerarias que les servirían en
el viaje y durante la estancia en el mundo de los muertos. El diseño de estos conjuntos
tenía una función eminentemente política y religiosa. Desde lo alto de las pirámides, los
dirigentes y sacerdotes oficiaban sus ceremonias y gobernaban a su gente. A través de la
arquitectura, la élite hacía gala de su poderío, a la vez que afirmaba su autoridad y
consolidaba el sistema social establecido. Probablemente, los monumentos mayas más
impresionantes son los gigantescos edificios piramidales que se elevan sobre los árboles
más altos de la selva (Ilustración 38). El volumen de estas estructuras dominaba el
paisaje urbano de los sitios clásicos del área central. Sobre el elevado basamento de
estos edificios se erigía un templo pequeño, coronado por una espectacular crestería.
Las cresterías fueron de diversa altura y diseño, conociéndose tres variables de ellas en
el área maya. La primera, llamada Tipo Petén, se encuentra representada con sus más
grandes ejemplares en Tikal e influyó en la arquitectura de la región petenera e inclusive
llegó a sitios como Quiriguá y Copán. Es de características masivas, hueca por dentro, y
muestra esculturas en la fachada. La crestería Tipo Peineta se desarrolló en Palenque y
sitios vecinos. Menos voluminosa que la petenera, se compone de un muro calado y
también decorada con figuras de personajes importantes. La tercera variante se
denomina Tipo Peninsular y se encuentra en la región de Yucatán; tiene muros
rítmicamente calados, altos y muy anchos, donde también aparecen los desplegados
dinásticos, igual que en todas las cresterías mayas.

El interior de los templos tenía varias cámaras y estaba cubierto por una bóveda de
piedra, también conocida como Arco Maya. El uso de estos techos abovedados reducía
considerablemente el espacio interior de los recintos. Por consiguiente, se puede pensar
que la naturaleza misma de la arquitectura y la rigidez de la organización social
limitaban estrictamente el acceso al interior de las cámaras de los templos. El espacio
operacional de la arquitectura maya se centraba en las plazas. Desde allí las multitudes
podían contem-plar los fastuosos edificios construidos por sus gobernantes, así como
participar en ceremonias cívicas y religiosas.

En Tikal, por ejemplo, la Plaza Mayor se encuentra cerrada por edificios de línea
vertical, masivos e imponentes. Todavía hoy se pueden admirar los restos de las
esculturas que adornaron las cresterías de los templos I y II durante el Clásico Tardío.
Sin embargo, para tener una idea clara de cómo se miraba el conjunto en el Período
Clásico, hay que imaginar las estructuras, que hoy muestran la piedra caliza desnuda y
deteriorada por los hongos y por el tiempo, recubiertas por una capa de estuco, pintada
con diseños profusos y coloridos (Ilustración 141).

En el núcleo urbano de los sitios suelen encontrarse magníficos palacios. Por lo general,
estas estructuras fueron edificadas sobre terrazas o plataformas escalonadas, de
diferente altura, de acuerdo con el mismo patrón estilístico de la arquitectura pública. El
número y la organización de las habitaciones de estas elegantes residencias varían
considerablemente. Las más simples tienen diversos aposentos pequeños, alineados en
una sola planta, mientras que los más complejos se componen de varios pisos y
numerosos cuartos, como en Río Azul, Yaxhá, Nakum y Uaxactún. En la Acrópolis
Central de Tikal hay palacios con diseños mucho más elaborados, encontrándose
edificios de tres y cuatro pisos, otro con 16 cuartos dispuestos en filas transversales y,
en otros más, las habitaciones están diseminadas a través de galerías, pasadizos y
escalinatas interiores. Usualmente, las alcobas palaciegas eran celdas pequeñas y
oscuras, que en algunas oportunidades tenían bancas de piedra, adosadas a las paredes,
las cuales servían de camas o asientos. Los muros de los cuartos tienen pequeñas
ventanas o agujeros que permitían la entrada de poca luz y escasa ventilación.

En la mayoría de sitios del área maya hay juegos de pelota, los cuales se incrementaron
en el Período Clásico (Ilustración 142). Estas canchas de mampostería, revestidas de
estuco, están formadas por dos estructuras paralelas que tuvieron función de tribunas, y
los muros frontales son inclinados y lisos. En el centro de ambos edificios se encuentra
el terreno de juego, donde a veces aparecen tres marcadores lisos o esculpidos en piedra.
Se sabe que dicho juego tenía un significado religioso, relacionado con sucesos del
Inframundo y del renacer en una nueva vida llena de gloria y esplendor, tal como se
manifiesta en el Popol Vuh. En efecto, en este documento se evidencia el papel crucial
que desempeñaba el juego de pelota en la mitología maya. Representaciones de
jugadores fueron realizadas en figurillas de cerámica, pintura y escultura, las cuales
portaban siempre en su cintura el yugo empleado en el desarrollo del juego.

En algunos sitios se han encontrado baños de vapor o temascales, posiblemente


destinados a la limpieza corporal. Por lo común, estos baños tenían una estructura
compleja: la gente podía acomodarse en varios pisos o habitaciones, según el grado de
calor al que quisiera exponerse. Se les ha localizado en la parte central de sitios como
Tikal y Piedras Negras (Ilustración 144), asociados a la clase gobernante, si bien se
considera que personas de menor jerarquía también utilizaron tal sistema, a veces
relacionado con limpieza espiritual.

Los principales sitios mayas denotan verdaderos trabajos de planificación urbanística,


por lo que se les considera como ciudades. Los complejos de edificios más importantes
de las ciudades mayas estaban intercomunicados por anchas calzadas llamadas sacbés,
las cuales tuvieron pisos estucados y parapetos posiblemente decorados. Gracias a una
eficiente red de drenajes, el agua de las lluvias podía ser almacenada en lagunetas
artificiales llamadas aguadas, o en depósitos estucados ubicados en el centro de los
sitios, tal y como se observa en Tikal (Ilustración 131), Uaxactún y Río Azul. Los sitios
mayas requerían el trabajo constante de una gran cantidad de especialistas: arquitectos,
ingenieros, artistas, escribas y artesanos. Para mantener a estas personas se necesitaba
una compleja organización social, cuyas actividades se desarrollaban alrededor del
núcleo urbano.

Es muy probable que la vida citadina de los mayas fuera completamente diferente a la
que se conoce en las ciudades occidentales, pero la evidencia sugiere que se trataba de
verdaderos centros urbanos o ciudades imponentes, con edificios masivos y plazas
llenas de esculturas, desde donde la élite proclamaba su derecho a gobernar.
Pintura, Escultura y Escritura
Los escultores mayas trabajaban con materiales diversos. En el Altiplano de Guatemala
se utilizaban materiales duros, como el jade o la piedra basáltica, y en las Tierras Bajas,
piedras suaves y fáciles de labrar, de origen calcáreo. Las preciadas maderas de los
árboles tropicales también se empleaban con frecuencia, pero desgraciadamente son
pocas las piezas que se han conservado, como los dinteles realizados en chicozapote,
descubiertos en Tikal y en El Zotz. En algunos sitios, como Palenque, Uaxactún, La
Muralla y otros, los relieves fueron elaborados con estuco sobre muros de piedra. La
época floreciente de la escultura maya se sitúa preferentemente en el Clásico Tardío. En
Copán y Quiriguá los artistas erigieron las mejores piezas de escultura en bulto que se
conocen en el área maya (Ilustraciones 129 y 130; Lámina 15). En la zona del
Usumacinta, la perfección en los relieves se alcanzó en las lápidas de Palenque, los
dinteles de Yaxchilán y Piedras Negras, las estelas de los sitios del Río de La Pasión y
las pinturas de Bonampak.

La pintura y escultura de los mayas se regían por los mismos cánones artísticos y
simbólicos. Ambas disciplinas desarrollaron efectos plásticos similares en el marco de
una temática común. Los relieves esculpidos, al igual que los frescos, fueron coloreados
con pigmentos planos y translúcidos.

Uno de los aspectos más importantes del arte maya es el carácter bidimensional de sus
representaciones. Tanto los escultores como los pintores podían dar profundidad a una
escena, si así lo deseaban, pero a veces preferían trabajar sin considerar el volumen. Por
ello, las figuras humanas y los objetos se muestran de frente o de perfil, así como en
posiciones que combinan ingeniosamente los dos ángulos. En las piezas más tempranas
del Período Clásico, la postura de los personajes era rígida y hierática. Sin embargo, con
el tiempo cobró más movimiento, hasta crear un dinamismo armonioso en la
composición de las imágenes. La iconografía de los monumentos del Clásico Temprano
presentaba, por lo menos, tres rasgos distintivos que desaparecieron posteriormente en
el Clásico Tardío: 1) símbolos celestiales a los pies de los seres humanos; 2) cabezas de
dioses en la parte superior de la escena; 3) cabezas antropomorfas sujetas por el brazo
de los gobernantes. Durante el Clásico Tardío, la escultura se caracterizó por sus
relieves finamente modelados, donde se ponía particular énfasis en la figura humana, y
se realzaban los diseños de textiles, la elaboración de ornamentos en las joyas y el
vestuario, y la riqueza de los tocados. En las estelas se observa también un incremento
de las inscripciones jeroglíficas de contenido histórico. En todas las ciudades mayas
importantes, la escultura suele encontrarse directamente asociada a la arquitectura
monumental. Los edificios del Clásico están decorados con relieves magistrales. Las
esculturas constituyen parte integral de los complejos arquitectónicos. La riqueza
decorativa del estuco o la piedra labrada se antepone a la sobriedad de los edificios, lo
que produce un contraste que capta la atención de inmediato.

En el Preclásico Tardío, las edificaciones piramidales y las fachadas de los palacios


estaban adornadas con gigantescos mascarones que emergían del cuerpo de la
construcción, para imponer la presencia vigilante de los dioses y demostrar el origen
divino de los gobernantes, tal como se nota en Uaxactún, Tikal, El Mirador, Nakbé y
Cerros. En los siglos posteriores del Período Clásico, cambió la utilización de este tipo
de mascarones, pues en lugar de esculpirse en la parte baja de los edificios, se
elaboraron en los niveles superiores de las fachadas. El concepto escultórico original se
conservó, pero las imágenes fueron adaptadas a la evolución artística y a las necesidades
políticas de los mandatarios de la época. Las figuras de las cresterías de los templos
piramidales y los frisos de los palacios, por lo tanto, guardan cierta similitud temática
con los mascarones preclásicos, puesto que éstos suelen representar seres mitológicos o
divinos. Sin embargo, a medida que los gobernantes del Período Clásico cobraron un
carácter más secular que religioso, se empezó a retratar en las esculturas a los propios
miembros de la élite, sustituyéndose así a las deidades sobrenaturales por las imágenes
de los mandatarios divinizados.

Posteriormente, durante el Clásico Tardío, las imágenes realizadas en estuco


desaparecieron de las partes bajas de los edificios, concentrándose en las cresterías de
los templos. Los gobernantes de la época se hicieron esculpir en los sectores más altos
de los templos, para mostrar su poder y su afinidad con las deidades celestiales, quienes
eran al mismo tiempo las protectoras del poder político. Uno de los mejores ejemplos
puede observarse en la crestería del Templo I, de Tikal, donde se encuentra esculpida la
imagen del Ah Cacau, quien gobernó en la primera parte del siglo VIII.

Los soberanos también fueron esculpidos en piedra desde finales del Preclásico Tardío,
cuando los mayas comenzaron a erigir estelas, tal y como se observa en los más
antiguos monumentos descubiertos en Nakbé, El Mirador y El Tintal. Estas obras
conmemorativas se colocaban en las plazas, frente a las estructuras más importantes.
Casi siempre se encuentra asociado a las estelas un altar pequeño y redondo, colocado
frente a ellas, que en muchas oportunidades tiene la superficie labrada. Por lo general, el
tema representado en estas esculturas gira en torno a un personaje central, el
gobernante, lujosamente ataviado con la indumentaria real. En algunas escenas la figura
luce los emblemas del poder, como el cetro maniquí, el cinturón real y el dios protector;
a veces el personaje realiza ritos ofertorios, o bien, armado de lanza y escudo, subyuga a
un cautivo (véase Ilustración 145). Mas, en un tiempo se pensó que estos personajes
eran sacerdotes anónimos, inmortalizados en las esculturas como un reconocimiento a
sus trabajos astronómicos. Sin embargo, los avances logrados en el campo de la
epigrafía, desde hace 30 años, han demostrado una realidad completamente diferente.
Heinrich Berlin y Tatiana Proskouriakoff, en la parte final de la década 1950, fueron los
primeros en probar que el contenido de las inscripciones glíficas no se limitaba a
cuentas matemáticas y astronómicas. En efecto, los jeroglíficos registrados en las
esculturas tratan de la historia de las ciudades mayas, de sus dinastías, sus guerras y sus
alianzas. Los personajes que figuran en las estelas son los miembros más poderosos de
la élite gobernante, y los monumentos conmemoran los eventos más significativos de su
vida: el origen divino de su linaje, su nacimiento, su acceso al trono, su matrimonio y
sus conquistas. Los mayas utilizaron dos sistemas calendáricos. El primero se conoce
como tzolkín, o sea el año sagrado de 260 días que estaba relacionado con la vida
ceremonial de los habitantes. El segundo es el año civil y se conoce como haab. Estaba
compuesto de 18 meses de 20 días y un mes adicional de cinco días, lo cual hace un
total de 19 meses y 365 días. Ambos sistemas calendáricos se interrelacionaban por
medio de su yuxtaposición y por equivalencias temporales, logrando con ello combinar
los eventos de la vida cotidiana con las ceremonias religiosas.

Además del sistema calendárico, los glifos fueron empleados para registrar información
de naturaleza histórica. Berlin descubrió una clase especial de símbolos que, por variar
en los diferentes sitios arqueológicos, él llamó 'glifo emblema'. Se pudo comprobar que
cada uno de estos jeroglíficos identifica a las principales ciudades mayas del Período
Clásico o a las dinastías gobernantes en Palenque, Piedras Negras, Yaxchilán, El Ceibal,
Quiriguá, Copán, Tikal, Uaxactún, Naranjo, Caracol, Río Azul, Calakmul, etcétera
(Ilustración 140).

Asimismo, durante sus investigaciones en Piedras Negras, Tatiana Proskouriakoff notó


que las estelas no estaban dispuestas al azar, sino que seguían un ordenamiento
específico frente a las estructuras. En esas estelas se encuentran esculpidas varias fechas
relacionadas con el nacimiento de la persona allí representada y su ascenso al poder.
Igualmente, otros signos corresponden a nombres y títulos nobiliarios, así como también
existían glifos de guerra y captura. Los desciframientos glíficos han contribuido, en la
actualidad, a conocer parte de la historia de la dinastía Jaguar, en Yaxchilán, y algunos
de los acontecimientos históricos acaecidos en Palenque, Tikal y Copán.

Las esculturas que se encuentran en dinteles, en las cámaras interiores de los edificios, o
bien en paneles o jambas, tratan temas muy similares a los de las estelas. Pueden
mencionarse, por ejemplo, los relieves, grabados en piedra, de Yaxchilán y Palenque,
así como los dinteles de madera de Tikal y El Zotz, donde las escenas son más
complejas e involucran, en número mayor, a personajes. Por lo general, estos relieves
tienen un carácter esencialmente narrativo; constituyen episodios de victorias militares
importantes o celebraciones rituales referentes a la sucesión dinástica de los
gobernantes.

En la mayoría de los casos, el rango jerárquico de los protagonistas se puede inferir de


la composición de la obra. El personaje principal ocupa el plano superior de la imagen,
y a menudo constituye la figura más grande del conjunto. Asimismo, la elaborada
vestimenta del soberano y su postura majestuosa o deferente, lo distinguen de sus
subordinados.

La historia de las dinastías gobernantes también se grabó en las escalinatas de los


templos. La inscripción que se encuentra en la Estructura 26, de Copán, presenta el
texto jeroglífico más largo en el área maya, ya que las 63 gradas que componen la
escalinata central están esculpidas y narran parte de la secuencia dinástica de los
gobernantes del Clásico Tardío (Lámina 1). Escalinatas esculpidas que muestran
personajes en posición horizontal, acompañados de jeroglíficos, también han sido
descubiertas en la región del Río de La Pasión.

El lenguaje simbólico prevaleciente en el arte maya tuvo funciones sociales muy


importantes. Las esculturas recreaban un universo en el cual lo sagrado se fusionaba con
lo secular, por lo que los gobernantes las utilizaban como propaganda política y
religiosa para consolidarse como descendientes de los dioses y amos de su pueblo.

Cerámica
Para estudiar el Período Clásico por medio de unidades de tiempo menores, los
arqueólogos han tomado en consideración los cambios que se observan en las formas y
estilos cerámicos, creándose así una serie de fases que facilitan el análisis de la
evolución de la alfarería y de la sociedad en general. Para el Período Clásico se han
determinado las Fases Tzakol y Tepeu, correspondientes al Clásico Temprano y Clásico
Tardío, respectivamente. Se ha recolectado gran cantidad de cerámica en las
excavaciones de unidades habitacionales ubicadas en los alrededores del centro
ceremonial. Por lo general, la cerámica es de tipo utilitario y fue empleada en la vida
cotidiana para preparar los alimentos y servir líquidos y comidas. Fue utilizada por la
clase dirigente y se distingue por el empleo de colores monocromos y policromos,
glifos, figuras zoomorfas y antropomorfas, así como también escenas mitológicas.

Al inicio del Clásico Temprano surgieron nuevas formas cerámicas de una superficie
lustrosa. En la cerámica monocroma predominan las piezas de color naranja (conocida
arqueológicamente como Tipo Aguila) y se nota un fuerte incremento en la utilización
de distintos colores y diseños iconográficos, lo que origina la confección de piezas
policromas (Ilustración 146). Es notoria la variedad en la forma de los soportes. Las
formas de asas o agarraderas variaron desde representaciones simples hasta cabezas
humanas y de animales. En Tikal se ha encontrado cerámica estucada, presumiblemente
teotihuacana, asociada a tumbas de la élite en la Acrópolis Norte, pero éste es un caso
particular, que no aparece en todos los sitios del área maya.

En el Clásico Tardío, la alfarería fue objeto de cambios y surgieron nuevas formas. Las
piezas policromas de esta época fueron, por lo general, cuencos hondos, vasos
cilíndricos y grandes platos, en los cuales se pueden apreciar pinturas y figuras
modeladas, ejecutadas con la misma habilidad narrativa que se observa en las pinturas
murales (Ilustración 143).

Los alfareros mayas utilizaron diversas técnicas decorativas: incisión, esgrafiado,


modelado, moldeado, pastillaje, impresión y pintura. Una gran variedad de motivos
fueron plasmados en las piezas cerámicas. Entre ellos sobresalen símbolos geométricos,
bandas paralelas, diseños sobrenaturales, motivos relacionados con la flora y la fauna,
dioses y personajes, de diferente rango jerárquico, representados en escenas civiles y
religiosas. Algunos de los colores empleados en la decoración fueron azul, negro,
crema, rojo y naranja. Las piezas más notables de la alfarería maya son vasijas
policromadas destinadas a un uso ritual y funerario. En las tumbas de la élite del
Período Clásico se han encontrado verdaderas obras de arte realizadas en cerámica, las
cuales formaban parte de las ofrendas que acompañaban a los muertos en su viaje por el
inframundo.

Michael D. Coe ha propuesto, con base en análisis iconográficos y epigráficos de la


cerámica funeraria, que las pinturas de las vasijas representan escenas relacionadas con
el mundo de los muertos y con las aventuras en el Inframundo de los héroes gemelos del
Popol Vuh, Hunahpú e Xbalanqué. El corpus de las vasijas funerarias conforman un
conjunto de relatos mitológicos que algunos autores han llamado 'el libro maya de los
muertos'. Muchas de tales piezas presentan inscripciones jeroglíficas, y algunas
contienen fórmulas repetitivas, como la Secuencia Primaria Estándar, que se encuentra
en una banda de glifos en la parte superior de las vasijas.

Durante el Clásico Tardío, los mayas utilizaron la arcilla para hacer figurillas, lo cual no
ocurrió en el Clásico Temprano. Dichas estatuillas suelen ser sólidas o huecas.
Representan personajes masculinos y femeninos pertenecientes a diferentes niveles
sociales. Muestran a gobernantes, guerreros, sacerdotes, danzantes y jugadores de
pelota, así como también a ancianos y personas de peculiares características físicas,
como la deformación craneana y enfermedades de la piel. Las figurillas se encuentran
en toda el área maya, pero sobresalen las de la Isla de Jaina, en Campeche, México. Este
lugar parece haber sido una necrópolis, donde se colocó una gran cantidad de figurillas,
como ofrendas, en el interior de las tumbas. Estas estatuillas fueron realizadas por
medio del modelado y el moldeado, o la unión de ambas técnicas. En Jaina ha podido
observarse que para el cuerpo se aplicaba el modelado, mientras que para la cabeza se
empleaba el moldeado. Algunas de ellas son silbatos.

La cerámica maya puede incluirse dentro de las grandes tradiciones artísticas. Sin
embargo, las piezas respectivas no deben considerarse únicamente como obras de arte,
sino que deben ser analizadas dentro del contexto cultural de la civilización que las
creó, pues constituyen una fuente inagotable de información para los arqueólogos y los
epigrafistas. En efecto, los mayas expresaron en ellas símbolos con connotaciones
religiosas, políticas y sociales, que reflejaban la forma de vida y la complejidad cultural
de aquella gran civilización.

Por medio de sus obras, los mayas legaron a la humanidad una expresión artística única,
que revela no sólo un sentimiento estético, sino también toda una concepción del
mundo. Lo que hoy se puede admirar de aquella cultura, apenas permite imaginar el
esplendor de las ciudades de la zona central de las Tierras Bajas, durante el Período
Clásico. Los vestigios conocidos de los monumentos arquitectónicos de las piezas
realizadas en jade, alabastro, obsidiana, pedernal, hueso y cerámica, tan sólo sugieren la
grandeza y la complejidad alcanzadas por la civilización que se desarrolló en la selva de
Petén hace casi dos milenios.
PRUDENCE M. RICE y DON S. RICE

Período Postclásico: Tierras Bajas Mayas

La ocupación propia del Período Postclásico en el territorio de Petén, el corazón de la


civilización clásica de los mayas de las Tierras Bajas, ha sido un tema poco estudiado.
Esa región se ha convertido en el foco de investigaciones arqueológicas intensivas, en
las cuales el arte, la arquitectura y la cerámica del Preclásico y Clásico han capturado la
atención de los especialistas. En el siglo IX ocurrió 'el colapso' en esta área: una ruptura
en la organización social, el cese de la construcción en los centros arquitectónicos y en
la erección de estelas, una reducción en la calidad y cantidad de artesanías y artículos de
comercio, un dramático descenso de población, etcétera. Esta región se consideró
despoblada en los siglos posteriores al colapso, y las culturas postclásicas de la región
constituyeron un vacío demográfico e intelectual en la historia de los mayas.

El interés de los arqueólogos en esta zona ha disminuido, a pesar de la existencia de


documentos etnohistóricos que demuestran la ocupación de Petén en los siglos XVI y
XVII. Por ejemplo, el viaje hecho por Cortés, en 1525, de Acalán, en el Golfo de
México, a Honduras, recogió la primera impresión de los europeos sobre los mayas
belicosos de Petén. Al cruzar la región noroeste de Petén, vio unos pueblos fortificados
con murallas y empalizadas, e informó acerca de la gran hostilidad que existía entre
todas sus poblaciones. Encontró guardias de una comunidad en el camino, y pasó por
dos pueblos que habían sido quemados por sus enemigos.

El impresionante tamaño del Lago Petén Itzá hizo pensar a Cortés que estaba frente a
una parte del mar. Los indios que lo guiaban le informaron de los enfrentamientos que
también existían entre la provincia de Taizá o Tah Itzá, con su capital Noh Petén (Noh
Peten), y los pueblos de los alrededores. Por ejemplo, había relaciones conflictivas entre
los pueblos del Lago Petén Itzá, los de Couoh (Kowoh), al norte del lago, y los pueblos
de Yalaín, Macanché y Zacpetén, al este. Es evidente que la ubicación de los
asentamientos en las islas, o 'petenes', situadas en los lagos, obedecía a una razón
defensiva (Ilustración 149).

Trabajos Anteriores
Las reconstrucciones tradicionales de los hechos históricos del Período Postclásico, en
Petén, desde el colapso hasta la llegada de Cortés, se basaban en muy pocos datos en
comparación con los de otras áreas situadas al norte y sur, donde los sitios postclásicos
han recibido más atención. La falta de estudios arqueológicos e históricos, sobre el
Petén postclásico, ha determinado que las reconstrucciones del período se hayan basado
en el conocimiento y los procesos de las áreas mejor investigadas, como Yucatán y el
Altiplano de Guatemala. Yucatán ha provocado un mayor interés, porque las crónicas y
los mitos mayas, como los libros del Chilam Balam, de Chumayel y de Tizimin,
informan sobre las guerras entre las familias gobernantes de Chichén Itzá y Mayapán.
Esos mitos también se refieren a la existencia de pueblos en Petén, cuando Cortés
estuvo en ese territorio en 1525. Según las crónicas aludidas, al ser Mayapán
conquistada, los itzaes de esa región huyeron al sur y se asentaron alrededor de un lago
muy grande. La caída de Mayapán ocurrió en un Katún 8 Ahau del calendario maya
que, según las correlaciones más aceptadas, podría ser entre los años 1185 y 1205 ó
1441 y 1461. Los pocos datos que se conocen sobre el Postclásico, en Petén, en especial
los que se refieren a los pueblos situados alrededor del Lago Petén Itzá (identificado
como el gran lago donde se asentaron los itzaes), se han interpretado como una fuente
de apoyo de los mitos.

Las primeras investigaciones arqueológicas que se enfocaron específicamente sobre el


Postclásico, en Petén, tenían el propósito de confirmar la información de los mitos y las
crónicas. Los esfuerzos arqueológicos destinados a identificar la ubicación de Taiza, en
la península actual de Tayasal, en el Lago Petén Itzá, comenzaron en 1921 con el
trabajo de la Institución Carnegie, de Washington, y permitieron establecer que la
mayoría de las estructuras en el sitio, en el oeste de la península, correspondían al
Período Clásico Tardío, y que los materiales postclásicos estaban dispersos en la
superficie.

En 1959, George Cowgill identificó cerámica postclásica alrededor del Lago Sacpuy y
de varios sitios en torno al Lago Petén Itzá, incluyendo la Península de Tayasal.
Asimismo, cambió la búsqueda de la capital Itzá a Noh Petén, en la Isla de Flores,
actual cabecera departamental de Petén y la más grande de las islas del brazo sur de
Petén Itzá. Limitadas excavaciones de sondeo sobre la plaza confirmaron la presencia
de depósitos del Postclásico abajo del actual asentamiento.

La primera confirmación acerca de la existencia de arquitectura postclásica en Petén fue


hecha por William Bullard, entre 1958 y 1960, por medio de investigaciones realizadas
en Topoxté, un asentamiento denso sobre cinco islas en el Lago Yaxjá, al final este de la
cadena de lagos de Petén central. Bullard interpretó rasgos de la arquitectura (por
ejemplo, los 'salones abiertos') y los incensarios efigies de esas islas, como indicios de
la presencia de un grupo procedente de Yucatán. Al comienzo de la década 1990,
investigadores guatemaltecos consolidaron muchas de las estructuras monumentales
registradas por Bullard en la Isla de Topoxté.

En 1971, el Museo de la Universidad de Pennsylvania investigó la orilla del Lago Petén


Itzá y el interior de la Península de Tayasal. Se exploraron cinco sitios y se hicieron
excavaciones en dos de ellos (Cenote y Tayasal), con un muestreo en las estructuras de
rangos temporales, desde el Preclásico hasta el Postclásico Medio (1200-1450 DC). En
1977 y 1979, Arlen y Diane Chase extendieron las investigaciones de 1971, hechas por
la Universidad de Pennsylvania, y exploraron cinco sitios en la Península de Tayasal,
ocho islas en el Lago Petén Itzá y dos islas en el Lago Quexil, y también dirigieron
excavaciones de sondeo en la Isla de Flores. Los resultados confirmaron una continua
ocupación histórica en la Península de Tayasal, desde el Preclásico hasta el Postclásico
Tardío, pero se encontró evidencia arquitectónica que podría atribuirse a una ocupación
de los itzaes.

Más recientemente, excavaciones hechas en un pequeño sitio postclásico ubicado en la


ribera noreste del Lago Petén Itzá, Wats'kak'nab, han proporcionado restos de
estructuras residenciales y cívicas, así como una rampa para el acceso de canoas.
Fuera de los estudios citados, unos datos adicionales, sobre el Postclásico en Petén, se
encontraron casi por casualidad en los grandes centros del Clásico, como Tikal y El
Ceibal. Los esfuerzos orientados a crear una síntesis del Postclásico enfrentaron el
problema de que se basaban en el modelo del colapso y del despoblamiento posterior al
Clásico, y se enfocaban en sitios específicos, y no en toda la región. La perspectiva
tradicional del Postclásico en Petén presentaba una ruptura dramática con el Clásico.
Después del colapso, en el siglo IX, la región se despobló, hasta la llegada de unos
pocos inmigrantes de Yucatán. Se enfatizó la idea de que las sociedades postclásicas de
Petén fueron muy pobres y muy aisladas, y que se desarrollaron muy tarde y sólo con la
ayuda, o bajo la influencia, de Mayapán.

Investigación Histórica y Ecológica del Centro de


Petén
Entre 1973 y 1981 se desarrolló una investigación arqueológica, histórica y ecológica,
de Petén central (CPHEP), la cual tenía como objetivo específico documentar el
impacto de las poblaciones mayas en las cuencas de los lagos de dicha región. Se
empezó en 1973 y 1974 en los lagos Yaxjá y Sacnab, y se continuó entre 1979 y 1981
en los lagos Macanché, Salpetén, Quexil (o Eckixil) y Petenxil (Ilustración 147). Se
trataba de un reconocimiento para localizar los asentamientos preclásicos, clásicos y
postclásicos en las cuencas de los lagos.

El foco lacustre de la investigación abrió muchas posibilidades para explicar la historia


de la ocupación maya de Petén en todos los períodos, sobre todo en el Postclásico. Al
mismo tiempo, se tuvo la oportunidad de estudiar el desarrollo de la ocupación
postclásica en los siglos posteriores al colapso, hasta la llegada de los españoles. Cuatro
de los sitios del CPHEP, en los que hicieron mapas y se adquirieron muestras de
excavación, tienen importancia en el contexto del Postclásico: 1) la isla y la cuenca del
Lago Macanché; 2) la península del Lago Salpetén; 3) las dos islas en el Lago Quexil; y
4) las islas Topoxté en el Lago Yaxjá.

Uno de los éxitos de la investigación consistió en el establecimiento de una secuencia


cronológica de la ocupación postclásica de la región. Un problema muy común en las
excavaciones anteriores, en sitios postclásicos de Petén, había sido la falta de
estratigrafía, porque la mayoría de las estructuras son pequeñas, bajas y carecen de
buenos pisos. En los sitios investigados por CPHEP se encontró evidencia estratigráfica
para una secuencia de construcción y ocupación de toda la época, lo cual sirvió para
dividir el Período Postclásico en fases Temprana (950-1000 a 1200-1250) y Tardía (de
1200-1250 a 1525), junto con una última fase provisional Protohistórica (c 1525-1700).

Como un segundo éxito del proyecto, se consiguió una mejor comprensión y


descripción de la arquitectura del Postclásico, en Petén (Ilustración 148). Las estructuras
postclásicas que se encontraron en la región de los lagos son muy diferentes a las del
Período Clásico. En su mayoría son plataformas bajas y sencillas, cuadradas o
rectangulares, de menos de 50 cm de alto, que soportaban una construcción perecedera
o de albañilería y conformaban un limitado número de planos: un único cuarto o pórtico
con: 1) una pared trasera o un banco de piedra, o con ambas cosas; 2) una pared trasera
y una pared lateral (en forma de L) y un banco; 3) una pared trasera y dos paredes
laterales (en forma de C) y banco, o ambas cosas; y 4) una estructura tándem, con un
segundo cuarto de materiales perecederos construido atrás del primer cuarto, creando un
'falso pórtico' en el frente de la casa. Las fachadas de los edificios eran abiertas, el techo
sostenido por columnas de madera y ocasionalmente de piedra, por lo que este tipo de
estructura se llama 'salón abierto'. Se han identificado estructuras semejantes, como
residencias y templos, en los sitios yucatecos postclásicos tardíos de Cozumel y
Mayapán.

En las Tierras Bajas, del Postclásico, los salones abiertos se encuentran solos, y a veces
contiguos a otros salones y templos, en un conjunto arquitectónico conocido como un
'complejo de templos'. Estos complejos del Postclásico se encontraron en todos los
lagos que se investigaron por el CPHEP. Complejos arquitectónicos, parecidos a estos
'complejos de templos', existen también en varios sitios del Altiplano, por ejemplo, en
Zaculeu y Utatlán.

Lago Macanché

El llamado Lago Macanché es una laguna pequeña que actualmente tiene un poblado en
su orilla sur. Está rodeado por muchos sitios que datan de todos los períodos de la
ocupación maya. En la orilla sureste hay un pequeño centro que se llama Cerro Ortiz, y
cuyo fechamiento se remonta al Preclásico Medio.

Las excavaciones en el área del Lago Macanché fueron muy productivas en cuanto a la
comprensión del fechamiento del Período Postclásico. En el ángulo nordeste del lago
hay un pequeño islote, en el cual trabajó Bullard en 1968. En aquél había un montículo
con dos estructuras postclásicas y mucha basura alrededor. El asentamiento de la isla se
inició en el Clásico Terminal (de 830-950 a 1000 DC), y siguió en el Postclásico,
Temprano y Tardío, hasta probablemente la época de la llegada de los españoles.

Un segundo logro acerca del Postclásico, en Macanché, consistió en el descubrimiento


de asentamientos en las riberas del lago, y uno en la isla. En dos lugares se encontró
suficiente densidad y disposición de estructuras postclásicas, las cuales sugieren la
presencia de un centro o de un pueblo. Uno de aquéllos está en la línea transversal de
exploración número 4, al noroeste del lago; el otro está en la ribera norte, en una meseta
elevada, en el sitio Muralla de León. En la línea transversal citada está situado Yalaín,
en la cuenca noroeste del Lago de Macanché, aproximadamente a 300 metros de la
orilla. Está rodeado por numerosos grupos residenciales pequeños, de las épocas Clásica
y Postclásica, y parte del sitio podría ser considerada del último período. El núcleo
monumental de Yalaín está dominado por una plaza orientada de norte a sur, de
aproximadamente 95 m de largo por 70 de ancho. Al menos 10 estructuras se alinean a
los lados oeste, norte y este de la plaza, incluyendo cuatro salones abiertos y un grupo
elevado que incluye dos salones abiertos al fondo, en el sur del complejo. Ninguna
arquitectura registrada coincide con el grupo ceremonial de estilo Mayapán, o con el
plano del conjunto de templos. Pozos de sondeo han permitido fechar eventos que van
desde el Preclásico Medio (850-250 AC), el Clásico, Temprano y Tardío, y el Período
Postclásico, pero ninguna de las estructuras registradas ha sido limpiada o excavada y
sus historias son desconocidas.
Muralla de León es una meseta fortificada que se asienta entre el Lago Macanché y dos
lagos pequeños en la esquina noreste de la cuenca. El área amurallada consiste en
solamente 22 estructuras, siete de las cuales son claramente postclásicas en su forma.
Seis de estos edificios integran un pequeño conjunto de templos, en el estilo de
Mayapán, un tanto crudo. Durante la investigación del Proyecto Histórico y Ecológico
del Petén Central se excavaron seis pozos de sondeo cerca de estructuras y se hicieron
dos pequeñas trincheras las cuales atravesaron el muro defensivo destruido en el pasado.
Los pozos de sondeo revelaron construcciones situadas cronológicamente en el
Protoclásico (250-400 DC), en el Clásico Tardío y en el Postclásico; y la cerámica
postclásica fue encontrada cubierta por los restos del muro derrivado. Las últimas
deposiciones, así como la presencia de ocupación postclásica en la meseta, permiten
sugerir que las fortificaciones de Muralla de León pudieron haber sido primeramente
construidas durante el Período Protoclásico.

Lago Salpetén

El Lago Salpetén fue otro lugar incluido en el reconocimiento. Se encuentra al oeste de


Macanché, entre este lago y el de Petén Itzá. En la cuenca del Lago Salpetén los sitios
importantes para el estudio del Período Postclásico son Ixlú y Zacpetén.

Zacpetén estuvo intensivamente ocupado, con 190 estructuras en la cuarta parte de un


km2 de la península. Las estructuras están situadas en terrazas y en roca natural del
terreno, distribuidas alrededor de dos aguadas, una que parece ser natural y otra hecha
por los mayas. Con excepción de dos montículos que parecen ser del Clásico y de dos
estelas que probablemente fueron trasladadas de su ubicación original, el asentamiento
en Zacpetén es del Postclásico. La mayoría de las estructuras son plataformas pequeñas
y bajas, con bancos, y varias tienen las forma de los salones abiertos. Dichas
construcciones tienden a reunirse en cinco grupos, dos de los cuales (A y C) consisten
en arquitecturas que conforman un conjunto de templos tipo Mayapán. La península
está protegida en el norte por un sistema de fosos y muros que la cortan, a lo largo del
cuello, en dirección este-oeste.

Colectivamente, los pozos de sondeo, excavados en las plazas y alrededor de las


plataformas, indican construcciones en la península que se sitúan desde el Preclásico
Medio hasta el Postclásico, pero todas las excavaciones rindieron cerámica postclásica.
La excavación de la trinchera, en el complejo de fortificación situado al norte, reveló
que un canal pudo haber sido intencionalmente construido como parte de un sistema
defensivo, y la construcción inicial de los muros se hizo durante el Período Clásico
Terminal. El complejo fue luego modificado en épocas del Postclásico Tardío.

Ixlú se asienta en el istmo que une los lagos de Salpetén y Petén Itzá, orientado hacia la
boca del Río Ixlú. Por mucho tiempo considerado un centro del Clásico Tardío, Ixlú
tiene dos estelas del décimo ciclo (post-830 DC), con cuentas largas del 859 y 879 DC,
y dos altares esculpidos fechados estilísticamente para el mismo período Clásico
Terminal. El sitio fue estudiado por Franz Blom, en 1924, y por Eric von Euw, en 1975.
En 1980, los autores de este ensayo hicieron el primer croquis preliminar, marcando la
localización de la arquitectura postclásica, y registraron nuevamente el sitio, en 1994.

El sitio consiste en más de 150 estructuras registradas, la mayoría de las cuales muestra
arquitectura postclásica, con un núcleo monumental definido por dos grandes plazas y
una elevada acrópolis con tres grupos de cortes y patios: plazas A y C. Adicionalmente,
hay una pequeña variante del conjunto de templos gemelos estilo Tikal, dos juegos de
pelota y un pequeño camino o sacbé, que conduce a un grupo residencial al final del
lado este del sitio. La construcción más temprana corresponde al Preclásico Medio y los
episodios de construcción han sido identificados con fechas comprendidas desde el
Preclásico Tardío, el Clásico Tardío, y el Clásico Terminal, hasta el Postclásico.

La arquitectura postclásica ha sido identificada en tres contextos. Primero, existen


bastantes grupos ceremoniales pequeños alrededor del grupo monumental del sitio, y
parecen ser de la época postclásica. Segundo, las estructuras postclásicas se encuentran
en las dos plazas mayores del sitio, en posiciones y ángulos que sugieren fechas
posteriores a las de los edificios del Clásico y del Clásico Temprano, que definen las
plazas. Tercero, los salones abiertos del Postclásico y las pequeñas estructuras en la
plazas, se encuentran en los grupos A y C. En dichos grupos, los salones del Postclásico
son grandes en escala y por su posición crean formales espacios de plaza. Sin embargo,
no existen en Ixlú grupos ceremoniales básicos o conjuntos de templos. A pesar de que
las excavaciones de sondeo indicaron construcciones del Postclásico en patios y plazas,
todavía no se sabe si los diferentes tipos y posiciones de arquitectura del Postclásico son
tempranos, tardíos o representan un período más amplio de ocupación.

Lago Yaxjá

El Lago Yaxjá se halla al este en la cadena de lagos, y fue allí donde empezó la
investigación arqueológica y ecológica en 1973. En la ribera norte del lago está el
centro cívico-ceremonial Yaxhá, del Período Clásico, el sitio más grande en toda la
región de los lagos. En la esquina suroeste del lago se encuentran las islas de Topoxté,
foco del asentamiento postclásico en la cuenca del Lago Yaxjá.

El sitio Topoxté consiste de tres islas que estaban densamente pobladas en el


Postclásico, cada una de las cuales tiene su propio nombre: Topoxté, la más grande,
situada al este; Canté, al oeste, casi del mismo tamaño (Ilustración 178); y Paxté,
ubicada entre las dos primeras. En todas se encuentran muchas estructuras de forma
postclásica, incluidos los salones abiertos, salones con columnas, y complejos de
templos. Fue en un complejo grande, en la Isla Topoxté, donde trabajó Bullard en 1960;
más recientemente, los arqueólogos guatemaltecos han hecho investigaciones en la isla.
En 1974, el CPHEP hizo pozos de prueba en la Isla Canté.

En cuanto a la interpretación de la ocupación de las islas de Topoxté, se presentaron dos


problemas. Uno, fue el fechamiento del sitio, porque en Isla Canté no había pisos ni
basura, como en Macanché, para conseguir una buena estratigrafía. Esta dificultad
aumentó porque se creía que la ocupación de las islas de Topoxté se limitó sólo a los
últimos años del Período Postclásico, después del abandono de Mayapán. El segundo
problema se relacionaba con la cerámica, porque la cerámica postclásica, obtenida de
las excavaciones en las residencias de la Isla Canté, fue muy diferente, en cuanto a
estilo, de la cerámica de la Isla Topoxté, recuperada por Bullard en un complejo
ceremonial. Además, la cerámica del Postclásico Tardío, de las islas Topoxté, fue muy
distinta estilísticamente de la de los otros lagos de Petén.
Historia Postclásica del Centro del Petén
Se pueden emplear los datos sobre el asentamiento y la estratigrafía de la región, a fin
de interpretar las diferencias en la cerámica recuperada en los lugares investigados, así
como para revisar la historia de los mayas de la época.

Continuidades en el asentamiento

La tendencia que se mantuvo en las anteriores reconstrucciones del Postclásico consistió


en considerar este Período como una ruptura dramática en relación con el Clásico. Este
punto de vista se apoyaba en la idea del 'colapso' demográfico del siglo IX. Empero, los
datos de la investigación ecológica e histórica de los lagos de Petén sugiere que hay más
continuidades, entre el Clásico y el Postclásico, que las que se imaginaron antes. Hay
fuertes evidencias también sobre continuidades en la ocupación de los sitios de Belice,
como Barton Ramie y Lamanai, aunque el primero probablemente fue ocupado
solamente en el Postclásico Temprano, ya que hay poca evidencia del Postclásico
Tardío.

La línea de continuidad se observa, sobre todo, en el asentamiento de la región de los


lagos de Petén. En el Clásico Tardío, esta área estuvo densamente poblada, no tanto
como en Tikal y en otros centros mayores, pero sí en grado apreciable, aunque en el
Clásico Terminal se redujo bastante la densidad. Se estima que la población de las
cuencas de los lagos Yaxjá y Sacnab decreció en un 90%, desde 6,252 personas, en el
Clásico Tardío, hasta 622 personas, en el Clásico Terminal. En las cuencas de los lagos
Macanché y Salpetén, la población sólo bajó en un 60%, desde aproximadamente 7,261
habitantes, en el Clásico Tardío, hasta unas 2,983 personas, en el Clásico Terminal. La
importancia de estas poblaciones remanentes es que la región de los lagos constituyó el
núcleo de la población del Período Postclásico. Además, posiblemente fue en los lagos
donde se asentaron los nobles. Aunque el 'colapso' parece haber afectado principalmente
a los nobles y su poder, es evidente que éste no se perdió totalmente.

Una línea de razonamiento adicional es que el área de los lagos pudo haber sido una
región favorable para la agricultura en el Clásico Terminal, ya que si se le compara con
los centros grandes habría tenido menos presiones sobre el sistema agrícola. Si tienen
alguna validez las teorías del 'colapso', basadas en desastres ecológicos (como tensiones
en el sistema de producción o erosión del suelo), es evidente que la región de los lagos,
con menor población que la de los grandes centros, puede haber sufrido menos.

Otra línea de evidencia se relaciona con las estelas y la arquitectura. Todas las estelas
con fechas del Ciclo Diez fueron talladas después del año 830 DC, o durante el Período
Clásico Terminal. Estas estelas tardías se encontraron en centros grandes, como Tikal y
Uaxactún, así como en sitios cercanos a los ríos o lagos de Petén (como El Ceibal e
Ixlú) y su existencia confirma en ellos la permanencia de los nobles (Ilustración 153,
156). En términos de arquitectura, las formas características de las estructuras del
Postclásico se observaban en construcciones residenciales del Clásico Tardío, en la
vecindad del Lago Quexil, y en contextos cívico-ceremoniales, en Ixlú. Además, las
formas características de la arquitectura postclásica en Petén comparte rasgos con
construcciones no mayas del Clásico Tardío Terminal, en El Ceibal y en la región
Chontalpa, de México.
La evidencia de la cerámica

La cerámica es la categoría de datos más abundante sobre aspectos históricos del


Período Postclásico, de Petén. La mayoría de la cerámica postclásica, de engobe rojo, de
Petén central, puede clasificarse en tres grupos: Augustine, Paxcamán y Topoxté. Otros
grupos cerámicos, recuperados en cantidades menores o en zonas más limitadas en la
región de los, lagos son: Trapeche, Daylight, y Tachís. Es posible identificar tres
problemas importantes en el estudio de esta cerámica postclásica.

Un problema inicial para la comprensión del Período Postclásico consiste en la


secuencia de la cerámica. En su síntesis del Postclásico, de Petén, Bullard describió una
secuencia de los tres grupos mayores de cerámica: Augustine, Paxcamán y Topoxté.
Esta secuencia ilustra la hipótesis de que Topoxté (el sitio y también el grupo de
cerámica con el mismo nombre, que se encuentra en abundancia en la isla) fue muy
tardío en su fecha de ocupación. Pero las excavaciones en las islas Canté y Macanché
sugieren que estos grupos cerámicos son, en su mayoría, contemporáneos, con
variaciones temporales identificables por sus rasgos tecnológicos o decorativos.

Un segundo problema, en el estudio de la cerámica postclásica de Petén, se refiere a que


la distribución espacial de los grupos de cerámica está muy discontinuada y
regionalizada. Esta distribución probablemente refleja patrones de organización social y
económica, incluyendo vinculaciones de producción y comercio. Sin embargo, las
formas y programas decorativos de los grupos de cerámica son muy semejantes, lo que
sugiere que todos compartían el mismo repertorio de patrones de elaboración y diseño.

El grupo de cerámica decorada más común en el Postclásico era el Paxcamán, que se ha


encontrado en todos los sitios postclásicos de Petén, excepto en Topoxté. Pero hay
diferencias de un lago al otro. Topoxté tiene únicamente su propio grupo, llamado
Topoxté, y no los tenían los de Paxcamán ni Augustine. Sitios en la región del Lago
Petén Itzá, como Quexil y Tayasal, proporcionaron principalmente cerámica Augustine
y Trapeche, mientras Macanché y Zacpetén tenían Paxcamán, muy poco de Augustine y
cantidades variables del grupo Topoxté. Es importante notar que las diferencias entre
estos grupos de cerámica están en la arcilla y en detalles menores de forma, pero todos
los grupos comparten el mismo sistema de decoración, relativamente sencillo en el
Postclásico Temprano.

La realidad es que los períodos, así como las áreas de producción y uso de todos los
grupos de cerámica del Postclásico (pero sobre todo los tres grupos mayores) estaban
muy traslapados, y no forman precisamente una secuencia. En vez de hallarse limitados
temporalmente, estos tipos están mejor caracterizados por sus distribuciones
geográficas. Augustine es en realidad un tipo temprano, y se presenta en grandes
cantidades, en Petén, únicamente en la región del Lago Petén Itzá. Este tipo fue muy
escaso en Salpetén, Macanché y Topoxté, pero fue muy común más al oriente, en los
sitios Barton Ramie y Tipú (Tipuj), en el oeste de Belice. Paxcamán, el segundo grupo
(o tipo) en el esquema de Bullard, tenía la más amplia distribución geográfica y
temporal entre todos los tipos del Postclásico. Se encontró en casi todos los sitios en la
región de los lagos, menos en Topoxté, donde era extremadamente raro.

Las excavaciones en la Isla Canté revelaron que el grupo Topoxté ocurre en las fases
temprana y tardía del Postclásico, y no sólo en la fase tardía, como supuso Bullard. La
cerámica que este investigador recuperó en un complejo de templos, fue de la fase
tardía, y era muy distinta de los otros tipos de Petén. Pero la cerámica de las
excavaciones del CPHEP, en residencias de la Isla Canté, incluyó las dos fases. La
cerámica temprana era muy parecida a la de Paxcamán en su decoración y formas. Lo
curioso es que las vasijas de los tipos del grupo Topoxté se encontraron en muchos otros
sitios postclásicos (como en Macanché, Zacpetén y Tipú), pero en las islas de Topoxté
la cerámica de los otros grupos del Postclásico (como Augustine y Paxcamán, así como
Trapeche) fueron muy escasas.

En el Postclásico Tardío, entre aproximadamente 1200-1250 y 1525, la cerámica se


caracterizó por distintas clases de decoración en los grupos. Las novedades en la
decoración fueron la técnica y los motivos, que son evidentes en el grupo de cerámica
Topoxté, y de cierta manera, en los grupos Paxcamán y Trapeche.

En el grupo Topoxté, el elemento nuevo es una clase de decoración en pintura roja


oscura sobre engobe de color crema. Los motivos consisten en curvas y manchas
indefinidas, pintadas sobre todo en el interior de los platos, y estilísticamente son más
parecidos a la cerámica del Altiplano de Guatemala que a la cerámica de las Tierras
Bajas. En los otros lagos, la cerámica es incisada o pintada, con la decoración en bandas
alrededor de las paredes de platos y vasos, como antes. La diferencia en los lagos
Macanché y Salpetén es el uso de motivos, como serpientes, cocodrilos, o un monstruo
con las características de ambos. Este motivo se ve en tres variantes en los tipos de
Paxcamán y Trapeche, la mayoría inciso, pero también pintado.

La cerámica de este período proporciona muchos indicios en la sociedad de Petén,


durante el Postclásico Tardío. Uno, muestra que había dos (o más) regiones culturales
que se diferenciaban por sus estilos y por las frecuencias de los diferentes tipos de
cerámica. Otros, señalan que, a pesar de los mitos y leyendas sobre la migración de los
itzaes, desde Mayapán hasta un lago grande en el sur, hay muy pocas semejanzas entre
la cerámica de Petén y la del norte de Yucatán, cuando tal antecedente podría haber
indicado motivos compartidos o intercambio en vasijas domésticas. Sin embargo,
parece que los sitios en el Petén participaron en el culto religioso asociado con los
incensarios, en el Postclásico. Sobre un banco, en un 'salón abierto' de Zacpetén, se
encontró un incensario con forma de animal y cara humana; adentro del incensario
había dos cuentas, una de jade y la otra de concha. Pero los incensarios más distintivos
del Postclásico son los de figura humana o efigie (Ilustración 1). Estos incensarios
aparecieron en todas partes del área maya de las Tierras Bajas: en Yucatán, en el centro
de Petén y en Tipú. Como las excavaciones en que participaron los autores de este
ensayo, en los lagos, no fueron en arquitectura ceremonial, no se recuperaron
incensarios completos, sino sólo fragmentos, que fueron fabricados de una variedad de
arcillas, incluyendo las que fueron características de los grupos Paxcamán y Topoxté.52
Esto, junto con el hecho de que se recuperaron unos fragmentos de los moldes utilizados
para formar las caras de las figuras, indican que había uno o más centros de producción
de estos incensarios en la región de los lagos.

Se encontró en el sitio Itzponé, en las sabanas al sur del Lago Petén Itzá, un fragmento
de incensario de figura humana, y es posible que algunos de estos pocos asentamientos
(como el sitio El Fango) deben fecharse en relación con el Período Postclásico, puesto
que sus plataformas son muy parecidas a las de los salones abiertos, de los lagos.
El Período Histórico
El Período Histórico comienza al principio del siglo XVI, en la fecha en que Cortés
cruzó el territorio en su viaje a Honduras. La última fase de ocupación se puede
distinguir, en la isla del Lago Macanché, por una clase de cerámica tosca de color café,
muy parecida a la que se hacía al principio del siglo XX en el pueblo de San José, al
norte del Lago Petén Itzá.

Una fuente de estudio en relación con el período citado son los documentos oficiales y
los relatos escritos por los españoles, en los cuales se mencionan algunos pueblos de la
región de los lagos de Petén. Allí se indica que, a principios del siglo XVI, la región de
los lagos de Petén estaba rodeada por varias provincias distintas, política y
lingüísticamente, de los mayas de Petén central, de quienes también les separaban
ciertas áreas despobladas.

Los españoles registraron información que actualmente es posible emplear en la


reconstrucción de la geografía política del Petén del siglo XVII. En los documentos
aludidos se pueden encontrar nombres de gobernantes, títulos, pueblos y asentamientos
regionales, además de linajes territoriales que se localizaban alrededor de la región de
los lagos de Petén. En un largo estudio documental sobre la conquista española y la
consiguiente crisis de los sistemas políticos indígenas en el sur de la Península de
Yucatán, el etnohistoriador Grant D. Jones ha definido varias divisiones territoriales
mayores, que existían en la región central de Petén a finales del siglo XVII. En ese
modelo preliminar, de dicha geografía política, se indica que cada provincia estaba
dominada por un linaje principal y gobernada por una sola cabeza de linaje, y que cada
una de ellas era conocida localmente con el nombre de los mismos linajes gobernantes.
Las provincias estaban divididas en regiones o subprovincias territoriales, controladas
por el linaje mayor o por otro subgrupo. Jones ha sugerido que dichas divisiones y
subprovincias pudieron haber constituido una jerarquía política de tres niveles,
diferentes a las que fueron descritas en el siglo XVI, en relación con el territorio maya
del norte de Yucatán. En la víspera de la conquista española de Petén, las mayores
provincias-linajes incluían a los Canek (Kan Ek'), los Yalaín y los Couoh (Ilustración
149).

La Provincia Canek
Los miembros del linaje Canek afirmaban que sus antepasados procedían de Chichén
Itzá, el sitio del Postclásico Temprano localizado al norte de la Península de Yucatán. El
cabeza del linaje Canek, al final de la conquista española, en 1697, reclamaba, además,
una ascendencia genealógica en relación con dicho sitio. En las historias del Katún
(K'atun), El Libro de Chilam Balam de Chumayel, se indica que el colapso de Chichén
Itzá ocurrió aproximadamente en el año 1200 DC. Sin embargo, en 1695, un miembro
de la familia gobernante Canek afirmó que su madre había llegado de Chichén Itzá, lo
cual sugiere que las relaciones entre el centro de Petén y Yucatán se iniciaron desde
mucho antes y que en la época citada estaban en pleno auge.
Si las crónicas de Chilam Balam son confiables, la historia de los Canek pudo haber
empezado en alguna etapa del siglo XIII. A pesar de que se desconoce su historia más
temprana, existe una lista de 1702, que contiene nombres de lugares y de líderes locales,
y en la cual se indica que en el siglo XVII los Canek controlaban la cuenca sur y oeste
del Lago Petén Itzá, desde el lago llamado Ek' exil (el actual Lago Quexil), hasta el lago
llamado Sakpuy (el actual Lago Sacpuy), y que dicho territorio estaba densamente
poblado. Cuando Hernán Cortés visitó la tierra de los Canek (el Itzá), en 1525, había allí
una agricultura extensa y actividades de intercambio con el sur, hacia la actual Verapaz,
y el control territorial posiblemente se extendía muy lejos, hacia el sur del Río Sarstún.

El cabeza o gobernante del linaje Canek se llamó siempre Ah Canek. Este nombre y
título dinástico lo usaron todos los gobernantes que los españoles conocieron en el área
durante los siglos XVI y XVII. Los conquistadores encontraron que un Ah Canek
gobernaba siempre la Isla Noh Petén (actualmente, la Isla de Flores), lugar que era la
'capital' de la débil confederación constituida por los linajes Canek y sus aliados
políticos. Además, hubo un consejo gobernante en Noh Petén, compuesto por los líderes
de los grupos correspondientes, con un jefe o cabeza titular llamado kuch pop, el
equivalente al título yucateco hol pop, 'cacique del petate'.

La Provincia Yalaín

Cuando la dinastía Canek dominaba las orillas oeste y sur del Lago Petén Itzá, la
provincia de Yalaín aparentemente mantenía el control desde el puerto de Chaltunjá
(Chaltunha'), en la orilla este de Petén Itzá, hasta la población de Tipú, en el actual
territorio de Belice. Tipú, una población maya yucateca del Postclásico Tardío,
asentamiento indígena de la provincia Tzulwuinicob (Ts'ulwinikob), fue controlada por
los españoles entre 1544 y 1770, y durante el siglo XVII fue avanzada de los esfuerzos
misioneros para convertir a los mayas del Lago Petén Itzá. La provincia de Yalaín, en
otras palabras, estaba situada entre el territorio controlado por los españoles y el de los
Canek.

La capital de la provincia de Yalaín tenía este mismo nombre a finales del siglo XVII y
estaba situada a orillas del Lago Makanche' (el actual Lago Macanché), pero nada se
conoce sobre su historia dinástica o de su pueblo. La provincia pudo haber sido ocupada
por gente que difería de los Canek, en cuanto a sus orígenes y tradiciones, ya que los
patronímicos vinculados al siglo XVIII y encontrados en los registros de bautizos
reflejan una amalgama de población Chol, Mopán e Itzá. Sin embargo, es importante
anotar que también existen traslapos entre los patronímicos de las provincias de Canek y
de Yalaín.

Durante el período del contacto español hubo algún tipo de alianzas entre los mayas de
Yalaín y los de la provincia de Canek y, por extensión, entre Yalaín y Tipú, las cuales
estaban cimentadas por medio de matrimonios a los más altos niveles. A finales del
siglo XVII, la provincia de Yalaín pudo haber formado una avanzada itzá en el territorio
colonial, lo cual fue, más o menos, producto de los esfuerzos de Canek por proteger la
frontera este del avance de los españoles, y probablemente, también, de los grupos
mayas que huían del dominio español en Yucatán. El último Ah Canek, de Noh Petén,
pudo haber venido de Yalaín o talvez de Tipú. La hermana de Ah Canek, conocida
como Canté (Kan Te'), estuvo casada con un natural de Tipú, que sirvió en el consejo
gobernante en Noh Petén.
La Provincia Couoh

Un elemento interesante en las alianzas de los Canek, en el siglo XVII, son los
miembros del linaje Couoh. Este estuvo ubicado, aparentemente, a lo largo de la cuenca
norte del Lago Petén Itzá, con las capitales subprovinciales, Ketz y Saklamakhal, en las
riberas norte y este del lago, respectivamente; y parece que sus integrantes llegaron
relativamente tarde a la región. Al hacer un recuento de la migración de los couohs a
Petén, el Capitán español Marcos de Abalos y Fuentes escribió lo siguiente:

Los Couoh son siempre uno y lo mismo que los Itzá porque
ellos estaban situados al norte de las orillas de su lago
(Petén Itzá). Algunos de ellos son originalmente de
Yucatán, los Itzás de Chichén Itzá y los Couoh de Tankah,
10 o 12 leguas de esta ciudad (Mérida). Ellos [los Couoh],
se retiraron [de acuerdo con lo que ellos dicen] al tiempo
de la conquista, y los otros [los Itzá] más temprano.

El nombre 'Tancah', que quiere decir 'Centro de Población', se refiere al mayor centro de
Mayapán. El Libro de Chilam Balam de Chumayel indica que un individuo (o familia)
del linaje Couoh actuaba como guardia en la entrada este de Mayapán. El sitio de
Mayapán cayó en 1450 y es difícil decir qué parte del linaje Couoh pudo haber
emigrado al centro de Petén durante ese tiempo. En el pasaje anterior se menciona su
migración en la época de la conquista española de Yucatán, después de 1540. Luego, los
couohs pudieron haberse situado al norte, entre 1540 y la mitad del siglo XVI.
Asimismo, es posible que hubiera un movimiento de ellos al centro de Petén, iniciado
después de 1540, o quizás más tarde, es probable que con los desplazamientos ocurridos
posteriormente a 1540, cuando ese linaje se movilizó hacia el sur, para escapar del
control español. En cualquier caso, ya en Petén, se asentaron primero en la ribera norte
del Lago Petén Itzá. Todavía no se sabe si se establecieron entre los Canek, o se
desplazaron y tomaron el control de las comunidades aliadas a estos últimos.
Similarmente, su capital subprovincial, es decir, Saklamakhal, parece haber sido una
población Yalaín, según una lista española de poblados del siglo XVII. Jones cree que
es posible que los couohs se hubieran asentado primero en una región mucho más
amplia que la cuenca norte de Petén Itzá, probablemente en dirección a la frontera del
actual Belice, conquistando durante dicho proceso todas la comunidades mopanes, a
pesar de perder mucho de su territorio con los de Yalaín, durante su temprana expansión
hacia el este, en el siglo XVII. Dos tardíos gobernantes subprovinciales de los couoh
son mencionados en los documentos, y ellos son: Ah Couoh (también conocido como
capitán Couoh), en Saklamakhal; y Kulut Couoh, en Ketz. Las relaciones personales de
éstos, sin embargo (ellos pudieron haber sido hermanos reales o en sentido figurado, ya
que Kulut' significa 'gemelo divino'; o quizás fueron padre e hijo), así como su relación
política y su grado de independencia, no están claros todavía.

Lo que resulta más claro es que los couohs no eran 'siempre uno y lo mismo que los
Itzá', puesto que no eran parte de la confederación Canek, a pesar de que existen
algunos patronímicos del territorio couoh que pertenecen en común a los Canek o a los
Yalaín. Ah Chán, el sobrino del último Ah Canek, se casó con la hija del cabeza de
linaje de los Ah Couohs, lo cual indica algún tipo de relación entre los principales
linajes a finales del siglo XVII, pero de otra manera los couohs parecen haber estado
relativamente aislados política y socialmente. Dicho grupo podría haberse distinguido
por tener un gobierno propio, posiblemente con su consejo privativo. Solamente se
considera itzaes a los miembros de la confederación Canek.

Datos Arqueológicos sobre los Mayas de la Epoca


Colonial
Las fuentes documentales españolas sugieren una estructura geográfica provisional para
las políticas y asentamientos en el centro de Petén, durante el siglo XVII, y aportan
descripciones de algunos sitios de potencial importancia cívica dentro de los territorios
de los linajes mayas. La investigación sobre los mayas en la época colonial, realizada en
1994 por los autores de este ensayo y el etnohistoriador Grant D. Jones, perseguía
documentar la distribución de los sitios postclásicos en la zona del Lago Petén Itzá y
lagos vecinos, área conocida como la región de los lagos de Petén central. Las
investigaciones juntaron datos arqueológicos y etnohistóricos en un tentativo diseño de
la geografía política reconstruida por Jones, quién utilizó documentos españoles de los
siglos XVII y XVIII, los cuales describen los esfuerzos para subyugar a los itzaes. En
particular, se intentó localizar y registrar los sitios que posiblemente corresponden a las
capitales, las subcapitales y las comunidades de los linajes y provincias propuestos. La
investigación se planificó sobre investigaciones previas y numerosas que han reportado
artefactos y arquitectura del Postclásico, en Petén.

El reconocimiento arqueológico correspondiente sirvió para tratar de confirmar dicha


reconstrucción, derivada de archivos, la cual consistió de dos partes. El énfasis primario
se puso en localizar los sitios arqueológicos que pudieran estar correlacionados
geográficamente con las divisiones y asentamientos territoriales nombrados para el
Petén central. Además, se hicieron excavaciones de sondeo en pequeña escala, en sitios
seleccionados, con el propósito de recuperar artefactos que pudieran documentar la
función y cronología de los sitios.

Desde que se inició la investigación, en 1994, una importante información sobre la


arquitectura y asentamientos del Postclásico, en el Petén central, ha proporcionado los
resultados que se indican a continuación:

1) La localización y el tamaño de los sitios en la región experimentaron una marcada


transformación entre los Períodos Clásico y Postclásico. Surgieron comunidades
pequeñas y nucleadas en zonas que tienen formas naturalmente defensivas y que están
delimitadas fisiográficamente; por ejemplo, en islas y penínsulas. En tierra firme, esas
comunidades presentan construcciones mucho más reducidas, en número y tamaño, en
relación con la ocupación del Clásico, a lo largo de los lagos de la región. Este
replanteamiento de los asentamientos parece haber empezado durante el Período Clásico
Terminal, con énfasis en sitios fácilmente defendidos, y ello sugiere que el conflicto fue
un rasgo político permanente.

2) Las formas y arreglos de las estructuras postclásicas, en el Petén central, son también
distintivas y parecen conformar un número de planos más limitado que el
correspondiente a los sitiospostclásicos yucatecos. Son evidentes las estructuras que
incorporan bancos a un lado y atrás de edificios, con el frente abierto, consideradas
'oratorios familiares' en el sitio yucateco de Mayapán. Los edificios largos y más
elaborados tenían techos soportados por columnas de albañilería y de material
perecedero. Estos 'salones con columnas', o 'salones abiertos', son encontrados
ocasionalmente junto a templos, en centros que tienen asentamientos nucleados en
planos de arquitectura formal, y los cuales, en Mayapán, son llamados 'grupos
ceremoniales básicos' y 'conjunto de templos'.

Las muestras de las más tempranas formas de arquitectura postclásica, en el Petén


central, han sido documentadas en asociación funcional con típicas estructuras de estilo
clásico, en sitios clásico terminales. Dichas formas comparten rasgos con sitios del
Clásico Terminal en construcciones no mayas, ubicados en el Río de La Pasión, en
Petén, en y la región de la Chontalpa, en México, así como en sitios del Clásico
Terminal y del Postclásico, en las Tierras Altas de Guatemala y en el norte de Yucatán.

3) Tres aparentes características de la cerámica postclásica de Petén fueron también


importantes en el contexto de las investigaciones citadas. Primero, los grupos de
cerámica postclásica están sumamente demarcados territorialmente, y empiezan con
materiales del Clásico Terminal, en un regionalismo que se intensifica a lo largo del
Postclásico. La mayor parte de los grupos definidos como postclásicos en el centro del
Petén y regiones adyacentes (Augustine, Paxcamán y Topoxté, Trapeche, Daylight y
Tachis) tienen distribuciones discontinuas y localizadas, que posiblemente reflejan
patrones de organización económica y social, incluyendo producción e intercambio. Sin
embargo, estos grupos comparten similares repertorios de formas y programas
decorativos.

Segundo, los tres grupos mayores del Postclásico en Petén (Augustine, Paxcamán y
Topoxté) se sabe que tenían una secuencia temporal, desde el Postclásico Temprano
hasta el Tardío, pero excavaciones en Canté (Topoxté) y la Isla de Macanché sugieren
que eran contemporáneos, pero con variantes regionales; dicho hallazgo ha sido
confirmado por excavaciones recientes en la Isla de Topoxté. Las variantes temporales
pueden ser tentativamente identificadas en rasgos estilísticos y tecnológicos dentro de
estos grupos.

Tercero, existe una carencia general de materiales característicos de Itzá, alrededor de


todos los lagos de Petén. Se encontraron incensarios de efigies humanas, casi idénticos a
los de Mayapán, pero hechos de diferentes arcillas locales. Algunos tipos cerámicos
(clasificados ahora en el grupo Trapeche) pudieron haberse elaborado como imitaciones
de cerámica contemporánea yucateca, como, por ejemplo, la cerámica Pizarra.

Durante las temporadas de campo efectuadas entre 1994 y 1996, se investigaron los
sectores definidos por los españoles como territorios Canek, Yalaín y Couoh, de los
cuales existe información consistente, múltiple e interna, de documentos que describen
los hechos políticos, los personajes y lugares. Se efectuaron reconocimientos, registros
y limitadas excavaciones de sondeo, en las cuencas de Macanché, Salpetén, Petén Itzá y
Sacpuy, con nuevas visitas a sitios conocidos en algunos casos, y en otros, se buscaron
más evidencias de sitios postclásicos e históricos tempranos (Ilustración 151).

La convergencia entre las descripciones españolas y la distintiva arquitectura postclásica


ha sido foco de los esfuerzos del Proyecto Maya-Colonial y se cree que algunas de las
comunidades documentadas en las tres provincias pueden identificarse
arqueológicamente: En el territorio Canek, las islas y la península del Lago Sacpuy
puede ser que correspondan al sitio Chun Ajau, o sea 'el lugar donde los dioses
descienden'. En la orilla sur del Lago Petén Itzá, los sitios Pasajá y Colonia Itzá
indudablemente constituyen parte de los numerosos asentamientos en la cuenca sur,
vistos por los españoles durante la visita de Cortés, en 1525. Muchos de ellos han sido
destruidos por haciendas de ganado, o los cubrieron los pueblos de San Benito y Santa
Elena.

El pueblo de Chich (Ch'ich'), aliado Canek, el principal puerto oeste en el Lago Petén
Itzá, se cree que corresponde al sitio de Nixtún-Chich', en la Península de Candelaria, al
sur de la ensenada de San Jerónimo y al oeste del Lago Petén Itzá. Asimismo, es posible
que Martín de Ursúa y su ejército acamparan en Nixtún-Chich', de enero a marzo de
1697, con el objeto de construir una embarcación y preparar el asalto a Noh Petén. La
capital de la provincia de Canek, o sea Noh Petén, estaba situada en la isla en que
actualmente se halla Flores. La comunidad Canek, de Ekexil, se situaba en las islas, en
el lago del mismo nombre (el actual Lago Quexil).

En el territorio Yalaín, la arquitectura y asentamientos del Postclásico, en el sitio


Clásico Terminal de Ixlú, parecen representar el pueblo de Saklamakhal; en tanto que la
modificación arquitectónica de la boca del Río Ixlú podría ser indicativa de Chaltunjá,
importante puerto del siglo XVII, en el Lago Petén Itzá. Los españoles indicaron que
Saklamakhal estaba en disputa a fines del siglo XVII, cuando los couohs lo tomaron y
establecieron una capital subprovincial.

La lista española de pueblos de la provincia de Yalaín incluye a Sakpetén, entre


Chaltunjá y Macanché, y es casi seguro que se trata del sitio peninsular de Zacpetén, en
el actual Lago se Salpetén. Los rasgos arquitectónicos y la densidad de las residencias
postclásicas en la zona, indican que el sitio de Yalaín, en la ribera noroeste del Lago
Macanché, pudo haber sido la capital del territorio Yalaín, en el siglo XVII. Se cree que
el pueblo de Macanché corresponde al sitio fortificado (amurallado) de Muralla de
León, el cual tiene evidente arquitectura postclásica, en tanto que el nombre Macanché
sugiere una fortificación de madera (ver nota 72).

La cerámica postclásica se encuentra en todo el lado norte del Lago Petén Itzá, el cual
es zona couoh; sin embargo, es difícil encontrar otras clases de evidencia postclásica e
histórica. La orilla norte de Petén Itzá, como en todos los lagos de Petén central, se
caracteriza por inclinaciones altas, empinadas y quebradas. El terreno nivelado, cercano
al agua, es relativamente raro, con alternativas de asentamientos en las crestas altas, más
o menos a 200 m sobre el nivel del lago. El terreno disponible en la ribera del lago lo
ocupan en el presente nuevas comunidades, hoteles, o casas de vacaciones, y todo ello
oscurece los datos arqueológicos y hace difícil el reconocimiento.

A pesar de todo, el Proyecto Maya-Colonial localizó y registró seis sitios postclásicos


en la orilla norte (de oeste a este): Chachaclún, San Pedro, Uspetén, El Astillero,
Jobompiche I y Piedra Blanca. De todos ellos, solamente Uspetén se cita en las fuentes
documentales españolas, en las que se confirma como un pueblo couoh en la orilla del
lago. No hay, hasta el momento, bases para aseverar que alguno de los sitios registrados
era Ketz, la capital subprovincial couoh, a pesar de que el número de estructuras y el
volumen de la arquitectura podrían proponer Chachaclún. El topónimo Ah Ketz,
conocido también como Ah Quetzal, puede encontrarse en los mapas modernos, pero no
hay rastros arqueológicos sobre asentamiento alguno en la zona vinculada al nombre del
lugar.

Se cree que es muy posible que en el sitio Topoxté, en las islas del Lago Yaxjá, en el
extremo oriental de la cadena de lagos, estaba la sede principal de poder para los
couohs, cuando éstos llegaron a Petén, porque la arquitectura allí es parecida a la de
Mayapán. Se supone también que el sitio fue reocupado brevemente por aquéllos,
después de la conquista española.

En resumen, los reconocimientos y excavaciones hechos por el Proyecto Maya-


Colonial, en los lagos de Petén central, revelaron que la densidad y localización de estos
sitios postclásicos corresponden a las descripciones españolas de asentamientos mayas
del siglo XVII. Los datos disponibles sobre arquitectura y cerámica reflejan también la
división política maya, descrita por los españoles del siglo XVII, y los intensos
conflictos entre los itzaes y los couohs. Es significativo que la distribución de ciertos
complejos distintivos de arquitectura postclásica (grupos ceremoniales y conjuntos de
templos) revelan una clara dicotomía: dichos complejos cívico-ceremoniales se
encuentran solamente al extremo este del Lago Petén Itzá, y sólo en ciertos sitios
registrados de la región.

Adicionalmente, hay ciertas indicaciones de la correspondencia entre los datos sobre


cerámica, con la localización geográfica de la arquitectura. De particular importancia
puede ser la distribución del grupo de cerámica Topoxté (que se cree pudo haberse
elaborado en la cuenca del Lago Yaxjá) con arquitectura de grupos ceremoniales y
conjuntos de templos: la cerámica Topoxté es común en las proximidades de los lugares
donde se localizan estos complejos de arquitectura característica, pero no son comunes
en las orillas sur, oeste y norte del Lago Petén Itzá. También es de interés el hecho de
que la cerámica de Topoxté no está decorada con serpientes y motivos de reptiles, en
tanto que las cerámicas Paxcamán y Trapeche sí llevan tales motivos. Existe cierto
traslapo geográfico entre dichos grupos: las cerámicas Paxcamán y Trapeche se han
encontrado, junto con cerámica Topoxté, en las cuencas de los lagos Salpetén y
Macanché, y también en Negromán-Tipú (Belice), pero no en las islas del sitio Topoxté.

Por la falta de excavaciones en estructuras y complejos arquitectónicos, así como de


objetos recolectados en entierros y escondites, y ante la carencia de un mayor inventario
de artefactos, el Proyecto Maya-Colonial no puede indicar si dicha distribución,
intencional de arquitectura, y de determinadas características arquitectónicas y
cerámicas, fue étnica, funcional, de orden temporal, o simplemente el producto del uso
casi exclusivo de excavaciones de pozos de sondeo. La distribución de grupos básicos
ceremoniales, conjuntos de templos y la cerámica Topoxté sugieren un paralelo en la
evidencia geográfica de los documentos españoles, por la presencia de los couohs,
quienes a propósito vinieron de Mayapán, donde pareciera que se hubiesen originado
los complejos arquitectónicos. Otra posibilidad son las cerámicas Paxcamán y Trapeche,
las cuales pudieran ser indicaciones del estilo itzá; y los linajes aliados con patronímicos
kan (serpiente) puede ser otra posibilidad, pero, en el presente, ello es pura
especulación.
La Política en Petén en la Víspera de la Conquista
Española
Parece que los 400 ó 500 años del Postclásico constituyeron un período de nacimiento
de nuevos cacicazgos competitivos, en las cuencas de los lagos de Petén. En el siglo
XVI, los españoles establecieron una cadena de misiones alrededor de Petén (al norte,
en Yucatán; al este, en Belice; y al sur, en el Altiplano) para subyugar y asegurar la
conversión religiosa de estas poblaciones. Pero, en Petén mismo, los mayas se aislaron
en la selva y, según los documentos de los curas españoles, mantuvieron bastante
influencia religiosa y económica entre sus vecinos de los alrededores, sobre todo, entre
los habitantes de Tipú.

Los españoles establecieron una iglesia en Tipú en el siglo XVII, y utilizaron esta
comunidad como base de varias 'entradas', para intentar la conversión religiosa y la
capitulación política de los mayas de Petén central. Por ejemplo, en 1618 los misioneros
Bartolomé de Fuensalida y Juan de Orbita, acompañados por guías de Tipú, pasaron por
un lago 'despoblado', que se llamaba Yaxjá, para llegar al Lago Zacpetén y después a la
capital Noh Petén. En esta 'entrada' a Noh Petén, así como en otra en el siguiente año,
los frailes conversaron con el líder Ah Canek y el consejo de representantes de la
confederación, y argumentaron que el cambio calendárico del K'atun 3 Ajau en 1618
debería señalar la sumisión de los mayas a los españoles; pero los mayas lo negaron.
Cinco años más tarde, molestos por los intentos continuos de evangelización y por
varios hechos de sacrilegio cometidos por los españoles, los mayas de Noh Petén
masacraron a un grupo de españoles y mayas cristianizados de Tipú.

Los españoles que describen a los mayas del centro de Petén se enfocan,
comprensiblemente, en los esfuerzos que hacían para evangelizar a la población nativa y
controlar su territorio. En este proceso, dieron mayor importancia a los contactos
religiosos y militares con el linaje Canek, puesto que, según dichas descripciones, se
creía, equivocadamente, que tal linaje controlaba toda la región, con Ah Canek como
gobernante absoluto. En la realidad, sin embargo, los linajes no formaban todos una
alianza y, por el contrario, mantenían guerras unos contra otros. En su apreciación
equivocada, los españoles consideraron que los linajes itzá y Canek era uno solo, y por
ello usaron el nombre 'itzaes' para referirse a todos ellos. Los Canek aprovecharon las
incursiones de los españoles e intentaron incrementar su influencia en dirección a Tipú;
posiblemente tomaron dicha población por la fuerza en 1638, y llegaron a tener
conflictos con los couohs a lo largo de la ruta. A mediados del siglo XVII pareciera que
hubieran alcanzado una hegemonía directa e indirecta sobre la mayor parte del este de
Petén central.

Transcurrieron 70 años más, hasta que los españoles hicieron otro esfuerzo por convertir
a los mayas de Petén. En 1694 y 1695, el franciscano Andrés de Avendaño y Loyola
hizo tres 'entradas' a Noh Petén, y argumentó que el cambio calendárico del K'atun 8
Ajau, en 1697, era una oportunidad propicia para que los nativos se convirtieran a la
cristiandad, pero tampoco este nuevo intento tuvo éxito.

Sin embargo, a finales de 1690, el último Ah Canek hizo propuestas positivas a los
españoles, y recibió y protegió a los emisarios de éstos en Noh Petén; también mandó a
su sobrino, Ah Chan, en una embajada ante los españoles de Mérida, en 1695. Cuando
las noticias del viaje de Ah Chan fueron recibidas a lo largo de la región del lago, los
couohs se lanzaron a la guerra en contra de los de Ah Canek y sus aliados, ubicados al
final del lado este del Lago Petén Itzá. Aquéllos dijeron haberse situado al este del
puerto de Petén Itzá, llamado Chaltunhá, en el sitio de Saklamakhal, al menos por esa
época, y pudieron también atacar a Yalaín. Otro personaje, nombrado Lax Couoh, y sus
seguidores, se movieron hacia la región del Lago Yaxjá, posiblemente tomando o
retomando una región largamente ocupada, en un intento por bloquear nuevas
comunicaciones entre los Canek y los españoles, en la vía hacia Tipú. Entre 1695 y
1700, el control sobre el puerto de Chaltunjá y del territorio de Yaxhá parece haber
cambiado de manos, por lo menos dos veces, entre los couohs y la gente de la provincia
Yalaín.

A finales de 1696, Ah Couoh atacó a la confederación Canek, a la que trató de destruir,


pero no tuvo éxito en su propósito. La confederación, sin embargo, ya estaba en proceso
de desintegración porque algunos miembros de la alianza se oponían a las políticas
utilizadas por Ah Canek en su trato con los españoles. Por ejemplo, en 1695, Ah Tut
tomó aparentemente el control del oeste del Lago Petén Itzá y del puerto de Chich,
sobre la península que forma la ensenada de San Jerónimo, en la orilla noroeste del
lago. Sin embargo, poco después fue forzado a abandonar el sitio por los españoles.

Finalmente, en 1696, el General Martín de Ursúa y Arismendi, respondiendo a estos


acontecimientos y a la violencia persistente, llegó a la ribera del Lago Petén Itzá para
emprender la conquista final de los mayas de Petén. Comandaba unos 235 soldados, 120
indios de Yucatán, y portaba material para construir una nave, a fin de atacar la
población de la Isla de Noh Petén. Los españoles ocuparon Chich a finales de 1696 y
principios de 1697. Ursúa y Arismendi levantó su campamento en la vecindad de la
comunidad, quizás en el centro del sitio arqueológico Nixtún-Chich, construyó la nave,
y en la mañana del 13 de marzo lanzó su ataque contra la isla-capital de los Canek (los
itzaes), quienes huyeron y abandonaron Noh Petén, y los españoles capturaron la isla,
destruyendo los templos y las residencias.

Inmediatamente después de la decisiva confrontación, los de Canek, intentaron


reagruparse brevemente en Chun Ajau, cerca del Lago Sacpuy (ver nota 67). Ah Tut
instigó una gran revuelta en territorio couoh, al norte del lago, junto con un guerrero
nombrado Pana, quien estaba cercanamente relacionado, por matrimonio, con el último
Ah Canek (la esposa de Ah Canek era Chan Pana). Ambos personajes asentaron una
provincia de corta historia llamada Moan Pana, cerca del sitio clásico de Tikal.
Chaltunjá y Saklamakhal parecen haber vuelto a manos de los itzá (Yalaín), poco
después, en 1697, cuando los couohs mantuvieron por poco tiempo el control en la
vecindad de Yaxhá. Sin embargo, hacia el final de la primera década de 1700, los
españoles consolidaron su dominio de Petén central, por medio del establecimiento de
misiones y reducciones, y la última estructura política maya independiente se perdió
para siempre.
ROSEMARY A. JOYCE

El Colapso Maya al Final del Período


Clásico

Las grandes ciudades que en un tiempo se extendieron por las Tierras Bajas mayas, en
el territorio que comprendía desde Copán, en Honduras, hasta Palenque y Comalcalco,
en México, estaban totalmente abandonadas cuando llegaron los europeos en el siglo
XVI. Los primeros reportes escritos en el siglo XX, acerca de Copán y Tikal, señalan
claras evidencias de que estos sitios clásicos fueron habitados por los antepasados de los
grupos mayas que todavía viven en el Altiplano de Guatemala, en Chiapas y en
Yucatán. La cuestión del despoblamiento ha sido para los arqueólogos uno de los dos
temas centrales relacionados con el colapso maya del Clásico. El otro tema se refiere al
hecho de que los pueblos mayas del siglo XVI, con los cuales entraron en contacto los
conquistadores, carecían de una arquitectura de grandes dimensiones y de monumentos
comparables a los que se observan en las ciudades clásicas abandonadas.

Actualmente, el estudio del colapso maya está dirigido a entender las causas del
fenómeno. Estas incluyen los siguientes aspectos: 1) ¿por qué cesó la tradición de la
escultura clásica y de las grandes obras arquitectónicas?; 2) ¿por qué ocurrió esto en un
momento determinado? 3) ¿cuáles fueron los factores que influyeron en ello?; y 4) ¿por
qué se despoblaron vastas áreas de las Tierras Bajas mayas? Para estas preguntas no
existen respuestas ampliamente aceptadas. Sin embargo, cada vez se hace más evidente
que en el fenómeno intervinieron múltiples factores y que coexistieron en un mismo
período diferentes grados de desarrollo y que, consecuentemente, las explicaciones que
tienen sentido en relación con un sitio puede que no se adapten a otro. A pesar de lo
anterior, una cosa es clara: en todos los sitios mayas se abandonó, casi simultáneamente,
la tradición de erigir monumentos con inscripciones en las que se registraban las
actividades de sus gobernantes.

Primeros Informes sobre el Colapso Maya


Los primeros visitantes europeos del área maya notaron que los centros clásicos habían
sido abandonados bastante antes de la Conquista. El despoblamiento de éstos y el
sucesivo surgimiento de pueblos carentes del tipo de arte que se había desarrollado en el
Período Clásico fue interpretado como evidencia de que la civilización maya sufrió un
colapso similar al de Roma.

A finales del siglo XIX se inició un esfuerzo por descubrir y publicar fuentes
etnohistóricas del siglo XVI que describieran las culturas mayas de Yucatán y
Guatemala. Algunas de dichas fuentes incluyen descripciones de las ciudades mayas
ocupadas en el momento del contacto con los europeos, y es claro que ninguna de ellas
era comparable a los grandes centros mayas del Clásico, en sus dimensiones o en cuanto
a su valor artístico y arquitectónico. En su Relación de las Cosas de Yucatán, escrita en
el siglo XVI y redescubierta y publicada en 1867, el Obispo Diego de Landa refiere que
una de las grandes ciudades abandonadas, Chichén Itzá, todavía era utilizada como un
lugar de peregrinaje por los mayas de su época.

Landa señaló que las ciudades mayas del Postclásico eran dirigidas por una pequeña
élite, e indicó que continuaba en uso un sistema de escritura altamente desarrollado,
para registrar en libros cuentas calendáricas, eventos históricos y otras informaciones.
Es evidente que el sistema de escritura de los centros clásicos abandonados coincide con
el de los Códices de París, Madrid y Dresden, los cuales presentan similitudes con las
descripciones hechas, en el siglo XVI, por los informantes mayas del Obispo Landa.

Varias tradiciones mayas del siglo XVI contienen leyendas acerca de grandes ciudades
de tiempos antiguos y que posteriormente fueron abandonadas. Algunas de dichas
tradiciones hablan de conquistas militares e invasiones que forzaron a la población a
movilizarse hacia otras áreas. Acontecimientos de esa naturaleza todavía se consideran
hoy como posibles causas del colapso.

Aunque se sabe que las ciudades que se mencionan en las crónicas del siglo XVI (por
ejemplo, Mayapán) datan de una época posterior al Período Clásico, es evidente que
también se produjeron en ellas fases alternas de centralización y descentralización. Tal
parece haber sido el patrón característico del desarrollo sociopolítico maya, desde el
Preclásico. Sin embargo, el colapso del Clásico Tardío difiere de las crisis anteriores y
subsiguientes, en que afectó a un área geográfica muy amplia, en un tiempo
relativamente corto, y en que pocos centros pudieron recuperarse de los efectos
correspondientes. Incluso en los casos en los que se mantuvo cierta población, ésta ya
no se dedicó a las labores artísticas que habían sido tan importantes durante el Clásico.

Hipótesis Tradicionales sobre el Colapso Maya


Arqueológicamente, el colapso maya del Clásico se fundamenta en dos series de hechos
evidentes. En primer lugar, a partir de 9. 18. 0. 0. 0 (790 DC) ya no se encuentran los
monumentos de estilo clásico con textos jeroglíficos (véase explicación sobre la Cuenta
Larga en 'Escritura jeroglífica' en esta misma sección). Por otra parte, entre 800 y 1000
DC se abandonó la mayoría de los centros mayas de las Tierras Bajas. Puesto que las
estelas y la arquitectura monumental se relacionan directamente con la élite gobernante,
la alteración de esta actividad cultural ha sido interpretada como evidencia de una
ruptura en la estructura sociopolítica. Si las ciudades fueron abandonadas por la mayor
parte de su población, ya no fue necesaria, en efecto, una gran arquitectura, y tampoco
se pudo disponer de suficiente mano de obra para realizarla. De esta manera, se ha
afianzado tradicionalmente la tendencia a considerar el cese de las actividades
arquitectónicas y artísticas del final del Clásico, como resultado de uno o más factores.

Una hipótesis considera que el despoblamiento fue producto de causas como la excesiva
explotación y agotamiento de la tierra fértil, catástrofes naturales o epidemias (en los
cultivos o entre la población). Una segunda hipótesis explica el colapso de los centros
principales como una consecuencia de problemas sociopolíticos internos. El sistema
político pudo haber fallado de varias maneras, y ello pudo haber producido una
emigración repentina o gradual de la gente, que habría salido de los centros para
asentarse en las zonas rurales. Por ejemplo, pudo haberse dado un levantamiento de
campesinos, provocado por las crecientes demandas de la élite gobernante. Una tercera
hipótesis indica que en lugar de factores políticos internos, influyeron causas políticas
de tipo externo, y explica el repentino abandono del área como resultado de una
invasión militar que pudo haber obligado a la población a reubicarse en otras regiones.

Las anteriores interpretaciones consideran el colapso como producto de un


acontecimiento que afectó por igual a todas las regiones y presentan así un mismo
patrón explicativo para el área maya en su totalidad. Posteriormente se modificaron
dichas tesis. En la actualidad se piensa que el colapso fue la consecuencia de una serie
de hechos interrelacionados dentro del complejo sistema de la civilización maya clásica.
Los nuevos trabajos arqueológicos de campo y los avances en el desciframiento de las
inscripciones jeroglíficas indican que la civilización maya no puede verse ya como una
cultura uniforme y homogénea. Por lo tanto, no procede considerar una causa universal
como explicación suficiente de los acontecimientos.

Primeros Modelos Universales del Colapso


Una explicación del colapso maya, particularmente influyente, ha sido la que propuso J.
Eric S. Thompson, en 1954. Este investigador consideró que los gobernantes mayas del
Clásico constituyeron un sacerdocio hereditario y explotador, que forzó a los plebeyos a
trabajar para ellos a través de un sistema establecido de creencias y obligaciones
religiosas. Las fuertes y crecientes demandas de estos gobernantes teocráticos, en
determinado momento significaron una carga insoportable, que provocó un
levantamiento campesino, la desintegración del sistema sociopolítico y el éxodo
general.

Thompson creía que los textos de los monumentos mayas clásicos tenían un carácter
completamente religioso, relacionado con dioses, cálculos calendáricos y ciclos del
tiempo. En consecuencia, minimizó su contenido histórico, así como la evidencia que se
refiere a la guerra y a los conflictos. Desde su punto de vista, la sociedad maya se
diferenciaba de las culturas mexicanas, de carácter predominantemente militarista y
secular.

En una publicación posterior, hecha en 1970, Thompson modificó su modelo del


colapso maya. Basó su nueva hipótesis en el examen de un arte escultórico inusual, que
apareció en la cuenca del Río de La Pasión a finales del Período Clásico. Thompson
interpretó el nuevo estilo, que presentaba muchos rasgos que no eran mayas clásicos,
como evidencia de la llegada a la zona de grupos mexicanos. En efecto, en algunos
monumentos de El Ceibal se utilizó un método de fechamiento diferente del sistema
maya usual, que se encuentra también en Chichén Itzá, un sitio que, según Thompson,
había sido conquistado por un grupo intruso de mexicanos. Además, los personajes
representados en algunos de los monumentos de El Ceibal muestran rasgos faciales y
vestimentas distintos de los estilos mayas clásicos (Ilustración 153; véase también La
Estela 13 de El Ceibal en la Galería de Fotos). Thompson identificó a estos individuos
como pertenecientes a un grupo maya mexicanizado, que sería el que las historias
nativas del siglo XVI identifican con los itzaes, que invadieron Yucatán y que fundaron
Chichén Itzá.
Las crónicas mayas de Yucatán identifican a los itzaes como un grupo de extranjeros
que, al parecer, no fueron populares entre los habitantes locales. En dichas crónicas se
dice que pronunciaban el maya con un acento especial, y que tenían normas morales un
tanto relajadas. Thompson supuso que estos itzaes eran precisamente los mismos que
otras crónicas nativas del siglo XVI llaman putunes. Según dicho autor, el sistema
social de los putunes difería del maya en cuanto que concedían menos importancia a la
religión y tenía más aspectos seculares, razón suficiente para explicar las quejas que,
acerca de este pueblo, contienen las crónicas mayas. Thompson creía que los putunes
eran mayas que hablaban chontal y que provenían de la región del Golfo de México. Se
trataría, entonces, de un grupo de mercaderes-navegantes que, en sus viajes de un lado a
otro por las costas del Atlántico, comerciaban con los habitantes mexicanos y mayas de
esta extensa región. En algún momento habrían llegado a las Tierras Bajas mayas, a
través del Río de La Pasión, cuyas riberas invadieron y tomaron el control de El Ceibal.

El nuevo modelo explicativo del colapso en las Tierras Bajas mayas, propuesto
finalmente por Thompson, combinaba los factores de conflicto militar e invasión. Desde
esta perspectiva, la caída de la autoridad centralizada, en varios centros principales,
pudo haber arrastrado consigo a un segmento de plebeyos que se marcharon al área
rural. Sin embargo, en opinión de Thompson, esto no causó un descenso importante de
la población de Petén. El fenómeno del colapso probablemente provocó una reubicación
de la población, que se retiró de los centros urbanos y se dispersó en aldeas, pero sin
afectar significativamente el número total de habitantes en el área. Thompson basó su
opinión en el hecho de que, al momento de la conquista española, Petén parece haber
tenido una población abundante que vivía en pequeños pueblos y aldeas dispersos.

Otras opiniones, que difieren de la de Thompson, consideran que el colapso se produjo


por algún desastre que causó el abandono de las ciudades y el relativo despoblamiento
de Petén. Herbert J. Spinden propuso, desde 1928, una hipótesis según la cual el
desastre pudo haber sido una enfermedad epidémica que provocó una gran mortandad
extendida a la mayor parte de la fuerza laboral y de especialistas. Puesto que las
epidemias son más virulentas en áreas densamente pobladas, se aduce que el resto de la
población, disperso en áreas rurales, tuvo una tasa más alta de sobrevivencia.

De acuerdo con Spinden en cuanto a que el colapso fue resultado de algún desastre,
Sylvanus G.Morley sugirió la hipótesis de que la agricultura de quema y roza terminó
por agotar el suelo. Conforme creció la población, los períodos de barbecho se hicieron
cada vez más cortos, hasta que finalmente la tierra ya no pudo recuperarse, y sufrió un
proceso irreversible de invasión de maleza. Incapaz la población de sostenerse en un
área determinada, se vio forzada a buscar más tierra en lugares distantes de los centros
principales. Sin la base de su subsistencia y carente de la fuerza laboral en la que se
apoyaba, el sistema sociopolítico no pudo mantenerse y acabó desintegrándose.

Una hipótesis relacionada con la anterior fue propuesta por C. Wythe Cooke y Oliver G.
Ricketson. Según estos autores, la erosión del suelo agotó el potencial agrícola de las
Tierras Bajas de Petén. Aluviones de lodo y roca habrían llenado los lagos naturales,
que hoy permanecen como 'bajos' cerca de muchos sitios. El agotamiento del suelo y la
pérdida de fuentes de agua disminuyeron la producción agrícola a un nivel por debajo
de los requerimientos mínimos para mantener a la población local, lo que, a su vez,
causó el colapso sociopolítico y las migraciones hacia otras áreas.
Una Interpretación General del Colapso
Los trabajos arqueológicos de campo efectuados durante las décadas 1950 y 1960
aportaron nuevas informaciones referidas al colapso maya del Clásico. Como resultado
de ello, en 1970 se realizó una importante conferencia sobre el tema, patrocinada por la
School of American Research (SAR). Los participantes en esa reunión revisaron el
desarrollo histórico de las hipótesis del colapso. Observaron que éstas estaban
frecuentemente basadas en un insuficiente conocimiento cronológico de los
acontecimientos, así como en datos inadecuados en relación con los sistemas agrícolas
precolombinos, además de contener ambigüedades respecto de los cambios
demográficos reflejados en el registro arqueológico. Las contribuciones individuales de
algunos participantes, especialmente el ensayo presentado por Gordon R. Willey y
Demitri B. Shimkin, que tuvo mucha influencia, permitieron la conceptualización de un
modelo sistémico de multifactores, enderezado a despejar la incógnita del colapso del
Clásico Tardío en las Tierras Bajas.

En el simposio se empezó por establecer una definición precisa del fenómeno. En


esencia, la definición contiene dos elementos distintos pero interrelacionados. Primero,
el colapso se manifestó en el abandono de la tradición de erigir monumentos con figuras
humanas y textos escritos, así como de la tradición aún, más antigua, de construir
arquitectura monumental. Segundo, dicha interrupción en el arte y la arquitectura
aristocrática coincidió con una disminución demográfica.

Uno de los aspectos más importantes que se analizó en el simposio fue la cronología del
colapso. Se adoptó un nuevo término, el de Clásico Terminal, para integrar el período
correspondiente a la fase que duró el fenómeno. Se consideró que dicho período empezó
alrededor de 9. 18. 0. 0. 0 (790 DC), cuando declinó notoriamente la construcción de
monumentos fechados, que terminó aproximadamente 40 años después de 10. 4. 0. 0. 0
(909 DC), al erigirse la última estela fechada.

Para obtener datos cronológicos provenientes de otras fuentes ajenas a los monumentos
con escritura, Robert L. Rands revisó la cerámica que corresponde al Período Clásico
Terminal. Este análisis se hizo teniendo en cuenta que muchos sitios carecen de
monumentos con glifos, especialmente al final del Clásico. Además, la cerámica
asociada al colapso era importante por la información que podía proporcionar sobre
diferentes cuestiones, como niveles de población, contrastes entre la élite y la gente
común, el nivel real y proporciones del despoblamiento, etcétera.

Rands utilizó complejos cerámicos provenientes de sitios de las Tierras Bajas que tienen
monumentos fechados en la Cuenta Larga y los relacionó con complejos de otros
lugares que carecían de tales asociaciones. A través de un sistema de fechamiento
cruzado entre los tipos cerámicos y los estilos, pudo establecer una comparación entre
las fechas de inicio y finalización de ambos complejos. A partir de este punto, Rands
diseñó un cuadro cronológico que mostraba el avance gradual del colapso a través de las
Tierras Bajas mayas. El estudio mostró que los complejos cerámicos del Clásico Tardío
del oeste (sitios a la orilla de los ríos de La Pasión y Usumacinta, y en Palenque)
tendían a tener una duración más corta que los del centro de Petén (Tikal y Uaxactún).
Rands también notó una tendencia similar en los complejos cerámicos del Clásico
Tardío Terminal con relación a los complejos anteriores a este período. Podría
concluirse, entonces, que en el centro de Petén existió un mayor conservadurismo,
puesto de manifiesto en una mayor durabilidad de los estilos de cerámica y en los
relieves de figuras humanas de los monumentos de piedra. Por el contrario, en los sitios
de la periferia se nota la tendencia a romper con las tradiciones escultóricas peteneras
establecidas antiguamente o, por lo menos, a modificarlas, y a adoptar o imitar estilos
cerámicos extranjeros. Estas observaciones coinciden en cierto modo con la idea de
Thompson respecto a intrusiones extranjeras en la región del Río de La Pasión.

El Centro de Petén
La descripción más detallada del colapso maya quizás sea la presentada por T. Patrick
Culbert en relación con Tikal. En esta ciudad, el Clásico Terminal estuvo caracterizado
por un severo descenso de la población (hasta en un 90%), tanto en el centro como en la
periferia. Algunos habitantes optaron por quedarse, pero el acceso a ciertos bienes y a la
mano de obra especializada se vio drásticamente reducido. Los sobrevivientes
continuaron con su actividad doméstica, pero aparentemente ya no fue posible realizar
las prácticas teocráticas y las religiosas de acuerdo con los patrones clásicos.

Durante el Clásico Terminal un reducido grupo de pobladores de Tikal siguió viviendo


en la Acrópolis Central. Sin embargo, no se realizó en el sitio ningún proyecto
sustancial de nuevas construcciones. A pesar de ello, se mantuvieron los patrones de
ceremoniales, incluyendo la erección de la Estela11 y Altar 11 de Tikal, de fecha 10. 2.
0. 0. 0 (869 DC), lo cual indica que la población de Tikal intentó mantener las
costumbres del Clásico. El cambio más observable en la práctica ritual fue el
incremento de la costumbre de quemar incienso adentro de los edificios domésticos, así
como en otros lugares tradicionalmente usados para la actividad ritual.

El hecho de que en esta época se volvieran a erigir varias estelas previamente


abandonadas, sugiere que la gente de Tikal en el Clásico Terminal ya no disponía de la
mano de obra ni de los especialistas para tallar nuevos monumentos. Las condiciones de
empobrecimiento de la élite también se reflejan en el hecho de que los entierros y
escondites fueron saqueados, con el fin de obtener materiales destinados a cubrir las
necesidades rituales del momento. En la cerámica, los engobes simples y monocromos
de color rojo y negro reemplazaron a las vasijas de servicio policromas y elaboradas del
Clásico. Asimismo, hay indicios de que los edificios anteriormente diseñados con
propósitos rituales fueron usados como residencias.

Culbert creía que la causa fundamental del gradual proceso de ruptura ocurrido en Tikal
fue la presión demográfica, a la que siguió el descenso de población al final del Período
Clásico. Desde su punto de vista, el número de habitantes se había incrementado a un
nivel superior a la capacidad del sistema agrícola local. Una respuesta ante dicho
problema consistió en diversificar las fuentes alimenticias, para lo cual se recurrió a
otros recursos, además del maíz, como, por ejemplo, la nuez del ramón. Otro
mecanismo pudo haber sido el de acortar los períodos de barbecho de la agricultura de
quema y roza, lo que incrementó el proceso destructivo que Morley señaló en sus
publicaciones anteriores. El problema del exceso de demandas de una población
creciente, en un ambiente que cada vez producía menos, pudo haberse resuelto
inicialmente con la importación de alimentos y otros bienes. Sin embargo, es probable
que Tikal no haya podido competir con otros centros que estaban localizados más
favorablemente en las redes de comercio de la época. Existen indicios de un declive en
los índices de nutrición y un aumento en los problemas de salud. Este problema afectó a
todas las clases sociales del Período Clásico Tardío, y constituye un argumento en favor
de que el despoblamiento fue causado, en parte, por la escasez de alimentos, el
incremento de la mortalidad y la emigración.

El Valle del Río Belice


Investigaciones arqueológicas realizadas a lo largo del Río Belice han proporcionado
datos diferentes de los que acaban de mencionarse respecto de Tikal. Los monumentos
de Xunantunich (sitio antes conocido como Benque Viejo), con fechas del Período
Clásico Terminal equivalentes a 10. 0. 0. 0. 0 y 10. 1. 0. 0. 0 (830 y 849 DC,
respectivamente), muestran que este centro estaba en su esplen-dor mientras Tikal
languidecía. Las excavaciones efectuadas en asentamientos rurales a lo largo del citado
río no indican que éstos hubieran sido abandonados durante dicho período. Willey
observó, por medio de la cerámica encontrada, que el área se aisló de los sucesos
ocurridos en Petén durante el Clásico Tardío, quizás como un mecanismo para
protegerse de los efectos del colapso que afectaban a los centros como Tikal.

Inclusive después del abandono de los centros principales del valle de Belice, que
parece haber ocurrido en el Postclásico Temprano, los asentamientos rurales apenas
sufrieron descenso de población. La cerámica del valle del Río Belice, correspondiente
al Postclásico Temprano, encaja con los nuevos tipos postclásicos que se encuentran
esporádicamente en Tikal. William R. Bullard sugirió que esta nueva cerámica
pertenece a asentamientos rurales de agricultores, que se las ingeniaron para sobrevivir
después de que sucumbió la autoridad política central. Según este investigador, la
población subsistió en grupos independientes cerca de fuentes de agua apropiadas, tales
como los lagos de Petén y los ríos situados al este, hasta el arribo de invasores de élite
procedentes del norte de Yucatán quienes establecieron nuevas capitales políticas.
Bullard llega incluso a proponer que la población del valle del Río Belice pudo haberse
incrementado en la medida en que llegaron, de la cuenca del Río de La Pasión,
refugiados que huían de las incursiones militares que acompañaron al colapso en dicha
área.

La Cuenca del Río de La Pasión


En varios sitios de las Tierras Bajas situados hacia el oeste, el inicio del colapso estuvo
señalado por la introducción de la cerámica de pasta fina (Ilustración 154), que
reemplazó a las vasijas policromas del Clásico Tardío. Rands mostró que la
introducción de esta cerámica, como un complejo nuevo e intruso en tales sitios, ocurrió
en un tiempo relativamente corto, alrededor de los comienzos del Clásico Terminal. En
tanto que la introducción de esta cerámica estuvo asociada en ciertos sitios a procesos
de rompimiento sociocultural, en Altar de Sacrificios y El Ceibal correspondió a un
florecimiento de carácter aparentemente foráneo.

El descubrimiento de los nuevos tipos cerámicos encontrados en las casas de todos los
niveles sociales, en El Ceibal, indujo a Jeremy A. Sabloff y Gordon Willey a proponer
que el sitio había sido invadido por grupos ajenos a los mayas clásicos. Según estos
autores, grandes ejércitos entraron al área, posiblemente con la finalidad de asegurar el
acceso a las rutas de comercio. Después de que los guerreros se atrincheraron en la
comunidad, es posible que la población local haya sido obligada a mantenerlos. Puesto
que los invasores no estaban familiarizados con los sistemas agrícolas y se comportaron
como simples consumidores de una cantidad cada vez mayor de alimentos, causaron
serios desbalances en el sistema de producción. Desde el punto de vista de Sabloff y
Willey, el resultado fue el incremento de la tasa de mortalidad en la población local,
causado por la hambruna.

Es posible, asimismo, que los nuevos invasores no entendieran ni compartieran la


tradición maya clásica de erigir monumentos, como tampoco parecen haber estado
dispuestos a invertir trabajo en grandes construcciones. Aunque durante el Clásico
Terminal se tallaron en El Ceibal nuevos monumentos, éstos muestran rasgos de
vestimenta, postura, y representación de la figura humana que no son mayas clásicos,
sino que guardan semejanza con el arte de la Costa del Golfo y del norte de Yucatán.
Sabloff demostró que la iconografía de la cerámica de pasta fina, de El Ceibal, era
semejante a las imágenes que se encuentran grabadas en sus monumentos. Asimismo,
comparó los rasgos de dicha cerámica y de estos monumentos con el arte de otros sitios
de la región Puuc, en el norte de Yucatán (Ilustración 155), y de Chichén Itzá, y sugirió
que su semejanza podría apoyar la hipótesis de Thompson de que el grupo invasor
estuvo formado por mayas chontales o putunes.

Richard E. W. Adams ha interpretado las escenas de la cerámica de pasta fina en Altar


de Sacrificios como evidencia de invasiones militares. Según su hipótesis, el área sufrió
por lo menos dos series de ataques, la primera de los cuales produjo la ocupación
extranjera de El Ceibal; y la segunda, la última ocupación de Altar de Sacrificios.
Mientras que la primera significó un choque que rompió la estructura de poder existente
en El Ceibal, la otra representó una penetración del grupo invasor, el cual se limitó a
aprovechar la situación de desorganización sociopolítica que ya existía en la región del
Usumacinta. Para Adams, el propio colapso fue el resultado de la desintegración política
de la sociedad, provocada por la rivalidad militar entre los diferentes centros, la presión
y la supuesta fragilidad inherente al sistema agrícola de milpa. La invasión extranjera,
en el área del Usumacinta, pudo haber producido un descontento general que se
extendió por las Tierras Bajas y que instó a los plebeyos a levantarse contra sus
autoridades y a abandonar los centros de población.

Resumen de las Hipótesis


La diversidad de los acontecimientos desarrollados durante el Clásico Terminal en las
diferentes regiones, indujo a los participantes en el simposio SAR a adoptar modelos de
factores múltiples, a fin de explicar el colapso. Las invasiones militares fueron
claramente importantes en el área específica del Río de La Pasión. El patrón de
despoblamiento, por otra parte, siguió un comportamiento variable, el cual fue mucho
más severo en la zona maya central que en la periferia como, por ejemplo, en el valle de
Belice.

Demitri B. Shimkin describió, en particular, los factores ecológicos potenciales que


pudieron haber hecho peligrar a la sociedad maya clásica y contribuido a su colapso.
Según sus observaciones, las enfermedades posiblemente se incrementaron por la alta
densidad de población en los centros, así como por la utilización de casas con techo de
paja y pisos de tierra. Por otra parte, los cultivos intensivos alrededor de los centros y la
leña para cerámica y cal, así como para cocinar y calentarse, pudieron haber afectado el
hábitat de los animales de caza, con la consiguiente disminución severa de éstos. La
falta de fuentes de proteína animal pudo haber afectado peligrosamente la salud, sobre
todo de niños recién destetados, lo cual provocó altas tasas de mortalidad infantil. Estos
factores, combinados con las crecientes demandas de trabajo que exigía la teocracia
gobernante, pudieron haber limitado grandemente las posibilidades de sobrevivencia de
los plebeyos y, sin esta mano de obra masiva, seguramente ya no se pudieron emprender
los proyectos de construcciones a gran escala.

La visión de Shimkin es especulativa y se basa en observaciones generales acerca de las


características del bosque tropical. Sin embargo, su punto de vista se encuentra en buena
parte confirmado por investigaciones realizadas en asentamientos urbanos
preindustriales de similares condiciones; así como por los datos obtenidos en los
hallazgos de osamentas humanas correspondientes a la época prehispánica. El estudio
de los restos oseos humanos de Altar de Sacrificios y de El Ceibal evidencia
deficiencias nutricionales, que incluyen la falta de cantidades adecuadas de vitamina C
y de hierro. Dichas deficiencias derivaron de una dieta basada casi exclusivamente en
maíz y frijoles, y en la que se incluía poca fruta o carne. Los efectos consiguientes,
según sugiere Shimkin, fueron particularmente graves en los niños próximos a la edad
del destete. Aunque estas observaciones pueden aplicarse en general a toda la muestra,
sin importar el período cronológico, Frank P. Saul comprobó, asimismo, una reducción
en la altura de los adultos que vivieron, durante el Clásico Tardío, en Altar de
Sacrificios; un patrón previamente documentado en Tikal. Esta disminución de la
estatura podría implicar que la crisis nutricional se incrementó durante el Clásico
Tardío, lo que apoyaría los modelos en los que se indica que la capacidad agrícola se
sobrecargó inmediatamente antes del colapso.

William T. Sanders calculó los efectos de la agricultura de quema y roza, y del corto
período de barbecho, alrededor de centros mayas. Sus cálculos están de acuerdo con la
hipótesis de un declive continuo de la productividad agrícola durante el Clásico Tardío.
Dicho autor llamó la atención sobre el hecho de que el sistema de barbecho corto habría
ocasionado una invasión de maleza en los terrenos limpios. La cantidad de esfuerzo
empleado en la tarea de limpiar los campos pudo haber disminuido la productividad
agrícola total. Según Sanders, los mayas del Clásico Tardío que ocupaban el centro de
Petén posiblemente tuvieron que importar alimentos para satisfacer las necesidades de
una creciente población, en la que la élite aumentaba continuamente, en proporción con
la fuerza laboral que la mantenía. Como resultado de su dependencia respecto de las
regiones periféricas para proveerse de alimentos, el área central quedó a merced de
cualquier posible alteración de los sistemas de comercio. De manera que, si faltaba el
suministro de alimentos procedentes de las zonas periféricas, tenía que persistir
necesariamente la desnutrición y el incremento de la tasa de mortalidad. No obstante,
Sanders, convencido de que este argumento no explica suficientemente el alto grado de
despoblamiento ocurrido en Petén, coincide con la hipótesis de que algunos de los
ocupantes de las Tierras Bajas centrales pudieron emigrar gradualmente a otras áreas.

William L. Rathje investigó con más detalle el papel del comercio en el colapso de la
parte central de Petén. Tomó como marco de referencia una zona nuclear y una
intermedia y definió el Petén central como un área carente de ciertos recursos básicos
(sal, obsidiana, piedra dura para metates) de los que sí disponían las áreas circundantes.
Las mercancías que el área nuclear podía ofrecer a la periferia, a cambio de los
productos citados, eran bienes elaborados, así como el conocimiento especializado
relativo al sistema religioso. Rathje supuso que, conforme la zona intermedia desarrolló
sus propios centros y dispuso de artesanías y especialistas religiosos, el centro se
encontró marginado del intercambio. Según dicho autor, los productores de la cerámica
de pasta fina pudieron haber sido los competidores económicos, cuyos productos
(alfarería de buena calidad) eran manufacturados y distribuidos más eficientemente que
los de Petén central. De esta manera, el colapso de los sitios de esta región fue el
resultado inevitable de su débil posición en las relaciones comerciales.

Otra hipótesis que considera los problemas en las relaciones de comercio como un
factor crítico en el colapso del Clásico Tardío fue la que propuso Malcolm C. Webb. Su
argumentación se basa en el supuesto de que los sitios del Clásico Tardío fueron centros
ceremoniales, cuyos habitantes estaban unidos por medio del parentesco y una ideología
común. Conforme creció la población alrededor de estos centros de culto, se hizo
progresivamente más difícil obtener comida y otros productos básicos en suficiente
cantidad. El pueblo seguramente demandaba, de los gobernantes de los centros
ceremoniales, soluciones a tales problemas, y las respuestas pudieron haber consistido
en aumentar los actos rituales llamados a influir en las fuerzas sobrenaturales
consideradas como las responsables de la crisis. Ello posiblemente provocó un
incremento de la construcción de edificios para desarrollar actividades ceremoniales
exageradas, lo que, lejos de mejorar las condiciones materiales, en general empeoró las
formas de vida. Webb sugiere, además, que el fracaso de estas medidas pudo haber
minado la fe pública en el culto, y ello provocó el descontento e indujo a los habitantes
a abandonar los centros.

En la misma línea de argumentación, Webb ha considerado que, cuando las condiciones


del Clásico Tardío alcanzaron dicho punto en el centro de Petén, en otras partes de
Mesoamérica se desarrollaba una nueva red comercial basada en la demanda de bienes
seculares en lugar de rituales. El abandono de los centros obedeció así a la pérdida de fe
religiosa, a las malas condiciones de vida y a la atracción que ejercía una periferia
donde se podía disponer de bienes importados. Todo ello produjo los cambios
demográficos graduales, característicos del colapso del Clásico Tardío en las Tierras
Bajas.

En su resumen de los resultados del simposio, Willey y Shimkin combinaron, en una


sola explicación general del colapso, las hipótesis presentadas por otros autores. Esta
explicación consideró que la élite del Clásico Tardío estaba, cada vez más, distanciada
de los plebeyos y que la alimentación inadecuada y pobre aumentó la vulnerabilidad a
las enfermedades, lo cual afectó más a los plebeyos que a las clases altas conforme las
presiones demográficas se intensificaron y presionaron el potencial agrícola de las
Tierras Bajas. Este modelo considera el factor demográfico en una población en
aumento, como la causa que presionó sobre el sistema agrícola, incapaz ya de producir
alimentos suficientes, lo que provocó un descenso en la salud y una mayor
vulnerabilidad frente a las enfermedades. Coincide tal modelo con el de Thompson, en
cuanto que considera que las crecientes demandas de trabajo aumentaron el sufrimiento
de los plebeyos. Además, se cree que las invasiones de grupos mayas mexicanizados a
la cuenca del Río de La Pasión, contribuyeron a la desestabilización de las rutas
tradicionales de intercambio comercial. Sin embargo, a diferencia del modelo de
Thompson, desestima que se haya producido un levantamiento campesino: los plebeyos
habrían mantenido su lealtad a los centros, pero en una situación de drásticos descen-sos
en toda la población.

Limitaciones del Modelo General del Colapso


En realidad, los factores identificados por quienes participaron en la conferencia del
SAR, incluyendo el deterioro de la producción agrícola, el incremento de las presiones
de la élite sobre un pueblo debilitado, y la incapacidad para enfrentar el impacto o la
competencia de las sociedades mexicanas o mexicanizadas (ya sea en campañas
militares o en relaciones comerciales), son los mismos que habían ya sido propuestos
por los mayistas anteriores. Sin embargo, en lugar de presentar hipótesis que
compitieran en la búsqueda de una explicación universal del colapso, los que se
propusieron en la reunión citada se combinan en un modelo único, lo suficientemente
general para incorporar todas las evidentes variables que se dieron en el colapso del
Clásico Tardío en las Tierras Bajas.

Algún tiempo después de la conferencia del SAR, John W.G. Lowe intentó demostrar
que en el modelo general propuesto por Willey y Shimkin se podían reproducir los
patrones observados en los datos arqueológicos, por medio de una simulación
computarizada. Lowe sugirió que el crecimiento de la población en el Clásico Tardío
requirió la intensificación y diversificación de los cultivos de subsistencia. La
intensificación agrícola disminuyó la productividad per cápita, como Sanders había ya
sugerido, mientras que la diversificación creó una necesidad para el manejo de las
actividades de producción y distribución de comida. Lowe observó que el desmedido
aumento de la mortalidad entre los plebeyos, causada por su pobre nutrición, produjo
con el tiempo un incremento relativo en el número de miembros de la élite, una
circunstancia que encaja bien con la proliferación de nuevos centros al final del Período
Clásico. El aumento relativo de la élite provocó una mayor demanda de mano de obra y
redujo el número de trabajadores disponibles para el cultivo de la tierra. La inadecuada
dirección de la sociedad maya clásica no pudo entonces evitar los efectos negativos en
el sistema agrícola, que sus demandas urbanas habían ocasionado. Es más, conforme
empeoraron las condiciones en determinada área, la población restante se movilizó
hacia centros todavía habitables, generalizándose así los elementos de desorganización
que acompañaron al colapso y que lo transformaron en un proceso único extendido a
una región antes heterogénea. Según Lowe, la guerra jugó un papel más importante,
como factor del colapso, que el sugerido originalmente por los participantes en el
simposio del SAR. La guerra fue un medio empleado por los centros, presionados por la
necesidad de recuperar mano de obra y bastimentos.
Con el propósito de conformar el modelo del colapso, Lowe tuvo que ignorar aquellos
sitios donde los procesos de desarrollo no siguieron las mismas pautas. Observó que los
sitios de Belice continuaron ocupados a lo largo del Clásico Terminal y sugirió que ello
podría explicarse por la presencia en esa área de una élite involucrada menos
directamente en las actividades de subsistencia. Por lo tanto, los efectos negativos del
mal gobierno de tales dirigentes ocasionaron menos daños. El análisis de Lowe aclara
que el modelo sistémico general propuesto por el simposio del SAR establece que el
despoblamiento fue el factor que condujo al cese de las construcciones. Investigaciones
más recientes han cuestionado, sin embargo, los cálculos en relación con el descenso
demográfico en los que Lowe se apoyó para determinar la magnitud del colapso.

Estos nuevos estudios demográficos han proporcionado datos diferentes en relación con
la disminución de la población durante el Clásico Terminal, aun dentro del área más
afectada, es decir, el centro de Petén. Los cálculos de la tasa de decrecimiento
demográfico en la región de los lagos de Petén fluctúan entre un 90% a un 60%, y los de
la zona de Tayasal-Paxcamán, entre el Clásico Tardío y el Postclásico Temprano, se
sitúan en alrededor del 60%. Aunque se trata de un fenómeno muy severo, dejó una
población suficiente para desarrollar alguna actividad política centralizada.

Los estudios demográficos revelan también que el despoblamiento y el abandono del


patrón clásico de arquitectura y monumentos constituyen hechos que no siempre
estuvieron relacionados. Por ejemplo, el sitio Santa Rita Corozal, en Belice, no
experimentó descenso de población durante el Clásico Terminal. Todos los sitios de
Belice presentan evidencia de haber estado poblados en el Clásico Tardío y el Terminal.
Sin embargo, en el Clásico Terminal en estos mismos lugares se abandonó el patrón de
arquitectura y arte clásico. Lejos de apoyar un modelo para toda el área, la investigación
contemporánea tiende entonces a considerar que el colapso se caracterizó por varios
procesos diferentes, y que cada sitio o cada región tuvo su propio proceso.

Avances Recientes sobre el Colapso


Las investigaciones que se han realizado desde los inicios de la década 1970 han
llamado la atención acerca de dos aspectos críticos en los modelos propuestos para
explicar el colapso: el proceso y la extensión del despoblamiento, tanto en los centros
como en la periferia, lo cual constituye un problema que debe ser mejor comprendido.
Aun los cálculos de población más actualizados se encuentran potencialmente
distorsionados por las llamadas 'estructuras escondidas', es decir, aquellas áreas
residenciales en las que las casas no fueron construidas sobre plataformas elevadas y
que, por lo tanto, son difícilmente detectables con los métodos convencionales

de investigación. Por otra parte, los modelos del colapso dependen de ciertos supuestos
sobre las causas demográficas y las consecuencias del abandono de los centros; es decir,
se hace necesario establecer si la población simplemente emigró, o si en realidad
declinó y, en este caso, en qué proporción y en qué fecha. Actualmente, la posible
respuesta a tales problemas se halla limitada por la carencia de datos precisos, lo que es
inevitable cuando las cronologías se basan en los resultados del análisis cerámico.
Cuando se utilizó en Copán la hidratación de obsidiana, como método de fechamiento,
se descubrió que la población en realidad había continuado en el sitio a lo largo del
Período Clásico Terminal, cosa que se ignoraba anteriormente.

Con respecto a los problemas de cronología y de tasas de despoblamiento, se hace


necesario disponer de un modelo más explícito que tome en cuenta la relación entre el
cese de la construcción y de los grandes monumentos, por una parte, y los cambios en la
organización sociopolítica, por la otra. No está claro, en efecto, si estos fenómenos
deban tomarse simplemente como evidencia del colapso político o si fueron el resultado
de una reorganización política realizada antes del colapso. Cerca del final del Clásico,
se erigieron en muchos sitios nuevos monumentos con formas y temas diferentes, lo que
sugiere un cambio en la función que los mismos cumplían o en el significado que se les
atribuyó. En algunos centros, durante el Período Clásico Terminal, se erigieron nuevas o
renovadas construcciones, lo que contradice la hipótesis general que asocia este período
con la desintegración sociopolítica.

Después de la celebración del simposio del SAR, han salido a luz nuevas evidencias
sobre la presión excesiva que sufrió la sociedad maya, del Clásico Tardío, como
consecuencia de las guerras entre los diferentes sitios, la competencia interna por el
poder, y la degradación ambiental con sus secuelas de desnutrición y mortalidad. Los
trabajos recientes sobre desciframientos de los textos relacionados con algunos sitios
han empezado a aclarar los factores internos que pudieron haber contribuido a la
desestabilización sociopolítica o a los cambios ocurridos en los diversos centros. El
patrón repetitivo de centralización-colapso pudo caracterizar toda la historia de las
Tierras Bajas mayas. Si ello fuera válido, significaría que para entender el colapso
cultural del Clásico Tardío se necesita analizar los factores debilitantes que ya estaban
en proceso desde épocas anteriores.

Ahora bien, el Período Clásico Terminal incluye tal variedad de desarrollos que resulta
imposible llegar a un modelo comprensivo y único del colapso. Puede entonces
concluirse que todos los factores, antes mencionados, contribuyeron a la inestabilidad
general de la sociedad maya de las Tierras Bajas, durante el Clásico Tardío, pero que
sus efectos se hicieron sentir en diferente grado en los sitios específicos. Algunas de las
consecuencias de la crisis las compartieron todos; otras, fueron exclusivas de ciertos
lugares. El colapso demográfico y político solamente constituye una respuesta. Pudo
haberse dado también una reorganización del sistema político, lo cual es más difícil de
detectar por medio de la investigación arqueológica. Finalmente, cabe pensar en una
tercera posibilidad: la continuada residencia de un resto de población reducido y carente
de centralización política. Todo lo anterior permite que se propongan modelos
particulares multicausales, como explicación de las diferentes transformaciones que
conformaron el fenómeno del colapso en general.

Investigaciones Recientes en Sitios del Clásico


Terminal
Al parecer, el área más severamente afectada por el colapso fue la del centro de Petén.
Tikal y su periferia fueron abandonados de modo gradual durante el Clásico Terminal.
Aunque las élites intentaron permanecer en el área de la Acrópolis Central, con el fin de
continuar sus prácticas tradicionales, probablemente tuvieron grandes inconvenientes
para ello, por falta de acceso a los recursos externos y la casi segura disminución de la
mano de obra necesaria. Sin embargo, aun en el centro de Petén es evidente que
ocurrieron importantes variaciones entre los diferentes sitios, tanto en lo que concierne a
la tasa de extensión del despoblamiento como al grado de desintegración política.

En una publicación reciente de Prudence Rice se indica que en la región de los lagos de
Petén hubo una continuidad entre el Clásico Terminal y el Postclásico, mayor de la que
tradicionalmente se tenía documentada. Rice comprobó la presencia de estelas tardías en
nuevos centros pequeños, tales como Jimbal (10. 3. 0. 0. 0, o sea 889 DC) e Ixlú (10. 1.
10. 0. 0, o sea 859 DC y 10. 2. 10. 00, es decir, 879 DC) (Ilustración 156). Esta autora
sugiere que la diversificación en las tradiciones cerámicas, en la región, fue el reflejo de
una descentralización, que pudo haber afectado negativamente a centros grandes como
Tikal, pero que también favoreció el desarrollo de otros centros nuevos y pequeños.
Algunos de estos centros pequeños continuaron ocupados desde el Clásico Terminal al
Postclásico. Los monumentos erigidos en Ixlú y Tayasal, durante el Clásico Terminal,
contienen innovaciones de forma y contenido. Los monumentos de Ixlú introdujeron el
motivo que Tatiana Proskouriakoff llamó 'jinete sobre nubes' (Ilustración 156 y 157), el
cual consiste de figuras que flotan en volutas de aire sobre los personajes principales,
que están de pie. La estela de Tayasal muestra una figura de un 'dios', acompañado de
pájaros, que parece estar relacionada temáticamente con las de Ixlú. Tales
representaciones posiblemente reflejan una síntesis de los temas del Clásico Tardío
preexistentes en las Tierras Bajas, con nuevos elementos típicos de sitios del norte de
Yucatán, particularmente Chichén Itzá.

Otras investigaciones recientes realizadas en Belice han proporcionado datos


adicionales acerca de transformaciones sociopolíticas durante el Clásico Terminal,
acompañadas de poco o ningún descenso de población. En Lamanai, la construcción del
templo y del juego de pelota en una ubicación distinta dentro del mismo centro,
coincidió con el establecimiento de nuevos grupos residenciales en su periferia. David
M. Pendergast comparó la fachada de estuco del templo, perteneciente al Clásico
Terminal, con otros ejemplos contemporáneos de Altún Ha y El Ceibal (Ilustración
158). Sin embargo, a diferencia de estos últimos sitios que fueron abandonados después
de dicho período, Lamanai continuó habitado.

Asimismo, ha podido establecerse que centros del norte y del sur de Belice,
pertenecientes al Clásico Tardío, siguieron ocupados o volvieron a serlo durante el
Clásico Terminal. El eventual abandono de la práctica de erigir estelas y de hacer
construcciones a gran escala, puede indicar en Belice un cambio sociopolítico, no
necesariamente un colapso. El sitio de Nohmul, el mayor del norte de Belice, mantuvo
continuamente un nivel máximo de población, desde el Clásico Tardío al Clásico
Terminal. La presencia en este sitio de un juego de pelota, correspondiente al Clásico
Terminal, sugiere además que sus ocupantes mantuvieron las prácticas sociopolíticas
del Clásico Tardío. Al mismo tiempo, otros edificios, incluyendo una estructura
redonda, indican que el sitio estuvo vinculado con Chichén Itzá.

Las estelas lisas encontradas en Mayflower y T'au Witz, en el Distrito de Stann Creek,
al sur de Belice, que están asociadas a escondites del Clásico Terminal, indican la
continuación, durante este período, de la práctica clásica de erigir monumentos. En
otros sitios del sur de Belice, como Xunantunich y Caracol, se han identificado también
varios monumentos labrados, que pertenecen a dicho período.

Recientes trabajos realizados en Copán han descubierto allí un mismo o parecido


patrón. Las fechas obtenidas por el método de hidratación de obsidiana han permitido
una ubicación cronológica más precisa, tanto de la ocupación del centro como de los
asentamientos rurales. Estos últimos y los complejos de estructuras periféricos, que eran
tradicionalmente lugares de residencia de las élites ajenas a la realeza, continuaron
habitados después de que se erigieron en el centro los últimos monumentos fechados.
Por otra parte, el uso del sitio para propósitos residenciales, funerarios y rituales por
algunos habitantes relacionados con viajeros que cubrían la ruta de Quelepa (El
Salvador) hasta El Ceibal, sugiere que hubo después alguna continuidad de las
actividades centrales en el lugar. Aunque dichos miembros de la élite no crearon nuevos
monumentos tallados, parece ser que reconstruyeron y utilizaron un juego de pelota
secundario que se descubrió en Copán. Aparte de otros artículos importados,
encontrados en los enterramientos y escondites, la obsidiana verde, cerámica Plomizo
Tohil y Naranja Fino descubiertas en esta cancha de pelota sugieren que las élites del
Clásico Terminal tuvieron extensas relaciones comerciales.

La reorganización de las redes de intercambio comercial durante el Clásico Terminal


también se pudo haber producido en otras áreas de la periferia sur de las Tierras Bajas.
En Quiriguá, la construcción de un palacio con una inscripción tardía (9. 19. 0. 0. 0, o
sea 810 DC) marca el inicio de un período durante el cual parece que se originaron
nuevas relaciones de comercio con lugares distantes. Entre los bienes de lujo
introducidos en una época más reciente se encuentran ornamentos hechos de aleaciones
de cobre y la cerámica Plomizo Tohil. Aunque en el centro hay áreas habitacionales sin
terminar, el espacio residencial siguió siendo el tradicionalmente usado por la élite. Por
otra parte, las esculturas de piedra atribuidas al mismo período, incluyendo un chac
mool y dos metates tallados, son probables indicios de que una nueva élite
mexicanizada controló el sitio.

Es posible que durante el Clásico Terminal la periferia sur del área maya haya
experimentado una situación similar a la del este de Belice. En Cerro Palenque, un sitio
del Clásico Terminal del valle de Ulúa, Honduras, las cerámicas locales (Ilustración
159) imitan los tipos de Pasta Fina de la cuenca del Río de La Pasión. Esta cerámica
recuerda también el estilo de algunos ejemplares de vasijas de Pasta Fina, también de
fabricación local, encontrados en sitios de Belice y pertenecientes al Clásico Terminal.
Quizás existieron contactos directos entre ambas periferias al sur y al este. En cuanto a
las vasijas talladas en mármol, procedentes del mismo valle de Ulúa, coinciden también
con otras del mismo tipo que se encuentran dentro del contexto del Clásico Terminal en
sitios como Altún Ha y San José, en Belice. En ambas regiones, la continuación o
renovación de la importancia de los juegos de pelota durante el Clásico Terminal es un
rasgo común que sugiere que existieron también similitudes en las prácticas políticas o
religiosas. El juego de pelota de Nohmul y la reconstrucción y nueva utilización del
segundo juego de pelota de Copán datan de este período. En Cerro Palenque también se
construyó otro nuevo durante el Clásico Terminal, y lo mismo sucedió en Lamanai,
Belice. El descubrimiento de mercurio en un escondite del juego de pelota de Lamanai
ha sido relacionado con yacimientos de este mineral situados en Honduras, lo que
nuevamente sugiere la existencia, durante dicha época, de lazos entre ambas regiones.
Las recientes investigaciones realizadas, tanto en el centro de Petén como en Belice y en
la periferia sur, establecen con mayor precisión las diferencias que existieron entre el
área central y sus periferias durante el período de colapso de la sociedad clásica. El
severo decrecimiento de la población, tan manifiesto en Tikal, y en otros sitios de Petén
central, parece que fue un fenómeno exclusivo de esa zona. Tanto en lo que hoy es
Belice como en Honduras, la población permaneció relativamente estable durante el
Clásico Terminal e incluso aumentó. La falta de mano de obra, necesaria para sostener
las actividades de la élite, bien pudo haber sido la causa del cese de las grandes
construcciones de los centros de Petén. En cambio, en los sitios de las periferias del
este, sur y oeste, donde la pérdida de población fue mucho menos marcada, se mantuvo
la práctica de levantar edificios públicos y erigir monumentos durante los años iniciales
del Clásico Terminal. Pero aun en estos sitios, finalmente se terminó también con la
construcción a gran escala, y se abandonó la práctica de las inscripciones públicas.

Aun cuando sea posible identificar las causas del despoblamiento, no parece que ello
baste para explicar los cambios ocurridos en torno al fenómeno del colapso. Como se
indicó ya, las recientes investigaciones cuestionan las relaciones causales simples entre
despoblamiento y el cese de las construcciones monumentales e inscripciones públicas.

Las Presiones Sociopolíticas y sus Respuestas


El desciframiento de textos en monumentos del Clásico Tardío ha contribuido
sustancialmente a mejorar la comprensión de los procesos específicos del desequilibrio
en el sistema sociopolítico de la sociedad maya clásica. El uso de glifos-emblema se
incrementó a lo largo del Clásico Tardío, como si se hubieran establecido nuevos
centros independientes que empezaron a participar de las prácticas políticas clásicas. En
dichos textos los gobernantes se refieren a la captura de prisioneros de guerra como
símbolo de poder. Las interpretaciones de los textos e imágenes de Bonampak,
Palenque y Piedras Negras muestran que los ataques militares fueron un medio para
legitimar el acceso al poder. El mayor número de centros que se esforzaban por
mantener su independencia en el Período Clásico, en una sociedad en la que la guerra
era un medio para obtener prestigio, pudo haber aumentado la frecuencia de las
confrontaciones bélicas. Además, conforme creció el número de centros, sus
aristrocracias se disputaron la lealtad y servicios de los plebeyos, lo cual pudo haber
sido una causa más del conflicto entre los diversos sitios. En las inscripciones también
aparecen claramente factores de presión interna dentro de los centros mayas clásicos.
Textos de Copán y Palenque muestran a miembros de la nobleza presionando a la
realeza gobernante de estos sitios, para compartir sus prerrogativas, con lo cual
garantizaban la lealtad de sus subordinados, una situación que, por lo visto, también
pudo haber ocurrido en Caracol.

Por las inscripciones descifradas, parece que el militarismo se acentuó con el tiempo.
Tanto en imágenes como en textos se representa la guerra como un combate entre
guerreros varones adultos, evidentemente en campos de batalla alejados de los sitios.
Las fuentes indican que el propósito de tales batallas era la adquisición de cautivos para
los sacrificios asociados específicamente a ceremonias colectivas. Los centros vencidos
no perdieron su independencia política, aunque la disminución de grandes monumentos
y grandes construcciones evidencian que la derrota creaba dificultades internas. Dichos
problemas pudieron haber consistido en la renuencia de los plebeyos a contribuir con
mano de obra, o bien en la lucha de poder entre las élites sobrevivientes para obtener el
derecho de gobernar.

En una comparación entre las civilizaciones china y griega con la maya, George L.
Cowgill sugirió que la guerra entre los Estados mayas independientes pudo haber sido el
inicio del colapso maya. Según tal investigador, los modelos del colapso basados en el
crecimiento demográfico asumen simplemente que se dio un crecimiento de la
población, sin aportar pruebas directas de que así ocurrió en realidad. Cowgill
consideraba que el creciente militarismo no tuvo necesariamente como causa la
competencia por obtener el control de los recursos, sino que bien pudo haber sido el
resultado de los intentos por crear entidades políticas más grandes, al tratar de integrar
en un 'reino' a diversos Estados independientes.

Los avances en el desciframiento jeroglífico apoyan la sugerencia de Cowgill sobre la


importancia del militarismo, motivado por razones políticas, como factor del colapso de
la cultura maya clásica. La prevalencia de la guerra en el Clásico Tardío fortaleció las
condiciones para el surgimiento de nuevas formas de militarismo. En el área de
Petexbatún, Arthur A. Demarest y sus colegas han investigado el caso de un gobernante
de Dos Pilas que transformó la guerra tradicional en un tipo de guerra de conquista, con
lo cual logró formar una confederación de centros conquistados. Demarest considera
que esto inició un nuevo propósito para la de guerra, y facilitó

las empresas conquistadoras más agresivas durante los siglos siguientes. En Petexbatún,
dicho período expansionista terminó infructuosamente con la desintegración de la
confederación. Tal proceso de conquista puede compararse con la situación de la Grecia
antigua, descrita por Cowgill. Un ejemplo de una campaña militar triunfadora, en
guerras de la misma clase, puede ser el surgimiento de Chichén Itzá como el poder
dominante en las Tierras Bajas del norte, durante el Clásico Terminal. El arte
escultórico del sitio muestra ataques de poblaciones, de lo que puede inferirse que el
sitio fue conquistado y sus habitantes capturados.

La nueva temática de los monumentos del Clásico Terminal posiblemente refleja los
cambios que registró la organización sociopolítica con el objeto de responder a las
fuertes demandas de esta situación de incrementado belicismo. Las alianzas entre
señores de los diferentes sitios están sugeridas por los pares de protagonistas de igual
dignidad que aparecen en algunos monumentos de Petén y la cuenca del Usumacinta. La
más frecuente representación de figuras de guerreros, en el campo del arte, reflejaría
también la emergencia social de una clase militar de carácter permanente, así como la
creciente importancia que el liderazgo en la guerra adquirió como símbolo de prestigio.
Los primeros candidatos a servir como miembros de las fuerzas militares permanentes
fueron los miembros de la nobleza ajena a la realeza. Probablemente no es simple
coincidencia que muchas de las inscripciones tardías que se refieren a miembros de la
nobleza no gobernante, registren batallas en las que éstos se distinguieron.

El nuevo énfasis en el militarismo seguramente disminuyó el interés en dedicar


esfuerzos a la arquitectura de grandes dimensiones y a los nuevos monumentos.
Anteriormente, los proyectos constructivos del Período Clásico representaron el método
por el que los gobernantes intentaron legitimar su posición. Los edificios y monumentos
actuaron en el pasado como justificación de las relaciones entre el gobernante, los
antepasados y los seres sobrenaturales, por un lado, y la gente común, por el otro. Este
pudo haber sido el único medio de asegurar la obligación y la voluntad del pueblo para
trabajar y sostener al grupo gobernante. Pero la nueva élite habría sustituido este sistema
costoso de justificación del poder por nuevos métodos, menos laboriosos y, de todas
maneras, orientados a los mismos objetivos.

Reconsideración del Concepto de 'Colapso'


Los cambios que rodearon el llamado 'colapso' maya del Clásico Tardío han sido
interpretados tradicionalmente como un vertiginoso deterioro de las grandes
realizaciones culturales. Sin embargo, las investigaciones recientes efectuadas en sitios
que datan del Clásico Terminal, sugieren revisar tal supuesto. Actualmente, se acepta
que el despoblamiento no fue un desastre demográfico, por lo menos, en todos los sitios
de las Tierras Bajas mayas. Los datos nutricionales obtenidos de esqueletos humanos
provenientes de Copán y Tikal sugieren que la vida era ya difícil al aproximarse el fin
del Período Clásico. Por lo tanto, el hecho de que los plebeyos emigraran de estos sitios
fue solamente una opción realista en respuesta al deterioro de las condiciones generales.
Incapaces de ejercer un adecuado poder coercitivo, el grupo gobernante de sitios
clásicos, como Copán y Tikal, se habrían visto impotentes de contener la salida gradual
de la población hacia las zonas rurales. En algunos casos, el despoblamiento pudo haber
tenido su causa no necesariamente en un incremento de la mortalidad, sino tan sólo en
los mencionados fenómenos de reubicación demográfica.

Aun cuando los patrones de poblamiento variaron considerablemente de un sitio a otro,


el Clásico Terminal fue, en las Tierras Bajas, el último período en el que se efectuaron
construcciones arquitectónicas de cierta dimensión y se erigieron monumentos públicos.
Los cambios sociopolíticos debieron haber jugado un papel central en el proceso de
transformación de la sociedad maya clásica conocido como 'colapso'. Tales cambios
fueron la respuesta a la inestabilidad del sistema maya, objeto de grandes presiones
desde finales del Clásico Tardío, provocadas por la fundación de nuevos centros y las
exigencias de una nobleza deseosa de aumentar sus privilegios. El militarismo
expansivo desequilibró, aún más, el sistema clásico, incrementó la competencia por
mantener la disponibilidad de mano de obra, alteró las relaciones entre los diferentes
sitios y posiblemente interfirió en las actividades básicas de subsistencia.

Cada uno de los centros mayas clásicos experimentó combinaciones y grados de presión
que condujeron a resultados diversos. En los casos más extremos, la población
abandonó el centro, o quedó reducida por las enfermedades a un mínimo de fuerza
laboral que ya no fue capaz de continuar la construcción de las obras públicas. Aunque
algunos centros persistieron durante algún tiempo más y pudieron reorganizar su
estructura sociopolítica, ya no existió la necesidad de dedicar nuevos monumentos y
levantar edificios públicos, ya que ello fue innecesario para afianzar el liderazgo de las
élites. Parece ser también que determinados centros sufrieron menos los efectos del
colapso. Estos sitios pudieron preservar sus tradiciones locales clásicas, que
posteriormente evolucionaron a versiones postclásicas. Sin embargo, ninguno de ellos
pudo evitar por completo el impacto del fenómeno regresivo, sobre todo cuando el
surgimiento de guerras de conquista hizo que los enfrentamientos entre los distintos
centros fueran una constante amenaza.
Los avances en el desciframiento de los textos mayas han demostrado que los
monumentos mayas clásicos y la arquitectura servían primariamente como propaganda
política de los gobernantes, y que tenían el propósito de legitimar su gobierno y el de
sus sucesores. Tal necesidad de legitimación era ya, por sí misma, un indicio de la
debilidad del sistema político centralizado, que exigía a cada nuevo gobernante
constantes esfuerzos y presentaciones novedosas de esta forma 'monumental' de
demostración del poder. La tarea exigía una gran fuerza laboral, requisito que se tornó
particularmente crítico conforme se expandieron y multiplicaron los centros durante el
Clásico Tardío.

Por otra parte, el crecimiento demográfico que garantizó inicialmente la fuerza humana
necesaria para el trabajo y las campañas militares, pronto excedió la capacidad de una
tierra trabajada con métodos tradicionales de cultivo. La escasez alimenticia se intentó
resolver por medio de una agricultura intensiva de campos elevados, terrazas y períodos
de barbecho más cortos, así como con la diversificación de la dieta. No se usaron los
mismos métodos agrícolas en todas las regiones. Los sistemas de campos elevados,
apropiados para el norte de Belice, apenas se hubieran podido aplicar en el centro de
Petén. La diversificación de la dieta, por otra parte, dependía de la disponibilidad local
de recursos. Los sitios ubicados alrededor de los lagos de Petén y aquellos de las
periferias este y sur, cercanos a ríos y costas marinas, aprovecharon sin duda los
recursos pesqueros. De esta manera, se puede suponer que las condiciones de
intensificación agrícola y diversificación favorecieron la continuidad de ocupación en
las áreas periféricas, pero no así en las Tierras Bajas centrales.

La intensificación agrícola creó un sistema de subsistencia más complejo, que se vio


expuesto a los efectos de los continuos ataques militares, que interfirieron con el
proceso agrícola. Además, este tipo de agricultura causó diversos problemas, como la
disminución de la fertilidad de los suelos, la erosión de éstos, y el descenso del nivel
friático. La pérdida de la diversidad de recursos, especialmente de fuentes de proteína
animal, fue probablemente la causa de la malnutrición y de la disminución en la
estatura, que se ha observado en los restos de esqueletos humanos de finales del
Clásico.

Era característico, entre los mayas clásicos, que las batallas se ganaran con la captura
del gobernante local. El caos político que seguía a la derrota estaba centrado en la lucha
interna, entre los miembros de la élite, para los efectos de la sucesión del poder.
Algunas veces, los que perdían la partida se retiraban y fundaban nuevos centros
políticos. La gente común posiblemente se dividió, ya que una parte permaneció en el
lugar y otra se asoció a los centros recién fundados. Finalmente, algunos de los viejos
centros fueron completamente abandonados.

En los sitios nuevos o restablecidos se formularon conceptos ideológicos diferentes,


algunos de los cuales quedaron representados en la versión tradicional de la estela o se
expresaron en las estructuras anteriores que todavía existían. En otros casos, sin
embargo, fue necesario construir nuevos edificios públicos. En vista de que la población
de los nuevos centros y la mano de obra disponible correspondían solamente a una
fracción del total anterior, se necesitó de menos y más pequeños edificios. Los esclavos
capturados en las batallas pudieron haber proveído parcialmente la fuerza laboral
necesaria para la construcción y para el servicio de la élite.
Las élites de muchos centros fundados o restablecidos durante el Clásico Terminal
usaban cerámica y vestimenta distintas de las que correspondían a las élites del Clásico.
La cerámica de pasta fina constituyó uno de los más apreciados bienes de esta nueva
élite. Sin embargo, parece que dicha cerámica se manufacturó localmente, en sustitución
de los tipos policromos anteriores, y no representó una invasión de extranjeros. En
cambio, otros bienes de lujo, que incluyen cerámica Plomizo Tohil, policromados con
diseños en forma de serpiente, obsidiana verde y ornamentos de cobre, sí los
introdujeron por extranjeros en diferentes centros de las Tierras Bajas, los cuales
estuvieron ocupados todavía durante el Clásico Terminal. Este inventario representa una
nueva identidad, con la que puede diferenciarse a una élite que se extendió más allá de
las Tierras Bajas de la parte sur, y que se relacionó con las élites de las Tierras Bajas del
extremo norte, la Costa del Golfo y las Tierras Altas.

Los gobernantes de los nuevos centros, que ya no se identificaban como parte de una
dinastía local con derechos de descendencia, constituyeron un tipo distinto de estrato
social emergente, es decir, una élite guerrera que basaba su posición de poder en
hazañas militares. Al parecer, el cambio experimentado en los fundamentos de la
legitimidad política hizo innecesarias la construcción de pirámides para conmemorar a
los antepasados del linaje, y la práctica de erigir monumentos para registrar la línea de
descendencia y los derechos de sucesión local.

En consecuencia, en lugar de considerar los desarrollos mencionados como un 'colapso',


conviene más apreciarlos como la transición de un sistema político a otro, igualmente
centralizado, aunque organizado de manera diferente. El sistema anterior estaba
representado por los centros mayas clásicos, con un arte y arquitectura definitivamente
elaborados. El siguiente sistema es difícil de observar arqueológicamente, pues los
centros eran más pequeños y no se construyeron monumentos públicos. No obstante,
este último sistema, o uno derivado de él, corresponde al tipo de organización que los
españoles encontraron en las Tierras Bajas, en el siglo XVI.

Pese a la complejidad de la organización sociopolítica postclásica de las Tierras Bajas,


ésta presentaba ciertos rasgos que sugieren que se derivó del desarrollo de los cambios
ocurridos durante el Clásico Terminal, a los que se aludió anteriormente. Anthony
Wonderley opinó que las élites postclá-sicas de las Tierras Bajas se mantuvieron
mediante ataques a las poblaciones vecinas y la utilización de los prisioneros co-mo
esclavos. Según este autor, los gobernantes pudieron dejar relativamente tranquilos a los
habitantes de sus propios centros, en cuanto a exigirles trabajo y defenderlos de los
ataques externos. Además, los proveían de los productos importados, que obtenían en
las campañas militares, o a través del comercio con los gobernantes de centros lejanos.

A cambio, las poblaciones locales ofrecían tributos y aceptaban la autoridad de sus


señores, participaban en las guerras y compartían el botín. Pero no podía disponerse de
su trabajo, por lo menos en proporción suficiente para asegurar proyectos de
construcción de cierta envergadura.

El panorama visualizado por Wonderley contiene muchos rasgos característicos de la


sociedad de las Tierras Bajas durante el Clásico Terminal. En este período surgió una
red de grupos aristocráticos que mantuvo su vigencia a lo largo del Postclásico, la cual
comprendía diversos centros, algunos muy distantes, pero mutuamente
interrelacionados por el comercio. Los centros se vieron atrapados en guerras
constantes, uno contra otro, lo cual inicialmente se alimentó por las medidas políticas.
Los ataques efectuados en sitios postclásicos tenían como meta no sólo la adquisición
de cautivos para los sacrificios rituales y el aprovechamiento de su mano de obra, sino
también la apropiación de los recursos del centro vencido. Tal patrón de
comportamiento es sugerido por la conquista de Petexbatún, realizada por el señor de
Dos Pilas, que finalmente no pudo consolidarse en un gran centro de poder. En algunos
casos, el trabajo de los esclavos capturados no se utilizó para construir obras públicas,
sino solamente en el servicio a la élite. Además, como ya se explicó anteriormente, la
construcción de grandes proyectos arquitectónicos, como fundamento de legitimación
del poder, fue reemplazada por el prestigio derivado de las campañas militares en
defensa de la comunidad. Es posible, asimismo, que durante las confrontaciones del
Clásico Terminal se hayan abandonado, por esa causa, los sistemas de agricultura
intensiva. Los relatos del siglo XVI sobre la subsistencia en las Tierras Bajas
únicamente mencionan la agricultura de quema y roza.

En muchos centros del Clásico Tardío las costumbres tradicionales estaban demasiado
enraizadas como para permitir cambios radicales. Tal fue, al parecer, el caso de la élite
de Tikal, que intentó preservar su herencia ancestral. Sin embargo, para otros centros
mayas de las Tierras Bajas de la parte sur, el Clásico Terminal fue una época de
innovación. De esta suerte, sobrevivieron, después del 'colapso', sistemas políticos más
pequeños y más flexibles, con moderadas exigencias a la población local. Estos lugares
sirvieron, además, como refugio de poblaciones sobrevivientes, atraídas por la promesa
de protección ante los ataques de otros centros vecinos. Sus textos jeroglíficos
preservaron el conocimiento de la historia maya y su calendario. En las tradiciones
orales, registradas después de la conquista española, sus descendientes describieron
dicha historia como un ciclo de centralización interrumpido por ataques militares. En tal
sentido, los datos arqueológicos sugieren, cada vez con más fuerza, que el llamado
'colapso clásico maya' se entiende mejor con base en las descripciones que hicieron los
propios mayas a sus conquistadores del siglo XVI.
CARLOS NAVARRETE

Influencias Mexicanas en el Area Maya


Meridional en el Postclásico Tardío: Una
Revisión Arqueológica

En este ensayo se reúne un conjunto de rasgos materiales que se extendía del centro de
México al área maya meridional, en la época en que ocurrió la conquista española. Para
ello se parte de un viejo trabajo, en el cual se definían dichas relaciones como
'influencias', ocurridas en el marco cronológico del Postclásico Tardío. Ahora se pueden
enmendar algunos errores y aportar nueva información, con el fin de apreciar los
elementos concretos que participaron en aquel intercambio. Para ello se utilizan
básicamente datos arqueológicos, confrontados con el análisis de algunos documentos
indígenas escritos a los pocos años de haberse establecido el régimen colonial.

Desde el punto de vista geográfico, de acuerdo con la definición de J. Eric S.


Thompson,2 la región maya comprendía el Altiplano y vertiente del Pacífico de
Guatemala y partes adyacentes de El Salvador occidental, aunque en este análisis se
agrega la zona de Los Altos de Chiapas, de señalada ocupación por parte de grupos de
filiación maya, así como la depresión central y la costa de Chiapas, donde se
manifestaron influencias y hasta una parcial ocupación maya. En última instancia, a
través de estas dos últimas regiones se filtraron elementos culturales procedentes del
centro de México, durante la época bajo estudio.

Las fases arqueológicas correspondientes son: Tuxtla o Chiapa XII, en la depresión


central de Chiapas; Xinabahul, en Zaculeu; Yaqui, en Zacualpa; Medina, en el Valle de
Almolonga; Chuitinamit, en el Lago de Atitlán; Chipal , en la cuenca del Chixoy; y
Chinautla, en el valle de Guatemala. Respecto a El Salvador es posible que algunos
materiales que se traten sean de la Fase Ahal, establecida para la región de Chalchuapa.
De modo que la situación temporal de este estudio corresponde al período comprendido
entre los años 1200 y 1530 DC, fecha esta última en que culminó la conquista
española.3

El enfoque aludido ofrece la ventaja de trabajar con datos precisos entre las dos áreas,
en un momento definido, con lo cual se soslayan deliberadamente problemas semejantes
más antiguos que, aun cuando pueden estar ligados al objetivo que aquí se persigue,
merecen un tratamiento particular. En realidad, se han confundido algunos aspectos de
la energía emanada en el centro de México, pues suelen englobarse bajo el rubro
'mexicanos', elementos que pertenecen a la época tolteca y a veces aun a la
teotihuacana, mezclándoseles con la problemática de los pipiles y de otros pueblos
migrantes. Por lo tanto, parece más adecuado reducir el término 'mexicano' al
Postclásico Tardío, cuando los mexicas o aztecas se impusieron en su territorio básico, o
sea en la época en la que éstos alcanzaron su máxima expansión territorial por medio de
la conquista, y dejaron sentir su influencia en otras latitudes a través del comercio. La
época en que culminó el estilo, o estilos semejantes, es conocida como Mexica, Tlaxcala
y Mixteco-Puebla.

Como fuentes primarias se destacan en este estudio los textos coloniales que señalaron
en Centro América la presencia de indígenas de habla similar a la de México, pero
localizados en regiones distantes de su asiento original. Dichas fuentes son Gonzalo
Fernández de Oviedo, Fray Toribio de Motolinía y Fray Juan de Torquemada, así como
autores modernos que se han ocupado nuevamente del tema, como Doris Stone,
Wigberto Jiménez Moreno, Anne M. Chapman y, dentro de la Arqueología, Samuel K.
Lothrop, William G. Strong, Stephan de Borhegyi y Claude F. Baudez.

Sylvanus G. Morley, preocupado por su clásica teoría relativa a la división entre Viejo y
Nuevo Imperios, centró su visión del Postclásico en la Península de Yucatán, y enfatizó
la penetración de elementos toltecas. Francis Richardson presentó una primera lista de
esculturas monumentales atípicas dentro del área maya, algunas de franco estilo
septentrional, a las cuales englobó en los términos 'nahua-pipil'. John Longyear III
señaló ciertos rasgos en relación con El Salvador, y se refirió también a todo el
Postclásico, sin distinguir entre Temprano y Tardío. John Glass, obligado por la escasez
de datos, centró la información del Postclásico de Honduras a la cerámica de Naco.
Alberto Ruz Lhuillier elaboró el más completo catálogo de influencias mexicanas sobre
los mayas, y al tratar el área meridional volvió a reunir rasgos tempranos y tardíos de
tipo arquitectónico, cerámico, de cremación, las deidades presentes en las esculturas de
El Baúl, y el famoso Chac mool, de Tazumal. Suzanne W. Miles, al referirse a la
situación etnohistórica de Los Altos y Costa del Pacífico de Chiapas y Guatemala,
concluyó que las influencias finales pudieron deberse al incremento de las conquistas
mexicas y al tránsito de los pochtecas. En una síntesis de la Arqueología de la periferia
suroeste del área maya, Robert Sharer definió algunos elementos pertenecientes al
Postclásico de El Salvador, pero nuevamente se presenta de modo confuso el momento
exacto en que aparecieron.

Cuatro trabajos etnohistóricos son básicos para el replanteamiento del problema: el de


Miguel León-Portilla, en el cual se estudió la religión de los nicaraos y el cuerpo de
tradiciones nahuas vigentes en Centro América, durante los días de la Conquista; el
resumen de Jorge A. Vivó sobre el poblamiento nahua en El Salvador; el de Robert
Carmack, acerca de las influencias toltecas en la historia cultural de Los Altos de
Guatemala; y el de William R. Fowler Jr., sobre la distribución territorial e histórica de
los pipiles. En ellos se encuentran bases suficientes para separar el tema entre las
primeras migraciones nahuas y lo que fueron después las expansiones tolteca y azteca.

Un artículo de Thompson ha sido el principal estímulo de este intento por definir


materialmente la infiltración mexicana en el área maya. Dicho autor dividió el
Postclásico en dos tiempos: período mexicano y período de absorción mexicana. El
primero corresponde a la época tolteca, pero su apoyo arqueológico no muestra
contundentemente cuáles son los rasgos propios de la dispersión desde Tula, aun cuando
incluye ejemplos tomados de ciudades como Zaculeu, Utatlán e Iximché, que
conocieron el proceso de la conquista española. En cuanto al período de absorción
mexicana, Thompson asentó lo siguiente:

Sabemos que política y sociológicamente hubo un período en


el área meridional, lo mismo que en la septentrional,
durante el cual las innovaciones mexicanas en los terrenos
político, religioso y psicológico, fueron adaptadas a las
normas de comportamiento entre los mayas; pero en el área
meridional, todavía se desconoce la arqueología que
corresponde a dicho período.

Después de referirse al oro de Zacualpa, a la cremación de los muertos, a ciertas formas


de decoración de cerámica y a las tradiciones de la historia oral contenidas en el Popol
Vuh y en el Memorial de Sololá, donde esa absorción se manifiesta en nuevas formas de
organización social, Thompson concluyó:

Luego brota una sociedad urbanizadora, al par de belicosa,


cuyas raíces se encuentran en México. A continuación, el
patrón de la cultura maya tiende a reafirmarse y se
modifican los conceptos y deidades de origen mexicano o se
les abandona totalmente.

En un trabajo diferente, el mismo autor amplió los conceptos anteriores:

Lo mismo que los chinos, los mayas parece que fueron


eficientes en el fenómeno de la absorción y adaptación, en
términos de su propia cultura, de las ideas y conceptos
extraños. Y así como después han 'mayizado' el
Cristianismo, combinando conceptos de éste con los suyos
propios, del mismo modo supieron hacer mayas, por así
decirlo, a sus conquistadores mexicanos y a la religión
que éstos les habían llevado...

Hasta donde podemos afirmarlo, estos conquistadores


mexicanos o mexicanizados, poco a poco se fueron
transformando en mayas de Yucatán, tanto en la lengua que
hablaban como en su aspecto, reteniendo solamente aquel
orgullo que se originaba en su descendencia de guerreros
mexicanos. Lo propio ocurrió en los altos de Guatemala, ya
que en la época de la conquista española las familias
quichés y cakchiqueles que tenían el poder en sus manos
eran en realidad mayas, pero reclamaban la dignidad que
les daba el hecho de que sus ancestros habían llegado de
Tula.

La siguiente lista de elementos arqueológicos intenta demostrar que, por el contrario, en


las fases tardías del área maya meridional se manifestaron rasgos materiales de cultura,
procedentes de México, los cuales modificaron el gusto y la mentalidad de los mayas,
de acuerdo con la hipótesis que se expone más adelante. Es necesario insistir en que los
ejemplos presentados son únicamente los que aporta la Arqueología, aunque en la
discusión se hace uso de aspectos lingüísticos y etnohistóricos, sobre los que otros
investigadores trabajan en la actualidad.

Arquitectura

Carácter defensivo de los centros ceremoniales


Parece conveniente soslayar este aspecto mientras no se tengan mayores puntos de
apoyo, ya que puede tratarse de un rasgo general en Mesoamérica, surgido por
necesidades propias de una nueva etapa del desarrollo socioeconómico. Algunos autores
se inclinan a señalar al centro de México como el punto de origen de los sitios
fortificados, por lo cual conviene ejemplificar con el siguiente dato de A. Ledyard
Smith: de 67 sitios en Los Altos de Guatemala, 10 defensivos pertenecen al Postclásico
Temprano, cuatro defensivos no fueron fechados, ocho potencialmente defensivos
tenían materiales del Postclásico en general, tres potencialmente defensivos eran del
Clásico Tardío, y cuatro más no se fecharon.

La principal característica de los sitios de la época consiste en su asentamiento en


alturas generalmente rodeadas de barrancas de difícil acceso, cuya capacidad defensiva
es obvia. En la Ilustración 160, por ejemplo, en la que aparece la reconstrucción de
Cahyup, se puede apreciar la terraza circundante, dispuesta en distintos niveles
adaptados a una topografía quebrada.

Doble templo sobre plataforma sencilla

Smith caracterizó este elemento como originario de México, ya que en los 67 sitios del
Altiplano Central de Guatemala, que él describió, sólo aparecieron cuatro con doble
templo sobre plataforma sencilla. Por su parte, Borhegyi reportó seis. La forma con la
cual aparece este elemento, en el área del Altiplano, ofrece una serie de variantes entre
las que destacan las siguientes: dos templos dobles sobre plataformas o basamentos
piramidales, como en la Estructura B-3, de Mixco Viejo (Jilotepeque Viejo), en la cual
descansan dos pirámides sobre una base común; doble templo sobre una plataforma
común, con tres escalinatas al frente y otras laterales, como en Chuitinamit, Baja
Verapaz (Ilustración 161); y el ya mencionado Cahyup, con escalinatas por los cuatro
lados de la plataforma común y en la de cada templo.

Banqueta-altar

Este elemento no se ha reportado en ningún resumen arquitectónico. En México tiene


claros antecedentes tempranos, puesto que en Tula aparece en forma de grandes
banquetas adosadas a los muros que circundan columnatas y patios, como en el llamado
Palacio Quemado. En el área meridional son comunes en el interior de templos;
generalmente llevan en medio un altar saliente que semeja una pequeña pirámide, con
su característica alfarda rematada en dado (véanse los laterales de la Estructura 4, de
Zaculeu, en la Ilustración 162).

Doble escalinata

Smith localizó este rasgo en 20 sitios. Su relación con el centro de México no puede
establecerse en forma mecánica; antes bien, se debe tomar en cuenta la manera en que
los mayas interpretaron esta materialización arquitectónica del concepto religioso de la
dualidad. Las escalinatas mexicanas, por lo regular, están flanqueadas por alfardas y
separadas por una doble en el centro, como en Teopanzolco o Tenayuca, mientras que
en los edificios mayas hay distintas versiones: la tradicional, de tres alfardas, con una
sola alfarda corrida en medio; y combinando la doble escalinata, con una sencilla en los
cuerpos inferiores. Una diferencia esencial consiste en que, mientras en México la doble
escalinata conduce por lo general a dos templos, en la región maya ello no está
precisado.

Base en talud de los muros de las superestructuras

Smith localizó este elemento arquitectónico en seis sitios. Resulta difícil localizarlo en
los templos de exclusiva influencia tardía, puesto que en la propia zona maya se
encuentra formando parte de los rasgos toltecas, como puede verse en El Castillo de
Chichén Itza. Probablemente el mejor ejemplo reciente lo tenemos en la Estructura 1, de
Zaculeu.

Juego de pelota cerrado

Smith mencionó ocho sitios en los que aparece este rasgo, a los cuales se puede agregar
el de Cihuatán, en El Salvador. El de Zaculeu es un magnífico ejemplo de un juego de
pelota de este tipo. Smith citó el de Chutixtiox, como uno de los mejor conservados.

Estructuras circulares

Smith señaló cuatro sitios en los que se puede apreciar este rasgo, y Borhegyi aumentó
el número hasta 10. Aparentemente, la construcción más parecida a los edificios
semicirculares de Tula, de Calixtlahuaca, de Malinalco, y de otros centros mexicanos, es
la parte posterior de la Estructura 4, de Zaculeu (Ilustración 162). Por el contrario, en la
fachada frontal y a los costados de dicha estructura podrían encontrarse cualidades
particulares del sitio.

Alfardas con remate vertical o 'dado'

Smith señaló 15 sitios en los que es clara la presencia de este elemento, y seis en que es
posible. En esa lista se pueden agregar San Pedro Buenavista, en la depresión central de
Chiapas, y Cihuatán y Tazumal, en El Salvador. Vale la pena señalar la forma en que
este tipo de alfardas se combina: como alfarda central, cuando divide en dos una
escalinata; en pequeños altares, o momoxtlis, con escalinatas por dos o cuatro lados; en
escalinatas de plataformas alargadas o terrazas de acceso, donde alternan hasta en
número de 10, con nueve secciones de gradas, como en Cahyup (Ilustración 160) y
Chuitinamit, Baja Verapaz (Ilustración 161) donde, en cierta medida, se parecen a la
plataforma norte del centro ceremonial de Tlatelolco; en basamentos piramidales de dos
cuerpos, con el acceso al primero por una sola escalinata, y al segundo por medio de
cuatro, flanqueadas por cinco alfardas, como en la Estructura C-2, de Mixco Viejo; y en
la escalinata doble con dos 'dados' en la alfarda central, de los cuales uno está en el
remate normal y el otro en medio, como en el caso de Huil, que nos recuerda las
alfardas de la primera época de Teopanzolco.

Por supuesto, que este elemento también ha sido reinterpretado localmente, como
sucede en el Templo 2, de Iximché, donde alfarda y cuerpo se entremezclan por la
considerable anchura de la primera; dicho edificio posee una planta en que persisten las
esquinas remetidas, de larga tradición entre los mayas; de hecho, las alfardas se alargan
como molduras en la fachada frontal.
Igualmente, la forma del 'dado' ofrece ligeros cambios. Mientras en el centro de México
sobresale al frente, en el área bajo análisis resalta alrededor de toda la alfarda, como en
la Pirámide C-1, de Mixco Viejo (Ilustración 163) y en la Estructura 4, de Zaculeu
(Ilustración 162). Recientes investigaciones realizadas en el norte de Quiché, en la
cuenca del Chixoy y en Los Altos Cuchumatanes, lo fechan a partir del 1100 DC, y su
presencia se incrementa a medida que se acerca el siglo XVI.

Bloque de sacrificios al frente de los templos

Unicamente aparece este rasgo, de manera completa, en el Templo 2, de Iximché,


enfrente y en medio de la puerta central del recinto (Ilustración 164). Su descubridor,
Jorge Guillemin, escribió lo siguiente:

La escalinata empinada asciende a la terraza superior;


cerca de la orilla hay un altar provisto de un bloque para
sacrificio, de una altura de 40 cm, 45 cm de ancho y 18 cm
de espesor, con la cima ligeramente cóncava, todo hecho de
piedra y estuco. Comparando con la arqueología mexicana
queda bastante claro que dicho bloque servía para víctimas
humanas 'arrojadas en los brazos de Caxtoc', según el
término empleado en el Memorial de Sololá.

Otro ejemplo podría ser la base de un bloque parecido al anterior, encontrado al frente y
en medio de las columnas de acceso a la Estructura 17, de Zaculeu; desgraciadamente,
está muy destruido para conocer su forma original. Es pertinente recordar el bloque
descubierto en el Templo Mayor de México-Tenochtitlan, al frente del recinto dedicado
al dios Huitzilopochtli.

Altar-plataforma

Smith encontró este rasgo en 36 sitios. Posiblemente, tenía función sacrificatoria,


comparándolo con los momoxtlis mexicanos. Es característico por su pequeñez y porque
no presenta evidencias de haber sostenido ningún tipo de construcción; generalmente
está situado enfrente de edificios mayores, en medio de espacios abiertos. Una de las
funciones que le atribuyó Smith es la de haber servido para el sacrificio gladiatorio, un
ritual religioso característico del centro de México. Se puede afirmar que son altares de
plaza abierta, puesto que el sacrificio gladiatorio mexicano implicaba el uso de una
piedra circular con una horadación central, en la cual se amarraba a uno de los dos
contendientes. Ningún ejemplo parecido se ha encontrado en el área maya.

Pintura

Pintura mural

Las pinturas más importantes de este tipo, fueron descubiertas en el Templo 2, de


Iximché, y a ellas se refirió Guillemin de este modo:
...las paredes y columnas de adobe que enmarcaban las tres
puertas llevaban decoraciones pintadas: los dibujos habían
sido esgrafiados con un instrumento punzante... luego
habían sido aplicados los colores en cloisonne, habiéndose
conservado trazas de rojo, amarillo y azul... hubo diez
pinturas en la fachada y otras en la parte posterior.

Guillemin señaló que el personaje de la pintura citada se repite en actitudes diversas,


una de las cuales es el 'sacrificio de la lengua'.

Otro significativo mural decoró un palacio de Utatlán, el más importante centro quiché
(k'iche'). Allí se ve un personaje parado sobre una banda que representa la tierra, de la
que brotan guías de plantas (Ilustración 165). El personaje, su atuendo y los objetos que
porta, hermanan estilísticamente dicho mural con los de Iximché.

Estas pinturas inducen a considerar el problema de los diseños de los códices indígenas
guatemaltecos que existían en la época de la Conquista. Los murales de ambos sitios
conducen a pensar que las pictografías sobre corteza de árbol y piel de venado pudieron
haber sido hechas en un estilo semejante, como se aprecia en algunos dibujos hechos
sobre materiales perecederos y que, no obstante, han podido sobrevivir.

Pintura en lugares de abrigo o rocas

Escasos ejemplos señalan la dispersión de este complejo cultural desde Tehuantepec,


donde se localiza la Peña del Encanto. Las pinturas del Cerro Naranjo, en La Frailesca,
Chiapas, tienen representaciones de guerreros, semillas, agua, una calavera y un
cipactli, de los que aparecen en códices de los grupos Mixteco y Borgia. Las más
meridionales están situadas en una roca que se levanta a orillas de la Laguna de Ayarza,
en el Oriente de Guatemala; éstas han sido tratadas en una forma demasiado escueta,
aunque su importancia demanda un estudio más detenido.

Escultura

Relieves y grabados

Con mucha cautela se podrían colocar, como típicos ejemplos de relieves y grabados,
algunos diseños de una piedra de San Jerónimo, municipio de Unión Juárez, Chiapas,
parecidos a los que representan mariposas en el centro de México. La Ilustración 170c
muestra un grabado de la misma región, específicamente de Mixcum, en el cual se
representa un insecto. Diseños correspondientes a la época bajo estudio son los relieves
de Chuitinamit, a orillas del Lago de Atitlán (Ilustración 166), cuyo estilo recuerda los
relieves de Santa Cruz Acalpixcan, Xochimilco.

Esculturas en general

En un trabajo de 1976, el autor de este ensayo analizó algunos tipos de escultura, como
el de 'brazos cruzados' y el de 'estilo pipil', cuya cronología se inició tempranamente,
por lo que no se trata aquí. Es seguro que algunas esculturas de Tajumulco, de El Baúl y
del Oriente de Guatemala pertenecen al Postclásico, pero es difícil saber a cuál etapa. Ni
los dioses que identificó Thompson, ni las figuras de Bertha P. Dutton, pueden ser
fechadas con seguridad. Talvez ello sea posible en el caso de ciertas cabezas de
serpiente y otras piezas de la Costa y el Oriente de Guatemala. Lee A. Parsons colocó la
mayor parte de estas piezas en época más temprana, pero, por su aspecto formal, la
cabeza de serpiente de Pasaco, Departamento de Jutiapa, podría corresponder al
Postclásico Tardío; el belfo superior volteado hacia arriba, de esta figura, recuerda las
Xiuhcóatl o 'serpientes de fuego' mexicas.

En cuanto a los dos chac mooles encontrados en El Salvador, se incluye aquí


(Ilustración 167) el publicado por Friedrich Weber, porque, a pesar de llevar pectoral de
mariposa, como algunos de Chichén Itzá y de Tula, formalmente corresponde al 'estilo
compacto'. El cuerpo aparece encogido, como el de los chac mooles de la época mexica,
en contraste con los toltecas, cuya silueta es más extendida, y los cuales tienen el
platillo o plataforma de ofrendas menos sobresaliente.

Cerámica

Cerámica Azteca

La máxima difusión de este tipo de cerámica, hacia el sur, se ha confirmado por medio
de las excavaciones realizadas en Chiapa de Corzo, así como en el reconocimiento
hecho en la costa de Chiapas, donde se le encontró en los municipios de Huehuetán,
Mazatán, Tapachula y Tuxtla Chico. En Chiapa de Corzo corresponde a los tipos
Guinda Pulido, Negro sobre Naranja, y posiblemente al Rojo o Naranja Pulido, del
centro de México. El número global de los tiestos aztecas es de 18 rescatados en
excavación y cuatro en el reconocimiento de superficie en 29 sitios. De Huehuetán se
tienen 19 ejemplares, de Mazatán 15, y dos figurillas de las identificadas como
representaciones de la diosa Xochiquetzal; todos recolectados en superficie. En
Tapachula se encontró una ofrenda de 16 vasijas Azteca III, en la excavación de los
cimientos de un edificio localizado en pleno centro de la ciudad. Un ejemplo único se
encontró en Santa Tecla, El Salvador, el cual se identificó como del tipo Negro sobre
Naranja, correspondiente al grupo Azteca IV.

Tanto en Chiapa de Corzo como en Tuxtla Chico se han encontrado pequeños Vasos
Tláloc, idénticos a los que en México se agrupan en la llamada 'Cerámica de los
Volcanes', hallados en situación semejante: tres ejemplares en la Cueva del
Chorreadero, tres en el interior del Cañón del Sumidero, y uno en una cueva en los
cortes del Río Suchiate, en la frontera con Guatemala.

Cerámica Mixteca-Puebla

En la depresión central de Chiapas se encontraron en superficie tres ejemplares de este


tipo de cerámica. En las excavaciones de Chiapa de Corzo, por otra parte, se localizaron
10 fragmentos de la cerámica que Eduardo Noguera llamó Mixteca Policroma,
ampliamente relacionada con otras de Huehuetán y Mazatán, en la costa de Chiapas.
También se encontró una copa de este grupo cerámico en la ofrenda de una tumba en
Ahuachapán, El Salvador. En Utatlán se rescató una vasija trípode efigie, y en las
serranías occidentales de Guatemala, como en las orillas del Lago de Güija, se
encontraron fragmentos de superficie.

Efigies Tláloc

Estas efigies se separan aquí de los pequeños vasos mencionados arriba, porque tienen
forma y tamaño diferentes. Parecen haber sido modeladas localmente, con
características formales parecidas a las que corresponden a las encontradas entre el
material proveniente de las excavaciones del Metro, en la ciudad de México, y en
ejemplares tardíos de la Fase Venta Salada, de Tehuacán, con ramificaciones hacia la
región de Teotitlán del Camino, Oaxaca. Una pieza completa proviene de Atiquipaque,
Taxisco, Santa Rosa, y el tipo en general es conocido en la República de El Salvador.
Por lo común, aparecen como vasijas globulares, con base de campana y un estrecho y
alto vertedero en la parte superior, y se parecen a los llamados xantiles oaxaqueños.

Efigies Cráneos

La máxima frecuencia de esta clase de efigies está en el centro de México y en la


Mixteca. De Atiquipaque, se conoce un ejemplar, así como otro del Departamento de
Jutiapa y dos del occidente de El Salvador. De este último país, Stanley Boggs dio a
conocer varios objetos de Los Guapotes, ribera occidental del Lago de Güija, entre los
que hay una 'cabeza de la muerte' de forma globular; el cráneo constituye el cuerpo de la
vasija, con la base acampanada, y aunque la remitió a época tolteca, dicho autor acotó lo
siguiente: 'Los fabricantes de ellos vinieron de México, estaban bajo las órdenes de
gente de México, o guiados por tradiciones mexicanas'.

Figuras de Xipe Tótec

Amplia es la bibliografía en que se cita la presencia de este tipo de figuras en El


Salvador. Longyear la resumió cuando trata el Xipe, de Chalchuapa, al que considera de
factura local y compara con una efigie descubierta en una cueva cercana a Coatlinchan,
fechada por George Vaillant en el período Mazapa. Baudez participó de la misma
opinión.

Este tipo de grandes esculturas puede ser más antiguo, como lo indicaría el famoso Xipe
de Xolalpan, Teotihuacan. Esta figura lleva en la mano derecha un vaso en forma de
garra de murciélago, característico de las Fases Monte Albán IIIB y IV del Clásico
Tardío.

No se puede aceptar plenamente la fecha asignada a estas piezas, ya que en la ciudad de


México se han encontrado fragmentos asociados a material azteca, como el torso de la
Sala Mexica del Museo Nacional de Antropología (México), que Hermann Beyer
identificó como Xipe, al confrontarlo con el ya mencionado de Coatlinchán, hoy en el
Museo de Historia Natural, de Nueva York.

Cerámica chiapaneca

Se sabe de la relación que los chiapanecos de la depresión central tenían con la región
de Tehuantepec, de donde pudieron haber tomado los motivos de la llamada cerámica
chiapaneca. En los tipos Nimbalarí Tricoma y Nucatilí Policroma, se representaron
bandas de cráneos, y en el Nambarití Policroma, la decoración se hizo con base en
grecas 'xicalcoliuhqui' y volutas de la palabra.

Braceros y sahumerios

Aunque Borhegyi, elaboró una lista amplia de los sitios donde aparecieron incensarios
de pedestal, tamaño grande, y sugirió la presencia de deidades como Xipe,
Mictlantecutli y Quetzacoatl, no parece posible señalar definitivamente la influencia
mexicana, según la connotación que se reconoce a este término en el presente ensayo.

En los sahumadores de mano, en cambio, sí es notoria dicha influencia, principalmente


en los globulares con soportes al frente, con mango-soporte y con decoración calada.
Estas piezas aparecen desde el Postclásico Temprano en Zaculeu y en otros sitios del
Altiplano guatemalteco (Ilustración 102), así como en Nejapa y Paleca en El Salvador, a
todos los cuales se les reconoce influencia mixteca. Son comunes también en los sitios
aztecas. Un ejemplar se encontró en el Departamento de Quiché, el cual tiene engobe
rojo en los soportes y en el cuello.

Cerámica Chinautla Policroma

Esta es la alfarería dominante en el área meridional y aparentemente no acusa ningún


rasgo de influencia foránea. Este carácter local está demostrado en el magnífico estudio
de Robert Wauchope sobre la cerámica protohistórica de Los Altos de Guatemala. Sin
embargo, en algunos motivos serpentinos, muy raros dentro de la uniformidad que
presenta la decoración, podría encontrarse un principio de asimilación de conceptos
extraños. La manera de representar algunas grecas y motivos fitomorfos ejemplifican
esta posibilidad. Recuérdese que esta cerámica fue la más popular entre los mayas de la
región. En un ejemplar proveniente de Zacualpa hay un franco diseño mexicano, que
incluye el motivo conocido como 'ojo estelar', los huesos cruzados adornados con el
motivo anterior, un cráneo con el pedernal mortuorio incrustado en la cavidad nasal, y la
representación de la bola de algodón o plumas en el occipital, que entre los antiguos
mexicanos significaban muerte por sacrificio (Ilustración 168).

Alabastro, Onix o Tecali


Borhegyi hizo un resumen de los hallazgos de alabastro en Guatemala, y todos ellos
corresponden a fases arqueológicas tempranas. Esto posiblemente se deba a
generalizaciones hechas en relación con materiales de los que se tiene poca
información. En efecto, del alabastro encontrado en el área, la mayoría es del
Postclásico Temprano, sin que ello quiera decir que todas las piezas, principalmente las
de procedencia desconocida, deban fecharse en el contexto de dicho período. Por otra
parte, para los efectos del fechamiento es preciso tomar en cuenta también la forma y el
estilo. Una pieza de tecali, encontrada cerca de San Pedro Carchá, Alta Verapaz,
estudiada también por Borhegyi, representa un mono, y corresponde a la clase de
vasijas-efigie que tienen abundancia de conejos y venados. La primera pieza aludida es
igual a una famosa obra de arte encontrada en Texcoco, cerca de la ciudad de México:
el vaso azteca de obsidiana, que es el cuerpo de un mono, que enrolla la larga cola para
cargarse a sí mismo.

Ejemplos tardíos de las piezas a que se refiere esta sección serían la encontrada por
Heinrich Berlin en San Pedro Buenavista, depresión central de Chiapas, y un fragmento
con la figura de un venado, de Sacapulas, Quiché, el cual se encontró junto con dos
cántaros del tipo Chinautla policromo, y se guardó en la alcaldía, en 1952.

Turquesa
La síntesis de las investigaciones arqueológicas sobre Los Altos de Guatemala, hecha
por Borhegyi, incluye los contados hallazgos de este material y su fechamiento durante
el Postclásico. Además, pequeños fragmentos de este material se encontraron en un
significativo entierro (E-27-A) rescatado en Iximché (Ilustración 127), importante en el
contexto de este ensayo por los elementos asociados que se analizan más adelante.

Respecto a la procedencia de estas piezas de lujo, es pertinente la opinión de Thompson:

Creo que no extraían turquesas en ninguna parte del ámbito


maya. En los diccionarios de quiché y cakchiquel se halla
xit, 'algunas piedras preciosas parecidas a la turquesa',
y hace suponer que los mayas de tierras altas, recibiendo
la turquesa de los comerciantes de habla náhuatl,
adoptaron su nombre. Nunca común en el ámbito maya, la
turquesa aparece con más frecuencia en Yucatán que en los
altos de Guatemala, cosa comprensible si llegaba de
Veracruz.

Hueso
En la ruta hacia el territorio propiamente maya, proveniente específicamente del pueblo
de Acala, en depresión central de Chiapas, se encontró una pieza grabada de este
material. A pesar de la fractura de la pieza se notan un personaje y otros elementos
geométricos y naturalistas, de estilo francamente mexicano. Asimismo, un raspador
musical, típico omichicahuaztli, se encontró en las cercanías de Utatlán, el cual tiene
grabado un cráneo descarnado, con los arcos superciliares adornados, bolas de algodón
y un pedernal que le sale de la boca (Ilustración 169a). El sentido del dibujo es
semejante al de un pequeño tubo encontrado en el valle de México, y hay puntos de
contacto con otro omichicahuaztli de la misma región (Ilustración 169b), reproducido
aquí para mostrar el sitio del hueso donde se grabó el personaje, ya que el ejemplar de
Utatlán lo tiene en el mismo punto. La parte superior del hueso está rota y apenas deja
ver una de las muescas incisas a lo largo.

En Iximché también se encontraron fragmentos de esta clase de percutores hechos de


fémur humano, aunque sin motivos esgrafiados. En este mismo centro cakchiquel
(kaqchikel), en asociación con el ya mencionado Entierro E-27-A, se hallaron dos
brazaletes cortados de los occipitales de un cráneo humano. Uno de ellos (Ilustración
169c) lleva una banda en la que se distinguen pájaros, 'ojos estelares' o estrellas, y
posiblemente lluvia y nubes, formando en conjunto una 'banda celeste'. Guillemin la
comparó, acertadamente, con una pieza trabajada en concha que muestra el cielo
nocturno, y que fue descubierta en la Tumba 7, de Monte Albán.

También de concha es una pequeña placa de una tumba saqueada en Chalchitán,


Huehuetenango, grabada con una cabeza humana adornada con bolas de plumas, que
indican el ritual del sacrificio (Ilustración 169d). Esta clase de objetos se usaron muy
tardíamente en la zona de influencia de Tayasal, el centro itzá de Petén, cuya conquista
se retardó hasta 1697.

Textiles
Desde el descubrimiento de unos fragmentos en la cueva de La Cieneguilla, Chiapas, se
puede hablar de la existencia de lienzos o mantas tipo 'códice', en el área maya
meridional. Los hallazgos recientes, en la cueva de La Garrafa, Chiapas, de textiles
policromados (camisa, mantas, tilma, etcétera) lo confirman. Es tal su cercanía a los
motivos mexicanos, que en sus diseños se han identificado algunas deidades, como
Xipe Totec, la diosa Citlalicue, Tezcatlipoca y otros símbolos.

Calabazas Maqueadas
De la cueva de La Garrafa, Chiapas, provienen dos magníficas piezas decoradas con la
técnica del maque, especie de laca americana producida por la combinación de colores
en polvo con el aceite de un insecto llamado axe o nije, aplicado sobre madera o
calabaza, tal como se hace actualmente en Chiapa de Corzo. Las fuentes documentales
coloniales hablan de su producción prehispánica en Chiapas y Guatemala. Un ejemplar
conocido es de un tecomate adornado con bandas que representan plumas, la 'faja
celeste' y el xicalcoliuhqui, y una jícara en cuyo exterior se repite la figura de un
personaje acostado, interpretado como Tezcatlipoca 'mirando el cielo'.

Papel de Amate
Proveniente, asimismo, de La Garrafa, existe un fragmento de papel de amate, pintado
en colores azul y rojo, en el que se pueden ver los remates de algunos glifos
emparentados con la clase de diseños que se tratan en este ensayo. La presencia de
amate arqueológico en tierras mayas meridionales es un argumento más que confirma la
existencia de códices postclásicos en las Tierras Altas.

Metal
Un buen resumen sobre la distribución del metal en Mesoamérica es el que elaboró
David Pendergast. Sin embargo, resulta poco práctico, por el tratamiento masivo que se
concede a la distribución de los tipos.

John Weeks sostuvo que hay evidencias sobre la labor de los metales en la periferia de
Utatlán, pero sus argumentos parecen poco convincentes. Puede ser más atendible la
opinión de Borhegyi, quien mantuvo que el uso del metal, durante el Postclásico
Temprano, fue esporádico en el área maya, aunque se incrementó, posteriormente, por
medio de las relaciones con México.

Una pieza de metal, especialmente importante, es una representación de mariposa hecha


en tumbaga laminada, de la Fase Xinabahul, de Zaculeu (Ilustración 170a), la que es
comparable a otros diseños de mariposa tomados de códices de los grupos Borgia y
mixtecos y a una joya de oro encontrada en la ciudad de México (Ilustración 170b). Por
su similitud formal hay que recordar otra vez el relieve en piedra de Mixcum, en el cual
está plasmado el mismo insecto (Ilustración 170c). Otro objeto importante es la diadema
de oro del Entierro E-27-A, de Iximché, quizá el mejor ejemplar hasta ahora encontrado
de un distintivo de tal jerarquía, y el más cercano a los que aparecen en los códices y
esculturas mexicanas. Tiene forma de banda, con la parte frontal ligeramente más
ancha, y con un par de agujeros en cada extremo para poder sujetarla a la cabeza por
medio de un amarre. La semejanza de la diadema cakchiquel con las representaciones
mexicanas es, incluso, más evidente que la que corresponde a la diadema mixteca de la
Tumba 7, de Monte Albán.

Entre los mexicas, las representaciones de 'caballeros águila' tenían profunda


significación religiosa y militar, lo que da relevancia al pendiente de oro, en donde el
rostro de un personaje asoma de un yelmo con la figura del ave, encontrado en Utatlán,
el cual indica la existencia de las órdenes guerreras entre los quichés. A propósito, es
oportuno recordar el final del Rabinal Achí, el drama prehispánico que sobrevivió al
celo de los evangelizadores cristianos: 'Aguilas y Jaguares rodean al Varón de los
Queché, lo tienden en la piedra del sacrificio y le abren el pecho. En seguida los
asistentes ejecutan un coro general'.

Prácticas Funerarias y de Sacrificio


A pesar de los numerosos restos de cremación encontrados en urnas o tinajas, que Ruz
Lhuillier señaló como práctica tardía de las costumbres funerarias mayas, todavía es
prematuro afirmar que se trata de una influencia foránea, ya que, durante el Postclásico
Tardío, este rasgo se incrementó tanto en el centro de México como en el área maya.
Más significativa era la costumbre de poner una cuchilla de pedernal en la nariz o en la
boca de un individuo sacrificado, como se puede apreciar en el diseño de la vasija de
Zacualpa (Ilustración 168), y en el hueso inciso encontrado en las cercanías de Utatlán
(Ilustración 169a). Otro ejemplo proviene de Iximché, y se refiere a un cráneo separado
del cuerpo con ofrenda de cuchillas de obsidiana, una de las cuales está colocada en la
boca, y que recuerda, según opinión de Guillemin, 'un hallazgo similar, hecho por
Alfonso Caso, en Monte Albán (ofrenda 5, Montículo IV) el cual consistía de un cráneo
con un cuchillo de pedernal'.
Hallazgos conocidos de las mismas características son:

a) el cráneo decorado con turquesas y un cuchillo en la fosa nasal, descubierto por el


mismo Caso en la Tumba 7, de Monte Albán, comparable a diseños en códices; y b) los
cráneos-caretas encontrados en el Templo Mayor, de México-Tenochtitlan, y su recinto
sagrado.

Conclusiones
La anterior lista de elementos no es tan categórica como parece indicarlo el título de
este ensayo. Por el contrario, fuera de los rasgos arquitectónicos localizados en sitios
cada vez más numerosos, el resto de los rasgos, que aparecen en la lista, es difícilmente
cuantificable. Esta aparente limitación, sin embargo, en vez de restringir el enfoque que
aquí se presenta, puede constituirse en una base de apoyo, si se juzga el contexto social
que correspondía a cada uno de los rasgos mencionados.

Para ello es necesario retornar a Thompson en su ya clásico intento de reconocimiento


del área maya meridional.

El período de absorción mexicana (de 1204 a 1540 de la era


cristiana) es aquel en el cual las influencias mexicanas
se van atenuando gradualmente. Se reafirman las actitudes
mayas, y las familias principales de Yucatán y de
Guatemala llegan a ser mayas en lenguaje y apariencia, a
tal grado, que en la época de la Conquista quedaba muy
poco de lo mexicano, salvo la tradición de una ascendencia
tolteca. Como ejemplo podemos mencionar algunas
innovaciones sociales y religiosas de profunda
importancia, como las órdenes militares mexicanas de
jaguares y águilas, de las cuales apenas si queda recuerdo
en Yucatán, no obstante que sus símbolos se hallan
cubriendo todos los edificios de los itzaes en Chichén
Itzá. De un modo parecido, el culto de Quetzalcoatl perdió
tanto terreno, que los mayas en nuestros días no saben
nada acerca de una deidad con figura de serpiente
emplumada. En el área meridional la nacionalización de las
ideas foráneas de procedencia mexicana quizá haya seguido
un proceso más lento (las órdenes de jaguares y de águilas
duraron hasta el fin), pero ello puede haberse debido a la
presencia de grupos mexicanos (los pipiles) que se
hallaban esparcidos por la vertiente del Pacífico en el
sudeste de Guatemala y de El Salvador vecino, así como a
lo largo del valle del Motagua en el nordeste de
Guatemala.

Se hace indispensable reproducir el planteamiento de Ruz Lhuillier al respecto, a fin de


reunir las ideas de algunos conocidos mayistas, en cuyas cronologías se confundió el
sentido geográfico con el cultural, en cuanto a la procedencia de las influencias:

El término 'mexicano' puede emplearse en sentido estrecho


como lo relacionado con los mexicas o, por el contrario,
en sentido muy amplio, que en realidad rebasa el contenido
etimológico-histórico y corresponde más bien a una
connotación geográfica del término, es decir, lo referente
a la porción del territorio mexicano que llegó a ser el
asiento del pueblo mexica. En esta última acepción
'mexicano' implica lo que en el valle de México suele
llamarse arcaico, teotihuacano, tolteca, chichimeca y
azteca, o sea, las manifestaciones culturales que
florecieron en el centro o altiplano de México en los
diferentes horizontes cronológicos.

Para Morley, su Nuevo Imperio Maya floreció bajo el signo


mexicano. En efecto, aunque es a su 'Nuevo Imperio II' al
que llama 'Período Mexicano', considera que el 'Nuevo
Imperio I' o 'Renacimiento Maya' fue en Chichén-Itzá un
período mexicano.

Thompson denomina 'Período Mexicano' en Yucatán al que era


'Nuevo Imperio I' de Morley, y que se inicia con el
establecimiento de los itzá mexicanizados en Chichén Itzá.
También llama mexicana a la cerámica que caracteriza al
período Esperanza en Kaminaljuyú, y temas, motivos, glifos
mexicanos, a la mayor parte de los elementos de Santa
Lucía Cozumalhuapa (Ilustraciones 80-84). En otra obra
suya Thompson piensa que 'la palabra mexicano es un
término general que se emplea para designar las culturas
no mayas (excepto la zapoteca) de México'.

Kidder se refiere a rasgos mexicanos en América Central


desde fechas antiguas, pero precisa que las influencias en
Kaminaljuyú son teotihuacanas.

Proskouriakoff no llama mexicanas sino toltecas a las


esculturas no mayas de Chichén-Itzá, aunque de los glifos
dice que se parecen más a signos mexicanos que mayas.

En su reconocimiento de Los Altos de Guatemala, Ledyard


Smith precisa una serie de semejanzas entre su
arquitectura y la de México, incluyendo en esta
denominación geográfica al estado de Oaxaca.

Wauchope al detallar las correspondencias entre el


material de la fase Tohil en Zacualpa y el de otras
culturas, precisa las posibles áreas de procedencia
(Mixteca, Puebla, Isla de Sacrificios, Cholula, etc.) en
vez de emplear el vago término de México. Con menos datos
para su fase Yaqui, la atribuye a la presencia o a las
influencias dominantes de indios mexicanos.

Hemos citado estas diferentes utilizaciones del término mexicano, con el objeto de
recordar la falta de unidad de criterio que sobre este punto priva entre los especialistas.
En el desarrollo de nuestro trabajo consideramos el sentido más amplio a que nos
referimos al iniciar la discusión del término, es decir, lo relativo a las manifestaciones
culturales que tuvieron como ubicación geográfica la región de la actual república
mexicana. Sin embargo, en algunos casos señalamos posibles influencias de regiones
circunvecinas no específicamente mexicanas, como Oaxaca y la costa Veracruzana.

Según se dijo al principio de este ensayo, el hecho de no hacer una clara diferencia entre
los dos momentos básicos del Postclásico, ha llevado a un punto en el que suele
mezclarse lo propio de la época tolteca con las realizaciones de los verdaderos
mexicanos, mexicas o aztecas. Si aun en los valles centrales de México, donde es
notoria la continuidad de rasgos de uno a otro momento, se hace necesario
diferenciarlos por problemas cronológicos y de desarrollo social, para la zona maya no
es menos urgente el intentar definirlos. Por esta razón se prefiere llamar mexicanas
únicamente a las influencias emanadas del territorio básico dominado por los aztecas,
incluyendo la región mixteca, tal como lo sugirió Smith.

Dándole ese ámbito espacial y temporal al problema, no se olvidan los rasgos


introducidos por grupos de habla náhuat, que, paulatinamente, se fueron posesionando
de tierras de la vertiente del Pacífico, con algunas penetraciones tierra adentro,
posiblemente desde la etapa final del Clásico Tardío. Pero, así como es aceptable que
ciertos rasgos perduraran o se integraran localmente y otros desaparecieran, también se
debe aceptar que una forma de penetración cultural estaba ocurriendo durante el
Postclásico Tardío, con absoluta independencia de aquella migración náhuat
comúnmente llamada pipil.

Podría argumentarse en contra de la lista presentada anteriormente, que sólo es un


conjunto de muestras aisladas de un estilo artístico general, de moda en Mesoamérica.
Pero parece ser que, por las condiciones políticas del momento, el foco de donde
irradiaron tales rasgos era el pueblo que controlaba las principales rutas de comercio en
Mesoamérica, y conservaba su hegemonía de paso por medio de guarniciones militares.

Tal foco, centrado en Tenochtitlan, hizo sentir su presencia hasta las tierras cacaoteras
del Soconusco, donde mantenía la guarnición de Huehuetán, ya que, desde 1498, el
tlatoani Ahuizotl había llevado sus conquistas hasta Ayutla, ya en territorio maya. De
ahí que las influencias culturales aztecas estuvieran filtrándose desde la vecindad de los
señoríos independientes de esta fracción del área maya. Influencias que, si bien no
habían logrado aún penetrar en la masa de la población, lo estaban haciendo en algunas
capas sociales más permeables. Así lo sugieren datos arqueológicos, como las pinturas
murales del Templo 2 de Iximché, descubiertas en el recinto más importante del sitio, es
decir, en el edificio que contiene el bloque de sacrificios. Procedentes de la misma
estructura arquitectónica, los objetos funerarios del Entierro E-27-A (diadema de oro,
brazaletes), solamente pudieron haber pertenecido a un personaje de alta jerarquía,
quizá uno de los gobernantes que menciona el Memorial de Sololá. Tampoco es en una
área habitacional común donde se encontró la pintura mural de Utatlán. De modo que la
tónica mexicana se presentaba en contextos de la élite gobernante.

Existen otras evidencias arqueológicas que reflejan las ideas y costumbres que
penetraban en el área maya por medio de la capa social dirigente, es decir, la que
controlaba el sistema tributario y el comercio, y en la cual figuraban pochtecas y
embajadores políticos. Entre dichos ejemplos se pueden citar los siguientes: el hueso de
Acala, los objetos de La Garrafa, el omechicahuaztli de Utatlán, los relieves de
Chuitinamit, las pinturas del cerro Naranjo y Ayarza, los adornos de hueso, concha y
oro, las cerámicas de importación, y la decoración simbólica del cántaro de Zacualpa.

En 1510 envió Moctezuma II una embajada a Iximché, de la que Adrián Recinos indicó
que fue 'probablemente para comunicar a los reyes los temores que abrigaba por la
presencia de los españoles en las islas de las Antillas'. Sin embargo, el Memorial
consigna el hecho pero no especifica la razón. Por otra parte, no hay motivo alguno para
pensar que tal embajada fue única, sobre todo si se considera que los comerciantes
mexicanos llegaban hasta puntos lejanos de Centro América y que, para lograr la
franquicia de paso, tuvieron que haber mantenido alguna relación con los gobernantes
mayas.

En este momento conviene considerar el problema que se refiere al origen de los grupos
mayas alteños. De acuerdo con la mayoría de registros históricos, como el Popol Vuh, el
Memorial de Sololá, etcétera, dichos grupos 'vinieron' o 'partieron' de Tula, la
legendaria capital tolteca, en un largo peregrinar que los condujo a territorios de
Chiapas y Guatemala, donde fincaron cabezas de señorío. A pesar de los esfuerzos
hechos, por investigadores como Robert Carmack y su equipo, para tratar de probar
dicho origen, no existen bases arqueológicas, lingüísticas o de tipo físico que puedan
corroborar dicho extremo. Por el contrario, el testimonio de los manuscritos y de la
tradición oral no coincide con las evidencias materiales. De manera especulativa, se
puede asociar el origen tolteca con la ideología adquirida tardíamente por los
gobernantes mayas. En forma objetiva, es decir, sobre la base de ejemplos de
importación suntuaria, se pueden apreciar las preferencias en el vestir, con la moda que
exhibían dichos gobernantes, y las cuales quedaron registradas en los trazos pictóricos
que los retratan. Por consiguiente, se puede suponer que igualmente adquirieron nexos
de parentesco en la vida real, así como en las ideas e instrumentos que utilizaban para
justificar el poder.

Si los mexicas manipularon la historia hasta el punto de hacer que todo equivalente de
nobleza, de artista veraz, de dignidad social, tuviera raíz tolteca, se puede pensar que la
misma necesidad política tuvo la nobleza maya y que ello trascendió al plano del
idioma, ya que el náhuatl fue reconocido como lingua franca entre pochtecas y altos
tratantes. En el Archivo General de Centro América hay documentos coloniales que se
refieren a solicitudes para cubrir plazas vacantes de curas doctrineros que supieran
'lengua mexicana' o, en su defecto, 'mexicano corrupto', que no es otro que el náhuat-
pipil. Hay nombres nahuas en los dioses nicaraos y las ciudades mayas tenían, aparte
del topónimo tradicional, un equivalente náhuatl que perdura.

Habría que indagar también sobre el grado de conocimiento que pudieron haber tenido
los mayas acerca de sus incómodos vecinos, quienes sí se afanaban en discernir el
potencial de otros territorios, como lo señala la Matrícula de Tributos, indudable copia
de un códice prehispánico, en el que anotaron los productos de importancia de la faja
costera del Soconusco. La elaboración de la lista que contiene esos productos equivale a
la redacción de un documento de geografía económica, y ello requiere cierto volumen
de energía social, que, en términos de política, nada más puede ser costeada por una
sociedad que finca su hegemonía en la apropiación de bienes ajenos. En relación con
una posible explicación de la irrupción azteca en el Soconusco, Anne Chapman escribió
lo siguiente:

No está claro cómo se realizó esta conquista. Mientras


Sahagún dice que fueron los pochteca, Tezozómoc atribuye
el hecho a las tropas aztecas y relaciona a los mercaderes
con tal conquista solamente en lo relativo a que la
matanza de ellos en Xoconusco fue la causa de la
represalia azteca. De cualquier manera, los fértiles
campos de cacao, por los cuales ese lugar era renombrado,
debieron haber ejercido una gran atracción.
Igualmente atractivas eran las tierras situadas más al sur, de las que conocían el
potencial económico: variada alfarería, cueros, astas de venado, colmillos de manatí y
de otros animales, pieles, maderas, frutos diversos, principalmente las extensas
plantaciones de la Costa. La sal marina debió ser un renglón importante, y los
vertederos de agua salobre, como los que todavía se explotan en Sacapulas y en San
Mateo Ixtatán, la obsidiana guatemalteca y el jade de la región oriental, eran todos
artículos muy apreciados, al igual que las plumas de quetzal y de cotinga, y de otros
pájaros famosos por su colorido. Igual importancia tenían las regiones manufactureras
de mantas de algodón y de textiles finos; aquellas donde se trabajaban las calabazas
decoradas por medio de nije o axe; y otras más, en las cuales se localizaban los
colorantes de calidad, la variedad de conchas y caracoles, el incienso llamado pom o
copal, etcétera. Chiapas aportó el ámbar, resina vegetal fósil, que en Mesoamérica se
encuentra únicamente en los yacimientos de Simojóvel.

La sujeción del área maya meridional hubiera permitido a los aztecas mayor movilidad
y acceso a otras rutas; por ejemplo, el camino por la Costa hubiera quedado expedito, lo
mismo que las veredas que suben al Altiplano, para después descender a las grandes
vías fluviales del Grijalva y el Usumacinta, que llegan hasta el Golfo de México. Lo
mismo podía ocurrir con los ríos Motagua y Polochic, que se dirigen al Golfo de
Honduras y al Lago de Izabal. Todo ello pudo haber sido un incentivo poderoso que
probablemente no pasó desapercibido para el ojo avisor de los pochtecas y de los
embajadores, activos portadores de elementos de mexicanización entre los pueblos
mayas, como preámbulo para una intervención violenta que sólo fue interrumpida por la
conquista española. En general, la situación aludida puede ser equiparable a lo que, en
nuestros días, se llama colonización cultural de parte del que exporta intereses
económicos e impone modos de vida, dioses, mitos y una filosofía particular.

Sin tratar de imponer una forma actual a los hechos del pasado, el conjunto de
elementos materiales que se ha presentado anteriormente puede interpretarse como la
expresión de lo que se podría llamar 'las vísperas' de una expansión militar hacia el sur.
MARION POPENOE DE HATCH

Características Culturales de las


Sociedades Prehispánicas

Se considera que la historia humana ha experimentado cuatro transformaciones


fundamentales que provocaron cambios radicales e irreversibles en la evolución
cultural. Esas transformaciones fueron causadas por innovaciones tecnológicas y
sociales que respondieron a las necesidades de la época, y afectaron profundamente la
manera en que las poblaciones humanas se relacionaban con su ambiente. La primera
transformación ocurrió durante el Paleolítico Superior, en algún momento entre 100,000
y 10,000 AC. Al final de este período ya el hombre vivía disperso en el Viejo Mundo,
con los mecanismos adaptativos desarrollados y la organización social que le
permitieron explotar de una manera más efectiva las potencialidades de su ambiente. El
hombre usaba un amplio y variado inventario de herramientas, que le facilitaba cazar,
pescar, recolectar y preparar sus alimentos; la organización social probablemente había
alcanzado el nivel de complejidad tribal, y la ideología formal era expresada en el arte y
el ritual.

El segundo cambio fundamental en la adaptación fue la Transformación Agrícola, que


en el Viejo Mundo se sitúa entre 8500 y 6500 AC, y en el Nuevo Mundo entre 5000 y
1500 AC. El desarrollo en ambas regiones parece haber sido completamente
independiente, y sugiere que la tendencia hacia el crecimiento de la población y hacia
una explotación más intensiva del ambiente, acompañada por la necesidad de una
organización social aún más compleja, era inevitable en la evolución cultural del
hombre. Probablemente, la Transformación Agrícola fue el acontecimiento evolutivo
más importante. Innovaciones tecnológicas, completamente originales dieron como
resultado la domesticación de plantas y animales (los animales domésticos eran más
raros en el Nuevo Mundo), una dieta basada en granos en lugar de carne y el
establecimiento de aldeas sedentarias y pueblos. El incremento en las provisiones de
alimentos permitió un mayor crecimiento de la población, y el desarrollo económico
intensificó la necesidad de la división del trabajo y de los sistemas más extensos de
comercio e intercambio, lo cual, a su vez, demandó instituciones administrativas más
complejas, que en muchos lugares alcanzaron el nivel de cacicazgos.

La tercera transformación, a la cual Gordon V. Childe llamó Revolución Urbana,


provocó el desarrollo de ciudades y Estados, y constituye lo que generalmente se conoce
como 'civilización'. Esta transformación, asimismo, se experimentó de manera
independiente en las diferentes áreas del planeta. En el Viejo Mundo (Mesopotamia,
India, China, Egipto) el surgimiento de las ciudades estaba en proceso entre 3000 y
2000 AC, y en el Nuevo Mundo aproximadamente en 1000 AC. En Mesoamérica se
conoce como el Horizonte Olmeca, y en América del Sur (Perú) como Horizonte
Chavín). Por medio del proceso de nucleación y urbanización, las ciudades se hicieron
mucho más grandes, el sistema administrativo más centralizado, el sistema económico
se basó más en especialización de artesanías y en comercio a gran escala, y la
organización social alcanzó una mayor estratificación, con códigos legales diseñados
para mantener la ley y el orden. Los resultados indirectos tuvieron aspectos negativos,
como las guerras intensas y complejas, y aspectos positivos, como los logros
intelectuales más amplios y elaborados, tales los ejemplos de la escritura, la literatura, el
conocimiento matemático, la filosofía, etcétera.

La cuarta transformación ha sido denominada 'Revolución Industrial', y se desarrolló en


Europa durante el siglo XVIII. En cuanto a las Revoluciones Urbana e Industrial, se ha
preferido utilizar el término 'Transformación', en vista de que el cambio hacia un nivel
más intenso de explotación de recursos y de complejidad social fue gradual y
acumulativo y no abrupto. La Transformación Urbana no interesa aquí, pues no alcanzó
niveles de alto desarrollo en la América precolombina.

Esta sección de la Historia General de Guatemala trata algunos de los aspectos más
generales de la Arqueología en Mesoamérica, particularmente los de carácter
tecnológico. Cada sociedad se adapta a su ambiente principalmente a través de su
sistema tecnológico y, en segundo lugar, por medio de los sistemas sociales y los
típicamente culturales. Dichos temas se presentarán en las siguientes dos secciones de
este volumen. La tecnología provee las herramientas y técnicas que atienden las
necesidades de abrigo, comida y defensa. Un sistema social determinado surge al
integrarse y organizarse la sociedad. El sistema cultural, o ideológico, si se prefiere
llamarlo de este modo, tiene un carácter adaptable, puesto que refuerza la organización
e integración de la sociedad, al proveer motivación, explicación y una justificación
significativa a las acomodaciones tecnológicas y sociales.

Algunas direcciones evolutivas han sido comunes a todas las sociedades: incremento de
población, mayor competencia por los alimentos, expansión territorial y sedentarismo.
Todas están interrelacionadas, pero quizás el sedentarismo produjo los cambios más
profundos. Al restringir a la gente a determinados territorios, el sedentarismo alentó la
diversidad cultural, lo que se reflejó en diferentes estilos de casas, de vestimenta, de
arte, etcétera. También condujo a la creación de fronteras, al establecimiento de redes de
comercio y a una organización social más compleja. El sedentarismo, juntamente con el
crecimiento demográfico, llevaron a una mayor complejidad de la organización, pues
con una población más grande, dentro de un área, se requieren más reglas para prevenir
y resolver los conflictos, y también es necesaria una producción más intensa de
alimentos destinados a toda la población. Inevitablemente, el resultado se traduce en una
mayor división del trabajo, así como en más altos grados de especialización,
intercambio y administración del sistema. Es evidente que las culturas están sometidas
en un proceso de cambio continuo, y modifican su contenido de acuerdo con las
variadas demandas ecológicas y sociológicas.

Tecnología
La habilidad de procurarse recursos está ligada directamente a la de crear y de usar
herramientas. En los tiempos modernos, el progreso tecnológico ha sido equivalente al
éxito de adaptación del hombre, pero éste se percata, cada vez más, de que existen
límites a la energía de la tierra y de que un consumo más alto de esa energía pone en
peligro su sobrevivencia. Los avances tecnológicos no conducen a un mundo mejor y
más feliz, simplemente porque no son sostenibles indefinidamente y no siempre
coinciden con una organización sociopolítica más efectiva. La sobrepoblación, la falta
de alimentos y de espacio, la violencia, el fanatismo religioso, los conflictos políticos y
territoriales, todos son problemas de difícil solución. Las perspectivas no son muy
prometedoras y el futuro en general parece alarmante.

Los arqueólogos de la actualidad están tratando de ahondar en la larga historia de la


humanidad, con el propósito de obtener más información sobre el proceso de la
evolución cultural, y con el fin de analizar la cultura como un sistema integrado del
comportamiento humano, que permita entender sus causas y consecuencias, los
colapsos y las transformaciones; la forma, en fin, en que se mantenía el equilibrio entre
la cultura y el uso del ambiente, como medio de asegurar la sobrevivencia. En resumen,
el objetivo es descubrir lo que puede aprenderse de la evolución cultural en todos sus
aspectos: en sus intervalos de crecimiento, desarrollo, estancamiento, colapso y
renacimiento, a lo largo de extensos períodos.

Los medios de subsistencia de cualquier sociedad dependen, en mucho, del nivel de la


tecnología, es decir, de los medios por los cuales las sociedades humanas interactúan
más directamente con su ambiente natural. La tecnología consiste en la aplicación de un
conjunto de prácticas y procedimientos, que le permiten a la gente convertir los recursos
naturales en herramientas, comida, recipientes, vestimenta, abrigo u otros productos y
recursos necesarios. Las técnicas precisas y el equipo que se usan para una tarea
específica, en una época y espacio determinados, dependen de la naturaleza del
ambiente y de las materias primas que éste provee, y también de la acumulación del
conocimiento tecnológico del pasado.

La tecnología puede entenderse como el proceso por el cual el hombre utiliza


efectivamente el potencial de energía en su ambiente. Las herramientas y la tecnología
permiten al hombre transformar una vasta cantidad de materiales en energía disponible.
La fuente más elemental de la energía del hombre son sus músculos; los cuchillos,
lanzas, machetes, coas, y otros utensilios semejantes, dependen de su energía muscular.
A niveles tecnológicos más altos, la energía del hombre se complementa con otros
recursos, como animales de carga, agua (para transporte, irrigación o energía
hidroeléctrica, por ejemplo), electricidad, gasolina, combustibles nucleares, etcétera.
Los niveles más altos de energía están acompañados por una mayor utilización per
cápita de aquélla, y por costos energéticos más elevados. Cuando se introduce un nuevo
sistema de energía dentro de una cultura, también se presentan cambios en la
organización de las relaciones sociales.

Puede decirse que cada cultura construye su propio ambiente y ecosistema. Este último
se define como una comunidad de organismos; en este caso, el hombre y su ambiente no
orgánico, que incluye suelo, agua y aire. El hombre crea ecosistemas artificiales que
pueden sostener altas densidades de población, pero son menos estables que los
ecosistemas naturales y sólo pueden mantenerse si se invierte energía humana
constantemente. Por supuesto, la capacidad de la tierra, como fuente de sostenimiento,
varía de acuerdo con la naturaleza del sistema de aprovisionamiento, del intercambio de
recursos entre los grupos y de factores climáticos.

Por la falta de tecnología industrializada, las sociedades precolombinas tenían un bajo


consumo de energía. La piedra era el principal material usado para fabricar
herramientas, y la energía muscular era el medio usual para producir alimentos y para el
transporte. No obstante, se desarrollaron técnicas refinadas para trabajar la piedra usada
en herramientas, construcción y escultura; para manufacturar cerámica y tejidos; en la
agricultura intensiva de terrazas e irrigación; y para el manejo del agua destinada a
consumo local, etcétera.

Análisis del Patrón de Asentamiento


Con el objeto de comprender mejor algunos de los ecosistemas, ya extintos, en la
actualidad se desarrollan nuevos métodos arqueológicos. El análisis del patrón de
asentamiento es un tópico relativamente nuevo, y se ha convertido en uno de los
mejores métodos para obtener información acerca de la distribución de los centros
antiguos, y sobre los lugares y formas de existencia de la gente. La Arqueología,
aplicada al estudio de los asentamientos, analiza la distribución espacial de la vida
humana y de las áreas de trabajo. Se trata de entender la ubicación de las actividades
antiguas y el uso del espacio dentro y fuera de la unidad doméstica. En el nivel más
simple, la atención se centra en las actividades desarrolladas dentro de una misma
estructura o una determinada superficie de ocupación, como un piso doméstico o un
cuarto. En el nivel intermedio, el interés se vincula a la distribución de las actividades y
de las estructuras dentro del asentamiento, o del sitio arqueológico en su conjunto. En el
nivel más alto, o sea, en el estudio global o a gran escala, se examina la distribución de
los sitios en toda una región.

Los estudios sobre los patrones de asentamiento han sido particularmente útiles para
hacer inferencias respecto del comportamiento de las sociedades en la Mesoamérica
precolombina. Por ejemplo, en el nivel doméstico se obtiene información acerca del
carácter sedentario o migratorio de una sociedad; sobre los materiales de construcción
disponibles; en relación a la estructura familiar; a la división del trabajo entre hombres y
mujeres; a la especialización doméstica en artesanías, etcétera. La distribución de los
diferentes tipos de artefactos puede indicar la función de las diversas áreas de una casa,
es decir, la cocina (identificada por el fogón y los restos de cerámica), el área de dormir
(por lo general, libre de basura), áreas para producir algodón (caracterizadas por la
abundancia de malacates), talleres para elaborar cuchillos (que comúnmente presentan
concentraciones de lascas y núcleos de obsidiana), y otras. Ascendiendo en la jerarquía
del análisis de los patrones de asentamiento, el uso del espacio dentro de una aldea,
pueblo o ciudad proporciona información sobre aspectos tales como la estructura de
clases, la organización social, la distribución de la riqueza, los edificios públicos
destinados a administración y las áreas dedicadas a mercados o a ceremonias públicas.
El grado de nucleación y la rigidez, en el patrón de las zonas residenciales, proveen
claves para entender la organización política; y las áreas de talleres reflejan la
explotación de los recursos locales, el comercio y el nivel de especialización económica.
Finalmente, en el ámbito regional, los estudios sobre los patrones de asentamiento
revelan la organización jerárquica de los sitios. El más grande de éstos probablemente
indica la ubicación de la capital local, y seguramente hay sitios secundarios y
dependientes, colocados a distancias bastante regulares del sitio principal. Los
secundarios, a la vez, están rodeados por centros terciarios más pequeños. En muchos
casos, la capital regional puede haber estado asociada a funciones combinadas; por
ejemplo, un centro de peregrinaje religioso, un lugar dedicado al intercambio entre las
regiones, el área donde se efectuaba la redistribución de los bienes a través del tributo,
el mercado abierto para el intercambio local, etcétera.

Herramientas, Cerámica y Tejidos


La materia prima usada para fabricar herramientas en la Mesoamérica antigua era, casi
exclusivamente, la piedra. El trabajo en metal apareció hasta en el Postclásico Tardío; y
entonces, ese material se destinaba principalmente para manufacturar adornos utilizados
por la élite. En la mayoría de casos, los metates y las 'manos' de éstos se confeccionaban
de basalto o de lava, mientras que la obsidiana y el pedernal se empleaban para elaborar
cuchillos, raspadores y puntas de proyectiles. La obsidiana y el basalto se usaban,
predominantemente, en el Altiplano y en la Costa Sur de Guatemala, pues en ambas
regiones existen numerosos yacimientos de estos materiales. El pedernal era el elemento
más importante en las Tierras Bajas mayas del sur (Petén y Belice), ya que sus
yacimientos se encuentran en Belice. En las Tierras Bajas, tanto el basalto como la
obsidiana se importaban necesariamente, del Altiplano de Guatemala.

Las vasijas para cocinar y los platos se confeccionaban, generalmente, con material de
fuentes locales de arcilla. Al igual que la elaborada tecnología de herramientas de
piedra, se logró sin los metales, los talleres de cerámica produjeron algunos de los
ejemplares más finos del mundo, sin usar el torno. Aunque mucha de la cerámica se
produjo para uso doméstico, algunas piezas fueron elaboradas para uso de la élite y para
la exportación. Las vasijas citadas, decoradas delicadamente y con un deslumbrante
pulimento, con frecuencia llegaban a centros alejados de los lugares donde se
manufacturaban, transportadas por los mecapaleros y como respuesta a demandas de
comercio a larga distancia. El principio de la rueda se conoció y se aplicó en la
fabricación de juguetes, pero los vehículos con ruedas habrían sido menos eficientes,
que viajar a pie, para transportar mercancías en pasos de montaña y en caminos que
atravesaban densos bosques.

Probablemente, los tejidos constituyen una de las artesanías más antiguas, tanto en el
Viejo como en el Nuevo Mundo, ya que antecedieron en muchos siglos a la cerámica.
Es indudable que la tejeduría tiene sus orígenes en la actividad de trenzar fibras
naturales para producir redes y bolsas usadas para cargar. Talvez es tan antigua como
las primeras herramientas de piedra. Se han encontrado agujas de hueso que
corresponden al Paleolítico Superior y que probablemente se usaron para coser pieles
para alfombras y capas. Se sabe, asimismo, que los primeros cazadores y recolectores
del período Arcaico eran capaces de elaborar canastas. En Perú, los tejidos hechos de
fibras de plantas silvestres corresponden a 3000 ac. En el sitio Huaca Prieta (Perú) se
descubrieron telas de algodón tejido con diseños intrincados que tienen una fecha
aproximada de 2000 ac. En Mesoamérica, es indudable que los tejidos se usaron en el
Preclásico Temprano, y en las esculturas mayas clásicas la vestimenta ya muestra
técnicas de tejido en extremo avanzadas.

Agricultura
La base tecnológica proveyó los medios de aprovisionamiento, almacenamiento y
preparación de los recursos empleados para uso local, para el comercio, y para producir
comida suficiente destinada a la población, puesto que el continuo crecimiento
demográfico presionó el sistema económico existente. En todos los casos de evolución
de las culturas humanas, el crecimiento general de la población y el incremento en el
número de comunidades permanentes dio como resultado la introducción de la
agricultura. Cuando el crecimiento de la población sobrepasó a la capacidad productiva
de la tierra, fue necesario desarrollar más métodos intensivos de agricultura, con el
propósito de aumentar la producción de alimentos. Esto, a su vez, se vio acompañado
por el desarrollo de las ciudades, la complejidad en la organización sociopolítica y
económica, y por todos los elementos que integran la 'civilización'. En la mayoría de las
regiones, estas medidas alteraron irreversiblemente el ecosistema local.

Las técnicas de producción de alimentos variaron, en Mesoamérica, a lo largo del


tiempo y del espacio, pero ahora se sabe que en el Preclásico, tanto en las Tierras Bajas
de Petén como en el Altiplano de Guatemala, los mayas desarrollaron finas técnicas de
agricultura intensiva, entre las que figuran la irrigación, varios tipos de campos
elevados, siembras mezcladas, etcétera. Claramente, las relaciones comerciales y
métodos adecuados para el almacenamiento de alimentos condicionaron la subsistencia
de las densas poblaciones que estas regiones sostuvieron a lo largo del Preclásico y del
Clásico.

Actualmente, los estudios que se interesan en la agricultura precolombina de Guatemala


han concentrado su interés en la región de Petén. Ello se explica por el sorprendente
hecho de que Petén sostuvo densas poblaciones, durante el Preclásico y el Clásico, a
pesar de sus suelos poco profundos, falta de fuentes permanentes de agua y una ecología
generalmente frágil. Es obvio que tuvieron que desarrollarse varios métodos de
agricultura intensiva, a fin de producir comida suficiente. También se efectúan,
actualmente, estudios en el Altiplano guatemalteco y en la Costa Sur, encaminados a
determinar las correspondientes técnicas agrícolas precolombinas.

Salud y Dieta
En el uso y manejo de los recursos se requiere, además de las herramientas, un
conocimiento altamente especializado del ambiente, lo cual constituye una parte
esencial de toda estrategia de aprovisionamiento, sin la que ninguna población puede
sobrevivir. Este entendimiento implica conocer las propiedades especiales de las
plantas, los componentes de una dieta adecuada, los remedios para problemas de salud,
los métodos de almacenamiento, la ubicación de las mejores fuentes de agua, y las
medidas necesarias para adaptarse a las diferentes estaciones. En la Mesoamérica
antigua, las plantas proporcionan la mayor parte de la dieta y también eran la fuente
principal de recursos medicinales. Por medio de la investigación arqueológica se ha
obtenido poca información acerca de las medicinas, pero los análisis paleobotánicos y
palinológicos proporcionan claves decisivas. Los estudios etnográficos muestran que
todas las plantas de las que disponían los habitantes antiguos de Mesoamérica tenían
algún uso local, y que muchas de ellas estaban asociadas a las prácticas de curar o
aliviar el dolor. Los especialistas precolombinos debieron contar con un conocimiento
de la anatomía humana y del cuidado de las heridas, así como de las enfermedades, para
las cuales empleaban medicinas nativas.

Los análisis de los huesos y dientes han sido útiles para conocer la salud general de los
individuos, el tipo de enfermedades u otras incapacidades, las posibles crisis
nutricionales en diferentes intervalos, las probables deficiencias en la dieta y, en algunos
casos, la dieta misma.

Aparte del conocimiento derivado de los análisis físicos y químicos de los huesos y
dientes, ha sido difícil determinar, arqueológicamente, la naturaleza de la dieta
precolombina. Por lo común, ésta ha sido establecida por medio de los restos vegetales
preservados en cuevas secas de México, y la información ha sido relacionada con el
resto de Mesoamérica. Recientemente, en Guatemala se han hecho algunos avances, por
medio de estudios paleobotánicos, en el estudio de semillas y otros restos vegetales
carbonizados y recuperados de fogones antiguos y hornos hechos en la tierra. El análisis
palinológico en lechos de lagos ha dado alguna idea sobre la ecología local de Petén, y
sobre los cambios derivados de la tala de bosques, de los cultivos, de la erosión, del
crecimiento de bosque secundario, etcétera. Actualmente, se han iniciado estudios
tendentes a determinar la función de las vasijas de cerámica en el inventario cultural,
para lo cual, se utilizan análisis microscópicos que permiten identificar el tipo de
alimento que contenía cada una. Este es un método que promete una mejor comprensión
de los antiguos hábitos alimenticios.
WENDY ASHMORE

Patrones de Asentamiento

Los antiguos mayas dejaron muchas evidencias sobre su forma de vida, entre las cuales,
las más sobresalientes son sus obras maestras de arte y sus textos jeroglíficos. Otras, son
menos deslumbrantes, pero proporcionan conocimientos igualmente importantes acerca
de aquellos antiguos pobladores y sus creencias. Entre tales evidencias figuran los
patrones de asentamiento, los restos materiales enmarcados en ciertas pautas, y los
objetos que las actividades humanas dejaron en el terreno. El presente artículo bosqueja
la evidencia arqueológica de los patrones de asentamiento de los mayas prehispánicos
en la Costa del Pacífico, en las Tierras Altas y en las Tierras Bajas, de Guatemala, así
como en las áreas adyacentes.

Antecedentes Históricos y Conceptuales


Los vestigios de los asentamientos humanos se pueden considerar en un amplio
conjunto de escalas, desde los restos vinculados a actividades individuales (un fogón, un
entierro o los restos de la fabricación de herramientas de piedra), hasta edificios y
plazas, sitios habitacionales completos, e incluso, la distribución de éstos en extensas
regiones de cientos de kilómetros cuadrados. En la práctica, sin embargo, los patrones
de asentamiento más comúnmente estudiados son aquellos que involucran edificios
individuales (y formas arquitectónicas definidas por espacios abiertos, tales como
plazas), la distribución interior del sitio (por ejemplo, la colocación de varios edificios)
y la localización de los núcleos de población en toda el área. Numerosos factores rigen
la forma y la localización de los asentamientos humanos, a cualquier escala, pero los
más determinantes son: 1) la disponibilidad de agua, buenos suelos y otros recursos
naturales; 2) la proximidad de otras unidades sociales; y 3) los significados tradicionales
o simbolismos con los que se identifican lugares particulares. Estos tres tipos de
factores, juntos o separados, aparecen en los patrones mayas de asentamiento. Estos
patrones se entienden mejor si se les considera en el contexto de su ambiente natural, su
evolución social y el sistema de creencias que reflejan. En las páginas siguientes se hace
alusión a tales contextos, en relación con los antiguos mayas. El lector puede recurrir,
además, a otros artículos de este volumen para disponer de más información.

En el estudio de los asentamientos, por lo general, se ha puesto mayor énfasis en la


magnitud y densidad de la población, en la complejidad social y en las formas en que la
gente explotó o modificó su ambiente. Las preguntas que más frecuentemente se
formulan en relación con el área maya han combinado estas preocupaciones, y se
cuestiona, asimismo, si los antiguos centros deben considerarse o no como ciudades. El
término 'ciudad' se aplica, por lo general, a una población grande y densa de residentes
permanentes y, por ello, la mayoría de las investigaciones sobre asentamientos se han
dedicado a documentar la naturaleza y distribución de los restos de residencias o
'montículos domésticos'. Hasta hace poco tiempo, las 'casas sin plataforma' y otros
restos irrelevantes, así como los rasgos no relacionados con residencias, empezaron a
recibir una atención sistemática de los arqueólogos que estudian los asentamientos. El
resultado ha sido el reconocimiento de la riqueza potencial de tales estudios.

Con frecuencia se afirma que la investigación arqueológica dedicada a los


asentamientos mayas empezó a mediados de la década 1950, no obstante que durante
más de 100 años se ha recopilado información sobre lo que actualmente se conoce como
patrones de asentamiento.A principios de este siglo, Alfred M. Tozzer y Teobert Maler
reportaron abundantes montículos pequeños en la vecindad de los centros mayores
conocidos en el noreste de Petén, y Gerard Fowke realizó algunas de las primeras
excavaciones en montículos domésticos de Quiriguá. Alfred P. Maudslay elaboró mapas
de muchos sitios, así como una valiosa documentación sobre Kaminaljuyú (Ilustración
34), cuyos restos de asentamientos, que fueron una vez abundantes, han sido destruidos
por el crecimiento de la moderna ciudad de Guatemala. Oliver Ricketson investigó
restos de asentamientos en los alrededores de Uaxactún. Intentó, además, calcular el
tamaño de la antigua población local, y argumentó que algún sistema agrícola más
intensivo que sólo el cultivo de milpa debió haber sido necesario para alimentar a dicha
población. Robert Wauchope, también en Uaxactún, combinó las excavaciones
arqueológicas con la observación de las casas modernas, para obtener una mejor idea
sobre la forma de vida en aquellas antiguas viviendas. Tanto en el Altiplano como en las
Tierras Bajas, los arqueólogos han compilado gradualmente un registro del número y
localización de sitios de todas las formas y tamaños.

A principios de la década 1950, los arqueólogos que estudiaban tanto la maya como
otras civilizaciones tempranas se encontraron en una encrucijada en cuanto a la
interpretación. Se dieron cuenta de que, si bien los estudios respecto a los magníficos y
artísticos monumentos arquitectónicos eran esenciales, no podían considerarse
suficientes. De hecho, se necesitaba conocer más respecto de los gobernantes y
sacerdotes, así como sobre los lugares en que vivían y trabajaban. Al mismo tiempo,
resultaba esencial conocer dónde vivía la gente de todos los rangos sociales, qué hacían,
bajo qué condiciones, y cómo se relacionaban entre ellos y con su ambiente natural. Los
estudios sobre los patrones de asentamiento se ocupan de esto, precisamente, porque
registran y analizan la gama completa de evidencias de la actividad humana, la forma y
localización de cada objeto, desde los grandes templos hasta las terrazas agrícolas,
chultunes, montículos domésticos y artefactos aislados que quedaron dispersos donde
hubo campamentos temporales.

Las estrategias innovadoras de Gordon R. Willey y las investigaciones en Barton


Ramie, en Tikal y en otros sitios, establecieron firmemente el valor de los estudios de
los asentamientos mayas y, en la actualidad, tal tipo de indagación integra la mayoría de
proyectos de campo. Lo que ha cambiado desde la década 1950 es, principalmente, la
mayor cantidad de interrogantes que se plantean sobre la información que proveen los
asentamientos, y la creciente complejidad de las interpretaciones que se elaboran con
base en dicha información.

El énfasis inicial y continuo en el tamaño y densidad de la población, estructura social y


adaptación ecológica, indica que las poblaciones prehispánicas eran más grandes, más
densas y más intrínsecamente organizadas que lo que se había considerado al principio.
Los antiguos mayas vivían en verdaderas ciudades, y practicaban múltiples formas de
agricultura intensiva para mantener a las poblaciones urbanas y rurales, que se ocupaban
en una variedad de actividades. Al mismo tiempo, se ha llegado a reconocer que ni las
anteriores, ni tampoco otras caracterizaciones simples, definen adecuadamente los
asentamientos mayas, ya que tales formas de asentamiento variaron marcadamente en el
tiempo y en el espacio, en respuesta a fluctuaciones relacionadas a factores ecológicos,
sociales y simbólicos.

Para estudiar la sociedad maya con más detalle, o desde nuevas perspectivas, han
surgido varias líneas innovadoras en la Arqueología de los asentamientos. Estas no
sustituyen las investigaciones tradicionales, ya que, más bien, parten de éstas. Una de
dichas especialidades es la Arqueología de la vivienda, que se concentra en un estudio
intensivo de los restos domésticos. Otra especialidad es el estudio de las características
que presenta el manejo de recursos, especialmente en la agricultura antigua, y las
condiciones en que se hacía el almacenamiento de agua. Una especialidad más es el
estudio de los aspectos simbólicos de los asentamientos, en los que se utilizaban
recursos intelectuales (por ejemplo, la astronomía) y elementos religiosos en las formas
arquitectónicas y su distribución. Entre estos últimos elementos figuran los famosos
'grupos de pirámides gemelas', de Tikal, incluyendo Mundo Perdido, así como los
conjuntos arquitectónicos relacionados con observaciones astronómicas.

Los estudios más tradicionales sobre los asentamientos son aún vitales, y sugieren la
alta precisión y complejidad que se puede esperar en este campo. Muchas partes del
área maya todavía no se conocen lo suficiente, de ahí que un reconocimiento básico
sigue siendo importante. Esos mismos estudios sobre asentamientos, a menudo han sido
también dirigidos a documentar aspectos particulares en el proceso de interpretación,
tales como el surgimiento de la complejidad social en el Preclásico, el impacto de
Teotihuacan y de otras sociedades distintas en el cambio social maya, el papel e impacto
de la guerra en la sociedad del Clásico, los efectos del 'colapso' en las Tierras Bajas
durante el Clásico, o las complejas raíces de poderosas sociedades del Postclásico,
como la de los quichés (k'iche's).

Finalmente, los modelos usados para explicar los patrones de asentamiento, también han
cambiado y han adquirido un mayor grado de complejidad. ¿Qué determinó la forma de
las viviendas y la distribución residencial? ¿Cuándo y por qué aparecieron las primeras
construcciones defensivas, o los elementos para una agricultura intensiva? Las primeras
respuestas a éstas y otras preguntas eran básicamente especulativas, a menudo
plausibles, pero raramente comprobadas. En la década 1960 los arqueólogos acudieron a
los geógrafos, ecólogos y a otros científicos, con el objeto de obtener modelos generales
sobre los asentamientos humanos. Los patrones de asentamiento de los mayas fueron
fructíferamente relacionados con las regularidades interculturales vinculadas al
espaciamiento de los sitios, tamaño de éstos, jerarquías, capacidades de subsistencia,
etcétera. Estas y otras analogías sugirieron los tipos de instituciones políticas,
económicas y demás, comunes en las sociedades que produjeron tales patrones. Más
recientemente los mayistas han empezado a combinar, de nuevo, los datos sobre
asentamientos con los informes artísticos y epigráficos, por los cuales la civilización
maya ha sido tan famosa. El resultado, que parte de lo que ha sido llamado un 'enfoque
de conjunto', ha empezado a aclarar los significados de cada edificio, los espacios
abiertos y otros aspectos de los asentamientos.

De cualquier modo, la Arqueología de los asentamientos es un floreciente campo de


investigación. Ha cambiado marcadamente los puntos de vista respecto de los antiguos
mayas, y de seguro continuará proporcionando profundos conocimientos en los años
venideros. En las siguientes secciones se resumen algunos de los resultados de esas
investigaciones, ordenados por períodos y zonas geográficas.

Patrones de Asentamiento durante el Período


Preclásico
Hay indicios de ocupación humana, en el área maya, que pueden fecharse desde 10,000
AC. Guatemala y las áreas adyacentes han proporcionado interesantes restos materiales
de los milenios subsiguientes. Sin embargo, la revisión que aquí se presenta empieza
con el Período Preclásico (2000 AC-250 DC), el lapso crucial en el que una región
habitada por sencillas aldeas agrícolas se transformó en un territorio ocupado por
pueblos más desarrollados. Los cambiantes patrones de asentamiento del Preclásico
ilustran bien dichos cambios, aunque de una manera más amplia y general.

Costa Sur y vertiente del Pacífico

El conocimiento más completo de los patrones de asentamiento del Preclásico


Temprano (2000-1000 AC) proviene de la Costa del Pacífico de Mesoamérica, desde el
Istmo de Tehuantepec hasta el oeste de El Salvador. La Costa allí es rica en alimentos,
agua, suelos y posee la atracción especial que proporciona un corredor natural, casi libre
de impedimentos naturales para viajar. Los primeros asentamientos se componían de
uno a doce montículos, que no alcanzaban más de 1.5 m de altura, y cubrían de dos a
tres hectáreas, en conjunto. Cada sitio probablemente representaba un complejo
doméstico individual o, a lo sumo, un pequeño caserío, donde se levantaban casas con
pisos de barro y paredes de bajareque sobre pequeñas plataformas de tierra. Su
ubicación se extendía desde los estuarios hasta la tierra firme, y en 1500 AC los grupos
ocupaban distintos rangos en la comunicación y el intercambio comercial, tanto
internamente como a larga distancia, en este corredor natural.

Durante el Preclásico Medio (1000-400 AC), que incluye el período de la civilización


olmeca y de otras civilizaciones tempranas en Mesoamérica, en muchas áreas, los sitios
aumentaron tanto en número como en tamaño individual. El incremento en la
complejidad de las relaciones entre los grupos asentados requirió de un incremento en el
poder de los líderes locales, residentes en los sitios mayores. El más grande, en el área
de Escuintla, en Guatemala, tenía una extensión de aproximadamente 40 hectáreas, y en
otros lugares, como, por ejemplo, La Blanca, en el Departamento de San Marcos, hay
montículos que alcanza los 20 m de altura (Ilustración 79). Es probable que los
montículos individuales más pequeños correspondían a viviendas, pero los más grandes
parecen haber sido templos, residencias de la élite, u otro tipo de edificios
administrativos. La forma de los sitios y su localización no muestran preocupación por
un sistema defensivo o de guerra.

Durante el Preclásico Tardío (400 AC-250 DC) continuó el crecimiento de los


asentamientos, tornándose sumamente densos en algunas localidades. La gente y los
artículos de consumo continuaron fluyendo en aquel terreno fácil de transitar; la
densidad de las poblaciones residentes, más la aparente frecuencia de intercambio y
movimiento a lo largo de toda el área, concuerdan con la creciente competencia entre
los jefes locales para proveerse de servicios y poder, y beneficiarse con el intenso
tráfico. Con tal grado de interacción, no es de sorprender que algunos de los casos más
tempranos de escritura jeroglífica ocurrieran en sitios de esa zona, como en Abaj
Takalik o Izapa, y que surgiera también el desarrollo de estilos de arte propios. Las
estructuras sobre plataformas de pirámides escalonadas, generalmente orientadas en
dirección norte-sur, dominan algunos centros y servían para la colocación de
monumentos. En esos sitios todavía no hay muestras de construcciones defensivas.

Tierras Altas

En el terreno accidentado de las Tierras Altas, las buenas tierras cultivables fueron
siempre una gran atracción para establecer asentamientos. También lo fueron la
variedad de otros recursos y características geográficas, tales como yacimientos de
obsidiana o la ubicación favorable en medio de corredores naturales. El valle de
Guatemala es el más rico de los altiplanos del sur, y tiene todas las ventajas citadas. El
sitio más grande y mejor conocido allí es Kaminaljuyú, que se inició como una aldea en
el Preclásico Temprano, a la orilla noreste de un pequeño lago, ahora desaparecido.
Como era típico en ese período, el sitio estaba localizado en el fondo del valle, rodeado
de buenos terrenos para la agricultura. Kaminaljuyú creció durante el Preclásico y
alcanzó una extensión de 7 km2 (Ilustración 34). Sus más grandes plataformas de tierra
fueron construidas entre 200-1 AC; había también pequeñas plataformas intercaladas
entre las de mayor tamaño. Esto sugiere que los centros cívicos eran lugares habitados y
no simplemente centros ceremoniales.

Los valles de las Tierras Altas, durante el Preclásico, Medio y Tardío, llegaron a ser
dominados por el gran asentamiento localizado en el fondo del valle de Guatemala.
Además, en el Preclásico Tardío, Kaminaljuyú se había convertido en el centro cívico
más grande y de mayor influencia en todas las Tierras Altas, impidiendo el crecimiento
o eclipsando el desarrollo de sitios similares en otros valles. La prosperidad fue
consecuencia no sólo de las fértiles tierras dedicadas a la agricultura, sino también de su
localización estratégica en el crucero de las vías que conectaban las crecientes
poblaciones de la Costa del Pacífico y del valle del Motagua con las Tierras Altas del
norte y de Petén. Igual que los centros cívicos de la Costa del Pacífico, los sitios
monumentales de las Tierras Altas, incluyendo Kaminaljuyú y otros más pequeños,
como El Portón, en el valle de Salamá (Ilustración 171), se ubicaban a lo largo de ejes
lineales muy marcados, generalmente de noreste a suroeste, y a menudo estaban
asociados con esculturas y textos jeroglíficos. Este patrón persistente en la orientación
pudo haber constituido un simbolismo espacial, que señalaba los centros como capitales
sagradas y políticas, así como el arte y la escritura señalaban a sus gobernantes como
líderes políticos e intelectuales. Con el surgimiento de estos sitios especializados
también se puede observar una mayor complejidad social, por lo general, vinculada con
el accionar de la élite y con los ritos; lo que indica un mayor número de actividades para
las cuales se adjudicaban espacios de manera permanente y formal. Un ejemplo lo
constituye Los Mangales, un complejo para enterramientos aristocráticos en el valle de
Salamá, Baja Verapaz.

Tierras Bajas

La más temprana colonización humana, sustancial de las Tierras Bajas, se efectuó


durante el Preclásico Medio, con pequeños grupos que se movieron tierra adentro, a lo
largo de sistemas fluviales, y se asentaron al principio en áreas con tierras bien drenadas
y provisión segura de agua. Los primeros asentamientos fueron pequeños; la ocupación
inicial en El Ceibal, por ejemplo, probablemente no cubría más de cuatro hectáreas. En
dicha época, lugares como Cuello, en Belice, indican el establecimiento de un patrón
arquitectónico más duradero, con un patio o plaza delimitado por dos o más estructuras
colocadas aproximadamente en ángulo recto. Las estructuras individuales se construían
con materiales perecederos; algunas sobre plataformas, con fachada de piedra, de unos
30 a 40 m2 de superficie. En ciertas áreas se han encontrado basureros domésticos, sin
que haya huellas de plataformas, lo que sugiere estructuras, de materiales
completamente perecederos, construidas a nivel del suelo. Este aparente contraste puede
indicar diferencias sociales en cuanto a la obtención de los materiales de construcción y
de otros recursos.

Durante el período citado, algunos elementos de los asentamientos señalan, más


claramente, los tipos de diferenciación social ya descritos en relación con las áreas
situadas más al sur. La formalización de la arquitectura no doméstica, y la aparición de
artículos exóticos de lujo, aparecen en pequeña escala en Uolantún y, posiblemente, en
la cuenca de los lagos Yaxjá y Sacnab. Cerca del final del Preclásico Medio, sin
embargo, estos débiles comienzos fueron opacados por el desarrollo de los
asentamientos en Nakbé, en la parte situada más al norte de Petén. Todavía debe
finalizarse el mapeo de este sitio, pues se dejó solamente excavado y se desconoce aún
la fecha de construcción de muchos edificios. No obstante, el período de ocupación
principal fue el Preclásico Medio, y alrededor del 600AC ya se erigían plataformas de
20 m de altura.

En el Preclásico Tardío se construyeron, en El Mirador y sitios cercanos, los edificios


con mayor volumen en el área de las Tierras Bajas mayas, algunos de los cuales
alcanzaron los 55 m de altura, (Ilustración 172). Seis innovaciones urbanísticas de El
Mirador, Tikal y Uaxactún, en Petén, y Cerros, en Belice, comprueban que hubo una
diferente formulación de las actividades en el espacio urbano, entonces regidas por una
nueva y poderosa autoridad central. Estos últimos arreglos incluyen: 1) una ubicación
precisa para los grupos monumentales, algunos de los cuales se dedicaban a la
conmemoración de eventos astronómicos; 2) el trazo de los sitios muestra una definida
distribución en eje; 3) campos para juego de pelota; 4) sistemas para almacenar y
distribuir el agua; 5) calzadas; y 6) dispersión de la población residente hacia las afueras
del núcleo urbano de los grandes sitios. Al final del Preclásico Tardío, o posiblemente a
inicios del Clásico Temprano, apareció una séptima innovación clave: las
construcciones de tierra con propósito defensivo.

Muchos sitios del Preclásico Tardío incluían la distribución regular y distintiva de la


arquitectura monumental. Uno de ellos, llamado 'grupo triádico', se define como una
pirámide alargada, flanqueada por dos más pequeñas que forman un triángulo. Hay
quienes han sugerido que la naturaleza tripartita de esta disposición constructiva se
relacionaba con el simbolismo del gobierno entre los mayas. Esta forma ha sido
identificada en El Mirador, Nakbé, Lamanai y muchos otros sitios. Es posible que
incluso se encuentre más al sur, en el sitio no maya de Yarumela, en el centro de
Honduras.

Otro arreglo bien conocido se define como una gran pirámide, al oeste, frente a tres
construcciones más pequeñas, al este, estas últimas alineadas de norte a sur. Aunque
esta distribución se ha identificado en muchos sitios, especialmente en el noreste de
Petén, el ejemplo más grande y hasta ahora el mejor estudiado, aparece en el complejo
Mundo Perdido, de Tikal (Ilustración 131). Durante mucho tiempo, estos complejos han
sido interpretados como estaciones astronómicas, utilizadas para observar la salida del
sol durante los equinoccios y solsticios, pero la imprecisión en las alineaciones ha hecho
suponer que estos grupos no se dedicaban exactamente a este tipo de observaciones,
sino más bien a la conmemoración de aquellos fenómenos.

Hace falta completar el mapeo de los sitios más grandes de las Tierras Bajas, El Mirador
y Nakbé, durante el Preclásico. Sin embargo, su planificación, en el Preclásico Tardío,
muestra una fuerte preferencia de orientación hacia los puntos cardinales. El complejo
cívico más extenso de El Mirador, el Grupo Oeste, presenta un arreglo cruciforme, con
grupos de edificios mayores en cada uno de los extremos de la cruz, que tienen una
orientación cardinal. El otro complejo monumental conocido del sitio, Danta-Grupo
Este, se une con el Grupo Oeste para definir una alineación este-oeste de 1.8 km de
largo, desde cuyo extremo se puede dominar visualmente el sitio. Esta planificación de
los asentamientos parece haber tenido también un origen simbólico. Es posible que la
alineación este-oeste se refiera al ciclo solar diario, pero hasta ahora tal relación no ha
podido ser demostrada. Es interesante que otros sitios, como el de Cerros, muestran un
claro énfasis en una dimensión norte-sur.

Los campos para juego de pelota eran primordiales en los rituales y sacrificios mayas,
en el Período Clásico, pero los más tempranos pertenecen al Preclásico Tardío. Incluso
en el pequeño centro cívico de Cerros había dos, en este período, en el propio centro del
recinto ceremonial.

Los gobernantes mayas del Preclásico Tardío también construyeron monumentales


obras hidráulicas. La excavación de canales y depósitos para reservas de agua
indudablemente proporcionaron relleno de construcciones para otros proyectos, pero el
aumento de la provisión de agua en este ambiente, que por lo general carece de ella, fue
un aspecto muy significativo del trabajo. Para realizar estos proyectos, los gobernantes
debían ejercer una creciente autoridad tanto sobre la distribución de agua como sobre la
mano de obra involucrada en la construcción y mantenimiento de las obras hidráulicas.

Las calzadas, o sacbeob, también demandaron una fuerte autoridad sobre la mano de
obra. Estos sacbeob fueron comunes durante el Clásico, pero su primera aparición data
del Preclásico Tardío, en El Mirador, donde se extendían desde el centro del sitio y
conectaban los varios complejos arquitectónicos. Igual que en tiempos posteriores,
probablemente servían no tanto como carreteras, sino como rutas de acceso formales y
privilegiadas. Como tales, eran símbolos de conexiones sociales y arquitectónicas, e
indicaba qué unidades de asentamiento eran consideradas como vinculadas, ya fuera
dentro de una comunidad o entre varias comunidades distintas.

Parece sintomático el hecho de que las comunidades residenciales integradas y


nucleadas del Preclásico Medio empezaran a ceder lugar a los recintos civiles de la élite,
reservados a las familias gobernantes y a las actividades rituales y administrativas. Este
cambio se aprecia, en el Preclásico Tardío, en el pequeño centro Cerros, donde una villa
nucleada y socialmente integrada fue reemplazada, de manera abrupta, por un centro
ceremonial 'vacío', alrededor de 100 AC. En otros lugares, como Tikal, el cambio fue
más tardío, aun en el Clásico Temprano.
Al final del Preclásico, en cierto número de sitios de las Tierras Bajas se construyeron
fortificaciones. Estas incluían muros defensivos o zanjas, o la combinación de ambas
cosas, y han sido documentadas en Tikal, Muralla de León, Becán y en El Mirador.
Aparentemente, el mismo crecimiento de la población incrementó las interrelaciones, y
es presumible que el comercio a larga distancia, que acompañó la fusión de poder y
autoridad en las Ciudades-Estados, de las Tierras Bajas, haya hecho que surgiera una
competencia más hostil.

Patrones de Asentamiento durante el Clásico


En cuanto al Período Clásico (250-900 DC) se tiene un conocimiento más completo de
los patrones de asentamiento, aunque existen, aún, vacíos que deben llenarse en los
mapas de esta época.

Costa Sur y vertiente del Pacífico

Durante el Clásico Temprano (250-500 DC) se pueden observar marcadas disyunciones,


en la Costa Sur y en la vertiente del Pacífico, en cuanto a asentamientos, estilos
artísticos, tipos cerámicos y otros aspectos. Aún no están claras las razones de ello, pero
es seguro que la expansión política y económica de Teotihuacan jugó un papel
importante. Muchos asentamientos mayores del Preclásico, en el área de Escuintla,
fueron abandonados, y los restantes sufrieron una severa declinación.

Un centro que alcanzó prominencia en la Costa central fue Balberta (Ilustración 173),
unos 90 km al suroeste de Kaminaljuyú. Existe evidencia de que fue un sitio fortificado,
lo que sugiere cierta inestabilidad política en la región.

Durante el Clásico Tardío (500-900 DC) la población continuó creciendo, y los sitios
indican que los líderes locales eran capaces de organizar y controlar la mano de obra y
otros recursos (por ejemplo, construcciones monumentales de hasta 26 m de altura).
Estos sitios también manifiestan la constante naturaleza ecléctica de las culturas y redes
de comunicación en la vertiente del Pacífico. El mejor ejemplo es el estilo artístico de
Cotzumalguapa (Ilustraciones 80-84), ligado de diversas maneras a las culturas de
México y la Costa del Golfo, situadas al norte. Después de un dramático crecimiento,
sin embargo, los asentamientos en la vertiente del Pacífico declinaron, hasta casi
desaparecer durante la transición del Clásico al Postclásico.

Tierras Altas

Durante el Período Clásico Temprano, los asentamientos en las Tierras Altas pasaron de
ser unos cuantos centros dominantes a múltiples sitios, más pequeños, que competían
por el control de los recursos. Incluso, Kaminaljuyú tenía competencia. Su continua
importancia lo atestigua el establecimiento de un enclave procedente de Teotihuacan
(Ilustración 57). Son raros tales enclaves arquitectónicos, y las inversiones diplomáticas
y económicas implicadas en la construcción de edificios al estilo teotihuacano, en el
corazón de esta distante capital extranjera, sugieren fuertemente que los líderes de
Teotihuacan reconocían, en Kaminaljuyú, un poder legítimo e importante en el sur de
Mesoamérica. Pero otros asentamientos en el valle de Guatemala, especialmente San
Antonio Frutal, compartían el liderazgo político y económico de las poblaciones locales.
Fue sintomático, en el surgimiento de esta competencia entre los centros, la
proliferación de campos de juego de pelota durante ese tiempo, tanto en este valle como
en otras partes. En Kaminaljuyú se encontraron dos campos para juego de pelota, del
Clásico Temprano, y se ha documentado una docena más, para este período, en otras
localidades del valle. Hasta entonces, la competencia no había requerido la construcción
de elementos defensivos, y los sitios se mantenían en los mismos tipos de áreas abiertas
como antes. La disposición, tipo corredor, de la arquitectura monumental ya tendía, sin
embargo, a dar paso a la construcción de grupos alrededor de plazas. La mayoría de la
población seguía residiendo adentro, o en las cercanías, de los centros mayores.

En el Clásico Tardío continuó la proliferación de centros de asentamiento con algunos


cambios de localización hacia los márgenes de los valles. Los centros también tendían a
ser más pequeños que los sitios más tempranos, lo que puede sugerir fragmentación de
la autoridad y una creciente competencia entre los grupos.

Tierras Bajas

En las Tierras Bajas se produjeron claras disyunciones en los asentamientos. En muchos


lugares continuó la tendencia, observada en el Preclásico Tardío, dirigida a establecer
las residencias alejadas de los centros cívicos. En lugares como Tikal, los edificios
rituales del Preclásico, en áreas circundantes, se convirtieron en los focos de desarrollo
de núcleos residenciales satélites. En los lugares alejados de los grandes centros, como
en la región de los lagos de Petén y gran parte de Belice, la población parece haber
declinado. Los artefactos de este período no se encuentran, a menudo, en restos de
construcción; sin embargo, esto puede sugerir que la declinación se haya producido en
diferencias de material y estilo arquitectónico.

En el Período Clásico, en general, las excavaciones en Tikal, El Ceibal y otros lugares


han documentado una larga ocupación de complejos residenciales individuales,
presumiblemente por el mismo linaje o grupo familiar que, por lo regular, cubría
muchos siglos. La mayoría de tales complejos consistía de múltiples edificios
dispuestos alrededor de plazas, donde aún se erigían viviendas individuales encima de
bajas plataformas cubiertas de estuco. Los edificios mismos presentaban una variedad
de materiales, formas y grados de elaboración (desde simples construcciones de troncos
con techos de palma, hasta edificios abovedados de mampostería) que posiblemente
reflejaban las diversas categorías sociales y económicas de los habitantes.

Rodeados de tan variadas residencias, los centros cívicos del Período Clásico se
transformaron en ciudades cuya arquitectura se planificaba alrededor de una familia
gobernante y para su exaltación. Por ejemplo, en Tikal (Ilustración 174) se construyó la
Acrópolis Norte como un complejo funerario para las dinastías del Clásico Temprano.
Adyacentes a este complejo estaban los lugares residenciales y administrativos de los
gobernantes, como la Estructura 50-46, en el corazón de la Acrópolis Central. Estos dos
tipos de complejos, juntamente con las plazas públicas y diferentes instalaciones rituales
(en especial campos para juego de pelota), formaron el corazón de los centros, en las
Tierras Bajas, durante el Período Clásico. Sus posiciones relativas probablemente tenían
un significado simbólico, que marcaba a todo el centro como un mapa del cosmos en
miniatura, en el que el gobernante ocupaba la posición central. Los grupos de pirámides
gemelas, construidas en Tikal, en el Clásico Tardío, señalan particularmente este
simbolismo. Al norte de la plaza de cada grupo se colocaba una estela, con el retrato del
gobernante en una posición celestial metafórica, con la cual se le deificaba. Otros
elementos de los asentamientos, tales como depósitos de agua, muros de tierra para la
defensa e instalaciones agrícolas, se hacían y mantenían bajo el auspicio del gobernante,
quien, al hacerlo, mostraba su autoridad y la reforzaba.

El Clásico Tardío fue la cúspide en cuanto a crecimiento de población, con un cierto


número de ciudades que excedían los 10,000 habitantes. La población estaba distribuida
sobre una amplia diversidad de ambientes: desde las tierras un poco más elevadas, como
Tikal o El Ceibal, a lugares situados en las márgenes de los lagos, o en las tierras
montañosas del sureste de Petén, y en las áreas intermedias. La mayor parte de estas
zonas ya habían estado ocupadas anteriormente, pero con el incremento de población
hubo más demanda de tierra. Algunas regiones, como el valle Rosario, de Chiapas,
aparentemente se colonizaron en ese tiempo. La evidencia muestra que el aumento de
competencia por la tierra y los recursos se acompañó de guerras y de la
sobreexplotación del ambiente. Lo anterior aparece demostrado muy dramáticamente en
la región de Petexbatún, donde imponentes fortificaciones defensivas protegían los
sitios Dos Pilas, Punta de Chimino y Aguateca. Las construcciones apresuradas, que
evidencian que Dos Pilas fue sitiado, fueron las últimas construcciones de este centro
cívico. La degradación de los suelos y la vegetación han sido especialmente
documentadas en la región de los lagos de Petén y Copán, y en el primero de éstos, las
tierras y el paisaje no se han logrado recuperar completamente hasta el presente.

Patrones de Asentamiento durante el Postclásico


Al final del Período Clásico, la mayoría de los centros sufrió una despoblación y un
colapso gubernamental. En muchas regiones, el subsiguiente Período Postclásico
continuó como un lapso de dislocación y trastorno social.

Costa Sur y vertiente del Pacífico

Como se anotó anteriormente, casi no existe evidencia de asentamientos en la Costa Sur


durante el Postclásico Temprano (900 - 1300). A lo largo de este período, sin embargo,
la información histórica y lingüística indica que hubo poblaciones invasoras, incluyendo
a los pipiles (hablantes del náhuat) que pasaron y se asentaron en algunas partes de esta
región. En El Salvador se han identificado algunos de sus sitios de ocupación, que se
fechan en el Postclásico Tardío (1300-1520) e inicios del período colonial. Los restos
arquitectónicos de Cihuatán, al sur del centro de El Salvador, sugieren patrones de
asentamiento que reflejan marcadas distinciones sociales, en los que la élite vivía en
complejos de acceso restringido, cercanos al recinto del templo central. Otras
poblaciones del Postclásico Tardío, en esta región de diversidad étnica, todavía
necesitan un mayor estudio, tanto de las fuentes arqueológicas como documentales.

Tierras Altas

El Postclásico fue un período de turbulencia en las Tierras Altas mayas, y la


localización de los centros de asentamiento reflejan tal inestabilidad al haberse
desplazado los sitios hacia las cimas de las colinas. Sin embargo, el acceso a los
corredores de comunicación continuó siendo importante para determinar la localización
de un asentamiento. Mucha información en cuanto a la forma de los asentamientos
puede obtenerse en los documentos sobre los grupos históricos. El estudio de Suzanne
W. Miles, sobre los pokomames protohistóricos, fue pionero en cuanto a la
investigación de este tópico.

Las nuevas formas de arquitectura civil, que aparecieron en este período, incluyen las
pirámides dobles y las casas largas o templos. Las casas largas con columnatas eran la
sede del consejo de los linajes gobernantes, entre los quichés y otros grupos poderosos
de las Tierras Altas, al momento de la conquista española; pares de largas casas-templos
conformaban el núcleo de la capital quiché de Gumarcaaj o Utatlán (Ilustración 29).
Aunque los edificios con columnatas, e incluso las casas del consejo, se conocen en
relación con el Clásico Tardío (por ejemplo, Copán), John Fox trazó el origen principal
de estas largas casas-templos en pares, desde las poblaciones de la Costa del Golfo,
durante el Clásico Tardío. Este autor argumenta que estaban asociadas tanto con los
grupos de familias poderosas como con rituales del ciclo solar. Al trazar la distribución
de ésta y otras formas de asentamiento, en el tiempo y en el espacio, Fox ha bosquejado
la historia de los grupos migratorios, antepasados de los quichés de las Tierras Altas y
de los itzaes de Petén y Yucatán.

Tierras Bajas

El colapso de los grandes centros del Clásico fue catastrófico en muchas formas, pero
no significó el final de los asentamientos en las Tierras Bajas. En algunos lugares, como
en Lamanai, al norte de Belice, fueron sutiles los cambios de población y prosperidad.
En el corazón del área que había sido habitada durante el Clásico, sin embargo, muchas
poblaciones del Postclásico se concentraron en islas, como sucedió en la región de los
lagos de Petén, talvez en parte con fines de defensa. La gente, en grupos más reducidos,
se hallaba dispersa a través de todo el territorio, muy a menudo reocupando ciertos
lugares con los remanentes de ocupaciones anteriores.

Las distintas prácticas en la construcción, más la falta de agrupamientos alrededor de


patios, en los sitios del Postclásico, contrastan marcadamente con los patrones de
construcción y de asentamiento anteriores. También proveen evidencia de que habían
ocurrido cambios radicales en la organización sociopolítica. Las familias extendidas que
formaban grupos alrededor de patios, durante el Clásico, que conservaron las tierras por
muchas generaciones y que ocuparon los complejos residenciales por largos períodos,
dieron lugar a familias más pequeñas con menos cohesión, que ocuparon áreas agrícolas
durante el Postclásico. Estas familias vivían en estructuras simples, generalmente salas
individuales o en pares, hechas de materiales perecederos, sobre plataformas de un solo
nivel. Asimismo, la arquitectura de las familias gobernantes y los recintos cívicos
sugieren marcados cambios en la vida ritual y política, en comparación con el Clásico.
En el Postclásico se encuentra una variante de las alargadas casas-templos, de Petén, en
sitios de las Tierras Bajas, como Topoxté. (Ilustración 175). Don Rice argumenta que
esta apertura colectiva, más el involucramiento implícito de muchos participantes en el
ritual y la gobernación, contrasta con la administración dinástica y los rituales más
restringidos que se dieron durante el Clásico. Rice, de acuerdo con Fox, opina que las
formas de asentamiento y la organización social del Postclásico se derivaban, en parte,
de las poblaciones de la Costa del Golfo.
Conclusiones
Las formas y localización de los asentamientos mayas variaron grandemente en el
tiempo y en el espacio. Como en todas partes, los mayas mostraron una preferencia
fundamental por asentarse en tierras productivas cercanas a fuentes de agua y otros
recursos básicos. Pero más allá de esta generalización, es claro que muchos otros
factores moldearon la naturaleza de los asentamientos para producir un rico y variado
mosaico. El cambio de los aspectos económicos y políticos, algunas veces originados
localmente, pero que muchas otras involucraban poblaciones a cientos de kilómetros de
distancia, fueron la causa de que la gente modificara la forma y los lugares para vivir.
Las orientaciones simbólicas muchas veces influyeron en la forma de los edificios y en
su disposición en los sitios. Todavía no se sabe todo lo relacionado con los factores que
deben haber condicionado los asentamientos humanos, mayas o de otras culturas. Pero
el estudio de los patrones de asentamiento ya ha probado ser de gran valor para
interpretar el pasado maya, y de igual manera se continuará progresando en el futuro.
EDGAR CARPIO REZZIO

Industrias Líticas

El estudio de los artefactos utilizados como herramientas ha proporcionado una


apreciable información sobre el desarrollo tecnológico y cultural de la humanidad. En
su calidad de elementos de la cultura material, son resultado y reflejo del conocimiento
adquirido por el hombre. Entendida como el conjunto de los conocimientos técnicos y
científicos aplicados a la industria, la tecnología, es, según Leslie White, un fenómeno
inherente a las culturas y, por lo tanto, un factor de evolución cultural. La Arqueología,
como ciencia social, estudia sistemáticamente los restos culturales, entre los que se
incluyen las herramientas, para poder establecer los procesos sociales de las sociedades
extintas y su desarrollo histórico. Desde muy temprano, en sus inicios, el hombre tuvo
que aprender por experiencia que las piedras, un recurso abundante en la naturaleza,
eran adecuadas para ser usadas como herramientas, y también como materia prima para
la fabricación de artefactos. Solamente después de lograr técnicas apropiadas, se halló
en disposición de fabricar las herramientas necesarias para las tareas específicas que se
le presentaron.

Desde la década 1960 hasta el presente, los arqueólogos especialistas en Mesoamérica


han puesto mucho interés en el estudio de los artefactos de piedra, principalmente por
considerarlos una fuente valiosa de información.

En Arqueología, se denomina lítica al conjunto de artefactos elaborados de piedra, que


las sociedades prehispánicas utilizaron principalmente como herramientas. La
importancia capital de la lítica radica en que el material constituye un elemento muy
duradero y, por lo tanto, de lo más representativo en el registro arqueológico. Su estudio
permite a los arqueólogos rescatar información valiosa para conocer actividades y
procesos económicos en los que estuvieron inmersas las sociedades que existieron antes
y después de la conquista española. Gracias a las computadoras y los programas
estadísticos para manejo rápido de gran cantidad de información, y también a las
modernas técnicas de laboratorio, se ha abierto la posibilidad de hacer estudios más
intensos sobre lítica, en el contexto de la Arqueología. Aspectos como producción,
distribución, comercio, niveles de desarrollo tecnológico y división del trabajo, pueden
entenderse por medio de la lítica.

William R. Fowler ha destacado el papel que desempeña la lítica en la reconstrucción


del proceso cultural, a través de cuatro aspectos principales: 1) conducta de manufactura
y tecnología de producción; 2) especialización artesanal; 3) función de las herramientas;
y 4) redes de intercambio, de tipo local y a larga distancia. Los estudios de lítica han
adquirido tanta importancia como los de otros materiales del registro arqueológico,
especialmente porque la lítica, en la mayoría de los casos, es un componente de las
actividades económicas y no sólo un objeto creado como último propósito.

La abundancia de recursos pétreos permitió no sólo que los grupos humanos dispusieran
de materia prima para la elaboración de herramientas, sino que, en un momento
determinado y con cierto grado de desarrollo tecnológico, se pudieran elevar los niveles
de producción de artefactos, y con ello lograr satisfacer la demanda local, así como un
excedente de productos destinados al comercio o el trueque por otro tipo de bienes no
disponibles en el medio. El consumo de este tipo de artefactos se asocia, a la vez,
principalmente con labores de producción y consumo de alimentos. Tanto herramientas
para corte de carne y vegetales, como artefactos líticos para la molienda y el
procesamiento de granos, constituyen el principal equipo tecnológico del que
dispusieron los antiguos habitantes del actual territorio de Guatemala, y de allí su
importancia y gran valor en la reconstrucción de los antiguos procesos históricos. A los
artefactos citados es preciso agregar las puntas de proyectil, armas indispensables para
la caza y la guerra. Es necesario agregar, asimismo, aunque no como herramientas,
ciertos artefactos elaborados con fines ornamentales, los cuales, por su producción y
tecnología, corresponden a la industria lítica.

En primer término se aborda el tema de los recursos geológicos y minerales con que
cuenta Guatemala, y que permitieron la disponibilidad de materia prima para la
elaboración de artefactos. Se consideran las características de los minerales, así como la
conformación y ubicación de los yacimientos y canteras. Posteriormente, se enfocan las
industrias líticas propiamente y la producción de artefactos. Por último, se analiza, de
modo somero, la información referente a los principales centros productores de la época
prehispánica y la utilización de las herramientas. Se incluye, asimismo, una pequeña
descripción de las aplicaciones modernas de algunas materias primas y artefactos.

Materias Primas y su Distribución Geográfica


Guatemala posee una gran diversidad de recursos geológicos, los cuales se encuentran
distribuidos a todo lo largo y ancho del territorio. De oeste a este, éste está cruzado por
un arco de rocas cristalinas y sedimentarias paleozoicas y mesozoicas, que se extiende
desde Chiapas hasta el Mar Caribe. De noroeste a sureste existe un alineamiento de
rocas volcánicas terciarias recientes, el cual es acentuado por una hilera de conos
cuaternarios.

Las materias primas usadas en la lítica fueron rocas de origen ígneo, metamórfico y
sedimentario, así como diversos minerales. Entre éstos podemos mencionar obsidiana,
pedernal, jaspe, basalto, andesita, cuarzo, pirita, serpentina, turquesa y jade, de los
cuales la obsidiana, el pedernal, el basalto y el jade, llegaron a constituir la materia
prima de las principales industrias líticas.

La obsidiana es un vidrio volcánico de fractura concoidal. Por lo general, es de color


negro lustroso con reflejos metálicos, pero ello puede variar según las características
químicas de la fuente o yacimiento, como en la riolita y dacita. En Guatemala se
localizan variedades en negro, gris, gris verdoso y café. La obsidiana suele formarse por
el rápido enfriamiento de ciertos tipos de lava que tienen un alto contenido de sílice. Sus
características físicas la hacen apta para la fabricación de artefactos con bordes muy
filosos. En Guatemala existen tres yacimientos importantes de obsidiana: El Chayal, en
el Departamento de Guatemala; San Martín Jilotepeque, en Chimaltenango; e Ixtepeque,
en Jutiapa (Ilustración 176). Estas fuentes agrupan varios yacimientos y afloramientos,
que fueron explotados en épocas prehispánicas. Existen otros yacimientos menores,
como Tajumulco, en San Marcos; San Bartolomé Milpas Altas, en Sacatepéquez; Cerro
Chayal, en Jalapa; y Gris San Carlos, también llamado Sansare, en El Progreso. Las
fuentes de obsidiana se diferencian unas de otras por las propiedades físicas y químicas
de sus materiales, y por su tamaño, que oscila entre afloramientos discretos del tipo
derrame, hasta verdaderos yacimientos con grandes cantidades de materiales. También
existen las formaciones piroclásticas, en las cuales el material se halla en forma de
pequeños bloques expuestos en la superficie.

El pedernal constituye una variedad de cuarzo criptocristalino granudo, cuyo origen es


sedimentario, y se forma por precipitación química de sílice. Es una roca muy maciza y
compacta, que tiene propiedades semejantes al sílex. El pedernal es un resultado de la
concentración de caparazones de microorganismos con esqueleto silíceo. Suele
presentarse en dos variedades: el oscuro y el blanco, y la variación de colores obedece a
su composición química. Los yacimientos de pedernal se ubican en las Tierras Bajas de
Petén, y se encuentran intercalados con formaciones calizas.

El basalto es una roca ígnea extrusiva, y constituye la más abundante de todas las lavas.
Es una roca oscura, de color que varía de gris a negro, y de grano fino. Sus componentes
mineralógicos incluyen minerales claros (feldespatos plagioclasa) y oscuros, piroxenas,
olivino y otros. El basalto se localiza en las áreas de actividad volcánica de los
Departamentos de Chimaltenango, Quiché, Chiquimula, Guatemala, Huehuetenango, El
Progreso, Quetzaltenango y Sololá. Suele encontrarse en conos volcánicos y en mantos
de la corteza terrestre.

La andesita es una roca ígnea extrusiva relativamente clara, con estructura porfídica. Se
compone de minerales claros, oscuros y algunos componentes secundarios, como
hornblenda y piroxenas. La masa fundamental de la andesita es de grano fino. Suele
localizarse en áreas similares a las del basalto.

El jade agrupa a dos minerales muy similares en su apariencia y composición química,


que son la nefrita y la jadeíta. Ambas pertenecen a la clase mineralógica de los silicatos,
la cual incluye un gran número de minerales. No obstante, la jadeíta y sus variedades se
clasifican en el grupo de las piroxenas, mientras que la nefrita pertenece al de los
anfíboles. La jadeíta es un silicato de sodio y aluminio, que en el caso de la
cloromelanita tiene añadidos calcio, magnesio y hierro, lo que le da una coloración
verde oscuro. La nefrita es un silicato hidratado de calcio con magnesio y hierro. Su
color varía entre verde claro y oscuro, según la concentración de elementos. Los
minerales que constituyen el grupo denominado jade, se localizan en formaciones de la
cuenca del Río Motagua, en Manzanotal (o Manzanal), Usumatlán, El Progreso, y La
Palmilla, Zacapa.

Producción de Artefactos
Los antecedentes más tempranos de las industrias líticas de Guatemala se remontan al
Período Paleoindio, cuando se fabricaron diversos artefactos para la caza, como puntas
Clovis, y lascas de obsidiana. Sin embargo, a partir del desarrollo de la agricultura y la
vida sedentaria se comenzaron a manifestar con mayor fuerza las más importantes
industrias líticas, las cuales tenían como propósito la elaboración de artefactos y
herramientas de piedra, necesarios para realizar distintas labores, entre las que se
pueden mencionar el procesamiento de alimentos, el consumo de éstos y la elaboración
de bienes materiales. También se fabricaron artefactos usados como adornos o bienes
suntuarios.

Se designa como industria lítica prehispánica al conjunto de artefactos, que incluye


desechos de manufactura, según la materia prima utilizada, y también la serie de
procedimientos comunes y específicos para transformar el material. Sin embargo, en la
literatura arqueológica suele designarse a las industrias líticas de acuerdo con la
morfología del artefacto final; tal es el caso de la industria de metates, industria de
navajas prismáticas, etcétera. Por lo general, las industrias líticas se estructuraban y
funcionaban de acuerdo con una serie de procedimientos y acciones característicos, los
cuales se describen a continuación.

Procedimientos

El primer nivel en la industria lítica consiste en la selección de la materia prima que será
empleada en la producción de los artefactos. Esta actividad se desarrollaba en los
yacimientos, canteras o depósitos rocosos y mineralógicos, según la industria de que se
tratara. La extracción de la materia prima se efectuaba atendiendo a las características
del depósito. En el caso de la obsidiana, por ejemplo, si se trataba de una formación de
derrame, era necesario el trabajo de minería, es decir, la excavación de pozos, bocas o
túneles horizontales y oblicuos, para extraer el material. Por el contrario, si los
depósitos eran de origen piroclástico, entonces se procedía a seleccionar los bloques o
nódulos adecuados para el tallado. En el caso de la utilización de basalto y andesita fue
necesario el trabajo de cantera.

Seleccionada la materia prima se procedía a la preparación del material, una etapa que
consistía en la eliminación de toda clase de impurezas y rasgos que formaban parte de la
materia en su estado original. De esta manera se obtenía un bloque o trozo, apto para su
posterior tratamiento por las diferentes técnicas de manufactura. Por lo general, los
talleres de preparación se localizaban en las inmediaciones de los depósitos.

Los talleres de elaboración o manufactura, en el caso de las herramientas cortantes,


pueden ser divididos en dos clases, que serían secuenciales. En primer lugar, estaban los
talleres de preforma, en los cuales, como su nombre lo indica, se efectuaba un tallado
preliminar que confería cierta forma a los bloques, ahora llamados núcleos, que
permitían la posterior extracción de los artefactos finales de acuerdo con una diseño
preconcebido. Después estaban los talleres de producción, propiamente dichos, en los
cuales la tarea fundamental consistía en la elaboración de gran cantidad de artefactos, de
acuerdo con determinadas técnicas y con el fin de satisfacer la demanda. Estos talleres
se localizaban, por lo general, en las cercanías de centros urbanos, ya fueran éstos
centros políticos o zonas habitacionales. Con respecto a los distintos talleres, María
Soto de Arechavaleta señala la existencia de talleres primarios, en los cuales se cubrían
las primeras etapas de modificación de la materia prima. Después estaban los talleres
más especializados, en los cuales la materia prima llegaba preformada, adecuada
únicamente para la extracción de una gama reducida de productos. La autora citada
afirma que la importancia arqueológica de los talleres radica en que las distintas etapas
de reducción constituyen un dato de gran valor para interpretar el nivel de organización
del trabajo, en regiones donde existían talleres que funcionaban en cadena, lo cual
suponía una serie de implicaciones económicas y sociales, importantes para entender el
funcionamiento de un sitio o de una región.

En el caso de los metates, los talleres de preforma seguramente se ubicaban en un área


cercana a las canteras, por las dificultades de transporte de los pesados bloques de
materia prima. A este respecto, el trabajo etnográfico hecho por Patricia del Aguila, en
las comunidades de Nahualá y San Luis Jilotepeque, indica que los fabricantes de
metates realizaban una labor preliminar en las canteras, donde separaban los bloques
que eran tallados hasta alcanzar la forma deseada; posteriormente, sólo dos piedras de
moler y sus respectivas manos se transportaban de la cantera a la casa del artesano,
donde se conseguía el acabado final por medio de desgaste.

La tecnología de manufactura en las industrias líticas incluye una serie de técnicas


aplicadas sobre el material que debe ser transformado. Entre ellas figuran como las más
usuales, las de tallado o desbastado, que incluyen la percusión simple, la percusión
indirecta, la percusión bipolar y la técnica de presión (Ilustración 177). A éstas se
agregan el corte por abrasión, el pulido para desgaste y el microlasqueado. Estas
técnicas fueron utilizadas en forma aislada, o de manera conjunta, según el grado de
complejidad que abarcaba la industria. Por ejemplo, una industria como la de Navajas
Prismáticas podía incluir casi todas las técnicas mencionadas en las distintas etapas de
la producción.

Distribución

Los artefactos se distribuyeron principalmente a través del intercambio comercial propio


de las sociedades prehispánicas. Para ello se utilizaban los mercados urbanos, en los
cuales se ubicaban también los talleres, o bien, el intercambio a larga distancia,
desempeñado por mercaderes o comerciantes viajeros, quienes transportaban muchas y
diversas mercancías. Es preciso anotar que en ciertas sociedades prehispánicas y en
determinado momento histórico se practicó la redistribución de herramientas líticas.
Esto significa que un sector de la población, el grupo dirigente, tenía el dominio y
control sobre las mercancías intercambiables y se reservaba el derecho de redistribuirlas
a la población en general, de acuerdo con las actividades previstas. Estudios llevados a
cabo sobre materiales líticos, en la Costa Sur de Guatemala y en las Tierras Bajas de
Petén, indican una fuerte presencia de recursos de esa clase provenientes del Altiplano,
los cuales sin duda eran objeto del intercambio interregional de los recursos locales y de
la demanda de satisfactores económicos.

En las secciones anteriores se ha descrito la forma en que se organizaron las industrias


líticas a nivel general, pero cada industria lítica poseía sus particularidades, que es
necesario destacar en función de la importancia que tenía cada una en el marco de la
tecnología prehispánica y en las distintas actividades económicas colaterales.

Industrias

Metates
En la elaboración de metates o piedras de moler se empleaban, como materia prima,
rocas de gran dureza; por ejemplo, el basalto y la andesita, localizados en zonas de
actividad volcánica. El objetivo principal de esta actividad era la fabricación de
artefactos dedicados a la molienda de semillas o granos, como el maíz, básicamente. Las
llamadas piedras de moler, eran uno de los artículos básicos en la vida de las
comunidades prehispánicas. Los metates se hallan conformados por dos objetos que
constituyen el mismo conjunto tecnológico: el metate o 'piedra', sobre el cual se muele
el grano, y la 'mano', que es la pieza que se pasa sobre la superficie del metate, con el
objeto de triturar el grano y afinar la masa. Tales artefactos evolucionaron desde el
Período Arcaico, y fueron una de las herramientas de piedra más importantes en la
historia de la humanidad. Al principio fueron simples piedras planas o redondas, pero
después adquirieron una forma más regular, al igual que la herramienta de desgaste. La
forma varió a lo largo del tiempo, y se le agregaron algunos soportes y decoraciones,
con lo que algunos ejemplares se convirtieron en verdaderas esculturas de piedra. Las
técnicas utilizadas en la elaboración de metates incluyen la separación de bloques de la
cantera, el desbastado por percusión directa e indirecta, el picoteado y el pulido en el
acabado final. Para ello se empleaban percutores de piedra o mineral muy duro, y
cinceles del mismo material, probablemente cuarcita o serpentina, así como ciertos
abrasivos. Es importante destacar que la fabricación de metates es la única de las
industrias líticas prehispánicas que mantiene en la actualidad las características y
técnicas originales de manufactura, ya que aún se puede apreciar la elaboración de esos
utensilios en algunas comunidades del Altiplano guatemalteco, por ejemplo en Nahualá
(Sololá). Es una herramienta que sigue siendo utilizada mayoritariamente en
poblaciones rurales, al igual que el mortero, aunque éste en menor escala.

Navajas

La industria de navajas prismáticas tuvo como principal materia prima la obsidiana. Al


parecer, sus orígenes se remontan al Período Preclásico Temprano, pero alcanzó pleno
auge, como principal actividad económica de orden centralizado, en el Clásico
Temprano, cuando también estuvo condicionada por el acceso restringido a las fuentes
de materia prima. Las técnicas involucradas en esta industria fueron la percusión directa
y la presión. Los objetos obtenidos en la secuencia de la producción eran, en su orden,
nódulos o bloques, lascas de descortezamiento, macronúcleos, macronavajas y
macrolascas, núcleos prismáticos o poliédricos y, finalmente, navajas prismáticas, que
eran herramientas de corte (Ilustración 178). La técnica de presión se emplea a partir del
núcleo prismático, pues anteriormente en toda la labor se emplea la de percusión
directa. Entre los artefactos obtenidos en la secuencia figuraban también las lascas
utilizables y las navajas irregulares, las cuales, mediante procedimientos de retoque,
llegaban a convertirse en otros artefactos, como raspadores, hachas y puntas de
proyectil.

Las navajas prismáticas, como su nombre lo indica, son artefactos con aspecto de navaja
o cuchillo; son láminas largas que tienen dos bordes muy filosos cuando están recién
elaboradas y, en sección, tienen la forma de un prisma. Las partes que componen una
navaja son la plataforma o parte superior, el extremo distal o parte inferior, dos bordes,
por lo general con dos lomos o cúspides y tres caras en su parte anterior. En la parte
posterior son lisas, muestran las huellas de dirección del desprendimiento y poseen un
bulbo de percusión en la parte superior. Las navajas del primer anillo del núcleo, por lo
general, eran cortas, anchas, pesadas, y mostraban huellas de la percusión anterior. Las
últimas series de un núcleo eran navajas más finas, es decir, delgadas, livianas, largas y
bastante regulares. Por las características morfológicas, las de las primeras series eran
empleadas en tareas más fuertes, mientras que las últimas eran destinadas a propósitos
rituales u ornamentales.

La producción de navajas prismáticas integraba una serie de acciones secuenciales, que


se efectuaban en los distintos talleres descritos anteriormente. El producto final era
intercambiado y utilizado a niveles macro y microeconómicos, es decir, vinculado a
actividades de gran escala económica, como pudo ser la elaboración de artefactos con
otras materias primas, o bien, en el procesamiento de productos agrícolas y animales, así
como en tareas domésticas. Existe evidencia (por ejemplo, en el Lienzo de Tlaxcala) de
que, durante el Postclásico, se incrustaban fragmentos de navaja prismática en macanas
de madera, las cuales eran utilizadas como armas para la guerra. Sin lugar a dudas se
puede asegurar que la producción de navajas prismáticas constituyó la más compleja de
todas las industrias líticas prehispánicas de Mesoamérica, y fue una de las más
importantes actividades económicas vinculadas a la producción, distribución,
intercambio y consumo de bienes materiales.

Lascas

La elaboración de lascas representó la industria lítica más simple, y quizás la más


antigua, que se practicó en la época prehispánica en Guatemala. Existe evidencia sobre
la fabricación de lascas desde épocas arcaicas y durante todo el desarrollo de las
sociedades que habitaron la región. La forma de estos artefactos es muy parecida a las
conchas de mar. En la parte superior tienen el bulbo y la plataforma de golpe, y el resto
es un cuerpo redondeado con filo en toda la orilla (Ilustración 179a-b). El objeto de esta
etapa específica es la producción de lascas y desechos que se utilizaban como
herramientas para corte, raspado o rebanado de diversos materiales. La técnica
predominante era la percusión directa, indirecta y bipolar. Esta última constituye casi
una industria paralela, que tuvo gran popularidad en épocas tempranas como técnica de
desbastado sobre artefactos agotados. La obsidiana, el pedernal y otros materiales
menores, como jaspe y calcedonia, constituyeron la materia prima utilizada para la
elaboración de lascas. Los artefactos de esta industria incluyen nódulos, lascas de
descortezamiento, núcleos, lascas, navajas pequeñas de percusión, astillas columnares y
desechos. Por medio de retoque se obtenían puntas, hachas y raspadores. Por su
simplicidad, la tecnología de lascas tenía un carácter doméstico, y puesto que no
requería mucha destreza, cualquier individuo podía fabricar su herramienta. Asimismo,
por ser una actividad que se inició en épocas muy remotas, se encuentra asociada al
acceso libre a las fuentes de materia prima.

Puntas de proyectil

Las puntas de proyectil, más que una industria específica, constituye una actividad
paralela, es decir, colateral y derivada de la industria de lascas y de la subsecuente de
navajas prismáticas. La característica tecnológica de las puntas de proyectil es la técnica
de adelgazamiento por micropercusión. De esa manera, las puntas se fabricaban a partir
de productos secundarios de la secuencia de reducción. Se seleccionaban macrolascas o
macronavajas, a las cuales se aplicaba la técnica de adelgazamiento, en la cual se
utilizaban percutores de hueso, de piedra o de cornamentas, hasta alcanzar la forma
deseada (triangulares, tipo hoja de laurel, con espiga, muescadas, etcétera), siendo
bifaciales o unifaciales. Los artefactos finalizados se empleaban como armas en la
cacería, en la guerra y como elementos para reforzar el status social. También se
incluyen en esta industria las puntas de flecha, las cuales, elaboradas principalmente
sobre navajas prismáticas, alcanzaron su mayor profusión durante el Postclásico. Las
materias primas empleadas en la producción de puntas de proyectil fueron la obsidiana
y el pedernal. En el caso de la obsidiana, la calidad y las propiedades físicas del material
conferían un singular y especial acabado a las puntas.

'Excéntricos'

Aunque no se trata de herramientas o armas, los 'excéntricos' pueden ser incluidos en


este rubro, ya que eran elaborados con los mismos materiales y técnicas que las puntas
de proyectil. La característica principal de los llamados 'excéntricos' es que, de una
forma caprichosa, representan siluetas de personajes o formas animales; por lo tanto, su
nombre correcto debiera ser, 'siluetas'. Tales artefactos se asocian por lo general a
contextos ceremoniales y de élite, es decir, constituyen elementos de rango social.

Industria lapidaria

La industria del jade, también llamada industria 'lapidaria', se caracterizó por la


elaboración de artefactos empleados como ornamentos, y están representados por
cuentas de todo tipo, figurillas, orejeras, etcétera. Las técnicas incluían corte y
perforación. La percusión se hacía en las etapas preliminares para obtener los
fragmentos requeridos. El corte se lograba mediante desgaste por aserramiento, y para
ello se utilizaba cordel, cuñas o tabletas de madera, arenisca o pizarra, muy delgadas, y,
en ambos casos, abrasivos gruesos humedecidos. En la perforación se empleaban, por lo
menos, dos herramientas, que eran el perforador sólido y el hueco. El primero era hecho
de madera, hueso o algún mineral, y llevaba un mango; el segundo se hacía con una
caña silvestre. Con estos perforadores se taladraban cuentas, pendientes y orejeras, y el
detalle de algunas figurillas. También los objetos de jade solían ser tomados como
elementos para reforzar el estrato social.

Principales Centros Productores


Durante la época prehispánica existieron en Guatemala varios centros productores de las
industrias líticas mencionadas. Entre los más notables estaba Kaminaljuyú, que llegó a
desarrollar una de las más complejas industrias líticas, la de navajas prismáticas de
obsidiana. Estudios realizados por Joseph W. Michels y Luis Hurtado de Mendoza,
ponen de manifiesto la importancia económica que tuvo para Kaminaljuyú el control del
yacimiento de obsidiana El Chayal, así como la producción y distribución de los
artefactos de dicho material. Conrad A. Hay, efectuó un intenso estudio sobre la
obsidiana de Kaminaljuyú y la organización económica de este sitio. Según dicho
estudio, la producción de los artefactos se efectuó en distintos talleres controlados de
manera centralizada, y los artefactos fabricados, ya fuera en matrices (núcleos) o como
artefactos acabados (navajas) se distribuyeron en toda el área maya, y aun más allá,
alcanzando gran parte de Mesoamérica. El sitio Papalhuapa, en el Departamento de
Jutiapa, fue uno de los principales centros productores de artefactos de obsidiana a
finales del Clásico y durante el Postclásico. Existen aún los restos de algunos talleres
con abundante material elaborado y de preparación. La industria de lascas se desarrolló
en casi todos los asentamientos con acceso a materias primas o a la distribución de
éstas. Fue practicada en el Altiplano, en la Costa del Pacífico y en las Tierras Bajas. En
las dos primeras regiones se fabricaban herramientas de obsidiana, y en la última se
empleó pedernal y obsidiana. Tikal puede considerarse como un centro productor de
herramientas de pedernal, y también de puntas de proyectil y siluetas de obsidiana y
pedernal. Hattula Moholy-Nagy señala las características de la lítica de Tikal,
especialmente de los artefactos de obsidiana. Se cree que la obsidiana llegaba a Tikal,
durante el Período Clásico, en forma de núcleos poliédricos, a partir de los cuales se
fabricaban las navajas. Los despojos de la producción eran empleados en la elaboración
de artefactos trabajados de manera secundaria como 'excéntricos', bifaciales, raspadores
y obsidianas incisas.

En relación con la lítica en general, los estudios de María Elena Ruiz ponen de
manifiesto la variedad de los artefactos presentes en Tikal y el tipo de actividades
realizadas en torno a su producción. De acuerdo con los instrumentos examinados, la
autora infiere actividades de manufactura lítica especializada, la cual tiene una
explicación directa relacionada con los excedentes y la escasez de productos. Es
indudable que con recursos locales y con materia prima importada del Altiplano, los
artesanos de Tikal trabajaban industrias líticas muy especializadas, que permitieron, por
un lado, cubrir los requerimientos de herramienta y, por otro, atender la producción de
artefactos suntuarios para uso e intercambio.

En relación con el jade eran importantes los centros asentados en las márgenes del Río
Motagua, cercanos a los yacimientos mineralógicos. El sitio Guaytán, en San Agustín
Acasaguastlán, fue uno de los productores de artefactos de jade, que se distribuían en
toda al área maya. Es importante notar que el sitio de San Agustín Acasaguastlán
funcionaba como un centro de producción industrial de jade, el cual se trasladaba a otras
áreas de Mesoamérica. La determinación de numerosos talleres, gracias a la presencia
de grandes cantidades de desechos de jade y otros materiales, como obsidiana, hace
suponer a Gary Rex Walters la notable elaboración de artefactos en Guaytán, un
importante centro productor de artefactos y de tallado de jade durante el Período
Clásico.

Conclusiones
La lítica constituye, sin duda, un valioso recurso arqueológico que permite conocer y
entender la forma en que el hombre antiguo se organizó tecnológicamente para enfrentar
y transformar la naturaleza, de acuerdo con las necesidades sociales cada vez más
complejas. La diversidad de las industrias de piedra y de las herramientas, pone de
relieve la creciente complejidad económica que fueron alcanzando las sociedades
prehispánicas, y la forma en que el hombre supo disponer de los recursos a su alcance.
Esta es una clara evidencia de organización, en torno a actividades económicas
realizadas por grandes contingentes humanos que estuvieron vinculados a tareas
específicas de producción, distribución, intercambio y consumo de bienes. Las
actividades desarrolladas a través de la utilización de la lítica ponen de manifiesto el
hecho de que las poblaciones prehispánicas poseían cierta especialización económica, y
de que determinados sectores sociales, como los artesanos, estaban dedicados a la
producción de los artefactos que se convertirían, mediante su uso, en satisfactores de
necesidades. Indican, asimismo, la presencia de un sector encargado de la distribución o
comercialización de los artefactos o herramientas, con lo cual se cubría la demanda
local y regional. Finalmente, se demuestra la existencia de un sector consumidor, el cual
puede subdividirse en especializado y no especializado. El primero, seguramente estuvo
integrado por los artesanos de los talleres de producción de otros artefactos (madera,
pieles, cerámica, etcétera); por el encargado de áreas de preparación de alimentos; o
bien, por el grupo ceremonial que utilizaba los artefactos con fines rituales. Por otro
lado, el sector no especializado era, sin duda, el que usaba los artefactos en las tareas
domésticas cotidianas. El investigador, por lo tanto, principalmente el arqueólogo,
dispone, mediante el estudio de la lítica, de la información que le permite establecer y
reconstruir procesos económicos y sociales inherentes al desarrollo de las sociedades
prehispánicas. Los objetos fabricados, por otra parte, constituyen una herencia
abundante de cultura material, que se extiende en el tiempo y en el espacio.

En la actualidad, la gran mayoría de las herramientas líticas de la época prehispánica


han desaparecido o han dejado de funcionar; a excepción de los metates, las
herramientas de corte y otras más, tuvieron que ceder su lugar, durante el proceso de la
Conquista y de la Colonia, a las herramientas fabricadas de hierro y otros metales de
mayor dureza y durabilidad, así como a las armas modernas que se usan en la caza, y a
otros elementos de una tecnología más desarrollada. Actualmente se utilizan únicamente
algunas de las materias primas que se emplearon en épocas pasadas, especialmente la
obsidiana, la cual se aprovecha como elemento decorativo incrustado en paredes, pisos
y macetas. También se utiliza el jade en la fabricación de adornos, cuentas, aretes,
figurillas, mosaicos, y otros objetos. Gracias a la tecnología moderna, se obtienen piezas
de gran acabado. Sin embargo, no superan en su valor estético a aquellos artefactos
prehispánicos que se fabricaban con una tecnología más simple.
MARION POPENOE DE HATCH

La Cerámica Arqueológica

A juicio de la autora de este ensayo, la cerámica forma el corazón y el alma de la


Arqueología mesoamericana. La cerámica, quizás más que cualquier otro elemento
arqueológico, refleja el comportamiento de la sociedad como un todo, su
condicionamiento cultural y su desarrollo evolutivo. Cuando se observa una vasija de
significación arqueológica se establece una relación con una persona que vivió mucho
tiempo atrás, que tenía personalidad, talento e ideas, pero que también estaba sujeta a
las reglas culturales de su época. Se puede decir algo respecto de la manera en que esa
persona elaboró la vasija, cómo se usaba ésta, el grado en el que llevaba consigo las
tradiciones locales o reflejaba influencias foráneas, si estaba destinada al consumo de la
aristocracia, si tenía propósitos domésticos, si el artesano (o artesana) atendía
regulaciones estrictas, o si tenía libertad para innovar. En este sentido, a menudo se dice
que la cerámica 'habla' acerca de los alfareros antiguos y del mundo en que éstos
vivieron.

Para el coleccionista de arte precolombino, las vasijas cerámicas representan tesoros


raros, dignos de guardarse y mostrarse en vitrinas, donde pueden ser apreciados por su
belleza y por la maestría evidente del artesano. El arqueólogo también admira estas
cualidades artísticas y respeta la antigüedad de una vasija, pero su apreciación sobrepasa
las meras apariencias. La cerámica es específica de cada población, pero a lo largo del
tiempo es afectada por un proceso de cambio continuo. Por esta razón, el análisis de la
cerámica de carácter arqueológico, aunque se reduzca sólo a fragmentos quebrados
obtenidos de basureros, indica algo de la identidad de la población asociada; por
ejemplo, la época en que ésta estuvo allí, por cuánto tiempo, con quiénes mantuvo
relaciones, y el tipo de cambios a que estuvo sujeta. La cerámica también indica la
función del sitio, la organización de la sociedad y, en algunos casos, el origen de la
población, la dirección de sus emigraciones, si es que éstas se produjeron. Los
arqueólogos que analizan la cerámica se familiarizan tanto con todos los detalles y las
modificaciones menores que se presentan a través del tiempo, que aun los cambios más
pequeños pueden darles claves importantes para identificar los procesos que ocurrieron
en el conjunto de una sociedad.

La Cerámica Moderna de Guatemala


En la Mesoamérica antigua y moderna, la elaboración de cerámica ha sido uno de los
medios de adaptación al ambiente, ya que responde a las necesidades de preparar,
almacenar, transportar y servir alimentos. En los lugares en los que se dispone de
arcillas apropiadas, los especialistas pueden dedicar su tiempo a la manufactura de
cerámica, y ésta se puede intercambiar por otros bienes. La mayor parte de la cerámica
nativa se produce actualmente para uso local, y refleja una larga tradición de técnicas de
manufactura, de hábitos culinarios y alimenticios, y de preferencia de estilos.
El proceso de elaboración de una vasija no es simple. La composición del barro y las
técnicas se combinan para hacer de la cerámica una de las producciones más complejas
del hombre. La variedad de las arcillas, su química y mineralogía son muy diferentes, y
las técnicas usadas por el alfarero son igualmente diversas. Para facilitar su manejo, el
barro debe acondicionarse para que sea muy plástico y se le agrega el desgrasante
apropiado. Tanto la formación de la vasija como su cocción son procesos
extremadamente delicados, que requieren experiencia y cuidado.

Para los arqueólogos que estudian la cerámica es importante observar las técnicas de los
alfareros indígenas y sus actitudes hacia su trabajo, pues en muchos aspectos ellas
difieren de las del mundo occidental. La tradición de este último mantiene un enfoque
práctico, objetivo y tecnológico sobre la manufactura de la cerámica; el propósito es
transformar la naturaleza del barro por medio de un proceso mecánico y rutinario. Para
el alfarero indígena, en cambio, la relación con el barro es más íntima. El barro es
considerado por el indígena como una parte integral de la naturaleza; como algo que
tiene su propio carácter y que se resiste a su transformación, como lo hace cualquier ser
viviente. Se dice que 'tiene su modo', que a veces 'no quiere' y que hay que 'ayudarlo a
componerse'. Por ello es importante que el arqueólogo especializado observe al indígena
en el proceso de elaborar cerámica (Ilustración 180), que se fije en el momento en que
sus manos experimentadas moldean la masa de barro hasta conseguir, en ésta, una
consistencia elástica, y así, guiar su forma, manipular las partes, alisar, pintar y mojar la
superficie; que sea el momento propicio, además, en que se agrega barro adicional y las
manos sellan, presionan, empujan y desbastan, en un proceso en el que se pasa
rápidamente de un paso al siguiente. Las herramientas, simples pero sorprendentemente
adecuadas, incluyen un trapo mojado, un olote para trabajar el exterior de la vasija, una
rodaja de tecomate o una tapadera de lata para desbastar el interior, una piedra lisa para
pulir la vasija cuando está seca, hasta conseguir una textura de cuero duro. Por lo
común, se cocen o se queman las vasijas durante una hora, en una hoguera hecha con
ramas. Estas tradiciones de manufactura de cerámica han perdurado durante siglos.

Una investigación sobre los centros productores de cerámica realizada en la década


1970, mostró que las técnicas de manufactura varían de unos a otros grupos étnicos
(Ilustración 181). Los autores Rubén E. Reina y Robert M. Hill identificaron seis
categorías de técnicas básicas en la manufactura de cerámica, a las más comunes de las
cuales se alude a continuación. La técnica de orbitar es utilizada por los quichés
(k'iche's) y cakchiqueles (kaqchikeles). En este método, el alfarero se mueve en
dirección circular alrededor del bloque de barro, el cual levanta entre ambas manos para
formar la pared de la vasija (Ilustración 182). En lugar de sentarse y rotar la vasija, la
pieza está fija y el propio alfarero funciona como un torno. Si es necesario, se agregan
bodoques sucesivos de barro, para ir elevando más la pared de la vasija. Los
pokomames (poqomames) usan otra técnica, que consiste en presionar el barro en un
molde convexo para formar la base de la vasija. Los chortíes usan un molde plano,
construyen la vasija hacia arriba y desde una base plana, y utilizan una variedad de
técnicas suplementarias. Los kanjobales (q'anjob'ales), mames, pokomchíes
(poqomchi'es) y xincas (xinkas) utilizan la técnica de molde cóncavo basal, por la cual
presionan un disco de barro dentro del molde, para formar la parte inferior de la vasija.
Reina y Hill opinan que la técnica de 'orbitar', usada por los quichés y cakchiqueles, es
más tardía que las técnicas de moldes cóncavo y convexo. Ellos creen que este método
es intruso en la región del Altiplano, donde ya se practicaba la técnica de molde
cóncavo basal.
Inicios de la Cerámica
En vista de que la cerámica es pesada y quebradiza no ha sido adoptada por poblaciones
que se mueven periódicamente o que migran de una región a otra. Por ello, la cerámica
más antigua aparece en el registro arqueológico cuando las poblaciones se vuelven
completamente sedentarias, ya porque practicaran la agricultura o porque habitaran una
región que les proveía de suficientes recursos durante todo el año; por ejemplo, las
playas de un lago o el sistema de esteros que pueden explotarse sin recurrir a
migraciones estacionales. No se sabe cómo se inventó la cerámica, pero es evidente que
apareció en muchos lugares del Viejo y del Nuevo Mundo, y que no existe un lugar
único desde donde se hubiera dispersado al resto del mundo.

A pesar de que no hay evidencia directa sobre la manera en que se inició la manufactura
de cerámica, puede asumirse que el principio de cocción del barro se conocía desde
tiempos muy antiguos. El hombre fácilmente pudo haber observado que el barro
alrededor del fogón se calentaba y se quemaba, y formaba por ello núcleos sólidos y
duros. En muchos casos, en las antiguas prácticas para cocinar se empleaban canastas
forradas con barro, en las que colocaban piedras calientes para calentar sopas u otros
líquidos. En muchas ocasiones, la canasta pudo haberse quemado, dejando intacto el
forro de barro. El siguiente paso lógico pudo ser la manufactura de una vasija de barro.
La superficie de algunas vasijas antiguas de la Costa Sur de Guatemala y de Chiapas,
como las de la Fase Cuadros, y también otras de la Tradición Woodland, del noreste de
Estados Unidos, a menudo simulan el tejido de una canasta, lo que sugiere que cocinar
en canastas forradas de barro pudo haber sido el antecedente más inmediato de hacerlo
en vasijas de cerámica colocadas directamente sobre el fuego.

Tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, con frecuencia las figurillas de barro
cocido preceden a las vasijas más antiguas. En el Viejo Mundo, las figurillas de barro
aparecen en Jarmo, en el Kurdestan iraquí, alrededor de 6700 AC. En el suroeste de
Asia la cerámica se generalizó alrededor de 6500 AC. El Lejano Oriente pudo ser una
excepción, pues en Jomon, Japón, la cerámica apareció en 10,000 AC, pero todavía no
hay evidencia de figurillas de barro en el área, antes de dicha fecha. Por supuesto, en el
Paleolítico Superior, las figurillas hechas en hueso, marfil y piedra ya eran comunes en
los inventarios culturales.

En el Nuevo Mundo, la cerámica más antigua proviene de la costa norte de América del
Sur. La cerámica aparece en el sitio Valdivia, Ecuador, en 2700 AC. La de Puerto
Hormiga, sobre la costa de Colombia, tiene una fecha de 3100-2500 AC. En
Mesoamérica, en el sitio Zohapilco, ubicado en el valle de México, se descubrió una
figurilla de barro cocido, cuya fecha llega casi a 3000 AC (2920 ± 120 AC). En el
Estado de Guerrero, México, se encontró un complejo cerámico completamente
desarrollado, con una fecha que se aproxima a 2500 AC, y otro más en el valle de
Tehuacán, en Puebla, con una fecha de 2300 AC. De la evidencia, se puede inferir que
en Mesoamérica se conocía la técnica de manufactura de cerámica alrededor de 2500
AC, aunque hubo una demora sustancial antes de que se convirtiera en una práctica
común.
Pudo ser que, en las etapas iniciales de manufactura, se considerara que la cerámica era
demasiado difícil de elaborar como para dedicarla al uso diario; y que, por esta razón, se
le reservara solamente para atender la demanda de la aristocracia. Esta idea es apoyada
por la cerámica más antigua del sur de Mesoamérica, la de la Fase Barra, en Chiapas (c
1500 AC), la cual, probablemente, es la más fina que se conoce de los tiempos
precolombinos. La cerámica Barra de ninguna manera representa los inicios toscos de
una artesanía hecha por técnicos que empezaban a experimentar. Las vasijas son
extremadamente sofisticadas, hechas por verdaderos especialistas (véase Lámina 12).
John E. Clark y Michael Blake sostienen que tal talento artístico fue empleado por una
élite emergente, que demandaba objetos exóticos para reforzar su nivel en la comunidad
y que deseaba mostrar su riqueza al tener los objetos más raros y costosos. Con el
tiempo hubo demanda de cerámica en un segmento mayor de la población, el cual
deseaba emular las prácticas de la élite. Se adoptó, entonces, un procedimiento más
sencillo para elaborar la cerámica, con el propósito de lograr que fuera más fácil y
barato conseguirla, y que, al mismo tiempo, tuviera una apariencia menos exótica y una
función más utilitaria. Alrededor del Preclásico Medio, c 800 AC, las vasijas de
cerámica cocida se usaban en la mayoría de regiones de Mesoamérica.

Cerámica Fina y Cerámica Utilitaria


Con el propósito de analizar la manera en que la cerámica refleja el desarrollo y el
cambio cultural, es necesario distinguir entre las vajillas finas y las vajillas utilitarias.
Las primeras son usadas como vasijas de servicio, para comer, para ritos y ceremonias,
etcétera. En su manufactura se enfatizan los valores estéticos, así como la función, por
lo que generalmente son engobadas y decoradas. Las vajillas utilitarias se usan para
cocinar, llevar, almacenar, etcétera. En su manufactura se destaca la función, y hay
menos interés en el atractivo estético, aunque pueden tener decoración. Las vajillas
utilitarias, por lo común, eran manufacturadas localmente, y no se difundían a grandes
distancias, salvo que estuvieran asociadas a un producto exportado. Por el contrario, las
vajillas finas, como objetos preciados, podían exportarse a áreas distantes, y se
encuentran, con más frecuencia, en las viviendas de la élite. Había más variedad en las
vajillas finas, ya que, hasta cierto grado, éstas se seleccionaban por su belleza. En ellas
se puede apreciar innovación, originalidad y destreza; y aun la representación de una
fuente de prestigio. Por su producción más costosa, y porque eran objeto de un
comercio más amplio, las vajillas finas tienden a ser imitadas y manufacturadas en
centros alejados de su lugar de origen. Mientras que las vajillas utilitarias corresponden
a los segmentos dedicados al trabajo y a la producción, las vajillas finas simbolizan el
sector que las usaba.

Bajo condiciones normales, las variaciones de estilo surgen con lentitud en las vajillas
utilitarias, porque éstas se encuentran directamente relacionadas con la función y el
trabajo de la rutina diaria. A menos que se presente un cambio en el uso de la vasija, las
variaciones tienden a ocurrir muy gradualmente a través de una evolución interna. La
tecnología es el resultado de una larga tradición, pero al pasarla de una generación a la
siguiente pueden ocurrir desviaciones menores, las cuales son inconscientes y no
apreciables de inmediato. En el curso de varias generaciones pueden ser visibles, en el
registro arqueológico, las alteraciones en forma, acabado o decoración, aunque la
función de la vasija no haya cambiado y los rasgos básicos que la definan aún sean
reconocibles. Por ejemplo, a pesar de que el artesano esté estrictamente adherido a
reglas culturales relacionadas con la manufactura, al aplicar, inconscientemente, más
presión con los dedos, puede ocurrir, después de varias generaciones, una alteración en
el ángulo del cuello del cántaro, en el filo de la orilla del borde, en la amplitud o grosor
del asa, etcétera. Estos cambios, no deliberados, son tan sutiles, que en cualquier
momento las vasijas pueden reflejar perfectamente la norma cultural.

Las vajillas finas, aunque también son objeto de los mismos factores de cambio que
afectan a las vajillas utilitarias, son más sensitivas a la influencia de estilo por razones
de prestigio, ya que son manufacturadas para los consumidores. Pueden incorporar
fácilmente elementos de moda, tales como pestaña basal, base pedestal, ciertos diseños,
pintura negativa, etcétera. Puesto que eran objeto de importación, y como constituían
artículos de comercio aristocrático, había más contacto y estímulo para la imitación e
innovación. La técnica de activación de neutrones permite identificar el yacimiento de
barro que se usó para la manufactura de la cerámica, por lo que se puede emplear para
determinar si las vajillas finas se produjeron localmente o se importaron al sitio, y
también se puede establecer el centro de producción de donde provinieron.

El Análisis de la Cerámica Arqueológica: Metodología


Actualmente se usan varias metodologías en el análisis de la cerámica arqueológica. La
mayoría de los investigadores emplea un sistema de clasificación que permita organizar
el cuerpo de datos en forma ordenada y consistente. El sistema de clasificación
seleccionado depende de las preguntas que se formule el arqueólogo, de la naturaleza de
la cerámica y del tipo de información que sea posible obtener. Por lo general, el primer
paso consiste en organizar el material en un sistema tipológico de clasificación,
separándolo en categorías basadas en grados de similitud en el estilo y la composición.
El investigador puede utilizar un enfoque histórico, que le permita buscar la cronología
y la evidencia de los cambios en el registro arqueológico. Otra alternativa puede derivar
del interés en la función de un cuarto o sala dentro de una unidad arquitectónica, en
cuyo caso, probablemente se organizará el material de acuerdo con la morfología de la
vasija. También se puede buscar evidencia sobre relaciones de comercio, para lo cual es
preciso concentrarse en las vajillas importadas, que se trasladaron por medio del tráfico
mercantil; o bien, se identifica la cerámica local que refleje estilos foráneos adoptados o
imitados. Sin embargo, para obtener información respecto de los procesos evolutivos de
una sociedad, es más útil concentrarse en las vajillas utilitarias, es decir, las que se
produjeron localmente para uso doméstico.

Una vez establecida la tipología, los modelos pueden agruparse en un esquema


taxonómico. Los tipos se distribuyen jerárquicamente, en un método que actualmente
está mejor representado por el sistema que se conoce como Tipo-Variedad. Este sistema
se concentra principalmente en el acabado de superficie de las vasijas, y en él se
combinan las variedades en tipos, éstos en grupos, estos otros en wares, etcétera, hasta
conseguir categorías sucesivamente más amplias y más inclusivas. El sistema se prestó
directamente de la Biología, en la que se diseñó para representar las relaciones genéticas
y la distancia en la descendencia desde un antepasado común. Cuando el método se
aplica a tipologías de cerámica, debe entenderse que se aplica una taxonomía que no es
genética y que el sistema no expresa relaciones genéricas entre los tipos. El método es
más apropiado para la cerámica que presenta mucha decoración, en la que es posible
identificar a los artesanos individuales y establecer el grado de comunicación entre los
diferentes sitios.

Por lo tanto, la metodología de Tipo-Variedad es un sistema por el cual se agrupan


arbitrariamente los tipos, según con el color de la superficie y la decoración. Otra forma
de observar la cerámica consiste en organizar los tipos según las afinidades básicas en la
técnica de manufactura, composición del barro y tratamiento de superficie. Se separan
las piezas de cerámica, conforme estos criterios, y cada unidad homogénea es
considerada como parte integrante de una vajilla. Las vasijas de cada vajilla son
parecidas en cuanto a arcilla y tratamiento de superficie y debe haber un rango
específico de formas. En este sistema clasificatorio, una vasija se considera desde el
punto de vista de una técnica cerámica producida en un centro de manufactura; por
ejemplo, los actuales pueblos de San Luis Jilotepeque, Santa Apolonia o Chinautla.
Cada uno de estos centros tiene su propio yacimiento de barro, su propia tradición de
manufactura y su estilo de tratamiento en la superficie de las vasijas. En el caso de
Chinautla, se producen dos vajillas: una, que consiste de pasta blanca; y la otra, de pasta
roja. Cada una refleja un grupo de reglas relacionadas con su manufactura y que han
sido heredadas históricamente; el barro proviene de yacimientos locales; y el rango de
formas y decoración debe ser consistente. En el siguiente análisis se emplea el término
'vajilla' en este sentido, en lugar de la definición de ware, que se usa en el sistema de
Tipo-Variedad.

La Cerámica y el Registro Arqueológico


Los cambios que pueden observarse en la secuencia de la cerámica resultan de dos
maneras: internamente, a través de la evolución, y externamente, por medio de la
innovación y la imitación. La evolución sucede porque la manufactura de la cerámica
pasa de una generación a la siguiente. La cerámica refleja el comportamiento ordinario;
existen normas no escritas respecto de cómo se hace y cómo debe verse. Es necesario
aprender la manera 'correcta' de producir algo. No obstante, en el proceso de traslado de
la destreza, de una persona a otra, ocurren modificaciones muy pequeñas. En un
momento dado, estos cambios pueden pasar desapercibidos, pero, con el tiempo, se
convierten en notorios y el arqueólogo, que tiene acceso a extensos registros
estratigráficos, puede observarlos.

Una vez que se ha identificado una vajilla arqueológica y se entiende el rango de


variación interna, en cuanto a las formas y al tratamiento de superficie, es posible seguir
en detalle su evolución. Las variaciones pueden arreglarse en una secuencia que lleva de
un extremo al otro, y si se relacionan con un buen control estratigráfico en el campo, es
decir, si pueden identificarse con períodos anteriores y posteriores de ocupación, es
posible seguir los cambios sucesivos en la manufactura, a lo largo de siglos y aun de
milenios. Este método, conocido como seriación, suele revelar mucho acerca de los
eventos que ocurrieron en una sociedad. Por ejemplo, una evolución gradual y continua
de los tipos, probablemente reflejará una situación estable y normal. Los cambios
repentino ocurren de varias maneras: la introducción de un nuevo alimento pudo
requerir de un método diferente de preparación, cocción o almacenamiento; un grupo
conquistador pudo imponer nuevas técnicas o demandar un repertorio de formas
cerámicas diferentes. Es factible observar que con la conquista española se impuso un
nuevo inventario de formas a los alfareros indígenas, inclusive en recipientes para sopa,
cuencos para lavarse, tasas con asas, diseños pintados de animales y plantas europeas,
etcétera. Sin embargo, los alfareros indígenas continuaron elaborando estas vasijas de
acuerdo con su tecnología tradicional y, a la vez, las acompañaban de los estilos
introducidos por los nuevos administradores.

Las vajillas utilitarias son particularmente apropiadas para seguir la dirección del
desarrollo de una sociedad, ya que tienden a ser conservadoras y duran por largos
períodos. La seriación puede aplicarse de una manera efectiva si la muestra es
suficientemente representativa y si se pueden realizar comparaciones entre sitios. Una
ventaja es que, por lo general, en cualquier sitio las diversas vajillas utilitarias son pocas
y los tiestos representativos de cada una se encuentran en abundancia; además, existe
una fuerte consistencia en las formas y en la decoración, asociadas a cada vajilla. No
obstante, puede asumirse que los alfareros antiguos tenían cierta libertad para inventar e
innovar, talvez al hacer la vasija más resistente o fácil de cargar o, simplemente,
logrando que fuera más placentera a la vista. Si el comprador percibe la innovación
como positiva, continuará la modificación en la cerámica. Por el contrario, las
demandas de una nueva administración, de esfuerzos misioneros (que involucran nuevas
ideologías) o la conquista foránea, pueden forzar nuevos estilos en una sociedad. Un
reemplazo total de la cerámica sólo puede significar el cambio de la población que
habitaba en el área. El arqueólogo tiene la tarea de interpretar el registro de la cerámica
de acuerdo con toda la evidencia disponible. Para ello, el analista busca las
consistencias internas, los cambios progresivos en el estilo y cualquier ruptura abrupta
en la tradición, así como otras fuentes de información del sitio.

En vista de que la cerámica es sensitiva al cambio en la sociedad, resulta en extremo útil


para entender lo que pasó dentro de una comunidad, sus relaciones con otras y la
naturaleza de las modificaciones que sucedían en una época determinada. Empero, para
reconstruir el pasado, para establecer la secuencia en la que sucedieron las cosas y
cuánto tiempo duraron, se requiere de algún indicio de la cronología. La comprensión
del orden en que ocurrieron los eventos depende de que, durante las excavaciones, se
procure un buen control estratigráfico, basado en la ley geológica de que lo
correspondiente al nivel más bajo es lo más antiguo. Normalmente, los niveles
superiores se presentan de manera consecutiva, y el tiempo se mueve hacia adelante
conforme se sube de niveles. En otras palabras, los restos de las ocupaciones se
depositan uno encima del otro, hasta que la más reciente se ubica en la superficie. El
arqueólogo debe tener mucho cuidado, al excavar por niveles naturales o por arbitrarios,
cuando separa los materiales de los estratos diferentes. Debe asegurarse de que no hubo
interferencias desde que el material se depositó, tales como: pozos de basura,
enterramientos excavados posteriormente en el mismo lugar, que un animal haya
cavado, alteraciones por raíces de árboles, etcétera. Todo ello permitirá que tiestos más
tardíos se mezclen con otros más antiguos. Entonces, se puede estar razonablemente
seguro de que un complejo cerámico se presenta antes o después que otro. La
comparación de muestras de cerámicas, de complejos anteriores con las de otros
posteriores, provee una secuencia relativa o lo que se conoce como cronología relativa.
Esta cerámica es análoga al índice de fósiles que se usa en la Geología; en cualquier
lugar en donde se presente el mismo complejo, puede inferirse que la fecha es la misma
para ambos. Al utilizar métodos geológicos o geoquímicos de fechamiento absoluto, en
materiales asociados al complejo, tal como los determinados por radiocarbón,
arqueomagnetismo, etcétera, puede conocerse la fecha real del complejo en años AC o
DC.

Complejos Cerámicos, Tradiciones, Esferas y


Horizontes
Un Complejo Cerámico se refiere al inventario total de tipos y vajillas que se presentan
en un sitio arqueológico durante una unidad específica de tiempo, tal como un período o
una fase. Igualmente, puede hacerse referencia a complejos de obsidiana, complejos
arquitectónicos, etcétera. En Arqueología, las Tradiciones Cerámicas deben distinguirse
claramente de los estilos Horizonte. Una tradición cerámica se refiere a la continuidad
de una característica a través de un largo período. Por ello, las vajillas utilitarias son
más apropiadas, ya que su naturaleza es conservadora, la técnica de manufactura no
cambia fácilmente y las reglas culturales previenen que la forma y la función tengan
cambios drásticos. En vista de que las tradiciones de las vajillas utilitarias están
limitadas en el espacio, es posible localizar sus fronteras y ubicarlas en un mapa. Con
dichas características, puede considerarse que la tradición identifica a un grupo étnico.
Las reglas culturales difieren de las de los grupos vecinos y hay un esfuerzo por
mantener una identidad separada. Cuando se reconoce una tradición, entonces es fácil
determinar cuándo la población estuvo presente en una región, si se expandió, si se
retiró o emigró. También puede determinarse si otra población entró y se mezcló con la
original, talvez por medio de alianzas o comercio, pues se agregarán nuevas vajillas
utilitarias al complejo. En la secuencia también puede haber imitación de otros estilos.

Se define una Esfera Cerámica cuando la mayoría de los tipos más comunes, en dos o
más complejos, muestran un alto grado de similitud. Puesto que la mayoría de tipos se
elaboran localmente, las similitudes se encuentran principalmente en estilos
compartidos, aunque también es posible que entre ambos grupos se intercambien
algunas de las vajillas y los tipos. Durante el Preclásico Tardío, la Costa Sur de
Guatemala, el valle de Guatemala y el oeste de El Salvador comprendían la Esfera
Cerámica Miraflores. La Esfera Cerámica Mamom, del Preclásico Medio, y la Chicanel,
del Preclásico Tardío, incluían a la mayoría de sitios en el área de Petén, como ocurrió
con las Esferas Tzakol y Tepeu durante los Períodos Clásico Temprano y Clásico
Tardío, respectivamente.

Un Horizonte Cerámico se refiere a la amplia distribución geográfica de un rasgo o de


un tipo cerámico durante un período relativamente corto, talvez de 25, 50 ó 100 años.
Mientras puede considerarse que el concepto de tradición es vertical a través del tiempo,
el del Horizonte es horizontal a través del espacio. Los horizontes cruzan diferentes
complejos y tradiciones cerámicas y responden a los estilos populares, pero su auge
dura poco tiempo. Por esta razón, los estilos Horizonte pueden funcionar como
marcadores de tiempo excelentes y son útiles para hacer un fechamiento relativo.
Algunos de los estilos Horizonte, que se usan como marcadores para fechamiento, se
aluden a continuación:

Preclásico Temprano: la forma de tecomate, a menudo con manipulación de la


superficie de la vasija, en forma de brochazos, muescas, incisiones y punzonados.
Preclásico Medio: cuencos de silueta compuesta, o la forma 'cuspidor'; cuencos con
pared recta y pestaña labial; vajillas utilitarias Rojo-Sobre-Ante; vajillas de pasta
blanca; engobes monocromos y bicromos muy pulidos; decoración por incisiones
gruesas, pintura y punzonados en zonas; figurillas modeladas a mano; incensarios de
tres picos.

Preclásico Tardío: soportes de vasijas, que al principio del período son pequeños y
sólidos, pero conforme pasa el tiempo se vuelven más grandes y vacíos. Al final del
período los soportes son enormes, hinchados, de silueta mamiforme; cuencos con pared
curva, pestaña labial; cuencos con moldura basal; cuencos con borde muy amplio,
acanalado y evertido; forma de maceta; vasijas con vertedera; decoración Usulután de
pintura negativa; decoración en incisiones, a menudo con pigmento rojo o blanco
frotado sobre la incisión; incensarios de tres picos.

Primera mitad del Clásico Temprano: cuencos con pestaña basal; soportes 'jorobados';
soportes mamiformes; cuencos con base anular; platos con cuatro soportes largos y
vacíos; potstands; vasijas con vertederas y puentes; picheles trípodes; decoración
policroma; 'incensarios de cucharón' con el asa sólida o acanalada.

Segunda mitad del Clásico Temprano: 'picheles cremeros'; decoración policroma;


'incensarios de cucharón' con el asa sólida; cilindros trípodes en estilo teotihuacano;
incensarios en estilo teotihuacano.

Clásico Tardío: vasos cilíndricos altos sin soportes; platos con soportes rectangulares;
'incensarios de cucharón' con asa vacía; incensarios 'reloj de arena'; figurillas hechas con
molde y silbatos; malacates.

Comentarios sobre Fragmentos Tallados


La vida de un vaso precolombino no termina necesariamente cuando fue roto. Desde
hace tiempo, los arqueólogos se han percatado de que, generalmente, los fragmentos
tallados están presentes, en todas las fases de las ocupaciones, en los sitios de
Guatemala; pero, sólo les ha prestado atención esporádicamente. Sin embargo, en un
trabajo reciente, en el sitio de Kaminaljuyú, valle de Guatemala, se han encontrado
fragmentos cortados en tan gran cantidad, en todos los niveles estratégicos, que no es
posible ignorarlos. Ciertamente la evidencia es suficiente para indicar que cada vez que
se rompía una vasija, la práctica común era extraer cierto número de fragmentos, que se
tallaban según ciertas especificaciones, antes de descartar el resto como inutilizable.

Los fragmentos tallados de Kaminaljuyú observan un patrón de formas y tamaños, y


hay un estudio en marcha, por el cual se persigue determinar los objetivos para los que
pueden haberse utilizado. Algunos, como cuellos de vasijas, eran tallados diestramente,
justo debajo de la unión entre el cuello y el cuerpo del vaso, para formar un pedestal que
brilla tanto en la parte de arriba como en la base. Estos son particularmente comunes en
contextos del Preclásico, y son muy similares, en forma, a los soportes (bases) de los
vasos de cerámica que se fabricaron después en otros sitios, durante el Clásico
Temprano. El objeto de estas bases era sostener en su lugar vasijas y tazones de base
redonda, los cuales se hubieran podido volcar si se colocaban en una superficie plana.
Otros fragmentos tallados tienen la forma de un disco circular. Evidencias en sepulturas
y lugares secretos indican que se usaban a menudo como tapaderas de jarros. Estudios
etnográficos muestran, además, que los fragmentos tallados en forma circular los usan
alfareros como raspadores, para adelgazar el interior de una vasija durante su
manufactura. Sin duda, también hacían raspadores de diferentes formas, para otros
propósitos. Es muy común encontrar fragmentos tallados, de forma triangular, cuadrada
y rectangular. Se está investigando la posibilidad de que éstos puedan haber funcionado
para contar, esto es, símbolos para representar cierta cantidad de producto, como
frijoles, semillas, frutas, cacao, olotes, etcétera. Similarmente, pudieron haber sido
empleados para contar los días, en juegos o para otros propósitos.

Conclusiones
La cerámica es una de las herramientas más importantes de la Arqueología en
Guatemala. Es una excelente fuente de estudio, pues abunda en la mayoría de los sitios
y provee información no sólo cronológica, sino también sobre las áreas de actividad, la
subsistencia y la economía, la organización sociopolítica y el cambio a través del
tiempo. El hecho de que las tecnologías indígenas persistan puede dar claves sobre las
prácticas precolombinas. Cuando se estudia adecuadamente la cerámica, por medio de
la Arqueología y la Etnografía, se puede obtener una ventana a través de la cual es
factible observar, talvez un poco borrosamente, el carácter de una sociedad antigua.
DON S. RICE

Agricultura, Alimentación y Población en


Petén

La primera evidencia confiable y consistente de poblaciones agrícolas en Petén data de


aproximadamente 2,900 a 2,850 años; y proviene de restos arquitectónicos y de
cerámica dejados en aldeas de grupos agrícolas muy antiguos que, al parecer, por
presiones demográficas, abandonaron sus hogares en el Altiplano y se trasladaron hacia
las Tierras Bajas, al norte, siguiendo las rutas de los ríos.

Es muy dudoso que estas migraciones estuvieran confinadas a una época, a un grupo
dialectal o a un solo origen. Después de comparar exhaustivamente las primeras
muestras de cerámica maya y de correlacionar la cerámica de las Tierras Bajas con
materiales contemporáneos de áreas del Altiplano, de las que se conocen los grupos
lingüísticos, E. Wyllis Andrews V propuso dos caminos iniciales para el poblamiento de
Petén. El primero fue una intrusión de un grupo hablante de zoque, no maya, procedente
del este de Chiapas, o talvez de Alta Verapaz, que se dirigió a un terreno escasamente
poblado de las riberas del Río de La Pasión. La segunda ola fue de hablantes de maya,
procedentes del Altiplano Norte de Guatemala, quienes cruzaron el norte de Petén para
finalmente asentarse en la región norte de Belice. Después de estos primeros
movimientos poblacionales hacia Petén, a través del comercio mantuvieron relaciones
con las Tierras Altas de Chiapas y de Guatemala. Al aumentar la población, Petén se
convirtió en el hogar de un número cada vez mayor de aldeas agrícolas. Andrews
planteó la hipótesis de que hace 2,700 años las poblaciones zoques del Río de La Pasión
tuvieron contactos sustanciales con grupos de Petén, hablantes de maya, y que fueron
asimilados o desplazados por estos últimos.

Agricultura de Quema y Roza


La primera información registrada, acerca de la agricultura nativa de Petén, no provino
de los restos arqueológicos de los asentamientos iniciales, sino de los informes de los
primeros europeos que, en los siglos XVI y XVII, se encontraron con poblaciones
mayas relativamente pequeñas, localizadas en la región de los lagos del centro de Petén.
Dichos informes fueron el viaje de Hernán Cortés en 1525, los posteriores esfuerzos
misioneros de Fray Bartolomé de Fuensalida y Fray Juan de Orbita, en 1618 y 1619,
Fray Andrés de Avendaño y Loyola, en 1695, Fray Agustín Cano, en 1696, y el ataque
final del General Martín de Ursúa y Arismendi, en 1697. Además de registrar los
eventos políticos de las 'entradas' españolas y de la conquista y pacificación de las
poblaciones nativas, las fuentes etnohistóricas dan algunos datos respecto de las
prácticas agrícolas del período del contacto inicial con los mayas.

Al parecer, durante los siglos XVI y XVII, el sistema agrícola que prevalecía en Petén,
para el maíz y los cultivos que se le asocian, era la técnica de quema y roza (Ilustración
41). Las referencias a dos y hasta tres cosechas de maíz por año sugieren que, por lo
menos en la región, pudieron contar con una agricultura más intensiva (en el sentido de
aumentar el trabajo y la frecuencia de la cosecha; por ejemplo, al obtener en un terreno
varias cosechas al año). Aparentemente, los campos agrícolas o milpas de los
alrededores del Lago Petén Itzá también tenían una mezcla de productos cultivados y no
cultivados, los cuales eran complementados por huertos en que se cultivaban frutas,
vegetales y otra variedad de plantas, cerca de las residencias. Asimismo, en Yalaín (el
actual Macanché) Avendaño y Loyola notó la presencia de otros tipos de huertos en
donde se cultivaba cacao.

Al parecer, la agricultura de quema y roza, basada en el maíz, era suficiente para aquella
población. Los estudios etnográficos actuales acerca de este tipo de agricultura señalan
que, por lo general, a fines de mayo los agricultores cortan y queman una porción del
bosque, justo antes del inicio de la temporada lluviosa (Ilustración 185). Esta técnica de
limpiar el terreno provee una superficie limpia para sembrar, reduce las pestes y libera
los nutrientes del suelo remanentes de la vegetación forestal. En estos campos los
agricultores siembran maíz, frijol, calabaza y talvez otros cultivos complementarios
usados en la subsistencia y para otras necesidades. Después de uno o dos años de
sembrar en el mismo terreno, la cosecha se reduce por la extracción de nutrientes, la
compactación o la erosión de los suelos y la competencia de las malas hierbas. Los
agricultores abandonan el terreno, lo dejan en barbecho, y se trasladan a otro lugar para
repetir el proceso de cortar, quemar y cultivar. La fragilidad inherente del ecosistema
tropical provoca el rápido deterioro de los campos de cultivo. Por las temperaturas altas,
la cantidad de precipitación pluvial y su delgadez relativa, los suelos tropicales pueden
ser bastante fértiles, pero no son eficientes para conservar nutrientes, como otros tipos
de bosque. El hecho de cortar los árboles, ya sea para agricultura, construcción o
explotación maderera, provoca la exposición del suelo al sol y a la lluvia, lo cual altera
profundamente la estructura del suelo y el flujo de agua. Es más, disminuye la
capacidad, ya bastante limitada, del ecosistema para almacenar y movilizar los
nutrientes. Como resultado, los ambientes tropicales resultan incapaces de ser usados en
una producción sustancial continua y a largo plazo. Sin embargo, durante el período de
barbecho, el campo agrícola vuelve a reponer su vegetación natural y la sucesión
continúa hasta que se vuelve a restablecer un bosque completo, o hasta que los humanos
intervienen de nuevo. El período de barbecho rejuvenece los suelos y reconstruye su
contenido orgánico y rico, que se caracteriza por una estructura abierta y buena
permeabilidad, ya que logra capturar nutrientes de los subsuelos, reciclándolos y
dirigiéndolos a la vegetación en pie. Los agricultores pueden regresar al campo anterior
y reiniciar las actividades de cortar, quemar y sembrar, con la esperanza de obtener una
productividad alta y renovada. Por lo tanto, la agricultura de quema y roza se basa en
procesos naturales, a fin de mantener la fertilidad del ambiente y el potencial para una
producción de subsistencia a largo plazo. Sin embargo, es un sistema extensivo que
requiere que cada familia tenga una cantidad considerable de tierra en descanso. Según
las condiciones locales, se ha establecido que con un sistema de barbecho completo,
basado en un cultivo principal, como el maíz, se puede mantener una población de 60 a
100 personas por km2.
Estudios Recientes del Ambiente, Asentamiento y
Agricultura de Petén
En 1959 se completó la primera clasificación de los suelos de Petén. Los estudios se
realizaron utilizando fotografías aéreas y experimentos de campo, y los resultados son
importantes por la variabilidad que documentan, a lo largo de una región hasta entonces
considerada como homogénea.

También en 1959 Ursula Cowgill inició el primer estudio hasta ahora reportado sobre el
uso de estos suelos por parte de agricultores modernos. En el trabajo de campo se
intentó aplicar análisis biológicos, físicos y químicos a los problemas de las dinámicas
de la población maya, en particular al problema del colapso. Luego de reconocer que los
datos de la Institución Carnegie, obtenidos al norte de Yucatán, sólo habían
proporcionado algunos indicios de la subsistencia en el sur, Cowgill llevó a cabo trabajo
de campo etnográfico en los alrededores del Lago Petén Itzá y se interesó en la rotación
agrícola y en la química del suelo. Al tomar como base la producción de maíz para la
familia y los datos de consumo, de Petén, Cowgill calculó que la agricultura de quema y
roza, basada en el maíz, podía mantener de 58 a 77 personas por kilómetro cuadrado, y
que las tareas necesarias para la subsistencia dejaban un margen de tiempo libre para
actividades especializadas. Estas cifras llevaron a Cowgill a proponer que la población
nativa de Petén, en realidad nunca alcanzó los límites impuestos por la agricultura de
milpa.

Cowgill dudó que una falla agrícola hubiera sido el factor del colapso maya; al menos,
no el principal. Sin embargo, reconoció que no había certeza sobre las densidades de
población del Período Clásico y que estos datos únicamente podían generarse a través
de cuidadosos reconocimientos en áreas amplias y con la ayuda de un control
cronológico. Las investigaciones posteriores podrían sugerir tensiones, problemas en la
subsistencia o el empleo de otra forma de agricultura que requirió la centralización
sociopolítica, en lugar de permitirla.

En el centro de Petén se iniciaron varias investigaciones de asentamientos, a fines de la


década 1950. En 1958, William Bullard realizó un extenso reconocimiento al noreste de
Petén, con los objetivos de discernir los tipos de tales ruinas, pequeñas y los
agrupamientos que se presentaban en el área, a fin de investigar la naturaleza de la
distribución de tales ruinas, y para determinar la relación de éstas con los centros
mayores. El procedimiento de Bullard fue seguir las veredas conocidas a lo largo del
área, anotando la ubicación de los montículos y trazando mapas de algunos rasgos del
terreno. En el sitio Dos Aguadas, Bullard pudo investigar una brecha de 280 por 2,500
m, la cual había sido talada para exploración petrolera. Dibujó un mapa de un área de
215,00 m2, que sería algo menos de un tercio del área de la brecha, localizando 37
agrupamientos de casas, con un total de 89 estructuras separadas o plataformas de
montículos. Hubo partes del área que no investigó, por su suelo quebrado, que
probablemente no fueron explotadas. Por ello asumió que los montículos contados
probablemente eran la mitad del total de las estructuras de la brecha. Con base en las 89
plataformas y suponiendo que todas las estructuras fueron ocupadas al mismo tiempo,
Bullard calculó una densidad general de aproximadamente 890 personas por km2. De
acuerdo con la teoría de Oliver Ricketson, de que un 25% de todos los montículos eran
ocupados en un momento dado, la densidad sería de 222 personas por km2. Es decir,
que Bullard duplicó los cálculos de Ricketson y también está por encima de las
capacidades de sostenimiento que sugirió Cowgill para la agricultura de quema y roza.

Al igual que sus antecesores, y puesto que no se conocía otro cultivo que se hubiere
usado en las Tierras Bajas mayas, Bullard asumió que el maíz era el cultivo principal de
los antiguos mayas de Petén. También señaló la tendencia de que las casas se
concentraran en la vecindad de las fuentes de agua, sobre terrenos más altos y bien
drenados y alrededor de las orillas de los bajos, dejando disponibles, entre los grupos de
montículos, largos trayectos de tierra cultivable en donde practicaban la agricultura
basada en el maíz. Bullard creyó que 'no existe buena evidencia de que los mayas se
hayan mantenido de otra cosa que no fuera el sistema de milpa o quema y roza'.
Consideró que la agricultura intensiva era imposible en Petén sin fertilizantes
artificiales. Aunque la información disponible no era lo suficientemente concluyente
para responder a la pregunta de si la milpa era tan productiva como para sostener a las
poblaciones mayas durante su apogeo, la densidad de los restos de montículos, en el
área que Bullard investigó, lo convenció de que las tensiones en el sistema de
subsistencia, provocadas por una población 'demasiado grande', fue un factor en el
abandono de la región.

A principios de la década 1960, el panorama de Petén densamente poblado, como lo


propuso Bullard, se vio apoyado por la distribución de montículos en los mapas de las
áreas investigadas por Richard E.W. Adams y John Gatling, así como por los datos
obtenidos por Ian Graham en la misma región general. Para el sitio El Ceibal, en el Río
de La Pasión, Gair Tourtellot propuso que en el Período Clásico Tardío hubo una
densidad de 1,100 personas por kilómetro cuadrado. Esta cifra tenía una magnitud
similar a la de Dos Aguadas. Sin embargo, en El Ceibal, Tourtellot dudó de que las
áreas entre los grupos de montículos fueran suficientes para una agricultura
autosostenible de maíz, aun sin períodos de barbecho.

Después de la etapa de la Institución Carnegie, el estudio más exhaustivo y el que más


influencia ha tenido en el pensamiento académico acerca de la subsistencia de los mayas
fue el que se realizó en Tikal de 1965 a 1968. En 1961 R.F. Carr y James E. Hazard
publicaron el mapa de los nueve kilómetros centrales de Tikal, el cual reveló un
promedio de 235 montículos por kilómetro cuadrado. La eliminación del bajo y de las
áreas de almacenamiento de agua dieron una densidad promedio de 275 plataformas o
estructuras individuales por kilómetro cuadrado. Asimismo, los 7 km2 en la periferia de
los nueve centrales fueron trazados en mapas con técnicas menos exhaustivas, y en esa
área se registró una densidad aproximada de 145 montículos por kilómetro cuadrado.
De acuerdo con estas cifras, William Haviland sugirió una población total que se
acercaba a las 11,000 personas en los 16 km2 que se dibujaron en mapas. Esta densidad
de ocupación habría evitado cultivar en la vecindad inmediata del sitio. No sólo se
carecía de tierra en el área central para sostener a la población ya indicada, sino que
Haviland también asumió que una gran parte de la población consistía en especialistas
que no estaban involucrados directamente en la agricultura de subsistencia. Estos
factores, junto con la creencia generalizada de que la agricultura de milpa, basada en el
maíz, era la principal forma en que los mayas producían su subsistencia, se
constituyeron en las bases para iniciar, en 1965, el Proyecto del Area de Sustento de
Tikal.
En 1951 Linton Satterthwaite usó por primera vez la expresión 'área de sustento' para
referirse al carácter y distribución de la población y al ambiente que sostuvo al centro
sociopolítico maya prehispánico. En el caso de Tikal, del que se han documentado
concentraciones de arquitectura sobre un área central grande, el sitio pareció apropiado
para determinar el tamaño y las características sociales del grupo que alimentó a la
presunta gran cantidad de nobles que vivía allí, pero que no producía alimentos. El
Proyecto del Area de Sustento giró alrededor de la hipótesis de que algún punto, afuera
del centro del sitio, indicaría la densidad del asentamiento, y que en esa área habría
casas dispersas con suficiente tierra cultivable y producción para la subsistencia, lo cual
compensaría la alta densidad de población del centro de Tikal.

El área de Tikal se investigó según un trazado cruciforme, con los cuatro brazos
siguiendo los puntos cardinales e irradiando desde el centro del sitio. Cada brazo tenía
12 km de largo y 500 m de ancho. Asimismo, por medio de una quinta brecha, de 9.5
km de largo por 500 m de ancho, se trazaron mapas del límite norte del Parque Nacional
Tikal con el sitio Uaxactún. Se investigaron intensamente las áreas dentro de cada brazo
y, para obtener información cronológica, se excavaron pozos de prueba en un porcentaje
de los grupos de casas que aparecían en los mapas. Dentro de las cinco franjas se
localizó un total de 1,720 montículos y 342 chultunes. Se encontró que, al occidente y al
oriente, un bajo parecía limitar el asentamiento de Tikal, mientras que a los 4.5 km, al
norte, y 8 km, al sur, disminuían las densidades del asentamiento. En estos últimos
casos parece que construcciones artificiales de tierra están relacionadas con dicha caída.

Puesto que los límites del asentamiento de Tikal se presentaron más allá de la cobertura
original de su mapa, se tuvo que revisar el área total y los cálculos de las densidades de
población en lo que se consideró como el centro de Tikal. Haviland expandió su
definición de la zona central a 63 km2 y definió una zona periférica de 60 km2, que
juntos hacían un total de 123 km2 rodeados por bajos y construcciones de tierra. Se
calculó que toda la zona central llegó a un clímax de población de 40,000 personas, con
una densidad promedio de 600 a 700 personas por km2.

Haviland calculó que, dentro del centro de Tikal, cada capa tenía disponible menos de
una hectárea de tierra (0.10 km2). La periferia de Tikal no estaba ocupada tan
densamente, con 100 personas por km2, una cifra que nuevamente es más alta que los
cálculos de Cowgill para la capacidad de carga de la agricultura de milpa basada en el
maíz.

Un desarrollo importante del Proyecto de Area de Sustento de Tikal fue una


investigación de los suelos del sitio. Se recolectó evidencia por medio de pozos y por la
extracción de muestras con barrenos especiales. La información indicó que hubo una
erosión acelerada en varias áreas y que gran parte de Tikal fue talada de bosques, a tal
grado que la erosión, permeabilización, oxidación y las altas temperaturas agotaron los
nutrientes del suelo. Las excavaciones en los depósitos y canales recolectores de agua
mostraron que durante el Clásico Tardío hubo una rápida sedimentación, lo que sugiere
que los mayas no pudieron mantener limpias estas fuentes de agua (Ilustración 186).

Gerald Olson también notó que, aún después de 1,000 años de regeneración, los suelos
depositados después del apogeo de la civilización maya, los cuales se formaron en áreas
perturbadas, todavía no han alcanzado una estructura normal o niveles adecuados de
materia orgánica. En vista de esta génesis lenta, Olson asumió que, indudablemente, la
presión demográfica sobre la tierra y un manejo inadecuado del suelo contribuyeron a la
caída de los mayas. Los sondeos en los bajos también indicaron que las siembras en
estos suelos, arcillosos y ácidos, debieron requerir un sistema de manejo y drenaje. Con
dicho tratamiento intensivo se pudieron obtener abundantes cosechas y Olson creyó
posible que los mayas hubieran utilizado los bajos. Esta opinión fue, en parte, apoyada
por el descubrimiento de tiestos en los pozos de prueba, excavados en los suelos de los
bajos adyacentes a las áreas del asentamiento.

Alternativas para la Agricultura de Quema y Roza


basada en el Maíz
Por la alta densidad de población calculada para Tikal y otras partes de Petén, la escasez
de terreno disponible para la producción agrícola dentro de los sitios y la evidencia
contradictoria respecto de la productividad de la agricultura de milpa basada en el maíz,
el proyecto Tikal reforzó la actitud académica de presentar alternativas viables de
subsistencia entre los mayas prehispánicos.

Con base en la evidencia etnohistórica, etnográfica y léxica, Bennet Bronson presentó la


posibilidad de que el cultivo de raíces fuera el foco principal de subsistencia para las
poblaciones mayas del Clásico Tardío. Bronson aseguró que los mayas conocían el
camote (Ipomoea batatas), la jícama (Pachyrrhizus erosus), la yautia (Colocasia
esculenta) y la yuca o mandioca (Manihot esculenta), y que en alguna medida
cultivaron estos alimentos. Al reconocer que estas raíces son, por cada gramo,
aproximadamente equivalentes a las calorías del maíz e inferiores en cuanto a la
proteína, Bronson notó que las cosechas de raíces son bastante superiores, en relación
con el peso, por área unitaria. Bronson sugirió que al sembrar raíces en lugar del maíz
los mayas habrían incrementado cinco veces su provisión de carbohidratos y duplicado
la calórica, al destinar un quinto de su tierra cultivable para la producción de raíces. Citó
que en Nigeria se contaba con una capacidad de sustentación de hasta 232 personas por
km2 con este tipo de cultivo.

El problema principal con el argumento de Bronson es que en ninguno de los grupos


mesoamericanos existe evidencia de que las raíces hayan servido como un alimento
básico. Cowgill señaló que las condiciones del suelo de las Tierras Bajas del sur son
desfavorables para siembra a gran escala del cultivo más productivo, la mandioca.
William Sanders y Barbara Price indicaron que desconfiaban de las analogías con
Africa, que Bronson presentó, pues no tomó en consideración que allí complementan las
raíces con alimentos comerciados entre las regiones. Sanders sugirió una capacidad de
sustentación máxima de 100 personas por kilómetro cuadrado con una agricultura
basada en raíces, la cual es igual a la que la producción de maíz puede mantener en
buenos suelos. También, tanto Sanders como Puleston enfatizaron el bajo valor nutritivo
de las raíces, particularmente respecto de proteínas, e indicaron que el hecho de
apoyarse principalmente en dichos cultivos podría acarrear serios desbalances
nutricionales.

En respuesta a este argumento, Frederick Lange revisó la evidencia del uso de recursos
marinos entre los mayas y propuso una base de subsistencia de recursos marinos y
terrestres. Lange creyó que las proteínas de los recursos marinos habría proveído el
balance nutricional necesario para compensar las desventajas de las raíces y habría
aliviado algunas de las deficiencias calóricas y proteínicas sugeridas por los análisis de
los esqueletos de Tikal y de Altar de Sacrificios. Además, 'tanto para el gobierno como
para el pueblo, los recursos marinos habrían sido un alivio a las preocupaciones
principales sobre fracasos en las siembras y otras amenazas agrícolas'. Estos recursos
también habrían permitido reducir el tamaño de las milpas y provocar una estabilidad en
las áreas de cultivos.

Joseph Ball y Jack Eaton calcularon que, según el modelo de Lange, durante el Período
Clásico Tardío, cuando presuntamente la población de la Península de Yucatán alcanzó
su apogeo, se esperaría encontrar sitios ubicados en las costas marinas o en los
estuarios, habitados por grupos especializados en la explotación de los recursos. Sin
embargo, sus investigaciones en las regiones costeras del este y norte de la parte alta de
dicha península indicaron que la mayor densidad en las costas, o cerca de éstas, ocurrió
en el Preclásico Tardío. En el mejor de los casos, durante el siguiente Período Clásico,
las costas fueron áreas marginales.

Puleston presentó una segunda alternativa para la agricultura de milpa basada en el


maíz. Se trata de la hortaliza, en la cual predominaron los árboles de ramón (Brosimum
alicastrum). Esta idea fue una ampliación de una propuesta anterior de Lundell acerca
de que el ramón y otros productos de hortalizas locales jugaron un papel importante en
la subsistencia de los mayas. Las investigaciones realizadas por Puleston sobre el
asentamiento y la vegetación de Tikal demostraron que, no obstante la elevación y tipo
de suelo, la densidad de los árboles de ramón variaba directamente en relación con la
densidad de los restos de viviendas. Al inspeccionar los mapas del asentamiento de
Tikal se nota que hubo un máximo de una hectárea disponible para cada grupo de restos
de viviendas y Cowgill sugirió que se necesitaban 5.5 hectáreas de buena tierra para que
una familia de seis miembros dispusiera del maíz necesario. Aproximadamente 0.40
hectáreas de ramón proveen los requerimientos anuales para una familia de seis
miembros y al colocar de 40 a 50 árboles por 0.40 hectáreas, hay suficiente espacio en
las 'hortalizas' para cultivar otros árboles y otros cultivos.

Puleston observó que los árboles de ramón producen hasta 1,350 kg de semilla
comestible por acre, y que, por cada área unitaria, es cerca de 10 veces más productivo
que el maíz. En cuanto a calorías, la semilla del ramón tiene un rendimiento equivalente
al maíz, con 363 calorías por cada 100 gramos, y en lo que respecta a proteína, hierro,
carbohidratos y fibra, el ramón es superior. Al igual que con otra vegetación nativa de
Petén, el ramón tiene una proporción más alta de calcio en relación al fósforo, lo cual
indica un ajuste a los suelos derivados de piedra caliza. En cambio, el maíz tiene una
alta demanda de fósforo en suelos donde, por lo general, este elemento es escaso.
También, por estar cerca de las viviendas de los mayas y por la particularidad de sus
hábitos sanitarios, los cultivos de hortaliza obtendrían ventajas de un ciclo continuo de
nutrientes. Además, en esta arboricultura, los requerimientos de trabajo son bajos.
Puleston también intentó demostrar que, por el bajo contenido de agua en sus semillas,
de todos los cultivos de granos y raíces disponibles, el único que se almacena bien en
los chultunes es el ramón.

Una de las objeciones principales a la hipótesis del ramón es que los mayas modernos
no lo utilizan. Puleston argumentó que tanto los gustos como los sistemas agrícolas
cambian a través del tiempo en respuesta a las características ambientales y
demográficas. Las poblaciones modernas consumen el ramón en épocas de crisis, pero
no es una comida preferida. Para la época prehispánica, el hecho de que la hayan
preferido o no, permanece como una conjetura abierta a debate. Otra objeción respecto
del ramón, como un producto principal, es que sus árboles varían notablemente en
cuanto a rendimiento. No se ha calculado el grado en que los otros cultivos, sembrados
dentro del ámbito de la hortaliza, podrían compensar esta variabilidad.
Infortunadamente, por ahora los argumentos del ramón como alimento primario
permanecen sin resolver, pues no existe evidencia arqueológica firme sobre que los
mayas usaran sus semillas.

En respuesta a la persistencia del debate sobre fuentes alternativas de subsistencia,


Michael Dornstreich sugirió que, allí donde hay una falta de información concreta y
cuando mucha de la discusión acerca de la subsistencia es hipotética, la teoría ecológica
puede proporcionar algunas bases para reflexionar, recolectar información y evaluarla.
En particular, Dornstreich enfatizó el siguiente principio: cuanto más grande es la
población, más limitado es el rango de recursos alimenticios. 'Es rara la vida sedentaria
en aldeas con base en un alimento silvestre', aunque por lo general, bajo condiciones
especiales de abundancia y disponibilidad de almacenamiento, 'las poblaciones densas
casi invariablemente se apoyan en agricultura intensiva para proveer de energía
alimenticia a las masas'.

Agricultura Intensiva en las Tierras Bajas Mayas


A principios de la década de 1970 se encontró prueba firme sobre la existencia de
agricultura intensiva entre los mayas prehispánicos. Esta se obtuvo en los alrededores
del Río Candelaria, en Campeche, México, al norte de Petén. Alfred Siemens y Dennis
Puleston informaron de la existencia de campos elevados en las porciones más altas y
más secas del pantano. La investigación de la naturaleza de dichos campos indicó que se
construyeron para permitir la siembra en un área que, de otra manera, hubiera sido
imposible, por las pobres condiciones de drenaje del suelo. También, dentro del área del
Río Candelaria, se encontraron cientos de canales antiguos que parecían haberse
comunicado desde el río con los campos y asentamientos. Sin embargo, no fue posible
fijar fechas específicas ni de la contemporaneidad de los campos elevados ni del uso de
los canales.

Al revisar la información de Candelaria, J. Eric S. Thompson señaló que muchos de los


canales parecían dar acceso a terreno pantanoso y no a campos. Por ello sugirió que
pudieron servir como pesquerías o refugios de peces para ser recolectados durante las
estaciones secas. El abastecimiento de peces sería renovado con el rebalse anual de los
pantanos y los peces se abrigarían en las partes más profundas de los drenajes
artificiales.

La naturaleza agrícola de las construcciones que los mayas realizaron en regiones


pantanosas ha sido confirmada por el descubrimiento y la investigación de extensos
sistemas de campos en Albion Island y Pulltrouser Swamp, al norte de Belice; en el
valle superior del Río Belice; en los Bajos Morocoy y Acutuch, en Quintana Roo,
México; y en Río Azul, Petén; así como en la región mexicana del Río Candelaria.
Además, en 1981, con la aplicación de la técnica de sensibilidad remota y el Laboratorio
de Propulsión a Jet, a cargo de Richard E.W. Adams, Walter Brown, Jr. y T. Patrick
Culbert, se indicó la existencia de 125,000 a 250,000 hectáreas de campos, en Belice y
Petén. Sin embargo, falta confirmar la mayor parte de sistemas agrícolas que aparecen
en las imágenes.

Los sistemas de campos y canales permiten expander las áreas de cultivo al incorporar
zonas inundadas, tales como depresiones de drenajes internos (bajos) y áreas aledañas a
lagos o ríos. Estas zonas no son aptas para la arquitectura, por lo que no compiten con la
urbanización. Las construcciones de canales y campos proporcionaban un medio
improvisado para cultivar, en el cual lo esencial era el reciclaje de los suelos anegados.
En otras palabras, los suelos intactos se drenaban por medio de canales o se excavaban y
apilaban en una plataforma que facilitaba el drenaje, y el agua se recogía en los canales
adyacentes que existían para tal fin. Los campos podían extenderse desde el suelo más
alto de las orillas de las depresiones, playas lacustres y bancos de los ríos, o se situaban
en el centro de zonas pantanosas por medio de agua acumulada. Se cree que la
variabilidad en la construcción y ubicación de los campos reflejaba la comprensión de la
variación estacional, en cuanto a los regímenes de humedad y la probabilidad de
programar más de un cultivo anual. En los campos más altos y secos era posible
cosechar durante la temporada lluviosa, mientras que las siembras que se recogían en la
estación seca se localizaban en los canales más altos o en los campos elevados
colocados en el interior de las depresiones (Ilustración 187).

Las terrazas agrícolas constituían una segunda técnica agrícola compleja, que implicaba
una producción intensiva de subsistencia. En la década 1930 se informó sobre la
existencia de sistemas de terrazas en las elevaciones centrales de Belice, pero, por el
contexto de las ideas que prevalecían en ese momento acerca de la agricultura maya
prehispánica, fueron consideradas como anomalías o adaptaciones de subsistencia
locales, posiblemente posteriores al Colapso Clásico. En la década 1970 se registró la
presencia de extensos sistemas de terrazas prehispánicas en el sureste de Campeche y
Quintana Roo, México. Sin embargo, al igual que en las Montañas Mayas, de Belice, en
las regiones densamente pobladas del centro de Petén y en las regiones relativamente
montañosas, situadas al sur, es difícil encontrar sistemas de terrazas y su existencia ha
permanecido como un asunto un tanto dudoso.

En los mapas se aprecia que las terrazas eran notorias en terrenos elevados y en los
descensos graduales del drenaje exterior, donde controlaban el movimiento de
materiales y agua que descendían de la montaña. De esta manera, evitaban los efectos
de la erosión y el deslave químico, además de construir suelos más gruesos. Las terrazas
también facilitaban que el fósforo de los suelos se mantuviera en el mismo lugar y no se
lavara el área de cultivo. Esto permitía que, durante un período de varios años, hubiera
un lento desprendimiento de iones de fósforo procedentes de los componentes
insolubles y que se dirigieran hacia la solución del suelo. Por lo tanto, por medio de la
preservación de los componentes del suelo y de sus nutrientes, las terrazas prolongaban
la viabilidad de la tierra, e incrementaban la cantidad de ésta que podía ser cultivable.
El Estado Actual de los Estudios de la Agricultura
Maya Prehispánica
Con la implementación de proyectos agronómicos y arqueológicos, interesados en
asuntos de demografía y subsistencia, y con la información acerca de la variedad de
técnicas agrícolas intensivas, cada vez se hace más claro que la región maya no fue una
zona de fertilidad ilimitada, pero tampoco una zona homogénea en la que predominaran
pocos cultivos. Petén varía en hidrología, suelos, topografía y fenómenos climáticos
locales. Como resultado, es posible que hubieran surgido diversas respuestas para
explotar los recursos. Durante 1970 y 1980 se pensó, de manera unánime, que los mayas
tenían un sistema regional e integrado para atender su subsistencia, y que los centros de
población de Petén funcionaban dentro de una comunidad panmaya más amplia. La
suposición implícita en esta propuesta era que en las Tierras Bajas había suficiente
variación en las estrategias de siembra, cultivos, períodos de cosecha y productividad, y
que las crisis localizadas podían compensarse por la importación de alimentos de otras
regiones.

También se pensó que los mayas de Petén estaban conscientes de la heterogeneidad


regional y de la fragilidad de su ambiente, y que conocían el impacto que sus prácticas
agrícolas ocasionaban en tales procesos y en la productividad del terreno explotado. Se
ha sugerido que este reconocimiento fue la base para que los mayas incorporaran
sistemas intensivos de subsistencia, adaptados a varios hábitats y con tecnología
múltiple; como, por ejemplo, la agricultura dependiente de la lluvia y con períodos de
barbecho variable, talvez con rotación de cultivo y siembras múltiples; jardines y
hortalizas; campos de cultivo con terrazas; y campos elevados, canalizados o drenados.
Se piensa que la ubicación de estas antiguas prácticas agrícolas indican el uso efectivo
de los diferentes microhábitats locales, mientras que su estructura, contenidos y
contextos ecológicos sugieren procedimientos de siembra específicos, que fueron
instituidos como medidas de conservación dentro de estas localidades. Sin embargo, es
importante mencionar que, a pesar de la evidencia y del entusiasmo por un sistema de
subsistencia de hábitats y tecnología múltiples, actualmente existen cuestiones
debatibles y sin resolver acerca de la distribución, magnitud y productividad de estas
tecnologías o estrategias.

Primero, continúa el desacuerdo acerca de la fertilidad de los suelos de Petén y de las


Tierras Bajas mayas, así como del potencial de la capacidad de subsistencia de la
agricultura basada en el maíz y alimentada por la lluvia, con barbechos de diferentes
grados. Como Tourtellot ha señalado, la distribución de asentamientos conocidos deja
abierta la posibilidad de que los mayas prehispánicos tuvieran una mayor confianza en
la agricultura de quema y roza, y el descubrimiento en las Tierras Bajas mayas de
complejos de campos rodeados por paredes implica que en algunas regiones los ciclos
de cultivo-barbecho eran cortos y que talvez los campos cultivados llegaran a ser
permanentes. Empero, todavía queda pendiente de resolver la pregunta siguiente: ¿Qué
tan productivos y estables eran estos sistemas?

En cualquier secuencia de cosecha y barbecho, en la que se utilice la agricultura de


quema y roza sobre una porción de terreno, la productividad de la cosecha disminuye de
un año al siguiente (Ilustración 188). En primer lugar, esta disminución progresiva en el
rendimiento aumenta el período de barbecho. Por lo tanto, los agricultores locales
buscan una proporción de siembra-barbecho que les permita dejar en descanso las
porciones de terreno por el período prescrito, para después regresar a cultivarlos con
alguna certeza de que el rendimiento justifique su inversión de trabajo y asegure el
mantenimiento de su familia. Cuando existe acceso ilimitado a las tierras, los períodos
de barbecho pueden ser bastante largos, y durante el intervalo de siembras, que dura
varios años, se obtienen altos rendimientos. Sin embargo, bajo ciertas condiciones, tales
como el crecimiento demográfico y otras presiones económicas sobre los recursos
ambientales, existen limitaciones en el acceso a la tierra. No obstante la capacidad
productiva inherente de los suelos de Petén, la literatura disponible, especializada en
agronomía, sugiere que el acortamiento del ciclo de barbecho y la intensificación de la
siembra en cualquier terreno conduce a la reducción en la fertilidad del suelo y a la
degeneración de su estructura.

En relación con los patrones de subsistencia de los mayas de Petén, un segundo tema
debatible concierne al papel que jugaron los jardines y las hortalizas. Aunque existe
evidencia etnohistórica y etnográfica de que en el mundo maya se usaron cultivos
arbóreos y jardines integrados a la cocina, la muestra prehispánica es un tanto ambigua
y, por ahora, ello permanece como una especulación. Son impresionantes los listados de
restos botánicos carbonizados que aparecen en los informes sobre los depósitos, del
Clásico Tardío, de Copán, de Pulltrouser Swamp y de Tikal. Lo anterior demuestra la
explotación de una variedad de cultivos de campos de siembra, hortalizas y arbóreos; no
obstante, la mayor parte de contextos no corresponden a lugares de siembras destinadas
a consumo o a producción.

Arlen y Diane Chase presentaron indicios de una posible producción hortícola en el sitio
Ixtutz, en el centro de Petén, y entre los grupos residenciales que rodean el centro de
Caracol, en Belice. Con base en una intensa recolección de superficie y un programa de
análisis de suelos realizados en Sayil, Yucatán, Nicholas Dunning indicó que los
antiguos habitantes del sitio se dedicaban a una producción intensiva de cultivos, en
suelos enriquecidos artificialmente y ubicados entre las residencias. Asimismo, en
varios lugares del norte de la Península de Yucatán, Arturo Gómez-Pompa investigó los
restos de jardines rodeados por paredes, o pet kotoob. Con base en estas evidencias,
Tourtellot señaló que los centros mayas de Petén, y de otros lugares, también pudieron
haber sido 'ciudades-jardines', y sugirió que los agricultores mayas practicaban un
sistema agrícola de jardines restringidos espacialmente. Estos consistían en jardines y
campos domésticos localizados a pocos pasos del centro. Sin embargo, únicamente en el
Cobá, Yucatán, se ha recolectado sistemáticamente una cantidad suficiente de evidencia
botánica, para establecer una fuerte relación entre el asentamiento maya y el
mantenimiento de jardines u hortalizas que producían corteza, fibras, frutas, nueces y
resinas calórica o económicamente importantes. En Cobá se observó que la distribución
espacial de dichas especies estaba distribuida concéntricamente y que eran más densas
en el centro del sitio. Se cree que esto reflejaba la intervención de los mayas y que la
nobleza controlaba los cultivos de los huertos. Aunque en las zonas arqueológicas de
Petén se han hecho investigaciones de la vegetación, por ahora no se ha definido
claramente un micropatrón similar. También falta confirmar si, en los lugares en los que
se ha identificado dicho patrón, éste fue producto de la intervención y selección de los
mayas o si, en realidad, fue determinado por las condiciones ecológicas que se
presentaron en los sitios abandonados.
Queda por aclarar el grado en que el polen arbóreo, descubierto en Petén en contextos
arqueológicos y paleolimnológicos, representa bosques manejados, ya sea como
recursos de materiales vegetales o alimentos, o como hábitats de fauna para obtener
proteína animal. Sin embargo, en relación con esto último, varios estudios de las Tierras
Bajas mayas han confirmado la explotación de fauna terrestre y acuática de agua dulce.
También Mary Pohl indicó la posibilidad de que la nobleza tuviera el privilegio en la
explotación de algunos de los vertebrados terrestres más grandes.

Don y Prudence Rice consideraron que en las estructuras circulares y en 'forma de 8',
que se identificaron en las sabanas de Petén, los mayas pudieron mantener fauna
domesticada en lugar de la caza. A diferencia de las muestras de suelos que no
corresponden a estructuras, dentro de los restos de los cimientos de estas paredes bajas
se encontraron suelos con alto contenido de fósforo. Sin embargo, es imposible
determinar si la fuente es humana o corresponde a otra especie animal.
Infortunadamente, en las Tierras Bajas mayas, las evidencias arquitectónicas
relacionadas con la economía doméstica y, en general, los restos de fauna, son
demasiado escasos para permitir una cuantificación de las fuentes de proteína
disponibles o las características y tamaños del hábitat necesario para su mantenimiento.

Un tercer rasgo del modelo de hábitat y tecnología múltiples, que actualmente está en
debate, es el grado de confianza que los mayas prehispánicos tuvieron en los sistemas
agrícolas intensivos, que incluían obras mayores en el terreno, como sistemas de
terrazas agrícolas, dependientes de la lluvia, o complejos de campos, elevados o
canalizados, dedicados a la producción del maíz. Los restos de las modificaciones del
terreno, que han sido confirmados, están regionalmente localizados y falta resolver
preguntas relacionadas con su extensión verdadera y su capacidad productiva.

En las Tierras Bajas mayas existen varios tipos confirmados de terrazas agrícolas, de
acuerdo con las características del terreno y sus funciones. A veces se hace difícil la
identificación de la extensión y tipo de sistema. Las terrazas lineales en campos
drenados, que siguen aproximadamente los contornos de la pendiente, requerían mayor
inversión de trabajo en su construcción, eran las más efectivas y son de las que se
encuentran más restos. Había otro tipo, de menor durabilidad y eficiencia contra la
erosión. Son las terrazas pequeñas o bajas, en lechos de pendientes entre cerros, las que
se han preservado menos y se encuentran en las regiones periféricas. Un caso que
demuestra los problemas de este último tipo, es la dificultad que encontraron los Rice en
identificar y trazar las terrazas agrícolas de la sabana, en el centro de Petén. En una
porción de la sabana situada al sur del actual pueblo de San Francisco, y relacionada con
una comunidad de la última parte del Clásico Tardío, se encontró una serie de filas de
piedra, ubicadas sobre una pendiente de terreno con no más de dos grados de
inclinación. Todo indica que dichas hileras son los restos caídos de las paredes de una
terraza, que funcionó como una represa para captar el suelo que se lavaba del terreno
más alto.

Durante las investigaciones iniciales en la región se había pasado por alto la presencia
de estas terrazas, pues las paredes se habían caído y formaban un solo nivel de restos
que estaba cubierto por pasto. En una segunda visita pudo notarse claramente el sistema,
ya que el pasto se había quemado en forma natural. En el terreno más alto y quebrado de
Petén hubiera sido casi imposible rescatar un sistema de construcción similar. Aunque
puede decirse que estas terrazas no reflejan la magnitud de las obras realizadas y el uso
del terreno, que es evidente en las Montañas Mayas, de Petén, sería equivocado
minusvalorar totalmente el concepto de sistemas extensos de terrazas, en Petén.

Se desconoce la distribución geográfica y temporal de la construcción de terrazas


agrícolas en Petén y falta determinar el grado en que, no obstante su extensión,
ayudaron a prolongar los intervalos de las siembras. Los suelos de las terrazas pueden
sufrir los mismos procesos de fertilidad y degeneración estructural que afectan a las
superficies de siembra no modificadas, y los sistemas de subsistencia intensivos eran,
cada vez más, susceptibles a los efectos del clima, depredación por pestes y
enfermedades. Aunque generalmente se asume que, al construir terrazas, los mayas
mejoraban constantemente los suelos por medio de abono vegetal o por la aplicación de
abono hecho con heces humanas, por ahora esta suposición no tiene respaldo.

En relación con los campos canalizados y elevados de Petén y las áreas circundantes
surgen preguntas similares. A pesar de que la información obtenida por sensibilidad
remota sugiere la existencia de extensos sistemas de campos agrícolas en los bajos de
Petén, Kevin Pope y Bruce Dahlin publicaron recientemente una revisión, con base en
su interpretación de las investigaciones ecológicas y de los datos proporcionados por la
cobertura aérea y por satélite. En las imágenes de radar no se pudieron encontrar
patrones potenciales de campos con canales, y se sugirió que la falta de verificación
refuerza la probabilidad de que tales sistemas no fueran extensos y que muchos de los
que aparecen en los informes pudieran representar anomalías electrónicas. Esta idea y el
análisis de los datos ambientales llevó a los autores a concluir que muchos de los
hábitats de humedales no eran aptos para mantener una agricultura productiva y
predecible. Pope y Dahlin sostienen que los sistemas agrícolas en pantanos estaban
confinados a áreas inundadas perennemente, lo cual excluye a gran parte de Petén.

Adams, Culbert, Brown, Peter Harrison y Laura Levi respondieron al señalamiento de


Pope y Dahlin indicando que la inhabilidad de detectar las gráficas en la imagen del
radar se derivó de que no siguieron procedimientos de análisis similares y que no
consultaron con los investigadores originales. También tomaron en cuenta las
clasificaciones ecológicas que Pope y Dahlin realizaron en referencia a los pantanos de
Petén y Belice, en particular la identificación de regiones estacional y permanentemente
inundadas, y ofrecieron observaciones de campo para verificar la presencia de sistemas
agrícolas en ambas categorías. Asimismo, dichos investigadores reconocieron
acertadamente el problema principal del cual ha surgido el debate y es que hay muy
poca investigación detallada acerca de las Tierras Bajas mayas y hay mucha necesidad
de información arqueológica y ambiental a pequeña escala.

Transformación del Hábitat


No obstante los modos específicos en que los mayas practicaron la agricultura, la
historia de su ocupación, en Petén, es una historia de la alteración humana de los
componentes bióticos y abióticos del ecosistema; y la información paleoecológica,
pertinente a la reconstrucción de estos cambios ambientales, proviene principalmente de
las investigaciones paleolimnológicas. Por medio de éstas se recupera evidencia
cuantitativa de la secuencia de procesos sedimentarios, paleolimnológicos, químicos,
macro y microbotánicos y zoológicos, que ocurrieron en los lagos.
Uno de los principales descubrimientos de los análisis paleolimnológicos de Petén es
que, durante el Período Clásico Tardío, el ambiente se vio despojado progresivamente.
Parece que en el siglo VIII DC la deforestación alcanzó su extensión máxima
(Ilustración 189). Se cree que la deforestación, el establecimiento de cultivos, el
abandono de campos y la sucesión natural, se reflejan en los tipos y cantidades de polen
que se encuentran en los lagos, ojos de agua y pantanos de Petén. En todos los casos, los
porcentajes de polen de árboles caducefobias, recuperados en los núcleos de los
intervalos atribuibles a la actividad del Clásico Tardío, son relativamente más bajos
cuando se les compara con los períodos anteriores. Aparentemente, la tala de bosques
fue una de las causas principales para dicha alteración y pérdida de árboles. Se presenta
polen de maíz (Zea mays) y, en algunos casos, son elevados los porcentajes de polen de
los pastos (Gramineae) y de las malas hierbas. La alta frecuencia de gramíneas y
helechos encontrados en depósitos de las áreas de Copán y del Lago Yojoa, en
Honduras, llevó a David Rue a sospechar la existencia de siembras intensivas, con
barbechos cortos; mientras que la poca cantidad de polen arbóreo sugiere una sucesión
periódica en las áreas agrícolas o el mantenimiento de refugios forestales limitados.

Además del impacto agrícola existieron otras causas posibles de deforestación, que sólo
se distinguen ocasionalmente. Por ejemplo, en la región de Copán los bajos porcentajes
de pino (Pinus) durante el Clásico Tardío, indican que aun la zona de bosque
montañoso, relativamente incultivable, había sido despojada de vegetación arbórea. Rue
y Elliot Abrams señalaron que el pino era importante para la obtención de leña, y
Frederick Wiseman indicó que este componente de la agroeconomía maya fue una
fuente de conflicto entre la necesidad de destinar tierra a la producción para la
subsistencia y la necesidad de producir combustibles arbóreos. A menudo se subestima
esta tensión potencial. La tala de madera, para fines de construcción, también pudo
disminuir el tamaño de los bosques existentes. No sólo hubo necesidad de talar para la
colocación de edificios cívicos y domésticos, sino que hubo demanda de madera, como
uno de los componentes de las estructuras y como combustible para producir el repello
calizo. Rue y Abrams plantearon la hipótesis de que en Copán, durante el Clásico
Tardío, se requirieron hasta 0.13 hectáreas de bosque, para la producción de cal, y que
cada año se habrían talado 0.026 hectáreas, para construir y mantener estructuras
domésticas perecederas.

Conforme una región es puesta a producir durante largos períodos, el uso prolongado y
la exposición contribuyen a que los suelos se degeneren estructuralmente y que haya
alteraciones del flujo de agua. Estos elementos, por fin, acabarán en los sedimentos de
los lagos o en otras depresiones del terreno. Durante las actividades de construcción, la
manipulación física de la superficie del terreno aumenta aún más la erosión y el deslave
de los suelos. La remoción mecánica de éstos disminuye la integridad de la superficie en
cuanto a los materiales orgánicos e inorgánicos, mientras que el hecho de cubrir el
terreno con superficies arquitectónicas impermeables incrementa más las tasas del
deslave y la deposición de dichos materiales.

Como resultado de estos cambios, en la mayor parte de los lagos de las Tierras Bajas
mayas, cuyos sedimentos han sido analizados, se encuentra un característico y grueso
nivel de barro, el cual es el elemento principal o la matriz de los sedimentos estudiados.
Este nivel es un depósito derivado de la erosión de los sedimentos que durante la
alteración provocada por los mayas cayeron desde lo alto de la montaña por la acción de
la gravedad (como coluvial) o por el agua (como deslave). En los lagos del centro de
Petén, la diferencia en el grosor de estos productos refleja, al parecer, el grado relativo
de alteración humana en sus playas, pero, al igual que con los cambios
paleolimnológicos, es difícil determinar los efectos de la agricultura, arquitectura u otras
actividades domésticas. En casos tales como el del centro cívico-ceremonial de Yaxhá,
donde hubo arquitectura densa a la vecindad de un lago, es posible que las
construcciones fueran la causa principal de la erosión.

En Petén, en la región central de los lagos, también parece que las actividades agrícolas
y domésticas liberaron nutrientes de la vegetación, como fósforo, y lo concentraron en
la superficie de los suelos. La presencia humana transformó el ciclo del fósforo y
produjo cierta pérdida. Por medio de la tala y la quema, se llevó a cabo la liberación
directa del fósforo hacia los suelos, y los humanos lo consumían a través de los
vegetales, eliminándolo en sus procesos orgánicos y al ser enterrados después de
muertos. Hay que tomar en cuenta que los suelos derivados de la piedra caliza captan el
fósforo suelto, formándose complejos insolubles que, al ser removidos por la erosión,
terminan en los sedimentos de algún lago. El fósforo allí depositado queda
permanentemente imposibilitado de ayudar al crecimiento del bosque, de las siembras o
de los seres humanos.

La evidencia de la remoción y deposición del fósforo tiene un significado particular, en


cuanto a que este elemento es esencial para mantener la vida en todos los ecosistemas y
no abunda en los materiales geológicos de las regiones donde predomina la piedra
caliza. Sin embargo, los estudios paleolimnológicos, de Petén central, indican que la
presencia del fósforo demuestra que estaban activos otros nutrientes, pero que se
perdieron por procesos de permeabilidad y por quedar atrapados en complejos
insolubles y en contextos no recuperables.

Las secuencias de polen disponible reflejan una deforestación progresiva en Petén.


Además, la remoción acelerada de los suelos y la deposición de los sedimentos
erosionados indican que hubo una extensa manipulación tecnológica en las áreas
investigadas. Estas modificaciones habrían disminuido los hábitats naturales y afectado
la disponibilidad de recursos propios de los ambientes lacustres, ribereños y terrestres,
como la caza y recolección de alimentos silvestres, que eran elementos básicos o
complementarios de la dieta, y la recolección de recursos botánicos usados en la
construcción, en las artesanías y como combustibles. Es más, a fines del Clásico Tardío,
una cantidad máxima de terreno estaba cubierta por edificios y plazas, lo cual significa
que, además de alterar la hidrología local y promover la erosión, no se cultivó una gran
parte de las tierras bien drenadas.

Aunque puede debatirse acerca de la precisión de los cálculos de población, de las cifras
de productividad agrícola y de lo explícito de los cambios del paisaje, en las
reconstrucciones paleolimnológicas, si sus escalas de magnitud son acertadas, entonces
el mensaje es claro. Al final del Clásico Tardío, en algunas regiones, los mayas de Petén
debieron afrontar escasez de recursos, y uno de los más importantes habría sido la
disminución en la cantidad y calidad de la tierra cultivable.

Un grupo de datos muy diferente indica el impacto potencialmente negativo de los


desbalances entre la población y la tierra cultivable disponible. Desde hace mucho
tiempo, se propusieron los problemas nutricionales y de salud, como una posible causa
del colapso de los mayas del Clásico. Los análisis de los restos óseos del valle de Belice
y los de Tikal y Altar de Sacrificios, han señalado que la disminución en la estatura y
complexión muscular, así como la vulnerabilidad de las poblaciones a epidemias y la
pérdida de la capacidad para el trabajo, están íntimamente relacionados con una pobre
nutrición. Empero, las muestras son pequeñas y, por lo general, se han obtenido de
contextos elitistas. No obstante, Steven Wittington acaba de completar el análisis de 149
entierros rurales o de clase baja, de Copán, que corresponden al Clásico Tardío, y sus
resultados también reflejan una población que sufrió considerables deficiencias
nutricionales. La conclusión de Wittington es que la población de Copán estaba muy
presionada y poco saludable durante los períodos que llevaron al colapso político del
centro. Cuando, en el Período Clásico Tardío, el crecimiento demográfico alcanzó su
punto máximo, la alta incidencia de hipoplasia muestra que la crisis alimenticia sufrida
por los niños fue mayor que en los períodos anteriores. Asimismo, en dicha época las
frecuencias de anemia y de caries eran más altas en grupos de niños y adolescentes. Se
cree que las infecciones aumentaron significativamente, en respuesta a la alta densidad
de población, y se considera que la dieta pobre fue responsable de la cantidad de casos
de anemia producidos por deficiencias en hierro, y de hipoplasia del esmalte,
ocasionada por su relación sinergística con las enfermedades infecciosas y los parásitos.
También, en el Clásico Tardío, los análisis preliminares de los entierros de nobles de
Copán, hechos por Rebecca Storey, arrojan resultados similares. Parece que la crisis
nutricional afectó, por igual, tanto a las poblaciones del centro como a las rurales.

Conclusiones
La información arqueológica, paleolimnológica y pedológica, obtenida de Petén,
confirma que, al cierre del Período Clásico, una parte considerable del paisaje se había
transformado dramáticamente como resultado de una ocupación humana que duró más
de un milenio. Estos datos implican una disminución de los hábitats terrestres naturales,
una degeneración de los ecosistemas lacustres y ribereños adyacentes, y una pérdida
concomitante de recursos de flora y fauna. Los elementos que acompañan al cambio
ambiental, como el incremento en las densidades de población y el subsecuente colapso
de la sociedad, sugieren que las actividades de los mayas, en cuanto a construcción,
explotación de recursos y subsistencia, minaron la productividad de gran parte del
ambiente de las Tierras Bajas. Estas correlaciones hacen surgir la interrogante de si, en
realidad, durante el siglo VIII se sobrepasó sustancialmente la capacidad de subsistencia
de los sistemas regionales.

Por un lado, desde la perspectiva de la ciencia natural del siglo XX, los esfuerzos de los
mayas por mantener la producción para alimentar a una sociedad grande y compleja,
residente en el bosque tropical, podrían considerarse un fracaso. Finalmente, hubo
degeneración del ecosistema y 'colapso' social, aunque la correlación temporal de estos
resultados no necesariamente comprueba una relación causal. Sin embargo, por otro
lado, también puede considerarse que los mayas alcanzaron un éxito sin par, al asegurar,
durante dos milenios, la productividad en un ambiente como éste. Los mayas estaban
conscientes de la heterogeneidad de su ambiente. Los bosques tropicales no son
homogéneos; muestran una considerable variación en su composición y estructura; y
tienen zonas de microambientes que se distinguen por sus características de suelo,
pendiente, elevación e hidrografía. Parece que los mayas sabían esto y, por ello,
aplicaron sofisticadas técnicas agrícolas en varias zonas de las Tierras Bajas; y la
inversión de trabajo implicaba que eran focos de producción intensiva.

Estas soluciones tácticas, a las presiones ambientales, sugieren que los mayas de Petén
percibían su propio impacto en el ecosistema. Claramente adoptaron prácticas que
tendrían efectos negativos, como la pérdida de nutrientes, la erosión del suelo y el
cambio de los flujos del agua. Crearon sistemas de tecnología y hábitats múltiples, que
requirieron un intenso trabajo, y confiaron en el crecimiento de la población como la
fuente de energía para activar el sistema. Al parecer, la clave de su éxito para mantener
este régimen, a lo largo de dos milenios, fue la oportunidad de experimentar a largo
plazo con varias alternativas o estrategias de explotación de los recursos, y la
posibilidad de evaluar la efectividad de éstos. Al igual que el crecimiento de la
población, las presiones ambientales, ocasionadas por la degeneración del suelo, y la
alteración del ecosistema lacustre, se desarrollaron lentamente. Sin embargo, las
respuestas de los mayas a los problemas de la producción no sólo fueron tecnológicas
sino sociales, religiosas y políticas. Cada una de éstas necesita un estudio especial.

Aunque parece claro que los mayas de Petén se vieron forzados a enfrentarse al cambio
ambiental, todavía es debatible la magnitud, el momento y el impacto final de estos
cambios. La solución de estos asuntos no parece ser inmediata, ya que se necesita
información sobre las condiciones naturales y sociales que sean regionalmente
representativas.

En 1981, Dennis Puleston enfatizó que menos de un quinto del porcentaje del
asentamiento total de Petén había sido considerado en los muestreos, y que los análisis
ambientales tenían una cobertura aún menor. Por mucho tiempo, la cantidad de
información disponible, procedente de investigaciones hechas en Petén, ha permanecido
sin cambios, y otras regiones de las Tierras Bajas mayas sufren una negligencia similar.
No debe sorprender, por lo tanto, que un punto pendiente y obligatorio, en la agenda de
los estudios de la agricultura y la ecología maya de Petén, sea la investigación a
pequeña escala de la variabilidad cultural y ambiental de las regiones.
SANDRA L. ORELLANA

Medicina Prehispánica

Aunque no se conoce ninguna ilustración que describa la medicina aborigen o indígena


colonial de las Tierras Altas de Guatemala, es posible conocer algunas de las prácticas y
algo del saber de los antiguos practicantes de la medicina, si se recurre a las fuentes
etnohistóricas y etnográficas escritas por personas no indígenas. Los documentos
conocidos permiten a los etnohistoriadores inferir algunas de las características del
sistema médico de la época prehispánica y de los inicios de la Colonia (Ilustración 191).
Aunque tales fuentes son principalmente coloniales y contemporáneas, es posible
reconstruir la situación prehispánica si se compara la información contenida en los
documentos coloniales guatemaltecos con la que se encuentra en los documentos del
México central, escritos poco tiempo después de la Conquista. Son útiles también las
fuentes etnográficas, puesto que los pueblos de las Tierras Altas de Guatemala han sido
culturalmente conservadores y han mantenido mucho la forma de vida indígena hasta
los tiempos actuales.

Creencias sobre las Causas de las Enfermedades


Se pueden formular dos amplias categorías de la etiología de la enfermedad, en relación
con la Mesoamérica prehispánica. Se creía que la enfermedad era causada por entes no
humanos, o por seres que poseían poderes sobrenaturales. Por otra parte, se consideraba
que la enfermedad era el resultado de causas naturales, como los accidentes,
deficiencias o excesos. Las fuentes documentales conocidas no revelan ninguna teoría o
mecanismo que abarcara todas las causas de enfermedad, como ocurría con la patología
humoral que existía en la Europa del siglo XVI. Se estimaba, sin embargo, que si se
descubría la causa de una enfermedad, era posible dar a ésta un tratamiento. Por
ejemplo, las enfermedades que supuestamente provenían de ofensas contra los dioses,
requerían la confesión de los pecados y el cumplimiento de la penitencia. Si eran
resultado de la brujería, exigían medidas contra ésta. Las que obedecían a causas
naturales se trataban con medicinas descubiertas empíricamente. Los conjuros pueden
haber acompañado todos los tipos de curación. Si se consideraba que una enfermedad
era de tipo común y no seria, probablemente era tratada en casa por el mismo enfermo o
por alguien que no era un especialista, pero que podía preparar remedios sencillos como
se hace actualmente. Si una persona se ponía seria o crónicamente enferma, entonces se
consideraba la posibilidad de que la enfermedad hubiera sido enviada por los dioses,
como castigo de un pecado no confesado.

Enfermedades y principales partes del cuerpo

Los quichés (k'iche's) creían que todos los poderes psíquicos, la memoria, el deseo, las
facultades de razonamiento, la vida, el espíritu y el alma se encontraban en el corazón.
Los tzutujiles (tz'utujiles), contemporáneos todavía consideran el corazón como el
principal órgano del cuerpo y como asiento del alma. Entre los pobladores del centro de
México, el daño al corazón se podía sufrir de varias maneras, pero especialmente por
una conducta sexual inmoral. La curación comprendía confesión, sacrificio y penitencia.
Esto es similar a lo que Fray Bartolomé de Las Casas menciona respecto de las
enfermedades graves, y su particular relación con la conducta sexual. Las Casas se
refería, en este caso, a la Verapaz.

En el México antiguo, la fuerza de la vida de cada individuo estaba relacionada con la


cabeza. La fuerza vital podía dejar el cuerpo, por ejemplo, cuando una persona padecía
de un terrible miedo, o cuando era culpable de una transgresión sexual. Dicha fuerza de
la vida tenía que devolverse al cuerpo, o el individuo moría. Esta antigua etiología debe
haber existido también en Guatemala, porque la enfermedad popular contemporánea
llamada 'susto' es muy parecida en su concepción. Se cree que el susto es el resultado de
una mala experiencia, o bien del hecho de haber visto repentinamente un animal, un
espíritu o un fantasma. El alma (fuerza de la vida) se pierde de un modo no armonioso,
y su ausencia prolongada provocará la muerte del individuo.

En México también se pensaba que la fuerza de la vida podía perderse por una
osificación imperfecta de la mollera. En Guatemala existe actualmente una enfermedad
similar, que se llama 'caída de la mollera'. Se cree que la coronilla de la cabeza de un
bebé es tan suave que se le puede caer a la boca. Si esto ocurre, con frecuencia por una
caída o porque no se ha cargado adecuadamente al niño, se piensa que se cierran los
conductos nasales y se produce irritación en la garganta, tos y dificultad para mamar.
Para curar a un infante en tales condiciones, se le lava la garganta con agua caliente, se
le empuja hacia arriba el paladar, y se le coloca con los pies hacia arriba para que la
mollera regrese a su lugar. En el México antiguo, la pérdida de la fuerza de la vida y la
subsiguiente presión del cráneo del niño se trataba de manera semejante. El niño era
colocado boca abajo y sacudido; se le presionaba fuertemente el paladar, hasta
perforarlo y se empujaba la bóveda bucal hacia arriba para que la fontanela regresara a
su lugar.

En México se consideraba al hígado como el asiento de la vida, del vigor, de las


pasiones, de los sentimientos, y como el depósito de una fuente de energía (ihíyotl, en
náhuatl). Se le consideraba como un gas luminoso que podía influir en los seres
humanos, que podía atraer a la gente cuando emanaba de un objeto, de una persona, de
un animal, u otra cosa cualquiera. El ijillo es una enfermedad conocida en ciertos
contextos étnicos contemporáneos, que probablemente derivaba de este antiguo
concepto; en la actualidad se le mencionaba principalmente en el Oriente de Guatemala.
Sus síntomas comunes son hinchazón, diarrea, vómitos, pérdida del cabello, marasmo,
dolor de estómago y de espalda. Esta enfermedad es común en la región chortí, y los
indígenas creen que ella causa otros males e incluso la muerte. Por lo regular, se
manifiesta con ronchas, picazón o urticaria y fiebre alta.

En México antiguamente se creía que los cadáveres despedían emanaciones dañinas.


Entre los chortíes, la xoquía se refiere al ijillo que viene de un cadáver. Esto demuestra
que el concepto mexicano del siglo XVI también existía en Guatemala, pues xoquía se
refiere al contenido abstracto del sustantivo náhuatl, xoquíotl o xoquíyotl, que designa el
olor penetrante. Sin embargo, George Foster señaló que existe un análogo español para
el ijillo, llamado 'aire de los muertos', el cual se localiza especialmente en Galicia.
Talvez la creencia relativa a las emanaciones de los cadáveres es, en parte,
mesoamericana, y en parte, española.
El concepto de equilibrio-desequilibrio y la enfermedad

Los antiguos mesoamericanos reconocían diversas causas de la desigualdad entre la


gente, las cuales predisponían a ciertos grupos a la enfermedad. Por ejemplo, las
mujeres eran consideradas más débiles. Esta creencia es común todavía en las
comunidades guatemaltecas de la actualidad. En el pueblo de San Pedro La Laguna,
verbigracia, los hombres son considerados k'an (agresivos, seguros, irascibles) y las
mujeres, nakanik (apacibles, dóciles, sumisas). La edad era otro factor que producía
desigualdad. En México, los ancianos eran considerados más sabios y más consistentes
que la gente joven, en cuanto concernía a sus fuerzas y poderes vitales. Tales creencias
también prevalecían en las regiones quiché y cakchiquel (kaqchikel). En el Memorial de
Sololá, en el Popol Vuh y en el Título de los Señores de Totonicapán se mencionan los
poderes de los antepasados y las deidades, de quienes a veces se decía que eran
ancianos.

Se creía en condiciones de debilidad temporal, que podían provenir de cometer un


pecado, experimentar emociones fuertes y sentir envidia o cólera; además, se pensaba
que el descuido, trabajo excesivo, exposición excesiva al frío o al calor, y aun ciertos
alimentos, le perturbaban el equilibrio a una persona. La gente que experimentaba
cualquiera de esas fuerzas estaba en estado de desequilibrio, y los factores que
debilitaban a alguien podían producir enfermedad. Por ejemplo, se creía que los
individuos que se cansaban desprendían fuerzas perjudiciales y podían recibir y
transmitir daños. El cansancio producía una distribución anormal de calor y de frío en el
cuerpo. Los viajeros acostumbraban frotarse los pies y las piernas con manojos de
hierbas. En México, estas hierbas se colocaban sobre pequeños grupos de piedras, en la
creencia de que la fatiga se trasladaría a éstas, y que cualquiera que las tocara quedaría
cansado o enfermo de las piernas.

Las Casas observó que había muchos santuarios, que contenían ídolos, a lo largo de los
caminos de Guatemala. Cuando las personas llegaban a uno de tales santuarios, se
golpeaban las piernas con algunas hierbas; éstas se colocaban en el santuario y se ponía
una piedra encima. Se creía que de esta manera la persona se liberaba de la fatiga y
fortalecía sus piernas. Esta costumbre se observaba también en México. En Panajachel,
en el Departamento de Sololá, los indígenas todavía se quitan el cansancio
restregándose las piernas con ramas, que después se tiran en un cruce del camino.

Actualmente se encuentra una clara expresión de la teoría del equilibrio y su relación


con la enfermedad, en el principio de fortaleza-debilidad que se maneja en las Tierras
Altas de Guatemala. Se tiene la creencia de que un cuerpo fuerte protege contra la
enfermedad, mientras que uno débil la adquiere con facilidad. El estado del cuerpo está
determinado básicamente por la condición de la sangre, que puede ser fuerte o débil, fría
o caliente. Una persona con sangre fuerte es más inmune a la enfermedad que una
persona con sangre débil. Se cree que la sangre no se puede regenerar. Una persona
contiene una cantidad limitada, y cualquier pérdida conduce a una debilidad
permanente. El individuo nace con un cuerpo fuerte o débil, según su suerte. Al igual
que en los tiempos antiguos, el vigor también se ve afectado por la edad, el sexo, los
cambios orgánicos y las condiciones temporales. Los infantes, las mujeres y algunos
ancianos son considerados más débiles. Sin embargo, aún sobrevive la antigua creencia
de que los ancianos son más fuertes y más potentes que los jóvenes, especialmente si
ellos son renombrados brujos, curanderos o líderes. En Panajachel se cree que la sangre
se hace más fuerte mientras más vive el individuo. En la medida en que la sangre sea
más caliente, más fuerte será la persona. Una vida larga sólo es posible si se tiene sangre
fuerte, o con la ayuda de fuerzas malignas.

Para mantener el cuerpo en estado de equilibrio, era indispensable mantener la armonía


con la naturaleza, con la sociedad y con los dioses. La confesión y el sacrificio eran los
medios más importantes para mantener tal equilibrio. Muchas de las medicinas de los
mexicanos trataban de regular el frío y el calor del cuerpo. La meta era eliminar toda
concentración de calor o de frío que perjudicara la distribución normal; o bien, se
perseguía llevar la enfermedad a un lugar del cuerpo donde pudiera ser atacada con
facilidad. Tal creencia probablemente se compartía en toda Mesoamérica.

Vectores Específicos de Enfermedad

Los dioses

En el Popol Vuh se citan algunas deidades aborígenes mayas a las que se creía
responsables de la enfermedad. Los señores de Xibalbá (el inframundo) podían causar
enfermedad. Xik'iri Pat (nariz voladora) y Kuchuma Kiq' (jefe sangre) eran dos de estos
señores, cuya tarea era producir 'sangre para enfermar a la gente'. En muchas regiones
de Mesoamérica se percibía a la sangre como un conducto para recibir un daño externo,
y tal parece ser el significado de la citada frase del Popol Vuh. Los señores aludidos
hacían que la gente se enfermara como consecuencia de que su sangre era afectada.

En el Popol Vuh se menciona también al señor Ahal puh (hacedor de pus), quien
producía infecciones. El Ahal ganá Q'ama (hacedor de cólera) tenía el poder de 'hacer
que la gente se hinchara'. El pus aparecía en los pies, la bilis aparecía en la cara, hasta
producir ictericia. Los señores Chamiabaq (bastón hueso) y Chamiaholom (bastón
calavera) convertían a la gente en huesos y calaveras. 'Entonces uno muere estirando los
huesos o adquiere hidropesía'. Entre los cakchiqueles y los pokomames (poqomames)
existían dioses semejantes.

Otros señores de la enfermedad eran Ahalmez (hacedor de suciedad) y Ahaltokob


(hacedor de llagas), quienes eran particularmente peligrosos en tiempos de pobreza. El
Ahal Xic (señor gavilán) y el Patán (señor trampa) causaban la muerte en los caminos.
Los cakchiqueles tenían un dios llamado Ahal Xic, que probablemente era idéntico al
señor quiché mencionado en el Popol Vuh. '... lo que se llama muerte repentina,
haciéndoles llegar la sangre a la boca hasta que morían vomitando sangre'. Este pasaje
del Popol Vuh sugiere que pudo haber existido la fiebre amarilla en el Nuevo Mundo,
antes de la conquista española. En la etapa final de la enfermedad, el paciente se debilita
mucho y el vómito es negro. El vómito de sangre aparece mencionado en varios
documentos de otras regiones de Mesoamérica, así que es posible que existiera alguna
forma de fiebre amarilla en los tiempos prehispánicos.

Itzamná, una importante deidad en las Tierras Bajas de Petén, aparentemente era
adorada por algunos grupos mayas de las Tierras Altas. Diego de Zúñiga y Pedro Morán
usaron la palabra itzam y Las Casas escribió Xtcamná. Itzamná, dios de la medicina, con
Ixchel, la diosa luna, y otras deidades, era invocado en la fiesta de los curanderos y
brujos, durante el mes Zip. En Yucatán, Itzamná era conocido porque curaba a los
enfermos y traía los muertos de regreso a la vida.

Ixchel era la diosa de la procreación, del alumbramiento, de la medicina, y patrona de


las enfermedades que forman pústula (los quichés también consideraban a Ixchel como
la diosa de la procreación, Ilustración 190). La sífilis probablemente era una de las
enfermedades asignadas a Ixchel, ya que, por las asociaciones eróticas de esta deidad,
ello pudo haber sido lógico.

Hay indicios de una conexión entre tancaz o tamcaz (en yucateco) -una gran cantidad de
ataques, espasmos y convulsiones- y la luna. Actualmente, los kekchíes (q'eqchi'es) de
Alta Verapaz relacionan los ataques epilépticos con las fases de la luna. Los
cakchiqueles, según el diccionario Coto, también creían que la luna causaba
enfermedades.

J. Eric S. Thompson analizó el culto a los dioses de la tierra y del trueno, a quienes los
kekchíes se referían como Tzultacah. Ellos eran los responsables de enviar fiebres y
enfermedades y de proteger a la gente contra éstas. Las serpientes se concebían como
sus sirvientes, y se enviaban a castigar a los que hacían el mal.

Los brujos

Las Casas se refirió a la existencia de brujos, en la Verapaz, durante la época


prehispánica. Había brujos especializados sólo en hechicería, que son llamados ajitz en
la región quiché, y ah itz, ah kakzik y ah var entre los pokomames. Como los brujos
contemporáneos, el antiguo practicante probablemente era requerido por personas de
todos los niveles, para hacer adivinaciones privadas, curaciones y brujerías.

Antiguamente se tenía la creencia de que los hechiceros poderosos podían transformarse


en animales. En el México prehispánico tanto los hechiceros, como la forma animal de
ellos, eran llamados nahualli. De acuerdo con el Códice Florentino, el 'poseído' era 'el
que se transformaba y tomaba la apariencia de un animal. [El es] alguien que odia, un
destructor de la gente; un implantador de enfermedad... él destruye a la gente, quema
figuras de madera de la gente; él se sangra sobre los otros'. Las Casas afirmó que los
hechiceros también eran llamados balan (balam, o jaguar en quiché) porque tomaban la
apariencia de este animal ante quienes los miraban. Se decía que eran muy dañinos. En
la actualidad se sigue considerando que esos sujetos molestan, 'comen', o de alguna otra
manera, producen enfermedad o la muerte de una persona. El nagual (término que se
usa en la actualidad en Guatemala) puede comerse el alma de su víctima y, por lo tanto,
matarla; también es capaz de lanzar un objeto a alguien, causándole enfermedad. En
Chichicastenango, las sustancias malévolas introducidas en el cuerpo deben sacarse por
medio de eliminaciones corporales, o por medio de erupciones, para curar la
enfermedad.

En un ensayo reciente, L. Musgrave-Portilla demostró que los conceptos nahuas tonalli


y nahualli estaban esparcidos en toda Mesoamérica. Sus significados, sin embargo, se
confundieron y se mezclaron después con las ideas de la Europa medieval. Para la élite
mexicana prehispánica, el nahualli era una persona que tenía el poder de proyectar su
alma en el cuerpo de un animal, con el objeto de realizar ciertas acciones que no eran
necesariamente malignas. Los sacerdotes españoles, sin embargo, interpretaron el
nahualli a la luz de sus propias creencias de la brujería, tal como éstas existían en la
Europa de su tiempo. Para ellos, el nahualli se convirtió en un brujo que tenía pacto con
el diablo. Como consecuencia de esto, era capaz de transformarse físicamente en un
animal, con el propósito de causar daño a otras personas.

Por otro lado, el tonalli era, para los antiguos mesoamericanos, el animal, planta o
fenómeno natural, con el cual se identificaba la fecha de nacimiento de un individuo, de
acuerdo con el calendario sagrado. Al niño se le daba un nombre que correspondía al día
de su nacimiento, y tal era también el nombre del animal que sería su contraparte
durante toda su vida. El individuo y su tonal compartían el mismo destino. La confusión
entre tonalli (espíritu personal o compañero animal) y nahualli (brujo que transforma)
aparece en las fuentes coloniales tempranas, y se encuentra muy difundida hoy en las
comunidades indígenas modernas.

La difusión aludida obedeció sin duda a los movimientos y contactos de población que
ocurrieron entre los pueblos de las distintas regiones de Mesoamérica después de la
Conquista. La influencia de los misioneros también parece haber tenido un importante
papel en la interpretación y confusión de estos fenómenos. Al final de su ensayo,
Musgrave-Portilla concluye que el malvado nahualli de los períodos colonial y moderno
es, aparentemente, un ser cuya naturaleza esencial tiene sus raíces tanto en la
cosmología prehispánica de Mesoamérica como en la visión cósmica española y su
interpretación de la mitología mesoamericana.

Ritos Relacionados con la Enfermedad

Ritos comunales

Se pensaba que los dioses podían causar enfermedad, pero también era creencia muy
difundida, en toda Mesoamérica, que ellos, asimismo, poseían el poder de curar. Por lo
tanto, muchos ritos comunales tenían por objetivo mantener o recuperar la salud. Las
Casas mencionó las ceremonias que se realizaban cuando existía la amenaza de una
enfermedad. Se ofrecían sacrificios en tales circunstancias, y todos participaban en la
respectiva ceremonia. En su estudio sobre los mayas lacandones, efectuado entre 1903 y
1904, Alfred Tozzer se refirió a la existencia de tales ritos comunales. Estos apuntaban
específicamente a cuidar la salud del grupo, y en ellos se ofrecían sacrificios a cambio
de la eliminación de la enfermedad.

En la capital tzutujil y en sus dominios, el dios principal de cada asentamiento avisaba a


toda la comunidad cuando una enfermedad era inminente. Si los señores querían saber
sobre la proximidad de una epidemia, escogían a algunas personas para sacrificarlas
ante el ídolo y consultaban a éste si se acercaba una enfermedad. Había varias maneras
por las cuales respondían los ídolos. Por ejemplo, el ídolo podía aparecer tendido en el
suelo, mostrando en su cuerpo las señales de la enfermedad que atacaría a la población.
El ídolo también podía aparecer ante la gente, tirado en el suelo, con una soga alrededor
del cuello. El ídolo más importante de cada asentamiento era el que indicaba la llegada
de un brote epidémico de importancia, y este tipo de predicciones probablemente era
común en otras regiones de las Tierras Altas.

El señor tzutujil que era seleccionado para consultar al ídolo ayunaba durante 260 días,
es decir, la duración total del calendario adivinatorio sagrado, que tenía 13 meses de 20
días cada uno. El señor aludido hacía sacrificio al principio y al final del ayuno; ofrecía
incienso y su sangre al ídolo, mientras le preguntaba lo que los señores deseaban saber.
El señor debía estar ritualmente puro y no podía ir a la casa ni tener relaciones sexuales
con su esposa durante el ayuno. También participaba el gobernante, que se quedaba en
el templo durante los días nublados, y quien sólo podía ir a su casa si el día estaba claro.
El rito de purificación era considerado muy importante en las ceremonias religiosas, y
constituye una creencia que sobrevive actualmente en la región maya.

Las Casas anotó que ritos semejantes se celebraban en la Verapaz, pero que no se
referían específicamente a enfermedad. Las Casas observó que los hombres dormían
separados de sus mujeres, en edificios colocados cerca del templo, en el período de 70 a
100 días que duraban los tiempos ceremoniales. Los hombres ofrecían su propia sangre
y quemaban incienso. También se abstenían de bañarse, y se cubrían con el hollín de
antorchas negras en señal de penitencia. Tozzer indicó que los lacandones renovaban
sus incensarios y que, durante cierto tiempo, los hombres no se bañaban y vivían
separados de sus familias. Dormían en la choza sagrada. Se cortaban las orejas con la
punta de piedra de las flechas, y dejaban que cayera la sangre en los braseros que tenían
los ídolos. Cuando rezaban y quemaban incienso de copal, las caras y los brazos de los
lacandones se ponían negros por el humo, lo cual, según ellos, poseía cualidades
curativas.

Los rituales precolombinos eran observados muy cuidadosamente, porque de otra


manera los dioses podían enviar la muerte a aquellos que no participaban, o a quienes
cometían errores serios durante los rituales.

Adivinación

La adivinación era el método más importante de diagnosis en los tiempos prehispánicos.


Había varias maneras de practicarla, pero en las Tierras Altas de Guatemala la más
importante era la adivinación al azar. En Quioj, un centro que dependía de los tzutujiles,
se echaban las suertes para que el ídolo indicara qué enfermedad ocurriría. En un
documento antiguo se informó que: 'se juntaban los viejos del pueblo y sacaban unas
pinturas que tenían, en donde contaban los meses y años y echaban suertes y en la
pintura que caía la suerte conocían y entendían el tiempo en que había de suceder la
guerra, hambre o pestilencia...'

Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, en su obra de finales del siglo XVII, aseveró
que el medio más común de echar la suerte consistía en el conteo de granos de maíz. El
tipo de adivinación que describió dicho cronista todavía se practica por los curanderos
en muchos pueblos de las Tierras Altas, y se usa para diagnosticar la causa de una
enfermedad. Después de formular el diagnóstico, el curandero sugiere un tratamiento
para la enfermedad. En la región quiché, estos adivinadores se llamaban aj kij, palabra
que proviene de kij, que significa sol, día o luz (con la connotación de mirar).
En la época prehispánica existieron otros tipos de adivinadores. Entre los cakchiqueles y
los quichés, los que se especializaban en predecir el futuro se llamaban ajsakiwachinel,
en cakchiquel, y hiq' uachinel, en quiché. Estos eran videntes que profetizaban, o
podían 'ver a distancia', escudriñando y viendo en el interior de las cosas. Entre los
quichés existían los labahinel, o adivinadores del augurio, los ichiqanel, o adivinadores
del sueño; los ilol, o videntes, que interpretaban los augurios. Un adivino cakchiquel, el
cholol kij (probablemente aj chol kin, 'el que cuenta los días'), que parece haber sido
distinto del aj kij, determinaba si un día era bueno o malo para celebrar un rito. El hecho
de diagnosticar enfermedades probablemente era también parte de las funciones de
algunos de estos adivinos.

Otro adivino quiché prehispánico era el ah xulu, o ajxulu, rebuscador curandero brujo.
Este hacía preguntas adivinatorias a su propio cuerpo y recibía respuestas por medio de
sacudidas en diversas partes del mismo. Este tipo de adivinación probablemente se usó
como método para diagnosticar enfermedades, de la misma manera como se hace en la
actualidad. En el presente, en muchas áreas de Mesoamérica se considera a la sangre
como una sustancia animada, capaz, en algunos individuos, de enviar señales, o 'hablar'.
En las Tierras Altas de Guatemala el adivino tiene una sensación dentro de su cuerpo,
descrita en la literatura especializada, ya como estremecimiento, ya como salto o
sacudida en la sangre o en los músculos. Esta sensación proporcionaba información
acerca del pasado, o sobre las perspectivas de los pacientes.

Los baños

El baño era un método terapéutico común, usado en todas las comunidades durante la
época prehispánica (Ilustraciones 104,144 y 192). Se realizaba con propósitos de aseo
personal y como tratamiento de enfermedades. El Capitán Juan de Estrada escribió, en
1579, que 'ellos tenían la costumbre de bañarse en los ríos y lo siguen haciendo'. Fray
Antonio de Remesal informó que, durante una epidemia ocurrida poco después de la
Conquista, los indígenas con fiebres se bañaban en los ríos, y el agua fría los mataba
rápidamente. En la Europa del siglo XVI no era costumbre bañarse con frecuencia, y los
sacerdotes que llegaron al Nuevo Mundo lucharon sin éxito para quitar tal costumbre a
los indígenas.

El baño de vapor (tuj, en quiché) se usaba como purificación ritual, aseo regular,
relajamiento y con propósitos medicinales. Los indígenas del Altiplano actualmente
usan todavía el baño de vapor para curar muchas enfermedades. Estos baños, por lo
general, miden poco mas de un metro de altura, y tienen paredes de piedra y un piso de
madera cubierto de barro. Adentro hay piedras que se calientan y luego se empapan con
agua, con lo cual se obtiene el vapor. Al parecer, estos baños han cambiado poco desde
los tiempos prehispánicos. Fuentes y Guzmán decía que los indígenas usaban el baño de
vapor para tratar las fiebres, o se ponían bajo el sol y sólo tomaban agua caliente e
infusiones. Antonio Vázquez de Espinoza, que escribió alrededor de 1620, decía que el
baño de vapor se usaba para tratar 'tumores' (sífilis) y otros males.

Junto con los baños de vapor, en las Tierras Altas de Guatemala se usaron las aguas
medicinales para curar enfermedades. Actualmente, los indígenas que viven cerca de
aguas sulfurosas todavía hacen uso de éstas para curar padecimientos, tales como
calambres, dolor de cuerpo, infección intestinal y reumatismo. En la antigüedad, las
aguas sulfurosas se usaban para tratar ciertos malestares. Las aguas medicinales de San
Bartolomé Aguas Calientes y de Totonicapán fueron mencionadas por Fuentes y
Guzmán. Vázquez de Espinosa decía que los baños calientes de San Bartolomé Aguas
Calientes eran famosos, y que allí se había levantado una casa de baños con cuartos y
compartimientos para personas inválidas, ya que las aguas eran muy saludables. Otras
aguas termales saludables se localizaban en Sonsonate. Domingo Juarros, quien escribió
a principios del siglo XIX, describía una 'vertiente de aguas vitriólicas' cerca de Santo
Domingo Mixco, 'que se han experimentado eficaces para curar la diarrea'.

Está claro que los indígenas de la Guatemala prehispánica y colonial creían que las
aguas termales tenían poderes curativos. Tanto los baños de vapor como las aguas
medicinales se usaban para tratar una variedad de enfermedades, así como para la
higiene personal regular, a pesar de las advertencias adversas de los españoles.

Curanderos

Practicantes generales

Las Casas menciona tres tipos de curanderos que existían en la Verapaz, en tiempos
antiguos. 'Ellos... tenían médicos, grandes herbolarios y tal vez aun mejores hechiceros'.
Entre los pokomames, el médico era llamado ah cut, y el oficio estaba disponible
exclusivamente para los miembros de la nobleza. Ajcun era el equivalente quiché,
derivado de la palabra cunabal, que significa medicina. En cakchiquel se escribía ajqun,
y ajkun, en tzutujil. Otro médico entre los cakchiqueles se llamaba ajkom. Este oficio
era semejante al del ahicom (médico, curandero) de los pokomames, y aparentemente
estaba abierto a todos.

Las Casas describió el papel del médico prehispánico en la Verapaz:

Acostumbrábase el médico o médicos estar delante siempre


del rey o del señor, y así, cuando le venía alguna
indispusición, no era menester irlo a buscar. El cual, con
diligencia y solicitud aplicaba los remedios con yerbas y
otros adminículos naturales que sabían por experiencia ser
provechosos para la enfermedad... Después de aquellos
aplicados, llamaban al hechicero o nigromántico o
astrólogo que tenía oficio de contar las suertes, para que
dijese qué sacrificio sería mejor y más agradable a los
dioses... Algunas veces era de pájaros de tal color,
blanco, verdes o dorados, o pintados, o prietos, y así de
otras cualidades, y otros animales quizá. Otras veces
mandaba o declaraba que se ofreciesen hombres de tal edad,
o mujeres de tal cualidad y manera. Muchas (sic), cuando
eran graves las enfermedades y las personas de mucha
dignidad, mandaba que sacrificasen algún hijo, y
comúnmente se sacrificaban los hijos de las esclavas, y
algunas veces, aunque pocas, se sacrificaban los hijos
legítimos de los señores, cuando había muchos que
heredasen. Esto era el último remedio cuando, después de
hechas cuantas maneras de medicinas podían hallar, y
ofrecidas todas las especies de sacrificios que era
posible ofrecerse, y todavía se agraviaba la enfermedad.
Mandábale, sobre todo, que confesase los pecados... y por
excelencia los pecados de adulterios y fornicación...
También confesaban por pecado haber quebrantado cualquiera
de sus cuaresmas, y entonces las quebrantaban, según su
opinión, cuando tenían participación con sus mujeres.

Es probable que este pasaje describiera el papel del ah cut pokomam, que pertenecía a la
nobleza y que era el doctor que trataba a otros nobles. Las Casas también describió a
otro tipo de doctor, talvez el ahicom, que trataba al pueblo.

Si alguien se enfermaba, lo primero que se hacía era ofrecer sacrificios. Se enviaba al


sacerdote para que sacrificara codornices u otros pájaros del color apropiado a la
enfermedad. En el calendario sagrado de 260 días, que se usaba para la adivinación, los
colores estaban asociados con cada día, y algunos de éstos eran responsables de ciertas
enfermedades. Las Casas registró la siguiente información pertinente:

Si era señor, siempre tenía el médico delante... la otra


gente, no; pero luego tomaba la mujer, si el marido era el
enfermo, o él, si enfermaba ella, una manta o otra cosa de
valor, e iba con ella al médico y decíale: 'Fulano,
vuestro hijo está malo; ruégaos mucho que lo visitéis', y
sin esperar que le respondiese algo, le ponía lo que le
traía delante. El médico se desocupaba e iba luego con el
mensaje, y visitaba al enfermo...

De acuerdo con el pasaje que relata el tratamiento que se le daba a los señores, el
médico aplicaba los remedios, llamaba al adivino para echar la suerte, hacer un
sacrificio, e inducir al paciente a confesar sus pecados. El más serio de todos éstos era
no cumplir con lo indicado por el médico, aunque esto significara sacrificar todas las
posesiones del paciente. Los procedimientos utilizados para tratar gente del pueblo eran
semejantes, aunque la confesión se podía obtener antes de echar las suertes, y el mismo
médico realizaba la adivinación.

Es poco lo que se sabe acerca de la forma en que eran atraídos a su vocación los
especialistas importantes en la época precolombina. Ordinariamente, el oficio era
hereditario entre la nobleza, de modo que el ahcut quizás provenía de una 'casta' de
médicos, y como aprendiz recibía mucho del conocimiento de la profesión de sus
parientes. De acuerdo con Fray Pedro Morán, el ahcut era un maestro, orador, médico y
consejero, y sugería que el aprendizaje era importante entre los de ese grupo. Por el
hecho de ser nobles, los médicos sabían leer y escribir y estudiar los manuscritos
disponibles sobre medicina.

Los médicos que pertenecían al pueblo también pueden haber sido aprendices, aunque
no se sabe si sus oficios eran hereditarios. Sin embargo, esto parece improbable, puesto
que el oficio de ahicom estaba abierto a todos. Es poco probable que estos curanderos
supieran leer, puesto que ese privilegio estaba, por lo general, reservado a la nobleza,
por lo que aprendían por medio de la observación y el trabajo con otros.

Los Especialistas
Especialistas en mordeduras

Estos especialistas existen actualmente en las Tierras Altas. Probablemente, en


Guatemala conformaban una categoría aparte de la de los practicantes de medicina. En
el Popol Vuh, el loro pregunta al Abuelo y a la Abuela: '¿Qué clase de veneno pueden
hacer? ¿Qué clase de veneno pueden curar?' Esto puede implicar que de hecho existían
los especialistas en mordeduras, pero los dos antepasados no admitieron pericia en ese
campo. Algunos practicantes generales probablemente también trataban mordeduras.
Entre los actuales tzutujiles, de Santiago Atitlán se separan dos categorías: los
especialistas en mordeduras de serpientes (ruki kamats) y los especialistas en las de
arañas (ruki'om); pero algunos ajkum también hacían esas curaciones. Antiguamente,
los especialistas en mordeduras debieron tratar, sobre todo, al pueblo, mientras que los
miembros de la nobleza eran tratados por un médico.

Diego García de Palacio escribió, a finales del siglo XVI, que las serpientes venenosas y
los insectos dañinos eran los responsables de muchas mordeduras y piquetes, en la
región costera del sureste. Algunas de estas criaturas dañinas estaban presentes en otras
zonas de la Costa y de las Tierras Altas, pero eran un problema más grande en las zonas
tropicales húmedas. Fray Francisco Ximénez, en su Historia Natural, mencionó algunas
de las serpientes peligrosas y venenosas que existían en Guatemala. Fray Francisco
Montero de Miranda, padre dominico que vivió en la Verapaz durante la segunda mitad
del siglo XVI, anotó que había muchas serpientes venenosas en aquella región. En la
Bocacosta sur, los indígenas temían a la tlamacaz coatl (en nahua) de la cual se decía
que era tan venenosa que el que era mordido por una de ellas moría en 24 horas. La gran
cantidad de serpientes e insectos venenosos hace suponer que en el sistema médico
indígena figuraban los especialistas en mordeduras.

Reparadores de huesos

Hay un pasaje en el Popol Vuh que se refiere a la reparación de los huesos. El Abuelo y
la Abuela mencionan que ellos arreglaban los huesos. Desafortunadamente, ésta es la
única referencia que existe en las antiguas fuentes documentales de las Tierras Altas de
Guatemala, pero ella indica la existencia de personas que se dedicaban a arreglar los
huesos. Fuentes y Guzmán, a finales del siglo XVII, describió el tratamiento que usaban
los indígenas para las fracturas, en el que figuraban las hierbas medicinales.

Antiguamente, ya se conocían las articulaciones del cuerpo humano, que a veces se


representaban en figurillas. El Doctor Jorge Villacorta Cifuentes incluyó una figura, de
El Baúl, que mostraba, precisamente, las articulaciones. Otras figurillas más tempranas
de Kaminaljuyú también demuestran el conocimiento de las articulaciones, el cual pudo
provenir de los cuerpos desmembrados en la guerra o del sacrificio humano. En San
Juan Comalapa, el reparador de huesos se llama aj yuquj q'abaj, o 'enderezador de
huesos'. Una figurilla muy temprana (c 800 AC), procedente del sitio La Blanca,
Departamento de San Marcos, muestra problemas de los huesos y enfermedades
congénitas (Ilustración 193).

Los herbolarios
Las Casas mencionó a los herbolarios. Este practicante, llamado qumanel, en
cakchiquel, fue definido por Francisco de Varela como 'el que cura; el médico'.
Actualmente, en Colotenango, por ejemplo, el kanel usa tanto plantas medicinales como
medicamentos modernos. El kanel es diferente del chimán (shamán) que trata
enfermedades que resultan del pecado, las cuales son enviadas por un dios como
castigo. El chimán usa métodos mágicos y religiosos para curar. En Santiago Atitlán, el
ajkomanel es semejante al kanel, de Colotenango, y al qumanel, de los cakchiqueles, y
trata al enfermo sin el uso de oraciones. La enfermedad se trata como una condición
fisiológica por el ajkomanel, y en tiempos más recientes se usaron, de manera empírica,
hierbas y fármacos. El ajkun usa, básicamente, un medio mágico y religioso de curar.

No hay información, en las fuentes prehispánicas, que indique si los herbolarios


guatemaltecos realizaban investigaciones formales, o si eran sencillamente gente del
pueblo que adquiría el oficio como aprendices de otros herbolarios. Hay evidencia que
la medicina de hierbas fue muy importante en los tiempos antiguos; véase, por ejemplo,
la Ilustración 104.

Las comadronas

Desde la época precolombina existieron parteras (iyom, en quiché), y ellas aún practican
su profesión en la mayor parte de las poblaciones de las Tierras Altas. En 1576 García
de Palacio analizó el papel de la comadrona en el pueblo de Asunción Mita, un área
pipil en el Oriente. Los pipiles fueron aliados de los tzutujiles en tiempos prehispánicos
y pueden haber compartido algunos patrones culturales con los hablantes de maya,
especialmente lo relacionado con las prácticas médicas.

García de Palacio indicó que, al momento del alumbramiento, la mujer confesaba sus
pecados a la comadrona que la asistía:

[Si]... si la preñada no podía parir, luego la hacían


decir sus pecados, y si no paría, hacían que se confesase
el marido, y si no podía con ésto, si había dicho y
confesado que conocía a alguno, iban á casa de aquel y
traían la manta é pañetes, y se las ceñían a la preñada
para que pariese; y si esto no bastaba, el marido se
sacrificaba las orejas y la lengua.

En otro pasaje, García de Palacio relató que la comadrona también se extraía sangre y la
rociaba a los cuatro vientos, mientras hacía invocaciones y ejecutaba ceremonias para
facilitar el parto. Se usaba la ropa del marido para facilitar el alumbramiento. George
Foster señaló que en España se usaban diversas prendas de ropa masculina, con el
propósito de ayudar en el nacimiento de un niño, por lo que esta costumbre pudo
haberse adoptado de los españoles. Diego de Landa informó que, en Yucatán, existía la
costumbre de poner un ídolo, que representaba a Ixchel, la diosa de los partos, debajo de
la cama de la mujer que estaba en labor. Entre algunos grupos de las Tierras Altas,
Ixchel también era considerada la patrona de los alumbramientos.

Las principales funciones de la comadrona consistían en examinar a la mujer encinta


durante los últimos meses del embarazo, prescribir reglas dietéticas e higiénicas y
atender el alumbramiento. Probablemente, era ella la encargada de encender el fuego
que se hacía en el cuarto del recién nacido. En el México central este fuego se mantenía
encendido durante cuatro días, hasta que el infante era bañado ritualmente y recibía su
nombre.

Existen algunas pruebas de esqueletos que demuestran que el alumbramiento no


siempre era una cosa fácil en los tiempos prehispánicos. En el Montículo R22 de la
finca Zunil, en la región de Tiquisate, en la Costa Sur de Guatemala, fue enterrado un
feto abortado alrededor de 800 AC. El entierro, muy elaborado para un feto, sugiere que
debió haber pertenecido a un linaje noble. Otro entierro en la tumba del Montículo C de
Chicol, en Huehuetenango, contenía los esqueletos de gemelos y de una mujer de unos
35 años, probablemente la madre. Al parecer los tres murieron en el alumbramiento.

Los cirujanos

Otro especialista médico prehispánico fue el cirujano, pero desafortunadamente hay


poca información en fuentes documentales de las Tierras Altas de Guatemala que se
refieran específicamente a cirujanos indígenas. Entre los cakchiqueles había un
especialista llamado el ajtokola, que era un cirujano que sangraba a la gente y la libraba
de hechicerías. Este especialista también existía entre los aztecas y era llamado tezoc o
teximani (en nahua), aunque era diferente del cirujano, que recibía el nombre de tetecqui
o texoxotla ticitl. Es probable que el cirujano y flebotomiano (el que dejaba salir la
sangre) fueran diferentes en la Guatemala antigua, pero no existe ninguna información
con respecto al primero. El término para sangrado entre los quichés era ahhut,
probablemente equivalente al ahcut pokoman, que designaba al noble y médico. Talvez
el médico practicaba sangrías a los nobles, mientras que el ajtokola trataba al pueblo.
No está claro si el médico practicaba la cirugía o si un practicante distinto desempeñaba
este papel en el Altiplano de Guatemala durante la época prehispánica.

Aunque en Mesoamérica la cirugía no estaba tan desarrollada como la medicina con


hierbas, los cirujanos indígenas probablemente fueron capaces de realizar extracciones y
mutilaciones dentales (Ilustración 197), hacer prótesis, extraer cuerpos extraños, drenar
abscesos, curar heridas, arreglar fracturas y dislocaciones, así como hacer amputaciones,
sangrías, circuncisiones y, posiblemente, trepanaciones craneanas. Estos especialistas
deben haber aprendido mucho de la anatomía humana por los sacrificios humanos y por
la observación de los guerreros heridos.

Las navajas de obsidiana se usaron como instrumentos quirúrgicos y pueden haber sido
utilizadas para operaciones menores. Los experimentos muestran que las navajas de
obsidiana no sólo son suficientemente puntiagudas para funcionar como instrumentos
quirúrgicos, sino también que las heridas efectuadas con un cuchillo de vidrio sanan
más rápidamente que las hechas con cuchillos de otros metales.

Francisco Ximénez notó que los indígenas eran muy buenos en lo referente a la sangría
y que, a menudo, eran preferidos por los españoles. Pedro de Alvarado, el Conquistador
de Guatemala, y sus hombres, confiaban en los indígenas para la sangría. En tiempos
recientes, la evidencia muestra que los curanderos de Todos Santos, Huehuetenango,
usaron la flebotomía, que también se practicaba en Santiago Atitlán. Pinturas de
indígenas locales muestran este procedimiento. Se ha informado que en Atitlán se usaba
un pedazo de vidrio, o una navaja de obsidiana, para perforar la piel; ordinariamente se
hacían varias perforaciones pequeñas, para permitir que saliera la 'mala sangre', que
supuestamente llevaba consigo la enfermedad. Esta pudo ser la forma en la que los
naturales practicaban la flebotomía, mientras que abrir una vena era el método europeo
más común.

A veces pudo haber sido necesaria la cirugía, especialmente para tratar heridas de
guerra. Un arma común era el mazo de guerra, que tenía incrustadas filosas navajas y
podía dividir a un hombre en dos. Se usaban también el arco y la flecha, los cuchillos,
hondas y lanzas con puntas de obsidiana, todos causantes de heridas serias. Fuentes y
Guzmán decía que los indígenas tenían armas que penetraban profundamente en el
cuerpo y, cuando las lanzaban, producían miedo por las terribles heridas que causaban.
Las peores probablemente mataban a las víctimas, pero es posible que algunos hombres
se pudieran salvar por medio de la cirugía y el tratamiento adecuado.

Zúñiga mencionó la circuncisión, de la cual aseveró que se practicaba en 'niños


pequeños que no tenían el poder de la semilla'. No es sorprendente el hecho de que se
practicara la circuncisión y que probablemente fuera una costumbre realizada en los
templos, pues era común sangrar el pene, la lengua, los brazos, los músculos y las
orejas, que regularmente realizaban los hombres como parte de sus ritos religiosos. Este
tipo de sacrificios se hacía cortando la parte seleccionada del cuerpo, con una afilada
navaja de obsidiana. Un falo de jade localizado en la vecindad de Chichicastenango,
demuestra que la circuncisión se practicó por los quichés durante la época prehispánica.

El tatuaje, según Ximénez, se hacía 'con la punta de una navaja que estaba muy afilada'.
Luego se ponía carbón en la herida, para que ésta quedara negra. Algunas veces se
perforaban las orejas y el tabique nasal con el objeto de usar orejeras y narigueras.

En tiempos recientes, en la región chortí, se han observado 'cirujanos' que realizan


muchas de las funciones que caracterizaron su profesión en tiempos prehispánicos.
Tratan fracturas, curan heridas, detienen hemorragias, atienden gangrenas y llagas, y
abren la carne para dejar escapar el 'mal aire'. Entre los chortíes, los cirujanos trataban
todos los males del cuerpo que requerían tratamiento externo y para lo cual no era
necesario ningún tratamiento ritual.

Es probable que haya existido otros tipos de especialistas médicos en las Tierras Altas
de Guatemala, pero los mencionados antes eran algunos de los más importantes.
Después de la Conquista cambiaron las prácticas médicas aborígenes. Esto obedeció
principalmente a la decadencia de la nobleza y al sistema de oficios, así como a las
prohibiciones españolas concernientes a la práctica del sistema médico-religioso
indígena. Conforme se perdió el conocimiento prehispánico y los oficios hereditarios
cayeron en desuso, tanto dicho conocimiento como los practicantes tendieron a
permanecer en la clase popular. Como consecuencia de estos factores y por el gran
descenso de población después de la Conquista, muchas especializaciones se
abandonaron o se olvidaron y surgieron otras.

Conclusiones
En los tiempos prehispánicos se atribuyó la enfermedad a una variedad de causas
naturales y sobrenaturales. La religión, la medicina y la moralidad estaban íntimamente
ligadas. El diagnóstico, en muchos casos, comprendía descubrir qué entidad
sobrenatural o brujo era responsable de la enfermedad, y el tratamiento abarcaba el
restablecimiento del equilibrio del individuo con los dioses o espíritus que habían sido
ofendido; o bien, las prácticas para contrarrestar la brujería. El concepto de equilibrio y
desequilibrio formaba parte importante de la etiología de la enfermedad en Guatemala.
Entre los muchos factores que podían producir un desequilibrio y hacer que una persona
se enfermara, estaban el sexo, la edad, el trabajo excesivo y el pecado. En la actualidad,
sobrevive tal idea, particularmente en el principio fortaleza-debilidad, según el cual un
cuerpo débil, por la sangre afectada, se estima particularmente susceptible de contraer
una enfermedad.

Se tenía la creencia, asimismo, de que los dioses enviaban enfermedades. El Popol Vuh
contiene alusiones a varios dioses que hacían que se enfermara la gente. El 'Abuelo' y la
'Abuela', parece que también desempeñaban el papel de curanderos. Los dioses del
linaje figuraban de manera prominente en los ritos de la comunidad. Los brujos eran
otra fuente de enfermedad. Si se sospechaba brujería, la persona afectada acudía a un
buen hechicero para contrarrestar la magia maligna que se consideraba causa de la
enfermedad.

El tratamiento de una enfermedad comprendía ritos individuales y comunales, visitar al


practicante médico y usar pociones de hierbas. Muchos ritos tenían como propósito
conservar y devolver la salud. La adivinación, por lo general, con el procedimiento de
echar la suerte, era practicada por los sacerdotes importantes si estaba en peligro la
salud de la comunidad, o por un curandero si se trataba de un paciente particular. Otras
prácticas comunes eran los baños de vapor y el uso de aguas medicinales, lo cual se
realizaba regularmente como parte de la higiene personal y para el tratamiento de
enfermedades.

Hubo muchos tipos de practicantes de la medicina en los tiempos antiguos, y algunos de


ellos, como los médicos nobles, no sobrevivieron después de la Conquista. En la
actualidad subsisten los especialistas en mordeduras, los que arreglan fracturas,
herbolarios, comadronas y cirujanos, pero mucho del conocimiento especializado, de los
antiguos médicos de la élite, se perdió durante los primeros años de la Colonia, por la
decadencia de la nobleza y el sistema de oficios. La medicina aborigen observada
durante el período colonial probablemente representaba la que empleó la gente del
pueblo durante los tiempos prehispánicos.

La historia de la medicina indígena, en la Guatemala prehispánica de las Tierras Altas,


es sumamente interesante; y es lamentable que no existan documentos extensos, escritos
por los indígenas en los primeros tiempos posteriores a la conquista, en los cuales se
trate de este asunto. Talvez algún día salgan a luz manuscritos que revelen más acerca
del sistema de curaciones usado por los médicos prehispánicos de Guatemala.
GUILLERMO MATA AMADO

Odontología Prehispánica
Mesoamericana

Las culturas mesoamericanas precolombinas desarrollaron técnicas operatorias en


dentaduras humanas, nunca efectuadas en cualquier otra civilización de esa época. En
algunas otras regiones de América se han reportado unos pocos hallazgos de dientes con
desgastes, pero no de incrustaciones. Consistía este tipo de trabajos en desgastes
selectivos o mutilaciones, así como en la preparación de diminutas cavidades para la
colocación de incrustaciones de jadeíta, pirita de hierro, hematita y otros. No se sabe,
sin embargo, con qué fines se llevaron a cabo tan asombrosos procedimientos dentales,
aunque es seguro que no tenían carácter terapéutico o curativo.

Los primeros casos reportados, correspondientes a desgastes selectivos, se encontraron


en el sitio arqueológico El Arbolillo, cerca de la actual capital mexicana, el cual, así
como otras evidencias descubiertas en excavaciones arqueológicas, corresponde al
Preclásico Temprano (c 1200 AC). Los primeros casos con incrustaciones aparecieron
en Monte Negro y Monte Albán, en México, así como en Uaxactún y Nakbé, en la
región de Petén, en Guatemala, todos correspondientes al Preclásico Medio (c 800 AC).
Posteriormente se extendió el uso de tales prácticas, a juzgar por las múltiples muestras
pertenecientes a todos los períodos siguientes de la historia mesoamericana, hasta el
Postclásico Tardío (c 1500 DC).

El investigador Javier Romero, especialista destacado en este tema, catalogó todo el


material descubierto en México hasta 1982, y llegó a un inventario total de 2,039
dientes con diversos tratamientos. En Guatemala, en cambio, son escasos los estudios
que se han ocupado del asunto. Las primeras referencias a la odontología prehispánica,
en el país, se encuentran en las investigaciones realizadas en Holmul, por Raymond
Merwin y George Vaillant (1932), a quienes se debe el hallazgo de un incisivo central
con tres incrustaciones, que fue el primer caso que se reportó de este tipo. Gracias a los
trabajos arqueológicos realizados en Piedras Negras y Uaxactún, entre 1931 y 1937, se
encontraron algunas piezas dentales con limaduras (desgaste selectivo) e incrustaciones,
a las que se refirieron Eduardo Cáceres, Oliver G. Ricketson y Edith B. Ricketson.

Asimismo, han sido objeto de estudio diversos hallazgos hechos en lugares como
Tajumulco (1943), Kaminaljuyú (1946), San Agustín Acasaguastlán (1949) y Zaculeu
(1953). En 1963 Oscar Cifuentes publicó un resumen de los descubrimientos reportados
hasta esa fecha en Guatemala. Más recientemente, otros investigadores se han referido a
ejemplares encontrados en Altar de Sacrificios (1972) y en Mundo Perdido, Tikal
(1984). En este último sitio se descubrieron dientes trabajados con técnicas diferentes a
las de otros lugares. En 1990 Claudia Wolley y Lori Wright reportaron al autor del
presente artículo el resultado provisional de sus hallazgos en el Entierro Nº 20, de Dos
Pilas. Sin embargo, ni en Guatemala ni en las demás áreas que se encuentran en el
sudeste de Mesoamérica (Belice, parte de El Salvador y Honduras) ha sido posible hacer
un recuento similar al realizado para la región mexicana, por lo que se desconoce el
número de ejemplares encontrados en esas regiones.

Desgastes Selectivos
El primero de los dos grandes tipos de trabajos dentales de las culturas mesoamericanas,
consistente en el desgaste de las piezas, se conoce comúnmente con el nombre de
mutilación (Ilustración 197). Este término, que sugiere una operación traumática y
violenta, no refleja el verdadero procedimiento. Se han empleado también otros
términos, tales como limado, aserrado y desvanecido, para designar dichos trabajos. Se
considera, sin embargo, que el nombre de desgaste selectivo es el más apropiado, en
concordancia con el propósito determinado que se pretendía.

El desgaste selectivo se realizaba en los dientes anteriores (centrales, laterales y


caninos) de las arcadas superior o inferior. Se llama desgaste porque, si se realiza un
análisis microscópico del área trabajada en el diente, se nota que lo que falta de la
superficie fue eliminado por fricción o frotamiento con un elemento abrasivo. No todos
los casos de desgaste, sin embargo, correspondieron a tratamientos operatorios. Este
pudo haber sido también consecuencia de un hábito ocupacional como, por ejemplo, el
de cortar hilos, cuerdas, sostener algún objeto, usar los dientes para quebrar materiales,
etcétera. Estos casos aparecen, en la actualidad, en personas que tienen algún hábito u
ocupación particular, como tapiceros, costureras, artesanos y mujeres que utilizan sus
dientes para abrir los llamados ganchos sandinos.

Incrustaciones
El segundo tipo de procedimiento operatorio, conocido como incrustación, fue único en
el mundo de su época (Ilustraciones 195 y 196). En ninguna parte se efectuaron
perforaciones de la superficie del esmalte sano de los dientes, sino hasta en el siglo
XVIII, en Europa. El procedimiento mesoamericano consistía en la preparación de una
cavidad circular milimétrica, por medio de una perforación en la que posteriormente se
colocaba una incrustación u obturación de materiales rígidos, como jadeíta, hematita,
pirita y otros, que se fijaban con un pegamento. Estos tratamientos se efectuaron
únicamente en los dientes anteriores (centrales, laterales y caninos), tanto en el maxilar
superior como en el inferior. Sólo en casos raros se han encontrado incrustaciones en las
primeras premolares inferiores. Las operaciones aludidas revelan una alta tecnología,
destreza y habilidad en sus ejecutores, ya que se efectuaban en las caras anteriores de
los dientes superiores o inferiores, sobre el esmalte sano, que es el tejido más duro del
organismo humano, pues tiene una dureza de 5 en la Escala de Mohs. En la actualidad
se necesitan, para trabajos similares, barrenos de alta velocidad y brocas de diamante,
así como un diligente y difícil procedimiento. Como se dijo antes, se desconoce con qué
fines se hicieron tan delicadas operaciones, que no tenían intención terapéutica.
Clasificación de los Trabajos Dentales
Los ejemplos provenientes tanto de excavaciones científicamente controladas, como de
los hallazgos fortuitos o de origen desconocido, han sido objeto de diversos intentos de
catalogación. Entre todos éstos, la clasificación ofrecida por Romero resulta la más
funcional y es la que suele seguirse por los especialistas en la materia. Dicho
investigador incluyó en su clasificación todos los casos reportados en América.

El Cuadro 19 contiene tres grandes grupos, en los que se clasifican siete tipos diferentes
de trabajos dentales. Cada uno de estos tipos, a su vez, se subdivide en variados estilos,
como se muestra en la Ilustración 197.

Grupo I

Comprende tres tipos básicos de desgaste selectivo:

A) Pertenecen a este tipo aquellos casos en que se presentan uno o varios desgastes en el
borde incisal; este es el borde del diente con que se corta o incide. Este tipo registra
cinco estilos diferentes, designados como del A-1 al A-5. Este último tipo sólo se ha
encontrado en Norteamérica.

B) Se refiere a los casos de desgaste en un solo ángulo del diente. Según sea la
profundidad y la forma en que dicho desgaste se presenta, se han catalogado siete estilos
del B-1 al B-7.

C) Aquí se encuentran los casos de desgaste selectivo en los dos ángulos de un mismo
diente que, de acuerdo también con su forma y profundidad, se clasifican en nueve
estilos del C-1 al C-9.

Grupo II

Incluye dos tipos:

D) Caracterizado por la presencia de líneas en la cara labial o anterior del diente,


presenta 10 variedades según la profundidad y orientación de tales líneas: del D-1 al D-
10. El D-7 sólo se ha encontrado en Norteamérica.

E) Agrupa los casos de trabajos dentales que consisten en la preparación de cavidades


milimétricas circulares, realizadas con el propósito de recibir una o más incrustraciones.
Se efectuaban en los dientes anteriores, tanto superiores como inferiores, en su cara
labial. Los estilos son E-1, que se encuentra más frecuentemente, con una incrustación;
el E-2, cuando hay dos; y el E-3, cuando hay tres. En este tipo se han agregado el E-1-1,
cuando hay una incrustación en la cara proximal; el E-6, cuando en un diente se
encuentran cuatro incrustaciones; y el E-7, cuando en primeros premolares inferiores se
encuentra una incrustación, lo que no es muy frecuente. Además, en este grupo se
incluyen los estilos E-4 y E-5, que consisten en desgastes del esmalte en la cara bucal de
dientes anteriores superiores; únicamente se han reportado dos casos encontrados en
América del Sur.
Grupo III

Comprende dos tipos (Ilustración 197):

F) Se refiere a aquellos casos en que aparece desgaste en el borde incisal, con líneas en
la cara labial o con desgastes en el esmalte. Se han clasificado 11 estilos diferentes (del
F-1 al F-11). El estilo F-6 sólo se ha encontrado en América del Sur.

G) Dentro de este tipo se catalogan las diversas combinaciones de los tipos A, B y C


con el Tipo E. En otras palabras, incluye los casos de desgaste selectivo en el contorno
de un diente que presenta, asimismo, una o varias incrustaciones en su cara labial.
Romero inventarió 15 estilos diferentes del Tipo G, a los que hay que añadir la variedad
G-16, o sea, dientes con tres incrustaciones en la cara bucal junto con desgastes en sus
dos ángulos; y la G-17, que consiste en cuatro incrustaciones en la cara bucal y, además,
un desgaste en la cara lateral. Los tipos E y G son los más singulares y asombrosos que
efectuaron los antiguos mesoamericanos.

Procedimientos Operatorios e Instrumentos de


Trabajo
La siguiente descripción debe tomarse como una explicación hipotética de lo que
pueden haber sido los procedimientos e instrumentos operatorios utilizados por los
antiguos mesoamericanos en los trabajos dentales anteriormente mencionados.

Para efectuar los desgastes selectivos en el borde, cara o ángulos de un diente,


probablemente se contó con utensilios especializados hechos de piedra (pedernal,
obsidiana, jadeíta, cuarzo, serpentina, etcétera), de madera u otro material duro. No hay
que descartar, sin embargo, la posibilidad de que se hayan usado también cuerdas de
cuero, o de alguna fibra vegetal como el henequén que, acompañadas de sustancias
abrasivas, como el polvo de cuarzo mezclado con agua mediante frotamiento continuo,
desgastaban la superficie dental que se deseaba eliminar.

Fray Diego de Landa se refirió a estos procedimientos: 'Ellas (sic) tenían por costumbre
aserrarse los dientes dejándolos como dientes de sierra y estos tenían por galantería y
hacían este oficio unas viejas limándolos con ciertas piedras y agua'. En este texto de
Landa se hace referencia únicamen-te a trabajos hechos en mujeres, pero los análisis de
muestras provenientes de gran número de excavaciones indican claramente que las
operaciones se hacían también en varones.

Las cavidades circulares preparadas para acoger las incrustaciones eran diminutas, entre
tres y seis milímetros de diámetro. Hechas sobre el esmalte de la cara anterior de un
diente sano, requirieron de instrumentos especializados. Hasta la fecha no ha sido
posible encontrar en las excavaciones arqueológicas ninguna evidencia del tipo de
instrumentos usados. Por otra parte, ni en las representaciones de vasijas policromadas
ni en los códices aparecen identificados utensilios de esa naturaleza. Se supone que tales
instrumentos tuvieron que haber sido adaptaciones de los que usaban los lapidarios o
artistas que trabajaban la piedra. Consistían en una especie de broca cilíndrica, de
diámetro similar al de las cavidades, con una longitud variable pero no mayor de cinco
centímetros. No existe acuerdo entre los investigadores acerca del material del que
pudieron estar hechos. Para algunos, tuvo que haber sido una piedra dura como la
jadeíta, la cual se ha demostrado que es capaz de perforar la piedra y el hueso. Otros
investigadores han experimentado con brocas hechas de madera dura, tales como el
guayacán y el abeto, con las que se ha logrado abrir cavidades dentales parecidas a las
que hacían los antiguos mesoamericanos. Esta segunda hipótesis parece convincente por
la carencia de testimonios arqueológicos, y sería una explicación adecuada si los
utensilios utilizados hubieran sido de madera, material perecedero. En todo caso, se ha
pretendido con las pruebas experimentales, seguir el principio de S.A. Semenov, según
el cual, 'el patrón de desgaste de un instrumento puede servir para identificar su uso, si
el patrón de desgaste puede verificarse experimentalmente'. Estas brocas o puntas de
trabajo deben de haber estado adheridas a una vara de madera que les servía de eje,
completándose así el instrumento que equivalía a un barreno.

A continuación se describen los dos procedimientos más conocidos por los artesanos
prehispánicos, para hacer girar la pieza perforada. El primero era el llamado barreno de
arco, consistente en un arco de madera a cuyos extremos iba atada una cuerda o correa,
en el centro de la cual se enrollaba el eje o varilla de la pieza perforadora directamente o
por medio de un carrete adherido a dicho eje (Ilustración 198b). La punta de la pieza
perforadora o broca, se colocaba sobre la superficie a perforar, mientras que el extremo
de la varilla que le servía de sostén se apoyaba sobre una pieza especial de madera u
otro material y se adosaba a la mano para facilitar su rotación. El sistema se activaba al
mover horizontalmente el arco, de tal manera que la cuerda se enrollaba y desenrollaba
una y otra vez en la varilla, consiguiéndose así el movimiento de rotación por el que se
producía la acción perforadora.

El segundo procedimiento, conocido como barreno de bomba o de presión, consistía en


que la pieza perforadora (la varilla o eje con su broca) atravesaba un disco de piedra o
cerámica que hacía las veces de balancín, y además otra pieza de madera dispuesta en
forma de cruz. En ambos extremos de la pieza en cruz se ataba una cuerda lo
suficientemente larga como para que, pasando por la parte alta del eje, permitiera que la
pieza en cruz llegara cerca del disco. Para hacer entrar la herramienta en movimiento se
giraba el disco, para enrollar la cuerda sobre el eje y lograr así que subiera la pieza en
cruz. Al presionar ésta hacia abajo, el extremo de la cuerda enrollado en el eje se
desenrollaba en una dirección, lo que hacía rotar el eje y entonces el disco adquiría
suficiente velocidad para volver a enrollarse la cuerda en la otra dirección sobre la
varilla, en el momento en que se dejaba de presionar sobre la pieza de madera
(Ilustración 198a). De esta manera, la acción sucesiva de subir y bajar la pieza en cruz
mantenía un movimiento continuo. Este sistema es utilizado en Guatemala por los
artesanos del bronce en Chiantla, así como por diversos artesanos de Petén, pues
desarrolla velocidades superiores a los de cualquier otro y permite tener una mano libre
para sujetar el objeto que se quiere perforar. En el caso de las perforaciones dentales es
posible que se utilizara como abrasivo una pasta con base de arena o polvo de cuarzo,
mezclada con algún líquido.

Un tercer procedimiento podría haber sido el de un simple barreno portátil de mango o


empuñadura con broca adherida, que por medio de un movimiento rotativo manual
hiciera, poco a poco, la perforación del diente. Este sencillo instrumento habría sido
usado por la propia persona en un proceso autooperatorio y tendría la ventaja de ser
portátil y de que el sujeto lo podía utilizar a voluntad, suspendiendo el tratamiento
cuando le resultara doloroso, y proseguir después.

Materiales Obturantes
Hasta ahora, los materiales que se han encontrado para colocar en las cavidades y
obturarlas son los indicados en el Cuadro 20.

Escala de dureza de Mohs

La resistencia de los minerales sometidos a una acción de rayado es lo que se conoce


como su grado de dureza. El diamante es el más duro, y ningún otro mineral lo puede
rayar. En el otro extremo, como minerales muy suaves, están los yesos y talcos. El
mineralogista alemán Friedrich Mohs (1773-1839) ordenó 10 minerales relativamente
comunes, según el incremento de su dureza. Desde entonces, la dureza de un mineral se
ha establecido de acuerdo con el siguiente principio: si un material desconocido es
rayado por uno de los de la escala superior, es obvio que es más suave; si no puede ser
rayado, es porque es más duro. Con varias pruebas similares se determina la dureza que
le corresponde.

1 Talco
2 Yeso
3 Calcita
4 Fluorita
5 Apatita
6 Feldespato
7 Cuarzo
8 Topacio
9 Corindón
10 Diamante

Materiales abrasivos

Tanto en las incrustaciones como en los desgastes pudieron haberse usado materiales
abrasivos, como el polvo de cuarzo u otras arenas, mezclados con agua o algún otro
líquido.

Pegamentos

Seguramente se utilizaron pegamentos de excelente calidad, lo que se demuestra por el


hecho de que han mantenido su adherencia después de cientos de años de haberse
pegado las incrustaciones y de permanecer éstas sepultadas en terrenos poco adecuados
para su conservación. Han podido estudiarse pegamentos encontrados en el fondo de las
cavidades, y se ha encontrado analogía con los cementos dentales que se usan en la
actualidad, cuya base son fosfatos de calcio insolubles. Existe la posibilidad de que en
la época prehispánica se utilizara una mezcla adherente al propio polvo extraído del
diente y polvo de silicio y otros materiales, lo que daría un conglomerado de funciones
similares a los cementos que se utilizan actualmente.

En cuanto a los líquidos para la mezcla y fraguado del pegamento es muy difícil
establecer cuáles fueron, ya que pasaron a formar parte integral de aquél. Los hallazgos
arqueológicos sugieren que pudo haberse tratado de sustancias de origen vegetal,
probablemente extraídas de una orquídea o de copal.

Aspectos Antropológicos y Sociológicos


Que los tratamientos odontológicos mesoamericanos no tenían intenciones curativas o
terapéuticas lo indica el hecho de que se efectuaban en dientes sanos. Se supone, en
consecuencia, que tuvieron propósitos cosméticos o decorativos. Asimismo, pudieron
haber servido como símbolos de autoridad, nobleza, poder, categoría social, y también
como prácticas de castigo, penitencia y ritual religioso, o de otra índole actualmente
ignorada.

Los descubrimientos han aparecido en enterramientos de diferentes clases, lo que indica


que esta costumbre no estaba reservada solamente a la nobleza o personas de alto nivel
económico, político, social o religioso. Además, mientras que en las tumbas reales se
han reportado únicamente algunos casos, éstos han sido numerosos en entierros de gente
común. Lo anterior se confirma al observar el ejemplo de la tumba del gobernador
Pacal, en el Templo de las Inscripciones, de Palenque, la más espectacular de cuantas
han sido descubiertas en sitios arqueológicos, hasta la fecha, por su especial colocación
en el centro de una pirámide artificial sobre la que se asienta el templo. Los restos óseos
del gobernante se encontraban depositados en un gran sarcófago, en el interior de una
cripta de piedra a la que se llegaba por una magnífica y bien elaborada escalinata. Una
lápida monolítica esculpida con elementos iconográficos cerraba el sarcófago. El rostro
de Pacal apareció cubierto con una máscara de mosaico de jade fracturado, junto con
otras ricas ofrendas halladas en el sepulcro, pero en sus maxilares únicamente pudieron
encontrarse dos dientes con desgastes selectivos, mientras que, fuera de la cripta, en los
restos de otras dos personas, al parecer de menor importancia, aparecían varias
cavidades en sus dentaduras, las cuales posiblemente tuvieron incrustaciones.

Aun cuando las exploraciones arqueológicas de la primera mitad de este siglo apenas
dieron importancia a este tipo de hallazgos, los tratamientos odontológicos tuvieron sin
duda gran relevancia en las culturas mesoamericanas. Ello fue así, hasta el punto en que
algunas piezas de cerámica con efigies humanas y esculturas de piedra muestran a sus
personajes con los dientes trabajados de diversa manera. Por ejemplo, en Copán,
Honduras, algunos monumentos, tanto de caras humanas como de zoomorfos, tienen sus
dientes con alteraciones en sus contornos; entre ellas, la más notable es la que se
encuentra en el altar frente a la Estela D, la cual presenta en su cara sur una figura
monstruosa con desgastes en las caras distales de sus dientes laterales. También en los
altares O y P, de Quiriguá, Guatemala, pueden distinguirse efigies con estas
particularidades. Por otra parte, el desgaste selectivo de los dientes anteriores del
maxilar superior se presenta en las figuras de deidades relacionadas con el Sol, o dios K,
como un atributo muy especial de ellas.
Patologías y riesgos

Ya se ha mencionado que las operaciones odontológicas de los antiguos


mesoamericanos pudieron haber tenido características de autosacrificio, penitencia
ritual o de castigo. Tal hipótesis se sustenta en el hecho de que, indudablemente, estos
procedimientos implicaban dolor y riesgos de infecciones, y aun la muerte. También se
puede pensar, por ello, que dichos actos perseguían objetivos de demostración de valor
y autodisciplina. En efecto, para preparar una pieza con desgaste selectivo o
incrustraciones era necesario someterla a un largo proceso abrasivo de fricción, que
podía dañar el tejido dentario. Tanto la irritación como el calor producidos por la
fricción ocasionaban dolores en el momento de la operación y tenían efectos
secundarios molestos, perfectamente explicables, por la compleja y sensible anatomía
de la dentadura humana.

Las consecuencias de los tratamientos pudieron haber ocasionado más que simples
molestias y derivar en verdaderas patologías, con inflamaciones en los tejidos de la
pulpa y abscesos infecciosos. Las infecciones corrían el riesgo de extenderse a
estructuras vecinas de la cara, como el ojo, el oído, el cuello, los labios y otras regiones,
e incluso llegar, en los casos más graves, hasta órganos tan vitales como el corazón o el
cerebro.

Las evidencias arqueológicas demuestran que los tratamientos se hicieron en dentaduras


de personas vivas, ya que las secuelas dejadas por un tratamiento de desgaste selectivo o
una preparación de cavidad para colocar una incrustación tuvieron complicaciones
patológicas (abscesos), según lo indican los agujeros encontrados en las áreas alrededor
de los ápices de las raíces de los dientes involucrados, que tenían destruido el hueso por
los procesos patológicos desarrollados durante largo tiempo (Ilustración 199). Los
exámenes radiológicos han confirmado estos hallazgos. Aunque no todos los
tratamientos ocasionaban este tipo de resultados lamentables, ciertamente la persona
que se sometía a ellos corría el riesgo de que derivaran en patologías. Cuando esto
sucedía, lo más probable era que la persona tuviera que vivir el resto de sus días con
períodos de hinchazón y fuerte dolor, acompañados de otros de relativa calma. Se
trataba, pues, de un riesgo que sólo con buenas dosis de valor o fanatismo podía
afrontarse.

Puede suponerse que los operadores prehispánicos debieron de haber sedado a las
personas que se sometían a estos tratamientos, y que para ello usaban ciertas sustancias
capaces de aminorar el dolor o de provocar inconsciencia o sedación. Se sabe de
muchas sustancias con esas características, extraídas de plantas como el nenúfar blanco
y diversos tipos de hongos, así como de un producto tóxico proveniente de las glándulas
del sapo bufo. En la actualidad se han aislado del nenúfar blanco varios alcaloides,
como la nufanina, nufanidina y la apormorfina, y los curanderos nativos de algunas
regiones mesoamericanas utilizan sustancias psicotrópicas extraídas de hongos, como la
Amanita muscaria, y de los Psilosydes (mexicana, San Isidro y retumbe). La bufotenina,
que se extrae de las glándulas del sapo Bufo marinus, tiene efectos sedantes en dosis
adecuadas, pero es mortal si se aplica en cantidades mayores. El Códice Badiano
menciona, asimismo, la planta Tenochtli, como remedio contra los dolores dentales.
Estos sedantes pudieron aplicarse de muchas maneras; por ejemplo, mediante
masticación, tragado e inhalaciones. Los mayas los utilizaban también en forma de
enemas, como curiosamente aparece en pinturas de ciertas vasijas de cerámica
policromada.

Conclusiones
Si bien existen numerosos restos de dentaduras con tratamientos de desgaste o
incrustación, las investigaciones sobre este tema se han visto limitadas por la carencia,
hasta el momento, de hallazgos de instrumentos o de materiales utilizados en estas
operaciones. Por otra parte, las fuentes de información contenidas en representaciones
pictóricas, en murales o en la decoración de cerámicas, son muy parcas al respecto, con
excepción del mural de la ciencia médica de Tepantitla, Teotihuacan, en el que se
muestran dos figuras humanas, una de las cuales parece someterse a una operación de
desgaste selectivo, en manos de la otra.

De cualquier modo, se trató sin duda de una práctica bastante extendida en la época
prehispánica, y además, con poder de arraigo en el futuro, como lo demuestra la
costumbre, que se conserva en pleno siglo XX entre los indígenas mesoamericanos, de
cubrirse los dientes sanos con coronas dentales de oro, filetes alrededor de la corona o
adornos de diferentes formas, como símbolos de prestigio. Este comportamiento atávico
pudiera estar relacionado con la admirable y original odontología de sus antepasados.
CHRISTOPHER JONES

El Comercio y las Rutas de Intercambio


de los Mayas

Cuando Hernán Cortés, su ejército español y sus aliados indígenas entraron en


Tenochtitlan el 8 de noviembre de 1519, se perdió el centro de la unidad económica y
cultural que hoy se llama Mesoamérica, y fue reemplazada por una economía centrada
en Europa. La mayoría de las antiguas rutas de comercio entre lugares distantes, y los
productos y la organización que hacían posible el intercambio de productos, sólo
pueden ser reconstruidos por medio de unos pocos relatos de testigos presenciales como
Cortés, Bernal Díaz del Castillo y otros, así como gracias a descripciones retrospectivas
posteriores acerca de aquellos antiguos sistemas que ya no estaban en funcionamiento, y
también por medio de los registros arqueológicos.

Existen muy pocos relatos de testigos presenciales sobre el sistema de comercio de la


región sureste maya de Mesoamérica. El primero fue la descripción de una canoa que
navegaba por el mar, encontrada e inspeccionada por Colón durante su cuarto viaje, en
1502. Cortés y Díaz del Castillo agregaron breves descripciones de los comerciantes de
la Isla de Cozumel en 1519, y de Tabasco y Petén en 1524; Pedro de Alvarado, a su vez,
se refirió a los señoríos de Guatemala en 1524. Los relatos posteriores del comercio
maya se basan en observaciones hechas mucho tiempo después que Mesoamérica dejara
de existir como una unidad económica. Diego de Landa, por ejemplo, no llegó a
Yucatán sino hasta 30 años después de la muerte de Moctezuma. Lo que él vio fue un
pálido reflejo de los antiguos contactos entre mayas y aztecas.

Las reconstrucciones modernas del comercio maya tienden a considerar este fenómeno
como un sistema autosostenido. Los estudios tecnológicos de la obsidiana, por ejemplo,
señalan las correspondientes pistas para rastrear el comercio de ésta, y han aportado
nuevos métodos para el estudio del comercio a lo largo de todo el territorio maya; los
yacimientos y distribución del jade a través de Mesoamérica, en cambio, no han sido
sistemáticamente estudiados. Sin embargo, recientes estudios etnohistóricos han
permitido reconstruir la importante influencia del mercado azteca sobre el comercio
maya, durante los años finales de la época prehispánica, y sugieren que tal patrón puede
haberse extendido hacia atrás en el tiempo.

En lugar de una investigación del comercio interno de los mayas, este ensayo representa
un esfuerzo por analizar el comercio maya dentro del patrón más amplio del comercio
mesoamericano. La localización de las ciudades mayas durante todos los períodos se
explica mejor al considerarlas como puntos de control sobre las rutas de comercio que
se extendían entre lugares distantes, de este a oeste, en el territorio de Mesoamérica.
Esta hipótesis fue desarrollada en un trabajo inédito.

Civilizaciones Basadas en la Agricultura


Para poder desarrollar la arquitectura y los monumentos que caracterizan a las
civilizaciones, deben existir fuentes de riqueza. Esto significa que la gente debe estar
involucrada en alguna actividad económica que produzca una concentración de riqueza,
poder o prestigio. En la historia del mundo parecen haberse producido dos bases
distintas de riqueza, las cuales se tradujeron en diversos tipos de civilizaciones, que
difieren en sus características formales y en sus ubicaciones específicas.

Las grandes civilizaciones, como las de Egipto, Mesopotamia, el valle del Indo, China,
el valle de México y Los Andes, dependientes de formas intensivas de producción de
alimentos, se caracterizaron por la presencia de una población muy grande y de
prolongada sobrevivencia, incluso después de casos de invasión, rebelión, conquista o
hambruna. También se encuentran ciudades basadas en la agricultura únicamente, en los
centros de zonas identificables por una producción agrícola intensiva. Por lo general,
estas zonas pueden reconstruirse por medio del trazo de mapas y a través del
conocimiento de las antiguas técnicas de cultivo. Por ejemplo, en el valle de México, el
proyecto de mapeo sostuvo que Teotihuacan y Tenochtitlan estuvieron localizados en
los centros de grandes zonas de irrigación y cultivos sobre chinampas.

Está claro que el tamaño es un mecanismo de sobrevivencia para las comunidades. La


sobrevivencia de una comunidad basada en la agricultura depende principalmente de
mantener grandes cantidades de gente en una íntima proximidad con el centro de la
ciudad, a pesar de la fuerte presión que el volumen de la población pueda ejercer sobre
los recursos. Mientras más grande sea la población, mayor deberá ser el número de
soldados, temporales y profesionales, disponibles para la defensa y la conquista. Las
grandes concentraciones demográficas sólo podían mantenerse por un constante
suministro de alimentos que, históricamente, en la mayoría de los casos se deriva de los
granos.

El suministro de alimentos es insuficiente por sí solo para poder mantener el dominio


sobre la población. Al regular la importación de artículos de lujo, en una civilización
basada en la agricultura, el gobierno puede crear una economía monetaria de objetos de
lujo, controlar la distribución de estos objetos y comprar las lealtades necesarias para
mantenerse en el poder. A este respecto, los bienes de lujo están lejos de ser meras
trivialidades; son, por el contrario, esenciales para el mantenimiento de la centralización
de la autoridad. Los artículos de intercambio procedentes de lugares lejanos, en las
primeras civilizaciones, por lo general son objetos exóticos importados. En el caso de
Mesopotamia y Egipto, éstos eran las gemas y los metales de Africa y Europa, y las
maderas y las especias de Asia. Para Moctezuma, eran el jade, el oro, las plumas, el
algodón y el chocolate, importados del este, y la turquesa que llegaba del norte.

Moctezuma y su corte consumían grandes cantidades de productos que deben haber


provenido de las Tierras Bajas del este, entre los cuales estaban las plumas, las conchas,
las pieles, el algodón y el jade. Bernal Díaz nos cuenta que en una sola comida se
servían 50 picheles grandes de espumoso chocolate en la sala del trono. Quizás el
artículo más importante procedente del área maya era el jade, el cual se encuentra
documentado en abundancia entre los aztecas, así como entre las culturas tempranas del
centro de México, y tiene, hasta el momento, un solo yacimiento conocido, situado en la
vertiente media del Río Motagua.
Civilizaciones Basadas en el Intercambio
En la historia del mundo, algunas civilizaciones que parecen ser secundarias, en el
sentido de que surgieron a partir del suministro y regulación de artículos de lujo para las
culturas basadas en la agricultura, obtenían su riqueza de las grandes civilizaciones
cercanas y de los ingresos que les dejaba el tráfico de los artículos que tales ciudades
necesitaban, por lo que eran vulnerables a la crisis cuando los avances tecnológicos
modificaban los sistemas de transporte y se abrían nuevas rutas.

La localización de los centros periféricos es distinta de la de los agrícolas. Es


característico que los primeros no están localizados en lugares de alto rendimiento en la
siembra de granos o en donde se producen los bienes, sino entre las fuentes y los centros
agrícolas, en puntos estratégicos de la ruta, en los que puede controlarse el flujo del
intercambio. Si el transporte es por agua, su localización es casi siempre en puertos o
lugares de transbordo. Si los bienes son transportados por tierra, las comunidades
verifican el paso por los ríos o las rutas terrestres.

Los centros de intercambio con monumentos, templos, palacios y otras manifestaciones


de riqueza también se localizan donde éstos puedan mantener su independencia. Sólo
entonces pueden acumular y conservar para sí mismos la riqueza y el poder necesarios
para tales manifestaciones. La independencia debe defenderse tanto de la civilización
central, con su fuerza militar superior, como de los pueblos nómadas más allá de la
periferia, con su peligrosa movilidad. Si bien los centros de intercambio deben cultivar
suficientes alimentos para mantener, al menos, a una modesta parte de la población
encargada de la defensa y de proporcionar servicios de transporte, generalmente no hay
cerca de éstos vastas extensiones apropiadas para la agricultura intensiva en una escala
altamente productiva.

Se pueden citar unos cuantos ejemplos de civilizaciones probablemente basadas en el


intercambio, las cuales desaparecieron por una crisis. Entre éstas se hallan algunas de
las culturas más productivas artísticamente de la historia, no 'inferiores' a las centrales,
aunque dependientes de éstas en cuanto a sus mercados. La civilización minoica de
Creta se localizaba en un punto estratégico, desde donde se podían monopolizar las
rutas marítimas del este del Mediterráneo. Mantenerse independiente de Egipto y de
Mesopotamia debió haberse tornado cada vez más difícil, a medida que los navíos se
hacían más grandes y más rápidos. El mejor lugar para dominar el mar seguramente fue
transferido gradualmente más lejos, hacia el norte, a la tierra firme de Grecia, desde
donde posteriormente las ciudades griegas ejercieron su influencia sobre el
Mediterráneo. Los Estados occidentales de Africa, Malí, Songhay y Timbuktú
florecieron durante siglos como ciudades ricas y eruditas, proporcionando oro y
productos tropicales al mundo del mediterráneo, y se hundieron en una relativa pobreza
cuando los portugueses abrieron la ruta de la costa marítima al Africa occidental. Las
ciudades de la Ruta de la Seda, del oeste de China, son otro ejemplo de una vía terrestre
que se volvió obsoleta por las innovaciones en el transporte marítimo. La ubicación de
los centros mayas de los Períodos Preclásico, Clásico y Postclásico parece encajar más
dentro de este patrón basado en el intercambio, que en el patrón de ciudades basadas en
la agricultura.
Los Mayas del Sur durante el Preclásico
Las señales más tempranas de escultura monumental, en lo que ahora es la región maya,
aparecen en el área sur, especialmente a lo largo de la Bocacosta del Pacífico de
Guatemala. Monte Alto (posiblemente en el Preclásico Medio, 1000 a 400 AC) y Santa
Lucía Cotzumalguapa (Preclásico Tardío, 400 AC a 250 DC) se ubican en lo que sigue
siendo la mejor vía terrestre, este-oeste, de la Bocacosta del Pacífico. En la Costa, los
ríos son muy profundos como para cruzarlos a pie, mientras que más cerca de las
montañas hay muchos barrancos y empinadas laderas. Dichos sitios controlaban esta vía
costera este-oeste, así como también la intersección de las dos mayores rutas del este:
una proveniente de El Salvador, a lo largo de la Bocacosta, y la otra que cruzaba la
vertiente del valle del Motagua, a través del valle de Guatemala. Las actuales carreteras
y vías férreas cercanas a los sitios repiten estas antiguas rutas.

Durante el Preclásico Tardío, Izapa y Kaminaljuyú se convirtieron en los principales


centros del área sur, y entre ellos se localizaban Abaj Takalik, El Baúl y Chocolá
(Ilustración 67). Las representaciones de los gobernantes, que aparecen de pie en los
monumentos en Izapa, Abaj Takalik, El Baúl, Chocolá, Kaminaljuyú y Chalchuapa, con
El Portón en la importante ruta hacia el norte, parecen haber inspirado los monumentos
e inscripciones mayas que aparecieron más tarde en el Período Clásico de Petén.

Es probable que Kaminaljuyú lograra preeminencia en el área por su control sobre el


valle de Guatemala, el mejor paso por tierra desde el Motagua y sus yacimientos de
jade. Una vez más, Izapa, directamente en la ruta costera que todavía se usa en la
actualidad, estaba lo suficientemente alejada de Kaminaljuyú como para mantener su
independencia y los recursos por sus servicios de transporte. Si Izapa era un sitio de
habla zoque, como ha sugerido Gareth W. Lowe, entonces las diferencias étnicas entre
los dos sitios pueden explicar sus dos estilos, muy diferentes entre sí, en la talla de
monumentos.

Recientemente, el estudio comparativo de los elementos que sirven para determinar la


ruta de la obsidiana desde los sitios mayas, ha suministrado nueva información sobre el
comercio antiguo. Se ha mostrado, por ejemplo, que la principal fuente de obsidiana del
sitio El Mirador, en el Petén, durante el Preclásico Tardío, se cambió de Jilotepeque, al
noroeste de Kaminaljuyú, a El Chayal, al noreste de este mismo sitio (Ilustración 176).
En ese mismo período, los sitios todavía en desarrollo, como Tikal y El Ceibal,
siguieron obteniendo su obsidiana de Jilotepeque. Durante el Período Clásico, después
del abandono de El Mirador, El Chayal se convirtió en el principal proveedor de Tikal y
otros sitios de Petén. Como han sugerido William R. Fowler Jr., Arthur Demarest,
Helen V. Michel, Frank Asaro y Fred Stross, la temprana diferencia puede explicarse
por una relación comercial especial entre El Mirador y Kaminaljuyú, por lo menos
parcialmente negada a Tikal en el Preclásico Tardío, y después asumida por Tikal y sus
sitios aliados durante el Clásico.

Las Ciudades Mayas del Período Clásico


En un análisis de la historia económica de los mayas, en el que se reconoce la
interdependencia de éstos en relación con los mercados mexicanos durante el
Postclásico, se indica que Tikal y las otras ciudades mayas del Clásico 'quedaron fuera
de las rutas de comunicación más naturales entre el norte y el sur de Mesoamérica'. Se
considera que la civilización maya clásica prosperó y decayó en sus propios términos,
por ciertas debilidades internas, tales como rebeliones, crisis administrativa o fracasos
agrícolas. Aun cuando se postule que la caída del comercio pudo haber causado el
colapso de dichas ciudades, los arqueólogos dicen que dicho comercio tenía que ver
principalmente con los objetos utilitarios provenientes del territorio maya (piedras de
moler, hojas de obsidiana, sal), más que con los artículos de lujo que pasaban, a través
de aquellos centros, hacia otros mercados.

Sin embargo, cuando se examina un mapa topográfico del área aledaña a Tikal, se puede
notar que el sitio está situado sobre una de las pocas depresiones en la que se quiebra la
áspera topografía kárstica que forma la base de la Península de Yucatán. La depresión
más cercana, hacia el sur, está en el Lago Petén Itzá y Yaxjá (Ilustraciones 147 y 150), y
la más cercana al norte, en Uaxactún. Las ubicaciones de los sitios Tikal, Uaxactún y
Yaxhá, que se hallan sobre las tres rutas más transitadas a través de la base de la
península, sugieren que las rutas este-oeste fueron las más importantes, aunque la ruta
norte-sur, que las conecta, de seguro fue también muy utilizada. Esto también significa
que los tres sitios, durante el Clásico Temprano, pudieron haber sido rivales, más que
eslabones conectados en una cadena cooperativa de ciudades.

A 75 km al oeste de Tikal están situados el Río San Pedro Mártir y el sitio El Perú; a 55
km al este está el punto más cercano del Río Mopán, cerca del sitio Naranjo. De acuerdo
con Sylvanus G. Morley, el viaje de 55 km de El Cayo a Uaxactún requiere tres y media
jornadas a lomo de mula, por lo que, en total, el viaje por tierra a través del punto de
intersección de Tikal debe haber sido de siete u ocho días.

Según Dennis Puleston y Olga S. Puleston, los primeros poblados en el área maya
central no estaban situados en Tikal sino en los ríos al este y al oeste: Altar de
Sacrificios, El Ceibal, Cuello y otros muy antiguos que datan de 1000 AC. Estos centros
no se establecieron a lo largo de la región central de la península, donde el agua es muy
escasa, sino hasta mucho tiempo después (c 500 AC) y es allí, sin embargo, donde
posteriormente estuvo concentrada la riqueza. El Mirador (Ilustración 172) fue talvez el
primero que floreció, entre los sitios centrales. Localizado al noroeste de Tikal, está
situado sobre una razonable ruta de transbordo por tierra, entre el Río Hondo, que
desagua hacia el este, y el Río Candelaria, que lo hace hacia el oeste. Este sitio floreció
durante el Preclásico Tardío y fue virtualmente abandonado a principios del Clásico
Temprano, alrededor de 250 DC. Mientras tanto, Tikal, Uaxactún y Yaxhá continuaban
transformándose en poblados más grandes durante el Preclásico Tardío, pero
permanecieron a la sombra de sus vecinos mayores. Con la caída de El Mirador, el foco
de crecimiento arquitectónico, en Petén, se movió hacia el sur, a Tikal, Uaxactún y
Yaxhá. Estos compartieron la misma tradición cerámica Manik-Tzakol y erigieron
monumentos con retratos esculpidos e inscripciones calendáricas en la Cuenta Larga de
la escritura maya.

Es muy posible que Teotihuacan, en el centro de México, jugara un papel preponderante


en el movimiento hacia el sur. Los entierros de los gobernantes Nariz Rizada y Cielo
Tormentoso, del Clásico Temprano en Tikal, incluyen una gran cantidad de artefactos
con estilo teotihuacano (Lámina 11). Kaminaljuyú, en el área maya sur, permaneció
aislado durante el Clásico Temprano; aunque en los entierros de ese sitio, igual que en
los de Tikal, aparece mucha influencia artística teotihuacana, e incluso mayores
similitudes arquitectónicas (Ilustración 57). Teotihuacan debe haber favorecido tanto a
Tikal como a Kaminaljuyú con un nivel comercial preferencial durante los siglos IV y
V.

Sin embargo, es claro que Kaminaljuyú permaneció separado de las tradiciones


culturales del Clásico maya, las que, durante el Clásico Temprano, rápidamente se
extendían hacia el este y el oeste, desde el núcleo de Tikal. Copán, Quiriguá, Yaxchilán,
Altar de Sacrificios y las otras ciudades mayas del Clásico que se establecieron a lo
largo de las rutas fluviales, esculpieron sus inscripciones, en forma casi perfecta, a la
manera de Petén, en lo que fue un rasgo no compartido por Kaminaljuyú. El estilo
derivado de Tikal, que aparece en la Estela 21, de Quiriguá, sugiere que ese sitio fue
establecido (posiblemente por Copán en alianza con Tikal), como una colonia durante el
siglo V. Esta avanzada debió haber asegurado el flujo del jade del Motagua y otros
bienes río abajo, hacia Petén, más que río arriba, hacia Kaminaljuyú.

En el siglo VII deben haberse formalizado las principales entradas a Tikal, por medio de
amplias calzadas pavimentadas, que iban al norte, oeste y este. De hecho, la calzada del
lado este conduce a la ciudad desde el sureste, probablemente porque la ruta proveniente
de los ríos tenía que bordear el extremo sur del enorme pantano situado al este de Tikal.
En la Plaza Este, donde entran las calzadas Méndez y Maler, se construyó, en el siglo
VIII, un complejo cuadrangular de galerías y pasajes (Ilustración 200). Se ha
identificado este complejo como un punto de mercado, por su forma arquitectónica poco
usual y por su localización dentro del sitio. El complejo contiene locales exteriores,
abiertos para permitir el acceso desde afuera, así como interiores, o sea dentro del
recinto cerrado, probablemente usados los primeros para artículos comunes y los
segundos para valiosos, como en el caso del mercado de Tenochtitlan. El mercado de
Tikal se localizaba junto al campo principal dedicado al juego de pelota (en la Plaza
Este), el área de los templos (la Acrópolis Norte) y las residencias reales (la Acrópolis
Central). Se ha recuperado muy poco material de desecho en las ruinas de las cámaras,
pero apareció gran cantidad de cerámica policroma fina, en un basurero en el extremo
norte de la plataforma.

Los recientes avances en el desciframiento de las inscripciones jeroglíficas mayas no


han logrado proporcionar todavía un listado de tributos o bienes de comercio, tal como
sucede en los registros del Códice Mendoza y otros manuscritos del período de la
conquista mexicana. No obstante, las relaciones entre las Ciudades-Estado mayas del
Clásico Tardío se están aclarando a través de la lectura de los jeroglíficos relativos a
victorias, visitas, alianzas matrimoniales y otras relaciones entre las dinastías de los
Estados.

En la tumba del gobernante de Tikal, Ah Cacao (682-734 DC), por ejemplo, apareció un
hueso con inscripciones, en el que posiblemente se registra una visita ceremonial
realizada por 18 Conejo, gobernante de Copán, con la fecha 5 de junio 684 DC. Es
probable que esta visita haya servido para establecer un acuerdo de mutua cooperación,
o de no agresión, entre los dos gobernantes. El 6 de agosto del año siguiente, Ah Cacao
se adjudicó una importante victoria militar sobre el sitio de El Perú, situado al oeste, en
las márgenes del Río San Pedro Mártir, la cual se conmemoró en la escena triunfal
representada en el Dintel 3 del Templo I. En una inscripción hecha un poco más tarde
(731 DC), en la Estela A de Copán, el Gobernante 18 Conejo incluyó un listado de los
gobernantes de Copán, Tikal, El Perú y Palenque (Ilustración 140), sin mencionar a los
igualmente importantes de Yaxchilán, Piedras Negras y otros sitios. Esta selección
puede explicarse por los lazos políticos y económicos que tenía Copán en aquel
momento, en una ruta comercial que se extendía desde Copán y pasaba por Tikal y El
Perú hasta Palenque. Geográficamente, tiene sentido la localización de las cuatro
ciudades citadas (Ilustración 201). En el límite oriental de la ruta, Copán debía su
importancia a su ubicación en las fuentes del Río Copán, al este y al sur de las cuales no
se podía viajar por canoa. Los artículos provenientes del este y del sur pueden haberse
almacenado en Copán, a la espera de que llegara la época de lluvias y se hiciera
navegable el Río Copán. El jade puede haberse recogido en Quiriguá y las
embarcaciones pudieron haber navegado río abajo, por las protegidas vías acuáticas
interiores que van al Golfo de Honduras, y luego subir por el Río Mopán. Tikal,
entonces, representaba el mejor punto de transbordo a través de la base de la península,
desde el Río Mopán al Río San Pedro. El Perú era vital como un punto de transbordo
hacia este segundo río, desde donde se puede alcanzar el Río Usumacinta. Palenque se
sitúa a los lados del paso del Río Otulum, uno de los mejores puertos del sistema de la
cuenca del Usumacinta, hacia el Río Grijalva. Desde allí se puede viajar por río a través
de la compleja desembocadura del Grijalva y a lo largo de las aguas costeras protegidas
hasta Coatzacoalcos, que fue después una importante comunidad azteca en la frontera
maya.

La cantidad de artículos involucrados en los sistemas comerciales aludidos debe de


haber sido reducida, comparada con la que movilizaron más tarde los comerciantes
aztecas. Es muy probable que entre los mayas no existiera una liga de comerciantes
profesionales, como en el caso de los pochtecas, que se movilizaron entre los aztecas y
los mayas putunes de Yucatán durante el Postclásico. En el Clásico no funcionó esta
ruta, con todos sus puntos de transbordo y lugares de inspección, bajo una sola
autoridad. De hecho, las inscripciones del Período Clásico dejan claro que Tikal y las
otras ciudades únicamente fueron capaces de ejercer dominio sobre sus vecinos
inmediatos, y que el sistema probablemente operaba por alianzas y acuerdos entre
ciudades independientes del mismo rango. Cada ciudad debió haber proporcionado las
canoas, remeros, cargadores, almacenaje y protección en su sección de la ruta, y cada
gobernante puede haber tomado su porción de los artículos finos, a fin de mantener su
propio control dinástico y su prestigio (Ilustración 202).

El intercambio de artículos entre las naciones que los recibían y las que los suplían, en
este caso entre el oeste de Mesoamérica y los mayas, fue probablemente en un solo
sentido. Los mayas de Tikal deben haber recibido poca ganancia material proveniente
de Teotihuacan, a cambio de sus esfuerzos. Lo que ellos sí recibían de los mayas del
sur, durante el Postclásico, talvez era lo que se enumera en el Popol Vuh, en donde se
indica que los gobernantes maya-quichés (k'iche's) debieron haber regresado a Tulán, al
oeste, para recibir las insignias de la realeza: 'el dosel, el trono, las flautas de hueso, el
cham-cham (flauta o silbato en forma de pájaro), cuentas amarillas, garras de león
(puma), garras de tigre (jaguar), cabezas y patas de venado, palios, conchas de caracol,
tabaco, calabacillas, plumas de papagayo, estandartes de pluma de garza real, tatam y
caxcón'. Este tipo de accesorios, aunque según la descripción de poco valor en sí
mismos y difíciles de recuperar por medio de los trabajos arqueológicos, debe haber
sido importante, ya que representaba el contrato hecho por las grandes civilizaciones
para recibir artículos de ciertas ciudades y no de otras.

Además, los señores mayas de Tikal (y los mencionados en el Popol Vuh), deben haber
tenido la libertad de quedarse ellos mismos con todo el jade y otros artículos de
comercio que quisieran, a fin de redistribuirlo en sus comunidades, para consolidar sus
propias posiciones de poder. La gran cantidad de jade descubierta en los entierros de
Tikal, especialmente en los Entierros 116 y 196, del Clásico Tardío, atestiguan la
habilidad de Tikal para quedarse con parte de la riqueza que pasaba a través de la
ciudad.

Conforme los sitios del Período Clásico se hacían más poderosos, generaron sus propias
demandas de materiales de lujo, según la importancia práctica y ceremonial de éstos:
sal, conchas, perlas, obsidiana y piedras de moler de basalto. La importación de sal que
efectuaba Tikal sólo se puede calcular especulativamente, con base en su necesidad
aparente, pero la obsidiana y el basalto han aparecido en gran abundancia en el lugar. A
pesar de ser importantes para la economía interna de la comunidad, éstos se sitúan en la
categoría de artículos de consumo, y no se pueden considerar como fuentes de riqueza
para Tikal, a no ser que tales productos ellos los hubieran intercambiado.

Tikal no debe haber sido la única ciudad en la península que era punto de comercio.
Con base en la localización de otros importantes sitios mayas, se ha establecido una ruta
alternativa a través de Yaxhá y los lagos centrales del Petén, en relación con fechas tan
tempranas como el siglo IV. Más hacia el sur, los ríos de La Pasión y Chixoy, talvez
junto con el Sarstún, pudieron haber contribuido al antiguo poder que ejerció Altar de
Sacrificios como un punto de supervisión en la confluencia de los ríos, poder que más
tarde pasó a El Ceibal, situado sobre una alta colina defensiva desde donde podía
vigilarse el río.

Piedras Negras se localiza en el margen de uno de los principales rápidos del


Usumacinta, y puede haber obtenido su riqueza por la necesidad de portaje alrededor de
este difícil trecho del río. El título del glifo-emblema del gobernante de la ciudad, se lee
como: 'Señor Dinástico del Camino (be)'. Toniná era el punto de transbordo entre el
sistema del Río Lacantún y el Grijalva, una ruta que pudo haber estado, por lo tanto, en
competencia con Palenque. Caracol pudo haber prosperado como un punto de paso
entre la cuenca del Río Mopán y los pueblos sobre los ríos Machaquilá y de La Pasión,
en una alianza al sur que rivalizaba con la ruta a través de Tikal.

Cambios durante el Postclásico


El colapso de la cultura maya en el siglo IX fue dramático y definitivo. Cada uno de los
centros situados en el territorio maya central, entre Comalcalco y Copán, dejó de erigir
monumentos dinásticos y de construir grandes edificios. Existe una gran diversidad en
la situación ecológica de estos sitios como para creer que la causa de su colapso haya
sido un fracaso en la agricultura. Otras causas poco probables son la rebelión y la
conquista, puesto que en estas situaciones usualmente se reemplazaba a los antiguos
gobernantes por otros nuevos. En general, el abandono de las ciudades a lo largo de las
rutas de comercio se puede explicar por cambios en la tecnología del transporte, y es
posible que los mayas no hayan sido una excepción. Los navegantes de las grandes
canoas, que durante tantos años transitaron los ríos transportando las mercancías a
través de la península, en todo el sistema fluvial de las Tierras Bajas (Ilustración 201),
pudieron gradualmente haberse aventurado hacia el norte, a lo largo de ambas costas,
hasta la parte superior de la península, dejando Tikal fuera de su ruta. Las
embarcaciones debieron haber necesitado modificaciones en su maderaje lateral y talvez
velas para tales cambios en la navegación. Los viajes más extensos a lo largo de la costa
debieron haber necesitado tripulaciones a las que no les importaba estar ausentes
durante prolongados períodos. Como han señalado Jeremy A. Sabloff y William L.
Rathje, los mercaderes a tiempo completo pueden haber empezado a reemplazar a las
familias nobles y a la realeza, quienes probablemente habían controlado e incluso
dirigido, el comercio, durante el Período Clásico.

Las ciudades importantes del norte, durante el Período Clásico, como Cobá y
Dzibilchaltún, en la Península de Yucatán, se fundaron alrededor del siglo VII. Sus
monumentos y estructuras, al estilo de Petén, sugieren que las rutas del norte estuvieron
dominadas al principio, por las ciudades del centro de Petén. De hecho, una fecha
temprana en Cobá es similar a una de Naranjo, lo cual implica una conexión dinástica.
La larga calzada de Cobá a Yaxuná creó una ruta por tierra, que podía transitarse
durante todo el año, lo que por un tiempo pudo haber sido preferible a la ruta a lo largo
de las difíciles costas al norte de la Península de Yucatán. En el siglo IX, la
concentración de actividad constructiva en las Tierras Bajas mayas se había desplazado
del área central hacia el norte. Es probable que durante un tiempo, Cobá, Uxmal y
Chichén Itzá compartieran el dominio sobre el norte, pero al parecer, en 1000 DC
Chichén Itzá se había convertido en la capital del área maya del norte y talvez de toda la
región maya.

Empezaron a aparecer algunos sitios nuevos alrededor de Tikal (Jimbal, Ixlú y Ucanal),
lo cual apunta a una fragmentación de Tikal como centro de poder, aunque el antiguo
sitio continuó ocupado. La nueva cerámica de Petén, las vajillas Anaranjado Fino
encontradas en Tikal, El Ceibal y la mayoría de los sitios sobrevivientes, tiene impresas
figuras con las vestimentas y fisonomía de las tallas de Chichén Itzá. El Ceibal fue el
último sitio de Petén en persistir con sus monumentos de retratos tallados, incluyendo
una serie de estelas difíciles de fechar, que reflejan el estilo de Chichén Itzá. La
localización de este último lugar tiene sentido, no sólo en cuanto a su situación para el
dominio militar, al norte de la península, sino también en cuanto a su ubicación
defensiva, ya que estaba, por lo menos, a un día de marcha por tierra en caso de un
ataque sorpresivo. Es probable que su ubicación también se deba a su gran cenote,
usado como centro de peregrinación y sacrificio a partir de 800 DC.

Aparentemente, Mayapán funcionó, después de Chichén Itzá, como la capital del norte
del área maya, desde su fundación c 1200 DC hasta 1441, cuando los señores de las
provincias llevaron sus libros sagrados a sus propias ciudades. Se dice que una revuelta
fue generada por el gobernante opresor de Mayapán, quien estaba apoyado por los
soldados mexicanos (aztecas). En este tiempo, los aztecas habían establecido enclaves
comerciales no sólo en Tabasco sino también en el Golfo de Honduras. Esto
seguramente privó a los mayas yucatecos del control del jade, el oro y otros materiales
que habían pasado a través de su territorio. La expansión azteca había puesto a los
mayas muy cerca del nuevo centro de poder de Mesoamérica. Cortés describió a los
mayas de Yucatán como una gente dividida y relativamente empobrecida.
Los mayas del sur, de las Tierras Altas y de la Costa del Pacífico de Guatemala gozaron
de una nueva prosperidad durante el Período Postclásico, después de la declinación de
las ciudades del Período Clásico. La antigua área preclásica alrededor de Santa Lucía
Cotzumalguapa presenció nuevamente la talla de monumentos de piedra en el siglo IX
(Ilustraciones 80-84), y éstos también se asemejaban a los estilos de El Ceibal y
Chichén Itzá. De esta manera se restablecieron las antiguas rutas terrestres que
funcionaron en el Preclásico, a través del valle de Guatemala y a lo largo de la Costa del
Pacífico. Sin embargo, ya entrado el Postclásico (1000 DC), aparentemente la ruta
preferida se desplazó hacia el norte, por el valle del Alto Motagua, a través de Mixco
Viejo y Utatlán, estableciéndose así un patrón que subsistiría hasta la época de la
Conquista. Las fuentes etnohistóricas indican con claridad que los poderosos señoríos
quichés y cakchiqueles (kaqchiqueles) comerciaban mucho con los aztecas y fueron
apoyados políticamente por ellos. Aunque se dice que Soconusco, en el sur de Chiapas,
fue una provincia azteca, no existe un gran centro arqueológico en el área, que indique
una acumulación de riqueza. Es posible que Soconusco haya sido como un puerto de
comercio azteca, como el caso de Tabasco y Honduras, que servían como puntos de
contacto para recibir los bienes con rumbo al oeste, provenientes de las Ciudades-
Estado mayas independientes. Como en los viejos tiempos, en esa época el comercio
incluía oro de Centro América, además de jade, algodón, cacao y plumas.

Conclusiones
Se ha sugerido en este ensayo que, a través de toda su historia, los mayas acumularon
riqueza porque se dedicaron a satisfacer las necesidades de importación que tenían las
mayores civilizaciones al oeste, las cuales producían grandes excedentes de granos. Esta
hipótesis es demostrable por la particular localización de los sitios del área maya. La
ubicación de Kaminaljuyú, Tikal, Copán, Palenque, Cobá, Chichén Itzá y otras ciudades
mayas, situadas en puntos defensivos estratégicos para el transbordo o el control de las
rutas comerciales lógicas, indica que su riqueza se basaba en tal comercio.

Los cambios de la prosperidad maya del área sur, durante el Preclásico, a la zona
central, durante el Clásico, y luego hacia el norte, durante el Postclásico, parecen ser
más explicables por cambios de tecnología del transporte, probablemente reforzados por
el poder militar. En vista de ello, el primer transporte de jade y artículos tropicales hacia
el oeste de Mesoamérica probablemente se llevó a cabo por tierra, por cargadores
humanos, a lo largo de la ruta del sur. El desarrollo de un sistema fluvial de transporte
por canoas, a través de la base de la Península de Yucatán, permitió un gran incremento
en el volumen de comercio y fue decisivo para el desarrollo de las ciudades mayas del
Período Clásico. Las adaptaciones de estas embarcaciones para las rutas más largas y
peligrosas, alrededor de la península, favorecieron al área maya del norte, pero también
permitieron que los mayas del sur reiniciaran las rutas de comercio por tierra, una vez
que quedaron eliminadas las ciudades centrales por la competencia del norte.

Los cambios tecnológicos en los sistemas de transporte dan a la historia maya una
continuidad muy necesaria. El colapso de las ciudades mayas del Período Clásico no
debe considerarse como un ejemplo misterioso de decadencia interna, puesto que está
claro que Chichén Itzá asumió el dominio donde Tikal y las demás ciudades lo
perdieron, y logró gran parte de la misma riqueza, pero con una ubicación más acorde
con la tecnología de su época. El verdadero colapso de la civilización maya no ocurrió
en 900 DC, sino cuando los aztecas establecieron sus puestos de control en el territorio
maya, en el siglo XV, y finalm ente cuando Cortés y sus tropas capturaron a Moctezuma
en 1519.
JORGE LEON

Aportes de Mesoamérica a la Agricultura


Mundial

Mesoamérica fue definida por Paul Kirchhoff en 1943. Se extendía desde las cuencas de
los ríos Pánuco y Lerma-Santiago, en el centro de México, hasta el Golfo de Nicoya, en
Costa Rica. Incluía el centro y sur de México, Belice, Guatemala, El Salvador, la región
occidental de Honduras, la vertiente del Pacífico de Nicaragua y la Península de Nicoya,
en Costa Rica. Entre las características establecidas por Kirchhoff figuran, entre otras, el
cultivo de especies autóctonas, la invención de ciertas prácticas agrícolas y de
herramientas; y el desarrollo de métodos de cultivo y utilización de productos agrícolas.
Unos años antes, el eminente botánico ruso Nicolai I. Vavilov (1930) había reconocido
esa región como uno de los centros más importantes en el mundo, en cuanto concierne
al origen de la agricultura, y en cuanto a la domesticación particular de muchas especies
de plantas.

Aunque los conceptos de Kirchhoff y Vavilov han cambiado con el aporte de nuevas
investigaciones, Mesoamérica se considera actualmente como uno de los centros
primarios en relación con la diversidad de plantas cultivadas. Existen cerca de 80
cultivos que pueden considerarse originarios de Mesoamérica. Algunos de ellos, como
maíz, tomate, cacao, algodón, chile y frijoles, son de importancia mundial. Otro grupo,
que incluye el aguacate, el güisquil (chayote) y otras cucurbitáceas, dalias, sisal,
vainilla, se han extendido a otras regiones tropicales, donde su valor económico es a
veces mayor que en su área de origen. En tercer lugar, existen muchas especies frutales,
hortícolas, medicinales y ornamentales que están en un nivel incipiente de desarrollo, y
que a veces se encuentran en núcleos silvestres o cuyo cultivo se limita a una área
reducida y su presencia a los mercados indígenas.

De especial interés es el hecho de que las especies mencionadas tienen en Mesoamérica


una alta diversidad, y que incluye cultivares primitivos y poblaciones y congéneres
silvestres, de valor potencial en programas de mejoramiento genético.

La riqueza en especies autóctonas cultivadas, de un rango tan amplio que abarca desde
cultivos básicos hasta ornamentales, se explica por la interacción de factores naturales y
culturales. Entre los primeros está la riqueza en especies de plantas superiores, mayor
que la de Europa y del resto de América del Norte. En Mesoamérica se mezclan
elementos florísticos de dos grandes procedencias, que son la norteña y la suramericana.
La primera predomina en las selvas de coníferas y robles, y en praderas; la segunda, en
las selvas tropicales de tierras bajas y en el bosque nuboso. El número de plantas
superiores de Mesoamérica no se conoce aún con exactitud, y se estima entre 20,000 y
30,000 especies. Muchas de ellas, inclusive numerosas especies cultivadas, son
endémicas, es decir que sólo se conocen en esta región.

Los factores culturales que determinaron que Mesoamérica, junto con los Andes, el
Cercano Oriente y otras regiones del Viejo Mundo, fuera una de las cunas de la
agricultura y de la domesticación de plantas, son aún objeto de discusión. Se supone
actualmente que la agricultura puede haberse iniciado como un complemento del
sistema de caza, pesca, y recolección de plantas silvestres, que caracteriza a poblaciones
humanas sedentarias, y que poco a poco la agricultura suplantó a dicho sistema como
fuente de alimentos, quizás porque aquellos recursos obtenidos inicialmente escasearon,
por incremento de la población o por otros factores. A la par de la domesticación de
plantas, el hombre primitivo inició la de animales. En Mesoamérica, esta última no tuvo
mayor importancia y se redujo a unas pocas especies.

Una planta pudo haberse domesticado en uno o en varios lugares, una o varias veces. Su
dispersión desde el área original pudo haberse hecho por difusión, es decir, pasando de
una familia o tribu a otras; o por migración, cuando un grupo humano se trasladaba a
una región nueva y llevaba, entre otras cosas, las semillas de sus cultivos. Es posible
que en la mayoría de las veces operara la difusión. Un ejemplo de migración es citado
por Gonzalo Fernández de Oviedo, y se refiere a Nicaragua y Nicoya, donde chorotegas
y nahuas, venidos de México, ocupaban áreas adyacentes; los primeros monopolizaban
el cultivo del chicozapote (Manilkara achras) y los segundos el del cacao (Theobroma
cacao).

La domesticación se inició cuando el hombre vivía en bandas o aldeas. Después, éstas


se organizaron en tribus, las tribus en Estados y éstos en reinos o imperios. A la llegada
de los europeos, Mesoamérica estaba dominada por el llamado Imperio Azteca o Triple
Alianza, y tenía una producción agrícola altamente organizada, en especial, en el centro
de México, que se denomina la 'zona nuclear' de Mesoamérica. Esta etapa fue el
resultado de un largo proceso, en el cual, la domesticación de las plantas tuvo gran
importancia.

Vavilov supuso que en Mesoamérica la domesticación de las plantas se inició en


ambientes húmedos, donde el riego era innecesario. Esto, que hoy parece evidente, no lo
era en la época en que lo expresó Vavilov, pues entonces se creía que la agricultura se
había iniciado sólo en zonas áridas. En Mesoamérica hubo diferentes niveles de
domesticación, desde una completa, como en el caso del maíz, que depende del hombre
para su sobrevivencia, hasta frutales como el zapote, que se encuentra aún en estado
silvestre, tolerado en milpas y potreros, o cultivado en huertas pequeñas. A menudo, la
misma especie tiene usos diferentes; por ejemplo, los agaves, que se utilizan como fibra,
alimento, bebida, material de construcción, en la chía (refresco), o aceite obtenido de las
semillas.

Cuando llegaron los europeos a Mesoamérica se encontraron con una producción


agrícola rica, variada y altamente organizada. Su base eran las plantas cultivadas, que se
habían domesticado en diferentes áreas de la región, pero cuya producción, expansión y
comercio estaban organizados, como una unidad, bajo el comando de un grupo
dominante, los aztecas. Estos imponían, a los pueblos que habían subyugado, tributos
que se pagaban principalmente con artículos agrícolas: cargas de cacao, maíz, frijoles y
amaranto, o productos derivados como mantas y vestidos de algodón. Con ello,
mantenían el aparato de gobierno, la religión y el ejército. Para el pueblo había un
sistema de mercados, que asombró a los españoles por la abundancia y diversidad de sus
productos, ya que no había nada semejante en Europa.
Las regiones mesoamericanas situadas fuera de la 'región nuclear' no estaban tan
avanzadas. La mayoría de las comunidades vivía al nivel de villas o pueblos, con un
sistema de agricultura de subsistencia. Ciertas comunidades, en Guatemala, habían
desarrollado prácticas de riego y conservación de suelos y un sistema avanzado de
mercados. En esta área se domesticaron varios cultivos menores: chaya (Cnidoscolus
chayamansa), chipilín (Crotalaria longirostrata), istlán (Solanum wendlandi), loroco
(Fernaldia pandurata) y otros.

Dispersión de los Cultivos Mesoamericanos

En Europa

La agricultura europea en la época del Descubrimiento, con excepción del sur de España
cuando estuvo ocupado por los árabes, no mostraba avances notables en comparación
con la americana. Esta era más rica en especies cultivadas, con una diversidad que le
permitía disponer de dietas más variadas y equilibradas. En ciertos aspectos, por
ejemplo, conservación de suelos, riego, procesamiento y almacenamiento de alimentos,
las civilizaciones andinas estaban mucho más desarrolladas que las europeas. Europa,
por otra parte, disponía de numerosos animales domésticos, y las bestias de tiro, que no
existían en América, permitieron el uso de arados y otras herramientas.

La alimentación europea era pobre, escasa y monótona. Se basaba especialmente en el


trigo, que se preparaba en panes o sopas, lo mismo que otros cereales y leguminosas
(lenteja, garbanzo). Había pocas hortalizas, entre ellas, el repollo, el nabo y la cebolla.
Las especias y condimentos eran escasos y caros, y más que para dar sabor a las
comidas se usaban para ocultar el mal sabor y el desagradable olor que adquirían las
carnes, por su pésima conservación. El azúcar era desconocido, y la miel de abejas, el
único edulcorante disponible.

La recolección de productos silvestres, como un complemento de la producción


agrícola, era un aporte muy importante a la alimentación. Las bellotas de robles, hayas y
castaños eran, particularmente en el centro y norte de Europa, una de las principales
fuentes de alimentos energéticos, preparados también en forma de panes y sopas. La
recolección de bellotas de árboles silvestres suministró una porción muy considerable
de la alimentación europea hasta el siglo pasado.

La escasez de alimentos era general en Europa, desde la Edad Media. A ello contribuía
el bajo rendimiento de los cultivos, ya que por una semilla sembrada se recogían cinco;
las guerras y desórdenes continuos; y la falta de suficientes instalaciones para almacenar
víveres. La escasez obligaba a la población rural a recurrir a medidas extremas, como la
de preparar galletas con una cantidad mínima de harina de cereales y una porción
mucho mayor de corteza de árboles. Grupos enteros de campesinos invernaban, como
los osos, y reducían el número de actividades para economizar energía y víveres.

La situación se agravaba aún más cuando las cosechas fallaban, por lo general por
factores climáticos, y venían las hambrunas. Estas fueron muy frecuentes en la Europa
continental. A partir de 1200 y hasta 1850, se registraron 118 hambrunas serias, a
menudo hasta de tres años de duración, que aquejaban principalmente a la población
rural, pues en las ciudades se importaban granos de regiones no afectadas. Los
agricultores vivían de alquilar tierras y pagaban a los dueños, por lo general, con la
mitad de la cosecha. Otros sembraban en tierras marginales y, en ambos casos, dejaban
por lo menos una tercera parte en descanso (barbecho). La hambruna obligaba a comer
raíces, sangrar animales domésticos para beber su sangre, fabricar panes con cualquier
cosa, como hojas de helechos; en el centro de Francia, a mitad del siglo XVII, 'los
campesinos comían hierbas como los carneros y morían como moscas'. Las hambrunas
ocurrieron aun en Suiza y Escandinavia, en el siglo pasado, y desaparecieron desde
1850. Sus efectos en la población y en la agricultura han sido considerados peores que
las epidemias más serias.

Podría creerse que los nuevos alimentos que se llevaron de las Américas tuvieron un
impacto inmediato en las condiciones de la alimentación europea, pero no fue así. A
veces, como en el caso del tomate, transcurrieron tres siglos para que este cultivo se
implantara. Los agricultores casi siempre se resisten a introducir nuevos productos y,
sobre todo, hay que entender que de América se llevaron las semillas, pero no las
prácticas de producción y manejo, ni la forma de utilizar los productos agrícolas. Esto
último sucedió en el caso del cocinero real, quien recibió plantas de papas para los
banquetes y preparó con ellas sólo ensaladas, con hojas y tallos que contienen
sustancias venenosas.

Se ha atribuido a la entrada de los alimentos americanos el incremento de la población


de Europa, que en 1650 era de unos 100 millones y en 1950 de 600, con un crecimiento
marcado a partir de 1800. Aunque fue hasta comienzos del siglo XIX que se aceptaron
del todo los cultivos americanos, imputarles a ellos un papel preponderante es poco
aceptable. El fenómeno es muy complejo para asignarlo a una sola causa.

Lo que sí es evidente es que los alimentos americanos son la base de las cocinas
europeas, desde las más humildes, como las que se encuentran en los Balcanes, hasta las
más complejas. No se puede imaginar la cocina italiana sin los tomates, la húngara sin
páprika, la española sin la papa, la francesa sin frijoles, o los restaurantes ingleses sin
fish and chips. Aquellos alimentos determinaron también un aumento considerable de
proteínas y vitaminas, de colorantes y condimentos. Por otra parte, el maíz contribuyó a
desarrollar la ganadería y el consiguiente incremento de la producción de carne, leche y
derivados, lo que no habría sido posible con los cereales europeos.

En Asia y Africa

La información disponible sobre la expansión de los cultivos mesoamericanos en


Europa es muy pobre, pero es peor en cuanto a Asia y Africa. Hay que considerar en
estos casos dos factores que operaron a comienzos del siglo XVI. El primero, es la
expansión del imperio turco, que abarcó buena parte del sudeste de Europa; y el otro,
fue la apertura de las rutas marítimas de Europa, al Oriente. El dominio turco fue el más
evidente en el Mediterráneo, en los siglos XVI y XVII, con una penetración hasta el
centro de Europa, cuando ya se habían establecido en el valle del Danubio algunos
cultivos americanos. Como toda gran potencia, Turquía era un punto de concentración y
de dispersión de cultivos en el ámbito de sus dominios y aun fuera de ellos. Fue un
centro secundario de diversidad, tanto respecto de los cultivos nativos como de los
introducidos. Eso explica que Vavilov sugiriera que Turquía podría ser el centro de
origen del güicoy o calabaza (Cucurbita pepo), por la gran diversidad local de este
producto. Ello también explica el hecho de que en Europa llamaran al maíz 'granoturco'
en italiano, 'blé de Turquie' en francés, 'turkishes korn' en alemán. Los nombres usados
en Africa para designar al maíz, que fue introducido de Turquía a Egipto y de este país
al centro del continente, tienen también raíces turcas.

Las rutas marítimas al Oriente las abrieron los portugueses en 1500, y poco después se
establecieron en Goa, India, y en Macao, China. Desde estos puertos pudieron ingresar
cultivos, como el maíz y el camote, hasta el centro de China. A diferencia de lo que
ocurrió en Europa, parece que allá fueron bien recibidos, y que se expandieron
rápidamente. Esos cultivos se llevaron de Brasil, que era una etapa intermedia entre
Portugal y el Oriente. Los portugueses también trasladaron los cultivos americanos a
Oceanía, donde comerciaban con especias.

Los cultivos llegaron a Africa, como a Europa y a Asia, por diferentes rutas y en
diversas fechas. Ya se citó el caso del maíz, que se supone arribó de Turquía. También
llegó de Creta, a donde lo habían llevado los venecianos en 1517. Existe todavía otra
posible ruta del traslado, por los portugueses, de varios cultivos americanos, y es la que
se extiende de Brasil a la costa de Guinea. Finalmente, hubo otra ruta de introducción de
cultivos de América a Asia y a Oceanía, y fue la que comunicaba a México con
Filipinas y Guam; a estos lugares se transportó maíz, cacao, frutales y otros productos,
la mayoría de los cuales se conocen todavía con sus nombres mexicanos.

Los Principales Cultivos de Origen Americano

Maíz

El maíz (Zea mays) es la planta cultivada que tiene mayor rango de adaptación. Se
cultiva en el Nuevo Mundo, desde Canadá hasta Chile; desde el nivel del mar hasta
3,200 m de altitud, y hay variedades adaptadas tanto a condiciones de extrema
sequedad, en el Oeste de Estados Unidos, como a la zona de altas precipitaciones
(7,000-8,000 mm anuales), en el litoral del Pacífico, de Colombia.

En el Viejo Mundo el maíz se adaptó a ambientes muy diversos, en parte porque se


introdujeron especies de procedencias muy distintas. Colón llevó a España el maíz duro
de las Antillas, pero después hubo otras introducciones, como la de maíces peruanos a
las provincias vascongadas. No se sabe con certeza dónde y cuándo se hicieron las
primeras siembras en España, pero al principio del siglo XVI se encontraba ya en
huertas de Castilla; y en Andalucía y el Levante, en tierras irrigadas. Sin embargo, el
cultivo del maíz alcanzó mayor importancia en las regiones húmedas del norte de la
Península: Galicia, Asturias y la región vasca, donde se desarrolló, en el siglo XVII y
especialmente en el XVIII, como el cultivo de mayor importancia.

En Europa se practicaban, desde la Edad Media, sistemas de cultivos en rotación de dos


a tres años. Se plantaba trigo en el invierno, otros cereales en la primavera y después se
dejaba el terreno en barbecho por un año. En el norte de España y en el sur de Francia,
primero, y después en Italia, en el siglo XVII, se suprimió el barbecho para sembrar
maíz, o se intercaló éste con las siembras de primavera. Este cambio provocó un
incremento considerable en la producción. El maíz rinde dos veces más que el trigo, y
tiene casi el doble de contenido energético, es mucho más rápido en producir y se
adapta a más tipos de suelos. El incremento en la producción significó una
transformación radical en la alimentación humana, especialmente para los grupos más
pobres, y llevó a una dependencia casi total, con respecto a dicho producto, a lo cual se
hace referencia más adelante. Fue también, por las semillas y el follaje, un factor
decisivo para establecer la estabulación de distintas clases de ganado, lo que a su vez
aumentó la producción de alimentos animales. En Portugal, la siembra se inició a
comienzos del siglo XVI, y en los dos siglos siguientes llegó a ser el producto agrícola
predominante. Otras áreas de gran desarrollo en el cultivo del maíz fueron la llanura del
Po, en el norte de Italia, y la cuenca del Danubio, especialmente en Hungría y Rumanía,
en los siglos XVII y XVIII. En los otros países de los Balcanes también tuvo, y aún
conserva, una importancia primaria.

El maíz es un alimento humano barato y abundante, y fue la mejor solución para hacer
frente a las hambrunas. En Europa llegó a dominar completamente la alimentación en
las regiones pobres, donde en algunas regiones llegó a ser el principal o el único
elemento de las comidas. Es, sin embargo, un alimento pobre en lisina y niacina,
elementos esenciales en una buena alimentación. En una dieta mixta, estos nutrientes se
suplen con otras fuentes, o bien, como en el caso de las tortillas, se mejora la calidad
proteínica por medio de agregados de cal. La carencia de elementos esenciales en el
maíz se manifestó con la aparición de una enfermedad nueva, la 'pelagra', que se
reconoció primero en España y después en Italia, en Hungría y en el resto de los países
en los que el maíz era el alimento principal. La enfermedad se caracteriza por
dermatitis, diarreas y demencia; y en el último estado ya es mortal. En Italia, las
víctimas llegaron a más de 100,000, en 1821, cuando alcanzó la mayor incidencia; y
casi el mismo número en Rumanía, en 1906. Es una enfermedad de pobres, y se
presenta en épocas críticas, como la de la depresión, en Estados Unidos, cuando se
rebaja la calidad de la alimentación. En Europa desapareció lentamente, conforme
mejoraban las condiciones económicas y sociales, y ya no se presentó más después de
1950.

El maíz es un alimento importante en casi todos los países de Asia. China es


actualmente el segundo productor del mundo, después de Estados Unidos. Hay
información contradictoria sobre la llegada del maíz a China; lo más probable es que
fuera llevado por los portugueses a su colonia de Macao, establecida en 1537, o pudo
haberse llevado de la India, donde los portugueses se establecieron en 1510. A Oceanía,
posiblemente fueron los portugueses quienes primero lo llevaron y lo distribuyeron
desde principios del siglo XVI, cuando ellos se establecieron en las Molucas. El maíz
que se transportó a dichas islas pudo haber llegado de Portugal o de Brasil. A Filipinas y
a Guam llegó de México, después de 1565. En Africa, la expansión del maíz parece
haber tenido dos orígenes: uno, en Egipto, de donde se expandió por el este del
continente; el otro, puede haber sido Brasil, de donde los portugueses lo llevaron a la
costa de Guinea, y de allí bien pudo expandirse por Africa Occidental.

Frijoles

De Mesoamérica provienen cinco especies de frijol: común (Phaseolus vulgaris), piloy


(Phaseolus coccineus), botil (Phaseolus polyanthus), ixcomite (Phaseolus acutifolius) e
ixtapacal (Phaseolus lunatus). La especie más importante, y la primera que fue llevada a
Europa, fue el Phaseolus vulgaris, de la que se conocen centenares de variedades. Hay
dos tipos principales de éstas, uno mesoamericano y otro sudamericano. Las primeras
remesas de frijol que llegaron a España, llevadas de las Antillas, fueron seguramente del
tipo mesoamericano. En España se sembró a comienzos del siglo XVI y se integró
lentamente a otras leguminosas de grano, como alubias (tipo de frijol), garbanzos,
lentejas, y especialmente a otras leguminosas nativas de cultivo reducido. Se sabe que
alrededor de 1530 el frijol se llevó a Flandes, entonces provincia española, y que de allí
se extendió al centro de Europa. Ilustraciones de dicho frijol aparecieron en libros
publicados en Alemania en 1541, en Italia en 1554 y en Inglaterra en 1572. Era un
cultivo de aceptación fácil, por sus diferentes formas de usarlo: vainas tiernas, granos
tiernos y secos. Por su riqueza en proteínas fue una magnífica adición a la alimentación
europea.

El piloy (Phaseolus coccineus) es nativo de las tierras altas de Mesoamérica, y no se le


conoce en estado silvestre. Llegó posiblemente de México a España, se expandió poco y
alcanzó cierta importancia en Inglaterra. Existen variedades de flores rojas, cultivadas
en Europa como plantas ornamentales. El botil (Phaseolus polyanthus), como el
anterior, es una planta trepadora y perenne, que también tiene semillas grandes y
aplanadas. Las flores son blancas al abrirse, y después se vuelven amarillas. Es posible
que se siembre en Europa, confundido con el anterior. En Guatemala se encuentran
tipos silvestres. El ixcomite (Phaseolus angustifolius) es una especie propia de sitios
secos. Algunas de sus variedades compiten por su calidad con las del frijol común.
Fuera de las áreas muy reducidas de su cultivo en Mesoamérica, sólo se conoce en
Africa, donde fue introducido como cultivo de cobertura, pero se utiliza también por sus
granos. El ixtapacal (Phaseolus lunatus) crece en regiones bajas y secas. Las variedades
de Mesoamérica pertenecen al grupo sieva, que tiene semillas pequeñas, de color
oscuro. Se cultivan en Europa, donde ya se conocían en 1590, se llevaron de México a
Filipinas y se extendieron a Oceanía. Otro grupo de variedades, llamado Lima, tiene
semillas grandes, a menudo blancas y planas; se cultiva más que el anterior en Europa.

Tomate

El tomate (Lycopersicon esculentum) es la hortaliza que, fresca o preparada


industrialmente, tiene el mayor consumo mundial, Se cultivaba en México, en las tierras
templadas de la vertiente del Golfo, y se distinguieron desde el comienzo dos tipos: uno,
de frutos grandes, casi del tamaño de una naranja, rojos y jugosos, con surcos
longitudinales, profundos; y otro, de frutos más pequeños, esféricos y rojos. En ambos
se presentaban también plantas con frutos amarillos. Los españoles lo llamaron 'tomate',
nombre que los mexicas daban a una especie distinta, Physalis philadelphica, llamada
ahora 'tomate de cáscara' o 'tomate verde'. Seguramente se llevaron a la Península
semillas de tomate en los inicios del siglo XVI, pero no hay evidencia histórica de esta
introducción. De España pasó al sur de Francia y a Italia, y en este último país, ya en
1552, se comía cocinado. Desde el inicio de su expansión fuera de España, el tomate fue
considerado como un fruto comestible malsano y aun venenoso. Pero los italianos lo
adoptaron y pronto pasó a ser un ingrediente de varias comidas. Se supone que la
escasez de alimentos en Italia, en 1746, 1771 y 1774, contribuyó a popularizar su
consumo. En el resto de Europa era una curiosidad, pero no se cultivó como hortaliza
sino hasta el final del siglo XVIII. En los catálogos de semillas de esa época todavía
aparecía como planta ornamental. Entonces se introdujo de Inglaterra a Estados Unidos,
donde tampoco fue bien recibido. En Alemania, el cultivo comercial se inició a
comienzos del siglo XIX. Por otra parte, en el Galeón de Acapulco se llevó el tomate a
Filipinas, donde aún se le da ese nombre. En las Islas Molucas se sembraba ya en 1563,
quizás introducido por navegantes portugueses.

Hasta en el siglo XIX, el tomate comenzó a producirse comercialmente en Europa y


Estados Unidos. Ha sido objeto de investigaciones que han cambiado radicalmente la
planta original, adaptándola a las necesidades de la producción y a los requisitos del
mercado. Su popularidad es universal. Los frutos del tomate dan color, actualmente,
tanto a los supermercados más modernos como a los mercados indígenas de Guatemala,
Nepal, Perú, India o Africa. Es la base de productos industriales muy diversificados.

Chiles

Uno de los propósitos de los viajes de Colón era descubrir una nueva ruta a las Islas de
la Especiería, y romper así el monopolio del comercio con esa región, que entonces
tenían los portugueses. El Almirante no alcanzó tal objetivo, pero en las Antillas
descubrió una especia desconocida en Europa, el chile (Capsicum spp.). Este vegetal
podía crecer en Europa, producirse rápidamente, a un costo muy bajo y, como dijo
Fernández de Oviedo, 'es mejor con la carne y con el pescado, que la muy buena
pimienta'. El chile que encontró Colón en las Antillas fue posiblemente Capsicum
frutescens, originario de América del Sur. Pero poco tiempo después se conoció una
especie mesoamericana, Capsicum annuum, ahora la más difundida. Inicialmente se
importó a Europa de México y Guatemala, pero ya alrededor de 1520 se cultivaba en
España, de donde pasó a Italia (1526), a Alemania (1547), y a Inglaterra (1548). Su
aceptación fue inmediata, o sea muy diferente de la que obtuvo el tomate.

El chile tuvo la mejor acogida y la difusión más rápida en el valle del Danubio y en los
Balcanes, que entonces estaban bajo el dominio turco. A los turcos se atribuye su
introducción en esas regiones, junto con el arroz, el maíz, el ajonjolí y otros productos.
En 1526 ya había siembras de extensión considerable en Hungría. Dónde obtuvieron los
turcos la semilla del chile, es un asunto que se discute todavía. Pudieron conseguirla en
algunos de los puertos del Mediterráneo, donde tenían contacto con los europeos, o
bien, en las colonias que los portugueses habían establecido en el Lejano Oriente, o en
las costas de India y Arabia. Muy rápidamente, el chile se incorporó a la dieta de los
países del centro de Europa. En Hungría lo hizo con el nombre de páprika. Los
españoles llevaron el chile de México a Filipinas, y es posible que de este país se
extendiera a Japón y China. También pudo haber sido llevado a India, donde la especie
más común es Capsicum annuum.

La gran variedad de chiles picantes reconocidos en Europa se complementó con una no


picante: el 'pimiento' o 'pimentón', que se considera más como una hortaliza que como
especia. Plantas con frutos no picantes se conocieron en Guatemala en el siglo XVII. El
chile tiene, además, numerosos usos industriales y medicinales. Por su producción fácil
y barata, extendida por todo el mundo, tiene más valor que las especias que no conoció
Colón.

Cucurbitáceas
En Mesoamérica se cultivan cuatro especies de cucurbitáceas: ayote (Cucurbita
moschata), güicoy (Cucurbita pepo), pepitoria (Cucurbita argyrosperma) y chilacayote
(Cucurbita ficifolia). Es bien conocido que estos cultivos tienen una distribución según
la altitud. En las tierras más bajas se produce la Cucurbita argyrosperma; en altitudes
medianas, la Cucurbita moschata; y en las Tierras Altas, la Cucurbita pepo y la
Cucurbita ficifolia. A Europa llegaron, procedentes de Mesoamérica, la Cucurbita pepo
y la Cucurbita moschata. La primera se adaptó mejor al centro y sur de Europa, así
como a China y los Balcanes. Una de sus variedades, el 'zucchini', tiene un cultivo muy
extenso y un uso general como verdura tierna. En esta especie hay numerosas
variedades de frutos ornamentales. La Cucurbita moschata, que es la más cultivada en
los trópicos, crece muy al sur de Europa, China y Japón.

Frutales

El frutal mesoamericano más cultivado en Europa es la tuna (Opuntia ficus-indica,


cactacea), que se planta en los países del Mediterráneo, donde también se ha
naturalizado ampliamente. El aguacate, de las variedades mexicana y guatemalteca, se
cultiva en el sur de España, Italia, Grecia, Israel, Africa del Sur, y en otros países.

Otros frutales de áreas tropicales llegaron al Viejo Mundo por la vía México-Filipinas.
Entre ellos están el chicozapote (Manilkara achras), que se llevó a Filipinas en el siglo
XVI o en el XVII; ya era bien conocido en India, en 1800. En Filipinas, India e
Indonesia, se han seleccionado numerosas variedades. También el jocote (Spondias
purpurea), el zapote mamey (Pouteria sapota), el zapote verde (Dispyros digyna), la
anona (Annona reticulata), y otros. La papaya, que posiblemente no sea de origen
mesoamericano, fue llevada también de México a Filipinas, y se extendió por todo el
sudeste de Asia.

Cacao y vainilla

Estos dos cultivos mesoamericanos están íntimamente asociados. El cacao fue cultivado
por los mayas, y era muy apreciado por los aztecas. La vainilla (Vanilla planifolia) se
utilizó para darle sabor y aroma al chocolate, y después a toda clase de dulces y helados.
La expansión del cacao al Viejo Mundo se hizo primero por la vía México-Filipinas,
desde 1674. Era del tipo criollo y su cultivo se extendió por Oceanía y el sudeste de
Asia. En el siglo pasado se llevó de Brasil a Africa. Actualmente, los mayores
productores son Costa de Marfil y Malasia. La vainilla se cultiva especialmente en
Madagascar, Indonesia y Tahití.

Algodón

El algodón mesoamericano (Gossyppium hirsutum) es actualmente la especie más


cultivada (cerca de 90%). Se utilizó en tiempos prehispánicos especialmente para telas.
Su desarrollo como cultivo comercial en el siglo pasado, sobre todo en Estados Unidos,
se basó en el mejoramiento genético, con el objeto de aumentar su resistencia a plagas y
enfermedades. En estos trabajos se utilizaron variedades de México y Guatemala. Su
cultivo ha disminuido por la fabricación de tejidos sintéticos. Las semillas se utilizan en
la alimentación humana y animal.

Medicinas
Los europeos pusieron grandes esperanzas, en la época del Descubrimiento, en las
nuevas medicinas que pudiera suplirles el Nuevo Mundo. En México buscó plantas
medicinales el Doctor Francisco Hernández, entre 1570 y 1577. Sus informes se
publicaron dos siglos después, y no tuvieron mayor acogida, por tratarse de plantas
desconocidas en su manejo y utilización y por lo lejanas e inseguras que resultaban las
regiones donde se podían obtener. Una de ellas, la jalapa (Ipomoes purga) se utilizó
como laxante. Recientemente, en México y Guatemala se obtuvieron varias especies de
Dioscorea, con propiedades anticonceptivas y de otras clases.

Plantas Ornamentales

En la Mesoamérica precolombina se apreciaron mucho las plantas ornamentales,


algunas de las cuales adquirieron, después, importancia mundial, como dalias (Dahlia
spp.), mejorana (Ageratum houstonianum), Cosmos spp., flor de muerto (Tagetes spp.),
Zinnia spp., todas ellas asteráceas que han sido mejoradas considerablemente en Europa
y Estados Unidos. Otras, como el nardo (Polyanthes tuberosa), la flor de mayo
(Zephyranthes spp.) y la flor de pascua (Euphorbia pulcherrima) han sido menos
afectadas, pero su cultivo se ha expandido por todo el mundo.

Conclusiones
Los alimentos que aportó Mesoamérica al Viejo Mundo, como maíz, frijol, tomate,
chile y otros, fueron una importante contribución al desarrollo, especialmente de
Europa, de valor comparable al oro y la plata que suplieron sus minas. No sólo fueron
un aporte a la alimentación básica, sino que permitieron crear nuevas formas de preparar
alimentos, que hoy se consideran tradicionales. Cambiaron los materiales del vestido,
las medicinas y, con las plantas ornamentales, el arreglo de las casas y la variedad de los
jardines. En el caso del Mediterráneo, con agaves y cactus, hubo transformaciones
profundas hasta en el paisaje.
MARION POPENOE DE HATCH y MATILDE IVIC DE MONTERROSO

La Civilización Maya: Organización Sociopolítica y


Mundo Intelectual

Antes de considerar el concepto 'civilización maya', es importante explicar: primero, de


dónde se deriva la palabra 'maya'; y segundo, qué significa el término 'civilización'. Al
parecer, la voz 'maya' viene de 'maiam', una palabra que expresó un grupo de indígenas
que, a bordo de una canoa, se encontró con navegantes españoles en 1502, en la Isla de
Guanaja, frente a las costas de Honduras. Bartolomé Colón fue el primero que usó los
nombres maya y Yucatán, lo cual hizo en un informe que envió a Génova, en el que
describe su encuentro con la canoa en Guanaja. Probablemente no tiene relación con la
designación que las poblaciones de habla maya se daban a sí mismas. El nombre, sin
embargo, se generalizó entre los españoles y entre los propios indígenas, según se puede
colegir de la siguiente alusión hecha por Diego de Landa, alrededor de 1560, al referirse
al naufragio de unos españoles en 1511, quienes fueron los primeros en llegar a
Yucatán: 'Después de muertos de hambre casi la mitad, llegaron a la costa de Yucatán, a
una provincia que llaman de la Maya, de la cual la lengua de Yucatán se llama
Mayathan, que quiere decir lengua de maya'.

Consideraciones Sociopolíticas
Frecuentemente se confunde lo que es cultura con lo que es civilización. Los dos
conceptos, aunque muy relacionados, son diferentes: las culturas pueden existir sin
civilización, pero las civilizaciones no pueden existir aparte de la cultura. La cultura se
refiere a la adaptación no biológica de una sociedad humana a su ambiente, por medio
de la regulación de la conducta en áreas como la tecnología, los sistemas sociales y la
ideología. Una cultura abarca las creencias, valores, costumbres y maneras de vivir
compartidas por una sociedad; lo que el hombre aprende y produce como miembro de
ella. Se enfatiza la idea de que la cultura es un continuum, aristotélico sin rupturas
definitivas, y para rastrearla hay que viajar al pasado en busca de información sobre la
forma de vida, desde sus orígenes hasta el presente.

El término civilización se originó del latín civitas, que se traducía como 'ciudadanía,
Estado o ciudad'. Literalmente, 'civilización' significa 'cultura con ciudades'. Un
asentamiento se convierte en una ciudad cuando incorpora una población grande y
densa, compuesta por lo menos de 5,000 personas. Sin embargo, las ciudades no sólo se
identifican por su tamaño, ya que grupos de poblaciones de mayor tamaño pueden
existir sin tener el grado de integración necesaria para adquirir la categoría de ciudad.
La cualidad más importante de una ciudad es su complejidad y su integración. Algunas
son dispersas y no planificadas; otras están concentradas y organizadas como
verdaderos centros urbanos. Las ciudades están constituidas por poblaciones grandes y
diversas. Su diversidad económica y de organización, así como su interdependencia
hacen que surja la complejidad que las distingue de las formas de asentamiento más
simples. La organización de una sociedad compleja es también más formal e
impersonal; existen muchas actividades ajenas a la agricultura, y hay diversidad en los
servicios centrales tanto para sus habitantes como para los de las comunidades más
pequeñas ubicadas en el área circundante. Estos factores dan lugar al término 'sociedad
compleja', que es un elemento básico en la definición de civilización.

En la organización de poblaciones grandes y densas es imprescindible un alto nivel de


integración social, junto con un grado de especialización del trabajo de tiempo
completo, y también los métodos adecuados para la recolección y el manejo de los
excedentes de producción, combinado esto con sistemas eficientes de distribución e
intercambio. Por supuesto, estas actividades requieren y promueven el desarrollo de una
sociedad estructurada en clases, organizada y dirigida por una clase gobernante
privilegiada, con administradores religiosos y políticos. Son necesarias las empresas
colectivas para la construcción de obras públicas, tales como templos, edificios
administrativos, bodegas y sistemas de irrigación. El hecho de guardar registros
involucra un sistema de cuentas y cómputo, lo que en muchos casos llevó al desarrollo
de la escritura. Se aprueban códigos legales para arreglar disputas y mantener el orden.
Una religión e ideología formales justifican las sanciones y proveen cierta racionalidad
al sistema sociopolítico. El arte monumental estandarizado proporciona la identificación
simbólica de la sociedad. La sociedad compleja se refiere al número y a las
características de sus partes, a la variedad de papeles sociales especializados, y a la
diversidad de mecanismos para organizar lo anterior en un todo coherente y funcional.
El aumento de cualquiera de dichas dimensiones incrementa la complejidad de una
sociedad.

En resumen, la civilización se refiere a una sociedad compleja en alto grado, en la que


concurren las siguientes características: poblaciones grandes y relativamente densas,
desarrollo de una élite social y económica, elaboración de arquitectura, artes y
artesanías, urbanismo, agricultura intensiva o, por lo menos, producción agrícola con
excedentes, sistema de escritura, etcétera. Sin embargo, estos elementos no se presentan
uniformemente en todas las civilizaciones. En la maya se manifiestan en diferentes
grados de desarrollo, a lo largo del territorio que ocupó dicho pueblo. Por ejemplo, el
sistema de escritura se encontraba distribuido principalmente en las Tierras Bajas
centrales y del sur, pero también se encontraban algunos textos en la periferia. Sin
embargo, en otras partes del área maya hay evidencia de distintos elementos propios de
la civilización, tales como urbanización, concentración demográfica, arquitectura
monumental, etcétera.

La cultura maya tiene una larga historia, en la cual el desarrollo de la civilización no se


circunscribe sólo al Período Clásico y a la región de Petén, sino abarca una región
amplia de las Tierras Altas y Bajas, donde habitaron muchos grupos lingüísticos
relacionados. Posiblemente, los períodos cronológicos en los que los arqueólogos
dividen la civilización maya, a menudo esconden la continuidad cultural real que hubo a
través del tiempo. De esta manera, aunque usualmente se delimita el Período Clásico
entre 250 DC y 900 DC, la mayor parte de las características de la civilización maya
clásica cristalizó por lo menos 500 años antes, durante el Preclásico Tardío, y ellas
continuaron por más de 500 años después, durante el Postclásico.

La civilización maya: Preclásico


La evidencia más antigua de la evolución sociopolítica compleja, en el área maya,
aparece durante el Preclásico Medio, en el Altiplano, la Costa y Bocacosta de
Guatemala, y el oeste de El Salvador y Honduras. En esta misma zona, en el Preclásico
Tardío, se erigieron monumentos con textos jeroglíficos y reproducción de ritos
relacionados con gobernantes. Se observa una creciente vida ceremonial, indicada por la
presencia de edificios públicos más grandes que las estructuras domésticas, así como
enterramientos más elaborados y la manufactura de vasijas especiales. También hubo
más comunicación e intercambio entre las poblaciones y más elaboración en la cultura
material. En toda Mesoamérica, a partir del Preclásico Medio, se encuentran restos
físicos que identifican a la civilización maya, los cuales incluyen vestigios de los
primeros centros ceremoniales y administrativos, así como entierros con ofrendas
suntuosas que denotan diferenciación social.

En el Preclásico Tardío se cimentaron firmemente las principales características de la


civilización: calendarios de 365 y 260 días, escritura jeroglífica, escultura en forma de
estelas y altares, elaboración de cerámica, construcción de centros ceremoniales y
administrativos en los que habitaban poblaciones muy estratificadas, con centralización
del poder en manos de la élite, monumentos y estructuras públicas, desarrollo de
sistemas hidráulicos para la acumulación y conservación del agua, establecimiento de
complejas redes de intercambio con mercados centralizados.

La información aportada por la arquitectura y la escultura sugiere que la organización


sociopolítica de los mayas del Preclásico tenía una mayor orientación teocrática que la
del Clásico. Se puso más énfasis en la construcción de templos y oratorios y, aunque las
inscripciones presentan nombres de individuos, se concedía más atención a las
ceremonias y los temas religiosos. Sin embargo, las dinastías reales ya se habían
establecido en los centros mayores y éstos perdurarían a lo largo del Período Clásico.

La civilización maya: Clásico

El Período Clásico representa la refinación de los rasgos anotados en relación con el


Preclásico Tardío y la dispersión de algunos de ellos a una región geográfica más
amplia. La cultura alcanzó su punto más elevado, reflejado en el florecimiento de su arte
escultórico, arquitectónico, pictórico, lapidario y cerámico. Estas manifestaciones han
atraído mucho la atención de los investigadores y por ello se dispone de más
información respecto del grupo de la élite que de la gente común. El esplendor del arte
de las Tierras Bajas opacó otros desarrollos de grupos del Altiplano, durante el Período
Clásico.

El crecimiento de la élite favoreció el comercio, a larga distancia, de objetos suntuarios,


ya que éstos ayudaban a reforzar la posición social. Los mecanismos correspondientes
probablemente incluyeron el trueque doméstico y una compleja redistribución por
medio de mercados centralizados. Los edificios cívicos y ceremoniales se construían
sobre pirámides escalonadas de mampostería, a menudo decoradas con estuco, y en los
techos se usó el arco maya. En la arquitectura doméstica, en cambio, se siguieron
utilizando paredes de bajareque y techos de paja. Hubo un importante desarrollo en el
arte escultórico, el cual incluyó estelas, altares, dinteles, paneles, gradas, jambas,
etcétera. El arte, famoso por su excelencia, se expresaba a través de una gran variedad
de materiales, como modelado y pintura en cerámica, y el tallado de jade y otras
piedras, así como hueso, concha, etcétera.
La organización sociopolítica parece haberse hecho más secular a lo largo del Período
Clásico. Las inscripciones aparentemente se enfocaban en un culto al gobernante como
ser humano y no como expresión semidivina. Se reforzaron los vínculos políticos de los
centros mayores a través de matrimonios entre las dinastías reales; y los derechos al
poder se basaban en redes intrincadas de alianzas y relaciones de parentesco. La
competencia entre los centros, las campañas militares y las guerras parecen haberse
intensificado durante el Clásico Tardío. Empero, es probable, que las unidades políticas
permanecieran pequeñas, compuestas de un centro mayor y sus territorios circundantes,
con un radio aproximado de 25 km.

A finales del Período Clásico, entre 800 y 900 DC, la civilización maya enfrentó una
serie de problemas, que en la mayor parte de sitios del área central desembocó en una
total transformación o abandono. Sin embargo, otros, principalmente en la periferia,
continuaron ocupados. El cese en la elaboración de los monumentos dinásticos es
tomado como el indicador más importante para determinar el fin del Período Clásico.
Nuevamente, se trata de un elemento asociado a la élite, pero en ningún caso se puede
hablar del fin de la civilización maya, pues en Yucatán, durante lo que se denomina el
Clásico Terminal y el Postclásico Temprano, la civilización maya tuvo un nuevo auge,
aunque con características diferentes. Por otro lado, en el Altiplano de Guatemala
también hubo un desarrollo social complejo que presenta características de civilización.

La civilización maya: Postclásico

Las poblaciones mayas en la Península de Yucatán, en sitios como Uxmal, Sayil, Labná
y Mayapán, recibieron mucha influencia nahua y ello se reflejó en el arte, el cual perdió
su suavidad y creatividad. La arquitectura se volvió pesada, sobrecargada y repetitiva.
Igualmente sucedió con la escultura y la pintura, que incluyeron deidades con raíces
nahuas y muchos elementos relacionados con la guerra. La cerámica policromada quedó
relegada, aunque continuaron las técnicas de modelado, moldeado e incisión. A pesar de
que hubo una disminución en las manifestaciones culturales y en el propio tamaño de
los sitios, la civilización continuó en el Postclásico.

Durante el Período Postclásico, el Altiplano de Guatemala fue el escenario de otro


desarrollo cultural maya, situado específicamente en los alrededores de Gumarcaaj, en
el Departamento de Quiché. En este lugar, poblaciones mayas empezaron a
reorganizarse y centralizarse en lugares estratégicos, constituyéndose en entidades
políticas más complejas y estratificadas, que después iniciaron campañas expansivas.
Estas ampliaciones han sido explicadas por medio de modelos que se apoyan en las
invasiones toltecas, y ello ha dado lugar a que entre el público general se crea que las
poblaciones mayas postclásicas fueron sometidas por un poder mexicano. La influencia
del Postclásico Temprano, denominada 'tolteca', se basa principalmente en la presencia
de cerámicas importadas, como el Plomizo Tohil y Naranja Fino, incensarios en estilo
Mixteca, la ejecución de murales en estilo Mixteca-Puebla y el énfasis en el sacrificio
humano. Sin embargo, las investigaciones arqueológicas más recientes no han
encontrado pruebas concluyentes de invasiones toltecas al Altiplano de Guatemala,
durante el Postclásico. Al contrario, las invasiones parecen relacionarse más con los
movimientos expansionistas del grupo de Gumarcaaj. Ciertamente, hubo influencias
nahuas en el arte, en la cerámica y en la arquitectura, pero, igual que en otras épocas del
período prehispánico, es posible que éstas hubieran sido producto de la comunicación e
intercambio con las poblaciones mexicanas.
En el Altiplano guatemalteco, el Postclásico es la época durante la cual se desarrollaron
centros poderosos que parecen haber controlado las áreas adyacentes. En su mayor
parte, los centros estaban colocados en posiciones defensivas, y Gumarcaaj e Iximché
son los mejores exponentes. La arquitectura pública consistía en rasgos locales y
extranjeros, entre los que se distinguen las estructuras largas de varias entradas, templos
gemelos, numerosas plataformas y altares, juego de pelota con paredes en todos sus
lados, etcétera. El desarrollo sociopolítico se manifestaba en la construcción de centros
cívicos y administrativos, habitados por una sociedad muy estratificada, con un
segmento alto de élite, compuesto por señores nobles, algunos sectores medios, y un
nivel inferior de esclavos. En el momento de la conquista española, los centros mayores
del Altiplano guatemalteco estaban en guerra, en una fuerte competencia para ganar los
territorios y el poder político en la región.

Comentarios sobre la transformación sociopolítica

Probablemente la pregunta que se hace con más frecuencia acerca de los mayas es: ¿qué
factores causaron la crisis de la civilización clásica? Esta pregunta también es una de las
que más ha intrigado a los arqueólogos. Sin embargo, existen tres puntos en los que hay
pocas dudas: 1) fue el aspecto sociopolítico de la civilización el que sucumbió, pero no
la cultura; 2) muchos factores estuvieron involucrados; y 3) las 'crisis' o
transformaciones sociopolíticas son comunes en la historia de la humanidad. El orden
sociopolítico clásico maya se desintegró, pero la cultura sobrevive hasta hoy. Aunque el
llamado 'colapso' ocurrió en toda la región maya, claramente hubo muchos factores
involucrados, que afectaron a las diferentes poblaciones en varios grados.

En el sentido darwiniano, la adaptación exitosa normalmente conduce al crecimiento


demográfico. A menos que sean ilimitados, el espacio y los recursos deben ser
suficientes para satisfacer las necesidades de una población mayor. Para que grupos más
grandes de gente vivan armoniosamente en un espacio restringido deben establecerse
reglas de comportamiento para mantener el orden, las cuales deben ser reconocidas y
sancionadas por la sociedad. Debe adoptarse una jerarquía de prioridades, y es necesario
delegar responsabilidades dentro de un sistema organizado de trabajo, servicios y
administración. Los alimentos deben obtenerse o producirse en cantidades mayores; los
servicios públicos deben estar disponibles; y es necesario que existan medios
equitativos de redistribución de los bienes. En tales circunstancias puede observarse que
la sociedad humana existe en un complejo sistema de adaptación, que involucra el
tamaño de la población, el espacio, los sistemas de abasto de alimentos, la organización
sociopolítica, el intercambio, la comunicación, la tecnología, así como también las
actitudes hacia la naturaleza, el mundo, y las poblaciones vecinas. Cada factor existe en
una relación recíproca con los otros. Sin embargo, normalmente el sistema no existe en
una condición estática; cualquier cambio en uno de estos elementos puede afectar al
otro. Es más, usualmente, el sistema se mantiene en un proceso de crecimiento
demográfico, tecnológico, político, económico o la combinación de unos o de todos. El
resultado es una complejidad cada vez mayor dentro del sistema. Las sociedades y la
base ecológica y tecnológica no puede sostener un crecimiento y una expansión
ilimitadas. En el punto en que se vuelve insostenible, es decir, que los recursos ya no
son suficientes o que la competencia se convierte en demasiado intensa o que la vida en
general se vuelve muy incómoda, surgirán algunos modos de 'colapso'. Si éstos se
expresan por medios ecológicos, económicos, sociales, demográficos, revolucionarios,
de conquista militar u otros, ello probablemente dependerá de los factores del sistema
que estuvieron bajo más presión y que se debilitaron.

En consecuencia, los sistemas sociopolíticos se desarrollan, crecen y finalmente


declinan, mientras que otros toman ventaja y repiten el proceso. Hasta ahora, ninguna
civilización ha logrado sobrevivir más de unos pocos siglos. Sin embargo, son más
resistentes las ideas y los descubrimientos intelectuales que han surgido en la historia
humana y que forman parte de un cuerpo de conocimiento que está en constante
crecimiento. El progreso humano, en el verdadero sentido de la palabra, pertenece a la
historia de las ideas.

Consideraciones Intelectuales e Ideológicas


Las actividades intelectuales implican, necesariamente, abstracciones del mismo orden,
diferentes a las que corresponden a las realizaciones puramente físicas o mecánicas.
Precisamente, a los planteamientos y logros intelectuales de la civilización maya se
dedica, en parte, la presente sección de la Historia General de Guatemala, del mismo
modo que sendas secciones anteriores se dedicaron al análisis de la tecnología y la de
organización sociopolítica. La ciencia, la ideología, el arte y la escritura son los tópicos
centrales de los ensayos que se presentan a continuación.

La ciencia

El concepto de ciencia, en el contexto a que se alude antes, no tiene necesariamente una


relación directa con la tecnología industrial moderna. Se hace referencia, más bien, a la
comprensión, descripción o explicación de los fenómenos naturales, de una manera
ordenada y sistemática, y a la posesión de los recursos disponibles para dichos
propósitos. Básicamente el método de investigación científica es una manera en que
trabaja la mente humana, mediante la cual se razona acerca de todos los fenómenos y se
les interpreta, con la mayor precisión y exactitud. Ocasionalmente, se presenta la
impresión equivocada de que el razonamiento científico es una habilidad especial,
adquirida por medio de un arduo entrenamiento en determinadas disciplinas, y que las
operaciones mentales de un científico son diferentes a las del hombre común. No
obstante, es obvio que tanto el razonamiento inductivo como el deductivo, que son
característicos del pensamiento científico, se utilizan constantemente, aunque sea de una
manera inconsciente, por todos los seres humanos que tratan de resolver sus problemas
diarios. Se aprende por ensayo y error, es decir, por medio de la experimentación. Se
observan las relaciones entre causa y efecto, y se construyen hipótesis de trabajo que
guían el comportamiento diario; se comprueban las hipótesis para determinar la medida
de su validez; y al observar y comprobar, se descubren regularidades, vale decir, 'leyes'.

Se puede deducir que la actividad científica de naturaleza empírica ha existido en la


cultura humana desde tiempos muy antiguos. El proceso mental de observar, recolectar
la información (ya sea por medio de la memoria o en forma escrita), determinar los
patrones e interpretarlos y utilizarlos para facilitar la adaptación, es el mismo proceso
utilizado con una tecnología paleolítica o con una moderna. En un mundo basado en la
tecnología moderna, las observaciones sobre patrones de herencia, hechas con arvejas
por Gregorio Mendel en el siglo pasado, eventualmente condujeron al descubrimiento,
en el siglo XX, del ADN y de todos sus aspectos relevantes en el campo de la genética
moderna. En el contexto de la tecnología del Paleolítico Inferior, hace aproximadamente
300,000 años, el proceso mental, aunque menos complejo, era análogo. Por ejemplo, en
Terra Amata, Francia, y Torralba Ambrona, España, los hombres observaban que los
animales migratorios seguían rutas establecidas, con intervalos regulares, y que paraban
para beber en ciertas lagunetas. Calculaban dónde y cuándo llegaban; los hombres se
organizaban en posiciones estratégicas y los emboscaban y mataban para obtener
alimento. Similarmente, notaron que al girar un palo en forma rápida se generaba calor,
o que al golpear cierto tipo de piedra se producía una chispa, y que por medio de
cualquiera de estas acciones se podía iniciar un fuego. De hecho, la ciencia empírica
pronto lleva a la formulación de teorías. Según Alexander Marshack, ciertos conjuntos
de líneas encontrados en huesos descubiertos en Europa, y de hace aproximadamente
20,000 años, sugieren que la gente del Paleolítico Superior ya contaba y registraba
lunaciones. De tal etapa, en la que se contaba en grupos y se registraban las cantidades
con símbolos, sólo quedaban unos pocos pasos para llegar a las ciencias predictivas, a la
aritmética y la escritura, y a conceptos filosóficos del mundo.

En resumen, se puede afirmar que la ciencia se crea en la evolución cultural humana a


través de las inquietudes del hombre en relación con su medio, en su búsqueda por
encontrar la verdad respecto de la naturaleza. El hombre desea entender los eventos
naturales, su relación con las estaciones, por ejemplo, lo que requiere contar y guardar
un registro para predecir el tiempo. Necesita conocer las propiedades del suelo y de las
piedras, con el objeto de elaborar herramientas y emprender construcciones. La ciencia
provee la base teórica, y la tecnología es la aplicación práctica de los conocimientos. La
comparación de los conceptos científicos particulares de las distintas culturas, las
formas en las que éstas buscan entender el mundo natural, es el cambio de la
'etnociencia'.

Ideología y filosofía

En contraste con la ciencia, las ideologías se originan en la búsqueda filosófica del


hombre del verdadero significado de la vida, de una razón en la existencia humana que
responda a las necesidades espirituales. Uno de los productos de la ideología es la
religión, el sistema institucionalizado de creencias de la sociedad, un código ético de
comportamiento y una manera de contacto con lo sobrenatural. Los conceptos
ideológicos y científicos forman el sistema de creencias y, como tal, juegan un papel
importante para determinar las actitudes y las costumbres de la sociedad.

Las artes, que surgen del sentido estético del hombre, reflejan un sistema de creencias
que se expresa, simbólica y gráficamente, a través de la iconografía, el ritual, la música,
el drama, la escritura y la pintura. El arte responde al deseo del hombre de enriquecer su
mundo, expresar sus emociones y obtener la perfección, el balance y la armonía de
composición, por medio de la vista y el oído, según las convenciones locales.

La mente condicionada en la tradición europea tiende a colocar límites entre las partes
ideológicas de la cultura; filosofía y religión, ciencia y arte, son tratadas como empresas
radicalmente diferentes. La ciencias 'aplicadas' se separan de las artes 'liberales'. La
ciencia, por lo general, se trata como algo diametralmente opuesto a la religión. Sin
embargo, hay un conocimiento creciente de la relación estrecha entre todos los aspectos
de la sociedad. Los programas ecológicos, los proyectos interdisciplinarios y los
modelos cibernéticos son un reflejo de dicha tendencia.

En contraste con los conceptos europeos, el arte, la religión y la ciencia maya de las
épocas precolombinas parecen haber estado integradas en un conjunto mayor, y muy
rara vez aparecen como conceptos independientes. El recorrido del Sol, la Luna, las
estrellas y los planetas parecen haber sido estudiados cuidadosamente. Los eclipses
lunares y solares se podían predecir con exactitud. Sin embargo, los elementos naturales
también tenían un carácter sobrenatural y, en consecuencia, eran adorados. El hombre se
podía comunicar directamente con ellos y éstos se podían molestar u ofender por las
acciones de los humanos. Los números eran considerados como seres vivientes que
cargaban las unidades del tiempo de una estación a la siguiente, como los cargadores de
la actualidad transportan sus bienes al mercado. El Sol por lo común, se ilustraba como
un joven, en el momento del amanecer, y como un anciano, en las horas del anochecer;
durante la noche adquiría atributos de jaguar, para simbolizar su asociación con la
oscuridad y el inframundo. La lluvia podía ser llamada por medio de un rito, en el que
los niños cantaban imitando el croar de las ranas, y entonces los seres celestiales
regaban la lluvia desde el cielo. Al mismo tiempo, la lluvia se personificaba en la deidad
Chac, aunque ésta incluye otros rasgos probablemente relacionados con el clima. El
universo maya, por lo tanto, consistía de una amalgama de las muchas partes del
sistema ideológico, y eran veneradas sin el concepto de un ser supremo sobre todas las
cosas. El hombre podía relacionarse con el mundo sobrenatural sin menoscabo de su
habilidad para realizar observaciones y cálculos científicos. Ciertas manifestaciones de
una peculiar comunicación con la naturaleza existen todavía entre los actuales
lacandones de Chiapas, quienes mantienen en su repertorio de canciones, una que sirve
para aliviar y calmar el estado de ánimo iracundo del viento.

Arte y escritura

El arte y la escritura son sistemas de comunicación humana a través de símbolos


convencionales. En Europa, las primeras expresiones artísticas surgieron durante el
Paleolítico Superior, en forma de adornos personales y decoración en las herramientas,
y se remontan al Período Gravetiano (c 22,000-18,000 AC). El arte representativo más
temprano se encuentra en las pinturas rupestres de alrededor de 15,000 AC, durante el
Período Magdaleniano. Estas pinturas, que obviamente transmitían mensajes
importantes a los observadores de aquella era, se presentan con un halo de misterio al
observador moderno, quien, condicionado por un contexto cultural diferente, se
encuentra sin acceso al contenido simbólico de las imágenes. Se carece de medios para
confirmar si estas pinturas representaban conceptos religiosos vinculados a lo
sobrenatural; si se relacionaban con ritos mágicos o shamanísticos, con mecanismos
para enseñar la cacería; o si tenían alguna otra función determinada. Lo único que queda
es la magnificencia y la destreza artística, que exigen un profundo respeto por aquellos
antiguos artistas.

La escritura tiene sus raíces en el dibujo, pues comenzó como una imitación de las
formas de objetos o seres verdaderos. En el curso de su evolución, esas formas se
comienzan a abreviar y a ellas se agregan símbolos que, en vez de describir objetos,
representan sonidos y partes gramaticales. Más tarde, la escritura transmite el lenguaje
completo y evoluciona hasta convertirse en un medio de comunicación mucho más
flexible, rápido y eficiente, que a la vez se vuelve más difícil de aprender y memorizar,
por lo que demanda ya un entrenamiento formal.

En varias regiones del mundo se desarrollaron, independientemente, sistemas completos


de escritura. La más antigua que se conoce es probablemente la sumeria, de apariencia
cuneiforme y desarrollada en Mesopotamia (c 3100 AC). La escritura jeroglífica egipcia
es virtualmente contemporánea de la sumeria, y data de aproximadamente 3000 AC. En
la India, la escritura surgió alrededor del 2200 AC, y en China en torno al 1300 AC. En
Mesoamérica, aproximadamente entre 1000 y 800 AC, los olmecas utilizaban elementos
simbólicos como los que aparecen más tarde en la escritura jeroglífica maya del
Preclásico Tardío (200-300 AC), y entre los cuales el llamado kin era el símbolo usado
para representar al Sol o al día. Sin embargo, todavía no se conoce el significado
completo de los símbolos olmecas.

La necesidad de una escritura es algo que sin duda ha variado entre las diferentes
civilizaciones de la antigüedad. La escritura mesopotámica se desarrolló a partir de
necesidades seculares, como la de registrar grandes cantidades de objetos que se
obtenían por medio de transacciones económicas. La escritura egipcia, quizá más
esotérica y religiosa, se empleaba exclusivamente por los faraones para inmortalizar su
propia historia. Los huesos del oráculo chino probablemente se utilizaron para la
adivinación. Es posible que la escritura maya se haya originado de la necesidad de
conservar registros calendáricos. Los símbolos asociados a los períodos y a los nombres
de los días, identificados con los números de barra y punto, son precisamente algunos
de los glifos más antiguos. Las fechas se registraron, de manera minuciosa y elegante,
en la mayor parte de los textos tempranos, acompañando el anuncio de eventos
históricos importantes. En dichas inscripciones, por lo general, el registro de la fecha era
más importante que el propio evento involucrado.

El estudio de la escritura ha sido principalmente de carácter utilitario, es decir, se ha


limitado a la función de la escritura como medio de comunicación, no obstante que
algunos sistemas también tenían elementos de valor estético. En este sentido, la
escritura es una forma de arte, y los glifos mayas constituyen uno de los mejores
ejemplos. Cada glifo consiste de un diseño elaborado, que satisfacía por sí mismo una
exigencia puramente visual, y que provoca admiración aunque no se entienda su
significado.

Matemática y astronomía

Los principios del pensamiento científico se encuentran casi universalmente en los


campos de la matemática y la astronomía. El interés en la naturaleza del universo
pertenece igualmente a la religión y a la ciencia. Los juegos de marcas grabadas en unos
huesos que datan del Paleolítico Superior, como se indicó, posiblemente fueron
registros de cuentas lunares y, como tales, pudieran representar los principios de un
sistema notacional.

En el Viejo Mundo, la astronomía más temprana, con registros escritos sobre


observaciones cósmicas, probablemente empezó durante el reinado de Hammurabi, en
Babilonia, el cual se extendió de 1792 a 1750 AC. Las verdaderas observaciones de
cuerpos celestes, por supuesto, son más antiguas, y probablemente se preservaban por
medio de la tradición oral. Numerosos registros ubicados alrededor del 800 AC
sobrevivieron a los babilonios y a los asirios. A partir de 600 AC, los caldeos ya hacían
listas de las constelaciones y de sus posiciones relativas; este conocimiento lo heredaron
los griegos, y eventualmente se transmitió a Europa. Los filósofos griegos Tales y
Anaximandro, así como el matemático Pitágoras, vivieron entre los años 600 y 500 AC.
El calendario egipcio, obviamente producto de un largo período de observaciones
celestes relacionadas con el volumen variable del Río Nilo, se considera que ya estaba
en uso durante la tercera dinastía, es decir, entre el 3000 y 2000 AC. Los antiguos
huesos chinos del oráculo registran eclipses lunares que ocurrieron entre 1373 y 1279
AC, aunque las referencias escritas sobre estos fenómenos sólo aparecieron más tarde.

En Mesoamérica, la necesidad de contar los días seguramente se originó en la


antigüedad, en una época en que los cazadores y recolectores tenían que calcular la
fecha de cosecha de ciertas frutas que maduraban en una montaña distante, el momento
en que los venados cruzarían un valle, o las circunstancias en que fuentes de agua
estarían secas o los ríos crecerían hasta niveles en los cuales ellos quedaban totalmente
aislados por varios meses. Cuando se descubrió la agricultura y se optó por el
sedentarismo, era vital estimar la llegada de las lluvias y garantizar la sobrevivencia del
grupo con la comida almacenada. La cuenta de los días comenzó mediante la
observación de los movimientos diarios y anuales del Sol. Las mediciones solares
estuvieron sin duda relacionadas con los movimientos estelares y lunares, lo cual
implicaba una tarea complicada. El calendario maya refleja siglos de observaciones
celestiales, y éstas requerían un método efectivo. El resultado fue el sistema de notación
lugar-valor, basado en conjuntos vigesimales, y en la elección de un día particular del
pasado, a partir del cual se podía contar (Cuenta Larga) para poder determinar el
número de días transcurridos desde ciertos acontecimientos específicos. Mucho se ha
dicho sobre el hecho de que los mayas utilizaron el concepto de cero, un símbolo que
para ellos representaba la idea de 'nada', y que es considerado como un refinado logro
intelectual. Era una manera de sostener un lugar en el sistema posicional de notación, en
el cual el conteo de unidades se había completado. Por medio de este método se podían
calcular fechas del pasado, o hacer proyecciones hacia el futuro.

Conforme los mayas acumularon conocimientos sobre los movimientos solares, lunares,
planetarios y estelares, se hizo evidente el patrón cíclico de cada uno. Como el ciclo
lunar no es igual al ciclo solar y éste se atrasa, en relación con el tiempo sideral,
aproximadamente un día por cada cuatro años, no se hizo el intento de unir el todo en un
solo calendario, como es propio de la cultura occidental. Los mayas mantuvieron
separada cada cuenta, pero como todas eran partes de un sistema calendárico intrincado,
fue motivo de gran celebración cuando dos o más ciclos terminaban en un mismo día.
Además de las cuentas lunar, solar, planetaria y sidérea, estaba también involucrada una
cuenta ritual (Cuenta Sagrada). Esta consistía de una secuencia de 20 días, con nombres
que se contaban 13 veces, y que producía una cuenta de 260 días. En esta cuenta se
atribuían buenas o malas influencias a cada día, a cada nombre y a cada número, y
funcionaba como una predicción de la suerte asignada al día, merced a lo cual se podía
determinar si el tiempo era bueno para sembrar, cortejar, ayunar o librar una batalla.

Para los mayas el tiempo era cíclico e infinito; no tenía principio ni fin, ya que la
terminación de un ciclo era igual al comienzo del otro. Dentro de este esquema se
movían las fuerzas naturales, y ejercían sus influencias. A través de la actividad ritual,
el hombre se podía comunicar y tratar de apaciguar tales fuerzas con ofrendas y
oraciones. Cada elemento de la naturaleza tenía su personalidad análoga a las versiones
humanas, sujetas por igual al enojo o al placer, merecedoras del respeto, el sustento y la
atención. La muerte simplemente movía al hombre a otro plano de la existencia, en el
cual continuaba su participación en los asuntos terrestres, y desde donde podía
funcionar como intermediario entre el hombre y los poderes sobrenaturales.

Para resumir, es evidente que el universo maya se podía entender a través de las
matemáticas, la astronomía y la miríada de fuerzas naturales. Estos elementos eran
objeto de reverencia, y se expresaban visualmente por medio de las artes. Su
personificación, y el hecho de que el hombre estuviera sujeto a sus caprichos,
significaba que tenían que ser tratados con respeto. Puede ser que tal actitud haya
permitido desarrollar un sistema de subsistencia, lo suficientemente conservador e
innovador al mismo tiempo, como para mantener poblaciones grandes en el ambiente
frágil del bosque lluvioso de Petén, por más de 2,000 años. La historia y la cosmovisión
mayas progresivamente se aclaran conforme se avanza en el desciframiento de textos e
ilustraciones incorporadas en la escultura, la pintura y la cerámica.

Avances Intelectuales y Evolución Cultural


Las evidencias respectivas del Viejo Mundo muestran que las preguntas filosóficas
concernientes a la vida, la muerte y lo sobrenatural, están asociadas al hombre desde
varios milenios antes de que éste comenzara a embellecer su vida por medio del arte
pictórico. La Arqueología ha revelado que las poblaciones de Homo sapiens
neandertalensis fueron las primeras en enterrar formalmente a sus muertos. El entierro
de objetos usados durante la vida, tales como puntas de proyectil y ofrendas de flores,
muestran la creencia de que el muerto continuaría sus actividades en el otro mundo.
Este comportamiento provee la primera evidencia de pensamiento abstracto en la
evolución humana, la formulación de conceptos en cuanto a lo desconocido, y la
preocupación relativa a la naturaleza de la existencia del hombre. El sistema de
creencias, de los hombres de Neandertal, centrado en un culto al oso, se realizaba por
medio de ceremonias sagradas en lo más profundo de las cuevas. Las pinturas rupestres
del Paleolítico Superior representan a humanos disfrazados de animales, en lo que
parecen ser danzas rituales, que permiten inferir algún tipo de ritmo acompañante.

El análisis lingüístico muestra que, alrededor del 2000 AC, los antepasados de los
hablantes de idiomas indoeuropeos ya habían desarrollado nociones sagradas sobre los
seres celestiales; adoraban a un dios del cielo cuyo nombre significaba 'el que brilla'. La
religión egipcia se centraba en la adoración al Sol. Por otro lado, Mesopotamia
desarrolló la deificación de los patrones tribales, cada uno con su propio templo. La
manufactura de figurillas, tanto en el Viejo como en el Nuevo Mundo, provee evidencia
de que objetos simbólicos podían ser imbuidos de poderes especiales, con el objeto de
asegurar buenas cosechas, nacimientos, curaciones u otros objetivos. Los
mesoamericanos utilizaron incensarios, mientras que en el Viejo Mundo se utilizaban
fogatas sagradas con parecidos propósitos. La idea original en ambos casos puede estar
relacionada con la noción del fuego sagrado que transporta mensajes hacia el cielo por
medio del humo. La mayor parte de las civilizaciones antiguas mantenía relicarios
especiales y lugares sagrados que con el tiempo se convirtieron en centros ceremoniales
prominentes, atendidos por sacerdotes o líderes del culto. En las fases preliminares,
dichos centros estaban asociados a una organización sociopolítica teocrática.
Mesopotamia, alrededor del 3000 AC, y Mesoamérica, en torno al 1000 AC, parecen
haber tenido teocracias organizadas que lentamente se secularizaban.

El panteón de los dioses en Mesoamérica, en la época precolombina, representaba tanto


al cielo como a la Tierra, y mezclaba rasgos de animales o plantas y atributos humanos.
Muchos autores consideran que aquélla era una cosmovisión dualista, y que algunas de
sus expresiones son la pareja creadora de los mitos de origen, y las dicotomías noche y
día, bien y mal, Tierra y cielo, etcétera. Sin embargo, la concepción de un mundo
cuadrado, orientado a los cuatro puntos cardinales, parece haber tenido un carácter
fundamental. El Obispo Diego de Landa aseveró que algunos pueblos yucatecos del
siglo XVI tenían una piedra colocada en cada uno de los cuatro puntos cardinales de su
propio perímetro. Los años se contaban en grupos de cuatro, cada cual asociado a uno
de los puntos cardinales y a un color específico. Los números se asociaban a seres
celestiales o elementos naturales. El glifo en forma de cabeza, para el número cuatro,
era la cara del Sol; el número ocho equivalía al dios del maíz. Cuatro eran los dioses que
sostenían el cielo, y se conocían como los bacabs. A pesar de que en su mayoría cada
dios tenía cuatro diferentes aspectos, asociados a las direcciones cardinales, los cuatro
se referían a la misma entidad divina. El tiempo era sagrado por sí mismo, y por medio
de él los períodos y sus números, los seres terrestres y los antepasados viajaban en
caminos celestiales a través de la eternidad.

Comparación con la Evolución de las Ideas en Europa


La comprensión del universo y del lugar que en éste ocupa el hombre han sido
preocupaciones fundamentales en la historia intelectual de la humanidad, en Europa,
Asia, Mesoamérica o en cualquier otra región del mundo. La historia europea, bastante
conocida en la actualidad, puede interpretarse como una lucha permanente para resolver
aquellas interrogantes, en una constante búsqueda tanto espiritual como científica. El
interés en los principios esenciales del fenómeno natural es evidente por lo menos desde
la época de la Grecia clásica, cuando la respuesta a las preguntas filosóficas se buscaba
por medio del razonamiento lógico. Desde la Edad Media hasta el Renacimiento, la
influencia creciente del Cristianismo devino en un dogma religioso que proporcionó las
respuestas y desalentó nuevas interrogantes, aunque ello no fue óbice para que
progresara un brillante debate filosófico. La concepción medieval, empero, consideraba
que la Tierra fue creada para el hombre, mientras que el cielo pertenecía a Dios. Con
posterioridad, el Renacimiento reanimó el cultivo de la matemática, la astronomía y
rescató la antigua filosofía griega, que había sido preservada y transmitida a Europa por
medio de los árabes. El nuevo interés científico engendró dos revoluciones intelectuales
más: la Reforma, revolucionaria por su desafío a la autoridad de la Iglesia; y la
Revolución Copernicana (representada por Kepler, Galileo y Newton), que cambió
radicalmente un universo centrado alrededor del hombre por otro que tiene el Sol como
núcleo. La Revolución Científica engendró la tecnología que condujo a la Revolución
Industrial, y provocó un optimismo poco realista con respecto a las potencialidades del
hombre frente al control de la naturaleza. Poco después, la teoría social instigó lo que a
la sazón se consideraba como una actitud radical en relación con la libertad e igualdad
del hombre, o sea, el credo básico de la Ilustración y la Revolución Francesa. A partir
de entonces se produjo un sinnúmero de cataclismos políticos. El siglo XIX constituye
una era científica que culminó en la Revolución Darwiniana. En el alboroto intelectual
subsecuente, el hombre bajó de su pedestal como el ser superior de la Tierra y se
convirtió en una parte del reino animal, un escalón más en la secuencia de la adaptación
exitosa de las especies en el marco amplio de la evolución orgánica sobre la Tierra. Se
inició una batalla entre la ciencia y la religión, que todavía continúa en el presente. La
tecnología moderna ayuda a buscar la acomodación, el equilibrio, en una era que cada
día se torna más materialista y que puede conducir al mundo a un estado de complejidad
en el cual resulte inútil la potencialidad de los recursos naturales, e insuficiente la
capacidad de carga de la Tierra.

El análisis anterior puede parecer exesivamente simplificado, pero plantea la interacción


entre la búsqueda científica y la filosófica en la historia europea de las ideas, e ilustra en
alguna medida la dirección en la que se ha orientado la evolución cultural. El patrón
sugiere una alternancia de los períodos afectados sobre todo por las corrientes
filosóficas y religiosas con aquellos predominantemente científicos. Puede ser, por lo
menos en cuanto concierne a la cultura occidental, que el curso del pensamiento
intelectual oscile entre los polos de la ciencia y la religión. Todas las revoluciones
intelectuales en Europa fueron seguidas por períodos largos de desorden y conflicto, de
reorganización, reestructuración y reconstrucción. Las nuevas ideas tuvieron efectos
sociológicos, económicos y políticos profundos en la cultura, los cuales se reflejan
también en el arte. Los estudios del futuro quizás califiquen a estos períodos de
transición como 'colapsos' o de crisis.

Puede resultar significativo que los estudios de la historia europea se enfoquen en los
cambios intelectuales ocurridos a lo largo del tiempo, mientras que se asume que el
antiguo sistema ideológico maya fue pasivo y estático, lo cual puede ser una suposición
incorrecta. Sería interesante saber hasta qué punto los mayas también experimentaron
parecidas batallas ideológicas y la polarización de los criterios filosóficos. Se podría
ponderar el grado en el que las ideologías pueden haber estado involucradas en los
'colapsos' o crisis evidentes en la evolución cultural maya: al final del Preclásico, al
término del Clásico Temprano y en las postrimerías del Clásico Tardío. Los
arqueólogos quizás prestan más atención a las interrupciones en la evolución cultural de
los mayas, porque ellas, más que las luchas intelectuales, son más obvias en la
secuencia de los registros de la cultura material, pero el problema de fondo se complica
por el hecho de que el arte maya indudablemente refleja las concepciones esotéricas
establecidas, aprobadas y apoyadas por la élite gobernante.

Al revisar la evolución cultural maya es posible que se obvien algunas de las claves del
desarrollo ideológico. ¿Cómo pueden hacerse éstas evidentes? De nuevo, es posible
recurrir, de modo sucinto, al arte reciente de Europa y América, a fin de utilizarlo como
una guía en el análisis. El arte allí refleja las actitudes científicas y religiosas de la
época, y claramente responde a directrices y sesgos intelectuales. Después del
Renacimiento, la música y otras manifestaciones del arte alcanzaron un proceso de
secularización. A finales del siglo XIX, la preocupación científica por los átomos y las
partículas se reflejaba en el arte del puntillismo, mientras que el cubismo y otros estilos
intentaban explorar la estructura interna de la materia, y no las manifestaciones de la
superficie. El expresionismo, en la música de comienzos del siglo XX, respondió al
interés en la Psicología y en los experimentos freudianos que transportaban al oyente a
la región de los sueños y los estados emocionales. En la actualidad, el arte en general
está completamente inmerso en la tecnología moderna, y se experimenta con sonidos y
formas, instrumentos y herramientas poco convencionales.
Es evidente que ningún aspecto de la cultura constituye un fenómeno aislado y, hasta
cierto grado, cada parte se refleja en las otras y en el todo. Respecto de la historia
intelectual de los mayas antiguos, es muy difícil formular conclusiones, pero se puede
inferir que ellos también tuvieron cambios en su perspectiva del mundo, que debatieron
acerca de los principios esenciales del universo, que experimentaron frustraciones ante
el derrumbe de opiniones que anteriormente habían honrado, y que las nuevas ideas
encontraban pertinaces resistencias. Sería interesante determinar, por ejemplo, si en la
civilización maya hubo un Renacimiento o una Revolución Científica, y para alcanzar
tales propósitos quizás ayude el análisis de algunas de las claves de la evolución
intelectual de los mayas.

La transferencia de la ideología olmeca y su posterior reemplazo por la maya, al final


del Preclásico Medio, pudo haber constituido una época de revolución intelectual. Por
cualquier razón, la cosmovisión maya aparentemente era mejor que la anterior, ya que
se abandonó la iconografía olmeca y, aunque su herencia es evidente, se reemplazó por
la de los mayas del sur de Mesoamérica. Otros aspectos de la ideología olmeca
perduraron en el arte de Monte Albán y, posteriormente, aparecieron versiones
modificadas en el arte de Teotihuacan (como las formas de Tláloc). En los centros
mayas del Preclásico, la arquitectura de templos predominó en los sectores públicos y
los grandes mascarones antropomórficos, que se encuentran al costado de las
escalinatas, enfatizan temas celestiales. Se puede inferir alguna forma de gobierno
teocrático en dicho período. En el Clásico Temprano, el arte prestó más atención al
aspecto humano de los gobernadores, aunque todavía éstos se retrataban en aparente
comunicación con seres sobrenaturales o con los antepasados que ocupaban el mundo
celestial. Los gobernadores, por lo general, se representaban con la mirada hacia arriba,
colocada en un ancestro que emergía de las fauces de una serpiente celestial. La
iconografía teotihuacana, aunque de corta vida en el área maya, entró en el Clásico
Temprano e insinúa los conceptos que pudieron haber influido la ideología del
momento; por ejemplo, pudo haber sido que el sistema de creencias maya ya no fuera
funcional para la sociedad. La caída del gran centro Teotihuacan tuvo efectos muy
difundidos en Mesoamérica. Con el comienzo del Clásico Tardío, el regionalismo y los
temas seculares se volvieron más pronunciados, lo que insinúa que una desilusión
general respecto de la anterior perspectiva religiosa estaba en progreso.

Durante el Clásico Tardío, entre el 682 y 756 DC (9.12.10.0.0 -9.16.5.0.0), ocurrió un


intervalo conocido como período de uniformidad. En ese lapso, la mayoría de las
ciudades mayas coincidió en cuanto al número asignado al glifo C, que se refería a un
sistema arbitrario de agrupaciones lunares. Dicho glifo se registraba como parte de la
fecha de la Serie Inicial en las estelas. El acuerdo entre sitios sobre el número grabado
con el glifo C indica que los astrónomos mayas estaban en constante comunicación con
respecto a sus ideas y observaciones. El sistema uniforme se abandonó después del 756
DC, señalando que también existían diferencias de opinión y que no era fácil alcanzar
acuerdos sobre asuntos científicos.

Los cambios evidentes en las perspectivas científica y religiosa, que se observan a


través del tiempo en el área maya, provee evidencia de que el sistema ideológico no era
estable, más bien cambiante, y que estaba sujeto a discusión, desacuerdo y frustraciones,
así como a la intervención ajena. Como en Europa, la ideología debe haber
evolucionado continuamente, cambiando su enfoque, corrigiéndose a sí misma. Debe
haber habido intervalos en los cuales se proponían cambios radicales, seguidos por la
resistencia de algunos sectores y el apoyo de otros, hasta que uno alcanzaba la posición
dominante.

Los llamados 'colapsos' mayas deben entenderse como períodos de cambios profundos
causados por factores económicos, sociales, ecológicos y demográficos. Unidas
intrínsecamente con esos factores se producían influencias ideológicas menos evidentes,
involucradas con actitudes científicas y religiosas. Como consecuencia de cada una de
aquellas graves crisis, hasta el 'colapso' final que se produjo en c 800 DC, se abría un
período de nuevo vigor, innovación y dinamismo, dedicado a la reorganización y a la
reestructuración de la sociedad. La energía evidente de aquellos períodos de transición
sugiere que algunos de los estímulos eran, sin duda, de inspiración ideológica.

El 'colapso' de finales del Clásico Tardío fue sucedido por un período mucho más largo
de recuperación, que puede compararse con el 'oscurantismo' europeo. El arte en
general, y principalmente la arquitectura, decayeron, y la astronomía degeneró en pura
astrología. La organización social se desintegró y sobrevinieron movimientos
poblacionales muy extendidos. Sin embargo, la energía cultural indudablemente hubiera
florecido de nuevo, con ímpetus renovados y en otras líneas de desarrollo. Esto es
exactamente lo que las profecías mayas auscultaron en la espiral de los ciclos de
katunes, aunque no se esperaba que el último de éstos fuera tan abruptamente
interrumpido por una conquista, como la española.
JOEL PALKA

Organización Sociopolítica

Uno de los temas más interesantes y a la vez más investigados acerca de la cultura maya
antigua es el relativo a su organización sociopolítica. La cuestión de los orígenes, lo
referente a la forma en que estuvo estructurada y organizada dicha civilización, o bien el
fenómeno del colapso, han sido objeto de numerosos, extensos y acuciosos trabajos.

De las investigaciones pertinentes han resultado numerosas teorías acerca de la


organización sociopolítica maya. Sin embargo, aún no es posible formular una tesis en
la que concuerden los autores y que explique a cabalidad aspectos tales como los de la
centralización política, la estratificación social, la posición y el papel de los nobles, la
organización política regional, etcétera. Los especialistas sólo han logrado un cierto
consenso en cuanto a algunos aspectos generales de la organización comunal y de las
relaciones entre la nobleza de los diferentes centros, así como en lo que concierne a un
reconocimiento expreso del alto grado de complejidad sociopolítica de aquella
civilización.

La diversidad de aquellas teorías y lo difícil que es formular conclusiones definitivas,


son dos hechos que obedecen a varias razones. Una de éstas consiste en que resulta muy
complicado reconstruir la esfera política de las culturas conocidas arqueológicamente,
tanto como comprender las creencias y costumbres de las religiones antiguas. El
problema se agrava cuando se trata de estudiar una sociedad diversa y compleja, sobre
la base de registros arqueológicos incompletos y con frecuencia alterados. Por otra
parte, es preciso considerar que la información arqueológica y etnohistórica puede dar
lugar a diferentes interpretaciones, todas las cuales pueden ser válidas, pues se apoyan
por igual en evidencias aceptables. Tal es cabalmente el caso de la civilización maya.
Sobre ella, en efecto, los investigadores disponen de abundante y muy diversa
información y de muy diferentes marcos teóricos, hasta el punto en que es posible
formular muchas teorías o interpretaciones sobre el tema de la organización social.

Este artículo se limita al Período Clásico, pero incluye también, con propósitos
comparativos, algunas referencias a la investigación etnohistórica del Postclásico y a la
teoría antropológica general. No se entrará, por otra parte, al análisis detallado de las
diferentes teorías, sino sólo a los aspectos más generales de algunas de ellas, de manera
que se pueda obtener un marco adecuadamente amplio y consistente, basado en
suficientes evidencias, que permita la reconstrucción de la organización sociopolítica
maya en su estructura comunal interna, en lo que concierne a las relaciones entre las
comunidades, y en lo que atañe a algunos modelos de su organización antigua.

Organización y Comportamiento Político


En la mayoría de las sociedades tradicionales, la vida política no puede comprenderse
como algo separado de la organización religiosa, económica y social, pues todos estos
aspectos forman una sola unidad cultural, con un grado de interrelación
incomparablemente mayor que el que presentan las sociedades modernas. No es posible
estudiar la organización sociopolítica de los mayas, sin considerar el continuo traslape
de los diferentes aspectos de su cultura. El parentesco, por ejemplo, jugaba un papel
determinante en la sucesión de cargos de gobierno (Ilustraciones 207, 220 y 223). Los
gobernantes mayas y sus parientes, por otra parte, eran especialistas religiosos; y los
jefes de las familias, además de sus funciones políticas y de organización de la vida
religiosa y ritual, tenían probablemente una gran importancia en la organización de la
producción agrícola y de otros bienes materiales, así como en la de las ceremonias
religiosas. Sin embargo, con el propósito de simplificar el análisis respectivo, se
examinarán ciertos elementos culturales de mayor relevancia política específica, como
la estructura de la comunidad, las posiciones y cargos políticos, y los tipos de
organización regional.

La Antropología Política ofrece algunas definiciones que ayudan a comprender el


concepto de organización sociopolítica, y que pueden aplicarse al caso de los mayas.
Esta, en efecto, ha sido definida como la parte de la organización social específicamente
relacionada con los individuos o grupos de individuos que dirigen de manera directa los
asuntos públicos, o controlan el nombramiento y acción de quienes ejercen dichas
funciones. La actividad política suele involucrar aspectos tales como el control social y
las sanciones, las leyes y costumbres, el poder y la autoridad, las legitimación de
posiciones, rangos y cargos políticos, y formas de gobierno. Otros estudios de
Antropología Política añaden otras características del fenómeno político. Los procesos
políticos, en efecto, se caracterizan por ser públicos y colectivos, es decir, afectan a
familias, vecindarios, comunidades enteras, y a la sociedad en su conjunto. Por otra
parte, implican el establecimiento de objetivos, con los que se mantiene o logra la
interrelación social de los individuos y grupos. Además, el comportamiento político no
es estático, sino algo que cambia a través del tiempo, como resultado de las condiciones
imperantes y de los correspondientes objetivos públicos o individuales. Finalmente, otra
característica fundamental de lo 'político' se refiere a las diferentes formas de poder y al
control de éste.

De acuerdo con estas características, y para los propósitos de este artículo, se puede
considerar que la organización política se relaciona con aquellos aspectos de la cultura
que implican la toma de decisiones sociales, así como el orden y control de la sociedad
en lo que se refiere al manejo de su territorio y recursos, y a la distribución y regulación
del poder. Asimismo, implica la adopción de ciertas conductas, tales como alianzas,
guerras, intercambios comerciales, ceremonias colectivas, mediación en disputas,
etcétera. La organización política se presenta en todos los niveles de la sociedad, los que
incluyen familia, linaje, comunidad y región. Es importante destacar también que las
estructuras y comportamientos sociopolíticos varían de una región a otra, a lo largo del
tiempo.

La Organización Sociopolítica
La civilización maya clásica, caracterizada por sus numerosos y grandes centros en los
que hubo un importante desarrollo del arte y arquitectura monumental, floreció
aproximadamente desde el año 200 AC hasta el 950 DC. Los centros mayas estaban
formados por poblaciones asentadas de manera bastante dispersa, tanto alrededor de la
parte central urbana, como en la periferia. La construcción de edificios variaba, desde
las grandes estructuras cívico-ceremoniales que ocupaban el centro, hasta los muchos y
desiguales tipos residenciales de los alrededores, e incluso de zonas bastante alejadas de
los complejos monumentales. En estos últimos y en las áreas residenciales más cercanas
a ellos, se han encontrado casi todas las esculturas en piedra, figuras pintadas y
modeladas en estuco, estelas esculpidas y otros monumentos.

El momento de mayor esplendor de la civilización maya correspondió a la época del


Clásico Tardío, a la que corresponden muchas de las construcciones conocidas. Algunos
de los sitios más importantes y más impresionantes se encuentran en Guatemala. Entre
ellos destacan Tikal, Yaxhá, Kaminaljuyú, El Mirador, Naranjo, Piedras Negras, El
Ceibal y Dos Pilas (Ilustraciones 48 y 59). Además, merecen citarse Calakmul, Sayil y
Cobá, en Yucatán; Palenque, Bonampak y Yaxchilán en Chiapas; Copán, en Honduras;
Caracol, Buena Vista y Lamanai, en Belice; y Chalchuapa, en El Salvador.

De acuerdo con estudios demográficos basados en el recuento de las estructuras


arquitectónicas y en cálculos de población, las ciudades más grandes, tales como Tikal o
Calakmul, pudieron haber tenido, incluidos centro y periferia, de 100,000 a 150,000
habitantes, mientras que los más pequeños, como Dos Pilas o Bonampak, entre 5,000 y
10,000. Estas ciudades, otros muchos centros de menor tamaño, así como diversos
asentamientos localizados entre ellos, y la cultura material que produjo la civilización
maya antigua, son testimonio de la gran complejidad que alcanzó esta sociedad.

El surgimiento de la compleja organización sociopolítica maya y el aparecimiento de la


nobleza gobernante han sido atribuidos a la necesidad de un adecuado manejo del
comercio, la producción agrícola y la mano de obra, el aumento de la población, las
guerras y la especialización religiosa. Esta complejidad organizativa era un hecho ya en
el Período Clásico y continuó después en el Clásico Tardío; en ambos períodos se
observa una sociedad definitivamente estratificada. El sistema de estratificación social
de los antiguos mayas no ha sido todavía comprendido a cabalidad, y se necesitan
nuevas investigaciones sobre este tema tan fundamental para entender verdaderamente
su organización política y su cultura. Lo que sí se sabe es que la sociedad maya antigua
estaba organizada en una forma menos compleja, y que tenía una estratificación
sociopolítica más simple, que la del imperio azteca. En el caso de los aztecas existían
muchas y diferentes posiciones políticas por rangos adscritos y adquiridos, y en los
centros más densamente poblados, donde habitaban artesanos y agricultores, parte de la
producción económica era directamente manejada y distribuida por el Estado.

En términos generales, las sociedades preindustriales, con un nivel de complejidad


organizativo similar al que tenían los mayas, presentan por lo menos tres niveles
sociales, perfectamente diferenciables: 1) nobles, 2) plebeyos y 3) esclavos. En cada
uno de estos niveles había, por lo general, diversas categorías o posiciones. En el caso
maya, el estrato más alto de la nobleza lo constituía la familia gobernante, mientras que
los otros estaban conformados por nobles de menor importancia, como sacerdotes,
guerreros y jefes de linajes y barrios. Los plebeyos podían subdividirse en varias
categorías (alta, media y baja) en las que entraban, por ejemplo, los artesanos, los
agricultores y otros trabajadores. La característica más importante del sistema maya de
clases era que, por lo común, la pertenencia a las mismas se establecía por nacimiento, y
que cada nivel de estratificación social llevaba consigo ciertos deberes y obligaciones,
así como funciones, ocupaciones y comportamientos específicos.

Comparado con la élite azteca, el grupo gobernante maya, aun cuando fue bastante
decisivo en la producción e intercambio de bienes y en la dirección religiosa,
probablemente no tuvo un control social, económico y político sobre la población, tan
amplio como el que tuvo aquélla.

Los registros arqueológicos, epigráficos y etnohistóricos proporcionan algunos datos


sobre el comportamiento político de los antiguos mayas. En este orden destacaba una
serie de influencias o acciones recíprocas de los nobles de cada región, por las que éstos
intercambiaban artículos suntuarios, concertaban matrimonios y alianzas, se hacían
visitas mutuas y celebraban actividades ceremoniales colectivas o, por el contrario,
entraban en disputas territoriales o se declaraban la guerra. Tales relaciones entre los
gobernantes eran parte importante de sus funciones políticas, y condicionaron la
evolución sociopolítica de los mayas. Las guerras jugaron un papel especialmente
destacado, tal y como se pone de manifiesto en las estructuras arquitectónicas de
defensa de algunos sitios arqueológicos, en numerosas inscripciones jeroglíficas, en la
iconografía y, finalmente, en los documentos escritos de los primeros conquistadores
españoles. Los conflictos militares implicaban liderazgo, posición social, prestigio y
adquisiciones territoriales, elementos que, sin duda, redundaron en los esquemas de
estratificación, institucionalización de cargos y posiciones políticas, control de la tierra
y de la mano de obra, y en un gobierno más complejo.

La guerra fue, asimismo, determinante en la disolución de la organización sociopolítica


maya. Como resultado de los conflictos bélicos, muchas unidades políticas llegaron a
fusionarse. Por otra parte, las victorias militares fueron determinantes para que algunos
centros se independizaran del dominio de otros, y se liberaran del pago de tributos.
Ambos procesos, y la intensificación de las guerras, pudieron haber precipitado en
algunos casos el colapso maya clásico. En muchas inscripciones, en efecto, se registran
la captura y dominación de un noble o gobernante importante. Para el centro vencedor,
ello significaba un incremento de sus ganancias materiales y la afirmación de su
posición política, pero para los perdedores constituía un elemento que contribuía a su
decadencia, e incluso a su desintegración y a la dispersión de sus habitantes.

Resulta más difícil conocer, a través de registros arqueológicos y fuentes documentales,


las actividades políticas de los nobles secundarios, como pudieron haber sido los jefes
de familias y linajes, e inclusive las de algunos plebeyos que desempeñaban funciones
de cierto prestigio social. Estas personas tenían asignadas determinadas tareas
relacionadas con la organización del trabajo, la producción y distribución de los bienes,
así como con cuestiones de tierras o herencias, y con la dirección de la vida religiosa.
Sin embargo, el examen de las estructuras internas y externas de la organización
sociopolítica maya, proporciona las mejores evidencias sobre el comportamiento
político de estos personajes secundarios y muestra el grado de complejidad de la
sociedad maya.

Estructura Sociopolítica
Puede considerarse, para fines estrictamente analíticos, una separación entre la
organización sociopolítica interna de la sociedad maya y sus relaciones políticas
externas. La primera incluye aspectos como la vida y el régimen social de las
poblaciones locales, la importancia de las familias extendidas, linajes y grupos
corporativos, así como las posiciones políticas propias del gobierno local. La
organización sociopolítica externa se manifiesta, en cambio, en la distribución
territorial, en las jerarquías de las organizaciones políticas superiores, en los grados de
centralización regional y en el control de las poblaciones y recursos. Los
comportamientos que pueden considerarse como 'políticos' dentro de esta última
organización de tipo regional fueron, por ejemplo, la actividad bélica, las relaciones
comerciales, la celebración de alianzas y visitas y otras actividades de interrelación
entre la nobleza de los distintos centros.

Familias extendidas, grupos corporativos y jefes

Por lo general, se cree que la unidad básica específica de la sociedad maya, tanto en el
pasado como actualmente, ha sido la familia extendida. Esta es la unidad constituida por
los padres, sus hijos y las esposas e hijos de éstos, todos los cuales ocupaban viviendas,
cerca unas de las otras, y próximas a sus tierras de labranza. A la familia extendida
podían pertenecer, además, otros parientes, e incluso personas no vinculadas
biológicamente al grupo familiar. Lo importante es que se trata de conjuntos de carácter
corporativo, en los que los individuos comparten actividades orientadas al beneficio
común. En muchas sociedades preindustriales, las familias extendidas y los grupos
corporativos representan la base y el medio principal de subsistencia de toda la
sociedad.

En la organización social maya la familia extendida desarrollaba funciones políticas


acordes con su propio nivel, tales como el manejo de la producción agrícola y artesanal,
la distribución de los bienes, dentro y fuera del grupo, el arreglo de matrimonios y
herencias, así como la realización de determinados rituales religiosos. En muchos casos,
al frente de la organización familiar había un jefe o cabeza de linaje, dotado de gran
poder y autoridad en lo referente a la toma de decisiones dentro del grupo, o en relación
con la marcha de la política local. Este tipo de organizaciones menores parece que
estaba relacionado con los grupos de construcciones residenciales situadas alrededor de
las pequeñas plazas o patios, típicos del Período Clásico Tardío en muchos centros
mayas. Dos o más edificios se agrupaban en torno a un patio o plazuela, y
probablemente, cada uno de ellos servía de habitación a una de las familias
pertenecientes al mismo grupo. Las construcciones más cercanas al patio pueden
haberse usado como residencias, mientras que las que se encontraban en la parte trasera
eran cocinas, áreas de almacenamiento y habitaciones de la servidumbre. El patio
central seguramente sirvió como área 'pública' del grupo, y como lugar para reuniones
sociales, ceremonias y manufactura de artesanías.

Por fuentes etnohistóricas y etnográficas se sabe que las familias extendidas de la


antigüedad eran de carácter patrilineal y dirigidas por un hombre ya mayor,
generalmente el padre, o en su defecto, el hermano de éste, e incluso el mayor de los
hijos. Los vestigios arqueológicos sugieren que la familia del jefe ocupaba el edificio
más grande y complejo de los que formaban el conjunto en torno a la plazuela, pues se
han descubierto, en este edificio principal, los artículos más valiosos y los
enterramientos más ricos, así como un número mayor de objetos de arte y la evidencia
de haberse utilizado más alimentos, además de que dicho edificio tenía un área de
habitación más espaciosa. El jefe era el encargado de tomar muchas de las decisiones
que afectaban al grupo familiar o, por lo menos, ejercía mucha influencia en ellas, sobre
todo en lo referente a la producción y distribución de los productos agrícolas y
artesanales, en la organización de los trabajos y en la dirección de las actividades
ceremoniales.

Linajes, agrupaciones y barrios

Además de la unidad social básica de la familia extendida, la estructura general de la


sociedad maya tenía un nivel superior de organización formado por el grupo corporativo
del linaje, la familia multiextendida o el barrio. Estos conceptos se refieren a un tipo de
unidad social más amplia y poderosa, en los órdenes económico y político, que la
familia; era algo similar a los calpultin de los aztecas, o a las organizaciones chinamit,
amak y nim já (barrios, linajes, 'casas grandes') de los altiplanos de México y
Guatemala. Tales grupos, social y políticamente mayores, habitaban separadamente
tanto los grandes como los pequeños centros, poseían tierras propias y tenían asignadas
determinadas funciones de carácter político y laboral.

Este sistema continúa vigente en la actualidad, aunque la pertenencia al grupo no está


necesariamente condicionada por el parentesco, sino por la comunidad de vida dentro de
un mismo territorio, con definidas responsabilidades y obligaciones mutuas. La
propiedad en común de la tierra y sus recursos, así como la producción conjunta de
ciertos bienes materiales y la celebración comunitaria de actos políticos y religiosos, son
rasgos característicos de este tipo de organización. Entre los mayas antiguos existía una
jerarquización de las familias que conformaban el grupo corporativo, tal y como se pone
de manifiesto, por ejemplo, en el hecho de que mientras las familias más importantes
tendían a casarse fuera del grupo, con el objeto de concertar alianzas, las familias
corrientes por lo general eran endógamas. Mediante este último mecanismo se
aseguraba el control sobre la tenencia de la tierra y las herencias, así como la
permanencia de la propiedad dentro del grupo.

Hay evidencias arqueológicas de que las organizaciones de tipo corporativo se dieron


tanto en el Altiplano de Guatemala, como en las Tierras Bajas centrales y en Honduras,
lo que se confirma, además, por el estudio de los patrones de asentamiento y la
información etnohistórica. Arqueológicamente, ello se ha demostrado por la existencia
de diversos edificios agregados a una misma estructura arquitectónica, localizada en
determinada área, muchas veces alrededor de una plaza central. Por otra parte, centros
ceremoniales pequeños pueden haber correspondido precisamente a estos grupos o
linajes que, por lo general, se asentaban en zonas distintas, separadas unas de las otras, o
totalmente aisladas. Por ejemplo, los asentamientos de barrios mayas del Período
Clásico, en el sitio arqueológico de Copán, han sido comparados con la aldea moderna
chortí (sian otot) (Ilustración 208). En esa misma ciudad de Copán existe un complejo
residencial grande que bien puede haber correspondido a un grupo de población
numeroso, organizado sobre la base del linaje.

Estratificación política, categorías y cargos

La complejidad de la organización política maya, con sus diferentes categorías y


posiciones, puede apreciarse a través de los datos que proporcionan la iconografía, la
epigrafía y la etnohistoria. La representación de los distintos rangos aparece en
numerosas obras del arte maya. Por ejemplo, la Estela 12, de Piedras Negras, muestra
un soberano sentado ante nobles de menor categoría y un grupo de cautivos postrados
(Ilustración 145). El relieve refleja plásticamente el sistema de estratificación vigente:
en la parte superior está el soberano, en un segundo plano o nivel los nobles y,
finalmente, en la escala más baja, los cautivos, que esperan, inclinados, ser llevados al
sacrificio o quedar en condición de esclavos.

Los murales de Bonampak presentan, asimismo, las diversas categorías de la clase


noble (Ilustración 209). En las pinturas policromas que se encuentran en la Estructura 1,
de dicho sitio, los señores superiores visten atuendos lujosos y se encuentran rodeados
por otros nobles, cuyas vestimentas más sencillas y actitud sumisa son muestra
inequívoca de que se hallaban en un rango inferior al de los primeros.

El estudio de los jeroglíficos mayas ha permitido establecer, asimismo, que la clase


dominante no estaba compuesta solamente por los gobernantes de ciudades y
poblaciones, sino también por diversidad de jefes, entre quienes existían relaciones de
subordinación y jerarquía. Todavía no está claro el significado exacto de los diferentes
títulos y puestos de la nobleza, durante el Período Clásico, pero se tiene una idea
general sobre éstos, su categoría política y sus funciones (Ilustración 210). Los
gobernantes de las ciudades ostentaban el título expresado en el glifo-emblema Ch'ul o
K'ul ahau, o sea, el gobernante-noble, sagrado, del lugar en que residían. Por debajo de
ellos había también una clase de nobles vasallos, con el título de cahal, o más
correctamente sahal. Otro título de los señores mayas subordinados, que podían ser
hombres o mujeres, era el de ahau, ah k'ul na, posiblemente parecido a los de ah kulel
(o ah k'ul), ch'ok y ahnabe, del Yucatán postclásico. La subordinación política de los
nobles se representaba, asimismo, por ciertas claves epigráficas que designaban
relaciones de pertenencia a un soberano, y que pueden traducirse mediante el artículo
posesivo 'su': 'su' ahau, 'su' sahal o 'su' ah k'ul na.

Esta misma jerarquización de cargos políticos y categorías diferentes, dentro de la clase


noble, se revela a través de datos etnohistóricos correspondientes a Yucatán y al
Altiplano de Guatemala. En tal sentido, se puede suponer que la organización
sociopolítica, durante el Período Clásico, puede haber sido similar a la que describieron
los primeros conquistadores españoles. En Yucatán, durante el Postclásico, algunas
provincias o conjuntos de poblaciones, unidas en una sola organización política, eran
gobernadas por un señor, a quien se le llamaba halach uinic. Los jefes locales de las
poblaciones tenían el nombre de batab. Otros títulos nobiliarios eran los de ah kulel
(delegado del batab), ah cuch kab (guardián o cabeza de barrio, propietario de tierras),
holpop (vigilante, posiblemente un cabeza de linaje, cabeza de la casa del consejo) y
tupil (funcionario menor, funcionario de paz). Naturalmente, cada uno de ellos
representaba diferente grado de poder y autoridad. Es también muy probable que la
sociedad maya clásica hubiera tenido una estructura política parecida a la que tenían los
quichés (k'iche's) del Altiplano guatemalteco, durante el Postclásico. Los estudios
relativos a la sociedad quiché demuestran que ésta era gobernada desde su capital
Utatlán, por el Ajpop o rey-gobernante. Bajo su mando existían otros nobles que
llevaban los títulos de K'alel (cortesano, juez, consejero, posiblemente similar al Ah
kulel yucateco), Ajtojil (sacerdote), Atzij Winak (vocero), Rajpop Achij (jefe de
provincia) y Utzam Chinamital (funcionario rural), para citar solamente algunos.
Además de lo que aportan sobre el particular los datos epigráficos, las fuentes
etnohistóricas testimonian un sistema de estratificación altamente desarrollado, en el
que se observan los diferentes puestos y funciones de la compleja organización política
de la sociedad maya antigua.

Organización Regional
El tema de las relaciones entre las comunidades mayas, en el marco de su estructura
política regional ha sido objeto de numerosos estudios. En su proyección externa, la
organización sociopolítica maya incluía las relaciones entre los diferentes centros, así
como la distribución jerárquica y las acciones recíprocas de sus gobernantes. Este
aspecto de la política, que comprendía entre otras actividades la diplomacia, competía
casi de manera exclusiva a los nobles. También aquí, la mayor información proviene de
datos epigráficos y de fuentes etnohistóricas.

Organización política y glifos-emblema

Los glifos-emblema, contenidos en las inscripciones de los centros mayas clásicos


proporcionan una clave para la reconstrucción de lo que fue sin duda la organización
sociopolítica maya regional. Ha sido plenamente demostrada la existencia de glifos-
emblema, o sea, jeroglíficos relacionados con determinadas ciudades y las dinastías que
las gobernaron. Tal demostración se basa en el hecho de que se han encontrado ciertos
glifos solamente en un sitio concreto, lo que indica que se refieren a ese lugar
específicamente, o a sus gobernantes. Estos glifos contienen un signo principal, que era
el topónimo o nombre característico del sitio. El prefijo k'ul, que puede interpretarse
como 'grupo de agua o de sangre', o bien 'sagrado', significa también el lugar, mientras
que los sufijos benich o ahau designan al gobernante (véase los glifos emblema en la
Ilustración 140). De esta manera, k'ul ahau significaría el 'señor sagrado-venerable' del
lugar cuyo emblema se presenta en el signo principal. Se supone entonces que los
glifos-emblema quizás eran títulos reales de los gobernantes que formaban parte de la
estructura política de los mayas antiguos. Los señores de muchos sitios mayas llevaban,
en efecto, el mencionado título de k'ul ahau, y los glifos-emblema se cree que eran
característicos de sus casas reales.

Algunos autores han ido más allá en la reconstrucción de la antigua organización


política y territorial maya, y para ello han analizado el empleo y distribución de tales
glifos-emblema durante el Período Clásico. De esa manera, han llegado a proponer que
los sitios que poseían sólo su glifo-emblema eran los centros superiores, mientras que
los lugares subordinados tenían, además del suyo, el emblema del centro al que
pertenecían y, finalmente, aquellos lugares que carecían de glifo-emblema eran los que
ocupaban la escala más baja de la estructura jerárquica regional. Sobre la base de estos
datos, provenientes de las inscripciones, se trata de reconstruir una organización
regional, en la que los centros mayas clásicos estaban jerárquicamente subordinados los
unos a los otros, de acuerdo con un esquema de capitales regionales y centros
dependientes.

Estudios más recientes indican que es necesario profundizar todavía más en la


comprensión de las inscripciones y los glifos-emblema del Clásico Maya. Estas
investigaciones modernas señalan que entre la aristocracia, además de las relaciones
políticas y de posición, funcionaba un complejo sistema de conducta. Estas, que se
mencionan en diversos textos mayas, venían representadas principalmente por las
conquistas militares, ceremonias colectivas, visitas, alianzas matrimoniales, y otras
relaciones propias de la elevada posición social de los nobles, dentro del contexto
regional.

Si se considera que las inscripciones jeroglíficas hacen mucho énfasis en los sucesos
dinásticos locales, se puede deducir que la mayor parte de las ciudades mayas con
glifos-emblema eran básicamente unidades políticas autónomas y poseían una definida
área territorial (Ilustración 211). Se ha interpretado esta situación como la de 'ciudades-
estados', que se interrelacionaban sobre bases de igualdad. De esta manera, el empleo de
los glifos-emblema en tales centros indicaría que éstos eran capitales independientes,
que no estaban bajo el poder o influencia de ninguna otra organización política superior.
Sin embargo, es probable también que los glifos-emblema designaran principalmente
títulos reales, sin indicar necesariamente autonomía política absoluta. De hecho, otras
evidencias epigráficas sugieren que muchas de estas unidades políticas no eran por
completo independientes. En lo que se refiere específicamente a Yucatán, los datos
etnohistóricos señalan la presencia, en el Postclásico, de unidades políticas más grandes,
que abarcaban muchos centros ubicados en provincias de diversos tamaños. Esto mismo
pudo haber ocurrido también en otras regiones mayas, durante una época más antigua.

Por otra parte, y contrariamente a lo que algunas veces se ha afirmado, de acuerdo con
los datos epigráficos y arqueológicos, las organizaciones políticas del Clásico maya no
fueron tampoco tan grandes como para constituir Estados regionales o 'imperios'. Los
hallazgos arqueológicos y las inscripciones coinciden, en este caso, con los estudios
comparados de culturas que tenían similar grado de organización y coordinación, pero
que eran independientes entre sí. Esto llevaría a la conclusión de que las unidades
políticas estaban de tal manera relacionadas, que existía entre ellas algún grado de
jerarquización, o que sus gobernantes, si bien actuaban con autonomía, lo hacían, sin
embargo, bajo los auspicios de otro gobernante.

Patrones de asentamiento y jerarquía de las ciudades

Con el propósito de reconstruir la organización sociopolítica de tipo regional, los


arqueólogos han recurrido tradicionalmente a la información sobre los patrones de
asentamiento, que proporcionan las excavaciones y los mapas de los centros mayas.
Esta preferencia por el dato arqueológico ha dejado en un segundo plano a las fuentes
epigráficas y etnohistóricas. En parte, ello se explica porque la investigación
arqueológica de los asentamientos mayas es de más fácil comprensión y está más al
alcance que la información etnohistórica y jeroglífica. A pesar de tal parcialidad de
enfoque, los estudios sobre patrones de asentamiento, especialmente aquellos que
abarcan toda una región, proveen información de mucha utilidad.

Un método para reconstruir el panorama político de la sociedad maya antigua ha sido el


que se basa en la consideración del orden de rango o importancia que cada uno de los
centros tenía en la región. Tradicionalmente se han clasificado como centros más
importantes aquellos que tenían mayor número de construcciones, y se ha supuesto que
dicha importancia en extensión y monumentalidad correspondió, asimismo, a una
importancia política. Por ejemplo, cuando se habla de la zona central de Petén, aparece
Tikal como el sitio más grande del área, tanto en número de estructuras arquitectónicas
como en población, y le siguen otros lugares como Uaxactún, El Zotz, Yaxhá, Nakum y
Motul de San José que, aunque grandes, no tenían el tamaño y cantidad de
construcciones y monumentos que tuvo Tikal en el Clásico Tardío. En consecuencia, se
supone que Tikal debió haber sido el núcleo político más poderoso del área. Los
gobernantes de Tikal, en efecto, estaban en capacidad de atraer y mantener una gran
población residente en el lugar y las cercanías, la que no sólo proporcionaba tributos,
sino que, además, era obligada a trabajar en proyectos comunales y podía ser utilizada
en caso de guerra. En consecuencia, los nobles de Tikal, que tanto poder ejercían
internamente, deben haber sido también los señores más influyentes y poderosos,
económica y políticamente, en toda la región. Empero, llama la atención que, según la
información obtenida por medio de las inscripciones jeroglíficas, otros centros más
pequeños situados cerca de Tikal, como Uaxactún, Yaxhá, Motul de San José y Dos
Pilas, también fueron muy poderosos durante el Clásico Tardío.

Con el objeto de realizar análisis más amplios sobre el ordenamiento de los rangos, los
arqueólogos utilizan actualmente fuentes variadas de información arqueológica, y por
medio de ellas se trata de identificar las jerarquías de los sitios y reconstruir el grado de
poder e influencia políticos que tenían las aristocracias de las diferentes ciudades. La
importancia de las construcciones monumentales, y el número de grandes plazas
ceremoniales y de monumentos diversos, son algunos de los factores tomados en
consideración para establecer la posición política y económica regional de los centros y
las jerarquías sociopolíticas de sus gobernantes. Se supone, posiblemente con buen
criterio, que los sitios más monumentales, tanto por sus edificios, sus espacios públicos
y ceremoniales, así como por el número de monumentos esculpidos, eran los más
activos política y económicamente de la región, según determinadas épocas. Este
método de estudio resulta más efectivo que la simple consideración de las jerarquías, en
particular cuando éstas se tratan de establecer en la parte más baja de la escala, es decir,
en muchos sitios menos importantes, que son casi iguales, y cuya clasificación depende
entonces de las diferencias en el tipo y número de sus construcciones y monumentos
esculpidos.

Modelos de Organización Sociopolítica


Se han propuesto numerosos modelos y marcos conceptuales para la reconstrucción de
la cultura y organización sociopolítica de los mayas antiguos. Conforme avanzan las
investigaciones, sin embargo, han cambiado radicalmente muchas de las primeras
descripciones de dicha sociedad. Además de que constantemente se obtienen
informaciones que aumentan los conocimientos sobre la cultura maya, las nuevas
hipótesis reflejan las modernas concepciones científicas relativas a los fenómenos
sociales y políticos. A continuación se presentan algunos de los modelos más recientes
y debatidos sobre la organización sociopolítica maya, junto con la consiguiente crítica y
observaciones acerca de su grado de adecuación a la realidad.

Centros ceremoniales y Ciudades-Estado

Durante la primera mitad del siglo XX las investigaciones arqueológicas de los sitios
mayas se centraron en la parte central o ceremonial de éstos, donde se localiza su
arquitectura y arte monumentales. Este enfoque, y el estudio de los calendarios, textos
jeroglíficos e iconografía religiosa, indujeron a concebir la organización sociopolítica
maya como una serie de Ciudades-Estado autónomas, dirigidas por pacíficos
gobernantes teocráticos o altos sacerdotes. Se llegó a pensar que los centros que se
encuentran esparcidos en el área maya, con sus grandes edificios públicos y rituales,
eran lugares prácticamente desiertos, sólo habitados de modo permanente por los
especialistas religiosos que residían en la zona de los templos. Según esta hipótesis, la
población de apoyo vivía dispersa en la periferia, y sólo visitaba periódicamente los
centros para participar en ceremonias religiosas y para pagar el tributo a los
gobernantes.

La citada visión, relativa a los centros mayas desocupados de población común y


autónomos, se basó también en una serie de trabajos etnográficos realizados entre 1940
y 1970, en los altiplanos de Chiapas, México y Guatemala. La sociedad maya se
consideraba organizada en 'comunidades corporativas cerradas', independientes y
concentradas en las poblaciones o 'municipios' o bien cerca de estos centros. En efecto,
en una investigación realizada en Zinacantán, Chiapas, un pueblo actualmente habitado
por mayas tzotziles, se estudió el sistema de cargos en relación con la organización
sociopolítica, así como con el patrón de asentamiento. Se descubrió que el centro del
pueblo estaba ocupado sobre todo por especialistas religiosos y políticos elegidos, para
ejercer durante ciertos períodos, por los habitantes de caseríos y aldeas circunvecinos.
La población común llegaba al lugar sólo para asistir a ceremonias importantes, a los
mercados, o bien, para visitar a los mencionados especialistas. En consecuencia, se
interpretó el sistema de cargos y el centro ceremonial como un modelo análogo de lo
que debió haber sido la organización sociopolítica maya antigua, y a su patrón de
asentamiento.

En estudios recientes se ha desechado la hipótesis de los centros mayas habitados por


una población aristocrática relativamente pequeña, y visitados por los habitantes de su
periferia en ocasión de acontecimientos religiosos y sociales. Sin embargo, con base en
datos arqueológicos se mantiene en pie la concepción de los centros mayas como
unidades básicamente autónomas desde el punto de vista político, que controlaban
pequeños territorios. Ciertamente, aunque existen algunas evidencias de tipo
etnohistórico, confirmadas por el estudio de los patrones de asentamiento, que sugieren
una organización sociopolítica compleja por encima del nivel local autónomo, las
inscripciones siguen siendo interpretadas como indicadoras de que las ciudades mayas
estaban organizadas en una forma análoga a las Ciudades-Estado de la antigua Grecia.
Se considera, por lo tanto, que los glifos-emblema, que aparecen distribuidos en los
sitios de la región, expresan títulos con los cuales se designaba a gobernantes
independientes y se registraban los acontecimientos dinásticos locales.

Este argumento no es totalmente concluyente. Como se indicó antes, el empleo de los


glifos-emblema, como título de los señores de las ciudades, no significa necesariamente
que dichos gobernantes hubieran sido autónomos en el orden político. Ya se ha dicho
también que podría tratarse de señores poderosos localmente, que quizás dominaban a
otros centros más pequeños, cuyos gobernantes carecían de glifos-emblema. Es muy
posible que todos esos jefes superiores estuvieran, de alguna manera, jerarquizados
entre sí, o por lo menos, que algunos ejercieran cierta influencia sobre otros. A tal
conclusión parecen conducir los estudios etnohistóricos, tanto del Altiplano como de las
Tierras Bajas, así como el análisis 'cruzado' de culturas, tal como se observa en
sociedades complejas, además de la información sobre patrones de asentamiento y
jerarquía de los centros y, finalmente, los propios textos jeroglíficos mayas que
describen las relaciones entre los grupos gobernantes. Se sabe, por ejemplo, que los
señores de Dos Pilas (Ilustración 212) probablemente dominaban a los de Arroyo de
Piedra, a pesar de que ambos utilizaban diferentes glifos-emblema. Esto quiere decir
que las unidades políticas mayas pueden haber sido más grandes, y funcionar de manera
más compleja, que lo que sugiere la tesis de las Ciudades-Estado. Es más, nobles que
originalmente estaban al frente de una ciudad pueden haber llegado a gobernar otra
distinta, y algunas organizaciones políticas pueden haber ejercido una hegemonía
regional durante largos períodos.

En realidad, resulta difícil concebir una organización global de la sociedad maya


compuesta sólo por organizaciones autónomas del tipo de las Ciudades-Estado. Por lo
menos, es poco probable que la autonomía haya sido la regla general, si se toman en
cuenta ciertos hechos: el tamaño tan diferente de los diversos sitios, la variedad de
cargos que ocupaban los gobernantes del Postclásico, la manifiesta subordinación y el
régimen de alianzas que aparecen en los textos glíficos, y las divisiones jerárquicas que,
por lo general, muestran los sistemas sociales organizados en forma similarmente
compleja a la de los mayas. La comparación con las Ciudades-Estado de Grecia o
Mesopotamia confirma lo anterior, ya que algunas de estas ciudades del Viejo Mundo
ejercieron dominio sobre otras, por lo menos durante períodos determinados.

Los modelos feudales

Otras hipótesis sobre la organización política de los mayas antiguos, que han gozado de
bastante difusión, son aquellas que comparan dicha organización con los sistemas
feudales de Europa, Asia y Africa. En efecto, algunos autores han recurrido a las
características y descripciones generales de los órdenes políticos de tipo feudal, para
aplicarlas analógicamente a la sociedad maya. En una sociedad feudal los gobernantes
tienen autoridad y poder supremos, y jefes subordinados que gozan, asimismo, de poder
y derechos de propiedad limitados. En este sistema, la propiedad de la tierra y el control
de la producción, particularmente la agrícola, constituyen la base de la autoridad y del
status de un pequeño grupo gobernante apoyado en la riqueza. La relación señor-siervo
y la estructura jerárquica que desde los gobernantes va bajando hasta los siervos
campesinos, a través de niveles escalonados de jefaturas, así como las conexiones
familiares y las obligaciones personales que ligan a los jefes con sus subalternos, son
características de este sistema. La nobleza controla, mediante cuotas previamente
establecidas, los excedentes de la producción agrícola y de otros artículos, que deben ser
entregados como impuestos o tributos por los subalternos. En el orden feudal, el
comercio o la mano de obra esclava no eran elementos básicos sobre los que se
fundamentaba la vida económica, ya que ésta se sostenía por medio de la distribución
jerárquica de comunidades y territorios, dentro de una relación de vasallaje y señorío,
desde una aristocracia central hacia los nobles de la periferia.

Ahora bien, la aplicación de este modelo a la sociedad antigua maya no deja de


presentar ciertas dificultades. La referencia a la sociedad postclásica maya de Yucatán,
generalmente considerada igual o menos compleja que la sociedad maya del Clásico
Tardío, se ha utilizado como argumento para refutar esta teoría. Los nobles mayas, en
efecto, no parecen haber tenido el control directo sobre la tierra, los productos y
excedentes, que tuvieron los señores feudales de Europa; de manera que una analogía
con dicho sistema no se ajusta a lo que en realidad fue la organización sociopolítica
maya.

Por los documentos etnohistóricos se sabe que existía también una propiedad pública de
las tierras y que el papel de los funcionarios se limitaba a intervenir en casos de
repartición y disputas sobre ellas. Ciertamente, los nobles mayas poseían parcelas que
eran trabajadas por esclavos y vasallos, pero, a diferencia del sistema feudal, los
plebeyos ricos (ah cuch cab) también eran propietarios de sus propios terrenos.
Tampoco existen evidencias en los sitios mayas, mayores, sobre el almacenamiento de
excedentes agrícolas, como se supone que ocurría en una sociedad feudal. Por otra
parte, en las sociedades feudales los mercados eran elementos secundarios, en tanto que
en la sociedad maya, el comercio, los mercados y, en general, la distribución de los
bienes económicos para la satisfacción de necesidades y de lujos, eran cuestiones
esenciales en todos los niveles de la vida social.

Parece más bien que la organización sociopolítica maya, distinta del modelo feudal,
tenía una complejidad diferente. En ella se produjo, en efecto, una coordinación del
poder en la jerarquía política, por lo menos durante el Período Postclásico, muy distinta
a la forma vertical de difusión de la autoridad, de arriba hacia abajo, propia del
feudalismo. Este mismo sistema de poder compartido pudo muy bien haber estado
vigente también en el Clásico y tiene mucho más parecido con lo que se entiende por
confederación. Por otra parte, presentaba características de mayor burocracia, lo que
implicaba que los funcionarios y concejales debían ser consultados por los gobernantes
antes de tomar una decisión; esto significaba, además, que estos últimos, aunque eran
los que decidían en última instancia, no estaban dotados de poder absoluto. Por otro
lado, los edificios públicos mayas no mostraban el poder y riqueza típicos de las
residencias de los señores feudales, aunque sí una variada funcionalidad. Todas estas
observaciones inducen a pensar que las organizaciones políticas en América eran
diferentes a las del Viejo Mundo medieval.

En la organización política postclásica de Mayapán, en Yucatán, existía esta


coordinación de poder entre la élite del centro y los delegados de los sitios de provincia,
quienes se ocupaban también de los intereses del propio centro. En lugar de una corte
feudal había un cuerpo de oficiales con grados variados de poder, que formaban un
conjunto burocrático coordinado por los gobernantes de Mayapán. Los sacerdotes
constituían también un elemento poderoso del gobierno y su consejo, y las ceremonias
religiosas en los templos públicos eran parte de las actividades del cuerpo central
gobernante. Los indígenas de Mayapán miraban esta organización política como si fuera
un 'multepal', o gobierno confederado, coordinado por oficiales y jefes de las casas y
linajes nobles más importantes. El centro de Mayapán estaba distante de la mayor parte
de los lugares con recursos productivos, por lo que la estructura administrativa se
mantenía por el tributo de estas áreas alejadas y por la mano de obra esclava.
Situaciones semejantes a la de Mayapán, por lo que se refiere al sistema político, se
presentaron también, durante el Postclásico, en la región maya chontal de Itzamcanac y
en Quiché. Probablemente, en la sociedad maya del Clásico Tardío existieron modelos
similares de organización política.

Poblaciones de las organizaciones políticas semejantes


Varios autores han relacionado la antigua civilización maya, la dinámica de su
surgimiento y caída, y su organización y funcionamiento políticos, con la situación de
las llamadas unidades políticas semejantes (peer polities). Estas eran agrupaciones
políticas autónomas en una región geográfica determinada, que compartían la misma o
similar organización política, creencias religiosas, el arte y la arquitectura, el lenguaje y
la escritura, y otras características socioculturales. Estas unidades políticas no actuaban
aisladamente, pero tampoco subordinadas a otras. Se trata más bien de un sistema de
relaciones recíprocas que, a través del tiempo, podían manifestarse en alianzas e
intercambios comerciales o de información, o bien, en rivalidades y conflictos bélicos.
Varios procesos generales se desarrollaban por este sistema de interacciones: 1) las
unidades vecinas llegaban a alcanzar un nivel similar de organización y complejidad
políticas; 2) los cambios en el ordenamiento de sus organizaciones ocurrían
simultáneamente; y 3) las diversas unidades presentaban parecidos rasgos culturales, y
el desarrollo de innovaciones se presentaba en ellas al mismo tiempo.

Desde cierto punto de vista, un modelo de tales características puede aplicarse a la


civilización maya. Efectivamente, el arte, la arquitectura, la escritura jeroglífica, los
idiomas, los patrones de asentamiento y otras características culturales mayas se
presentaron, al mismo tiempo y en forma similar, en muchos centros de una misma
región. Si se analiza el ejemplo de las Tierras Bajas, resulta significativo constatar que
las diferentes unidades políticas y sus instituciones surgieron, florecieron y decayeron
casi simultáneamente. Ello demuestra, pues, que el modelo de interacción de las
organizaciones políticas equivalentes encaja convenientemente con la existencia y
proliferación de muchas unidades políticas de similares características.

Ahora bien, el modelo citado deja fuera de una conveniente explicación a ciertos
elementos que influyeron en el desarrollo de la organización política maya, y tampoco
explica sus diferencias. Por ejemplo, no resulta adecuado para comprender las
influencias externas que se dieron sobre la cultura maya, las cuales procedían de afuera,
desde lugares como Teotihuacan, Tenochtitlan, Oaxaca y Veracruz, o de las áreas
sureñas de Centro América, como el occidente de Honduras, El Salvador y Costa Rica.
Por otro lado, tampoco justiprecia el hecho de las diferentes áreas subculturales que
existieron dentro del mismo mundo maya; por ejemplo, las que estaban representadas
por las culturas del Altiplano y de la Costa, o las diferencias entre las Tierras Bajas del
norte y del sur. Los patrones de asentamiento y los datos epigráficos demuestran, por
otra parte, que no todas las unidades políticas mayas tenían el mismo tamaño, ni su
organización estaba en el mismo nivel de fuerza y autonomía política. Es posible, según
eso, que haya habido unidades más poderosas, que ejercieron una influencia más directa
sobre otras, lo que no se acomoda a una rígida explicación de organizaciones
equivalentes.

Organización de Estados segmentados

Actualmente gana terreno una teoría explicativa de la organización sociopolítica maya


basada en la analogía de esta sociedad con los llamados 'Estados segmentados'. Estos
pueden describirse como organizaciones básicamente descentralizadas, en la cuales el
poder y la riqueza de los gobernantes o de las figuras principales eran limitados, y tanto
la naturaleza como el poder político se encontraron repartidos en cierto número de
centros. De esta manera, los gobernantes de áreas subsidiarias con relación a un gran
centro, tenían poder y control autónomos sobre su propia circunscripción vecinal, pero
mantenían una mínima lealtad hacia otras figuras gobernantes centrales. El poder estaba
esencialmente disperso por toda la geografía política y los papeles de los gobernantes se
repetían en los diferentes centros; se trataba, en este sentido, de 'Estados segmentados'.
En un clima político descentralizado e inestable, la fastuosidad de las ceremonias, el
alto nivel social de ciertas familias, la legitimación, atributos personales y hazañas de
los gobernantes, se realzaban como elementos de prestigio político que garantizaban
también la unidad de la organización política regional. La importancia de las
ceremonias públicas y de engrandecimiento personal de la nobleza hacen que también
pueda designarse a este tipo de organizaciones, como 'ciudades-rituales-regias',
'Estados-teatro' y 'unidades políticas galácticas'.

Con base en la gran cantidad de información que están proporcionando los estudios
epigráficos e iconográficos mayas, algunos autores han comparado la organización
sociopolítica de los mayas antiguos con las organizaciones políticas segmentadas o
galácticas de algunas sociedades del sudeste de Asia. Se trata de organizaciones que
son, por su propia naturaleza, formaciones libres y básicamente inestables, pero en las
cuales los dirigentes carismáticos usan la ideología y pompa para legitimar y perpetuar
sus posiciones privilegiadas. En estas condiciones no interesa tanto el control sobre la
tierra como sobre las personas, en especial la mano de obra, fundamento de los
gobernantes y de sus impresionantes obras públicas. Esto se nota claramente en los
centros mayas clásicos, en los que la base ritual o teatral del poder de la élite se
manifestaba a través de grandes construcciones ornamentadas, fachadas embellecidas
con esculturas y monumentos tallados en los que se representa a los gobernantes con
ricas vestiduras ceremoniales. Los monumentos con jeroglíficos, que describen guerras,
alianzas, ceremonias compartidas y otras relaciones entre los nobles de los diferentes
centros, dan también testimonio de la frágil y siempre cambiante escena política
regional, supeditada al eventual surgimiento de algún líder victorioso o de mayor
prestigio (Ilustraciones 212 y 213).

Esta concepción teórica de Estados segmentados, apoyada en evidencias provenientes


del arte, ha tratado de corroborarse con el estudio de la organización sociopolítica maya
clásica, en el occidente de Belice. Se ha intentado verificar que la existencia de
semejanzas en el tamaño, planos arquitectónicos y utensilios de los diferentes centros de
la región refleja la misma voluntad de prestigio de sus élites, para garantizar su posición
política, económica y religiosa. Las evidencias arqueológicas, tales como residencias
palaciegas, patios ceremoniales, arte monumental y artesanías de lujo, señalan la
naturaleza 'regia-ceremonial' de tales sitios. Estas realizaciones culturales manifiestan
claramente la preocupación de los nobles por las ceremonias y el realce de sus
posiciones sociales, antes que por la búsqueda de una hegemonía de índole
estrictamente administrativa o económica. La atracción de la población hacia las
ciudades, para el sostenimiento de éstas, dependía, pues, no tanto de incentivos
económicos cuanto de la importancia ceremonial de las mismas.

En un modelo segmentario de organización sociopolítica no es tampoco el tamaño y la


complejidad de los centros lo que refleja el poder político; sitios pequeños pudieron
haber sido tan importantes políticamente como otros mucho más grandes. Ahora bien,
aunque esto pudo haber sido cierto en algunos casos, también lo es que la larga duración
y gran actividad constructiva de ciertos centros mayores, como Calakmul, Tikal,
Caracol o Copán, entre otros, obedecieron a una importancia objetiva de naturaleza
económica y política, y no solamente a la existencia de líderes carismáticos. Las élites
talvez no controlaban directamente la economía, pero ejercían también muchas
funciones económicas; por ejemplo, el impulso de la producción, la canalización y
distribución de bienes y servicios, la apertura y mantenimiento de intercambios
comerciales y el abasto alimenticio en tiempos de escasez y para sustentar a la numerosa
mano de obra ocupada en los trabajos comunales obligatorios.

Sin embargo, tiene todavía que demostrarse de modo más convincente el aspecto
predominantemente ceremonial o teatral, y no económico o político, de los centros
monumentales. Hay, en efecto, otra serie de informaciones sobre asentamientos mayas
que se ha interpretado en sentido contrario: algunas unidades estatales tenían
características jerárquicas sin las equivalentes de tipo político y económico. La
redundancia de las funciones económicas, políticas y ceremoniales, podían muy bien
estar presentes también en sociedades burocráticas de organización compleja, como por
ejemplo, en el Yucatán del Postclásico, en 'imperios' como el de los aztecas, e incluso
en sociedades de estructura menos compleja como la de los cacicazgos olmecas y
mayas. La información etnohistórica relativa a Yucatán indica que, junto a la
fastuosidad y simbología empleada por sus élites, los centros estaban organizados en
confederaciones u organizaciones provinciales jerárquicas y burocráticas, así como que
algunos de estos centros ejercían, a través de funciones estrictamente políticas y
económicas, dominio sobre otros. Lo que sucedió en Yucatán puede también haberse
dado en la organización política maya del Clásico Tardío.

Hechas las anteriores salvedades, hay que reconocer que investigaciones epigráficas e
iconográficas, realizadas recientemente en Copán, pueden abonar la tesis de un sistema
político descentralizado o coordinado entre muchos nobles de una misma ciudad.
Durante los reinados de sus últimos dos soberanos, otros nobles de Copán tenían títulos
importantes, algunos de ellos de tanta categoría como los del propio soberano. En este
lugar se ha identificado la existencia de una posible popol na, o casa de consejo, en la
cual se reunían los jefes de los linajes más importantes, para decidir sobre asuntos de
índole política o religiosa. En conclusión, debe cuestionarse el modelo de Estados
segmentarios y de redundancias políticas y económicas de los centros mayas, si se
intenta aplicarlo en forma universal y no matizada, aunque puede significar una
conveniente explicación de algunos aspectos de la sociedad maya.

Conclusiones
En este artículo se ha intentado dilucidar cuáles eran la estructura general y los
elementos básicos de la organización sociopolítica maya, así como los comportamientos
sociales conexos. Por la gran cantidad de información proveniente de las
investigaciones sobre los antiguos mayas y por el análisis cruzado de sus
manifestaciones culturales, resulta difícil presentar estas generalizaciones de manera
bien definida. Por otra parte, a esta dificultad de establecer esquemas generales, que
proviene de la diversidad real de la cultura y organización mayas, se agrega otra mayor:
más allá del examen de sus aspectos básicos, es todavía mucho más difícil analizar los
intrincados y múltiples hilos de la complejidad estructural de esta sociedad que, además,
cambió con el transcurso del tiempo. En consecuencia, resulta problemático cualquier
intento de excesiva generalización sobre la forma en que estaba integrada la sociedad
maya, o la tendencia a aplicar modelos universales a su organización política.
Las fuentes arqueológicas, epigráficas y etnohistóricas sugieren que existieron
diferencias, tanto regionales como temporales, en los tipos y en los niveles de
complejidad de la organización sociopolítica maya. Por lo tanto, es posible que junto
con organizaciones complejas parecidas a lo que se entiende por Estado, se dieran al
mismo tiempo otras pequeñas similares a cacicazgos. Las evidencias jeroglíficas y la
monumentalidad y extensión de centros como Tikal, El Ceibal, Calakmul y Caracol,
indican que éstos tenían poderes económicos, religiosos y políticos en una determinada
región, que requerían de una estructura gubernamental compleja. En cambio, otros
lugares más pequeños, de organización política obviamente más simple, actuaban bajo
un sistema de mutua relación o influidos políticamente por centros cercanos más
poderosos.

Algunas veces sociedades organizadas de modo menos complejo evolucionaron en una


área determinada hacia estructuras políticas superiores, y después regresaron a formas
simples de organización. Algunas unidades políticas mayas se beneficiaron con
adquisiciones territoriales, de materiales y de mano de obra, por medio de victorias
militares o de alianzas. Por otro lado, organizaciones que en determinado momento
llegaron a ser grandes y poderosas, pueden haberse desintegrado posteriormente en
unidades políticas más pequeñas y simples, en razón de guerras internas, tensiones
económicas y sociales, o como consecuencia de las cambiantes alianzas políticas. Como
toda sociedad, la sociedad maya y su aspecto sociopolítico estaban en constante flujo y
en proceso de adaptación por la sobrevivencia, de acuerdo con los cambios sociales y
ambientales.

Elementos básicos de la sociedad y de la política antigua maya, que seguramente no


cambiaron mucho con el transcurso del tiempo, fueron la familia extendida y las
organizaciones de linaje. El estudio de estos grupos sociales, más elementales, ha
ayudado a reconstruir el sistema de estratificación y la distribución territorial jerárquica
de los centros que conformaron el orden sociopolítico maya. Las posiciones y papeles
sociales venían determinados por el nacimiento o pertenencia a linajes, aunque el grupo
corporativo podía también actuar para definir más explícitamente estas posiciones. De
esta forma, los grupos descendientes de dinastías nobles mandaban sobre los linajes
plebeyos y sobre las familias comunes, que les proveían mano de obra, artículos
diversos y apoyo.

Aunque la sociedad maya fue compleja y estuvo estratificada en varios niveles, no llegó
a tener los numerosos estratos socioeconómicos del imperio azteca o de los Estados
regionales grandes, ni su nobleza controló la política y la economía en la forma en que
éstos lo hicieron. Por el contrario, algunas organizaciones políticas mayas antiguas
pueden haberse parecido mucho a los Estados segmentados o formaciones estatales
tempranas. Tanto por lo que se refiere al sistema de clases (nobles y plebeyos), como a
la preponderancia de los aspectos religiosos, ceremoniales y de prestigio, la
organización maya se diferenciaba notablemente de la azteca, mucho más compleja
desde un punto de vista estrictamente político. Sin embargo, en ciertos casos, como en
Tikal, Dos Pilas, Calakmul, Piedras Negras y Bonampak, en el Clásico Tardío, o en
Chichén-Itzá, Mayapán y Sotuta, en el Postclásico, el tipo de organización debe haberse
parecido a un sistema de unidades confederadas, más compleja, posiblemente
jerarquizada y a una especie de Estado burocrático. Estos centros poderosos
probablemente llegaron a ejercer dominio o influencia considerables sobre otros más
pequeños.
Para comprender mejor la organización sociopolítica de los antiguos mayas y el
surgimiento, desarrollo y caída de dicho pueblo, los estudios tendrán que enfocarse
multidisciplinariamente y por áreas regionales específicas. Podrán, en efecto, obtenerse
resultados satisfactorios si se analiza en, primera instancia, la organización de una
región en concreto, durante determinado período histórico. Si fuere posible, se debieran
utilizar al máximo las evidencias de los textos jeroglíficos, del reconocimiento
extensivo de los asentamientos y excavaciones, confrontándolas y comparándolas con
los datos provenientes de las fuentes etnohistóricas. En tal sentido, las investigaciones
que actualmente se están realizando en estas diferentes subdisciplinas seguirán
aportando, sin duda, resultados valiosos y estimulantes. Particularmente promisorias son
las investigaciones de los documentos coloniales que se encuentran en España, México
y Centro América, así como el análisis y trabajo interpretativo de los registros
jeroglíficos.

Además de ello, resulta muy útil aprovechar el marco teórico y conceptual básico que
proporcionan las modernas ciencias sociales y políticas para la debida interpretación de
las muchas variables que resultan de los análisis directos y específicos de cada
disciplina de los estudios mayas. Así, por ejemplo, la utilización del método de la
comparación cultural con sociedades similares a la maya constituye un medio adecuado
para penetrar en la reconstrucción de sus características dominantes y generales, así
como en la naturaleza básica de su organización sociopolítica. Algunos
comportamientos, características y condiciones de su organización (como la
estratificación social, las jerarquías regionales y los grupos corporativos), se encuentran
también en otras muchas culturas del mundo con similar nivel de complejidad. Por ello
es provechoso el método comparativo para ciertos aspectos de la organización
sociopolítica y de la estructura social de la sociedad maya antigua. Si se tiene en cuenta
que esta sociedad tuvo, probablemente, muchas características comunes con las
llamadas sociedades preindustriales, los conocimientos que ya existen sobre tales
organizaciones contribuirán a comprender más ampliamente lo que ya se sabe acerca del
mundo sociopolítico maya.

Sin embargo, aunque el uso de comparaciones y modelos de otras culturas ayuda a


comprender la organización sociopolítica de los mayas antiguos, hay que estudiar y
evaluar la cultura maya en sus propios entornos y explicarla dentro de su mismo mundo.
JOYCE MARCUS

Religión de los Mayas Antiguos

La religión fue un factor fundamental en el funcionamiento armónico del sistema


sociopolítico de los mayas antiguos. Afectaba profundamente las decisiones políticas
tomadas al más alto nivel, así como las decisiones personales que alteraban las vidas
tanto de la nobleza como del pueblo. En el gobierno de los mayas había una integración
muy firme entre lo secular y lo sagrado. Esta integración significa que los hechos
sociales, políticos y económicos no se pueden entender bien sin tener en cuenta su
relación con la religión. Las modernas categorías occidentales de 'economía', 'política' y
'gobierno' son seglares, por lo que no corresponden a las categorías autóctonas de los
mayas.

Al final de este artículo (véase la Recomendación de Lecturas Adicionales) se incluyen


algunas de las muchas fuentes disponibles que muestran la diversidad de las prácticas
religiosas de los mayas en las numerosas ciudades, pueblos y aldeas situados a lo largo
de Yucatán, Guatemala, Tabasco, Belice y el oeste de Honduras. Las fuentes escritas
incluyen estudios etnográficos del siglo XX, documentos etnohistóricos coloniales y
textos jeroglíficos que fueron tallados y pintados por los propios mayas prehispánicos.
La evidencia arqueológica complementaria incluye datos de excavación (templos,
tumbas, entierros y 'escondites') e información iconográfica (por ejemplo, escenas
pintadas en vasijas de cerámica policromas y murales, o talladas en estatuas de madera,
dinteles, estelas, zoomorfos y escalinatas de piedra).

Importantes documentos de los siglos XVI y XVII sirven como el nexo entre la
información arqueológica y la moderna información etnográfica. El uso e integración de
toda la evidencia arqueológica, jeroglífica, iconográfica, etnohistórica y etnográfica
permite apreciar los profundos cambios ocurridos desde la época prehispánica hasta los
tiempos modernos, pero también permite dilucidar los legados y supervivencias de un
pasado distante.

Religión del Estado y Religión Folk


Muchos eruditos suponen que todas las sociedades complejas, inclusive la de los
antiguos mayas, concibieron un sistema jerárquico (panteón) de dioses. El término
pantheon, que significa en griego 'todos los dioses', ha sido definido como 'el conjunto
de dioses de un pueblo, en especial los dioses oficialmente reconocidos como deidades
principales o del Estado'. Este conjunto formal y estandarizado de deidades, a nivel de
Estado, a menudo se compara, por los mismos eruditos, con la religión de sociedades
más sencillas, más tradicionales, la cual se basa en la relación del hombre con 'los
espíritus de la naturaleza' y las 'fuerzas naturales'. La adoración de los espíritus de la
naturaleza no se considera como característica de los Estados, sino como un indicativo
de una sociedad más conservadora. Además, se piensa que tales 'creencias tradicionales'
señalan un grado de desarrollo anterior al advenimiento de un panteón formalizado de
dioses.

Los eruditos basaron sus suposiciones en modelos occidentales de Estados antiguos,


tales como el griego y el romano, los cuales elaboraron conjuntos de dioses con forma
antropomorfa, algunos de los cuales tenían relaciones carnales y engendraban vástagos
humanos. Se cree que los antiguos habitantes de Grecia y Micenas integraron el culto de
la naturaleza, de los egeos, con énfasis en la diosa madre y en la fertilidad, con su propia
adoración indoeuropea 'de un dios-celestial', basado en dioses masculinos, cada uno de
los cuales tenía su esfera de influencia especial. 'La visión convencional es que esta
unión entre el culto de la naturaleza y el de un dios-celestial fue simbolizada en varios
mitos griegos posteriores, en los que se describe el casamiento del indoeuropeo Zeus
con una u otra deidad poderosa, aborigen de las islas o playas egeas'. Con el tiempo
predominó la religión en que se destacaban las deidades masculinas indoeuropeas, como
predominaron también los propios grupos indoeuropeos. Puesto que el Estado griego
estaba dominado por esos dioses masculinos, cada uno con una esfera especial de
influencia, los eruditos occidentales pensaron que otros Estados tuvieron religiones
similares. No estaban preparados dichos estudiosos para encontrar, en el Nuevo Mundo,
Estados caracterizados por religiones que hicieran énfasis en 'espíritus' y 'fuerzas
naturales'.

A continuación se presenta la religión indígena de los mayas, tratando de no introducir


muchas premisas y prejuicios occidentales.

El Hombre y lo Sobrenatural
Según las creencias de los mayas antiguos, el hombre tenía un pacto con todas las cosas
que se consideraban como 'vivas'. Junto con las categorías animadas de los reinos
animal y vegetal, se incluían las entidades 'inanimadas', como la tierra, las cuevas y los
planetas. De estas entidades, y de muchas otras, se creía que poseían una 'fuerza vital' o
'espíritu interior', que les permitía moverse, crecer, cambiar o hacer ruido. La naturaleza
de aquel pacto revela tres aspectos importantes del pensamiento y la religión de los
mayas: 1) atribuían vida a muchos elementos de la naturaleza que nosotros clasificamos
como inanimados (por ejemplo, la Tierra, el Sol, la Luna, el relámpago, el viento, el
fuego, las cavernas); 2) todo lo que tenía 'fuerza vital' o 'espíritu interior' era merecedor
de respeto y reverencia; 3) la relación ideal entre esos 'seres sobrenaturales' y el hombre
era una relación de reciprocidad.

Tal visión animista del mundo, mantenida por los antiguos mayas, ha sobrevivido y se
ha adaptado a través de los siglos. De hecho, la creencia en un mundo animista aún
puede notarse entre los mayas contemporáneos. Por ejemplo, aún se considera que tiene
vida la superficie de la Tierra. Cuando los campesinos mayas cortan la vegetación para
sembrar sus milpas, piden permiso a la Tierra y le explican sus necesidades. El hombre
pide permiso a la Tierra para vivir sobre ella, para construir sus casas, o cuando se
desfigura su faz al labrar el campo y sembrar la milpa. Si un cazador maya mata un
venado, excusa la matanza del animal basándose en su necesidad. Este vínculo entre el
hombre y la naturaleza puede ser una relación positiva si el hombre pide
conscientemente permiso, hace ofrendas y cumple su parte por medio del rito. Las
fuerzas sobrenaturales ayudan al hombre a alcanzar los objetivos de una cosecha
abundante, una buena salud, o una cacería satisfactoria. Sin embargo, la relación puede
ser negativa, y amenazar potencialmente la vida del hombre, si éste olvida sus
obligaciones de reciprocidad. Entonces su cosecha puede ser escasa, su salud decaer y
su cacería ser infructuosa.

La Tierra no sólo tenía vida, sino que también era considerada sagrada y divina. En las
comunidades de las Tierras Altas de Chiapas se referían a la tierra como ch'ul balamil
(ch'ul significa 'sagrado', en la versión chiapaneca del kuul yucateco, y balamil equivale
a 'tierra'). También eran dignos de una profunda veneración, y considerados con vida
por los mayas del Altiplano de Guatemala, el Sol (kin), la Luna (u), el fuego (kak), el
viento (ik'), las cuevas (actunob) y el relámpago (chac). Todos poseían un espíritu
interior, una fuerza vital o viento (ik'), que les daba vida y movimiento.
Significativamente, ik' también es la primera sílaba del término maya que significa 'cosa
divina' (ik'tan).

En toda la región maya, muchos cerros y montañas aún se siguen considerando con
vida. Por ejemplo, en la comunidad pokomam (poqoman) de Chinautla, los pobladores
reverencian una colina que llaman El Cerro Vivo. Creen que ese cerro emite sonidos
como truenos, que son señales de lluvia, y que el cerro libera las nubes de la lluvia. Si el
hombre honra con fe y respeto a El Cerro Vivo, éste se pone contento y produce lluvia.
En mayo, algunos miembros de la comunidad hacen peregrinaciones al cerro, y le llevan
tortillas, frijoles negros y chompipes. Una anciana indicó que en los 'días antiguos' se
ofrecían niños al cerro a cambio de oro. Siglos antes, Juan de Villagutierre Soto-Mayor
aludió a la costumbre de los mayas de Tierras Bajas de venerar los cerros y las
montañas.

Además de mantener una fuerte creencia en la relación de reciprocidad entre el hombre


y lo sobrenatural, y en la atribución de vida a muchos objetos que los occidentales
consideran inanimados (animismo), los mayas tenían un concepto muy desarrollado de
lo sagrado. La palabra maya ku, que significa sagrado o divino, se utilizaba para
convertir algo no sagrado en sagrado. Por ejemplo, una casa o edificio (na) se convertía
en templo con la palabra compuesta kuna (literalmente, casa sagrada). Palabras (than) y
discursos (can) se tornaban divinos añadiéndoles ku (kuil than, kuil can). La escritura
(dzib) se hacía sagrada (kulem dzib) al añadirle ku. 'Dar un regalo' también se
consideraba divino si se decía kunatah. En contraste con consagrar o bendecir
(kuyancunah), se usaba la palabra idolatrar (kuul cizin). En maya, el verbo idolatrar está
compuesto por dos palabras (kuul, cul o ch'ul, que es cosa sagrada, y cizin que equivale
a demonio o ídolo), que juntas significan 'no santificar o profanar'.

El Cosmos
Los antiguos mayas creían que el Universo, los Cielos, la Tierra y el Inframundo, tenían
muchas capas. Los cielos poseían 13 niveles o estratos. En cada una de las cuatro
esquinas del cielo se erigía un ser sobrenatural (bacab) que lo sostenía. Cada bacab y
esquina o cuadrante estaba asociado a un color (el este, rojo; el norte, blanco; el oeste,
negro; y el sur, amarillo). El centro mismo pudo haber estado asociado al color azul-
verde (yax). En cada esquina también había una ceiba (imix), que era un árbol sagrado;
cada una de ellas estaba asociada al color apropiado. El mundo inferior o inframundo
abarcaba nueve niveles o estratos. Los números 13 (para los niveles celestiales) y nueve
(para los niveles del inframundo) desempeñaban papeles importantes en la adivinación
y en el calendario ritual de 260 días. Algunos de los 'escondites' dedicados, en Uaxactún
y en el resto de Petén, contenían nueve artefactos irregulares de pedernal o nueve
artefactos de obsidiana, que posiblemente se usaron para ritos de ofrendas de sangre. El
número 9 estaba ligado a 'los nueve señores de la noche' y a 'los nueve Señores del
Inframundo'.

Los grupos de cuatro y la cuatripartición (división de algo en cuadrantes) eran antiguos


rasgos de la religión y del entorno de los mayas. Muchos seres sobrenaturales aparecían
en grupos de cuatro, cada uno asociado a un cuadrante del mundo, relacionado
conjuntamente con su viento y su color. Por ejemplo, aunque existían cuatro chacs
(relámpagos sobrenaturales), se podía aludir a ellos como un chac 'todopoderoso e
inclusivo'. Los seres sobrenaturales tenían dos lados: uno benéfico y el otro punitivo.
Por ejemplo, los chacs podían atravesar las nubes y hacer que la lluvia cayera sobre la
Tierra, donde los mayas la podían controlar y manejar; pero cuando los chacs estaban
enojados o irritados, podían enviar granizo. Por lo tanto, los chacs podían estar
asociados a las cosechas abundantes, por un lado, y a los desastres naturales, por el otro.
También eran cuatro los linajes originales del mundo. En el Chilam Balam de Chumayel
se declara: 'Estos eran los cuatro linajes del cielo, la substancia del cielo, la humedad del
cielo, los cabecillas, los gobernantes de la tierra, Zacal Puc, Hooltun Balam, Hoch'tun
Pot, Ax Mex Cuc Chan'. Incluso, los cuatro lados de una tumba del Período Clásico
Temprano, descubierta por Richard E.W. Adams y Grant D. Hall, en Río Azul (en el
noreste de Petén), muestran exactamente los signos jeroglíficos del este, oeste, sur y
norte. Cada lado de la tumba tiene una asociación simbólica con uno de los cuatro
cuadrantes del mundo.

Para los mayas, el Sol (kin) y la Luna (u) eran dos seres sobrenaturales importantes. En
algunas ocasiones se referían a ellos como una pareja, como 'señor' y 'señora', o 'nuestro
padre' y 'nuestra madre'. Otro ser sobrenatural importante era Itzamná, el 'monstruo
celestial', muchas veces representado como un reptil de dos cabezas. La palabra itzam
puede traducirse como 'casa de lagartija o iguana', y pudo haber designado las cámaras
interiores de los palacios reales o de los templos. Es interesante el papel que, de acuerdo
con J. Eric S. Thompson, desempeñaba este reptil de dos cabezas en el Período Clásico.
La realeza maya se identificaba con él después de la muerte y lo usaba como símbolo
del poder real durante sus reinados (250-900 DC). También eran abundantes los seres
sobrenaturales terrestres. El maíz sobrenatural era particularmente importante y en la
iconografía de los antiguos mayas era representado en piedra, hueso, madera y
cerámica. El espíritu que animaba y habitaba dentro del maíz era generalmente
representado como una cara humana joven (Ilustración 214).

Thompson sugirió que un grupo de siete dioses pudo haber estado asociado a la
superficie de la Tierra, para complementar los 13 dioses celestiales y los nueve dioses
del inframundo. La superficie de la Tierra era el lado dorsal o la parte posterior de un
caimán flotante, rodeado de agua estancada y nenúfares, mientras que el interior de la
Tierra estaba asociado al Sol nocturno y al jaguar. Así como algunos cerros y montañas,
las cuevas (actunob) eran lugares sagrados, que se consideraban vivos. Se hacían
peregrinaciones para visitarlas y se les entregaban ofrendas. Las cuevas o grutas que
tenían estanques claros o cristalinos, o estalactitas y estalagmitas, se reverenciaban de
manera especial. Se consideraba que su agua era pura, virgen y no contaminada,
cualidades a las cuales los antiguos mayas llamaban zuhuy.
Algunas cuevas, como Naj Tunich (Casa de Piedras), localizada al este de Poptún, en el
área maya mopán, muestran textos jeroglíficos y escenas pintadas que incluyen figuras
humanas, cuyas fechas han sido situadas en el siglo VII DC (Ilustración 215). Desde los
tiempos del Preclásico, Medio y Tardío, hasta la llegada de los españoles, y en toda el
área maya (desde la cueva de Loltún, en Yucatán, hasta Naj Tunich, en Guatemala y
Actún Balam o Cueva del Jaguar, en Belice), las cuevas eran mojones muy especiales
en el circuito ritual y en la geografía sagrada de los mayas.

El inframundo ('mundo donde residía la muerte') tenía a Ah Puch o Cizin como uno de
sus habitantes. El análisis de Michael D. Coe sobre la cerámica funeraria del Período
Clásico ha proporcionado información acerca de una serie de seres sobrenaturales o
criaturas fantásticas que habitaban el mundo inferior. Dicho autor identificó varios
seres, entre ellos uno que, por lo general, fuma un puro; y otro, que ha sido asociado a
los cuatro pauahtuns que aparentemente se encontraban en las cuatro esquinas del
inframundo para sostener la Tierra, en un papel análogo a los cuatro bacabs terrestres
que sostenían el cielo.

Los antiguos mayas poblaron su cielo y su inframundo con criaturas fantásticas que,
normalmente, combinaban diversas partes del cuerpo, de diferentes animales, para
formar uno solo. Estas criaturas no existían en la naturaleza, pero eran usadas para
representar fuerzas naturales. Por ejemplo, entre diversos grupos mesoamericanos, el
relámpago estaba asociado cercanamente a los reptiles (culebras, cocodrilos y
lagartijas), y era representado como una criatura pequeña, con una pierna o pata en
forma de serpiente. Otras criaturas fantásticas se formaron al combinar animales que
volaban (murciélagos, búhos o loros) con mamíferos terrestres (jaguar, tapir, pizote,
cotuza), o anfibios (sapos, ranas) e incluso peces.

En resumen, los mayas imaginaron un cosmos cuatripartito, con cada cuadrante


asociado a un ser sobrenatural, al viento, al árbol del mundo, a un color y a otros
atributos. Esos seres sobrenaturales poblaban los tres niveles de su universo animista.
Tuvieron gran respeto por todas las cosas que poseían 'fuerza interior vital' o 'espíritu'.
La relación ideal entre el hombre y lo sobrenatural era de reciprocidad: el hombre podía
favorecer su buena suerte si hacía sus ritos y ofrendas en forma consciente, pero si
fallaba en su respeto y no cumplía la obligación de sus ofrendas, podía sufrir desastres
naturales.

Funcionarios Religiosos
En el Período Clásico (250-900 DC), existieron sacerdotes de tiempo completo que
practicaban una serie de ritos en los templos. La mayor parte de éstos tenía el espacio
interior muy reducido, pero por fuera eran grandes edificios, precisamente por estar
construidos sobre inmensas subestructuras piramidales, en cuya parte superior había, a
veces, cresterías elaboradas (Ilustración 216). Las subestructuras o pirámides servían
para elevar no sólo la estructura del templo, sino también para que los sacerdotes y los
especialistas practicaran sus rituales en las pequeñas cámaras superiores. Tales templos
de mampostería eran de acceso limitado (evidentemente restringido a la realeza y a la
nobleza), y se elevaban de la superficie del suelo, donde se movilizaba la gente común y
los individuos seglares. Fray Diego de Landa indicó que los antiguos mayas tenían
ídolos en los templos, en los que se practicaban ritos públicos, y que también los
señores, los sacerdotes y los nobles tenían oratorios e ídolos en sus propias casas, donde
podían hacer oraciones y ofrendas en privado. Este autor aseveró que 'tenían gran
muchedumbre de ídolos y templos suntuosos a su manera y aun sin los templos
comunes tenían los señores sacerdotes y gente principal oratorios e ídolos en casa para
sus oraciones y ofrendas particulares'.

Los restos arqueológicos corroboran las informaciones de Landa, puesto que hay
pruebas tanto de una religión pública (en los templos, sobre plataformas, en oratorios),
como de una religión privada (en las casas). Para comprender esta religión es necesario
saber más acerca de los cultos religiosos doméstico y público. Desgraciadamente, las
excavaciones iniciales se dedicaron, en su mayoría, a recuperar información sobre
rituales públicos, realizados en los edificios más monumentales y en los templos
situados sobre las altas pirámides. Unas cuantas excavaciones actuales se orientan a
recuperar información sobre rituales domésticos, de los nobles y del pueblo en general.
En vista de que el conocimiento respectivo aumenta paulatinamente gracias a las
excavaciones que se efectúan en Tikal, Río Azul y otros sitios, se podrá conocer
también el papel vital que desempeñaron los ritos y las ofrendas domésticas. En el
pasado, se puso mucho énfasis en los templos más suntuosos y, por lo tanto, la visión de
la religión maya se reducía a un segmento de la sociedad, la realeza, que era la que tenía
acceso a los templos.

En el siglo XVI, el sacerdocio maya tenía una jerarquía muy desarrollada. El sumo
sacerdote, muchas veces llamado 'obispo' por los españoles del siglo XVI, era el ah kin
mai o ahau can mai (ah: él; kin: Sol, día, tiempo, sacerdote; mai: posiblemente el
nombre del linaje o patronímico que significa tabaco pulverizado; ahau: señor; can:
culebra, discurso, contador de cuentos; mai: probablemente el patronímico). Los
sacerdotes inferiores, ah kinob ('los del Sol') y los u neen kah ('los espejos del pueblo')
debían fidelidad al sumo sacerdote, especialmente cuando servían en una capital
regional o pueblo principal, pero los u neen kah también oficiaban en los pueblos
políticamente dependientes.

En relación con los funcionarios religiosos de Yucatán, Landa afirmó:

Que los de Yucatán fueron tan curiosos en las cosas de la


religión como en las del gobierno y que tenían un gran
sacerdote que llamaron Ah Kin May, y por nombre Ahau Can
May, que quiere decir el (gran) sacerdote May, que era muy
reverenciado de los señores, el cual tenía repartimiento
de indios y que además de las ofrendas, los señores le
hacían presentes y que todos los sacerdotes de los pueblos
le contribuían: y que a éste le sucedían en la dignidad
sus hijos o parientes más cercanos, y que en esto estaba
la llave de sus ciencias, y que en éstas trataban lo más,
y que daban consejo a los señores y respuestas a sus
preguntas, y que [las] cosas de los sacrificios pocas
veces las trataban si no [era] en fiestas muy principales
o en negocios muy importantes; y que éstos proveían de
sacerdotes a los pueblos cuando faltaban, examinándolos en
sus ciencias y ceremonias y que les encargaban de las
cosas de sus oficios y el buen ejemplo del pueblo, y
proveían de sus libros; [además] atendían al servicio de
los templos y a enseñar sus ciencias y escribir libros de
ellas.

Que enseñaban a los hijos de los otros sacerdotes y a los


hijos segundos de los señores que les llevaban para esto
desde niños, si veían que se inclinaban a este oficio.

El sumo sacerdote funcionaba como un importante asesor del gobernante y enseñaba a


los hijos de los sacerdotes y de la realeza. Junto con sus sacerdotes subordinados,
controlaba el conocimiento relacionado con el calendario de 260 días, lo que indica que
el conocimiento de la escritura jeroglífica era posesión exclusiva de los sacerdotes y de
la realeza.

Otro funcionario religioso con actividades especializadas era el ah nacom, que ofrecía
los sacrificios humanos y estaba encargado de retirar el corazón, aún palpitante, y
entregarlo al ah kin. En el sacrificio humano, cuatro individuos (cada uno llamado chac)
tenían la tarea de sostener una de las extremidades de la víctima, que estaba pintada de
azul. Jerárquicamente, bajo estos individuos estaban los chilanob, o 'intérpretes rituales',
que recibían las respuestas de lo sobrenatural y las transmitían a los interesados; por lo
general, eran llevados en hombros por la gente. El papel de adivinador, o ahmen, un
cargo que estaba próximo a los más bajos de la jerarquía religiosa, ha sobrevivido entre
los mayas actuales. Los ah tamay chi' eran videntes, o sea, personas capaces de predecir
el futuro; otros, los wayasba, adivinaban por medio de sueños o señales.

Landa se refiere a ciertos funcionarios 'idólatras' y a las funciones que les


correspondían, de la siguiente manera:

Los más idólatras eran los sacerdotes, chilanes,


hechiceros y médicos, chaces y nacones. El oficio de los
sacerdotes era tratar y enseñar sus ciencias y declarar
las necesidades y sus remedios, predicar y echar las
fiestas, hacer sacrificios y administrar sus sacramentos.
El oficio de los chilanes era dar al pueblo las respuestas
de los demonios y eran tenidos en tanto que acontecía
llevarlos en hombros. Los hechiceros y médicos curaban con
sangrías hechas en la parte donde dolía al enfermo y
echaban suertes para adivinar en sus oficios y otras
cosas. Los chaces eran cuatro hombres ancianos elegidos
siempre de nuevo para ayudar al sacerdote a hacer bien y
cumplidamente las fiestas. Nacones eran dos oficios: el
uno perpetuo y poco honroso porque era el que abría los
pechos a las personas que sacrificaban; el otro era una
elección hecha de un capitán para la guerra y otras
fiestas, que duraba tres años. Este era de mucha honra.

Información Etnohistórica
En los registros etnohistóricos se alude a ciudades que tenían muchos templos,
adoratorios y casas, cubiertos con estuco calizo blanco. Por ejemplo, Villagutierre Soto-
Mayor dice de Tayasal, en el Lago Petén Itzá, que 'desde dos leguas se veían blanquear
las muchas casas y adoratorios'. Por lo común, los templos y las casas de los miembros
importantes de la sociedad estaban localizados en lugar elevado y en el centro de la
ciudad, mientras que las casas del pueblo se situaban en terrenos bajos. Villagutierre, al
describir la isla principal del Lago Petén Itzá, expresó:

No obstante la repulsa, que los principales de los itzaes,


y su gran Cacique Canek, hicieron a los padres misioneros,
los acompañaron y llevaron a ver el pueblo, cuyas muchas
casas, y grandes buhios, estaban por lo bajo de la isla; y
por el medio, y alto de ella, los cues, ú adoratorios de
sus infernales y falsos dioses, muy grandes, muchos, y muy
capaces.

En la década 1690, el propio Canek dijo a los sacerdotes españoles que visitaron al
gobernante Canek, en el Lago Petén Itzá, que en la gran isla que él gobernaba había 21
templos. El mayor de éstos era el del primer primo de Canek, Quincanek:

De los veinte y un cues, u adoratorios, que hallaron el


general Ursúa y los suyos, en la isla, era el principal, y
más grande, el del falso sumo sacerdote Quincanek, primo
hermano del Rey Canek. Este era de forma cuadrada, con su
hermoso pretil, y nueve gradas, todo de hermosa piedra: y
cada lienzo, o frente, como de veinte varas de ancho, y
muy alto.

Por lo general, se dice que los templos estaban construidos con gruesas paredes de
piedra, pero con techos de palma o paja. El templo de Quincanek ostentaba dos
esculturas especiales:

Y en el último escalón, o grada, al entrar, había un


ídolo, como en cuclillas, en forma humana, mal encarado.

Y dentro del templo, en el frontis, estaba otro ídolo, de


esmeralda bruta, que llamaban aquellos infieles el dios de
las batallas; era del largo de un geme; y se quedó con él
el general Ursúa.

Es significativo el uso simultáneo de 21 templos, ya que los arqueólogos muchas veces


se han preguntado cuántos de los templos descubiertos se usaron al mismo tiempo y con
qué propósitos. ¿Respondía cada templo a las mismas necesidades, pero para un
segmento diferente de la población? ¿Estaba cada templo dedicado a un ser sobrenatural
diferente o a un antepasado lejano? En otras palabras, ¿tenía cada templo la misma
función, pero para un segmento distinto de la población, o cada templo tenía una
función diferente, dedicada a honrar a un ser sobrenatural específico o a un antepasado?
Como se verá más adelante, en el caso de Petén Itzá existe evidencia sobre ambos
patrones. Para apoyar la segunda explicación (honrar a un ser sobrenatural específico o
a un antepasado) existe información proporcionada por Villagutierre Soto-Mayor, quien
describió el templo que albergaba la estatua de piedra Tziminchac ('tapir más
relámpago'), de la manera siguiente: 'Y entrando en uno de ellos vieron que estaba en
medio de él un gran ídolo de figura de caballo, hecha de cal y canto, muy perfecta'.

Años antes, cuando había sido herido el caballo de Hernán Cortés, éste lo dejó al
cuidado de los habitantes del lugar, quienes trataron de curarlo alimentándolo con lo que
hubieran alimentado a una persona noble que estuviera enferma: pollo, carne, flores.
Todos estos regalos y honores fueron prodigados al caballo, pero no pudieron curarlo.
El caballo murió de hambre y de sus heridas. A raíz de la muerte del caballo de Cortés,
el gobernante Canek reunió a sus líderes políticos para decidir qué hacer. Acordaron
erigir una estatua de piedra al caballo y colocarla en el templo principal, para que si los
españoles regresaban por el animal, al cual ya no podían devolverle la vida, por lo
menos vieran la estatua, que ellos reverenciaban y veneraban. Tomaron la palabra
tzimin, tapir, el mamífero de mayor tamaño que existía en Petén, para designar al
caballo. Desde entonces, usaron el término tzimin kaax ('caballo de monte') para
diferenciar al tapir del tzimin, palabra que desde entonces se aplicó al caballo.

Los mayas llamaron a la estatua 'caballo de relámpago', porque durante el viaje de


Cortés habían visto a los españoles disparar sus armas, y habían llegado a la conclusión
de que los caballos eran la causa de las explosiones que sonaban como truenos; creyeron
que la explosión de la pólvora era un relámpago. Al ver la profunda y ferviente
veneración de que era objeto la estatua del caballo, el padre Orbita, en un arranque de
fervor religioso, subió hasta la estatua y la hizo pedazos, que esparció por el suelo.

Distintos templos albergaban otros 'ídolos', estatuas y, evidentemente, servían también


para otros propósitos. En algunos templos especiales se oficiaban ceremonias para
distintos segmentos de la población y varios de ellos estaban dedicados a diferentes
seres supernaturales, pero no todos los miembros de las comunidades tenían acceso a
todos ellos. Algunos pobladores llevaban a cabo sus ritos sagrados en otros lugares,
tales como los bosques, las cuevas o cavernas.

Los demás templos o adoratorios eran comunes para toda la


gente del pueblo, para los cuales tenían muchos falsos
sacerdotes, y en ellos había innumerables ídolos de
variadas y abominables formas, materias, y nombres, que
sería largo de decirles. Y en ninguno de estos adoratorios
se hacían los sacrificios cruentos, de sacar los corazones
vivos, ni otros a este modo, sino es en aquél principal
adoratorio, o templo, que se consagró, y dedicó, sin saber
esta circunstancia, para que lo fuese de allí en adelante
el verdadero Dios, y señor nuestro. No siempre entraban
los infieles, que querían, en ninguno de estos
adoratorios, sino en el campo, en sus cavernas (que ellos
llamaban) en los montes, bosques, y cuevas, idolatraban.

La información etnohistórica también nos permite conocer las prácticas mayas de


enterramiento al momento de la Conquista. Cada persona recibía una forma de entierro
diferente según su rango u oficio. Por ejemplo, los nobles eran enterrados en tumbas, y
a veces se construían templos sobre esas tumbas. Los cuerpos de algunos señores eran
incinerados, y las cenizas se colocaban en grandes vasijas. En algunas circunstancias,
las cenizas se depositaban dentro de estatuas huecas, hechas de barro. La gente del
pueblo, con frecuencia, era enterrada bajo el piso de sus casas. Los sacerdotes se
enterraban con sus libros jeroglíficos, y los adivinos con sus piedras de adivinación.
Villagutierre Soto-Mayor indicó que los sacerdotes, de los alrededores del Lago Petén
Itzá, tenían analtehes o ahahtes, es decir, libros de corteza o códices, en los cuales
conservaban sus profecías.

La boca del cadáver podía ser llenada con maíz o con una cuenta de jade.
Frecuentemente, se colocaban vasijas con comida y bebida en las tumbas, y también se
depositaban estatuillas y ornamentos. Los lugares de veneración incluían no sólo los
templos, sino también las plazas, estructuras temporales, cenotes, el pie de la montaña,
las cuevas, el bosque, la milpa y la cima de los cerros.

Según Landa, era tabú para las mujeres entrar en los templos cuando los sacerdotes
hacían sacrificios. Sin embargo, en la ocasión en que se celebraban algunos ritos
especiales eran admitidas algunas mujeres ancianas. Landa escribió a propósito de las
mujeres mayas:

Eran muy devotas y santeras, y así tenían muchas


devociones con sus ídolos, quemándoles sus inciensos,
ofreciéndoles dones de ropa de algodón, comidas, bebidas y
teniendo ellas por oficio hacer las ofrendas de comidas y
bebidas que en las fiestas de los indios ofrecían; pero
con todo eso no tenían por costumbre derramar su sangre a
los demonios, ni lo hacían jamás. Ni tampoco las dejaban
llegar a los templos [cuando hacían] sacrificios, salvo
ciertas fiestas a las que admitían a ciertas viejas para
la celebración. Para sus partos acudían a las hechiceras,
las cuales les hacían creer sus mentiras y les ponían
debajo de la cama un ídolo de un demonio llamado Ixchel,
que decían era la diosa de hacer las criaturas.

Alfred M. Tozzer informó que a las mujeres lacandonas no se les permitía participar en
los rituales religiosos efectuados dentro de los recintos sagrados. Las descripciones de
Tozzer datan de los primeros años del siglo XX, mientras que las de Landa datan del
XVI. En este siglo parece que había en Yucatán una orden religiosa de mujeres célibes.
Varios siglos antes (500 a 800 DC), las mujeres reales (madres, esposas y descendientes
de los gobernantes) estaban involucradas en una amplia gama de ceremonias dentro de
los templos, y muchos de los ritos incluían sacrificios y derramamiento de sangre, como
se verá más adelante.

La quema de copal y otras substancias era parte importante de los ritos en los templos.
Villagutierre Soto-Mayor describió los incensarios, algunos con copal y otras ofrendas
quemadas, los cuales eran colocados en los pisos de los templos:

... y debajo, puestos en el suelo, tres sahumadores,


incensarios, o braseros, con estoraque y otros aromas, con
que hacían los holocaustos, y algunas hojas secas de maíz,
y en ellas envuelto estoraque; cosa, que no se vio, ni
halló en los demás ídolos, sino en éste: pues los demás,
sólo tenían para incensarlos, o sahumarlos, anime-copal...

Villagutierre, también registró evidencia etnohistórica de canibalismo y comparó a los


indígenas de Petén Itzá con los de Yucatán:

Y los indios naturales de aquellas islas y contornos de la


laguna, son sumamente sagaces y engañosos; y después que
se retiraron de Yucatán, se hicieron más feroces y
crueles; porque los de Yucatán no comían carne humana;
antes sí, siempre en lo antiguo sumamente aborrecían a los
indios mexicanos porque la comían. Pero estos itzaes
después de su retirada, eran, aún, con más exceso que los
mexicanos, dados a esta brutalidad, no dejando indio en
aquellas montañas, que cogiesen en guerra, ni españoles,
que no los sacrificasen y comiesen.
Y cuando no había de esta caza, sacrificaban los
muchachos, o mozuelos, más gordos, que habían entre ellos
mismos en aquellas islas. Y con ser tantas las
supersticiones, agüeros, y hechicerías, que los de
Yucatán, y estos, cuando estaban allá, tenían; ahora
usaban estos todas aquellas, y otras muchas más.

La Religión Maya según la Evidencia Arqueológica


Para comprender mejor la esencia de la religión maya prehispánica es necesario acudir a
los registros arqueológicos. Existen muchos elementos de la religión maya del siglo
XVI, para cuyo conocimiento resulta útil la evidencia arqueológica, entre los que
pueden incluirse los siguientes: 1) los templos, donde los sacerdotes efectuaban rituales;
2) los entierros de la realeza, de la nobleza y de los sacerdotes, los cuales requerían
especial atención para la colocación de la tumba, de su contenido y de las vasijas de
cerámica; 3) manchas de hollín o carbón en los pisos de los templos y otras estructuras,
las que indicarían la quema de copal u otras sustancias (prueba adicional de la quema de
copal sería la presencia de éste en incensarios encontrados en cenotes, cuevas, templos,
tumbas u otros lugares sagrados); 4) ofrendas de huesos humanos o de animales,
colocados intencionalmente como posible muestra de sacrificios de animales, de
humanos, o de canibalismo; 5) herramientas y objetos personales (dientes de tiburón,
espinas de raya, lancetas de obsidiana) dispersos en el piso de los lugares sagrados, lo
cual sería prueba de rituales de ofrendas de sangre; 6) colocación y contenido de
'escondites' dedicatorios en edificios públicos y residencias habitacionales de la nobleza
y del pueblo.

La creencia sobre una vida después de la muerte, la invocación del espíritu de un


antepasado y la reciprocidad entre los seres sobrenaturales inanimados y la realeza, son
tres aspectos de la religión maya que pueden reconstruirse cautelosamente a partir de los
datos etnohistóricos disponibles. Para reconstruir la religión maya antigua, se debe
integrar la información etnohistórica con los datos que contienen los registros
iconográficos y epigráficos.

Igual que los griegos, que hacían sacrificios cruentos y quemaban ofrendas durante los
rituales, ya fuera en templos públicos o en residencias privadas, los mayas realizaban
una serie de ritos que incluían ofrendas rituales y sacrificios, tanto en templos públicos
como en residencias particulares. Las excavaciones en los sitios han proporcionado
importante información sobre tales actividades. El típico templo del Período Clásico
Tardío era, por lo general, una estructura de dos o tres cámaras, con techos abovedados
de mampostería. El espacio del piso interior era usualmente muy limitado. Como se
mencionó antes, la construcción de los templos encima de masivas subestructuras
piramidales servía para separarlos del nivel del suelo ocupado por el pueblo común. Las
inmensas cresterías que frecuentemente adornaban los templos se utilizaban para
inspirar temor y para crear un impresionante monumento a lo sagrado (Ilustración 216).

Algunos de los templos más tempranos no son tan impresionantes como los construidos
posteriormente, durante el Período Clásico, principalmente, porque sus subestructuras o
pirámides son menos masivas. Como ejemplo de uno de aquellos templos tempranos, se
puede observar el hermoso edificio, prosaicamente llamado Pirámide E-VII-sub, de
Uaxactún (Ilustración 135). Esta estructura de la Fase Chicanel, del Período Preclásico
Tardío, fue excavada de 1926 a 1930, y está localizada en el lado oeste de la plaza del
Grupo E. El núcleo de la pirámide es de ripio y tierra, y la superficie exterior, de piedra
cubierta con estuco de cal. La pirámide sostenía una plataforma de dos niveles y tenía
una altura total de 8.07 metros. Dos agujeros de poste, en cada nivel, sugieren que la
plataforma pudo haber sostenido un sencillo templo construido con material perecedero,
quizás caña y palma. Cuatro escalinatas y 18 mascarones de estuco, que representaban
fuerzas sobrenaturales, adornaban los lados de la pirámide.

Varios edificios de la misma época han sido excavados en Tikal, en años recientes, por
Juan Pedro Laporte, especialmente la llamada pirámide Mundo Perdido (Ilustración
134). También se han encontrado algunas estructuras del Preclásico Tardío, en Lamanai
y en Cerros, en Belice, así como en El Mirador, en la parte norte de Petén. Mientras
continúen las excavaciones en los sitios de Nakbé, Río Azul y El Mirador, se recogerán
más datos sobre la arquitectura del Preclásico Tardío y sobre la evolución del templo
maya.

Se sabe de varios templos construidos con piedra durante el Clásico Temprano (250-500
DC). Estos, generalmente tenían una sola escalinata y un muro entre las cámaras,
interior y exterior, del edificio de dos estancias. La sala exterior era más accesible que la
interior. Esta última casi siempre tenía una entrada más estrecha y se llegaba a ella por
una grada ascendente. A veces se encuentra un altar, 'escondite' o estela especial en la
cámara interior. En la Estructura E-1, de Uaxactún, el recinto interior, de un templo de
dos aposentos, incluye un altar grande y, cerca de éste, un escondite que contenía
vasijas de cerámica invertidas, colocadas una sobre otra. Dentro de las vasijas de pasta
roja había una serie de dientes humanos, fragmentos de un cráneo, nueve cuentas de
jade, dos orejeras de jade y un pendiente, también de jade.

En Tikal se encontró una fabulosa estela tallada (Estela 31) en la cámara posterior de la
Estructura 33-2ª, que era la estancia interior de un templo temprano. La estela estaba
quemada y parcialmente dañada, lo que sugirió, a quienes realizaron la excavación, que
la estela había sido 'matada' o 'sacrificada', de modo intencional, antes de ser colocada
de nuevo en la cámara posterior del templo.

En Balakbal se colocaron por lo menos tres estelas en los templos, casi siempre en el
recinto interior. Una de ellas estaba pintada de rojo y enterrada cerca del centro del
muro trasero de otro templo. En Tikal, en Uaxactún y en otros sitios frecuentemente se
encuentra una estructura de templo superpuesta sobre otra estructura, lo que produce
una larga secuencia que permite reconstruir la evolución del templo maya. La planta y
la localización de esos templos demuestran, de manera altamente significativa, una
notable continuidad.

Los lugares sagrados conservaron tal carácter, puesto que se construyeron nuevos
templos sobre los más tempranos. La transformación inicial de un lugar profano en
sagrado ordinariamente implicaba la colocación de un 'escondite' dedicatorio, es decir,
una caja de ofrendas, colocado frecuentemente debajo de una escalinata que conducía al
templo o a lo largo de los ejes centrales de los edificios públicos. Los templos más
recientes, construidos en el mismo punto, a menudo no requerían la colocación de un
nuevo conjunto de escondites, por haberse construido tales templos encima de un lugar
consagrado previamente.
Existen pruebas de sacrificios de animales y de humanos, así como de la colocación de
ofrendas especiales en los templos y en otros edificios públicos, a lo largo de todo el
Período Clásico. Mucha de la evidencia de sacrificios de animales proviene de
'escondites' dedicatorios que contienen huesos de animales sacrificados (casi siempre
pájaros, felinos y reptiles). En dichos 'escondites', y también en las tumbas, se han
encontrado instrumentos que se usaban en el sangrado ritual, tales como espinas de
raya, dientes de tiburón y lancetas de obsidiana. Ocasionalmente, también se han
encontrado vasijas cerámicas invertidas, una sobre otra, las cuales contenían materiales
preciosos transportados de muy lejos (jade, conchas marinas, navajas o lancetas de
obsidiana y vasijas policromas).

De los 64 'escondites' excavados en Uaxactún, ninguno se encontró en montículos


domésticos. Antes bien, se encontraron en templos, palacios, plataformas y debajo de
las estelas. En su gran mayoría, los 'escondites' estaban en templos o situados en los ejes
de una estructura, en el centro mismo de la subestructura, o enfrente o debajo de la
escalinata central. Algunos 'escondites' estaban claramente relacionados con la
dedicación o renovación de estructuras particulares. Los más comunes pertenecían más
al Clásico Temprano (49 ejemplos) que al Clásico Tardío (14 ejemplos). En Uaxactún,
los 'escondites' contenían vasijas cerámicas, ornamentos de concha, jade, obsidiana
(lascas, núcleos, artefactos excéntricos), pirita de hierro, óxido de hierro y huesos de
animales o de humanos sacrificados. Resulta significativo que no se encontraran
figurillas cerámicas en los escondites de Uaxactún.

Los 'escondites' de muchos sitios del Período Clásico fueron parte de una religión
formal dirigida por el Estado, mientras que las figurillas eran parte de un culto
doméstico. Con el surgimiento de muchos especialistas de tiempo completo, que
intervenían en favor de la gente común, los miembros de las familias individuales no
podían comunicarse directamente con las fuerzas sobrenaturales. Por ejemplo, el lugar
(de la casa al templo) y el personal (de miembros de las familias a intermediarios de
tiempo completo) cambiaron en la época en la que se rescataron los primeros templos
estandarizados, lo cual es prueba tangible de modificaciones fundamentales en la
evolución de la organización sociopolítica y religiosa. Por lo tanto, no es sorprendente
que con tales reformas, las figurillas del Preclásico, que fueron hechas y usadas para
ritos domésticos, desaparecieran del registro arqueológico. El Estado y sus funcionarios
religiosos profesionales usurparon los poderes y privilegios de los miembros de las
familias individuales, así como de los adivinos y hombres religiosos de tiempo parcial.

Es manifiesta la evidencia de la quema de incienso (pom o copal) a partir de: 1) el


manchado, a menudo rosado o café, del estuco de cal en el piso del templo donde se
colocaban los braceros incandescentes; 2) el hollín y las manchas de carbón esparcidas
por el piso, las paredes y los techos de las cámaras del templo y 3) los platos y cuencos
o vasijas con soportes que contenían bolas de copal, tal como las encontradas en el
Cenote Sagrado, de Chichén Itzá, y en Uaxactún. La quema de copal y las ofrendas de
objetos preciosos en los escondites eran consideradas como 'sacrificios' por los antiguos
mayas. Puesto que uno de los colores del sacrificio era el azul, no es de sorprenderse
que las bolas de copal estuvieran pintadas de este color, así como lo estaban también los
cautivos y prisioneros, destinados al sacrificio mediante la extracción del corazón.

La evidencia iconográfica de las ofrendas y del derramamiento de sangre aparece en una


variedad de medios, los cuales incluyen murales, vasijas cerámicas y estelas. Por
ejemplo, los murales de Bonampak representan escenas de ofrendas de sangre, tanto de
nobles como de gente común. Los dinteles 17 y 24 (Ilustración 217), de Yaxchilán,
representan mujeres de la realeza, en el momento en que pasan por su lengua una cuerda
con espinas, la cual termina en una canasta que tiene papeles manchados con sangre.
También aparece prominentemente, en el Dintel 25 de Yaxchilán, una mujer que
sostiene una vasija con papeles manchados de sangre, una espina de raya y el jeroglífico
de derramamiento de sangre (Ilustración 218). Su cara, vuelta hacia arriba, contempla
una serpiente de dos cabezas, de cuyas fauces abiertas emerge el busto de un gobernante
muerto, vestido con traje militar. En el Dintel 15, de Yaxchilán, aparece otra mujer de la
realeza, en actitud de invocar el espíritu de un antepasado fallecido. Sostiene una
canasta que contiene una espina de raya, papeles manchados de sangre y la cuerda que
aparentemente usó para atravesar su lengua o algún otro órgano carnoso. Como en el
caso anterior, la figura observa una serpiente, de cuyas fauces sale la cabeza de un
antepasado fallecido. En ambos dinteles, 25 y 15, las mujeres de la realeza desempeñan
el papel central y, de hecho, están involucradas exclusivamente con el 'rito de la
serpiente', por el cual invocan el espíritu de los muertos.

Durante el Período Clásico, las mujeres de la realeza, de varios sitios de Petén, estaban
directamente involucradas en una diversidad de ritos, que incluían el derramamiento de
la propia sangre, los ritos de la apoteosis y la presentación de varios fardos rituales,
tocados militares y símbolos y parafernalia políticos. Ello, en contraste con la situación
descrita por Landa, en relación con Yucatán y con los años cercanos a 1500, según la
cual, a las mujeres les estaba prohibido entrar en los templos y participar en algunos
ritos religiosos.

Es clara la importancia de las mujeres reales durante el Período Clásico. Por lo tanto, las
declaraciones de Landa sobre la ausencia de mujeres en los ritos religiosos resulta
interesante, pero es preciso recordar que dicho cronista se refería al norte de Yucatán y a
una época cercana a 1500.

Las siguientes descripciones de Landa ofrecen una valiosa comparación y contraste con
los datos arqueológicos:

Que hacían sacrificios con su propia sangre cortándose


unas veces las orejas a la redonda, por pedazos, y así las
dejaban por señal. Otras veces agujereaban las mejillas,
otras el labio de abajo; otras se sajaban partes de sus
cuerpos; otras se agujereaban las lenguas, al soslayo, por
los lados, y pasaban por los agujeros unas pajas con
grandísimo dolor; otras, se harpaban lo superfluo del
miembro vergonzoso dejándolo como las orejas, con lo cual
se engañó al historiador general de las Indias cuando dijo
que se circuncidaban.

Otras veces hacían un sucio y penoso sacrificio,


juntándose en el templo los que lo hacían y puestos en
regla se hacían sendos agujeros en los miembros viriles,
al soslayo, por el lado, y hechos pasaban toda la mayor
cantidad de hilo que podían, quedando así todos
ensartados; también untaban con la sangre de todos
aquellas partes al demonio, y el que más hacía era tenido
por más valiente y sus hijos, desde pequeños, comenzaban a
ocuparse en ello y es cosa espantable cuán aficionados
eran a ello.
Las mujeres no usaban de estos derramamientos aunque eran
harto santeras; mas siempre le embadurnaban el rostro al
demonio con la sangre de las aves del cielo y animales de
la tierra o pescados del agua y cosas que haber podían. Y
ofrecían otras cosas que tenían. A algunos animales les
sacaban el corazón y lo ofrecían; a otros, enteros, unos
vivos, otros muertos, unos crudos, y otros guisados, y
hacían también grandes ofrendas de pan y vino y de toda
suerte de comidas y bebidas que ellos usaban.

Para hacer estos sacrificios, había en los patios de los


templos unos altos maderos labrados y enhiestos y cerca de
las escaleras del templo tenían una peana redonda y ancha,
y en medio una piedra de cuatro o cinco palmos de alto,
enhiesta, algo delgada; arriba de las escaleras del templo
había otra tal peana.

Para el funcionamiento del sistema sociopolítico maya fue particularmente importante la


ofrenda de sangre entre la realeza, puesto que de esa manera los antepasados se ataban
directamente a las fuerzas sobrenaturales. El autosacrificio fue una característica de las
religiones de los mayas y de otras culturas mesoamericanas, desde los tiempos del
Preclásico Temprano. Sin embargo, con el surgimiento del Estado, los ritos de
derramamiento de sangre, entre los sacerdotes, los nobles y la realeza, adquirieron
mayor importancia, ya que por medio de ellos se intervenía en favor del pueblo, en las
transacciones de éste con lo sobrenatural.

Los entierros han gozado del favor de los arqueólogos en su intento de reconstruir la
concepción maya de la vida después de la muerte. Se tiene noticia de entierros
localizados debajo de los pisos de las casas y de una diversidad de edificios públicos, a
lo largo de toda el área maya. La mayor parte de los entierros reportados en los templos
de Tikal, de Uaxactún y en otros sitios, son de adultos masculinos. La excepción
principal, en Uaxactún, fue el Entierro B1 de la Estructura B-VIII, que parece haber
sido construida como monumento mortuorio. Otra excepción, en Uaxactún, incluye
entierros de infantes y uno de una mujer adulta (Entierro E2, en la Estructura E-VIII),
que fue sepultada sin el cráneo. Esta mujer y algunos de los infantes parecen haber sido
víctimas de sacrificio. El tamaño de la muestra de entierros de montículos
habitacionales es todavía demasiado pequeña como para hacer inferencias definitivas o
sacar conclusiones finales.

Conclusiones
Los futuros proyectos de investigación arqueológica no deben dirigirse exclusivamente
a los templos, tumbas y edificios públicos del Clásico Tardío (600-900 DC). Antes bien,
se necesita nueva información detallada sobre las estructuras públicas del Preclásico y
del Clásico Temprano, si se quiere comprender mejor la evolución de las instituciones
públicas (templo, palacio) y del personal profesional (sacerdotes y escribas de tiempo
completo) que las administraban. También es preciso conceder especial atención a los
sitio más pequeños y a los centros de orden inferior que todavía son poco conocidos. La
evidencia disponible sugiere que los centros de orden inferior cumplieron servicios y
funciones diferentes en el Estado. La actual estrategia de excavación de una 'capital
central' ha limitado la habilidad para reconstruir las jerarquías religiosas, económicas y
sociopolíticas.

Para complementar el enfoque sobre las instituciones públicas es necesario hacer un


esfuerzo conjunto para comprender los cambios del culto familiar y de los ritos
domésticos, del Preclásico al Clásico, Temprano y Tardío. Es conveniente la excavación
completa de un número sustancial de montículos habitacionales, junto con el cuidadoso
trazo de todos los artefactos encontrados in situ sobre el piso. También se necesita la
excavación de patios y áreas exteriores de las casas y de grupos residenciales situados
alrededor de las plazas.

Este artículo refleja el hecho de que muchos de nuestros datos sobre la religión maya
prehispánica se refieren o describen la religión tal y como la practicaban los miembros
del estrato superior de la sociedad, pero revela menos sobre la gente del pueblo que
ocupaba los niveles inferiores. De alguna manera, en compensación de las
reconstrucciones de la religión maya prehispánica, que aquí se presentan, las cuales
están centradas en la élite, se debe considerar la información disponible sobre la gente
común en los modernos estudios etnográficos. Sin embargo, a ello se tiene que sumar la
dificultad de separar los legados del pasado, derivados de las nuevas prácticas paralelas
introducidas por los españoles. Si se aumenta notoriamente el conocimiento sobre la
gente común y sus rituales, desde el Preclásico hasta el Postclásico, se puede tener
alguna esperanza de llenar el vacío existente entre la época prehispánica y la moderna.
OSWALDO CHINCHILLA MAZARIEGOS
y HECTOR L. ESCOBEDO AYALA

Las Dinastías Mayas Clásicas:


Información Epigráfica

En algunos círculos no especializados en epigrafía maya, todavía está presente la vieja


concepción de los mayas clásicos como una sociedad de pacíficos agricultores, regidos
por sacerdotes, cuyas preocupaciones principales se situaban en los terrenos de las artes
y las ciencias. Supuestamente dichos sacerdotes se ocupaban en estudiar el eterno
transcurrir del tiempo, los movimientos cíclicos de los cuerpos celestes y el culto a
arcanas divinidades. Estas teorías, que predominaron en los estudios mayas hasta la
mitad del presente siglo, no carecían completamente de base. Los mayas clásicos, en
efecto, poseían un sistema astronómico y calendárico impresionante por su extensión y
exactitud, que evidentemente era parte importante en su concepción del mundo. Tablas
numéricas con cálculos del movimiento de los planetas y series de pronósticos
calendarizados ocupan buena parte de los códices que se conservan en el presente, y los
textos de los monumentos esculpidos conceden también amplio espacio a las fechas.

A partir de estudios de los patrones numéricos y de las asociaciones de éstos con los
demás signos, así como del estudio de los calendarios mesoamericanos coloniales, la
estructura básica del calendario clásico fue correctamente interpretada desde finales del
siglo XIX. En las primeras décadas del siglo XX, nuevos avances por las mismas vías
revelaron detalles adicionales sobre el cómputo del tiempo, y al mismo tiempo fue
posible elucidar la naturaleza de los cómputos lunares y planetarios. Tales avances
condujeron a algunos estudiosos a proponer erróneamente que los textos mayas trataban
exclusivamente de temas astronómicos y cronológicos. En aquella época, el progreso
del desciframiento de las inscripciones no parecía ofrecer ningún sustento a las
propuestas, planteadas con mucha anterioridad, sobre un contenido histórico de las
inscripciones.

La interpretación histórica de los textos mayas adquirió solidez en una serie de


contribuciones hechas por Heinrich Berlin y Tatiana Proskouriakoff, publicadas a partir
de 1958, las cuales se basaron principalmente en las relaciones entre los patrones de
distribución de las fechas y signos, reinterpretados en conexión con la iconografía de las
imágenes representadas junto a ellos. Según tales trabajos, los textos esculpidos del
Período Clásico tienen como tema central la glorificación de las élites gobernantes,
particularmente de los reyes, y contienen información valiosa sobre sus vidas y hechos.
La información cronológica que contienen parece servir más bien como un elaborado
marco que contribuía a colocar las realizaciones de los reyes en un contexto
astrológicamente significativo y en un plano semidivinizado. Se ha acumulado en las
últimas décadas una apreciable información sobre el contenido histórico de los textos.
El desciframiento fonético de los signos ha venido a reafirmar las interpretaciones
históricas, y ha permitido una vía metodológica para la lectura de muchos signos y
textos relevantes respecto de la historia clásica.
Es necesario puntualizar que la información contenida en los textos mayas no constituye
historia en el sentido moderno. El texto jeroglífico debe ser analizado como un
testimonio dinástico y, como tal, debe contrastarse con otras fuentes pertinentes. En
algunos casos, la evidencia arqueológica puede llenar esta función y, siempre que sea
posible, es conveniente comparar textos paralelos que reflejen variados puntos de vista
sobre los eventos. Las inscripciones pueden presentar una visión parcial e interesada de
los hechos, lo que se hace evidente al considerar que en su mayoría están grabadas en
monumentos que exaltan y glorifican a los protagonistas de tales acontecimientos. La
información genealógica, en particular, es fácilmente susceptible de manipulación, y los
listados dinásticos deben entenderse como las 'versiones oficiales' de la sucesión de
gobernantes. El imperio azteca proporciona un cercano ejemplo bien documentado, el
cual ilustra que, en circunstancias históricas particulares, los libros que contenían la
historia antigua fueron destruidos, con el objeto de reescribir los registros
correspondientes de acuerdo con las nuevas exigencias políticas.

Más grave aún es la notoria ausencia de información sobre temas económicos, tales
como la agricultura y subsistencia, y en general la ausencia de información sobre las
clases bajas de la sociedad maya. Es posible que hayan existido registros relacionados
con tales temas, escritos en libros que no perduraron hasta el presente, por lo que no
puede más que especularse sobre tales tópicos. Estas limitaciones deben tenerse en
mente para juzgar la información resumida en las páginas siguientes y que trata del
contenido histórico de los textos jeroglíficos.

La Vida de los Gobernantes


Nacimiento, entronización y muerte fueron los pasajes más importantes en la vida de los
señores mayas. En los monumentos erigidos a lo largo de su vida, los gobernantes
constantemente recordaban las fechas de su nacimiento y entronización, y registraban
cuidadosamente el tiempo transcurrido a partir de tales acontecimientos. Tales sucesos
eran solemnizados con series de rituales que incluían sacrificios y, en ocasiones,
parecían estar asociados a incursiones guerreras para capturar víctimas. En la fecha
9.16.0.14.5 (752 DC) nació en Yaxchilán el Gobernante Escudo Jaguar II. Para
conmemorar ese acontecimiento, su padre, Pájaro Jaguar IV, realizó un ritual de
autosacrificio y participó ocho días después en una batalla, en la cual capturó
prisioneros que fueron sacrificados en la culminación de las celebraciones.

Un momento decisivo en la vida de un príncipe era su designación como sucesor al


poder, y el mismo se marcaba con un ritual específico. Este parece ser un tema central
de las pinturas murales de Bonampak, en las que un niño de brazos presencia una serie
de ceremonias organizadas por su padre, el Gobernante Chaan Muan, en la fecha
9.18.0.3.4 (790 DC), con numerosa asistencia de nobles y miembros de la familia
Gobernante. El ciclo completo de las ceremonias representadas en los murales incluyó
una batalla y el sacrificio de los capturados en ella, y tuvo una duración aproximada de
dos años (Ilustración 209).

La vida de los jóvenes príncipes es objeto de atención en algunas inscripciones.


Seguramente recibían cuidadosa instrucción en las artes políticas, guerreras y rituales.
Se conocen algunos ejemplos de gran interés en los que los príncipes parecen haber
viajado a centros alejados de sus lugares de origen, al parecer con el propósito de
someterse a la tutela de reyes aliados políticamente con sus padres. El Dintel 2 de
Piedras Negras (Ilustración 213), por ejemplo, muestra a seis jóvenes en atuendo
militar, inclinados frente al Gobernante 2, quien aparece acompañado de otro joven,
quizás su heredero. Los nombres de los muchachos aparecen en el texto junto a sus
glifos-emblemas, y gracias a ello se puede establecer su origen. Uno de ellos tiene el
emblema de Yaxchilán, otro el de Bonampak, y los cuatro restantes provenían de
Lacanjá. Otro ejemplo, cuya trayectoria puede seguirse con algún detalle, es el de un
príncipe del Sitio Q (posiblemente se trata del sitio El Perú o Calakmul), conocido como
Garra de Jaguar, que acompañó al Gobernante 1 de Dos Pilas en las ceremonias del fin
de período, en 9.11.10.0.0 (662 DC), cuando tenía solamente 13 años de edad. Los
textos de Dos Pilas muestran que el Gobernante 1 era aliado del padre de Garra de
Jaguar, con quien participó en eventos guerreros.

La entronización de un gobernante se hacía en medio de complejos rituales, cuyas


reseñas narrativas constituían uno de los temas principales en el arte y la escritura maya.
Los registros de entronización mencionan cuidadosamente eventos de guerra y
sacrificios efectuados en asociación con dichos rituales. Hay evidencia de que, en
algunas ocasiones, el nuevo gobernante cambiaba su nombre al momento de acceder al
trono.

En Piedras Negras, el instante preciso de la entronización fue representado en estelas


diseñadas de acuerdo con un patrón fijo. Un buen ejemplo es la Estela 11 (Ilustración
219) que conmemora la entronización del Gobernante 4, en la fecha 9.14.18.3.3 (729
DC). El nuevo rey está sentado sobre una plataforma, rodeado de cortinajes y
enmarcado por el cuerpo de un monstruo celestial. El acceso a la plataforma se indica
por medio de una escalera sobre la cual se han dibujado pequeñas huellas de pies, lo que
indica la ascensión del nuevo gobernante a su trono. Tendida sobre un altar, a los pies
de la estela, aparece una víctima de sacrificio, a la que se le ha extraído el corazón, y un
ave sobrenatural corona la escena.

En la escultura de Palenque, los padres, vivos o fallecidos, aparecen sentados a ambos


lados de su hijo en el momento de la entronización de éste, en actitud de ofrecerle
objetos simbólicos. La Tableta del Palacio conmemora la entronización de Kan Xul, en
9.13.10.6.8 (702 DC, Ilustración 220). El nuevo gobernante recibe un pedernal
excéntrico y un escudo de manos de su madre, mientras que su padre, el gobernante
Pacal, le entrega un tocado. De ese modo, el nuevo rey literalmente recibía la
legitimación del poder de manos de sus padres. En el Altar Q de Copán (Ilustración
221), la figura del Gobernante Yax Pac aparece en la fecha de su entronización, esto es,
9.16.12.5.17 (763 DC), y a su lado están sentados 15 de sus antecesores en el trono.

La muerte de un gobernante fue sin duda un acontecimiento dramático. Se construían


cámaras y estructuras funerarias para albergar los restos de los gobernantes fallecidos, y
dentro de ellas se depositaban, como ofrendas, diversos objetos relacionados con su
rango, los cuales le servirían en el tránsito hacia el inframundo. Víctimas de sacrificio se
colocaban en estas tumbas.

Las inscripciones monumentales ofrecen registros detallados de los eventos


relacionados con la muerte de los gobernantes. La muerte del Gobernante 4 de Piedras
Negras, ocurrida en 9.16.6.11.17 (757 DC) y seguida tres días después por su entierro,
fue registrada en el Dintel 3 de ese sitio, y la inscripción indica el nombre del lugar
donde fue enterrado. En algunas de dichas tumbas, que han sido documentadas
arqueológicamente, se puede identificar el nombre del individuo enterrado. La Tumba
12 de Río Azul tiene pintada en una de sus paredes la fecha del entierro, 8 ben 16 kayab
(450 DC), y el nombre del individuo enterrado. La Tumba 116 de Tikal, localizada en la
base del Templo I, contiene varios artefactos inscritos con el nombre de su ocupante, el
Gobernante A, muerto en 9.14.11.17.3. La presencia de textos jeroglíficos en el interior
de las cámaras funerarias permite identificar con certeza a los ocupantes de las tumbas
como individuos históricos.

La iconografía funeraria en las tumbas aludidas es muy rica, y permite intentar una
reconstrucción del tránsito de los gobernantes después de la muerte. En la tumba del
Gobernante A de Tikal se encontró un depósito de huesos finamente incisos, algunos de
los cuales muestran al gobernante que navega en una canoa conducida por deidades,
acompañado por cuatro animales, presumiblemente en tránsito hacia el inframundo
(Ilustración 255). La lápida del sarcófago de Pacal, gobernante de Palenque, muerto en
9.12.11.5.8 (683 DC), muestra al rey descendiendo hacia el interior del inframundo,
cuya entrada se encuentra representada por dos grandes fauces abiertas; a la vez, de su
vientre surge un árbol, proyectado hacia arriba (Ilustración 222). Los antepasados de
Pacal aparecen en los lados del sarcófago, identificados también con árboles que surgen
de grietas en la tierra.

La precisión con que se registran las fechas de nacimiento y muerte de los gobernantes
permite calcular sus edades al morir, y permite al investigador moderno la posibilidad
de un control independiente para complementar los datos aportados por la Antropología
Física mediante el análisis de los restos óseos hallados en las tumbas. Estudios
osteológicos indican que el promedio de vida de los miembros de las élites era superior
al de la población común, y las inscripciones tienden a corroborar este hallazgo. De
acuerdo con los textos, muchos de los gobernantes alcanzaron una edad que
sobrepasaba los 50 años. Cierto prestigio acrecentado se derivaba de la longevidad de
los reyes: en sus monumentos, el Gobernante A de Tikal se declara orgullosamente
Señor de Cuatro Katunes, con lo cual indicaba que había alcanzado una edad superior a
los 80 años.

Sucesión Dinástica y Genealogías


Las secuencias de gobernantes pueden reconstruirse mediante el ordenamiento
cronológico de los registros de nacimientos, entronizaciones y muertes contenidos en
los textos de un sitio determinado. Este es, básicamente, el método usado por Tatiana
Proskouriakoff en su trabajo pionero sobre Piedras Negras, y tuvo el valor de estar
basado en testimonios más o menos contemporáneos de los eventos.

Ahora bien, en muchos casos es posible extraer de los propios monumentos, referencias
a hechos del pasado, e incluso registros de la sucesión de los gobernantes, escritos o
tallados por los propios artistas del Período Clásico. Las listas de sucesión de señores y
jefes de linajes ocupan una posición importante en los textos indígenas mesoamericanos
en general. Buenos ejemplos pueden leerse en las secciones finales del Popol Vuh y en
los códices del área mixteca. Las dinastías se identificaban a sí mismas como herederas
en largas líneas de sucesión que en ocasiones se remontaban a antepasados míticos,
probablemente héroes o dioses. La exaltación de los antepasados debe entenderse como
una manera de justificar y preservar el orden social y político establecido. Usando la
terminología de Mircea Eliade, los antepasados son arquetipos, cuyos actos constituyen
modelos dignos de imitación y a través de ellos las acciones básicas sustentan, en un
plano ideológico, al orden social, puesto que se repiten y renuevan permanentemente.

Varios patrones fueron utilizados por los escribas para registrar información
genealógica y dinástica. Los eventos principales de un texto con frecuencia llevan como
preludio citas de eventos similares ocurridos en el pasado, cuyos actores fueron los
antecesores del sujeto principal, quien de ese modo se identificaba con ellos. La lápida
del sarcófago de Pacal en Palenque (Ilustración 222), por ejemplo, rememora las fechas
de la muerte de nueve antecesores, en asociación con las fechas de nacimiento y muerte
del propio gobernante. Los largos textos de las tabletas del Templo de la Cruz, también
en Palenque, registran las fechas de nacimiento y entronización de ocho señores, como
introducción para los eventos relacionados con la entronización de Chan Bahlum, hijo
de Pacal.

La secuencia de gobernantes del Clásico Temprano, en el sitio de Yaxchilán, se


encuentra grabada en cuatro dinteles que presentan un registro de 10 señores,
numerados en su orden de sucesión, con información somera para cada uno sobre su
entronización y sobre la visita de uno o más dignatarios de centros vecinos. Los
monumentos fueron encargados por el décimo gobernante de la serie, cuyo reinado
ocupa el mayor espacio en el conjunto. Sus acciones aparecen nuevamente como la
culminación de una serie de eventos similares, protagonizados por sus predecesores.
Posteriores gobernantes de Yaxchilán, ya en el Clásico Tardío, continuaron
reverenciando este viejo listado; rescataron los dinteles para colocarlos en un nuevo
edificio y hasta repitieron mucha de la información contenida en ellos, en un nuevo
monumento, la Escalinata Jeroglífica 1. Gracias a las fechas que se incluyeron en la
escalinata, se sabe que los 10 reinados abarcaron un período de aproximadamente 180
años, entre 359 y 537DC.

La importancia concedida al mantenimiento de una línea de sucesión a partir de un


antepasado se refleja con máxima intensidad en las inscripciones de Copán, en las
cuales se plasmó su secuencia de gobernantes: las efigies de 16 señores sucesivos
aparecen talladas en los lados del Altar Q, cada uno de ellos sentado sobre el glifo de su
nombre o sobre un título honorífico (Ilustración 221). El observador puede repasar toda
la secuencia con sólo dar vuelta al altar, hasta alcanzar al más reciente, de nombre Yax
Pak, quien subió al trono en 9.16.12.5.17 (763 DC), y encargó el monumento, el cual
aparece sentado frente a frente con el más antiguo de los señores representados, cuyo
nombre era Yax K'uk' Mo'.

Aunque los nombres de los señores del Altar Q no están numerados como en la lista de
sucesores de Yaxchilán, el orden de la secuencia se corrobora al estudiar las cláusulas
nominales de cada gobernante en sus propios monumentos. Frecuentemente estos
nombres contienen una expresión 'hel' acompañada de un numeral, por medio del cual
se declara la posición del personaje en la secuencia que empieza con Yax K'uk' Mo'. Por
ejemplo, en la Tribuna Monumental del Templo 11, Yax Pak se calificó orgullosamente
como 'el decimosexto sucesor del fundador'.
Los glifos 'hel' numerados se presentan también en otros sitios. Los gobernantes de cada
centro (y seguramente muchos señores pertenecientes a linajes menores) parecen haber
mantenido recuentos de sus antecesores a partir de lejanos y reverenciados fundadores,
que son citados por su nombre o por medio de títulos especiales. Debe suponerse que
los escribas mantenían en sus libros cuidadosos registros de sucesiones y genealogías,
que no han llegado a la actualidad, y que debieron servir de base para los registros
asentados en la escultura. Las fechas asociadas a los antepasados fundadores se sitúan a
veces en un pasado tan lejano que ellos tienen que ser considerados necesariamente
como seres míticos, héroes o dioses. Tal sucede en Naranjo, donde en el Altar 1 el
gobernante declara ser el trigésimo quinto sucesor de un antepasado asociado en el
mismo texto con fechas situadas miles de años atrás. En contraposición, paulatinamente
se ha acumulado información que reafirma la historicidad de los gobernantes que
figuran en el Altar Q de Copán, incluyendo al primero. Hace pocos años se descubrió en
el sitio un monumento fechado en 9.0.0.0.0, que aparentemente menciona el nombre de
Yax K'uk' Mo'. Esa fecha coincide con las asociadas a dicho gobernante en textos del
Clásico Tardío, las cuales lo sitúan alrededor de la última parte del ciclo 8, entre el 426
DC y el 435 DC.

Frecuentemente se utilizaban palabras como 'linaje' y 'dinastía' para referirse a las


secuencias de gobernantes aludidos en las líneas precedentes, pero estos términos
llevaban implícita la existencia de relaciones de parentesco, en tanto que los glifos
utilizados en los listados de sucesores no tienen implicaciones semejantes. El énfasis
colocado en los fundadores ancestrales hace pensar que existió un ideal dinástico, que el
arte oficial también se esforzó en poner de manifiesto, pero no se dispone de datos
históricos fidedignos que permitan asumir que se mantuvo en todos los casos. Muchos
textos contienen aserciones explícitas de parentesco, las cuales constituyen evidencia
directa de los lazos genealógicos. Con particular cuidado, los reyes y miembros de la
nobleza maya rendían homenaje a sus progenitores; sus nombres con frecuencia se
añadían al nombre y títulos de la persona, y se marcaba el nexo por medio de glifos que
especifican la relación entre el sujeto y el padre o la madre (ver las Ilustraciones 223 y
224). En la actualidad se conoce un conjunto amplio de signos que especifica tales
relaciones, y cuyo significado puede demostrarse plenamente por el estudio de su
contexto y, en algunos casos, por su lectura fonética. Algunos indican la consanguinidad
en forma metafórica, en lo cual se asemejan notoriamente a algunas formas con las
cuales se indica tal tipo de parentesco en la actualidad. Se conoce la lectura fonética
maya para las siguientes relaciones de parentesco: atan, esposa; al, hijo de mujer; une,
infante o hijo de hombre; yum, padre; mam, abuelo materno; its'in, hermano menor;
sukun, hermano mayor; ichan, hermano materno; y huntan, objeto de cuidado o
devoción; o sea metáfora que denota hijo.

Los términos de parentesco permiten reconocer con certeza líneas genealógicas de


descendencia para períodos limitados. Por ejemplo, en las estelas y dinteles
correspondientes al Clásico Tardío de Tikal los nombres de los gobernantes usualmente
llevan sus expresiones de paternidad. El conjunto de textos proporciona un patrón
suficientemente consistente para poder reconstruir lazos genealógicos entre, por lo
menos, cuatro generaciones de gobernantes ubicadas de c 680 a 790 DC. Las propias
figuras de los padres a veces acompañan al gobernante cuando éste asiste a ciertos
eventos importantes, o bien se les presenta en forma semidivinizada. Este es el caso de
la Estela 1 de Yaxchilán, en la cual los padres de Pájaro Jaguar IV figuran
explícitamente en un plano sobrenatural, sentados dentro de sendos medallones
colocados sobre una banda celestial.

El glifo de su nombre, presentado en forma de tocado, permite reconocer a Nariz


Rizada, padre y predecesor del Gobernante Cielo Tormentoso, en el registro superior de
la Estela 31 de Tikal, desde donde dirige la mirada hacia su hijo (Ilustración 225). Nariz
Rizada fue un personaje histórico, que ocupó el trono de Tikal en la fecha 8.17.2.16.17
(379 DC), pero en la estela se le presentó transformado en un ser sobrenatural, con el
ojo cuadrado y bizco, la mandíbula inferior en forma de mano, y el cuerpo reducido sólo
a un brazo, ya que el resto fue sustituido por una serpiente de fauces abiertas. El propio
Cielo Tormentoso lleva en su traje símbolos relacionados con sus antepasados: el
nombre de su madre en el cinturón y el del antecesor mítico de los gobernantes
tikaleños en la orejera.

Varias preguntas que pueden surgir como corolario del anterior análisis, constituyen
temas esenciales para la comprensión de la organización social clásica. ¿Es posible
extraer reglas generales sobre los sistemas de sucesión a partir de los textos jeroglíficos?
¿Fue el parentesco un factor determinante en la transferencia del poder político?

El estudio etnográfico y etnohistórico de las sociedades mayas, desde el siglo XVI hasta
la actualidad, indica la prevalencia de sistemas de parentesco y sucesión patrilineales, y
la lectura de los textos jeroglíficos ha venido a confirmar la existencia de formas de
organización similares en el Período Clásico. Al comparar las secuencias documentadas
de los gobernantes correspondientes a los principales centros clásicos, se puede concluir
que el sistema de sucesión preferencial fue dinástico por la vía patrilineal, y tenía,
además, sucesión lateral entre hermanos combinada con la sucesión directa de padres a
hijos. Sistemas similares se registran entre las sociedades mayas del siglo XVI. Los
casos de sucesión por la vía materna parecen ser excepcionales.

El Papel de la Mujer
Cada vez es mayor la evidencia acumulada respecto a la importancia de la mujer en el
sistema político maya clásico. Es frecuente encontrar menciones y representaciones de
mujeres en los monumentos, en contextos en los cuales desempeñan papeles de diversa
índole. Los eventos importantes en la vida de estas damas eran quizás celebrados con la
misma pompa usada en aquellos vinculados a los varones. La espalda de la Estela 3 de
Piedras Negras (Ilustración 207), en efecto, relata varios eventos sobresalientes de la
vida de una señora noble, desde su nacimiento hasta su participación en varios rituales a
la par del Gobernante 3. Informa, además, sobre el nacimiento de una niña, seguramente
hija suya y del gobernante, en la fecha 9.13.16.4.6 (708 DC). La pequeña figura en el
monumento está sentada en un trono a la par de su madre.

Como podría esperarse, una de las funciones importantes de las mujeres era la de
esposas o consortes de los gobernantes, y madres de los sucesores. En algunos casos la
relación conyugal se indicaba explícitamente por medio de la expresión yatán, su
esposa, que aparece a veces entre el nombre de una mujer y el de un gobernante. En
otros casos puede inferirse la existencia de tal relación entre los padres de un individuo.
La poliginia era práctica común entre los nobles mayas. Tres mujeres aparecen
representadas en las esculturas del Gobernante Pájaro Jaguar IV en Yaxchilán. Una de
ellas fue la madre del heredero, Escudo Jaguar II, pero es probable que las tres hayan
sido sus esposas, puesto que aparecen tomando parte activa en la ejecución de
ceremonias similares.

Los lazos matrimoniales fueron un medio importante muy frecuente para establecer o
consolidar alianzas políticas. Se conocen muchos ejemplos de mujeres nobles que
contrajeron matrimonio con gobernantes de sitios alejados, tan alejados, para citar el
ejemplo más extremado, como Copán y Palenque.

Una red particularmente amplia de alianzas matrimoniales parece haber contribuido al


engrandecimiento de los gobernantes de Dos Pilas, en el fin del Período Clásico. Se
tiene noticia de la presencia de una señora de ese sitio en el sitio Arroyo de Piedra, en
tanto que los gobernantes I y III de Dos Pilas casaron con mujeres procedentes de Itzán
y Cancuén, respectivamente. Todos estos centros están relativamente cercanos, en el
área de los ríos de La Pasión y Usumacinta, pero se sabe que el alcance de las alianzas
de Dos Pilas llegó a ser mucho mayor. Una hija del Gobernante 1, de Dos Pilas, figura
prominentemente en los monumentos del sitio Naranjo en el noreste del Petén, y es sin
duda uno de los personajes más interesantes de la historia maya. Aunque se desconoce
la fecha de nacimiento de dicha señora, se sabe que llegó a Naranjo en 9.12.10.5.12
(682 DC) (Ilustración 223). Seis años después, en 9.12.15.13.7 (688 DC) dio a luz un
niño, que más tarde se convertiría en el gobernante de Naranjo, conocido como Ardilla
Humeante (llamado Gobernante IIa por Berlin). Se ignora quién fue el padre del niño,
aunque pudo haber sido un gobernante de Naranjo, cuyo nombre nunca se incluyó en
los monumentos esculpidos. En contraste, la Señora de Dos Pilas erigió varias estelas en
Naranjo, y es probable que haya ejercido el poder durante la niñez de su hijo, que no fue
entronizado sino hasta 9.13.1.3.19 (693 DC). Después de esta fecha, el registro
monumental de Naranjo se caracteriza por la dedicación simultánea de dos estelas en
cada Fin de Período, una erigida por Ardilla Humeante y otra por su madre. Esta
poderosa dama no fue olvidada en su tierra natal y su muerte, ocurrida en fecha incierta,
fue conmemorada en el texto de una banca jeroglífica en la lejana Dos Pilas.

Esta dama no fue un caso aislado de una mujer que detentara el poder en un centro
maya. En efecto, la Señora Zac K'uk fue soberana en Palenque durante tres años, antes
de cederle el poder a su hijo Pacal, en 9.9.2.4.8 (615 DC). Este rindió homenaje a sus
dos progenitores, cuyas figuras lo acompañan entre los relieves laterales de su
sarcófago. En el monumento que conmemoró su entronización, sin embargo, es decir la
Tableta Oval del Palacio, Pacal recibe los símbolos del poder solamente de manos de su
madre, y todo parece indicar que su padre no fue un gobernante del sitio.

La Guerra
De gran interés para la reconstrucción del sistema sociopolítico maya clásico es la
abundante información sobre la guerra, contenida en el arte y en las inscripciones
clásicas. La capacidad guerrera era un atributo importante de los reyes, quienes en sus
monumentos relataban sus victorias, con especial énfasis, destacando en particular la
captura de guerreros prominentes y señores de los centros vecinos. Los registros bélicos
ofrecen muchas veces posibilidades de contrastar textos paralelos y evaluar así la
veracidad del dato histórico. Rara vez se registra en un texto una derrota sufrida por los
señores de un sitio, aun cuando fuera desplegada de modo prominente en los textos del
sitio vencedor.

La captura de prisioneros de guerra evidentemente contribuía a elevar el prestigio de los


reyes y nobles. En los monumentos los señores aparecen de pie, sobre las espaldas de
sumisos cautivos, o en actitud de juzgar a éstos. El nombre de un cautivo prominente a
veces pasaba a formar parte de un título honorífico en el nombre de su captor. En
9.16.4.1.1 (755 DC), Pájaro Jaguar IV, de Yaxchilán, capturó a un enemigo conocido
con el nombre de Calavera Enjoyada, y desde entonces el título de Captor de Calavera
Enjoyada apareció junto a su nombre. Otro título usado comúnmente indica el número
de cautivos tomados por un rey y, evidentemente, la honra aumentaba con el número de
enemigos capturados. Pájaro Jaguar, por lo tanto, se hacía llamar también El de los
Veinte Cautivos.

Las acciones bélicas tenían un aspecto ritual. Hay evidencia de que en muchas
ocasiones se efectuaban durante estaciones especiales en el ciclo del planeta Venus,
fechas que eran aparentemente favorecidas por motivos rituales y astrológicos. En estos
casos, el glifo utilizado para indicar el evento guerrero consiste en un signo de Venus
colocado sobre el signo de la Tierra, o sobre el emblema del sitio que fuera objeto de
ataque. Las acciones guerreras se efectuaban muchas veces en estrecha asociación con
acontecimientos como la entronización de un rey o la designación de un heredero,
probablemente con el solo objeto de obtener víctimas de sacrificio. La analogía con la
Guerra Florida de los aztecas sugiere que en muchos casos pudo haberse tratado de
encuentros previamente estipulados, de pequeña escala, que no alteraban el orden
político.

Algunos autores se inclinan a pensar que la guerra maya era una prerrogativa de la élite,
donde el grueso de la población no participaba ni era afectada de manera directa. Tal
argumento no puede ser sustentado o rechazado con base en la interpretación del arte y
los textos jeroglíficos, ya que el objetivo de éste es siempre la glorificación de los
vencedores, quienes dedican espacio a las implicaciones rituales del conflicto, pero no a
sus aspectos materiales y económicos, en cuyo estudio es indispensable la evidencia
arqueológica.

Por otra parte, hay ejemplos bien documentados de eventos bélicos que debieron tener
consecuencias políticamente relevantes. Uno de ellos era la dominación de un centro
por otro, por un período más o menos largo. En la Estela 3 de Caracol, en la fecha
9.9.18.16.3 (631 DC), se registra un evento bélico efectuado en contra de Naranjo. Una
escalinata jeroglífica edificada en Naranjo para conmemorar el Fin de Período
9.10.10.0.0 (642 DC) confirma la veracidad de esta guerra. Dedicada a glorificar la
victoria de los gobernantes de Caracol, es evidencia de que ellos tuvieron el control
sobre Naranjo, por algún tiempo después de ese triunfo.

Los gobernantes de Quiriguá y Copán, Cauac Cielo y 18 Conejo respectivamente, se


enfrentaron en una batalla librada en 9.15.6.14.6 (738 DC), con el resultado de que el
rey de Copán fue vencido y muerto por su rival. Esta vez las consecuencias fueron
distintas, pero sin duda políticamente relevantes. Aunque Copán no parece haber
quedado bajo el yugo de Quiriguá, este pequeño centro se engrandeció después de la
victoria, y el rey vencedor tuvo un período de gran florecimiento en el arte monumental.
En sus estelas, las mayores del área maya, Cauac Cielo recuerda repetidas veces su
victoria, pero el acontecimiento no quedó grabado en ninguna inscripción de Copán.

La expansión territorial parece haber sido el objetivo de una serie de confrontaciones


protagonizadas por los gobernantes de Dos Pilas en el Clásico Tardío. Sus victorias
militares, junto con una extensa red de alianzas matrimoniales, les permitieron obtener
el control sobre una extensa zona en el área del Río de La Pasión. La expansión
territorial de Dos Pilas culminó en 9.15.4.6.4 (735 DC), cuando el Gobernante 3 derrotó
a Yich'ak Balam, rey de El Ceibal (Ilustración 212).

Visitas y Peregrinaciones
Las relaciones entre las élites de los centros mayas no fueron siempre de hostilidad.
Existieron entre ellos complejos sistemas de alianzas, lo cual se refleja a veces en los
registros sobre la presencia de nobles o de los mismos reyes de un centro, en otro. El
objetivo principal seguramente fue la creación o el fortalecimiento de alianzas entre los
gobernantes de las unidades políticas involucradas. Se han documentado ejemplos de
tales visitas durante la celebración de rituales, como la entronización de un gobernante,
por ejemplo. La presencia de reyes y nobles foráneos contribuía sin duda a la pompa y
legitimización de dichos sucesos. Una de las visitas está registrada explícitamente en el
Dintel 3 de Piedras Negras (Ilustración 256). El texto indica que Pájaro Jaguar IV, el
gobernante de Yaxchilán, efectuó un viaje 'en canoa' (por el Río Usumacinta), para
asistir a una ceremonia en el cercano Piedras Negras, en la fecha 9.15.18.3.15 (749 DC).
Ocasionalmente los nobles mayas recorrían largas distancias para visitar otros centros.
En el Panel 7 de Dos Pilas, se indica que en 9.12.13.17.7 (686 DC) el Gobernante 1 de
este sitio observó la entronización de Garra de Jaguar, su aliado del sitio Q. Por el
toponímico con que finaliza la inscripción se supone que el Gobernante 1 de Dos Pilas
viajó hasta Calakmul o El Perú, para presenciar este importante ritual dinástico.

Las peregrinaciones a lugares sagrados eran sin duda parte de la religión clásica, y se
encuentran registradas en algunas inscripciones. Las cuevas parecen haber sido lugares
particularmente favorecidos por los peregrinos. La cueva Naj Tunich, localizada en el
sureste de Petén, contiene inscripciones pintadas en sus paredes, las cuales indican que
ese fue sin duda un centro de culto, importante en la segunda mitad del siglo VIII
(Ilustración 215). Las pinturas muestran que fue visitado por nobles procedentes de los
sitios Xultún, Ixtutz y Sacul, localizados más de 50 km al norte de la cueva. Tales
lugares sagrados parecen haber sido territorios políticamente neutrales, a los cuales
podían acudir tanto los aliados como los rivales, de manera pacífica.

Danzas y Juegos
Las fuentes coloniales refieren la importancia de los bailes en diversas actividades
rituales públicas de los mayas. En los rituales más importantes era indispensable la
participación de los miembros de la élite en calidad de danzantes. Se danzaba al ritmo
de atabales, sonajas, caracoles, trompetas, silbatos y flautas, y los bailes se
acompañaban de comidas y bebidas embriagantes. Cientos de individuos,
principalmente varones, intervenían a veces en las danzas, que podían durar un día
completo sin interrupción.

La iconografía y los textos glíficos del Clásico confirman la relevancia que tenían las
danzas para la élite maya. Muchas escenas en el arte maya clásico representan a los
señores en el acto de bailar ak'ot. Los bailes se distinguen por los objetos o accesorios
que portan los danzantes, y por lo general se especifica el tipo de danza que se
efectuaba. En un dintel de procedencia desconocida, que tiene la fecha 9.16.16.12.2
(767 DC), Pájaro Jaguar IV, de Yaxchilán, aparece danzando con una serpiente en sus
manos; el texto que acompaña a la imagen indica que el gobernante está 'danzando con
la culebra' ak'otah ti chan, lo que recuerda las crónicas españolas que describen esta
variedad de baile en tiempos de la Conquista. Varias danzas se efectuaron en ocasión de
la designación del heredero al trono de Bonampak. En una de ellas, los danzantes lucen
enormes tocados, elaborados con plumas de quetzal. El texto que acompaña a uno de
ellos se refiere a este baile como ti k'uk', lo que quiere decir 'con las plumas de quetzal'.

Los bailes eran parte importante de los rituales de sacrificio. Fray Diego de Landa relata
que en algunas ocasiones los señores conservaban los huesos de los prisioneros de
guerra sacrificados y utilizaban como divisas en los bailes. El Rabinal Achí ejemplifica
las danzas asociadas a sacrificios humanos en el Altiplano de Guatemala. En este baile-
drama el protagonista baila ante sus captores antes de ser sacrificado.

Otra actividad importante de los nobles mayas era el juego de pelota. Las
representaciones muestran parejas de señores, que solían vestir trajes elaborados, y que
activamente se enfrentaban en el juego. Es evidente que el triunfo proporcionaba a los
jugadores un elevado prestigio. Uno de los títulos empleados ocasionalmente por los
gobernantes era el de ah pits o pitsil, o sea El del Juego de Pelota. Sin duda este juego
tuvo connotaciones asociadas al sacrificio humano.

Sacrificios
La ejecución de rituales y sacrificios parece haber estado íntimamente ligada al ejercicio
del poder político entre los mayas. Parte importante de las actividades de los
gobernantes era su desempeño en estas actividades, y de ellas se supone que derivaban
prestigio y legitimación. Los sacrificios eran parte importante de la religión maya, y ya
se aludió a su asociación con acontecimientos relevantes para la realeza. En el arte
clásico son abundantes las representaciones de personajes involucrados en estos rituales,
que incluían tanto el derramamiento de la propia sangre como la ultimación de otros
individuos, muchas veces cautivos de guerra. Se sacrificaban también algunas especies
animales, en especial venados, perros y pecaríes.

Landa describió los sacrificios efectuados en Yucatán en el siglo XVI, los cuales se
acompañaban de ayunos, continencias, libaciones, bailes y procesiones. Podían llevarse
a cabo en personas de ambos sexos, niños, adultos, huérfanos y esclavos, pero las
víctimas principales eran los cautivos de guerra. La sangre de los sacrificados era
utilizada para embadurnar imágenes de deidades. A veces, en una costumbre que pudo
ser la adopción del rito a Xipe Tótec que se hacía en México, los sacerdotes mayas, tras
haber extraído el corazón y desollado a la víctima, se vestían con la piel de ésta y
bailaban con gran solemnidad.

Las víctimas de los sacrificios recibían la muerte de varias maneras. La más tradicional
consistía en extraerle el corazón a la víctima, colocada de espaldas sobre un altar, con
las manos y los pies atados. Así aparece el sacrificado durante las ceremonias de
entronización del Gobernante 4 de Piedras Negras (Ilustración 219). Otra forma, que
consistía en matar al condenado a flechazos, está representada en los grafitos del
Templo II de Tikal. Landa describió precisamente este tipo de sacrificio, efectuado en
asociación con una danza: la víctima era desnudada, pintada de azul y llevada de pueblo
en pueblo, en medio de bailes. El día del sacrificio se ataba al condenado a un palo,
alrededor del cual bailaban varias personas que portaban arcos y flechas. El baile
concluía cuando todos los participantes habían asaeteado a la víctima en el corazón,
punto previamente marcado de blanco. La decapitación aparece con frecuencia en textos
de vasijas policromadas y en inscripciones monumentales. La evidencia arqueológica
confirma tales referencias. En sitios como Tikal, Uaxactún, San José y Colhá se han
encontrado ofrendas que contienen cráneos humanos.

También se sacrificaban seres humanos en rituales asociados al juego de pelota. Es


evidente que el sacrificio de cautivos de guerra se hacía ocasionalmente en estrecha
asociación con esta actividad. En la Escalinata Jeroglífica 2, de Yaxchilán, el cuerpo de
un cautivo muerto aparece dibujado dentro de una pelota que rueda sobre las gradas de
una escalinata (Ilustración 226). En la base del edificio, Pájaro Jaguar IV, vestido en
traje de jugador de pelota, espera listo para golpearla.

El derramamiento voluntario de sangre por personajes de la élite gobernante fue quizá


uno de los temas más importantes en el arte monumental de los mayas. Los gobernantes
y nobles mayas derramaban su sangre en pasajes críticos de su vida personal o de su
comunidad. Su sangre la vertían como ofrenda propiciatoria para sellar los sucesos
ceremoniales y para invocar el favor de los dioses. Los autosacrificios consistían en
cortes y perforaciones, hechos con espinas de raya, lancetas de hueso y navajas de
obsidiana, en las orejas, mejillas, labio inferior, dedos de las manos, lengua (Ilustración
217) y miembro viril. La manera de autosacrificio más frecuentemente representada en
el arte y las inscripciones clásicas es el llamado ritual de esparcimiento, muchas veces
asociado a celebraciones de Fin de Período, en el cual los gobernantes derramaban
sangre de sus manos, y quizá también granos de copal o de maíz. La sangre de los
sacrificios se recogía en cuerdas y papeles, que probablemente se incineraban después.
Algunos autores han señalado, de modo especulativo, que un objetivo de los
autosacrificios consistía en tratar de obtener visiones sobrenaturales inducidas por la
pérdida de sangre.

Dedicación de Monumentos y Edificios


En las inscripciones mayas hay varios verbos relacionados con la dedicación de estelas,
altares, tronos, templos y casas. Especialmente en el caso de los monumentos, las fechas
elegidas para las ceremonias dedicatorias se vinculan a celebraciones de fines de
período o a eventos astronómicos. La dedicación de monumentos escultóricos y
arquitectónicos implicaba la realización de rituales complejos, que incluían sacrificios y
la colocación de ofrendas en escondites al pie de las estelas o de los pisos de las
estructuras. Entre las ofrendas depositadas se incluían vasijas, objetos de jade, artefactos
de pedernal y obsidiana con formas excéntricas, espinas de raya, conchas e incluso
cráneos humanos. Ejemplos de la dedicación de casas o templos se encuentran en los
textos de Palenque. La inscripción de la Tableta del Templo de la Cruz Foliada relata
que el Gobernante Chan Bahlum dedicó los templos del Grupo de la Cruz en
9.12.18.5.7 (690 DC), y los designa como 'la casa de K'inich K'uk'', en memoria de uno
de los antepasados de este personaje.

La Nobleza Secundaria
En las secciones anteriores de este trabajo se ha concentrado la atención en los
gobernantes y sus parientes más inmediatos. Este énfasis no ha sido gratuito, ya que la
mayor parte de los textos clásicos se refiere primordialmente a los gobernantes, y son
ellos también quienes aparecen representados con mayor frecuencia en los monumentos.
Es evidente, sin embargo, que a su alrededor se movían cohortes de nobles y parientes,
así como cortesanos, artistas y servidores. Algunos textos hacen referencia a ellos, y en
ocasiones aparecen representadas sus propias imágenes.

Sin duda el testimonio más extenso de la complejidad de las cortes mayas se encuentra
en los murales de Bonampak. En estas pinturas figuran varios cientos de individuos,
entre los cuales, por su traje y su actitud, pueden distinguirse grupos de señores y damas
de elevado rango, guerreros, músicos y sirvientes. Estos últimos pueden contarse entre
los escasos ejemplos de personas de las clases bajas representadas en el arte maya, pero
los textos son mudos con respecto a ellas. No ocurre lo mismo con los miembros de la
nobleza. Las inscripciones permiten en muchos casos identificar a éstos por sus
nombres, conocer sus rangos u oficios y las relaciones que mantuvieron con los
gobernantes. Algunos tuvieron privilegios muy cercanos a los de éstos. En efecto,
participaban en muchas de las actividades de sus superiores, llevaban atuendos
parecidos a los de los reyes, y en ocasiones figuran como sujetos principales en sus
propios monumentos.

En los textos con frecuencia se indica el rango de los individuos por medio de títulos
especiales que acompañan a sus nombres. El título Ahau, quizás el mejor conocido,
estaba asociado estrechamente al rango de los reyes o gobernantes, pero a veces aparece
en los nombres de individuos que al parecer no eran reyes, sino quizás miembros
cercanos de las familias reales. No todos los Ahau tuvieron el mismo rango político, ya
que hay ejemplos bien documentados de personajes que ostentaban dicho rango pero
reconocían su subordinación frente a otro Ahau. De esa cuenta, en la Estela 3 del
pequeño sitio Arroyo de Piedra, el gobernante local aparece como 'el Ahau de' el
Gobernante 2 de Dos Pilas, centro mayor situado a sólo cinco kilómetros de distancia.

Otros títulos los utilizaba exclusivamente la nobleza secundaria. El más conocido era el
que David Stuart denominó 'subsidiary title', cuya lectura probablemente es sahal.
Aparece junto a los nombres de prominentes miembros de la nobleza, pero nunca se
presenta en el nombre de un rey. En algunos casos, estos individuos han podido ser
identificados como gobernantes de centros subordinados. El gobernante Pájaro Jaguar
III de Yaxchilán, por ejemplo, participó en una ceremonia de sacrificio en 9.16.15.0.0
(766 DC), a la par de un individuo cuyo nombre lleva el título subordinado. La
ceremonia quedó registrada en un dintel de La Pasadita, localizado en el área del
Usumacinta (Ilustración 227). El análisis conjunto de éste y otros dinteles atribuidos a
La Pasadita, que sólo llegaron a conocimiento de los estudiosos al aparecer mutilados y
dispersos en las colecciones de varios museos de Estados Unidos y Europa, revela que
el personaje subordinado era un gobernante de ese pequeño centro, que en sus
monumentos reconocía y glorificaba la soberanía del gobernante del cercano Yaxchilán.
Es evidente que estos señores mantenían una relación personal de dependencia respecto
a los reyes de los centros primarios, pues en algunos casos las inscripciones indican
específicamente que un personaje subsidiario es 'el sahal' de un gobernante principal.
Puede colegirse del ejemplo anterior que La Pasadita era un centro subordinado
políticamente a los gobernantes de Yaxchilán, y de este modo es posible comenzar a
reconstruir a grandes rasgos la organización política del área.

El uso del título subordinado se limita a los textos de la región del Usumacinta, y no
aparece sino rara vez fuera de ella. Empero, los nobles de rango secundario también
figuran en textos de otras áreas. Se encontró una banca esculpida en la Estructura 9N-82
de Copán, un pequeño palacio situado en un grupo habitacional 600 m al noreste de la
plaza principal de este sitio. Su inscripción, bellamente ejecutada en glifos de figura
completa, conmemoraba la dedicación del edificio en 9.17.10.11.0 (781 DC), y tiene
como sujeto principal a un individuo cuyo nombre no había sido registrado en otros
textos y que no era parte de la línea de gobernantes de Copán. En el final del texto, este
personaje se proclamaba como 'el Ah Ch'ul Na de Yax Pak', el rey de la época. Ah Ch'ul
Na (Ah K'ul Na en las lenguas yucatecas) parece ser un título aplicado, al igual que
sahal, solamente a nobles de rango secundario. Es probable que sea paralelo al título Ah
K'ul o K'ulel, utilizado en el Yucatán colonial para referirse a nobles que tenían
funciones de administradores, abogados u otras similares como intermediarios entre los
gobernantes y sus pueblos. Es posible que la Estructura 9N-82 y los demás edificios del
conjunto hayan sido el asiento de los miembros de un linaje prominente, cuyo jefe tenía
tal tipo de funciones al servicio del gobernante de Copán y que, en tal condición, tuvo el
privilegio de erigir semejante conjunto escultórico, en el que ratificó su posición de
subordinación en relación con el rey.

No es de extrañar que entre los nobles subordinados se hayan contado los parientes
cercanos de los gobernantes. Este podría ser el caso en el Clásico Temprano de Tikal, en
cuyas Estelas 3 y 7 el sujeto principal es un individuo que se proclama hijo del rey
Jabalí Kan, pero que aparentemente no fue a su vez gobernante. No hay certeza sobre si
el rey contemporáneo, cuyo nombre también aparece en estos monumentos, estaba
igualmente emparentado con Jabalí Kan. El personaje que figura junto al Gobernante
Escudo Jaguar II en el Dintel 58 de Yaxchilán era, según el propio texto, 'su tío materno'
(ichan).

La presencia de la nobleza subordinada en los monumentos permite al observador


moderno asomarse a las complejidades de la organización política y administrativa de
los mayas clásicos. Como siempre, debe recordarse que, en su gran mayoría, son las
conmemoraciones de rituales, hazañas guerreras y otros hechos sobresalientes, los
hechos que han llegado hasta el presente en las inscripciones monumentales. Los
miembros de dicha nobleza sin duda compartieron, en mayor o menor grado, el poder
político y la autoridad, y tuvieron injerencia en la vida diaria de la población en general,
pero no puede alcanzarse mucha precisión en la estimación de sus posibles funciones
administrativas y de control en aspectos tales como el económico y el judicial.

Es probable que haya habido muchos casos de antagonismos entre la nobleza y los
reyes, así como entre los nobles secundarios. Alrededor de 780 DC parece que ocurrió
en Copán una rápida multiplicación de los monumentos esculpidos, dedicados por
nobles subordinados. Se piensa que ello obedeció a una política deliberada del
gobernante, cuyo objetivo era mantener la estabilidad y unidad de su reino, al reafirmar
en dichos monumentos las relaciones de subordinación de dichos nobles quienes vivían
en los alrededores del centro, lo cual, a la vez, les confería a éstos prerrogativas
reservadas antes sólo a la realeza.

Artistas y otros Cortesanos


En las sociedades mesoamericanas en general era común una elevada estimación hacia
los artistas y escribas. Los testimonios de la época de la Conquista se refieren a estos
especialistas como personas respetadas y admiradas por su habilidad y conocimientos.
La actividad artística estaba íntimamente ligada a la religión, y con frecuencia los
artistas eran identificados como sabios y filósofos.

Tanto entre los mayas como entre los aztecas existía una conexión entre los monos y los
artistas. Esta asociación quizá tuvo su origen en el hecho de que los monos se
encuentran entre los especímenes más inteligentes y astutos del reino animal. El
componente glífico its'at, que equivale a la palabra artista, incluye a veces una cabeza
simiesca como signo principal. Además, una pareja de seres sobrenaturales con
apariencia de monos aparece con cierta frecuencia en las vasijas policromas clásicas, en
actitud de escribir en códices abiertos, sirviéndose de caracoles cortados
longitudinalmente a manera de tinteros y, con pinceles quizá fabricados con plumas de
ave. Estas deidades pueden identificarse como Hun Batz y Hun Chouen, medio
hermanos de los Héroes Gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, quienes, en venganza por
malos tratos, los convirtieron en monos. Hun Batz y Hun Chouen eran patronos de los
artistas y el Popol Vuh se refiere a ellos de la siguiente manera: 'Eran flautistas,
cantores, tiradores con cerbatana, pintores, escultores, joyeros, plateros: esto eran
Hunbatz y Hunchouen.' '... eran invocados por los músicos y los cantores, por las gentes
antiguas. Invocándolos también los pintores y talladores en tiempos pasados'.

Singularmente, los mayas clásicos se cuentan entre los escasos pueblos del mundo que
permitieron a sus artistas salir del anonimato y registrar sus nombres en cortas cláusulas
escritas en los monumentos y objetos de arte, lo cual puede entenderse como el registro
de sus propias firmas. En tales cláusulas el nombre del artista sigue a expresiones que
pueden traducirse como 'su escritura (o pintura)', o bien 'su escultura', según la
naturaleza de la pieza. Algunos nombres de artistas aparecen repetidos en varias piezas,
lo que ha hecho posible identificar varias obras de un mismo artista individual. Es
evidente, sin embargo, que muchos de los grandes monumentos esculpidos no eran
obras individuales, sino trabajos colectivos de grupos o escuelas de artistas. Una de las
estelas saqueadas del sitio El Perú, en el noroeste de Petén, presenta 10 firmas de
artistas distintos. Las cláusulas nominales de estos artistas con frecuencia incluyen
frases que especifican sus oficios, tales como Ah ts'ib, que significa pintor o escriba, o
Its'at, que equivale a artista.

Hay indicios de que por lo menos algunos artistas eran miembros de la más alta
nobleza. El autor de un importante texto pintado en un vaso de procedencia desconocida
escribió en él ser hijo de un rey de Naranjo y de una señora procedente de Yaxhá
(Ilustración 224). Otro ejemplo de la elevada posición social del artista se encuentra en
Copán, donde las excavaciones de la Estructura 9N-82 revelaron un conjunto de
esculturas que incluye la efigie tridimensional de un dios mono-escriba, equipado con
pincel y tintero, y otras figuras de escribas en la fachada. Es posible que los nobles
residentes en el palacio tuvieran una dedicación especial a ese renombrado oficio.

Los oficios de otros cortesanos se registraron ocasionalmente en los textos. El Panel 19


de Dos Pilas presenta una escena de autosacrificio efectuado por un niño, aparentemente
hijo del Gobernante 3 y de una dama procedente del sitio de Cancuén. Entre los testigos
del evento se encuentra un individuo cuya cláusula nominal lo distingue como 'el
guardián del joven' (u kan ch'ok), y es probable que su oficio fuera el de preceptor del
príncipe. Dicho individuo es llamado también 'el de Calakmul', lo que indica que
seguramente era originario de ese lejano centro, con el cual Dos Pilas mantenía
estrechos lazos políticos.

Otra categoría de individuos que merece atención es la de los enanos. Estos pequeños
personajes aparecen como figuras secundarias en algunos monumentos, particularmente
en las fechas de Fin de Período, y se identifican con sus nombres. Su forma de vestir
sigue un patrón regular, que incluye orejeras de jade y un tocado de tela de forma
cónica, y sus nombres contienen también patrones de signos particulares. El papel de los
enanos parece haber sido puramente ceremonial, y pudieron haber jugado un papel
importante en las ceremonias asociadas a los Fines de Período.

Conclusiones
Los rituales que marcaban acontecimientos biográficos, como nacimientos,
entronizaciones y muertes de los gobernantes, estaban íntimamente ligados al poder que
éstos ejercían. Tales sucesos eran sacralizados por medio de sacrificios humanos,
autosacrificios, danzas, juegos de pelota y, ocasionalmente, guerras. La presencia de
miembros de las dinastías reinantes y nobles de otros centros servía para legitimizar,
solemnizar y dar pompa a los rituales.

La relevancia en la representación de líneas genealógicas y la exaltación de los


antepasados pueden entenderse como formas de legitimar el derecho a la sucesión
dinástica. Además, las expresiones que señalaban el parentesco de los gobernantes con
deidades o antepasados míticos reflejaron el carácter semidivino que a ellos se
adjudicaba, así como también los mecanismos ideológicos empleados por los mismos
para preservar su posición. Las alianzas matrimoniales se utilizaban para consolidar o
establecer lazos políticos entre dinastías gobernantes de diferentes centros.

El desempeño de los gobernantes en las guerras era muy importante, y la captura de


prisioneros destinados a ser inmolados en rituales de la élite parece haber sido el
objetivo primordial de estas actividades. Sin embargo, algunos conflictos bélicos
tuvieron como objetivo la expansión territorial. Se desconocen las implicaciones
materiales y económicas de las guerras mayas, pero es evidente que los éxitos militares
se utilizaron para enaltecer el prestigio de los gobernantes victoriosos.

A pesar de que en su mayor parte los textos mayas se refieren a los gobernantes,
también hay referencias a los nobles que se movían alrededor de ellos. Se mencionan
los nombres, títulos y actividades de dichos nobles, y se les representa con vistosos
atuendos similares a los de sus señores. También hay referencias a artistas y cortesanos,
que eran tenidos en alta estima por los gobernantes. Todo ello indica la complejidad de
la organización sociopolítica de los centros mayas durante el Período Clásico.

Finalmente, como ya se ha explicado, los textos jeroglíficos proporcionan valiosa y


abundante información acerca de la vida de los miembros de las élites de los mayas
clásicos. Sin embargo, las conclusiones a las que puede arribarse por medio de los
estudios epigráficos, deben ser tomadas con reserva, ya que reflejan una visión parcial
de aquella sociedad. Está demostrado que las inscripciones representan la 'historia
oficial', es decir, una información registrada y manipulada por las élites, especialmente
por los gobernantes, para glorificar los principales sucesos de su vida y contribuir así al
mantenimiento de su condición social de privilegio. Por lo tanto, los resultados de los
estudios epigráficos deben contrastarse y complementarse con otro tipo de información,
proporcionada no sólo por textos paralelos, sino también por disciplinas como la
Arqueología, la Etnohistoria y la Etnografía. Solamente así será posible tener una
perspectiva objetiva de la historia, sociedad e idiosincrasia de los antiguos mayas.
OSWALDO CHINCHILLA MAZARIEGOS

Desarrollo de la Escritura en
Mesoamérica durante el Preclásico

Los pueblos mesoamericanos desarrollaron varios sistemas complejos de escritura en la


época prehispánica. Entre ellos ha atraído la mayor atención el utilizado por los mayas
de las Tierras Bajas. Es cada vez más evidente, sin embargo, que tanto la escritura maya
como los sistemas empleados por los pueblos de México, durante el Clásico y
Postclásico, fueron producto de un largo proceso que tuvo su origen en un amplio sector
del sur de Mesoamérica, a partir del Período Preclásico Medio. En el Preclásico Tardío,
varios pueblos de esta zona poseían ya sistemas de escritura, y eran capaces de
plasmarlos en monumentos, esculpidos con textos largos y elaborados.

El estudio de la escritura preclásica se ha visto limitado por varios factores, de los que,
sin duda, el más importante es el corto número de inscripciones que ha llegado hasta el
presente. Aunque muchos sitios tempranos son ricos en escultura, pocas piezas
presentan ejemplos de escritura, y a ello debe sumarse, con frecuencia, un pobre estado
de preservación, resultado de fenómenos de deterioro natural, así como de actividades
humanas. Los pobladores de épocas más recientes, en muchos casos removieron los
monumentos de su localización original, los mutilaron o los reutilizaron para propósitos
diversos. Todo ello hace altamente difícil la interpretación de una escultura, ya que se
ha perdido una gran cantidad de información sobre su relación con el sitio, como un
conjunto, además de que no permite estimaciones de la posición cronológica de las
esculturas por medio de asociaciones contextuales.

A pesar de tales problemas, gradualmente se ha acumulado un conjunto de evidencias


que, si bien es aún fragmentario, permite trazar a grandes rasgos un esquema de la
escritura preclásica y de su evolución.

El surgimiento de la numeración y del calendario se han estudiado, usualmente, en


relación con los inicios de la escritura, pues, aunque no forman parte intrínseca de ésta,
su existencia solamente es detectable al haber sido registrados en forma escrita. A su
vez, los textos calendáricos permiten el fechamiento preciso de los propios
monumentos.

En el presente artículo se hace énfasis en los ejemplos de escritura registrados en los


sitios arqueológicos de Guatemala. Para lograr un entendimiento más completo de estos
textos, es necesario colocarlos dentro del ámbito del desarrollo de la escritura en
Mesoamérica, como un conjunto, por lo que se ha incluido una discusión breve sobre
los jeroglíficos preclásicos encontrados en áreas adyacentes de México y El Salvador.

Sistemas Preclásicos de Escritura en Mesoamérica


Con base en el análisis comparativo de los textos conocidos en la actualidad, los
sistemas de escritura preclásicos se han clasificado en los dos siguientes grupos: 1)
Sistema de Oaxaca; y 2) sistemas Intermedios, o del Sudeste, que pueden subdividirse, a
su vez, en dos amplios grupos: a) Istmico Occidental, que abarca varios sitios de la
Costa del Golfo de México (Tres Zapotes, San Andrés Tuxtla, La Mojarra y Cerro de
las Mesas); y b) Izapano Mayor, que incluye las inscripciones tempranas de El Baúl,
Abaj Takalik y Kaminaljuyú, en el Altiplano y Costa del Pacífico de Guatemala. Los
ejemplos de escritura de algunos otros sitios (La Venta, Chiapa de Corzo, Izapa, El
Portón y Chalchuapa) no ofrecen información suficiente para clasificarlos dentro de
estos grupos.

La escritura surgió en Mesoamérica, al igual que en otras partes del mundo, como
resultado de un proceso gradual de desarrollo y a partir de otros sistemas de
representación gráfica, con tendencia hacia la estandarización y progresiva abstracción
de los signos, y la elaboración de formatos convencionales para su colocación. Hay
indicios de que todos los sistemas de escritura del área se derivan de un ancestro común.
No es posible, sin embargo, fijar con gran precisión su lugar de origen. Los primeros
pasos en el desarrollo de la escritura pudieron haberse situado en una gran área del sur
de Mesoamérica, desde el altiplano de Oaxaca hasta Guatemala. Aproximadamente, al
centro de esta región se encuentra el área nuclear de la cultura olmeca, que
probablemente desempeñó un papel importante en el surgimiento de la escritura y el
calendario mesoamericanos. Es posible que los olmecas no hayan llegado a poseer un
sistema desarrollado de escritura. En efecto, se conoce sólo un posible ejemplo en un
monumento olmeca: el Monumento 13, de La Venta, el cual lleva algunos signos que,
por su formato, pueden caracterizarse como un texto jeroglífico. Ha sido fechado en
relación con el año 600 AC, al final del Preclásico Medio, y es sin duda uno de los
ejemplos más precoces de escritura en Mesoamérica. A pesar de la escasez de muestras
de escritura, el arte olmeca presenta considerable riqueza en motivos sumamente
convencionales, que pudieron ser los precursores de la escritura (Ilustración 75). Los
olmecas desarrollaron un sistema icónico complejo, antes que los pueblos vecinos, y
mantuvieron una fuerte interrelación con todas las áreas que en épocas posteriores del
Preclásico poseyeron sistemas de escritura.

Aproximadamente contemporáneas al Monumento 13, de La Venta, son las primeras


inscripciones del valle de Oaxaca; es decir, el Monumento 3, de San José Mogote, y
varios textos de la Fase IA, de Monte Albán, asociados a los relieves de 'danzantes'.
Estos textos poseen formato columnar y numerales de barra y punto, y se ha
argumentado que registran fechas y probablemente nombres personales. En la fase
subsiguiente, Monte Albán II, se han identificado ejemplos de signos toponímicos, en
las llamadas 'lápidas de conquista', que han sido interpretadas como conmemoraciones
de victorias de los señores de Monte Albán sobre los pueblos vecinos. Se considera que
la escritura preclásica de Oaxaca es precursora de los sistemas de escritura que
posteriormente se desarrollaron en el altiplano mexicano.

Los ejemplos de escritura, clasificados en los Sistemas del Sudeste, se asocian


generalmente con monumentos en el estilo artístico Izapa. Comparten una serie de
rasgos con la escritura maya clásica, entre ellos la presencia de fechas de la Cuenta
Larga, expresadas mediante la combinación de Series Iniciales y Ruedas Calendáricas.
Estas Series Iniciales se caracterizan por presentar solamente coeficientes, sin los signos
para los períodos de la Cuenta Larga. Tienen ya, sin embargo, el Glifo Introductor
característico, que se presenta en formas muy parecidas a las de los textos mayas
clásicos. El signo del día figura casi siempre después de la Cuenta Larga, acompañado
usualmente por su número. La posición del mes, en cambio, no se registra en forma
separada en ninguna de las Series Iniciales que se han preservado; aparentemente, se
indicaba sólo por medio del elemento variable en el Glifo Introductor. El análisis del
mecanismo interno de estas fechas ha demostrado que parten de la misma data inicial
del calendario maya; y en la actualidad se acepta que son contemporáneas con los
propios monumentos.

La Estela 2, de Chiapa de Corzo, Chiapas, lleva la fecha coetánea más antigua que se
conoce en la actualidad. Aunque fragmentada, puede reconstruirse en ella una Serie
Inicial correspondiente a la fecha 7.16.3.2.13, 6 Ben (36 AC). Casi contemporáneo es el
Monumento C, de Tres Zapotes, Veracruz, que ostenta una Serie Inicial completa,
7.16.6.16.18, 6 Etznab (32 AC). Los glifos están dispuestos en dos columnas separadas,
e incluyen una serie de signos no calendáricos, desafortunadamente muy deteriorados.
A diferencia de lo usual en los textos mayas clásicos, la fecha no se encuentra colocada
al principio de la inscripción.

Alrededor del final del Período Preclásico, los habitantes del sur de Veracruz poseían un
sistema de escritura altamente desarrollado, que se encuentra documentado en dos
importantes textos: la recientemente descubierta Estela 1, de La Mojarra, que tiene dos
fechas de Serie Inicial, correspondientes a 8.5.3.3.5, 13 Chicchán 3 Kayab (143 DC); y
8.5.16.9.7, 5 Manik 15 Pop (156 DC), y la estatuilla de jadeíta de San Andrés Tuxtla,
con la Serie Inicial 8.6.2.4.17, 8 Cabán (162 DC). La inscripción de la Estela de La
Mojarra (Ilustración 228) es una de las más largas que se conocen en Mesoamérica. En
su mayoría, los signos están formados por trazos simples y angulares, y hacen pensar en
un sistema fuertemente convencional; se encuentran dispuestos en columnas verticales
separadas. Las Series Iniciales son las únicas fechas preclásicas conocidas que indican
la posición del mes, por medio de un coeficiente colocado junto al elemento variable del
Glifo Introductor de la Serie Inicial, lo que confirma que este elemento funcionó de la
misma manera que en las inscripciones mayas clásicas. La estatuilla de San Andrés
Tuxtla tiene, además de la Serie Inicial, un texto no calendárico, en el mismo estilo que
el Monumento de La Mojarra.

La Escritura Preclásica en el Altiplano y la Costa del


Pacífico

El Portón

El sitio arqueológico El Portón, Baja Verapaz, posee un monumento de gran


importancia para el estudio de la escritura preclásica. Se denomina Monumento 1
(Ilustración 86), y se trata de la parte basal de una estela tallada en esquisto, asociada
con un altar liso, el Monumento 2. El relieve se encuentra destruido casi por completo,
probablemente como resultado de mutilación deliberada, a excepción de algunos
motivos, poco discernibles, que están en la parte inferior derecha, y de una columna
vertical de glifos colocada en el borde derecho.
A diferencia de otras esculturas preclásicas, el Monumento 1, de El Portón, fue
encontrado probablemente en su localización original, lo que permitió estimar la fecha
de su colocación por medio de asociaciones contextuales. Los datos de excavación,
apoyados por una fecha de radiocarbono, indican que el monumento data de
aproximadamente 400 AC, en la transición entre el Preclásico Medio y el Tardío. La
presencia de este monumento evidencia que los pueblos del Altiplano de Guatemala
participaron en el desarrollo de la escritura desde épocas muy tempranas.

En la fecha de su descubrimiento (1967), en el texto podían distinguirse cinco glifos


individuales, relativamente bien conservados, aunque es evidente que la columna se
iniciaba más arriba. Estos glifos tienen un contorno cuadrangular, y se encuentran
separados por barras horizontales. La regularidad en la disposición de estas barras hace
poco probable que se trate de numerales, lo que ha sido propuesto anteriormente.
Algunos de tales signos individuales presentan similitud con glifos mayas clásicos, pero
no es posible ofrecer, con base en ellos, una interpretación coherente del texto.

El Baúl

En adición a su riqueza de piezas de escultura clásica, la región de Cotzumalguapa


posee monumentos preclásicos de singular importancia, uno de los cuales, la Estela 1,
de El Baúl (Ilustración 71), lleva una de las Series Iniciales más tempranas de cuantas se
conocen en Mesoamérica. Esta fecha se encuentra expresada en un formato poco usual:
en primer término se encuentra el signo del día, seguido por cuatro cartuchos ilegibles
de tamaño menor, y a continuación aparecen los coeficientes de los períodos de la
Cuenta Larga, sin el Glifo Introductor. La fecha, parcialmente destruida, puede
reconstruirse como 7.19.15.7.12, 12 Eb (37 DC). Una segunda sección del texto se
encuentra ocupada por una serie de bloques ilegibles, apareados en columnas paralelas,
disposición que sugiere que debieron leerse en doble columna. Este es el ejemplo más
temprano de ese orden de lectura, que posteriormente fue el preferido en los textos
mayas de las Tierras Bajas.

Abaj Takalik

El sitio de Abaj Takalik, localizado en Retalhuleu, ha llamado la atención por su riqueza


en monumentos esculpidos del Período Preclásico. Varios de éstos presentan textos, y
dos de ellos llevan fechas de Serie Inicial. La más temprana de éstas está registrada en
la Estela 2, que tiene una hilera vertical de glifos que muy probablemente estaba
flanqueada por dos representaciones humanas, una de las cuales ha desaparecido casi
por completo. Se distingue con claridad un Glifo Introductor de la Serie Inicial y un
numeral de barra y punto semidestruido, que puede reconstruirse como un siete. Aunque
el resto de la inscripción se ha destruido, el numeral remanente permite colocar la
inscripción en el ciclo siete, en fecha aproximadamente contemporánea a las estelas de
Chiapa de Corzo, Tres Zapotes y El Baúl. Un rasgo de importancia en esta Serie Inicial
es la presencia del signo Tun en el Glifo Introductor, que posteriormente fue típico de
las Series Iniciales mayas clásicas.

En mejor estado de conservación se encuentra el relieve de la Estela 5 (Ilustración 49),


que tiene una disposición similar a la Estela 2, con dos personajes ricamente ataviados
que confrontan una inscripción central. El texto presenta dos Series Iniciales completas,
que corresponden a las fechas 8.3.2.10.5 (103 DC) y 8.4.5.17.11 (126 DC). No es
posible distinguir detalles en los signos de los días, pero éstos se encuentran
enmarcados por los cartuchos con pedestal, típicos de los signos de los días mayas, y a
diferencia de otras Series Iniciales tempranas, no llevan números propios. Cada
columna termina con tres glifos no calendáricos.

Es posible que la Estela 5 haya ostentado también una Serie Inicial, de la que se
conservan solamente restos de dos numerales de barra y punto. Un cuarto monumento,
la Estela 1, muestra una pequeña área rectangular, enmarcada por una línea doble, que
sin duda portaba un corto texto, ilegible en la actualidad.

Dos esculturas de Abaj Takalik, el Monumento 11 (Ilustración 229) y el Altar 12, llevan
inscripciones que se distinguen en varios aspectos de las mencionadas anteriormente.
Los signos están colocados en patrones menos formalizados, y no se encuentran
colocados en paneles claramente delimitados, como es el caso de los otros monumentos.
Aparentemente, todos los signos son variantes en forma de cabezas humanas, de
animales o de seres míticos, de composición muy elaborada, que no se confinan a un
encuadre cuadrangular. Ninguno de los dos monumentos lleva fechas de Serie Inicial. El
Monumento 11 consiste en una gran roca sin modificación, que lleva una columna
vertical de cinco glifos en variantes de cabeza. Un sexto signo, con coeficiente 11,
aparece aislado. El Altar 12 presenta ocho glifos dispuestos a ambos lados de una figura
humana, en dos columnas ligeramente encorvadas hacia el centro. Presenta la
particularidad de que las variantes de cabeza en ambas columnas miran hacia el
personaje, disposición poco usual en las inscripciones mesoamericanas, en las que
generalmente los glifos están orientados hacia la izquierda. Por encima del personaje
aparece una banda celestial similar a las que se presenta en la iconografía maya clásica,
y que contiene los signos del Sol y Venus, en formas idénticas a las utilizadas en las
Tierras Bajas. Los lados del altar llevan 16 signos de figuras completas, humanas,
antropomórficas y de animales, enmarcados en cartuchos que se asemejan al Glifo
Introductor de la Serie Inicial.

Izapa

El sitio de Izapa, localizado en el área costera de Chiapas, a poca distancia de la frontera


con Guatemala, posee una enorme riqueza de escultura monumental, pero ha dado muy
pocas muestras de escritura. Se ha reportado solamente una indicación aislada de un día,
del ciclo de 260 días, en el Monumento Misceláneo 60, y dos ejemplos numerales de
barra y punto, en las Estelas 1 y 27.

Kaminaljuyú

El ejemplo más importante de la escritura de Kaminaljuyú se encuentra en la Estela 10,


que se ha fechado estratigráficamente en relación con la época de transición de la Fase
Verbena a la Arenal, entre 50 AC y 50 DC. El monumento presenta dos grandes signos
enmarcados por cartuchos con pedestal y acompañados por numerales de barra y punto,
que probablemente representan posiciones del ciclo de 260 días. Pueden observarse,
además, cuatro columnas de glifos finamente incisos, entre los que se distinguen
numerales de barra y punto. Algunos de estos signos tienen equivalentes en las
inscripciones mayas clásicas, notablemente el signo del uinal, al inicio de la segunda
columna. Un signo más aparece aislado junto a la cabeza del personaje, que
aparentemente es el sujeto principal de la escena.
En la Estela 21 (Ilustración 230) pueden distinguirse dos glifos incisos, que
probablemente conformaban el final de sus respectivas columnas de texto. Otros dos
monumentos del sitio, los Altares 1 y 2, seguramente llevaban inscripciones que se
encuentran en la actualidad completamente borradas.

Pueden citarse numerosos ejemplos, en Kaminaljuyú, de elementos glíficos


incorporados en los diseños esculpidos. Probablemente el caso más notable es el de los
Altares 10 y 11, que representan aves míticas esencialmente idénticas. En las alas de
estas aves se pueden distinguir los signos kin y akbal, que simbolizaban el día y la
noche entre los mayas de Tierras Bajas. Su localización en estas aves, un signo en cada
ala, sugiere que se encuentran conformando una oposición, y apunta fuertemente en el
sentido de que no sólo son formalmente idénticos a los signos mayas, sino que también
tenían el mismo simbolismo.

Chalchuapa

En relación con los textos del área meridional de Guatemala, debe mencionarse el
Monumento 1, de Chalchuapa, El Salvador (conocido también como Monumento 1, de
El Trapiche), fechado en el contexto del Preclásico Tardío o Terminal, y que presenta
ocho columnas de glifos en paneles separados. El monumento fue destruido
deliberadamente en tiempos antiguos, de modo que son pocos los detalles discernibles.
El único glifo que puede distinguirse en el texto es un ejemplo del uinal maya.

La Escritura Preclásica en las Tierras Bajas Mayas


En las Tierras Bajas de Petén y lugares adyacentes, la escritura se manifiesta
tardíamente en comparación con otras áreas, y se piensa que el estímulo original para su
desarrollo pudo provenir del contacto con las sociedades del Altiplano y de la Costa del
Pacífico, de Guatemala. La escritura maya clásica comparte una serie de rasgos con los
textos clasificados en el grupo Izapano Mayor, con el que sin duda mantuvo una
relación más estrecha que con otros sistemas contemporáneos.

Se desconoce el lugar de procedencia del monumento que tiene la fecha más temprana,
en el que con seguridad puede reconocerse la escritura maya de las Tierras Bajas: una
pequeña estela que lleva una fecha de Rueda Calendárica correspondiente a 8.8.0.7.0
(199 DC). La estructura del texto y los rasgos de los signos particulares son ya acordes
con los patrones de la escritura clásica, aunque la fecha aparece en un formato poco
usual. El siguiente monumento fechado es la Estela 29 de Tikal, cuya Serie Inicial de
8.12.14.8.15 (292 DC) se asocia con el inicio del Período Clásico.

Algunos otros textos han sido atribuidos al Preclásico Tardío, con base en un análisis
del estilo de los glifos; en su mayoría, se encuentran grabados en artefactos portátiles.

Conclusiones
Se hace necesaria una apreciación correcta de la escritura de los pueblos preclásicos
para lograr un mejor entendimiento de los procesos de desarrollo cultural de
Mesoamérica, lo que ha sido reconocido ampliamente en años recientes. El
desciframiento de los textos, a los que se ha aludido anteriormente, es un objetivo de
gran importancia en la investigación arqueológica sobre el área, cuyo alcance plantea
problemas de difícil solución.

A la escasez y mala conservación de los textos, deben agregarse los problemas


lingüísticos, pues se desconocen con certeza los idiomas de los habitantes preclásicos
del Altiplano y de la Costa del Pacífico, de Guatemala, en épocas tempranas. Existe una
fuerte base para clasificarlos dentro de la familia Mixe-Zoque, a la que seguramente
pertenecieron también los habitantes de la Costa del Golfo de México, con sus precoces
ejemplos de escritura. Por otro lado, no puede descartarse por completo la posible
presencia de poblaciones de lengua maya en el área meridional de Guatemala, en épocas
tempranas. Es muy probable que haya varios idiomas representados en el conjunto de
textos preclásicos que se conoce en la actualidad.

Las perspectivas del estudio de la escritura preclásica descansan, básicamente, en la


continuidad de investigaciones sistemáticas de los sitios preclásicos, que conduzcan a la
recuperación de un número mayor de inscripciones, en contextos que faciliten su
interpretación a la luz de los datos arqueológicos.
J. DANIEL CONTRERAS R.

Escritura Jeroglífica de los Mayas

La creación más notable de la civilización maya fue, sin duda, la escritura que utilizaron
en las múltiples inscripciones jeroglíficas descubiertas y que se siguen descubriendo en
los sitios que habitaron. Es tan característica esta escritura que, para algunos
distinguidos mayistas, no puede hablarse de cultura maya allí donde no existan vestigios
de aquélla, pues aunque se diga que los mayas tomaron los principios de esa escritura de
pueblos contemporáneos, fueron ellos los que la usaron con más amplitud y la llevaron
a la máxima expresión en toda el área mesoamericana. Las inscripciones están dispersas
en todas las ciudades de su mundo cultural, en monumentos, lugares y objetos diversos,
conservando siempre una unidad conceptual (Ilustración 231). Una serie inicial de
Palenque o Piedras Negras es semejante a otra de Copán o Quiriguá, al otro lado de la
geografía maya; y se dan el mismo tipo de signos e igual ordenamiento en la escritura,
en el complejo sistema de anotación cronológica, aunque puedan apreciarse variantes
locales de menor importancia.

Los caracteres o signos usados en la escritura maya reciben el nombre genérico de


glifos, abreviatura de la palabra jeroglífico (del griego hieros, sagrado; y glipho, grabar)
con la que se designa a las escrituras antiguas y, especialmente, a la egipcia. La mayor
parte de las inscripciones mayas conocidas se encuentran en estelas, altares y códices,
pero las hay también en columnas, dinteles, tableros, escalinatas, murales, así como en
objetos de hueso, jade, concha y en cerámica.

Los glifos tienen una forma poco más o menos cuadrada y se escribieron dentro de las
inscripciones cuidadosamente ordenados, en columnas. Las inscripciones cortas fueron
escritas en una sola línea, vertical u horizontal y, según el caso, la lectura se hace de
arriba hacia abajo o de izquierda a derecha. Cuando hay varias columnas la lectura se
hace por parejas: primero, las columnas A-B, luego C-D, después E-F, etcétera. Se
principia con el primer glifo de la columna A, se sigue con el primer glifo de la columna
B, luego el segundo de A, el segundo de B, el tercero de A, el tercero de B, hasta llegar
al último glifo de B. Entonces se sigue en la misma forma con las columnas C-D, y así
sucesivamente.

Cada glifo también puede ser un conjunto de signos: un elemento principal, simple o
compuesto, en el núcleo del glifo, más otros signos agregados a su alrededor, a los que
se denomina afijos. Estos pueden estar antes (prefijos), encima (superfijos), abajo
(subfijos) o después (postfijos). La transferencia de un mismo afijo, de prefijo a
superfijo o de subfijo a postfijo, parece que no introduce cambios en el significado del
glifo.

El elemento principal, y también los afijos, pueden ser simples o compuestos, de diseño
sencillo o complejo y, en algunos casos, pueden identificarse como representaciones de
objetos o animales. Es común, además, que un glifo convencional o geométrico tenga
variantes en formas de cabezas humanas, de animales o de seres fantásticos. Estas son
las variantes de cabeza.
El número de signos diferentes, identificados por J. Eric S. Thompson en su Catálogo,
es de 370 afijos y 356 signos principales, más 88 glifos clasificados como 'retratos', que
son cabezas humanas. El Catálogo fue publicado hace tres décadas y desde entonces se
han encontrado otros monumentos con inscripciones, en las cuales puede ser que haya
glifos que no estén en aquél.

El estudio e interpretación de las inscripciones mayas puede decirse que principió en el


siglo XIX, como consecuencia de las expediciones arqueológicas de los viajeros que
visitaron el área y del moderno descubrimiento de los códices. Un documento que tuvo
mucha importancia para estos estudios fue la Relación de las Cosas de Yucatán, escrita
por el Obispo Diego de Landa alrededor de 1560, pero divulgada hasta el siglo XIX por
el Abate Brasseur de Bourbourg. En su Relación, Landa incluyó muchas noticias sobre
la cultura de los mayas yucatecos, entre ellas, las referencias al calendario, dibujos de
los glifos de los días y de los meses, y un alfabeto de escritura maya que, por cierto, ha
sido causa de discusiones. Según los epigrafistas, la Relación de Landa es para la
escritura maya lo que la piedra Roseta para la egipcia, puesto que sirvió de punto de
partida para entender los fundamentos del calendario e iniciar las investigaciones. Por lo
anterior, en esta introducción se comenzará con el estudio de dicho calendario.

El Calendario y la Cuenta de los Tunes


Los glifos mayas más conocidos y estudiados son aquellos relacionados con el
calendario y la cronología, es decir, los glifos de los días, los meses, las unidades de
tiempo que se usan en los cómputos cronológicos y, desde luego, los glifos para escribir
los números.

Hablando de la manera en la que los mayas yucatecos contaban, el Padre Landa


escribió:

...Que su contar es de 5 en 5 hasta 20, y de 20 en 20


hasta 100, y de 100 en 100 hasta 400, y de 400 en 400
hasta 8 mil; y de esta cuenta se servían mucho para la
contratación del cacao. Tienen otras cuentas muy largas y
que las extienden ad infinitum contando de 8 mil 20 veces,
que son 160 mil, y después de irlo duplicando hasta que
hacen un incontable número... Que tienen mucha cuenta con
saber el origen de sus linajes... y eso procuraban saberlo
los sacerdotes, que es una de sus ciencias...

Landa se refirió a dos asuntos de interés para este artículo: que el sistema de cuenta de
los mayas era vigesimal (20, 400, 8,000, 160,000, etcétera); y que llevaban 'cuentas' o
crónicas del origen de sus linajes.

En las inscripciones jeroglíficas, los mayas escribieron sus números de dos formas:
utilizando puntos y barras o utilizando variantes de cabeza (Ilustraciones 232 y 237). En
la primera forma, que es la que se usó también en los códices, el punto tiene valor de
uno y la raya o barra, de cinco. Cuatro puntos son 4; una barra y dos puntos, 7; tres
barras y cuatro puntos, 19. Para escribir 20 tuvieron que recurrir al sistema de
posiciones, como hacemos nosotros con nuestro sistema decimal, sólo que, en el de los
mayas, un punto y el cero, que también tuvieron que usar, significa 20.

En las inscripciones de sus estelas y de otros monumentos grabados o esculpidos


usaron, además de puntos y barras, glifos de cabezas humanas para los números del uno
al 19 y para el cero (Ilustración 232). En algunos pocos casos, como en Quiriguá y
Copán, estas cabezas humanas se transformaban en figuras humanas completas
(Ilustraciones 236 y 238). Cada cabeza tiene algún elemento que la identifica y
diferencia: la del Uno es posiblemente una cabeza femenina que lleva un bucle enfrente;
la del Dos lleva como tocado un puño o mano; la del Tres lleva una especie de turbante
y, a veces, una especie de T mayúscula en la mejía. La T es símbolo de Ik. La cabeza
Cuatro es un dios solar con un gran ojo cuadrado; la del Cinco lleva como tocado un
signo tun, al que se aludirá adelante; la del Seis, una hacha en el ojo. La cabeza para el
número Siete tiene un lazo debajo del ojo; la del Ocho es la cabeza del dios del maíz
con un adorno en la frente. El número Nueve tiene barbas y manchas en la mejilla. El
número Diez es una calavera. La cabeza para el número Once lleva en la mejía un signo
que se asemeja a una interrogación, elemento típico del día Cabán. El elemento que
identifica a la cabeza para el número Doce es un signo del cielo. Las cabezas para los
números del 13 al 19 son arreglos o combinaciones de las cabezas de los números 3 al
9, con una mandíbula de la calavera, o número 10. Los signos de los numerales son
ampliamente usados en las inscripciones jeroglíficas, porque los nombres de los días y
de los meses, y de las unidades para el cómputo del tiempo, se asociaban siempre con
números.

Glifos de los Días


El calendario maya tiene 20 nombres diferentes para los días, que se suceden en el
mismo orden indefinidamente. Los glifos con que se escriben estos nombres (Ilustración
233) tienen, como elementos distintivos, dibujos convencionales que en algunos casos
están claramente relacionados con el nombre del día; Cimí, por ejemplo, significa
muerte y el glifo es una calavera o una cara de muerto; Ahau, varón o señor, es el diseño
simplificado de una cara humana. La mayoría de los nombres de día usados por los
mayas de Yucatán son iguales o semejantes a los nombres de los días en otros grupos
lingüísticos mayenses.

Ciclo de 260 Días


Los nombres de los 20 días nunca iban solos sino acompañados de un número, de uno a
13, que se les antepone. Se podría dar a éstos el nombre de números de serie, series de
13 que también se repiten indefinidamente, asociados a los días, en la forma como
aparecen en el Cuadro 21.

Y como 20 y 13 no son múltiplos entre sí, tienen que pasar 260 días (20 x 13) para que
un día cualquiera, 1 Imix, por ejemplo, vuelva a aparecer en el calendario. Eso quiere
decir que los 20 nombres de los días se convierten en 260 combinaciones o días
diferentes, con los que se forma un ciclo particular, que fue de mucha importancia para
los mayas: una especie de año ceremonial. En los textos indígenas, como el Popol Vuh
y el Memorial de Sololá, y en otros documentos indígenas de Mesoamérica, suele
usarse, como nombre propio, la combinación de número y día; por ejemplo, Oxib Queb
y Beleheb Tzi, en quiché (k'iche'), equivalen a 3 Manik, y 7 Oc, en yucateco. Conviene
aclarar que, al parecer, ésta no fue la costumbre maya de la época clásica, pues los
nombres identificados en los monumentos no usan esta combinación de día y número.

No se conoce el nombre que los mayas dieron a este ciclo, pero algunos autores lo
denominaron Tzolkín, 'Almanaque sagrado', y hasta con el nombre mexicano de
Tonalamatl, pues este ciclo se usó en toda el área mesoamericana.

Glifos de los Meses


Los mayas lograron, mediante observaciones empíricas, establecer con precisión la
duración del año solar, pero asignaron a su año civil sólo 365 días, sin la corrección del
año bisiesto, y lo dividieron en 18 meses de 20 días, más un mes complementario de
cinco días. Los nombres de los meses son Pop, Uo, Zip, Zotz, Tzec, Xul, Yaxkín, Mol,
Chen, Yax, Zac, Ceh, Mac, Kankin, Muan, Pax, Kayab, Cumkú y Uayeb. Se conocen los
glifos correspondientes a estos nombres, en diversas variantes (Ilustración 234). Los
elementos principales de los glifos de los meses, como en el caso de los glifos de los
días, son dibujos convencionales, aunque en algunos casos tienen relación gráfica entre
sí: Pop quiere decir estera o petate, y en el glifo de este mes aparece un trenzado que
sugiere el de una estera; Zotz quiere decir murciélago y su glifo es el dibujo estilizado
de este animal.

Algunos afijos usados en los glifos de los meses han sido identificados como signos
para designar colores: el superfijo de Zip y de Ceh significa rojo; el que llevan Yax y
Yaxkín, verde o azul; el de Zac, blanco, y el de Uo y Chen, negro. La palabra maya para
verde o azul es yax. El glifo Yaxkín podría traducirse como día o Sol verde o azul, pues
lleva como afijo yax y como elemento principal el glifo de kin, que significa día o Sol.
Los meses Chen, Zac, Yax y Queh tienen el mismo elemento principal, el glifo del día
Cauac.

El Haab o Año Civil


Los nombres de los meses, como los de los días, van siempre asociados a numerales que
indican la posición del día correspondiente en el mes, es decir el día 8 del mes Pop o el
día 19 del mes Cumkú. La primera posición en el mes, sin embargo, no corresponde a
uno sino a cero, pues los mayas contaban los días en el mes como unidades pasadas, de
la misma forma que nosotros contamos las horas del día. Si el Haab (año civil o solar de
365 días) comenzaba con el día 2 Ik 0 Pop, el día siguiente era 3 Akbal 1 Pop, y los
siguientes 4 Kan 2 Pop, 5 Chicchán 3 Pop, 6 Cimí 7 Pop, etcétera.
Durante todo el año, la posición Uno en el mes corresponderá siempre a Akbal con
diferente número de serie: 3 Akbal 1 Pop, 10 Akbal 1 Uo, 4 Akbal 1 Zip, 11 Akbal 1
Zotz, etcétera, pero como Uayeb, el último mes del Haab, sólo tiene cinco días, al año
siguiente la posición uno de cada mes se correrá cinco días y caerá en Lamat; el año
próximo, en Ben; después, en Etznab, para volver de nuevo al quinto año a Akbal como
1 Pop. Es decir, que sólo estos cuatro días pueden aparecer en la posición uno: por esa
razón eran conocidos como cargadores o portadores del año, cuch haab, en maya.
Cuando los castellanos llegaron a Yucatán, el calendario había sufrido un
desplazamiento y los cuch haab eran, entonces, Kan, Muluc, Ix y Cauac. Landa explicó
cómo eran las festividades de año nuevo que celebraban los mayas yucatecos y los
dioses que presidían cada año, según el día cargador.

La Rueda Calendárica
Un día designado con sus cuatro elementos: número de 1 a 13, nombre del día, posición
del día en el mes y nombre del mes; por ejemplo, 2 Ik 0 Pop, no se repite en el
calendario sino después de 18,980 días, o sean, 52 haab (años) o 73 ciclos de 260 días
(52 x 365 = 73 x 260 = 18,980). Este ciclo era también conocido entre otros pueblos de
Mesoamérica, (los aztecas, por ejemplo) y podía usarse para cómputos históricos que no
requirieran más allá de la vida de un hombre. Los mayistas llaman Rueda Calendárica a
este ciclo, que aparece muchas veces anotado en las inscripciones.

La Cuenta Larga
Los pueblos aborígenes conservaron, después de la llegada de los castellanos, recuerdos
históricos de su pasado reciente, ya sea mediante la transmisión oral de las tradiciones
de una generación a la siguiente, o mediante el registro de esos hechos en forma escrita.
El autor del Popol Vuh dice que 'Existía el libro original, escrito antiguamente, pero su
vista está oculta al investigador y al pensador'. Y de los yucatecos se dijo antes que,
según Landa, llevaban la cuenta del origen de sus linajes.

Los mayas clásicos dejaron ese registro en sus monumentos, y como las Ruedas
Calendáricas no cubrían el tiempo suficiente para los recuerdos de pasados remotos,
inventaron un complicado sistema cronológico, del que Sylvanus Morley escribió lo
siguiente:

...hecho y ponderado con tanto esmero que es difícil creer


que hubiera podido desarrollarse lentamente, primero una
parte aquí y otra por allá hasta que, gradualmente, tomara
su forma definitiva. Al contrario, parece ser el producto
de una sola inteligencia... aunque los datos del sol y de
la luna en que está basado indudablemente se venían
acumulando desde hacía varios siglos.

La unidad de tiempo usada en ese sistema para el cómputo del pasado fue un ciclo de
360 días, al que dieron el nombre de tun. Los 360 días son una cifra ideal para el caso
porque es divisible por 20 y apenas cinco días menor que el año civil. Las unidades
mayores del tun son katún, baktún, pictún, calabtún y kinchiltún, cada uno 20 veces
mayor que el anterior, así:

Kinchiltún igual a 20 calabtunes


Calabtún igual a 20 pictunes
Pictún igual a 20 baktunes
Baktún igual a 20 katunes (400 tunes ó 144,000 días)
Katún igual a 20 tunes (7,200 días)
Tun (360 días)

El tun tiene también subdivisiones para cómputos menores de 360 días: el uinal que es
igual a 20 días y el kin que es un día. 18 uinales equivalen a un tun (Ilustración 235).

Las fechas que se consignan en los monumentos clásicos usan normalmente los
baktunes, katunes, tunes, uinales y kines, con sus respectivos coeficientes, y terminan
con una Rueda Calendárica para registrar los tunes corridos desde el inicio de la
'historia' hasta el momento de la erección del monumento. Esta es la Cuenta Larga.
Algunas veces se consignaron fechas con pictunes, calabtunes y kinchiltunes que nos
llevan a millones de años en el pasado.

La Fecha Era
Para llevar la cuenta de los años en cualquier registro histórico es necesario fijar
previamente un punto de partida, una fecha era, que tenga algún sentido para el
cómputo. Los mayas hicieron eso para el uso de su Cuenta Larga fijando su día cero, o
fecha era, en un pasado remoto a más de 3,000 años antes de sus más antiguas
inscripciones conocidas. La fecha se identifica como el día 4 Ahau 8 Cumhú que,
cuando se registra en inscripciones, aparece como un final de 13 baktunes: 13.0.0.0.0, 4
Ahau 8 Cumhú (Ilustración 236), que corresponde, según Thompson, al año 3113 AC.

Es obvio que esta fecha era debe referirse a un mito legendario y no a un suceso
histórico real. Por eso, cuando se encuentran fechas que usan el mismo o parecido
sistema de anotación cronológica que el usado por los mayas, deben tomarse con alguna
reserva: pudiera ocurrir que estén usando una diferente fecha era.

Series Iniciales
Se da el nombre de Serie Inicial a la fecha que se consigna al principio de una
inscripción jeroglífica para registrar la erección del monumento. El primer glifo que se
pone en estas series es conocido como Glifo Introductor y se caracteriza, entre otras
cosas, por ser casi siempre de mayor tamaño que los otros glifos que le siguen. Después
del Glifo Introductor vienen los baktunes, katunes, tunes, uinales y kines, con sus
respectivos coeficientes, y luego la Rueda Calendárica y otros glifos asociados a la
fecha de la serie inicial. En las ilustraciones hay ejemplos de series iniciales. En la
Ilustración 237a se usan barras y puntos para los numerales. La fecha, que se escribe
convencionalmente 9.17.9.0.13 3 Ben 6 Kayab, está en la inscripción presentada en dos
columnas (A y B) con 11 espacios cada una. Se lee de izquierda a derecha y de arriba
hacia abajo en la siguiente forma:

Ubicación Contenido Cantidad de días


A1, B1, A2, B2 Glifo Introductor (en cuatro espacios)
A3 9 Baktunes 1,296,000
B3 17 Katunes 122,400
A4 9 Tunes 3,240
B4 0 Uinales
A5 13 Kines 13
Total 1,421,653

En B5 está el día 3 Ben, y en A11 el mes 6 Kayab, que constituyen la Rueda


Calendárica de la serie inicial. En esta Serie Inicial se está diciendo que han pasado
1,421,653 días, es decir más de 3,894 años, desde la fecha era al 3 Ben 6 Kayab, cuando
se erigió la estela. Los glifos colocados entre A6 y B10 registran datos complementarios
de la fecha. Algunos tienen significado ritual o religioso como el llamado glifo G (A6),
que es uno de los llamados nueve dioses o señores de la noche; otros están relacionados
con la edad de la Luna. El glifo que está en B8, glifo D, tiene un numeral cinco que
indica que en la fecha de la serie inicial, la luna tenía cinco días de edad; el glifo de A9,
glifo C, indica que la luna estaba en la tercera lunación de un grupo de seis lunaciones;
el glifo de la posición B10, glifo A, lleva un numeral 10 a la derecha de un glifo lunar
para, indicar que la lunación corriente será de 30 días. El glifo lunar tiene valor de 20.

Los mayas hicieron muchas observaciones sobre la Luna y establecieron que una
lunación era de más de 29 días y de menos de 30; además, hacían los ajustes necesarios
mediante el uso de grupos de lunaciones.

En la otra serie inicial (Ilustración 237b), los numerales se escribieron con variantes de
cabeza. La fecha 9.11.6.2.1, (3 Imix 19 Ceh), se lee en parejas de columnas, así:

A1-B2 Glifo Introductor


A3-B3 9 Baktunes
A4-B4 11 Katunes
A5-B5 6 Tunes
A6-B6 2 Uinales
A7-B7 1 Kin
Números de Distancia
Después de consignar una fecha mediante una Serie Inicial ya no es necesario escribir
otra Cuenta Larga para anotar otras fechas importantes en la inscripción; basta con
agregar o restar los katunes, tunes, uinales o kines que se requieran para cubrir la
distancia o intervalo entre la Serie Inicial y la otra fecha que se desea anotar para llegar
a otra Rueda Calendárica. Estos eran los llamados números de distancia o series
secundarias, que se usaban en las inscripciones y que tienen la peculiaridad de escribirse
en sentido inverso a la serie inicial, es decir, que primero se escriben las unidades
menores y de último las mayores (de kines a baktunes), además que suelen abreviarse
suprimiendo el glifo de la unidad menor. Si un glifo uinal aparece con dos numerales,
debe entenderse que uno es del uinal y el otro de los kines, cuyo glifo se omitió.

Por algún tiempo se discutió sobre el significado de las series secundarias (números de
distancia) y hasta llegó a suponerse que servían para ajustar el calendario maya, pero
ahora, con las nuevas interpretaciones históricas de las inscripciones, parece que se les
ha encontrado su verdadero significado.

Fechas en Finales de Período


En algunos casos no fue necesario escribir toda una Serie Inicial para consignar una
fecha de la Cuenta Larga; por eso se abrevió ésta, suprimiendo algunos datos que se
obtienen por el contexto, de la misma manera que se dice que es un modelo 90, al
referirse a un automóvil, con la seguridad de que nadie dirá que se trata de 1690. Así, en
lugar de escribir 9.15.0.0.0, 4 Ahau 13 Yax se podía escribir 4 Ahau 13 Yax, final de 15
katunes con la seguridad de que esta fecha, así abreviada, era confiable para un registro
histórico, puesto que una Rueda Calendárica 4 Ahau 13 Yax, como final de un katún
cualquiera, sólo se repite después de 18,720 años.

La Cuenta de los Katunes


En el Período Postclásico, el sistema de anotación de fechas se abrevió mucho más: ya
no se anotó el coeficiente del katún ni la posición en el mes del Ahau correspondiente al
final de katún. Se anotaba la fecha cuando se decía final de Katún 11 Ahau, Katún 9
Ahau, Katún 7 Ahau, etcétera. hasta volver a otro Katún 11 Ahau, cosa que ocurre cada
13 katunes o sean 260 tunes (13 x 20) que equivalen a 256 años y 160 días.

Así era como se llevaba la cuenta del tiempo en la época de Landa, y así se consigna en
los Libros de Chilam Balam:

El 11 Ahau Katún, primero que se cuenta, es el katún


inicial. Ichcaansihó fue el asiento del katún en que
llegaron los extranjeros de barbas rubicundas, los hijos
del sol, los hombres de color claro.
Ay! ¡Entristezcámonos porque llegaron!

Landa reproduce un dibujo elaborado en época posterior a la Conquista (tiene números


romanos y letras castellanas) que indica la secuencia de los días Ahau como final de los
katunes: 11, 9, 7, 5, 3, 1, 12, 10, 8, 6, 4, 2, 13 (Ilustración 240). Como se comprende,
este sistema de llevar la cuenta del tiempo era sumamente deficiente y ya no tenía la
precisión de la Cuenta Larga o de los finales de período.

Correlación de la Cronología Maya con la Cristiana


La fórmula de convertir las fechas mayas de las Series Iniciales a la cronología cristiana
es un tema que todavía se discute. Heinrich Berlin, uno de los más distinguidos
epigrafistas contemporáneos, prefería no usar fechas cristianas en sus trabajos de
epigrafía maya.

El problema surge del hecho de que los sucesos, para los cuales se tiene fecha cristiana
y maya, están registrados dentro de la cuenta de katunes y ya sabemos que un final de
un día Ahau, en esta cronología, puede repetirse cada 260 tunes, lo que significa que al
darle a una fecha maya un valor de fecha cristiana se pueda incurrir en un error de 256
años. Pero se han realizado estudios cuidadosos y se acepta como la correlación más
confiable, la que considera que el final de Katún de la Cuenta Larga 11.16.0.0.0 13
Ahau 8 Xul cayó el día 14 de noviembre de 1539

Esta es la correlación conocida como Goodman-Martínez-Thompson. De acuerdo con


ella, las fechas de Baktún 9, que llevan la mayoría de las inscripciones clásicas, caen
dentro de los siglos V y IX de la era cristiana.

Los Códices
Los códices ocupan lugar especial en el estudio de la escritura jeroglífica maya. Estos se
salvaron de los autos de fe, organizados por los frailes para combatir las creencias
religiosas de los indios, y de la destrucción inexorable del tiempo y de los elementos.
Refiriéndose a los códices, Landa hizo la siguiente anotación:

...escribían sus libros en una hoja larga doblada en


pliegues que se venía a cerrar toda entre dos tablas que
hacían muy galanas, y que escribían de una parte y de otra
en columnas, según eran los pliegues; y que este papel lo
hacían de las raíces de un árbol y que le daban un lustre
blanco en que podían escribir bien.

...gran número de estos libros de estas sus letras, y


porque no tenían en que no hubiese superstición y
falsedades del demonio, se los quemamos todos, lo que
sintieron a maravilla y les dio pena.
Los códices que hoy se conocen son, como indicó Landa, largas tiras de una especie de
papel que los indios fabricaban con corteza del amatle y recubrían, en ambos lados, con
fino estuco de yeso donde escribían y pintaban sus jeroglíficos y dibujos. Los códices
están doblados en forma de biombo. Por conveniencia, para referencia, se da el nombre
de página a cada doblez, pero los textos se escribieron a lo largo del códice, de izquierda
a derecha, y se leen en la misma forma que las inscripciones en los monumentos líticos.
En algunos casos hay páginas divididas en secciones horizontales.

Los tres libros que hoy se conocen se identifican con los nombres de las ciudades en
donde actualmente se encuentran: Dresden, Madrid y París. El contenido de lo que está
escrito en ellos parece corresponder a lo que señaló Landa: que la ciencia que enseñaban
eran la cuenta de los años, meses y días, las fiestas y ceremonias, la administración de
sus sacramentos, los días y tiempos fatales, su manera de adivinar, remedios para los
males, y sus antigüedades.

Morley resumió el contenido de los códices:

El códice de Dresden, aunque contiene muchos horóscopos y


algún material ritual, es esencialmente un tratado de
astronomía. El códice Tro-Cortesiano (de Madrid), si bien
encierra algún material perteneciente al ritual, es
principalmente un libro de texto de adivinación para
ayudar a los sacerdotes a predecir la suerte. El
fragmentario códice Peresiano (de París), aunque contiene
algunos horóscopos, es básicamente ritualista.

El Códice de Dresden es el mejor conservado de los tres y el de más fino acabado. Fue
descubierto en Viena, en 1739, y adquirido por la Biblioteca de Dresden, donde ha
permanecido hasta la fecha. Este códice debió haber llegado a Austria en el siglo XVI,
en época del Emperador Carlos V. Mide 3.5 metros de largo por 20.4 centímetros de
ancho y está doblado en 39 hojas escritas en ambos lados, menos cuatro de ellas que
sólo están escritas en una cara. Tiene 74 páginas. El códice contiene almanaques de
adivinación o augurio acerca de temas diversos, cálculos astronómicos sobre las
revoluciones del planeta Venus, sobre eclipses lunares, Series Iniciales, etcétera.

El Códice de Madrid, también conocido como Tro-Cortesiano, se descubrió en España


dividido en dos partes. Mide 6.55 metros de largo por 22.6 centímetros de ancho y está
doblado en 56 hojas con 112 páginas. Según Thompson, es más un libro de adivinación
sobre asuntos de la vida diaria del hombre maya: artes, tejidos y textiles, caza,
apicultura, siembra y cosechas.

El Códice de París, también conocido con el nombre de Peresiano, se encontró


abandonado en un cesto de papeles en la biblioteca de la ciudad de París, envuelto en un
papel en donde se leía el nombre Pérez. Este códice es sólo un fragmento de 1.45 metros
por 22 centímetros de ancho y está bastante deteriorado, sobre todo en los bordes de las
páginas.

Los Almanaques de Adivinación


Parte importante de los códices lo constituyen los llamados almanaques, que se
desarrollan dentro de los códices con un tema específico y que posiblemente servían
como guías para horóscopos o recomendaciones para el diario quehacer. En estos
almanaques intervienen muchos dioses, a los cuales se acostumbra denominar con letras
del alfabeto: A, B, C, etcétera.

Un ejemplo de estos almanaques está en las páginas 13 y 14 del Códice de Dresden, en


la división central (Ilustración 239). Comienza en 13b con una columna de cinco glifos,
los días Ahau, Eb, Kan, Cib y Lamat. Encima de esta columna de glifos está el número
6, una barra y un punto, pintado de color rojo. Esto quiere decir que todos los días de la
columna aparecerán aquí con el número 6 antepuesto.

Después de la columna de glifos de los días están los dibujos de seis dioses sentados o
encuclillados: tres en la página 13b y tres en la página 14b. Arriba de los dioses hay dos
hileras de glifos, 24 en total, distribuidos cuatro sobre cada dios. Estos cuatro glifos
deben leerse siguiendo el patrón ya visto anteriormente: primero el superior izquierdo,
después el superior derecho, el inferior izquierdo y el inferior derecho. Después se
comienza con el superior izquierdo para el siguiente dios. En este almanaque, los dos
glifos primeros de cada dios se refieren al asunto del augurio, el tercero puede ser el
glifo nominal del dios y el cuarto el augurio.

Debajo de los glifos hay una serie de números rojos y negros. Los negros son 13, 9, 7, 7,
7 y 9. Son números de distancia que indican el intervalo entre los días que intervienen
en el almanaque, y de los cuales se dan sólo los números que les corresponden, los
números rojos.

El almanaque está presentado en cinco segmentos de 52 días cada uno, segmentos que
comienzan con los días cuyos glifos aparecen en el extremo izquierdo. El primer
segmento principia con 6 Ahau, 13 días después, indicados con el número negro, se
llega a 6 (Ben). Sólo está el número en rojo. Nueve días después, otro número negro, se
llega a 2 (Ik), siete días después a 9 (Muluc), etcétera, hasta llegar a un 6 Eb que inicia
el otro segmento. La suma de los números negros da 52 que multiplicados por cinco
segmentos resulta 260 días, los del almanaque sagrado.

Durante cada ciclo los dioses representan seis diferentes augurios. El primer dios es el
de la muerte y su augurio es malo, el segundo es el dios del maíz, de buen augurio; el
tercero es el dios C; el cuarto Bacab, aunque el glifo correspondiente dice dios L, el
quinto es el dios Q con mal augurio; y, por último, el dios D. Los seis dioses llevan el
glifo del maíz en las manos, y todo el objeto del almanaque está dedicado al cuidado del
maíz. Según J. Antonio Villacorta, el almanaque se refiere a la cosecha y los alimentos.

Los Textos Históricos


Hasta no hace muchos años, los cálculos matemáticos, astronómicos y cronológicos
ocupaban a los epigrafistas, entre quienes ya muchos se habían resignado a no buscar
referencias históricas en las inscripciones mayas. Thompson, por ejemplo, afirmó:
Hasta donde llega nuestro conocimiento, los monumentos
mayas con inscripciones -hasta hoy día se han encontrado
algo más de 1,000 de ellos con textos jeroglíficos- tratan
exclusivamente del paso del tiempo, los datos sobre la
Luna y el planeta Venus, los cálculos calendáricos y de
asuntos sobre los dioses y los rituales implícitos en
estos temas.

Thompson, un enamorado de la civilización maya, se entusiasmó con estos cálculos


astronómico-rituales y elaboró una sugerente filosofía del tiempo en la que, según él,
estaba inmerso el hombre maya: un tiempo vivo, deificado, que camina en hombros de
otros seres también deificados, los números, en una carrera de relevo hacia el infinito.

Pero, pese a las dudas, a las preguntas de difícil respuesta, a los problemas sin salida
aparente y a las dificultades de interpretación y desciframiento de las inscripciones, los
arqueólogos, epigrafistas y lingüistas seguían trabajando e investigando, unos buscando
soluciones definitivas mediante claves lingüísticas que les permitieran conocer el
contenido total de las inscripciones; y otros por medio de pacientes observaciones y
comparación de glifos; sin que faltaran, de vez en cuando, esas pugnas académicas que
pueden hacer más interesante la investigación.

En 1958, Berlin publicó su estudio El Glifo Emblema en las Inscripciones Mayas, glifo
que al final resultaba ser el nominal de las ciudades. El había observado que estos
glifos, semejantes entre sí por su juego de afijos, se diferencian unos de otros por el
signo principal, signo que cambia según sea la ciudad en donde se usaban, o en la que
era más común su uso. Mediante estos glifos, los arqueólogos llegaron a conocer el
glifo que identificaba una ciudad y a suponer relaciones entre ciudades diferentes,
cuando el glifo de una aparece en inscripciones de otra (Ilustraciones 140 y 241).

Dos años más tarde, Tatiana Proskouriakoff publicó sus implicaciones históricas de
Piedras Negras, abriendo un nuevo camino para el estudio de las inscripciones.

En las ciudades mayas es común encontrar evidencias de la costumbre de erigir estelas


conmemorativas cada 5, 10 ó 20 tunes; estelas que llevan series iniciales redondas, es
decir, con finales de katún o de hotún (cinco tunes). Esto ocurrió en Piedras Negras y
allí descubrió Proskouriakoff que era posible ordenarlas en series independientes, pero
continuadas.

Cada serie tiene como características propias el uso de ciertas fechas que no se repiten
en las series siguientes, y que al principio de la mayoría de las series, en la primera
estela, hay un personaje importante esculpido dentro de un nicho, sentado en actitud de
quien recibe alabanzas. Proskouriakoff dedujo que cada serie registraba datos históricos
de un gobernante, que la fecha más antigua registrada en una serie era la del nacimiento
del personaje, mientras que la otra era la fecha cuando ascendió al trono; y que los
personajes de las estelas no eran dioses sino simplemente retratos de los gobernantes.
Las nuevas interpretaciones identificaron glifos para el nacimiento, ascensión al poder,
y fechas relacionadas con personajes asociados al gobernante. De su estudio, la autora
dedujo que el primer gobernante, que subió al trono en 9.8.10.6.16 (hacia el 603),
gobernó 35 años; el de la segunda serie ascendió al poder a los 12 años de edad y murió
de 60 años; el tercero tenía 22 años cuando comenzó a gobernar y murió de 64; el cuarto
subió a los 28 años y murió de 56; el quinto gobernó sólo cinco años, y el sexto, 17.
Proskouriakoff señaló un dato que, aunque debe ser sólo coincidencia, no deja de ser
curioso. El glifo identificado como de ascenso al trono es uno que Thompson llamó,
jocosamente, glifo del 'dolor de muelas', porque en su versión de 'variante de cabeza'
aparece una efigie con una especie de pañuelo atado, como si tuviera dolor de muelas.
Pero en su forma convencional, el glifo es un atado cualquiera; como debió ser el Pizón
Gagal, símbolo de autoridad y poder en las tradiciones quichés; un envoltorio 'cuyo
contenido era invisible, porque estaba envuelto y no podía desenvolverse; no se veía la
costura porque no se vio cuando lo envolvieron', dice el Popol Vuh.

Después de los descubrimientos de Piedras Negras y de otros sitios mayas, cuyas


inscripciones también analizó Proskouriakoff, otros investigadores han seguido
explorando los contenidos históricos de los jeroglíficos. En otro artículo de este
volumen se ofrece un resumen de los resultados obtenidos por diversos epigrafistas
sobre las dinastías mayas.

Conclusiones
Como se dijo al principio, lo anterior es sólo una introducción al complejo y
apasionante campo de la epigrafía maya: se han señalado los temas, aceptados poco más
o menos, sin discusión, los elementos básicos; pero hay, detrás de algunos de estos
planteamientos, muchas dudas por aclarar, en lo cual trabajan y trabajarán, durante
muchos años, distinguidos epigrafistas de las nuevas generaciones. Aún no es factible
leer todas las inscripciones, pero muchas de ellas pueden ser parafraseadas merced a la
identificación del significado de diversos glifos. Mas las dudas subsisten y a veces ni
siquiera hay acuerdo sobre el funcionamiento del sistema de escritura maya. Respecto
de esto, Linda Schele afirmó que se aceptan la información e interpretaciones que han
dado los estudiosos 'históricos', y que los arqueólogos han empezado a usarlos en su
trabajo de campo.

Sin embargo, desde 1973 se ha venido desarrollando un


consenso sobre cómo funciona el sistema, y ya se ha
generado un cuerpo de lecturas ampliamente aceptadas.
Junto con muchos de mis colegas en los Estados Unidos creo
que el sistema de escritura incluye diferentes tipos de
signos, inclusive un gran número que son fonéticos por su
función o manera de uso. Basamos nuestro trabajo sobre la
metodología iniciada por Proskouriakoff y Berlin, pero
llegamos más allá para proponer lecturas de glifos
particulares en los idiomas mayas.... Nuestra suposición
es que el sistema de escritura representa ampliamente los
idiomas hablados; es un sistema de escritura operando
completamente...

Berlin indicó, al final de su obra Signos y significados en las inscripciones mayas, que
bien puede afirmarse que hoy se sabe más que Landa, quien seguramente no hubiera
entendido una Serie Inicial, y agregó:

¿Significa esto que ya sepamos todo lo que puede llegar a


saberse de ellos? En modo alguno. Existen todavía
inscripciones enteras donde no conocemos el significado de
ni siquiera un solo glifo, y aún cintila el lampo de
gloria para uno o varios investigadores privilegiados.

Ante esta declaración, bien se podría poner fin a este artículo con las palabras del
Chilam Balam, Ah Kin, que es cantor en Cabalchén Mani:

'¿Quién será el Ah Bobat, Profeta, quién será el Ah Kin,


Sacerdote del sol, que pueda explicar rectamente las
palabras de estos signos jeroglíficos?'
STEPHEN HOUSTON y DAVID S. STUART

Fonetismo en la Escritura Maya

En la escritura maya existen varios tipos de signos. Uno consiste en ideografía, signos
que representan ideas. Otro lo constituyen los 'logógrafos', que son glifos que se refieren
a un morfema, o a una unidad con significado; por lo común éstos tienen la forma de
consonante-vocal-consonante (CVC), o consonante-vocal-consonante-vocal-consonante
(CVCVC). El último tipo de signos, que ha logrado un amplio reconocimiento
solamente en las dos últimas décadas, es el compuesto por glifos fonéticos, los cuales
registran unidades en forma de consonante-vocal (CV), que son menos que un morfema.
En otras palabras, un signo fonético simplemente representa un sonido, en lugar de un
significado. Por el hecho de combinar estos signos la escritura maya sería una escritura
'logosilábica'.

El papel de los 'ideógrafos' es un tema controvertido. Ya algunos autores dudan de su


importancia o prevalencia en los glifos mayas; de hecho, muchos de los signos
identificados como ideógrafos pueden ser simplemente 'logógrafos' que todavía no han
sido descifrados. Es probable que las escrituras 'ideográficas' del centro de México y
Oaxaca probablemente tuvieron un componente logográfico mayor que el aceptado por
algunos académicos.

La escritura maya se puede evaluar mediante el análisis de la afirmación de Johannes


Friedrich, en cuanto a que el número de signos refleja el carácter del sistema de
escritura. En consecuencia, un sistema alfabético tendría relativamente pocos caracteres,
en tanto que una escritura 'logográfica' tendría muchos. Como se muestra en el Catálogo
de J. Eric S. Thompson, la escritura maya usaba aproximadamente 800 signos. Por lo
tanto, es poco probable que haya sido un sistema puramente alfabético o silábico, puesto
que éste emplea relativamente pocos signos. Sin embargo, el Catálogo no demuestra la
naturaleza exclusivamente logográfica de la escritura maya. Actualmente, por el
contrario, los epigrafistas coinciden en ubicarla entre los sistemas de escritura 'mixtos'
del mundo, en especial entre los que tienen un número considerable de logógrafos.

Los 'Logógrafos' en la Evolución de la Escritura Maya


¿Cómo segmentan el sonido y el significado los logógrafos y los signos que representan
palabras? En teoría, éstos no pueden reproducir oraciones, cláusulas o frases, puesto que
cada lengua contiene un número infinito de tales combinaciones. Tampoco se pueden
transcribir fácilmente palabras que consisten de varios morfemas, ya que la lista de
signos tendría una extensión inconcebible. Entonces, en la práctica, los 'logógrafos'
deberían consistir de morfemas individuales; de otra manera, el sistema de escritura
constituiría una enorme carga en la memoria de quien escribe, que estaría obligado a
aprender una cantidad de signos imposible de manejar. La equivalencia de los
'logógrafos' con morfemas individuales parece ser un principio universal en las
escrituras logográficas.
Como una clase de grafema, los 'logógrafos' invitan a que se les compare con los signos
silábicos o alfabéticos, los cuales segmentan un universo mucho más finito de sonidos.
El mérito de los alfabetos y las sílabas consiste en que suman una cantidad mucho
menor. De esta manera, no sólo son más fáciles de aprender, sino, al menos
hipotéticamente, son más 'eficientes' para registrar el lenguaje. ¿Por qué, entonces, los
usuarios de escrituras mixtas han retenido los 'logógrafos'? Talvez porque el propio
conocimiento de una larga lista de 'logógrafos' otorgaba cierta posición en la antigua
sociedad maya (en la China tradicional, por ejemplo, existe un nexo entre el
conocimiento de la escritura y el rango social). Una interpretación contraria sería que
los 'logógrafos' pudieron haber sido preservados para permitir que más gentes leyeran,
ya que por su abundancia de signos pictóricos, esta escritura sería accesible a un sector
de la sociedad más amplio y parcialmente educado. Una consideración final es que los
'logógrafos' permitieron una mayor acción para el juego de palabras y para los fines de
la estética, lo cual está ampliamente documentado en muchas lenguas mayas modernas.

Los Logógrafos en la Escritura Maya


La mayoría de logógrafos en la escritura maya representan palabras específicas, y
virtualmente todos tienen la forma de CVC o CVCVC. Las palabras preferidas parecen
haber sido las monosilábicas. En unos pocos casos excepcionales, dos logógrafos
distintos se combinan para formar un solo signo. Un título común que aparece en los
códices, aparentemente para referirse a seres sobrenaturales, es un buen ejemplo; otro es
la yuxtaposición de elementos contrastantes (sol-oscuridad, estrella-luna) en un glifo
que indica sucesión o cambio. El contraste sugiere que en tales casos un elemento de
ideografía se presenta; sin embargo, los signos son, sin duda, logógrafos
correspondientes a ciertas palabras.

Desde el siglo XIX los epigrafistas han reconocido que un aspecto crucial de la
logografía, en la escritura maya, es el principio de la homofonía, o sea el intercambio de
signos que tienen sonido similar pero diferente significado. No obstante, la contribución
más influyente en la primera mitad de este siglo está contenida en el artículo de J. Eric
S. Thompson sobre el significado de xoc en el contexto de las cuentas calendáricas. En
maya yucateco xoc es tanto la palabra que equivale a un pez mitológico, como la raíz
del verbo contar. Entonces, la presencia de una cabeza de pez en un signo generalmente
muy relacionado con 'contar', encaja muy bien en tal hipótesis. El hecho de que
Thompson estuviera esencialmente errado en su lectura no disminuye el impacto de su
artículo, el cual llevó a un renovado interés en la homofonía en la escritura maya.

Irónicamente, el mismo principio que Thompson rechazó con tanto vigor, el fonetismo,
explica el supuesto signo xoc. El pez xoc es de hecho una u, la cual se combina con ti
para producir u-ti o ut, que equivale a suceder, acontecer. El argumento de Thompson es
doblemente irónico por la razón de que la aceptación de la homofonía, en la cual el
sonido se desprende del significado, está sólo a un corto paso de la aceptación del
fonetismo, el cual descansa en un principio similar. En una perspectiva histórica, es
sorprendente que el trabajo de Thompson sobre la homofonía contraste tan
marcadamente con su énfasis en las interpretaciones ideográficas. Muchas de las
lecturas de Thompson están basadas en cadenas de significados relacionados como en el
siguiente ejemplo: el tun, o signo del año, que alterna con el pájaro moan; moan en
yucateco es lluvia; el año incluye una estación lluviosa; por lo tanto, el pájaro moan es
un sustituto apropiado para el signo de lluvia. Hoy día, tales argumentos parecen débiles
y poco convincentes. No obstante, la homofonía todavía es productiva, como ayuda en
los procesos de desciframiento.

¿Qué constituye un homófono en la escritura maya? ¿Tienen que ser idénticas las
palabras, o existe alguna libertad al definir un grupo de homófonos? Con base en la
evidencia de que se dispone en la actualidad, los mayas parecen no haber puesto mucha
atención a las 'consonantes débiles', como las siguientes: (una parada glotal que
involucra una constricción del conducto vocal), h e y, las cuales fueron consideradas
como equivalentes para propósitos del registro. Un grupo de homófonos -kan, 'cuatro';
kaan, 'serpiente'; y ka?n, 'cielo'- representa uno de los ejemplos mejor definidos de
homofonía en la escritura maya (Ilustración 242). Al mismo tiempo, hay ciertos
contextos en los que los mayas decidieron no enfatizar la homofonía y prefirieron en
cambio usar un simple signo. El patrón es más común en los nombres y títulos de los
señores mayas, en los cuales, por ejemplo, puede aparecer signo de cielo, y raramente, o
nunca, sus variantes homófonas. Talvez en tales casos los escribas resolvieron enfatizar
el significado por encima del sonido.

El Fonetismo en la Escritura Maya


Como un típico término, el fonetismo tiene dos significados en la epigrafía maya. Uno
se refiere simplemente a que los glifos muestran alguna relación con los sonidos de las
lenguas mayas. Esta es una proposición que difícilmente resulta discutible, puesto que
los académicos la han aceptado, en principio, desde el siglo XIX. El otro significado ha
sido bastante más controvertido. En sí mismo parecería modesto, pues indica que la
escritura maya registraba sonidos que eran menos que un morfema. Sin embargo, hasta
ahora no ha habido en la epigrafía maya un debate más intenso y prolongado que el
relativo a este tópico. La evidencia que apoya o refuta este principio ha aparecido en
revistas académicas y monografías, por más de 100 años, e inclusive ha afectado
negativamente algunas carreras y promovido otras. Sólo en la última década ha estado
cerca de lograr una aceptación universal. ¿Qué ha alimentado el fuego de esta disputa, y
por qué ha sido tan importante en el desciframiento de la escritura maya?

La historia empezó con Fray Diego de Landa, el Obispo franciscano de Yucatán, que
registró una muestra de la escritura maya, de hecho uno de los pocos ejemplos de
escrituras paralelas (caracteres latinos y glifos mayas) que se conocen en relación con la
región maya. Landa nació en 1524, en una familia noble de Toledo, España, y en 1549
llegó a Izamal, Yucatán. Después de desempeñar el oficio de inquisidor, de una manera
cruel y efectiva, fue relevado de sus funciones y enviado de regreso a España en 1564,
donde preparó una defensa escrita de su comportamiento y también una sobresaliente
etnografía e historia de la sociedad maya. En 1573 regresó a Yucatán con su reputación
ya restablecida y se convirtió en el cuarto obispo de Yucatán. Landa murió poco
después, en 1579.

Durante el siglo XVI, Fray Diego de Landa fue alabado por su celo religioso y su
piedad. Actualmente, su fama descansa en su tratado, la incomparable Relación de las
Cosas de Yucatán, que se mantiene como el mejor relato sobre los mayas durante el
dominio español.

Desde nuestra perspectiva son más relevantes los pasajes sobre la escritura maya, que
incluyen el llamado Alfabeto de Landa (Ilustración 243). En este listado se encuentra la
clave del fonetismo maya, puesto que representa nada menos que una lista de sílabas
arregladas de acuerdo con el alfabeto latino. Se ha conocido la naturaleza del Alfabeto
de Landa desde el tiempo de Phillip Valentini, quien mostró que, en efecto, registra
sílabas con letras españolas, de modo que la 'b' señalada por Landa sonaba como 'be' a
su informante letrado, quien luego registró el signo apropiado para este sonido. Lo que
provocó la mordaz disputa fue si la lista era una 'fabricación española', un ejemplo de
los profundos malentendidos culturales, o precisamente lo que ahora parece ser: el
propósito del escriba de proporcionar a Landa una colección de signos silábicos. El
hecho de que el escriba se sintiera frustrado en sus intentos, puede haberse reflejado en
uno de sus deletreos inventados: main kati, que significa 'yo no deseo'.

Ha habido dos oponentes tenaces al fonetismo. El primero fue Eduard Seler, quien
criticó fuertemente los intentos de Cyrus Thomas, por aplicar el Alfabeto de Landa. En
algunos aspectos, el trabajo de Thomas implicaba un retroceso de la investigación
anterior hecha por León de Rosny. El otro opositor fue Thompson, quien refutó a Yuri
Knorosov, un proponente más reciente del Alfabeto de Landa. Entre los años en que se
publicaron dichos estudios, hubo otros debates, de los cuales formaron parte varios
comentarios de Alfred Tozzer, quien propuso que 'el debate acerca del fonetismo no
debería cerrarse'.

Knorosov fue el primero en explicar efectivamente la manera de usar el Alfabeto de


Landa, con el fin de descifrar la escritura maya. Evidentemente, el alfabeto registraba
sílabas que consistían en combinaciones de consonante y vocal, o CV, como se escribe
en la notación técnica. Estos signos silábicos eran unidos para formar un grupo C1V1 +
C2C2, en el cual la segunda consonante puede o no ser la misma que la primera, por
ejemplo, ku + tsu. Es más, la segunda sílaba tendía a ser condicionada por la
'sinarmonía', un término propuesto por Knorosov y con el cual explicaba que la segunda
vocal tendía a ser la misma que la primera, aunque en la práctica esto mostró ser menos
consistente de lo que Knorosov proponía. La 'sinarmonía' encuentra un leve eco en la
información lingüística que sugiere que la segunda vocal, 'sinarmónicamente'
consistente se expresa en el habla y en la afijación verbal.

El problema con la ortografía propuesta por Knorosov fue que representaba palabras
que eran un tanto diferentes respecto de la mayor parte de las raíces mayas. Estas
tienden a ser de la forma CVC, y la ortografía de Knorosov tenía una vocal adicional.
Sin embargo, ésta era la belleza del sistema, pues Knorosov dedujo que la segunda
vocal se descartaba al deletrear de acuerdo con una ingeniosa regla convencional, la
cual hacía, en el ejemplo ya citado, que la lectura fuera ku + ts(u), o kuts. La vocal
'muerta' al final, no es exclusiva de la escritura maya, pues también aparece en algunas
escrituras silábicas de las civilizaciones mediterráneas, como la del chipriota clásico.

Las lecturas de Knorosov mejor conocidas son aquellas que se apoyan en el respectivo
contexto. Un ejemplo particularmente bueno es la ortografía de la palabra pavo, es
decir, kutz, en maya yucateco. Knorosov notó que el ku de Landa y otro signo,
acompañaban una clara figura de un pavo. Puesto que esta combinación era
probablemente una ortografía fonética, en este caso para designar a un pájaro, el
segundo signo tendría que leerse tsu, la sílaba que llenaría los requisitos de la
consonante y la vocal 'sinarmónica', para producir ku-ts(u), kuts. La combinación que
confirmó la lectura fue tsu con el lu de Fray Diego de Landa, para producir tsu-l(u), en
este caso cerca de la figura de un perro. Tsul es una palabra yucateca equivalente a
'perro'.

Hay quienes piensan que este enfoque representa poco más que una casa construida con
cartas de naipe, en la que una ilusión lleva a otra. Sin embargo, el azar no puede ser la
única base para realizar lecturas tan consistentemente buenas. En esencia, todos lo
nuevos contextos son pruebas independientes; ellos establecen las condiciones
semánticas que una lectura debe llenar para lograr una amplia aceptación. Estas
revisiones rigurosas, repetidas de un contexto al siguiente, no sólo apoyan algunos de
los desciframientos de Knorosov, sino que también confirman su enfoque.

Thompson criticó a Knorosov por las siguientes razones: el uso que hacía de los
diccionarios mayas de la época colonial dejaba mucho que desear; la utilización de
términos raros en lugar de términos comunes para explicar ciertos signos; la gran
cantidad de signos en la escritura maya, la cual sugería algo más que una escritura
silábica; la aparente naturaleza opcional de la 'sinarmonía'; y, talvez la más importante,
las lecturas de Knorosov eran diferentes de la suyas. Thompson también creía que, si el
fonetismo estaba presente, su descubrimiento llevaría a un rápido desciframiento,
porque quedarían relativamente pocos signos para descifrar. Como obviamente éste no
era el caso, Thompson descartó los argumentos de Knorosov, por ésta y todas las
razones mencionadas.

Ya se explicó, en otra parte, que algunas de las críticas de Thompson eran justas. Varias
de las lecturas de Knorosov no eran convincentes, por las razones expuestas por
Thompson. No obstante, parece que éste nunca entendió que Knorosov estaba
proponiendo un sistema de escritura mixto, que consistía en logógrafos y sílabas. En tal
sistema, el desciframiento solamente se extendería a una pequeña parte del inventario
total, de cerca de 800 signos. Es más, ahora sabemos que el listado de Landa está
incompleto, y que se necesita más trabajo para completar las posibilidades que restan en
el enrejado silábico.

Las otras críticas de Thompson pueden ser descartadas con base en que, primero, el
propio Knorosov reconoció la naturaleza opcional de la 'sinarmonía'. Segundo, si una
palabra era de uso muy raro en el yucateco colonial o moderno, difícilmente refleja su
uso precolombino (aun puede decirse que el uso temprano y tardío de la palabra debería
diferir, puesto que el vocabulario en los textos glíficos corresponde a una élite letrada
que fue muy reducida, o eliminada, por los españoles).

Propiedades Generales de los Signos Fonéticos


El primer punto que puede plantearse acerca de los signos fonéticos es que, a menudo,
se basan en logógrafos, usualmente con consonantes débiles al final: por ejemplo, k'u?,
o sea 'nido', que lleva a k'u; lu?, o sea 'pez gato', que conduce a lu; bah, 'taltuza', a ba;
yi?h, 'espiga de maíz', a yi; wi?, 'raíz', a wi, u 'ojo de guacamaya'; mo?, para mo
(Ilustración 244). La acrofonía, entendida como versiones abreviadas de logógrafos sin
las consonantes débiles al final, no está confirmada con toda seguridad. También es
importante recordar que, a pesar de su origen logográfico, los elementos fonéticos son
unidades de sonido, cuyo uso no depende del significado original del signo.

Un segundo rasgo de los glifos fonéticos es que algunos funcionan como


complementos, afirmando o reforzando el sonido inicial o final de un logógrafo. El glifo
ni, que sigue al logógrafo tun, es un buen ejemplo de esta práctica (Ilustración 244g).
En unos pocos casos, se puede sospechar que los escribas no expresaron las consonantes
finales, particularmente en la ortografía de dos sílabas. En estos casos, los signos no
serían complementos, sino partes de deletreos incompletos. Dos ortografías poco
usuales, xo-*l-te, y ha-wa-*n-te, muestran que este principio puede operar en contextos
restringidos.

Además, un cierto número de signos son polivalentes, en el sentido de que pueden


leerse de diversas maneras. Pero, en contraste con algunos autores, los responsables de
este ensayo no creen que haya mucha evidencia para la polivalencia en la clase de
sílabas fonéticas. Es más, los escribas mayas no hicieron diferencia entre consonantes
glotalizadas y no glotalizadas. La única excepción posible a este principio, el signo para
mes, no se entiende aún plenamente.

Un rasgo final es relativamente poco común. Los deletreos u ortografías silábicas y


logográficas en la escritura maya a menudo requerían signos dobles (Ilustración 245).
Existían muchas combinaciones silábicas (k'u-k'u, para k'uk'; ma-ma, para mam,
etcétera) y, en ocasiones menos comunes, signos morfémicos como u, para u, que
equivale a 'su', puede hallarse duplicado dentro del mismo bloque glífico.
Aparentemente, los escribas inventaron otros medios para representar tales deletreos u
ortografías dobles, para lo cual agregaron dos pequeños puntos (el número dos) al signo
en cuestión, usualmente sobre la esquina superior izquierda y raramente en la superior
derecha del glifo. Los siguientes deletreos son el resultado: Ka2-wa se deletrea ka-ka-
wa, kakaw, 'chocolate' (Ilustración 245a); k'u2 registrado como k'u-k'u, k'uk', 'quetzal'
(Ilustración 245b); y u-ne2 que se indica u-ne-ne, unen, 'niño' (Ilustración 245c). Otras
lecturas incluyen tsu2 -ha para tsu-tsu-ha, tsuts-ah, 'se completó' (Ilustración 245d), y
ts'u-nu2 para ts'u-nu-nu, ts'unun, 'colibrí' (Ilustración 245e).

Conclusiones
Por ahora, virtualmente todos los epigrafistas aceptan la existencia de signos silábicos
en los jeroglíficos mayas. La Ilustración 246 muestra una lista de signos que
actualmente se cree que ya están descifrados correctamente. Es cierto que no se han
encontrado todos estos signos, y queda mucho trabajo por hacer en cuanto a detectar
deletreos fonéticos. No obstante, los principios básicos están ya bien entendidos. Las
objeciones que anteriormente se hicieron al fonetismo, ya han sido refutadas por
completo, tanto con la aportación de nuevas evidencias, como con críticas al
razonamiento en que se basaban tales objeciones. El resultado es que los glifos mayas
parecen ser más que nunca paralelos a las escrituras logosilábicas usadas en otras partes
del mundo. Registran información específica de la escritura y de la cultura mayas, pero
la estructura subyacente es de un tipo más universal.
En consecuencia, las deducciones más profundas que en adelante se hagan dependerán
no sólo de las investigaciones sobre la lengua y la cultura mayas antiguas, sino de su
comprensión a través del estudio comparativo de las propiedades estructurales de la
escritura jeroglífica.
JOSE ALCINA FRANCH

Arte Maya

En un libro escrito por el autor de este ensayo se define el arte como un fenómeno de
validez universal. Los planteamientos hechos allí son absolutamente abstractos, pero
perfectamente aplicables al presente propósito y pueden servir como fundamento teórico
del tema específico relativo a las creaciones artísticas prehispánicas de Guatemala.
Tratar de definir el fenómeno artístico desde una perspectiva antropológica parece una
tarea casi imposible; sin embargo, de las reflexiones citadas se desprende que el arte es,
antes que nada, un lenguaje; y que, si bien este lenguaje suele trasmitir numerosos y
variados mensajes, los de carácter ideológico (político, religioso, etcétera), mediante los
que la sociedad adquiere la coherencia interna adecuada para superar sus propias
contradicciones, son de los más importantes.

Principios Estéticos del Arte Maya


En lo que concierne al tema objeto del presente artículo, a pesar del valor de algunos
ensayos como los de Eulalia Guzmán y Edmundo O'Gorman, la obra de Salvador
Toscano, Arte precolombino de México y de la América Central (1944) es aún la obra
más ambiciosa en el proceso de revalorización del arte indígena. En ese libro y en otros
ensayos posteriores, Toscano aplicó al análisis estético y crítico del arte indígena los
enunciados de Wilhelm Worringer sobre el arte egipcio o el estilo gótico. Sus
interesantes conceptos de `voluntad artística' y `dinámica del cambio' fueron la clave de
su exposición, que se convirtió en una interpretación estético-psicológica o histórico-
cultural del arte. La mejor aplicación de los conceptos de Worringer, a la teoría del arte
prehispánico, la hizo su discípulo Paul Westheim en sus dos obras relativas al México
antiguo.

Arquitectura
La Arqueología suele asociarse a la llamada cultura material, es decir, a las
realizaciones con las cuales los pueblos antiguos trataron de solucionar sus problemas
de subsistencia, o bien, a las formas o patrones de asentamiento y organización
sociopolítica de dichos pueblos. Sin embargo, a medida que se avanza en la
interpretación del hecho arqueológico, aparece con mayor claridad la creciente
importancia que adquiere la cosmovisión y la ideología en el análisis de la propia
cultura material. En el caso concreto de la arquitectura mesoamericana, es fundamental
partir de la cosmovisión que se encuentra implícita en ella, la cual era `la visión
estructurada en que los antiguos mesoamericanos combinaban sus nociones de
cosmología relativa al tiempo y al espacio en un conjunto sistemático'. A partir de ella
se tratará aquí de entender el sentido profundo de algunas de las más características
estructuras arquitectónicas del mundo maya, como lo fueron, principalmente, la
pirámide, la casa y el templo, el temascal y el complejo de las llamadas `pirámides
gemelas'. Infinidad de informes etnográficos demuestran que la concepción
mesoamericana del mundo consistía en una correspondencia del Universo con
realidades arquitectónicas específicas, como la casa, el templo y el temascal, o bien con
el campo, las cuales se concebían como `modelos reducidos' del cosmos. Es interesante
comprobar cómo dicha concepción de la forma y estructura del mundo, propia de la
mayor parte de los pueblos y culturas mesoamericanos, apenas ha variado desde el
pasado prehispánico y colonial hasta el presente.

La pirámide

La fuerza simbólica de la pirámide debe entenderse a partir de la concepción del cosmos


como la unión de dos pirámides de planta cuadrada, unidas por la base y formando un
octaedro, es decir, una arriba y otra contrapuesta abajo. De esa manera, el mundo se
orientaba hacia siete rumbos: los cuatro tradicionales de la superficie terrestre (Norte,
Sur, Este y Oeste), correspondientes a los ángulos del plano en el que ambas pirámides
se unían; una quinta dirección hacia el centro del plano, y dos más que eran el cenit o
punto extremo superior y el nadir o punto extremo inferior. El Sol recorría diariamente
el octaedro, en ascenso hasta el cenit, y descendía por el Poniente hasta el nadir en el
inframundo de la noche, y amanecía finalmente por el Oriente. Cada una de las dos
pirámides, la que ascendía por los cielos y la que se proyectaba hacia abajo para definir
el mundo subterráneo, tenía diversas plataformas o planos escalonados. Los de la
pirámide superior formaban 13 cielos, y los de la inferior, nueve escalones subterráneos.
Estos números no eran caprichosos. Las primeras plataformas correspondían a las 13
horas del día, y las segundas a las nueve horas de la noche, lo que completaba las 22
horas del día maya. Esta era una de las transposiciones de lo espacial a lo temporal, tan
características de la cultura maya.

No es extraño, por lo tanto, que algunos enterramientos de señores o reyes se hayan


situado en el privilegiado lugar de la parte central, debajo del nivel del suelo sobre el
que se asienta la pirámide, o sea en la base del templo donde reside la divinidad. El caso
de la cripta del Templo de las Inscripciones, de Palenque, es ejemplar: el gobernante o
`rey' (Pacal) desciende al inframundo por el lugar que corresponde nada menos que al
`centro del universo'. Para designar este punto especial hay un glifo (el T663), al que J.
Eric. S. Thompson le asignó el significado de `semilla' y que, según Ralph L. Roys,
significa `en el centro'. Este lugar central, que en el caso mexicano está representado por
Tlattecuhitli, para los mayas pudiera representar a Itzam Na (casa de iguanas), `dentro
del cual está nuestro mundo'.

El temascal

El temascal, o baño de vapor mesoamericano, es posible que tenga también el


significado de `punto central, en el que se comunican el Inframundo y el mundo
superior'. Además, su estructura arquitectónica (una pequeña casa subterránea) pudiera
simbolizar el Universo. En algunos pueblos, la forma rectangular del baño significaba,
como la casa misma, el Universo y la unión del fuego con el agua; el vapor era el
símbolo de la unión de los dos mundos, inferior y superior, y el elemento purificador
por excelencia. Cuando alguien tomaba el baño, entraba a la muerte y salía, por la
purificación del vapor, renacido a una nueva vida (Ilustración 144 e Ilustración 192).

La casa y la sementera

Para los tzotziles de Zinacantán, las casas y los campos, de forma cuadrada, también son
modelos reducidos del Universo rectangular, en cuyo centro se sitúa el ombligo del
mundo. Ello se manifiesta en la costumbre de marcar con postes las cuatro esquinas y
también el centro de las casas. Según Evon Vogt, `en los campos se destacan los
mismos lugares críticos, con santuarios de cruz en sus esquinas y centros. Estos puntos
son de primordial importancia ritual'. Los tzotziles de Chenalhó expresan el concepto
del Universo con figura rectangular, como la de la casa, la sementera y el cielo. Este
último, lugar del Sol y de la Luna, está sostenido por cuatro pilares, como los cuatro
postes de una casa. Todo el conjunto está rodeado por agua. Debajo del cielo existe otro
estrato, cuadrado también, donde moran los yoljub, que son enanos, gentecilla que
nunca ha pecado. Este mundo particular es la parte media del Universo, su centro, en
cuyo interior se localiza el katibak o reino de los muertos.

En conclusión, las casas actuales y las antiguas de los mayas son la imagen del
Universo. Si se compara, por ejemplo, la figura de una choza antigua, como la que
aparece en el friso del Cuadrángulo de las Monjas de Uxmal, con los templos que
coronan las pirámides, se puede apreciar el punto en que una y otros reproducen el
mismo patrón: la casa del hombre es, al igual que la de los dioses, una figura a escala
del cosmos.

Tipología de los edificios

Después de considerar el contenido simbólico de algunas de las estructuras


arquitectónicas del área mesoamericana, conviene trazar un bosquejo de la tipología de
los edificios más característicos de la civilización maya.

La pirámide con templo

En términos generales se puede decir que la estructura piramidal con templo, del área
maya, es sensiblemente diferente a la de la zona central de México. Esta diferencia se
aprecia, sobre todo, en la idea general que preside las construcciones en ambos casos.
Mientras que las mayas presentan elevación, decorado escultórico y barroquismo, en las
del altiplano de México predomina el concepto de pesantez, horizontalidad, desnudez
decorativa y sencillez en los trazos.

La pirámide denominada E-VII-sub, de Uaxactún (Ilustración 248) corresponde al siglo


IV DC, y su templo desapareció posiblemente porque estaba hecho con materiales
perecederos. De los siglos V y VI existen ejemplos de templos ya construidos en piedra,
con amplios muros de hasta tres metros de espesor y bóveda falsa. Estos templos tenían
generalmente dos cámaras sucesivas, la segunda de las cuales estaba dividida, a su vez,
en tres pequeños recintos, de modo que para pasar del centro a los extremos era
necesario atravesar dos estrechos pasadizos. Una y otra cámara estaban comunicadas
por un pasillo central. Muestra de este tipo de templo es la Estructura E-X, de Uaxactún.
A medida que se avanzó hacia el máximo esplendor del Período Clásico, en el siglo VII,
los templos adoptaron una estructura más compleja. Por ejemplo, en Palenque, el
Templo del Sol tiene la cámara dividida en tres salas sucesivamente más pequeñas, las
que muestran mayor variedad de elementos. La primera se abre al exterior mediante tres
vanos o puertas, y rodea a la siguiente por sus tres lados; en la segunda hay una especie
de capillita, de menor superficie y altura, que probablemente era un santuario donde
estaba la imagen del dios. Ambas cámaras, de bóveda falsa, tienen la misma altura, pero
la tercera es más pequeña, con techumbre también en saledizo muy por debajo del nivel
del techo de las dos pirámides. La complejidad se hizo todavía mayor y más extraña en
el siglo VIII, tal y como se aprecia en el amplio vestíbulo del Templo 22, de Copán, que
presenta dos salas laterales comunicadas al exterior por sendos pasillos sumamente
estrechos. Al fondo de la parte central se encuentra el santuario, de reducidas
proporciones.

La existencia de tumbas, criptas funerarias y otros tipos de enterramientos en las


estructuras piramidales con templo, era bien conocida por los arqueólogos mayistas
desde la época en que realizaron los trabajos de la Institución Carnegie. Sin embargo, su
importancia fue reconocida, sobre todo, a partir del descubrimiento, en 1952, de la
tumba del Templo de las Inscripciones, de Palenque. Una mejor comprensión de estas
construcciones funerarias se ha conseguido con los estudios sobre las dinastías mayas,
los cuales se realizan desde hace aproximadamente 20 años. Estos estudios demuestran
que muchas de las tumbas, e incluso las mismas estructuras piramidales, fueron
construidas en honor de ilustres fallecidos, lo que no contradice la propia significación
trascendente de los templos. El caso ya mencionado de la tumba del rey Pacal
(Ilustración 222), de Palenque, ilustra lo anterior. Allí se tiene un templo construido con
toda seguridad después de la cripta. Sin embargo, no puede decirse que la estructura
piramidal y el propio templo hubieran sido edificios funerarios, por más que todo el
conjunto tenga el carácter de homenaje al soberano muerto o a algunos de sus sucesores.
Se honró la memoria del señor sin perder el sentido templario de la construcción.
Religión, mundo de ultratumba y poder se unieron en ese caso, como ha ocurrido en las
culturas de muchas sociedades antiguas e incluso modernas.

El palacio

El edificio que se conoce como palacio no representa en el área maya un modelo que se
repita sistemáticamente. Sin embargo, exhibe ciertas características coincidentes. En
todos los casos consta de una o varias series de cámaras alargadas, intercomunicadas,
que se abren al exterior por medio de puertas, lo que da al conjunto una forma alargada,
a veces en demasía. Otra característica, común a los distintos casos conocidos, consiste
en que la construcción se asienta sobre una plataforma, de perfil generalmente
piramidal. En ocasiones, en el interior de estos palacios se encuentran uno o varios
patios. Aunque su función no ha sido todavía del todo aclarada, este tipo de edificio de
carácter civil tiene tanta o mayor importancia que las mismas estructuras religiosas. Es
muy probable que algunos hubieran servido como residencia de la clase noble y de la
sacerdotal, o para albergar a especialistas de vital significación, como escribas,
astrónomos, etcétera. William T. Sanders ha demostrado, por medio de sus
investigaciones en Copán, que estructuras palaciegas más modestas fueron utilizadas
como vivienda o taller de simples artesanos. En ciertos casos, estos edificios pudieron
haber tenido otras funciones distintas; por ejemplo, como depósitos, receptáculos de
tributos, oficinas administrativas o lugares para impartir justicia.

Los palacios, sobre todo los correspondientes al Período Clásico, se construyeron en su


mayor parte con el sistema de bóvedas, y sus salas se presentan en forma de verdaderos
pasillos abovedados. Conforme la superficie de los mismos se hizo más grande, la
distribución de las salas también fue más complicada. Mientras que los primeros
edificios constaban de un solo pasillo, desde los inicios del Período Clásico esta parte de
la estructura comenzó a multiplicarse con la aparición de pequeñas salas en los
extremos y varios pasillos paralelos, divididos por muros interiores y comunicados por
medio de puertas. Un ejemplo de esta complicación es el llamado Palacio de las Ocho
Cámaras, localizado en Piedras Negras.

En otros casos, las edificaciones de carácter civil adquirieron mayor complejidad; por
ejemplo, cuando se alternaban pasillos y salas con patios interiores. El Palacio de
Palenque es típico de este sistema. Su planta general, en forma de trapecio, tiene
construcciones en todos los lados, con puertas que se abren al exterior y al interior del
edificio, el cual se halla cruzado por dos naves que forman cuatro patios internos. En la
confluencia de las dos naves centrales se asienta su famosa torre. La multiplicidad de
espacios resultante de tal combinación es evidente. Menos complicado, ya que consta de
un solo patio central, es el Cuadrángulo de las Monjas, de Uxmal, que tiene una
estructura similar. Aquí resulta oportuno mencionar, además, las edificaciones civiles de
varios pisos, de las que son ejemplos la Estructura 69, de Tikal, el Palacio de Edzná y el
de Sayil. El problema de iluminación, ventilación y dimensión de estas construcciones
trató de resolverse por medio del escalonamiento de éstas, ya fuera asentándolas sobre
plataformas naturales, sobre rellenos, o bien, mediante la superposición de las plantas.
En todo caso, se trata de verdaderos edificios de niveles.

El juego de pelota

La cancha de juego de pelota es una estructura que se encuentra en toda Mesoamérica


(Ilustración 142), pero en el área maya tuvo especial importancia. Durante el Período
Clásico sus extremos eran abiertos, pero en el Postclásico fue común la forma de I, o de
doble T, que está delimitada por dos banquetas unidas a dos planos, uno vertical o
inclinado y otro horizontal o en talud. Las banquetas se apoyan en muros verticales o,
más o menos, inclinados en talud. En la parte superior de los muros se aprecian a veces
construcciones tipo palacio, o pequeños templos. Los extremos de la cancha pueden
estar abiertos, o bien, limitados por muros que le dan la forma tan común de doble T.

Plataformas ceremoniales

En muchos sitios arqueológicos mayas, tanto de las Tierras Bajas como del Altiplano de
Guatemala, se observan construcciones que, con una estructura básicamente similar a
las pirámides con templo, son de tamaño considerablemente menor. Sin embargo, no
podría decirse que tales plataformas ceremoniales sean simples altares, dadas sus
mayores dimensiones. Estos edificios, por lo general de planta cuadrada o ligeramente
alargada, con escaleras en uno, dos o en sus cuatro lados, seguramente sirvieron para la
realización de grandes ceremonias y rituales, en los que la danza, la música y el drama
formaban parte de la actividad religiosa.

Muchas de dichas plataformas, impropiamente llamadas altares, se encuentran situadas


frente a las escalinatas de acceso de algunas de las pirámides más importantes del centro
ceremonial. Abundan en todo el territorio maya.

La vivienda

Hasta hace poco los arqueólogos concentraban su atención en los núcleos urbanos y en
las estructuras de élite construidas en los centros ceremoniales o en sus inmediaciones.
Actualmente, sin embargo, sobre todo después de las excavaciones realizadas en Barton
Ramie (Belice) y Copán, existe suficiente información acerca de las viviendas mayas.
Del tema se han ocupado varios autores, entre ellos Gordon R. Willey y William T.
Sanders. En su aspecto general, muchas de estas viviendas antiguas se parecen
notablemente a las chozas de los campesinos actuales, tanto de las Tierras Bajas como
del Altiplano. Se construían sobre plataformas, empalizadas, con muros que eran de
piedra, adobe o barro, y los techos, invariablemente de paja, a dos o cuatro vertientes.
Así eran las viviendas comunes urbanas y probablemente también las de los campesinos
de la montaña o de las aldeas, lo que el autor de este artículo pudo comprobar en un
poblado de finales del Período Clásico localizado en Agua Tibia, Totonicapán. En
cuanto a las de la clase noble y de los artesanos especialistas, posiblemente se
construían de piedra, según el modelo de los palacios, quizás con bancos en el interior,
y cubierta de paja en lugar de la clásica bóveda. Muchas de las viviendas de los nobles
se organizaban alrededor de patios o plazas, igual que los palacios. Las más grandes
pudieron haber albergado a familias extensas o patriarcales, con el edificio principal
ocupado por la familia nuclear del patriarca, mientras que los hijos ocupaban las
viviendas ubicadas en torno al patio.

Los observatorios astronómicos

El complicado sistema calendárico maya hacía necesarias las observaciones


astronómicas. No es de extrañar, por lo tanto, que en diversas ciudades mayas, tanto del
Período Clásico como del Postclásico, existieran edificios que pueden considerarse
como verdaderos observatorios. En Uaxactún, por ejemplo, se ha identificado un
conjunto de cuatro edificaciones (las Estructuras E-I, E-II, E-III y E-VII) (Ilustración
135 e Ilustración 248), de las cuales la última fue sin duda un efectivo observatorio,
mientras que las otras tres señalaban probablemente los equinoccios y solsticios. En
efecto, la línea que pasa por el centro de las Estructuras E-VII y E-II coincide con el
Oriente, mientras que las diagonales trazadas desde E-VII a las aristas extremas de E-I y
E-III coinciden con la salida del Sol en los solsticios de invierno y verano. Un conjunto
similar se ha descubierto en la ciudad de Naachtuún. Una de las construcciones más
famosas de este tipo es el llamado Caracol, en Chichén Itzá. Se trata de una estructura
cilíndrica, en cuyo interior hay dos pasillos circulares concéntricos, comunicados por
puertas muy pequeñas. Su nombre le viene de la escalera de caracol, ubicada en el
núcleo central del edificio, la cual conduce a la segunda planta, y está dotada de una
serie de ventanas que seguramente sirvieron como puntos de observación para las
mediciones astronómicas con las que los mayas contaban el tiempo.
Arcos triunfales o puertas monumentales

Aunque no se trata de un tipo frecuente de construcción, existen algunos ejemplos de


los llamados `arcos triunfales'. Este concepto difícilmente puede aplicarse en sentido
estricto a dichos arcos que, como ocurre con los de Palenque y Uxmal, parece que
sirvieron más bien como puertas de entrada a algún recinto o plaza. Sin embargo, los de
Labná y Kabáh se presentan aislados de otras construcciones próximas y por ello
sugieren la idea de `arco triunfal', en virtud de su aislamiento espacial, que debió haber
tenido sin duda un significado específico. Los de Labná tienen los muros profusamente
decorados con el característico estilo Puuc, pero ello no ilustra gran cosa sobre el
propósito del arco, pues tal tipo de decoración es muy común en toda clase de muros en
las ciudades del área.

Fortificaciones

Hasta hace poco se tenía como verdad que el pueblo maya, en especial el del Período
Clásico, fue extremadamente pacífico. Sin embargo, bastarían las escenas de guerra de
los murales de Bonampak para demostrar lo inexacto de tal apreciación. Además,
multitud de informes y datos históricos y arqueológicos confirman la frecuente
confrontación bélica en que se vio envuelta aquella sociedad. Son muchas las ciudades
de la época clásica en las que se han descubierto restos de fortificaciones. Palenque, por
ejemplo, presenta una serie de construcciones con escaleras interiores, pasillos angostos
y otros elementos que, sumados a la situación periférica de tales edificios, indican que
los mismos fueron verdaderas fortificaciones. Estas condiciones se hicieron
particularmente evidentes en el Período Postclásico, a cuyo militarismo y continuo
estado de guerra se refieren muchos documentos y datos pictográficos. De ese tiempo
datan los complejos amurallados que circundaban las ciudades de Mayapán, Tulum y
otras.

Otro tipo de construcciones

Además de las fortificaciones existieron en el área maya otras muchas obras de


ingeniería. Entre ellas destacan los importantes sacbeob, una especie de calzadas que
comunicaban algunas ciudades. Aunque no son muy numerosos, se han descubierto
ejemplos notables de tales caminos, como los que unían Cobá y Yaxuná; esta última
ciudad con Kukikaan, Uxmal y Kabáh; y el que comunicaba Izamal con Kantunil. Estas
calzadas, que llegaron a medir hasta 20 m de ancho, se construían con cascajo calizo y
se asentaban sobre el terreno con trazos de mínima altura (unos 30 cm), pero que en
ocasiones se elevaban hasta 2.25 m. En muchos casos, como en Tikal, los sacbeob
sirvieron para comunicar a los diferentes sectores o zonas de una misma ciudad.

Aunque se han descubierto restos de construcciones hidráulicas, principalmente en


centros correspondientes al Período Clásico, éstas seguramente fueron importantes
también en el Postclásico. El ejemplo más notable es el acueducto de Palenque, del que
se conservan poco más de 100 m de estructura abovedada. El trazo conservado
corresponde al que conduce del Templo del Bello Relieve a un lugar en que se ha
producido un derrumbamiento. Se supone que el acueducto continuaba en ambos
sentidos, en una distancia que no es posible determinar. Además de estas conducciones
de agua, se conoce la existencia de algunos puentes, tanto en la citada ciudad de
Palenque como en Becán, Pusilhá y otros lugares.

El temascal o baño de vapor, de cuyo significado religioso ya se hizo referencia, fue


otra instalación característica de los asentamientos mayas. Se trata también de una
construcción típica de toda el área mesoamericana y se encuentra, asimismo, en muchos
otros lugares de América del Norte y de todo el Continente. Su función era múltiple.
Separado de la vivienda, servía como baño higiénico, sala de partos y de curación de
traumatismos, así como lugar de purificación ritual. Los que han sido identificados en
Palenque, Piedras Negras, Uaxactún, Tikal y Quiriguá, por ejemplo, son generalmente
de tipo ceremonial, y se relacionan de manera estrecha con otras instalaciones de
carácter religioso, tales como juegos de pelota y templos.

Los depósitos para alimentos o para guardar agua constituyen igualmente un tipo muy
común de construcción. Formaban parte del conjunto de la vivienda y eran
excavaciones en la roca, en forma de botella, a las que se conoce con el nombre de
chultunes. En ciertos casos, después de haber cumplido su original función doméstica,
se rellenaban con basura o se utilizaban para enterramiento. En efecto, en algunos de
ellos se encontraron ofrendas de mayor o menor valor.

Agrupamientos de edificios

Además de mencionar los diferentes grupos de edificios interrelacionados, conviene


abordar, con cierto detalle, el tema de su tipología. En toda concentración urbana, los
tipos de edificios que descritos constituyen, en realidad, unidades mínimas, son al
mismo tiempo partes de conjuntos más amplios. A primera vista, la forma en que cada
edificio se asocia con otros puede parecer arbitraria; sin embargo, al examinarlos con
detenimiento se aprecian, tanto la función propia de cada construcción como aquellas
otras que surgen precisamente de su correlación. Una clara muestra de ello es el ya
mencionado grupo de Uaxactún, en el cual, el edificio E-VII servía de observatorio y los
otros tres que lo acompañan representaban los puntos de observación de fenómenos
astronómicos determinados (Ilustración 248). Otro tanto ocurre con el complejo de las
Pirámides Gemelas, de Tikal, así como con las llamadas acrópolis, o en los
cuadrángulos y diversos tipos de agrupamiento de palacios.

Una de las agrupaciones más comunes de estructuras piramidales con templo es aquella
en la que una pirámide mayor está acompañada por otras dos o tres menores alrededor
de un patio o plaza, donde confluyen, frente por frente, las escalinatas de los edificios.
En algunos casos, en la parte central de la plaza, donde se cruzan los ejes que relacionan
a las tres o cuatro pirámides, se alza un `altar', dotado éste de escalinatas en varios o la
totalidad de sus lados. Por lo general, todo el conjunto resalta sobre una plataforma
elevada sobre el nivel del terreno, a la cual se asciende por medio de escalinatas más o
menos grandes.

Un segundo tipo común de agrupamientos es el que corresponde a los palacios. Estos


podían enlazarse en torno a patios de mayor o menor tamaño, a través de puertas que
permiten el acceso entre unas crujías, y otras en sentido transversal o longitudinal. En
construcciones de varias plantas, la comunicación en el conjunto se hacía por medio de
puertas, pasillos, escaleras interiores y escalinatas a cielo abierto. Estos grupos de
palacios, igual que las pirámides, suelen alzarse sobre grandes plataformas, a las que se
accede por medio de escalinatas muy anchas.

Si resulta difícil precisar la función concreta de los palacios, lo es todavía más tratar de
establecer el motivo de su agrupación. A partir de las más recientes investigaciones
realizadas en las áreas habitacionales de Copán, sin embargo, se puede pensar que ello
pudo haber obedecido a las necesidades de vivienda y de reunión de las clases nobles o
de los especialistas religiosos, tales como escribas y astrónomos e, incluso, de los
mismos artesanos. La creciente importancia de estos grupos sociales pudo haber
propiciado la ampliación progresiva de los palacios que habitaban. Tal parece que fue el
caso de la Estructura A-V, de Uaxactún, en la que se pasó de una plataforma con tres
pequeños palacios a un enorme complejo de no menos cinco estructuras alargadas,
combinadas en varios planos con altares y otros edificios.

En el área maya existe una multitud de ejemplos del tipo aludido de agrupamientos.
Entre ellos merecen destacarse el Palacio de Palenque, con sus cuatro patios y torre
central, así como la llamada Acrópolis Central, de Tikal (Ilustración 131 e Ilustración
141), donde, en torno a unos siete patios o espacios abiertos, se levantan varios palacios,
algunos de los cuales son tan altos que se elevan cinco niveles por encima del plano de
la entrada principal. Estos complejos podían tomar en ocasiones la forma de un
cuadrángulo. En tal caso, los palacios, alargados de una a varias crujías, se sitúan en
torno a un patio cuadrado o rectangular, con una comunicación a través de puertas hacia
el exterior y el interior. El Cuadrángulo de las Monjas, de Uxmal, representa la muestra
más típica y característica de lo anterior. Sus palacios, asentados sobre plataformas, se
unen entre sí mediante grandes escalinatas que resaltan la prestancia de cada edificio en
relación al patio común, en el que debieron realizarse rituales y ceremonias de mucha
importancia social.

Finalmente, se debe mencionar el tipo de agrupamiento de edificios denominado


acrópolis. Estas eran, en realidad, conjuntos de templos piramidales o palacios, situados
sobre una gran plataforma o una colina debidamente acondicionada, con plazas y
escalinatas. Algunas de estas acrópolis se levantaron, según un esquema unitario, desde
los espacios más bajos hasta la cima de todo el conjunto, de manera que, a través de
planos o niveles sucesivos, generalmente desarrollados alrededor de patios o plazas, la
serie culmina en un templo piramidal en la parte más elevada. En Uxmal, Piedras
Negras, Edzná y Comalcalco, además de Tikal, existen ejemplos de semejantes
estructuras.

La Escultura y el Relieve
Entre los mayas, la escultura y el relieve tuvieron igual o mayor calidad artística que la
propia arquitectura. En efecto, las innumerables estelas, los paneles de estuco en los
muros de los edificios, los dinteles y los frisos de los juegos de pelota fueron, entre
otras, realizaciones de una calidad realmente impresionante.

Materiales
Para sus extraordinarias obras escultóricas, los mayas se valieron de diversos materiales:
la piedra (caliza, arenisca, andesita, etcétera), el barro cocido, el estuco y la madera.
Esta última, seguramente se usó en grandes proporciones, sobre todo en el período más
antiguo, aunque son pocas las obras conservadas por el carácter perecedero de este
material. Por ello mismo, sin duda, se recurrió a la piedra para conservar un complicado
sistema calendárico, perfectamente concebido y realizado. Las inscripciones mayas, por
lo tanto, pudieron haber sido hechas primeramente en madera. La natural desaparición
de tales obras deja en la oscuridad muchos aspectos concernientes a la evolución no sólo
de la escritura y del calendario mayas, sino también del arte escultórico en general.

La piedra era trabajada, en canteras y a pie de obra, mediante herramientas como


martillos y cinceles fabricados de otras piedras más duras; por ejemplo, basalto y
diorita. En el caso de los relieves, éstos se dibujaban primeramente con carbón sobre la
piedra ya alisada. A continuación, se tallaban las líneas principales de la figura, por
medio de dos cortes diagonales sobre la superficie de la piedra, de manera que quedara
una zona adecuadamente rehundida. Las líneas secundarias de la figura que se quería
representar se hacían mediante incisiones más superficiales. En ocasiones, tras el trabajo
del escultor, el pintor completaba el color de la figura según un patrón muy estricto
respecto al simbolismo cromático, pero flexible en cuanto a respetar las líneas dejadas
por el escultor, que a veces el pintor rectificaba.

Los ejemplos de trabajos hechos en madera son escasos, pero suficientes para demostrar
una elevada técnica en este tipo de escultura. Los de Tikal se cuentan, sin duda, entre
los mejores; por ejemplo, las tres esculturas idénticas aparecidas en la tumba 195 de la
Acrópolis Central, revestidas con una delgada capa de estuco, que representan al dios K
(Ilustración 249). Sin embargo, la obra maestra mejor conservada es la de los dinteles
del Templo IV, que datan del año 747, de donde fueron desprendidos en el siglo XIX, y
que actualmente se conservan en el Museo de Basilea. De ellos, el mejor conservado es
el Dintel 3, que representa al Señor B, de Tikal, sentado en un trono al que se accede
por varios escalones y rodeado de una serpiente celeste de dos cabezas. Una escena
similar aparece en el Dintel 2, con otro soberano sentado y una enorme divinidad
protectora detrás de la figura real.

Esculturas de bulto y relieves

Puede decirse, en términos generales, que el arte del relieve y la glífica siguieron una
evolución totalmente paralela. En efecto, muchas veces los relieves sirvieron para
adornar o ilustrar las inscripciones jeroglíficas de las estelas; y otras fueron estas
mismas inscripciones las que se realizaron para precisar las fechas y otros datos
correspondientes a las figuras. Las estelas, que pertenecen en su mayor parte al Período
Clásico, consisten en piezas monolíticas, trabajadas con la técnica del relieve y que
representan generalmente la mencionada combinación de glifos y figuras. Suelen
ofrecer una o varias figuras, junto con una multitud de signos calendáricos referentes a
la fecha de erección de la estela, cosa que se hacía para conmemorar un acontecimiento,
la figura de un soberano o el paso de un período a otro. Menos comunes, aunque
abundantes en la región específica de Petén y en el área del Motagua (Ilustración 251),
los altares consisten en rocas de gran tamaño, trabajadas en forma de un gran prisma de
base rectangular o cilíndrica. A los lados se representaban figuras en relieves poco
profundos, o en altorrelieves tan hundidos que llegan a ser casi esculturas de bulto.
En el campo del relieve en piedra, otra especialidad importante entre los mayas fue la de
los dinteles. Estos, especialmente numerosos en la región del Río Usumacinta, se
esculpían por su parte inferior, de modo que pudieran ser contemplados al cruzar el
umbral. El hecho de haberse conservado algunos de ellos en madera, como los ya
citados de Tikal, permite suponer que debieron haber existido otros muchos del mismo
material y que no han llegado hasta nosotros. Finalmente, hay que citar una multitud de
tableros esculpidos en relieve, los cuales se colocaban en el interior de los templos o
decoraban los muros exteriores de los edificios. Como ejemplos típicos de tableros
merecen citarse los que se han descubierto en diversos templos de Palenque, con
representaciones figurativas rodeadas de un sinnúmero de inscripciones jeroglíficas.

En el arte escultórico maya, a diferencia de las abundantes muestras de relieves más o


menos profundos, son pocas las esculturas propiamente dichas. De ellas se conocen, en
particular, las modeladas en tierra cocida, sobre todo figurillas, y son más escasos los
ejemplos de esculturas en piedra.

Evolución de la escultura en el Período Clásico

El arte escultórico del Período Clásico ha sido rigurosamente estudiado por Tatiana
Proskouriakoff, quien distingue cuatro fases en su desarrollo (Ilustración 250). La
primera corresponde a los siglos IV y V, y se caracteriza por relieves en los que la
figura humana aparece trabajada toscamente, con los pies de perfil y uno tras otro al
modo de los egipcios, mientras que hay un tratamiento muy minucioso de los tocados,
cubiertos de grandes penachos de plumas. Este `estilo' no puede aún considerarse
`propiamente maya', pues se encuentra muy relacionado con formas escultóricas
foráneas. En la segunda fase, denominada Formativa, que se desarrolló
fundamentalmente en el siglo VII, el arte escultórico adquirió un aspecto totalmente
maya. Sin embargo, hasta la primera mitad del siglo VIII, en la fase llamada Adorno, se
alcanzó toda la madurez que exhiben las realizaciones escultóricas de la época,
caracterizadas por una mayor elaboración de los tejidos y aun de los detalles de la figura
representada, aunque la composición es todavía estática. Poco después, en la segunda
mitad de ese mismo siglo, se produjo la fase que Proskouriakoff denominó Dinámica,
en razón de que tanto las composiciones como las figuras aparecen dotadas de gran
animación y movimiento. En efecto, la línea es básicamente curvilínea y las actitudes de
las representaciones son asimétricas; los escultores, por otra parte, se plantearon,
resolviéndolos con éxito, complicados problemas de composición. Finalmente, la fase
llamada Decadente, corresponde al estilo Puuc, en el siglo IX.

La Pintura
El arte de pintar abarcaba, además de la pintura mural, la escritura propiamente dicha,
en especial la de los códices, y la decoración de vasijas. Su relación con los
conocimientos esotéricos (la matemática y los cómputos del tiempo, la astronomía y la
ciencia de las divinidades) era muy estrecha, de manera que el artista formaba parte de
la clase superior de sacerdotes y señores, y la pintura se consideraba una especialidad de
la élite. La importancia del oficio de escriba o pintor ha quedado demostrada en la
llamada Casa del Escriba (Estructura 9N-82) de la ciudad de Copán, la cual corresponde
a la época en que reinó el señor Madrugada (770-800 DC). Es bastante probable que el
retrato que figura en el friso de dicho palacio fuera el de un sacerdote o escriba
especializado en la observación astronómica y en el manejo de los códices. Pudiera
tratarse del propio hermano o de un pariente de Madrugada, ya que, como afirmó Diego
de Landa, los sacerdotes-escribas `enseñaban a los hijos de los otros sacerdotes y a los
hijos segundos de los señores que les llevaban desde niños, si veían que se inclinaban
por este oficio'. William L. Fash especifica que el dueño de dicha casa, se llamara Ahau
Kin o de otra manera, era precisamente el hermano segundo del soberano Madrugada.
Por otra parte, entre los mayas, el patrono de pintores y escribas era un dios mono, y
tanto la pintura y la escritura como la música y la danza estaban relacionadas con monos
u hombres-monos. No es extraño, por lo tanto, que el rostro reproducido en una
escultura, que muestra un Pauah Tun, hallada en la subestructura de la citada Casa del
Escriba, tenga un perfil simiesco, y que ocurra otro tanto con los dioses Hunbatz y
Hunchouen, correspondientes al Ozomatli de los quichés (k'iche's) y yucatecos.

La pintura mural

Casi todos los tipos de edificios descritos en este ensayo tuvieron en la pintura mural
uno de sus elementos decorativos más importantes. Los muros interiores y exteriores,
los zócalos, cornisas, cresterías y otras partes de templos, basamentos, habitaciones,
arcos, juegos de pelota y diferentes construcciones, solían pintarse de manera cuidadosa.
Naturalmente, la fragilidad de la pintura ha hecho que sean escasos los ejemplos
conservados en todo el territorio maya y, más aún, en la zona específicamente
guatemalteca. Las obras más brillantes de la pintura mural maya se encuentran en
Bonampak (Chiapas) (Ilustración 209), en Chichén Itzá (Yucatán) y en Tulum
(Quintana Roo). En territorio guatemalteco se han descubierto pinturas murales en tres
sitios de Petén: Río Azul, Uaxactún y Tikal.

Los murales más antiguos son los de Tikal. Allí se descubrió una serie de cuatro
personajes, trazados en líneas negras de diferente grosor, sobre el muro exterior de la
puerta trasera de un pequeño edificio denominado 5D sub 10, 1o. De trazo
marcadamente naturalista, dichas figuras tienen, sin el tocado, una altura de 89 cm. Uno
de tales personajes tiene el rostro, todavía es visible, aparentemente cubierto con una
máscara; en los otros pueden apreciarse adornos diversos, como brazaletes, pulseras y
orejeras. Según Sonia Lombardo, `los rodea en ambos costados una especie de halo de
anchas volutas en color rojo y sobre sus cabezas corre una banda de símbolos que
parecen ser jeroglíficos'. En una tumba de la misma Tikal se encontraron unas pinturas
semejantes, que representan varios personajes con tocados sumamente barrocos, a
manera de volutas; algunos están sentados de perfil, con las piernas cruzadas.
Finalmente, en el entierro 48, del mismo sitio, se descubrió un amplio texto pintado, con
glifos de gran tamaño, en los que se señala la fecha 18 de marzo de 457 DC.

Cuando se descubrieron, en 1937, las pinturas murales del Templo B-XIII, de Uaxactún,
se hallaban en perfecto estado de conservación. Poco después, Salvador Toscano
comprobó que el abandono del sitio había borrado totalmente la escena, y lo único que
queda es una copia que logró sacar la Institución Carnegie de Washington. El propio
Toscano hizo la siguiente descripción:

...la escena se refiere a una ceremonia o hecho histórico


que se realiza frente a un templo maya del lugar, en el
que aparece un alto jefe guerrero armado de ballesta y
escudo y a quien se adelanta un personaje secundario que
lleva bolsa ritual en una mano, mientras con la otra se
toca el hombro en señal de paz; del otro lado del templo
aparece una compacta procesión que parece acudir al
santuario guiada por el sonido de un atambor.

Los murales de Uaxactún presentan algunas características que los relacionan con los de
Teotihuacan. Datan probablemente del siglo VI DC. En Río Azul se encontraron
pinturas en los muros de un enterramiento, cubiertas casi por entero con símbolos de un
estilo que recuerda muy de cerca el de la cerámica Tzakol. Las figuras representan
varios dioses y diseños serpentinos, con una inscripción que fija la fecha 417 DC.

La pintura de la cerámica

Un género algo diferente de pintura es el que realizaron los mayas en innumerables


vasijas. Actualmente, éste es un corpus extraordinariamente amplio, y sólo en parte
descifrado e interpretado. Mary Ellen Miller realizó recientemente un recuento de la
historia de los estudios que tratan de la cerámica maya, desde los de John L. Stephens
hasta los de la actualidad. Según dicha autora, este campo del arte maya ha sido siempre
valorado positivamente, y durante mucho tiempo se consideró solamente en relación
con problemas arqueológicos típicos, tales como las secuencias históricas, las
influencias estilísticas, las migraciones y el comercio. En los últimos años, la atención
de los estudiosos se ha centrado más específicamente en los valores iconográficos
propios de las series de vasijas. El nuevo enfoque data de 1970, cuando Michael D. Coe
preparaba una exposición, sobre la escritura antigua de los mayas, para el Club Grolier.
Coe se percató de la evidente importancia de los temas contenidos en las vasijas de
carácter funerario. A partir del libro que entonces escribió, dicho autor profundizó en la
iconografía, como lo demuestran sus posteriores publicaciones,28 completadas por los
estudios de Francis Robicsek y Donald Hales, Marta Foncerrada y Sonia Lombardo,
Linda Schele y M. E. Miller. Por otra parte, el novedoso sistema de una cámara que
permite fotografiar `en desarrollo', el cual fue puesto en práctica por Justin Kerr, autor
del primer volumen de The Maya Vase Book (1989), se ha logrado un mejor
conocimiento del tópico (véase tercera sección de Láminas). Las formas de las vasijas
en las que los mayas realizaron tan extraordinarias pinturas suelen ser pocas: cubiletes,
vasos cilíndricos, cuencos abiertos y platos trípodes. Estos últimos tienen un motivo
único (divinidad, animal o señor) plasmado en su interior, mientras que las otras
representan un mismo motivo repetido una o dos veces, o temas desarrollados en
secuencia a lo largo de la superficie de la vasija. Con frecuencia, estos motivos
decorativos se acompañan de una banda, generalmente en la parte superior, compuesta
de glifos trazados por lo común de manera `cursiva', y que antes se interpretaban
simplemente como elementos decorativos (Ilustración 247). Después de los estudios de
Coe se ha concluido en que, `si bien en el texto que rodea la vasija el número de glifos
varía, su orden de aparición es siempre el mismo; por consiguiente el texto debe tener
un sentido. Las repeticiones serían de orden ritual o mágico'.

Una de las mayores dificultades para alcanzar un mejor conocimiento de las vasijas
mayas proviene del hecho de que casi todas pertenecen a enterramientos que han sido
objeto del saqueo de los `huaqueros'. Por otra parte, se presenta la curiosa circunstancia
de que los sitios arqueológicos importantes desde el punto de vista escultórico son muy
pobres en cerámica, y a la inversa. Palenque y Quiriguá, por ejemplo, tan famosos por
sus estelas y relieves, muestran una carencia casi total de cerámicas policromas.

Según Coe, la mayoría de los vasos funerarios mayas representan seres sobrenaturales y
escenas míticas. Las investigaciones de este autor han aportado datos de sumo interés
para la interpretación de las series iconográficas mayas. Tal es el caso de los gemelos
héroes del Popol Vuh, que han sugerido la interpretación de algunos motivos de la
cerámica maya. Esa, en definitiva, no es más que una pareja de gemelos en varias series,
como son los hermanos Hunbatz-Hunchuen, los gemelos remeros y los de la Danza del
Sacrificio.

Uno de los vasos decorados más famosos es el que actualmente se conserva en el Museo
de la Universidad de Philadelfia, que representa a un personaje llevado en litera, al que
acompañan otros en procesión. A primera vista, parece la ilustración de un simple viaje
de mercaderes que llevan el emblema de su profesión. Sin embargo, el perro blanco con
una mancha negra, que aparece bajo la litera del personaje principal, es un pequeño pero
relevante detalle que hace pensar, más bien, en un viaje hacia al más allá del señor
llevado en andas, a quien la figura canina sirve de guía en el camino.

Un vaso cilíndrico de cerámica, de color marrón, con decoración grabada que representa
a señores y escribas, es el objeto de cerámica más fino de cuantos han aparecido en
Copán. La pieza, procedente de la tumba 27-42, muestra un estilo caligráfico perfecto.
Sus cuatro personajes aparecen sentados bajo una banda de glifos en uno de los cuales
se lee esta expresión: Ah tz'ib, que quiere decir `él, el de la escritura', y que identifica
como escribas, artistas o artesanos, si no a todos, a algunos de los protagonistas de la
escena pintada.

Otra pintura de gran belleza es la que muestra el llamado Jarro Kimbell, parte de la
Colección del Kimbell Art Museum, de Fort Worth. Tiene forma cilíndrica, y se ha
fechado entre los años 600 y 800 DC. Representa cinco personajes bajo una cenefa con
glifos. Dos de ellos son idénticos, y probablemente representan a un mismo señor
dispuesto a iniciar una danza con dos mujeres diferentes. El conjunto se completa con la
figura de un servidor o acompañante, y entre cada uno de los cinco personajes aparecen
los bloques de glifos.

En el British Museum, de Londres, se encuentra el famoso Vaso Fenton, de Nebaj, de


forma también cilíndrica y perteneciente al Período Clásico Tardío, entre 600 y 800 DC.
Encontrado en 1904 en dicha población, pasó a manos del coleccionista C. L. Fenton,
de quien recibió su nombre. El mismo tipo de composición ha aparecido recientemente
en, por lo menos, otros cuatro vasos cilíndricos, lo que sugiere que, o bien, se trata de
obras de un mismo artista, de una tradición muy precisa, o de una secuencia concreta de
vasijas cuyo orden se desconoce. De cualquier modo, el Vaso Fenton es aún el más
perfecto de todos, especialmente por las actitudes de los personajes y, concretamente,
por la forma

en que están pintados las manos y los dedos. Presenta una escena de tributo en el salón
del trono de un palacio. El señor tributario, sentado, ofrece vestidos y alimentos al señor
principal, asimismo sentado sobre una tarima alargada, donde hay otro personaje,
también en esa posición y, al parecer, con un códice. Otras dos figuras de menor
categoría se hallan de pie a ambos extremos de la escena. Una columna de glifos separa
el inicio y el fin de la pintura. Aunque el Vaso Fenton y otros parecidos pertenecen a la
cerámica funeraria, no muestran, como se indicó, un tema específico de tal naturaleza,
sino más bien uno de carácter histórico. Tratándose de hallazgos realizados en Nebaj,
donde no existen estelas, significan una valiosa información para la historia de la zona.

Un vaso de Altar de Sacrificios sigue aparentemente la misma línea de realismo que los
de Nebaj, pero pudiera ser que sólo simbolizara actividades relacionadas con el más
allá. La pieza, que se conserva en el Museo Nacional de Arqueología y Etnología, de
Guatemala, presenta la imagen de figuras que cantan, danzan o se inmolan, junto con
glifos-emblema propios de Tikal y Yaxchilán. Una escena parecida puede apreciarse
también en un plato de Uaxactún, del siglo VII, en el que aparece un solo personaje en
actitud de danza o de ceremonia (Ilustración 247a).

Finalmente, como ejemplos de la variedad de otros tipos de escenas que ofrece la


cerámica maya, principalmente la cilíndrica, pueden mencionarse las vasijas con
representaciones de guerreros y cautivos, o las que muestran pasajes del juego de pelota.

Conclusión
El tema del arte maya es muy extenso en el tiempo y en el espacio, es decir, en el
ámbito físico e histórico de la cultura mesoamericana, pero, por razones de espacio, en
este tomo ha sido necesario restringirlo a las más breves descripciones. Se ha optado por
resaltar las características básicas de la arquitectura, escultura y pintura, sin hacer
referencia al vasto campo de los materiales y la composición, ni tampoco a los
contextos ideológicos y sociológicos asociados. Sin embargo, en sentido estricto, el arte
maya puede apreciarse como una de las más altas expresiones estéticas del Nuevo
Mundo durante la época precolombina, y los avances metodológicos y tecnológicos que
se notan en su estudio contemporáneo auguran nuevos y grandes descubrimientos
esenciales.
ELIZABETH P. BENSON

Iconografía Maya Clásica

El Esquema Cósmico
La iconografía maya está presente en todo el ámbito donde se sitúan los sitios mayas,
inclusive en cuevas sagradas, rocas, colinas, montañas, árboles, nacimientos y caídas de
agua. Aparece, asimismo, en la arquitectura local, en el plan de ésta, en su orientación,
forma, decoración y funciones. Se expresa especialmente en la escultura monumental
(estelas, altares, tronos, marcadores de juego de pelota, dinteles, paneles en paredes,
entablamentos y escultura en cresterías); en dinteles de madera; en escultura portátil
(cuencos, figuras y equipo de juego de pelota); en artefactos de madera, hueso, concha,
pedernal, obsidiana y jade; en códices de papel de corteza; en cerámica y figurillas, en
vasijas labradas y policromas, y en los vasos blanco y negro 'estilo códice' que pueden
leerse como manuscritos. Es una iconografía muy compleja que todavía no se entiende
por completo, pero es claro que describe tanto conceptos reales como sobrenaturales,
políticos y religiosos. De esta manera, las dos categorías de mundos, el real y el otro,
eran partes de un todo integrado e inseparable, que incluía la totalidad de fuerzas de la
naturaleza, con sus aspectos benéficos y malévolos.

La estructura cósmica básica maya enfatizaba las cuatro direcciones o esquinas del
mundo, con el Este en lo alto del mapa, lo que indicaba la importancia de la trayectoria
del Sol. Los dioses asociados a las direcciones del mundo, el dios del cielo Chac-Xib-
Chac (Dios B, Ilustración 252a) y el cargador del cielo llamado Pauahtún (Dios N,
Ilustración 252g), tenían cuatro aspectos. Un árbol se levantaba a cada lado del mundo,
y se asociaba un color a cada dirección: rojo con el Este, amarillo con el Sur, negro con
el Oeste y blanco con el Norte. También había una quinta dirección, la vertical en el
centro, marcada por el Arbol del Mundo, la ceiba sagrada. Este era el lugar luminoso en
el que convergían el Inframundo, el Mundo Medio y el Cielo.

Posiblemente, el inframundo tenía nueve divisiones o niveles, pues había nueve Señores
de la Noche. También pudo haber existido el concepto de 13 niveles celestiales, o un
cielo piramidal, con seis niveles a cada lado y una plataforma central encima. Varias
deidades, criaturas míticas y animales simbólicos, tenían asociaciones con el cielo y con
el inframundo. Entre estos mundos ocurrían movimientos cíclicos. El Sol bajaba al
inframundo, en el Oeste, y emergía de él, en el Este, igual que la Luna y Venus. El cielo
nocturno podía considerarse como el inframundo, expuesto durante el ciclo en el
segmento que correspondía a la noche. La Luna llena pudo haber sido el Sol nocturno.
La mayor parte de los personajes míticos que aparecen en el arte maya tienen, entre
otros aspectos, una identidad astronómica. La astronomía-astrología figuraba
fuertemente en la cosmología maya, no sólo en los movimientos observables en la
naturaleza, sino en la adivinación y en la selección de las fechas apropiadas para realizar
actividades importantes, como el acceso al trono, marchar a la guerra, efectuar
sacrificios, etcétera. La información calendárica y adivinatoria fue desplegada en los
códices posteriores (libros plegadizos fabricados con papel de corteza de amate). El
cielo cambiaba en sus ciclos, la tierra en estaciones, las plantas en su secuencia de
crecimiento, floración y muerte: el tiempo era cíclico. En el pasado, el mundo había
sido creado, destruido y construido nuevamente. Las fechas y los calendarios eran un
marco para el sistema de creencias. Los números tenían dioses patrones. Las estelas, que
presentaban efigies de gobernantes, tenían textos que comenzaban con la fecha de su
dedicación y continuaban con fechas importantes de la vida ritual, religiosa,
astronómica, militar y política del gobernante, y quizás de los antepasados. Dichos
monumentos pudieron haber sido erigidos para conmemorar un hecho especial en la
vida del gobernante y de la ciudad, pero más comúnmente eran dedicados al final de
períodos específicos, o sea, las cuentas de 20 ó 10 años del calendario maya.

El Monstruo Celestial (cósmico o bicéfalo, Ilustración 253), en el que puede leerse el


concepto del movimiento cíclico, aparece en varias formas. A menudo se encuentra
como marco de la arquitectura y las estelas (por ejemplo, en las estelas de 'ascensión', de
Piedras Negras, Ilustración 219) y en los altares que se colocaban frente a las estelas.
Podía portarlo un gobernante en la forma de barra ceremonial, y, en casos raros, como
un cetro. Tanto la barra ceremonial como el cetro eran símbolos del cargo. El cuerpo del
monstruo puede ser el de un cocodrilo o el de una banda celestial compuesta por una
serie de signos que representaban los objetos celestiales. La cabeza, localizada en un
extremo, tiene hocico; el ojo, que tiene párpado, puede incluir un signo de Venus o del
cielo; tiene orejas y algunas veces cascos de venado; a menudo está barbado. En el
extremo opuesto, una cabeza con hocico y una mandíbula ósea lleva como tocado o
accesorio el Emblema o Monstruo Cuatripartito, que es un emblema compuesto por
bandas cruzadas (cielo), un signo de kin (sol o día), una concha, y una espina de raya, a
menudo colocada dentro de un cuenco. La concha y la espina de raya son motivos del
inframundo; el signo celestial y el kin se refieren a los cielos. A veces un chorro de
líquido fluye de dicha cabeza. El Emblema también aparece como una base para el
Arbol del Mundo, en el tocado de un dios o gobernante maya, y como un motivo
separado en cerámica. El Monstruo Celestial puede leerse como el apareamiento de
Venus y el Sol. Estos parecen haber sido los cuerpos astrales más significativos en tal
contexto. La Luna y el calendario lunar eran importantes pero aparecen en contextos
diferentes. El prototipo del motivo Sol-Venus puede trazarse desde el Preclásico Tardío
en las máscaras adheridas a la arquitectura de El Mirador, Tikal, Uaxactún
(Ilustraciones 135 y 136) y Cerros, y continúa en esa forma hasta el Período Clásico.
Varias criaturas bicéfalas polimórficas, o variaciones del Monstruo Celestial, se
presentan en la arquitectura y escultura, y también como la barra ceremonial portada por
los gobernantes.

El Pájaro Celestial (Pájaro Serpiente o la Deidad Pájaro Principal), es un pájaro mítico,


con accesorios simbólicos y atributos de reptil, que a veces está colocado encima del
Monstruo Celestial o arriba del Arbol del Mundo. En los sitios de Izapa y Kaminaljuyú
aparecen versiones tempranas de este motivo.

La Tierra se representaba descansando sobre la espalda de una tortuga gigante, o de un


cocodrilo que flotaba en un vasto mar. Tal imagen aparece en figurillas cerámicas y en
vasijas pintadas. En escenas reproducidas en la escultura y cerámica del Preclásico
Tardío y del Clásico Temprano se observa que un árbol puede surgir del cuerpo de un
cocodrilo. La deidad de la Tierra y del inframundo, conocida como Dios N, que
usualmente emerge de la concha de un gasterópodo (Ilustraciones 252g y 254), a veces
se representaba con una concha de tortuga. Sin embargo, este animal, que era símbolo
de la Tierra, tenía también connotaciones astronómicas. Asociada al agua, era también
un símbolo de la lluvia. El inframundo era un mundo acuoso.

El inframundo tenía gran importancia para los mayas, pues no sólo era el lugar de los
muertos, de los antepasados sagrados (las tumbas eran lugares sagrados), sino que era la
base de la vida, el suelo que sostenía a los seres humanos, el lugar donde se encontraban
las raíces de la vegetación, la fuente del agua que necesitaban las plantas y el hombre
viviente.

Los dioses ancianos del inframundo son los personajes representados con más
frecuencia en las escenas pintadas en vasos cilíndricos, y a veces aparecen también en
esculturas. Particularmente prominentes eran las deidades conocidas como Dios L, el
cual luce un búho nocturno en su sombrero; como Dios N (Ilustración 252g), que por lo
general tiene su concha (de tierra, de agua dulce o de mar), que es un símbolo del
inframundo; y como Dios D (Itzamná, Ilustración 252c), que ha sido considerado como
un dios celestial, pero que probablemente se movía de un reino al otro. El Monstruo
Cauac era un dios, o una personificación de la piedra que formaba la estructura de la
Tierra y, en especial, de las cuevas que llevaban al inframundo y de donde traían agua.
Los cenotes y pozos profundos eran cuevas. En Yucatán los ríos corren
subterráneamente. Se pensaba inclusive que la lluvia venía de las cuevas. El Monstruo
Cauac podía personificar el agua, la lluvia, el relámpago y la tormenta. Generalmente
era una imagen relacionada con la tierra y con la agricultura. Las cuevas eran lugares
sagrados, donde se realizaban ritos religiosos y se dejaban ofrendas. En muchos sitios
del Nuevo Mundo las cuevas eran los lugares de origen de los antepasados míticos. Las
estalagmitas se levantan en las cuevas como estelas. La forma de la estela puede
derivarse de una estalagmita. Las tumbas eran un tipo de cueva. El nicho en que aparece
sentado el gobernante en las estelas de Piedras Negras y en los zoomorfos de Quiriguá
(Ilustración 130), puede interpretarse como una cueva. En algunas regiones las entradas
a los templos eran representaciones arquitectónicas de las bocas de las cuevas que
llevan al corazón de una montaña (también arquitectónica) e identificada por las
imágenes esculpidas del Monstruo Witz, que es la cara de una montaña viviente y la
boca de una cueva. Todo en la naturaleza era vivo, personificado y representable en el
arte.

El Gobernante como Centro del Mundo: Sangre y


Maíz
Hasta años recientes se interpretaban las figuras de los monumentos como sacerdotes,
pero el avance en el desciframiento de los textos jeroglíficos hizo evidente que se trata
de gobernantes divinos. En la actualidad, tanto los textos como las figuras pueden
interpretarse con alguna precisión. Es el gobernante el que se yergue en el centro de la
iconografía maya. El centro político era el lugar en el que ejercía su poder. Retratado en
su estela, la cual era colocada en la plaza frente a un templo, él era el eje del mundo, la
quinta dirección cósmica, el lugar donde convergían el Cielo, la Tierra y el inframundo.
La palabra para estela equivalía a 'árbol-piedra'. El gobernante era el Arbol del Mundo,
y su monumento de piedra lo conmemoraba como tal. Del mismo modo que el árbol
tenía al Pájaro Celestial en su copa, el gobernante podía llevarlo en su tocado.
Frecuentemente, las representaciones del tronco del Arbol del Mundo están marcadas
con la imagen del Dios C (Ilustración 252b), que simboliza la sangre y que aparece en
los taparrabos de los gobernantes representados en los monumentos. En la parte superior
del objeto usado por los gobernantes en el ritual de la perforación fálica estaba montada
también la cabeza del Dios C.

La ofrenda de sangre ritual (Ilustraciones 217 y 218) evocaba a los antepasados


sagrados, reales y sobrenaturales, en una visión indagatoria que ligaba al gobernante con
el mundo sobrenatural y con el mundo agrícola. Talvez era el acto ritual más
importante. El rito reforzaba el contrato con los dioses y proveía alimentos y beneficios
para el pueblo; éstos eran expresados iconográficamente como maíz, el alimento básico
de los mayas. Los elementos del Monstruo Cuatripartito, expresión del movimiento del
Sol, descansan en un cuenco o canasta en que se recogía sobre papeles la sangre del
autosacrificio. El gobernante era responsable de la agricultura y de las buenas cosechas,
por lo que debía realizar actos rituales en los que ofrecía su sangre a los dioses para
asegurar los frutos. Ello debía hacerse por medios sobrenaturales y por conducto de los
antepasados sagrados. Según un mito sobre el origen humano incluido en el Popol Vuh,
el manuscrito quiché (k'iche') del siglo XVI hallado en Chichicastenango, los hombres
fueron creados para alimentar a los dioses. Estos se nutrían con sangre humana, y a
cambio de esto alimentaban al hombre. El maíz y las ofrendas de sangre estaban muy
relacionados. En el Popol Vuh, los hombres fueron creados de maíz.

El gobernante vestía y lucía en su estela varios símbolos de poder, así como los medios
usados para alcanzarlo; entre éstos estaba el instrumento usado para sacarse sangre. En
este acto la realeza prefería la espina de raya. La sección superior de la espina estaba
adornada con plumas verdes de quetzal, tres bandas apretadas de tela y la cabeza del
Dios C.

La espina de raya tiene características naturales que la transforman simbólicamente en


algo más que una herramienta funcional. Las rayas habitan el fondo del mar, enterradas
en el lodo, por lo cual se consideraba que vivían en el inframundo. Otros miembros de
la familia de la raya parecen volar en el agua, como pájaros; algunas rayas pueden
'volar' a través del aire. Las criaturas anómalas siempre tienen un significado especial.
La raya es un sangrador por naturaleza, que puede herir y aun matar a una ave acuática
distraída. La espina, que sólo se usa en forma de defensa, es un arma feroz y dentada,
una daga envenenada. El parecido de la espina con una hoja se agrega a su simbolismo
agrícola (en el pasado, este motivo se había identificado como pluma, hoja u otro objeto
parecido). Se ha encontrado buena cantidad de espinas de raya en escondites y ricos
entierros mayas, por lo común colocadas en el área pélvica de los cadáveres. Los artistas
mayas hacían imitaciones de espinas en hueso y jade.

La raya y el tiburón son peces cartilaginosos emparentados. Las espinas de raya y los
dientes de tiburón se parecen. En forma natural y en contextos arqueológicos, como los
escondites y los entierros, aparecen juntos restos de rayas y tiburones. Un cinturón que
los gobernantes lucen en las estelas incluye la representación del Monstruo Xoc
(tiburón) y una concha u ostra espinosa (Spondylus); ambos elementos están asociados
con la ofrenda de sangre, con mujeres (nodrizas) y con el Dios del Maíz. La concha
tiene sus propias asociaciones con el sangramiento. El personaje de una escena de
perforación del pene, representada en un vaso cilíndrico, viste una capa delgada con
conchas adheridas. El cuerpo del gobernante Ah Cacau (Gobernante A), de Tikal, en el
Enterramiento 116, descubierto bajo el Templo I, estaba rodeado por conchas, restos
acaso de una capa similar. En el Entierro 29, de Uaxactún, también se encontró el
cuerpo rodeado de conchas. En toda el área maya se han encontrado cantidades de
especies de Spondylus, tanto del Atlántico como del Pacífico, con una mayor
concentración en el Preclásico Tardío y en el Clásico Temprano. En Tikal se han
descubierto Spondylus en escondites, tumbas y enterramientos asociados a estructuras
ceremoniales, a menudo con jade. Los gobernantes que figuran en las Estelas 4 y 31, de
Tikal (Ilustración 225), que datan del Clásico Temprano, lucen un collar de conchas
bivalvas, que pueden ser Spondylus. En Piedras Negras, una concha de esa especie fue
usada como joyero. Claramente, las Spondylus tenían un valor más alto que el de otras
conchas. Sus espinas de color rojo brillante pudieron tener el significado metafórico de
la sangre. Aparentemente, la sangre se conceptualizaba en términos de líquido, de
ofrenda de sacrificio y de linaje. Las asociaciones con sangre pueden haber sido la razón
de pintar de rojo muchos edificios y esculturas (Ilustración 172). Puede ser que este
color haya sido usado exclusivamente en los monumentos de Tikal, El Ceibal y Copán.
En ciertos sitios, los dioses u objetos sagrados estaban pintados de azul, el color del
agua y del cielo.

Algunos monumentos muestran lo que ha sido llamado el acto de 'esparcir'. Yaxchilán


tiene ejemplos notables de este rito, que también se observa en varios monumentos de
Guatemala. En el pasado se argumentó que se trataba de esparcir granos de maíz o
partículas de copal, usado como incienso en los ritos mayas, o bien, se decía que era
agua. Estudios recientes han señalado que el gobernante aparece en el acto de rociar
sangre. Frecuentemente los gobernantes aparecen vestidos como el Dios del Maíz
(Ilustración 252f) en una personificación de esta planta en estado germinal. De sus
tocados salen largas y verdes plumas de quetzal, como hojas de maíz, y lucen adornos y
accesorios de jade, piedra ésta que es del color del agua y de las exuberantes plantas de
maíz. En las tumbas reales se colocaba una máscara sobre la cara del gobernante
fallecido, lo que seguramente simbolizaba un floreciente rejuvenecimiento. Un elegante
y complejo ejemplo procede de la tumba del gobernante Doble Peine, de Tikal; y otro
que se encontró en Río Azul. A menudo se colocaba una cuenta de jade en la boca del
fallecido.

Los gobernantes representados en las estelas frecuentemente usan un cinturón con tres
accesorios de jade, parecidos a máscaras que semejan una cara idealizada, con orejeras.
Algunas de éstas, encontradas en Palenque y Copán, existían como objetos reales. En
las representaciones escultóricas de Tikal y Piedras Negras, las caras están adheridas a
los asientos reales; usualmente son tres, una a cada lado y una en el centro, como se
encuentran colocadas en los cinturones. Seguramente, las caras representan la cabeza
desmembrada del Dios del Maíz, pues con frecuencia tienen foliación en la parte
superior. Pueden estar colocadas directamente en el delantal del taparrabo del Dios C, o
pueden sustituirlo. Las caras están junto a unos pendientes de jade en forma de celtas,
arregladas las tres debajo de la imagen de jade del Dios del Maíz. Estos pendientes
pueden combinar la imagen del follaje con la de la navaja usada para cortar los tallos del
maíz. Algunas veces, los pendientes tienen incisiones y muestran las imágenes de los
gobernantes. La Placa de Leyden (Ilustración 128) representa uno de éstos.

La imaginería del maíz es prominente en todo el arte maya (Ilustración 214). En el


relieve de la Cruz Foliada, de Palenque, México, el fallecido gobernante Pacal se
levanta sobre una planta de maíz que emerge de una concha, un símbolo de la Tierra.
Pacal lleva un perforador de pene en la mano. Al otro lado del relieve, su sucesor, Chan
Balam, está de pie sobre una imagen de agua y piedra (el Monstruo Cauac), de la cual
emerge una planta de maíz. Al centro de la composición está la 'cruz foliada' como el
Arbol del Mundo, que es el maíz germinado.

Se ha argumentado, convincentemente, que el Dios del Maíz, o Dios E, puede ser


identificado con Hun Hunahpú (Uno Hunahpú), el padre de los Héroes Gemelos, del
Popol Vuh, y que un gobernante puede ser representado como el Dios del Maíz (Hun
Hunahpú, el Principal Señor Joven). Hun Hunahpú y Vucub Hunahpú (Siete Hunahpú),
los Señores Jóvenes, eran los mejores jugadores de pelota del mundo, pero el ruido del
rebote de su pelota de caucho perturbó a los Señores del Inframundo. Estos enviaron
búhos mensajeros para llamar a los hermanos, quienes descendieron al inframundo y allí
jugaron pelota. Los Señores del Inframundo ganaron el juego con trampas y los
hermanos fueron decapitados. Enterraron la cabeza de Vucub Hunahpú en la cancha, y
en una planta de calabaza colgaron la cabeza de Hun Hunahpú, el Principal Señor
Joven, el Dios del Maíz. Su cráneo alargado y el cabello tonsurado, con foliación en la
parte superior, hacen que su cabeza se parezca a un olote de maíz. De la misma manera
que la cabeza de Hun Hunahpú fue cortada, la mazorca fue arrancada de la planta en la
época de cosecha. La perforación del falo en el rito de sangramiento ha sido comparado
con el acto de desgranar el maíz, el cual es horadado antes de desgranarlo. El glifo kan
(maíz, Ilustración 233) aparece frecuentemente con imágenes del Señor Joven Principal,
quien a menudo carga un saco de maíz.

Al Principal Señor Joven se le representa de cuerpo entero, como escriba, como


artesano y especialmente como bailarín en los llamados 'platos de danzantes' de Holmul,
Uaxactún y Tikal (Ilustración 268), y en un silbato de las Tierras Altas, donde aparece
junto a mazorcas de maíz. En vasijas de Petén se le representa vadeando entre peces
(Ilustración 247) y lirios de agua, talvez en las aguas de un campo elevado. Se le ve
surgiendo de una caparazón (véase tercera sección de Láminas), partida, de tortuga (la
superficie de la Tierra), mientras que a cada lado sus hijos (los Héroes Gemelos) le dan
agua. Aparece en escenas en las que viaja en canoa, las cuales están reproducidas en
vasijas de cerámica y también en los huesos incisos del enterramiento del Templo I, de
Tikal, en que aparece en un viaje en canoa al inframundo (Ilustración 255). En la mayor
parte de América existía la creencia de que se llegaba al inframundo al cruzar una
extensión de agua subterránea. La figura principal en la canoa, el guapo y joven Dios
del Maíz, de cuya cabeza germina vegetación, seguramente representa al gobernante en
la apariencia de dicho dios. El lirio de agua que está en su follaje representa la jornada
por agua hacia el inframundo. Los remeros de la canoa son dioses asociados con el
sangramiento. Ambos son viejos y sin dientes; uno de ellos es un dios jaguar. En la
canoa hay un perro, que aparece como una escolta al inframundo en gran parte de los
mitos y el arte de la América precolombina. También viajan en la canoa un mono y una
iguana, cuyos papeles pueden interpretarse de varias maneras, y un loro que, según el
mito, fue una de las criaturas que descubrió o robó el maíz. El gobernante-maíz se dirige
al Inframundo-Tierra, desde donde será regenerado. Estas imágenes pueden ser
interpretadas como representaciones del gobernante disfrazado de Dios del Maíz, pero a
veces ambos personajes son representados juntos.

Los vasos cilíndricos mayas y esculturas, como el Dintel 3 de Piedras Negras


(Ilustración 256) muestran escenas palaciegas con el señor en el trono y varias figuras
de servidores, presumiblemente en el inframundo. A menudo estas escenas muestran
vasos cilíndricos (a veces con tapaderas) sobre el trono. Usualmente, los servidores le
presentan al señor cuencos con varias ofrendas, las que también pueden aparecer debajo
del trono. También es posible observar cántaros, instrumentos musicales, cortinas,
flores y telas. Algunas de estas escenas muestran sangramiento, oferentes de sangre o de
cuencos llenos de maíz. En uno de los vasos aparecen dos figuras sentadas en un trono.
El Dios del Maíz los mira de frente y atrás de él, en sendos asientos, hay dos personajes
que probablemente son los Héroes Gemelos. El señor en el trono hace el gesto de
esparcir algo, a la par de un jeroglífico que designa sangre (Dios C). El señor evoca al
Dios del Maíz y a los Gemelos, por medio del acto de esparcir o derramar.

Un significativo atributo real era el Dios Bufón (Ilustración 252h) un símbolo del
acceso al poder, el cual data de los inicios del Período Clásico. Es un motivo frecuente
en las tiaras o tocados reales y, en casos raros, se usa como un cetro. Aparece encima de
los gobernantes en las Estelas 29 y 31, de Tikal, en una máscara del Entierro 85, del
mismo sitio, y en la Placa de Leyden. Puede derivarse de una representación del maíz,
más temprana, que aparece en la iconografía olmeca, y que posiblemente, para los
mayas, tenía el significado de un antepasado mítico.

Otro símbolo real importante es el Dios K (Ilustración 252d, e), el cual está asociado a
la descendencia dinástica, al sangramiento y al maíz. Puede aparecer como una efigie
(por ejemplo, en las Estelas 2 y 3, de Machaquilá), como una cabeza sobre un cetro, o
en el extremo de una barra ceremonial sostenida por el gobernante. Otros seres pueden
emerger de los extremos de la barra, como si salieran de una cueva, pero el Dios K es la
figura más frecuente. A menudo sale de la boca de una cabeza de dragón que surge de la
barra. El Dios K ha sido identificado como una deidad arqueológicamente conocida
como GII de la Tríada, de Palenque, la cual representa a uno de los tres antepasados
divinos en Palenque y otros lugares (por ejemplo, en Tikal). En Palenque, los
gobernantes aparecen como el Dios K.

Una de las piernas del Dios K es una serpiente y en algunas ocasiones también tiene
otros atributos de reptil. Usualmente hay un espejo en su frente. En la cabeza del Dios
Bufón, del Dios del Sol y del Dios C, también puede aparecer un espejo. Este puede ser
parte de un título real, y es usado en frases que se refieren al 'acceso al trono'. El
gobernante era el espejo de su gente. Los espejos de obsidiana o mosaico de pirita eran
parte del ajuar real. A veces, en escenas representadas en vasos, un espejo es alzado ante
un señor entronizado. Se han encontrado espejos en contextos arqueológicos de
Kaminaljuyú y Nebaj, en el Altiplano de Guatemala. Ocasionalmente, el espejo en la
frente del Dios K tiene incrustada una antorcha con volutas de humo o un cigarro
humeante (el tabaco era una sustancia ritual). Las volutas de humo se parecen a la
vegetación. Todos estos atributos pueden referirse a actividades agrícolas, a la roza y
quema de los campos y a la posterior germinación de la vegetación. Los puntos en la
frente del Dios K pueden representar sangre, aunque semejan los granos del maíz. En el
rito de sangramiento se dejaba gotear la sangre sobre amatles que luego eran quemados.
De aquí se deriva la relación entre la sangre y el humo, y también las connotaciones
vegetales. El Dios K comparte ciertas afinidades con el Dios B, que corresponde a la
lluvia y el cielo, y que algunas veces tiene un hacha en su frente. Las cabezas del Dios C
y del Dios del Maíz tienen una forma similar. El Dios del Maíz puede tener una
proyección desde su frente, similar al cigarro del Dios K, y éste a su vez puede tener lo
que parece ser una foliación.
La barra ceremonial que porta el gobernante es una especie de 'banda celestial' con una
cabeza en cualquiera de sus extremos (Ilustración 153), y las bandas celestiales también
pueden enmarcar escenas, funcionar como tronos o plataformas, o ser parte de la
vestimenta del gobernante y aparecer como un cinturón. Las versiones antiguas de la
barra ceremonial a menudo son flexibles, como el cuerpo de una serpiente. La forma
parecida a la serpiente puede estar relacionada con la homofonía de las palabras
equivalentes a cielo y culebra. Los diseños glíficos en una banda celestial (o en una
barra ceremonial) se parecen a las marcas de una culebra. Con frecuencia la barra
ceremonial tiene un par de bandas cruzadas o las tres bandas del dios que ofrenda
sangre. Puede tener un motivo de petate, ya que el gobernante era el Señor de Petate, el
que no se sentaba directamente en el suelo sino sobre un asiento especial. El petate
(estera) era significativo como un material tejido o trenzado que representaba un mundo
integrado, hecho por el acto simbólico de tejer. En los tocados reales aparecen
fragmentos del motivo del petate o tela anudada, pendientes, cinturones y otros
accesorios. Se encuentra en tronos y en paneles que separan escenas. Es un motivo
común en varios altares de Tikal. El motivo del petate puede bordear el delantal del
taparrabo del Dios C, y a veces parece salir de la boca de este dios que ofrenda sangre;
puede aparecer también en el cuello del Dios C. Un pendiente con el motivo del petate
colocado horizontalmente en el cuello puede indicar que el que lo lleva es un ser
sobrenatural, puesto que, al parecer, solamente los dioses lo usaban de esa manera.

Ocasionalmente, el gobernante exhibe en la parte posterior un bastidor emplumado, que


es un cosmograma, con el Pájaro Serpiente o con la banda celestial, o bien con ambos
símbolos encima, así como el Monstruo Cauac, hasta abajo, y varios seres
sobrenaturales entre ellos. Estos últimos pueden relacionarse con el glifo-emblema que
identifica al sitio o a un linaje. Tales bastidores aparecen en dinteles de Tikal, en
monumentos de Dos Pilas y Quiriguá y en la cerámica de Uaxactún. En el Monumento
9, de Quiriguá, y en el Dintel 3 del Templo IV, de Tikal (Ilustración 257), el gobernante
en el trono está sentado al centro de una versión ampliada de dicho cosmograma. Los
danzantes en las cerámicas de Holmul y Naranjo lucen tal bastidor. Estas son
representaciones de Hun Hunahpú o de su representante real.

Los gobernantes mayas representados en estelas o los señores retratados en vasos visten
complejos y, a veces, enormes tocados, cuyos motivos tienen muchas referencias. Entre
las panoplias de plumas de quetzal se hallan montados diversos materiales simbólicos:
máscaras de dioses, glifos, perforadores, animales, pájaros, peces, flores, fragmentos de
tela y piel, jade, concha y otros.

El equipo para el sangramiento y otros objetos sagrados eran colocados dentro de un


fardo igualmente sagrado, que aparece en escenas palaciegas representadas en cerámica
y escultura (por ejemplo, la Estela 11 de Piedras Negras, Ilustración 219). Usualmente,
estos fardos muestran largas plumas de quetzal, agregadas al perforador hecho con la
espina de raya. Probablemente, la tela que se observa en escenas reproducidas en
esculturas y en vasos, se refiere al fardo. Los altares de piedra 'amarrada' pueden
representar fardos sagrados de gran tamaño; algunos tienen las tres bandas del deificado
oferente de sangre.

En su mayor parte, los vasos cilíndricos tienen un texto alrededor del borde, el cual ha
sido llamado la Secuencia Primaria Estándar (Ilustración 259). En un tiempo se creyó
que era algún tipo de encantamiento relacionado con el Inframundo, pero recientemente
ha sido descifrado como el nombre del propietario y también del uso ritual del vaso para
beber cacao. Aunque la interpretación del texto ha cambiado, aún se acepta que la
mayor parte de las escenas en las vasijas ocurren aparentemente en el Inframundo. En
casi todos los textos aparecen nombres históricos, que a menudo son el nombre del
gobernante. Se han identificado los glifos equivalentes a las palabras pintor y escultor.
En la actualidad se sabe que los artistas mayas gozaban de alto rango, y que por lo
menos algunos de ellos pertenecían a familias reales, relacionadas con los reyes divinos
representados en los árboles de piedra.

La Iconografía Maya y el Popol Vuh


Muchas escenas reproducidas en varios vasos mayas del Período Clásico se han
identificado con eventos descritos en el Popol Vuh, cuyo manuscrito es bastante más
tardío.

Un día, Xquic (Mujer de Linaje), la hija de uno de los Señores del Inframundo,
caminaba cerca de la planta de calabaza donde pendía la cabeza cortada de Hun
Hunahpú. Ella recibió en su mano una escupida de la cabeza y quedó embarazada. Al
dirigirse a la superficie de la Tierra, el mundo intermedio, Xquic probó a su madre su
conexión con Hun Hunahpú, cuando llenó con numerosas mazorcas de maíz, de una
sola planta, la red que la anciana mujer le había proporcionado.

Xquic dio a luz a los Héroes Gemelos, Hunahpú e Xbalanqué, quienes encontraron el
equipo de juego de pelota de su padre y empezaron a usarlo. Igual que su padre y su tío,
ellos perturbaron a los Señores del Inframundo y fueron instados a presentarse. Los
Gemelos eran astutos y finalmente vencieron a los Señores. En vasos cilíndricos y
platos pintados o incisos, que datan del Clásico Tardío, aparecen escenas de sus
aventuras en el inframundo. Varias de ellas muestran a dos jugadores de pelota: uno con
tocado en forma de venado, y en forma de pájaro el otro. También hay tocados con otros
motivos. Dichos jugadores pueden representar a los Héroes Gemelos o a su padre y tío,
es decir, a los Señores Jóvenes.

En otras escenas, la figura del vaso, identificada como Xbalanqué, frecuentemente viste
el tocado del Dios Bufón. Lleva una piel de jaguar en la parte inferior de su cara. Sus
símbolos distintivos como dios (cartuchos que aparecen en los cuerpos de seres
sobrenaturales) pueden ser cueros de piel de jaguar.

Hunahpú, identificado por una o tres manchas oscuras en su cara y por manchas en el
cuerpo, y que cazaba con cerbatana, disparó contra Vucub Caquix (Siete Guacamayo),
el falso Sol de la anterior creación del hombre, quien también reclamaba ser la Luna. Su
nombre equivale a guacamayo, un pájaro con fuerte simbolismo solar, pero algunos de
sus atributos parecen derivarse del zopilote, un pájaro que en la mitología tuvo varios
encuentros con el Sol. Puede identificársele como el Pájaro Celestial. Un disparo de
Hunahpú arrancó los dientes a Vucub Caquix, que los Gemelos sustituyeron con granos
de maíz. Esta escena aparece en un vaso cilíndrico en el que Hunahpú, con un sombrero
de cazador hecho de paja, apunta al Pájaro Serpiente, que está en un árbol, el cual tiene
la cabeza del Dios C en su tronco y 'ojos de muerte' que brotan como frutas (ojos que
han sido arrancados). Hunahpú aparece con sombrero de cazador en escenas
reproducidas en vasijas de cerámica y en las paredes de la cueva Naj Tunich, donde
literalmente se representa un juego de pelota en el inframundo, así como también
retratos del Dios N y una figura que ofrece sangre. Hunahpú es una de las figuras que
están extrayéndose sangre en un famoso vaso de Huehuetenango. Puede ser la deidad
GIII de la Tríada, de Palenque. La correlación de identidades entre los personajes
míticos nombrados en los textos glíficos, los personajes del Popol Vuh y las
representaciones en el arte, todavía no está establecida de modo incontrovertible.

La decapitación era la forma de sacrificio más común. Su representación aparece varias


veces en el arte visual, así como en la descripción del juego de pelota, en el Popol Vuh.
Los Señores del Inframundo querían usar un cráneo como pelota, en su juego contra los
Gemelos, pero Hunahpú e Xbalanqué se negaron. Después, Hunahpú fue decapitado por
un murciélago asesino y su cabeza fue usada para el juego, pero Xbalanqué engañó a los
señores con un conejo y una calabaza y pegó nuevamente la cabeza de Hunahpú. Los
Gemelos resucitaron a Vucub Hunahpú, quien había sido enterrado en la cancha de
pelota de los Señores del Inframundo. Unieron las partes de su cuerpo, pero después
decidieron que debía ser enterrado de nuevo. Vucub Hunahpú también está asociado al
maíz.

En algunas escenas puede verse a los Gemelos cargando un saco de maíz. Antes de que
dejaran a su abuela, cada uno había plantado una mazorca de maíz en el centro de la
casa de ésta. Dijeron que si las mazorcas morían, tal hecho sería una señal de que ellos
también habían muerto, pero que si germinaban de nuevo, ella sabría que vivían. Los
Gemelos permitieron a los Señores del Inframundo que los sacrificaran, pero revivieron
y reaparecieron en forma de pez gato. En el agua se transformaron en magos
vagabundos. En uno de sus trucos, Xbalanqué sacrificó a Hunahpú, y después, durante
una danza de sacrificio, mató a dos de los Señores del Inframundo. En la escultura y en
la cerámica, inclusive un conocido vaso procedente de Altar de Sacrificios, prevalece el
tema de la danza de los señores mayas, presumiblemente en el Inframundo, en una
forma similar a la de los Héroes Gemelos. Con frecuencia estos bailarines están
acompañados por enanos, los cuales aparecen en varios monumentos junto a un
gobernante, a veces en escenas con iconografía de sangramiento. Los enanos siempre
lucen atributos de la élite, y en la literatura folclórica se dice que podían moverse del
Cielo al Inframundo, con el que probablemente tenían asociaciones particulares. Su
defecto físico posiblemente les daba un poder mágico, como el de los shamanes, por lo
cual eran incorporados al ritual.

Después de sacrificar a los señores Uno Muerte y Siete Muerte (talvez los asesinos de
Hun Hunahpú y Siete Hunahpú), los Gemelos revelaron quiénes eran y vencieron a los
otros Señores del Inframundo. Mientras tanto, en el Mundo Intermedio, la abuela de los
Gemelos observaba el maíz que éstos habían plantado, al cual vio morir y luego
germinar. Los Gemelos no volvieron a ella, ya que se fueron al Cielo y se convirtieron
en el Sol y la Luna, o en el Sol y Venus.

En los vasos y en la escultura clásica maya, en los códices y fuentes etnohistóricas más
tardías, la Luna es femenina. En general, es la diosa de la fertilidad. Al momento de la
Conquista era la diosa del alumbramiento, pero también se le asociaba con el agua, la
lluvia (en el Códice de Dresden se le ve derramando agua), y la vida vegetal. La Luna
presenta los ritmos más inmediatos en el calendario natural, los que significan las
estaciones lluviosa y seca, como también las épocas de siembra. Los campos son
sembrados y cosechados de acuerdo con las fases de la Luna. Sus movimientos se
correlacionan con el ciclo de la gestación humana. La Luna también era una tejedora.
Las figurillas de Jaina, en Campeche, en forma de tejedoras (véase tercera sección de
Láminas), posiblemente representan a la Diosa Luna. Existen por lo menos dos
versiones de la Luna o dos diosas Luna, una joven y la otra vieja. Si es cierto que
Hunahpú se convirtió en la Luna, entonces la(s) Luna(s) femenina(s) que se representan
en el arte maya pueden referirse a una época anterior en el pasado mítico. Xquic puede
ser la joven Diosa Luna y la abuela de los Gemelos, Xmucané, la anciana Diosa Luna.

El juego de pelota, ejecutado por los mayas del Clásico, era una versión metafórica de
los movimientos de las estrellas y plantas. Se han expuesto varias interpretaciones del
significado preciso de tales movimientos y de los cuerpos celestes involucrados, pero su
significado básico no ha sido establecido.

Virtualmente, en cada sitio maya, y en casi cada sitio mesoamericano, se encuentran


canchas para el juego de pelota, en el centro. Estas varían de forma entre el Altiplano y
las Tierras Bajas, y también hay grandes diferencias en su tamaño, según la región
(Ilustraciones 106 y 142). Una de las tres canchas para juego de pelota de Tikal está al
lado del Templo I, el monumento funerario más importante de la ciudad. El juego
aparece en la escultura de la cancha, en esculturas murales, en figurillas y en vasijas de
varios tipos. A menudo los vasos representan el juego en acción, sobre o frente a un
tramo de escaleras; también debió jugarse en plazas y en canchas, quizás con el objeto
de permitir un público mayor, o talvez para que se desarrolle más adecuadamente en
una plaza o frente a un templo determinado. Las escaleras con inscripciones jeroglíficas
de la Estructura 33, de Yaxchilán, sugieren que éste era el lugar donde se efectuaba el
juego. Las escaleras muestran un cautivo amarrado, como si fuera una pelota, frente al
victorioso gobernante de la ciudad, Pájaro Jaguar, vestido de jugador (Ilustración 226);
un motivo similar se encuentra en el Altar 8, de Tikal.

El juego de pelota era un evento de sacrificio. Las 'hachas' usadas en este juego,
procedentes del Altiplano, frecuentemente representan víctimas de sacrificio, cráneos o
zopilotes. A veces, los jugadores reproducidos visten accesorios de guerreros. Se
sacrificaba a los cautivos de guerra durante el juego.

El Guerrero Jaguar
En muchas estelas el gobernante está de pie; en una mano tiene una lanza larga con
punta de pedernal, y en la otra tiene un escudo (Ilustraciones 212 y 213). A sus pies, o
en un marco debajo de sus pies, aparece un cautivo, que en ocasiones se identifica como
el gobernante de otro sitio. Aquel gobernante es retratado con un poder basado en la
guerra y el sacrificio. La sangre que él ofrecía a los dioses no era sólo la propia, sino
también la de los cautivos sacrificados. Algunas veces lleva una calavera, o lo que
parece ser una cabeza trofeo, a manera de pendiente u ornamento en el cinturón, lo cual
era un símbolo de conquista y decapitación ritual.

Se elaboraban cuchillos de cuarzo o pedernal de diversas formas excéntricas, que


incluían figuras de dioses. En varios monumentos la figura de los gobernantes aparece
con un cuchillo de tres puntas. Las tumbas reales se cubrían con una capa de pedernales
trabajados. Un tocado que incluye la imagen del dios Tláloc, un emblema importado de
Teotihuacan, significa guerra. Las ciudades de Petén estaban involucradas en el
comercio e intercambio de ideas con Teotihuacan, la ciudad más importante del centro
de México durante el Clásico Temprano. Sin embargo, no se entiende por completo la
naturaleza exacta de esta relación. Además de ser el Dios de la guerra, Tláloc era en
Teotihuacan, y posteriormente entre los aztecas, una deidad del agua y la agricultura. El
signo mexicano para representar el año es también un elemento que se presenta en
algunos tocados mayas. El atlatl, un arma usada en el centro de México, aparece en
algunos monumentos de Petén durante el Período Clásico Temprano. Los mayas
también adoptaron otro símbolo de guerra teotihuacano: el escudo redondo que tenía la
imagen de un búho y detrás de éste jabalinas cruzadas, las cuales se convirtieron
después en navajas de pedernal.

Conforme progresan los estudios mayas, el militarismo se hace cada vez más evidente.
Se ha argumentado que la aceleración de la guerra fue una causa del colapso maya a
finales del Período Clásico. En realidad, mucha de la iconografía de este período es
militarista. Los cautivos no sólo aparecen en estelas, sino como figurillas y como
personajes pintados en vasijas que muestran el carácter ritual de la guerra. Esta se
iniciaba en fechas astronómicamente apropiadas y ello es indicado por los glifos para
eventos de guerra, notablemente la concha-estrella. El glifo que indicaba al planeta
Venus es la 'gran estrella'. Venus era un dios de la guerra, y se le representaba con una
lanza.

Existen casos en los que el gobernante aparece sin cautivos a sus pies. Puede estar
parado sobre un glifo, que a menudo es un glifo-emblema equivalente al nombre de su
ciudad o linaje, o puede estar apoyado en una cueva estilizada o en un Monstruo Cauac
(que a veces sirve de trono para dioses y gobernantes), o bien puede estar sobre una
máscara hecha de elementos iconográficos, o sobre un jaguar (por ejemplo, las Estelas 1
y 2, de La Amelia, Ilustración 270). Tales son las bases de su poder, y de su lugar en el
cosmos. Talvez el jaguar es el motivo menos común, pero sus asociaciones son muy
fuertes.

El jaguar simbolizaba la guerra, pero tenía una iconografía mucho más complicada. Es
el felino más grande del Nuevo Mundo y, por su tamaño, talvez el más poderoso de
todos. Como predador nocturno, es una criatura misteriosa que duerme en las cuevas y
grietas, que camina silenciosamente por la selva, disimulado por las hojas. Es un
cazador, un pescador y un nadador en las aguas que comunican con el inframundo.
También puede trepar árboles y lugares altos. Se mueve entre los mundos.

En monumentos de Tikal y Piedras Negras, a veces el gobernante está protegido por un


jaguar gigante que es su álter ego. En algunos casos el gobernante está sentado sobre un
trono asociado a un jaguar, ya sea por la efigie o simplemente por una piel de dicho
animal que cubre el asiento (Ilustración 263). En Uxmal existe un trono formado por
dos cabezas de jaguar. En vasos cilíndricos frecuentemente el señor está sentado sobre
un trono cubierto con una piel de jaguar o con un almohadón que semeja este animal.
Un vaso proveniente de la Estructura 5C-49, de Tikal, muestra a un gobernante sentado
en su trono, recibiendo como obsequio una piel del felino mencionado. Envoltorios de
esta piel aparecen sobre tronos en escenas representadas en vasos. En un vaso de
Chamá, Alta Verapaz, la figura principal viaja sobre una litera y la que le sigue lleva un
envoltorio con piel de jaguar.
Los gobernantes vestían accesorios de jaguar, ya como el atuendo completo (el Dintel 2
del Templo III, de Tikal, es un buen ejemplo), ya como tocado, capa, camisa o
taparrabo. Los gobernantes en los monumentos de Dos Pilas y El Ceibal calzan botas o
sandalias de piel de jaguar. En la Estela 8, de Ceibal, se ven guantes y botas semejantes.
Las cabezas de jaguar embellecían tocados, pectorales y cinturones. Tales adornos son
prominentes en las estelas y murales de Bonampak, y en los vasos tienen connotaciones
de acción, guerra, caza y sacrificios, o están asociados a los rituales y procesiones
relacionados con esas actividades. En algunas escenas representadas en los vasos, los
hombres vestidos con traje de piel de jaguar llevan armas; un guerrero con una capa de
dicha piel camina detrás de un cautivo o víctima para el sacrificio; las figuras de
hombres con camisas del mismo material están en actitud de tomar cautivos. Los
señores mayas no vestían pieles de jaguar en escenas cortesanas.

Seguramente, las prendas de piel de jaguar estaban reservadas para individuos del nivel
más alto, como los gobernantes y, probablemente, los oficiales militares superiores, o
para los sacerdotes encargados de los sacrificios. El poder se obtenía por medio de la
denominada magia por afinidad. Talvez existía la idea de la transfiguración, un tema
importante en gran parte de la cosmología del Nuevo Mundo. Por vestir las prendas de
piel de jaguar, una persona adquiría los poderes de ese animal, y se convertía en un
poderoso cazador y guerrero, en un gobernante pujante que se identificaba con el jaguar
y con los dioses-jaguar.

Los dioses también aparecen sentados en tronos en forma de jaguar y visten prendas
hechas con la piel de tal felino. El Dios L del inframundo se sienta en un trono y viste
una capa semejante. También tiene una oreja de jaguar que aparentemente está pegada a
su tocado. El Dios M, negro y habitante del inframundo, es el dios de la guerra, de la
caza del venado y del sacrificio, que viste una piel de jaguar. Aparece con frecuencia en
los platos de Petén.

El jaguar encarna el poder del Otro Mundo. El glifo ahau (señor), cubierto parcialmente
con la piel del jaguar, significa shamán, brujo, álter ego, transformarse, soñar. El Otro
Mundo y el inframundo son, en algunos sentidos, intercambiables. Un plato cerámico de
Uaxactún muestra el inframundo como el lugar de los jaguares, los cuales tratan de
alcanzar el cuerpo desnudo de una víctima de sacrificio que cae en dicho lugar. Atrás se
observan figuras negras de pie. El Dios Jaguar o Sol Nocturno necesitaba sacrificios
para poder revivir. Un incensario de efigie proveniente de Tikal muestra al Sol como un
hombre viejo con símbolos de jaguar y una máscara del Dios del Maíz adherida a su
brazo, y quien además lleva en sus manos una cabeza humana cercenada.

Un vaso que se expone en el Museo Popol Vuh, de la Ciudad de Guatemala muestra una
escena elaborada de sacrificio humano (Ilustración 258). Un jaguar posado sobre un
fardo enfrenta a una figura humana que lleva una prenda asociada con el sacrificio, y
que presenta a un niño que presumiblemente será ofrendado. Un jaguar danzante, que
tiene parcialmente forma de esqueleto, sostiene un escudo y una vasija para un enema
alucinógeno, un motivo que se ve con alguna frecuencia en escenas del inframundo.
Otra figura humana está cortándose su propio cuello. En otro vaso más, un jaguar
ensangrentado está sentado sobre una estela y observa el sacrificio de un niño que
ocurre en un plano inferior. Las prendas de piel de jaguar también están asociadas al
autosacrificio. En el vaso de Altar de Sacrificios, el señor maya fallecido viste tales
prendas y danza con un perforador de pene.
En numerosas tumbas, enterramientos y escondites de Uaxactún, Kaminaljuyú y otros
sitios, se han encontrado huesos de jaguar. En escondites del Clásico Temprano, en
Tikal, se han descubierto vasijas con tapaderas en forma de jaguar. Este animal también
se representa de manera común en incensarios de las Tierras Altas. El simbolismo del
jaguar aparece en muchas formas en el arte maya. Existen variaciones en el tema del
jaguar personificado, diferentes personajes-jaguar, o el mismo animal jaguar
representando diversos papeles.

El Dios Jaguar del inframundo es una deidad vieja con atributos del Dios Sol: una nariz
grecorromana, una forma retorcida encima de la nariz, un ojo largo y dientes en forma
de T. Es el Sol en el inframundo y el patrón de la guerra. Su cara es el motivo más
común en los escudos de guerra portados por los gobernantes en las estelas del Clásico
Tardío. El panel del Templo del Sol, de Palenque, muestra dicho escudo con lanzas
cruzadas. Este dios también es la cabeza principal y más común en los incensarios del
Clásico Tardío, los cuales están asociados con estructuras de templos.

En la Estela 5, de Piedras Negras, el Dios Jaguar del inframundo emerge del ojo de un
Monstruo Cauac, o está rodeado por una gigantesca cabeza de Cauac. El trono Cauac
puede aparecer con una piel de jaguar encima. Algunas veces, el Dios Jaguar del
inframundo está involucrado con rituales relacionados con el sacrificio, durante los
cuales se administraban enemas alucinógenos.

Se han presentado varios argumentos sobre la equivalencia entre los jaguares míticos y
los dioses de la Tríada, de Palenque. El Dios Jaguar del inframundo ha sido identificado
como un aspecto del GIII de la Tríada, de Palenque. Sin embargo, estas equivalencias
todavía no han sido totalmente comprobadas.

Una criatura mítica llamada Jaguar Lirio de Agua es particularmente prominente en


contextos de sacrificio. De manera usual se le representa erguido, como un ser humano,
y con vegetación que brota de la parte superior de su cabeza (Ilustración 252i). El jaguar
es sacrificador y sacrificado al mismo tiempo. Usualmente, lleva la bufanda asociada a
las víctimas de sacrificio, o bien un collar de 'ojos de la muerte'. La bufanda puede
referirse de modo específico a la decapitación. Seres humanos eran sacrificados en
honor al jaguar, y los sacrificaba este mismo, que también podía sólo presenciar la
inmolación. Sin embargo, el mismo jaguar era cazado por el hombre y, por lo tanto,
también era sacrificado. En un vaso de Chamá se puede observar la cabeza cercenada de
un Jaguar Lirio de Agua, arreglada en un envoltorio. La piel de este tipo de jaguar solía
ser usada como capa por los dioses del inframundo. Ello puede ser una manifestación de
que ese animal era cazado para el uso real de su piel. Las cacerías de jaguar deben haber
sido rituales importantes, pero no se han identificado representaciones de ellas.

El Jaguar Lirio de Agua es uno de los motivos más comunes en los vasos. También
aparece en esculturas y en códices, y tuvo gran importancia en Tikal. Por ejemplo,
figura como trono en la Estela 20 y se encontró una efigie de esa clase de dicho felino
en la suntuosa tumba conocida como el Enterramiento 196. En muchas vasijas aparece
como un bailarín con un signo kin (Sol) sobre su vientre. En estas escenas usualmente
aparece acompañado por un venado, un mono, un conejo, un armadillo o una
combinación de estos animales.
A menudo, el Jaguar Lirio de Agua aparece con un venado, al lado o frente a éste, pero
también suele figurar con otros animales en escenas de procesiones o en danzas. El
jaguar y el venado parecen equilibrarse mutuamente. Este último también era un
símbolo real. Igual que el primero, el segundo era asociado con el Sol y el inframundo.
Tanto el venado como el Jaguar Lirio de Agua pueden llevar la bufanda de sacrificio.
Una cabeza de venado puede aparecer sobre un envoltorio sagrado, así como aparece la
cabeza del Jaguar Lirio de Agua. En escenas de vasos del Clásico Tardío se ven
cazadores de venado que visten faldillas de piel de jaguar. Existe algún tipo de juego de
palabras en los dibujos del lirio de agua del jaguar y el de las astas del venado: los lirios
de agua parecen crecer de una cabeza de venado y las astas aparecen sobre el jaguar.
Estas últimas tienen un significado especial, puesto que crecen en sincronización con la
temporada agrícola de crecimiento. Los venados son prominentes en los ritos agrícolas
de renovación.

El venado tiene un simbolismo particularmente complejo. Tiene connotaciones de


cacería, pero, por sus astas que crecen y tienen forma de ramas o de otros elementos de
la naturaleza, se le llegó a asociar fuertemente con la agricultura.

Las cacerías de venado eran sacrificios rituales. El venado era, por excelencia, el animal
para sacrificio (Ilustración 267). En los códices se observan piernas de venado en los
cuencos usados en las ofrendas. Varios vasos cilíndricos del Clásico Tardío muestran el
ritual de la caza del venado, en el cual el cazador suena una trompeta hecha de un
gasterópodo. Frecuentemente, estos cazadores son figuras negras; por lo general, los
dioses negros están involucrados en la guerra, los sacrificios y la cacería, actividades en
las que se suenan caracoles. Existen varias clases de trompetas hechas con caracoles que
datan del Clásico Temprano y en las cuales fueron labrados textos jeroglíficos y figuras.
Había también un rito de sacrificio humano, en el cual un hombre imitaba a un venado.

El Mundo Animal
Los animales jugaron un papel significativo en la iconografía del arte maya, lo cual ya
se hizo evidente en el análisis anterior. Habitaban el mismo mundo de los humanos,
como si fueran vecinos de éstos. Eran parte del ambiente natural, y simbolizaban
aspectos de la naturaleza y la cosmología.

En el Popol Vuh, dos hermanos, Hunbatz (Uno Mono) y Hunchuen (Uno Artesano),
hijos de Hun Hunahpú y medio hermanos de Hunahpú e Xbalanqué, eran héroes de una
cultura antigua. Plantaron un campo de maíz y talvez fueron los iniciadores de las artes.
Igual que su padre, Hunbatz y Hunchuen tenían talento, pues eran flautistas, cantantes,
bailarines, pintores, escultores, joyeros y también cerbataneros. Eran, asimismo,
videntes, ya que predijeron el nacimiento de sus medio hermanos, Hunahpú e
Xbalanqué. Hubo rivalidad entre ambos pares de hermanos y, con el tiempo, Hunahpú e
Xbalanqué transformaron en monos a Hunbatz y a Hunchuen. Sin embargo, estos
monos eran medio hermanos del Sol.

En el arte maya clásico a menudo aparecen monos que bailan, que escriben con pincel o
que tienen una concha como recipiente para pintura. Un hombre-mono escriba aparece
representado en vasos cilíndricos; a menudo tiene orejas de venado y algunas veces
astas del mismo animal; en ocasiones viste un turbante adornado o el tocado de red del
Dios N. El hombre-mono escriba fue un artista mítico. Que los artistas pertenecían a un
alto nivel social lo demuestra el caso del hijo del gobernante de Naranjo, quien era
pintor. En Copán existe evidencia de que los monos eran muy apreciados. En ese lugar
se excavó recientemente un complejo habitacional perteneciente a una dinastía de
escribas, una escultura de un hombre-mono escriba decoraba la fachada de la casa. En
un vaso cilíndrico, un Señor Mono está sentado en un trono. En los huesos incisos de la
tumba en el Templo 1, en Tikal (Ilustración 255) un mono es una de las criaturas que
viaja en la canoa acompañando al señor. Un tiesto de una vasija policroma de Uaxactún
muestra a un mono araña que extiende su brazo para tocar el seno de una mujer parecida
a la Diosa Luna, del Códice de Dresden. En ese códice se ve a dicha diosa junto a una
criatura parecida a un mono. Las caras de mono eran usadas como sustitutos de los
glifos kin (Sol o día) y ahau (señor). Aparentemente, el mono aullador fue el modelo
para el glifo del Dios C (sangre).

Según varios relatos populares tradicionales, el mono fue producto de un intento fallido
de crear al hombre, o es un hombre que fue transformado en una época de crisis. El
mono no es totalmente hombre, pero es muy cercano a éste. Después del hombre, es la
criatura más inteligente y diestra del mundo natural.

Los monos, o las criaturas que se le parecen, son comunes en escenas del inframundo.
Con frecuencia llevan símbolos de muerte, la bufanda del sacrificio o el collar de 'ojos
de la muerte'. Pueden tener asociaciones con el inframundo, pues se relacionan con los
antepasados, o sea las anteriores creaciones del hombre. Son uno de los motivos en las
'hachas' de juego de pelota del Altiplano, entre un repertorio de motivos relacionados
con sacrificio. Además, puesto que los monos caminan frecuentemente de cabeza, ellos
pueden mirar hacia abajo a través de los árboles, hacia el inframundo. Habitan el
bosque, cuya oscuridad es similar a la del inframundo. Las caras de mono se parecen a
cráneos. El rugido del mono aullador es lúgubre como el del jaguar. Por otro lado, en el
mito, el mono que habita árboles y escala hasta grandes alturas, está relacionado con el
Sol. Los monos tienen nexos con la agricultura porque viven en los árboles.
Básicamente, los monos aulladores se alimentan de hojas. En las representaciones en
cerámica, cargan frutas o mazorcas de maíz.

El murciélago también era un animal significativo en la iconografía maya clásica. Es el


único mamífero que vuela y, por lo tanto, es una criatura anómala y transformada, un
ser de las tinieblas, de la noche, que habita en cuevas y árboles. Los que se alimentan de
polen y néctar tienen connotaciones de fertilidad. Una especie de ellos poliniza la ceiba
sagrada, el Arbol del Mundo, en el cual gustan de reposar. La calabaza (que en el Popol
Vuh figura como planta del inframundo, en la cual fue colgada la cabeza de Hun
Hunahpú), el árbol de la balsa y el cacto saguaro, también son polinizados por
murciélagos. Estos se alimentan de frutas y son importantes distribuidores de semillas,
por lo que es probable que tengan connotaciones agrícolas. El vampiro, chupador de
sangre, era asociado al sacrificio de sangre. Uno de ellos decapitó a Hunahpú en la Casa
de los Murciélagos, en el inframundo. En escenas representadas en vasos cilíndricos, y
que tienen su origen en el inframundo, un murciélago revolotea sobre una figura
importante, o se oculta bajo un trono. En la región de Chamá son comunes las figuras
completas de murciélagos a cada lado de un vaso cilíndrico, los cuales tienen las alas
extendidas, en las que figuran motivos relacionados con la muerte, como huesos
cruzados o el 'ojo de la muerte'. Existen esculturas de murciélagos en la región de
Chamá, así como en Copán, donde se les tenía como símbolo del lugar o de la familia
gobernante.

También aparecen en el arte maya una variedad de pájaros. El quetzal, cuyas plumas
decoraban los tocados reales, a veces aparece solo. Es un pájaro relacionado con el Sol,
igual que los colibríes, que figuran en los códices y en las vasijas, particularmente en
tocados. Un vaso cilíndrico de Tikal muestra una figura con la cabeza de un colibrí
sentado frente a un trono señorial (Ilustración 263). Los colibríes tenían un significado
ancestral en el área maya, lo cual puede explicar su presencia en esta escena. Los picos
largos de algunas especies de colibríes asocian a éstos con la ofrenda de sangre. Las
guacamayas de colores brillantes también eran pájaros solares. Las aves acuáticas
pertenecían tanto al inframundo como al cielo. Los búhos tenían connotaciones de
guerra, muerte y noche, y se les encuentra en tales contextos (por ejemplo, en el tocado
del Dios L del inframundo). Los zopilotes o zopes eran pájaros reverenciados,
especialmente el rey-zope, con su dramática apariencia. Figuras prominentes en escenas
palaciegas pueden llevar tocados en forma de zopilote. En gran parte de los pueblos del
Nuevo Mundo, el zopilote es un transformador de la inmundicia, una criatura positiva
con carácter shamánico. Se le observa en compañía de la Diosa Luna y también con las
víctimas de sacrificio. En el mito, la Luna se fugó con su amante, que era un rey-zope.

El pez aparece en escenas del inframundo reproducidas en vasijas (Ilustración 247).


Después que Hunahpú e Xbalanqué fueron pulverizados y tirados al río, se
transformaron en peces-gato. En un pendiente hecho de concha, un señor monta un pez
mítico, lo cual puede estar vinculado a un hecho narrado en el Popol Vuh. El Dios GI de
la Tríada, de Palenque, tiene peces barbos y una lengua formada por una espina de raya
o por un diente de tiburón. Los tocados, inclusive los de uno de los Gemelos que juegan
pelota, pueden incluir un pájaro con un pez en el pico. Un gobernante en el trono de una
escena cortesana viste un tocado con lirio y pez. La mujer de la estela de Bonampak,
tiene en su tocado un pez con una flor, y el mismo motivo se presenta en un tocado de la
Sala 1, de Bonampak. Una figura principal, en una escena de sacrificio representada en
un vaso, viste un tocado en forma de pez. El pez simbolizaba el agua y la fecundidad, es
decir, los propósitos del sacrificio. Las ofrendas mostradas en el Códice de Dresden
contienen peces. Restos de ellos se han encontrado en depósitos rituales y
enterramientos.

La Luna estaba asociada con el agua, con el pez y las ranas, o con los sapos. Estos
últimos aparecen en vasos pintados y en pequeñas esculturas. Un sapo regordete, que
aparece con otras criaturas en varios vasos cilíndricos del Clásico Tardío, ha sido
identificado como Bufo marinus, el cual tiene una glándula parótida tóxica, que algunas
veces está incorporado a la cara de una deidad. La toxina, usada aún en curaciones
populares, pudo haberse empleado en el pasado como droga psicoactiva. En
Kaminaljuyú aparecen algunos sapos sobre esculturas en forma de hongo. Las ranas y
los sapos están asociados a la fertilidad agrícola, a la regeneración y particularmente a la
transfiguración. El renacuajo se transforma en sapo adulto y ambos tienen rasgos casi
opuestos.

Las serpientes, a menudo venenosas, se ocultan en cuevas. Pueden estar relacionadas


con la muerte. Algunas serpientes, representadas en vasos, tienen el signo de Venus o el
de la guerra. Sin embargo, la serpiente, que muda de piel, es un exponente principal de
renovación y rejuvenecimiento. En los vasos, a menudo aparece una serpiente que se
enrosca alrededor del cuello de un venado, de un jaguar o de una mujer que talvez sea la
Diosa Luna. En los códices, esta diosa lleva un tocado en forma de serpiente. Una
serpiente sobrenatural surge de un cuenco de sangramiento y lleva la imagen de un
antepasado. El concepto de serpiente se encuentra incorporado en el monstruo o en las
bandas celestiales, así como en la barra ceremonial.

Un conejo también figura con la Diosa Luna. El glifo equivalente a conejo (o acaso un
animal similar) puede ser parte de una frase con el significado de 'continuar en la
sucesión de los antepasados' para acceder al trono. Talvez en este contexto se observa,
en un códice, un conejo que escribe bajo la égida del Dios L.

Conclusiones
Puede decirse que, igual que la mayor parte de la iconografía del Nuevo Mundo, la de
los mayas trata sobre agricultura y sobre el poder real. Estos dos temas interrelacionados
son las raíces de toda la imaginería. El gobernante poseía un poder infinito, en tanto que
los cultivos fueran buenos y él no fuera vencido por su rival. La guerra podía iniciarse
por la necesidad de poseer más tierras para sembrar o para controlar las reservas de
agua. Con el advenimiento del Período Clásico, la guerra se convirtió, al parecer, en una
mera lucha de poder, o en una actividad ritual obsesiva, pero la fertilidad agrícola fue
siempre un elemento en los ritos religiosos y en las guerras políticas. Todo ello era parte
del mismo concepto cósmico.
STEPHEN D. HOUSTON

Arte Cerámico de las Tierras Bajas del


Norte

El arte cerámico que produjeron los mayas durante el Período Clásico es famoso en
todo el mundo. Al mismo tiempo, como una trágica paradoja, los coleccionistas y
traficantes han explotado su valor comercial, y muchos sitios arqueológicos han sido
saqueados. En términos geográficos, las condiciones que aquí se presentan se limitan a
las Tierras Bajas localizadas en la mitad norte de la República de Guatemala,
principalmente en el Departamento de Petén. La esencia interpretativa de este breve
estudio está enfocada al antiguo significado del arte y no a las categorías impuestas por
los investigadores modernos. Necesariamente, ello significa que la rica iconografía de la
cerámica se examina en relación con otras clases de arte maya, todas derivadas de
sistemas de creencias similares, que parecen haber sido codificadas sistemáticamente
antes del inicio del Clásico Tardío. Además, sin duda, la belleza e importancia del arte
maya corresponden también a las etapas anterior y posterior del Clásico. Sin embargo,
aquí se analizará principalmente este último período, el cual, por otra parte, es el que ha
sido mejor estudiado, quizás porque posee un sustrato de integración poco usual en un
sistema de arte precolombino.

Investigaciones Anteriores
Desde la época del explorador y escritor John Lloyd Stephens, quien viajó a través de
las Tierras Bajas mayas en 1838, el arte de la cerámica maya empezó a recibir una
atención esporádica. Esta, sin embargo, aumentó paulatinamente, hasta que en las
últimas dos décadas llegó a conformar un gran cuerpo de investigación. Entre las figuras
que contribuyeron al inicio de su estudio están Erwin P. Dieseldorff, quien acumuló un
significativo material, que en parte fue depositado en el Museo Nacional de
Arqueología y Etnología, de Guatemala, y en parte pasó a enriquecer colecciones en el
extranjero. Su trabajo de investigación, junto con el de Eduard Seler, se enfocó, en los
llamados vasos de Chamá (Ilustraciones 90 y 254), obtenidos, por saqueos o por
excavaciones mal controladas, en las Tierras Altas guatemaltecas. Ambos académicos
sugirieron interpretaciones históricas muy avanzadas en comparación con el
pensamiento de su tiempo. En esa época, instituciones estadounidenses, particularmente
el Museo Peabody de la Universidad de Harvard, comenzaron a involucrarse
directamente en el trabajo de campo. Parte de la información obtenida se publicó en
trabajos sintéticos sobre el arte maya, entre ellos la influyente monografía de Herbert J.
Spinden. Otra institución predominante, el University Museum de la Universidad de
Pennsylvania, se embarcó en un ambicioso proyecto de estudio de la cerámica maya. La
recopilación correspondiente empleó dibujos de imagen continua (desplegado), en los
que se reprodujeron piezas sobresalientes. Posteriormente, Michael Coe adoptó el
mismo formato, en forma parcial, y ha continuado con la tradición de dibujo con
imagen continua establecida por George Gordon y Alden Mason.
No obstante, un estudio científico más enjundioso, acerca de los vasos mayas, apareció
en el informe de George Vaillant sobre la cronología de vasijas mayas. Aunque nunca
fue publicado, su ensayo dio como resultado la organización de la cerámica maya en
función del tiempo y de la 'escuela de manufactura'. Este trabajo influyó directamente
en la investigación posterior de Robert Smith, quien laboró en algunos de los mismos
proyectos de Vaillant. Bajo la supervisión de Smith, los estudios de cerámica maya
comenzaron a alcanzar madurez, aunque eran más útiles en relación con problemas de
fechas que en cuanto a la interpretación del significado de los diseños. Las
contribuciones de Smith, de gran influencia todavía, inspiraron una segunda generación
de especialistas, de la que formaban parte James Gifford, Joseph Ball, Richard E.W.
Adams y Jeremy Sabloff. Todos ellos se han concentrado en el estudio de la cerámica
en términos de la información cronológica de ésta, en lugar de su significado intrínseco.
Una excepción de esto son los intentos de Adams por interpretar un extraordinario vaso
policromado, descubierto en Altar de Sacrificios (Ilustración 261). Las teorías del citado
investigador, sin embargo, han caído en desuso.

Una característica del énfasis sobre la historia cultural en el arte cerámico maya es el
uso de varios esquemas tipológicos, en especial el sistema Tipo-Variedad, que es una
metodología utilizada inicialmente en el suroeste de Estados Unidos. Clasificaciones
anteriores, hechas por Smith y otros, se basaron en wares y en algunos atributos
tecnológicos, más que en la decoración de superficie utilizada en el Tipo-Variedad. El
beneficio real de estos esquemas es que facilitan las comparaciones de la cerámica de
diferentes sitios. Sin embargo, tienden a pasar por alto las interpretaciones iconográficas
y funcionales de la cerámica y también lo que se llama estudios 'modales', los cuales
aislan rasgos individuales y trazan sus cambios a lo largo del tiempo. Esto significó que
varias ilustraciones, de cerámica procedente de excavaciones, se concentraran
exclusivamente en el color de la superficie e hicieran ilegible cualquier otro diseño. Los
pocos intentos de examinar iconografía y el significado de ésta, tendieron a observar,
principalmente, textos y trabajos de arte similares al arte monumental, como, por
ejemplo, en la fascinación de Sylvanus G. Morley por el vaso de Uaxactún, que presenta
una fecha en la serie inicial. Otros, como J. Eric S. Thompson, insistieron en que mucho
de tal arte era meramente una copia. Esto fue especialmente cierto en las
interpretaciones de los textos jeroglíficos de las vasijas, en las cuales, según Thompson,
se mostraba ignorancia sobre la estructura y significado de la escritura glífica maya.

La percepción de que el arte cerámico maya era imitativo, o basado en un conocimiento


glífico deficiente, comenzó a cambiar, lentamente, con la publicación del cuidadoso
estudio de los diseños en la cerámica maya de Copán, hecho por John Longyear.
Thompson creyó también que tales patrones existieron, pero que sólo confirmaban que
los pintores mayas de vasos copiaron imágenes. Esta noción encontró eco en las
observaciones de George Kubler, quien sostuvo que la pintura en vasos guardó una
estrecha relación con la pintura mural o la pintura en códices. Con base en las
observaciones de Kubler, los investigadores posteriores sugirieron que la pintura en
vasos fue copiada directamente de documentos antiguos, ahora perdidos.

Uno de los beneficios del trabajo de Longyear resultó ser simplemente la publicación de
sus nuevos hallazgos. Recientemente, en 1979, una publicación sobre el cuerpo de
investigaciones solamente incluyó ejemplos muy conocidos de la cerámica maya; y por
razones éticas y académicas se excluyó una gran cantidad de vasos que habían
comenzado a aparecer en el mercado ilegal de arte. El cambio de apreciación, marcado,
por la monografía de Longyear, se convirtió en un cambio mayor en el campo de la
investigación.

La figura clave de la nueva etapa fue sin duda Michael Coe, quien, a partir de 1973,
hizo publicaciones sobre piezas de cerámica hasta entonces desconocidas, las cuales
habían sido saqueadas y adquiridas recientemente para colecciones públicas y privadas.
Aparte de cuestiones éticas, Coe revolucionó el estudio de la cerámica maya del Clásico
Tardío. Notó, en efecto, que muchas de aquellas piezas mostraban una secuencia fija de
glifos, a la que denominó 'Secuencia Primaria Estándar' (Ilustración 259). Coe indicó
que la cerámica mostraba cercanos paralelos con el contenido del Popol Vuh, en
especial aquellos que corresponden a pasajes históricos y fábulas míticas de los quichés
(k'iche's). Señaló también que dichos paralelos estaban especialmente relacionados con
los llamados 'héroes gemelos', quienes vencieron a los Señores del Inframundo. Afirmó,
asimismo, que mucho del arte cerámico era mortuorio en intención, y que registra, en la
escritura e imagen, un ciclo de historias reminiscentes del Libro Egipcio de los Muertos.

Algunos autores rebatieron las conclusiones de Coe, pero su trabajo introdujo un mayor
grado de percepción de los elementos iconográficos y glíficos en el estudio de la
cerámica maya. Mucha de la investigación reciente ha mantenido el interés en aspectos
específicos de los personajes sobrenaturales que aparecen en las vasijas, y se han
relacionado varias de estas figuras con deidades identificadas en los 'códices', pero
también se ha aislado la existencia de algunos personajes todavía no identificados, los
que incluyen dos seres sobrenaturales muy ligados a la escritura, y también deidades
cuyos rasgos iconográficos fueron sustancialmente diferentes durante el Período
Clásico.

Los primeros libros de Coe continuaron en la tradición de Gordon y Mason, en cuanto a


publicar dibujos en imágenes continuas, realizados en acuarela o de una manera más
económica, como las técnicas del punteado y delineado. Los resultados fueron pobres en
muchos casos. Usualmente, los rasgos presentados son difíciles de leer en fotografías
oscuras. Sin embargo, Justin Kerr y un equipo de franceses y de miembros de la
National Geographic Society, inventaron una cámara que permite obtener una imagen
corrida, y ello facilitó la representación de los dibujos. Por medio de esta técnica, la
vasija se coloca sobre un torno, cuya rotación produce una imagen continua de la
superficie. Kerr ha seguido fotografiando miles de vasijas, en su mayoría saqueadas, lo
que elimina la necesidad de emplear artistas para hacer onerosos dibujos continuos. No
obstante, existen vasijas que son técnicamente difíciles de fotografiar, como algunas con
pared curvada o con decoración modelada.

La técnica de imagen continua ha hecho posible una gran cantidad de fotografías que
incluyen mucha de la cerámica decorada en el llamado 'estilo códice', el cual presenta
un fondo monocromo color crema, 'tralla', línea caligráfica y bordes rojos asociados a
los códices del Postclásico. Recientemente, Kerr ha empezado a publicar sus fotografías
conjuntamente con ensayos escritos por científicos especialistas en escritura y en el arte
maya de la cerámica clásica. Gracias a estas publicaciones y a la generosidad de Kerr, al
compartir sus fotografías, virtualmente todos los investigadores tienen acceso a
ejemplares del arte cerámico maya. Con ello se ha logrado entender mejor, no sólo la
iconografía, en la cual Coe, Hellmuth y otros han avanzado considerablemente, sino
también la escritura que aparece en las vasijas. Con estos avances, igualmente, se han
cuestionado algunas de las conclusiones de Coe, en especial la hipótesis mortuoria
aceptada hasta recientemente, pero los investigadores han subrayado la utilidad de ver
las imágenes de la cerámica tanto en términos cerámicos como míticos. Coe ha
contestado a sus críticos, en un excelente ensayo, que el Popol Vuh o una forma
ancestral de este documento, analizado cuidadosamente, ayuda a explicar el arte
cerámico maya de la época clásica.

En resumen, la cerámica maya ha sido estudiada desde dos perspectivas muy diferentes:
una, basada en el valor arqueológico de los objetos, que han sido analizados
principalmente según las clasificaciones del Tipo-Variedad. La otra, se concentra más
en los antiguos significados y funciones de las piezas. Es justo decir que los enfoques
formalistas sobre la cerámica maya, por ejemplo, los que se interesan en el estilo y el
color, han sido complementados por cierto énfasis en el significado. Un buen ejemplo
de esto es la tesis doctoral de Terence Grieder, publicada en parte en 1964.

Esta revisión histórica no puede concluirse sin tocar aspectos éticos relacionados con el
arte cerámico del Clásico. El primero, se refiere al problema ético derivado de estudiar
objetos depredados; y el segundo, a la incertidumbre fundamental acerca de la validez
de usar vasijas parcialmente restauradas, en particular cuando tales restauraciones no
han sido claramente señaladas como tales. Lamentablemente, la mayoría de las piezas
más espectaculares e informativas son producto del saqueo, y ello indujo a varios
arqueólogos e historiadores del arte a desautorizar cualquier intento de investigación o
publicación sobre tales objetos. Su razonamiento es el siguiente: que la publicación
aumenta el precio de la cerámica depredada y, por lo tanto, promueve mayor saqueo de
ruinas; que los hallazgos sin proveniencia arqueológica son completamente inútiles para
los científicos y los arqueólogos respetables; que los arqueólogos no deben analizar
artefactos robados, aunque esto sea de manera indirecta. En el debate correspondiente
hay posiciones que varían de extremas a moderadas. Desde una perspectiva que les
conviene, algunos coleccionistas creen que los objetos depredados sirven como
instrumentos útiles en las universidades en las cuales los estudiantes se ocupan de la
civilización maya, la que, por otra parte, forma parte del patrimonio cultural no sólo de
Centro América y México sino del mundo entero. Es decir, los coleccionistas creen que
'protegen' los artefactos que son extraídos de medios tropicales hostiles. Puesto que tales
ideas pueden ser tomadas seriamente, deben ser rechazadas de una vez por todas. Como
todo curador sabe, los objetos extraídos por los procedimientos rústicos y destructivos
de los depredadores, sufren daños considerables que el coleccionista raramente observa.
En sus trabajos en Belice, el autor del presente ensayo observó muchos ejemplos de
destrucción irreflexiva, inclusive la destrucción de vasijas que quedaron inservibles para
la venta. Por otra parte, y después de recibir las seguridades apropiadas, tanto los
gobiernos de México como los de Centro América han cooperado en el traslado
temporal de objetos mayas a exposiciones organizadas en el extranjero. Estas
exposiciones permiten mostrar importantes piezas fuera de su país de origen.
Desafortunadamente, las esperanzas de la repatriación de vasijas depredadas son
menores que aquellas que se relacionan con la localización y recuperación de
monumentos de piedra también saqueados. Muchas de tales piezas bien pueden haber
sido comercializadas desde su lugar de origen, con lo cual se hace difícil determinar con
precisión su procedencia, al momento de su descubrimiento. En tales casos, ¿qué país
tiene derecho sobre tales objetos? Problemas muy similares ocurren en relación con la
repatriación de antigüedades clásicas de Europa, como las recientes y controversiales
compras de objetos por el Museo Getty, de California, los cuales pueden proceder de
cualquiera de los países del Mediterráneo. Algunos intentos recientes que usan los
métodos de activación de neutrones pueden rastrear el lugar de manufactura de un
objeto, pero nunca pueden reconstruir el contexto arqueológico, que ha sido destruido
para siempre.

El segundo problema ético radica en la naturaleza de las imágenes y los textos incluidos
en vasijas restauradas. Muchos coleccionistas se muestran renuentes a comprar objetos
desgastados o fragmentados. En tales casos, un repintado y un repegado, realizados
hábilmente, devuelven algo de la belleza del objeto y más importante aún, su valor en el
mercado. Dicey Taylor ha señalado uno de los problemas más relevantes: ¿hasta qué
punto el científico examina una pieza del Período Clásico Tardío? Muchas piezas
publicadas, inclusive algunas de Coe y muchas de Robicsek, muestran señas de
restauración; en verdad, algunas están pintadas tan dramáticamente que pueden
considerarse falsificaciones. La ética de tal restauración todavía no está del todo
explorada, pero puede representar una buena causa el hecho de sugerir que toda la
restauración de pintura, aun la de hallazgos arqueológicos legítimos, debe limitarse al
mínimo.

Arte Cerámico Clásico: Corrientes Actuales


Avances técnicos recientes han hecho posible acercamientos completamente nuevos al
arte cerámico del Clásico. Todos estos hallazgos están basados en investigaciones
previas, pero en los esfuerzos pioneros de Smith, Adams, Coe y otros, se nota un mayor
refinamiento. Es de suma importancia notar los esquemas arqueológicos y de
clasificación empleados por los mayistas. Virtualmente, todos los especialistas en
cerámica maya usan ahora el método Tipo-Variedad, para clasificar piezas y ajustar
estos esquemas a modificaciones de la 'secuencia maestra', desarrollada por Vaillant, en
Holmul, y por Smith, en Uaxactún. Este último, en particular, dividió los Períodos
Clásico Temprano y Clásico Tardío en los Complejos Tzakol y Tepeu. Complejos
comparables, comúnmente con subdivisiones adicionales, han sido localizados en
muchos otros sitios. El Tzakol está fechado de 350 a 550 DC; y el Tepeu de 550 a 850
DC, con Fases Protoclásica y del Clásico Terminal, que se presentan antes y después,
respectivamente. Desafortunadamente, identificar subfases más finas, es hasta cierto
punto, difícil, si se usa el método Tipo-Variedad, el cual, según se ha admitido, es
inadecuado para refinar la cronología. Esto ha provocado escepticismo sobre algunos de
los esfuerzos para establecer cronologías más refinadas con base en Tipo-Variedad y en
datos limitados, derivados de depósitos mezclados y lotes de tumbas. Intentos más
conservadores realizados en El Ceibal, probablemente han excedido menos las
limitaciones de la evidencia. Es probable que los mayistas hayan descuidado el
establecimiento de mejores cronologías, puesto que las fechas que aparecen en
jeroglíficos ya permiten una considerable precisión en la ubicación temporal de los
hallazgos. Empero, ello no debe detener a los científicos en cuanto a mejorar esfuerzos
pasados, especialmente cuando las fechas en jeroglíficos no están disponibles, o cuando
los monumentos pudieron haberse vuelto a erigir en el pasado y no están claramente
asociados con depósitos arqueológicos.

Otro tema que requiere mayor estudio es el de la tecnología utilizada en la cerámica. Es


ampliamente conocido que, durante el Clásico, los mayas agregaron muchos pigmentos
después de la cocción. Antes de la cocción agregaban modificaciones ocasionales por
medio de aplicaciones, modelado y escisiones. Los esquemas de color, que durante el
Clásico desarrollaron la policromía total partiendo de los bicromos del Preclásico,
incluyen una variedad de rojos y naranjas (comúnmente mezclados), con pautas oscuras
y, más raramente, amarillas, azules y verdes. En general, la cerámica del Clásico
Temprano muestra un mayor grado de uniformidad. La del Clásico Tardío exhibe más
experimentación y enseña una mayor variedad de técnicas de pintura negativa para
adornar la superficie. Los estilos regionales llegan a ser más pronunciados en este
período, y hacen posible la identificación de 'escuelas' regionales de producción de
cerámica. Las pinturas más finas, sin embargo, aparecen comúnmente en vasos
cilíndricos, que duplican la superficie lisa de una pintura mural. Los platos trípodes o
tetrápodes aseguran que los contenidos de la cerámica no estarán en contacto con el
suelo. La superficie interna de los platos con frecuencia muestra escenas completas
relacionadas con el venado, jaguar o la vida palaciega.

Desafortunadamente, no se ha hecho suficiente trabajo experimental para evaluar la


tecnología relacionada con la manufactura de la cerámica del Clásico. Clemency
Coggins y otros investigadores han discutido la posibilidad de usar aditivos de jugos
vegetales para aumentar el brillo de tal cerámica, pero ésta y otras preguntas
tecnológicas no pueden contestarse sin experimentos controlados, en los que se
reproduzcan colores y formas similares a través de rigurosas investigaciones.

Recientemente, un cuerpo más amplio de datos y la activación de neutrones en vasijas


han permitido hacer agrupaciones de cerámica, más allá de las clasificaciones de la
metodología Tipo-Variedad. Ciertos científicos que confían en este último análisis creen
que algunos de los tipos cerámicos más finos pueden ser mejor designados como
'especiales', debido a que su idiosincrasia artística no permite otras clasificaciones. En
particular, los policromos son notoriamente difíciles de estudiar con los métodos de
Tipo-Variedad. Los estudios que trazan elementos y el estilo artístico demuestran que
estas 'escuelas' individuales, o 'talleres', pueden ser aislados, y que cada uno de ellos
funcionó por un breve tiempo, talvez durante la vida de un maestro y sus aprendices.
Por ejemplo, ahora se sabe que la escuela del 'estilo códice', se centraba en la parte norte
de Petén, donde se han encontrado tiestos y vasijas parcialmente intactas, en sitios como
Nakbé y El Mirador. Otras han sido identificadas por la evidencia glífica,
particularmente la llamada cerámica del Glifo-Emblema Ik, cuyo centro probablemente
estuvo en el sitio Motul de San José. El famoso Vaso Altar (Ilustración 261) entra en
esta categoría, lo cual indica que era una importación del área central de los lagos de
Petén a su eventual lugar de destino. Muchos otros centros de producción han sido
detectados por Dorie Reents-Budet, Ronald Bishop y otros. Si se les estudia
cuidadosamente, pueden ayudar a establecer cronologías extraordinariamente finas, así
como la identificación de 'talleres'. Como se mencionó anteriormente, lo que no pueden
indicar es dónde se encontraron las vasijas, porque es posible que muchas sirvieran
como regalos reales y fueron transportadas a distancias considerables. Aún más, la
creciente evidencia, particularmente del sitio beliceño de Buenavista del Cayo, sugiere
que las vasijas finas que aquí interesan pueden haberse movido en una manera
totalmente diferente a la de las vasijas utilitarias, es decir, que factores sociales y
políticos, en lugar de otros puramente económicos, pudieron haber motivado el
movimiento de artículos de prestigio en las Tierras Bajas mayas.

Un punto final acerca de la cerámica en cuestión es que el desciframiento de los glifos


ayuda a identificar escribas particulares (Ilustración 260). En la mayoría de casos, como
se sugiere por la evidencia de Tikal, el pintor probablemente era diferente del alfarero.
El reciente trabajo hecho por David Stuart indica que, por lo menos, uno de los escribas
era un miembro de la familia real de Naranjo. Su alto rango es congruente con la
habilidad y el largo entrenamiento que se necesitaba para alcanzar una destreza en
jeroglíficos y en el arte caligráfico maya. Otros artistas han sido identificados por
Stephen Houston, incluyendo un ejemplo, particularmente sorprendente, en dos vasijas
muy similares vinculadas al Glifo-Emblema Ik. Ambas llevan la misma firma del
artista, así como iguales figuras históricas. Desafortunadamente, se dispone de pocas de
estas firmas, en realidad bastante menos que el número de nombres de escultores, de
quienes se puede decir que, en un buen número, también gozaron de un alto rango.

Textos Glíficos en Vasijas Clásicas


Talvez el avance más impresionante de los últimos años es el que se refiere a la
interpretación de los textos glíficos en vasijas del Clásico. El trabajo de Coe demostró la
existencia de una secuencia de signos, pero desde entonces los epigrafistas han indicado
que algunas de sus conclusiones fueron erróneas. Ahora parece que la Secuencia
Primaria Estándar tiene muchas variantes regionales, identificables con base en
variaciones en los glifos, el estilo caligráfico y el contexto histórico (Ilustración 259).
No obstante, también hay un sorprendente grado de uniformidad en la estructura de la
secuencia. Su núcleo es un glifo llamado, por sus componentes glíficos, Ala Quincunx
(Ilustración 259b:12, 13). De hecho, ha resultado ser lo que los epigrafistas llaman
'nombre-etiqueta', una expresión que denota la posesión de un objeto. Nombres-
etiquetas similares han sido documentados en todo tipo de edificios y joyas, inclusive
piezas de jade. En un sentido general, los nombres-etiquetas ayudan a reconstruir la
terminología nativa. De modo específico, el Ala Quincunx se refiere a vasijas para
beber, especialmente los vasos cilíndricos muy favorecidos durante el Clásico Tardío.
Lo que le sigue es una cláusula que consiste en una frase preposicional; los glifos que la
componen especifican la receta de la bebida contenida en la vasija. Cierta clase de
bebida es un tipo de atole, que usualmente se servía en vasijas no cilíndricas. Otra
bebida se basaba en cacao, y fue identificada como tal al descifrar la palabra maya
precolombina, ka-ka-w(a). Asimismo, se agregaron varios sabores al chocolate, el cual
era sin duda una bebida de la élite en la época prehispánica. Además de tales nombres-
etiquetas, hay una referencia a 'plato', o lak, objeto que probablemente se usó para
comidas secas. En muchos casos, la cláusula y sus variantes son seguidas por nombres
históricos, como el del poseedor o dueño del vaso o plato.

Otras partes de la Secuencia Primaria Estándar preceden al Glifo Ala Quincunx. Estos
signos parecen funcionar como una fórmula dedicatoria y, ciertamente, encuentran
paralelos muy cercanos en las expresiones registradas en monumentos. Dichos signos
describen, en términos todavía poco entendidos, la 'dedicación' de un objeto y la pintura
en su superficie, el yich u tz'ib. Estos planteamientos revisados apuntan a varios
problemas con la formulación original de Coe. Muchos textos de vasijas no se refieren
al Libro de los Muertos, sino a la propia cerámica, y los textos no pueden haber sido
copiados de los libros porque su contenido concierne a la función y forma de la pieza.
Consecuentemente, aunque la pintura sobre las vasijas puede insinuar algo acerca de
códices perdidos, no son facsímiles de la imagen de tales manuscritos, sino que existen
en sí mismos como un género artístico distintivo. También puede decirse que los textos
en las vasijas no contradicen la hipótesis mortuoria de Coe respecto de la cerámica fina
del Clásico, pero tampoco la confirman.

Empero, la Secuencia Primaria Estándar no es el único texto que aparece en cerámica


maya. Además, hay muchos ramajes históricos que van más allá de una clara afirmación
de propiedad. En el caso del Estilo Nebaj, presumiblemente de la región Ixil de
Guatemala, hay escenas puramente históricas que muestran eventos claves en una
sucesión dinástica (Ilustración 262). El estilo Glifo-Emblema Ik es otro que contiene
muchas imágenes de la vida palaciega, particularmente la de un señor corpulento
conocido (en forma algo irreverentemente) como el Cacique Gordo. Lo que es intrigante
es qué función pudieron haber tenido estas imágenes, porque no ayudan a entender el
alarde de propaganda que debió cumplir el arte monumental. Por el contrario, estas
imágenes únicamente pudieron ser apreciadas por unos pocos observadores a la vez y
quizás en lugares privados. La mejor suposición es que constituyen herencias dinásticas,
cuya intención era el examen íntimo, como obsequios para subordinados o familias
rivales, que recibirían la información a grandes distancias, de una manera en que la
escultura monumental no podía hacerlo.

Imágenes en la Cerámica del Clásico Tardío


La investigación pionera de Coe sobre representaciones de figuras sobrenaturales ha
soportado la prueba del tiempo. Sin duda, muchos seres sobrenaturales, inclusive
aquellos identificados por Paul Schellhas, en los inicios del siglo, han sido ahora
identificados con seguridad en las vasijas. Aún más valiosa ha sido la oportunidad de
extender la lista de Schellhas, para incluir muchas otras figuras sobrenaturales. La
Ilustración 264 indica algunas de éstas, junto a los glifos de nombres que las identifican.
La naturaleza de estas figuras ha confundido a los científicos desde las primeras
especulaciones de Seler sobre el tema. Coe los denominó 'dioses', 'Señores del
Inframundo'. Esto iba de acuerdo con sus hipótesis mortuorias sobre la cerámica
Clásica. Científicos posteriores, particularmente Linda Schele, lo siguieron en dicha
interpretación, de manera que las figuras danzantes en los vasos fueron consideradas
como habitantes del inframundo y la vida posterior.

Recientemente, la hipótesis del inframundo ha comenzado a perder algunos de sus


atractivos. El desciframiento clave ha sido un signo que describe sintácticamente la
relación entre figuras sobrenaturales, representadas en muchas vasijas clásicas y figuras
históricas. Claros patrones de sustitución (la Piedra Roseta interna del desciframiento
jeroglífico) enseñan, sin duda alguna, que los seres sobrenaturales son una especie de
'espíritus acompañantes (companion spirits) o naguales' de los señores históricos. Este
descubrimiento ha cambiado en forma dramática la percepción que se tenía de muchas
de las imágenes no históricas incluidas en cerámica maya clásica. En lugar de entes
sobrenaturales divertiéndose en el inframundo, ahora parecen interpretarse como
aspectos de la identidad espiritual de los señores. Las figuras que comúnmente se
muestran bailando coinciden con la fuerte evidencia, sobre las danzas de espíritus
acompañantes, de los inicios de la época colonial en Yucatán y Guatemala. En tal
sentido, esas vasijas demuestran el conocimiento superior y la fuerza espiritual de los
señores del Clásico, quienes pudieron conocer a sus espíritus acompañantes de una
manera que no era permitida para la gente de más bajo estrato. El desciframiento
también insinúa que las concepciones mayas de liderazgo estaban impregnadas de un
elemento fuertemente 'shamanístico', que subrayaba la importancia de las cualidades
individuales sobre las hereditarias. Este patrón es consistente con la creciente evidencia
de que los señores mayas fueron más parecidos a jefes que a líderes de Estados
incipientes. Ello también sugiere que además de sus errores en identificaciones glíficas,
Richard E.W. Adams no pudo reconocer que el vaso de Altar de Sacrificios era
'histórico' (Ilustración 261); pero en un sentido distinto, ya que no muestra señores de
Altar de Sacrificios y Yaxchilán, sino entidades muy ligadas a la configuración
psicológica de éstos.

Para terminar, vale la pena mencionar un grupo de imágenes relativamente raro. Una de
ellas, al menos, fue recuperada en Tikal (Ilustración 263). Se trata de 'escenas
folclóricas' que describen eventos que incluyen 'figuras de tramposos' y seres
sobrenaturales del Clásico. Un rasgo singular de estas imágenes es que emplean fraseos
pocos usuales. La mayoría de los textos glíficos tiene un tono impersonal, que se refiere
a la gente exclusivamente en tercera persona. En contraste, los textos folclóricos
emplean no sólo la primera persona, sino también la segunda persona singular, que
permiten una cercanía y frescura de las escenas, que es menos evidente en otras del arte
Clásico.

Conclusiones
El estudio de la cerámica clásica maya ha madurado mucho desde 1970. La
comprensión que se tiene de las imágenes y textos ha alcanzado un nivel de precisión
que ni siquiera soñaron las primeras generaciones de mayistas. Sin embargo, hay mucho
por hacer en el esfuerzo por definir estilos regionales, indicar con exactitud la
localización de talleres, rastrear las obras de los grandes artistas, refinar la cronología e
identificar todos los seres sobrenaturales, y establecer la relación de éstos con figuras
históricas. Se hace necesario entender mejor la tecnología de la cerámica clásica. Con el
progreso conseguido, sin embargo, el cual se ha construido sobre las lecciones del
pasado, los científicos obtendrán, sin duda, un conocimiento cultural de la cerámica
maya que no tendrá parangón en el resto de América.
DIETER LEHNHOFF

La Música Prehispánica de Mesoamérica

En la actualidad resulta factible reconocer y evaluar el desarrollo de las artes plásticas


mayas. Las obras de esa naturaleza han sobrevivido hasta el presente, pese a la acción
destructora de los conquistadores y misioneros, y a pesar también del deterioro natural
que ocasiona el transcurso del tiempo. Gracias a la preservación de dichas obras, los
investigadores, los historiadores del arte, los científicos sociales de diversas
especialidades, han podido presentar una visión aproximada de lo que puede haber sido
el mundo maya.

No ha ocurrido lo mismo, empero, con la música. El cotidiano entorno sonoro y las


manifestaciones musicales de los mayas, que otrora impregnaban los grandes centros
urbanos de Mesoamérica, desaparecieron paulatinamente junto con los habitantes.

Para poder formarse una idea de lo que puede haber sido la música de los mayas, es
preciso recurrir al estudio de varios tipos de evidencias relacionadas con la práctica
musical, a saber: a) la evidencia pictórica plasmada en códices, murales y vasos
policromados de la civilización maya; b) los instrumentos musicales rescatados por los
arqueólogos, que pueden ser sometidos a examen y clasificación organológica, y en
algunos de los cuales todavía es posible generar sonidos; c) los testimonios de los
cronistas y misioneros españoles del siglo XVI, que escucharon la música de los
descendientes de los mayas en varias regiones de Mesoamérica y registraron sus
impresiones inmediatas; d) el análisis lingüístico de palabras y giros idiomáticos
relacionados con la música, la danza y la vida ritual, tal como aparecen en diversos
diccionarios de lenguas indígenas; y finalmente, e) la búsqueda y el análisis de
elementos no europeos en ciertas manifestaciones musicales ejecutadas, durante el siglo
XX, por músicos indígenas de origen maya. Ocasionalmente, estas manifestaciones
musicales han sido grabadas.

Entre las representaciones pictóricas de músicos e instrumentos mayas, quizás las más
conocidas sean los murales de Bonampak, que reproducen con precisión algunos de los
instrumentos utilizados, así como el contexto en el que se ejecutaba la música. Son
notables las largas trompetas, probablemente hechas de madera, como las que todavía
estaban en uso en el siglo XVI, que aparecen en el friso inferior del mural del Cuarto Nº
, de Bonampak (Ilustración 265). Los dos trompetistas forman parte de un conjunto que
incluye, además, cinco tañedores de sonajas (en pares, una en cada mano), un tambor
vertical alto de una sola membrana, y un tambor pequeño de mano, cuyo ejecutante
también toca una sonaja. Junto a los músicos aparecen varios actores ataviados con
máscaras e indumentaria teatral, preparándose para la danza ceremonial, en compañía
de numerosos personajes de alta jerarquía religiosa y civil, representados en las paredes
superiores del fresco.

Los murales del Cuarto Nº revelan el uso del mismo tipo de instrumentos en un
contexto diferente, pues las trompetas y sonajas (algunas de ellas decoradas con el
motivo de dos huesos cruzados) son utilizadas para provocar el terror de los enemigos
vencidos y capturados por guerreros de Bonampak, que les conducen al sacrificio. La
alegoría de los dos pares de largas trompetas, con acompañamiento de sonajas, también
figura prominentemente en la ceremonia que aparece en los ambientes tercero y último,
de Bonampak.

La función bélica y ceremonial de las trompetas usadas en algunos lugares del mundo
maya, era asociada, en otros, a los grandes caracoles marinos que se tocaban como
aquellos instrumentos de viento (Ilustración 266), y cuyo sonido era igualmente
poderoso y hasta terrorífico. El caracol también tenía funciones especiales en manos de
deidades, que aparecen representadas sobre vasos policromados, ya sea tañéndolo o bien
emergiendo de él.

Otro testimonio, particularmente impresionante, que pone de relieve la importancia de


la música en la vida ritual de los mayas, es la escena representada en el vaso
policromado, identificado como Princeton 11.1 Mientras cuatro deidades (sendas
manifestaciones de la deidad conocida por algunos investigadores como el Dios N)
pasan por distintas etapas de un ritual de aplicación de enemas alucinógenos, en
compañía de sus concubinas, cuatro figuras de cuerpo humano y cabeza zoomorfa (que
han sido identificadas como la 'bestia de la lluvia' por Michael D. Coe) están dedicadas
a ejecutar la música para el ritual. La primera de ellas está frente al cuádruple Dios N,
con una mano alzada, y quizá cantando; las tres restantes se encuentran en el otro
extremo de la escena, a espaldas de N. Estas tres también parecen estar emitiendo
sonidos vocales, a la vez que tocan instrumentos de percusión: la primera, un par de
sonajas (zoot); la otra, un tambor vertical (pax) de una sola membrana, en este caso de
piel de jaguar; y la tercera, una coraza de tortuga (kayab), percutida y frotada con una
asta de venado.

Las excavaciones arqueológicas también han rescatado numerosos instrumentos


musicales de la civilización maya, actualmente en museos y colecciones privadas
alrededor del mundo. Algunos han sido examinados y sometidos a clasificación
organológica,2 mientras que muchos otros quedan a la espera de un estudio sistemático.
Entre éstos destaca gran variedad de silbatos, ocarinas y flautas de varios tipos, de
cerámica y de hueso. A juzgar por el número considerable y la variedad de tipos de
ocarinas (flautas globulares) que se han encontrado, éstas deben haber sido muy
populares entre los mayas. Las flautas de pico (xul), hechas de caña, que menciona el
Obispo de Yucatán, Diego de Landa, parecen tener una gran antigüedad, y su uso puede
haber sido común en el Período Clásico. En el Códice de Dresden (Página XXXIVa)
está representado un ejecutante del xul, y tres de los cuatro agujeros del instrumento
están a la vista.

Las flautas también se fabricaron de materiales menos perecederos que la caña (usada
aún en la actualidad por los indígenas de Guatemala para hacer el xul); por ejemplo, la
cerámica. También se utilizó el hueso, de animal o humano, como se puede apreciar en
una flauta cakchiquel (kaqchikel) hecha de un fémur de niño, la cual se conserva en el
Museo Nacional de Arqueología y Etnología, de Guatemala.

El uso de los instrumentos citados trascendió el ámbito de lo ritual y lo bélico-


ceremonial, hasta abarcar múltiples situaciones y aspectos de la vida cotidiana. Esto
también se puede documentar por numerosos vocablos relacionados con la música y la
danza, registrados en diccionarios de lenguas mesoamericanas elaborados en el siglo
XVI por misioneros españoles.

Las impresiones provocadas por la música de Mesoamérica en los conquistadores y


misioneros del siglo XVI, se extendían del terror al asombro, y aun al rechazo. Aparte
de las consideraciones religiosas y políticas que originó la música, ésta también fue un
factor determinante en la prohibición rotunda que las administraciones coloniales
impusieron en relación con las prácticas rituales, musicales y teatrales de los indígenas,
durante toda la época colonial. Los instrumentos mesoamericanos, en efecto,
frecuentemente fueron descritos como 'tristes' por los europeos. Las corazas de tortuga,
las largas y delgadas trompetas de madera, las flautas de hueso de venado y el tunkún o
tunkal (llamado tun en Guatemala), que según Diego de Landa se escuchaban a varias
leguas de distancia, producían un sonido que a dicho religioso parecía triste y doloroso.
La música bélica, de mayas de Yucatán, producida por los mismos instrumentos,
horrorizó a los españoles durante la conquista de México. Aún en 1624, Bartolomé
Recinos Cabrera, al describir la danza del lojtum, se refiere al terror que causaban la
música de las trompetas mayas y los alaridos que acompañaban las escenas de
sacrificio, en esa danza.

Por otro lado, el talento demostrado por los nativos en el aprendizaje musical y su nivel
de habilidad, fueron observados y descritos por los misioneros, e incluso muchos de
éstos se dedicaron a enseñar a los nativos la música europea. Algo que llamó la atención
de los ibéricos fue la precisión, el virtuosismo y la disciplina de los ejecutantes
indígenas, quienes desde el Período Clásico estaban sujetos a penas que podían llegar
hasta el sacrificio cuando cometían errores en la ejecución.

Además de las grandes festividades en honor de los dioses, las cuales incluían
ceremonias de sacrificio humano, música y danza ritual, como la representada en
Bonampak, eran frecuentes las representaciones teatrales menores. Landa co-menta la
habilidad histriónica de los descendientes de los mayas de Yucatán, demostrada en
danzas teatrales de varios tipos, las que a menudo incluían la recitación y el canto de sus
antiguas epopeyas, creencias y tradiciones.

A pesar de la prohibición española, los indígenas conservaron, en su tradición oral,


algunas de las danzas y grandes obras teatrales de su herencia prehispánica, mantenidas
en hermético secreto. De esta manera, se conocen todavía obras como el Rabinal Achí,
drama que data de varios siglos antes de la llegada de los europeos y cuya existencia fue
mantenida en secreto hasta el punto de pasar inadvertida incluso para estudiosos como
Fray Francisco Ximénez, descubridor del Popol Vuh. A través de la transmisión oral
secreta, de generación en generación, la obra llegó a Bartolo Ziz, de Rabinal, Baja
Verapaz, quien anotó el texto en lengua quiché (k'iche') en 1850. Cinco años más tarde,
el Abate Charles Brasseur de Bourbourg, Ziz y otros dos indígenas, tradujeron el drama
al español. El entusiasmo del clérigo por la obra finalmente logró convencer a los
nativos de Rabinal sobre la conveniencia de representar el drama en la iglesia. Esto se
hizo el 20 de enero de 1856, con un ensamble instrumental que constaba de un tun y dos
trompetas metálicas, que acompañaban a 26 actores-bailarines de ambos sexos,
ataviados con indumentaria especial, plumas y máscaras. La música sobrevivió, siempre
transmitida oralmente, hasta nuestro siglo. Una grabación realizada en 1945, por
Henrietta Yurchenko, revela el tremendo poder dramático de aquélla, evidentemente
concebida para una obra de proporciones épicas. La grabación revela que cada uno de
los instrumentos sigue un patrón melódico, modal y rítmico independiente, diferente a
los demás, pero sin perder cierta interrelación mutua.

Las complejidades polirrítmicas y polifónicas de la música, que no se pueden apreciar


en transcripciones previas (hechas desde el punto de vista de la música europea)
realizadas por Brasseur de Bourbourg y Jesús Castillo, delatan la presencia de una
cultura musical altamente desarrollada, completamente distinta a la occidental. En
efecto, el texto y la citada grabación de la música del Rabinal Achí constituyen claves
fundamentales para la comprensión de la música y el teatro de la civilización
prehispánica maya-quiché, algunos de cuyos elementos de origen prehispánico aún se
pueden observar en la música de los indígenas mesoamericanos de finales del siglo XX.
CARROLL E. MACE

Danza y Teatro Prehispánicos

Cuando los españoles llegaron a México y Yucatán encontraron un floreciente teatro


indígena. El drama, la pompa y la danza estaban presentes en todas las ceremonias y
sacrificios públicos (Ilustración 267). Durante los 'mitotes', cientos de hombres bailaban
lentamente en círculos, mientras entonaban poesías relativas a eventos históricos y
mitológicos. Actores enmascarados representaban comedias en las que se combinaban
sátira, música y danza. Los amigos, reunidos en grupos placenteros, solían recitar
poemas en forma de diálogos. Los bufones entretenían a los gobernantes, y los atletas
sobresalían por sus proezas acrobáticas e imitaciones de batallas. Los ritos de fertilidad
incluían el espectacular Palo Volador (Ilustración 269). El bagaje dramático era rico, y
la cosecha etnográfica del siglo XVI, especialmente la de Fray Bernardino de Sahagún,
Diego Durán y Jorge R. Acosta, en México, y Diego de Landa, en Yucatán, preservó
una amplia y valiosa información.

Seguramente, el teatro y la danza de los pueblos guatemaltecos prehispánicos fueron


similares a los de México y Yucatán, pero la documentación temprana sobre ellos es
escasa y poco reveladora. Se sabe, sí, que durante los mitotes, los bailarines se movían
en círculos, al son del tun, 'cantando sus historias antiguas e idolatrías', y que, alrededor
del siglo XVII, tales mitotes fueron reemplazados en mucho por los guachibales, en los
cuales los bailarines cantaban eventos relacionados con la vida de los santos, o los
rememoraban en obras dramáticas que posiblemente fueron similares a los bailes del
tun. Alrededor de 1630, Thomas Gage presenció dos de dichas producciones,
relacionadas con las ejecuciones de San Pedro y San Juan Bautista. Otros géneros,
empero, sólo fueron raramente mencionados. Tan sólo el hermoso Palo Volador fue
descrito de manera objetiva y con minuciosidad por el cronista F. Antonio de Fuentes y
Guzmán. No existen referencias relacionadas con comedias, y las sobresalientes danzas
de la culebra, un importante género de la Preconquista, no fueron mencionadas sino
hasta 1722. Incluso los bailes del tun, impresionante y original contribución
guatemalteca al teatro mundial, fueron descritos con bastante descuido y con prejuicios
suficientes, al punto que para intentar comprenderlos se hace necesario recurrir al actual
Rabinal Achí. De hecho, cualquier esfuerzo por reconstruir la naturaleza del teatro
guatemalteco durante la época prehispánica, depende decisivamente del estudio de lo
que sobrevive en la actualidad.

Los códices y dibujos que ilustran respecto de la danza en México, están ausentes en
Guatemala, pero las estatuillas de barro, como la del dios danzante del maíz encontrada
en Alta Verapaz, pueden proporcionar la información pertinente. Las pocas
representaciones encontradas en Guatemala (Ilustraciones 261 y 268), así como otras
encontradas en Yucatán y en el sur de México, revelan que toda la población maya
cultivó la danza y que las posiciones convencionales para la cabeza, manos, brazos y
piernas formaban parte de bailes de una maravillosa precisión y gracia, posiblemente
similares a los del Oriente. Este arte se desvaneció. En la actualidad, sólo unas cuantas
danzas, como la del Rabinal Achí y la llamada Los Negritos, de Rabinal, usan una
verdadera coreografía. La mayoría de los bailarines simplemente se mueven como
arrastrando sus pies rítmicamente.

Las crónicas indígenas, por fortuna, proporcionan algunas referencias respecto al teatro
y la danza anteriores a la Conquista. El Popol Vuh relata que una danza cómica de
monos, llamada Hunahpu-Qoy, fue representada por Humbatz y Hunchouen después de
que sus hermanos más jóvenes, los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, los habían
convertido en verdaderos monos por su soberbia y orgullo. Los gemelos acompañaron
la danza con flauta y tambor, una combinación que todavía es popular entre los
indígenas de la actualidad. La abuela de los danzantes rió tanto al ver los gestos y
muecas grotescos y sus caras y traseros de monos que los gemelos se fueron
desvaneciendo entre la selva. Una versión de este baile posiblemente sobrevive todavía
en el Palo Volador (Ilustración 269). Proveniente de México, este ritual simboliza el
paso de los años; servía, asimismo, como danza de la lluvia y de la fertilidad. Fue
adaptada por los quichés (k'iche's) y se le vinculó a las leyendas de monos que contiene
el Popol Vuh. Mientras los actores bajan en espiral, en círculos que se ensanchan en
torno a un alto palo, un bailarín disfrazado de mono, sobre una plataforma pequeña
colocada en el extremo superior del mástil, realiza las piruetas que Fuentes y Guzmán
llamó 'raras y sobre manera ridículas figurerías'. Durante el siglo XVIII todavía eran
cuatro los bailarines que descendían como pájaros; en la actualidad son sólo dos, que
descienden en posición sedente. El Palo Volador se practica todavía en
Chichicastenango, Joyabaj y Cubulco.

El Popol Vuh también relata que los gemelos, disfrazados como mendigos,
representaban cinco danzas para los malévolos Señores del Inframundo, así como dos
sátiras teatrales, en las cuales pretendían cortarse uno a otro en pedazos y quemar casas.
Los bailes de los mayas incluían el puhuy (tecolote), el cux (comadreja), el iboy
(armadillo), el xtzul (ciempiés) y el chitic, una danza sobre zancos, posiblemente similar
a la representada en Yucatán. De acuerdo con Fray Francisco de Barela, los bailarines
del Ixtzul usaban pequeñas máscaras, y plumas de cola de guacamaya en la nuca. La
mención de estos bailes en el Popol Vuh indica que eran populares antes de la
Conquista, y que su invención es atribuible a Hunahpú e Ixbalanqué. Los bailes de
animales, por cierto, eran comunes, y en la actualidad se recuerdan todavía en
acontecimientos ceremoniales, en los que aparecen con más frecuencia monos, toros y
venados.

En el Memorial de Sololá se describen dos bailes: el Ixtzul y el Tolgom. El narrador


cuenta que el primero conmemoraba la victoria de Gagavitz sobre Zaquicoxol, el
espíritu del Volcán Santa María, cuando aquél llevó fuego a las tribus. También cuenta
que la obra era representada por muchos grupos de hombres que hacían mucho ruido, y
que era violenta. En la actualidad no existe supervivencia alguna que se asemeje a dicha
representación; tampoco se sabe que un baile similar se mencione en alguna otra fuente.
El Tolgom, por otra parte, era la versión local de un sacrificio ritual en el que se usaban
flechas y que se practicaba en gran parte del hemisferio norte. En el Memorial se cuenta
que Tolgom fue amarrado a un árbol, con sus brazos extendidos, y que después de bailar
al compás de la música llamada la Canción del Tolgom, los guerreros empezaban a
dispararle flechas. Su sangre era derramada en abundancia y su cuerpo se dividía entre
las tribus. Este evento mitológico era conmemorado durante el mes de Uchum por
medio de bailes y disparos a los niños con delgadas ramas. En Guatemala, el ritual era
sólo un simulacro de sacrificio, según traducción de Adrián Recinos. En Yucatán, los
mayas representaban un verdadero sacrificio con flechas, en el cual la víctima era en
realidad ejecutada. Un ritual similar se realizaba durante la celebración mexicana de
Tlacaxipehualztli, y también era practicado como un ritual de la fertilidad por algunos
grupos indígenas de Estados Unidos. En resumen, las ocho danzas prehispánicas
descritas en las dos crónicas citadas, incluyen comedia, imitación de animales, rituales
de la fertilidad y la conmemoración de mitos.

La comedia era un género importante tanto en México como en Yucatán. Los españoles
llamaron entremeses o farsas a estas representaciones, posiblemente por alguna
similitud con las farsas españolas del mismo período. Los mexicanos disfrutaron las
imitaciones de ancianos, de enfermos o personajes deformes. Se divertían, además, con
las representaciones en torno a la estupidez, la borrachera, la locura y las costumbres
extranjeras. Eran populares los malos entendidos causados por la sordera. Las farsas
acerca de sífilis, gripes, resfríos y mal de ojo se representaban en el templo de
Quetzalcoatl, de quien se creía que provocaba tales enfermedades, pero que también las
curaba.

Al parecer, en Yucatán la comedia fue más gentil y realista, así como la poesía maya era
más lírica y humana que la náhuatl; mostraba una obsesiva preocupación por la muerte
y una monótona repetición de la imaginería fantástica, para lo cual se usaban flores y
piedras preciosas. Diego de Landa señaló que los mayas de Yucatán representaban
escenas y problemas de la vida cotidiana, y en 1615 Pedro Sánchez Aguilar escribió que
también criticaban a las autoridades corruptas o avaras. El Diccionario de Motul ofrece
los títulos de nueve sátiras que aún eran populares en el siglo XVI. Entre éstas figuraban
piezas sobre mercaderes, una acerca de un cultivador de cacao, otra se relacionaba con
un oficial, y dos más se referían a chismes y a la corrupción. En suma, se trataba de
obras en las que se abordaba la vida diaria.

No se ha escrito nada con respecto a la comedia prehispánica en Guatemala, excepto,


talvez, la referencia de Ximénez al dominico Fray Jerónimo de Román y Zamora, citado
por Ximénez sobre los 'juegos' que realizaban los indígenas de Alta Verapaz. Sin
embargo, algunas piezas de comedia prehispánica que sobreviven en la actualidad
revelan que el género se cultivó y que probablemente fue similar al de Yucatán. El baile
del venado y del jaguar, que subsiste desde la época prehispánica, o sea, el Balam Kej,
de Rabinal, es rico en humor fálico, malos entendidos y en la imitación cómica de la
enfermedad. Los negritos, de la misma población, que representa la noche del solsticio
de invierno, contiene 11 sátiras llamadas 'juegos', en las cuales se hace mofa de la
religión, de los comerciantes, de los extranjeros, del trabajo, del sistema jurídico, del
sexo, es decir, de casi todo el panorama de la vida indígena. Una de tales sátiras es la
ridiculización de una boda, un ritual de la fertilidad colmado de un doble sentido de
carácter sexual, malos entendidos y humor, en el cual los actores se dan de bofetadas. El
Patzcá, actualmente una celebración de Corpus Christi, es una comedia de la fertilidad,
en la cual los actores, con máscaras que imitan bocio, bailan en un círculo, pretenden
sufrir la enfermedad y simulan sembrar maíz con bastones tallados que semejan
serpientes. El Charamiyex, también de origen prehispánico, presenta aún el tema de la
desobediencia filial y retrata el conflicto de un indígena que trata de engañar a
funcionarios corruptos que lo inducen a participar en una acción de cohecho. El
monólogo cómico del 'Chico Mudo', sin duda conserva la tradición prehispánica de
contar historias. Estas piezas, que perduran en Rabinal por la tolerancia de los
dominicos y lo aislado de la población, confirman que antes de la Conquista ya florecía
la comedia. Otras obras pueden haber subsistido durante el período colonial, pero no
fueron documentadas oportunamente y han desaparecido.

Los bailes del venado también se representaban mucho antes de la Conquista. Una de
las referencias más tempranas a ellos es la de Thomas Gage, quien aludió a una cacería,
en la que participaba un bailarín disfrazado de jaguar, y a cuyo diálogo Gage se refiere
como 'una forma de hablar al estar actuando'. En una combinación de comedia y ritual
de la fertilidad, las obras citadas rebosan humor con base en malos entendidos o escenas
eróticas. En la versión de Rabinal obtenida por Carroll Mace en 1958, un anciano y una
mujer encabezan la cacería del venado, pero ellos encuentran primero un jaguar. Los
cazadores mueren, mas la mujer los revive al tocar sus cuerpos y al ofrecerles el olor de
sus genitales. Munro Edmonson asevera que esta obra se refiere al calendario y que
repite el tema del sacrificio y posterior resurrección, representado por Hunahpú e
Ixbalanqué en el Popol Vuh. Otras danzas del venado sobrevivieron hasta comienzos del
siglo XX, pero fueron abandonadas. La de Chichicastenango también era una comedia.
En la de Comalapa, representada por última vez alrededor de 1930, un joven impúdico
llamado Caracate ofrecía a su madre el órgano genital de un venado. Su papel pudo
haber sido similar al de Xurxico, el hijo desobediente del Charamiyex.

Los bailes del venado expresados en español, muchos dedicados a la Virgen, fueron
compuestos por los curas, con el objeto de reemplazar aquellos registrados en lenguas
indígenas. Los guachibales, de la misma manera, fueron compuestos para reemplazar
los mitotes, pero la mayoría sigue manteniendo rasgos indígenas, tales como oraciones
al Dios Mundo y la indispensable presencia de una pareja de ancianos entre los actores.
Esta práctica aparece todavía en, por lo menos, 65 comunidades, y sus variantes locales
exhiben una considerable riqueza. La amplia, almidonada y ricamente bordada capa,
hecha con piel del venado, que llega al tobillo, juntamente con la cabeza disecada y la
cornamenta del animal, sobre la máscara, constituyen uno de los disfraces más
impresionantes de Guatemala. Su actual popularidad sugiere que éstos fueron
igualmente populares antes de la Conquista y, mejor que cualquier otro, los modernos
bailes del venado muestran la evolución del teatro prehispánico hacia sus formas
modernas.

Los bailes de la culebra, documentados en, por lo menos, 14 comunidades quichés de


Los Altos, así como en algunas poblaciones cakchiqueles (kaqchikeles) y
probablemente en algunas otras, fueron importantes producciones hispánicas que
combinan la comedia con rituales de la fertilidad. No fueron mencionadas sino hasta
1722, cuando Fray Francisco Ximénez escribió: '...las llevaban vivas en sus bailes, y
con ellas en la mano bailan y la culebra se les enrosca por el brazo, y como lleva
asegurada la boca, no le tienen miedo'. La referencia más temprana consiste en un
bajorrelieve descubierto en Oaxaca, el cual muestra un bailarín con una serpiente lista
para enroscarse en la mano derecha del actor. En Guatemala fueron estudiados primero
por Samuel K. Lothrop y después por Franz Termer. Este último afirmó que estos
rituales fueron traídos de México por los migrantes nahuas, y que todos ellos se
relacionan con el Atamalqualitzli; no obstante, la forma única que presentan en
Guatemala sugiere que su desarrollo en este país fue independiente. Las
representaciones toman diferentes formas en cada población, pero la trama básica es
siempre la misma. Dos grupos de bailarines se disputan la atención de un hombre
vestido de mujer, y simulan una actividad sexual en su baile y movimientos. El diálogo
quiché parece ser improvisado, e incluye chistes groseros, relacionados con la gente de
la población y otras referencias lascivas. Cada aspecto de estas obras es erótico, y al
final de cada representación los bailarines dejan que las serpientes se deslicen sobre sus
cuerpos, y se metan en sus pantalones; después las hacen regresar al monte donde
fueron capturadas. Las culebras, por sí mismas símbolos fálicos y sagrados, vinculadas
a la tierra y a la lluvia, indican una incitación reproductiva de los hombres sobre la
tierra. Tanto los bailes prehispánicos de la culebra como los bailes del venado combinan
el humor con los rituales de la fertilidad, pero las sátiras de Los Negritos, así como el
Charamiyex, tienen como fin simplemente la sátira, sin recargados tonos religiosos,
como las comedias que se citan en el Diccionario de Motul. Se puede decir, entonces,
que la comedia secular se desarrolló independientemente de la religión.

Existen, finalmente, los bailes del tun, los cuales es probable que hayan formado un
círculo de tragedias vinculadas a la ejecución de un príncipe capturado. Si éste es el
caso, y tal parece ser, estas obras fueron únicas en Mesoamérica, y en apariencia
constituyeron una forma de teatro desconocida tanto en México como en Yucatán, y
revelan un alto nivel de finura dramática y poética. Las descripciones han sobrevivido
sólo en cuatro casos, el Quiché Vinac, el Tum Teleche, el Loj Tum y el Oj Tum. Otros
títulos aparecen en edictos que prohibían su representación, pero nada se sabe sobre
ellos, y aun las descripciones de los cuatro mencionados están tan alteradas y son tan
fragmentarias que, como ya se ha dicho, para comprenderlas es necesario recurrir al
Rabinal Achí, que sobrevive en Rabinal y se representa en esa localidad, casi cada año,
bajo la dirección de José León Coloch.

El Rabinal Achí fue descubierto en 1855 por Charles E. Brasseur de Bourbourg, quien
lo copió de un manuscrito de 1850 y lo tradujo al francés con la ayuda de los indígenas;
después, en 1862, lo publicó en su Grammaire de la Langue Quiché. La tragedia cuenta
la historia de un príncipe quiché, Quiché Achí, quien es capturado por un príncipe de
Rabinal. Acusado de secuestrar al rey y de cazar en las tierras de Rabinal, el príncipe es
enjuiciado, encontrado culpable y condenado a muerte. Al final, aparece de rodillas y,
mientras el tun tañe muy lentamente, los dos guerreros, Aguila y Jaguar, simulan
ejecutarlo, para lo cual tocan su cuello y cabeza, por atrás, con hachas de madera. Al
terminar la danza, el príncipe quiché se levanta y se une a los otros actores. La música,
producida por un tun y dos trompetas del siglo XIX, es rígida y austera, pero el diálogo,
en coplas, es lírico y ocasionalmente de una conmovedora belleza y patetismo. Como en
la mayor parte de la poesía maya, aparecen frecuentes referencias a la naturaleza. Los
dos príncipes, el rey y un personaje femenino secundario, usan máscaras, pero los dos
guerreros tienen paños blancos sobre sus caras. Estos guerreros portan plaquetas sobre
sus espaldas: una, tallada, que representa un águila de dos cabezas; y la otra, que
muestra dos hermosos jaguares. De las plaquetas se elevan astas coronadas por canastas
decoradas; posiblemente el mismo tipo de vestuario que hizo que Fuentes y Guzmán, en
el siglo XVIII, escribiera que los actores del Oxtum bailaban con 'traje y figura de
demonios'. Algunas fotografías de estos disfraces poco usuales, tomadas por Francisco
Rodríguez Rouanet en 1955, fueron publicadas por Mace en 1981. El diálogo
frecuentemente es interrumpido por una danza solemne, en la cual se forma un
rectángulo con pequeños círculos en las esquinas, un detalle notado por primera vez por
Silvia Alvarez, y posiblemente un remanente de la coreografía original. René Acuña ha
hecho el estudio más completo de esta danza-drama.

Excepto por la descripción de Francisco Ximénez del Quiché Vinac y un breve párrafo
que dedica Fuentes y Guzmán al Oj Tum, la información sobre estas danzas debe
rebuscarse en los autos coloniales, en los cuales se prohibía su presentación. Por
ejemplo, el de 1593, emitido por el Presidente Pedro Mallén de Rueda, en el que se
prohibían todas las representaciones del Tum, deja claro que el Tum era escenificado en
los patios privados, tanto de indígenas como de españoles. Es obvio, por lo tanto, que
Mallén de Rueda no estaba prohibiendo un mitote, sino algo completamente diferente,
talvez un baile como el Rabinal Achí.

El auto del Comisario de la Inquisición, Antonio Prieto de Villegas, de 1623, que


prohibía las representaciones del Tum Teleche y el Loj Tum (uno en quiché y el otro en
tzutujil (tz'utujil) revela que ambos, igual que el Rabinal Achí, trataban sobre un
prisionero indígena, quizás un príncipe, que era ejecutado por guerreros águila y jaguar.
En ambos se usaba el diálogo. El documento aludido cita seis poblaciones de la
Provincia de Zapotitlán en las cuales se representaba la obra, e implica que lo mismo se
hacía en muchas otras.

Los comentarios de Fuentes y Guzmán acerca del Oxtum están llenos de prejuicios y
lamentablemente son muy breves, pero dejan claro que la obra se escenificaba con
música de tun y trompetas. En 1678 los indígenas del pueblo San Juan Milpa Dueñas
solicitaron autorización para representar 'el baile de trompetas tun', que describieron
como una 'istoria de canto i mui entretenido'. El permiso fue denegado. Otros dos títulos
aparecen en la ordenanza, el Tum Tum y el Uleu Tum, ambos representados en Verapaz.

La descripción de Ximénez del Quiché Vinac es la más completa, y en ella abundan las
similitudes entre ésta y el Rabinal Achí. El Quiché Vinac también trata sobre el destino
de un príncipe enemigo, un hechicero; como en el caso del Rabinal Achí, un personaje
que había perturbado la ciudad de Utatlán con aullidos nocturnos e insultos. Ximénez
recogió la creencia de que el príncipe había brincado de montaña en montaña y, por otro
lado, las leyendas de Rabinal siguen atribuyendo la misma proeza a Quiché Vinac,
aunque el texto indica solamente que el personaje había ido a diferentes montañas. En el
Quiché Vinac, el cautivo estaba atado con cuerdas, en tanto que en la representación
moderna del Rabinal Achí la cintura de éste es atada con una cinta, la cual también va
atada a la cintura de su captor. En ambas obras los culpables asumen su responsabilidad
y son condenados a muerte. Inclusive comparten el mismo nombre. Uno de los títulos
que se da a Quiché Achí es Quiché Vinac, que Ximénez tradujo como 'Señor del
Quiché'. En ambas obras se utiliza el diálogo y, al parecer, ambas comparten 'discursos'
similares. Ximénez escribió lo siguiente: 'Le dijo el Rey que si él era el que daba gritos
de noche, y diciéndole que sí, díjole, ahora verás qué fiesta hacemos contigo'. Estas
palabras aluden a los discursos importantes de Quiché Achí y del rey Jobtoj, así como a
los intercambios anteriores entre los dos príncipes. Se puede preguntar si, de hecho,
Ximénez no se refería realmente al baile que ahora se llama Rabinal Achí cuando él
escribió aquellas palabras en 1715. El cronista acababa de salir de Rabinal, donde vivió
de 1704 a 1714, en su más larga residencia en una comunidad indígena. Fuentes y
Guzmán también mencionó una danza del tun, llamada Quiché Vinac, pero él describió
un argumento totalmente diferente, que trata del secuestro de dos princesas quichés y de
batallas, con un lenguaje difícil de comprender.

En el Tum Teleche, como en el Loj Tum y el Quiché Vinac, se realizan ejecuciones que
también se hacen en el Rabinal Achí, por parte de bailarines disfrazados de guerreros
águila y jaguar, pero no es clara la forma en que se provoca la muerte en las tres
primeras obras, y en la última obra citada la muerte fue mal recogida por la invención
melodramática de Brasseur. El Rabinal Achí no concluye con un simulado sacrificio
azteca. En los tiempos modernos, excepto en 1970 cuando se hizo el cambio respectivo
para una representación en Cobán, el Quiché Achí solamente se arrodilla en el patio, y
los guerreros tocan la parte posterior de su cuello y cabeza, con hachas de madera. La
descripción de 1862 hecha por Brasseur, en la que se menciona la muerte del príncipe
sobre una piedra de sacrificio, fue la que se usó por todos los traductores posteriores,
pero no debe tomarse muy seriamente. De hecho, no aparece en la primera traducción
de 1859, donde únicamente se escribió Ils le mettent a mort. Un simulacro de
decapitación pudo haber sido usado en todos los bailes del tun. Aunque el Tum Teleche
se ha llamado la 'danza del sacrificio', no existe ninguna prueba de que hubiera sido
incluido tal acto. El auto de Prieto de Villegas, emitido en 1623, deja claro que algunos
sacerdotes otorgaron, en repetidas ocasiones, su permiso para las representaciones, lo
que seguramente hubieran denegado si en las obras hubiera habido algún intento de
representar un sangriento sacrificio azteca. Por el contrario, con toda probabilidad se
trataba de majestuosas tragedias, similares a las que contiene el Rabinal Achí en sus
versiones modernas y, como éstas, retrataban la culpabilidad y el consiguiente castigo,
como temas comunes que aparecen en las tragedias procedentes de muchos otros países.

Unas cuantas danzas del tun, no descritas sino hasta el siglo XX, y que pueden
considerarse como claros ejemplos sobrevivientes del teatro prehispánico, pueden estar
relacionadas con las descritas anteriormente, por lo menos en cuanto a algunas
similitudes que presentan en los disfraces. Lothrop describió bailarines del tun que
usaban plaquetas de madera similares a las del Rabinal Achí, en casos registrados en
San Juan Ixcoy, Nebaj, Chajul, Cotzal y Chichicastenango. En 1946, Henrietta
Yurchenco grabó en Chajul el Baile de las Canastas, un nombre que también se da al
Rabinal Achí. En esa obra se representaba la muerte de Cyeb, un hombre capaz de
transformarse en pájaro. Los bailarines hablaban ixil y usaban plaquetas, astas y
canastas aún más altas que las utilizadas en la danza de Rabinal. En Nebaj la obra se
llamaba Tzunún Tijbal. Seguramente relacionada con ella (y talvez podía tratarse de la
misma danza) existe un baile del tun, con diálogo en aguacateco (awakateko) y en
español, llamado Tzunún (el gorrión), el cual se representa cada cuatro años en
Aguacatán. Dos de los bailarines llevan sobre sus espaldas unas tablas con cuatro
agujeros que sirven para atar las cintas que las sostienen; además, tienen una barra de
madera que sube como media vara sobre la cabeza, y en la punta un aro del que cuelga
una tela roja en forma de farol con barbas en la parte inferior; en la superior hay plumas
negras, amarillas y moradas, y un pájaro de trapo. Los otros personajes pretenden
dispararle. Al igual que los guerreros del Rabinal Achí, estos bailarines suelen llevar
hachas de madera y pequeños escudos redondos. Los músicos tocan un tun, una
trompeta y una caparazón de tortuga. Por último, una danza del tun que se realiza en
Santa Cruz Verapaz, llamada ahora Danza de las Guacamayas, pero que en el pasado se
conoció como Quiché Vinac, se refiere a un príncipe que, perseguido por unos
hechiceros, se interna en el bosque. Una fotografía de la representación de esta obra
muestra placas decoradas con flores, las cuales se colocaban sobre las espaldas de dos
de los bailarines.

Actualmente se siguen representando las danzas llamadas del tun, en San Pedro Soloma,
Tectitán, Samayac y San Juan Ixcoy, pero aún no existe información disponible. El
Baile del Tun, de San Bernardino Suchitepéquez, ya no tiene trama y diálogo, pero en
algún tiempo pudo haber sido similar a los ya descritos. Las danzas del tun de Chajul,
Aguacatán y Santa Cruz Verapaz, así como el curioso Quiché Vinac descrito por
Fuentes y Guzmán, sugieren que pudieron haber existido algunas variantes en las tramas
en este género, pero sólo el Rabinal Achí parece todavía revelar mejor la naturaleza real
de la tragedia prehispánica. Al observar esta obra durante la noche, a la luz de las
candelas en el patio de la casa de José León Coloch, en las afueras de Rabinal, se puede
apreciar su austera e inolvidable belleza.
ROBERT M. HILL, II

Comentarios a la Organización
Sociopolítica en el Altiplano de
Guatemala, alrededor de 1520

A pesar de que en la actualidad perviven muchos de los grupos indígenas que se


enfrentaron a Pedro de Alvarado y a su ejército en 1524, resulta difícil reconstruir
históricamente la organización social y política que correspondía a dichos grupos en
aquella época. Este artículo pretende, inicialmente, hacer algunas revisiones de las bases
en que se fundamentan los estudios sobre este tema, presentar el estado actual de las
interpretaciones correspondientes, y llamar la atención sobre las lagunas aún existentes,
que ameritan nuevas investigaciones en el futuro.

Las fuentes arqueológicas y etnohistóricas son diversas y hasta cierto punto abundantes,
pero no proporcionan, al menos para algunos de los grupos indígenas, informaciones
muy específicas que puedan concluir en interpretaciones inequívocas y definitivas. La
Arqueología ofrece algunos datos que se refieren específicamente a los grupos
indígenas en el momento de la Conquista, pero, desafortunadamente, dicha disciplina ha
sido enfocada en Guatemala al estudio de los períodos más antiguos, Preclásico y
Clásico, y sobre todo a las Tierras Bajas. Ciertamente, se conocen muchos sitios del
Postclásico Tardío y del Protohistórico en el Altiplano, pero pocos de ellos han sido
objeto de excavaciones cuidadosas y lo suficientemente extensas. Por otra parte, son
raros los sitios arqueológicos atribuibles a determinado grupo indígena y solamente en
casos muy aislados se ha podido reconstruir el territorio controlado por un centro o
grupo determinados. Además, la mayor parte de los trabajos arqueológicos relacionados
con la época inmediatamente anterior a la Conquista, se ha concentrado en el área
quiché (k'iche'ana). La Arqueología, por lo tanto, por sí sola, no constituye una fuente
suficiente ni decisiva en el estudio de la organización social y política que tenían los
grupos indígenas a la llegada de los españoles. Los datos arqueológicos disponibles,
relativos a sitios, estructuras, distribución de vasijas y otros hallazgos, dan lugar a las
hipótesis más variadas. En consecuencia, resulta indispensable recurrir a la información
complementaria que proporcionan las fuentes históricas.

Dichas fuentes, que arrojan alguna luz sobre las formas de organización de los grupos
indígenas de principios del siglo XVI, tienen, sin embargo, el inconveniente de que no
corresponden a escritos anteriores a la Conquista, y muchas de ellas son documentos
que datan de varios años después de que ésta ocurriera. Con excepción de los relatos de
los primeros conquistadores y misioneros, no existen descripciones escritas por testigos
oculares de las sociedades indígenas de la época. En su gran mayoría, las crónicas y
documentos españoles fueron redactados mucho tiempo después de la derrota de las
comunidades indígenas, cuando éstas habían perdido buena parte de su población en
guerras y enfermedades, y los sobrevivientes se encontraban ya incorporados al Estado
colonial.
Por otro lado, eran pocos los españoles interesados en las sociedades indígenas. A los
primeros conquistadores, en general personas de poca educación y curiosidad, sólo
importaban las batallas, el saqueo y los esclavos. Ciertamente, algunos frailes
misioneros tenían intereses más humanistas, pero en Guatemala no se dio el caso, como
en el México central, de un Bernardino de Sahagún o Diego Durán, quienes escribieron
importantes estudios enciclopédicos sobre la cultura azteca. En relación con Guatemala,
sin embargo, es preciso reconocer, como muestra de interés hacia la cultura indígena, el
trabajo de algunos religiosos que compilaron diccionarios de los idiomas nativos
(Ilustración 271), los que sin duda representan una valiosa fuente de información, al
igual que las Relaciones Geográficas del siglo XVI, escritas por mandato real. Las
crónicas preparadas por otros religiosos, como Antonio de Remesal, Francisco Ximénez
y Francisco Vázquez, fueron verdaderas 'historias' del Reino de Guatemala, pero
compuestas en los siglos XVII o XVIII, muy alejadas ya de la época anterior a la
Conquista. Esa misma limitación afectó a la crónica de Francisco Antonio de Fuentes y
Guzmán, la Recordación Florida, posiblemente la más famosa en toda la época
colonial. Este autor era seglar y criollo, lo que representaba una singularidad entre los
cronistas de entonces, y mostró cierto interés en las antiguas sociedades indígenas de su
patria. Por supuesto, dicho interés no se centraba en tales sociedades per se, ni era su
pretensión hacer una descripción históricamente objetiva, en el sentido moderno de la
palabra, pues no era historiador ni antropólogo. No obstante, tuvo a mano y aprovechó
documentos antiguos actualmente desaparecidos.

En definitiva, pues, el estudio de la organización indígena tiene que basarse, en gran


parte, en documentos escritos por españoles mucho después de la Conquista. Esto es lo
que comúnmente se conoce como investigación etnohistórica, la cual se caracteriza por
servirse de fuentes documentales de autores de sociedades distintas a la que se estudia, y
posteriores a la época en cuestión. En cuanto al tema objeto de este artículo, precisa un
análisis hecho a través de los documentos de los primeros conquistadores, así como de
aquellos de los frailes y administradores coloniales que, por no pertenecer a las
sociedades indígenas, era natural que no tuvieran de ellas una familiaridad o un
conocimiento profundos. Como extranjeros, no podían entender las culturas indígenas,
ni disponían de conceptos y vocabulario adecuados para explicar lo que vieron o
trataron de entender en términos de una supuesta imparcialidad cultural. De acuerdo con
las ideas prevalecientes en la época, su punto de vista era necesariamente el propio de su
sociedad y su cultura, según el cual cualquier otro pueblo (asiático, africano, indígena
americano, turco o incluso europeo protestante) era de inferior calidad. Corresponde
entonces al etnohistoriador tratar de 'interpretar' la información de los documentos, a
sabiendas de las limitaciones mencionadas.

Puede argüirse que, en el caso de algunos grupos del Altiplano guatemalteco, existen
documentos escritos por los propios indígenas, que representarían una fuente de
información más significativa. Ciertamente, relatos como el Popol Vuh, el Memorial de
Sololá y el Título de los Señores de Totonicapán, constituyen fuentes importantísimas
que han sido utilizadas por varias generaciones de investigadores. Sin embargo, aparte
de que estas fuentes sólo se refieren a los grupos quichés y no a la generalidad de los
indígenas, también tienen sus propias limitaciones. En primer lugar, ninguno de tales
escritos fue redactado antes de la Conquista y, si bien algunos reflejan probablemente
ciertos aspectos reales de las sociedades indígenas anteriores a la llegada de los
españoles, no fueron escritos con la intención de informar a éstos, ni a otros europeos,
acerca de la organización, cultura e historia nativas.
Todavía se discuten entre los investigadores las razones que dieron origen a dichos
documentos, es decir, los propósitos con que fueron escritos. Para algunos fueron una
especie de reacción contra el nuevo régimen colonial, en un intento de las aristocracias
nativas por mantener sus antiguos privilegios mediante el registro de sus historias
dinásticas, que es lo que en el fondo son, en su mayoría, tales documentos. Otros, en
cambio, los consideran verdaderas historias escritas por inspiración de los frailes
misioneros, quienes querían entender la historia antigua y las creencias de sus feligreses,
con el objeto de convertirlos al cristianismo mejor y más fácilmente. Hay quienes creen,
además, que las crónicas indígenas se redactaron con el propósito de demostrar títulos o
pruebas de posesión histórica de las tierras. Finalmente, se ha opinado también que
estos documentos fueron compilados por la nobleza indígena, como pruebas para
demostrar, ante la Corona española, los derechos y privilegios que les correspondían
como señores naturales. Estos derechos incluían exención respecto del pago de tributos
y servicios personales, así como el disfrute de los que por tradición solían recibir
anteriormente de sus súbditos. Es probable que los documentos indígenas en mención
pudieron haber tenido varios de tales objetivos; y también es posible que en el
transcurso de los tres siglos del régimen colonial hubieran sido usados para fines
distintos a los que motivaron su aparición original. En todo caso, resultaría aventurado
tomar como verdades absolutas las informaciones que ellos contienen. Al igual que los
documentos escritos por los españoles, exigen de una muy cuidadosa interpretación,
tanto más cuanto que se trata de expresiones de una tradición completamente extraña a
la europea, escritas durante una época de grandes cambios en las sociedades indígenas.

Evolución de los Estudios sobre la Organización Social


y Política Indígena
La entidad básica en la organización de los grupos quichés, es decir, quichés,
cakchiqueles (kaqchikeles) y tzutujiles (tz'utujiles), así como de los pokomames,
(poqomames) y pocomchíes (poqomchi'es) era el chinamit o molam. La primera de estas
dos palabras era usada por los grupos quicheanos. El término procedía del náhuatl, lo
que indica la influencia cultural mexicana que pesaba sobre dichos grupos, y se
empleaba como un sinónimo de la palabra calpulli, usada en el México central durante
el Postclásico Tardío. En esta región los dos vocablos, es decir, chinamit y calpulli, se
referían al grupo territorial básico de aquellas sociedades. Los pokomames, por su parte,
utilizaban el término molam para el mismo concepto. Ello quiere decir que en dicho
período la organización de muchos de los grupos del Altiplano maya era bastante
parecida a la de los mexicanos de la meseta central. El autor del presente artículo ha
tratado sistemáticamente de basar su interpretación del chinamit-molam de los mayas,
recurriendo en parte a las descripciones más detalladas del calpulli-chinamit de los
aztecas y de las otras sociedades del México central. Es necesario hacer notar, por lo
tanto, que para los especialistas han cambiado bastante, con el correr de los años, las
ideas acerca de la entidad social básica de los aztecas.

Desde finales del siglo XIX hasta la década del 1960, varias generaciones de
investigadores pensaban que el calpulli-chinamit era un grupo social basado en el
parentesco; es decir, una especie de clan o linaje, referidos estos términos a grupos
organizados sobre fundamentos de descendencia unilineal. Esta caracterización
coincidió en su tiempo con las doctrinas evolucionistas y raciales, que prevalecieron a
finales del siglo pasado y principios del presente. De acuerdo con ellas, los indígenas
del Nuevo Mundo no habían logrado alcanzar los niveles de la 'civilización' y, antes de
la llegada de los europeos, eran pueblos 'salvajes' o 'bárbaros'. Con ello se trataba de
justificar la conquista del Nuevo Mundo por los europeos, pues los nativos, atascados en
costumbres y creencias 'primitivas' e incapaces de cualquier cambio y mejoramiento, no
podían tener otra alternativa que su asimilación a las culturas civilizadas, o bien, su
desaparición.

Resulta en verdad inexplicable que tales apreciaciones hayan persistido durante tantos
años en la etnohistoria de Mesoamérica. Las primeras investigaciones arqueológicas, sin
embargo, demostraron fehacientemente que los pueblos indígenas de la región
conformaban sociedades complejas y culturas civilizadas. Pues bien, este tipo de
sociedades complejas, con sus propios sistemas de estratificación social y su gran
variedad de funciones socioeconómicas, nunca se basan principalmente en el parentesco
o la descendencia. El error inicial puede atribuirse al hecho de que muchos de los
investigadores de los calpulli-chinamit, aunque no todos ellos, eran estudiosos
estadounidenses, cuya apreciación de las culturas indígenas como 'primitivas' estaba
condicionada por los resultados de los estudios hechos sobre las culturas nativas de su
país, las cuales nunca alcanzaron realmente grados de complejidad social. De manera
que los especialistas estadounidenses, y algunos de sus seguidores, trasladaron al área
mesoamericana conceptos válidos para sociedades nativas menos desarrolladas, se
empeñaron en suponer que los calpulli-chinamit se basaban en el parentesco, y se
dedicaron a buscar las evidencias que confirmaran tales supuestos.

Afortunadamente, las nuevas generaciones de investigadores han abandonado el


concepto de linaje, como base de la organización social de los pueblos prehispánicos de
Mesoamérica, en razón de los nuevos datos proporcionados por las fuentes históricas.
Actualmente, se entiende que el calpulli-chinamit, del México antiguo, y también el
chinamit-molam maya, eran grupos, sobre todo, territoriales. Muchos miembros del
grupo posiblemente estuvieran emparentados entre sí, pero esta condición no era la que
definía propiamente la unidad social. Al contrario, parece que fue la residencia dentro
de un territorio determinado la que hacía posible que surgieran los vínculos de
parentesco, de manera que éstos fueron no tanto causa sino consecuencia en la
organización del calpulli-chinamit. En los estudios sobre los grupos indígenas del
Altiplano guatemalteco ha persistido todavía, por algunos años más, el concepto de clan
o linaje, como fundamento de la antigua organización social. El distinguido
etnohistoriador Pedro Carrasco aún aplicaba dicho modelo, en sus primeras obras de
1963 y 1964, a los chinamit de los cakchiqueles. Sin embargo, cuando se demostró el
error de considerar el calpulli mexicano como clan, dicho autor rectificó su posición
inicial y se convirtió posteriormente, en 1971 y 1976, en uno de los abanderados de la
teoría del calpulli mexicano como una entidad territorial.

En cambio, varios estudiosos de la organización de los mayas del Altiplano sostienen


todavía las ideas de parentesco o linaje. Por ejemplo, Robert Carmack ha publicado
abundante literatura acerca de un sistema de 'linajes segmentarios', en una interpretación
que ha influido a otros investigadores, como John Fox y Rusell Stewart. Empero, no se
han evaluado las contradicciones y defectos de esa interpretación de la sociedad
indígena, sobre todo la quiché.
Como lo ha hecho notar el distinguido antropólogo africanista Adam Kuper, el concepto
de 'linajes segmentarios' fue desarrollado por antropólogos ingleses, y se aplicó al
estudio de ciertas sociedades africanas. Si emplearon el término linaje, en lugar de los
más comunes, clan o gens, fue porque estos últimos términos tenían connotaciones que
los vinculaban al evolucionismo unilineal, una teoría contra la que estaban reaccionando
intelectualmente tales antropólogos. Ahora bien, las sociedades africanas así
caracterizadas, por ejemplo, los Nuer y los Tallensi, no eran complejas y carecían de
organización política estatal, por lo que se les podía llamar sociedades 'primitivas',
puesto que eran organizaciones de pequeña escala o de 'rango medio'.

De todas maneras, otros investigadores, posteriores, de los grupos africanos, no


pudieron confirmar la existencia de los llamados 'linajes segmentarios' en otras regiones
de aquel continente. El mismo Kuper ha sido claro sobre el particular:

A mi entender, el modelo de linajes, sus antecedentes y


analogías no sirven para el análisis antropológico, por
dos razones principales. En primer lugar, el modelo no se
ajusta a la idea que los propios miembros del grupo tienen
acerca de su sociedad y, además, no parece que exista
sociedad alguna en la que las actividades políticas y
económicas estén organizadas a través de una serie
repetitiva de grupos de descendencia.

Resulta cuestionable, por lo tanto, tratar de aplicar el concepto de 'linajes segmentarios'


a las sociedades del Altiplano guatemalteco, inmediatamente anteriores a la Conquista,
si este concepto no ha sido de utilidad para explicar las sociedades africanas, que aun
son más fáciles de estudiar, en la actualidad, por medios etnográficos. Ciertamente, los
datos que se tienen acerca de la organización de los mayas, durante el Postclásico
Tardío, revelan la gran complejidad de estas sociedades, y están en contra de la teoría en
cuestión. Otro tanto se puede deducir de estudios recientes, relativos a la organización
de los indígenas durante la época colonial. En lo que concierne a los grupos quichés, las
fuentes generales y las que se refieren a lugares específicos indican que el chinamit no
era un grupo de parientes. Esto se demuestra, entre otras razones, por la gran variedad
de apellidos existentes en el seno de un mismo chinamit. Lo mismo se puede observar
en los molam del área pokomam.

Las anteriores consideraciones, por lo tanto, inducen a la conclusión de que es un error


pensar que los grupos mayas de la época de la Conquista fueran 'primitivos'. Una
caracterización de este tipo pudiera servir para determinados fines políticos, sociales o
religiosos, pero está en contradicción con lo que se deduce de las investigaciones
etnohistóricas, y conduce a una desvalorización gratuita de aquellos pueblos y de sus
actuales descendientes.

Modelo de Organización Mexicana


Con excepción de los grandes centros urbanos, como México-Tenochtitlan, los calpulli-
chinamit eran, en su mayoría, grupos de agricultores, bajo el mando de un 'señor' o
tecutli. Las constantes guerras en que solían enfrascarse los grupos de una misma
región, indican que el tecutli no siempre pertenecía al propio calpulli que estaba bajo su
dominio, ni que, necesariamente, era un miembro de la nobleza local. A veces se trataba
de individuos de otros grupos, o incluso plebeyos, que recibían tal honor por disposición
de su rey o tlatoani, como recompensa por ciertos servicios. Parece ser que respecto de
este punto se dieron situaciones muy variadas.

El tecutli gobernaba desde su casa (tecalli) o desde su palacio (tecpán), lo que dependía
de su menor o mayor rango social. Residían con él sus hijos y parientes más cercanos,
quienes participaban también del grado de nobleza menor denominada pilli. La familia
del 'señor' probablemente disponía de sirvientes que atendían su casa, y de labradores
que cultivaban sus tierras patrimoniales.

En el México central de la época inmediatamente anterior a la Conquista, parece ser que


los tecutli no gozaban ya de total soberanía, sino que dependían políticamente de otro
'señor' más poderoso, el tlatoani u 'orador'. Este último personaje, 'orador' del Dios
patronal del pueblo, reunía funciones tanto religiosas como políticas. A veces eran
pares, o varios, los tlatoani que encabezaban los grandes 'señoríos' mexicanos, como fue
el caso de la llamada Triple Alianza, en el valle de México. En otras situaciones, sin
embargo, un solo tlatoani consiguió erigirse en el más importante y poderoso, entre
otros de sus congéneres, como ocurrió con el de los aztecas en el momento de la
conquista española.

Los Mayas del Altiplano


Puede afirmarse que los grupos quichés y pokomames del Altiplano guatemalteco no
eran totalmente diferentes a otros pueblos mesoamericanos. Por el contrario, tenían una
forma de organización bastante similar a la de las sociedades del México central.
Naturalmente, estas similitudes no eran completas. Varios factores, entre ellos la menor
densidad y tamaño de los pueblos mayas, la ausencia de un verdadero urbanismo y la
división de la región por montañas que formaban numerosos pequeños valles, marcaban
claras diferencias en relación con los pueblos mexicanos. Por otro lado, las fuentes
relativas a los pueblos del Altiplano de Guatemala, incluidas las crónicas indígenas, no
proporcionan datos tan específicos y abundantes como los que se refieren a los
mexicanos antiguos. En las líneas siguientes, se tratará, sin embargo, de descubrir las
profundas semejanzas entre las organizaciones de ambas regiones, lo que permitirá
delinear las características básicas de la sociedad maya de la época a que se refiere este
artículo.

El Chinamit-Molam
La entidad básica de la sociedad indígena entre los quichés y los pokomames era el
grupo territorial llamado chinamit o molam. No es posible establecer con exactitud el
volumen de la población de tales grupos, varios de los cuales sobrevivieron a la
Conquista, y cuyos miembros fueron contados por los españoles para determinar el
monto de los tributos. En términos generales, se puede decir que las poblaciones de
estos chinamitales, al principio de la época colonial, no pasaban de 1,000 personas y
que, normalmente, sólo sumaban algunos centenares, y aun menos. Ahora bien,
teniendo en cuenta que los grupos indígenas mayas sufrieron una disminución de su
población, de aproximadamente la mitad de sus habitantes, como consecuencia de la
Conquista y de las epidemias introducidas por los europeos, se puede concluir que
anteriormente pudieron haber tenido poblaciones que oscilaban entre varios cientos y
aun miles de personas.

El chinamit-molam era, fundamentalmente, un grupo corporativo en lo que concierne a


la posesión de la tierra. Los miembros del grupo gozaban, por lo general, del usufructo
de la tierra, y es posible también que en ciertos casos entregaran los terrenos a sus hijos,
en calidad de herencia. Sin embargo, no hay evidencias de que la tierra fuera una
mercancía que pudiera comprarse o venderse. Tampoco puede precisarse el tamaño del
territorio controlado por un chinamit-molam. Ciertamente, pudieron existir muchas
variaciones en este punto, según el número de miembros del grupo, y de otros factores.
Por ejemplo, mientras que los chinamitales de la zona de Sacapulas, a la que
posteriormente se hará referencia, controlaban de 90 a 200 caballerías, el chinamit de
los Ya Jonica, en San Juan Sacatepéquez, parece que no tenía más de una caballería,
aproximadamente.

En muchos casos, los chinamit-molam eran encabezados por un miembro de una familia
aristocrática del propio grupo. Entre los quichés y pokomames se usaban diversos
términos para designar a tales señores, de los cuales los más comunes eran ahpop y
molabil, respectivamente. Los miembros de las familias aristocráticas de los
chinamitales de una región solían casarse entre sí, formando un estrato social bien
definido, como los de la Europa feudal. Los matrimonios entre los nobles servían para
establecer y mantener alianzas políticas entre grupos vecinos. Además de los
gobernantes, y con el objeto de ayudar a éstos en sus tareas, parece que existieron otros
nobles menores, o ancianos plebeyos pero distinguidos, que formaban una especie de
grupo consultivo. En una tercera posición se encontraban algunos funcionarios
importantes, como el 'señor', que al parecer podían poseer privilegios especiales en
relación con la masa de plebeyos.

El Amak
No se puede afirmar que en una región determinada la organización social de los mayas,
en la época inmediatamente anterior a la Conquista, consistió únicamente en una serie
de chinamitales independientes entre sí. Sobre todo, entre los quichés, se produjo con
frecuencia la federación de estos grupos en entidades superiores denominadas (amak),
que solían estar formadas por dos o más chinamitales. Esta situación, derivada en parte
de las constantes guerras de conquista, originó una mayor complejidad en la
organización política, y la creación de diversos rangos en la aristocracia. En el caso de
los quichés, los tres amak se encontraban unidos en el momento de la Conquista, y
formaban la confederación más grande del Altiplano de Guatemala, la de los Quiché
Vinak, o gente quiché. En algunos documentos, como el Popol Vuh, estos tres amak son
designados también con el nombre chob, o 'divisiones', término que probablemente no
indicaba ninguna otra entidad política superior sino que simplemente era un sinónimo
del mencionado amak.
Si se exceptúan únicamente los quichés de Utatlán y los cakchiqueles de Iximché, el
amak, en la época de la Conquista, era una entidad política amplia, que incluía diversos
grupos lingüísticos. En las crónicas indígenas aparecen varios amak, tales como los Ah
Tz'ikina o tzutujiles; los Q'aq'Chekeleb, o cakchiqueles occidentales de Iximché; los
Akajal, o cakchiqueles orientales; los Rabinales; los Tuhal Haa, o quichés que
ocupaban lo que es actualmente la mitad occidental del municipio de Sacapulas; y los
Balamiha, o aguatecos (awakatekos). Asimismo, se mencionan otros grupos menos
importantes, situados en las fronteras de los anteriores.

Los Nobles y los Nim já


Como se ha dicho, la sociedad maya de la época se encontraba dividida en dos grandes
estratos sociales que conformaban los nobles y los plebeyos. Los chinamit-molam
estaban constituidos por estos dos estratos, con una mayoría de plebeyos y un pequeño
grupo aristocrático, que era la familia o grupo del señor gobernante. Sin embargo, la
situación no solía ser así de simple, sobre todo en el caso de las más complejas
sociedades quichés y cakchiqueles. Aparte de otras características, los chinamit más
importantes de los quichés se encontraban subdivididos en varios (nim já) o 'casas
grandes' y, algunas veces, en varios ochoch, término casi equivalente, que designaba
una agrupación menor y que podría traducirse simplemente como 'casa'.

El autor de este artículo considera que el nim já y el ochoch de los quichés de


Guatemala eran muy semejantes al tecpán y tecalli de la nobleza azteca, si bien es
difícil precisar la composición social de los primeros por la ambigüedad de las fuentes
indígenas. Por ejemplo, el Popol Vuh menciona nueve chinamit, e inmediatamente
después nueve nim já de los Cavec y Nihayib. Según ello, pareciera que chinamit y nim
já fueran la misma cosa. Ahora bien, es pertinente preguntar con cuántas personas y
rangos sociales contaba el nim já o 'casa grande', o si el chinamit de los grupos
mencionados se había dividido posteriormente en nueve chinamit autónomos, cada uno
de ellos con su propia nobleza y plebeyos. Aunque pudo haber sucedido, de acuerdo con
el texto del Popol Vuh, que se tratara realmente de nueve noblezas, pertenecientes todas
al mismo chinamit, y las cuales compartían los servicios del mismo grupo de plebeyos,
aun cuando eran poseedoras, cada una de ellas, de su propio nim já o tecpán.

No es de extrañar la forma tan poco específica en que los documentos indígenas


emplean los términos correspondientes a la organización social, pues, como ya se dijo,
no fueron escritos con propósitos informativos de esta naturaleza y, en cualquier caso,
sus autores suponían que los términos usados eran familiares y de dominio común
cuando redactaron sus historias.

El caso del tamub amak es aún más confuso, pues sus tres chinamitales aparecen
subdivididos, primero en nueve nim já, y después, estos últimos, en siete ochoch.
Pareciera que los ochoch representaban un rango todavía más bajo de nobles, dentro del
mismo chinamit, algo así como los pilli y tecalli de los aztecas. Si ello fuera cierto, se
estaría ante la evidencia de un proceso de subdivisión social, que acabó en la creación
de nuevos chinamitales, a partir de los mismos antecesores.
Los amak de los tamub tenían, además, 11 grupos llamados calpules. Durante la época
colonial, los términos calpul, chinamit y parcialidad, se usaron prácticamente como
sinónimos, referidos al mismo tipo de grupo socioterritorial. Sin embargo, entre los
tamub de la preconquista, la palabra calpul indicaba un tipo de organización, hoy no
conocida a cabalidad. Bien podría significar grupos tipo amak, o chinamitales, aliados o
conquistados, que formaban parte del territorio controlado por los tres chinamitales
gobernantes del tamub amak; o también designar los lugares y poblados del norte y
occidente, colonizados por los tamub desde su capital del valle de Quiché.

Conclusiones
Aun dentro de su vaguedad y limitaciones, los datos que se refieren a la organización
social de los quichés y pokomames, en el momento de la Conquista, son más
abundantes que los relativos a otros grupos indígenas del Altiplano. Este artículo trata
de complementar otras contribuciones que se incluyen en esta sección de la Historia
General. Bárbara Borg ha realizado un minucioso análisis de las fuentes concernientes a
los cakchiqueles, sobre todo, chajomá. Sandra Orellana presenta una interesante síntesis
de sus investigaciones, tanto arqueológicas como históricas, de la zona tzutujil.
Charlotte Arnauld, asimismo, logra una combinación de los resultados de sus años de
investigación arqueológica y los datos históricos relativos a los grupos de Alta Verapaz.
William Fowler, por su parte, se ha concentrado en el tratamiento de la cultura pipil,
sobre la base de largos estudios de documentos arqueológicos. La contribución de la
presente Introducción consiste en que, además de ofrecer una visión nueva de los grupos
quichés, aporta datos acerca de otros dos pueblos importantes, los mames y
pokomames.
NORA C. ENGLAND

Reconstrucción y Características de los


Idiomas Prehispánicos de Guatemala

Históricamente, Guatemala ha estado habitada por hablantes de 22 idiomas indígenas


diferentes: 20 idiomas mayas, pipil y xinca (Ilustración 272). El pipil es un idioma
nahua que ya desapareció en Guatemala, aunque algunas variedades, cercanamente
relacionadas, aún se hablaban en El Salvador hasta hace poco. El xinca, un idioma
aislado, cuyas relaciones más lejanas se desconocen, está al borde de la extinción.
Todos los idiomas mayas, excepto uno, todavía tienen un número significativo de
hablantes, aunque algunos se ven amenazados por las pérdidas y la extinción. Estos
idiomas están relacionados con otros 10 que se hablan en México, y de los cuales uno
ha desaparecido en pleno siglo XX. Si existieron otros idiomas antes de 1520 en el
territorio actual de Guatemala, no se tiene conocimiento de ellos.

Se cree que los idiomas mayas se originaron, hace más de 4,000 años, en la parte
noroeste de las Tierras Altas de Guatemala, cerca del pueblo de Soloma. Se dispersaron
desde esta área, moviéndose hacia el sur, el este y el norte, en un proceso en el cual se
separaron los diferentes idiomas conocidos en la actualidad, y en el que se invadió el
territorio xinca y otras zonas. Los hablantes del idioma maya wasteko se encuentran
separados del núcleo territorial maya y viven en el norte, en San Luis Potosí y Veracruz,
México. Aparte de esta importante migración, los mayas mantuvieron un territorio
compacto, y nunca fueron tan expansionistas como otros grupos mesoamericanos. Los
asentamientos de los hablantes del idioma pipil, que han sido documentados en
Guatemala, fueron establecidos como resultado de la política expansionista de los
pueblos nahuas y su origen era relativamente reciente en comparación con el de los
mayas.

La historia de la lingüística maya se puede reconstruir a partir de datos relativos a los 30


idiomas existentes. Estos proporcionan una base excepcionalmente completa, ya que
representan una familia bastante ramificada (seis ramas diferentes) y un número
relativamente grande de idiomas. Además, existen documentos históricos del siglo XVI,
en k'iche', kaqchikel, maya yukateko y ch'olti'. Este último fue un idioma anterior de la
rama ch'ol. Una tercera fuente de información histórica acerca de los idiomas mayas son
las inscripciones jeroglíficas del Período Clásico maya (300-900 DC) (Ilustración 270),
las cuales fueron escritas en maya yukateko y ch'ol clásico. Los datos arqueológicos y
etnohistóricos ayudan a completar este cuadro.

Historia y Diversificación
En la evolución histórica que se extiende a casi 40 siglos antes del contacto con los
españoles, los idiomas mayas se separaron, divergieron y cambiaron. Las fases
arqueológicas mesoamericanas prehistóricas son el Período Arcaico, de c 7000 a 1500
AC, en el cual se inició la domesticación de las plantas y la agricultura; el Preclásico o
Formativo, de c 1500 AC a 250 DC, cuando se produjo una gran expansión de la
población, se iniciaron las agrupaciones políticas bastante organizadas y diferenciadas,
y apareció la cerámica, la agricultura productiva y la arquitectura monumental; y, por
último, los Períodos Clásico y Postclásico, de 250 a 1500 DC, en los cuales alcanzaron
su máximo desarrollo la escritura, el calendario, el desarrollo urbano y la agricultura
intensiva con irrigación. De este modo, el principio de la diversificación lingüística
maya puede situarse en la última parte del Período Arcaico, y la mayor parte de la
historia de los idiomas que se puede reconstruir ocupa los Períodos Preclásico, Clásico
y Postclásico.

A medida que los pueblos se expanden y ocupan nuevos territorios, el contacto social
directo entre la comunidad de origen y la nueva comunidad puede disminuir, sobre todo
por la distancia y los límites geográficos naturales. Todos los idiomas cambian a través
del tiempo, como consecuencia natural de la presión estructural interna y de factores
sociolingüísticos como la diferenciación generacional y de grupos. Si dos comunidades
de hablantes de un mismo idioma ya no sostienen un contacto social directo, los
cambios que se introducen en la lengua de los miembros de las dos comunidades
pueden ser distintos. Estos cambios son mínimos a corto plazo y no impiden el
entendimiento mutuo; a largo plazo, sin embargo, las transformaciones se multiplican
hasta un punto en que las dos variedades, que originalmente conformaron un mismo
idioma, ya no son mutuamente inteligibles y deben considerarse como dos idiomas
separados, aunque compartan una historia y un origen comunes. Una vez que la
divergencia empieza, es necesario que transcurran cerca de 700 años para que se
produzca la separación de los idiomas, si el desarrollo social no detiene o invierte el
proceso. Los idiomas mayas tuvieron tiempo de divergir varias veces en la historia,
dando como resultado un juego de relaciones bastante complejo que ahora se puede
reconstruir.

La reconstrucción de la historia de un idioma se empieza en el presente y se orienta


hacia el pasado; por ello, la primera tarea consiste en demostrar que un grupo de
idiomas están 'relacionados'; es decir, que se desarrollaron de un idioma original común.
Para lograr tal propósito, es necesario demostrar que los idiomas tienen regularidades de
'correspondencia', recurrentes y sistemáticas, en los sonidos que se encuentran en
palabras que tienen significado similar o idéntico. Cualquier idioma puede mostrar
similitudes casuales con otro, pero para demostrar semejanzas recurrentes y sistemáticas
se requiere la posibilidad de establecer las reglas que rigen las formas presentes que se
encuentran en los idiomas bajo estudio y que se han desarrollado de formas previas. Los
idiomas mayas han estado sujetos a una investigación histórica rigurosa, que ha dado
como resultado un conocimiento relativamente avanzado de sus relaciones e historia.
Como Terrence Kaufman señaló, existen seis etapas en el estudio de la diversificación
lingüística de los grupos de idiomas: a) reconocimiento de la relación genética derivada
de una semejanza preponderante en el vocabulario y en la gramática; b) establecimiento
de 'correspondencias' regulares entre sonidos de palabras cognadas en los diversos
idiomas; c) subagrupación por medio de la glotocronología y otros medios, con el fin de
determinar la historia común; d) reconstrucción de palabras; e) reconstrucción de
patrones gramaticales, y f) reconstrucción de la diversificación y movimientos de
población. Los estudios de los idiomas mayas han cubierto cada una de las citadas
etapas. Los primeros cuatro puntos se han estudiado a conciencia, mientras que los dos
últimos, que ya se han iniciado, requieren todavía una considerable cantidad de trabajo.
La clasificación de los idiomas mayas de Kaufman es, en general, todavía aceptada,
pero han surgido divergencias en cuanto a la posición del wasteko y del tojolab'al.
Kaufman, sin embargo, ha descubierto datos adicionales que apoyan su clasificación
original con respecto a estos dos idiomas. La clasificación que él hizo en 1974 se utiliza
en este ensayo, ya que es la más confiable y con la cual coincide la mayoría de
investigadores de la materia. Los idiomas mayas se pueden agrupar en cuatro divisiones
mayores: wasteka, yukateka, oriental y occidental. De éstas, dos tienen dos ramas cada
una, que son k'iche' y mam en la división oriental, y q'anjob'al y ch'ol en la división
occidental. Las otras dos, que no tienen ramificaciones, son tanto ramas como
divisiones, lo que da un total de seis ramas diferentes. Cada una de ellas incluye una
serie de idiomas, de los cuales varios se subdividen en grupos. Las ramas representan
entre 19 y 26 siglos de separación, mientras que los grupos de idiomas suponen de 13 a
17 siglos de separación. Las agrupaciones de menos de 13 siglos de separación son
complejas. Las cifras que aparecen entre paréntesis en el Cuadro 22 indican en qué siglo
se dio la separación. El nombre protomaya se asignó al idioma ancestral reconstruido.

En Guatemala se hablan todos los idiomas mayas orientales, y además el popti',


akateko, q'anjob'al, chuj y ch'orti' de la división occidental, y mopán e itzaj de la
división yukateka. Un idioma reconocido por la Academia de las Lenguas Mayas de
Guatemala, el achí, no se incluye en esta clasificación. Este es un dialecto del k'iche', en
términos estrictamente lingüísticos, el cual se separó en los últimos dos o tres siglos. Su
vocabulario y su sistema de sonidos o gramática, no muestran más divergencia de la que
presentan otros dialectos del k'iche'. Se acostumbra hablar del achi como un idioma
independiente, lo cual no es cierto, ya que sus hablantes pertenecían a una comunidad
política separada en el tiempo en que se produjo el contacto con los españoles, aunque
para entonces su origen era relativamente reciente.

Se supone que el protomaya fue el idioma hablado por una comunidad lingüística que
existió hace más de 4,000 años. Kaufman propone que el lugar de origen de esta
comunidad estuvo en Los Cuchumatanes, aproximadamente en el área de Soloma. Su
evidencia es la siguiente: el protomaya tiene términos para la flora y la fauna tanto de
las Tierras Altas como de las Tierras Bajas. Los mayas de las Tierras Altas por lo
regular conocen mucho acerca de la flora y la fauna de las Tierras Bajas, pero los de las
Tierras Bajas pueden desconocer las de las Tierras Altas. Por esta razón se cree que los
hablantes del protomaya probablemente vivían en las Tierras Altas, pero en áreas
cercanas a las Tierras Bajas. Soloma reúne estas condiciones y, además, está cerca de
ríos que corren hacia el este, norte y oeste, lo cual pudo haber facilitado el transporte
fuera de sus escabrosas regiones montañosas.

Hace cerca de 4,000 años, y definitivamente no menos de 3,000, un grupo se separó de


aquella comunidad original y emigró, lentamente, hacia el área de la huasteca que hoy
ocupa. El wasteko, idioma que hablaba el primer grupo migratorio, es la lengua que está
geográficamente más separada del lugar de origen del maya y gramaticalmente es la
menos parecida a los otros idiomas mayas. Es más parecido al chikomuselteko, hoy
desaparecido, que todavía era hablado por algunas personas en el primer cuarto de este
siglo. Ya que este último se hablaba en Chicomucelo, Chiapas, y en los alrededores de
dicho poblado, bastante lejos del área wasteka, todavía es un enigma importante el
hecho que se refiera a cómo y cuándo se separaron estos dos idiomas. Una posibilidad
es que los hablantes del chikomuselteko regresaron al área maya, talvez por accidente,
después de muchos siglos de permanecer en el norte; la otra es que a los hablantes del
wasteko les tomó mucho más tiempo del que se supone llegar a su localidad actual. Los
datos arqueológicos del área de Chicomucelo son escasos y no ayudan a explicar la
afinidad que existe entre los dos idiomas o su separación. Kaufman está seguro de que
los hablantes del chikomuselteko regresaron al área de Chicomucelo alrededor del año
1100 DC.

En torno a 1600 AC, o cerca de la época del inicio del Período Preclásico en la historia
mesoamericana, otro grupo importante se separó de su lugar de origen, trasladándose al
sur y al este, a lo largo de una ruta a través de Aguacatán, Chiantla, Cunén y Uspantán.
Los idiomas que con el tiempo se desarrollaron de esta migración son aquellos que
pertenecen a la división oriental. En el transcurso de 200 años se separaron las dos
ramas principales de esta división: la mam y la k'iche'. Hacia 600 AC, o sea 800 años
después, se llevaron a cabo otras migraciones, y ocurrió la diversificación de idiomas: la
rama k'iche' se dividió en q'eqchi', poqom, k'iche' y uspanteko; y la rama mam se
dividió en los grupos ixil y mam. Para entonces, los hablantes de los idiomas de la rama
k'iche' se habían desplazado al este, a lo que hoy es la región de Cobán; y al sur, hacia
los actuales Departamentos de Quiché, Chimaltenango, Sacatepéquez, Guatemala y
Baja Verapaz. Los hablantes de la rama mam emigraron de igual manera al sur y al
oeste, a lo que hoy es el sur de Huehuetenango y San Marcos. Los idiomas de la rama
mam se dividieron 1000 años después, o más, alrededor de 500 DC (Período Clásico),
en los cuatro que se conocen hoy y ocuparon un territorio similar al de su distribución
actual. En 1000 DC, los idiomas de la rama k'iche' se separaron de igual manera y se
establecieron en el territorio en que se encontraban a la llegada de los españoles.

Se sabe que en 1520 la comunidad política k'iche' incluía un gran número de pueblos
que hablaban otros idiomas, como uspanteko, ixil, awakateko, mam, tz'utujil y
kaqchikel. De igual manera, la comunidad política kaqchikel incluía a hablantes de pipil
y de poqomam, en los actuales Departamentos de Sacatepéquez y Guatemala. Es
probable que las tendencias expansionistas de los dos grupos citados aún no hubieran
cambiado significativamente el mapa lingüístico, ya que los otros grupos no se habían
asimilado lingüísticamente. Entre el contacto español y el presente, sin embargo, el
mapa lingüístico en la parte este de Guatemala ha sido alterado de modo significativo
por la invasión del español, especialmente en áreas que antes fueron poqomames, y que
de la ciudad de Guatemala se extendían al este, hacia Jalapa, y al sur, hacia Escuintla.

Con respecto a los otros idiomas mayas de Guatemala, los de la división occidental
empezaron a separarse alrededor de 1000 AC, cuando una rama, que más tarde sería la
ch'ol, se trasladó al norte, dejando a los hablantes de q'anjob'al en su lugar. Con el
tiempo los hablantes de la rama ch'ol ocuparon una amplia zona de las Tierras Bajas,
que se extendía hacia el este. Alrededor de 100 AC, principió otra separación, derivada
de la emigración del grupo chuj hacia el norte, y los q'anjob'ales, aún sin separarse, se
expandieron hacia el sur y el oeste. Alrededor de 500 DC se habían separado el
tojolab'al y el chuj, y el mocho se había desplazado hacia el oeste y el sur, y se separó
del q'anjob'al. Los idiomas restantes de este último grupo (q'anjob'al, akateko y popti')
se separaron más recientemente, y de hecho todavía existe bastante inteligibilidad
mutua. Ellos podrían considerarse tres dialectos separados del mismo idioma, y no tres
lenguas distintas.

El ch'orti' se separó de otros idiomas del grupo ch'ol alrededor de 600 DC, y en algún
momento se trasladó al este, al área cercana a Copán. Se presume que las migraciones y
la consiguiente separación geográfica de otros idiomas del grupo ch'ol están
relacionadas con las condiciones caóticas del Período Clásico Tardío y la disolución de
los Estados mayas de las Tierras Bajas. Los idiomas del grupo ch'ol se hablaban,
durante el Período Clásico, en las ciudades del sur, posiblemente desde Palenque hasta
Copán. Todavía se desconoce cuán al norte se hablaban estos idiomas, y si el yukateko y
no el ch'ol fue el idioma de los mayas clásicos, aunque se considera, en general, que
Petén estaba habitado por hablantes de ch'ol y, Yucatán por hablantes de yukateko. Las
inscripciones jeroglíficas están escritas tanto en ch'ol clásico como en yukateko clásico,
pero todavía no es posible identificar en todos los casos el idioma específico de las
inscripciones de cada ciudad.

Alrededor de 1000 DC, el yukateko se dividió en los cuatro idiomas actuales,


habiéndose desplazado en aquel tiempo hacia el norte, a la Península de Yucatán. De
éstos, el mopan y el itzaj todavía se hablan en Guatemala, aunque el segundo tiene tan
pocos hablantes, todos ancianos, que puede considerarse como el idioma maya que
corre más peligro de extinción en Guatemala.

Contactos con otros Grupos Mesoamericanos


Los mayas estuvieron sin duda en contacto con otros grupos mesoamericanos, como lo
evidencia el hecho de que participaban en un sistema cultural común, del cual
compartían muchas características. Lingüísticamente, el contacto se demuestra por
medio de una serie de palabras de otros idiomas mesoamericanos prestadas por los
idiomas mayas y viceversa. Los idiomas mayas tienen palabras de origen mixe-zoque,
zapoteco y nahua; mientras que el xinca, lenca, cacaopera, sumu y jicaque tienen
palabras de origen maya. La dirección del préstamo puede ser problemática, pero en
general es bastante clara. Si un supuesto préstamo ocurre en varios idiomas relacionados
de una familia, pero en un solo idioma de otra familia diferente, es probable que se haya
originado en la familia en la cual ha sido conservado en más de un idioma. Un ejemplo
es la palabra k'iche', xuch, del idioma k'iche', la cual significa flor blanca, y la palabra
azteca, xoochitl, que significa flor. La palabra k'iche' no se encuentra en otros idiomas
mayas, pero la palabra azteca tiene cognados en varios idiomas uto-aztecas y, por lo
tanto, puede ser reconstruida como una palabra que se originó del uto-azteca y fue
tomada de él por el k'iche'.

Es más probable que la influencia del mixe-zoque sobre los idiomas mayas haya sido el
resultado del dominio cultural y político de los olmecas de Mesoamérica en el Período
Preclásico, más o menos a partir de 1000 AC. Las palabras del mixe-zoque se refieren a
cultivos típicos mesoamericanos, como cacao (de *kakawa), jícara (de *tzima), tomate
(de *koya); a símbolos científicos, religiosos y ceremoniales, como contar, 20 años (de
*may), copal (de *poom), sacrificio, hacha (de *pus o sea cortar), po(h) (Luna de *po');
y a personajes y símbolos calendáricos, como Toj, Tojil (de *tuuj, mojar).

Por otro lado, las palabras del nahua que se encuentran en los idiomas mayas fueron
adquiridas mucho después. Según Kaufman, se pueden rastrear estas palabras hasta el
nahua mismo, siendo éste un grupo de idiomas que empezaron a diversificarse cerca de
900 DC y que en la actualidad incluye al nahua del oeste, del centro y del norte, y al
nahua del este y el pipil. Por consiguiente, es más probable que la influencia nahua
pueda ser correlacionada con la influencia tolteca sobre la cultura maya, y las fechas
serían desde alrededor del 900 ó 1000 DC. Existen más palabras nahuas que mixe-
zoques en los idiomas mayas, lo que también refleja sus más recientes adquisiciones.
Lyle Campbell encontró 28 de estas palabras en el Popol Vuh, y 74 en los idiomas de la
rama k'iche' en general. Estos vocablos incluyen varios términos para nombrar animales
y objetos comunes, tales como masaat (de masatl, o sea venado), kot (de kwautli,
águila), xaan (de xamitl, adobe); palabras para conceptos sociales, políticos y religiosos,
como tekpan, o sea palacio (de tekpantli); tinamit, es decir, pueblo, pueblo fortificado
(de tenamitl); chinamit, que equivale a familia, linaje (de chinamitl); tepew, o sea
dominio (de tepew); xit, o jade (de xiwitl); nawal, o sea nagual, transformador (de
nawal); y un gran número de nombres de personas, personajes y lugares. Robert M.
Carmack comenta que los señores k'iche's prehispánicos con frecuencia tenían nombres
nahuas y también pudieron haber hablado un poco este idioma, por lo menos lo
suficiente para conocer varias frases.

Los hablantes del xinca hicieron préstamos de los mayas. Esto sugiere que las
relaciones políticas y económicas entre estos dos grupos fueron opuestas a las que
sostuvieron los mayas con los hablantes del mixe-zoque o nahua. Mientras que los
préstamos pueden ocurrir en ambas direcciones, de sociedades dominantes a
subordinadas o de subordinadas a dominantes (usando estos términos en un sentido
político o económico), es más usual que el grupo subordinado haga préstamos de
terminología del grupo dominante. Los términos usados para designar relaciones
comerciales, como kunu, o sea comprar (de konh) y kayi, o vender (de *k'ay) fueron
prestados por el xinca; como lo fueron una serie de vocablos que designan plantas,
como xinak o frijol (de *keenaq'), mapi o coyol (de *map), muyi o chicozapote (de
*muy); y también algunos términos que sugieren la actitud de los xincas respecto de los
mayas, como winak o brujo (de *winaq, gente), achiimi o diablo, extranjero, maya (del
kaqchikel achin, hombre). El préstamo de un gran número de palabras referidos a los
cultivos, sugiere que talvez los xincas no eran agricultores antes de su contacto con los
mayas.

En resumen, la evidencia de los préstamos de palabras hechos por los idiomas mayas así
como los que se hicieron de ellos, indica una serie de contactos largos e importantes
entre los mayas y otros grupos mesoamericanos. Es probable que los mayas se hayan
expandido en el territorio xinca y que hayan sido política y económicamente dominantes
sobre ellos. Los mayas, a su vez, fueron bastante influidos, por lo menos, por dos
culturas mesoamericanas fuertes: la olmeca, desde aproximadamente 1000 AC, y
también, mucho después, la tolteca, alrededor del 1000 DC.

Reconstrucción Cultural
La reconstrucción del vocabulario protomaya permite tener una idea de la organización
cultural de los mayas de hace 4,000 años. No puede ser una idea completa, porque parte
del vocabulario de aquella época aún no ha sido reconstruida, y también porque otra
parte se ha perdido y nunca podrá reconstruirse completamente. Si una palabra en
particular no se conserva en los idiomas existentes, es imposible reconstruirla, aun
cuando fuera evidente que existió el concepto que la palabra representaba. Sin embargo,
si una palabra del idioma ancestral puede ser reconstruida, se puede estar
razonablemente seguro de que existió el concepto representado con un nombre
específico.

Por ejemplo, existen palabras en protomaya que designan muchas plantas domesticadas
y otras que equivalen a los verbos sembrar y cosechar, y de ese modo se hace evidente
que los protomayas (Período Arcaico Tardío) eran agricultores. Además, ya tenían
palabras aplicadas a la mayoría de los cultivos más importantes del área. Algunos de
dichos términos son los que se presentan a continuación:

*aw sembrar *k'uum ayote


*q'aj cosechar *lah chichicaste
*ha'as zapote; plátano *muuy chicozapote
*ho'ox achiote *oonh aguacate
*iik chile *pajk' piña
*iss camote *peeq? cacao
*ixi'm maíz *pix(-p) tomate, miltomate
*kenaq' frijol *siik' tabaco
*kiih maguey *tees/tzees bledo
*k'iib' palma de pacaya *tyinh(-am) algodón
*k'iwex anona *tz'ihn yuca

Se sabe que Mesoamérica tenía muy pocos animales domesticados, pero los que existían
tenían nombres en protomaya, y también una palabra que designaba al animal
domesticado en general

*ak' chompipa *tz'i' perro


*aj tzoo' chompipe *alaq' animal de casa

Los nombres dados a muchos animales silvestres de la región eran bien conocidos.
Algunos ejemplos son los siguientes:

*ahiin lagarto *pahar zorrillo


*b'aah taltuza *q'a'(a)w zanate
*b'ahlam tigre *q'u'q' quetzal
*b'a'tz' zarahuate *sanik hormiga
*ch'o'h rata, ratón *saqb'iin comadreja
*hoonon abejorro *sina'(a)nh alacrán
*huhty' tacuacín *so'tz' murciélago
*iib' armadillo *tixl danta
*jooj cuervo *t'iiw águila
*kaan culebra *t'oot' caracol
*kar pescado *tz'ikin pájaro
*kehj venado *tz'uunu'n gorrión
*koj león *xeex camarón
*ku'k ardilla *xuux avispa

En relación con las casas y algunos enseres hogareños existían palabras como las que se
indican a continuación:
*atyooty casa *aab' hamaca
*paat ranchito *ch'aaq cama
*oor horcón *pohp petate
*ehb' escalera *teem banco, asiento
*pat construir casa *mes barrer

Las palabras siguientes estaban vinculadas a la elaboración de ropa y al arte del tejido:

*nooq' ropa *xanh-ab' caite


*weex calzón *tz'is coser, costurar
*u'h collar *jal tejer
*xih-ab' peine *jax torcer hilo

La preparación de la comida era similar a la de la actualidad. Además de las plantas


domésticas que se mencionaron antes, los mayas usaban el comal sostenido sobre tres
piedras, la piedra de moler, leña, cal, y tenían palabras para designar varias de las
maneras en que se prepara el maíz:

*sa'm comal *b'aqal olote


*oq-eht tenamaste *k'aj pinol
*kaa' piedra de moler *maatz' atol
*hu'x piedra para afilar *nhal mazorca
*sii' leña *q'oor masa
*tya'nh cal, ceniza *uul atol
*ajn elote *muux tostado

Algunos de los logros intelectuales más importantes ya estaban en proceso de


consolidarse. Había palabras equivalentes a escribir, contar y pintar, y otras que
expresaban números y conceptos religiosos. El comercio también desarrolló su propia
terminología:

*tzihb'-a escribir *ha'b' año


*hu'nh libro; papel *b'is medir
*aj contar *b'on pintar
*juun uno *kan aprender
*ka'(b') dos *tz'uq enseñar
*oox-ib' tres *ihl pecado
*kaanh-ib' cuatro *k'ajb' ayuno
*ho'-oob' cinco *k'ooj máscara
*waqaq-iib' seis *k'uuh sagrado
*huuq-ub' siete *siih oferta
*waqxaq-iib' ocho *tyaah obsidiana
*b'elenh-eeb' nueve *mahtaan regalo
*laajuunh diez *majaan préstamo
*k'aal veintena *k'aay-i vender
Existía un juego completo de términos para nombrar a los miembros de la familia y
parientes, pero también palabras relacionadas con la estructura social jerárquica, tales
como señor y esclavitud.

*aajaaw Señor
*aal hija, o hijo, de mujer
*al'iib' nuera
*b'aal(u k) cuñado de hombre
*chiich abuela
*chuuch mamá
*elaq' ladrón
*ihtz'ii n hermano, o hermana, menor
*ikaaq' sobrino; primo
*ikaan tío materno
*jawan cuñada de mujer
*maam nieto; sobrino; abuelo
*me'b'aa huérfano, o huérfana, viudo, o viuda
*mi'm abuela
*muun esclavitud
*mu' cuñada de hombre; cuñado de mujer
*tyaaq' hermano menor

Naturalmente, había gran número de palabras no especializadas que se referían a todos


los eventos de la vida diaria. Los ejemplos anteriores no representan una lista completa
de la terminología protomaya, sino ejemplos parciales del vocabulario más
especializado, que ilustran algunos aspectos de su vida social y cultural.

Características de los Idiomas Mayas


Los idiomas mayas han sufrido 4,000 años de cambios desde que empezaron a divergir.
Todos ellos son fácilmente reconocidos como descendientes del mismo idioma original
y, por lo tanto, están relacionados, aunque ahora algunos sean muy diferentes respecto
de los otros. Las diferencias que se han producido a lo largo del tiempo han afectado
todos los aspectos del sistema gramatical, incluyendo léxico, fonología, morfología y
sintaxis. No obstante, tienen muchas similitudes, lo que demuestra su origen común.
Los idiomas mayas pueden ser tan distintos unos de otros como lo son, por ejemplo, el
español y el ruso, o tan similares como el español y el portugués.

Los idiomas mayas pueden caracterizarse fonológicamente por una serie de oclusivas
sordas simples y africadas, igualadas por una serie de oclusivas glotalizadas y africadas
en, por lo menos, cinco puntos de articulación; varias fricativas sordas y algunas
resonantes sonoras. Tienen cinco vocales cardinales y la mayoría también tiene
prolongación vocálica. Morfológicamente tienen flexión para persona y número del
poseedor del sustantivo, de los sujetos y objetos de verbos, de los sujetos de estativos y
para el tiempo-aspecto-modo de los verbos. Existe un gran número de categorías de
derivación. Las clases de palabras incluyen sustantivos, verbos, adjetivos, posicionales
(clase única para los idiomas mayas), estativos, partículas (inclusive adverbios) y varias
clases menores. Son idiomas ergativos, tanto morfológica como sintácticamente. Tienen
un orden básico de palabras que empieza con el verbo; la mayoría son idiomas del orden
verbo-objeto-sujeto, pero varios son (innovadoramente) verbo-sujeto-objeto. Las
categorías de voz incluyen el pasivo, antipasivo y, en algunos idiomas, referencial o
instrumental. Estos idiomas, como cualquier otro, han sido y siguen siendo
perfectamente capaces de adaptarse a las necesidades de comunicación de la vida
moderna.

Conclusiones
Antes del 2000 AC, la parte noroeste de Guatemala, específicamente la región de Los
Cuchumatanes, estaba habitada por las personas que crearon el idioma maya original.
Todavía se desconoce de dónde llegaron exactamente y con qué otros pueblos tuvieron
alguna relación. Su idioma, al que hoy se llama protomaya, ha sido parcialmente
reconstruido a través de los esfuerzos de lingüistas historiadores. Ya participaban en el
complejo cultural mesoamericano, y habían empezado a sembrar y a cosechar, a
escribir, pintar, hacer cálculos matemáticos, a desarrollar una sociedad estratificada y
completamente capaz de enfrentar los desafíos de la urbanización y de la formación del
Estado de los próximos milenios.

Aquella comunidad empezó a ampliarse lentamente y a ocupar más territorio, talvez


desalojando a otros pueblos, como los xincas, de algunas de las tierras que
eventualmente ocuparían, o talvez habilitando tierras relativamente deshabitadas.
Mantuvieron un territorio bastante unido y compacto, excepto el que ocuparon los
wastekos que emigraron al norte; no obstante, nunca desarrollaron las inclinaciones
expansionistas de otros pueblos mesoamericanos. Los mayas se separaron lentamente, a
lo largo del tiempo y, al cabo de varios siglos, se organizaron en varias comunidades
diferentes, cada una con su localización territorial propia y su particular idioma.
Alrededor de 1520 se habían establecido 30 de estas comunidades, descendientes de los
mayas originales. Todas ellas estuvieron en contacto con otros grupos de Mesoamérica;
y, por lo menos, dos culturas similares, los olmecas, alrededor de 1000 AC, y los
toltecas, alrededor de 1000 DC, tuvieron una influencia suficientemente significativa
sobre los mayas como para dejar marca en los idiomas de éstos.

Las comunidades mayas separadas empezaron con una gran herencia lingüística, que
desarrolló los distintos idiomas en toda su complejidad. Cada uno de éstos agregó sus
características particulares a aquella herencia; conservó algunas del idioma original,
pero cambió y eliminó otras, y también agregó innovaciones y reinterpretaciones. El
resultado fue un cúmulo de diferentes idiomas mayas, todos con su carácter especial y
propio, y todos con una herencia común. El estudio de la diversificación de tales
idiomas complementa el conocimiento de la historia de esa gente. También se suma a
nuestra comprensión del proceso del cambio lingüístico.
ROBERT M. HILL, II

Los Quichés

Los antiguos quichés (k'iche's) dominaron las mismas zonas que en la actualidad ocupan
sus descendientes: una región que incluye la mayor parte de los Departamentos de
Quiché, Baja Verapaz, Totonicapán, Sololá y Quetzaltenango (Ilustración 274). Sin
embargo, el vocablo 'quiché' se refiere a una división lingüística y talvez cultural. Los
pueblos de idioma quiché nunca formaron una sola entidad política; en el momento de
la conquista española existió la confederación encabezada por los grupos de Gumarcaaj-
Utatlán, Ismachí e Ilocab, que controlaba la mayor parte del territorio ocupado por los
hablantes de esa lengua.

Según sus propias crónicas, los antiguos quichés no pretendían ser originarios de los
territorios que les pertenecían inmediatamente antes de la conquista española, ya que
declaraban haber inmigrado desde lejos, y que conquistaron sus dominios en Los Altos
de Guatemala, donde desalojaron o incorporaron a los grupos indígenas que allí
encontraron. Sin embargo, la migración y el conflicto con grupos nativos forma parte de
un complejo mítico de muchos grupos mesoamericanos. Este hecho hace necesario
examinar las crónicas indígenas, las cuales constituyen la fuente más importante de
nuestros datos sobre los quichés.

Crónicas de los Quichés


¿Hasta qué punto podemos tomar las crónicas como verdad histórica? En general,
abundantes estudios sobre tales documentos coinciden en que éstos reflejan fielmente
muchos aspectos de la cosmovisión quiché tradicional. Algunos investigadores, sin
embargo, opinan que las crónicas proporcionan también fieles y literales compilaciones
de eventos históricos, acaso un poco comprimidos o sin escala cronológica. Esta parece
ser la posición de Robert M. Carmack y sus seguidores. Es conveniente, en todo caso,
formular las siguientes interrogantes: ¿por qué y en qué contexto fueron escritos tales
documentos?, ¿qué concepto tenían los antiguos quichés de la 'historia', y para cuáles
funciones les servían sus 'historias'? La mayoría de los estudiosos que se han ocupado
de la región quiché no han evaluado el papel que tuvo la 'historia' para los propios
pobladores de la época, ni las funciones que tuvo la preservación de documentos entre
los demás pueblos mesoamericanos.

El distinguido etnohistoriador mexicano Alfredo López Austin ha señalado que las


'historias' de muchos grupos mesoamericanos exhiben gran semejanza entre ellas. Según
dicho autor, estas similitudes no reflejan una verdadera 'historia' común para todos los
pueblos mesoamericanos, sino una estructura mitológica y cosmológica. Los cronistas
indígenas modelaban sus 'historias' según la cosmología, sin atender exactamente a la
realidad del grupo. Para los mesoamericanos, por lo tanto, la cosmovisión y la mitología
fueron preeminentes y dieron forma a la 'historia'. Esta no era una crónica fiel del
pasado, sino una reflexión que se modificaba en lo que fuera necesario según la
cosmovisión.

Estudios más recientes sobre las crónicas mexicanas indican que la función de la
'historia' entre los mesoamericanos fue muy diferente a la europea. Susan Gillespie ha
señalado que la función de la 'historia' entre los aztecas no era la de una crónica fiel de
eventos a través del tiempo. Al contrario, para ellos la cosmovisión dominaba todo y los
cronistas aztecas arreglaban los eventos, hasta el punto de inventar reyes y hechos, para
que la 'historia' estuviera de acuerdo con la cosmovisión.

Entre grupos como el de los mexica (o los cavec y otros grupos quichés), que habían
logrado su preeminencia política en una época relativamente reciente, hubo necesidad
de crear 'historias', como parte del proceso de validar su nueva situación, es decir,
formular una 'propaganda' que mostrara la inevitabilidad de su acceso al poder. Pero
tales 'historias' sólo alcanzaron la forma con que las conocemos actualmente después de
la conquista española. ¿Hasta dónde los indígenas cambiaron el proceso de transcripción
para enfrentar al régimen colonial, o bien para aprovechar las necesidades y
oportunidades que de éste se derivaban? Gillespie considera que las 'historias'
mexicanas representan un esfuerzo, de parte de sus autores, por explicar la 'catástrofe',
la conquista española y la caída del 'Imperio' azteca, conforme la cosmovisión
tradicional y como un momento o pequeña coyuntura en el gran ciclo del tiempo
cósmico.

El autor del presente trabajo ha encontrado las mismas tendencias en las crónicas
mayores de los cakchiqueles (kaqchikeles): el Memorial de Sololá y La Historia de los
Xpantzay. Entre los cakchiqueles, tales documentos sirvieron también como pruebas del
rango aristocrático de sus poseedores, y como 'títulos' ante la justicia española para
proteger sus tierras de la usurpación de los colonizadores o de otros indígenas.

Por lo tanto, no se puede aceptar en forma literal la información de los documentos en


cuestión, como si fuera la verdad histórica. Todo ello hace muy difícil distinguir entre
los verdaderos hechos históricos y las convenciones cosmológicas de las 'historias'
mesoamericanas. En el resumen de los señoríos quichés, que se presenta a continuación,
el autor tomará una posición cautelosa respecto a la veracidad histórica de las crónicas
indígenas, que no esté corroborada por otras fuentes. El lector talvez considere que se
trata de un retrato muy incompleto, pero, en todo caso, es una vía para tratar de
comprender lo que se sabe con seguridad de este pueblo tan importante de
Mesoamérica, y también lo que todavía falta por descubrir.

Orígenes
Carmack y varios de sus discípulos opinan que los quichés antiguos eran originarios de
una región de la Costa del Golfo de México, situada poco más o menos a la altura de la
desembocadura del Río Usumacinta, y que de allí emigraron a Los Altos de Guatemala,
al final del Período Clásico o principios del Postclásico Temprano. Tal hipótesis parece
basarse en la interpretación del viaje realizado por los primeros quichés, desde la
legendaria Tula o Tollan, a donde fueron para recibir la investidura como líderes de su
pueblo y el permiso para establecerse finalmente en Los Altos de Guatemala.
En el presente ensayo las crónicas no se analizan al pie de la letra, sino en un sentido
más general. En principio, aquí se estima que la pretendida emigración de los quichés,
desde otra parte de Mesoamérica, debiera apoyarse en discontinuidades en la
Arqueología de la región quiché, durante el final del Clásico y principios del
Postclásico. Sin embargo, el arqueólogo estadounidense Kenneth Brown, de acuerdo
con un reconocimiento detallado de la zona quiché central, sostiene que no se aprecian
grandes cambios en el patrón de asentamiento de las poblaciones, ni en la arquitectura
ni en la cerámica, sino hasta tiempos muy tardíos, por ejemplo, desde 1350 DC. Es más
probable, según dicho investigador, que los quichés fueran de origen local, y que
posiblemente procedían de la cuenca de Chujuyub.

La premisa anterior induce a pensar que el lugar de origen y la ruta de migración, según
las crónicas quichés, se subordinaron a las exigencias de la mitología y cosmología
tradicionales. Es cierto que existen muchos sitios arqueológicos en la región quiché, y
que varios de ellos todavía tienen los nombres que corresponden a los lugares
mencionados en las crónicas. De tales sitios, sin embargo, son pocos los que han sido
estudiados intensivamente por arqueólogos competentes, y en su mayoría pertenecen al
período más tardío de la época prehispánica. Casi todos los sitios identificados como
lugares 'visitados' o 'fundados' por los quichés a lo largo de sus peregrinaciones, no han
sido suficientemente estudiados como para afirmar que pertenecieron a los quichés más
antiguos, y que corresponden con certeza a un período determinado.

El hecho de que un lugar tenga un nombre que figura en las crónicas, no prueba que ese
sea un lugar en el que estuvieron, o donde fundaron un poblado, los antiguos quichés.
Es muy posible que tales lugares hubieran recibido su nombre después del
establecimiento de los quichés en el Altiplano de Guatemala, lo cual pudiera haber sido
parte de un proceso de apropiación del territorio. La adjudicación de un nombre, por lo
tanto, parece haber sido un hecho a la vez simbólico y político.

Tanto la secuencia 'histórica' de las crónicas, como el Popol Vuh, parecen reflejar la
misma preocupación, por su 'legitimidad' política, que manifestaron los grupos de
lengua nahua, sucesores de los verdaderos toltecas, en el valle de México. En sus
propias historias, estos grupos siempre intentaron enlazar a sus líderes con una línea de
las 'familias reales' de Tollan. Pero los nahuas, por lo menos, vivían cerca del verdadero
Tollan, lo que no ocurría con los quichés y sus aliados (los cakchiqueles), que vivían
muy lejos de dicho centro. Por lo tanto, no tenían derecho al poder político por la vía de
la descendencia, y sólo podían esgrimir un derecho de instalación en las posiciones de
mando por el 'rey' de los toltecas, quien posteriormente habría ordenado a los quichés
que buscaran sus propios territorios. Este episodio 'histórico' no parece ser sino un
esfuerzo para justificar y legitimar la dominación política que los quichés lograron
después.

La anterior interpretación tiene cierto apoyo en la Arqueología, ya que hasta el


momento no ha sido posible identificar a los quichés con un complejo arqueológico (de
arquitectura, de cerámica, o de otra clase) anterior al Postclásico Tardío. Carmack ha
opinado que los quichés estaban bastante mexicanizados, es decir, muy influidos
culturalmente por los grupos del centro de México. Esto lo presenta como prueba de que
el origen de los quichés se localiza en la Costa del Golfo. Sin embargo, en un estudio
cuidadoso de los datos arqueológicos relativos a los quichés, la arqueóloga guatemalteca
Matilde Ivic de Monterroso no pudo identificar más que unas pocas características
mexicanas, y éstas son de tan amplia distribución en Mesoamérica que no es posible
decir que sean de origen mexicano. Es importante señalar que, aunque se aprecian
semejanzas entre los quichés y los aztecas, ello no significa que un rasgo o creencia
determinados se hayan originado en el territorio azteca, sino que ambos pueblos
compartían aspectos comunes a muchos grupos de la antigua Mesoamérica. También es
preciso notar que, hasta el presente, no se han encontrado en otras partes sitios con
restos semejantes a los de los quichés de Los Altos, como tampoco se han localizado en
la cuenca del Usumacinta, o en la Costa del Golfo.

Otro dato en contra de la interpretación de Carmack proviene de la historia cultural de la


región. No está probado que la cuenca del Río Usumacinta fuera alguna vez una vía de
migración en los tiempos prehispánicos más remotos o tardíos. La ruta más usada fue la
Costa Sur o del Pacífico. Por allí entró Alvarado en 1524, y anteriormente lo habían
hecho los pipiles, que migraron y fundaron poblaciones importantes en Escuintla y, más
al oriente, en El Salvador. Los datos conocidos sugieren que la influencia olmeca
también siguió la ruta del Pacífico, después de cruzar el Istmo de Tehuantepec. Si los
quichés procedían de otra parte, sus restos arqueológicos más antiguos debieran
buscarse quizás en la Costa Sur de Chiapas, de Guatemala o de El Salvador, y no en la
Costa del Golfo de México. Es posible que la influencia mexicana se deba a la presencia
de los pipiles en la Costa del Pacífico o a las relaciones de intercambio con el valle de
Oaxaca, y no a un contacto directo con el centro de México.

Grupos Sociopolíticos
Los hablantes de idioma quiché nunca formaron una sola entidad política. Sin embargo,
los de la región central, es decir, los quiché vinak (gente o nación quiché), como ellos
mismos se llamaban, constituían la entidad política más poderosa en Los Altos de
Guatemala en el momento de la conquista española. Su extensión y poder se pueden
atribuir a que desarrollaron un nivel de organización más alto que el de la mayoría de
sus vecinos. Sólo los cakchiqueles de Iximché lograron un nivel de organización
política semejante, y ellos también se llamaban vinak, o sea, la nación o gente
cakchiquel. Se puede deducir, por lo tanto, que no fue un accidente que los cakchiqueles
de Iximché fueran los únicos verdaderos rivales y más encarnizados enemigos de los
quichés.

La organización del quiché vinak, o nación quiché, se basaba en la confederación de tres


amak. Los amak eran confederaciones de chinamitales, o sea, los grupos territoriales
corporativos básicos de la organización social y política de los habitantes de la región
quiché, y también de otros grupos mayas del Postclásico Tardío. El amak, de los nimá
quiché, tenía su centro o capital en el lugar que hoy se conoce como Utatlán
(Ilustraciones 28, 29 y 274), y que antiguamente se llamó Gumarcaaj. Los nimá quiché
contaban con cuatro chinamitales mayores: Cavec (o Kavek) (cuya historia dinástica
forma la última parte del Popol Vuh), Nihaib (Nim Hayib o Nehaib), Ahau Quiché y
Zaquic (Zaq' Iq'ib). En general, el territorio de los nimá quiché se encontraba al este y
sur de su capital.

El amak de los tamub tenía tres chinamitales: Ahquinal, Ekoamakib y Kakojib. Su


centro o capital se encontraba como a un kilómetro y medio al oeste de Utatlán, en el
sitio conocido como Ismachí (Pismachí). Su territorio se encontraba generalmente al
oeste, y ellos controlaban parte del actual Departamento de Totonicapán, en la antigua
frontera con los mames. El tercer amak, del quiché vinak, era el de los ilocab. Contaba
con cinco chinamitales: Rokché, Cajib Aj, Sic'a, Xuuanija y Wukmil. Tenía su capital
aproximadamente a un kilómetro al noreste de Utatlán, en el sitio que hoy se llama
Chisalín, pero antiguamente conocido como Ilocab o Pilocab.

No es posible calcular la población del quiché vinak, pero parece claro que había mucha
variación en cuanto a tamaño, extensión territorial y poder político entre los amak y los
chinamitales de esa unidad social. Esto se puede probar por el hecho de que Utatlán era
mucho más grande que Ismachí y Chisalín, aunque este último sitio era cabecera de
cinco chinamitales, y Utatlán sólo lo era de cuatro. También es seguro que estos
chinamitales importantes no eran los únicos de la nación quiché, ya que pudieron haber
existido otros de menos categoría, políticamente dependientes o sujetos a los
chinamitales mayores.

Según el Popol Vuh y otras crónicas indígenas, los chinamitales reinantes contaban con
varios nim já o casas grandes. Estos nim já han sido interpretados por Carmack como
linajes en un sistema de tipo segmentario, pero, como se dijo antes, es más probable que
los nim já representaran un proceso de consolidación de la aristocracia más alta. Según
la línea analítica del presente ensayo, con el aumento del poder político y del control
territorial que experimentaron los quiché vinak, hubo necesidad de crear más cargos
administrativos y ocuparlos con aristócratas de los chinamitales reinantes. De esta
manera, cada nim já tenía el nombre del título de su funcionario. Parece que los
candidatos para estos cargos políticos eran, originalmente, del rango menor de la
aristocracia de cada chinamit. Con el paso del tiempo, a los titulares de los nuevos
puestos políticos se les elevó su rango, y pasaron a una posición parecida a la de los
tecutli de los antiguos mexicanos. En consecuencia, parece que cada nim já era bastante
semejante al tecpán mexicano, o sea, un grupo residencial que incluía al aristócrata
titular, a su familia y a otros parientes cercanos (todos del nivel aristocrático, pero
probablemente de un rango inferior, como los pilli del México antiguo), así como a sus
sirvientes, criados o esclavos. Es posible juzgar la importancia de los chinamitales de la
nación quiché por el número de nim já que tenía cada uno. Según este criterio,
aparentemente el amak nimá quiché y el amak tamub tenían los chinamitales más
importantes de los nihaib. Dentro del amak nimá quiché, los otros dos chinamitales
parecen haber sido menos importantes, pues los chinamit ahau quiché y zaquic (zaq'
iq'ib) sólo contaban con cuatro y dos nim já, respectivamente.

Entre los tamub, los chinamit Ahquinal y Ekoamakib tenían ocho y nueve nim já,
respectivamente. El chinamit Kakojib pudo haber sido menos importante, pues tenía
sólo cuatro nim já. Sin embargo, la organización de los tamub se complicaba por la
presencia de entidades denominadas ochoch (casa) dentro de varias de sus nim já.
Existían desde dos hasta nueve de estas ochoch, en una sola nim já.

Como se señaló en el comienzo de a la presente sección, es posible que las ochoch


constituyeran una forma más avanzada en el proceso de consolidación de la aristocracia
quiché. Los tamub, con sus colonias que se extendían al oeste, hasta los límites actuales
de Totonicapán, seguramente experimentaron la misma necesidad de tener cargos
administrativos parecidos a los que tenían los nimá quiché. Los tamub, sin embargo, en
vez de establecer más y más nim já y aristócratas de alto rango, formaron las ochoch
como un nivel o rango inferior de puestos político-administrativos, cuyos titulares
procedían del grupo de parientes cercanos entre los aristócratas más altos de los nim já.

En las crónicas de los tamub también aparece un tipo más de organización, el de los
calpules. Además de existir entre los tamub, existieron 13 de estas entidades entre los
nimá quiché, pero no está claro lo que significaba el término 'calpul' en aquel tiempo y
en aquel contexto. Al igual que chinamit, la palabra calpul (o calpulli) es de origen
mexicano, y en las regiones de lengua náhuatl de México se usaban ambas palabras
indistintamente. Los tamub, sin embargo, aparentemente diferenciaban entre los dos
términos, reservando chinamit para los grupos reinantes del amak (en su caso, los
ahquinal, los ekoamakib y los kakojib). Es probable que el término calpul se refiriera a
los territorios, y a los moradores de éstos, políticamente subordinados o dependientes de
los tamub y de los nimá quiché. Muchos de los nombres de los calpules perduran
actualmente como topónimos y nombres de aldeas y pueblos de la zona quiché central,
según lo ha demostrado Carmack.

Jerarquía Sociopolítica

La aristocracia

Los quichés no conformaban una sociedad igualitaria, ya que unos poseían mejores y
diferentes posibilidades, como las de dirigir y gobernar, así como la de gozar de un
acceso especial a los medios de producción, tanto propios como ajenos. Este principio
de adscripción, por el cual se supone que una persona tiene ciertas características
basadas en el hecho de descender de padres y antepasados ilustres, define la entidad
sociopolítica que se denomina aristocracia. Lo mismo que en el México antiguo, los
quichés y los otros grupos mayas mantenían una distinción básica entre la aristocracia o
nobleza y los plebeyos. Aunque se desconoce cuáles eran exactamente las
características de la élite quiché, existen elementos circunstanciales que sugieren que
dicha categoría se basaba en conceptos semejantes a los que utilizaban los aztecas para
justificar la categoría de los nobles o aristócratas.

La gente de lenguas nahuas (incluso los aztecas o mexicas) creía que cualquier ser
humano tenía tres 'ánimas' o fuerzas: tonalli, teyolia e ihiyotl. El tonalli se concentraba
en el cráneo y era una fuerza derivada del Sol. Este astro, en cada día del calendario
adivinatorio, controlaba el destino de la persona nacida bajo su signo, y su influencia se
transmitía por medio del tonalli, que cada individuo tomaba del Sol en el momento de
su nacimiento o poco después. El tonalli también producía el conocimiento, los talentos
y las tendencias de cada persona. El teyolia estaba concentrado en el corazón del
individuo y producía el calor del humano viviente. También tenía funciones cognitivas
como el entendimiento, la memoria y la fuerza de voluntad. Finalmente, el ihiyotl se
concentraba en el hígado y era responsable de las emociones fuertes y bajas, como la
envidia, el deseo sexual, el odio, etcétera. En un individuo sano, estas fuerzas estaban
equilibradas; pero había diferencias en cuanto al poder de las fuerzas, sobre todo en
cuanto al teyolia. Entre los nahuas, los nobles se diferenciaban de los plebeyos por
poseer una teyolia más fuerte o 'caliente', que era resultado de un acto de creación
especial del dios Quetzalcoatl; es decir, que los nobles eran creados separados de los
plebeyos, con un tipo de teyolia distinto. De esta manera, los nobles, por supuesto, eran
más inteligentes que los plebeyos, tenían memoria e imaginación más potentes y, por lo
tanto, eran inherentemente superiores y mejor dotados para gobernar.

El anterior sistema de creencias sólo tendría un interés incidental si no fuera porque los
quichés, en general, tenían conceptos muy semejantes. En los diccionarios bilingües
coloniales (de lenguas indígenas y español), sobre todo el cakchiquel, que es una lengua
muy cercana a la quiché, se encuentran palabras que expresan aquellos conceptos. El
natub es el tonalli, y el uxla es equivalente al ihiyotl. Hasta el presente no se ha podido
identificar un término específico para denominar el teyolia, pero las fuentes
correspondientes indican claramente que muchas funciones cognoscitivas y afectivas se
localizaban en el corazón. Fray Thomas de Coto, por ejemplo, escribió:

Corazón de todo viviente: Qux... Atribúyenle todos los


afectos de las potencias: memoria, entendimiento y
voluntad... Tomad éste nombre, qux, por el alma de la
persona y por el espíritu vital de todo viviente... De
este nombre, qux, se forma el verbo tin quxlaah, por
pensar, cuidar, imaginar, etcétera.

Aunque no existe una declaración explícita acerca de una creación especial de los
nobles en el Popol Vuh, o en otra crónica indígena, es significativo que uno de los
cargos oficiales entre los Cavec era el de 'cura', Gukumatz, el nombre maya de
Quetzalcoatl, el dios que los nahuas consideraban que había creado a los nobles.
También es importante que los líderes quichés (los más altos miembros de la
aristocracia) poseían, por lo menos, características que no tenían los plebeyos. Por
ejemplo, en el Popol Vuh se le atribuía el principio del poder cavec y quiché al Ahpop,
llamado Gucumatz. Y para explicar sus éxitos se atribuían a dicho personaje poderes
extraordinarios. El Popol Vuh agrega que Gukumatz subió al cielo durante una semana y
que después bajó a Xibalbá por otro tiempo igual. Se transformó y pasó una semana en
cada una de las siguientes formas: serpiente, águila, jaguar y poza de sangre. Por medio
de sus transformaciones, Gucumatz pudo intimidar a otros pueblos enemigos y hacerles
vasallos tributarios, sin recurrir a la guerra.

Lo importante no es si Gucumatz pudo transformarse o no, sino el poder que se le


atribuyó como prueba o señal de su grandeza. Los hechos extraordinarios los realizaba
gracias a sus poderes especiales. Además, su descendiente, Quicab, también tuvo
talentos extraordinarios, como herencia de su ilustre antepasado. El Popol Vuh agrega
que Quicab, así como Ahpop, Ocho-Mono, y Ahpop Camhá, podían pronosticar el
futuro. De antemano sabían si habría guerra, hambre o muerte.

Si los nahuas y los quichés manifestaban los mismos conceptos con igual base
ideológica respecto de sus correspondientes aristocracias, asimismo, parece que también
había diferencias de categoría dentro de la aristocracia. Se puede asumir que el Ahpop
de un chinamit ocupaba un rango más alto que los demás funcionarios del grupo, y que
los cabezas de los nim já eran de más alto rango que los cabezas de los ochoch. De igual
manera, los aristócratas de los chinamitales preeminentes (como los Cavec, los nihaib,
etcétera) deben haber sido de un rango más alto que los cabezas de chinamitales o amak
políticamente dependientes o subordinados.
Los Cavec proporcionan una idea de su organización y estratificación interna. El Ahpop
('el del petate', símbolo del poder político) era la cabeza del chinamit, aunque hay
indicios de que compartía el poder ejecutivo con el Ahpop Camhá ('el de la casa
escalonada', del petate, o consejal). Se nota la misma división del poder entre el
Tlatoani y Cihuacoatl de los mexicas. Debajo de los funcionarios citados había dos
cargos evidentemente religiosos. Estos eran el Ah tohil ('el de Tohil', dios protector de
los Cavec) y el Ah Gucumatz ('el de Gucumatz'), que pudo haber sido el equivalente
quiché de Quetzalcoatl o su antepasado, que inició el poder dominante de los Cavec.
Después había cinco cargos políticos de menor importancia, aunque cada uno de los
funcionarios que los ocupaban tenía su propio nim já en la capital, es decir, en Utatlán o
Gumarcaaj. Estos eran el Nim Ch'okoh Cavec ('el gran sentador de los Cavec), el Popol
Vinak Chi T'uy ('sentador en el petate'), el Lol Met Keh Nay (aparentemente encargado
de los tributos), el Popol Vinak Pa Hom Tzalatz ('sentador del petate del juego de
pelota') y el U Chuch Camhá (encargado de la casa escalonada o consejero).

Los nihaib (nim hayib) tenían nueve cargos muy semejantes a los de los Cavec. Los dos
funcionarios de más categoría eran un Ahau Calel y un Ahau Ah Tzih Vinak, como los
dos funcionarios más importantes, y después un Ah Avilix (Avilix era el dios protector
de los nihaib), un encargado de tributos, un 'encargado' de la Casa del Consejo, un gran
sentador y otros funcionarios de la Casa del Consejo.

El grupo de los ahau quiché, como chinamit de menor importancia, sólo contaba con
cuatro cargos, que incluían al Ah Tzih Vinak, como jefe del grupo, un Ah Hakavitz
(Hakavitz era el dios protector de los ahau quiché), un gran sentador y un encargado de
tributos. Los menos importantes dentro del amak nimá quiché, los Zaq Iq'ib, tenían dos
puestos: el Tz'tu Haa y el Calel Zaquic (Q'alel Zaq Iq').

Los Ahpop más importantes (probablemente aquellos que encabezaban los amak o,
quizás, sólo los cabezas de las naciones como los quiché vinak o cakchiquel vinak)
merecían el uso exclusivo de los 15 objetos que eran símbolos de su categoría y poder:

1) dosel
2) trono
3) nariguera de hueso
4) orejeras (probablemente de varios materiales, según se ha documentado
arqueológicamente: jade, obsidiana y oro)
5) bezote de jade u otra piedra preciosa
6) collar de cuentas de oro
7) collar de garras de león
8) otro collar de garras de jaguar
9) pendiente de calavera de búho
10) piel de venado
11) brazalete de joyas
12) pendiente de concha
13) dientes con incrustaciones de jade
14) corona de plumas de papagayo
15) penacho real de plumas de grulla
Aunque nunca se ha excavado profesionalmente una tumba 'señorial' del tipo
correspondiente en la zona quiché central, el arqueólogo Jorge Guillemin, en sus
excavaciones en Iximché, encontró una tumba de esa clase. Su ocupante estaba
adornado con algunas de aquellas manifestaciones de categoría 'real' o, por lo menos,
con objetos hechos de materiales perdurables. Estos ornamentos no eran exclusivos de
los quichés, sino comunes entre muchos pueblos mesoamericanos.

Los plebeyos

No se sabe mucho de los plebeyos (macehuales) quichés, porque los autores de las
crónicas indígenas no incluyeron referencias sobre la gente común. Su interés se centró
en los hechos, guerras y hazañas importantes de los líderes. Lo poco que se sabe sobre
ellos es lo que aportaron fuentes españolas, escritas después de la Conquista a veces, a
mucho tiempo de distancia.

En su calidad de miembros de un chinamit, parece que los plebeyos sólo gozaban del
usufructo de las tierras que labraban, ya que el propio chinamit era propietario de toda la
tierra. Los plebeyos eran obligados a contribuir al pago de cualquier gasto en que
incurría su chinamit, lo cual se hacía por medio de la institución llamada nut, que
sobrevivió hasta la época colonial. De Coto describe dicho mecanismo, de la manera
siguiente: 'recoger de casa en casa de los chinamitales, cacao. Diez y veinte cacaos de
cada casa para ayudar a casar a alguno, sacando de la cárcel. Este nombre nut significa
esta junta así, recogimiento de cacao'.

Francisco Varea (o Barela) concuerda con la descripción anterior: 'cacao que se pide en
cada casa de un chinamital, dan diez o veinte cada casa cuando se casa uno de ellos o
para pagar su pleyto si está uno en la cárcel'.

La responsabilidad corporativa parece que se extendía a las acciones de todos los


miembros del chinamit. En relación con las leyes de los antiguos quichés, Fuentes y
Guzmán aludió a las penas y a los delitos:

... pasando á tercer latrocinio, recaía [el culpable] en


pena de muerte. Pero si era de familia rica y le compraba
el calpul [chinamit] á donde pertenecía, pagando por él
todos los hurtos que le probaban y en otra cantidad para
el Erario y depósito del Rey [Ah Pop pre-eminente],
quedaba libre.

Los plebeyos, por otra parte, al parecer no gozaban de mucha libertad:

El simarrón, que era el que se huía, y ausentaba del


dominio ó señorío de su dueño, pagaba su calpul [chinamit]
por él, cierta cantidad de mantas, y reincidiendo en la
culpa era condenado á muerte de horca, procurando siempre
que todos estuviesen sujetos y obedientes.

La responsabilidad penal también incluía delitos contra el culto:

Y así, el hurto de las cosas sagradas, profanación de los


adoratorios, ó desacato de los ministros... de los ídolos,
se castigaba con dura mano, despeñando al reo, y todos los
de su familia quedaban en línea de infames y en esclavitud
perpetua... y por reincidencia pasaba la esclavitud a
comprehender a todo el calpul [chinamit]..., y á la tercera
vez moría despeñado.

Como consecuencia de su baja categoría, los plebeyos eran sujetos a otras limitaciones
legales. Fuentes y Guzmán escribió también que, aunque los nobles y sus familiares
podían vestirse con telas finas de algodón bien labradas, los plebeyos sólo podían llevar
ropa de henequén:

...diremos que los indios políticos de él [Reino de


Guatemala] usaron los nobles, no sólo vestuarios de
colores que se permitían á los Señores, especialmente el
azul y encarnado en campo blanco de algodón fino, sino que
éste se componía de camisa blanca de asiento llano al
cuello; sobre ella unos calzones blancos delgados, finos y
transparentes, con flecaduras que llegaban á media pierna
y sobre ellos otros calzones labrados que les daban á las
rodillas, quedando los de abajo colgando afuera como una
cuarta de vara; traían las piernas desnudas, pero los pies
calzados de unas sandalias de cabuya á la manera de
alpargatas, que las aseguraba una lanzada que corría por
entre el dedo mayor, sobre el tobillo, á engarzarse con
otras gazas que venían por la parte del talón. Las mangas
de la camisa se arregazaban hasta el codo ó sangradera,
aseguradas con una cinta de algodón tinta en la fineza del
chuchumite azul, que era lo más común, o el encarnado fino
no tan en uso.../...Ceñíanse la cintura con una toalla
larga [el maxtlatl o vex] de colores que terminaba su
lazada a la parte de adelante. Sobre todo, pendiente de
los hombros como capa, usaban y usan [aún en el siglo
XVII] los nobles y principales indios una tilma blanca
delgada y transparente, labrada del propio hilo blanco en
el telar, de pájaros [águilas] y leones [jaguares], cosa á
la verdad primorosa y apreciable, y las orlas perfiladas
de torzales y flecos...

Los maseguales o plebeyos vestían un traje no sólo sin


adorno, pero pobre, porque lo ordinario era de lo basto y
grosero que llaman henequén ó pita gruesa a la manera de
sobrejalmas: no permitiéndoseles por buen gobierno el que
vistiesen algodón, tela sólo destinada y permitida a los
señores y personas nobles, y en que de la plebe se
distinguían y separaban con alguna mezcla de colores:
porque también los criados domésticos de los Ahaus ó
caciques tenían la permisión de vestir mantas blancas de
algodón sin mezcla de color alguno...

Fuentes y Guzmán hizo una complicada descripción del vex o maxtlatl mesoamericano
tradicional. Es importante la indicación de que había dos rangos en el estrato plebeyo: el
de los simples labradores de la tierra, de quienes dependía económicamente toda la
sociedad; y las personas comunes, que servían directamente a los nobles. Aunque
Fuentes y Guzmán sólo mencionó a los 'criados domésticos', es seguro que había
plebeyos que eran artesanos (lapidarios, plumarios, orífices, etcétera) y otros
especialistas (arquitectos, maestros albañiles, carpinteros, etcétera) que elaboraban los
productos y proveían los servicios para la élite.
Los esclavos

Aunque entre los antiguos quichés existían los esclavos, se desconocen todas sus
características. ¿Había varios tipos de esclavos, igual que entre los aztecas? ¿Cómo se
adquiría esa condición? ¿Era posible la emancipación? ¿Bajo qué condiciones?

De acuerdo con los pocos datos disponibles, entre los quichés y los otros grupos mayas
del Altiplano la mayoría de los esclavos eran cautivos de guerra y, quizás, algunos
condenados por crímenes graves. Entre los aztecas, a tales cautivos se les destinaba para
el sacrificio en el culto divino, de manera que no había posibilidad de emancipación. Sin
embargo, entre los mismos aztecas hubo otra clase de esclavo, el llamado tlacotli en
lengua náhuatl, cuya situación legal se aproximaba a la servidumbre establecida por
contrato, y no a la esclavitud clásica. El esclavo clásico pasaba a ser propiedad
permanente de su adquirente, mientras que el siervo ligado por contrato normalmente
estaba en tal situación para pagar una deuda o multa y, al satisfacerla, quedaba libre.
Entre los aztecas, esos esclavos tenían derechos legales, ya que podían casarse
libremente y sus hijos nacían libres y podían poseer bienes, incluso sus propios tlacotin.

En el idioma quiché había varias palabras relativas a la condición de esclavo, de las


cuales munib era la más común. Los otros términos parecen ser más descriptivos, como
por ejemplo teleche ('los que se traen de un lugar a otro'), o tenían un sentido despectivo
(tz'i, que significa perro), y no permiten formar una tipología o jerarquía. Según Fray
Bartolomé de Las Casas se distinguía el esclavo doméstico del que se destinaba al
sacrificio. Posiblemente sacrificaban a los cautivos nobles, por ser ofrendas más
apropiadas para los dioses, y no a los plebeyos, que se dejaban para el servicio
doméstico. Dicho cronista supone, asimismo, que los parientes o el señor de un plebeyo
pobre podía vender a éste en esclavitud, y asume que ello ocurría como pago de una
deuda o multa, igual que ocurría con el tlacotli de los aztecas.

El Culto a los Dioses Protectores


El tema de la religión quiché anterior a la Conquista, es uno de los más interesantes y
más difíciles de abordar en el campo de la etnohistoria. Es preciso hacer notar, sin
embargo, que, en cuanto a los señoríos indígenas, había una interrelación entre la
religión y la organización sociopolítica. Es evidente que, también en este aspecto como
en otros, las prácticas de los quichés del Postclásico Tardío eran muy parecidas a las de
los aztecas del centro de México. En ambas regiones, cada calpul o chinamit tenía su
propio dios protector. En náhuatl ese dios se llamaba calpulteotl (dios del calpulli).
Había también deidades patronales de otros grupos o estratos sociales, como los
artesanos, guerreros y mercaderes. Cada señorío tenía, asimismo, su deidad específica,
aunque pudieran tener orígenes diversos. Por ejemplo, el dios patronal del 'imperio'
azteca, Huitzilopochtli, se originó como patrón de los mexicas. Ellos atribuían sus
éxitos políticos y militares a su calpulteotl, y cuando lograron el predominio sobre los
otros grupos elevaron a su calpulteotl a la posición dominante en el panteón, o bien lo
compartían, ya que el templo de Huitzilopochtli y el dios del agua y las lluvias, Tláloc,
figuraban en la misma plataforma en el centro de la ciudad de Tenochtitlan.
Entre los quichés también era evidente que cada chinamit tenía su propio dios protector,
pero las fuentes sólo nos proporcionan los nombres de los patrones de los chinamitales
más importantes. De esta manera, Avilix era el patrón del chinamit Nihaib. El patrón del
Ahau Quiché era Hakavitz. Parece que el patrón de los Zaquic se llamaba Niq'ah
Tak'ah, y su templo se conocía con el nombre Tz'utu Haa.

Los Cavec, según el Popol Vuh, pretendían que Tohil era su dios patronal y que el
mismo lo era también de los amak tamub e Ilocab. Los tres grupos basaban su
confederación de una sola nación (los Quiché Vnak) en el hecho de que los tamub, los
Ilocab y el chinamit preeminente del nimá quiché amak, o sea los Cavec compartían el
mismo patrón.

Los Cavec también adoraban a Gucumatz. Desafortunadamente, es casi imposible


determinar si este nombre se refiere al dios mesoamericano Quetzalcoatl o al antepasado
Cavec que estableció el poder e influencia de su chinamit.

Es evidente que los quichés entendían que todos los dioses patronales eran
manifestaciones o reflexiones de una sola divinidad. Asimismo, existía entre todos los
antiguos mesoamericanos el concepto del 'hombre-dios'. Creían que un mismo ser podía
ser humano y dios, simultáneamente. Por ello, algunos jefes podían realizar sus hechos
heroicos, como en el caso de Gukumatz, el jefe Cavec. Para los Cavec tampoco era
necesario diferenciar entre Gukumatz, el dios, y Gukumatz, el antepasado ilustre.

Otros Señoríos Quichés y su Organización


Hasta aquí se ha hecho referencia a los grupos y territorios que dependían directamente
o formaban la sección central de la nación quiché. Sin embargo, durante el reino en que
el famoso Quicab fue Ahpop del chinamit Cavec, la nación quiché inició un programa
de expansión territorial y colonización más allá de la zona central, hacia el suroeste.

Expansión territorial

Los expertos coinciden en que el famoso Quicab encabezó su chinamit Cavec (el más
poderoso de la nación quiché) y los subordinados a éste, en el siglo XIV,
aproximadamente durante 1425 y 1475. A él y a sus contrapartes, los amak tamub e
Ilocab, se atribuye el avance contra el territorio mam. La fuente más importante sobre
este proceso de expansión es el Título de Totonicapán.

La expansión fue un trabajo colectivo de la triple alianza de los nimá quiché, tamub e
Ilocab, pero como los autores del Título de Totonicapán dependían políticamente de los
primeros, su crónica trata principalmente de sus propios orígenes. Según dicho
documento, la colonización corresponde a cuatro grupos de parcialidades (chinamitales)
quichés. Un grupo de 13 parcialidades, llamados los K'ulajá, tomaron y poblaron la
región del actual Quetzaltenango, donde desalojaron o incorporaron a los antiguos
moradores de idioma mam. De la misma manera, las 12 parcialidades de los Tsibachaj,
poblaron la región de Totonicapán. Ocho parcialidades más, los Ts'alam C'oxtún y los
Sijá Raxq'uim, tomaron la sierra situada al este de los valles de Quetzaltenango y
Totonicapán, en la región de Ixtahuacán (Ilustraciones 274 y 276).
El Título de Totonicapán indica que los Tsibachaj contaban con parcialidades
dependientes de cada uno de los chinamitales reinantes de los nimá quiché, o sea de los
Cavec, los Nihayib y los Ahau Quiché. Parece también que a cada uno de los 12 grupos
se le permitió establecer su propia jerarquía política, cuyos funcionarios fueron
ennoblecidos por los jefes nimá quiché. De esta manera, cada parcialidad de las 12 de
los Tsibachaj recibió su Ahpop, su Calel, su Uk'alechij y su Rajpop Achij, títulos todos
éstos de cargos políticos de los chinamitales quichés mejor conocidos. También les
entregaron tres estandartes o banderas, para las parcialidades pertenecientes a los Cavec,
a los tamub y a los Ilocab.

Al famoso Quicab se atribuye también la expansión de la triple alianza a la Costa Sur,


desde la zona inmediata situada al suroeste del Lago de Atitlán hasta quizás la actual
frontera mexicana. Igualmente, Quicab realizó alianzas políticas con otros grupos
(amak) quichés, como los rabinaleb (rabinales), los cubulcaal (de Cubulco) y los
lamakib y tuhalha (ambos grupos de la región de Sacapulas; véase Ilustración 275), y
con varios amak de cakchiqueles, que eran sus aliados militares subordinados. La
influencia y el poder de la nación quiché logró su mayor extensión durante el reinado de
Quicab, pero también durante este período empezó la decadencia, la fragmentación
política y la guerra constante entre ellos y sus antiguos aliados y subordinados.

Tanto el Popol Vuh como el Memorial de Sololá indican que los problemas empezaron
cuando Quicab enfrentó la sublevación de sus propios hijos. La razón del conflicto no
está muy clara. Pudo haber sido que, basado en sus éxitos, Quicab excedió la autoridad
tradicional de un Ahpop y asumió poderes dictatoriales. Las crónicas indígenas indican
que, como consecuencia del programa de expansión que encabezó Quicab, se originó
una clase militar cuyos miembros querían una categoría sociopolítica más elevada, que
el jefe Cavec no les otorgó. Talvez relacionado con esto último, las crónicas sugieren
también que Quicab no había premiado suficientemente a sus guerreros e hijos por sus
servicios en las guerras de expansión. ¿Guardó Quicab demasiado para sí mismo? ¿No
fueron suficientes los tributos y el botín extraídos de los grupos conquistados? Con base
en las crónicas estas preguntas no se pueden contestar de modo satisfactorio. Es
probable que una combinación de factores hubiera fomentado el levantamiento contra
Quicab. De todos modos, es evidente que tanto los grupos aliados como los
subordinados se aprovecharon de la confusión resultante para establecer o recobrar su
independencia.

Por ejemplo, los cakchiqueles de Iximché registraron en sus anales que fueron objeto de
envidia por parte de los guerreros quichés. Se afirma allí también que el verdadero
Quicab, después de haber sido derrotado por sus hijos y soldados, les aconsejó separarse
de los quichés y establecer su propia nación independiente. Es probable que los Akahal-
Chajomá cakchiqueles también se hubieran separado de los quichés en el mismo
momento, y que después de dejar su antigua morada en la región de Zacualpa-Joyabaj
hubieran fundado un nuevo señorío, con su capital en el sitio conocido popularmente
hoy como Mixco Viejo (Jilotepeque Viejo). Ambos señoríos cakchiqueles pronto se
convirtieron en acérrimos enemigos de los quichés. Estos y cakchiqueles también
entraron en guerra casi continua con los tzutujiles (tz'utujiles) y otros grupos. En este
ambiente de fragmentación política, hostilidad mutua y guerra permanente, llegó Pedro
de Alvarado, en 1524, con su pequeño ejército de españoles y auxiliares mexicanos.

Geografía política de la región de Sacapulas


Si el croquis del Quiché Vinak da al lector una idea de la organización de este grupo,
hay que tener en cuenta que esta 'nación' era casi única entre los grupos indígenas del
Altiplano, tanto por su tamaño como por su poder y organización jerárquica. Sólo los
cakchiqueles de Iximché y, posiblemente, los Akahal-Chajomá, de Mixco Viejo
(Jilotepeque Viejo) tenían un nivel semejante. La mayoría de los otros señoríos quichés
sólo alcanzó el nivel de organización representado por el amak o confederación de
chinamitales. Este parece haber sido el tipo de organización de los rabinales y los
cubulcaal. Aunque se conocen varios sitios en la zona que éstos ocupaban, no se ha
logrado obtener una idea detallada de la organización interna y territorial de dichos
grupos. Por lo anterior es conveniente presentar, por lo menos, un ejemplo bien
documentado del mencionado tipo de organización. Afortunadamente, ello es posible en
la región del actual municipio de Sacapulas. Se sabe bastante sobre la geografía política
de esta región, que se extiende a lo largo de varios siglos gracias a un extraordinario,
rico y casi único fondo de documentos coloniales, así como a las recientes
investigaciones etnohistóricas, arqueológicas y etnográficas.

Aunque la región de Sacapulas estuvo ocupada desde el Preclásico, sólo es posible


delinear la organización política y territorial de los grupos que allí vivían en el
Postclásico Tardío (Ilustración 275). En esta época, el territorio estaba dividido en dos
amak: uno, llamado Tuhalhá; y el otro, Lamakib. La palabra tuh se refiere al baño de
vapor tradicional, pero actualmente los sacapultecos la emplean para denominar a los
hornos que utilizan en la producción de sal, un recurso económico que ha tenido mucha
importancia a través de los siglos. El amak Tuhalhá tenía dos chinamitales importantes:
Ah Canil o Caniles y Ah Toltecat o toltecas. El amak Lamakib se componía de tres
chinamitales: Ah Coatlán o coatecas, Ah Sitalá o sitaltecas y Ah Zacualpan o
zacualpanecas o zacualpas. Otro chinamit, el de los itzapanecas, parece haber sido
subordinado o dependiente de los coatecas. Por una serie de litigios coloniales entre
estos grupos sacapultecos, que se extienden desde el siglo XVI hasta el XVIII, se
conocen bien los límites del territorio y de los centros mayores de cada chinamit o
amak.

Los zacualpanecas controlaban el mayor territorio de los antiguos grupos de Sacapulas,


el cual correspondía a la parte occidental del actual municipio de ese nombre. Según los
datos disponibles, parece que ocupaban el sitio llamado Xolchún (probablemente
construido por primera vez durante el Período Clásico), ubicado en una parte alta, fácil
de defender, en la confluencia de los ríos Negro y Blanco (Ilustración 277). Este lugar
talvez sirvió como 'capital', y estaba en la zona agrícola más fértil de las tierras de
Zacualpa. El dominio de los zacualpas se extendía por las vegas de los dos ríos, y sus
fronteras estaban protegidas por cuatro sitios o baluartes de menor importancia. Al
oeste, en la cuenca misma del Río Negro, un poco río arriba de Xolchún, se encuentra
un cerrito, fácilmente defendible, en el cual estaba ubicado el sitio de Xoltinamit. Al
remontar el Río Blanco, cuando se cruza el actual límite departamental entre Quiché y
Huehuetenango, se encuentra otro sitio defensivo, Xolchún-Tenam. Al sur del Río
Negro está el sitio defensivo llamado Pacot o Chucot, que ocupa la cima de un cerro
muy empinado que tiene el mismo nombre (Ilustración 277). Finalmente, a poca
distancia, al este de Xolchún, está ubicado el sitio de Xolpacol, que guardaba la frontera
con los confederados zacualpanecas y coatecas.

Los zacualpanecas tenían cinco sitios: uno (Xolchún, Ilustración 277) en el centro, y
cuatro ubicados al norte, sur, este y noroeste. Esta distribución forma, más o menos, una
figura quincunce, que era de gran importancia cosmológica para los antiguos
mesoamericanos, entre los cuales representaba esquemáticamente el universo, el espacio
y el tiempo. El símbolo normal tenía forma de x o +, o sea un punto central, con cuatro
brazos o ramas que representaban los cuatro puntos cardinales. El centro simbolizaba la
estabilidad, producida por la intersección de todos los poderes e influencias cósmicos.
Para los antiguos mesoamericanos, sólo en el centro del universo se encontraba la
seguridad. Cada uno de los brazos tenía su asociación con un color, un tipo de lluvia y
un viento o 'aire'. También había un significado temporal, ya que cada brazo
representaba una estación del año.

Se nota la reflexión de este modelo cósmico en la distribución de los sitios


zacualpanecas. El punto central (Xolchún) era el más importante; además de estable, era
el nexo del 'universo' del chinamit. Los demás sitios, ubicados al este, sur, oeste y norte
(en realidad noroeste) son los puntos de las ramas que describen los límites del
'universo' de los zacualpanecas. Así como el universo mesoamericano se hacía más y
más inestable y peligroso cuando se llegaba más y más lejos, el 'universo' socio-
territorial de los zacualpanecas era menos estable y más inseguro a causa de sus
fronteras con otros grupos potencialmente enemigos.

Sólo entre los chinamitales de Sacapulas se dio la distribución de los sitios de los
zacualpanecas como una reproducción de la cosmología según la ubicación de sus
centros. Los demás grupos no controlaban tierras tan extensas como los zacualpanecas.
Por ejemplo, los coatecas, confederados con los zacualpanecas en el Lamakib amak,
sólo tenían un centro importante, que era el sitio arqueológico conocido como
Chutixtiox. Para los coatecas no había necesidad de controlar las grandes extensiones de
las cuencas de los ríos Negro y Blanco. La mejor tierra estaba en las inmediaciones de
su 'capital'. Directamente al oeste de Chutixtiox se ubicaba una llanura fértil llamada
Patzagel; al este, al otro lado del Río Negro, está la llanura denominada Ixpapal, sede
de un chinamit llamado los Ah Itzapaneca, que parece haber sido dependiente de los
coatecas.

El amak Tuhalhá, formado por caniles y toltecas, estaba reunido en un solo centro.
Aunque existen dos sitios pertenecientes al Período Clásico en los extremos oriente y
occidente del territorio del amak (que posiblemente representaban a los antepasados de
caniles y toltecas), durante el Postclásico Tardío parece que ambos grupos compartían
un solo centro, que ahora se conoce como Chutinamit.

¿Cuántas personas tenían los amak antiguos de la región de Sacapulas? Como resultado
de la pérdida de población provocada por la Conquista y las epidemias de origen
europeo, así como por la inexistencia de censos durante la Colonia (salvo tasaciones
tributarias), la pregunta anterior resulta difícil de responder. Sin embargo, los datos
disponibles sugieren que antes de la conquista española había entre 1,800 y 2,800
habitantes en la región, y que la primera de estas cifras es la más probable. A algunos
lectores y especialistas esta cantidad puede parecerles demasiado baja, ya que el actual
municipio de Sacapulas cuenta con más de 15,000 habitantes. Pero precisa tener en
cuenta algunos hechos. Primero, es evidente que tanto durante la Colonia como
inmediatamente antes de la Conquista, los antiguos sacapultecos sólo cultivaban las
tierras de las vegas de los ríos. El monte y las montañas servían para la caza y la
recolección forestal. Segundo, durante la Colonia se hicieron más frecuentes los litigios
de tierras entre las parcialidades de Sacapulas o entre ellas en su conjunto y los pueblos
vecinos, sobre todo cuando el número de habitantes pasó de 1,600. Esto quiere decir que
las prácticas tradicionales de subsistencia no podían sostener a una población mayor sin
que hubiera competencia y conflictos entre los grupos que allí vivían. Tercero, los
actuales sacapultecos hacen sus sementeras donde pueden, y usan abonos químicos para
aprovechar tierras que antiguamente no eran utilizables. Cuarto, a partir de fines del
siglo XVIII la región ha experimentado la migración de indígenas del municipio de
Santa María Chiquimula, los cuales constituyen ahora casi la mitad de la población del
municipio. Finalmente, hay que señalar que la deforestación es un grave problema para
los sacapultecos, y que ya es difícil encontrar animales de caza, como venados, por
ejemplo. Al mismo tiempo, los actuales habitantes no disponen de tierra suficiente para
el pasto de ganado mayor ni menor. Todo ello quiere decir que, si bien la región cuenta
actualmente con muchos más habitantes que los 1,800 a 2,800 aquí calculados para la
población antigua, ésta no mantiene ya las condiciones tradicionales ni tampoco goza de
una adaptación estable con su ambiente natural.

Por otra parte, es probable que los amak de la región de Sacapulas sólo representen la
parte baja de una continuación de chinamitales y amak quichés. Por ejemplo, es muy
difícil aceptar que chinamitales tan importantes como los Cavec, que encabezaban el
Quiché Vinak, apenas tuvieran unos cuantos cientos de personas. Aun cuando sólo los
jefes vivieran en la 'capital', es decir, en Utatlán o Gumarcaaj, debieron ser muchos
cientos (y quizás hasta miles) los plebeyos de cada chinamit que, sin duda, vivían en los
alrededores de la 'ciudad', o sea, en centros menores y aldeas rurales.

Conclusiones
Según se ha explicado, los hablantes de quiché nunca formaron una sola entidad
política. Había varios señoríos organizados al nivel de un amak, entre los cuales estaban
los rabinales, cubulcaal, tuhal haa, lamakib y seguramente otros. En contraste con los
otros señoríos de lengua quiché, los de Utatlán constituyeron la entidad política más
grande, poderosa e influyente de Los Altos de Guatemala, durante el Postclásico Tardío.
Sus dominios se extendían, al oeste, hasta el actual Quetzaltenango; al sur, hasta la
Costa del Pacífico; al norte, hasta el Río Chixoy; y al este, hasta la frontera con los
rabinales. El éxito de los quichés de Utatlán se puede atribuir, en gran parte, a su
organización. Alcanzaron el nivel más alto de integración política, al conformar una
nación o 'vinak'. A partir del culto a un solo dios patronal, se confederaron los tres amak
de los Nimá Quiché, los Ilocab y los tamub. Más tarde, realizaron unidos su programa
de expansión territorial y mantuvieron suficiente control centralizado desde la capital,
Utatlán.

Sin embargo, ni siquiera los quichés de Utatlán estaban en capacidad de dominar


completamente a Los Altos de Guatemala. Varios grupos de mames y de pokomames
(poqomames) mantuvieron su independencia, aunque perdieron territorio ante los
quichés. Como resultado de la sublevación contra Quicab, los pueblos de idioma
cakchiquel (antiguos aliados de los quichés de Utatlán) lograron separarse y establecer
dos naciones o vinak independientes: Cakchiquel Vinak, en Iximché, y el Akahal o
Chajomá Vinak, en Mixco Viejo. Pronto, estos dos grupos entraron en una serie de
guerras casi constantes con los quichés y tzutujiles, las cuales se prolongaron hasta la
llegada de Alvarado en 1524. Dicho conflicto entre los señoríos indígenas facilitó el
triunfo de los españoles.
BARBARA E. BORG

Los Cakchiqueles

Se sabe menos de la vida de los cakchiqueles (kaqchikeles) prehispánicos que de la


historia y cultura tempranas de otros grupos del Altiplano Central guatemalteco
emparentados con ellos, tales como los quichés (k'iche's) y los tzutujiles (tz'utujiles), los
cuales se han estudiado con mucho más detalle. Hasta el presente, los estudios
arqueológicos y etnohistóricos realizados para investigar algunos aspectos de los
cakchiqueles han enfocado a éstos como un todo, o se han centrado sólo en ciertos sitios
arqueológicos, como Iximché y Mixco Viejo (Jilotepeque Viejo) . Estudios
arqueológicos recientes, del área cakchiquel, han servido de base para un análisis
regional más generalizado de este tema. Sin embargo, existen pocos reconocimientos
arqueológicos sistemáticos de dicha zona, y aún se trabaja en una cronología basada en
la cerámica, la cual permitirá fechar más exactamente los diferentes sitios. Por ahora, no
existen investigaciones complementarias suficientes en los campos de la Arqueología, la
Etnohistoria y la Lingüística, lo que impide presentar una síntesis cultural prehispánica
completa de este pueblo.

En el territorio cakchiquel no se han descubierto códices como los encontrados en otras


regiones mayas. Toda la información histórica que se conoce sobre los cakchiqueles
prehispánicos, fue escrita después de la conquista española. Por lo tanto, en este ensayo
se utilizan los términos 'protohistórico' (inmediatamente antes del advenimiento de los
registros escritos), así como finales del Postclásico Tardío, para denominar aquellos
eventos que ocurrieron al termino de la etapa previa a la llegada de los españoles. El
bosquejo histórico del Postclásico Terminal, que se presenta aquí, se proyecta hacia
atrás, más allá del 1300 DC; y los acontecimientos específicos descritos se refieren, en
su mayoría, al siglo anterior al contacto con los españoles. También se utiliza en este
trabajo información procedente de las investigaciones arqueológicas y lingüísticas, así
como de los registros administrativos de los primeros años de la Colonia, de los relatos
de viajeros, crónicas indígenas y europeas, y también de los estudios modernos sobre las
regiones cakchiquel, quiché y tzutujil.

Se conocen cuatro divisiones de la región cakchiquel protohistórica. No está claro


exactamente qué representaban estas cuatro divisiones en términos de organización
social, por lo cual resulta más acertado aceptar sólo una rama occidental y otra oriental.
El grupo occidental, llamado cakchiquel en las fuentes etnohistóricas, se asentó
originalmente en la región que se extiende entre las actuales comunidades de Tecpán
Guatemala y Chimaltenango. Su capital fue la ciudadela de Iximché (Ilustración 126),
situada en el sitio arqueológico del mismo nombre, que está cerca de Tecpán Guatemala
(Ilustración 279). En las mismas fuentes también se cita a Sololá, un centro muy
relacionado con Iximché, aunque rival, localizado en algún lugar en el occidente de la
región cakchiquel. La ubicación prehispánica de Sololá aún no ha sido establecida, pero
aparentemente no era la del mismo pueblo que ahora lleva ese nombre. El grupo
oriental, autodenominado Chajomá, habitó la región que se encuentra entre los pueblos
actuales de Chimaltenango y San Pedro Ayampuc. Las ciudadelas más importantes de
esta rama oriental pueden haber estado ubicadas en Mixco Viejo (sitio arqueológico
cercano a San Martín Jilotepeque, el cual ha sido propuesto que se le llame Jilotepeque
Viejo, véase Ilustración 282), y en los sitios arqueológicos menos conocidos, situados
cerca de San Pedro Ayampuc, llamados Yampuc Viejo, Alto Nacahuil y Bajo Nacahuil
(Ilustración 69).

Organización Sociopolítica de los Cakchiqueles


Lo que se conoce de la organización sociopolítica de los cakchiqueles prehispánicos
proviene, principalmente, de reconstrucciones basadas en la información disponible
sobre la región cakchiquel occidental y la vecina región quiché del norte. La sociedad
cakchiquel, como un todo, estaba dividida en cuatro clases jerárquicas: la alta nobleza o
clase gobernante, la cual, en su mayoría, habitaba los centros urbanos; la baja nobleza,
compuesta por las familias distinguidas, entre las cuales se seleccionaban los
gobernadores, embajadores y cobradores de tributos; los plebeyos, que generalmente
eran agricultores rurales; y los esclavos. El fraile dominico y cronista de principios del
siglo XVIII, Francisco Ximénez, admiraba el gobierno indígena prehispánico porque,
según decía, no era una monarquía pura, puesto que el poder del gobernante se
contrarrestaba con el de un consejo de nobles principales que, juntos, podían derrocar a
un rey tiránico. El cargo de gobernante supremo era hereditario y, aunque su poder no
era absoluto, se le respetaba casi como a un dios.

La Arqueología ha demostrado que los pueblos prehispánicos del Altiplano


guatemalteco, como Utatlán e Iximché en los territorios quiché y cakchiquel, eran
núcleos urbanos con una población de varios miles de habitantes. Seguramente muchas
más personas habitaban en los alrededores, pero la escasez de los datos arqueológicos
pertinentes no ha permitido ni siquiera la más rudimentaria reconstrucción demográfica.
Ximénez, quien vivió con los cakchiqueles y los quichés, hizo una distinción muy clara
entre la élite urbana y el pueblo rural. Sólo los reyes y nobles vivían en las principales
ciudades, las cuales eran también fortificaciones llamadas tinamit. Cada grupo
residencial o familiar, que Ximénez llamó calpul o parentela (términos con una
definición poco exacta para los estudiosos modernos), vivía en un área geográfica de
tamaño variable, según fuera su volumen demográfico. El asentamiento rural se llamaba
amak (am significaba araña en cakchiquel), y era un pequeño pueblo o aldea extendido
como las patas de una araña.

En la literatura reciente se ha intentado definir, con más exactitud, los términos


utilizados por Ximénez y otros cronistas que describieron la organización sociopolítica
indígena. El término tinamit, mencionado antes, generalmente designaba una 'ciudad'
principal fortificada, en la cual vivía la élite gobernante. Sin embargo, hay menos
consenso en cuanto al significado de los términos calpul o chinamit.

Robert Carmack sugirió una interpretación del calpul y del chinamit, en la cual éstos se
equiparan a segmentos específicos en un espacio geográfico. Carmack consideró que,
un poco antes de la Conquista, los arreglos territoriales empezaban a desafiar al
parentesco como el principio básico de organización entre los quichés de Utatlán. Según
este autor, los plebeyos rurales continuaban identificándose con sus linajes, pero su
relación con el linaje noble en los pueblos principales (tinamit) se basaba
principalmente en dos unidades territoriales llamadas chinamit y calpul. El chinamit
probablemente no era un linaje sino un grupo de individuos que vivían juntos en
territorio delimitado por un muro o cerca de piedra. La participación en los chinamit era
voluntaria, abierta al que quisiera adoptar el nombre del linaje del jefe o cacique y
someterse a la autoridad de éste. Por lo tanto, aunque los miembros llevaban el mismo
nombre, no siempre tenían parentesco patrilineal. Carmack describió el chinamit como
una entidad similar a los feudos europeos, donde los siervos rurales eran gobernados por
ciertos linajes de nobles residentes en los pueblos. Estos pueblos y sus tierras
circundantes constituían la base para el pago de los tributos y servicios obligatorios,
para la jurisdicción judicial, los ritos y el reclutamiento militar. Según este modelo,
probablemente las funciones administrativas eran desempeñadas por funcionarios que
representaban a los linajes básicos de las 'casas grandes', quienes, a su vez, trabajaban
de cerca con los jefes de los linajes de los siervos.

Carmack describió la organización territorial de Utatlán, según el esquema anterior,


como un conjunto de pueblos separados (tinamit), bordeados por pequeñas murallas
(chinamit) que, a su vez, estaban rodeadas por grandes territorios parecidos a los
cantones (calpules). No se sabe, por cierto, hasta qué distancia de los pueblos se
extendían los chinamit, pero Carmack cree que éstos no se extendían más allá de los
calpules, puesto que éstos eran más grandes, aunque probablemente la autoridad del
chinamit controlaba a los calpules. Estos últimos, según Carmack, parecen haber sido
muy antiguos y quizá antecedieron al dominio quiché en la región.

Por el contrario, Robert Hill considera que los términos chinamit y calpul son sinónimos
y que el significado de chinamit, como 'lugar fortificado', es mejor interpretarlo en
términos de espacio geográfico, y no literalmente como lo ha hecho Carmack. Hill
opina que cada chinamit era una unidad residencial que poseía tierras comunales, cuyos
habitantes tenían derecho exclusivo a los recursos dentro de sus límites. Los miembros
de un mismo chinamit aceptaban la responsabilidad por las acciones de otros integrantes
del grupo, y cooperaban entre ellos para realizar, por ejemplo, fiestas matrimoniales o
para castigar a quienes resultaban responsables en disputas civiles o religiosas. Es
posible que los miembros de un mismo chinamit practicaran una especialización u
oficio común, que compartieran una jerarquía política interna y se casaran dentro de su
mismo grupo. La hipótesis de Hill se asemeja más a la descripción que hizo Ximénez de
los sistemas sociopolíticos, quichés y cakchiqueles, del Postclásico Terminal, y su
opinión se ve respaldada por el hecho de que, hasta ahora, la Arqueología no ha
encontrado pruebas que demuestren la existencia de propiedades amuralladas.

Durante algún tiempo, después de la conquista española, los indígenas continuaron


autogobernándose a nivel local (municipal), con la excepción de que experimentaron la
imposición de alcaldes mayores y corregidores españoles. Por lo tanto, los primeros
cronistas aún pudieron observar cómo funcionaban algunos aspectos del sistema
sociopolítico prehispánico. Ximénez escribió que cada pueblo tenía un señor principal,
o cacique, que actuaba como la cabeza del poblado y que gobernaba sólo con el consejo
de los otros cabezas de familia. Si el pueblo pagaba tributo, los cabezas de familia
cobraban a cada familia o linaje lo que se debía y presentaban al cacique el total
recolectado. A la vez, remitían el tributo a su señor principal, quien entregaba cuentas
detalladas al jefe supremo. Si se presentaba una queja contra una persona, o si se había
cometido una ofensa, el jefe del chinamit donde vivía el acusado era llamado a
representarlo y su caso se exponía verbalmente. Al determinarse la culpabilidad se
ejecutaba la sentencia, sin necesidad de documentos escritos, abogados, ni escribanos.
Ximénez consideraba que este sistema indígena, aún en vigencia entonces, era justo y
equitativo, en comparación con el trato de que eran objeto los indígenas en el
complicado sistema legal español.

La Región Cakchiquel Occidental


La información histórica existente sugiere claramente que, alrededor de 1450, los
llamados cakchiqueles pertenecían a una de las dos ramas inferiores de la gran
confederación quiché prehispánica, la cual incluía a cuatro grupos del Altiplano Central
de Guatemala: quichés, rabinales, tzutujiles y cakchiqueles. Los quichés, cuyos
gobernantes remontaban su ascendencia hasta los linajes 'toltecas', eran los miembros de
más alto rango de la confederación. Los cakchiqueles eran considerados parientes, pero
sus nexos con los quichés estaban basados en linajes 'no-toltecas' de menor rango. Por
lo tanto, Carmack optó por describir a los cakchiqueles, no como miembros de un linaje
aliado, sino como miembros de un contingente selecto de guerreros subordinados que
servían a la élite quiché. Los cakchiqueles se distinguieron como guerreros temerarios y,
con su ayuda, el reino quiché alcanzó su extensión geográfica máxima, entre más o
menos 1425 y 1475, durante el dominio de Quicab, de Utatlán. Como miembros de esta
alianza, los cakchiqueles ocuparon un lugar llamado Chiavar o Chuilá, cerca del actual
pueblo de Chichicastenango, o exactamente en el mismo lugar de este poblado.

Una de las principales fuentes de información sobre la élite de la sociedad cakchiquel


occidental es el Memorial de Sololá, escrito poco después de la Conquista, pero que
incluye algunos datos históricos pertenecientes al Postclásico Terminal. El Memorial
describe una revuelta contra el rey quiché, Quicab, alrededor de 1470, aparentemente
causada por un evento en el que participaron algunos cakchiqueles. Como resultado de
los disturbios, Quicab aconsejó a sus confederados cakchiqueles que abandonaran la
capital quiché de Utatlán y establecieran un centro independiente en Iximché. Así lo
hicieron y mantuvieron la paz con los quichés hasta la muerte de Quicab en 1475. Sin
embargo, al morir Quicab, estalló la guerra entre los cakchiqueles y sus anteriores
aliados, los quichés. Animados por la noticia de que una hambruna azotaba a los
cakchiqueles, los quichés atacaron Iximché, pero fueron derrotados.

Mediante estudios arqueológicos y etnohistóricos integrados, Carmack ha comparado a


los cakchiqueles de Iximché con los quichés de Utatlán. Según su análisis, estos dos
grupos culturales, tan cercanos, compartían las siguientes características: tenían una
economía agrícola adaptada a la cuenca seca del Altiplano que ocupaban, la cual
complementaban con productos de las Tierras Bajas; el mito del origen tolteca; un
simbolismo de la élite creado en torno a deidades con influencia mexicana; una
estructura social compuesta por nobles, vasallos y esclavos; una autoridad patrilineal
otorgada a los jefes de los linajes confederados, que conformaban una jerarquía
administrativa a nivel estatal; y un énfasis en la historia dinástica y militar.

Sin embargo, la cultura cakchiquel difería en diversos aspectos de la quiché. Carmack


señaló que la situación de la agricultura en Iximché era mucho menos estable que en
Utatlán, porque la capital de los cakchiqueles se encuentra casi 300 metros más alta que
la cuenca de Quiché. La cultura cakchiquel se derivó directamente de la cultura del
grupo quiché mayor, y cualquier supuesta afiliación con los toltecas era sólo indirecta y
podía trazarse a través de sus superiores quichés. La sociedad cakchiquel estaba menos
rígidamente estratificada y tenía más control sobre los linajes confederados. Su religión
estaba orientada, sobre todo, hacia las deidades de la tierra, y su tradición histórica
mencionaba con más frecuencia los desastres naturales y utilizaba fechas históricas
absolutas.

Carmack subrayó también que el gobierno, por medio de una confederación de linajes y
méritos militares, era mucho más simple que la jerarquía burocrática centralizada de los
quichés de Utatlán. Se refiere a la relación entre los cakchiqueles y las otras culturas
mesoamericanas, en la siguiente cita:

En forma muy similar a como la cultura quiché temprana


representaba una versión fronteriza simplificada de las
complejas civilizaciones mexicana y maya que la rodeaban,
así los cakchiqueles también pueden haber representado una
simplificación de la cultura quiché posterior.

Los cakchiqueles, que fundaron su capital en el lugar defensivo de Iximché, también


declararon la guerra a otros grupos no quichés, ya que, según el Memorial de Sololá, en
1480 conquistaron el pueblo pokomam (poqomam) de Mixco, situado al sureste. Sin
embargo, la élite de Iximché también tuvo que soportar levantamientos políticos
similares al que causó su separación de la confederación quiché. Aunque existe muy
poca información sobre este período, el Memorial registra que el 18 de mayo de 1493
estalló una revuelta interna contra los reyes de Iximché, provocada por disputa de
tierras. Aunque el grupo cakchiquel insurgente, conocido como los tukuchés, fue
derrotado y expulsado de la capital, este acontecimiento histórico fue considerado de tal
importancia por la élite gobernante, que por más de 200 años la 'historia' cakchiquel
tomó como punto de referencia esta rebelión.

Además de los datos contenidos en el Memorial de Sololá, tres crónicas cakchiqueles


más cortas, publicadas también por Adrián Recinos, ampliaron el conocimiento que se
tenía sobre los linajes de la élite cakchiquel residente en Iximché. Tales documentos son
la Historia de los Xpantzay de Tecpán Guatemala (Título Xpantzay I), las Guerras
Comunes de Quichés y Cakchiqueles (Título Xpantzay II), y el Testamento de los
Xpantzay (Título Xpantzay III).

La primera de las tres crónicas citadas, la Historia de los Xpantzay de Tecpán


Guatemala (Título Xpantzay I), describe las antiguas fronteras reclamadas por Iximché,
pero utiliza sólo la toponimia cakchiquel. Por lo tanto, es difícil localizar estas fronteras
en mapas modernos. El estudio de otros documentos, especialmente los que tratan de
disputas sobre tierras en los primeros días del período colonial, ha esclarecido, hasta
cierto punto, las fronteras reclamadas por los cakchiqueles durante el Postclásico
Terminal. La segunda de las crónicas mencionadas, Guerras Comunes de Quichés y
Cakchiqueles (Título Xpantzay II), señala cuatro claras divisiones entre los
cakchiqueles: cakchiqueles, zotziles, tukuchés y akajales. Los cakchiqueles y los
zotziles eran dos de los principales linajes gobernantes de Iximché y, quizá, también del
Sololá prehispánico. Se sabe que los akajales habitaron la región que rodea el actual
poblado de San Martín Jilotepeque. Los tukuchés, originalmente residentes en Iximché,
fueron, según el Memorial, los rebeldes expulsados de esa capital en 1493, y se
desconoce su paradero. Sin embargo, en los censos realizados a principios del período
colonial se registra un segmento de población llamado tukuché, y se le sitúa cerca de lo
que hoy son San Juan y San Pedro Sacatepéquez, lo cual sugiere que, por lo menos en
parte, este grupo se asentó finalmente en la región cakchiquel oriental (Ilustración 281).

La tercera crónica, Testamento de los Xpantzay (Título Xpantzay III), describe la


organización política de la élite cakchiquel que gobernaba en Iximché. El señor
principal, como hijo mayor del linaje gobernante y heredero del trono, llevaba el título
de Ahpozotzil y era conocido como el Primer Señor (nabey ahau), el Gran Señor (achih
ahau), o el grande Zmaleh (nimá Zmaleh). Su hermano menor, el segundo más
poderoso, poseía el título de Ahpoxahil o gobernante adjunto, y también se le conocía
como el pequeño Zmaleh (chuti Zmaleh). Cada uno de estos gobernantes de alto rango,
a su vez, tenía un hijo mayor y heredero. Al hijo mayor y sucesor del Ahpozotzil se le
daba el rango de Ahpop Achí Balam, mientras que el heredero del Ahpoxahil o
gobernante adjunto poseía el título de Ahpop Achí Ygich. Los hijos menores, que
seguían en línea directa de sucesión, recibían títulos similares a los de sus padres, como
lo demuestra el hecho de que el título Ahpop Achí Tzían fue otorgado al cuarto hijo del
Rey Hunyg quien era un Ahpozotzil.

Existían otros dos gobernantes cakchiqueles que ocupaban los lugares tercero y cuarto
en la jerarquía, y que ejercían mucho menos poder. Se les llamaba Ahpotukuché y el
Ahporaxonihay. Los cuatro gobernantes de más alto rango han sido tentativamente
relacionados con las cuatro ramas cakchiqueles, citadas en las Guerras Comunes de
Quichés y Cakchiqueles, de la manera siguiente: el Ahpozotzil y e Ahpoxahil eran los
gobernantes principales y adjuntos de Iximché (y posiblemente del Sololá
prehispánico). Los otros dos gobernantes, el Ahporaxonihay y el Ahpotukuché,
representaban, respectivamente, a las ramas Akajal (cerca de lo que hoy se conoce como
San Martín Jilotepeque) y Tukuché (posiblemente cerca al actual San Pedro
Sacatepéquez; véase la Ilustración 281). Es significativo el hecho de que, al parecer
durante la Conquista, Pedro de Alvarado y sus contemporáneos no se dieran cuenta de
la importancia de los gobernantes del tercero y cuarto rango; posiblemente porque éstos
no ejercían ningún poder visible.

El Memorial de Sololá y los tres Títulos Xpantzay relatan la historia de los linajes
principales de Iximché. Otras fuentes documentales han revelado información adicional
sobre los grupos de cakchiqueles que se asentaron en diferentes partes de la región
occidental. Francisco Vázquez, fraile franciscano y cronista de finales del siglo XVII,
describió Sololá como un reino cakchiquel prehispánico que se había desarrollado por
separado y en oposición a otros grupos cakchiqueles y quichés. A pesar de que la exacta
ubicación prehispánica de Sololá aún no ha sido determinada, fue, según parece, uno de
los primeros asentamientos que cayó, cierto tiempo antes de 1520, bajo el control de
Iximché.

Los cakchiqueles occidentales deseaban expandir su control militar, y el frente más


débil para tales propósitos, al parecer, era el del sur y sureste. Su expansión se hallaba
controlada hacia el suroeste, según se indica en un documento de 1587, el cual contiene
una disputa de tierras en el pueblo de Patulul, y que ha sido citado por Carmack. La
tierra cercana al actual Patulul era reclamada tanto por los cakchiqueles como por sus
vecinos, los tzutujiles del Lago de Atitlán; probablemente era una zona fronteriza hostil.
Según Sandra Orellana, los cakchiqueles y los tzutujiles se disputaban el control de esa
zona, que incluía un importante paso, entre las montañas, en el camino hacia la Costa
Sur. A finales del siglo XV, los cakchiqueles controlaban la parte oriental del Lago de
Atitlán, desde Palopó hasta Tolimán (Ilustraciones 283), y las tierras de la Bocacosta, al
occidente, hasta Patulul, incluyendo el mencionado paso por las montañas. Sin
embargo, en la época de la Conquista, los tzutujiles volvieron a controlar dicho paso.

El Título de Alotenango, de 1565, proporciona información adicional sobre la expansión


de Iximché hacia el sur y hacia el oriente. Según este documento, durante el Postclásico
Terminal los señores de Iximché también estuvieron en guerra con los pipiles de
Escuintepeque y con otros pueblos vecinos de lo que hoy es Escuintla, con los cuales se
disputaban el dominio de las ricas plantaciones de cacao de la fértil Costa Sur. En
consecuencia, habían establecido guarniciones militares al sur del río llamado Xeococo,
en cakchiquel (Zilohuixil, en náhuatl). A lo largo de esta frontera se encontraban
muchas viviendas cakchiqueles y dos piedras de sacrificio, colocadas allí como mojones
limítrofes. En tiempos de guerra, los cakchiqueles colocaban puntas de pedernal
ensangrentadas sobre las piedras de sacrificio, en señal de advertencia, pero, en tiempos
de paz, tales instrumentos se sustituían por pequeñas bolas de cera.

Cerca de Xeococo, en un lugar llamado Los Chiagüites, muchos pobladores


cakchiqueles, procedentes de Iximché, tenían siembras de maíz, frijol y chile. Este
asentamiento de Los Chiagüites estaba localizado, probablemente, cerca de un pueblo
fundado a principios de la época colonial, San Sebastián Chiagüite, al sur de
Alotenango, el cual es mencionado en las crónicas pero que actualmente ya no existe.
La localización exacta del Río capa Xoxoy de Xeococo-Xilohuixil y la de Los
Chiagüites, no se han podido determinar en los mapas modernos. Sin embargo, al
parecer, quedaban al sur del Volcán de Agua, porque el Título de Alotenango afirma
claramente que, después de hacer la paz con los pipiles, los cakchiqueles de Iximché se
trasladaron al norte y fundaron un poblado en Alotenango (Ilustración 280). Al inicio de
la época colonial, los cakchiqueles de Iximché continuaron reclamando todas las tierras
situadas entre el Volcán de Agua y la frontera con los pipiles, al sur de Xeococo-
Xilohuixil, las que habían dominado durante la época prehispánica. Estas tierras
incluían el antiguo asentamiento Los Chiagüites. Como consecuencia de viejas
rivalidades prehispánicas, los pueblos de Alotenango y Escuintla siguieron disputándose
el dominio de Los Chiagüites hasta el siglo XVIII.

El Título de Alotenango también reitera lo que se afirma en el Memorial de Sololá sobre


el sistema de gobierno de los cakchiqueles: que se dividía entre cuatro señores, de los
cuales, dos tenían más poder. Los nombres de los dos señores más prominentes, en la
región cakchiquel occidental, que gobernaban al momento de la Conquista, eran el del
Ahpozotzil Cahí Imox (conocido también como Sinacán); y el del Ahpoxahil Belehé Cat
(se le conoce también como Sacachul). Se menciona a un tercer señor cakchiquel,
conocido como Potocope, quien participó en la expansión de Iximché hacia el sureste y,
más tarde, hacia el norte, en dirección al Volcán de Agua.

Al final del Postclásico Terminal el control militar de Iximché abarcaba las ricas
plantaciones de cacao en la Costa Sur (cerca de los actuales municipios de Siquinalá,
Cotzumalguapa y Patulul) y también habían establecido asentamientos vecinos a
Escuintla. Después de una serie de campañas militares en la Costa, los cakchiqueles de
Iximché se dirigieron al norte, en un intento por conquistar la parte oriental de la región
(Ilustración 280), lo que finalmente lograron.
Los Chajomás de la Región Cakchiquel Oriental
La parte oriental de la región cakchiquel, la que actualmente comprende los municipios
de San Martín Jilotepeque, San Juan, San Pedro, San Lucas y Santiago Sacatepéquez,
Sumpango y San Pedro Ayampuc, estuvo poblada durante el Postclásico Terminal
precisamente por cakchiqueles, quienes, según los primeros documentos coloniales, se
llamaban a sí mismos chajomá. En opinion de Recinos, este nombre se deriva de la
palabra cakchiquel chahón, que equivale a roza o limpia de matorrales, una práctica
agrícola que aún se emplea, y en la cual se queman los arbustos de una área determinada
y la ceniza así obtenida se utiliza como fertilizante Más tarde, el nombre chajomá se
convirtió en el término náhuatl Sacatepéquez, que significa colina de zacate.

De acuerdo a un título de tierras de 1555, correspondiente a San Martín Jilotepeque y


conocido como Título Chajomá, publicado por Mario Crespo, Carmack se refiere a seis
pueblos que a principios de la Colonia eran llamados 'pueblos de Sacatepéquez'. Estos
eran San Martín Jilotepeque, San Juan Sacatepéquez, San Pedro Sacatepéquez, Santiago
Sacatepéquez, San Lucas Sacatepéquez y Sumpango (Ilustración 281). Ahora se sabe
que estos pueblos se formaron durante el proceso de 'reducción', realizado por los
españoles alrededor de 1550, mediante el cual se congregaron, al menos en parte, los
chajomás prehispánicos. Según el título citado, la población de Jilotepeque, a pesar de
su estrecha relación histórica con los chajomá del área de Sacatepéquez, era considerada
como un grupo un tanto separado, durante el Postclásico Terminal.

Los cakchiqueles chajomás, al parecer, emigraron al sureste desde su asentamiento


original, situado al norte del Río Motagua y próximos al actual pueblo de Zacualpa, en
Quiché, pero su relación exacta con los cakchiqueles de Iximché no está aún bien
definida. En un relato cakchiquel, contenido en un documento colonial de 1576, se
afirma que los chajomás prehispánicos de Zacualpa y los indígenas de Joyabaj poseían
tierras en común en un valle llamado Ixanatzuum, que colindaba, al norte, con otras
tierras de Joyabaj; al oriente, con Rabinal; al sur, con el Río Motagua; y al occidente,
con un 'cerro alto'. Carmack corroboró lo anterior en su estudio sobre los documentos de
tierras y tasaciones de San Martín Jilotepeque.Los habitantes protohistóricos de San
Martín se llamaban, ellos mismos, chajomá, y afirmaban haber venido de Joyabaj,
donde habían sido súbditos de los quichés y de los rabinales. Tanto San Martín
Jilotepeque como Joyabaj señalaban dentro de sus límites un lugar llamado Chajomá.
En tiempos prehispánicos, Joyabaj estaba ubicado en el sitio, llamado hoy Pueblo Viejo
Canillá, aludido en documentos antiguos como Pank'a ('donde muelen'), un lugar al
norte del actual Joyabaj, cercano a Zacualpa.

Conforme se trasladaron hacia el sur, parece que los chajomá pasaron por Pasuay (cerca
del centro de las tierras de Joyabaj) y por Pasaquil (un poblado en las afueras de
Joyabaj, que hoy se conoce como Caquil), y construyeron el sitio estratégico de
Jilotepeque Viejo, conocido como Mixco Viejo. Carmack ha demostrado que este bien
conocido sitio arqueológico (llamado por error Mixco Viejo), situado al nororiente de
San Martín Jilotepeque, justo al sur del Río Motagua, era en realidad Jilotepeque Viejo,
un sitio fortificado de los chajomás (Ilustración 282).

Las crónicas de los cakchiqueles se refieren a los pueblos que se asentaron cerca de lo
que hoy es San Martín Jilotepeque, con los nombres Akajal Winak ('hombres' o 'gente'
akajal), o simplemente akajales. Un estudio sobre los apellidos que aparecen en los
documentos cakchiqueles demuestra que los chajomá, quienes finalmente emigraron al
área hoy conocida como San Juan Sacatepéquez (también llamado San Juan Chajomá),
eran aliados cercanos de los akajales de Jilotepeque, aun antes de que los cakchiqueles
occidentales se establecieran en Iximché. Un croquis o mapa de 1550, escrito en
cakchiquel, junto con su traducción al español, describe los límites entre las tierras de
San Juan Chajomá y las de San Martín Jilotepeque, a lo largo del Río Pixcayá. Un
documento de tierras del siglo XVI indica que una parcialidad de San Juan retenía las
tierras conocidas como Pachalum (claramente localizadas en mapas topográficos
contemporáneos), situadas al norte del Río Motagua, en el territorio del actual Joyabaj.

Al intentar localizar centros poblacionales prehispánicos, Francisco Antonio de Fuentes


y Guzmán se refiere a un poblado prehispánico, en lo que hoy es la región de
Sacatepéquez, llamado Ucubil, pero no proporciona más identificación. J. Antonio
Villacorta y Francis Gall identificaron Ucubil como el antiguo San Pedro Sacatepéquez.
Carmack opinó que Ucubil quedaba cerca de San Juan y San Pedro Sacatepéquez,
aunque reconoció que realmente no se conoce la ubicación de este sitio. La palabra
cakchiquel Ucub significa 'siete' en español, y los documentos confirman la existencia
de una gran población formada por varios asentamientos diferentes, que pudieran ser
exactamente siete. Un documento de 1549, sobre los primeros años de la encomienda de
Bernal Díaz del Castillo, menciona que a los pueblos que posteriormente se les llamaría
San Juan y San Pedro Sacatepéquez se les conocía entonces, en plural, como 'los
Sacatepéquez'. Las tasaciones efectuadas en los primeros años de la Colonia demuestran
que San Juan probablemente fue una gran población prehispánica que los frailes
españoles congregaron en un solo pueblo, mientras que San Pedro estaba compuesto,
por lo menos, de cinco poblaciones menores. Sin embargo, ya en 1555 se utilizaban dos
nombres separados: San Juan Sacatepéquez (aún conocido también como San Juan
Chajomá) y San Pedro Sacatepéquez.

Ximénez también señaló que los cakchiqueles tenían cuatro reyes antes de la Conquista,
pero que el reino unificado duró poco. El área conocida como de 'los Sacatepéquez' se
rebeló contra los cakchiqueles de Iximché, y un señor que se había alzado contra los
quichés huyó hacia Sacatepéquez y participó en la rebelión. Este rebelde pudo haber
sido un noble llamado Achicalel ('el hombre que es grande'). En realidad, era un señor
con el título Achí Kalel, un gobernante del área chajomá de Sacatepéquez, quien
estableció un nuevo reino en el lugar llamado Yampuc, en el extremo oriental del
territorio cakchiquel.

Carmack relata que, unos 50 años antes de la Conquista, los cakchiqueles trataron de
contener una invasión pokomam en la región situada al nororiente de Mixco. Esta zona
quedaba cerca de una importante fuente de obsidiana, El Chayal, y era también una
importante ruta comercial hacia las Verapaces, al norte. Los pokomames lucharon por
dominar esta región, que era estratégica para los cakchiqueles chajomás, quienes habían
establecido un importante puesto de avanzada en Yampuc. Para asegurarse el control
del territorio, los chajomás permitieron a los pokomames establecerse a lo largo de sus
fronteras, en el entendido de que no concertarían ninguna alianza con los cakchiqueles
de Iximché.

Existen varios sitios arqueológicos, en el extremo oriental de la región de Sacatepéquez,


sobre los cuales realmente se conoce poco. Se han clasificado en forma preliminar como
del Postclásico Tardío y pueden haber sido fortalezas chajomás durante el Postclásico
Terminal. El sitio Yampuc, o Yampuc Viejo, se encuentra un kilómetro al nororiente
del pueblo que ahora se conoce como San Pedro Ayampuc, en una prominencia llena de
colinas, a unos 1,500 metros sobre este pueblo. Obviamente, el sitio fue escogido por
sus defensas naturales, ya que tiene sólo una entrada estrecha. En Yampuc Viejo hay,
por lo menos, 15 estructuras, que parecen ser palacios y altares alrededor de una plaza
grande y de otra más pequeña; también hay una estructura que pudo haber sido una
cancha de juego de pelota.

A un kilómetro de Yampuc Viejo, hacia el sureste del actual pueblo de San José
Nacahuil, se encuentran los sitios de Nacahuil Alto y Nacahuil Bajo, clasificados,
también en forma preliminar, como pertenecientes al Postclásico o al Postclásico
Terminal. Nacahuil Bajo, localizado a 1,500 metros arriba del Lago Nacahuil, también
es claramente una fortaleza. Está situado sobre la ladera occidental de una planicie y
rodeado, en tres de sus costados, por profundos barrancos que descienden al Río Las
Vacas. Estas antiguas ruinas consisten de una estructura piramidal de 10 metros de
altura, un montículo alargado, un campo de pelota abierto en un extremo, terrazas y
pequeños montículos.

El Conflicto entre los Cakchiqueles del Oriente y los


del Occidente
Paulatinamente, los cakchiqueles de Iximché conquistaron toda la región cakchiquel, así
como la de otros grupos vecinos. Carmack cita la edición de Villacorta del Memorial de
Sololá, en la cual se afirma que el pueblo de Mixco fue conquistado inicialmente por
Iximché, en 1480, y que muchos pokomames fueron tomados como esclavos. En el
intervalo, antes de un segundo ataque, los cakchiqueles de Ixim-ché aplastaron la
rebelión de los tukuchés, dentro de sus propias filas, el 18 de mayo de 1493. Pero, el 16
de diciembre de 1497, los de Iximché atacaron nuevamente a Mixco, y esta vez dejaron
un fuerte contingente militar para proteger su frontera de los chajomás, asentados al
norte.

La región chajomá estuvo, de manera alterna, dominada por los de Iximché y en


rebelión contra éstos, durante el Post-clásico Terminal. Según Carmack, los chajomás
de la fortaleza de Mixco Viejo o Jilotepeque Viejo (que posteriormente fueron
reducidos en el pueblo de San Martín Jilotepeque), mantenían fuertes lazos de
parentesco tanto con los de Iximché como con los chajomás de los pueblos
Sacatepéquez. Ambos grupos fueron dominados por Iximché y permanecieron así hasta
la conquista española. Los chajomás de Sacatepéquez fueron los que más resistieron y
los últimos cakchiqueles en ser sometidos por Iximché, pocos años antes de la
Conquista.

Ximénez indicó que lejos de sus posiciones defensivas y apegados a su tradicional estilo
de guerra, los sacatepéquez colocaban aliados en sus fronteras, con el objeto de
protegerse de los de Iximché; de esta manera, establecieron ciudadelas alrededor de San
Juan, San Pedro, Santiago y San Lucas Sacatepéquez y Sumpango. La frontera
occidental entre las dos facciones en guerra quedaba cerca del pueblo de Chimaltenango
(del náhuatl chimali o escudo), llamado Pocob (escudo o defensa en cakchiquel) durante
la época prehispánica. Los grupos hostiles establecieron una zona neutral, en la cual
pudiera efectuarse un mutuo intercambio comercial, cercana a lo que actualmente son
las poblaciones de Chimaltenango y Comalapa. Este 'puerto de libre comercio' se
llamaba tianguesillo y Ximénez lo identificó como el bien conocido mercado de
Chimaltenango, que funcionaba en su época.

Los cakchiqueles de Iximché, al expandirse hacia el sur y el oriente, entraron en la


Bocacosta, y después se dirigieron al norte, hasta la ladera sur del Volcán de Agua y lo
que hoy es Alotenango. Por lo tanto, las fuerzas de Iximché podían atacar a los rebeldes
de Sacatepéquez, tanto desde el occidente como desde el sur. Además de la zona
fronteriza, cercana a Chimaltenango y Comalapa, los chajomás establecieron ciudadelas
en Sumpango, Santiago Sacatepéquez y San Lucas Sacatepéquez, pueblos ubicados a lo
largo de la mitad occidental de su frontera sur. La mitad oriental de esta frontera sur
seguía relativamente desprotegida, y en esta área los chajomás asentaron a sus aliados
pokomames.

Las disputas por tierras, antes menciondas, ocurridas a principios de la Colonia,


sugieren que finalmente, poco antes de la Conquista, los de Iximché lograron conquistar
a los rebeldes chajomás. Aunque los datos arqueológicos son muy incompletos, parece
que existió una ciudadela chajomá en Yampuc Viejo, y puede ser, también, que los de
Iximché hubieran conquistado el sitio y establecido allí una guarnición militar y
administrativa. En la zona de Mixco, los de Iximché también habían esclavizado a los
pokomames, aliados de los chajomás, y colocado a un jefe militar, como gobernador de
provincia, en un pueblo chajomá localizado aproximadamente donde ahora se encuentra
San Pedro Sacatepéquez. Según la tasación de 1562, la parcialidad más grande se
llamaba Chagüite o Cachigüite, lo cual sugiere que hubo una significativa intrusión
poblacional, que probablemente integraban: el comandante de las fuerzas de Iximché, el
gobernador provincial (llamado don Alfonso durante los primeros tiempos de la época
colonial) y el resto de la guarnición del puesto fronterizo y poblado de Los Chiagüites,
al sur de Alotenango. El mismo don Alfonso también pudo haber sido Potocope, el
tercer señor, con nombre que parece náhuatl, que se menciona, juntamente con Cahí
Imox y Belehé Cat, en el Título de Alotenango.

En resumen, antes de 1450, los cakchiqueles de la región occidental, y posiblemente


también, los de la oriental, formaban parte de la gran confederación quiché. Entre 1450
y 1524, los cakchiqueles existieron como una unidad política independiente, y se
opusieron a otros miembros de la gran confederación quiché. En lo que se conoce como
la región cakchiquel se establecieron dos grupos separados de este pueblo. El grupo
occidental se separó de la confederación quiché y de su centro Utatlán, se autonombró
cakchiquel y se estableció en Iximché y en sus alrededores (posiblemente también en
Sololá). Como eran militarmente superiores a los quichés, los cakchiqueles de Iximché
derrotaron repetida y decisivamente a sus rivales, y se encontraban en un período de
expansión militar cuando llegaron los españoles.

El grupo oriental, que se denominó a sí mismo chajomá, parece haber tenido un origen
un tanto diferente, y en la actualidad no está clara la relación entre los chajomás y los
cakchiqueles de Iximché. Los chajomás emigraron hacia el sur, desde la región vecina
al actual Joyabaj, y habitaron la zona que hoy abarca San Martín Jilotepeque, los
pueblos Sacatepéquez, Sumpango y San Pedro Ayampuc. En tiempos prehispánicos, los
cakchiqueles chajomás habitaron una zona fronteriza y lucharon por mantener su
independencia de Iximché. Sin embargo, poco antes de 1524, Iximché había ganado el
control militar y político de los cakchiqueles de Sololá, de las plantaciones de cacao de
la Costa del Pacífico, de los cakchiqueles chajomás de la región de Jilotepeque y,
finalmente, de los chajomás de Sacatepéquez. Después de la llegada de los españoles y
de la conquista definitiva de los cakchiqueles de Iximché, los chajomás, especialmente
los de Sacatepéquez, gozaron de un breve respiro en cuanto a su sujeción a Iximché,
hasta ser ellos mismos también sometidos por los españoles.
ROBERT M. HILL, II

Los Pokomames

A principios del siglo XVI, antes de la conquista española, los grupos indígenas
pokomames (poqomames) controlaban un territorio relativamente extenso, que incluía la
mayor parte de los actuales Departamentos de Guatemala, Jalapa y Jutiapa, así como el
área de Ahuachapán, en El Salvador; en la actualidad, sin embargo, aquel territorio ha
quedado reducido a unos pocos poblados. Los únicos municipios donde todavía hay
hablantes de pokomam son: Chinautla y Mixco, y quizás Petapa, Amatitlán y San José
Pinula, en el Departamento de Guatemala; Palín, en el Departamento de Escuintla; y
San Luis Jilotepeque, San Pedro Pinula y San Carlos Alzatate, en el Departamento de
Jalapa. En la parte más occidental de El Salvador, en los municipios de Ahuachapán,
Chalchuapa y Santa Ana, hay algunos hablantes de pokomam (Ilustración 284).

Las investigaciones históricas y antropológicas que se han realizado sobre los


pokomames muestran aspectos innovadores, por lo que se refiere a su etnohistoria,
campo en el que últimamente algunos autores, como Jorge Luján Muñoz, han
adelantado algunos estudios interesantes. También han sido tratados ampliamente los
temas relativos a su etnografía, pero aún son escasas las investigaciones arqueológicas
que permitan reconstruir a cabalidad su organización social y política prehispánica.

Arqueología
Durante muchos años se pensó, sobre la base de lo que escribió Francisco Antonio de
Fuentes y Guzmán, que el sitio arqueológico denominado Mixco Viejo era la 'capital'
más importante del señorío pokomam al momento de la llegada de los españoles, y que
ese lugar fue escenario de una sangrienta y decisiva batalla entre dicho pueblo y los
españoles. Por lo que refirió otro cronista colonial, Fray Francisco Ximénez, había ya
sospechas de que Fuentes y Guzmán estaba equivocado en la identificación de dicho
poblado. Tales sospechas se confirmaron gracias a los datos proporcionados por una
serie de investigaciones, como las de Robert Carmack, que han dejado en claro que
Mixco Viejo, lejos de ser la capital de los pokomames, fue un centro importante de los
akajales o chajomás, de idioma cakchiquel (kaqchikel). Tal confirmación significa que,
actualmente, no se dispone de ningún sitio pokomam explorado científicamente por
investigadores competentes.

Ciertamente, se conocen de manera superficial algunos sitios pokomames antiguos,


tales como el lugar denominado Chinautla Viejo (Ilustración 124), descubierto por
Edwin M. Shook, pero éstos no han sido todavía objeto de la necesaria atención de los
especialistas. El referido Chinautla Viejo era uno de los sitios defensivos que
dominaban la parte norte del valle de la ciudad de Guatemala, los cuales estaban
realmente ocupados por los antiguos pokomames. Cuando éstos fueron conquistados
por los españoles, se les congregó en el pueblo de Mixco. De esta manera, puede decirse
que Chinautla Viejo es el verdadero Mixco prehispánico. A pesar de la poca atención
que se ha concedido a este lugar, se trata de un sitio importante, que debería ser
extensamente investigado y restaurado como monumento cultural del pasado histórico
del país. Otro tanto ocurre con algunos otros lugares de las inmediaciones de San José
Pinula y de San Luis Jilotepeque, en Guatemala; y de Chalchuapa y Ahuachapán, en El
Salvador, que también necesitan de exploraciones arqueológicas formales.

Por lo que se ve, los pokomames no han tenido la suerte de los quichés (k'iche's) del
Altiplano o de los mayas de las Tierras Bajas, que casi han acaparado el interés de los
arqueólogos. La falta de información sobre aquel pueblo impide contestar muchas
preguntas acerca de sus orígenes, límites territoriales, organización sociopolítica y otros
aspectos importantes. Desafortunadamente, tampoco es muy abundante lo que las
fuentes históricas ofrecen sobre el particular.

Documentos Nativos
La posibilidad de delimitar los antiguos señoríos pokomames a partir de los documentos
o crónicas escritas por ellos mismos es prácticamente nula, por la sencilla razón de que
no existen tales documentos o, si existieran, no han sido localizados todavía. Sería
afortunado que estuvieran a la espera de algún celoso investigador que lograra
descubrirlos. Por el momento, sólo se conoce un escrito, más o menos histórico,
llamado Título de los señores de Cag Coh, que recoge algunas tradiciones del pueblo
pocomchí (pokomchi') de San Cristóbal Verapaz. Sin embargo, el texto corresponde a
una versión castellana, y no se conoce el original en lengua indígena. Además, el valor
histórico del documento se limita de modo considerable por el hecho de que éste
corresponde a una fecha tan tardía como 1785, aun cuando es bastante probable que el
original pertenezca a un período más antiguo.

Documentos Coloniales
La falta de documentos escritos por los propios pokomames se ve compensada por la
información que sobre este pueblo puede encontrarse en los documentos coloniales de
los siglos XVI y XVII. Entre éstos tienen particular importancia los diccionarios de la
lengua pokomchí-pokomam, que recopilaron los frailes dominicos Francisco de Viana,
Diego de Zúñiga y Pedro Morán, así como las descripciones que escribió el último de
los tres, a partir del contenido de dichos diccionarios.

Otra fuente muy valiosa, relativa a los pokomames, es la parte pertinente de la relación
del religioso Thomas Gage, quien, en su calidad de fraile dominico, trabajó varios años
como párroco de Mixco, así como lo hizo en otros pueblos del valle de Guatemala,
durante la tercera década del siglo XVII. Sus descripciones abordaron preferentemente
las condiciones generales de la época colonial que le tocó vivir, pero también
proporcionaron interesantes datos sobre la cultura tradicional de sus feligreses.

Francisco Ximénez, Bartolomé de Las Casas y Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán


dejaron, asimismo, datos históricos sobre los orígenes, cultura y territorios ocupados por
los pokomames, pero se trata de información que, lamentablemente, no ha sido
comprobada por la vía independiente de la Arqueología, en razón de la ya aludida falta
de este tipo de investigaciones. Otros documentos coloniales, que por lo general no han
sido utilizados por los investigadores (aunque en esto hay algunas excepciones), son los
numerosos escritos de carácter administrativo. Este cuerpo de documentos contiene, sin
duda, un gran acervo de datos, en buena parte todavía pendientes de ser aprovechados
por los historiadores.

Origen de los Pokomames


Existen dos teorías principales acerca del origen de los pokomames. La primera está
basada en la opinión del cronista Ximénez, quien consideró que eran originarios de la
región de Cuscatlán, en la parte occidental de la actual República de El Salvador. Esta
teoría, generalmente aceptada hasta hace poco tiempo, consideraba que estos antiguos
pokomames cuscatlecos se dispersaron, probablemente como consecuencia de su
crecimiento demográfico, a una serie de centros en el Oriente guatemalteco, al valle de
Guatemala y a las Verapaces, así como a la región de Acasaguastlán. Según la misma
versión, los pokomames de Baja Verapaz fueron desalojados, durante el Postclásico
Tardío, por grupos de idioma quiché, conocidos también en ese período como
Rabinaleb. Al parecer, ello provocó la separación de los pokomames en dos ramas: la de
los pokomchíes, establecida en Alta Verapaz, y la de los propiamente pokomames, que
seguramente permaneció en el valle de Guatemala, el Oriente guatemalteco y el
occidente de El Salvador. Por ese mismo tiempo, los que habían permanecido en
Cuscatlán, tras la dispersión de la mayoría, no pudieron defender su antiguo territorio
ante la invasión de los pipiles procedentes de México, y quedaron reducidos, en El
Salvador, a solamente tres lugares: Chalchuapa, Ahuachapán y Atiquizaya.

La segunda teoría proviene de las propias tradiciones históricas del pueblo pokomam,
tal como se desprende de los pocos datos contenidos en el anteriormente mencionado
Título de los señores de Cag Coh, así como de los documentos correspondientes a un
litigio entre el pueblo de Mixco y los Sacatepéquez, que se desarrolló entre 1573 y
1575. Según esta versión, los pokomames se consideraban originarios de Tecocistlán, es
decir de la Verapaz, y su verdadero nombre era Chicnoatecas. Con el paso del tiempo se
dividieron, y cuatro grandes grupos emigraron hacia el sur, quedándose en la Verapaz
los que posteriormente llegaron a ser los pokomchíes. Uno de los grupos emigrantes se
estableció en el valle de Guatemala, donde fundó los pueblos de Mixco, Chinautla,
Petapa, Amatitlán y Pinula (Ilustración 285). Un segundo grupo se asentó en la región
de los actuales municipios de San Luis Jilotepeque y San Pedro Pinula, ambos del
Departamento de Jalapa, y es probable que llegara más al oriente, hasta Santa Catarina
Mita, pueblo de idioma pokomam durante la Colonia. El tercer grupo se estableció en el
occidente de El Salvador. Esta teoría está en franca contradicción con la de Ximénez,
que hace de esta última región el centro más antiguo y origen de este pueblo. De esta
manera, los pokomames se habrían asentado en El Salvador en épocas más recientes y
habrían desalojado parcialmente de sus tierras a los pipiles que allí encontraron.
Finalmente, un cuarto grupo emigró a la región denominada Izcuintepeque. El nombre
es muy parecido a Escuintla, pero difícilmente puede tratarse de este lugar, que se sabe
era un señorío pipil en el Postclásico Tardío. Es más probable que el mencionado
Izcuintepeque se refiera a la parte sur del valle de Guatemala, representada por los
pueblos de Palín, Amatitlán y San Vicente Pacaya. Podría, asimismo, tratarse de alguna
zona de la Bocacosta, cercana al valle, todavía no identificada.

De cualquier modo, estos diferentes grupos seguían reconociéndose todos como


pertenecientes a una sola nación. Es interesante, en este sentido, comprobar que, hasta el
siglo XVIII, cuando los vecinos de los pueblos pokomames del valle de Guatemala
contraían matrimonio con personas extrañas a su pueblo natal, lo hacían
preferentemente con gentes de la misma etnia pokomam, para lo cual recurrían, si era
necesario, aun a las lejanas tierras salvadoreñas.

La segunda teoría acerca del origen de los pokomames, basada en su propia tradición, se
encuentra de algún modo apoyada por las más recientes investigaciones etnohistóricas y
arqueológicas hechas en El Salvador. En efecto, tanto en Chalchuapa (grupo tazumal)
como en otros sitios de ese país hay evidencias de que los pipiles se asentaron en el
Postclásico Temprano, mientras que los restos que pueden atribuirse allí a los
pokomames son posteriores, o sea del Postclásico Tardío. Ello quiere decir que los
segundos, lejos de ser los habitantes más antiguos de la región, llegaron después, y
desalojaron a los pipiles poco antes de la conquista española.

Organización Territorial y Política


La anteriormente aludida falta de investigaciones arqueológicas centradas
específicamente en los antiguos pueblos pokomames, también limita de manera
considerable el estudio de su organización. Sin embargo, no cabe duda de que ésta debió
haber sido bastante semejante a la del pueblo quiché, y que el molab, o entidad
organizativa básica de los pokomames, era el equivalente del chinamit de los quichés.
Asimismo, entre los primeros existió el tipo de jerarquía social y la división entre
aristócratas y plebeyos, que prevalecía entre los de la rama quiché. En ambos pueblos
las unidades primarias (molab-chinamit) se encontraban integradas a un nivel superior,
el del amak, aunque en el caso de los pokomames es bien poco lo que se sabe acerca de
estas confederaciones.

La mejor información corresponde al señorío que, después de la Conquista, llegó a ser


el pueblo de Mixco, en la parte occidental del valle de Guatemala. Algunos de los datos
se conocen indirectamente, a través de sus vecinos los cakchiqueles chajomás, mejor
conocidos que los pokomames.

El de Mixco compartía con otros señoríos pokomames el dominio sobre el fértil valle de
Guatemala. Los mixqueños ocupaban la parte norte de éste y tenían su centro principal
en el sitio hoy conocido como Chinautla Viejo, que parece haber sido la población
prehispánica más importante de todo el valle (Ilustración 285 y 286). Según las
investigaciones realizadas por el estadounidense Lawrence Feldman, su nombre antiguo
era Beleh, que significa 'entre los nueve', probablemente con referencia a que allí tenían
su capital nueve señores o cabezas de molab.

De acuerdo con las primeras exploraciones hechas por Edwin Shook, el sitio es un
conjunto de cuatro agrupaciones, de las cuales Beleh era la central, por lo menos con
cinco o seis grupos de estructuras. Las otras dos, llamadas Guías y Dale, eran baluartes
o fortificaciones que guardaban la entrada a Beleh, desde el sur (Ilustración 123).

Es difícil establecer qué territorio controlaban desde su capital los antiguos mixqueños.
Por el norte, es seguro que estaban limitados por los cakchiqueles chajomás, que
ocupaban una zona que comenzaba en San Antonio Las Flores, actual aldea del
municipio de Chinautla, en la que aún existe un sitio arqueológico chajomá. En cambio,
no se sabe hasta dónde se extendían por el sur, en el valle de Guatemala, en las tierras
donde, tras la Conquista, los españoles fundaron grandes estancias y labores de trigo.

Los documentos coloniales permiten conocer algo acerca de otros límites del antiguo
señorío pokomam de Mixco. Es bueno recordar, a este respecto, que según la legislación
indiana, cuando los españoles fundaron los pueblos de indios, en el siglo XVI, se
permitió que estos últimos continuaran en la posesión de sus antiguos terrenos, de
manera que tales pueblos coincidían bastante con las divisiones territoriales
prehispánicas. Según un documento que data de 1750 y que ha sido analizado por
Lawrence Feldman, parece que el antiguo territorio de los pokomames de Beleh tenía
los mismos límites que los pueblos coloniales de Mixco y Chinautla. Hay que aclarar
que el segundo de estos pueblos no se formó sino hasta finales del siglo XVIII, con
emigrantes de Mixco que regresaron a las inmediaciones de la antigua capital de
Chinautla Viejo o Beleh. El territorio comprendía las ruinas de Kaminaljuyú, y se
extendía, por el oeste, hasta el cerro Alux, y por el este, hasta el Río de las Vacas.

Comparado con los señoríos vecinos, quichés y cakchiqueles, el de Mixco o Beleh era
muy pequeño. Sin embargo, se trataba de organizaciones distintas, pues los señoríos de
los cakchiqueles chajomás y de Iximché, constituían 'naciones' o vinak, mientras que el
de Mixco era solamente un amak, o confederación de varios molab.

Otros Señoríos y Centros de los Pokomames


Gracias a los reconocimientos arqueológicos de Shook y a los estudios documentales
realizados por Jorge Luján y Feldman, se ha podido conocer la existencia de otros sitios
pokomames en el valle de Guatemala, los cuales pertenecen al Postclásico Tardío.

Los documentos coloniales analizados, tanto por Luján como por Feldman, indican que
hubo allí otro señorío importante, además del de Beleh, que correspondía a los
antepasados del pueblo de Petapa. Ello, sin embargo, todavía no ha sido confirmado por
evidencias arqueológicas, pues no se ha descubierto, hasta la fecha, ninguna ruina
importante en las inmediaciones de ese pueblo, lo que pudiera identificarlo como la
antigua capital de un señorío pokomam. En cambio, dentro del municipio de Santa
Catarina Pinula, Shook 16 descubrió algunas ruinas que identificó como
CanchónGraciela, Montaña y San Vicente, las cuales probablemente constituyeron
durante el Postclásico Tardío una sola entidad política. Es probable, asimismo, que los
españoles hayan dividido la antigua población de este señorío para formar con ella dos
pueblos, uno en Pinula y otro en Petapa, pero esto es algo que también está por
confirmarse.
Había también otro señorío, el de Amatitlán, que Shook identificó como un sitio de
ocupación tardía, al este del actual pueblo que lleva ese nombre. Dicho lugar, que según
Shook pudo haber sido la antigua capital del señorío, Feldman cree que estaba bajo el
dominio del señorío de Petapa. Esta última apreciación se basa en un documento de una
familia prominente de este último lugar, pero tampoco ha podido ser confirmada por
otras fuentes.

A partir de los pocos datos conocidos, se puede concluir en que los señoríos
pokomames del valle de Guatemala vivían en relativa paz mutua y no estaban
organizados a un nivel superior de integración política. Es cierto que todos sus centros
antiguos han sido descubiertos en lugares perfectamente defendibles (lo cual obedecía a
una costumbre común en esa época), pero sólo en el caso del señorío fronterizo de
Beleh hay evidencias de construcciones con intención claramente defensiva. En
comparación con los quichés y los cakchiqueles estos grupos solían establecer, en la
fronteras de sus territorios, centros menores de defensa. Como se acaba de decir, entre
los pokomames del valle de Guatemala el fenómeno de las fortificaciones sólo se dio en
Beleh, en la frontera con los cakchiqueles chajomás (los cuales tenían un centro
importante a pocos kilómetros, en las inmediaciones de la aldea actual de San Antonio
Las Flores), pero no existió en las fronteras con los demás señoríos pokomames.

La falta de poderío territorial y político de los sitios pokomames, del valle de


Guatemala, pudo haber sido balanceado por medio de alianzas con otros señoríos más
fuertes. En efecto, en un litigio sobre tierras, del siglo XVI, los mixqueños sostenían
que antes de la Conquista fueron aliados de los quichés de Utatlán. Como Utatlán y el
propio señorío de Mixco eran enemigos de los cakchiqueles y rabinales, un ataque de
estos últimos grupos, contra Mixco, podía desencadenar rápidamente la correspondiente
respuesta bélica de los de Utatlán. De esa manera, los pequeños señoríos pokomames
quizás pudieron mantener sus territorios e independencia, a pesar de la expansión de
cakchiqueles y quichés.

Fuera del valle de Guatemala, en el actual Departamento de Jalapa se ha descubierto un


sitio arqueológico, del que John Fox ha publicado un mapa y al que ha llamado Pinula
Viejo, que posiblemente perteneció a un señorío pokomam oriental. Los arqueólogos
Alain Ichon y Rita Grignon han realizado un programa de investigaciones en esa región,
el cual seguramente aportará interesantes y abundantes datos.

Conclusiones
A pesar de que las fuentes sobre los pokomames no son tan ricas como las de la rama
quiché, puede resumirse alguna información acerca de ellos. En primer término, es
posible afirmar que los pokomames, al igual que las otras entidades etnolingüísticas del
Altiplano de Guatemala, no formaron nunca una entidad política única. Durante el
Postclásico Tardío, por lo menos, ocupaba esta etnia cuatro zonas, a saber: en Alta
Verapaz, donde residían los pokomchíes; en el valle de Guatemala; en la región de
Jalapa; y en la parte más occidental de El Salvador. Es evidente que su territorio no era
continuo, sino que estaba separado por señoríos hablantes de otros idiomas. De esta
manera, los rabinales y los cakchiqueles chajomás estaban intercalados entre los
pokomames del valle de Guatemala y los pokomchíes de Alta Verapaz; en tanto que los
pipiles y xincas separaban a los pokomames del Departamento de Jalapa, de los de El
Salvador.

Tampoco había integración política en cada una de estas zonas. En el valle de


Guatemala, por ejemplo, existían dos o tres señoríos independientes, aunque
probablemente no enemigos. Esta fragmentación política pudo haber contribuido a las
pérdidas territoriales que sufrió este pueblo a manos de los mejor organizados señoríos
del occidente (especialmente cakchiqueles), si bien ciertas alianzas balancearon quizás
su débil organización. Pero tampoco debe olvidarse que los pokomames emprendieron,
con éxito, una expansión territorial hacia el Oriente de Guatemala y el occidente de El
Salvador, con métodos eficaces, aunque de manera menos organizada que los quichés y
cakchiqueles.
SANDRA L. ORELLANA

Los Tzutujiles

Los tzutujiles (tz'utujiles) de la actualidad habitan la región situada al sur, oeste y


noroeste del Lago de Atitlán. En tiempos precolombinos sus dominios se extendían
desde el lago hasta las tierras aledañas de la Costa Sur. Actualmente, Santiago Atitlán es
su poblado más importante.

El Pueblo y su Lengua
El tzutujil pertenece a la rama de idiomas quichés (k'iche's), junto con el cakchiquel
(kaqchikel), el quiché, el pokomam (poqomam), el uspanteco (uspanteko) y el kekchí
(q'eqchi'). Es la lengua más parecida al cakchiquel. Los que la hablan habitan
actualmente los pueblos de San Lucas Tolimán, Cerro de Oro, Santiago Atitlán, San
Pedro La Laguna, San Juan La Laguna y San Pablo La Laguna.

Atitlán significa en náhuatl 'cerca al lago'. Su equivalente en tzutujil es chiyá. La


máxima autoridad prehispánica era llamada el Ajtz'iquinajay o 'el de la Casa del Pájaro'.
Ajz'iquinajay, Atziquinixay o Tziquinajá también se han usado a menudo, en las fuentes
etnohistóricas, para designar a la antigua capital tzutujil. Esta confusión surge porque
algunos autores han malinterpretado frases tales como 'los de Tz'iquinajá', en el
entendido de que Tz'iquinajá se llamaba al lugar en que se habitaba, cuando en realidad
se hacía referencia a las personas de la Casa Tz'iquinajay. El nombre correcto es Chiyá,
que equivale a la palabra náhuatl Atitlán. Más confusión ha surgido por el nombre de la
colina donde se encuentran las ruinas de Chiyá o Chiá, actualmente conocidas como
Chuitinamit. Es probable que el nombre se derive de la palabra tzutujil ch(i)-wi, que
significa 'sobre', y la palabra nahua tinamit, que significa 'pueblo fortificado'.

Geografía de la Región
La parte media del Altiplano occidental, centrada alrededor del Lago de Atitlán, se halla
paralela a la planicie de la Costa del Pacífico, desde la cual se eleva abruptamente. En el
sur, el Altiplano está bordeado por varios volcanes activos, geológicamente jóvenes, de
la variedad estrato-volcanes; constituyen una barrera geográfica y limitan severamente
el número de rutas que descienden desde la cuenca del Lago de Atitlán hacia el Pacífico.
Los volcanes más cercanos al lago, San Pedro, Atitlán y Tolimán, no han hecho
erupción recientemente.

Hay tres divisiones climatológicas básicas en la región tzutujil. La primera es la tierra


fría, que se encuentra a más de 2,000 msnm, con un promedio de temperaturas anuales
menor a los 15º C. Esta región más elevada, compuesta por valles y planicies, está
cubierta por bosques de pino y encino. La segunda es la tierra templada, con elevaciones
entre 1,000 y 2,000 msnm. En esta región se encuentran colinas cubiertas por restos de
bosques de encino y pino, y bosque tropical húmedo en la Bocacosta. La temperatura
anual promedio oscila entre 15º C y 20º C. Durante el día las temperaturas pueden ser
moderadas, y las noches son generalmente frescas, pero en la época seca las
temperaturas del día pueden sobrepasar los 35º C (de noviembre a abril). La tercera
división es la 'tierra caliente', con elevaciones inferiores a los 1,000 m sobre el nivel del
mar. Incluye parte de la Bocacosta y toda la planicie de la Costa del Pacífico y se
caracteriza por su vegetación de sabana. La temperatura anual promedio oscila entre 25º
C y 30º C durante el día, y entre 20º C y 25º C por la noche.

El clima de la cuenca del Lago de Atitlán se encuentra en el límite entre el tropical y el


invierno seco mesotermal. Las lluvias caen, generalmente, después de mediodía y duran
toda la tarde. La Bocacosta tiene un clima tropical lluvioso. La región recibe entre 1,500
y 2,000 mm de lluvia al año, y tiene semanas de poca lluvia entre diciembre y marzo.
Las precipitaciones fuertes se producen entre junio y septiembre, pero puede registrarse,
a mediados de esta época lluviosa, entre julio y agosto, un corto período seco (canícula).
La Costa también es de clima tropical, interrumpido por los meses secos de noviembre a
abril. En general, allí cae menos lluvia que en la Bocacosta.

La cuenca del Lago de Atitlán

Atitlán es el segundo en tamaño entre los lagos de Guatemala, después del de Izabal. Su
diámetro promedio es de 24 km y su profundidad máxima se acerca a los 330 m. La
región del lago se puede dividir en tres áreas: 1) la parte norte y oriental de la cuenca,
con su escarpada orilla amurallada; 2) las faldas más bajas de la planicie volcánica
situada entre Santiago Atitlán y San Lucas Tolimán; y 3) el lado occidental. Los
terrenos adecuados para la agricultura son escasos en la primera área; pero existen
terrenos relativamente grandes cerca de la orilla del lago, en San Pablo, y sobre el delta
fluvial de Panajachel.

El elemento dominante en la segunda región es el Volcán Tolimán. Gran parte del área
tiene buena tierra cultivable, y los pueblos están localizados en las mesetas cercanas a la
orilla del lago. San Lucas Tolimán está ubicado cerca del paso suroriental hacia la
Costa, y por esto mismo se convirtió en un importante centro de comercio,
probablemente desde tiempos antiguos. Actualmente, el lado occidental del lago está
poco poblado, como probablemente lo estuvo en la antigüedad. El volcán de San Pedro
se yergue en una empinada pendiente, y pocas regiones allí son apropiadas para
poblados o cultivos. Las únicas tierras cultivables se encuentran cerca de San Pedro y de
San Juan, al norte; y Chuitinamit y la finca Chacayá, al sur. Santiago Atitlán y las ruinas
de (Chiyá) se hallan cerca del importante paso suroccidental hacia las Tierras Bajas.
Esta ubicación favorable estimuló el crecimiento del área como centro del comercio,
desde los tiempos prehispánicos.

La Bocacosta y la Costa

La región baja aledaña a la cuenca del Lago de Atitlán se divide en dos áreas
principales: la Bocacosta y la Costa. La Bocacosta, cuyos límites corresponden más o
menos a las curvas de nivel entre 1,000 m a 200 m sobre el nivel del mar, está cubierta
por la densa vegetación típica del bosque tropical húmedo. La tierra es montañosa, con
sierras que separan valles, y ríos de corriente rápida. Durante la época de lluvias, esos
ríos se desbordan, lo que limita la comunicación con el Altiplano. En los tiempos
antiguos y durante la Colonia, la Bocacosta estaba cultivada principalmente con cacao.

La planicie costera, que mide entre 35 y 60 km de ancho, se encuentra entre el Océano


Pacífico y la curva de nivel de 200 m. Muchos ríos que nacen en las laderas de los
volcanes fluyen caudalosos hacia el sur. A lo largo de la Costa del Pacífico existen
muchas desembocaduras, lenguas de tierra, islotes y barras arenosas. El resto de la
planicie costera es de mangle, que alterna con matorral de palmas bajas, y más al
interior con arboledas de palma de corozo, aunque lo que predomina es la vegetación
abierta.

Sitios Arqueológicos
En la actualidad el área más densamente poblada de la región tzutujil del Altiplano es el
lado suroccidental del Lago de Atitlán (Ilustración 287 y 289). Los pueblos modernos
están localizados sobre planicies rocosas, poco adecuadas para la agricultura, aunque
muchas de estas áreas ya estaban pobladas antes de la llegada de los españoles.
Chuitinamit (Ilustración 288) fue uno de estos sitios, y Xikomuk, situado entre Santiago
Atitlán y Cerro de Oro (Chejiyú) era otro. Estos dos sitios quedaron deshabitados
cuando los tzutujiles fueron congregados en Santiago Atitlán, después de la Conquista.

Todas las laderas bajas al este de Atitlán se utilizan actualmente para el cultivo del
maíz. Restos de obsidiana, alfarería (Ilustración 290), casas y terrazas para cultivos se
encuentran en toda la región cercana a Atitlán, San Lucas Tolimán y Cerro de Oro.
Samuel K. Lothrop, quien en 1933 dirigió las únicas excavaciones a fondo, en el área
tzutujil del Altiplano, describió la ubicación de varios montículos, cimientos de casas,
terrazas y esculturas de la región de Atitlán-Tolimán.

San Lucas, San Juan, San Pedro (Chi-Tzunún-Choy) y San Antonio Palopó muestran
evidencia de ocupación prehispánica. Estos lugares aumentaron en población después
de la Conquista, cuando se formaron las reducciones o llegaron nuevos pobladores.
Gerardo Aguirre y Lothrop describieron las ruinas en San Pedro, San Pablo y San Juan.
La región entre San Antonio Palopó y San Lucas no posee restos visibles de estructuras.
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán indicó que era una región fronteriza, y que
Palopó era un puesto de avanzada tzutujil, finalmente capturado por mercenarios
cakchiqueles al servicio de los quichés.

Es difícil describir la ubicación de las ruinas en la Bocacosta y en las zonas costeñas,


porque no ha habido un estudio arqueológico detallado de esta área, que una vez estuvo
bajo el control de los tzutujiles. De acuerdo con fuentes documentales, la mayoría de los
poblados allí eran pequeños y sus habitantes cuidaban las plantaciones de cacao de sus
señores. Las poblaciones más grandes pueden haber estado localizadas en
Suchitepéquez (Cotz'ij) y Nagualapa. El sitio arqueológico Variedades es el único del
Postclásico Tardío excavado en la región tzutujil de la Bocacosta, y no es considerado
un sitio impresionante. Se conoce poco acerca de la ubicación de los asentamientos,
dependientes de los tzutujiles, en la Costa. La mayoría de los poblados fueron
trasladados de sus sitios originales durante la reducción, e incluso los pueblos
congregados desaparecieron en su mayoría, aunque Chicacao queda cerca de la antigua
Xeoj.

Historia de los Tzutujiles

Los tzutujiles bajo dominación quiché, 1400-1475

A finales del siglo XIV, los quichés, cakchiqueles y tzutujiles participaron en una
confederación político-militar no muy firme. Después de 1375 el poderío de los quichés
se extendió considerablemente y los tzutujiles quedaron sometidos a la hegemonía de
aquéllos. Los señores cakchiqueles cobraban tributo, para el gobernante quiché, en la
capital tzutujil. El Memorial de Sololá describe un incidente en que el Ajtz'iquinajay
urdió un plan para posesionarse del tributo. Envió mujeres a seducir a los cobradores
cakchiqueles, con el objeto de que ellas robaran lo recaudado.

El gobernante quiché Qotujá (C'otujá) se casó con una joven tzutujil, hija del Señor de
Malah o Malaj. Este poblado estaba ubicado en la región de la Bocacosta. El casamiento
fue una estrategia quiché para ganar influencia en las Tierras Bajas, al este. Los quichés
enviaron después a subalternos a poblar 'las colinas y valles de los tzutujiles'. Esto
precipitó una batalla entre los de Rjtz'iquinajay (Chiyá) y los invasores quichés. Los
tzutujiles no fueron derrotados y Qotujá premió a los de Malah dándoles cargos
especiales 'a fin de dar ofensa a sus enemigos, en particular a los de la laguna'.

En 1400, los tzutujiles permanecían nominalmente independientes, pero en realidad


estaban subordinados a los quichés por medio de alianzas matrimoniales y el pago de
tributo. Puede ser que algunos quichés inclusive hubieran vivido entre los tzutujiles del
Altiplano, en Xikomuk. John Fox ha argumentado que este sitio se asemejaba a las
plazas administrativas construidas por los quichés en los sitios subyugados.

Quicab asumió el mando de los quichés en 1425 y extendió su dominio hasta las
fronteras más lejanas. Los tzutujiles de Chuitinamit o Chiyá se hallaban entre los
'pueblos enemigos' que aparecen en la lista del Título de Totonicapán. En efecto, ellos
participaron en un intento de asesinar a Quicab. La rebelión permitió a algunos 'pueblos
enemigos', entre ellos los tzutujiles, la oportunidad de recobrar algo de su
independencia. Quicab murió en 1475, despojado de buena parte del poder que había
tenido.

Período de los reinos independientes: 1475-1523

A causa del vacío de poder registrado después de la declinación de Quicab, los tzutujiles
y varios otros grupos del Altiplano iniciaron hostilidades contra los quichés. Fuentes y
Guzmán narra cómo se inició una larga serie de batallas entre los quichés y los
tzutujiles, y en la que se produjo inclusive el secuestro de una princesa quiché por el
Ajtz'iquinajay. Este gobernante fue probablemente el primer Voo Caok (Jo'Cawok o
Cinco Rayos) mencionado en el Memorial de Sololá. Lo más probable es que el
secuestro no haya sido la verdadera razón, sino sólo el pretexto, para iniciar las
hostilidades. Los verdaderos motivos se relacionaban con el deseo de los quichés de
recobrar el control sobre sus anteriores poblados dependientes, y el empeño de los
tzutujiles por ensanchar su propio territorio y su poder. El relato de Fuentes y Guzmán
proporciona bastante información acerca de las guerras, historia, geografía y nombres
de los señores tzutujiles. Sin embargo, los argumentos de este cronista se basan en su
propia interpretación de documentos indígenas, algunos de los cuales han desaparecido.

Durante las guerras de finales del siglo XV, los tzutujiles se aliaron con los pipiles y los
mames contra los quichés y cakchiqueles. La contienda armada se inició alrededor del
Lago de Atitlán, en Palopó y Chiyá. También se peleó en la Costa y el ejército tzutujil-
pipil atacó la región aledaña a Totonicapán y destruyó los cultivos. Los tzutujiles
sitiaron el actual Quetzaltenango (Xelajú). Los quichés, por su parte, mataron a Voo
Caok alrededor de 1493.

Las luchas entre los quichés, cakchiqueles y tzutujiles continuaron hasta 1501. Estos
últimos perdieron tierras en la Bocacosta, y Patulul fue conquistado durante esta época.
Finalmente, los pipiles se rindieron en territorio de los cakchiqueles. Estos les exigieron
no ayudar a los tzutujiles y permitirles un tránsito libre a través del territorio pipil. Esta
paz involucró también a tzutujiles y quichés, y dio fin al conflicto que había durado
desde 1485 hasta 1501. Como resultado de estas guerras, los quichés y cakchiqueles
capturaron Patulul, Pochuta, Samayac, Ixtahuacán (San Miguel), Palopó y muchos otros
pueblos.

En 1521, el Aj'tziquinajay se enfrentó a una rebelión interna y reclutó soldados


cakchiqueles para que lo ayudaran. Estos mataron a muchos miembros de la facción
tzutujil rival, que, aun cuando se llamaba tzutujil, no era la dominante. Esta se rindió y
se tomó su ciudad, Xepoyom (Xikomuk). La rebelión no tuvo éxito y, además, dejó
resentimientos que afloraron después de la conquista española. Poco tiempo después de
esta rebelión surgieron de nuevo las guerras entre cakchiqueles y tzutujiles. Estos
últimos ayudaron a un Señor cakchiquel rebelde. Aparentemente el gobernante
cakchiquel apaciguó la revuelta, pero las hostilidades entre los dos grupos continuaban
cuando llegaron los españoles en 1524.

El Territorio Tzutujil
Los restos arqueológicos muestran que durante el Período Postclásico los grupos del
Altiplano acostumbraban establecerse en la cima de colinas. El centro del asentamiento
localizado en la cumbre de la colina, se llamaba tinamit, y era tanto la casa del
gobernante como la capital militar, administrativa y ritual. Los amak, o centros
secundarios, eran más pequeños y menos importantes que los tinamit, y probablemente
vivían allí los miembros de los diferentes linajes. En varios documentos se afirma que el
Señor tzutujil era propietario de plantaciones en la Bocacosta y que pobladores de esos
lugares le pagaban tributo. En un tiempo, San Pedro se extendía desde Santa Clara hasta
Atitlán, e incluía territorios de la Costa que colindaban con Nahualá y San Antonio
Suchitepéquez. Los señores que vivían en Chiyá o en San Pedro pueden haber sido
dueños de esas tierras.

El territorio del Altiplano


La ribera del norte del Lago de Atitlán obtuvo siempre bajo un débil control de los
tzutujiles. Tzololá (Sololá) y Ajachel (Panajachel) se mencionan en relación con los
tzutujiles en el Título Xpantzay 2, y pudieron haber estado subordinados a éstos a
principios del siglo XV. Posteriormente, Quicab tomó todo el territorio norte de Tzololá
y ocupó Xajxac y Kozibal-Caculhá, que actualmente son aldeas de Sololá. También
capturó la misma Tzololá, Coón (Patzún) y Payán Chocol (cerca a San Marcos). Desde
entonces, los tzutujiles de Tzololá pagaron tributo a los quichés. En el Título de Santa
Clara aparecen como los 'hijos de Atziquinahá'. El Título Xpantzay 2 menciona a
grupos asociados con los tzutujiles como 'los llamados... Ahachel, Cooní y Lapoyol'. No
se conoce la ubicación del grupo Lapoyatz, pero probablemente quedaba al noreste del
lago.

Otro poblado tzutujil prehispánico situado al norte del lago era Panpatí, mencionado
juntamente con Payán Chocol, en el Memorial de Sololá. Ambos quedaban cerca de
Santa Cruz. Los restos arqueológicos ubicados al norte de San Pablo podrían
identificarse con Çuquitlán (en náhuatl, Zoquitlán) o Chupaló 'en el lago', mencionado
en las cartas de encomienda de fecha 1529 y 1532. En 1563, el pueblo se llamó San
Pablo Çuquitán.

A finales del siglo XV, buena parte de la región nororiental del Lago de Atitlán fue
ocupada por los cakchiqueles, después de la rebelión contra Quicab. Los poblados al
oeste de Tzololá y 'Quizqab' (San Jorge) permanecieron en manos de los tzutujiles.
Parte de la región noroccidental del lago fue conquistada por los quichés en tiempo de
Quicab. Probablemente éste tomó posesión de Santa Clara y 'Panyevar', ahora una aldea
de San Juan. La frontera quiché-tzutujil permaneció allí. San Juan y la aldea de Tzununá
continuaron en manos de los tzutujiles. Los sitios al sur del lago, Chacayá, Pachavaj,
Chukumuk, Xikomuk, Chejiyú y Tolimán, junto con Chiyá, permanecieron firmemente
bajo el control de los tzutujiles. Palopó pasó a manos de los cakchiqueles.

Las Tierras Bajas

La región tzutujil de la Costa estaba ubicada entre los ríos Coyolate y Nahualate. Las
fronteras no estaban claramente definidas, ya que muchos de los habitantes vivían
dispersos en las colinas. Xeoj (San Bartolomé) y Quioj (San Andrés) fueron dos
importantes amak tzutujiles. Cerca de 1,600 tributarios vivían en Xeoj en 1524, y cerca
de 800 en Quioj, aunque vivían en diferentes lugares, entre los bosques. Había otro
amak cercano al pueblo de San Francisco, fundado después de la Conquista, donde, en
1524, había aproximadamente 1,000 tributarios; pero a este poblado no se le
consideraba un amak separado en tiempos prehispánicos, sino parte de Chiyá, y no
parece haber tenido un nombre diferente.

Tanto Suchitepéquez como Nagualapa probablemente se aliaron con los tzutujiles de


Chiyá. En tiempos de la Conquista se hablaba el tzutujil en Suchitepéquez. En tiempo
de Quicab, puede ser que Suchitepéquez estuviera bajo el control temporal de los
quichés, pero al perder aquél su poder, la región recobró su independencia. Nagualapa
estaba como a una legua de Xeoj y esta última, como a cuatro leguas de Atitlán. En un
documento de 1563, se le solicitó a dos caciques de Nagualapa que ayudaran a resolver
una disputa política entre los Señores de Atitlán. Por ello, parece ser que este pueblo
formaba parte del reino tzutujil.
Malah o Malaj fue otro poblado tzutujil prehispánico. Quedaba en algún lugar de la
Costa, posiblemente cerca de donde se ubicó San Francisco Zapotitlán después de la
Conquista. El Título de Santa Clara se refiere a 'todos los de Malah bajo los árboles de
pataxte y de cacao', así que seguramente se encontraba en la Bocacosta.

En 1523, Tzaobalcat quedaba en la frontera oriental entre los cakchiqueles y los


tzutujiles, en la Bocacosta. En un documento de 1587, la declaración de varios testigos
en una disputa jurisdiccional entre los habitantes de Patulul y Atitlán, indica que
Tzaobalcat fue una zona en litigio, que se encontraba bajo el control de los tzutujiles
cuando llegaron los españoles. Los tzutujiles anteriormente dominaban Patulul, Pochuta
y Chicochín, pero perdieron aquellos poblados durante las batallas ocurridas a finales
del siglo XV. Finalmente, los cakchiqueles tomaron el control de las Tierras Bajas, al
sureste.

Tributo
En tiempos antiguos, los grupos conquistados conservaban sus tierras, pero estaban
obligados a pagar cierta cantidad de bienes a los conquistadores. A principios del siglo
XIV, los cakchiqueles eran los recolectores oficiales del tributo entre los tzutujiles,
quienes lo pagaban en metales preciosos y telas. Los tzutujiles, juntamente con otros
pueblos conquistados, estaban obligados a presentarse periódicamente en la capital de
los quichés, Gumarcaaj, y permanecer un mes al servicio de éstos.

Cuando Quicab y su ejército llegaron a la orilla del Lago de Atitlán, los tzutujiles le
presentaron ofrendas consistentes en pescado, cangrejos, esmeraldas, joyas, piedras
verdes y dinero (¿oro?). El botín de guerra también formaba parte del tributo entregado
en la capital por los líderes guerreros. Fuentes y Guzmán cuenta que, a finales del siglo
XV, los tzutujiles saqueaban pueblos en la misma forma en que eran saqueados los de
ellos.

Bartolomé de Las Casas describió las muchas clases de tributo que se recolectaban en el
Altiplano, en la época anterior a la Conquista. Cuenta que existía un tributo general
pagado a gobernantes y señores, el cual consistía de trabajo en la construcción, en
común, de sus casas; en el cultivo, cosecha y almacenamiento de algodón y cacao; y en
la atención de otras necesidades domésticas. El tributo se recolectaba cada 80 días y
también cinco o seis veces al año, con ocasión de festividades religiosas y ceremonias
importantes. Era práctica común ofrecer 80 artículos de una misma clase, después de un
período de 80 días. Los tzutujiles, probablemente, pagaban tributo a los quichés con
tales intervalos; y sus propios vasallos deben haberles pagado tributo a ellos, al mismo
tiempo.

A finales del siglo XV, el Ajtz'iquinajay y los Señores recibían servicios personales de
sus vasallos, quienes también les construían y reparaban sus casas, atendían a sus
llamadas y seguían sus órdenes. También les llevaban mantas, miel, cacao y plumas de
quetzal. Los vasallos trabajaban y sembraban los campos de maíz y las huertas de
verduras. El pueblo de Xeoj pagaba su tributo en oro, cacao, plumas de quetzal,
esclavos, collares de jade y alimentos. La Relación Tzutujil menciona que los señores
nativos contaban con siervos y sirvientes, además de quienes les enviaban el tributo, el
cual consistía de esclavos, jade, oro, plumas, pavos, miel, maíz y cacao. También les
construían sus casas. Este tributo servía asimismo para mantener artesanos, como
carpinteros, albañiles, pintores y especialistas en el arte de la plumería. También
formaban parte del tributo las armas que se utilizaban para defender el reino.

A finales de la época prehispánica, en Chiyá, el funcionario llamado lolmay servía como


portador del tributo. Este era un noble escogido por los señores para llevar mensajes y
órdenes a otras regiones y seguramente para depositar el tributo en Chiyá, en
determinadas fechas. Otro funcionario tzutujil, el ajuchan, era el responsable de
recolectar y guardar los regalos presentados a los gobernantes.

El sistema tributario dependía del éxito que se tuviera en la guerra y proveía a la élite de
artículos suntuarios. Esto ayudaba a conservar la división básica de clases, puesto que se
separaba a quienes recibían tributos (los señores), de los tributarios (los vasallos). Por
mucho tiempo, durante su historia prehispánica, los tzutujiles formaron parte de una
unidad tributaria dentro del reino quiché. En las décadas anteriores a la Conquista, los
tzutujiles se libraron de tal dominio, lograron formar su propio reino independiente y
quedarse con todo el tributo que pagaban sus vasallos.

Clase y Linaje
La sociedad tzutujil prehispánica estaba compuesta por dos estratos: los señores,
quienes recibían el tributo y los servicios; y los vasallos, a quienes les correspondía
pagarlos y hacerlos.

Estratificación

Los señores ocupaban los puestos más importantes del 'Estado'; los vasallos servían en
el ejército, labraban los campos y construían las casas de los señores. Los vasallos, que
constituían la mayoría de la población, eran generalmente mercaderes, campesinos,
trabajadores, pescadores, artesanos, esclavos y súbditos conquistados, y los hijos e hijas
de las esposas plebeyas y esclavas de los señores. Los Señores tzutujiles más
importantes vivían en Chiyá. La mayoría de los vasallos vivían dispersos en el campo,
en los asentamientos dependientes o amak.

Los Señores tzutujiles tenían súbditos plebeyos y esclavos que les trabajaban sus tierras.
También existían grupos conquistados que se habían incorporado al territorio tzutujil.
Estos eran los nimak-achí (gente grande), nombre quiché que sugiere que eran personas
importantes. Tales personas existían también entre los cakchiqueles. Un grupo nimak-
achí estaba radicado en San Pedro, en el siglo XVII, por lo que consta definitivamente
que vivían entre los tzutujiles. Los gobernantes tzutujiles pueden haber dependido
mucho de ellos para la administración de sus plantaciones de cacao en la Costa.

Los esclavos formaban la clase más baja de la sociedad. Un esclavo doméstico trabajaba
principalmente en tareas del hogar y en los campos de los señores. Entre los quichés
existían otras varias clases de esclavos. Los tzutujiles probablemente también tenían
algunas de estas clases de esclavos; por ejemplo, los prisioneros de guerra.
El sistema de linaje. Los Señores

De acuerdo con dos lienzos prehispánicos que existían en 1553, en ese entonces había
16 Señores importantes entre los tzutujiles, incluyendo a Ajtz'iquinajay. Ellos eran los
Señores de linajes dirigentes (llamados chinamit en algunos documentos). Sin embargo,
Fray Francisco Vázquez señaló que en Atitlán existieron 18 linajes (que llamó calpules)
en tiempos antiguos. Los tzutujiles también tenían una división social en 'mitades'. Por
un lado estaba la 'mitad' Ajtz'iquinajay, que dominaba, y otra facción que, aunque
subordinada, daba su nombre al pueblo como un todo. Después de la Conquista, una y
otra de las dos 'mitades' participaban en el gobierno. Parece ser que el segundo grupo
empezó a desafiar el dominio de la otra 'mitad', poco antes de la Conquista.
Probablemente existía un lienzo para cada mitad. Cada uno de los 16 señores poseía sus
propias tierras, pero estaba sujeto al Ajtz'iquinajay.

El linaje Ajtz'iquinajay, o linaje de la Casa del Pájaro, era el más importante en Chiyá.
La Relación Tzutujil menciona varios nombres de nobles tzutujiles de alto rango:
Najtijay (Casa Lejana), Ajcojay (Casa Fuerte), Ajquiwijay (?), y Ajc'abawil (Casa del
Idolo). Otro linaje era el Ajcojay. El Señor adjunto era el más importante después del
Ajtz'iquinajay. Se le llamaba Cabunay o Cahunay, y probablemente haya sido Cabinjay.
El linaje de los Tzununá (colibrí) era el más importante en Chi-Tzunún-Choy. El linaje
de los Cooní pudo haber sido uno de los 16 linajes importantes. Este grupo aparece en el
Título Xpantzay 2, junto con el linaje Lapoyoi. Otro linaje importante era el de
Ajpopolajay (Casa del Consejero). Después de la Conquista, don Jerónimo de Mendoza,
cacique del linaje Ajpopolajay, hizo un testamento fechado en 1569, por el cual dejaba
tierras, en la región del Altiplano y la Costa, a su esposa e hijos.

Todos los Señores importantes poseían tierras tanto en el Altiplano como en la Costa.
Es posible que cada Señor de la 'mitad' Ajtz'iquinajay haya tenido también una casa en
Chiyá, y cada uno de los de la mitad tzutujil también puede haber tenido la suya en
Xikomuk. Los linajes más importantes seguramente tenían sus propios templos, dioses y
sacerdotes, del mismo modo que los quichés.

Los vasallos

Existe poca documentación sobre los vasallos tzutujiles. Las Relaciones Geográficas
indican que los asentamientos dependientes ('estancias') de la Costa estuvieron siempre
sujetos a los señores y gobernantes de la cabecera (tinamit). De vez en cuando los
señores ordenaban a sus vasallos poblar otras regiones. Por ejemplo, los indígenas de
Xeoj o Xeohg eran originarios del área de Chiyá, y se trasladaron a las Tierras Bajas por
órdenes de sus señores.

Los linajes de los vasallos no eran de tan alto rango como el de los Señores. Sin
embargo, algunas de las 'estancias' pueden haber tenido algún grado de autonomía con
respecto a Chiyá, y también sus propios templos y dioses; pero otras no los tuvieron.
Los vasallos solían casarse dentro de sus propias localidades y estaban excluidos de la
nobleza.

El Sistema de Cargos Políticos


Todos los grupos quichés contaban con un sistema parecido de cargos políticos, el cual
implicaba el prestigio de una posición social y a la vez regulaba la vida del gobierno. El
hecho de ocupar un cargo era extremadamente importante, y las posiciones que
correspondían a los linajes más destacados se mencionan frecuentemente en los
documentos indígenas.

Todas las clases tenían asignados los cargos, aunque el deseo de mejorar de posición
social, a través de obtener mayor poder para su propio cargo, era un fuerte estímulo para
emprender guerras.

Los cargos en el 'Estado' tzutujil

Pop tzutujil: los cargos del 'Estado' más importantes en la sociedad tzutujil eran
ejercidos por 16 señores pertenecientes a los más altos linajes. El cargo principal era el
de pop tzutujil, el cual correspondía al linaje de los Ajtz'iquinajay. Equivalía al de ajpop
de los quichés y al del ajpoxajil o ajpotzotzil de los cakchiqueles. En su calidad de
Señor y gobernador del reino, el pop tzutujil tenía la última palabra sobre todo lo que
ocurría en sus dominios. Si los otros Señores deseaban hacer sacrificios humanos, o
castigar a alguien, primero tenían que pedir el consentimiento de aquél. La Relación
Tzutujil afirma que los otros cargos eran los de lolmay, atzij winak, k'alel y ajuchán, y
que éstos actuaban como agentes, contadores y tesoreros.

Lolmay: éste era el señor enviado por el resto de los señores para tratar asuntos del reino
o para transportar el tributo. Lolmet se traduce como 'El Supervisor del Algodón de los
Señores', en el Popol Vuh. Este cargo lo ocupaba posiblemente el miembro de mayor
rango del linaje de los Cabinjay, entre los tzutujiles, y aparece como Lolmet-Cuminay
en la lista de enemigos que se registra en el Título de los Señores de Totonicapán.

El lolmay era el Señor más importante después del pop tzutujil y actuaba como
consejero y amigo más cercano del Ajtz'iquinajay. Los otros señores también acudían al
lolmay para tratar asuntos de guerra, justicia o sacrificios, y con el fin de que
intercediera por ellos. También actuaba como regente si el gobernante era menor de
edad. Los diccionarios de Francisco Varea y Tomás de Coto, elaborados en el siglo
XVII, definen lolmay como 'mensajero' o 'portador' de los Señores. Ambos significados
posiblemente se refieren a la primera obligación del lolmay, la cual consistía en portar y
vigilar los valiosos artículos del tributo, tales como mantas de algodón, cacao, etcétera.

Ajuchán: este nombre equivale a tesorero o vocero, y era el responsable de recolectar y


guardar los regalos. Posiblemente tenía que ver con los regalos que traían, al pop
tzutujil, quienes le presentaban peticiones específicas, o con el botín obtenido en las
conquistas. Se desconoce cuál era el linaje asociado con el cargo de ajuchán.

K'alel: este cargo se menciona en la Relación Tzutujil y significa cortesano. Entre los
quichés, el k'alel ayudaba al ajpop en los asuntos públicos, en los cuales actuaba como
juez principal y consejero. Su papel era el de explicar, interrogar, atestiguar, denunciar y
asistir al gobernante en la toma de decisiones. Quizás era igual entre los tzutujiles.

Atzij Winak: este cargo (vocero) lo describió De Coto como algo similar al lolmay, por
ser el atzij winak también el señor enviado para tratar de negociar. En la jerarquía
quiché este funcionario era otro consejero del ajpop.
Ajc'abawil: la persona que desempeñaba este cargo (el del ídolo) era el sumo sacerdote
de Chiyá. Posiblemente oficiaba en las ceremonias principales y jugaba un papel similar
al del Aj Tojil y Aj K'ucumatz entre los quichés. Los sacerdotes tzutujiles aconsejaban a
los señores sobre asuntos religiosos e influían en asuntos importantes por su habilidad
para interpretar los deseos de los dioses. El resto de los funcionarios religiosos estaba
subordinado al sumo sacerdote.

Ajpopolajay: el de la Casa de Consejeros, pudo haber tenido un papel similar al del


popol winak de los quichés, quien era consejero especial del ajpop.

La 'mitad' tzutujil

La 'mitad' tzutujil quizá haya tenido puestos similares a los de la 'mitad' del
Atz'iquinajay. Los Tamub quichés lograron ganarse el título de ajpop, ya tarde en su
historia; pero la 'mitad' tzutujil aún se encontraba tratando de alcanzar la igualdad con la
'mitad' del Ajtz'iquinajay en el momento de la Conquista. Por lo tanto, pudo no haber
llegado a tener el cargo más alto.

Funcionarios subordinados

Existe poca información relacionada con los cargos, salvo los que ejercían los señores
tzutujiles más importantes. La Relación Geográfica Atitlán cuenta que los indios
tequitlatos ayudaron a preparar este documento aportando lo que sabían acerca del
período aborigen. Tequitlato significa, en náhuatl, 'el que asigna tareas'. Pedro Carrasco
considera que tales funcionarios pudieron haber ejercido atribuciones similares a las de
los Aj tz'alam (funcionarios de muros, refiriéndose a los muros entre las propiedades
quichés) en la época prehispánica. Por lo tanto, el Aj tz'alam pudo haber existido
también entre los tzutujiles.

Los nombres de cargos usados por los Señores principales no se limitaban a los linajes
más importantes. El rango de una persona se determinaba tanto por el cargo que
desempeñaba como por el nombre de su linaje. De Coto afirmó que cada chinamit
elegía a un funcionario llamado pop qamahay. Este nombre fue tomado de la frase
lomay quipop quiqamahay ahava, según el diccionario de Varea. La expresión podría
traducirse como 'mensajero' o 'portador de los Señores'. Estos funcionarios tenían
atribuciones similares a las del más prominente lolmay. El título pop qamahay fue
ampliamente utilizado entre los tzutujiles para funcionarios de menor rango.

Sucesión de los cargos

La mayor parte de la información obtenida sobre los procedimientos de sucesión de los


cargos, en la época prehispánica, proviene de un documento de 1563, el cual fue
analizado por Carrasco. Dicha fuente, sin embargo, se refiere a la época posterior a la
Conquista, cuando la sucesión en los cargos había sido ya afectada por la muerte
prematura de los miembros del linaje Ajtz'iquinajay. El gobernante era don Bernabé,
nieto de Wajxaki Quiej e hijo de Jo'o No'j Quixcap. Este último gobernaba cuando
Alvarado llegó y, más tarde, fue bautizado como don Pedro. Murió en 1547, cuando don
Bernabé era muy joven, así que don Pedro Cabinjay actuó como regente.
De aquí se deduce que entre los tzutujiles el liderazgo se pasaba, dentro de un linaje, de
padre a hijo. El Señor adjunto, en tiempos prehispánicos, actuaba como regente, como
se había hecho en tiempos más antiguos. Existían importantes ceremonias de
investidura para los Señores prominentes, y las que se realizaban en Chiyá eran
probablemente similares a los rituales oficiales que se hacían en otros centros quichés.

Religión
Los tzutujiles prehispánicos adoraban a diversos espíritus y creían en fuerzas ocultas
impersonales, como el destino; también practicaban la magia, la brujería y el arte
adivinatorio. Sin embargo, los dioses más importantes eran las deidades patronas de los
más altos linajes. Estos dioses se representaban en esculturas ('ídolos'), y eran el objeto
central del culto en los templos y cuevas del Altiplano.

En el Postclásico Tardío, el dios más importante de Chiyá era Sakibuk. Cakix Can era
otro dios importante. Fray Francisco Vázquez también mencionó a un señor Jun Tijax,
quien probablemente era sacerdote del ídolo citado en segundo término. Algunas de las
aldeas dependientes de las Tierras Bajas tenían sus propios dioses y sacerdotes. La diosa
de Xeoj era Taluc y la de Quioj era Cinquimil.

La escultura de Sakibuk se encontraba en un altar situado en la parte superior del templo


principal de Chiyá y medía tres cuartos de vara (0.63 m) de alto. Taluc tenía cerca de
una vara de alto y Cinquimil una vara y media. El Título Xpantzay 3 indica que el baño
de Sakibuk estaba al pie de la colina del lago (Chuitinamit). Evidentemente, esta región
se consideraba sagrada para el dios.

Rituales y ceremonias

Las ceremonias nativas incluían ayuno, purificación ritual, abstinencia sexual,


sacrificio, confesión, bebida, danza con música. En Chiyá los sacrificios se hacían en
homenaje a Sakibuk y a otros dioses, y para ello se abría el pecho de la víctima con una
navaja grande, y se arrancaba el corazón. El sacerdote untaba la cara del ídolo con parte
de la sangre de la víctima y luego quemaba el resto en braseros con resina
(probablemente caucho), a manera de incienso. Después de extraer el corazón, el cuerpo
de la víctima sacrificada se desechaba y la carne era comida por los captores.

La danza que se bailaba entre los tzutujiles para conmemorar el sacrificio de los
prisioneros de guerra se llamaba loj-tum. El baile era acompañado por música tocada
con largas trompetas. A principios del siglo XVII, todavía se bailaba en Nagualapa y
Suchitepéquez. Fuentes y Guzmán menciona la misma danza y la llama oxtum.

También se ofrecían sacrificios privados en varias ocasiones durante el año. Los


tzutujiles practicaban diversas formas de autosacrificio, como los cortes en las orejas, el
pene y los músculos de los brazos, y ofrecían su sangre a los ídolos. Estos sacrificios se
practicaban en días especiales. En Xeoj, por ejemplo, se ofrecían el día de octubre en
que las flores empezaban a abrirse en las plantaciones de cacao. En esa época, el pueblo
también hacía sacrificios en cualquier encrucijada de caminos, donde ponían una piedra
y ofrecían la sangre extraída del cuerpo para pedir buen tiempo.
Si los Señores tzutujiles deseaban informarse sobre acontecimientos futuros, escogían a
un 'principal' para que consultara al 'ídolo'. El designado para ese efecto ayunaba
durante 260 días y ofrecía el sacrificio. Además, practicaba la abstinencia sexual. Si el
ídolo aparecía muy mustio y triste, ello significaba que se aproximaba una sequía; si
lucía contento, los tiempos serían buenos. Si se aproximaba la guerra, el ídolo aparecía
con un arco y flecha en sus manos; si venía una peste, se le veía con un lazo alrededor
'del pescueso'. Después que el ídolo mostraba tales señales al principal, éste daba a
conocer a los demás Señores lo que le había sido informado. Después, algunos de los
ancianos se reunían y sacaban más 'pinturas antiguas', que se utilizaban como
calendarios. Se echaban suertes sobre las pinturas y se adivinaba cuándo ocurriría el
acontecimiento que vaticinaba el ídolo.

Otro ritual prehispánico consistía en lanzar doncellas dentro del volcán de Atitlán. Fray
Francisco Vázquez narra que cuando tronaba y le salía fuego y humo, los indígenas
creían que el volcán estaba hambriento y exigía comida. Se pensaba que las doncellas
eran la comida favorita del volcán, y por ello se les lanzaba adentro. Se echaban suertes
para escoger a la víctima.

A nivel de 'Estado', la religión de los tzutujiles incluía cultos en el templo, dedicados a


dioses que representaban a los linajes importantes. En esas ocasiones también se
sacrificaban víctimas a dichos dioses. La religión llenaba todos los aspectos de la
sociedad tzutujil. El pueblo ayunaba, rezaba y ofrecía sacrificios en toda ocasión
importante, además de practicar sacrificios privados.

Conclusiones
En el presente ensayo se han utilizado datos etnohistóricos y arqueológicos para
bosquejar la historia tzutujil y describir la evolución de este grupo, hasta que llegó a
constituirse como reino independiente a finales del siglo XV. Los límites políticos
cambiaron con el tiempo, pero a finales del período prehispánico los tzutujiles todavía
mantenían un firme control sobre el Lago de Atitlán, desde Panpati y Payán Chocol, al
norte, hasta Tolimán, al sureste (Ilustración 287). En la Costa conservaban tierras de
primera para el cultivo del cacao, desde Suchitepéquez hasta Tzacbalcat.

A principios del siglo XV, los reinos tzutujiles todavía pagaban tributo a los quichés.
Los tzutujiles se independizaron después de la muerte de Quicab, ocurrido en 1475. Al
momento de la Conquista, los reinos quiché, cakchiquel y tzutujil eran todavía
independientes, pero se disputaban regiones fronterizas. Ninguno era tan poderoso para
conquistar a los otros, pero, a la sazón, los cakchiqueles ganaban fuerza a expensas de
los quichés y tzutujiles.

En la sociedad tzutujil el linaje determinaba la clase, así como el papel que la persona
desempeñaba en la sociedad. Los señores vivían en los poblados más importantes y los
vasallos en los amak circundantes. Los vasallos, pagadores de tributo, eran nobles de
menor importancia, y plebeyos. También había siervos llamados nimak achí, y varios
tipos de esclavos. Existían 16 señores tzutujiles principales, quienes se dividían en
'mitades'. Estos eran los Ajtz'iquinajay dominantes y los tzutujiles subordinados.
Un marco político basado en un sistema de cargos proporcionaba cohesión y
organización interna a la sociedad tzutujil. Existían cargos de gobierno que ejercían
miembros de los más altos linajes, y cargos subordinados ocupados por nobles menores
y plebeyos. Generalmente, los mismos linajes ocupaban ciertos cargos y éstos se
pasaban de padre a hijo.

La estructura religiosa apoyaba el marco sociopolítico. Los dioses más importantes eran
los protectores de los linajes. Sakibuk, de Chiyá (Chuitinamit), era la deidad principal y
a él, como a las otras, se les ofrecían sacrificios. Los sacrificios privados, el ayuno, la
abstinencia sexual, la danza, echar suertes y los sacrificios al volcán ocupaban, todos,
un lugar prominente en la religión tzutujil prehispánica.

Después de la Conquista se realizaron cambios importantes en los niveles superiores de


la estructura sociopolítica tzutujil. Desapareció la guerra y los límites territoriales
cambiaron gradualmente. Sin embargo, también existió una continuidad que tendió a
mantener cierta integridad cultural y territorial tzutujil, durante el siglo XVI y principios
del XVII.
ROBERT M. HILL, II

Los Mames y Otros Grupos de Los


Cuchumatanes

Es muy poco lo que se sabe acerca de la organización política y extensión territorial de


los señoríos mames, durante el Postclásico Tardío, no obstante el protagonismo que
tuvieron en algunos acontecimientos de la conquista española, la importancia actual de
este grupo y la restauración de que fue objeto uno de sus centros más notables, conocido
con el nombre quiché (k'iche') de Zaculeu. Desafortunadamente, la información es aun
más escasa en cuanto a los otros señoríos etnolingüísticos de la región de Los
Cuchumatanes, como los kanjobales (q'anjob'ales) y los chujes (Ilustración 291).

En contraste con los grupos de idioma quiché, y aún con los pokomames (poqomames),
se carece en la actualidad de documentos escritos por los propios habitantes de aquellos
pueblos. Sin embargo, hay algunas referencias en las crónicas de sus enemigos quichés
y cakchiqueles (kaqchikeles), así como en las de los españoles.

Con todo, el interés que han suscitado los mames y los otros grupos de Los
Cuchumatanes ha sido considerable, y son varios los trabajos de investigación que se
han ocupado del tema. Entre estos estudios se pueden citar los de Eduard Seler, Oliver
La Farge y Douglas Byers, Charles Wagley, Maud Oakes, Rubén E. Reina y Robert M.
Hill, II, Carlos Navarrete, Anne Collins y W. George Lovell.

Distribución Territorial
Antiguamente, los mames ocupaban una gran parte del Altiplano guatemalteco, y antes
de que, en el siglo XIV, se produjera la expansión territorial de la triple alianza quiché,
llegaron a controlar un extenso territorio que comprendía, además de los actuales
Departamentos de Huehuetenango y San Marcos, casi la totalidad de los de Totonicapán
y Quetzaltenango. En el presente, solamente se dispone de alguna información general
sobre los acontecimientos que provocaron la pérdida de los dos últimos territorios
citados en favor de los quichés, y aquélla proviene de otras fuentes indígenas. Aparte de
eso, se desconocen los detalles de dicha incorporación parcial del territorio y de los
habitantes mames al dominio de sus vecinos.

Parece ser, sin embargo, por lo que indican las fuentes etnográficas, que no todos los
mames abandonaron sus tierras cuando éstas fueron conquistadas por los quichés, y que,
antes bien, muchos plebeyos se quedaron y fueron sometidos al dominio político del
pueblo conquistador. La persistencia en la región de la tecnología cerámica tradicional
de los mames es una prueba de lo afirmado. En la actualidad, los alfareros de San
Cristóbal Totonicapán, hablantes de quiché, emplean técnicas decididamente mames
(Ilustración 181). Si se observa la alfarería, típicamente quiché, de los habitantes de San
Pedro Jocopilas, Santa María Chiquimula y Rabinal, así como la de sus 'primos'
lingüísticos, los cakchiqueles, se puede ver que, de manera invariable, se basan en el
procedimiento denominado de orbitación. Este consiste en trabajar la pieza, inmóvil en
el suelo, alrededor de la cual el artesano aplica manualmente el moldeado. En cambio,
los mames, por ejemplo, los de San Sebastián, al igual que otros grupos, como los
kekchíes (q'eqchi'es), utilizan la técnica llamada de 'molde cóncavo de base', en la que
se parte de una 'tortilla' grande de barro para formar el fondo de la vasija, y después se
añaden y alisan los rollos de barro, de abajo hacia arriba, hasta completar la pieza. El
hecho de que, después del control de la zona de Totonicapán, asumido por los quichés,
persistiera esta última técnica, tan diferente de la de los nuevos dominadores, indica que
permaneció en ella alguna población mam, la cual paulatinamente perdió su idioma y
adoptó el de los quichés.

El citado fenómeno de perduración de las técnicas de cerámica, a pesar de la


aculturación y de la adopción de las formas lingüísticas dominantes, fue estudiado por
Rubén Reina y Robert Hill, no sólo en el caso de los mames, tras su conquista por los
quichés, sino en otros grupos contemporáneos. Estos autores, por ejemplo, han señalado
que las alfareras del Oriente de Guatemala siguen fieles a la antigua tradición de
elaborar cerámica según técnicas indígenas, a pesar de haber abandonado desde mucho
tiempo atrás el idioma, la vestimenta y las costumbres de sus antepasados.

El Señorío Mam de Zaculeu


Con la pérdida de las zonas correspondientes a los actuales Departamentos de
Totonicapán y Quetzaltenango, el centro de poder mam se trasladó al noroeste. El
señorío más poderoso en esta última región parece haber sido el que tuvo como capital
el lugar que hoy se conoce con el nombre de Zaculeu y que, en realidad, los mames
llamaban Xinabajul. Se trataba de uno de los centros que el señorío mam tenía a lo largo
de la fértil cuenca del Río Selegua (Ilustraciones 106, 291 y 292). Zaculeu es muy
conocido, gracias a las investigaciones realizadas por Richard B. Woodbury y Aubreys
Trik, las cuales demostraron que el sitio estuvo ocupado durante un período muy largo,
de aproximadamente 1,200 años, desde el Clásico Temprano hasta el Postclásico
Tardío.

Otros sitios cercanos a Zaculeu todavía no han sido suficientemente explorados, como
Cerro Pueblo Viejo, inmediatamente al sur; el de El Caballero, unos seis kilómetros al
sureste, y el de Pueblo Viejo o Piol, que se localiza cerca del actual pueblo de San
Sebastián, unos siete kilómetros al noroeste. Puede, asimismo, citarse el sitio de
Xetenam, hacia el noreste, distante sólo tres kilómetros de Zaculeu. Todos ellos
probablemente formaron el centro del señorío, con Zaculeu como capital y los otros
como puestos dependientes o de vigilancia en las entradas. Más al sur, y en la frontera
misma con los quichés, estaba otro importante centro mam, conocido hoy como Pueblo
Viejo Malacatancito, el cual tenía seguramente funciones de defensa y control de la
frontera y de las vías de acceso que, por el sur, conducían al interior del señorío.

Hasta el momento se carece de investigaciones etnohistóricas que determinen la


organización y límites del referido señorío mam de Zaculeu. Sin embargo, tal y como se
ha podido comprobar en otros casos del Altiplano, es muy probable que los límites
coloniales, y los municipales de la actualidad, equivalgan a las divisiones y
subdivisiones políticas que aquél tenía. Si ello fuera así, la frontera oriental del señorío
mam de Zaculeu pudo haber coincidido con el límite entre los municipios de Aguacatán
y Chiantla, este último, una villa de españoles durante la colonia. Por su parte, la actual
división entre los municipios de Chiantla, Huehuetenango y San Sebastián
probablemente corresponde a la antigua frontera norte del señorío. Se puede suponer,
también, que el sitio de Pueblo Viejo Malacatancito ocupaba una posición cercana a los
límites del señorío con los quichés de los actuales Departamentos de Totonicapán y
Quetzaltenango. Las fronteras del suroeste, en cambio, no pueden establecerse con
claridad. Ciertamente, en la actualidad, la mayor parte del Departamento de San Marcos
permanece como una zona de idioma mam, pero es seguro que los mames no formaron
antiguamente una sola unidad política, cosa que tampoco sucedió en el caso de los
quichés y de los cakchiqueles. Por otro lado, la presencia de un sitio arqueológico
dentro del municipio de Santa Bárbara, que fue llamado Chicol por A. Ledyard Smith,
puede indicar que la antigua frontera del señorío de Zaculeu se encontraba cerca de ese
lugar.

Si no es difícil establecer las fronteras del señorío, sobre la base de la persistencia de los
antiguos límites en las divisiones de la época colonial, resulta complicado, en cambio,
tener una idea determinada acerca de su organización. Por supuesto, entre los mames
había la misma distinción social general, entre aristocracia y plebeyos, la que existía en
los pueblos de la rama quiché y de otros grupos del Altiplano. Sin embargo, se
desconoce totalmente el tipo de organización local y territorial, y no se sabe si disponían
de entidades territoriales similares al chinamit quiché o al molam de los pokomames.

Lo que sí puede afirmarse es que la influencia del señorío de Zaculeu llegaba más allá
de sus fronteras, aunque no necesariamente el dominio político. Sobre la base de lo que
escribió Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán acerca de la conquista de este lugar,
Nathalie Woodbury afirmó que el señorío estaba aliado con los de Cuilco e Ixtahuacán,
pues de ambos sitios llegaron guerreros en su auxilio durante la conquista española.
Tales refuerzos para la defensa de Zaculeu, procedentes de los altos Cuchumatanes,
indicarían que su influencia se extendía hasta esa región.

Relaciones con los Quichés


Dos documentos quichés, el Popol Vuh y el Título (Coyoi), citan a Zaculeu como un
señorío conquistado por el 'rey' Quicab, a mediados del siglo XV. En realidad, estos dos
documentos no pueden ser considerados como fuentes independientes y
complementarias, puesto que el segundo de ellos parece haber sido redactado según la
historia 'oficial' representada por el Popol Vuh. En consecuencia, se trata, en el fondo,
de una misma versión de la pretensión quiché de haber sido protagonistas de victoria tan
importante.

Tal como se afirmó en el ensayo sobre los quichés, no procede un parangón con la
historia occidental moderna, pues la de aquellos grupos estaba muy ligada a la
cosmología. Es evidente, además, que tales 'historias' estaban al servicio del estrato
dominante y bajo su control. Por lo tanto, las crónicas indígenas, que indudablemente
incluyen una dosis de veracidad, se encuentran necesariamente teñidas de elementos
propagandísticos y de otras formas literarias propias de la cosmovisión que dominaba a
aquellas sociedades. En tal sentido, queda la duda sobre si la narración, de la conquista
de Zaculeu por el rey Quicab, corresponde a hechos reales o si se trata de una
exageración, con el fin de exaltar la figura del gobernante.

Por otra parte, existe la descripción del conquistador Pedro de Alvarado, de la gran
ceremonia y reverencia con que los quichés de Utatlán recibieron al 'rey' de los mames,
Caibil Balam, a quien se le atribuye la estratagema, intentada por los quichés, de
incendiar Utatlán, cuando los españoles estaban dentro de este centro. Tal actitud de
respeto no parece coincidir con la pretensión quiché de que los mames hubieran sido sus
vasallos, aunque la actuación de Caibil Balam, en Utatlán, fuera un hecho reciente,
resultado del resurgimiento de la independencia mam, en momentos en que el reino
quiché se encontraba debilitado y fraccionado, después del levantamiento contra
Quicab.

Sin embargo, entrar en demasiados detalles cronológicos sobre las relaciones entre
mames y quichés es algo todavía prematuro, por el estado actual de las investigaciones
arqueológicas y etnohistóricas. Esta observación, además, resulta procedente, en razón
de que algunos especialistas han tratado de fechar y atribuir, a uno u otro grupo, los
varios sitios arqueológicos que se conocen, pero que todavía no están debidamente
excavados. A falta de excavaciones detalladas, no es posible establecer cuándo se
construyó determinado lugar, por cuánto tiempo fue ocupado y si en un momento dado
perteneció a quichés o a mames. En conclusión, se carece todavía de elementos
suficientes para precisar las relaciones entre los mames del señorío de Zaculeu y los
quichés de Utatlán.
MARIE CHARLOTTE ARNAULD

Kekchíes y Pokomchíes

Francisco Montero de Miranda, en el documento Memoria y Descripción Breve de la


Provincia de la Verapaz, expresó lo siguiente en 1574:

...siempre es y ha sido esta tierra [Verapaz] arrinconada


y de no mucho comercio, trato ni policía, por estar muy a
trasmano, metida en estas espesuras inaccesibles donde
apenas llegaban ningunos edictos ni pragmáticas de
aquellos grandes señores antiguos que sojuzgaban toda la
tierra, como era Montezuma y otros; y así apenas se halla
en esta tierra quien sepa palabra de mexicano, que era la
lengua cortesana desta Nueva España, sino que es menester
que aprenda la lengua el que aquí viene, o traiga quien
hable por él.

En el momento de la Conquista, los grupos étnicos hablantes de las lenguas kekchí


(q'eqchi') y pokomchí (poqomchi') poblaban la región nororiental de Los Altos, de
Guatemala, llamada Tezulutlán o Tecolotlán, en náhuatl 'tierra de los búhos',
considerada como 'tierra de guerra' entre 1524 y 1547, y finalmente bautizada Verapaz,
después de la pacificación lograda por los frailes dominicos a partir de 1544. Este
proceso de conquista pacífica, en aplicación de los principios de Fray Bartolomé de Las
Casas, es decir, con monopolio exclusivo de los dominicos sobre la región, representa
un caso relativamente único en las colonias españolas, que ha sido estudiado y descrito
por sus circunstancias excepcionales y gracias al acervo de documentos que trataron de
esta tan peculiar pacificación desde los primeros años. Sin embargo, el presente ensayo
no trata de la obra de los dominicos, sino de las culturas y sociedades indígenas que los
frailes descubrieron al entrar en la 'tierra de guerra', principalmente las de los grupos
kekchí y pokomchí.

Si bien los documentos son relativamente abundantes y diversos en relación con la


época del contacto (1544-1575), la dificultad con que tropieza el investigador,
arqueólogo o etnohistoriador, consiste en que la información más temprana fue escrita
en circunstancias de fuerte polémica. En efecto, las numerosas controversias que
provocaron entre los españoles las ideas de Las Casas y su aplicación en Tezulutlán,
deformaron casi todas las descripciones, tanto de la obra dominica como de las culturas
indígenas.

A principios del siglo XVI, las sociedades kekchíes y pokomchíes se encontraban


relativamente aisladas de la dinámica política y territorial que se desarrollaba en Los
Altos del occidente y centro de Guatemala. Estaban 'arrinconadas', como indica
Francisco Montero de Miranda, entre las despobladas sierras de Chuacús y de Las
Minas, al sur, y las selvas de Petén, al norte. Del lado suroeste, la frontera del 'Estado'
quiché-achí seguía el curso del Río Carchelá, entre Tactic y Tzalamá (Ilustración 293),
y ello dificultaba la posibilidad de una expansión territorial en esa dirección. Aun hacia
el norte (Petén) y hacia el este (Lago de Izabal o Golfo Dulce), es decir, en tierra
caliente, los kekchíes y pokomchíes se enfrentaban con las poblaciones locales de
choles, manchés, acalaes y lacandones, aun cuando ninguna de ellas era muy numerosa.
Los quichés (k'iche's) y achís nunca conquistaron ni dominaron a los pokomchíes y
kekchíes de Tezulutlán, lo cual no significa que estos últimos hayan tenido la capacidad
de amenazar de manera efectiva a sus poderosos vecinos.

A pesar de su ubicación aislada, los kekchíes y pokomchíes mantenían múltiples


relaciones comerciales con regiones adyacentes y alejadas. El importante puerto maya-
chontal de Nito, localizado en la desembocadura del Río Dulce, conectaba directamente
con el mar los valles kekchíes y pokomchíes de los ríos Polochic y Cahabón. Sin
embargo, no hay indicio de que hubiera existido una ruta comercial de importancia a
través de Tezulutlán. Es posible que la observación de Montero de Miranda, de que muy
pocos hablaban el mexicano, 'lengua cortesana' pero también 'lengua franca' de los
comerciantes, compruebe el grado de aislamiento económico de la región.

Distribución de los Kekchíes y Pokomchíes


En 1544, los hablantes de la lengua maya-kekchí poblaban las sierras que se extienden
entre el Río Polochic, al sur, y el Río Cahabón, al norte (Ilustración 294). Del lado
oeste, los kekchíes colindaban con los pokomchíes, en el sector de los actuales
asentamientos de Santa Cruz Munchú (pokomchí) y Cobán (kekchí). Del lado sur, los
dos grupos convergían en la vertiente norte del valle del Polochic. De Santa Cruz hacia
Tucurú, por lo menos, la 'frontera' kekchí-pokomchí correspondía al límite sur del karst,
geomorfología típica de la Alta Verapaz kekchí. El corazón de la región kekchí se
localizaba en la parte oeste de las sierras, alrededor de los asentamientos coloniales de
Chamelco, Cobán y Carchá. Además, los kekchíes acostumbraban cultivar tierras
situadas muy adentro de la región cálida, en los confines de Petén, al norte. Tenían
frecuente relación con los grupos hablantes del chol que poblaban estas regiones, y se
mezclaron con ellos en el sector de Cahabón. Pero la gran expansión kekchí, hacia Petén
y Belice, fue posterior al siglo XVI. En esta época temprana eran los choles quienes
tendían a penetrar en el territorio kekchí y pokomchí.

Los hablantes de la lengua maya-pokomchí poblaban una estrecha franja de oeste a este,
desde el Río Chixoy medio hasta Panzós, en el valle del Polochic inferior (Ilustraciones
293, 294). Además, en 1544 existían asentamientos pokomchíes, relativamente
recientes, a lo largo del Chixoy, desde el pueblo colonial de San Cristóbal Cagcoh hacia
Chamá, en tierra cálida, entre lacandones, acalaes y kekchíes. El territorio pokomchí,
por lo tanto, circundaba a la zona kekchí en sus lados oeste y sur, desde Chamá hasta
Panzós, y lo protegía, en alguna manera, de las ambiciones quichés. Entre pokomchíes y
quichés, o quiché-rabinaleb, de lengua achí, existía una 'tierra de nadie', poco más o
menos despoblada, que se extendía aproximadamente entre el valle de Tactic y la
cuenca del Río Salamá. Sin embargo, el enfrentamiento era directo en el sector de la
confluencia del Chixoy con el Salamá y el Carchelá; ya que en el asentamiento
prehispánico de Pueblo Viejo-Chixoy, el grupo G alto (ribera oeste) era quiché, o a
cargo de súbditos del 'Estado' quiché, mientras que los grupos bajos (riberas oeste y
sobre todo este) estaban poblados de pokomchíes. Un enclave de idioma pokomchí
existía al oeste del río, en Belejú. En general, es interesante observar que los
pokomchíes poblaban las orillas de los ríos en el fondo de valles, mientras los quichés
ocupaban las cumbres limítrofes, y los kekchíes las sierras kársticas.
Se ha establecido que los pokomames (hablantes de pokomam, ya que la diferencia
lingüística entre pokomchí y pokomam era mínima en el siglo XVI), instalados en lo
que hoy es Baja Verapaz desde, por lo menos, el Clásico, fueron conquistados,
dominados o desplazados por los quiché-rabinaleb y los quichés de Utatlán, según
procesos múltiples que quedan por esclarecer. Por lo tanto, los pokomchíes del Chixoy
y del Polochic se hallaron separados de los pokomames, quienes emigraron hacia los
valles y las cuencas del sur, entre Palín y Chinautla, así como a valles del Oriente, entre
San Pedro Pinula, San Luis Jilotepeque y Asunción Mita (Mictlán). Por tal razón
existían, y existen todavía, tres territorios principales de hablantes de pokomam: norte,
sur y oriente, los tres formando franjas a lo largo de grandes vías de comunicación. En
el centro geográfico entre estos tres territorios (sin considerar los pequeños enclaves
pokomames de El Salvador) quedaban asentamientos de hablantes de pokomam y de
chortí, en San Cristóbal y San Agustín Acasaguastlán, y en la región llamada Valil, de
pokomam, en el valle medio del Río Motagua (Ilustración 294). Esta era otra vía de
comunicación importante que quizás haya sido la ruta comercial más activa del extremo
sur de Mesoamérica, aun después del colapso de Quiriguá. Muy poco se sabe de los
pokomames del Motagua, pero Suzanne W. Miles subrayó la importancia política que
estos centros de Valil tuvieron para los pokomchíes y pokomames, durante el
Postclásico, de acuerdo con los diccionarios de Diego de Zúñiga y Pedro Morán, y
también según el Memorial de Sololá.

Además de la división entre el pokomchí y el pokomam (más geográfica que


lingüística), existía y existe en Tezulutlán la división dialectal entre el pokomchí
occidental, de San Cristóbal Cagcoh, y el pokomchí oriental, de Tactic, Tamahú y
Tucurú (Ilustraciones 293, 295). Actualmente, el primero muestra más afinidades con el
pokomam, que el segundo, lo que viene a confirmar la hipótesis de que los hablantes del
dialecto occidental emigraron desde Baja Verapaz hacia la región kekchí, o sus
confines, durante el Postclásico. Los hablantes del dialecto oriental ocupaban toda la
franja sur y oeste de Alta Verapaz, por lo menos desde el Período Clásico. El Título
Cagcoh indica que estos últimos fueron desplazados por los pokomchíes de Cagcoh, y
que las relaciones entre los dos grupos eran todavía conflictivas hacia 1550.

En contraste con el grupo kekchí, cuya lengua no muestra ningún fenómeno conocido
de diversificación interna y cuya distribución espacial era relativamente homogénea en
el siglo XVI, el grupo lingüístico pokomam estaba marcado por una fuerte división
territorial y lingüística, resultado de diversos procesos que lo afectaron desde,
posiblemente, el siglo X hasta el XVI. La población pokomchí de Verapaz, en este
último siglo, representaba sólo un vestigio de la población pokomam asentada entre los
ríos Chixoy, Polochic y Motagua, durante el Clásico.

La Región llamada Tezulutlán


La definición étnica y política del Tezulutlán prehispánico es poco conocida, porque la
zona de 'tierra de guerra', y luego la controvertida provincia dominica de la 'Verapaz',
vinieron a ocultar la realidad anterior. Que Tezulutlán-Verapaz haya incluido o no las
tierras bajas del Golfo Dulce y las de Petén meridional, y aun las del norte de Petén,
hasta Yucatán, fue un tema de discusión entre los dominicos, la Audiencia de
Guatemala y las autoridades de Yucatán. En general, se acepta el hecho de que las dos
lenguas principales de Tezulutlán eran el kekchí y el pokomchí, aunque dos Relaciones
conocidas señalen que también se hablaban, por lo menos, otras cinco lenguas, y hasta
cuatro en un mismo pueblo. Por consiguiente, no se sabe si Tezulutlán era una región o
territorio político kekchí, pokomchí o kekchí-pokomchí. Tampoco se conoce cuál era su
capital, su centro mayor o si tenía varios de éstos. El pueblo dominico de Cobán cobró
mucha importancia administrativa a partir de 1545, pero ello no implica que deba
considerarse como capital prehispánica de Tezulutlán.

André Saint-Lu aclaró el tema de la encomienda de Cobán, lugar conquistado por un


grupo de españoles en 1530, es decir, 14 años antes de la entrada de los dominicos a
Tezulutlán. Para contrarrestar las reivindicaciones del encomendero español los frailes
se apresuraron a crear la reducción y pueblo de Cobán. En cambio, los datos
etnohistóricos indican que los dos centros mayores de la futura Verapaz eran: uno,
nombrado Tezulutlán, es decir Tucurú; y otro, cercano a la reducción de Chamelco,
lugar donde gobernaba el 'cacique' Juan Aj Pop Batz, o Matalbatz, gobernador de
Verapaz en 1555. El primero era, por lo tanto, un centro pokomchí localizado en el valle
del Polochic, cerca de Tucurú, quizás el gran sitio postclásico de Chicobán; el segundo
era un centro kekchí en plena sierra kárstica, probablemente Chichén, el sitio
arqueológico más importante de la zona kekchí noreste, todavía ocupado en el
Postclásico (Ilustración 294). Además, varios testimonios tempranos concuerdan en
situar en Tucurú el 'corazón de Tezulutlán', marcado por una concentración de centros
importantes, aparte del conocido sitio de Chicobán. Es probable que en la cercanía de
ese sector las relaciones entre kekchíes y pokomchíes hubieran sido conflictivas. Los
centros localizados en las partes altas de la vertiente norte del valle podrían haber sido
controlados por los kekchíes; por ejemplo, Guaxac, mientras que los centros ubicados
en las partes bajas quizás eran pokomchíes (Chicobán). Por lo tanto, es posible que la
región llamada Tezulutlán o Tecolotlán integrara a las dos etnias, las cuales pudieron
haberse disputado la hegemonía en el sector del Polochic medio.

Ciertos documentos y testimonios de Chamelco parecen haber tenido el propósito de


asentar la superioridad de los kekchís de Chichén-Chamelco y del cacique Juan, en
1540. Por un lado, de hecho es muy probable que los frailes entraran en la 'tierra de
guerra' a través de Chichén-Chamelco (no por Cobán), y que las negociaciones más
determinantes para el éxito de la pacificación se hicieran con el cacique Juan. Pero, por
otro lado, no hay duda de que el poder político de este 'señor', aunque confirmado en
cierta medida por el Título Chamelco, resultó muy reforzado después del contacto,
precisamente por las negociaciones en las cuales Juan Aj Pop Batz y otros caciques
pusieron sus condiciones frente a las demandas dominicas. Por consiguiente, la
hegemonía del centro kekchí de Chichén, antes del contacto, no es muy segura. De
todas maneras, un año después de la entrada de los dominicos, cuando Fray Bartolomé
de Las Casas visitó la futura Verapaz por única vez (1545), los pocos pueblos ya
reducidos (a base de la población local) se hallaban en los dos sectores de Chamelco y
Tucurú, lo que confirma que en ellos se concentraba no sólo la población más densa
sino también los poderes kekchí y pokomchí.

Organización Política y Territorial Kekchí


Queda todavía por hacer lo que se podría llamar una 'arqueología de los kekchíes', con
el objeto de reconstruir, aunque fuera de manera muy preliminar, la organización
política y territorial de principios del siglo XVI, basada en datos documentales
(Ilustración 294). Además de los centros demográficos y políticos de Chichén-
Chamelco y del sector que provisionalmente se puede denominar Tucurú Alto, ambos
ya mencionados, Cahabón era un sector kekchí importante en la orilla de la tierra cálida
manché-chol, poblado tanto por choles como por kekchíes. Consideramos que la
población kekchí estaba concentrada y organizada dentro del espacio conformado por
Chichén-Chamelco (y Carchá), Tucurú Alto y Cahabón.

Hasta donde se sabe, los documentos sólo se refieren a algunos 'señores' kekchíes,
vinculados a Carchá, Chamelco, Cahabón y Lanquín. El Título Chamelco indica
claramente que el 'señor' de Carchá y otros caciques menores eran los 'súbditos' de Juan
Matalbatz, de Chamelco, antes de 1544, de tal manera que parece haber existido alguna
jerarquía entre los 'gobernantes' kekchíes (ajgwal). Este mismo documento demuestra
también que las entidades políticas, gobernadas por los jefes menores, no alcanzaban a
ser ni Estados ni provincias, sino correspondían, cada una, a un pequeño grupo de
población dispersa sobre un territorio a veces bastante extendido, como es el caso de
Carchá, '...que tiene montes confines con los infieles que se llaman de Ah Itza...'; es
decir, tierras muy adentro de Petén, hacia el norte, aunque la afirmación de los frailes,
en este caso, sea algo exagerada.

Es posible, pero difícil de demostrar, que cada uno de los grupos citados hubiera
constituido, en el siglo XVI, lo que en muchas regiones mayas de Guatemala se llamaba
'parcialidad' o chinamit (también calpul, aunque no parezca muy conveniente usar esta
palabra azteca). Las reducciones hechas por los dominicos creaban, por lo general, la
congregación de varias 'parcialidades', cada una de las cuales formaba un 'barrio' del
pueblo y guardaba su organización interna, nombre, jefe y tierras, aun cuando éstas
estuvieran alejadas del nuevo asentamiento. En Cobán fueron reunidos no solamente
kekchíes de varias supuestas parcialidades del sur, entre otras '...jo'cui ri'quin aj' Cobán
se' amak' ChiChen...', sino también grupos de choles y acalaes de Petén.

Más estudios etnológicos y etnohistóricos, así como otras investigaciones


arqueológicas, quizás permitirán definir por lo menos algunas de las hipotéticas
parcialidades kekchíes, con sus confederaciones o alianzas jerarquizadas y sus
respectivos centros mayores. Aquéllas, probablemente, conformaban la organización
política y territorial del espacio triangular definido por Chichén, Tucurú Alto, Cahabón
y los confines en tierra cálida.

Organización Política y Territorial Pokomchí


Mientras la región kekchí, enmarcada en un triángulo rodeado por sierras cuyo relieve
kárstico, muy complejo, favorecía un característico asentamiento más disperso que
agrupado, la región pokomchí tenía claramente una forma lineal, la que seguía el
trazado de los grandes valles encajonados del antiguo Tezulutlán, en los cuales se
localizaban los asentamientos agrupados. A lo largo de esta franja, entre Chamá y
Panzós (Ilustración 294), la Arqueología sólo ha estudiado los centros postclásicos de
Chicán, cerca de Tactic, de Chicobán, cerca de Tucurú, y Las Tinajas que era,
posiblemente, un centro pokomchí, cerca del Golfo Dulce. Quedan por conocer los
asentamientos de la parte occidental de la franja (Río Chixoy), aunque es muy probable
que Pueblo Viejo-Chixoy haya sido, en gran parte, a principios del siglo XVI, un centro
de población pokomchí. Como ya se dijo, se conservan aún huellas de una aldea
colonial muy temprana, cerca del sitio de Santa Ana, mencionado en el Título Cagcoh.
Este documento relata, por otra parte, los conflictos entre 'los de Cagcoh' (pokomchíes
occidentales, del Chixoy) y los de Tucurú (pokomchíes orientales, del Polochic),
apoyados por los de Taltique, es decir del centro postclásico de Chicán. Por
consiguiente, es indudable que los principales centros de poder pokomchíes fueron
Cagcoh (posiblemente Pueblo Viejo Chixoy) y Chicobán-Tucurú (Tezulutlán), a los
cuales debiera añadirse Las Tinajas. La región de Chicán estaba subordinada a la de
Chicobán-Tucurú, mientras que los grupos que poblaban Chamá dependían de Cagcoh.

Los documentos que describen los procesos de reducción de San Cristóbal Cagcoh, así
como los diccionarios de Diego de Zúñiga y Pedro Morán y la Apologética Historia de
Fray Bartolomé de Las Casas, estudiados por Miles, dejan entrever la misma
organización de 'parcialidades' que se relacionó tentativamente con los kekchíes. Sin
embargo, los numerosos términos pokomchíes, concernientes a la estructura de poder,
sugieren la existencia de una jerarquía sociopolítica relativamente compleja, dentro del
molam, es decir, la 'parcialidad', y adentro del amak, es decir, la agrupación de varias
parcialidades dependientes de un mismo centro. Aunque el material documental sea
abundante, tanto las descripciones indígenas de los procesos de reducción como las
concepciones occidentales, evidentes en las crónicas españolas, enfocan la sociedad
pokomchí como dos espejos deformantes y dan imágenes difíciles de reconciliar;
además, el concepto de clan que Miles aplica al molam es controvertido. Para
reconstruir las articulaciones político-territoriales entre molam, amak y centro cívico-
ceremonial (arqueológico), a nivel concreto y específico, se requieren todavía análisis
cuidadosos, tanto de los textos como de los asentamientos conocidos. Un hecho queda
relativamente claro: la unidad sociopolítica que subsistió, a través de la transición entre
el centro prehispánico y la reducción colonial, en el tiempo y en el espacio, fue el
molam; es decir, la probable parcialidad, la cual conformó después un barrio en un
pueblo colonial. Es conocido el ejemplo de San Cristóbal Cagcoh, aunque no está
totalmente esclarecido.

Un punto que también merece la atención del etnohistoriador y del arqueólogo es la


relación política que pudo o no existir entre los pokomchíes de Tezulutlán (occidentales
u orientales, o ambos conjuntamente) y los pokomames de Valil, es decir del valle del
Motagua. Valil o Ahualil en pokomchí significa 'los de Acasaguastlán', mientras los
términos ahval y ahual indican al gobernante' o 'príncipe'. Es interesante observar que,
durante el Postclásico, los pokomames controlaban no sólo los valles de Chixoy medio
y del Polochic, hasta casi el Golfo Dulce, sino también el valle del Motagua medio. Las
relaciones entre estos territorios pokomames debieron ser estrechas, si no a nivel
político, por lo menos en lo comercial.

Sociedades y Economías Pokomchíes y Kekchíes


Los pokomchíes y kekchíes, de Tezulutlán, convivieron en la región el tiempo
suficiente para que sus respectivas normas sociales, culturales y económicas pudieran
haber sido relativamente semejantes en el momento del contacto; ésta es una hipótesis
que se puede formular con base en los documentos más tempranos, aunque se requiera
la correspondiente demostración. Las principales fuentes de información son los
estudios de Miles, (1957 en inglés, 1983 en español) Robert Hill y John Monaghan
(1987) y la Apologética Historia, de Bartolomé de Las Casas.

Las sociedades pokomchíes y kekchíes tenían determinado grado de estratificación: las


cuatro categorías principales (clases o estratos) eran los esclavos, los hombres libres
pobres, los hombres libres ricos y los nobles. En los dos grupos intermedios el individuo
podía adquirir posiciones de honor y respeto, gracias a sus conocimientos, habilidad,
riqueza y edad. Sin embargo, las posiciones de poder político y religioso se adjudicaban
según el parentesco.

Los sistemas de parentesco pokomam y kekchí eran clasificatorios según la


terminología respectiva, aunque el sistema kekchí incluía más términos descriptivos. La
herencia del nombre y de la propiedad seguía la línea patrilineal. Entre los pokomchíes
existían tres grupos de parentesco: la unidad familiar, a menudo extendida (hun patal),
el patrilinaje (ilatz) y la parcialidad, (molam o molab), que agrupaba a varios linajes
supuestamente emparentados entre sí. Según Miles, los únicos linajes en realidad fuertes
eran los que integraban la nobleza. Estos linajes, o 'casas señoriales', en el sentido
español de la época, dirigían las parcialidades: el pop cam ha se definía como
'principal', 'hidalgo', 'cabeza de calpul, de molab'. Parece ser que cada miembro de una
parcialidad llevaba el apellido del linaje dominante, además del nombre de su propio
linaje, lo que pudo haber sugerido a los observadores españoles que todos los de una
misma parcialidad estaban emparentados entre sí. La cuestión de la exogamia del
molam es todavía controvertida, pero en cuanto a los linajes nobles es indudable que los
matrimonios implicaban a individuos de estos mismos linajes pero de diferentes
entidades políticas, en tanto que respondían a preocupaciones diplomáticas y eran 'causa
de vivir siempre muy pacíficos'.

En el nivel superior de organización, existía el amak o amaq; es decir, una agrupación


de varias parcialidades, relacionada con el centro mayor, pueblo o tinamit. Miles
interpretó el amak como la población del tinamit, en el pueblo y alrededor, mientras Hill
le atribuye el sentido adicional de agrupación sociopolítica de varios molab. Parece
entonces que, en su mayoría, los centros pokomchíes y kekchíes, como los que se ha
intentado identificar y localizar, concretaban en el espacio la agrupación sociopolítica
de varias parcialidades. En el documento de Chamelco, la palabra amak se asocia con el
nombre del gran centro kekchí de Chichén. En las confederaciones de parcialidades,
supuestamente uno de los jefes dominaba a los demás. Ello explica la existencia de una
jerarquía entre los linajes nobles y sus cabezas, ya mencionada en relación con el caso
de Juan Matalbatz, según el Manuscrito de Chamelco, aunque este documento
demuestre también que la autoridad de este señor sobre los caciques súbditos era más
formal que efectiva. A este nivel superior, la transmisión del poder se hacía dentro del
linaje dominante, según reglas de parentesco, pero también a través de la elección,
probablemente formal, por los otros cabezas de parcialidad. Las Casas describió un caso
de sucesión entre los kekchíes que refleja estas normas; sin embargo, fue posterior a
1544. No parece que hayan existido, entre los kekchíes, y los pokomchíes entidades
políticas más amplias que el amak, pues éste era una confederación relativamente
pequeña de parcialidades, que ocupaba territorios vecinos y estaba asentada en un
centro mayor.
Los patrones de asentamiento se caracterizaban, fundamentalmente, por la dispersión de
la población, estructurada en el espacio por los vínculos de parentesco (linaje y molam).
Cada molam estaba representado en el centro mayor, aunque la noción occidental de
barrio resulta difícil de aplicar a dichos asentamientos. Muchos de los centros
equivalían a pueblos defensivos, con los edificios públicos y residencias nobles
localizados en las plazas centrales, y las residencias comunes en la periferia. En
principio, la cantidad de plazas, edificios públicos y residencias nobles reflejaba la
cantidad de parcialidades representadas en el centro y agrupadas en la entidad
correspondiente. Eso configuraba el modelo ideal, lo cual queda por comprobar en cada
caso de centro conocido. Además, se sospecha que el patrón de asentamiento kekchí
pudo haber sido algo distinto del pokomchí. Primero, no todos los centros kekchíes eran
defensivos, al menos Chichén no lo era; segundo, la población kekchí parece haber
estado dispersa en las sierras kársticas, mientras que la pokomchí estaba concentrada en
el fondo de valles y tenía una tradición de asentamientos agrupados desde la época
clásica, especialmente en los valles del Chixoy y del Polochic.

La economía se basaba en la agricultura y el comercio. En ausencia de estudios


ecológicos específicos sobre las regiones kekchí y pokomchí, el conocimiento actual de
las técnicas agrícolas usadas no trasciende las descripciones un tanto generales que
están contenidas en la relación de Francisco Viana, Lucas Gallego y Guillermo Cadena,
y en la de Montero de Miranda. Es conveniente señalar que los kekchíes exportaban
maíz y, probablemente, cacao, algodón y achiote, gracias a los excedentes que
conseguían en sus cultivos de tierra cálida. La capacidad que tenían (y en menor grado,
los pokomchíes del Polochic) de cultivar tanto en tierra cálida como en tierra templada y
fría, les otorgaba una ventaja económica importante sobre las otras etnias del Altiplano.
Las producciones de algodón (Cahabón y Polochic) y de fibra de maguey (Cagcoh),
entre otros cultivos, daban lugar a actividades artesanales diversas. Precisa destacar,
también, la caza de aves, por la cual se obtenían las plumas, que a su vez eran el artículo
más valioso en función del pago de tributos y del comercio a larga distancia; por
ejemplo, hasta Tenochtitlan.

Los intercambios comerciales en los mercados locales, asentados en los centros


mayores, los describió Las Casas. Otras formas de intercambio incluían los regalos
entre señores, los tributos, y también los saqueos en tiempos de guerra. La Relación de
1574 señala que, todavía en esa fecha, comerciaban en Verapaz seis 'grandes
mercaderes', con capital de '100 ó 150 tostones, los demás, con 10 ó 15 tostones van y
vienen, y andan mercadeando'. Los testimonios de la época colonial son muy numerosos
en cuanto a la extraordinaria actividad de los pequeños comerciantes en todo el
Altiplano, hasta Chiapas y Nicaragua. Sin embargo, varios factores posteriores a la
Conquista (enfermedades, carencia de mujeres en Verapaz, necesidad de conseguir el
numerario para el tributo, etcétera) pudieron haber estimulado el pequeño comercio, que
no era quizás tan activo o tan libre en la época prehispánica. Lawrence Feldman
reconstruyó varias rutas comerciales importantes, que alcanzaban la región de
Tezulutlán hacia 1600. Aunque es evidente que el cruce principal de las rutas sur-norte
(por Rabinal) y oeste-este (por el Polochic) se localizaba en el sector pokomchí de
Cagcoh Tactic-Tamahú (Ilustración 293), se nota que no había salida posible hacia el
norte, lo cual restaba importancia comercial a estas regiones. En el momento del
contacto, si bien existía una ruta de Cahabón a Yucatán, a través de los territorios
manché y mopán (los kekchíes comerciaban con los manchés-choles), de ninguna
manera ésta constituía una vía comercial importante. Aun el valle del Polochic, con
conexión directa hacia el mar, no podía competir con la vía del Motagua, controlada, en
parte, por los pokomames y chortís de Valil.

A manera de síntesis, resulta lógico considerar que los pokomchíes fueran comerciantes,
ya que ocupaban valles fluviales importantes y aprovechaban sus contactos lingüísticos
y étnicos con los pokomames del Motagua, los del sur y del este; mientras que la
producción de los kekchíes permitía a éstos disponer de excedentes, ya que gozaban de
grandes extensiones cultivables en el norte y el oriente.

Conclusiones
En este breve panorama etnohistórico de las etnias kekchí y pokomchí alrededor de
1540, se ha puesto énfasis en los aspectos territorial, sociopolítico y económico, y se
han dejado al margen los fenómenos de índole ideológica, como la religión, la
mitología, los conocimientos calendáricos, las concepciones cosmogónicas. Estos
aspectos han sido poco estudiados en las crónicas y relaciones tempranas, y no se
conoce, a la fecha, ningún texto kekchí o pokomchí de carácter prehispánico,
comparable al Popol Vuh de los quichés. La información disponible en la actualidad se
limita todavía al resultado de algunas breves encuestas etnológicas. Queda mucho por
investigar en estas regiones de los confines entre las Tierras Altas y las Tierras Bajas.
Para concluir, puede ser oportuno recordar que la aserción, bastante común, según la
cual, tanto los pokomchíes y los pokomames como los kekchíes emigraron de un
mitológico o histórico oriente mexicano hacia el Altiplano de Guatemala, durante el
Postclásico, no se fundamenta más que en textos quichés o cakchiqueles, los que, por
cierto, no mencionan a estas dos etnias entre aquellos posibles migrantes. Sin embargo,
es teóricamente factible que auténticas crónicas kekchíes y pokomchíes, desconocidas a
la fecha, pudieran reclamar similar origen 'mexicano', para los mismos fines de
legitimidad política que perseguían los quichés y cakchiqueles. De todas maneras, pese
a las inevitables reservas consiguientes, no hay duda de que los kekchíes y pokomchíes
ocupaban las regiones de Tezulutlán, quizás desde el Preclásico.
WILLIAM R. FOWLER, JR.

Los Pipiles

Este ensayo trata de presentar un resumen de la cultura pipil en Guatemala y El


Salvador en la época de la conquista española. Los pipiles fueron grupos de lengua
náhuat cuyos antepasados se trasladaron de México a Centro América en una serie de
migraciones realizadas del siglo X al XIII. En la época de la Conquista se encontraban
grupos de lengua náhuat en todos los actuales países de Centro América, pero los pipiles
habitaron, en su mayoría, la zona del sudeste de Guatemala y las regiones occidental y
central de El Salvador (Ilustraciones 296 y 297). Lyle Campbell estima que unos 2,000
hablantes del náhuat viven ahora en el occidente de El Salvador.

Las Migraciones
Desde mediados del siglo pasado los estudiosos han abordado el problema de la
reconstrucción histórica de las migraciones pipiles. Estos intentos tempranos de resolver
dicho problema se basaron principalmente en los datos históricos y lingüísticos, pero
estuvieron limitados por la falta de datos arqueológicos pertinentes. Posteriormente,
después de lograr un entendimiento básico de las secuencias culturales prehispánicas de
la Costa Sur de Guatemala y de El Salvador, los especialistas pudieron sugerir
reconstrucciones especulativas de las migraciones que vincularon la Arqueología de
México con la de Centro América. Sin embargo, los datos arqueológicos en que se
basaron estos esquemas fueron poco precisos. Aunque es indudable que las migraciones
ocurrieron, hay que admitir que aún se sabe muy poco sobre los desplazamientos de los
pipiles.

El siguiente resumen se basa en una correlación de datos históricos, lingüísticos y


arqueológicos, los cuales se han presentado en detalle en otra parte. Hay que hacer
hincapié en que todavía faltan muchos datos necesarios para desenredar el complejo
problema planteado.

La gran metrópoli de Teotihuacan, en el altiplano central de México, obviamente tuvo


influencias en el sudeste de Mesoamérica, durante el Período Clásico Medio (400-700
DC), pero los pipiles arribaron a Centro América en una época posterior al auge de
aquella urbe. Por lo tanto, aunque es posible que el colapso de Teotihuacan causara
movimientos de grupos de lengua náhuat, es muy dudoso que éstos hubieran podido
llegar a Centro América, como mantuvieron Stephan F. de Borhegyi y Wigberto
Jiménez Moreno. Es preciso mencionar también que ni siquiera se ha demostrado que se
habló el náhuat en Teotihuacan durante el Clásico. Los intentos de vincular a los pipiles
con Teotihuacan son, pues, engañosos. Al contrario de muchas aseveraciones, la cultura
o estilo artístico de Santa Lucía Cotzumalguapa, del Clásico Tardío (700-900 DC,
Ilustraciones 80-84), no tiene nada que ver con los pipiles. Este error tuvo su origen en
el hecho de que Cotzumalguapa fue una zona predominantemente pipil en la época
colonial. Los elementos iconográficos de la escultura de Cotzumalguapa sí reflejan
influencias del altiplano central y de la Costa del Golfo de México, pero no hay
evidencia convincente sobre una afiliación náhuat de Cotzumalguapa. Lo más probable
es que fueran los pipiles quienes causaron la caída final de la cultura Cotzumalguapa,
alrededor del 900 DC.

Las primeras migraciones pipiles que llegaron a Centro América deben fecharse en el
Postclásico Temprano (900-1200 DC), y estuvieron íntimamente vinculadas al pueblo
tolteca en México. Durante la primera parte de ese período se produjeron asentamientos
en El Salvador, como Cihuatán y Santa María, en la cuenca de El Paraíso o región
Cerrón Grande, los cuales tienen un complejo cultural fuertemente asociado con el de
Tula, Hidalgo, durante la Fase Tollan. Otros sitios de El Salvador, como Tacuscalco,
cerca de Izalco; Punta Las Conchas, en la orilla del Lago de Güija; Cerro de Ulata, en la
costa del Bálsamo; y Loma China, en la región del embalse de San Lorenzo, muestran
complejos culturales relacionados, que indican plena participación en el mundo de los
toltecas. Se trata de una invasión o una serie de invasiones a las regiones central y
occidental de El Salvador por grupos de lengua náhuat. Las migraciones se iniciaron en
el altiplano central de México, y pasaron por la Costa del Golfo de México y el Istmo de
Tehuantepec. Después de establecerse en El Salvador, los pipiles mantuvieron los nexos
comerciales con México y Yucatán.

Es preciso señalar que no hay ningún indicio, en la Costa Sur de Guatemala, de


presencia pipil durante el Postclásico Temprano. Los reconocimientos intensivos y
extensivos realizados por Frederick J. Bove en la zona de Escuintla, han hallado poca
evidencia de ocupación de la región durante dicho período. Aparentemente, después de
un colapso de la población, al final del Clásico, esta zona estuvo despoblada hasta el
Postclásico Tardío.

Si se toma en cuenta la ausencia general de asentamientos en la Costa Sur de


Guatemala, durante el Postclásico Temprano, el mero hecho de que Itzcuintepec
(Escuintla) fuera un centro pipil importante en la época de la Conquista, indica que las
migraciones pipiles continuaron durante el Postclásico Tardío (1200-1524). Un posible
sitio pipil de esa zona, asentado durante dicho período, es Carolina, en el sur de La
Gomera. Los pueblos pipiles de Guatemala conocidos históricamente, como San Miguel
Teguantepeque, Santa Ana Mixtán, San Juan Mixtán, Texcuaco, y Masagua,
probablemente fueron establecidos también durante la última etapa de migraciones
pipiles a Centro América (Ilustración 296).

Aunque se suele decir que la 'diáspora' de los toltecas, a mediados del siglo XIII,
provocó la última serie de migraciones pipiles, y especialmente la llegada de los pipiles
nonoalcas a El Salvador, se carece de la evidencia arqueológica que confirme la
migración de los nonoalcas a Centro América. La principal evidencia que apoya esta
tradición es de naturaleza toponímica y consiste de algunos paralelos llamativos entre la
región nonohualca de Puebla, México, y las zonas central y occidental de El Salvador.
Aunque estos paralelos son intrigantes, es igualmente posible que los antecesores de los
grupos pipiles que los españoles encontraron en El Salvador, en el siglo XVI, hubieran
estado allí desde el Postclásico Temprano. Sin embargo, no se descarta la posibilidad de
que los nonoalcas penetraran en territorio de El Salvador en el siglo XIII. Es posible que
Cuscatlán, uno de los 'Estados' más poderosos en la periferia sudeste de Mesoamérica,
fuera un centro nonoalca. En su reconocimiento de la zona del Antiguo Cuscatlán,
probablemente la verdadera ubicación de Cuscatlán, Paul Amaroli encontró restos de
asentamientos fechados en el contexto del Postclásico Tardío, pero ninguna evidencia
de ocupación durante el período anterior.

Estructura Social
El siguiente resumen de la estructura social de los pipiles se basa en los datos
etnohistóricos presentados por William R. Fowler, Jr. Las fuentes principales son
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán y Diego García de Palacio.

La sociedad pipil se dividía en tres estamentos o estratos: nobles, plebeyos y esclavos.


La afiliación a cada uno era por lo general hereditaria, pero los cargos de alto rango
requerían confirmación. Era posible la movilidad ascendente a través de la realización
de hazañas guerreras: un plebeyo podía distinguirse en la guerra y lograr la condición de
noble. Los nobles tenían altos puestos políticos o religiosos. Fueron caciques, miembros
del tatoque (consejo), capitanes de guerra y sacerdotes. Los plebeyos eran agricultores,
cazadores, pescadores, soldados, comerciantes y artesanos. A los esclavos,
generalmente cautivos de guerra, se les usaba como mano de obra, y a menudo fueron
víctimas de sacrificio.

Los linajes nobles eran un rasgo importante de la estructura social de los pipiles. El
mismo nombre pipil, del náhuat pipiltin, plural de pilli (noble), debe entenderse como
una referencia a los linajes nobles. Tal como en el centro de México, los linajes nobles
de los pipiles tenían funciones económicas y políticas que desempeñaban un papel
esencial en la estratificación social. El jefe titular controlaba las tierras del linaje como
propiedad corporativa, las cuales distribuía entre los nobles y plebeyos que dependían
de él a cambio de tributo y servicio personal.

Parece que en muchos casos los linajes nobles entre los pipiles coincidían con los
calpultin. El término calpulli tenía muchos significados entre los antiguos pueblos
mexicanos. Generalmente un calpulli era una unidad político administrativa de tamaño
variable, que no necesariamente estaba asociada al parentesco. En la región
toltecachichimeca de Cuauhtinchan, en el valle de Puebla, el calpulli fue un tipo
específico de unidad social que tenía tierras en común, que estaba estratificado
internamente de acuerdo con el parentesco y era dirigido por un señor mayor del linaje.

Una situación semejante parece haber prevalecido entre los pipiles. El pueblo de
Caluco, El Salvador, por ejemplo, estaba dividido entre cinco calpultin, cada uno con su
propio cacique o cabeza titular. Casi todas las familias nucleares tenían huertas de
cacao, que probablemente se les habían asignado antes de la Conquista en el contexto
del calpulli.

Nivel de Organización Política


Los conquistadores españoles encontraron en Guatemala una serie de sociedades
indígenas basadas en la producción de un excedente económico. De acuerdo con la
terminología de Elman Service, se podrían llamar 'cacicazgos' a algunas sociedades
pipiles de Guatemala, mientras que sería, quizás, más apropiado, referirse a otras
unidades políticas pipiles, especialmente a Cuscatlán, como Estados. Kalervo Oberg
talvez los hubiera llamado a todos 'cacicazgos organizados políticamente'. Lo que hace
difícil la asignación de estas sociedades a una u otra casilla evolutiva, es el hecho de que
representan un rango continuo de variabilidad de la complejidad cultural, en lugar de los
tipos ideales de las clasificaciones etnológicas.

Según Robert Carneiro, tres criterios mínimos distinguen los Estados de los cacicazgos.
Los primeros tienen el poder de reclutar para la guerra y las obras públicas, imponer y
cobrar tributos, y decretar y hacer cumplir las leyes. Kent Flannery está de acuerdo:
'...mientras los ciudadanos individuales deben abstenerse de la violencia, el Estado
puede trabar la guerra; también puede reclutar soldados, recaudar impuestos, y exigir
impuestos'. Los cacicazgos organizaban los ejércitos y los proyectos de trabajo comunal
por medio del parentesco, pero no podían reclutar guerreros y trabajadores. Los
caciques recibían el tributo, pero no tenían el poder político o militar de recaudar
impuestos. Por ende, los cacicazgos no tenían leyes, ni los medios de fuerza
institucionalizada para que éstas entraran en vigor, en caso de existir.

Principalmente, a partir del estudio de los datos de Fuentes y Guzmán, de acuerdo


también con algunas fuentes históricas del siglo XVI, como Pedro de Alvarado, Diego
García de Palacio, y de algunos documentos de archivos, como la Relación Marroquín,
las tasaciones de tributos de Alonso López de Cerrato y ciertas 'probanzas de méritos y
servicios' de los conquistadores, que proporcionan retazos de datos sugestivos, puede
llegarse a la conclusión de que las unidades políticas pipiles de Itzcuintepec, Jalpatagua,
Mita, Izalco y Cuscatlán satisfacen los criterios para clasificárseles como Estados.

Economía Política
Se les clasifique como integrantes de cacicazgos o de Estados, los pipiles antiguos
tenían un modo tributario de producción. Los datos tampoco son claros ni abundantes,
pero se puede suponer que la capacidad de pagar el tributo a los españoles, en la época
colonial inicial, inmediatamente después de la Conquista, refleja una economía
tributaria prehispánica. Después de la pacificación de la región, los pueblos pipiles
pagaron tributo a sus encomenderos en cacao, algodón, mantas, maíz, chile, frijoles,
miel, pescado y sal.

La élite gobernante controlaba el uso de la tierra. Los linajes nobles (que, como ya se
dijo, muchas veces coincidían con los calpultin) sirvieron como la institución de
tenencia de la tierra. Era privilegio del soberano asignar el uso de la tierra comunal a los
jefes de linajes. Cada uno de éstos tenía sus plebeyos y esclavos para trabajar las tierras.

El intercambio regional e interregional fue sumamente importante entre los pipiles.


Extrapolando datos de documentos tales como la Relación Marroquín, de 1532, y las
tasaciones de tributos de Alonso López de Cerrato, de 1548-1551, se pueden obtener
patrones regionales de una producción especializada que podía haber sido un estímulo
fuerte para el intercambio. Por ejemplo, algunos pueblos de la provincia de Cuscatlán,
como Cojutepeque, Cuscatlán y Ateos, fueron importantes por su producción de maíz, y
algunos de ellos cultivaban el maíz para cambiarlo por otros productos. Otro cultivo
muy destacado en los pueblos de Cuscatlán fue el algodón. En comparación con
Cuscatlán, en las provincias de Izalco y Escuintla se producía relativamente poco maíz y
algodón. Pero los pueblos de estas provincias se especializaban en cacao. Es interesante
observar que en 1549 los pueblos de Izalco (15 encomiendas) pagaron 3,700 xiquipiles
(32,190 kg) de cacao y los de Escuintla (19 encomiendas) 1,595 xiquipiles (13,877 kg),
mientras los de San Salvador (86 encomiendas) pagaron solamente 739 xiquipiles
(6,429 kg). Un xiquipil equivalía a 8,000 granos de cacao, y tres xiquipiles conformaban
una carga, o aproximadamente 50 libras. Los pueblos de la provincia de Izalco que
pagaron el tributo más alto en cacao fueron Izalco, Caluco, Naolingo y Tacuscalco.

Con respecto al comercio interregional, se puede especular, con las reservas


consiguientes, que en el Postclásico Tardío los pipiles de Cuscatlán producían un
excedente de algodón, el cual, junto con tejidos, como mantas y toldillos, se cambiaban
con los pipiles de Izalco y Escuintla para obtener cacao. Otros productos comerciales,
como la sal y el pescado seco, también demuestran patrones de producción
especializada regional, y talvez eran llevados por mercaderes de una provincia a otra.

Religión
Como en el caso de la estructura sociopolítica, la religión pipil muestra muchas
semejanzas con la de los aztecas (Ilustración 298). Los pipiles tenían un sacerdocio
especializado, que consistía de varios rangos. Según García de Palacio, los pipiles de
Mita tenían un 'papa' (sacerdote supremo) que llamaban tecti (teucti, equivalente al
azteca teuctli), quien usaba una vestidura azul y un tocado con plumas de quetzal. El
sacerdote segundo tenía el titulo tehuamatlini, y era 'el mayor hechicero y letrado en sus
libros'. Cuatro sacerdotes auxiliares, a los que se referían como teupixqui, ayudaban en
las ceremonias. Cada uno de ellos llevaba una vestidura de color distinto: negro, rojo,
verde o amarillo. Además, tenían un 'mayordomo', que se encargaba de los sacrificios.

Los sacerdotes vivían en templos llamados teupas (teupan). Según García de Palacio, el
templo mayor estaba junto a la residencia del sacerdote supremo. La Arqueología
comprueba esta asociación. La excavación del centro pipil postclásico temprano de
Cihuatán, El Salvador, reveló una asociación espacial entre el principal montículo, que
fue la subestructura del templo mayor (Estructura P-7), y un recinto residencial de la
aristocracia (el Patio Sudeste), que posiblemente funcionaba como un palacio para el
sacerdote y sus dependientes.

Los dioses que adoraban los pipiles eran muy semejantes a los de los otros pueblos
nahuas de Mesoamérica. García de Palacio mencionó a dos de ellos: Quetzalcoatl e
Itzqueye. El segundo era una diosa madre que tenía su origen en la Costa del Golfo.
García de Palacio también mencionó que los pipiles de Mita tenían un 'ídolo... señalado
para la caza y pesca', probablemente Mixcoat. La Arqueología indica que Tláloc (o
Quiateot) y Xipe Tótec también eran dioses de mucha importancia entre los pipiles. Las
representaciones de Tláloc son comunes en piezas de cerámica con efigies (Ilustración
299), y en decoración modelada en incensarios grandes hallados en Cihuatán y otros
sitios. Xipe Tótec aparece en cerámica, con efigies de tamaño natural, encontradas en
Chalchuapa, el Lago de Güija, y Cihuatán. Son casi idénticas a las efigies de Xipe Tótec
encontradas en el altiplano de México y fechadas en el Horizonte Mazapan, o sea, la
época de los toltecas.

Los pipiles tenían un calendario casi idéntico al de los aztecas, con el tonalpohualli de
260 días y el xihuitl de 365 días. Cada día se identificaba con un número y un símbolo.
La tabla de calendario que ilustró Fuentes y Guzmán muestra los glifos para los
símbolos calli (casa), cuat (serpiente), suchit (flor), y posiblemente acat (caña) y tecpat
(cuchillo de pedernal).

Con respecto al sacrificio humano, García de Palacio informó que los pipiles, de Mita,
tenían dos tipos de ritos de sacrificio, cuya práctica dependía de que la víctima fuera de
carácter doméstico o cautivo de guerra. Las víctimas domésticas eran hijos bastardos, de
6 a 12 años de edad, a quienes se sacrificaba dos veces al año: uno al principio del
invierno y el otro al inicio del verano. Estas ceremonias probablemente marcaban los
solsticios, y tenían un carácter muy secreto, pues sólo las observaban los gobernantes y
los indios principales. Los cautivos de guerra eran sacrificados en público, con
ceremonias de danza que duraban de 5 a 15 días.

Conclusiones
Es lamentable que los pipiles hayan sido casi olvidados en las investigaciones sobre la
prehistoria e historia de Guatemala. Por lo general, se mencionan simplemente como un
pueblo extinguido del que se sabe muy poco. El nacionalismo guatemalteco se identifica
más con lo maya, y, por lo tanto, los estudios sobre los pipiles han sido relegados a un
segundo plano.

En El Salvador, el patrimonio pipil ha sido reconocido y aceptado más ampliamente,


pero la investigación sobre ese pueblo se ha hecho difícil porque no se ha aplicado una
metodología adecuada que combine los métodos de la Historia con los de la
Arqueología científica. Los arqueólogos no trabajan directamente con los datos
históricos, y los historiadores no tienen conocimiento directo de los datos
arqueológicos. Mientras perdure tal situación, los avances en el conocimiento de los
pipiles antiguos serán lentos. El mismo argumento se aplica a todos los pueblos
protohistóricos del Nuevo Mundo. Lo que hace falta es un diseño de investigación
integrado, que combine los dos campos citados, para poder formular mejor las
cuestiones que merecen ser investigadas y llegar a conclusiones mejor fundamentadas.
Tal acercamiento es más costoso en términos de tiempo y de fondos para la
investigación, pero no hay duda de que los resultados que se obtienen justifican tales
inversiones.
MARION POPENOE DE HATCH

Balance

La Arqueología representa un largo viaje a lo largo del tiempo y en pos de los pasos del
hombre. Como todas las exploraciones por regiones ignotas, en algunas de sus partes la
jornada atraviesa campos claros y abiertos, en tanto que en otras se esconde en túneles
oscuros, llenos de figuras de perfiles difusos que se diluyen incluso al tacto y a la
apreciación más avezados. La presente Historia General de Guatemala es una de tales
expediciones por los reinos de lo humano, extendidos hasta la confluencia del Viejo y el
Nuevo Mundos. En la óptica occidental esta particular expedición reproduce sin duda
un fenómeno lineal, como el movimiento intenso de una flecha que rompe el tiempo
hacia el futuro. Empero, acaso sea más apropiado adoptar la percepción maya de un
tiempo cíclico, en el cual el fin se funde con el principio. Un tiempo que, aplicado a la
experiencia humana, es una serie intrincada, compacta, sin intersticios, de instantes
culturales que se ajustan, se reproducen, pero que recorren inexorablemente los mismos
espacios. En la experiencia humana, por lo tanto, no hay solución de continuidad entre
un momento cultural y el que le precede y le da origen.

En la presente sección, en consecuencia, se ha tratado de guiar al lector a lo largo de


caminos diferentes, a fin de cubrir la intrincada materia de la evolución cultural
prehispánica en Guatemala. En el inicio del viaje, era apropiado presentar y aclarar
ciertos conceptos arqueológicos básicos. El siguiente paso consistió en guiar al lector a
través de la secuencia cronológica de los acontecimientos que se sucedieron en las
distintas regiones de Guatemala. En vista de la gran cantidad de información
actualmente disponible, esta sección fue necesariamente la más larga y constituye el
marco para el entendimiento de temas más específicos: tecnología, organización
sociopolítica, religión, escritura y las artes. La sección final se concentra en el análisis
de los grupos lingüísticos mayoritarios que en el presente existen en Guatemala.

Limitaciones de la Investigación Arqueológica Actual


La limitación de espacio ha sido uno de los obstáculos más serios en la compilación de
información en esta sección; en efecto, fue necesario restringir los artículos a aquellos
aspectos que concernían directamente a los desarrollos culturales de la época
precolombina en Guatemala. Dentro de tales límites, sólo se pudieron tratar
superficialmente las áreas adyacentes de Chiapas, Yucatán, El Salvador y Honduras,
cuyo desarrollo cultural se relacionó íntimamente con el de Guatemala. De forma
similar, en el campo de la tecnología no se incluyeron varios tópicos importantes, como
la agricultura del Altiplano, la tejeduría y la cestería, pues se nota falta de conservación
en la Arqueología y de información respecto de las técnicas y materiales antiguos.
Existen innumerables temas adicionales que podrían y deberían haberse incluido, pero
ellos deben esperar una futura publicación. La condensación necesaria de los temas hizo
imposible cubrir cada uno de ellos adecuadamente, pero el objetivo de esta sección es el
de presentar una panorámica que provea los cimientos que permitan escribir nuevos
artículos y que cada tema se desarrolle mejor cada vez y con mayor detalle.

Asimismo, debe enfatizarse que, aun cuando se han hecho grandes avances en la
investigación arqueológica de Guatemala durante los pasados 50 años, ello constituye
un desarrollo comparativamente reciente en términos de una disciplina profesional. En
comparación con Europa y Norteamérica, la información disponible para los análisis
correspondientes es mínima. La necesidad de obtener más datos es crítica, y diariamente
el problema empeora conforme las ciudades crecen y se dispersan, la agricultura se
intensifica y el saqueo destruye evidencias importantes. Hasta hace pocos años, mucha
de la investigación arqueológica en Guatemala se concentraba principalmente en los
sitios mayas clásicos de Petén. En el Altiplano y en la Costa Sur, la secuencia de los
acontecimientos sólo está empezando a emerger, por lo que el registro de su desarrollo
cultural permanece nebuloso. En otras partes del país, las investigaciones han sido
esporádicas y dispersas, a menudo realizadas por proyectos de muy corto plazo. Por
ejemplo, en Oriente, Alta Verapaz, el Altiplano noroccidental, y en grandes áreas del
noroeste de Petén, la Arqueología permanece virtualmente desconocida.

Respecto de la interpretación proporcionada por las investigaciones arqueológicas,


persisten muchas diferencias de opinión importantes. Hay contradicciones en los datos,
y a menudo varían las definiciones de los términos. No sólo existe desacuerdo respecto
del nivel de complejidad sociopolítica alcanzada por las comunidades de todas las áreas
de Guatemala en las distintas fases, sino también en cuanto a la organización estructural
de las diferentes unidades políticas. Todavía no se entiende bien las relaciones de los
olmecas, teotihuacanos y toltecas con las poblaciones locales de Guatemala. El 'colapso'
maya clásico continúa siendo un tema controversial; y del Período Postclásico
Temprano, que le sigue inmediatamente, existe muy poca información que aclare los
cambios producidos por dicho 'colapso'. El Período Postclásico Tardío ha sido afectado
por los intentos de forzar los datos con lo que está registrado en los documentos
etnohistóricos, en donde frecuentemente la tradición oral confunde los eventos
anteriores con los posteriores, los hechos históricos con los míticos, y el sentido del
tiempo tiende a ser condensado.

En la metodología arqueológica hay un enfoque reciente que consiste en usar modelos


para explicar el proceso cultural y las tendencias del desarrollo. Los modelos
relacionados con la Teoría de Sistemas (cibernéticos) son especialmente prometedores
para diseñar hipótesis y marcos predictivos. Este enfoque intenta tratar las culturas
como unidades integradas en un todo, en las cuales la tecnología y la cultura material, la
religión y la ideología, la economía y la estructura sociopolítica, son subsistemas que
interactúan dentro de un marco total. Sin embargo, los modelos sólo pueden formularse
cuando existen suficientes datos que indiquen si son válidos o no. En Guatemala, como
se indicó antes, la necesidad de obtener más información arqueológica es apremiante y
la que existe actualmente es inadecuada para probar o desaprobar varios modelos,
muchos de los cuales han sido empleados con éxito en Europa, el Cercano Oriente y
América del Norte. En Guatemala, la falta de información representa una situación
similar a la que se enfrentaría al tratar de determinar las dimensiones de un edificio
antiguo, utilizando sólo como evidencia la huella de un hoyo de poste.

La información arqueológica sólo puede provenir de proyectos de investigación y éstos


requieren fondos. Las circunstancias económicas en las que Guatemala lucha por
sobrevivir, significan que no se dispone de financiamiento adecuado para el trabajo
arqueológico. Otra complicación es la que se refiere al crecimiento de la población y la
expansión urbana concomitante, que con la construcción a gran escala destruye
progresivamente los sitios arqueológicos. Sin embargo, se ha tenido algún éxito en
proyectos recientes, donde el gobierno, la empresa privada y las universidades han
cooperado para realizar trabajos de salvamento. Las empresas privadas han podido
financiar las investigaciones que cuentan con la autorización gubernamental para
excavar el área, permitiendo obtener información arqueológica. Hay que admitir que
para cada participante existen algunas desventajas, tales como gastos adicionales para la
empresa y la pérdida de restos arqueológicos físicos. No obstante, el beneficio radica en
salvar la información, para preservarla con el resto de los datos, y analizarla y publicarla
a fin de que permanezca como una contribución a los materiales educativos
relacionados con el patrimonio cultural.

El optimismo respecto del futuro de la Arqueología se basa en el hecho de que la


metodología cambia y mejora con el tiempo; continuamente se están diseñando nuevas
técnicas para obtener más información de los sitios y de los materiales. Conforme las
investigaciones arqueológicas revelen más información, habrá que presentar nuevas
interpretaciones y revisar las anteriores. Cada detalle nuevo contribuirá a llenar los
vacíos en el conocimiento del pasado y ayudará a reconstruir la herencia cultural de
Guatemala.

El Problema del Saqueo


El desenfrenado saqueo de los sitios arqueológicos es un serio obstáculo en el avance de
la Arqueología en Guatemala. La tragedia de esta práctica infortunada radica en el
hecho de que cuando un artefacto ha sido removido de su contexto arqueológico, por
ejemplo, debajo del piso de una casa, el relleno de una construcción, un 'basurero,' entre
otros, se pierde la posibilidad de que provea al investigador la necesaria información
arqueológica. Los sitios arqueológicos son saqueados porque existen coleccionistas que
pagan altos precios por los objetos, pero en el proceso en que éstos son removidos de su
contexto, sin notas, dibujos ni fotografías, se pierde todo su valor para entender el
pasado. Se carecerá para siempre de toda la evidencia respecto de la procedencia exacta
(lugar del sitio y profundidad en la que el objeto se encontraba debajo de la tierra), de su
asociación con estructuras y otros artefactos, del uso que se daba al objeto, etcétera.

Una manera de desalentar el saqueo es convencer a los coleccionistas sobre el daño


irreparable que ocasionan indirectamente al comprar objetos obtenidos ilegalmente.
Otra forma sería la de promover la formación de museos rurales adecuados, o 'casas de
la cultura', que puedan albergar objetos arqueológicos que provean información a
personas interesadas, que inspiren orgullo a la comunidad, y que ayuden a la formación
de una conciencia cultural nacional. En esta dirección ya se ha logrado un avance
sustancial, pues en algunas localidades se están fundando museos pequeños que se
conocen como 'Casas de la Cultura' o 'Amigos de la Arqueología'. Lo ideal sería que los
materiales recuperados científicamente por los proyectos profesionales de Arqueología
se exhibieran en la localidad en donde se extrajeron. Es posible que si en esos lugares
pudieran obtener los recursos requeridos y suficiente financiamiento para mantener los
objetos en condiciones apropiadas, ello podría prevenir que engrosaran las colecciones
privadas y se estimularían las donaciones de las que ya existen en los museos. La
esperanza radica en promover motivos altruistas para la educación pública, para atraer
turismo a zonas periféricas, y para mejorar en general a las comunidades.

Resumen y Comentarios Finales


Las investigaciones arqueológicas hasta ahora realizadas revelan que el registro cultural
de la Guatemala precolombina fue largo y tortuoso, a menudo interrumpido por
obstáculos o encrucijadas que llevaron a nuevas direcciones de cambio y a crecimientos
mayores. Aproximadamente, 8,000 años precedieron a la vida sedentaria en aldeas, la
cual se convirtió en el modo general de vida entre 2000 y 1000 AC. Para entonces ya
estaban presentes los rasgos que caracterizaron a la cultura mesoamericana: subsistencia
basada en maíz, frijol y calabaza; tecnología lítica y cerámica; religión e ideología que
involucran a fuerzas naturales personificadas; templos y estructuras construidos
alrededor de plazas; y sociedades con estratificaciones basadas en el linaje y en la
descendencia directa. La Costa Sur y el Altiplano de Guatemala pueden tener algunos
de los ejemplos más antiguos de tales rasgos, pero en Petén, en el Preclásico Medio, se
desarrollaron patrones similares. La dispersión de la influencia olmeca provee, al menos
en el área de la Costa Sur, la primera evidencia clara de comunicación e intercambio a
larga distancia, tanto en relación con bienes materiales como en cuanto a conceptos
ideológicos. A lo largo del Período Preclásico se produjo una tendencia hacia el
crecimiento estable de la población, la intensificación de la agricultura, el aumento de la
arquitectura pública grandiosa y la expresión religiosa en esculturas. Los bienes
importados adquiridos por medio del comercio se convirtieron en símbolos de nivel
alto, pero por lo general los gobernantes parecen haber tenido atributos divinos, lo que
indica que la organización sociopolítica era principalmente teocrática.

Conforme el Período Preclásico llegaba a su final, se presentaron transformaciones


radicales, cambios de poder, movimientos de población y variaciones en las
orientaciones comerciales. Parece que hubo algún tipo de 'colapso' o crisis que se
extendió por una amplia región, pero la recuperación fue bastante rápida, especialmente
en la región de Petén, donde pronto florecieron de nuevo. La continuación del énfasis en
los templos con simbolismo religioso y mitológico sugiere que los gobernantes
continuaron asociados con cualidades sobrenaturales. La adopción de los símbolos y
estilos teotihuacanos constituye la segunda etapa de relaciones a larga distancia, que
involucró un amplio intercambio de bienes materiales y conceptos ideológicos que
provenían del valle de México.

En toda Guatemala, el final del Período Clásico Temprano fue nuevamente un momento
de reorganización y de caída de la anterior estructura sociopolítica. La tendencia general
que se observó durante el Clásico Tardío, la cual se refleja en los estilos arquitectónicos
y en la expresión artística, revela un mayor énfasis en temas seculares. Los estilos
cerámicos muestran una regionalización cada vez mayor, y parece haberse desarrollado
más competencia entre los centros. En Petén, la escultura tuvo una naturaleza menos
religiosa, muestra gobernantes ataviados como guerreros y los textos adjuntos enfatizan
sus conexiones dinásticas y su derecho a gobernar. En el Altiplano, el patrón de
asentamiento en Kaminaljuyú sugiere su descentralización. Existen indicios de que se
debilitaron o se interrumpieron sus nexos con el área noroeste, en los actuales
Departamentos de Quiché y Quetzaltenango. La situación en la Costa Sur no está clara
pero, en general, en esta región el Clásico Tardío parece haber sido un período durante
el cual se estaban desarrollando capitales locales poderosas.

El último 'colapso', que ocurrió después del 800 DC, fue muy amplio y aparentemente
tan drástico que los habitantes abandonaron la mayoría de los centros y todavía no se
habían recuperado cuando llegaron los españoles. Petén, el valle de Guatemala y la
Costa Sur sufrieron cambios demográficos y despoblamientos. Por el contrario, en los
Departamentos de Quiché, Quetzaltenango y Huehuetenango se empezaron a formar
nuevos centros de poder. No se conocen bien los procesos sociopolíticos que estaban
ocurriendo, y hay controversia acerca de hasta qué grado los desarrollos fueron
ocasionados por influencias de México, ya sea del área del Golfo o del Valle Central.
Sin embargo, puede que la llamada expansión tolteca comprendiera la tercera etapa de
intervención extranjera en los desarrollos culturales y sociopolíticos. Cualquiera que
haya sido la causa, es claro que el centro quiché (k'iche') de Utatlán empezó a
concentrarse bajo una autoridad política muy centralizada, la que probablemente
alcanzó el nivel de Estado e inició una expansión agresiva por el Altiplano y la Costa
Sur. A fines del Postclásico ese poder centralizado se estaba dividiendo en facciones
locales competitvas, entre las que se intensificó la guerra. Al mismo tiempo, el gran
centro de Tenochtitlan expandía agresivamente sus fronteras en dirección a Guatemala,
en un proceso que fue interrumpido por la conquista española. Este hecho puede haber
obstruido la cuarta etapa de dispersión de influencia extranjera que pudo haber llegado a
Guatemala desde México, y nunca se sabrá hasta qué grado podría haber afectado a los
desarrollos locales.

En la época inmediatamente anterior a la conquista española, los principales centros de


poder político se concentraban en la Península de Yucatán y en el Altiplano de
Guatemala, pero en toda la región maya la autoridad centralizada estaba fragmentada en
una serie de pequeños Estados independientes, que competían constantemente por el
poder, y que frecuentemente estaban en conflicto unos con otros. Cuando los españoles
llegaron a Guatemala encontraron que los principales centros eran prácticamente
inaccesibles, pues se localizaban sobre montañas que les daban ventajas defensivas.
Cuando los terrenos eran menos quebrados, los asentamientos frecuentemente estaban
rodeados por construcciones de defensa, tales como fosos o empalizadas. La tierra
estaba bajo un régimen de propiedad comunal, y era administrada por la nobleza
gobernante. La organización sociopolítica se basaba en el parentesco, y se canalizaba en
varios linajes diferentes que formaban la comunidad. Hasta cierto grado, cada linaje
estaba asociado a una ocupación especializada, y se organizaba de manera jerárquica,
tanto internamente como en relación con los otros grupos de linajes. Las dinastías
gobernantes formaban la élite, los artesanos especializados se ubicaban después y, como
en todas partes, los trabajadores se encontraban abajo en la escala social. Los guerreros
probablemente se reclutaban en todos los grupos, pero es posible que la guerra se
limitara a escaramuzas, o bien a la captura de un gobernante o de algunos prisioneros
que se destinaban al sacrificio o a la esclavitud. Las alianzas, a menudo acompañadas
por el intercambio de cónyuges, continuaron funcionando para mantener la cooperación
y las relaciones comerciales entre los centros. Sin embargo, la tecnología y las tácticas
bélicas introducidas por los españoles, la conversión y subyugación total a una religión
diametralmente nueva, todo ello resultó por completo ajeno a las tradiciones históricas
de los pueblos nativos.
La llegada de Pedro de Alvarado y su ejército a Guatemala, en 1524, produjo el abrupto
final de un largo pasado arqueológico. La victoria de los españoles, que resultó sobre
todo de su superioridad en la tecnología bélica y de la introducción de enfermedades
nuevas, alteró drásticamente la dirección de la evolución cultural indígena. La vida en la
Guatemala de hoy continúa siendo afectada por historias culturales totalmente distintas,
por los conceptos ideológicos y por las percepciones del mundo de dos civilizaciones
que diferían radicalmente.

La Arqueología de Guatemala refleja patrones similares a la evolución cultural de otras


partes. Al regresar las páginas de la historia humana, se nota que se repitieron los
eventos siguientes: intervalos continuos de crecimiento bajo una autoridad centralizada,
cambio de cacicazgo a Estado o a imperio; trasformación constante de los centros de
poder; alternación del poder centralizado y descentralizado; colapsos o crisis parciales o
finales. La fluctuación demográfica, el deterioro ambiental, la expansión política y la
guerra son factores que siempre estuvieron presentes.

Los arqueólogos sostienen generalmente que no es suficiente concentrarse sólo en la


historia cultural de Guatemala, ya que falta responder a algunas preguntas vitales, como
las siguientes: ¿Qué nivel de complejidad social se tenía durante los diferentes períodos
de evolución cultural? ¿Cuál fue la magnitud del papel que jugaron el crecimiento
demográfico y la sobreexplotación del ambiente? ¿A qué escala se llevó a cabo la
guerra? ¿Aumentó ésta con el paso del tiempo como una forma de resolver conflictos?
¿Eran inevitables las crisis sociopolíticas? ¿Cómo pueden evitarse las crisis? Las
investigaciones del futuro deberán resolver algunas de estas preguntas.

Es evidente que la herencia cultural de Guatemala necesita preservarse y que para ello
es necesario su registro arqueológico, no sólo en función del interés nacional sino como
parte importante de la historia de la humanidad en general. El pasado es un espejo del
Hombre universal, que no puede separarse del presente, y el futuro sólo puede
construirse sobre los cimientos de ambos.
ERNESTO CHINCHILLA AGUILAR

Introducción
Esta segunda parte de la Historia General de Guatemala abarca el período comprendido
entre el Descubrimiento de América en 1492 y el fin del siglo XVII, época esta en que
concluyó en España la dinastía de los Austrias y comenzaron las provincias o regiones
de las Indias a perfilar sus propias características, sobre las que habían de fundarse las
nuevas nacionalidades de principios del siglo XIX. Resulta fácil justificar el inicio de la
sección, ya que la inesperada presencia de los europeos en el continente a partir de
1492, y en nuestro territorio desde 1524, supuso claramente la súbita apertura de una
nueva era. Es más difícil justificar su finalización precisamente en 1700. No resultaba
factible tratar la dominación española en un sola sección, por lo que hubo de buscarse la
separación en algún lugar más o menos intermedio. En este caso no se pretende hacer un
corte tajante en el comienzo del siglo XVIII, pero no se puede desestimar una serie de
cambios que se produjeron en el ámbito de la política, así como en otros campos de la
vida social, en parte como resultado de la nueva dinastía establecida en España. Se trata
de transformaciones importantes que marcaron un hito en el tiempo y que permiten una
relativa solución de continuidad en el análisis del proceso colonial.

La llegada de los europeos a América marcó el comienzo de un profundo cambio no


sólo en el continente descubierto, sino en todo el orbe. A partir de 1492 se fue
ampliando el conocimiento de la única masa continental que había permanecido más o
menos aislada del resto del planeta. Ello implicó, además del inmediato contacto
trasatlántico, que llevó las especies biológicas de una a otra orilla, la comunicación de
América con Asia a través del Pacífico. Poco a poco todas las partes más alejadas de la
Tierra perdieron su aislamiento, y se fue conformando una unidad planetaria con los
correspondientes intercambios biológicos y culturales.

Para los habitantes del Nuevo Mundo la irrupción europea supuso un profundo impacto
que cambió su ritmo histórico. Fue un auténtico salto sociocultural. Se pusieron en
contacto sociedades que se encontraban en diferentes etapas históricas, y las
dominadoras, las más avanzadas tecnológicamente, impusieron sus condiciones y sus
sistemas de vida. Los procesos generados fueron dolorosos, profundos, destructivos, y a
la vez irreversibles. El propósito fundamental de esta sección es tratar de comprender y
explicar las transformaciones que se produjeron en lo que hoy es Guatemala y territorios
vecinos más relacionados, aquellas que afectaron tanto a los que estaban aquí como a
los que arribaron. Se busca entender lo que sucedió, cuándo, cómo, y por qué, en los
diferentes segmentos integrantes del fenómeno humano total: en el medio físico, en lo
social, en lo económico y en lo cultural.

No fue la primera vez, ni habría de ser la última, en que pueblos más evolucionados
tecnológicamente irrumpieran en regiones habitadas desde tiempos remotos, con los
consiguientes procesos transformadores para los aborígenes. Sin embargo, la apertura de
América fue la más trascendente, por haberse efectuado en un tiempo relativamente
corto, en un continente amplio, habitado por culturas diferentes que en muchos casos no
se conocían mutuamente. Los europeos encontraron a lo largo de América pueblos muy
diversos, en variados estadios evolutivos, con organizaciones sociales y económicas que
iban desde las etapas predominantemente tribales hasta las unidades sociopolíticas que
comenzaban a consolidarse como imperios. Las reacciones de las diferentes sociedades
y las consecuencias de ellas fueron muy variadas. En el caso de Guatemala, que
formaba parte de una región de altas culturas, posteriormente conocida por los
estudiosos como Mesoamérica, las sociedades eran sedentarias y habían desarrollado
unidades políticas, conocidas como señoríos, subdivididas en parcialidades, con
diferenciaciones sociales y sistemas políticos dinámicos, según se analizó en el volumen
anterior.

Mas también para Europa el acceso al Nuevo Mundo significó una enorme
transformación. Marcó la hegemonía de los países atlánticos de Europa, la que habría de
prolongarse hasta la antesala del siglo XX. La riqueza americana financió el desarrollo
europeo y le dio territorios para su expansión demográfica. No se puede concebir el
auge de Europa sin el despegue que supuso el dominio del continente americano. El
orbe se hizo uno, pero controlado por las potencias europeas. Sevilla, por ejemplo, para
citar un caso aislado, una ciudad regional de mediana importancia, con 45,000
habitantes a fines del siglo XV, se convirtió en un centro comercial y político con
130,000 habitantes en poco más de un siglo, y adquirió el rango de urbe internacional.
El mismo fenómeno se repitió en otras ciudades europeas vinculadas al comercio
ultramarino, como Londres, Amsterdam, Amberes, y otras del Mediterráneo.

La presente sección se organizó en la forma común a toda la obra, según se explicó en la


Introducción General, con la excepción la primera sección. Es decir, comprende cuatro
grandes apartados o conjuntos: político, social, económico y cultural, con sus
correspondientes divisiones. Sin embargo, algunas partes resultan peculiares a esta
sección, por el carácter de los temas.

La primera sección ofrece una visión de la España de los siglos XVI y XVII, que se
juzgó pertinente aunque con un carácter introductorio. La obra dedica una parte
completa al estudio del período prehispánico, y de la misma manera no podía prescindir
de un panorama general que permitiera apreciar las características históricas del pueblo
dominador y sus propios procesos evolutivos antes y durante el descubrimiento,
conquista y colonización del Nuevo Mundo. No haber incluido tal sección introductoria
hubiera obligado a formular explicaciones específicas en el tratamiento de fenómenos o
instituciones sociales con antecedentes peninsulares. Ello, aparte de afectar la
continuidad de los temas, hubiera dado lugar a un innecesario énfasis en la historia
española, a expensas de la propia de Guatemala, que es el objetivo medular de toda la
obra.

La sección sobre 'El Descubrimiento y la Conquista' es un punto de partida


indispensable para el análisis de todas las etapas posteriores. Toda la vida social
institucionalizada de los períodos sucesivos estuvo marcada por el hecho particular del
descubrimiento, la conquista y la colonización inicial. Se consideró necesario referirse
separadamente a la presencia de los primeros descubridores y al proceso de conquista de
nuestra región, y se trató de enfatizar en la prolongada duración de esta última, en
contraste con la visión tradicional que se concentra en la expedición de Alvarado. Se
presentan, por lo tanto, diversos ángulos, etapas y alternativas, que a veces incluyeron
esforzada resistencia, como la llamada 'Rebelión Cakchiquel', así como derrotas y
retrocesos. Se puede decir que el proceso de conquista culminó más o menos en la
década de 1540, con la aplicación de las Leyes Nuevas en el Reino, con el
establecimiento de la Audiencia de los Confines, con el definitivo asentamiento de la
ciudad de Santiago en el Valle de Panchoy, etcétera. Dicha etapa afirmó el proceso de
colonización, aunque aún había focos de resistencia indígena y extensas regiones fuera
de todo control político y económico. Tales acontecimientos coincidieron más o menos
con la muerte del Adelantado Pedro de Alvarado. Durante esa década decisiva se
consolidó el poder real, sobre todo por medio de la Audiencia, aunque la autoridad de
ésta sólo se afirmó de manera paulatina.

En el análisis de este ciclo del descubrimiento, exploraciones y conquista, se prestó


particular atención no sólo a los aspectos puramente formales de los principales
acontecimientos, sino a sus consecuencias jurídicas, su significación histórica, política,
social, económica y cultural. Se subraya asimismo que, después de las campañas
iniciales, tanto españoles como indígenas se enfrentaron a un prolongado período de
incertidumbre y natural desajuste, durante el cual se produjeron rebeliones indígenas,
reacciones encubiertas y actitudes de adaptación más o menos espontáneas.

Los hechos históricos aquí tratados ejercieron una poderosa influencia en el desarrollo
del Reino de Guatemala durante el resto de la época colonial y aun después. En esta
etapa se establecieron no sólo las instituciones primeras del dominio colonial, de la
administración política y la transformación cultural, sino también muchas otras
prácticas y patrones de conducta social que el grupo dominador trató de imponer a los
vencidos. Estos, por su parte, iniciaron desde entonces el desarrollo de formas de
resistencia para preservar su cultura, producto de muchos siglos de evolución. Si en
parte lo consiguieron fue penosamente, en forma oculta, disimulada y aprovechando
cierto grado de tolerancia no siempre espontánea del grupo dominante, ya que ésta a
veces obedecía a razones económicas, morales o de simple indiferencia.

La tercera parte, con el título 'Organización del Orden Colonial' (equivalente a la


historia política de las otras secciones), comienza con el tratamiento de las etapas
relativas al desarrollo de la administración territorial y al establecimiento de las
gobernaciones. Estas presentan diferencias que en parte obedecieron a los diversos
orígenes de las expediciones de conquista (organizadas desde México, La Española y
Tierra Firme), así como a la personalidad de cada conquistador, sus méritos o audacia, y
al favor de que éste gozaba en el gobierno español.

A continuación se presenta el estudio de las Leyes Nuevas y del carácter que éstas
imprimieron a la pacificación y organización del Reino de Guatemala, y se realza la
fundación de la Audiencia de los Confines, llamada más tarde de Guatemala. Con las
Leyes Nuevas la Corona española trató de superar la etapa de la Conquista, en la que se
habían tolerado instituciones como la esclavitud y la encomiendarepartimiento, pero que
desde entonces se pretendió suprimir de modo inmediato o pausadamente. La aplicación
de dicho cuerpo legal, por lo tanto, encontró la fuerte oposición y protesta de los
conquistadores, pues ello ponía en peligro la posesión de los indios obtenidos como
esclavos de guerra o por la vía de la encomienda.

Las peticiones de los conquistadores y primeros pobladores no fueron desoídas, aun


cuando las mismas Leyes Nuevas contenían mandatos de difícil aplicación o
vaguedades que permitían evadir su estricto cumplimiento. Aunque la llamada
legislación protectora de los indios debió haberse mantenido en espíritu y forma,
algunos historiadores piensan razonablemente que se llegó incluso a utilizarla como
justificación de nuevas formas de abuso y de otros atropellos contra los indígenas. En el
Reino de Guatemala, la pugna entre los postulados de las Leyes Nuevas y la conducta
real de los conquistadores y sus descendientes alcanzó proporciones especiales por la
presencia de Fray Bartolomé de Las Casas y por su experimento de conquista pacífica
en la Verapaz.

De cualquier modo, la muerte de Pedro de Alvarado y el desastre natural que destruyó la


ciudad de Santiago fueron factores que contribuyeron a que el cumplimiento del nuevo
cuerpo de normas no provocara aquí las expresiones de violencia que se produjeron en
el Perú, y que en la Nueva España estuvieron a punto de traducirse en una insurrección
general durante la época de Martín Cortés, hijo del Conquistador. En el Reino de
Guatemala la actitud de rechazo a las Leyes Nuevas tuvo su manifestación más
relevante en la rebelión de los Contreras, en la Provincia de Nicaragua, con el saldo
trágico de la muerte de varias personas notables, como el propio Obispo Antonio de
Valdivieso.

La sección sobre el orden colonial aborda la posterior organización del territorio de la


Audiencia o Reino de Guatemala, con gobernaciones, alcaldías mayores y
corregimientos, subordinados todos al Presidente de la Audiencia, Gobernador y
Capitán General. Dicha organización incluyó asimismo el fortalecimiento y regulación
del aparato militar, constituido inicialmente por las huestes de la conquista, luego por
los encomenderos, y finalmente por cuerpos regulares. Esto último se justificaba por la
necesidad de defender los puertos y costas amenazados por la piratería extranjera y el
contrabando, así como por la continuación del estado de guerra o los nuevos proyectos
de conquista armada en determinados puntos o zonas marginales.

En la misma sección se presentan también las instituciones del poder local de los
españoles, que tenían en la ciudad de Santiago su mayor centro estructural, pues allí
estaba la sede de la administración, del gobierno, la cabeza de la Iglesia y el núcleo del
comercio. En otras ciudades y villas, como Ciudad Real, Sonsonate, San Salvador,
Gracias, Comayagua, León, Granada y Cartago, así como en algunos centros mineros y
portuarios, existía asimismo un cierto grado de prosperidad.

Finalmente, dada la fuerte connotación espiritual de la Conquista y la colonización, se


tratan con amplitud los temas relativos a los vínculos entre la Iglesia y la Corona
establecidos por medio del Patronato Real; la organización político-religiosa de los
pueblos indígenas, su reducción, congregación y catequesis; el desarrollo de las
instituciones eclesiásticas y la poderosa presencia de las órdenes religiosas con sus
conventos y capítulos, que en cierta medida eran también focos de poder. Y no podía
faltar un ensayo dedicado a la Orden Hospitalaria de Belem, organizada por el Hermano
Pedro de San José Bethancourt, pues se trata de un hecho y una personalidad ligados al
fenómeno particular de la evolución de la Iglesia Católica en Guatemala.

Con el título general de 'Sociedad', la cuarta sección trata la temática de la


estructuración y dinámica de los distintos conglomerados humanos durante la Colonia,
con su fundamental división en 'república de españoles' y 'república de indios'. Analiza
el fenómeno particular del mestizaje y la presencia adicional de otros grupos no
indígenas. Se inicia con un estudio introductorio sobre la política de población de las
Indias, en el cual se analiza la composición de las primeras expediciones, las
características de la política migratoria posterior y, hasta donde ello es posible, se
identifica a los españoles que vinieron al Reino de Guatemala.
En la parte dedicada a la 'república de los españoles' se estudian los orígenes de la
sociedad colonial, tanto en Santiago de Guatemala como en otros lugares en que hubo
importantes asientos de españoles. Las primeras décadas del período citado fueron de
penuria y dificultades, de sacrificios y esfuerzos, en que muchos dejaron la salud, su
identidad original y aun la vida. Sólo a costa de muchos sacrificios y el paso de los años
se pudieron superar las limitaciones. Los pocos españoles de los años iniciales
aumentaron con las nuevas oleadas migratorias. La evolución demográfica de la
población no indígena, fundamentalmente en los centros urbanos y en las haciendas, dio
forma a una sociedad heterogénea, de mestizos, negros y mulatos, las llamadas 'castas',
que participaron en una compleja red de relaciones interétnicas. De una sociedad
birracial se pasó a una sociedad muy diversa, aunque bajo el predominio de los
europeos.

En lo que concierne a la 'república de los indios', se estudian las transformaciones


socioculturales que afectaron a este grupo, que constituyó siempre la mayoría de la
población, y se hacen importantes observaciones sobre su realidad demográfica hasta
1700. Esta dio muestras de una enorme disminución al principio, para después iniciar su
recuperación en el siglo XVII, aunque los ritmos variaron de una región a otra. Se
incluyen asimismo trabajos sobre la situación lingüística y la vigencia de los idiomas
indígenas en los siglos XVI y XVII. La sección cuenta también con un estudio especial
sobre las prácticas médicas de la época y el establecimiento de los primeros hospitales.

En la quinta parte de la presente sección se examinan los procesos económicos y las


consiguientes vinculaciones de éstos en el sistema social más amplio, producto de la
colonización. A una primera fase violenta de adquisición de bienes por los
conquistadores siguió un período perceptiblemente más moderado, en que éstos
organizaron el régimen de explotación del trabajo indígena desde la posición ventajosa
que les daba el poder, primero para resolver sus necesidades ordinarias y luego para
obtener beneficios de rápida disponibilidad. Entre estas actividades de ganancia a corto
plazo cabe citar principalmente la explotación de los lavaderos de oro y la minería. Sin
embargo, los colonizadores trataron también de obtener bienes inmuebles tanto para la
construcción de casas como para la explotación agrícola y ganadera, y tales actividades
habrían de convertirse en una fuente importante de los suministros que necesitaba la
nueva sociedad.

Los pueblos indígenas también se reajustaron a las nuevas condiciones económicas.


Efectuadas las congregaciones o reducciones, tuvieron que atender las actividades
agrícolas y mercantiles, las que habían desarrollado tradicionalmente antes de la llegada
de los españoles. Se vieron obligados a adaptarse a las nuevas estructuras y formas de
propiedad de la tierra y de organización del trabajo, surgidas a raíz de las nuevas
condiciones sociopolíticas. Los indígenas continuaron sembrando productos básicos
como el maíz, frijol, chile, tomate y calabazas. Produjeron también, según la tradición y
la costumbre, diversos trabajos de artesanía, que llevaban a sus mercados o tiánguez. La
manufactura de tejidos de algodón fue siempre significativa, aunque de menor
importancia comercial. El cultivo del precioso cacao alcanzó mucho auge, ya que el
grano era muy apreciado en otras regiones, donde servía como medio de cambio o
moneda, y porque la importancia ceremonial del chocolate trascendió a los planos del
comer-cio regional y aun intercontinental. Estudios modernos han demostrado que el
surgimiento del comercio del cacao permitió a indígenas y no indígenas restablecer los
tradicionales nexos simbióticos entre los pueblos de la Costa del Pacífico y los del
Altiplano, así en Guatemala, como en Chiapas, Oaxaca e incluso en el Valle de México.
Dicho intercambio comercial se vio favorecido por el incremento notable de la
extracción de plata que se operaba en la misma época en la región central de México.

Ante las crecientes necesidades de la metrópoli y de los otros centros de población, se


desarrollaron progresivamente la agricultura y el comercio y se crearon relaciones
directas entre la ciudad de Santiago y las diversas provincias del Reino. De esa manera
evolucionó la economía y se tornó más compleja, hasta diluirse en las corrientes del
mercantilismo que ya prevalecían en España y seguirían prevaleciendo en el mundo
hispanoa-mericano.

Por otra parte, no se debe olvidar el especial contexto económico de España. En efecto,
no tenía este país una industria importante, y las rique-zas llegadas de las nuevas
posesiones de ultramar frenaron su desarrollo en lugar de hacerlo crecer,
probablemente, en opinión de algunos autores modernos, porque las riquezas
americanas reforzaron al estamento seño-rial tradicional y no precisamente al sector
empresarial. Por tales razones y otras colaterales, los metales preciosos que llegaban del
Nuevo Mundo no permanecieron en España, salvo cuando se destinaban a obras
suntuarias no productivas, y fueron a parar a las metrópolis del Norte, especialmente en
Holanda e Inglaterra, que controlaban el comercio y la naciente industria europea. Una
circunstancia adicional que no debe desestimarse es la que se refiere a las enormes
inversiones hechas por España en los diversos frentes bélicos del Viejo Mundo, lo cual
implicó también un gran desgaste para la población y la economía españolas.

España trató de mantener la exclusividad del mercado indiano, en lo cual sólo tuvo éxito
relativo. En efecto, las condiciones geográficas y los vientos favorecían la ruta de
Sevilla a Canarias y a las Indias, pero las demás potencias europeas encontraron los
procedimientos para compartir las riquezas. A finales del siglo XVI dichas potencias
habían alcanzado cierto éxito en sus propósitos, y en el siglo XVII España perdió cada
vez más el control de la 'carrera de Indias'.

La economía del Reino de Guatemala, centrada al comienzo en el cacao, sufrió un


colapso al final del siglo XVI, principalmente como consecuencia de la producción
cacaotera de Caracas y de Guayaquil. Los reajustes exigi-dos por el apego al añil como
cultivo alternativo, sobre el que descansó después la actividad exportadora de la región,
provocaron alzas y bajas en el proceso de la economía y de la política monetaria,
problemas que se agudizaron por el contrabando y la piratería. En tales circunstancias,
la anexión de Portugal a España durante los reinados de Felipe II, Felipe III y Felipe IV,
es decir de 1580 a 1640, contribuyó al desbarajuste de los patrones tradicionales del
comercio y la política internacionales. Igual-mente influyeron los ataques a que se vio
expuesto el imperio español en el marco de las guerras libradas por católicos y
protestantes en Europa. Todo ello se explica porque Holanda, Inglaterra y Francia se
proveían en Lisboa de muchos de los artículos procedentes de las colonias portuguesas
de Africa, India, Islas de las Especias, China, Japón y Brasil. Al producirse la unión
entre Portugal y España, las mencionadas naciones, en particular Holanda, decidieron
entrar en transacciones directas con las colonias portuguesas, sin la intermediación de
España. El éxito que tuvieron los holandeses en cuanto a organizar una compañía
dedicada a operaciones comerciales directas, primero en las Indias Orientales y después
en el Nuevo Mundo, con o sin la venia de España, fue suficiente motivo para que
Inglaterra y Francia se lanzaran a proyectos similares. De este modo comenzaron sus
actividades de contrabando en las posesiones españolas y los ataques a los navíos
cargados con mercaderías provenientes de las colonias americanas, así como los
esfuerzos por establecerse en refugios territoriales en el área geográfica que se
reconocía como patrimonio de los reyes de España y Portugal desde la Bula de
Donación y los Tratados de Tordesillas, promulgados inmediatamente después del
Descubrimiento.

España tuvo que organizar entonces el sistema de flotas para la protec-ción de su


comercio, y emprender la construcción de fuertes para la defen-sa de los puertos
ubicados desde San Agustín de la Florida hasta Cartagena de Indias, es decir, en toda la
región caribeña, la más vulnerable a los ataques de piratas y corsarios. Los holandeses
cambiaron la dirección de sus operaciones hacia la región portuguesa de Brasil y
también llegaron a establecerse en Nueva York (llamada entonces Nueva Amsterdam) y
en ciertas islas del Caribe, como Aruba. Los ingleses, que habían tenido diferencias con
la monarquía española desde la época de Enrique VIII, redoblaron también sus
hostigamientos a navíos españoles durante el reinado de Isabel I, principalmente por
medio del pirata Francis Drake y, finalmente, se instalaron en Virginia y Massachusetts.
Francia, por su parte, se adentró en el Río San Lorenzo, Quebec y otros puntos del
territorio canadiense.

El contrabando, el merodeo de piratas en las costas del Reino y los con-siguientes


resultados económicos, afectaron el sistema de comercio y aun los derechos de
soberanía sobre la región, más todavía cuando los ingleses intensificaron la producción
de caña de azúcar en Barbados (1638), se apoderaron de Jamaica (1655) y amenazaron
las costas del Caribe.

Con tales dificultades en el Océano Atlántico, fue necesario incrementar el comercio


por el Pacífico o Mar del Sur, principalmente entre los virrei-natos de la Nueva España
y Perú, y de esa manera se proveía de vinos a los mercados e iglesias de México y
Guatemala. El comercio con el Perú provocó serios problemas monetarios, dada la baja
calidad de la moneda peruana con relación a la acuñada en la Península o en la Nueva
España. Por otra parte, el Galeón de Manila, que llegaba de Filipinas al puerto de
Acapulco, contribuyó también al auge del comercio por el Pacífico. Los comerciantes
peninsulares y hasta la propia Corona española se vieron negativamente afectados por
este intercambio directo entre los virreinatos citados y las Filipinas.

En el área económica se señala el papel fundamental de la mano de obra proporcionada


por los indios macehuales, tanto en las actividades de extracción de metales preciosos
como en la construcción de ciudades y en el desarrollo comercial y agrícola derivado
del auge del cacao y el añil. Los indígenas fueron sometidos a diversas formas de
servidumbre y trabajo personal, tradicionalmente estudiadas bajo los nombres de
esclavitud, en-comiendas, servicios personales y tributos. Sin embargo, nuevas
corrientes de interpretación, basadas en diversas fuentes informativas a las que no se
solía prestar la atención debida, permiten desarrollar modernos y sugesti-vos enfoques y
juicios históricos.

En la sección dedicada a la Historia Regional se aborda el estudio de las diversas áreas


poblacionales que integraron lo que actualmente es la Repú-blica de Guatemala y otras
zonas aledañas. La particularidad de dichas regiones obedeció casi siempre a la
presencia de grupos indígenas con idiomas y elementos culturales propios, así como a
condiciones geográfi-cas definidas (Costa, Bocacosta, Altiplano) o a las actividades
económicas específicas de uno y otro grupo. Aunque se trata, en general, de regiones
con rasgos culturales muy similares, cada una pudo alcanzar cierta especifi-cidad y
desarrollar una realidad propia.

A pesar de que no ha sido posible hacer un estudio pormenorizado de todas las regiones
del antiguo Reino de Guatemala, se incluyen las más representativas o aquellas sobre las
que existe mayor información. En consecuencia, se ofrecen trabajos sobre el
Corregimiento del Valle de Guatemala, que comprendía principalmente a cakchiqueles
(kaqchikeles) y pokomames (poqomames). Se incluyen además estudios sobre los
quichés (k'iche's), los tzutujiles (tz'utujiles), y los habitantes de la Sierra de los Cu-
chumatanes. Igualmente se presentan trabajos sobre las zonas de Escuintla y
Guazacapán, la Verapaz, el Corregimiento de Chiquimula de la Sierra, Izalco y la Villa
de la Santísima Trinidad de Sonsonate, Soconusco (enton-ces muy vinculado a la vida y
a la economía de Guatemala) y, finalmente, Petén. El tratamiento particular de estas
regiones, emprendido con mucha solvencia académica, enriquece de manera notable la
comprensión de los procesos históricos generales de Guatemala.

La sección séptima trata el fenómeno social de la Cultura, y se subdivide en las áreas de


Artes, Letras, Ideas y Educación. Se abre con una Introduc-ción General que pretende
explicar los aspectos y problemas comunes del conjunto, en una época en que había
culminado la dominación de territo-rios nuevos, y la imposición de una cultura
'importada'. Esa nueva cultura funcional de dominio fue llamada Cultura de Conquista
por el antropó-logo George Foster.

La parte de Artes se refiere sobre todo a las plásticas o visuales. Se inicia con un análisis
del sistema urbanístico trasplantado por los españoles al Nuevo Mundo, tanto en los
centros urbanos habitados por ellos mismos, como en aquellos ocupados por los
indígenas como parte del proceso de reducción. Se sigue con la arquitectura, que
desempeñó un papel esencial en la vida religiosa, ya que los principales edificios
estuvieron dedicados al culto católico. Al principio se recurrió a soluciones interesantes
para resol-ver la asistencia de los indígenas a las ceremonias colectivas, como las
llamadas 'capillas de indios' o abiertas y las 'capillas posas', de las que que-dan muchas
todavía en México, y de cuyo funcionamiento en Guatemala hay evidencias. La
escultura merece especial atención, ya que las imágenes de Santiago gozaron de
merecida fama no sólo en Guatemala sino también en la Nueva España. Igual atención
se concedió a los retablos, la arquitec-tura efímera (túmulos funerarios y 'monumentos'
de Jueves Santo), así como a la llamada Fiesta del Volcán. Se dedicaron asimismo
sendos trabajos a la pintura y la orfebrería.

En general, los diferentes estudios captan el desenvolvimiento de las ar-tes y su relación


con los momentos culminantes del Renacimiento europeo y con las primeras formas
vigorosas del barroco, que llegó a convertirse en el 'arte colonial' por excelencia. Es
admirable la síntesis que se logró, por ejemplo, en el campo musical, que se trata de
manera separada.

Las características de la producción literaria quedan debidamente seña-ladas en los


capítulos correspondientes al área de las Letras. En ésta se pone de relieve la diversidad
y contenido de las crónicas, su prolija infor-mación sobre las singularidades del Nuevo
Mundo, el denuedo de los exploradores y conquistadores, el detalle del paisaje y el
esoterismo del pensamiento y las costumbres indígenas.

En el campo de las Ideas se dedica cierta atención a los pensadores e ideólogos, a la


historiografía, y finalmente a las ideologías proscritas, y se analizan los procesos de
represión y control ideológico.

La sección termina con el tema Educación, en que se alude a la educa-ción formal en


Guatemala, a las instituciones educativas de los primeros años de la Colonia y a los
empeños puestos en la evangelización de los indígenas y en su conquista espiritual. El
proceso de educación formal en el Reino de Guatemala comprendió la fundación de
'doctrinas' y escuelas de primeras letras, que funcionaban adscritas a los conventos, y se
dieron casos de enseñanza privada. La educación a más alto nivel se impartió en los
Colegios Mayores, que patrocinaban dominicos, franciscanos y jesui-tas, en el
Seminario Tridentino, donde se formaban sacerdotes y, ya en el último cuarto del siglo
XVII, en la Universidad de San Carlos. Aunque la educación institucionalizada estuvo
principalmente dirigida al grupo español, también se prestó atención a los indígenas y se
procuró que la recibieran, de manera formal y sistemática, los hijos de caciques o princi-
pales, que algunas veces fueron admitidos en los Colegios Mayores y en la Universidad.

Todo el contenido de esta sección se integra tácitamente en los aportes de la sección


sobre la Cultura. Se revela la riqueza del período clásico rena-centista y el pensamiento
de los humanistas que, desarrollado vigorosa-mente en Europa, tuvo su propia vigencia
en Guatemala. Se debatieron cuestiones cruciales como la de la validez jurídica y moral
de la Conquista y la personalidad de los indios como sujetos de los derechos inherentes
a la naturaleza humana. La especulación teológica llegó a notables niveles, como se
muestra en el primer libro impreso en el país, la Explicatio Apologetica del Obispo Fray
Payo de Rivera, en que se aborda el dogma de la Inmaculada Concepción.

La efervescencia intelectual de la Contrarreforma y el barroco, del Siglo de Oro, el


culteranismo y el conceptismo españoles se enriquecieron en tierras americanas con el
debate sobre la realidad inmediata, cruda y espléndida al mismo tiempo, la experiencia
de la conquista, la colonización y población del Nuevo Mundo. No pueden negarse las
contradicciones entre los planteamientos teóricos de los humanistas y la realidad de los
indios americanos; éstos podían ser objeto de transformación o heridos de muerte hasta
su extinción, o bien podían idealizarse, ser organizados en sociedades utópicas tan
acordes con la época de la 'novedad americana'.

En el esfuerzo por registrar la extraordinaria experiencia que representa América para la


humanidad, por evaluar e interpretar la realidad asom-brosa del Nuevo Mundo,
sobresalieron autores como Fernández de Oviedo, Las Casas, Marroquín, Motolinía,
Vico, Bernal Díaz, Remesal, Gage, Molina, Vázquez, Fuentes y Guzmán, etcétera.
Otros, como Joseph de Porres, Mateo de Zúñiga y Quirio Cataño, dejaron la impronta
de su genio creador en la arquitectura o la escultura. Los arquitectos, constre-ñidos por
la furia implacable de los terremotos, levantaron y construyeron repetidamente las
ciudades y edificios sobre bases casi inéditas. Pero no debe olvidarse que todo aquel
mundo de nuevas formas y estructuras sólo fue posible como producto del trabajo de los
indios macehuales, que realizaban su trabajo cotidiano entre el sufrimiento y la
resistencia.
El volumen se cierra con un Balance General de todo el período, que sirve de enlace
adecuado con la tercera sección, con los Cuadros Cronológicos que facilitan la
comparación temporal con Europa y otros territorios india-nos, y con un Glosario que
coloca en su verdadero contexto acepciones arcaicas o poco usuales. Al final se citan
debidamente todas las fuentes bibliográficas.

Al término de esta sección y desde una perspectiva global, se puede apreciar un fondo
de armonía y sucesión ordenada, no obstante la variedad de los trabajos y las diferentes
posturas ideológicas de los autores. Las tendencias tradicionales, centradas
primordialmente en la exposición política y narra-tiva, se han podido interpolar con la
interpretación racionalizada, propia del análisis metódico y del enfoque de las nuevas
corrientes, como la historia social y económica, la etnohistoria, la historia cuantitativa,
la microhistoria, etcétera. Ahora bien, ello fue posible gracias a los avances hechos en la
investigación de nuestro pasado colonial en las últimas décadas, principalmente a partir
de 1945, año en que se iniciaron en Guatemala los estudios históricos profesionales.
Ello también permitió integrar los aportes de importantes investigadores extranjeros con
los de historiadores guatemaltecos, y contar con un equipo adecuado para alcan-zar en
la medida de lo posible los propósitos buscados. Es decir, el trabajo que aquí se presenta
fue posible porque existían suficientes estudios monográficos (como se demuestra en la
abundante bibliografía de la obra) y porque había personas en el país que pudieron
reunir todos esos estudios dispersos y coordinar a los historiadores, nacionales y
extranjeros, que contribuyeron generosa y profesionalmente con sus conocimientos.
Esta aportación resulta tanto más interesante cuanto que la obra se ha escrito en un
momento de cambios profundos, nacionales y mundiales.

Una advertencia final resulta pertinente. La obra se centra en el Reino de Guatemala


como área mayor, y en la actual República de Guatemala como región más específica,
mas ello no debe oscurecer la perspectiva del lugar que ambas unidades socio-políticas
ocupaban en la Hispanoamérica de la época. La Audiencia de Guatemala fue un área
secundaria, mucho menos importante que los dos grandes virreinatos del Perú y la
Nueva España, aun cuando su carácter de Audiencia pretorial le daba una cierta
autarquía y una posición de independencia respecto a México. Con una riqueza limitada
por la escasez de metales preciosos, centró su economía en la agricultura, lo cual
necesariamente restringió las posibilidades de acumulación de capital en grandes
proporciones. Los españoles y criollos hicieron descansar su enriquecimiento en la
explotación agrícola, basada a su vez en el aprovechamiento de la mano de obra
indígena. Además de ser una región relativamente secundaria, el Reino de Guatemala se
mantuvo aislado, con pocas vinculaciones hacia el Atlántico. De hecho los principales
centros urbanos 'veían' al Pacífico, de ahí que los puertos más importantes del Reino
fueran Acajutla y Realejo, y que el comercio con el Perú resultara tan esencial, hasta el
punto que cuando se suprimió el tráfico por estos puertos, temporal o parcialmente, los
resultados se sintieron en toda la sociedad de la época. La ubicación marginal y la
importancia secundaria aludidas constituyen la tónica general del período a que se
refiere la presente sección, y tales características se proyectaron a lo largo de toda la
época colonial.
CRISTINA ZILBERMANN DE LUJÁN

España en los Siglos XVI y XVII

La creación del Estado moderno en Castilla y Aragón se debió a condiciones políticas,


económicas, sociales y también intelectuales que se venían gestando con anterioridad.
Fue una evolución continuada, aunque con fluctuaciones de rapidez y lentitud que
corresponden a las características de cada reinado y a la personalidad de los monarcas.
Los Reyes Católicos presidieron una etapa de expansión, y crearon un Estado moderno
y fuerte. En el siglo XVI, la fase de hegemonía e imperio correspondió a los reinados de
Carlos I y Felipe II, y el siglo XVII señaló el momento del derrumbe del poderío
español, con los llamados Austrias Menores.

El Reinado de los Reyes Católicos


Después de la muerte de Enrique IV en 1474, Castilla cayó en un período de anarquía
durante el cual lucharon por obtener el poder los grupos que apoyaban a la hija del Rey,
doña Juana, y los partidarios de Isabel la Católica. En esta guerra de sucesión, que fue
también una guerra civil, intervinieron los países vecinos: Portugal, que defendió la
causa de doña Juana, y Francia, tradicional enemiga de Aragón, que vio en el
matrimonio de Fernando e Isabel y la posible unión de los dos reinos peninsulares, una
amenaza a sus aspiraciones sobre el Reino de Nápoles y los recién adquiridos territorios
del Rosellón y la Cerdeña, en el sur de Francia.

Las victorias castellanas de Toro y Albuera (1476) contra el ejército portugués


indujeron a Alfonso V de Portugal a firmar el Tratado de Alcaçovas-Toledo, por el cual
renunció a sus pretensiones a la Corona castellana. En ese mismo acuerdo, Fernando e
Isabel reconocieron el derecho portugués sobre la Costa africana y las Islas Azores,
Madeira y Cabo Verde. Las Islas Canarias quedaron bajo el dominio castellano, pero
con la prohibición de navegar más al sur.

Finalizado el conflicto sucesorio, los Reyes Católicos iniciaron un régimen autoritario y


centralista, uno de cuyos primeros objetivos fue el sometimiento de la aristocracia
feudal. La historiografía tradicional ha difundido un mito que es preciso aclarar: que los
Reyes, aliados con el pueblo, derrocaron el poder de la aristocracia. Esto es una verdad
a medias, pues durante su reinado, los nobles siguieron teniendo un poder económico
considerable y, aunque la Corona recuperó en las Cortes de Toledo (1480) muchas de
las rentas que le habían usurpado durante las revueltas del siglo XV, en numerosas
ocasiones fueron los mismos Reyes quienes concedieron a diversos nobles nuevos
privilegios de cargos públicos y mercedes sobre rentas reales como salinas, almadrabas,
pesquerías, alcabalas y otras. Así, pues, la nobleza consolidó durante este período su
poder económico y social. Lo que los Reyes Católicos lograron evitar fue la intromisión
de la aristocracia en los asuntos políticos del Reino. Los nobles quedaron subordinados
a la monarquía y fueron atraídos a la Corte mediante nombramientos de cargos
honoríficos. También se incorporaron a la Corona los maestrazgos de las órdenes
militares, con lo cual se obtuvo, además de su sujeción, un gran incremento en los
ingresos reales al percibir las considerables rentas que aquéllos recibían.

Durante el reinado de los Reyes Católicos no se puede hablar de unidad nacional, puesto
que no existió un Estado centralizado sino una diarquía, es decir, un gobierno de dos
Reyes en el que ambos mantenían sus instituciones propias, Cortes separadas, aduanas y
monedas. Aunque los Reyes Católicos no crearon ninguna nueva institución
administrativa, la fuerza y vigor que dieron a las ya existentes, mientras conservaban un
control muy firme sobre ellas, constituyó de hecho una innovación con respecto a los
reinados anteriores. El autoritarismo real abarcó todas las esferas, fortaleció los órganos
de gobierno y sometió el poder político de la nobleza feudal. También declinó la
autonomía del régimen municipal con la intervención de los corregidores nombrados
por los Reyes, que presidían las sesiones de los Ayuntamientos.

Para mantener el orden público y reprimir el bandolerismo se organizó la Liga de la


Santa Hermandad (Cortes de Madrigal, 1476), con hermandades en todas las ciudades,
villas y pueblos de realengo. Sus oficiales estaban facultados para administrar justicia
rápida, y para castigar con dureza a los malhechores. Su jurisdicción era muy amplia y
poco a poco se convirtió en un órgano por el que la Corona tuvo un control pleno en
toda España.

La política de pacificación estuvo unida a una reforma en la administración de la


justicia. Para ello se crearon las Cancillerías o Audiencias de Valladolid y Ciudad Real,
trasladada esta última a Granada (1505), después de la Reconquista (1505). Estas
Audiencias fueron un precedente de las que se fundaron después en América, aunque las
americanas tuvieron también funciones de gobierno. Para unificar las leyes y evitar
confusiones en su aplicación, los Reyes Católicos encargaron al jurista Alfonso Díaz de
Montalvo la recopilación de todos los códigos de la Baja Edad Media. La obra en ocho
volúmenes se publicó con el título de Ordenanzas Reales de Castilla.

El Fin de la Reconquista
El reino nazarita de Granada se hallaba en plena anarquía, dividido en facciones entre
Boabdil y su tío Al-Zagal. Fernando aprovechó y fomentó estas disensiones para lograr
la reconquista del último reducto musulmán en la Península y durante 10 años todos los
recursos se destinaron a este fin.

La caída de Constantinopla, en 1453, había renovado el entusiasmo por las cruzadas, y


la guerra recibió el apoyo de voluntarios europeos y la ayuda del Papa, que otorgó la
bula de la Santa Cruzada y concedió a los Reyes Católicos una décima parte de las
rentas de la Iglesia en España. También se recurrió a préstamos de las ciudades y de la
nobleza.

Granada se rindió al fin después de un largo asedio, y los Reyes Católicos recibieron las
llaves de la ciudad el 2 de enero de 1492. Las capitulaciones fueron muy liberales, ya
que se permitió a los vencidos conservar sus costumbres, propiedades, leyes y religión.
El primer administrador del Reino fue el Conde de Tendilla, de espíritu tolerante y
respetuoso de la cultura mudéjar, por lo cual se ganó el aprecio de los árabes. Pero fue
sobre todo el primer Arzobispo de Granada, Fray Hernando de Talavera, quien con su
conducta caritativa ayudó a reconciliar a musulmanes y cristianos. Talavera trató de
promover las conversiones de los musulmanes mediante la predicación y el buen
ejemplo.

Sin embargo, el proceso fue lento, y en 1499 el Cardenal Cisneros decidió forzar las
conversiones y los bautismos en masa. La consecuencia de esta nueva política fue una
revuelta que, si bien sofocada rápidamente, señaló el final de la convivencia que había
caracterizado todo el período de la Edad Media peninsular. Los mudéjares se vieron
obligados a elegir entre el exilio y el bautismo. La mayoría optó por el último, pero los
cristianos dudaban de su buena fe.

El 31 de marzo de 1492 dictaron los Reyes un decreto por el cual se concedió a los
judíos un plazo de cuatro meses para bautizarse o marcharse del país. No existen cifras
exactas sobre la expulsión: probablemente se marcharon unos 200,000, que se
establecieron en Portugal, el norte de Africa, Italia y el Imperio Otomano. Otros muchos
pidieron ser bautizados, con lo que aumentó en España el problema de los falsos
conversos.

La recién creada Inquisición empezó a vigilar a los judíos y musulmanes conversos. Por
otro lado, se comenzó a exigir el estatuto de limpieza de sangre para ocupar cargos
públicos, para el ingreso en la universidad o en algunas órdenes religiosas. Esto se
convirtió en otra de las rémoras al progreso demográfico y económico peninsular,
además de que los `cristianos viejos' no querían ocupar los oficios abandonados por
judíos y musulmanes. Las circunstancias especiales de la Edad Media española habían
permitido convivir de manera oficial a distintas minorías religiosas pero, finalizada la
Reconquista, la creación del Estado moderno hacía imposible la permanencia conjunta
de comunidades musulmanas y judías.

Por ello, mientras en los otros países europeos el orden estatal se independizaba del
poder eclesiástico y se secularizaba, en la Península Ibérica, Iglesia y Estado se unieron,
basando en el dogma católico su unificación política y religiosa.

Esta nueva conciencia impregnó también la empresa del descubrimiento y colonización


de América. Pero los Reyes Católicos no se sometieron al poder pontificio; al contrario,
solicitaron y obtuvieron el derecho al Patronato Real por los servicios prestados a la
cristiandad, primero en Granada y Canarias y posteriormente en el Nuevo Mundo. El
Real Patronato otorgaba a los monarcas un inmenso poder: el derecho de nombrar y
cesar a los párrocos, presentar candidatos para los obispados y Cabildos Eclesiásticos de
sus reinos, recaudar y administrar los diezmos y en ciertos casos la concesión del veto
sobre la publicación de los escritos y las bulas pontificias en los reinos.

El Descubrimiento de América
El hecho más trascendental durante el reinado de los Reyes Católicos fue el
descubrimiento de América, que no se debió a la casualidad ni fue un hecho fortuito.
Varios factores ayudaron a que fuera Castilla la que iniciara esta empresa. Uno fue que
desde el siglo XIV, cuando conquistó las Islas Canarias, Castilla estaba interesada en la
exploración atlántica y en la búsqueda de una nueva ruta hacia las tierras de las
especias. Además existía una continuidad histórica en la monarquía peninsular, en la
idea de cruzada contra el Islam, que siguió vigente aún después de la toma de Granada.
Así, pues, hubo motivos religiosos (la difusión del cristianismo); y también motivos
políticos y económicos (la búsqueda de una nueva ruta para las Islas de La Especiería,
con lo cual se abaratarían productos como pimienta, clavo de olor, canela, etcétera, que
tenían cada vez mayor demanda, y la posibilidad de hallar metales preciosos a flor de
tierra para el siempre escaso numerario europeo). Todos ellos fueron factores que
influyeron en los planes de descubrimiento, así como el desarrollo de nuevos
instrumentos y técnicas de navegación; sobre todo la carabela de aparejo redondo y más
maniobrable, y posteriormente la nao, de mayor tamaño y de velas triangulares y
rectangulares, con las que podían aprovecharse mejor los vientos atlánticos.

A estos factores habría que añadir la presión demográfica en Castilla, donde habitaba el
80% de la población peninsular, lo que explica su supremacía con respecto a los otros
reinos, su actitud hegemónica en Europa y su protagonismo en Indias. Castilla
proporcionó la mayor parte de los hombres para los tercios de Italia y Flandes y para los
descubrimientos y conquistas ultramarinos.

La pugna que Portugal y Castilla habían mantenido por la supremacía de las


exploraciones atlánticas y que había quedado aparentemente resuelta por el Tratado de
Alcaçovas-Toledo (1479), surgió de nuevo al regresar Colón de su primer viaje. El
Reino de Castilla consideraba que el tratado se refería a los descubrimientos en el
Atlántico oriental. Para reforzar sus argumentos, solicitó al Papa Alejandro VI la
concesión de unas bulas por las cuales se otorgaron perpetuamente a los Reyes de
Castilla las nuevas tierras descubiertas y por descubrir, y se les confió la evangelización
de sus naturales. Portugal no estuvo conforme, por lo que negoció con Castilla un nuevo
Tratado, el de Tordesillas (1494), que fijó un meridiano imaginario, situado a 370
leguas al oeste de las Islas de Cabo Verde, para separar el límite entre las zonas de
expansión de ambos reinos (véase Ilustración 1).

Carlos I
A la muerte de Fernando el Católico (1516) se estableció en la Península una nueva
dinastía: la de la Casa de Austria. Por primera vez estaban unidos en la misma persona
los Reinos de Castilla y Aragón. Además, en el nuevo Rey recayeron también los
señoríos de Flandes, Países Bajos, el ducado de Borgoña, el Franco Condado y, pocos
años después, la Corona Imperial (véase Ilustración 3).

La dispersión de todos sus Estados hizo de Carlos I un monarca viajero, que no


permanecía mucho tiempo en ninguno de ellos y que debía atender asuntos muy
diversos. En ocasiones entraban en conflicto los intereses de algunos de sus reinos.
Todos ellos estaban unidos por su común lealtad al Emperador, pero no tenían unidad
política ni fiscal, ni instituciones análogas. El citado monarca tuvo que desplegar un
enorme trabajo personal en la diplomacia y en la guerra para unificar los intereses de
sus Estados.
Cuando llegó a Castilla, Carlos I carecía de experiencia en los asuntos peninsulares. Las
Cortes de Valladolid (1518) le prestaron juramento como Rey, junto a la Reina doña
Juana, su madre, y le hicieron un buen número de peticiones: que aprendiera castellano,
que detuviera la exportación de metales preciosos y no nombrara a extranjeros para los
cargos públicos, y le recordaron además que debía respetar los fueros del Reino.

Carlos I no cumplió sus promesas y bajo el subterfugio de conceder la naturalización a


los flamencos que le acompañaron desde Flandes, colocó a éstos en los cargos más
importantes y dotados con las mejores rentas. A los pocos meses marchó a Aragón para
ser jurado en las Cortes de Zaragoza y después a Barcelona. El malestar en Castilla por
la ambición, el mal gobierno y los abusos de los flamencos culminó con la sublevación
de los comuneros. Este fue un movimiento de la burguesía urbana iniciado en algunas
ciudades castellanas y tuvo como centro geográfico la región comprendida entre
Valladolid y Toledo.

Carlos I recibió la noticia de la muerte de su abuelo el Emperador Maximiliano (1519),


luego la de su elección al trono imperial, y entonces decidió regresar a Alemania y
convocó Cortes en Santiago de Compostela para solicitar nuevos subsidios. Los
procuradores acudieron con instrucciones precisas de no concederlos y de presentar,
junto con otras nuevas, las peticiones que se le habían hecho al ser jurado Rey, entre
ellas que no se ausentara y que gobernara el Reino personalmente. Carlos I logró,
mediante presiones y sobornos, el dinero solicitado y se embarcó en La Coruña rumbo a
Flandes.

Estalló el descontento en las ciudades castellanas que tenían voto en Cortes (véase
Ilustración 2), y en Segovia la multitud capturó a uno de los procuradores y lo asesinó.
Se inició la lucha armada. El incendio de Medina del Campo, provocado
accidentalmente por las tropas del Regente Adriano de Utrecht, indignó a la opinión
pública, y las ciudades enviaron delegados a la Junta Santa reunida en Avila. Fue el
momento de mayor éxito de las comunidades, pero nunca obtuvieron el apoyo de la
nobleza que, preocupada por algunas revueltas populares contra las prestaciones
señoriales, apoyó al Regente, quien supo maniobrar con prudencia para atraerse a gran
parte de la población. La batalla decisiva se llevó a cabo en Villalar (1521), cerca de
Valladolid. Los jefes comuneros Padilla, Bravo y Maldonado fueron ejecutados, pero la
represión no fue severa contra los sublevados. Adriano de Utrecht actuó con clemencia
y cuando Carlos I regresó en 1522 otorgó un perdón general y las ciudades mantuvieron
sus privilegios intactos.

La derrota de los comuneros terminó con las últimas resistencias organizadas frente al
absolutismo monárquico. Las Cortes castellanas perdieron progresivamente su
importancia como organismo de oposición, aunque en los otros reinos peninsulares
conservaron sus atribuciones. Contemporáneo al Movimiento Comunero en Castilla se
dio en Valencia y Mallorca el de las Germanías, aunque este último tuvo desde sus
inicios un carácter social, pues fue una revuelta de los artesanos y los gremios contra los
abusos de una aristocracia que no asumía sus obligaciones. Ambas crisis se resolvieron
con la alianza entre la monarquía y la nobleza en contra de los sectores populares, y así
afianzaron los nobles su situación de privilegio.
La Política Imperial
Cuando Carlos I fue elegido Emperador (1520), la unidad cultural y religiosa que había
mantenido Europa durante la Edad Media estaba amenazada por el surgimiento y la
expansión de la Reforma protestante y por el peligro turco en el Mediterráneo y Europa
central. El Emperador se sintió obligado a defender la cristiandad ante estos riesgos,
tratando de unir a los Reyes cristianos en un frente único, pero fracasó en el intento, y
en ocasiones tuvo que luchar contra ellos e incluso contra el mismo Papa.

La política imperial fue esencialmente dinástica, y tuvo tres escenarios principales:


Italia, Alemania y el Mediterráneo occidental. La rivalidad con Francia por las
posesiones italianas fue parte de la herencia aragonesa de Carlos I. Su abuelo, Fernando
el Católico, había asegurado el Reino de Nápoles y Sicilia para la Corona de Aragón. La
región del Milanesado era vital para la comunicación entre los territorios que
componían sus reinos. Carlos se enfrentó en Pavía (1524) a Francisco I, que cayó
prisionero y, llevado a Madrid, firmó un tratado por el que reconoció los derechos del
Emperador sobre Milán y Borgoña.

El peligro turco se estaba desarrollando en dos frentes: en el Mediterráneo occidental,


donde amenazaba el comercio y las comunicaciones entre los Estados cristianos, y en
Europa Central, con el asedio de Viena en 1532 y las presiones continuas en la frontera
húngara. Con la ayuda del Almirante genovés Andrea Doria se organizó una expedición
contra Túnez, la cual culminó con la conquista de este territorio en 1535. Desde Argel,
los turcos siguieron amenazando las costas españolas y fueron un constante peligro para
la navegación mediterránea.

En Alemania, la crisis provocada por la Reforma luterana se agravaba más cada día. En
sus inicios, el Emperador trató de lograr una solución de compromiso con Lutero. Eran
los tiempos de la influencia de Erasmo. Pero la expansión del movimiento luterano y los
peligros políticos que ello implicaba para el Imperio hicieron que Carlos I tomara las
armas, y se inició una guerra en la que el Emperador consiguió algunas victorias como
la de Mühlberg (1547). Este, sin embargo, no logró sus propósitos y finalmente se firmó
la Paz de Augsburgo (1555), en la que debió aceptar los hechos consumados y
reconocer a los protestantes la libertad religiosa y los mismos derechos de los católicos.

El fracaso descrito pudo haber sido uno de los factores que influyó en la decisión del
Emperador de abdicar al año siguiente (1556), y dividir su herencia entre su hermano
Fernando, al que dejó el Imperio, y su hijo Felipe II, que recibió el resto de sus Estados.

El Reinado de Felipe II (1556-1598)


Felipe II recibió una educación muy cuidadosa y cuando accedió al trono tenía ya
experiencia como gobernante, pues había sido regente en numerosas ocasiones por las
frecuentes ausencias del Emperador. La gran influencia que su padre ejerció sobre él se
advierte al examinar su actuación política general, continuación de la de aquél. Sus
preocupaciones fueron las mismas de su padre: religión, justicia y paz, que no pudo
lograr en muchas ocasiones. La obligación moral que sintió de apoyar a la Casa de
Austria y su intervención en la defensa de la religión católica en Europa, han sido
interpretadas con frecuencia como manifestación imperialista, aunque en cierto modo
no tuvo más remedio que hacerlo para defender también sus diversos Estados europeos.

Si en la Península impulsó la unidad religiosa, fue más que nada para salvaguardar la
integridad política. La unidad hispana era precaria: un conjunto de Estados con distintas
instituciones y sentido histórico, sin más soldadura entre ellos que la religión y la
monarquía común.

Las deudas y el desajuste financiero provocado por el desbalance entre los ingresos y
los gastos fueron otra herencia del Emperador: se calcula que en el momento de abdicar,
sus deudas ascendían a más de seis millones de ducados. A mediados del siglo XVI, la
economía castellana se hallaba en una fase expansiva. A ello contribuyó el crecimiento
demográfico, que a su vez aumentó la demanda de bienes y servicios, pero la llegada
masiva de metales preciosos de América ocasionó el incremento de precios. Se produjo
un desequilibrio entre el costo de producción de los bienes de consumo, por el aumento
de los salarios, y las ganancias que reportaba su venta.

Felipe II trató de reorganizar la hacienda y sometió a Castilla a una tremenda presión


fiscal, con la creación de nuevos impuestos y el incremento de los ya existentes. Mas
todas estas medidas no fueron suficientes y, al no conseguir recaudar el dinero necesario
para los gastos del Estado, tuvo también que acudir a los banqueros extranjeros, con lo
cual derivaron hacia el resto de Europa el oro y la plata americanos. Cuando no pudo
pagar a los acreedores, les otorgó concesiones económicas en la Península. Los
comerciantes de Génova y Amberes llegaron a controlar el comercio exterior y la
industria. A partir de 1566 se permitió a los mercaderes extranjeros exportar del país los
metales preciosos, con lo cual dejaron de invertir localmente y comenzaron a importar
productos manufacturados. Con dichas operaciones obtenían grandes ganancias, porque
esos productos eran más baratos que los fabricados en Castilla, pero ello mismo dio el
golpe de gracia a la industria peninsular.

La mayor demanda de alimentos, estimulada por el crecimiento demográfico, motivó la


tasa (precio máximo) de cereales panificables. El permiso de importar estos productos
para evitar la escasez y el descontento que ésta podía provocar, tuvo como resultado que
los campesinos abandonaran los cultivos que ya no eran rentables y emigraran a las
ciudades a formar parte de la masa de criados y pícaros desempleados, clientes asiduos
de la `sopa boba' de los conventos.

Política interna

Felipe II fue un monarca que residió en la Península casi permanentemente. De vida


austera y sencilla, imbuido del cumplimiento del deber, se ocupó personalmente de
todos los asuntos del Estado aunque, por su indecisión, las tareas del gobierno se vieron
entorpecidas por resoluciones tardías. Gracias a sus deseos de estar bien informado, se
conservan encuestas y estadísticas que permiten conocer la evolución demográfica y la
producción durante su reinado.

Entre los problemas internos que se vio obligado a enfrentar se encuentra la sublevación
de los moriscos granadinos, sofocada por don Juan de Austria en 1569, que terminó con
la expulsión de éstos del Reino de Granada, y su deportación en masa a diferentes
regiones de Extremadura, Galicia y Castilla.

El motín de Zaragoza (1591) y la sublevación en defensa de los fueros y privilegios


aragoneses tuvieron su origen en el proceso contra uno de los secretarios del Rey,
Antonio Pérez, a quien se tenía por sospechoso de inducir el asesinato de Escobedo,
secretario de don Juan de Austria. Antonio Pérez huyó a Zaragoza, y el Justicia Mayor
de Aragón, Juan de Lanuza, aplicando uno de sus privilegios procesales, lo encerró en la
cárcel de los `manifestados', y lo sustrajo así a la acción directa de la jurisdicción real.
Cuando, tras acusarlo de hereje, trataron de trasladarlo a la cárcel de la Inquisición, el
pueblo se amotinó, porque consideraba que se estaban violando sus fueros. Antonio
Pérez huyó a Francia, desde donde intentó, sin éxito, un levantamiento general del
Reino aragonés. El castigo fue duro: Lanuza fue ejecutado y Felipe II consiguió en las
Cortes de Tarazona que el Justicia Mayor quedara bajo la autoridad real, que desde
entonces pudo sustituirlo, nombrar a sus lugartenientes y a la mitad de sus asesores.
Decreció así la importancia de esta institución medieval aragonesa, y se amplió el
absolutismo regio.

Política internacional

Cuando Felipe II comenzó su reinado, era Rey consorte de Inglaterra. Pero las
expectativas de crear un bloque permanente entre ésta y los Países Bajos contra Francia
se esfumaron por la muerte de María Tudor, su segunda esposa. También terminó la
seguridad de la navegación de los barcos españoles por el Canal de la Mancha, la ruta
más directa entre la Península y Flandes.

Los Países Bajos, por su riqueza y el comercio que mantenían con Sevilla y desde allí
con las Indias, eran una región indispensable para la monarquía española. Es necesario
señalar esto para comprender que la lucha allí mantenida no obedeció únicamente a
motivos religiosos, sino especialmente a económicos y políticos. Los intentos
centralizadores propios del absolutismo chocaron con la relativa autonomía de las
provincias flamencas.

En los inicios, el Rey se mostró paciente y tolerante, pero finalmente se decidió por la
intervención militar. El Duque de Alba (1567), don Luis de Requesens (1573) y don
Juan de Austria (1576), se sucedieron en el mando de los tercios. Aunque obtuvieron
algunas victorias, éstas fueron sólo momentáneas. La falta de recursos económicos
retrasó la paga de los soldados, y por ello éstos cometieron abusos y saqueos que
pusieron a la población flamenca en su contra. Alejandro Farnesio, estadista,
diplomático y gran militar, logró controlar a los tercios y firmar una alianza con las
provincias walonas del sur (Tratado de Arras, 1579). Francia e Inglaterra continuaron
prestando ayuda económica y militar a los rebeldes.

Poco antes de morir, Felipe II cedió los Países Bajos a su hija, Isabel Clara Eugenia,
casada con el Archiduque Alberto de Austria, pero, al no tener sucesión, volvieron estos
territorios a la Corona española.

La enemistad con Francia, una constante desde el reinado de los Reyes Católicos, tuvo
altibajos en este período. Los franceses sufrieron dos grandes derrotas en San Quintín
(1557) y Gravelinas (1558), lo cual los llevó a firmar la paz de Cateau-Cambrésis
(1559), que puso fin a la pugna que ambas monarquías habían mantenido por la
posesión de los territorios italianos. También se concertó en ella el tercer matrimonio de
Felipe II, con Isabel de Valois. Este acuerdo fue duradero por el mutuo agotamiento
humano y económico de los contendientes.

Sólo en la década final del reinado se reinició la guerra nuevamente al plantearse el


problema sucesorio del trono francés. El candidato con más posibilidades era Enrique
de Navarra, hugonote. La causa católica se mezcló con los intereses dinásticos, pero la
conversión al catolicismo de Enrique IV (`París bien vale una misa') y la presión de la
opinión pública francesa, contraria al intervencionismo español, forzó la firma del
Tratado de Vervins (1598), con cláusulas parecidas a las de Cateau-Cambrésis.

Los turcos siguieron siendo un obstáculo para la navegación y el comercio


mediterráneos. Los enfrentamientos fueron frecuentes y después de la toma de Chipre
por el Sultán de Turquía (1570), la República de Venecia y Felipe II apoyaron la
iniciativa del Papa Pío V para formar la Santa Liga (1571). Con recursos humanos y
económicos aportados en su mayor parte por España, se aprestó una flota bajo el mando
de don Juan de Austria, que obtuvo una gran victoria sobre la armada turca en Lepanto,
el 7 de octubre de 1571.

La política matrimonial de los Reyes Católicos, para tratar de conseguir por esa vía la
unión de todos los reinos peninsulares, culminó con éxito al morir sin sucesión don
Sebastián, último Rey de Portugal. Los derechos al trono portugués de Felipe II, nieto
legítimo de Manuel I el Afortunado, fueron reconocidos por las Cortes de Almeirin
(1580). Pero un bastardo, don Antonio, prior de Ocrato, con el apoyo de muchos
portugueses que no querían la anexión, se opuso por las armas. Felipe II envió un
ejército al mando del Duque de Alba (que en tres meses derrotó a sus opositores) y en
las Cortes de Thomar (1581) prestó juramento como Rey de Portugal. El monarca
español unificó así bajo su mando los extensos territorios que aquel país poseía en
Africa, Asia y América (véase Ilustración 4).

La Reina de Inglaterra, Isabel I, ayudaba a los rebeldes holandeses y a los piratas


ingleses que actuaban en el Caribe, creando así un clima de gran inseguridad. Felipe II
fue paciente, para tratar de mantener buenas relaciones, pero las provocaciones eran
continuas y al fin se decidió a invadir Inglaterra. Con mucho secreto se preparó una gran
armada que salió de Lisboa en 1588. La flota inglesa, con mejor artillería, más
maniobrable y ligera, derrotó a los barcos españoles. Una tormenta se encargó del resto.
Aunque se ha culpado del desastre al jefe de la expedición, el Duque de Medinasidonia,
que carecía de experiencia como marino, las causas fueron más complejas: falló el
apoyo de los católicos ingleses y también la forma en que se planteó el combate (un
abordaje de la infantería al estilo de Lepanto), pero la potencia de la artillería inglesa no
permitió que los barcos españoles pudieran aproximarse.

Esta derrota no supuso el fin del poderío naval español, pero tuvo grandes efectos
morales en el ánimo de los españoles y permitió que los extranjeros se percataran de la
disminución del mencionado poderío español. El fracaso de la Armada Invencible
originó las primeras controversias sobre la orientación de la política internacional de la
época. En las Cortes de Castilla, algunos procuradores sugirieron desistir de la lucha
contra los herejes: aducían que era preferible que ellos mismos se condenaran en paz a
seguir consumiendo los recursos castellanos.

Felipe II ha sido uno de los monarcas más atacados de la historia. La Leyenda Negra
antiespañola, fraguada en Europa por medio de los escritos de sus enemigos, lo acusa de
fanático y cruel, y le achaca crímenes absurdos. Si Felipe II actuó como campeón de la
Contrarreforma y enemigo del protestantismo, no hay que olvidar que el clima general
del siglo XVI fue la intolerancia, y debe ser considerado desde esa perspectiva.

La Crisis del Siglo XVII


Esta centuria se considera de estancamiento económico general en toda Europa, aunque
con ciertas diferencias, pues la crisis se agudizó más en unas regiones que en otras.
Algunos países, como Inglaterra y Holanda, gozaron de un progreso moderado, pero los
Estados de la cuenca mediterránea sufrieron un claro descenso por múltiples causas,
algunas naturales: períodos de lluvias e inundaciones seguidos por otros de sequía, que
arruinaron las cosechas y provocaron el alza en los precios de los víveres y, como
consecuencia, una población mal alimentada y debilitada, presa fácil de las epidemias.
Otros eran factores políticos: las constantes guerras que contribuyeron a diezmar la
población. Y todavía otros eran económicos: el descenso cuantitativo de los metales
preciosos que llegaban de las Indias, lo que ocasionó una subsiguiente baja en la
demanda de bienes de consumo y la ruina de muchos talleres e industrias.

En España la crisis se manifestó con especial intensidad, aunque en el devenir del siglo
se pueden distinguir varios períodos, basados en el carácter de cada uno de los monarcas
y de los colaboradores escogidos por éstos. Las causas del descenso de la población
fueron diversas: la expulsión de los moriscos, las malas cosechas, las guerras y
epidemias, la emigración a Indias y el ingreso de muchos jóvenes en las órdenes
religiosas. Regiones enteras quedaron abandonadas por falta de mano de obra para los
cultivos, manufacturas y artesanías.

Los métodos de labranza eran muy primitivos. El arado con mulas resultaba más barato,
pero agotaba el suelo al no penetrar tan profundamente. La mala distribución de la tierra
obligaba a los campesinos a emigrar. Todos estos problemas no eran nuevos, pero se
agudizaron con la crisis general. Hubo un descenso de la producción y de las rentas y
una variación en los cultivos. Muchas comarcas dejaron de producir trigo a cambio de
centeno y cebada, pues estos últimos productos tenían un mayor rendimiento y servían
para alimentar al ganado. El maíz se generalizó en todo el Norte a partir de 1630.

Hubo una disminución en el número de telares en Castilla, y los paños que se fabricaban
eran de menor calidad. Decayeron las ferias y el comercio, y éste además se volvió
dependiente de la demanda externa. Declinó el transporte marítimo y por consiguiente
la industria naval, puesto que las mercancías se transportaban en barcos extranjeros. El
monopolio existente en el comercio indiano impedía a los extranjeros comerciar con
América. A pesar de todo, éste era transgredido continuamente y de varias maneras.
Algunos comerciantes extranjeros se naturalizaban, pero un buen número de ellos
realizaba sus negocios por medio de agentes españoles.
Otra de las características del siglo XVII español fue la aparición de los validos,
privados o favoritos (se les llamaba de cualquiera de estas formas), personajes que se
ganaban la confianza del monarca mediante halagos y el fomento de sus gustos, por
ejemplo, las fiestas y partidas de caza organizadas por el Duque de Lerma para Felipe
III. El trabajo de un monarca absoluto era muy pesado, porque debía conocer y decidir
sobre todos los asuntos del Reino, los cuales en ocasiones eran abandonados en manos
de un amigo cercano. Los validos fueron siempre impopulares. El pueblo los acusaba de
ser los responsables del mal gobierno y causantes de sus desdichas. Pero no todos los
privados fueron iguales: el Duque de Lerma, hombre codicioso, acumuló cargos y
riquezas para él y su familia; el Conde-Duque de Olivares ambicionaba además el
poder, pero desarrolló una actividad bien intencionada aunque no fuera la más acertada
para los problemas del momento.

La venta de hidalguías, tierras y cargos públicos se había iniciado en la centuria


precedente, pero en el siglo XVII este sistema se amplió en grandes proporciones, y se
alteró la estratificación social castellana. Todo se negociaba, y así se provocó la
degradación del cuerpo de funcionarios que con tanta eficacia había actuado con
anterioridad. Las consecuencias ocasionadas fueron nefastas: se creó una burocracia
inútil y ociosa, y esa práctica se convirtió en una forma de inversión, puesto que se
arrendaban los cargos comprados.

El poder municipal también decayó. Muestra de ello fue la facilidad con que la Corona
nombraba a los titulares de los cargos vitalicios y hereditarios. Otra institución que se
desacreditó totalmente fue la de las Cortes castellanas, cuya única tarea consistió en
votar nuevos impuestos. Cuando al final de la centuria dejaron de convocarse, no se alzó
en su defensa ninguna voz de protesta.

Muestra de la madurez política a que se había llegado en la Península es la libertad de


expresión que se había alcanzado. Si bien no existían periódicos todavía, las autoridades
permitían la publicación de hojas y folletos que trataban los más diversos asuntos
públicos. Las personas que planteaban proyectos o mejoras para remediar los problemas
principales que aquejaban al país recibieron el nombre de `arbitristas', por las medidas o
`arbitrios' (según expresión de la época) que proponían. Fue un medio de comunicación
abundantísimo en el siglo XVII, indicio de una opinión pública interesada en las
cuestiones de gobierno.

Felipe III (1598-1621)


Aunque ya se había iniciado la crisis, las apariencias del reinado de Felipe III fueron
brillantes. Los gastos de la Corte se incrementaron, y el dinero se dilapidaba en fiestas,
toros, colecciones de arte, etcétera. Aún quedaban funcionarios honrados y competentes,
hábiles diplomáticos y buenos militares, pero la corrupción y el favoritismo fueron
deteriorando paulatinamente toda la administración.

En política exterior su actitud fue moderada y pacífica, en contraste con la mantenida


por su padre Felipe II. La guerra contra Inglaterra continuó hasta la muerte de la Reina
Isabel I, y los hechos más destacados fueron el ataque inglés a Las Palmas (Canarias) y
la ayuda española a los rebeldes irlandeses. Con el nuevo Rey, Jacobo I, se firmó en
1604 un tratado de comercio y se permitió a los ingleses residentes en España practicar
en privado su religión. Las hostilidades en los Países Bajos continuaron durante los
primeros años del reinado, hasta que el Archiduque Alberto negoció con los rebeldes la
Tregua de los Doce Años (1609). Las relaciones con Francia mejoraron después de la
muerte de Enrique IV, y durante la regencia de su viuda, María de Médicis, se pactaron
los matrimonios del delfín, Luis, con la Infanta española Ana de Austria, y del futuro
Felipe IV con Isabel de Borbón.

En cuanto a la política interior, el hecho más sobresaliente y con mayores repercusiones


económicas y demográficas fue la expulsión de los moriscos en 1609. El problema de
esta minoría estaba latente desde la conquista de Granada. Se habían producido algunas
sublevaciones y se temían los contactos que pudieran establecer con sus correligionarios
del norte de Africa y sus negociaciones con otros enemigos de la monarquía española.

Los nobles de Aragón y Valencia, que tenían muchos vasallos entre los moriscos,
trataron de oponerse a la expulsión, pero prevaleció el criterio contrario. En total
salieron de la Península cerca de 300,000 personas, un poco más del 4% de toda la
población, pero ello no afectó a todas las regiones por igual. En Valencia, Aragón y
Murcia la despoblación fue mayor. Esto ocasionó el decaimiento de la horticultura, la
baja en las rentas de los señores y también la disminución de los diezmos.

Una medida inflacionaria de grandes repercusiones económicas fue el resello de la


moneda de cobre, lo cual duplicó el precio del vellón (moneda de cobre con cierta
aleación de plata). El valor de la plata permaneció intacto, y por lo tanto coexistían dos
sistemas monetarios, puesto que los precios se expresaban en plata, punto de referencia
para las transacciones comerciales, pero los pagos podían hacerse en moneda de cobre o
vellón.

Felipe IV (1621-1665)
A diferencia del período anterior, desde los inicios de este largo reinado hubo un activo
intervencionismo en los asuntos europeos. El mismo año en que Felipe IV asumió la
Corona, expiró la Tregua de los Doce Años y en esta ocasión en ambos países
prevaleció el criterio de reanudar la actividad bélica. A la lucha en Flandes se sumó el
apoyo prestado al Emperador en la Guerra de los Treinta Años, iniciada en 1618 y
llamada a marcar en Europa el comienzo de una etapa de desastres bélicos y la última
contienda de tipo religioso. La participación de la Corona española en las distintas fases
de esta guerra y los sacrificios humanos y económicos que una vez más se exigieron a
los súbditos, fueron la causa principal de las sublevaciones en Cataluña y Portugal.

Cuando Felipe IV accedió al trono era joven, inexperto y de poco carácter. El Conde de
Olivares (posteriormente Duque de Sanlúcar la Mayor y por ello conocido como Conde-
Duque), se había ganado la confianza del soberano y logró desde el primer momento
que éste pusiera el gobierno en sus manos; el Rey, sin embargo, nunca desatendió por
completo sus deberes, y más bien existió así entre ambos una especie de colaboración.
No obstante esto último, el valido impuso con frecuencia su criterio, dado el ascendiente
que ejercía sobre el monarca.
Para resaltar las diferencias con el reinado anterior, el Conde-Duque destituyó a todos
los funcionarios que ocupaban altos cargos, y exigió de los servidores públicos
presentar un inventario de sus bienes como garantía contra el enriquecimiento indebido.
También se creó una Junta de Reformación para tratar de sanear la agricultura, fomentar
la industria, combatir el lujo excesivo y restringir los gastos de la Corte.

La Hacienda Real estaba exhausta. Las rentas se habían gastado por adelantado hasta el
año 1625. De todos los reinos peninsulares, era Castilla la que había soportado el peso
de la política exterior en los reinados anteriores, costeando la guerra cada vez con
mayores impuestos y aportando los hombres para el ejército. En 1621 se encontraba
agotada y Olivares consideró que era conveniente suprimir las diferencias entre los
Estados, y que todos llevaran la carga por igual. Así lo expuso a Felipe IV en un
memorial secreto que presentó en 1625:

Tenga Vuestra Majestad por el negocio más importante de su


monarquía el hacerse Rey de España; quiero decir, Señor,
que no se contente Vuestra Majestad con ser Rey de
Portugal, de Aragón, de Valencia y Conde de Barcelona,
sino que trabaje y piense, con consejo mudado y secreto,
por reducir estos reinos de que se compone España al
estilo y leyes de Castilla, sin ninguna diferencia; que si
Vuestra Majestad lo alcanza será el Príncipe más poderoso
del mundo.

La Unión de Armas propuesta por Olivares era nada menos que repartir el peso de las
guerras entre los reinos, formando un ejército común, mantenido y abastecido por cada
reino según su población y su riqueza. Para ello tenía que vencer el fuerte obstáculo que
presentaban los fueros. Este intento de lograr la unidad efectiva de la nación era
arriesgado, dada la pérdida de prestigio de una monarquía que carecía entonces de la
fuerza moral y material para lograr tales propósitos.

Desde comienzos del siglo XVII, el volumen de los metales preciosos provenientes de
América había disminuido. La llegada de la flota de Indias era irregular, por los ataques
de ingleses y holandeses o simplemente por el mal tiempo. Era indispensable que todos
los reinos contribuyeran para cubrir los gastos de la monarquía.

Cuando en 1636 Francia declaró la guerra, Olivares decidió atacar desde Cataluña. Los
catalanes debían `alojar' a la tropa y de allí surgieron los primeros choques entre los
campesinos y los soldados, pues éstos cometían abusos y saqueos. El día de Corpus
Christi de 1640 estalló un motín en Barcelona y asesinaron al Virrey. La revolución
catalana fue una guerra civil con reivindicaciones sociales y políticas, mezclada además
a un conflicto internacional, puesto que los catalanes ofrecieron la Corona al Rey Luis
XIII de Francia. Pronto se dieron cuenta de que el ejército francés, llegado como
auxiliar, no se comportaba mejor que el otro contra el cual se habían sublevado, y la
opinión fue cambiando en favor de permanecer unidos al resto de España. Ambos
países, cansados de la lucha, se inclinaron por la paz, que se firmó en 1659 (Paz de los
Pirineos). Francia obtuvo el Rosellón, la Cerdeña, una serie de plazas en los Países
Bajos y algunas ventajas comerciales. Además, se acordó el matrimonio de la Infanta
María Teresa, hija de Felipe IV, con Luis XIV.

Aprovechando la circunstancia de la revuelta catalana, los portugueses se sublevaron


también en 1640, y proclamaron Rey al Duque de Braganza, de la rama bastarda de la
familia real portuguesa. La unión con Castilla nunca había sido popular. Además, los
portugueses habían sufrido en sus colonias los ataques de los holandeses. Cuando
tuvieron que contribuir con hombres y dinero al mantenimiento de las guerras en
Europa, creció el descontento y comenzaron la lucha por su independencia, buscando el
apoyo y la alianza con Francia, Inglaterra y Holanda, enemigos tradicionales de los
Austrias. Las tropas españolas fueron derrotadas en Villaviciosa (1665). La
independencia de Portugal se reconoció tres años más tarde (1668), después de la
muerte de Felipe IV.

Casi en la misma época de las revueltas de Cataluña y Portugal hubo desórdenes en


Andalucía, impulsados por el Duque de Medinasidonia, pero no tuvieron mayores
consecuencias. Allí no existía espíritu separatista y el movimiento no fue más que la
muestra de un malestar general por los elevados impuestos y el alto precio del pan.

El odio de todos los grupos sociales contra Olivares, al que hacían responsable de tantos
desastres, era cada vez mayor, y por fin el Rey le `otorgó' licencia para retirarse a sus
tierras (1643), donde murió a los pocos meses.

El fin de la Guerra de los Treinta Años y por otro lado la Paz de Westfalia (1648)
confirmaron la pérdida de la hegemonía de la Casa de Austria y también la del
catolicismo en Europa. En el Tratado de Westfalia, España reconoció, después de más
de 80 años de lucha inútil, la independencia de las Provincias Unidas (Holanda).

Economía

Anteriormente se han mencionado los problemas económicos, que no eran nuevos de


este reinado. Los enormes gastos del Estado apenas se cubrían con los ingresos a pesar
del oro y la plata indianos. El mantenimiento de la casa real, la burocracia y las guerras
consumían todas las rentas percibidas por la Real Hacienda. Tratando de paliar esta
situación, los monarcas españoles se vieron obligados a crear nuevos impuestos y a
aumentar la deuda pública mediante la emisión y venta de juros, o bien alterando el
valor de la moneda.

Durante el reinado de Felipe IV se recurrió a todas estas medidas: creación de nuevos


impuestos (el del papel sellado), emisión de juros y devaluación de la moneda. Pero ello
no fue suficiente y el Estado se declaró en bancarrota en dos ocasiones (1647 y 1652),
además de reducir a la mitad la renta de los juros (1635). Esto causó la ruina de muchos
banqueros y comerciantes, así como del crédito del Estado, que por muchos años tuvo
que pagar intereses muy altos para poder conseguir nuevos préstamos.

Los efectos negativos de esta política repercutieron sobre todo en la economía y


estructura social de Castilla: con la venta de tierras baldías aumentaron los latifundios, y
la de pueblos dio origen a nuevos señoríos. Al mismo tiempo, la compra de cargos
públicos amplió excesivamente la burocracia. Los otros Estados peninsulares,
protegidos por sus fueros, no se vieron tan afectados.

Carlos II
Al morir su padre, Carlos II tenía solamente cuatro años, por lo que se hizo cargo de la
regencia su madre Mariana de Austria, extranjera e inexperta, que depositó su confianza
en el Padre Nithard, su confesor, a quien nombró Inquisidor General. Tanto el pueblo
como la alta nobleza se opusieron al `privado', quien al fin tuvo que salir de España.

En política exterior, el hecho más sobresaliente durante la regencia fue la paz firmada
con Portugal (1668), por la que se le reconoció su independencia. Las relaciones con
Francia se hicieron difíciles por la ambición de Luis XIV, quien deseaba ampliar sus
fronteras y para ello atacó a los Países Bajos del sur, católicos, aún pertenecientes a la
Corona española, y se adueñó de algunas ciudades. España estaba agotada, carecía de
recursos económicos y humanos, por lo cual no estaba en situación de defender a los
flamencos. Pero Inglaterra, Holanda y el Imperio, temiendo la preponderancia francesa,
formaron una coalición para apoyar a España, y Luis XIV se vio obligado a firmar la
Paz de Aquisgrán (1668), por la que obtuvo algunas plazas, pero no toda la región. El 8
de julio de 1670 se firmó entre Inglaterra y España la Paz de Madrid, por la cual se
reconoció la soberanía inglesa sobre Jamaica, conquistada en 1656. A partir de
entonces, dicha isla se convirtió en una base de operaciones de piratas y,
posteriormente, en un centro de contrabando comercial, así como de los esfuerzos de
penetración inglesa en la Costa caribe del Reino de Guatemala.

En 1675 el Rey llegó a su mayoría de edad legal (14 años) pero, enfermizo y retrasado
desde su nacimiento, nunca ejerció el gobierno en forma personal. De carácter débil, se
dejó influir por los que le rodeaban, su madre y el nuevo favorito, Fernando Valenzuela.
La opinión pública estaba cada vez más en contra del valido y en favor de don Juan José
de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, quien era Virrey de Aragón y muy popular.
Apoyado por la alta nobleza, don Juan José de Austria maniobró hábilmente y reunió un
pequeño ejército con el cual marchó hacia Madrid. Carlos II le entregó el gobierno pero,
aun cuando se corrigieron algunos abusos, no se atacaron los males de raíz ni se
cortaron los privilegios que gozaban los grupos poderosos.

La coyuntura política interna y externa era desfavorable: las epidemias, las malas
cosechas y la inflación aumentaron la mendicidad y el bandolerismo. Además, Francia
reanudó la guerra en Flandes y, por la Paz de Nimega (1678), España tuvo que cederle
el Franco Condado y algunas de las plazas flamencas.

Don Juan José de Austria gobernó sólo tres años (1677-1679) y murió inesperadamente.
Le sucedió como Primer Ministro el Duque de Medinaceli, que tenía un sincero afán de
hacer reformas, pero las guerras europeas continuaban consumiendo los escasos
recursos disponibles, y de nuevo fue necesario recurrir a donativos, a la venta de cargos
públicos y títulos nobiliarios, e incluso a reducir a una cuarta parte de su valor la
moneda de vellón. La actitud de Francia hizo que Austria, Suecia y España se unieran
en la Liga de Augsburgo (1686), a la que poco después se sumó Inglaterra con su nuevo
Rey Guillermo de Orange, enemigo de Luis XIV. Francia, agotada por la guerra, firmó
la Paz de Ryswick (1697), por la que devolvió Luxemburgo a España.

El problema de la sucesión a la Corona española estaba latente y todos los países


europeos esperaban obtener ganancias y ventajas políticas en el momento oportuno. Los
candidatos principales eran Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV y María Teresa de
Austria (hija de Felipe IV), y el Archiduque Carlos de Austria. Ambas opciones
rompían el equilibrio europeo porque España y sus extensos territorios inclinarían la
balanza en favor del país que obtuviera la sucesión para su candidato.

La situación aludida indujo a Carlos II a otorgar testamento en favor de José Fernando


de Baviera, bisnieto de Felipe IV, pero la muerte del segundo, en 1699, planteó de
nuevo el problema sucesorio. Las intrigas en la Corte aumentaban y sucedieron varios
episodios grotescos, como el de los supuestos hechizos del Rey, a quien se practicó un
exorcismo. Finalmente Carlos II nombró heredero de todos sus dominios a Felipe de
Anjou, con la prohibición expresa de unirlos a Francia o dividirlos. La decisión del
monarca fue la más prudente, para evitar la guerra, pero desafortunadamente no sucedió
así, y en los inicios del siglo XVIII España se vio envuelta en un conflicto de sucesión
que, en gran parte, fue también una contienda civil.

Conclusiones
En las dos centurias que se acaban de estudiar, España pasó de ser potencia hegemónica
a nación de segunda clase. Fue Castilla, más que cualquier otro reino peninsular, la que
realizó la expansión española por Europa y el mundo. Las instituciones castellanas,
principalmente los Cabildos y corregimientos, se plegaron más dócilmente a los deseos
de los monarcas, lo que no hicieron los reinos restantes, escudados en sus fueros.

El territorio de la Corona castellana comprendía Galicia, Asturias, ambas Castillas,


Murcia, Extremadura, Andalucía, las Provincias Vascongadas y, desde 1512, el Reino
de Navarra. Su pujanza fue muy grande en los inicios del siglo XVI. La superioridad de
Castilla se reflejó en su predominio lingüístico. En 1492 publicó Antonio de Nebrija la
primera gramática castellana (con el nombre de Arte de la Lengua Castellana). El
castellano se convirtió en español, el idioma del Imperio. Muchos escritores no
castellanos lo utilizaron con preferencia a su lengua materna. La aristocracia y las
personas cultas adoptaron el castellano sin que nadie se los impusiera.

Al estar los reinos unidos en la persona del Monarca, cada uno tuvo diferentes áreas de
acción. Por ello se dice que el descubrimiento de América fue castellano. Castilla lo
financió y organizó, de allí salieron la mayoría de los hombres, sobre todo al principio,
y también fueron castellanas las instituciones que pasaron al Nuevo Mundo: municipios,
audiencias, legislación, organización fiscal, presupuesto y el idioma.

América abrió nuevos horizontes a la expansión castellana, pero también contribuyó a


despoblar sus campos. Los metales preciosos que llegaban de América sirvieron para
financiar la política y las guerras de la monarquía, pero a la larga no beneficiaron al
país.
JORGE LUJÁN MUÑOZ

Introducción: Descubrimiento y
Conquista

Planteamiento
El descubrimiento del Nuevo Mundo tuvo una motivación de carácter mercantil.
Obedeció a la necesidad de buscar una ruta directa entre Europa y Asia, China e India,
para facilitar el comercio de las especias. Los esfuerzos de Colón en su primer viaje,
mientras exploraba las rutas al Asia, estuvieron dominados por su deseo de obtener oro
y hacerse rico. También los participantes en el viaje y los empresarios que habían
invertido en la organización del mismo confiaban en obtener ganancias. Se esperaba,
como en los viajes comerciales, que al final vendría el reparto de utilidades. Creían que
cada expedición proporcionaría riquezas a sus promotores e integrantes. Las primeras
décadas de la presencia europea en América estuvieron marcados por esta actitud y ello
explica que los europeos se sintieran decepcionados por los escasos resultados
obtenidos en las Antillas.

Como era de esperarse, los primeros años fueron de pruebas y vacilaciones. Por un lado,
en las Capitulaciones de Santa Fe se otorgaban amplísimos derechos a Colón. De ahí
que La Española haya surgido, más que como una colonia, como una factoría. Sólo muy
lentamente y con dificultades pudo la Corona ir despojando a los Colón de sus
prerrogativas, en un empeño que duró casi medio siglo. Puesto en marcha el proceso de
viajes y exploraciones, pronto quedó claro que el mismo desbordaba las posibilidades
colombinas, y se resolvió que la Corona otorgara otras concesiones, más de tipo factoría
que de colonización. El verdadero sentido de la empresa se fue definiendo
paulatinamente.

Mientras las expediciones se concentraron en la zona insular, los frutos fueron escasos.
Colón trató de compensar estos precarios resultados con el comercio de esclavos y
remitió indios a España para su venta. De acuerdo con su razonamiento, los indios eran
bárbaros que, según el Derecho Romano, podían ser esclavizados legítimamente.
Durante la Edad Media, el epíteto bárbaro había pasado a ser equivalente de infiel. Si
bien al principio pareció aceptarse tal razonamiento, pronto surgieron teólogos que lo
objetaron: era infiel quien había abjurado de la verdadera fe, pero los habitantes del
Nuevo Mundo nunca la habían conocido, por extraño que a algunos les pareciera
entonces. De acuerdo con tales teólogos, a los indios se les podía tener por paganos,
pero no por infieles. Talvez de acuerdo con este razonamiento, la Reina Isabel,
aconsejada por su confesor Jiménez de Cisneros, prohibió el tráfico de indios, y en 1500
la Corona estableció que los mismos fueran libres y que no se les considerara sujetos de
servidumbre.

Sin embargo, la cuestión quedó sin resolver, ya que se permitía la esclavitud de los
indios hechos prisioneros en `justa guerra'. Pronto surgió el artificio del `requerimiento'
(véase más adelante), por el que se pedía a los indígenas aceptar pacíficamente el
dominio del Rey español, pues dicho dominio había sido establecido en el Tratado de
Tordesillas y contaba con la ratificación papal contenida en las bulas Inter Caeteras
(1493), por las cuales se otorgaban los `justos títulos' a la Corona española. El problema
de la esclavitud de los indios no empezó a resolverse sino hasta la década de 1540, con
la lenta y difícil aplicación que se hizo de las Leyes Nuevas, promulgadas en 1542.

No obstante, cuando menos en principio, la supresión de la esclavitud de los indios


eliminó una de las opciones mercantiles de los habitantes de La Española, que
afanosamente buscaron otras alternativas en la pesca de perlas y en el rescate de metales
preciosos. En realidad la empresa indiana no interesó mucho a la Corona hasta que, con
la llegada a Tierra Firme, es decir Panamá, se demostró que los territorios descubiertos
constituían un nuevo continente, con extraordinarias riquezas y grandes posibilidades de
expansión.

Los Antecedentes Españoles


No cabe duda de que las experiencias anteriores en cuanto a expansión territorial
constituyeron un hecho decisivo en la empresa española en las Indias. Sin embargo, es
necesario reconocer que entre aquellas empresas y esta otra había claras diferencias y
contrastes. La apertura del Nuevo Mundo, cuando precisamente se coronaba en la
Península el proceso de la Reconquista, fue algo más que un golpe de fortuna y permitió
a la naciente nación, que acababa de lograr su unidad dinástica, encaminar sus fuerzas
hacia todo un nuevo continente, en lugar de dirigirlas hacia el norte de Africa.

No hay que olvidar, por otro lado, el caso de las Islas Canarias, que tenía también sus
propias particularidades. En cuanto a las Canarias, debió transcurrir un siglo para
descubrirlas, conquistarlas y colonizarlas. Además, la intervención de la Corona de
Castilla sobre ellas fue directa, aunque tardía y lejana. De hecho, la administración real
sobre las mismas se inició formalmente después del descubrimiento y colonización de
América, aun cuando uno y otro hecho estuvieron ligados por el valor que tenían las
islas como escala obligada en la ruta hacia las Indias. Las Canarias pasaron a ser
controladas por funcionarios reales casi al mismo tiempo que las Antillas y la llamada
específicamente Tierra Firme.

La conquista y primera colonización de las Canarias fue obra de la iniciativa privada,


que antes había desempeñado un papel importante en la Reconquista. En el mismo caso
fue también notoria la intervención de las grandes órdenes militares de Calatrava,
Santiago, Alcántara y, la más modesta de todas, Montesa. Significativamente, todas
ellas quedaron excluidas como tales del escenario americano.

Por cuanto España apenas acababa de lograr su afirmación nacional cuando se


realizaron el descubrimiento y la conquista de América, se retrajo en alguna medida de
esta empresa. A finales del siglo XV, la Corona tenía por delante el reto de rescatar casi
el 45% del territorio peninsular de manos de una aristocracia poderosa, la cual impedía
al Rey ejercer su poder. Por ello sin duda se consideró más conveniente asumir en el
Nuevo Mundo una responsabilidad indirecta, y se prefirió otorgar facultades por medio
de las capitulaciones.
Carácter Privado de las Expediciones
Para la mejor comprensión de muchos aspectos de la conquista y la colonización de las
Indias, es necesario tener en cuenta el carácter privado y la participación popular en
dicha empresa. En su inmensa mayoría, las expediciones de descubrimiento, conquista y
colonización no fueron impulsadas, organizadas ni financiadas por la Corona. Al
contrario, salvo el caso inicial de las expediciones colombinas, y ello por decisión de la
Reina Isabel, y luego los casos de las expediciones de Pedrarias Dávila y de Magallanes,
los altos funcionarios de la Corte acogieron con desconfianza y reserva los esfuerzos
vinculados al descubrimiento y al dominio de los territorios descubiertos. Tales
funcionarios tardaron algunas décadas en despejar sus dudas. Tampoco se debe olvidar
que, desde su perspectiva, había otras prioridades que la Corona debía atender de
inmediato.

Las expediciones, pues, fueron preparadas por grupos privados, que las llevaron a cabo
por su cuenta y riesgo. No participaron en ellas los ejércitos reales, ni se arriesgaron los
escasos capitales del Estado. Fueron unos cuantos audaces, en busca de riqueza, fama y
ennoblecimiento, los que en ellas participaron, nutriéndolas con elementos procedentes
de los sectores populares, deseosos de mejorar su condición social y económica.

El financiamiento de tales empresas corrió a cargo de los grandes comerciantes y de los


navegantes mismos, que arriesgaron sus capitales y navíos, con esperanza de obtener
ganancias inmediatas. La Corona sólo les dio su aval y ubicó en cada expedición
funcionarios encargados de velar por sus intereses. Los gastos fueron sufragados por
uno o más particulares, en calidad de empresarios, y uno de ellos podía ser el jefe
militar de la expedición. El jefe comúnmente recibía préstamos o adelantos, a cambio de
participar después en las ganancias. Cada participante aportaba sus armas e
implementos, y este aporte determinaba su recompensa.

En contra de tales procedimientos se levantaron algunas voces de protesta, que trataban


de prever y prevenir supuestos riesgos ante los fines políticos, económicos y espirituales
de la Corona. Sin embargo, los altos costos que habría implicado el asumir directamente
tal esfuerzo, y sobre todo el interés manifiesto de los mismos particulares, hicieron que
la actitud adoptada no se modificara en lo fundamental. No obstante, la Corona trató de
limitar las facultades y derechos otorgados o reconocidos a los jefes de las expediciones.
Poco a poco se fueron afirmando los controles y restricciones de la Corona, a fin de
evitar el posible surgimiento de señoríos que compitieran con el poder real.

Desde la primera expedición colombina, la Corona reguló los derechos y obligaciones


de los jefes de expedición por medio de las capitulaciones, pero ya no fue tan generosa
como lo había sido con Cristóbal Colón en las Capitulaciones de Santa Fe, cuando aún
se desconocían la naturaleza, el volumen y las consecuencias del descubrimiento.

Las Capitulaciones
Desde el punto de vista puramente jurídico, la capitulación era un contrato bilateral
entre la Corona o sus representantes y el jefe de la expedición proyectada, en el cual se
establecían los derechos y obligaciones de ambas partes. En realidad fueron contratos
que rebasaron la esfera propia del derecho privado y se constituyeron en el `código'
fundamental para administrar un territorio determinado, y representaron también la
fuente jurídica primaria y principal para cada jurisdicción.

Muchas veces la capitulación fue un verdadero título negociable, objeto potencial de


venta, traspaso, permuta, constitución de sociedad, etcétera, siempre que se respetaran
las condiciones originales. Normalmente cada capitulación constaba de tres partes: la
primera contenía la licencia real para descubrir, conquistar, etcétera; en la segunda se
enumeraban las obligaciones del jefe de la expedición, así como las mercedes que la
Corona le concedía; en la tercera se establecían las condiciones de las `mercedes regias,
supeditadas al éxito de la empresa y la conducta del jefe, junto con la admonición del
castigo correspondiente si ésta no se ajustaba a lo pactado'.

La capitulación fue siempre un instrumento legal, necesario y previo a cualquier


expedición. Sin embargo, hubo casos de expediciones en que no hubo una capitulación,
y la autorización real se otorgó a posteriori; también hubo casos en que abiertamente se
incumplió lo estipulado, como cuando Alvarado se dirigió al Perú, en lugar de dirigirse
a La Especiería, como era su obligación.

La facultad de otorgar las capitulaciones correspondía a la Corona, que la delegó en la


Casa de Contratación. Una vez organizado el sistema de gobierno en las Indias,
pudieron otorgar capitulaciones las audiencias, los virreyes y los gobernadores, pero
siempre con la reserva de la confirmación real.

De acuerdo con su origen, las capitulaciones siempre tenían un marcado acento señorial.
Se otorgaba al jefe de la expedición el título de Adelantado, generalmente en forma
vitalicia y hasta hereditaria. Aunque al principio hubo alguna variedad en sus
estipulaciones, con el tiempo se fue imponiendo cierta similitud entre todas ellas.
Usualmente se facultaba al Adelantado para otorgar tierras y solares, hacer
repartimientos de indios, proveer oficios públicos en las ciudades de su jurisdicción,
erigir fortalezas y obras militares, de todo lo cual podía gozar vitalicia o
hereditariamente, y participar en las ganancias. El Rey tenía derecho al quinto real, es
decir al 20% de todo el oro, plata y piedras preciosas que se obtuvieran; el jefe de
conquista tenía derecho a que se le entregara entre una décima y una séptima parte; el
resto se repartía entre los demás participantes. En todas las expediciones debían
incluirse clérigos y oficiales reales, quienes estaban encargados de velar por el
cumplimiento de los propósitos religiosos, y de administrar y defender los intereses
reales, según fuera el caso. Después de la expedición de Pedrarias en 1513, se
incorporaron las normas sobre el requerimiento (véase apartado a continuación), y a
partir de la Real Provisión sobre el buen tratamiento a los indios, del 17 de noviembre
de 1526, estas disposiciones se intercalaban completas en cada capitulación. Conforme
se iba definiendo la política real, ésta se reflejaba en las capitulaciones.

La `Justa Guerra' y el Requerimiento


Otro de los grandes problemas que preocupó a los monarcas españoles en relación con
su dominio sobre las Indias, íntimamente ligado al de los `justos títulos' (la donación
papal), fue el de la legitimidad de la guerra contra los indígenas. Las primeras dudas de
los monarcas surgieron ante los argumentos del dominico Fray Antonio de Montesinos,
esgrimidos en un famoso sermón predicado en La Española el domingo antes de la
Navidad de 1511. Montesinos protestó sobre todo por los abusos que sus compatriotas
cometían contra los indígenas, y también puso en duda la justicia de la guerra que se
libraba contra éstos. Sus argumentos causaron gran revuelo, no sólo entre los habitantes
de la isla sino en la misma España.

Ya antes habían surgido dudas en cuanto a la situación jurídica de los aborígenes y la


forma de tratarlos. Fuera de España, en los países europeos rivales, se discutían estos
problemas y se ponían en tela de juicio tanto la validez de los `justos títulos' basados en
las bulas alejandrinas, como la de la guerra contra los habitantes del Nuevo Mundo.

Fernando el Católico ordenó que se escribieran réplicas sobre las cuestiones planteadas.
Uno de los que escribió en este sentido fue Fray Matías de Paz. Lo mismo que otros
tratadistas, De Paz consideró como título fundamental la donación de los pontífices, y
de ella partió para justificar la guerra contra los `bárbaros'. Consideraba que la guerra
tenía como justificación última que los indios abrazaran la `verdadera fe de Cristo', pero
antes debían ser amonestados, para que aceptaran el dominio español y la prédica del
cristianismo. Otro autor, Juan Ginés de Sepúlveda, no sólo consideraba la guerra
`justísima', sino obligatoria, a fin de corregir la impiedad, los abusos y pecados de los
indios. También escribió al respecto Juan López de Palacios Rubios, a quien se encargó
la redacción de un documento para `amonestar' a los indígenas, a fin de que aceptaran el
dominio español y la `verdadera fe'. Parece ser que quien primero aplicó en el Nuevo
Mundo este documento fue Pedrarias Dávila, en 1513. A partir de entonces, todos los
jefes de conquista llevaban ejemplares del mismo, y ante un escribano y con la ayuda de
un intérprete, que no siempre conseguían, debían leer el documento a los indígenas.

Sentido Medieval en los Descubrimientos


y la Conquista
Muchos factores contribuyeron a imprimir un fuerte sentido medieval a los primeros
años de la presencia española en el Nuevo Mundo. Ya se han mencionado los
antecedentes peninsulares, especialmente la Reconquista, en la actuación de
funcionarios así como de clérigos, de jefes y de soldados. La tradición medieval estaba
hondamente arraigada, sobre todo en Castilla, y las nuevas corrientes renacentistas
todavía no habían penetrado en ella. Por otro lado, la mayor parte de los contingentes,
fundamentalmente populares, provenían de Castilla, Extremadura y Andalucía, y
representaban una manera de ser y de pensar también medievales.

Los reflejos del Medioevo son muy claros en el trasplante institucional e ideológico. La
capitulación, el requerimiento, la encomienda, y muchas otras instituciones, no fueron
sino transferencias, más o menos adaptadas, de las instituciones medievales castellanas.
Los valores, el sentido del honor y de la gloria, por ejemplo, fueron todos trasplantes
medievales. La Iglesia tenía también el sentido militante y misional propio de su
actuación en la Reconquista, así como la intolerancia de las últimas décadas del siglo
XV y principios del siguiente.

Hasta el arte refleja, mejor quizás que cualquier otra manifestación cultural, la
preponderancia de lo medieval. De ahí que se pueda decir con mucha veracidad que el
arte medieval, como todo el Medioevo, no murió en Europa, sino en América. Aquí
vinieron a darse las últimas manifestaciones no sólo del gótico, todavía pujante en
España en el momento del descubrimiento, sino del románico, aparentemente fenecido
ya en Europa. Lo mismo sucedió con otros elementos medievales. Fue como si el
descubrimiento y su traslado a las Indias les hubieran dado bríos para manifestarse con
nueva savia y plena vida. Igual que los libros de caballerías adquirieron popularidad y
aun credibilidad con las noticias indianas, muchas instituciones medievales revivieron
no sólo en el Nuevo Mundo sino en España misma.

El Florecimiento Final de la Caballería


Durante la Edad Media se constituyó todo un sistema de guerra y de honor centrado en
los ideales caballerescos. La guerra se hacía en una forma individualista y clasista, sin la
disciplina y el sentido que le imprimieran las armas del siglo XV. Los nuevos métodos
de guerra desplazaban irremisiblemente a los métodos viejos, pero éstos se resistían a
desaparecer, y en el Nuevo Mundo encontraron una última oportunidad.

Los ideales caballerescos produjeron una literatura importante. Basta recordar El


Caballero Cifar, probablemente de los primeros años del siglo XIV; la tradición del
Amadís, aun cuando su primera edición es de 1508; y Tirant lo Blanch, con su primera
edición de 1490 hecha en Valencia. Por esta misma época surgieron los romances sobre
las hazañas de la Reconquista, en los cuales se exaltaba de ésta su sentido religioso (de
cruzada) y heroico.

Quizás fue en España donde mayor importancia adquirió lo caballeresco, o cuando


menos donde más tiempo y más fielmente perduró. Sus contenidos ideológicos fueron
`fijados' en el siglo XIV por Raimundo Lulio (1235-1315), en su Libro del Orden de
Caballería. Sin duda influyó en este proceso la gesta reconquistadora y la forma en que
ésta se ejecutó. Precisamente cuando los modernos ejércitos y los nuevos medios de
hacer la guerra forzaban en Europa la desaparición de aquel sistema, comenzaba la gesta
indiana. La resistencia ofrecida por los indios dio como resultado la organización de una
actividad militar que tenía mucho en común con la caballería. Hay numerosos ejemplos
que muestran a los conquistadores españoles como paladines de romance, héroes
caballerescos, participantes en una cruzada en la que nuevamente podían tener cabida y
buen suceso la hazaña individual y los sistemas militares medievales.

El Nuevo Mundo se vio como un lugar de encantamiento, con malandrines y


nigromantes. Los soldados españoles se consideraban los héroes valientes y atrevidos,
fieles servidores de su monarca y de su religión, para los que ganaban nuevos
territorios, vasallos y fieles. Así escribe Bernal Díaz del Castillo al referirse a su ingreso
en la gran ciudad de México con un `ejército' que no llegaba a 450 soldados: `¿qué
hombres (ha) habido en el universo que tal atrevimiento tuviesen?' Y líneas antes había
escrito el cronista, ya octogenario, quizás recordando lo que comentó con sus
compañeros de armas, sobre la primera vez que vieron desde lejos la imponente capital:

Y desde que vimos tantas ciudades y villas pobladas en el


agua, y en la tierra firme otras grandes poblazones, y
aquella calzada tan derecha y por nivel cómo iba a México,
nos quedamos admirados, y decíamos que parecía a las cosas
de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por
las grandes torres y cúes y edificios que tenían dentro en
el agua, y todos de calicanto, y aun algunos de nuestros
soldados dezían que si aquello que veían si era entre
sueños...

Vale la pena preguntarse si el buen éxito de las novelas de caballería durante el siglo
XVI no se debió en parte a los ecos llegados a España y a Europa de lo realizado por los
soldados y sus jefes en las lejanas tierras indianas, llenas de maravillas increíbles y de
riquezas enormes. Era, para aquellos perplejos lectores, como el cumplimiento de lo que
sólo parecía fantasía. No hay duda de que los propios protagonistas se sintieron
inspirados o influidos por lo que habían leído. Por supuesto, muchos de aquellos
soldados estuvieron lejos de seguir fielmente los ideales caballerescos, pero estaban
convencidos de que en lo heroico y militar sí los cumplieron.

Las Huestes Indianas


Ya se ha dicho que las expediciones se organizaron por iniciativa privada, y cómo cada
participante aportaba lo que podía, ya fueran armas, ya fueran animales o dinero,
además de su presencia. Se ha mencionado también que el tipo de enemigo a enfrentar
permitió que los ejércitos no fueran precisamente los `modernos' conjuntos de
arcabuceros y artilleros, que dominaban rápidamente la escena militar europea, en la
cual España había tenido tanto éxito durante el siglo XVI.

Quizás en ningún otro aspecto se haya manifestado tan vigorosamente lo medieval


como en la organización de las huestes. Iban éstas como en una nueva cruzada, por su
cuenta, en `deber de ayuda al Rey' y a Dios, desafiando peligros y luchando contra el
`infiel'. Los `caballeros', los que podían pagarse un caballo, trataron de protegerse con
las viejas armaduras medievales, pero el clima y la naturaleza de las armas indígenas
hicieron que aquella pesada carga fuera sustituida por una ligera coraza, que con el
tiempo terminó siendo de algodón.

El armamento de los conquistadores era el mismo con el que habían vencido a los
Abencerrajes: falconetes, culebrinas, ballestas, arcabuces, catapultas, testuguines, cotas
de malla, morriones, arneses y corazas. Pronto la artillería fue perdiendo importancia, lo
mismo la catapulta y otras máquinas pesadas y difíciles de transportar. La espada, el
arcabuz y la ballesta fueron las armas más efectivas que, junto con el caballo, les dieron
ventaja sobre los indios.

Los ejércitos castellanos demostraron ser muy efectivos, aunque carecieran de la


organización, el número y los otros avances militares de los típicos ejércitos de Europa.
Con la ayuda de perros, un sistema ya descartado en Europa, y otras formas de
intimidación, se impusieron a los indígenas. Por supuesto, también supieron sacar
partido de las rencillas y odios entre grupos o señoríos rivales y, convencidos de su
misión, lo mismo que sus hábiles jefes, aprovecharon todas las ventajas. Las `huestes'
supieron improvisar, atemorizar y actuar despiadadamente cuando lo creyeron
necesario. Uno de los medios para impresionar fue el de los `alardes': formación militar
para reseñar los soldados y sus armas, como el que organizó Alvarado antes de iniciar
su avance contra los quichés (k'iche's), y que luego se trocó en una costumbre para
demostrar a los indígenas su fuerza militar.

El Sentido Misional de la Conquista


Desde un principio la Corona española prestó especial atención a su misión
catequizadora. Trató de incluir algún clérigo en todas las expediciones, y que de
inmediato se predicara la religión católica a los indígenas. Los reyes tuvieron siempre
presente su obligación cristianizadora, que para ellos, y para su cuerpo de juristas, era la
justificación última del dominio sobre estas tierras, en vista del encargo recibido del
papado.

Los soldados estaban convencidos de su superioridad religiosa. No cabe duda de que los
movió el afán de riqueza y ennoblecimiento (hacerse hidalgos y nobles sirviendo a su
Rey y a su religión), pero rara vez dudaron del apoyo divino. Fray Antonio de Remesal
resume muy bien el punto de vista de los conquistadores cuando dice, refiriéndose a la
salida de la hueste de Alvarado para dominar Guatemala, que iban `con grandes
esperanzas de ampliar el señorío de España, extender la religión católica, alcanzar fama
inmortal y mejorar su fortuna con la riqueza que les ofreciese la tierra para poder
proseguir sus altos y buenos intentos'.

Es un lugar común en las cartas de relación y en los documentos de los conquistadores


la mención al apoyo que recibían de la Virgen y de los santos. Ya se ha dicho que
equipararon sus expediciones a las cruzadas, y como `cruzados' combatían contra los
`infieles' para propagar la fe verdadera. Según la relación de Andrés Tapia, uno de los
capitanes de Cortes, éste llevaba `una bandera de unos fuegos blancos y azules, e una
cruz colocada enmedio, e la letra della era: Amici, sequamos crucem, et si nos fidem
habemus, vere in hoc signo vinceremus', que en su Historia Gómara traduce como
`Amigos, sigamos la cruz, y nos, si fe tuviéramos en esta señal, venceremos'. En gran
parte de la documentación se aprecia un sentido paralelismo con la conquista de
Granada en particular, y con la Reconquista en general. Los templos indígenas eran
mezquitas, y los indios eran `moros'.

Una de las más notorias manifestaciones del apoyo divino, según los conquistadores, se
notaba en la ayuda que les prodigó Santiago, que de matador de moros se convirtió en
matador de indios. El grito de guerra de Cortés era `¡Santiago y a ellos!' o `¡Santiago
cierra España!', que también usó Gonzalo Sandoval. En su obra Santiago en América
(1946), Rafael H. Valle ha recogido una serie de intervenciones directas del apóstol en
la Conquista y en la vida colonial posterior.

Muy conocida es la narración de Bernal Díaz sobre la supuesta participación del apóstol
contra los indios de Tabasco, que él `como pecador' no fue digno de ver. Afirma que lo
único que entonces vio `fue a Francisco de Morla en un caballo castaño, y venía
juntamente con Cortés' (cap. 34); sin embargo, antes aclara: `Digo que todas nuestras
obras y victorias son por mano de nuestro señor Jesucristo'. En otra parte de su obra
(cap. 128), al referirse a la batalla de Otumba, escribió que el grande ánimo que tuvieron
`nuestro señor Jesucristo y nuestra señora la virgen Santa María nos lo ponía en
corazón, y (el) señor Santiago que ciertamente nos ayudaba'.

Pero si de su lado creían los españoles que contaban con el apoyo de los santos,
especialmente de la Virgen María y del Apóstol Santiago, también estaban convencidos
de que los indígenas lo recibían del demonio. Los aborígenes eran diabólicos y sus
dioses manifestaciones demoníacas. Los conquistadores insistieron mucho en sus
narraciones acerca de los ritos y sacrificios humanos, considerados como ceremonias
del demonio, que ellos llegaron a eliminar. Cuando los indios se resistían era, según los
conquistadores, por los consejos de algún demonio, como ocurrió, según se dice en el
Memorial de Sololá, cuando se `rebelaron', en 1524, `a causa de un hombre demonio'.

Etapas de la Conquista y la Colonización


Durante la primera etapa de la Conquista y la colonización, la base de
aprovisionamiento era la Península Ibérica. Luego el centro de operaciones fue La
Española, gobernada en los primeros años por la familia Colón, cuyos miembros
demostraron ser malos administradores y poco idóneos para cumplir los requerimientos
del cargo. Pronto tuvieron problemas, tanto con los religiosos como con los colonos. La
Corona trató de limitar su autoridad, lo cual logró, al menos provisionalmente, en 1501
con la designación de Fray Nicolás de Ovando como Gobernador de la isla. Durante los
ocho años que fungió como tal, el fraile transformó profundamente La Española, de
acuerdo con políticas de colonización y fundación aprobadas por la Corona. Como dice
Mario Góngora (1962), el hecho primordial en Santo Domingo fue la transformación,
en pocos años, de la factoría en colonia.

Ovando, el religioso extremeño que había demostrado su habilidad política y su


capacidad administrativa en la reforma de la Orden de Alcántara en España, trajo
estabilidad y seguridad a la isla La Española. Uno de sus primeros aciertos fue la
refundación, en 1502, de la ciudad de Santo Domingo, a orillas de la desembocadura del
Río Ozama. Destruida por un ciclón poco después de su llegada, Fray Nicolás la
trasladó a corta distancia, ajustando su trazo a un diseño moderno en cuadrícula. El
historiador Gonzalo Fernández de Oviedo la comparó orgullosamente con Barcelona, y
dice que era mejor que ésta:

...porque las calles son tanto y más llanas y muy más


anchas, y sin comparación más derechas, porque como se ha
fundado en nuestros tiempos... fué trazada con regla y
compás, y a una medida las calles todas, en lo cual tiene
mucha ventaja a todas las poblaciones que he visto.

Nicolás de Ovando recibió facultades para repartir indios, y así se sentaron las bases del
sistema de explotación tanto de La Española como de las otras islas y de la Tierra
Firme. Para hacerse `señores', los colonos necesitaban no sólo recibir tierra, sino tener
siervos que la trabajaran. De esa manera, la encomienda, basada en el sistema aplicado
en la Reconquista de `encomendar' los moros recién conquistados, proporcionó los
aborígenes necesarios para trabajar minas, labrar la tierra, construir casas y realizar
tareas domésticas. De este modo quedaban los indios temporalmente a cargo de los
`nuevos señores', y éstos a su vez tenían la obligación de instruir a aquéllos en la fe.

La Española se convirtió en el modelo para dominar a los naturales de las otras islas
antillanas. En vista del despoblamiento, tanto a causa de la explotación como de la fuga,
los abusos y, sobre todo, las enfermedades, se hicieron `entradas' para capturar nativos
en las Bahamas, otras islas y posteriormente en Tierra Firme. Por ello, como dice Pierre
Chaunu, `la Conquista surgió de la colonia, mejor que la colonia de la Conquista'. La
conquista estuvo estrechamente relacionada primero con la evolución política de Santo
Domingo, y luego con la de Cuba. Las Antillas fueron el trampolín para numerosas
expediciones hacia Tierra Firme, Sudamérica, México y Centro América. Cuando
España dejó de ser la base de operaciones y se pudieron organizar expediciones desde
más cerca, el éxito en las conquistas fue también más fácil.

A partir de 1518-1519, con los primeros avances sobre Mesoamérica, el ritmo del
dominio se aceleró. En los siguientes 20 años se llegó a controlar, en los aspectos
fundamentales, casi todo el litoral del continente y los centros de los imperios
precolombinos más poderosos. Se puede afirmar que en 1540 el proceso de conquista
estaba terminado, cuando menos en la etapa vinculada a las grandes expediciones. En
esa etapa antillana y continental se incluye la conquista de Centro América, y
específicamente la del actual territorio de Guatemala.

¿Conquista, Invasión, Anexión?


Las palabras conquista y conquistador han sido usadas profusamente. Sin embargo, han
pasado por épocas en que se trató de evitarlas e incluso se las condenó. Fray Bartolomé
de Las Casas fue quizás el primero que argumentó contra el uso del vocablo conquista,
por considerarlo `término y vocablo tiránico, mahomético, abusivo, impropio e infernal'.

Para distinguir la empresa de América, Las Casas escribió lo siguiente:

...conquistas contra moros... turcos o herejes que tienen


nuestras tierras, persiguen los cristianos y trabajan de
destruir nuestra sancta fe, sino predicación del Evangelio
de Cristo, dilatación de la religión cristiana y
conversión de ánimas, para lo cual no es menester
conquista de armas, sino persuasión de palabras dulces y
divinas, y ejemplos y obras de sancta vida.

Por tanto, `esta negociación no se ha de llamar conquista, sino predicación de la fe y


conversión y salvación de aquellos infieles... y este es su propio y cristiano nombre
deste negocio de las Indias'.

A mediados del siglo XVI, hubo un movimiento por evitar el vocablo. En las
Instrucciones de 1556 se ordenaba el destierro de la palabra, y Juan de Ovando (1569-
1575) se opuso también a su uso, recogiendo en parte los argumentos lascasianos.
Según él, los descubrimientos no debían darse `con título y nombre de conquistas, pues
habiéndose de hacer con tanta paz y caridad como deseamos, no queremos que el
nombre dé ocasión ni calor para que se pueda hacer fuerza ni agravio a los indios'. Vale
decir que cuando el proceso de dominación estaba ya prácticamente concluido, triunfó,
aunque sólo fuere retóricamente, la tesis de Las Casas sobre los procedimientos
pacíficos.

La idea aludida se mantuvo en las `Ordenanzas de Población' (1573) y se reiteró en real


cédula del 11 de junio de 1621, que luego fue recogida en la Recopilación de 1681.
Expresamente se pedía que en todas las nuevas capitulaciones `se excuse esta palabra
conquista, y en su lugar se use de las de pacificación y población'. Al comentar lo
anterior, Juan de Solórzano y Pereyra opinó que `la palabra conquista ha parecido
odiosa y se ha quitado de estas pacificaciones, porque no se han de hacer con el ruido de
las armas, sino con caridad y de buen modo'.

Empero, fue imposible desterrar el término. Bastaría leer a Francisco Antonio de


Fuentes y Guzmán para apreciar el punto de vista de un criollo `benemérito', esto es,
descendiente de conquistadores: él se muestra orgulloso de sus hazañas y no evita el uso
del vocablo. A pesar de las advertencias legales, cuando se hizo la `entrada' contra los
itzaes, en 1697, orgullosamente se habló de conquista, y así lo publicó Juan de
Villagutierre y Soto-Mayor en 1701.

El término se ha mantenido en uso, sin mayores discusiones, hasta una época reciente
en que se ha tratado nuevamente de sustituirlo. Aproximadamente en la década de 1960
hubo en España un intento de usar anexión, palabra `menos dura al oído y a la
sensibilidad'. En los últimos años, algunos grupos `indianistas', quizás en un afán de
quitar sentido heroico y con la intención de atacar todo el proceso, han insistido en usar
la palabra invasión. En todo caso, este último término no corresponde exactamente a lo
sucedido en Hispanoamérica. Por una parte, el mismo se ha aplicado a procesos
transitorios, sin propósito de permanencia. Por otra, las que usualmente se han llamado
invasiones en la historia (por ejemplo, las de los bárbaros en Europa, a la caída del
Imperio Romano), tienen aspectos que no se dieron en las Indias; implicaron, en efecto,
un avance inmediato sobre el territorio invadido, avance realizado por grupos sociales
completos, que irrumpieron en una región más avanzada en los campos social, político y
tecnológico. Por todo ello, parece preferible mantener la denominación tradicional de
conquista, la cual entraña un sentido de dominación política permanente, realizada por
grupos numéricamente minoritarios, alejados de su región de origen, pero más
desarrollados social, política y tecnológicamente. Inclusive el concepto jurídico
asociado al término parece más preciso: `...adquisición del territorio de un enemigo
mediante su completa y final subjuzgación (política), seguida de la declaración del
estado conquistador de su intención de anexionárselo'. Si bien la palabra conquista ha
sido eliminada en la terminología usada hoy en el Derecho Internacional, durante el
siglo XVI (y hasta bien entrado el XIX) estuvo plenamente reconocida por muchos
autores en lo que se llamaba el `derecho de gentes'.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

El Descubrimiento y las Exploraciones


Iniciales

El descubrimiento de América en general, y de Centro América en particular, fue parte


de las proyecciones del expansionismo comercial suscitado por el desarrollo económico
europeo. Desde el siglo XIII se había iniciado en Europa un auge de la economía y la
cultura, lo cual implicó cambios socioeconómicos que, en el siglo XV, se manifestaron
en el desarrollo mercantil, con una gran expansión del trabajo artesanal y del comercio
en las ciudades. La economía urbana europea había venido incorporando durante dicho
período numerosos productos del Lejano Oriente, como especias y alcanfor, usados en
el procesamiento de la carne, condimentación de alimentos, elaboración de medicinas,
colorantes, tapices y laca para decoración. Portugal y España, por su misma situación
geográfica en la confluencia del Mar Mediterráneo y el Océano Atlántico, fueron los
países que emprendieron la búsqueda de esa nueva ruta hacia el Lejano Oriente, con el
propósito de alcanzar sus mercancías y riquezas, tan necesarias a la economía europea.

Los portugueses lo hicieron bordeando el continente africano, mientras los españoles


apoyaron económicamente el proyecto de Cristóbal Colón de viajar hacia el Occidente a
través del Océano Atlántico, aunque tal idea estaba en contra de la concepción que se
había manejado sobre la forma de la Tierra y que ya se había empezado a cuestionar en
algunas universidades.

A pesar de que el proyecto de Cristóbal Colón no llegó al Lejano Oriente, revolucionó


la economía, los gobiernos y la sociedad europea, pues descubrió un nuevo mundo,
América, con múltiples y variadas riquezas minerales, agrícolas y sobre todo humanas,
que serían explotadas primeramente por España y luego también por otros países
europeos, como Portugal, Francia e Inglaterra, lo que permitió acelerar su tránsito hacia
una economía capitalista.

Descubrimiento y Primeras Exploraciones del Litoral


Centroamericano
Cristóbal Colón llegó en sus tres primeros viajes a las Antillas y a la parte septentrional
de América del Sur. En su cuarto viaje, en 1502, descubrió las costas centroamericanas,
y con ello la existencia de `altas culturas' en el Nuevo Mundo. En efecto, mientras
reconocía en la Bahía de Honduras la isla mayor de las Guanaxas, que llamó Isla de los
Pinos, llegó una canoa con indígenas que exhibían un desarrollo mayor que el de los
nativos antillanos. Fray Bartolomé de Las Casas, en su obra Historia de las Indias
describe el encuentro:
...llegó una canoa llena de indios, tan luenga como una
galera, y de ocho pies de ancho...; traían en medio de la
canoa un toldo de esteras, hechas de palma, que en la
Nueva España llaman petates, dentro y debajo del cual
venían sus mujeres e hijos, y hacendejas y mercaderías,
sin que agua del cielo ni de la mar les pudiese mojar
cosa. Las mercaderías y cosas que traían eran muchas
mantas de algodón, muy pintadas de diversos colores y
labores, y camisetas sin mangas, también pintadas y
labradas, y de los almaizares con que cubren los hombres
sus vergüenzas, de las mismas pinturas y labores. Item,
espadas de palo, con unas canales en los filos, y allí
pegadas, con pez e hilo, ciertas navajas de pedernal,
hachuelas de cobre para cortar leña, y cascabeles, y unas
patenas, y crisoles para fundir el cobre; muchas almendras
de cacao... Su bastimento era pan de maíz y algunas raíces
comestibles... y su vino era del mismo maíz, que parecía
cerveza. Venían en la canoa hasta 25 hombres, y no se
osaron defender ni huir, viendo la barca de los
cristianos.

Este primer encuentro con nativos mesoamericanos concluyó al hacer prisionero al más
anciano de los indios y llevarlo para que sirviera de intérprete y guía. Supone Las Casas
que los indígenas engañaron a Colón al indicarle que siguiera hacia el oriente y no
virara hacia la región yucateca. Sin embargo, parece lógico pensar que los nativos
dieron la respuesta correcta a las preguntas que se les hicieron, indicando el rumbo
hacia los yacimientos del metal que tanto codiciaban los castellanos, ya que no era
costumbre de los indígenas mentir. Al continuar por la ruta señalada por los naturales,
cambió el buen tiempo con que habían venido navegando los castellanos: éstos debieron
soportar una violenta tempestad que, según Herrera, dio lugar a la expresión `Gracias a
Dios que hemos salido de estas honduras'. De esta expresión, al parecer, se derivan los
nombres actuales de la República de Honduras y del Cabo de Gracias a Dios. También
cambió el panorama social, pues en los siguientes sitios que tocaron (Punta Caxina, Río
de La Posesión y Cariay, que según Sofonías Salvatierra corresponden a la costa de
Mosquitos en Nicaragua, mientras Carlos Meléndez Chaverri considera que pertenecen
a la región costarricense) la gente andaba desnuda, con los cuerpos y caras pintados.
Para su satisfacción y la de sus tripulantes, en el último lugar Cristóbal Colón se enteró
de la existencia de minas de oro más hacia el sur. Se dirigió hacia allí y constató la
veracidad de la información. A dicha región la llamó Veragua.

En la carta en que Cristóbal Colón informó a la Corona sobre este viaje, señaló con
alegría haber encontrado mayor presencia de oro entre los nativos, pero se cuidó de
precisar en sus cartas marítimas la ubicación geográfica de los lugares, pues pensó que
así ni sus propios compañeros de viaje podrían llegar de nuevo a dicha tierra: `Yo vide
en esta tierra de Veragua mayor señal de oro en dos días primeros que en la Española en
cuatro años... digo que no pueden dar otra razón ni cuenta salvo que fueron a unas
tierras onde hay mucho oro y certificarle'.

La muerte no permitió a Colón continuar la búsqueda del tránsito hacia el Lejano


Oriente, mas ello no impidió que otros exploradores lo hicieran. Sus vagas
informaciones y las de su tripulación motivaron la preparación y envío de dos nuevas
expediciones con el objeto de buscar un `canal o mar abierto' que condujera a las Indias.
La primera fue autorizada por cédula del 23 de marzo de 1508 y estuvo al mando de
Vicente Yáñez Pinzón y Juan Díaz de Solís (futuro descubridor del Río de la Plata),
quienes recorrieron una parte de las costas de Yucatán, aunque no se han localizado
noticias precisas sobre dicho viaje. La segunda expedición tuvo también como objetivo
`establecer en toda forma la colonia y el dominio en Tierra Firme' (Panamá) y seguir
buscando el tránsito hacia el Lejano Oriente. La Corona autorizó a Alonso de Ojeda
colonizar desde el Cabo de la Vela hasta la mitad del Golfo de Urabá, y a Diego de
Nicuesa desde el Golfo de Urabá hasta el Cabo de Gracias a Dios. Ambos fracasaron en
sus propósitos, pero miembros de sus tripulaciones (Bachiller Martín Fernández de
Enciso, Andrés Niño, Francisco Pizarro y especialmente Vasco Núñez de Balboa) se
encargaron de fundar y hacer de la región del Darién otro centro de operaciones
semejante a Santo Domingo. En efecto, la expedición bajo el mando de Alonso de
Ojeda pudo construir un fuerte en la parte oriental del Golfo de Urabá. En uno de los
tantos asaltos, los naturales del lugar derrotaron al contingente de Ojeda e hirieron a este
mismo con una flecha envenenada, por lo cual tuvo que ser trasladado a La Española,
donde murió poco tiempo después. El Bachiller Enciso, que lo sustituyó, trasladó el
asiento, para mayor seguridad, al otro lado del golfo. Allí fundó, en 1510, la ciudad de
Santa María de la Antigua Darién.

La expedición de Diego de Nicuesa fue más infortunada, ya que éste, después de haber
sido abandonado por la mayor parte de su tripulación, naufragó y tuvo que recorrer a pie
parte del litoral atlántico costarricense, hasta ser auxiliado por los mismos que habían
desertado. En esa ocasión los expedicionarios continuaron bordeando las costas hasta
que, diezmados por el hambre y las enfermedades, desembarcaron y fundaron Nombre
de Dios, en 1509. Poco tiempo después, en noviembre de 1510, Rodrigo de Colmenares
llegó al Darién, donde se confabuló con Vasco Núñez de Balboa para deponer al
Bachiller Enciso y nombrar en su lugar a Nicuesa. Este, movido por la codicia,
abandonó a su suerte la naciente colonia y se dirigió a Santa María de la Antigua
Darién, donde Balboa no sólo no le dio la gobernación sino que lo hizo prisionero y lo
obligó a embarcarse en una averiada carabela. No se supo más de él. Balboa, a su vez,
apresó al Bachiller Enciso y lo despachó a La Española. Después asumió de facto la
gobernación del Darién y emprendió por la región numerosas expediciones de saqueo,
llamadas `cabalgadas'. En una de ellas descubrió, el 25 de septiembre de 1513, el
Océano Pacífico, al que llamó Mar del Sur (ver Ilustración 7).

Exploraciones desde Panamá


La Corona, al tener noticias de los desórdenes en el Darién, envió como Gobernador a
Pedrarias Dávila, protegido del Obispo de Burgos, don Juan Rodríguez de Fonseca. Este
último es el personaje que manejó casi totalmente los negocios de América durante los
reinados de los Reyes Católicos y de Carlos V. Pedrarias llegó al Darién, pero allí lo
que menos hizo fue justicia; al contrario, se dedicó también a organizar `cabalgadas' por
la recién descubierta región del Mar del Sur, a fin de rescatar oro entre los naturales. En
una de ellas, en 1516, Bartolomé de Hurtado reconoció, en nombre de Pedrarias Dávila,
la costa occidental de lo que sería Costa Rica. En otra, llevada a cabo después de
fundada la ciudad de Panamá el 15 de agosto de 1519, el Licenciado Espinoza, en
compañía de Juan de Castañeda y Hernán Ponce de León, descubrió ciertas tierras de
nativos llamados chiuchires y un golfo llamado Chira por los pobladores del lugar, y al
que ellos nombraron San Lucas. Estas `cabalgadas' servirían posteriormente a Pedrarias
Dávila de justificación para exigir jurisdicción sobre los naturales de Costa Rica.
Pedrarias, en vez de poner orden en Castilla de Oro, hizo con sus desmanes que se
multiplicaran los conflictos. A causa de ello la Corona decidió hacerle Juicio de
Residencia y sustituirlo. Se envió a Lope de Soza con tal misión, que no se cumplió
porque éste murió al desembarcar, circunstancia que permitió a Pedrarias negociar ante
la Corte la prolongación de su mandato, lo que consiguió. Por otra parte, la Corona
autorizó a Gil González Dávila, protegido igualmente del Obispo de Burgos, y a Andrés
Niño, realizar una expedición en busca del estrecho que supuestamente ponía en
comunicación el Mar del Norte con el del Sur. Por tal rumbo se pretendía ir a las Islas
de las Especias. González Dávila y Niño iniciaron la expedición en enero de 1522. En
su recorrido, el primero hizo contacto con señoríos chorotegas en el Golfo de Nicoya,
donde recibió unos 14,000 castellanos en oro. Desde allí penetró hasta el señorío de los
nicaraos, asentados en las márgenes del Lago de Nicaragua (lo que es actualmente
Rivas). Al tomar posesión del lago en nombre del Emperador, le llamó Mar Dulce, ya
que pensó que el mismo desaguaba en el Mar del Norte. Allí se llevó a cabo el famoso
diálogo con el cacique Nicarao sobre temas científicos y filosóficos: fin del mundo,
movimiento de los astros, origen de la luz, sombra, frío, calor, inmortalidad del alma,
razones por las cuales los castellanos querían tanto oro, y por qué tanto les
impresionaba.

Siguiendo su recorrido, Gil González Dávila pasó por los pueblos de Ochomogo,
Mombacho y Nandaime, que tenían alrededor de 2,000 casas cada uno. Por su parte,
Andrés Niño continuó bordeando las costas, y así descubrió un golfo que llamó
Fonseca, en honor del Obispo de Burgos. Probablemente también descubrió el Istmo de
Tehuantepec. Así lo indica Pedro Mártir de Anglería, al recoger el testimonio de los
nativos de la Costa Sur de Guatemala. Estos refirieron a Pedro de Alvarado haber visto
navegando unos `grandes monstruos marinos'. La expedición regresó a Panamá, en julio
de 1523, a causa de la guerra que hicieron los diriangenes que se habían aliado con sus
tradicionales enemigos, los nicaraos, para acabar con los vejámenes y robos que les
estaban provocando los castellanos. Pese a ello, y a que tuvieron que salir huyendo de la
región de los grandes lagos de Nicaragua, los castellanos pudieron sacar un botín de
113,000 pesos en oro.

Pedrarias, molesto por la expedición de Gil González Dávila y pensando que éste había
pasado sobre sus derechos adquiridos, según él, en la expedición que en 1519 había
hecho el Licenciado Espinoza, abandonó toda actividad de rescate de oro en la región
atlántica, trasladó la capital a Panamá en 1521 y envió a Francisco Hernández de
Córdoba a conquistar y tomar posesión de la región en que había incursionado Gil
González Dávila, a quien se trataba de castigar. La expedición salió a fines de 1523 y en
el trayecto Hernández de Córdoba fundó Bruselas, en el Golfo de Nicoya, León y
Granada en las márgenes de los Lagos de Managua (Xolotlán) y Nicaragua (Cocibolca),
e inició la exploración del Lago de Nicaragua en busca de las riquezas observadas por
Colón en distintos encuentros que tuvo con grupos indígenas en su recorrido hacia el sur
del Cabo Gracias a Dios. Esto condujo, con el tiempo, a buscar un acceso especial al
Mar Caribe, y desde entonces (1539) Nicaragua se convirtió en objeto de una posible
ruta transoceánica y codicia de potencias extranjeras, que por medio de piratas y
corsarios incursionaban por el Río San Juan.

Exploraciones del Litoral Yucateco


Después que Colón descubrió Centro América en 1502, y Juan Díaz de Solís y Vicente
Yáñez Pinzón recorrieron en 1506 parte de las costas de Yucatán, la población nativa de
las Islas de la Bahía de Honduras (Guanaja, Roatán, Guaymoreta, Guayama y Utila) fue
sometida, por espacio de una década, a incursiones de castellanos procedentes de La
Española, Cuba y Jamaica. Estos recibían licencia de los gobernadores para ir a `saltear
indios', es decir, hacerlos esclavos, dada la necesidad que tenía la naciente colonia de
reponer en forma constante la mano de obra nativa, indispensable para el trabajo en
minas y cultivos. Esta necesidad era consecuencia de que la mayoría de los indios había
muerto por el maltrato recibido de los españoles o a causa de las enfermedades que
éstos habían traído, para las cuales los nativos no tenían defensas. Lo acontecido en las
Antillas se repitió en estas islas, como lo indicó Hernán Cortés en su quinta carta de
relación, de 1526, cuando informó a la Corona que muchas de tales islas se encontraban
despobladas a causa de las `entradas' que realizaban los traficantes de esclavos
indígenas.

Francisco Hernández de Córdoba (homónimo del fundador de las ciudades de León y


Granada en Nicaragua), en ocasión en que realizaba una de tales incursiones y
proyectaba extenderse más hacia el occidente, descubrió, en 1517, una isla grande, que
los indios llamaban Cozumel y que los españoles nombraron entonces Santa María de
los Remedios. Al seguir navegando descubrió igualmente Cabo Catoche, Campeche y
Champotón, donde entró en contacto con poblados mucho mayores que los de la Isla de
Cuba, de más de 1,000 casas, con edificios de cantería, con mucha existencia de mantas
de algodón, alimentos y especialmente oro. Producto de dicha expedición fue el saqueo
y destrucción de uno de los centros ceremoniales que los nativos habían abandonado por
temor, y la captura de dos naturales que se encontraban en la playa, a quienes bautizaron
y dieron los nombres de Melchor y Julián, y de quienes, en las siguientes incursiones, se
sirvieron con gran utilidad como intérpretes y guías de la región.

Informado Diego de Velázquez, Gobernador de Cuba, del descubrimiento hecho por


Hernández de Córdoba, desconoció en éste el derecho de conquistar dicha región, y
armó por su cuenta una expedición con la mira de apoderarse de las anunciadas
riquezas. Con tal fin nombró capitán a Juan de Grijalva y le dio instrucciones para `que
por ninguna manera poblase en parte alguna de la tierra descubierta por Francisco
Hernández, ni en la que más descubriere, sino que solamente rescatase'. Grijalva y sus
acompañantes llegaron en su recorrido, el 3 de mayo de 1518, a la Isla de Cozumel,
pero como el oro no era tan abundante como esperaban, continuaron hacia las costas de
Campeche, Champotón, Puerto Deseado y Río Tabasco, río este que en adelante se
llamó Grijalva. En este último lugar los naturales recibieron a los expedicionarios
pacíficamente, y les ofrecieron alimentos y algunos presentes de oro y cobre. Sin
embargo, los españoles les exigieron de un modo terminante someterse al Rey de
España y les pidieron objetos de oro y alimentos, a lo que los nativos, en palabras de
Bernal Díaz del Castillo, contestaron que:

...darían el bastimento que decíamos e trocarían de sus


cosas a las nuestras, y en lo demás que señor tienen, e
que ahora veníamos e sin conocerlos, e ya les queríamos
dar señor, e que mirásemos no les diésemos guerra como en
Potonchán porque tenían aparejados dos jiquipiles (16,000)
de gentes de guerra de aquellas provincias contra
nosotros.
No obstante, los indígenas obsequiaron a los españoles otras piezas de oro y dijeron que
no les daban más porque no tenían, que `adelante donde se pone el sol hay mucho' y
decían `Culúa, Culúa, México, México'. Impulsada por el ansia de oro, la tripulación
presionó a Grijalva para que poblara, pero éste, fiel a la instrucción recibida, se dedicó
solamente a descubrir y rescatar y, para evitar el amotinamiento, un poco antes de su
regreso devolvió a los que más le estaban importunando. Estos, al llegar a Cuba, con
Pedro de Alvarado a la cabeza, hicieron creer al Gobernador Diego de Velázquez que
Grijalva había contrariado sus órdenes. El Gobernador, una vez más, no supo reconocer
el servicio prestado por Grijalva y su gente, preparó una nueva expedición al margen de
los anteriores descubridores, y nombró a Hernán Cortés como capitán de la misma, a fin
de que buscara y conquistara dicha región, donde se decía que había mucho oro.

La expedición salió en abril de 1518 y pasó por Cozumel, Champotón, Laguna de


Términos y Río Grijalva. En esta región, como presente a las fuerzas de Cortés, los
nativos entregaron 20 mujeres jóvenes, una de las cuales se llamaba Malinche, que fue
bautizada luego por los españoles con el nombre Marina. Era conocedora de las lenguas
yucateca y mexicana, y se convirtió en la favorita de Cortés y en su más valiosa
intérprete. También en esta región yucateca los españoles rescataron a su coterráneo
Jerónimo de Aguilar. El había formado parte de una expedición que naufragó cuando
iba desde el Darién hacia Santo Domingo, en tiempo del Bachiller Enciso y desde hacía
ocho años vivía entre los nativos. Aguilar facilitó más la comunicación con los aztecas,
pues la Malinche se comunicaba con éstos en lengua mexicana, traducía a Aguilar al
idioma yucateco y éste trasladaba el mensaje a Hernán Cortés en castellano, y viceversa.

La expedición de Cortés no sólo descubrió el imperio azteca, sino también lo conquistó,


y se dedicó posteriormente a someter a los señoríos circunvecinos. Por entonces, como
resultado de una embajada que Cortés envió a los señoríos del actual Altiplano
guatemalteco para exigirles su sumisión y vasallaje, llegaron delegados de dichos
señoríos, y se entrevistaron con el capitán español en Tuxpán. Algunas fuentes
españolas indican que los `embajadores' representaban solamente al señorío cakchiquel
(kaqchikel), mientras que otras mencionan unos señoríos:

... que se llaman Ucatlán (sic) y Guatemala y están desta


provincia de Soconusco otras sesenta leguas... vinieron
hasta cien personas de los naturales de aquellas ciudades,
por mandato de los señores dellos, ofreciéndose por
vasallos y súbditos de Vuestra Cesárea Majestad.

Según el Manuscrito Xecul, los quichés (k'iche's) empezaron a su vez a organizar la


defensa, ya que el emperador mexicano les había comunicado que `a su tierra habían
llegado unos hombres blancos que pretendían hacerle recibir la ley de Jesucristo y
obedecer al Rey de Castilla y que, como se resistiera, le habían hecho guerra muy
grande y lo tenían prisionero'. Tras aquella embajada mexicana se inició la exploración
y conquista de Guatemala, bajo el mando de Pedro de Alvarado.

Expediciones en Busca del `Desaguadero' y su Control


El territorio descubierto por Colón en 1502 se convirtió, dos décadas después, en
escenario de acciones bélicas, en la lucha por el control de una región en la que
equivocadamente se suponía que debía estar el lugar de tránsito entre el Mar del Norte y
el del Sur. Fueron las fuerzas de Gil González Dávila, descubridor del Lago de
Nicaragua, las de Cristóbal de Olid y Francisco de Las Casas, enviadas por Cortés desde
México, y las de Pedrarias Dávila, que llegaron desde el Sur, las que llevaron a cabo
tales acciones.

En efecto, Gil González Dávila se dirigió, en 1524, a las costas de las Higueras
(Honduras), pensando que por allí el Mar Dulce (Lago de Nicaragua) conectaba con el
Mar del Norte (Océano Atlántico), y al llegar fundó San Gil de Buena Vista, que
después, sucesivamente, se llamó Puerto Natividad, Puerto Caballos y por fin, a partir
de 1869, Puerto Cortés.

Por otro lado, en 1523, Cortés envió a Cristóbal de Olid a la región de Higueras
(Honduras), con las siguientes instrucciones que transcribe Bernal:

...mandó que buenamente, sin haber muertes de indios,


cuando hubiese desembarcado procurase poblar una villa en
algún buen puerto, e que a los naturales de aquellas
provincias los trajese de paz, y buscase oro y plata, y
que procurase de saber e inquirir si había estrecho o qué
puertos había por la banda del sur, si allá pasase...

Al desembarcar, el 3 de mayo de 1524, Olid fundó en las costas hondureñas Triunfo de


la Cruz y nombró alcaldes y regidores. Luego se dirigió al interior y desde el poblado
indígena de Naco recorrió la tierra con la mira de recoger oro. Enterado Cortés de que
Cristóbal de Olid, a su paso por Cuba, había entrado en arreglos secretos con el
Gobernador Velázquez, lo que a su juicio constituía una traición, envió una expedición
de castigo a cargo de Francisco de Las Casas. Este, sin embargo, no pudo llevar a cabo
tal misión, pues al llegar a las costas hondureñas una tempestad lo hizo naufragar. Allí
pereció la mayoría de sus soldados y él mismo quedó prisionero de Cristóbal de Olid.

Mientras tanto, destacamentos de Pedrarias Dávila incursionaban desde la región de los


grandes lagos de Nicaragua (donde estaban operando las huestes de Francisco
Hernández de Córdoba) y se enfrentaron en Toreba a las fuerzas de Gil González
Dávila, las cuales los derrotaron y les arrebataron 30,000 pesos de oro bajo. Al enterarse
González Dávila del arribo de la armada de Cristóbal de Olid, y temiendo a la vez que
llegaran refuerzos de Hernández de Córdoba, que estaba ocupado en fundar ciudades en
nombre de Pedrarias Dávila, prefirió soltar a los prisioneros y retornar al litoral
atlántico, para concentrar sus fuerzas y poder defender mejor sus intereses. Se estableció
así en el poblado indígena de Nito, en la desembocadura del Río Dulce, donde tuvo que
ahorcar a un soldado y a un clérigo insubordinados. Enterado Olid de los problemas de
Gil González Dávila, logró capturarlo por sorpresa en Choloma y llevarlo prisionero a
Naco, ambos lugares en el actual territorio de Honduras. Allí los dos prisioneros (Las
Casas y González Dávila) se concertaron para asesinar a Cristóbal de Olid, y lo
degollaron en la plaza del pueblo. Después del asesinato decidieron regresar a México,
pero parte de los soldados decidió quedarse y poblar Trujillo.

Hernán Cortés, por su parte, no estaba satisfecho con haber enviado solamente una
expedición punitiva a Honduras, y decidió ir en persona a castigar a Olid, lo que le
permitió explorar gran parte del actual territorio guatemalteco. Salió de México en
octubre de 1524 y se adentró por las selvas y ríos de Tabasco, Campeche y el Petén. En
su tránsito hacia Honduras se valió de informes que le dieron los naturales de México,
`quienes le mostraron un lienzo tejido de algodón en el cual estaba pintado todo el
camino que había de recorrer'. En el trayecto, Cortés ordenó ahorcar al emperador
azteca Guatimotzín (Cuauhtémoc), al señor de Tacuba y a otros indígenas principales,
por temor a que se insubordinaran con los 3,000 indios auxiliares que iban en la
expedición. Bernal Díaz del Castillo juzga este hecho duramente: `Fue esta muerte que
le dieron muy injustamente dada y parecía mal a todos'. Durante el largo viaje, Cortés
pasó por Petén Itzá, donde recibió mucha ayuda de los naturales y obtuvo noticias de
`dos pueblos de barbudos (así llamaban a los españoles). El uno era el que se llamaba el
pueblo de Nito, que estaba en la costa del Norte, y el otro el pueblo de Naco, en la tierra
adentro'. Al llegar a Nito, Hernán Cortés se enteró de lo que había acontecido a
Cristóbal de Olid y, como sus tropas y los españoles que allí moraban estaban pasando
hambre, se internó por el Río Dulce, Lago de Izabal y parte del Río Polochic, asaltando
rancherías y poblados de naturales (Cinacatán y Tenecintle) para aprovisionarse de
comestibles. Luego trasladó la población de Nito a Puerto Caballos, la que bautizó con
el nombre de La Natividad y le asignó gobernador para que rigiera en adelante como su
representante.

La expedición de Cortés a Honduras sirvió también para que Pedro de Alvarado, saliera
de Guatemala y explorara otras regiones. En efecto, al enterarse de que su jefe se dirigía
por tierra hacia Honduras, Alvarado emprendió un frustrado viaje hacia la zona norte
guatemalteca, donde estaban los poblados indígenas de los lacandones e itzaes. Luego,
en 1526, al recibir carta de Cortés en que le mandaba pasar a Honduras, se encaminó
hacia allá por la ruta de Cuscatlán, las montañas de Chaparrastique y San Miguel.
Alvarado llegó hasta la Villa de Choluteca, donde se enteró que Cortés se había
embarcado de nuevo hacia México, después de haber establecido autoridades que
garantizaran el control y conquista de la región hondureña, en vista de lo cual optó por
regresar a Guatemala.

Así concluyó la fase de exploración del territorio centroamericano. La parte norte


(Honduras, El Salvador y Guatemala) quedó bajo el dominio de Hernán Cortés, y la
región sur (Nicaragua y Costa Rica) bajo control de Pedrarias Dávila. Era la época del
poder omnímodo de adelantados y gobernadores, en la que cada uno se fijaba su propia
jurisdicción.

Conclusión
Tanto el primer viaje de Colón en 1492, como los que después realizaron él y otros
españoles hacia las nuevas regiones, tuvieron como objetivo principal la búsqueda de
una nueva ruta que comunicara los países del Mediterráneo europeo con el Lejano
Oriente, ya que las que tradicionalmente se habían utilizado hasta entonces estaban
bloqueadas por el control que distintos califatos ejercían sobre ellas.

En el intento de la búsqueda de la nueva ruta hacia el Lejano Oriente, y en medio de la


incesante sed de oro que se había generalizado entre los expedicionarios españoles
después del cuarto viaje de Cristóbal Colón, cuando éste había comprobado una mayor
existencia de dicho mineral entre los indígenas de las nuevas regiones exploradas, a las
que había llamado Castilla de Oro, se descubrió el Océano Pacífico, al que Vasco Núñez
de Balboa llamó Mar del Sur. Después se exploró hacia el norte en lo que es
actualmente Panamá, Costa Rica y Nicaragua, y en especial se conquistaron los
distintos señoríos de dichas regiones por fuerzas de Pedrarias Dávila.

Otro grupo de españoles, enterado igualmente de lo que Colón había descubierto


durante su cuarto viaje, trató de localizar y hacerse de las riquezas de que se hablaba.
Con tales propósitos, exploraron hacia el norte del Golfo de Honduras, donde Colón
había tenido el encuentro con naturales de una cultura muy superior a la de las Antillas,
ya que pertenecían a una sociedad agrícola, tenían conocimientos de metalurgia y eran
muy hábiles en la elaboración de telas. En tal empresa aquellos españoles no sólo
descubrieron y conquistaron el poderoso imperio mexicano, sino también se dirigieron a
las regiones situadas al sur de Nueva España, en la búsqueda de un lugar donde se
comunicaran los dos océanos. En efecto, Hernán Cortés envió a Pedro de Alvarado y
Cristóbal de Olid, dos de sus principales lugartenientes, a la conquista de Guatemala y
Honduras respectivamente, no sólo con la misión de buscar oro, imponer vasallaje y
poblar, sino especialmente disputar la región a las fuerzas españolas de Pedrarias, las
cuales venían explorando y conquistando desde Panamá, y ya habían descubierto el
Lago de Nicaragua (Mar Dulce) y el Río San Juan (Estrecho Dudoso o Desaguadero).

La disputa entre los dos grupos fue cruenta y tuvo lugar en Honduras, donde habían
convergido fuerzas de Hernán Cortés, Pedrarias Dávila y Diego de Velázquez, y dio
como resultado final el reparto de la región en dos secciones: Guatemala, El Salvador y
Honduras, que se adjudicaron a la gente de Hernán Cortés, mientras Nicaragua y Costa
Rica se otorgaron a las tropas de Pedrarias.
JORGE LUJÁN MUÑOZ Y HORACIO CABEZAS CARCACHE

La Conquista

Introducción
El proceso de sometimiento por los españoles de los pueblos ubicados en lo que hoy es
Guatemala se llevó a cabo durante la que se ha llamado en la historia de América, la
`época de expediciones de conquista'. Se trata de un período que comprende las
vacilaciones iniciales y luego la experiencia antillana, la de Panamá y la de la zona
central de México. En dicha etapa se habían definido ya los procedimientos y las
actitudes en el trato a los habitantes de las Indias y se había determinado el afán de
dominio permanente. Este período finalizó con las Leyes Nuevas (1542) y la crisis
subsiguiente.

Por supuesto, una conquista no debe verse sólo desde una perspectiva militar, como ha
sido usual en el enfoque de muchas obras tradicionales. Aunque no puede soslayarse el
aspecto bélico militar, no se deben ignorar los elementos sociales y culturales, pues
éstos integran procesos más amplios que no se conocen todavía en toda su magnitud.

Es necesario resaltar, por otro lado, que la Conquista de lo que hoy es Guatemala no fue
precisamente un proceso de corta duración. Los libros de texto tradicionales dan la idea
de que la expedición de Pedro de Alvarado, de escasos seis meses, prácticamente
completó la Conquista, por lo menos en su parte esencial. Ello no fue así, sin embargo.
Después de la primera incursión de Alvarado, la mayor parte del territorio estaba
todavía sin conquistar. Así lo demuestra la prolongada resistencia de Los Cakchiqueles
(kaqchikeles) de 1524 a 1530, y lo difícil que fue para los españoles dominar el resto de
Guatemala. De 1524 a 1542 no hubo año en que no se tuviera que emprender alguna
acción bélica, y aun así quedaba territorio sin conquistar.

Por supuesto, los españoles aprovecharon las rivalidades y odios entre los diversos
señoríos indígenas. Sin embargo, ello no fue sólo una estrategia de los conquistadores,
sino resultado de una situación en la cual algunos señoríos, aun de la misma lengua, que
habían mantenido largas rivalidades, no pudieron superar sus conflictos y presentar una
resistencia unificada. La defensa, por consiguiente, se hizo en forma aislada: cada
señorío libró su propia lucha. Además, no debe desestimarse el efecto destructor de las
enfermedades que precedieron a las primeras expediciones, y que después provocaron
durante décadas sensibles cambios en la demografía.

Consecuentemente, en lo que hoy es Guatemala, y en el territorio más amplio que


durante la Colonia se conoció como Reino de Guatemala, las primeras décadas de la
presencia española fueron no sólo de crisis permanente, sino de verdadero caos, y éste
sólo se fue superando lentamente.

La irregular situación aludida se complicó más aún por la cantidad de expediciones que
confluyeron en la región, así como el criterio colonizador de los jefes de conquista.
Estos, en efecto, inconformes con lo que habían logrado, siempre estaban planeando
nuevas expediciones, cada una de las cuales requirió su cuota de indios auxiliares, el
acopio de recursos materiales que debían obtenerse de cualquier manera, y la
participación de algunos españoles.

En la versión que se presenta a continuación se trata de tomar en cuenta tanto la


perspectiva española como la de los indios. Se basa así no sólo en las fuentes españolas
(las Cartas de Relación de Pedro de Alvarado y Hernán Cortés, las versiones de Bernal
Díaz del Castillo, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, y otros autores españoles o
criollos), sino también en las crónicas y títulos indígenas. En ambos casos se trató de
interpretar los contenidos respectivos, confrontándolos y sometiéndolos a la crítica
histórica, con el propósito de realizar una versión más objetiva de un proceso lento y
destructivo. Este no comenzó en 1524 con la llegada de la hueste de Alvarado sino,
cuando menos una década antes, con alarmantes noticias sobre la presencia de hombres
blancos, y con los efectos de la primera epidemia general de 1520.

Preludios y Avanzadas de la Conquista


La llegada de la expedición conquistadora de Alvarado a Guatemala no fue una
sorpresa; diversos hechos la habían anunciado ya a los naturales. Primero llegaron las
noticias sobre la presencia de extraños en las costas. Apenas una década después del
descubrimiento, Cristóbal Colón alcanzó territorio centroamericano. Estuvo en Guanaja,
la más oriental de las Islas de la Bahía, a finales de julio de 1502. El y sus
acompañantes se sintieron felices de encontrar por primera vez manifestaciones de altas
culturas: una gran canoa, `tan larga como una galera, de ocho pies de anchura toda de un
solo tronco', con indios bien vestidos. Los españoles abordaron la embarcación
amigablemente y admiraron su contenido: mantas y camisas de algodón de diferentes
colores y labores, espadas de madera con pedernal, hachuelas de cobre, cascabeles y
crisoles, bebida de maíz, y cacao. Luego de tomar unas muestras despidieron a los
indios navegantes. Empero, en lugar de dirigirse al oeste, Colón tomó la dirección
contraria, hacia donde los indios le dijeron que había oro, y así se alejó de Mesoamérica.

Todavía pasaron dos décadas antes de que se iniciara la verdadera conquista y


colonización. La actividad exploratoria, sin embargo, no se interrumpió y en ella
intervinieron navegantes como Juan Díaz de Solís y Vicente Yáñez Pinzón (1508).
Hubo naufragios, como el ocurrido en 1511, a causa del cual llegaron a Yucatán 15
hombres y dos mujeres, entre quienes figuraban los conocidos Jerónimo de Aguilar (el
futuro intérprete de Cortés) y Gonzalo Guerrero (que casó con una india principal y tuvo
tres hijos, a quien se le tuvo por cacique). Bernal Díaz del Castillo dice que Guerrero se
negó a ver a sus coterráneos, y se refiere a ambos como los únicos sobrevivientes,
aunque según Hernán Cortés había otros que se hallaban `muy derramados por la tierra'.

Con los primeros navegantes y náufragos, y por medio de las correrías de las armadas
para extraer esclavos, llegaron las enfermedades europeas, para las cuales los
aborígenes no tenían defensas biológicas, y se desataron así las devastadoras epidemias.
Desde el catarro común y la influenza (gripe), hasta el sarampión, la tos ferina y la
viruela, causaron estragos en la población nativa. Si bien es cierto que para la región
sureste de Centro América no quedan suficientes evidencias documentales sobre los
efectos de las epidemias, sí las hay para Guatemala. El Memorial de Sololá se refiere
dramáticamente a las enfermedades, sus síntomas y mortalidad. Una epidemia debe
haberse iniciado a finales de 1519:

Primero enfermaban de tos, padecían de sangre de narices y


de mal de orina. Fue verdaderamente terrible el número de
muertos... Murió entonces el príncipe Vakaki Ahmak. Poco a
poco grandes sombras y completa noche envolvieron a
nuestros padres y abuelos y a nosotros también ¡oh hijos
míos! cuando reinaba la peste.

No se pudo detener la enfermedad. Murieron el rey Hunyg y el Ahpop Achí Balam, con
dos días de diferencia, en abril de 1521. Fue tanta la mortandad que los perros (es
posible que se tratara de coyotes) y los buitres (zopilotes) devoraban los cadáveres,
probablemente por falta de entierro.

Los autores discrepan en cuanto a la identificación de la enfermedad. Félix W. McBryde


cree que fue influenza. Carlos Martínez Durán prefiere no ser tan categórico: señala que
la etimología de la palabra cakchiquel chaac indica erupción, lo cual parece negar que
se tratara de influenza. Incluso piensa que pudo haber sido tifus o tabardillo. Horacio
Figueroa pensaba que los síntomas corresponden al sarampión (tos y hemorragias
nasales), y que no son propios de la viruela, aunque muchos autores la hayan
identificado como tal. Murdo MacLeod acepta este último diagnóstico. De cualquier
manera, nadie duda que se trató de una peste con efectos de alta mortalidad, en la que
quizás no hubo sólo una enfermedad, sino dos o más. La población sobreviviente del
Altiplano quedó muy debilitada en todo sentido, inclusive psíquicamente.

Embajadas y Embajadores anteriores a la Conquista


de Guatemala
Al iniciar la lucha contra los españoles en su propio territorio, los mexicas
aparentemente avisaron a los gobernantes de lo que hoy es Guatemala de la presencia de
aquéllos. Al parecer el propósito era el de preparar una resistencia común o cuando
menos generalizada. En esa época había señoríos indígenas de Guatemala que habían
pagado tributo a los aztecas, cuyos dominios llegaban hasta Soconusco, desde hacía
unos 65 años. Según el título en que se hace tal aseveración, Moctezuma avisó `cómo
venía ya la conquista de los españoles', para que `estuviesen ellos prevenidos para
defenderse de los españoles y avisasen a todos los demás pueblos que estuviesen
armados'.

Fuentes y Guzmán recoge una tradición parecida, tomada de un documento


(`cuadernillo en diez y seis folios de a cuarto') perteneciente a los indios de San Andrés
Xecul, y llamado Título del Ahpop Quecham. En este caso se dice que la embajada fue
enviada por el rey Ahuitzol, después que los mexicas habían sido vencidos y aceptado el
dominio español, con el objeto de que el señorío quiché (k'iche') hiciera lo mismo. De
acuerdo con este título, el rey quiché (a quien se llama Kicab Tamub, y se menciona
antes como destinatario del mensaje a Tecún Umán) hizo llamar a cuatro adivinadores,
que dispararon sus flechas contra un peñasco y al comprobar que éste no hacía mella en
las flechas predijeron que vencerían los `hombres blancos'. Sin embargo, Kicab Tamub
no `rindió su valor' al aviso del príncipe azteca Ahuitzol ni a los `vaticinios de sus
sabios', y de inmediato ordenó a su primogénito Tecún Umán que preparara la defensa
del reino quiché.

Según parece, los quichés trataron de conformar una alianza defensiva, pero debido a
las rivalidades y desconfianzas muy arraigadas entre los señoríos, las cuales les habían
mantenido en luchas constantes, fue imposible establecer un frente común. Inclusive
estas guerras continuaron posteriormente. En marzo de 1521, los cakchiqueles, que
todavía estaban afectados por la peste, atacaron a los de Panatacat (Izquintepeque). En
septiembre del mismo año hubo una revuelta entre Los Tzutujiles (tz'utujiles), la cual,
aun cuando fue sofocada, obligó a los de la corte de Atitlán, los de Ahtzinquinajay y a
los de Quanizajay, a refugiarse en Iximché. Tiempo después, alrededor de 1523, `cesó la
guerra' de los cakchiqueles con `el Quiché'.

En todo caso, fue imposible organizar una defensa coordinada contra los españoles. Los
quichés, no obstante, tomaron la decisión de resistir la esperada incursión, como dicen
en sus propias palabras: levantando sus `banderas', empezaron a `coger sus armas todos,
y mandaron tocar sus teponauastis y todos los instrumentos de guerra'.

En las fuentes indígenas y españolas no queda claro si los señoríos quichés,


cakchiqueles y tzutujiles enviaron embajadas a Hernán Cortés en México y aceptaron el
sometimiento pacífico. Mientras tal hecho no se recoge en ninguna de las crónicas
indígenas principales de Guatemala, Cortés lo señala en su Cuarta Carta de Relación,
del 15 de octubre de 1524, y lo confirma Alvarado al inicio de su primera Carta de
Relación conocida. Cortés se refiere a dos españoles que había enviado a la Provincia de
Pánuco `con algunas personas de los naturales de la ciudad de Tenuxtitán y con otros de
la provincia de Soconusco', territorio este dominado por los mexicas y por tanto
sometido a los españoles. Con aquellos dos españoles, continúa Cortés, llegaron de unas
`ciudades' llamadas `Ucatlán' (sic) y `Guatemala', que distan de Soconusco `otras
sesenta leguas', `hasta cien personas de los naturales de aquellas ciudades, por mandato
de los señores de ellas, ofreciéndose por vasallos y súbditos' del Rey de España. Hernán
Cortés los recibió aparentemente de buen grado en nombre del monarca español, aunque
más adelante afirma que dichas ciudades, lo mismo que la que `se dice Chiapa', no
tenían la voluntad de vasallaje sino, al contrario, hicieron daño a los indios aliados de
los españoles en Soconusco.

Antonio de Remesal recoge y amplía la embajada de sumisión a Cortés, y ofrece


detalles al decir que ocurrió a fines de 1522, en la Villarrica de Veracruz, a donde
fueron `de su libre voluntad' al tener conocimiento de la derrota de los mexicas, ocurrida
un año antes. Agrega Remesal que Hernán Cortés recibió a los mensajeros `con buen
semblante', `acariciándolos y regalándolos de modo que a los tales tenía costumbre de
atraer a su amistad', dándoles en retorno de los presentes que le llevaron `algunas cosas
de Castilla, que ellos estimaron en más que el oro y plumería que ofrecieron'. Bernal
Díaz se refirió muy someramente a la aceptación del vasallaje, cuando escribió que
Alvarado, luego de la sumisión de Utatlán, se detuvo en dicha provincia de siete a ocho
días, `haciendo entradas' en los pueblos `rebeldes que habían dado obediencia a Su
Majestad y después de dada se tornaron a alzar...'

Gerardo G. Aguirre, con base en el Título del pueblo de San Bartolomé, afirma que hay
evidencia de una embajada tzutujil llegada ante Cortés en 1522, e indica inclusive que
dos frailes (Juan Díaz y Bartolomé de Olmedo) precedieron a Alvarado, en un viaje
desde Soconusco hasta las tierras bajas de los tzutujiles. Sandra Orellana acepta la
versión de Aguirre. Sin embargo, de la lectura de dicho título, el cual se presenta
bastante confuso en su contenido, con los nombres de los religiosos equivocados y poco
claro en cuanto a fechas, más bien parece que los tzutujiles, acompañados por los frailes
mencionados y un español de nombre Pablo Chacona, se presentaron ante Hernán
Cortés en la Laguna de Campeche. Esto no tuvo que haber sido antes de la venida de
Pedro de Alvarado a Guatemala, sino pudo haber sido después de las primeras guerras
contra quichés y cakchiqueles.

Es difícil aceptar la veracidad de las embajadas indígenas ante Cortés, pues sólo se tiene
como referencia la carta de relación de éste y las fuentes españolas posteriores que no
hacen sino repetirla. Más difícil todavía es creer en cualquier visita, anterior a la
Conquista, de enviados españoles, ya fueran frailes u otros. Quienes hablan de estas
visitas se basan en documentos escritos muchos años después de la Conquista con el
propósito de legitimar cuestiones de tierras. En todo caso, quizás fueron enviadas
algunas embajadas, pero con el fin único de cerciorarse de la veracidad de los avisos y
conocer a los extranjeros, y es posible que Cortés, por sí o por intermedio de sus
`lenguas', hubiera malinterpretado el propósito de la visita. Resulta significativo que
nada se diga al respecto en las crónicas indígenas `mayores', especialmente el Popol
Vuh y el Memorial de Sololá. En todo caso, se puede pensar en contactos directos
cuando Pedro de Alvarado ya se acercaba con su expedición de conquista.

Expedición de Pedro de Alvarado


Inmediatamente después de que Cortés concluyó la campaña contra los mexicas y
pacificó las regiones más cercanas, inició el proceso de ampliar sus conquistas en
diversas direcciones. Concedió atención especial al área del sur de México, tanto porque
tenía `mucha información que aquella tierra es muy rica, como porque hay opinión de
muchos pilotos que por aquella bahía [la de Honduras] sale estrecho a la otra mar, que
es la cosa que yo en este mundo más deseo topar...'

El conquistador de México decidió desde el principio enviar dos expediciones hacia el


sur, una por tierra al mando de Pedro de Alvarado y otra por mar, que costeara Yucatán,
al mando de Cristóbal de Olid. Sin embargo, las expediciones se pospusieron porque al
estar los `dos capitanes a punto con todo lo necesario al camino', llegó un mensajero
desde Santisteban del Puerto, en el Río Pánuco, para informar a Cortés sobre la llegada
del Adelantado Francisco de Garay, quien traía 120 hombres con caballos, 400 peones y
mucha artillería. En esa precisa coyuntura Cortés estaba enfermo como resultado de una
caída del caballo y guardaba cama obligadamente. Ello le indujo a enviar a Alvarado,
mientras él podía desplazarse personalmente. Sólo hasta resolver el problema de la
presencia de Garay y el de una revuelta indígena en el Pánuco, pudo Cortés de nuevo
dedicar su atención a las expediciones hacia el sur.

Cortés dice que Pedro de Alvarado salió de Tenochtitlan el 6 de diciembre de 1523,


mientras Bernal Díaz del Castillo afirma que la salida fue el 13 de noviembre. Cortés
indica que Alvarado y sus acompañantes llevaban `ciento y veinte de caballo, en que,
con las dobladuras que lleva, lleva ciento y sesenta caballos y trescientos peones, en que
son los ciento y treinta ballesteros y escopeteros', así como `cuatro tiros de artillería' y
numerosos indios auxiliares tlaxcaltecas, cholulas y mexicas. Se desplazaron por las
rutas usuales de los comerciantes, pasando por Tehuantepec hacia Soconusco. De aquí,
según comunicó a Cortés en su primera carta conocida, Alvarado envió mensajeros `a
esta tierra' (no queda claro a cuáles señoríos se refiere, pero es casi seguro que es a los
quichés y cakchiqueles), comunicando que iba `a conquistar y pacificar las provincias
que son del dominio de su majestad', pues eran sus vasallos, ya que `por tales se habían
ofrecido a vuestra merced'. Alvarado pedía ayuda a los señores de aquellas tierras y les
advertía que si se la daban `serían muy favorecidos y mantenidos en toda justicia', pero
si la negaban `protestaba hacerles la guerra como a traidores rebelados y alzados' y los
haría esclavos `a todos los que se tomaran en la guerra'. Del texto anterior se desprende
la importancia que Cortés y Alvarado concedían a una sumisión previa, la cual de ser
violada permitía tener a los nativos como traidores, rebeldes y alzados, y se podía
justificar la guerra, así como la condición de hacerlos esclavos.

Antonio de Remesal dice que Alvarado causó estragos en Soconusco, lo cual resulta
dudoso, pues dicho territorio estaba dominado ya por los castellanos. No obstante,
Alvarado sí informó a Cortés que después de enviar los requerimientos de sometimiento
pacífico realizó un `alarde', con toda su `gente de pie y de caballo', y al día siguiente,
sábado, `me partí en demanda de su tierra'.

Desde Soconusco, siempre por la Costa Sur, la expedición llegó a una región que los
indios llamaban Xetulul Hunbatz (Zapotitlán). Alvarado despachó de allí nuevos
mensajeros a los quichés, insistiendo en el sometimiento pacífico. El conquistador
continuó la marcha sin esperar la respuesta, y se encontró que en los caminos había
obstáculos colocados por los naturales. Se dieron entonces los primeros choques con las
avanzadas quichés y, cerca del Río Samalá, se libró la primera batalla de que se tiene
noticia cierta. En este lugar los españoles cambiaron el rumbo y se dirigieron hacia el
norte, para iniciar el difícil ascenso hacia el centro del reino quiché.

Los expedicionarios se encaminaron primero al valle de Quezaltenango, atravesaron dos


ríos muy difíciles y subieron por un paso estrecho, a cuyo término, a la salida de una
barranca, les salieron al encuentro, según dice Alvarado, `tres o cuatro mil hombres',
que hicieron retroceder a la vanguardia de indios auxiliares que acompañaban a los
castellanos. Pero éstos se lograron rehacer y llegar a la cima, y cuando reunían a la
gente vieron avanzar a `más de treinta mil hombres'. Alvarado dice literalmente:
`...plugo a Dios que allí hallamos unos llanos', y agrega que, aunque los caballos estaban
cansados, montaron y fueron sobre los indios. Como éstos nunca habían visto caballos,
`cobraron mucho temor e hicimos un alcance muy bueno y los derramamos y murieron
muchos dellos'. Luego de tomar monturas de refresco, nuevamente vieron llegar muchos
guerreros, por lo que hicieron un nuevo `alcance' de una legua. Ya cerca de la sierra, los
quichés `hicieron rostro', y Pedro de Alvarado se `puso en huida para sacarlos al campo',
volviéndose de improviso para castigarlos.

Según Bernal Díaz, Alvarado `y todos sus soldados pelearon con grande ánimo',
hiriéndoles los indios seis soldados y dos caballos. Los españoles, agrega Bernal, se
vieron `en gran aprieto, porque eran muchos los contrarios'. En esta decisiva y
sangrienta batalla, según el futuro Adelantado, `murió uno de los cuatro señores desta
ciudad de Utatlán que venía por capitán general de toda la tierra'. De acuerdo con la
versión popular en Guatemala, proveniente sobre todo de Fuentes y Guzmán, la matanza
fue tan grande que el río cercano se tiñó de rojo, por lo que se le llamó Xequiquel, que
etimológicamente quiere decir `río de sangre', según el mismo Fuentes. No obstante,
Ximénez dice que en realidad el término significa lo mismo que Olintepeque, o sea
`debajo del valle'.

La Batalla de El Pinar y Tecún Umán


De acuerdo con una versión popular muy difundida en Guatemala, se da el nombre de
Tecún Umán al `general' que comandó el ejército quiché frente a los españoles.
Oficialmente y en el plano de la ideología se le tiene como el `héroe de la nacionalidad'.
Por ello, vale la pena formular algunas consideraciones en torno a dicho personaje.

Según una investigación efectuada en 1962, por la Sociedad de Geografía e Historia y el


Ejército de Guatemala, la batalla en que se enfrentaron Tecún Umán y Pedro de
Alvarado sucedió el 12 de febrero de 1524. Adrián Recinos, en cambio, en el Memorial
de Sololá y en su biografía de Alvarado da como fecha el 20 del mismo mes y año. Es
necesario reconocer que ninguna fuente contemporánea o cercana a la Conquista, ni
indígena ni española, menciona el nombre del jefe militar indio inmolado. Por otras
fuentes se sabe que los dos señores o `reyes' quichés principales (títulos que
correspondían al linaje Cavec, el más importante de los quichés), Oxib Queh y Beleheb
Tzi, murieron más tarde por orden de Alvarado: ahorcados según el Popol Vuh,
quemados según el propio Alvarado y el Memorial de Sololá. Si los dos reyes de la
Casa Cavec no estuvieron en aquella batalla, el jefe pudo haber sido uno de los otros
dos reyes o señores, el Ahau Galel (que correspondía a los Nihaib), o el Ahtzic Vinac
Ahau (que era de los Ahau Quiché). Esto parece confirmarse con lo que dice el autor
anónimo de la Isagoge Histórica-Apologética: `...sólo se sabe que murió en ella [la
batalla de El Pinar] un indio de sangre real, llamado Galel Ahpop'. De haber sido así,
estaría en favor de esta versión el hecho de que los Nihaib gobernaban en esas fechas en
Xelahub o Quezaltenango, desde donde el ejército quiché partió hacia la batalla, y si se
sigue la nómina de señores o reyes que da el Popol Vuh, el jefe que murió en El Pinar
debe haberse llamado Ahau Cotuhá. Si no hubiera sido éste, puede haber sido el otro
`señor', el de la casa Ahau Quiché, el Ahtzic Vinac Ahau, que de acuerdo con el Popol
Vuh se llamaba Vinac Bam.

El nombre del jefe militar quiché de la batalla de El Pinar proviene básicamente de


cuatro fuentes, ninguna de la época de los acontecimientos. Por una parte, lo cita
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, con base en el `cuadernillo' ya mencionado, o
sea el Título del Ahpop Quecham, que este autor consultó en San Andrés Xecul. Aquí
aparece citado como `Rey del Quiché', primogénito del rey Kicab. El manuscrito lo
consideraba con poderes superiores (`estupendo y grande brujo', dice Fuentes);
menciona al quetzal, como su `nagual'; narra la muerte de Tecún en combate personal
con Alvarado y comandando nada menos que 72,000 hombres. Fuentes transcribe la
versión del documento indígena, donde se dice que el jefe indio se convirtió en águila y
quetzal. En forma bastante similar (lo que haría pensar que son títulos `emparentados'),
el autor de los Títulos de la Casa Izquín Nehaib hace una hermosa narración legendaria
sobre la batalla de Pachah (equivalente en castellano a El Pinar), donde participaron
10,000 guerreros al mando del `capitán Tecún', `hecho águila', alzando vuelo para tratar
de matar a Pedro de Alvarado. Luego está el llamado Título del Ajpop Huitzitzil Tzunún,
en el que se habla del rey o capitán `don Tecún', yerno del Principal Tepe. Finalmente
está el que Robert Carmack llamó Título Coyoi, donde se cita al `Adelantado Tecum',
nieto de `don Quikab', quien antes de la batalla fue llevado en hombros durante siete
días, vestido con plumas y piedras preciosas. En las tres fuentes se habla del combate
personal con el jefe castellano. Sin embargo, resulta extraño que Alvarado no lo
mencione en su carta a Cortés, donde sólo de paso se dice que `murió uno de los cuatro
señores desta ciudad de Utatlán, que venía por capitán general de toda la tierra'; empero,
no se asigna a ningún español dicha hazaña que, de haberla realizado él mismo, la
habría mencionado en su relación a Cortés. El combate personal tampoco es citado por
alguna fuente española de la época. Bernal Díaz del Castillo, que no estuvo en la
campaña pero vivió muchos años en Guatemala con varios de quienes participaron en
ella, y posiblemente leyó la perdida versión de Gonzalo Alvarado, escribió que ya en
Quezaltenango (días después) supieron `que en las batallas pasadas les habían muerto [a
los quichés] dos capitanes, señores de Utatlán'. En cambio, Fray Francisco Ximénez no
sólo pone en duda la muerte del `Rey del Quiché', transformado en águila o en quetzal,
sino afirma que `los Arguetas... fueron los de la hazaña, y en memoria de eso guardan
un lanzón antiguo lleno de moho que dicen ser la sangre de aquesa águila...' Agrega
asimismo: `...y si hubo algo de aquesas tragedias, no fue Alvarado el que las ejecutó...'

Otros autores posteriores, Domingo Juarros y José Milla, por ejemplo, en versiones que
provienen fundamentalmente de Fuentes y Guzmán, recogieron la tradición de la batalla
y el combate entre Pedro de Alvarado y Tecún Umán. De las obras de estos autores es
de donde ha pasado a los textos de historia para la educación primaria y secundaria, y de
allí a la leyenda y tradición nacionales, hasta ser convertido Tecún Umán, sobre todo en
las últimas dos o tres décadas (con construcción de monumentos, festejos escolares,
etcétera) en héroe `nacional' y símbolo de la nacionalidad `guatemalteca'. Ello a pesar
de que resulta contradictorio declarar a Tecún Umán héroe de `Guatemala' (i.e.
Iximché) y de los `guatemaltecos', término este que en su acepción original y colonial se
refería a los cakchiqueles, a alguien que precisamente representaba a los quichés, los
acérrimos enemigos de los cakchiqueles.

En una obra más reciente que las citadas anteriormente, Historia Social de los Quichés,
Robert Carmack resume el tema como si se tratara de una verdad comprobada, pero sin
analizar las dudas históricas conocidas. Carmack llega a especificar inclusive el lugar
donde supuestamente vivió Tecún Umán (Tzijbachaj, Totonicapán), y para ello se basa
en el Título Coyoi.

Cabe preguntar de dónde provino la narración del combate personal que ocurrió entre el
jefe quiché y el capitán español, y cuándo se le dio al primero el nombre de Tecún o
Tecún Umán. Una hipótesis podría encontrarse en el `Baile de la Conquista', que los
españoles introdujeron, con las necesarias variantes en cuanto a detalles, en muchas
partes de Hispanoamérica. Los requerimientos de la trama de dicho drama-danza
exigían un enfrentamiento personal entre Alvarado y el jefe quiché, y a éste se hacía
necesario asignarle un nombre. El baile se ha representado tradicionalmente en
Guatemala, en especial en la región de idioma quiché, y posiblemente allí se dio al
personaje histórico el nombre de Tecún Umán.

Según el Popol Vuh, los reyes quichés contemporáneos de Alvarado, los sucesores de
los señores Cavec, fueron Tecún y Tepepul, de la decimatercera `generación', a quienes
por cierto no se cita con nombres cristianos. Estos señores deben haber dirigido a los
quichés, que apoyaron a los españoles en la lucha contra los cakchiqueles, cuando éstos
decidieron resistir a los castellanos y en especial las exigencias de Alvarado entre los
años 1526 y 1530. El nombre del Ahau Ahpop (rey), `que tributó a los castellanos', era
conocido por quienes adaptaron el Baile de la Conquista. Es probable así que se
decidiera asignar dicho nombre al rey que, de acuerdo a las necesidades de la trama,
debía luchar contra el jefe español. Se supone entonces que así pudo llamarse el señor
que murió en la famosa batalla, aunque no precisamente en lucha personal con Pedro de
Alvarado o Tonatiuh como llamaban a éste los indígenas. En la actualidad, aquel jefe
indio ha sido escogido para representar simbólicamente a todos los indios que murieron
al enfrentar a los conquistadores españoles. De esta manera se olvida a otros jefes
indígenas, así como otras importantes acciones bélicas, incluyendo la prolongada y
heroica resistencia de los cakchiqueles, que duró aproximadamente seis años.

Continuación de la Campaña
Alvarado relata que después de la batalla en que murió el jefe quiché `asentaron el real',
`harto fatigados y españoles heridos y caballos'. Al día siguiente se dirigieron a
Quezaltenango (Xelahub), distante una legua, y lo encontraron desierto. Después de
varios días de recorrer la tierra, el jueves 20 de febrero apareció un nuevo ejército
indígena, que Pedro de Alvarado calculó en 12,000 hombres, originarios de
Quezaltenango, más otros de los pueblos vecinos `que no pudieron contar'. La batalla
fue menos difícil, pues los españoles se abalanzaron sobre los indios, persiguiéndolos
dos leguas y media. `Aqueste día se mató y prendió mucha gente, muchos de los cuales
eran capitanes y señores y personas señaladas'.

Entonces los reyes quichés enviaron una embajada a los españoles, instándoles a
trasladarse a Gumarcaaj. Desde el principio, según lo comunicó Alvarado a Cortés, los
castellanos sospecharon que el propósito era atraerlos a la ciudad para quemarlos en
ella. La ciudad, `muy fuerte en demasía', con sólo dos entradas, `muy junta y las calles
muy angostas' (lo cual evidentemente es una exageración), hacía fácil el propósito de
los reyes quichés. El jefe castellano mostró desconfianza, por lo que decidió alojarse en
unos llanos de las afueras y no en la capital. A pesar de la insistencia de los reyes se
negó a entrar, y los invitó a su vez a visitarlo en su propio campamento. Alvarado tomó
prisioneros a los señores quichés, pero no por ello dejaron de hostilizarlo, `y viendo que
con correrles la tierra y quemársela no los podía atraer al servicio de su majestad,
determiné quemar a los señores... y mandé quemar la ciudad...' Según el Memorial de
Sololá, la quema de los reyes quichés ocurrió el 7 de marzo de 1524.

Después de los acontecimientos anotados, Alvarado pidió ayuda a los cakchiqueles, y


éstos rápidamente obedecieron la orden: `...dos mil soldados marcharon a la matanza de
los quichés'. Alvarado mencionó la cifra de 4,000 hombres, con los cuales hizo una
`entrada', y agregó que al ver los quichés el daño que recibían, rogaron perdón. Después
de asegurarles sus vidas, dice el conquistador: `...les mandé que viniesen a sus casas y
poblasen la tierra como antes', lo cual hicieron. Sin embargo, un poco más adelante
Alvarado agrega fríamente: `En cuanto toca a esto de la guerra no hay más que decir al
presente, sino que todos los que en esta guerra se tomaron se herraron y se hicieron
esclavos de los cuales se dio el quinto de su majestad...'
El 11 de abril de 1524, todavía desde Utatlán, Alvarado escribió a Cortés la carta que se
ha venido acotando. Después de eso, ocupó dos días para trasladarse de Gumarcaaj a
Iximché, capital cakchiquel, donde fue bien recibido por los reyes Beleheb Qat y Cahí
Ymox, al punto que escribió lo siguiente: `...que no pudiera ser más en casa de nuestros
padres; y fuimos tan proveídos de todo lo necesario, que en ninguna cosa hubo falta'.

Expedición contra los Tzutujiles, los Pipiles y los


Xincas
La siguiente parte de la conquista la decidieron los cakchiqueles, ya que al ser
preguntados por el jefe extremeño quiénes eran sus enemigos, dijeron que eran los
tzutujiles y los de Panatacat (Izquintepeque, Escuintla). Cinco días después de su
llegada a Iximché, Pedro de Alvarado continuó su campaña. Se dirigió a la ribera sur del
Lago de Atitlán para atacar a los tzutujiles, después que éstos habían matado a dos
mensajeros cakchiqueles enviados para pedirles su sumisión. Los atacó en su capital,
Tziquinahá, y los derrotó en un peñol y en una isla a la orilla del lago. Le dijeron que
nunca su tierra había `sido rompida ni gentes por fuerza de armas les habían entrado en
ella'. Así empezó el sometimiento del señorío tzutujil por los ejércitos castellanos.

Desde allí Alvarado volvió a Iximché y decidió emprender un ataque contra los de
Izquintepeque, en ruta para Cuscatlán o Cuscatán (hoy El Salvador). Una mañana
lluviosa, después de tres días de acecho en la arboleda, los atacó por sorpresa, y les
causó gran estrago. Sobre ello comentó Bernal Díaz: `...más valiera que así no lo
hiciera, sino conforme a lo que mandó su majestad'.

En opinión de Adrián Recinos, la leyenda de Atlacatl, como jefe de la resistencia india


en El Salvador, proviene de una mala lectura de Brasseur de Bourbourg del manuscrito
cakchiquel. El autor del Memorial escribió que Tonatiuh partió para Cuscatlán,
`destruyendo de paso a Atacat', es decir, Izquintepeque o Escuintla. En su Histoire des
Nations Civilisées du Mexique et de l'Amérique Centrale (1857-59), Brasseur dijo que
Alvarado había matado al cacique Atlacatl.

Pasados ocho días en Izquintepeque, tiempo que ocupó en recorrer la tierra y recibir el
vasallaje, Tonatiuh decidió continuar hacia el oriente, a lo largo de la Costa Sur de
Guatemala, entrando en lo que después sería conocido como Guazacapán. Primero llegó
al pueblo Atiepar (Atiquipaque), donde reparó que se trataba de otra clase de gente que
hablaba un idioma distinto (xinca o xinka). Allí fueron recibidos en paz, pero pronto los
naturales comenzaron a huir, y al terminar el día el poblado estaba abandonado. Lo
mismo ocurrió en Tacuilula y Taxisco. Primero los españoles eran recibidos en paz,
pero luego los indios dejaban los poblados y huían hacia la sierra. Fue hasta en
Nacendelan (Nancintla) donde hubo un enfrentamiento. Los xincas atacaron la
retaguardia del ejército invasor, mataron muchos indios auxiliares y se apoderaron de
parte del `fardaje' (hilado de ballestas y herraje). Los españoles permanecieron allí ocho
días, con el propósito de recobrar los pertrechos y castigar a los xincas. Alvarado les
mandó mensajeros, `con requerimientos y mandamientos' y les apercibió que de no
venir en paz los haría esclavos y herraría, pero no regresaron. En cambio, los castellanos
recibieron allí mismo mensajeros de Pasaco, ofreciéndose pacíficamente; pero al llegar
a este poblado fueron recibidos por un ejército desafiante, al cual sin embargo
derrotaron con facilidad. El último poblado de Guazacapán que menciona Alvarado es
Mopicalco, en el que sus moradores también se habían retirado hacia los montes.

Al fin penetró la hueste en Cuscatlán. En Acaxual, cerca de la actual Acajutla, se llevó a


cabo una importante batalla. Allí, escribe Alvarado: `...me hirieron muchos españoles y
a mí con ellos, que me dieron un flechazo do me pasaron la pierna... de la cual herida
quedo lisiado, que me quedó la una pierna más corta que la otra bien cuatro dedos'. Pero
parece que no concedió demasiada importancia al incidente. De Acajutla fue a
Tucuxcalco, y de allí a Miaguaclán (que encontró despoblado), luego a Atehuán
(Ateos), y finalmente a Cuscatlán. En este último lugar fueron bien recibidos al
principio, pero después los indígenas huyeron y Pedro de Alvarado se limitó a
instruirles proceso y condenarlos en ausencia.

El conquistador emprendió el retorno a fines de junio, y llegó a Iximché el 21 de julio.


Entonces, según el Memorial, Tonatiuh pidió una de las hijas del rey, y se la dieron.
Procedió inmediatamente a fundar una villa, la que días después se convirtió en ciudad
con el nombre de Santiago. Esto último probablemente ocurrió el 27 de julio de 1524, y
no el 25, como usualmente se acepta. La ciudad fue llamada Guatemala, por ser éste el
nombre del territorio de los cakchiqueles en lengua mexicana.

En siete meses y 21 días, desde que salió de México, Alvarado había realizado una
extensa e intensa campaña, en la que había logrado llegar hasta lo que ahora es San
Salvador y dominar, cuando menos parcialmente, los reinos quiché, cakchiquel, tzutujil
y buena parte de las regiones xinca y pipil. Todavía faltaba mucho por conquistar, pero
es innegable que sentó las bases del dominio español mejor y más rápidamente que en
ninguna otra región de lo que sería el Reino de Guatemala.

Avance sobre Honduras


En Hibueras u Honduras confluyeron las expediciones de conquista de Gil González
Dávila, Francisco Hernández de Córdoba y Pedrarias Dávila, Cristóbal de Olid,
Francisco de Las Casas, Hernán Cortés y Pedro de Alvarado, en parte en busca del
llamado `estrecho dudoso', que facilitaría el tránsito entre los dos océanos y una nueva
ruta de comunicación hacia el Lejano Oriente.

Desde La Española, a principios de 1524, Gil González Dávila llegó a Puerto Caballos,
en la Costa de Honduras, cerca del actual Puerto Cortés. Fundó San Gil de Buena Vista,
de vida efímera, para internarse después hacia la región de Olancho donde, según la
información que le dieron los indígenas, había oro.

Pedrarias Dávila, para asegurar sus derechos y anular los de González, mandó por tierra
a Francisco Hernández de Córdoba a Nicaragua. Allí, informado de la presencia del
grupo de González al norte, se dirigió hacia él y, mediante una estratagema, lo dominó.
En ese momento llegaron noticias de otra expedición que había desembarcado y que
venía al mando de Cristóbal de Olid.
Olid había zarpado de Veracruz el 11 de enero de 1524 y pasó, según las indicaciones
de Cortés, por La Habana. Pero allí entró en componendas con Diego de Velázquez, que
lo incitó a independizarse. El 3 de mayo de 1524 arribó a la Costa hondureña, en un
lugar no lejano de Puerto Caballos, que nominó Triunfo de la Cruz.

Las noticias de la alianza de Olid y Velázquez llegaron pronto a la Nueva España, por lo
que Cortés envió otra armada, al mando de su pariente Francisco de Las Casas. El arribo
de éste a Honduras no pudo ser más desafortunado: una borrasca lo hizo naufragar en la
costa y fue fácil presa de Olid, quien luego dominó también a Gil González y se hizo
momentáneamente dueño de la situación. Según parece, trató a sus prisioneros
amigablemente, actitud que Francisco de Las Casas y González Dávila aprovecharon
para intentar matarlo. Olid, herido, pudo escapar, pero pronto fue apresado, y después
de enjuiciarlo lo ajusticiaron el 16 de enero de 1525. Al poco tiempo, los dos capitanes
acordaron trasladarse a México, luego de fundar Trujillo, el 25 de mayo de 1525. Al
mismo tiempo, el propio Hernán Cortés se adelantaba al encuentro, pues desde el año
anterior había emprendido la marcha por tierra.

En efecto, casi inmediatamente después de la partida de Las Casas, Cortés pensó en la


necesidad de ir él, personalmente, a poner orden en Honduras, lo cual decidió hacer por
tierra. El tiempo demostraría que fue una acción equivocada e innecesaria, sobre todo
por exponerse a través de un territorio que desconocía totalmente, y que tuvo un alto
costo en tiempo, hombres y esfuerzos.

Cortés salió de la ciudad de México el 12 de octubre de 1524. Además de la tropa


española iban 3,000 indios auxiliares tlaxcaltecas, así como Cuauhtémoc, los señores de
Tacuba y Tlatelolco y doña Marina. En Coatzacoalcos, los indios de Tabasco y
Xicalango le dibujaron una especie de mapa (`figura en un paño'), por el cual dedujo
que podía, según dice en su quinta Carta de Relación, `andar mucha parte de ella, en
especial hasta allí donde me señalaron los españoles'. Pero, sin duda, los indios no le
indicaron los innumerables ríos y ciénagas que había que atravesar, en un territorio
selvático y pantanoso.

Actualmente es muy difícil establecer exactamente cuál fue la ruta seguida (véase
Ilustración 9). Existe la información de que llegó al Lago Petén Itzá, donde dejó un
caballo enfermo, que luego murió, y que por eso los indios hicieron uno de piedra que
colocaron en el templo principal, donde lo vieron unos frailes franciscanos en 1618. Es
extraño que Cortés no mencione nada en su quinta Carta de Relación.

Durante el viaje, según denuncia que Cortés dice le hizo don Cristóbal, el señor de
Tlatelolco, los indios, dirigidos por Cuauhtémoc y el señor de Tacuba, quisieron
rebelarse, por lo que después de procesados los mandó ejecutar. Según Bernal Díaz del
Castillo, que iba en la expedición, ambos murieron cristianamente, confesándose con
los frailes franciscanos de la hueste. Y añadió seguidamente: `Y fue esta muerte que les
dieron muy injustamente, y pareció mal a todos los que íbamos'.

Por fin, después de incontables penalidades, encontraron a algunos españoles en el


pueblo de Nito, probablemente en la margen oriental del actual Río Dulce, en
Guatemala. Eran 60 hombres y 20 mujeres que había dejado Gil González Dávila, y
quienes estaban en tal situación, `que era la mayor compasión del mundo de los ver'.
Cortés hizo reparar un navío que había dejado González Dávila, exploró el Río Dulce y
el Lago de Izabal, hasta internarse en el actual Río Polochic, buscando bastimentos. Sin
embargo, ante noticias graves que le llegaron de México, decidió regresar por mar, mas
por tres veces el estado de la mar se lo impidió, por lo que permaneció todavía en el
país, y se contentó con remitir poderes a México en favor de Francisco de Las Casas.
Así siguió su exploración, y ya había decidido dirigirse hacia Nicaragua cuando llegó
otra embarcación procedente de Veracruz con noticias aún más alarmantes, que le
obligaron a regresar precipitadamente a la Nueva España el 25 de abril de 1526. Por
tierra envió a Luis Marín a Guatemala, con parte de la tropa, para que enlazaran con
Pedro de Alvarado.

Resistencia Cakchiquel y Ampliación de la Conquista


(1524-1530)
Poco tiempo después de la fundación de Santiago de Guatemala se produjo un hecho
importante: el rompimiento de la alianza entre los españoles y los cakchiqueles. De
acuerdo al Memorial de Sololá, Alvarado pidió una de las hijas del rey y se la dieron,
pero luego:

Tonatiuh pidió dinero a los reyes. Quería que le dieran


montones de metal, sus vasijas y coronas. Y como no se las
trajeron inmediatamente, Tonatiuh se enojó con los reyes y
les dijo: `¿Por qué no me habéis traído el metal? Si no me
traéis con vosotros todo el dinero de las tribus, os
quemaré y os ahorcaré...'

Según el Memorial de Sololá, Alvarado exigía 1,200 pesos de oro. Los reyes trataron de
obtener una rebaja, pero aquél no aceptó y les dijo: `Conseguid el metal y traedlo dentro
de cinco días. ¡Ay de vosotros si no lo traéis! ¡Yo conozco mi corazón!' En el Memorial
se dice que cuando ya habían entregado la mitad del dinero exigido se les presentó un
hombre, `agente del demonio', que les instó a salir de Iximché. El día 7 Ahmak (26 de
agosto de 1524) comenzaron a hacerlos sufrir:

Nosotros nos dispersamos bajo los árboles, bajo los


bejucos ¡oh hijos míos! Todas nuestras tribus entraron en
lucha con Tonatiuh. Los castellanos comenzaron en seguida
a marcharse, salieron de la ciudad, dejándola desierta.

Efectivamente, los soldados castellanos abandonaron el territorio cakchiquel, donde sin


duda se sentían inseguros, y se trasladaron a Xepau, lugar llamado Olintepeque por los
indios mexicanos. Este era un sitio ubicado en el actual Departamento de
Quezaltenango, es decir, en territorio de los quichés, que entonces eran ya aliados de los
españoles, en la lucha de éstos contra los cakchiqueles. Según el Memorial `muchos
castellanos perecieron', lo mismo que caballos `en las trampas', y también quichés y
tzutujiles: `...sólo así los dejaron respirar los castellanos, y así también les concedieron
[a éstos] una tregua todas las tribus'.

Según Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, uno de los señores cakchiqueles


(seguramente Cahí Ymox), llamado por los españoles Sinacán o Zinacán, intentó
conformar una alianza militar contra los invasores, a la cual invitó al rey quiché, el
mismo que los cakchiqueles llamaban Xequechul. Francisco Ximénez señala aquí una
equivocación de Fuentes, ya que si bien `convocó a todos los que dice no se levantaron
todos' y Ximénez además afirma que no `hubo tal rey Xequechul en el Quiché'. Este
mismo autor opina que no hubo levantamiento ni batallas y victorias, `pues sólo se
puede tener por cierto que esto no fue más que retirarse a buscar en las asperezas alivio
a tanta tiranía...'

La resistencia cakchiquel duró de finales de 1524 a 1530, pero no se trató de una


campaña permanente. Los cakchiqueles habían aprendido a enfrentar a los españoles sin
salir al campo raso en una campaña abierta. Abrieron pozos y hoyos, y sembraron
estacas para hacer difícil la acción ofensiva de los caballos; utilizaron una táctica que
ahora se llamaría de guerrilla, hostilizando al enemigo, atacando por sorpresa en
pequeños grupos, para luego retirarse sin dar frente.

El inicio de la resistencia de los cakchiqueles se produjo en un momento difícil para el


ejército español, pues para entonces éste ya no contaba con el apoyo de los indios
auxiliares mexicanos. La mayoría de estos últimos había iniciado el regreso a sus
lugares de origen, a la altura de agosto de 1524. Pero para fortuna de Alvarado, Cortés
le envió, antes de salir a Honduras, a finales de 1524 o principios de 1525, un refuerzo
de 200 españoles e indios auxiliares. Además, probablemente durante los primeros
meses de 1525, llegó un contingente desde Honduras al mando de Pedro de Briones.
Esta gente había formado parte de la expedición de Francisco de Las Casas, y llegaron
por tierra a Guatemala, después de la muerte de Olid.

Al parecer, en el interior del actual territorio de Guatemala otros señoríos indígenas


aprovecharon la situación, y lograron rechazar el dominio español, obligando a los
conquistadores a distribuir sus esfuerzos en varias direcciones. De esta guisa, en los
primeros meses de 1525, probablemente, se produjo la campaña contra Los Pokomames
(poqomames) de Mixco, ubicados en la parte norte del valle actual de la ciudad de
Guatemala, exactamente en el sitio que hoy se conoce como Chinautla Viejo. Fue difícil
la toma de esta ciudad-fortaleza, rodeada de barrancos casi a plomo. Fue necesaria una
acción, a la cual los autores criollos de la época colonial como Fuentes y Guzmán y
Juarros le concedieron especial atención en sus escritos. El primero de ellos, por cierto,
equivocó la localización de Mixco, lugar al que confundió con un sitio cakchiquel de los
sacatepéquez, en las cercanías de San Martín Jilotepeque, justamente al que ahora se
llama Mixco Viejo.

También por la época que se reseña, Alvarado envió un destacamento hacia Cuscatlán,
quizás al mando de Diego de Holguín, recién electo regidor de Santiago de Guatemala.
El objeto de la expedición era el de asegurar la región, lo cual se logró en buena parte
por entonces. Se fundó la Villa de San Salvador, no lejos de su actual asiento, en fecha
que unos sitúan a fines de 1524 y otros en abril de 1525. Holguín fue su primer alcalde.
Se llevó a cabo asimismo una campaña contra los cakchiqueles de Sacatepéquez, que
hasta poco antes de la Conquista habían formado una confederación independiente de
Iximché. Fuentes y Guzmán indica que algunos de los sacatepéquez, probablemente de
Ayampuc, no aceptaron aliarse con los castellanos, e inclusive hostigaron a otros
antiguos miembros de la confederación que así lo hicieron. Los indios de Sinacao, el
actual Xenacoj, los de Sumpango, `y otros pueblos sujetos a la obediencia católica',
pidieron protección a los españoles ante los ataques de los otros sacatepéquez. Alvarado
estaba terminando entonces lo que pudo haber sido una segunda campaña contra un
grupo de los tzutujiles, en Atitlán, la cual al parecer no se encuentra suficientemente
documentada. Pero en cuanto pudo envió dos destacamentos para socorrer a los de
Xenacoj y Sumpango.

Como se explica en otra parte de este mismo ensayo (véase Otras Conquistas), en julio
de 1525, los castellanos, al mando de Gonzalo de Alvarado, hermano del Adelantado,
iniciaron una campaña contra los mames, la cual culminó con el sitio de varios meses a
la fortaleza de Zaculeu. También parece ser que ese año, el propio Don Pedro inició una
`entrada' al Lacandón y Puyumatán, sitios probablemente ubicados en los
Cuchumatanes, quizás con la idea de hacer encuentro a Hernán Cortés en el viaje de éste
a Honduras, pues Alvarado pensaba que ello era posible.

A principios de 1526 la situación se presentaba más difícil para los castellanos. Cortés
había llegado a Honduras desde México, y de allí envió un mensaje a Pedro de Alvarado
pidiéndole que fuera a entrevistarse con él. Don Pedro preparó para ello una expedición,
pero un grupo de unos 50 a 60 españoles se amotinó y se negó a hacer el viaje, quizás
influidos por ciertas noticias propaladas en México por los enemigos de Cortés. El 7 de
febrero, los amotinados huyeron de Iximché, pero antes incendiaron el asentamiento y
escaparon con dirección hacia la Nueva España, quemando otros pueblos a su paso.
Entre los desertores iban dos artilleros que hicieron mucha falta en el ejército de
Alvarado. El Memorial de Sololá atribuye el incendio de la ciudad a Tonatiuh, que
`llegó a ella de paso'. Durante ese año, dice el Memorial: `...tuvo algún descanso nuestro
corazón. Igualmente lo tuvieron los reyes Cahí Ymox y Beleheb Qat. No nos sometimos
a los castellanos y estuvimos viviendo en Holom Balam...' Adrián Recinos identifica
este lugar como un elevado monte cercano a Iximché.

Según Fuentes y Guzmán, las fuerzas españolas estuvieron ocupadas combatiendo a los
cakchiqueles de Sacatepéquez, en una población que él llama Ucubil, `que hoy no se
descubre a la noticia de los hombres'. En dicha campaña se distinguió Pedro de
Portocarrero. Fuentes y Guzmán localiza la batalla principal cerca del Río Pixcayá, lo
que permite suponer que Ucubil era lo que ahora se llama Mixco Viejo. El cronista
llama al jefe indígena de este encuentro Panaguali, quien junto con otro de los jefes,
Huehuexuc, fue sometido a la pena de garrote. Fuentes y Guzmán dice que su
información fue tomada de un cuaderno perteneciente a su familia, titulado Anotaciones
a la conquista de Sacatepéquez, que él prestó al religioso dominico Fray José de Lara, y
que se perdió al fallecer éste. También menciona como fuente la historia manuscrita de
Gonzalo de Alvarado.

Don Pedro estuvo fuera de Guatemala, durante casi todo el primer semestre de 1526, en
su viaje a Honduras para encontrarse con Hernán Cortés. Pero como éste ya no estaba
en el lugar de la cita, Pedro de Alvarado retornó reforzado con cierto número de
soldados al mando de Luis Marín, entre quienes venía Bernal Díaz del Castillo. A su
paso por Cuscatlán la encontraron en guerra, y despoblada la Villa de San Salvador.

Bernal dice que ya en el Altiplano central tuvieron `con los naturales de Guatemala [i.e.
con los cakchiqueles] reencuentros de guerra y tenían hechos muchos hoyos y cortados
en pasos malos pedazos de sierras' y estuvieron dos días guerreando entre unos pueblos
`que se dicen Juanagaçapa y Petapa', logrando pasar `con harto trabajo, porque estaban
en el paso muchos guerreros guatimaltecas y de otros pueblos'. En esta ocasión el
mismo cronista salió herido de un flechazo, `mas fue poca cosa'. Luego de pasar por
Panchoy, los españoles se fueron a Xepau.

Alvarado se detuvo poco y luego nombró autoridades para sustituirlo, pues resolvió de
inmediato continuar su viaje a México y luego a España, primero para entrevistarse con
Hernán Cortés y luego para asegurar su posición directamente ante la Corte. En México
logró que su hermano Jorge de Alvarado, que le acompañaba, fuera nombrado Teniente
de Gobernador, cargo con el cual regresó de inmediato a Guatemala en compañía de
algunos españoles y 200 indios tlaxcaltecas, cholulas, mexicas y de Guacachula.

Jorge de Alvarado organizó una campaña en contra de los cakchiqueles de Iximché.


Para ello trasladó su base de operaciones a Chij Xot (probablemente en las cercanías del
actual San Juan Comalapa), en pleno territorio cakchiquel. Al respecto dice el Memorial
que el día 1 Caok (el 27 de marzo de 1527) `comenzó nuestra matanza por parte de los
castellanos. Fueron combatidos por la gente [cakchiquel] y siguieron haciendo una
guerra prolongada. La muerte nos hirió nuevamente, pero ninguno de los pueblos pagó
tributo'. Después de esa campaña, que estuvo bajo el mando directo de Pedro de
Portocarrero, Jorge de Alvarado decidió trasladar de nuevo su base de operaciones. En
esta ocasión decidió fundar formalmente una verdadera ciudad de españoles. Escogió el
sitio de Bulbuxyá o Almolonga y la mandó trazar el 22 de noviembre de 1527. La
resistencia cakchiquel estaba en camino de ser eliminada, pues cada vez quedaban
menos focos declarados.

Rodolfo Barón Castro da cuenta de una expedición a Cuscatlán organizada desde


Guatemala en 1528. La misma iba al mando de Diego de Alvarado, primo de Pedro y
Jorge, y el propósito era, como en efecto se consiguió, repoblar la Villa de San Salvador
y ampliar las conquistas en la zona. La principal batalla fue la del peñol de Cinacantlán,
y después de ella Diego de Alvarado retornó a Guatemala, mas otros españoles
siguieron esforzándose en dominar la región.

Pedro de Alvarado tuvo en la Corte tanto éxito como en sus campañas de conquista,
pero allí tampoco le faltaron enemigos y opositores. Las dificultades se desvanecieron
cuando se casó con doña Francisca de la Cueva, pues ello le permitió conseguir el apoyo
del Secretario del Consejo, Francisco de los Cobos, pariente de doña Francisca. El 18 de
diciembre de 1527 obtuvo el nombramiento de Adelantado, Gobernador y Capitán
General de la Provincia de Guatemala, en el entendido que su jurisdicción comprendía
Chiapas, Guatemala y San Salvador, lo cual era mucho más de lo que había
conquistado.

Infortunadamente, a su regreso de España se iniciaron los sinsabores y contratiempos.


Al tiempo de desembarcar en Veracruz, con suntuosa comitiva, se produjo la muerte de
su esposa, y en la ciudad de México la Audiencia lo sometió a riguroso Juicio de
Residencia. Esto último le retuvo largo tiempo en aquella ciudad. Al parecer, fue
despojado de buena parte de sus bienes y, además, la Audiencia envió a Guatemala a un
Juez de Residencia, Francisco de Orduña, con facultades de asumir el gobierno. Orduña
destituyó a todas las autoridades, comenzando con el hermano del Adelantado, Jorge de
Alvarado. Anuló, por supuesto, todos los repartimientos y realizó numerosas
expropiaciones de indios, con lo cual provocó rencillas y descontento entre los
españoles.
Como se explica más adelante (véase el subtema Otras Conquistas por H. Cabezas, en
este mismo capítulo), se había producido un levantamiento en la sierra de Uzpantlán o
Uspantán (Quiché). Para castigar a los alzados se organizó una expedición al mando del
Capitán Gaspar de Arias, Alcalde de la ciudad de Santiago de los Caballeros de
Guatemala. Cuando éste estaba en plena campaña arribó Francisco de Orduña que, sin
miramientos, lo despojó de su alcaldía, por lo que Gaspar de Arias decidió regresar. Los
españoles que quedaron en la región quiché fueron derrotados y obligados a retirarse.

Mientras tanto, el control colonial sobre los cakchiqueles se extendía paulatinamente, y


en enero de 1528 ya habían aceptado tributar los de Tzololá (Sololá).

La situación de Alvarado mejoró en México cuando se supo el nombramiento de


Hernán Cortés como Gobernador. Sin emitir resolución alguna se suspendió el Juicio de
Residencia y Alvarado pudo trasladarse a Guatemala, con su nombramiento ya
reconocido por la Audiencia. Llegó a Almolonga el 11 de abril de 1530, después de más
de tres años de ausencia. A los pocos días, los reyes cakchiqueles salieron de la
montaña, se presentaron el 7 de mayo en Paruyaal Chay (San Andrés Itzapa), y al día
siguiente llegaron a Panchoy. De inmediato les fueron impuestos `terribles tributos', y
Alvarado exigió 400 hombres y 400 mujeres para lavar oro en los ríos comarcanos.

Culminaban así casi seis años de resistencia de los cakchiqueles. En realidad no se trató
de un alzamiento o rebelión, como se dijo entonces y se dice todavía, puesto que no
habían aceptado el vasallaje, sino sólo habían concertado una alianza con los españoles.
Al mando de sus dos reyes Cahí Ymox, el Sinacán de los cronistas, y Beleheb Qat,
realizaron una heroica aunque infructuosa guerra de resistencia, con la cual los
castellanos y sus indios auxiliares sufrieron más daños y dificultades que en 1524 frente
a los quichés.

Hacia fines de mayo de 1530 debió haber llegado el sacerdote, Licenciado Francisco
Marroquín, invitado por Alvarado desde México, donde se habían conocido no hacía
mucho tiempo. Traer a Marroquín fue precisamente uno de los grandes aciertos del
Adelantado. El sacerdote llegó a ser luego el primer Obispo de Guatemala y desempeñó
un importante papel, a lo largo de tres décadas, en el desarrollo general de la naciente
ciudad y de toda la región.

Conquista de Chiapas
La conquista de Chiapas fue iniciada por el Capitán Luis Marín, enviado por Cortés con
tales propósitos en 1523-1524. Marín arribó de la Villa del Espíritu Santo, en el Istmo
de Tehuantepec, donde se encontraba en calidad de comisionado. A Chiapas llegó con
aproximadamente 100 españoles y algunos indios auxiliares, y tras dominar una
extensión del territorio, regresó a Espíritu Santo. No pasó mucho tiempo sin que se
rebelaran los indios, y por ello fue enviado desde Nueva España el Capitán Diego de
Mazariegos, quien no sólo dominó a los alzados, sino extendió la conquista a otros
territorios. El 10 de marzo de 1528 fundó Villa Real, y poco después la trasladó a un
mejor asiento (Gueyzcatlán), donde sucesivamente fue llamada Villaviciosa y San
Cristóbal de los Llanos, hasta que en 1535 tomó su nombre definitivo, Ciudad Real de
Chiapa.
Alvarado envió después a Chiapas una expedición al mando de Pedro de Portocarrero,
con el propósito de extender sus dominios en la región. Sin embargo, Mazariegos,
considerando tener mejor derecho por el respaldo recibido de las autoridades de
México, no aceptó la presencia de Portocarrero, a quien hizo retirar después de atraer
como pobladores a algunos de sus hombres.

Aunque la labor inicial de conquista en Chiapas fue realizada por capitanes y tropas
ajenas a Alvarado, la Corona, en diciembre de 1527, incluyó a dicha región entre las
provincias que le asignó en calidad de Adelantado y Gobernador de Guatemala. Este
ejerció su autoridad, a partir de 1530, por medio de un teniente. Los españoles
residentes en Chiapas se quejaron de tal sistema, y señalaron sus inconvenientes,
especialmente en cuanto a la administración de la justicia. Llegadas las quejas ante el
monarca, éste emitió una cédula, en 1535, por la cual se dejaba sin efecto todo lo
ordenado hasta entonces. No obstante, por medio de un arreglo directo Alvarado cedió
la gobernación de Chiapas a Francisco de Montejo, que también la ejerció por medio de
un teniente de gobernación. De nuevo surgió el descontento de los pobladores, hasta que
la provincia volvió otra vez a la jurisdicción de Guatemala en 1542, precisamente al
establecerse la Audiencia de los Confines en Gracias a Dios (Honduras).

Segunda Etapa Hondureña y Pedrarias en Nicaragua


Poco después del viaje de Francisco de Las Casas y Gil González Dávila a México,
llegó a Honduras Pedro Moreno, enviado por la Audiencia de Santo Domingo con el
encargo de que se respetara la jurisdicción a González Dávila. Al establecer contacto
con Francisco Hernández de Córdoba, parece que le sugirió independizarse de Pedrarias
Dávila. Lo cierto es que Hernández de Córdoba quiso aprovechar la ocasión, pero
encontró resistencia entre sus hombres, especialmente Hernando de Soto, quien fue
apresado. Hernández de Córdoba trató entonces de afirmar su situación con el apoyo del
enviado de la Audiencia, a quien pidió ir a Nicaragua, pero su mensajero cayó en manos
de Cortés, cuando éste estaba en Honduras. Por ello entró en negociaciones con el
conquistador de México, las que se interrumpieron con la partida del mismo.

Soto fue a Panamá e informó de lo sucedido a Pedrarias, quien inmediatamente se


trasladó a Nicaragua, en enero de 1526, para castigar al traidor Hernández de Córdoba.
En Granada lo apresó y en León lo hizo ejecutar. Pedrarias, con el pretexto de que
Nicaragua era parte de su Castilla del Oro, se hizo cargo de la gobernación, y decidió
permanecer en León.

Mientras tanto, a fines de octubre de 1526, llegó a Honduras como Gobernador Diego
López de Salcedo, nombrado por la Audiencia de Santo Domingo, que creía tener
jurisdicción sobre Nicaragua. Y como entonces también llegaba a Panamá un nuevo
Gobernador, Pedro de los Ríos, para sustituir a Pedrarias, el `gran Justador', éste se vio
precisado a regresar a Panamá, evitándose así el enfrentamiento con Salcedo. Este
último amplió su dominio hacia el sur, donde tuvo una actividad llena de excesos y
abusos contra los indios, que huyeron y lo dejaron sin bastimentos. Aunque de los Ríos
fue a Nicaragua para sustituir también a Pedrarias, ante la presencia de Salcedo optó por
regresar, y se eliminó así el conflicto.
La muerte de González Dávila, en España, fue aprovechada por Pedrarias para obtener,
por real cédula, la gobernación de Nicaragua en 1527. Debido a eso, López de Salcedo
tuvo que retirarse.

Cuando Pedrarias regresó a Nicaragua, aunque con casi 90 años, continuó su esfuerzo
infatigable por dominar la provincia (sin parar en procedimientos), ya que los indios se
habían alzado aprovechando las disensiones entre los castellanos. Pedrarias envió una
expedición para explorar el Río San Juan, con el fin de comprobar su navegabilidad, y
también mandó a Martín de Estete a Cuscatlán, donde éste se encontró con la gente de
Guatemala. Por fin, la muerte liquidó las competencias: en 1530 falleció López de
Salcedo, y al año siguiente Pedrarias.

En Honduras gobernó interinamente el antiguo socio de González Dávila, Andrés de


Cerezeda. En 1532 llegó Diego de Albítez, el gobernador designado por la Corona, pero
falleció casi al desembarcar, así que tuvo que volver Cerezeda a hacerse cargo del
gobierno. Ante las dificultades para la supervivencia por el clima en Trujillo, decidió
abandonarlo, y se trasladó al interior, donde fundó Buena Vista, en el valle de Naco
(1534). Un grupo de pobladores le ofreció la gobernación a Alvarado, sin saber que en
esa fecha estaba en el Perú. Otros, en cambio, prefirieron dirigirse al Rey para solicitarle
que nombrara un nuevo gobernador. A su vez, Francisco de Montejo consideraba que
Honduras era parte de su adelantazgo de Yucatán. Así, pues, como si el signo de la
tierra fuera la disputa, volvían los conflictos.

Continuación de la Conquista de Guatemala


De regreso en Guatemala y con su autoridad reconocida por la Audiencia de México,
Alvarado ejerció plenamente sus nuevos poderes. Obtuvo la rendición de los señores
cakchiqueles e inició una serie de esfuerzos para consolidar y extender sus dominios.
Para afirmar su control en Cuscatlán envió una expedición al mando de su pariente Luis
de Moscoso, a quien otorgó la calidad de Teniente de Gobernador. Producto de la
expedición fue la fundación de la Villa de San Miguel de la Frontera, en 1530, la que
luego se despobló en 1533, como resultado del viaje de Alvarado al Perú. Ese mismo
año se organizó la entrada a la sierra de Chiquimula y Mictlán (Mita), en el Oriente de
Guatemala, al mando de los Capitanes Hernando de Chávez y Pedro Amalín.

Probablemente también en 1530, o al año siguiente, se efectuó la expedición dirigida


por Diego de Alvarado, primo del Adelantado, contra los indios pocomchíes
(poqomchi'es), en la región llamada Tezulutlán. Según Francisco Marroquín, dicha
región `la conquistó y pacificó y le servió casi un año y la tuvo poblada con cien
españoles', pero `olvidóse este rincón' cuando `sonó el Perú', quedando desamparada de
población española. Por otra parte, el cronista seráfico Francisco Vázquez refiere que el
Capitán Diego de Alvarado volvió en abril de 1531 con sus escuadrones, `desbaratado y
destrozado de las guerras en servicio de su Majestad', pidiendo acogida y cuidados. Es
posible que se tratara del retorno de la citada expedición a Tezulutlán, en no muy
airosas condiciones, aunque se desconoce si la mala situación fue consecuencia directa
de las batallas o por otras circunstancias.
Un autor contemporáneo menciona que la `entrada' contra los indios kekchíes
(q'eqchi'es) de Cobán se efectuó a mediados de 1528, al mando de los capitanes Juan
Rodríguez Cabrillo y Sancho de Barahona; y de este último se dice que aportó
`numerosos' indios tzutujiles de su encomienda en Atitlán. Según dicho autor, los
españoles lograron capturar al principal cacique de los kekchíes, `que vivía en la sierra
de Chamá, llevándoselo prisionero a Santiago de Guatemala', donde fue puesto a
trabajar en las minas cercanas, como esclavo, junto con sus guerreros. Si esta
expedición efectivamente se llevó a cabo, es probable que no pasara de ser sólo una
`entrada', sin hacer fundación ni asentar población española, como en el caso de la zona
pocomchí, y quizás fue realmente posterior a 1528.

Por otra parte, hay indicios de que los cakchiqueles no se habían pacificado totalmente
después de la rendición de sus señores. Según Fray Francisco Vázquez `andaban por los
montes en cavernas y tropas, y de guerra desde la prisión de sus señores, y despoblada
la ciudad de Patinamit', es decir Iximché. Dice este cronista que con base en el
desaparecido Libro Segundo de Cabildo, Alvarado nombró por su teniente al Contador
Francisco de Zorrilla, `por causa de ir a la guerra sobre los indios alzados'. Luego alude
Vázquez al nombramiento de `dos capitanes para las guerras', Diego de Rojas y Pedro
de Portocarrero, el 21 de abril de 1533, `por la urgencia de las guerras que les daban los
indios' cuando el Adelantado andaba fuera de Guatemala, ocupado en la preparación de
su expedición al Perú. De ello se deduce que puede ser errónea la información siguiente
del mismo Vázquez, sobre que en marzo de 1534 el Adelantado fue `forzado a salir
frecuentemente a la guerra, por causa de los indios que cada día se alzan contra el real
servicio'. En este caso no pudo tratarse de Pedro de Alvarado, que se encontraba en
viaje hacia Quito, sino de su hermano Jorge, que había quedado como su teniente. J.
Daniel Contreras cree que en estas acciones estuvieron involucrados los dos reyes
cakchiqueles, y que ello podría considerarse una segunda etapa de la resistencia
cakchiquel, con lo cual está de acuerdo Francis Polo Sifontes. Aunque resulta probable
dicha resistencia cakchiquel, no necesariamente tenía que haber sido bajo la dirección
de los señores o reyes, que a la sazón se encontraban detenidos por los españoles. Es
significativo que nada diga sobre el particular el Memorial de Sololá que, en cambio, sí
se refiere a la muerte del rey Beleheb Qat, el 24 de septiembre de 1532, `cuando estaba
ocupado en lavar oro'. Precisamente entonces Alvarado impuso como nuevo rey al señor
cakchiquel don Jorge, sin que hubiera `elección de la comunidad para nombrarlo', lo
cual tuvieron que reconocer `los señores'. Posteriormente, en 1534, es decir, cuando
Tonatiuh estaba de viaje, el Ahpozotzil Cahí Ymox se fue a vivir a la ciudad (a Santiago
de Guatemala), porque `se impuso a los Señores el tributo lo mismo que a todo el
mundo', sin exceptuarlo a él mismo.

Viaje de Pedro de Alvarado al Perú


Desde su vuelta de España, Alvarado mantenía la intención de ir al Perú, aunque la
autorización real que gestionaba era para ir a la China y las Islas de La Especiería. En
1531 inició los preparativos, y procedió a trasladar, a lomo de indio, pertrechos y
materiales desde Puerto Caballos y otros lugares sobre el Atlántico hacia el Mar del Sur,
especialmente Acajutla. En septiembre de 1532 tenía listas las primeras naves. A
principios de 1533 concentró su armada en el Golfo de Fonseca, pero debido al
naufragio de dos embarcaciones, decidió trasladarla a la Bahía de La Posesión.
En abril de 1533 le escribió al monarca para informarle de su próxima expedición, para
la cual contaba con 200 hombres de a caballo y 500 infantes. Finalmente le llegó la real
cédula extendida en Medina del Campo, el 5 de agosto de 1532, por la cual se le
autorizaba para ir a descubrir, conquistar y poblar las islas que hallara en la Mar del Sur,
hacia el poniente de la Nueva España. Por fin, en enero de 1534, zarpó con una flamante
flota de 12 embarcaciones de 60 a 300 toneladas, ocho de las cuales no bajaban de 100.
Llevaba 450 españoles, 260 de a caballo y 100 ballesteros y escopeteros, más 200
negros esclavos de los españoles. En su carta, de 7 de enero de 1534, se abstuvo de
mencionar la gran cantidad de indios auxiliares que llevaba.

No obstante lo estipulado en la autorización, la armada se encaminó al Perú, o a Quito


para ser más exactos, debido a `corrientes' y `tiempos contrarios', según Alvarado,
aunque hay evidencia de que ya desde antes tal era su intención. Esta expedición
produjo no sólo el despoblamiento de varias villas de españoles, sino el abandono de
regiones ya dominadas tanto en Guatemala como en San Salvador, lo cual retardó el
proceso de dominio y colonización. En cuanto a los indios, contribuyó a su
disminución, ya que los varios miles de enganchados en la aventura nunca volvieron,
pues murieron en el viaje o en el ascenso a los Andes, o bien se quedaron después del
traspaso del ejército a Diego de Almagro.

No se entra en detalles de aquella expedición a la América del Sur, por no ser éste el
lugar para ello. Sin embargo, es necesario decir que para Alvarado fue su mayor
fracaso, pues produjo muertes, sufrimientos y pérdidas para él y los expedicionarios.
Como se sabe, el ejército se topó con Diego de Almagro, con quien Alvarado tuvo que
entrar en negociaciones. Como producto de éstas, el conquistador de Guatemala
traspasó toda su tropa, por medio de un convenio firmado el 26 de agosto de 1534 en
Riobamba, al precio de 100,000 `pesos de buen oro', de 450 maravedíes cada uno. Es
decir, cedió a Almagro esclavos, caballos, pertrechos y todos los indios auxiliares.
Además, por las mismas circunstancias quedaron allá bastantes españoles, que luego
hicieron falta en Guatemala para poblar y colonizar.

Alvarado retornó a Guatemala en abril de 1535. La situación que encontró fue difícil,
pues si bien continuaba el esfuerzo por dominar la resistencia indígena, la pacificación
total no se había logrado todavía. Por ejemplo, Fray Francisco Vázquez, con base
probablemente en el desaparecido Libro Segundo del Cabildo, dice que en enero de
1535 `muchos pueblos de la costa, así de los términos de la ciudad [sin duda
cakchiqueles], como los de San Salvador' se habían alzado `contra el real servicio y
contra los españoles', y que para ello se habían tomado previsiones `porque no suceda lo
que en años pasados que mataron a más de veinte españoles'.

El Adelantado apenas acabó de descansar de su fracaso cuando ya comenzaba a soñar


con otro viaje, esta vez sí al Oriente, a China y a La Especiería. Sin embargo, cuando la
Audiencia de México supo de su retorno decidió mandar a uno de sus oidores, Alonso
de Maldonado, para tomarle Residencia. En su primera visita, Maldonado permaneció
sólo parte de octubre y noviembre de 1535, ya que el juicio apenas duró 50 días, y del
mismo no salió `cosa alguna'.

En ausencia del Adelantado, su hermano y Teniente de Gobernación, Jorge de


Alvarado, envió una expedición a Honduras al mando del Capitán Cristóbal de la
Cueva, con el propósito fundamental de buscar un puerto de salida y abrir el camino
correspondiente. Andrés de Cerezeda, a cargo de la gobernación, trató sin éxito que la
fuerza se pusiera a sus órdenes. Después de negociaciones sin mayor resultado,
Cristóbal de la Cueva se dirigió al sur y según parece repobló allí la Villa de San Miguel
de la Frontera, en lo que ahora es El Salvador.

La situación de Honduras se siguió deteriorando, y de esa cuenta el Ayuntamiento y los


vecinos de la Villa de Buena Esperanza decidieron pedir ayuda a Pedro de Alvarado.
Para tales efectos enviaron a Guatemala, en octubre de 1535, a Diego García de Celis.
Este llegó a Santiago, en Almolonga, a finales de noviembre, pero se encontró con la
noticia que Francisco de Montejo, Adelantado de Yucatán, que por entonces estaba en
la ciudad de México, había sido nombrado por la Corona Gobernador de Honduras
(Hibueras). García de Celis pudo tratar todavía, por carta, con Alonso de Maldonado,
que acababa de partir hacia México y se encontraba todavía cerca. Sin embargo, y
aunque Celis remitió a Montejo una carta, por medio de Maldonado, en la cual le
reconocía su nombramiento real, lo urgente de la situación le hizo insistir con Alvarado.
Este, entonces, vio la oportunidad de efectuar una permuta entre las gobernaciones de
Chiapas y de Honduras, y así lo propuso a Montejo, el otro Adelantado, y a la Corona.

Las causas de la difícil situación que prevalecía en Honduras eran la falta de


bastimentos, el mal clima y la hostilidad de los indios al mando del cacique Cicumba o
Zozumba. Este había recibido refuerzos y consejos del `renegado' español Gonzalo
Guerrero, que había llegado a auxiliarlo con 50 canoas de guerreros escogidos. Por fin,
Pedro Alvarado decidió ir personalmente en auxilio de los españoles de Honduras,
quizás para reforzar su posición en la permuta de las gobernaciones. Con rapidez
preparó, a su costa, una expedición de 80 españoles, unos 3,000 indios auxiliares, al
parecer achíes en su mayoría, así como ganado para la colonización. Salió de Santiago
de Guatemala a fines de febrero de 1536. En la expedición iban como lugartenientes su
primo Gonzalo de Alvarado, Juan de Chávez, Gaspar Xuárez de Avila y el contador
Francisco de Castellanos.

La expedición se dirigió, primero, a salvar la Villa de Buena Esperanza, pasando cerca


del peñol de Cerquín, que no fue atacado por lo inexpugnable, y donde después se
desarrollaron importantes encuentros. Cerezeda resignó su autoridad en Alvarado el 21
de mayo de 1536. El Adelantado dirigió su primer esfuerzo a afirmar el control
castellano en Buena Esperanza y en el valle de Naco. Luego despachó a Juan de Chávez
hacia el sur con una fuerza de 40 a 50 españoles y entre 1,500 a 2,000 indios auxiliares,
con instrucciones no sólo de pacificar, sino de fundar una ciudad. Alvarado, por su
parte, se dirigió hacia el valle inferior del Río Ulúa para enfrentar directamente a las
fuerzas de Cicumba y Gonzalo Guerrero. Pedro de Alvarado derrotó a ambos en una
breve campaña, en la cual murió Guerrero y cayó prisionero Cicumba.

Esta victoria supuso el control del entonces populoso valle del Ulúa, ya que pronto
cayeron las otras fortificaciones indígenas. En la zona de Choloma, al sur de Puerto
Caballos, Alvarado fundó el 26 de junio de 1536 la Villa de San Pedro (luego San Pedro
Sula). Mientras tanto, las fuerzas de Chávez lucharon en Cerquín y fundaron Gracias a
Dios. Alvarado recibió entonces la noticia de que, desde el 10 de mayo, había llegado de
nuevo a Santiago de Guatemala Alonso de Maldonado para residenciarlo, que había
asumido de inmediato la gobernación, y que le había embargado sus bienes y despojado
de sus ricas encomiendas y de todos los indios que le lavaban oro. Al respecto de esto
dice el Memorial de Sololá:
...el día 11 Noh (16 de mayo de 1536) llegó el señor
Presidente Mantunalo, quien vino a aliviar los
sufrimientos del pueblo. Pronto cesó el lavado de oro, se
suspendió el tributo de muchachas y muchachos. Pronto
también cesaron las muertes por el fuego y en la horca, y
cesaron los despojos en los caminos por parte de los
castellanos. Pronto volvieron a verse transitados los
caminos por la gente como lo eran antes de que comenzara
el tributo, cuando llegó el Señor Maldonado ¡oh hijos
míos!

Durante el mes de julio Pedro de Alvarado repartió tierras a sus hombres, tanto en San
Pedro Sula como en Gracias a Dios (Honduras). Luego decidió desobedecer la orden de
presentarse en Guatemala extendida por el Juez de Residencia Alonso de Maldonado y,
por el contrario, se dirigió personalmente a España para defender allí su posición. Desde
Puerto Caballos escribió al Ayuntamiento de Santiago de Guatemala una carta fechada
el 27 de julio de 1536, para informarle de lo actuado y despedirse, en vista de su
próximo viaje a la Corte. A mediados de agosto de ese año zarpó con destino a La
Habana. Con él iban Diego García de Celis, Francisco de Cava y Nicolás de Irazaga,
estos dos últimos como procuradores de la Villa de San Pedro Sula. Se cierra de esta
forma otro ciclo en el proceso de conquista y colonización de Guatemala, San Salvador
y Honduras.

Montejo en Honduras y Alvarado en España (1536-


1542)
Francisco Montejo, que en 1533 había sido designado por la Corona Gobernador de los
territorios comprendidos entre los ríos Copilco y Ulúa, y que en 1534 se encontraba con
dificultades en Yucatán, por la rebelión de los indios, se hallaba en México
argumentando sus derechos. En 1535, la Corona lo nombró Gobernador de Honduras y
tomó posesión a principios de 1537.

El Adelantado Montejo de inmediato tomó las medidas necesarias para afianzar su


autoridad. Envió expediciones con el propósito de dominar las insurrecciones, la más
importante de las cuales estaba al mando del cacique Lempira o Elempira. Expulsó de
su territorio a los indios de Guatemala que habían ido a pelear al lado de las fuerzas de
Alvarado. Su principal lugarteniente fue el Capitán Alonso de Cáceres, que dirigió la
campaña contra Lempira, cacique que murió en batalla a manos de un español de
nombre Rodrigo Ruiz. Asimismo, Montejo realizó la fundación de la Villa de Santa
María de Comayagua, la cual, probablemente, en concordancia con sus planes de abrir
un camino entre la Bahía de Honduras y el Golfo de Fonseca, fue emplazada poco más
o menos a la mitad de la ruta entre los dos océanos.

La Corona, que en un principio no había visto con buenos ojos el intercambio de


gobernaciones entre los dos Adelantados, decidió por fin aprobarlo, siempre que
Alvarado estuviera de acuerdo con el mismo. La disposición de la Corona está
contenida en real cédula emitida en Valladolid el 25 de mayo de 1538. Asimismo, se
ordenó a Montejo que devolviera a los encomenderos todos los pueblos que Alvarado
les había otorgado. Por otra parte, a petición de Don Pedro, la Corona designó al
Licenciado Cristóbal de Pedraza, ya nombrado Obispo y protector de los indios de
Honduras-Hibueras, para velar por el cumplimiento de las disposiciones anteriores, y
ordenó a Montejo devolver al mismo Alvarado todas las propiedades y encomiendas
que se le hubieren expropiado en Honduras.

Mientras tanto, Francisco Marroquín, que había sido designado Obispo de la nueva
Diócesis de Guatemala por bula de 18 de diciembre de 1534, decidió también marchar a
Castilla para su consagración. En 1536 había hecho llegar a Guatemala a Fray
Bartolomé de Las Casas, que estaba en Nicaragua. Probablemente a principios de 1537
Francisco Marroquín se dirigió a la ciudad de México, donde se encontró con la noticia
de que había llegado su confirmación y recibió su consagración de manos del Obispo
Fray Juan de Zumárraga, el 7 de abril. Marroquín vio truncado así su único intento de
viajar a España. En su retorno visitó Ciudad Real, también elevada a Diócesis, pero
todavía como sede vacante, y regresó a Guatemala en febrero o marzo de 1538.

Alvarado, por su parte, había tardado un año en llegar a la Corte (agosto o septiembre de
1537), donde de inmediato reanudó sus contactos con influyentes funcionarios reales y
comenzó su defensa. Dos eran sus argumentos: la pacificación de Honduras y la
promesa de realizar su expedición a las Islas de La Especiería, pues afirmaba que ya
tenía naves en preparación en la Mar del Sur. Recibió el apoyo de los procuradores de
Honduras que lo acompañaban, y mostró las cartas de Marroquín y del Ayuntamiento
de Santiago de Guatemala. Tanto el prelado como el Cabildo secular recomendaban que
volviera casado.

El 9 de agosto de 1538, Alvarado obtuvo una primera real cédula que le otorgaba la
Gobernación de Guatemala por el término de siete años, siempre y cuando, en la
Residencia que le estaba incoando Alonso de Maldonado, no aparecieran culpas o
razones suficientes para privarle de ella. El 22 de octubre del mismo año logró otra
cédula que le concedía la Gobernación, esta vez sin condiciones. Además, había
firmado capitulación el 17 de abril de 1538 para el descubrimiento y conquista de las
Islas de La Especiería, y por la misma se le hacía merced `de una de las veinte y cinco
partes de las islas y tierras que descubriere' con título de Conde, y con derecho a señorío
y jurisdicción. Se le reconocía además el nombramiento de Gobernador y Capitán
General de todas las tierras que descubriera y el oficio perpetuo de Alguacil Mayor en
ellas.

Sin duda, Alvarado mantuvo el apoyo del Consejero Francisco de los Cobos, tío de su
primera esposa. Resultado de sus relaciones con la familia De la Cueva fue el nuevo
matrimonio concertado con la hermana menor de doña Francisca, doña Beatriz de la
Cueva, para lo cual fue necesario obtener dispensa papal. El enlace debió haberse
efectuado antes del 17 de octubre de 1538, pues ya en esa fecha había sido extendida
licencia a doña Beatriz para pasar a Indias, como su esposa.

El Adelantado tuvo que contraer muchas deudas para preparar su armada, que estaba
compuesta de tres naves y más de 400 hombres; éstos se hicieron a la vela en San Lúcar
de Barrameda a principios de 1539. La flota salió sin mayores contratiempos, pasó por
La Española, y arribó a Puerto Caballos el 4 de abril de 1539. Desde este último lugar,
que encontró desierto, Alvarado escribió su famosa carta al Ayuntamiento de Santiago
de Guatemala, donde decía:
...soy llegado a salvamento a este Puerto de Caballos, con
tres naos gruesas y trescientos arcabuceros y otra mucha
gente... solamente me queda decir como vengo casado, y
doña Beatriz está muy buena: trae veinte doncellas, muy
gentiles mujeres, hijas de caballeros, y de muy buenos
linajes, bien creo que es mercadería que no me quedará en
la tienda nada, pagándomela bien, que de otra manera
excusado es hablar de ello.

Sin esperar más, Alvarado comenzó a actuar como Gobernador de Honduras,


aprovechándose de la ventajosa posición obtenida en la Corte. Debió intervenir el
Obispo Cristóbal de Pedraza para iniciar las tensas negociaciones entre los dos
adelantados a fin de aprobar los términos de la permuta de las gobernaciones de Chiapas
y Honduras, lo cual se prolongó varios meses. El convenio formal se firmó en Gracias a
Dios el 1º de agosto de 1539. Se puede decir que Alvarado hizo un buen trato: cedía
Chiapas a cambio de Honduras. La encomienda en Xochimilco, en México, y 2,000
pesos de oro, además de otros 17,000 pesos de oro, los otorgaba en compensación por
los provechos que Montejo no percibió mientras fue gobernador nombrado y no había
estado en Honduras. Montejo utilizó esta donación como dote de su hija, a quien casó
con el Oidor Alonso de Maldonado. Lo importante fue que Alvarado obtuvo Honduras
(Hibueras), vinculada más directamente a Guatemala, y se garantizaba así una salida
directa hacia la Península.

El Memorial de Sololá consigna que muchos indios cakchiqueles, y probablemente de


otras etnias, tuvieron que ir a recibir a Tonatiuh a Puerto Caballos, y auxiliarlo en el
transporte de personas y mercancías.

Con el brillo y la pompa del caso, Don Pedro llegó a Santiago el 15 de septiembre de
1539. Sin embargo, no permaneció mucho tiempo en la ciudad. En su alforja también
traía la cédula para organizar una armada para el Oriente, la cual, de hecho, había
dejado en preparación desde antes de su expedición a Honduras y su posterior viaje a la
Península Ibérica.

Pronto la región bullía en trabajos y los indios se alborotaban al verse obligados a


realizar todo el transporte del material y anclas que trajo para la flota. También se
trasladó, a lomo de indio, mucha artillería que sacó Alvarado de su otra gobernación. En
consecuencia, de nuevo despoblaba sus territorios de españoles e indios. Para hacer más
grave la situación, traía otra cédula por la cual se concedía a cada español de su armada
el derecho a llevar dos esclavos a su servicio. Con razón el Obispo Marroquín en carta
dirigida al Rey el 20 de noviembre de 1539 se lamentaba así:

...porque con esta armada veo los naturales e los


españoles tan desosegados, y al gobernador tan poco
cuidado de mirar por [la provincia], ni hacerle bien, ni
aprovecharla que no sé en qué ha de parar; sus
pensamientos están puestos en la armada e todo ha de ser a
costa desta pobre gobernación...

En mayo de 1540, Alvarado estaba listo para partir. Los miembros del Ayuntamiento se
mostraron temerosos que ante la ausencia de Tonatiuh los indios promovieran un nuevo
alzamiento, y parece ser que pidieron la ejecución del rey cakchiquel Ahpozotzil Cahí
Ymox (Sinacán) y la de Quiyavit Caok, las que se cumplieron el 24 de mayo. Ya
cuando había partido la armada, se llevó a cabo la ejecución de Chuuy Tziuinú, Chical y
Nimabah Quehchún, todos señores indígenas.

Se componía la armada de la nave capitana, Santiago, cuatro navíos más, además de una
galera, una fusta y una fragata. Según información un poco anterior, contaban con 700
hombres de pie y de caballo, mientras que Fernández de Oviedo dice que fueron más de
1,000. Infortunadamente, tampoco esta vez se conoce el número de indios auxiliares,
que debe haber pasado de 2,000. La flota zarpó de Acajutla el 1º de septiembre de 1540.
Sin contratiempo alguno llegaron al puerto de La Navidad y más tarde al puerto de
Santiago de Buena Esperanza, con la idea de ir tierra adentro y entrevistarse con el
Virrey Antonio de Mendoza, para considerar la posible participación conjunta en la
búsqueda de las ciudades de Cíbola. Después de extensas negociaciones llegaron al
acuerdo de dividir las fuerzas de Alvarado y que ambos participaran como socios en la
armada a La Especiería y en la búsqueda de Cíbola, ya que tal empresa se había iniciado
ya, por cuenta de Mendoza, en una expedición del Gobernador de Jalisco, Francisco
Vázquez de Coronado.

Empero, un hecho inesperado vino a echar por tierra los ambiciosos planes aludidos.
Desde el año anterior estaban alzados los indios de la región de Nueva Galicia, a
quienes no se había podido derrotar. El Gobernador Cristóbal de Oñate pidió ayuda a
Pedro de Alvarado, antes que éste se reembarcara. El inquieto conquistador acudió de
inmediato con su gente, pero en Nochistlán, cuando su columna se retiraba
desordenadamente, resbaló en su caballo por la pendiente y salió muy mal herido y
maltrecho. Después de varios días de sufrimientos, falleció en Guadalajara el 4 de julio
de 1541.

Los vecinos de la ciudad de Guatemala, y en especial la viuda, recibieron sobrecogidos


la noticia. Doña Beatriz, la Sin Ventura, nombre con el que se hizo llamar y con el cual
firmó los documentos oficiales, fue nombrada Gobernadora. El tiempo pareció hacerse
partícipe del duelo: no cesaban las lluvias y tembló la tierra. Por fin, la noche del 10 de
septiembre bajó del Volcán de Agua, en cuya falda estaba edificada la ciudad, un
torrente impetuoso que arrasó con todo. La escena al día siguiente era trágica: muchas
casas, con sus habitantes adentro, habían desaparecido. La Gobernadora y sus doncellas
fallecieron. El Obispo Marroquín y Francisco de la Cueva (primo de doña Beatriz)
sobrevivieron la desgracia y surgieron como los nuevos líderes en la urbe.

Después de la catástrofe se decidió el traslado, primero al Valle de Chimaltenango, lo


cual se revisó, según Fuentes y Guzmán, por la intervención del Ingeniero Juan Bautista
Antonelli. Este, cuya participación ponen en duda algunos autores contemporáneos, se
inclinó por el Valle de Panchoy, y allí se celebró oficialmente la primera reunión del
Cabildo, en marzo de 1543.

Se puede decir que para esa fecha se cierra el ciclo de la conquista militar de
Guatemala, aunque todavía quedaban territorios por dominar y estaba por hacerse la
conquista pacífica de la Verapaz.

El deceso de Alvarado coincidió con el proceso de institucionalización de la vida


colonial, luego de las agitadas décadas iniciales. En las Ordenanzas de Barcelona,
también llamadas Leyes Nuevas (1542), que marcaron para todas las Indias un
importante viraje en la política real y en cuanto al control del poder de los
conquistadores, se dispuso instalar una `Audiencia en los Confines de Guatemala y
Nicaragua', por lo que este órgano fue conocido como `Audiencia de los Confines'. Sus
primeras sesiones se realizaron en Valladolid, Honduras, bajo la presidencia del
Licenciado Alonso de Maldonado. Dos años después se trasladó a Gracias a Dios, y en
1548 a Santiago de Guatemala. Allí funcionó bajo la presidencia de Alonso López de
Cerrato, el encargado de aplicar y hacer cumplir las Leyes Nuevas. Sobre él dice el
Memorial de Sololá:

Durante este año [1549] llegó el Señor Presidente Cerrado


[sic],... Cuando llegó condenó a los castellanos, dio
libertad a los esclavos y vasallos de los castellanos,
rebajó los impuestos a la mitad, suspendió los trabajos
forzados e hizo que los castellanos pagaran a los hombres
grandes y pequeños. El Señor Cerrado alivió verdaderamente
los sufrimientos del pueblo...

La muerte de Alvarado, y la aplicación de las Leyes Nuevas con todas sus profundas
consecuencias, marcan una nueva etapa en el proceso de la colonización española. No
fue sólo la supresión de la esclavitud de los indios, la disminución de los trabajos
forzados, la rebaja en los tributos y el hecho de pagar obligadamente (aunque fuera
poco) a los indios, sino también, en la década de 1540, se inició la instrucción religiosa
sistemática, que hasta entonces había sido relativamente parcial, más bien limitada a la
aristocracia indígena. En la misma época comenzó también el proceso de reducción a
pueblos.

A pesar de todo, aquélla fue todavía una década agitada, ya que los conquistadores
reaccionaron con amargura y violencia ante la nueva legislación, como lo demuestra el
asesinato de Fray Antonio de Valdivieso, Obispo de León, en Nicaragua. Sin embargo,
el espíritu del nuevo esquema legal persistió en gran medida y mantuvo su sentido
antiesclavista. Para la mayor parte de lo que sería el Reino de Guatemala se había
cerrado la etapa de campañas militares de conquista.

Otras Conquistas
En este apartado se trata el proceso de conquista de señoríos indígenas de menor
desarrollo y relevancia política, que en muchos casos inclusive eran tributarios de los
quichés o cakchiqueles. Tal era el caso de los señoríos de Mixco, Sacatepéquez,
Chiquimula, Uspantán y Zaculeu. Las fuerzas de Pedro de Alvarado concentraron
inicialmente todos sus esfuerzos en la conquista de los centros de mayor poder
(Gumarcaaj e Iximché), pero inmediatamente después, en el mismo año 1524 (ver
Cuadro1), tuvieron que dirigir sus acciones bélicas a los centros políticos menores. Así
buscaban consolidar el dominio de los territorios ya conquistados, porque de otro modo,
a juicio de los conquistadores, la permanencia en libertad de los centros menores era un
mal ejemplo que incitaba a la rebelión de los demás.

En la mayoría de los trabajos sobre la conquista de Guatemala, la descripción y análisis


de estas acciones bélicas se han basado fundamentalmente en lo que relata Francisco
Antonio de Fuentes y Guzmán en su Recordación Florida, un relato que no obstante su
indiscutible aporte en cuanto a la comprensión histórica de dicho período, contiene
errores cronológicos, geográficos, y aun relativos a los propios actores en los
acontecimientos de mérito. Hasta la fecha no hay estudios críticos sobre dichos eventos,
exceptuando el de Robert Carmack sobre `la verdadera identificación de Mixco Viejo'.
Esta carencia obliga frecuentemente a plantear la explicación de las acciones
correspondientes a la conquista de los señoríos pokomames, chortíes, mames y de otros
grupos indígenas en una forma hipotética.

La conquista de estos señoríos, a diferencia de la de Gumarcaaj e Iximché, casi siempre


se produjo como consecuencia de expediciones punitivas que se organizaron durante el
período de 1524 a 1530 para someter a indios alzados (ver Cuadro 1). Las fuerzas
conquistadoras españolas, después de someter a los naturales, herrar a los prisioneros,
atemorizar a los que se habían rendido, destruir los sitios fortificados y condenar
eventualmente a los caudillos a la pena capital, se retiraban y dejaban por lo general
sólo un pequeño destacamento en el lugar, formado por algunos castellanos e indios
aliados.

Conquista de los sacatepéquez

El señorío de los sacatepéquez, cuyo origen se remonta a las primeras décadas del siglo
XIII de nuestra era, cuando grupos toltecas se asentaron entre los ríos Las Vacas y
Pixcayá (ver Ilustración 16), no llegó a tener `casa grande' (nim-ja) o ciudadela
fortificada, como los quichés y cakchiqueles las tuvieron en Gumarcaaj (Utatlán) e
Iximché respectivamente. El señorío de los sacatepéquez sólo tuvo algunos tinamit o
asentamientos de poco desarrollo urbano, utilizados como focos en la dirección
teocráticomilitar de su población. Estos centros fueron: Ayampuc, Ucubil y Paluk,
identificados los dos últimos por el historiador José Antonio Villacorta como San Pedro
y San Juan Sacatepéquez.

El señorío de los sacatepéquez fue inicialmente tributario de los cakchiqueles de


Iximché, pero desde mediados del siglo XIV había logrado independizarse
políticamente, y disputar a la vez a los señoríos de Iximché y de Jilotepeque el control y
tributo de los vecinos pueblos pokomames (poqomames) (ver infra: Conquista de
Mixco).

La historiografía no ha logrado hasta ahora reconstruir cronológicamente las acciones


bélicas por medio de las cuales los españoles conquistaron a los sacatepéquez. Sin
embargo, no puede por ello negarse la historicidad del hecho, como lo hizo en el siglo
XVII el fraile dominico Francisco Ximénez, quien adujo que la reducción de indígenas
de San Pedro Ayampuc no se llevó a cabo sino hasta mediados del siglo XVI y pensó
por ello que antes no existía tal asentamiento. De esa manera concluyó que todo lo
planteado por Fuentes y Guzmán en su Recordación Florida era una falsedad.

Ciertamente, la reducción a poblado de San Pedro Ayampuc fue tardía, pero ello no
implica la inexistencia de los enfrentamientos entre españoles y los naturales de
Sacatepéquez y la conquista de estos últimos. Se sabe que muchas reducciones se
efectuaron por los frailes y oidores de la Audiencia en la segunda mitad del siglo XVI, y
que se utilizaron algunos sitios poblacionales antiguos que no presentaban condiciones
de defensa natural. Estos eran los asentamientos llamados tinamit, que existían por
doquier y servían como centros desde donde se gobernaba a la mayoría de la población
ubicada en forma dispersa por los montes.

Existen discrepancias en la literatura histórica colonial respecto a la fecha más probable


en que se llevó a cabo la conquista de la región de los sacatepéquez. La Isagoge, por un
lado, indica que el hecho se produjo cuando Pedro de Alvarado retornaba de Cuscatlán,
y que fue consecuencia de las tiranías y tributos excesivos que había impuesto a sus
aliados cakchiqueles, entre los que se incluían los sacatepéquez. Fuentes y Guzmán, por
su parte, considera que fue cuando Alvarado retornaba de someter a los tzutujiles, a
fines de 1524 o en enero de 1525, en tiempos de la tapisca, y que lo hizo para vengar las
vejaciones que los sacatepéquez ocasionaban a los pobladores de Xinacó, Sumpango
(ver Ilustración 16) y otros pueblos aliados de los españoles.

Esta última fecha es probable, pero no lo es que Alvarado viniera de combatir a los de
Atitlán, ya que en dicho período los tzutujiles eran ya sus aliados.

El relato de la Isagoge parece más cercano a la verdad, pues si el hecho aquel hubiera
sido después de la conquista de Tziquinahá, principal centro de poder de los tzutujiles,
seguramente Pedro de Alvarado se hubiera referido a una acción de tal magnitud en sus
dos primeras Cartas de Relación a Hernán Cortés. Tampoco se hubiera ignorado tal
hecho en el Memorial de Sololá, otra de las fuentes básicas sobre las primeras acciones
bélicas en la Conquista. Es un hecho comprobado, en cambio, que Alvarado, a su
retorno de Cuscatlán, en julio de 1524, provocó una sublevación en toda el área
cakchiquel y tuvo que auxiliarse de quichés y tzutujiles para sofocarla. El Memorial de
Sololá refiere tal acontecimiento diciendo que el 4 Camey (5 de septiembre de 1524)
todas las tribus entraron en lucha con Tonatiuh y que los quichés y tzutujiles apoyaron a
los castellanos.

Alvarado, ante el alzamiento abierto o la actitud hostil de los sacatepéquez, envió un


ejército punitivo a la región. El mismo estaba formado por 1,000 soldados, con 10
arcabuceros como cabos y 20 infantes de coraza, bajo el mando de Antonio Salazar.
Pocos días después se agregó un refuerzo de otros 10 arcabuceros, 20 hombres de a
caballo y 200 indios auxiliares tlaxcaltecas y mexicanos comandados por Pedro
González Nájeras, sacados de fuerzas frescas de apoyo que Hernán Cortés había
enviado desde México.

Los combates se libraron en Ucubil y Paluk. La Isagoge hace un análisis significativo


de tales enfrentamientos. Se señala que en esta ocasión los naturales cambiaron las
tácticas tradicionales de batalla y no se expusieron a los enfrentamientos campales. Por
el contrario, `fatigaban a los españoles con fugas de unas partes a otras, buscando los
sitios más fuertes y las montañas más intratables'. El combate se prolongó durante tres
días, gracias a los consejos tácticos del anciano Choboloc, quien sugirió a los guerreros
mantener un sistema de relevos en el combate, al estilo de los españoles. Tal tipo de
combate dio buenos resultados a los naturales hasta que los españoles, aparentando huir
en desbandada, lograron sacarlos a campo abierto, y allí volvieron contra ellos y les
causaron grandes destrozos con ataques de la caballería. Los españoles se retiraron
victoriosos y dejaron para resguardo del pueblo un puesto militar con 10 españoles y
140 tlaxcaltecas, bajo el mando de Diego de Alvarado.
Tiempo después, según García Peláez, mientras Pedro de Alvarado había viajado a
Honduras para reunirse con su jefe Hernán Cortés, se produjo una nueva revuelta.
Domingo Juarros sugiere que esto último ocurrió más bien en 1526, cuando Alvarado se
preparaba para marchar hacia México, lo que no coincide con las informaciones sobre el
período, proporcionadas por Bernal Díaz del Castillo. Las causas de la rebelión no
fueron otras que los tributos excesivos, los vejámenes y el maltrato provocados por
Gonzalo de Alvarado, que había quedado a cargo de la Gobernación interinamente, a lo
cual se sumó un fuerte terremoto que profundizó la crisis y desató la sublevación en la
región. En efecto, el sismo fue aprovechado por los sacerdotes nativos para lograr que
los pobladores tomaran conciencia de la necesidad de defenderse. Para ello los
arengaron en nombre de Camanelón, una de sus deidades, los instaron a no pagar el
tributo y a `deshacerse de los teules de Castilla, quienes venían a quitarles su tierra y
libertad'.

En dicha oportunidad, los naturales hicieron huir a la mayoría de los integrantes de la


guarnición y tomaron prisioneros a un castellano y a dos indios auxiliares tlaxcaltecas,
que fueron sacrificados a sus dioses según sus costumbres ancestrales. Para sofocar la
rebelión, el Cabildo decidió enviar a Pedro de Portocarrero con una tropa integrada por
60 hombres de a caballo, 80 arcabuceros, 150 auxiliares tlaxcaltecas y 800 macehuales.
Estos últimos eran hombres de Sacatepéquez que, acaudillados por Huehuexuc, estaban
en contra de sus principales y creyeron encontrar en los castellanos su liberación.

Los naturales alzados presentaron combate en tres ocasiones, y aunque causaron 37


bajas a las fuerzas españolas (un castellano, nueve tlaxcaltecas y 27 de los sacatepéquez
que no se habían sumado al alzamiento), no lograron contener a los castellanos y fueron
derrotados una vez más. Ante tal situación, los indígenas abandonaron la lucha y se
retiraron a Ucubil (San Pedro Sacatepéquez). Los españoles los persiguieron hasta dicho
pueblo sin encontrar resistencia, y allí fueron recibidos con señales de paz. No obstante
la buena acogida, los españoles de inmediato tomaron como prisioneros a ocho
principales, dos de ellos sacerdotes indígenas, y en especial a Panaguali, al que
acusaban de ser el caudillo principal del alzamiento. Luego congregaron a todos los
indígenas en la plaza de Ucubil, y acusaron también a Panaguali, indio principal, de
sedicioso, alborotador y causante del levantamiento, y lo condenaron a la muerte de
garrote vil, con el propósito de que la población nativa escarmentara y no se volviera a
sublevar.

Conquista de Mixco

Parte de la periferia de lo que es el valle de Guatemala, desde San Lucas Sacatepéquez


hasta San Pedro Ayampuc exclusive (ver Ilustración 15) fue dominada, antes de la
venida de los españoles, por un señorío indígena de idioma pokomam, que tenía su
centro político-militar en el sitio que se conocía con el nombre de Mixco (Chinautla
Viejo). Dicho sitio había sido fundado durante las primeras guerras entre quichés y
cakchiqueles, aproximadamente entre 1200 y 1250. En su desarrollo, los mixqueños
habían hecho alianza con los chinautlecos, otro grupo pokom, tributario a su vez de los
quichés de Rabinal.

Los mixqueños fueron vencidos en repetidas ocasiones (1480, 1497) por los
cakchiqueles de Iximché, y tuvieron que entregarles siervos como tributo. En las
décadas anteriores a la Conquista, se encontraban presionados una vez más por los
señoríos de los sacatepéquez y los cakchiqueles de Iximché, que codiciaban sus
yacimientos de obsidiana en El Chayal, los barros para cerámica, los grandes depósitos
de cal y su fácil comunicación con la Verapaz, tierra rica en recursos naturales.

Fuentes y Guzmán equivocó el asiento original de Mixco, el cual ubicó en lo que fue
Jilotepeque Viejo, entre los ríos Pixcayá y Grande o Motagua(ver Ilustración 17). Tal
afirmación fue refutada en el mismo siglo XVII por el fraile dominico Francisco
Ximénez, quien se expresó así:

Es muy siniestro todo lo que Don Francisco de Fuentes


escribe sobre aquesta guerra de Mixco, y que Petapa era
señorío absoluto, y que Mixco estaba fundado donde está
hoy el trapiche de hacer azúcar de Andrés Catalán y
Roca... y no es creíble que estuviesen tan separados de
todos los demás de su nación que son Pinula, Petapa,
Amatitlán y San Cristóbal.

El sitio de Mixco Viejo estuvo situado en realidad en lo que hoy se conoce como
Chinautla Viejo.

No se conoce con exactitud la fecha de la sublevación de los pokomames de Mixco


contra los españoles, ni la fecha de su posterior reconquista. Hubert Bancroft supuso
que fue durante la revuelta cakchiquel o inmediatamente después de la misma. J.
Antonio Villacorta compartió tal idea y afirmó que `respondieron al llamamiento de los
señores cakchiqueles en la guerra de reconquista contra los españoles, los pueblos
mames en el occidente, los sacatepéquez y pokomames en el oriente y los de la costa
sur'. Dicho autor consideró asimismo que la conquista `debe haberse efectuado en los
primeros meses del año de 1525, después del 8 de enero y antes del 6 de mayo'.

La sublevación de los naturales de Mixco obligó a los españoles a múltiples acciones de


ataque, por lo inaccesible del lugar donde se habían atrincherado alrededor de 9,000
personas. La sublevación preocupó mucho a los castellanos porque tal osadía de los
naturales podía generalizarse a otros pueblos, y si éstos se fortificaban en sitios tan
impenetrables como aquél, no sólo se haría más difícil la conquista sino hasta se podrían
perder los territorios ya controlados. La fortaleza de Mixco era casi inexpugnable: tenía
una sola subida estrecha y empinada. Construida alrededor de 1497 cuando los
mixqueños fueron conquistados por los de Iximché, fue transformada en un centro
militar estratégico para contener el avance de los cakchiqueles de Jilotepeque y en
especial de los sacatepéquez.

En el inicio del asedio a la fortaleza, los castellanos utilizaron 30 caballos, dos


compañías de infantes, una de corazas y 200 indios auxiliares tlaxcaltecas, todos bajo
las órdenes de Gonzalo de Alvarado, apoyado por los cabos Alonso de Oxeda, Luis de
Vivar y Hernando de Chávez. Días después se les unió el mismo Pedro de Alvarado con
sus propias tropas. Los primeros intentos para tomar el baluarte fracasaron y ello obligó
a los españoles a retirarse al campamento que habían levantado en la explanada. Ante el
arribo de las fuerzas chinautlecas que venían en apoyo de las de Mixco, Pedro de
Alvarado decidió atacar a dicha tropa de refuerzo en la llanura, pensando que los
mixqueños bajarían para auxiliar a sus aliados, pero no ocurrió así. Fuentes y Guzmán
dice que el enfrentamiento fue de los episodios más cruentos de la Conquista, pues
murieron más de 200 chinautlecos y por la parte española muchos tlaxcaltecas, entre
ellos dos jefes: Juan Xuchiatl y Gerónimo Carrillo.

Los castellanos mantuvieron el sitio, pero sólo triunfaron hasta que contaron con el
apoyo de los chinautlecos. Estos, en efecto, tres días después de haber sido derrotados,
no sólo abandonaron a los mixqueños, sino enviaron secretamente a Pedro de Alvarado
una misión de paz, con presentes de oro, plumas y mantas, y le ofrecieron ayuda para la
guerra e información sobre la manera de cortar la retirada a los mixqueños al producirse
la toma de la fortificación. Los señores pokomames de Chinautla justificaron su cambio
de posición con el argumento de que `ellos eran fieles vasallos del Señor Rabinaleb,
fundador de los indios de Verapaz y no sujetos a los mixqueños, quienes los habían
provocado a que hiciesen la guerra a los castellanos'.

Con el apoyo seguro de los chinautlecos, Alvarado seleccionó 40 hombres entre


ballesteros y de a caballo, al mando de Alonso López de Loarca; los ubicó en las vegas
del río con la misión de evitar la retirada de los sitiados y ordenó un plan de asalto que
consistió en una avanzada suicida con un soldado con escudo que cubría a un ballestero,
luego otros dos más en la misma forma, y así sucesivamente. El plan funcionó, a pesar
de que el punta de lanza, Bernardino de Artiaga, no pudo continuar casi desde el mismo
momento de iniciarse el asalto, porque fue golpeado por una de las rocas que le lanzaron
los sitiados. Su lugar, empero, fue ocupado de inmediato por el que le seguía, y
continuó el ascenso a la fortaleza. En poco tiempo muchos soldados lograron escalar los
muros, y ya en las plazas la superioridad de las armas españolas se impuso sobre las
nativas.

Mientras se consumaba la victoria castellana, mujeres, niños y los miembros de la


aristocracia indígena trataron de huir por un subterráneo, pero al salir a las vegas del río
fueron fácilmente apresados por las tropas de López de Loarca, colocadas allí para
evitar la retirada. Una vez dominado el sitio, Alvarado ordenó que el mismo se quemara
y se trasladara a sus habitantes al lugar donde actualmente se encuentra Mixco, al oeste
del Valle de Las Vacas. El objeto era evitar una nueva sublevación y controlar mejor a
los vencidos. Decidió, asimismo, dejar tropas chinautlecas para resguardar el sitio de
Mixco, e impedir que volviese a ser poblado por mixqueños. Por ello, el sitio
antiguamente ocupado por los mixqueños comenzó a llamarse Chinautla. En
consecuencia, el sitio arqueológico conocido ahora como Chinautla Viejo, a
inmediaciones de la actual cabecera municipal de Chinautla, nada tiene que ver con el
sitio arqueológico llamado Mixco Viejo.

Conquista de Zaculeu

El señorío de los mames, cuya sede política estuvo en Zaculeu, cerca de


Huehuetenango, fue uno de los pocos que asumió una posición de gran dignidad y
también de mucha colaboración con las otras comunidades nativas para enfrentar el
avance conquistador hispano. El señorío mam tuvo desde un primer momento una
participación singular, apoyando la defensa y resistencia que presentaron los pueblos
quichés, a pesar de que con ellos tenía profundas diferencias desde fines del siglo XV.
Estas habían sido provocadas por el expansionismo manifiesto de los quichés sobre la
región noroeste de Momostenango, donde ya habían conquistado Pachalum, Txicaché, y
Paxcluín (ver Ilustración 16). Los mismos quichés confirmaron tal hecho cuando, a
mediados de 1525, uno de sus señores, Tepepul, informó malintencionadamente a los
castellanos que el intento inicial de encerrarlos y quemarlos en Gumarcaaj había sido
por consejo de Caibil Balam, señor de los mames, quien hasta ese momento les había
estado ayudando con gente y apoyo logístico. Con dicho informe el dirigente quiché
pretendía ganar la amistad y benevolencia de los castellanos.

Con base en todas aquellas informaciones, Pedro de Alvarado acordó emprender la


conquista de los mames. Tal decisión tenía más bien el propósito de halagar a los
quichés, además de que Alvarado actuaba movido por las noticias sobre las grandes
riquezas de la región mam. Otra razón que impulsaba a Alvarado era el peligro de tener
pueblos insurrectos que incitaran a los ya conquistados a rebelarse y a no tributar. En
efecto, el señor quiché aludido antes, a quien Fuentes y Guzmán llama equivocadamente
Sequechul, en su información había aseverado: `Y si deseas castigar su delito, para lo
que yo te serviré de guía, conseguirás con la muerte de los reos, muchos tesoros y una
provincia dilatada'. Aunque la versión de Fuentes y Guzmán presenta el error de dar al
señor quiché el nombre de uno de los señores cakchiqueles, el relato es confiable, pues
durante aquel período (mediados de 1525) los quichés, al igual que los tzutujiles, eran
los aliados principales de los conquistadores y les ayudaban en sus afanes por controlar
la insurrección cakchiquel y avanzar en sus conquistas.

Para ejecutar sus planes en el territorio mam, Pedro de Alvarado organizó un ejército
formado por 40 soldados de a caballo, 80 infantes y 2,000 indios auxiliares, a los que
añadió 300 naturales para que realizaran el trabajo de hacheros, macheteros y
azadoneros, y además un gran número de cargadores (tamemes). El ejército se puso bajo
las órdenes de Gonzalo de Alvarado, y se sabe que éste escribió después una memoria
de aquellas acciones de conquista, pero lamentablemente este documento se perdió.

Los españoles usaron los servicios de guías suministrados por sus nuevos aliados, y se
trasladaron a Totonicapán, un centro quiché que escogieron como plaza de armas para el
apoyo logístico necesario. De allí se dirigieron a la región de los habitantes de
Mazatenango (Huehuetenango), quienes estaban atrincherados tras una ciénaga y
presentaban gran resistencia. Los españoles lograron rodearlos y romper sus filas con la
caballería. Finalmente los derrotaron y tomaron el pueblo. Casi al mismo tiempo, los
naturales de Malacatán (sujetos al señorío mam de Zaculeu), levantaron un ejército de
5,000 guerreros y presentaron batalla. Las acciones se mantenían equiparadas hasta que
en determinado momento Gonzalo de Alvarado reconoció a Can Ilocab, jefe de los
naturales, y en una embestida a todo trote le dio muerte atravesándolo con su lanza. Este
acto desconcertó a los naturales y les hizo darse a la fuga. Después de la batalla, los
españoles tomaron el pueblo de Malacatán, donde sus principales se presentaron en plan
de paz, con presentes de oro y muestras de hospitalidad.

De Malacatán los españoles marcharon a Huehuetenango, lugar que encontraron


deshabitado y sin provisiones. En el reconocimiento de sus alrededores se enfrentaron a
unos 300 naturales. Tomaron tres prisioneros, entre ellos Sahquiab, uno de sus
dirigentes militares, quien les informó que toda la población estaba atrincherada en
Zaculeu. Gonzalo de Alvarado aprovechó la ocasión para enviar requerimientos de paz
por su medio. Este es uno de los pocos casos de que se tiene noticia en el área
centroamericana sobre el cumplimiento del mandato real del `requerimiento', que no era
sino pretexto ideológico para justificar la conquista. No hubo respuesta de los indígenas
y por lo tanto Gonzalo de Alvarado decidió sitiar Zaculeu.
El lugar, igual que Gumarcaaj, Iximché y Mixco, era una ciudadela de acceso difícil por
las defensas naturales que lo circundaban. Fuentes y Guzmán, que fue corregidor de
dicha región a finales del siglo XVII, dice que tenía una única entrada, tan angosta que
sólo permitía el paso de un soldado. Además tenía numerosos terraplenes, pirámides
con tableros-talud que cortaban los graderíos, muchos edificios de calicanto y estaba
situado en las márgenes del río del mismo nombre, en una llanura de unas 12 leguas de
circunferencia al oeste de Huehuetenango.

La táctica de batalla de los naturales fue más allá de acciones defensivas dentro del
recinto, pues presentaron varias acciones ofensivas a campo abierto. En la primera de
estas acciones unos 6,000 naturales, originarios de Cuilco, Ixtlahuacán y Zaculeu
acometieron a las fuerzas invasoras y lograron matar tres caballos, que los capitanes
castellanos valoraban más que a sus mismos infantes, así como 40 indios auxiliares, e
hirieron a ocho españoles, entre los que se contaba el mismo Gonzalo de Alvarado. Por
su lado, los indígenas tuvieron unas 300 bajas. En esta batalla los castellanos hicieron
un rico botín con las piezas de oro (patenillas) que arrancaron de los cuellos y
vestimentas de los naturales muertos.

Diversos medios emplearon los castellanos para avanzar en la ciudadela; por ejemplo,
emprendieron rápidamente hasta obras de ingeniería para ensanchar el foso e hicieron
escaleras para alcanzar la cima de la fortaleza, pero todo fue inútil. El lugar era
realmente de muy difícil acceso. Los naturales atrincherados en Zaculeu hicieron
todavía una nueva acometida a campo abierto con un ejército de 8,000 hombres, pero no
lograron sus objetivos. Fueron derrotados y forzados a retirarse en desbandada.

En aquellas circunstancias, Caibil Balam, señor de los mames, decidió efectuar una
retirada táctica por la noche, con un grupo de sus guerreros, pero fueron descubiertos
por una ronda de castellanos, la que les hizo fuego, y los obligó a volver al interior de
Zaculeu. Mientras tanto, la situación se agravaba para ambos bandos, pues entre los
castellanos e indios aliados se generó una epidemia. Decidieron retirar a los enfermos al
poblado cercano de Huehuetenango, mientras los sitiados padecían de hambre, lo que
los obligaba a comerse los cueros de las rodelas y aun a sus compañeros muertos.

Caibil Balam ya sólo contaba con un ejército diezmado por la muerte de 1,800 de sus
hombres, y para evitar que los guerreros que le quedaban murieran de hambre decidió,
en consulta con los principales, negociar la paz. Las conversaciones se realizarían entre
la puerta de la fortaleza y el cuartel de la caballería española.

En el curso de las pláticas, Gonzalo de Alvarado aprovechó su posición de sitiador y


obstruyó toda posibilidad de acuerdo para los naturales. Les exigió la capitulación y que
salieran desarmados de la fortaleza, a fin de que los castellanos pudieran tomar posesión
de la misma. Los señores mames tuvieron que acceder. Una vez tomado Zaculeu,
Gonzalo de Alvarado ordenó destruir la puerta de entrada, ampliar el acceso, y después
de establecer un presidio a cargo de Gonzalo de Solís, retornó victorioso a Guatemala.

Conquista de Uspantán y Sacapulas

El señorío quiché de Gumarcaaj o Utatlán tenía numerosos pueblos tributarios antes de


la conquista hispana. Uno de ellos fue el de Sacapulas (Tujal), cuyos señores llegaban
periódicamente a Utatlán a presentar ofrendas rituales a Tojil (principal divinidad de los
quichés) y a otras deidades, y pagar el correspondiente tributo a los señores, el cual
consistía de sal (de mina) y plumas, principalmente. Según Francisco Ximénez, uno de
los mejores estudiosos de la cultura quiché, Sacapulas era uno de los 24 señoríos con
`casa grande' o nim-ja, que integraba el reino quiché. La región queda al norte de Santa
Cruz del Quiché, entre Totonicapán y Verapaz (ver Ilustración 15).

Los españoles dirigieron la guerra de conquista contra los núcleos principales de poder,
en la creencia de que destruidos éstos, los naturales aceptarían a los nuevos amos. Pero
no sucedió así, como se comprobó en el caso de los mixqueños. Lo mismo ocurrió con
los pueblos de Uspantán y Sacapulas, que conservaron su libertad durante los primeros
cinco años de dominación española, y de paso trataron de hostilizar a sus vecinos de
Utatlán. Por tal razón, en 1529, cuando era Gobernador Jorge de Alvarado, el Cabildo
decidió que se emprendiera la conquista de los señoríos de dicha región, y encargó tal
empresa a Gaspar de Arias, uno de los dos alcaldes ordinarios, que contó para el efecto
con 60 infantes y 300 indios auxiliares. En esta ocasión fue bastante difícil poder
integrar la expedición, ya que aún se dejaban oír las críticas por los desmanes que había
cometido Alvarado, que además acaparó los mejores repartimientos de indios, con lo
cual provocó mucha división entre los vecinos.

La expedición llegó a Uspantán y mientras se preparaba el asedio del lugar, arribó a la


ciudad de Guatemala el Visitador Francisco de Orduña, que traía poderes para declarar
nulos y sin valor alguno todos los actos de Jorge de Alvarado y del Ayuntamiento.
Gaspar de Arias prefirió retornar a la capital a defender sus intereses, con tan mala
suerte que, en un altercado con el Visitador, fue abofeteado por éste, que además le
arrebató la insignia del poder y lo sustituyó por Pedro de Olmos en la jefatura de la
campaña contra los naturales de Uspantán.

En esta otra oportunidad los combates se decidieron en favor de los naturales de


Uspantán, al grado que hicieron huir a los castellanos en desbandada e hicieron
prisioneros a varios indios auxiliares. Algunos de estos últimos, según las costumbres y
creencias del lugar, fueron sacrificados a Ixbalanqué. Al pasar por Chichicastenango,
los españoles sufrieron una nueva acometida de unos 3,000 uspantecos (uspantekos), y
fueron obligados a abandonar todo el tren de guerra y aligerar el paso para llegar a
Utatlán.

Al conocerse en la ciudad la noticia de la derrota, el Visitador Orduña, a pesar de no


contar con el apoyo de gran parte de los vecinos, logró atraer a su partido al tesorero
Francisco de Castellanos, a quien encargó el reclutamiento de un nuevo ejército. La
tropa que pudieron reunir apenas llegó a 32 hombres de a caballo, 40 infantes y 400
indios tlaxcaltecas y mexicanos. La expedición salió en febrero de 1530, acompañada
por el mismo Visitador Orduña. Este sólo llegó a Chichicastenango, donde se quedó con
buena protección y desde donde regresó a los pocos días, bajo el pretexto de estar
enfermo.

Fuentes y Guzmán dice que desde Chichicastenango se enviaron embajadores con


proposiciones de paz a los uspantecos, pero que éstos `no sólo no aceptaron a la
embajada, sino que mataron a los embajadores'. En efecto, los naturales de Cunén,
Cotzal y Sacapulas habían salido de sus rancherías y se habían unido para enfrentar al
invasor y defender su libertad, su tierra y sus costumbres. Los castellanos, por su parte,
procedieron en primer lugar a combatir a los de Nebaj, que les habían salido al
encuentro con unos 4,000 hombres. Este ejército incurrió en el mismo error cometido
por los indios de otros pueblos, que salieron a pelear a campo abierto, donde la
caballería hispana era prácticamente invencible. Los naturales, derrotados, se
atrincheraron en su pueblo, pero algunos indios auxiliares de los castellanos lograron
penetrar sin ser vistos, y dieron fuego a las viviendas por distintos puntos, con lo cual se
obtuvo el triunfo completo. De inmediato los españoles procedieron a herrar a los
prisioneros.

De Nebaj los españoles avanzaron a Chajul y de allí a Uspantán, pueblos a los que sólo
pudieron vencer a fines de diciembre de 1530, después de muchos encuentros. En estas
incursiones los españoles también procedieron a herrar a los indios que lograban
apresar.

No obstante la victoria aludida y la destrucción de las ciudadelas, los españoles no


lograron de hecho subyugar a los indígenas y someterlos al repartimiento. Fueron los
frailes dominicos los que, alrededor de 1537, apoyados por el Visitador Alonso de
Maldonado, lograron convencer al poderoso cacique don Juan y convertir a aquellos
pueblos en tributarios de la Corona.

Conquista de los pueblos orientales

A la llegada de los españoles el Oriente guatemalteco estaba poblado por naturales de


diferentes comunidades, entre las que se contaban los chiquimultecos, los de Jumay, los
de Jalpatagua y los de Guazacapán.

La conquista hispana de estos grupos se realizó en un período que va desde el mismo


año 1524, en que penetraron por primera vez en estas regiones, hasta 1530, cuando
vencieron y sometieron a los naturales de Esquipulas.

La primera incursión conquistadora se produjo en 1524, cuando Pedro de Alvarado se


dirigió al señorío de Cuscatlán, ubicado en las cercanías de lo que actualmente es San
Salvador. La región oriental no sufrió ataques directos después de la primera entrada de
1524, sino hasta agosto de 1528. En esta fecha, los pueblos de Nextiquipaque,
Chiquimulilla, Guaymango y Guanagazapa (véase Ilustración 16) se alzaron con el
apoyo de un grupo de naturales de Petapa. De esa manera protestaban porque su cacique
Cazhualán se había sometido a los españoles. A fin de controlar la rebelión se organizó
un ejército de 80 infantes, 30 de a caballo y 1,000 indios auxiliares, el cual se puso al
mando del Capitán Juan Pérez Dardón. Gran parte de los auxiliares se sacó de las tropas
petapanecas que habían permanecido fieles a los españoles. El primer enfrentamiento se
efectuó en el valle de Jumay, donde los naturales se atrincheraron en la cumbre de un
peñol ante el empuje de la caballería. Allí resistieron hasta que acabaron con las rocas
que usaban para impedir el ascenso de las fuerzas de los castellanos. Entonces los
naturales, por medio de su cacique Tonaltetl, ofrecieron rendirse y aceptar el vasallaje,
pero Pérez Dardón no aceptó la propuesta y siguió haciéndoles la guerra. Los naturales
todavía ofrecieron resistencia por un corto tiempo, pero a causa de las numerosas bajas
en muertos y heridos optaron por retirarse a los montes. Los españoles, insatisfechos por
no haber podido hacer muchos prisioneros, penetraron al pueblo y lo incendiaron. Pocos
días después, mientras las tropas de Pérez Dardón proseguían la marcha, descubrieron
por casualidad a los naturales que, en una buena mayoría, descansaban a la orilla de un
río (Cuajiniquilapa), y se reponían de las heridas. Los españoles cayeron por sorpresa e
hicieron muchos prisioneros que marcaron con hierro candente para identificarlos como
esclavos. El lugar en que fueron concentrados se conoció como Pueblo de Los Esclavos.
En el momento de la toma del peñol, Hernando de Alvarado, Pedro de Valdivieso,
Hernando de Espinoza, Gonzalo González y Juan Alvarez, españoles todos, y varios
indios auxiliares, perdieron la vida.

Después de conquistado el peñol de Jalpatagua, donde se venció a los guerreros de


Jalpatagua, Jutiapa y Jumay (véase Ilustración 16), el Cabildo organizó una nueva
expedición para penetrar en la región chiquimulteca, cuyo principal centro de poder
estaba en Mitlán, lo que actualmente es Asunción Mita (véase Ilustración 16). A la
cabeza de 60 infantes, 30 de a caballo y 400 indios auxiliares iban Hernando de Chávez
y Pedro Amalín. En la defensa de este señorío los principales del mismo contaron con el
apoyo de los naturales de Esquipulas y Copán, pero después de haber sufrido numerosas
bajas entre muertos, heridos y prisioneros, optaron por abandonar el pueblo, con gran
cantidad de víveres que aprovecharon los asaltantes castellanos y sus indígenas aliados.

Mitlán sirvió de plaza de armas para la expansión de las acciones de conquista a los
poblados de Esquipulas y Copán. En abril de 1530 se emprendió la conquista de los
naturales de Esquipulas, por las mismas fuerzas a cargo de los capitanes Hernando de
Chávez y Pedro de Amalín. La táctica usada esta vez fue la de asegurarse previamente
la retaguardia, para lo cual fue necesario someter las plazas de Zacapa, Jilotepeque y
Pinula, donde se proveyeron también de buena cantidad de maíz, frijol y chompipes. A
continuación los castellanos sitiaron el poblado de Esquipulas y entonces estuvieron en
condiciones de exigir la capitulación. Los naturales pidieron tres días de tregua para
responder y al cuarto día decidieron rendirse. Dijeron que lo hacían `más por respeto de
la paz pública que por temor de las armas castellanas'. Los españoles los obligaron a
deshacer un muro defensivo en el término de un día y a entregar como prisioneros a
varios de sus caciques.

De Esquipulas la expedición se dirigió a Copán, donde se habían atrincherado los


moradores con refuerzos llegados de Zacapa, Sensenti, Güija, Ostúa (ver Ilustración 16)
y otros pueblos de la comarca. Formaban un ejército de unos 30,000 hombres armados
de macanas, flechas y hondas, bajo el mando de Copán Calel. Tradicionalmente se ha
sostenido que Copán es el mismo lugar que se conoce actualmente como Ruinas de
Copán (Honduras), pero Robert Chamberlain no encontró suficientes coincidencias
entre la descripción geográfica de Fuentes y Guzmán y las características del actual sitio
arqueológico. El Ingeniero R. Woolfolk Saravia, en un reconocimiento geológico del
área, localizó un sitio amplio y defensivo al noreste de Esquipulas, en territorio
guatemalteco, el que a su juicio era el tinamit de los copanecos.

El asedio de Copán fue largo, pero los castellanos, favorecidos por un acto de traición,
conocieron una vía de acceso y pudieron superar las trincheras de los indígenas.
Mientras duraban los enfrentamientos, el señor de Copán solicitó al de Esquipulas y
Chiquimula de la Sierra que se sublevaran para atacar por dos frentes a las fuerzas de
los castellanos, pero aquéllos prefirieron dejarlo solo.

Después de la conquista de Copán, los españoles se repartieron los naturales de los


territorios mencionados. El señor de Copán, mientras tanto, se retiró a otro lugar. En dos
ocasiones trató todavía de recuperar su pueblo, pero no consiguió sus propósitos y
decidió rendirse.

Por ahora no existen trabajos monográficos sobre la conquista de los naturales del Valle
del Motagua. Lo poco que se conoce es lo que escribió Francisco Antonio de Fuentes y
Guzmán, y este mismo indica que había poca información sobre el tema.
JORGE LUJÁN MUÑOZ

Características, Consecuencias y
Alcances de la Conquista

Pierre Chaunu inicia su libro sobre la Conquista con la afirmación de que


`fundamentalmente, el siglo XVI significó la mayor mutación jamás habida del espacio
humano'. Como el mismo autor dice un poco más adelante, hubo dos siglos XVI, y la
`mutación espacial', que finalizó alrededor de 1540, correspondió al primero. En 50
años se fundieron los extremos del mundo, `tal como lo muestra la coyuntura
económica que permite seguir la fluctuación decenal, con mayor o menor precisión,
desde los ejes dominantes de los grandes tráficos'. Fundiéronse `para lo bueno y para lo
malo, para el trágico destino de la humanidad amerindia como para el ímpetu de la
misión cristiana, adormecida desde ocho siglos atrás'.

El primer siglo XVI `trastornó' el Nuevo Mundo; durante el segundo siglo XVI el resto
del mundo inició la transformación de Europa. Paradójicamente si se quiere, la Europa
mediterránea que encontró el Nuevo Mundo no fue la más beneficiada, sino la Europa
`media'. `La mutación espacial del siglo XVI generó también la promoción del Norte, de
los países ribereños de los mares fríos del Atlántico. Unos hacia 1560, otros hacia 1580,
comenzaron a reclamar con insistencia la participación directa en la explotación de los
nuevos mundos'. España, la que más territorios dominó, fue quizás la menos
beneficiada. De hecho, a la larga resultó perjudicada. Muchos fueron los factores que
contribuyeron a ello.

Por un lado, el descubrimiento y la conquista de América perturbaron la evolución


interna de metrópoli. Mientras la España moderna y capitalista competía con la señorial
y tradicionalista, los acontecimientos en América vinieron a inclinar la balanza a favor
de las fuerzas arcaicas y anacrónicas. La inundación de las riquezas americanas
perjudicó el crecimiento fabril. España no desarrolló su sector industrial y se rezagó con
respecto al resto de Europa. Permaneció como importadora, lo que a la postre facilitó
que los metales preciosos sacados de América tuvieran que `seguir de largo', para pagar
la compra de productos manufacturados. Además de lo anterior, la emigración
empobreció a España demográficamente. En pos de la aventura indiana se fueron, como
dice Jacques Lafaye, `los jóvenes más audaces y los religiosos más inspirados'. El
epitafio escrito por Lope de Vega para el poeta Medina Medinilla, es muy expresivo:
`En la mar de América se ha perdido la más fina flor de nuestra época'. Por supuesto,
hay que recordar que esa hemorragia se produjo en el momento en que se acababa de
expulsar a los judíos y a muchos árabes, y en un siglo en que los ejércitos españoles
llevaban a cabo campañas en muchos frentes. La despoblación de España como
resultado de las expulsiones y de las campañas en Italia, Alemania y, sobre todo, en
Flandes, y como consecuencia del descubrimiento y conquista de América, privaron al
país de muchos brazos necesarios para su desarrollo. La falta de esas fuerzas
productivas se suplió de una manera muy fácil: usando las riquezas del Nuevo Mundo
para adquirir en otras regiones de Europa lo que hacía falta en la Península.
Explicación del Exito Militar
Todavía hoy no se comprende plenamente la facilidad con que se conquistaron los dos
grandes imperios indianos. La dominación de las Antillas y otras regiones semejantes
no admira tanto, pero todavía asombra que unos pocos soldados hayan podido sojuzgar
a unidades políticas con millones de habitantes y ejércitos numerosos. El éxito militar
de los españoles se explica, en parte cuando menos, por su superioridad técnica y la
mayor eficacia de sus armas, sobre todo el caballo, el arcabuz y la ballesta. Pero se sabe
también que ello no fue suficiente, ya que otros muchos factores entraron en juego. Uno
de éstos fue la capacidad de improvisación de los jefes de conquista y sus subordinados
ante lo desconocido y lo inminente. En la mayoría de los casos, no se limitaron a
mantener la iniciativa, sino creyeron siempre en su superioridad y demostraron una
enorme capacidad de recuperación ante las dificultades naturales o las adversidades
militares. Es preciso considerar también otras razones: la forma en que aprovecharon las
disensiones internas de los indígenas, por ejemplo. Ralph Beals dijo con razón que `la
conquista de Tenochtitlán no fue tanto una conquista, cuanto resultado de una revuelta
de las poblaciones sometidas'. Las armas de fuego y la caballería hubieran sido
impotentes ante los ejércitos mexicas, de no contar los españoles con el apoyo de los
tlaxcaltecas, de los de Texcoco y otros. Habría sido imposible para Cortés tomar las
decisiones adecuadas de no haber contado con los informantes que no sólo le dieron los
datos requeridos, sino le aconsejaron los planes y acciones a tomar. El llamado imperio
azteca (o mexica, para ser más exactos) descansaba sobre la base de la fuerza militar y
el terror, con lo cual había generado profundos odios y resentimientos entre los pueblos
sojuzgados, los cuales debían entregar a sus jóvenes para ser inmolados en los ritos de
la terrible religión mexica. Es significativo el repertorio de quejas que, según lo
consignó Bernal Díaz del Castillo, presentaron a Cortés, camino a Tenochtitlan, los de
Tamanalco, Chimaloacan (Chimalhuacan) y Mecameca (Amaquemecan), quienes
secretamente le informaron sobre los abusos de Motecuzoma y sus recaudadores:

...les robaban cuanto tenían, y las mujeres e hijas, si


eran hermosas, las forzaban delante de ellos y de sus
maridos y se las tomaban, y que les hacían trabajar como
si fueran esclavos, que les hacían llevar en canoas y por
tierra madera de pinos, y piedra, y leña, y maíz y otros
muchos servicios de sembrar maizales, y les tomaban sus
tierras para servicios de sus ídolos, y otras muchas
quejas...

En general, el sistema centralizado y tiránico de los imperios mexica e incaico favoreció


la tarea de conquista. Como dice John H. Elliott, su dominio se hizo más fácil porque
eran sociedades con una gran centralización. No habría sido posible conquistar tan
rápidamente esas enormes regiones, si no hubieran estado ya dominadas por un poder
central con una elaborada maquinaria de control. Los españoles ocuparon las posiciones
de poder, y lo otro quedó más o menos intacto para luego adaptarlo al sistema político
de los vencedores. Por ello resultó más dificil la conquista de las regiones más
fragmentadas políticamente, y más aún la de los grupos nómadas y poco numerosos. En
consecuencia, se dio una relación directa entre el desarrollo sociocultural y la conquista:
a mayor o menor desarrollo, ésta se hizo más fácil o más difícil. Los pueblos
mesoamericanos y andinos, completamente sedentarios, con unidades políticas
desarrolladas y una tradición guerrera, recibieron la derrota sin moverse, con todo lo
que ella implicaba, y aceptaron a los españoles como a sus nuevos amos. Los pueblos
semisedentarios, con menor desarrollo demográfico, tenían otro concepto de la derrota:
al ser vencidos abandonaban su territorio, y el vacío que dejaban hacía más trabajosa la
nueva ocupación permanente.

Otro factor que probablemente facilitó el triunfo hispano fue la religión de los nativos
americanos, con sus peculiares creencias, su fatalismo, su pasividad, sus dudas. Aún
sigue sin explicarse del todo la vacilación del emperador Moctezuma frente a las
huestes de Cortés, pues quizás haya influido, más que su personalidad, su posición
religiosa y su convicción sobre el cumplimiento de algunos vaticinios. Además, las
características de la mayoría de las religiones prehispánicas facilitaron el surgimiento de
un particular sincretismo, en el cual los nativos aceptaron a los `poderosos' dioses de los
vencedores, sin abandonar del todo su propia religión, mas en procura de una posible
unidad.

De cualquier manera, la Conquista fue un hecho extraordinario. No exagera J. Lafaye


cuando la calificó como `la aventura colectiva más grande que la humanidad haya
vivido jamás', sin olvidar el tremendo costo humano y cultural de ella, tanto en lo que
atañe a la pérdida de vidas y miserias entre los conquistadores, como en lo que
corresponde sobre todo a las muertes y destrucción de los indígenas y sus culturas.
Precisamente otro factor que facilitó la victoria de los españoles fue la `guerra
bacteriológica' (involuntaria, por supuesto), representada en los gérmenes de las nuevas
enfermedades (tifus, sarampión, viruela, etcétera) propias de Europa, para las cuales los
aborígenes tenían deficiencias inmunológicas. A veces, como ocurrió en Guatemala
antes de 1524, las enfermedades llegaron precediendo a las propias expediciones.

Evaluación Comparativa
La conquista de lo que después se llamó el Reino de Guatemala ofrece rasgos
particulares, comparada con la de otras partes del continente americano y, a la vez,
acusa diferencias entre las diversas regiones culturales de la misma área. La conquista
del área mesoamericana no fue igual a la de la zona de influencia andina, al sureste. Los
señoríos de la parte correspondiente a Mesoamérica, incluyendo la respectiva sección de
México, aceptaron la derrota en forma similar: todo se redujo a un cambio de dominio
sin abandono del territorio. En cambio, los pueblos más al sudeste reaccionaron en
retirada, hacia el litoral atlántico. Ello hizo más difícil el control español y aun quedaron
áreas sin conquistar por mucho tiempo. Como se ha dicho antes, la dominación fue
relativamente más fácil en las zonas mesoamericanas más pobladas: el centro y sur de
México, Chiapas, Guatemala, El Salvador, el occidente de Honduras y el sur de
Nicaragua. En este enorme territorio los aborígenes permanecieron en su tierra, lo que
no ocurrió en el oriente de Honduras, y la parte atlántica de Nicaragua y Costa Rica,
zonas menos pobladas, de las cuales los nativos se retiraron.

Se notan, sin embargo, diferencias importantes en la conquista de las distintas regiones


del Reino de Guatemala, y al compararla en su conjunto con la del centro de México
aparecen otras que permiten comprender por qué la de Guatemala resultó más
destructiva. Cuando la hueste de Cortés tomó Tenochtitlan, todo el imperio mexica
quedó bajo el control de los vencedores. En cambio, en Chiapas y la actual Centro
América, donde existía una gran subdivisión política, la derrota de algunos señoríos
indígenas, incluso de los más poderosos o belicosos como los quichés (k'iche's) y
cakchiqueles (k aqchikeles) , no implicó el dominio sobre todos. Cada señorío tuvo que
ser vencido por separado. De ahí que las campañas se prolongaran por más tiempo y
tuvieran mayores efectos destructivos. En Chiapas y Guatemala la conquista del área
central fue relativamente fácil y corta. Incluso Bernal Díaz del Castillo consideró a sus
pobladores como contrincantes menos duros que los de México, al decir que `en esta
provincia de Guatemala no eran guerreros los indios, porque no esperaban sino en las
barrancas y con sus flechas no hacían nada', lo que también puede haber sido una
exageración y una simplificación.

Un poco más lenta resultó la conquista en el resto de las Tierras Altas, no sólo por la
resistencia de los cakchiqueles, sino porque las tropas españolas tenían que efectuar
sendas campañas en otros lugares, en las que incluso sufrieron algunos reveses. Toda
una década fue necesaria para poder dominar los señoríos del Altiplano guatemalteco,
aun si se considerara a la conquista de la Verapaz como un fenómeno diferente. En
cambio, la de Honduras llevó más tiempo, lo mismo que la de Nicaragua, y aún más la
de Costa Rica, lugar este último donde precisamente se había comenzado antes y donde
el proceso se culminó hasta finales del siglo XVI. Cuanto más se prolongaron las
campañas, la conquista fue de consecuencias más destructivas, y la misma se tardó más
donde la población aborigen era menos densa.

Por otra parte, mientras en la Nueva España hubo una sola corriente conquistadora, que
luego se ramificó, en el Reino de Guatemala se produjeron varias y además rivales.
Unas llegaron de Panamá, otras de las Antillas, de México y algunas incluso de España.
Los mismos conquistadores chocaron entre sí, se asesinaron, menoscabaron su éxito e
involucraron a los indios en sus enfrentamientos.

Los jefes de conquista carecieron de las capacidades y afanes organizativos de un


Hernán Cortés. En todo el Reino de Guatemala las primeras décadas del dominio
español fueron de crisis permanente, y en algunos casos hasta se dieron situaciones de
verdadero caos y anarquía. Todo ello fue consecuencia del número de los jefes que
intervenían, de sus enfrentamientos, y hasta de la propia personalidad de los mismos.
Casi no se puede encontrar excepción alguna: todos se dedicaron al saqueo rápido, a la
búsqueda de oro y plata, sin mayores preocupaciones por la organización y la
permanencia en sus territorios, con escaso afán colonizador. En cambio, siempre
mantuvieron vivo el interés por otras regiones, a fin de aumentar sus ganancias. Pedro
de Alvarado puede constituir un caso extremo de `aventurerismo' e inquietud, pero no
fue el único. Ninguno de los jefes de conquista tomó la región conquistada como un
país que debía organizarse y construirse, sino como un país ajeno a su propio destino y
responsabilidad. Insatisfechos con las riquezas encontradas, las cuales eran menores,
por supuesto, que las de Nueva España o Perú, se alejaron en busca de mejores
territorios. Fue a los prelados, a los frailes y a los funcionarios reales o locales, a
quienes tocó el papel de construir y afianzar el país.

En resumen, la conquista del Reino de Guatemala fue un proceso prolongado y muy


destructivo. Pasaron muchas décadas antes de que emergiera del desorden un sistema
socioeconómico medianamente organizado. Quedaron extensos territorios sin
conquistar, los cuales sólo con el tiempo fue posible someter de modo parcial. En Costa
Rica, verbigracia, la Talamanca no se pudo dominar hasta entrado el siglo XVII. El
noreste de Chiapas y Petén no fueron conquistados sino hasta fines del siglo XVII
(1695-1697), después de muchos intentos pacíficos y militares. Aun así, siempre
quedaron zonas sin dominar, por ejemplo partes de la Costa atlántica de Honduras y
Nicaragua.

Efectos Demográficos Inmediatos


Es evidente que la guerra produjo un alto índice de mortandad entre los indígenas. Se
registraron también otros efectos inmediatos del dominio político: los abusos, los
trabajos forzados (especialmente el lavado de oro en los ríos), la desorganización social
y el desgano vital. Pero más graves aún fueron las consecuencias de los desplazamientos
masivos de aborígenes, tanto en calidad de auxiliares como de esclavos (indios de
rescate) y, desde luego, las nuevas enfermedades llegadas del Viejo Mundo,
principalmente el tifus, la viruela y el sarampión. Todas estas causas unidas provocaron
una disminución tan grave e inmediata en la población indígena que los mismos
protagonistas de la Conquista se alarmaron y trataron de tomar las medidas que la
situación demandaba. Por ejemplo, Gonzalo Fernández de Oviedo escribió respecto a
Honduras:

Y la causa del trabajo que los españoles allí padecían, e


de su pobreza, se podía mejor atribuir a que muchos
indios, de ser maltratados eran muertos, e otros idos; e
porque en aquella tierra había faltado el oro labrado de
piezas; e porque haciendo esclavos los indios a diestro y
más a siniestro los habían vendido e sacado de la tierra,
e los que quedaban, huían a los montes e se dejaban morir
por salir de tan grande subjeción; e los cristianos, por
no tenerlos, andaban con irse de la tierra...

En aquella sazón sobrevino [alrededor de 1534] grand


pestilencia en los indios, de sarampión e de otras
enfermedades, e murieron más de la mitad dellos, así de
los que servían a los cristianos en sus haciendas, como de
los naborías de casa...

Y sobre Nicaragua el mismo Fernández de Oviedo escribió lo siguiente:

...pero sé yo muy bien que aunque los baptizados, que la


historia ha dicho, por Gil González e por el padre
Bobadilla son ochenta e cuatro mil e quinientos
cincuentiocho personas (e quiero que se añadan e atribuyan
a cumplimiento de cient mill, con los que en tiempo del
capitán Francisco Fernández e de otros se baptizaron), son
cuatro tanto e más los que se han sacado de la tierra e se
han muerto a causa del nuevo señorío en que están.

Por consiguiente, según el primer cronista de las Indias,


que estuvo en Nicaragua, se llevaron más de 400,000
indígenas hacia el Perú. Se podría argumentar que, aun
cuando Fernández de Oviedo militó en el bando
antilascasiano, probablemente exageró al dar el número de
naturales de la zona del Pacífico de Nicaragua llevados al
Perú. De todas maneras la cifra es sugestiva.

En cuanto a despoblación por enfermedades, puede citarse a Fuentes y Guzmán, allí


donde se apoya en la información proporcionada por el propio Pedro de Alvarado y
habla de la `ruina y desolación de los pueblos'; menciona entonces una `misericordiosa'
ordenanza del Adelantado, publicada con motivo de una `peste de sarampión', y de la
cual no se indica el año (que podría ser entre 1532 y 1534); agrega Fuentes y Guzmán
que en tal ordenanza se mandó que todos los que tuvieran indios encomendados o en
repartimiento so `pena de perdimiento de los tales indios... los cuiden y curen sin
ocuparlos en servicio alguno; porque se ha visto por experiencia, que con otras
semejantes pestilencias se han despoblado muchas tierras...'

Por supuesto, la disminución de la población nativa fue más grave y más rápida en unas
regiones que en otras. En algunas partes de la Costa atlántica casi desapareció; lo mismo
sucedió en las Tierras Bajas del Pacífico, pero más tarde. La situación fue mucho más
grave en la Costa del Pacífico de Nicaragua y Costa Rica, sometida por mucho tiempo
al comercio de indígenas hacia el Perú, que en Honduras y San Salvador, y que en el
Altiplano central y occidental de Guatemala y en los altos de Chiapas, donde fue menor.
En estos últimos lugares ocurrió antes el descenso máximo, aunque se calcula que
desapareció un tercio de la población aborigen entre 1520 y 1540. No se entra aquí en
más detalle porque las citas anteriores son suficientes para mostrar la gravedad, la
rapidez y la amplitud de la catástrofe demográfica, y además porque el tema se trata de
modo más extenso para el período que concluye en el siglo XVII, en los artículos
`Evolución Demográfica hasta 1700' de Jorge Arias de Blois, y `Epidemias y
Desploblación', de W. George Lovell, en la sección `República de los Indios' de este
mismo volumen.

Conquista y Esclavitud
Siguiendo las prácticas utilizadas en las Antillas y la Nueva España, Alvarado hizo
esclavos de guerra en la primera etapa de la conquista de Guatemala. Desde 1524 se
sometió a tal condición a indios de Cuscatlán, Escuintla, Pasaco, Acajutla y Tuculcalco.
La misma práctica se siguió en las expediciones a otras regiones de Guatemala. Según
la opinión de William Sherman, en las incursiones de conquista y pacificación
comandadas por Alvarado se hicieron probablemente más esclavos que en ninguna otra.

En los dos Juicios de Residencia promovidos contra Alvarado, el primero ante la


Audiencia de México en 1529 y el segundo realizado en ausencia del mismo en
Santiago de Guatemala en 1535, existen evidencias de que el Adelantado y sus
hermanos cometieron muchos abusos, en los cuales recurrieron a subterfugios,
falsedades o interpretaciones discutibles para hacer esclavos de guerra. Las Casas, en la
Brevísima Relación de la Destrucción de las Indias, los acusó de que `muertos todos los
señores y los hombres que podían hacer guerra, pusieron todos los demás en la
sobredicha infernal servidumbre', y además obtuvieron esclavos de tributo, que luego
vendieron y enviaron al Perú.
También existieron los llamados `esclavos de rescate'. Se llamaban así a aquellos que ya
tenían los indios según las costumbres prehispánicas y que fueron adquiridos por los
españoles mediante compra, en condición de tributo o de acuerdo con tratos de otra
índole. Este tipo de esclavitud dio lugar a fraudes y abusos, ya que muchos caciques y
principales cedieron como esclavos a indios que no eran realmente tales, sino sólo
sujetos de algún tipo de servidumbre, o bien se obligó a los caciques indígenas a
entregarlos a precios muy bajos. Hasta ahora no existen estudios detallados sobre el
número de esclavos indios hechos en el Reino Guatemala, hasta las Leyes Nuevas, y
menos aún sobre sus desplazamientos, aunque las evidencias que se derivan de diversa
documentación indican cifras muy altas en ambos casos.

Como resultado de las discusiones surgidas en España sobre la injusticia de la


esclavitud de los indios, se emitió una real cédula, el 2 de agosto de 1530, en la que se
reconocía que, si bien se había permitido la esclavitud, los abusos habían sido
excesivos. Se ordenaba, por lo tanto, `que nadie en tiempo de guerra, aunque fuese
justa, osara cautivar a los indios, y que tampoco pudieran ser obtenidos por vía de
rescate'. Por dicha cédula se mandó hacer una matrícula obligatoria, en el plazo de 30
días de pregonada la cédula, para registrar `los que verdaderamente son esclavos, e de
ahí en adelante no se puedan hacer más'.

Es posible que la aplicación de aquellas medidas en la Nueva España hubiera inducido a


la Audiencia de México a escribir a la Emperatriz, el 30 de marzo de 1531, en los
siguientes términos:

En Guatimala se practicaba mucho el herrar esclavos y se


cargaban por aquella vía que navegaban para Panamá;
enviamos allá provisión que cerca dello vuestra majestad
nos mandó dar e dirigimos al dicho Fray Domingo de
Betanzos y en su absencia a otra buena persona que nos
enviase testimonio de la publicación della; tendremos
especial cuidado de saber cómo se guarda.

Esta cédula causó mucho disgusto entre los españoles de las Indias. El Cabildo de
Santiago, como muchos otros, escribio al Rey para pedir autorización a fin de seguir
haciendo esclavos entre los indios, así de guerra como de rescate. La gestión dio
resultado, pues el 20 de julio de 1532 la Corona ordenó a Pedro de Alvarado, como
Gobernador, y al Licenciado Francisco Marroquín, como Protector de los Indios, a
recabar información sobre los esclavos que tuvieran los caciques indígenas y que
pudieran ser objeto de rescate por los pobladores españoles de la provincia.

La resolución aludida satisfizo sólo en parte a los españoles, pues quedaba sin resolver
el caso de los esclavos de guerra. A ellos se refiere una cédula del 19 de marzo de 1533,
emitida a solicitud del procurador de la ciudad de Guatemala. En ella se autorizó dicho
tipo de esclavitud entre los indios `alzados', haciendoles previamente `el
requerimiento... acordado'. De este modo, en Guatemala se volvió a gozar del derecho a
tener esclavos indios, de rescate y de guerra, como antes de la limitación de 1530.
Según Silvio Zavala, tal derecho se obtuvo en la Nueva España hasta el año siguiente.

Por cédula dada en Valladolid el 29 de enero de 1538, la Reina resolvió prohibir la


extracción de esclavos indios de Honduras, en vista de los informes recibidos sobre los
abusos y daños ocasionados a los mismos. Probablemente por los reclamos sobre la
aplicación de las cédulas de 1532 y 1533, en cuanto a los esclavos de rescate, el 31 de
enero de 1539 se emitió otra cédula dirigida a Guatemala, mediante la cual se prohibía
el rescate de esclavos, so pena de perderlos. En esa misma fecha, por otra cédula, se
prohibió también que los indios a su vez pudieran hacer esclavos o venderlos, con lo
cual quedó virtualmente suprimida la esclavitud por rescate. El problema general se
resolvió por fin con la emisión de las Leyes Nuevas (1542), que prohibieron la
esclavitud de los indios en términos absolutos, pero que en Guatemala tardaron todavía
varios años en aplicarse. Correspondió al Presidente Alonso López de Cerrato, en 1548,
liberar a todos los esclavos indios.

Catequización y Conquista Espiritual


La conquista de las Indias constituye un fenómeno complejo, que no se puede entender
sin tomar en cuenta su aspecto evangelizador. Robert Ricard, en su obra, hoy clásica,
aparecida en francés en 1933, tuvo el acierto de llamar a dicho aspecto la `conquista
espiritual'. Tal como se ha indicado ya, por la intervención de la Reina Isabel el
descubrimiento y la conquista se asociaron estrechamente con la conversión de los
habitantes de las Indias. Se respondió así al compromiso que los reyes españoles habían
contraído ante el papado y ante sus propias conciencias.

No se debe perder de vista que el proceso de la Conquista se inició precisamente cuando


los Reyes Católicos finalizaron la Reconquista y conformaron la unidad española. En
cuanto a este último propósito jugaron un papel importante la lengua castellana y sobre
todo la religión católica, elementos que se convirtieron en la esencia del esfuerzo
unificador. El hecho de establecer en España una religión única se constituyó en razón
de Estado. De ahí que la política sobre los nuevos territorios consistiera en velar porque
sólo pasaran a ellos cristianos viejos, lo cual implicaba la exclusión expresa de judíos,
mahometanos y recién convertidos. Por otra parte, se acometió, como parte de la
empresa real, la catequización de todos los habitantes del Nuevo Mundo. En expresión
de Demetrio Ramos, la Corona desarrolló un `patriotismo dogmático', el cual talvez
hubiera sido mejor definir como cristianismo dogmático y militante. Los reyes
españoles concibieron la conquista y la colonización como la gran oportunidad para la
inmediata conversión al catolicismo de todos los aborígenes. Se pensaba que de este
modo se otorgaba a éstos el máximo beneficio a que podían aspirar: la adquisición de la
fe verdadera, para poder salvar sus almas y alejarse del pecado y de sus `torpes'
idolatrías.

Desde las primeras expediciones, la Corona se preocupó de incorporar en éstas un cierto


número de clérigos. Usualmente eran llamados `capellanes', y tenían asignada la tarea
de iniciar la catequización. Después de afirmado el dominio, se encargó dicha misión a
las órdenes mendicantes. En México, por ejemplo, la evangelización fue iniciada por los
llamados `doce de la fama', frailes menores franciscanos que llegaron a Veracruz el 13
de mayo de 1524. Luego siguieron otras órdenes: agustinos, dominicos, mercedarios,
etcétera. Los miembros de esta primera generación de `misioneros' se distinguieron por
su celo religioso, su entusiasmo, su entrega y su optimismo. Idealizaron a los indígenas,
en quienes veían sólo las cualidades, y se convirtieron en sus máximos defensores. Su
trabajo se desplegó en dos frentes: uno en las Indias, catequizando y defendiendo a los
aborígenes; el otro en la Península, tratando de lograr una legislación que protegiera al
máximo a los mismos indios. Si bien es cierto que nunca triunfaron del todo, a ellos
debe atribuirse el resultado positivo de las disputas jurídicas que permitieron la emisión
de las Leyes Nuevas en 1542.

En todas las regiones americanas los frailes trabajaron junto a los indios, compartiendo
la casa y el alimento y aprendiendo sus idiomas. De ahí que su influencia fuera más
permanente y profunda que la de los soldados, quienes redujeron su contacto con los
conquistados, pasada la primera etapa de la Conquista. Esta circunstancia fue
aprovechada por los frailes para incrementar su actividad. Sin su labor misionera, la
situación de los nativos hubiera sido mucho peor y su adaptación al nuevo estado de
cosas más lenta y difícil. La conquista espiritual realizada por los frailes mendicantes de
la primera época fue admirable, por lo mucho que lograron a pesar de ser tan pocos.
Coadyuvaron en la pacificación aun frente a las circunstancias más adversas, y
compensaron con su celo misionero su carencia de recursos.

Es cierto que cometieron equivocaciones. Su fanatismo los llevó a destruir muchas y


preciosas obras prehispánicas. En autos de fe quemaron códices y otros importantes
testimonios culturales. En su afán de acabar con toda manifestación de la religión
anterior, no repararon en procedimientos, que hoy nos parecen demasiado drásticos. Sin
embargo, su propio esfuerzo por propagar la fe los llevó a conservar parte de las
culturas aborígenes. Pronto se percataron de que no podían realizar su labor sin conocer
los idiomas nativos, y además de aprenderlos elaboraron gramáticas, vocabularios y
diccionarios. En otro ensayo de esta misma sección se deja constancia de ese valioso
trabajo lingüístico.

Así como la nueva religión reemplazó parcialmente a la de los aborígenes, así también
los frailes relevaron a la anterior teocracia sacerdotal. En los religiosos de las primeras
décadas los indios tuvieron protectores que los defendieron, amigos que les enseñaron
cosas diferentes, padres que los amonestaban y líderes espirituales que los guiaban. En
referencia a los primeros franciscanos que llegaron a la Nueva España, pero en sentido
aplicable a otros muchos religiosos, Fray Jerónimo de Mendieta escribió en su Historia
Eclesiástica Indiana: `Los indios andaban tras ellos... y maravilláronse de verlos con tan
desarrapado traje, tan diferente de la bizarría y gallardía que en los soldados españoles
antes habían visto'.

Los religiosos consiguieron afirmar un liderazgo con base en entrega, optimismo,


entusiasmo y buena fe (a pesar de su fanatismo), en el contexto amplio del nuevo
sistema social. Concibieron una utopía, que en definitiva nunca dejó de serlo. Los
esfuerzos de Vasco de Quiroga en Michoacán y los de los frailes dominicos en la
Verapaz no dieron los frutos esperados, quizás porque sus metas eran demasiado
idealistas. Es probable que la situación del claro `choque psicológico' en que se
encontraban los indios tras la derrota y avasallamiento, facilitó su labor. Pero entre este
hecho y la utopía soñada quedó siempre un largo trecho por recorrer.

Infortunadamente la propia Iglesia cambió su inicial política abierta respecto de los


indios. En 1572, debido a que los españoles temían los resultados, se clausuró el
Colegio de Tlatelolco, creado en México en 1533 para los hijos de los caciques
indígenas. Por otra parte, el clero secular, cuyo número se incrementó en el último
tercio del siglo XVI, sustituyó en algunas parroquias y doctrinas a los frailes, pero
careció de la efectividad de éstos. En 1595 se descartó definitivamente la idea de formar
un clero indígena. Los frailes de las nuevas generaciones, tanto los llegados de España
como los de origen criollo, carecieron del celo y el entusiasmo de los de la primera
oleada, y poco a poco fueron perdiendo el fervor que demandaban las circunstancias.
Tras una o dos generaciones desapareció la entrega inicial. Los dominicos de finales del
siglo XVI y principios del XVII, ya convertidos en dueños de trapiches y hacendados
explotadores de indios, estaban muy lejos de los que hicieron la conquista pacífica'. Las
características de la `conquista espiritual' de los primeros años nunca se repetirían. Los
frailes olvidaron su fervor original, y como consecuencia de ello disminuyó su
ascendiente entre los indígenas.

Conquista y Mestizaje
Uno de los resultados inmediatos de la Conquista fue el nacimiento de hijos mestizos,
producto de las uniones entre españoles e indígenas. Bernal Díaz refiere que
Cuauhtémoc y sus capitanes pidieron a Cortés, después de `ganada' la ciudad de
Tenochtitlan por los españoles, que éstos les devolvieran las hijas y mujeres que les
habían quitado. Cortés les autorizó buscarlas, pero sólo tres de las mujeres quisieron
regresar. La mayoría prefirió quedarse con los soldados españoles `con quienes estaban';
unas se escondieron, otras dijeron que `no querían volver a idolatrar... y aun algunas de
ellas estaban ya preñadas...'

Durante las primeras décadas de la Colonia fue muy escaso el número de mujeres
españolas. En su mayoría los colonizadores establecieron relaciones maritales con las
indígenas. Algunas de estas uniones fueron relativamente estables. Sin embargo, muy
pocas culminaron en el matrimonio, el cual generalmente sólo se realizó cuando se
trataba de indias principales. Los numerosos hijos de estas uniones constituyeron una
preocupación constante para los religiosos. El Obispo Marroquín se refirió
frecuentemente a ellos en su correspondencia con el monarca.

La suerte de los mestizos fue diversa. Los menos alcanzaron posiciones encumbradas,
como el hijo de Cortés y doña Marina, o la hija de Alvarado con doña Luisa
Xicoténcatl. Otros fueron atendidos directamente por el padre. La mayor parte pasó a
engrosar los estratos medio y bajo en las ciudades. Con el tiempo, conforme hubo más
mujeres españolas y criollas, fue más raro el matrimonio como producto de tales
uniones, y los prejuicios se afianzaron. Los mestizos se vieron marginados, en una
posición ambigua, pues eran despreciados por los españoles y menospreciaban a su vez
a los indios. Juan de Solórzano y Pereyra dijo que eran de origen `infame', porque `lo
más ordinario es, que nacen de adulterio, o de otros ilícitos, y punibles ayuntamientos,
porque pocos Españoles de honra hay, que casen con indias...' Según este autor,
representativo del pensamiento criollo, sobre ellos caía `la mancha del color vario, y
otros vicios, que suelen ser como naturales y mamados de la leche...'

En peor situación estaban los negros; los mulatos, resultado de uniones de negros con
blancos; y los zambos, de uniones de negros con los indios. Sin embargo, el hecho es
que esta población existió desde el principio, y que fue aumentando hasta llegar a
constituir la mayoría en algunas regiones.
Los hijos de españoles, nacidos en América, fueron llamados criollos. Los españoles,
así los peninsulares como los que se establecieron en el Nuevo Mundo, alimentaban
prejuicios contra ellos, y los discriminaban. Solórzano y Pereyra, criollo limeño, los
defendió en su Política Indiana.

Relata este autor la anécdota de un obispo de México que incluso puso en duda que los
criollos pudieran ser ordenados sacerdotes. Según Solórzano, los que más los
menospreciaban eran algunos religiosos llegados de España, que tenían interés en
excluirlos de las prelacías.

Como puede apreciarse, la sociedad de la Colonia estaba llena de discriminaciones,


ambigüedades y prejuicios étnicos y de otros tipos. Por una parte, se trataba de separar
la `república' de los españoles de la `república' de los indios. Pero fue imposible lograr
tal propósito. Sólo muy al principio se pudo mantener parcialmente la total separación
residencial que se pretendía. Hubo tensiones entre los primeros conquistadores y los que
llegaron después, entre españoles y criollos, entre blancos y mestizos. Se discriminó a
los `de color vario'. De ahí que desde muy temprano emergiera entre las élites urbanas
la preocupación por la claridad de la tez. No obstante, fue imposible mantener separados
a los indios de los otros grupos étnicos. Poco a poco, especialmente en las ciudades, la
realidad étnica fue la mezcla, que lenta y trabajosamente se fue abriendo pequeños
espacios sociales, económicos y políticos.

La `Cultura de Conquista'
Es conveniente ver el resultado de la Conquista desde el punto de vista sociocultural o
antropológico. El carácter militar de la misma sólo fue decisivo al principio. Tras la
pacificación se dio la parcial transformación cultural de los vencidos y el traslado de la
cultura española de que eran portadores los peninsulares. España, o Castilla si se
prefiere, trató de trasplantar al Nuevo Mundo toda su cultura, construir en Indias una
nueva España y hacer de los indígenas campesinos a la española. Los resultados fueron
muy diferentes de lo previsto. En cuanto a la versión de la cultura española trasplantada,
fue imposible imprimir a la de América toda la variedad y complejidad de la original.
Como en otros casos en que un pueblo conquista y coloniza territorios más o menos
alejados de su lugar de origen, y pretende organizarlos `a su manera', los colonizadores
españoles sólo pudieron `trasladar' una parte de su cultura. Para el análisis de este
proceso, George Foster, en una obra ya clásica, propuso el concepto de `cultura de
conquista'.

España trasladó una cultura `artificial', `regulada' y `simplificada', según lo entiende


Foster. En el viaje de la cultura española a las Indias hubo una `reducción' o `despojo',
mediante lo cual se eliminó un gran número de elementos de la cultura original, muchas
de cuyas configuraciones se simplificaron en términos de su complejidad y su variedad.
De todos los idiomas que se hablaban en la Península, solamente pasó a América el
castellano (que precisamente entonces comenzó a ser conocido también como
`español'); de muchas clases de arado, únicamente se divulgó el dental andaluz; de
muchas técnicas de pesca, pasaron sólo unas cuantas; y así sucesivamente. Por ejemplo,
en urbanismo no se consideró factible ni práctico aplicar todos los modelos existentes
en la Península; al contrario, se optó por un modelo `moderno', rectilíneo, en `damero' o
`parrilla'. Este modelo se comenzó a aplicar con algunas vacilaciones en La Española, y
luego de manera relativamente uniforme en Panamá a partir de 1519, y en México desde
1521. Entre los antecedentes de dicho `esquema' urbanístico se pueden citar unos
cuantos en España: el de Villarreal de Burriana (Castellón), alrededor de 1271; el de
Briviesca (Burgos), entre los siglos XIII y XIV; el caso relevante de Puerto Real, en la
Bahía de Cádiz (1483); y el campamento de los Reyes Católicos en el sitio de Granada,
en 1491.

Los `conquistadores', para denominarlos genéricamente, aunque no todos participaran


en las campañas militares, provenían de distintas regiones y tenían diversos
antecedentes, por lo cual no constituían una `muestra' representativa de su sociedad de
origen. Puesto que no poseían un conocimiento completo de la cultura española del
momento, tampoco podían `repetir' en el Nuevo Mundo todas las manifestaciones de la
herencia cultural peninsular: en parte porque no la conocían bien, ya que en su mayoría
eran labriegos, o bien porque no siempre resultaba funcional, y a veces porque uno solo
de los ejemplos peninsulares resultaba suficiente. Hubo necesidad de adoptar una
especie de `denominador común cultural' que facilitara su labor. En consecuencia,
mientras en la Península había un complejo y rico mosaico cultural, la `Cultura de
Conquista' resultó más o menos homogénea, una especie de `selección' sui géneris.

En cuanto a la aculturación de los aborígenes, no tuvieron igual importancia todos los


aspectos de la cultura española; por otra parte, tampoco los indígenas fueron igualmente
receptivos a todo lo que se les trató de enseñar. España dio preferencia a la religión
católica. Sin embargo, el aspecto `sagrado' de las culturas es de lo más difícil de
abandonar ante la opción de nuevas creencias. De hecho, los indígenas en una forma u
otra, de acuerdo con las regiones y circunstancias, se las arreglaron para conservar parte
de su tradición y concepción religiosa. El resultado fue una `mezcla'. En cambio, en
agricultura se adoptaron más fácilmente instrumentos, cultivos y tecnología. Algo
semejante ocurrió en lo artesanal, en el que se incorporaron nuevos utensilios, oficios y
formas de organización laboral. Asimismo, los requerimientos prácticos para el control
y explotación de los aborígenes hicieron que se prestara especial atención a los patrones
de asentamiento, y se obligara a los indios a vivir conforme al poblado castellano, con el
trazado de las ciudades y villas hispanoamericanas.

La Frustración de los Conquistadores


Ya se dijo antes que las expediciones se debieron a la iniciativa privada, y que aquellos
que participaron en ellas lo hicieron por su cuenta y riesgo, a la espera de recompensas.
Este no era un hecho inusitado, ya que así se había procedido en buena medida en la
Península durante la Reconquista de los territorios controlados por los moros. Se
esperaba pues, que tras el éxito vinieran necesariamente las recompensas y los
reconocimientos. Los conquistadores sabían que la nobleza castellana había surgido
durante la Edad Media, como premio a servicios militares prestados en las guerras
contra los árabes. Por tanto, presentaron sus hechos heroicos como una `gloriosa
empresa política de carácter nacional y con propósitos trascendentales de tipo religioso'.
Cortés resumió tal actitud cuando escribió a Carlos I luego de su éxito en México:
...me ha de mandar vuestra majestad cesárea muy grandes y
crecidas mercedes, no habiendo respecto a lo poco que mi
pequeña vasija puede contener, sino a lo mucho que vuestra
celsitud es obligado a dar a quien tan bien y con tanta
fidelidad sirve como yo le he servido.

La alta nobleza no participó en las expediciones y aquellos que lo hicieron en su


mayoría eran hidalgos a lo sumo; por ello esperaban obtener el ennoblecimiento,
además de fama y riqueza. Quizás en un principio soñaron con volver a España para
disfrutar su nueva posición, aunque luego se percataron de que debían quedarse en el
Nuevo Mundo, donde trataron de integrar una sociedad similar a la de la Península, en
la que ellos serían los señores. Sin embargo, no tomaron en cuenta lo prolongado que
sería el proceso de `construir' la nueva sociedad, que una buena parte de ellos moriría en
el intento y que aquellos que alcanzarían el éxito, como en efecto ocurrió, no sería sino
tras largas vicisitudes, cuando ya fueran hombres maduros. Entonces, con un dejo de
amargura, consideraron que los honores y las recompensas no estaban a la altura de los
riesgos corridos, de los sacrificios hechos y del desgaste de sus vidas. De allí su
insatisfacción o su frustración. Según ellos, se les negaba lo que en justicia les
correspondía.

Dos citas bastarían para dar una idea de la sociedad que los conquistadores esperaban
crear en las Indias. Por una parte, el Virrey de la Nueva España declaró, en 1554, que
los españoles habían ido a las Indias para `no pechar [gravamen impuesto a la clase
humilde en la Península], ni servir, y acá no quieren trabajar'. Por otra parte, el
franciscano Fray Jerónimo de Mendieta escribió:

...el más ruin de España tiénese como el mejor caballero;


y como traigan todos muy decorado, que han de ser servidos
en los indios por sus ojos bellidos... todos los
españoles, hasta el vil y desventurado, quieren ser
señores y vivir por sí [sin trabajar], y no servir a nadie
sino ser servidos.

Las grandes fortunas obtenidas en Indias fueron excepcionales, y sólo unos cuantos
obtuvieron títulos de Castilla. Los más recibieron tierras y encomiendas, que sólo les
permitieron vivir de `sus rentas', sin trabajar. Empero, con la disminución de las
poblaciones indígenas bajaron los ingresos que éstos proporcionaban a los
encomenderos. La mayor parte de los españoles deploraba que los beneficios de la
Conquista sólo alcanzaban a los altos funcionarios y que éstos, para colmo, los
controlaban y regateaban a quienes los merecían. Rara vez recibieron los conquistadores
los mejores cargos, que generalmente se otorgaron a los peninsulares que llegaron
despues. Los primeros fueron buenos soldados, pero malos administradores. La Corona
no estaba dispuesta a dejarlos solos, a su propio albedrío. Se dieron casos inclusive en
que se enfrentaron unos a otros, sin saber mantener lo conquistado.

Los archivos de España e Hispanoamérica están llenos de expedientes de solicitudes de


mercedes por méritos, las cuales usualmente tardaban mucho en ser atendidas. Los
solicitantes se sentían menospreciados. Es fácil apreciar tal situación en los textos de los
siglos XVI y XVII, y la obra de Fuentes y Guzmán podría ser un buen ejemplo. Siempre
hubo un latente descontento y ello dio un sello especial a las relaciones entre la Corona
y los conquistadores, e inclusive entre aquélla y los descendientes de éstos. De aquí
surgio el `criollismo' y el `sentimiento de patria'.
Recapitulación
Se inició este ensayo con la afirmación de Chaunu acerca de que el siglo XVI significó
la mayor mutación jamás habida del espacio humano. La geografía del mundo se
sometió a una profunda revisión, que obligó a cambiar todas las concepciones
anteriores. Aunque la Tierra se agrandó, sus extremos se acercaron. A partir de entonces
ya no hubo gran espacio continental alguno, cuya existencia se desconociera. Quedaron,
eso sí, espacios interiores sin penetrar, islas sin descubrir, pero la Tierra se hizo una.

El espacio americano pasó a ser parte del `mundo europeo', al que se vio sujeto y del
que fue dependiente. Las expediciones iniciaron los intercambios trasatlánticos, que
tantas consecuencias tuvieron en el Nuevo Mundo: nuevas enfermedades, otras especies
vegetales y animales, que transformaron irremediablemente el paisaje físico y social.
También hubo efectos en la otra dirección, aunque menores: alguna clase de sífilis,
especies vegetales (basta recordar las más importantes: maíz, papa o patata, tomate,
mandioca o yuca), que se propagaron por todas partes, y transformaron la vida del Viejo
Mundo.

Aquellos intercambios fueron transoceánicos, ya que también se realizaron con Asia y


Oceanía. Se rompieron aislamientos y barreras. De todos los continentes, el más mestizo
resultó ser América. Europa ha seguido siendo más o menos `blanca', Asia más o menos
`amarilla', y Africa más o menos `negra', pero América recibió aportes demográficos
significativos de todas partes, para convertirse en el Continente Mestizo por excelencia.

No hay duda de que la ocupación de las Indias implicó un proceso doloroso y


destructivo. Sin embargo, la acción de España no se debe analizar fuera de contexto. La
conquista y la colonización españolas no resultaron diferentes de lo que entonces se
acostumbraba y de lo que después se hizo en otros procesos de colonización y de
dominación. Se pueden analizar, a manera de ejemplos, la actuación de los alemanes en
Venezuela; la de los franceses, portugueses o ingleses en otras partes de América y del
mundo, para comprobar que los efectos destructivos fueron comunes, y que los factores
más graves (las nuevas enfermedades, por ejemplo) no dependieron de la voluntad de
España.

Se podría pensar que los conquistadores fracasaron en lo político, pero en todo caso
fueron fundadores de sociedades nuevas, y éstas han podido exhibir sus propias
deficiencias y arrastrar sus propias rémoras. En muchos aspectos, la sociedad indiana
dominante fue anacrónica, dependiente o subordinada respecto de Europa, a la que
imitaba con retraso. Pero también fue original, pues tuvo que improvisar en la solución
de problemas nuevos, desconocidos en España. Algunos de esos problemas pudieron
inclusive influir en el curso de los acontecimientos en otras partes del mundo.

La primera etapa de nuestra historia colonial fue la más dinámica. Sus efectos se
prolongaron por largo tiempo. La improvisación y la solución de situaciones nuevas
obligaron a tomar decisiones que, una vez probadas, se repitieron. En tal sentido, la
sociedad se anquilosó, y fue después muy difícil encontrar soluciones diferentes.
Durante las primeras décadas de la colonización española se realizaron profundas
modificaciones en todo el Reino de Guatemala. Por un lado, se comenzó a borrar la
separación prehispánica entre Mesoamérica y las zonas de influencia andina o caribe. Se
afirmó la distribución demográfica preexistente, aunque disminuyeron los índices de
densidad poblacional. Las zonas con mayor población (los altos de Chiapas, Guatemala,
occidente de Honduras y El Salvador) mantuvieron tal condición, y en ellas se
establecieron las principales ciudades españolas. La única área poblada antes de la
Conquista que se despobló (aunque todavía se discute en qué medida) fue la Costa del
Pacífico. La Costa atlántica mantuvo los mismos bajos índices o en algunas regiones se
despobló del todo. Esta fue una zona donde los españoles no pudieron consolidar un
dominio continuo. En consecuencia, los resultados inmediatos de la Conquista y
especialmente de la colonización conformaron los patrones de ocupación y
asentamiento que se mantuvieron en los siguientes cuatro siglos, hasta mediados de
nuestra centuria en que se dieron cambios profundos en dichos patrones.

La presencia española, durante la Conquista y luego durante la colonización, es un


hecho muy complejo, que puso en marcha complicados procesos interrelacionados, con
implicaciones que todavía no se conocen plenamente. Se trata de una etapa de
profundos cambios como no ha habido otra en nuestra historia, y cuyas repercusiones se
pueden apreciar todavía en la sociedad contemporánea. Aun cuando ello no fuere del
agrado de todos, la verdad es que entonces se inició la `construcción' de la actual
sociedad guatemalteca contemporánea. Lo que ocurrió en aquella época no se puede
cambiar u omitir. Es un conjunto de hechos sociales que se debe estudiar, explorar y
comprender, a fin de conocer nuestros orígenes y nuestra realidad actual.
JORGE LUJÁN MUÑOZ

Introducción: Organización del Orden


Colonial

Los Orígenes
En 1492, y justamente en el campamento del sitio a la ciudad de Granada, llamado
Santa Fe, los Reyes Católicos firmaron con Cristóbal Colón el contrato del viaje que
culminó el 12 de octubre con el descubrimiento de un Nuevo Mundo.

Recurrieron a una forma jurídica por la cual concedían al futuro descubridor la merced
real correspondiente. El instrumento legal, conocido como `capitulación', marcó, sin que
nadie lo sospechara entonces, el punto de partida en la historia jurídico-constitucional,
administrativa, económica, social y política de Hispanoamérica.

En el contrato, Colón se comprometía a tomar posesión, en nombre de Castilla y León,


de todas las islas y tierras que hallara en dirección de Cipango y la China, para cuyos
monarcas llevaba cartas. A cambio recibiría parte de los beneficios económicos, la
cesión (hereditaria para sus deudos) de las dignidades atinentes y los títulos de
Almirante del Mar Océano, Virrey y Gobernador de todos los territorios aludidos.
Dichas capitulaciones, históricamente conocidas como Capitulaciones de Santa Fe,
fueron el comienzo del proceso del descubrimiento y conquista. Los monarcas, al
comprobar que las tierras descubiertas conformaban todo un continente, se dieron
cuenta que de respetar al pie de la letra los términos del contrato, el Almirante tendría
un enorme poder, capaz de rivalizar con el de ellos mismos. En las siguientes décadas,
por lo tanto, se inició un procedimiento de renegociación a fin de reducir las
concesiones otorgadas a los Colón. Sin embargo, el marco normativo entonces iniciado
se mantendría en términos generales: firmar contratos con particulares a quienes se
otorgaban concesiones o mercedes para descubrir y conquistar nuevos territorios en
nombre de la Corona; a cambio de ello obtendrían recompensas (tierras, poder y
riqueza), que variaron con el tiempo.

La Moderna Monarquía Nacional


Uno de los hechos políticos fundamentales de la edad moderna europea fue el
surgimiento de los Estados nacionales gobernados por monarquías absolutas. España
fue un país pionero en este movimiento político, gracias a su temprana unidad dinástica
y al esfuerzo iniciado por los Reyes Católicos por afirmar el poder de la Corona frente a
la nobleza. Si bien la dominación de América se inició en un contexto con
reminiscencias medievales, la monarquía se esforzó por evitar el surgimiento de poderes
rivales y por mantener centralizado el sistema político. Se buscaba así evitar el
surgimiento de regionalismos como los existentes en la misma Península Ibérica, con
legislación o derechos (`fueros') propios. El Nuevo Mundo sería uno, todo bajo el
dominio indiscutible de la Corona, con autoridades nombradas por ésta, que gobernaran
en su nombre, con poderes directos o indirectos para otorgar y vigilar las mercedes
sobre las cuales la monarquía ejercía jurisdicción absoluta. Serían autoridades sujetas a
una sola legislación, la castellana o la propiamente indiana en su caso.

Por supuesto, las distancias y otras razones coyunturales permitieron que muchos
funcionarios abusaran de su poder, pero siempre estuvieron sujetos a la autoridad real,
por medio de los virreyes y presidentes-gobernadores, los oidores, las audiencias (que a
diferencia de las españolas, no sólo tuvieron funciones judiciales sino también de
gobierno), los Juicios de Visita y Residencia, etcétera. A pesar de los problemas
consiguientes y hasta de algunos conflictos de jurisdicción, la autoridad de la monarquía
siempre se mantuvo firme.

Durante las primeras décadas hubo algunas vacilaciones en cuanto al ejercicio de la


autoridad real, las cuales en el caso de Guatemala no se dieron en gran medida porque la
conquista se inició en 1524 y se afirmó en el curso de la década siguiente. Para entonces
la Corona ya tenía definida una política para controlar a los Adelantados y sustituir su
autoridad inicial por órganos más directamente dependientes de la Corona. Pasadas las
etapas iniciales, más o menos en las dos primeras décadas, quedaron sentadas las bases
del gobierno real en la región.

Los Reyes Católicos y sus sucesores inmediatos estuvieron interesados en afirmar


simultáneamente la unidad dinástica y la unidad nacional. Para reforzar la unidad
nacional consideraron indispensable la unidad religiosa. En el caso de las Indias
Occidentales esa política se trató de ejecutar al impedir el viaje no sólo de aquellas
personas que no profesaran la fe católica sino inclusive de los recién convertidos. En el
marco del centralismo y el absolutismo, el Nuevo Mundo permitió aplicar, sin
obstáculos, el ideal que casi resultaba imposible en la Península, aun cuando fuera una
aspiración generalizada: eliminar todo obstáculo, `fuero', o actividad alguna que se
pudiera oponer a la deseada unidad, bajo la autoridad indiscutida de la monarquía.

Los Indios y las Leyes Nuevas


Sin embargo, el Nuevo Mundo no era un continente vacío, y por lo tanto el nuevo orden
debía tomar en cuenta a sus primitivos habitantes, a quienes la monarquía debía
convertir al cristianismo. Como es bien sabido, desde el principio se discutió la
situación jurídica de los indígenas, y aun la legalidad de la conquista y el derecho de
hacerlos esclavos. Casi de inmediato se prohibió su traslado a la Península y se limitó su
esclavitud, hasta prohibirla finalmente en 1542 por medio de las Leyes Nuevas de
Barcelona.

El citado cuerpo legal marcó un hito importantísimo en la instauración del orden


político español en las Indias. Antes de emitir tales leyes había sido posible la esclavitud
de los indígenas, las encomiendas se extendían a perpetuidad, etcétera. Los españoles
esperaban un sistema social en el cual los vencedores serían señores y los vencidos
siervos y que, por lo tanto, los unos vivirían de las rentas obtenidas de los otros. A partir
de las Leyes Nuevas todo cambió súbitamente: los indios no podían ser esclavos, las
encomiendas desaparecían y con ellas la posibilidad de vivir sin mayor esfuerzo. El
cambio fue tan brusco y se rompieron tantas expectativas que la aplicación de las leyes
resultó imposible. La liberación de los esclavos se detuvo algunos años, pero en ello no
se dio marcha atrás. En cambio, en cuanto a las encomiendas la Corona tuvo que ceder a
raíz de las violentas reacciones registradas en muchas partes, especialmente en Perú,
donde se provocó una revuelta muy difícil de controlar, en la cual se enfrentaron
abiertamente los conquistadores y la Corona. En lo que sería el Reino de Guatemala no
se produjo una rebelión, pero sí hechos violentos como el asesinato del Obispo de
Nicaragua, el dominico Fray Antonio de Valdivieso. Este suceso, único en la historia
del catolicismo en el Reino, ocurrió el 26 de febrero de 1549; el Obispo murió a manos
de Pedro y Hernando Contreras, hijos del que era Gobernador de Nicaragua, Rodrigo
Contreras, yerno de Pedrarias Dávila. Por supuesto, no faltaron otras protestas y
momentos de tensión, pero las cosas no pasaron a más, y la revisión de la supresión de
las encomiendas disminuyó la reacción de los españoles, aun cuando muchos vieran
evaporarse parte de sus sueños de grandeza y también el monto de sus recompensas.

Etapas en la Afirmación del Poder Español


En el proceso de afirmación del poder español en Guatemala, se pueden distinguir
cuando menos cuatro etapas que se estudian en detalle en otra parte de esta misma
sección. La primera se inició con la Conquista y abarcó todo el período alvaradiano,
hasta la muerte del Adelantado en 1541, la cual coincidió con la aprobación de las
Leyes Nuevas y la fundación de la Audiencia de los Confines. La segunda se abrió con
el establecimiento de la Audiencia y la aplicación de las Leyes Nuevas, para cerrarse
con el traslado de la Audiencia a Panamá. La tercera comenzó pocos años después, con
el restablecimiento de la Audiencia, y se extendió hasta finales de siglo; fue la etapa de
los presidentes letrados. La cuarta, que casi coincidió con el siglo XVII, principió con
los presidentes de capa y espada, en un ambiente en el que no sólo se había afirmado el
poder real, sino que la vida entera del Reino tenía ya un orden, a pesar de la
inestabilidad social y económica que se presentó a lo largo del siglo XVII.

Pedro de Alvarado dominó la primera etapa. Su acción militar, su cargo de Adelantado


y los frustrados esfuerzos por ampliar sus dominios fueron factores para ello. Fue aquél
un período inestable e incierto, tanto a causa del mismo programa expansivo del
Adelantado, como por la relativa pobreza minera del territorio. Muchos conquistadores
no estaban contentos y se retiraron. Los que permanecieron lo hicieron aceptando lo que
había, que por cierto era menos que en los grandes virreinatos. No obstante, hechos los
ajustes necesarios podía vivir `dignamente' un número respetable de españoles, con
`casa poblada' y una posición destacada. Sin embargo, se redujeron las rentas de las
encomiendas por la disminución de la población tributaria, y las nuevas oleadas de
inmigrantes demandaban nuevos ajustes. Algunos de los antiguos conquistadores, los
llamados `beneméritos', se empobrecían, y otros, de los recién llegados, se enriquecían.
Estos últimos eran comerciantes de éxito o llegaron formando los séquitos de los
presidentes. Las familias se entrecruzaron y se conformó una élite que paulatinamente
se renovó y amplió.

Sólo los españoles que se mantuvieron en las ciudades pudieron perpetuar su identidad
y mantener su riqueza y categoría social. No obstante, muchos peninsulares dependían
del campo, tanto los encomenderos que recibían los tributos como los propietarios de
haciendas comerciales (añil, azúcar, trigo, ganado). Sin embargo, aunque las empresas
estuvieran en el campo, la auténtica vida hispana era urbana, mientras la vida indígena
se hacía en las comunidades rurales. Esta dicotomía se mantiene con variantes hasta la
actualidad.

Bosquejo del Sistema Burocrático Colonial


A principios del siglo XVI, los Estados europeos apenas habían creado un cuerpo
profesional de funcionarios públicos retribuidos. El sistema burocrático era pequeño,
adecuado para manejar los asuntos de Estados no muy grandes y sin problemas
socioeconómicos excesivamente complejos. Como dice John Parry:

Las modestas secretarías de los reyes medievales habían


estado a cargo de clérigos a los que se podía pagar con
ascensos en la carrera eclesiástica y, en general, la
Iglesia había admitido este sistema, pero con las
salvaguardias que prescribía el Derecho canónico, para
impedir castigar el delito de simonía.

Con la Reforma y la Contrarreforma este sistema hubo de ser revisado a causa del
esfuerzo por evitar, en lo posible, que las prebendas y los beneficios eclesiásticos fueran
utilizados para fines seculares, `al mismo tiempo que el campo de la actividad
gubernamental se iba ensanchando progresivamente requiriéndose cada vez un número
mayor de funcionarios públicos que se reclutaban entre los seglares cultos'.

El sistema educativo, especialmente por medio de las universidades y los estudios


jurídicos, pudo aportar suficientes personas con preparación humanística y jurídica para
cubrir los diversos cargos. Empero, los gobiernos no tenían la costumbre ni los recursos
para pagar estos funcionarios, y había pocas posibilidades de aumentar los ingresos
fiscales, generalmente muy comprometidos por las guerras y otras necesidades más
inmediatas. Por ello lo acostumbrado fue que al conceder el Rey un cargo autorizaba
asimismo una fuente anexa de ingresos, generalmente vinculada a los deberes que
desempeñaba. Cuando el oficio conllevaba autorización para prestar servicios, se
facultaba al funcionario para recibir honorarios o pagos por ellos, de acuerdo a un
arancel previamente establecido. Además, era frecuente que el cargo se concediera por
tiempo indefinido y en ciertos casos de por vida. Por otro lado, fue común que los
allegados al monarca intercedieran para que sus parientes fueran favorecidos con oficios
adecuados a su rango.

En relativamente pocos años y sin demasiadas vacilaciones, la Corona de Castilla


constituyó la estructura política y el cuerpo burocrático necesarios para manejar y
resolver los problemas que súbitamente le planteó la administración de todo un nuevo y
extenso continente. A pesar de las dificultades y rapidez del proceso de descubrimiento,
conquista y colonización, ya que fue realizado casi exclusivamente por particulares, la
Corona supo mantener el control de la situación, y por medio de sus propios
funcionarios asumió, aunque no sin contratiempos, su autoridad. En una o dos
generaciones se superó la etapa de gobierno personal de los jefes de las expediciones, y
se pudo establecer el sistema de gobierno directamente dependiente de la Corona, con
su cuerpo institucional en España y en Indias.

Estructura de la Administración Colonial


En la cúspide del sistema se hallaba el Rey. Inmediatamente después estaba el Supremo
Consejo de las Indias, que por delegación real ejercía la suprema autoridad en las
principales funciones (legislativa, administrativa, hacendaria, judicial, militar, comercial
y eclesiástica), independientemente de los otros Consejos Reales (Hacienda, Guerra,
etcétera). También en España tenía su sede la Casa de Contratación, y a partir de 1600
una Junta de Guerra de Indias. Cada una de éstas con su correspondiente cuerpo de
funcionarios.

En cada circunscripción de Indias se encontraban los agentes o representantes de la


Corona, teóricamente presididos por el Virrey o por el jefe superior en las llamadas
presidencias-gobernaciones. Se escogió el sistema de esferas de acción o sectores
administrativos (Audiencia, Hacienda e Iglesia), de los que el representante supremo del
Rey era sólo una especie de coordinador. Nunca se dio una separación absoluta entre las
diferentes esferas, y los funcionarios, lo mismo que los Ayuntamientos, podían dirigirse
por escrito directamente al monarca.

Al lado del Virrey, o del Presidente-Gobernador en su caso, estaba la Audiencia, que


uno u otro presidía, compuesta por oidores y fiscales, cada uno con relativa
independencia entre sí. De ahí que el Presidente compartiera muchas de sus facultades
con los otros miembros de la Audiencia, y a veces se provocaban enfrentamientos o se
formaban `partidos'. La Audiencia, como tribunal de apelación de su distrito y especie
de Consejo de Estado o cuerpo consultivo, ejercía también ciertas funciones legislativas.

Además existía la Real Hacienda a cargo de los llamados oficiales reales, y bajo la
autoridad nominal del obispo estaba la jerarquía eclesiástica. Esta autoridad era
compartida con el Virrey y con la Audiencia, además de las órdenes religiosas, que
muchas veces actuaban sin sujetarse al obispo.

El sistema suponía, y de hecho estimulaba, canales de comunicación directos con el


monarca. Tanto éste como los órganos superiores administrativos residentes en la
Península desconfiaban sistemáticamente de sus agentes y funcionarios indianos, y
buscaban siempre la mayor cantidad posible de información.

Como bien dice Clarence Haring, era evidente la existencia de dos principios
característicos del gobierno imperial español en las Indias: a) `la división de autoridad y
de responsabilidad', y, b) `el profundo recelo de la Corona con respecto de las
iniciativas (y actuaciones) de sus funcionarios coloniales'. Todo ello contribuyó a que la
función administrativa fuera lenta, inadecuada y muchas veces ineficaz. Era necesario,
en la mayoría de los casos, acudir en consulta o aprobación a las autoridades
peninsulares, con el consiguiente retraso.

La única verdadera centralización estaba en el Rey y en su Consejo. El gobierno


colonial español implicaba un juego de frenos y contrapesos; no se fundaba, como en
muchos Estados democráticos modernos, en la separación de poderes o funciones
(ejecutivo, legislativo y judicial), sino en una división de autoridad entre diferentes
individuos o tribunales donde todos ejercían los mismos poderes. Nunca hubo una clara
demarcación entre las funciones de los varios agentes gubernamentales que intervenían.
Por el contrario, deliberadamente se fomentaba una gran cantidad de superposiciones
para evitar que los funcionarios gubernamentales adquirieran indebido prestigio
personal o cayeran en censurables prácticas de corrupción y fraude. Empero, todos los
controles, incluyendo Juicios de Residencia y de Visita, suspensiones en el cargo,
vigilancias y revisiones, no pudieron evitar los abusos y los excesos, y además
aumentaron las demoras. Era un sistema, como lo reiteró Clarence Haring, ni
intolerablemente malo y tampoco rotundamente bueno.

Complejidades y Problemas del Sistema


Pronto se hizo evidente en las Indias que la legislación castellana no resolvía muchos de
los nuevos problemas que surgían. Se partió de la idea de aplicar los cuerpos legales
castellanos, pero desde el principio se tuvo que emitir leyes específicas para resolver
casos concretos. Así fue surgiendo una legislación casuística, minuciosa y abundante.
La monarquía absoluta, desconfiada y paternalista, que vivía una realidad diferente,
legisló de modo continuo hasta crear un cuerpo de leyes cada vez más voluminoso y
contradictorio. Por otro lado, siempre se tuvo la idea, falsa y de fatales consecuencias
muchas veces, que las Indias conformaban una sola realidad, con lo cual se justificaba
una sola legislación. Las diferencias de una región a otra se hacían notorias y
constantes, pero se mantuvo el criterio de tratar uniformemente a todas las
circunscripciones indianas.

La minuciosidad y el detallismo del sistema legal aún asombran. Se elaboraron


instrucciones tras instrucciones y ordenanzas tras ordenanzas. Se multiplicaron
memoriales y consultas, y una serie prolongada de cédulas pretendió resolver y regular
todas las situaciones. Con el tiempo la copiosa legislación fue difícil de manejar, y en
muchos casos resultó anacrónica o contradictoria. Ello explica los esfuerzos de
compilación realizados desde el siglo XVI y la elaboración de prontuarios de cédulas en
casi todas las audiencias.

El sistema se tornó complicado y oneroso, además de ambiguo y conflictivo. John L.


Phelan, al aplicar el modelo de André Gunder Frank para el `análisis de normas
conflictivas' (conflicting standards analysis), ha elaborado una sugestiva propuesta
acerca de la autoridad y la flexibilidad del sistema burocrático español. Su hipótesis es
que en un sistema de leyes, parcial o totalmente conflictivas, es imposible aplicar todas
simultáneamente. Los propósitos y las normas (goals and standards) resultaban
ambiguos y muchas veces mutuamente contradictorios. En una situación así se generaba
multiplicidad de presiones a las que tenían que ajustarse los funcionarios coloniales para
sobrevivir.

El sistema, si bien tendía a ser rígido y autoritario, y limitaba la libertad o


discrecionalidad de los funcionarios, generó, no obstante, cierta flexibilidad merced a
los procedimientos al alcance de las autoridades de los diversos niveles para decidir
entre las distintas posibilidades que el sistema permitía. Se trataba, de acuerdo a la
experiencia y al `buen criterio', de resolver conforme lo que se suponía era lo
procedente. Además se hacía necesario buscar una solución a los conflictos entre las
órdenes superiores y las realidades y presiones de los intereses locales. Por supuesto, los
funcionarios no siempre tuvieron éxito en su gestión y muchas carreras burocráticas
terminaron en el fracaso y la desgracia, aunque éste no fue el caso de la mayoría. Contra
lo que usualmente se ha supuesto, los funcionarios indianos, tanto superiores como
intermedios, en las capitales como en las provincias, tuvieron posibilidades de
manipuleo y de decisión activa o pasiva, ora posponiendo la ejecución de las leyes, ora
escogiendo aquellas más en consonancia con los intereses que deseaban apoyar o
proteger, lo cual suponía también cierta coincidencia con los criterios manejados por el
órgano superior de consulta.

Phelan sostiene que `la administración colonial española fue, en efecto, un balance
dinámico entre los principios de autoridad y flexibilidad', en el cual la toma de
decisiones era altamente centralizada y descansaba en la Corona y en el Consejo de
Indias. Se equilibraba por algunas medidas políticas y económicas sustanciales de
decisión descentralizada que ejercían los presidentes y funcionarios subordinados.
Haring, por su parte, señaló que desde el Virrey hasta los gobernadores provinciales y
los magistrados locales actuaban frecuentemente con un grado de libertad e
independencia que puede parecer incompatible con los principios de gobierno.

Según Phelan el error quizás ha consistido en asumir que el sistema de la burocracia


española colonial, como en otras organizaciones burocráticas, tenía sólo un propósito o
un conjunto mensurable de propósitos, y que las normas de conducta de sus miembros
no eran mutuamente conflictivas, cuando en realidad sucedía lo contrario. Ello
provocaba una gran distancia entre el cumplimiento y el incumplimiento de las normas,
como un componente necesario del sistema. `A causa de la ambigüedad de los
propósitos y los conflictos entre las normas, era imposible aplicarlas simultáneamente'.
El conflicto entre las normas, que impedía a los subordinados cumplirlas todas a la vez,
les daba una participación en el proceso de decisión sin poner en peligro el control sobre
todo el sistema de parte de sus superiores.

Esferas de la Organización Político-Administrativa


El gobierno español de las Indias se puede considerar dividido en tres áreas o esferas
interrelacionadas: la Corona, la Iglesia y los gobiernos locales (Cabildos). La primera
tuvo órganos peninsulares y regionales, es decir, ejercía su autoridad por medio de
órganos localizados en España y en cada una de las circunscripciones en que se dividía
todo el territorio de las Indias.

La Iglesia constituía una parte complementaria en la labor de gobierno y estaba


íntimamente ligada a la monarquía. Sin embargo, en la Iglesia se aprecian niveles o
subesferas diversas, y funciones muy complejas. El poder supremo regional lo tenía el
obispo o el arzobispo, con su Cabildo Eclesiástico, pero también estaban las órdenes
religiosas, importantes sobre todo en el siglo XVI. Si algo caracterizó a las primeras
décadas del dominio español, fue el papel de defensa del indio y de crítica del sistema,
desempeñado por las órdenes mendicantes, especialmente los dominicos y los
franciscanos. Su actitud fue de condena a los abusos, y de lucha por estructurar una
política más humana que les permitiera cumplir su función espiritual de conversión de
los indios. Resulta obligado reconocer, sin embargo, que su postura varió con los años y
ello fue especialmente notorio en los dominicos. Estos, después de ser los más
fervientes defensores de los aborígenes se convirtieron en el siglo XVII en dueños de
grandes haciendas, en las cuales explotaron a los indios como lo hicieron muchos otros
españoles.

En teoría, el Presidente-Gobernador y el obispo compartían sus responsabilidades


religiosas, pero muchas veces entraron en conflicto. Nominalmente las órdenes
religiosas debían estar sometidas a la autoridad del obispo, pero más de una vez
actuaron como si no lo estuvieran.

Por su parte, los Cabildos seculares debían apoyar la labor de las otras esferas, pero
muchas veces encontraron que sus intereses no coincidían con los de la Corona o con
los de la Iglesia. No obstante, a pesar de toda clase de tensiones, el sistema buscó los
ajustes necesarios y a la larga los encontró.

Características del Gobierno Secular del Reino de


Guatemala
En el capítulo 11 de las Leyes Nuevas, Carlos I mandó fundar una Audiencia en los
`confines' de Guatemala y Nicaragua, y ordenó que sus magistrados gobernaran esas
provincias y los territorios cercanos hasta que la Corona decidiera nombrar
gobernadores específicos. El gobierno colegiado duró poco, sin embargo, pues a partir
de 1560, con el Presidente Licenciado Juan Núñez de Landecho, se ordenó que los
oidores ya no participaran en la gobernación, la cual se concedió al Presidente `ansí y
como la tiene el nuestro visorrey de la Nueva España'. No fue fácil la afirmación del
gobierno unipersonal del Presidente, pero permaneció inclusive después de su
restablecimiento ya con el nombre de Audiencia de Guatemala.

De esa manera la Audiencia se mantuvo sin grandes cambios. Siempre tuvo carácter
pretorial, es decir, no estaba subordinada a la de México, como estuvo la de Nueva
Galicia, ni su presidente estaba supeditado al Virrey en cuestiones de gobierno. El
Reino de Guatemala, por lo tanto, nunca fue parte de la Nueva España en el sentido
político-administrativo, como aparece corrientemente en mapas y libros poco
documentados. Además, los presidentes siempre tuvieron un triple carácter: primero,
eran presidentes del tribunal, y como había varias gobernaciones en su distrito, eran
presidentes-gobernadores (igual que en las Audiencias de Nueva Granada, Tierra Firme,
Nueva Galicia y La Española); en segundo lugar tenían atribuciones de gobierno sobre
su provincia y sobre todo el distrito jurisdiccional de la misma Audiencia (como en las
de Nueva Granada, Tierra Firme y Nueva Galicia); y, finalmente, tenían atribuciones
militares, y por lo tanto derecho al título de Capitán General, en todo el territorio donde
ejercían su gobierno directo (lo mismo que en las de Nueva España, Nueva Granada,
Chile, Tierra Firme, La Española y Filipinas). Por todo ello, se les asignaba un solo
título para todos los cargos: Presidente-Gobernador y Capitán General.
Capitalidad, Patria y Nacionalidad
Ya se ha hecho referencia al sentido urbano que tuvo la sociedad española del Nuevo
Mundo. Alrededor de las urbes se constituyó el núcleo de patria. En cada región
surgieron una o más ciudades importantes, que rivalizaban en su esfuerzo por dominar
el entorno rural de los pueblos de indios. En cada capital de región se centralizaba el
mayor poder. En su Ayuntamiento se concentraba el mando y el prestigio citadino y
regional. Es preciso tener en cuenta que entonces la influencia y las facultades del
gobierno municipal no se limitaban a la circunscripción de la ciudad, ni siquiera (en el
caso de Santiago de Guatemala) al llamado Corregimiento del Valle. El área
jurisdiccional de dicho gobierno era más amplia, se hacía sentir en toda la provincia y
aun en España, donde los Ayuntamientos tenían un representante por cuyo medio hacían
valer su voz y la defensa de sus intereses ante la Corte y ante los organismos
peninsulares.

El Ayuntamiento de Santiago de Guatemala competía con la Audiencia y con el


Presidente-Gobernador-Capitán General. No pocas veces entraron en conflicto, aunque
en otras colaboraron en lo posible, a fin de mantener sus prerrogativas, autonomía y
esferas de poder. Al lado estaba el poder eclesiástico, representado por el obispo y su
Cabildo, por las órdenes religiosas y la Inquisición. En teoría todos debían colaborar en
el gobierno secular y eclesiástico, pero siempre había roces y conflictos no fáciles de
superar.

La capital, Santiago de Guatemala, no sólo dio nombre a la Audiencia y al Obispado,


sino a todo el Reino. En el interior de su élite se creó el primer sentido de patria, el
`orgullo ciudadano' que luego se ampliaría poco a poco al resto de la región, cuando
menos entre los criollos y los ladinos ricos. Lo mismo sucedió en las otras urbes
regionales, de ahí que cada una fuera, en grado diferente, el punto de partida de cada
uno de los regionalismos y, por lo tanto, de los países centroamericanos que surgieron
de la desintegración de la unidad colonial.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

Etapas en la Organización Territorial y


Administrativa

El proceso de organización política de las provincias que surgieron con la conquista de


los señoríos indígenas del área centroamericana se caracterizó por los cambios
constantes, así en el poder central como en las instancias políticas intermedias (alcaldías
mayores y corregimientos). La causa fundamental de tal fenómeno, como se verá más
adelante, se concentró en la disputa entre la Corona y los colonos por el control de las
riquezas del área, básicamente agropecuarias. En tal contexto, la Corona española
eliminó a mediados del siglo XVI el poder omnímodo de los primeros adelantados y
gobernadores, y centralizó las funciones de gobierno. Sin embargo, las acciones de
hecho de los colonos obligaron al Consejo de Indias a introducir cambios sustanciales
en la organización del poder político, lo cual se efectuó en dos ocasiones más durante el
mismo siglo. No obstante, la permanente contradicción Corona-colonos no permitió la
constitución de un poder político central en el área. Es más, los mismos puestos
políticos intermedios contribuyeron a debilitar dicho poder central y a mantener el
regionalismo durante todo el período colonial.

Para una mejor comprensión del tema se analizará primero la evolución del poder
político central y después la de las instituciones políticas intermedias, conocidas
también como `justicias mayores'.

Primeros Gobernadores
La conquista de la región centroamericana se llevó a cabo por encargo de Hernán Cortés
y Pedrarias Dávila, Gobernadores de Nueva España y Tierra Firme (Panamá)
respectivamente, ya que el único proyecto que contó con autorización directa de la
Corona (el de Gil González Dávila) fracasó. De este modo, Pedro de Alvarado y
Cristóbal de Olid, con el título de tenientes de gobernador para actuar en nombre de
Hernán Cortés, realizaron la conquista de los señoríos indígenas de la parte norte de
Centro América, es decir, lo que es actualmente Guatemala, El Salvador y Honduras.
Algo similar sucedió en la parte sur (Nicoya, Nicaragua), que fue controlada por gente
de Pedrarias Dávila. Pedro de Alvarado, en ejercicio del mandato que le había dado
Cortés, conquistó Utatlán, Iximché, Atitlán, Escuintla, Guazacapán y Taxisco, y en los
tres años iniciales de su gobierno nombró los primeros alcaldes y regidores.

El poder de los primeros tenientes de gobernador en el área centroamericana fue


extraordinario, casi absoluto. Repartían tierras e indígenas, disponían de la vida de sus
gobernados, juzgaban, ponían y quitaban alcaldes y regidores, según les convenía. Esto
último aconteció, por ejemplo, en 1525, cuando los pobladores de Santiago de
Guatemala se opusieron a que Pedro de Alvarado despoblara la naciente ciudad para ir a
Honduras a luchar contra Cristóbal de Olid, que había traicionado a Hernán Cortés. En
esta ocasión, en efecto, Alvarado quitó los `oficios' (cargos) a los miembros del
Cabildo, a quienes trató `muy mal de palabras y de hecho'.

En Guatemala, los primeros gobernadores fueron Pedro de Alvarado, doña Beatriz de la


Cueva, y conjuntamente Francisco de la Cueva y el Obispo Francisco Marroquín.
Durante el período de Alvarado hubo dos jueces visitadores, Francisco de Orduña y
Alonso de Maldonado, que gobernaron interinamente.

Gobernación de Pedro de Alvarado (1527-1541)


Los tenientes de gobernador del área centroamericana buscaron, desde el primer
momento, su independencia y autonomía. Algunos encontraron la muerte cruenta, como
sucedió a Cristóbal de Olid en Honduras y a Francisco Hernández de Córdoba en
Nicaragua. Pedro de Alvarado supo utilizar astutamente las riquezas arrebatadas a los
indígenas para lograr una relativa autonomía política respecto de la Audiencia de
México. Francisco de los Cobos y el Duque de Albuquerque, sus protectores en España,
supieron, en efecto, manejar sus caudales, a fin de gestionar y conseguir que el Rey le
otorgara, en diciembre de 1527, el título de Adelantado, Gobernador y Capitán General
de Guatemala (ver Ilustración 22). Recibió así la potestad de ejercer funciones
específicas, de decidir en juicios criminales y civiles, de dictar ordenanzas generales,
expulsar personas del distrito, representar a la persona del Rey y, ante todo, repartir
tierras e indígenas. Sin embargo, debía dar cuenta de sus actos a la Audiencia de
México.

En todas las colonias hispanoamericanas el poder político de los gobernadores sufrió,


desde el primer momento, la oposición y rechazo de la mayoría de conquistadores y
pobladores, pues aquéllos se preocupaban de sus intereses particulares y de los de sus
allegados, y descuidaban la suerte de la gran mayoría de los vecinos. Entre las
gobernaciones que se establecieron a raíz de la Conquista, la de Pedro de Alvarado fue
de las más notorias por sus múltiples excesos, los cuales dieron lugar a que los
españoles de su jurisdicción elevaran graves acusaciones en su contra ante la Audiencia
de México y ante la misma Corte española.

Las acusaciones no siempre cayeron en el vacío, como sucedió en 1529, cuando Pedro
de Alvarado tuvo que defenderse con firmeza ante la Audiencia de México, por una
serie de cargos que le formularon sectores adversos a su antiguo jefe Hernán Cortés. Por
entonces llegó a Guatemala Francisco de Orduña con la calidad de Juez de Residencia
encargado de levantar un proceso a Jorge de Alvarado. Este fungía como Teniente de
Gobernador y un sector de los vecinos le acusaba de cohecho, favoritismo y
acaparamiento de los mejores pueblos de indios. Orduña quitó la `vara de justicia' al
acusado y a los concejales, declaró nulo y sin ningún valor todo lo hecho por dicha
administración, despojó a los acusados de tierras e indígenas y entregó todo ello a
quienes adversaban a los Alvarado. Orduña asimismo prohibió que los vecinos salieran
a buscar oro, bajo gravísimas penas; abofeteó a uno de los alcaldes en plena sala
capitular, y finalmente nombró a los sustitutos de éstos y de los regidores.

Pedrarias Dávila, Gobernador de Nicaragua, tratando de sacar provecho de aquella crisis


política, mandó en 1530 fuerzas que llegaron hasta San Salvador, con la intención de
arrebatar territorios a la gobernación guatemalteca. Afortunadamente para Pedro de
Alvarado, al tiempo de conocer lo que acontecía en sus dominios, se enteraba también
de que las autoridades de la Audiencia de la Nueva España lo liberaban de los cargos
que se le habían formulado. En esta Audiencia se habían recibido noticias de que
Hernán Cortés volvía a México con sus poderes plenamente restituidos y podía tomar
algún tipo de represalias a su retorno. Alvarado regresó en forma rápida a Guatemala y
aquí hizo valer las provisiones que le extendió la Audiencia mexicana, en las cuales
estaba inserto el despacho de su nombramiento de Gobernador y Capitán General,
librado por el Rey. El Adelantado recobró el poder político pleno, en tanto el Juez de
Residencia huía de la ciudad. Con cierto tacto político, Pedro de Alvarado dictó de
inmediato órdenes a fin de imponer silencio a todos aquellos que tuvieran
desavenencias, y amenazó `con pena de muerte a cualquiera que las removiese, por
escrito o de palabra, en juicio o fuera de él'. Asimismo, para hacer sentir su poder, quitó
como cura párroco al Padre Juan Godínez y nombró en su lugar al Presbítero Francisco
Marroquín, pese a que la institución canónica de dicho curato correspondía al obispado
mexicano. Procedió después a expulsar de su dominio a las fuerzas de Pedrarias Dávila
y a consolidar la gobernación. Para todo ello emitió las correspondientes ordenanzas. En
éstas se establecían penas para los españoles que salieran más de dos leguas de la
ciudad. Se prohibía asimismo que los españoles vivieran en sus pueblos de encomienda
y en sus estancias, que maltrataran de obra o de palabra a los indios, sacaran esclavos y
tamemes (cargadores) fuera de la gobernación, se entrometieran en los mercados o
tiánguez de los nativos y les tomaran por la fuerza sus mercaderías.

Alvarado procuró igualmente la defensa de sus límites jurisdiccionales y para ello


mandó a fundar el poblado de San Miguel de la Frontera, a orillas del Río Lempa, y
estableció allí una guarnición con un fuerte contingente de indios y españoles (ver
Ilustración 25). Esto último preocupó a los vecinos de León (Nicaragua), entre quienes
se temía que Alvarado extendiera sus dominios hasta aquella gobernación, en ese
momento acéfala por la muerte de Pedrarias Dávila. Los vecinos de León recurrieron
apresuradamente ante el Rey para solicitarle que no se permitiera al conquistador de
Guatemala cumplir aquellas supuestas intenciones.

Pedro de Alvarado, sin embargo, no estaba verdaderamente interesado en la


Gobernación de Guatemala, a no ser como un lugar adecuado para organizar
expediciones a otras regiones; y para estos propósitos contaba con la abundante
población indígena y las materias primas que facilitaban la construcción de
embarcaciones. El Adelantado se convirtió así en el primer violador de las normas
establecidas por él mismo. En efecto, comenzó a preparar y realizó seguidamente la
expedición al Perú, para la cual, sin contar con la autorización real, esclavizó y sacó de
Guatemala (entre 1533 y 1535) una cantidad (que podía parecer exagerada) de unos
6,000 indígenas. Este hecho irregular costó a Alvarado un nuevo Juicio de Residencia,
que la Corona encargó a Alonso de Maldonado. Este tenía la misión de `informar del
recaudo que había habido en la hacienda real y cómo habían sido tratados y
catequizados los indios naturales de Guatemala y cómo habían estado proveídas las
cosas de la gobernación así en lo espiritual como en lo temporal'.

Alvarado no esperó el Juicio de Residencia y prefirió aprovechar la solicitud de ayuda


formulada por algunos vecinos de Honduras para resolver ciertos problemas internos.
Salió de Guatemala, en efecto, pero con la intención de dirigirse a España, donde
esperaba resolver una vez más algunos asuntos relacionados con las riquezas que ya
había acumulado. Al Ayuntamiento de Santiago escribió `que iba a negociar en la corte
con sus servicios y no con dinero'; aunque en realidad lo hizo con el apoyo de sus
poderosos protectores. Al llegar a Honduras en mayo de 1536 hizo renunciar a Andrés
de Cerezeda y tomó posesión de dicha gobernación. Nombró oficiales de justicia y
fundó los poblados de Gracias a Dios y San Pedro Sula (ver Ilustración 25). También
hizo repartimientos de tierra e indígenas entre los vecinos, y tuvo el cuidado de reservar
para sí los mejores pueblos. Luego emprendió viaje a España.

La ausencia de Alvarado permitió que hubiera en Guatemala una mejoría temporal para
los indígenas, según lo patentiza el Memorial de Sololá.

También durante este período el Gobernador interino, Alonso de Maldonado, apoyó el


proyecto de conquista pacífica de la Verapaz, ideado por Fray Bartolomé de Las Casas.
Con tal fin, Maldonado ordenó a los españoles no interferir durante cinco años en
aquellas regiones que dejó en poder exclusivo de los frailes dominicos.

Pedro de Alvarado logró sus propósitos en la Corte y consiguió en 1538 que se le


confirmara nuevamente en la Gobernación de Guatemala, por un período de siete años.
Retornó en 1539 con grandes poderes, casado en segundas nupcias con doña Beatriz de
la Cueva. Trajo además 20 doncellas, reducidas a simples objetos comerciales, pues se
refiere a ellas como `...mercadería que no me quedará en la tienda nada, pagándomela
bien, que de otra manera excusado es hablar de ello'. A su regreso se detuvo
temporalmente en Honduras, donde entró en arreglos con el Adelantado Francisco de
Montejo, pues éste, durante la estancia de Alvarado en España, se había apoderado de la
región y había abolido los repartimientos de indios que aquél había hecho. Como
producto de la negociación, Montejo aceptó desistir de `la gobernación de Honduras en
favor de don Pedro, mediante la cesión que éste le hacía de la de Chiapas, de la
encomienda de Suchimilco, en la Nueva España, y del compromiso que contraía de
pagar dos mil pesos que Montejo debía a algunas personas'.

El retorno de Alvarado significó nuevamente el recrudecimiento de la esclavitud y de la


explotación brutal de los indios guatemaltecos, pues llegó con el nuevo proyecto de una
expedición hacia el Archipiélago de las Molucas. Un mes antes de hacerse a la vela, en
respuesta a una solicitud del Cabildo, Tonatiuh, como lo llamaban los nativos, hizo
ahorcar al rey cakchiquel, el Ahpopzotzil Cahí Imox, y también a Quiyavit Caok. Antes
de salir de Guatemala nombró a Francisco de la Cueva, primo hermano de su esposa
Beatriz, para que administrara sus dominios con la calidad de Teniente de Gobernador.

Gobernación de Doña Beatriz de la Cueva (1541)


Pedro de Alvarado no pudo llevar a cabo la expedición al Lejano Oriente, pues mientras
se preparaba para zarpar en las costas de Jalisco, el Gobernador de Nueva Galicia
(México) le solicitó ayuda para combatir un alzamiento de cerca de 10,000 indígenas
que se habían atrincherado en un peñón. En la refriega fue arrastrado cuesta abajo por el
caballo de otro español que había perdido el equilibrio, y sufrió golpes de consideración
que le ocasionaron la muerte. Así desapareció el conquistador y primer Gobernador de
Guatemala, de quien el historiador guatemalteco Ernesto Chinchilla Aguilar hizo la
semblanza siguiente:
Fue entre los capitanes españoles de la conquista del
Nuevo Mundo, un personaje audaz y aventurero, valiente
hasta la temeridad, duro y cruel, brillante cortesano y
ducho en cosas de hacer y deshacer ante los reyes, siempre
presente en la mayor rudeza de las batallas, infatigable
en la lucha de abrirse paso, por mar y tierra, a través de
las desconocidas y solemnes maravillas del Nuevo
Continente, cuyas tierras holló, en Cuba, México,
Guatemala, El Salvador, Honduras y el Perú, en tan
desmedida proporción de acciones que señalan el carácter
ambicioso, rapaz y temerario de su persona y de su siglo.

El Cabildo de la ciudad de Guatemala, informado de la muerte de Pedro de Alvarado,


hizo caso omiso de la orden que le transmitió el Virrey de Nueva España:

...y pues él le dejó por su teniente de gobernador [a


Francisco de la Cueva], por la confianza que de él tenía y
no menos tengo yo de su persona, y hasta que Su Majestad
otra cosa sea servido de proveer le tendréis y
obedeceréis, Señores, por tal Gobernador.

El Cabildo procedió por cuenta y autoridad propia en contra de lo que se le había


ordenado y nombró como Gobernadora a doña Beatriz de la Cueva. José Milla
considera que el Cabildo actuó coaccionado por la misma doña Beatriz, y dice que ésta
aceptó y firmó el acta con la expresión `la sin ventura Doña Beatriz'. En su primer acto
de gobierno, `la sin ventura' nombró a Francisco de la Cueva como Teniente de
Gobernador, pero se reservó la exclusividad en la provisión de repartimientos de indios
a los españoles. La Gobernadora duró sólo dos días en el desempeño de su cargo, pues
murió trágicamente con parte de su servidumbre en la inundación de la ciudad de
Santiago, el 11 de septiembre de 1541.

Gobernación de Francisco de la Cueva y del Obispo


Francisco Marroquín (1541-1542)
Nuevamente el Ayuntamiento guatemalteco dio muestras de autonomía al designar a
quien debía reemplazar a doña Beatriz, pues desoyó una vez más lo mandado por el
Virrey de México y nombró para ejercer conjuntamente el cargo de Gobernador a
Francisco de la Cueva y al Obispo Francisco Marroquín. Este último `no quería admitir
el cargo, pero hubo de acceder a las insistencias de los capitulares y del vecindario que
comprendían la conveniencia de que tan respetable sujeto tuviese parte en el gobierno
en tan críticas circunstancias'. A estos gobernadores correspondió enfrentar la crisis
derivada de la inundación, decidir el sitio de la nueva ciudad y hacer los
correspondientes repartimientos de solares y tierras.

Durante el año de su gobierno conjunto (1541-1542), las relaciones entre el Obispo


Marroquín y Francisco de la Cueva no fueron armoniosas. En efecto, Marroquín se
quejaba, en una de sus cartas al monarca, de la conducta del segundo, a quien
consideraba `no cuidadoso en la justicia, no de notable ejemplo, nada amigo de buenos'.
Y en otra, el Obispo agregaba: `...tiene tan bien de comer que el adelantado [Alvarado]
nunca tuvo tanto'.
Sin embargo, el Virrey de Nueva España no aceptó lo actuado por el Cabildo
guatemalteco y envió nuevamente a Alonso de Maldonado para gobernar interinamente
la Provincia de Guatemala, mientras el Rey otorgaba el cargo en propiedad. Se encargó
al funcionario llevar a cabo el Juicio de Residencia post mortem sobre la conducta más
reciente de Alvarado y se le mandó no permitir insubordinación alguna.

Audiencia de los Confines (1542-1564)


Durante las décadas de 1530 y 1540 la Corona española, presionada por algunos frailes
dominicos, con Bartolomé de Las Casas a la cabeza, y motivada por fuertes intereses
económicos, impulsó profundas transformaciones económicas y políticas. Por ejemplo,
limitó el poder de los adelantados y encomenderos, quienes hasta entonces habían
logrado dejar a la Corona sólo una mínima participación en el despojo colonial. Por otra
parte, al promulgar en noviembre de 1542 las Leyes Nuevas, conocidas también como
Ordenanzas de Barcelona, la Corona creó el basamento jurídico del orden institucional
de la Colonia. En dichas leyes se establecieron las líneas fundamentales para el uso y
explotación de la mano de obra indígena, y se definió la estructura jurídico-política, así
como los principios de Derecho Procesal que debían observarse en la administración de
la justicia.

Las Leyes Nuevas produjeron una cierta reorganización socioeconómica. Por medio de
ellas se prohibió hacer esclavos a los naturales y se ordenó la libertad de los que había
hasta la fecha; se suprimió la condición de los tamemes, o sea los indios obligados a
conducir cargamentos sobre sus espaldas; se recomendó a las audiencias reducir los
repartimientos de indios dados en cantidades excesivas, y se instruyó a los gobernadores
para encomendarlos mediante nuevas provisiones. Por otro lado, se suprimió el poder
incontrolado de los gobernadores (al menos de iure); se concentró en las audiencias el
conjunto de las funciones de gobierno y justicia, tanto en lo civil como en lo criminal, y
se determinaron las atribuciones y procedimientos pertinentes. Las audiencias, en
efecto, se reconocieron como tribunales superiores de justicia, ante los cuales se podían
apelar asuntos que no excedieran de 10,000 pesos, pero además se les dieron, de modo
preferente, funciones de cuerpos colegiados de gobierno, con funciones políticas,
legislativas, administrativas, militares, económicas y religiosas.

El proceso de institucionalización del orden colonial no resultó fácil en la mayoría de


las colonias, pues se encontró la resistencia de adelantados, gobernadores y
principalmente encomenderos, que temían que dichas medidas les llevarían a la ruina.
La reacción desembocó en disturbios sangrientos en el Perú, Nicaragua y Chiapas. De
éstos el más terrible fue el que tuvo lugar en León (Nicaragua), donde los hijos del
Gobernador Rodrigo de Contreras asesinaron al Obispo Antonio de Valdivieso, porque
a éste se le consideraba como promotor de los cambios jurídicos recién aprobados por la
Corona en favor de los indios y en contra de los encomenderos. Las Leyes Nuevas, sin
duda alguna, disminuyeron no sólo de iure sino también de facto el poder omnímodo
que hasta entonces habían tenido los gobernadores. Mandaron que los oficiales reales
fuesen despojados de los indios que tenían en encomienda; prohibieron definitivamente
la esclavitud de los indígenas y que se les utilizara como cargadores, a no ser en casos
extraordinarios; y eliminaron la posibilidad de sacarlos de sus tierras, so pena de muerte
para los responsables.
A mediados del siglo XVI existían motivos suficientes para reorganizar el poder
político en las colonias hispanoamericanas, lo cual quizás era más necesario en lo que
actualmente es la región centroamericana, como bien lo indica Francisco Antonio de
Fuentes y Guzmán:

...las conquistas habían terminado, las fundaciones de las


villas y las ciudades se habían establecido, aumentándose
las vecindades, y que los repartimientos de indios siendo
numerosos y de provecho, ocasionaban pleitos y disturbios
y sinsabores, multiplicando sentimientos y grandes quejas
contra el Gobernador, en quien estaba conferida la
facultad de encomendar los indios, y que además de estos
motivos, los gobernadores de las provincias contendían
entre sí mismos sobre la posesión de las provincias...

En relación con el Reino de Guatemala, las Leyes Nuevas u Ordenanzas de Barcelona


trataron de resolver la anarquía interna de las provincias y las contiendas entre las
principales personalidades y autoridades de las gobernaciones de Guatemala, Honduras
y Nicaragua, para lo cual determinaron el establecimiento de:

...una Audiencia Real en los confines de Guatemala y


Nicaragua, en que haya cuatro oidores letrados, y el uno
de ellos sea Presidente, como por Nos fuere ordenado; y al
presente mandamos que presida el licenciado Maldonado que
es oidor de la Audiencia que reside en México; y que esta
Audiencia tenga a su cargo la gobernación de las dichas
provincias y sus adherentes, en las cuales no ha de haber
gobernadores, si por Nos otra cosa no fuere ordenado.

El territorio sobre el que la Audiencia de los Confines tenía jurisdicción comprendió al


principio desde Yucatán, Chiapas y Soconusco por el norte, hasta Tierra Firme
(Panamá) por el sur, pero a mediados de siglo la Provincia de Yucatán pasó a México y
Panamá a la Audiencia de Lima (ver Ilustración 25).

La selección y nombramiento de las primeras autoridades de la Audiencia de los


Confines fue otro de los logros de Bartolomé de Las Casas. Sabía éste, en efecto, lo
difícil que era hacer realidad lo mandado en las Leyes Nuevas, debido a los profundos
intereses económicos que los encomenderos estaban prestos a defender.
Afortunadamente, para entonces habían muerto ya los conquistadores Pedro de
Alvarado y Pedrarias Dávila y sólo quedaba Francisco de Montejo en la Gobernación de
Honduras. El primer Presidente, Alonso de Maldonado (1544-1548), sin embargo, no
respondió a las expectativas de Fray Bartolomé de Las Casas. Aquél no ejecutó lo
mandado en las leyes y fue muy benigno en el Juicio de Residencia seguido post
mortem contra Pedro de Alvarado. Es más, a fines de 1544 escribió a la Corona
opinando `que las Leyes Nuevas parecían demasiado severas y que la Audiencia se
había detenido en aplicarlas, a la espera de instrucciones de España y en vista de lo que
estaba ocurriendo en Perú y México'.

En efecto, Alonso de Maldonado, Presidente de la Audiencia, ya no era el mismo que


había conocido Las Casas en el tiempo de su proyecto de conquista pacífica en 1536
(supra, Gobernación de Pedro de Alvarado). Esta vez actuó en otra forma, como lo hace
ver Cerrato:
...la culpa de todo esto corresponde al Presidente, porque
los oidores dicen que como él era el presidente y un
hombre experimentado en la tierra y además viejo, ellos no
harían sino seguir su ejemplo. Y como él tenía indios de
encomienda -como también los tenían su suegro [Montejo],
sus cuñados y su hermanonada se podía ordenar en favor de
los indios; todo ello causa mucho daño a la reforma que ha
deseado introducir...

Agrega Cerrato, al referirse a los oidores que trabajaron con Maldonado:

¿Cómo pueden ser liberados los esclavos indios cuando el


mismo oidor tiene 200 ó 300 esclavos? ¿Y cómo puede ser
erradicado el servicio personal cuando el oidor tiene 50
indios en su casa, acarreando agua, leña, forraje y otras
cosas? ¿Y cómo pueden suprimirse los tamemes por un oidor
que tiene 800 de ellos en las minas, y cuando aun sus
perros son cargados por tamemes?

Sin embargo, Bernal Díaz del Castillo, síndico por entonces del Ayuntamiento de
Santiago de Guatemala y representante de los intereses de los encomenderos,
especialmente de los de pueblos cacaoteros de Sonsonate y Suchitepéquez, opinó que
Maldonado había sido un buen juez.

Dadas las circunstancias, Fray Bartolomé de Las Casas hizo sentir de nuevo su
influencia ante la Corona y logró la sustitución de Maldonado por Alonso López de
Cerrato, que gobernó de 1548 a 1555. Historiadores contemporáneos de diversas
escuelas concuerdan en señalar la rectitud y energía de Cerrato en lo referente a la
liberación de los esclavos y la organización de la nueva sociedad. Julio C. Pinto Soria,
en cambio, sigue a Marcel Bataillon al afirmar que Severo Martínez Peláez cae en la
simple apología de Cerrato, pues olvida que este último en realidad se valía `...de
cualquier argucia, una de ellas, la manipulación de los caciques indígenas, para crear
frente a la Metrópoli la imagen de un funcionario modelo y así lograr su nombramiento
a perpetuidad que le permita seguir enriqueciéndose a costa del pillaje colonial'.

La verdad es que durante la gobernación de Alonso López de Cerrato disminuyeron los


tributos, se liberaron los esclavos indios, fueron separados los naborías de sus amos y se
disminuyó el uso de tamemes. El Memorial de Sololá, asimismo, dice de Cerrato:

...durante este año [1549] llegó el Señor Presidente


Cerrado [sic], cuando todavía estaba aquí el Señor
Licenciado Pedro Ramírez. Cuando llegó condenó a los
castellanos, rebajó los impuestos a la mitad, suspendió
los trabajos forzados e hizo que los castellanos pagaran a
los hombres grandes y pequeños. El señor Cerrado alivió
verdaderamente los sufrimientos del pueblo. Yo mismo lo vi
¡oh hijos míos!

El Presidente Cerrato consiguió otras cosas importantes como las siguientes: la


unificación política de todas las provincias, al haber hecho que Francisco de Montejo,
Gobernador de Yucatán, dejara de persistir en sus pretensiones sobre Honduras y
Chiapas; la liberación de los indios que tenía en encomienda María de Peñalosa, hija de
Pedrarias Dávila y madre de los hermanos Contreras, asesinos del Obispo Antonio de
Valdivieso; la expulsión de muchos clérigos inmorales que actuaban mancomunados
con los encomenderos en la explotación de los indios; la condena oficial (en su calidad
de Presidente de la Audiencia) de los excesos de los oidores; el traslado de la sede de la
Audiencia a la ciudad de Santiago de Guatemala, que se había establecido en la ciudad
de Gracias a Dios (Honduras) para defender los intereses de Alonso de Maldonado, de
su pariente político Francisco de Montejo y de los oidores. Sin embargo, también el
Presidente Cerrato incurrió en abusos de poder y nepotismo, al asignar a sus hermanos,
primos, hijos y nietos las mejores encomiendas en las zonas cacaoteras de Soconusco e
Izalco.

Después de Cerrato presidieron la Audiencia, entre 1555 y 1564, Antonio Rodríguez de


Quezada, Pedro Ramírez de Quiñónez y Juan Núñez de Landecho (ver Cuadro 2). En
este período los españoles y las autoridades de la Audiencia se concertaron para
explotar más fácilmente a los indígenas. Se autorizó en tal sentido el incremento de los
tributos en los rubros de cacao, bálsamo y zarzaparrilla, y se permitió la transformación
de muchos pueblos realengos a pueblos de encomienda. Los excesos del último de los
presidentes citados fueron tales, que hasta el cronista Fuentes y Guzmán, apologista de
los encomenderos, se expresa duramente de él: `...con una política de Machiavelo, hizo
su nombre memorable, obrando en todo como un ministro del infierno pues sus
acciones irregulares, siendo causa nociva a los ejemplos, produjo efectos formidables'.
En efecto, el Presidente Núñez de Landecho propició el soborno, aceptó ser lisonjeado,
y manejó a su antojo la Real Hacienda, lo cual aprovecharon hábilmente los
encomenderos, quienes con regalos y lisonjas consiguieron que el Presidente ordenara el
incremento de los tributos, con los consiguientes agravios mayores y vejaciones para los
indios de los pueblos de encomienda, no así de los realengos.

El fenómeno tiene su explicación. La encomienda estaba en su apogeo. Los


encomenderos llegaron a proponer a la Corona el pago de 200,000 ducados a cambio de
obtener las encomiendas por tres vidas, en una época en que sólo reportaban, según lo
tasado, 138,000 ducados. La presión que ejercieron por medio de sus procuradores
produjo el desaparecimiento del gobierno colegiado de los miembros de la Audiencia y
la concentración del poder político en la persona del Presidente Landecho. Por medio de
cédula real se dispuso lo siguiente:

Habemos acordado, que vos solo tengáis la gobernación y


proveáis los repartimientos que se hubieren de encomendar
y los otros oficios que se hubieren de proveer así como lo
ha hecho hasta aquí toda esa Audiencia: por ende por la
presente vos damos poder y facultad para que vos solo
tengáis la gobernación así y como la tiene el nuestro
virrey de la Nueva España.

Al enterarse la Corona del comportamiento anómalo de Juan Núñez de Landecho


ordenó que éste fuera destituido, encarcelado y sometido a un Juicio de Residencia, que
debería extenderse a los oidores y alcaldes mayores y seis corregidores. El sector de los
encomenderos no abandonó a Landecho. En nombre de ellos, por ejemplo, Francisco de
la Cueva, Bernal Díaz del Castillo, Francisco del Valle Marroquín y otros escribieron a
la Corona en términos laudatorios sobre el Gobernador. Sin embargo, esto no le libró de
ser condenado.
Supresión de la Audiencia (1564-1570)
Con la creación de la Audiencia de los Confines, la Corona española había considerado
como objetivo principal destruir el gran poder de los primeros gobernadores y capitanes
de la Conquista, y al mismo tiempo organizar la economía colonial de modo que
favoreciera preferentemente los intereses reales. La Audiencia de los Confines en la
década de 1560 era, sin embargo, de menor importancia económica que la de Tierra
Firme (Panamá), por donde transitaban hacia España el oro y la plata del Perú. Por esa
razón, y además por los abusos del Presidente Landecho, la Corona ordenó que la
Audiencia se trasladara, en 1563, a la ciudad de Panamá. Con ello se rompió la unidad
política del área, pues las provincias de Nicaragua y Honduras quedaron adscritas a la
Audiencia de Panamá, mientras que las de Guatemala, Chiapas, Soconusco y Verapaz
quedaron bajo la jurisdicción de la Audiencia de México. Francisco Briceño fue
nombrado Gobernador de todas estas últimas.

El traslado, sin embargo, perjudicó los intereses de la Corona, y sobre todo los de los
indígenas, ya que éstos no tenían un lugar cercano hacia el cual pudieran canalizar su
oposición y protestas ante los abusos de los encomenderos y de las autoridades civiles y
eclesiásticas. Mientras gobernaba Francisco Briceño, el Obispo Bernardino Villalpando
se asoció y confabuló con los encomenderos. La emprendió contra los frailes dominicos
y franciscanos, a quienes les quitó sus curatos, principalmente en los pueblos
cacaoteros, y colocó en su lugar a clérigos inescrupulosos. La actitud del Obispo hizo
que los indígenas de Totonicapán y Quezaltenango, poseedores también de muchas
estancias de cacao en la Costa Sur, `puestos en armas con vara y flecha', resistieran
`tumultuados al promotor fiscal, [a] un alguacil eclesiástico, al notario y otros allegados,
clérigos y seculares'. Alarmada la Corona por tales acontecimientos, en 1567 emitió una
real cédula en la cual se decía al Gobernador Briceño lo siguiente:

A nos se ha hecho relación que a causa del poco cuidado


que Don Bernardino de Villalpando, obispo de esa provincia
tiene de castigar los delitos y excesos que los clérigos
de ese obispado cometen, e haciendo malos tratamientos a
los indios naturales y otras personas, de que se siguen
graves inconvenientes y daños en escándalo y mal ejemplo
de los pueblos... y hace otros malos tratamientos a los
religiosos de las órdenes, quitando a los de la de San
Francisco los pueblos de nuestra real Corona... y que
asimismo tiene en su casa ciertas mujeres que no son sus
hermanas ni primas, y que la una de ellas es de edad de 18
años y poco honesta...

Ciertamente, la Iglesia, a pesar de ser una institución que según el Patronato Real debía
garantizar los intereses de la Corona, en la práctica no hacía tal cosa, pues con
frecuencia dominaba en ella el interés personal de los jerarcas, como fue evidente
durante los obispados de Bernardino Villalpando y Fray Gómez Fernández de Córdoba.

La ausencia de un tribunal superior cercano, en el cual los vecinos pudieran iniciar sus
acciones judiciales contra el Gobernador y sobre todo denunciar los abusos de los
encomenderos, hizo que el Ayuntamiento y los frailes dominicos, abogando por
intereses muy distintos y hasta en pugna, solicitaran a la Corona la reinstalación de la
Audiencia en Santiago de Guatemala. En estas circunstancias fue significativa la
intervención de Fray Bartolomé de Las Casas que, con sus 90 años a cuestas, promovió
personalmente en 1566 el restablecimiento de la Audiencia en Guatemala, en pro de las
necesidades de los indígenas según lo dejaba ver.

Seis años duró la situación de inestabilidad, es decir, hasta 1568, cuando la Corona
decidió recobrar el control y ordenó el restablecimiento de la Audiencia en la ciudad de
Santiago de Guatemala, pero esto se llevó a cabo hasta en 1570.

Audiencia de Guatemala
El restablecimiento de la Audiencia se justificó por el interés de la Corona en poner fin
a la anarquía que se había desatado en el área. Tal anarquía había llegado a corromper
no sólo a las autoridades del Ayuntamiento sino hasta al mismo obispado, por la poca
capacidad política del Gobernador para imponer el orden. El inicio del nuevo período se
caracterizó consecuentemente por las disputas entre la Audiencia y el Ayuntamiento, y
entre éste y el nuevo obispado. Era, en efecto, la época en que se había intensificado la
explotación del cacao, generadora de la corrupción del poder administrativo, y la
Corona trataba de disminuir la hegemonía alcanzada por algunos encomenderos, como
antaño lo había hecho con los adelantados y gobernadores, mediante una cuidadosa
selección del Presidente de la Audiencia y del Obispo de Guatemala. Los nombrados,
por cierto, entraron en conflicto con el Ayuntamiento de Santiago, institución que
representaba los intereses de los principales encomenderos.

Para conseguir sus propósitos, la Corona decidió una vez más concentrar el gobierno de
la región en el Presidente, y dejó a la Audiencia sólo las funciones de tribunal superior
de justicia. Por ello se adjudicaron al Presidente las funciones de proveer encomiendas,
de asignar repartimientos de indios, y de nombrar funcionarios intermedios (alcaldes
mayores y corregidores), con excepción de los que la Corona se había reservado, como
los jueces repartidores, oficiales reales, y jueces de visitas. La Corona también se
reservó la potestad de confirmar a los alcaldes ordinarios de las ciudades.

La Audiencia quedó como tribunal superior para resolver las causas políticas,
económicas, civiles, criminales y religiosas, mediante la aplicación de mecanismos
procesales casuísticos que para el efecto había dictado la Corona. Los miembros de la
Audiencia no podían abogar por otros, ni obtener granjerías agropecuarias, ni proveer
cargos a sus familiares (fenómeno usual durante el período de la Audiencia de los
Confines, principalmente con Alonso de Maldonado y Alonso López de Cerrato), ni
enviar jueces pesquisidores, a no ser que fuera más allá de cinco leguas de la sede.
Tampoco podían prender a una mujer por amancebamiento con clérigo o fraile. Debían,
por otro lado, determinar los pleitos de la Real Hacienda en primer lugar y resolver en
primera instancia los hechos criminales acaecidos a cinco leguas a la redonda.

El poder político de la Audiencia, durante el resto del siglo XVI y durante el siglo XVII
no tuvo un carácter consistente, pues en dicho período se pueden distinguir tres etapas:
los gobiernos reformistas (1570-1626), los gobiernos de fuerza (1626-1678) y los
gobiernos inestables (1678-1701).
Los Gobiernos Reformistas (1570-1626)
Con el restablecimiento de la Audiencia se inició un período de gobiernos reformistas
que incidieron en la reorganización política de la región, y a la vez se emprendieron con
interés propio actividades agrícolas, urbanísticas y comerciales. Sus primeros tres
Presidentes, Antonio González, Pedro de Villalobos y García de Valverde (ver Cuadro
2) tuvieron que enfrentarse a las tradicionales manifestaciones del poder político que
habían adquirido los encomenderos de la región cacaotera de los izalcos. Efectivamente,
se había iniciado un conflicto entre los comerciantes de cacao que controlaban el
Cabildo de Sonsonate, en cuya jurisdicción estaban los izalcos, y los encomenderos de
dicha región que controlaban el Ayuntamiento de Santiago y el Corregimiento del
Valle. La Audiencia se pronunció en favor de los comerciantes y dispuso que los
alcaldes ordinarios de Sonsonate eran las únicas autoridades con jurisdicción sobre la
rica región cacaotera de los izalcos, en contra de lo que reclamaba el Ayuntamiento de
Santiago para sus alcaldes ordinarios y para el Corregidor del Valle. La disputa se
prolongó desde 1570 hasta 1582, debido a las apelaciones de los encomenderos. La
Corona ordenó cerrar el caso y deshacer el feudo de los Guzmán, líder principal de los
encomenderos. De paso se ordenó también, en 1572, la supresión del Corregimiento del
Valle, una de las causas de los problemas, aunque después el Presidente Alonso Criado
de Castilla trató de beneficiar a un familiar, por lo cual se le llamó la atención y se
ordenó la eliminación definitiva del Corregimiento en 1604.

El reformismo que caracterizó este período fue producto no sólo del auge de la actividad
añilera y cacaotera en las últimas décadas del siglo XVI (con sus consecuentes efectos
en cuanto a la tenencia de la tierra, relaciones laborales y actividad comercial) sino,
sobre todo, del interés real por tener un mayor dominio político en la región y,
consecuentemente, un mayor ingreso monetario.

La Corona y los presidentes supieron aprovechar las implicaciones de la actividad


añilera para proveerse de abundantes fondos. Felipe II, en efecto, involucrado en
numerosas guerras contra ingleses, franceses y turcos, requería de grandes recursos
económicos y por ello impulsó todo un conjunto de medidas fiscales en las colonias
indianas, entre las cuales sobresale la que se conoció con el nombre de `composición
real'. Por medio de esta institución se obligaba a quienes se habían apoderado
ilícitamente de tierras de indígenas o baldías a iniciar trámites de titulación y a pagar
por ellas una moderada cantidad de dinero, según la calidad y extensión de las mismas.

Se inició así todo un proceso de legalización del latifundio en formación, con el


consecuente incremento de litigios y alegatos presentados por los indígenas ante la
Audiencia con el fin de defender sus propiedades de los arrebatos, principalmente de los
añileros y de las órdenes religiosas.

Los gobiernos reformistas también pretendieron intervenir en el campo de las relaciones


laborales, y para ello recibieron gran apoyo de la jerarquía eclesiástica. De esta manera,
por ejemplo, el Obispo Gómez Fernández de Córdoba (1574-1598) procedió a quitar los
curatos a los clérigos para entregarlos a los frailes, y más tarde Fray Juan Ramírez de
Arellano (1601-1609) la emprendió contra el repartimiento y el maltrato a los indios, así
como contra la corrupción de corregidores y alcaldes mayores. Los presidentes, por su
lado, impulsaron a los jueces visitadores de obrajes añileros, con el propósito de acabar
con los abusos y de hacer cumplir las numerosas disposiciones laborales. En la práctica,
sin embargo, siguieron los excesos, y el repartimiento de indios se convirtió en el
principal mecanismo de enriquecimiento de los presidentes de la Audiencia. Thomas
Gage, dominico inglés radicado en Guatemala en esa época, señala que si bien el sueldo
de los presidentes era de 12,000 ducados, ganaban dos veces más con los regalos,
tráfico y entradas provenientes del repartimiento.

Los gobiernos bajo análisis impulsaron obras materiales que favorecieron el desarrollo
económico. Ejemplos de tales obras son el puente de Los Esclavos, terminado en 1592;
la apertura del puerto de Santo Tomás de Castilla (1604), para facilitar el comercio con
la metrópoli; la plantación de nopaleras en 1617, para la producción de la grana o
cochinilla, con lo cual se buscaba sustituir la decreciente actividad cacaotera, pero el
proyecto no prosperó satisfactoriamente; y la fundación de una villa (1611) al suroeste
de Escuintla, destinada a mestizos y personas de color, la cual recibió el nombre de La
Gomera.

Los Gobiernos de Fuerza (1626-1678)


El desarrollo económico de la región entró en una profunda y acelerada decadencia a
finales de la segunda década del siglo XVII, y el tráfico comercial con la Península
quedó reducido a llegadas esporádicas de barcos. En efecto, el sistema español de flotas
comenzó a dar signos de grandes tensiones y de un colapso potencial después de 1630.
La metrópoli experimentaba dificultades crecientes para mantener abiertas sus rutas de
navegación, en parte por las actividades de los piratas y de las naves extranjeras hostiles
en tiempos de guerra. En consecuencia, en 1633 la Corona decidió retirar los navíos de
guerra del área centroamericana y el comercio quedó reducido, a partir de entonces, al
arribo ocasional de algún barco. Consecuentemente, decreció la producción añilera,
pues no resultaba razonable producir más allá de la cantidad que se podía comercializar
y exportar.

Los efectos políticos de la recesión económica se manifestaron ante todo en las


relaciones de trabajo y en una oscilante actitud intervencionista y de laissez faire del
gobierno. Los dueños de obrajes añileros buscaron mantener su nivel de ingreso
económico aumentando la explotación de los indios. Con este fin, en 1630 pretendieron
sobornar a la Corona al ofrecerle `contribuir con 40,000 pesos al tesoro real si se
terminaba con el sistema de visitas y se rescindían las prohibiciones contra el empleo de
indígenas'. Ante los resultados negativos de su gestión, los añileros tuvieron que seguir
pagando multas y sobornos a los funcionarios. Murdo MacLeod, por su parte, considera
que estos años se caracterizaron por una disminución del maltrato dado a los indígenas.
No se debe olvidar que fue durante este período, específicamente en 1663, que la
Audiencia solicitó la supresión del repartimiento, sin que prosperara tal petición debido
a la extraordinaria presión ejercida ante la Corona por el Ayuntamiento y las órdenes
religiosas. Esto último contradice lo que afirma MacLeod.

El repartimiento era el principal medio de adquirir fortunas de las autoridades


coloniales. El Presidente Martín Carlos de Mencos (1659-1668) informó al Rey que
obtenía de los repartimientos entre 3,000 y 4,000 pesos, cuando en realidad eran entre
5,000 y 6,000. Todo ello redundó en un aumento de la burocracia gubernamental y en la
constante rotación en los cargos públicos, medios empleados por los presidentes para
facilitar el enriquecimiento de sus familiares y amigos.

Por otra parte, el período se caracterizó por todo un conjunto de medidas defensivas
adoptadas para enfrentar la amenaza de los piratas. En efecto, España estaba en guerra
con Francia y Holanda, lo que aprovechaban los piratas holandeses e ingleses para
asolar las posesiones coloniales españolas. Esto llevó a la Corona a establecer una
armada en las Antillas, la que debía ser sostenida por las colonias que iban a resultar
directa o indirectamente beneficiadas. El Ayuntamiento de Santiago se comprometió a
entregar durante 15 años 4,000 ducados anuales, pero en 1636 la Corona exigió con
efecto inmediato, además de tal contribución, que se pagara un nuevo impuesto de
exportación, al cual se dio el nombre de `barlovento' (por referencia a la región donde
operaría la armada). El impuesto consistía en cuatro reales por cada cajón de tinta añil,
dos en el caso de una carga de cacao, dos por la arroba de grana silvestre, un real si se
trataba de un cuero de ganado vacuno, un real por cada `petaca' de brea o de tabaco y
sobre cada arroba de zarzaparrilla.

La realidad era que la piratería se estaba haciendo sentir en el área costera de ambos
océanos y también en algunas ciudades del interior como Granada y León en Nicaragua.
Según explicaba Gage refiriéndose al año 1637, el tránsito comercial se hacía por la vía
del Río San Juan (Nicaragua) porque los comerciantes de Guatemala temían mandar sus
efectos por el Golfo de Honduras, donde habían sido asaltados varias veces por piratas
holandeses en la ruta a La Habana. Se consideraba más seguro usar las fragatas de
Cartagena, cuyo pasaje no había sido tan interrumpido por los holandeses como el otro.

La Armada de Barlovento, sin embargo, no fue suficiente. Había necesidad de fortalecer


militarmente las costas de la región, por los numerosos ataques y saqueos en Honduras,
Nicaragua y Costa Rica. Los ingleses habían incursionado desde finales del siglo XVI
en Belice y el Atlántico nicaragüense, de donde extraían palo de campeche y caoba. En
consecuencia, los intereses económicos exigieron a las autoridades atender la protección
de los principales sitios por donde se realizaba el comercio exterior, y así procedieron a
fortificar los castillos de San Felipe en Guatemala (1651) y de la Inmaculada
Concepción en Nicaragua (1675).

La inestabilidad económica, causada por la inseguridad en el área, contribuyó a acentuar


la corrupción entre los gobernantes, pues éstos no sólo vivían del cohecho y el soborno,
sino se habían convertido ellos mismos en los más grandes contrabandistas. El
Presidente Martín Carlos de Mencos, por ejemplo, fue acusado del contrabando hacia
Holanda de 800 cajas de añil y ocho barras de plata. A pesar de que se le comprobó el
delito, la Corona lo perdonó por sus `meritorios servicios públicos'. Otro caso fue el del
Fiscal de la Audiencia, Pedro de Miranda Santillana, sentenciado a presidio en 1670 y
recluido en el Castillo de San Felipe, donde murió. El delito sancionado en este caso fue
el de tratos y contratos con los enemigos del Rey. A los vicios señalados deben sumarse
los de la `baratería' y `derramas'. Consistía el primero en engaños en operaciones de
compraventa, y el segundo en forzar a los indígenas a comprar mercancías. Todo ello lo
hacían presidentes y oidores valiéndose de funcionarios intermedios, como alcaldes
mayores y corregidores.
Inestabilidad Gubernamental (1678-1701)
A fines del siglo XVII se inició en el Reino de Guatemala una recuperación de la
economía, gracias al incremento de la actividad comercial en torno a productos como
añil, cueros y sebo, cuyo comercio se había generalizado por medio del contrabando con
los ingleses y los holandeses. Esto último hizo que disminuyeran los asaltos de piratas y
corsarios. Las autoridades coloniales disimulaban el problema, ya que el contrabando
era otra de sus principales fuentes de enriquecimiento.

El resurgimiento económico significó a la vez el despojo y la acumulación de tierras, el


recrudecimiento de la explotación del trabajo indígena, el contrabando descarado y la
revitalización de las actividades misioneras. En tal contexto los gobiernos centrales
tuvieron que afrontar no sólo la reafirmación del poder de latifundistas y nuevos
comerciantes, sino especialmente el nuevo esquema de las contradicciones
socioeconómicas. Se vieron obligados a enfrentar también a los criollos, que luchaban
por una mayor participación en los puestos políticos y religiosos. Fuentes y Guzmán, a
finales del siglo XVII, fue uno de los más importantes críticos de la situación en la cual
los recién llegados, dedicados al comercio exterior, desplazaban de los puestos
principales de poder a los descendientes de los conquistadores.

En estas circunstancias, durante el período aludido hubo mucha inestabilidad política,


conflictos entre las mismas autoridades de la Audiencia, división interna de la
aristocracia, etcétera. El fin del siglo XVII se caracterizó por un notorio conflicto entre
Audiencia y Ayuntamiento, empeñados una y otro en obtener un mejor control y
beneficio de la floreciente economía.

El auge económico, por otro lado, permitió que los llamados a la limosna formulados
por los frailes tuvieran eco, y se pudieran así mejorar los hospitales (1684).
Paralelamente a ello, empero, resurgió el interés de ampliar el control de la tierra y la
mano de obra, aunque esto último se planteó como una nueva cruzada evangelizadora.
En tales circunstancias se proyectó la conquista del Itzá y El Lacandón (1695-1696)
desde tres sitios a la vez (Verapaz, Huehuetenango y Chiapas), lo que dio origen a la
reducción de nuevos poblados (Nuestra Señora de los Dolores, y Betlén, por ejemplo),
donde se exigió a los moradores, en calidad de tributo, grana, vainilla, cacao, achiote,
cera y miel. Las extorsiones sufridas por éstas y otras poblaciones a manos de frailes y
autoridades asentados en Chiapas, Huehuetenango y Verapaz fueron de tal magnitud
que los motines aumentaron en número e intensidad hasta desembocar en la rebelión de
los zendales a principios del siglo XVIII.

Justicias Mayores
La institucionalización del poder colonial a mediados del siglo XVI tenía como objetivo
principal hacer llegar al real fisco las riquezas que generaba el trabajo indígena. Al
mismo tiempo se reunificó el poder central y los familiares de los adelantados fueron
despojados de los numerosos pueblos de indios que se les habían adjudicado, los cuales
pasaron a ser realengos, es decir, a tributar en favor del Rey. Con ello surgió la
necesidad de administrar más directamente a dichos pueblos, a fin de asegurar el pago
del tributo.

La Audiencia, creada a propósito, no pudo alcanzar el objetivo enunciado


anteriormente, durante el período del Presidente Maldonado. En el gobierno de Alonso
López de Cerrato (1548-1555) se procedió a crear la estructura política que permitiera la
institucionalización del poder. En tal contexto deben verse la reducción de indios a
pueblos, la elección de Cabildos y sobre todo el establecimiento de los órganos políticos
intermedios (corregimientos y alcaldías mayores), entre el poder central (la Audiencia)
y los pueblos de indios. El objetivo central de todas estas instituciones era el de
controlar mejor los tributos que debían pagar los indígenas, ya fuera a la Corona o a los
encomenderos. Además se les dio la función de velar por la instrucción de los naturales
en la fe cristiana y la de administrar justicia, lo que en la práctica jamás cumplieron, ya
que, por el contrario, se dedicaron a promover sus propios intereses.

Los corregimientos y alcaldías mayores se diferenciaban al momento de su creación,


pues los primeros fueron establecidos para administrar pueblos realengos, mientras las
segundas estaban destinadas a pueblos de encomienda y villas de españoles; en menos
de una década, sin embargo, tal distinción empezó a desaparecer. En la década de 1570,
al restablecerse de iure la Audiencia de Guatemala, los corregimientos y alcaldías
mayores fueron puestos bajo la autoridad de las gobernaciones, creadas nuevamente
para regir mejor las distintas provincias (ver Ilustración 26).

En esta época, las presiones de los conquistadores y sus hijos ante la Corona habían sido
fuertes e insistentes y, sumadas a las arbitrariedades y abusos de los presidentes y
oidores, crearon las condiciones para que muchos pueblos realengos (principalmente los
de las regiones cacaoteras) volvieran a ser encomendados. De este modo desapareció la
diferencia original, pues los pueblos de encomienda empezaron a ser administrados
indistintamente por corregimientos, alcaldías mayores y gobernaciones. Es más, ni
siquiera la jerarquía señalada a estas últimas se guardó en la práctica. Carlos Molina,
historiador nicaragüense, dice al respecto:

... porque si los gobernadores por ser de provincias más


dilatadas y principales, se los reservó desde un principio
su majestad, también a los alcaldes mayores y corregidores
en su momento y circunstancia. Asimismo, la variedad de
salarios no pudo dar pie a una diferencia sustancial entre
estos oficios, pues esta materia no obedeció a regla
alguna sino a la realidad de cada provincia. Alcaldías
mayores hubo que tuvieran más elevado salario que algunas
gobernaciones. Y corregimientos que, aun teniéndolo menor,
en razón de los llamados `emolumentos', se estimaron como
más fructíferos que ciertas alcaldías.

En consecuencia, las funciones de los cargos mencionados se ampliaron en el último


cuarto del siglo XVI. Entonces ya podían `conocer civil y criminalmente de todo lo que
se ofreciere en sus distritos, así entre españoles, como entre españoles e indios, e indios
con indios'. Además debían supervisar los gastos de las cajas de comunidad, y elaborar
en forma periódica balanzas de los pagos efectuados por doctrinas, visitas, besamanos,
etcétera.
La potestad para nombrar a dichos funcionarios correspondía por lo general a los
presidentes de la Audiencia, pero la Corona fue reservándose el derecho de hacer
algunos nombramientos a medida que se fue dando cuenta de las riquezas potenciales
que significaba el venderlos al mejor postor. En 1569, por ejemplo, la Corona se reservó
las gobernaciones de Honduras, Costa Rica y Soconusco, y las alcaldías mayores de San
Salvador, Ciudad Real, Tegucigalpa, Sonsonate, Verapaz y Suchitepéquez. Sin
embargo, cuando dichos cargos estaban desocupados, el Presidente los daba
interinamente a sus allegados y les facilitaba a la vez informaciones sobre otros
candidatos en condiciones de hacer mejores ofrecimientos y con posibilidades de optar
al puesto en plenitud. En los años finales de la recesión económica del siglo XVII, la
Corona ordenó la supresión de buen número de corregimientos (ver Cuadro 3). García
Peláez considera que esto fue a consecuencia del descenso de la población indígena.

La estructuración política intermedia montada por el Presidente Alonso López de


Cerrato tenía en su base a los pueblos de indios, regidos éstos por sus principales, o sea
la prolongación de las clases dominantes de los señoríos indígenas prehispánicos. Entre
esos principales se elegía a los miembros del Cabildo y a los ayudantes del cura
(sacristán, cofrades, teopantlacas, etcétera), a cuya cabeza estaba el Gobernador de
indios. El reconocimiento y mantenimiento de parte de la estructura del poder
prehispánico fue, en el Reino de Guatemala, uno de los medios más importantes en
manos de los españoles para controlar a la población indígena. Los justicias mayores y
curas doctrineros ejercieron sobre aquellos representantes del poder tradicional las
presiones más inauditas, a fin de lograr no sólo que los pueblos pagaran el tributo y
cumplieran con la entrega semanal de indios de repartimiento, sino especialmente a
efecto de garantizar otros trabajos a los cuales los indios no estaban obligados. Este era
el caso del repartimiento de los hilados (imposición que se hacía recaer en las indias
para transformar el algodón en hilaza y tejidos) y el pago de derramas (distribución de
prendas o instrumentos de trabajo entre los indios a precios elevados, para pagarlos
después de cierto tiempo con cacao, gallinas u otros productos de la tierra que se
valoraban a precios rebajados). En el Memorial de Sololá los autores refieren con
asombro cómo sus principales fueron azotados en distintas ocasiones por los
corregidores a causa del tributo.

Los gobernadores, corregidores y alcaldes mayores actuaron casi siempre en forma


injusta, como lo expresó el Obispo Juan Ramírez de Arellano en 1603:

Todos los demás de ellos (autoridades) no sirven sino de


robarles sus haciendas, comerles sus gallinas, criar y
engordar caballos sin pagar a los indios lo que gastan...
Con la vara se atreven más osadamente a agraviar a los
indios, azotándoles, despojándoles sus comunidades,
llevándoles por vía de derecho y salarios sus haciendas y
siendo disimuladamente ladrones autorizados con la vara de
Su Majestad... Los alcaldes mayores y corregidores cuando
visitan los pueblos no pagan la comida ni asientan por
escrito lo que han gastado a los indios, siendo mucho más
lo que ellos gastan de una vez cuando visitan que lo que
el clérigo o fraile gasta en todo el año cuando va a
adoctrinar y a sacramentar a los indios de los pueblos.
Los alcaldes mayores y corregidores en sus distritos
tratan y contratan, siendo públicos mercaderes, comprando
más barato las cosas de los indios que los otros
españoles, y tornándoselas a revender como regatones a
mucho más precio de lo que las compraron. Los gobernadores
indios y alcaldes ordinarios de los pueblos son
vejadísimos de los alcaldes mayores y corregidores, porque
en no cumpliendo alguno de sus mandamientos, por un indio
que falte del repartimiento envían luego sus alguaciles
para que los traigan presos.

A la labor de control de los pueblos de indios contribuyeron igualmente muchos


sacerdotes seglares y regulares, como se señala en la Relación de las Provincias de la
Verapaz, escrita a fines del siglo XVI, donde se describe el poder político en manos de
los religiosos y el maltrato que éstos daban a los indígenas. Significativo, asimismo, es
el cuadro que presenta Gage acerca de la influencia que los frailes ejercían sobre los
gobernadores indígenas, quienes no hacían nada sin el visto bueno del cura. Gage
comenta con estoicismo: `... a esta situación han llegado estos pobres desgraciados, a
causa de los frailes y las justicias que los gobiernan'.

La organización político-administrativa de la Audiencia de Guatemala a fines del siglo


XVII, pese a las evidentes contradicciones en la lucha por el control del poder (entre las
autoridades venidas de España y los comerciantes y terratenientes), funcionaba
eficazmente para garantizar el enriquecimiento de la aristocracia colonial. Sin embargo,
estaba muy lejos de hacer cumplir, aunque fuera en mínima parte, las leyes aprobadas
para el buen gobierno de estas regiones.

Organización Militar
El poder militar no fue, como pudiera creerse, de lo más sobresaliente en los primeros
dos siglos de vida colonial. Ciertamente fue muy significativo en el proceso de
conquista, pero en la segunda mitad del siglo XVI su importancia empezó a decaer y
cedió lugar a las fuerzas políticas y religiosas. En la segunda parte de la centuria
siguiente, sin embargo, de nuevo se hicieron evidentes (aunque sin los bríos necesarios)
la organización y acciones militares para la defensa y consolidación del poder colonial.

El Ejército Conquistador
El proceso de conquista de los señoríos guatemaltecos comprendió básicamente
acciones militares de ocupación y avasallamiento. Las tropas que llevaron a cabo tales
empresas venían integradas por un cuerpo de infantería de 300 hombres, uno de
caballería de 120 y unos pocos artilleros. Traían también un cuerpo numeroso de indios
auxiliares mexicanos y tlaxcaltecas. Pedro de Alvarado, con el grado de Teniente de
Capitán General que le otorgó Hernán Cortés, traía el mando general.

Las tropas invasoras, a pesar de formar parte de un ejército que operaba en nombre de la
Corona hispana, no respondían exactamente a los intereses de ésta, ya que sus
integrantes no percibían una `soldada', o sea, un sueldo; antes bien, aportaban sus
propios medios y recursos para la guerra. Esta fue la razón principal que explica una
escasa y deficiente disciplina militar. No obstante, los expedicionarios tenían
conocimientos generales de carácter militar: antes del combate hacían `alardes' (especie
de paradas militares) al son de caja, pífano y clarín, y ya en el combate distribuían los
distintos cuerpos en `tercios', comandados unos por capitanes y los otros por cabos.

Al autorizar la Corona la Gobernación de Guatemala (1527), otorgó a Pedro de


Alvarado simultáneamente el poder político y el militar, este último con el grado de
Adelantado y Capitán General. Así se empezó a institucionalizar el poder colonial en la
región. Se mandó entonces que los encomenderos mantuvieran gentes y armas: el que
tuviera 2,000 indios de repartimiento, debía tener dos gentes de a caballo con ballestas,
escopetas y saetas; el que tuviera 1,000, uno de a caballo; el que tuviera 500, una
ballesta y saetas o escopeta, su espada y daga. Todos estaban obligados además a
limpiar sus armas cada tres meses. Los distintivos propios del poder político y militar de
los hispanos, la `vara' alta para la gobernación y la `xineta' (lanza corta con el hierro
dorado y una borla por guarnición) para el mando militar, empezaron a difundirse en el
área.

El Mantenimiento del Orden Urbano


Al mismo tiempo que se completaba la conquista de los naturales, se procedió a crear
las condiciones para que los castellanos vivieran `en policía', es decir, en orden,
respetando las normas establecidas. Por tal razón se responsabilizó al Ayuntamiento de
la tranquilidad y sosiego de los vecinos, y el mismo creó los cargos de alguacil mayor y
alcaldes de la Santa Hermandad. El primero de dichos cargos apareció en 1525 y emitió
sus primeras ordenanzas en 1529. Sus funciones estaban encaminadas al mantenimiento
del orden público (policía) y a ejecutar las penas y castigos dictados por los alcaldes
ordinarios (régimen carcelario).

A medida que crecía la ciudad, se fueron nombrando auxiliares y se organizaron rondas


nocturnas para atender las numerosas y graves acciones delictivas cometidas por los
vecinos españoles. En 1555 la Audiencia autorizó también al Ayuntamiento de Santiago
de Guatemala la creación y nombramiento de los alcaldes de la Santa Hermandad.
García Peláez indica que fue para `perseguir e castigar los malhechores, robadores,
forzadores y salteadores de caminos, por haber mucha gente perdida que anda vagando
por esta tierra de los del Perú y de la Nueva España'. En la autorización se mandaba, sin
embargo, que los citados alcaldes no entendieran de los delitos de los indios, mas la
realidad indica que, ya personalmente, ya por medio de ayudantes, conocidos éstos
como `cuadrilleros', los alcaldes abusaron constantemente de los naturales. El cargo
perduró hasta 1683.

En los pueblos de indios, los gobernadores y justicias eran los encargados directos de
guardar el orden y ejercer las funciones policíacas, pero no tuvieron mayor autonomía
ya que actuaban bajo presiones de los curas doctrineros, los encomenderos y las
autoridades españolas. La documentación colonial muestra las múltiples vejaciones y
abusos cometidos por las autoridades en contra de los indígenas, contra quienes se
ordenaba el castigo del azote aun por faltas leves.

Los encomenderos y funcionarios crearon cuerpos de seguridad con gente de color, a


veces por cuenta y beneficio propios, en contravención de las disposiciones reales que
prohibían a los negros la portación de armas. Aquellos españoles argumentaban que
tomaban tales medidas por temor a los indios, a los españoles menos afortunados, a los
negros cimarrones que merodeaban por la ruta del Golfo y asaltaban a las caravanas, y
también para obligar a los indios a trabajar.

Formación de Milicias
Con la consolidación progresiva del poder colonial, los encomenderos fueron
asumiendo actitudes aristocráticas y descuidando por completo sus obligaciones
militares. De este modo, cuando se hacía necesario organizar una fuerza defensiva, los
encomenderos desaparecían. En 1558 el único aspecto castrense permanente era la sala
de armas, con unas pocas bocas de fuego y armas blancas. Probablemente las medidas
aprobadas por la Corona en las Leyes Nuevas, emitidas la década anterior, por las cuales
se reducía el poder de los gobernadores a la esfera política y religiosa, incidieron en el
descuido y debilitamiento de la organización militar. La Corona, empero, decidió en
1572 restablecer el cargo de Capitán General en la persona del Presidente y Gobernador,
pero no por ello resurgió la organización militar. Situación semejante encontró en 1625
el dominico Gage, pues relata que no había vigilancia para la defensa de los puertos y
que los navíos ingleses y holandeses entraban sin mayor dificultad por el Golfo Dulce y
se instalaban en las riberas sin oposición, porque la gente en su mayoría huía hacia los
bosques, `confiando más en sus pies que en sus manos y armas'. Desde 1611 la Corona
había tratado de fortalecer las actividades castrenses en el Reino de Guatemala, y
nombró para ello un presidente de capa y espada, Antonio Peraza de Ayala, Conde de la
Gomera, entendido en asuntos militares, y con el encargo específico de contener los
avances de piratas sobre el área. Pero los presidentes optaron por enriquecerse y
abandonaron las tareas encaminadas a la defensa del poder colonial.

Los ataques de piratas y corsarios, que aumentaron en el último cuarto del siglo XVII
por las guerras entre España y Francia e Inglaterra, por un lado, y por el otro la
pervivencia de señoríos indígenas sin reducir en distintas partes del Reino (Petén Itzá,
Taguzgalpa, Tologalpa, Chontales), obligaron a la formación de ejércitos. En la primera
mitad del siglo XVII se organizaron, ocasionalmente, algunas tropas, integradas por
miembros de los gremios artesanales, pero como tal tipo de reclutamiento encontró
oposición y además era difícil conseguir el número necesario de soldados cuando la
ocasión lo demandaba, la Audiencia decidió reclutar gente sin oficio o sin trabajo, entre
mulatos, negros y blancos pobres, a efecto de repeler los ataques de piratas o hacer
`entradas' en las zonas sin conquistar. En 1643, sin embargo, se ordenó un reclutamiento
general en todo el Reino, el cual no se podía evadir so pena de la vida, y se movilizó a
todos los españoles y castas comprendidos entre los 16 y 60 años, pues se temía que los
piratas, que se habían apoderado de Trujillo, penetraran al interior del territorio y
acabaran con el poder hispano en el Reino de Guatemala.

Fueron realmente las acciones de piratas y corsarios (ver Cuadro 4) las que obligaron a
las autoridades coloniales a organizar, en 1671, milicias fijas (permanentes) y batallones
de gente parda en la ciudad de Santiago de Guatemala. Pero no se permitió que los
naturales ingresaran en ellas, algo contradictorio en la práctica, pues las compañías de
flecheros constituyeron, durante todo el período colonial, un sector importante en la
movilización de tropas. La Corona desaprobó aquella decisión, pero no por ello fueron
desmovilizadas dichas tropas de pardos; más bien fueron acrecentadas constantemente
hasta constituir el cuerpo principal de las fuerzas armadas del Reino. En 1679, el
batallón de la ciudad de Santiago estaba compuesto por las compañías de los barrios El
Tortuguero, San Sebastián, San Jerónimo y San Francisco, cada una al mando de un
sargento. Un capitán, por lo regular español, tenía el mando del batallón. Sin embargo,
muchos pardos fueron también distinguidos con tal jerarquía por sus méritos. La sala de
armas empezó a abastecerse mejor en este período, y alrededor de 1681 contaba con
1,357 bocas de fuego, entre mosquetes, arcabuces y escopetas.

Los ataques de los piratas obligaron a conformar igualmente milicias de mulatos en las
alcaldías mayores, corregimientos y ciudades del Reino. Las milicias de San Miguel,
Sonsonate, San Vicente y Granada fueron importantes, pero una que se destacó fue la de
Chiquimula, que acudía a la defensa de las baterías del Motagua, Omoa, Trujillo,
Castillo de San Felipe y Bodegas del Golfo, a fin de rechazar a los piratas cuando fuera
necesario. Los soldados `fijos' (permanentes) formaban una parte de tales milicias, pero
la mayoría la constituían las `reservas'. En 1685 se crearon también las milicias de
españoles-americanos en la ciudad de Santiago, las cuales integraron en su conjunto la
llamada Compañía de Vizcaínos y Montañeses, con unidades destacadas, como la
Escuadra de los Guzmanes.

Las milicias, además de servir para repeler ataques de piratas, se emplearon en las
últimas décadas del siglo XVII para llevar a cabo la conquista del Itzá y Lacandón. Hay
al respecto abundantes datos sobre la organización, desplazamiento y enfrentamientos
militares en las jornadas correspondientes.

Con el establecimiento de batallones fijos (permanentes), la estructuración jerárquica


del mando militar se fue consolidando. El comandante en jefe de todas las tropas del
Reino era el capitán general, que presidía a la vez la junta de guerra. En las provincias,
la conducción de las tropas corría a cargo de los tenientes de capitán general, que en lo
político fungían como gobernadores, alcaldes mayores o corregidores. El mando
continuaba en forma descendente en los sargentos mayores, una especie de dirigente
`político' en los ejércitos modernos, que ejercían asimismo las funciones de fiscales. La
conducción de cuerpos o compañías integradas era atribución del maestre de campo,
mientras que los capitanes (hubo de `dragones', es decir, de caballería, y también de
infantería) eran los responsables directos de las compañías. A continuación seguía el
alférez, oficial que llevaba la bandera en la infantería y el estandarte en la caballería.
Las compañías estaban conformadas por escuadras, conducidas cada una por un cabo.

A fines del siglo XVII el armamento, tanto de la caballería como de la infantería, no era
muy diferente del que habían traído los primeros conquistadores, a no ser en su valor
monetario. Las principales armas seguían siendo `blancas' en su mayor parte (ballesta,
puñal, daga, alabarda, espada, pica, chuzo, lanza). Las de fuego eran los arcabuces, las
escopetas, algunas culebrinas y bombardas. En la artillería se notaba cierto progreso,
pues se contaba con algunas baterías de cañones y `pedreras' para defender los puertos.
A mediados del siglo XVI una lanza costaba un peso de oro, un puñal tres, una espada
ocho, una ballesta 21 y una escopeta 100. A fines del siglo XVII las escopetas y
arcabuces tenían un valor marcadamente inferior, pues costaban nueve y siete pesos
respectivamente.
Al mismo tiempo que se formaron las milicias, se procedió a la fortificación y
artillamiento de algunas regiones. Se amplió, por ejemplo, el aparato defensivo del
Golfo Dulce. La prístina torre circular, construida en 1586, fue mejorada y guarnecida
con 32 mosquetes en 1605, para proteger el recién inaugurado sitio de atracamiento de
Santo Tomás de Castilla, el cual supuestamente sustituiría a Puerto Caballos y Trujillo.
Por esta razón especial fue objeto de ampliación y fortificación a partir de 1685. Para el
éxito de tal empresa, los vecinos de Santiago de Guatemala prometieron dar 6,000
pesos, el grupo de los eclesiásticos prometió 1,000, y el obispo y los comerciantes un
cuartillo sobre cada libra de añil, mientras durara la construcción. Los vecinos del Perú
prometieron asimismo 8,000 pesos. La empresa fue una realidad y la fortaleza llegó a
tener cuatro baluartes: el de Nuestra Señora de la Regla que contó con tres piezas de
artillería y un falconete; el de San Felipe (llamado también `torreón'), con siete piezas y
un falconete; el de Nuestra Señora de la Concepción (`brocal'), dos piezas, un falconete
y un `pedrero'; y el de San Jorge, tres piezas, un falconete y dos pedreros.

Durante el siglo XVII las autoridades coloniales prestaron atención a la defensa de la


Provincia de Nicaragua, en especial a la vía por el Río San Juan, ya que por allí se
transportaba buena parte del añil hacia Portobelo y Cartagena, y se recibía igualmente
buen número de mercancías de España, especialmente vino y aceite. Para ello
construyeron los castillos de San Carlos y el de la Inmaculada Concepción.

Para la defensa del Reino se emplearon no sólo medidas castrenses (organización de


milicias, edificación de fuertes, etcétera) sino también políticas, como aconteció en
1649. En este año las autoridades coloniales ordenaron confinar en el interior del país a
todos los vecinos de origen portugués, porque se temía una invasión de corsarios de
dicha nacionalidad y se pensaba que los vecinos portugueses, algunos de ellos ricos
propietarios, podían favorecer el triunfo de dichos corsarios.

Conclusiones
El proceso de institucionalización política de Guatemala, durante los primeros dos
siglos de vida colonial, pasó por los momentos siguientes: 1) el de los primeros
gobernadores (1524-1541); 2) el de la Audiencia de los Confines (1542-1564); 3) el de
la supresión de la Audiencia (1564-1570); y 4) el de la Audiencia de Guatemala.

Durante el primero se llevó a cabo la Conquista y se produjeron frecuentes disputas


entre la Corona y los capitanes que habían conquistado la región, hasta que la primera
logró reducirles el poder omnímodo y sujetarlos a las normas y procedimientos que ella
dictaba. Durante el segundo se sustituyó la esclavitud indígena por un sistema de
servidumbre basado en la encomienda y repartimiento, se instituyó el tribunal de la
Audiencia con jurisdicción desde Chiapas hasta Costa Rica, se comenzó la reducción de
los indios a poblados, y se crearon los cargos de corregidores y alcaldes mayores. Este
período fue el que vino a caracterizar definitivamente el sistema político colonial.
Durante el segundo se dio una división del Reino de Guatemala entre las audiencias de
Nueva España y Panamá, con el propósito de evitar el enseñoramiento de las
autoridades civiles y eclesiásticas. Finalmente, a partir de 1564 se estableció en forma
definitiva la Audiencia de Guatemala y la Corona asumió un mayor control económico
y político sobre la región.
Para un mejor control de los naturales, la Corona ordenó la creación de Cabildos
indígenas, con una organización interna semejante a la de los Ayuntamientos españoles.
Esta nueva institución se fue estableciendo simultáneamente con el proceso de
reducción de los naturales a poblados, iniciado en la segunda mitad del siglo XVI. El
Cabildo indígena estaba integrado por indios principales del pueblo que, a su vez, eran
sus propios electores. Estaban sujetos al cura doctrinero para los aspectos religiosos, y
para lo restante al alcalde mayor o corregidor. Objetivos fundamentales de la reducción
a poblados fueron el control de los naturales para que trabajaran y tributaran a favor de
los españoles y pudieran ser catequizados.

La situación política imperante a finales del siglo XVI se caracterizó por mucha
inestabilidad. En efecto, el incremento de la actividad comercial, especialmente del añil,
provocó profundas contradicciones entre el Ayuntamiento y la Audiencia, ya que
terratenientes y comerciantes, representados en el primero, exigían mayor participación
política y otorgamiento de cargos como corregidores y gobernadores.

Durante el primer siglo de vida colonial no hubo propiamente ejército, sino que cuando
era necesario organizar alguna fuerza armada, los encomenderos eran los obligados a
proporcionar gente y armas. Sin embargo, durante el último cuarto del siglo XVII, por
los continuos ataques de piratas y corsarios, se nombró presidentes de `capa y espada' y
se empezó a formar cuerpos de milicias, principalmente con gente proveniente de la
población negra y mulata, la que optaba por ese tipo de actividad para no tener que
pagar impuestos. Para el mantenimiento del orden urbano, existían los cargos de
alguaciles mayores y alcaldes de la Santa Hermandad.
ALFREDO JIMÉNEZ

Política y Poder en Guatemala en el Siglo


XVI. Ensayo de Antropología Política

En este ensayo se analizará la actuación de la Corona y la Iglesia en Guatemala durante


el siglo XVI. Como la historia de una y otra tiene sus lugares específicos en esta obra
general, o está presente a lo largo de toda ella, la intención del autor es situar y entender
la actividad y las relaciones entre estas dos instituciones. Ello se hará desde la
perspectiva de las estructuras de poder y de los mecanismos que llevan a la toma de
decisiones que afectan a grandes sectores o al conjunto de la sociedad. Se enfatizará la
situación permanente de conflicto social creada por las diferencias de puntos de vista y
de intereses defendidos por los españoles, los cuales se manifestaron formalmente desde
tres niveles o esferas de poder: la propia Corona, los representantes de la Iglesia y los
vecinos o particulares agrupados en el Cabildo secular o Ayuntamiento.

La Corona y la Iglesia eran dos poderes interdependientes, como consecuencia de una


determinada filosofía o interpretación jurídica de la presencia española en las Indias.
Esta interdependencia se plasmó y se hizo efectiva por medio de la institución del Real
Patronato, que llevó la interrelación Estado-Iglesia mucho más allá de lo normal en la
Europa católica de aquella época. La llamada empresa indiana, es decir, el complejísimo
y centenario proceso iniciado en el Nuevo Mundo a partir de su descubrimiento por los
españoles, no es comprensible sin tener en cuenta y poner en relación a la Corona y a la
Iglesia.

El espacio geográfico-temporal de este trabajo será el definido, en términos flexibles,


por la Audiencia de Guatemala (particularmente la Gobernación de este nombre) y por
los tres cuartos de siglo que van de 1524 a 1600.

Por último, se señalará algo evidente: la unidad esencial del régimen o administración
de la Corona de Castilla sobre los territorios y poblaciones de las Indias debe permitir la
aplicación de este análisis y las posibles conclusiones generales a otras regiones de
América. Guatemala, entendida como Gobernación, Capitanía General y más aún como
Audiencia, ilustra de manera extraordinariamente clara la naturaleza y los mecanismos
del proceso político en las Indias españolas. Circunstancias de localización geográfica,
extensión limitada y régimen jurídico (Audiencia pretorial prácticamente no vinculada
al Virrey de Nueva España) favorecían el control de las variables políticas, y
convirtieron al Reino de Guatemala en excelente campo para el análisis o interpretación
desde la perspectiva de las diversas ciencias sociales.

Marco Teórico
Los esquemas que a continuación se presentan ayudarán a interpretar la actividad
política en Guatemala durante el siglo XVI, desde la perspectiva de la Antropología
Política.

En este análisis se ha seguido la interesante obra de Jean-William Lapierre, aunque la


mayoría de los términos y conceptos que se utilizan son corrientes en el análisis de los
procesos políticos.

El foco principal de atención recaerá sobre las actuaciones de la Corona y la Iglesia, en


cuanto órganos de poder. Se destacarán las relaciones entre estos dos poderes y se
tendrá en cuenta al Cabildo secular o Ayuntamiento como tercer elemento del sistema
político.

La Ilustración 29 muestra la existencia de dos sociedades globales, los indios y los


españoles, y en la misma se indican los cinco sistemas que funcionaban en cada una de
ellas. Se entiende por sociedad global `un conjunto concreto y singular de personas y
grupos en el cual se ejercen y se hallan más o menos integradas todas las categorías de
actividad'. La globalidad es relativa, por lo cual es posible distinguir diversas formas y
diversos niveles de la misma. Resulta útil en este caso diferenciar a la sociedad indígena
de la sociedad española durante el siglo XVI, cuando todavía la integración de ambas
poblaciones era mínima y los conflictos eran muchos y muy graves. Esta distinción
analítica no implica, en absoluto, que las dos sociedades fueran independientes o
autónomas. Precisamente ocurre todo lo contrario, pues la presencia y las actuaciones de
los españoles no se entienden sin la existencia de una población indígena, aunque éste
no haya sido el caso de otras colonizaciones como la anglosajona en América del Norte
o la portuguesa en Brasil. Los indios, a su vez, no podían ignorar a los españoles, ya que
su vida diaria, su organización social y su sistema cultural se vieron profundamente
afectados desde el primer momento del contacto. De hecho, se estableció entre las dos
sociedades globales una fuerte relación de dominación y dependencia, que caracterizó y
en gran medida definió a la sociedad colonial, la cual era una sociedad global de mayor
escala. Además, la mayor parte de los programas económicos y políticos, y de las
actuaciones de los dos poderes coloniales (Corona e Iglesia) tuvo como referencia
fundamental a la población indígena.

En cada una de las dos sociedades globales (india y española) se pueden distinguir cinco
sistemas sociales o subsistemas (ecológico, biosocial, cultural, económico y político),
que se definen y comentan a continuación.

El sistema ecológico era prácticamente único y común a las dos sociedades globales.
Indios y españoles vivían y se movían dentro del mismo gran marco geográfico, aunque
las relaciones de cada grupo con el ecosistema no fueran las mismas, debido a la acción
de muchos factores diferenciadores. Los españoles, aunque dominantes en sentido
general, se encontraban en situación de inferioridad, sobre todo en los primeros
momentos, ya que debían adaptarse a un medio natural desconocido y en condiciones
muchas veces extremas. Los indios, por su parte, se encontraban en su propia tierra, a la
que se habían adaptado gracias a una milenaria tradición cultural. Pero, por otra parte,
tuvieron que adaptarse también a la presencia de una población extraña y dominante, y a
nuevos elementos y factores introducidos o desarrollados por los españoles, todo lo cual
afectó seriamente sus relaciones con el medio natural. El propio ecosistema de América
Latina se vio también alterado por plantas, animales y enfermedades hasta entonces
desconocidos; por un nuevo y más intenso régimen de explotación de los recursos
naturales; por modificaciones en los asentamientos y en la vivienda; etcétera.

En resumen, el contacto o choque entre indios y españoles, y la obligada coexistencia


dentro de un mismo sistema ecológico, produjeron graves problemas y obligaron a
poner en marcha un proceso de adaptación. Este implicó necesariamente a los demás
sistemas y afectó a una y otra sociedad, aunque de manera desigual.

El sistema biosocial satisface la necesidad de reproducción, que garantiza la pervivencia


de una sociedad. En teoría, los dos sistemas mencionados son los menos
interdependientes en la sociedad colonial de Guatemala, a causa de una política de
segregación que se trataba de aplicar por razones y con fines diversos. No obstante, las
relaciones entre indígenas y españoles existieron en la práctica, aunque ello implicara la
violación de ciertas normas jurídicas y morales (culturales). El resultado fue la temprana
aparición del mestizaje.

El sistema económico tiene como base los recursos naturales y al propio indígena en
cuanto mano de obra que actúa bajo condiciones diversas, condiciones que fueron
objeto de profundas y agudas disputas entre los españoles, particularmente entre los
representantes de la Corona y los de la Iglesia. Las relaciones de naturaleza económica
entre las dos sociedades fueron muy estrechas y asimétricas, de acuerdo con la situación
de dominación-dependencia que prevalecía. El principal mecanismo de articulación
entre los dos sistemas era la encomienda, que durante la primera mitad del siglo XVI
fue un tema candente y polémico para todas las instituciones españolas y para todos los
actores de la sociedad dominante.

En cuanto al sistema cultural, la diferencia entre la cultura indígena y la española fue


muy grande y evidente al principio. Ambos sistemas resultaban incompatibles en
muchos aspectos y a nivel de subsistemas, lo cual llevó a la supresión, incluso violenta,
de formas de vida y de prácticas indígenas, con especial y comprensible atención de los
españoles a todo lo concerniente al subsistema religioso. A lo largo del proceso de
contacto y a causa de la obligada coexistencia de las dos poblaciones dentro de un
mismo sistema ecológico, y de los efectos producidos por la política de la Corona y de
la Iglesia, los dos sistemas se aproximaron, aunque de manera muy asimétrica. El
resultado fue un fenómeno de aculturación, en el cual el indígena fue quien tuvo que
realizar los mayores cambios en su sistema cultural. El sincretismo religioso y el
bilingüismo son dos importantes manifestaciones del cambio cultural indígena operado
en Guatemala en el siglo XVI. Ambos fenómenos mantienen hoy su vigencia y su
dinamismo.

El sistema político indígena sufrió cambios más rápidos y drásticos. Puede afirmarse
que en sus niveles superiores desapareció como consecuencia de la Conquista. Los
individuos que entre los mayas de las Tierras Altas ocupaban posiciones equivalentes a
`rey', o autoridad suprema del Estado, murieron o fueron depuestos, y el aparato político
quedó reducido al nivel local, siempre dentro de la estructura y bajo el poder superior
del sistema político español.

La política explícita de la Corona de mantener por un lado la `república de los indios' y,


por otro, la `república de los españoles', permitió la existencia y funcionamiento de los
dos sistemas políticos, en una clara situación de dominante-dominado. Los
`gobernadores, caciques y principales' de las comunidades indígenas fueron las
autoridades aceptadas o impuestas por el sistema político español, y sirvieron de punto
de articulación entre los dos sistemas. Con el tiempo, la sociedad indígena desarrolló
mecanismos de adaptación (instituciones como las cofradías) que le permitieron una
cierta autonomía política, dentro de los límites de la comunidad local.

La Ilustración 30 muestra los subsistemas del sistema político español y sus


interrelaciones. El sistema político de la sociedad colonial era muy peculiar. Por una
parte, la Corona era un poder soberano, que estableció en América sus órganos de poder
bajo la autoridad superior del Real y Supremo Consejo de Indias. Pero junto a la
Corona, y podría decirse que a veces por encima de ella, funcionaba otro poder, que en
aquella época tenía prácticamente todas las connotaciones de un poder político, en
virtud de su capacidad para influir y tomar decisiones. Se trata, naturalmente, de la
Iglesia, ya sea entendida como Iglesia española o como Iglesia universal, cuya cabeza
visible y ejecutiva es el Papa.

La política indiana de la Corona estuvo legitimada desde su comienzo por la autoridad


de la Iglesia, y la sanción de ésta la condicionó siempre de modo decisivo. De esta
manera, el Rey debía tener en cuenta, en sus grandes decisiones políticas, la autoridad
del Papa y, en la práctica, la doctrina emanada e interpretada por la jerarquía eclesiástica
española, que contaba con poderosos medios de expresión, persuasión y presión. Bajo
tales condiciones, las relaciones entre Corona e Iglesia tenían que ser, necesariamente,
intensas y estrechas, con lo cual se creaba una amplia zona de superposición de estos
dos focos de poder, cuyo punto de articulación fue el Real Patronato.

Como una prolongación de la tradición medieval ibérica, según la cual el Rey debía
defender a la Iglesia y ésta, a su vez, actuaba como legitimadora del poder político, se
instauró en las Indias españolas el Real Patronato. La Corona de Castilla quedaba
legitimada en su presencia y actuación en el Nuevo Mundo, al mismo tiempo que
disfrutaba a perpetuidad del privilegio de organizar la Iglesia en los nuevos territorios,
con funciones tan importantes como la proposición de candidatos a todas las sedes
episcopales y a otros muchos beneficios eclesiásticos, y la recaudación y empleo de los
diezmos. La Iglesia, por su parte, delegaba en la Corona la pesada carga de dotar de lo
necesario a la nueva y pujante organización religiosa, así como la difícil tarea de
administrar el programa de evangelización de los indígenas.

La tradición castellana concedía gran importancia al Cabildo secular o Ayuntamiento


como institución del poder local. Esta tendencia se vio reforzada por las circunstancias
muy peculiares que acompañaron la acción de los españoles en las Indias, como el
régimen de capitulaciones y la fundación de ciudades. Todo ello proporcionó a los
`particulares', es decir, todos aquellos que no eran funcionarios reales ni eclesiásticos,
un efectivo poder político. El Cabildo, aunque supeditado a controles e instancias
superiores, ejerció una notable influencia en los procesos políticos al representar, de
manera institucionalizada y corporativa, los intereses de una buena parte de la nueva
sociedad colonial.

Las zonas de interacción del Cabildo con los otros dos subsistemas de poder (Corona e
Iglesia) fueron importantes. En aquél intervenían los oficiales reales que, con sus
actitudes y comportamientos, afectaban las decisiones de los particulares, en cuanto
éstos ejercían funciones políticas como alcaldes y regidores. Los particulares también
entraban en relación institucional con la Iglesia, por medio de la encomienda, ya que la
protección y promoción del indio eran responsabilidad conjunta del encomendero y del
doctrinero. En el plano personal, cada español veía también juzgada y sancionada su
conducta de acuerdo con un código cultural, reflejo directo de la doctrina y de los
criterios de la Iglesia que, en definitiva, encarnaba el sistema de valores, y no sólo las
creencias estrictamente religiosas, de la sociedad española.

En síntesis, el sistema político o de poder que funcionó en las Indias, y en tal caso en la
Gobernación y Audiencia de Guatemala, estaba formado por tres subsistemas de distinta
naturaleza y diferente nivel: la Corona, la Iglesia y el Cabildo secular. No puede
entenderse el sistema total ni evaluarse la fuerza de cada una de sus partes sin tener en
cuenta su interdependencia y los poderosos mecanismos y factores que actuaban sobre
ellas, incluidos los que no eran estrictamente políticos.

Conceptos para el Análisis del Sistema Político


Concebida la acción política como un sistema en funcionamiento y en comunicación
con otros sistemas, se dispone de unos términos que sirven de instrumentos para el
análisis. Se enuncian a continuación los principales conceptos de la Antropología
Política, que se aplicarán al sistema de poder y al proceso social que conoció Guatemala
en el siglo XVI.

Se llama input, por no encontrar un término mejor en español, a las fuerzas que
alimentan al sistema político y lo ponen en funcionamiento. Output es la respuesta del
sistema a los inputs. Esto es posible porque el sistema está en interacción con su entorno
y mantiene abierta una entrada para la energía y la información que procede de fuera, y
una salida para dejar fluir la energía e información que se introducen en ese mismo
entorno del sistema político. El entorno está formado por los otros sistemas de la
sociedad global (ecológico, biosocial, económico, cultural). Por eso se llama entorno
intrasocietal. La actuación de otros sistemas sociales, en este caso el sistema de la
sociedad global formada por los indígenas, corresponde al entorno extrasocietal. Los
outputs del sistema político son decisiones obligatorias para toda una sociedad global.
Se puede considerar, pues, que las leyes y demás normas jurídicas, como el caso
extraordinario de las Leyes Nuevas, fueron los outputs emanados del sistema político
español, con capacidad para obligar a todos los españoles de América e incluso a los
indígenas. De la Iglesia emanaban también normas de obligado cumplimiento moral y
legal, por la propia naturaleza confesional del Estado y por la existencia de la institución
del Real Patronato.

Hay tres clases de inputs: demandas, por un lado; recursos y apremios, por otro. Las
demandas son las peticiones o las exigencias de uno de los actores de la relación
política, en favor de decisiones que a su juicio deben tomar los órganos políticos y las
personas que ostentan el poder. Hubo muchos e insistentes demandantes en Guatemala,
a lo largo del siglo XVI: los españoles que todavía estaban envueltos en acciones de
conquista y pacificación o que en su tiempo fueron conquistadores; los españoles que
orgullosamente se calificaban como `primeros pobladores', así como sus hijos y nietos
nacidos en Guatemala; los que disfrutaban encomiendas, porque las recibieron de la
Corona o porque las heredaron; los obispos, frailes y clérigos; también los indios,
aunque pertenecieran a otro sistema social.

Como los status pueden ser más de uno para una misma persona, algunos españoles
eran, al mismo tiempo, antiguos conquistadores, encomenderos y miembros del Cabildo
en calidad de alcaldes o regidores. De esta manera se producían demandas procedentes,
simultáneamente, del entorno y del propio sistema político, ya que un alcalde o un
regidor del Cabildo eran parte también del sistema de poder. Igualmente, había
individuos que, en razón de su cargo y por nombramiento de la Corona (oficiales reales,
presidente y oidores de la Audiencia) podían presentar demandas al sistema político, en
su doble condición de miembros de la sociedad y de autoridades de dicho sistema. El
status, como todo lo que se refiere a la estratificación social, influye mucho en la fuerza
de las demandas; los españoles lo sabían y acudían a todos sus títulos y méritos a la hora
de solicitar o exigir. El status de los frailes y clérigos era también complejo, pues
aunque sus demandas se hacían desde fuera del sistema estrictamente político, la propia
Iglesia era en cierto modo, como ya se ha dicho, parte del sistema de poder, en virtud
del Real Patronato que vinculaba estrechamente a las autoridades civiles y religiosas en
la acción política.

Había aspectos económicos y políticos que no funcionaban o cuyo funcionamiento no


satisfacía a unos u otros. De allí la formulación de demandas que podían agruparse en
dos grandes apartados:

a) Las formuladas por los españoles que querían mayores


compensaciones por su acción conquistadora y colonizadora.
Estas demandas eran fundamentalmente de tipo económico,
aunque también había peticiones de hidalguía y otros
honores.

b) Las demandas presentadas por la Iglesia y por algunos


funcionarios que, formuladas en favor de los indios,
entraban en colisión con las demandas de los vecinos
españoles y del Cabildo secular. Esto daba origen a graves
conflictos de intereses, que constantemente ponían a
prueba la capacidad de funcionamiento del sistema
político.

No se puede olvidar que la mentalidad de aquellos españoles y la estructura económica


de las Indias estaban basadas en la idea del enriquecimiento mediante la explotación de
los recursos naturales y el empleo de la mano de obra indígena. La Iglesia, a su vez,
tenía como principal objetivo la evangelización y `civilización' del indio, para lo cual
era indispensable que el indio viviera, pero no en condiciones de esclavitud o en otras
situaciones de abuso. La Corona se encontraba, pues, en la difícil posición de tener que
cumplir los compromisos contraídos con los españoles; asegurar su presencia y
soberanía sobre unas regiones amenazadas constantemente de abandono por parte de los
colonizadores desencantados; y facilitar y promover la acción de la Iglesia en favor de
la población indígena. Estos objetivos resultaban en la práctica incompatibles, porque
estaban basados en dos políticas distintas con respecto a los pueblos de indios.

El sistema político disponía de ciertos recursos para satisfacer las demandas. Se


entiende por recursos todo lo que contribuye a mantener o aumentar las posibilidades de
acción del sistema. Un sistema tiene más recursos cuanto mayor sea la variedad de
decisiones posibles ante las demandas, y la toma de decisiones es el acto supremo y más
definidor de la acción política. Por el contrario, los apremios son todo lo que limita o
restringe esta variedad de decisiones. Son recursos endógenos los que proceden del
propio sistema político; exógenos, los que proceden de los otros sistemas de la sociedad
global.

Del sistema biosocial proceden los recursos relativos a la población, que en Guatemala
era compleja porque estaba formada por dos grupos raciales diferentes, a los cuales se
añadió otro con la introducción de esclavos negros. El sistema ecológico tiene que ver
con los recursos humanos, si se tiene en cuenta no solamente el número y composición
de la población, sino también su densidad. En la Audiencia de Guatemala era
relativamente alta la densidad de la población indígena, especialmente en la sierra,
mientras que la población española era minúscula y se reducía a los pocos núcleos
urbanos que existían en el siglo XVI. La dificultad en el traslado y comunicación de
personas y bienes afectaba a los recursos procedentes del sistema ecológico, así como al
funcionamiento del sistema económico. La geografía de América Central no ofrece
facilidades, y la tecnología del transporte, aspecto que pertenece al sistema cultural, era
de lo más simple. En estas tierras, muy montañosas y con rápidos desniveles entre el
Altiplano y la Costa, el medio tradicional de transporte había sido el propio hombre.
Durante el período español, ni siquiera las carretas, tiradas por animales venidos del
Viejo Mundo, eran útiles en aquellos caminos. Por ello, una de las cuestiones más
polémicas fue la de si podían los españoles seguir usando a los indios como cargadores
o tamemes. Por lo tanto, a los recursos con los que en teoría podía contar el sistema
político se oponían apremios, como la drástica disminución de la población indígena
tras la Conquista y la tradicional dispersión de esta población por razones ecológicas
(sistema de milpa y rotación de parcelas).

Especial mención requiere el sistema cultural en cuanto a los recursos o, más


exactamente, en cuanto a los apremios. La encomienda era la base del sistema
económico, pero se insertaba claramente en el sistema cultural, como institución
establecida para la cristianización y `civilización' del indio. Además, todo el sistema
cultural español era de gran relevancia a la hora de determinar los recursos y apremios.
En efecto, los comportamientos sociales y políticos y, por supuesto, el trato y uso del
indio, estaban fuertemente condicionados por la doctrina católica y por la ética y moral
de la sociedad española del siglo XVI.

El sistema político español tuvo que sufrir también los apremios procedentes de otros
sistemas sociales, situados fuera del ámbito geográfico de América. Las naciones
europeas producían apremios directamente sobre las tierras americanas y hacían más
difícil todavía la comunicación con la metrópoli, mediante la acción de los corsarios,
que mermaban la capacidad de decisión del sistema político. En general, toda la presión
política que España sufría en Europa limitaba o condicionaba su política americana:
eran apremios procedentes de sociedades o naciones rivales. Guatemala conoció de
manera directa el acoso de los corsarios a sus costas, lo cual aumentaba las dificultades
que por razones internas ya sufrían estas provincias.

El sistema político puede verse desbordado y bloqueado en su funcionamiento por un


excesivo número de demandas. Esta fue la situación tradicional de las Indias
Occidentales y muy claramente de la Audiencia de Guatemala. Era necesario establecer
en el sistema político unos mecanismos que filtraran las demandas y permitieran entrar
solamente un número manejable.

Era común que a la Audiencia de Guatemala llegaran los altos funcionarios,


particularmente los presidentes de la misma, acompañados de sus `deudos y
paniaguados', que se situaban en excelente posición para demandar beneficios y
prebendas. Las denuncias sobre este hecho fueron muy abundantes y ásperas. Cuando el
Presidente López de Cerrato, por ejemplo, se ganó la hostilidad de los vecinos españoles
al poner en práctica las Leyes Nuevas, cayeron sobre él las más graves denuncias de
nepotismo. La política matrimonial era otro procedimiento para elevar el status y estar
en mejores condiciones de presentar demandas ante el sistema político. Casar con viuda
rica, por ejemplo, era una aspiración frecuente, pues permitía al marido demandar
encomiendas y otros beneficios en nombre de los méritos del primer esposo, que podía
haber sido un conquistador o un poblador de primera hora.

Los indios no solamente estaban en la parte más baja de la estratificación social, sino
pertenecían a otra sociedad, aun cuando contaran con la mediación de la Iglesia y de las
autoridades políticas, las cuales tenían misiones específicas que cumplir en su favor. En
nombre de dicha población, presentaba demandas, por ejemplo, el Protector de Indios,
que generalmente era el obispo, o el Corregidor de Naturales. En una situación peor
estaban los mestizos y los negros, quienes carecían prácticamente de la posibilidad de
formular demandas.

Una forma muy común en las Indias de filtrar las demandas fue su envío a instancias
superiores o su devolución a las instancias de origen, pidiendo más información o el
parecer de quien había dado curso a la demanda. No era un rechazo claro e inmediato
pero, dadas las distancias, los medios de transporte, los azares del viaje y lo complejo
del procedimiento burocrático, se producía de hecho una sutil desviación, ya que
muchas veces, antes de tomar una decisión, el problema se resolvía por sí mismo o el
demandante había abandonado la provincia, dejado el cargo o simplemente había
muerto.

A pesar de los mecanismos de filtración o desviación, podían ser todavía muchas las
demandas capaces de entrar en el sistema, lo cual obligaba a reducir su número y a
establecer prioridades. Aquí comienza propiamente el proceso político, que consiste en
tomar decisiones. Las demandas que entraban en el sistema político de la Audiencia de
Guatemala eran muchas, graves y urgentes. Más aún, eran frecuentemente
contradictorias unas respecto de otras. El indio era siempre el origen de las más agudas
discrepancias, por ser la mano de obra imprescindible en la economía colonial y al
mismo tiempo el objeto de la cristianización, objeto este último que justificaba la
soberanía de España sobre las tierras y sus gentes.

Se concluyen los comentarios a los principales conceptos que se utilizan en este análisis
con la mención de la frecuente incompatibilidad de las demandas; la legitimidad de las
decisiones, cuestión que fue muy importante y debatida en las Indias; y, finalmente, la
retroacción como parte del funcionamiento del sistema político en su comunicación e
interdependencia con otros sistemas. La actividad política del Reino de Guatemala es un
ejemplo muy significativo de todo ello.
De la Conquista a las Leyes Nuevas
La conquista de Guatemala, como la conquista española de cualquier otro territorio del
Nuevo Mundo, fue un choque de dos sistemas socioculturales: el indígena y el español o
castellano. La figura más prominente de este episodio eminentemente militar fue el
Adelantado Pedro de Alvarado. En pocos años se produjo prácticamente la sumisión de
las varias sociedades indígenas que habitaban el Altiplano de Guatemala. Así comenzó
una historia que, entre otras cosas, fue un complejo proceso de contacto entre culturas,
de cambios y adaptaciones y, en definitiva, de formación y desarrollo de una nueva
sociedad, que todavía hoy no ha consumado su ciclo.

El planteamiento hecho en este ensayo sobre el proceso histórico de Guatemala (en


general de las Indias) a partir de la presencia española, se basa en la consideración de
que con dicha presencia nació una sociedad que no es la indígena prehispánica ni la
dejada por los españoles en la Península. La sociedad colonial fue algo nuevo, todavía
no plenamente cristalizado en la actualidad, con un período formativo
(fundamentalmente el siglo XVI), durante el cual los individuos y las instituciones
tuvieron que inventar, innovar, adaptar, ensayar fórmulas que permitieran convivir y
sobrevivir en condiciones muy duras para todos, aunque más para los indígenas.

Tras la Conquista, se inició de inmediato la interacción de los dos sistemas globales


(república de los españoles y república de los indios), en una situación clara de
dominación-dependencia. La comunicación entre los dos sistemas biosociales
(población indígena y población de españoles) se estableció desde un principio, a pesar
de una política explícita de segregación atribuible a razones determinadas, con el
resultado de la aparición temprana de una población mestiza, que se situó en medio, en
posición ambigua o mal definida socialmente.

Del proceso total que se puso en marcha tras la rápida conquista militar, se destacarán
aquí los fenómenos y hechos procedentes del sistema político. Más concretamente, se
enfatizará el sistema político de los españoles, ya que el sistema político indígena quedó
eliminado casi de inmediato como el primero y más claro entre los resultados de su
derrota militar. Solamente en el nivel local, el de pequeñas comunidades indígenas
organizadas en pueblos, funcionó el sistema político de los naturales. También fue en
este nivel donde el sistema sociocultural mantuvo su vigencia y logró sobrevivir hasta
hoy, mediante diversos e interesantes mecanismos de adaptación, algunos de ellos
tomados en su origen de la propia sociedad dominante.

No obstante lo dicho, es fundamental no perder de vista la sociedad indígena, aun


cuando viviera fragmentada en comunidades locales o pueblos, sustitutos éstos de la
anterior organización en grandes grupos étnicos. Sin la existencia de esa población de
naturales, la sociedad dominante hubiera sido muy distinta o no se habría dado en
absoluto.

Como se señaló antes, el sistema político español en las Indias estaba constituido por los
representantes de la Corona, los cuales actuaban en estrecha relación con la Iglesia por
medio del Real Patronato. Además, uno y otro poder mantenían fuertes relaciones con
los Cabildos seculares o Ayuntamientos. En aquel complejo sistema político fueron
muy importantes las actuaciones de algunos individuos, especialmente en las primeras
décadas y hasta que se consolidaron las instituciones indianas. Basta mencionar a Pedro
de Alvarado, a los obispos Francisco Marroquín y Bartolomé de Las Casas, al
Presidente de la Audiencia, Alonso López de Cerrato, y al Oidor Tomás López, o bien
la figura sobresaliente, no tanto como conquistador cuanto como vecino y Regidor del
Ayuntamiento de Santiago de Guatemala, el veterano soldado Bernal Díaz del Castillo.

El sistema político se puso en funcionamiento en Guatemala por la acción de unas


demandas provenientes de los que habían sido `conquistadores' de la tierra y decidieron
establecerse en ella con el título añadido de `primeros pobladores'. Tras ellos llegaron
otros que no habían participado en la Conquista, pero perseguían los mismos objetivos.
Las demandas consistían en gozar del repartimiento de indios, que éstos tributaran en
especie y prestaran servicio por medio de la encomienda. El primer repartimiento lo
hizo Jorge de Alvarado, hermano del Adelantado, cuando este último no se encontraba
en Guatemala. Tal repartimiento prematuro resultó injusto y provocó numerosas y
agrias reclamaciones de quienes se consideraban perjudicados.

En una tierra que poco antes había sido de guerra (en la década de 1530), cuya
población indígena había practicado la esclavitud y hasta el sacrificio de los cautivos,
los españoles consideraron normal la continuación de una práctica que por otra parte no
era desconocida en el Viejo Mundo. En consecuencia, se introdujo en el sistema político
otro tipo de demanda: el derecho a hacer esclavos en la guerra. De hecho la tierra no
estaba todavía plenamente sometida, y aquí y allá surgían brotes de rebelión, a veces
provocados. Los españoles demandaban además el derecho a mantener como esclavos a
los naturales que lo eran de sus señores indígenas antes de la Conquista.

Ante las demandas de los españoles de obtener de la Corona compensación y


recompensa por los gastos, esfuerzos y sacrificios de la Conquista, el sistema político
tenía que acudir a ciertos recursos humanos que pudieran satisfacer dichas demandas. El
recurso más apetecido, prácticamente el único dada la pobreza en oro y plata de la
Provincia de Guatemala, era el propio indio como tributario, mano de obra y cargador o
tameme. Incluso para explotar el poco metal que se encontraba eran indispensables los
esclavos indígenas.

Una demanda secundaria, más de orden social que económico, era la obtención del
status de hidalgo, que venía a ser otra forma de recompensa por los trabajos y riesgos
corridos desde la salida de España. De hecho, pretender y ser hidalgo imponía trabas a
la actividad comercial y exigía importantes dispendios que no implicaban un beneficio
directo e inmediato.

La escasez de recursos suponía graves apremios o limitaciones para la Corona, que no


podía satisfacer las numerosas demandas. Los indios, en efecto, habían disminuido
peligrosamente como consecuencia inmediata del choque cultural, caracterizado en sus
primeros momentos por la guerra y la transmisión de nuevas enfermedades. En el caso
de las solicitudes de hidalguía, la Corona se resistía a reproducir en las Indias una
sociedad con un estamento nobiliario, no contribuyente y competidor, que tanto había
costado reducir en la Península, aun cuando las peticiones de los españoles en el Nuevo
Mundo fueran tan modestas como el status de hidalgo y un escudo de armas.

De inmediato surgió otro apremio en la nueva sociedad colonial. En este caso procedía
del subsistema de poder, que de hecho era la Iglesia, y hasta de autoridades civiles que
eran, por lo mismo, miembros del sistema estrictamente político. No era sólo la
diferencia entre el número limitado de indios disponibles (apremio) y el volumen de las
solicitudes de los españoles (demanda), sino la cuestión jurídica y moral de si los indios
podían usarse como tamemes y, sobre todo, si se podía mantener como esclavos a los
que ya lo eran y hacer nuevos esclavos de guerra.

La fuerza de las demandas, la escasez de los recursos, más el apremio impuesto sobre
estos últimos por razones de justicia y humanidad, fueron los inputs que en la década de
1530 entraron en el sistema político de Guatemala y lo pusieron en agitado movimiento.
Cada parte o sector de la sociedad española tomó posiciones y ejerció acciones en favor
de sus convicciones o intereses. Los argumentos se forzaron, hasta el extremo de
afirmarse por algunos que el indio esclavo estaba en mejores condiciones de ser
adoctrinado y civilizado que el indio libre y suelto que vivía en sus barrancas. Para
mayor complicación del panorama de esta década de 1530, tenemos los proyectos del
ambicioso e inquieto Pedro de Alvarado, que osó sacar indios de Guatemala para su
expedición al Perú.

El conflicto era inevitable y prácticamente insoluble. Los antiguos conquistadores


reclamaban lo que consideraban un deber de la Corona y para ellos un derecho. Los
oficiales reales señalaban los daños que a la Real Hacienda producían la disminución de
los indios y el peligro de extinción de los mismos (como estaba ocurriendo en las
Antillas), así como la amenaza de los vecinos españoles de abandonar una tierra que no
les ofrecía recompensa suficiente.

La Iglesia tenía por entonces una exigua representación, aunque Francisco ,Marroquín,
clérigo llegado con Pedro de Alvarado en 1530, era ya en 1535 primer Obispo electo de
Guatemala. El que sería más tarde primer Obispo de Chiapa, Fray Bartolomé de Las
Casas, se movía de un lado para otro, demandaba con vehemencia ante la Corona, y
ensayaba en la Verapaz su programa de `evangelización pacífica'. En Nicaragua, el
Obispo Antonio de Valdivieso se unió también a la postura de la Iglesia en favor de un
mejor trato a los indios.

El controvertido tema del indígena americano había llegado hasta Roma y Paulo III
emitió en 1537 la bula Sublimis Deus, que venía a zanjar, teóricamente y desde el plano
doctrinal, el debate sobre la racionalidad y plena humanidad de los indios, y por lo tanto
también su derecho y capacidad para entender y recibir la fe católica. La intervención de
la Iglesia en cuestiones de naturaleza política y económica, que agitaban a la sociedad
indiana, y muy especialmente a la sociedad guatemalteca, no podía ser más clara y
directa. Así se expresaba la suprema autoridad del Pontífice:

Deseando promover seguros remedios para estos males,


definimos y declaramos (que) tales indios y todos los que
más tarde se descubran por los cristianos, no pueden ser
privados de su libertad por medio alguno, ni de sus
propiedades, aunque no estén en la fe de Jesucristo; y
podrán libre y legítimamente gozar de su libertad y de sus
propiedades, y no serán esclavos, y todo cuanto se hiciera
en contrario será nulo y de ningún efecto.

Si el Obispo Marroquín actuaba con la ponderación y el espíritu conciliador y realista


que caracterizó su larga presencia en Guatemala, Fray Bartolomé de Las Casas ejercía
su presión y formulaba sus demandas en el corazón del sistema político español: ante el
Consejo de Indias y ante el propio Emperador.
En un sistema imperial tan peculiar como el hispano, las presiones y denuncias de los
particulares (que en el fondo eran demandas para superar apremios) iban también
directamente, en forma de cartas y otros documentos, desde los vecinos de Guatemala
hasta Carlos V, a quien en última instancia hacían responsable de la situación. Al
descargar sus conciencias con sus informaciones y denuncias, cargaban la conciencia de
Su Majestad, como última y suprema autoridad en un sistema político que, pese a su
extraordinario volumen y complejidad burocrática, culminaba en una sola cabeza
humana y era, por lo tanto, visible y sensible ante las demandas contradictorias y ante
los gravísimos apremios.

La implicación de la Iglesia en el sistema político tenía un doble motivo: por un lado, la


defensa del indio, como ser humano merecedor de un trato justo; por otro, su misión
evangelizadora, para la cual estaba plenamente legitimada por el propio régimen
jurídico de las Indias, sobre el cual se sustentaba la soberanía política de la Corona en
cuanto a la tierra y sus naturales. Pero mal podía llevar a cabo la Iglesia esta doble tarea
en una situación de guerra o de graves abusos, y todavía la jerarquía eclesiástica se
involucraba en los problemas y en el proceso político con un factor más, como lo era el
título de Protector de Indios que Marroquín y otros obispos recibieron de la Corona.
Con todas las ambigüedades y la falta de instrumentalización que sufrió este cargo,
proteger a los indios no era ya una pura cuestión de amor o caridad cristiana, sino una
responsabilidad política, dentro de un sistema en el cual el Estado y la Iglesia estaban
tan íntimamente ligados y comprometidos.

En resumen, las dos grandes demandas, urgentes y contradictorias, en las primeras


décadas de la presencia española en Guatemala fueron la posibilidad de mantener y
hacer nuevos esclavos entre los indios, y la opuesta de dejarlos en libertad y no hacer
nuevos esclavos ni por razón de guerra. Decidir en favor de la esclavitud suponía la
posibilidad de extraer oro y plata de las minas y realizar otros trabajos que sostenían la
economía de los españoles y la Real Hacienda. Decidir en contra de la esclavitud
frenaría el alarmante descenso demográfico, llevaría a la paz con los indios y permitiría
el cumplimiento del programa de reducción en pueblos, para su mejor cristianización.
No se debe olvidar que la facultad de hacer esclavos en la guerra fomentaba la misma
guerra y si el país no estaba en paz, era imposible cumplir los objetivos generales de
colonización con pobladores españoles. Demandas como éstas eran las que entraban en
el sistema político y las cuales había que filtrar o reducir de alguna manera.

Las Leyes Nuevas y la Creación de la Audiencia de


Guatemala
Alrededor de 1540 la tensión era grande en las provincias o gobernaciones del Reino de
Guatemala, hasta el punto que la situación comenzaba a ser insostenible para los
diversos sectores que aquí convivían. Los efectos de la guerra, y sobre todo de las
enfermedades, se dejaban sentir tan fuertemente sobre la población indígena que ésta
hubiera podido llegar a extinguirse. La desilusión se había apoderado de los españoles
que no encontraban en la nueva tierra las recompensas que esperaban por sus
inversiones y esfuerzos en la Conquista. El territorio de la Capitanía General resultó ser
una tierra pobre en metales preciosos, y sólo el indio constituía un recurso rentable, si se
le explotaba suficientemente y se comercializaban las cosechas propias de estos climas.

Por aquellos años dominaban todavía la escena política los caudillos de la Conquista, y
sus actuaciones iban en detrimento de la autoridad de la Corona; ésta, a distancia, no
podía evitar los efectos negativos de las rivalidades y de las violencias que ejercían unos
contra otros. Los eclesiásticos levantaban su voz contra los abusos, proponían planes, y
con ingenuidad o apasionamiento se enfrentaban al duro realismo de los que querían
prosperar o al menos sobrevivir.

Las decisiones políticas que la Corona y la Iglesia habían tomado hasta entonces eran
tímidas o demasiado genéricas para resolver los problemas concretos de Guatemala y de
las provincias vecinas. Los dominicos habían iniciado en la Verapaz su programa de
evangelización pacífica, bajo la inspiración y el patrocinio de Fray Bartolomé de Las
Casas. El Obispo Marroquín ejercía sus buenos oficios, mas sin mucho resultado y sin
contentar plenamente a nadie. La muerte de Pedro de Alvarado, en 1541, supuso el final
repentino de un período y abrió una situación de inestabilidad, inaugurada con el
nombramiento de su viuda, doña Beatriz de la Cueva, como Gobernadora de Guatemala,
la misma que meses después también murió trágica e inesperadamente. A continuación
se hicieron cargo de la Gobernación el hermano de la viuda, don Francisco de la Cueva
y el Obispo Francisco Marroquín, quienes durante un tiempo actuaron como
cogobernadores. Este último hecho es una demostración más de hasta qué punto eran
parte del mismo sistema político o de poder los representantes de la Corona y de la
Iglesia.

Esta era la situación en la provincia de Guatemala cuando se promulgaron las Leyes


Nuevas en 1542. De inmediato se comprobó la dificultad de su aplicación, por los
muchos problemas que estaba creando la reacción de los sectores afectados
negativamente, en especial los que tenían mayor cantidad de indios asignados. Las
Leyes Nuevas, promulgadas en Barcelona y de aplicación en todas las Indias
Occidentales, pretendían corregir errores, eliminar abusos y poner orden en el caos
inevitable que había seguido a una conquista tan rápida como extensa. Tal cuerpo legal
confirmaba disposiciones anteriores de menor rango e introducía muchas decisiones
nuevas. Entre las más conflictivas pueden citarse la prohibición de la esclavitud del
indio y de su utilización como cargador, y la sustitución del servicio personal (que en la
práctica suponía un régimen de esclavitud en casa de los españoles) por un servicio
voluntario y remunerado.

Estas decisiones en favor del indio hacían imposible, o por lo menos no rentable, la
actividad económica de los españoles, en especial el trabajo en las minas.
Evidentemente se trataba de un efecto del sistema político sobre el sistema económico,
de la misma manera que las decisiones favorables al indio y basadas en principios
morales y religiosos eran un efecto del sistema cultural español (creencias y valores)
sobre el sistema político y, consecuentemente, también sobre el económico.

Las Leyes Nuevas afectaron de manera todavía más directa y general a los españoles en
cuanto disponían la extinción de la encomienda al morir su propietario, lo cual suponía,
a corto plazo, el fin del sistema y la inseguridad y pobreza de viudas y huérfanos.
También se sintieron perjudicados por las Leyes Nuevas los funcionarios reales, para
quienes se establecía la incompatibilidad del cargo con el disfrute de encomienda.
Los argumentos en contra de la aplicación de las leyes citadas no se basaban solamente
en la defensa de los intereses económicos de personas y grupos, pues se acudía
abundantemente a los daños generales que se producirían y que podrían ser mayores que
los posibles beneficios: los indios volverían a sus idolatrías, la tierra se despoblaría de
españoles, y la actividad económica disminuiría o desaparecería en perjuicio de las
rentas de la Real Hacienda. Ante el peso de las argumentaciones y las presiones
ejercidas sobre la corona española, no es sorprendente que, en el Reino de Guatemala,
las Leyes Nuevas u Ordenanzas de Barcelona no se aplicaran durante años, o se
aplicaran sólo tímida y parcialmente. Esta situación ambigua y de espera fue alterada
por Alonso López de Cerrato y los oidores de la Audiencia con su firme propósito de
hacer cumplir la ley.

En 1548 tomó posesión como Presidente de la Audiencia de los Confines o de


Guatemala, creada por las propias Leyes Nuevas, Alonso López de Cerrato, que había
sido Oidor de la Audiencia de Santo Domingo, quien desde el primer momento se
propuso poner en práctica este cuerpo legal. Éste venía a sustituir a su primer
presidente, Alonso de Maldonado, quien no había tenido la entereza necesaria para
hacer cumplir las Leyes Nuevas. Al lado del Presidente estuvieron al principio dos
personas tan influyentes como el Obispo Francisco Marroquín y, en especial, Fray
Bartolomé de Las Casas. En contra de la aplicación de las Leyes Nuevas estaba la
generalidad de los españoles, ya se tratara de simples encomenderos, de vecinos, de
alcaldes, o de regidores de los Cabildos, pues todos ellos se consideraban gravemente
perjudicados por la nueva legislación.

Desde el punto de vista del análisis político, lo que estaba ocurriendo en el Reino de
Guatemala en la década de 1540 era una acumulación de demandas, por parte de
conquistadores y colonizadores, que pugnaban por entrar en el sistema de poder. La
situación política se había hecho crítica y era absolutamente necesario reducir el número
y la variedad de las demandas, que amenazaban con atascar o romper el sistema. En
otras palabras, se imponía la disminución de la incompatibilidad que existía entre ellas.

La máxima incompatibilidad surgió entre tres tipos de demandas: las que tendían al
cambio innovador; las que pretendían la conservación o el mantenimiento del sistema; y
las que tendían a producir un cambio regresivo, una vuelta atrás.

La incompatibilidad entre el mantenimiento del estado de cosas imperante y el cambio


se daba con toda fuerza en Guatemala a mediados del siglo XVI. La situación de guerra
que prevaleció en los primeros años, el desconocimiento de la tierra y de su población,
la falta o la debilidad de organismos y autoridades, etcétera, habían permitido ciertas
actitudes y pautas de comportamiento hacia el indio, y ciertas expectativas en cuanto a
lo que se podía obtener de los nuevos territorios. Estas actitudes y expectativas se
tradujeron en normas, incluso legales, que ponían en peligro la supervivencia de la
población indígena y eran absolutamente contrarias a los principios morales y jurídicos
de la Corona y, por supuesto, de la Iglesia.

La lucha política consistía en mantener ese estado de cosas o en transformarlo mediante


una nueva legislación. Con la promulgación de las Leyes Nuevas y la creación de la
Audiencia de los Confines, la decisión desde el poder estaba en favor del cambio, al
tiempo que el vacío político administrativo de aquellas provincias quedaba cubierto con
un órgano de justicia y gobernación como la Audiencia, encabezado por un presidente
asistido por el fiscal y varios oidores. Pero la lucha política no terminaba allí; por el
contrario, en su lugar se planteaba el dilema de cumplir o no cumplir las Leyes Nuevas.

Había llegado el momento de la suprema acción política: la toma de decisiones. Pero la


decisión política no siempre es positiva, en el sentido de traducirse en una determinada
acción. A veces consiste en esperar nada. Esta fue una decisión muy frecuente en la
administración de las Indias y, como se indicó antes, la táctica dilatoria se justificaba
muchas veces con la petición de más información, lo cual significaba fácilmente un par
de años o más en las comunicaciones entre las audiencias y la metrópoli. Otra faceta
muy americana de la no ejecución de las decisiones está recogida en el famoso aforismo
de `se acata, pero no se cumple', con lo cual los responsables del sistema político se
consideraban legal y moralmente autorizados a no aplicar aquellas disposiciones o leyes
que, en su criterio y dado el conocimiento más directo que tenían de la situación, podían
producir más daño que beneficio. La no aplicación de las Leyes Nuevas durante varios
años en la Audiencia de Guatemala es un caso evidente y de gran magnitud de este tipo
de decisiones.

Otro factor en contra de la ejecución de decisiones (en el caso de Guatemala, la


aplicación de la ley) fue el cuestionamiento de la legitimidad de la disposición. Esto era
cosa común en la Audiencia de Guatemala y, dadas las características de la sociedad y
cultura de la época, se mezclaban de manera constante los niveles estrictamente
políticos con los ideológicos. La afirmación de que `cuanto más compartida se halle una
sociedad global en grupos particularistas, menos probable es en ella el consenso sobre la
legitimidad de las decisiones', es perfectamente verificable en la Audiencia de los
Confines. Los españoles dudaban de la legitimidad de unas disposiciones jurídicas que
tanto afectaban a sus intereses, pero los obispos y las órdenes religiosas llegaban a
amenazar al Rey con la condenación eterna por consentir ciertas situaciones, por no
legislar de acuerdo con ciertos principios morales y cristianos, o por no hacer cumplir la
ley.

En la interdependencia de los sistemas político y cultural (y dentro de este último, el


subsistema religioso) fue muy frecuente un tipo de coerción para obligar a la autoridad a
tomar determinadas decisiones: la amenaza del castigo divino. Desde el Rey al último y
más modesto encomendero o fraile, todos estaban presionados por los efectos que sobre
sus conciencias tendrían sus actos. De hecho, una frase muy utilizada era `descargar la
conciencia de su Majestad', con cuya excusa se atrevían unos y otros a hacer las más
graves acusaciones, y extender la culpa y el posible castigo al Rey, si no ponía remedio.
Es un hecho que los argumentos de Fray Bartolomé de Las Casas ante el Emperador, en
uno de sus viajes a la Península, fueron de gran peso para que Carlos V tomara la
decisión de promulgar las Leyes Nuevas.

La retroacción (otro mecanismo de la acción política) funcionaba eficazmente en la


administración colonial española. En efecto, el sistema político era sensible a la
reacción que en su entorno producían sus outputs. Una vez más, las Leyes Nuevas nos
sirven de ilustración: la reacción provocada por la simple promulgación de este cuerpo
de leyes dio como resultado que el sistema político tomara la decisión de no aplicarlas.
Esta segunda decisión era una consecuencia de los efectos percibidos por el sistema
como reacción a los outputs previos. Años más tarde, ante la agravación de la situación
en la Audiencia de Guatemala, reiteradamente denunciada por la Iglesia, el Presidente
Cerrato se propuso aplicar las Leyes Nuevas.
Sin necesidad de recurrir a un caso tan espectacular, se puede afirmar que la rutinaria
acción política en las Indias, materializada en la emisión de centenares de provisiones y
cédulas, se basaba en gran parte en la información que, como resultado de acciones
anteriores, llegaba a los poderes políticos. La sensibilidad a estas reacciones y la demora
en los movimientos de retroacción a causa de las distancias, producían una permanente
situación de ambigüedad, provisionalidad y hasta discrecionalidad por parte de las
autoridades, que no se decidían a ejecutar la acción política o la ejecutaban
tímidamente. La instancia suprema, el Consejo de Indias, se veía bombardeada por
demandas y reacciones tan contradictorias, que debía recurrir a la petición de más
pareceres, lo cual provocaba la dilación y la casi paralización del sistema; se recurría
también a la toma de decisiones ambiguas, lo cual dejaba al criterio de las autoridades
en las Indias si se ejecutaban o no las decisiones, o el grado en que ello debía hacerse en
su caso.

En resumen, la situación en la Audiencia de los Confines durante la década de 1540 era


crítica, porque las demandas desbordaban el sistema político y los apremios reducían
hasta un límite peligroso su capacidad de opción y, por lo tanto, de decisión. El
momento culminante y dramático de esta crisis lo representó la muerte del Obispo
Valdivieso en Nicaragua, a manos de quienes sostenían posiciones contrarias y eran
nada menos que hijos del Gobernador Contreras. La salida de aquella crisis, aunque no
la solución de los problemas, se debe al Presidente Cerrato, que tomó la firme decisión
de aplicar las Leyes Nuevas. Al salir estos outputs (que eran las leyes) se cumplía una
fase en el funcionamiento del sistema político, pero inmediatamente se iniciaba otra
fase, aunque en realidad siempre hubo una superposición, ya que los procesos no son
nítidamente claros y distintos en la práctica. En efecto, el sistema político comenzó a
recibir, como reacción, nuevos inputs, procedentes de los otros sistemas sociales, que se
vieron afectados por los outputs o decisiones contrarias a sus intereses. En términos
históricos, se entraba en una nueva fase en la vida de la Audiencia de Guatemala.

Guatemala en la Segunda Mitad del Siglo XVI


Los episodios más espectaculares y los momentos más dramáticos ocurridos en
Guatemala en las primeras décadas de su historia colonial han servido para ilustrar la
naturaleza y los mecanismos del sistema político de aquella sociedad. La última parte de
este trabajo tiene por objeto hacer una brevísima referencia al resto de la centuria.

A pesar del conflictivo panorama que ofrecía la Audiencia a mitad de siglo, el sistema
social y su sistema político sobrevivieron y se estabilizaron en las décadas siguientes,
aunque no faltaron momentos de crisis y difíciles coyunturas. Las Leyes Nuevas y la
decidida actuación de López de Cerrato y otras autoridades habían evitado al menos que
la situación se agravara o que aquella naciente sociedad terminara hecha pedazos. Esta
capacidad de supervivencia y hasta de consolidación de las jóvenes instituciones no
puede ser explicada sólo mediante el frío análisis del sistema de poder efectuado desde
las ciencias sociales, pues el tema obliga a tener en cuenta otras circunstancias y
factores relacionados con otros sistemas, especialmente con el sistema cultural.

Durante la presidencia de López de Cerrato fue Oidor de la Audiencia Tomás López. Su


paso por Guatemala fue breve (1550-1552) y no se hizo notar tanto como otros
personajes contemporáneos. Sin embargo, su pensamiento es un claro exponente de la
mentalidad de la época, en cuanto a la acción política. Tomás López, que fue clérigo,
era un buen observador y un minucioso crítico de la situación que encontró en
Guatemala. Su interés abarcó tanto a los españoles (religiosos, clérigos seculares y
particulares) como a los indígenas. Escribió, entre otras cosas, dos extensas cartas o
informes al Emperador, de cuyos textos conviene destacar un dato muy significativo de
la política española en las Indias, o más exactamente de la filosofía del sistema político
español.

Las autoridades españolas de la época tenían una visión global de la función política,
como también tenían una visión integral del hombre, lo cual se constituía en causa y
efecto de la interrelación Corona-Iglesia, que se ha venido subrayando, y de la doble
condición política y eclesiástica de muchas autoridades indianas. Tomás López se
preocupó mucho por los asuntos religiosos y dedicó gran atención a los indígenas. Es
característico en sus informes al Emperador y en las ordenanzas que siguieron a su
visita a Yucatán el atender por igual a cuestiones temporales y espirituales, pues la
política española hacia el indígena (en colaboración con los vecinos españoles o a pesar
de ellos) era concebida como un programa integral de aculturación, en la dirección del
modelo cultural hispano.

El enérgico y controvertido Presidente López de Cerrato falleció mientras estaba


sometido al preceptivo Juicio de Residencia, que era un notable procedimiento de
control propio del sistema político hispano, merecedor de una atención que en este
ensayo no se le puede brindar. Siguió actuando en la escena política guatemalteca el
veterano Obispo Marroquín, a quien el tiempo fue haciendo más prudente y realista, con
el resultado de que vio cómo se enfriaban sus relaciones con otras autoridades o se
adoptaban contra él posiciones hostiles, las cuales agotaban sus energías y amargaban
su vejez. Su distanciamiento de Fray Bartolomé de Las Casas era ya antiguo y en 1553,
en relación con un episodio menor, se le enfrentó el Oidor Ramírez con tal violencia que
el hombre de leyes estuvo a punto de matar al señor Obispo. Esto ocurrió cuando sólo
hacía tres años que había sido asesinado el Obispo de Nicaragua.

Del abanico de actuaciones de Marroquín en su largo obispado se puede obtener


también la imagen polifacética de lo que era la política indiana. Sabemos cómo la
educación y la labor asistencial estaban en manos de la Iglesia, y Marroquín, fiel a esta
misión complementaria de la puramente religiosa, aplicó su tiempo, influencia y
recursos a proyectos tales como la fundación de un colegio para recoger niñas mestizas
y huérfanas, de un hospital y de un colegio universitario. Estos proyectos tuvieron
diversa fortuna, pero son un evidente testimonio de la conjunción que existía entre
Corona e Iglesia en cuanto a responsabilidades sociales.

Marroquín murió en 1563. Otros dos obispos tuvieron la sede de Guatemala desde
entonces hasta el final de siglo: Bernardino de Villalpando, que tomó posesión en 1564
y falleció en 1570, y Fray Gómez Fernández de Córdova, que ocupó la vacante en 1574
y falleció en 1598. Su sucesor, Fray Juan Ramírez, no tomó posesión sino hasta 1601.
Con la venida del segundo Obispo de Guatemala surgieron fuertes pugnas entre el clero
secular y las órdenes religiosas, apoyado el primero por los encomenderos, debido a que
el Obispo empezó a quitar buen número de curatos a los frailes para darlos a miembros
del clero secular, muchos de los cuales eran advenedizos y hasta `clérigos facinerosos'.
Dada la grave situación, la Corona tuvo que enviar un juez pesquisidor.
Fueron más los presidentes de la Audiencia que se sucedieron en la segunda mitad del
siglo XVI, porque sus períodos de gobierno eran notablemente más cortos. No se puede
entrar aquí en los numerosos episodios y crisis que en este tiempo ocurrieron en el
sistema político (al fin y al cabo en el sistema social de Guatemala), los cuales darían
lugar a enfrentamientos de las autoridades civiles con las eclesiásticas. Ello era reflejo
de las diferencias y los conflictos existentes entre las dos grandes instituciones (la
Corona y la Iglesia) y dentro de cada una de estas dos esferas de poder: presidentes y
oidores por una parte; obispos, órdenes religiosas, y clero secular por otra. También es
necesario destacar los puntos de coincidencia y las colaboraciones, que no faltaron. La
descripción y análisis de tales episodios llevarían a conocer en detalle el funcionamiento
global de un sistema de poder, del cual sólo se están ofreciendo algunos apuntes
ilustrativos.

Por encima de discrepancias y rivalidades existían y presionaban sobre todas las partes
en conflicto unos problemas objetivos que, en forma de demandas y apremios, seguían
entrando en el sistema político y constituían en definitiva la causa de las diferencias y
tensiones sociales. Se pueden citar, entre otros, la decadencia de la encomienda, como
recurso económico de los vecinos españoles; la búsqueda sucesiva de cosechas con
valor de mercado; la evolución demográfica de naturales, españoles y mestizos; la
necesidad de mejores puertos y caminos, y los ataques de corsarios y piratas.

En las pugnas entre españoles y en los esfuerzos y esperanzas por encontrar soluciones
se puede buscar una explicación de cómo una sociedad plagada de problemas, agobiada
por las necesidades, desencantada por la cruda realidad, seguía su curso y hasta se
consolidaba en la centuria siguiente. Probablemente fue la persistencia del conflicto
social el mecanismo o la fuerza que, paradójicamente, evitó la ruptura, al actuar como
una tensión permanente que mantenía, aun a duras penas, la unión y comunicación entre
las partes. Sirvan como ejemplo de cómo se podía estar en contra y al mismo tiempo
sentirse parte del sistema, las pruebas de fe y devoción que los vecinos de Santiago de
Guatemala dieron desde el Ayuntamiento, al solicitar reiteradamente al Rey el envío de
más frailes y monjas; al aprobar ayudas económicas para la construcción o
reconstrucción de templos; y el interés de alcaldes y regidores (directos representantes
de la población civil) por una festividad como la del Corpus, sobre la que recayó
acuerdo de que los capitulares llevaran varas del palio en la procesión del Santísimo.

Fue también normal que la Corona pidiera a la Audiencia, al Cabildo secular y al


Cabildo Eclesiástico informes sobre la conveniencia de fundar un convento de monjas
en Santiago, o sobre otras acciones similares. Todo ello es prueba de la estrecha relación
entre las partes del sistema global, y muestra la continua y fuerte interdependencia del
sistema político con los demás sistemas, en particular con el cultural.

Los últimos comentarios de este trabajo se dedican precisamente a la influencia del


sistema cultural español en la vida y en el funcionamiento de la sociedad guatemalteca.
En efecto, la gravedad de los problemas de todo género, la acrimonia y a veces la
violencia de los comportamientos recíprocos de los españoles, no fueron incompatibles,
en términos muy generales, con el doble sentimiento de fidelidad a la Corona y de fe en
la doctrina de la Iglesia. Se podía estar en contra de personas y de decisiones políticas
concretas de la Corona, pero no se ponían en tela de juicio las instituciones como tales,
aun cuando las críticas y denuncias fueran duras y abundantes. Este doble sentimiento
de fidelidad de los españoles, tanto peninsulares como criollos, formaba parte y era
manifestación del hecho de compartir una misma cultura, la cual tenía un mismo y
sólido sistema de valores y creencias.

Como escribió Adriaan C. van Oss, si tuviéramos que escoger una sola e irreductible
idea que defina al colonialismo español en el Nuevo Mundo, ésta sería indudablemente
la propagación de la fe católica. A diferencia de otros poderes coloniales europeos,
como Inglaterra u Holanda, España insistió en convertir a su religión estatal a los
indígenas de las tierras conquistadas. Este gran objetivo estatal sólo podía concebirse y
realizarse sobre la base de una identificación profunda de la población española con los
principios que sustentaban dicho propósito. Las claves para entender la administración
española en las Indias y su singular sistema de poder, claramente reflejado en el Reino
de Guatemala, deben buscarse, en última instancia, en el sistema cultural hispano que
todos compartían, aunque a la hora de defender puntos de vista e intereses
institucionales, personales o de grupos, las diferencias fueran grandes y los conflictos
frecuentes, inevitables y a veces hasta violentos.
JORGE LUJÁN MUÑOZ

Política Fundacional en los Siglos XVI y


XVII

Introducción
El proceso de fundación de poblados en el Reino de Guatemala durante la dominación
española tuvo etapas más o menos definidas. La más importante, cualitativa y
cuantitativamente, correspondió a la primera mitad del siglo XVI. A partir de 1540-
1550 disminuyó el número de las fundaciones españolas, y alrededor de 1555-1560 el
de pueblos de indios, en ambos casos con la excepción de Costa Rica. El proceso se
detuvo casi por completo durante el siglo XVII pero tuvo un pequeño repunte en la
centuria siguiente, sobre todo en su segunda mitad.

La Corona española apoyó y promovió desde un principio la fundación de centros


urbanos, los cuales eran una parte fundamental de su política de colonización, un medio
de asentar la población, apoyar la autoridad real, y disminuir al mismo tiempo el
excesivo poder de los jefes de la Conquista. Posteriormente, las disposiciones reales se
aplicaron, con las consiguientes adaptaciones, para afirmar el sometimiento de los
vencidos y facilitar su adoctrinamiento en la fe cristiana.

Es oportuno hacer en este momento una advertencia sobre la terminología usada


entonces y que en alguna medida quedó reflejada en la legislación y documentos de la
época. Por ejemplo, ciudad y villa fueron términos aplicados a los centros urbanos de
españoles para designar el primero de ellos, una población importante y grande y el
segundo, una más pequeña. En cambio, la palabra pueblo, y a veces también poblado,
sirvió para distinguir a los vecindarios de indios, aunque en algunas ocasiones también
se refirió genéricamente a los centros urbanos de menor tamaño, sin importar la filiación
étnica. Sin embargo, lo más corriente fue restringir el vocablo pueblo a los vecindarios
de indios, según se nota en numerosas leyes del Libro VI, Título 3 de la Recopilación de
1680. Esta diferencia terminológica respondía a la política española de `repúblicas'
separadas, es decir, se creía que debían existir centros urbanos exclusivamente para
españoles, y otros sólo para aborígenes. Por otra parte, y sobre todo en el siglo XVI, las
ciudades y las villas no necesariamente fueron de mayor tamaño que los pueblos; antes
bien, cuando se hicieron las reducciones, muchas ciudades y villas tenían vecindarios
pequeños, en tanto que hubo pueblos con muchos habitantes. Con el paso de los años
este fenómeno cambió, lo mismo que la separación étnica de los vecinos, especialmente
en las capitales y urbes importantes, que se convirtieron paulatinamente en centros
multirraciales.

En la historia de Centro América las grandes ciudades han tenido, al igual que en otras
partes de Hispanoamérica, una enorme importancia que fue particularmente evidente en
la época de la Colonia. Inmediatamente después de fundadas las ciudades españolas,
algunas de ellas se constituyeron en los centros de poder (político, económico, cultural y
social) desde donde la toma de decisiones y las influencias determinantes irradiaron a
las zonas circundantes. En cada una de las provincias, gobernaciones o regiones
surgieron una o dos ciudades que se definieron como los ejes dominantes o focos de
poder de cada área. Este fenómeno no fue solamente el resultado de la Conquista y de
un proceso de fundaciones basado en razones circunstanciales, sino que tuvo también su
fundamento en motivos geográficos y en la propia ubicación de los pueblos
precolombinos, aunque también incidieron otros factores.

Política Fundacional desde la Conquista hasta 1600


Tanto para los centros urbanos españoles como para los pueblos de indios, el gran
período fundacional en el Reino de Guatemala fue relativamente corto e intenso. En el
caso de las ciudades y villas de españoles la mayoría se fundó en el corto período de
1524 a 1530, con un total de 17, de las que perduraron ocho; en la siguiente década ya
sólo se fundaron 10, de las que prosperaron seis (véase Cuadro 5); a partir de 1541 las
fundaciones fueron muy espaciadas. El gran ciclo de las reducciones indígenas se dio a
partir de 1548 y duró unos dos decenios.

Fundaciones de ciudades y villas españolas

A pesar de que una parte de la costa atlántica de lo que después sería conocido como el
Reino de Guatemala fue recorrida por Colón en su cuarto viaje (1502), y posteriormente
por Juan Díaz de Solís y Vicente Yáñez Pinzón (1506), y pese también a la presencia
española en Panamá desde el segundo lustro del siglo, las fundaciones no se iniciaron
sino hasta en 1524 con la llegada de expediciones desde dos direcciones opuestas:
Panamá y México. Antes de esta fecha, en 1523, se había internado en Nicaragua la
expedición de Gil González Dávila, pero no efectuó fundación alguna. Al año siguiente
se produjeron las fundaciones de Guatemala (Pedro de Alvarado), León y Granada
(Francisco Hernández de Córdoba), y probablemente Huehuetlán, en Soconusco (Pedro
de Alvarado o gente bajo sus órdenes). Todas ellas se convirtieron en centros urbanos
importantes (aunque algunas sufrieron traslados), particularmente Santiago de
Guatemala debido a inundaciones y terremotos, que llegó a ser la capital del Reino, sede
de Audiencia y del principal obispado, y León, centro de la gobernación y del obispado.

Cuando se realizaron las anteriores fundaciones ya estaba afirmado y definido el modelo


urbano en damero o cuadrícula, que fue el aplicado en todas ellas. En la actualidad no se
sabe si en el caso de Guatemala hubo tiempo de hacer la traza, ya que muy pronto tuvo
que ser abandonado el sitio escogido, cerca de la capital de Los Cakchiqueles
(kaqchikeles), Iximché. La ciudad, es decir, sus autoridades y vecinos, fue itinerante
durante más de dos años conforme el ejército se desplazaba en su campaña militar.
Todos los vecinos y los miembros del Cabildo eran soldados que componían la hueste
que debía trasladarse de un lugar a otro, de manera que la `ciudad' iba con ellos y se
establecía en el campamento militar de los españoles. Primero estuvo en Xepau (cerca o
en el actual Olintepeque, Quetzaltenango), y luego en Chij xot, no lejos de la Comalapa
actual. Un hecho sobre el que existe suficiente evidencia es que el primer asiento
permanente de la ciudad se hizo en los llanos de Almolonga o Bulbuxyá, el 27 de
noviembre de 1527, bajo las órdenes de Jorge de Alvarado, hermano del conquistador.
Su diseño fue rectilíneo según evidencias históricas y arqueológicas. La ciudad
permaneció allí hasta su destrucción en 1541, cuando se trasladó a Panchoy, que habría
de ser su asiento hasta 1773.

Un caso bastante parecido fue el de la ciudad de San Salvador. Fundada en abril de


1525 (hay autores que citan 1524), el intento no perduró, de manera que en 1528 se hizo
una segunda fundación, ya con traza formal, en el sitio de La Bermuda, hasta que
finalmente, en 1541 ó 1542, se trasladó al lugar que todavía ocupa.

Por razones de espacio y enfoque del tema, no se entra en los detalles de cada una de las
fundaciones realizadas, su evolución, permanencia o fracaso, etcétera. Sin embargo,
conviene señalar etapas y características generales de la política fundacional. En tal
sentido, se puede decir que, salvo en el caso de Costa Rica, la etapa de campañas
militares había ya concluido en 1540. Aunque todavía quedaban extensos territorios por
dominar, especialmente en las selvas húmedas tropicales de la vertiente del Caribe, las
regiones de mayor población indígena, es decir, el Altiplano central, la Bocacosta y la
Costa del Pacífico habían sido ya dominadas. De ahí que pueda afirmarse que la primera
etapa fundacional de los centros urbanos españoles terminó en dicho año.

De acuerdo con el resumen realizado por Carlos Meléndez Chaverri en 1977 (al que se
han hecho agregados y del que se ha eliminado lo correspondiente a Panamá), se puede
apreciar que en el Reino de Guatemala se fundaron durante el siglo XVI alrededor de 50
ciudades y villas, de las que solamente perduran unas 19. De aquel total, 28 se
establecieron antes de 1540. En la década siguiente sólo se fundaron seis; entre 1551-
1560, apenas dos; ocho en la década de 1561-1570, de las cuales cinco corresponden a
Costa Rica (sólo una perduró); y seis en la década de 1571-1580, de las que nuevamente
cinco fueron en Costa Rica y solamente una prosperó. Finalmente, en las dos décadas
finales del siglo no se registró fundación alguna (Cuadro 5).

En lo que se refiere a la fundación de villas en el actual territorio de Guatemala, los dos


intentos posteriores a 1540 se dieron en la Verapaz, zona de dominación tardía. El
primero fue el de Nueva Sevilla, asentada en 1543 a orillas del Río Polochic, la cual
llegó a tener 60 vecinos. Los dominicos se opusieron a esta fundación con base en sus
derechos de exclusividad en la región. Tales derechos fueron reconocidos por la
Audiencia que ordenó en 1548 el despoblamiento de la villa, y fue abandonada al año
siguiente. El otro caso fue el de la Monguía o Munguía, que el Presidente Núñez de
Landecho fundó alrededor de 1568 no lejos de la anterior, a orillas del Lago de Izabal,
la cual tampoco prosperó.

De las 50 ciudades y villas establecidas en el Reino de Guatemala durante el siglo XVI,


más o menos 23, es decir, un poco menos de la mitad, no llegaron a existir ni siquiera
10 años, y algunas no pasaron de pocos meses. Es probable que estos intentos fallidos
hayan carecido por lo general no sólo de arquitectura formal, sino de traza rectangular.
En cuanto a las ciudades que perduraron, 14 de ellas, es decir, la mayor parte, se
fundaron de 1524 a 1540, y las cinco restantes entre 1551-1680 (véanse el Cuadro 6 y la
Ilustración 34).

Al cierre del siglo XVI las ciudades y villas con Ayuntamiento pueden jerarquizarse, de
acuerdo con el número de residentes españoles que tenían, en la siguiente forma: una
ciudad con casi 500 vecinos, Santiago de Guatemala; dos con más de 200: Granada y
Ciudad Real; tres con alrededor de 200: San Salvador, Comayagua y la Villa de
Sonsonate; siete fluctuaban entre más o menos los 100 vecinos: las ciudades de León y
Cartago, junto con las villas de Huehuetlán, Tegucigalpa, San Miguel, El Realejo y
Trujillo; y seis con menos de 50 (todas ellas existieron como villas la mayor parte del
tiempo): Gracias a Dios, San Pedro Sula, Olancho, Nueva Segovia, Esparza y Puerto
Caballos. Hubo, pues, en el Reino de Guatemala, un total de 19 centros urbanos
españoles de cierta importancia.

El desarrollo de estos centros puede asociarse al de las diversas regiones que se fueron
delimitando en todo el Reino, cada una de las cuales giró en torno a un foco de poder (la
sede del gobierno o de la autoridad política principal). La importancia de cada uno de
estos núcleos urbanos dependió del desarrollo agrícola y prosperidad de la etapa
extractiva del siglo XVI, que luego se demostraría pasajera. De esta manera, por
ejemplo, Huehuetlán creció por el comercio del cacao, y cuando éste entró en crisis tuvo
una rápida declinación. De igual forma, la prosperidad de San Salvador y Sonsonate
estuvo asociada al cacao y luego al añil. Por su parte, Tegucigalpa fue prácticamente la
única ciudad que debió su crecimiento a la minería. El Reino de Guatemala se definió
como una zona fundamentalmente agrícola, cuya economía dependió de la exportación
sucesiva de un solo producto agrícola. La etapa extractiva del bálsamo, la zarzaparrilla,
la vainilla y los metales preciosos en los ríos se agotó en poco tiempo. El único recurso
duradero fue la agricultura, asociada íntimamente a la existencia de la fuerza laboral
aborigen.

Fundación de pueblos de indios

El ciclo fundacional de pueblos de indios, con lo cual se entiende el trazado formal


reticular de núcleos urbanos al efectuarse la reducción o congregación, fue ordenado
desde 1538, a instancias del Obispo de Guatemala Francisco Marroquín, por cédula que
tuvo que reiterarse en 1541. La segunda cédula llegó cuando gobernaba el Licenciado
Alonso de Maldonado quien, según Fray Francisco Vázquez, `sobreseyó' su ejecución,
`encomendando a los religiosos que hiciesen lo posible', hasta que él volviera de un
urgente viaje que debía emprender a Honduras. Cuando la Audiencia se estableció en
Gracias a Dios en 1544, uno de los primeros encargos del Rey fue `recoger' y `juntar' a
los indios en pueblos, para lo cual la Audiencia envió a Guatemala a uno de sus oidores,
el Licenciado Juan Rogel. Vázquez considera que `era este caballero cual se requería
para una obra de tanta importancia'.

El Oidor Rogel recurrió a la ayuda de los religiosos, muchos de los cuales eran buenos
conocedores de los idiomas de los indios, e inició la reducción a pueblos comenzando
en la de Patinamit, `corte antigua de Guatemala', es decir, de los cakchiqueles. El primer
pueblo `reducido' fue el de Tecpán Guatemala; luego siguió el de Chimaltenango, que
estaba donde ahora está Comalapa, `y lo hizo acercarse a la ciudad de Guatemala'; y el
de Comalapa, que estaba en el sitio llamado Puvakil, lo asentó donde se encuentra en la
actualidad. Aparentemente primero dirigió su atención `a las cabeceras de los señoríos',
y así continuó con Atitlán, Tecpán Atitlán (hoy Sololá), Totonicapán (San Miguel) y
Quezaltenango. Estos últimos, según Vázquez, `no dieron tanto trabajo' porque `ya
estaban algo domesticados por los religiosos'. De acuerdo con lo que informó el Obispo
Marroquín, en abril de 1548 se hallaba encaminada la reducción a pueblos. Según el
Memorial de Sololá, el día 7 Caok (30 de octubre de 1547) se estableció la ciudad de
Sololá o Tecpán Atitlán.
Parece ser que en zonas demasiado alejadas pudo haber más dificultad para sacar a los
indios de sus `barrancas' y `montes', `recoger' a los fugitivos y obligarlos a establecerse
permanentemente en poblados, de acuerdo al patrón europeo, ya que estaban
acostumbrados a vivir dispersos, cada familia en su parcela y `cada indio en su milpa',
como decían los españoles del siglo XVI. Sucedió frecuentemente que los indios ya
reducidos regresaran a vivir en sus cultivos. De hecho, aún hoy día, ciertos poblados
han sido catalogados (por los antropólogos sociales, etnólogos y sociólogos) como
`pueblos vacíos' durante el ciclo agrícola, a los cuales acuden sus habitantes en dicha
temporada sólo periódicamente, el domingo o el día de mercado y en las fiestas locales
importantes. Los indígenas tardaron bastante en adaptarse al sistema de vida de los
poblados de tipo europeo. Los archivos están llenos de testimonios acerca de la
resistencia que presentaron durante largo tiempo y con diversos resultados. Sin
embargo, debe reconocerse la habilidad y el buen método seguido por los frailes,
primero para hacer la congregación y luego para lograr la adaptación de los indígenas a
esa forma de vida.

Fray Antonio de Remesal se refiere en su crónica al procedimiento que siguieron los


frailes en la congregación de pueblos. Según dicho cronista, lo primero que hacían los
religiosos, en unión de los caciques y principales, era buscar el lugar, nuevo o antiguo,
donde se haría la fundación. Después sembraban las milpas junto al sitio y `mientras
crecían y se sazonaba el maíz' edificaban las casas, y cuando ya estaban `las milpas para
cogerse', en un día previamente señalado, `se pasaban todos al nuevo sitio con muchos
bailes y fiestas que duraban algunos días, para hacerlos olvidar las costumbres antiguas'.
Por supuesto, previo a la construcción de las viviendas debía haberse realizado la traza
del pueblo, probablemente partiendo de la plaza mayor. Según Remesal, los frailes
mismos `tiraban los cordeles, medían las calles, daban sitio a las casas, trazaban las
iglesias, procuraban los materiales, y sin ser oficiales de arquitectura, salían maestros
aventajadísimos de edificar'.

Las calles resultaron relativamente rectas, en especial en la parte más céntrica del
poblado. La orientación de las calles era hacia los puntos cardinales, con una leve
desviación del Norte hacia el Norte magnético (NNE). Las manzanas tenían
generalmente 100 varas por lado, y las calles entre ocho y diez varas de ancho. Cada
manzana comprendía varias parcelas, y las casas quedaban interpoladas, pues cada
familia tenía su parte dedicada a la siembra, animales domésticos, horno, temascal,
etcétera. En cuanto a los lugares escogidos, en general se buscó que fueran zonas llanas
y no muy alejadas de las áreas originales de los indios. Se trató, asimismo, que los
vecinos congregados fueran de la misma etnia e idioma. Sin embargo, en algunos casos
éstos pertenecían a diversos clanes o calpullis, que entonces daban lugar a la formación
de barrios diferenciados dentro de la misma cabecera municipal. Probablemente la
distribución de la población en los diferentes municipios se hizo también de acuerdo
con la forma en que estaban asignadas las encomiendas. En otros casos el factor para la
ubicación de un pueblo pudo haber sido la preexistencia de una iglesia cristiana o,
excepcionalmente, de un convento, por ejemplo, en San Cristóbal Totonicapán.

La reducción tuvo sus problemas y, contra lo que parecen indicar las idealizadas
descripciones de Remesal y Vázquez, causó graves perjuicios a los indios,
especialmente a los que se resistieron. Edward O'Flaherty se refiere a lo mucho que los
indios sufrieron durante el proceso. Según este autor, la congregación se intensificó en
los años 1553 y 1554. Cada reducción siempre debía ser supervisada por un oidor, a
cuyo lado actuaban un escribano y un intérprete. Los frailes apoyaron la necesidad y
urgencia de juntar a los indios en pueblos como medio eficaz de reforzar la
evangelización y eliminar la religión tradicional, pues de esta manera se les podía
controlar más fácilmente.

Aunque no se tienen noticias claras al respecto, puede afirmarse que en 1555-1560,


salvo casos aislados, el ciclo fundacional de pueblos de indios (no así el proceso de su
aceptación) había ya concluido en Guatemala. Un poco después, y aplicando las
experiencias adquiridas, debe haberse efectuado en Chiapas, Honduras, El Salvador y
Nicaragua, en las zonas bajo dominio español y controladas por las órdenes religiosas.

Cuando se hicieron las reducciones, la población ya había disminuido notoriamente


respecto a la existente antes de la Conquista, fenómeno que es casi seguro se agravó con
el nuevo sistema de vida, en especial en las áreas menos habitadas y en las más
directamente afectadas por la explotación del cacao y de los metales preciosos.
Efectivamente, si bien es cierto que el hecho de aglomerarla facilitó el control sobre la
población indígena, así como su asistencia a la iglesia y a los trabajos requeridos,
también debe haber permitido el contagio de las nuevas enfermedades europeas.

La disminución demográfica, que en muchos casos (especialmente en las Tierras Bajas),


produjo incluso el abandono de pueblos enteros, hizo innecesaria la fundación de
nuevos poblados. No obstante, hubo algunas excepciones cuando por razones especiales
se hizo conveniente establecer determinados pueblos. Este fue el caso, por ejemplo, en
la zona de Sacatepéquez, en el Altiplano central de Guatemala, de San Raimundo Las
Casillas y Santo Domingo Xenacoj, fundados alrededor de 1580, según parece bajo la
dirección de los frailes dominicos, para evitar que los indios fueran despojados de sus
tierras por los labradores españoles, dueños de labores de trigo.

La inmensa mayoría de los pueblos de indios del Reino de Guatemala presenta el patrón
urbano de cuadrícula. Sólo las aldeas y caseríos más pequeños (probablemente
agrupaciones de indios que se resistieron con buen éxito a juntarse en los poblados
mayores, o `fundaciones' más tardías realizadas fuera del control de las autoridades)
muestran una forma irregular. En todos los pueblos se encuentra la plaza mayor en el
centro, con la iglesia (generalmente con la portada hacia el Este) en uno de los lados y el
Cabildo en otro. Aún hoy en día se pueden ver las calles relativamente rectas. Por
supuesto, las condiciones geográficas determinaron muchas veces el alineamiento y el
crecimiento del poblado. Según Felix W. McBryde, las calles principales de Sololá, por
ejemplo, siguen el eje de la pequeña depresión de la terraza en que se halla, y las
pendientes hacia el Este y el Oeste limitaron la expansión en esas direcciones. Otros
pueblos tienen una orientación distinta, como Patzún, que se extiende de Noroeste a
Sureste y Chicacao, de Nordeste a Suroeste; San Antonio Suchitepéquez casi de Este a
Oeste.

Fundaciones Durante el Siglo XVII


Se puede decir que a partir del último tercio del siglo XVI y durante todo el siglo XVII
no existió en el Reino de Guatemala una verdadera política fundacional, ni de centros
urbanos españoles ni de pueblos de indios. Los casos que se analizan a continuación son
excepciones que confirman la regla.

Evolución poblacional y fundaciones de villas de españoles y ladinos

Para apreciar mejor la evolución urbana y la política de fundaciones españolas y ladinas


en el Reino de Guatemala, es necesario tener en cuenta la crisis económica provocada
por el estancamiento en las exportaciones del añil, que limitó el desarrollo de las
ciudades y villas en el siglo XVII. Con excepción de Santiago de Guatemala, los centros
urbanos no crecieron e incluso algunos fueron abandonados (como Olancho o Nueva
Segovia) o perdieron su Ayuntamiento. La crisis se manifestó más duramente en las
costas, especialmente la atlántica; por ejemplo, Puerto Caballos fue abandonado en
1605, fecha en la que se abrió Santo Tomás de Castilla, que tampoco prosperó. En
realidad, los puertos apenas tuvieron población permanente y traza regular; sólo se
animaban cuando llegaban navíos, cosa que durante esta centuria ocurrió sólo en forma
esporádica.

La única ciudad que verdaderamente creció durante el siglo XVII fue Guatemala, sede
del gobierno regional, de la Audiencia, de la educación superior, de los grandes
monasterios, del principal obispado, y centro del poder económico del Reino. A
principios del siglo tenía unos 500 vecinos españoles e igual número de indígenas,
ladinos y `castas', y como cada vecino era jefe de una familia promedio de cinco
personas, se obtiene un total de 5,000 habitantes. Alrededor de 1700, esta cifra llegaba a
30,000.

En cuanto a otras ciudades, los principales cambios pueden resumirse así: Ciudad Real
disminuyó en su importancia relativa; Trujillo, Gracias a Dios y Nueva Segovia
perdieron su Ayuntamiento; dejaron de ser villas El Realejo, Xerez de la Choluteca, San
Pedro Sula y San Jorge de Olancho (que antes había sido ciudad). Mientras tanto
surgieron dos nuevas villas de `ladinos', según se verá a continuación. En relación a los
despoblamientos y abandonos, se afirmó la tendencia del siglo precedente: se
produjeron en los centros urbanos del litoral (fueran costeros o cercanos a la costa)
especialmente en el Atlántico. Al contrario, todas las ciudades que se mantuvieron y las
nuevas villas correspondieron al interior, a zonas templadas o de Bocacosta más
relacionadas con la vertiente del Océano Pacífico, es decir, las más sanas, con mayor
población aborigen y donde se hallaban los cultivos de cacao y añil.

Como ya se dijo, después del siglo XVI fue excepcional la fundación de poblados no
indígenas. A continuación se hace referencia a tres intentos fallidos. El primero se
verificó en 1604 cerca de la capital del Reino, en lo que entonces era el Valle de Mixco,
es decir el que ahora ocupa la ciudad de Guatemala, en el llamado Llano de la Culebra
por la cercanía del montículo prehispánico, sobre el que se construyó hacia 1780 el
acueducto de Pinula. El proyecto contó con la iniciativa y apoyo del Presidente de la
Audiencia, Doctor Alonso Criado de Castilla, por lo cual la propuesta villa iba a
llamarse San Ildefonso de Castilla. Tras dejar la presidencia Criado de Castilla el intento
fracasó, pues su sucesor, Antonio de Peraza Ayala y Rojas, Conde de la Gomera,
atendió más bien la posición contraria del Ayuntamiento de Santiago de Guatemala, que
consideró tal iniciativa lesiva a sus intereses. La cercana población vendría, en efecto, a
limitar la jurisdicción de Santiago sobre el Corregimiento del Valle, al abrir la brecha
para nuevas fundaciones de villas, cuyos Ayuntamientos no dependerían ya del de la
capital del Reino de Guatemala.

El segundo intento, también a principios de siglo, ocurrió en Costa Rica, aunque en este
caso sí se verificó la fundación. El Gobernador Juan de Ocón y Trillo ordenó a Diego de
Soja y Peñaranda que hiciera una entrada en la Talamanca, para someter a los indios del
valle de Duy. El 10 de octubre de 1605, en la margen del Río Sixaola, fundó la ciudad
que solemnemente llamó Santiago de Talamanca. Trazó la planta, repartió solares y
asignó sitio para el templo a cargo de frailes franciscanos. En un principio hubo cierta
prosperidad, pero pronto se produjeron problemas al cambiar la jefatura de los
españoles (el Gobernador nombró a un sobrino suyo para sustituir al fundador) y
especialmente al llegar, en febrero de 1610, Gonzalo Vázquez de Coronado como
`gobernador y lugarteniente de capitán general' del valle de Duy y Mexicanos. Este
cometió atrocidades contra los indios, quienes sitiaron la `ciudad', que no pudieron
tomar por la llegada de refuerzos españoles. Sin embargo, se hizo imposible mantenerse
ya en la región, que se abandonó.

El tercer intento frustrado ocurrió en 1631, al norte de la Verapaz, en el confín de las


tierras sin conquistar. Lo promovió el Alcalde Mayor Martín Alfonso Tovilla, que
describe el proyecto en su Relación Histórica de las Provincias de la Verapaz y del
Manché... Estuvo asociado al esfuerzo por controlar las incursiones de los indios
rebeldes o `gentiles', que en este caso eran los itzaes, choles y lacandones. La propuesta
de Tovilla al Presidente de la Audiencia, don Diego de Acuña, fue aprobada por auto de
11 de mayo de 1631, y se le otorgaron facultades para llevar 20 familias (`vecinos
casados'), españolas `si pudiere ser', de mulatos y mestizos, `honrados... con sus armas'.

Ya con la autorización, el Alcalde Mayor `echó un bando' en la ciudad de Guatemala


para obtener las 20 familias (probablemente más de `ladinos' que de españoles). En
`cosa de diez días' éstas estuvieron listas para partir de la capital, acompañadas por el
Fraile dominico Francisco Morán. La expedición salió de Cobán, junto con 100 indios
auxiliares que llevaban por Capitán a su cacique don Juan de la Mantilla Ortega.
Aunque llevaba orden de esperar a Tovilla en Yaxhá, continuó hasta la región
amotinada de Yol. El Alcalde Mayor, con 150 indios auxiliares y otros tantos
cargadores, se unió a la expedición en San Miguel del Manché, en un valle de `tres
leguas de largo de norte a sur'. El lugar estaba bien provisto de agua, madera y cal, así
como de tierras que se consideraron aptas para el cultivo de trigo. Distaba sólo ocho
leguas del Río Petenhá (¿el actual Sarstún?), por el cual se podía ir a Santo Tomás de
Castilla, en dos días.

La villa se fundó oficialmente el 13 de mayo, y se le llamó Toro de Acuña por el


nombre de la ciudad natal del Presidente y en su honor. La iglesia se tituló de Santa
María de Cortés. El Alcalde Mayor señaló sitio para el convento, al lado de la iglesia,
así como solares para que los pobladores edificaran sus casas. Además otorgó las tierras
de la banda oeste a los españoles, las del este a los indios, y dio para `propios' todo el
sitio viejo del pueblo del Manché, `con sus cacaotales y pies de achiotes... para fábrica y
reparos de las casas reales'.

El fracaso de la villa, abandonada al poco tiempo, obedeció a lo alejado e inhóspito de


la región, así como a la dureza y crueldad con que se trató a los pocos indios gentiles
capturados. A causa de los ataques de los indígenas rebeldes, los pobladores la
desampararon a los pocos meses.

Durante todo el siglo, sólo se produjeron dos fundaciones con buenos resultados de
poblados no indígenas. La primera se hizo en 1611, durante el gobierno del Presidente
Antonio de Peraza (el mismo que no prosiguió la fundación de San Ildefonso de
Castilla), en la Alcaldía Mayor de Escuintla y Guazacapán, región entonces casi
despoblada de aborígenes. Se le dio el nombre de La Gomera, y Vázquez de Espinosa la
describió como `pueblo de negros y mulatos libres'. De acuerdo con José Milla, esta
fundación le valió al Presidente el condado de La Gomera.

La otra fundación fue la de la Villa de `españoles y ladinos' de San Vicente de Austria,


en la actual República de El Salvador. El Presidente Alvaro de Quiñónez Osorio,
haciendo aplicación rigurosa de la legislación que prohibía la presencia de españoles en
pueblos de indios, ordenó al Alcalde Mayor de San Salvador, Juan Sarmiento
Valderrama, que expulsara a los no indígenas avecindados en varios pueblos de indios.
Se juntaron unas 50 familias de españoles, ladinos, negros y mestizos, con las que se
fundó en 1635 la Villa de San Vicente de Lorenzana, posteriormente llamada San
Vicente de Austria. Parece ser que la mayoría de las familias residían antes en el pueblo
de Apastepeque, no lejos de la nueva villa. Según Domingo Juarros esta fundación le
valió al Presidente el marquesado de Lorenzana. Milla la asoció con el decrecimiento de
la población aborigen en San Salvador, y afirmó que la fundación se hizo con el objeto
de evitar que se continuara expulsando a los españoles de los pueblos de indios.

Severo Martínez considera que a mediados del siglo XVII se produjo en el Reino de
Guatemala lo que él llama un `viraje repentino y brusco' en la política de fundación de
villas de ladinos. En su criterio, la explicación estaría en lo que denomina `fenómeno
básico de la dinámica colonial', consistente en la `pugna' entre la Corona y los
hacendados criollos (propietarios de explotaciones agrícolas de algún tamaño) en
relación a los indios. Dentro de esta pugna era deseable para el poder real cualquier
factor que produjera una distensión. Este autor cree que la presencia de ladinos
desarraigados y dispersos (trabajadores rurales necesitados) favorecía a los hacendados
al proporcionarles mano de obra barata, que usualmente laboraba a cambio del
usufructo de alguna tierra, y los aliviaba así de la necesidad de contar con trabajadores
indios. Por otro lado, considera que se impidió la fundación de villas de ladinos porque
el requerimiento de tierras que éstos suponían podía poner en peligro el sistema de
repartimiento de indios. En el esquema de Martínez hay sólo una parte de la verdad, al
simplificar un fenómeno que fue más complejo.

En primer lugar, resulta difícil hablar de `viraje' en la política fundacional, cuando hasta
ese momento no había existido ninguna política para establecer nuevas villas de
españoles y ladinos. Para entender por qué hubo tan pocas fundaciones basta tener en
cuenta la situación que vivía el Reino de Guatemala. Se había producido una profunda
crisis demográfica, que dejó mucho espacio disponible. Además, la población española
y ladina apenas empezaba a crecer y no tenía todavía necesidad de nuevos poblados.
Podía en efecto acomodarse en las ciudades y villas existentes, en las haciendas
(generalmente como capataces y administradores los blancos y mulatos, y los negros
como esclavos), así como en algunos pueblos de indios (los más cercanos a las
ciudades, villas, haciendas y al `camino real'), hecho este último que se toleró algunas
veces dentro de ciertos límites. Por otra parte, el sistema de plantaciones sufrió una
crisis, y se abandonó el carácter extensivo que hasta entonces había tenido, con lo que
cesó la necesidad de movilizar trabajadores indios del Altiplano hacia la Bocacosta del
Pacífico. Los indígenas sólo eran indispensables como mano de obra en las cercanías de
los centros urbanos y en las zonas añileras (contra prohibición expresa), que fueron las
`zonas críticas' de la explotación resultante de los repartimientos y servicios personales.
En el resto de las regiones donde hubo disminución demográfica pero no
despoblamiento (sobre todo en los altiplanos), los indios quedaron aislados en sus
pueblos, explotados indirectamente por medio de la tributación en dinero y trabajo a la
que estaban obligados.

En resumen, la falta de población española y ladina en suficiente número como para


hacer que fueran necesarios nuevos poblados y regiones en que asentarse, provocó que
las autoridades no desarrollaran una política fundacional específica, o bien que la propia
población tomara la iniciativa para llevar a cabo fundaciones al margen del sistema.

Fundación de pueblos de indios

En la segunda mitad del siglo XVI, en que se produjo una gran despoblación indígena,
tampoco hubo necesidad de fundar nuevos pueblos de indios. Antes bien, se dio el
proceso particular de varios pueblos o anexos que se concentraron en un solo asiento al
ser abandonados o quedar su población muy reducida. Las escasas excepciones de
nuevas fundaciones que se intentaron estuvieron siempre vinculadas a nuevos esfuerzos
de `reducción y conquista' en regiones sin dominar, y que rara vez prosperaron.

En la zona norte de lo que hoy es la República de Guatemala hubo diversos grupos que
quedaron sin conquistar: choles, manchés, mopanes y lacandones. Los primeros con
quienes se entró en contacto fueron los choles, que vivían cerca del último confín o
poblado kekchí (q'eqchi') de Cahabón, en la Verapaz. Conviene advertir que a veces se
hace referencia a ellos como de la `región del Manché'.

El esfuerzo por reducir estos grupos obedeció, por un lado, al deseo de comunicar
Yucatán con la Verapaz, y por otro, a la decisión de terminar con el mal ejemplo que
daban a los indios `pacíficos' que huían en esa dirección, así como acabar con el
hostigamiento que ejercían sobre los indios cristianos. Fray Antonio de Remesal se
ocupa del asunto al final de su obra. Sitúa el inicio del proceso en 1594-1596, poco
antes de la llegada del Presidente Criado de Castilla (quien tomó posesión el 19 de
septiembre de 1598). En 1606 se habían ya descubierto y bautizado los habitantes de
algunos pueblos: San Felipe Cahal, San Pablo Yaxhá, San Jacinto Matzín, San Vicente
Ixil, Santa María Manché y San José Ixbón, y se tenía noticia de otros cinco: `Yool,
Cequichán, Noquichán, Mopán y Yxoemo'. Aunque dicho autor habla de `pueblos', no
es probable que se hubiera hecho verdadera traza a cordel ni producido efectiva y total
reducción.

Mientras tanto, el Presidente Alonso Criado de Castilla había `descubierto y abierto' en


1604 el Puerto de Santo Tomás (primero llamado de Aquino y luego de Castilla), hacia
el este de Cahabón, donde se `descubrieron hasta 210 personas' llamadas toquehuas,
indios de la misma nación chol, que se `poblaron' en el lugar de Amatique, tres leguas
arriba del puerto. Cuando el fraile dominico Antonio de Remesal visitó el lugar en
1613, casi todos habían muerto, y faltaba poco para que se extinguieran del todo.
Francisco Ximénez sigue en su crónica para estos temas casi textualmente a Remesal,
pero el nombre del grupo aparece como loquehuas.

Referencias documentales de 1625 indican que `se han descubierto' 10 pueblos (o


agrupamientos) choles, que estaban por bautizar y sin catequizar, a cargo de sólo un
ministro. En esta región fue donde intentó establecerse el anteriormente mencionado
Toro de Acuña. Ximénez afirma que en 1633, a causa de un levantamiento general, vino
`la pérdida de todos aquellos indios', de los que se habían reducido `más de 6,000 almas
a la fe', repartidos en nueve pueblos: San Bartolomé Amiá, Santiago Axpetén, Santo
Tomás de Aquino, Santa Cruz Aputú, Nuestra Señora del Rosario, San Jacinto
Yaxapetén, Santa Catalina de Siena, San Lucas Yaxjá y San Francisco Xocmó. Agrega
que esta reducción de los indígenas se había hecho `de diferentes rancherías', y que se
erigió la vicaría en San Miguel. Si bien no hay indicios de que la fundación de los
pueblos fuera a cordel y en forma de damero, sí los hay de que los indios vivían poco
más o menos congregados. Parece que el esfuerzo de los frailes no prosperó pues, según
Ximénez, los dominicos acordaron en el capítulo de 1632 el traslado de la vicaría de
San Miguel a Cahabón, quizás por el fracaso de la fundación de Toro de Acuña (véase
Ilustración 35).

En esta misma época, en el año 1631, fue la `destrucción' de los pueblos de San Andrés
Polochic y Santa Catarina Xocoló, en el Río Dulce, también de choles, que había
reducido Fray Domingo de Vico de la Orden Dominica alrededor de 1560. Según dice
Francisco Ximénez, casi simultáneamente ocurrió la `fuga y derrama' de los indios que
Fray Pedro Lorenzo había sacado de Pochutla y llevado a Ocosingo (Chiapas) para
poblarlo. Quizás todo esto estuvo asociado con la peste que, según señalan diversos
autores, asoló todo el Reino de Guatemala aproximadamente en 1631.

En realidad, los frailes dominicos siempre estuvieron escasos de personal, y su labor


evangelizadora avanzaba muy despacio en esta región. Los indígenas constantemente se
regresaban `a la montaña' y a sus `idolatrías'. Ante tales fracasos se pensó en otro
procedimiento: hacer una `entrada', capturar a los indios alzados o gentiles y trasladarlos
a otra región. El primer caso conocido fue precisamente de choles y ocurrió alrededor
de 1654. Se sacaron más de 30 personas `hombres y mujeres', que se trasladaron a
Guaimango, en la Provincia de Guazacapán, región no sólo muy distante de su lugar de
origen, sino también con un medio físico muy distinto, y se les asentó en el pueblo de
Atiquipaque `que estaba casi despoblado'. Se les hicieron 28 casas `separadas de la
gente ladina', y se constituyó el poblado con un total de 46 casas (cinco de mulatos, dos
de indios que antes había y las demás de ladinos). Asimismo se construyó una ermita
techada de teja y se proporcionó a los pobladores `sementeras de Macaguatales', así
como siembras de maíz y algodón. En 1656, el pueblo tenía 53 ladinos y 43 choles.

Cuando llegó a la Presidencia de la Audiencia Sebastián Alvarez Rosica de Caldas


(1667) y con el apoyo de Fray Payo de Rivera, se volvió a insistir en la necesidad de
conquistar y reducir a los choles y a los lacandones, lo que demostraba el poco éxito
obtenido anteriormente en este empeño. Sin embargo, tampoco entonces se pudo
conseguir mayor cosa. De los pueblos antes fundados, que seguían sin aumentar, los
más importantes eran San Lucas, Santiago y El Rosario.

Los dominicos fueron nuevamente los que intentaron otra `entrada', esta vez bajo la
dirección de Fray Francisco Gallegos, en 1674, al dejar de ser Provincial. El avance
duró dos años y de él ha quedado un interesante informe impreso. El Provincial de la
Orden de Santo Domingo informó además en 1680 que, gracias al celo de sus
religiosos, se había logrado reducir `al gremio de la iglesia' más de 3,000 almas del
Lacandón o Vokol Provincia del Manché, y enumera los pueblos con sus vecinos: San
Lucas (190), Rosario (200), Santiago (194), San Jacinto Matzín (198), San Pedro y San
Pablo (240), Asunción Chocatiau (150), San Joseph May (300), San Miguel Manché
(248), San Francisco Sacomo (125) y San Francisco Axoy (120).

Sin embargo, Ximénez narra cómo a partir de 1677, y especialmente en marzo y abril
del año siguiente, los choles se volvieron a levantar. Como es usual en él, achacó este
hecho a las vejaciones que sufrían de parte del Alcalde Mayor Sebastián de Olivera,
aunque también menciona los malos tratos ocasionados por un indio. Para agravar la
situación, en el pueblo de San Lucas, que había permanecido pacífico, se desató una
peste que mató a todos los niños de ocho y diez años para abajo, `de manera que no
quedó criatura de pecho, ni de los grandecitos de seis a siete años'. Dicha peste atacó
después a los mayores, aunque de ellos no murieron muchos. En total, fallecieron 400
personas y los indios abandonaron los pueblos.

Fray Antonio de Molina corrobora lo anterior, y menciona una entrada que hicieron en
1681 los padres Juan Serrano del Barco, Leonardo Serrano y José Delgado, para reducir
a los que antes habían huido, pero sin conseguir objetivo alguno. Nuevamente se
hicieron intentos en 1684 y 1685, con escaso resultado. En el paraje de San Lucas
lograron reunir unos pocos indios, bajo la dirección de Fray Agustín Cano. Pero pronto,
en 1688, éstos volvieron a rebelarse, y quemaron el pueblo y la iglesia. Ximénez se
lamenta de que era la quinta o sexta vez que apostataban de su fe.

El hecho anterior provocó el envío en 1689 de una tropa de indios armados de la


Verapaz, provenientes especialmente de Cahabón, que como `buzos o galgos' buscaban
a los choles fugitivos y apresaron hasta 71 personas de ambos sexos y de todas las
edades. Por orden del Presidente Jacinto de Barrios Leal se les llevó al valle de Urrán,
situado al sudoeste de la Verapaz, donde se establecieron los poblados de San Clemente
y San Diego bajo el cuidado del Justicia Mayor José Calvo de Lara, y la administración
de su antiguo misionero Fray Joseph Serroyo. El lugar escogido quedaba en una ladera,
`a las faldas de la montaña de Rabinal', en un paraje llamado de Santa Cruz, por lo que
el nuevo pueblo fue llamado Santa Cruz del Chol. El pueblo incrementó su población en
los años sucesivos, con nuevos choles extraídos de la montaña del Manché.

Las constantes incursiones de los indios lacandones y la reconocida necesidad de un


camino entre Yucatán y la Verapaz plantearon de nuevo la necesidad de dominar toda la
región rebelde. Desde 1690 se iniciaron los preparativos de la expedición que salió de
tres frentes: Yucatán (al mando de don Martín de Ursúa), Chiapas (al mando de Barrios
Leal) y Huehuetenango y Verapaz. La acometida dio los resultados buscados por los
españoles y se logró, entre 1695 y 1696, la conquista del territorio que se conoce como
del Itzá, y que Juan de Villagutierre y Soto-Mayor describió en detalle.

Fruto de la conquista aludida fue la fundación de 17 pueblos, localizados la mayoría de


ellos en lo que actualmente es el Departamento de Petén en Guatemala, y otros en lo
que es territorio mexicano. El centro de la región de los itzaes era la laguna de ese
nombre. En la isla que hoy ocupa la ciudad de Flores, cabecera del departamento, se
estableció un presidio y una guarnición o castillo como se le llamó a veces. La nueva
provincia recibió el título de Nuestra Señora de los Remedios y al presidio se le
denominó de San Pablo del Petén Itzá. A la ribera de la laguna se fundaron seis pueblos,
de los que sólo perduraron tres: San Andrés (que llegó a ser vicaría), San Bernabé y San
Joseph.

Los otros pueblos se fundaron así: cinco a la vera del camino al castillo de Campeche, y
seis en el de la Verapaz. San Luis, elevado a curato, era el más cercano a la Verapaz y
estaba a 40 leguas del presidio. Nuestra Señora de los Dolores del Lacandón fue
fundación importante, por haber sido antes un gran centro lacandón; así como Santo
Toribio, Santa Ana, San Ramón, San Francisco (que se extinguió), y San Pedro, este
último en dirección a Belice. También se mencionan San Miguel y Santa Rita, en el
camino a la Laguna de Cabán. La región quedó políticamente dependiente de
Guatemala pero bajo la administración eclesiástica del Obispo de Mérida.

Esta tardía conquista y reducción tuvo una suerte semejante a las del siglo XVI, con su
propio proceso de mortandad por enfermedades, lo que provocó una notable
disminución de la población aborigen, tal como se menciona ya en 1700.

Similares intentos se realizaron por los franciscanos para catequizar la Costa atlántica
oriental de Honduras, conocida como Taguzgalpa y Tologalpa. A lo largo del siglo
XVII se repitieron las entradas y los fracasos detalladamente descritos por Fray
Francisco Vázquez. En la década de 1620, en lo que pareció una afortunada tentativa, se
bautizaron más de 600 adultos `y mucha cantidad de párvulos', y se fundaron siete
`poblazoncillas': Azocecgua, Yaxamahá, Borbortabahca, Zuy y Barcaquer, Murahquí
(inicialmente llamada Guampún) y Xarúa. Empero, pronto comenzaron las fugas y
finalmente vino el fracaso. En la década de 1674, los franciscanos fueron a fundar otros
`pueblecillos': Santa Marta, San Buenaventura, San Pedro Apóstol, San Francisco, San
Pedro de Alcántara, San Sebastián y San Felipe de Jesús, donde empadronaron hasta
600 almas en 1675, sin contar cerca de 100 adultos `que habían muerto en cristianismo,
y más de otros tantos párvulos que con agua de bautismo fueron a gozar de la gloria'.
Sin embargo, tampoco esta vez perduraron las fundaciones. En resumen, el siglo
finalizó sin que se lograra ninguna congregación perdurable; antes bien, tales esfuerzos
contribuyeron al despoblamiento de la región.

Existen pocas noticias acerca de otras fundaciones de pueblos de indios durante el siglo
XVII en el Reino de Guatemala. Por ejemplo, se tiene conocimiento de que en 1610 se
intentó la catequización y congregación de `indios infieles llamados beacaoba', cercanos
a la Provincia de Sébaco en Nicaragua, proyecto que no logró terminarse. Por otro lado,
a mediados de siglo se estableció en Costa Rica el pueblo de San Bartolomé de
Urinama, en la frontera norte de Talamanca, fundación que según Murdo J. MacLeod
estuvo asociada a la necesidad de los hacendados cacaoteros de tener mano de obra para
sus cultivos en Matina.

Conclusiones
Durante el siglo XVI el ciclo fundacional de ciudades y villas de españoles en el Reino
de Guatemala se inició en 1524, y tuvo su etapa más intensa hasta 1540. En los
siguientes 40 años se hicieron menos fundaciones y ninguna en las últimas dos décadas
de la centuria. El ciclo fundacional de pueblos de indios fue más tardío y corto: duró
poco más de una década en Guatemala (1547-1560), y algo más en las otras regiones.
Por otra parte, el Reino de Guatemala fue, si no la primera, una de las regiones de
América en que se inició más tempranamente la reducción de los indígenas a pueblos
con traza formal.

La congregación de los indios en pueblos fue un factor decisivo en el proceso de


afirmación de su control político y en la aculturación dirigida por los religiosos.
Después de casi dos décadas de la Conquista, los responsables de la catequización se
dieron cuenta (y en ello fue particularmente visionario el Obispo Francisco Marroquín)
de que no se podría llevar a buen término la aculturación sin que los aborígenes tuvieran
una residencia fija y controlada. Los pueblos de indios fueron concebidos con tales
propósitos, aun cuando éstos pudieron haber sido desvirtuados posteriormente.

El hecho de que el proceso fundacional de ciudades y villas se haya iniciado en 1524,


cuando el sistema de traza de cuadrícula estaba ya afirmado en otras partes, permitió
que todas las fundaciones que se conocen (y probablemente también la mayoría de las
que no prosperaron) fueran levantadas conforme al plano reticular, y que lo mismo se
hiciera cuando se redujeron los indios a pueblos. El modelo era suficientemente simple
como para ser aplicado por cualquier persona, pues bastaba seguir las recomendaciones
generales que el sistema requería, en especial lugares planos, generalmente valles en los
que se buscó una ubicación lo más central posible.

Las ciudades y villas de españoles que prosperaron estaban todas en lugares del interior,
en tierras de altura intermedia y en mesetas y valles de clima sano, lo más parecido
posible al mediterráneo europeo. Al igual que en otras partes de la América española, se
ubicaron en zonas de densa población aborigen. Es significativo que la ciudad más
importante del Reino, que se convirtió en su capital y sede de la Audiencia, se levantara
precisamente en la región de más densa población precolombina.

Las ciudades de mayor importancia progresaron a pesar de catástrofes naturales, que


obligaron en ocasiones a trasladarlas a otros lugares cercanos más apropiados que los
primeros.

En cambio no se desarrollaron las fundaciones hechas en las costas y sus aledaños.


Estas eran tierras malsanas y con escasa población aborigen, que disminuyó aún más o
desapareció por completo. En realidad, tales fundaciones pronto languidecieron y, al
final del siglo XVI, aunque nominalmente seguían existiendo, sólo tenían una escasa
población permanente, casi toda integrada por la guarnición, y activada solamente con
la llegada y salida de embarcaciones. La inmensa mayoría de la población europea
escogió vivir en las zonas altas del interior, muy mal comunicadas con el Atlántico, que
`miraban' más hacia el Pacífico. Allí se hallaban las haciendas, de cacao primero y de
añil después, que fueron los `motores' de la economía del Reino. Sólo la región atlántica
de Honduras se sustentó con la explotación de metales preciosos, pero su principal
centro minero, Tegucigalpa, careció parcialmente de la traza ordenada en cuadrícula.

Las provincias donde las fundaciones españolas tuvieron menos fracasos fueron
Chiapas, Guatemala y San Salvador y, en segundo término, Honduras, es decir, las
regiones donde la población precolombina era más abundante. Pero esta labor
fundacional fracasó más frecuentemente en Nicaragua y en Costa Rica, donde la
población indígena no sólo fue escasa sino que seminómada y evadía la proximidad de
los colonizadores.

Entre los modelos urbanísticos que distingue Jorge Hardoy, el predominante fue el que
llama `clásico', con plaza central y calles orientadas a los puntos cardinales. Tanto en
los centros españoles como en los indígenas, este modelo mostró ser de fácil aplicación,
funcional y práctico y, recogido a posteriori por la legislación indiana, se aplicó sin
cambios a lo largo de la dominación española.

A partir de mediados del siglo XVI se verificaron muy pocas fundaciones de ciudades y
villas y de pueblos de indios. Sin duda, un factor importante que influyó en ello fue la
falta de población. En efecto, hasta bien entrado el siglo XVIII hubo escasa población
española, mestiza o ladina, la cual había podido entretanto acomodarse sin mayores
problemas en los centros urbanos ya existentes y en las haciendas propiedad de
españoles. Sin embargo, poco a poco fue creándose una población desarraigada y
dispersa, fuente de constantes problemas, sobre todo en la segunda mitad del siglo
XVIII. En el siglo XVII el gobierno se limitó a lamentar la situación o a criticar la
calidad moral de los `ladinos', sin elaborar una política que ayudara a resolverla.

En cuanto a las fundaciones de indios, casi todos los nuevos pueblos que se
establecieron estuvieron asociados a los reiterados intentos de conquista y dominio y, en
general, tuvieron resultados precarios. La política fundacional fracasó tanto en las zonas
fronterizas, donde los indios se fugaban, se rebelaban o eran hostilizados por los aún no
dominados, como en los escasos intentos de trasladar indios rebeldes a zonas pacíficas
alejadas de sus territorios. Lentamente se avanzó en la dominación de los aborígenes
`salvajes', aunque por lo general el control de nuevos territorios se produjo más bien por
el vacío demográfico que provocaba el alejamiento de estos indios seminómadas a
zonas en que no eran molestados. Otros factores que obstaculizaron el proceso
fundacional fueron la escasez de recursos humanos y económicos, los problemas de
clima, la falta de apoyo a los religiosos y la poca riqueza de las zonas que se iban a
dominar.

Cabe finalmente concluir que a partir de mediados del siglo XVI, una vez terminada la
etapa de conquista y colonización (lo cual en el caso de Costa Rica no ocurrió sino hasta
la década de 1580), así como la de reducción de los naturales a pueblos, no hubo una
política fundacional, particularmente en lo relativo a la problemática situación de la
creciente población mulata, mestiza o ladina. Al igual que en otros aspectos de la
estructura colonial española, una vez establecido un patrón fundacional en el siglo XVI,
y aunque las circunstancias económicas y sociales fueran cambiando, el gobierno
mantenía la misma actitud de inactividad e inercia.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

Organización Política de los Indios

Después de la conquista de los principales señoríos indígenas guatemaltecos, quichés


(k'iche's), cakchiqueles (kaqchikeles) y tzutujiles (tz'utujiles), se inició el proceso de
institucionalización del poder socioeconómico y político de los españoles sobre los
indígenas. Por otra parte, se fundó y desarrolló la ciudad de Santiago como centro del
dominio político. El proceso fue largo y complejo porque hubo cierta confusión en
cuanto a los propósitos inmediatos y una falta de unidad entre los dirigentes de la nueva
sociedad en formación, así como en lo concerniente a la necesidad de impulsar un
proyecto único de organización política. En los señoríos indígenas ésta no era favorable
en tales circunstancias, pues en Guatemala, en marcado contraste con la situación de los
imperios azteca e inca, no había entre los indígenas un poder central fuerte. Dicha
organización implicaba el reconocimiento de diversos señoríos independientes, en la
mayoría de los cuales la población vivía dispersa en el campo y sólo concurría a sus
ciudadelas para cumplir con el pago del tributo y participar en actividades y fiestas
religiosas. Era necesario, pues, forjar y sistematizar una nueva organización política de
los indígenas.

En la Conquista y colonización intervinieron, directa o indirectamente, diferentes


sectores sociales: la Corona, los comerciantes, los banqueros, los soldados, el clero,
cada cual con sus propios intereses. La interacción de tan variados intereses
económicos, políticos y religiosos dio origen a etapas muy diferentes en el proceso de
institucionalización del poder, y más específicamente en la organización política de los
indios. La primera, de 1524 a 1549, se caracterizó por el establecimiento de diversas
modalidades de organización social, económica y política de los indígenas
(encomienda-repartimiento, esclavos de rescate, misiones, etcétera), sin mayor
integración y homogeneidad. La segunda se inició en 1542, cuando la Corona ordenó la
creación de la Audiencia de los Confines, y significó la institucionalización y
estabilización del poder colonial, tanto en el orden económico y político como en el
religioso. Fue en este período cuando se conformaron las principales instituciones en
que se asentó el orden colonial.

Las misiones y reducciones corresponden a los dos períodos citados. Se conoce como
misiones a la forma en que los eclesiásticos (sacerdotes seculares y frailes) trataron de
catequizar y evangelizar a los nativos, en la coyuntura en que prevalecieron los intereses
de los conquistadores sobre los de la Corona. Las reducciones a poblados, por el
contrario, aunque teóricamente debían servir para adoctrinar, cristianizar y enseñar a los
indígenas a vivir al modo europeo en términos políticos y sociales, se utilizaron,
sobretodo especialmente en la práctica, como el mejor medio para la consolidación del
conjunto de transformaciones socioeconómicas que implicaba el proyecto político de
institucionalización del orden colonial en el Reino de Guatemala.

En este capítulo se busca explicar el carácter de las misiones y reducciones indígenas, y


en qué medida respondieron al proyecto original de catequización, adoctrinamiento y
evangelización de los naturales en la Provincia de Guatemala.
Catequización
La Conquista tuvo su base y fundamentación jurídica en la concesión de las tierras que
se descubrieran y de los indígenas que las habitaran, hecha por el Papa en 1493 a la
Corona española. Dicha concesión llevaba la condición expresa de que los españoles
propagaran la fe católica en dichas tierras. `Os requerimos', decía la bula de donación,
`que cuando intentáredes emprender y proseguir del todo semejante empresa, queráis y
debáis con ánimo pronto y celo de verdadera fe inducir los pueblos que viven en tales
islas y tierras, que reciban la religión cristiana'. La concepción del mundo que tenía la
sociedad hispana en la época del descubrimiento, conquista y colonización, no
distinguía entre lo temporal y lo espiritual; al contrario, este último aspecto, que dicha
sociedad identificaba con el catolicismo, era la razón y fundamento de lo temporal,
como bien lo sintetizaba la expresión muy en boga en los círculos académicos de ese
entonces: Philosophia ancilla Theologiae, o sea la Filosofía esclava de la Teología. Por
este motivo hubo un constante interés, de parte de la Corona española y las autoridades
del Consejo de Indias, a fin de que las distintas empresas de conquista y colonización
respondieran ante todo a la cristianización de los indígenas y al propósito de divulgar el
catolicismo.

Sin embargo, a lo largo del período colonial se dio una constante contradicción entre las
pautas aprobadas por la Corona y la conducta de los conquistadores, ya que el fin
primero (la cristianización y evangelización) interesaba menos a los ejecutores de las
citadas empresas. Por ello, un gran sector de los dirigentes religiosos mantuvo una cierta
presión sobre la Corona para que no se descuidara el mandato de la bula de donación,
especialmente en las primeras décadas de la colonización.

En Guatemala, como en casi todas las Indias Occidentales, hubo muy pocos
eclesiásticos entre quienes llevaron a cabo las primeras acciones de conquista. Con un
número reducido de religiosos difícilmente podían realizarse las tareas de adoctrinar y
evangelizar a los indígenas, sobre todo por los intereses económicos que movían a
dichos eclesiásticos. Antonio de Remesal dice sobre el particular:

Los sacerdotes seculares que en los primeros años pasaron


a estas partes lo común era ser pobres idiotas e
ignorantes y que por entender que dentro de sus diócesis
en España no habían de alcanzar oficio ni beneficio
eclesiástico, movidos de su interés personal ponían mar en
medio.

De hecho, la labor que efectuaron los primeros curas consistió básicamente en bautizos
masivos y prédicas mediante intérprete, pero estas acciones no tuvieron mayor
incidencia evangelizadora, pues no sólo eran recibidas por un reducido número de
indígenas que vivían en los nim já (Casas Grandes) y los tinamit (poblados en general),
sino implicaban vocablos y expresiones tan abstractos como el de `santísima trinidad',
`concepción virginal', `resurrección', `eucaristía', etcétera. Todo ello era difícil de
comprender para un auditorio que tenía una concepción distinta del mundo y usaba un
lenguaje eminentemente materialista. De manera que los primeros eclesiásticos,
principalmente los frailes, se vieron obligados a estudiar y aprender las lenguas de los
indígenas en contra de las disposiciones de la Corona, las cuales tendían a impulsar una
política de castellanización apoyada en el uso práctico de gramáticas, catecismos y
sermones escritos en los idiomas nativos.

El pionero y principal impulsor de la labor lingüística fue el Obispo Francisco


Marroquín. A él se sumó Fray Francisco de la Parra, autor de un vocabulario trilingüe y
descubridor de varios fonemas muy comunes en las lenguas guatemaltecas, que no son
propios de las romances. Como parte de dicha labor se elaboraron muchos catecismos y
libros de sermones en idiomas indígenas. Al conjunto de los mismos se le conoce como
Theologiae Indorum.

Los catecismos produjeron profundas contradicciones entre dominicos y franciscanos,


pues los primeros traducían el concepto Dios por Cobabil, de una manera muy liberal,
lo cual era rechazado por los franciscanos. Merced a la elaboración de los catecismos,
algunos indígenas que colaboraban con los frailes aprendieron a escribir fluidamente el
castellano, y llegaron a dominar con bastante amplitud la doctrina cristiana. Por ello es
común encontrar en la mayoría de las crónicas indígenas un sincretismo religioso, en
que sus antiguas creencias y tradiciones históricas aparecen mezcladas con conocidos
pasajes de la religión católica. En tales crónicas se habla así de `descender de Adán y
Eva', del `paso por el Mar Rojo', de `las tribus perdidas de Israel'.

Las Misiones (1524-1549)


En la primera etapa de la institucionalización del poder colonial en Guatemala, se utilizó
el mecanismo de las misiones para implantar la nueva organización política de los
indígenas, es decir, para hacerlos vivir con base en los patrones culturales europeos.
Ellas consistieron en entradas esporádicas de los frailes en los poblados, rancherías o
milpas circunvecinas de Santiago, para predicar, adoctrinar en la religión cristiana y
bautizar a los indígenas que allí moraban bajo el control esclavista de los españoles.

Factores diversos impidieron, sin embargo, que el objetivo religioso propuesto se


alcanzara. Entre tales factores cuentan de manera significativa el reducido número de
eclesiásticos disponibles durante las primeras dos décadas, la dispersión en que vivía la
mayoría de los indígenas, y principalmente el mal ejemplo de los españoles. En efecto,
en 1529 sólo había un cura para toda la Provincia de Guatemala; en 1536 el número era
de seis. Los frailes, por su parte, sólo iniciaron su labor religiosa, también en escaso
número, entre 1536 y 1539. En cuanto al patrón de asentamiento de la población
indígena, el más común era el denominado amak. Este término ha sido traducido como
parcialidad, y se trata de un tipo de poblamiento en que las personas, al decir de
Francisco Ximénez, vivían dispersas en el campo:

...esparcidos en quebradas, vegas, ríos, etcétera, en


donde tenían comodidad de hacer sus milperías y sembrados
como cada parentela o calpul en un paraje más o menos
extendido conforme era mayor o menor el gentío de tal
calpul o parentela a cuya población llamaban amak, que es
pueblo pequeño extendido como están las piernas de las
arañas.
Remesal dice de los mismos indios que vivían `esparcidos por barrios o caseríos que
ninguno llegaba a seis casas juntas y esas no alcanzaban la una a la otra con tiro de
mosquete'. Solamente el núcleo teocrático-militar, que había constituido antes el sector
dominante, con una minoría de siervos (nimak achí) y esclavos (tzi, alabitz, winakits)
habitaban en poblados (tinamit) y ciudades (nim já) como Utatlán, Iximché, Zaculeu y
Jilotepeque Viejo, conformando núcleos poblacionales que oscilaban entre 10,000 y
20,000 habitantes.

Por otro lado, el período de la Conquista y las dos décadas siguientes se caracterizaron
por la depredación humana, el tráfico esclavista con los indígenas, su explotación en las
minas y en el lavado de oro, el maltrato, la violencia sexual, etcétera. A todo ello se
sumaba el mal ejemplo de gran parte de los españoles, lo cual sorprendía mucho a los
nativos por ser totalmente contrario a los principios predicados por los sacerdotes. La
actitud y el comportamiento inhumano de los castellanos negaban en la práctica lo que
significaba vivir cristianamente y constituían el mayor obstáculo para la evangelización
de los naturales. Era necesario, pues, transformar profundamente las estrategias
adoptadas por los misioneros, casi todos del clero secular, para cumplir con el mandato
papal de evangelizar a estos pueblos. Entonces se pensó con más insistencia en
concentrar a los indígenas en poblados, los que se conocerían después con los nombres
de `reducciones', `congregaciones' o `pueblos'.

El proyecto político de concentrar a los indígenas tenía sus antecedentes: la postura


adoptada por los teólogos y letrados que a los pocos años del descubrimiento
consideraron que los nativos debían vivir junto con los españoles, para que, mediante el
`buen ejemplo' de estos últimos, pudieran `civilizarse', es decir, cristianizarse. Las leyes
reflejaron tal criterio, y establecieron que los encargados de llevar a cabo la
concentración de los aborígenes en poblados, los administradores españoles y
sacerdotes, velaran por `poner en policía' a los caciques e indios, que trataran de que
éstos anduvieran vestidos, durmieran en camas y guardaran las herramientas. En la
práctica, tal política fue un completo fracaso y sirvió después para que muchos
españoles adujeran que los indígenas eran incapaces de vivir urbanamente. El fracaso,
empero, como lo señala Magnus Mörner, no dependió de la incapacidad de los nativos,
sino más bien fue una reacción de éstos frente a un tratamiento cada vez peor, que los
obligaba a rehuir el contacto y comunicación con los cristianos. Desde 1516, una
corriente de teólogos y letrados adversos al proyecto de convivencia de españoles e
indios, al frente de la cual estaba Fray Bartolomé de Las Casas, logró que las leyes
establecieran la separación residencial para los indígenas. El argumento que empleó fue
el siguiente: que `por experiencia ha parecido que de esto [convivencia con los
españoles] se han recrecido muchos inconvenientes, así en lo que toca a la instrucción
de la fe como al mal tratamiento de sus personas'.

Sin embargo, la política de concentrar a los indígenas en poblados fue temporalmente


abandonada al producirse la conquista de los imperios azteca e inca. En efecto, en estas
regiones no sólo había una gran cantidad de oro y plata, sino también buena parte de la
población vivía en centros urbanos. Cortés llegó a señalar que Tenochtitlan superaba en
grandeza a cualquiera de las ciudades europeas. Por otro lado, aztecas e incas tenían una
eficiente organización social basada en el parentesco (calpulli y ayllu, respectivamente),
que garantizaba el cumplimiento de las obligaciones laborales. No había, por lo mismo,
motivo razonable que obligara a impulsar o insistir en políticas orientadas a concentrar a
los indígenas en asentamientos urbanos.
En consecuencia, sólo a fines de la década de 1530, después que el Papa Paulo III
declaró la racionalidad de los indios y pidió que se les tratara como a seres humanos,
nacieron en Guatemala los proyectos de congregar a los indígenas en poblados. El
Obispo Francisco Marroquín y Fray Bartolomé de Las Casas propusieron a la Corona
dichos proyectos. Marroquín razonó del siguiente modo en referencia expresa a la
Provincia de Guatemala:

...todo sierras, tierra muy áspera y fragosa, y una casa


de otra a mucha distancia: es imposible si no se juntan,
ser doctrinados y aun para el servicio ordinario que hacen
a sus amos sería mucho alivio... pues que son hombres,
justo es que vivan juntos y en compañía, donde redundará
mucho para bien de sus ánimas y cuerpos: conoscerlos hemos
y conoscernos han.

La propuesta de Las Casas fue más precisa y radical. Aunque anteriormente había
impulsado un proyecto de convivencia de labradores españoles con indígenas, que
nunca se llevó a la práctica, esta vez consideraba que la concentración de los indígenas
en poblados debería hacerse sin la presencia de españoles y en forma pacífica, ya que de
otra manera no sería factible su cristianización. Bartolomé de Las Casas decía:

Dos cosas o disposiciones necesariamente se requieren. La


primera que sea pueblo: conviene a saber que viva la gente
junta social y popularmente: porque de otra manera si la
promulgación de la ley oyeren diez no la oirán ciento ni
mil. Y por consiguiente ni tendrán obligación a guardarla
ni tampoco la podrán guardar. La segunda que tengan entera
libertad, porque no siendo libres no pueden ser parte del
pueblo, ni tampoco ya que les constase no la podrán
guardar por estar al albedrío y servicio dedicados de
otro.

Atendiendo dichas solicitudes, la Corona promulgó una cédula, en 1537, por la cual se
ordenaba juntar a los naturales. Pero en la misma cédula real se decía a manera de
advertencia: `...si cómodamente se pudiese hacer e sin premia [presión] e no contra su
voluntad', lo cual aprovecharon las autoridades coloniales para no dar cumplimiento a
las instrucciones reales. El Obispo Marroquín escribió una vez más a la Corona,
insistiendo en la necesidad de concentrar a los indígenas para cumplir el mandato papal
sobre la cristianización de los territorios conquistados. Marroquín se expresaba así:

No hay excusas para esto; podrán decir que la experiencia


de la Española e islas no es semejante: que aquello claro
está los juntaron para más presto los acabar, porque su
fin fue sacar oro, y así el fin fue de lloro. La junta de
acá tiene que ser para darles doctrina y vida.

Se puede apreciar que los proyectos originales de reducir a los indígenas a poblados
tenían como fin primordial cristianizarlos y enseñarles a vivir al modo europeo y como
fin secundario obtener un beneficio de ellos. Los religiosos creían que así podría
superarse el poco éxito que hasta entonces habían tenido las misiones. Juntamente con
el proyecto de concentrar a los indígenas en poblados, el Obispo Marroquín expuso ante
la Corona la necesidad de ampliar el número de eclesiásticos, especialmente frailes, para
`plantar la fe, piedra fundamental, y desarraigar las malas costumbres y mal ejemplo
que los españoles hemos dado y puesto'. Como se puede comprobar, en 1537 el Obispo
Francisco Marroquín se había sumado a los frailes letrados que, dirigidos por Bartolomé
de Las Casas, eran partidarios de la separación residencial, y éste fue en adelante el
criterio que privó en la legislación indiana respecto a la concentración de los naturales
en poblados y su organización política.

Reducción a Pueblos
Más de una década transcurrió en el Reino de Guatemala entre la promulgación de la
primera cédula real que ordenaba la reducción a poblados, y la ejecución de la misma.
En efecto, en 1537 la Corona mandó por primera vez que se emprendiera la
concentración de los indígenas; en 1540 insistió y ordenó al obispo y gobernador que
procurara por la mejor vía disponible juntar a los indios en poblados. La cédula señala
lo siguiente:

Y por esto somos informados que a causa de se os haber


mandado que no apremiásedes a los dichos indios a que
hiciesen lo susodicho, no lo habéis puesto en efecto,
porque os parece que sin ser apremiados no se puede
hacer... porque vos mando, y que veáis lo susodicho, y
ambos juntamente procuréis poco a poco por la mejor vía
que pudiéredes, que los dichos indios se junten en las
partes que vosotros viéredes que hay comodidad para ello.

Sin embargo, todavía en 1546, año en que se realizó en México la junta eclesiástica de
obispos y provinciales de órdenes religiosas, las cédulas no se habían puesto en práctica.
Hasta en 1549 la Audiencia, con la ayuda decisiva de los frailes dedicados hasta
entonces a la actividad misionera, inició en forma sistemática la ejecución del proyecto
político de las reducciones, el cual consistía en agrupar a los indígenas en poblados, con
autoridades propias, y en asentamientos en los que se tuvieran lineamientos urbanos
(mercados, plazas, mesones, etcétera).

Severo Martínez opina que la reducción de indígenas a poblados `fue la medida


fundamental del gran proyecto político que iba implícito en las Leyes Nuevas'. Éstas,
como ya se indicó, constituyeron el punto de inicio de la segunda etapa del proceso
institucionalizador del orden colonial.

Los procedimientos empleados para congregar a los indígenas fueron diversos. Los
cakchiqueles dicen que salieron de las cuevas y barrancos por orden de Juan Rogel, en
octubre de 1547, para asentarse en poblados y comenzar su instrucción cristiana. Sin
embargo, los cronistas españoles difieren al explicar el modo en que se efectuó dicha
concentración. Remesal, fraile dominico, estima, por ejemplo, que las reducciones
fueron producto del celo de las distintas órdenes (dominicos, franciscanos,
mercedarios), que actuaron para ello con el respaldo de la Audiencia. Se procedía en
forma pacífica, después de convencer a los dirigentes indígenas (principales) sobre la
conveniencia de vivir concentrados en poblados; luego se observaban las siguientes
etapas: escoger el nuevo sitio; sembrar la milpa; construir las casas mientras maduraba
el maíz; y, ya próxima la cosecha, se señalaba un día para el traslado, con muchos bailes
y fiestas.
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, cronista, funcionario y encomendero, afirma
en cambio que fueron los primeros conquistadores los que llevaron a cabo buena
cantidad de las concentraciones de indios en pueblos. Salían, dice, por la noche, y caían
sobre las rancherías `poniendo las presas que iban habiendo y agregando en sus sitios y
territorios de milperías en poder y al cuidado de personas de confianza y celo, que con
caricia y alago los mantenían... y fundaban un pueblo de 200, 300, 800 personas más o
menos según la diligencia de cada uno'. Ximénez, Fraile dominico, niega credibilidad a
Fuentes y Guzmán, y asevera que el patrón de poblamiento fue único y respondió a las
directrices indicadas por Remesal. Todo parece indicar que lo descrito por Fuentes y
Guzmán no respondió precisamente al proyecto de congregar a los indígenas en
poblados, sino a un fenómeno anterior, ligado a la esclavización de ellos, y que más
bien provocó, durante las dos primeras décadas de la Conquista, el despoblamiento de la
mayoría de los asentamientos prehispánicos.

En rigor de verdad, no hubo un patrón único para concentrar a los indígenas en


poblados. En buen número de casos funcionó el mecanismo señalado por Remesal, pero
no es menos cierto que muchos pueblos fueron creados por la vía de la violencia y
represión, con quema de chozas y destrucción de cultivos y cúes o adoratorios. La
iniciativa provenía de frailes y de encomenderos, como lo sugieren los mismos cronistas
Remesal y Vázquez al referirse a la coacción que ejercían los frailes sobre los indígenas
cuando éstos abandonaban los nuevos asentamientos y retornaban a sus antiguas
moradas.

Los sitios de los nuevos asentamientos variaron notablemente con respecto al patrón
urbano tradicional de los indígenas. En efecto, los señoríos guatemaltecos construían
sus centros políticos en áreas planas y angostas, rodeadas de barrancos. Importaba más
la posición estratégica del sitio para la defensa militar que las potencialidades agrícolas.
En el procedimiento colonial posterior, en cambio, se escogían `áreas planas, lejos de
elevadas posiciones defensivas, con agua suficiente y abundantes tierras para pastura y
cultivos, y, de ser posible, cerca de minas o plantaciones'. Este tipo de asentamiento
correspondió por lo general a los pueblos de indios que se fundaron más allá de la
periferia de la ciudad de Santiago, porque en los pueblos cincunvecinos de esta ciudad
los nativos no contaban, salvo raras excepciones, con tierras propias. Sin embargo, en
algunos casos se escogieron los anteriores asentamientos. Esta fue la situación de
antiguos poblados, de tamaño intermedio entre las dimensiones de una ranchería y una
ciudadela, por ejemplo Chimequenyá, Chuvá Tzac, Cakolqueh y Tuhalhá, donde se
formaron los nuevos poblados de San Miguel Totonicapán, Momostenango,
Mazatenango y Sacapulas, respectivamente (ver Cuadro 9).

La planta urbanística utilizada tenía por lo general la forma de tablero. Su principal


punto de referencia era la plaza, en cuyos costados se situaban la iglesia y la casa de
Cabildo. En las manzanas alrededor de la plaza se establecían los barrios. Estos
permitieron a veces prolongar la organización social prehispánica, pues cada uno de
ellos podía corresponder a una parcialidad diferente, es decir, a un grupo de personas
unidas por vínculos de parentesco patrilineal. Se designaba un santo patrono para todo
el pueblo y uno para cada barrio. Es decir, las reducciones indígenas reunían en un
mismo sitio a señores (ajawab), siervos (nimak achí) y tributarios (al cajol), y cada uno
de estos estamentos sociales correspondía a un linaje diferente. En Sacapulas, por
ejemplo, se integraron los linajes Huil boob hilon, Honcab, Chaxá, Aguacac y Huiz; en
Santa Cruz del Quiché, Cavaquib, Nihaib, Achavil y Quiché Tamub; y en Santo Tomás
Chichicastenango, Zacualpa, Ahau quiché, Nihaib, Caviquib y Roché. Este tipo de
organización acarreaba determinados problemas, pues en la nueva estructura urbana a la
que habían sido reducidos los indígenas coexistían las parcialidades, pero en
condiciones que implicaban desavenencias reales o potenciales.

George Lovell y William Swezey han demostrado que a fines del siglo XVI los barrios
de Sacapulas estaban divididos en grupos familiares de `nativos' y `extranjeros'. Las
parcialidades `extranjeras' luchaban por el control y distribución de los fondos de la
comunidad, el derecho a elegir sus propios representantes civiles, y el dominio sobre las
tierras de las que habían sido sacados para concentrarlos en el nuevo asentamiento. Las
reducciones indígenas aprovecharon e hicieron perdurar tal tipo de organización social
prehispánica, el cual se mantuvo todavía a finales del siglo XVII en la mayoría de los
poblados indígenas, por ejemplo en Sacapulas, donde convivían las parcialidades
Cuatlán, Tulteca, Bechauazar, Acunil y Magdalena (ver Cuadro 9).

El trazado urbanístico y las construcciones de las primeras reducciones fueron


originalmente muy sencillos, `dirigidos por los mismos frailes que tiraban los cordeles,
medían las calles, daban sitio a las casas'. Severo Martínez señala al respecto:

Las chozas, las casas de cabildo, las iglesias mismas,


fueron construidas con las más sencillas técnicas
indígenas: horcones rústicos hincados en el suelo, techos
de paja, paredes de caña de maíz, y pisos de tierra
apelmazada. Posteriormente, de manera gradual, fueron
apareciendo las instalaciones de adobe (usado por
indígenas y españoles antes de su encuentro), los techos
de teja, las iglesias de ladrillo cocido; sin que dejara
de prevalecer la choza sencilla, de palos, paja y cañas,
como habitación de los indios y cuerpo de los muebles.

Entre los miembros de la Audiencia que sobresalieron en las tareas de reducir a los
indígenas figuran Pedro Ramírez Quiñónez, que colaboró en la formación de los
pueblos de Sacapulas, Aguacatán, Santa Cruz del Quiché, Zacualpa, San Pedro
Jocopilas, Cunén, y San Andrés; Juan Rogel, que trabajó en las reducciones de los
naturales de Tecpán Guatemala, Chimaltenango, Comalapa, Atitlán, Totonicapán, y
Quezaltenango; y Diego Mazariegos y Gonzalo Hidalgo de Montemayor, que fundaron
diversos pueblos en Chiapas. Las órdenes que más se destacaron fueron las de los
dominicos, franciscanos y mercedarios. Entre los miembros de éstas, Fray Gonzalo
redujo a los tzutujiles; Alonso Bustillo trabajó en la reducción de Tzololá; Diego de
Alvaque, en Totonicapán y Quezaltenango; Diego de Ordóñez, en diversos pueblos del
valle de Guatemala; Pedro de Angulo y Juan de Torres, en Sacapulas, Yantla y
Aguacatán; Benito de Villacañas, en San Lucas; y Diego Martínez, en San Juan de
Amatitlán.

Al mismo tiempo que desarrollaban dicha labor, los frailes se enfrascaron en celos y
luchas por el control del mayor número de pueblos de indígenas. El Memorial de Sololá
se refiere lacónicamente a tal hecho, acontecido en 1554 en Quezaltenango:

...ocho meses después de haber reñido los señores [el


Obispo Marroquín y el Oidor Ramírez Quiñónez], se pelearon
también nuestros padres en Xelahub, los de Santo Domingo y
los de San Francisco que querían quitarles Xelahub a los
de Santo Domingo.
Tuvo que intervenir enérgicamente la Corona española, ordenando a los obispos de
Santiago de Guatemala que donde hubiera entrado una orden no llegara otra a estorbar
la conversión de los naturales de esa parte.

En cuanto al número de reducciones establecidas, Adriaan van Oss indica que en 1555
los eclesiásticos habían logrado formar 95 poblados, de los cuales 47 eran doctrinas de
los frailes dominicos, 37 de la orden franciscana, seis de los mercedarios y cinco
pertenecían al clero secular. El mismo autor estima también que en 1600 el número de
pueblos fundados era de 336, y que 82 pertenecían a los dominicos, 108 a los padres
franciscanos, 42 a los mercedarios y 104 al clero secular. El incremento en los del clero
secular se debió a que la mayoría de pueblos cacaoteros de la Costa Sur pasaron en la
segunda mitad del siglo XVI a sus manos por orden de los obispos de Santiago de
Guatemala.

Características de las Reducciones


Al organizarse la nueva sociedad después de la Conquista, se fundaron diversos tipos de
asentamientos urbanos, tales como las ciudades, las villas y los pueblos de indios. Cada
uno revistió características propias y jugó un papel especial en el desarrollo de la vida
colonial. Los elementos que caracterizaron a los pueblos de indios fueron el Cabildo
indígena, las tierras comunales, las cajas de comunidad y la separación residencial.

Cabildo indígena

Respecto del Cabildo indígena, la Corona había ordenado su creación desde 1549:

...y que todos los pueblos que estuviesen hechos y se


hiciesen era bien que se criasen y proveyesen alcaldes
ordinarios para que hiciesen justicia en las cosas civiles
y también regidores cadañeros y los mismos indios que los
eligiesen ellos, los cuales tuviesen cargo de procurar el
bien común y se proveyesen asimismo alguaciles y otros
oficiales necesarios como se hizo e acostumbra hacer en la
Provincia de Tlaxcala.

No obstante, en 1556 se inició, a petición del Obispo Francisco Marroquín, el


establecimiento del Cabildo indígena como organismo político-administrativo. Ello se
hizo en el entendido de que así los indígenas `vivirán en razón y entenderán en su
labranza y crianza... y la labranza y crianza es la que ha de sustentar la república suya y
nuestra'.

El Cabildo indígena vino a ser una imitación del municipio que se estableció para las
ciudades de españoles. Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán indica que los primeros
Cabildos indígenas estuvieron formados por dos alcaldes ordinarios, cuatro regidores,
un escribano, algunos alguaciles ejecutores y ministros de vara. Se diferenciaban del
Ayuntamiento español en el proceso de elección y nombramiento de las autoridades.
Robert Carmack anota lo siguiente:
La clase gobernante prehispánica continuó ejerciendo
influencia dentro de los pueblos. En la práctica, los
alcaldes y regidores de esos pueblos no eran funcionarios
elegidos, sino que las funciones inherentes a dichos
cargos se convirtieron en un servicio rotativo, para el
cual los hombres eran designados por los ancianos de los
clanes y linajes, en mucho como se hiciera antes de la
conquista.

Fuentes y Guzmán también dice igualmente que este estilo se conservó durante largo
tiempo, pues `gustando de ser gobernados de sus principales caciques, no se atrevieron
en muchos años a corromper esta natural atención'. Fuentes describe luego la ceremonia
de confirmación en los cargos, es decir, cuando los corregidores y alcaldes mayores
procedían a entregar la vara edilicia, símbolo del poder a las nuevas autoridades
indígenas:

...porque al esclarecer la mañana de aquel día, resonó por


varias partes grande rumor de flautas, caracoles,
teponastles y silbos de muchas tropas de indios, que
acompañando a sus nuevos alcaldes y justicias se
encaminaron a Palacio por la confirmación de sus oficios,
seguidos ya de innumerable plebe de esta gran república, y
recibiendo del Presidente las varas, volvieron a salir
para sus pueblos con la propia algazara festiva que habían
entrado.

Sin embargo, la influencia de los frailes se hacía sentir también en el nombramiento de


las autoridades del Cabildo indígena. Por lo general se orientaba contra los intereses de
los encomenderos, al punto que en una ocasión el principal representante del Cabildo de
Santiago de Guatemala acusó a los religiosos de entrometerse en los pueblos de indios,
a fin de conseguir los nombramientos de alcaldes y regidores para las personas que ellos
querían.

Propiedad comunal

El segundo elemento que caracterizó a las reducciones indígenas, con la ya mencionada


excepción de los pueblos periféricos de Santiago, fue el hecho de retener parte de sus
antiguas tierras, las cuales les eran adjudicadas en propiedad comunal, al estilo
tradicional. Por cédula de 1552 se mandó, en efecto, que se remediara la carencia de
`ejidos y términos' en los pueblos de indígenas y se les diera títulos de propiedad. Sin
embargo, al fundarse el pueblo, lo que en realidad se asignaba a los indígenas
concentrados sólo eran las tierras ejidales, por lo general entre una y cuatro leguas a la
redonda del pueblo, medidas desde la cruz central de la iglesia y determinadas con base
en el número de pobladores. Posteriormente los Cabildos indígenas iniciaban trámites
para que se les reconocieran también sus antiguas propiedades. Así se elaboraron
numerosos textos indígenas, en los que se indican los límites de sus anteriores
propiedades y se narra su pasado histórico.

Según consta en muchos de sus escritos, los indígenas se consideraban descendientes de


Adán y Eva y parte de las tribus perdidas de Israel. Al parecer ello se asentaba así para
complacer a los españoles y poder optar a la mayor cantidad de tierras; no obstante, no
siempre lograron que se les reconociera todo lo que les pertenecía, como lo explica el
Arzobispo García Peláez:

Por otra parte el sistema que se adoptó en Guatemala en la


formación de los pueblos de indígenas, no pudo inducir
otra cosa que el desamparo y ocupación de sus heredades.
Porque reduciéndose a un pueblo, no los caseríos de las
estancias, sino pueblos enteros, acumulándose para formar
uno solo, y habiéndose de dar un solo ejido a este último,
todos los demás habían de perder su territorio y
pertenencias comunes y particulares. Así es que cinco
pueblos grandes y otros tantos pequeños que formaron
Zizicastenango, y tenían 5 y 10 ejidos, entran a tener uno
solo; once pueblos principales y otros tantos accesorios
que formaron el de Zacapulas y disfrutaban 22 ejidos, no
tuvieron en adelante más que uno; Nebah que se compone de
16 pueblos mayores y otros tantos menores y había de tener
32 porciones de ejidos, no obtiene sino uno; lo mismo
Amatitlán, quedó reducido a uno, dentro de los otros
pueblos.

Muchas de las tierras comunales de buen número de pueblos del Altiplano, como
Sololá, Totonicapán, Quezaltenango y Santiago Atitlán, se encontraban en la Bocacosta,
en la región de Retalhuleu y Suchitepéquez, en la época en que llegaron los
conquistadores españoles. Quezaltenango, por ejemplo, tenía dos estancias: San Luis y
la Magdalena; y Atitlán tenía cuatro: San Bernardino, San Francisco, San Andrés y
Santa Bárbara. Al aprobarse la reducción a poblados, las autoridades coloniales
aceptaron que se mantuviera tal situación de tenencia de la tierra de los naturales, pues
la misma favorecía tanto a la Corona como a los encomenderos. Como esas estancias
eran ricas en cacao, achiote, algodón, mariscos y frijoles, no era necesario violentar las
relaciones prehispánicas de propiedad y producción, que consistían en el control,
laboreo y beneficio de dichas tierras por pueblos del Altiplano. Bastaba con exigir
dichos productos, en calidad de tributo, a los mismos pueblos que habían sido reducidos
y sometidos al orden colonial, contando para ello con el apoyo de los curas doctrineros
y justicias mayores, que presionaban a las autoridades indígenas.

Por las circunstancias apuntadas, muchos Cabildos indígenas del Altiplano


guatemalteco rigieron y gobernaron a poblaciones que vivían muy lejos de su centro
político, en estancias de la Costa Sur, donde el suelo y el clima eran más propicios para
la agricultura, como ampliamente lo explica Elías Zamora:

El sistema se basaba fundamentalmente en la presencia de


individuos procedentes del Altiplano en las tierras de
cacao controladas por cada señorío indígena. Estos
individuos formaban un cierto tipo de colonias,
asentamientos dispersos a los que los españoles después de
las congregaciones llamaron estancias. Cada estancia
dependía de un centro importante de la sierra al que se
conocía en la colonia como cabecera. Las cabeceras más
importantes del Altiplano durante el siglo XVI fueron
Santiago Atitlán, Sololá, Totonicapán, Quezaltenango y
algunas otras. Las gentes que habitaban en las estancias
procedían generalmente de las tierras altas y habían sido
enviadas allí por sus señores para que cultivaran los
cacaotales y cuidaran de que no les fueran arrebatados por
gente de otras etnias y cabeceras.
Cajas de comunidad

Las cajas de comunidad constituyen el tercer elemento característico de las reducciones


indígenas, y aparecen ya en 1561. En ellas los naturales depositaban una cantidad de
dinero, adicional al tributo establecido en las tasaciones, destinada a pagar a sus
doctrineros, cubrir los gastos para las fiestas religiosas y contar con fondos para la
construcción de los edificios públicos del pueblo. Por lo general, cada tributario obtenía
esta cantidad vendiendo parte de su cosecha. En algunos casos se disponía de `tierras de
cofradía', que eran laboradas conjuntamente por todas las parcialidades del pueblo, o en
las que se criaba ganado vacuno u ovino según las características de la región, y cuyo
producto se depositaba en las cajas. Pronto las cajas de comunidad llegaron a ser muy
prósperas y dieron lugar a problemas particulares:

...constituyeron una tentación a menudo irresistible para


todos los que intervenían en su administración: frailes,
caciques, mayordomos y otros oficiales indios, quienes, en
un nivel más alto, debían de ser vigilados por los
Corregidores. Pero éstos también abusaron de tales fondos
y fueron más tarde sustituidos por los oficiales reales de
hacienda. A fin de prevenir la malversación de los fondos,
tres oficiales indios distintos deberían tener las tres
llaves que se necesitaban para abrir una misma caja.

Separación residencial

El proyecto de reducir a los indígenas a poblados implicaba, como una de las


condiciones más significativas, la `separación residencial'. En Guatemala, los pueblos
de indios gozaron en un buen porcentaje de tal política, con excepción de los pueblos
situados en la periferia de la ciudad de Santiago, que estuvieron sujetos a un proceso
continuo de mestizaje y ladinización. En este sentido, las leyes que prohibían la entrada
de españoles, mestizos, mulatos y negros en los pueblos de indios, se sucedieron
aproximadamente durante un siglo (1563-1646). Sin embargo, las quejas por la reiterada
violación de dichas normas fueron constantes, como se deduce de la Recopilación de las
Leyes de Indias, de 1680:

Prohibimos y defendemos que en las Reducciones y Pueblos


de Indios puedan vivir o vivan españoles, negros, mulatos
o mestizos, porque se ha experimentado que algunos
españoles que tratan, traginan, viven y andan entre los
indios, son hombres inquietos, de mal vivir, ladrones,
jugadores, viciosos y gente perdida, y por huir los indios
de ser agraviados, dejan sus Pueblos y Provincias, y los
negros, mestizos y mulatos, demás de tratarlos mal, se
sirven de ellos, enseñan sus malas costumbres y ociosidad,
y también algunos errores y vicios, que podrán estragar y
pervertir el fruto que deseamos en orden a su salvación,
aumento y quietud.

La migración de ladinos al campo empezó a ser un hecho notorio a partir de finales del
siglo XVI y principios del XVII, y se produjo cuando se intensificaron de modo
simultáneo el cultivo del añil y la ganadería. Ellos se asentaban en forma ilegal en las
tierras de las comunidades indígenas, suscitando consecuentemente numerosos `pleitos'
promovidos por los mismos indígenas afectados, que defendían así sus propiedades.
Este fenómeno fue creciendo en forma tan acelerada que, a finales del siglo XVIII, el
75% de la población ladina de la Provincia de Guatemala se hacía sentir ya en 117
pueblos de indios.

Pueblos Periféricos de Santiago


La reducción de los indígenas a poblados tuvo características muy diferentes en el caso
de los pueblos periféricos de la ciudad de Santiago de Guatemala. En efecto, al fundarse
dicha ciudad y sobre todo al trasladarla a un sitio cercano, al Valle de Panchoy, los
vecinos recibieron de las autoridades del Ayuntamiento, según sus méritos, solares y
tierras para hacer casas y huertas, respectivamente. Tal acción se llevó a cabo después
del despojo que se hizo de dichas tierras y la inmediata expulsión de sus antiguos
moradores, indígenas cakchiqueles:

Y sólo se sabe que los indios que había en aqueste valle


(Panchoy) eran los de Pancam cuyo territorio se extendía
hacia la parte de la ciudad que es ahora de las Mercedes,
subiendo para arriba hacia nuestro convento, según se
colige de un Cabildo que está en el libro tercero que
dice: Que por cuanto a los indios de Pancam se les ha
tomado parte de sus tierras para la fundación de la nueva
ciudad se busque dónde poderles recompensar sus tierras.

Los españoles se dieron igualmente a la tarea de esclavizar a los naturales, para contar
con suficiente fuerza laboral, abusando de aquellos naturales conocidos como naborías.
Un caso típico fue el de Pedro de Alvarado, que según William Sherman:

...cuando tuvo necesidad de atender sus sementeras de


Jocotenango, llamó a los caciques de sus varios pueblos de
encomienda y les ordenó entregarle muchos indios de sus
correspondientes comarcas, junto con los principales de
éstas. Cuando llegaron todos los indios en su mayoría
fueron injustamente marcados como esclavos.

Así fueron surgiendo numerosas milpas en San Juan del Obispo, Jocotenango, San
Pedro Las Huertas, San Miguel Milpas Altas, Santa María de Jesús, San Dionisio
Pastores, etcétera.

En 1549, Alonso López de Cerrato, Presidente de la Audiencia, hizo efectiva la


liberación de los esclavos, como lo asienta con satisfacción el Memorial de Sololá:
`...cuando llegó condenó a los castellanos, dio libertad a los esclavos y vasallos de los
castellanos, rebajó los impuestos a la mitad, suspendió los trabajos forzados e hizo que
los castellanos pagaran a los hombres grandes y pequeños'. Alrededor de 5,000
indígenas se quedaron a vivir entonces en la periferia de la ciudad de Santiago, bajo la
protección y tutela de los frailes dominicos, mercedarios y franciscanos, y se
concentraron en barrios o pueblos separados. Las características de éstos variaron de
modo apreciable. En primer lugar, la mayor parte no tenía tierras ejidales, y mucho
menos comunales. A fines del siglo XVI, la Audiencia informó a la Corona que existían
más de 40 milpas en los contornos de la ciudad, de las cuales nueve o 10 se encontraban
en tierras de españoles y las restantes en tierra del Rey. Por tal razón, los ocupantes
nativos tenían que pagar un terrazgo a sus dueños, a fin de tener donde cultivar y poder
cumplir con el pago del tributo.

La separación residencial y la relativa autonomía de los Cabildos fueron otros de los


aspectos que caracterizaron a las reducciones. La autonomía se perdió mucho en los
pueblos de indios, ya que fueron éstos los que más sufrieron las presiones e
intromisiones de alcaldes, corregidores y curas doctrineros. Fuentes y Guzmán se refiere
a la situación de estos pueblos a mediados del siglo XVII:

El valle le componen y adornan 77 pueblos. Rodean todos


estos numerosos pueblos, a no dilatada distancia, todo lo
que mira de esta ciudad a los confines de su valle;
sirviendo de común, abundante alivio, a los moradores de
esta república su vecindad y cercanía por la providencia y
abasto que de estas poblaciones se les viene... Rinden
estas tierras frutas sazonadas, en abundante copia;
verduras maravillosas; pulque, maíz, frijoles, chile,
garbanzos, jamones, manteca, gallinas, pollos, huevos,
loza, leña, teja, ladrillo, adobes, piedra, forraje...
Esto es lo que produce y abundantemente cría el Valle en
sólo 28 circunvecinos pueblos, que es como si dentro de
los muros y recinto de la ciudad se produjera.

Significado de las Reducciones


El objetivo original del proyecto político de reducir a los indígenas a poblados había
sido facilitar su evangelización, ponerlos `en policía' y transformarlos en vasallos libres
del Rey, con la única obligación de pagar un tributo. Sin embargo, cuando la Corona,
por medio de la encomienda, concedió el beneficio del tributo de la mayoría de pueblos
a quienes se habían distinguido en la Conquista, se creó rápidamente una significativa
diferencia en el conjunto de las reducciones indígenas. Surgieron así los llamados
`pueblos realengos' y `pueblos de encomienda'. Los primeros no sufrieron la intromisión
de españoles y castas durante la mayor parte del siglo XVI y recibieron una tutela
especial de los frailes que los adoctrinaban. En cambio, los pueblos de encomienda
sufrieron la explotación de alcaldes mayores, corregidores, terratenientes, comerciantes
y también de los curas doctrineros. De estos últimos dice el cronista dominico Antonio
de Remesal que servían `más de calpixques que sacerdotes y ministros de la conversión
de los dichos indios... dedicándose más a cobrar las rentas y tributos'. Con el tiempo, la
situación aludida fue motivo de preocupación para la Corona, según consta en
comunicación dirigida en 1594 a Juan de Pineda, Juez de Visita para la Provincia de
Guatemala:

A vos, Juan de Pineda, presidente de la Nueva España de


las Indias del Mar Océano, salud: sabés que ha muchos años
que nos fue hecha relación, diciendo que las provincias y
pueblos de indios, que están en nuestra Real Corona en la
Provincia de Guatemala, siendo como son provincias y
pueblos muy fértiles y abundantes de todas cosas, y los
vecinos y naturales de ellos estar como están ricos y
prósperos, así por tener como tienen, así muchas milpas de
cacao, como muchos tratos y granjerías y mejores comarcas
y tierras, y esto en mucha más cantidad que los indios de
los encomenderos, y con todo esto nos dan y tributan mucho
menos tributo que los pueblos e indios de los dichos
encomenderos, no siendo tan fértiles ni abundantes como
los que están en nuestra Real Corona, y las tasas y
tributos de los dichos indios que tributan arroz están
mucho más bajas y nos tributan mucho menos de lo que
cómodamente nos podrían tributar sin vejación, de que
nuestra real hacienda recibe agravio y perjuicio.

El fenómeno repercutió también en las relaciones entre el obispado y las órdenes


religiosas, desde la misma época del Obispo Francisco Marroquín, y más
específicamente en tiempos de Bernardino de Villalpando. Este último, en efecto,
presionado por los encomenderos, quitaba a los religiosos las doctrinas de los pueblos
de indios y se las daba a clérigos seculares, pues juzgaba que éstos se llevarían mejor
con los encomenderos, lo cual resultó cierto, pero con gran perjuicio para los indígenas.

Con la diferenciación entre pueblos de encomienda y pueblos realengos se modificó de


hecho el objetivo inicial de cristianizar a los indios. En efecto, los elementos
constitutivos de las reducciones (Cabildo, tierras comunales, cajas de comunidad,
separación residencial), que debían contribuir a lograr los objetivos de la cristianización,
se convirtieron en un medio para consolidar el sistema económico colonial. El Cabildo
indígena, por ejemplo, creado con la finalidad de contribuir a que los indígenas vivieran
como personas libres, y con el propósito de que representara a la vez los intereses de la
comunidad ante la Audiencia, se transformó rápidamente en el principal instrumento
para asegurar toda `provisión para la república de los españoles', de la manera como
señaló el Obispo Marroquín: `...colectando el tributo, garantizando el repartimiento, el
mantenimiento de los caminos, el servicio a la Iglesia [teopantlacas], la asistencia a los
oficios religiosos, cargadores [tamemes], etcétera'. Precisamente por ello a los dirigentes
indígenas (principales) se les concedieron algunos privilegios, como el llamarles `don',
el derecho de montar a caballo y, sobre todo, el privilegio de tener tierras en propiedad
privada.

Las tierras comunales, en vez de ser el medio principal para obtener productos
suficientes en función del bienestar económico y de la capacidad de pago de un tributo
moderado, se convirtieron igualmente en un instrumento eficaz para garantizar el pago
del tributo. Éste, por otra parte, era relativamente mayor en los pueblos de encomienda
que en los realengos, tal como se informaba a la Corona a fines del siglo XVI: `...y
como los pueblos de encomenderos tienen amos que vuelven por sus tributos y por lo
que les conviene, los dichos pueblos dan más tributo que los que están en vuestra real
Corona'.

Los frailes abusaron también de los indígenas y sus tierras, como lo demuestran
distintos documentos. Después de las tasaciones de Cerrato, los regidores de Santiago
presentaron ante el Consejo de Indias un escrito en que decían:

Si los españoles no tienen ahora esclavos, los frailes sí


los tienen, y los indios les sirven mejor de lo que antes
servían a sus amos. Los españoles nunca tuvieron un
servicio personal tan completo como los frailes lo tienen
ahora, porque éstos toman el servicio de los indios como
si los indios les pertenecieran. Ahora no hay tamemes, los
cuales fueron suprimidos principalmente por causa de los
frailes... [pero] ellos cargan tantos indios como desean
sin que nadie se los impida.

Fuentes y Guzmán, que era parte interesada por su calidad de encomendero, enjuicia a
los frailes de la siguiente manera: `...los padres religiosos de la Religión de Santo
Domingo tienen ocupados muchos indios en labrar y cultivar tierras para milperías de
maíz, algodón y otras legumbres, y en descubrimiento de minas y lavaderos de oro'.

Las cajas de comunidad, por su parte, sirvieron, más que para resolver las urgentes
necesidades del pueblo, para cubrir los gastos excesivos en las frecuentes visitas de
corregidores, oidores, y autoridades eclesiásticas, o para contribuir en derramas
impositivas. Estas últimas eran señaladas en determinadas ocasiones por la Audiencia, a
fin de colaborar en situaciones de calamidad pública o en celebraciones diversas, como
natalicios y nupcias de los monarcas o de ciertas autoridades locales.

El proceso de concentración de los indígenas en poblados se convirtió, en la práctica, en


un instrumento adecuado en manos de las autoridades coloniales de Guatemala para
aplicar las Leyes Nuevas. Éstas, como se sabe, prohibían esclavizar a los indígenas y los
reconocían como vasallos libres del Rey, solamente sujetos al pago del tributo, y por
consiguiente se hacía necesario garantizar su supervivencia como fuerza de trabajo
generadora de riquezas. Los españoles se sirvieron en cierta medida de la estructura
social prehispánica, en la cual los `principales' controlaban política y económicamente a
las parcialidades (familias extendidas), y de tal manera lograron institucionalizar el
nuevo poder sobre los indígenas. De este modo, los pueblos de indios terminaron siendo
la parte más importante de la nueva estructura (Ilustración 26), ya que por su medio se
conseguía un control eficaz sobre la fuerza laboral indígena.

En resumen, y valga la insistencia, la reducción se convirtió de un instrumento de


catequización y cristianización de los indígenas, en uno de control económico. Los
frailes y clérigos ya no empleaban los métodos pacíficos, en los que tanto había
insistido Fray Bartolomé de Las Casas. También ellos se habían sumado a quienes
empleaban los métodos coercitivos. Ello obligó a emitir la real cédula, de julio de 1565,
por la cual se ordenaba que los pueblos administrados por los religiosos no tuvieran
cárcel, ni se usaran los azotes, el cepo o las tijeras. La situación se tornó tan difícil, que
en 1561 los naturales reducidos se referían a la actividad de los misioneros de la
siguiente manera:

...no ha sido sino para contarlos cada día, como se hace y


añadirles tributos y servirse de ellos los cristianos, de
los cuales habían huído, y por tomarles las tierras que en
sus valles y montes y quebradas las labraban, para
estancias y pastos de ganado, y que no les queda sino
volverse otra vez a los montes.

En consecuencia, en la medida en que crecía la coerción sobre los indios, aumentaba


también la fuga de los naturales hacia las montañas. Al respecto, comenta R. Carmack:

La concentración de los indígenas en los pueblos no fue en


realidad una tarea exitosa. Excepto en aquellos casos en
que los indígenas habían ya desarrollado hasta cierto
punto un patrón urbano (como en Quezaltenango y en torno
al lago de Atitlán), los asentamientos indígenas
permanecieron generalmente dispersos. Los clanes y linajes
continuaron viviendo juntos, en caseríos situados fuera
del centro del pueblo.

La fuga de los indígenas, montaña adentro, fue mayor en los pueblos de encomienda
que en los realengos, porque en éstos era menor la carga impositiva.

Los pueblos de indios facilitaron ciertamente la institucionalización del poder colonial.


Sin embargo, propiciaron a la vez la retención de una serie de elementos culturales, que
prolongaron la diferenciación entre los indígenas y el resto de grupos sociales. En
efecto, se conformó la cultura indígena con elementos propios, algunos de los cuales
eran remanentes de su pasado prehispánico, y otros, resultado de la interacción con las
expresiones culturales de los españoles. El objetivo de la cristianización no se logró,
pues el resultado fue un sincretismo religioso, en el cual prevalecieron sus antiguas
creencias. Independientemente de ello, se logró, a manera de instrumento para alcanzar
otros objetivos, que una buena parte de los indígenas vivieran `políticamente', es decir,
en poblados.
JESÚS MARÍA GARCÍA AÑOVEROS

La Iglesia en el Reino de Guatemala

La Donación de Indias, el Patronato Real y la Iglesia


Española
La presencia de la Iglesia en el Reino de Guatemala estuvo precedida, desde el
momento de la Conquista, de una serie de hechos históricos, cuyo conocimiento es
imprescindible para comprender las auténticas raíces de su implantación y desarrollo
durante la época hispana en América.

El primero de tales hechos consiste en que la llegada de la Iglesia española a las Indias
fue una consecuencia lógica de la obligación recaída en la Corona de Castilla de
evangelizar las tierras descubiertas y por descubrir, en virtud de una serie de
concesiones y mandatos papales. Fue el Pontífice Alejandro VI, de origen español,
quien, mediante las bulas Inter Caetera (3 de mayo de 1493), Eximiae Devotionis (3 de
mayo de 1493) e Inter Caetera (4 de mayo de 1493), hizo a los reyes castellanos
`señores de estos territorios con plena, libre y omnímoda potestad, autoridad y
jurisdicción' para cristianizarlos. En dichas bulas se concedió el dominio político de las
Indias Occidentales para evangelizar a sus habitantes, de tal manera que la donación
estuvo condicionada por la evangelización y ésta justificaba el señorío político.

Las concesiones papales produjeron una vivísima polémica entre misioneros, teólogos y
juristas, especialmente en los dos primeros tercios del siglo XVI. En las diversas juntas
y tratados que se celebraron, y pareceres que se publicaron, se encuentran las más
diversas y contradictorias opiniones. En unas se afirmaba que el derecho a la
evangelización confería el dominio político sobre los indígenas y que tal derecho debía
imponerse mediante la conquista armada, como paso necesario para la evangelización.
Así opinó el jurista Juan Ginés de Sepúlveda en su Democritus Alter. En otras corrientes
de pensamiento se negaba que el Papa tuviera potestad para otorgar el dominio político
so pretexto de la evangelización, y se reprobaba abiertamente la conquista como paso
previo a la evangelización, pues se trataba de términos excluyentes. Así opinaba Las
Casas en su De Unico Vocationis Modo, escrito muy probablemente en La Española,
entre 1522 y 1527, y en otros tratados suyos.

Al margen de las opiniones extremas hubo otras muchas intermedias, en las cuales se
trataba de compaginar de alguna manera el dominio político, la conquista y la
evangelización. Estas controversias no influyeron en la expansión conquistadora de la
primera mitad del siglo XVI, aunque sí tuvieron repercusiones positivas en las Leyes
Nuevas de 1542, y sobre todo en las Ordenanzas sobre Descubrimientos del 13 de julio
de 1573, en las que Felipe II prohibió en principio las conquistas armadas, a fin de
sustituirlas por las entradas pacíficas de los frailes. La Corona española jamás puso en
duda la validez de las concesiones papales, y asumió con todas sus consecuencias el
dominio político y la evangelización de las Indias.
Aceptada de hecho o de derecho la presencia española en América, procedía entonces la
evangelización. Se imponía una estrecha colaboración entre la Corona y la Iglesia, pues
sobre ambas caía el peso de evangelizar. Los pontífices romanos habían concedido a la
Corona una serie de derechos y privilegios sobre la misma Iglesia, para que pudiera
cumplir con sus obligaciones evangelizadoras. Todo el conjunto de tales concesiones es
lo que se conoce como Gobierno Espiritual de las Indias, en el cual se incluía también lo
referente al Real Patronato.

El Gobierno Espiritual abarcaba un amplio conjunto de derechos y obligaciones, de los


cuales sólo se mencionarán aquí los principales: envío de misioneros; intervención en el
nombramiento de obispos, curas doctrineros, párrocos y otros `beneficios eclesiásticos'
(el `beneficio' suponía percibir ciertos derechos económicos y el cumplimiento de
algunas obligaciones de tipo espiritual); cobro de diezmos; participación en la fundación
y en los límites de las diócesis; permisos para la fundación de conventos, parroquias,
hospitales, cofradías y obras pías; normas para encauzar el comportamiento de clérigos
y religiosos; cuidado y vigilancia especial de los curas y doctrineros de indios;
prescripciones a favor del buen trato que debían recibir los indios; percepción de los
diezmos eclesiásticos; vigilancia en todo lo relativo a la pureza de la fe católica, defensa
de las buenas costumbres y administración de los sacramentos. Además, el Gobierno
Espiritual se había adjudicado de hecho el llamado placet regio, es decir el examen y
autorización previos de todos los documentos de la Santa Sede antes de ser enviados a
América, y el `recurso de fuerza' o derecho que tenían los eclesiásticos de recurrir a los
tribunales reales contra las sentencias dictadas por los jueces de la Iglesia. El Consejo
de Indias era el órgano por medio del cual el Rey ejercía su patronato, y los virreyes y
presidentes de Audiencia fungían como vicepatronos. El Patronato Real ponía a la
Corona y a la Iglesia en una relación muy estrecha e íntima, de la que se derivaban
problemas de competencia y de instrumentalización mutua.

En los años 1475-1517 se llevó a cabo una profunda reforma de la Iglesia en España,
fomentada por la Corona y tenazmente llevada a efecto por personas y grupos
escogidos. Los Reyes Católicos pretendían la construcción de un Estado moderno,
impregnado de humanismo cristiano, con una Iglesia vitalmente reformada y un cambio
moral de la sociedad, y con la ayuda del Cardenal Francisco de Cisneros se entregaron a
la tarea de colocar en las diócesis a obispos virtuosos. La reforma llegó también al clero,
cuyo nivel intelectual y moral creció considerablemente, y de modo especial a las
órdenes religiosas, que pasaron en general de una práctica vacía y poco edificante a una
vida disciplinada, virtuosa y de gran vitalidad. También se reformaron los estudios
eclesiásticos y se impusieron la catequesis y la predicación al pueblo, procurando que la
religiosidad de los ritos externos correspondiera a un cristianismo vivido interiormente.

La reforma fue decididamente apoyada por Carlos I y Felipe II, de tal manera que en el
siglo XVI la Iglesia española aparecía pujante, con una enorme fuerza espiritual, una
elevada categoría intelectual y un extraordinario florecimiento de la vida mística.
Lógicamente, ni todo el clero y los religiosos entraron en la reforma, ni toda la sociedad
española elevó su nivel moral. Fueron dos siglos de profundos contrastes, combinación
de luces y sombras, tanto en la Iglesia como en la sociedad.

España llegó a América con una arraigada fe católica, con una nueva conciencia
nacional dentro de un Estado unitario, con la persuasión de que era la heredera de
aquella ya casi fenecida cristiandad europea, que plasmaba el ideal de construir un reino
cristiano, temporal y espiritual, íntimamente entrelazado por el Papa y la Corona.

En este trabajo se analizará la historia de la Iglesia en Guatemala desde tres grandes


perspectivas: la evangelización como hecho primario y fundamental; la organización
interna eclesial, o conjunto de organismos básicos del funcionamiento y administración
de la Iglesia; y la naturaleza del cristianismo americano, resultado de la evangelización
emprendida por la Iglesia. El desarrollo de la Iglesia en Guatemala está relacionado con
el desenvolvimiento de la Iglesia en las Indias Occidentales, y no se puede comprender
como un caso aislado en el contexto americano. Por lo tanto, cada uno de los temas que
aquí se tratan merece una sucinta introducción de tipo general.

Evangelización
En este apartado inicial se presenta una visión general sobre el proceso evangelizador,
los evangelizadores, los métodos de evangelización, el trato a los indígenas y el
aprendizaje de lenguas indígenas por los misioneros.

Los períodos evangelizadores en los siglos XVI y XVII

Los períodos de evangelización en América se pueden enfocar desde dos perspectivas:


desde el punto de vista cronológico, y desde el ángulo de la importancia focal de un
ciclo determinado. Cronológicamente, después de una fase bastante caótica y con una
precaria organización que se desenvolvió en el Caribe entre 1492 y 1519, se pueden
separar los siguientes tres períodos: a) el de las grandes misiones (1519-1560), que
coincidió con la conquista de los principales centros de las civilizaciones americanas; b)
el de la consolidación de la Iglesia (1550-1620), en el cual se profundizó en la
evangelización de los indígenas, se afianzó definitivamente la institución eclesial, y se
fortaleció el Gobierno Espiritual; y c) el período (1620-1700) en que la Iglesia se fue
`criollizando' rápidamente en sus cuadros e instituciones, se vivió una intensa
religiosidad barroca, y decayó la labor propiamente evangelizadora.

La evangelización realizada en el Reino de Guatemala no difiere sustancialmente de la


que se efectuó en otros lugares de América. Desde los primeros años de la Conquista
hasta 1540, hubo una fase oscura y desorganizada, en la que se evangelizó
esporádicamente, con escasos medios humanos y materiales, y sin método alguno.
Fueron años muy confusos, en los cuales los capellanes que acompañaban a los
conquistadores y primeros pobladores atendían espiritualmente a los españoles en las
parroquias recién fundadas, al mismo tiempo que realizaban algunos trabajos de
conversión de los indios. A ellos se unieron algunos religiosos itinerantes, que se
dedicaron a impartir bautismos masivos. En aquellos primeros años acudieron también
algunos clérigos seculares, que llevaron a cabo una cierta evangelización en las regiones
indígenas cercanas a los centros poblacionales de españoles. Por esta época aparecieron
en el Reino de Guatemala dos célebres misioneros: el franciscano Fray Toribio de
Benavente o Motolinía, gran evangelizador de México, y el dominico Fray Bartolomé
de Las Casas, incansable defensor de los indios.
El período de las grandes misiones en el Reino de Guatemala comenzó propiamente en
la década de 1540 y duró hasta 1570. Sin embargo, dicho lapso no fue uniforme. Por
ejemplo, en Chiapas, Guatemala y algo tardíamente en San Salvador, ya se había
cerrado el ciclo alrededor de 1555, en tanto que en Nicaragua no finalizó sino hasta la
década de 1560. En Honduras se prolongó más allá de 1570; y Costa Rica constituyó un
caso especial, ya que allí se inició hasta en 1561 y terminó en la década de 1570. Estas
variaciones temporales se debieron a dos factores: el diferente ritmo seguido en el
asentamiento del dominio español, y las llegadas de los contingentes misioneros que
comenzaron por asentarse en las provincias de Chiapas y Guatemala y posteriormente lo
hicieron en el resto del Reino.

El período de consolidación de la Iglesia en Guatemala se extendió hasta las primeras


décadas de 1600, y se asentó definitivamente a lo largo del siglo XVII, cuando se
produjo la irrupción de los criollos en las estructuras eclesiásticas y una disminución de
nuevas conversiones en el trabajo misionero, que duró hasta finales del siglo.

Los evangelizadores

Los reyes encomendaron la tarea evangelizadora fundamentalmente a los religiosos


reformados de origen español, en particular a las grandes órdenes mendicantes de
franciscanos y dominicos, y en menor medida a los mercedarios y agustinos. Los
jesuitas hicieron su entrada en la década de 1560. El clero secular también asumió
funciones evangelizadoras, pero en menor escala.

La Corona se hacía cargo de todos los gastos de las expediciones misioneras, desde la
salida de los religiosos de sus conventos de origen hasta la llegada a los lugares de
destino en América, lo cual supuso grandes sumas de dinero. Durante los siglos XVI y
XVII llegaron a Indias procedentes de España, en calidad de evangelizadores, no menos
de 9,232 misioneros. Otros muchos sacerdotes seculares y religiosos llegaron también
para ejercer funciones pastorales en lugares previamente evangelizados, donde había
españoles ya asentados, o en puestos de organización de las instituciones eclesiales.
Casi la totalidad de tales sacerdotes era originaria de los reinos de España, aunque
siempre hubo, especialmente en la Compañía de Jesús, algunos extranjeros.

Los primeros grupos de evangelizadores llegaron a Centro América en 1534,


específicamente a Nicaragua. A partir de este momento siguieron llegando, con mayor o
menor frecuencia, durante los siglos XVI y XVII. No menos de 625 misioneros
arribaron al Reino de Guatemala durante el siglo XVI en 39 expediciones, y 320
evangelizadores llegaron durante el XVII en otras 25, o sea un total de 64 expediciones
y 945 misioneros en ambos siglos. El período en que se registró el mayor número de
expediciones (28) y misioneros (526) fue el de 1559-1599. En la segunda mitad del
siglo XVI, por lo tanto, se produjo el mayor esfuerzo evangelizador. Ello fue obra casi
exclusiva de los religiosos enviados de España, pues los criollos no entraron en los
conventos sino hasta la década de 1570, y lo hicieron para desempeñar funciones
pastorales en regiones ya evangelizadas o en el interior de los mismos conventos.

El mayor número de expediciones y expedicionarios tuvo como destino las provincias


de Guatemala y Nicaragua, que eran las más pobladas. En Guatemala se quedaron 43
del total de las 64 expediciones, y 678 de los 945 misioneros que llegaron a la
Audiencia de Guatemala hasta 1700. A Nicaragua le correspondieron 13 expediciones y
94 misioneros. El resto se repartió en las provincias de Chiapas, cuya evangelización
fue bastante temprana, y Honduras y Costa Rica, que fueron las últimas en recibir
contingentes evangelizadores. Los religiosos tardaron unos años en entrar en San
Salvador y Sonsonate, regiones estas donde el clero secular se asentó desde el principio
en cantidad suficiente para iniciar las tareas evangelizadoras, aunque de manera bastante
deficiente.

Durante los siglos XVI y XVII, los franciscanos integraron 36 expediciones con 602
expedicionarios; los dominicos llegaron en 26 con 397; y los mercedarios lo hicieron en
siete oportunidades con 60. A la Orden franciscana le corresponde el mayor número de
evangelizadores, con bastante ventaja sobre las otras. El lugar que ocuparon los
mercedarios es bastante modesto. En el siglo XVII las diferencias a favor de los
franciscanos se acentuaron más. Del total de expediciones y misioneros enviados a
América en los dos siglos citados, un 8% llegó al Reino de Guatemala, lo que responde
a la importancia política y económica de la zona.

Los franciscanos extendieron su radio de acción por las provincias de Guatemala,


Nicaragua, Honduras y Costa Rica. Los dominicos evangelizaron Chiapas, Soconusco
(que abandonaron en 1545, para dar paso al clero secular), el Valle de Santiago de
Guatemala, Sacatepéquez, Chimaltenango, Sololá, Quezaltenango, Suchitepéquez y
Escuintla. Los mercedarios se ocuparon de Huehuetenango, San Marcos y San Juan
Ostuncalco y tuvieron también algunas misiones en Nicaragua y Honduras. El Oriente
de Guatemala fue evangelizado por el clero secular, así como Sonsonate y San
Salvador, aunque en estas dos últimas regiones se hicieron presentes los dominicos en
1550 y los franciscanos en 1570, con el objeto de afirmar una evangelización deficiente
iniciada por los seculares.

El celo y ejemplaridad de los religiosos destacaba sobre la actitud de una buena parte
del clero secular. Éste solía mirar más por sus negocios y granjerías que por el cuidado
espiritual de los nativos. Las obras de Antonio de Remesal y Francisco Vázquez, y
algunas otras crónicas conventuales, registran los nombres de los misioneros que más se
significaron e informan de sus actuaciones. El Obispo Francisco Marroquín alabó en sus
cartas el trabajo de los primeros evangelizadores, defendió a los clérigos seculares de las
denuncias que les afectaban, y trató de enderezar la conducta de éstos mediante cartas
pastorales, tal como lo hizo también con los clérigos de Soconusco. El Presidente de la
Audiencia, Alonso López de Cerrato, consignó en sus cartas la fructífera evangelización
desarrollada por los religiosos, en contraste con el apego al oro demostrado por los
clérigos seculares. También hay documentos de la época que critican a los religiosos por
su falta de atención a los indígenas. No es extraño encontrar opiniones contradictorias
en aquellos difíciles años de la segunda mitad del siglo XVI, cuando los intereses de
misioneros, encomenderos y autoridades de gobierno fueron con frecuencia igualmente
contradictorios.

Los métodos evangelizadores

Durante los dos primeros tercios del siglo XVI, la Conquista precedió a la
evangelización. Los misioneros acudían a los lugares donde el dominio español ya
estaba cimentado, y allí promovían la conversión de los indios al cristianismo. Para los
indígenas, la relación conquista-evangelización era inevitable. Así lo comprendieron los
evangelizadores, quienes trataron de distinguirse y distanciarse de los conquistadores,
consiguiendo que los indios les otorgaran el tratamiento de padres. No obstante, las
conversiones se realizaban dentro de una atmósfera de dominio político y explotación
económica por parte de los españoles y de los mismos curas doctrineros, lo cual se
traducía en una cierta coacción sobre la determinación de los indígenas para aceptar el
evangelio.

Se llevaron a cabo numerosas juntas, reuniones y concilios por parte de los eclesiásticos
e inclusive de las autoridades civiles, para tratar con todo cuidado de la conversión de
los indios. Se dieron numerosas normas pragmáticas, se discutieron los problemas
suscitados por la evangelización, y se confeccionaron catecismos adecuados a la
mentalidad indígena y útiles a los misioneros. Éstos se esforzaron por conocer el alma
indígena y descubrieron cualidades intelectuales y morales para la aceptación del
evangelio. De esta época datan los grandes tratados sobre las culturas indígenas de
Bernardino de Sahagún, José de Acosta y otros, aunque a finales del siglo se produjo
una corriente que puso trabas a estos documentos, por considerar que su lectura por
parte de los indios podría hacerlos volver a sus antiguas costumbres e idolatrías.

Los misioneros comprobaron que mediante su ejemplo, autoridad y buenas obras, más
que por medio de discursos y razonamientos, el nativo se convertía más fácilmente. De
ahí la insistencia en que el evangelizador mostrara amor, bondad, comprensión y buen
trato al indio; que fuera un defensor de los indígenas ante los atropellos cometidos por
los españoles; que fuera respetado por las autoridades reales. No siempre se consiguió
que los curas doctrineros reunieran tales características, pero en líneas generales el
comportamiento de los evangelizadores estuvo a la altura de su misión. Se trató de
presentar al indio un cristianismo atrayente, de mostrarle a un Dios bueno, creador y
padre de todos los hombres, y a Jesucristo, como portador de la salvación y la felicidad,
todo ello en contraposición con algunos de los dioses indígenas sanguinarios. La riqueza
y variedad de los ritos y ceremonias del catolicismo impresionaron vivamente a los
nativos.

La evangelización por medio del encomendero español resultó un fracaso e incluso


contraproducente. Éste era temido y con frecuencia odiado por los indígenas, por su
poder despótico y por los abusos de que los hacía objeto. El propósito y deseo de los
Reyes Católicos de que cada español fuera un evangelizador no tuvo resultados, fuera
de contadas excepciones. Mejor efecto tuvo la influencia de los caciques conversos
sobre sus comunidades, y la de niños y niñas indígenas educados en centros regentados
por religiosos durante el siglo XVI.

La lucha contra la idolatría por parte de los misioneros fue tenaz y sin concesiones. La
evangelización llevaba consigo la destrucción de todo aquello que guardara relación con
las religiones aborígenes. Las culturas indígenas estaban impregnadas de religiosidad en
casi todas sus manifestaciones, y por ello los misioneros utilizaron el sistema de la
`tabla rasa', con la intención de extirpar de raíz innumerables costumbres y creencias
que creían contrarias al evangelio, a la vez que implantaban otras nuevas. La religión
cristiana excluía radicalmente las antiguas religiones indígenas, consideradas en gran
parte obra del demonio. En consecuencia, la lucha contra la idolatría, que tuvo rebrotes
en el último tercio del siglo XVI y primeras décadas del siglo XVII, llevó consigo la
destrucción de prácticas que nada tenían de común con la idolatría propiamente dicha.
Factor de primer orden para la evangelización fue la reducción de los indios a poblados.
La dispersión habitual en que vivían los indígenas era un obstáculo casi insalvable para
los misioneros, en sus propósitos de adoctrinar convenientemente a los nativos. Se tenía
como muy importante conseguir que los indios vivieran, según la expresión de la época,
`en policía'. Para ser cristiano había que `vivir como hombres', lo que equivalía a vivir
según los dictámenes de la razón natural, al modo de los españoles. La mayoría de los
indios conquistados vivía ya en reducciones al finalizar el siglo XVI.

En el Reino de Guatemala, los métodos de la evangelización de los indígenas no fueron


muy diferentes de los utilizados en el resto de América. En tal sentido, la experiencia
mexicana fue la más influyente. El más grave problema con que tropezaban los
misioneros era la enseñanza de la doctrina cristiana o catequesis a los indios. En las
provincias de Chiapas y Guatemala se utilizaron los mejores medios y técnicas aunque,
en la primera, los dominicos tuvieron que comenzar desde los cimientos con
poblaciones que habían sido bautizadas pero no adoctrinadas. En Guatemala las órdenes
religiosas tuvieron que iniciar posteriormente una catequesis más sólida en las regiones
evangelizadas por el clero secular.

Los misioneros se ocuparon, asimismo, en redactar catecismos en lenguas indígenas, y


se sabe que hubo una buena producción de ellos, aunque de la mayoría sólo se tienen
escasas referencias. Gran aceptación tuvo la Doctrina Cristiana en Lengua
Guatemalteca (o sea cakchiquel), escrita en el segundo cuarto del siglo XVI y que
todavía se utilizaba en 1700. Dicha obra suscitó una ruidosa e incluso violenta polémica
entre franciscanos y dominicos, a causa de la utilización del término Dios. Los primeros
usaban la palabra castellana Dios, por estimar que no tenía similar en las lenguas
indígenas; pero los dominicos preferían el término indígena Cavobil. El pleito finalizó
en 1551 al ordenarse que se utilizara la palabra Dios. La controversia es indicio de las
dificultades que debieron superar los misioneros en sus traducciones a las lenguas
nativas.

En cuanto a la catequesis no hay uniformidad, pues variaba según los lugares y


circunstancias. En las cabeceras, donde vivían permanentemente los frailes, la
enseñanza de la doctrina era diaria para los niños y niñas, a `toque de campana'. La
asistencia cotidiana a la misa de cofrades facilitaba dicha enseñanza y, por supuesto, en
la misa dominical, obligatoria para todos, se rezaban o cantaban a puerta cerrada todas
las oraciones y artículos de la fe, y se preguntaba el catecismo en el idioma vernáculo.
Además se aprovechaban para la enseñanza cristiana las fiestas, novenas y procesiones.
En los poblados en que habitualmente no había religiosos, la catequesis era menos
intensa, pero los fiscales indios solían reunir diariamente en las iglesias a los niños y
niñas, para enseñarles con procedimientos memoristas las oraciones y el catecismo, sin
apenas explicación alguna. Los religiosos trataron, en capítulos o reuniones oficiales de
las propias órdenes, los temas y los métodos de evangelización. Tenemos noticias de
que el Obispo Francisco Marroquín y el Licenciado Alonso López de Cerrato
convocaron juntas con dicho objeto. Es de suponer que los obispos, en sus diócesis,
emitieron igualmente normas al respecto.

En el siglo XVII hubo un estancamiento en la enseñanza de la doctrina. Al fervor de los


misioneros de las primeras generaciones sucedió una cierta apatía de sus continuadores.
Especial insistencia se hizo a los religiosos para tratar a los indios con más amor y
suavidad que con predominio.
Como uno de los principios de la evangelización era el de conocer al indio para tratar de
convencerlo, aparecieron también en Guatemala durante el siglo XVI importantes obras
sobre las creencias y costumbres de los indígenas. Se escribían con la doble finalidad de
comprender el mundo cultural indígena y de refutarlo en todo lo que fuera contrario al
cristianismo, siempre con la mira puesta en la evangelización. Alrededor de 1570, por
medio de varias reales cédulas dirigidas a la Audiencia de Guatemala, se pidieron
informes acerca de las `cosas de los indios'. Entre dichas obras destacó la Theologia
Indorum, del dominico Fray Domingo Vico, escrita en lengua cakchiquel (kaqchikel),
de gran valor apologético. Fray Domingo Vico también fue autor de varias historias de
los indios y de otras obras religiosas como De los Grandes Nombres... y del Paraíso
Terrenal. Fray Salvador de San Cipriano escribió una larga historia, en lengua de
Sacapulas, y Las Casas disertó sobre los indios de Guatemala en su Apologética
Historia. Es opinión del autor de este trabajo que tanto el Popol Vuh como los Anales de
los Cakchiqueles se escribieron con la misma finalidad. En el siglo XVII, por las
razones arriba apuntadas, ya no aparecen obras de este tipo.

Los religiosos lucharon denodadamente y destruyeron todo aquello que, en su opinión,


pudo haber sido un resabio de idolatría en los indígenas. Se tienen noticias de que tanto
en el siglo XVI como en el XVII se dieron ciertos rebrotes de idolatría, pero conforme
pasaban los años, aunque siempre latente pero más o menos escondida, iba
disminuyendo. El Obispo Marroquín se lamentaba en algunas de sus cartas de la vuelta
de los indígenas a la religión de sus antepasados. En 1643, el Juez Visitador, Lara de
Mogrovejo, emitió un edicto en Panajachel, en el que exigía la castellanización de los
apellidos indígenas, por la relación que éstos guardaban con las prácticas idolátricas.
Hubo normas del Obispo de Guatemala, Mañozca y Murillo, dictadas en los años 1667
y 1668, por las cuales se prohibieron las imágenes de santos que llevaran figuras de
animales o demonios, especialmente las imágenes de San Jerónimo, San Miguel y San
Juan Evangelista. Se precisa aún hoy de una investigación más acuciosa sobre lo que ha
dado en llamarse idolatría en el ámbito de la cultura indígena.

El Reino de Guatemala, especialmente en las provincias de Chiapas, Soconusco y


Guatemala, ofrecía un ejemplo, probablemente único en toda América, del modo
sistemático y pacífico en que se redujeron los indios a pueblos, lo que facilitó su
evangelización. Entre los años 1538-1553, la mayoría de la población indígena de la
diócesis de Guatemala fue reducida a poblados. Mucho tuvieron que ver en el éxito de
la empresa: el Obispo Marroquín, las autoridades de la Audiencia, los franciscanos y
dominicos, y los propios caciques. Muy pronto se percataron los misioneros de que sin
reducción la evangelización era tarea imposible.

El trato a los indígenas

Las reales cédulas ordenaban que los evangelizadores trataran con mansedumbre y
bondad a los indígenas y que en ningún caso les impusieran penas corporales por faltas
de tipo religioso; que, en caso necesario, dichas penas fueran aplicadas por las
autoridades reales. Pero, de hecho, los doctrineros solían castigar con relativa frecuencia
a los indios que faltaban a sus obligaciones religiosas o cometían faltas contra la
moralidad pública. Una real cédula de 1680 repitió la prohibición de que los curas
doctrineros mandaran azotar a los indios y prescribió que, si fuese necesario, lo hicieran
los justicias reales.
De igual manera, las reales cédulas ordenaban que los curas doctrineros se conformaran
con el salario o `sínodo real' que les estaba asignado, y no exigieran a los indígenas
ayudas o donaciones de ninguna clase. Sin embargo, muy pronto se impuso a los indios
la costumbre de entregar a sus doctrineros ayudas materiales o raciones para su sustento,
así como otros servicios personales, todo lo cual acabó siendo tasado por obispos y
autoridades reales. Los hechos demostraron que el salario asignado era insuficiente para
el sustento del párroco.

En la segunda mitad del siglo XVI, se denunciaron abusos cometidos por los curas
seculares en los curatos y anexos eclesiásticos de su jurisdicción, especialmente en el
área de Soconusco, Sonsonate y San Salvador. Se les acusó de comerciar con los
indígenas, venderles mercaderías a precios excesivos, exigirles demasiadas
contribuciones y servicios personales y el cuidado de sus ganados. Las autoridades
obligaron al Obispo Marroquín a reformar o expulsar a los responsables. El prelado
prohibió a los curas cualquier tipo de negocio con los indígenas y ordenó que pagaran a
éstos los servicios y raciones recibidos de ellos. Aunque durante dichos años los
religiosos trataron a los indígenas con mayor generosidad y desprendimiento que el
clero secular, también hay denuncias sobre ciertos abusos en la utilización de los indios,
en las casas de aquéllos y en las iglesias, como trabajadores manuales, a quienes además
se exigía indebidamente ofrendas en las misas. Este tipo de denuncias fue frecuente
durante el siglo XVI aunque, por lo general, la mayoría de los curas no parece haberse
sobrepasado de lo establecido por el derecho y la costumbre. El Obispo de Guatemala,
Fray Andrés de las Navas y Quevedo, escribió en 1687:

...y aunque juzguen otra cosa los apasionados, lo que yo


sé es que todos los curas de este obispado les son a los
indios como padre y madre, y que si riñen con ellos es
sólo porque faltan a la Doctrina, Misa y Confesión, y de
las raciones que reciben dan de comer a los pobres y
ancianos y tiene a su costo boticas para proveerles de
medicinas.

Fueron muchos los obispos y doctrineros que en Guatemala defendieron a los indios, y
éstos frecuentemente encontraban en ellos protección y amparo. No todos, por supuesto,
cumplieron con este deber. Sin embargo, históricamente, la Iglesia, a pesar de abusos y
descuidos, fue una institución que sirvió de contrapeso a los excesos de los españoles y
de las autoridades reales.

El aprendizaje de las lenguas indígenas

Dos caminos se ofrecían a los misioneros para la evangelización de los indios: aprender
las lenguas de éstos o enseñarles el castellano. Por razones obvias, se eligió el primero,
aunque se tropezaba con la enorme dificultad de expresar con propiedad los misterios de
la fe en los numerosos idiomas nativos que existían. En principio la Corona se inclinó
por la predicación en castellano, pero las necesidades reales de la evangelización la
llevaron pronto a cambiar de táctica. En el último tercio del siglo XVI se emitió una
serie de reales cédulas, en las que se ordenaba terminantemente el aprendizaje y previo
examen de lenguas a los curas destinados a pueblos de indios, y se mandó que se
fundaran cátedras de lenguas en los conventos y universidades, así como en las ciudades
donde residían las Audiencias. El cumplimiento de las órdenes reales no siempre fue
satisfactorio. No obstante, se debe reconocer que los religiosos realizaron grandes
esfuerzos, y que dejaron un impresionante legado de vocabularios, artes, gramáticas,
catecismos, sermonarios y otros tratados religiosos en lenguas indígenas.

A pesar de las quejas de los oficiales reales, presentadas en 1550, sobre una
evangelización que se estaba llevando a cabo en lenguas indígenas, lo cual suponía un
obstáculo para la adecuada comprensión del cristianismo por parte de los nativos, desde
el principio los misioneros evangelizaron en dichas lenguas, ante la imposibilidad de
obligar a los indígenas a aprender el castellano. El Obispo Marroquín conocía algunas
lenguas y al parecer escribió tratados en las mismas.

El clero regular estuvo siempre más familiarizado con los idiomas indígenas que el
secular, pues éste atendía preferentemente las parroquias de españoles y ladinos. Los
`capítulos provinciales', celebrados por los religiosos en los siglos XVI y XVII, se
lamentaban de la falta de ministros que conocieran las lenguas locales, y pedían no
conferir las órdenes sagradas a quienes no las supieran y que no se enviaran a las
doctrinas de indios a quienes ignoraran la lengua nativa.

Las lenguas se aprendían en los conventos y en las parroquias. Se utilizaban gramáticas,


vocabularios y sermonarios manuscritos, que pasaban de mano en mano. El grado de
conocimiento de las lenguas nativas dependía del interés y habilidades propias de los
religiosos, y hubo quienes llegaron a ser grandes expertos. El Obispo Andrés de las
Navas y Quevedo escribió en 1687, una vez concluidas sus visitas pastorales, que todos
los religiosos hablaban las lenguas de los indios en las parroquias, `grandeza que no ha
de hallar V.

S. en todas las Indias'.

Las gramáticas, vocabularios, catecismos y otras obras manuscritas por los misioneros
se han perdido en su mayoría, y sólo se tienen noticias indirectas de algunas obras y
autores. Abundan, como es natural, los escritos en cakchiquel y quiché (k'iche'); en
menor proporción existen en mam, tzutujil (tz'utujil) y kekchí (q'eqchi'). Llama la
atención que hasta 1681 no se pusieran en funcionamiento cátedras de lenguas
indígenas. En la recién fundada Universidad de San Carlos se instituyeron una cátedra
de cakchiquel y otra de lengua mexicana o pipil, pero la primera apenas funcionó y la
segunda prácticamente no existió. En realidad, las lenguas sólo interesaban a los
misioneros para cumplir sus deberes pastorales.

Organización de la Iglesia
A lo largo de esta sección se tratará la estructura eclesiástica; los problemas surgidos
entre el clero secular y las órdenes religiosas; la organización económica de la Iglesia
durante los siglos XVI y XVII; los servicios de salud y educación prestados por el clero;
las instituciones pastorales; y los medios de control utilizados para la defensa y
conservación del catolicismo.

Obispos y diócesis
Por ser la Iglesia Católica una organización estrictamente jerárquica, la piedra angular
de su constitución reside en el Papa y los obispos, que acumulan todo el poder. El peso
primero de la evangelización, de la administración de los sacramentos y del
funcionamiento de la Iglesia recaen sobre los obispos, bajo la autoridad del Papa. Tal es
el caso de la Iglesia fundada en América hispana, y por ello un cuidado urgente y
temprano fue la erección de las `diócesis' (ámbito territorial que comprende varias
parroquias) y el nombramiento de los obispos.

En virtud del Patronato Real, la Corona española intervino decisivamente en el


nombramiento de los obispos y en la delimitación de las diócesis. El candidato al
episcopado, cuidadosamente escogido por el Consejo de Indias, era presentado por el
Rey al Papa, y éste le confería el nombramiento oficial o `misión canónica'. Antes de
recibir el nombramiento papal, el escogido era enviado a su futura diócesis mediante
una real cédula de `ruego y encargo', para que el `cabildo diocesano' le otorgara el
gobierno de la misma. De esta manera el Rey obligaba más a la Santa Sede a aceptar su
candidato y evitaba que las diócesis estuvieran vacantes demasiado tiempo. Cuando
llegaban las bulas papales confirmatorias, el candidato se convertía en obispo titular. El
Rey también podía cambiar los límites de las diócesis, pero la creación de nuevos
obispados precisaba de la previa aprobación pontificia.

El siglo XVI fue la época en que se erigieron más obispados. Durante el mismo se
fundaron 32 diócesis y los arzobispados de Santo Domingo, Nueva España y Lima (los
tres en 1546), y el de Santa Fe de Bogotá (1564). En el siglo XVII sólo se crearon cinco
obispados. Los concilios provinciales de Lima (1582-1583) y de México (1585)
presentaron el perfil del obispo ideal para las Indias: austero, pobre, ejemplar, cercano al
pueblo y de modo especial a los indios, con residencia permanente en su diócesis y la
obligación de visitar a sus fieles al menos cada dos años. Durante el siglo XVI, la
mayoría de los obispos procedía de órdenes religiosas reformadas; en el siglo XVII, sin
embargo, aproximadamente la mitad de los obispos pertenecía al clero secular. El
principal período organizativo de la Iglesia discurrió entre 1512 y 1620, durante el cual
se erigieron 24 obispados. De los obispos nombrados en dicha etapa, 134 fueron
españoles y 23 criollos. Durante los siglos XVI y XVII, el promedio en que las sedes
episcopales estuvieron vacantes fue aproximadamente un 36% del tiempo.

Las diócesis centroamericanas se erigieron pocos años después de realizada la


Conquista. En el tercer decenio del siglo XVI se crearon las de Nicaragua y Honduras
(1531), Guatemala (bula de Paulo III del 18 de diciembre de 1534) y Chiapas (1538). El
obispado de Guatemala sufrió diversas modificaciones hasta 1700, en que la
gobernación de Soconusco se unió definitivamente al obispado de Chiapas; en 1607 se
unió a Guatemala la diócesis de la Verapaz, erigida en 1559; y la región de Choluteca,
que dependía del obispado de Guatemala, fue agregada a la diócesis de Honduras en
1673. El obispado de Guatemala quedó prácticamente conformado con las parroquias de
los territorios de las actuales repúblicas de Guatemala (excepto el Departamento del
Petén, que en lo eclesiástico pertenecía al obispado de Mérida) y El Salvador.

La Iglesia de Guatemala, sin ser de las más florecientes del Nuevo Mundo, destacaba
sobre las pobres y marginadas diócesis de Chiapas y Honduras, e incluso sobre la de
Nicaragua, que se mantenía a unos niveles más adecuados, y poseía un extenso territorio
extendido a la Gobernación de Costa Rica.
En la región centroamericana se daba la siguiente situación anómala: mientras
civilmente constituía una unidad dentro de la Audiencia de Guatemala, en lo
eclesiástico Chiapas y Guatemala eran sufragáneas del arzobispado de México,
Honduras lo era del arzobispado de Santo Domingo, y Nicaragua del de Lima. En la
práctica, sin embargo, estas últimas diócesis llegaron a tratar sus asuntos eclesiásticos
en el arzobispado de México.

Durante los siglos XVI y XVII regentaron la diócesis de Santiago de Guatemala 12


obispos (seis religiosos y seis seculares; nueve españoles y tres mexicanos). La diócesis
estuvo vacante aproximadamente 35 años (un 21.1% del tiempo), lo cual la coloca en
mejor situación que la media del resto de las diócesis hispanoamericanas, y también del
resto de las centroamericanas, que superan el 30% del tiempo sin obispos titulares.

Los Cabildos Eclesiásticos

Al erigirse las diócesis, se constituyeron en las catedrales los Cabildos Eclesiásticos. Su


función fue importante, en especial al quedar vacante la `sede episcopal', pues tenían la
facultad de nombrar a un `vicario capitular' para el gobierno de la diócesis. Esta
situación se dio con mucha frecuencia en América. En el Cabildo había dignidades,
canónigos, beneficiados y otros oficios, y la misión fundamental de todos era el servicio
del culto en la iglesia Catedral. Además solían desempeñar otras funciones de gobierno
diocesano y asesorar al obispo. Lo mismo que en el caso de los obispos y de los
párrocos, el derecho de presentación a los cargos mencionados pertenecía a la Corona.
De los Cabildos salieron la mayoría de los obispos criollos de América. En ocasiones se
suscitaron pleitos entre el obispo y el Cabildo por cuestiones de competencia.

El Cabildo de la Catedral de Guatemala, según norma fundacional que nunca fue


efectiva, contaba con cinco dignidades (deán, arcediano, chantre, maestrescuela y
tesorero), 10 canonjías, seis raciones, seis medias raciones, un sacristán mayor, un
sochantre, 10 capellanes, seis acólitos, un pertiguero y un caniculario. Además había
dos curas para atender a la parroquia del Sagrario, anexa a la Catedral. En contraste con
el Cabildo Eclesiástico de Guatemala, que gozaba de las rentas precisas para el
desempeño de sus funciones y para promover un suntuoso culto en la Catedral, el resto
de los Cabildos Eclesiásticos de las diócesis centroamericanas contaba con muy pocos
miembros, y unas rentas de las más reducidas de América hispana.

Personalidad de algunos obispos

A lo largo de los primeros dos siglos de etapa colonial hubo algunos obispos cuya forma
especial de conducir los asuntos eclesiásticos les permitió influir más directamente en la
esfera económica, social, política y cultural. Son ellos Francisco Marroquín, Bernardino
de Villalpando, Fray Juan Ramírez, Fray Payo de Rivera y Fray Andrés de las Navas y
Quevedo.

Guatemala tuvo la gran suerte de que su primer Obispo fuera Francisco Marroquín,
excelente prelado, que ejerció un fecundo pontificado durante 29 años, hasta su muerte
el 1º de abril de 1563. Nombrado obispo en 1534, le tocó vivir tiempos difíciles, en una
región que no comenzó a estabilizarse políticamente sino hasta la llegada de la
Audiencia y la puesta en práctica de las Leyes Nuevas de 1542. Al tomar posesión
contaba sólo con unos pocos clérigos y religiosos. Desde el principio se esforzó en traer
abundantes contingentes de religiosos y clérigos seculares, que distribuyó por todo el
obispado. Ordenó la vida eclesial, levantó la Catedral, instaló el Cabildo diocesano,
edificó el hospital de Santiago para los españoles, fundó un colegio para niñas
huérfanas, estableció escuelas de primeras letras, legó 2,000 pesos y unas tierras de su
propiedad para la constitución del Colegio de Santo Tomás, con la finalidad de que
fuera un centro de estudios superiores, y pidió a la Corona la fundación de una
universidad. Asistió en México a dos juntas eclesiásticas, y realizó en su diócesis varias
juntas y dos sínodos, para la reforma del clero y la evangelización del pueblo.
Conocedor de lenguas indígenas, hizo imprimir un catecismo en lengua cakchiquel y
visitó varias veces su extensa diócesis. Intentó cortar los abusos cometidos por los
clérigos en sus parroquias. Se mostró amante de los religiosos, a quienes favoreció y
confió la mayor parte de la diócesis. Procuró asumir una postura moderada en la
aplicación de las Leyes Nuevas, que tantas conmociones suscitaron en Guatemala,
tratando de que su puesta en práctica fuera escalonada, a diferencia de la actitud más
rígida del Presidente López de Cerrato y los dominicos.

Muy distinta fue la actitud del segundo Obispo de Guatemala, Bernardino de


Villalpando (1564-1570). Este prelado venía de Cuba y se presentó con excesiva
ostentación. Tuvo duros enfrentamientos con los doctrineros religiosos, a quienes hizo
objeto de violencias e injusticias, lo cual le mereció un visitador eclesiástico, que anuló
sus decisiones.

El Obispo dominico Fray Juan Ramírez (1601-1609) se distinguió por su incansable


lucha en favor de los indígenas, manifestada en sus continuas denuncias de palabra y
por escrito contra los repartimientos forzosos y los servicios personales de los indios.
Desde Guatemala escribió dos informes dirigidos al Rey y al Consejo, así como varias
cartas, en las que analizaba detalladamente los abusos que se cometían contra los indios
por parte de alcaldes mayores y corregidores, alcaldes ordinarios, encomenderos, jueces
de milpas y españoles en general. Sus escritos están fundamentados jurídica y
teológicamente, como correspondía a la excelente formación filosófica y teológica
recibida en la Universidad de Salamanca, a su dilatada experiencia en México y a la
influencia recibida de Fray Bartolomé de Las Casas.

Fray Payo de Rivera (1657-1668), religioso agustino, visitó detenidamente la diócesis y


dio acertadas normas para la reforma de las costumbres. Atendió la formación del clero,
procurando elevar el nivel moral de clérigos y religiosos. Fundó el hospital de San
Pedro, para la atención de clérigos ancianos y enfermos. Se constituyó en defensor de
los indios ante las autoridades españolas. Bajo su patronazgo se introdujo la imprenta en
Guatemala, en 1660. De Guatemala fue trasladado al arzobispado de México, donde
también desempeñó el cargo de Virrey.

El religioso mercedario Fray Andrés de las Navas y Quevedo (1683-1700), que había
ocupado anteriormente la diócesis de Nicaragua, se caracterizó por su cuidado en la
reforma del clero, su apoyo a las vocaciones religiosas y la formación de los
seminaristas. Exhortó a los curas a tratar bien a los indios, aunque siempre lamentó la
falta de devoción de éstos. Estableció aranceles para el pago de los servicios religiosos y
fue un decidido defensor de su clero frente a las autoridades civiles.
Doctrinas y parroquias

La segunda célula fundamental de la organización de la Iglesia la constituyen las


`parroquias' o `curatos', demarcaciones territoriales menores en que se divide una
diócesis, al frente de las cuales hay un sacerdote o cura párroco, bajo cuya jurisdicción
espiritual quedan los feligreses o fieles cristianos. Las parroquias de indígenas recibían
el nombre de `doctrinas', y al frente de ellas estaba un cura doctrinero. La diferencia
entre parroquias y doctrinas, y entre párrocos y doctrineros, era exclusivamente
nominal. Para ayudar al párroco en sus tareas pastorales, se le podían asignar sacerdotes
que se llamaban coadjutores. Las parroquias de españoles y mestizos estuvieron
encomendadas desde un principio al clero secular, mientras que la mayoría de las
doctrinas pertenecieron durante los siglos XVI y XVII a los religiosos.

Cuando éstos comenzaron la evangelización, congregaron a los indígenas en poblados o


`misiones'. Conforme la fe de los `neófitos' se iba fortaleciendo y se iban afirmando las
instituciones propias de una parroquia, las misiones pasaban a ser oficialmente
`doctrinas'. Los religiosos pusieron muchos obstáculos para que las misiones se
instituyeran como doctrinas, pues les restaba la gran independencia de que gozaban las
primeras respecto de los obispos. En las doctrinas el obispo ejercía la jurisdicción que le
confería el derecho. A partir del siglo XVII, las misiones se habían transformado ya en
doctrinas. También se llamaron misiones los territorios todavía no evangelizados.

El derecho de erigir parroquias y nombrar párrocos o doctrineros correspondía al obispo


quien, en virtud del Patronato Real, tenía que contar con la anuencia de las autoridades
reales. Las vacantes de parroquias y doctrinas salían a oposición entre los sacerdotes. El
examen lo hacía un tribunal del que formaba parte el obispo; por lo general se escogían
los tres mejores candidatos y se presentaban `por su orden' a los patronos reales, quienes
escogían uno. Al elegido, el obispo le concedía oficialmente el curato mediante la
`colación canónica'. Los doctrineros destinados a pueblos de indios tenían
necesariamente que aprobar un examen de lenguas indígenas.

A partir de la segunda mitad del siglo XVI, se fue perfilando el mapa geográfico de la
distribución de las parroquias en la diócesis de Guatemala, entre el clero secular y
regular. Los religiosos se asentaron preferentemente en las zonas del Oeste y los
seculares en las orientales. En 1555, los 95 pueblos de la diócesis de Guatemala estaban
atendidos en la forma siguiente: 47 por dominicos, 37 por franciscanos, seis por
mercedarios y cinco por el clero secular. Alrededor de 1575, los dominicos tenían a su
cargo 13,364 tributarios, con aproximadamente 30 religiosos dedicados a su
evangelización; los franciscanos, 10,273, con 20; los mercedarios, 5,500, con 10; y el
clero secular administraba 25,781 tributarios, con unos 24 sacerdotes. El total de 54,918
tributarios estaba atendido por cerca de 84 sacerdotes, es decir, unos 654 tributarios
(que equivalían a 1,563 personas por término medio) por sacerdote. Ésta es una cifra
bastante elevada, si tenemos en cuenta que en los inicios de la evangelización se
necesitaban muchos ministros sagrados.

En el siglo XVII se notó ya un aumento de efectivos humanos y de poblaciones. En


1600, de un total de 336 pueblos, los franciscanos administraban 108; los dominicos,
82; los mercedarios, 42, y el clero secular, 104. Se comenzó a notar la preponderancia
de los franciscanos sobre el resto de las órdenes, y el notable aumento del clero secular.
Esta proporción se mantuvo a lo largo del siglo: dos terceras partes de la población,
prácticamente en su totalidad indígena, estaba bajo el cuidado pastoral de los religiosos;
la otra tercera parte dependía del clero secular, que atendía a indígenas, españoles y
mestizos (véase Ilustración 41).

Los datos referidos a la segunda mitad del siglo XVII son algo más precisos, pero
todavía incompletos y no muy exactos. Los franciscanos, que en la década de 1650
poseían 18 doctrinas con 120 pueblos, alrededor de 1680 administraban ya 26 doctrinas
con 26 doctrineros, ayudados por unos 62 coadjutores, con un total de más de 53,000
almas. Por esta misma fecha, los dominicos administraban 20 doctrinas con 20
doctrineros y unos 50 coadjutores; los mercedarios regentaban unas 10 doctrinas con 10
doctrineros y unos 20 coadjutores.

Se puede calcular que a finales del siglo XVII, en la diócesis de Guatemala, más de 200
religiosos tenían el cuidado pastoral de unas 60 doctrinas, con un elevado número de
pueblos. Respecto a las parroquias regentadas por el clero secular en el siglo XVII,
apenas se puede decir algo, pues la documentación, en la medida que existe, está por
estudiarse. Se puede aventurar la cifra de unos 70 clérigos que atendían a unas 20
parroquias.

El doctrinero era prácticamente el único español a quien le estaba permitido vivir de


modo permanente en los pueblos de indios. Sus intervenciones solían ser decisivas, en
especial en momentos delicados. El doctrinero era, a la vez, ministro de la Iglesia y
funcionario real. Se puede afirmar que en su mayoría los curas doctrineros
desempeñaron correctamente su misión y fueron respetados por los indígenas, a pesar
de los abusos cometidos por algunos. La función de control que desempeñaban en los
pueblos indígenas se compaginaba con sus habituales intervenciones en defensa de los
indios. En las parroquias de españoles y mestizos, los párrocos seculares gozaron
también de poder y prestigio. No se debe olvidar que la vida religiosa en aquellos siglos
era parte fundamental de la vida ciudadana, y el párroco era un engranaje principal en el
orden social.

En las doctrinas los religiosos estaban obligados a llevar una vida comunitaria, según
las normas de la propia Orden, y en cada una debían residir por lo menos dos religiosos.
Uno de ellos desempeñaba el cargo de superior o prior, otro el de doctrinero, y los
restantes hacían de coadjutores o realizaban otros oficios dentro del convento. Los
párrocos seculares, aunque debían cumplir las obligaciones de su estado eclesiástico,
que no eran pocas, vivían privadamente en sus residencias, como lo hacían los
sacerdotes coadjutores, y su permanencia en las parroquias era mucho más estable que
la de los religiosos.

Órdenes religiosas

En la organización de la Iglesia, la vida religiosa desempeña una función de primer


orden. Las órdenes religiosas son agrupaciones de cristianos que aspiran a una vida de
mayor perfección, según el evangelio. Viven comunitariamente en sus conventos, bajo
la autoridad de sus superiores internos, profesando los tres votos clásicos de castidad,
pobreza y obediencia, y sometidos al cumplimiento de una regla o constituciones, de
acuerdo con el pensamiento del fundador de la Orden.
Junto a las órdenes religiosas masculinas de carácter mendicante, que combinaban la
clausura con el apostolado espiritual fuera de los conventos en la evangelización de los
indígenas, existieron también en América órdenes `monásticas' de estricta clausura e
integradas por mujeres. Concepcionistas, clarisas, capuchinas, jerónimas, agustinas,
dominicas y otras congregaciones abrieron sucesivamente sus monasterios,
imprescindibles para las hijas de las familias españolas, a los cuales ingresaban, bien
por no encontrar la posibilidad de un matrimonio digno, bien por un deseo sincero de
llevar una vida de perfección cristiana. Las religiosas colaboraron en la enseñanza y
formación de la mujer con escuelas que funcionaban en el interior de los conventos. La
entrada a los monasterios estuvo vedada a las indígenas y, de hecho, a muchas españolas
pobres que no tenían bienes suficientes para pagar la dote exigida para el ingreso. Sin
embargo, por las ciudades y villas de españoles se propagaron muchos `beaterios' o
congregaciones de mujeres piadosas, que vivían en forma comunitaria la vida cristiana,
pero sin llegar a la categoría de las órdenes religiosas. También hubo beaterios
dedicados exclusivamente a las indígenas.

El número de religiosos creció de manera rápida en la América hispana. Si a finales del


siglo XVI había más de 5,000, en la segunda mitad del XVII llegaban a 10,000. La
Corona comenzó a preocuparse por lo que se consideraba un número excesivo, pero no
pudo impedir su desarrollo. El ingreso de los criollos en los monasterios provocó
fricciones con los religiosos españoles, que se quejaban del relajamiento de la vida
religiosa y temían perder su dirección y su influencia. Para evitar dichos problemas, en
la primera mitad del siglo XVII se introdujo el sistema de `alternativa', según el cual los
puestos directivos de los conventos debían repartirse por igual y de modo alternativo
entre los religiosos llegados de España y los criollos. Lo cierto es que, entrado el siglo
XVII, eran cada vez menos los religiosos que llegaban de España, debido a que éstos se
sentían rechazados por los criollos, y también a que los conventos eran autoabastecidos
por los nacidos en América. Sin embargo, todavía siguieron llegando importantes
contingentes para las misiones en regiones donde existían indígenas no cristianizados.
Los jesuitas adoptaron criterios de selección propios y, en principio, fueron remisos en
admitir criollos; siempre colocaron en las misiones a religiosos españoles o europeos. A
partir de 1650, los criollos superaban ampliamente a los españoles en las órdenes
religiosas.

Franciscanos

El asiento definitivo de la Orden franciscana en la diócesis de Guatemala se llevó a cabo


en 1565, al erigirse la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús del Reino de
Guatemala. A partir de la década de 1540, el pequeño grupo de tres o cuatro religiosos,
llegados en principio para fundar un convento, se incrementó lenta pero
ininterrumpidamente. En 1570 había unos 30 ó 40 religiosos, y en 1575 se habían
fundado seis conventos con un número aproximado de 60 religiosos. Muestra del
crecimiento de la Orden es que se fundaron los conventos de la ciudad de San Salvador,
en las villas de Sonsonate y San Miguel (1574), así como en Ciudad Real de Chiapas
(1575). En 1579 el crecimiento de los franciscanos en las provincias de Nicaragua,
Costa Rica y Honduras trajo como resultado que se creara la Provincia de San Jorge de
Nicaragua, que se segregó de la del Santísimo Nombre de Jesús de Guatemala. La
Custodia de Santa Catarina de Honduras, erigida en 1586, pasó pronto a depender de la
de Guatemala, que siempre la debió proveer de frailes.
En 1566 se celebró el primer capítulo provincial de la Orden, el cual estableció entre
otras cosas impedir la profesión religiosa a menores de 18 años. Estableció asimismo
una estricta observancia de la vida religiosa; la pobreza de los conventos e iglesias; que
se viviera exclusivamente de limosnas; no pedir a los indígenas más de lo
imprescindible; que los religiosos caminaran a pie y descalzos; y que se utilizara la
misma loza empleada por los indios. En 1586 había ya 20 frailes en el convento de
Guatemala y en 1600 existían 19 conventos en la diócesis de Guatemala, con un total de
unos 80 religiosos. En los últimos años del siglo XVI los franciscanos tuvieron algunos
enfrentamientos con el Presidente de la Audiencia, Pedro Mallén de Rueda, y
amenazaron con abandonar la diócesis.

En el siglo XVII la Orden se fue incrementando, y pronto los criollos llegaron a ser
mayoría. En 1645, a pesar de la resistencia, se impuso la `alternativa', y pronto se
nombró a los primeros provinciales criollos. Los superiores religiosos visitaban cada
tres años los conventos, y comprobaban el grado de observancia de la vida religiosa y el
comportamiento de los frailes. En la citada centuria, la vida conventual sufrió un cierto
relajamiento y no logró mantenerse a la altura de las primeras décadas.

En 1661 la Orden tenía 24 conventos y 172 religiosos, y en 1680 eran 29 los conventos
y 190 los religiosos. El convento de San Francisco de Guatemala albergaba en dichos
años a unos 80 religiosos. En 1690 los conventos eran 33 (dos se encontraban en
Chiapas y cinco en Honduras), y el número de religiosos superaba los 180 (20 de ellos
en los conventos de Chiapas y Honduras). Los criollos superaban a los frailes
peninsulares en proporción de tres a uno. En 1700 los franciscanos rebasaban los dos
centenares, distribuidos en 35 conventos. Su formación religiosa y académica se llevaba
a cabo en el convento de San Francisco de Guatemala, donde funcionaba un floreciente
noviciado y un centro de estudios superiores, en el cual se enseñaba Gramática y se
concedían grados en Artes y Teología. También en el convento de Almolonga funcionó,
a partir de 1673, una casa de estudios, que a la vez facilitaba a los religiosos una vida
más austera y estricta.

El cronista Francisco Vázquez dedica buena parte de su obra a las biografías de los
franciscanos más beneméritos. Entre ellos sobresalen Fray Diego de Ordóñez, uno de
los fundadores de la Orden en Guatemala, que dedicó su larga vida (murió, según
Vázquez, a los 117 años, en México) a la fundación de conventos en Guatemala y
México, y a múltiples tareas de evangelización y dirección de los conventos, dando
muestras de una vida ejemplar; su compañero, Fray Gonzalo Méndez, experto en
lenguas y muy querido por los indígenas; el lego Fray Francisco Gómez, ejemplo de
comportamiento austero, humildad y vida de oración; Fray Diego del Saz, natural de
Chiapas, de excelente formación intelectual, buen trato y cualidades, que desempeñó
importantes cargos en la Orden; Fray Esteban de Verdalete y Fray Juan de Monteagudo,
que murieron a manos de los indígenas en 1612 en Taguzgalpa, mientras estaban en
actividades misioneras.

Dominicos

En fecha tan temprana como 1574 había 16 religiosos dominicos en Guatemala. La


Orden fue creciendo en miembros y medios, y culminó en 1551 con la fundación de la
Provincia de San Vicente de Chiapas y Guatemala. Según una relación de la segunda
mitad del siglo XVI (Biblioteca del Palacio Real) había en la provincia 12 conventos
con 82 religiosos, de los cuales 20 se encontraban ya retirados por los años. Los
superiores indicaban que se necesitaban entonces unos 124 religiosos para atender
convenientemente las obligaciones contraídas por la Orden.

El convento de Santo Domingo de Guatemala pronto se convirtió en la casa madre de la


provincia, con un aventajado noviciado y un estudio general, donde se enseñaba
Gramática y se conferían grados en Artes y Teología. En 1556 vivían 40 religiosos en
dicho convento. Durante los primeros años los dominicos pasaron grandes fatigas en
Chiapas por la postura que adoptaron en favor de los indígenas, siguiendo las pautas
marcadas por el Obispo Fray Bartolomé de Las Casas. Se tiene noticias de los capítulos
provinciales en que se aprobaron importantes conclusiones para preservar la vida
religiosa en los conventos y atender mejor a las doctrinas. Alrededor de 1550 tuvieron
fuertes enfrentamientos con los franciscanos, por las banderías que se formaron por
atraer personas a la devoción de las propias órdenes, y por conflictos sobre
determinadas doctrinas de indios. La situación se tornó delicada y el Obispo Marroquín,
cansado de tales disputas, amenazó con expulsar a los religiosos de sus doctrinas y
colocar en ellas a clérigos seculares. En 1556 intervino la Audiencia, y exigió
concordancia entre los religiosos. Una real cédula de 1556 dispuso que ninguna Orden
entrara en lugares en que ya hubiera otra dedicada a la evangelización.

En un principio los dominicos pusieron ciertas trabas a la entrada de criollos a la Orden,


mas a finales del siglo XVI eran bastantes los admitidos. En 1615 la mayoría de los
novicios era de criollos. En 1651 se puso en práctica el sistema de la `alternativa'. En
1612 la provincia contaba en la diócesis de Guatemala con cinco conventos y unos 55
religiosos. Sin lograr los niveles de crecimiento alcanzados por los franciscanos, los
dominicos llegaron a tener una gran importancia en Guatemala. En 1700 había unos 170
religiosos en la diócesis. Los cronistas de la Orden, Antonio de Remesal y Francisco
Ximénez, dedicaron también algunos de sus capítulos a exaltar a los dominicos más
insignes. Sobresalen entre ellos Fray Luis de Cáncer, misionero infatigable, compañero
de Las Casas, con quien compartió la hazaña de la entrada pacífica en la Verapaz, y que
murió martirizado en La Florida; Fray Matías de Paz, fundador del hospital para
indígenas de San Alejo, se distinguió por su amor y entrega a los indios enfermos; Fray
Andrés del Valle, docto religioso que realizó una gran labor reformadora en los
conventos, fue provincial en su Orden, llevó una vida muy ejemplar, murió en 1612, y
dejó recuerdo de santidad; Fray Francisco Morán y Fray Francisco Gallego, religiosos
que llevaron a cabo misiones de evangelización en las regiones del Chol y Manché.

Mercedarios

Los mercedarios llegaron a las Indias Occidentales no con propósitos de evangelización


y de fundar conventos, sino con el fin de recoger limosnas y legados que se hacían a su
Orden para la redención de cautivos. Sin embargo, muy pronto acabaron por
establecerse en algunos lugares, en que desempeñaron labores de evangelización y
edificaron conventos. Parece ser que en 1537 fundaron sus primeros dos conventos en
Guatemala y Ciudad Real de Chiapas. Este último no quedó consolidado sino hasta
1546. Algunos de los primeros mercedarios fueron acusados de falta de formación,
escaso espíritu religioso, y de ser entrometidos y mujeriegos. Incluso el Obispo
Marroquín emitió en alguna ocasión duros juicios contra ellos. Pasados estos primeros
años, la Orden se fue consolidando con buenos religiosos, que recibieron a su cargo
algunas doctrinas y fundaron conventos. En 1561 quedó erigida la provincia mercedaria
de la Presentación de Guatemala, que ya contaba con unos 60 religiosos. En 1597
poseía seis conventos en Guatemala, dos en Honduras y Nicaragua y otro en Chiapas.
Los mercedarios abrieron inmediatamente las puertas de su noviciado a los criollos, que
no tardaron en ser mayoría.

Durante el siglo XVII la Orden creció, y de manera especial el convento de La Merced


de Santiago de Guatemala, donde se enseñaba Gramática y se conferían grados en
:Artes y Teología. Alrededor de 1680 había en el convento, rico en imágenes y objetos
de culto, unos 70 religiosos. En 1575 dicha Orden poseía en el Reino 13 conventos, de
los cuales siete estaban en Guatemala. Durante los años 1625-1630 se fundaron
conventos en Sonsonate, San Miguel y San Salvador. En 1689 el número total de
religiosos era de unos 90. Los mercedarios se mantuvieron siempre al margen de los
conflictos que otras órdenes religiosas tuvieron entre sí durante el siglo XVI, y su
trabajo era muy apreciado por los españoles de Santiago. No se conoce a los cronistas
de la Orden mercedaria en Guatemala, pero se tienen algunas relaciones escritas. Son
dignos de mencionar los religiosos Fray Pérez Dardón, que llegó en 1537 y desempeñó
una gran actividad fundacional y misional en Guatemala, Chiapas y Honduras; y el
maestro Fray Diego de Rivas, catedrático de Teología en la Universidad de San Carlos,
Provincial de su Orden y evangelizador entre los lacandones e itzaes en el último
decenio del siglo XVIII.

Jesuitas

Desde 1561 se solicitó la venida de jesuitas a Guatemala, a fin de que fundaran un


colegio. Diversas causas, especialmente la exigencia de la Compañía de Jesús de contar
con un capital suficiente para el mantenimiento de los religiosos y del colegio, pues su
costumbre era impartir enseñanza gratuita, demoraron su llegada. En 1582 llegaron unos
pocos religiosos, y en 1609 se estableció formalmente el Colegio de San Lucas. En
1614 había ocho religiosos, cuatro sacerdotes y cuatro legos; en 1628 eran 14.
Comenzaron con clases de primeras letras, para introducir después estudios de
Gramática y finalmente conferir grados de bachillerato, licenciatura y doctorado en
Artes y Teología. Ello ocurría en 1640. El Colegio de San Lucas adquirió gran fama y
no tenía rival en cuanto a la enseñanza de primeras letras y Gramática. A él acudía lo
más florido de la sociedad de Santiago.

El papel que desempeñaron los jesuitas en la educación de los criollos fue de gran
importancia para la ciudad, e incluso para el Reino. A comienzos del siglo XVII hubo
intentos fallidos para fundar conventos en El Realejo y Granada, en Nicaragua. Luego,
en 1667, fundaron un convento en Ciudad Real de Chiapas, y pronto se les encomendó
la dirección del seminario para la formación del clero secular. A finales del siglo XVII
fundaron el Colegio internado de San Francisco de Borja, para alumnos no clérigos.
Una idea del esplendor del Colegio de San Lucas se puede obtener del hecho siguiente:
en 1671 tenía 100 párvulos de primeras letras, 120 alumnos de Gramática y 35 de
Filosofía. A partir de 1620, la media de religiosos en el colegio oscilaba entre los 12 y
16. Los jesuitas se dedicaron en Guatemala exclusivamente a labores educativas, de
culto y apostolado en su iglesia, y no participaron en trabajos de evangelización entre
los indígenas.
Agustinos y Belemitas

En 1611 los religiosos de la Orden de San Agustín tenían un convento en Santiago, y en


1615 había en él 10 religiosos. Sus labores quedaron circunscritas al sostenimiento del
culto en su iglesia. En 1677 intentaron, sin éxito, fundar en Cartago de Costa Rica.

En 1664 se instauró en Santiago la Escuela de Cristo, y se erigió la Congregación del


Oratorio de San Felipe Neri, la cual desarrolló una activa labor en la búsqueda de la
perfección y santificación de sus miembros, especialmente del clero secular.

Alrededor de 1653, el venerado Hermano Pedro de Bethancourt, elevado en 1982 a la


dignidad de beato, se dedicó al piadoso trabajo de recoger enfermos convalecientes de
los hospitales, y enseñar algunas letras y doctrina a los niños en una modesta casa que le
fue cedida en Santiago. Así nació el humilde hospital de Belem, que en 1672 recibió la
aprobación real. En torno al Hermano Pedro se reunió un grupo de personas dedicadas
al mismo trabajo, que pronto se convirtió en una pequeña comunidad que vivía de
limosnas bajo la regla de la Tercera Orden de San Francisco. En 1667 murió el
Hermano Pedro, y le sucedió en el cargo el Hermano Rodrigo de la Cruz, antiguo
Gobernador de Costa Rica y Marqués de Talamanca, cuya conversión religiosa dejó
profunda huella en la ciudad de Santiago de Guatemala. Fray Rodrigo llevó a cabo una
labor incansable y puso los cimientos de lo que se llamó la Congregación Belemítica.
Acabado el hospital, levantó una casa para los hermanos y otro hospital para mujeres
convalecientes.

En 1688 la congregación se había fundado ya en México, y en 1671 llegó De la Cruz a


Lima, donde organizó varios hospitales. En 1681 la congregación tenía ocho conventos,
y la Santa Sede aprobó sus constituciones. A la muerte del Hermano Rodrigo, en 1716,
la congregación nacida en América estaba firmemente arraigada. Si se exceptúa a la
congregación de los Hermanos de la Caridad de San Hipólito, fundada en México en la
segunda mitad del siglo XVI para el cuidado de enfermos en hospitales, la fundación de
la congregación Belemítica en Guatemala, durante la Colonia, constituye un caso único
en la América española.

Conventos de religiosas

El Ayuntamiento de Santiago suplicó al Rey que proveyera un monasterio de religiosas


en Guatemala, destinado a aquellas hijas de conquistadores y pobladores antiguos, cuya
honra estuviera en peligro o enfrentaran dificultades para casarse. Hubo que esperar
hasta 1579, fecha en la cual unas religiosas jerónimas, procedentes del convento de
México, fundaron el monasterio de la Concepción de Nuestra Señora de la Orden
Jerónima. El número de religiosas se incrementó rápidamente y en 1585 sumaban 40.
Desde su fundación hasta 1600 habían profesado 339 monjas, y hubo épocas en que
contaron con 200. Thomas Gage se refiere al esplendor de este monasterio en términos
exagerados, aunque es cierto que en él ingresaron hijas de la nobleza de la ciudad, con
generosas dotes, por lo cual se convirtió sin duda en el más floreciente del Reino.

El crecimiento de las vocaciones religiosas tuvo como consecuencia la fundación,


alrededor de 1606, del monasterio de Santa Catarina Mártir, el cual se organizó con
religiosas procedentes del monasterio de la Concepción de Nuestra Señora, y pronto
adquirió gran auge.

En 1667 llegaron de Lima unas monjas que fundaron el monasterio similar de San José
de Carmelitas Descalzas. Años antes, en 1610, un grupo de religiosas del monasterio de
la Concepción fundó un monasterio semejante en Ciudad Real de Chiapas, llamado de
La Encarnación.

Estos monasterios, en los cuales se guardaba rigurosa clausura, aparte de sus funciones
estrictamente religiosas, desarrollaron labores de educación en beneficio de las niñas de
la ciudad, y mantuvieron en su interior un elevado número de pupilas y sirvientas.

Además de los monasterios, se fundaron también algunos beaterios para mujeres


imposibilitadas por diversos motivos para entrar en aquéllos, pero inclinadas a llevar
una vida religiosa de piedad y recogimiento. Alrededor de 1550 se constituyó el beaterio
de Nuestra Señora del Rosario, según la regla de la Tercera Orden de Santo Domingo.
Pronto se levantaron algunos otros para indígenas en pueblos de indios, pero
desaparecieron en 1580 porque, a juicio de las autoridades, menguaban los tributos
reales. En 1580 se levantó en Santiago el beaterio de Santa Catarina de Siena, dirigido
por unas señoras devotas; éste desempeñó también labores educativas y de oficios para
niñas, y posteriormente se llamó de Santa Rosa de Lima. En 1670 se fundó el beaterio
de Belem, rama femenina de la Congregación Belemítica, el cual dirigió un hospital
para mujeres convalecientes. La Escuela de Cristo tuvo también su rama femenina del
mismo nombre.

El clero secular

Así como el clero regular tenía como función esencial en la Iglesia la santificación de
sus miembros dentro de sus conventos y monasterios, y en algunas órdenes cierta
participación en labores pastorales, al clero secular le estaba encomendada la
importantísima labor del cuidado del pueblo cristiano en las parroquias, desempeñar
trabajos de dirección en las diócesis, conformar los Cabildos catedralicios y ocupar los
beneficios eclesiásticos existentes. Se regían en su vida y funciones por las leyes
canónicas de la Iglesia, y las emanadas de la Corona en virtud del Real Patronato. Al
principio llegaron a América bastantes clérigos poco formados y de dudoso
comportamiento moral, lo que originó numerosas denuncias y protestas. Se hicieron
cargo de las parroquias de españoles recién fundadas e incluso administraron doctrinas
de indios. Pero poco a poco el clero secular se fue depurando como consecuencia de la
apertura de seminarios para su instrucción y del consiguiente acceso de los religiosos a
los estudios generales.

Una de las controversias surgidas en las Indias en el marco de la evangelización fue la


relativa a la opción al sacerdocio por los indios y mestizos. Durante los siglos XVI y
XVII se vetó prácticamente la admisión de indígenas, no tanto por motivos de raza
como por otros de tipo social y religioso. También se pusieron dificultades a los
mestizos, aunque se acabó admitiendo su ordenación, siempre que fueran capaces y
dignos. En 1576 una bula papal concedió que los hijos ilegítimos pudieran ser
dispensados de esta irregularidad y admitidos. La Corona prohibió a los obispos ordenar
a los indignos o a quienes carecieran de medios de subsistencia. Se prohibió, asimismo,
que los clérigos pudieran desempeñar oficios reales o negociar y contratar. También
ordenó la Corona que, en igualdad de condiciones, las parroquias y otros oficios
eclesiásticos se confiaran a los nacidos en Indias, y no a los peninsulares. Muy pronto
los criollos comenzaron a engrosar las filas del clero secular, y en 1575 ya constituían
mayoría.

Los primeros eclesiásticos llegados a Guatemala fueron los clérigos que acompañaron a
los conquistadores y primeros pobladores. A ellos les fueron encomendadas las
parroquias de las ciudades y villas de españoles, y también se les permitió asentarse en
la zona oriental de Guatemala, en Sonsonate y en San Salvador, donde además
administraron doctrinas de indios. En el último tercio del siglo XVI los clérigos
lograron hacerse de algunas doctrinas de la región de Suchitepéquez que estaban
regentadas por los franciscanos. En su mayoría estos primeros clérigos demostraron
poca altura intelectual y compaginaron sus tareas pastorales con tratos, comercio con los
productos de la tierra y exacciones a los indios, aunque algunos llevaron una vida
ejemplar. El Obispo Marroquín, acuciado por las necesidades pastorales, no tuvo más
remedio que admitir a quienes llegaban, y es posible inclusive que haya ordenado a
algunos sin las debidas condiciones.

En el siglo XVII se percibió un cambio favorable, pues a una mejor formación del clero
se unió la disponibilidad de un abundante número de clérigos seculares, sobre todo a
partir de 1631, y en especial en la zonas añileras del oriente de la diócesis. Este
incremento del clero coincidió con el auge del añil. Una información de 1620 habla del
celo y buen comportamiento del clero secular en Soconusco. No obstante, se dio
entonces el grave problema de la inestabilidad de los párrocos; en efecto, al no haber
parroquias suficientes para colocarlos a todos, en su mayoría se empleaban como
coadjutores al servicio de los párrocos, buscando los mejores sueldos y dando origen a
situaciones de inestabilidad poco deseables. Otros, con más suerte, lograban hacerse de
algunas de las capellanías existentes o vivían de sus propias rentas familiares. A pesar
de ser muchos los criollos sacerdotes, hubo obispos que confiaron parroquias y cargos
eclesiásticos a clérigos no nacidos en la tierra. Ello ocasionó en 1607 una protesta del
Ayuntamiento de Santiago, en la cual se recordaba que en la provisión de cargos
eclesiásticos debían ser preferidos los hijos y nietos de los conquistadores y primeros
pobladores. Durante el siglo XVII se aprecia una mayor influencia del clero secular en
la administración religiosa de los pueblos, ya que después de atender 100 de éstos en
1600, se llegó a atender 150 pueblos en 1700.

Las parroquias más solicitadas fueron las de ciudades y villas de españoles,


especialmente las de Santiago de Guatemala. En el siglo XVI funcionaban tres
parroquias (Santiago, erigida al fundarse la ciudad; San Sebastián, instituida alrededor
de 1585; y Nuestra Señora de los Remedios, establecida cerca de 1594) y un elevado
número de ermitas e iglesias con sus respectivos cultos. En 1633 se inauguró en
Santiago el Hospital de San Pedro, destinado a clérigos enfermos y ancianos, y en
noviembre de 1654 se fundó la Congregación de San Pedro, también para clérigos. En
un informe del Obispo Navas y Quevedo, fechado en 1687, se alababa el buen
comportamiento de los clérigos de la diócesis:

Hubo sacerdotes seculares que destacaron por su doctrina y


vida ejemplar. Señalaremos, al menos, a D. Bernardino de
Obregón y Ovando, nacido en 1629 en Granada de Nicaragua,
el cual desarrolló en Santiago una destacada labor
apostólica, se entregó a una profunda vida de oración,
erigió la Escuela de Cristo y, además, gracias a sus
desvelos, se hizo posible la fundación del monasterio de
Carmelitas Descalzas.

El número de clérigos seculares de la diócesis de Guatemala debe haber sido de unos


300 en 1700.

Problemática clero secular-clero regular

Una de las primeras cuestiones suscitadas en las Indias se refería al ejercicio de la


jurisdicción de los obispos sobre los religiosos que actuaban como curas doctrineros. El
Concilio de Trento (1545-1563) reafirmó taxativamente la jurisdicción episcopal en
todo lo referente a la vida parroquial. Los religiosos en América opusieron a ello una
gran resistencia, apoyándose en privilegios y bulas papales que les permitían actuar en
sus doctrinas sin la vigilancia e intervención de los obispos. De igual manera se
opusieron a que el obispo participara en el examen y nominación de los curas. En los
primeros años del siglo XVII, las órdenes religiosas tuvieron que rendirse a la realidad,
y los obispos ejercieron sobre las doctrinas y curatos sólo la jurisdicción que les
correspondía.

Más grave fue el problema de la asignación de las doctrinas a los religiosos. Según el
Derecho Canónico, la administración de las parroquias era función del clero secular.
Los religiosos, que en América habían empleado lo mejor de sus esfuerzos en la
creación de las parroquias de indios y las dirigían con fruto, se opusieron con todas sus
fuerzas a la entrega de éstas al clero secular. Los seculares, más numerosos cada día,
alegaban a su vez que les correspondían por derecho y que las necesitaban para
subsistir. En general, los obispos se fueron inclinando a favor de los seculares, pues
éstos, por su dependencia directa del obispo, se prestaban mejor al ejercicio pleno de la
jurisdicción episcopal. En la segunda mitad del siglo XVI y los primeros decenios del
siglo XVII, hubo intentos por parte de algunos obispos para entregar las doctrinas de los
regulares a los seculares. El Rey tuvo que convertirse en árbitro de la situación, y acabó,
no sin vacilaciones, por ordenar que se dejara a los religiosos en la posesión pacífica de
sus doctrinas.

Graves fueron los conflictos surgidos durante la administración del Obispo Bernardino
de Villalpando(1564-1570). Éste convocó un sínodo en el que se decretó que las
doctrinas fueran entregadas al clero secular, y se prohibió a los religiosos la
administración de los sacramentos. Para tomar tales medidas, el prelado se apoyó en el
Concilio de Trento, e ignoró reales cédulas y privilegios papales que favorecían a los
religiosos. La actitud del Obispo fue, cuando menos, precipitada e inoportuna, pues la
secularización de las doctrinas en aquellos momentos era gravemente perjudicial a los
indígenas, y la prohibición a los curas doctrineros de las órdenes religiosas de
administrar los sacramentos debió haber tenido sin duda consecuencias pastorales muy
negativas. Los religiosos se resistieron a cumplir los decretos del Obispo. Ello dio lugar
a una gran polémica, en la cual el Presidente de la Audiencia se puso al lado de los
religiosos, como al parecer lo hicieron también muchos vecinos españoles, no así los
encomenderos de pueblos cacaoteros. Por real cédula del 30 de agosto de 1567, el Rey
desaprobó lo realizado por el Obispo, nombró un visitador, y se devolvieron las
doctrinas arrebatadas a los religiosos, exceptuando unas de Suchitepéquez
pertenecientes a la Orden franciscana, que eran ricas en plantaciones de cacao.

Organización económica

Para el mantenimiento de sus ministros e instituciones y el desarrollo de sus tareas, la


Iglesia percibía ciertos ingresos provenientes de los salarios reales que recibían los
obispos, curas doctrineros y miembros del Cabildo catedralicio; los derechos derivados
de la administración de los sacramentos y otras actividades religiosas; las ofrendas y
limosnas de los fieles; las contribuciones que los curas recibían de los indígenas; las
primicias, según costumbre; las donaciones de tierras, hechas tanto por la Corona como
por los fieles; y las fundaciones, mandas y legados instituidos sobre las rentas de
determinados bienes, que llevaban aparejadas ciertas obligaciones de tipo religioso. Los
ingresos provenientes de la Bula de la Santa Cruzada no pertenecían a la Iglesia, sino a
la Hacienda Real.

Al aceptar el compromiso de llevar el cristianismo a los indígenas, la Corona se


comprometió también a financiar a la Iglesia. Estableció salarios para los obispos
(500,000 maravedíes anuales o 1,838 pesos) y para los curas doctrineros (50,000
maravedíes o 184 pesos), salarios que estaban destinados al sustento de unos y otros.
También como resultado de aquel compromiso la Corona ayudó a la construcción de
templos, financió las expediciones de los misioneros, e hizo donaciones de tierras a la
Iglesia y a las órdenes religiosas. El conjunto de ingresos que percibió la Iglesia fue
conformando su patrimonio.

Diezmos eclesiásticos

En virtud del Patronato Real, la Corona dispuso de una importante fuente de


financiamiento localizada en los diezmos eclesiásticos sobre productos agropecuarios
(labranzas y crianzas). El Rey cedió los diezmos a las iglesias de Indias en la siguiente
proporción: una cuarta parte para el obispado y otra cuarta parte para el Cabildo
catedralicio; las dos cuartas partes restantes se dividieron en nueve novenas partes (dos
para el Rey, cuatro para salarios de los doctrineros y las tres restantes para diversas
obras de la Iglesia). En principio, de los diezmos salían los salarios de los obispos, de
los miembros del Cabildo y de los doctrineros. Sin embargo, eran muchos los obispados
cuyos diezmos no eran suficientes para pagar dichos salarios, y ellos debían ser
compensados por la Real Hacienda (véase Ilustración 135).

Por los diezmos podía medirse la riqueza de una diócesis. Para que el prelado pudiera
recibir de los diezmos su sueldo anual de 1,838 pesos, se requería un mínimo de 7,400
pesos anuales de diezmo. A partir de 1558 se superaron en Guatemala los 10,000 pesos;
en 1600 se sobrepasaron los 20,000; durante el siglo XVII la media era de unos 25,000.
Estas cifras colocaron a la diócesis de Guatemala en una posición económica media
respecto al resto de las diócesis americanas, y muy por encima de Chiapas, Honduras y
Nicaragua, especialmente las dos primeras, que se mantuvieron muy por debajo de los
7,000 pesos anuales.
Ingresos parroquiales

Los ingresos parroquiales eran de muy diversa procedencia. Se ofrece en seguida una
lista de los más comunes en Guatemala: los salarios de los doctrineros, a razón de
50,000 maravedíes por cada 400 tributarios; las raciones o alimentos (cacao, maíz,
frijol, miel, gallinas, huevos, etcétera) que los indios entregaban a sus doctrineros y
coadjutores, impuestos por la costumbre en contra de lo legislado; los servicios
personales prestados por los indios a sus sacerdotes (zacateros, leñateros, cocineros,
tortilleras, semaneros, etcétera), también impuestos por la costumbre; las contribuciones
(dinero, candelas, etcétera) con motivo de las fiestas y obligaciones de las cofradías,
hermandades y guachivales; los derechos parroquiales sobre bautizos, matrimonios y
enterramientos, llamados accidentales o casuales, que se cobraban casi exclusivamente a
ladinos y españoles, cuyo primer arancel se elaboró en 1660; ciertas contribuciones de
los justicias y fiscales indios en determinadas fiestas; los besamanos o `manípulos',
ofrendas que en algunos pueblos hacían algunos caciques al besar la mano del
doctrinero; ciertas contribuciones por la confesión en algunos pueblos de indios; las
primicias de los frutos del campo y ganado, que solamente pagaban españoles y ladinos;
las novenas correspondientes a los diezmos diocesanos; las rentas provenientes de
capellanías y obras pías, que casi exclusivamente existían en curatos de españoles; y las
entradas por peregrinaciones en lugares especiales de culto. El 70% de los ingresos era
para el doctrinero, el 20% para el coadjutor, y el resto para el seminario y el obispo.

Salario de los doctrineros

Los salarios de los curas doctrineros, que también se llamaban `sínodos reales', eran
bajos y poco estables. La mayor parte de los salarios se deducía de los tributos
indígenas. Los doctrineros no siempre percibían los 50,000 maravedíes, pues se les
pagaba según el número de tributarios que atendían, a razón de 152 maravedíes por cada
uno de ellos, lo que hacía más atractivos económicamente a los curatos con mayor
población.

En el siglo XVII ya eran notables las diferencias de ingresos en algunos curatos: había
unos ricos, con 2,000 pesos anuales, en contraste con otros muy pobres, que no llegaban
a los 100 pesos. No existen suficientes datos para ofrecer una evaluación confiable, pero
una relación de 1570 señala que los clérigos seculares percibían unos ingresos medios
de 800 pesos anuales.

Bienes de las órdenes religiosas

En un principio se prohibió a las órdenes religiosas poseer bienes raíces en las Indias.
Hasta 1570 sus miembros vivían de los salarios, contribuciones y servicios percibidos
en sus doctrinas, y también de las limosnas y otras ofrendas obsequiadas a la Orden. Los
salarios se entregaban a los superiores de las órdenes, y éstos se encargaban del
mantenimiento de los religiosos. Durante las primeras décadas se produjeron quejas de
doctrineros contra los encomenderos, pues éstos se mostraban renuentes a cumplir la
obligación de pagar sus salarios con los tributos cobrados a los indios. También algunos
pueblos de indios protestaron porque estimaban que sus doctrineros les exigían
demasiado.

Sin embargo, al ver que aumentaban sus necesidades económicas, y puesto que éstas no
podían ser cubiertas con las limosnas de los españoles y las aportaciones de los
indígenas y de la Corona, los religiosos no tuvieron otro remedio que adquirir bienes
inmuebles. Se comenzó por permitirles poseer dichos bienes en los pueblos de
españoles, pero una real cédula de 1572 autorizó que los tuvieran también en los
pueblos de indios. Los franciscanos nunca poseyeron bienes raíces.

Los dominicos decidieron adquirir, en 1576, tierras y estancias de ganado, pues los
indios estaban muy acabados por las pestes y no podían soportar las cargas de los
conventos e iglesias. La Orden fue incrementando su patrimonio para disponer de la
suficiente independencia económica, la cual era imprescindible para sufragar los
considerables gastos que requerían sus actividades. Poseía tierras de cultivo, haciendas,
ingenios de azúcar y de añil, e incluso una mina de plata.

A partir de la década de 1560, los mercedarios también entraron en posesión de bienes


raíces para el mantenimiento de la Orden. Los jesuitas constituyeron caso aparte. Como
se dijo antes, exigían para establecerse un capital suficiente, ordenado al sustento de sus
casas y de sus integrantes dedicados gratuitamente a la enseñanza. Los capitales y
bienes raíces de que disponían en un principio eran insuficientes para el desarrollo de
sus funciones, a pesar de que en 1620 sus rentas llegaban a los 6,000 pesos anuales. En
1645 recibieron un importante donativo de 30,000 pesos, el cual rentaba otros 1,500
pesos anuales. Ello les permitió abrir el Colegio de San Lucas. Recibieron otros
donativos a lo largo del siglo XVII, pero esto no evitó que la Compañía en Guatemala
se mantuviera endeudada.

Capellanías

Otras fuentes de ingresos eclesiásticos fueron las capellanías, las cuales consistían en
dinero o propiedades territoriales, legados por criollos e indígenas ricos a la Iglesia, a
fin de que se celebraran misas periódicas en memoria de sus almas.

Una de las primeras capellanías de que se tiene noticia fue la instituida por Pedro de
Alvarado. Éste, en efecto, mandó en su testamento que sus tributarios utatlecas
cosecharan cierta cantidad de trigo y maíz para mantener dos capellanías en la Catedral
de Santiago, por cada una de las cuales se tenían que pagar 127 pesos de oro de minas
anuales. A cambio, los clérigos beneficiados se alternarían diciendo misas por las almas
del Adelantado y su esposa doña Beatriz.

Seminarios y hospitales

Uno de los decretos más importantes emanados del Concilio de Trento, para la reforma
del clero secular, fue el relativo a la fundación obligatoria de seminarios o centros
especializados para la formación de dicho clero, en todas las diócesis. A los candidatos
al sacerdocio se les ofrecía en esos centros una formación intelectual que cubría
estudios de Gramática, Filosofía y Teología, junto con una educación moral y espiritual
destinada a convertir al aspirante en el modelo de sacerdote precisado por la Iglesia. La
Corona hizo suyo el decreto y ordenó a las autoridades reales favorecer la erección de
los seminarios en las diócesis americanas, y admitir en ellos preferentemente a los
descendientes de los primeros descubridores, pacificadores y pobladores. Los criollos
serían los principales beneficiarios de estas medidas. A finales del siglo XVI los
seminarios comenzaron a erigirse en algunas diócesis. A finales del siglo XVII sólo
funcionaba una docena en toda América. En 1691, Carlos II ordenó que en los
seminarios se reservara la cuarta parte de las becas para los hijos de los caciques. El
tema de los seminarios en las Indias prácticamente no se ha estudiado.

Por real cédula del 22 de junio de 1592 se ordenó al Obispo de Guatemala, Fray Gómez
de Córdova que erigiera un colegio seminario. El 24 de agosto de 1597 quedó instituido
el seminario de Nuestra Señora de la Asunción, en la ciudad de Santiago. El Obispo
promulgó algunas constituciones para su funcionamiento, por ejemplo: se podían
admitir niños de 12 años de edad en adelante; los colegiales o seminaristas debían tener
una edad entre los 16 y 20 años y no recibir el sacerdocio antes de los 24; se fundaron
algunas becas para alumnos pobres; solamente podían ser admitidos hijos de españoles
y criollos, aunque se hacía una excepción con el mestizo hijo de español y mestizo; se
impartían estudios de Gramática, Filosofía, Teología, Moral y otras disciplinas
eclesiásticas como Historia Eclesiástica y casos de moral; y se elaboró un reglamento
para la vida interna de los seminaristas.

El seminario tropezó con muchas dificultades económicas, y hasta bien entrado el siglo
XVII no se impartieron las asignaturas exigidas ni se otorgaron grados académicos. Los
estudios duraban entre ocho y 12 años. En 1603 había 18 colegiales. En 1619 hubo una
queja sobre el ingreso de muchos mestizos en el seminario, en perjuicio de los hijos de
familias criollas nobles y pobres. Los seminarios de Chiapas, fundados en 1679, el de
León de Nicaragua (1680), y el de Comayagua (1680) pasaron también por muchas
dificultades económicas y altibajos en su funcionamiento.

Los religiosos tuvieron menos problemas con sus candidatos, pues instituyeron en sus
conventos de Santiago estudios de Gramática, Artes, Filosofía y Teología (en 1556, los
dominicos; en 1575, los franciscanos; y en 1619, los mercedarios). Además, a partir de
1620 funcionó en la capital el colegio de Santo Tomás, regentado por los dominicos,
aunque con interrupciones; y a partir de 1624, el de San Lucas, de los jesuitas, en el cual
se impartieron grados en Artes y Teología. La Universidad de San Carlos comenzó sus
clases en 1681. Por lo tanto, en la ciudad de Santiago había abundantes centros de
estudio para eclesiásticos, en contraste con el resto del obispado y de las otras diócesis
del Reino.

En 1541, una real cédula decretó la fundación de hospitales en todos los pueblos de
españoles e indios, para recoger a los enfermos. De hecho, los hospitales se levantaron
principalmente en las más importantes ciudades y villas de españoles y no sin
dificultades, pues los problemas económicos ocasionaron retrasos considerables.
Durante el siglo XVII, los Hermanos Hospitalarios de San Juan de Dios se extendieron
por América y se pusieron al frente de gran número de hospitales. Su labor fue muy
estimada, pues no rehuyeron asistir a los `apestados', aun cuando por tal causa murieron
muchos hermanos.
Concilios, sínodos y visitas pastorales

Durante esta época, los concilios, los sínodos y las visitas pastorales fueron
instituciones importantes en el gobierno eclesiástico.

Los concilios provinciales eran reuniones de eclesiásticos presididas por sus obispos.
Cada concilio pertenecía a una misma provincia eclesiástica, constituida por un
arzobispado y sus diócesis sufragáneas. En ellos se trataban materias de organización y
evangelización propias de la Iglesia. Según el Concilio de Trento, debían celebrarse
cada tres años, pero en América, dadas sus circunstancias especiales, los plazos fueron
mayores. A partir de 1612, se estableció que fueran celebrados cada 12 años. En el siglo
XVI se llevaron a cabo siete y en el XVII, cuatro, pero solamente tres de ellos, el
primero de México (1555), y los terceros de Lima (1582-1583) y de México (1585),
recibieron la aprobación pontificia y del Rey. Hubo dos concilios que tuvieron una
influencia decisiva en la Iglesia americana, los terceros de México y Lima, cuyas
conclusiones y disposiciones estuvieron en vigor hasta después de la Independencia.

En 1555 se llevó a cabo el primer concilio mexicano, al cual el Obispo Francisco


Marroquín envió en representación suya al arcediano Diego de Carvajal. En este
concilio se acordaron cosas como las siguientes: redactar dos catecismos, uno conciso
con las verdades fundamentales de fe, y otro más extenso en lenguas indígenas; tener
cuidado con las imágenes que pintaban los indios, por ser algunas inconvenientes;
cuidar que los doctrineros vivieran de su salario y sólo recibieran comida de las manos
de los indios; limitar el número de cantores y músicos en las iglesias indígenas, por ser
demasiados; examinar por expertos los sermonarios y las doctrinas predicadas a los
indios, pues se cometían muchos errores.

El segundo concilio de México se realizó en 1565. El Obispo de Guatemala, Bernardino


de Villalpando, envió en su nombre al arcediano Francisco de Peralta. El concilio
estableció que la administración de los sacramentos a los indios fuera gratuita; que éstos
no hicieran procesiones sin la presencia de los doctrineros; que los curas tuvieran en sus
casas biblias y libros para resolver casos de conciencia; y que los indígenas solamente
pudieran usar catecismos aprobados en sus idiomas y no poseyeran biblias ni otros
libros religiosos.

Celebrado en 1585, el tercer concilio mexicano tuvo una importancia decisiva, no sólo
por la enorme trascendencia de los temas tratados, sino porque sus resoluciones
estuvieron en vigor en Guatemala hasta después de la independencia. En él se ordenó
que los párrocos predicaran todos los domingos y días festivos las verdades
fundamentales acomodadas a la mentalidad indígena; que se confeccionara un único
catecismo obligatorio para toda la provincia eclesiástica, el cual debía ser traducido a las
lenguas vernáculas y enseñarse diariamente a los niños; que se instituyeran escuelas en
pueblos de indios, para la enseñanza de la doctrina cristiana; que no se permitiera a los
indios recurrir a bailes y cantos relacionados con sus antiguas religiones, y que fueran
destruidos sus templos e ídolos; que no se admitiera al sacerdocio a los indios y
mestizos, sino con gran cuidado; que los candidatos a las órdenes sagradas estuvieran
bien formados, tuvieran buenas costumbres y fueran examinados; que el número de
fiestas de precepto se redujera para los indios a los domingos y 11 días más; que los
obispos llevaran una vida austera y ejemplar; que a los doctrineros que no supieran
lenguas nativas se les quitaran las doctrinas; que los doctrineros atendieran con celo a
sus feligreses, cuidaran que no hubiera escándalos públicos y tuvieran libros de
bautismos, confirmaciones, matrimonios y defunciones; que los doctrineros trataran con
benignidad y amor a los indios, no los castigaran por su mano, no les obligaran a dar
ofrendas, cuidaran de los encarcelados, y visitaran los poblados de su jurisdicción al
menos dos veces al año; que los curas llevaran una vida ejemplar y no pudieran
negociar con los productos de los indios; que se redujeran los días obligatorios de ayuno
para los indios a los viernes de cuaresma y dos días más al año; que se vigilaran
estrechamente las posibles idolatrías de los indios y se les amonestara con blandura. El
concilio condenó los repartimientos obligatorios de indios para trabajos del campo,
construcción de edificios y trabajos de minas. También elevó un informe al Rey sobre
los agravios que recibían los indios, y elaboró un Directorio para Confesores, en el cual
se establecían penas para quienes agravaran a los indios y les obligaran a trabajos y
repartimientos. A este concilio asistió el Obispo de Guatemala, Fray Gómez Fernández
de Córdova, y una representación del Cabildo Eclesiástico.

Los sínodos eran asambleas que los obispos estaban obligados a realizar anualmente en
sus diócesis, para tratar, junto con los párrocos y Cabildo Eclesiástico, asuntos relativos
a la Iglesia. Pese a que en 1621 el Rey exigió su celebración anual, de hecho ninguna
diócesis cumplió la orden, a causa de las muchas dificultades con que se tropezaba para
su celebración. Entre 1555 y 1630 se realizaron más de medio centenar, pero después
disminuyó su número. Lo resuelto debía ser enviado, antes de su aprobación, a los
virreyes y presidentes de Audiencias, para su examen. La celebración de sínodos fue
más frecuente en Sudamérica que en la Nueva España y en el Reino de Guatemala.

A partir de 1532 se celebró en México una serie de juntas eclesiásticas. El Obispo


Marroquín asistió a las de 1537 y 1540. En Guatemala, fuera de los dos sínodos que
dice Marroquín haber celebrado, pero cuyo contenido se desconoce, y del realizado por
el Obispo Bernardino de Villalpando, en el que se decretó el paso de las parroquias de
los regulares a los seculares, ya no se volvió a celebrar sínodo alguno. El celebrado por
Villalpando fue descalificado por la Audiencia, pues sus conclusiones se publicaron sin
el previo examen del presidente.

Los obispos tenían la obligación de realizar cada año una visita pastoral a los curatos de
su diócesis (lo que raramente se cumplía), a fin de comprobar su situación espiritual y
dar las oportunas normas para el buen funcionamiento de la Iglesia. Los obispos
enviaban el informe de la visita al Consejo de Indias, que analizaba si los prelados
habían cumplido con lo ordenado por la Iglesia y por las reales cédulas. Una de las
funciones principales de la visita pastoral, la cual estaba reservada al obispo, era la
administración del sacramento de la confirmación. No podían cobrar por la visita,
aunque casi siempre recibían algún tipo de emolumento que, en algunos casos, se
convirtió en muy gravoso para los indios. En América, la visita era obligatoria cada dos
o tres años; sin embargo, la mayoría de obispos se conformó con hacerla una sola vez, e
incluso algunos no la hicieron nunca.

El tercer concilio mexicano prescribió que las visitas pastorales se realizaran al menos
cada dos años, por los propios obispos o por un delegado. También señaló la forma y
contenido de las mismas. El obispo hacía su entrada oficial en el templo parroquial,
donde era recibido por los clérigos, las autoridades y el pueblo; leía el decreto de la
visita y exhortaba a denunciar los pecados públicos; luego, inspeccionaba la eucaristía,
pila bautismal, santos óleos, ornamentos de culto, imágenes, altares, y el edificio del
templo. Especial cuidado debía poner en el examen de los libros parroquiales,
cumplimiento de aranceles, catecismos en uso, directorio de los confesores y estado de
los bienes de la parroquia. Debía visitar las ermitas, hospitales y cofradías, e
inspeccionar las capellanías y obras pías. El comportamiento de los clérigos y
cumplimiento de sus obligaciones debían ser también cuidadosamente examinados por
el obispo. El prelado emitía las normas oportunas para que se efectuaran las reformas
necesarias. Todo lo efectuado en las visitas quedaba escrito en un libro especial, para
comprobar posteriormente su cumplimiento. A los visitadores se les prohibía recibir de
los fieles cualquier clase de presentes en especie o en dinero (lo que raramente se
cumplió); solamente podían aceptar comidas frugales para sí y sus acompañantes,
quienes, en todo caso, debían ser pocos. Tampoco podían recibir estipendio alguno por
la administración de la confirmación. Las cintas y candelas que acostumbraban entregar
a los confirmandos tenían que ser compradas antes por éstos en concepto de limosnas.

Parece que las visitas realizadas en Guatemala durante los siglos XVI y XVII no fueron
muchas, pues cada obispo solía realizar una sola y no siempre. Marroquín visitó varias
veces algunos curatos de su diócesis. La visita no siempre llegaba a los lugares más
apartados y de difícil acceso. Suelen citarse como algo singular las visitas en que el
prelado llegaba a todos los curatos de la diócesis, tal como ocurrió con la iniciada por
Fray Payo de Rivera en 1660, con buenos resultados; o el caso de los obispos que la
realizaban más de una vez. Así lo hizo Fray Andrés de las Navas y Quevedo, que visitó
la diócesis durante los años 1683 a 1697, a costa de indecibles trabajos, recorriendo más
de 1,200 leguas, y confirmando unas 120,000 personas. Hay constancia de que al menos
seis de los 10 obispos que tomaron posesión efectiva de su diócesis hicieron la visita
personalmente. Parece ser que, en contra de lo legislado, se introdujo pronto la
costumbre de recibir ciertos derechos y ofrendas por las visitas.

Las cofradías

Las cofradías se fundaron en América con la llegada de los españoles. Eran asociaciones
de fieles, legalmente constituidas, con finalidades religiosas y benéficas, que tenían
como titular a un santo, la Virgen María o alguno de los misterios de la fe cristiana, y
tenían un reglamento propio. Las cofradías podían formarse por el hecho de pertenecer a
una profesión o grupo social, o simplemente por motivos de devoción. Aspecto
importante de las cofradías era la ayuda mutua entre sus miembros, que en algunos
casos podía tener una relevancia económica considerable. El capital provenía de las
cuotas y limosnas de los cofrades y de donaciones de todo tipo, algunas de las cuales
consistían en bienes raíces. Había algunas cofradías muy ricas, incluso con iglesia
propia. Los mayores gastos se destinaban al culto divino. Para fundar una cofradía se
necesitaban la licencia del Rey y la del obispo. Los bienes eran administrados por los
propios cofrades, aunque el obispo y los párrocos podían inspeccionar las cuentas. En
América proliferaron las cofradías. Muchas de ellas se implantaron sin las licencias
requeridas, y se erigieron selectivamente para españoles, criollos, mestizos, indios y
negros. Muchos párrocos favorecieron su creación, por los beneficios que les
reportaban. Los indígenas las aceptaron de buena gana y las convirtieron en
instituciones de capital importancia para la propia supervivencia social y cultural.
Las cofradías adquirieron un auge extraordinario en todo el Reino y especialmente en la
diócesis de Guatemala. En 1637, la Audiencia denunció que su número era excesivo,
ordenó que se suprimieran las que no contaban con las debidas licencias, y prohibió que
se fundaran otras nuevas. La orden no tuvo efecto alguno y las cofradías, con o sin
permiso, siguieron aumentando. A finales del siglo XVII, solamente en las doctrinas de
los franciscanos había más de 300. Por ejemplo, en Santa María de Jesús había 24
cofradías; en Quezaltenango, 22; y en el remoto curato de Santiago Tejutla existían 29
en actividad. Las visitas pastorales del Obispo Navas y Quevedo, realizadas en los dos
últimos decenios del siglo XVII, ofrecieron bastantes detalles sobre su funcionamiento
ya que, al examinar los libros de cuentas, tuvo que corregir muchos defectos de
administración. En 1527 se fundó la primera de estas cofradías en Santiago, bajo la
advocación de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora. Se puede estimar que en
Guatemala funcionaban unas 800 cofradías a finales del siglo XVII.

Las cofradías de indígenas asumieron en Guatemala un papel de enorme importancia,


por su número, riqueza y el papel que desempeñaban. Prácticamente, todos los
miembros de la comunidad indígena servían en las cofradías alguna vez en su vida, y las
insertaron en el entramado político interno de sus propias estructuras sociales. Especial
relieve alcanzó el cargo de mayordomo, que era elegido anualmente, corría con los
principales gastos de las fiestas, y aunque sus funciones solían empobrecer a su familia,
se le otorgaba un rango y prestigio indiscutible en la comunidad. Las esposas de los
cofrades principales, llamadas capitanas, desempeñaban en ocasiones importantes
funciones rituales y sociales. La cofradía se convirtió en un marco dentro del cual los
indígenas podían ejercer indirectamente prácticas religiosas no cristianas, que
inteligentemente mezclaban con las católicas. En la segunda mitad del siglo XVII, las
autoridades religiosas comenzaron a recelar del entusiasmo de los indígenas por sus
cofradías, e incluso se les acusó de llevar a cabo actos de idolatría, embriagueces y
danzas paganas en las festividades de las mismas. La cofradía adquirió de esta manera
un enorme valor religioso, político, social y cultural para las comunidades autóctonas.

Los indígenas se mostraron siempre muy celosos en el manejo y administración del


patrimonio y otros fondos de sus cofradías, frente a la inspección a que estaban
sometidos por parte de párrocos y obispos. El patrimonio estaba integrado por dinero,
ganados e incluso tierras, que los indígenas solían cultivar. No había cofradía, por pobre
que fuera, que no poseyera algunos bienes, y algunas mantenían importantes capitales.
Los gastos principales se derivaban del pago de misas, compra de ornamentos y objetos
de culto, y la construcción de ermitas. Las cofradías estaban obligadas a sufragar una
misa mensual, además de la del patrono titular y la del aniversario.

Los ingresos de las cofradías constituyeron pronto un porcentaje importante en las


rentas parroquiales. Los cofrades estaban obligados a llevar un libro de cuentas, que
solían ocultar en lo posible, o al menos presentar con alteraciones, al párroco, pues no
eran infrecuentes las manipulaciones y abusos, e incluso pérdidas injustificadas en los
capitales. No obstante, las cofradías siguieron creciendo y funcionando, pues en ellas se
conjugaban los intereses de los indígenas y de los párrocos.

La Inquisición
Durante los siglos XVI y XVII se llevaron a cabo en Hispanoamérica cerca de 4,000
procesos de la Inquisición, y un tercio de las sentencias fueron absolutorias. Aunque
abundaron las acusaciones, muchas de ellas no fueron admitidas como suficientemente
serias para iniciar los procesos. Las sentencias podían ser absolutorias, de
reconciliación, de penitencia, y de relajación al brazo secular. Esta última conllevaba la
pena capital. Las sentencias que implicaban prisión o pena de muerte se ejecutaban en
autos de fe particulares o `autillos', o bien en autos generales o públicos; el resto se
ejecutaba en privado. La mayoría de las causas se referían a malas costumbres o
prácticas sospechosas, como bigamia, solicitaciones en el sacramento de la confesión,
heterodoxia ideológica, sortilegios, brujerías, supersticiones y blasfemias; las más
graves eran las de herejía, especialmente las referentes a criptojudíos y luteranos. La
inmensa mayoría de los procesados fueron españoles y criollos. En el siglo XVI se
ajustició a 18 personas, de las cuales 14 eran corsarios y piratas extranjeros; en el siglo
XVII su número fue de nueve. Los indígenas, por ser nuevos en la fe, quedaron fuera de
los tribunales de la Inquisición.

Los procesos eran largos y complejos, pues se exigían pruebas convincentes. La prueba
de tormento en el potro podía ser solicitada por el tribunal, cuando no había
coincidencia entre las declaraciones del reo y los testigos, pero este tipo de prueba fue
poco usado a partir de la segunda mitad del siglo XVII. Al ingresar en las cárceles del
Santo Oficio, los bienes de los reos eran embargados preventivamente. Las sentencias
podían apelarse ante el Tribunal Supremo de la Inquisición en España, que nunca
aumentaba las penas sino más bien las disminuía.

La diócesis de Guatemala caía bajo la jurisdicción del Tribunal de la Inquisición de


México, el cual actuó mediante comisarios que, colocados en las poblaciones más
importantes, tenían como misión vigilar y cuidar la fe y las costumbres, admitir las
denuncias o promoverlas, juzgar en primera instancia los dictámenes al tribunal, apresar
a los posibles reos, intervenir sus bienes y enviarlos a las cárceles de México. Los
comisarios eran secundados por los familiares, que ayudaban en las denuncias e
informaciones obtenidas, y por los alguaciles, ejecutores de las órdenes del comisario.
Los comisarios eran escogidos entre eclesiásticos prominentes, y gozaba de especial
relieve el de la ciudad de Santiago. El primer comisario fue nombrado en 1575.
Alrededor de 1600, se hizo célebre el comisario Felipe Ruiz del Corral, Deán de la
Catedral, por sus enfrentamientos con el obispo y algunos clérigos en sus actuaciones
inquisitoriales.

Los comisarios de Guatemala enviaban las denuncias al tribunal de México. Si eran


aceptadas, éste las devolvía para que los mismos comisarios completaran el informe a
base de interrogatorios y testigos. Se nombraban entonces unos calificadores para emitir
su opinión sobre el caso. El comisario emitía un dictamen que, junto con el presunto
reo, se enviaba al tribunal de México, el cual iniciaba el proceso de acuerdo con normas
establecidas, y emitía el correspondiente veredicto. Las denuncias elevadas por los
comisarios al tribunal de México no fueron admitidas en su mayoría, y de los
aproximadamente 400 dictámenes remitidos a dicho tribunal en los siglos XVI y XVII,
sólo unos 40 terminaron en la formalización de un proceso. De los reos enviados desde
Guatemala a las cárceles del mismo tribunal fueron castigados no más de 85 con penas
graves y 60 con sanciones leves; sólo un reo fue llevado al patíbulo en 1575: el irlandés
William Croniels, que vivía en Sonsonate.
La época de mayor auge en la actividad de los comisarios fue la primera mitad del siglo
XVII, para entrar posteriormente en una fase de estancamiento. Durante estos dos
siglos, los libros recogidos o expurgados por la Inquisición fueron muy pocos.

La Inquisición se mantuvo en Guatemala dentro de unos límites más bien discretos. La


fe católica de españoles, criollos y mestizos estaba muy arraigada y, por otra parte, éstos
no tenían deseo alguno de verse implicados en problemas con una institución temida y
respetada.

El Cristianismo Americano
En el desarrollo de este título se analizará lo referente a la administración de los
sacramentos, así como el tipo de religiosidad de indígenas y criollos.

La administración de los sacramentos a los indígenas

En cuanto a españoles, criollos y mestizos, no hubo mayores problemas, pues


generalmente recibían con gusto los sacramentos, en los tiempos y momentos
designados. Sin embargo, con los indios se suscitaron dificultades por tratarse de
cristianos nuevos, con una fe católica insuficientemente arraigada, y con supervivencias
de sus costumbres y religiones nativas, que se hacían evidentes en su comportamiento
moral y religioso.

Hasta finales del siglo XVI, la administración del bautismo a los indígenas pasó por dos
fases, aunque con diferencias en relación a tiempo y lugar: una primera etapa en la que
se bautizó masivamente, con escasa o ninguna preparación; y una segunda, en la que se
impuso un catecumenado más exigente como condición para recibirlo, especialmente a
partir de la segunda mitad del siglo. En 1536, Fray Toribio de Benavente, el célebre
Motolinía, afirmó que en la Nueva España había unos cinco millones de indígenas ya
bautizados; en menos de dos decenios, prácticamente todos los indígenas conquistados
habían recibido el bautismo. Los concilios celebrados en México y Lima durante la
segunda mitad del siglo XVI dieron normas muy precisas y exigieron una adecuada
instrucción religiosa antes de administrar los sacramentos. También ordenaron que se
intensificara la educación religiosa de los indígenas ya bautizados. En general, los
indígenas aceptaron con agrado el bautismo de sus hijos. Mayores problemas hubo con
el sacramento de la confirmación, cuya administración estaba reservada a los obispos.
Aunque los religiosos podían conferirlo en las misiones, no lo hicieron. Se exceptuaron
los jesuitas respecto de los indios de sus reducciones. Solían pasar muchos años sin
administrarlo, pues todo dependía de las visitas pastorales de los obispos, siempre
escasas.

La administración del sacramento de la penitencia también tropezó con serios


problemas, por las dificultades de comunicación, el recelo de los indígenas a declarar
sus faltas al confesor, la confusión moral originada en la mente de los indios, que no
siempre comprendían ni aceptaban el nuevo código moral exigido por el cristianismo, y
el no haber olvidado sus antiguos principios de comportamiento moral. Especialmente
delicado era el momento de la confesión anual obligatoria. En algunos lugares los indios
huían y había que ir a buscarlos. Muchas veces los confesores dudaban si los indígenas
hacían una confesión sincera y completa. Para paliar estas dificultades, en el tiempo de
la confesión anual se intensificaba la catequesis y se redactaban confesionarios con
preguntas muy concretas sobre los pecados comunes de los indios.

El sacramento del matrimonio tropezó al principio con la poligamia en que solían vivir
los caciques, a quienes se exigía quedarse con una esposa. También tropezó con las
relaciones de parentesco vigentes en las comunidades indígenas, que no siempre
coincidían con los grados de consanguinidad y afinidad constituyentes de impedimento
para la celebración del matrimonio cristiano.

La recepción de la eucaristía por parte de los indígenas levantó una viva polémica entre
los religiosos, los obispos y la Corona, que no se ponían de acuerdo en cuanto a su
administración. Mientras franciscanos y dominicos se mostraban reacios a administrar
la eucaristía a los indígenas, por no considerarlos todavía preparados para recibirla y
quedar expuestos a cometer sacrilegios, los agustinos y jesuitas opinaban que se les
debía permitir el acceso a la misma, pues la gracia conferida por el sacramento les era
necesaria para fortificar su todavía incipiente fe. Gregorio XIII, mediante un breve del
13 de febrero de 1575, aceptó el acceso de los indios al sacramento y amplió el plazo
para que éstos recibieran la comunión pascual. En 1578, la Corona insistía en que se
administrara a los indígenas capaces. Los concilios terceros de Lima y México pidieron
que a los indios se les confiriera el sacramento, siempre que fueran capaces y estuvieran
preparados. No obstante, los doctrineros se resistían a dar la eucaristía a los indios,
alegando falta de instrucción religiosa e incapacidad para distinguir entre el pan
ordinario y el consagrado. Todavía a finales del siglo XVII, hubo denuncias sobre que
en algunos pueblos de indios la costumbre era no darla.

La obligación de asistir a misa los domingos y días festivos pesaba también sobre los
indios. Como no siempre los indígenas se encontraban dispuestos a cumplir con estas
obligaciones religiosas, los doctrineros tenían que utilizar medidas de fuerza, mediante
los fiscales indígenas, e incluso azotes públicos para que cumplieran.

Parece que en bastantes lugares el sacramento de la extremaunción gozó de la


aceptación de los indígenas, pero los doctrineros fueron negligentes en administrarlo,
muchas veces a causa de las distancias. Los concilios citados exigían otorgar dicho
sacramento si el indígena se encontraba en buena disposición de recibirlo. En México,
durante los siglos XVI y XVII, sólo se administraba a los caciques y principales, si ellos
lo pedían. Una real cédula de 1604 ordenó que la eucaristía estuviera permanentemente
en las iglesias de los naturales, para facilitarles el viático.

El sacramento del orden sagrado o sacerdocio, en la práctica se negó a los indígenas.


Sólo en la segunda mitad del siglo XVII evolucionó la situación, pues algunos obispos
pensaban que las generaciones de indios cristianos habían madurado lo suficiente.

En el Reino de Guatemala se llevaron a cabo bautismos masivos, sin que precediera una
adecuada evangelización. Se dice que el Fraile mercedario Marcos Ardón bautizó cerca
de un millón de indios en Chiapas, Guatemala y Honduras. A partir de 1550, la
situación fue cambiando. Para recibir el bautismo, se exigió a los adultos que cuando
menos aprendieran el Padre Nuestro, el Ave María, los mandamientos de Dios y de la
Iglesia, y que ofrecieran alguna garantía de cambio en su comportamiento moral. El
concilio tercero de México ordenó que al bautizar a los indios no se les pusieran
nombres de su gentilidad. En 1562 se autorizó que en los óleos para la administración
de los sacramentos en América pudiera usarse el bálsamo de un tipo de árboles de la
región de Sonsonate, impropiamente llamado `bálsamo del Perú'. En 1660 hubo
denuncias de que en ciertos pueblos morían muchos niños sin bautizar, por no haber
indios autorizados por los doctrineros para conferir el bautismo en peligro de muerte.
En los pueblos donde había indios con permiso para administrar el bautismo en tales
situaciones, los doctrineros los bautizaban de nuevo sub conditione (bajo condición).

En Guatemala los religiosos también se mostraron reacios a administrar la eucaristía a


los indígenas. Alrededor de 1567, los franciscanos comenzaron a tener una actitud más
flexible y proporcionaron a los indígenas más facilidades para comulgar. Los dominicos
mantuvieron su postura intransigente hasta principios del siglo XVII. Durante este siglo,
sin embargo, la práctica se fue haciendo cada vez más común, y se fue introduciendo la
comunión anual obligatoria durante la cuaresma.

En cuanto al viático, hubo bastante negligencia por parte de los doctrineros: al principio
se exigía llevar al enfermo a la iglesia para darle la comunión, lo que frecuentemente era
imposible; después, el sacerdote acudía a casa del enfermo, aunque la distancia le
impedía muchas veces llegar a tiempo. En la segunda mitad del siglo XVII, en los
pueblos donde residía el doctrinero, el viático se administraba rodeado de solemne
ceremonia. Sin embargo, había todavía bastante abandono por parte de los doctrineros
en la administración del sacramento de la extremaunción. En 1656, los franciscanos lo
administraban cuando el enfermo lo pedía; a partir de esa fecha, los visitadores de la
Audiencia ordenaron que se confiriera habitualmente. La costumbre se fue imponiendo,
pero con resultados no siempre satisfactorios.

La asistencia a la misa dominical, celebrada solemnemente en las cabeceras de los


curatos, se hacía difícil en algunos lugares; los indios debían ser forzados a asistir, y en
algunos casos hubo que azotar públicamente a los remisos.

En el siglo XVII se hizo común la convocatoria anual mediante padrones para la


confesión. Alrededor de 1640 se publicó un confesionario en lengua cakchiquel y
española, escrito por Fray Antonio del Saz; constaba de 79 preguntas muy concretas,
que debían hacerse al penitente, y fue muy utilizado por los confesores. En las aldeas
lejanas morían muchos indios sin poder ser confesados.

Hubo también dificultades en lo relativo al matrimonio de los indígenas bautizados en


los primeros años. La Iglesia aceptaba como sólido el realizado legítimamente por los
indígenas, según sus ritos y costumbres y, en caso de poligamia, la unión con la primera
mujer. Pero, en muchos casos, había dificultades para probar esto y los indígenas se
resistían. El problema siguió sin solución hasta años más tarde, cuando los indígenas
bautizados se acostumbraron al matrimonio monógamo indisoluble. En 1570
aparecieron unos manuales para examinar y adoctrinar a los contrayentes. Debía
ponerse especial cuidado en investigar los grados de parentesco, y en que los
contrayentes estuvieran libres de cualquier vínculo anterior, pues los indígenas no solían
ser muy claros en estas materias. La condición relativa a la libertad en la elección, sobre
todo por parte de las mujeres, chocaba con las costumbres indígenas y el poder de los
principales, pues éstos solían designar las parejas. De igual modo hubo que enfrentarse
al uso de casar a los indígenas cuando eran casi niños, práctica que fue favorecida por
algunos encomenderos como método para obtener nuevos tributarios.

El cristianismo indígena

Cuestión muy debatida y nunca resuelta de modo satisfactorio ha sido la referente a la


naturaleza del cristianismo indígena, cuando menos en los siglos XVI y XVII. Hay
quienes sostienen que los indígenas siguieron viviendo interiormente sus antiguas
religiones, aunque en lo externo se manifestaran como cristianos. Otros afirman que los
indígenas fueron esencialmente cristianos desde las primeras décadas. Hay también
opiniones que se refieren a una religión mixta o sincretismo religioso, resultado de la
conjunción de lo indígena y lo cristiano. Algunos hablan de la religión yuxtapuesta, en
el sentido de que los indígenas eran cristianos sin dejar de ser paganos, viviendo una
especie de desdoblamiento religioso o coexistencia de religiones contiguas. Se habla
asimismo de una aceptación existencial sincera de la fe cristiana por los indígenas,
aunque en el nivel de los ritos seguían presentes las antiguas religiones. Otros,
finalmente, afirman que el cristianismo indígena fue un cristianismo nuevo, distinto del
cristianismo vivido por los españoles.

Otra importante cuestión es el grado de voluntariedad con que los indígenas, al menos
inicialmente, aceptaron el cristianismo. En principio debe rechazarse la postura
simplista de quienes ven en este asunto un acto de fuerza e imposición exclusivamente,
y también la de quienes defienden una libertad total del indio en su aceptación. Lo que
el historiador percibe es que en América surgieron muy pronto dos formas de vivir y
comprender el cristianismo: la `república de los indios' practicó un tipo de cristianismo
con caracteres específicos y propios, diferente del cristianismo de la `república de los
españoles', al que se llamó `cristianismo criollo'.

Los indígenas se sintieron muy atraídos por los sitios ceremoniales de la liturgia
cristiana, y en general por los aspectos concretos y perceptibles de la misma.
Contrariamente, no parecieron entusiasmados por los conceptos abstractos de la
Teología, como sucedió con el concepto de Dios, el cual no pudo ser traducido a sus
lenguas, y el de la Trinidad. La devoción a la Virgen María ocupó un lugar privilegiado,
y bien pudiera ser que en ella se escondiera algún tipo de culto a ciertas divinidades
agrarias, especialmente a la Madre Tierra. La devoción a la imagen de Jesucristo caló
también de manera profunda en el alma indígena, particularmente en su vertiente de
dolor y sacrificio. La Semana Santa fue un tiempo sagrado vivido en forma
significativa. El santo patrono del pueblo fue muy venerado, y sus fiestas se solían
prolongar durante ocho días y más. El culto a las imágenes se extendió con prontitud,
tanto en los templos como en las casas particulares. A veces, detrás del culto a las
imágenes se escondían otras devociones no cristianas. El culto a los difuntos se vivía
con intensidad, pues entroncaba perfectamente con las tradiciones de los aborígenes. La
creencia en los demonios, que los misioneros se esforzaron en identificar con los ídolos,
fue también asimilada por los indígenas, que creían en los malos espíritus. Los
chimanes solían apropiarse de objetos de culto o utilizar lugares específicos de las
iglesias para sus prácticas. El cristianismo logró penetrar en los espacios y tiempos
religiosos indígenas, pero sólo parcialmente, pues persistieron los ritos y creencias
propios de los indios, a veces mezclados con los ritos cristianos, y otras veces separados
de los mismos. Había muchos que vivían la vida sacramental sin oponer resistencia. El
resto de la vida litúrgica era más aceptado en la medida en que coincidía con sus
festividades y preferencias. Unos doctrineros se mostraron pesimistas ante el
cristianismo indígena; otros, optimistas; algunos más, perplejos; la mayoría, no
obstante, lo aceptó y convivió pacíficamente con sus costumbres y religiosidad.

Los religiosos introdujeron nuevos bailes, historias, autos sacramentales, loas y


pastorales para sustituir las antiguas danzas indígenas. En otras ocasiones intentaron
cristianizar los mismos bailes nativos. No siempre lo consiguieron y las prohibiciones y
denuncias sobre ciertas danzas indígenas se repiten con alguna frecuencia. La música
religiosa, muy bien aceptada por los indígenas, se convirtió en excelente medio de
atracción y conversión. Muy pronto los pueblos indios contaron con buenos coros y
variados instrumentos musicales, unos propios y otros recibidos de los misioneros, que
amenizaban las funciones religiosas.

El culto a los santos fue aprovechado por los indígenas para expresar también
manifestaciones religiosas que no tenían nada de cristianas. Tal fue el caso del culto a
San Pascual Bailón, por el que se le rendía homenaje a la muerte. Fuentes y Guzmán
dijo, a mediados del siglo XVII, que no había casa de indios en todo el Valle de
Guatemala que no tuviera una imagen de dicho santo, hasta que las autoridades
eclesiásticas llevaron a cabo un auto de fe y prendieron fuego a cuantas pudieron
recoger.

El cristianismo criollo

El cristianismo vivido en América por los españoles peninsulares, los españoles


americanos o criollos y los mestizos, fue esencialmente el mismo que se practicaba en
España. Sin embargo, aunque las creencias y ritos eran iguales, se notaban algunas
diferencias en el campo de la moralidad, señaladas desde el principio por algunos
eclesiásticos. En América, en efecto, la libertad de costumbres fue mayor que en la
Península. Cuando los españoles llegaban a América, solían caer en una especie de
relajamiento moral, por el menor control que la Iglesia y las autoridades reales ejercían
sobre ellos. Ello se debía también al mayor aislamiento en que muchos solían vivir y a
la falta de tradiciones culturales asentadas debidamente en sus ciudades y villas. Por lo
demás, el cristianismo impregnaba toda la vida social, política y cultural, y se practicaba
con un acentuado fervor externo, que se traducía en continuas festividades,
celebraciones y devociones, como correspondía al barroco cultural y religioso de la
época. El cristianismo era la religión oficial y gozaba de todo el apoyo del Estado: las
leyes eclesiásticas eran también reales, pero cuando se trataba de estas últimas llegaban
a veces incluso más lejos que las eclesiásticas.

Los cronistas y los documentos de la época nos describen, hasta con gran brillantez en
algunos momentos, la vida religiosa de españoles y mestizos. Era un mundo donde lo
milagroso, como señal divina, aparecía frecuentemente en los fenómenos sociales y
relaciones humanas, y el culto a las imágenes y reliquias penetraba hasta la intimidad de
los hogares. Remesal puso de manifiesto la profunda devoción mariana de los
españoles, lo cual se fue haciendo presente en imágenes, iglesias, ermitas y cofradías
dedicadas a Nuestra Señora, cuyo número creció ininterrumpidamente desde el siglo
XVI.
Se multiplicaron los días festivos y se unieron a los de la Iglesia universal los propios de
las diócesis, ciudades y pueblos, sin que hubiera semana sin dos o tres días festivos. Se
promovió en toda su amplitud la devoción a los santos y en su honor se llevaban a cabo
procesiones, misas y novenarios. Las festividades en honor de la Concepción
Inmaculada de María y del Corpus revestían especial esplendor. En las ciudades de los
españoles y en muchos pueblos de indios, el día del Corpus se celebraba con
procesiones de extraordinaria brillantez y solemnidad. La Semana Santa se convirtió en
el tiempo sagrado por excelencia, pues toda la vida cristiana giraba en torno a los actos
litúrgicos y a las procesiones con los `pasos' tradicionales. Los días de ayuno y
abstinencia eran numerosos, particularmente durante la cuaresma. Ante los frecuentes
terremotos, pestes, plagas, sequías, lluvias torrenciales e incluso invasiones de corsarios,
se organizaban procesiones, rogativas y votos, en demanda del remedio a los males que
afligían a la sociedad. Españoles y mestizos estaban obligados, bajo determinadas
penas, a cumplir con el precepto de la misa dominical y de la confesión y comunión
anuales.

Hay que destacar, particularmente por su aparato externo, la vigorosa vida religiosa en
Santiago de Guatemala. Alrededor de 1650, más de 50 templos, entre iglesias, capillas y
ermitas, funcionaban en una ciudad de unos 32,900 habitantes. Las autoridades de la
Audiencia y del Ayuntamiento asistían oficialmente a procesiones, rogativas y actos
litúrgicos, y el Ayuntamiento solía colaborar con generosidad en la celebración de tales
festividades. Las iglesias estaban dotadas de objetos de culto, retablos e imágenes,
elaborados en los renombrados talleres artesanales de la ciudad. Los nacimientos,
aniversarios, exaltación al trono de los monarcas, funerales de cuerpo presente y otros
acontecimientos similares exhibían gran aparato externo. A mediados del siglo XVII se
destacó la Compañía de Jesús como foco de espiritualidad, frecuencia de sacramentos,
oración mental y enseñanza de la doctrina cristiana al pueblo, mediante las
congregaciones marianas. Célebre por su apostolado en estos años fue el jesuita Manuel
Lobo. Los escritos teológicos y de tipo religioso en general proliferaron copiosamente.

Se tiene noticia de un buen número de personas que sobresalieron por su vida virtuosa.
Cabría señalar por lo menos dos, que se distinguieron por su profunda vida interior y las
obras de caridad cristiana que realizaron. En 1639 nació en San Vicente de Austria (San
Salvador) Ana Guerra de Jesús, de condición humilde y de carácter dócil. Contrajo
matrimonio con Diego Hernández, hombre de mal temperamento, de quien recibió
malos tratos y que acabó abandonándola. Tuvo siete hijos, de los cuales cinco murieron.
En 1669 llegó a Santiago y allí comenzó una nueva vida dedicada a la oración, al
servicio de los pobres y a las obras de penitencia. Llegó a desarrollar una vida mística
muy elevada y fue ejemplo de laboriosidad y austeridad para toda la población. Murió
en 1713 y a su funeral asistieron miembros de la Audiencia, del Ayuntamiento y de
todas las órdenes religiosas de la ciudad de Santiago de Guatemala. Grande era la fama
de santidad de aquella sencilla y pobre mujer, pues supo desarrollar las mejores virtudes
cristianas en el marco de una vida normal.

Alrededor de 1650 llegó el que iba a convertirse en uno de los santos más venerados y
queridos del pueblo de Guatemala, el Hermano Pedro de San Joseph de Bethancourt.
Dedicó su vida al servicio de los enfermos pobres, a quienes recogía en un hospital
fundado por él. Fue un ejemplo vivo de caridad, desinterés y amor a los hombres.
Interesado en promover la vocación por las ánimas del purgatorio, edificó dos ermitas
con tales propósitos. Vivía pobremente de las limosnas que recibía y se rodeó de un
grupo de personas que le ayudaron en sus obras benéficas. Murió en 1667, y dejó en la
ciudad y en toda Guatemala un recuerdo imborrable.

Como manifestación de una costumbre muy arraigada en el cristianismo español,


surgieron pronto algunos santuarios, que se hicieron célebres por la fama de las
imágenes veneradas en ellos, y en los cuales se congregaban anualmente grandes
cantidades de fieles. Cabe distinguir el templo de la Virgen de la Ciudad del Viejo, en
Nicaragua, donde se veneraba una imagen que, según una tradición no probada, había
sido regalada por Santa Teresa a un hermano suyo, que la dejó en ese lugar; el santuario
de Nuestra Señora de Candelaria de Chiantla, Guatemala, centro de grandes
peregrinaciones y romerías de toda la región circundante; la iglesia de Nuestra Señora
de la Concepción de Ujarraz, con una imagen muy venerada en Costa Rica; y el
santuario del Señor de Esquipulas, sin duda el más célebre de todo el Reino de
Guatemala. En este último aún se rinde un extraordinario culto a Cristo crucificado, en
una hermosa imagen tallada por Quirio Cataño en 1594.

El cristianismo vivido por los españoles y mestizos en América, sin embargo, también
tuvo sus aspectos negativos. Con frecuencia los ritos externos que parecían vivirse tan
intensamente no correspondían a una vida interior acorde con las enseñanzas del
evangelio. Había corrupción, abusos, codicias, excesos sexuales, odios, venganzas,
crímenes, excesiva embriaguez, y todo un conjunto de miserias alejadas del cristianismo
que oficialmente se predicaba y aparentemente se vivía. El trato dado al indio dejaba
mucho que desear y en ocasiones era contradictorio con el amor cristiano. Los
documentos de la época revelan aspectos de este tipo, que no se pueden ocultar. Muchos
mestizos, postergados y marginados por la sociedad, se refugiaron obligadamente en el
interior de la selva, donde llevaban una vida inadecuada desde el punto de vista
cristiano, sin control apenas y con muy escasa formación religiosa. El Obispo de las
Navas y Quevedo (1683-1701) tuvo palabras muy duras para los españoles que, al llegar
a las Indias, abandonaban su comportamiento cristiano y olvidaban el celo apostólico.
De esa manera, denunció la ambición y codicia de muchos españoles y criollos, y se
escandalizó de la poca lealtad que éstos guardaban a Dios y al Rey.
ERNESTO CHINCHILLA AGUILAR

La Orden Hospitalaria de Belem

El beato Pedro de San José de Bethancourt ocupa un lugar prominente en la historia de


la Iglesia en Guatemala, por haber sido el fundador de la Orden Hospitalaria de Belem,
en la segunda mitad del siglo XVII. Su obra caritativa en favor de los pobres
convalecientes de la ciudad, españoles, mestizos, indios, mulatos y negros libres, le
ganó la consideración especial de los guatemaltecos, tanto la de sus contemporáneos,
que ya lo veneraban en los últimos días de su vida, como la de las generaciones
posteriores, particularmente entre las clases más humildes de la sociedad.

Nació en Chasna, Vilaflor, en la Isla de Tenerife, del archipiélago canario, y fue


bautizado el 21 de marzo de 1626. Fueron sus padres Amador González de la Rosa
Bethancourt y Ana García. El padre estaba emparentado con una de las más ilustres
familias de la localidad.

Entre sus biógrafos principales se cuentan el Padre Manuel Lobo, SJ, y el cronista
Francisco Vázquez, OFM. Ambos aseguran que Pedro de San José de Bethancourt llegó
a la ciudad de Guatemala en 1651, a la edad de 24 ó 25 años, y él mismo confirmó el
año en su testamento.

El Hermano Pedro vivió en la ciudad de Santiago de Guatemala 16 años, de 1651 a


1667, año en que falleció. Durante los primeros meses se dedicó a duros trabajos en uno
de los obrajes de tejidos que había en la ciudad. Luego trató de estudiar Gramática, es
decir, latín, en el colegio de los jesuitas. Al no lograr progresar en sus estudios, decidió
trabajar como sobrestante en la construcción de El Calvario, donde, al decir de uno de
sus biógrafos, `acarreaba agua, hacía lodo, batía las mezclas, prevenía azadas, bateas y
los demás instrumentos, que habían de servir en la faena'.

Durante todo este tiempo fueron admirables su devoción, sus ejercicios piadosos, sus
rigurosos ayunos y sus penitencias. Durante horas de la noche, a veces de las nueve a las
dos de la madrugada, para no interferir con su trabajo en la construcción del edificio de
El Calvario, recorría las estaciones del Vía Crucis, a pie o de rodillas, desde el templo
de San Francisco hasta El Calvario mismo.

Un día caminó hasta el pueblo de Petapa, con la idea de abandonar la ciudad porque en
ésta su fervor religioso parecía no encontrar cauce pero, al hallarse en oración en la
iglesia titular de aquel pueblo, decidió volver a Santiago y dedicarse a la práctica de
obras caritativas.

Solicitó ingresar en la Orden Tercera de San Francisco, pero así como no era admitido
en el sacerdocio por no ser letrado, también se pensaba que todavía era muy joven para
ser recibido en la Orden como Terciario del Hábito Descubierto. Después de sucesivas
gestiones, se le confirió aquella humilde calidad. En relación con esto, dice
textualmente en su testamento:
...ocupándome en algunas cosas del servicio de dicha
Orden, y Calvario que es a su cargo, fue la divina
majestad servido, que con algunas limosnas que se me
dieron para que comprase un solarcillo, y que en él
pudiese poner escuela de niños que fuesen enseñados e
industriados en la doctrina cristiana, hube y compré un
solar y sitio, que quedó por muerte de María Esquivel,
difunta, con una casita de paja, en que tuve escuela,
admití niños y otras personas, que se industriaron y
enseñaron, y se ha continuado.

Pero la piedad del Hermano Pedro fue más allá de esta pequeña y loable labor
educativa, y pronto se le vio empeñado en otras tareas humanitarias:

...y al dicho sitio se han agregado otros pedazos de


solares, que estaban contiguos y cercanos, que al presente
está todo en uno, y está capaz, en el cual, con limosnas
que para este fin han dado los fieles cristianos, dispuse
hacer, como está hecha, una enfermería, para que en ella
se recogiesen y agregasen algunas personas pobres que
saliendo curados de los hospitales, o de sus casas, por
necesidad, viniesen a convalecer a ella, en especial
forasteros, y muchas personas pobres que, para recuperar
la salud, necesitaban de abrigo, regalo y socorro,
haciendo dicha enfermería con ánimo e intención de ocurrir
a su majestad, el rey nuestro señor, en su Supremo y Real
Consejo de Indias, a pedir como he pedido licencia para
que en ella se fundase Hospital de Convalecientes, y que
la Casa tuviese por título Belem.

Otras personas devotas que había en la ciudad comenzaron a ayudar al Hermano Pedro
con limosnas o donaciones, o abandonando sus intereses para dedicarse totalmente a las
mismas obras de caridad que lo veían desarrollar con tanto ahínco. El menciona, entre
estos últimos, a los siguientes:

Rodrigo de la Cruz, que antes se llamaba don Rodrigo Arias


Maldonado; Francisco de la Trinidad, que antes se llamaba
don Francisco de Estupiñán; Nicolás de Santa Marina;
Nicolás de Ayala; Juan de Dios, que antes se llamaba Juan
Romero; y Antonio de la Cruz, quien fue a los reinos de
España a los negocios y consecución de la dicha licencia;
y también asiste y frecuenta la dicha casa, Nicolás de
León, aunque presente está fuera de ella; por cuyo cuidado
corre el asistir a los convalecientes, cuidar de su
servicio y la solicitud de limosnas extravagantes, y
acarrear la comida con que son alimentados mientras
asisten, que todo lo declaro para que siempre conste.

La circunstancia de que personas muy connotadas de la


sociedad colonial ingresaran a la incipiente Orden
Hospitalaria de Belem, como Francisco de Estupiñán y
Rodrigo Arias Maldonado, Marqués de Talamanca, debe haber
contribuido a la rápida expansión del instituto fundado
por el Hermano Pedro.

El mismo edificio material de los belemitas, situado en la parte posterior del convento
grande de San Francisco y de la Escuela de Cristo, al oriente de la ciudad, cerca del área
que baña la corriente del Río Pensativo, crecía a ojos vistas. Dice el Hermano Pedro en
su testamento:

Declaro que habiendo sido nuestro Señor servido que


hiciese y acabase la Casa y Cuarto de Enfermería, que en
ella con limosnas se ha edificado, y otro de los altos que
se está haciendo, y desde el principio que llevados de
devoción y celo piadoso asistían muchas personas devotas,
habiéndose destinado un Oratorio, adornado con la decencia
posible, mediante la asistencia de hermanos, así los que
al presente hay, como otros que han fallecido, se
estableció rezar a prima la Corona de la Virgen.

Además, el Hermano Pedro había obtenido licencia para


salir de noche, a demandar, a voz en cuello y a toque de
campanilla, sufragios para las ánimas del purgatorio y
socorro para los que pudieran estar en mal estado. Esto lo
hizo durante muchos años, según su propio testimonio. Por
otra parte, el Instituto de Belem había conseguido `tener
las Ermitas de Animas, la una a la entrada de la ciudad,
camino de San Juan, donde asiste Josef Romano y Andrés de
Villa... y la que está en el camino de Jocotenango, donde
asiste Pedro de Villa'.

Prácticamente, el Hermano Pedro había puesto en marcha, de la nada, un instituto u


orden que comprendía una escuela de niños, una casa de religiosos, una enfermería, una
casa de altos, es decir un edificio formal, que se estaba construyendo, y dos ermitas de
ánimas en las salidas, al norte y poniente de la ciudad. A esto hay que agregar el
oratorio o iglesia, al cual asistían los fieles devotos, particularmente en ciertas
celebraciones como la de la Pascua de Navidad, porque `en la dicha Casa está asentado
por devoción celebrar el nacimiento de Cristo, señor nuestro, como festividad tan
solemne y del título que ha de tener y tiene esta Casa, por llamarse Belem'.

Los edificios estaban provistos de camas, ropa, bienes, ornamentos, tres cálices,
imágenes, cuadros y otras cosas, todo adornado con la mayor decencia posible,
principalmente el oratorio o iglesia de Belem. En un período de menos de 15 años había
definido los comienzos de un gran instituto religioso, y gracias a que contaba con la
aprobación tácita del Obispo y del Presidente de la Audiencia se atrevía a pensar:

...en caso que su majestad sea servido de conceder la


licencia y permiso que en esta razón se ha pedido, sea
necesario hacerse escritura de fundación, poner
constituciones, declaraciones, circunstancias, calidades y
otras cosas convenientes a que pueda ser llamado, por
haber sido Dios, nuestro señor servido, yo haya sido en
algo parte para esto, o conducir sus limosnas en mi falta
y muerte, nombro al dicho hermano Rodrigo de la Cruz y a
mis albaceas, para que asistan a lo susodicho.

La vida del Hermano Pedro de Bethancourt fue breve, de apenas 41 años, pues falleció
el 25 de abril de 1667. De su muerte dio fe el escribano Esteban Rodríguez Dávila:

Serán las tres de la tarde, vi el cuerpo del Hermano Pedro


de San Josef Betancourt, muerto al parecer naturalmente,
yerto y helado en forma de cadáver, amortajado con hábito
de la Orden Seráfica, al cual doy fe conocí en su vida.
Casi al final de su testamento, el Hermano Pedro asentó el estado total de sus cuentas:

Los bienes que se hallaren son y tocan a esta Casa, y de


limosna dada a ella, en que sólo he tenido el cuidado de
recogerla y pedirla; y lo que toca a la Tercera Orden está
separado; y mío propio de que pueda disponer no tengo real
ni maravedí.

Al extinguirse su existencia, que a tantos había movido por su devoción y obras


caritativas, el hecho fue muy sentido en la ciudad de Guatemala.

Tocó a Fray Rodrigo de la Cruz, primer Superior de la Orden Belemita, solicitar la


aprobación de la Corona y la del Sumo Pontífice, Clemente X, tanto de la Fundación
Hospitalaria del Hermano Pedro de Bethancourt como de las constituciones que para el
gobierno y hábito de la congregación habían adoptado, y que habían recibido ya la
aprobación del Obispo de Guatemala, Fray Payo de Rivera. La confirmación papal
consideró el testamento del Hermano Pedro, y las constituciones, ordenanzas y estatutos
se agregaron a la institución del venerable fundador. El documento puntualiza en la
parte conducente:

Por voto de la congregación de nuestros venerables


hermanos Cardenales de la santa Iglesia de Roma, que tiene
a su cargo la decisión de los negocios y consultas de los
obispos y regulares, por autoridad apostólica y el tenor
de las presentes, aprobamos y confirmamos la erección e
institución de dicho Hospital y Compañía; y asimismo las
dichas Constituciones, Ordenanzas y Estatutos. Dadas en
Roma, en Santa María la Mayor, año de la encarnación del
Señor 1672, día 2 de mayo, año segundo de nuestro
pontificado.

La confirmación papal de Clemente X y otros breves del


mismo y de su sucesor para mejor definir la organización y
alcances de la nueva Orden de Regulares Hospitalarios de
Belem, permitieron la prodigiosa expansión de la orden
belemítica a los dos virreinatos del Nuevo Mundo, la Nueva
España y el Perú, con fundaciones promovidas por Fray
Rodrigo de la Cruz en lugares tan remotos como Lima,
Quito, Guadalajara, La Habana, Puebla, Antequera de
Oaxaca, El Realejo, Cuzco y la villa imperial de Potosí.

Al concluir el siglo XVII, la Orden Hospitalaria de Belem era una realidad, creíble sólo
por la actividad desplegada por los prefectos generales de la misma y por el entusiasmo
y fervor que despertaba la figura del Hermano Pedro en todos los ámbitos a donde
llegaba la Orden de Belem.

Fray Rodrigo de la Cruz, sucesor del Hermano Pedro y promotor de la Orden


Belemítica, permitió también la organización de una rama femenina de Hermanas
Hospitalarias, iniciada en Guatemala en 1668, por la madre Agustina de Santa María,
hija legítima de Ambrosio de Mesa y Ana Delgado. El Papa Clemente XI aprobó la
rama femenina de la Orden, con la condición de que las religiosas tuvieran edificio
aparte, separado de los hospitales de los varones, calle de por medio, y pudieran regirse
por las mismas constituciones y estatutos y vestir el mismo hábito. Las belemitas se
establecieron en los mismos lugares que los religiosos. En el siglo XIX hubo una
especie de renacimiento de la Orden, bajo la inspiración de la quezalteca Sor
Encarnación Rosal, quien llevó la mies de sus ideas educativas a Costa Rica, Colombia,
Panamá y Ecuador.

La peregrinación al sepulcro del Hermano Pedro, que se halla en la iglesia de San


Francisco en la Antigua Guatemala, ha sido constante desde el fallecimiento del
venerable varón hasta nuestros días, con notables expresiones de devoción popular.

La Orden se asocia en Guatemala a los sucesos que precedieron a la Independencia en la


llamada Conjuración de Belem. En 1830, la de los belemitas fue la única congregación
religiosa respetada por los decretos de exclaustración. En 1873 quedó extinguida en
nuestro país, pero subsistió en varios países sudamericanos, como Perú, Ecuador y
Colombia.

La beatificación del Hermano Pedro de San José de Bethancourt fue ratificada por el
Papa Juan Pablo II durante su visita a Guatemala en 1983, y continúa firmemente el
proceso de su canonización como santo de la Iglesia Católica.
BEATRIZ SUÑE BLANCO

La Ciudad de Santiago de Guatemala

La Ciudad de los Españoles: desde la Primera


Fundación hasta `Ciudad Vieja'
El desarrollo urbano en el Reino de Guatemala tuvo características muy especiales, ya
que su inicio no coincidió con la formación del primer Cabildo en 1524, sino hasta tres
años y medio después, cuando se decidió el asentamiento en Almolonga.

El primer Cabildo

En la capital del reino cakchiquel (kaqchikel), Iximché, en el Altiplano central,


Alvarado decidió fundar la ciudad de Santiago. Esta primera fundación, en que se usó el
título de Villa, se hizo el 25 de julio de 1524. La primera capital de Guatemala, a pesar
de aprovechar las viviendas que allí existían, sólo fue un campamento militar. La
primera acta que recoge el Libro Viejo está fechada el mismo día de la fundación. Pedro
de Alvarado, investido de los poderes que le había otorgado Hernán Cortés, hizo los
primeros nombramientos para integrar el Cabildo, dictó ordenanzas de gobierno y trató
de institucionalizar la vida de aquel pequeño núcleo de españoles. Sólo cuatro días más
tarde, el 29 de julio de 1524, se celebró el primer Cabildo.

El 12 de agosto del mismo año, en el acta del Cabildo aparece la palabra ciudad y se
supone que se levantó alguna choza como iglesia pues se nombró a un sacristán. Es muy
significativo que apenas un mes después de la fundación estaban constituidas las dos
instituciones más importantes de la ciudad: Iglesia y Cabildo. Este último habría de
preocuparse de recrear el ambiente de una auténtica ciudad castellana y de buscar
algunos signos externos de riqueza equiparables a los de las ciudades peninsulares. Este
hecho, el de cuidar los aspectos ostentosos, se refleja en las ordenanzas dadas a los
sastres, en las cuales se regulan precios de elementos de lujo, como una capa
guarnecida, en vez de los precios para los artículos de subsistencia. Hasta mayo del año
siguiente no se recoge nada sobre artículos como la carne u otros similares.

Primer trazado urbano

Los españoles se retiraron de Iximché a causa de los levantamientos indígenas, primero


a Xepau (Olintepeque) y posteriormente a Chixot (Comalapa). Esta situación de
inestabilidad se recogió en varias actas del Cabildo del año 1527. El 28 de octubre de
este mismo año se decidió buscar un sitio definitivo para la ciudad.

En el Cabildo del 20 de noviembre se trató del asunto, y para el efecto Jorge de


Alvarado solicitó el parecer de los señores alcaldes y regidores y demás personas
presentes. La elección debía hacerse entre dos lugares, uno en el valle y otro en el llano.
El del valle era Almolonga, al pie del Volcán de Agua. El sitio del llano, conocido como
Tianguesillo, estaba al oeste de Chimaltenango. El primero en votar, el Alcalde Gonzalo
Dovalle, se decidió por el valle, por ser `alegre y vistoso', con pastos y tierras para
labranza, despoblado de naturales que, no obstante, estaban cerca para ayudar en las
edificaciones. Jorge de Acuña, que siguió en la votación `se arrimó' al voto de Dovalle,
y comentó que en el Tianguesillo no había leña ni madera. Se registraron 11 votos más a
favor del valle. Se pensaba en la abundancia de pastos, madera, leña y buenas tierras
para que se pudiera expandir la ciudad en el futuro. Hubo dos votos a favor del
Tianguesillo, el de Hernando de Alvarado y el de Eugenio de Moscoso. El primero dijo
que el Tianguesillo estaba situado estratégicamente y con buenas salidas naturales,
mientras el valle era tierra volcánica y sufría frecuentes temblores. Moscoso, Regidor y
Tesorero, se decidió por el mismo lugar por ser éste más sano. El día de Santa Cecilia,
Jorge de Alvarado, los alcaldes, regidores y vecinos más importantes registraron el acto
de la fundación en el Valle de Almolonga:

Asentad escribano que yo, por virtud de los poderes que


tengo de los gobernadores de Su Majestad con acuerdo y
parecer de los alcaldes y regidores que están presentes,
asiento y pueblo aquí en este sitio la ciudad de Santiago,
el cual dicho sitio es término de la provincia de
Guatemala.

Ordenanzas urbanas e institucionalización del poder

El primer reparto de tierras que realizó Pedro de Alvarado fue hecho un tanto
azarosamente, pues en su rápida entrada militar no pudo hacer una valoración real de la
calidad de las tierras. Por ello, Jorge de Alvarado hizo un nuevo reparto cuando la
ciudad estaba ya establecida en su nuevo sitio. En el Cabildo del 8 de abril de 1528 se
decidió hacer una nueva distribución de la tierra pues, según se comentó, `los dichos
vecinos tienen tomada mucha tierra, más de la que han de tener y otros no tienen
ninguna'.

La regulación de los distintos oficios fue una de las primeras manifestaciones de la vida
de la ciudad. En abril de 1528 se fijaron los precios para los servicios de los herradores,
herreros, zapateros, sastres y pregoneros, así como las penas que debían pagar por el
incumplimiento de sus compromisos. En mayo de 1529, y dado el crecimiento de la
ciudad, la plaza resultó pequeña y el Cabildo ordenó `...dar a la plaza pública de esta
dicha ciudad veinte cuatro pasos de los solares de la ciudad que comienzan desde la
esquina del juego de la pelota, de la de fuera, para que todo sea plaza'.

En el Cabildo celebrado el 20 del mismo mes y año se dieron normas generales para el
ornato de la ciudad. Se dispuso que el ganado no anduviera suelto, que se cuidara de los
perros por el daño que hacían a los naturales, que se limpiaran los caminos, y se
emitieron algunas regulaciones sobre las edificaciones indicadas en los solares
concedidos, etcétera. En el Cabildo siguiente se dijo que la ciudad estaba pobre y sin
`propios', referencia que habría de repetirse a lo largo del siglo. En los sucesivos
Cabildos se concedió vecindad, solar y tierra a los nuevos solicitantes y se dictaron
disposiciones para evitar que vecino alguno acumulara tierras o pudiera venderlas.
En cuanto a las elecciones municipales, el Juez de Residencia Francisco de Orduña no
modificó las normas establecidas por Jorge de Alvarado. En las elecciones de 1530 se
solicitó que para nombrar a los dos alcaldes y seis regidores necesarios, cada uno de los
regidores salientes nombrara a tres personas suficientes. Es decir, un total de 18
propuestos para elegir entre ellos a los seis. Además se dispuso que se podía proponer a
otras cuatro personas para elegir entre ellas a los dos alcaldes.

Con la llegada del Juez Visitador Francisco de Orduña, que asumió la presidencia del
Ayuntamiento, los capitulares se escindieron en dos grupos: los allegados a Alvarado, y
los que apoyaban al Juez Visitador que tenía los poderes de Capitán General. Las
relaciones internas del Cabildo en estos momentos eran malas y, en algunos casos,
violentas. Los abusos que el Visitador Orduña cometió contra los vecinos como
consecuencia de su política dictatorial, lo hicieron odioso hasta para los enemigos de los
Alvarado. En uno de tales Cabildos, Orduña llegó incluso a tirar de las barbas a Gaspar
Arias. Eugenio de Moscoso se negó a tomar parte en las elecciones de 1530 y alegó para
ello irregularidades en el procedimiento. El Visitador lo acusó a su vez de alborotador y
de no servir bien a Su Majestad, y adujo que por ello no era justo que tuviera su oficio.
Moscoso apeló contra tal decisión y Orduña le mandó presentar su protesta ante la
Audiencia de México y lo conminó a que, si pasados 60 días del mandamiento no salía
de la ciudad de Santiago, lo llevaría preso como a persona rebelde y `escandalizadora de
la tierra'.

Retorno de Pedro de Alvarado

Así se encontraba la ciudad cuando Pedro de Alvarado regresó con una provisión real
emitida por la Audiencia y Cancillería de México, y otra de Su Majestad, por medio de
las cuales se le nombraba Gobernador y Capitán General de `estas partes'. El Cabildo lo
recibió el 30 de abril de 1530. Alvarado encontró la ciudad muy distinta a como la había
dejado. Gonzalo Ortiz, en su calidad de Procurador de la ciudad, presentó una petición
para que detuviera a Francisco de Orduña y no se le permitiera salir de la tierra mientras
no se le sometiera a Juicio de Residencia.

En el Cabildo siguiente, también presidido por Pedro de Alvarado, Moscoso presentó un


escrito en el que pedía que se invalidaran las elecciones anteriores, y fue admitido por
fin en el cargo de Regidor.

Con la llegada de Alvarado se hizo un nuevo planteamiento del reparto de tierra, y se


organizó la instalación de huertas alrededor de la ciudad en los terrenos que ocupaban
los depósitos de basura tan perjudiciales para los moradores. Las concesiones de tierra
encontraron su ordenación definitiva en la real cédula del 9 de noviembre de 1538. En
ésta se reconocían las tierras otorgadas por el Cabildo, pero se estipuló que a partir de la
fecha sólo el Gobernador, con parecer del Ayuntamiento, tendría la facultad de hacer
nuevas concesiones.

La única novedad que introdujo Pedro de Alvarado en la vida de la ciudad fue el


nombramiento del Licenciado Francisco Marroquín como cura de la parroquia de
Guatemala. Puesto que no existía aún Cabildo Catedralicio, la intromisión del Cabildo
secular en la vida eclesiástica era grande. La intervención civil en el orden eclesiástico
no es de extrañar, pues el Rey presidía la Iglesia de América por haberse establecido así
en el Real Patronato. La llegada de Marroquín y su posterior nombramiento como
Obispo determinaron que el Cabildo secular dejara de intervenir en los nombramientos
menores de la Iglesia, tales como mayordomos, porteros, sacristanes, etcétera.

No obstante, la presencia y actuación de Pedro de Alvarado estuvieron siempre


condicionadas por sus intereses como conquistador. El mismo año de su regreso decidió
organizar una flota para ir al Perú, y con tal propósito construyó en Iztapa y en Acajutla
unos astilleros, y consiguió algunos barcos en Panamá y León. Los vecinos se opusieron
no sólo a que dejara el gobierno sino al continuo desgaste que suponían para ellos
dichos proyectos. En una carta de los oficiales reales, fechada el 28 de septiembre de
1531, éstos se quejaron de la situación y acusaron a su gobernador de la ruina de la
tierra.

El Adelantado escribió al Cabildo desde el puerto de La Posesión, con el objeto de


despedirse y pedir lo siguiente:

...una cosa solamente os suplico, que en esa provincia


haya toda concordia y amor y buen celo al servicio de Su
Magestad y bien público como hasta aquí vuestras mercedes
lo han hecho; y que a Jorge de Alvarado mi hermano y
lugarteniente se le tenga el respeto y voluntad que es
razón, y se conformen con él, por manera que la tierra se
conserve, y la justicia sea favorecida y Su Magestad
servido y todos honrados y aprovechados, que él tendrá
cuidado de hacer lo mismo con todos... y que asimismo, si
algún enojo o agravio general o especialmente de mí se ha
recibido me perdonen V. mercedes certificándoles siempre
fue mi deseo de serviros.

En mayo de 1535 Don Pedro había vuelto de su expedición al Perú. La tierra se


encontraba revuelta y los indios alzados. Además, la noticia de que el Adelantado se
proponía volver a España causó gran desasosiego entre los vecinos. El Cabildo opinó
que la marcha del Adelantado podía causar alteraciones entre los naturales, pues éstos
no tenían en `...estima a ningún gobernante sino al primero que los conquista'.

Durante la década de 1530, las relaciones entre el Cabildo y el poder eclesiástico fueron
muy buenas. La personalidad de Marroquín, tan preocupado por el bien de la república
y de los indios, propició el buen entendimiento entre el Cabildo y la Iglesia. Las
relaciones entre ambas instituciones fueron tan buenas que el Ayuntamiento pidió al
Rey que se diera al Obispo la encomienda de un pueblo con una renta digna y
suficiente. En la solicitud se aducía que ya Su Majestad había dado a otros prelados
como ellos lo habían pedido, y en cuanto al Prelado se pedía específicamente al Rey que
`lo mande mantener conforme a su dignidad y esto se podía hacer con mandarle V.

M. dar y señalar un pueblo para su persona y sucesores y para renta de su iglesia'.

Mientras tanto, otro acontecimiento había alterado la vida de la ciudad. Alonso de


Maldonado, Oidor de la Audiencia de México, había llegado como Juez Visitador para
tomar Residencia al Adelantado Alvarado. A este último se acusaba de despoblar la
tierra y de no haber terminado la pacificación de las zonas conquistadas. El propio
Adelantado se quejó ante el Rey de la citada Residencia, y le pidió no proveer juez
alguno contra él, y que fuera el mismo Rey quien le pidiera cuentas. Informaba también
a Su Majestad que en los 50 días en que estuvo publicada la Residencia no se habían
presentado demandas civiles o criminales, ni causa alguna contra él. Obviamente, las
razones que indujeron a la Audiencia de México a mandar al Oidor Maldonado eran las
mismas que había venido esgrimiendo el Cabildo, pero que no habían dado resultado
alguno porque cuando el Adelantado estaba presente en la ciudad su personalidad se
imponía a las quejas de los vecinos.

En enero de 1539, el Cabildo elevó a la Corona una serie de solicitudes de los vecinos
que pedían distintas cosas `...en remuneración de lo mucho que a V.

M. en la conquista y pacificación de ella hemos servido y para mayor perpetuación de


los pobladores y naturales de ella'. Las peticiones se pueden agrupar en seis grandes
grupos: encomiendas, indios, impuestos, propios, caminos y regulación de la vida de los
pobladores.

En el mismo año 1539 Pedro de Alvarado se encontraba en España en arreglos de


nuevas expediciones y con el propósito de contraer matrimonio. Hacía nueve años que
había muerto su esposa y estaba gestionando la debida licencia de la Iglesia para
desposar a su cuñada doña Beatriz de la Cueva. En abril, ya de vuelta de España,
escribió al Cabildo desde Puerto Caballos, para informar de su boda y llegada.
Anunciaba que venía con 20 doncellas de buenas familias que, según lo expresaba,
serían muy bien recibidas dada la escasez de mujeres de Castilla en Guatemala.

Francisco de la Cueva, su primo político y marido de su hija doña Leonor, fue


nombrado Teniente de Gobernador, mientras Alvarado preparaba su expedición a las
Islas de La Especiería. Todo ello ocurría en 1540. Cuando había emprendido ya esta
nueva empresa, Alvarado recibió noticia en el puerto de La Purificación de un
levantamiento indio en Xalisco y acudió en socorro de Cristóbal de Oñate. El Virrey
Mendoza escribió al Cabildo el 29 de agosto de 1541, para informar que Pedro de
Alvarado había muerto el 5 de julio del mismo año. En la misma carta Mendoza
recomendaba a los señores del Ayuntamiento a la viuda doña Beatriz, y se ofrecía para
ayudar a la ciudad en todo lo que pudiere.

Destrucción de Almolonga

En agosto de 1541 llegó a la ciudad la noticia de la muerte de Alvarado. Doña Beatriz,


sumida en una gran tristeza, enlutó su casa y pintó las paredes de negro. De nuevo la
provincia se quedó sin gobernante y ante este hecho el Cabildo visitó a la viuda para
ofrecerle el cargo de Gobernadora, el cual compartiría con su primo Francisco de la
Cueva, como su Teniente de Gobernador. Doña Beatriz recibió la vara de justicia en
nombre de Su Majestad, y agregó a su nombre personal la frase `la sin ventura'. Un día
antes había comenzado a llover fuertemente y por la noche se escuchó un ruido
tremendo y se percibieron grandes temblores. Entonces se produjo la inundación que
destruyó la ciudad el 11 de septiembre de 1541, y que causó la muerte de doña Beatriz.

El Cabildo de Santiago escribió varias cartas al Rey con las noticias de lo ocurrido. La
primera, del 6 de octubre de 1541, informaba de una carta enviada al Virrey de la Nueva
España, en la que se describían tan tristes acontecimientos. La información remitida al
Virrey perseguía obtener socorro más inmediato dada la menor distancia. En la carta al
monarca también se hacían objeciones acerca de las cualidades de Francisco de la
Cueva y se solicitaba que se nombrara a otra persona para que presidiera el gobierno:

...don Francisco de la Cueva no debe ser gobernador porque


no tiene partes para ello y es falto de prudencia, menos
celos de justicia, ningún cuidado en lo que debe hacer,
muy mancebo en todo y pues tiene bien de comer, tanto como
seis de los mejores, esto le debe bastar y V.

M. provea a persona que descargue su real conciencia y nos


mantenga en justicia.

El Ayuntamiento propuso al obispo como gobernador, mientras Su Majestad disponía lo


pertinente. El 19 de noviembre el Cabildo escribió de nuevo al Rey para informarle que
el gobierno lo compartían Francisco de la Cueva y el Obispo Marroquín. En la carta se
aludía a la muerte de Alvarado y a la de doña Beatriz. Se hacía un elogio de Francisco
de la Cueva y para justificar su nombramiento como Gobernador se mencionaba las
veces que había ejercido el cargo en ausencia del Adelantado.

Pero quizás la más patética y realista de las cartas remitidas al monarca con motivo de la
catástrofe fue la del 13 de diciembre del mismo año, en la cual el Ayuntamiento se
expresó de la siguiente manera:

Llorados y enterrados los muertos proveímos luego en el


gobierno y amparo de esta provincia... Prometemos a V.

M. que es la pérdida temporal más de doscientos mil pesos,


pues se deja el pueblo que se comenzó a edificar...; en
verdad ya ha habido en la más gente y pobladores mucho
desmayo y si alguno no se esforzara para sí y para
esforzar a otros, por cierto tenemos que de necesidad se
despoblará esta ciudad, de que Dios y Nuestro Señor y V.

M. fueran deservidos y para esto escogimos, como fieles


vasallos, vivir pobres y hacer lo que debemos al real
servicio de V.

M. que no caer en tan grande falta.

En resumen, los años transcurridos desde la conquista de Guatemala hasta la muerte del
Adelantado fueron dedicados a la creación de una comunidad de españoles, que
encontraron en los Cabildos seculares la institución idónea para la defensa de sus
intereses como individuos y como grupo de `conquistadores y primeros pobladores'. De
todas maneras, dichos años estuvieron esencialmente marcados por la fuerte
personalidad de Pedro de Alvarado, quien se valió de su prestigio, su habilidad, su
atractivo personal y sus ambiciones para mantener a la comunidad de españoles girando
en torno a su política personal y a sus intereses, no siempre coincidentes con los de todo
el grupo.

Santiago de Guatemala
La trágica y temprana muerte de Pedro de Alvarado dio paso a una nueva etapa en la
historia del Reino de Guatemala, no sólo por el traslado de la ciudad de Santiago a un
nuevo sitio, sino especialmente por la reorganización del poder político.

Traslado al Valle de Panchoy

A finales de 1541 empezó a buscarse un lugar apropiado para la nueva fundación. La


elección recayó en el sitio que los indígenas cakchiqueles llamaban Pancán o Panchoy y
los españoles Valle del Tuerto. La ciudad se fundó prácticamente el 22 de noviembre de
1542, aunque se haya tomado como fecha oficial el 10 de marzo de 1543, día este en
que el Cabildo en pleno llegó a Panchoy y celebró su primera junta. En junio tuvo lugar
el pregón de la ciudad y se ordenó que se le llamara Santiago. El día de Corpus se
trasladó en solemne procesión la custodia con el Santísimo Sacramento desde
Almolonga. De esta manera simbólica culminó la fundación de la ciudad que hasta
finales del siglo XVIII sería la capital de la gobernación y que, al ser también
parcialmente abandonada después de 1773, sería conocida con el nombre de Antigua
Guatemala, para distinguirla de la nueva capital.

En mayo de 1542 llegó a la ciudad de Santiago el Licenciado Alonso de Maldonado,


que había sido nombrado Visitador y recibido la misión de hacerse cargo del gobierno
mientras Su Majestad hacía el nombramiento definitivo. El Ayuntamiento acató lo
ordenado por la Corona y continuó la tarea de levantar los edificios públicos de la nueva
capital. La traza de la ciudad de Santiago de Guatemala se encargó a Juan Bautista
Antonelli, y constituye uno de los mejores ejemplos del urbanismo hispanoamericano.
Años más tarde, en 1590, desde La Habana, Cuba, Antonelli la describió así:

Está fundada la dicha ciudad de Guatemala en un valle todo


cercado de montes muy altos... A la parte del oeste y a
dos leguas y media de la dicha ciudad está un volcán que
el año de ochenta echó de sí mucho fuego que fue cosa de
espanto verle, y a media legua tiene otro volcán de Agua,
a la parte del sur que los años atrás reventó en agua y
anegó la mayor parte de la ciudad que entonces estaba
poblada en la falda del dicho volcán, y después se mudaron
adonde está. La dicha ciudad padece muchos temblores y más
en el tiempo de las aguas que empiezan desde mayo en
adelante hasta todo el mes de octubre y por este respecto
todos los edificios son bajos sin altos ningunos.

Todas las tardes están cubiertos los montes de neblina.


Tiene la ciudad la vista algo melancólica por tener los
dichos montes tan allegados a ella... Tiene esta provincia
muy buen temple que no es ni demasiado frío ni demasiado
cálido, sino un temple muy moderado.

El cronista Antonio Vázquez de Espinosa dijo de ella que tenía unas seis leguas de
circunferencia. Este cronista la visitó por primera vez en 1620, pero resulta válida para
el siglo XVI la impresión tan grata que sacó de una tierra tan fértil `donde es primavera
todo el año'. Su descripción aporta algunos datos interesantes:

Las calles bien trazadas y derechas, tiene la plaza


principal que es muy buena y cuadrada, en el ángulo que
está al noroeste está la Iglesia catedral... En el mismo
ángulo las casas obispales. En el otro ángulo que está
casi al sur, están las casas reales, muy grandes y
capaces... Enfrente de este ángulo de las casas reales,
casi al norte, es el otro todo de portales de muy buena
fábrica, en este están los escribanos y algunas tiendas de
mercaderes. El otro ángulo que está enfrente de la iglesia
catedral es también de portales, todo de muy buena fábrica
en el cual hay mercaderes y otras tiendas de pulperías, a
un lado de la plaza hay una fuente de agua muy buena, de
donde se provee mucha parte de la ciudad, aunque muy
abastecida de ella...

Inmediatamente después del traslado de la ciudad se hizo el reparto de solares, de


acuerdo a la importancia de los vecinos y mediante el cambio de los títulos de propiedad
que ya tenían en Almolonga: los solares más cercanos a la plaza mayor y los edificios
principales se adjudicaron a los vecinos más sobresalientes, autoridades, conquistadores
y primeros pobladores. Los `oficios' estaban más alejados, y en los alrededores de
Santiago surgieron los barrios que se llamaron de San Francisco, La Merced, Santo
Domingo y Milpas del Valle. Finalmente se señalaron los lugares que habían de ocupar
los indios que `vinieron en seguimiento de los españoles', es decir los tlaxcaltecas,
mexicas, utatlecos y guatimaltecos. Tales agrupaciones de indígenas en el contorno de
la ciudad fueron causa de preocupación para las autoridades y pobladores españoles,
quienes temían un levantamiento de los aborígenes que habitaban en los barrios
aledaños a Santiago.

Los indios llevaron una vida muy dura, pues se convirtieron en fuente intensiva de
mano de obra, se les hizo objeto de agravios y humillaciones, y se les obligó a tributar a
los poseedores de las tierras que ocupaban. En las fuentes documentales se encuentran
repetidas quejas de la Audiencia y de los religiosos, las cuales se referían a tan
deplorable situación: `Estos indios no tienen ningún género de hacienda..., pues aun de
la tierra en que viven pagan terrazgo a los españoles..., a los cuales se paga tres reales...'

El temor de la población española de que se produjera un levantamiento indígena llegó a


ser tan explícito que se reflejó en las propias resoluciones del Ayuntamiento. Este, en
efecto, ordenó que se estableciera un servicio `en los reales de indios' y que se
mantuvieran unas milicias ciudadanas:

...temiéndose grandes daños y peligros con ellos... el


dicho señor presidente como capitán general, mandó y
ordenó a don Diego de Guzmán, capitán de la gente de a
caballo de esta ciudad, y a Francisco Criado de Castilla,
capitán de infantería, saliesen con seis compañías y
velasen esta ciudad toda la noche con todo cuidado, como
lo han hecho.

Al principio los arquitectos y alarifes se improvisaron, pero gracias al gran sentido que
los españoles tenían de la construcción y sobre todo del uso del ladrillo, pronto la
ciudad de Santiago empezó a surgir con pujanza y brillantez. Después de la primera
mitad del siglo XVI empezaron a llegar profesionales de la construcción, y la capital
cobró un gran impulso. El terremoto de 1585 representó un duro golpe para los tenaces
pobladores. Es difícil explicarse la perseverancia de unos hombres que una y otra vez
construyen la nueva planta con el firme deseo de permanecer en el lugar.
Santiago fue siempre la ciudad más poblada del Reino de Guatemala, y lo fue también
en el continente después de México y Lima. Alonso López de Cerrato, en una carta de
1548, dice `que la ciudad será de cuarenta vecinos'. En 1567 el Ayuntamiento hizo dos
repartimientos o derramas entre los habitantes, para cubrir ciertos gastos de la ciudad.
En dichos repartimientos aparecen 281 y 269 vecinos. Una relación de pobladores,
hecha en 1572 por orden del Presidente Villalobos, indica una cantidad de 227 vecinos,
de los cuales 77 eran encomenderos.

La carestía de la vida y la progresiva disminución en la concesión de encomiendas


deben haber influido en la despoblación de la ciudad. Parece ser, sin embargo, que a
finales de siglo la población de Santiago experimentó una nueva alza, pues en la
relación de Antonelli se expresa lo siguiente: `Tiene como cuatrocientos cincuenta
vecinos españoles, saldrán de esta ciudad como quinientos hombres que podrán tomar
las armas y como ciento y veinte hombres a caballo'.

La fundación de la Audiencia y las Leyes Nuevas

Las repetidas acusaciones del Cabildo y de los vecinos contra los Alvarado por los
abusos cometidos obligaron al Rey a tomar medidas firmes contra las irregularidades
denunciadas. En las Leyes Nuevas de 1542 se mandó fundar una Audiencia Real en los
confines de Nicaragua y Guatemala, y se dispuso que la misma fuera presidida por el
Licenciado Alonso de Maldonado, quien era buen conocedor del medio y de los
problemas que enfrentaba la población. Maldonado venía además respaldado por el
propio Cabildo que, en carta a Su Majestad, había suplicado que, mientras otra cosa no
se proveyera, se nombrara Gobernador al Licenciado Maldonado, de quien se decía que
siempre había dado muestras de buen gobierno. Mas los hechos dirían que una cosa era
tenerlo como juzgador de las actuaciones de los Alvarado y otra muy distinta tenerlo por
Presidente de la Audiencia. Desde esta nueva posición, sus intereses contrastarían con
las aspiraciones de los vecinos.

La opinión de dos regidores del Cabildo sobre la actuación política del Licenciado
Maldonado fue severamente negativa. Desde su llegada comenzó a dar a sus parientes,
amigos y criados los indios que habían vacado, no para que los tuvieran en la tierra sino
para que los vendieran. Entregó indios dos veces a Martín de Guzmán, su hermano, a
quien otorgó también los pueblos de Sacatepéquez, Zapotitlán y Pinula. A Diego de
Monroy, conquistador antiguo, lo despojó de dos pueblos que luego entregó a un primo
suyo, a quien entregó además 300 pesos de un pueblo de la Real Corona. Trajo consigo
a su primo Juan de Guzmán, a quien casó con una viuda que tenía un pueblo de más de
2,000 pesos de renta. Los favores concedidos a sus familiares de apellido Guzmán,
habrían de tener repercusiones económicas y sociales, pues con ellos nació un fuerte
núcleo que controló el comercio del cacao. A su alrededor se fueron agrupando todos
los salmantinos (Maldonado provenía precisamente de esa región) que, sin mérito
alguno de guerra o vecindad, consiguieron pueblos de mucha renta, y que luego
ocuparon cargos en el Concejo para conseguir la categoría que buscaban.

En septiembre de 1543 se conocieron en Guatemala las Leyes Nuevas, en todo su


sorprendente contenido. Un mes más tarde, el Procurador Síndico Alonso Pérez reclamó
para los vecinos casados la encomienda por dos vidas. El impacto causado por las Leyes
Nuevas, consideradas tan negativas por los pobladores, provocó un Cabildo abierto en
la santa iglesia Catedral. El propósito era seleccionar a la persona más conveniente para
que fuera a España a presentar las correspondientes apelaciones. Mientras se escogía a
la persona indicada, el Cabildo apeló algunas disposiciones de las Leyes Nuevas, lo cual
resultaba importante en el momento porque, en tanto se resolvía la apelación, se paraba
la ejecución de las leyes. Hernán Méndez fue el elegido para viajar a España y discutir
allí tan importantes negocios. A su celo y empeños se deben dos leyes de efectos
paliativos: la de Malinas, emitida el 20 de octubre de 1545, y la de Madrid, promulgada
el 20 de marzo de 1546. Por medio de ambas se suspendía la vigencia de las Leyes
Nuevas. Los funcionarios reales se mostraron remisos en cuanto a aplicar tanto las
originales como las revocaciones, creando situaciones difíciles y poco claras que serían
solucionadas definitivamente por el Presidente Alonso López de Cerrato.

La Presidencia de Cerrato (1548-1553)

El traslado de la Audiencia desde Gracias a Dios a Guatemala, el 16 de junio de 1548,


concentró el poder en la ciudad de Santiago. De esa manera se reunieron en la ciudad el
Presidente, los Oidores y el Cabildo, en momentos tan conflictivos como aquellos en
que se enfrentaba una intransigente puesta en vigor de las Leyes Nuevas. Maldonado
sólo había iniciado la ejecución de las leyes, cuando se tuvieron que modificar por la
presión de los vecinos. Cuando Cerrato llegó a Guatemala ya había experimentado la
aplicación de las leyes en Santo Domingo, donde dicha aplicación fue total y definitiva.
Alentado el Presidente por el éxito de aquella gestión, intentó ponerlas en ejecución con
la misma rigidez en Guatemala.

La reacción de los vecinos ayuda a entender la situación de la ciudad en aquella época.


En una primera carta del Cabildo, de fecha 30 de abril de 1549, se emitieron juicios
generales sobre las disposiciones tomadas por el Presidente: la libertad de los esclavos
de las minas; las tasaciones de pueblos sin conocimiento de los mismos; la pobreza en
los pueblos de encomienda; la supresión de muchas encomiendas por causas livianas; la
carestía del pan y otros productos de primera necesidad. Se argumentaba, en resumen,
que la aplicación de la justicia estaba en quiebra por el mal carácter y arbitrariedad del
Presidente Cerrato en la tasación de tributos.

En una segunda carta, del 6 de mayo del mismo año, los vecinos decían que el
Presidente era `tan riguroso que todo su deseo es pensar cómo nos ha de destruir sin
punta de misericordia'. Insistían en que no estaban abogando sólo por sus haciendas sino
por sus conciencias y por el bien y conservación de la república. Afirmaban que la
calidad de los indios demandaba que, para su educación e incorporación a la fe cristiana,
estuvieran bajo el yugo de los españoles.

La animadversión de los vecinos hacia el Presidente y la Audiencia se siguió


manifestando en sucesivas cartas, en las cuales se exponían las supuestas causas que
rompieron el normal desarrollo comunitario y que llevaron a la destrucción las tierras
que ellos habían ganado con tantos sacrificios y trabajos. En su perplejidad, el Cabildo
cuestionaba con mucha retórica la opinión del Rey sobre las funciones de un
gobernador:

Preguntamos a V.
M. para que uno sea buen gobernador qué se requiere; la
respuesta es que haga justicia y que la haga justamente,
que es dar a cada uno lo que es suyo, a Dios
principalmente fe, devoción y obras... Habíase de acordar
el presidente que esta tierra es de V.

M. y manda en todas sus reales provisiones se dé a los que


la han trabajado, conquistado y poblado que para estos
tales lo tiene V.

M. aparejado.

Los puntos en que los vecinos insistían más eran los siguientes: falta de justicia y
deficiente ejecución de la misma; desaparición de las labores de minas por falta de
cuadrillas; carestía de mercancías y mano de obra (los oficios mecánicos empleaban
muchos esclavos indios que ya habían recobrado su libertad); escasez de ganado y
granjerías que ponen a la ciudad en peligro de padecer hambre; trato arbitrario a los
conquistadores casados o solteros.

La administración de justicia se encontraba abandonada, y ni los mismos funcionarios


reales se atrevían a contradecirlo. En los pleitos y causas que pasaban a la Audiencia,
nadie quería declarar por temor a enemistarse con el Presidente. Sólo asuntos
relacionados con la libertad de los esclavos se trataban en los tribunales.

Se había otorgado la libertad a más de 50 cuadrillas de las minas. Asimismo, según se


decía, las indias encargadas de moler para los mineros se habían acabado. Por otro lado,
la población española no quería participar en tales trabajos que consideraba denigrantes.

Al abolirse la esclavitud para todos los indios al servicio de los oficiales de los oficios
mecánicos, aquéllos alcanzaron su libertad sin que los amos fueran recompensados.
Perjudicados económicamente y sin que nadie les ayudara en el desempeño de sus
oficios, dichos oficiales tenían dos caminos: abandonar la ciudad de Santiago y buscar
otras formas de vida, o aumentar el precio de sus productos. Esto último redundaría en
perjuicio de toda la población. A los indígenas que habían aprendido los oficios no se
les permitía obtener carta de oficiales. La solución que aconsejaban los vecinos y
algunos religiosos era la de conservar a los artesanos indígenas con sus mismos amos y
ofrecerles un salario decoroso.

El Presidente quitó a la ciudad un ejido donde pacía el ganado de los vecinos. Ello había
causado tanto perjuicio que el Cabildo se había visto obligado a confeccionar una
matrícula de las personas que poseían ganado para que se alternaran en el
abastecimiento a las carnicerías. En esta primera matrícula se registraron solamente 12
vecinos.

En el Juicio de Residencia que se inició al Licenciado Cerrato, durante 1555, se pudo


apreciar claramente el temor de los vecinos ante la intemperancia del Presidente. A
requerimiento del Cabildo, se pidió una lista de cargos públicos, repartimientos y
encomiendas otorgados durante su mandato. Un total de 83 capítulos de agravios contra
la ciudad, fue presentado por el alcalde ordinario. Sin embargo, aparecen también dos
cartas del Licenciado Alonso López de Cerrato, en las cuales comunica al Juez de
Residencia acerca de los enemigos que tenía en el Cabildo y otra carta más en la que
acusaba a este organismo de conspiración contra su persona.
Principales Acontecimientos Políticos Durante la
Segunda Mitad del Siglo XVI
En este período han sido agrupados los diferentes presidentes y gobernadores del siglo
XVI que sucedieron a Cerrato. Ellos fueron por orden cronológico Antonio Rodríguez
de Quesada, Juan Núñez de Landecho, el Licenciado Francisco Briceño, Antonio
González y Francisco de Sandé.

Presidencia de Antonio Rodríguez de Quesada (1553-1558)

En 1553 realizó el Juicio de Residencia de Cerrato el Doctor Antonio Rodríguez de


Quesada. La corta actuación de éste en la presidencia no influyó para nada en la vida de
la comunidad. Sólo se ha recogido el sentimiento de los vecinos y del Cabildo que
vieron acabados sus padecimientos y experimentaron cierto cambio en sus relaciones
con la Audiencia.

Después de la prematura muerte del Doctor Rodríguez de Quesada, la ciudad quedó sin
gobierno y la Audiencia sin presidente. Se discutió el problema de la sucesión en la
presidencia, ya que según las normas debía ejercerla el oidor más antiguo. Se nombró,
por lo tanto, al Oidor Tomás Zorita, hombre de carácter, que había tenido ya
enfrentamientos con los vecinos. Las causas de tales enfrentamientos residían en los
cambios que Zorita había efectuado después de una visita general a la Gobernación:

Mudó los pueblos de unos lugares a otros y los puso contra


la voluntad de los indios en ciénaga y páramos de tantos
fríos y poca leña que los pobres indios se han muerto en
gran cantidad y otros se han despoblado y se han ido a
meter en tierras de guerra. Es tanta la alteración y
desasosiego que ha puesto entre los indios que ha sido
necesario que este cabildo llamase a algunos caciques y
principales y les hablase y consolase.

Después de terminada la gestión de Zorita en Guatemala, el Cabildo trató por todos los
medios de enmendar los abusos cometidos por el Oidor. En el Cabildo del 3 de abril de
1556 se dispuso acudir al extenso poder otorgado a Sebastián Recinos, Solicitador ante
el Consejo de Su Majestad, y a varios vecinos de Sevilla, para que pidieran un Juez de
Residencia a fin de examinar la gestión del Licenciado Zorita y los muchos agravios
cometidos por éste contra los vecinos, la ciudad y gobernación.

En 1557 la ciudad presentó ante el Consejo de Indias un memorial en el cual se


denunciaban los excesos cometidos por los oidores de la Audiencia, para que Su
Majestad fuera servido tomar Residencia a todos ellos. En el largo e interesante
expediente aparecen varios documentos en los que se repiten las acusaciones ante la
Audiencia, fundamentalmente contra los Oidores Jofre de Loaisa y el Doctor Mexía.
Aparte de los señalamientos sobre los abusos cometidos por estos dos oidores, aparecen
otros sobre moralidad, amancebamiento y sobre los procesos y autos seguidos ante el
Obispo de Guatemala contra el Doctor Mexía, los cuales desembocaron en la
excomunión de este último. También se aludía a los conflictos entre la Audiencia y el
Cabildo sobre la potestad de conocer pleitos civiles y criminales en primera instancia.
En relación con este último problema la Audiencia había resuelto encarcelar a todos los
regidores, alcaldes, procurador y abogado de los alcaldes, así como al procurador y al
abogado del Cabildo. Se examinaban a fondo las actuaciones de los oidores como
jueces de Guatemala. El Licenciado Loaisa fue acusado formalmente de nepotismo y
del uso de las rentas reales en beneficio propio. Se decía que había apoyado a sus
protegidos, el extranjero Blas Cota y a Gutiérrez de Monzón, ambos ya fallecidos. Las
acusaciones contra el Doctor Mexía se centraban fundamentalmente en sus escándalos
con mujeres (españolas, mestizas, moriscas e indias). Se acusaba a los dos jueces de
malos tratos o agravios contra los indios y de no cumplir con los mandatos de Su
Majestad. Se planteaba asimismo un problema de jurisdicción entre la Audiencia por un
lado y la Iglesia o el Cabildo por el otro, y se mencionaban dos casos de recusaciones:
uno contra el obispo para conocer en un caso de una india casada, y otro contra el
Licenciado Loaisa para resolver un pleito sobre el nombramiento de un contador. En
resumen, se trataba de las fricciones de poder entre los tres grupos dirigentes
institucionalizados: la Audiencia, la Iglesia y el Cabildo.

Gobierno de Juan Núñez de Landecho (1559-1563)

La situación de la ciudad de Santiago era desesperada cuando llegó el Presidente


Landecho, y por ello los vecinos pusieron en él todas sus esperanzas. El Presidente, sin
embargo, mal aconsejado por el Oidor Mexía, condujo a la ciudad a momentos de
grandes tensiones. De nada sirvieron algunas disposiciones adoptadas por los oidores
para paliar la grave situación, como la medida que se refería al aumento en la
recaudación de los tributos después de que se hicieron nuevas tasaciones.

La vida en la ciudad siguió su curso. Se tomaron ciertas provisiones para mejorar la


sanidad pública, se arreglaron los caminos que comunicaban Santiago con el exterior, y
se plantearon los primeros litigios con la Audiencia por el orden que se pretendía
observar en los asientos de la Catedral, así como en las procesiones y celebraciones
cívicas. Una cuestión en apariencia tan baladí resultaba muy importante para los
vecinos, pues ella reflejaba la categoría social. La misma tuvo que ser regulada por las
cédulas reales de 1581, 1584, 1585 y 1586, en las cuales se ordenaba el lugar y
ceremonial a guardarse por el Ayuntamiento y por la Audiencia en el interior de la
Catedral.

Los continuos memoriales que el Cabildo hizo llegar al Rey por medio de sus
procuradores, hicieron que en España se tomara la decisión de enviar al Licenciado
Francisco Briceño como Juez de Residencia y futuro Gobernador. Este personaje llegó a
Guatemala el 12 de febrero de 1565, oculto y bajo nombre supuesto, y se alojó en el
convento de La Merced, en la capital. Hizo sus primeras averiguaciones amparado en el
anonimato y más tarde se dirigió a Petapa, desde donde avisó de su llegada a la
Audiencia y al Cabildo. La Audiencia, temerosa de los problemas que podían
presentarse, se negó a recibirlo, y el Cabildo acudió entonces a Petapa a darle la
bienvenida.

Landecho salió multado en 30,000 ducados de su Juicio de Residencia, pero logró


escapar y se embarcó para dirigirse a la Península. Fuentes y Guzmán refiere que el
barco que logró abordar en su huida naufragó seguramente y que así pagó todos los
atropellos cometidos en el tiempo de su mandato. El cronista no conoció la noticia de
que más tarde Landecho ocupó un cargo de gobierno en Lima.

Gobierno de Francisco Briceño (1563-1569)

El mandato del Licenciado Francisco Briceño, según Fuentes y Guzmán, fue tan del
agrado de los `republicanos', que éstos intentaron que se quedara definitivamente en
Santiago como regidor perpetuo. Tal afirmación, sin embargo, no concuerda con los
datos de las fuentes documentales. El mismo Licenciado Briceño se dirigió al Rey en
este sentido: `...todos los que piensan que son y valen algo en esta tierra, todos están a
mal conmigo, porque aunque quieren justicia no la quieren para su casa'.

Un hecho importante y de graves repercusiones fue la resolución del Obispo de


Guatemala, Bernardino de Villalpando, por la cual, según los vecinos, se seleccionaba a
los curas para las doctrinas y pueblos de la Real Corona en contra de los intereses de los
indios y de las órdenes religiosas. Ante tal circunstancia, el Cabildo reclamó los
beneficios reconocidos a los hijos de conquistadores y pobladores, según las reales
disposiciones. En aquellos años, el obispado de Guatemala perdió los partidos de
Sacapulas, Sacatepéquez y Soloma que, a petición de Fray Pedro de la Peña, Obispo de
la Verapaz, pasaron a su jurisdicción.

Quizás la mejor fuente para examinar el gobierno del Licenciado Briceño, y la forma en
que el mismo afectó la vida de la ciudad de Santiago de Guatemala, es su propio Juicio
de Residencia. Éste contiene acusaciones de particulares y cabildantes a los que el
funcionario trató mal de palabra y con gestos, y se dice que interrumpió el normal
desarrollo de las funciones del Cabildo.

Los cargos principales que el Ayuntamiento presentó fueron los siguientes: quitó a
Gregorio de Polanco, Alcalde, la custodia de unos indios y la vara de justicia, y lo tuvo
preso siete u ocho días, con gran escándalo para la ciudad. El Alcalde Diego López de
Villanueva fue desautorizado, despojado de su vara de justicia y hecho prisionero en los
momentos en que López actuaba como juez en cierta pendencia entre dos vecinos. Al
Escribano de Cabildo, Juan de Guevara, le rompió la información que hacía acerca de
un pleito. En la cárcel pública, que constaba de sólo dos aposentos, húmedos como
mazmorras, sujetó juntos a negros, indios y gente común con personas honradas,
caballeros e hijos de conquistadores.

Su Juez de Residencia lo definió como hombre de mucha cólera y poco decoro. De su


Juicio de Residencia salió multado en 4,000 pesos.

Gobierno de Antonio González (1570-1573?)

En 1570, en las vísperas de la festividad de los Reyes Magos, llegó el nuevo Presidente
a la ciudad de Santiago, Antonio González. De inmediato escribió al Rey para
informarle que había hallado la Gobernación `muy sosegada y proveída de todos los
frutos de la tierra aunque muy cara y falta de las cosas de Castilla'. Si bien la mayoría de
las opiniones fueron favorables a su gestión, hay un memorial firmado por Diego de
Guzmán donde se encuentran juicios poco favorables a su gobierno.
En estas fechas se efectuó el regreso definitivo de la Audiencia a Santiago de
Guatemala, una medida que produjo gran regocijo entre los vecinos, según lo aseveran
alcaldes y regidores en una carta enviada a Su Majestad.

El empobrecimiento de los vecinos seguía al parecer en aumento pues se sucedían las


peticiones de ayuda de costa a título personal y por parte del Cabildo, con lo que se
generaban numerosas probanzas de mérito. El Fiscal de la Audiencia, Doctor Arteaga,
pidió al monarca no atender las peticiones de la ciudad de Santiago, con el siguiente
razonamiento:

A la quietud de la tierra no conviene que se den, porque


la gente se va multiplicando y si todos han de estar
atados a los gajes de V.

M. y a las ayudas de costas no es posible satisfacer ni


cumplir con la renta que tiene en todo el distrito de la
audiencia a los de esta ciudad solamente; y al decir que
V.

M. les ha de dar de comer, hombres y mujeres se descuidan


de ganar de comer conforme a la calidad de la persona de
cada uno.

En 1572 se inició el pleito de la ciudad y el Cabildo contra la Orden dominica por los
beneficios de pesca, pastos y abrevaderos en la Laguna de Amatitlán, cercana a la
ciudad. Es muy rica e interesante la documentación de dicho pleito porque contiene
cuestiones tan ilustrativas de aquella sociedad como la necesidad del pescado en la dieta
de una población muy sacralizada, donde la observancia de las vigilias se llevaba con
gran rigor. El Doctor González, por una real provisión de 1571, confirió los
aprovechamientos de la laguna a los religiosos de Santo Domingo, y basó la concesión
en la labor de repoblación piscícola que habían hecho los dominicos. La sentencia
definitiva de 1573 revoca esta provisión, y aún en 1575 insistían los frailes en que se
modificara la resolución, pero no lo consiguieron. En los documentos citados también
aparecen datos sobre estancias de ganado y de pan, que habrían de alcanzar su
verdadero desarrollo en el siglo XVII.

En este período seguía vivo el problema sobre los beneficios curados. El Cabildo se
pronunciaba reiteradamente en favor de los hijos de los vecinos de la ciudad y razonaba
así: `...que hay muchos muy hábiles y muy buenos lenguas que estudian con diligencia,
con confianza que V.

M. los ha de preferir a los advenedizos'.

En una ocasión el Cabildo informó al Rey de la buena conducta recogida en el Juicio de


Residencia del Doctor González. Para reafirmar la opinión, se informó a Su Majestad
que el juicio concordaba con las informaciones que el Cabildo había venido dando de
dicho presidente.

Presidencia de Pedro de Villalobos (1573-1578)


El 26 de mayo de 1573 llegó a Guatemala el nuevo Presidente Pedro de Villalobos, y
muy pronto el Cabildo tomó una posición favorable en que lo define como `...hombre de
gran seso y prudencia, amigo de cumplir los pleitos de V.

M. a la letra'. El Cabildo se congratuló de la llegada de este funcionario, sobre todo


cuando en el primer asunto que conoció el Ayuntamiento, el Presidente tomó el mismo
partido que los capitulares. La provisión de Antonio González, por la cual se habían
concedido antes los beneficios de la Laguna de Amatitlán a los dominicos, y los
problemas derivados de tales derechos, ocuparon muchas de las sesiones de los
capitulares de esos años, hasta el punto de convocarse un Cabildo abierto con la
participación de los ciudadanos más notables: Francisco de la Cueva, Alvaro de Paz,
Lorenzo de Godoy, Pedro Girón, Sancho de Barahona, Pérez de Lugo, y el Presidente
de la Audiencia, Pedro Villalobos. Se dio la razón al Cabildo y se nombraron dos
procuradores, Alonso Hidalgo y Diego de Guzmán, para que representaran a los vecinos
en el pleito seguido en la Audiencia contra los dominicos.

Durante el mandato de Pedro Villalobos se intentó resolver la situación de los


encomenderos e hijos de conquistadores y pobladores `beneméritos', que parecían vivir
precariamente. El Cabildo trató en repetidas cartas que las ayudas de costa y
corregimientos se dieran a aquellas personas que no pudieran sustentarse en la tierra, y
que los oficios se proveyeran en Indias y no en España, donde no podían conocer a
fondo la situación real del territorio.

El Cabildo intentó demostrar que se había dado buen trato a la población indígena, pero
aun así se observa que en la tasación de las milpas y barrios de la ciudad había
disminuido en 292 el número de tributarios, en sólo seis años. La obligatoriedad del
trabajo no era la única causa de tal disminución, pues también la tributación al Rey, a
particulares y a diversas instituciones suponía una pesada carga. Como la solución más
inmediata a dichos problemas, los indios recurrían a la huida y al abandono de sus
hogares, en busca de nuevos sitios donde vivir sin tantos gravámenes. Alonso de
Herrera presentó al Rey unos requerimientos en representación de la ciudad `...por ser
conveniente a Vuestro Real Servicio, conservación y aumento de aquella tierra'. En este
memorial se pueden determinar algunas de las necesidades de la ciudad en aquellos
años. En 1576 se emitió una real cédula para cobrar un 2% de alcabala en toda
operación de compraventa. Los vecinos por capitulación estaban exentos de la alcabala
y el almojarifazgo (infra `Organización Monetaria y Hacendaria'). Los productos que
llegaban de España estaban gravados con un 2.5% y los que salían, con un 5%. En 1566
se dobló el almojarifazgo. Desde 1533 se consiguió que el quinto real (20%) sobre el
oro y la plata se rebajara al 10%, debido a la pobreza de las minas. En 1578 se consiguió
una prórroga de esta medida por 10 años más. Aunque la alcabala del 2.5% se venía
cobrando desde 1576, no fue sino hasta 1591 que se reglamentó el cobro de la misma, lo
que provocó fuertes protestas de encomenderos, comerciantes y artesanos. El protocolo
para el cobro de dicho impuesto se elaboró hasta 1604. En el censo correspondiente
resultaron 890 cabezas de familia.

El Cabildo suplicó de nuevo alguna merced para paliar la pobreza de los habitantes. El
almojarifazgo, las alcabalas y las bulas quitaban a los habitantes de la ciudad `...la poca
sustancia que en la tierra había y así han cesado muchas contrataciones con que se
sustentaban y han quedado muy deslustrados y con tanta pobreza por no tener posible
de propios'.
Las cartas del Cabildo mostraban un panorama de desaliento entre los vecinos y
principales. Los razonamientos en que basaban las peticiones eran la pobreza de la tierra
y la defensa de los criollos, así como un sentimiento de clase basado en la conciencia de
hidalguía. El argumento de permanecer en la tierra era la base para conseguir mejoras
en el vivir cotidiano. En las mismas cartas hay una referencia al buen gobierno del
Presidente Villalobos, de quien se decía que había servido al Rey con gran rectitud,
cristiandad, y a satisfacción de todos.

Sucesos durante el gobierno del Licenciado García de Valverde (1578-1589)

En las líneas anteriores se ha hecho alusión a los deseos de los vecinos por afianzar y
mejorar su posición económica. A la llegada del Licenciado García de Valverde,
empero, se habría de vivir una nueva experiencia hasta entonces no registrada en otro
territorio de la Audiencia: los ataques del corsario Francis Drake a las costas del Reino.

Desde junio de 1586 se celebraron varios Cabildos abiertos en los cuales se ordenaba a
encomenderos y principales ponerse a disposición de la Audiencia para prestar socorro
al puerto de Acajutla y a la Villa de La Trinidad. El Cabildo también solicitó que las
rentas del Golfo Dulce se aplicaran a pertrechos, así como a toda clase de armas y
salitre para la fabricación de pólvora. En mayo de 1587 se informó que después de
recibir la noticia sobre la caída de Santo Domingo en poder de Drake, se dispuso tomar
mejores medidas de precaución. Se solicitó asimismo que se estableciera en Santiago
una sala de armas similar a la de México.

En otro orden de cosas, se puede observar en la documentación del Cabildo una


insistencia en todo lo referente al prestigio personal de los vecinos, la calidad de sus
personas y formas de vida, y la importancia concedida a la apariencia, a lo externo. En
la apreciación global del individuo había también gran preocupación por la formación
intelectual del mismo. En tal sentido, la ciudad empezó a manifestar su interés por el
establecimiento de una universidad literaria. El Rey había concedido en mayo de 1582
que se ordenaran fondos para un preceptor de Gramática. El Procurador Síndico Diego
Ramírez promovió una probanza para demostrar la necesidad que padecían los hijos de
conquistadores y pobladores en materia de enseñanza. Para reforzar la petición se
unieron los cinco obispados del distrito: Honduras, Nicaragua, Verapaz, Chiapas y
Guatemala. La universidad más cercana era la de México y resultaba muy caro
desplazar a los colegiales hasta allí. La argumentación se presentaba de este modo:

...sería de mucha utilidad y provecho y bien universal


para la policía eclesiástica y seglar de estas provincias
y habría en ellas hombres doctos como clérigos para la
administración de la doctrina cristiana sin que fuera
necesario venir de España.

En la afirmación anterior se pone de manifiesto el problema de la defensa del clero


criollo. La Audiencia aseguraba que los alumnos que se recibieran en Guatemala
aventajarían a los venidos de España porque `...demás de las letras que tendrían, tienen
las lenguas maternas que son de tanta importancia'. El documento resulta asimismo muy
interesante en la parte que trata de un nuevo cultivo que debía traer grandes provechos a
la tierra: el añil. El comercio de la tinta podría sustituir al del cacao, en decadencia ya,
después del aumento del almojarifazgo y la alcabala.
El período del gobierno del Licenciado Valverde se podría extractar de un documento
que expidió el Cabildo el 10 de febrero de 1590. En éste se demandó a los herederos del
Presidente por excesos y repetidos abusos de poder. El Cabildo, como defensor de los
intereses de los vecinos, `mirando por el bien público y vitalidad de esta ciudad y
provincias de ella, dejándola libremente gozar y usar de sus buenos usos y costumbres y
privilegios concedidos por Su Majestad', acusaba al presidente y sus oficiales de
cometer desórdenes, excesos y delitos. Se decía que el presidente había procurado por
todos los medios desunir a los alcaldes y regidores y demás miembros del Cabildo. Se
agregaba que por la participación en los Cabildos, el funcionario conocía los secretos y
los divulgaba, con lo cual causaba gran daño a la ciudad. Se le acusaba asimismo de
mediatizar las elecciones y de impedir a las personas de `suerte y valor', que se habían
ofrecido a negociar en nombre de la ciudad, que fueran a México y a Castilla. Se
afirmaba de igual manera que en la tributación indígena se habían contravenido las
cédulas de Su Majestad, con perjuicio de los encomenderos y de la Real Hacienda. A
los indios los había soliviantado, diciéndoles que cuando no pudieran pagar el tributo,
argumentaran esterilidad de la tierra, lo cual había sido motivo para que los indios, de su
natural flojos y perezosos, abandonaran sus cultivos, y ello era la causa para que
existieran siempre tributos rezagados. Se afirmaba, finalmente, que en los
repartimientos de tierras y solares no se había preferido a los regidores y miembros del
Cabildo y a la gente principal que tenía necesidad de tales concesiones. Los
nombramientos para los corregimientos y otros puestos los había hecho contra las Leyes
Nuevas, en las cuales se daba preferencia a conquistadores y antiguos pobladores. Y así
continúa la lista de cargos, hasta sumar 34 en total.

La Audiencia, en la persona del Visitador Mallén de Rueda, futuro Presidente, contestó


que los cargos eran personales y, por lo tanto, con la muerte del Licenciado Valverde
`se extinguió el delito', y no había lugar a admitirlos. La demanda fue trasladada al
Consejo de Indias, pero no se conoce la solución que se dio en la Corte a las protestas
del Ayuntamiento.

Gobiernos de Pedro Mallén de Rueda (1589-1592) y Francisco de Sandé (1593-1596)

Al conocerse la llegada del nuevo Presidente Mallén de Rueda, el Cabildo comisionó al


Tesorero Alonso de Vides para recibirlo. Este se negó, con la excusa de que por su
oficio de Tesorero tenía que dejar abandonada la Real Hacienda. En el Cabildo de la
semana siguiente se nombró a Luis de Gámez, persona de calidad y alcalde ordinario,
para que acudiera a recibirlo.

Fuentes y Guzmán describe a Mallén de Rueda como `acre y de adversario afecto para
esta ciudad de Guatemala..., de nombre y concepto aborrecible y temerosa y disonante
fama a todas las ciudades del reino'.

En marzo de 1589 la ciudad estaba preparando la festividad del Corpus Christi,


celebración de gran brillantez según los libros del Cabildo. En las actas capitulares se
insistía en el orden y lugares para cada estamento de la ciudad, según su prestigio.
Asimismo se citan las celebraciones de San Sebastián, La Candelaria, Santiago y Santa
Cecilia. Para estas dos últimas celebraciones se aprobaban presupuestos extraordinarios
para pólvora, cera, juegos de caña, etcétera. Para el día de Candelaria, en que se
bendecían las candelas que necesitaba la iglesia para todo el año litúrgico, el
presupuesto para cera era mayor. Para todas estas fiestas, en las cuales había además
procesiones, se destinaba una importante cantidad para el pago de `indios trompeteros',
que tenían la función de anunciar los cortejos.

Por primera vez en el juego político de la ciudad se rompió el equilibrio de fuerzas que
había existido, con los presidentes y oidores en un lado y el Cabildo, y los vecinos en el
otro. En la misma Audiencia los oficiales reales estaban `...conjurados, en estrecha e
íntima amistad contra el presidente, negándole la comunicación, el respeto y
acompañamiento debido y quitándole las cosas de su gobierno y justicia'.

Ante la excepcional situación de falta de justicia y autoridad, el Cabildo se manifestó en


nombre de la provincia, ciudad y vecinos. La representatividad del poder real que
ostentaban los oficiales de la Audiencia, y el vínculo de servicio que se debía a la real
persona, quedaban reducidos a la probada lealtad del Cabildo, por encima de las
arbitrariedades de los representantes reales. La solución debía estar en una relación
directa entre el Cabildo y el Rey: `El trabajoso y miserable estado en que está esta
ciudad y provincia, se pudiera significar a V.

M. pareciendo uno de nosotros ante vuestra real persona donde sin temores ni respetos
humanos se pudieran decir verdades'.

La Residencia tomada al Licenciado Mallén de Rueda resultó penosa y falta de justicia.


Los oidores no fueron castigados, y el Juicio de Residencia quedó así en un puro trámite
burocrático, que no dejó satisfechos a quienes habían sido molestados por los
residenciados.

El Doctor Francisco de Sandé sólo desempeñó un año el cargo de Presidente, ya que


después de poco tiempo fue trasladado a la presidencia de Nueva Granada.

En cuanto a las relaciones con la Iglesia, los vecinos trataron de influir en la Corte,
sobre todo en la elección de obispos. Por entonces había muerto ya Fray Juan Gómez de
Córdova, y se solicitó al Rey que, para aliviar la `pena de los vecinos', se nombrara a
quien a la sazón era Obispo de la Verapaz. La frase `pena de los vecinos' seguramente
tenía que ver con las tensiones y malestar social derivados de la ejecutoria del dicho
obispo. Cabildo y vecinos, Iglesia y Audiencia se venían enfrentando de manera
solapada, lo cual hacía difícil la convivencia diaria. Fray Gómez pertenecía a la Orden
jerónima, llevaba una vida de pobreza, espíritu evangélico y demostraba gran interés por
la población indígena, y aquí precisamente radicaban los abundantes conflictos con la
población española.

Entre las cuestiones que más enfrentaron al obispo con los ciudadanos pueden citarse
las siguientes:

- La conservación de las doctrinas de indios por


religiosos o su cesión a los sacerdotes criollos.

- La defensa de los indios, que le llevó a enfrentarse con


el Cabildo de la ciudad en temas tales como los abusos de
los justicias que ejercían funciones de control sobre los
naturales, a quienes condenaban con insistencia a
cualquier clase de servicio personal.
- Imposición de austeridad en las ceremonias religiosas en
contra del boato y el prestigio de las autoridades civiles
que se disputaban sitios preeminentes en el templo.

- Prohibición para que los curas comerciaran con las


dádivas y limosnas que los indios entregaban en especie.

Por último, y como un ejemplo más de los conflictos canalizados por caminos
indirectos, cabe citar el escándalo producido cuando el obispo nombró confesores
especiales para ministros de justicias, tasadores, encomenderos, tratantes y contratantes,
con negación de la absolución a los que no cesaran en sus acciones negativas y no
restituyeran los daños causados. Los españoles protestaron, pero sus argumentos no
estaban enderezados tanto a refutar las acusaciones de abusos, lo que sería una reacción
directa y frontal, cuanto a negarse a recurrir a la Audiencia y afirmar que las
confesiones sacramentales eran una humillación ante la población indígena. Todos estos
problemas están expresados en más de 30 cartas que se encuentran en el Archivo
General de Indias.

De haberse oído la petición para nombrar al Obispo de la Verapaz, talvez no hubiesen


sufrido los vecinos las grandes alteraciones ocasionadas con la designación de Fray
Juan Ramírez (1601-1609). Éste pertenecía a la Orden dominica y presidió la Iglesia de
Guatemala en el paso de un siglo al otro. Su actuación estuvo en línea con la de su
predecesor y lógicamente sus relaciones con los españoles fueron también conflictivas.

A punto de terminar el siglo los vecinos de Santiago de Guatemala seguían con las
mismas aspiraciones y con los mismos argumentos para comparecer ante Su Majestad.
El Procurador Juan Hurtado de Mendoza hizo esta descripción:

Tuvo su fundamento de la gente más principal que vino en


la conquista de estos estados de las Indias y a los
conquistadores a quien el trabajo y riesgo de sus personas
que a los de Nueva España. El marqués del valle y el
adelantado don Pedro de Alvarado eligieron la gente más
principal y más valiente que de nuevo comenzaron a
conquistar y poblar estas provincias, las cuales después
de su pacificación, a fama del mucho oro que había en
ellas, respecto de ser los indios esclavos que se quedaron
en esta ciudad y provincia, los dichos conquistadores y
pobladores.

Gobierno de Alonso Criado de Castilla (1598-1611)

El Doctor Alonso Criado de Castilla llegó a Guatemala en las postrimerías del siglo
XVI. El mandato de este Presidente supuso un cambio importante en la situación
general del territorio de la Audiencia. En los anteriores mandatos de gobernadores y
presidentes constituyeron un factor constante las reivindicaciones de conquistadores y
pobladores y la concepción patrimonial del Estado fruto de la Conquista. En cierta
forma, este grupo inicial de vecinos tenía independencia frente al Estado, sobre todo
cuando la política de éste no armonizaba con sus intereses. Hasta entonces los
mercaderes y comerciantes no formaban parte del grupo dominante. Si bien eran
imprescindibles para el desarrollo de los nuevos reinos fundados, no poseían los
requisitos para formar parte de la élite dirigente. Por otra parte, las organizaciones
gremiales no adquirieron una fuerza socioeconómica como en Europa. Con la norma
que habría de imponerse en el siglo XVII (la venta de oficios), un nuevo elemento, el
dinero, habría de ser la base para adquirir prestigio en el grupo, mediante la compra de
los oficios concejiles.

En el gobierno de todo el siglo XVI, sólo Cerrato representa una fuerte personalidad
histórica. Sus reformas y la aplicación de las Leyes Nuevas hicieron cambiar el curso de
los acontecimientos. En este sentido, Criado de Castilla tuvo también un verdadero
programa político para la Gobernación. En tres cartas que escribió a Su Majestad
presentaba las reformas necesarias para sacar al territorio del estado de postración en
que se hallaba.

Cerrato describía la tierra como pacífica y `desusada de disciplina militar' y pensaba en


la necesidad de que los vecinos, que tantas veces habían dicho tener casa poblada, con
armas y caballos para servir a Su Majestad, hicieran realidad sus afirmaciones. Con
tales propósitos visitó a todos los vecinos.

Se hablaba de tierra pacífica, y se reconocía que el occidente de Guatemala, la


Bocacosta, Valle y los Izalcos eran las zonas de encomiendas más productivas. A partir
de entonces se comenzó a pensar en la expansión hacia el noroeste, a los territorios de
Lacandón, Manché y la Verapaz, zonas donde los religiosos habían penetrado pero sin
consolidar sus asentamientos.

El comercio tomó gran auge y el desarrollo del tráfico marítimo se vio incrementado,
tanto en el Océano Atlántico como en el Pacífico. Los caminos desde el mar hasta
Guatemala se intentaron mejorar y se impulsaron los astilleros en la zona de Iztapa. El
Doctor Criado de Castilla insistía en que era en el comercio y no en las minas (`que es
cosa accidental y finita') donde estaba la salvación de la tierra. Los productos de la tierra
que él calificaba como importantes para la Hacienda Real eran la tinta y el cacao. Se
empezó a hablar de la exportación de cueros procedentes de las grandes estancias
establecidas en la Bocacosta y se inició también la exportación de zarzaparrilla.

Resulta elocuente que el protocolo para el cobro de las alcabalas no se elaboró sino
hasta 1604, seis años después de la llegada del Presidente.

Por medio del análisis del libro `Becerro', donde se recoge el protocolo elaborado por el
Cabildo para el cobro de las alcabalas, se pueden deducir importantes cambios en la
población de la ciudad. Sólo un pequeño grupo de encomenderos ricos había sabido
generar riqueza de los beneficios obtenidos, gracias a la diversificación de las
inversiones en haciendas y obrajes. Desaparecida la generación que llevó a cabo la
conquista y pacificación, disminuidas y divididas las encomiendas y transformado el
acceso al Cabildo por la venta de los oficios, los vecinos tuvieron que buscar nuevas
formas de sobrevivir.

En las listas correspondientes se especificaba el número de encomenderos, mercaderes,


tratantes, pulperos, dueños de obrajes y de trapiches, cereros, confiteros, viudas que
tratan, molineros, caleros y tejeros, vecinos sin calificar, labradores y criadores de
ganado.
Alonso Criado de Castilla fue un Presidente preocupado por el desarrollo de su
gobernación, aunque no gozó nunca de la aceptación ni del reconocimiento de los
vecinos.

A la vuelta del siglo la vida en la ciudad era difícil, y se hacía más grave por las
diferencias entre la realidad económica de los estratos altos y el prestigio que se veían
obligados a mantener a toda costa. Algunas familias importantes, para entonces casi
empobrecidas, tenían que abandonar la ciudad y se radicaban en el campo, en pequeñas
explotaciones agrícolas, de caña de azúcar y trigo principalmente, lejos de los ojos de
sus vecinos y ayudados por los repartimientos de indios de los que aún se seguían
beneficiando. Al descender el nivel de vida, los individuos afianzaban su prestigio
social por medio de otros mecanismos tales como la cortesía, el lujo en el vestir y la
ostentación en general. También, como un instrumento de defensa, se agrupaban en
bandos o camarillas, con consecuencias más virulentas que en el siglo XVI.

El poder institucionalizado, a causa de la venta de los oficios, producía abusos y


extorsiones que se convertían en una práctica común en el Reino. Los vecinos de
Santiago pretendían propiciar relaciones sociales e interpersonales no solamente con los
nacidos en la tierra sino también con los funcionarios reales y las camarillas que éstos
traían consigo. Una de las aspiraciones de los vecinos fue la práctica, por otro lado
prohibida, de casar a los oficiales reales o a los allegados de éstos, con criollas. En este
sentido es digna de destacar la persecución que sufrió el recién llegado Oidor Diego
Arredondo, a quien intentaron casar con la hija de Sancho de Barahona. Ante su
negativa, se trató de casar a su hermano con la mencionada hija de Barahona, pero al
final fue el mismo Oidor quien terminó casándose con ella. El Cabildo de la ciudad
envió a Su Majestad un expediente sobre los inconvenientes que siguieron a la boda de
Jerónima de Peña, hija de Sancho de Barahona, por los muchos parientes que tenía en la
tierra, a los cuales había que dar de comer. El Cabildo pidió que el mencionado Oidor
fuera destituido.

Durante el mandato de Criado de Castilla sobresalen como un hecho importante las


peticiones para la fundación del Colegio de la Asunción, un centro de estudio para los
hijos de los vecinos importantes de la ciudad. Se sabe que a finales del siglo XVI el
interés por la educación de los criollos fue uno de los temas prioritarios del Cabildo.

La ciudad sufría algunos alborotos en la primera década del nuevo siglo, precisamente
por las intromisiones del Presidente en asuntos que competían exclusivamente al
Cabildo, como la mediatización de las elecciones municipales o asuntos del
Corregimiento del Valle.

En enero de 1603, la Audiencia remitió al Rey un expediente en que se recogen todas


las molestias causadas por el Obispo Juan Ramírez a los habitantes de Santiago y
miembros de la Audiencia. En los memoriales enviados al Rey por el Obispo, según se
decía, se atentaba contra la fama y el prestigio de los vecinos y se crearon así momentos
de tensión, causados principalmente por el respaldo que se daba a la población indígena.

Los vecinos siguieron reclamando encomiendas, que éstas se prolongaran por dos vidas,
que no se dieran a personas que no fueran de la tierra, que sólo los beneméritos tuvieran
derecho a ellas, etcétera. En una instrucción enviada por el Ayuntamiento a su
Procurador Carlos Vázquez de Coronado, la cual debía ser entregada a Su Majestad, se
pueden ver todas las aspiraciones y necesidades de los vecinos.

En síntesis, los temas tratados en tan largo y significativo documento son los siguientes:
que las encomiendas, ya prorrogadas por dos vidas, se prolongaran por dos más; que las
mismas no se dividieran sino se dieran enteras según el orden antiguo; que la tasa y
cuenta de los indios las debían hacer los oidores y no por comisión delegada a otras
personas; que la sisa sobre el puerto de Santo Tomás de Castilla fuera por 20 años; que
se habilitara otro puerto para la seguridad de los vecinos, y que los navíos fueran
acompañados a su arribo por un galeón de la armada; que las ayudas de costa fueran
para los beneméritos pobres exclusivamente; que se dieran repartimientos de indios para
sementeras y reparaciones de las casas y que los trabajos en las minas quedaran sólo
para los esclavos; que los indios pudieran ser empleados en el trabajo del añil; que se
confirmara a la ciudad, por propios, la correduría y la pregonería; que cada botija de
vino tuviera una sisa de dos reales para terminar el puente en el Río Los Esclavos; que
se emitiera una cédula para que los gastos del procurador entraran en los gastos
generales. Se pedía asimismo el diezmo de la plata y el oro; que los actos públicos
fueran presididos por los alcaldes ordinarios y no por el alguacil mayor; que los
regidores condenados al destierro fueran perdonados por su mucha edad; que se
prorrogara el encabezamiento de las alcabalas a causa de la pobreza y ruina ocasionada
por el terremoto de 1607; que se dieran al Ayuntamiento todas las cédulas libradas por
el gobierno y administración de justicia; que se repartieran 2,000 negros para las minas,
el laboreo de la tinta y el azúcar; que la doctrina estuviera al cuidado de buenas
`lenguas' y no se diera en Castilla, ya que los beneficios de curatos debían ser para los
hijos y nietos de conquistadores; que los nacidos en la tierra fueran admitidos a las
prelacías y dignidades de franciscanos y dominicos; que el obispado pasara a ser
arzobispado, volviendo Soconusco a la jurisdicción eclesiástica de Guatemala; que el
Colegio de Santo Domingo pudiera conceder grados como en Castilla; que se
prorrogara el salario de 200 pesos del preceptor de Gramática; que se diera merced real
para la casa del Cabildo, la iglesia, fuentes y puentes. Esta pormenorizada relación de
peticiones, referidas a las más diversas cuestiones, es una excelente manifestación de las
necesidades, carencias y aspiraciones de los habitantes de Santiago de Guatemala a
principios del siglo XVII.

Otro aspecto importante del gobierno de Criado de Castilla fue el de continuar la


expansión en los territorios de Toquegua, Mosquitia, Tologalpa. De las expediciones
correspondientes sólo tuvo éxito la destinada a la pacificación de los toquegua, realizada
por Esteban de Alvarado. A este Capitán se le encomendó también la organización del
puerto de Amatique. El Licenciado Criado de Castilla murió mientras discurría su Juicio
de Residencia.

Gobierno de Antonio Peraza de Ayala y Rojas, Conde de La Gomera (1611-1626)

Antonio Peraza de Ayala fue el primer Presidente de capa y espada. Desde el


establecimiento de la Colonia todos los gobernantes de Guatemala habían sido togados
o letrados. El Ayuntamiento solicitó un presidente de capa y espada:

...porque cada día había rebates de enemigos y estando


algunos de los puertos muy distantes de la capital no
podía el presidente acudir personalmente a su defensa con
la prontitud debida. Siendo militar sabría dictar las
prevenciones convenientes para el resguardo de las costas.

El Presidente Peraza de Ayala promovió mejoras en la ciudad de Santiago, engrandeció


la plazuela de La Candelaria y la dotó de servicio de agua, por lo cual fue conocida
desde entonces como Plaza del Conde.

Las alteraciones sufridas por la ciudad se vieron reflejadas en las quejas de su Cabildo.
En 1613 se continuaba reclamando las libertades cívicas, las elecciones libres del
Ayuntamiento y el socorro de sus vecinos. Las actuaciones de Francisco de Mesa,
Alguacil mayor de la Audiencia y Regidor, llenaron muchos folios de los procuradores
síndicos. Vázquez de Coronado escribió al Rey quejándose no sólo del Alguacil mayor
sino también de toda su familia, de la que los vecinos recibían muchos agravios. Esta
interesante documentación (1613-1615) está recogida en el Archivo General de Indias,
Audiencia de Guatemala, 42.

En una carta del Cabildo de 1617 se narran los estragos producidos por una plaga de
langosta, los ataques de los piratas, y sobre todo la falta de mano de obra para las
labores del campo. Resulta curiosa una solicitud remitida a Su Majestad en la que se
pedía la confirmación del voto que la ciudad tenía a la Limpia Concepción. Igualmente
se solicitaba escribir al Presidente para que autorizara las procesiones con carácter de
rogativa en la ciudad. En esta petición se incluía el voto que la ciudad había hecho a la
Limpia Concepción de Nuestra Señora, en 1616, y se pedía escribir a la Audiencia para
obtener autorización para dichas procesiones y rogativas.

En 1623 el Ayuntamiento informó al Rey que la peste había terminado y que la


población tributaria no había descendido porque la mayoría de las víctimas había sido
de niños. En la misma carta se informó del envío de un donativo a Su Majestad por
12,000 reales. Esta contribución de las arcas de Guatemala había sido pedida por el Rey.
Dos años más tarde se hizo una nueva petición de dinero a la que el Ayuntamiento
respondió negativamente, por la pobreza en que se encontraban los vecinos.

Los moradores mantuvieron sus aspiraciones y reivindicaciones de ser alimentados por


la Corona según los méritos de sus antecesores. Por un auto que se pregonó en la plaza
pública de Santiago en 1625, se solicitaba que todos los encomenderos exhibieran ante
el escribano los títulos de sus encomiendas. En la relación aparecen entre otros: Luis
Alfonso de Mazariegos, Pedro Núñez de Barahona, Juan de Medina, Diego de Paz y
Quiñones, y Juan Becerra del Castillo, nombres todos de los primitivos linajes de
Santiago. Años más tarde, el Ayuntamiento otorgó un poder a su agente de negocios
ante el Consejo de Indias, para oponerse a la aprobación de varias encomiendas
asignadas por el presidente de la Audiencia de Guatemala en favor de personas que no
eran descendientes de conquistadores o primeros pobladores.

Los gobiernos posteriores

En los años comprendidos de 1626 a 1642 la presidencia estuvo ocupada por el Doctor
Diego de Acuña, Caballero de la Orden de Alcántara (1626-1633), y Alvaro de
Quiñones y Osorio, de la de Santiago (1634-1642). Coetáneos de estos dos presidentes
fueron los obispos Juan Cabeza Altamirano, dominico, y Juan Zapata de Sandoval, de la
Orden de San Agustín y mexicano de nacimiento. Durante el obispado de este último se
comenzaron a dar grados en el Colegio de Santo Tomás de Guatemala y se inauguró el
Colegio de la Compañía de Jesús. El Obispo murió en 1630. En 1632 ocupó la sede
vacante el señor Agustín Ugarte y Saravia. Durante el mandato de Diego de Acuña se
originó un levantamiento de negros cimarrones de la Costa, que se encontraban
concentrados en el estero de Tiulat. En 1628, Juan Ruiz de Avilés fue nombrado
caudillo y capitán contra los cimarrones de la Costa, e inmediatamente después
promovió una probanza de méritos y servicios para que Su Majestad lo socorriera, en
atención a la calidad de su persona y la de sus ascendientes. En las reivindicaciones
planteadas por el Ayuntamiento para los descendientes de conquistadores y pobladores
se observa un sentido de solidaridad y de ayuda mutua, quizás en la idea de que lo que
beneficia a otro mejora al conjunto.

En marzo de 1642 llegó el nuevo Presidente Diego de Avendaño, sucesor de Quiñones


Osorio. José Milla relata que antes de tomar posesión de su cargo aquel funcionario
permaneció varios días en Ciudad Vieja y allí se le ofrecieron toros, cañas, alcancías,
`volcán' y otros regocijos. Igualmente se hicieron al presidente saliente otros agasajos.
Para estos gastos se acordaron 4,000 tostones.

A los pocos meses de tomar posesión el Presidente Avendaño, los piratas holandeses
atacaron el puerto de Trujillo, con el consiguiente saqueo del lugar. Oportunamente
llegó a Santiago la noticia de que el enemigo había tomado el puerto de Iztapa y de que
parecía marchar sobre la ciudad. Los vecinos fueron convocados para organizar un
ejército, pero todo resultó una falsa alarma, ya que los piratas se habían dado a la fuga.
Los gastos militares no sólo afectaron a la población española sino también a los
indígenas.

El Presidente Avendaño no dejó de entrometerse en las funciones del Ayuntamiento de


Santiago, y llegó incluso a nombrar un alcalde ordinario, para lo cual adujo que las
elecciones anuales eran exclusiva competencia del Cabildo, pero los nombramientos
fuera de esas fechas debían hacerse por delegación del Presidente. En 1664 los vecinos
escribieron al Rey para referir todos los abusos cometidos por el Presidente y por el
oficial Pedro de Ayllón, relator de la Audiencia, y para dejar constancia de las malas
artes que el primero había ejercido a fin de apoderarse de estancias de ganado, obrajes e
incluso del control y abuso de las carnicerías de la ciudad. Igualmente se le acusó de
usar para sí el servicio personal de los indios.

Las tabernas de la ciudad presentaron algunos problemas, ya que su reglamentación era


muy rígida. En 1645, Andrés Ponce de León, Procurador de la ciudad, solicitó que Su
Majestad autorizara al Ayuntamiento para dar las licencias de las tabernas, como lo
tenía ya concedido por la cédula de 1641. Según Thomas Gage, las tabernas de Santiago
además del vino vendían los más variados productos como velas, pescado, sal, queso,
tocino, y alude el mismo autor a la perdición que producían dichos establecimientos en
la población indígena.

El Capitán Francisco Justiniano Chavarri, Procurador, solicitó de Su Majestad varias


mercedes para los vecinos y la ciudad: preferencia de los criollos para los curatos,
doctrinas y beneficiados; sobre los remates de las carnicerías, los cuales deberían ser
reservados para propios de la ciudad; que los oidores no se entrometieran en las
elecciones municipales; que Su Majestad despachara real cédula para que los regidores
pudieran ejercer en corregimientos y otros oficios de la Audiencia. Esta última petición
es muy interesante, ya que la resolución del Consejo fue la siguiente: `Despácheles
cédula para que el ser regidor no les estorbe ser ocupado, no habiendo otra causa'. No se
sabe si la resolución trataba de compensar los cortos estipendios o contemplaba los
oficios en lo que se ha llamado política de `dejar hacer'. Todas las peticiones están en
diferentes cartas del Archivo General de Indias, Audiencia de Guatemala, 42.

En 1648 se pidió por primera vez que en la ciudad se estableciera o fundara un


Consulado de Comercio y que la competencia del mismo se extendiera a todo el distrito
de la Audiencia, para seguridad de los comerciantes.

Entre 1647 y 1650 se produjeron numerosas protestas de los procuradores síndicos


contra el Oidor Alonso de Moratalla. Son documentos muy ricos para conocer los
abusos cometidos por los funcionarios reales y los motivos de fricción con otros
estamentos de la sociedad. Para mayor abundamiento, Alonso de Moratalla estaba
postrado y tenía que acudir al desempeño de sus funciones y a los actos públicos en una
silla cargada por dos mulatos. Las acusaciones de nepotismo que le fueron formuladas
eran muy duras, y las prebendas dadas a familiares y allegados constituyeron el
escándalo de la ciudad.

El Presidente Diego de Avendaño murió en 1649 y fue sustituido interinamente por el


Oidor decano Antonio de Lara Mogrovejo, hasta 1654. Durante este período siguieron
proliferando las quejas de los vecinos y autoridades del Ayuntamiento de Santiago por
la intervención de la Audiencia en las funciones municipales y se perpetuaron las
reivindicaciones sobre encomiendas y ayudas de costas para los vecinos y de propios
para la ciudad. El protocolo y las preeminencias de los representantes del poder real y
del Ayuntamiento fueron a lo largo del siglo otro motivo continuo de reclamaciones.

Las encomiendas y las rentas de éstas estaban como telón de fondo en una ciudad
entonces empeñada en hacer efectiva la colonización en áreas no incorporadas de hecho.
Se inició pues toda una política para la pacificación de choles, mopanes, itzaes y
lacandones. Se pensaba que ésta también podría ser una solución para remediar la
sangría que representaba para el distrito la asignación de encomiendas en personas sin
merecimientos para ello y que no habían pisado nunca el territorio. Milla dice que
funcionarios del Consejo de Indias y del de Castilla disfrutaban de ricas encomiendas
hasta el punto que, en mayo de 1669, se habían enviado a España más de 40,000 pesos
de renta procedentes de ellas.

Como hechos notables del gobierno interino del Oidor Lara cabe destacar la
fortificación del Castillo del Golfo y del puerto de Amatique.

Fernando de Altamirano y Velasco, Conde de Calimaya (1654-1659), encontró la


ciudad totalmente dividida entre los criollos nuevos y los de origen antiguo. Fuentes y
Guzmán, por ejemplo, relata las continuas tensiones entre los Padilla y los Carranza.
Parece que los incidentes más graves los provocó Diego de Padilla al apoderarse del
libro donde se recogían las deudas de juegos de las partidas celebradas en las casas
reales. El Presidente apresó a Padilla, que murió en presidio. Otros autores hablan de la
división en dos bandos capitaneados por los Mazariegos y los Carranza. El Presidente
parece ser que se alió con los Mazariegos. Por su mucha edad y enfermedades,
Altamirano ocupó por poco tiempo el cargo.
El nuevo Presidente, General Martín Carlos de Mencos, de la Orden de Santiago (1659-
1667), gobernó con gran acierto, prudencia y tino como hasta aquel tiempo no se había
visto. Llegó a Guatemala con toda su familia y séquito, y con él llegó también el Obispo
Payo de Rivera quien gozó del cariño de sus feligreses, y a él se debe la llegada de la
primera imprenta a Guatemala. Todos los estamentos de la ciudad colaboraron en esta
empresa, y así Santiago consiguió su imprenta y su primer impresor, José de Pineda
Ibarra.

En 1660 Fray Payo de Rivera inició una visita pastoral a su diócesis, y logró grandes
frutos. Cabe destacar la reforma de las costumbres y una mayor participación de los
fieles en la vida religiosa. En 1663 emprendió una segunda visita por todo su distrito, en
la cual además de conocer a toda su feligresía consagró las campanas de muchas iglesias
visitadas.

Un hecho muy importante del obispado de Fray Payo fue el contacto que tuvo con un
`humilde hermano terciario franciscano, de hábito descubierto llamado Pedro de
Betancur'. Este hermano había solicitado anteriormente al Presidente Mencos que
pidiera a Su Majestad autorización para fundar el Hospitalito de Convalecientes. La
impresión causada en Fray Payo por este carismático siervo de Dios fue tan buena que
inmediatamente le prestó el apoyo solicitado. En una carta del Obispo al Rey le informó
de la semejanza que él había podido observar entre San Juan de Dios y el Hermano
Pedro. Toda la vida del Hermano Pedro fue un ejemplo de sacrificio y abnegación,
recompensada con el cariño y las limosnas de los vecinos de la ciudad.

Durante el gobierno del nuevo presidente, la ciudad volvió a insistir en la necesidad de


la universidad. Los jesuitas no avalaron la petición por considerar que el Colegio
dominico de Santo Tomás tenía tal prerrogativa. En 1661 se recibió en el Consejo de
Indias una petición del presidente sobre repartimientos. El Fiscal Pedro de Frasso se
manifestó en contra y adujo los abusos y agravios que padecían los indios y el escaso
salario que se les daba a cambio. Por primera vez se observa que para justificar el
repartimiento se argumenta sobre la conveniencia de que los indios vivieran cerca de los
españoles para alcanzar un `nivel político'. El término `político' o `policía', equivale al
concepto, válido para el siglo XVI, de buen orden y gobierno, cortesía y urbanidad en el
trato y costumbres, limpieza y aseo. En el documento se dice que los indios
abandonarían así las idolatrías y supersticiones, y tendrían un oficio con un salario
digno. Se menciona también la necesidad de que los indios aprendieran a leer para ser
útiles a la república. No se sabe si en los oficios se les dio la cualificación mediante una
carta de maestría y si alcanzaron cierto grado de alfabetización. Sin entrar en
profundidades, se puede afirmar que la política educativa para los indígenas dejó mucho
que desear y los niveles alcanzados fueron mínimos. En 1653 el Ayuntamiento planteó
de nuevo el tema de los repartimientos con la misma oposición del fiscal mencionado,
porque este cargo llevaba implícita la defensa de los naturales. Los vecinos presentaron
en 1666, como otra alternativa apoyada por la Audiencia, la de crear cuatro nuevos
corregimientos para la ciudad. El Ayuntamiento opinó que la medida era totalmente
inconveniente, y la consideró como una intromisión más en materias de su competencia.
La documentación en este sentido es muy reiterativa, y está toda recogida en Archivo
General de Indias: Audiencia de Guatemala, 22.

En 1668, el Cabildo de Santiago de Guatemala pidió a Su Majestad la licencia para


fundar un convento de Carmelitas Descalzas. El comercio con el Perú fue otro tema de
los capitulares guatemaltecos quienes, no obstante que sabían que dicho comercio
estaba prohibido por cédulas de 1620 y 1669, insistían en la necesidad de vino y vinagre
que tenía la ciudad.

Sebastián Alvarez Rosica de Caldas, de la Orden de Santiago, llegó a Guatemala en


1667. Este Presidente traía la idea preconcebida de incorporar la zona lacandona a costa
de su propia fortuna, y para ello contaba con el apoyo de dos sobrinos militares, además
de todo el séquito de su casa. El proyecto no llegó a realizarse, pero el Presidente
participó en la organización de la defensa de otros distritos de la Audiencia atacados por
los piratas, como por ejemplo Nicaragua.

Un incidente muy curioso que alteró la ciudad fue la decisión de Sebastián Alvarez de
encarcelar al Fiscal Pedro de Miranda Santillán. Al parecer, este fiscal secretamente
daba cuenta al Rey de los actos del Presidente, aunque Domingo Juarros dice que fue
por el delito de admitir dineros o regalos para mediatizar la sentencia. Rápidamente el
Ayuntamiento salió en defensa del Presidente y recomendó para el puesto de fiscal a
Carlos Coronado y Ulloa, vecino prominente de la ciudad. El Presidente tuvo que
enfrentarse a su Juicio de Residencia, en el cual actuó como juez el Obispo Santo Matía
quien quedó como Presidente interino durante dos años. Este Obispo fue uno de los
mejores defensores de los criollos para la obtención de cargos y encomiendas.

La presidencia de Francisco de Escobedo se inició en 1672 bajo los mismos signos de


los períodos anteriores: conflictos entre los diferentes órganos de poder, problemas de
moralidad, escasez de géneros, ataques de piratas a las costas, etcétera. Según las
denuncias de algunos oidores, durante los años de su gobierno existió una estrecha
alianza entre presidente y obispo, al parecer porque ambos tenían papeles con
acusaciones que los implicaban y que convenía mantener ocultos.

Jerónimo de Viega escribió en 1675 al Consejo de Indias para relatar los sucesos
ocurridos en la capital: cuando se tuvo noticias sobre el ataque de los piratas a la Nueva
Segovia, el Presidente, algunos oidores, el obispo y otros vecinos se reunieron en el
convento franciscano para celebrar `juegos, músicas y saraos' con una señora llamada
Margarita de Pereira. Esta señora solía celebrar en su casa continuas y prolongadas
fiestas, en las que participaban las propias autoridades, ante el asombro y escándalo de
los vecinos. Era tal el escándalo, que la ciudad llamó a su Obispo Francisco de
Escobedo, con lo cual se insinuaba la identificación que existía entre el obispo y el
presidente. El oidor atribuyó la mala conducta del Presidente a su profesión militar,
pues según él, los militares `tienen pacto con el desahogo y licencia de las costumbres' y
se valen siempre de resoluciones violentas.

El Presidente había sido acusado antes de ser un jugador de naipes prohibidos y de que
había otorgado los corregimientos a los mejores postores, siempre en perjuicio de los
beneméritos.

Ante tal acusación, la Corona sancionó al Presidente con una multa de 500 pesos sólo
por el asunto de los naipes. El funcionario respondió así en su defensa:

...ni por otro fin que hallarme con la vista tan cansada y
gastada y dificultárseme el conocimiento de los naipes de
por acá, por la mala junta, y las pocas veces que usé de
los que no eran de este estanco por reducirse mi
conversación a un leve y decente entretenimiento para
desahogo a las continuas y precisas ocupaciones de este
gobierno.

Los vecinos también censuraron el proceder del Obispo, y lo atribuyeron a los malos
consejeros que cada día acudían a jugar y a las reuniones de su casa.

El Oidor Benito de Naboa relató en una carta las acusaciones contra el Obispo y
afirmaba en ella que los vecinos criticaban el comportamiento indevoto observado por
el prelado desde su llegada a la tierra. El Oidor decía que el Obispo era codicioso, pues
había quitado las licencias para confesar y las había vendido; había hecho por triplicado
los exámenes para la concesión de curatos, con el fin de cobrar por cada prueba sin
eximir a los franciscanos que siempre tuvieron título de pobreza. Todos lo tenían `por
persona de mala intención y amigo de disensiones'. Según el relato citado, los vecinos
de Santiago recordaban que desde México les habían advertido sobre las discordias que
podía originar el dicho obispo.

El comercio con Perú y su restablecimiento siguió siendo un tema candente en muchas


sesiones de los capitulares, hasta el punto que ofrecieron a Su Majestad un donativo de
20,000 pesos, en dos plazos, a cambio de que se autorizara dicho comercio.

Algo positivo se puede abonar al Presidente Escobedo: la contribución de 55,000 pesos


que hizo para la construcción de la iglesia de Belem. En razón de este donativo, los
hermanos belemitas lo nombraron patrón de la citada iglesia.

El Visitador Juan Miguel de Augurto y Alaba ocupó la presidencia entre los años 1681
y 1683, después de tomar la Residencia a Escobedo.

La ya aludida alianza familiar entre los descendientes de los funcionarios de la


Audiencia y los miembros de los estamentos más altos de la ciudad de Santiago, se
confirma en un documento de 1680, en el cual el Cabildo secular de Guatemala pedía
una merced para Juan de Peralta y Ayala, casado con Engracia Guerrero de Colindres.
Esta última era bisnieta del Doctor Alonso López de Cerrato, Presidente de la
Audiencia, tenía entonces ocho hijos y carecía de los medios para ponerlos en estado,
según se indica en el documento citado.

Por otra parte, la defensa de las costas y la creación de una flotilla para este efecto fue
una preocupación del Ayuntamiento, así como la suspensión de un acuerdo de la
Audiencia para convertir en villas a Amatitlán y Petapa. Esta medida sin duda habría
afectado la jurisdicción del Valle.

Enrique Enríquez de Guzmán ocupó la presidencia de 1684 a 1688, y sobre él dice


Domingo Juarros lo siguiente:

Este presidente reedificó y puso en forma el hospital de


San Juan de Dios... que entonces mantenía 40 camas y
estaba reducido a un corto recinto. Para ensancharlo se
compraron dos casas antiguas, en lo cual y en levantar una
sala espaciosa iban gastados 5,000 pesos que puso de su
caudal el señor Enríquez y más de 1,000 colectados de
limosnas. Ajustó 70 camas y llama en auxilio al
Ayuntamiento para que se cuadre el sitio y haya amplitud
para oficina y 200 camas... y se volvió a España a servir
su plaza en el Supremo Consejo de Guerra.

Los dos últimos presidentes del siglo, Jacinto de Barrios Leal (1688-1695) y Gabriel
Sánchez de Verrospe (1695- ?) se distinguieron sobre todo por sus expediciones hacia el
Lacandón y Petén, así como las entradas pacíficas en la Verapaz.

Las preeminencias del Ayuntamiento, el protocolo y el uso de ciertos signos externos


fueron motivos de reclamaciones por parte de sus miembros. El acompañamiento de
maceros, el orden en dar la paz, el uso de espada en actos públicos, se convirtieron en
motivos de fricción con la Audiencia, y muchas veces provocaron escándalo entre los
vecinos. La vida en la ciudad era ostentosa y los vecinos competían por presentar una
apariencia externa de lujo y de riqueza. Era tan grave el problema que Audiencia y
Cabildo se reunieron para tratar de paliar las consecuencias de estas costumbres. Se
argumentó que en otras partes de las Indias, como en Perú, rica en metales, se podían
admitir tales gastos, pero que el Reino de Guatemala no podía tolerar tales dispendios.

Conclusión
En el siglo XVI se produjo la configuración institucionalizada de dos repúblicas: la de
españoles y la de indios. Ambas estaban legalmente separadas, aunque la supervivencia
de la primera se hallaba profundamente condicionada por la existencia de la segunda.

Hacia finales de dicho siglo se observó el incremento de esa masa poblacional sin
filiación definida que se denominó genéricamente `castas'. Los documentos son
altamente clarificadores sobre la composición de estos grupos, ya que se reconoce
explícitamente la existencia de las `castas oficiales'. Se puede inferir que había además
otro grupo social no indio ni español, al que ni siquiera se puede aplicar una
denominación.

Todo ello demuestra la constante evolución y complejidad de la sociedad de la ciudad


de Santiago durante el siglo XVII, en el cual se puede hablar de una verdadera actuación
en los campos de la sociedad y la economía de los grupos mestizos, que son al fin y al
cabo producto de la interacción social.

Conviene precisar que durante el siglo XVII las castas trataron de ocupar un lugar en la
sociedad colonial por medio del ejercicio comercial del que estaban exentos los
españoles. Pero aun cuando estos grupos se adscribían al mecanismo colonial de
diferenciación social basado en la apariencia personal, la `gente principal' no permitía
semejante transgresión del orden establecido. Ello se refleja también en una carta
enviada por la Audiencia al Rey. El tono categórico en que se expresa la necesidad de
prohibir la ostentación a la `gente de la plebe' y `gente ordinaria', aclara suficientemente
el temor de los estratos superiores de que realmente los grupos inferiores pudieran llegar
a `tratarse con las personas más ilustres y condecoradas de esta república'.

Se puede decir que a tal situación se llegó por un mimetismo en el comportamiento


social. Porque si se contempla a Santiago de Guatemala en el marco teórico de `pequeña
comunidad', las élites eran las que proporcionaban las pautas de comportamiento del
resto de la población. En tal sentido, se ha mostrado en este trabajo que la relajación de
las costumbres era la norma imperante en el sector más alto de la sociedad.
ALCIRA GOICOLEA

Introducción: Sociedad

La Sociedad
La historiografía tradicional había estudiado la sociedad colonial en el Reino de
Guatemala casi sólo desde el punto de vista de la dicotomía conceptual de las dos
`repúblicas', la indígena y la española, y ha dedicado poca atención a muchos otros
fenómenos sociales particulares que se conformaron en el período colonial. Por
ejemplo, se ignoró la complejidad étnica, los procesos de urbanización, los movimientos
migratorios internos, las actitudes de resistencia cultural entre los indígenas, etcétera.

En tiempos más recientes, sin embargo, se ha tratado de afirmar una corriente de


historia social, en la cual se busca presentar una sociedad más dinámica, con todas las
profundas variantes y transformaciones que, a todos los niveles, se hicieron evidentes
desde el contacto inicial entre los europeos y los pueblos de origen mesoamericano que
ocupaban lo que fue el Reino de Guatemala.

Algunas de las grandes interrogantes que se busca despejar desde la óptica diacrónica
son las siguientes: ¿Quiénes fueron y cómo eran los primeros españoles que llegaron a
Guatemala? ¿Cuáles fueron los patrones de su conducta social en el proceso en que fue
surgiendo una unidad política relativamente estable y bien conformada? ¿Cuáles fueron
las actitudes, recursos y procedimientos para enfrentar un mundo nuevo, donde vivía un
hombre diferente y donde la naturaleza presentaba también una fisonomía sorprendente?

No pueden desestimarse, además, algunos hechos colaterales pero particularmente


significativos, como los antecedentes sociales de los conquistadores, la conformación
social y cultural de la España de la época, los procedimientos legales e institucionales
para canalizar la empresa de la conquista y la organización de la unidad política
nacional.

El análisis macrosociológico de la sociedad colonial de la primera época, demanda


también el examen acucioso, objetivo, profundo, de la realidad y de las reacciones de
los pueblos conquistados. Aquí cabe también una serie de interrogantes parecidas a las
anteriores. ¿Cómo eran realmente dichos pueblos? ¿Cuál era su propia cosmovisión, sus
relaciones sociales a todos los niveles, sus vínculos y actitudes frente a la naturaleza,
etcétera? ¿Hasta dónde se puede hablar de procesos sociales sin solución de continuidad
cuando se analiza la cultura prehispánica de Guatemala de los siglos XV y XVI en
comparación con las sociedades mesoamericanas de los períodos Preclásico, Clásico y
Postclásico? Y, finalmente, ¿cuáles fueron realmente los grados de potencialidad o de
verdadera proyección histórica de la sociedad que se estructuró desde 1524?

Es cierto que en la presente obra no se pretende agotar todas las inquietudes y preguntas
que puedan derivarse de un análisis global, cambiante y coyuntural al mismo tiempo, de
la entidad colonial de las etapas iniciales y subsiguientes, y de la sociedad guatemalteca
en toda su secuencia histórica. Quizás deba reconocerse que los objetivos que se
persiguen en esta sección, como en los otros que conforman esta Historia General de
Guatemala, y más específicamente los objetivos de un estudio de la organización social
propiamente dicha, son un tanto más modestos y realistas. Se trata de abrir nuevas
brechas, de ampliar la perspectiva, de botar barreras y superar limitaciones y
condicionamientos que puedan ser superables, para alcanzar un conocimiento más
depurado científicamente sobre lo que fue la sociedad guatemalteca en el pasado
porque, como se ha dicho reiteradamente, ello puede ayudarnos a entender la del
presente, e influir en la conformación de la sociedad del futuro.

Tal conocimiento, en última instancia, implica el estudio de subprocesos o


epifenómenos de identificación, de identidad, y otros muchos que tienen también sus
propios contenidos y consecuencias de orden estrictamente sociológico. A continuación
se alude, de modo muy somero como aquí corresponde, a algunos de los tópicos
incluidos en esta sección, que se refiere a la sociedad colonial de las primeras etapas.

La política española de población de las Indias, analizada por Jorge Luján Muñoz, no
fue uniforme en el tiempo. Después de los primeros años se perfiló como una política de
migración restrictiva, pues no permitía el viaje de personas con malos antecedentes, ni
de moros ni judíos. Los conversos, salvo los esclavos negros, también estuvieron
excluidos durante varios lustros. Es difícil trazar los antecedentes sociales de todos
cuantos viajaron a América, o determinar su número, pues se registraron muchas
corrientes de migración clandestina y se produjo también un alto grado de movilidad
social dentro de las colonias. Al principio se pretendió que los españoles no vinieran a
quedarse, sino que la población se renovara cada pocos años, y ello explica la presencia
relativamente importante de hidalgos jóvenes de origen urbano que buscaban hacer
fortuna. En menor número arribaron labradores, artesanos, religiosos y mercaderes.
Pocas mujeres viajaron al comienzo, pero al final del siglo XVI la presencia de ellas era
cuantitativamente más relevante y en buena parte llegaron con sus esposos e hijos
pequeños.

Para analizar el segmento de la República de Españoles, en la sociedad global, la ciudad


de Santiago de Guatemala constituye una especie de laboratorio, y sobre ella se
presentan aquí estudios valiosos. Christopher Lutz utiliza los registros parroquiales y
documentos relacionados con la ciudad, para analizar la composición social de la
misma. A mediados del siglo XVI, Santiago de Guatemala era un centro español
rodeado de un buen número de pueblos indígenas, pero un siglo después, a causa de los
cambios demográficos, como por ejemplo la disminución de la población indígena y la
llegada de los esclavos negros, además de otros factores como el mestizaje y la
hispanización, la ciudad era otra. Se había convertido en un centro social y étnicamente
más heterogéneo, pero institucionalmente más uniforme y consistente.

Al igual que otras ciudades de Hispanoamérica, permaneció lingüística y racialmente


separada de la población indígena del interior del país, pero dependiendo de ésta en lo
económico y en una especie de relación simbiótica en otros aspectos culturales, relación
que no siempre se hace del todo evidente. Los esclavos negros fueron traídos a
Guatemala desde los primeros años de la Colonia para desempeñar tareas especiales de
servidumbre y ayuda personal. Vinieron jóvenes, adolescentes, a servir en las casas de
los españoles más adinerados, y también como guardaespaldas, y para trabajar en los
ingenios y obrajes de añil y caña de azúcar. Como describe Beatriz Palomo de Lewin en
el artículo `La Esclavitud Negra en Guatemala Durante los Siglos XVI y XVII', cuando
se daba un auge en los productos de exportación se necesitaba más mano de obra negra,
pero en Guatemala nunca fue la esclavitud la base de la economía. La población negra
prácticamente se diluyó a corto plazo en los trasfondos genéticos de la sociedad total,
aunque no se puede negar que la posición social de los primeros negros y sus
descendientes, así como sus oportunidades de movilidad social, siempre estuvieron
condicionadas por el cuadro de la estratificación a nivel de toda la sociedad.

En el caso de Guatemala, por ejemplo, apenas tres años después de iniciada la


Conquista, en 1527, se comenzó a estructurar un centro metropolitano en Almolonga y
después en Panchoy, donde se concentró el poder político y económico y donde
empezaron a desarrollarse tipos de vida citadinos calcados en modelos europeos que, sin
embargo, no podían prescindir del nuevo entorno físico, social y cultural en un contexto
más amplio. Alrededor del centro metropolitano de Santiago, en una periferia de varios
kilómetros, se estableció una red de pueblos de indios que mantenían vínculos decisivos
con el núcleo de la incipiente sociedad colonial. Posteriormente se produjeron masivos
desplazamientos de los primeros pobladores de la metrópoli hacia las zonas rurales y
ello afectó las características y los procesos de la sociedad, inclusive a nivel de todo el
Reino de Guatemala.

La evolución de la población no indígena es tratada por Christopher Lutz en un artículo


de gran interés porque allí se localizan los orígenes del grupo ladino. En los alrededores
de la ciudad de Santiago y en las tierras bajas, donde había mayor dominio español, el
mestizaje cobró ritmos y perfiles especiales, lo cual no quiere decir, como se ha creído
tradicionalmente, que la población de Guatemala sea producto de la mezcla de
indígenas y españoles como ingredientes únicos. Los esclavos y libertos africanos
constituyeron un elemento importante que participó en los procesos de mestizaje y
aculturación, lo cual contribuyó a destruir la dicotomía de las dos repúblicas. Sus
descendientes formaron las llamadas `castas', que se integraron bastante bien en la vida
colonial.

Pilar Sanchiz Ochoa, en su artículo sobre la sociedad de Santiago de Guatemala en el


siglo XVI, analiza los valores y relaciones interétnicas en la ciudad. En dicho artículo se
hace buen uso del material histórico para intentar una interpretación etnohistórica de
mucha objetividad. Sanchiz explica cómo la sociedad guatemalteca del siglo XVI tuvo
sus raíces y fundamentos en una concepción estratigráfica casi de corte medieval, y de
ahí que la apariencia y comportamiento constituyeron para muchos españoles su única
carta de hidalguía.

La estratificación social basada en criterios raciales y económicos colocó a los blancos


en la posición más alta. Las diferencias sociales trascendían también al interior de los
segmentos o grupos particulares. Los indios marcaban tales diferencias según su
condición de caciques, mercaderes, plebeyos o `indios ladinos', como se llamaba a
aquellos que exhibían cierto grado de transculturación. Los negros esclavos ocupaban su
propio lugar y los libertos se dedicaban generalmente al comercio regatón. Los mestizos
tenían mejor o peor suerte según la posición de sus padres: algunos ocuparon lugares
altos en la sociedad española, y el ejemplo, un tanto excepcional, de doña Leonor de
Alvarado, puede ser ilustrativo.

Cada grupo social tenía sus derechos y sus obligaciones, entre ellos, el pago del tributo
y los impuestos, y también sus propios mecanismos para salvaguardar tales derechos o
evadir los deberes consiguientes. Hubo barreras raciales para el ingreso en los centros
educativos, tanto los de hombres como los de mujeres, lo mismo que para integrar los
gremios artesanales; también diferencias en el vestido, en el lenguaje y en muchas otras
formas del comportamiento social.

La vida en las ciudades permitió un cierto grado de mestizaje e impidió, por lo tanto, la
observancia de las pautas ideales de la endogamia según el status. Sin embargo, la
honra de la mujer era uno de los valores más altos, mientras que en los hombres se
buscaba demostrar su cristiandad y honestidad, y si éstas no existían por lo menos se
aparentaban.

La gran división en la sociedad de la Península se dio por los privilegios y granjerías


que obtenían ciertos españoles que regresaban, los llamados `indianos', a costa de los
avecindados de modo permanente en las Indias y los hijos de éstos, que ya se habían
adaptado al medio americano. Como apunta Ernesto Chinchilla Aguilar en el artículo
`El Criollismo, Siglos XVI y XVII' el resentimiento que se creó entre los criollos y los
peninsulares se hizo notar en la competencia por cargos públicos importantes, hasta que
el Ayuntamiento de Santiago se convirtió en el principal vocero de los criollos.

Al analizar el otro gran segmento de la sociedad colonial, mayoritario numéricamente,


el de la República de los Indígenas, Leticia González y Jorge Luján Muñoz exploran lo
que sucedió a los indígenas de Guatemala después de la Conquista en el artículo
`Transformaciones Sociales Después de la Conquista'. Cuando se inició la organización
del `nuevo orden' desaparecieron las antiguas estructuras sociales, políticas y
económicas. En el grupo nativo existió un particular sistema de estratificación, con
grandes diferencias entre los `principales' y los macehuales o plebeyos. La sociedad
indígena estaba organizada por patrilinajes o `chinamitales', llamados por los españoles
`parcialidades'. Dicho esquema sufrió un cambio total cuando se iniciaron las
`reducciones' o `congregaciones' de indios, para facilitar el cobro de tributos, el control
político y la tarea de cristianización. Las parcialidades perdieron el control del territorio
que habían tenido, pero no desaparecieron del todo los vínculos basados en los clanes y
linajes. Los pueblos, en el siglo XVII, dieron lugar a la organización de los municipios
indígenas.

Los principales se convirtieron en intermediarios entre españoles e indios y retuvieron


un status especial. Se encargaban de recolectar el tributo y administrar encomiendas, y
algunos conservaron su riqueza y poder. La familia indígena se vio fuertemente
afectada, pues se forzó su desintegración por razones de trabajo y por el mestizaje. En
otro sentido, se mantuvieron elementos de la religión nativa, y se adoptaron otros
sistemas de culto y nuevas instituciones como la cofradía.

La cultura material sufrió grandes transformaciones. La vestimenta indígena cambió


sustancialmente tras la Conquista, pues se hizo obligatorio vestir a la usanza europea y
se adoptaron nuevos materiales para los tejidos. Se usaron asimismo nuevas técnicas
para trabajar la tierra y se introdujeron nuevos cultivos. La adopción de la rueda y los
animales de tracción cambió el sistema de transporte aunque no desaparecieron los
tamemes o indios cargadores. La nueva tecnología dio lugar a que se aprendieran o se
adaptaran muchos nuevos oficios, como la herrería, la albañilería y la carpintería.
El artículo de González y Luján trata el tema de la resistencia indígena a la Conquista, y
hace ver que esta última no fue fácil y rápida como se ha acostumbrado creer, sino
prolongada y dolorosa. En general se ha hablado de sometimiento y resignación, pero
muchas comunidades se alzaron contra los conquistadores y contra los frailes. Se ha
escrito mucho sobre el impacto de la Conquista en la población indígena y hay datos
muy variados sobre este controvertido tema. Las informaciones proporcionadas por los
conquistadores tampoco son confiables, pues las mismas se distorsionaron o se alteraron
deliberadamente para exagerar las proezas, hazañas, heroísmos, reales o supuestos, así
como abusos, irresponsabilidades y hasta abyecciones.

Otro de los problemas que presenta el análisis de la sociedad colonial de las primeras
etapas consiste en la delimitación geográfica, política y cultural de dicha sociedad, si es
que la misma ha de considerarse como un todo unitario. La realidad se hizo más
compleja por los movimientos forzados de población, ora como recurso defensivo en
manos de los indígenas, ora como mecanismo utilizado por los españoles para facilitar
el cobro del mismo tributo, o bien para ejercer un mayor control social, político y
cultural sobre los pobladores nativos, o para hacer más expeditos los procedimientos del
trabajo forzoso u otras formas de explotación.

En su artículo `Evolución Demográfica hasta 1700', Jorge Arias cita las fuentes que
permiten acercarse a una estimación de lo sucedido con la población en los siglos XVI y
XVII. Las tasaciones que se hicieron desde 1536 para determinar el tributo dan una lista
de 169 asentamientos. Esta lista es incompleta y sólo incluye a los hombres casados.
Las tasaciones de 1561 ofrecen un panorama más completo porque incluyen la lista de
los exonerados al pago del tributo. Sin embargo, este solo hecho, débil como pudiera
parecer la información disponible sobre el mismo, nos coloca frente a un fenómeno de
amplios y profundos contenidos sociológicos, pues la vida en los asentamientos citados
implica cambios trascendentes en los patrones de comportamiento social y en los estilos
de vida en general. Este mismo tema, y el factor concomitante de las enfermedades, lo
desarrolla en relación con el período 1520-1632, W. George Lovell, en su trabajo
`Epidemias y Despoblación'.

Las estimaciones sobre el número de pobladores de Guatemala en el momento de la


Conquista indican cifras dispares que van de 200,000 a dos millones, pero se sabe con
certeza que esta cifra se vio fuertemente disminuida, talvez a un tercio, por los efectos
de las epidemias durante los dos primeros siglos de la Colonia. Otras causas del
descenso demográfico, exageradas o no según la perspectiva ideológica de los analistas,
pudieron haber sido la guerra, la esclavitud, la dureza del trabajo y aun lo que se ha
dado en llamar el `desgano vital', que equivale a algo así como una definitiva frustración
existencial. No obstante, a finales del siglo XVII se produjo una recuperación de la
población que para entonces se estimaba en 400,000 habitantes.

Este problema específico, el que se refiere a los grandes cambios demográficos,


imprecisos como puedan aparecer ahora en cuanto a sus causas y a su extensión
cuantitativa y cualitativa, también es un problema de grandes repercusiones sociológicas
que afectan a conquistados y conquistadores. En relación con los idiomas que hablaban
los indígenas en el inicio de la Colonia, se ha avanzado mucho en los tiempos recientes
en los esfuerzos por determinar no sólo su ubicación geográfica, sino su estructura y,
sobre todo, su importancia como medio decisivo de comunicación y como receptáculo
del pensamiento y la cultura ancestrales. Michael y Julia Richards describen algunos de
dichos idiomas, su origen y desarrollo en el artículo `Lenguas Indígenas y Procesos
Lingüísticos'. Rosa Helena Chinchilla analiza los estudios realizados sobre los idiomas
nativos en su ensayo `La Lingüística en Guatemala, Siglos XVI y XVII'. Las
gramáticas, libros de oraciones, catecismos y sermones escritos por los frailes que se
dedicaron al estudio de las lenguas para poder llevar a cabo de mejor manera su tarea de
evangelización son también instrumentos efectivos para un análisis cada vez más
depurado de los procesos sociales de la época.

La salud, tanto de españoles como de indígenas, fue un motivo de preocupación: los


heridos en batallas así como las víctimas de enfermedades comunes y epidémicas,
buscaban el auxilio de curanderos indígenas, barberos, boticarios, herbolarios y
médicos. La medicina indígena y española tuvieron aspectos en común y se trataba a los
enfermos con las técnicas de la época, no siempre adecuadas, como explica Ramiro
Rivera Alvarez en el artículo `Medicina y Primeros Hospitales en la Colonia'. Estos
primeros hospitales se fundaron cuando la ciudad de Santiago estaba todavía en
Almolonga, y más tarde estuvieron a cargo de los Hermanos Hospitalarios de San Juan
de Dios. La enfermedad, como se sabe, y las actitudes culturales y pragmáticas frente a
la misma, también es y ha sido en todos los tiempos un problema social por excelencia.

En fin, la conquista militar y cultural, espiritual y material, el mestizaje y los cambios


demográficos, produjeron en el Reino de Guatemala una sociedad totalmente diferente a
la que existía en la época prehispánica. Desde la familia hasta la organización política y
otras muchas formas de organización social y de comportamiento individual y colectivo
cobraron nuevas manifestaciones y contenidos desde los mismos inicios de la sociedad
colonial.
JORGE LUJÁN MUÑOZ

La Política Española de Población de las


Indias

La Conformación de las Expediciones


Uno de los primeros problemas que tuvo que resolver la Corona de Castilla con respecto
a las Indias fue determinar quiénes podían pasar a ellas y quiénes no. Hubo aspectos en
cuanto a la política a seguir en los que se dieron vacilaciones, pero en otros se fue
consistente desde el principio. En el primer viaje colombino se autorizó el paso de
algunos reos, como los de Palos (según cédula del 30 de abril de 1492), y luego se
permitió viajar a quienes se conmutaba la pena (cédula del 22 de junio de 1497), pero
rápidamente se suprimió el sistema, ya que por cédula del 11 de abril de 1505 se
prohibió pasar a aquellos que tuvieran malos antecedentes.

Pronto se estableció la prohibición para judíos, moros y conversos, a la vez que se


promovía el traslado de algunos labradores. Por ejemplo, en la preparación del segundo
viaje de Colón, los Reyes Católicos escribieron a su secretario Fernando de Zafra: `...
que vayan en la Armada que mandamos hacer para las islas que se han descubierto,
veinte hombres de campo y uno que sepa hacer acequias, que no sea moro...' En las
instrucciones a Fray Nicolás de Ovando, al ser proveído Gobernador el 17 de
septiembre de 1501, se le ordenó que no consintiera `personas extranjeras de nuestros
reynos', ni que fueran `Moros, ni Judíos, ni hereges, ni reconciliados, ni personas
nuevamente convertidos a nuestra Fe, salvo si fueran esclavos negros...' Esta política se
mantuvo firme, aunque sin duda usaron formas para soslayarla, sobre todo por medio de
informaciones falsas o al aprovechar los momentos en que había más interés en que
fuera un mayor número de personas a Indias.

En un principio, cuando todavía no se tenía conocimiento claro de lo descubierto y no


se había conformado el sistema de colonización, se mantuvo una política cautelosa, más
bien restrictiva. Por ejemplo, en una provisión del 1º de junio de 1495 se dispuso que al
llegar nuevos colonos tenían que volver los más antiguos. Sin embargo, en marzo de ese
mismo año se dio una cédula en la que se planteaba una política más abierta por la cual
se concedía que quienes fueran `a vivir y morar en La Española', a trabajar la tierra,
`serían francos y dueños de las casas que hicieran, tierras que labraran y heredades que
plantasen', y podrían llevar desde la Península mantenimientos y venderlos libremente.

Alrededor de 1510-1511, y por algunos años, se estableció una política casi totalmente
abierta, aunque sólo para los naturales de Castilla y León, sin duda por la necesidad
urgente de más personas en las Indias. Entonces se autorizó la importación de negros, y
se emitió una cédula que ordenaba a los oficiales de la Casa de Contratación (cuyo
establecimiento en Sevilla se ordenó por cédula firmada en Alcalá el 20 de enero de
1503), que `de aquí en adelante pueden pasar y pasen a las dichas Indias, Islas y Tierra
firme del mar Océano todas las personas naturales vecinos y moradores destos Reynos y
señoríos que quisieren', `sin que por vosotros ni por otra persona alguna se haga alguna
examinación ni información sobre ello, salvo solamente que se escriba en esa Casa los
nombres de los que pasaren, para saberse la gente que va'. Es decir que por algún
tiempo se abrió el paso a las Indias sin examen ni previa información, incluso a
reconciliados y conversos que dijeran no serlo, puesto que los moros y judíos ya habían
sido expulsados de la Península.

Los españoles que en las primeras décadas pasaron a Indias lo hicieron, en su mayoría,
en expediciones de descubrimiento y conquista, enrolados por el sistema de `recluta'.
Una vez que el jefe de una expedición obtenía la capitulación del Rey, podía `hacer
sonar las cajas o tambores', para reclutar participantes, en cualquier lugar de Castilla y
León, que él escogía de acuerdo con sus preferencias. Al pregonar la empresa se daba a
conocer su destino y las mercedes concedidas a quien se alistara. El enganche era
voluntario y lo usual era que no tuvieran derecho a soldada; de acuerdo con su
condición de enrolamiento (por ejemplo, peón, ballestero, de a caballo, etcétera), así
sería su participación posterior en las utilidades. Una vez reclutado, debía seguirse el
proceso de registro y aprobación en la Casa de Contratación. Al principio el
reclutamiento sólo se hizo en la Península, pero después fue cada vez más frecuente
también en las propias Indias, al menos para completar las expediciones.

Política Migratoria
Si bien se dio la tendencia de enrolar en las expediciones a representantes de todos los
grupos sociales, excluida la alta nobleza que casi no participó y cuando lo hizo fue para
regresar pronto, al principio predominaron los hidalgos, en general jóvenes, que
buscaban fortuna en los nuevos territorios. Hubo algunos veteranos, de no mucha edad,
de las guerras europeas. Fueron excepcionales los labradores y los artesanos, al menos
los que se registraron como tales. De acuerdo con el Catálogo de Pasajeros a Indias de
las primeras tres décadas, éstos se declararon hidalgos en un 50%, siguen los labradores
con un 20%, los artesanos con 10%, y luego, en orden descendente, religiosos, letrados
y mercaderes. Es probable que algunos hidalgos hayan sido hombres dedicados a la
tierra e inclusive artesanos.

La Corona buscó promover la migración de labradores, en lo que también insistieron


algunos frailes, con lo cual se trataba de lograr una colonización más pacífica que
militar. En la merced concedida a los labradores de Tierra Firme en cédula del 15 de
mayo de 1519, por ejemplo, se decía: `...la principal causa de su población y
ennoblecimiento es que... vayan algunos labradores e gente de trabajo que labren e
siembren como lo hacen en estos Reynos...' Ese mismo año, en carta real dada en
Barcelona el 5 de julio a las autoridades de Canarias, se declaraba: `...por lo mucho que
deseamos la población de las Indias e Islas e Tierra firme... habemos acordado de dar
orden como vayan a ella los más labradores e gente de trabajo que fuere posible...' Fue
entonces cuando agentes reales recorrieron Castilla y León en busca de agricultores que
quisieran ir a Indias. Incluso el propio Rey Carlos I escribió a Sevilla para que no se
pusiera obstáculo en el paso de las personas que se habían juntado para ir a Indias (`los
más labradores y gente de trabajo'), con la excusa que no fueran casados `y otros por ser
hortelanos', y declaró que era su voluntad que se cumpliera lo prometido y les dieran
`pasaje franco'.
Sin embargo, la política iba en contra de la realidad americana. Se intentaba poblar y
colonizar con labradores precisamente cuando se iniciaba el gran asalto al continente,
con la conquista de México y Centro América y, más tarde, el Perú. De ahí que muchos
de los labradores prefirieron ir en busca de las riquezas del continente a quedarse
sembrando en las Antillas, que de todas maneras se despoblaban de españoles, pues
todos marchaban ante las prometedoras noticias de las conquistas y riquezas de la Tierra
Firme.

También entonces iniciaba ya su lucha Bartolomé de Las Casas en favor de una


colonización con labradores. En 1518 la Corona aceptó en Zaragoza el plan de Las
Casas, y éste se dedicó así a reclutar colonos. Resultado directo de esa política fueron
las cédulas antes citadas, de 1519. En 1520 Las Casas hizo otro intento de juntar
labradores, ayudado con el aporte de 50 vecinos de las Antillas, que de esa forma
trataban de contrarrestar el despoblamiento de las islas. A la larga el esfuerzo fracasó,
desbordado por la realidad del traslado desde los principales centros españoles a las
nuevas tierras dominadas, y también por la oposición en España de los dueños de
tierras, que no veían con buenos ojos que se enrolara a sus `pecheros', y se perdiera así
su segura mano de obra local.

A pesar de los intentos aludidos, las expediciones siguieron nutriéndose de población


joven, más bien urbana que rural, con afanes militares y de señorío en Indias. En general
la migración se mantuvo voluntaria, y en esa selección `natural' prefirieron partir en
busca de la aventura los jóvenes inquietos que vieron en las Indias dos posibilidades:
primero ser militares y luego convertirse en señores. Incluso los labradores y artesanos
que pasaron al Nuevo Mundo no lo hicieron para seguir en tales condiciones, sino con
el deseo de pasar a ser propietarios y rentistas, o como dice Juan López de Velasco,
`olvidados de sí se alzan á mayores, y andan ociosos y vagamundos por la tierra, hechos
pretensores de oficios [cargos] y repartimientos'. La Corona no abandonó la idea de que
pasaran preferentemente agricultores. Todavía en 1573, en las Ordenanzas de Nueva
Población de Felipe II, hay cláusulas en ese sentido, y hasta se permitió el paso a
labradores portugueses. Sin embargo, en la práctica, sólo excepcionalmente y para ello
muy tarde, hubo intentos sueltos de llevar agricultores, como parte de la política estatal
de población establecida, la cual nunca fue consistente ni duradera.

Pasado el primer momento de vacilación y conforme se definía con más claridad la


dimensión del Nuevo Mundo, la Corona trató de afirmar su presencia indiscutible,
primero frente a los Colón y después ante los demás jefes de conquista. Al mismo
tiempo, el Estado español buscó dominar la mayor cantidad posible de territorio, pero
luego comprobó claramente que para ello era necesario poblar, y para esto último era
indispensable fundar. Desde un principio se asociaron ambos procesos: poblar era igual
a fundar ciudades; la población española debía concentrarse en los centros urbanos,
donde las personas tenían que tener casa establecida. De ahí que en la mayor parte de
las capitulaciones de nuevo descubrimiento y población se normó que el jefe de la
expedición estaba obligado a hacer en el territorio bajo su mando, en un plazo
específico, un número determinado de fundaciones de ciudades. Con tal fin se le
facultaba para repartir tierras y solares. Esa facultad pasó pronto a los Ayuntamientos,
siempre con el requisito de que el dominio sólo se podía otorgar a vecinos que tuvieran
un cierto plazo de residencia (que cambió, de unas capitulaciones a otras, desde cuatro
hasta ocho años), y que dicho dominio se perdía al abandonar el lugar, aunque con el
tiempo se permitió vender las propiedades.
El hecho indiscutible es que la mayor parte de los españoles que emigraron al Nuevo
Mundo, no volvió. Un buen número murió en las campañas de conquista, y los demás se
afincaron en alguna parte, aunque un alto porcentaje no estableció su lugar definitivo de
residencia en el primero en que se asentó, sino en otro que consideraba con mejores
oportunidades. Casi todos los conquistadores de México y Guatemala habían sido
residentes de algún lugar de las Antillas, y varios de los que finalmente terminaron sus
días como vecinos de Santiago de Guatemala (o de cualquiera de las otras urbes del
Reino) habían vivido antes en otro lugar. Sólo al alcanzar cierta edad, lo que ya invitaba
a echar raíces y fijar residencia, la mayoría se estableció permanentemente en un lugar.

Los Españoles que Emigraron a las Indias


Como bien ha dicho Magnus Mörner, `las migraciones a la América española desde
España fueron el primer movimiento europeo de masas de su clase a través del
Atlántico'. Fue una migración controlada, que claramente se puede caracterizar por
períodos o etapas. Controlada, en el sentido que casi desde el inicio estuvo regida por
rigurosas normas restrictivas, aplicadas éstas por la Casa de Contratación y el Consejo
de Indias. Gracias a dicha actividad normativa existe una rica documentación que
todavía no se ha terminado de estudiar. Sin duda, como informó Juan López de Velasco,
esa política restrictiva limitó, y configuró, el flujo migratorio. Dicho autor escribió hacia
1574 que `los españoles en aquellas provincias serían muchos más de los que son, si se
diese licencia para pasar á todos los que quisiesen'. Reconoció que sólo se concedía `a
los menos que se puedan, especialmente al Pirú', donde había ido gente inconveniente,
`como lo han mostrado las rebeliones y desasosiegos que en aquellas provincias ha
habido'. Por ello sólo se permitía pasar a `los que van con oficios [cargos] a aquellas
partes, con los criados y personas de servicio que han menester limitadamente' (se
refiere a los altos funcionarios y sus séquitos), `y los que van á la guerra y nuevos
descubrimientos, y los mercaderes y tratantes y sus factores, a quienes dan licencia por
tiempo limitado, que no pasa de dos ó tres años'.

Como ya se dijo antes, no se permitía pasar a los que no fueran de los Reinos de Castilla
y León, a los cuales pertenecían las Indias. Estuvieron así excluidos los del Reino de
Aragón hasta 1585, cuando, en las Cortes de Monzón, se les equiparó a los castellanos.
Este asunto fue definitivamente resuelto por cédula de 1596, que traducía al plano legal
lo que en parte ya se venía practicando. El paso de extranjeros se resolvió mediante el
proceso de naturalización, que se verificaba en España antes del viaje, o bien (desde
finales del siglo XVI en adelante) por la `composición', mediante el pago de tasas fijas.
Sin embargo, se debe reconocer que el número de extranjeros fue bajo en relación con el
total de emigrantes. Tampoco estaba autorizado que emigraran los que siendo casados
fueran sin sus esposas, `salvo a los mercaderes y los que van por tiempo limitado', lo
cual permitió que `debajo de nombre de mercaderes y de hombres de mar' pasaran
muchos a quienes no estaba permitido.

Además, es dable establecer períodos o etapas. Durante la primera década después del
descubrimiento, fueron suficientes unos 300 españoles para la empresa colombina de las
Antillas. La verdadera colonización se inició en 1502, con la llegada a La Española de
2,500 migrantes. En los siguientes años el flujo de nuevos colonos no fue muy grande.
Peter Boyd-Bowman calculó un total de 5,481 para el período 1493-1519; 13,262, entre
1520 y 1539; y 9,044 en las dos décadas siguientes; es decir, un total de 27,787 hasta
1559. Esta cifra está muy por encima de la que ofrecía el Catálogo de pasajeros a
Indias, publicado por la dirección del Archivo General de Indias (AGI) entre 1940-
1946. Este Catálogo proporciona para el período 1509-1559, un total de 15,480
emigrantes como cifra total. Juan Friede señaló lo absurdo de esta información, indicó
los numerosos vacíos de la serie, la emigración fraudulenta, y propuso una migración
total 10 veces mayor.

Para todo el período que concluye en 1600, Boyd-Bowman llegó a la cifra de 54,881,
que probablemente sea sólo una cuarta o quinta parte del total real. Pierre y Huguette
Chaunu propusieron un total de 200,000 hasta 1600, lo que no resulta exagerado, ya que
supone una corriente anual de 300 ó 400 antes de 1550, y de 2,000 a 3,000 el resto del
siglo. Magnus Mörner hizo llegar aquel total a 240,413 (véase Cuadro 10). Este autor
efectuó antes una evaluación del total de embarcados, para lo cual tuvo en cuenta el
número y tonelaje de las embarcaciones, y la capacidad media de éstas para transportar
pasajeros y tripulantes. De tal manera, llegó a medias anuales ascendentes hasta
alcanzar la mayor en 1561-1600; ésta es de 3,930, pero luego bajó un poco en el medio
siglo siguiente con un promedio general, entre 1506 y 1650, de 3,039, para llegar a un
total de 435,229 en 1650. Si el promedio en los 50 años siguientes hubiera sido de 3,800
(un poco menor que el de la primera mitad del siglo), se alcanzarían 190,000 más, para
un gran total de 525,229 hasta 1700 (véase Ilustración 63).

Aunque puedan no ser completos, los acuciosos estudios de Boyd-Bowman permiten


apreciar los porcentajes de la participación de las provincias españolas en la emigración
indiana, los cuales por cierto resultan casi iguales que los procedentes de los Catálogos
del AGI, a pesar de la diferencia de casi un 40% hasta 1539 (véanse Cuadro 11 e
Ilustración 64). Es notorio el predominio de Andalucía, que fluctuó entre el 32 y el
42%, para un total acumulado de 36%. Le siguió Extremadura con el 16.4%, Castilla la
Nueva con 15.6% y Castilla la Vieja con 14%. Muy por debajo estaba el resto de las
regiones, incluyendo Canarias.

La división por provincias modernas (Ilustración 62), es muy útil; muestra que sólo
ocho provincias (Sevilla, Badajoz, Toledo, Cáceres, Valladolid, Huelva, Salamanca y
Burgos) proporcionaron un poco más del 60% de todos los inmigrantes antes de 1579.
Llama la atención la importancia de Sevilla, con casi una cuarta parte, aunque es de
dudar si algunos de tales inmigrantes no serían residentes recientes de la que era la
principal ciudad en el comercio entre las Indias y España. Por su parte, el historiador
chileno Mario Góngora ha señalado otra forma de distribución regional: el tipo de
jurisdicción al que pertenecía el lugar de origen. De una muestra panameña de 1519,
una cuarta parte procedía de lugares bajo jurisdicción señorial y de las órdenes militares,
y durante el período de la Conquista (1509-1539) el 35% de los extremeños procedía de
tierras bajo el control de la Orden de Santiago.

Hay que señalar, por otra parte, que durante el siglo XVII cambió el porcentaje del
aporte regional español, y se afirmó lo que ya se apreciaba a finales del siglo XVI. Las
regiones del norte, especialmente las Vascongadas y Cataluña, aumentaron su
participación, la cual, sólo en cuanto a los vascos, pudo haber pasado del 15%. En el
caso del Reino de Guatemala, y particularmente en la ciudad de Santiago, en ese siglo
se encontraban personas importantes originarias de dichas regiones.
Otro aspecto del origen geográfico es el referente a la procedencia urbana o rural. Boyd-
Bowman ha encontrado que, entre 1540-1559, al menos un tercio de los inmigrantes
procedía de 10 ciudades, y más de la mitad de otras 38. Ya se ha visto que la principal
fue Sevilla, de donde decía proceder hasta el 18% de la inmigración total hasta 1579.
Siempre cabe la duda sobre un lejano origen rural de estos migrantes urbanos, y de que
se trataba sólo de residentes recientes de las urbes; se debe recordar que entonces no
estaba muy bien establecida la división rural-urbano en la Península. Sin embargo, la
tendencia y los indicios apuntan a un origen mayoritariamente urbano, especialmente en
el siglo XVI.

Para apreciar los puntos de destino en América véase el Cuadro 12 y la Ilustración 64.
Este aspecto, también elaborado a partir de los datos de Boyd-Bowman, es más
problemático, porque resultan muy altos los porcentajes de las Antillas, lo cual es
aceptable sólo para el primer período migratorio, pero no para los subsiguientes. Aquí la
dificultad probablemente proviene de que muchos de los emigrantes daban como
destino su primera parada en las Antillas, pero de allí continuaban, más o menos pronto,
a otras zonas americanas. Además, hubo movilidad de una circunscripción a otra. En el
caso del Reino de Guatemala aparece una participación porcentual acumulada de apenas
4.0, cuando debió ser por lo menos del 8 al 10%.

En cuanto al origen social de la inmigración, es muy difícil ser categórico. Ya se vio


cómo al principio una mayoría de los migrantes se declaraba de origen hidalgo, lo cual
coincide con las pretensiones actuales de muchos hispanoamericanos que desean
considerarse de origen `noble'. Es obvio que ésta es una distorsión de los datos dados
por los inmigrantes, como también es una exageración el querer mostrar una mayoría de
delincuentes o perseguidos de la justicia; es indudable que hubo algunos de ellos, así
como conversos, para lo cual basta recordar a los hermanos de Santa Teresa de Jesús, de
claro origen judío-converso.

De acuerdo con Boyd-Bowman, de los 13,262 inmigrantes a Indias en el período 1520-


1539, 289 eran hidalgos, 275 religiosos, 255 marineros y 179 comerciantes. La mayoría
no queda bien identificada. Otras fuentes permiten una información complementaria
sobre los migrantes radicados ya en las Indias. Por ejemplo, en el análisis de James
Lockhart sobre la sociedad inicial del Perú, basado sobre todo en protocolos de
escribanos, se concluye que por lo menos en una décima parte los españoles llegados
entre 1532 y 1560 eran de origen artesano y habían aprendido su oficio en la Península.
Este mismo autor estableció que de la hueste de Pizarro un tercio tenía origen hidalgo,
pero incluía algunos artesanos. Encontró que de los 168 hombres de Pizarro por lo
menos 76 sabían leer y escribir, y 41 no, sin tener información sobre el resto. Lockhart
llegó a la conclusión que la mayoría de la expedición de Pizarro estaba constituida por
`hidalgos marginados' y `plebeyos'. Algo similar podría decirse del ejército de Alvarado
en Guatemala. Por otra parte, en la ya citada muestra panameña de 1519, estudiada por
Góngora, 11 eran personas que podían considerarse hidalgos y soldados, 10 procedían
del estrato medio urbano, y una mayoría podía tenerse como de extracción popular: 20
habían sido artesanos, 14 campesinos y 11 marineros.

Es probable que con el correr del siglo XVI, conforme se alejó la necesidad militar y se
fue constituyendo la sociedad colonial, la configuración de la migración cambiara en
favor de comerciantes, personal administrativo, religiosos y letrados, aunque nunca
dejaron de llegar artesanos, criados, labriegos, etcétera. Un grupo siempre presente fue
el de los eclesiásticos, el cual se encuentra bastante bien documentado, ya que también
para ellos se requería la correspondiente autorización del obispo o de su respectiva
orden religiosa. Pero la necesidad de este grupo fue disminuyendo por el surgimiento
del estamento religioso indiano. Entre los eclesiásticos también llegaron extranjeros, en
mayor porcentaje que para la totalidad de migrantes. Algunos de ellos usaron métodos
poco ortodoxos para cambiar su destino, tal el caso del fraile dominico inglés Thomas
Gage, que vino a parar a Guatemala cuando su licencia era para Filipinas. No hay que
olvidar, finalmente, la presencia de esclavos negros, que se estudia en otro capítulo de
esta obra (véase en esta sección sección el trabajo de Beatriz Palomo de Lewin `La
Esclavitud Negra en Guatemala Durante los Siglos XVI y XVII').

En cuanto a la configuración por sexo, en las últimas décadas se ha modificado un tanto


el conocimiento acumulado. Por mucho tiempo se había supuesto que la emigración al
Nuevo Mundo durante las primeras décadas había sido casi sólo de varones. Con la
publicación en 1940-1946 del Catálogo de Pasajeros a Indias se comprobó que entre
1509-1519 se concedió un 5.6% de licencias a mujeres. El porcentaje aumentó al 6.3 en
las siguientes dos décadas, y posteriormente, es decir, cuando terminó la Conquista,
creció de nuevo, hasta alcanzar más de un tercio en los últimos años del siglo XVI
(véase Ilustración 65). Según Richard Konetzke, alrededor de un tercio era de mujeres
casadas. Con el tiempo, conforme se estabilizó la situación, se hizo más corriente el
traslado de familias, aunque el elemento masculino soltero siempre siguió siendo
mayoritario.

En relación con la composición por edad, los indicios señalan que la mayoría de los
emigrantes eran jóvenes. Diversas muestras apuntan a que la mayoría, a veces hasta las
tres cuartas partes, era menor de 30 años al hacer el viaje ultramarino. Con el paso de
familias se incluyó la presencia de menores o niños, aunque siguió siempre
predominando el número de jóvenes.

Procedencia de la Inmigración al Reino de Guatemala


No existe estudio alguno sobre las características de la inmigración española al Reino de
Guatemala (sobre las expediciones de conquista y tampoco acerca de los colonizadores
de las primeras décadas). Sin embargo, no hay razón para suponer que haya sido
diferente de la totalidad, de manera que pueden aceptarse las proporciones que aparecen
en el Cuadro 11 para toda Hispanoamérica.

Sí existen estudios para el caso de Costa Rica, colonizada a partir de 1560. Monseñor
Víctor Sanabria hizo un análisis de las 69 `familias fundadoras', a las que habría de
agregar otras 19 de posibles fundadoras, para un total de 88. De las 63 identificadas, un
poco más de la mitad, 35 para ser exactos (55.56%), eran originarias de España; seis
(9.52%) lo eran de diferentes regiones de Europa (dos de Portugal, tres de Italia y una
de Francia), y 22 (34.92%) de otras regiones de América (tres de México, siete de
Guatemala, tres de Honduras y nueve de Nicaragua). La distribución de la procedencia
española y extranjera de 41 familias fundadoras puede observarse en el Cuadro 13, en el
cual también se incluye su porcentaje y el correspondiente a los datos de Boyd-Bowman
para el período 1560-1600.
Varias cosas llaman la atención entre los porcentajes regionales, por resultar diferentes
de los porcentajes generales. Lo más anómalo es la baja participación de andaluces, con
alrededor de 18% de diferencia. Además, lo elevado de los porcentajes para navarros,
vascos y gallegos, así como extranjeros, y un poco menos los valencianos; lo mismo
que el más bajo de leoneses. Esto pudo deberse a dos factores: lo pequeño de la muestra,
y la presencia de 22 fundadores provenientes del Reino de Guatemala y el Virreinato de
Nueva España. Estos últimos distorsionan la relación con los datos de Boyd-Bowman,
que sólo toma en cuenta a la Península. Por lo tardío de la conquista y colonización de
Costa Rica, en algunos casos los inmigrantes pudieron ser españoles ya establecidos en
América, e inclusive españoles nacidos en las Indias. Así pues, el caso costarricense es
diferente del resto del Reino de Guatemala, y ayuda poco a hacer comparaciones por lo
reducido de la población y por haber sido tan tardía la dominación definitiva.

Conclusiones
El tema de las inmigraciones españolas al Nuevo Mundo está todavía lejos de conocerse
a fondo, y es probable que nunca se pueda reconstruir en forma completa a causa de las
grandes lagunas en la información de salida, por la numerosa migración clandestina que
no dejó huellas, y porque muchas veces se proporcionaron a las autoridades datos no
verídicos. Son admirables los esfuerzos del investigador Boyd-Bowman y de otros
autores, pero aun así la información tiene que ser incompleta. La única forma de
mejorar el panorama es por medio de investigaciones en los archivos americanos
(regionales, nacionales y locales), con especial interés en la documentación notarial, y
en los registros sobre tasaciones, para así lograr una perspectiva que refleje la situación
real de cada localidad, y que también detecte las movilidades interregionales americanas
que existieron y tuvieron alguna importancia.

Los trabajos de Boyd-Bowman han reconstruido, lo mejor que han permitido las fuentes
documentales españolas, la situación hasta 1600. Queda todavía por investigar todo el
siglo XVII, sobre el que apenas se pueden hacer suposiciones o acercamientos
imperfectos. Lo que puede apreciarse de momento es que la migración continuó en la
primera mitad de dicho siglo más o menos igual que en el último cuarto del siglo XVI, y
que disminuyó un poco en la segunda mitad. No obstante, falta corroborarlo con
investigación documental directa, ya que ello se ha deducido de la crisis general de
Hispanoamérica durante esa centuria, la cual impuso una cierta `ruralización', que puede
ser engañosa al encubrir la verdadera situación de las corrientes migratorias
peninsulares.

Tampoco se ha investigado a fondo la reemigración o migración de retorno, aunque se


ha supuesto que fue pequeña. Sin embargo, no se debe olvidar que los pocos casos
notorios en que los ricos `indianos' retornaron a sus lugares de origen y levantaron
ostentosos palacios, como los que hoy se ven en Cáceres o Trujillo, deben haber
provocado nuevas oleadas de migrantes, a fin de repetir el buen éxito de sus
coterráneos.

Mientras no se demuestre lo contrario mediante nuevos hallazgos, se puede caracterizar


la migración española de los siglos XVI y XVII como voluntaria y conformada por
población predominantemente joven, urbana y masculina. Por otra parte, se aprecia que
con el correr del tiempo se produjo un cierto cambio en la importancia de algunas
provincias españolas en la participación migratoria, lo cual ya se manifiesta
evidentemente en la última parte del siglo XVI. Fueron perdiendo importancia relativa
regiones como Extremadura y las dos Castillas, mientras contribuían más otras regiones
como Aragón, Navarra y las provincias vascas, situación que fue parecida en toda la
América española. En el siglo XVIII y XIX serían Galicia, Asturias y las Canarias las
grandes aportadoras de contingentes migratorios.

El tema de este ensayo desafortunadamente no ha sido investigado para el Reino de


Guatemala, con la excepción de Costa Rica, donde existen los trabajos de Monseñor
Víctor Sanabria, que llegan hasta 1850. Se trata de un campo interesante que requiere
investigación tanto en los archivos parroquiales como nacionales de Centro América,
labor que hoy se facilita por el uso de computadoras. De este modo es dable pensar que
en el futuro se podrá avanzar significativamente.

A pesar de la relativa importancia de la primera oleada humana europea a ultramar, ella


estuvo muy lejos de la dimensión en números absolutos que se alcanzó en la segunda
mitad del siglo XIX y primera parte del XX. Sin embargo, tuvo sin duda graves efectos
en determinadas regiones españolas, en las cuales la salida de una población joven y
vigorosa necesariamente provocó bajas en la nupcialidad y, por lo tanto, en la natalidad.
Ya en las Cortes castellanas de 1597, el tema de la despoblación de Castilla preocupaba
tanto, que Martín de Porras pidió que se suplicara al monarca lo siguiente:

...se sirva detener la mano en la saca que de gente se


hace destos Reynos para fuera dellos, atento que de
ninguna cosa están tan pobres como de gente, y de mandar
que no pasen a las Indias por algunos años, si no fuesen
religiosos para que prediquen la doctrina y ministros para
el gobierno de la tierra, poniendo gran cuidado que no
vayan los demás, pues no se pueden poblar aquellos Reynos
sin despoblar éste.

La situación no parece haberse aliviado sino más bien empeorado, como puede
colegirse de una preocupación muy común entre los arbitristas del siglo XVII. Pedro
Fernández de Navarrete, en su Conservación de la Monarquía (1626), tituló su Discurso
VIII, `De la despoblación por las muchas colonias', y manifestó que una de las
principales causas de la despoblación era `la muchedumbre de colonias... y que salen
cada año de España más de cuarenta mil personas aptas para todos los ministerios de
mar y tierra'. Sin embargo, no hay que perder de vista que entonces se estaban sufriendo
los resultados de unos procesos sociales iniciados desde finales del siglo XV, con la
expulsión de judíos y moros, y que también se habían producido, con sus propios
efectos, las guerras de Flandes, Italia y otras regiones europeas. Además, la migración
española al Nuevo Mundo sólo se incrementó a partir de 1540, pero infortunadamente
ello ocurrió cuando ya se vivían las consecuencias de un proceso más amplio de pérdida
demográfica, especialmente en Extremadura, las dos Castillas y algunas zonas
andaluzas (por ejemplo la región del Aljarafe sevillano). Estas regiones habían perdido
partes importantes de su población, al extremo que se imposibilitaba su recuperación.
En consecuencia, para comprender las inmigraciones españolas al Nuevo Mundo hay
que verlas tanto dentro del contexto peninsular como en el de la región americana en
particular.
PILAR SANCHIZ OCHOA

La Sociedad de Santiago en el Siglo XVI.


Valores y Relaciones Interétnicas

En Guatemala, como en otras regiones de Hispanoamérica, desde los primeros años de


la Colonia la población se clasificó socialmente sobre la base de un criterio
determinante: el color de la piel. Ser blanco o indio, o sea, la adscripción a uno de estos
dos grupos raciales fue ciertamente el primer condicionante para la ubicación en el
sistema de estratificación social, y cada uno de estos dos grupos constituía un estrato
social cerrado. El elemento negro también estuvo presente en tal estructura, aunque en
forma minoritaria, sobre todo en los primeros años de la colonización. Los primeros
negros vinieron con sus amos desde España, como esclavos o sirvientes libres, y de
hecho todos los altos funcionarios podían obtener licencias para traerlos. Más tarde, con
la prohibición de esclavizar a los indios y la aplicación efectiva de las Leyes Nuevas,
aumentó el número de esclavos negros que se convirtieron en una fuerza de trabajo
importante, especialmente en las minas, las haciendas y el servicio doméstico.

En líneas generales y de acuerdo con las disposiciones legales de la época, se puede


decir que durante el siglo XVI la base de la pirámide social estaba conformada por los
esclavos negros, la cúspide por los blancos y el centro por los indios. Pero, además de
esta estructuración general fundamentada en el fenómeno racial, existió otra más
específica que dividió a su vez al grupo blanco de acuerdo con criterios prevalecientes
en la Península Ibérica, los cuales equivalían a lo que pudiera llamarse condicionantes
cronológicos: la mayor o menor antigüedad en la tierra conquistada. En cuanto a los
indígenas, se dio igualmente una estratificación heredada de la situación prehispánica,
entre principales o `señores' y macehuales o plebeyos.

Por otro lado, la intervención de una serie de factores que implicaron nuevos criterios de
valoración diferencial hizo más compleja la estructura, pues se establecieron ciertas
equiparaciones que con frecuencia diluyeron las líneas de diferenciación racial y social
anteriormente expuestas. A ello contribuyeron circunstancias legales y de costumbre, ya
que existían derechos y deberes, penas y castigos, y en algunos casos privilegios, para
uno u otro grupo racial, y para los diferentes estratos dentro de estos mismos grupos.
Así, por ejemplo, a los `señores' nativos la ley les concedía categoría de hidalgos,
aunque en la práctica estos indios principales se equiparaban a los gañanes castellanos.
Además, el hecho de haber aprendido a desempeñar un oficio artesanal o hablar la
lengua castellana, colocó a algunos indígenas en una posición superior al resto de sus
hermanos de etnia, situándolos incluso por encima de los antiguos `señores'.

A esta ya complicada estructura, basada en el factor racial y en la adscripción a ciertos


estratos dentro de cada grupo, se sumó la presencia de mestizos, mulatos y zambos (casi
todos procedentes de uniones ilegítimas) que tuvieron en la naciente sociedad un lugar
diferente, de acuerdo con el status de sus progenitores en su propio grupo. Así, cuando
el padre era un conquistador y la madre una hija de principal, por lo general este
mestizo gozaba de una posición diferente a la del hijo de soldado o simple vecino y una
india macehual. A su vez, muchos mulatos siguieron siendo esclavos y su salida de tal
situación dependía del interés que los padres mostraran por sus hijos ilegítimos.

A continuación se intenta determinar cuáles fueron los criterios de diferenciación social


que prevalecieron en la ciudad de Santiago de Guatemala durante el siglo XVI, sobre
cuya base se asignaron las diferentes posiciones dentro del sistema de estratificación. Y
puesto que la posición en la escala social estuvo determinada de ordinario por el
desempeño de papeles o funciones específicos en la sociedad, se hará referencia
también a los cambios que en la valoración de estas funciones se dieron durante el siglo
XVI.

Estratos Sociales y Grupos Raciales en Santiago


Pocos años después de la Conquista, la sociedad guatemalteca se jerarquizaba de
acuerdo con dos criterios de diferenciación: por una parte, el factor racial, que dividió a
la población en dos grupos cerrados, con derechos y deberes, penas y castigos
claramente establecidos para cada uno de ellos; por otra, el factor funcional, que otorgó
al aspecto militar en la posición de los conquistadores, una jerarquía superior a la del
resto de la población española. Esta a su vez, quedó diferenciada, según su mayor o
menor antigüedad en la tierra, en `pobladores antiguos' y `meros vecinos'.

Conquistadores y pobladores antiguos

El hecho de haber participado en la Conquista, poniendo armas y caballos al servicio del


Rey, fue motivo de encumbramiento para muchos españoles, que gracias a ello
adquirieron la categoría de hidalgos en aquella sociedad incipiente. La Corona los
premió con encomiendas, ayudas de costa y cargos concejiles, concediéndoles a veces
privilegios que los igualaron a los hidalgos peninsulares. La función militar fue tan
importante en los primeros años de la Colonia, que incluso dentro del estrato constituido
por los `oficiales de oficios mecánicos' o `meros vecinos' se concedió especial
reconocimiento social a los armeros pues, siendo las armas el atributo principal del
caballero, era lógico que se intentara favorecer a quienes hacían posible que otros las
portaran.

Por encima de los conquistadores sólo se situaron los que ejercían los poderes político y
religioso, gobernadores y obispos respectivamente, en su calidad de representantes de la
indiscutible supremacía del Rey y del Papa. Sin embargo, se trataba en cierto modo de
personajes ajenos a aquella sociedad, pues venían de la Península o de cualquier otra
parte de América, para volver a marcharse al cabo de unos años. Su influencia consistió
principalmente en favorecer a parientes, amigos y paniaguados que los acompañaban,
concediéndoles, u obteniendo del Rey, encomiendas y mercedes que a veces les
adjudicaban por el solo hecho de ser antiguos pobladores. Los beneficios y encomiendas
que recibieron estas personas ocasionalmente les permitieron introducirse en el cerrado
grupo de los conquistadores por medio de uniones matrimoniales.

Al igual que los conquistadores, los antiguos pobladores disfrutaron de ciertos


beneficios: recibieron lotes de tierra que convirtieron en `labranzas' o haciendas de
ganado, gracias al trabajo de los indios. Frecuentemente obtuvieron encomiendas, ya sea
por estar casados con una hija o viuda de conquistador, ya por haber participado en
pacificaciones posteriores a la Conquista, como las de Pochutla y la región de los
lacandones. A veces consiguieron cargos concejiles y corregimientos y, en casos de
extrema necesidad, recibieron la ayuda de costa que la Corona destinaba a
`conquistadores, viejos o pobres y tullidos' y a las viudas de ellos. Desde la década de
1560, aparecen también recompensados con la ayuda de costa o `pensiones en
corregimientos' personas pobres con título de licenciado o doctor (preceptores de
Gramática, médicos, etcétera), así como monjas y beatas. Sin embargo, nunca se
permitió que los `oficiales de oficios mecánicos' se beneficiaran de tales auxilios, y en
algún caso excepcional éste obedeció a la necesidad que se tenía de tales `oficiales':

A Miguel de Aguirre, vecino de esta ciudad de Santiago de


Guatemala, casado, 150 pesos de ayuda de costa. Dásele,
aunque es pintor, porque es provechoso para el culto
divino y porque ha hecho y hace mucho fruto para ello, por
la razón arriba dicha.

La escasez de oficiales en los primeros años de la etapa colonial trajo como


consecuencia una excesiva valoración de su posición, y ello les llevó a cometer
múltiples abusos. Incluso llegaron a amenazar con desatender las necesidades de la
ciudad si no se les concedían encomiendas. Una vez conseguidas, empezaron a vivir
como `caballeros', y a mantenerse sólo con los beneficios de sus repartimientos, con el
consiguiente abandono de sus oficios. Por ello, en 1543, el Cabildo decidió quitarles los
indios e instarles a dedicarse a sus especialidades artesanales. De 1530 a 1540 los
`oficios' aumentaron, debido en parte a que la Corona favoreció y estimuló la
emigración de artesanos peninsulares a sus dominios americanos. En dicha época en
Santiago había ya herreros, sastres, carpinteros, armeros, calceteros, silleros,
cuchilleros, espaderos, etcétera.

Pese a sus intentos de ennoblecimiento, los artesanos y `oficios' formaron un estrato


perfectamente diferenciado del de los conquistadores, antiguos pobladores y sus
descendientes, al menos durante casi todo el siglo XVI. Estos, desde sus cargos en el
Cabildo, se ocuparon de controlar las ambiciones de los artesanos. Con tales propósitos
emitieron diversas disposiciones sobre jornales y precios de las manufacturas, e incluso
decidieron retener el privilegio de examinar a los nuevos artesanos, como lo indica una
cédula del 10 de marzo de 1566, por medio de la cual se otorgaba al Cabildo el derecho
de examinar a los oficiales. Sin embargo, la mayor necesidad de ciertos oficios, así
como la riqueza de los materiales que algunos de éstos demandaban, dieron como
resultado un escalonamiento interno en el estrato correspondiente y se reconoció mayor
prestigio a algunos oficios según las épocas. Por ejemplo, la importancia que tuvieron
los armeros en los años siguientes a la Conquista se reflejó en las ordenanzas del
Cabildo sobre el lugar que correspondía ocupar a los distintos oficios en la procesión
del Corpus Christi: detrás de la custodia iban los armeros, después los plateros y
mercaderes, seguidos de los barberos, sastres, carpinteros, herreros, zapateros y demás
`oficios'.

Avanzado el siglo y dado que eran ya innecesarias las actividades guerreras en esta
sociedad, las aspiraciones de nobleza de gran parte de la población española se
reflejaron en su comportamiento y `apariencia honrosa'. Se convirtieron en individuos
importantes aquellos que pudieron presentar la distinción de caballeros: en primer lugar
los mercaderes `de grueso' o de `mercaderías de Castilla'; después, los plateros y sastres.
Tanto unos como otros, imprescindibles en los últimos años del siglo XVI, se
enriquecieron y llegaron en algunos casos a ascender en la escala social hasta
equipararse con los descendientes de conquistadores y antiguos pobladores, con cuyas
hijas se unieron algunas veces en matrimonio.

Indios

Los indios, declarados vasallos libres y súbditos de la Corona, mantuvieron hasta cierto
punto una estructura social interna semejante a la que existía en la época prehispánica.
Los `señores' y principales fueron exentos del tributo, siguieron gobernando a sus
propios pueblos, y se les concedió la categoría de hidalgos; los macehuales, en cambio,
no tributaron a sus antiguos señores, sino al Rey castellano, y al encomendero, y debían
realizar toda una serie de trabajos forzados.

La situación que acaba de describirse se refiere a la población indígena en general. Sin


embargo, en el Valle de Guatemala, por el mayor contacto con los españoles, la
estructura social prehispánica sufrió algunas modificaciones. En esta área se fueron
formando nuevas poblaciones de indios que, sacados de sus pueblos, se asentaron en las
tierras y milpas de los primeros vecinos de Santiago. En estos nuevos asentamientos
quedaron bajo el gobierno de `hombres de confianza' de los españoles, es decir, que en
lugar de sus antiguos señores, estuvieron dirigidos por mestizos o indios `ladinos en
lengua castellana', o sea individuos que ya mostraban cierto grado de aculturación en
sus formas de vida y comportamientos. Por otra parte, no todos los macehuales que
vivían en el Corregimiento del Valle tributaban, ya que tanto los indios mexicanos que
ayudaron a la Conquista como los antiguos esclavos libertados por las Leyes Nuevas
estuvieron exonerados del tributo.

El señor-hidalgo indígena, si bien compartía con el caballero-hidalgo español el


privilegio de no tributar, no llegó a disfrutar de ciertas prerrogativas exclusivas del
hidalgo hispano. Muchas veces sufrió el castigo de la cárcel, los azotes y los cepos por
culpas insignificantes, aunque ya Pedro de Alvarado en sus ordenanzas de 1530 había
prohibido `maltratar de obra o palabra a los indios caciques'. Por el contrario, a sus
iguales españoles no se les podía encarcelar por deudas.

Tampoco el macehual podía ser comparado con el `mero vecino' español, pues ni aun
cuando realizara idénticas funciones se le trataba o recompensaba de igual manera. El
indio tributaba al Rey o al encomendero y servía a todo español que se lo exigiera. El
trabajo indígena vino así a cubrir las necesidades y ambiciones de encomenderos,
alcaldes, corregidores, frailes, curas y vecinos de la ciudad.

En los primeros años de la Colonia, el ejercicio de las artesanías en la ciudad de


Guatemala fue privativo de los españoles. Los únicos oficios que los indios
desempeñaban eran los que ya ejercían en la época prehispánica, como petateros,
tejedores, ceramistas, etcétera. En cambio a principios del siglo XVII los barrios de San
Francisco y Santo Domingo se llenaron de cordoneros, albañiles, carpinteros y hasta
algún sastre de ascendencia india. Sin embargo, en todos los `conciertos' de aprendizaje
y contratos de trabajo que han podido consultarse, siempre aparecen indios `ladinos'
como los únicos que fueron contratados como oficiales o se pusieron de acuerdo con
algún español para aprender un oficio. Pese a ello, algunos gremios mantuvieron su
exclusivismo durante bastante tiempo. Por ejemplo, se sabe que los armeros y plateros
no concedían la maestría a negros ni a indios, y en una instrucción dada a Francisco del
Valle Marroquín, Visitador y administrador de los indios del Valle, se señalaba que `se
prohiba a los indios el ejercicio del oficio de platero, si no es en compañía de español y
con la debida licencia'.

Continuas cédulas reales regularon el trabajo de los indios y señalaron la obligación que
tenían los españoles de pagar sus servicios. En cualquier caso, el tipo de labores
realizadas por un indio, fuera como sirviente, trabajador agrícola o artesano, eran
valoradas muy por debajo del trabajo desarrollado por un español. Por ejemplo, en unas
cuentas del Cabildo de 1561 aparecen los gastos realizados en `hacer las cajas de agua'.
En ellas se detallan los sueldos de los albañiles, tanto españoles como indígenas, y
mientras el español recibía un salario de cuatro tostones por día, el `maestro' indio
percibía sólo un tostón diario. Seguramente, en aquellos años ésta debió ser la cantidad
que se acostumbraba pagar a los `oficios' indios, puesto que en dichas cuentas aparece la
misma cantidad asignada a los carpinteros indígenas. Por otra parte, los sueldos que
recibían los trabajadores indios no calificados fueron aún más bajos, pues se les pagaba
un tostón por una semana de trabajo, tanto a los que transportaban mercancías
(tamemes) como a los que servían en las casas o trabajaban en las obras públicas de la
ciudad.

Las medidas tomadas en favor de los indios por el Presidente Cerrato propiciaron
indirectamente, junto con las presiones tributarias, la dedicación de algunos de ellos a
actividades comerciales. En efecto, al huir los indígenas de sus pueblos para escapar del
tributo, emigraron a las cercanías de la ciudad de Santiago, donde unos eran contratados
por los españoles para el servicio doméstico y otros subsistieron mediante el comercio
de `menudo', principalmente de productos de la tierra, y la mayoría de las veces como
`regatones'.

Con la aplicación de las Leyes Nuevas se puso de manifiesto una cierta pérdida de
control sobre los indios. Incluso algunos religiosos consideraron que había que tratarlos
con mano dura, pues a consecuencia de las libertades conseguidas, ellos se `dan a la
ociosidad', se hacían mercaderes, y abandonaban sus tareas agrícolas. A fines del siglo
XVI, se dio el caso de algunos indígenas, generalmente principales o alcaldes de los
barrios de la ciudad o de los pueblos limítrofes, que se enriquecieron mediante el
comercio a largas distancias, y aun llegaron a tener recuas de mulas que eran
conducidas por otros indios porteadores convertidos en arrieros. El conocimiento del
terreno convirtió a estos antiguos tamemes en excelentes conductores de las bestias de
carga que recorrían las tres principales vías de comunicación con el exterior: el camino
de Petapa, y los de Jocotenango y Ciudad Vieja.

Negros

Los primeros negros llegaron a Guatemala como esclavos en compañía de sus dueños
(presidentes, oidores y otros cargos públicos). Desde el principio se les asignó una doble
función: por un lado, formaban parte del servicio doméstico de las casas de sus amos;
por el otro, daban fundamento al prestigio social de éstos, y consolidaban su status.
Hasta tal punto se constituyeron en símbolo de prestigio social que, una vez
desaparecidos los esclavos indios, los conquistadores y antiguos pobladores (las gentes
más importantes de la ciudad) adquirieron numerosos negros y negras para el servicio
de sus casas, pese a que podían contar con el abundante y casi gratuito servicio de los
indígenas.

Al finalizar el siglo XVI, hasta algunas casas de artesanos contaban con esclavos
negros, aunque en este caso no se les utilizó para realizar los quehaceres domésticos
sino para ayudar en los oficios de sus dueños, o incluso para alquilarlos a otras
personas, por lo que su función fue eminentemente económica. A la postre la compra de
esclavos negros vino a convertirse en una inversión muy rentable. En ese tiempo, este
grupo racial, que constituía el grueso del servicio permanente de las casas, debe haber
sido muy importante en la composición étnica de la ciudad de Santiago de Guatemala,
como lo sugiere la información que aparece en un pleito en que una negra esclava dice
que `tardó mucho en hacer la compra porque había muchas negras comprando'. Sin
embargo, el servicio personal de los indios no disminuyó y éstos siguieron acudiendo
semanalmente desde los pueblos contiguos a la ciudad donde se agrupaban en la plaza o
tiánguez del barrio de Santo Domingo, a la espera de ser repartidos a los españoles,
quienes los empleaban para los trabajos agrícolas y en las haciendas de ganado
principalmente.

Al igual que los negros, muchos mulatos, producto de la unión de españoles y esclavas
negras, permanecieron en esclavitud; otros, en cambio, fueron libres desde su
nacimiento, puesto que sus madres habían sido liberadas antes de que ellos nacieran.
Con el tiempo dichos mulatos vinieron a engrosar el número de los `oficios' o se les
contrató por los dueños de estancias de ganado, donde desempeñaron en ocasiones el
cargo de mayordomos.

Negros, mulatos y zambos libres fueron a veces igualados por la ley. Aunque no
permanecieron bajo el régimen de encomienda como ocurrió con toda la población
indígena asentada en el Valle, recayó sobre ellos un impuesto especial destinado a
beneficiar exclusivamente a la Corona, el cual se llamó `servicio del tostón'. Los
indígenas tributaron por este concepto sólo un tostón en plata, mientras aquéllos
pagaron cuatro, pero en el caso de los indígenas este impuesto era un agregado del
tributo.

A principios del siglo XVII, la población flotante de Santiago y sus alrededores estaba
en gran parte constituida por negros y mulatos libres. Eran, en expresión de la época,
`cimarrones' o `furtivos', es decir, carecían de lugar fijo de residencia y solían trabajar
únicamente por temporadas para los españoles, ya fuera en las casas de éstos, ya en las
haciendas de ganado, en los trapiches de azúcar, o en los obrajes de añil. Estos mulatos
y negros desarraigados de ordinario eran contratados por españoles desaprensivos para
desjarretar el ganado y hacer sebo o para cometer cualquier otra acción delictiva.
Adquirieron fama de alborotadores y pendencieros, y por ello los indígenas temían que
entraran en sus pueblos, pues les robaban los víveres e incluso les quitaban sus mujeres.
En la ciudad de Santiago llegó a prohibírseles el uso de armas, por temor a que causaran
males y escándalos.

Sin embargo, no todos los negros y mulatos libres fueron `cimarrones'; muchos se
integraron a la población de Santiago y, asentados en los barrios tradicionalmente
indígenas, formaron parte del servicio de los españoles o desempeñaron algunos oficios.
Mestizos

Los mestizos gozaron de cierta situación privilegiada en comparación con los mulatos,
pues no sólo estaban exentos del tributo, sino además se les eximía del servicio del
tostón. No obstante, al igual que los mulatos, fueron discriminados en cuanto a ciertas
actividades sociales. En la práctica su posición dependía de la de sus progenitores y,
como se ha dicho, del interés que éstos demostraran por sus hijos naturales. Algunos
siguieron formando parte de las comunidades indígenas a las que pertenecían sus
madres, otros fueron a engrosar el número de los `cimarrones', y muchos aprendieron
diversos oficios y llegaron a ser `maestros', incluso en aquellas artesanías que habían
sido privativas de los españoles durante los primeros años de la Colonia, como fue en el
caso de los oficios de herreros y alarifes. Ya en el siglo XVII había sastres mestizos, y
en un documento de 1619 aparece información sobre un platero mestizo que vivía en la
ciudad de Santiago.

Cuando los mestizos eran hijos de conquistadores o pobladores antiguos y


descendientes por vía materna de señores indígenas, llegaron a formar parte de las
`casas principales' y fueron criados y educados por sus padres y las esposas legítimas de
éstos. Aún más, se comportaron como caballeros o damas `honradas', heredaron bienes
de sus padres y, en casos excepcionales, recibieron encomiendas, y contrajeron
matrimonio con mujeres y hombres españoles. Un ejemplo notable es el caso de doña
Leonor de Alvarado, mestiza, hija de Pedro de Alvarado y de doña Luisa Xicoténcatl,
hermana de uno de los señores gobernantes de Tlaxcala. Doña Leonor casó en primeras
nupcias con don Pedro Portocarrero y en segundas con Francisco de la Cueva. Otro caso
fue el de un hijo del conquistador Sancho de Barahona y de `una mujer de la tierra'. Este
mestizo participó en las batallas de Pochutla y Lacandón, recibió un repartimiento de
indios y se casó en Castilla, en razón de los méritos de su padre, uno de los principales
capitanes en la conquista de Guatemala.

Como puede notarse, en los casos citados el status de los padres prevaleció sobre el
criterio étnico para determinar la posición social de los mestizos. La situación de los
padres fue también factor decisivo para la aceptación de mestizos en las cofradías y
hermandades de españoles (los negros, mulatos e indígenas tenían sus propias cofradías)
así como para su ingreso en el Colegio Seminario de la Asunción de Santiago, fundado
por el Obispo Gómez de Córdova, en 1596. De acuerdo con las constituciones del
seminario se dio preferencia de entrada a hijos de conquistadores y pobladores antiguos:

...sean descendientes de conquistadores o antiguos


pobladores... e hijos de meros españoles, si pudiera ser;
y si no, que a lo menos no sean hijos de india y mero
español, ni de mestizo y mestiza, ni de judíos y moros, ni
negros, ni penitenciados por el Santo Oficio de la
Inquisición, ni descendiente de ellos.

En cambio, las constituciones del colegio creado `para recogimiento de doncellas pobres
o pupilas ricas', en 1592, fueron mucho más estrictas en sus criterios étnico-religiosos,
según se verá más adelante.

Las diferencias raciales y la posición de los individuos en la sociedad de Santiago


quedaron perfectamente reflejadas en las disposiciones legales. La imposición de penas
por la transgresión de una misma norma variaba para cada uno de los grupos que
componían dicha sociedad. Por ejemplo, el castigo que se imponía por desjarretar
ganado no era el mismo para blancos, indios, negros, mulatos,
mestizos y zambos. En éste y otros casos se notan claramente las diferencias entre
blancos y no blancos; indios y `otras generaciones'; españoles importantes frente a
`meros' españoles.

De acuerdo con la legislación de la época, ningún español estaba sujeto a penas


corporales; en cambio, éstas se prescribieron para los otros grupos. Por otro lado,
mientras un español dueño de ganado que infringía la ley pagaba una multa de 300
ducados y cumplía un destierro de dos a cinco años, el español de condición humilde
era castigado con `pena de vergüenza pública' y el pago de una multa de 100 ducados
destinados a la cámara real. Las diferencias entre indios y `otras generaciones' se
manifestaban en el hecho de que aquéllos sólo eran penados con 50 azotes, mientras que
negros, mulatos, mestizos y zambos recibían entre 100 y 200. Así lo indica buen
número de documentos tramitados con ocasión de ciertos hechos delictivos, como
asesinatos, latrocinios o simplemente incumplimiento en el pago del tributo. En el caso
de reincidencia, el español sufría el destierro perpetuo de `todas las Indias', mientras que
a mestizos, negros, mulatos y zambos se les duplicaba la pena corporal y además se les
condenaba `a galeras al remo, tiempo de cinco años'.

La Mujer o el Ámbito de lo Privado


Para la comprensión del sistema social resultante de la Conquista, es importante tomar
en cuenta el bagaje cultural de los españoles que llegaron al Nuevo Mundo quienes,
durante los primeros años de su estancia en estas tierras, se rigieron por los mismos
patrones estructurales e idénticas normas de comportamiento que los de la Península. En
lo que se refiere a la familia y a las relaciones entre los sexos, por ejemplo, se
reprodujeron en Guatemala las características propias del sistema patriarcal imperante
en la metrópoli, sólo alteradas por factores económicos, étnicos o poblacionales.

Lo anterior no quiere decir que las mujeres, cuyos derechos eran pocos en aquella
sociedad patriarcal, ocuparan un lugar marginal en el sistema social. Hay que aceptar
que lo más importante de una cultura y una sociedad no son las normas y prescripciones
formales, que otorgan al hombre la autoridad, el control de los recursos y el poder legal,
es decir, el dominio formal en el ámbito de la economía y la política. En consecuencia,
se puede afirmar que en la práctica la mujer de la sociedad de Santiago, durante el siglo
XVI, fue una pieza esencial no sólo en el núcleo familiar y doméstico (ámbito privado),
sino también en la esfera de la vida pública (política, religión, economía).

Las mujeres en realidad no carecieron de poder, mas lo ejercían de manera distinta a


como lo hacían los hombres. Desde el ámbito privado, las mujeres influían sobre los
hombres a fin de obtener sus objetivos, de forma que ambos poderes, masculino y
femenino, eran complementarios en términos de reciprocidad de influencias. Hombres y
mujeres operaban en esferas distintas, pero igualmente importantes para la reproducción
del orden social. Por lo tanto, los ámbitos público y privado no deben entenderse en que
unos y otros se movían como antagónicos, sino como términos dialécticamente
relacionados. Mientras que los hombres ejercían su poder sobre las mujeres en ciertas
situaciones y esferas de acción, éstas dominaban habitualmente en otras áreas concretas
y específicas.

En este sentido cabe insistir en la importancia que para la comprensión de la sociedad y


la cultura guatemaltecas del siglo XVI, como de cualquier otra época, tiene el
conocimiento del papel que desempeñaron las mujeres, tanto españolas como indias,
negras, mulatas y mestizas.

La dote

En Guatemala, la mujer, menor ante la ley, dependía del hombre. Por esa razón, al tener
la edad de `tomar estado', la hija era dotada por su padre para el matrimonio o, en caso
de faltar el padre, por el hermano mayor. Las dificultades económicas, incluso de los
propios conquistadores-hidalgos, condenaban a muchas jóvenes a la soltería o, lo que
podía resultar aún más triste, al confinamiento en la `casa de refugio' de mujeres o en un
convento.

En el caso de las hijas de conquistadores, ellas debían ser dotadas de acuerdo con la
categoría social de sus padres, y el hecho de casarlas bien suponía un gravamen
económico de tal índole que muchos no podían soportarlo. Las doncellas solteras
presentaban, pues, para sus progenitores, un problema material y moral al mismo
tiempo, toda vez que la mujer estaba hecha para el matrimonio o, en su defecto, para
pasar sus días `recogida' en un convento. Muchas de ellas se casaban tarde, en tanto el
padre o hermano podían reunir el dinero suficiente para la dote.

Las hijas de conquistadores se unían normalmente a conquistadores o a los


descendientes de éstos, y en muchos casos a hidalgos llegados de España. De esta
manera se consolidaba una hidalguía reciente y de `notoriedad', reforzada por otra más
con `ejecutoria'. Estos hidalgos hispanos llegaban frecuentemente a Guatemala sin
medios económicos (su pobreza era lo que en la mayoría de los casos les impulsaba a
pasar a las Indias) y por ello las dotes que habían de ofrecer los conquistadores para
emparentar con ellos eran muy elevadas.

El problema económico asociado a las doncellas aparece repetidamente en los


documentos. Los conquistadores recurrieron a solicitar mercedes reales, no sólo por
tener un gran número de hijos que alimentar, sino también hijas `en edad de casar', y se
llegó a decir de algún conquistador que `falleció pobre por casar muchas hijas que tuvo'.
Los padres de estas doncellas, en sus peticiones al Rey, además de solicitar
repartimientos, ayudas de costa o cargos por sus méritos y servicios, equipararon el
problema a los de la pobreza de la tierra o el tener que mantener casas principales. El
Rey, movido quizás por imperativo tan poderoso, actuó muchas veces en favor de tales
peticiones, haciendo declarar a los solicitantes el número de hijos que mantenían y en
especial las hijas en edad de `tomar estado', para recompensarlos.

La mujer principal había de ser dotada muy por encima de la mujer `vulgar' o `innoble',
y en Guatemala se llegó a dotaciones excesivas. En éste, como en otros aspectos, la
hidalguía de nuevo corte trataba de paliar, por medio de la apariencia y la exageración,
la falta de ejecutoria que acreditara la posición. Un ejemplo de la elevada cuantía de
estas dotes es el caso de un encomendero que declaró no tener más de 1,000 pesos como
producto anual de su encomienda, pero dotó a una de sus hijas con 7,000 pesos.

Proveer tales dotes era una de las causas del endeudamiento de muchos conquistadores.
Algunas veces las hijas de colonizadores pobres, o las huérfanas, eran dotadas por algún
español más rico. Este acto, además de ser una muestra de la cohesión y solidaridad que
existía entre ellos, se tenía como uno de los deberes `de honor'. La protección de
huérfanas, doncellas y viudas figuraba como uno de los méritos que un `caballero' podía
presentar ante el Rey.

Se ha señalado también que las doncellas solteras presentaban un problema de tipo


moral, ya que no se concebía que una mujer viviera sin la protección y el apoyo de un
hombre. Si no se casaban y tampoco entraban en un convento, estas mujeres estaban
irremisiblemente condenadas a `perderse', según la opinión de obispos, audiencias,
conquistadores y pobladores en general, pues se les consideraba incapaces de defender
su honra. A fin de solucionar este problema se pidió al Rey que se asignaran a solteros y
solteras las encomiendas vacantes:

...porque siendo así se podrían remediar algunas


doncellas, hijas de conquistadores o pobladores antiguos y
haciéndose esto iría en aumento la tierra, con lo cual
sean dos obras buenas, porque son en tanta cantidad las
doncellas que hay que a no hacerse habrá muchas de ellas
perdidas.

El Oidor Tomás López hizo hincapié sobre este asunto y sugirió que los solteros que
había en la ciudad se casaran con doncellas pobres, que están `en gran peligro de su
honestidad'.

Las hijas solteras que quedaban huérfanas de madre permanecían en el convento


mientras esperaban que el padre pudiera tener los medios `para poderlas casar
medianamente', y mantener así, a buen recaudo, su doncellez. Pero si habían tenido la
desgracia de perder a su progenitor, no sólo peligraban en su integridad moral, sino que
quedaban a merced de la pobreza al no haber nadie que defendiera sus intereses
económicos.

La importancia de la dote a la hora de arreglarse los matrimonios hizo que muchos no se


casaran sino hasta encontrar un buen respaldo económico a su unión. La dote era
también la clave de ciertos matrimonios y de la constitución de familias en Guatemala.
Tal fue el caso expuesto por Alonso Martín, en 1567, cuando indicó lo siguiente en su
probanza de méritos: `...por me ver que ya no tenía con qué me sustentar, me casé con
una hija de Antonio de Paredes, conquistador de esta provincia'.

Pero no fueron sólo los motivos de tipo económico los que llevaron al conquistador al
matrimonio. Contrariamente a lo que pueda pensarse, en el Reino de Guatemala el afán
nobiliario y el deseo de prestigio social de los españoles fueron incentivos que
superaron muchas veces a los económicos en los conciertos matrimoniales. Por ello,
muchos vecinos de Santiago se casaron con hijas de conquistadores sin haber recibido
dote por ellas, pero con la esperanza de obtener alguna merced real por los méritos del
padre de su mujer. Otros se casaron con hijas de conquistadores, herederas de
encomiendas, pero adquirieron, con ellas, las deudas que el suegro había contraído en
vida, además de tener que mantener a la suegra y hermanas solteras de su mujer y de
comprometerse a dotarlas como caballero, a fin de que se pudieran casar, a su vez, con
caballeros. Está, por ejemplo, el caso de Bartolomé de Molina que, al casarse en 1568,
se vio obligado a pagar las deudas de su suegro y a dotar nada menos que a siete
cuñadas, aunque la renta de la encomienda que recibió con su mujer no era realmente
cuantiosa.

Situación de las viudas

Por todos estos condicionantes (posibilidad de dotar y hacerlo dignamente, enlazar con
personas de igual categoría social, etcétera) se observa en esa época un desajuste de
edad entre las parejas, y era común el hecho de hombres jóvenes casados con mujeres
mayores, que abundaran las doncellas solteras, y que las viudas se casaran varias veces.
Al heredar éstas las encomiendas de sus difuntos maridos, la Corona les instaba a
realizar nuevas nupcias como medida para poblar la tierra. Por otra parte las viudas
encomenderas ofrecían grandes incentivos a los solteros necesitados pues, además de las
encomiendas, aportaban al nuevo matrimonio el `nombre' y méritos de su difunto
cónyuge, con la consiguiente posibilidad para el nuevo marido de solicitar alguna
merced real, basándose en las hazañas de su antecesor. No obstante, el interés de casarse
con ellas decreció al fin de la centuria. La razón fue que, en 1590, un auto reglamentó la
sucesión de encomiendas en segunda generación y se prescribió el cese de las poseídas
por viudas que murieran después de haber contraído segundas nupcias, de forma que el
segundo marido quedaba sin derecho a ellas una vez fallecida su mujer. En cualquier
caso, los segundos maridos nunca heredaron las encomiendas completas, pues si
quedaban hijos del primer matrimonio, la mitad de los indios pasaban a éstos y la otra
mitad podía ser disfrutada por el nuevo cónyuge y los hijos que nacieran de la nueva
unión.

Al igual que las solteras, también las viudas, con excepción de las encomenderas,
llegaron a constituir una auténtica carga social. Las que eran pobres y sin posibilidad de
que sus hipotéticos segundos maridos obtuvieran mercedes reales por méritos del
primero, tuvieron como únicas alternativas de subsistir el ser mantenidas por sus hijos o,
en caso de faltar éstos, acudir al favor real. La viuda de un conquistador no tenía
posibilidad de trabajar para mantenerse pues, al igual que al caballero, le estaba vedado
comerciar o dedicarse a oficios manuales, por considerarse esto indigno de su honra y
nobleza. La solución a su inactiva pobreza consistió en las ayudas de costa que los
presidentes concedían por orden de la Corona. Gran parte de dichas ayudas recaía en las
viudas y huérfanas (en 1591 se repartieron 13 a hombres y 118 a mujeres, entre viudas,
doncellas y beatas) y su cuantía, que se renovaba anualmente, oscilaba entre los 30 y
100 pesos, según la categoría de la dama y la necesidad que presentaba.

Durante el siglo XVI muy pocas mujeres españolas se dedicaron a realizar trabajos
remunerados, excepto algunas criadas que recibían poco sueldo, pero que se aseguraban,
durante el tiempo que duraba su servicio, una dote que les posibilitaba el matrimonio.
Dedicarse a la confección de ropa o al oficio de `parteras' era el único recurso de las
mujeres pobres, además de la caridad real de las ayudas de costa. Basta con acudir al
testamento de alguna viuda de conquistador o mercader importante (`de grueso'), para
darse cuenta de la difícil situación en que la muerte de sus maridos dejaba a estas
mujeres, cuya posición social les impedía desempeñar trabajos remunerados. El `censo'
sobre bienes, joyas y objetos de valor empeñados iba acrecentándose durante el tiempo
que sobrevivían y al final de sus días lo habían perdido todo o esos objetos permanecían
en manos de prestamistas. Tal fue, por ejemplo, el caso de Ana Cabeza de Vaca
Montúfar, viuda de Alonso de Nava que, en 1591, tenía empeñadas sus joyas, vestidos y
muebles, al no haber podido además cobrar deudas que muchos habían contraído con su
marido.

Colegio de doncellas

El Obispo Francisco Marroquín tuvo la idea de fundar una casa para recoger doncellas
pobres. En 1563, año de su muerte, dirigió una carta al Rey en la que dice haber
comprado una casa para este efecto y 16 años después esta casa de `mujeres beatas
recogidas', como se las denomina en un documento, albergaba 17 doncellas hijas y
nietas de conquistadores, que habían `prometido castidad para servir a Dios'. Todas eran
huérfanas y muy pobres, se mantenían de limosnas y no podían entrar todas las que
solicitaban su admisión.

En 1592 se solicitó la aprobación de la constitución y licencia real para la fundación de


un colegio para `recogimiento de doncellas pobres'. Este centro preparaba a dichas
mujeres para entrar en religión o casarse. En las constituciones estaba claramente
definido quiénes podían entrar: ni mestizas de españoles e indios o de otra `generación';
habían de ser hijas de cristianos viejos, que no tuvieran `raza de moro ni judío ni de otra
mala secta'; que fueran nacidas de legítimo matrimonio, y `que todo conste de
información fidedigna', sin que entraren de `otra suerte'. También se admitían las hijas
de `vecinos de posible' de la ciudad, pagando éstos su vestuario y alimento, con tal de
que no pasaran de los 10 años.

El análisis de las constituciones de este colegio de `recogimiento' para doncellas revela


parte de la estructura y valores de la sociedad guatemalteca del siglo XVI. Además de
poner de manifiesto la discriminación existente entre los españoles por un lado y los
mestizos e indios por otro, se observa la intención de preservar la virtud de las
españolas, separándolas de las mujeres casadas o solteras `depositadas', a las que no se
admitió en el colegio, y de las mestizas, la mayoría de ellas hijas ilegítimas y
consideradas menos honradas y virtuosas que las españolas. Por lo tanto, se exigió que
las recogidas, aunque pobres, fueran hijas legítimas de españoles, cristianos viejos, con
lo cual se limitaba la pretendida protección moral a sólo una parte de las mujeres de
Santiago. Consciente de ello, el Obispo Francisco Marroquín, siempre preocupado por
la salud moral y espiritual de Guatemala, pero a la vez inmerso en ese sentimiento
discriminatorio del resto de la población española, solicitó, juntamente con la ayuda
regia para la fundación de la casa de `doncellas pobres', la asignación de las rentas de la
encomienda de un pueblo de indios para costear la educación de las mestizas, una tarea
que quiso poner en manos de una monja. Ésta las podría `criar, doctrinar y a su tiempo
casarlas'. Las constituciones del colegio de doncellas son, asimismo, un reflejo de lo que
era la vida de una mujer de la ciudad de Santiago de Guatemala en el siglo XVI y su
papel dentro de la casa y en la sociedad, para el que se la educaba enseñándola a leer y
escribir, rezar, cantar, tocar algún instrumento, cocinar, realizar labores de aguja y
normas de buen comportamiento.
Obra también del Obispo Marroquín fue la fundación de un convento de monjas, cuyos
trabajos de construcción inició, y fue terminado bajo el gobierno del Presidente
Villalobos (1573-1577). Fray Gómez de Córdova, Obispo de Guatemala en aquellas
fechas, comentó: `...tiénese entendido será de mucho fruto así para ejemplo de virtud
como para el remedio de mucha gente principal que de otra manera no lo tenía'. Añade
que habían entrado en el monasterio muchas doncellas `hijas de hombres de bien y que
no tenían mucho con qué las poder remediar'.

La fundación de este convento no sólo fue solicitada y apoyada por el Obispo, sino
también por toda la gobernación. Incluso el Cabildo de San Salvador suplicó al Rey
ayuda para la creación del convento de Santiago. La Corona, por cédula dirigida a la
Audiencia en 1582, concedió 600 pesos al año, por espacio de 10 años, como ayuda
para el monasterio. A fines de siglo se concedió otro aporte semejante para la fundación
de un nuevo monasterio en Chiapa, como lo indica la cédula real dirigida a la Audiencia
de Guatemala en 1598. En ella se concedía licencia para fundar un monasterio y se
otorgaba 500 pesos de renta para ayuda de su sustento, a fin de que 236 doncellas
nobles, hijas de descubridores y pobladores pobres, pudieran conservar su virtud en
recogimiento.

De lo anteriormente expuesto se deduce, por una parte, la obsesión de aquella sociedad


por proteger la honra y virginidad de la mujer española y, por otra, la situación de
subordinación de ésta con respecto al hombre. La mujer era receptora y trasmisora de
nobleza y prestigio, pero no podía adquirir personalmente estos valores. La nobleza le
venía por linaje o por connubio y sólo la protección y cuidado paterno, fraterno o
marital garantizaban su `honra'. Sin embargo, aun en su pasividad, jugó un papel
primordial para que el varón recibiera encomiendas y mercedes reales, como elemento
importante en el hogar y, sobre todo, para la procreación y continuidad del linaje.

La mujer indígena

Hasta ahora se ha tratado de la mujer española en la sociedad de la época


inmediatamente posterior a la Conquista, pero, ¿cómo era la vida de las mujeres indias?,
¿cuál era su situación en ese contexto social? Así como la Conquista conformó la
estructura familiar hispana y confirió características específicas al hecho matrimonial
(matrimonios secundarios, preferenciales, celibato, matrimonios tardíos, etcétera), en la
sociedad indígena también se operaron cambios con respecto a la situación anterior. Por
eso, a fines del siglo XVI, las viudas indígenas ricas encontraron graves problemas para
casarse, al contrario de lo que ocurrió en el grupo de las viudas de conquistadores,
quienes hallaron fácilmente maridos. Las viudas indias tenían que pagar tributo
completo como si sus maridos vivieran, por lo que no eran solicitadas en nuevo
matrimonio. Tampoco las herederas ricas encontraron marido, pues al casarse con un
indio de su condición, el tributo a pagar tenía que ser doble, de acuerdo con las milpas y
heredades poseídas conjuntamente. En consecuencia, las ricas herederas indígenas, al
igual que las viudas, o se casaban con indios alquilones que estaban a su servicio o se
amancebaban, y esto era punto de escándalo para los misioneros y motivo de protesta
contra los encomenderos y el tributo.

Un número considerable de mujeres indias del Valle de Guatemala acudió al servicio de


las casas de los españoles. En principio, y como una de sus obligaciones hacia su
encomendero, eran obligadas a servir como lavanderas, panaderas, cocineras y
chichiguas (nodrizas). Algunas indias jóvenes, que habían sido llevadas a los hogares de
los españoles cuando eran niñas, permanecieron en ellos casi en situación de esclavas.
Asimismo, para que las españolas, incluso las esposas de los simples artesanos,
permanecieran `recogidas y honradas' en sus casas y liberadas de los oficios domésticos
más rudos, muchas indígenas tuvieron que salir de las suyas para servir de tesinas, es
decir, encargadas de las tareas más pesadas, o como chichiguas, en casa de las
españolas. En estas condiciones fácilmente perdían su `honra' al ser forzadas al
amancebamiento con criados o esclavos de los españoles, y a veces con sus propios
amos. El trabajo de indios e indias, en casa de los españoles, que permitió a las
`honradas' damas educar a sus hijos personalmente, adoctrinándolos y teniéndolos
recogidos, impidió que las indias pudieran cuidar a los suyos y educarlos a la manera
tradicional.

El tributo y el servicio personal posibilitaron, pues, al grupo receptor, el mantenimiento


de su status social y el de sus descendientes, mediante la cesión a los hijos varones del
privilegio de la encomienda y la dotación de sus hijas. Asimismo, permitió a los
españoles acoger a sus parientes huérfanos y pobres, y aumentar con ello su propio
prestigio. Por último, favoreció la preservación de la honra de la mujer española, ya que
al poder ser dotadas para el matrimonio o el convento, obtenían pronto el `recogimiento'
necesario para mantener su virtud. Por el contrario, dichas prestaciones personales como
cocineras, sirvientas, lavanderas, chichiguas, etcétera, desorganizaron la familia
indígena e hicieron perder su rango a las indias principales. Para no tributar doblemente,
dejaron de unirse a indios de su condición, para hacerlo con los macehuales.
Finalmente, el tributo y el servicio de los indios, que garantizaba la virtud de las
españolas, quitó la suya a las indias, pues muchas se prostituyeron en el cumplimiento
de dichas prestaciones.

La mujer negra

En los primeros años de la Colonia, todas las negras que vivían en Santiago, al igual que
sus hermanos de raza, eran esclavas. Además de realizar tareas domésticas, servían
como acompañantes de sus señoras blancas y parece que estuvieron más cerca de ellas
que las sirvientas indias. Las esclavas negras no fueron a trabajar en las minas, pero no
por ello se obtenían por un precio menor al de los hombres. A menos que fueran viejas
o estuvieran enfermas, llegaron a cotizarse en el mercado de esclavos entre los 800 y
1,000 tostones, a fines de siglo, que era lo que se pagaba por los esclavos varones
jóvenes. Una valoración tan elevada tenía una clara justificación, no sólo en la
capacidad laboral de tales esclavas, sino también en su apreciada capacidad
reproductora. Desde su nacimiento, los hijos e hijas de esclavas se convertían en
esclavos de los amos de aquéllas, quienes incrementaban así sus posesiones sin tener
que pagar nada a cambio, y eso aunque los descendientes fueran mulatos y a veces
descendientes de los propios dueños. Éstos, por su parte, movidos por un sentimiento de
compasión, establecieron alguna vez en sus testamentos, como última voluntad, la
liberación de estas esclavas madres de mulatos e incluso les dejaron bienes, aunque a
los hijos no se les reconoció como naturales.

Negras y mulatas eran enviadas a comprar y vender en el mercado en lugar de sus amos
españoles, sobre todo en las ocasiones en que éstos tenían prohibido comerciar por los
cargos que ocupaban o por su posición social. Una vez liberadas, algunas se casaron con
indios y muy pocas, sobre todo mulatas, con españoles pobres. La mayoría de ellas,
acostumbradas al trato mercantil aprendido cuando actuaban como agentes de sus amos,
se dedicaron a la venta y reventa de productos de consumo diario, y llegaron a constituir
el grueso de la población `regatona' de los mercados de la ciudad, junto con las
mestizas, durante el siglo XVII.

Grupos Sociorraciales y Criterios de Valoración


Diferencial
Como se ha visto en páginas anteriores, el factor racial, la mayor o menor funcionalidad
de los papeles y la antigüedad en la tierra fueron los criterios determinantes de posición
en la estructura social de Santiago, durante la primera parte del período colonial. Pero,
de la abundante y diversa documentación consultada, también pueden deducirse los
criterios de valoración diferencial que mostró la sociedad guatemalteca de ese tiempo.
Para ello, se recurrirá a tres tipos de indicadores sociales. En primer lugar, hay que
poner atención a las valoraciones verbales que las personas expresan en los documentos:
lo que dicen de sí mismos o de los otros, de modo deliberado o inconsciente, explícita o
implícitamente, se convierte en un índice valorativo de la propia persona o de los
demás. A continuación deben examinarse los tipos de asociaciones reales que aparecen
en la interacción de los individuos de aquella sociedad. Mientras que algunas de estas
relaciones expresan igualdad, otras son una clara muestra de valoración diferencial y, en
definitiva, de superioridad o inferioridad en la escala social. Las diversas actividades
que desempeñaron los diferentes grupos sociales constituyen un tercer indicador, así
como sus posesiones o propiedades: unas y otras actuaron como símbolos o bases
diferenciales para situar a los individuos en uno u otro grupo. Posesiones y actividades
son la consecuencia del factor racial o del papel social, determinante a su vez de la
posición en los estratos.

Unos hablan de los otros

El hombre es creador de normas de preferencia respecto del mundo que le rodea y estas
inclinaciones se pueden descubrir, principalmente, por medio del lenguaje. Las
expresiones de la sociedad guatemalteca están fuertemente cargadas de locuciones
valorativas relacionadas con su situación en la escala social. Muchas de las valoraciones
verbales son implícitas, pero los juicios cotidianos suelen ser explícitos.

Existía, en la mente de todas las personas que formaban la sociedad de Santiago, una
clara idea de la diferencia entre los blancos y otros grupos en beneficio de los primeros.
Pero, cuando el blanco hablaba o enjuiciaba a los otros grupos, todas sus expresiones
aparecían cargadas de fuerte prejuicio racial. Por ejemplo, si un español recibía el
calificativo de `negro', `mulato' o `indio', ello constituía para él una grave ofensa. Mas
no sólo era infamante para el español recibir el apelativo de `negro' o `indio', sino
también que se le tratara de obra o de palabra como tal, según lo manifiesta el
testimonio de algunos pleitos donde los demandantes dicen haber sido amenazados con
ser `atados a un árbol' y allí `recibir azotes'. Como se sabe, a los españoles, cualquiera
que fuera el delito cometido, nunca se les amarró al palo de la plaza pública ni
recibieron pena corporal. En cambio, cuando un indio, negro, mulato o mestizo cometía
algún acto delictivo, se le desnudaba de medio cuerpo para arriba, y con las manos
atadas se le conducía a la plaza para ser azotado en la picota, `subido en una bestia de
albarda, con voz de pregonero' que iba gritando por las calles la falta cometida.
También era costumbre llevar a las indias `rabietadas a la cola de un caballo'. Por eso,
cuando un español acusaba a su mujer de desvergonzada y la amenazaba con llevarla de
esta forma por las calles de la ciudad, la ofendida respondía que `si acaso hablaba con
una india'.

Evidentemente los españoles se sintieron superiores a los otros grupos étnicos. Esta
superioridad, además de justificar su dominación, estuvo también cargada de razones
religiosas y morales. En opinión del Oidor Tomás López, generalmente compartida
entre los pobladores españoles, los indios eran:

...gente que no mira más del bien o del mal corporal


presente... es gente que quiere ser mandada y regida por
otro y por temor y amenazas, porque por amor de la virtud
y temor de la vergüenza y deshonra no harán bondad; gentes
que es crueldad que se les hace el dejarlos de su mano y
que se rijan por su mano; y que es piedad y caridad grande
el ponerlos debajo de mano de otros que los sepan regir y
tratar bien, informándolos de buenas costumbres...

A los indios se les tachaba, asimismo, de inconstantes, `vertibles a cualquier opinión',


fácilmente embusteros, `sin reputación, ni vergüenza, ni honra'. Estos juicios, cargados
de etnocentrismo y de parcialidad, se repitieron durante toda la época colonial y aún se
repiten en nuestros días. Se condenó así a los indígenas a una situación de inferioridad,
por el solo hecho de no compartir las normas, valores, creencias e ideales del grupo
dominante.

Las leyes españolas establecieron una clara diferencia entre macehuales y señores, y
otorgaron de derecho a estos últimos una serie de privilegios así como la categoría de
hidalgos. Sin embargo, tales distinciones no fueron tomadas en cuenta por la población
dominante y, a lo más, los señores indios se equipararon socialmente a los gañanes
peninsulares. El mismo Oidor Tomás López recomendó al Rey el envío a Guatemala de
labradores, `gente llana, simple, de los de Sayago y otras partes semejantes', para que
vivieran entre los indios y se casaran con las hijas de los señores. Incluso creyó
conveniente que pasaran algunas `mozas, de esta suerte y condición', para casarlas con
algunos de ellos y `otra gente de más entonación entre ellos'. También propuso la idea
de que los indios principales adquirieran la costumbre de dotar a sus hijas, a fin de
entroncar más fácilmente con los españoles de `más baja calidad'.

Cabe ahora preguntarse de los juicios expresados por los españoles en relación con la
población negra. A diferencia de los indios, los negros no contaron con la protección de
la Corona ni de la Iglesia; antes bien, ni reyes ni papas mostraron escrúpulo por su
esclavitud, gracias a lo cual se posibilitó además la proclamación legal de la libertad de
los indígenas. En términos legales, el grupo negro ocupaba la escala inferior de toda la
estructura social. Se le achacaron los mayores vicios, y fue discriminado incluso por los
propios indios. Aunque oprimidos, los indígenas tenían conciencia de que la tierra les
pertenecía por haber sido ellos sus dueños antes de que el español llegara, y esto les
hizo despreciar abiertamente a unos intrusos que, por añadidura, eran postergados por el
grupo dominante. Este desprecio del indio hacia el negro se manifiesta en numerosos
documentos. Un ejemplo de éstos es el testimonio de una india contra una esclava negra
en un juicio, en el cual la primera contradijo la declaración hecha por la segunda y
añadió que `la negra se perjuró y dijo lo que no pasaba, además de ser esclava'. Con ello
quiso dejar muy claro que la opinión de un negro y además esclavo, no merecía
confianza. En contrapartida, negros y mulatos explotaron de hecho a los indios en
multitud de ocasiones y a veces fueron colocados por los propios españoles por encima
de aquéllos en la realización de ciertos trabajos, quizás por su mayor capacidad para
adaptarse a la cultura española o porque, como en el caso de los esclavos procedentes de
la Península Ibérica, habían pasado ya por un intenso proceso de aculturación. Los
españoles llegaron incluso a forzar a las indias a casarse con sus esclavos negros y
mulatos. Sin embargo, el orgullo de ser los primitivos dueños de la tierra no sólo llevó a
los indios a despreciar al negro o mulato, sino a hacer extensivo dicho sentimiento a los
mestizos, como se expresó claramente en alguna ocasión:

...y los dichos dos regidores (indios) dijeron que ellos


no conocían rey ni presidente; que el rey se estaba en su
casa y ellos acá... y al dicho alguacil dijeron moro,
judío, mestizo y ladrón y que guardaba cabras y otras
palabras feas.

Como se ve por este texto, la pureza de sangre era también motivo de orgullo para los
indígenas frente a los mestizos. Por eso, entre los insultos que se hacen al alguacil, junto
a los vocablos `moro' y `judío' se coloca el de `mestizo', y se le califica de ladrón y
guardador de cabras, términos todos que entre los españoles se usaban comúnmente
como insultos y `palabras afrentosas'.

Posiblemente el orgullo racial fue lo que movió a los indios a perder el respeto a sus
señores. Los principales, desprovistos ya de su anterior prestigio, fueron despreciados
por los macehuales y aunque la Corona pretendió mantener en parte la estructura social
prehispánica, en la práctica ni españoles ni indígenas la tomaron en cuenta, de manera
que al cabo de cierto tiempo eran pocos los linajes principales que permanecían en el
gobierno de sus pueblos, sobre todo en la región del Valle de Guatemala. Una vez
desaparecidas las diferencias sociales que las leyes españolas quisieron mantener en un
principio, la mayor o menor ladinización del indio se convirtió en el rasgo fundamental
para elevar a un indígena por encima de sus hermanos y, en definitiva, para marcar las
diferencias sociales entre ellos.

Hasta aquí se ha hecho referencia a la forma en que unos grupos raciales se expresaban
acerca de los otros. Pero, ¿cómo se vieron los españoles a sí mismos? ¿qué diferencias
sociales evidencian sus valoraciones? En el grupo blanco, las personas más `comedidas',
más `honradas' y de más `calidad' eran las que habían participado en la Conquista, o al
menos habían formado parte del segmento de pobladores antiguos o de sus
descendientes. Esta era la condición que, junto con el hecho de mantener armas y
caballeros en servicio del Rey, tales personas aducían a la hora de solicitar
encomiendas, cargos y mercedes. Conquistadores y antiguos pobladores tenían
conciencia de ser superiores al resto de la población, se consideraban nobles u hombres
principales, y hacían gala de ello cuantas veces era posible. Este sentimiento de
superioridad aparece en muchos documentos, en los que explícita o implícitamente
dicha élite hace referencia a la distancia que los separa de los restantes grupos sociales.
Su nobleza estaba fuera de toda discusión y podía comprobarse en `el trato de su
persona, casa y conversación', en los `buenos caballos y armas' que tenían en sus casas,
en la vida de hombres honrados que llevaban, y `por tal entre los tales eran tenidos'. Los
documentos muestran a estas personas haciendo valer su superioridad en cualquier
ocasión: en las disputas, con motivo de cualquier delito, ante la justicia para conseguir
su inmunidad, y cuando a uno de estos hidalgos notorios, se le preguntaba en un juicio
cuál era su oficio, él respondía ofendido que `el oficio que tiene es sustentar armas y
caballos para servir a Su Magestad'.

En los pleitos suscitados entre conquistadores y `meros' vecinos, por las encomiendas
con que a veces los gobernantes favorecieron a estos últimos, se expresan las diferencias
entre uno y otro grupo social. Los alegatos de los conquistadores se manifiestan en
formas como ésta: `Y atento a que Juan Ortega es mercader, persona que ha mucho
tiempo vive del trato... ni es conquistador de ella (Guatemala) y además tiene el oficio
de mallero que ha usado y usa'.

Durante los primeros años de vida colonial, el `mercadeo' fue considerado una
ocupación indigna por los españoles importantes de Santiago que, sin embargo,
abastecían a la ciudad de trigo, carne de res o cualquier otro producto procedente de sus
tributos, sin ser considerados, por ello, mercaderes o tratantes. Nunca perdieron el
apelativo de `encomenderos' y encubrían su actividad comercial bajo la justificación
eufemística de estar dedicados a `sus granjerías', aunque ello implicara que algunas de
esas `granjerías', por ejemplo cacao y azúcar, se vendieran en México y España. A fines
del siglo XVI, la disminución de las encomiendas (casi todos los pueblos del Valle
pasaron a ser tributarios de la Corona) y las crecientes necesidades de lujo y bienestar
de la población española fueron las causas de la aparición de un grupo social poderoso,
los `mercaderes de grueso'. Éstos, que emparentaron con los encomenderos y
descendientes de conquistadores, comerciaban con productos de la metrópoli y sus
recuas llegaban hasta el Golfo Dulce o traspasaban las fronteras de la Gobernación hasta
llegar a México, para vender allí sus mercancías o enviarlas desde el puerto de Veracruz
a España. A la vez, surtían de ropas y productos de Castilla a los españoles en general, y
a los `comerciantes de menudeo' españoles y, ya entrado el siglo XVII, a los mestizos.
Estos últimos mantenían tiendas abiertas al público y vendían no sólo a españoles, sino
a indios, mestizos, mulatos e incluso negros libres, y los surtían de tejidos, güipiles y
mantas procedentes de Oaxaca, Chiapas, Yucatán o México. Los testamentos son una
fuente importante para conocer la actividad de los mercaderes y establecer qué y a
quiénes vendían, así como la procedencia de sus productos y deudas.

No eran los `mercaderes de grueso' contra quienes los conquistadores y antiguos


pobladores arrojaban sus quejas, toda vez que ellos constituían el apoyo económico de
esa hidalguía de ultramar, a la que servían frecuentemente de fiadores. Muchos de estos
comerciantes testificaron en favor de aquéllos, esperanzados quizás en poderles cobrar
sus deudas una vez obtenida la merced real. En relación con este asunto declaraban
conocer las necesidades de los conquistadores porque `les deben muchos dineros y no
los pagan por la necesidad que tienen'. En una petición del Cabildo de Santiago al Rey,
se hacía la observación de que los mercaderes vendían a los descendientes de
conquistadores `de fiado' y a `excesivos precios', con lo que éstos, además de tener que
seguir haciendo múltiples gastos, contraían con dichos mercaderes gran cantidad de
deudas.
Pero, en tanto la superioridad de conquistadores y pobladores antiguos sobre el resto de
la sociedad era claramente percibida e incuestionable a nivel interno, los gobernantes
mostraron una clara hostilidad hacia aquéllos, cuya posición despreciaban, y llegaron
inclusive a demeritar los hechos en los que éstos cimentaban su notoriedad. Al analizar
el Juicio de Residencia contra Cerrato, se comprueba que entre los cargos que se le
imputaron aparecen distintas ofensas hechas a los conquistadores:

...a Cristóbal Lobo, le dijo que era un porquero y otras


palabras de afrenta, siendo como es hombre honrado,
regidor y conquistador de esta ciudad... A Tirado, el
ciego, porque le pedía de comer como conquistador, casado
y poblador, le dijo que se fuese con el diablo, que le
había de dar cien azotes.

La cita alude a insultos con los que se ofendía a la persona del conquistador en su
calidad de noble. Parece, pues, que había por parte de los gobernadores un deseo
manifiesto de rebajar la importancia del grupo de conquistadores. De modo
significativo, entre los cargos contra Cerrato en su Juicio de Residencia, sólo aparecen
los insultos infligidos por éste a los miembros de dicho grupo, mientras no hay ninguna
denuncia de malos tratos a mercaderes, oficios, ni, por supuesto, a los indios. Este
detalle demuestra, por una parte, la especial conciencia de los conquistadores de
pertenecer a un grupo digno de ser respetado por su situación de nobleza (`...siendo
como es conquistador') y, por otra, el reconocimiento hasta cierto punto oficial de esta
situación social privilegiada, puesto que no se tomaban como delitos graves los insultos
hechos a otras personas. En un libro de la autora, Los Hidalgos de Guatemala, se ha
comparado esta postura de desprecio de los gobernantes hacia los conquistadores con el
desprecio que la noblesse de robe europea (juristas y letrados) sentía en esa misma
época hacia la hidalguía empobrecida y decadente. Sin embargo, en el caso de
Guatemala, se trataba más bien de una hidalguía incipiente, con el agravante de no tener
ejecutorias que la avalaran. Para un presidente de la Audiencia, licenciado o doctor,
tenía que resultar enojosa la primacía social que el conquistador, casi siempre inculto,
pobre y en algún caso analfabeto, trataba de detentar sobre el resto de la población, sólo
por el hecho de haber participado en la Conquista.

En cambio, entrado ya el siglo XVII, los descendientes de estos mismos conquistadores,


considerados como verdaderos hidalgos por la valoración que el resto de la sociedad
hacía de los hechos de sus antepasados y de los muchos años de vivir como nobles,
tuvieron que unirse a `meros vecinos' por motivos económicos, en un momento en que
incluso los gobernantes llegaron a considerarlos como la auténtica aristocracia de
Guatemala.

Relaciones entre grupos

Los hombres no sólo expresan las valoraciones de sí mismos y de los demás en lo que
dicen, sino en lo que hacen. Por ello, los comportamientos reales de asociación entre las
personas y la acción recíproca entre ellas al expresar igualdad, superioridad o
inferioridad, constituyen nuevos indicadores de diferenciación social. El modo como es
tratado un individuo y el modo como él trata a los otros, el círculo de amistades, la
intimidad e igualdad social que implican visitas, compadrazgo y endogamia de grupo,
se convierten en índices de valoración diferencial.
El matrimonio es la expresión más completa de intimidad e igualdad social. En páginas
anteriores se anotó que normalmente no se unían en matrimonio canónico los individuos
de origen étnico diferente sino que mestizos, mulatos y zambos fueron el producto, en la
mayoría de los casos, de uniones ilegítimas, como lo indica Christopher Lutz, al mostrar
con cifras la casi ausencia de exogamia racial, al menos durante los dos primeros siglos
de vida colonial. De los pocos matrimonios interraciales legitimados por la Iglesia, las
más frecuentes fueron las de indias con esclavos negros, pero estos matrimonios no
necesariamente eran libres, sino forzados por los dueños de los esclavos, ya que,
casando a las indias de servicio con aquéllos, ampliaban el número de servidores
gratuitos.

Los españoles también intervinieron en las uniones intrarraciales. Para aumentar el


número de tributarios encomenderos, justicias mayores y doctrineros obligaban a los
indios a casarse muy jóvenes, con lo cual alteraban la forma tradicional de arreglar los
matrimonios entre los indígenas. Por otra parte, el servicio que forzosamente habían de
prestar en la ciudad, favoreció la separación y desunión de los matrimonios indígenas y
la aparición de amancebamientos.

Numerosos documentos, como probanzas, cartas de dote, testamentos y pleitos,


proporcionan información sobre la endogamia de estrato, dentro del grupo de los
blancos. A principios del siglo XVII, sin embargo, este cerrado grupo se unió a
burócratas o ricos mercaderes para subsistir, ya que las encomiendas disminuyeron o
llegaron a desaparecer, convertidas en pueblos tributarios realengos. De esta forma se
aunaron riqueza y nobleza. Por medio de estos matrimonios los descendientes de
conquistadores obtuvieron la base económica sustentadora de `la reputación en que
estaban', mientras los ricos mercaderes o encumbrados burócratas consiguieron añadir a
sus saneadas haciendas el prestigio y la notoriedad de los hidalgos guatemaltecos.

Asimismo, los documentos hacen continua referencia a los matrimonios entre personas
del estrato formado por artesanos, pequeños mercaderes y `oficios'. Como ya se dijo, la
funcionalidad de sus papeles implicaba mayor o menor posibilidad de enriquecimiento,
lo que permite hablar de la importancia de algunos artesanos frente a otros y, por lo
tanto, de una cierta diferenciación social dentro del mismo estrato. Esta diferencia se
puso de manifiesto en las uniones matrimoniales, que comúnmente se realizaban entre
individuos pertenecientes al mismo gremio.

Las relaciones que se establecieron entre los españoles y los otros grupos se derivaban
del trato de servidumbre de unos con respecto a los otros. Dentro del grupo de los
servidores se notan relaciones amistosas entre negros e indios de servicio, especialmente
entre mujeres. El caso más curioso de amistad entre indias y negras es el que aparece en
un juicio en el que una india se declara amiga de una esclava negra.; dijo que `como
amiga de la dicha negra fue a casa de su amo (de la negra) y la halló en la cocina', pero
luego se estableció que dicha india sólo hablaba en lengua indígena y por medio de
intérprete, lo que hace suponer que, siendo amiga de la negra, ésta también conocía
dicha lengua. Eran frecuentes las visitas entre sirvientes de ambos grupos, así como las
charlas callejeras, relaciones todas ellas motivadas por el hecho de desempeñar las
mismas funciones de servidumbre en las casas de los señores blancos. Éstos, por su
parte, podían llegar a maltratar a sus esclavos, tanto física, como emocionalmente, a
separar a los hijos de sus padres e incluso, en alguna ocasión, negarse a que una madre
manumitida pudiera `ahorrar' a sus hijas mediante el pago a sus dueños del precio en
que estaban valoradas. Tal fue, por ejemplo, el caso de María de Santiago, morena libre
que entabló un pleito con María de Mercado para liberar a sus hijas. No sólo no
consiguió de la justicia que se les libertara mediante el pago del precio en que estaban
tasadas, sino que la dueña se las llevó a México, y las separó definitivamente de su
progenitora. Parece que incluso consiguió permiso para herrarlas en la cara, pese a las
desgarradas peticiones y súplicas de la madre.

La situación de dependencia y de opresión en que esclavos negros e indios de servicio


se encontraban respecto del blanco, favoreció la solidaridad entre servidores de los dos
grupos primeros, y la de los esclavos entre sí. Conocedores de que la ley difícilmente
estaría de su parte, éstos se ayudaban unos a otros, se protegían y escondían de los
malos tratos y del abuso de los amos.

Parece que el compadrazgo fue un vínculo que sólo se dio entre individuos de un mismo
grupo racial. La autora únicamente ha hallado una referencia de compadrazgo
interétnico en el testamento de un español que había vivido mucho tiempo en una
comunidad indígena. Sin embargo, este individuo, viudo y sin hijos, establecido en
aquel pueblo donde probablemente había muy pocos españoles, parece que sólo se
relacionó con indios, a juzgar por sus legados, dirigidos exclusivamente a ellos.

Dentro del grupo de los españoles, sólo aparece trato franco y amistoso entre personas
del mismo estrato social. Ejemplo de ello son las respuestas que se dan en los
interrogatorios objeto de las probanzas de méritos, donde para demostrar el
conocimiento de la vida y la obra del promotor de la información se concluye
aseverando `que lo sabe porque se comunicaba este testigo con el dicho... como vecinos
y conquistadores'. Otras veces es motivado ese conocimiento `por el trato y
conversación que con el dicho tiene'. En cambio, cuando el testigo pertenecía a otro
grupo social o étnico, señalaba que desconocía lo que se le preguntaba por el escaso o
nulo trato que mantenía con la persona a la que se refería la información, además de no
frecuentar su casa.

Los albaceas testamentarios, tutores de menores huérfanos y los testigos de probanzas


públicas, se elegían entre los individuos del mismo estrato social. Asimismo, fue
frecuente entre los conquistadores y hombres principales recoger y alimentar a los hijos
de otros conquistadores pobres o adeudados hasta el momento de `ponerlos en estado'.
Un hijo de conquistador declaró en la probanza de otro que `ha conocido su casa y
tratádole mucho y este testigo se casó en esta tierra y le ayudó para su casamiento y de
su casa han salido otras personas casadas y honradas'.

Actividades y posesiones

Un acto social es potencialmente un símbolo de posición en los estratos. Tengan los


individuos un concepto explícito o implícito de ello, las actividades sociales siempre
suelen ser usadas por los miembros de una sociedad para inferir la posición social de
una familia o de una persona concreta. Otro tanto ocurre con las posesiones.
Constituyen símbolos sociales los estilos de vida, los tratamientos y títulos, el tipo y
ubicación de la vivienda, la calidad de la indumentaria, los tipos de lenguaje y
elocución, las actividades religiosas o recreativas. Para los fines de estudio de los
grupos sociales aquí tratados, sólo interesa referirse a unos cuantos de estos indicadores
de posición social.

Tipo y ubicación de la residencia

Tanto en la destruida capital de Almolonga como en la ciudad de Santiago fundada en el


Valle de Panchoy, los vecinos se ubicaron en torno a la plaza central. Correspondieron a
las personas más importantes, es decir a los conquistadores, los sitios más cercanos a la
plaza. Algo más alejados se situaron los pobladores, oficiales y artesanos, y en los
alrededores de la ciudad, en los barrios de La Merced, Santo Domingo o San Francisco,
se establecieron los indios que trabajaban al servicio de los españoles. A fines del siglo
XVI, la población aumentó y la ciudad se extendió a expensas de los cultivos del valle y
aparecieron así nuevos barrios: San Jerónimo, San Sebastián, Santa Lucía, El Manché,
El Tortuguero, etcétera. Los nuevos vecinos españoles empezaron a establecerse en los
barrios tradicionalmente indígenas, en los que ya se hallaban individuos pertenecientes
al estrato social más elevado, sobre todo en San Francisco y Santo Domingo. A su vez,
indios, negros libres, mulatos y mestizos fueron ocupando los lugares más alejados del
centro de la ciudad.

Pero si la mayor o menor cercanía de la plaza central fue un símbolo de posición social,
aún lo fue más el tipo de casa en que se vivía, sus dimensiones, las plantas de que estaba
compuesta, la cubierta y el precio en que estaba valorada. En el último cuarto del siglo
XVI, el precio de las casas principales oscilaba entre los 2,500 y 4,000 pesos. Eran
`grandes y de muchos aposentos', de `altos y bajos' y con techo siempre de teja.
Igualmente, existen datos acerca de las viviendas de los indios en esa misma época: eran
éstas de adobe, por lo general de techo pajizo, de una sola pieza y su precio no excedía
de 50 tostones. Los `oficios' y pequeños mercaderes vivían comúnmente en casas con
`su corral y patio',además de dos o tres `piezas', y su precio, también a fines de siglo,
podía oscilar entre 800 y 1,000 tostones. Para evaluar mejor las cifras que acaban de
darse, hay que compararlas con los precios de otros bienes. En la misma época, un
caballo costaba 50 tostones, igual que una casa indígena, mientras que un esclavo
alcanzaba un valor equivalente al de las casas de los artesanos y pequeños mercaderes:
entre 800 y 1,000.

Por otra parte, únicamente las casas importantes tenían agua corriente, y había barrios a
los que no llegaban las conducciones de agua. No obstante, cuando en alguno de estos
barrios vivían españoles además de indios o mestizos, parece que cada grupo utilizaba
fuentes de agua o `pilas' distintas, y sus viviendas estaban situadas en zonas más o
menos separadas. De un sombrerero y mercader español que vivía en el barrio de Santo
Domingo se dice en un documento que vivía en la plaza o tiánguez cerca de la `pila' de
los indios y se añade que vivía `entre los indios'.

Si se toman en cuenta el mobiliario y utillaje de las casas, las diferencias eran aún más
notorias. En las casas de los indios:

...la cama es un cañizo y encima un cuerezuelo de venado,


y aún algunos no lo tienen, y la frazada con que se
arropan es la que traen encima; esto les es siempre y en
todo tiempo cobija y les sirve después de mortaja. Allí
dentro tienen una piedrezuela en que muelen su maíz,
cuatro ollas viejas, otras tantas jícaras o vasijas en que
beben y un medio machete o hachuela.

La parquedad de los enseres en las viviendas de los indígenas aparece en los


documentos que tratan sobre los bienes de indios difuntos. No obstante, se ven
diferencias entre las pertenencias de los indios más aculturados que se dedicaban al
comercio o a la actividad artesanal y los dedicados exclusivamente al trabajo agrícola o
ganadero. Los primeros acumularon en sus viviendas algunos objetos españoles, como
cuadros con figuras de santos, bancos y mesas, no tanto por su utilidad cuanto por el
prestigio que les reportaba entre sus hermanos de origen.

Testamentos, cartas de dote y pleitos dan una visión muy completa del equipamiento de
las casas de los españoles. Es difícil enumerar aquí los muebles y utensilios, tanto de las
casas de las personas importantes, encomenderos y ricos mercaderes, como de los
oficiales y artesanos, pero baste indicar que las diferencias entre ellos se manifestaban
en la cantidad y riqueza del mobiliario, vajillas y ropajes de unas frente a la escasez y
tosquedad de las otras.

Calidad de la indumentaria

Otro indicador social de gran importancia en Santiago de Guatemala durante el siglo


XVI fue la indumentaria. Resultaba esencial para conquistadores y la gente principal
tener una apariencia digna. Telas de terciopelo, tafetanes, sedas y adornos de plata y oro
eran los materiales utilizados en la confección de jubones y sayas de las españolas
alcurniosas, y de las calzas, capas y sayos de sus padres, maridos y hermanos. Por el
contrario, oficios y pequeños mercaderes vestían ropas confeccionadas con tejidos de la
tierra (manta), y eran pocos los que lucían prendas de Castilla. En los contratos de
aprendizaje de sastres, plateros o carpinteros se especifica que éstos habían de sustentar,
cuidar en sus enfermedades y enseñar el oficio a sus pupilos y se añade: `...y darle de
vestir conforme a la calidad de su persona... le ha de dar un vestido de paño de la tierra',
o `un vestido de paño de color, de México, capote, zaragüelles, chamarra y botas,
sombrero y jubón'. Las mujeres de los oficios y mercaderes vestían `manto y faldellín de
paño de la tierra' y, si hombres o mujeres usaban ocasionalmente trajes de tejidos ricos
de Castilla, se debía a regalo de algún señor o porque los habían comprado ya usados en
una subasta o almoneda.

Por otra parte, los indios y negros vestían `a la usanza de los indios': zaragüelles y
camisa, los hombres; y faldellín o naguas y güipil, las mujeres. No se conoce la
existencia de leyes que impidieran a indios o negros ir vestidos como los españoles,
pero éstos veían con malos ojos que los otros grupos usaran sus ropas. Esto se deduce
de un dato sobre un pleito en el que se acusa a una india de haber cometido un delito y
entre las faltas imputadas está la de `andar en hábito de española'. No obstante, entrado
ya el siglo XVII, los múltiples cruces raciales, la intensa aculturación de los indios
urbanos hizo muy difícil el control por parte de los españoles de la forma de vestir del
resto de los grupos sociorraciales del Valle de Guatemala.

Un rasgo que caracterizó desde muy pronto a los indios de la ciudad fue la utilización de
prendas indígenas, de muy diversa procedencia. Las comunidades apartadas de
Santiago, a pesar de sufrir las influencias de la cultura dominante, empezaron a elaborar
y adoptar un atuendo propio. Éste, que los caracterizó durante toda la época colonial, ha
perdurado hasta nuestros días hasta convertirse en uno de los símbolos de su identidad.
Los pobladores indios de la ciudad, en cambio, por su diversa procedencia y por ser la
capital un centro mercantil al que llegaban tejidos indígenas desde los más apartados
lugares, carecieron de una vestimenta propia. Un mismo indígena podía vestirse con
mantas zoques de Chiapas o ropas de Yucatán, en tanto que las indias se ataviaban con
`güipiles' de México y `naguas' zendales de Chiapas o con `güipiles mixtecos' de
Oaxaca y `naguas' de Huehuetenango, todo ello comprado, casi siempre, a mercaderes
españoles o a revendedores mestizos.

Era tan importante el atuendo como símbolo de posición social en la ciudad de Santiago
durante el siglo XVI, que los individuos evitaban aparecer en público con ropa que no
correspondiera a la `calidad de sus personas'. Vestir bien confería la `apariencia
honrosa', tan necesaria a los conquistadores y antiguos pobladores, nobles de nuevo
cuño. Por consiguiente, cuando sus empobrecidas arcas no podían sustentar esa
`apariencia honrosa', se retiraban a vivir a sus pueblos de encomienda para encubrir la
pobreza que les impedía mantener los signos externos de su posición social.

Vestir bien y con lujo no fue algo exclusivo de la sociedad guatemalteca, sino que
durante toda la época medieval y moderna fue una constante también en España. Tanto
en España como en Guatemala, cualquier acontecimiento, regocijos, lutos o ceremonias
capitulares, se convertía en ocasión para sacar a la calle las mejores galas. Se llegó en
esto a tales excesos que la Corona tuvo que suprimir las telas de oro y plata, y
promulgar con firmeza diversas leyes suntuarias para todos sus dominios.

El valor que alcanzaron los trajes en la Guatemala de fines del siglo XVI fue tan alto
que, por su rica confección, llegaron a constituir una parte importante de los bienes
dotales que el marido recibía con su esposa. Además, podían ser empeñados o vendidos
en cantidades mucho más altas, a veces, que las joyas de oro y plata. Ejemplo de ello es
el testamento de Ana Cabeza de Vaca, donde declara tener empeñados un jubón de oro
y plata en 13 tostones, mientras que los zarcillos de oro estaban empeñados en seis
tostones. Un rico vestido de los que se entregaban como dote, guarnecido de oro, llegó a
alcanzar a fin de siglo un valor de 150 y hasta 250 pesos, o sea que dos vestidos
costaban lo mismo que un esclavo o que una casa de las habitadas por artesanos y
pequeños mercaderes. Por ejemplo, en una carta de dote se indican las siguientes
prendas: vestido blanco de raso, guarnecido con franjas de oro, valorado en 500
tostones; vestido de tafetán negro azabachado en saya y cuerpo, apreciado en 300
tostones; un faldellín de tafetán guarnecido de terciopelo negro, en 200 tostones; un
faldellín de grana guarnecido con franjones de oro valorado en 300.

Otra forma de mostrar una `apariencia digna' consistía en hacerse acompañar de muchos
criados, de ser posible, lacayos blancos o, en su defecto, esclavos negros. Los
presidentes de la Audiencia obtenían licencia real para llevar consigo a Guatemala hasta
16 criados blancos y de ocho a diez esclavos negros, mientras que a los oidores se les
permitía traer sólo tres o cuatro esclavos. Muchos de ellos conseguían que sus esclavos
o criados pudieran portar armas `para acompañamiento y guarda de sus personas'. No
sólo los funcionarios públicos se hacían acompañar por esclavos y criados:
conquistadores, antiguos pobladores y ricos mercaderes deambulaban por las calles
rodeados de ellos. Cuando estos españoles principales morían, por voluntad expresa
manifestada en su testamento todos sus criados y esclavos `acompañaban su cuerpo'
hasta su última morada, vestidos con ropas de luto y formando una comitiva fúnebre
tanto más larga, cuanto mayor se suponía era el prestigio del alcurnioso fallecido.

Arras y dotes

La cuantía de la dote se convirtió en un símbolo social entre los españoles, así como
también las arras que ofrecía el futuro esposo `por honra del linaje y virginidad' de su
mujer. Parece ser que las arras sólo las ofrecían los individuos más importantes de la
ciudad. Se estipuló que éstas equivalieran a la décima parte de los bienes del
contrayente, y ellas suponían además un `pago' por la progenie, lo que no dejaba de ser
congruente con la sociedad patriarcal que intentaban mantener los españoles en
Guatemala, a imagen y semejanza de la metrópoli. Por eso, en las cartas de arras se
especificaba que, además de otorgarse en remuneración de la virginidad y linaje de la
esposa, eran `por los hijos que en uno habremos, Dios queriendo'. Mientras que entre las
familias de las capas más altas y entre las que gozaban de buena posición nunca faltaban
en los conciertos matrimoniales, en los niveles más bajos de la sociedad no las había. En
los testamentos y cartas de dote consultados, las donaciones de arras están relacionadas
con conquistadores, antiguos pobladores, altos cargos públicos y algunos ricos
mercaderes; nunca se hallan en el caso de `oficiales de oficios mecánicos', salvo en el de
los plateros, gremio que en Guatemala llegó a alcanzar una gran importancia social y
que tenía algunos miembros bastante acaudalados.

Hay que señalar también que entre los españoles las arras estaban muy relacionadas con
la honra femenina. Como ya se ha dicho, esta donación se efectuaba, entre otros
conceptos, en remuneración de la virginidad que en esa época iba de la mano con la
`honra' de una mujer. De tal manera, en la entrega de las arras se estaba valorando tanto
la virginidad como la posición social de la desposada, quien por medio del matrimonio
pasaba a ostentar la posición social de su marido, o lo que era igual, la honra de éste
que, a su vez, la recibía `honrada' con la dote, es decir, con la posición social del padre.
Era tan importante la relación entre virginidad-honra y status que a veces se falseaban
los documentos, ya sea fingiendo una dote o unas arras inexistentes o bien inflando
artificialmente la cuantía real de la primera, para que, cara a la comunidad, la mujer
pareciera más honrada.

En realidad, con las arras se estaban pagando inseparablemente linaje y virginidad, ya


que en los matrimonios secundarios la viuda no recibía arras aunque perteneciera a una
familia importante. De la misma manera, las doncellas huérfanas y pobres dotadas por
la beneficencia pública tampoco las recibían; en cambio, las huérfanas pobres de ilustres
linajes que eran dotadas por parientes, allegados o amigos de la familia, sí recibían
arras, aunque procedieran de instituciones de caridad.

La dote podía otorgarse en dinero o en repartimientos de indios, tierras, casas, esclavos,


joyas, vestidos y enseres. A fines del siglo XVI, las hijas de los hombres importantes
eran dotadas con un mínimo de 1,000 pesos de minas y las dotes más altas alcanzaban la
suma de 8,000 ó 10,000. En cambio, las dotes acostumbradas entre los oficiales y
artesanos oscilaban entre los 100 y 500 pesos de minas. El hecho de no poder contar con
bienes suficientes para casar a las hijas con hombres de su condición y `calidad' hacía,
como se ha dicho, que éstas quedaran condenadas al celibato de por vida y
enclaustradas en la `casa de recogimiento de doncellas'.
Los españoles intentaron inútilmente que los indios dotaran a sus hijas. La costumbre
indígena de `comprar' o poner `precio' a la novia les parecía a los colonizadores
degradante para la mujer. Por otra parte, la dote constituía un atractivo para los posibles
esposos de una joven, por lo que se quiso imponer la dotación de sus hijas a los
caciques, quienes tenían en los primeros años posibilidades económicas. De esta forma
pensaban poder unir a los hispanos de más baja condición social con las hijas de los
antiguos señores de la tierra. Un informe de la Audiencia de Guatemala sobre la
conveniencia de que los indios tributaran en productos de sus propias tierras, en vez de
en cacao o moneda, señala que de esta forma el tributo sería menos pesado para ellos y
les quedaría `de qué puedan pasar la vida, curarse de sus enfermedades y dotar a sus
hijas'.

Sin embargo, aunque entre los españoles el acto de dotar a las hijas era tan importante
como curarse o subsistir, ya que la dote era uno de los principales fundamentos de la
honradez femenina, ni el significado ni la institución misma se extendieron entre los
indígenas. Prueba de ello es que actualmente muchos indígenas guatemaltecos siguen
practicando la donación de regalos por parte del novio, siguiendo así una costumbre
tradicional contraria a la dote. Los españoles trataron también de aplicar su concepción
de las arras como pago por la virginidad femenina a la población nativa. Al igual que
con la dote, esta costumbre no arraigó entre los indios. De todos modos, al morir un
indígena, los jueces españoles beneficiaban a la viuda con los bienes del difunto que
legítimamente le hubieran correspondido, `atento que averiguó [el juez] haberse casado
con ella el difunto siendo doncella'. De esta manera conferían al régimen hereditario el
significado de las arras españolas, por cuanto este derecho de la viuda de primer
matrimonio implicaba una valoración de su virginidad prematrimonial.

Un contrato de trabajo entre un indio del barrio de San Francisco y un español informa
acerca de las donaciones y gastos que los indios de la ciudad hacían en sus bodas. El
indígena recibió un adelanto de su sueldo `para vestir a su mujer y los demás gastos de
la boda'. Éstos consistieron en dos tostones para tratar su casamiento en Almolonga, uno
para un alguacil `que sacara a su mujer', tres para hacer la información y obtener la
licencia para casarse; un güipil `de los buenos', seis tostones; `una naguas', cuatro
tostones; cuatro varas de sinabafa, ocho tostones; una gallina `para la boda', un tostón;
unas `naguas de tochomite', 10 tostones; un güipil, cinco tostones y, finalmente, seis
tostones para pagar al sacerdote que oficiaría la misa de velación.

Tipo de lenguaje y elocución

En las páginas anteriores se ha aludido a las formas de hablar y a otros símbolos de la


posición social. Pero en la ciudad de Santiago, y en lo que se refiere a los indios, tendría
que considerarse además el hecho de que, mientras algunos hablaban sólo su lengua
materna, otros usaban también el castellano y el náhuatl como idiomas de uso corriente.

El contacto diario con los españoles facilitó a los indígenas de la ciudad el aprendizaje
del castellano. Los franciscanos, por su parte, se encargaron de abrir escuelas para
enseñar el español a los hijos de los indios principales, lo que dio lugar a que en un
principio se relacionara el mayor grado de ladinización con el estrato más alto del grupo
racial indígena. Sin embargo estas diferencias desaparecieron pronto y la ladinización,
más que indicador de `clase' entre los indios, fue característica del oficio o trabajo al
que se dedicaban. El desempeño de una actividad artesanal elevó a muchos indígenas
por encima del resto de sus hermanos de raza y, a la postre, los indios más ladinizados y
aculturados, que desempeñaban oficios españoles, terminaron siendo principales al ser
elegidos alcaldes o regidores de los barrios y milpas de la ciudad.

Algunos indios desconocían el castellano, pero podían expresarse en náhuatl, bien por
ser descendientes de los mexicanos que llegaron con Alvarado a la Conquista, por la
influencia que habían sufrido en épocas pasadas de los habitantes del centro de México,
o simplemente porque habían sido adoctrinados por los misioneros en esa lengua.
Finalmente, otros indígenas sólo se expresaban en sus propios idiomas. Por lo general se
trataba de gente dedicada a tareas agrícolas en las comunidades cercanas a la capital o
en las milpas de los españoles.

Los conquistadores y antiguos pobladores, además de tener una apariencia digna, debían
mostrarse `comedidos' y `afables', cualidades que aparecían en su `trato y conversación',
y evitar dar `mala nota de sus personas con escándalos ni ocasión de mal ejemplo'. Esta
cordialidad en el trato, así como la utilización de un vocabulario limpio de exabruptos,
eran señales de `buena crianza'. Y, en efecto, se trataba de personas que cultivaban un
trato social intachable dada la importancia que tenía en aquella sociedad de apariencia el
juicio de los demás. Sabían cuán beneficiosas podían resultar las valoraciones ajenas a
la hora de esgrimirlas en sus pretensiones de nobleza o concesiones regias.

Sin embargo, todo ese `comedimiento' y `afabilidad' desaparecía cuando estos


individuos habían alcanzado la riqueza y el poder. Convertidos entonces en nuevos
ricos, vociferaban por doquier sus grandezas. Por ejemplo, entre los cargos que se hacen
a Diego de Guzmán, Regidor del Cabildo de Santiago, se dice que:

...debiendo, en el uso de su oficio tener modestia y no


hacerse o mostrarse poderoso de obra ni de palabra, no lo
ha hecho; antes lo contrario, porque estando un día en el
ayuntamiento proponiendo algunos regidores cosas de sus
oficios, el dicho don Diego de Guzmán dijo que él era tan
poderoso en esta tierra para hacer lo que quisiera como el
Duque de Alba en la suya. De las cuales palabras hubo
sentimiento entre muchas personas principales de esta
ciudad.

No cuidaban tanto su lenguaje los presidentes y oidores de la Audiencia, a tenor de los


Juicios de Residencia que se conocen actualmente. En ellos se les acusa de `maltratar
con palabras injuriosas' a los conquistadores. Dejando de lado los casos concretos de
flagrantes y claros insultos y acusaciones, así como la personalidad y temperamento de
algunos de estos funcionarios, en general cabe afirmar que se mostraron menos sutiles y
más burdos en la defensa de sus intereses. Lo que movía al Rey a conceder mercedes a
los conquistadores era la participación que éstos habían tenido en la Conquista. Pues
bien, este hecho predisponía al monarca a su favor, que era precisamente el que movía a
los gobernantes a `odiarlos' y `maltratar sus personas', ya que las encomiendas que
trataban de manejar a su antojo repartiéndolas entre sus familiares y amigos, habían de
cederlas por orden real a los conquistadores.

Palabras malsonantes e insultos aparecen continuamente en boca de los vecinos menos


importantes de Santiago. Junto con los amancebamientos, las blasfemias y las afrentas
ocupan el grueso de los pleitos que se suscitaron en la ciudad de Santiago durante el
siglo XVI. Algunos pensaban que la lejanía de la Península, de donde partían las
normas morales y las buenas costumbres, hizo que las personas se comportaran de
forma tan diferente a lo que `debería ser'. No obstante, el conocimiento actual sobre la
laxitud moral que existía por esa misma época en la ciudad de Sevilla o en la de
Córdoba, hace pensar que se trataba de un problema generalizado en uno y otro lado del
Atlántico. En este sentido resultan curiosos algunos documentos en que se hace
referencia a la mala fama que en este punto compartían sevillanos y guatemaltecos.
Cuando un individuo hablaba a voces y destempladamente, se decía que vociferaba
como `las placeras de la plaza de San Salvador' y cuando se desconfiaba de la palabra
de otro, al saberse su procedencia (Sevilla) se le recriminaba diciendo que `bien parecía
ser sevillano y de ruin suelo y costa'.

Títulos y tratamientos

Apellidarse de manera notable era quizás una de las primeras pretensiones de los
conquistadores para formalizar su hidalguía. Según Huarte de San Juan, una de las
características inherentes al hombre honrado era poseer `buen apellido y gracioso
nombre', por lo que, de no tenerlo, buscaban el más adecuado para ellos. Era difícil
comprobar la autenticidad de esta nomenclatura en unas tierras tan distantes, donde
además la forma de otorgar los apellidos a los descendientes apenas estaba regulada,
pues tanto padres como hijos podían elegir de entre los más significativos. De esta
manera, se encuentran varios hijos de una misma familia con distintos apelativos. Por
ejemplo, el primogénito solía llevar el del conquistador (padre o abuelo) cuando le
servía para obtener la encomienda o, al menos, para poder solicitarla, pero en otros
casos se escogía el apellido materno, aun entre los mayores en edad, porque la rama
materna era la aportadora de méritos. Por otra parte, procuraban escoger el o los
apellidos que tuvieren resonancias de nobleza hispana. Ahora bien, no sólo se elegían
los heredados por la vía paterna o materna en razón de la mayor nobleza que otorgaban
al individuo. Muchas veces esa elección encubría obscuros intereses, tales como el de
ser reconocido. De esta manera se encubrían casos de bigamia o simplemente de
abandono de la familia, puesto que al trasladarse de ciudad y elegir un nuevo apellido
(materno o paterno) las personas difícilmente podían ser identificadas. Sólo a la hora de
la muerte, en el momento de hacer testamento, se arrepentían y confesaban el secreto
mantenido durante años.

Los indios ya aculturados solían llamarse con el nombre de un santo cristiano y


apellidarse a la manera indígena. Sin embargo, había excepciones. Cuando un indio
tenía nombre y apellido español, ello solía significar dos cosas: que había sido esclavo
en los primeros años de la Colonia o que era alcalde o regidor de barrio o de las
comunidades vecinas a la ciudad. Se desconoce la razón por la que normalmente los
alcaldes y regidores indios se llamaban y apellidaban a la manera española. Las dos
explicaciones que parecen más razonables son o bien que estaban más aculturados o lo
hacían porque les confería prestigio. Otro rasgo que compartían los cabildantes indios
con los españoles (conquistadores-hidalgos, cabildantes y funcionarios de la Audiencia),
era llevar el título honorífico de `don'. Tanto los señores de sangre como los nuevos
gobernantes indios aparecen siempre en los documentos con esta titulación. No
obstante, en Guatemala, como en la España de la época, el tratamiento de `don', que
había sido una distinción de nobles y posteriormente de letrados, fue usado también por
todas aquellas personas que con su `presencia digna' podían mantenerlo.
Los negros esclavos generalmente tomaban los apellidos de sus dueños y, aunque fueran
vendidos o liberados, seguían manteniéndolos. De esta manera, delataban su
procedencia y podía averiguarse, en muchos casos, el nombre de sus primeros amos.

El afán de notoriedad de conquistadores y pobladores antiguos les llevaba a defender y


mantener pundonorosamente sus tratamientos y títulos, tanto los que legalmente les
correspondían como los que no. En esta sociedad de apariencia, como se ha calificado
en una publicación anterior, gran parte de las disputas y enfrentamientos entre los
vecinos tenían como causa el hecho de no haber sido tratados unos u otros de acuerdo
con la `calidad de sus personas'. Unos pecaban por exceso, atribuyéndose el título de
`señorías', como es el caso de los alcaldes y regidores del Cabildo, a pesar de que estuvo
prohibido por pragmática real que en algún Cabildo de ciudad, que no fuera cabeza de
Reino, se pudiera llamar ni escribir ni intitular señoría, y otros lo hacían por
desconocimiento cuando se trataba de aplicar a otros el tratamiento. Cientos y cientos de
papeles y pleitos interminables se promovieron por no `guardarse las preeminencias' que
con ciertas personas se debían: un sitio especial en la Catedral, en las procesiones o
festejos, no llamar a otro de `don', o saludar incorrectamente, etcétera. Es difícil, con la
mentalidad del siglo XX, llegar a comprender la gravedad de tales `delitos', pero si se
piensa que en aquella época se era lo que se `mostraba y decía ser', con el refrendo, por
supuesto, del resto de la sociedad, se podrá entender mejor la importancia de estos
hechos.

Ritual religioso relacionado con la muerte

En los testamentos se dedican varias cláusulas a señalar dónde, cómo y con qué
ceremonial debían ser enterradas las personas que otorgaban dichos documentos. Las
honras fúnebres vinieron a ser muestras muy valiosas de la situación social de los
individuos. De todo este complejo ritual se detallan lugar de enterramiento,
acompañantes del féretro, misas que se decían por el difunto e institución de capellanías
y limosnas póstumas a conventos, cofradías y personas necesitadas. Al analizar y
comparar las disposiciones de los diversos testamentos, se pueden observar las grandes
diferencias existentes entre los diversos estratos de la sociedad.

Alrededor del tercer cuarto del siglo XVI, un gran número de personas principales, así
como también oficiales y artesanos, fueron enterrados en el monasterio de Santo
Domingo. Algunos descendientes de conquistadores e hidalgos de ejecutoria recibieron
sepultura en la Catedral y otros en el convento de San Francisco. A pesar de compartir
las mismas iglesias, las diferencias entre los distintos grupos sociales se patentizaban en
que las personas principales se enterraban siempre en sepulcros de propiedad familiar,
donde estaban inhumados sus padres, hermanos o esposas. Expresiones como ésta se
repiten en los testamentos de la gente importante de Santiago:

...cuando Dios Nuestro Señor fuere servido de me llevar de


esta presente vida, mi cuerpo sea sepultado en la
sepultura y bóveda que tienen los dichos mis padres para
su entierro e hijos y descendientes...

También se hallan diferencias en el propio ritual del entierro. Los individuos del estrato
inferior eran conducidos hasta su última morada por el cura, el sacristán con `cruz alta' y
algunos `acompañantes'. En cambio, las personas principales de la ciudad no sólo eran
acompañadas por el cura y el sacristán, sino que sus entierros eran seguidos por una
larga comitiva formada hasta por 12 sacerdotes, el Deán y Cabildo de la Catedral
(aunque no fueran sepultados allí) y la `capilla y cantores del coro de ella'. Además, los
más ricos y alcurniosos disponían en sus testamentos que `acompañen su cuerpo doce
sacerdotes de cada uno de los conventos de la ciudad' (La Merced, San Francisco y
Santo Domingo), portando todos `candelas de cera'. Era común también que engrosara
la comitiva una representación de cada una de las cofradías de las que el difunto había
sido cofrade. Finalmente, el caso más extremo de distinción social era cuando algún
individuo ordenaba pagar a 12 pobres y comprarles vestidos negros para que
acompañaran su féretro, así como cuando se disponía enlutar a todos los esclavos
propios para que también se unieran a la larga procesión mortuoria. Tanto o más
importante que el número de `acompañantes' era, como símbolo de posición social, la
cantidad de misas que se ofrecían por el alma del difunto. Era frecuente que a la muerte
de un `mero vecino' se celebrara una cantada con diácono y subdiácono el día de su
entierro, y nueve más en días sucesivos. En el caso de haciendas más saneadas, el
número de misas por el difunto podía llegar a 100. Cuando moría un hombre principal,
el número podía ser aún mayor y el recuerdo del difunto se mantenía durante mucho
tiempo en las plegarias de curas y frailes, quienes recibían buenos legados con este fin.
Además de la misa cantada del día del entierro, hubo señores que expresaron como
última voluntad que se dijeran 100 más por su alma en cada uno de los monasterios de
la ciudad, más otras tantas en la Catedral y un número indeterminado en las ermitas,
además de otras 50 ó 100 en los altares de todas las iglesias en las que `se ganan
indulgencias'.

Comparados estos datos con los relativos a la población indígena, se nota la gran
diferencia existente entre ambos grupos. A veces se acusaba a los sacerdotes de no
acompañar a los indios difuntos hasta su última morada, y de abandonarlos a la puerta
de la iglesia y pedirle a sus fiscales que se encargaran del entierro. Frecuentes o no estas
irregularidades, lo cierto es que en los testamentos indígenas que se conocen se da poca
importancia, o se pasa por alto, el acto del entierro y sus acompañantes. En cambio, se
hace explícito siempre el número de misas que se han de decir por sus almas. Cabe
preguntarse si los indígenas guatemaltecos llegaron a comprender la relación entre la
celebración de dicho rito y la salvación de las almas. Puesto que la idea del cielo como
premio y salvación, y la del infierno como castigo y condena, parece que nunca
formaron parte de las creencias prehispánicas, es posible que se haya tratado aquí de
otra de tantas formas impuestas, que los indígenas no llegaron a comprender.

El hecho de que casi todos los testamentos dejados por los indios fueran redactados ante
los religiosos o sacerdotes seculares ayuda a explicar mejor el interés que la misa
suscitó entre los pueblos colonizados. Naturalmente, para que se celebraran varias por
un difunto, tenían que existir legados para ello, y los sacerdotes eran los encargados de
establecer su número, de acuerdo con los bienes dejados por el finado. Prueba de la
presión ejercida por curas y frailes para que los indígenas dejaran consignadas misas y
limosnas en sus testamentos son las múltiples denuncias que sobre este asunto se
encuentran en los documentos, así como una disposición real de 1580 en la que se
mandó a virreyes y presidentes de audiencias que cuidaran de que los indios no fueran
violentados para establecer tales disposiciones testamentarias.

Gran parte de los gastos del entierro iba destinada a los clérigos. En una memoria de
gastos funerarios de un rico mercader, además de las limosnas a las diferentes cofradías
de las que el difunto fue cofrade y el pago de la sepultura, el resto, una larga lista de
gastos, estuvo destinado a pagar a los clérigos acompañantes, así como el valor de las
ofrendas (trigo, carneros, vino y cera), y misas ofrecidas en todas las iglesias de la
ciudad.

La institución de capellanías y donaciones a conventos, cofradías y personas


necesitadas, especialmente viudas, beatas y huérfanos, constituían también símbolos de
diferenciación social. La capellanía era una fundación por la cual se imponía la
celebración de una cantidad de misas anuales en determinada capilla, iglesia o altar.
Para su sostenimiento se dejaba la renta de ciertos bienes. Éstos consistían, en los siglos
XVI y XVII, en casas, tierras o censos impuestos sobre propiedades rústicas o urbanas.
Algunas de estas capellanías se instituían con la intención expresa de que fueran
servidas por capellanes pertenecientes al linaje del fundador (capellanías de sangre o de
parentesco), mientras que otras se fundaban sin establecer ningún vínculo de parentesco
entre aquél y el capellán.

La dotación de una capellanía venía a desempeñar funciones de naturaleza religiosa,


social y económica, aspectos diferentes que en la mayoría de los casos se daban
asociados, aun cuando prevalecieran a veces unos sobre otros. Junto a la motivación
religiosa, las capellanías desempeñaban una clara función social. Desde la Alta Edad
Media la fundación de capellanías en Europa había sido atributo de la nobleza, hasta el
punto que en la Edad Moderna la relación entre nobleza y tenencia de capellanías
continuaba arraigada en la opinión del pueblo. Puesto que en Santiago los
conquistadores y antiguos pobladores intentaban consolidar sus hidalguías de
notoriedad siguiendo las pautas de comportamiento de los nobles peninsulares, también
dotaron capellanías, aun a costa muchas veces de grandes sacrificios económicos.

Ahora bien, llegados a este punto se hace necesario distinguir entre los individuos que
hicieron sus fundaciones en Guatemala y los que las instituyeron en la Península.
¿Cuáles fueron las causas que llevaron a dotar las capellanías en uno u otro lado del
océano? El factor decisivo lo constituyó la relación de sus descendientes con el
asentamiento definitivo en el Nuevo Mundo, dado el prestigio que tales dotaciones
conferían a los herederos. Los que residieron en Guatemala temporalmente, bien porque
desempeñaban cargos públicos (como los altos puestos de la Audiencia, oficiales reales,
clérigos, etcétera) o bien por razones de negocio (como ciertos mercaderes)
establecieron sus capellanías en la Península, lugar donde permanecieron sus familias y
donde perpetuaron sus linajes. De igual forma se sabe de algunos casos de personas sin
descendencia que también las fundaron en España, unos en sus pueblos y otros en sus
colaciones sevillanas. Es decir que las capellanías se instituyeron allí donde cada quien
tenía establecidas sus relaciones familiares permanentes y donde habría de ser
recordado en el futuro. Un caso extremo fue el de un mercader sin hijos que, siendo bien
conocido tanto en México y Guatemala como en España, condicionó el cumplimiento
de sus fundaciones y mandas testamentarias al lugar en que muriera.

En la Península el interés por colocar a hijos o parientes llegó a estar implícito en la


fundación, cosa que en Guatemala no se dio tan claramente. Lo cierto es que el Colegio
Seminario de la Asunción de Santiago no se fundó sino hasta 1596, por lo cual fue
difícil el cumplimiento de tal intención, y la mayoría de los clérigos hasta entonces era
de peninsulares. Además, los parientes eclesiásticos de las familias importantes de
Guatemala posiblemente estuvieron más interesados en gozar de un beneficio, curato o
vicaría en los pueblos de indios. Prueba de ello es que la Audiencia de Guatemala y
posteriormente algunos capitulares del Cabildo Eclesiástico, en relaciones hechas al
Rey, denunciaron el hecho de que los prebendados de la Catedral abandonaban la iglesia
mayor para administrar vicarías y curatos de pueblos de indios.

La proliferación de capellanías y su interés económico implícito fueron dos de las


causas de la aparición de sacerdotes poco virtuosos. Así lo comenta un personaje de la
época, el clérigo jesuita Juan Eusebio Nieremberg, cuando dice: `Muchos hay que
porque puedan alcanzar sus capellanías se ordenan sin examinar primero qué caudal de
virtud tienen para ser sacerdotes de Dios'.

Si se deja de lado la cuestión de la mayor o menor vocación sacerdotal, cabe


preguntarse qué otros motivos, además de los económicos, impulsaron a la creación de
estas dotaciones, por encima de otras obras pías que también podían calificar a las
personas de religiosas y que, a su vez, les daban prestigio.

Una idea fundamental obsesionó las mentes de los cristianos de la época: la salvación.
Esta podía, en cierto modo, conseguirse mediante las muchas misas encargadas para
después de la muerte, siempre y cuando el individuo no hubiere muerto en pecado
mortal. Es sorprendente la cantidad de misas por el alma de un difunto y con cargo a sus
bienes que aparece reiteradamente en los testamentos de la época. A veces la fundación
de una capellanía suponía la celebración de miles de misas por el alma del fundador. Si
a mayor número de misas pagadas, mayor era la posibilidad de salvación, el dinero
acumulado durante la vida venía a hacer más asequible el bienestar ultramundano,
acortando a las almas el sufrimiento del purgatorio. Al fin y al cabo el dinero, que abría
todas o casi todas las puertas en la tierra, también debía permitir gozar más pronto a sus
poseedores de la Presencia Divina en el cielo.

En este sentido llama poderosamente la atención una frase que aparece en ciertos
testamentos de personas sin herederos legítimos: `Y dejo por heredera a mi ánima...',
estableciéndose a continuación la fundación de una capellanía o dos (a veces hasta
cinco), y se pormenorizaba cuántas misas y cuándo se tenían que celebrar. Las cuantías
que dotaban estas instituciones llegaron a alcanzar la cifra de 4,000 pesos de oro a fines
del siglo, aunque lo normal era que los legados para este fin fueran de 1,000 ó 2,000
pesos. Por eso, en la investigación para este trabajo no se ha encontrado institución de
capellanías en testamentos de personas procedentes de los estratos inferiores de la
población, así como tampoco las mandas a conventos, personas e instituciones que son
comunes en las cláusulas de los documentos testamentarios de las `personas nobles y de
mucha calidad'.

Finalmente, cabe preguntarse si esta norma típicamente peninsular, cumplida de modo


tan ferviente entre la población española, pasó también a los indígenas y si llegó a
implantarse al menos entre los indios principales. No se ha hallado ningún testamento
otorgado por los indios de la ciudad en el que se exprese el deseo de fundar una
capellanía. Sin embargo, se sabe que en algunos casos, como en el de ciertos pueblos de
cacao (Soconusco) los sacerdotes forzaron a los indígenas a hacerlo, y afectar así sus
cacaotales, únicos bienes que poseían. De esa manera podían obtenerse más beneficios
en los pueblos donde eran vicarios. Según un documento de la época, ésta fue la causa
de la disminución del tributo real y de la despoblación de la provincia. La imposición de
capellanías, por lo tanto, se convirtió en una forma más de esquilmar al indio, una
manera de echar sobre la población autóctona un nuevo gravamen, justificado y
encubierto por elevados fines evangelizadores.

Conclusión
A través de las páginas precedentes se ha intentado mostrar cuál era la estructura social
de la ciudad de Santiago durante el siglo XVI. Se han puesto de manifiesto los cambios
que se originaron en dicha estructura por la propia dinámica de la sociedad, y cómo los
antiguos criterios de diferenciación social vinieron a transformarse con la aparición de
nuevos papeles, funcionalmente importantes en una sociedad ya asentada y pacífica.

El factor racial, la mayor o menor antigüedad en la tierra y las relaciones y funciones


militares, fueron los primeros criterios de estratificación, pero todavía durante el siglo
XVI nuevos vecinos que llegaron de la Península (letrados e hidalgos de ejecutoria)
vinieron a engrosar el estrato formado por conquistadores y antiguos pobladores, a la
vez que las funciones económicamente productivas y sus papeles asociados
constituyeron un claro criterio de diferenciación. Junto a militares y políticos se
alinearon los ricos mercaderes y, aunque algunos años antes se había considerado
`infamante' que un caballero se dedicara al comercio, a fines de siglo se hallan
descendientes de conquistadores y pobladores antiguos emparentados por medio del
matrimonio con mercaderes, e incluso dedicados ellos mismos a comerciar con
`mercaderías de Castilla'. No obstante, los valores de la antigua nobleza prevalecieron,
ya que los comerciantes adinerados, (desaparecidas ya las encomiendas) vieron en la
adquisición de tierras la auténtica base sustentadora de su posición.

Por otra parte, el estrato formado por los pequeños comerciantes, artesanos y oficios,
aunque se mantuvo separado del grupo superior, integrado por grandes comerciantes y
autoridades políticas, civiles y religiosas, y no llegó a adquirir sus privilegios, se
estratificó internamente. Al principio adquirieron mayor prestigio los oficios
relacionados con la guerra (armeros y forjadores) y, posteriormente, todos los que
estuvieron próximos a la ostentación y la riqueza, como fue el caso de plateros, sastres,
artistas, etcétera.

Por último, a fines de siglo, las barreras raciales no fueron tan claras como en el
principio, dada la aparición de mestizos y mulatos, una gran parte de los cuales
permaneció en una situación semejante a la de indios o negros, aunque otra, por la
posición de sus progenitores o por haber logrado alcanzar la maestría en algún oficio,
llegó a situarse más cerca del grupo formado por artesanos y oficiales españoles.

A comienzos del siglo XVII, las plazas de la ciudad en días de mercado eran una buena
muestra de la diversidad étnica y social que caracterizó a la capital de la Gobernación de
Guatemala durante la época colonial. Aunque a ellas acudían españoles, los
compradores y vendedores eran, sobre todo, criados indios y esclavos negros, indios de
diversa procedencia étnica y `castas libres', que llegaban a los mercados a comprar o
vender de `menudo'. La ciudad que había comenzado su historia con una reducida
población de españoles y numerosos indígenas, se convirtió en menos de un siglo en un
centro multiétnico en el que prevalecían en número los mestizos y mulatos por encima
de españoles e indios, que habían sido sus primeros habitantes.
CHRISTOPHER H. LUTZ

Evolución Demográfica de la Población


No Indígena

Hace tan sólo unas décadas la llamada historia social de Guatemala raras veces tomaba
en cuenta la evolución demográfica de la población no indígena, con excepción
naturalmente de los españoles. La historia demográfica del país tenía un principio y un
fin, esto es, el pasado reciente, pero los siglos transcurridos entre los dos extremos casi
no contaban. En la década de 1520, sólo había indígenas y españoles. De estos dos
grupos, y algunos otros elementos de presencia esporádica, se formó la heterogénea
población guatemalteca de finales del siglo XX. Aunque las relaciones sexuales,
consensuales o forzadas, entre grupos étnicos que pertenecían a distintos niveles de una
jerarquía determinada por la riqueza y el poder, dieron origen a una población mixta,
poco se sabía o se escribía sobre este proceso de tanta importancia histórica para
Guatemala. Incluso los estudios antropológicos de mediados y finales del siglo XX, que
tratan de la gran diversidad étnica de Guatemala, dejan al lector con la impresión
engañosa de que la inmensa población llamada mestiza o ladina sólo se derivó de la
mezcla entre españoles e indios, o de la adaptación cultural de los indios al idioma,
vestido y comportamiento de los españoles o sus descendientes.

Casi todo lo que sucedió entre el siglo XVI y el pasado más reciente ha permanecido en
el ámbito del misterio, las ideas falsas y la ignorancia. Al observador de finales del siglo
XX le resulta difícil determinar si el tema fue continuamente olvidado a causa de un
descuido involuntario, como consecuencia de la ignorancia y la falta de interés, o
encubierto de manera intencionada por cierta vergüenza de élite. Al referirnos a una
vergüenza de clase, no pensamos sólo en el nuevo estrato alto, compuesto por personas
de origen europeo y estadounidense, sino particularmente en la élite ladina o criolla
tradicional, con raíces tan arraigadas en el pasado de Guatemala. Cualquiera que sea la
razón, los siglos de historia demográfica colonial y republicana pasaron inadvertidos y
la gran mayoría de los guatemaltecos, en especial los ladinos, se quedaron sin conocer
sus orígenes y su pasado.

Mientras que la historia de los grupos marginados, en particular su evolución


demográfica, fue ignorada a lo largo del tiempo, las glorias de los conquistadores
españoles y sus descendientes criollos han sido estudiadas durante generaciones. De
acuerdo con un patrón que no es exclusivo de Guatemala, las élites escribieron sobre sus
antepasados, engrandeciendo sus victorias, sus genealogías, etcétera. Dicho de otra
forma, las élites, como sector dominante de la sociedad guatemalteca, centraron su
atención en los vencedores de la lucha secular por el control político y se olvidaron de
los vencidos, especialmente de los no indígenas.

En la década de 1520, la conquista de Guatemala puso en contacto a dos grupos étnicos:


la gran población indígena y la pequeña, pero tecnológicamente poderosa, minoría
española. A pesar de las consecuencias catastróficas de las enfermedades epidémicas y
de la resistencia a las fuerzas hispano-mexicanas que produjo innumerables muertes, la
población indígena sobreviviente estaba relativamente equilibrada en cuanto a sexo y
edad. En contraste, los invasores españoles eran casi todos hombres de mediana edad.
Aunque la mayoría había dejado esposa e hijos en su lugar de origen, un gran número
de ellos formó uniones temporales o duraderas con mujeres indígenas. Estas uniones, en
las que la fuerza, la coacción o incluso la simple atracción mutua jugaron un papel
importante, dieron origen a una población mestiza.

La aparición de los mestizos fue el primero de varios acontecimientos imprevistos que


provocó el derrumbamiento sostenido de la dicotomía ideológica fundamental del
dominio político en América: las dos repúblicas, es decir, la de los indios y la de los
españoles.

No es éste el lugar para examinar de cerca las ideas de las dos repúblicas, pero su mera
existencia y persistencia sugieren que ni los españoles ni los indios previeron el hecho
de que sus relaciones de trabajo y convivencia pudieran tener como resultado la
existencia de otros que no se adaptarían fácilmente a este modelo ideal. Si la aparición
de los mestizos a principios del siglo XVI fue imprevista y molesta, hasta cierto punto
no tuvo mayores consecuencias, ya que ellos fueron absorbidos por la población
española o por la población indígena, y quedó fuera sólo una minoría de personas de
descendencia mixta.

Sin embargo, cuando en las décadas anteriores a 1550 los españoles introdujeron
esclavos africanos (junto con algunos libertos o liberados), quienes posteriormente se
mezclaron con los indígenas, los mestizos y los españoles, se empezó a destruir la
dicotomía de las dos repúblicas y apareció una población de castas que no sería tan fácil
de absorber. Las personas de origen mixto, tales como los mestizos, los mulatos, los
castizos y los ladinos, recibían el nombre de `castas', especialmente en el Reino de
Guatemala, durante los siglos XVII y XVIII. Debido a los prejuicios raciales, a las
mayores diferencias en los fenotipos (apariencia física), en comparación con el
segmento indígena o el mestizo, y al papel que jugaron como agentes o intermediarios
en la sociedad colonial española, las personas de descendencia africana no se integraron
fácilmente en ninguna de las dos repúblicas.

En este ensayo se explicará y se analizará (con base en la evidencia disponible, pues aún
quedan por hacer muchas investigaciones fundamentales), el surgimiento y la evolución
de los mestizos y los afroamericanos (negros y mulatos, esclavos y libres), quienes más
tarde se convirtieron en lo que actualmente se conoce como la población ladina. Al
mismo tiempo, se considerará en forma breve la evolución de la población española
hasta finales del siglo XVII. La élite española se transformó mediante la interacción
directa con todos los grupos subordinados, y absorbió en sus familias a un número no
determinado de personas, cuyo fenotipo era muy parecido. Por ello, su historia está
estrechamente relacionada con la de los ladinos. Con base en conocimientos geográficos
e históricos, se puede considerar que la evolución demográfica de la población no
indígena se dio principalmente en dos zonas determinadas. La primera, sobre la cual se
sabe algo, era una área pequeña que incluía Santiago de Guatemala y sus barrios
contiguos. La segunda era una gran extensión desconocida, formada por el resto de
Guatemala y las jurisdicciones vecinas (Soconusco, Sonsonate, San Salvador, etcétera).

La intención de este trabajo es describir los patrones de evolución demográfica que se


manifestaron en la ciudad de Guatemala, tomando en cuenta, hasta donde sea posible,
los de Santiago cuando estaba en Almolonga (1527-1541), y en Panchoy, de mediados
del siglo XVI en adelante. La descripción de la evolución demográfica de la población
no indígena fuera de Santiago dependerá de los patrones urbanos de la ciudad capital y
del modelo de Murdo MacLeod, relacionado con el crecimiento económico dicotómico
de Guatemala. Así como las instituciones de producción agrícola introducidas por los
españoles se desarrollaron en el espacio y en el tiempo, así también creció la población
no indígena, siguiendo un patrón más o menos similar. En otras palabras, la expansión
del sector económico controlado por los españoles y posteriormente por éstos y los
ladinos, y el crecimiento de la población no indígena se produjeron de una manera
interrelacionada. La expansión de la agroeconomía fue el motor que impulsó el
crecimiento y la difusión de las castas en la Guatemala de los siglos XVI y XVII.

La Evolución Demográfica de las Castas


Santiago de Guatemala, como cualquier otro centro importante del poder administrativo
y económico español del siglo XVI, era el lugar donde se concentraban los
conquistadores y los colonizadores hispanos. Los españoles compraban y mantenían
esclavos africanos, primero porque era práctico y, segundo, porque era símbolo de
prestigio y distinción social. Estos esclavos, tanto negros (de descendencia africana
negra más o menos pura) como mulatos (en Guatemala, las personas de descendencia
afroespañola y afroindígena mixta; el término zambo o sambo, referido a las personas
de descendencia afroespañola, casi no se encuentra en la documentación colonial
guatemalteca), tendían a concentrarse en la ciudad y posteriormente en algunas unidades
agrícolas muy productivas. Mantener esclavos en la ciudad era útil porque éstos
desempeñaban funciones importantes, pero sobre todo porque servían para que sus
dueños demostraran su posición social superior respecto de quienes tenían pocos o
ningún esclavo africano. En la Guatemala de la década de 1530, todo vecino español
seguramente podía tener algunos esclavos indígenas, pero sólo los vecinos más ricos
podían permitirse el lujo de comprar esclavos importados de Africa.

En el centro de Santiago, donde vivían los vecinos más ricos, estaban las casas más
grandes. Aunque en la mayoría de las casas españolas normalmente vivían de 10 a 20
personas de todas las categorías, la historiadora Pilar Sanchiz observa que `algunas de
estas casas principales de la ciudad de Guatemala alojaban un número altísimo de
personas, hasta alcanzar cifras de cincuenta, setenta y aun más individuos'. Entre sus
muros moraban los vecinos españoles y sus esposas e hijos, sus parientes (con
frecuencia varones y solteros), los paniaguados (en su gran mayoría solteros españoles),
los esclavos indígenas (probablemente en su mayoría mujeres en las casas urbanas), los
naborías indígenas (sirvientes, sobre todo mujeres), y los esclavos africanos. Aunque a
menudo las casas eran grandes (compuestas de una serie de patios comunicados,
destinados a diversos usos), estos grupos pertenecientes a etnias y clases distintas
trabajaban, comían y dormían en espacios muy reducidos. Como había más hombres
que mujeres (sin olvidar los factores de desigualdad sociorracial), la fuerza física, la
persuasión y la atracción mutua produjeron relaciones sexuales, embarazos y
nacimientos.

Es difícil hacer estadísticas referidas a las personas que vivían en las casas españolas del
siglo XVI, pero sabemos que en su mayoría los esclavos africanos eran varones, que
muchos de los parientes y paniaguados españoles también eran varones y que muchos
de los esclavos y sirvientes eran mujeres y jovencitas. No hace falta mucha imaginación
para adivinar lo que sucedía en el interior de las casas. Se podrían reconstruir las
relaciones sociales de las casas españolas de la época colonial, entrevistando a mujeres
que han servido en casas de élite en tiempos más recientes o examinando a fondo los
registros criminales de todos los períodos. Muchos niños de descendencia mixta
nacieron en las décadas de principios y mediados del siglo XVI, principalmente de
mujeres indígenas. Gran parte de dichos niños no nacieron de matrimonios formales
aunque, a pesar de las circunstancias difíciles, sí hubo uniones duraderas de este tipo.
¿Quiénes eran los niños nacidos en las grandes casas españolas? Muchos de ellos eran
mestizos, producto de uniones efímeras entre españoles e indias. Otros eran hijos de
mujer indígena con padre esclavo de ascendencia africana total o parcial.

En 1550 fueron emancipados casi todos los esclavos indígenas (de 3,000 a 5,000) que
servían en las casas españolas de Santiago y los que vivían y trabajaban en tierras y
milpas del Valle de Panchoy (actualmente, el valle de la Antigua). Estos esclavos
indígenas y sus familias se establecieron en un círculo de barrios indígenas fundados a
petición de las órdenes religiosas (franciscanos, dominicos y mercedarios) en las orillas
oriental, norte y occidental de la ciudad. Tal como se había hecho en otras partes con los
habitantes de los pueblos de indios, la Corona española y las órdenes religiosas trataron
de proteger a los indios recién liberados, contra las incursiones y los abusos de los
vecinos españoles y sus esclavos y sirvientes de casta. Si la tarea era difícil en los
pueblos distantes, donde había relativamente pocos españoles y pocas castas, en los
barrios indígenas de la ciudad resultó casi del todo imposible.

Mientras que en la primera mitad del siglo XVI las castas aumentaban, la población
indígena urbana y rural siguió disminuyendo de manera precipitada, como consecuencia
de las enfermedades epidémicas de origen europeo. La disminución de la población
indígena ocurrió en todas partes: en las casas españolas, en los barrios indígenas, en los
pueblos de indios más distantes del Altiplano y en las Tierras Bajas. Desde la
perspectiva de los españoles, el crecimiento de las castas significaba que podían contar
con una fuerza de trabajo alternativa que llenaba el vacío dejado por la población
indígena. Sin embargo, a pesar de que les eran útiles, los españoles consideraban a las
castas como una molestia y las veían con cierto sentimiento de vergüenza. Con todo,
ello no les impidió que contribuyeran a procrear más castas.

Tal como se dijo antes, la población indígena de la ciudad disminuía casi, de modo
continuo, a causa de las enfermedades y del mestizaje cultural y biológico, en tanto la
población española, africana y de casta no dejaba de aumentar. En las casas
multirraciales nacían muchos más niños de los que sus patronos españoles podían alojar
y emplear. ¿Qué pasó con el exceso de castas libres? Algunos de tales mestizos fueron
reconocidos por sus padres españoles y absorbidos en el segmento español. Sin
embargo, la mayoría quedó fuera. A finales de la década de 1540, el Obispo Marroquín
expresaba su preocupación por el sustento y la enseñanza de las doncellas mestizas de la
ciudad y sugería que a los muchachos mestizos se les enseñara algún oficio para evitar
su `muy gran corrupción'. A principios de la década de 1550, la Corona propuso que los
mestizos huérfanos (varones) de la ciudad fueran enviados a España, donde se les
pondría a trabajar en diversos oficios, sin que ello se llevara a cabo. Sin embargo,
parece que hubo menos preocupación por los descendientes de las uniones
afroespañolas y afroindígenas, y por los de las relaciones entre los grupos de
ascendencia africana.

Como en las casas españolas no había lugar para las castas, quienes integraban esta
categoría tuvieron que buscar dónde vivir y los medios para ganarse la vida en los
barrios indígenas. Los que no encontraron oportunidades en la ciudad y sus alrededores
empezaron a ir más lejos, en busca de libertad, trabajo y refugio, formando familias en
diversas regiones de Guatemala, sobre todo en las zonas más bajas y cálidas, donde se
podía trabajar en el sector agrícola de exportación dominado por los españoles.

Además de las castas y los negros libres, e incluso los españoles pobres que se
establecían en los barrios indígenas de la ciudad, había también otras personas que
llegaban a Santiago desde distintas regiones y ciudades, a menudo distantes, buscando
trabajo, huyendo de algún compromiso o fugados. No hay que olvidar que la población
de los barrios indígenas disminuía constantemente desde su fundación en 1550. Las
causas de tal disminución eran las enfermedades epidémicas, la exogamia y el
mestizaje. Al principio, las castas libres llegaban a los barrios indígenas buscando
solares y casas donde vivir. Sin embargo, no tardaron en formar uniones formales e
informales entre ellos mismos y con los indígenas. Las comunidades indígenas
intentaron mantener su integridad, pero la necesidad económica a menudo las obligó a
arrendar y vender propiedades a las castas, a quienes muchas veces consideraban
intrusas.

Intrusas o no, las castas libres se distinguieron en Santiago no sólo por su número sino
también por el impacto que tuvieron en las relaciones sociales y económicas. Si a
mediados del siglo XVI las castas libres ya eran un elemento notable, en el siglo y
medio siguiente llegaron a ser mayoría, aunque no predominaron. Es imposible calcular
el número de castas hasta finales del siglo XVI (en el decenio de 1590-1599), cuando en
Santiago había aproximadamente 13,000 `gentes ordinarias' y unos 3,700 españoles.
Gente ordinaria era el término que se usaba en los registros parroquiales de Santiago
para referirse a los mestizos, negros (que podían ser esclavos o libres), mulatos libres y
naborías indígenas. En la década de 1650, había alrededor de 21,700 personas
pertenecientes a las castas y unos 5,600 españoles. En la última década del siglo XVII
(1690-1699), la proporción de gente ordinaria era casi la misma.

Durante el siglo XVI, cuando muchos miembros de las castas eran esclavos o sirvientes
nominalmente libres, pocos podían o querían casarse y formar familias estables. No se
sabe mucho sobre las razones, pero se puede suponer que se debía a la falta de espacio
físico y a la total dependencia en que vivían en los hogares de sus amos. Es posible que
el hacinamiento en las habitaciones de la servidumbre provocara relaciones sexuales y
embarazos a una edad muy temprana. Para las mujeres jóvenes afectadas, era
prácticamente imposible casarse después. Ello obedecía a la norma según la cual los
varones podían tener varias mujeres, pero la mujer con quien se casaban tenía que ser
virgen. Por los primeros registros parroquiales se sabe que, a diferencia de las castas
libres dependientes, muchos esclavos negros y mulatos se casaban con mujeres de su
misma clase o con sirvientas indígenas o mulatas libres. Se desconocen las causas de
estas diferencias en las prácticas matrimoniales, pero se puede suponer que los señores
españoles influían en sus esclavos para que se casaran, a fin de asegurar que, si la
esposa era esclava, los hijos siguieran la condición de ésta y, por lo tanto, quedaran en
propiedad de los amos.
Las sirvientas de castas libres podían ascender en la escala social mediante el
matrimonio, especialmente si el señor de la casa, sus hijos u otros parientes, o incluso
los paniaguados, las encontraban atractivas. Sin embargo, era mucho más común que se
convirtieran en concubinas de sus patronos durante períodos variables. Se sabe muy
poco sobre el poder que los hombres españoles tenían para controlar el destino de las
mujeres que estaban a su servicio. Sin embargo, puede suponerse que si el señor de la
casa o sus hijos querían mantener una relación íntima con una mujer de casta, era muy
difícil que ésta se casara con ningún otro. Al examinar las cifras de niños legítimos e
ilegítimos registrados como `gente ordinaria', que fueron bautizados en la parroquia de
El Sagrario entre 1630 y 1699, se nota que sólo en un 28% eran legítimos, mientras que
en un 72% eran ilegítimos. Sin embargo, durante las dos últimas décadas del siglo
XVII, hubo un incremento significativo en los bautismos de hijos legítimos. Los
porcentajes fueron entonces de 41 y 51, respectivamente. No obstante, estas cifras
podrían reflejar el crecimiento demográfico de las castas libres en el límite oriental de
aquella parroquia, donde tenían más libertad para casarse, residir y trabajar, sin estar
controladas por un amo español. Durante la segunda mitad del siglo XVII, se dio un
patrón similar en la parroquia de Los Remedios, establecida en la parte sudeste de la
parroquia central alrededor de 1641.

A partir del siglo XVI surgió una población de castas libres cada vez mayor. Las
personas de estas castas vivían en sus propias casas, fuera de la parroquia central, en
particular en la de San Sebastián, en el margen occidental y norte de Santiago. Abunda
la evidencia de incursiones de castas libres en los barrios indígenas que formaban esta
parroquia. En este lugar, las castas libres, especialmente los mulatos y los mestizos,
aumentaron incluso más que en la parroquia de El Sagrario.

Mientras que las castas libres siguieron aumentando desde mediados del siglo XVI
hasta finales del siglo XVII (e incluso después), ¿qué pasaba con la población urbana de
esclavos negros y mulatos que vivían en las casas de sus amos españoles? Un examen
exhaustivo de los protocolos de los escribanos y de los registros parroquiales podría
proporcionar datos completos y exactos sobre el número de esclavos de la ciudad. Otra
fuente útil podrían ser los padrones parroquiales de las décadas de 1670 y 1680, en los
cuales se anota el nombre, el sexo, y a menudo la edad y la condición, de todos los
feligreses de la parroquia central de El Sagrario. Sin embargo, hasta ahora sólo se han
examinado los registros parroquiales.

Parece que la población de esclavos negros alcanzó su número más alto entre finales del
siglo XVI y la década de 1680. A partir de 1690 empezó a disminuir, y esta tendencia
continuó hasta el siglo siguiente. En contraste, el período en el que hubo más esclavos
mulatos en la ciudad comienza después de 1650 y se prolongó también hasta principios
del siglo XVIII. El fuerte descenso que experimentaron las importaciones de esclavos
en Centro América durante la mayor parte del siglo XVII, debe haber jugado un papel
importante en la disminución de los esclavos negros de la ciudad. Sin embargo, esta
disminución fue compensada por el aumento de los esclavos mulatos. Así, a finales del
siglo XVII, este segmento de Santiago era más numeroso que dichos esclavos negros.
Ello quizá era porque los españoles concentraban a los esclavos en sus residencias
urbanas y llevaban a los esclavos negros a trabajar fuera de la ciudad, a menudo en
empresas rurales relacionadas con la agricultura.
Mientras que sólo algo más de la mitad de los esclavos negros que se casaban escogían
cónyuges libres, 80% de los esclavos mulatos escogían personas de esa condición. Sin
embargo, parece que sólo algunos esclavos se casaban por la Iglesia, aunque no se debe
olvidar que otros esclavos que la Iglesia consideraba solteros bien podrían haber
mantenido relaciones informales de larga duración. No obstante, no es seguro que estas
uniones formales, y menos aún las informales, fueran estables en el contexto de una
casa española. Si las sirvientas legalmente libres podían ser forzadas sexualmente, en el
caso de las esclavas debe haber sido mucho peor. Con todo, no hay que olvidar que
hubo relaciones sinceras entre amos y esclavas, especialmente cuando tenían hijos.
Estas relaciones podrían explicar por qué el número de manumisiones fue mayor entre
las esclavas mulatas y sus hijos que entre las esclavas negras y los suyos.

La Evolución Demográfica de los Españoles en


Santiago
Hacer una descripción de la población española de Santiago de Guatemala es tan
complejo como explicar los orígenes y la evolución de las castas. Ya se ha sugerido que,
durante las primeras décadas que siguieron a la Conquista, un número indeterminado de
hijos mestizos, quizás principalmente mujeres, fue absorbido en el segmento español de
la población. Se sospecha que otros hijos ilegítimos, nacidos de uniones informales
entre españoles e indias, no recibieron status español completo, aunque sí fueron
reconocidos por sus padres. Con todo, si sus padres descendían de conquistadores,
primeros pobladores o encomenderos, es posible que hayan conseguido eludir el sector
mestizo pobre, casándose con un español o española de categoría inferior. Hay también
algunos casos bien documentados de españoles que se casaron con mujeres indígenas, a
menudo hijas de nobles indígenas. Es de suponerse que los hijos de estas uniones eran
aceptados como miembros de pleno derecho en la sociedad española colonial,
especialmente si sus antepasados habían sido principales, es decir personas de poder,
riqueza y distinción.

Estas observaciones generales, a menudo difíciles de documentar, permiten observar


que el término `español' no era lo que aparentaba ser. A medida que Santiago de
Guatemala crecía a finales del siglo XVI y en el XVII, se hacía asimismo una distinción
entre los españoles del centro y los que vivían en los barrios exteriores. En términos
generales, los españoles que vivían en el centro de la ciudad gozaban de una posición
socioeconómica más elevada, tenían mayor influencia política y un nivel supuestamente
más alto de pureza racial. Los que vivían en la periferia eran de una posición social
inferior, tenían menos influencia política y tendían a ser de orígenes sociorraciales más
mezclados. Esto último lo corroboran los niveles de exogamia más altos entre españoles
y mestizos en las parroquias periféricas de la ciudad, donde la separación sociorracial
entre los dos grupos era menor. Dichos niveles eran mucho más bajos en la parroquia
central de El Sagrario, donde la separación sociorracial era más significativa. A pesar de
la notoria diferencia de fenotipo, las relaciones matrimoniales entre mulatos libres y
españoles tendían a ser más estrechas en la periferia de la ciudad. En el centro de
Santiago, el grado de exogamia se mantuvo bajo entre estos dos grupos.
Aunque la Iglesia consideraba españoles a todos los individuos identificados como
tales, se sabe que se hacían distinciones explícitas e implícitas. A juzgar por las
evidencias del siglo XVIII, es obvio que se consideraban españoles muchas personas de
ascendencia mixta. A partir del siglo XVI, algunos mestizos (sobre todo mujeres)
fueron por completo absorbidos por las clases altas de la sociedad española. Es probable
que a partir de la segunda mitad del siglo XVII, un gran número de personas entró en el
segmento español, como consecuencia de generaciones producto del mestizaje y la
movilidad ascendente. Como estos `nuevos españoles', a diferencia de los que habían
surgido anteriormente, no tenían padres conquistadores o encomenderos influyentes, no
ascendieron a las clases altas de la sociedad española.

Igual que las castas libres, que tenían cierta movilidad ascendente y de las cuales
descendían, los nuevos españoles solían vivir en la periferia de Santiago. A finales del
siglo XVII, el mestizaje había borrado de tal forma las distinciones entre mestizos,
mulatos y negros, que el cronista Fuentes y Guzmán llamó a estos grupos del barrio de
La Candelaria `gente ladina'. En muchos casos debe haber sido difícil distinguir quién
era español y quién era ladino. Posiblemente, las condiciones de vida, el empleo, la
posición económica y la elección de cónyuge eran factores que determinaban en qué
lado de la vaga frontera racial estaba uno situado. Debió haber habido numerosos
individuos que permanecieron en el área indefinida situada entre los dos grupos, y otros
que se movilizaron hacia arriba o hacia abajo, según sus circunstancias personales y el
cambio de residencia.

La Expansión de la Población no Indígena de


Guatemala
Si las casas españolas de Santiago fueron los principales núcleos productores de
población no indígena, especialmente de casta, la ciudad misma produjo excedentes de
población española y de casta que se extendieron por grandes áreas de Guatemala.
Aunque abundan las evidencias de que en el siglo XVIII y principios del XIX había
focos de población hispano-ladina o sólo ladina en todas las regiones de Guatemala, de
acuerdo con la mayoría de las autoridades en la materia se cree que las principales
concentraciones de población no indígena estaban en la ciudad capital y alrededor de la
misma, así como en las regiones más bajas y cálidas, situadas al sur y al este de
Santiago. La población no indígena se extendió de forma significativa hacia el oeste,
pero sólo a lo largo de la Costa Sur o llanura costera del Pacífico, que se prolonga hasta
Soconusco. Sin embargo, debe señalarse que los movimientos de población objeto de
este estudio no conocían fronteras determinadas. La expansión y crecimiento de la
población no indígena fueron muy intensos en la región vecina de San Salvador y un
poco menos en Honduras.

Tomando en cuenta la conexión entre las relaciones étnicas y el trabajo, el historiador


Murdo MacLeod ha señalado que las regiones más bajas y cálidas atraían a los
españoles y a las castas, porque las tierras eran más fértiles y podían producir cultivos
de exportación (de origen indígena como el cacao y el añil, y de procedencia española
como el azúcar y el ganado). En estas regiones, `al sur y al este de Santiago, hasta llegar
a San Salvador y San Miguel, se empleaban más indios en labores dominadas por los
españoles o en trabajos donde los españoles o las castas eran dueños de los medios de
producción'. En contraste, como ya se señaló antes, y a pesar de que la población
indígena era mucho más grande en el Altiplano situado al norte y al oeste de Santiago,
la altitud, el clima más frío y los suelos por lo general más pobres hicieron que esta
región fuera menos atractiva para la mayoría (con excepción de un grupo relativamente
pequeño) de españoles y de castas.

Es más difícil describir la expansión y el crecimiento de la población no indígena por


períodos y regiones geográficas. Además de la expansión generalizada de las
encomiendas durante el siglo XVI, tanto las individuales como las que pertenecían a la
Corona, al clero regular (en particular en el Altiplano central y occidental) o al clero
secular (principalmente hacia el sur y el este de Santiago), debe tenerse en cuenta a los
españoles que emigraban temporal o de modo permanente fuera de la capital en busca
de oportunidades en alguna actividad agrícola o en el comercio y en especial las
migraciones ocasionadas por los repartimientos de indios. El otro grupo clave de
españoles fue el de los funcionarios reales, cuyas tareas les exigían trasladarse de un
lugar a otro.

Cuando la población española tuvo necesidad de trigo y otros productos alimenticios,


fue mayor la expansión de españoles y castas. Desde las primeras décadas de la época
colonial, y durante siglos, muchos españoles, tanto peninsulares como criollos, se
convirtieron en cultivadores de trigo, al principio en los alrededores de la ciudad y
después de 1550 en los valles del Norte y el Este, los cuales formaban el Corregimiento
del Valle de Guatemala. Algunos de estos primeros agricultores eran también
encomenderos y, a pesar de las prohibiciones reales, se las arreglaban para obtener tierra
en sus encomiendas o cerca de ellas y se aseguraban así una mano de obra que podían
controlar. Aunque las reformas aplicadas por Alonso López de Cerrato (1549) acabaron
con el tributo laboral, la introducción del servicio ordinario y el repartimiento de indios
permitió que los agricultores españoles que producían trigo no se quedaran sin mano de
obra. Por otra parte, las haciendas no contribuyeron a que la población española se
extendiera en los valles situados al norte y, especialmente, al este de la ciudad, ya que
sus dueños siguieron viviendo en la capital. Algunas castas (es decir, miembros de tales
grupos a los que se aplicaba también dicho nombre) e incluso algunos esclavos mulatos,
administraban las labores `de pan llevar', pero ello parece no haber tenido mayor
impacto en la migración de los no indígenas o en el mestizaje. Otra característica del
cultivo de trigo era que, a finales del siglo XVII, los criollos y españoles dueños de
molinos harineros próximos a Santiago empleaban esclavos negros y mulatos.

Mucho mayor impacto tuvieron la introducción de la caña de azúcar y el uso de


esclavos africanos en la región más baja y cálida, situada a orillas del Lago de
Amatitlán. Aunque estaba prohibido que trabajaran en los ingenios y trapiches, los
indios entraban aquí en contacto con la población esclava y de casta libre porque se les
permitía desempeñar trabajos secundarios. Con el tiempo, la economía basada en la
ganadería y el cultivo de cereales, combinada con el azúcar y el comercio local y
exterior de éstos y otros artículos, condujo al crecimiento de una gran población
española, pero, sobre todo, provocó una gran abundancia de castas libres en pueblos
indígenas económicamente importantes, como Mixco, Petapa, Pinula y Amatitlán. Los
pueblos situados a lo largo de otras rutas comerciales que iban hacia México, a las
restantes provincias de la Audiencia y los puertos del Atlántico, sintieron también el
impacto del mestizaje y la hispanización.
Aunque el mestizaje, el crecimiento de las castas libres y la población española
afectaron en forma considerable a las regiones centrales, situadas principalmente en el
Altiplano, su impacto fue mayor en las regiones más bajas y cálidas. En todas partes, la
evolución demográfica no indígena está claramente relacionada con el tamaño y el
patrón de asentamiento de la población de este origen. Algunos estudios demográficos
realizados en México y Centro América demuestran que los poblados indígenas
disminuyeron mucho más en las Tierras Bajas que en el Altiplano. En Soconusco y
Zapotitlán, en la década de 1570, la población nativa se había reducido
aproximadamente al 5% (una vigésima parte) del tamaño que se calcula que tenía antes
de la Conquista. En estas jurisdicciones, el ritmo de la disminución fue aminorando por
la migración indígena, forzosa y voluntaria, que procedía del Altiplano. Muchos de los
indios que llegaban incluso de la lejana Verapaz trabajaban en los cacaotales de la
llanura costera del Pacífico, que se extendía desde Soconusco hasta Sonsonate. No
obstante, el impacto de la exportación de esclavos indígenas (c 1524-1540), combinado
con la intensa actividad económica y el mestizaje, sirvió para acelerar la disminución de
la población indígena de las Tierras Bajas.

Otro factor, muy debatido pero que influyó mucho en el descenso demográfico de los
indígenas de las Tierras Bajas, fue el relativo a las enfermedades tropicales. Éstas
parecen no haber tenido consecuencias en la región centroamericana hasta alrededor de
1650. Sin embargo, pudieron haber contribuido a retrasar la recuperación de la
población indígena de las Tierras Bajas a finales del siglo XVII y en los siglos
posteriores, precisamente cuando la población indígena del Altiplano empezaba a
aumentar.

Si la población indígena de Guatemala casi desapareció (o por lo menos disminuyó


sensiblemente) en muchas regiones templadas y en las regiones más bajas y cálidas,
siendo como era el principal recurso natural de Guatemala, resulta irónico que fueran
precisamente estas zonas las que atrajeran a los españoles y a las castas.

No se intentará presentar aquí ni siquiera una reseña de la historia socioeconómica de


las tierras templadas y cálidas, pero basta decir que en estas regiones meridionales y
orientales se cultivaban productos de exportación importantes como el cacao. MacLeod
ha descrito con acierto el crecimiento y la declinación de cada uno de estos cultivos en
Guatemala y en las jurisdicciones contiguas. Después del florecimiento y decadencia de
la esclavitud indígena y las exportaciones de oro que caracterizaron las primeras etapas
de la dominación española, el cacao y el añil, junto con otros productos comerciales
menos importantes, impulsaron la expansión de los españoles y las castas en las áreas
situadas al este y al sur de Santiago. Además de estos artículos de exportación, cuya
producción se limitaba a determinadas zonas, otros cultivos más comunes, como los
cereales, el tabaco, la caña de azúcar (junto con la elaboración clandestina de
aguardiente), más la crianza y el destace de ganado para carne, cueros y sebo,
proporcionaban oportunidades de empleo a los españoles, poderosos o pobres, y a las
castas libres.

En décadas recientes algunos estudiosos guatemaltecoshan examinado la cuestión de la


tenencia de la tierra y el acceso de la población ladina a la misma. Si los ladinos y las
castas no tenían propiedades importantes en el Altiplano, e incluso alrededor de
Santiago, parece que sí eran dueños de mucha tierra en las zonas bajas del Sur y del
Oriente de Guatemala. No se sabe mucho sobre las propiedades de las castas libres y los
ladinos durante el siglo XVII, pero se puede suponer con cierta base que estos grupos
solían ocupar (con título legal o muy probablemente sin él) extensiones considerables
de tierra, allí donde podían evitar la competencia con los españoles. Se llega a esta
hipótesis haciendo una extrapolación retrospectiva hacia el siglo XVII y finales del
XVI, con base en información mucho más concreta del siglo XVIII y principios del
XIX. Estos datos tienen que ver con el tributo que pagaban los negros, los mulatos
libres y los indios naborías en el último cuarto del siglo XVI.

Es casi seguro que éstas no eran las cifras completas de cada jurisdicción (en parte,
porque las castas libres a menudo no tenían residencia fija, según las autoridades de la
Corona); empero, al compararlas se puede ver la importancia que en el último cuarto del
siglo XVI tenía la población naboría (negros libres, mulatos libres y sirvientes
indígenas, al parecer exentos del tributo ordinario) en la ciudad capital y en cuatro
jurisdicciones de las tierras bajas del sudeste. Como era de esperar, Sonsonate y
Escuintla, las áreas de mayor actividad económica dirigida por españoles, tenían más
naborías que Guazacapán o Chiquimula de la Sierra.

Desafortunadamente, es más difícil identificar a los mestizos, ya que no tenían que


pagar tributo y, como se ha dicho con anterioridad, algunos de ellos pudieron haber
pasado a los escalones inferiores de la población española. Sin embargo, es de
sospechar que allí donde habitaban españoles, y especialmente varias castas, también
había mestizos en número considerable, a veces mayor que el de los grupos antes
mencionados. Es probable que en las Tierras Bajas, sobre todo en las áreas rurales, se
dieron los mismos patrones de mestizaje y matrimonios mixtos que se han descrito para
Santiago de Guatemala.

La mejor documentación de la anterior hipótesis se encuentra en un censo del Reino de


Guatemala, de finales del siglo XVII. Dicho censo está incompleto y dañado por el
fuego, pero es muy valioso, porque abarca la mayoría de las jurisdicciones de la
Audiencia e incluye datos sobre la distribución de las poblaciones indígena, española y
de casta en pueblos, villas y ciudades, así como en el sector rural (haciendas, ingenios,
etcétera). A continuación se resume la información que aparece en el mismo sobre el
número de españoles y castas, primero en el Altiplano y luego en las Tierras Bajas
(véase Ilustración 73)

El documento sólo proporciona datos sobre la Provincia de Chiapas y cuatro


jurisdicciones guatemaltecas del Altiplano (la Provincia de Quezaltenango, el Partido de
Huehuetenango, el Corregimiento de Tecpán Atitlán y la Provincia de la Verapaz). Los
informes que se pidieron a la capital y su corregimiento nunca se hicieron, o se
perdieron. Asimismo, es escasa la información sobre la población no indígena que vivía
en los distritos del Altiplano, ya que había muy pocas personas pertenecientes a dicho
grupo. La excepción es la Provincia de Chiapas, donde se calculaba que había unos 400
`laboríos' (mulatos y mulatas libres, indios e indias) repartidos en los pueblos de indios,
las haciendas de ganado mayor, los ingenios y las plantaciones de cacao. Los laboríos
de Chiapas no estaban concentrados en las regiones altas, sino más probablemente en
las áreas bajas, donde había haciendas administradas por españoles. En la Provincia de
Quezaltenango sólo se encontraba algún mestizo (a menudo casado con una india), o
algún español, en distintos pueblos de indios. Las excepciones eran el barrio de San
Marcos (`población de gente ladina', con 38 casados), la cabecera del actual
Departamento de San Marcos; y el pueblo de Quezaltenango (con 920 indios casados),
donde vivían 53 personas que incluían españoles, mestizos y mulatos casados, viudos y
solteros. En contraste, el censo sólo mencionaba tres vecinos españoles en la cabecera
de Huehuetenango y cuatro en la cercana Chiantla. Curiosamente, en San Andrés
Semetabaj, en el Corregimiento de Tecpán Atitlán, había unos 60 españoles de todas las
edades, y en una hacienda de la familia Argueta, situada en la jurisdicción del pueblo de
Santa Catarina (¿Ixtahuacán?), se decía que trabajaban algunos mulatos. En Verapaz, `ni
hay ninguna villa ni población de españoles, sólo viven en una hacienda de campo cerca
del río grande [en el] partido de Rabinal hasta 18 ó 20 vecinos españoles, mestizos y
mulatos'.

Los datos sobre las jurisdicciones de las Tierras Bajas están más completos e ilustran
bien cómo creció y se extendió la población no indígena en estas regiones. En la
Provincia de Soconusco (hoy parte de Chiapas, México), la población indígena era
escasa (aproximadamente 800 tributarios completos en 33 pueblos) y no había
`ciudades, villas ni lugares de españoles, sino sólo cuatro gremios de mulatos, mestizos
y negros libres que están en los pueblos de Tonalá, Pixixiapa, Mapastepeque, y Ayuta'.
Estas castas libres trabajaban en haciendas cercanas y sumaban 259, todas ellas:

...entrando en este número muchos que no son vecinos de la


provincia, porque vienen de otras a servir en las
haciendas de campo y con esta ocasión entran y salen sin
vecindad asentada. Y de españoles... hasta 100 y unos,
dueños de haciendas de cacao, otros de ganados de mayores
y los demás tratantes en la provincia y fuera de ella.

Más al oriente, en la que entonces era Provincia de Zapotitlán y cabecera de San


Antonio Suchitepéquez, había más de 500 indias casadas, de las cuales sólo dos lo
estaban con mulatos, aunque `entre los dichos indios están avecindados 77 españoles,
61 mulatos, 10 mestizos, 3 negros y 7 laboríos casados y solteros'. En San Bartolomé
Mazatenango, San Francisco Zapotitlán, Samayaque y otros pueblos de indios había un
número menor de españoles, mulatos, mestizos e indios laboríos. No obstante, en 25
pueblos cuya población indígena total era de aproximadamente 25,800, sólo había 318
mulatos, negros y laboríos. El informe de Zapotitlán no dice cuántos españoles y castas
vivían en las haciendas de campo.

En la jurisdicción de Esquintepeque (Escuintla), situada al este de Zapotitlán, había


mulatos, mestizos y algunos españoles concentrados en la Villa de San Diego de La
Gomera: `...dicho curato, tiene de vecindad 24 casados, 17 solteros, 15 viudas, tienen 44
hijos de hasta 7 años, los cuales son todos mulatos'. Muchos vecinos de los pueblos de
Escuintla, incluyendo la cabecera, así como La Gomera, Chipilapa (en este curato había
15 haciendas de campo) y Masagua, trabajaban en haciendas, trapiches, ranchos e
ingenios (o sus alrededores), junto con algunos esclavos negros y mulatos e indios de
otras provincias del Altiplano. Según el censo, esta población heterogénea no sólo
trabajaba en la agricultura, sino también en la industria pesquera y en la producción de
sal.

En el Corregimiento de Guazacapán, situado más al este de Escuintla, había unos 17


pueblos de indios. Aunque no se mencionan vecinos españoles ni castas, se dice que en
Atiquipaque sólo había indios laboríos y mulatos, y que en Jalpatagua no había ningún
indio tributario. Cuando el cronista Fuentes y Guzmán se refirió al pueblo de
Guazacapán (alrededor de 1690),cita el número de indios tributarios (623) que da el
censo de 1683, pero comentó que dicha cifra estaba aumentada, `con agregado de
muchos españoles, mulatos y mestizos...' En Guazacapán, había `diferentes haciendas de
campo por toda ella y las más son de españoles, los cuales uno[s] viven en ellas y otros
en la ciudad de Guatemala, y alguna hay de mulatos...' El corregidor observaba que `no
es fácil comprehender ni noticiarse qué suma o cantidad puede haber en dichas
haciendas de campo', y agregaba:

... habrá tiempo de año y medio [1681] que estuvieron


arboladas las banderas de tres compañías [de milicianos]
de que se compone este partido y jurisdicción, la una de
españoles y mestizos, que se halló tener hasta 150
hombres, con poca diferencia, y las dos de mulatos y gente
parda, se halló que tuvieron hasta cantidad de otros 250
hombres que por todo hacen 400.

Es importante señalar que algunos mulatos de esta región eran dueños de haciendas de
campo y que, en ese momento, los hombres de ascendencia africana eran
considerablemente más numerosos que los españoles y los mestizos.

Los datos sobre la Alcaldía Mayor de la Santísima Trinidad o Sonsonate seguramente


están incompletos, ya que aparecen los nombres y apellidos de los 110 vecinos
españoles de la villa y de la Provincia de Sonsonate, pero no se mencionan mestizos,
mulatos o esclavos negros en toda la jurisdicción. Ya que Sonsonate fue una de las
principales regiones productoras de cacao y añil, y como se sabe con certeza que desde
la segunda mitad del siglo XVI allí había castas, se cree que a finales del siglo XVII
dicha población tenía un tamaño considerable.

Los datos del Partido de Chiquimula tampoco están completos, pero nos dan una idea de
la importancia que tuvo la población no indígena en aquella extensa jurisdicción. En el
pueblo de Chiquimula de la Sierra, que tenía más de 450 `familias de indios casados',
había `60 familias de españoles [y] 43 familias de mulatos y mestizos'; en el pueblo de
Jalapa había `54 familias de indios casados...[y] 2 de españoles y 32 familias de mulatos
y mestizos'; mientras que en Jutiapa existían `100 familias de indios casados... 4
familias de españoles y 12 de mulatos y mestizos'. Finalmente, en el pueblo de
Mataquescuintla había `102 familias de indios casados..., 5 familias de españoles', y en
el pueblo de Mita (¿Asunción?) `182 familias de indios casados..., 9 familias de
españoles que estos son dueños de haciendas los mas de ellos, y asimismo hay 52
familias de mulatos y mestizos'.

La documentación disponible está incompleta y las investigaciones históricas sobre los


temas aquí tocados sólo acaban de empezar. Empero, se ha demostrado tentativamente
que la población no indígena creció durante el período que va desde la conquista
española hasta finales del siglo XVII, en y alrededor de la ciudad de Santiago de
Guatemala, así como en las Tierras Bajas. Los patrones de migración y asentamiento ya
establecidos, así como los que se formaron hacia 1680 entre la población española y la
de casta, constituyeron la base del crecimiento de la población española y ladina
después de 1700.

Hasta no disponer de nuevas evidencias que demuestren lo contrario, puede seguirse


creyendo que el mestizaje, que hizo desaparecer la distinción entre el mulato y el
mestizo, fue más intenso en Santiago de Guatemala (y posiblemente también en otras
ciudades como en la Villa de Sonsonate y San Salvador) que en el campo. De ahí que la
población ladina apareciera primero en el medio urbano. La población no indígena
seguramente surgió y se multiplicó en las zonas más desarrolladas, donde prevalecían
las economías locales o las empresas agrícolas y ganaderas dominadas por españoles.
En las regiones más altas del norte y el occidente de Guatemala, donde los indígenas
eran mayoría, dicha población creció muy poco. La primera región fue el área central
del dominio colonial español; la segunda puede considerarse como la periferia de dicha
región.
CHRISTOPHER H. LUTZ

Santiago de Guatemala en el Siglo XVII

Aunque el Reino de Guatemala era un territorio atrasado en comparación con los


virreinatos de Nueva España y el Perú, Santiago de Guatemala figuraba entre los centros
urbanos más importantes de la América española. Nunca tuvo una población tan grande
como la de las capitales virreinales de México y Lima, pero durante la mayor parte del
período colonial fue la ciudad más grande situada entre estas dos metrópolis. Se ha
calculado que el centro y los barrios contiguos de Santiago alojaban de 18,000 a 20,000
habitantes en 1600, y unos 30,000 un siglo más tarde.

El siglo XVII fue un período de crecimiento rápido y continuo para la población de


Santiago (véase Cuadro 15). Por otra parte, la ciudad quizá hubiera crecido más de no
producirse la gran emigración de españoles y castas hacia el área rural. Aunque no hay
planos exactos de la ciudad durante los siglos XVI y XVII, un censo de alcabala de
1604, efectuado cuadra por cuadra, revela mucho sobre sus habitantes. Este documento
muestra que Santiago se componía de unas 90 manzanas (cuadradas en el centro e
irregulares en la periferia), después de haber tenido la ciudad aproximadamente unas 40
manzanas (con la plaza mayor en el centro) en la época en que se fundó (1541-1542) y
unas 50 a 60 manzanas en 1560. No se conoce el tamaño de la ciudad alrededor de
1700, pero se calcula que cuando fue destruida por los terremotos de 1773 tenía unas
215 manzanas. Aunque indican el tamaño relativo, estas medidas son imprecisas, ya que
más allá del centro es difícil establecer dónde comenzaban o terminaban las manzanas.
En los barrios exteriores, las `calles' eran torcidas y angostas y a menudo estaban
parcialmente obstruidas por casas y muros.

A principios del siglo XVII, la mayor parte de las casas españolas formaba las
manzanas regulares. Éstas estaban situadas alrededor de la plaza mayor, y las contiguas
al noreste. Rodeando este núcleo, en forma de herradura abierta en el sur, estaban los
barrios indígenas, establecidos alrededor de 1550 por las órdenes religiosas
(franciscanos, dominicos y mercedarios), también la Audiencia, dirigida entonces por el
Licenciado Alonso López de Cerrato, y los poblados con los esclavos indígenas recién
emancipados. Tanto los frailes como Cerrato parecen haber inducido a estos indígenas a
establecerse muy cerca de los monasterios, los cuales estaban situados en la periferia
según el plano original de la ciudad. En 1600 la población indígena de dichos barrios
había disminuido drásticamente, como consecuencia de las enfermedades epidémicas.
Además, la llegada de castas libres (personas de descendencia mixta), negros libres y
españoles pobres, contribuyó a romper la unidad de las comunidades. A pesar de éstos y
otros problemas (el mestizaje, la pérdida de solares, la explotación económica a manos
de los no indígenas), los barrios indígenas lograron sobrevivir.

Más allá del aludido cordón de barrios se localizaba un gran número de pueblos (en su
mayoría indígenas, c 1600), agrupados cerca de los caminos reales que conectaban la
ciudad con el área rural y las jurisdicciones más distantes situadas al sur (Ciudad Vieja),
al norte y al noroeste (Jocotenango y San Felipe), al este (Santo Domingo de los
Hortelanos y San Juan Gascón), y al sudeste (Santa Ana y Santa Isabel). Alrededor de
estos pueblos, y extendidas desde la orilla de los barrios indígenas hasta los límites del
Valle de Panchoy, estaban las unidades agrícolas, en su mayoría poseídas por españoles,
dedicadas al pastoreo y al cultivo de trigo y hortalizas. Aquí se encontraban
asentamientos indígenas rurales (entonces llamados milpas, cuyas tierras eran también
de españoles particulares o de instituciones religiosas), el matadero de la ciudad (al sur)
y al noroeste, a lo largo de las márgenes del Río Magdalena (hoy Guacalate), tres
molinos harineros movidos por agua. El dominico inglés Thomas Gage, quien en la
década de 1620 entró en Santiago por el norte, observó que `en todo este camino [entre
Chimaltenango y Jocotenango] también hay muchos y muy hermosos jardines, que
abastecen los mercados de Guatemala, con verduras, raíces, frutas y flores todo el año'.

Aunque la Corona española había decretado que todos los barrios y pueblos indígenas
(incluyendo las milpas anteriormente mencionadas) tenían derecho a sus propias tierras
de cultivo, la realidad era muy diferente. Casi todas las comunidades indígenas del valle
tenían que pagar terrazgos (renta pagada por el labrador al propietario) a los españoles o
a las instituciones religiosas. Los habitantes de algunos barrios, La Merced y San
Jerónimo, por ejemplo, y los del pueblo de Jocotenango eran obligados a pagar
terrazgos hasta por los solares donde vivían. Los pocos barrios indígenas que tenían la
suerte de no pagarlos cultivaban milpas en los cerros empinados (y en algunos casos,
mucho más lejos) que dominaban la ciudad al norte, al noreste y al este. Estas tierras
marginales eran mucho menos productivas que las del Valle de Panchoy, y era difícil
llegar a ellas desde el barrio de Santo Domingo o el de San Francisco. En la década de
1690, Fuentes y Guzmán escribió respecto del barrio de Santa Cruz: `... es pobre de
ejidos, porque, aunque se arrima a uno de los montes o cerros que circunvalan la ciudad,
es tierra infructífera y inútil'. Naturalmente, la mayoría de los vecinos españoles que
vivía en el centro no se daba cuenta de estos problemas.

La vida de los españoles discurría casi sólo en sus casas y en las instituciones públicas y
privadas agrupadas en los cuatro lados de la plaza mayor. A principios del siglo XVII,
la plaza mayor no era tan impresionante como lo fue a finales del mismo siglo, o en los
años anteriores a los terremotos de 1773. No tenía árboles ni empedrado, ni los jardines
que se le añadieron a principios del siglo XX para satisfacer los gustos modernos. No
obstante, algunas de aquellas características han cambiado poco. Desde principios del
siglo XVII ha tenido una fuente. El suelo era de tierra y sólo había unos cuantos puestos
semipermanentes que formaban parte del tiánguez principal o mercado de la ciudad.
Aunque la plaza ha sufrido cambios radicales, muchos de los edificios, o por lo menos
sus funciones, siguen siendo iguales. En la esquina noreste está situado el
Ayuntamiento, donde durante más de dos siglos el Cabildo ha celebrado sesiones y ha
gobernado la ciudad. Frente al Cabildo estaba el palacio de la Audiencia, donde residía
el presidente. Las galerías de madera de ambos edificios fueron reemplazadas en el siglo
XVIII por las arcadas de piedra de la actualidad. Al lado del Ayuntamiento, en el
costado norte de la plaza, había varias tiendas, que el gobierno municipal alquilaba a
comerciantes y artesanos.

Los costados norte y sur estaban dominados por las instituciones del gobierno civil; el
del este por edificios que simbolizaban la importancia de la Iglesia en la vida colonial.
En esa manzana estaba la Catedral, edificio casi siempre en construcción, lo cual se
explica por los terremotos que periódicamente han sacudido la ciudad. En el último
tercio del siglo XVII se construyó en el mismo lugar una Catedral más grandiosa, la
tercera en la historia de la ciudad si se incluye la de Santiago en Almolonga. La
ejecución del proyecto requirió muchos años y fue necesario el trabajo de cientos de
indios, castas libres (especializados y no especializados) y artesanos de la ciudad, así
como de pueblos indígenas distantes. Al norte de la Catedral estaba el palacio episcopal,
que ocupaba el resto del lado este de la plaza mayor.

A lo largo del lado oeste de la plaza se localizaba el portal del comercio. Frente al
mercado que se organizaba en la plaza, el portal y los otros tres lados de esta manzana
estaban ocupados por varios comerciantes españoles (20 en 1604). El portal era el
comienzo de la llamada Calle de Mercaderes, que se prolongaba por espacio de tres
manzanas, desde la plaza hasta la iglesia de La Merced. Las seis cuadras (tres en cada
extremo) de esta calle, así como las contiguas, eran también áreas comerciales,
especialmente en la parte más próxima a la plaza. Como en la actualidad, estas tiendas y
almacenes, y una combinación de talleres-tiendas, servían de residencia a los
empresarios españoles y sus familias, sus sirvientes indígenas y de casta, y sus esclavos
de origen africano.

Las condiciones de vida de los españoles variaban mucho, pues dependían de la


situación económica de la familia y del espacio disponible en determinada parte de la
ciudad. Una manzana de vecinos ricos estaba dividida en unos seis solares. Sin
embargo, en algunos casos estos sitios de 50 varas en cuadro se dividían hasta en ocho
parcelas. Tales divisiones ayudan a explicar cómo tantos negocios-casas (20 o más)
podían caber en algunas de las ubicaciones comercialmente más deseables del centro de
Santiago. En el otro extremo estaban las manzanas puramente residenciales, las cuales
tenían unas cuantas casas grandes con muchos patios.

Las casas de la élite española del siglo XVII no estaban (como se podría esperar y como
parecen haberlo estado a mediados del siglo XVI) concentradas alrededor de la plaza
mayor. Los vecinos más ricos vivían en las manzanas situadas al noreste. Aunque las 10
u 11 del noreste estaban ocupadas sólo por el 11% de los vecinos que pagaban alcabala,
ellas representaban más del 30% de todas las manzanas que pagaban dicho impuesto.

Una cuarta parte de las `familias de encomenderos' de la ciudad vivía también en el


mismo sector. En la década de 1620, Thomas Gage dijo:

...el sitio más hermoso de esta ciudad es el que le une al


barrio de los indios que se llama también calle de Santo
Domingo, por haber allí un convento de este nombre... Allí
es donde están las más ricas tiendas de la ciudad y los
mejores edificios. La mayor parte de las casas son nuevas
y bien edificadas.

Aunque no existen textos tan descriptivos para el resto del siglo XVII, no hay razón
alguna para creer que los patrones residenciales de la élite hubieran cambiado en
Santiago. Los sectores central y noreste permanecieron dentro de la parroquia del
Sagrario o de la Catedral. Los padrones de feligreses de 1680 muestran que en esta
parroquia había muchas casas que albergaban a españoles, esclavos negros y mulatos, y
sirvientes de castas libres. Sin embargo, ninguna de dichas casas fue tan grande como
las que menciona Pilar Sanchiz para mediados del siglo XVI. Sin una investigación
cuidadosa en los protocolos de escribanos, sería difícil decir en qué parte de la parroquia
estaban situadas tales casas.
En otro ensayo incluido en esta obra se ha descrito cómo las casas españolas
multirraciales produjeron población excedente. Aunque es difícil seguir el rastro de las
castas pobres y analfabetas, de los indios naborías (es decir, los tributarios no regulares
inscritos en las listas de impuestos de los barrios indígenas), e incluso de los españoles
pobres, es probable que durante décadas, y aun siglos, muchísimas personas
abandonaran las casas españolas del centro (por falta de oportunidades, malos tratos,
hacinamiento, crímenes cometidos, etcétera) y se trasladaran de modo temporal o
permanente a los barrios indígenas. Este proceso probablemente comenzó cuando se
fundaron los barrios, se intensificó en forma gradual a finales del siglo XVI, y se
mantuvo constante a lo largo de los siglos XVII y XVIII.

En la ciudad de Santiago los grupos pobres incluyendo los esclavos que carecían del
todo de movilidad residencial, no tenían suficiente libertad mientras residieran y
trabajaran en las casas de sus amos españoles, pero podían ser independientes si se iban
de manera voluntaria o incluso si eran echados. Naturalmente, esta nueva independencia
era relativa, y puede haberse aplicado sólo a quienes abandonaban la casa de su patrón
(mientras seguían trabajando para él) o malvivían al margen de la sociedad. Un estudio
cuidadoso de los protocolos de los escribanos debería aclararnos este proceso, a pesar de
que sobre la vida de estas personas nunca se escribió mucho y quedaron, por lo tanto, en
el anonimato.

Los Barrios Exteriores


Podría resultar interesante saber cómo se recibía a las castas libres y a los mulatos
libres, nominalmente independientes, y a los españoles pobres, en los barrios indígenas
de los alrededores de la ciudad de Santiago. Para ello es necesario tener en cuenta que
estas comunidades semiurbanas y urbanas (algunas se dedicaban a trabajos agrícolas,
otras al comercio, como el barrio de Santo Domingo) fueron establecidas por la
Audiencia en tiempos de Alonso López de Cerrato y por las órdenes religiosas como
entidades semiautónomas. Cada una tenía su Cabildo, cuya responsabilidad era
mantener el orden, organizar a sus habitantes para prestar servicios a los vecinos
españoles en forma gratuita o a cambio de un estipendio miserable. A partir de 1563 se
encargaron también de recaudar el tributo de la Corona. Algunos de los barrios
indígenas citados tenían sus propias cárceles y casi todos construyeron capillas, en las
cuales los habitantes podían oír misa en sus propias lenguas y recibir los sacramentos.

De los pocos detalles enunciados se podría concluir que los barrios eran autónomos y
estaban libres de interferencias externas. Después de todo, tal era la intención de la
política dualista de las dos repúblicas, es decir la de los españoles y la de los indios.
Como se ha explicado en otra parte, la política segregacionista, que buscaba proteger a
los indios contra los mismos españoles y las castas mal adaptadas, fracasó en Santiago
de Guatemala por tres razones: 1) la intrusión de estos mismos grupos en los barrios y
en la vida diaria de los habitantes indígenas; 2) el considerable decrecimiento de la
población indígena en la ciudad (y prácticamente en cualquier parte que estuviera en
contacto directo o indirecto con los no indígenas) durante el siglo XVI; y 3) el impacto
del mestizaje. Los barrios indígenas hubieran resistido mejor las intrusiones si el
número de sus habitantes no se hubiera reducido por las epidemias.
Las autoridades civiles y eclesiásticas no planearon nada para las castas independientes
(o vagabundos, desde la perspectiva española) que ya no vivían en las casas españolas,
aunque algunas huérfanas mestizas fueron enclaustradas en una casa de recogidas y, en
la segunda mitad del siglo XVI, las autoridades españolas hablaron de mandar a España
a los huérfanos jóvenes para que aprendieran algún oficio. Sin embargo, a finales del
siglo XVII, el síndico general observaba que Santiago tenía `gran copia' de huérfanos,
muchos de los cuales servían en las casas de la ciudad, pero que otros vagaban
simplemente por las calles y barrios, sin oficio ni doctrina cristiana.

Era natural que las castas libres buscaran lugares para vivir en los barrios indígenas,
pues las epidemias y la necesidad de eludir la condición de tributario habían obligado a
los miembros de muchas comunidades a alquilar sus solares vacíos o ponerlos a la
venta. Además, las deudas por tributo y terrazgo obligaban a las viudas y los huérfanos
a renunciar a sus solares y casas de la ciudad. A menudo los barrios intentaron
mantenerse unidos e impedir que los foráneos compraran los solares, pero el impacto de
las epidemias, el mestizaje y las deudas tributarias, combinado todo ello con las
obligaciones laborales, debilitaron tanto a las comunidades indígenas urbanas, que
pocas veces pudieron resistir la invasión de los intrusos. A pesar de la legislación
segregacionista de la Corona, estas comunidades recibieron muy poco apoyo de los
alcaldes ordinarios y de la Audiencia.

¿Cuánto costaba una vivienda (casas y solares urbanos) en Santiago durante el siglo
XVII? Mientras que, en 1615, medio solar con casa en el barrio de La Merced pagaba al
convento mercedario un interés anual de cuatro tostones (dos pesos), lo que sugiere (al
interés normal del 5%) un valor de 80 tostones (40 pesos), muchos españoles pagaban
más en concepto de interés anual por las hipotecas de sus casas.

Para los años tributarios [alcabala] de 1606 y 1607


combinados, se vendieron trece casas [españolas] a un
costo medio de 3,563 tostones... el precio más bajo fue
270 tostones pagados por el sastre Alonso Verdugo en el
Barrio de San Sebastián; doña Isabel de Saavedra vendió su
casa situada a dos cuadras al noreste de la plaza por
16,000 tostones.

Por otra parte, durante el siglo XVII, muchas casas humildes con solar se vendieron por
20 pesos, e inclusive menos, en los barrios periféricos. Naturalmente, las castas libres y
los españoles pobres no podían comprar casas en el centro, pero sí tenían para pagar por
un solar o casa en los barrios indígenas.

La Corona española intentó proteger a aquellos grupos de tales intrusiones, pero la


necesidad económica, la indiferencia de las autoridades y la urgencia de los no
indígenas por encontrar vivienda, condujeron a una decadencia gradual de los barrios
indígenas. La desintegración comunitaria fue sólo el primero de los muchos problemas
que encontraron estas comunidades asediadas. El número creciente de indios ausentes y
vagabundos obligaba a los restantes tributarios a pagar el tributo de los muertos o
ausentes hasta que se hiciera una nueva tasación, a menudo después de 30 años o más.
Por otra parte, tenían que contratar sustitutos cuando no podían cumplir con sus
obligaciones laborales en los distintos proyectos de obras públicas. En tales
condiciones, el cargo de alcalde de barrio era, en el mejor de los casos, un honor
dudoso. Si un alcalde no entregaba el tributo completo o no proporcionaba el número de
trabajadores expresado en las listas laborales, podía pasar algún tiempo en la cárcel,
hasta que saldara sus cuentas o las autoridades españolas se cansaran de presionarlo.

Igual que las casas españolas del centro, los barrios exteriores se convirtieron en
semilleros del mestizaje. Las castas, los ladinos (conforme transcurrió el siglo), e
inclusive los españoles que no pertenecían a la élite, a menudo se casaban por la Iglesia
con las indias o formaban con ellas uniones informales. Con gran disgusto de los
funcionarios de los barrios, dichas uniones servían para estimular las aspiraciones de
quienes querían escapar de la condición de tributario indígena, especialmente los hijos
mestizos que resultaron de tales uniones. Enzarzados en una batalla perdida de
antemano, los funcionarios del Corregimiento del Valle a menudo intentaron inscribir
como tributarios a quienes afirmaban estar exentos. En otros casos, por la movilidad
residencial, un barrio podía verse envuelto en una lucha prolongada con otro barrio en
relación a los derechos sobre determinado individuo.

Sin duda alguna, los indios de la ciudad habrían procurado escapar de su condición de
tributarios aun cuando sus barrios hubieran permanecido segregados y el mestizaje
reducido al mínimo. Sin embargo, la entrada continua de no indígenas facilitó más las
uniones formales e informales entre los foráneos y los indios e incrementó las
oportunidades del mestizaje. Esto provocó la disminución gradual de la población
aborigen de los barrios exteriores durante el siglo XVII, y los hizo más vulnerables a
nuevas intrusiones. Sólo un barrio grande, como Santo Domingo (también conocido
como La Candelaria), o un pueblo indígena como Jocotenango, con aproximadamente
1,000 tributarios a finales del siglo XVII, pudieron comenzar el siglo XVIII como una
comunidad autónoma fuerte.

La vida de las castas independientes en los barrios exteriores mejoró considerablemente


en comparación con la servidumbre y la dependencia a que estaban sometidas en las
casas españolas. A pesar de las restricciones impuestas por el gobierno en la práctica de
ciertos oficios, los monopolios restrictivos (carne, bebidas alcohólicas), y los prejuicios
generales hacia las castas libres (especialmente hacia las de ascendencia africana más
obvia), todos estos grupos se las ingeniaron para sobrevivir y en algunos casos
prosperar. Muchos mestizos y mulatos libres se volvieron zapateros, tejedores, sastres,
etcétera, por no mencionar a las castas que alcanzaron gran éxito personal junto con sus
familias. Un caso excepcional es el `casta' Joseph de Porres, quien llegó a ser arquitecto
y maestro de obras en el último tercio del siglo XVII. Porres empezó como maestro
albañil en la construcción de la nueva Catedral en 1669, asumió la dirección de la obra
en 1677 (completada en 1686) y fue nombrado primer Arquitecto Mayor de la ciudad en
1687. Durante su distinguida carrera, Joseph de Porres diseñó y supervisó la
construcción `de los más caracterizados edificios eclesiásticos de su época', incluyendo
las `iglesias de San Pedro, Catedral, Santa Teresa, la Compañía de Jesús y San
Francisco', en la ciudad de Santiago. Murió en 1703 y heredó su profesión de arquitecto
y excelente reputación a su hijo Diego.

Un caso no menos interesante es el de Felipe de Fuentes y Alvarado, mulato libre,


nacido alrededor de 1640, hijo natural del Capitán Francisco de Fuentes y Guzmán y de
María de Alvarado, parda libre. El padre de Felipe, en ese entonces encomendero
prominente, fue alcalde ordinario de la ciudad en muchas ocasiones y también fue el
padre del famoso cronista criollo Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán. Parece que
Felipe nació antes del matrimonio de su padre con una descendiente de Bernal Díaz del
Castillo y fue criado por su madre en la casa de su padre natural. Ella, por lo visto, era
sirvienta de la casa. El joven Felipe fue puesto como aprendiz con un maestro de
sillería. Más tarde, él mismo llegó a ser maestro de dicho oficio y propietario de una
tienda.

Todo lo anterior es interesante por la estrecha relación que guarda con una familia
criolla notable en la historia guatemalteca, pero el aspecto más sobresaliente en la vida
de Felipe de Fuentes es que simultáneamente hizo carrera en la milicia. En 1667 fue
nombrado Alférez de una compañía miliciana de pardos; en 1671, Capitán de las
guarniciones de pardos libres de la plaza mayor y el barrio del Tortuguero; y en 1674,
Sargento Mayor. Felipe de Fuentes y sus ayudantes fueron relevados de sus cargos en
1678, pero no por razones de indisciplina. Hacia finales de 1679 solicitó a la Corona
que sus hijos legítimos fueran admitidos en la Universidad de San Carlos y en la de
México. No se conoce el resultado, pero el caso muestra lo que pudo lograr un mulato
libre, descendiente de una familia prominente, a pesar de su ilegitimidad.

¿Quiénes eran los españoles prominentes que vivían en Santiago de Guatemala en el


siglo XVII? Aparte de las obras sobre el cronista Fuentes y Guzmán y de numerosos
estudios genealógicos, poco se había publicado sobre la élite de la ciudad hasta la
aparición de los estudios de Dorothy J. Joba y Stephen Webre. Éste ofrece una visión
general de la élite española y Joba da detalles inestimables, especialmente sobre las
redes comerciales regionales e internacionales centradas en Guatemala entre 1600 y
1625. Tales datos amplían nuestros conocimientos sobre el siglo XVII.

Webre pone en duda la idea de que la élite colonial, por lo menos entre 1600 y 1821,
estuviera dominada por las viejas familias criollas, las que se enriquecían con la
encomienda, las propiedades agrícolas y los cargos públicos. Según Webre, Fuentes y
Guzmán, encomendero criollo, terrateniente, historiador, y ejemplo exacto de aquella
idea tradicional, era un miembro `atípico' del Cabildo del siglo XVII. Más
`representativo' era José Agustín de Estrada, `peninsular, comerciante, exportador y
prestamista'. Los tradicionalistas podrían alegar que tal revisionismo se puede aplicar a
las figuras de finales del siglo XVII, pero no a las que vivieron en las primeras décadas
y estuvieron tan cerca de la conquista española. Sin embargo, Webre demuestra que los
orígenes de la élite mercantil del siglo XVII se remontan al último cuarto del siglo XVI,
tan sólo 50 años después de la llegada de Pedro de Alvarado. A pesar de que la
legislación real prohibía la participación de los comerciantes en el gobierno municipal,
tal participación se hizo común en la práctica, en especial cuando los cargos capitulares
se pusieron a la venta con el fin de obtener fondos para la monarquía.

Webre afirma que había un flujo `constante y frecuente' de inmigrantes españoles, que
eran fácilmente aceptados no sólo por el Cabildo, sino también por la élite. Las
evidencias de finales del siglo XVI y principios del XVII demuestran que otros
inmigrantes europeos (portugueses, corsos, genoveses y sicilianos), con intereses
mercantiles semejantes a los de los españoles, también conseguían entrar, mas no tan
fácilmente. En realidad, la élite de la ciudad hacía circular su posición en el Cabildo,
antes que consolidarla. Los recién llegados, en especial los hombres, eran incorporados
conforme emparentaban con las familias viejas. Por ello, la calidad de miembro era
movible.
En el siglo XVII, las familias criollas que, por la reducción de la encomienda y su falta
de iniciativa para dedicarse a nuevas empresas, estaban en decadencia económica,
pudieron revitalizar su posición casando a sus hijas con peninsulares prósperos. Así, los
regidores que residían en la capital entre 1650 y 1700, tenían padre español, o
extranjero, y madre criolla. Por otra parte, ninguno de los regidores de padre criollo, en
la misma época, tenía madre nacida en el extranjero. Aunque esta `élite restringida'
aceptaba a los extranjeros, siempre que tuvieran las credenciales adecuadas,
especialmente dinero, no había movilidad ascendente desde los escalones más bajos de
la sociedad española local. Ello es comprensible si se tiene en cuenta la entrada de las
castas en los estratos más bajos de la sociedad española, lo que ocurrió a finales del
siglo XVII y durante el XVIII.

La calidad de miembro de un grupo social era tan movible, que las familias criollas
terratenientes no monopolizaban política y numéricamente el control del Cabildo. Los
españoles de nacimiento eran los que dominaban el Cabildo. Según la definición de
Webre, el Cabildo del siglo XVII estaba compuesto de tres grupos: 1) `criollos viejos';
2) `criollos de transición' y 3) `recién llegados'. Esta definición se basa en el hecho de
que ambos padres, uno solo o ninguno de ellos, hubieran nacido en Guatemala,
respectivamente. Muchos de la primera categoría `descendían de los conquistadores y
los primeros colonizadores', mientras que los de la segunda eran hijos de matrimonios
entre criollos viejos y recién llegados (el tercer grupo). Estos últimos, además de tener
orígenes peninsulares españoles o de otro país europeo, a veces procedían de diferentes
partes de América, por ejemplo México, y venían como `comerciantes, funcionarios, o
ambas cosas, en busca de oportunidades'. En contra de la opinión tradicional, Webre
cree que los criollos viejos no eran tan ricos y políticamente poderosos; los criollos de
transición ocupaban la posición intermedia; y los recién llegados, a juzgar por su calidad
de miembros del Cabildo y sus actividades económicas, `claramente constituían el
grupo más poderoso e influyente' dentro de la élite y gozaban de `acceso a cargos y
privilegios fuera de toda proporción con su número en la sociedad española local'.

La decadencia social, económica y política de los criollos fue, al parecer, un proceso


gradual. Webre sugiere que, con el paso de las generaciones, fueron quedando al
margen, debilitados por la inmigración continua de personas con buenos recursos
económicos. Otra ventaja de los recién llegados era que tenían buenos contactos
políticos y económicos en España y el resto de América. Según Webre, en la Guatemala
de finales del siglo XVII, el poder no estaba en manos del Cabildo, sino en las de un
grupo de familias comerciantes recién llegadas. Cuando algún cargo quedaba vacante,
estas familias podían ejercer influencia para obtenerlo, lo cual hacían por medio de
contactos personales. Webre demuestra que, aunque el Cabildo del siglo XVII (y de la
época de la Independencia) estaba dominado por españoles asimilados, `en términos de
su comportamiento social, económico y político, quedan mejor clasificados como
`criollos', ya que sus intereses personales vitales estaban ligados a la localidad más que
a España'.

Hasta la aparición del estudio de Webre se daba tanta importancia al supuesto


predominio de la élite criolla que nadie prestaba mucha atención a los recién llegados,
que dominaron la Guatemala española de los siglos XVII y XVIII, incluso en los casos
notables. Irónicamente, el propio Fuentes y Guzmán, el criollo del siglo XVII por
excelencia, se quejaba del favoritismo de la Corona hacia los recién llegados
comerciantes y los dueños de obrajes de añil.
Así como no dominaban el Cabildo, los criollos tampoco controlaban la economía
guatemalteca. El traspaso de bienes por medio de herencias y el tiempo que duró la
Colonia quizá hayan permitido que controlaran la tierra, pero este segmento no era un
elemento significativo en la ecuación del poder económico, porque `la tierra, en sí y por
sí misma, no era un bien de gran valor en la Guatemala colonial, y su mera posesión no
confería dominio sobre la economía local'.

Si la tierra, sin capital ni mercados, era un bien barato, no se puede decir lo mismo de la
mano de obra. El Altiplano de Guatemala no atrajo pobladores españoles por sus
recursos minerales o sus riquezas agrícolas, existentes o potenciales, sino por su
población indígena y su clima agradable. Gracias a la altitud y el clima del Valle de
Panchoy, la población indígena de la región soportó mejor las epidemias del siglo XVI
que los habitantes de las estribaciones del Altiplano (en partes del Oriente, por ejemplo
la Montaña, y en la Bocacosta) y de las tierras bajas del Sur y el Este (explotadas por los
españoles que buscaban hacerse ricos con el cacao). Ello fue una suerte para Santiago,
ya que la ciudad necesitaba mucha mano de obra para reparar los daños que le causaban
los terremotos. Aun en períodos de tranquilidad sísmica hacían falta cuadrillas de
trabajadores para construir y reparar edificios. Además, a los pueblos se les exigía
materiales de construcción (cal, ladrillos, teja, piedra, vigas y tablas). Aunque aún no se
ha hecho una investigación detallada sobre el valor de tales materiales, puede decirse
con seguridad que los indios recibían mucho menos de lo que valía su trabajo y
suministros, incluso después de algún terremoto, cuando la demanda aumentaba
drásticamente.

Los costos de mano de obra (especializada y no especializada) y de los materiales de


construcción resultaban realmente altos para todos, en especial para la población
indígena. Las cosas comenzaron a complicarse en el siglo XVI, cuando se introdujeron
arados y bueyes. Luego se dañaron más los suelos, con la tala de árboles para vigas,
tablas, carbón y leña. Esta última se utilizaba en los hornos de cal y en los tejares, así
como en el ámbito doméstico. A finales del siglo XVII se dejaron sentir algunos de los
primeros efectos ecológicos de la deforestación (especialmente de los cerros del Valle
de Panchoy), agravados por el cultivo de las laderas empinadas. Las fuertes lluvias
desbordaron el Río Pensativo y varias partes de la ciudad quedaron inundadas.
Previendo las próximas lluvias torrenciales, las autoridades españolas ordenaron dragar
el cauce del río. Para ello se usaron cuadrillas de indígenas que no recibieron pago
alguno por su trabajo. También se necesitaron muchos brazos para limpiar las calles de
la ciudad.

Aparte de la mano de obra gratuita o mal pagada para trabajos públicos (incluyendo el
trabajo en las casas españolas), los indios de los barrios y los pueblos exteriores, y aun
los de pueblos más distantes situados dentro del Corregimiento del Valle de Guatemala
(formado por unos 70 pueblos y barrios indígenas equivalentes a los tres departamentos
actuales de Chimaltenango, Sacatepéquez y Guatemala), desempeñaban otros trabajos
obligatorios en las haciendas y labores. En el análisis del sistema de mercados se
mencionarán más detalladamente las obligaciones laborales relacionadas con el
suministro de alimentos a la ciudad. La presente sección se centrará en las muchas otras
tareas incluidas bajo el título de servicio ordinario, las cuales están bien documentadas
para las últimas décadas del siglo XVI y no se cree que hayan sido abolidas en los siglos
XVII y XVIII. Es más probable que los indios y los españoles se acostumbraran tanto a
ellas que no les prestaban mucha atención en sus registros administrativos o en sus
informes personales.

Casi todos los pueblos de indios situados fuera del Valle de Panchoy (para los objetivos
de esta descripción, este valle incluía los pueblos del área de Dueñas y Santa María de
Jesús) proporcionaban indios de repartimiento, también conocido éste como
mandamiento. Dichos indios trabajaban en las labores de trigo, en los ingenios de
azúcar de los alrededores del Lago de Amatitlán y, en menor grado, en casas españolas
de la ciudad. Aunque el trabajo agrícola (pagado a cuatro reales por semana durante el
siglo XVII y a tres durante la mayor parte del siglo XVI) se hacía fuera de la ciudad, su
objetivo y justificación consistían en asegurar el suministro de productos alimenticios.
Era más difícil justificar, en nombre del `bienestar público', los repartimientos
destinados a la reparación y construcción de casas privadas.

Sin embargo, en los distritos españoles de la ciudad había una forma de trabajo forzoso
más importante (llamada `servicio ordinario' o de tequetines). Estaba reservada a los
tributarios indígenas de los barrios y pueblos circundantes, y en ella se pagaban salarios
igualmente bajos. Se tienen pocos datos sobre la evolución y el funcionamiento de esta
forma de repartimiento durante los siglos XVII y XVIII, pero se sabe que quienes tenían
la suerte de pertenecer a la élite lo usaban regularmente para trabajos domésticos. Sin
embargo, gracias al Presidente de la Audiencia, Juan Núñez de Landecho, se conocen
los orígenes y funcionamiento del servicio ordinario en la segunda mitad del siglo XVI.
En una carta a Su Majestad, Landecho señala que los indios que habitaban en el Valle
de Santiago de Guatemala (Panchoy) trabajaban en las labranzas y se les exigía que
repararan las casas españolas. Los indios que vivían muy cerca de la ciudad realizaban
sus obligaciones laborales en Santiago, y los que residían a unas 10 leguas de la capital
trabajaban en las labores de trigo, que estaban a no más de cinco leguas de distancia. De
acuerdo con las normas observadas, nadie debía viajar muy lejos ni tener más de un
turno laboral cada seis meses. Entre las tareas rutinarias (a veces diarias) que incluía el
servicio ordinario, explica Landecho, estaban la preparación de comida y pan, el
abastecimiento de agua, el suministro de leña y forraje para los caballos y otras bestias
de carga, además del trabajo doméstico en general. En la década de 1550 este trabajo
era expresamente voluntario, y por el mismo se pagaban tres reales por semana, más las
comidas. Además, para minimizar su impacto, la Audiencia había ordenado que en un
pueblo de 100 habitantes, no se ausentaran más de dos trabajadores a la vez. Tales
disposiciones sólo eran efectivas si los funcionarios estaban dispuestos a cumplirlas.
Lamentablemente, pocas veces fue así. Una administración descuidada, junto con las
condiciones socioeconómicas cambiantes (inflación, carestía y despoblación indígena,
especialmente), condujo a una situación muy distinta.

En la década de 1570, los pueblos y los barrios indígenas que estaban cerca de Santiago
prestaban diversos servicios. Jocotenango (que puede ser caracterizado como
semiurbano por sus patrones de empleo) mandaba tres `indios de servicio [a] las casas
de españoles cada semana del año'; 46 yerbateros por semana, a quienes no les pagaban
más de 40 ó 60 patastes (variedad de cacao inferior, equivalente a dos o tres reales);
hombres para `limpiar la plaza de la ciudad' (no se sabe si una vez por año, cuántos eran
ellos, y tampoco si recibían remuneración o no); 30 `indios regadores en las Casas
Reales tres veces la semana y no hay pago'; tres `indias molenderas' por semana para la
casa de algún funcionario de la Audiencia; tres `indias chichiguas [nodrizas] que dan a
mamar a los niños por mandado del Corregidor D. Rodrigo de Fuentes' y seis hombres a
quienes `les mandan sacar pribadas en la cárcel, no somos pagados'. Esta lista parcial de
obligaciones se diferencia poco del servicio ordinario que prestaban otros asentamientos
urbanos. Con el paso del tiempo, algunas de estas obligaciones fueron suprimidas y se
instituyeron reformas moderadas. Sin embargo, hasta que se demuestre lo contrario,
debe suponerse que tales prácticas continuaron en una u otra forma. Es muy posible que
muchas de estas tareas recayeran en las castas libres, que eran sirvientes de las casas
españolas.

La hipótesis de la transferencia de obligaciones laborales se basa parcialmente en lo que


se sabe sobre los cambios ocurridos en el sistema de abastecimiento comercial, desde
1550 hasta 1700. A mediados del siglo XVI, este sistema, que es sinónimo de lo que
Murdo MacLeod ha descrito como `la economía regional de ganado y cereales', estaba
dominado por los españoles y los indios. Los primeros participaban como
encomenderos y funcionarios de la Corona, algunas veces como productores, y
secundariamente como comerciantes de alimentos. Representados por sus esclavos y
sirvientes en tales empresas, los vecinos españoles conseguían alimentar a sus familias y
vender grandes excedentes en el mercado público, abasteciendo así al resto de la ciudad.
Los españoles administraban la afluencia de alimentos a Santiago, pero los indios los
producían, transportaban, vendían y preparaban.

Algunos indios, tanto de los pueblos de la región como de los barrios recién fundados,
eran agentes independientes en la red de abastecimiento. Sin embargo, muchos
participaban en el sistema comercial porque eran obligados por sus encomenderos y
patronos españoles, o por los funcionarios de la Corona. La economía del siglo XVI ha
sido caracterizada como una economía extractiva o tributaria, porque en una gran
mayoría los productos alimenticios (y otros) que entraban a Santiago eran arrebatados,
por así decir, a los indios que los producían. Incluso el trigo que llegaba a la ciudad era
producido por los indios, ya fuera como parte de su tributo o en tierras cultivadas por
los encomenderos con mano de obra indígena. Sólo con la abolición de la mayor parte
de las exigencias laborales por el Presidente López de Cerrato (alrededor de 1549), el
descenso de la población indígena y la transferencia de las encomiendas a la Corona,
empezaron los españoles a buscar tierras más allá de Panchoy. Aun entonces, la mano
de obra indígena, bajo el nuevo nombre de repartimiento o mandamiento, hizo posible
la producción `española' de trigo. Los únicos productos que no requerían indios eran el
ganado y el azúcar, ya que la mano de obra necesaria provenía de los esclavos africanos
y de las castas libres.

El sistema de abastecimiento extractivo o tributario proveía a la ciudad de la mayor


parte de los artículos de primera necesidad. Sin embargo, cuando no daba buenos
resultados, los funcionarios de la Corona y los funcionarios locales autorizaban
monopolios, daban permisos especiales u obligaban a determinadas comunidades
indígenas a suministrar los artículos necesarios. Algunas veces estas asignaciones
especiales estaban relacionadas con algún producto que los pueblos indígenas tuvieran a
su alcance. A los indios de San Juan Amatitlán, por ejemplo, se les ordenaba llevar
mojarras y cangrejos al mercado de la ciudad. Santa Ana, por estar cerca del matadero
de la ciudad, proporcionaba mano de obra para las carnicerías públicas. Otro monopolio
menos conocido era el suministro de carne y manteca de cerdo, encomendado a los
indios de Jocotenango y del barrio de La Candelaria. `Estos indígenas porqueros y
mantequeros viajaban en todas las direcciones desde Santiago a comprar marranos, los
que llevaban a sus casas para matarlos. Después, los indígenas vendían la carne y
manteca directamente al público'. Se sabe que los porqueros y mantequeros eran
controlados y puede suponerse que, como en el caso de la carne de res, sus precios eran
fijados por las autoridades españolas.

Las reglamentaciones del Ayuntamiento eran sólo una de las muchas preocupaciones
que los indios experimentaban cuando llevaban a Santiago productos costosos y muy
solicitados. Después de 1550, los vecinos españoles y sus sirvientes indígenas y
esclavos africanos trataron de acaparar o pagar precios reducidos por dichos productos,
para después revenderlos con ganancia. Esta acción de intermediarios se llamaba
regatonería, y quienes la ejecutaban, regatones. A causa del mestizaje, del descenso de
la población indígena y del decrecimiento que en el siglo XVII experimentó la
población esclava africana (especialmente los negros), hubo cada vez más castas libres
y ladinos que desempeñaban un papel en el comercio de regatones. Parece que los
indios, los esclavos africanos y las castas, que actuaban como agentes de sus patronos
españoles, operaban con relativa impunidad, pero las castas independientes que
actuaban por su cuenta a menudo eran castigados. El comercio legal de menor
importancia debía hacerse entre los productores-vendedores y los compradores. Sin
embargo, a medida que la población mestiza crecía y se independizaba, cualquier
oportunidad era buena para sobrevivir económicamente. Los enfrentamientos entre las
castas independientes y las autoridades españolas fueron continuos.

Los conflictos fueron particularmente graves en el área de los monopolios oficiales,


como el suministro de maíz, trigo y frijol. El acuerdo tácito entre los que suministraban
y vendían ilegalmente estos artículos y las personas de todos los estratos de la sociedad
que los compraban hizo florecer el mercado negro.

El suministro de trigo y la elaboración de pan también daban a las castas la oportunidad


de ganarse la vida. Durante el siglo XVII, los españoles ayudaban controlando la
producción de trigo, aunque los indígenas lo sembraban. Asimismo, los españoles
controlaron la elaboración y la venta de pan, hasta aproximadamente 1650. En los
últimos años del siglo XVI, `cinco distintos alcaldes ordinarios, no obstante las leyes
contrarias, tenían panaderías en sus casas y sus criados y esclavos vendían el pan en las
plazas públicas de Santiago'.

A mediados del siglo XVII, muchas mulatas libres (y algunos españoles pobres) eran
dueñas de panaderías y no dependían de ningún patrono español. Cuando el trigo estaba
escaso era lógico que las castas independientes y otros miembros que no pertenecían a
la élite trataran de comprarlo fuera de la ciudad. Tales intentos traían consigo
acusaciones de regatonería y medidas enérgicas por parte de las autoridades españolas.
Alrededor de 1630, Thomas Gage observó que algunos `monopolistas ricos de la ciudad
acaparaban trigo en San Lucas Sacatepéquez, a la espera de encontrar `la mejor
oportunidad de sacarlo a la venta, de su propia voluntad y gusto'. Es muy posible que
estas prácticas hayan continuado durante todo el siglo y que incluso se hayan
intensificado, cuando la mayoría de los panaderos de Santiago habrían dejado de ser
miembros de la élite o españoles.

Durante el siglo XVII, Santiago era una ciudad colonial, ya que su economía y su
sociedad eran propiamente una extensión directa de España. Además, se mantenía sólo
por medio del trabajo y la producción de la población indígena sometida. La ciudad era
el centro de una gran rueda radiada. Cada rayo representaba una vía de abastecimiento
por donde fluían diversas materias primas, granos, materiales de construcción, forraje,
combustibles, artículos de comercio, verduras, frutos y ganado vacuno, porcino y
avícola. Estos artículos llegaban a la ciudad por la eficacia con que los funcionarios
españoles y corregidores organizaban y administraban la economía tributaria y
controlaban la mano de obra indígena, aunque la participación voluntaria de los indios
era un factor importante. Con todo, no se puede negar que los impuestos cargados por
las autoridades civiles y eclesiásticas sobre las comunidades indígenas servían de
incentivo para que los indios participaran en la economía.

La red de abastecimiento hispano-indígena en la Guatemala del siglo XVI se convirtió


en una economía multirracial muy compleja en el siglo XVII. Los vacíos dejados por
los indígenas fueron ocupados por esclavos africanos, mulatos libres y mestizos. Del
mismo modo, durante la segunda mitad del siglo XVI, muchos oficios, originalmente
dominados por maestros españoles (y sus aprendices y oficiales indígenas) llegaron a
ser desempeñados por indígenas libres. Después, como resultado del mestizaje, se
convirtieron en oficios de mulatos, mestizos y ladinos. Los casos ya mencionados de
Joseph de Porres y Felipe Fuentes sobresalen como ejemplos del éxito alcanzado por
personas de descendencia mixta.

De una sociedad segmentada, compuesta de españoles, indios, y algunos africanos (en


su mayoría varones y esclavos), la ciudad de Santiago se convirtió en una sociedad
multirracial. Cabe preguntar cuáles habrían sido las consecuencias de esta tendencia
hacia una población urbana multirracial, si no hubieran seguido llegando europeos, que
ocupaban la cúspide de la sociedad guatemalteca colonial. ¿Frustraron la movilidad
ascendente, como sostiene Webre, estos recién llegados que venían con capital y
contactos políticos, familiares y comerciales? ¿Produjo ello el fortalecimiento de los
estratos altos de la sociedad española y la inmovilización del resto de la población
urbana en una forma semisegmentada?

Probablemente la respuesta a las preguntas anteriores sea afirmativa. La mayor parte de


la población estaba compuesta de castas libres y ladinos (o `gente ordinaria', como los
llamaba la Iglesia). Ellos ocuparon los estratos intermedios de la sociedad, por encima
de los indios y la población esclava africana, pero por debajo de los blancos, que
ocupaban la parte superior de la pirámide social. Aunque en la segunda mitad del siglo
XVII algunos pasaron de la categoría de ladino a los estratos más bajos de la sociedad
española, la puerta que conducía a la cúspide de la sociedad colonial nunca se abrió para
los de abajo.
ERNESTO CHINCHILLA AGUILAR

El Criollismo: Siglos XVI y XVII

Introducción
La sociedad que los españoles desarrollaron en el Nuevo Mundo estuvo dominada por
los conquistadores y sus descendientes, mientras los indios vieron destruidas sus
ciudades, aniquiladas sus poblaciones por las epidemias, hollados sus hogares y
expropiadas sus tierras de cultivo. Lo anterior causó verdadera alarma entre los
defensores de los naturales y entre quienes se encargaban de su administración espiritual
o temporal.

En la sociedad que se desarrolló en Guatemala a partir de 1524, el grupo minoritario


dominante tuvo escisiones importantes derivadas del antagonismo entre los criollos, es
decir, los españoles nacidos en América, y los peninsulares, es decir, los españoles
nacidos en España. El grupo dominado, pero mayoritario, el constituido por los
indígenas, tuvo que adaptarse a muchas de las transformaciones realizadas por los
españoles. El nuevo orden social y económico tuvo que sustentarse en la producción
agrícola de los indígenas, que incluía el cultivo del maíz, frijol, papa, tomate, cacao,
chile y algodón, así como una variada provisión de frutas y hierbas alimenticias,
medicinales o de otros usos. Asimismo, las costumbres, las lenguas y las diversas
expresiones de la cultura indígena tuvieron la capacidad de adaptarse y ejercer
influencia en la vida de los españoles, al punto de producir un verdadero mestizaje
cultural.

Los españoles se establecieron en las nuevas tierras y perdieron la esperanza de volver a


España, pero afirmaron la idea de prosperar y desarrollar una nueva sociedad. A este
grupo le correspondió la tarea de explorar la tierra y expandir paulatinamente la
agricultura europea. Todo este proceso se realizó desde los primeros cultivos y
aclimatación de las semillas, hasta la organización de pequeñas empresas agrícolas
capaces de surtir las necesidades de los mercados locales y la posterior expansión a
mercados agrícolas más amplios. Al mismo grupo le correspondió impulsar y abrir
caminos, puentes y puertos, para desarrollar el transporte que, al principio, sólo podía
hacerse con indios cargadores pero que luego se amplió con el uso de bestias, carretas y
barcazas, donde las circunstancias lo permitieron. Los españoles establecieron ciudades,
desarrollaron la minería e introdujeron las artes y artesanías europeas en el Nuevo
Mundo. En el campo espiritual y cultural, los conquistadores implantaron la religión y
costumbres de los europeos hasta donde fue posible, en medio de muchas vicisitudes y
en franca lucha contra la resistencia abierta o pasiva de la población nativa.

La mayoría de los habitantes, compuesta por los indígenas, resintió la presencia


constante del grupo extraño que trabajó tesoneramente para alcanzar metas que muchas
veces tenían poco significado para ellos. Gran parte de la población nativa se adaptó por
la fuerza a las nuevas condiciones de vida impuestas por el grupo dominante. Una capa
del sector indígena inclusive logró ventajas al desempeñar un papel intermediario entre
los españoles y los indios tributarios, o en las instituciones religiosas y sociales.
Asimismo, se benefició dicha capa por la adopción de nuevos cultivos, instrumentos de
labranza, medios de transporte, animales de tracción y carga, o los que producían carne,
huevos, lana, leche y sus derivados. También es importante señalar los logros obtenidos
en cuanto a favorecer el comercio entre extensas regiones. Los indios, sin embargo,
recibían dichos beneficios en grado ínfimo.

Postergamiento de los Criollos


Pocos años después de la Conquista y en forma paulatina, los españoles avecindados
permanentemente en las Indias y sus hijos comenzaron a resentir los privilegios y
granjerías obtenidos por los españoles recién llegados, que los habían recibido de la
Corona por gestiones hechas directamente ante la Corte. Los descendientes de los
conquistadores se consideraban más relegados pues pensaban que la Corona les debía
atención especial, ya que sus antepasados habían ganado la tierra. Por otra parte,
algunos de los criollos eran mestizos, hijos de españoles con indias principales.
También se llamaba criollo, según Remesal, a todo aquel que `desde los primeros diez
años de su edad se ha criado en estas partes de las Indias, aunque haya nacido en
España'.

En la Corte se mantuvo la idea de renovar constantemente el vínculo de los criollos con


la madre patria, y con tales propósitos se enviaron desde allá agentes de la Corona de
probada lealtad, sin intereses en las Indias y, acaso, con mejor preparación o disposición
para el gobierno, y para atender las cuestiones morales y religiosas.

El resentimiento de los criollos postergados se hizo más evidente en asuntos


relacionados con la sucesión de encomiendas, y la adjudicación de los más altos cargos
políticos, fiscales, militares y religiosos de cada región.

Los intelectuales españoles que estaban en Guatemala, como el Obispo Francisco


Marroquín y otros religiosos y seglares, vieron de inmediato la necesidad de impartir
educación superior a los hijos de los españoles establecidos en América. De esta manera
podrían ser habilitados para competir con los españoles provenientes de colegios
mayores y universidades metropolitanas, o entrenados en el ejercicio práctico del
gobierno y la vida militar o civil en los círculos cortesanos. En 1545, el Obispo
Marroquín expresó la idea de educar a los mozos que hubieran nacido en esta tierra y
tuvieran edad de ser aprovechados. Dijo el prelado que a dichos jóvenes se les debía
enseñar Gramática y para ello solicitó un preceptor.

Además de los asuntos relativos a la sucesión de encomiendas, provisión de


corregimientos y otras quejas expresadas por los conquistadores y sus descendientes, se
percibió el resentimiento de los criollos en decisiones de orden religioso. En el capítulo
provincial de los dominicos, celebrado en Ciudad Real de Chiapas en 1566, se dijo que
parecía de mucho rigor la medida por la cual no se permitía el hábito a los criollos o
naturales de estas partes.

José Milla señaló también que el Cabildo, en carta del 15 de octubre de 1576, suplicó al
soberano que se dieran las encomiendas de indios a personas `beneméritas'. Mencionó
también que era conveniente que los beneficios simples del obispado se fueran
proveyendo con hijos de vecinos de la ciudad, de los cuales había ya algunos que tenían
las aptitudes y estudios necesarios para desempeñar tales cargos.

Según el mismo autor, ésta fue la primera vez que apareció un reclamo a favor de los
españoles criollos en un documento oficial, en el que se expresaba también cierta
diferencia entre éstos y los peninsulares.

García Peláez corroboró esta idea e hizo notar que, al cabo de un siglo, se vieron surgir
distinciones y diferencias muy marcadas entre los españoles de las Indias, no sólo por
llamar criollos a los nacidos en ellas, y `gachupines' a los procedentes de España, según
advierte Vázquez, sino también por la manera en que los primeros comenzaron a ser
tratados por los segundos. El término gachupín, del portugués cachopo (niño), parece
haber sido usado ya en la segunda mitad del siglo XVII. También frecuentemente se
daba el nombre de `chapetones' a los españoles peninsulares.

El Ayuntamiento, Vocero de los Criollos


El 18 de abril de 1572, el Ayuntamiento lamentó que cada día llegaran a estas
provincias personas con cédulas reales para que se les encomendaran los indios que
vacaren y se les dieran los demás aprovechamientos de la tierra. Lo mismo sucedió con
los corregimientos que, al quedar establecidos, no se los concedían a los pobladores,
hijos y descendientes de conquistadores. El Ayuntamiento decía en 1576 que:

De algunos años a esta parte, S.

M. provee las gobernaciones y alcaldías mayores, que acá


se proveían por el gobernador, de lo cual se siguen
inconvenientes, porque hay muchas personas principales y
muy antiguas y con su ciencia para ello, que no tienen
indios...

En 1586, cuando el gobierno quedó en manos del Oidor decano, don Alvaro Gómez de
Abaunza, se hizo una representación al Rey, para informarle que habían quedado
vacantes varios empleos y que el presidente en funciones no los proveía. Lo mismo
ocurría con siete u ocho encomiendas de indios, todo ello en `perjuicio de los vecinos
descendientes de conquistadores y antiguos pobladores en cuyo favor abogaba el
Cabildo'.

El segmento social de los criollos había encontrado así, en el Ayuntamiento, su vocero


más eficaz para plantear los agravios que tan frecuentemente solía recibir. Y ello
sucedía porque el Ayuntamiento estaba casi siempre integrado por miembros de la
aristocracia criolla, descendientes de los conquistadores y antiguos pobladores, entre
quienes se encontraban los regidores perpetuos nombrados por el Rey, es decir,
españoles que se habían establecido permanentemente en la ciudad. La tónica se
mantuvo hasta los días de la Independencia, cuando miembros ilustres del
Ayuntamiento representaron los intereses de los criollos, tanto en las Cortes de Cádiz
como en la junta de autoridades del 15 de septiembre de 1821.
Entre 1604 y 1626 se recrudecieron los ánimos de los habitantes de la ciudad al hacerse
el empadronamiento general de los vecinos con el objeto de realizar el cobro de las
alcabalas y otros propósitos fiscales. Muchos comerciantes criollos expresaron en
diversas formas su preocupación por las restricciones que se habían impuesto al
comercio marítimo, tanto en el Mar del Norte como en el Mar del Sur, donde se había
intensificado el volumen de las transacciones en vinos y cacao con Perú y Guayaquil.
La Corona se empeñaba en restringirlo para favorecer el comercio con la metrópoli.

Todo ello se agudizó cuando el Obispo de Guatemala, Fray Juan Zapata y Sandoval,
originario de México, publicó un opúsculo en latín, intitulado De Iustitia Distributiva, et
acceptiones personarum ei opposita; Disertatio pro Novi Indiarum Orbis rerum
moderatoribus, summisque regalibus, 1603-1604 (Sobre la Justicia Distributiva y
consideraciones de las personas que se oponen. Discurso sobre los aspectos
moderadores y múltiples dones del Nuevo Mundo Indiano). El objetivo principal de
dicho documento era probar que tanto los beneficios eclesiásticos como los empleos
civiles en las Indias debían conferirse a los nativos de América.

Al respecto, García Peláez comenta que Solórzano y Pereyra se lamentaba de la


ignorancia o mala intención de quienes no querían que los criollos participaran del
derecho y estimación que gozaban los españoles. En efecto, quienes así se oponían a los
criollos argumentaban que éstos degeneraban tanto bajo el cielo y temperamento de las
Indias, que perdían cuanto bueno les podía `influir la sangre de España'. Los que más se
extremaban en utilizar tales argumentos eran algunos religiosos recién llegados de
España, que pretendían excluir a los criollos de las prelacías y cargos honrosos
conferidos por sus órdenes. Esta situación llegó a extremos, pues un obispo de México
puso en duda si los criollos podían ser ordenados sacerdotes.

`No tengo por justo ni conveniente que se dé crédito a esta mala opinión de criollos',
expresaba Fray Juan Zapata y Sandoval, que murió siendo Obispo de Guatemala, al
señalar la `siniestra' intención de quienes esparcían tal idea. Los criollos, sostenía
Zapata, no sólo no debían ser excluidos de las prelacías regulares y seculares, sino en
igualdad de méritos deberían ser preferidos frente a los de España. Señalaba además que
los españoles y los criollos eran un `solo cuerpo y un reino', vasallos de un mismo Rey,
y por tanto no se podía hacerles mayor agravio que intentar excluirlos de tales honores.
Solórzano escribió que causaba gran dolor y sentimiento a los criollos comprobar que
en su patria se les excluía de aquellos honores, a pesar de que tenían méritos para ellos.

Las diferencias entre criollos y peninsulares se notaban en la manera de adjudicar las


encomiendas y en la provisión de corregimientos y alcaldías mayores, instituciones
estas que tenían que ver con la administración directa de los indios y con el pago de
tributos. Dichas diferencias se agravaban en el momento de la elección anual de alcaldes
ordinarios de Santiago de Guatemala y la de los regidores perpetuos y cadañeros. Estos
cargos tenían que ver directamente con la administración de justicia y mantenimiento
del orden público, con el régimen de abastos, los intereses de los bienes propios de la
ciudad y sus ejidos, así como los bienes de particulares. También estaban vinculados
dichos cargos con la administración de los barrios y el corregimiento de los 77 pueblos
indígenas circundantes.
Alternativa de Alcaldes
Al principio, la elección de los dos alcaldes ordinarios y los regidores de Santiago de
Guatemala la hacía el propio Ayuntamiento entre los antiguos pobladores o sus
descendientes, es decir, los criollos. En lo concerniente a los alcaldes ordinarios dicha
práctica fue confirmada por real cédula de 1565. Luego se vio la conveniencia de elegir
uno de estos alcaldes entre los vecinos encomenderos o pobladores más antiguos y, el
otro, entre los llamados domiciliados o españoles recién llegados. Puede conjeturarse,
dice García Peláez, que la decisión de alternar ciertos cargos entre criollos y españoles
comenzó por deferencia de los conquistadores o sus descendientes hacia los nuevos
domiciliados, con quienes buscaban compartir los cargos y honores de la república en
toda conformidad.

La injerencia de los presidentes y de la Audiencia en las elecciones de alcaldes y


regidores cadañeros, no así de los perpetuos que eran de nombramiento real, favoreció a
los peninsulares, que casi siempre eran parientes o allegados de los presidentes y
oidores. Entonces comenzó el descontento y las dificultades, hasta el punto que, por
haber quedado vacante el cargo de Alcalde primero, el 8 de mayo de 1643, el Presidente
Diego de Avendaño hizo, autocráticamente, el nombramiento correspondiente y lo
notificó al Cabildo para su cumplimiento. Este reclamó la jurisdicción necesaria para
emitir dicho nombramiento y el Presidente replicó que si bien al Cabildo le
correspondían las elecciones anuales, las otras le tocaban a él como Gobernador, y
mandó que se cumpliera lo resuelto, o impondría multa de 200 pesos. El Cabildo apeló
ante la Audiencia, pero transcurrió el tiempo en deliberaciones, y el Alcalde nombrado
por el Presidente concluyó su período.

Otros incidentes parecidos movieron a García Peláez a decir que la alternabilidad entre
los alcaldes nacidos en España y los nacidos en las Indias, que en un `principio fue
resultado de buena armonía y conformidad, en lo sucesivo fue objeto de rivalidad', y
que por ello hubo constantes disturbios entre los mismos criollos. Con lo anterior, la
administración de justicia, basada en criterios parciales y arbitrarios, padeció daños y
pérdidas en los intereses ciudadanos de la época.

A pesar de las limitaciones e injerencias como las señaladas, el 31 de mayo de 1647 el


Ayuntamiento dio instrucciones a su procurador para suplicar al Rey que no se dieran
encomiendas a las personas radicadas en España, y que en el gobierno se hiciera
efectiva, en favor de los descendientes de los conquistadores, la provisión de los
corregimientos, oficios y beneficios u otros aprovechamientos, y no se otorgara esta
provisión a parientes, criados de los señores presidentes, obispos, oidores, fiscales u
oficiales reales.

La queja aludida es importante porque señaló específicamente algunos de los mayores


abusos en la provisión de encomiendas, como el otorgamiento de ellas a personas
residentes en España, a miembros de la nobleza, del Consejo de Indias, y con mayor
frecuencia a los parientes y criados de las autoridades locales, es decir, presidente,
jueces de la Audiencia, autoridades de Hacienda o de la Iglesia, etcétera.

José Milla comenta el espíritu de desconfianza y recelo entre los españoles peninsulares
y los nacidos en las Indias, actitudes que se agudizaron al hacerse más evidente la
división entre unos y otros, lo cual llevaría tarde o temprano a una escisión completa. El
mismo autor indica que aun en los claustros religiosos se formaron partidos, y que los
criollos reclamaban el derecho de alternar con los peninsulares en las prelacías. El Rey
decidió a favor de los nativos del país, y el Cabildo de Guatemala agradeció la decisión
del monarca en memorial del 28 de enero de 1652. Señala Milla que el primer criollo
nombrado Provincial de los dominicos fue Fray Jacinto Díaz del Castillo y Cárcamo,
persona recomendable por sus letras y virtudes, nieto del conquistador Bernal Díaz del
Castillo.

En 1654 vino a gobernar Guatemala el Conde de Calimaya, don Fernando de


Altamirano y Velasco, quien encontró los ánimos de los vecinos bastante divididos y
exaltadas las pasiones. La causa era la pugna de los partidos de españoles peninsulares y
criollos, y la subdivisión de estos últimos en otros dos bandos que disputaban los cargos
y honores existentes por entonces en el país. Durante el gobierno del Conde de
Calimaya se dio un episodio conocido en la historia de Guatemala como la lucha entre
los Padilla y los Carranza. Fuentes y Guzmán relata que don Diego de Padilla, jefe de
uno de los partidos en que se dividía el vecindario, hizo sustraer el libro donde se
llevaban las deudas de juego contraídas en el palacio. Los naipes eran una especie de
monopolio y algún presidente hizo fortuna exigiendo el uso de baraja nueva en cada
juego. Para sustraer el libro de juegos se ofreció don Tomás de Carranza, hombre de
carácter fuerte. Descubierto el hecho, hubo fuertes recriminaciones y estuvo a punto de
llegarse a la lucha armada. Atizó las discordias el hijo del presidente, Adelantado de las
Filipinas. Como resultado de todo ello, don Diego de Padilla fue encarcelado y
conducido al Castillo de San Felipe, donde murió al poco tiempo por el clima insalubre.
También falleció el Presidente Altamirano y Velasco por su avanzada edad, y al faltar
los principales actores de aquel acontecimiento se calmaron las pasiones y volvió todo a
la normalidad.

Como en medio de todo se preparaba la próxima elección de Alcalde Ordinario de la


ciudad, se optó por elegir a don Antonio Mazariegos, del grupo peninsular pero con
vínculado a importantes familias criollas, con lo cual se conciliaron los intereses de
ambos grupos.

Conclusiones
En la segunda mitad del siglo XVII, varios cronistas coloniales, principalmente Fray
Antonio de Molina y los criollos Fray Francisco Vázquez y Francisco Antonio de
Fuentes y Guzmán, testimoniaron en diversos capítulos de sus obras el creciente
antagonismo entre españoles peninsulares y criollos. De acuerdo con tales testimonios,
los criollos se sintieron frecuentemente postergados en promociones de carácter
religioso o político, a las cuales sin duda tenían tanto derecho y méritos como los
españoles peninsulares.

Posteriormente, la rivalidad entre peninsulares y criollos se acentuó o se hizo más


perceptible. Los dos grupos mantuvieron hegemonía en el orden político y económico
sobre la población mestiza, mulata, ladina, negra e india, estratos que no participaban de
los cargos, privilegios, beneficios, educación y posición retenidos para sí por los
españoles en la sociedad colonial.
Sin embargo, muchos peninsulares fueron ganados por la seducción de la tierra y al
radicarse permanentemente en el país emparentaron con familias acomodadas de
criollos. Para éstos también resultaba a veces ventajoso económicamente, o daba
prestigio social, ajustar enlaces con damas o caballeros procedentes de la Península.
Todo ello implicó siempre un crecimiento constante del grupo de los criollos.

En lo cultural también se puede hablar de `criollismo', ya que muchas de las


costumbres, expresiones y modalidades artísticas europeas se adaptaron al medio
americano. Lo mismo ocurrió con variados productos agrícolas y animales domésticos.

En su forma más peyorativa el término criollismo incluía la idea de que lo europeo, en


las Indias, en cierta forma sufría cambios supuestamente degenerativos. Por
contraposición, se sobrevaloraban las letras, las artes y otras expresiones creativas de los
criollos. En un sentido más extendido, puede decirse que lo criollo es lo europeo o
extranjero que deviene americano, o comienza a producirse en el Nuevo Mundo. Por las
mismas razones apuntadas, en España se comenzaron a llamar indianos a los europeos
avecindados permanentemente en las colonias, o a los nacidos en las Indias. Lo mismo
ocurrió con los productos o manufacturas procedentes de estas regiones. En el mismo
nivel semántico, desde el siglo XVII, lo peninsular recibió en América la designación de
`gachupín' o `chapetón'.

La base del poder económico de los criollos se sustentaba, sobre todo al principio, en la
posesión de encomiendas y el consiguiente empleo de la abundante mano de obra
indígena (adquirida por esta vía o por la del repartimiento o peonazgo), y en la
administración directa de los llamados corregimientos. Asimismo, eran puntales de su
posición económica el hallazgo y explotación de minas, propiedad de casas en las
ciudades, tierras de labranza y ganadería, así como la explotación del comercio local y
regional. En cambio, la base del poder de los peninsulares estaba en el control de los
más altos cargos administrativos, así de tipo político y hacendario como de carácter
militar y religioso, o en el control del comercio con la metrópoli.
BEATRIZ PALOMO DE LEWIN

La Esclavitud Negra en Guatemala


Durante los Siglos XVI y XVII

Introducción
El origen de la esclavitud se remonta a una época lejana en que los pueblos cambiaron
la costumbre de matar a los prisioneros de guerra por la de venderlos o emplearlos en
los trabajos más degradantes y duros, sin remuneración. Los esclavos y todo lo que
producían pertenecía al amo y éste tenía sobre ellos plenos derechos, en algunas
sociedades hasta de vida o muerte. Sin embargo, la esclavitud llegó a ser más funcional
cuando, por el surgimiento de la agricultura, las sociedades se hicieron sedentarias, con
una economía en expansión que requería mano de obra. Estos factores la hicieron surgir,
con otras formas de servidumbre, a fin de producir lo necesario para una población en
aumento.

La situación de los esclavos varió mucho según las épocas y las sociedades respectivas.
En los países cristianos se usaron individuos no cristianos. Muchos de ellos eran
`eslavos' (slavus, en latín medieval), gentilicio que dio origen al término `esclavo'.
Antes se hablaba de siervos. En el continente africano los vencedores de las guerras
tribales tomaban esclavos que se convertían en mano de obra y objetos de prestigio. Sin
embargo, la esclavitud no tuvo mucha importancia, ya que no era un elemento decisivo
en la producción. La trata se limitaba a proveer a ciertas casas de servicio doméstico,
por lo cual las mujeres eran más apreciadas. Al iniciarse el tráfico trasatlántico dichos
esclavos fueron exportados.

En la América prehispánica los criminales eran reducidos a la esclavitud, pero sus hijos
nacían libres. La guerra era fomentada con el objeto de tomar prisioneros para el
sacrificio o esclavizarlos para el trabajo. Los esclavos ocupaban la posición más baja de
la sociedad. Vestían de diferente manera y eran marcados mediante una cortada en el
brazo a la cual se añadía un tinte, de manera que la cicatriz se convertía en un tatuaje.
La existencia de los `esclavos de buena guerra' era familiar a los habitantes del Nuevo
Mundo, y tal categoría social sirvió para que los españoles continuaran con la práctica
de hacer esclavos durante y después de la Conquista. La variante de fondo consistió en
que los hijos de los afectados heredaban tal condición.

La esclavitud negra en la Península Ibérica empezó desde el siglo VIII. Los negros
llegaron con Tarik, en el año 711 DC, cuando éste llegó del norte de África y estableció
la dominación islámica en España. Para los europeos de esa época, el negro era un
soldado que peleaba a la par de los árabes y por lo mismo luchar contra ellos era un
deber cristiano. Durante la guerra de la Reconquista, tanto musulmanes como cristianos
reducían a la esclavitud a los prisioneros que no estuvieran en capacidad de pagar
rescate. En 1442 algunos negros llamados gelofes, de religión islámica, pagaron su
libertad con esclavos negros de otra tribu, y así se inició el mercado de africanos. Luego
los portugueses comenzaron a capturar negros en África, y a venderlos como esclavos
en Portugal.

Mecanismos de Adquisición de Esclavos para el Nuevo


Mundo
En el momento del descubrimiento, los portugueses tenían firmemente en sus manos el
comercio de humanos, organizado bajo el sistema de `asientos'. Este era un monopolio
que concedía, a cambio de cierta cantidad pagada a la Corona, el derecho de
exclusividad en la venta de esclavos y especias. Este monopolio era vendido con
frecuencia a comerciantes venecianos y genoveses, quienes pagaban altos precios
porque esperaban, calculadamente, que se produciría un auge en la demanda. En 1518,
Carlos V institucionalizó lo que se considera el antecesor del asiento, cuando autorizó a
su mayordomo Lorenzo de Garrevod, Duque de Bresa, importar 4,000 negros a las islas
del Mar Océano. La concesión se liberó de impuestos por cuatro años, y colateralmente
se prohibió tal importación por otras personas que carecieran de permiso expreso.

Surgió entonces una marcada rivalidad por el control del comercio de esclavos. Los
portugueses dominaron el mercado, pues ellos `habían resultado gananciosos en las
bulas expedidas por el Papa en 1493'. Un arreglo del año siguiente entre España y
Portugal, reconoció el derecho de los portugueses al mercado de esclavos desde África.
El acuerdo les otorgaba tal derecho de exclusividad para sacar esclavos del continente
negro. Conjuntamente con los portugueses, los banqueros genoveses ejercieron un
evidente control sobre el tráfico correspondiente. La Casa de Contratación de Sevilla se
opuso con firmeza a la adjudicación de asientos, pues se rechazaba la intromisión de
extranjeros en el comercio hacia las Indias.

El predominio portugués terminó alrededor de 1640, cuando Felipe IV canceló la


institución del asiento. Los españoles radicados en América, que conformaban el
mercado de esclavos, ya no pudieron proveerse fácilmente de los mismos y floreció el
contrabando. El Rey tuvo que restablecer el asiento, y esta vez fueron los holandeses los
que proveyeron de esclavos a los asentistas.

Además del sistema de asientos, existieron siempre las licencias para llevar esclavos a
las Indias. El Rey por lo general autorizaba a sus protegidos, conquistadores y
funcionarios reales, la importación sin impuestos de un número limitado de esclavos
para su servicio personal. Las licencias no podían ser vendidas, pero hubo quien amasó
riquezas consiguiéndolas. Este procedimiento amañado perjudicaba los intereses de los
asentistas, pues éstos ya habían invertido en el contrato del asiento. Para protegerse de
los caprichos del monarca, los mismos concesionarios promovieron el contrabando de
esclavos.

El monopolio ejercido por el gobierno español empezó a romperse a finales del siglo
XVII, cuando se iniciaron los contratos con grandes compañías, como la Compañía del
Mar del Sur. Por medio de tales contratos se permitió que parte de los barcos y la
tripulación fueran extranjeros, pero la Corona se reservó el control de los puertos.
El contrabando existió desde que se crearon las aduanas y tuvo características muy
particulares en cada país. En Guatemala el asiento no cubrió la demanda de esclavos, y
quizás por ello con frecuencia venían `barcos de arribada': goletas que, pretextando una
emergencia como mal tiempo, atracaban en puerto guatemalteco. Pedían entonces
permiso para vender en la ciudad de Santiago a los esclavos que transportaban, so
pretexto de que morirían si tenían que permanecer en el barco. De tal manera llegaron a
Guatemala sendas cargas de negros en 1613, 1614, 1631 y 1641, con un promedio de 50
por barco, todos ellos originarios de Angola y de Vidah.

En 1634 los holandeses asaltaron Curazao y prácticamente la convirtieron en una


bodega de negros. Desde allí establecieron una corriente clandestina de mercancías,
favorecida por los propios pobladores españoles que obtenían negros y otros productos
a precios inferiores a los establecidos en España. A pesar de la oposición de las
autoridades, siempre hubo contrabando de esclavos a través de las islas bajo dominio
inglés, y en más de un caso con la complicidad de los propios administradores de los
puertos y encargados de las aduanas.

En las primeras etapas de la colonización llegaron a las Antillas algunos esclavos


gelofes y guanches (aborígenes de las Islas Canarias) al servicio de los primeros
conquistadores. En muchos casos los afectados encontraron la manera de escapar y se
mezclaron con la población indígena. En 1526 se prohibió la importación de esos
esclavos `ladinos' (conocedores de la cultura `latina' u occidental), porque `enseñaban
malas costumbres a los indios'.

Los frailes dominicos, ante la necesidad de mano de obra, especialmente para el cultivo
de la caña, pidieron al Rey la obligada autorización para traer algunos esclavos a las
islas. Se planteó entonces la ineludible interrogante: ¿Qué tipo de esclavos? En esa
época había en España esclavos judíos, moros, egipcios, sirios, libaneses, cristianos
griegos, sardos, rusos, guanches y africanos del Subsahara. Todos presentaban ciertas
desventajas. Por ejemplo, si se pretendía hacer del cristianismo el factor unificador en el
Nuevo Mundo, de ninguna manera se podía tolerar la influencia hebraica o musulmana
en América, y por experiencia se sabía que los negros y blancos ladinos representaban
una mala influencia para los indios. Los blancos, además, podían desaparecer entre la
población española.

Los negros bozales se presentaron como la solución ideal. Se llamaba así a los que no
habían tenido contacto con la cultura occidental, y ello hacía suponer que podían ser
cristianizados. Se reconocían inequívocamente como esclavos por su color. Se esperaba
que resistirían las enfermedades de los europeos, pues ya habían tenido contacto con
éstos. Se suponía que estarían como prisioneros en un mundo ajeno y podrían ser
intimidados más fácilmente a fin de hacerlos ejecutar tareas duras y peligrosas, que
ningún español estaba dispuesto a asumir y en las cuales los indios no podrían
sobrevivir.

El Tráfico Trasatlántico
En la época anterior al descubrimiento de América, la esclavización de los individuos en
Europa tuvo el requisito de `buena guerra' como justificación moral. Los prisioneros de
guerra podían ser legítimamente esclavizados, por lo que el riesgo era el mismo para
todos los soldados. Los musulmanes esclavizaban cristianos y viceversa, según las
circunstancias.

La creciente demanda de esclavos negros en el Nuevo Mundo imprimió un nuevo


carácter al tráfico. Se perdió el requisito de la `buena guerra', los negreros incendiaban
las aldeas y cuando los nativos trataban de huir eran capturados y encadenados. Después
de largos días de camino hacia los ríos Gambia, Níger y Congo, los embarcaban en
canoas para llevarlos a la Costa de Guinea o Costa de los Esclavos, en el Atlántico. Allí
los hacinaban en las bodegas cerradas de las factorías de los portugueses. Éstos estaban
más bien interesados en su enriquecimiento personal y, por lo tanto, soslayaban el
problema moral. Por lo general aducían que su conducta no constituía una intromisión
en los asuntos internos de los africanos, ya que los esclavos eran capturados por
miembros de tribus rivales de la misma África o vendidos por sus propios jefes que
parecían enloquecidos por la oportunidad de hacer dinero y volverse poderosos.

Mientras el problema moral se trataba en las altas esferas políticas e intelectuales de


Europa, los esclavos eran embarcados en fragatas que los llevaban a través del Atlántico
hasta las costas americanas. Desembarcaban en La Habana, Santo Domingo o Veracruz,
y luego eran llevados a su destino final para ser usados en el cultivo de la caña, la
explotación de las minas o los obrajes de añil. Si el esclavo tenía un poco de suerte, era
posible que lo acompañaran algunos miembros de su familia o de su tribu, y así podía
continuar con sus prácticas religiosas y médicas y hablar su propia lengua. De otro
modo, su destino era morir para `renacer en el agua del bautismo' y convertirse en `otro',
pero siempre en calidad de esclavo.

Al llegar a puerto, el esclavo debía pasar un examen físico para evaluar sus tachas y
defectos, por ejemplo, mataduras en la piel, falta de dientes o de dedos, piernas corvas,
etcétera. Tenía que confesar supuestos defectos morales: ser rebelde, borracho o
huidizo, o bien sufrir de lo que los portugueses llamaban malat de mal de sentiment, que
no era otra cosa que la nostalgia que conducía a muchos al suicidio. También lo medían
y pesaban para ver si calificaba como `pieza'. Luego lo marcaban con hierro candente en
la cara y en el pecho, con la marca del Rey y con la del asentista. La costumbre de
marcarlos en el brazo se abandonó en su oportunidad, porque preferían mutilarse antes
que ser identificados por la infame marca.

En Guatemala, como en otras partes, para que un esclavo calificara como `pieza' tenía
que tener siete u ocho palmos de altura, fortaleza y buena apariencia física.
Generalmente se les clasificaba para la venta de la siguiente manera: `mulequín', de cero
a seis años; `muleque', de 6 a 12; y `mulecón', de 12 a 18. Uno en la flor de la vida era
calificado como `pieza', mientras que los mulequines y los viejos como `media pieza'.
Ya situado en Guatemala, podía ser entregado a su amo en lote, si es que lo había
pedido con anterioridad, o vendido en real almoneda, o sea una subasta pública en la
cual se vendía al mejor postor.

No se sabe cuántos esclavos vinieron a América. Algunas veces se compraban por


tonelada, lo que hace muy difícil determinar cuántos seres humanos fueron
transportados contra su voluntad a este continente en los 350 años que duró el tráfico.
Se estima que fueron de 10 a 15 millones de africanos los que se repartieron entre las
colonias españolas, portuguesas e inglesas en el Nuevo Continente. Algunos
especialistas afirman que las colonias españolas absorbieron el l2% del tráfico total.
Perú y México utilizaron la mayor cantidad en las minas de plata. El Reino de
Guatemala no aparece en las estadísticas, pues no absorbió ni el 3% de los esclavos. La
estimación más confiable del número importado a Centro América es de 21,000, entre
1520 y 1820. En el contexto total, Guatemala propiamente desaparece en términos
estadísticos, ya que la mayor cantidad de esclavos fue destinada a la construcción del
puerto de San Fernando de Omoa, en Honduras.

La Esclavitud de Negros en Guatemala


En las cuatro décadas que siguieron a la Conquista, según las listas de tributarios de
algunas parroquias de Verapaz y según proyecciones demográficas basadas en dichos
padrones, Guatemala perdió del 80 al 85% de su población total. Las causas fueron muy
similares a las de las Antillas. Las nuevas enfermedades arrasaron con poblaciones
enteras y como las primeras víctimas fueron los niños, dichas poblaciones perdieron
gran parte de su capacidad de crecimiento demográfico natural. Además, se exportaron
indios a las Antillas y al Perú en calidad de esclavos.

Como resultado de las protestas de los dominicos, encabezados por Fray Bartolomé de
Las Casas, que había presenciado la extinción de los indios en La Española, la Corona,
preocupada por la constante pérdida de tributarios, dictó las Leyes Nuevas en 1542.
Estas leyes prohibieron la esclavitud de los indios y reformaron la encomienda. Los
españoles esperaban tal prohibición de esa fecha en adelante, pero no pensaban que se
ordenaría la liberación de los esclavos hechos en mala ley, que en realidad eran muchos.
Desde aquella fecha, el destino de los negros en África y de los indios quedó ligado por
muchos años, ya que la escasez de mano de obra indígena fue suplida por la negra
esclava, y cuando la población aborigen se recuperó demográficamente se restringió, en
forma abierta o solapada, la importación de nuevos esclavos.

Los primeros esclavos negros vinieron a Guatemala en la expedición de conquista de


Pedro de Alvarado, pero no es sino hasta 1534 que se menciona expresamente en el
Libro Viejo la participación de 200 negros como milicianos auxiliares en la expedición
de Alvarado a Perú. Años más tarde, en enero de 1543, Alonso de Maldonado recibió de
Santo Domingo 150 esclavos. Algunos de éstos eran carpinteros, y trabajaron en el
puerto del Realejo en la construcción de barcos. En 1587 el Cabildo pidió que todos los
ingresos obtenidos en el Golfo Dulce en cuatro años se emplearan en la compra de
negros, y que éstos se destinaran al arreglo de los caminos para no ocupar en ello a los
indios. Éstos, en efecto, seguían llevando la carga del trabajo pesado y los
encomenderos no querían que se los quitaran para ocuparlos en otras tareas, de las que
ellos, los encomenderos, no obtenían beneficios personales. Unos años más tarde se
pidieron 500 negros para trabajar en los obrajes de añil. Veinte años después, los
servicios personales y el repartimiento de indios estaban tan bien implantados que el
Ayuntamiento de Santiago de Guatemala se opuso a la entrada de nuevos esclavos
africanos, so pretexto de que ya había muchos hombres de color en el Reino. En 1620 el
mismo Ayuntamiento `eleva una protesta porque algunos comerciantes y mineros se
proponen introducir africanos por el puerto de Trujillo'.
Por aquella época vino a Guatemala el Fraile dominico inglés Thomas Gage y registró
sus experiencias en su obra Travels in the New World, la cual sigue siendo una buena
fuente para conocer, al menos parcialmente, los lugares donde existía población negra.
En la Costa Sur, especialmente en Escuintla, muchos negros trabajaban como esclavos
en las estancias y obrajes de añil. En el Valle de Las Vacas, Gage vio `entre 40 ó 50
chacras o casas pertenecientes a la ermita, y en estas casas unos 300 esclavos, hombres
y mujeres, negros y mulatos'. En la región de Petapa era muy conocido el ingenio de
Martín Zavaleta, donde había recuas de mulas y 60 esclavos para los trabajos ordinarios
de dicho lugar. En Amatitlán, el ingenio de Anís contaba con 20 esclavos negros. Gage
también describe con detalle las posesiones de su Orden dominica, que ya por entonces
tenía en propiedad una gran cantidad de esclavos.

El mismo autor conoció de primera mano el caso del muletero Juan Palomeque, dueño
de 300 mulas y 100 esclavos, entre hombres, mujeres y niños, que vivían con él cerca de
Mixco en varios ranchos. Este hombre, avaro y miserable, aunque muy rico, vivía entre
sus esclavos y comía el mismo tasajo y pan duro que ellos comían. Era tan cruel con sus
negros, `que si alguno cometía una falta, lo torturaba casi hasta la muerte'. Tenía un
esclavo llamado Macaco, por quien Gage frecuentemente intercedía, sin mayores
resultados: `...a menudo lo colgaba de los brazos y lo latigueaba hasta que la sangre le
corría por la espalda y entonces, teniendo abierta la piel, macerada y sangrienta, lo
curaba virtiendo aceite hirviendo en sus heridas'. El esclavo estaba marcado `en la cara,
las manos, la espalda, el vientre, los muslos y las piernas'. El infeliz estaba tan `cansado
de esa vida', que el mismo Gage dice literalmente: `...si yo no se lo hubiese impedido
dos o tres veces, se habría ahorcado'. Esta cruda descripción de la situación de Macaco
en Mixco nos da una idea de lo miserable que podía ser la vida de un esclavo a
principios del siglo XVII. Sin embargo, el caso aludido fue un ejemplo extremo. La
mayoría de esclavos vivía igual que las demás clases bajas.

A mediados del mismo siglo XVII se volvió a sentir la falta de mano de obra, según se
puede colegir de un informe de Esteban Medrano, Procurador de la ciudad de Santiago,
quien a requerimiento del Concejo escribió en 1660:

...las haciendas del campo, los obrajes de añil y los


ingenios y trapiches de azúcar casi se han acabado por la
falta de esclavos negros que se han muerto debido a las
pestes, desde 1638, no se han traído a esta provincia a
pesar del asiento que se ajustó con los Grillo; que se les
exija en cada año 500 piezas de esclavos.

En l664, Agustín Ponce de León, Obispo de Comayagua, confirmaba la escasez de


mano de obra negra cuando aseguraba que había mucha necesidad de negros y
expresaba la dificultad de comerciarlos desde Veracruz, que estaba a 300 leguas de
distancia. Solicitó entonces aquel prelado que se pidiera a Antonio Grillo y a Ambrosio
Lomelin llevar al puerto de Honduras hasta 2,000 negros en siete años, porque tal era el
número que se necesitaba en dicha provincia. El `asiento' correspondiente sólo tenía
permitido el desembarco en Veracruz, Cartagena y Portobelo, donde había oficiales de
la Real Hacienda. La Audiencia, de todas maneras, redujo a términos insignificantes la
entrada de personas de origen africano durante el resto de la época colonial.
Ocupaciones de los Esclavos Negros
En el Reino de Guatemala se utilizaron los esclavos en diferentes actividades u
ocupaciones según el lugar donde vivían y las necesidades de sus dueños. Éstos, en
general, eran personas prominentes o con el capital suficiente para invertir en un
esclavo, cuyo precio era igual al de una casa pequeña. Por lo general tenían esclavos los
capitanes generales, obispos, curas beneficiarios, alféreces, alguaciles, regidores y
alcaldes, escribanos de cámara, etcétera, pero eran las órdenes religiosas las que tenían
mayor capital para adquirir un gran número de ellos para sus haciendas.

En las ciudades, las esclavas superaban numéricamente a los esclavos. Por cada hombre
había 2.8 mujeres, que por lo general eran empleadas en el servicio doméstico. Los
hombres se desempeñaban como cocheros, mayordomos y guardaespaldas. Los negros,
mulatos e indios tenían prohibido portar armas. Por lo mismo, personas de prestigio
como Nicolás López de Irraraga, Alguacil Mayor de la Real Audiencia, tenían que
solicitar la merced correspondiente para poder acompañarse de tres esclavos negros
armados y alabardados. Pablo Escobar, Escribano de Cámara, tuvo que explicar a la
Audiencia en 1568, que `por haber servido su oficio con mucha limpieza y fidelidad,
como es obligado, se le han seguido muchas enemistades' y, por lo tanto, tenía
necesidad de traer consigo dos negros con armas, `como los traía su antecesor'. Aunque
algunos escribanos importantes solían solicitar tal privilegio, el mismo no se concedía
con mucha liberalidad.

En el campo, donde se encontraba el mayor número de esclavos y los hombres eran más
numerosos, no se hacía diferencia por sexo sino por capacidad física y destreza. Se
necesitaban especialmente en los ingenios y en las haciendas, y en menor grado en los
obrajes de añil.

Obrajes de Añil
Por medio de auto del 15 de mayo de 1590, la Audiencia suprimió el trabajo de indios
en los obrajes de añil, por considerarlo malsano. En ese auto se decía que `los dichos
españoles, mestizos, negros ni mulatos, ni otras personas, por ninguna vía ni manera',
hagan `conciertos con los indios para que les corten y carguen la dicha yerva del
xiquilite, ni se aprovechen de ellos en este beneficio...', por los `dueños de tales obrajes
ni por interpósitas personas'. Sin embargo, los indios siguieron siendo enganchados
`voluntariamente' para trabajar en los obrajes, ya que el uso de mano de obra esclava
resultaba onerosa por la naturaleza del cultivo.

El xiquilite se cultivó en los actuales departamentos de Escuintla, Santa Rosa,


Chiquimula y Zacapa. Por su durabilidad y precio tuvo mucho éxito como producto de
exportación. En comparación con el cacao, no necesitaba mayores cuidados en el
transcurso del año; solamente durante el corte y la elaboración de la pasta se necesitaba
más mano de obra. Para iniciar una plantación de añil no se requería mucha inversión,
por lo que los añileros no eran los españoles más ricos de la comarca, y no tenían otras
propiedades donde pudieran utilizar esclavos durante los nueve meses que el añil no
exigía mayor cuidado. Por esta razón, el empleo de esclavos negros y mulatos en los
obrajes de añil fue sólo un requisito legal para demostrar, a la llegada de un funcionario
real, que había esclavos en el lugar. A pesar de ello, en los archivos se encuentran
numerosos expedientes sobre juicios seguidos a los añileros, a quienes se multaba por
utilizar indios en los obrajes. Existen asimismo varias solicitudes presentadas por los
Ayuntamientos para que se derogara la prohibición de usar nativos en el laboreo del
añil.

Ingenios de Azúcar y Haciendas


En el primer siglo del período colonial la producción azucarera de las Antillas aumentó
más que la demanda, y por ello a principios del siglo XVII la fabricación de azúcar no
era ya un gran negocio. Hubo un estancamiento en el mercado, la Corona perdió el
interés en este producto y retiró el apoyo que le había dado. Sin embargo, como el
desarrollo económico de lo que hoy es América Central era marginal, la depresión
general del siglo XVII no afectó al cultivo del azúcar en Guatemala. Este siguió siendo
un buen negocio, y así lo comprueba el hecho de que alrededor de 1680 varios
españoles acaudalados estaban construyendo trapiches, o transformando éstos en
ingenios.

Cuando los dominicos introdujeron en Guatemala el cultivo de la caña de azúcar en el


siglo XVI, dicha actividad estaba ya íntimamente ligada al trabajo esclavo. Los
primeros africanos empleados en la producción de azúcar ya habían sido entrenados en
las técnicas correspondientes en las Antillas. El `maestro' de azúcar era capaz de
supervisar todo el proceso. Como capataz, controlaba las labores de corte y deshierbe, el
transporte de la caña y finalmente la elaboración del azúcar propiamente dicha. Este tipo
de esclavo tenía un precio mayor en razón de su eficacia.

Un ingenio necesitaba de 60 a 100 esclavos, más 20 ó 30 artesanos que, por lo general


pero no necesariamente, eran libres. La mano de obra esclava era usada con gran
beneficio en las haciendas azucareras. Sólo los muy viejos, enfermos o muy jóvenes no
participaban en el cultivo y la producción. Los esclavos se dividían no por sexo sino por
edad y fortaleza. Aquellos que estaban en la flor de la vida eran encargados de las tareas
más pesadas: el corte y el acarreo de caña. Dos esclavos eran capaces de cortar 4,200
cañas al día, lo que equivale a 378 libras de azúcar en los ingenios de hoy. A los niños y
niñas se les asignaban las tareas de deshierbar y limpiar los cañaverales. Las carretas
tiradas por bueyes que llevaban la caña al ingenio eran conducidas por los niños y los
viejos. Los esclavos más rebeldes eran los encargados de alimentar las calderas, que era
como estar en el infierno, no obstante que dicho trabajo se hacía de cuatro a diez de la
mañana, es decir, en las horas más frescas.

Al llegar la caña al molino, las mujeres la pasaban por la prensa, luego ponían el
guarapo en peroles de metal donde se hervía, colaba y purificaba. Este proceso dependía
del `maestro de azúcar', esclavo especializado y de más valor, que gozaba de ciertos
privilegios, como más tiempo libre o una ración más grande de aguardiente. Las
mujeres drenaban la melaza que se ponía a destilar para hacer aguardiente o para
producir azúcar de segunda calidad. Luego, ésta se ponía en sacos, se almacenaba y se
transportaba a la ciudad de Santiago en mulas guiadas por un mulero que
frecuentemente era un esclavo con cierta libertad para hacer negocios propios.
El capital requerido para instalar un ingenio era, según Fuentes y Guzmán, 600,000
pesos. A esta suma tan alta se agregaba la incertidumbre de la cosecha, por lo que era
indispensable tener acceso a los créditos que suministraban las órdenes religiosas. No es
de extrañar pues que seis de los siete ingenios que existían en Guatemala a finales del
siglo XVII pertenecieran a dichas organizaciones. Los dominicos, propietarios de cuatro
de ellos, eran los que controlaban la producción de azúcar. El más importante de los
ingenios era el de San Jerónimo, localizado en la jurisdicción de Verapaz. La propiedad
del mismo tuvo su origen en una merced real otorgada en 1579. Los dominicos
adquirieron sucesivamente varios terrenos aledaños hasta consolidar una gran
propiedad, que en 1696 tenía 12 caballerías y por lo menos 150 esclavos negros. En
1679 la Orden dominica poseía en San Juan Amatitlán el ingenio de Nuestra Señora de
la Encarnación, conocido también con el nombre de Anís (D'Anis o de Onís) por su
antiguo propietario Juan González Donis. Dicha empresa pertenecía al convento de
Amatitlán. Era muy importante, pues además de 119 esclavos tenía `79 mulatos y
mestizos libres y los consiguientes indios meseros' (véase Cuadro 16).

Asimismo, a cuatro leguas de San Miguel Petapa estaba el ingenio Nuestra Señora del
Rosario, que pertenecía al convento de la ciudad de Guatemala. Contaba con 111
esclavos, 57 trabajadores libres, y los indios de repartimiento. El hecho de tener más de
100 trabajadores permite clasificarlo como ingenio grande. Los dominicos también
poseían uno menor en Escuintepeque, el cual `disponía de 30 esclavos y un trabajador
libre, un mozo avecinado y además 20 indios meseros'.

Entre San Juan Amatitlán y San Cristóbal Amatitlán tenían los jesuitas la labor y el
ingenio de la Santísima Trinidad, movido por el Río Michatoya, que contaba con `una
fuerza laboral permanente de 108 esclavos, 29 mulatos libres y los consiguientes indios
meseros'. Los mercedarios eran dueños del ingenio La Vega, situado en las
proximidades de Petapa, en el cual `tenían 66 esclavos e indios en repartimiento'.

El único ingenio de importancia que no estaba en manos de los religiosos era el de los
herederos de Juan de Arrivillaga, llamado Nuestra Señora de Guadalupe, el cual estaba
situado en el Valle de las Mesas. La casa tenía dos prensas, 121 esclavos como fuerza
laboral permanente, 43 mulatos libres, más los respectivos indios meseros, y era lo
suficientemente grande como para necesitar dos maestros de azúcar. Este ingenio es
descrito con admiración por Fuentes y Guzmán en su Recordación Florida.

En las haciendas, los esclavos eran también los encargados del cuidado del ganado, y
muchas veces eran los capataces o mandones a cargo de cuadrillas de indios, quienes les
temían por la crueldad o la rudeza con que los trataban.

Un amo podía dar a sus esclavos usos diversos. El dueño podía arrendarlos como
peones o enviarlos a la cárcel como prenda por deuda. Esto le sucedió a un esclavo
llamado Blas Agustín, que pidió se le buscara un nuevo dueño, pues estaba cansado de
estar en la cárcel por deuda de su amo, el Capitán Juan Gálvez.

Derechos de los Esclavos


En las cartas de compraventa de esclavos era usual la siguiente frase: `...para que
disponga de ella como cosa que le pertenece'. En sentido legal, se trataba de cosas. A
pesar de ello, la tradición jurídica española, basada en el Derecho Romano, reconocía
algunos derechos a los esclavos, que se encuentran compilados en el Código de las Siete
Partidas. El más importante de ellos era la manumisión. Al considerar la servidumbre
como `la más vil y despreciable cosa que entre los hombres puede ser', el sistema legal
español no se oponía a que un esclavo adquiriera su libertad.

Desde el principio de la Colonia algunos esclavos fueron liberados en compensación


por servicios extraordinarios, como salvar la vida del amo en una expedición de
conquista o para recompensar toda una vida de servicio. Un esclavo también podía
recibir la libertad después de la muerte de su amo, lo que en algunos casos no le
resultaba muy conveniente porque podía perder el lugar donde había vivido siempre y,
si ya era viejo, las esperanzas de conseguir algún trabajo.

En el Reino de Guatemala, la mayoría de `cartas de libertad' se otorgó después que el


esclavo había pagado su precio de mercado. En realidad era una compra. Tenía que
haber ahorrado durante toda una vida, 30 ó 40 años, para comprar su libertad, lo cual
resultaba muy ventajoso para el amo porque con ese dinero podía comprarse un esclavo
`nuevo', con más años de rendimiento por delante. Muchos esclavos preferían liberar a
sus hijos pequeños, porque el precio era mucho menor. Esto se hacía especialmente en
el caso de las niñas, a fin de asegurarse una descendencia libre, pues se seguía la
condición del vientre materno: hijo de esclava nacía esclavo e hijo de mujer libre nacía
en esta condición.

¿Cómo lograban los interesados ahorrar el capital necesario para comprar su libertad?
En el campo tenían derecho a cultivar una parcela y vender en su propio provecho el
producto en el mercado. En la ciudad, siguiendo el reglamento de la educación de
esclavos, éstos gozaban de unas horas libres que podían ocupar en trabajos
remunerados, ora reparando zapatos, ora cortando el pelo, o bien en alguna otra tarea
artesanal que les permitiera ir acumulando capital para iniciar el camino hacia la
libertad. Algunos amos tenían la costumbre de alquilar a sus esclavos como peones para
los trabajos agrícolas o de construcción, por lo cual se cobraba cierto precio al día. Si el
esclavo lograba que le pagaran más, podía quedarse con el dinero adicional, aunque
legalmente el amo tenía derecho a todo lo que aquél produjera, incluyendo sus hijos.

Además de la compra, había otras maneras de conseguir la libertad. Una esclava podía
lograrla en contra de la voluntad de su amo si éste la trataba mal o la obligaba a la
prostitución. Algunas disposiciones testamentarias, o el amor de un amo hacia un niño
fruto de una relación ilegítima, abrían el camino hacia la libertad. Aunque muchas
esclavas encontraban ventajosa una relación íntima con el amo, no estaban obligadas a
someterse sin su voluntad. Al acusar a su dueño de violación, si ésta era comprobada, la
víctima podía obtener su libertad.

Otro derecho de los esclavos era el matrimonio. Podían elegir la persona con quién
desposarse, y ésta podía ser otro esclavo o una persona libre, pero siempre con el
conocimiento del amo. Este se veía obligado a proveer para que vivieran juntos, ya que
era interés de la Iglesia evitar los niños ilegítimos. En Guatemala frecuentemente se
efectuaban ventas de esclavos con el objeto de reunir a una pareja de esposos.
Los esclavos también tenían derecho a iniciar un proceso contra sus amos y para ello
podían disponer de un abogado defensor al igual que los pobres. No pocos ejercieron
este derecho. Con frecuencia pedían ser vendidos junto con su familia y, si esto no era
posible, solicitaban una rebaja en el precio para poder liberar a sus hijos ellos mismos.
El primer caso conocido en Guatemala de un esclavo que pidió su libertad por medio de
los tribunales fue el de Leonor Delgado, que en 1583 inició el correspondiente proceso
contra su ama. Otro caso interesante es el de María, una esclava que para vivir con sus
hijos trató de obligar a su antigua ama a venderlos a quien ella tenía como su nuevo
dueño. Evidentemente la dueña de los niños no deseaba venderlos, ya que pidió un
precio excesivo por ellos. El juez determinó que:

...la venta forzada no da a lugar pues la única causa para


obligar a vender es la de malos tratos y al no ser este el
caso, el ama puede quedarse con los niños pues los
alegatos de que los pequeños deben de estar con la madre
no son válidos ya que los esclavos carecen de patria
potestad.

Relaciones Entre los Negros y otros Segmentos de la


Sociedad
Desde antes de su llegada al continente, los negros ya tenían una categoría diferente a
los indios, a pesar de que no eran libres y no estaban protegidos por las Leyes Nuevas.
La compra de esclavos negros fue para los españoles una carga muy pesada, pues ya
estaban acostumbrados a `tomar' a los indios sin afectar su bolsa. Fue precisamente tal
desembolso lo que dio al amo un mayor prestigio, y el esclavo negro se benefició con
ello. Por su supuesta o real superioridad física, fueron empleados en trabajos donde esta
característica rindiera sus frutos, como lo fue en el cultivo de la caña de azúcar. Como
ya se dijo, los policías y guardaespaldas en las ciudades fueron negros, y los capataces
de las haciendas ganaderas y obrajes añileros con frecuencia también lo fueron, ya que
los indios realmente les temían.

En el sistema de castas prevaleciente en la América española, la persona de color recién


liberada de la esclavitud se incorporaba a los estratos más bajos de la sociedad. La
tradición y el derecho lo mantenían ligado a la familia de sus antiguos amos. Además de
adoptar el apellido de éstos, muchas veces se quedaba viviendo en la casa patronal o en
las cercanías, trabajando como jornalero o sirviente. Sobre los manumitidos pendía la
amenaza expresa de caer nuevamente en la esclavitud si causaban algún daño a la
familia o a la persona de sus antiguos amos.

En la ciudad de Santiago de Guatemala, el Ayuntamiento tomó corrientemente una


actitud de recelo ante las personas de color, porque muchas veces éstas asumieron una
actitud más desafiante que la de los indios. En Nueva España se produjeron intentos de
sublevación entre los negros, y en Santiago de Guatemala, donde empezaban a ser muy
numerosos, protagonizaron algunos incidentes criminales. Por ejemplo, en 1650 por
cada siete españoles había cinco negros y de cada 10 habitantes dos eran de ascendencia
negra, por lo que la gente de color era un grupo muy visible. La población negra esclava
alcanzó su mayor número en la segunda mitad del siglo XVII. Más tarde fue superada
por la población mulata como resultado del mestizaje.

La Política Española hacia los Esclavos Fugitivos o


Cimarrones
El término `cimarrón' se empleó originalmente para referirse al ganado doméstico que
se había escapado a las montañas. Los primeros seres humanos llamados `cimarrones'
fueron los indios aborígenes de las Antillas. Después el término se aplicó a todos los
esclavos fugados que se unían y fundaban ciudadelas fortificadas para su refugio y
defensa. A estas comunidades se les llamaba `palenques'.

En Guatemala los españoles consideraban que las tierras cálidas y húmedas de las costas
del Pacífico y del Atlántico eran malsanas. Por eso fueron las regiones escogidas por los
esclavos fugitivos para eludir su captura. En el siglo XVII, Gage se refirió a unos 200 ó
300 cimarrones de la región de Izabal, de los cuales dijo: `...crían a sus niños en estos
bosques... todo el poder de Guatemala no ha sido capaz de sujetarlos'. Mencionó
también que asaltaban las recuas de mulas y robaban vino, hierro, ropa, armas y todo lo
que necesitaban, sin hacer daño a la gente o a los esclavos que transportaban dichas
cosas. Por su parte, éstos celebraban los asaltos y envidiaban la condición libre de los
cimarrones y muchos se unían a éstos para gozar de libertad. Gage también mencionó
un `palenque' a 15 leguas de la región de Acasaguastlán. Por otra parte, se cree que el
pueblo de La Gomera (Escuintla) se originó de un reducto de cimarrones, que se
asentaron allí para cultivar la tierra y poder vivir en paz. De los cimarrones se sabía que
solían atacar las recuas de mulas en el camino al Golfo Dulce, y que de vez en cuando
bajaban a robar a las aldeas y pueblos de indios y a las haciendas. Algunos también
cooperaron con los ingleses en los ataques a los poblados del litoral atlántico, en lo que
se llamó Mosquitia.

Las primeras ordenanzas para el castigo de los cimarrones fueron emitidas en el Perú,
en 1536, y prescribían castigos muy graves, tanto para los fugitivos como para los que
ayudaban a un prófugo. En la Recopilación de Leyes de Indias estaban previstos los
siguientes castigos: por cuatro días fuera del control de sus amos, 50 azotes y
exposición al sol hasta caer la tarde; por más de cuatro días, 100 azotes y calza de hierro
de 12 libras; por más de dos meses, 200 azotes y cuatro meses con la calza de hierro. En
la práctica, los castigos que se aplicaron en Guatemala solían ser suaves, porque
después de todo los amos no querían ver destruida su propiedad. Preferían mandar a
capturar al esclavo y para evitarse más problemas lo vendían cuando se encontraba en la
cárcel y compraban un bozal. Este era un truco empleado por esclavos especializados en
algún trabajo para obligar a sus amos a venderlos, posiblemente a un precio más bajo, lo
que luego les permitía comprar su libertad.

Beneficios de la Real Hacienda


Los esclavos representaban ingresos a la Real Hacienda como cualquier mercadería,
pues estaban afectos al almojarifazgo y a la alcabala. Al adquirir la calidad de hombres
libres tenían que pagar dos tostones al año en concepto de tributo. Sin embargo, estos
libertos casi nunca hicieron tal pago, ya que circunstancialmente ellos formaban el
grupo de población que utilizaba la Corona para controlar a los indios. Por ello convenía
mantenerlos contentos.

Los Negros Libres


El esclavo negro que obtenía su manumisión tenía frente a sí un camino duro que
recorrer: sin capital y sin educación tenía que desenvolverse en una sociedad que le
negaba el derecho a una mejor posición. En el campo, los libertos ocuparon parcelas sin
títulos de propiedad o se emplearon en las haciendas como peones. En la ciudad de
Santiago se integraron a los barrios donde vivían las castas y eran tenderos, barberos,
artesanos, mandaderos o vendedoras ambulantes. Es curioso notar que algunas mujeres
se convirtieron en prestamistas con una clientela de su misma condición.

En la segunda mitad del siglo XVII se registró un importante crecimiento de la


población urbana y se incrementó asimismo el índice de criminalidad y, como
consecuencia, el número de guardaespaldas y hombres armados. Alarmadas por tal
situación, las autoridades emitieron en 1663 una real cédula, por la cual prohibieron a
oidores y demás ministros hacerse acompañar de esclavos, mulatos y mestizos que
portaran armas. Sólo los ministros de justicias, como el alguacil mayor y otros de su
categoría, tenían tal derecho. Por dichas razones se afirma que `la primera participación
de los negros mulatos y zambos en los sistemas de control social, fue como policías'. En
estos años surgió la idea de organizar las milicias permanentes con el fin de combatir la
delincuencia, controlar los caminos y garitas (para mejorar la recolección del impuesto
de alcabala) y defender las costas de los ataques cada vez más osados de los ingleses.
Éstos operaban un floreciente comercio de contrabando desde las Islas de la Bahía y los
asentamientos en Belice, con la colaboración de negros cimarrones que les proveían de
tasajo y otros alimentos. Las milicias mencionadas se organizaron según los oficios de
sus integrantes: batallón de carpinteros, cerrajeros, etcétera. Muchos negros esclavos y
libertos se dedicaban en ese tiempo a ejercer oficios que legalmente les estaban
vedados, y la obligación de declarar su ocupación los ahuyentó tanto que los inspectores
de milicia abandonaron la práctica. La Audiencia ordenó en 1671 que los negros y
mulatos fueran organizados en batallones especiales, llamados `batallones de gente
parda', con su propia jerarquía. Los hombres jóvenes y sanos tenían opción de servir en
ellos.

Conclusión
La esclavitud fue una institución mundial y muy antigua. Tomó un carácter totalmente
diferente con el descubrimiento de América y con la trata de esclavos africanos. Desde
entonces, dicho comercio estuvo más ligado a la economía. En Guatemala, el negro fue
considerado más bien una mercancía que un medio de producción. La importación de
esclavos seguía los ritmos productivos del Reino: cuando había depresión no se
producía tal importación. En épocas de crecimiento económico, si los canales oficiales
no cubrían la demanda de esclavos, se recurría al contrabando. Se les usaba en toda
clase de actividades: servicio doméstico, trabajos públicos, acciones de represión y
faenas en el campo.

Los negros libres formaron una población marginal en la ciudad y ejercían algunos
oficios. En el campo ocupaban tierras sin títulos o se convertían en peones. También
integraron batallones de la milicia.

La sociedad del Reino de Guatemala no tuvo un carácter estrictamente esclavista porque


una sociedad basada en la esclavitud se desarrolla sobre la base de cuatro factores
importantes:

1) La ausencia o escasez de población indígena, como en las Antillas o Brasil. 2) La


existencia de suficiente riqueza mineral (oro, plata, etcétera), como en México y el Perú.
3) El cultivo intensivo de productos para la exportación, como el azúcar en Brasil o el
algodón en Carolina. 4) La categoría de la región en lo que se conocía como la Carrera
de Indias, estaba determinada por la distancia a que se encontraba de la metrópoli a lo
largo del Atlántico.

Guatemala, a pesar de la caída demográfica en los inicios de la Colonia en el Altiplano,


siempre pudo beneficiarse de la mano de obra indígena para cubrir las necesidades
básicas de los habitantes. La cantidad de oro sacada mediante el lavado de arena
disminuyó rápidamente. Los yacimientos de plata en Honduras requerían inversiones
grandes para ser rentables y nadie estuvo dispuesto a hacer tales inversiones, de manera
que la industria minera no se desarrolló en proporciones apreciables.

Los factores tercero y cuarto estaban íntimamente relacionados: para que un producto de
exportación fuera rentable se debía resolver positivamente la ecuación volumen-
durabilidad-distancia-tiempo = rentabilidad.

Los productos transportados en la Carrera de Indias debían ser de poco volumen y


durables, porque esto aumentaba la rentabilidad. Guatemala se encontraba en el
Atlántico `lejano', mientras que las islas de las Antillas se encontraban en el Atlántico
`cercano'. En estas islas se desarrollaron economías basadas en un producto de
exportación intensiva, como el azúcar, que dependía de la mano de obra esclava en
grandes cantidades. Este producto del Reino de Guatemala no podía exportarse a la
metrópoli porque se descomponía antes de llegar a su destino, lo cual obligaba a
consumirla en el mercado del área. Al carecer de metales preciosos en suficiente
cantidad, y también de un producto de alta rentabilidad, las exportaciones eran
secundarias para los dueños de barcos y para la Corona, interesada esta última casi
exclusivamente en los metales preciosos. En las exportaciones a la Península, el cuero
acompañaba al oro como producto secundario, y el palo de tinte viajaba como lastre al
regreso de los barcos que llegaban a Guatemala con artículos manufacturados en
Europa.

El añil fue el único producto de exportación que cumplió los requerimientos de


durabilidad y rentabilidad, pero su elaboración no descansaba en la mano de obra
esclava. Puesto que los esclavos no eran vitales para la economía del Reino, la
esclavitud no se desarrolló en Guatemala en las mismas proporciones que en las Antillas
o Brasil.
MAGDA LETICIA GONZÁLEZ Y JORGE LUJÁN MUÑOZ

Transformaciones Sociales después de la


Conquista

El proceso de la conquista y la colonización provocó profundos cambios en la estructura


social prehispánica, directamente relacionados con la desaparición de las antiguas
estructuras sociales, políticas y económicas, y el surgimiento de un nuevo `orden'.

La sociedad mesoamericana se basaba en una organización vertical de acuerdo con


normas dictadas por el parentesco, y en la estratificación concretada en dos grandes
grupos: señores y vasallos. La unidad básica de la organización según el parentesco
estaba constituida por grupos exogamos de descendencia patrilineal. Estos patrilinajes o
parcialidades tenían asimismo una estratificación interna, de acuerdo con la cual se
distinguía entre los principales y la gente común.

La diferencia fundamental entre los individuos que formaban la sociedad indígena


precolombina consistía en la división entre señores y vasallos. Uno de los factores en
que, con más claridad, se marcó esta diferenciación fue el pago del tributo. También se
manifestó en la naturaleza de la ocupación a la que se podía acceder; en la poliginia y la
familia extendida (ambas casi exclusivas de los señores), el lugar de residencia y el tipo
de vestimenta. Esta división estamental implicaba asimismo grandes diferencias en el
acceso al poder local.

La consecuencia sociopolítica más importante e inmediata de la conquista española fue


la desaparición de los Estados prehispánicos. La sociedad indígena se vio inmersa en un
nuevo sistema social y político, al mismo tiempo que fue afectada por la implantación
de las instituciones políticas españolas, nuevas actividades económicas, una enorme
disminución demográfica y los esfuerzos misionales de la evangelización. No todos los
cambios fueron aceptados con igual facilidad por los indígenas; muchas veces los
rechazaron, se resistieron pasiva o activamente a ellos o, como ocurrió con frecuencia,
los adaptaron a sus tradiciones y a su nueva situación.

En lo que sigue se hace una reseña de estos cambios y se indica la forma en que
afectaron a la sociedad indígena en algunos aspectos fundamentales.

La Reducción o Congregación
Con la puesta en práctica de la reducción o congregación en pueblos, la estructura social
se vio modificada. El paso a este nuevo sistema significó una profunda transformación
para la sociedad indígena.

La iniciativa de congregar a los indios fue sugerida por el Obispo Francisco Marroquín,
que muchas veces insistió en la utilidad del proyecto para el control y catequización de
los indios. Por supuesto, las razones no sólo fueron religiosas. La reducción estuvo
también motivada por la necesidad de cobrar el tributo, actividad que se hacía difícil si
la población seguía viviendo en asentamientos dispersos. Para los españoles era también
importante que los indígenas aprendieran a vivir `en policía', es decir agrupados de
acuerdo al patrón español.

Las primeras reducciones o congregaciones se iniciaron alrededor de 1547. Cada caso


se configuró de acuerdo con los intereses de quienes lo promovieron, casi siempre
frailes, según la mayor o menor oposición de los indígenas a ser `reducidos' y de
acuerdo con y las posibilidades del terreno elegido para el asentamiento del nuevo
poblado. En 1554 la actividad fundacional se había intensificado, como consecuencia
del interés del Obispo Marroquín y del Presidente Alonso López de Cerrato. En los años
posteriores a 1580 las reducciones estaban prácticamente concluidas y los pueblos de
indios pasaron a ser la base real de la sociedad indígena guatemalteca.

Las reducciones constituyeron en algunos casos un medio para el despojo legal sufrido
por las parcialidades, que se vieron privadas de una parte de sus tierras al limitarse la
propiedad de las mismas al área inmediata al nuevo asentamiento. Esta medida dio
como resultado que buena parte de sus antiguas tierras (bosques, pastizales y tierras de
cultivo lejos del nuevo asentamiento) fueran con el tiempo declaradas baldías y
quedaran a disposición de los españoles. Sin embargo, la política de reducciones no
acabó totalmente con las poblaciones dispersas, que siguieron existiendo en torno a los
lugares donde los indígenas tenían sus siembras.

En muchas ocasiones la relación con la tierra dio lugar a disputas entre pueblos como,
por ejemplo, cuando se escogía para asentamiento de un nuevo poblado un territorio
considerado propio por otra comunidad. Además, ya en el siglo XVII y después,
conforme la población indígena fue recuperándose y la tierra escaseó, surgieron algunos
litigios entre comunidades o a lo interno entre las parcialidades que componían un
pueblo. Se debe considerar también el caso de los pueblos cercanos a la metrópoli y los
ubicados a la vera del camino real, en los cuales se estableció población española y
mestiza, que pronto se convirtió en propietaria de parcelas.

Para varios autores el desarraigo provocado por la reducción fue un hecho evidente,
como lo fueron también sus inmediatas consecuencias en la dislocación del patrón
social prehispánico. Sin embargo, Sandra Orellana hace notar que los tzutujiles
(tz'utujiles) permanecieron en sus localidades prehispánicas, y mantuvieron muchos
elementos de su estructura política por lo menos durante los 20 años siguientes a la
Conquista. Robert M. Carmack opinó que la congregación, si bien contribuyó al éxito
de los españoles en la recaudación del tributo y al control de la mano de obra, no
reorganizó fundamentalmente la sociedad indígena. La pervivencia de los clanes y los
linajes sería una demostración de ello.

En todo caso, aunque el pueblo de indios resultó muy alejado de la utopía o del ideal
que tuvo en mente el Obispo Marroquín al promover su establecimiento, se constituyó,
desde el siglo XVI, en una de las bases de la organización indígena, y en el `refugio' en
que los indios reconstruyeron su vida sociocultural y resistieron efectivamente los
embates del sistema. En ellos pudieron vivir y defender su nueva cultura mixta.
Las Parcialidades o Chinamitales
En la documentación colonial del siglo XVI se hallan referencias a la existencia de
parcialidades en la mayoría de los pueblos indígenas del Occidente de Guatemala.
Parece que su origen se localizaba en los patrilinajes existentes en la época
prehispánica, pues hay coincidencias en sus características esenciales.

Las parcialidades o grupos familiares mantuvieron su unidad al lado de la nueva


estructura comunitaria, el pueblo, impuesta al relocalizar a los indígenas mediante la
reducción; también persistieron como unidad de referencia, que continuó relacionando
el sentido de `comunidad' con la parcialidad a la que se pertenecía por nacimiento.
Diversos autores coinciden en señalar que las relaciones de parentesco, ligadas con el
sistema de estratificación social, así como la tenencia de la tierra y el sistema de
estratificación política, se vieron drásticamente afectados por la presencia española.

En algunos casos, las parcialidades, chinamitales o linajes, fueron negativamente


afectados al perder la jurisdicción territorial de sus antiguas posesiones y el acceso a
posiciones de poder. Ese fue el caso de Sacapulas. De las parcialidades que formaron el
pueblo, tres eran `extranjeras'. Como resultado de su reubicación, estas parcialidades
quedaron alejadas de las tierras que les habían pertenecido. En 1572 surgió un litigio
entre las parcialidades `extranjeras' y las sacapultecas. Las primeras pedían, entre otras
cosas, que se les permitiera manejar sus propios fondos de la caja de comunidad, tener
representación en el Cabildo del pueblo, y la posesión legal de sus tierras. La Audiencia
les concedió lo solicitado. Finalmente, y para evitar conflictos, se llegó a un acuerdo
que comprendía, entre otras cosas, que cada parcialidad estuviera representada por un
alcalde. Este `contrato' funcionó sin problemas hasta bien entrado el siglo XVII.

En situación similar llegaron a encontrarse las dos parcialidades que se congregaron en


el pueblo de Santiago Atitlán. En 1563 surgió una disputa en torno al derecho a
participar en el gobierno del poblado y al acceso que cada una de ellas debía de tener a
los fondos de la caja de comunidad.

Elías Zamora Acosta opina que los casos de Atitlán y Sacapulas permiten comprobar
que durante el primer siglo de la Colonia los términos `pueblo' y `comunidad' no se
referían al mismo concepto. Las estructuras de parentesco definían en la mayoría de los
casos los límites dentro de los cuales la comunidad era percibida por el indígena, quien
siguió considerando a los otros grupos de parentesco como extraños, aunque habitaran
el mismo poblado.

Es probable que la evolución de las parcialidades haya variado de una región a otra
desde el principio, porque su persistencia está asociada con la forma en que se
organizaron los pueblos y con la cantidad de habitantes existente a lo largo de la época
de la declinación demográfica. Zamora opina respecto de la región por él estudiada, que
los patrilinajes persistieron en el siglo XVI, y que sus rasgos elementales y sus
funciones no sufrieron, aparentemente, grandes cambios.

Lo anterior parece ser válido para la región quiché (k'iche'), a la cual se refirió Fray
Francisco Ximénez a principios del siglo XVIII. De acuerdo con este autor, en esa
época, aunque tenían a sus alcaldes `por su Majestad y Gobernadores en muchas partes',
en cuanto había quejas de algún delito se llamaba a `las cabezas de sus Chinamitales y
allí delante de ellos se sigue la probanza contra el reo, todo verbalmente'. Se decidía
entonces el caso y la ejecución del castigo `sin más escritos, ni autos ni más enredos de
Escribanos y Procuradores'. Igualmente sucedía en cuanto a `las cosas y obras que
concurren con sus pueblos', en que tampoco los alcaldes eran `absolutos', ya que
llamaban a los principales y juntos decidían el asunto, determinándose `lo que ha de dar
cada uno del pueblo y cada cabeza de Calpul', de manera que `todos van a un rasero y
con la misma igualdad'.

Por lo tanto, hubo regiones en que las parcialidades se mantuvieron firmes y vigorosas,
mientras en otras se fueron debilitando y sus funciones terminaron sustituidas por los
alcaldes y gobernadores, e incluso por otras instituciones como las cofradías. En las
zonas más alejadas y en las que se mantuvo una población aborigen importante con
pocas intervenciones foráneas permanentes, las parcialidades se conservaron más, y se
las encuentra incluso en la actualidad.

Principales y Macehuales
Aunque después de la Conquista los indígenas mantuvieron como rasgo común ser
vasallos de la Corona española y pasaron a ser un grupo social dominado en lo
económico y político, las diferencias sociales que habían existido entre ellos no
desaparecieron. La población indígena de Guatemala mantuvo, aunque simplificado, un
tipo de estratificación social basado en el sistema prehispánico. La documentación
colonial alude repetidamente a la existencia de dos grupos sociales: principales y
macehuales, que en general coinciden con los señores y vasallos existentes antes de la
Conquista. Los españoles encontraron `normal' esta división, que coincidía con su
sociedad estamental, y conveniente para mantener el control sobre la población recién
sometida. Conservaron el rango de `principal' y al utilizarlo convirtieron a quienes lo
poseían en intermediarios entre el poder colonial y el resto de la población indígena.

Los principales mantuvieron posiciones de poder político de carácter restringido, tanto


antes como después de la reducción a pueblos. A partir de la puesta en práctica de esta
medida, se vieron expuestos a un proceso de aculturación más intenso que en el resto de
la población. Un ejemplo lo constituye el caso de los señores de San Miguel Petapa,
donde el hijo del jefe prehispánico Cazbalam, bautizado como Francisco Calel, fue
nombrado cacique y gobernador del pueblo, condición que heredaron sus hijos; éstos
adoptaron el apellido Guzmán, y una posición que mantuvieron a todo lo largo del siglo
XVII y hasta principios del siguiente.

Por debajo de los principales se encontraban en los pueblos de indios los macehuales,
que constituían la inmensa mayoría de la población indígena. Todos ellos tenían la
condición de tributarios, no gozaban de privilegio alguno y la justicia se les aplicaba
con todo rigor. Esta sumisión que los macehuales debían a los principales siguió
existiendo a lo largo de la época colonial.

Las repercusiones de la Conquista en la estratificación social de las comunidades


indígenas fueron notorias, como señala Zamora Acosta:
De hecho los principales, o cuando menos muchos de ellos,
aunque mantuvieron su condición y un importante número de
prerrogativas, perdieron gran parte de sus riquezas; casi
todos se vieron forzados a trabajar para comer, y lo que
es más importante, perdieron gran parte de los medios de
que disponían para hacer ostentación de su condición
superior o se vieron forzados a hacer uso de símbolos
procedentes de la cultura española.

Varios autores se han referido a la importancia que tuvieron los señores en la


construcción del nuevo orden social indígena. Sandra Orellana, por ejemplo, señala en
su estudio que las primeras encomiendas de la región de Atitlán fueron administradas
por medio de los señores locales, quienes velaban porque el número de trabajadores
requeridos estuviera siempre disponible y porque las demandas del tributo fueran
satisfechas. Los señores siguieron recolectando el tributo hasta bien entrado el siglo
XVI, mientras el encomendero de Atitlán, Sancho de Barahona y sus herederos,
permanecieron en Santiago de Guatemala.

En el corregimiento de Atitlán, los procedimientos de los señores para obtener mano de


obra y tributo siguieron el patrón prehispánico; la diferencia consistió en el incremento
en las cantidades recolectadas. Además, los principales siguieron disfrutando de algunos
de sus antiguos privilegios, siempre y cuando éstos no interfirieran con los intereses de
los españoles. Ninguno de los nobles de Atitlán fue a España a pedir privilegios, pero en
1571 se dirigieron a la Corona. Lo hicieron por medio de una carta en la que dejaban
claro el estado de pobreza en que vivían, y demandaban el derecho a colectar tributo y
pequeñas rentas, basándose en los privilegios que habían disfrutado sus antepasados y
en su lealtad hacia la misma Corona. En esta época se volvió difícil para ellos mantener
su posición. Si bien los señores conservaron parte de sus tierras con sembrados de cacao
en Bocacosta, el producto obtenido se hacía cada vez menor. Según Sandra Orellana, la
encomienda regenteada por los principales guardó la organización indígena intacta, al
mismo tiempo que sirvió como instrumento para reducir la diferenciación social vigente
en los tiempos prehispánicos.

El ejemplo de Petapa demuestra la acumulación de cargos en beneficio de la familia de


los señores. En 1562, por ejemplo, el Gobernador Francisco Calel obtenía entre los
macehuales del pueblo la mano de obra que necesitaba (le hacían su casa, le sembraban
su milpa, le llevaban agua y leña); uno de sus hijos era alcalde ordinario; además, otros
parientes servían en la iglesia como sacristanes, lo que les exoneraba del tributo y del
trabajo en las labores de trigo de los españoles. La familia Guzmán, de acuerdo con su
rango, estuvo exenta del pago del tributo hasta principios del siglo XVIII. Esta misma
familia disfrutó también de la exclusión del servicio personal y de la reserva del pago
del tostón. Como otros descendientes de señores, ocuparon diferentes cargos en la
organización social, política y religiosa de su pueblo.

El papel de los principales en la conquista pacífica de Verapaz ha sido estudiado en


detalle por Nicole Percheron. Está demostrada la importancia del papel desempeñado
por el señor de Rabinal, don Gaspar. Cristianizado después de 1537, ayudó a los frailes
dominicos a congregar una parte de sus parcialidades: con 12 de ellas se redujo el
primer poblado, que incluyó más o menos 100 familias. En la `entrada' a Tezulutlán
sirvió de intermediario para el dominio pacífico de pokomchíes (poqomchi'es) y
kekchíes (q'eqchi'es), y ayudó a suprimir algunos cultos prehispánicos. Durante los años
1537-1547, los señores de la región fueron protegidos por la Corona y, en especial, por
los dominicos, para quienes su colaboración era indispensable en los procesos de
pacificación y aculturación. A pesar de ello, los señores no pudieron ejercer
completamente el poder que las ordenanzas reales les habían conferido. Esto se debió
principalmente, por un lado, a la pérdida de su poder efectivo, puesto que ahora éste
dependía de un control externo, que trajo consigo la disminución de su capacidad de
mando y decisión y, por otra, a la propia corrupión de los principales, que velaron más
por sus intereses que por los de su comunidad. A pesar de todo, los principales de
Rabinal lograron la supervivencia de su categoría. En 1610, se dijo de ellos que `son
cabezas de calpul y son hombres ricos y hacendados'.

Nicole Percheron ha estudiado también la adaptación de los principales al nuevo orden


social y económico, que se manifestó en la compra de nuevas tierras para aumentar sus
recursos y, en consecuencia, sus actividades comerciales. Los bienes de los caciques,
heredados de sus antepasados y respetados en parte por los españoles, sus recursos y sus
rentas, les permitieron formar en el pueblo de Rabinal una nueva `clase', que siguió
dominando a la masa de los macehuales. Estos, a su vez, siguieron viviendo bajo una
economía de subsistencia basada en parcelas de propiedad colectiva. La posición de los
principales se vio reforzada también por su control sobre la vida religiosa del pueblo.
Entre ellos se elegía a los mayordomos de las cofradías. También gozaban de cierta
preeminencia ante los sacerdotes dominicos porque, como hacendados que eran, se
distinguían por las limosnas que ofrecían a la Iglesia. Otro factor que contribuyó a la
permanencia de los señores de Rabinal fue que los vasallos nunca tuvieron acceso al
poder en el siglo XVII.

Jean Piel coincide en señalar que la Audiencia de Guatemala se ocupó, a partir de la


segunda mitad del siglo XVI, de los caciques y señores naturales, al darse cuenta de su
importancia en la dirección de una sociedad indígena en descomposición. De ahí que la
probanza de títulos de la nobleza indígena cobrara auge. Estos títulos vienen a
demostrar también la permanencia de la `aristocracia' indígena. En el caso de los
quichés de Utatlán, sólo la colaboración eficaz de los señores, jefes de calpul, puede
explicar la implantación del sistema colonial, respaldado, por supuesto, por la
comunidad dominica establecida en Sacapulas. En los primeros años del siglo XVII,
alrededor de 40 principales al servicio de los españoles controlaban una población
indígena compuesta por más o menos 1,000 personas.

El caso de los señores de Santa Cruz Utatlán constituye un ejemplo único: hubo indios
encomenderos, cuyos privilegios se prolongaron hasta fines del siglo XVIII. Juan de
Rojas y Juan Cortés fueron tenidos como `hijos y nietos de reyes'. Después del viaje que
realizó el último de los nombrados a España, se le reconocieron sus derechos y obtuvo
una recomendación real para que la Audiencia le hiciera justicia.

Alrededor de 1561 disfrutaba ya del control de sus indios y, a partir de un auto del
Presidente Francisco Briceño, le fue asignado el tributo, es decir, una encomienda, en la
parcialidad de los indios nimacachíes, que habían sido obtenidos en guerra. Parece ser
que a lo largo del siglo XVII los señores de Utatlán mantuvieron sus rentas con pocos
problemas.

Probablemente en algunos pueblos la importancia de los caciques disminuyó a lo largo


del siglo XVII, mientras en otros se mantuvo. Esto último debe haber ocurrido con más
fácilidad donde los caciques se integraron funcionalmente como representantes de sus
parcialidades. Ante ellos debía acudir el pueblo para consultar, resolver problemas o
solicitar justicia.

Las Nuevas Formas de Organización Política


Evidentemente la primera consecuencia de la Conquista fue la desaparición de las
unidades políticas prehispánicas, especialmente los nim ja o `casas grandes'. De ahí
surgió la necesidad de una nueva organización para el gobierno del territorio
conquistado. Con el tiempo se percibió la conveniencia de aprovechar ciertas formas de
la anterior organización política indígena, a fin de asegurar mejor la colonización y
explotación de los nuevos territorios y su población, aunque fuera en forma parcial,
poniéndolos naturalmente al servicio de la nueva organización.

Esta necesidad dio lugar a la creación, al lado del Ayuntamiento castellano, del
gobernador de indios, que se volvió una pieza básica para el control y gobierno de la
población. En la nueva organización la aristocracia indígena mantuvo su papel de
importancia y privilegio, y de este estamento salieron generalmente los individuos que
ocuparon el puesto de gobernador y las posiciones de mayor importancia dentro del
Cabildo. Este fenómeno ha sido comprobado en el caso de las poblaciones de San
Miguel Petapa, Sacapulas, Santiago Atitlán, San Andrés Sajcabajá y otras más.

El Cabildo de indios fue una institución sin precedentes en la organización política


prehispánica. Los indígenas lo aceptaron y adaptaron a su propia concepción de
gobierno de la comunidad, y su origen fue simultáneo con la organización de la
sociedad en pueblos o reducciones. Normado por las autoridades españolas, el Cabildo
o Ayuntamiento sufrió adaptaciones importantes: los indígenas consideraban miembros
del mismo a todos los principales que eran cabeza de parcialidad (chinamital o calpul),
aunque de acuerdo con la norma no ejercían ningún puesto específico.

Parece, por lo tanto, que fue en el aspecto político en el que más rápidamente se
hicieron notar las consecuencias de la presencia española. Ello se muestra por `la
desaparición de las estructuras estatales de los Altos de Guatemala y la paulatina
descomposición de los señoríos indígenas que integraban cada estado, como
consecuencia del sistema tributario, así como de la política de reducciones desarrollada
por los españoles'.

La Religión
Lo religioso ocupó desde un principio lugar especial dentro del proceso de
transformación de los aborígenes provocado por los españoles. Era parte esencial de la
presencia española en el Nuevo Mundo, ya que la Corona había recibido del Papa la
obligación de cristianizar a los aborígenes. De ahí que de inmediato se preocuparan de
bautizarlos y, posteriormente, de enseñarles la religión católica. El éxito obtenido fue
relativo, aunque con el tiempo aspectos de la nueva religión e instituciones cercanas a
ella, como la cofradía, pasaron a conformar parte integral de las prácticas religiosas de
los indígenas, mezcladas con las suyas tradicionales.

Evangelización

El proceso de evangelización de los indios no se realizó inmediatamente después de la


Conquista. La primera campaña sistemática de evangelización se puso en marcha
alrededor de 1540, gracias a la intervención del Obispo Marroquín. Dice el Memorial de
Sololá que más o menos en febrero de 1542 comenzó la `instrucción' por medio de los
padres dominicos, ya que hasta entonces no conocían `la palabra ni los mandamientos
de Dios'.

La estrategia de la evangelización se fundamentó en dos principios: el incremento del


clero regular y secular, y la reducción. Según Antonio García de León, sólo cuando la
Iglesia se fortaleció como institución en los territorios recién conquistados estuvo en
posición de `vigilar' la legitimidad moral de la Conquista. La evangelización fue el
elemento mediante el cual se cohesionó y legitimó el nuevo orden sociopolítico, o
aparato estatal, impuesto por la Corona española. Simultáneamente, la Iglesia, y
especialmente algunos de sus miembros, se volvió defensora y protectora de la
población indígena.

Conocido es el papel que jugaron los dominicos en la conquista pacífica de la Verapaz,


así como la ayuda que les prestaron los principales de Sacatepéquez, Tecpán Atitlán y
Rabinal. Orellana menciona también la participación del señor de Atitlán, don Juan, en
esta empresa, y señala que con sus principales y vasallos acompañó a los dominicos en
la misma. Como los demás señores, fue recompensado por la Corona. Después de su
conversión, los señores ganaron la protección de los religiosos y ello les permitió
retener algunos de sus privilegios. De aquí se desprende que los dominicos promovieran
en primer lugar la conversión de los señores, pues la consideraron como un factor
decisivo en la tarea catequizadora recién iniciada.

Aunque la llamada a la conversión se dirigió a los principales, el común de la gente


sintió también la presión de la labor evangelizadora. En Atitlán, con la llegada de dos
frailes franciscanos en 1566, se inició un período de intensa acción catequizadora, que
agravó las cargas financieras de los indios, pues los sacerdotes que vivían en los pueblos
indígenas debían ser mantenidos por éstos. En 1585 ya se había establecido el convento
franciscano en Santiago Atitlán, con cinco frailes. Los franciscanos se esforzaron en
predicar y ofrecer los oficios religiosos en lengua tzutujil, aunque no se puede asegurar
que su prédica de la fe católica haya sido comprendida por la población indígena.

En Utatlán, zona dominica, la alianza con los caciques locales constituyó también el
primer paso en el proceso evangelizador. Según Jean Piel, pasada la primera mitad del
siglo XVII, el antiguo señorío, como unidad etnopolítica territorial, había cedido su
lugar a tantas unidades indígenas como doctrinas dominicas (pueblos) existían en la
región. En el plano social, la aculturación que resultó de la presencia dominica en el
área se puso de manifiesto en la ideología, severamente reglamentada por los
dominicos, y también en la implantación de la familia monógama y en las nuevas
obligaciones morales y religiosas, que los indígenas tuvieron que aprender a cumplir.
En el área de Rabinal, lo mismo que en otras regiones, se aplicaron en el siglo XVI
métodos paternalistas para la enseñanza de la doctrina cristiana. Aunque en un primer
momento las reales cédulas habían preconizado un adoctrinamiento intensivo,
finalmente prevaleció la realidad. Sólo eran posibles, por el escaso número de frailes,
las reuniones periódicas durante los días de fiesta y la asistencia obligatoria a la misa de
los domingos. En 1577, en la Verapaz, poblada por aproximadamente 3,000 indios, no
había más de 10 dominicos. A esto hay que agregar la pérdida de la autoridad de sus
aliados los caciques, debida principalmente a la opresión en la que mantenían a los
macehuales. Percheron cita el siguiente párrafo, que explica esta situación:

Tenemos por muy cierto que la puerta por donde la fe ha de


entrar en los indios son sus caciques y antiguos mayores,
y ésta está hoy muy cerrada por la gran opresión y
abatimiento en que están, son los más ruines de su pueblo
y no les presta el nombre de caciques sino cuidado de
cobrar los tributos... como en los pueblos no hay a quien
los indios tengan respeto danse a la ociosidad... y creo
que la principal causa del mal aparejo que hay para la
doctrina también nace de aquí.

Según Percheron, con la pérdida de los mayores auxiliares de la evangelización, que ya


no eran respetados ni obedecidos, los misioneros se quedaron en algunos pueblos sin su
principal punto de contacto con los indígenas, lo que hizo más difícil el proceso de
conversión.

La nueva religión

Mucho se ha discutido, incluso desde el principio mismo de la época colonial, en torno


a la forma en que los indígenas aceptaron la nueva fe impuesta por los españoles. Este
fue un asunto al que todo el sistema colonial dio especial importancia, ya que la
evangelización era no sólo la primera obligación de la Corona, sino la justificación
última de toda la empresa colonial. La sociedad española del siglo XVI, profundamente
católica e intransigente en cuanto a la verdad de su fe y, por lo tanto, en cuanto a los
beneficios que otorgaba a los indios proporcionándoles el camino para la salvación,
puso especial atención no sólo en que éstos se convirtieran, sino en que abandonaran
totalmente sus antiguas creencias. Según los españoles, tanto laicos como religiosos, la
concepción de la conversión religiosa de los indios entrañaba un cambio absoluto. Los
indígenas, sin embargo, la concibieron en forma completamente distinta. De ahí que a
los primeros su empeño evangelizador incumplido les parecía un fracaso, aunque los
segundos no lo veían como tal.

A lo largo de la época colonial, los españoles y criollos, ya fueran clérigos, funcionarios


u hombres corrientes, denunciaron la `falsedad' de la conversión de los indios, al
conservar éstos parte de sus antiguos cultos. Los religiosos, aun cuando se dieron cuenta
de que la religión que habían de transmitir a sus feligreses aborígenes tenía que ser lo
más simple posible, no aceptaban que éstos cumplieran con aparente sinceridad sus
obligaciones como católicos y que, a la vez, siguieran pertinazmente con sus antiguas
devociones. El problema residía sin duda en la diferente concepción de las dos
religiones: mientras el cristianismo se concebía como una religión absoluta que no
aceptaba más que su verdad, las religiones mesoamericanas permitían sin dificultad el
aceptar nuevos dioses y nuevos cultos, sin tener que renunciar a los anteriores.
Se trataba, pues, de formas opuestas de percibir y vivir un mismo proceso. Mientras que
los españoles consideraban las prácticas religiosas de los indios fuera de la Iglesia
Católica, como elementos `que formaban parte de una religión separada', según los
propios campesinos indígenas cristianismo y prácticas tradicionales `formaban un solo
sistema de creencias y ritos'. `Los santos fueron asimilados a deidades nativas', o
agregados a este conjunto de deidades. `Eran adorados como los ídolos de piedra en los
cerros y barrancos, con procesiones, música, bailes y ofrendas (de copal, flores, licor,
etcétera)'.

Robert Carmack habla de `sincretismo' para referirse a la religión que desarrollaron los
quichés, y que debe haber sido similar para todos los indígenas de lo que hoy es
Guatemala y otras partes de Mesoamérica. Este `sincretismo' fue en alguna medida
tolerado o aceptado por las autoridades españolas, tanto religiosas como civiles, en
reconocimiento de una realidad prácticamente imposible de hacer cambiar. Según este
autor, a los quichés `se les permitió retener gran parte de su religión nativa', en tanto
mantuvieran a los curas doctrineros y aceptaran los principios cristianos, `al menos
externamente'. Considera además que se llegó a una `acti
tud de compromiso' entre los frailes y los indígenas: los dominicos que actuaron en la
zona quiché `empezaron a encontrar elementos similares a los del cristianismo en la
religión quiché', y los líderes religiosos indígenas `hallaron semejanzas entre su religión
nativa y el cristianismo'. Se desarrolló entre los indios `una nueva religión, sincrética,
que simbolizó la acomodación socio política que ambos grupos habían logrado'.

Referido a la totalidad del proceso, parece éste un esquema muy simplificado, ya que si
bien es cierto que hubo clérigos tolerantes de algunas o todas las prácticas religiosas
nativas, hubo otros, principalmente entre la alta jerarquía urbana, que mantuvieron
posturas más intransigentes y trataron de imponer mayor `pureza' religiosa, y hasta
persiguieron las `idolatrías' aborígenes. Como ya se dijo antes, con base en las
apreciaciones de Carmack, mientras que los españoles percibieron la religión nativa
como distinta de la ortodoxia católica, los aborígenes `unieron' sin problemas ambas
prácticas.

El vocablo antropológico para este proceso de aculturación es sincretismo, que Munro


R. Edmonson ha definido como `la integración (y su elaboración posterior subsecuente)
de aspectos escogidos de dos o más tradiciones históricamente distintas'. En el caso aquí
expuesto se trataba de un fenómeno muy complejo, en el que existieron, a lo largo de
los siglos de dominación española y hasta hoy, muchas situaciones y muy variados
representantes, que se movieron en posiciones y procesos notoriamente diferentes. Otra
autora enfoca este fenómeno dentro del conflicto étnico que siguió a la Conquista y que
se manifestó en las comunidades indígenas. Para ella el sincretismo `constituye el
mecanismo mediante el cual los sucesos de una tradición ajena son asimilados dentro
del paradigma generalizado acerca del conflicto étnico'.

Otros autores, en cambio, rechazan el fenómeno del `sincretismo' o lo aceptan con


ciertas limitaciones. Sin embargo, creemos que este concepto recoge lo esencial de la
realidad de la nueva religión, tal como fue concebida por los indígenas guatemaltecos y
mesoamericanos durante la Colonia. Frente a la imposición de una nueva religión, éstos
la acomodaron y reordenaron junto a la suya tradicional (que necesariamente resultó
simplificada en el proceso de desaparición del sistema sociopolítico anterior y la
sustitución de la antigua jerarquía teocrática).
Si bien la nueva religión les fue impuesta, su aceptación por parte de los indígenas no
fue pasiva, sino el resultado de una resistencia a abandonar del todo sus creencias, así
como de la búsqueda de un acomodo conveniente, en el cual conservaron y mezclaron
elementos de ambas tradiciones. Fue una síntesis inaceptable para los católicos
inflexibles de esa época, pero que terminó siendo satisfactoria y conveniente para
resolver las necesidades religiosas de los nativos. Y es interesante llamar la atención
sobre lo similar que resultó esa `síntesis sincrética' en regiones muy distantes de México
y Guatemala.

Lo cierto es que la religión fue para los indígenas un elemento esencial de su nueva
realidad social y económica. El sacerdote católico ocupó un lugar importante en la vida
ceremonial, pero sin desplazar a otros `sacerdotes' nativos, chimanes y oficiantes
`populares', que llevaban a cabo los ritos no aceptados por la Iglesia y que, según los
casos, debían realizar secretamente para impedir su persecución o supresión.

Severo Martínez, que acepta el concepto de sincretismo para el fenómeno religioso


posterior a la Conquista, lo interpreta en una forma distinta. Para él, `el paganismo
indígena estaba vivo bajo una capa superficial de cristianismo'. Desde su punto de vista,
esto fue parte de una tenaz oposición y no propiamente el resultado de una
acomodación. Este autor aprecia `una estrecha relación entre la supervivencia del
paganismo y la resistencia de los indios frente a la dominación colonial', es decir, que
`el aferrarse a sus creencias' fue `una manera de oponerse a su conquista espiritual y,
por ende, una manifestación peculiar de la lucha de clases'.

Sin negar la relación que muchas veces hubo entre los estallidos de violencia y la
persecución de prácticas religiosas indígenas, parece razonable suponer más bien que la
religión elaborada por los indios, aunque no fue del agrado de los españoles, sí resultó
del esfuerzo sincero de los nativos por conservar aquellos aspectos de ambas religiones
que les eran satisfactorios. La asociación indudable que hubo entre muchos `motines' de
indios y la represión de prácticas religiosas aborígenes, era el resultado sobre todo de las
actitudes de intolerancia de algunas autoridades, que en determinados momentos
rompían el acomodamiento pragmático anterior o se sorprendían ante formas que habían
permanecido ocultas. También resultaron algunas veces de los abusos de los párrocos,
muchas veces los únicos representantes de la cultura española en las comunidades
indígenas.

El fenómeno religioso entre los indios de Guatemala durante la Colonia se puede


comprender mejor si se le ve en `planos', `esferas' o `niveles' no excluyentes sino
complementarios. Por un lado se da el plano `oficial', encabezado y representado por el
párroco, encargado del culto reconocido y de cuidar la ortodoxia de toda la actividad
religiosa. Parte importante de su quehacer era perseguir otras formas de culto que fueran
en su criterio `idolátricas' o `falsas'.

Esta posición `oficial' provocó la separación por parte de los indígenas del otro nivel
religioso, que a veces consiguieron encubrir en el propio templo católico, como afirma,
por ejemplo, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán al referir en la Recordación
Florida cómo escondían los ídolos detrás de los retablos. En general, los indios se
adaptaron a las normas establecidas y aceptadas por los curas, las que por cierto
variaron a lo largo del tiempo de un caso a otro. Los sacerdotes católicos, por su parte,
vigilaban la `pureza' del culto y trataban, con diverso empeño y éxito, de explicar la
`verdadera fe'. Los propios frailes reconocían, como escribió Francisco Ximénez, que
los indígenas acudían más al templo en los días que `celebraban' según sus festividades,
que en los días `prescritos' por la Iglesia, o bien cantaban a los santos `donde el padre
los oye y que, allá en su secreto hacen muy lindas memorias de su gentilidad'.

Además del nivel oficial, cabe hablar de otro, que podría llamarse tradicional o popular,
conformado en buena parte por ceremonias realizadas fuera de los templos. Estas
ceremonias estaban a cargo de oficiantes especializados indígenas, o bien eran
realizadas directamente por cada persona. Así rendían culto en lugares determinados
como cuevas, cerros, cúes o antiguos adoratorios. En conclusión, se dieron más o menos
diferenciados dos cultos, ambos realizados con fe y autenticidad pero `separados'
parcialmente, en parte porque los mismos clérigos españoles obligaban a esa separación
y en parte porque los lugares de culto de los aborígenes estaban fuera de los límites del
templo católico, puesto que los indígenas no abandonaron del todo sus antiguas
creencias. Para los indios no había `falsedad' o `simulación': en ambos planos o esferas
actuaban con sinceridad y convencimiento, y sentían la necesidad de complementarlos
recíprocamente.

Podría hablarse incluso de un tercer nivel o plano: aquel en que se mezclaban o


superponían ambas prácticas religiosas, ya que muchas de las ceremonias y fiestas
participaban de manera indiferenciada de ambos mundos. De todas maneras, la
consideración de ese tercer plano sería artificial, válida sólo teóricamente para fines de
comprensión, ya que en la práctica los indios asumieron el hecho como un todo. Un
ejemplo de esa mezcla fueron precisamente las cofradías, que se tratan a continuación.

La cofradía

La evangelización dio también origen a otro fenómeno social importante: la formación


de las cofradías y hermandades dentro de las comunidades indígenas. El sistema de
cofradías fue implantado en muchos pueblos durante el siglo XVI, cuando la Iglesia
había institucionalizado ya su presencia en la región. Durante ese siglo, la cofradía y el
Cabildo se convirtieron en los vínculos fundamentales del proceso de `ajuste' de los
indígenas a la cultura españo
la. Organizadas originalmente `como asociaciones voluntarias para celebrar ritos en
honor a los santos, fueron asimiladas a formas tradicionales'. Los ritos en torno a la
Virgen y a los santos `se convirtieron en derecho de cantones y clases particulares'
(parcialidades), y la membresía `pasó a ser decisión de los ancianos y cabezas de cantón
conforme tal derecho'.

Las cofradías eran autorizadas por la Iglesia. Existieron, sin embargo, otras
organizaciones que se formaron sin aprobación. Tal fue el caso de las hermandades,
cuyo origen parece estar ligado a las primeras sociedades de los barrios de los pueblos
de indios, encargadas de celebrar las fiestas o guachivales. Debido a esto, los vocablos
hermandad y guachival se usaron indistintamente para referirse a este tipo de
organización.

Las cofradías, instituciones importadas de España, donde habían tenido amplia y


continua presencia, se utilizaron para facilitar y organizar mejor la evangelización y el
nuevo culto, bajo el control de los religiosos. Sin embargo, pronto fueron aprovechadas
por los indígenas, entre los que había antecedentes prehispánicos de agrupaciones
semejantes, para afirmar su culto religioso e incluso para resguardar cierta autonomía
ritual, ya que en pocos años pasaron a constituir instituciones muy importantes, no sólo
en lo religioso, sino en otros aspectos de la organización comunal. La cofradía sirvió
tanto para la organización del culto comunal de los santos, como para permitir la
configuracón de los grupos indígenas (municipios, parcialidades, etcétera) con fines
agrícolas y económicos. Con el tiempo escapó al control de los párrocos y se convirtió
en uno de los elementos más efectivos de la resistencia y la organización comunal
nativa.

De esa forma sirvió para que las comunidades indígenas reconstruyeran primero su
organización sociopolítica, sin subordinación total a los religiosos, y para que su nueva
cultura (hispano-indígena) pudiera resistir mejor los acosos del exterior. Lo mismo que
en otros casos, también aquí los principales, al menos al principio, desempeñaron un
papel preeminente, dado que ocuparon de ordinario diversos cargos en la dirección de
estas organizaciones. Sin embargo, Edmonson cree que las cofradías, al igual que el
sistema municipal de cargos, fueron usadas por los curas como medios de debilitar los
linajes, al incitar a éstos a competir por los cargos, y a convertirse el párroco en el
árbitro final de la asignación de los mismos. A ello contribuyó, según el autor, la grave,
común y antigua enfermedad maya de los celos.

Es difícil precisar la fecha exacta del surgimiento de las primeras cofradías indígenas.
Se ha podido establecer que en el caso de la Verapaz la primera cofradía de indios fue
fundada por el primer Obispo de la región, Fray Pedro de Angulo, por los años 1559-
1562, bajo la advocación de Nuestra Señora del Rosario. Años más tarde se organizó
allí mismo la del Santísimo Sacramento y en los comienzos del siglo XVII, la de la
Santa Cruz.

Es probable que en las demás regiones las cofradías hayan comenzado más o menos al
mismo tiempo, e incluso un poco antes. En Rabinal se introdujo en 1661 la cofradía de
las Animas, y se fundó la primera cofradía ladina, la del Santísimo Rosario. Durante el
resto del siglo XVII existieron cinco cofradías, y en los últimos años de ese mismo siglo
se mencionan por primera vez los bienes de cofradía. En otras partes proliferaron
muchísimo, dependiendo de la Orden religiosa que las tenía a su cargo. En la región de
Atitlán la más temprana referencia que se conoce es el establecimiento de la cofradía de
la Concepción, en San Pedro, en enero de 1613.

Las cofradías alcanzaron un gran desarrollo durante el siglo XVII. Thomas Gage afirmó
que no había pueblo de indios, grande o pequeño, aunque no fuera de más de 20
familias, que no estuviera dedicado a la Virgen o a algún santo. Esto parece confirmar el
establecimiento exitoso de las cofradías en el siglo anterior. Gage señaló además la
importancia que se le concedía en los pueblos a la celebración de las fiestas del santo
patrono, la larga preparación que las precedía, y lo importante que eran las danzas
dentro de esta celebración. Los principales de los pueblos participaban en los bailes que,
según él, no habían cambiado, y `en lugar de las alabanzas a sus falsos dioses cantan la
vida de los santos'.

La misma observación hace Percheron en relación con las cofradías de Rabinal, donde
las antiguas danzas, `pero con cantos y palabras devotas' en opinión de un dominico,
eran practicadas en las celebraciones religiosas. Por otro lado, la misma autora señala la
coincidencia de estas celebraciones, por ejemplo la del Corpus Christi, con la llegada de
las primeras lluvias, que también había sido motivo de celebración en la época anterior
a la Conquista.

Las danzas, las procesiones de imágenes adornadas con plumas, el uso del copal, la
comida y los rituales, el excesivo consumo de bebidas embriagantes, son aspectos que
parecen indicar que las cofradías sirvieron más para conservar las creencias y
costumbres antiguas que para cristianizar a los indios. Tal extremo no se le escapó a la
Audiencia, que en marzo de 1637 ordenó por este motivo la supresión de las cofradías
`ilegales'.

La cofradía se constituyó en la institución clave de la vida religiosa de los indígenas. El


sistema fue tolerado por mu
chos sacerdotes, porque les proveía de fondos para mantener la Iglesia y de otros
ingresos para quienes servían como clérigos locales. Gage, por ejemplo, no tuvo reparo
en señalar los beneficios que se obtenían de las cofradías (no sólo indígenas) de los
pueblos de Mixco y Pinula, tanto en efectivo como en especie, en concepto de
celebración de misas, sermones y procesiones en los días correspondientes a la cofradía
de turno.

Conforme la cofradía pasó a mayor control de los indígenas, los párrocos tuvieron que
tolerar algunos de sus `excesos', y cada vez fueron teniendo menos posibilidades de
evitar ciertos ritos. Muchos curas no gustaban de las danzas y cortejos, con trompetas y
tambores, que realizaban para festejar a los santos. La cofradía se convirtió en un
ejemplo del `sincretismo' de las manifestaciones religiosas nativas, en que se
confundieron lo cristiano y lo pagano.

La religiosidad de los indios

Existe un documento de 1687 que permite hacerse una idea acerca de la situación de la
religiosidad católica de los indígenas de Guatemala. Se trata de un expediente que se
hizo a instancias del Obispo Fray Andrés de las Navas y Quevedo, ante la denuncia del
Fiscal de la Audiencia sobre la `perdición general' de los indios del Corregimiento del
Valle de Guatemala y el incumplimiento de sus obligaciones cristianas. El resultado fue
alarmante, a pesar de que se trataba de poblados relativamente cercanos a la capital y
que contaban todos con un párroco residente. La información se recogió en 14 pueblos,
seis a cargo de dominicos (San Lucas, San Pedro y San Juan Sacatepéquez, Santo
Domingo Mixco, San Agustín Sumpango y San Martín Jilotepeque), siete a cargo de
franciscanos (San Juan Comalapa, San Francisco Tecpán Guatemala, San Bernardino
Patzún, Santiago Patzicía, San Antonio Nejapa Acatenango, San Juan del Obispo y
Santa María de Jesús) y uno a cargo de un sacerdote secular (Santa Ana
Chimaltenango).

No existe un patrón determinado que pueda explicar esta situación, sea en razón de
distancia, orden religiosa, cargo o etnia. Según las respuestas de los curas, los indios
cum
plían sus obligaciones cristianas (asistir a misa en días de precepto y que los niños
asistieran a la doctrina) en los pueblos de Mixco, San Pedro y San Juan Sacatepéquez,
los tres a cargo de dominicos: uno pokomam (poqomam), los otros dos cakchiqueles
(kaqchikeles); y en el de Tecpán Guatemala, cakchiquel, a cargo de franciscanos, en que
asistían casi todos a misa. La mayoría no asistía a misa en Patzún, Patzicía, Comalapa y
Jilotepeque. Tampoco iban los niños a la doctrina en esos mismos pueblos, con la
exclusión de Jilotepeque y el agregado de Chimaltenango. En los demás poblados
algunos cumplían y otros no. Vale la pena mencionar dos casos especiales: el de
Comalapa, donde se denunciaban idolatrías, y el de San Juan y San Pedro Sacatepéquez,
en los que había indígenas dispersos viviendo en lo que el documento llama pajuios (los
pajuides citados por Pedro Cortés y Larraz un siglo después), es decir, aldeas o caseríos
alejados de la cabecera municipal. En esos lugares se dificultaba el cumplimiento de las
obligaciones religiosas por la lejanía y la falta de cura.

La información de los curas y la opinión del obispo son ilustrativas. Por un lado,
evidencian el paternalismo de los religiosos y su convencimiento de que los indígenas
no conocían bien la religión católica y seguían con sus prácticas tradicionales; por otro,
ponen de manifiesto su criterio sobre la razón de este incumplimiento de las
obligaciones religiosas por parte de los indígenas: porque la Audiencia hacía unos años
había prohibido a los curas que azotaran y castigaran corporalmente a los indios
desobedientes. Según los curas, en cuanto esa medida se puso en práctica disminuyó la
asistencia a misa y a la doctrina. De acuerdo con la mentalidad de la época, los
indígenas estaban `perdidos' porque no acudían a la iglesia; conforme al criterio
moderno, que rechaza la imposición de la religión por la fuerza, más bien se podría
interpretar que los indios, al tener libertad o al menos no recibir castigos y no cumplir
con la religión `oficial', demostraban que su catolicismo no era profundo, o bien que
preferían practicar su religión, en la que probablemente había una mezcla de elementos
cristianos y prehispánicos, ajenos al dominio o vigilancia del párroco.

En resumen, es imposible saber si las diferencias que se aprecian en cuanto al


cumplimiento de las prácticas de los sacramentos y celebraciones del catolicismo por
parte de los indígenas correspondían a la realidad o eran el resultado de las respuestas
manipuladas de los curas. De la misma manera, no está claro tampoco por qué unos
pueblos eran más cumplidores que otros, y si esa situación era permanente o
consecuencia de factores circunstanciales.

La Familia
Las autoridades españolas coloniales hicieron caso omiso de las diversas clases de
familia existentes entre los aborígenes prehispánicos, como lo era la familia extendida o
corporativa, vigente en la sociedad indígena de antes de la Colonia, especialmente entre
los principales o aristócratas. En interés de la moralidad cristiana y de la eficiencia
administrativa, impusieron un solo modelo aceptable de comportamiento, con lo cual
simplificaron y uniformaron la institución familiar y trastornaron el balance de derechos
y obligaciones que la familia extendida indígena contenía.

Los españoles aprovecharon la familia extendida para propósitos fiscales y trataron de


convertirla en una unidad nuclear. La división `residencial' fue talvez la innovación
colonial más destructiva del núcleo corporativo prehispánico. Esta medida también se
estableció en función del tributo: cada indio casado era considerado `cabeza de familia'
y por lo tanto sujeto de tributo (tributario `entero'). Pilar Sanchiz opina que en el Valle
de Guatemala, los encomenderos, para aumentar el número de tributarios, promovieron
la formación de parejas muy jóvenes, con lo cual alteraron la forma tradicional del
matrimonio indígena.

Entre los pokomames prehispánicos, la familia extendida era el tipo de familia ideal,
aunque probablemente esta forma de agrupación sólo podía ser practicada por los
principales. Era muy raro que inmediatamente después del matrimonio se estableciera
una unidad residencial matrimonial separada de los padres: los hijos e hijas, casados o
solteros, estaban subordinados al jefe de familia. Con la colonización española, esta
estructura sufrió también un gran impacto, al declararse aceptable sólo el tipo de familia
nuclear o estricta.

En la región de la Verapaz, la desarticulación de la familia extendida fue impuesta por


los dominicos. Estos mismos frailes descubrieron que los indígenas empleaban ciertos
mecanismos, tales como el amancebamiento y el concubinato, para evadir el pago del
tributo, el repartimiento y el servicio personal. No olvidaron señalar que tales prácticas
eran condenables a los ojos de la moralidad cristiana.

También influyeron en la desaparición de algunas estructuras familiares tradicionales


las frecuentes separaciones, a las que estaban obligados tanto los hombres como las
mujeres, en virtud del servicio personal que se les exigía, al que hay que añadir además
la `expatriación' de los trabajadores a las grandes plantaciones cacaoteras de la Costa del
Pacífico.

Durante el siglo XVI, el jefe de familia (vecino o tributario) representaba `a toda la


gente de la casa'. Anteriormente se incluía dentro del concepto de familia una serie de
parientes que, aunque mantenían vigente el principio de matrimonio monogámico,
permanecían en el mismo solar. Era usual encontrar la cohabitación del jefe del clan
familiar con su mujer, sus hijos, tanto solteros como casados, y en algunos casos
también con sus yernos. Contra estos `abusos' se dictaron varias medidas, como las
Ordenanzas de García de Palacio (1576). A pesar de ello, según la comunicación que el
fiscal Arteaga Mendiola envió a la Audiencia en 1572, algunos indígenas se resistieron
a adoptar la familia nuclear, y prefirieron grupos familiares de más o menos 20
personas, tal y como lo habían hecho en tiempos anteriores a la Conquista.

Varios autores afirman que la introducción del trabajo forzoso, la esclavitud y la


encomienda tuvieron efectos desintegradores en la organización familiar indígena,
durante la época inmediatamente posterior a la Conquista, en cuanto que favorecieron la
separación de los matrimonios y el amancebamiento. Jorge Luján Muñoz indica que
hubo diferencias de una a otra región y que es probable que el impacto contra la
organización familiar provocado por las diferentes formas de explotación indígena haya
sido más fuerte en las regiones cacaoteras que en algunas otras del Altiplano
guatemalteco. Establecer hasta qué punto la reorganización social española introducida
en el siglo XVI tuvo efectos en los sistemas familiares prehispánicos es una cuestión,
sin embargo, que está todavía por estudiarse a fondo.

Finalmente, hay que tener en cuenta el mestizaje, generado por la presencia española,
como otro de los factores importantes que afectó la estructura familiar indígena.
La Indumentaria
El vestido prehispánico sufrió diversas alteraciones después de la Conquista. En la
Relación de Santiago Atitlán (1585), de Alfonso Páez Betancourt y Fray Pedro de
Arboleda, figura la descripción de la vestimenta prehispánica de los habitantes de esa
región, que consistía en una chamarra sin mangas, llamada xapot, que llegaba hasta
medio muslo, en el caso de los señores, y hasta el ombligo, entre los macehuales.
Además usaban una segunda pieza para la parte inferior del cuerpo: `Y traían puestos
por masteles unos pañetes de manta de algodón a manera de venda con que se cubrían
sus vergüenzas'. Las mujeres llevaban unas camisas cortas de algodón y naguas de la
misma tela.

Con la llegada de los españoles se introdujo el uso entre los hombres de `camisas o
çaragüelles', chamarras de paño hechas en México y calzones de `paño de diferentes
colores'. Algunos vestían `sayal de chamarras y calzones' y calzaban `zapatos de cuero
con medias de lana y otros botas de cordobán y cuero de venado'. Los niños usaban
`cotaras (sandalias o caites) de henequén'; algunos llevaban sombrero y se cubrían con
unas `mantas atadas en el hombro a manera de capas largas, unas pintadas (kooh) y otras
listadas de colores con sus cenefas de plumería', otras blancas (caquiqul), que tenían
`rosarios al cuello'. Las mujeres llevaban `güipiles y naguas al uso de México'. El güipil,
que llamaban en su lengua pot, les llegaba `a más de media pierna, escotado el cuello y
`la manga no más larga que al molledo del brazo'. Las naguas las llevaban ceñidas al
ombligo hasta el tobillo. Cuando iban a la iglesia, se cubrían la cabeza con un paño
blanco de `ruán o naval', de dos varas.

Una descripción semejante, referida a Zapotitlán y Suchitepéquez, hicieron en 1579 el


Capitán Juan de Estrada y el escribano Fernando de Niebla, con la diferencia de que
éstos consideraban que el vestido antiguo y el de entonces eran parecidos, aunque estaba
`reformado y [con] más honestidad' porque traían `más cubiertas sus carnes'. Ambos
eran de algodón, compuesto por `una camisa y unos saragüeles [o zaragüelles, es decir
pantalones amplios] anchos de abajo, como de marinero, y un hábito' también de
algodón, llamado `ayate', cuadrado `como de vara y media' por lado, el que `en las dos
puntas vienen a estar juntas, le dan un ñudo, y por allí meten la cabeza'. El nudo lo
hacían unas veces sobre el hombro derecho, otras por delante, sobre el otro hombro o en
la espalda. En la capa había cambios especialmente en la de los principales. Los que no
lo eran iban descalzos y sin sombrero, `aunque a algunos se les han levantado más los
pensamientos, que traen jubones de lienzo y, otros, de telilla, saragüeles de paño y
zapatos y botas y sombreros, y capotes de paños de colores'.

Juan de Pineda, en su Descripción o Avisos de lo Tocante a la Provincia de Guatemala


(1595) alude repetidamente a la vestimenta usada entonces por los indígenas. Menciona
que los indios que vivían en las `milpas' del Valle de Guatemala `...andan bien vestidos
y limpios ellos y sus mujeres e hijos, y algunos [visten] de lienzos de Castilla, camisas y
zaragüellas, y todos traen zapatos y sombreros de fieltro...' Esta descripción se repite en
relación con algunos pueblos, como Ycuntepeque (Izcuintepeque) y San Luis, donde
también se acostumbraba vestir `jubones, capotes y capas', y calzar botas. Por
consiguiente, a finales del siglo XVI los pueblos indígenas habían adoptado en muchos
casos esas prendas de la vestimenta española.
En la mayor parte de lugares, según Pineda, los indios, sus mujeres e hijos se vestían
con camisas, naguas y güipiles de algodón. Los indios se dedicaban a la compra y venta
de algodón, con el que fabricaban mantas para vender y para pagar el tributo. Ese era el
caso de Patzún, donde obtenían `muchos dineros', y de Tecpán Atitlán, en que se vestían
`de ropa de la tierra a su modo'. Hay que hacer notar que Pineda se refiere a pueblos del
centro y sur del país, en los que el mayor contacto con los españoles probablemente
influyó en la adopción más temprana de estas prendas europeas.

En consecuencia, ya en el siglo XVI se aprecia la influencia española en la


incorporación de la camisa y el sombrero a la vestimenta masculina, y el uso de telas
importadas en la indumentaria de las mujeres. En algunos pueblos (Cobán y
Quezaltenango, por ejemplo) se usaba ya el llamado `refajo', que puede ser una
modalidad de las enaguas `anchas y follonas' españolas. Se tienen evidencias de que el
llamado capixay (capa y sayo) es de procedencia española, quizás una imitación de las
vestiduras de los frailes, adaptadas al vestuario indígena en un gran número de pueblos
guatemaltecos. Los hombres ya no usaban el pelo largo ni rapado para distinguir
posición o cargo, sino más o menos corto.

Según Fray Antonio Vázquez de Espinosa, que estuvo en el Reino de Guatemala


alrededor de 1620, los indios vestían `a la usanza, y traje de los de la Nueva España y
Yucatán, aunque se diferencian en algo'. Los de la Sierra o Altiplano traían `calzón
ancho, camiseta y escapapul', que les servía `de capa', consistente en `una capa de lana',
que llevaban atada sobre el hombro izquierdo y por debajo del derecho. Según cuenta
dicho autor, algunos llevaban `coletas a modo de cerquillos de frailes'. Los de tierra
caliente usaban `tilmas blancas, amarillas o listadas de diferentes colores de algodón, y
algunos de lienzo', similares a los escalpules de los serranos. Los principales usaban
`ojotes' (sandalias) de cuero.

Por su parte, Gage, que estuvo en Guatemala en esa misma época (1625-1637), dice que
la `ropa de todos los días' de los indígenas consistía en `un par de calzones de lino o
lana hasta las rodillas', sin zapatos (a veces en los viajes llevaban sandalias de cuero),
sin medias ni ropa interior, `una camisa corta, que llega hasta un poco más de la cintura'
que servía más de jubón que de camisa, `y un mantón de lana o lino (llamado aiate), que
se ata con un nudo por encima del hombro y cuelga por el otro, casi hasta el suelo', y
sombrero. Los más acomodados iban mejor vestidos `en el mismo estilo', usaban
calzones con encajes en los bordes o bordados con seda de colores, así como un manto
en cuyos bordes tenía encaje o pájaros bordados, y muy pocos llevaban medias o una
banda o adorno en el cuello'.

En cuanto a las mujeres, dice que la ropa era barata y fácil de poner. En su mayor parte
iban descalzas. Las de clase más acomodada usaban zapatos `con cintas a modo de
cordones y como combinación se atan una manta de lana en la cintura que en el mejor
de los casos está adornada con diversos colores'; no eran cosidos, sino entrecruzados.
Tampoco llevaban ropa interior, y se cubrían con el güipil, `curiosamente labrado',
especialmente sobre el pecho, con algodón o plumas. Las más acomodadas llevaban
`pulseras y colgantes pesados en las muñecas y cuello', y se recogían el pelo con
horquillas, sin ningún tipo de red o pañuelo, `excepto las más ricas'. Cuando iban a la
iglesia, se cubrían la cabeza con `un velo de lino que llega casi hasta el suelo', que era lo
más caro de su vestimenta, ya que generalmente provenía de Holanda, España o China,
y debía ser de lino `de buena calidad con encaje alrededor'.
Los trajes que describió Fuentes y Guzmán muestran algunas diferencias con los de
Vázquez de Espinosa y Gage, lo cual puede atribuirse tanto a la evolución por el tiempo
transcurrido (unos 60 años), al criterio o lenguaje diferente de cada autor o bien a las
regiones que cada uno tuvo en mente al escribir. En cuanto a los varones, dijo que
usaban `camisa blanca de asiento llano al cuello', `calzones blancos delgados, finos y
transparentes', sobre los que iban otros `labrados que les daban a las rodillas, quedando
los de abajo colgando fuera como una cuarta de vara' y los pies con `sandalias de
cabuya' (henequén), aseguradas por un lazada entre el dedo mayor, sobre el tobillo. El
autor incluyó un dibujo de un `indio político' de la era prehispánica, con esos dos
pantalones (véase Ilustración 86), pero más bien se referiría a los de su época, ya que
antes de la Conquista no conocían el pantalón. Las camisas eran en su mayoría de color
azul y encarnadas las menos, cuyas mangas se arregazaban hasta el codo o sangradera,
aseguradas con una cinta de algodón. La cintura se la ceñían `con una toalla larga de
colores', que se ataba por delante. También se refirió Fuentes a la capa pendiente de los
hombos, `blanca, delgada y transparente, labrada del propio hilo blanco en el telar, de
pájaros y leones', de `verdad primorosa y apreciable', con las `orlas perfiladas de
torzales y flecos'. De los macehuales dice que el traje era sin adorno, pobre, basto y
grueso.

Fuentes consideraba el traje de las mujeres, más honesto que el masculino, y opinaba
que apenas hubo de ser transformado por los españoles, salvo que para ir a la iglesia se
cubrían la cabeza con unas tocas blancas. Lo describió como de `enaguas cumplidas
hasta el tobillo y un güipil que cae sobre ellas... hasta las rodillas, todo labrado de hilo
de colores de chuchumite'. Es interesante el contraste con lo que había escrito Gage, ya
que este último escribió que el labrado era sólo sobre los pechos. Además Fuentes se
extendió sobre el arreglo del cabello, hecho de torzales gruesos, en
lazado con cintas de hilo negro, encarnado o azul, que hacían `una crecida diadema que
llaman rodetes, que les coge la frente al cerebro'. En el caso de las indígenas de
Guazacapán, individualizó un poco sobre este aspecto, ya que se refirió a que se
arreglaban el pelo `partido en crencha, y trenzado con cintas blancas' que se recogían
unas `a la parte del cerebro, otras rodeando la frente, y otras a la coronilla', como `una
guirnalda' que llamaban rodetes. Según explicaba, el lugar en que las llevaban y el color
de las cintas `hacen especial divisa' para permitir conocer su procedencia. Asimismo,
dijo que otras indígenas usaban paños sobre la cabeza `que cuelgan sueltos sobre la
espalda y los hombros', y algunas los llevaban `blancos y dados muchos dobleces a lo
largo' que les caían por medio de la espalda, `como las de Almolonga'.

Cabe preguntarse por qué todos estos autores, salvo en cierta medida Fuentes y
Guzmán, pusieron tan poco énfasis en el variado cromatismo, que hoy constituye la
característica más relevante de los textiles indígenas de Guatemala. Esto plantea
legítimamente la duda acerca de si en el primer siglo del dominio español y años
siguientes los trajes indígenas poseían o no ese colorido, o si el mismo fue una
incorporación posterior.

En resumen, la manera de vestir de los indios de Guatemala había cambiado bastante a


partir de la Conquista. Lo primero que les preocupó a los españoles fue que la ropa
cubriera a los indígenas de acuerdo con los criterios de pudor europeos. En ese primer
siglo o siglo y medio, los hombres todavía conservaron el mantón, escapapul o capa
(aiate), que después debe haber sido sustituido por una chaqueta o `saco', o por el
capixay, según los casos. Las mujeres principales o adineradas incorporaron un paño o
mantón de tela importada de alto precio. Todavía en esa primera época no se indica que
los trajes indígenas fueran distintos en cada pueblo, aunque es probable que ya se
estuviera iniciando el proceso de diferenciación, el cual incluyó variaciones en las
prendas y motivos o elementos propios (en color y forma) en cada comunidad. Este
proceso, por supuesto, no fue exclusivo de Guatemala, sino que, según los indicios, se
dio también de modo similar en Chiapas y en muchas zonas de la Nueva España, así
como en otras regiones de Hispanoamérica.

En las Ilustraciones 84 y 85 se presentan reconstrucciones supuestas de la indumentaria


de tres varones y dos mujeres indígenas del Altiplano de Guatemala en la segunda mitad
del siglo XVII, de acuerdo a las fuentes recién citadas y a lo que aparece en la pintura
que reproduce el mercado y la construcción de la Catedral de Santiago (véase
Ilustración 69), la cual se atribuye a Antonio Ramírez Montúfar. El primero de la
Ilustración 84 es un macehual, que lleva pantalón, camisa de algodón y la capa, anudada
sobre el hombro izquierdo, le baja por debajo del brazo derecho. Los otros dos varones
son acomodados o principales, con algunas variantes en su atuendo; el primero sin
chaqueta y sin sombrero lleva jubón de lana y pañuelo en la cabeza, prendas que no
mencionan los textos reproducidos, pero que se aprecian en la pintura aludida; el otro
usa sombrero, doble pantalón y zapatos. En la Ilustración 85 aparecen dos mujeres, una
es macehual, con güipil sencillo, falda de algodón y cintas en el arreglo del cabello; la
otra, principal, lleva un atavío ceremonial más elaborado: güipil largo con bordados
sobre el pecho, gran velo o mantón de algodón o de lino en la cabeza, que llega casi
hasta los tobillos, falda con diseños en el borde, zapatos, collares y pulseras.
Probablemente usaba medias.

Nuevos Oficios y Técnicas


Las comunidades indígenas vieron afectadas sus actividades productivas con la
introducción de los nuevos cultivos y diversas técnicas españolas. Estas abarcaron
aspectos relacionados con la agricultura, como el uso de la yunta y el arado, propio de
Andalucía y Extremadura, diversas herramientas (azadón, machete, etcétera), técnicas
relacionadas con la siembra y recolección de nuevos cultivos (trigo, cebada, arroz, caña
de azúcar), medios de transporte (la rueda, carretas, etcétera), medidas y el vocabulario
para designar todo ello.

También se introdujeron animales domésticos europeos (ovejas, cabras, cerdos, gallinas,


entre otros) y el ganado mayor propiamente dicho: reses, caballos y mulas. Hay que
anotar que el ganado menor y las aves de corral europeos fueron ampliamente aceptados
por los indígenas; menos aceptación tuvieron el caballo y la mula, y aún menos el
ganado vacuno, que incluso hoy es escaso entre los indios de Guatemala. Este fenómeno
contribuyó a enriquecer considerablemente la variedad de animales domésticos del
Nuevo Mundo. En el área mesoamericana dichos animales eran muy pocos; entre ellos
destacaba el pavo (`chompipe' o guajolote).

El desarrollo de la agricultura y de los animales domésticos produjeron un gran impacto


en el posterior desarrollo de la región. Durante el siglo XVI y parte del XVII, en tanto
disminuía la población indígena, se dio un aumento del ganado de origen europeo,
aunque estos procesos no tuvieron relación entre sí (véase Ilustración 91).
Gracias a las herramientas de metal, a los animales domésticos y a los nuevos cultivos,
los españoles encontraron poca competencia en el área. En cambio, existía entre los
indígenas una gran diversidad de artes y oficios. El hilado y el tejido, la alfarería, la
cestería y la orfebrería eran actividades ya conocidas, y las técnicas que aportaron los
españoles complementaron la tradición artesanal.

Al mismo tiempo que el cambio en el vestuario indígena, se produjo la introducción de


los tejidos de lana, gruesos y consistentes, el telar de pie (manejado entre los indígenas
por los hombres), y algunas otras máquinas para el hilado que sustituyeron en alguna
medida al telar prehispánico.

Ya a principios del siglo XVII refiere Gage que en la mayor parte de los pueblos de
indios se practicaban oficios españoles, entre ellos los de herrero, sastre, carpintero,
albañil, zapatero, etcétera. En cuanto a la albañilería, comenta que los indígenas se
habían perfeccionado bastante, y pone el ejemplo de una iglesia que habían tenido que
construir en Mixco, en la que pudieron hacer una amplia capilla con bóveda. Según
dicho autor, la mayor parte de las iglesias las construían los indígenas. También
menciona su inclinación a la pintura, y añade que eran los autores de la mayor parte de
los altares y cuadros de las iglesias localizadas en el campo, lo cual resulta ser una
exageración. Aunque Gage no habla de oficios femeninos, debe hacerse notar que las
mujeres se dedicaron durante mucho tiempo al hilado, y que en esta actividad se dieron
abusos por parte de los españoles mediante las llamadas `derramas', que constituían una
forma de trabajo femenino obligatorio.

Estos aspectos, relacionados con la incorporación de otros elementos culturales


mediante diversos procesos de carácter formal e informal, sirvieron para ampliar las
perspectivas de la población indígena, que supo adaptar y aprovechar las nuevas
técnicas sin perder de vista su vasta herencia cultural.

Oposición, Defensa y Resistencia


Uno de los temas menos conocidos de la vida indígena en Guatemala durante los siglos
XVI y XVII, después de terminada la Conquista e iniciada la organización del sistema
colonial, es el de los mecanismos y procesos de oposición o defensa de las
comunidades, frente a las agresiones provenientes del exterior. En otra parte de esta
misma sección se trata de la primera manifestación de resistencia armada frente a los
españoles, una vez producida la Conquista: la llamada `rebelión cakchiquel', iniciada en
1524 y que duró hasta 1530. También se sabe que la conquista de lo que hoy es
Guatemala fue un proceso lento y costoso, que estuvo muy lejos de estar concluido con
la primera campaña de Alvarado, y que se prolongó por años hasta bien entrada la
década de 1530, con reacciones constantes y hasta triunfos de parte de los nativos. En la
región norte, en las Tierras Bajas y en la Costa atlántica, quedaron extensos territorios
sin dominar.

Sin embargo, se tiene la impresión de que a partir de la segunda mitad del siglo XVI se
hubiera borrado la existencia de una oposición, pues existe la imagen de unos
aborígenes que recibían de manera pasiva la evangelización y aceptaban la reducción a
pueblos con todas sus duras consecuencias. Algunos testigos de la época creían que la
defensa de los indios se había limitado a `huir a los montes' para escapar de las
crueldades y abusos, según denunciaba el Padre Las Casas. Algo semejante consideró a
principios del siglo XVII Thomas Gage, quien afirmaba que los indios no eran de temer
porque habían `sido incapacitados para la lucha por los españoles'. Un poco más
adelante el mismo autor señala asimismo que estaban `acobardados, oprimidos,
desarmados y atemorizados, tan pronto oyen el ruido de un mosquete, asustados incluso
de la mirada de los españoles'.

Otras personas, en cambio, pensaban de modo diferente, como el Alcalde Mayor de


Zapotitlán y Suchitepéquez, Diego Garcés, quien en 1569 se quejaba del `desacato' de
los indígenas a los funcionarios reales, de su `desvergüenza y atrevimiento', y de los
`malos tratamientos' a los sacerdotes de parte de algunos. Señalaba que hirieron a varios
religiosos: a uno con tijeras, a otro con palos y piedras, mientras que otro finalmente
tuvo que salir huyendo.

Probablemente ambos puntos de vista tenían su fundamento. Si bien es cierto que en


general hubo sometimiento, resignación y aceptación del nuevo estado de cosas, entre
algunos indios que se refugiaban en los montes, también existieron casos específicos de
comunidades `alzadas', cuando los abusos fueron exagerados o los frailes no supieron
ganarse el apoyo de los indios. Por otra parte, salvo las situaciones más graves o
aquellas en que por alguna circunstancia especial quedó una mención documental,
pudieron suceder otros muchos casos de enfrentamientos o rechazos más o menos
violentos, no registrados en los documentos de la época. Las pocas muestras que quedan
y el conocimiento que se tiene de los abusos y necesidades a los que se enfrentaron
generalmente las comunidades indias, hacen pensar que estos ejemplos de estallido
social deben haber ocurrido o haber estado a punto de ocurrir con alguna frecuencia.

Algunos autores han llamado recientemente la atención sobre la necesidad de un cambio


de actitud crítica frente al fenómeno de la resistencia indígena, que lleve a la búsqueda
de evidencias para conocer mejor los casos existentes. En este sentido cabe mencionar a
los principales representantes de esta corriente: Carlos Navarrete (1982), Michel
Bertrand (1982) y Elías Zamora (1986), en relación con los siglos XVI y XVII, en
cuyos estudios se basa en parte la información sobre los casos que siguen.

Levantamientos de Quezaltenango, 1569

En 1569 ocurrieron en el importante pueblo indígena de Quezaltenango dos casos de


enfrentamiento casi seguidos. El primero se produjo cuando el Corregidor español, Juan
de Urquijo, impuso una `derrama' de cinco reales de plata a todos los indios. El
descontento fue tan grande que, según informó un español testigo de los hechos, `un
indio llamado Juan Bautista', acompañado por otros, `echó mano al corregidor para le
prender', y fue necesaria la pronta intervención de los otros españoles para evitarlo.

El segundo caso se originó a causa de una orden dada por el Obispo de Guatemala para
sustituir al cura doctrinero de Quezaltenango, un franciscano llamado Fray Lucas, por
un clérigo secular. Al acudir éste a tomar posesión, aparentemente el fraile pidió ayuda
a los indígenas, quienes acudieron armados de piedras y palos, y expulsaron al nuevo
párroco, que ya se había instalado en la iglesia en lugar de Fray Lucas. Los indios, en
número de 600, se hicieron presentes, encabezados por los alcaldes y principales. De
acuerdo con los testigos españoles, una india golpeó al clérigo y le dijo: `Estas son las
gallinas que has de comer' y otras cosas ofensivas, aludiendo quizás a las gallinas que
tenían obligación de entregar a los párrocos. Los otros españoles, asustados, buscaron
refugio y no auxiliaron al cura agredido, por temor a ser atacados también ellos. El
nuevo cura amenazó a sus agresores incluso con la excomunión, pero sin resultado
alguno.

Ante lo grave de la situación, llegó un juez comisionado que pretendió detener a varios
indios, entre ellos al supuesto cabecilla, llamado Cristóbal Chahal, pero el propio juez
desistió ante el riesgo de ser agredido también él por los indígenas amotinados. Los
españoles presentes pidieron a los alcaldes indios que controlaran la situación, pero
éstos se negaron porque los rebeldes `estaban muy alzados y no les obedecían'. Zamora,
que se refiere a este caso, considera probable que los propios principales estuvieran
involucrados en los hechos.

El amotinamiento fue finalmente sofocado y se encausó a los acusados, a quienes se les


impuso un castigo público, para que `a ellos sea castigo y a otros ejemplo'. Es
importante hacer notar el ascendiente y liderazgo que ejercía sobre los indios el fraile
franciscano, como para que su sustitución y petición de ayuda provocara una reacción
de tal magnitud, aunque, como lo indica el primero de los dos casos mencionados, desde
antes existía un descontento que hizo crisis cuando se ordenó el retiro de quien los
indios estimaban como amigo y protector. En definitiva, se trató de un levantamiento
espontáneo que, aunque no premeditado, contó con el respaldo de muchos indios.

Motines e idolatrías de mediados del siglo XVII

Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán presenta casos similares de `motines' contra


los párrocos de pueblos de indios. Uno ocurrió en la sierra del Partido de
Huehuetenango; el otro en Mixco, es decir, en el Corregimiento del Valle de Guatemala,
donde en esa misma época prosperó el extraño culto a San Pascual Bailón, representado
éste como un esqueleto. Este culto, según el cronista, se originó en San Antonio Aguas
Calientes y tuvo su mayor auge en San Juan Amatitlán.

El primer motín lo vivió de cerca Fuentes, porque ocurrió cuando él era Alcalde Mayor
de Totonicapán y Huehuetenango, y porque en lo personal tuvo que tomar las
correspondientes medidas correctivas. El hecho se originó en San Juan Atitlán (hoy
Atitán), en plena Sierra de los Cuchumatanes, cuya iglesia estaba a cargo de frailes
mercedarios. El vicario de ese partido, Fray Marcos Ruiz (`de amable natural y gran
ministro, gran lengua de los mames, por haber nacido y criádose entre ellos') llegó
inesperadamente al poblado. En el templo, muy concurrido de pueblo, `muy aseado,
adornado con flores y perfumes', los indígenas rendían culto y `celebraban' a un `indio
mozo, mudo y en gran modo asqueroso', que tenían colocado en el altar, rodeado de
viandas y frutas. El fraile quedó `aturdido y admirado, hallando como Moisés pervertido
su rebaño, fervorizado y encendido en el celo del verdadero pastor... reprendió el
atrevimiento e inmoderada maldad', y los amenazó con `la ira del Señor, y trayéndoles a
la memoria ejemplos de muchos pueblos idólatras...' Pero los indios, obstinados `en su
infamia y ruindad', fueron saliendo del templo `llevándose consigo a su dios indio,
mudo y tonto', y dejaron solo al fraile. Quiso el párroco que le dieran al indio para
remitirlo preso a Huehuetenango, pero no sólo no le obedecieron, sino que, `irritado el
pueblo contra él, le acometieron con machetes, palos y piedras para quererle matar', .
Pudo huir, pero, `no sin grande ayuda de Dios, a uña de caballo'.

Llegado a Huehuetenango se puso el caso en conocimiento de las autoridades, que


despacharon a un tal Francisco de Santiago, `que era teniente general', para que
condujera a los cuatro indios culpables. El cronista ya sólo se acordaba del nombre de
dos, `los más culpables idólatras y motores del alboroto', don Sebastián de Mendoza (sin
duda principal) y Nicolás del Rosario, los cuales confesaron `de plano su delito', y
fueron castigados en seguida `a vista de los pueblos más inmediatos de aquella
cabecera', `paseándolos con azotes por las calles públicas y dándolos dos años como
esclavos de la iglesia de Huehuetenango'. El indígena mudo fue remitido al Corregidor
del Valle para que lo entregara a las justicias de su pueblo, Comalapa, con orden de que
no le permitieran salir. Termina diciendo el cronista: `Creo que no excedí en su castigo,
antes bien me recelo haber quedado corto...'El otro caso ocurrió en Mixco, a cuyos
habitantes Fuentes consideraba `recios y ásperos naturales... de cerviz indómita'. No
recordaba exactamente el año, pero no podía pasar de `veinticuatro años', porque
gobernaba el Reino Martín Carlos de Mencos, quien sabemos que fungió del 6 de enero
de 1659 al 8 de enero de 1667. Los indios de Mixco se `conmovieron' contra su cura
doctrinero, el dominico Fray Lorenzo de Guevara, a quien el cronista califica (igual que
en el caso anterior) como `religioso bien conocido por la claridad y perfección de sus
virtudes, ciencia y don excelente de gobierno', sin duda para justificar que el incidente
no se había producido por imprudencia o desconocimiento del fraile. Según la narración
de Fuentes y Guzmán, el asunto ocurrió porque el cura les prohibió a los mixqueños
`cierta ceremonia supersticiosa en ocasiones que se eclipsaba la luna', pues en una
ocasión anterior habían tenido grandes gritos, ruido de atabales y golpes de cueros
(¿tambores?), tablas y hierros, `lloraban a grito herido y lastimero porque moría la luna',
y decían que todo era para ayudarla. De nuevo, la reacción de los indígenas ante la
reprimenda y prohibición del cura por `aquella costumbre y estilo de los gentiles sus
progenitores' fue intentar matarle, `siendo preciso con favor de los españoles'
(suponemos que residentes en el pueblo) que el párroco saliera para la capital. En la
relación de este caso no se menciona que se haya abierto causa ni que hubiera castigo,
aunque se aclara que `no parece pueden faltar autos en la secretaría de gobierno'.

En los dos casos anteriores se encuentran similitudes: los aborígenes vivían en paz con
su cura, siempre que respetara sus creencias, pero cuando éste les impedía rituales que
consideraban importantes y lo hacía en forma drástica y violenta, el conflicto se
producía. Por supuesto, es probable que hubiera otros antecedentes no mencionados por
el cronista que contribuyeron a precipitar los conflictos.

El Motín de San Miguel Totonicapán, 1679

Por lo que se colige del expediente respectivo, los acontecimientos violentos ocurridos
en 1679 en San Miguel Totoonicapán comenzaron después del nombramiento de un
nuevo corregidor, que ofreció a los indígenas que `venía con designio de aliviarlos,
quitándoles del repartimiento la mitad de los fardos'. Es decir, que les iba a reducir a la
mitad la cantidad de algodón que debían hilar gratuitamente. Parece que el corregidor
no cumplió su promesa, por lo cual los `cabezas de calpul' decidieron acudir a la
Audiencia para que se emitiera un despacho y se ordenara al corregidor del Partido de
Totonicapán que no repartiera algodón para hilar. El escribano Juan Pereira, receptor de
la Real Audiencia, les pidió a los cabezas de calpul 60 pesos para ir a notificar a
Huehuetenango. Con el fin de reunir el dinero (que, por el monto, probablemente incluía
los honorarios completos del trámite ante la Audiencia), los jefes de calpul hicieron una
`derrama' entre los macehuales, con alguna `violencia', y éstos se quejaron ante el
gobernador indígena, Pedro Gómez Chojolón. Mientras tanto, el escribano Pereira, de
vuelta de Huehuetenango, informó que no se había conseguido lo solicitado y que
deberían seguir hilando. Recibida la denuncia de la `derrama' organizada por los jefes
de calpul, el teniente del pueblo apresó a Juan Gómez Baquial (o Baquiay), Baltazar de
Aguilar, Francisco Gómez Cutz (o Cuz) y Juan Morales, todos cabezas de calpul. Por la
noche, cuando eran trasladados a Huehuetenango, un grupo de indígenas armados de
garrotes y piedras, entre los que se menciona a los hijos de Juan Morales, los liberaron y
lastimaron a los guardias indígenas que los conducían, especialmente al alguacil mayor,
el indio Pedro Tunán. En vista de ello, el 22 de abril de 1679 el alcalde mayor ordenó su
recaptura, pero la orden no se pudo cumplir porque dos estaban ausentes y tres
`gravemente enfermos y en peligro de muerte'.

La causa llegó pronto a la Audiencia y el 4 de mayo el fiscal pidió una pena moderada,
a pesar del delito, `por la incapacidad de los agresores'. Además, sugirió que en adelante
la Audiencia ordenara que `ni los justicias de los indios ni sus calpules puedan hacer
derramas sino para cosas muy precisas, previa licencia del corregidor o del alcalde
mayor'. El 6 de mayo resolvió la Audiencia sobre el `amotinamiento', y resultaron
condenados Nicolás Yococ, Juan García Belesqui, Pedro Con, Juan Vásquez, Bartolomé
Soc, Juan Gómez Baquiay y Baltazar de Aguilar, estos dos últimos cabezas de calpul.
Todos ellos fueron privados a perpetuidad `de poder ser calpules, ni tener ejercicio de
justicia', y desterrados por dos años a seis leguas del pueblo. A los demás se les impuso
una pena de 100 azotes y dos años de destierro. Es significativo que al escribano se le
castigó también con una multa de 60 pesos, aplicable a los pobres de la cárcel, la misma
cantidad que había recibido en honorarios. En nada se alude al repartimiento de algodón
para hilar ni al castigo del corregidor.

El Levantamiento de Tuxtla, Chiapas, 1693

El motín ocurrido en Tuxtla en 1693 resultó el más grave `tumulto' indígena del Reino
de Guatemala durante el siglo XVII. En él murieron tres miembros del sistema de
gobierno y fueron ejecutados numerosos acusados.

Según Ximénez, el hecho se originó a causa de los abusos cometidos por el gobernador
indio del pueblo (de quien no da el nombre, pero a quien en los otros expedientes aquí
citados se le identifica como Pablo Hernández). Este gobernador no sólo hacía
repartimientos a favor del Alcalde Mayor, don Manuel Maisterra y Atocha (así como los
había hecho también para otros alcaldes anteriores), sino también a favor de sí mismo, y
además maltrataba a los indígenas. Desesperados éstos, `ocurrieron' a la Audiencia,
`quien mandó por Real Provisión que le quitasen del gobierno'. Sin embargo, el Alcalde
Mayor se resistió a quitarlo `porque perdía mucha utilidad', y le dio largas al asunto. Por
fin, cuando el Alcalde Mayor fue al pueblo de Tuxtla, le exigieron que ejecutara la
orden y de nuevo se resistió, `a lo que le dijeron los indios que cómo no se ejecutaba lo
que S. M. mandaba... que si no era el Señor Supremo á que todos deben obedecer'. El
Alcalde Mayor se encolerizó `y los trató mal de palabra diciendo que eran unos
desvergonzados y atrevidos'. `Los indios ya calientes de ver la maldad que con ellos se
usaba, tomaron piedras y lo empezaron á apedrear y así lo mataron, con que murió',
`según la ley de los adúlteros, y lo merecía muy bien, pues era traidor y adúltero á Dios
a quien tenía hecho juramento solemne de no tratar y contratar, y á su Rey y Señor á
quien faltó á la fidelidad y obediencia que le había prometido'. También mataron al
gobernador indio, según Ximénez, `quemándole las uñas', que debía `de tener largas,
como todos ellos las tienen por parecerse a sus amos'. Asimismo, murió el alguacil
español Nicolás de Trejo.

Una versión un poco más detallada aparece en otro documento, donde se dice que, antes
del estallido, el Alcalde Mayor no sólo trató mal de palabra a los indios, sino que mandó
prender a Juan de Velásquez, anciano principal e `instigador del motín', y ordenó darle
12 azotes en la picota. Entonces los indios, `dando grandes y crecidos gritos', se
dirigieron a las Casas Reales `desgajando muchas piedras'. El Alcalde Mayor quiso
defenderse con su espadín y sus pistolas, `con los demás que le acompañaban', pero `no
bastó'. Se fueron sobre él, lo mataron y lo hicieron pedazos. También incendiaron la
casa del gobernador indio y otras de su calpul, el cual parece que fue exterminado.

Las muertes ocurrieron el 16 de mayo de 1693. Después se sucedieron desórdenes,


robos (por ejemplo, a los pasajeros españoles que estaban de paso y al doctrinero Fray
Miguel Preciado) e incendios de la casa del gobernador y de otros indios. Los hechos
causaron honda conmoción, tanto en Chiapas como en Guatemala. De inmediato se
dieron las órdenes para castigar a los culpables, en referencia a lo cual el propio
Ximénez dice: `Por último todo el mal y daño vino sobre los pobres indios agraviados,
ahorcando a treinta de ellos', que fueron luego descuartizados. También se ordenó que
sus cuerpos quedaran insepultos, y todavía en septiembre cuando los alcaldes del pueblo
pidieron permiso para enterrar `los cuartos y las cabezas' que estaban en las afueras
sobre estacas, ello se les denegó. La sentencia fue dictada el 13 de julio, y resultaron
además desterrados 44 hombres y cuatro mujeres. Según Ximénez, `los que padecieron
los castigos no fueron los más culpados, porque esos se supieron redimir con los jueces
que á estos concurrieron, como siempre sucede, que los pobres son los que pagan y los
ricos escapan'.

Los 48 desterrados de la Provincia de Chiapas debían cumplir 10 años de servicio


personal en castillos, obrajes, ingenios o trapiches. Fueron remitidos a Santiago de
Guatemala, donde se decidió que era inconveniente mandarlos a los castillos o presidios
`por los considerables costos de conducción', y fueron entregados al ingenio de
Palencia, propiedad de la Orden dominica, lugar que tenía un clima semejante al de su
pueblo de origen y donde había religiosos que sabían su lengua y podían doctrinarlos.
Los dominicos se encargaron no sólo de la doctrina sino de su sustento, vestido y el
pago directo de sus tributos, ya que se habían rebajado del padrón correspondiente.
Tiempo después denunciaron que habían huido cuatro indígenas, y solicitaron que se les
autorizara que pudieran venir 11 esposas (incluyendo las de los cuatro escapados), lo
que se les autorizó.

El Motín de San Francisco El Alto, 1696

Se tratará ahora, por último, de otro caso que se encuentra en un expediente incompleto,
en el Archivo General de Centro América. En el mismo sólo consta que los principales
y cabezas de calpul o parcialidad del pueblo de San Francisco El Alto se resistieron a
pagar los tributos en el `tercio de San Juan' de 1696 y se enfrentaron a los alcaldes del
pueblo, a los que amenazaron con deponerlos y sustituirlos por otros. Aparentemente, el
caso estuvo asociado a una solicitud de exoneración de tributos por razón de que
estaban construyendo su iglesia.

Denunciado el hecho, se comisionó al Teniente Alonso de Gamboa y Riaño para que


hiciera la averiguación, pero al comparecer los nueve acusados y otros principales y
cabezas de calpul, notó que traían palos `embosados' en sus capas. Viéndose amenazado
y rodeado de más de 50 indios, no se atrevió a reprenderlos ni a castigarlos. Se ignora
qué pasó después, con excepción de que el Alcalde Mayor de Totonicapán ordenó a
continuación que los jefes de calpul comparecieran ante él en la cabecera del partido.

Todavía falta mucho por investigar sobre las rebeliones indígenas. Es probable que, al
profundizar en el tema, se encuentren durante los siglos XVI y XVII más ejemplos y se
conozca mejor el proceso `interno' de cada caso. De momento llama la atención el corto
número de casos que parecen haberse dado en estos siglos, en contraste con los más
abundantes y graves ocurridos a lo largo del siglo XVIII. Después de la Conquista, la
afirmación del control español y la grave disminución demográfica de los indígenas
durante muchas décadas trajeron como consecuencia que las reacciones violentas de los
indios fueran escasas, e incluso de menor gravedad, ya que no pasaron de
`insubordinaciones' y tumultos de pequeña relevancia, en que no hubo muertos, salvo en
el caso de San Marcos Tuxtla, en 1693. Por otra parte, es interesante observar que en
varios de los ejemplos descritos siempre hay algún indio como cómplice o subordinado
que desafía al sistema. Por último, cabe asimismo resaltar que otros casos se limitaron a
cierto tipo de reacción por cuestiones religiosas, debido a que algún fraile se mostró
demasiado severo e intransigente, sobre aspectos que para los nativos eran de gran
valor.

Sumario y Conclusiones
A partir de la Conquista, la población indígena de lo que hoy es Guatemala vivió una
etapa de grandes cambios, a la vez traumática y profunda, desde el choque mismo de
carácter militar y las consiguientes e inesperadas epidemias, hasta el ulterior
afianzamiento de un nuevo sistema de dominación, que supuso la destrucción o la
transformación radical de su sociedad, economía, gobierno y cultura. Aunque los
pueblos mesoamericanos estaban acostumbrados a la guerra y a las conquistas, a la
esclavitud y a la explotación del hombre por el hombre, nunca antes se habían
enfrentado a un cambio tan profundo y tan traumatizante, que interrumpió de tajo su
evolución sociocultural.

Los españoles se propusieron, en relación con los pueblos sometidos, objetivos muy
amplios que estuvieron lejos de alcanzar: dominar políticamente a los vencidos,
evangelizarlos y organizarlos en un nuevo sistema socioeconómico, lo que se tradujo en
la desaparición de los antiguos señoríos y su sistema jerárquico-religioso, la imposición
de una nueva religión y la alteración de las anteriores relaciones económicas. El hecho
de la enorme disminución demográfica que sufrió la población indígena facilitó los
procesos socioculturales españoles de sometimiento.
Elemento característico de este proceso fue que, si bien supuso la subordinación de
todos los indígenas a un mismo sistema de dominación, resultó de ello la aparente
paradoja de una fragmentación mucho mayor que la que tenían anteriormente. Es decir
que, si bien comenzaron a depender de un mismo soberano, las antiguas unidades
políticas prehispánicas fueron sustituidas por un sistema basado en el municipio. A
partir de las reducciones, los españoles optaron por el poblado (el municipio) como la
unidad política básica de control. Cada uno de los pueblos debía constituir un centro
autosuficiente, con la menor movilidad posible de su población. Los españoles no sólo
acabaron con los señoríos, sino fragmentaron el sistema económico. Súbitamente se
interrumpió en buena parte el comercio entre puntos situados a largas distancias, que
había unido a Mesoamérica a lo largo de los siglos. A partir de entonces, cada
comunidad debía ser autosuficiente y el comercio se desenvolvió entre puntos
relativamente cercanos, con excepción de los mercados de las grandes capitales
españolas, que a medida que crecieron demandaron un sistema de abasto cada vez más
amplio. En cambio, las zonas indígenas alejadas de los grandes centros urbanos
españoles se constituyeron sobre la base de la autosuficiencia comunal.

Como dice Eric Wolf, bajo el nuevo régimen el indio tenía que ser un campesino, y la
comunidad de indios una comunidad de campesinos. `Privados de su élite y de los
elementos constitutivos de la vida urbana, los indios fueron relegados al campo'. A
partir de entonces, y hasta la actualidad, el indio mesoamericano que dejaba de ser
campesino también dejaba de ser indio. La élite y dirigencia central y regional fue
completamente española. Las sociedades indígenas fueron `decapitadas', por la
desaparición de sus dirigentes políticos y religiosos regionales, y la dirigencia indígena
quedó reducida sólo al nivel local.

Desde mediados del siglo XVI, en que se afirmó el proceso de reducción, el pueblo pasó
a ser el sistema de organización básica de los indios. Cada municipio se fue
diferenciando por pequeños pero importantes detalles: su nombre, su advocación
patronal (y su sistema de festividades anuales), su vestido, etcétera. Sin embargo, dentro
de cada pueblo persistieron, en muchos casos, las `parcialidades'. Nuevos estudios
etnohistóricos han mostrado que las parcialidades no tuvieron sólo una importancia
original, sino en muchos casos persistieron más tiempo del que se había pensado hasta
ahora.

El debilitamiento de las parcialidades estuvo asociado en cierta medida con el de los


principales (los cabezas de calpul). Los españoles trataron de organizar el gobierno local
por medio de los Ayuntamientos, poniendo énfasis en la función de los alcaldes e
ignorando a las parcialidades. Paralelamente se organizaron las cofradías. Los Cabildos
y las cofradías entraron en muchos casos en competencia con los principales y las
parcialidades. No obstante, hubo casos en que las cofradías, organizadas aparentemente
con la sola finalidad de honrar a un santo cuyo nombre adoptaron, encubrieron la
realidad persistente aunque transformada de las parcialidades.

Los indicios que se tienen respecto del siglo XVII hacen pensar que tanto principales
como parcialidades seguían existiendo y cumplían funciones importantes, aunque sin
duda en algunos pueblos de indios se habían debilitado y estaban en proceso de
desaparición. También se aprecia que había pueblos en que existían rivalidades serias
entre las parcialidades, y que en algún momento alguna de ellas perdió fuerza frente a
las otras, o bien buscó `independizarse' mediante la constitución de un poblado
separado. Asimismo, existieron tensiones que en ciertas oportunidades desembocaron
en conflictos entre los cabezas de calpul o entre los funcionarios municipales y el
gobernador indígena (que muchas veces aparece como el representante e instrumento de
explotación en el pueblo del Alcalde Mayor).

Durante este período surgió el municipio como la unidad social mayor de los indígenas
de Guatemala, como sucedió también en el resto de Mesoamérica. Cada municipio se
convirtió en una comunidad cerrada y autosuficiente, fundamentalmente rural, a pesar
de la traza urbana de la cabecera y de la insistencia de los españoles en que el grueso de
la población estableciera su residencia en el pueblo. A lo largo de estos casi dos siglos
cada municipio se convirtió en `zona de refugio', según la expresión de Gonzalo Aguirre
Beltrán. En ellos `montó' la comunidad indígena su defensa y resistencia. Su vida plena
se hizo interior, basada en la jerarquía de cargos y la versión sincrética cultural y
religiosa, y se adoptaron aquellos elementos de la cultura española (tanto material como
espiritual) que encontraron útiles y adecuados. Ante los extraños, la mejor defensa fue
la desconfianza y el hermetismo, en una especie de resistencia pasiva pero efectiva, que
sólo raras veces llegó a estallar, cuando los abusos o las intromisiones sobrepasaron los
límites tolerados internamente. Como regla general, los indígenas aprendieron a
soportar y a resistir sin arriesgar, en el seno de su comunidad.

En cuanto a la religión, es casi unánime la opinión, entre quienes conocieron los


pueblos de indios o vivieron en ellos, sobre la persistencia de prácticas religiosas
calificadas como `paganas'. Sin embargo, los indígenas también acu
dían al templo católico y a las ceremonias `oficiales', y ora
ban individualmente ante los santos para implorarles su protección y rogarles la
concesión de lo que deseaban. Para algunos, ese cristianismo era hipócrita o falso. Sin
embargo, es probable que desarrollaran un sincretismo en el que ambas manifestaciones
religiosas fueran para ellos igualmente válidas, necesarias y vividas con la misma
sinceridad. Tuvieron que desarrollar esferas, planos o mundos diferentes de
manifestación religiosa, porque los sacerdotes católicos y las autoridades seglares
españolas se negaron a aceptar ciertas ceremonias que los indios celebraban, y porque
con
sideraron algunas prácticas no sólo como paganas, sino como manifestaciones del
demonio. Con mayor o menor rigidez según los casos, condenaron y persiguieron tales
rituales y pusieron a los indígenas ante la alternativa de tener que celebrarlos
ocultamente, con lo cual se provocó la existencia de dos planos religiosos: el oficial
(abierto) y el popular (encubierto). En este último cumplieron funciones ceremoniales
los `jefes' de parcialidad y algunos `especialistas' locales.

Por supuesto, el problema no fue exclusivo del Reino de Guatemala. Hay evidencia de
que en la Nueva España ocurrió lo mismo. De ahí que en el siglo XVII se escribieran al
menos dos obras alusivas: la de Hernando Ruiz de Alarcón, Tratado de las
Supersticiones y Costumbres Gentílicas que oy Viven entre los Indios de la Nueva
España (1629); y la de Jacinto de la Serna, Manual de Ministros de Indios para el
Conocimiento de sus Idolatrías, y Extirpación de ellas (1656). Es probable que en este
proceso de afirmación de una religiosidad propiamente indígena influyera la
disminución no sólo del número de religiosos sino también de su entusiasmo, además de
que simultáneamente fue creciendo el número de indígenas hasta lograr la capacidad
para adaptarse, resistir y encubrir la situación. Es significativo también, como dice
Charles Gibson, que el amor y entusiasmo que los indios tenían en un principio por los
frailes se fuera trocando progresivamente en desconfianza e incluso en odio hacia ellos.

La ortodoxia católica interpretó la persistencia del paganismo entre los indios como un
fracaso del esfuerzo evangelizador y como la expresión de la terquedad de los
indígenas. Hoy, con otra perspectiva, se aprecia el fenómeno de una manera menos
rígida y se comprende que los indígenas quisieran adoptar parte de la nueva religión sin
abandonar la antigua. La religión siguió siendo parte básica de su cultura y de su
sociedad, y se constituyó en el centro de su vida comunal. De ahí que estuvieran
dispuestos a defenderla a toda costa, aun enfrentándose a los propios sacerdotes
católicos, cuando percibían que eran éstos quienes la ponían en peligro.

Entre los indios este nuevo sistema religioso `fue el principal mecanismo por el cual la
gente lograba prestigio y, al mismo tiempo, aseguraba el equilibrio económico de la
comunidad' a través de la participación en los gastos religiosos que absorbían
considerables recursos. La participación en las responsabilidades religiosas calificaba a
los individuos para desempeñar cargos políticos y elevaba su prestigio. El poder era
otorgado por la comunidad y transmitido periódicamente a otro grupo de funcionarios.
De esa forma se garantizaba, como ha dicho Eric Wolf, que no hubiera monopolio del
poder y que siempre existiera un núcleo de personas que transmitiera la tradición. De
manera similar, a lo largo de Mesoamérica todos los pueblos `construyeron' un nuevo
sistema político de tipo teocrático, sustituto del sistema prehispánico, dentro del cual
adoptaron a su manera la religión y otros aspectos de la cultura de los vencedores.

En cada comunidad, aunque por supuesto podía faltar alguno, se estableció una especie
de esquema organizacional con cinco elementos interrelacionados, a veces vinculados
con el `exterior': el Ayuntamiento; las parcialidades, con sus jefes o cabezas como
representantes; la Iglesia Católica, representada por los párrocos; la organización local
de las cofradías; y los gobernadores indios, muchas veces representantes del alcalde
mayor o corregidor ante el pueblo. La Ilustración 89 esquematiza dicha organización y
sus relaciones hacia afuera.

La comunidad local resultó ser un sistema simple pero efectivo, en el cual se logró
elaborar una síntesis que, en delicado equilibrio, conservó (transformados) elementos
nativos y adoptó (también transformados o adaptados) elementos españoles. La síntesis
era sencilla, pero funcional. Toda la organización social se simplificó, desde la familia
(que ya fue sólo nuclear) hasta el sistema de gobierno. Esa comunidad se constituyó en
el único lugar en el que el indio se sentía seguro, a pesar de los abusos y de la
explotación general del sistema. En ocasiones, cuando el precario equilibrio se rompía
por diversas circunstancias, hubo motines o revueltas, que durante el siglo XVII no
fueron tan violentos y recurrentes como en el siglo posterior.
JORGE ARIAS DE BLOIS

Evolución Demográfica hasta 1700

No obstante el conocimiento alcanzado por los grupos mayas en el campo de la


matemática, no se tienen registros que den alguna noticia, aunque sea aproximada, de la
población nativa, lo cual también es cierto en relación con el resto del continente.
Durante los últimos 50 años se ha despertado un gran interés por este tema y diversos
investigadores, utilizando una variedad de métodos, se han dedicado a hacer
estimaciones de la población precolombina a la fecha de la venida de los españoles. Los
resultados de las investigaciones son muy variados y se dan, para el inicio de la época
colonial, estimaciones de población que son muy diferentes. Algunas van desde los 8.5
millones mencionados por Alfred L. Kroeber, hasta los 90 a 112 mencionados por
Henry F. Dobyns, pasando por los 13 de Angel Rosenblat y los 40 a 50 millones
sugeridos por Paul Rivet y Karl Sapper. Esta falta de concordancia abre un abanico de
conjeturas.

Varias son las razones en que apoyan sus argumentos quienes se han preocupado por
realizar dichas investigaciones. En todo caso, es necesario reconocer que cualquier
estudio histórico sobre el período de transición de la época precolombina a la colonial,
tarde o temprano tiene que indagar sobre el volumen y el proceso evolutivo de la
población indígena de la región.

La falta de información sobre la magnitud y las características de la población nativa


precolombina que habitaba lo que fue con el tiempo el territorio de Guatemala, y el
fuerte descenso que aparentemente sufrió durante el inicio del período colonial como
consecuencia principalmente de las enfermedades introducidas por los conquistadores,
contra las cuales la población aborigen no tenía ni resistencia ni inmunidad, son temas
que han interesado a los investigadores y que siguen produciendo profunda
controversia. Algunos asignan tal importancia al papel desempeñado por las
enfermedades, que las consideran el principal aliado de los españoles, ya que por su
poder devastador facilitaron grandemente la empresa conquistadora. Murdo McLeod ha
dicho que las enfermedades constituyeron los ejércitos de choque de la Conquista.

A lo anterior se puede agregar la deformación de los datos percibidos y trasladados por


los conquistadores y los catequistas, en un afán de exagerar las proporciones de la labor
desarrollada en el campo de batalla o en la conquista pacífica de los habitantes por
medio de la evangelización. Esta combinación de hechos, a los que podrían agregarse
otros de menor importancia, se presentó antes de que se hubiera podido realizar un
conteo sistemático de la población, lo cual no podía ser frecuente ni fácil en aquella
época. Ante tal concurrencia de factores relacionados con la ignorancia y tergiversación
de los datos, no es posible tener una idea adecuada de la población indígena, ni al
momento de la Conquista ni varias décadas después.

En las estimaciones sobre la población de las diferentes regiones de América hispana a


la fecha de la Conquista, existe una clara dicotomía de opinión, tanto con relación al
número de habitantes como con la suerte que éstos corrieron durante el período colonial.
Una corriente de pensamiento mantiene que existía una gran población, pero que a partir
de la Conquista el número de habitantes de América se redujo drástica y
catastróficamente. Otra corriente, representada por investigadores como Kroeber y
Rosenblat, sostiene que la población no era tan numerosa al momento de la Conquista, y
descarta la existencia de un colapso demográfico.

La primera corriente corresponde a la escuela que denominan de Berkeley, porque se


fundamenta en los numerosos estudios realizados por Sherburne Cook y Woodrow
Borah, investigadores de esa universidad, sobre la población del centro de México
durante el período colonial. Aparentemente ha ido conquistando adeptos, pues se han
agregado datos sobre otras regiones de América, los cuales acuerpan los resultados
cuantitativos dados a conocer por dichos autores, aunque hay quienes se han ubicado en
posiciones intermedias. William Denevan ha estudiado cuidadosamente la metodología
y los resultados obtenidos por seguidores de la escuela de Berkeley, y ha hecho lo
mismo con quienes mantienen la posición opuesta. Denevan llega así a colocarse en una
posición equilibrada, en relación con un problema que sigue siendo de actualidad.

Territorio de Referencia
Una población está adscrita siempre a una región geográfica. Esto hace aún más difícil
el cálculo de la misma, pues a menudo no existen límites definidos de la región. Los
límites políticos y administrativos no llegaron a estabilizarse sino hasta avanzado el
siglo XVI. Este siglo y los comienzos del siguiente conformaron un período en el que
hubo mucha inestabilidad en la organización administrativa de la región
centroamericana. La misma Audiencia cambió de sede, hasta que se fincó en Santiago
de Guatemala. No cabe duda que esa serie de cambios llevó a realizar ajustes de la poca
información demográfica disponible, la cual en la primera etapa de la Colonia es aún
más reducida para Centro América que para México o Perú.

Tanto en Petén como en Verapaz y Chiapas existía el problema de fronteras abiertas,


con tierras no conquistadas. Se tiene referencias de expediciones españolas que
cruzaban con frecuencia esos linderos no fijados, para capturar indígenas a los cuales
querían radicar en otras regiones, en asentamientos ya existentes o en nuevos. Esos
movimientos, llamados `entradas y sacas', se superponían al desplazamiento de
población, en el cual predominaban los movimientos de gente estacionales entre la
Verapaz y Chiapas. Además, los indios de Chiapas iban y venían de otras provincias,
como Tabasco y Soconusco. También se ha señalado la existencia de movimientos de
gente de la Verapaz, sobre todo en la segunda mitad del siglo XVI, hacia Izalco. En esa
época Petén no estaba incorporado a la Provincia de Guatemala, y no lo estuvo hasta
1697, en que se concluyó su conquista.

En los movimientos descritos participaban los tamemes o cargadores, proporcionados


por las poblaciones tributarias para llevar la mercadería que entraba a la región o salía
de ella y de quienes se abusó hasta tal punto que, en 1545, el Oidor Juan Rogel ordenó
que esos indios `no fueran enviados fuera de su propia tierra más de 15 ó 20 leguas'.
Además, los desplazamientos de población, aumentados constantemente por otros tipos
de migración forzada para evitar el pago de tributos, el trabajo forzoso o bien por
enfermedad, hacen muy complejo el estudio de una población sobre la cual se tienen
muy pocos datos.

Para el propósito de este estudio, se tomará como territorio de Guatemala el área que se
asocia en forma aproximada a los límites con México, fijados en el siglo pasado, y con
Honduras y El Salvador, trazados en forma final en la década de 1930. En un principio
no se tomará el área del Petén, que fue incorporada hasta fines del siglo XVII.

Fuentes de Información
Como se indicó al principio, no existe información proveniente de los grupos nativos
acerca de la magnitud de la población. Estudios demográficos recientes, iniciados
alrededor de 1972, han tratado de investigar el impacto de la ocupación maya sobre el
territorio del Petén. Se han producido estudios geoquímicos, biológicos y arqueológicos
que puedan arrojar alguna luz sobre el debate, siempre latente, del grado en que una
sociedad agrícola hubiera podido afectar el medio físico, degradándolo hasta el punto de
reducir la producción de granos básicos por debajo del nivel necesario para su
subsistencia y contribuyendo así al descenso significativo de la población nativa.

Las investigaciones realizadas se reducen prácticamente a las vecindades del Lago


Yaxjá, que parecen haber estado densamente pobladas, y del Lago Sacnab, que en
apariencia lo estaba menos. Esta reducida información no puede utilizarse para
estimaciones de una región más extensa, aunque ayuda a reforzar la idea de que durante
el Período Clásico maya (250-900 DC) hubo una intensificación de la agricultura,
acompañada de un crecimiento poblacional sobre todo en el sector urbano. Para algunos
investigadores, al ocurrir el colapso maya, también hubo una declinación de la
población. Otros investigadores, entre ellos J. Eric Thompson, no comparten esa
hipótesis, y han señalado que la población del Altiplano experimentó un colapso
demográfico en el Período Postclásico, del cual es posible que no se hubiera recuperado,
por lo menos en su totalidad, en la fecha de la Conquista. Otros señalan que hubo áreas,
por ejemplo Quiché, cuya población siguió creciendo de manera uniforme a todo lo
largo del Postclásico.

Un problema que se presenta para estudiar la evolución de la población durante los dos
primeros siglos de la Colonia, es la falta de un dato tan importante como es el que
indique con precisión el monto de la población al inicio de la misma. La información
recolectada sólo ha permitido conocer aspectos relacionados con la distribución de
asentamientos y su tamaño relativo con base en estudios arqueológicos. Esto en cierta
forma ayuda a comprender el sistema de producción existente, aunque no es fácil
obtener información sobre unidades habitacionales, ya que eran hechas en su mayoría
de material degradable (madera, paja, cañas, hojas de palma, etcétera).

Lo mismo pasa con los intentos realizados para conocer aspectos biológicos, como sexo
y edad, dada la escasa conservación de esqueletos de la época, la dificultad de su
recuperación y análisis para la determinación de dichas características, que son
importantes demográficamente para comprender la evolución de las poblaciones.
Kenneth Brown, al analizar la información obtenida de 47 entierros en el monte de
Gumarcaaj (Quiché central) señala que un 74.5% correspondía a personas adultas, lo
que indicaría una población bastante vieja. No obstante, en una muestra tan reducida
pueden tener peso aspectos como los relacionados con la tradicional ausencia de
algunos grupos de edad en los hallazgos arqueológicos, sobre todo niños. Hay necesidad
de más investigaciones para obtener una mejor información demográfica.

Algunos autores, entre ellos John Fox, han señalado que la frontera oriental de
Mesoamérica tiene un valor particular para examinar la historia demográfica
prehispánica, sobre todo en el Período Postclásico Tardío (1200-1524), a partir de los
movimientos poblacionales muy claros a través de esa frontera, como consecuencia del
crecimiento de las poblaciones quiché (k'iche') y cakchiquel (kaqchikel). Esta expansión
territorial sobre todo de los últimos, posiblemente obligó a pequeñas comunidades, así
como a unidades demográficas, a atravesar dicha frontera para dirigirse a áreas quizás
más libres, y por ello de más fácil ocupación, en la parte occidental de Honduras y en la
oriental de El Salvador.

Mientras se iniciaba la conquista de los naturales de Guatemala, los cakchiqueles, que al


parecer habían tomado la delantera a los quichés, seguían extendiéndose hacia el oeste y
hacia el norte, aunque aparentemente sin exceder ciertos límites, más allá de los cuales
ya no había garantía de un régimen pluviométrico adecuado para el desarrollo de la
agricultura. En cuanto a la población del Valle de Guatemala todo parece indicar, según
los estudios de William Sanders y Carson N. Murdy, que mantenía un nivel estable, por
lo que se asume que los excedentes se canalizaban a los territorios más retirados hacia el
este, donde encontraban más espacio para su desarrollo. Prueba de ello son diferentes
enclaves lingüísticos en asentamientos ya existentes en esas regiones. Los estudios de
Michel Bertrand sobre Rabinal y el Chixoy llevan a la conclusión de que durante la
época prehispánica este territorio se caracterizó por un incremento constante de la
población, aun en etapas cuyo apogeo coincidió con la llegada de los españoles.

En general, la revisión de los estudios demográficos realizados al respecto parecen


indicar que, no obstante la escasez de información numérica sobre la población a la
llegada de los españoles, las principales regiones tenían un desarrollo demográfico
posiblemente normal para la época. Sin embargo, no se puede precisar el nivel, aunque
en apariencia se dieron casos de explosión poblacional en relación a la tasa de
crecimiento imperante en esa fecha.

Las apreciaciones hechas por los españoles a su llegada al territorio guatemalteco y en


los años subsiguientes tampoco resuelven el problema, y más bien lo complican al dar
diferentes cantidades, influidos por información deficiente o por el deseo de exagerar la
magnitud de sus empresas respectivas. De tal modo, algunos consideran que se
exageraban las cifras dadas por los conquistadores acerca del tamaño de los ejércitos
lanzados al campo de batalla por los indígenas, con el fin de hacer méritos y aparecer
ante los reyes españoles como protagonistas de la victoria sobre grandes contingentes.
Sin embargo, tal exageración era una espada de doble filo, pues una vez realizada la
conquista venía la obra de pacificación y, en esta etapa, varios de los conquistadores se
transformaban en administradores encargados más tarde de fijar los tributos y
obligaciones de los nuevos súbditos. El monto de éstos sería proporcional al número de
familias indígenas con capacidad de pago de las cantidades fijadas, y si esta cifra
hubiera sido exagerada, el conquistador sería sorprendido en la mentira.
No resultaría raro entonces que, para hacer tales ajustes, también se exagerara el número
de muertes en el campo de batalla. Parece ser, sin embargo, que en algunas
oportunidades no se incurrió en dichas exageraciones, y las cifras dadas corresponden
realmente a apreciaciones más o menos correctas. Por tal razón, conviene no actuar con
ligereza al considerar el testimonio contemporáneo, el cual debe ser objeto de un
cuidadoso análisis, ya que el mismo es parte de la poca información con que se cuenta
para estimar la población de algunas regiones del Reino de Guatemala en la época
colonial y que, cuando menos, podrían servir de base para hacer estimaciones máximas.

Thomas Veblen, opinó que las estimaciones hechas por los españoles respecto al
tamaño de los ejércitos indígenas en el área de Totonicapán son congruentes con las
derivadas de otras fuentes documentales, aunque comete el grave error de suponer que
ningún participante en una batalla previa tomó parte en las posteriores, lo cual produjo
una magnificación en su cálculo de la población indígena inicial. Veblen afirmó
también que las estimaciones sobre el tamaño de dichos ejércitos, tal como aparecen en
la Recordación
Florida de Fuentes y Guzmán las que se relacionan con la conquista de los
Cuchumatanes, son bastante aceptables, aunque hay quienes señalan que dicha obra
constituye una fuente poco confiable a este respecto. Otras obras, como el Memorial de
Sololá, no contienen mucha información numérica, pero sí observaciones sobre aspectos
demográficos, que ayudan a comprender el cuadro evolutivo de la población de
Guatemala a partir de la Conquista.

Otra fuente de información sobre el tema, para los primeros siglos de la época colonial,
es la relativa a los tributos pagados por los nativos. El primer intento de tasación se
realizó cuando Alonso de Maldonado, Oidor de la Audiencia de la Nueva España, trató
de convencer a Pedro de Alvarado, en ese entonces Gobernador de Guatemala, acerca
de la necesidad de establecer un sistema de impuestos con control sobre las
comunidades indígenas, en respuesta a las reales cédulas promulgadas en 1533 y 1534.
Se dice que Pedro de Alvarado, con su orgullo característico, rechazó tal proposición,
que consideró como una injerencia de la Audiencia de la Nueva España en los asuntos
de la Gobernación de Guatemala.

El Obispo de Guatemala, basado en su conocimiento de la realidad, insistió más de una


vez en la necesidad de establecer la tasación que había sido ordenada. Nuevamente el
Emperador, por real cédula del 23 de febrero de 1536, ordenó que el gobernador y el
obispo procedieran a establecer las tasaciones en todos aquellos pueblos que habían sido
pacificados y, para no introducir cambios contraproducentes, indicó que esas tasaciones
deberían ser iguales a los tributos pagados antes por los indígenas a sus caciques y
señores. Esta era una decisión similar a la que se había adoptado con bastante buen
resultado en la Nueva España. Esta nueva orden tampoco se cumplió, como
consecuencia de la sistemática oposición tanto del gobernador como del Cabildo. En
vista de ello, el mismo obispo trató de hacer una tasación de todos los pueblos que
visitaba en su jurisdicción. De esta manera, cuando Alonso de Maldonado retornó como
Gobernador, recibió una copia de esa matrícula, al igual que la recibió Fray Bartolomé
de Las Casas, quien sustituyó al obispo cuando éste se fue a México. Así transcurrieron
los años de 1536 a 1541, en que se dio término a las tasaciones. Sin embargo, es muy
poco y fragmentado lo que se ha podido recuperar, y sólo se refiere a algunas
comunidades importantes de Guatemala, como Sacatepéquez, Ostuncalco, Tacuba,
Jumaytepeque, Momostenango, San Juan Comalapa y Santa Cruz del Quiché.
Infortunadamente, dichas tasaciones tienen poca información con valor demográfico.

Después del establecimiento de la Audiencia en 1542, el Presidente Alonso de


Maldonado y el Obispo Marroquín iniciaron la segunda tasación (1543-1548) del Reino
de Guatemala, pero los testigos de la época aseguraron que se excedieron en la fijación
de las cantidades, hasta el punto de que muchos pueblos empezaron a protestar.

Tasaciones de Tributos de Alonso López de Cerrato


En el Archivo General de Centro América sólo se encuentra una parte de la
documentación que se logró compilar en el proceso de tasación durante la
administración de López de Cerrato entre 1548 a 1554. En el Archivo General de Indias
se encuentra un registro más completo, que cubre el listado de 169 asentamientos,
aunque también adolece de algunos vacíos. En los 43 listados que hay en el Archivo
General de Centro América aparecen siete nombres que no figuran en el del Archivo
General de Indias. Estas tasaciones han sido objeto de estudio por parte de muchos
investigadores, quienes han puesto de manifiesto más de un problema en relación con la
transcripción de la documentación, y ello ha conducido a que se den diferentes cifras
por parte de los investigadores, problema que también se presenta en el estudio de otros
documentos de la misma época.

Dada la importancia de estas fuentes para los cálculos de población, se ha creído


conveniente hacer algunas consideraciones generales, de tipo crítico, basadas en el
trabajo de George Lovell y William Swezey, para formarse una mejor idea de las
posibles limitaciones de cualquier cifra calculada sobre esa base. En las tasaciones de
Cerrato figura por lo general, en el margen izquierdo de la página, el nombre del
encomendero y el número de tributarios que le correspondía. Este último número sirve
para inferir el tamaño de la población. Infortunadamente, en algunos casos falta esa
información. En términos específicos, hay 36 listados que carecen de ella. En cuanto a
cobertura geográfica, las tasaciones de Cerrato también son incompletas, ya que no
aparecen partes de las regiones de los Cuchumatanes, Izabal y Verapaz, así como de los
alrededores de Santiago y de la parte sur de Guatemala que se sabe estaba densamente
poblada en la fecha de la tasación. Esto se pudo comprobar años más tarde cuando se
registraron en el área cerca de 300 lugares ocupados, o sea alrededor del doble de los
que figuraban en las tasaciones de Cerrato.

Otro problema se refiere al sujeto de la tasación: el miembro de la comunidad indígena


que, de acuerdo con las leyes, estaba obligado a pagar tributo a la Corona o a los
encomenderos, por lo general era el indio casado, pues el soltero, cuando menos en
aquella época, no estaba obligado a pagarlo como tampoco los niños, viejos, enfermos,
miembros de la nobleza indígena, esclavos, ni los servidores domésticos vinculados a
vecinos españoles. Al grupo exonerado, que en futuras tasaciones sí se incluyó, se le
denominaba `reservado'.

En cuanto a la veracidad de las cifras hay ciertas reservas, ya que parte de la


información recibida por Cerrato era suministrada por los mismos dirigentes indígenas
del lugar, lo que haría pensar en una posible subestimación del número de tributarios.
Bernal Díaz del Castillo se lo hizo ver al Rey y se quejó de la forma en que se hacía la
tasación pues, según decía, las viviendas de los indígenas no eran visitadas sino
solamente juzgadas desde la residencia de los funcionarios. Además, Lovell y Swezey
señalan que el Presidente Cerrato no buscaba mucha exactitud en la información.
Prueba de ello es que todas las cantidades han sido redondeadas en múltiplos de 5, 10 ó
20, lo que ya significa una cierta peculiaridad en la información recolectada.

Otro hecho significativo es que la tasación se llevó a cabo cuando se procedía a la


reducción de los indígenas. En muchas oportunidades ambas operaciones iban de la
mano, y como la concentración de población creaba resistencia, que se traducía en fuga
hacia la montaña, muchos tributarios evadían en esa forma su registro en las tasaciones.
Los fugados llegaron a constituir un verdadero problema y posiblemente, según Lovell
y Swezey, éste pudo haber adquirido características alarmantes en aquellos grupos
poblacionales que fueron víctimas de una epidemia general que se denominó kumatz o
gukumatz. Esta epidemia azotó el Altiplano antes de las tasaciones de Cerrato, lo que
seguramente ayudó a reforzar la corriente de fugados y, por consiguiente, de evasores
de las tasaciones (ver Cuadro 17).

No obstante la serie de limitaciones que se ha señalado, las tasaciones de López de


Cerrato y las posteriores siguen siendo la principal fuente para estimar la población
durante los dos primeros siglos de la época colonial.

Estimación de la Población
Lovell, Lutz y Swezey han usado la información a la que antes se ha hecho referencia
para reconstruir la población de lo que llaman la Región Sur de Guatemala, i.e.,
Guatemala sin Petén. La metodología se basó en la utilizada para otras regiones,
especialmente México: reconstrucción del número de tributarios en una fecha
determinada y su multiplicación por el número estimado de personas vinculadas a cada
tributario. Esta última proporción ha sido objeto de mucho debate, ya que diferentes
autores, en diversos lugares y épocas, a falta de mejor información demográfica, han
asumido un valor determinado que oscila entre 2.7 para el área central de México, hasta
6.1 propuesto por Carmack para la situación del Altiplano de Guatemala en la segunda
mitad del siglo XVI, y 5.1 en la primera mitad. La diferencia se debe al fuerte descenso
de población ocurrido durante este último período, caracterizado por una alta
mortalidad, según se verá más adelante.

Los autores mencionados, después de un análisis crítico de los diferentes estudios


realizados tanto para México como para Centro América, se decidieron por una
proporción de 5:1, basada en el estudio de las tasaciones del período 1561-1562. De
éstas se conservan en el Archivo General de Indias las que corresponden a ocho
comunidades, entre ellas algunas tan importantes, como San Juan Comalapa,
Chimaltenango, Petapa, San Juan Sacatepéquez, San Pedro Sacatepéquez y Sumpango.
Estas tasaciones tienen la ventaja de contener más información sobre el hogar del
tributario que las de López de Cerrato, ya que se listaban los ancianos, enfermos,
exonerados, viudos y otros que componían el grupo de `reservados', que no estaba
obligado a tributar y que, según los listados antes indicados, representa de un cuarto a
un séptimo de la población tributaria. Aquí se optó por una proporción de cinco
habitantes por cada tributario. Sin embargo, Jorge Luján Muñoz, basado en la tasación
de San Miguel Petapa de 1562, mostró que la proporción de habitantes por cada
tributario era de 3.4, así como que había un promedio de 4.21 habitantes por casa. Si se
asume una familia nuclear por casa, esta última cifra indicaría que la población de
Petapa apenas se reproducía a la tasa de reemplazo, lo que indicaría ser una población
con crecimiento cero. No obstante, se debe tener presente que las listas nominativas de
la época, así como las posteriores, no incluían a los niños, sobre todo a los menores de
un año, omisión que puede conducir a estimaciones demográficas más bajas.

El recuento de tributarios de Lovell y colaboradores dio un total de 23,679, al cual


agregaron un 20% para estimar la población correspondiente a los lugares en los cuales
no se había anotado el número de tributarios. De esa manera llegaron a un total de
28,253 tributarios indígenas, cantidad que indudablemente tiene deficiencias
provenientes de la forma en que se recolectó la información original, para lo cual se
utilizó a los propios caciques indígenas o los datos aportados por los curas doctrineros.
Tales deficiencias pueden provenir también del abandono de asentamientos por
epidemias generales (ver Cuadro 17), por la formación de pueblos, y lo arbitrario de los
factores de corrección. Conviene señalar los problemas que suelen presentarse, aun
cuando se use la misma fuente de información. Por ejemplo, los recuentos hechos sobre
las tasaciones de Cerrato han oscilado entre 20,558 (Lawrence Feldman) y 24,269
(Francisco de Solano) según Lovell et allii.

La comparación del número de tributarios, incluidos en las tasaciones de Cerrato y


algunas posteriores hechas con más cuidado, hizo suponer a Lovell y colaboradores que
se dejó de cubrir alrededor de un 50% de los tributarios, por lo que al hacer la
corrección (incremento del 50%) obtuvieron una nueva estimación de 42,785
tributarios. Finalmente, se señala que esa cantidad debería ser corregida por insuficiente
cobertura geográfica, ya que las tasaciones de Cerrato no cubrieron la Costa Sur de
Guatemala, región que en ese entonces se encontraba bastante poblada.

Lovell y colaboradores señalaron que las tasaciones hechas posteriormente, y que


cubrieron el sur del país, incluían alrededor de 300 asentamientos, mientras la de López
de Cerrato cubrió sólo 169 asentamientos, o sea un poco más de la mitad. Esto les sirvió
de base para introducir una nueva enmienda en la estimación de tributarios, asumiendo
que los 42,785 habitantes hasta entonces calculados sólo correspondían a un 50% del
total. Ello equivale a suponer que la región faltante equivale a la conocida, aunque es
probable que la Costa Sur tuviera menos densidad de población. Por lo tanto, si se hace
necesario duplicar el número, se llega a los 85,700 tributarios, que multiplicados por
cinco, que fue la proporción fijada de personas por tributario, se obtiene una estimación
de 428,500 habitantes para mediados del siglo XVI.

Con las diversas correcciones introducidas se establecen los siguientes límites


plausibles: de 375,000 a 475,000 habitantes. Si se usa una relación interior a cinco entre
personas y tributarios, como parecería indicar la relación de Petapa, la población
estimada sería menor: 350,000 si se opta por una relación de 4:1 entre habitantes y
tributarios, y 262,000 si se optara por la relación 3:1. Como se puede ver, hay
diferencias sustanciales entre una y otra estimación, lo que aconseja cierta cautela en el
uso de esas cifras en varios casos.
Población en la Época del Contacto con los Españoles
En condiciones normales, la población no hubiera sido muy diferente a la estimada para
mediados del siglo, máxime que no se sintió mayor influencia directa de los
conquistadores sino hasta 1524, e indirecta unos pocos años antes, por medio del
desplazamiento de indígenas de México, cuya conquista antecedió en algunos años a la
de Guatemala. Sin embargo, en ese intervalo ocurrió en el Reino Guatemala, al igual
que en otras partes del continente, lo que puede considerarse como una verdadera
catástrofe demográfica.

Para el área central de México, Sherburne F. Cook y Woodrow W. Borah han estimado
que en 1550 la población nativa se había reducido a una cuarta parte de la que existía en
la fecha del contacto con los españoles. De hacer uso de esta escala de despoblación
para Guatemala, la estimación de 428,500 habitantes, hecha por Lovell y colaboradores,
llevaría a un cálculo de 1.7 millones de habitantes para la fecha de dicho contacto (con
base en la proporción de cinco habitantes por cada tributario); 1.4 millones para la
proporción 4:1 y 1,040,000 para la proporción 3:1. Antes de proseguir con otros
intentos de estimación, conviene hacer algunas consideraciones sobre la mortalidad
excesiva que afectó a la población durante los siglos XVI y parte del XVII, y que
constituye el evento demográfico más importante de la época colonial.

Los autores del Memorial de Sololá, refiriéndose a los cakchiqueles, hacen una
descripción vívida de dicha mortandad y una caracterización de la misma, aunque sin
dar indicio numérico alguno que pueda ayudar a formarse una idea más concreta de los
efectos de la epidemia, como se puede apreciar en la siguiente traducción de Adrián
Recinos:

Hé aquí que durante el quinto año apareció la peste ¡oh


hijos míos! Primero se enfermaban de tos, padecían de
sangre de narices y de mal de orina. Fue verdaderamente
terrible el número de muertes que hubo en esa época... El
día 5 Ah (12 de marzo de 1521) emprendieron nuestros
abuelos la guerra contra Panatacat, cuando comenzaba a
extenderse la peste. Era terrible en verdad el número de
muertes entre la gente. De ninguna manera podía la gente
contener la enfermedad... Grande era la corrupción de los
muertos. Después de haber sucumbido nuestros padres y
abuelos, la mitad de la gente huyó hacia los campos. Los
perros y los buitres devoraban los cadáveres. La mortandad
era terrible. Murieron vuestros abuelos y junto con ellos
murieron el hijo del rey y sus hermanos y parientes. Así
fué como nosotros quedamos huérfanos ¡oh hijos míos! Así
quedamos cuando éramos jóvenes. Todos quedamos así. ¡Para
morir nacimos!

Los especialistas en epidemiología, basados en el conocimiento actual acerca del


impacto que causan sobre poblaciones humanas enfermedades como la viruela, y otras
más para las cuales los conglomerados prehispánicos carecían de inmunidad, creen que
era posible esperar tasas de mortalidad muy elevadas, que pudieron producir un
descenso sustancial de la población. Para Guatemala, Murdo MacLeod y otros estiman
que esa epidemia, supuestamente de viruela aunque otros opinan que fue sarampión,
pudo haber matado desde un tercio hasta la mitad de la población. Borah ha estimado
que, como consecuencia de la persistencia de esas enfermedades, la población indígena
de México central se redujo en menos de un siglo, a un 97% de la inicial.

Se debe tener presente que tales casos de decrecimiento de la población no sólo


dependían de las pérdidas de vida por la mortalidad excesiva, sino también de los
niveles de fecundidad, que tendieron a bajar como consecuencia de dicha mortalidad, y
asimismo de la morbilidad consiguiente. Se ha señalado que, aun cuando en dichos
casos puede surgir una presión muy natural por reponer las defunciones, en especial de
los niños, también aparece una especie de `desgano o desgano vital' como lo llaman
algunos, en cuanto a reproducirse. Esta actitud no sólo es consecuencia de la
enfermedad misma sino también de las condiciones reinantes, en especial las relativas a
la explotación de los nativos y su resistencia a congregarse, lo que pudo haber disuelto
temporalmente la unidad de la familia. No puede afirmarse con certeza que la
desorganización de la vida familiar, y con ella de la vida comunal, se refleja de modo
directo en un mayor número de muertes, pero sí son fenómenos que deben ser mejor
estudiados.

Todavía hay quienes se resisten a creer en la tesis de la despoblación a consecuencia de


enfermedades, y tratan de darle mayor peso a los factores que conformaron, en parte, lo
que se ha dado en llamar la Leyenda Negra: pérdidas por acciones de guerra y durante la
campaña de pacificación; maltrato a los indios esclavizados y bajo la encomienda;
prácticas duras de trabajo en los repartimientos; desorganización cultural por imposición
de las leyes de la Corona; el mestizaje y la ruptura de la economía y la sociedad
indígenas por medio de la Conquista y la colonización, incluyendo los efectos
psicológicos que de ello se hayan derivado. Aunque es posible que estos factores
pudieran haber jugado un papel más o menos importante en el descenso de la población
en diversas regiones del Reino de Guatemala, también es posible que se hayan asociado
más con el retardo y lentitud del proceso de recuperación demográfica.

El primero y más notable abanderado de la segunda tesis de la despoblación fue Fray


Bartolomé de Las Casas. Sin embargo, el número de los que mantienen tal punto de
vista se ha reducido, y actualmente prevalece la idea de que la causa principal del
despoblamiento de los naturales fue principalmente, la alta mortalidad producida por las
nuevas enfermedades que encontraron una población desprovista de defensas
inmunológicas. Por otro lado, no se sabe cuán eficientes podrían haber sido los cuidados
proporcionados a quienes eran atacados por enfermedades para ellos desconocidas. Se
ha señalado, en cambio, que algunos de dichos cuidados podían haber sido
contraproducentes. Tal es el caso del uso del baño de vapor llamado temascal, que
podría haber agravado la enfermedad y, en consecuencia, provocado más fácilmente la
muerte.

El hecho de que aún en el siglo pasado, cuando ya existían las vacunas, hubiera
epidemias que produjeron millares de muertes, hace pensar en lo que pudo haber pasado
en aquella época: bien pudo haberse duplicado la experiencia vivida por los países
europeos con las plagas y las pestes sufridas en diferentes oportunidades.

Es difícil formarse una idea exacta de la clase de epidemias que azotaron a los pueblos
de aquel entonces. Las descripciones de los testigos son generales y confusas, y a veces
dan síntomas que bien podrían corresponder a una u otra enfermedad. Las lesiones
encontradas en esqueletos no ayudan mayor cosa para hacer un posible diagnóstico
retrospectivo.

De los estudios hechos por varios autores se deduce la existencia de tasas de mortalidad
tan altas, como el 30% en los enfermos de viruela.

Se ha insistido mucho en la falta de un criterio médico en los estudios realizados acerca


de la mortalidad entre los indígenas al momento del contacto con los españoles. No
obstante, con las limitaciones señaladas, los diversos autores que han investigado el
problema han llegado a la conclusión de que el principal factor de mortalidad fue la
viruela, enfermedad de la cual se presentaron dos tipos, uno de ellos causante de alta
mortalidad en comparación con el otro. C.

W. Dixon, citado por D. Joralemon, menciona que en el estudio de cerca de 20 brotes de


epidemia, la mortalidad alcanzó hasta el 30% en los atacados por enfermedades de alta
virulencia, y no llegó al 1% en los atacados por el otro tipo de viruela.

El sarampión fue otra enfermedad introducida por los españoles, que también causó
fuertes bajas en la población indígena. A las enfermedades ya mencionadas se
agregaron la malaria y la influenza. Respecto a la malaria, ha habido dudas sobre su
verdadero origen, ya que algunos investigadores mantienen que ya existía en América,
mientras otros señalan su ingreso en forma tardía. Por consiguiente, se hace difícil
considerarla como una de las causas básicas de la despoblación, al menos en el siglo
XVI, aunque se cree que tuvo importancia a mediados del siglo XVII.

La primera epidemia documentada de fiebre amarilla corresponde a Yucatán, en 1648.


También se han señalado las infecciones intestinales típicas de las regiones tropicales, y
aunque posiblemente no contribuían a elevar la tasa de mortalidad directamente, sí
aumentaban la vulnerabilidad respecto de otras enfermedades. Asimismo, el `tabardillo'
aparece como enfermedad causante de alta mortalidad, pero el mismo no ha podido ser
identificado del todo, no obstante que se le asocia con el tifus, por la fiebre que lo
acompañaba.

El virus de la viruela no sólo tiene una larga vida, sino que se transmite fácilmente por
medio de gotas de agua o polvo en el aire, de modo que su transmisión podía ocurrir
más fácilmente por las redes de conexión que por la densidad de la población. En ese
sentido, el desplazamiento de personas por razones de comercio o por el ejercicio de
funciones de gobierno o militares, pero especialmente por las encomiendas o el trabajo
en minas y el consiguiente agrupamiento de indios de diferentes regiones para integrar
comunidades laborales, hacía más fácil que la viruela se diseminara ampliamente en un
territorio determinado y tomara proporciones exageradas.

Se debe tener presente asimismo que en las enfermedades de tipo eruptivo, la muerte era
causada fácilmente por complicaciones tales como la bronconeumonía, sobre todo bajo
las deficientes condiciones sanitarias derivadas de la destrucción de viviendas durante la
Conquista. Ello significaba una ruptura del hábitat del hombre, con sus respectivas
consecuencias. Se dice que de cada 10 personas, ocho adquirían la enfermedad, y de
éstas sólo tres sobrevivían. Se puede tener una mejor idea de la incidencia y frecuencia
de las epidemias que azotaron a Guatemala, durante los dos primeros siglos de la era
colonial, si se consulta el Cuadro 17.
Desde el punto de vista demográfico, también se debe considerar que la enfermedad
causaba mayor número de muertes entre los niños y los ancianos, con lo cual se rompía
la estructura de la población por edad. La disminución de la población infantil producía
un vacío en la próxima generación, en las edades que entraban en el período
reproductivo. De esa manera se operaba una baja en la natalidad, la cual se reforzaba
por el probable impacto psicológico de una epidemia tan severa. La población, en
efecto, adoptaba una visión pesimista ante la vida, visión que, sin duda alguna, ha de
haber repercutido en forma negativa en su deseo de reproducirse. Por otro lado, los
sobrevivientes de una epidemia en cierta forma lograban crear alguna defensa
inmunológica que los protegía frente a nuevos brotes.

El decrecimiento de la población fue un fenómeno que en mayor o menor grado afectó a


toda América, aunque no a todas las regiones. Inclusive en un mismo país, ocurrió algo
parecido. Linda A. Newson ha propuesto una tipología de la despoblación con base en
la evidencia disponible, la cual en cierta forma aún es limitada.

Según la autora citada, se pueden identificar tres variantes tipológicas, de acuerdo con la
naturaleza de los cambios demográficos operados durante el período colonial. El primer
tipo lo conforman aquellos grupos que después del contacto con los españoles sufrieron
un rápido decrecimiento de población, seguido de una lenta recuperación durante el
período colonial. El segundo grupo está constituido por las poblaciones indígenas que,
una vez iniciada su declinación, continuaron disminuyendo durante todo el período de la
Colonia. El tercero lo forman aquellos grupos indígenas que se extinguieron muy
rápidamente, quizás en el término de dos a tres generaciones. La población del
Altiplano de Guatemala, como la del centro de México, pertenece al primer grupo; en
cambio la de la Costa Sur posiblemente perteneció al segundo grupo, aunque el
descenso poblacional, en parte, fue agravado por la migración al Altiplano.

Otras Estimaciones de Población


Anteriormente se hizo un cálculo de la población que tenía Guatemala a mediados del
siglo XVI, que utilizaron para ello las tasaciones de Alonso López de Cerrato, ajustadas
por omisiones de diferente naturaleza y por un factor de despoblación encontrado en
relación con el centro de México en la misma época. Tal estimado de la población sirvió
de base para una retroproyección c 1520.

Distintos investigadores han hecho esfuerzos separados para estimar la población de


diversas subregiones de Guatemala, utilizando para ello varias fuentes (tamaño de los
ejércitos, tasaciones, padrones, alcabalas, etcétera). Con base en dicha información,
Lovell y Swezey prepararon una nueva estimación de la población de Guatemala, sin
incluir Petén, a la fecha del contacto con los españoles. Esa reconstrucción figura en el
Cuadro 18 en el cual también aparece la población para otros años, aunque no para
todas las regiones. En la Ilustración 92 aparece el mapa de Guatemala con la
identificación aproximada de los límites de las subregiones indicadas en el Cuadro 18.

La población de Guatemala, estimada por Lovell y Swezey en la cifra de 1,987,420, es


compatible con la obtenida antes en forma global, que fue de 1,711,400. Dadas las
limitaciones en la información general y la incertidumbre respecto a la relación
habitantes/tributario, así como en el factor de despoblación, podría decirse que hasta
ahora los datos elaborados para la fecha del contacto con los españoles hacen oscilar la
población de lo que hoy es Guatemala entre uno y dos millones.

Si en el Cuadro 18 se asumiera que las regiones para las cuales no aparecen


estimaciones en la columna de alrededor de 1550, se despoblaron en la misma
proporción que lo hicieron las regiones para las cuales sí aparece información, se podría
decir que la población en torno a 1550 debe haber sido de unos 467,000 habitantes, en
lugar de los 428,000 que se habían estimado antes en forma global, diferencia que
ascendería a un 8.4% de la primera cantidad. Esta discrepancia tendría menor
importancia relativa que
la presentada en operaciones censales actuales, las cuales supuestamente se han
realizado, en general, con mejores medios y recursos.

Si se repitiera la operación anterior, con las cifras cercanas al año 1575, se tendría para
esta fecha una población de 307,000, lo que significaría que en cerca de 55 años la
población se había reducido a menos de un sexto (15.5%) respecto de la población
existente al principio del período, lo que indicaría a su vez una fuerte reducción de su
monto.

Las estimaciones demográficas de Lovell y Swezey son las últimas que se conocen
sobre la población de Guatemala en dicho período. Para el resto de los siglos XVI y
XVII, el autor de este ensayo no conoce algún otro intento de estimación de la
población indígena total, aunque sí hay estimaciones parciales para diferentes regiones
del país, las cuales pueden ser útiles para obtener una idea de la posible evolución que
tuvieron aquéllas posteriormente (ver los ensayos relacionados con las historias
regionales en esta y en la tercera parte de esta enciclopedia). Entre las estimaciones
demográficas que se conocen se pueden dar las siguientes:

a) Santiago de Guatemala. Según Christopher Lutz la ciudad de Guatemala alcanzó su


máxima población alrededor de 1650 y mantuvo ese nivel hasta finales del siglo XVII.
Para el período 1650-1660, Lutz da la siguiente composición sociorracial de Santiago:

Grupo sociorracial Número Porcentaje


Total 32,417 100
Gente ordinaria 21,717 67
Españoles 5,600 17
Indígenas tributarios 5,100 16

b) Región de Rabinal y Chixoy. En su reconstrucción, Michel Bertrand presenta las


siguientes cantidades:

Año Número de Tributarios


1561 7,000
1566 3,866
1571 3,329 ó 2,135
1574 2,445
1594 2,000

Respecto de1571 aparecen dos cifras que corresponden a dos diferentes fuentes de
información. La serie reconstruida presenta una imagen de la forma en que la población
de esta región decreció durante una parte de la segunda mitad del siglo XVI,
comportamiento que parece constituir un patrón similar en otras regiones de Guatemala.
De 1560 a 1594 la población decreció en un 71%, es decir, una tasa media anual del
3.8%. En términos generales, durante esos años la situación de la población se
caracterizó por una alta tasa de mortalidad que llegó en algunas poblaciones de la Baja
Verapaz al 80 y 90 por millar, cifra que es sumamente elevada. Michel Bertrand señala
que la mortalidad alcanzó valores altos en 1561 y 1571, y que en el período 1572-1580,
la tasa de natalidad de los naturales decreció, mientras aumentaba la mortalidad infantil,
resultados ambos que caracterizan una crisis demográfica.

c) Totonicapán. Thomas Veblen ha estudiado el descenso de la población en


Totonicapán, en el Altiplano occidental. Para el período que interesa, reconstruyó las
siguientes cifras:

Año Población
1520 60,000 a 150,000
1524 60,000 a 90,000
1572 11,500 a 15,000
1689 7,500 a 8,000

Los dos primeros años (1520 y 1524) muestran la incertidumbre respecto al número de
la población prehispánica. Thomas Veblen dice que la misma se redujo por lo menos en
un 80%, y puede ser que hasta en un 90%. La escasez de información numérica para el
siglo XVII no permite formarse una mejor idea de la evolución de la población durante
ese siglo. Sin embargo, todo parece indicar, como lo asienta Lovell, que a fines del siglo
XVII el colapso poblacional ya se había reducido en importancia y más bien se
vislumbraba una recuperación demográfica, lenta pero significativa, como lo corroboran
las cifras dadas para el siglo siguiente por el mismo Veblen (22,000 habitantes para
1778).

d) Sierra de los Cuchumatanes. Lovell y Swezey han realizado acuciosas


investigaciones sobre la población de esta región, así como del sur del territorio
guatemalteco. La región de los Cuchumatanes estudiada abarca casi la totalidad del
Departamento de Huehuetenango y alrededor del tercio central de Quiché. Se ha
estimado que a la fecha del contacto entre españoles e indígenas existía un total de
150,000 habitantes, mas se cree que éste se redujo a la mitad, en unos 25 años (75,000
habitantes), como consecuencia, en su mayor parte, del azote de una plaga de kumatz.

Una nueva plaga llamada matlazáhuatl produjo efectos devastadores en la población del
Altiplano Occidental, al punto que se estima que ésta se redujo de 73,000 en 1550 a
37,000 en 1580. Desde esta fecha, al igual que en otras regiones, transcurrió cerca de un
siglo para el cual no se conocen, por ahora, fuentes apropiadas de información
demográfica. No fue sino hasta el período 1664-1678, en que un nuevo recuento
tributario condujo a una estimación de 16,162 personas, y a una de 19,258 para 1690,
basada ésta en información sobre tributación compilada por Francisco Antonio de
Fuentes y Guzmán en la Recordación Florida, y citada por Lovell. Es decir, que la
población indígena de la región de los Cuchumatanes, según Lovell, varió en la
siguiente forma:

Año Habitantes
1520 260,000
1525-1530 150,000
1550 73,000
1580 47,000
1664-1678 16,162
1690 19,258

e) Momostenango. Robert Carmack ha estudiado la historia social de Momostenango.


Al igual que los otros investigadores de la población durante la Colonia, Carmack
utilizó los recuentos tributarios, con ajustes por el tiempo y por modalidades de pago.
Sus cifras estimadas son las siguientes:

Año Habitantes
1524 6,950-9,000
1549 2,700
1587 2,000
1672 2,077
1687 2,720
1690 2,400

Resumen

La información ofrecida en los párrafos anteriores, que refleja el intento realizado por
varios investigadores para reconstruir parcialmente la historia demográfica de la
Provincia de Guatemala durante los dos primeros siglos del período colonial, pone en
evidencia tres aspectos principales:

1) La existencia de brotes recurrentes de enfermedades y epidemias mortales durante los


primeros años de la Conquista, a mediados del siglo XVI y antes de que éste finalizara.
Dichos brotes fueron acompañados de otros menores que posiblemente no se
presentaban simultáneamente en todo el territorio (véase G. Lovell, `Epidemias y
Despoblación, 1519-1632', a continuación).

2) La alta mortalidad, sobre todo infantil y de ancianos, estuvo acompañada de una baja
en la natalidad al disminuir los contingentes de población en edad reproductiva, dada la
fuerte mortalidad en las primeras edades. Además, al parecer prevaleció una situación
de pesimismo que condujo a una especie de `desgano vital', por el cual la población
aparentemente no mostraba mayor deseo e interés por reproducirse, y se afectaba
también el nivel de fecundidad. Estos factores impidieron que se iniciara una franca
recuperación demográfica más temprano.

3) La escasa información demográfica para el siglo XVII, durante el cual aparentemente


la población indígena alcanzó su índice más bajo, no permite formular mayores
apreciaciones sobre la evolución de la población durante ese siglo. Sin embargo, hay un
acuerdo más general, corroborado con las estimaciones de población para el siglo
XVIII, y referido a los finales de este período, según el cual ya existían indicios seguros
de que el efecto negativo de las enfermedades entre los naturales ya no era tan grave, lo
que permitió el inicio de un período de crecimiento continuo, aunque lento, de la
población.

Los Movimientos Migratorios


Los desplazamientos de personas constituyen un factor importante en la evolución de
las poblaciones de las comunidades indígenas y, en especial, en la distribución espacial
de las mismas, así como en la formación de pequeñas o grandes concentraciones de
habitantes.

Gustavo Jacobsthal ha tratado de estudiar algunas de las migraciones a la Costa suroeste


a partir de la conquista española. Como antecedente, señala que los únicos que habían
logrado sembrar cacaotales y milpas en la Costa del Pacífico habían sido los quichés,
posiblemente gracias a algún compromiso con los pipiles, que se extendían desde
México hasta Nicaragua. Los quichés llamaban a los pipiles yaquiab, que quería decir
migratorios. Los pipiles, al igual que otros pueblos de la Costa Sur que también
practicaban el comercio, a menudo realizaban incursiones a otros territorios, sobre todo
al Altiplano, lo que frecuentemente producía encuentros armados. Los españoles
supieron aprovechar estas confrontaciones, que a veces obedecían a otras causas
(tierras, dominio, etcétera), para lograr más fácilmente la Conquista.

Todo parece indicar que al inicio de la Colonia los conquistadores no mostraron interés
por la urbanización de la población conquistada. La urbanización de los indígenas se
pudo hacer después de la promulgación de la real cédula del 10 de junio de 1540, por
medio de la cual el Rey mandó fundar pueblos con los nativos que estaban dispersos en
los montes, `para la mejor conservación y educación de los indios de las poblaciones de
la provincia de Guatemala'.

Esta medida, susceptible de considerarse como una de las primeras disposiciones


tomadas en el campo de la política demográfica, coincidió con la llegada de nuevos
evangelizadores franciscanos, mercedarios y dominicos, quienes habían encontrado
dificultades en su labor, no sólo por la multiplicidad de las lenguas existentes (acerca de
las cuales se sabía muy poco) sino también por la situación creada por los
encomenderos. Éstos, con abuso de poder, sojuzgaban a los indígenas en forma tal que
no mejoraba la situación de esclavitud implantada durante los primeros años. Estas
acciones habían despertado en los indios, sentimientos de hostilidad y desconfianza
hacia los invasores, cualquiera que fuera la investidura de estos últimos. En tales
circunstancias era de esperarse que las condiciones de vida de los pobladores se vieran
afectadas, y que ello influyera en el tipo de asentamiento seleccionado. De hecho, unos
vivían en rancherías dispersas, mientras otros, ubicados quizás en poblados, se
internaban en la montaña para tratar de alejarse de los conquistadores y para evadir las
exigencias coloniales. Esto condujo, posiblemente, a que mucha población se dispersara
aún más, y diera lugar a migraciones forzadas. Poca es la información disponible sobre
este tipo de desplazamiento (número de personas, lugares y fechas), de indudable
impacto sobre la distribución espacial de la población e, incluso, sobre la organización
de la familia.

Los evangelizadores trataron de convencer a los nativos sobre la conveniencia de


reunirse o `congregarse' en pueblos y aldeas. Sin embargo, esta campaña, iniciada en
1543, encontró muchas dificultades por el sentimiento de hostilidad existente. Aparte
del mayor control que se ganaba sobre la población indígena con dicho movimiento, se
señalaban otras ventajas, tales como las de poder dar a los indígenas mayor atención, ya
fuera en épocas en que escaseaban los alimentos o bien en caso de epidemias. En este
último caso es posible que, lejos de obtener resultados favorables, más bien se
alcanzaron efectos contraproducentes, pues muchas enfermedades de carácter
contagioso hacían víctimas más fácilmente entre los habitantes concentrados en una
población que entre aquellos que vivían dispersos en la región. En oportunidad de una
epidemia, por consiguiente, la población más bien huía hacia los montes, pues
posiblemente ya había percibido el efecto nocivo de la aglomeración.

En la tarea de fundar pueblos los españoles se aprovecharon, como en el resto de Centro


América, de la organización ya alcanzada por los indígenas. De ahí que buena parte de
los pueblos se fundó, de preferencia, sobre los restos de poblados preexistentes o en
lugares cercanos a las anteriores poblaciones indígenas (que a veces habían sido
abandonadas al hacerse las reducciones), con el fin de utilizar la organización
económica y política ya existente. Ernesto Chinchilla Aguilar señala que: `...no es
exagerado decir que junto a cada poblado de Guatemala existe un sitio arqueológico,
que corresponde al asiento del mismo o su centro ceremonial, durante el Período
Postclásico, o con raíces hundidas aún más en el tiempo'. Testimonio de ello es la
abundancia de sitios arqueológicos en el valle de la ciudad de Guatemala, en los
alrededores de Amatitlán, y en numerosos lugares de la Costa Sur y del Altiplano, en
sus diferentes regiones. Según dice Chinchilla Aguilar, Ledyard Smith identificó 36 de
dichos sitios en el Departamento de Quiché, y Edwin M. Shook describió en el
Departamento de Guatemala 72, y de la misma manera se podría identificar la presencia
de muchos otros en todo el territorio nacional

Sidney D. Markman dice que en un período de unos 40 años después de haberse


iniciado el programa de fundación de pueblos, se habían creado en el área actual que
comprende Chiapas, Guatemala y El Salvador, alrededor de 161 pueblos cuyos
habitantes pagaban tributo. A finales del siglo XVI prácticamente se habían fundado
todos los pueblos que en su mayoría aún subsisten, aunque haya habido cambios de
nombre en algunos y pequeños desplazamientos en otros. No obstante que a finales del
siglo XVI, en 1598, todavía se reiteraba por parte de la Corona la orden de establecer
pueblos específicamente para indios, el proceso de reducción a poblados iniciado con
tanto empuje, perdió momentum en el siglo XVII, al punto que no sólo se fundaron
pocos pueblos, sino muchos se estabilizaron y otros desaparecieron. Varios son los
factores que se supone incidieron en tal comportamiento, asociados muchos de ellos a
los errores cometidos por los españoles. Esto parecería lógico, ya que se trataba de una
experiencia completamente nueva en circunstancias muy diferentes a las conocidas
hasta entonces.

Uno de los errores aludidos consistió en que, por desconocimiento de las variaciones no
fáciles de distinguir entre los grupos, los misioneros decidieron fundar pueblos
reuniendo supuestas unidades familiares que compartían territorios determinados, pero
que en el fondo eran grupos heterogéneos. Los españoles llamaron parcialidades a
dichas unidades (véase el trabajo de G. Lovell sobre los Cuchumatanes en este
volumen). Los integrantes de estos grupos a menudo trataban de conservar su identidad,
en lugar de mezclarse para formar una unidad diferente. Lovell indica que con
frecuencia un pueblo de indios formado por reducción resultaba ser un mosaico de
parcialidades que se tocaban pero no se entremezclaban, que coexistían pero no siempre
cooperaban entre sí. Como resultado de las diferencias así surgidas, prácticamente se
vivía una situación tensa que tendía a desintegrar la vida de los moradores. Esta mala
experiencia sólo se ha aligerado en el presente.

Otros factores que aparentemente influyeron en reducir el impulso inicial en cuanto a la


creación de nuevos poblados fueron los siguientes: 1) oposición generalizada de los
indios a trabajar en un lugar al cual habían sido llevados a la fuerza; 2) disminución de
la población a causa de climas malos o epidemias; 3) motivos de tipo administrativo,
como la variación en la forma de pagar los tributos, al obligar el pago en moneda y no
en especie como se acostumbraba hacerlo antes; y 4) razones ecológicas, cuando el
terreno seleccionado no era el adecuado para el cultivo y producción de alimentos en
cantidades suficientes para satisfacer las necesidades de la población.

Todo parece indicar que a fines del siglo XVI los factores antes mencionados habían
hecho casi imposible la vida urbana. La disminución en el número de indígenas había
afectado mucho la producción agrícola, en especial de granos. Al mismo tiempo, la
ganadería sufría por falta de pastos y cuidado, con lo cual escaseó la carne de res y se
elevó su precio considerablemente. Con ello se inició un proceso de ruralización de la
población, la cual abandonaba las ciudades y las villas para encontrar un refugio en el
campo, de preferencia en algún sitio cercano a un pueblo de indios donde hubiera
producción agrícola, o en parcelas de tierra que al menos permitieran desarrollar alguna
forma de subsistencia. Por medio de este éxodo urbano-rural se intensificó la presión
sobre la tierra (composición de tierras).

El cultivo del añil, relativamente fácil de practicar en un sector de la Costa Sur, tuvo su
primer apogeo de 1590 a 1620. Sin embargo, este cultivo pronto sufrió una crisis, como
consecuencia de la eventual falta de mano de obra. Ello explica por qué el gobierno no
permitía el trabajo de los indígenas en tal actividad, pues se consideraba que los obrajes
de añil eran muy insalubres. Aquella corriente urbano-rural de población, a que se ha
hecho referencia antes pudo haber suplido la mano de obra necesaria, pero no sucedió
así. La única posibilidad, pues, de superar la difícil situación era utilizar esclavos
negros, pero éstos eran caros y no era fácil conseguirlos para realizar tareas que sólo
duraban unos dos meses al año.

Sin embargo, vale repetir que siempre prevaleció el carácter rural de la población, sobre
todo en el primer siglo de la Colonia. La población urbana nunca alcanzó proporciones
que pudieran considerarse de alguna significación. Baste señalar que la población de
gente ordinaria y de españoles en Santiago, que era la principal ciudad, apenas llegaba a
finales del siglo XVI a cerca de unos 5,800 habitantes, cantidad que al parecer no
representaba ni al 1% de la población total. Sin embargo, esa población fue creciendo
más rápidamente que la población total, pues a fines del siglo XVII era de 15,000
habitantes, es decir, casi tres veces más que la existente alrededor de un siglo antes. El
número de habitantes de toda Guatemala, en cambio, no había crecido en esa misma
proporción, pues apenas empezaba a recuperarse de la catástrofe demográfica que dejó
tan honda huella. Se estima que este crecimiento se originó, en su mayor parte, en las
corrientes migratorias, en las cuales prevalecieron los mestizos, los mulatos libres y los
esclavos mulatos. Podría haber resultado conveniente e ilustrativo aclarar la evolución
demográfica de Santiago de Guatemala, aunque fuera éste un caso muy específico, pero
este proceso lo analiza con todo detalle Lutz en sus trabajos incluidos en este mismo
volumen (véanse `Evolución Demográfica de la Población No Indígena' y `Santiago de
Guatemala en el Siglo XVII').

Nupcialidad y Etnicidad
La nupcialidad, que es un factor tan importante en la dinámica de una población, ha sido
poco estudiada en el caso de la población del Reino de Guatemala durante los primeros
siglos de la existencia de éste. Si se considera la nupcialidad en su sentido más amplio,
que incluye matrimonio, uniones consensuales y uniones casuales, es fácil comprender
la importancia que tiene en la evolución demográfica de una población.

Al inicio de la Conquista, la población indígena ha de haber estado bastante equilibrada


en lo que se refiere a la proporción de sexos. En algunos lugares podían haber existido
algunos desequilibrios, consecuencia de la pérdida de vidas entre los hombres, como
parte de las luchas intestinas que corrientemente sostenían los diferentes grupos
indígenas. Pero la llegada de los españoles significó la presencia de grupos con una
predominante cantidad de hombres, en plena juventud y con espíritu conquistador. Todo
ello, combinado con la lejanía de las familias, fue un factor decisivo para que se dieran
uniones con mujeres indígenas, que habrían de tener fuera de matrimonio, en forma
temporal o duradera, cuando no se trataba de uniones eventuales. De esta manera,
comenzó el surgimiento de una población mestiza, aun cuando quienes le dieron origen
no hubieran tomado conciencia del significado que habría de tener tal hecho en el futuro
de la población guatemalteca.

Todo parece indicar que se aceptó en un principio, en el Reino de Guatemala el


mestizaje como algo normal, y por ello la mayor parte del nuevo grupo étnico fue
absorbida indistintamente por la población indígena y por la española. En las
circunstancias descritas era posible esperar un alto grado de ilegitimidad en los
nacimientos. Christopher Lutz señala que en la parroquia de El Sagrario de la ciudad de
Santiago de Guatemala, los nacimientos registrados como legítimos sólo avanzaban un
28%; el resto (72%) se refiere a hijos ilegítimos.

Si bien en esta primera fase del mestizaje no surgieron mayores problemas, no sucedió
lo mismo con la introducción de esclavos africanos negros, entre los cuales también
predominaban los hombres. Este nuevo grupo poblacional se mezcló con integrantes de
los grupos indígena, español y mestizo, lo que dio lugar a una serie de tipos mixtos que,
en contraste con los mestizos ya existentes, no fueron bien recibidos ni por unos ni por
otros. La causa fue, fundamentalmente, de prejuicios raciales importados de España o
que se desarrollaron con el tiempo en la misma América. No obstante esa
discriminación, Christopher Lutz, en los trabajos incluidos en este volumen sobre la
evolución demográfica de los diversos grupos étnicos, explica cómo los segmentos
mestizo y africano que, de acuerdo con lo antes dicho, recibían el rechazo del grupo
español de élite así como del indígena, fueron evolucionando hasta convertirse en lo que
actualmente se conoce como población ladina. A esta última corresponden aspectos
demográficos diferenciales respecto de los indígenas, por difícil que aún parezca
especificar ambos grupos, con base en una simple declaración. Desafortunadamente no
se tiene por ahora suficiente información demográfica clasificada según los principales
grupos étnicos, del Reino de Guatemala en los siglos estudiados, a efecto de comparar
la evolución de los índices demográficos correspondientes.

La Población a Fines del Siglo XVII


Al finalizar el siglo XVII, la población de la Provincia de Guatemala ya había pasado la
crisis más seria. Los azotes epidémicos habían disminuido como consecuencia
seguramente de la adquisición de un mayor nivel de inmunidad. La escasez de
información demográfica respecto del siglo que vencía no permite hacer estimaciones
más precisas sobre la población existente en esa época, pero se puede aventurar una
cifra de un poco menos de los 400,000 habitantes. La disminución de la mortalidad,
cuyos niveles se desconocen, y una mejoría en los niveles de fecundidad, no sólo por la
disminución de la mortalidad sino también porque la población había superado el
comportamiento pesimista (`desgano vital') adoptado a finales del siglo XVI y
principios del XVII, condujeron, una elevación en la tasa de crecimiento poblacional,
que no se puede cuantificar iniciándose así un proceso de franca recuperación
demográfica.

Para entonces ya se habían fundado los principales pueblos que caracterizaron el


proceso lento de urbanización del país, que fue más notorio, desde ese tiempo, en la
capital, la ciudad de Santiago, no obstante que en algún momento también la capital fue
fuente de emigraciones, cuando se deterioró allí la situación económica.

La inmigración negra prácticamente se había interrumpido y ya se habían formado


diferentes grupos raciales mixtos por las relaciones entre españoles, indígenas y negros,
grupos que dieron origen al sector no indígena, que más adelante fue identificado como
el grupo ladino, y que le dio a la población ese sello dicotómico tan característico:
indígena y ladino. Muchas de esas relaciones fueron establecidas al margen del
matrimonio y aun de la unión consensual permanente, con lo cual, por lo menos en la
ciudad de Santiago, el índice de ilegitimidad en los nacimientos era elevado.

Los desplazamientos forzados de población habían disminuido y prevalecían los


movimientos estacionales asociados a la agricultura de exportación, especialmente para
el corte del xiquilite y el traslado de éste hacia los obrajes para su procesamiento,
también prevalecían los movimientos relacionados con la apertura de la frontera
agrícola en la Costa Sur, para el cultivo de la caña de azúcar, los cuales estuvieron
encabezados por españoles y criollos. Estudios más detenidos, que aún no se han hecho,
de seguro pondrían de manifiesto una asociación más estrecha entre el desarrollo de la
población no indígena y la evolución espacial y cronológica de las actividades
relacionadas con la producción agrícola.
W. GEORGE LOVELL

Epidemias y Despoblación, 1519-1632

La penetración europea en América provocó desde su inicio la mayor destrucción de


vidas humanas en la historia. Nunca se sabrá con exactitud, a pesar de la prolongada
controversia, cuántos hombres y mujeres murieron, aunque actualmente es posible
distinguir el factor determinante de este fenómeno: la enfermedad. Ya en el occidente
canadiense, ya en el sur chileno, o en cualquier otra parte, el desastre provino de la
exposición de los sistemas inmunológicos de los aborígenes a nuevas enfermedades, lo
que derivó en un colapso demográfico súbito y sin precedente.

Se trató de un hecho prolongado de resultados variables, en el que unos grupos


indígenas soportaron mejor que otros la expansión europea. Al examinar un período tras
otro, o lugares y regiones diferentes, se comprueba que ninguna experiencia fue igual a
otra, porque las condiciones de vida de los indígenas diferían mucho en el continente
americano, y aun había variaciones locales. En La Española, por ejemplo, los indios
taínos desaparecieron, mientras que en Guatemala perduran más de 20 idiomas mayas
distintos. Para explicar la sobrevivencia de los mayas y la desaparición de los taínos,
hay que examinar muchos factores, además de la enfermedad. No obstante, la clave para
entender la proporción y la rapidez de la despoblación del Nuevo Mundo, especialmente
en el contacto inicial, está en las enfermedades traídas del Viejo Mundo. Los europeos
también se enfermaron y murieron, por supuesto, igual que perecieron indígenas bajo el
fuego y la espada, por los abusos y la explotación, la brutalidad y la avaricia, y por
razones más relacionadas con la ideología y el poder que con la genética y los
gérmenes. Sin embargo, y valga la reiteración, las enfermedades fueron decisivas, y
deben estudiarse más a fondo en la historia colonial de América.

En cuanto concierne a Guatemala, los datos de diversas fuentes, inclusive de textos


como el Memorial de Sololá, permiten reconstruir los brotes de las enfermedades. En
este ensayo se hace un breve análisis de la despoblación indígena y de la historia de las
epidemias, con especial referencia a los brotes patológicos de efecto más amplio entre
1519 y 1632.

Despoblación Indígena
El Cuadro 19 resume documentación que demuestra que, entre 1539 y 1617, la
población indígena de Guatemala se redujo en forma acelerada. Sin embargo, no se cita
una enfermedad específica como causa de dicho descenso. Casi la mitad de la
información proviene de encomenderos que se quejaban de la baja de los tributos de los
indígenas. En su opinión, ello era resultado de la reducción de los tributarios. Por
ejemplo, alrededor de 1562, se hizo constar que la encomienda de Asunción Mita valía
`casi nada, por haberse muerto muchos indios'. Por razones similares, en 1568, Alonso
Páez esperaba un ingreso menor de 100 pesos, proveniente de pueblos que habían
tributado mucho más cuando su padre los tenía encomendados 30 años antes. Cristóbal
Aceituno se quejaba en relación con su parte de San Juan Nahualapa: `...no me vale ni
me renta en cada un año 400 tostones por las bajas que se han hecho respecto a la gran
disminución de los tributarios' y se lamentaba de que sólo podía esperar `ocho cargas de
cacao con que no se puede sustentar dos meses del año'.

Otros casos se refieren no a las preocupaciones de los encomenderos, sino a los


problemas institucionales de la Iglesia y el Estado. Por ejemplo, el 8 de marzo de 1575,
un fraile franciscano le escribió al Rey para `dar cuenta a Vuestra Magestad de lo que
por acá pasa [en] esta tierra', y aprovechó para señalar que:

los naturales son cada día menos, los españoles cada día
más, y así hay grandísimas necesidades. Y si los indios no
duran más que dos vidas padecerán los hijos y los nietos
de los conquistadores que han ganado a Vuestra Magestad
toda esta tierra, mucha necesidad.

Esta voz de alarma se repitió dos años más tarde cuando otro franciscano, Fray Gonzalo
Méndez, advirtió al Rey:

Los naturales [se] van acabando y esto por cosa clara,


porque ocho años que empezó a tener cuenta son de continuo
cada año más mucho los que mueren que los que se bautiza,
y en pocos años más se vienen acabar todos, como se
acabaron los indios de las islas de Santo Domingo.

Fray Gonzalo envió otra misiva después, su quinta carta al Rey en un período de 10
años, fechada en Santiago de Guatemala el 24 de marzo de 1579; en ella daba una lista
de 21 razones por las cuales el Rey y el Consejo de Indias se debían preocupar por la
sobrevivencia de los indígenas, y enfatizaba las consecuencias económicas de una
despoblación, al mismo tiempo que respetuosamente recordaba al Rey su obligación
moral de evitarla. Al parecer, alguien en la Corte leyó la carta del Fraile, porque escribió
al reverso: `Vista, no hay que responder'. Estas cortas palabras podrían servir de epitafio
al imperio que España estaba destinada a perder. A finales del siglo XVI, la Corona
estaba más que enterada de la mala situación de las Indias, de que sus súbditos
indígenas estaban muriendo en forma acelerada y que, en ciertos casos, habían
desaparecido por completo.

Despoblación Indígena y Consecuencias de las


Enfermedades
Los citados testimonios de la época demuestran con claridad que la población indígena
de Guatemala declinó en forma acelerada durante el siglo XVI. Las cifras
correspondientes varían mucho, como lo demuestra el Cuadro 20, aunque quienes las
aportaron coinciden en señalar el marcado descenso. Aun Francisco de Solano, cuyas
cifras son las más bajas, acepta que sus estimaciones reflejan `un descenso masivo', mas
se cuida de anotar que varios estudiosos de origen no español están motivados por `una
secreta pasión' (la Leyenda Negra), cuyo objetivo es el de `culpar a la acción española
como causa directa del descenso masivo de la población indígena'. No obstante las
observaciones de Solano, la mayoría de los investigadores acepta actualmente que el
factor crítico fue la enfermedad, y no la `acción española' traducida en masacres y en
explotación. Empero, no se debe considerar sólo el factor enfermedad, ya que se
descuidarían así otras variables del fenómeno, de naturaleza no biológica, pero también
importantes. Elías Zamora presenta tal criterio al afirmar que la enfermedad debe
considerarse como `la causa fundamental', pero hay que cuidarse de considerarla como
`casi la única' razón del descenso de la población indígena.

La reconstrucción de la cronología de las epidemias es una tarea primordial si se quiere


presentar en forma convincente la relación entre enfermedad y despoblación. El Cuadro
21 presenta una lista de ocho epidemias que, con seguridad, alcanzaron carácter muy
amplio o general. El Cuadro 22 registra 25 epidemias locales. En atención a su gran
impacto, las epidemias del Cuadro 21 se examinan una por una y se relacionan con los
brotes locales del Cuadro 22, que se analizan en forma más resumida.

La Peste de 1519-1521
Una famosa cita del Memorial de Sololá, contenida en la versión al español de Adrián
Recinos, describe el impacto que causó la terrible peste que azotó a Guatemala entre
agosto de 1519 y octubre de 1520. Daniel Brinton tradujo al inglés el original en
cakchiquel (kaqchikel). Puesto que Brinton era médico y experto en lingüística maya,
posiblemente su traducción, desde el punto de vista epidemiológico, contiene ciertas
interpretaciones más sutiles, que Recinos no captó. La versión de Brinton traducida al
español dice así:

En el curso del quinto año se inició la peste, Oh, hijos


míos. Primero hubo tos, luego se corrompió la sangre y se
tornó amarilla la orina. La cantidad de muertes en esta
época fue en verdad terrible. El Jefe Vakaki Ahmak murió y
nosotros mismos nos vimos sumergidos en una gran oscuridad
y gran pesar al ver que nuestros padres y ancestros
estaban contagiados de la plaga, Oh hijos míos... En
verdad el número de muertes entre el pueblo fue terrible y
no escapó de la peste... Los ancianos y padres murieron
todos y el mal olor fue tal que los hombres morían sólo de
éste.

Luego perecieron nuestros padres y ancestros. La mitad de


la gente se tiraba a los barrancos y los perros y zorros
comían de los cuerpos de los hombres. El temor a la muerte
destruyó a la gente vieja así como al hijo mayor del rey
junto con su hermano joven. Así fue que nos empobrecimos,
Oh, hijos míos y así fue que sobrevivimos, siendo tan sólo
un pequeño niño y tan sólo nosotros quedamos.

Es una suerte que haya sobrevivido tan exacta descripción, aun cuando haya provocado
numerosos problemas, porque ha dividido las opiniones médicas y no médicas sobre la
identificación de la enfermedad. La mayoría considera que ésta fue viruela. Por otro
lado, Brinton, apegado a la descripción, opinó que fue un brote de sarampión maligno.
Jorge Luis Villacorta Cifuentes y Horacio Figueroa Marroquín, también médicos,
concuerdan con Brinton.
George Shattuck, catedrático de la Escuela de Salud Pública de Harvard, opinó que la
epidemia `no se puede identificar con certeza por la vaguedad de los términos usados
por el relator para describirla'. Sin embargo, sugirió que `probablemente se refería a la
viruela que provino de México', y agregó que pudo ser posible que hubiera `al mismo
tiempo más de una enfermedad de proporciones epidémicas'. Murdo MacLeod también
considera que se trató de viruela, y concuerda con Shattuck en que pudo tratarse de más
de una enfermedad. Específicamente sugirió que `las descripciones de la enfermedad...
ciertamente se parecen a las de la peste pulmonar'.

El historiador de la medicina guatemalteca, Carlos Martínez Durán, no se atrevió a ser


categórico, pero indicó que pudo haber sido gripe, sarampión o tifus exantemático. Sin
embargo, insistió en que la enfermedad no pudo haber sido viruela, porque el cronista
cakchiquel hubiera empleado el término viruela o viruelas, como hizo en 1564 para
describir un brote de esta enfermedad. Martínez Durán relacionó la palabra cakchiquel
chaac, que quiere decir peste, con el término náhuatl matlatzáhuatl, que se refiere al
tifus exantemático. Brinton dijo que Brasseur de Bourbourg tradujo erróneamente la
palabra chaac como la `maladie syphilitique', y aclaró que la palabra `aplicada a
cualquier enfermedad eruptiva se refiere a toda la clase exantemática'.

Al señalar que la gripe (influenza) se extendió en Europa a principios del siglo XVI,
Felix W. McBryde propuso la idea de que los síntomas se asemejaban más a `aquellos
de la gripe pandémica de 1918-1919'. Alfred Crosby opinó que la enfermedad `pudo
haber sido gripe', y que `aparentemente no era viruela, puesto que los relatos no
mencionan la manifestación de pústulas'. Sandra Orellana señaló que, si bien la palabra
viruela en español casi siempre significa smallpox en inglés, el término de hecho se
refiere a la `manifestación ampollada pustulenta' de dicha enfermedad, no así a la
enfermedad misma. La palabra viruela, como manifestación o síntoma, pudo haber sido
empleada por los españoles de aquella época para referirse también al `sarampión,
varicela o inclusive tifus' porque esa era la designación común.

Orellana sugirió que la enfermedad pudo haber sido una viruela maligna. Por lo tanto, la
mayoría de las opiniones parece indicar que fue viruela, aunque no hay unanimidad. Los
médicos que han analizado el texto cakchiquel se han inclinado más por diagnosticar
sarampión que viruela.

Otras fuentes de información sobre los distintos brotes epidémicos de la época podrían
ayudar a obtener un diagnóstico más exacto. Desafortunadamente dichas fuentes no son
muy abundantes. En el Memorial de Sololá se hace referencia a un brote, en 1560, de `la
peste que había azotado antiguamente a los pueblos', y se alude a enfermos a quienes
`les brotaban llagas pequeñas y grandes'. Si estas `llagas' fueron realmente pústulas y el
brote de 1560 fue la misma enfermedad de 1519-1521, lo más probable es que se tratara
de viruela. Es lamentable no contar con otro texto indígena para corroborar la
información existente. En la Descripción de San Bartolomé, una relación geográfica
recopilada en 1585, se dice que `antes que los españoles viniesen a esta tierra les
sucedió una pestilencia de viruelas yncurables'. Por lo tanto, es posible relacionar la
referencia a la viruela de la Descripción de San Bartolomé con el brote de 1519-1521
que aparece en el Memorial de Sololá, tal como lo hizo Elías Zamora.

En conclusión, si el diagnóstico es realmente difícil, no es imposible concluir en que sin


duda hubo mortandad, desorganización social, temor y pánico a causa de la enfermedad.
El texto cakchiquel también distingue entre lo que sucedió en 1519, cuando `azotaba la
peste', y el hecho de 1520 y 1521, en que `comenzaba a extenderse la peste'. Aunque los
cakchiqueles hayan sido los únicos indígenas de Guatemala que dejaron testimonio de
la enfermedad, sin duda ésta debió afectar también a sus vecinos tzutujiles (tz'utujiles),
quichés (k'iche's) y mames. En su referencia a los brotes de enfermedad que precedieron
a la llegada de Pedro Alvarado, como `las fuerzas de choque de la conquista', Murdo
MacLeod no duda del impacto profundo que tuvo la epidemia:

Lo que sabemos de las epidemias anteriores en Europa y la


consecuencia de la viruela y la peste, nos ayuda a
asegurar que los que sobrevivieron permanecieron en una
situación de debilidad suma, al menos durante un año, y
con una resistencia sumamente disminuida contra
enfermedades menores, resfríos, bronquitis, neumonía e
influenza, las que ocasionan tanta invalidez. Eran ellos,
en gran parte, los enfermos sobrevivientes que Alvarado y
sus hombres encontraron en la Costa del Pacífico de
América Central.

La Peste de 1533
Con base en tres fuentes de información contemporáneas, MacLeod confirma que el
sarampión se extendió ampliamente en Centro América entre 1532 y 1534. Es casi
seguro que en esa época este mal devastó Honduras y Nicaragua, según lo comprueban
otras fuentes consultadas por Linda Newson.

También existe el testimonio directo de Pedro de los Ríos, tesorero real residente en
León, quien en una carta al Rey, de 22 de junio de 1533, comentó que la escasez de
indígenas en Nicaragua para sacar oro de los ríos era por las `muchas enfermedades que
les han dado, especialmente una que nuevamente les ha dado de sarampión'. No es tan
evidente la magnitud de este brote en la Provincia de Guatemala porque, de nuevo, las
fuentes son muy escasas. Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán mencionó, sin
indicar fechas, un brote de viruela proveniente de México. El sarampión y la viruela,
aseveró el cronista, se extendieron `como el activo y cebado fuego de lo campos secos,
pueblos enteros de innumerables y crecidos millares de habitadores'. Francisco Asturias,
apoyado en Antonio de Remesal, también se refiere a la existencia de la viruela en la
Guatemala de aquella época.

En referencia específica al sarampión, Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán alude a


Pedro de Alvarado en la siguiente descripción:

Por cuanto ha caído peste de sarampión sobre los indios,


[Alvarado] mandó que los que los tuviesen encomendados, y
repartimiento de ellos, pena de perdimiento de los tales
encomendados, los cuiden y curen sin ocuparlos en servicio
alguno; porque se ha visto por experiencia que con otras
semejantes pestilencias se han despoblado muchas tierras.

Fuentes y Guzmán no siempre es una fuente confiable, pero su credibilidad en esta


ocasión se refuerza cuando de manera específica citó a Alvarado, quien no era
precisamente un protector de los indios. Si Pedro de Alvarado consideró prudente
desistir, aunque fuera en forma temporal, de hacer cumplir las obligaciones de las
encomiendas y los repartimientos, buenas razones debió tener para ello. Después de
citar directamente a Alvarado, Fuentes y Guzmán insistió en que Fray Bartolomé de Las
Casas no fue verídico al haber restado a las enfermedades la importancia que
ameritaban o al ignorarlas como fuentes de la disminución de la población indígena,
hecho este que atribuyó sólo a la crueldad española.

La validez de Fuentes y Guzmán como fuente de la presencia de esta enfermedad en


Guatemala, se corroboró cuando se localizó en el Archivo General de Indias una carta
de Alvarado a Carlos V, enviada desde Santiago de Guatemala el 1 de septiembre de
1532. En ella hay un informe detallado sobre varios asuntos de gobierno, y concluye
con el siguiente comentario:

Solamente me queda de decir que en toda la Nueva España


vino una pestilencia por los naturales que dicen
sarampión, la qual ha calado toda la tierra sin dejar cosa
ninguna en ella. Llegó a esta provincia habrá tres meses y
puesto que por mi parte fueron hechas muchas diligencias
para que los naturales fueran mejor curados y no se diese
lugar a que muriesen en tanta cantidad como en todas las
otras partes, no pudo tanto preservarse que no haber
muerto muchas y haber sido en estas partes muy gran
pérdida así por los muchos que son muertos.

En coincidencia con Fuentes y Guzmán, Alvarado informó que había ordenado


restringir el uso de mano de obra indígena, con el propósito de reducir la mortandad. El
conquistador decía textualmente al Rey: `...mandé luego que todos los esclavos que
fueron sacados de las minas y tratados y curados... y que los otros naturales en sus
servicios fueron relevados'. Alvarado esperaba que el monarca comprendiera y aprobara
las medidas que había tomado en tal emergencia, lo cual había impedido que se fundiera
`oro en tanta cantidad como esperábamos y Vuestra Magestad perdió su parte'.

Aunque los españoles del siglo XVI emplearon mucho el vocablo sarampión, Shattuck
opinó que no basta el uso de la palabra como `evidencia para comprobar que tuvo lugar
una epidemia' de esa enfermedad, sobre todo porque `el sarampión no fue reconocido en
Europa como una enfermedad aparte sino hasta el siglo XVIII', lo cual también fue
señalado por Figueroa Marroquín. Por lo tanto, es necesario reunir más evidencias antes
de llegar a una conclusión.

La Peste de 1545-1548
Entre 1545 y 1548, los indígenas de México sufrieron mucho por una enfermedad que
los cronistas nativos llamaron cocoliztli o hueycocoliztli. El término cocoliztli equivale
sencillamente a enfermedad o peste; hueycocoliztli significa gran enfermedad o gran
peste. En varias fuentes se encuentra evidencia de que el cocoliztli se propagó hacia el
sur de México, y que llegó a Guatemala, donde se conoció con el nombre de cumatz o
gucumatz. En la Isagoge Histórica Apologética se le menciona específicamente en el
pasaje en que se dice que en 1545, y de nuevo en 1576, `en todas estas provincias del
Reino de Guatemala... hubo grandísimas pestes y mortandades de indios'. También se
relata que `las enfermedades y pestes se extienden [a] muchísimos pueblos de los más
numerosos y famosos [y] se han destruido totalmente'. Durante el primer brote de esta
enfermedad, el encomendero Gonzalo de Ortiz afirmó que `envió Dios tal enfermedad
sobre ellos que de cuatro partes de indios que había se llevó tres'. Ortiz declaró de modo
categórico que `a esta causa está todo perdido lo de México y lo de aquí'.

En oposición a las anteriores observaciones, la Audiencia de los Confines informó al


Rey, el 31 de diciembre de 1545, desde Gracias a Dios, que `la pestilencia que ha
habido entre los indios en la Nueva España no ha llegado en Guatemala' y agregaba:
`...plega a Dios que no llegue por acá, que a morir muchos menos que ha muerto en
México'. Semejante aseveración parece haber sido más un deseo que una realidad,
quizás porque los miembros del tribunal se encontraban en el occidente de Honduras y
desconocían los acontecimientos y circunstancias del resto del Reino de Guatemala.

A pesar de la plegaria de la Audiencia, es obvio que el gucumatz se extendió a


Guatemala entre 1545 y 1548, con resultados desastrosos. Sin embargo, también en este
caso prevalece el problema de identificar la enfermedad con exactitud. Fuentes y
Guzmán se referió al `tabardillo o fríos y calenturas, epidemia ordinaria de la costa', en
relación con la misma época. MacLeod concluye que `mientras se espera más evidencia,
el cocoliztli [en Guatemala, gucumatz] no fue otra sino la vieja enemiga: la peste
pulmonaria'. Sandra Orellana concuerda con MacLeod en que la palabra quiché
gucumatz está relacionada con la plaga pulmonaria, una enfermedad que se caracteriza
por gran cansancio, fiebre, sed e hinchazón de las glándulas.

La Peste de 1558-1562
Entre 1558 y 1562, Guatemala fue azotada por enfermedades que dejaron muchos
muertos y sobrevivientes hambrientos. Existen muchas fuentes de referencia que
facilitan la reconstrucción de los hechos. El cronista Fray Francisco Vázquez relató que
en 1558 `casi destruyó el reino "una enfermedad" en que murieron sin que nadie pudiese
hallar remedio, muchísimas gentes', y apuntó que `fue señaladísima la sangre de
narices'. El 30 de junio de 1560, y de nuevo el 7 de febrero de 1561, la Audiencia
informó a Felipe II que Guatemala `toda está enferma y con pestilencia [y] se han
muerto muy gran cantidad de indios'. Se hizo lo posible para asistir a los necesitados,
porque los que lograban sobrevivir a la enfermedad morían de hambre y, como decía la
Audiencia, si los indios morían por falta de ayuda, entonces se reducía el tributo y los
encomenderos españoles pronto empobrecerían.

Es probable que la enfermedad a que se refirieron la Audiencia y Vázquez haya sido la


misma que se registró en el Memorial de Sololá:

En el sexto mes después de la llegada del Señor Presidente


[Juan Núñez de Landecho] a Pangán [Panchoy] comenzó aquí
la peste que había azotado antiguamente a los pueblos.
Poco a poco llegó aquí. En verdad una muerte espantosa
cayó sobre nuestras cabezas por disposición de nuestro
poderoso Dios. Muchas familias [sucumbieron] ante la
peste. Se apoderaba hoy de la gente un frío intenso y
fiebre les salía de la nariz, luego venía la tos más y más
fuerte, se les torcía el cuello y les brotaba llagas
pequeñas y grandes. Todos fueron atacados por la
enfermedad. Todos vieron la enfermedad ¡oh hijos míos! el
Día de la circuncisión [1 de enero de 1559], un lunes,
cuando estaba escribiendo, fuí atacado...

Un mes y cinco días después de la Pascua de Navidad murió


mi madre y poco después... a mi padre... Al mismo tiempo
murió aquí Doña Catalina, mujer de Don Jorge, el día 2
Akbal.

Siete días después de la Pascua arreció la epidemia. En


verdad no era posible contar el número de hombres, mujeres
y niños que murieron... A la gente le brotaba la sangre de
la nariz.

La enfermedad y la muerte siguieron ocupadas cuando


terminó el 63 año después de la revolución [18 de mayo de
1562].

De nuevo están divididas las opiniones en cuanto a la identificación de la enfermedad.


Pudo haber sido viruela, y ello se refuerza por la referencia del texto cakchiquel, que
Recinos tradujo por `llagas pequeñas y grandes'. Sin embargo, Brinton no alude a dichas
erupciones, y tampoco lo hacen otras dos versiones del mismo documento. Lo que
describen todos estos textos es una enfermedad que provocó fiebre, sangre de nariz y
tos. Estos síntomas, según Figueroa Marroquín, son complicaciones que podrían
exacerbar un brote de viruela pero que, de hecho, forman parte del diagnóstico clínico
del sarampión. Este autor comentó inclusive que, después de analizar tres diferentes
traducciones del cakchiquel al español, no le quedó duda de que se trataba de
sarampión. Villacorta Cifuentes aceptó el argumento de Figueroa y, lo mismo que
Orellana, llegó a la misma conclusión. Martínez Durán sugirió que pudo haber sido tifus
exantemático, pero no excluyó la posibilidad de sarampión. También es muy posible
que la peste haya sido una mezcla de enfermedades, como dice con gracia la siguiente
rima popular española:

Sarampión toca la puerta


viruela dice: ¿quién es?
y escarlatina contesta:
¡aquí estamos los tres!

La crisis continuaba en 1563 y, según Francisco Vázquez, `hambres y carestía de


bastimientos se experimentaron con mucha penuria... a causa de la gran seca que hubo...
con que ni hubo trigo, ni maíz, ni aun el recurso de los plátanos y raíces'. Un brote de
viruela que atacó a la población cakchiquel al año siguiente, no hizo sino aumentar el
sufrimiento.

La Peste de 1576-1577
Durante 1576 y 1577, Guatemala sufrió otra epidemia proveniente del sur de México.
Un estudio reciente de Elsa Malvido y Carlos Viesca la ha identificado como cocoliztli,
la cual se menciona en las fuentes mexicanas de la época como una plaga. Dichas
fuentes también la llaman matlatzáhuatl, lo que pudo haber sido tifus exantemático. La
documentación guatemalteca ciertamente puede ser correlacionada con las que aluden el
cocoliztli de México, pero también hace referencia a viruela, tifus, catarros y otras
enfermedades no específicas. Además, Martínez Durán agregó `bubas, sarampión y
peste de flujo de narices'.

En una carta al Rey el 15 de marzo de 1577, el Presidente Pedro de Villalobos escribió:


`...de México vino a esta tierra una pestilencia de viruela y tabardete de que han muerto
y cada día mueren cantidad de indios en especial niños de poca edad'. Dos días antes, un
contador real había escrito al monarca que `la enfermedad de las viruelas entre los
indios ha sido contagiosa y general'. Un año más tarde, el mismo contador, Eugenio de
Salazar, informó al Rey que, por la epidemia los indios estaban muy atrasados en el
tributo, por lo que `ha sido justo descargárselo... por [que] con las enfermedades... han
estado y están tan necesitados'. El Presidente Villalobos, en otra carta al Rey, del 17 de
marzo de 1578, escribió además que `hay... falta de maíz por no haber podido sembrar
los indios'.

Cuando Villalobos entregó la presidencia a Diego García de Valverde, en noviembre de


1578, había transcurrido lo peor de esa epidemia. Sin embargo, los documentos
relacionados con la presidencia de García de Valverde están llenos de referencias a la
enfermedad de 1576-1577, porque fue durante su período (1578-1589) que se
enfrentaron muchas de las consecuencias sociales y económicas de la epidemia. Lo más
importante de esta etapa fue que el Presidente intentó hacer nuevas tasaciones de
tributos que reflejaran la justa realidad demográfica que, en comparación con las dos
décadas anteriores, mostraba bajas. García de Valverde seguramente consideraba que la
situación ameritaba un análisis serio, aunque fuera ya tardío. Fue entonces cuando llegó
a Guatemala una tajante disposición de la Corona ordenándole cumplir con lo siguiente:

Investigar y corregir los supuestos abusos cometidos por


encomenderos, corregidores y alcaldes mayores en contra de
los indios, [entre otros]: (1) cobrar tributo con base en
tasaciones de población no vigentes, cuando habían
desaparecido al menos dos terceras partes del número real
de indígenas; (2) cobrar tributo por indígenas muertos o
ausentes; (3) venta de indígenas de una encomienda a otra;
(4) usar los indios como esclavos; (5) golpearlos; (6)
cargarlos demasiado; (7) obligarlos a dormir en los campos
donde morían mordidos por reptiles venenosos; (8)
tratarlos tan mal que las madres preferían matar a sus
hijos que dejarlos al servicio de los españoles; (9) hacer
que los indios se dejaran morir de hambre o se ahorcaran
por la misma razón; (10) en general, ser la causa de que
odiaran el nombre de cristiano.

García de Valverde se sorprendió de tales inculpaciones y en forma rápida se defendió.


Según él, se le acusaba de tolerar cosas que había encontrado al llegar a Guatemala y
que precisamente se había propuesto eliminar de inmediato. El Presidente creía que el
Rey y el Consejo de Indias habían recibido información tergiversada de modo
deliberado por el Fraile dominico Bernardo de Almarsa, con quien el Presidente había
tenido disensiones y quien le guardaba resentimiento.
García de Valverde solicitó a varios vecinos y religiosos prominentes que aclararan la
situación. Entre quienes reaccionaron, Pedro de Liévana, Deán de la Catedral de
Santiago, presentó un testimonio relevador:

En lo que toca a morirse los indios e ir en disminución


son juicios secretos de Dios que los hombres no los
alcanzan y lo que este testigo ha visto en el tiempo que
ha estado en estas provincias es que desde la provincia de
México han venido tres o cuatro pestilencias con las
cuales ha venido la tierra en grandísima disminución.

La Peste de 1607-1608
El 30 de noviembre de 1608, el Presidente de la Audiencia, Alonso Criado de Castilla
informó al Rey sobre `la enfermedad general que los naturales de esta tierra han tenido
de más de un año'. El funcionario explicaba que `con mucha brevedad en dos o tres días
y algunas veces de repente morían estos indios míseros sin que admitiese remedios ni se
pudiese entender la cura della'. Comentó que la enfermedad provocaba `un flujo de
sangre de narizes que pocas veces se podía restañar', y mencionó específicamente que la
sangre de narices era acompañada `en algunos [casos] con mezcla de tabardillo'. La
Audiencia utilizó algunos fondos disponibles para ayudar a las comunidades más
severamente afectadas, pero sin solicitar el permiso previo del Consejo de Indias. El
Rey señaló que `las grandes enfermedades de peste' obviamente requerían de alguna
ayuda por parte del gobierno, pero ordenó a la Audiencia que en el futuro no descuidara
los adecuados procedimientos administrativos.

La Peste de 1620-1625
Un poco antes de 1623, pero posiblemente después de los brotes de tifus de 1607 y
1608, Guatemala volvió a verse afectada por otra epidemia que pudo ser de sarampión.
La fuente de información más precisa sobre este brote es una carta del Cabildo de
Santiago, del 19 de octubre de 1623, en la que se informaba al Rey que, `desde el
principio de agosto [de este] año, cesó la peste general que hubo en este reyno'. El
Cabildo le aseguraba que el tributo no debía verse afectado porque `según se tenía
noticia habría poca disminución de tributarios porque los que fallecieron en mayor
número eran niños y muchachos'. Esta enfermedad pudo haber sido la misma que afectó
a la capital en 1614. El 2 de agosto del mismo año, el Cabildo acordó pedir al convento
mercedario que una procesión de la Virgen recorriera las calles de Santiago, a fin de que
ella intercediera para detener la `peste general'.

La Peste de 1631-1632
Otro brote de tifus devastó Guatemala en 1631 y 1632. Fray Antonio de Molina informó
que, `en el año de 1631, hubo en esta ciudad de Guatemala una peste muy grande en que
murió muchísima gente y en los pueblos de la comarca y en todas las provincias de
Guatemala', y comentaba que la mortandad en la capital `fue terrible'. El 27 de abril del
año siguiente, el Ayuntamiento de Santiago pidió una vez más que se realizara una
procesión para suplicar la intervención divina contra la enfermedad. Ni Molina ni el
Cabildo identificaron la enfermedad, pero Thomas Gage proporcionó una descripción
bastante clara de tifus:

Al año siguiente todo el país fue generalmente infectado


de una cierta enfermedad casi tan contagiosa que la peste,
que ellos llamaban tabardillo; esta era una cierta fiebre
en las entrañas que con gran cuidado duraba hasta el
séptimo día, porque de ordinario hacía morir a las
personas al tercero o quinto días.

El mal olor y la hediondez que salía del cuerpo de los


enfermos bastaba para infectar no solamente a los de la
casa, sino también a todos los que venían a verlos, esta
fiebre les hacía podrir la boca y la lengua, y los volvía
antes de morir tan negros como el carbón.

Hubo muy pocos españoles infectados de esta enfermedad...


pero los indios lo fueron generalmente todos. Se decía que
había comenzado en los alrededores de Mixco, y que de allí
se había ido esparciendo de pueblo en pueblo hasta
Guatemala, y... había pasado más allá, como las langostas
lo habían hecho el año anterior...

He visitado a muchas personas que murieron de esta


enfermedad, sin haberme servido de otro antídoto que el
olor de un pañuelo mojado en vinagre, con lo cual,
mediante la gracia de Dios, salí siempre del riesgo...

Enterré en Mixco noventa personas, y más de ciento en


Pinula, de los cuales tuve dos escudos por cada uno que
pasaba la edad de ocho años, con el objeto de decir una
misa para sacar sus almas del purgatorio...

A fin de no perder nada del tributo que se tenía costumbre


de pagárseles antes de la enfermedad, después que ésta
cesó hicieron [los encomenderos] empadronar a los indios,
y obligaron a todos los que habían pasado de doce años a
casarse.

Junto a la viruela, el tifus fue una verdadera plaga para los indígenas de Guatemala
durante el resto del período colonial y parte del siglo XIX.

Epidemias Locales: 1555-1618


Los ocho brotes de enfermedades a que se ha hecho alusión se mencionan ampliamente
en las fuentes históricas, porque ellos fueron de gran magnitud e impacto. La
documentación incluida en el Cuadro 22 se refiere a brotes más localizados, de los que
debió haber habido muchos más que los 25 casos allí tabulados. Sin embargo, sólo
investigaciones más profundas en los archivos y la integración sistemática de los
hallazgos provenientes de estudios regionales y locales, permitirán elaborar un registro
más amplio.

La mayoría de los ejemplos resumidos en el Cuadro 22 seguramente se refiere a


enfermedades que se dieron con más fuerza en una parroquia o encomienda específicas.
Por ejemplo, `la gran mortandad' que se registró en Chichicastenango en 1562 y las
`pestilencias y enfermedades' de la misma época en Zalquitlán, seguramente
corresponden a los brotes epidémicos de sarampión, viruela o tifus que surgieron
entonces en otros lugares. De la misma manera, la `peste de bubas que atacó y mató a la
gente' en 1576 en la región cakchiquel, y la enfermedad que se llevó a `muchos de los
naturales' en la Verapaz en 1578, podrían estar relacionadas con la segunda de las dos
oleadas de cocoliztli, que llegaron a Guatemala desde la Nueva España. También la
epidemia de tifus de 1607 y 1608 coincidió con la alta mortandad registrada en los
mismos años en Yscuatán, Coylpitán, San Juan Amatitlán y en los pueblos que tenía
encomendados Alvaro de Paz.

Se produjeron otros casos más difíciles de relacionar con brotes más extensos, lo que
indica que pudo tratarse de enfermedades con un radio de infección más limitado. Las
epidemias que afectaron a los cakchiqueles en 1588, 1590 y 1601 ilustran muy bien esta
dinámica local, así como también la `grande enfermedad' que afectó a Quezaltenango en
1585, y los 10 o más ejemplos que sintetiza el Cuadro 22. Como lo sugiere una
evidencia posterior en la Sierra de los Cuchumatanes, el impacto espacial de la
enfermedad podía muy bien localizarse en determinadas comunidades, sin llegar a
afectar a los pueblos vecinos.

Conclusiones
Con base en la evidencia documental conocida, no es dudable que en Guatemala existió
una relación directa entre las epidemias y la despoblación indígena en los primeros años
de la Colonia. Los testimonios de la época sobre la disminución demográfica de los
indígenas entre 1539 y 1617, según lo indica el Cuadro 19, pueden relacionarse con la
extensión y la localización de los brotes de enfermedad, como se indican en los Cuadro
21 y Cuadro 19, respectivamente. Guatemala fue afectada por lo menos por ocho
grandes brotes epidémicos entre 1519 y 1632, además de casos menos generalizados
que ocurrieron con más frecuencia en el mismo período. No debe olvidarse que los
documentos consultados son registros escritos que han sobrevivido a inundaciones,
incendios, terremotos, negligencia y robo, tanto en el caso de los que se encuentran en
Guatemala como en aquellos que fueron remitidos a España. Además, no
necesariamente se registraron todos los brotes de enfermedades. El testimonio
documental tiende más a disminuir que a acentuar las trágicas consecuencias de las
epidemias que cortaron tantas vidas de indios.
ROSA HELENA CHINCHILLA

La Lingüística en Guatemala, Siglos XVI


y XVII

La lingüística en Guatemala en los siglos XVI y XVII marca el principio de una época
llena de contradicciones y descubrimientos inconclusos. El hombre renacentista y
barroco que llegó de España trajo consigo la nueva ciencia de los idiomas vulgares que
empezó con Dante, Nebrija y Du Bellay. Los primeros intentos de conocer los idiomas
europeos llevaron a los descubridores de América a tratar de conocer lo otro, lo
americano. En las Indias Occidentales encontraron una realidad lingüística totalmente
distinta, pero a la vez bastante sofisticada. Los idiomas de Mesoamérica valoraban la
retórica y alcanzaron una alta expresión literaria. Motivados sin duda por sus afanes
religiosos, los europeos que vinieron a América comenzaron a investigar a fondo los
idiomas de Guatemala, casi exclusivamente con un sentido utilitario.

En Europa, y en particular en España, el Renacimiento fue una época de gran


innovación lingüística. El problema que llamó la atención a los teóricos de la época fue
en primer lugar el origen del lenguaje. En parte este tópico estuvo bastante ligado a las
ideas cabalísticas, populares en esa época, en especial la idea de que nombrar es
conocer. Otro tópico muy relacionado con la lingüística colonial fue el de la exégesis
bíblica, preocupada principalmente por la traducción, lo que produjo en España la Biblia
Complutense o Políglota (1514-1518), editada bajo la autoridad de los más importantes
doctores de los idiomas latín, griego y hebreo, entre ellos Antonio de Nebrija. Tanto la
tradición medieval como la renacentista valoraban los idiomas europeos, lo cual movió
a los autores aludidos a buscar métodos para aprender gramáticas radicalmente distintas,
como las del hebreo y el árabe. Los humanistas estimaron sobre todo el estudio de la
retórica, en oposición a los escolásticos, que apreciaban la dialéctica. Para los
humanistas el hablar era importante porque antecede al pensar, y de tal modo el estudio
de la Gramática floreció en el siglo XVI.

Libros como la Políglota, que incluye una gramática del hebreo y un vocabulario, y
además gramáticas españolas del hebreo y árabe del siglo XVI, muestran que los
españoles tenían la experiencia para emprender con buen éxito el aprendizaje de
idiomas muy distintos del latín y el castellano. La tradición de traducir que tenían los
españoles del medioevo, y la particular situación surgida a raíz de la conversión de
moros y judíos, son elementos que deben haber afectado la preparación de los clérigos
franciscanos, agustinos y dominicos para estudiar lo que encontraron en las Indias
Occidentales. A principios del siglo XVI se hizo relevante que, aparte de la muy
conocida gramática y el vocabulario de Nebrija, se publicaron otras gramáticas en
castellano, como las de Juan de Valdés, Cristóbal Villalón, Bernardo Aldrete, Alonso de
Ledesma y José Pellicer Valencia, y también las teorías de Alonso de Herrera y F.
Sánchez de las Brozas, las cuales trataban de las nuevas maneras de enseñar el latín.
Además, se deben haber conocido muchas gramáticas extranjeras, como las de Pietro
Bembo, A. Barclay, Meignet y Francisco Oliveira.
Los misioneros o predicadores que llegaron a las Indias tenían entonces más que los
rudimentos para empezar el conocimiento de una lingüística depurada. Sin duda,
aquellos estudiosos estaban contagiados por el afán de sistematizar las lenguas vulgares
del Renacimiento.

Brevemente se pueden caracterizar tres etapas en los estudios lingüísticos de Guatemala.


La primera ocurre en los años iniciales de la Conquista. Es una etapa violenta, no sólo
por las guerras de la Conquista, sino también culturalmente. Los misioneros españoles
destruyeron códices y buscaron acabar con cualquier manifestación de herejía. La
segunda etapa se puede situar con certeza en el momento de la publicación del
catecismo y gramática de Francisco Marroquín, en 1556. Con este acontecimiento se
inició el contacto activo que tiene dos facetas: tratar de aprender el idioma del indígena,
y al mismo tiempo dar a conocer la nueva religión buscando el acercamiento lingüístico.
Esta fue la etapa más productiva y prosiguió hasta principios del siglo XVII. La tercera
etapa se distingue por la fundación de colegios mayores y universidades. El número de
religiosos había aumentado, pero se perdió algo del entusiasmo por la catequización. A
pesar de esto último, existió un grupo de misioneros cada vez más instruido en los
idiomas de los naturales, que partió de las bases establecidas por hombres como los
frailes Domingo de Ara y Domingo de Vico. Al final del siglo XVII se produjo una
estimable preocupación por la lingüística y una actitud muy positiva hacia los idiomas
aborígenes por parte de las órdenes religiosas.

Los encargados de la ardua labor de comprender y enseñar a los amerindios fueron los
frailes franciscanos, dominicos y agustinos, principalmente, aunque también
participaron otros. En su estudio sobre la Nueva España, Robert Ricard describe dos
fases en esta labor de conversión. La primera empezó en 1523 con la llegada de los
primeros misioneros franciscanos a la Nueva España y terminó con la de los jesuitas en
1572. Los franciscanos, agustinos y dominicos trajeron consigo las ideas de la retórica,
la escolástica y la Contrarreforma. Más adelante, en el siglo XVII, también trajeron a
América el conceptismo y las ideas precartesianas de la lingüística.

La misión primera de aquellos inmigrantes era enseñar la religión a los indígenas. Al


principio hubo un intento de aprender los idiomas indígenas, de escribir teologías,
catecismos, sermones, novenas y confesionarios, como ayuda al fraile encargado de
poner en práctica aquella enaltecedora misión. La tarea de los predicadores ya resultaba
significativa para un testigo de la Conquista como Bernal Díaz del Castillo, quien al
referirse a los acontecimientos de Guatemala dijo lo siguiente:

... y es dar gracias a Dios y cosa muy de contemplación


ver como los naturales ayudan a beneficiar una santa misa,
en especial si la dicen los franciscos o dominicos, que
tienen a cargo el curazgo del pueblo donde la dicen. Otra
cosa buena tiene: que así hombres como mujeres y niños que
son de edad para lo deprender, saben todas las santas
oraciones en sus otras buenas costumbres acerca de su
santa cristiandad...

Como se puede ver, el papel del misionero era doble: aprender el idioma del indígena y
enseñar las creencias cristianas en tal idioma. José Toribio Medina, en sus notas a la
primera reimpresión de la gramática de Marroquín, escribió:
... los obispos y doctrineros llegaron pronto a
persuadirse que la conversión de los indios resultaba
imposible si no se les enseñaban los preceptos de la fe
católica en su propia lengua. Para ese fin era
indispensable que se redactaran e imprimieran en seguida
los catecismos necesarios... No escaseaban, relativamente
hablando, eclesiásticos y seglares que, por su larga
residencia entre los indios o por su contacto diario con
ellos en los pueblos recién fundados, hubiesen llegado a
poseer con perfección los idiomas americanos...

El nivel lingüístico de los misioneros se puede poner en tela de juicio, pero el


conocimiento acumulado hasta ahora sobre la formación de idiomas indígenas, la
adquisición de segundos idiomas, la cantidad de documentación reunida, etcétera,
permiten apreciar que los misioneros, desde muy temprano, pudieron comunicarse
hábilmente con los americanos. Ricard enfatizaque lo más odioso debió haber sido la
confesión a través de un intérprete. El profundo interés práctico en el aprendizaje de los
idiomas indígenas casi no tiene paralelo en la historia reciente.

La decadencia de tal curiosidad y de la admiración por los idiomas vernáculos se


evidenció muy pronto en Hispanoamérica, como lo demuestra Ricard y como pudiera
hacerlo un estudio cuidadoso de las leyes de la época. Ya alrededor de 1550 se empezó
a restringir el uso de los idiomas indígenas, por la sencilla razón de que se empezó a
dudar de la conveniencia de traducir una cultura a otro idioma. La Corona mandó a las
autoridades coloniales que los curas doctrineros comenzaran la enseñanza del castellano
a los nativos, y para reducir la posibilidad de error se emitió la ley que dice:

Habiendo hecho particular examen sobre si aun en la más


perfecta lengua de los Indios se pueden explicar bien, y
con propiedad los Misterios de nuestra Santa Fe Católica,
se ha reconocido, que no es posible sin cometer grandes
disonancias e imperfecciones, y aunque están fundadas
cátedras, donde sean enseñados los sacerdotes, que
hubieren de doctrinar a los Indios, no es remedio
bastante, por ser mucha la variedad de lenguas. Y habiendo
resuelto que convendrá introducir la Castellana, ordenamos
que a los Indios se les ponga Maestro, que enseñe a los
que voluntariamente quisieren aprender, como les sea de
menos molestia y sin costa: y ha parecido, que esto
podrían hacer bien los Sacristanes, como en las aldeas de
estos Reinos enseñan a leer, y escribir, y la Doctrina
Cristiana (Libro VI - Título I - Ley XVIII. Que donde
fuere posible se pongan escuelas de la lengua castellana,
para que la aprendan los indios. Emperador D. Carlos, 7 de
junio de 1550).

Esta ley provee también cierta información que permite saber un poco más acerca del
nivel de investigación de los misioneros. En primer lugar, declara que ya se habían
traducido muchísimos textos religiosos para la época. También muchos de los
misioneros pidieron a sus estudiantes indígenas que escribieran sus tradiciones propias
para que los religiosos españoles no tradujeran imperfectamente. Ricard da el famoso
ejemplo de Bernardino de Sahagún y otros menos conocidos de México. Se ha
especulado mucho sobre el uso de estas ideas por los misioneros que preservaron el
Popol Vuh, el Memorial de Sololá y el Rabinal Achí. La ley reproducida antes cambió
sin duda los conceptos anteriores de muchos misioneros en Guatemala. Sin embargo, el
trabajo de cambiar el idioma de los indígenas resultaba inconmensurable, y el misionero
indudablemente siguió predicando en el otro idioma y no en castellano.

El conocimiento de la otra dimensión lingüística por los misioneros fue profundo en


muchos casos. En las bibliotecas y colecciones donde se guardan los documentos
pertinentes, el investigador moderno puede comprobar los conocimientos de aquellos
hombres. Muchos de sus libros fueron escritos por completo en el nuevo idioma
indígena, sin ninguna clave para el no iniciado. Se puede especular que muchos de los
misioneros tenían ya, al llegar a Guatemala, un conocimiento básico de la ciencia del
idioma, con la cual forzosamente debían estar familiarizados para poder entender los
materiales a su disposición, para poder copiarlos y para poder difundir su conocimiento.
La imprenta en la Nueva España, en los años anteriores a 1572, produjo más de 100
libros escritos en 10 idiomas indígenas. Entre ellos figura el primer libro bilingüe del
Obispo Francisco Marroquín.

La lingüística de aquellos dos siglos es en gran parte una ciencia aplicada, generalmente
no teórica, lo cual resulta cierto respecto de la lingüística renacentista en general.
Muchas de las gramáticas escritas en Guatemala en la época que nos ocupa son escuetas
y de carácter totalmente descriptivo, pero otras dan además indicios de la actitud del
autor respecto al otro idioma o de ideas teóricas más concretas. Esta lingüística como
ciencia aplicada permitió, en el siglo XVIII, crear gramáticas más elaboradas a
escritores como Francisco Ximénez o José Ildefonso de Flores.

Entre los problemas que solucionaron estos misioneros está el de la escritura y el


alfabeto para expresar otros idiomas. Fray Francisco de la Parra, quien llegó a la Nueva
España en 1542, fue el inventor del alfabeto que tuvo más uso en Guatemala. Propuso el
uso de dos siglas que casi seguramente provienen del árabe: el tresillo o aín y el
cuatrillo o vau. El primero tiene un sentido gutural en el árabe y el segundo, según se
describe en una gramática de la época, se produce al juntar los labios. Los dos sonidos
se forman en la garganta, según estas gramáticas. El ε. es fácil de escribir y reconocer,
pero en cambio el cuatrillo se puede escribir muy rápido como una g. Por eso muchos
lingüistas del siglo XIX leyeron esta sigla como g. Además de estas siglas, el Padre
Parra inventó un cuatrillo con coma, la tz. y la h. aspirada. El cuatrillo con coma era un
sonido entre el cuatrillo y la tz. La tz. es una amalgama de las dos letras y también es un
sonido extraño al castellano. La h. aspirada, también invención de Parra, puede tener su
raíz en el árabe, pero no fue aceptada universalmente, sin duda porque el sonido de la h.
pronunciada en aquellos siglos les parecía muy similar. Ya con el alfabeto, los
misioneros procedían a escribir los documentos necesarios para el uso diario, e inclusive
se imprimieron algunos de éstos. Debe notarse que las gramáticas son escuetas y en
ellas se esquematizan las distintas partes de la oración. En cambio los libros de
sermones, catecismos y teología son voluminosos, seguramente por su función más
importante.

Las lenguas que los mencionados religiosos estudiaron en Guatemala fueron


principalmente las del Altiplano. Los nombres mismos de estas lenguas se fueron
formando en la misma época: quiché (k'iche') (utatlán o lengua utatleca), cakchiquel
(kaqchikel) (a chique o a chi quel), mam, aguacateca (awakateko), ixil, tzendal o
tzental, chontal, pokomchí (poqomchi'), tzotzil, maya, yucateca, chol, tzutujil (tz'utujil).
El kekchí (q'eqchi') y el pokomam (poqomam), dos idiomas muy importantes en la
región, no se estudiaron tanto en los dos siglos aludidos. Fue hasta en las centurias
XVIII y XIX cuando se les dedicó mayor atención.

La variedad de los idiomas descritos, y de los trabajos hechos en los mismos, atestiguan
la importancia de las primeras aportaciones de los misioneros. Todos los avances
logrados en los siglos XVI y XVII se fundan en las ideas del Renacimiento sobre los
idiomas humanos y contienen preceptos que apenas se empiezan a revalorar.

Los textos que sobreviven son muchos. De los libros escritos por los misioneros hay
cinco clases: vocabularios, artes, confesionarios y doctrinas, sermones y teologías.
Muchos de estos libros combinan dos clases en un volumen. Seguramente los
manuscritos fueron copiados, y tuvieron una circulación grande. A continuación se
presenta una breve descripción del contenido general de ellos.

Vocabularios
Los vocabularios tuvieron una función claramente utilitaria. La mayor parte estuvo
organizada a partir del idioma indígena, lo cual indica que se usaban para entender a los
feligreses o en función de los libros escritos enteramente en el otro idioma. Algunos
vocabularios mezclaban dos idiomas parecidos, en especial cakchiquel y quiché. La
norma era mezclar los idiomas con indicación de las distinciones. Menos comunes eran
los vocabularios como el Vocabulario de la Lengua Castellana y Guatemalteca...
organizado a partir del idioma castellano. Esta clase de vocabulario pudo ser usada para
la traducción o, al revés, para el aprendizaje del español por indígenas. Fray Francisco
de Varela escribió un Calepino, que incluye una gramática, un vocabulario y algunas
adiciones. Otros vocabularios, como el Vocabulario del Mam i Español, dividen la
materia agrupándola por órdenes de animales, plantas, etcétera.

Artes
Las artes o gramáticas casi siempre terminan con un pequeño catecismo o
confesionario. Todas están basadas en el esquema del latín y la tradición de los
importantes gramáticos de los siglos anteriores. Dice G. Padley acerca del estudio de las
gramáticas de ese período:

La época de 1500-1700 es crucial en la historia de la


civilización occidental. En su principio, el pensamiento
europeo es en muchos aspectos medieval. Al final, esa
revolución científica, que más que ninguna otra cosa ha
formado nuestro mundo moderno, ya emprendió su camino.
Como un período de transición, da su contribución
particular para el desarrollo de los modos de pensar
acerca del idioma, una contribución que a pesar de su
importancia ha sido casi completamente olvidada por
historiadores lingüísticos.
Las contribuciones que hicieron los gramáticos de los siglos indicados sin duda estaban
basadas en las teorías medievales. Ejemplos de éstas se encuentran en casi todas las
gramáticas de los siglos XVI y XVII. Específicamente, están divididas en las siete
partes de la oración: nombre, adjetivo, pronombre, verbo, adverbio, preposición y
conjunción. La mayor parte de los textos se dedican al verbo. De modo notorio, se
encuentra una gran discrepancia en los textos. Algunos son complejos, ejemplificados y
fácilmente se deduce que son el trabajo de un hombre preparado en materia de
lingüística; otros, en cambio, son muy escuetos y apenas discuten la materia. Como ha
notado Jorge Suárez, no todos son de la misma calidad, y hay claras diferencias
dependiendo del idioma y la parte de la oración que se estudia. En Guatemala, el quiché
y el cakchiquel tienen los lugares de mayor importancia, sin duda por ser los idiomas
que mejor conocían los religiosos.

Las gramáticas a veces son muy breves, tal como la que está al principio de la Doctrina
y Confesionario en Lengua Ixil. Ellas adquirieron más importancia en el siglo XVII,
cuando aparecieron impresas varias artes. El contenido de éstas era muy directo, casi sin
comentarios de los religiosos que las escribieron. Otro ejemplo sobresaliente es Arte,
Pronunciación y Ortografía de la Lengua en el mismo Idioma Cakchiquel. Esta es
talvez la única gramática escrita en cakchiquel de la época, y su uso puede ponerse en
tela de juicio por contener en su manuscrito la fecha 6 de julio de 1748.

Confesionarios y Doctrinas
Los libros de doctrinas son muy comunes y muchas veces aparecen anexos a otros
tratados. Por lo general incluyen los elementos básicos de la religión cristiana. Las
traducciones son útiles porque pueden servir para dar una buena idea de su nivel o de la
comprensión del idioma por parte del autor.

Los confesionarios presentaban otra clase de datos en relación con la actitud


prevaleciente entre los misioneros respecto de los indígenas. Estaban divididos por los
mandamientos, incluyendo a veces preguntas que se dirigían especialmente a las
mujeres, o a aquellos que talvez todavía practicaban costumbres `idólatras'. Es muy
interesante el confesionario que se encuentra en la Doctrina Christiana y Arte en
Cakchiquel, porque contiene una sección dedicada a algunas preguntas que debían
formularse a individuos de oficios particulares. Tiene, por ejemplo, secciones dedicadas
a alguaciles, mercaderes, pintores, padres y madres. También incluye instrucciones para
el predicador como la siguiente: `Después de esto le da a besar la cruz y tomando el
santísimo sacramento en las manos, vuelve al enfermo y dice...' El detalle y esmero que
se observa en estos manuscritos puede dar indicios al lector moderno de su importancia
y también del cuidado de los religiosos al compilarlos.

Sermones
Los sermones eran principalmente para uso de los párrocos. Su fin utilitario fue
marcado con claridad por su organización, casi siempre basada en los días festivos del
calendario litúrgico católico. Por lo general daban indicaciones del texto del Evangelio
que se utilizaba como base del sermón. El Libro de Comparaciones, de Fray Bartolomé
de Temporal, parece estar fundado en esta misma idea, aunque recibe un nombre
distinto. Normalmente, los títulos y anotaciones en las márgenes están escritos todos en
latín.

Algunos autores, como los frailes Domingo de Vico o Domingo de Ara, buscaban crear
obras más enciclopédicas. En múltiples obras, algunas de las cuales sólo parecen existir
en copia más tardía, Vico trató de llegar a los fundamentos del quiché, el cakchiquel y el
tzutujil. Dejó además dos vocabularios, un arte de la lengua quiché y varias teologías,
algunas copiadas varias veces, todo lo cual da al investigador moderno indicios de la
popularidad y utilidad alcanzada por la obra de Vico entre los padres de las órdenes
mendicantes. De Ara buscó hacer algo similar en su Egregium Opus, respecto del
idioma tzental o tzendal. Esta obra incluye una sección de comparaciones, otra de
sermones, otra del modo de administrar los sacramentos, una gramática, y también
anotaciones musicales para el canto. Los dos autores citados constituyen un digno
ejemplo de la dedicación y entrega de los misioneros respecto de sus tareas religiosas.

Teologías
Las llamadas Theologia Indorum abundan en manuscritos de gran interés. Contienen la
teología básica que los misioneros impartieron a los nativos de la época. Están escritas
completamente en idioma indígena, y por ello permanecen fuera del alcance de los no
versados en el mismo. Casi todas cuentan las historias del Viejo Testamento. La
presentación de conceptos, descripciones y traducciones de acontecimientos cristianos
en el marco de la religión indígena dio lugar a muchísimos estudios interesantes sobre el
conocimiento que tenían los misioneros de la religión nativa, y también del sentido que
el cristianismo pudo haber tenido para los indígenas de Guatemala.

Bibliografía Parcial de Manuscritos o Libros Impresos


(Siglos XVI y XVII)
La lista presentada a continuación no es completa porque muchos de los documentos
permanecen en colecciones donde no se les ha prestado atención, o en colecciones de
difícil acceso y noticia. En este campo es notoria una bibliografía completa de todos los
documentos que sobreviven en colecciones privadas y en bibliotecas o archivos
públicos. Entre las mejor conocidas y estudiadas se cuentan las colecciones de París,
The Bancroft Library, The John Carter Brown Library y The Newberry Library en
Chicago. Esta última contiene una magnífica colección de documentos indígenas, con
las fotografías tomadas por W.

E. Gates, y donadas por él a principios de siglo (entre paréntesis se indica en el Cuadro


23 cuáles de los manuscritos están allí).
La lista que sigue es un recuento preliminar de documentos en bibliografías existentes.
Se indica la existencia de manuscritos o copias facsimilares que han sido catalogadas.
Las siglas usadas son NL: Newberry Library, fotoedición facsimilar de fotografías
tomadas por W.

E. Gates a principios de siglo; Sánchez García, que aparece en la bibliografía de


Sánchez García; y Viñaza, que aparece en esta bibliografía. Algunos de estos
documentos no aparecen en otros catálogos y se conocen por la referencia que hacen de
ellos Remesal, Molina, Vázquez o Ximénez en sus respectivas crónicas.

Problemas y Documentos por Investigar


La lista de documentos incluida en este capítulo puede dar idea de la amplitud del
campo y de lo poco que del mismo se conoce todavía. La lingüística del Renacimiento
ha sido poco estudiada, y la de América todavía menos. En cuanto a la investigación
lingüística sobre Guatemala, existe la inconveniencia de que gran parte de los
documentos se encuentra en bibliotecas extranjeras o de órdenes religiosas. Aunque el
acceso puede ser difícil, se puede comprobar la existencia de una gran cantidad y
variedad de documentos. El historiador no debe olvidar esta fuente de información que
muchas veces ofrece detalles sobre las ideas corrientes entre los nativos de Guatemala y
sobre las actitudes de los españoles.

Los libros de sermones ofrecen un campo potencialmente fructífero para el investigador.


En ellos se mencionan las fiestas principales, las ideas religiosas que se quería difundir
entre los nativos, y también la actitud reformista de los misioneros en los pueblos más
apartados en los dominios de la autoridad religiosa. Se trata de documentos literarios,
porque contienen una literatura que el hablante de esos idiomas hubiera podido
entender.

Muchos de los libros que se conocen existen en un estado de rápido deterioro o en


versiones frágiles. Uno de los trabajos por hacer consiste en la transcripción de los
documentos sobresalientes de la época, como la Theologia de Vico, y los diccionarios
extensos de los idiomas.

Está todavía por hacerse un estudio en términos más teóricos, al estilo de las
investigaciones de Padley y los trabajos de los gramáticos y lingüistas de España, como
El Brocense, Juan de Valdés y Antonio de Nebrija. Se debe considerar a los autores
prolijos de las posesiones coloniales como partícipes de las corrientes renacentistas.

También debería hacerse un estudio histórico y biográfico de las vidas de los autores,
que señale su contribución al conocimiento de idiomas que han cambiado
permanentemente y de los cuales sólo quedan al hombre moderno vestigios escasos.
Hasta ahora pocos autores han hecho un trabajo de tal magnitud. Aquellos libros, por lo
tanto, constituyen no sólo una parte importante del patrimonio nacional, sino una fuente
invaluable del conocimiento histórico.

Muchísimos autores de manuscritos y libros publicados han sido investigados sólo muy
escuetamente. Un ejemplo de ello es la poca información dejada sobre personajes tan
importantes como Domingo de Vico o Francisco de Cepeda. Vico, como ya se ha
indicado, formó una colección importante de teologías, dos gramáticas y posiblemente
algunos otros documentos. Investigadores como J. Himelblau y René Acuña han
sugerido incluso que Vico fue autor del Popol Vuh, pero todo ello seguirá siendo
refutable hasta no saber más acerca del autor. Se necesita hacer investigaciones
paleográficas de los documentos importantes y biografías completas de los autores,
especialmente para saber qué clase de estudios habían hecho en España. En general, se
debe enfatizar en los libros que circulaban en la época y eran accesibles a los misioneros
y predicadores, para entender así el trasfondo teórico que tenían los religiosos que
participaron en los trabajos lingüísticos.

Cuadro 23
Bibliografía parcial de manuscritos o libros impresos (siglos XVI y XVII)

Aguilera, Hipólito de, Doctrina Christiana, (fotoedición en NL). Siglo XVII

Alarcón, Fray Baltasar de, Sermones en Lengua Cakchiquel, (Sánchez García)

Albornoz, J. de, Arte de la Lengua Chiapaneca, (Ms. BNP; 1961, fotoedición en NL)

Anónimo, Arte del Idioma Maya, México: Francisco Gabriel de S., 1560, Buenaventura, México

--, Noticia Breve de los Vocablos más Usuales de la Lengua Cakchiquel, siglo XVII (Ms. BNP,
fotoedición en NL)

--, Vocabulario en Lengua Cakchiquel y Quiché o Utatleca, siglo XVII (fotoedición en NL)

--, Calendario y Doctrina en Kekchí, siglo XVII (fotoedición en NL)

--, Diccionario Quiché Procedente del Convento de Papuna, siglo XVII (Sánchez García)

--, Doctrina Christiana y Arte en Cakchiquel, 1692 (Ms. American Philosophical Society, fotoedición en
NL)

--, Doctrina y confesionario en Lengua Ixil (fotoedición en NL)

--, Pláticas y Sermones en Lengua Quiché por un Franciscano (Sánchez García)

--, Sermones, Oraciones en Lengua Poconchí (siglo XVI-XVII, Ms. Peabody Museum, fotoedición en
NL)

--, Nabe Tihonic, (siglo XVII, quiché, foto en NL)

--, Sermones en Lengua Cachiquel por un Padre Franciscano (Sánchez García)

--, Sermones en Lengua Cachiquel en 4o. (1674, Sánchez García)

--, Sermones en Poconchí (siglo XVI-XVII, fotoedición en NL)


--, Testamento en Lengua Kekchí (14 de agosto de 1656, fotoedición en NL)

--, Theologia de los Indios e Indoctrinación de ellos (siglo XVII, 2 volúmenes, fotoedición en NL)

--, Theologia Indorum en Tzutuhil (siglo XVII, fotoedición en NL)

--, Vocabulario en la Lengua Castellana y Guatemalteca que se llama cakchiquel chi (siglo XVII,
fotoedición en NL)

Ara, Domingo de, Copanaguastla Tzeltal Gramática (Doctrina y Confesionario en lengua Tzendal)
(fotoedición en NL)

--, Egregium Opus (siglo XVI, Ms. NL)

--, Vocabulario en lengua Tzeldal (1571, fotoedición en NL)

--, Doctrina Cristiana (1560-61)

Baseta, D. de, Catecismo o Doctrina Cristiana (1545, obra de Marroquín)

--, Vocabulario de la Lengua Quiché (1690-1698, Ms. BNP, fotoedición en NL)

Betanzos, Pedro de, Cartilla de Oraciones en las lenguas Guatemalteca, Utatleca y Tzutugil (1583,
fotoedición en NL)

Cáncer, Fray Luis, Varias coplas, versos e himnos en la lengua de Cobán de Verapaz sobre los misterios
de la religión para uso de los neófitos de la dicha provincia (siglo XVI, Ms. NL)

Cepeda, Fray Francisco de, Artes de los Idiomas Chiapaneco, Zoque Tzendal y Chinanteco (1560,
fotoedición en NL)

Ciudad Real, A. de, Vocabulario de la Lengua Maya (1600, Ms. John Carter Brown Library, fotoedición
en NL)

Coronel, J. de, Arte en Lengua de Maya (1620, México: Garrido, fotoedición en NL)

--, Discursos Predicables y Tratados Espirituales en Lengua Maya (1621, Garrido: México)

Coto, T., Thesaurum Verborum o Frases y Elegancias de la Lengua de Guatemala (Sánchez García)

--, Vocabulario en Lengua Cakchiquel (siglo XVII, Ms. American Philosophical Society)

de la Parra, Fray Francisco, Vocabulario Trilingüe Guatemalteco de los Principales Idiomas Kachiquel,
Quiché y Zutuhil (Crónica Vázquez, I,124-127)

del Saz, Antonio, Adiciones al Arte de Guatemala para Utilidad de los Indios y Comodidad de sus
Ministros (Sánchez García)

--, Pláticas Compuestas en Lengua Cakchiquel (1662, Guatemala, fotoedición en NL)

--, Sermones sobre las Excelencias y Alabanzas de los Misterios... (Sánchez García)

Elgueta, Manuel, Vocabulario Mam i Español (siglo XVI, Ms. Bringham Young, fotoedición en NL)

Guzmán, Vocabulario en Lengua Tzeldal (1600, fotoedición en NL)


Guzmán, Pantaleón de, Libro Intitulado Compendio de Nombres en Lengua Cakchiquel (siglo XVI-XVII,
fotoedición en NL)

Landa, Diego de, Doctrina Cristiana en Lengua Maya (1574-75)

Larios, Fray Hierónimo, Arte de la lengua Mame (1607, segunda edición, México 1697, 1720 Zúñiga)

Maldonado, F., Arte, Pronunciación y Ortografía de Cakchiquel (siglo XVI, fotoedición en NL)

--, Ha nima vuh vae theologia yndorum ru binaam (1671, fotoedición en NL)

--, Sermones super evangelia quae in sanctorum festivitatibus lagun tuc (1671, Ms. en BNP, fotoedición
en NL)

Marroquín, Francisco de, Catecismo y Doctrina Cristiana en Idioma Utatleca (1556, Ms. en BNP,
México: Juan Pablos, Guatemala: Antonio Belasco, 1724)

--, Doctrina Cristiana en Lengua Utatleca, (1566, México)

Martínez, Marcos, Arte de la Lengua Utatleca o Quiché vulgarmente llamada El arte de Totonicapán
(Ms. BNP, fotoedición en NL)

Méndez, Fray Gonzalo, Catecismos, diccionarios y explicación de la doctrina cristiana al principio en


idioma zutugil (Sánchez García)

Morán, F., Arte en lengua choltí... libro... confesionario... vocabulario (fotoedición en NL)

Reynoso, Fray Diego de, Arte y Vocabulario de la Lengua Mame o Zaklohpakap (1644, México)

Salmero, Fray Marcos, Arte y Vocabulario en Lengua Mame (1644)

San Buenaventura, J. de, Arte de la Lengua Maya (1684, Viuda de Bernardo Calderón, México)

Santo Domingo, T. de, Vocabulario en la Lengua Cakchiquel (1693, Ms. BNP)

Temporal, Fray Bartolomé de, Calepino en Lengua Cakchiquel (siglo XVI, Ms. American Philosophical
Society, fotoedición en NL), manuscrito en Universidad Mariano Gálvez

Viana, Fray Francisco de, Sermones en Pocomchí (1550, fotoedición en NL)

Vico, Domingo de, Arte de la lengua Quiché o Utlateca (1675, Ms. BNP, copia)

--, Vae rucam ru uuhil nimac bijtz Theologia indoruum vu bi naam ti bo bal quichim Indio Cristiano y
paxu chabal Dios Nimal ahau pa Cacchequel (Ms. en NL)

--, Sermones en lengua Achí o Tzutuhil compuestos para el uso de los padres de la Orden de Santo
Domingo de Guatemala a principios del siglo XVII conforme al estilo del Ve Pe. V. Domingo de Vico
(siglo XVII, Ms. BNP, fotoedición en NL)

--, Vae nima vuh rii theologia indorum ibi naam nim ahau (1553, existen varias copias en distintas letras,
cuatro Mss distintos en la BNP, fotoedición en NL)

--, Theologia Indorum de Cunén en Lengua Quiché (siglo XVI, fotoedición en NL)

--, Vocabulario Quiché-Cakchiquel (siglo XVI, Ms. Bibliotèque Nationale, fotoedición en NL)
Villacañas, Fray Benito de, Arte para aprender la Lengua Cakchiquel (Remesal, 259)
MICHAEL Y JULIA RICHARDS

Lenguas Indígenas y Procesos


Lingüísticos

Introducción
En este trabajo se examina la distribución de los idiomas en Guatemala al momento de
la llegada de los españoles y los procesos subsecuentes que se desarrollaron hasta 1700.

Guatemala es conocida por la gran variedad de las lenguas que componen su espectro
lingüístico. De los 23 idiomas indígenas que se hablan hoy, 21 proceden del tronco
lingüístico maya. Como todas las lenguas, las de Guatemala han evolucionado a lo largo
del tiempo. Se han producido cambios profundos en su desarrollo, causados éstos por
guerras, migraciones, nuevas colonizaciones, y otros factores que las afectaron de modo
considerable.

Antes de la Conquista ya se habían producido procesos específicos que influyeron en las


lenguas, como conflictos entre los grupos prehispánicos, movimientos poblacionales,
alianzas, etcétera. Sin embargo, fue la invasión de Mesoamérica por los europeos lo que
se reconoce como el acontecimiento que puso fin al Período Postclásico Terminal.
Desde entonces la evolución social de los nativos sufrió cambios violentos. La lengua,
que forma parte del proceso social y de la expresión cultural, también se vio influida por
los acontecimientos de la época.

Los idiomas que hablaban los nativos de Guatemala sufrieron cambios internos
significativos entre 1524 y 1700, como resultado de la conquista militar, la disminución
de la población, la esclavitud, la subordinación a un poder extranjero y el cambio de
ubicación de las poblaciones. Las reducciones forzadas produjeron efectos lingüísticos a
todo nivel. Sin embargo, en este orden el fenómeno más significativo que afectó a los
indígenas fue la castellanización. El uso del español se extendió no sólo entre los
mestizos, negros, mulatos y zambos, sino también entre los indígenas, cuyos idiomas
sufrieron cambios al incorporar palabras y estructuras gramaticales del español.

En lugar de presentar aquí un análisis de cada una de las lenguas que existían al
iniciarse el período colonial y los cambios ocurridos en ellas, se enfoca el tema
mediante el análisis social e histórico del fenómeno lingüístico, tal como éste se
presenta en dicho período de rápidos cambios sociales. En algunos casos se alude a un
grupo social específico y su lengua, aunque es necesario reconocer que existen muchos
vacíos en el conocimiento de algunas situaciones particulares. La documentación que se
refiere a las tradiciones indígenas y a la dinámica social es escasa. En cambio, se tiene
abundante información acerca de la realidad demográfica y sobre los procesos
macrohistóricos ocurridos en la región durante esa época.

Se carece de la información necesaria acerca del cambio y la continuidad lingüística en


Guatemala en el período previo a la Conquista y durante los inicios de la época colonial.
Los historiadores reconocen que no es muy abundante la documentación sociohistórica
que permita establecer la situación general de las tradiciones indígenas y su dinámica
social durante ese período. El caso de México es diferente, pues allí hubo un cronista
como Fray Bernardino de Sahagún, que escribió sobre la Conquista y los cambios
experimentados por la sociedad nativa en el momento mismo en que era sometida al
control español. En Guatemala no hubo ninguno exactamente en la misma situación.
Infortunadamente, no parece ser posible el hallazgo de algún documento que ayude a
aclarar más los inicios del período colonial.

Por otra parte, se sabe bastante sobre los procesos macrohistóricos que promovió la
legislación española. Además se puede hacer buen uso del conocimiento actual sobre la
variedad de lenguas que se hablan en Guatemala. Finalmente, en la reconstrucción de
los movimientos evolutivos observados por los idiomas en el pasado, se pueden
aprovechar la teoría lingüística contemporánea y la sociolingüística, a fin de hacer las
necesarias inferencias. Por razones vinculadas a la continuidad de la documentación,
este trabajo se restringe al área que estaba bajo la jurisdicción de Santiago de Guatemala
durante los inicios del siglo XVI.

Distribución de los Idiomas antes de la Conquista


Antes de la llegada de los españoles, la organización política de los indígenas estaba
sufriendo cambios significativos. En términos de control territorial, algunos grupos
estaban en expansión y otros parecían debilitarse. Conforme cambiaban las bases de
poder como consecuencia de la presión expansionista de unos grupos y el repliegue de
otros, la distribución espacial de los idiomas también sufría cambios apreciables. Las
lenguas de los pueblos del Altiplano influyeron en las de los grupos con los cuales
aquellos pueblos tuvieron contacto. El cambio rápido en la configuración política del
Altiplano después de la Conquista fue una continuación de ciertas transformaciones que
se habían iniciado siglos antes de la llegada de los españoles. Las culturas de esa región
del país fueron sustancialmente afectadas por las viejas invasiones desde México.
Christopher Lutz escribe que el Altiplano guatemalteco fue:

...atacado por una serie de invasiones culturales y


militares llegadas desde México. Estas invasiones
triunfaron al fusionar la parte norte de América Central y
convertirla en una esfera cultural común con la parte
central y sur de México, conocida como Mesoamérica... los
grupos indígenas del altiplano guatemalteco, especialmente
las élites, fueron mexicanizados y toltequizados antes de
que fueran españolizados.

Las tribus guerreras que emigraron de distintas regiones de México hacia lo que es
actualmente Centro América, a partir de la segunda mitad del siglo XV, lo hicieron para
conjurar la presión política del imperio azteca. Las migraciones usaron las rutas
comerciales establecidas cientos de años antes, a través de la planicie costera del
Pacífico o siguiendo los valles de los ríos.
Jorge Suárez afirma que la influencia cultural mexicana se enraizó más profundamente
entre las élites; el campesinado rural, que era la base de la pirámide social, resultó
menos afectado. Dice así:

Los estados mesoamericanos, incluyendo el Imperio Azteca,


fueron un conjunto político firmemente centralizado con
alianzas fluctuantes sin que las acompañaran cambios
importantes en la organización interna de los grupos
participantes. Cada unidad se centralizaba en una ciudad o
poblado el cual tenía una estructura interna que permitía
su integración a diferentes niveles sin afectar a los
estratos más bajos.

Los toltecas, que invadieron el territorio guatemalteco durante el siglo XIII,


constituyeron un grupo militarista hegemónico que logró un efecto profundo en estos
nuevos territorios. A pesar de que los indígenas de la actual Guatemala fueron
subyugados por el grupo invasor tolteca, este último adoptó las diversas lenguas
mayenses en sus unidades políticas. Sin embargo, en estas unidades sobrevivieron
influencias del náhuatl, especialmente en el comercio y la diplomacia. El sistema
lingüístico mexicano ciertamente jugó un papel muy importante, que no ha sido bien
estudiado todavía, en la subyugación militar de los mayas por Pedro de Alvarado y sus
aliados de lengua náhuatl.

A la llegada de los españoles había en Guatemala una serie de señoríos, el más grande
de los cuales era el quiché (k'iche'). Los quichés, cakchiqueles (kaqchikeles), rabinales y
tzutujiles (tz'utujiles) conformaban entonces señoríos separados. En el lapso de sólo dos
generaciones (entre el final del siglo XIV y la mitad del siglo XV, y particularmente
durante el reinado de Kikab), los quichés extendieron su control, de modo considerable,
pues ampliaron su dominio del Altiplano hacia el Pacífico. En su máximo apogeo, el
Estado quiché incluyó aproximadamente un millón de habitantes.

Antes de la llegada de los españoles, el escenario regional presentaba muchos cambios


políticos, alianzas, sangrientos enfrentamientos y grandes desplazamientos de
población. La estrategia clave para asegurar las fronteras políticas, empleada por los
reinos del Altiplano, consistía en imponer una nueva élite gobernante a los pueblos
conquistados. Según John Fox, la forma en que se hizo esto fue por medio de un sistema
de linajes segmentados, en que los parientes de la estirpe gobernante asumían el
gobierno de los grupos conquistados. El efecto de este proceso expansionista fue que las
fronteras políticas no necesariamente coincidían con las lingüísticas. Mientras que las
primeras estaban resguardadas por medio de la reubicación en lugares estratégicos de
poblaciones del mismo linaje, la gran mayoría de la población permaneció intacta en el
orden lingüístico. Seguramente hubo préstamos de elementos entre los idiomas en
contacto. Que un Estado ganara o perdiera su autonomía no implicaba necesariamente
un cambio inmediato y profundo en las lenguas.

Los Estados o reinos anteriores a la Conquista estaban compuestos por federaciones de


diferentes linajes organizados por medio del sistema de chinamitales, con el tinamit o
centro fortificado, donde vivía el gobernante, y que al mismo tiempo funcionaba como
centro militar, religioso, económico y administrativo. El complejo de asentamientos
secundarios que se ubicaban alrededor del tinamit principal se conocieron como amak.
No todas las personas que formaban un chinamital estaban necesariamente
emparentadas, pero vivían en un territorio común y estaban sujetas al mismo jefe. El
chinamit tenía sus límites geográficos y las variaciones en el lenguaje servían como
formas incuestionables de identificación y diferenciación y como una muestra clara de
identidad.

La entidad social conocida como calpul, representaba unidades sociales más grandes,
pero que se hallaban muy lejos del tinamit como para ser fácilmente incorporadas. En
general se trataba de colonias de macehuales (gente común), organizadas a lo largo de
las divisiones territoriales establecidas por los pueblos conquistados. Para controlar a
los calpules más distantes, los gobernantes enviaban funcionarios de sus linajes. Estas
áreas fronterizas fueron las que más a menudo sufrieron cambios al efectuarse alianzas
políticas, o cuando hubo modificaciones de las fronteras. Las regiones que en la
actualidad representan zonas de entrecruzamiento lingüístico eran las áreas que
constantemente cambiaban cuando había una expansión o retracción de las fronteras
territoriales. Las mayores divisiones dialectales que hoy encontramos entre las lenguas
corresponden a lo que fueron las fronteras de acuerdo con los linajes que existieron en
la época prehispánica. Un ejemplo ilustra el fenómeno: durante el período previo a la
Conquista, los cakchiqueles abarcaban varios linajes. Los principales fueron el xahil, el
tzotzil, el tukuché y el akajal. Los primeros tres habían sido aliados cercanos de los
quichés y servido como el brazo armado de todo el reino antes de su desintegración. La
rama akajal de los cakchiqueles, que habitaba las áreas cercanas a lo que actualmente es
San Martín Jilotepeque y el Valle de Chimaltenango, no estuvo con los quichés. Lo que
en la actualidad se conoce como el área de la rama oriental del dialecto cakchiquel es
donde estuvo asentada la cultura akajal cakchiquel. El área de la rama occidental del
dialecto cakchiquel corresponde al lugar donde estuvieron asentados los linajes que una
vez fueron aliados de los quichés, pero de los cuales se separaron más tarde para fundar
su capital en Iximché.

La Conquista, la Crisis Demográfica de los Indígenas y


su Redistribución Geográfica
Como es bien sabido, la Conquista produjo profundos cambios en la sociedad aborigen.
La guerra, por ejemplo, afectó la realidad demográfica pues provocó muchas muertes, y
como consecuencia de ella poblaciones enteras fueron esclavizadas. Las prácticas
esclavistas contribuyeron no sólo al decrecimiento de la población nativa, sino también
a la reubicación de las lenguas. Lawrence Feldman asegura que los pueblos de idioma
náhuatl que se fundaron en Guatemala después de la Conquista, en su mayoría estaban
formados por esclavos liberados alrededor de 1550 por el Presidente Alonso López de
Cerrato. Tal es el caso de San Agustín Acasaguastlán en el Valle del Motagua, Salamá
en Baja Verapaz, Los Esclavos en Santa Rosa, y Santa Inés Petapa en el Valle de
Guatemala. Por otra parte, miles de indígenas fueron hechos esclavos y llevados a otras
regiones para trabajar y servir en campañas de conquista. En la expedición a Cuscatlán,
Alvarado llevó alrededor de 6,000 nativos de Guatemala. Anne Chapman reporta que
Alvarado llevó unos 2,000 auxiliares achíes en su campaña contra los indios de
Honduras. También utilizó indígenas para combatir las rebeliones de otros grupos del
mismo origen. Por ejemplo, 600 guerreros de Atitlán lo ayudaron a apaciguar una
revuelta cakchiquel. En algunos casos, indígenas de Guatemala fueron vendidos en
lugares tan distantes como Cuba y Nicaragua. En su expedición al Perú Alvarado llevó
unos 2,000 indios que después vendió allí.

En algunos casos grupos de indígenas fueron trasladados a las haciendas de los


encomenderos. En los principales centros urbanos tuvieron que ayudar en la
construcción de iglesias, edificios civiles y hasta viviendas de los españoles. También se
les obligó a trabajar en las plantaciones de cacao en las áreas de la Costa. Thomas
Veblen calcula que las enfermedades mataron a uno de cada cinco indígenas de los que
eran obligados a emigrar a las tierras bajas.

La composición familiar y la estructura social de los indígenas fueron afectadas en gran


medida como resultado de uniones ilícitas, de las que surgieron hijos mestizos. Con el
paso del tiempo, este segmento se convirtió en un nuevo componente social de
importantes implicaciones en los procesos de cambio en el lenguaje. Otro factor que
influyó en la cohesión social de los indígenas fue la desaparición de su sistema político
y la transformación de la clase dirigente prehispánica. El cobro del tributo y la
movilización de mano de obra se hizo, en parte, por medio de los caciques. Si rehusaban
colaborar, los reemplazaban con otros, aunque no fueran de la antigua nobleza. Esto
creó problemas de legitimidad dentro de la autoridad política. Algunos indígenas
prefirieron huir a regiones alejadas de los centros urbanos. Esta migración provocó la
dispersión de las lenguas, que estaban reducidas a los sobrevivientes de la conquista y la
colonización.

Uno de los efectos lingüísticos más inmediatos de la Conquista fue la masiva reducción
de los hablantes de las lenguas autóctonas, a lo que contribuyó la transferencia de éstos
a regiones lingüísticamente diferentes. Hubo casos de comunidades que quedaron con
un número tan bajo de hablantes nativos que casi resultó imposible la sobrevivencia del
idioma original.

La desaparición de idiomas en Guatemala no se produjo en la misma medida que en


otras partes de Mesoamérica. En México, por ejemplo, hubo regiones que resultaron
muy afectadas en tal sentido. En Guatemala, en cambio, no existe documentación
suficiente que indique la desaparición total de una lengua como consecuencia de la Con
quista o de la temprana colonización, aunque no se puede negar que se redujo
notoriamente la variedad lingüística. Comunidades completas fueron aniquiladas y las
que se vieron forzadas a movilizarse resultaron castellanizadas o se unieron al tronco
lingüístico de otro grupo étnico. Los documentos muestran que durante los siglos XVI y
XVII algunos grupos quedaron diseminados por diversas zonas, y en el siglo XVIII
habían desaparecido del todo.

Reubicación Forzada y Modificación de las Fronteras


Lingüísticas
Las mayores dificultades que encontraron los religiosos en su afán de impulsar la
política de las reducciones consistieron en convencer a los indígenas para que
abandonaran sus territorios ancestrales y se trasladaran a vivir a los nuevos pueblos.
Como era de esperarse, los afectados no aceptaron pasivamente que se les confinara a
pueblos, donde se les controlaba y explotaba en los órdenes político y económico.

En algunas áreas las congregaciones o reducciones se formaron con un chinamital


(parcialidad) prehispánico. Los españoles aprovecharon la existencia de esta unidad
política para facilitar la recaudación del tributo. Con la persistencia del chinamital en la
administración política nativa y el establecimiento de las unidades socioculturales
reducidas, se fortaleció el proceso de diferenciación lingüística de los grupos de estirpes
distintas, proceso que ya se había iniciado mucho tiempo antes de la Conquista. Pedro
Cortés y Larraz escribió en 1769 acerca de la extrema diferenciación lingüística que
encontró entre los pueblos ixiles: `El idioma que se habla en esta parroquia es el ixil, y
no se habla en ninguna otra del arzobispado, y aun tengo entendido, que en los pueblos
anexos (Chajul y Cotzal) se habla notablemente alterado'.

La reducción de los indígenas obligó ocasionalmente a reunir en un solo poblado a


personas de lenguas o dialectos distintos. Remesal dice que en el caso de Itzapa se
reunieron cinco diferentes linajes, procedentes de lugares distintos; 16 grupos se
trasladaron para formar Aguacatán; para fundar Cotzal y Santa Cruz del Quiché se
necesitaron más de cuatro linajes; y en el caso de Amatitlán se requirieron cinco.
Sacapulas fue fundada en 1553 con 11 linajes diferentes, procedentes de muchos
caseríos que estaban `esparcidos por aquellos montes' y que hablaban una lengua
similar. Francisco de Solano sugiere que las comunidades formadas por medio de la
reducción no sólo trascendieron las fronteras del linaje, sino también las fronteras
lingüísticas. Afirma que `se unieron comunidades quichés con los mames, pokomchíes
(poqomchi'es) con kekchíes (q'eqchi'es), tzutujiles con cakchiqueles, etcétera, que por
generaciones habían sido adversarios, y que, por voluntad del europeo, fueron obligados
a convivir unidos'.

La congregación de diversos linajes en un mismo pueblo tuvo efectos profundos en la


evolución lingüística. Sin embargo, debe reconocerse que en la mayoría de los casos los
grupos reducidos sin duda hablaban variedades de lenguas mutuamente inteligibles. La
congregación en una comunidad precipitó el intercambio de formas de lenguaje dentro
de nuevas fronteras lingüísticas. Con el tiempo se produjo una `nivelación' de los
dialectos como resultado de los intercambios, lo que creó una `amalgama' de las
variantes y una nueva forma lingüística que llegó a constituirse en la lengua de la
comunidad.

En los casos en que se congregó en un mismo pueblo a individuos de distintas lenguas,


una de éstas terminó por imponerse ya fuere como resultado de la misma dinámica
social de la comunidad o por la acción de los frailes. Donde se reunieron muchos grupos
de diferentes lenguas, los frailes se vieron forzados a unificar los idiomas que se
hablaban. Adriaan van Oss dice, por ejemplo, que los primeros misioneros dominicos
que entraron en la región de las Verapaces, donde fundaron unos 10 pueblos,
encontraron siete dialectos diferentes, que en 1574 decían haber reducido a dos
comunes: kekchí y pokomchí. La variedad de idiomas dejó huellas significativas en la
lengua impuesta, aunque después de cierto tiempo el dialecto obligado se convirtió en la
lengua de la comunidad.

Los pueblos de indios (reducciones) no siempre funcionaron como una unidad. Como se
mencionó antes, cuando se hicieron las congregaciones hubo casos en que se unieron
varios chinamitales para formar un solo pueblo. Los chinamitales llamados
parcialidades por los españoles, a menudo se juntaron sin un criterio definido. Este fue
el caso en la región ixil, a donde llegaron muchos indios lacandones sacados de sus
tierras en 1562 y enviados a los pueblos de Chajul, Nebaj, Cotzal y Uspantán. Una vez
unidos en el poblado, los diferentes linajes con frecuencia seguían funcionando como
entidades sociales y económicas separadas. Los barrios compuestos por diferentes
chinamitales mantenían ciertas formas de matrimonio prehispánicas y alguna
especialización económica. De acuerdo con George Lovell y William Swezey, lejos de
dar como resultado las entidades armoniosas que la legislación colonial trataba de
promover, muchos pueblos que fueron forzados a unirse se convirtieron en un mosaico
de parcialidades con contactos entre sí pero no unidas, que coexistieron pero no siempre
cooperaron entre sí.

Las estructuras derivadas del chinamital habían definido la base de la identidad indígena
antes de la Conquista, y aunque se congregaron chinamitales diversos, aquellas
personas que descendían de uno de ellos todavía consideraban a las demás como
miembros de otros grupos. La consecuencia lingüística de dicho mosaico de
parcialidades fue el surgimiento de un dialecto intracomunal, donde cada grupo luchaba
por mantener su identidad merced a la preservación y elaboración de formas lingüísticas
distintivas. Un ejemplo de ello es el enclave cholán, en el barrio de Acalá de Cobán,
cuyos orígenes se remontan a 1559 y donde aún se hablaba cholán o choleño en el siglo
XIX. Aún hoy no es raro encontrar variaciones de esta lengua en un barrio o una
comunidad indígena en la región del Altiplano guatemalteco.

El hecho de congregar diferentes linajes en un mismo pueblo redujo severamente la


cantidad de tierra disponible para redistribuir entre los integrantes de una parcialidad.
Cada pueblo poseía un ejido o tierra comunal, que en teoría era de una legua a la
redonda. Las tierras que habían pertenecido a las parcialidades pasaron a poder de la
Corona. Durante las primeras décadas, algunos miembros de las parcialidades a menudo
regresaban a sus tierras ancestrales para sembrar y cosechar. Esta migración sirvió `para
aminorar el impacto del proceso de aculturación en el nuevo lugar, mientras se
reafirmaba el vínculo importante con el antiguo'.

En algunos casos los linajes se resistían cuando otros grupos querían imponerse y
prolongar su hegemonía. En Santiago Atitlán, por ejemplo, los líderes indígenas del
linaje Chiyá se quejaron porque en la congregación había `indios rebeldes que deseaban
mantenerse fuera de su autoridad y que desobedecían sus órdenes concernientes al
monto del tributo que debían pagar'. En muchos casos, los indígenas `rebeldes' huyeron
de la comunidad que les había sido asignada.

En el proceso migratorio de los indígenas hacia el campo, la desintegración de las


congregaciones muchas veces seguía al desvanecimiento de las fronteras internas de las
parcialidades, por medio del cual las familias se separaban y huían a refugiarse en las
regiones montañosas. Durante la reducción de los ixiles, por ejemplo, los nativos de
Ilom y Juil, que fueron forzados a vivir en Chajul, eventualmente huyeron de la
congregación y volvieron a sus asentamientos originales. Lovell y Swezey documentan
otros aspectos del abandono de las congregaciones: dos pueblos importantes en la
región de la Verapaz, Santa Catalina y Zulbén, habían sido abandonados casi por
completo alrededor de 1579, apenas cinco años después que el obispo de la Verapaz
personalmente había supervisado el proceso de congregación. En Cahabón, por otro
lado, aparentemente algunos indígenas huyeron de los poblados para unirse a los
lacandones y a los cholmanché que permanecían aún sin ser conquistados.

La tendencia indígena a escapar de los pueblos fue significativa para el desarrollo


histórico de Guatemala. Fuentes y Guzmán caracterizó el movimiento cuando describió
a los `salvajes', `incivilizados', `fugitivos' indígenas que ocupaban áreas apartadas. En
un mapa del siglo XVII del Corregimiento de Totonicapán, dicho autor localizó 40
pueblos de indios, y algunos `ranchos' que estaban en parajes aislados.

El hecho de abandonar el pueblo permitía a lo que en términos de geografía lingüística


se conoce como diferencias dialectales entre el núcleo y la periferia. Esto significa que
los habitantes del centro de la población hablaban una variedad de la lengua y los de la
periferia tenían otras por lo general sólo levemente distintas. Las crecientes diferencias
entre los del núcleo y los de la periferia se ahondaron por la división en diversos linajes
dentro del pueblo y la posterior migración de regreso a sus tierras ancestrales, donde se
había adoptado o iniciado el proceso de la identidad original, diferente a la de los otros
grupos con los que se había convivido.

En muchos casos, el hecho de escapar de los pueblos para empezar a residir nuevamente
en los lares ancestrales no impidió que los españoles se esforzaran en cobrar el tributo o
promover el trabajo forzoso. Por tal razón, algunos indígenas decidían trasladarse a
zonas más remotas, montaña adentro. La reubicación de ciertos grupos de las
parcialidades en áreas más alejadas, donde el comercio y la comunicación eran más
restringidos, trajo como consecuencia que su identidad y la lengua se circunscribieran y
cerraran aún más.

Cuando los jefes de familias indígenas, y a veces parcialidades completas, emigraban de


regreso a los territorios ancestrales y a las áreas más remotas, se provocaba una mayor
dispersión de las lenguas indígenas. En algunos casos, hablantes de una lengua se
trasladaron a regiones que durante la época prehispánica pertenecieron a miembros de
otros grupos lingüísticos. Los kekchíes, por ejemplo, empezaron a emigrar a las áreas
que originalmente eran territorios de los lacandones y de los cholmanchés; los ixiles
extendieron su frontera norte dentro del territorio de las Tierras Bajas que
tradicionalmente estuvieron escasamente habitadas por los lacandones. Los quichés y
los cakchiqueles avanzaron sobre la Bocacosta, que alguna vez estuvo habitada por
tzutujiles, pipiles y xincas.

La distribución espacial del pueblo de indios formado por la cabecera y rodeado de


viviendas esparcidas tomó una apariencia muy similar a la organización encontrada al
principio en el complejo chinamital-amak. En este complejo, la dinámica del lenguaje
sirvió para unir simbólicamente al grupo socioespacial. Al mismo tiempo, las
innovaciones específicas producidas en cada asentamiento en particular sirvieron para
marcar las fronteras y la identidad cultural comunitaria.

El patrón lingüístico creado por medio de las reducciones fue bastante parecido al
encontrado en los tiempos prehispánicos. Las regiones lingüísticas estaban compuestas
por pequeños grupos con variaciones idiomáticas distintivas y mutuamente inteligibles,
habladas en unidades sociales delimitadas geográficamente. Bajo el sistema de
municipios, la congregación de lenguas diversas en un centro sirvió para adoptar formas
lingüísticas de otras lenguas. La `nivelación' entre los dialectos, como resultado de vivir
en un mismo poblado, trajo como consecuencia el desarrollo de una nueva lengua que
sirvió como un símbolo tangible de la nueva identidad comunal desarrollada.

La topografía del país reforzó el aislamiento de los pueblos de indios. Aunque estaban
bajo la guía espiritual de un clérigo, la conducta social cotidiana aún estaba bajo el
gobierno indígena. Los españoles mantuvieron el sistema de estratificación social
prehispánica y utilizaron a los señores para recolectar el tributo y para asignar a los
indígenas el trabajo a que estaban obligados bajo el sistema de repartimiento. Este
hecho particular tuvo sus peculiares consecuencias en el esquema evolutivo de los
idiomas.

A finales del siglo XVI, sin embargo, los líderes indígenas habían perdido mucho de su
poder. Esto sucedió por dos razones: primero, porque los españoles con frecuencia y
con toda libertad cambiaban a los caciques, que eran los que poseían la autoridad
legítima, por personas más inclinadas a cooperar con sus deseos. Segundo, porque
después de un tiempo los miembros de un linaje noble tuvieron dificultades para
demostrar las líneas de su ascendencia. La falta de una autoridad legítima y además el
descenso de la población, afectaron la jerarquización social. Las formas específicas de
estratificación social y política, heredadas socialmente, fueron reemplazadas por otras
basadas en el servicio y en la lealtad al sistema de la comunidad. Alrededor de esta
nueva forma de organización se desarrolló un complejo sistema de cargos establecidos
jerárquicamente, y que cubría tanto el orden civil como el religioso. Muchos de los
cargos eran de importación directa de España.

Las nuevas comunidades funcionaron mediante la imposición de la jerarquía civil y


religiosa. El fomento de la cohesión en las comunidades fue el principal factor en el
desarrollo de aquellas que tenían diferencias lingüísticas. En virtud de que muchas de
las políticas de la Corona no llegaban hasta estas comunidades, los pueblos indígenas se
fueron convirtiendo en entidades autónomas. Esta autonomía, aunada al aislamiento
geográfico, permitió a las comunidades desarrollar las formas culturales y lingüísticas
propias de las sociedades indígenas del Altiplano. Puesto que nunca se promovió la
interrelación social entre las diferentes comunidades, la cual no se llevó más allá del
intercambio comercial, tampoco surgieron una identidad étnica o una lengua regionales
socialmente sustentadas.

En resumen, en los inicios de la Colonia se dieron procesos y circunstancias particulares


que propiciaron la interacción entre las lenguas nativas y sus dialectos, y la fusión de
estos últimos. Entre dichos procesos sociales se pueden citar los siguientes: la
reubicación de muchos indígenas en pueblos, el efecto de las barreras geográficas que
aislaron físicamente a las congregaciones, el aislamiento social derivado de algunas
políticas de la Corona, las limitaciones de la integración o la interacción sociales con
otras comunidades y la huida defensiva de muchos miembros de éstas a lugares
apartados. El desarrollo de la dinámica política y económica en las congregaciones, el
fenómeno de la estratificación social, la variedad cultural dentro de las comunidades y
el legado prehispánico, contribuyeron al desarrollo, mantenimiento y perpetuación de
variedades lingüísticas circunscritas a territorios determinados.

La Política Sociolingüística de Castellanización


La política lingüística oficial española para las Indias fue continuación de las que
prevalecieron en la Península durante el siglo XV y principios del siguiente. La Corona
deseaba unificar a la sociedad española bajo una sola religión y una sola lengua, el
catolicismo y el castellano. Éste fue el idioma oficial en las regiones recuperadas
durante la Reconquista. Cuando los conquistadores españoles llegaron al Nuevo Mundo,
la Corona insistió en su política de castellanización y catequización: los indígenas
debían dejar sus costumbres `paganas e incivilizadas' y cambiarlas por prácticas
castellano-cristianas. La legislación inicial establecía que los encomenderos eran
responsables de la educación y conversión de los nativos bajo su control. Como se
explica en el capítulo sobre la encomienda en este misma sección, los encomenderos
estaban obligados a velar porque se enseñara a los indígenas el catolicismo y la nueva
lengua.

Los encomenderos no cumplieron con una ni otra cosa. Los primeros indígenas que
aprendieron el español no fueron utilizados para enseñar a otros indios la fe católica,
sino como intérpretes de los conquistadores en el proceso de conquista de otros pueblos
nativos; fueron usados asimismo para ayudar a los colonizadores en la administración
de los territorios sometidos y para auxiliar a los encomenderos en la explotación de la
fuerza laboral indígena. Fray Bartolomé de Las Casas pidió que se privara a los
encomenderos de la atribución de educar a los indígenas, pero no fue sino hasta la
promulgación de las Leyes Nuevas, en 1542, que se dejó dicha responsabilidad en
manos de las órdenes religiosas.

En 1550 se insistió en el carácter imperativo de la enseñanza del castellano a los


indígenas, pues aun la lengua más perfecta de los indios no podía explicar de manera
satisfactoria los misterios de la fe católica. Pese a que la Corona siguió apoyando la
política de castellanización, hubo una gran divergencia entre la teoría y la práctica: la
política fue reiterada en muchas ocasiones, pero nunca fue practicada en forma
consistente o efectiva. En primer lugar, había muy pocos incentivos para los indígenas
que quisieran aprender el español, pues existían pocas oportunidades de utilizarlo como
para empeñarse en aprenderlo. Además, los clérigos encargados de castellanizar no
enseñaban el español a los nativos porque consideraban contraproducente o imposible
castellanizar a grupos grandes o a individuos no seleccionados debidamente. Los pocos
escogidos actuaron como vínculos culturales y lingüísticos, y ayudaron a los sacerdotes
a establecer y vigilar congregaciones y a traducir a otros indígenas la doctrina cristiana.
Los frailes mismos percibieron que su misión era la de convertir a los gentiles al
catolicismo, y para ellos la manera más efectiva de hacerlo era por medio de las lenguas
nativas.

A lo largo de los años, algunos miembros de las órdenes religiosas aprendieron los
idiomas vernáculos e hicieron diccionarios y gramáticas. También utilizaron sus
conocimientos para fortalecer su posición en el marco de la jerarquía del poder colonial.
Después de la reducción a pueblos, se decidió que sólo los frailes podían vivir en las
comunidades indígenas. Shirley B. Heath afirma que el mantenimiento de las lenguas
aborígenes en las comunidades fue promovido por los frailes, porque ello les permitía
vivir armoniosamente con los nativos y, al mismo tiempo, se evitaba así que llegaran
otros españoles a las comunidades. Evidentemente, el conocimiento de las lenguas
locales que adquirieron los frailes les dio ventaja sobre la jerarquía religiosa. El
aislamiento de los indígenas en sus pueblos administrados por miembros de las órdenes,
convirtió a éstos en la primera autoridad europea en la vida religiosa, política y judicial
de las comunidades. Ello les dio, por consiguiente, un gran poder social y les permitió
evadir el cumplimiento de las órdenes superiores, por ejemplo en cuanto a utilizar el
español en los asuntos catequísticos y administrativos.

Para justificar su negativa a utilizar el español en los procesos de enseñanza, los frailes
adujeron que una conversión más representativa sólo se llevaría a cabo si los indígenas
eran enseñados en su propio idioma. También argumentaban que aprender el catecismo
en español era, en el mejor de los casos, transitorio y superficial, ya que se limitaba a la
repetición de frases y respuestas del catecismo. En 1570, el Virrey de Perú, Francisco de
Toledo, consideró que los sacerdotes enseñaban en un español corrompido, y que los
indígenas aprendían a repetir el credo y los ritos sin entender más de lo que entendería
`un loro' que aprendiera a hablar.

Los frailes encontraron una gran diversidad lingüística en sus parroquias. En México
comprobaron que usar tantas lenguas era una situación casi insuperable, por lo que
recurrieron al náhuatl, el idioma de los aztecas, como especie de lengua común. En
respuesta a una petición de los frailes, Felipe II estableció en 1570 el náhuatl como la
lengua oficial de los indígenas de la Nueva España. Algo similar ocurrió en el Perú, en
relación con el quechua. No se sabe hasta qué punto se llegó a hacer lo mismo en
Guatemala. En 1788 se aseveraba que en parte de lo que hoy es Guatemala, el
cakchiquel servía como `lengua general' porque `el que entendiere o hable dicho idioma
cakchiquel entenderá y hablará también el quiché y tzutujil, con la diferencia de que en
pocas palabras se distinguen'.

A lo largo del siglo XVI y bien entrado el siglo XVII, los líderes religiosos promovieron
el uso del cakchiquel y otros idiomas nativos como medio de conversión. De acuerdo
con Remesal, los frailes podían predicar en una lengua indígena después de tres meses
de haber empezado a escucharla. En 1632, `los frailes dominicos administraban los
sacramentos en unas diez lenguas indígenas diferentes, y la orden se vanagloriaba que
había frailes que conocían cuatro, cinco y hasta seis lenguas nativas'.

Poco a poco empezó a disminuir el entusiasmo inicial de los primeros frailes que
deseaban aprender y enseñar en las lenguas nativas. Muchos de los sacerdotes que
vinieron al Nuevo Mundo se resistían a aventurarse fuera de las ciudades y adentrarse
en las áreas rurales. Después de medio siglo de colonización había suficientes indígenas
que hablaban el español, de manera que los religiosos y sacerdotes seculares podían
llevar a cabo su misión catequística con la ayuda de traductores.

Thomas Gage se refiere a su aprendizaje del idioma que hoy se identifica como
pokomam (poqomam), alrededor de 1630, en el pueblo de Petapa, con la ayuda de un
fraile anciano, Pedro de Molina. Aunque ese autor por lo general se mostraba poco
favorable hacia los religiosos católicos, reconoció que los frailes de su Orden (los
dominicos) eran `muy entendidos en lenguas indias' y que habían compuesto
`gramáticas y diccionarios para facilitar la tarea' a quienes les sucedieran en sus puestos.
Según Gage, a los frailes no les gustaba enseñar a otros mientras vivían, por temor a que
los desplazaran de sus cargos. De acuerdo con el método que Fray Pedro de Molina
utilizó con él mismo, relata Gage, primero recibió `un breve esquema' con los
rudimentos, `que consistían principalmente en declinar nombres y conjugar verbos' (lo
cual Gage aprendió con facilidad en una quincena), y después `un diccionario de
palabras indias, que era el resto de lo que tenía que estudiar sin libro', hasta que fuera
capaz de predicar. Esto último sólo lo consiguió al hablar y cambiar impresiones con los
indígenas.

Los eclesiásticos peninsulares acudieron a la Corona en demanda de una política más


drástica de castellanización en el Nuevo Mundo, porque bajo las políticas flexibles y un
poco vagas, tanto de Felipe II como de Felipe III, los indígenas no estaban aprendiendo
el castellano y tampoco se convertían del todo a la fe católica. Los funcionarios
eclesiásticos argumentaron que las lenguas indígenas eran inadecuadas para la
traducción y buena comprensión de la doctrina cristiana y, más aún, aducían que si los
indígenas debían ser convertidos en súbditos de la Corona, se hacía necesario que
conocieran y hablaran el castellano, pues éste era el idioma oficial del Imperio.

Los altos jerarcas de la Iglesia intentaron desacreditar a los frailes criollos al informar
en España que éstos se habían vuelto muy tolerantes en cuanto a las costumbres y
tradiciones religiosas de los indígenas. Los sacerdotes peninsulares argumentaban que
sólo ellos podían enseñar a los indígenas `buenas costumbres', precisamente porque no
habían sido objeto de la `tentación' de vivir con los nativos y aprender su lengua.

En 1634, Felipe IV determinó que toda la doctrina cristiana debía ser enseñada
únicamente en lengua española. De aquí en adelante, el español fue reconocido
teóricamente como el medio eficaz para enseñar la doctrina cristiana y para la
unificación de las colonias. Con el fin de promover más el aprendizaje del español, la
Corona emitió una cédula por la cual se establecía el conocimiento de dicho idioma por
los indios principales como un prerrequisito para desempeñar cargos públicos y optar a
posiciones importantes. El Visitador Antonio de Lara elaboró en 1646 una serie de
ordenanzas, en las cuales resumió la política oficial sobre la castellanización:

No. 6. En todos los pueblos de indios haya un maestro que enseñe el español todos los
días a los niños de cinco a ocho años. Hágase en la plaza del pueblo una galera que sirva
de escuela. El maestro tendrá el derecho de obligar a los padres a que sus niños asistan a
la escuela que para eso `traía vara de la Real Justicia'. Queda exento de todo tributo y
servicio y se le pagará de la Caja de Comunidad del pueblo.

No. 7. Para evitar inconvenientes y confusiones en las partidas de bautismos,


casamientos, padrones, etcétera, los indios se pondrán apellidos patronímicos
castellanos a su elección, en lugar de los de su gentilidad, según está ya mandado.

No. 9. Se conceden privilegios a los indios que supieren la lengua castellana, como
vestir a la usanza española, traer capa y andar a caballo con silla, freno y espuelas, y
tener mula de recua, aunque les estuviera prohibido por viejas ordenanzas.

No. 10. Todos los indios deberán aprender castellano y las justicias no les consentirán
hablar en otra lengua, castigando con azotes al que lo hiciere en público, y no admitirán
petición ni memorial que no venga escrito en castellano.

No. 11. El maestro será quienquiera que supiere castellano, mestizo o mulato.

No. 12. Quien no sepa español, no puede ser alcalde. Y si no lo hay uno, tráigaselo del
pueblo vecino. Los que lo sepan, sean preferidos para alcaldes, regidores, escribanos,
mayordomos de comunidad y mesoneros.
No. 39. Lo que se cante en los bailes, cántese en español.

A pesar de insistirse en una firme política de castellanización, la base institucional para


la enseñanza de la lengua española simplemente no existía, y a lo largo del período
colonial no hubo verdaderos intentos sistemáticos para enseñar español a los indígenas.
La actitud de los primeros frailes en cuanto a mantener las lenguas vernáculas y no
aplicar oportunamente las políticas oficiales de castellanización, dio lugar a que los
indígenas mantuvieran el monolingüismo en sus lenguas nativas y casi no aprendieran
el español. No obstante que algunos adquirieron bastante conocimiento del castellano
como para servir de vínculo entre colonizadores y colonizados, el español de la casi
totalidad de los indígenas se limitaba a la recitación de algunas expresiones y rezos de la
religión católica.

Las altas autoridades de la Audiencia y de la Iglesia del Reino de Guatemala


defendieron firmemente una rígida política de castellanización, pero los criollos no
actuaron del mismo modo. Desde la perspectiva de estos últimos se consideraba
regularmente que era mejor que los indígenas se abstuvieran de aprender la lengua de
los colonizadores.

Al principio la política oficial fue la de mantener una separación entre la `república'


indígena y la `república' española, y de esta manera no resultaba sorprendente que en
términos generales surgiera un sistema social dual diferenciado por la lengua. El sistema
social indígena estaba codificado en sus idiomas nativos, y el colonial lo estaba en
español. En consecuencia, hablar un idioma indígena se convirtió en indicio de una
categoría servil, y dominar el español en un signo de acercamiento al poder político y
económico, y a la élite.

El propósito original de la reducción en Guatemala, cuando menos en parte, fue


proteger a los indígenas de la explotación y los abusos directos de los españoles. Sin
embargo, la segregación de los aborígenes en comunidades cerradas determinó que todo
contacto con la cultura foránea se hiciera por intermedio de los frailes, y el contacto
`con personas viles e irresponsables como mulatos, negros, mestizos, sirvientas
indígenas de casas de los españoles' se consideraba como contacto ílicito. Según la ley,
los ladinos tenían prohibido vivir en los pueblos de indios, pero de cualquier manera
establecieron contacto con mercaderes, arrieros, artesanos, etcétera. El español `inferior'
de los ladinos sirvió como modelo a los indígenas. En otras palabras, el español que
estos últimos aprendieron por su contacto con ladinos estuvo caracterizado por varios
grados de interferencia de distintos niveles. El español de uso cotidiano que unos
cuantos indígenas lograron aprender, consecuentemente fue considerado inferior por los
españoles, criollos y ladinos, lo que profundizó los niveles de estratificación en la
jerarquía sociolingüística.

Aunque la política lingüística oficial tuvo poco o ningún efecto en promover el


aprendizaje del español entre los indios, la actitud general incorporó estereotipos
generalizados en relación con ellos y sus idiomas. Mientras sólo un pequeño porcentaje
de los indígenas en los pueblos logró cierto grado de bilingüismo, cientos de palabras
españolas se filtraron en el léxico de los idiomas nativos. Estos préstamos lingüísticos
se referían sobre todo a conceptos religiosos (católicos) y políticos, nombres de cargos,
comidas, y algunos objetos materiales. La forma tan rápida en que se incorporaron esos
conceptos en su vocabulario pone de manifiesto la intensa adecuación cultural que se
produjo como resultado de la aceptación de las estructuras religiosas y administrativas
de los españoles. Como el contacto directo fue escaso, algunas palabras del castellano se
tomaron por medio de otras lenguas indígenas, es decir, fueron préstamos indirectos.
Muchas otras fueron, sin duda alguna, préstamos directos.

La política oficial de castellanización situó al español en la cima de la jerarquía


lingüística. El prestigio atribuido a este idioma se acrecentó por medio de las
interacciones sociales entre los miembros de los diferentes grupos étnicos. Hubo dos
procesos principales que promovieron la hispanización en Guatemala:

1. El traslado de indígenas hablantes de diversas lenguas nativas a las ciudades y a


lugares donde eran absorbidos en los procesos de producción.

2. El asentamiento de españoles y ladinos en el área rural indígena.

Santiago de Guatemala y las Migraciones Forzadas


Se ha analizado hasta aquí la configuración social de un centro administrativo colonial y
de algunos pueblos dependientes. En tal contexto, las migraciones forzadas
constituyeron un elemento decisivo. Resulta útil, por lo tanto, examinar este proceso y
su relación con el idioma.

A fin de estructurar el aparato apropiado para la administración de la nueva colonia, se


llevaron esclavos indígenas para trabajar en la construcción y mantenimiento del centro
colonial situado en Almolonga. También se incorporaron los esclavos negros que ya
formaban parte del entorno social español. En vista de la dificultad inicial para someter
a los cakchiqueles, la primera ola de esclavos nativos llegó de diferentes lugares, como
Chamelco, Utatlán y Atitlán. Indígenas que hablaban chontal fueron traídos de las
tierras bajas del norte, y los pipiles llegaron de la Costa Sur de Guatemala.
Posteriormente, cuando se dominó a los cakchiqueles, miles de indios más fueron
llevados de esta área a la órbita de la capital colonial, Santiago de Guatemala, pues se
debía `proporcionar trabajadores para la construcción de la ciudad'.

Los indígenas, tanto en Almolonga como en Panchoy, no sólo ayudaron en la


construcción de la ciudad sino que proporcionaron alimentos y otros muchos productos
de uso diverso. En su mayoría se asentaron en comunidades cercanas, donde se les
asignaron cultivos específicos. No existe documentación sobre el número de los
esclavos indígenas a quienes se obligó a inmigrar. De todas maneras, la cifra no debe
haber sido muy grande en términos relativos, y puesto que hablaban un idioma diferente
al cakchiquel propio de la región, pudo haberse producido una rápida pérdida de su
lengua materna. Además, probablemente se sintió la necesidad de utilizar un idioma
común, a fin de asegurar la comunicación entre los miembros de los diferentes grupos
lingüísticos, y el español fue el medio natural y reconocido jerárquicamente. Para
ilustrar la heterogeneidad lingüística encontrada en los centros coloniales de la
Provincia de Guatemala, Feldman dice que, de 143 esclavos liberados en Santiago por
el Presidente de la Audiencia Alonso López de Cerrato al inicio de la década de 1550,
un 27% estaba compuesto por hablantes de tzutujil; 20% hablaba quiché; 28%,
cakchiquel; 3%, pokomchí y 22%, otros idiomas, en su mayoría no mayenses o
desconocidos.

La presencia dominante de los españoles y la legitimidad atribuida al idioma castellano


por la Corona, fueron factores determinantes para que éste funcionara como lengua
franca. El náhuatl se convirtió en el idioma común entre los grupos indígenas de México
después de la Conquista. Hubo varios intentos de imponerlo en Guatemala pero no
existe evidencia de que se haya extendido en el Altiplano, aunque en algunos casos se
han encontrado documentos escritos en dicha lengua. Los tlaxcaltecas, auxiliares de
Alvarado en la conquista de Guatemala, se asentaron en Ciudad Vieja, pero su idioma
no se afianzó.

El creciente número de matrimonios exógamos en las comunidades indígenas del


Altiplano contribuyó a aumentar la fragmentación de los idiomas indígenas, y aceleró el
proceso de expansión del idioma español. En varios pueblos del siglo XVIII, inclusive
algunos de la región de Santiago (por ejemplo, San Miguel Escobar, San Bartolomé
Carmona, Santa Catarina Barahona), la cuarta parte de los cónyuges residentes era de
foráneos.

Aunque el español se usaba como lengua franca en el Valle de Santiago,


simultáneamente se produjo una renovación regional del idioma indígena predominante,
el cakchiquel, como consecuencia de la llegada al valle de más y más individuos de esta
lengua. Por lo tanto, el mosaico lingüístico de la región central se redujo al cakchiquel y
al español.

Aparte de la cambiante situación demográfica, se operaba una dinámica diferente en la


esfera de la economía política. Esto se hizo más evidente, sobre todo en la región de
Santiago, algunas de cuyas comunidades experimentaron una rápida desaparición de sus
propias lenguas, mientras otras mantenían un nivel viable en el uso del cakchiquel.
Como lo indican Christopher Lutz y George Lovell, uno de los pueblos cercanos a
Santiago, San Lucas Cabrera, `languideció a través del siglo XVII únicamente para
exhalar su último aliento y morir como una comunidad indígena, en el siglo XVIII'.
Otra comunidad del área, San Lorenzo Monroy, se las arregló para mantener una regular
base de población, pero en vista de la presión española sobre la tierra y por la carga de
terrazgo (impuesto que algunos pueblos indígenas tenían que pagar sobre las tierras que
cultivaban), empezó a convertirse en una comunidad de ladinos. Por otro lado, en San
Antonio Aguas Calientes, vecino en la parte occidental de San Lorenzo, la tradición
cultural y la lengua materna sobrevivieron. Aquí, por ejemplo, el español Juan Chávez
emancipó a sus esclavos indígenas y además no cobraba excesivo terrazgo. Para poder
comprender la compleja situación lingüística de Guatemala y la forma en que se forjó,
es importante analizar muchas de las bases políticas, económicas y culturales que se
desarrollaron con los años, amén de los procesos más generales de la dinámica
poblacional y de las migraciones.

Además de la expansión de españoles a las áreas aledañas a Santiago, la planicie costera


del Pacífico también fue ocupada paulatinamente por los colonizadores. Esta región era
muy valiosa por la calidad de sus tierras. Desde Santiago hasta San Miguel, en San
Salvador, se produjo una migración en gran escala, la cual alteró la configuración
lingüística de esa región. Como indica Murdo MacLeod, la franja ubicada entre estas
dos ciudades representaba el centro de Guatemala, sin embargo, resulta difícil examinar
el proceso social de la zona por su propia complejidad. Desde la época de la Conquista,
la tendencia general en la planicie costera fue la disminución de la población indígena,
lo que implicó la pérdida de las lenguas nativas y de las propias tradiciones.

Los mecanismos que promovieron la hispanización gradual de la población indígena en


la zona mencionada fueron aquellos que sirvieron para movilizar la mano de obra en los
crecientes centros administrativos. Por medio del sistema de repartimientos, los
indígenas tenían que trabajar en las labores y haciendas de españoles. Los mecanismos
para atraer a los indígenas al trabajo por lo general no estaban sancionados oficialmente,
y funcionaban más sobre la base del acosamiento, las deudas y las ofertas de tierras
cedidas en forma gratuita. Con frecuencia, los indígenas buscaron evadir los impuestos
excesivos y otras obligaciones establecidas por los administradores coloniales. Como
indica MacLeod:

Los indígenas eran reclutados en las puertas de las


iglesias con promesas de pagos anticipados o con ofertas
de pagarles sus tributos y otros impuestos. Un número
sorprendente de indígenas parecían muy contentos de salir
de sus pueblos. La hacienda no era un paraíso, pero les
ofrecía alguna protección contra la depredación de los
corregidores, pequeños comerciantes, sacerdotes de las
parroquias y alcaldes o regidores indígenas.

La creciente población española buscó obtener tierra en diversas partes de Guatemala.


Como resultado de la crisis económica de 1630, gran parte de la población de origen
español, según MacLeod, se `ruralizó'. La mayor parte del movimiento poblacional
español se orientó hacia los grandes valles del norte y este de Santiago. Sin embargo, la
expansión a estos valles no significó necesariamente que fueran poblados por
terratenientes españoles. Algunos de éstos pudieron seguir viviendo en Santiago e
hicieron arreglos para que otros españoles administraran sus propiedades. A finales del
siglo XVI, varios pueblos de indios en el núcleo del Altiplano principiaron a ser
poblados por otros estratos sociales, como negros libres, mulatos, pardos y españoles
que no pertenecían a la élite. Además de asentarse en las regiones del Altiplano, muchos
individuos de ascendencia española mixta se establecieron en las Tierras Bajas a lo
largo de la planicie costera del Pacífico, en la región del Oriente y la Bocacosta. Lutz y
Lovell describen este tópico de la siguiente manera:

La despoblación crónica [indígena] en el núcleo de la


tierra baja dejó aún más tierra disponible para la
explotación española. Su uso tendió a ser más extensivo
que intensivo. Se establecieron estancias de ganado, pero
en muchas partes los animales volvieron a su estado
salvaje. Creciente número de españoles pobres y castas se
infiltraron en las regiones indígenas (contra el deseo de
la Corona) para cazar el ganado salvaje y así conseguir
pieles y sebo; e iniciaron la fabricación de licor
clandestino y, en forma más persistente, trataron de tomar
control de la producción de cacao de los indígenas.

En la región de la planicie costera del Pacífico, que tradicionalmente estaba ocupada por
asentamientos dispersos de hablantes de lengua pipil, la extinción de este idioma
indígena ocurrió en el curso de pocas generaciones, ya que fueron rápidamente
absorbidos por la matriz sociolingüística española. Francisco de Solano se refiere así a
este problema:
La zona de tierra caliente es insalubre, endémica a
ciertas enfermedades tropicales: el paludismo se encarga
de diezmar la población. La zona no se despuebla, porque
se compensa con la emigración interior de otras zonas.
Pero esta `masa india se castellanizará', no sólo por el
contacto con el europeo, sino por servirle el español como
`lengua de contacto y de expresión con los otros indios
emigrantes', de grupos lingüísticos diferentes del suyo.

En regiones del Altiplano ocurrió que mientras los pueblos indígenas y sus idiomas
permanecieron casi intactos, muchos nativos experimentaron una continua pérdida de
sus tierras ancestrales, especialmente porque no poseían títulos de propiedad. Durante
los primeros dos siglos del período colonial, muchos pueblos indígenas fueron
encerrados por franjas de tierras fértiles que cayeron en manos de españoles y ladinos.

Aunque la crisis económica aceleró el proceso de la emigración española de Santiago


hacia el campo, los períodos subsiguientes de actividad económica intensiva
demandaron cada vez más indígenas como fuerza laboral. En cierto sentido algunos de
éstos promovían inconscientemente su propia desaparición cultural y lingüística cuando
buscaban ser contratados en las haciendas españolas para tratar así de escapar a las
exacciones tributarias en los pueblos. Muchas veces los indígenas fueron atraídos al
creciente número de haciendas no tanto por las oportunidades de empleo y el deseo de
escapar de los onerosos tributos, como por la necesidad de trabajar en las tierras de los
ladinos por medio del sistema del anticipo, el cual, una vez cimentado, se pertetuó en
nuevas generaciones. Dicho proceso produjo la transferencia de miles de nativos a las
tierras de los ladinos. Muy a menudo se dio el caso en que, una vez establecidos en esas
tierras y a falta de una misma lengua, los indígenas optaran por hablar el español.

El proceso de expansión española hacia el campo recibió un ímpetu renovado a finales


del siglo XVI, cuando Felipe II emitió dos reales cédulas para promover y regular la
venta de tierras a los españoles. Ello provocó en Guatemala una serie de litigios de
tierras entre los españoles, eclesiásticos e indígenas que trataban de legitimizar sus
correspondientes derechos, así como buen número de solicitudes para ampliar las que ya
tenían. Durante los siglos XVII y XVIII siguieron el control y la consolidación de los
hispanos en el área rural. En el siglo XVIII, el mayor número de ladinos y mulatos se
localizaba en zonas hispanizadas, como las siguientes:

Todo el Sur, en la zona costera del Pacífico, desde


Escuintla y Texcuaco a Pasaco y Jutiapa; el Este, desde
Jalapa a Zacapa y Esquipulas; en el altiplano, en las
cercanías de la capital y los ricos valles fronteros del
lago de Amatitlán, en las haciendas vecinas a
Quezaltenango y en la cuenca alta del Motagua, en torno a
Salamá.

Aunque pudiera parecer que la expansión española al campo provocó la muerte


lingüística de los mayas y nahuas, en la realidad no ocurrió así. Los mismos procesos
que contribuyeron a la muerte de las lenguas y culturas indígenas en algunas regiones,
realmente promovieron su supervivencia en otras. Se hace necesario, por lo tanto,
examinar el impacto de los procesos coloniales dentro de su contexto ecológico,
económico, demográfico y cultural, a lo largo de toda la dominación española, lo cual
no es procedente en este capítulo. Es suficiente decir, sin embargo, que el asalto a las
comunidades indígenas inició una reacción defensiva muy compleja entre los miembros
de muchas de ellas, lo cual les ayudó a preservar su integridad cultural y lingüística.
Durante este período se desarrollaron muchas de las características que llegaron a
formar la `comunidad corporativamente cerrada' descrita por Eric Wolf y otros. Hubo
comunidades indígenas que fueron invadidas de manera repentina y despojadas, pero
éste no fue el caso en el Altiplano. En muchos pueblos de esta región se arraigó
profundamente un fuerte sentimiento de identidad entre los indígenas, en oposición a las
agresiones de españoles y ladinos. Ricardo Terga lo señala así:

Si es cierto que muchos pueblos indígenas sufrieron


estragos a partir de la invasión de sus terrenos por
hacendados españoles, también había muchas comunidades
indígenas que, debido a su población numerosa, su cohesión
interna y su capacidad organizativa, no solamente
resistieron a los hacendados, sino también prosperaron y
hasta extendieron sus tierras ejidales.

Muchas comunidades indígenas, como Quezaltenango, Totonicapán, Chichicastenango


y Palín pudieron extender su esfera de influencia a través de las elaboradas redes de
comercio que establecieron para sus productos especializados.

Resumen y Conclusiones
Se ha descrito el contexto lingüístico de Guatemala durante la primera parte del período
colonial, o sea de 1524 a 1700. Se analizaron antes los efectos que tuvieron en los
idiomas varios de los procesos sociales derivados de los cambios catastróficos de la
Conquista y de las subsiguientes transformaciones durante la Colonia. Se examinaron
tres procesos importantes en las lenguas: 1) su disminución por los efectos devastadores
de la guerra, las enfermedades y la esclavitud; 2) la unificación y atrincheramiento de
una diversidad de idiomas, como consecuencia de la reducción o congregación; y 3) la
expansión del español por las políticas de castellanización y la emigración de los
españoles, ladinos y mulatos hacia las planicies costeras y regiones que quedaron
disponibles.

La magnitud de la población nativa se redujo tremendamente, sobre todo por las


enfermedades traídas por los europeos, las que atacaron a las comunidades indígenas al
inicio de la Colonia y redujeron los niveles demográficos entre los indígenas a un 5 ó
10% de lo que era antes de la llegada de los europeos. La mortalidad ocasionada por la
guerra también cobró considerables proporciones. Miles de indígenas murieron en las
batallas y los centros de población fueron diezmados en el saqueo que siguió a los
enfrentamientos bélicos. Fray Bartolomé de Las Casas dijo que Pedro de Alvarado y sus
hermanos mataron de cuatro a cinco millones de indígenas en la Gobernación de
Guatemala y en San Salvador, en los 15 ó 16 años posteriores a 1525.

El cuadro lingüístico de dicho período presenta la reducción masiva de los idiomas


indígenas por la muerte de miles de nativos. A pesar de los severos índices de un
descenso cuantitativo, hay poca documentación que indique algún caso de extinción
total del idioma, como consecuencia de la Conquista y de los asaltos a las comunidades
nativas en los primeros años de la Colonia.
Por medio de la esclavitud, el reclutamiento de mercenarios y la migración laboral
forzada, hubo una transferencia de indígenas de diversas lenguas a otras regiones donde
se hablaban idiomas diferentes. En algunos casos las comunidades quedaron con un
número insuficiente de habitantes para asegurar la sobrevivencia del idioma materno.
En las áreas receptoras, los grupos que se trasladaron forzadamente, por lo general
amalgamaban la suya con la lengua original dominante en dichas áreas, o adoptaban el
español. La documentación sobre las tasaciones, por ejemplo, demuestra que en los
siglos XVI y XVII hubo pequeños enclaves de idiomas foráneos esparcidos en las áreas,
de lenguas mayenses, pero que en el siglo siguiente tales islotes idiomáticos ya casi
habían desaparecido. Los ejemplos de dichas islas lingüísticas que existieron durante el
período de 1524 a 1700 incluyen asentamientos de gente de idioma cholán o chol que se
trasladaron del sur de Belice a Yaxal y Campín, en la Verapaz; asentamientos de choltí
que migraron de Petén a una zona cercana a Jacaltenango; y asentamientos de los
esclavos liberados que hablaban nahua en San Agustín Acasaguastlán, en el Valle del
Motagua, Salamá, Baja Verapaz, y Los Esclavos en Santa Rosa.

Un importante proceso lingüístico que se llevó a cabo en los inicios de la época colonial
fue la unificación y afirmación de las variaciones en las lenguas de cada comunidad. La
práctica colonial de la reducción, por medio de la cual los grupos indígenas dispersos se
congregaron en pueblos, tuvo un efecto profundo en la evolución de las lenguas
indígenas. En los pueblos se produjo la `nivelación' de los dialectos, como resultado del
contacto intenso entre las diferentes variedades. Con el tiempo en cada pueblo surgió un
idioma que se afianzó como el único de esa comunidad. Los procesos sociales que
afectaron la dinámica lingüística observaron sus propios cambios endógenos, y la
ideología del idioma incluyó la configuración compleja de los siguientes elementos: la
congregación o reducción de distintos linajes, cuyos miembros hablaban dialectos del
mismo idioma o lenguas diferentes, en una cabecera municipal; el aumento del
aislamiento social como resultado de las políticas reguladoras coloniales que limitaban
la interacción social foránea y acentuaban la integración de la sociedad; y la imposición
de la migración colectiva de indígenas por los sistemas laborales forzados.

En cada pueblo existió una situación política y económica diferente, con su propia
dinámica y sus fenómenos sociales particulares, como la endogamia comunal y la
continuidad de prácticas prehispánicas, expresión esta de una identidad basada en la
descendencia. Todo ello contribuyó al desarrollo, mantenimiento y perpetuación de los
idiomas nativos.

Durante el período comprendido entre 1524 y 1700, las fronteras territoriales de la


mayoría de los idiomas indígenas permanecieron básicamente iguales. El kekchí,
pokomchí, ixil, kanjobal (q'anjob'al), jacalteco (jakalteco), chuj, aguacateco
(awakateko), uspanteco (uspanteko), mam y quiché continuaron, más o menos, con su
demarcación geográfica del período prehispánico. La región cakchiquel se expandió en
algunas regiones en que se había hablado xinca (xinka), pokomam y tzutujil. Sufrieron
alguna retracción el chortí y el choltí.

Los idiomas que sufrieron la mayor pérdida fueron el pipil y el xinca, localizados en la
Costa del Pacífico, área muy afectada por las enfermedades que casi aniquilaron la
población de las Tierras Bajas. Lo mismo ocurrió con el toquegua, en la Costa atlántica,
al este del Río Dulce.
Conforme la región de la Bocacosta del Pacífico se convirtió en el foco de la economía
de exportación colonial, la misma absorbió miles de indígenas procedentes de las
Tierras Altas. El español fue adoptado como el medio de comunicación no sólo para
tratar con los europeos, sino como lengua franca entre toda la población aborigen. A
finales del siglo XVII, los xincas y pipiles mantenían cierto grado de bilingüismo (su
idioma y el español), pero no lo conservaron por mucho tiempo. Poco a poco estas
lenguas se redujeron en sus respectivas regiones en la zona costera del Pacífico.

La castellanización fue el tercer proceso lingüístico importante que emergió del cambio
en la configuración sociocultural. En algunas regiones de la Provincia de Guatemala el
español se convirtió en la lengua dominante, en parte por la interacción con los
españoles en los centros urbanos, pero sobre todo por el contacto con los comerciantes y
propietarios de tierras, ladinos y mulatos, que incursionaron en los territorios y poblados
indígenas. El español desplazó al xinca y al pipil en la Costa del Pacífico, le ganó
terreno al cakchiquel en el centro colonial de Santiago de Guatemala y en los valles
circundantes, al pokomam en los valles de La Ermita, Mixco, Las Vacas, Pinula y a lo
largo del valle del Motagua; al pokomchí en los valles de Saltán, Chivac y Urram; y al
chortí en la región del Motagua, de Zacapa a Esquipulas.

En el Altiplano indígena, a pesar del esfuerzo evangelizador de los religiosos y de la


política de castellanización emprendida por la Corona, la influencia del español entre
los indígenas fue apenas perceptible. El efecto global de las políticas lingüísticas,
inoperantes bajo el orden social jerarquizado del régimen colonial, se tradujo en 1700 en
el desarrollo de un doble código lingüístico. La mayoría de la población indígena era
monolingüe en una de las lenguas sobrevivientes, y la mayoría de habitantes no
indígenas era monolingüe en español. Bajo reglas cuidadosamente enunciadas, que
establecían el uso exclusivo del español en asuntos económicos, políticos y judiciales,
se limitó el acceso de los indígenas a importantes aspectos de la vida institucional en la
nueva sociedad colonial del Reino de Guatemala.
RAMIRO RIVERA ÁLVAREZ

Medicina y Primeros Hospitales en la


Colonia

Al principio del período colonial, la Medicina fue pobre como ciencia y su práctica
estuvo condicionada a factores propios de la época: falta de desarrollo, aislamiento y
desconocimiento del entorno. Todo ello hizo que la Medicina en el Reino de Guatemala
fuera practicada por charlatanes, que se establecieron en el país o transitaban por él.
Eran personajes que tenían escasos conocimientos médicos y mezclaban la Medicina
con la magia, pues tenían criterios y pensamientos de herencia medieval, pretendían
dominar la ciencia médica o alguna rama de ella, y la practicaban a su antojo.

Antonio de Remesal relata el aparecimiento en la primera capital de un personaje a


quien sólo llama N., que decía practicar la Medicina y que se autodefinía como médico,
cirujano, boticario y herbolario. El supuesto galeno causó una gran mortandad entre los
pacientes que fueron puestos a su cuidado y por tal razón, el 5 de agosto de 1541, le fue
prohibido visitar enfermos. Sin embargo, después de la catástrofe que destruyó la
ciudad en Almolonga, tuvo que revocarse la prohibición por la falta de médicos.

En aquel cuadro desolador, paulatinamente se incorporaron en la práctica médica


algunos elementos de la medicina nativa, la cual se basaba en conocimientos sobre la
flora, fauna, movimientos astronómicos, y en conceptos esotéricos de carácter religioso.
El ambiente colonial fue receptivo a este fenómeno.

Los primeros hospitales surgieron durante la Colonia como establecimientos necesarios


para solventar la falta de atención médica que se había hecho evidente durante la
Conquista, así como para enfrentar las nuevas enfermedades propias del trópico, y por
lo tanto, desconocidas para los colonos llegados del Viejo Mundo.

La necesidad de hospitales fue señalada desde el momento mismo en que se habló de


fundar una ciudad como capital de los territorios conquistados. Según el criterio de la
época, los hospitales eran establecimientos no sólo con funciones médicas sino también
albergues para peregrinos.

La Orden de San Juan de Dios, llamada también de los Hermanos Hospitalarios, tuvo a
su cargo los hospitales de la Colonia, a excepción del Hospital de la Misericordia y el
Hospital de Convalecientes de Nuestra Señora de Belem. El primero que atendieron los
miembros de dicha Orden fue el Hospital Real de Santiago. Con posterioridad les fue
otorgada la atención y administración del Hospital de San Lázaro, donde empezaron a
trabajar el 23 de febrero de 1640. El Hospital de San Pedro Apóstol les fue entregado a
partir de mayo de 1663, y el Hospital de San Alejo pasó a su tutela y atención en
noviembre de 1667. Finalmente, tuvieron a su cargo el Hospital San Juan de Dios, en la
nueva Guatemala.
Primeros Hospitales Coloniales
Se pueden mencionar algunos antecedentes de importancia en la fundación de los
primeros hospitales en América. Por ejemplo, el Comendador Nicolás de Ovando,
Gobernador de Santo Domingo, fundó y construyó, en 1502, el Hospital y Templo de
San Nicolás de Bari, que fue el primero de América. Hernán Cortés fundó en la ciudad
de México el segundo, en 1522.

En 1516, Fray Bartolomé de Las Casas consideró que uno de los beneficios que se debía
otorgar a los indios en el Nuevo Mundo era la atención hospitalaria, y mantuvo tal
criterio en su lucha por mejorar la condición de los nativos. Oportunamente la Corte se
hizo eco de tales preocupaciones. En este sentido se emitieron instrucciones que están
vinculadas al trabajo de Fray Bartolomé de Las Casas. Remesal explica esto de la
manera siguiente: `Los otros capítulos de la instrucción... contenían... que se hiciese un
hospital y que los pueblos fuesen más a gusto del cacique que ser pudiese y de los
indios en cuanto al sitio'.

El primer hospital de Guatemala fue el de la Misericordia y estuvo situado en


Almolonga. En Santiago de Guatemala (Panchoy) existieron cinco hospitales y cada
uno de ellos llenó una función específica, determinada por la población que se atendía.
Estos fueron: el Hospital Real de Santiago, para la atención de españoles y mulatos; el
de San Alejo, únicamente para indios; el de San Lázaro, de aislamiento para enfermos
con afecciones de la piel, cuya apariencia hacía pensar en la entonces temible `lepra'; el
Hospital de San Pedro Apóstol, que atendió únicamente a clérigos; y el de
Convalecientes de Nuestra Señora de Belem, fundado por el Hermano Pedro de
Bethancourt, cuya función de servicio está implícita en su nombre.

Hospital de la Misericordia
Éste fue el primer hospital en la historia del Reino de Guatemala. Su fundación se
ordenó en 1527, pero se principió a edificar hasta 1530 y duró el mismo tiempo que la
capital en Almolonga. Se concluyó tarde por la natural desorganización derivada de la
fundación de la ciudad, así como por los trastornos que causó la venida del Visitador
Francisco de Orduña, enviado en 1526 por la Real Audiencia de México a solicitud de
vecinos inconformes en la naciente ciudad. Orduña fue un personaje que ejerció una
oscura influencia hasta el regreso de Pedro de Alvarado el 11 de abril de 1530.

Como dato de importancia sobre este hospital, José Flamenco menciona el Cabildo del
9 de noviembre de 1530, en cuya acta se anotó:

Que para hacer una casa y hospital para la Santa Cofradía


de Nuestra Señora se diese un sitio que para ello fuese
conveniente. E para ello señalaban el sitio de la Cruz,
que está cerca de la fuente, entre los dos caminos de las
dos calles reales, e que allí se tome todo el sitio que
para ello fuese menester.
Francisco Asturias comenta que `el Licenciado Bartolomé de Las Casas acordó en 1534
que cuando el hospital estuviese concluido, fueren recogidos allí los enfermos y
hombres viejos que no pudiesen trabajar y los niños huérfanos', y agrega el mismo autor
que `en la primera pastoral que dio el Obispo Francisco Marroquín, el mismo año de
1537, entre otras cosas asignaba una renta para el hospital de la Misericordia'. Carlos
Martínez Durán, al referirse a este hospital, opinó que no fue más que un rancho pajizo
que cobijó a huérfanos e inválidos.

Hospital Real de Santiago


Este hospital fue el principal en la primera época de la Colonia. En él se practicó la
ciencia médica de entonces y bajo su alero se protegió al enfermo y al convaleciente.
Francisco Ximénez, al mencionar la fundación de Santiago en Panchoy, se refiere a este
hospital de la manera siguiente: `Desmontado pues el sitio donde la ciudad se había de
mudar... y dando sitio para el hospital y ermita de Nuestra Señora de los Remedios, del
mismo modo que la fundó Jorge de Alvarado el año de 27'. Fue establecido a instancias
del Obispo Marroquín, quien ordenó su construcción en 1553, la cual fue financiada de
su propio peculio. Al principio se llamó Hospital de Nuestra Señora de los Remedios.

El Obispo Marroquín ofreció al Rey el patronazgo de la naciente institución con el


objetivo de lograr un aporte económico que permitiera su funcionamiento. En respuesta
a dicha gestión, en real cédula de fecha 29 de noviembre de 1559, el Rey otorgó 1,000
pesos de renta y asignó al centro el nombre de Hospital Real de Santiago.

Dado que la ciudad contaba ya con un hospital, el de San Alejo, destinado a prestar
atención médica a los indígenas, el Obispo Marroquín solicitó al soberano la necesaria
autorización para fusionar el Hospital Real de Santiago con el de San Alejo. Las
ventajas de la unión serían múltiples, no sólo en lo social sino en lo económico, pues al
estar unidas las rentas de ambos se lograría una mayor eficiencia del nuevo centro,
traducida en una mejor atención a los pacientes. El Rey aceptó la propuesta y mandó
fusionar los dos centros por medio de real cédula del 29 de noviembre de 1559. Sin
embargo, la orden no pudo cumplirse pues, en contra de lo esperado, se encontró una
tenaz resistencia de los indígenas que no querían mezclarse con los españoles. No
obstante que durante un corto período fue considerado como un solo centro, la
separación se decidió nuevamente en 1569 ó 1578. Este hecho se pudo haber producido
a instancias de los mismos indios, quienes se habían percatado que al morar entre
españoles se contagiaban y enfermaban más fácilmente.

El Hospital Real de Santiago fue mejorado ostensiblemente cuando el Rey dispuso, el


20 de abril de 1577, que en él se estableciera la primera botica pública. Esta innovación
marcó un paso adelante en el desarrollo de la asistencia médica en la Colonia. También
debe anotarse como dato relevante que en 1595 el hospital contó con su primer
administrador médico, cargo desempeñado por el Licenciado Reyes de Bolaños.

Alrededor de 1620, Antonio Vázquez de Espinosa hizo referencia a este hospital de la


manera siguiente: `El hospital principal de la ciudad, cuyo patrón es su Majestad... está
en la calle principal que va de la plaza mayor al Monasterio de la Concepción, tiene
rentas suficientes para el regalo y cura de los pobres enfermos'. De 1610 a 1626 estuvo
administrado por la Orden de San Hipólito. Pasaron varios años sin que se le concediera
una atención especial. En 1637 se hicieron cargo del mismo los Hermanos de San Juan
de Dios.

Años más tarde, el Presidente Enrique Enríquez de Guzmán, convencido de la necesidad


y las ventajas de fusionar el Hospital Real de Santiago y el de San Alejo, hizo de nuevo
las gestiones pertinentes. La respuesta fue positiva y la unión se oficializó por real
cédula del 21 de julio de 1685. En esta oportunidad no existió tanta oposición para
efectuar la anexión, la cual se realizó incorporando el Hospital de San Alejo al de
Santiago.

El Presidente Enrique Enríquez de Guzmán merece ser recordado en la historia médica


del Reino de Guatemala por su actividad progresista en favor de los hospitales
coloniales, pues también logró para ellos un incremento en sus rentas, los engrandeció
físicamente e introdujo mejoras en su funcionamiento.

Después de efectuada la unión aludida, el nuevo establecimiento no tuvo un nombre


oficial, ni tomó el nombre de uno u otro de los que le dieron origen, y estos nombres se
fueron perdiendo en forma paulatina. Fue así como el nuevo hospital se conoció con el
nombre de la Orden religiosa que lo atendía, es decir, Hospital de San Juan de Dios, o
bien Hospital Real de San Juan de Dios.

Al siguiente año, 1686, el hospital tuvo que ampliarse, pues resultaba ya insuficiente, no
sólo por la incorporación del otro hospital, sino también por el crecimiento de la ciudad.
Esta mejora se obtuvo por la compra de unas casas vecinas. Durante 1687 se le
efectuaron también reformas como consecuencia del aparecimiento de una epidemia de
tifus, situación que obligó al Cabildo a donarle 1,000 pesos. Con este aporte se aumentó
el número de camas, de 24 que existían para hombres y mujeres, a más de 70.

Hospital de San Alejo


La fundación del Hospital de San Alejo fue impulsada por Matías de Paz, ayudado por
Pedro de Angulo y Blas de Santa María, todos de la Orden dominica. Fue creado para
atender a los indios enfermos por medio de la real cédula de 18 de mayo de 1553, la
cual además de ordenar su construcción lo acogía bajo la protección del Patronato Real.
Seis años más tarde, por cédula del 24 de julio de 1559, se le asignaron 600 pesos de
renta.

Este hospital tuvo un gran auge y crecimiento, lo que obligó a su traslado a un solar
cercano al convento de Santo Domingo, donde se hacía más fácil su administración por
los dominicos, que lo atendían por entonces. En esta época llegó a contar con médico,
botica y barbero.

El 24 de septiembre de 1667, el médico Bachiller Joseph Fernández renunció a la


administración del Hospital de San Alejo, por lo que el Presidente Sebastián Alvarez
Alfonso Rosica de Caldas otorgó el manejo del establecimiento a los Hermanos de San
Juan de Dios. La Orden Hospitalaria aceptó la decisión y tomó posesión del
establecimiento el 2 de noviembre del mismo año. Tocó al entonces Alguacil Mayor,
Capitán Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, hacer la entrega a los nuevos
administradores. La posesión del hospital fue aprobada por real cédula del 1º de junio
de 1669. Este hospital, como ya se mencionó, desapareció cuando fue incorporado al
Hospital Real de Santiago en 1685.

Hospital de San Lázaro


El Hospital de San Lázaro fue fundado por el Presidente Alvaro Quiñónez y Osorio. Fue
concebido ante la necesidad de contar con un hospital de aislamiento, especialmente
para enfermedades de la piel de tipo deformante, catalogadas entonces en forma
genérica como `lepra'. Los enfermos de este mal eran temidos, pues se les creía
sumamente contagiosos. Esta última condición hizo que el hospital fuera construido en
las afueras de Santiago, entre los pueblos de San Andrés del Deán y San Bartolomé
Becerra, ambos en los alrededores de la ciudad. El Presidente Quiñónez y Osorio, en el
auto de fundación, le otorgó para su sostenimiento el molino de trigo que se encontraba
sobre el Río Magdalena (Guacalate).

La construcción de este hospital se ordenó en 1636 por medio de real cédula de Felipe
IV, en la cual se le dotaban con 4,000 ducados. Sin embargo, en 1683 no estaba aún
concluido, por lo que el Cabildo ayudó a la construcción con 300 pesos, y el Doctor
José Baños y Sotomayor también aportó ayuda económica para terminar la obra. Desde
su creación el hospital fue administrado por la Orden de San Juan de Dios, lo cual se
oficializó el 23 de febrero de 1640 por disposición del Presidente Quiñónez y Osorio.

Hospital de San Pedro Apóstol


El Hospital de San Pedro Apóstol fue planificado alrededor de 1644 para atender a
sacerdotes seculares enfermos sin recursos económicos, y para su construcción se
estableció `un noveno y medio de las rentas decimales de la Catedral'. En 1646 el
Obispo Bartolomé González Soltero inició su construcción en una casa que había
comprado con ese objeto el año anterior. La obra se inició el 3 de octubre de 1646, y su
dirección estuvo a cargo de Simón Frens Porte.

La construcción tuvo atrasos por distintos motivos, como la muerte del Obispo
González Soltero, pero se agilizó con la llegada del Fray Payo de Rivera, quien continuó
la obra. Se terminó el 6 de diciembre de 1662, junto con la primera iglesia de bóveda en
Santiago. El mismo Fray Payo de Rivera lo inauguró y bendijo. Su primer rector fue el
chantre de la iglesia Catedral Antonio Alvarez de Vega y su ecónomo fue Salvador de
Nebrixa, quienes lo administraron hasta el mes de mayo de 1663, fecha en que lo
tomaron a su cargo los religiosos de la Orden de San Juan de Dios.
Hospital de Convalecientes de Nuestra Señora de
Belem
El primer hospital de convalecientes del Reino de Guatemala y probablemente de
América fue el de Nuestra Señora de Belem (ver en esta misma sección el trabajo sobre
la Orden Hospitalaria de Belem, de Ernesto Chinchilla Aguilar), que fue fundado por el
Beato Hermano Pedro de San José de Bethancourt. Su funcionamiento se autorizó por
real cédula de 1660.

Orden de San Juan de Dios


La Orden de San Juan de Dios, llamada primero Orden de los Hermanos Hospitalarios,
fue fundada por el portugués Juan Ciudad Real, quien vino a América con autorización
de Felipe II. La Orden llegó a Cartagena de Indias en 1595, y de allí se expandió a otras
regiones de América. En muchos lugares donde se estableció fundó hospitales y en
otros llegó a hacerse cargo de ellos.

Los Hermanos Hospitalarios llegaron a Santiago en 1630 provenientes de Nueva


España, representados por su superior Fray Carlos Cívico de la Cerda. Se extendieron al
resto del Reino de Guatemala en compañía de algunos religiosos. Su objetivo era
solicitar la atención y administración del Hospital Real de Santiago, lo que obtuvieron
hasta 1637, con la condición de no transformar el hospital en convento, dada la
prohibición en tal sentido contenida en auto del Consejo de Indias de 30 de enero de
1632. Este hospital fue el primero que atendió dicha Orden en el Reino de Guatemala.

La Orden de San Juan de Dios, en cumplimiento de su misión y sus objetivos, desarrolló


una labor positiva en la atención de los hospitales del país. Ello fue evidente y lo prueba
la forma en que paulatinamente se pusieron bajo su cuidado todos los hospitales de la
ciudad, con excepción del de Convalecientes de Nuestra Señora de Belem, que estaba
bajo la atención de la Orden Belemita.

La Orden de San Juan de Dios cumplió mejor su misión en la antigua capital que en la
nueva Guatemala de la Asunción. Después del traslado de la ciudad, en efecto, hubo
quejas sobre la atención prestada en el Hospital San Juan de Dios, especialmente a
finales del siglo XVIII.

Fundación de la Cátedra de Prima de Medicina


Un elemento positivo en la Medicina de la época fue la fundación de la Universidad de
San Carlos en 1676, y con ella el surgimiento de la Medicina universitaria, la cual se
inició con la Cátedra de Prima de Medicina, inaugurada el 20 de octubre de 1681.
Conclusiones
La falta de médicos fue un problema social de gran magnitud en la vida de la Colonia.
En muchas ocasiones la situación llegó al extremo de no contar con un solo médico para
atender las necesidades de la población. Esta deficiencia se subsanó paulatinamente
desde la fundación de la Universidad de San Carlos, ya que en ella se inició la
enseñanza de la Medicina y la formación de médicos.

Al analizar el funcionamiento de los hospitales coloniales de la Provincia de Guatemala


se puede constatar la existencia de los tres grupos que constituían la sociedad de la
época: los españoles laicos, en cuyo beneficio se estableció la mayoría de hospitales; el
clero regular, cuya misión le indujo a tomar a su cargo la atención hospitalaria; y el
grupo indígena que, junto con los mestizos y negros, representaba al sector
demográficamente más grande. También fue evidente la concepción de aislamiento
como medida de salubridad, al crearse el Hospital de San Lázaro.

Los hospitales que se fundaron en el Reino de Guatemala estuvieron en las capitales de


las provincias, esto es, Santiago de Guatemala, Comayagua en Honduras, y León en
Nicaragua, lo cual impidió que la mayoría de la población contara con este servicio. Las
personas que más se distinguieron por su trabajo en la promoción de los centros
hospitalarios fueron Fray Bartolomé de Las Casas, el Obispo Francisco Marroquín, Fray
Matías de Paz, el Hermano Pedro de San José de Bethancourt y los Presidentes Enrique
Enríquez de Guzmán y Alvaro Quiñónez.
MIGUEL VON HOEGEN

Introducción: Economía

El Pensamiento Económico
La historia de la economía debiera cubrir los hechos relacionados con la producción,
distribución y consumo de bienes y servicios a fin de satisfacer las necesidades del ser
humano. Sin embargo, los trabajos de la Historia General en el área de economía no
cubren tales tópicos por falta de la información de que se adolece en la actualidad.
Dichos trabajos se distribuyen en tres grandes apartados: 1) los factores de producción y
las instituciones sociales directamente vinculadas con los mismos, que incluyen los
elementos siguientes: la mano de obra, los bienes físicos de capital, la tierra y la
tecnología; 2) las actividades de producción y generación de servicios: la agricultura, la
minería, la manufactura y la industria, y los servicios, incluyendo entre éstos el
comercio y las comunicaciones; y 3) la moneda y las finanzas públicas.

La economía europea en los siglos XVI y XVII se enmarcó en el pensamiento


mercantilista, el cual no llegó a conformar una escuela propiamente dicha del
pensamiento económico, tal como se observa en el hecho de que sus propios
planteamientos se encuentran dispersos en escritos informales. A pesar de ello, se
pueden distinguir dos períodos: el primero es aquel en el cual se medía la riqueza y
poderío de un país en función del volumen de metales preciosos que había logrado
atesorar, en lugar de la medición actual de la riqueza, que se basa en la capacidad
nacional de producción de bienes y servicios. El segundo período, fundamentado en el
anterior, medía el nivel de riqueza en el volumen de excedente, que se cancelaba en
metales preciosos, que se obtuviera en la balanza de pagos del comercio exterior, lo que
implicaba optimizar las exportaciones y minimizar las importaciones.

En los planteamientos de ambos períodos del pensamiento mercantilista se encuentra


implícita una visión estática de la economía, en la cual el volumen de riqueza en el
mundo estaba fijo, no podía crecer y, por lo tanto, para elevar la riqueza nacional había
que apropiarse de parte de la riqueza en poder de otras naciones, lo cual se lograba al
venderles (exportaciones) más de lo que se les compraba (importaciones).

Para lograr la apropiación de parte de la riqueza que estaba en manos de otras naciones,
se establecían medidas económicas como las siguientes: impuestos altos a la
importación, lo que motivaba y protegía la producción interna y además desmotivaba la
compra de bienes traídos de otros países; e impuestos al consumo, para desmotivar el
consumo de la producción interna, con el objeto de tener más bienes disponibles para la
venta en el exterior, aunque ello fuera a costa del consumo mínimo necesario de los
estratos poblacionales pobres de la nación. Adicionalmente, se estilaba establecer un
gran número de regulaciones económicas, entre las cuales estaban el control de precios
y de calidad de los productos, medidas para el uso de la mano de obra, establecimiento
de monopolios legales, otorgamiento de privilegios económicos especiales, etcétera.
Dichas regulaciones no permitían libertad en la realización de las actividades
económicas.
La política económica de los países europeos hacia sus colonias, con base en el
pensamiento mercantilista, se caracterizó por dos elementos que pueden también
identificarse con dos períodos: el primero fue la extracción de metales preciosos, cuya
posesión, como se señaló, representaba el nivel de riqueza de una nación; y el segundo
fue asignar a las colonias la función de proveedoras de materias primas, las cuales, una
vez procesadas, como en los casos de Inglaterra, Holanda y Francia, se incorporaban en
el sistema de exportación de manufacturas. Esto permitía el excedente deseado en la
balanza de pagos del comercio exterior, por medio del cual se podían acumular metales
preciosos.

Los principales exponentes del pensamiento mercantilista fueron John Locke (1632-
1704), quien en 1690 delineó importantes conceptos sobre la teoría del valor basada en
la mano de obra, los cuales se incluyeron en su libro Of Civil Government; y Richard
Cantillón (1685-1734), quien representa una figura de transición entre la concepción
mercantilista y la escuela de la economía clásica, que es la escuela económica cuyos
planteamientos dominaron el período siguiente.

Los Acontecimientos Económicos Mundiales


Los principales acontecimientos y hechos económicos mundiales de los siglos XVI y
XVII incluyen, en primer lugar, la dificultad que presentaba el comercio con la India,
por el dominio turco y árabe de las vías que conducían por el oriente hacia Asia.
Adicionalmente, el monopolio que mantenían las ciudades italianas, específicamente
Venecia, Florencia y Génova, sobre dicho comercio y, por lo tanto, sobre los precios de
venta de las mercancías traídas de la India. Este hecho motivó la exploración de una ruta
alterna por el Occidente.

Inglaterra, durante los dos siglos en mención, logró no sólo establecer su sistema de
colonias (Walter Raleigh fundó Virginia en 1584) sino además realizó una revolución
agraria dentro de su territorio, basada en la producción de lana para la manufactura
textil, la secularización de las tierras de los monasterios y la privatización de las tierras
comunales. La manufactura textil se basó más en el trabajo a domicilio que en el trabajo
realizado en grandes empresas, y se inventó e introdujo la máquina de hilar de pedal.

Por su lado, Holanda dominó el comercio que durante los siglos anteriores había
controlado la Hansa alemana, y ocupó el espacio hacia el norte y centro de Europa,
hacia Rusia e Inglaterra y hacia sus propias colonias. Logró también un desarrollo de la
manufactura textil en las ramas de lino y seda; se convirtió en un centro de construcción
de navíos y en 1609 estableció el Banco de Amsterdam.

La Economía Guatemalteca
La economía guatemalteca de los siglos XVI y XVII se inició con el proceso de
acoplamiento entre el antiguo sistema económico precolombino y el nuevo sistema
económico que demandaba España de sus colonias, enmarcado éste en el pensamiento
mercantilista de la época, el cual valoraba la posesión de minerales preciosos: oro, plata,
piedras preciosas, como manifestación de riqueza nacional, tal como se señaló arriba.

El proceso de acoplamiento de los dos sistemas económicos ha sido poco estudiado, en


parte por la falta de información sobre la economía precolombina, por ejemplo sobre las
organizaciones o instituciones sociales en que se realizaba el trabajo, de las que sólo
puede inferirse que eran de tipo comunitario; la tenencia de los medios de producción,
como la tierra; el comercio; el sistema tributario; la infraestructura y tecnología
productivas, entre las cuales merecerían atención especial las técnicas de fertilización
del suelo y los sistemas de canales de riego, etcétera. Toda esa información sería
necesaria para establecer, por un lado, los elementos del sistema económico
precolombino que eran similares y consistentes con el sistema económico español, y
también los que no lo eran. Por el otro lado, para establecer el cambio o sincretismo que
sufrió cada elemento de los sistemas económicos precolombino y español hasta
desembocar en el sistema colonial de finales del siglo XVI e inicios del siglo XVII, que
es cuando se estima que se estabilizó la forma colonial de producción de bienes y
generación de servicios por medio del repartimiento de indios.

En el transcurso del proceso de acoplamiento ocurrió la primera etapa de la vida


económica colonial, que fue la de extracción o saqueo, en la cual se exportaron
indígenas esclavos a Perú y Panamá, minerales (oro y plata, en especial de Honduras,
como lo describe Ernesto Chinchilla Aguilar en el ensayo `Los Lavaderos de Oro y la
Minería', en esta misma sección) y algunos productos vegetales (zarzaparrilla, bálsamo,
etcétera) a España. Esta etapa se caracterizó por la falta de conciencia sobre la
importancia que tiene evitar el agotamiento de las fuentes de riqueza económica, y duró
hasta alrededor de 1560.

La etapa extractiva desembocó en un período de recesión, a mediados del siglo XVI,


causado por el agotamiento de las fuentes que se habían estado explotando sin medida,
en especial la disminución de la mano de obra que se dio a raíz de la exportación de
esclavos y las enfermedades que diezmaron la población indígena. Estas enfermedades,
como es conocido, fueron traídas por los conquistadores y colonizadores españoles y
contra ellas la población nativa no tenía defensas biológicas. Los efectos de esas
enfermedades fueron devastadores, tal como los describen Jorge Arias de Blois en el
trabajo `La Población de Guatemala hasta 1700', y George Lovell en `Epidemias y
Despoblación, 1519 - 1632', en esta misma sección.

A la etapa extractiva siguió el primer caso de dependencia económica de un solo


producto, que fue el cultivo y exportación del cacao descrito por Horacio Cabezas
Carcache en el ensayo `Agricultura'. El cacao era demandado tanto por la población
indígena de Guatemala como por la del Altiplano de México, las que en el período
precolombino y durante todo el período colonial, e incluso al principio del período
republicano, lo utilizaban como bebida y como moneda (véanse los ensayos de H.
Cabezas en esta misma sección, `Agricultura' y `Organización Monetaria y
Hacendaria'). En los dos últimos períodos, el uso del cacao como moneda se debió a la
escasez permanente de metales, lo cual obstaculizó la fabricación de monedas.

El auge del cacao terminó, alrededor de 1570, por dos causas: la primera fue el cultivo y
exportación del cacao de Guayaquil, al cual siempre se consideró de menor calidad que
el de Soconusco, por lo que tenía un precio mucho menor. La segunda causa fue la
escasez de mano de obra indígena para su cultivo en las zonas tropicales calientes de la
Costa del Pacífico, no sólo porque se diezmó la población nativa cercana a las áreas de
trabajo sino también porque había ocurrido lo mismo en los poblados del Altiplano, de
donde por varias décadas se obligó a los indígenas a migrar a Soconusco para atender
dicho cultivo, el cual requería de atención intensiva todos los meses del año.

La organización de la mano de obra durante la primera parte del período extractivo se


hizo por medio de la esclavitud, la cual desapareció en la década de 1540, cuando fue
sustituida por la encomienda y el repartimiento, descritos por H. Cabezas en el ensayo
`Régimen Regulador del Trabajo Indígena', en esta misma sección..

Al finalizar el período de cultivo y exportación del cacao hubo un período de transición


caracterizado por la búsqueda de un nuevo producto en que se basara el crecimiento
económico y duró más o menos de 1575 a 1635. Durante este tiempo se experimentó
con el añil y fue este producto el que predominó sobre los otros como sustituto ideal del
cacao (véase el trabajo de H. Cabezas sobre `Agricultura', en esta misma sección), en
especial por tres causas: la primera, quizá la más importante, fue que únicamente
requería mano de obra en forma estacional, lo que resultó ideal para un sistema
económico en que la fuerza de trabajo se había constituido en el factor productivo más
escaso, y limitaba la capacidad de producción. La segunda causa fue que el cultivo del
añil se localizó en tierras de la Bocacosta, con un clima más benigno que el de las tierras
en que se cultivó el cacao, y donde la catástrofe demográfica afectó menos que en el
resto del área, esto es, que en la zona cacaotera y en el Altiplano. La tercera causa fue
que el cultivo del añil se pudo combinar con la ganadería, lo cual permitió diversificar la
producción y por lo tanto disminuir, en algún grado, el nivel del riesgo de crisis en el
mercado del añil. Es decir, se disminuyó el grado de vulnerabilidad de la dependencia
económica en un solo producto.

El período de cultivo del añil presenta, durante los siglos XVI y XVII, tres etapas: la
primera es la de generalización de su cultivo que duró hasta 1620; le siguió una etapa de
letargo, que duró hasta alrededor de 1670; y por último el primer período de auge, en el
cual aumentó considerablemente la producción y exportación y que abarcó el período
1680-1720.

La etapa de letargo fue causada por la escasez e irregularidad del transporte del
producto a España, de donde se reexportaba a Inglaterra, Holanda y Francia; y la falta
de estabilidad en la política tributaria de la metrópoli sobre el producto, la que estuvo
más en función de las necesidades de recursos del gobierno español, que en función de
la promoción del crecimiento económico de sus colonias.

La etapa de auge se originó en el comercio de contrabando a los países del norte de


Europa, a través de Jamaica, después de terminado el desarrollo y florecimiento de la
piratería en el área del Caribe, entre 1660 y 1685 (véase H. Cabezas, `La Piratería en la
Capitanía General de Guatemala').

El cultivo del añil provocó cambios profundos en el sistema económico cultural: en


primer lugar ocurrió paralelamente a la sustitución de la organización de la mano de
obra bajo el sistema de esclavitud (encomienda-repartimiento) por el de repartimientos
y aparcería (véase H. Cabezas `Régimen Regulador del Trabajo Indígena'). Dicha
sustitución fue en buena parte promovida por la escasez de mano de obra, mencionada
con anterioridad, y por la falta de acceso a trabajadores por parte de los españoles y
criollos que no tenían encomiendas.

En segundo lugar, el cultivo del añil implicó un cambio de actitud hacia la tenencia de
la tierra: la atención de los españoles estuvo centrada, durante el período de cultivo y
exportación del cacao, en el control sobre el mercado del producto y sobre el suministro
de trabajadores por medio de los sistemas de esclavitud y luego de repartimientos, sin
prestar atención a la propiedad de la tierra. Con el cultivo del añil, en cambio, se
establecieron las haciendas autosuficientes y, por lo tanto, surgió la necesidad de tener
la seguridad que otorgaba la titulación de la tierra (véase H. Cabezas, `La Tierra, Fuente
de Riqueza de los Españoles', en esta misma sección).

El tercer cambio profundo que ocurrió en el Reino de Guatemala de modo paralelo a la


introducción del cultivo del añil, que está íntimamente ligado con el anterior, fue el
traslado del lugar de residencia de muchos españoles y criollos que abandonaron las
ciudades y se asentaron en el área rural, es decir, en las haciendas de la región
autosuficientes, dado que no podían sufragar los costos altos que conllevaba la vida
urbana en el período de crisis que se había generado con la caída del cacao y con el
letargo del mercado del añil, citado con anterioridad.

La economía guatemalteca de los siglos XVI y XVII fue, a pesar de las depresiones y el
letargo, suficientemente fuerte y productiva como para haber podido sufragar el costo
cuantioso que debe haber representado la desintegración de las instituciones económicas
precolombinas y el establecimiento de las coloniales; el aprendizaje, por parte de la
población nativa, de nuevas técnicas de cultivo y de nuevos cultivos; y sobre todo, el
abandono de las ciudades precolombinas y la construcción de las nuevas, las cuales
crecieron con edificios públicos como templos, conventos, colegios y palacios para
albergar a las autoridades públicas y una infraestuctura que incluía los sistemas de agua
potable, drenaje, viviendas particulares, etcétera, tal como se describe en el artículo
sobre arquitectura en esta sección.

Para finalizar, debe señalarse que desde la primera etapa de la vida económica colonial
se estableció la característica monoexportadora de la economía del Reino de Guatemala,
la cual pasó de las plantas medicinales y el cacao, al añil, la cochinilla y el café (estos
dos últimos ya en el período republicano), sujetándola a los vaivenes o ciclos de los
países importadores.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

Las Encomiendas

Encomienda-Repartimiento
Una de las principales concesiones que hizo la Corona a los capitanes que llevaron a
cabo la conquista de los indígenas americanos fue la de repartir indios entre sus
soldados. Cristóbal Colón, sin contar con autorización alguna de la Corona, fue el
primero en hacerlo. A partir de las primeras expediciones de descubrimiento y
conquista, los capturados en combate eran herrados como se hacía con las bestias y
entregados como esclavos a los soldados. Una suerte semejante corrían los indios de los
pueblos que se entregaban pacíficamente y aceptaban la sumisión y el vasallaje ante el
Rey de España. Ellos también fueron distribuidos entre los soldados y obligados a servir
sin retribución en todo lo que requiriera su amo, como construirle casa, mantenerlo bien
servido, trabajar en minas, cultivar milpas, transportar mercancías, talar y aserrar
árboles, etcétera. A este sistema de trato y empleo de los naturales se le llamó
`encomienda-repartimiento' o más comúnmente `repartimiento'.

Dos décadas después del descubrimiento de América, o sea en 1513, la Corona


amonestó a los frailes dominicos de La Española porque habían realizado y promovido
enérgicas protestas contra la `encomienda-repartimiento', y utilizaban el púlpito para
condenar moralmente a los colonos españoles que cometían excesos en el trato a los
indígenas. La Corona ordenó a los frailes proceder con moderación y suavidad, y trató
de convencerlos de la licitud de los repartos de indios:

Cuando se mandaron repartir los indios se juntaron con los


del Consejo muchos letrados, teólogos y juristas, y que
vistos los fundamentos, habían acordado se debían dar los
indios en repartimiento, y que era conforme a derecho
divino y humano, y que si cargo de conciencia había en
ello, era del rey, y de quien se lo había aconsejado, y no
de quien tenía los indios.

Las primeras encomiendas en Guatemala

Los españoles que iniciaron la organización de la Provincia de Guatemala traían en


buena medida una larga experiencia sobre el sistema de encomiendas. La experiencia de
muchos de ellos se remontaba a la época en que el Gobernador de La Española, Nicolás
de Ovando, había hecho uso de tal sistema de trabajo al asignar indios a conquistadores
y colonos, durante los primeros años de la colonización (1502-1509). El verdadero
origen de la práctica de encomendar pueblos conquistados se remontaba, empero, a la
época de la Reconquista en la Península Ibérica.

El primer repartimiento de indios en Guatemala lo hizo el Adelantado Pedro de


Alvarado, al retornar a Guatemala en julio de 1524 de su expedición de conquista a
Cuscatlán. En el mismo se adjudicó Iximché y otros importantes centros cakchiqueles
(kaqchikeles) para su personal beneficio. Wendy Kramer opina que se otorgaron indios
no sólo a los capitanes y familiares del Adelantado, sino también a muchos soldados. En
dicha ocasión, después del propio Alvarado, los más favorecidos fueron sus principales
capitanes y lugartenientes: Sancho de Barahona, Bartolomé Becerra y Pedro de
Portocarrero, que obtuvieron 1,000 indios cada uno.

Antes de la Conquista había sido costumbre en los señoríos indígenas de lo que


actualmente es Guatemala que los señores y principales tuvieran algunos hombres
sometidos a una especie de esclavitud o servidumbre, y a ellos adjudicaron los
conquistadores el nombre de naborías, palabra empleada por los naturales de las
Antillas para denotar cierto dominio sobre las personas, parecido a la esclavitud. Ello
fue aprovechado, por quienes habían sido favorecidos con `repartimientos', para exigir
que los señores les dieran esclavos como parte de su obligación tributaria. A éstos les
llamaron `esclavos de rescate'. Pedro de Alvarado consiguió de este modo unos 3,000
esclavos, su hermano Jorge obtuvo 270, Sancho de Barahona y Francisco de Castellanos
recibieron 120 y 100, respectivamente. Por lo general, los encomenderos sometieron a
esclavitud a muchos de estos indios a quienes sólo correspondía la condición de
`esclavos de rescate', o bien los trataron como esclavos en el concepto tradicional
europeo, so pretexto de que los caciques se los habían vendido como naborías y que, por
lo tanto, ellos estaban actuando de manera legal. Lo que distinguía a los naborías de los
`esclavos de guerra' era que los primeros estaban marcados con hierro candente en el
muslo, y los segundos en la cara. Sin embargo, en la actividad laboral no había
diferencia alguna en el trato dado a los indios, ya fueran esclavos, ya naborías o
encomendados. Sobre el particular, a mediados del siglo, el Licenciado Alonso López
de Cerrato, Presidente de la Audiencia, comentó que los indios encomendados se
llevaban a las minas y eran más esclavos que otros.

Primer repartimiento general

En 1527, en la ocasión en que preparaba en México su primer viaje a España para


solicitar ante la Corona la aprobación de sus empresas de conquista en algunas regiones
de México y Guatemala, así como la correspondiente autorización de sus nuevos
proyectos, Pedro de Alvarado envió como Teniente de Gobernador a su hermano Jorge.
A partir de marzo de 1528 éste hizo un `repartimiento general' de los pueblos (ver
Cuadro 24), el cual a juicio de muchos vecinos se realizó sin mayor conocimiento de las
circunstancias, ya que se basó únicamente en lo que le contaban los indios aliados. Ello
no sólo ocasionó malestar y disgusto entre algunos vecinos, sino dio lugar a que
formularan contra él y su hermano Pedro, graves cargos ante la Audiencia de México.

Para resolver el creciente malestar entre los vecinos de Santiago de Guatemala y evitar
los desórdenes e injusticias derivados de la forma en que se había repartido a los indios,
la Audiencia de México mandó, en 1529, a Francisco de Orduña con el encargo de
realizar Juicios de Residencia al gobernador, tenientes de gobernador, alcaldes y
oficiales reales de Guatemala. La Audiencia de Nueva España había sido informada que
los vecinos españoles de la ciudad enviaban a sus naborías a los pueblos que tenían
encomendados con el objeto de desempeñar ciertas comisiones, pero que éstos se
permitían maltratar a los señores y a los macehuales `atándolos y dándoles palos y
bofetones'. Sin embargo, el Visitador Orduña, en el ejercicio de su cargo y a pesar de las
quejas contra el repartimiento general, no hizo mayores modificaciones en cuanto a la
propiedad de las encomiendas, ya que se limitó a asignar algunas de éstas que habían
vacado y las que estaban en poder de personas ausentes (ver Cuadro 25). Orduña no
pudo hacer otra cosa porque algunos poblados indígenas estaban alzados y no había
manera de conseguir información rápida y verídica sobre el número de indígenas
residentes en cada pueblo.

Remesal señala que en tiempos de Orduña se encomendaron indios a los artesanos


españoles para que éstos no cumplieran su amenaza de abandonar sus oficios. Wendy
Kramer pone en tela de duda la afirmación anterior y asegura que no hay suficiente base
para dar por cierto tal hecho, ya que en las Actas de Cabildo sólo se registra un caso en
dicho período.

Después de su retorno de España en 1530, y cuando había concluido el juicio que Nuño
de Guzmán le siguió ante la Audiencia de México, Pedro de Alvarado vino a Guatemala
investido de plenos poderes y con el título de Adelantado. Casi inmediatamente después
de su llegada le inició Juicio de Residencia al Visitador Orduña, a fin de que rindiera
cuentas de su actuación, `so pena de muerte y perdimiento de todos sus bienes'. Por otra
parte, y como clara demostración de poder, anuló las concesiones hechas por su
hermano Jorge y las pocas otorgadas por Orduña.

A juicio del Cabildo de Santiago, la razón que adujo el Adelantado para anular la
mayoría de repartimientos hechos por su hermano y por Orduña, fue la de `ver la tierra
tan ciegamente repartida'. Los regidores, perjudicados política y económicamente
durante la administración de Orduña, consideraron bueno lo hecho por el Adelantado,
porque `así todos tenían... de comer'. Muy distinta fue la opinión de los funcionarios
reales, quienes se refirieron de este modo a la disposición de Alvarado: `...el gobernador
ha dado y quitado y da y quita hoy día indios en esta gobernación y dalos hoy y quítalos
de allí a ocho días y en haciéndole un enojo los torna a quitar a quien los dio y los da a
quien se le antoja'. Entre las principales encomiendas que invalidó estaban las de
Atitlán, Chichicastenango y Sacatepéquez (en la jurisdicción de Quezaltenango), las
cuales otorgó a criados, parientes y amigos que en dicha ocasión había traído de España
en su compañía. La conducta de Alvarado no fue bien vista por aquellos que le habían
ayudado a conquistar los principales señoríos indígenas del Altiplano. Por ejemplo,
Ortega Gómez, encomendero de una parte de Chichicastenango, apeló ante la Corona y
cinco años después consiguió la devolución de su encomienda. El propio Alvarado se
adjudicó la encomienda de Atitlán, la cual pertenecía por mitad a Sancho de Barahona y
a Pedro de Cueto, y de cuyas estancias en la Costa obtenía cada uno de éstos 1,000
jiquipiles de cacao. Sin embargo, Alvarado tuvo que devolver esta encomienda
posteriormente.

Petición de perpetuidad

En las dos primeras décadas del período colonial se produjeron muchos cambios en la
propiedad de las encomiendas. En algunos casos porque los gobernadores, tenientes de
gobernador o jueces de residencia se las quitaron a ciertos conquistadores, y en otras
circunstancias por negociaciones que sus propios dueños realizaban cuando se
marchaban a otras partes. El mismo Alvarado acostumbraba anular ilegalmente las
encomiendas que le interesaban, tal como lo hizo con el pueblo de Huehuetenango, que
pertenecía a Juan de Espinar y que generaba aproximadamente 12,000 pesos en los
minerales de plata procesados en la propia región. En este último caso Alvarado
argumentó que había procedido de tal manera para castigar las atrocidades cometidas
por Espinar contra los indios y porque el concesionario, es decir Espinar, era un sastre,
lo cual lo inhabilitaba para obtener una concesión real. Un año después, la Audiencia de
México ordenó al Adelantado que devolviera la encomienda en cuestión, lo que
obedeció a su debido tiempo.

Las expediciones que organizó Alvarado, al Perú en 1535 y a las Islas de La Especiería
en 1541, ocasionaron el mayor número de traspasos de encomiendas. Antes de zarpar
hacia el Perú, Alvarado concedió a varios de los que viajaban en su compañía `cédulas
de repartimiento en blanco', para que pudieran negociar libremente sus indios de
repartimiento.

Los frecuentes despojos de indios que hacía Pedro de Alvarado dieron base a
encomenderos, funcionarios reales y regidores del Ayuntamiento para exigir a la Corona
que los repartimientos se adjudicaran en forma perpetua. En carta dirigida al Rey en
1530 los miembros del Ayuntamiento mencionaban su inseguridad y su temor de perder
las encomiendas por órdenes de un nuevo gobernador, y expresaban claramente que tal
circunstancia era la causa principal del maltrato que los españoles daban a los indios,
porque ello los llevaba a `desollarlos y sacarles todo el oro o ropa o todo aquello con
que pueden servir y tratar mal las personas de los caciques'. Otra razón mencionada por
los concejales se refería a que los repartimientos otorgados por los gobernadores y sus
tenientes no correspondían a los méritos de los conquistadores, pues unos tenían mucho
sin merecerlo y otros poco pese a sus merecimientos. De esta manera, indicaban, toda la
tierra estaba revuelta y `enfrascada y mal repartida, porque hay muchos conquistadores
que no tienen qué comer ni indios que se lo den, y demás de esto tienen muchos
repartimientos en tierras de guerra'.

Dadas las numerosas quejas, en 1535 la Corona mandó a los gobernadores que se
respetara la propiedad de las encomiendas y que se abstuvieran de transferirlas, a menos
que se hubiera vencido a su dueño en previo juicio. Con tales propósitos, se ordenó al
gobernador informarse sobre la cantidad y calidad de las tierras y gentes de la provincia.
Se le mandó que después del paso anterior se verificara el número de españoles que
había participado en la conquista y población, o bien de sus herederos si eran moradores
permanentes, si habían recibido ya aprovechamientos o repartimientos de indios, y si
eran casados. Se instruyó también al gobernador en el sentido de poner especial cuidado
en los descubrimientos de minas de oro, plata y otros metales, piedras finas y pesquerías
de perlas y, finalmente, se le ordenó hacer el repartimiento, siempre que se procediera
de la manera siguiente:

...tomando para Nos y los reyes que después de Nos


vinieren, las cabezas y provincias y pueblos que vosotros
halláredes...; y del restante hagáis el memorial y
repartimiento de los dichos pueblos y tierras y provincias
de ellas, entre los dichos pobladores y conquistadores,
habiendo respecto a la calidad de sus personas y
servicios, y a la calidad y cantidad de dicha tierra y
población de indios.

Un año después la Corona todavía dudaba de la conveniencia de conceder en forma


perpetua los repartimientos, pero aceptó legalizar la costumbre de traspasar
hereditariamente y por una vida las encomiendas, ya fuera en favor del hijo mayor o de
la viuda en ausencia de éste. Si la viuda se casaba, la encomienda pasaba al nuevo
marido, siempre que éste no tuviera otro repartimiento de indios. Si tal era el caso, el
marido tenía que escoger uno de los dos repartimientos. Estas estipulaciones, sin
embargo, nunca se cumplieron en la práctica.

En 1537 los vecinos de Santiago de Guatemala solicitaron una vez más que se les
concedieran a perpetuidad los repartimientos de indios que habían recibido. Esta vez lo
hicieron por medio del Obispo Marroquín, quien apeló a la bondad y magnanimidad de
la Corona, y argumentó el gran perjuicio que causaba a los indios el hecho de ser
traspasados de un español a otro:

Cosa acertada sería también que los que estamos en estas


partes perdiésemos la esperanza de volver a vivir y morir
en Castilla... que poca necesidad hay en Castilla de más
mayorazgos; se van los ricos y los pobres quieren ser
ricos y todo ha de costearse sobre estos pobres indios.

Empero, la Corona no atendió las numerosas solicitudes, que ya no sólo planteaban sino
casi exigían la perpetuidad de las encomiendas. En tales circunstancias, la compraventa
de encomiendas se siguió realizando en forma ilegal, ya que desde el gobernador, los
funcionarios reales y concejales, hasta el encomendero menos favorecido, negociaban
sus indios o se los jugaban a los dados.

La tasación de Marroquín y Maldonado

El 10 de mayo de 1536 llegó nuevamente a Guatemala el Licenciado Alonso de


Maldonado, para asumir el mando de la provincia. De inmediato procedió a embargar
los bienes y las valiosas encomiendas de Alvarado. En un primer momento las
actuaciones del Licenciado Maldonado, en lo que se refiere al tratamiento dado a los
indios y en cuanto a la distribución de las encomiendas, parecen haber sido correctivas y
encaminadas a detener los abusos reincidentes de los encomenderos. Los sufrimientos
de los indios por tal causa comenzaron a disminuir sensiblemente. Estos cambios
coincidieron con la primera llegada de Fray Bartolomé de Las Casas a Nicaragua, desde
donde se dirigió, posteriormente, a Guatemala.

Por otro lado, y para dar cumplimiento a una real cédula aprobada y mandada cumplir
por Alonso de Maldonado, en 1536 el Obispo Marroquín comenzó a elaborar una
matrícula y tasación de los pueblos de indios. En éstas, además del tributo en productos
de la tierra, se mantenía la obligación de los pueblos en cuanto a entregar semanalmente
a sus encomenderos cierto número de tamemes, o sea cargadores, para usarlos `en sus
necesidades o bien dispon[er] de los porteadores para alquilarlos a los comerciantes o a
otras personas de la ciudad'. Antes de las tasaciones de Cerrato los encomenderos
obtenían por el servicio de los tamemes la mitad de lo tasado. En esa ocasión, los
tributos fueron rebajados en más de 90,000 castellanos. Por ello precisamente el
Memorial de Sololá recuerda con gratitud la actuación de Maldonado. Sin embargo, el
Obispo Marroquín se autocriticó acremente años después (1539), por no haber hecho lo
suficiente en favor de los indios y por haber favorecido a los españoles:

Digo por mi consagración y salvación, que va más, juzgo


haber ido contra los naturales en favor de los
encomenderos en cada tasación en más de una cuarta
parte... Dios me lo tendrá que pedir.

A causa de la citada tasación el servicio de los tamemes disminuyó, pero no cesó del
todo. De todas maneras, Fray Bartolomé de Las Casas consideró inmoderados los
tributos que Maldonado impuso a los indios y en 1544 solicitó al Rey otra tasación de
los mismos, a fin de que se redujeran a cantidades moderadas.

Encomiendas de Pedro de Alvarado

Pedro de Alvarado usó y abusó de su derecho como Gobernador para adjudicar


encomiendas. En efecto, en la Provincia de Guatemala, cuando Cerrato ordenó a sus
oidores proceder a la tasación de los tributos de los indios (1548-1549), siete de los
mejores pueblos (Atitlán, Guazacapán, Escuintla, Petapa, Quezaltenango, Rabinal y
Totonicapán) estaban inscritos a su nombre. En conjunto dichos pueblos tenían
aproximadamente 5,000 tributarios y producían para el Adelantado unos 10,000 pesos al
año. De sus encomiendas en Honduras obtenía además 9,000 pesos. Alvarado abusó en
especial de los indígenas de algunas encomiendas, la de Guazacapán por ejemplo, cuyos
tributarios utilizó para la construcción de la flota que habría de llevarlo al Perú. Esta fue
una de las principales acusaciones que se le formularon en 1536, durante el segundo
Juicio de Residencia a que le sometió el Licenciado Alonso de Maldonado en
Guatemala. Alvarado no pudo desvanecer el cargo ante el Consejo de Indias y se vio
obligado a pagar una fuerte multa.

En dicho juicio tanto el Adelantado como su hermano Jorge fueron acusados de extrema
crueldad con los indios, a fin de obtener de éstos el máximo servicio para ellos y para
otros encomenderos. Una de las acusaciones formulada a Pedro de Alvarado fue la de
que amedrentaba a los indios:

...mandándoles dar de palos y azotes y coces y dándoselos


ellos y quemando muchos señores principales por los
amedrentar para que sirviesen por hacer por parientes y
amigos suyos que los tenían encomendados.

En lo que concierne a Jorge de Alvarado, fue Alonso Cabezas, un antiguo compañero de


armas y que además había recibido sustento y vivienda en su casa, quien confirmó en el
Juicio de Residencia contra Jorge de Alvarado, que éste llegaba a extremos de
inclemencia con sus indios de encomienda: `...matándolos y aperreándolos y
ahorcándolos y echándolos en hoyos por las traiciones que hacían'.

Al enterarse de que se le había iniciado un segundo Juicio de Residencia en la ciudad de


Santiago, el Adelantado decidió suspender la conquista de los pueblos de indios que
había emprendido en Honduras y salió sin autorización hacia España. A su retorno
desembarcó en Puerto Caballos, donde encontró al Adelantado de Yucatán y
Gobernador de Honduras, don Francisco de Montejo. Alvarado había sido informado en
España que Montejo se había apoderado de los pueblos que él se había adjudicado en
encomienda y que había dispuesto asimismo de otros más que había repartido entre
otros conquistadores. Alvarado había informado de todo ello al Rey, y éste le había
extendido una provisión dirigida al Obispo de Honduras, Cristóbal Pedraza, para que se
hiciera justicia de inmediato, como en efecto se hizo.
Montejo se resistió a devolver los pueblos que había quitado a Alvarado durante su
ausencia y de los cuales éste reclamaba no sólo la devolución sino también la renta que
habían generado sus encomiendas, más los daños y perjuicios que habían sufrido
durante casi tres años. El Obispo Pedraza refiere el final del incidente así:

...pocos días después, llegó a verle Montejo y le dijo que


se había dado cuenta de la gran potencia de Alvarado y sus
muchas posibilidades como hombre de dineros y dueño de
buenos pueblos que le daban renta suficiente para mantener
la gobernación de Honduras, que él no podía sustentar; y
que en vista de ello y para ajustar sus diferencias, le
rogaba proponerle que le diera la ciudad de Chiapa, que
era de la gobernación de Guatemala... más el pueblo de
Suchimilco junto a la ciudad de México; y que en cambio,
él dejaría la gobernación de Honduras libre y
desembargada.

Del modo descrito quedaron zanjadas las diferencias entre los Adelantados. Poco
tiempo después, sin embargo, el Rey privó a Montejo de las encomiendas de Chiapas, y
doña Catalina, hija del Adelantado de Yucatán, casó con el Licenciado don Alonso de
Maldonado, Presidente de la Audiencia de Guatemala, lo que produjo nuevas disputas
legales por las encomiendas de Honduras que retenían los descendientes de Alvarado.

Institucionalización de la Encomienda
A raíz del largo período de alegatos contra la encomienda-repartimiento iniciado en La
Española desde 1511 por los frailes dominicos, encabezados primeramente por Fray
Antonio de Montesinos y después por Bartolomé de Las Casas, la Corona aprobó en
1542 las Leyes Nuevas, conocidas también como Ordenanzas de Barcelona. Al ponerse
en práctica estas nuevas disposiciones hubo un cambio profundo en las relaciones
laborales que habían imperado hasta entonces (esclavitud, encomienda-repartimiento), y
por las cuales los conquistadores y pobladores se aprovechaban ilícitamente de los
servicios de los indios. En efecto, la Corona determinó por medio de dichas leyes que la
encomienda consistiría a partir de entonces únicamente en el disfrute de cierta cantidad
de los tributos tasados para un determinado pueblo de indios. Por las Leyes Nuevas se
suprimieron asimismo los servicios personales y el dominio directo que los
encomenderos habían venido ejerciendo sobre los indios, y se estableció que el
usufructo de la encomienda sería sólo por una vida. Se mandó igualmente que las
encomiendas no se podrían adjudicar a funcionarios de la Corona, que las que vacaran
debían pasar de inmediato a poder del Rey, y que el encomendero tenía la obligación de
cristianizar a sus indios y mantener caballo y armas para defender la soberanía real, so
pena de perder sus derechos sobre la encomienda.

Las Leyes Nuevas permitieron a las Audiencias tener un mejor conocimiento de la


situación económica en que se encontraban los vecinos. Establecían que en la
adjudicación de las encomiendas debía darse preferencia a los conquistadores y
primeros pobladores, en atención a sus méritos y calidad. Los encomenderos, por su
parte, estaban obligados a construir casa formal de piedra o ladrillo, y mantener caballo
y armas listos para cuando se demandaran sus servicios al Rey. En las Leyes Nuevas la
Corona mandó que los herederos tuvieran preferencia en la adjudicación de
encomiendas vacantes.

En otra de sus secciones las Leyes Nuevas prohibieron terminantemente que los indios
llevaran cargas muy pesadas; que fueran llevados a trabajar de tierra fría a tierra caliente
y viceversa; que fueran alquilados, prestados o transferidos al servicio de otras personas,
aunque éstas fueran también encomenderos; que se abusara del trabajo de las mujeres
indígenas, o se les convirtiera en mancebas o concubinas de los propios encomenderos.
Las Leyes Nuevas contenían otras prohibiciones como las siguientes: que se despojara a
los indios de las tierras donde cosechaban los artículos para su propia subsistencia; el
empleo de los indios encomendados en el trabajo de las minas, como se había
acostumbrado durante los primeros años después de la Conquista, y también en los
trapiches o ingenios de azúcar; el transporte de los tributos a lugares distintos de
aquellos en que residían los indios tributarios; y el cobro de los tributos que no
estuvieran ceñidos a las tasaciones hechas por los oidores de la Audiencia o personas
comisionadas específicamente para ello. Finalmente, las Leyes Nuevas indicaban que
los indios podían quejarse de los malos tratos, ante sus curas doctrineros o ante la
Audiencia misma. Se ordenaba que en caso de comprobarse las denuncias se impusiera
un castigo a los encomenderos responsables de abusos graves contra los indios, y se
señalaba expresamente que la sanción consistiera en la privación de las encomiendas o
en declararlas vacantes, a fin de que el Rey pudiera disponer de ellas o las incorporara a
la Corona.

La encomienda y el nepotismo de Maldonado

En el Reino de Guatemala, como en todas las Indias, muchas de las disposiciones de las
Leyes Nuevas no se cumplieron. El responsable principal de tal situación irregular fue
Alonso de Maldonado, primer Presidente de la Audiencia de los Confines. Maldonado
fue nombrado para este cargo por recomendación muy especial e interesada de Fray
Bartolomé de Las Casas, pero su comportamiento en tan alta posición fue muy diferente
del que esperaba de él Las Casas. Particularmente se le puede señalar que incurrió en
acciones de nepotismo y se dejó sobornar de manera muy notoria principalmente por
encomenderos.

En efecto, durante su presidencia la mayoría de pueblos continuó proporcionando


cargadores (tamemes) y servicio personal a los encomenderos, en abierta violación de
las disposiciones contenidas en las Ordenanzas. Por otro lado, obtenía cerca de 6,000
pesos anuales por el alquiler de los indios e indias de sus encomiendas en Honduras a
los españoles que necesitaban trasladar sus equipajes desde los puertos en la Costa
Atlántica a distintas ciudades ubicadas en el interior del Reino. A juicio del Obispo de
Honduras, Cristóbal Pedraza, los indios cargadores que alquilaba Maldonado recorrían
de 50 a 60 leguas con bultos que pesaban entre 75 y 100 libras. Los indios tenían que
cargar también con su propia comida, pues no se les proporcionaba alimentación para el
viaje. El Obispo Pedraza aseveró además que durante cada jornada morían por lo menos
10 tamemes. La erradicación del alquiler de indios de encomienda sólo se logró muchos
años después, a finales del tercer cuarto del siglo XVI, cuando se institucionalizó la
entrega de indios de repartimiento en cada pueblo (ver en esta misma sección el ensayo
sobre el `Régimen Regulador del Trabajo Indígena').
En opinión del dominico Antonio de Remesal, en Guatemala la oposición a las Leyes
Nuevas por parte de los encomenderos no fue violenta como en el Perú, gracias a la
`moderación' de la primera Audiencia, presidida por el Licenciado Alonso de
Maldonado:

Y así, hasta ver en lo que paraba... pidiendo el señor don


Fray Bartolomé de las Casas Oidor para que ejecutase en su
Obispado las Nuevas Leyes con todo rigor y como estaban
escritas, le dieron sólo para que tasase los tributos y
quitase algo de lo mucho que excedían la posibilidad de
quien los había de pagar.

La actuación contemporizadora de Maldonado no era nueva, pues durante sus dos


gobernaciones anteriores había promovido en su propio beneficio la conformación de un
poderoso núcleo de encomenderos que, mediante el control del tributo de los pueblos
cacaoteros, había llegado a dominar gran parte del escenario económico y político.
Maldonado, además, solía pasar por encima de los derechos de los herederos de las
encomiendas para asignar éstas a sus propios allegados y familiares. Así lo hizo, por
ejemplo, en los casos de San Martín Sacatepéquez (Quezaltenango), Zapotitlán y Pinula
en que, a la muerte de Pedro de Portocarrero, adjudicó a su hermano Martín de Guzmán
las encomiendas que debían haber pasado a la viuda doña Leonor de Alvarado. En
circunstancias semejantes cedió a un primo suyo los derechos correspondientes en el
pueblo de Machaloa (Honduras), y en la misma forma otorgó los derechos sobre el
pueblo de Colomba (Honduras), a una persona que se había criado en su casa. Estos dos
últimos pueblos producían 2,000 y 1,000 pesos, respectivamente. En otros casos
presionó para que las viudas encomenderas se casaran con familiares suyos. Este fue el
caso de Juan de Guzmán, su primo, a quien casó con Margarita de Orrego, viuda de
Antonio Diosdado, encomendero de Izalco, el más importante pueblo cacaotero del
Reino de Guatemala a mediados del siglo XVI.

El poder de los familiares y amigos de Maldonado llegó al grado de permitirse, en


contravención de la ley, agregar nuevas exigencias a sus indios encomendados, como la
de pagar un tributo adicional sobre las propiedades cacaoteras, así como un tributo
especial por sus calpisques (capataces o mayordomos, por lo general mestizos o
mulatos) que recorrían las plantaciones con el cometido de contar los arbustos. Más aún,
Maldonado permitió la confiscación de la tierra a los pueblos que no podían pagar el
tributo citado en último término. El ingreso anual de cada uno de los que formaban el
`grupo' de Maldonado fue superior a los 2,000 pesos oro. A juicio de Murdo MacLeod,
fue tal el control político ejercido por este grupo de encomenderos que en cierto
momento hasta se permitieron el lujo de `ignorar la autoridad del rey'. Entre los
integrantes de dicho grupo estaban Juan de Guzmán, Francisco Xirón, Juan Vázquez de
Coronado y Diego de Herrera (ver Cuadro 26), ninguno de los cuales había sido
conquistador, pero todos ostentaban la calidad de parientes y `criados' de Maldonado, y
eran originarios de Salamanca y venidos a Guatemala entre 1530 1544.

Por otro lado, y a pesar del expreso mandato de una real cédula, Maldonado hizo pasar a
la Real Corona sólo una parte de las encomiendas de Pedro de Alvarado, y distribuyó
las restantes entre sus parientes. La Corona ordenó que los fondos provenientes de
dichas encomiendas se emplearan en obras públicas de la nueva ciudad que se construía
en el Valle de Panchoy, así como en la apertura de caminos y tendido de puentes.
Maldonado cumplió en parte lo ordenado, y con tales propósitos contrató a Andrés de
Ulloa para dirigir la reparación de los caminos que comunicaban Petapa y los pueblos
sacatepéquez con Santiago de Guatemala.

Las tasaciones de Cerrato

Fray Bartolomé de Las Casas, descontento por la debilidad, corrupción y nepotismo con
que actuaba el Presidente Maldonado, hizo sentir nuevamente su influencia ante el
Consejo de Indias, y en 1548 logró que la Corona ordenara el correspondiente Juicio de
Residencia y sustituyera a Maldonado por el Licenciado Alonso López de Cerrato. Al
iniciarse en el ejercicio de su cargo, el nuevo Presidente despojó de sus derechos a los
encomenderos más crueles, prohibió los servicios personales y solicitó autorización a la
Corona para decomisar las encomiendas de los que habían exportado indios al Perú.
Cerrato pretendió abolir asimismo el alquiler de indios pero, a petición de distintos
Cabildos de ciudades españolas, no llegó a ejecutar tal medida. Ello no obstante, no se
inhibió de escribir duramente sobre el particular: `Se quejan que les quité el servicio
personal y esto es lo que más han sentido, porque debajo de este color tenían todos los
indios por esclavos y como tales se servían de ellos'.

Lo que más se recuerda del Presidente Cerrato son las nuevas tasaciones de tributos que
mandó hacer en los pueblos de indios, en cuya realización ya no participó el Obispo
Francisco Marroquín. Dichas tasaciones se llevaron a cabo por los Oidores Juan Rogel,
Pedro Ramírez y Diego de Herrera. En ellas se exigieron como tributo productos de la
tierra (cacao, maíz, frijol, miel), trigo y en algunos casos también indios de servicio (ver
Cuadro 27).

La reacción contra las tasaciones contenidas en el cuadro anterior se hizo sentir de


inmediato. Uno de los más resueltos críticos y opositores fue el Obispo Francisco
Marroquín, quien el 3 de febrero de 1550 hizo uso de su cargo de Consejero del Rey
para escribir a la Corona en términos enérgicos y con alegatos explícitos en favor de los
conquistadores españoles:

...dice el presidente y los religiosos que aren y caven


los españoles; no pasaron a estas partes para esto, ni es
servicio de Dios ni de V.

M.; ni es bien para los españoles ni para los indios; lo


que conviene es que los españoles sean estimados y temidos
y que los indios sean instruidos y bien tratados, y ésta
es la buena gobernación.

Los miembros del Ayuntamiento de Santiago, por su parte, acusaron a los frailes,
especialmente a los dominicos, de odiar a los vecinos y de comportarse como hipócritas
porque, según decían, se habían convertido en los nuevos amos y explotadores de los
indios. Aún más, el Ayuntamiento solicitó a la Corona que reconsiderara lo decidido y
autorizara la adjudicación de las encomiendas a perpetuidad, o cuando menos por tres
vidas, y el argumento principal era el siguiente: que si el efecto de su servicio era
perpetuo, cual era la adquisición de un imperio, su remuneración, que eran las
encomiendas, debía serlo igualmente.

Una opinión muy diferente se incluyó en el Memorial de Sololá:


Durante este año (1549) llegó el Señor Presidente Cerrado
[sic], cuando todavía estaba aquí el Señor Licenciado
Pedro Ramírez. Cuando llegó condenó a los castellanos, dio
libertad a los esclavos y vasallos de los castellanos,
rebajó los impuestos a la mitad, suspendió los trabajos
forzados e hizo que los castellanos pagaran a los hombres
grandes y pequeños. El Señor Cerrado alivió verdaderamente
los sufrimientos del pueblo.

Sin embargo, la opinión expresada en el Memorial de Sololá tenía un carácter


coyuntural y era sólo una reacción lógica ante los cambios favorables a los indígenas,
porque una década después éstos eran explotados no sólo por un mayor número de
españoles, sino con mayores exigencias que antes de la promulgación de las Leyes
Nuevas. Así lo confirmó Francisco Morales, Procurador del Ayuntamiento de Santiago,
en un informe enviado a la Corona en 1562, en el cual se decía que en tiempo de los
gobernadores los indios eran explotados sólo por un pequeño número de españoles,
mientras a partir del establecimiento de la Audiencia la cantidad de éstos era mucho
mayor, porque se había extendido al incluir especialmente a parientes y amigos de los
presidentes.

La reacción ante la ejecución de las Leyes Nuevas no tuvo en Guatemala consecuencias


tan graves como en Chiapas y principalmente en Nicaragua. En esta última provincia los
hijos del Gobernador Contreras, enfurecidos por la abolición de la esclavitud, se
ensañaron contra el Obispo Antonio de Valdivieso, a quien finalmente dieron muerte
por el hecho de manifestarse como un decidido defensor de los postulados lascasianos.

Encomienda y cristianización

A pesar de que la principal justificación ideológica de la encomienda radicaba en la


concesión papal en favor de la Corona española sobre los territorios y recursos humanos
de América, bajo la condición de expandir la fe católica, en Guatemala los
encomenderos con frecuencia obstaculizaron la cristianización de los indios. El
Presidente Cerrato comentó la acción evangelizadora sobre los indios en los siguientes
términos: `...si algunos frailes o religiosos iban a predicarles o indoctrinarlos, ellos [los
encomenderos] los echaban del pueblo y no lo permitían'.

Por otra parte, el clero también resultó favorecido con el repartimiento de indios o
encomiendas. Ello puede comprobarse en el caso del propio Obispo Marroquín que,
cuando Pedro de Alvarado estaba por zarpar hacia el Perú, exigió y consiguió, en
nombre de la Iglesia, las encomiendas de Istalavaca y Suchitepéquez, que habían
pertenecido a Diego de Alvarado. Posteriormente, cuando ya Alonso de Maldonado era
Presidente de la Audiencia, Marroquín logró que dicho funcionario le concediera la
encomienda de Tecpán Atitlán (Sololá), cuyo producto destinó temporalmente a la
construcción de la Catedral, pero que después transfirió a un familiar cercano, Francisco
del Valle Marroquín.

En Guatemala el sistema de encomiendas favoreció a la jerarquía eclesiástica y también


a muchos curas doctrineros que, desde los primeros años de la etapa colonial,
comenzaron a cobrar el diezmo sobre los tributos que recibían los encomenderos. Sin
embargo, en 1542 éstos se resistieron a pagar el diezmo, porque el Obispo Marroquín
no quiso repartir entre ellos los pueblos del Adelantado sino que, en su calidad de
albacea de éste, decidió reservar para sí dichos bienes o beneficios, aduciendo para ello
que Alvarado había dejado numerosas deudas y donaciones para capellanías en favor de
su alma, las cuales había que pagar.

En la época del Presidente García Valverde (1578-1589) se obligó a los encomenderos a


pagar 50,000 maravedíes anuales por cada 400 tributarios, a condición de destinar dicho
dinero para cubrir el sueldo (`sínodo') de los curas. La mayor parte de los
encomenderos, sin embargo, pretendió eludir tal obligación y durante 85 años pelearon
judicialmente su posición ante la propia Audiencia, pero ésta en 1660 resolvió el litigio
en definitiva, y sin aceptar ninguna otra apelación, los obligó a pagar las cuotas caídas.
Ello facilitó el trabajo de los recaudadores del tributo porque a partir de entonces
encontraron más apoyo en los curas doctrineros de los pueblos de encomienda, ya que
éstos sabían que del tributo salía el pago del `sínodo', es decir, su propio salario. Cada
párroco recibía, en efecto, 72 maravedíes anuales por cada tributario. En el caso de las
parroquias de españoles o de mestizos, en que no vivían indígenas tributarios, el cura
doctrinero tenía a cambio 183 pesos como sueldo.

Muy distinta fue la actitud de los frailes que regentaban los pueblos realengos, como lo
constató en 1595 Juan de Pineda. Este explicó la serie de presiones que ejercieron los
encomenderos y curas (en su mayoría del clero secular) sobre la Audiencia, hasta
conseguir que en las tasaciones no se bajara el tributo de los pueblos en que había
disminuido la población sino, por el contrario, se incrementara. Pineda señaló asimismo
la intervención de los frailes a fin de que se disminuyera el tributo tasado a los indios de
pueblos realengos, cuestión que casi siempre se logró.

Monetización del tributo

Pedro de Alvarado fue precisamente quien dio la pauta en cuanto al aprovechamiento


del tributo de sus indios. En efecto, decidió explotarlo en su valor monetario, al emplear
el maíz y frijol pagados como tributo, en la alimentación de los esclavos y naborías que
utilizaba en las minas de oro y plata que tenía en Chiapas y Totonicapán, así como los
que tenía en un astillero en Iztapa. De igual modo aprovechó el maíz que le tributaba el
pueblo de Cuscatlán (San Salvador) para engordar cerdos y hacer el tocino que después
negoció en alta mar con la tripulación que llevó al Perú.

El instrumento más común de monetización del tributo fue la almoneda o pública


subasta. A partir de las tasaciones de Cerrato, dos veces al año y alrededor de las
celebraciones de San Juan y Navidad, los productos de la tierra entregados en pago del
tributo eran conducidos desde los pueblos de indios a Santiago de Guatemala donde, en
pública subasta, eran transferidos a su valor monetario. Estas almonedas causaron
mucho perjuicio a los indios, cuyos productos eran rematados a precios bajos, entre
otras razones, porque oidores y eclesiásticos participaban en la puja e impedían que
otros comerciantes, por temor o respeto, presentaran mejores ofertas.

Cacao, encomienda y poder civil

Una de las primeras acciones que emprendió Alonso López de Cerrato al asumir la
Presidencia de la Audiencia, fue la de tratar de limitar el poder del grupo de
encomenderos familiares de Maldonado. No logró sus propósitos porque dichos
encomenderos tenían tal capacidad económica que además de haber conseguido el
control del Ayuntamiento de Santiago, habían logrado extender la jurisdicción del
mismo hasta abarcar la mayoría de sus pueblos de encomienda, a muchas leguas de
distancia de la ciudad. No fue sino hasta que volvió la Audiencia a la ciudad de
Guatemala en el último cuarto del siglo XVI, que se pudo frenar el poder y prepotencia
de aquellos encomenderos. Todo empezó en 1572, cuando el Alcalde Mayor de
Sonsonate no permitió que Diego de Guzmán, Alcalde de Santiago de Guatemala, se
permitiera portar en dicha región su vara de autoridad. Ello molestó al Cabildo de
Guatemala, que alegó ante la Audiencia que aquella medida del Alcalde Mayor de
Sonsonate constituía una violación de sus reconocidos privilegios.

En 1582 el Alcalde Mayor de Sonsonate fue más allá en la defensa de su jurisdicción,


ya que cuando el Alcalde de Santiago pretendió ejercer su propia autoridad en los
Izalcos, aquél le quebró su vara y lo metió a la cárcel. Ese mismo año la Audiencia
juzgó a Diego de Guzmán por `recaudación exagerada de tributos, maltrato de indígenas
y engaño y soborno de funcionarios reales', pero éste, en uso de su gran poder
económico, trató de contrarrestar la acusación y consiguió que el Ayuntamiento de
Santiago lo eligiera alcalde. Sin embargo, la Audiencia se vio obligada a hacer sentir la
fuerza de la ley y no le permitió tomar el cargo y ordenó su captura, la que no se pudo
efectuar porque Guzmán ya había huido hacia el Perú. El Ayuntamiento tuvo que anular
la elección y nombrar a otro alcalde.

El Ocaso de la Encomienda
Durante la segunda mitad del siglo XVII, la Corona tomó algunas medidas orientadas a
abolir la encomienda. Si bien no se logró dicho objetivo, se consiguió en cambio que
comenzara a disminuir el número de las respectivas concesiones (ver Ilustración 107 y
Cuadro 28). Se hace necesario reconocer, no obstante, que en su mayoría estas
concesiones eran pensiones a viudas de personas importantes, y ellas no llevaban
implícito el derecho a recaudar directamente los tributos o a negociarlos. Ciertamente la
demanda de encomiendas había disminuido de manera evidente y esto obedecía a
distintas razones: en primer lugar, se podían obtener mayores beneficios y un
enriquecimiento más rápido por medio de la actividad añilera y ganadera, o bien por
medio del control de indios de repartimiento. En segundo lugar, la disminución de la
población en los pueblos cacaoteros había mermado significativamente el tributo
pagado por los indios. Finalmente, la Corona ponía muchos obstáculos para conceder
nuevas encomiendas y muy difícilmente se otorgaban a sus herederos las encomiendas
de los fallecidos.

Los principales repartimientos de encomiendas, con la calidad de `ayudas de costa',


fueron hechos a fines del siglo XVI, por el Presidente de la Audiencia, Licenciado
Pedro Mallén de Rueda. Este actuó en obediencia de una real cédula de 1576, en la cual
se mandaba que de los tributos de los pueblos quitados a los gobernadores y a otros
funcionarios reales, se dieran `ayudas de costa' a los conquistadores y primeros
pobladores que no tuvieran encomiendas, así como a los hijos e hijas de éstos, y a otras
personas beneméritas. De esa guisa, el Presidente distribuyó entre diversas personas
5,290 tostones anuales. Las `ayudas de costa' se pagaban del fondo de tributos vacos,
`pero no tenían la categoría de las mercedes de encomienda'. En 1680, cerca del 50% de
los tributos estaba concedido en calidad de `pensión'; es más, algunas personas que ni
siquiera vivían ya en Guatemala eran las que gozaban de las mejores encomiendas.
Entre 1660 y 1680, por lo tanto, 50 encomiendas que generaban 64,435 pesos se
utilizaban en pagar pensiones a personas residentes en España, mientras que otras 64,
con un valor de 35,847 pesos, servían para pagar a vecinos de Guatemala, con una clara
diferencia en favor de los primeros.

En el mismo año 1680, la Recopilación de Leyes de Indias recogió el carácter que había
tenido y debería seguir teniendo la encomienda, es decir, como `simple cesión de
tributos debidos a la Corona por los vasallos indios', a condición de que los beneficiados
contribuyeran a la cristianización de los naturales y a la defensa de la tierra, so pena de
perder la concesión. Como puede notarse, la jurisprudencia había cambiado bastante
desde la época de las Leyes Nuevas, pues ya se había quitado a los indígenas la
obligación de hacer casa al encomendero y prestarle servicios personales.

A fines del siglo XVII, al igual que lo hicieron sus antecesores a mediados de la
centuria anterior, los reyes trataron de controlar el sistema de encomienda. En esta
ocasión el propósito fue el de incorporar al real haber todo el tributo de los indios a fin
de contribuir a los numerosos gastos del Reino, en especial aquellos destinados a
`defender los puertos y costas de piratas que los infestan'. De esta manera, por mandato
real de 1688 se inició la reducción de las rentas de las encomiendas a la mitad de su
valor, medida que perduró hasta 1695. La intención específica de esta medida era la de
afianzar el mantenimiento de las fuerzas marítimas. En 1694, la Corona consultó al
Consejo de Indias sobre la conveniencia de suspender todas las encomiendas, con la
excepción de las que se empleaban en el ritual religioso. La respuesta del Consejo fue
favorable. Los Habsburgo, en su interés por recuperar en su propio beneficio todos los
tributos de los indios, obligaron a los encomenderos a pagar fuertes cargas impositivas.
Por ejemplo, en 1688, los encomenderos recibían 80,900 pesos, de los cuales el 15% se
destinaba al gobierno y el 22.5% a los gastos de la Iglesia. Todo ello demuestra el
gradual debilitamiento de la encomienda.

Conclusiones
Durante los dos primeros siglos del período colonial, la encomienda tuvo dos etapas
bien diferenciadas en el Reino de Guatemala. La primera fue la de la `encomienda-
repartimiento' (1524-1542), ligada al poder omnímodo de gobernadores y capitanes, y
consistió en la obligación de los indios sometidos a vasallaje de servir a sus
encomenderos en todo lo que éstos demandaran. Se puede decir con certeza que este
tipo de obligación no se diferenció en mayor grado de la esclavitud, excepto en que los
indios no eran herrados. Con esta única excepción, los indios fueron tratados igual que
los `esclavos de guerra' y los `esclavos de rescate'.

La segunda etapa, la de la encomienda propiamente dicha, se inició con el


establecimiento de la Audiencia de los Confines que, aun con cierta debilidad, empezó a
exigir que lo ordenado por las Leyes Nuevas fuera acatado por los encomenderos. El
Presidente Alonso López de Cerrato logró en 1548 que se institucionalizaran en forma
definida las instrucciones de la Corona. En consecuencia, la encomienda quedó reducida
exclusivamente al derecho que la Corona concedía a un conquistador o vecino
prominente para cobrar en su provecho el tributo pagado por un pueblo de indios, con la
obligación de cristianizar a dichos indios `encomendados' y la de contribuir a las
acciones de defensa de los territorios conquistados. Por lo tanto, se eliminó el derecho a
exigir tamemes y servicios personales, de los cuales gozaban antes los encomenderos.
El cambio apuntado sólo afectó parcial y temporalmente la actividad minera por
ejemplo, mas no la agropecuaria, porque en ésta los españoles siguieron disponiendo de
los indígenas como mano de obra, con la única diferencia de que ya no existía sobre
éstos un derecho de propiedad. Desde otra perspectiva, la abolición de la esclavitud
indígena obligó a los españoles a crear asentamientos definitivos, puesto que el fácil
enriquecimiento deseado que procuraban obtener mediante la explotación del trabajo de
los indios en actividades mineras, sólo se podría conseguir en adelante a mediano plazo,
por medio del tributo de los indios y del éxito que pudieran tener en las empresas
agropecuarias.

La encomienda constituyó la principal fuente de enriquecimiento de los españoles en


Guatemala, en particular de quienes tuvieron asignados pueblos cacaoteros durante el
siglo XVI. Sin embargo, la sensible merma de la población indígena, el freno a las
actividades ilícitas de los encomenderos y en especial el desarrollo de la actividad
añilera, hicieron pasar la encomienda a un segundo plano.

Durante las dos últimas décadas del siglo XVII, la Corona inició una serie de acciones
para recuperar la mayor parte de los tributos de los indios en el Reino de Guatemala.
Con este propósito se empezó a reducir el número de concesiones de encomiendas y a
gravar fuertemente a quienes aún las poseían. Parte de esta última estrategia fue la
aplicación del impuesto de la media annata, en 1688. Tal política general tuvo los
resultados perseguidos, pues la mayoría de pueblos de encomienda pasó a tributar
directamente a la Corona.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

Régimen Regulador del Trabajo


Indígena

Después de haber derrotado a los principales señoríos indígenas guatemaltecos, los


españoles emprendieron la organización económica y política de la región. Sin
embargo, la mayoría de instituciones políticas y laborales (Gobernación, Ayuntamiento,
Encomienda, Repartimiento) que crearon con tal fin, sufrieron profundos cambios a
mediados del siglo XVI. En la segunda mitad de ese siglo, por lo tanto, se produjo en
Guatemala una definición de las instituciones que conformarían y caracterizarían el
sistema laboral de todo el período colonial.

La encomienda-repartimiento fue la primera institución creada por los españoles en las


Antillas, con el propósito de regular el empleo y la distribución de la fuerza laboral
indígena. Consistía en la entrega de indígenas a los dirigentes principales de las
empresas de conquista, a fin de que aquéllos trabajaran en beneficio de éstos. Ello se
convirtió en la práctica en una relación esclavista de trabajo. Esta modalidad laboral se
implantó también en Guatemala con la Conquista y duró hasta mediados del siglo XVI.
En esa época se conformaron nuevas instituciones sustitutivas, que regularon no sólo el
trabajo indígena, sino también el de otros sectores sociales. Dichas formas fueron la
encomienda y el repartimiento, que difieren esencialmente de la encomienda-
repartimiento, a pesar del uso de los mismos vocablos. Tales fueron las instituciones
normadoras del trabajo indígena. Los gremios artesanales, por otro lado, regularon las
actividades de un amplio sector social en que predominaban los mestizos, pero en el
cual figuraban también indígenas y españoles. Surgieron a la vez otras formas laborales,
no sujetas a institución alguna, como fueron el trabajo campesino y las rancherías. La
mayoría de estas últimas formas de producción pervivieron en Guatemala más allá del
período colonial.

Encomienda-Repartimiento o Trabajo Esclavo


Los españoles que integraron las expediciones de descubrimiento y conquista eran
producto de una sociedad basada fundamentalmente en el trabajo agrícola,
complementado por el de los artesanos y en menor grado por el de esclavos. Al
formarse el primer asentamiento español en las Antillas, Cristóbal Colón
institucionalizó el reparto de nativos entre los castellanos, a fin de que éstos se
aprovecharan de aquéllos en actividades laborales. Se encomendó a los castellanos que
a la vez enseñaran la doctrina cristiana a los nativos. A esta institución se le llamó
encomienda-repartimiento, y desde su inicio asumió características esclavistas, ya que
los españoles trataron y utilizaron a los nativos antillanos como verdaderos esclavos, e
incluso los marcaron con hierro candente en señal de posesión.
Los conquistadores de Guatemala, al igual que lo habían hecho anteriormente en
México, de donde vinieron, establecieron, una vez terminada la Conquista, las primeras
instituciones civiles y religiosas encargadas de organizar mejor el gobierno de la región.
En consecuencia, desde los primeros días de su creación, el Ayuntamiento dictó
ordenanzas tendentes a normar el modo de vida y el trabajo en la sociedad que se estaba
formando. Sin embargo, buena parte de ellas se vieron anuladas en la práctica por las
acciones emprendidas por los principales conquistadores, con Pedro de Alvarado a la
cabeza. Estos, para satisfacer en forma rápida sus intereses particulares (que no fueron
en un primer momento los de poblar, sino los de acumular riquezas) contravenían las
decisiones de alcaldes y regidores. Por ello, durante las primeras dos décadas, la
organización laboral no siguió ni los patrones laborales dominantes en España, ni los
que existían entre los indígenas. La forma fundamental de actividad laboral en los
señoríos indígenas guatemaltecos durante la época prehispánica había sido la realizada
por las comunidades aldeanas (parcialidades) en sus tierras comunales. El producto que
obtenían servía para su propio sustento y para el pago del tributo a sus señores
(ajawab), que habitaban en los tinamit o ciudadelas. Robert Carmack indica que en los
señoríos quichés (k'iche's) también existió la esclavitud, y agrega que el sector de los
esclavos lo componían los capturados en la guerra, los reducidos a esta condición por
crímenes cometidos, y aquellos que se entregaban en tal calidad a sus señores, porque su
pobreza les impedía el pago del tributo. Sin embargo, el trabajo de los esclavos en el
régimen económico de los señoríos quichés solamente fue complementario, ya que
estuvo más ligado a tareas domésticas y en pocos casos a la producción agrícola en
tierras privadas de los señores.

La primera institución laboral que se estableció en Guatemala en el tiempo de la


Conquista, y que perduró hasta mediados del siglo XVI, fue fundamentalmente el
trabajo esclavo, y tuvo como principal objetivo la utilización de mano de obra nativa en
la extracción de metales preciosos. El Memorial de Sololá refleja tal fenómeno al
indicar que Tonatiuh (Pedro de Alvarado) `... quería que le dieran montones de metal,
sus vasijas y coronas', y más adelante precisa que `se tributó oro a Tonatiuh; se le
tributaron cuatrocientos hombres y cuatrocientas mujeres para ir a lavar oro. Toda la
gente extraía oro'. Fray Francisco Vázquez recoge una versión que amplía lo expresado
por los indígenas:

Impuso [Pedro de Alvarado] al numeroso pueblo de Patinamit


un irregular tributo que cada día cuatrocientos muchachos
y otras tantas muchachas, so pena de quedar esclavos, le
diesen un cañutillo de oro lavado, del tamaño del dedo
meñique. Hiciéronlo algunos días recogiendo todo el oro
que rezagado tenían y pagando el inicuo tributo; mas no
bastando al entero de lo mandado, por más que descarriados
anduviesen lavando oro los mancebos y mozas en las faldas
de un cerro llamado Chahbal, que quiere decir lavadero en
su gentilidad, lavaban algún oro; y en el paraje llamado
Punkil, que quiere decir Plateado o Dorado, yendo el
codicioso caballero a cobrar lo que los pobres indios no
debían, los trató mal de palabra y de obra, amenazándolos
de muerte y diciéndoles que no pensasen había él venido a
otra cosa entre tales perros que a llevar oro a España y
que si no le traían todo el oro y plata que tenían, les
haría que lo conociesen.
El territorio guatemalteco, empero, no era una región rica en yacimientos de plata u oro.
Por esta razón, Pedro de Alvarado procedió pronto a organizar una expedición al Perú,
la cual fue apoyada de inmediato por buena parte de los conquistadores de Guatemala, a
pesar de que ya se habían avecindado; por lo tanto, utilizaron mano de obra nativa y
empezaron en 1531 a preparar las embarcaciones que los llevarían por el Mar del Sur
(Océano Pacífico) al Perú. Lograron zarpar en enero de 1534, llevando con ellos más de
6,000 indígenas esclavos. Sin embargo, la expedición no pudo lograr su propósito por la
resistencia que presentaron las fuerzas de Pizarro. Pedro de Alvarado tuvo que regresar
a Guatemala sin indígenas y sin muchos de los castellanos que prefirieron quedarse en
el Perú. Casi todos los conquistadores que retornaron tuvieron que aceptar, después de
lo acontecido en la región andina, que su enriquecimiento no se podía lograr a corto
plazo. Alvarado y otros, por el contrario, prepararon posteriormente una nueva
expedición, en la que murió el famoso Adelantado.

Dos fueron las formas que los castellanos utilizaron por doquier para hacerse de
esclavos: la guerra y el rescate. En Guatemala se había recurrido a la guerra desde las
entradas iniciales de conquista, aunque ella implicaba teóricamente la aplicación
consecuente del `requerimiento', instrumento jurídico que establecía el procedimiento
por el cual se podía hacer lícitamente la guerra a los indígenas y esclavizar a los
vencidos. Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán confirma que el requerimiento se
aplicó en Guatemala y dio lugar a la entrega de los indígenas capturados en guerra a los
principales conquistadores, para servirse de ellos como esclavos. Francisco Ximénez
añade que Pedro de Alvarado, en un buen número de ocasiones, se reservó para sí la
mayor cantidad de indígenas, y que ello fue causa de múltiples discordias entre los
conquistadores.

En Guatemala la forma más utilizada por los españoles para conseguir indígenas fue la
del `rescate', vocablo utilizado por los conquistadores en el sentido de `cambiar una
cosa por otra'. Así la usaban principalmente aquellos vecinos que habían recibido pocos
esclavos. Los españoles exigían a los señores indígenas la entrega de esclavos a cambio
de mercancías o por medio de la coacción directa. Para justificar tal proceder aducían
que de esa manera hacían un bien a los indígenas, al liberarlos del peligro de que sus
señores los sacrificaran y se los comieran. A este tipo de esclavos se le llamaba en las
Antillas naborías, y el mismo se generalizó en el continente. Fray Bartolomé de Las
Casas, refiriéndose a la Provincia de Guatemala, criticó severamente tal proceder:

Otros, con licencia de los gobernadores, que la habían a


cada paso y comúnmente se daba a todos por los grandes
servicios que a los reyes de Castilla les habían hecho...
comenzaron y acabaron de tomar otro camino que parecía más
honesto para consumir aquellas gentes; y este fue
rescatar, como ellos decían, o comprar de los mismos
caciques con temor que les ponían de quemarlos vivos, que
por una camisa o un sayo, le diesen tantos indios para
hacer esclavos. Esta manera de tiranía y destrucción de
aquellos infinitos pueblos tan horrible, se hizo tan
desvergonzadamente y tan a ojos vistas, que viendo el
gobernador que se despoblaba tan rotamente la tierra,
mandó que las mercedes que él hacía, de dar licencia para
rescatar o robar del pueblo que tenía encomendado el
español, nadie lo pudiese hacer de su pueblo.
La vía del rescate fue la forma principal que se empleó para reducir a los indígenas a la
esclavitud, y aun cuando los españoles sostuvieron siempre ante la Corona que ésa era
una práctica usual, común y generalizada entre los pueblos indígenas, la Corona
española comprobó pronto la falsedad de dicho argumento, y procedió a emitir distintas
cédulas reales con el propósito de poner fin a la injusticia que se cometía. La primera
cédula antiesclavista, emitida en 1530, causó profundo malestar entre los vecinos de
Guatemala. El Ayuntamiento de la ciudad de Santiago apeló por ello ante la Corona, y
pidió suspender la aplicación de la misma en esta provincia, mientras fuera necesario.
Los reyes aceptaron las razones presentadas por el Ayuntamiento y, en julio de 1532,
autorizaron a Pedro de Alvarado y al Obispo Francisco Marroquín para proceder así:

...ambos a dos sin lo cometer a otra persona, hubiesen


información y supiesen qué esclavos eran los que así los
dichos caciques e indios tenían en su poder por esclavos,
y los que constare que verdaderamente lo eran, los
hiciesen herrar, y así herrados, de ahí en adelante
pudiesen los vecinos y pobladores de la provincia, sin
embargo de la provisión de 1530, comprarlos y rescatarlos
de los caciques e indios, con tanto que dichos esclavos no
se pudiesen sacar de las provincias.

Por la misma cédula, la Corona autorizó igualmente a Pedro de Alvarado y al Obispo


Marroquín para decidir, una vez formulado el requerimiento, a qué indios alzados se
podía hacer la guerra, tomarlos prisioneros y venderlos como esclavos.

Con la citada autorización los excesos se multiplicaron y volvió a generalizarse la


opinión de que era necesario esclavizar a los indígenas por las características de su
propia naturaleza. Por ello, durante dicha década, Las Casas y otros frailes dominicos
gestionaron y consiguieron que el Papa Paulo III declarara, en 1537, que los indios eran
personas y que se condenaba su trato esclavista. La bula correspondiente dice
literalmente:

Pero Nos que (aunque indigno) en la tierra tenemos el


poder del mismo Jesucristo nuestro Señor, y con todas
nuestras fuerzas buscamos para traer a su rebaño, por
estar fuera de él, las ovejas que nos están encomendadas,
considerando que los indios como verdaderos hombres, no
sólo son capaces de la fe cristiana, pero según estamos
informados la apetecen con mucho deseo. Queriendo obviar
los dichos inconvenientes con suficientes remedios, con
autoridad apostólica, por estas nuestras letras o por su
traslado firmado de algún notario público, y sellado con
el sello de alguna persona puesta en dignidad
eclesiástica, a quien se dé el mismo crédito que al propio
original Determinamos y Declaramos (no obstante lo dicho
ni cualquiera otra que en contrario sea) Que los dichos
indios y todas las demas gentes que de aquí adelante
vinieren a notificar de los cristianos, aunque más estén
fuera de la fe de Jesucristo, que en ninguna manera han de
ser privados de su libertad, y del dominio de sus bienes,
y que libre y lícitamente pueden y deben usar y gozar de
la dicha de su libertad y dominio de sus bienes, y en
ningún modo se deben hacer esclavos y si lo contrario
sucediere, sea de ningún valor ni fuerza.
A pesar del mandato del Sumo Pontífice, la esclavización de los indígenas continuó en
Guatemala y en el resto de Hispanoamérica, razón por la cual se promulgaron nuevas
cédulas reales sobre el particular. En 1538, la Emperatriz mandó que no se continuara la
práctica de sacar esclavos para llevarlos a otras provincias, a no ser uno o dos para el
propio servicio. En 1539, la Corona insistió nuevamente en la prohibición de la
esclavitud por rescate:

... que ahora ni de aquí adelante ninguno de los dichos


caciques ni principales ni otro indio alguno puedan hacer
ni hagan esclavos indios algunos ni los vender ni rescatar
a persona alguna y si algunos hicieren, por la presente
los damos por libres para que hagan de sí lo que
quisieren, y por bien tuvieren, sin que por persona alguna
les sea puesto en ello embargo ni impedimento alguno, por
cuanto siendo como son nuestros súbditos y vasallos son
obligados en esto a guardar y vivir por las leyes de estos
nuestros reinos.

Las diferencias y contradicciones entre el proyecto político de la Corona y el modus


operandi entre los conquistadores y primeros pobladores fueron profundas, pues
mientras la Corona estuvo en favor de la abolición de los excesos y de la misma
esclavitud, los otros no aceptaron innovaciones en esta materia. Ante tal situación, que
mermaba el respeto a su poder, la Corona decidió imponer su criterio y autoridad, y
disminuyó de paso el excesivo poder de los primeros gobernadores. Para ello se
promulgaron, en noviembre de 1542, las Leyes Nuevas, por las cuales se decretó la
abolición de la esclavitud de los indios:

Ordenamos y mandamos que de aquí adelante por ninguna


causa de guerra, ni otra alguna, aunque sea so título de
rebelión, ni por rescate ni de otra manera, no se pueda
hacer esclavo indio alguno; y queremos que sean tratados
como vasallos nuestros de la Corona de Castilla, pues lo
son. Ninguna persona se pueda servir de los indios, por
vía de naboría ni tapia ni otro modo alguno, contra su
voluntad. Como habemos mandado proveer que de aquí en
adelante, por ninguna vía, se hagan los indios esclavos,
así en lo que hasta aquí se ha hecho contra razón y
derecho y contra las provisiones e instrucciones dadas,
ordenamos y mandamos que las Audiencias llamadas las
partes, sin tela de juicio, sumaria y brevemente, sola la
verdad sabida, los pongan en libertad si las personas que
los tuvieren por esclavos no mostraren título cómo los
tienen y poseen legítimamente; y porque a falta de
personas que soliciten lo susodicho los indios no queden
por esclavos injustamente, mandamos que las Audiencias
pongan personas que sigan por los indios esta causa, y se
paguen de penas de cámara y sean hombres de confianza y
diligencia.

La ejecución de las Leyes Nuevas suscitó violentas manifestaciones en el Perú y


Chiapas, y fue causa del asesinato del Obispo Antonio Valdivieso en Nicaragua. En la
Audiencia de los Confines no se aplicaron de inmediato los numerales de las Leyes
Nuevas relacionados con la liberación de los esclavos. El Cabildo, por su parte, apeló a
la Corona en 1544, y pidió un plazo prudencial para su aplicación. Sin embargo, la
Corona, por cédulas de 1546, 1548 y 1549, reafirmó y ordenó el cumplimiento de las
mismas, y determinó a la vez el procedimiento que deberá seguirse, el cual se refería a
la liberación inmediata de mujeres, niños y todos los indios que no se hubieran obtenido
en guerra justa.

No fue sino hasta 1549 que la Audiencia de los Confines, dirigida por su Presidente,
Alonso López de Cerrato, emprendió el cumplimiento de las Leyes Nuevas, `quitando
esclavos, naborías, chichihuas y a todos los indios que estaban en casa de españoles,
campos, ingenios de azúcar y comercio'. El Memorial de Sololá describe tal
acontecimiento con gran regocijo y señala el bienestar que ello trajo a los indígenas:

... durante este año (1549) llegó el Señor Presidente


Cerrado [sic], cuando todavía estaba aquí el Señor
Licenciado Pedro Ramírez. Cuando llegó condenó a los
castellanos, dio libertad a los esclavos y vasallos de los
castellanos, rebajó los impuestos a la mitad, suspendió
los trabajos forzados e hizo que los castellanos pagaran a
los hombres grandes y pequeños. El señor Cerrado alivió
verdaderamente los sufrimientos del pueblo. Yo mismo lo ví
¡oh hijos míos! En verdad muchas penalidades tuvimos que
sufrir.

Ante la actuación del Presidente Cerrato, el Cabildo de Santiago insistió con una nueva
apelación, hecha por su procurador y síndico Bernal Díaz del Castillo, quien daba 25
razones por las cuales no debía quitárseles los esclavos. Indicaba también en la parte
final del alegato que si no se aceptaban acatarían la decisión real. Esta vez la Corona no
retrocedió. Las leyes que establecían una nueva organización laboral, que disminuían el
poder de gobernadores y capitanes, y que favorecían los intereses de la Corona, se
impusieron. El dominico Francisco Ximénez comenta el cambio:

Muchos también de los ahorrados se fueron a sus tierras


que no quisieron parar aquí, pusiéronse también las
naborías y las amas y todos los indios que estaban en casa
de los españoles y en sus estancias e ingenios y
granjerías, así se hizo toda su gloria vana y usurpada que
tenían y comenzaron a volverse a su ser y los pobres
indios a gozar de sí mismos, desacíanse los españoles y
bramaban, decían que los indios eran ingratísimos y que
habían estado en su casa quince o veinte años y ahora no
querían parar en ellas sino irse a sus pueblos o al barrio
de Santo Domingo; pero era gracia oír a los indios
responder a esto; no basta decían los pobres que me ha
tenido en su casa quince y veinte años, sino ahora me
quiere detener para siempre, no quiero sino irme a vivir a
mi tierra y daban gracias a nuestro Señor que tanto bien
les había hecho; así que desde entonces se pobló nuestro
barrio de Santo Domingo y aunque ahora está tan lleno de
arboleda y frescura un cerro muy seco lo conocimos pocos
años ha. Tasó también este juez la tierra y quitó aquella
infinidad de tiranías que había allí. Cesaron los tamemes,
el servicio personal y el que tenía en su casa cuarenta y
cincuenta indios de servicio y otros tantos en sus
haciendas comenzó a pagar y a rogar por un indio que le
trajese la leña o por una india que le hiciese pan.

La Encomienda
Ya se dijo que Cristóbal Colón fue el primero en repartir nativos para ser utilizados
como fuerza de trabajo por los miembros principales de su tripulación, y encomendó a
éstos a la vez que enseñaran a aquéllos la doctrina cristiana y las buenas costumbres.
Así nació la encomienda-repartimiento. Ya se indicó también que los españoles
consideraban haber recibido a los nativos en propiedad y por tal razón los emplearon
como esclavos. Cuando las empresas de conquista pasaron de las islas a tierra firme, la
encomienda-repartimiento se había generalizado ya como una forma esclavista de
producción, y tanto adelantados como gobernadores la siguieron empleando hasta
mediados del siglo XVI. En Guatemala, tanto el Adelantado Pedro de Alvarado como su
hermano Jorge repartieron, entre sus lugartenientes más destacados en la Conquista, a
los indígenas de los pueblos vencidos y les autorizaron a herrar a éstos como esclavos.

La encomienda-repartimiento experimentó una transformación profunda cuando se dio


cumplimiento a las Leyes Nuevas. Estas, en efecto, asentaban el principio de que todos
los indígenas eran vasallos libres de la Corona y como tales debía tratárseles. Los reyes
españoles introdujeron así una innovación en el modus operandi de las nacientes
colonias, pues no solamente prohibían la esclavitud de los indígenas, sino se reservaban
el tributo y el libre uso de los mismos. Por ello mandaron quitar a gobernadores,
tenientes de gobernación, oficiales reales, obispos, monasterios, etcétera, todos los
indígenas recibidos en calidad de encomendados. Igual orden dictaron contra todas las
otras personas que tuvieran indígenas sin justo título. De esta manera, los indios que
Pedro de Alvarado se había asignado y mandado herrar, fueron puestos bajo el dominio
directo de la Corona.

La política de los reyes tenía solamente la finalidad de imponer un nuevo orden en el


uso de la fuerza laboral indígena, y no se proponía en modo alguno lanzar a la pobreza a
los conquistadores y primeros pobladores. Por eso la Corona incorporó en la misma
legislación indiana instrucciones claras y expresas sobre la atención que debía guardarse
a dichas personas:

... y porque es razón que los que han servido en los


descubrimientos de las Indias, y también los que ayudaron
a la población de ellas, que tienen allí a sus mujeres,
sean preferidos en los aprovechamientos: mandamos que los
nuestros virreyes, presidentes y oidores de las dichas
nuestras audiencias prefieran en la provisión de los
corregimientos e otros aprovechamientos cualesquier a los
primeros conquistadores, y después de ellos a los
pobladores casados, siendo personas hábiles para ello, y
que hasta que éstos sean proveídos, como dicho es no se
pueda proveer otra persona alguna.

Las Leyes Nuevas señalaban además lo siguiente:

...los españoles no tengan mano, ni entrada en los indios,


ni poder, ni mando alguno, ni se sirvan de ellos por vía
de naboría, ni en otra manera alguna, en poca ni en mucha
cantidad; ni haya más del gozar del tributo, conforme a la
orden que la audiencia o gobernador diere para la cobranza
de él.

Es decir, la encomienda-repartimiento o trabajo esclavo se transformó, a partir de las


Leyes Nuevas, en una cesión que hacía el Rey de los tributos de los indígenas en favor
de quienes se habían distinguido en la conquista, eliminando de jure la prestación de
servicios personales. A esta nueva institución se le conoce como encomienda.

La encomienda se implantó en Guatemala a partir de las tasaciones de Cerrato, hechas


en la jurisdicción de la Audiencia de los Confines durante 1549. Hasta entonces había
persistido, contra derecho, la obligación de los indígenas de trabajar para los españoles.
Sin embargo, las mismas tasaciones de Alonso López de Cerrato autorizaron en la
mayoría de los casos una mínima prestación de servicios personales en las casas y
milpas de sus encomiendas, aunque ciertamente éstos ya no estaban sujetos a la
modalidad esclavista. El contenido de una de dichas tasaciones permite comprender
mejor la esencia de los cambios:

En la ciudad de Santiago de la Provincia de Guatemala a


seis días del mes de abril de 1549 años, por los señores
Presidentes y Oidores de la Audiencia y Cancillería Real
de Su Majestad que en la dicha ciudad reside fue tasado el
pueblo de Sacatepeques que es junto a esta dicha ciudad y
encomendado en Bernal Díaz, vecino de ella. Mandóse a los
naturales del dicho pueblo que hagan en cada un año dos
sementeras de maíz, una en el invierno y otra en el verano
y en ambas siembren 12 hanegas y una hanega de frijoles, y
lo beneficien, cojan y encierren en el dicho pueblo y
arando el dicho su encomendero la tierra con bueyes le
hagan cada año otra sementera de trigo de nueve hanegas y
se lo beneficien, cojan y encierren, con que se trille con
bestias, y el maíz y trigo que de las dichas sementeras
cogiere lo pueda traer a esta dicha ciudad con los dichos
indios, queriendo ellos de su voluntad y pagándoles por
cada carga 30 almendras de cacao, con que la carga sea
moderada de a dos arrobas y no más, atento a que es camino
áspero que no pueden ir bestias, y le den en cada un año
20 docenas de gallinas de Castilla y cinco arrobas de miel
y 30 cargas de ají y cada viernes dos docenas de huevos y
en la cuaresma se los den cada día y 20 indios ordinarios
de servicio en esta ciudad, con que les dé de comer el
tiempo que le sirvieren y les enseñe la doctrina
cristiana. No han de dar otra cosa ni se les ha de llevar
a los dichos indios por ninguna vía que sea ni conmute
ninguna cosa de un tributo en otro, so la pena contenida
en las leyes y ordenanzas por Su Majestad hechas para la
buena conservación de las Indias. El Licenciado Cerrato,
el Licenciado Pedro Ramírez, el Licenciado Rogel.

Según se desprende del documento transcrito antes, los indígenas estaban obligados a
cosechar dos veces al año granos básicos en favor del encomendero, y a brindarle
además otros productos alimenticios y algunos indios ordinarios de servicio, a quienes
el encomendero a su vez debía enseñarles la doctrina cristiana. Un análisis más detenido
del conjunto de tasaciones muestra que el tipo de alimentos escogido como tributo
variaba según las características ecológicas de cada pueblo, y que en la mayoría de éstos
se añadía la obligación de entregar telas, cera, alpargatas, vinagre, cerámica, miel,
petates, sal, etcétera.

A partir de las Leyes Nuevas, los pueblos indígenas quedaron obligados a pagar el
tributo, pues éste, reconocido como una obligación individual, se recolectaba en forma
comunal. Buena cantidad de dichos pueblos pagaba el tributo a la Corona (pueblos
realengos) y el número de éstos fue siempre en aumento, pues fue política de las
autoridades reales disminuir el número de los pueblos de encomienda. A pesar de que el
tributo era obligatorio para todo indígena, los pobladores de los barrios y milpas de los
alrededores de Santiago estuvieron exentos de dicha obligación desde 1549 hasta
mediados de la década de 1560, por haber sufrido la esclavitud en el período anterior, en
contra de lo establecido legalmente.

Resulta muy significativo el hecho de que la mayoría de los vecinos de Santiago no fue
de encomenderos, pues en 1575 sólo 70 de los 500 vecinos lo eran. Por ello, durante
todo el siglo XVI, fueron constantes las demandas formuladas por los vecinos ante la
Corona a fin de obtener encomiendas, o para que se prolongaran por más de una vida las
que ya tenían. Sin embargo, no se aprobaron las demandas de carácter general; antes
bien, se mantuvo el principio de que las encomiendas que vacaren a causa de la muerte
de su poseedor se incorporaran al real haber. Solamente en casos particulares,
atendiendo a las probanzas de méritos y servicios, la Corona concedía una encomienda
por segunda o tercera vida.

Francisco García Peláez se refiere a la gestión realizada en 1565 por el Ayuntamiento de


Santiago, que ofreció por la concesión de tercera vida 64,000 ducados más que lo que
las encomiendas de Guatemala reportaban, pues además del tributo demandaban de los
indígenas otras contribuciones a las que éstos no estaban obligados. Las encomiendas,
por lo tanto, pese a sus nuevas características, seguían rindiendo un alto beneficio,
principalmente aquellas situadas en zonas cacaoteras, como Izalco y Suchitepéquez. Los
hechos indican que los encomenderos se las ingeniaban para ganarse a las autoridades y
así, al fijar las nuevas tasaciones, se obligaba a los indígenas a pagar igual o mayor
tributo, sin importar que la población de la comunidad disminuyera por los muchos
individuos que escapaban. Este fenómeno no se producía en los pueblos realengos, en
los cuales los frailes presionaban a las autoridades a fin de que los tributos se rebajaran
o no se aumentaran.

Los tributos excesivos, cobrados por encomenderos o funcionarios reales, según la


naturaleza del pueblo indígena, fueron a lo largo de los siglos XVI y XVII uno de los
principales motivos de las quejas constantes de los indígenas ante las autoridades
coloniales, y causa de motines y alzamientos durante el siglo XVIII. En 1575 los
moradores de un pueblo realengo, periférico a la ciudad de Santiago, se quejaron ante el
Rey de la siguiente manera:

... item declaramos el tributo que pagamos a Su Majestad


nueve reales y una media hanega de maíz y una gallina de
Castilla. En esta tasación tasada por el Licenciado Valdez
de Cárcamo, señor Oidor que fue. Y en cada un año pagamos
los alcaldes y regidores o tatoques principales, o los que
sirven en la Iglesia, teopantlacas, y ancianos del Cabildo
en cada un año pagamos el dicho tributo sin faltar uno ni
ninguno. Y lo mismo pagamos por los muertos o huídos y si
luego por éstos no pagamos el dicho tributo, luego a los
alcaldes o regidores son presos, y en la dicha cárcel
gastan seis reales o dos tostones y los mantean en una
frazada en la dicha cárcel los negros que están, y cinco o
seis días están los dichos alcaldes hasta cumplir el dicho
tributo, y con mucho trabajo hacen buscar los tostones
para cumplir los alcaldes con su tributo.
Así como existieron abusos de los encomenderos que se excedían en el cobro del
tributo, los hubo también de las autoridades coloniales, que sometían a los defectos de
la burocracia la tramitación de las encomiendas. Esto último no era sino un subterfugio
y pretexto para poder otorgarlas a sus propios familiares, cuando los demandantes,
cansados de gastar en procuradores y a la espera de resoluciones que nunca llegaban, se
iban a otras provincias. Otro abuso muy común fue el arrendamiento de encomiendas,
no obstante la obligación de los encomenderos en cuanto a residir en la propia
provincia. Los vecinos de Santiago se quejaban de la injusticia en que incurría la
Corona al asignar algunas encomiendas vacantes a personas advenedizas, sin mérito
alguno en la conquista de estas regiones.

A pesar de los mecanismos empleados por la Corona para reducir su número, la


encomienda permitió ciertamente, durante el siglo XVI y principios del XVII, el
enriquecimiento de muchos españoles avecindados en la ciudad de Santiago. Empero,
no fue ella precisamente la causa del latifundio colonial, ya que éste nació más bien
como un mecanismo paralelo de enriquecimiento, desarrollado sobre todo por españoles
que no tenían encomiendas y que constituyeron la base significativa para la
conformación de la oligarquía guatemalteca, así como para la consolidación del poderío
económico y político de ésta. En efecto, en la legislación colonial no sólo se prohibió a
los encomenderos vivir entre sus tributarios, sino que se determinó la supervivencia de
las tierras comunales, a fin de que los indígenas tuvieran donde producir lo suficiente
para el pago del tributo, el sostenimiento de sus curas doctrineros y para atender sus
necesidades de alimentación. Ciertamente, hubo casos en que los encomenderos
compraron a los indígenas parte de sus tierras o consiguieron la asignación de las que se
tenían como baldías en lugares cercanos a sus encomiendas. Tal es el caso de Francisco
Díaz, en los términos del pueblo de San Juan Chaloma, encomienda de Bernal Díaz del
Castillo, su padre. Sin embargo, las tierras comunales persistieron durante toda la época
colonial, y en un nuevo contexto político hasta mediados del siglo XIX. El fenómeno
fue distinto en aquellas regiones en que se produjo un descenso significativo de la
población indígena, porque allí los españoles sí pudieron solicitar y obtener la concesión
de tierras pertenecientes a sus antiguos encomendados ya difuntos.

El mecanismo que facilitó el enriquecimiento de los encomenderos fue su vínculo con el


mercado interno, ya que la mayor parte del tributo que recibían (maíz, frijol, cacao,
cera, miel, sal, cerámica, etcétera) la vendían por intermedio de pequeños comerciantes,
en los momentos en que los precios de mercado eran más favorables para transformar el
tributo en numerario.

Además de ser una concesión temporal de tributos que la Corona hacía a quienes se
habían distinguido en las empresas de conquista o a sus familiares, la encomienda
implicó la obligación de cristianizar a los indígenas, como lo señalaba también el propio
documento de otorgamiento. En la práctica, el primer aspecto de la encomienda era
cumplido fiel y rigurosamente, pero en cuanto a la segunda parte, los encomenderos
obviaron su cumplimiento al delegar tal tarea en los curas doctrineros de sus respectivos
pueblos, a cambio de determinada paga. Sin embargo, también en este aspecto la
mayoría de los encomenderos comenzó muy pronto a abusar, pues dejaron de pagar a
los doctrineros. La Audiencia trató de corregir tal anomalía, y para ello mandó, por
medio de su Presidente García Valverde, que dicha paga consistiera en 50,000
maravedíes anuales por cada 400 tributarios, mas esta disposición fue igualmente
incumplida. Ante tal situación, los frailes y clérigos apelaron a la Corona, y ésta
reafirmó a mediados del siglo XVII la obligación de los encomenderos en cuanto a
cumplir con el pago establecido por la prestación de dicho servicio religioso.

La encomienda comenzó a declinar en la medida en que el binomio latifundio-


repartimiento de indios se fue incrementando, pues aquellos que tenían el beneficio de
encomiendas pasaban, a fines del siglo XVI, una situación apurada. En efecto, mientras
sus familiares habían aumentado, los tributarios habían disminuido, y consecuentemente
bajaba el monto de lo que se recibía. A finales del siglo XVII, por lo tanto, la
encomienda ya no tenía la misma importancia económica que tuvo a mediados del siglo
XVI, época en la cual el cacao, uno de los principales productos usados como tributo, se
podía comercializar. En el siglo siguiente el principal producto comercial era el añil o
jiquilite, y el mismo se obtenía por mecanismos compulsivos muy diferentes de los que
implicaba la encomienda. La Corona había logrado su propósito: en su mayor parte los
pueblos indígenas eran ahora realengos y pagaban el tributo al real haber.

El Repartimiento
Al tratar lo referente a la esclavitud se señaló que la primera forma de organizar y
aprovechar la capacidad laboral de los nativos fue la encomienda-repartimiento, y que
ésta se convirtió, en la práctica, en una modalidad esclavista de producción. Se indicó
también que con las Leyes Nuevas desapareció la encomienda-repartimiento o trabajo
esclavo, y en su lugar surgieron dos nuevas instituciones laborales, la encomienda y el
repartimiento de indios, este último llamado también `mandamiento' en algunos
documentos coloniales.

El problema principal que según los colonizadores se derivaría de la liberación de los


esclavos, tal como lo señaló el Ayuntamiento de Santiago en el alegato presentado ante
la Corona por su procurador síndico, era un problema de carácter fundamentalmente
económico:

Si los esclavos se dan generalmente por libres cesarán las


siembras, ganados, edificios y demás cosas necesarias; los
españoles oficiales son pocos y los demás no tienen ese
oficio; en el cuerpo de una república ha de haber hombres
de todos estados, y estos indios son instrumentos de la
labor de la tierra y crianza y guarda de los ganados y de
los oficios mecánicos; los españoles no lo son ni conviene
a sus personas, como tampoco les conviene en Castilla, por
no ser criados en ello ni es común ser oficiales.

Un argumento semejante señaló el Obispo Marroquín en carta dirigida al Rey. Planteaba


el prelado que los españoles no habían venido a estas tierras para servir, sino para ser
servidos. Sin embargo, pesaron más otros argumentos ante la Corona, y la decisión se
mantuvo. Al contrario de lo que suponían los españoles, las principales actividades
económicas (laboreo en las minas, cultivo de trigo, crianza de ganado, construcciones
urbanísticas, etcétera) no decayeron significativamente. Severo Martínez sostiene, a
propósito de la promulgación de las Leyes Nuevas, que los alegatos de los frailes
dominicos en contra de la esclavitud, y en especial los de Bartolomé de Las Casas,
coincidían con los intereses económicos de la Corona, y que por ello se prohibió la
encomienda-repartimiento.

La aplicación de las Leyes Nuevas en el Reino de Guatemala permitió la supresión de la


esclavitud de los indios para convertirlos en vasallos libres del Rey, con la única
obligación de pagar el tributo señalado por las autoridades coloniales. Sin embargo,
como se indicó al tratar de la encomienda, en las tasaciones de López de Cerrato se
impuso, a la mayoría de los pueblos indígenas encomendados, la obligación de
contribuir con un determinado número de personas para el trabajo de la milpa o estancia
de su encomendero. Fuera de esta específica obligación de servicio, no se tiene
conocimiento de que, entre 1549 y 1565, la Corona haya autorizado emplear a los
indígenas de otra manera.

En 1565, en respuesta a una solicitud del Ayuntamiento de Santiago de Guatemala, la


Corona autorizó el repartimiento de los indígenas de los pueblos cercanos a la ciudad,
para que trabajaran en la cosecha de trigo, pagándoles como se acostumbraba en la
tierra. En 1572, el Ayuntamiento fue más allá de lo autorizado, al solicitar que el
repartimiento se pudiera emplear para el trabajo en las minas. No se conoce la respuesta,
pero lo más probable es que en la práctica ya se estuviera empleando a los indígenas en
dichas tareas. La legalización definitiva del repartimiento se produjo en 1574, cuando el
Consejo de Indias lo autorizó ampliamente para que los españoles pudieran atender sus
necesidades. Debían rotarse cada semana las tandas de indígenas, y pagárseles cuatro
reales a cada uno de los repartidos.

Con esta autorización se multiplicaron los abusos, como lo confirman los múltiples
escritos que se conservan en el Archivo General de Centro América y en el Archivo
General de Indias. Según uno de tales escritos, los indígenas del Valle de Santiago de
Guatemala se quejaron, en 1576, de dichos excesos:

Decimos y declaramos que los nuestros corregidores con sus


mandamientos de pena nos mandan ir a la labranza del trigo
30 ó 35 peones y si acaso falta alguno o si acaso está
enfermo luego mandan a los alcaldes o regidores por ello,
con que nos hacen pagar las costas de seis reales o dos
tostones. Y en cada semana damos indios de servicio y si
acaso faltan en la semana, luego a los alcaldes o
regidores son presos por ello. Y en esta ciudad y calles
nos hacen rozar y limpiar las calles sin pagar a los
indios que lo barren en cada un año. En las casas reales
barren y riegan de agua y a los indios no les pagan
ninguna cosa.

A finales del siglo XVI y principios del XVII, mientras la encomienda tenía menos
incidencia en la economía guatemalteca y por ende en el enriquecimiento de los
españoles avecindados en Santiago (la política de la Corona consistía en aumentar el
número de pueblos realengos), el repartimiento, asociado con un latifundio en
formación, se generalizaba y se convertía en la base del desarrollo económico. En
efecto, este período se caracterizó por la intensificación de la producción añilera,
ganadera, de caña de azúcar, trigo, etcétera, lo que trajo una bonanza económica en las
últimas décadas del siglo XVII. Con el acrecentamiento de la riqueza, sobrevino el
desarrollo urbanístico y el auge del mercado interno. Jorge Luján Muñoz señala al
respecto:
Hay ciertos indicios de que a partir de la década de 1660
se produce una reactivación económica. En la capital
aumentan los ingresos de la real hacienda. Mientras que
los ingresos por alcabala e impuestos de barlovento en el
período 1656- 67 ascendieron a 65,000 pesos, con un
promedio anual de 6,455; en el período 1667-78 pasaron a
169,719, con un promedio al año de 15,429... Esta
activación económica se reflejó en Santiago a través de la
renovación arquitectónica, que es verdaderamente
impresionante: la iglesia y el hospital de San Pedro; la
nueva catedral (1669-86); el convento de Santa Teresa; la
iglesia, colegio y convento de los jesuitas; el convento e
iglesia de los franciscanos; así como obras en otros
conventos y edificaciones eclesiásticas. Algo similar se
daba en la arquitectura doméstica.

Entre 1661 y 1663, el Fiscal de la Audiencia de Guatemala, responsable de la defensa y


buen trato a los indígenas, promovió ante la Corona un escrito en el que pedía la
abolición del repartimiento, por los múltiples abusos que se estaban cometiendo en la
zona añilera:

Suplico a V.

S. que en ejecución de las dichas cédulas, que en caso


necesario pido se pongan con este pedimento, usando de su
natural piedad y de la que Su Majestad (Dios le guarde)
manda se use con esta gente, se sirva de mandar darme
despacho no sólo para estos indios, sino general para
todas las Provincias, en que con graves y severas penas se
mande que ninguna justicia ni otra persona, de cualquier
calidad y condición que sean, obliguen ni puedan obligar a
los indios a que sirvan y trabajen forzados y violentados,
sino es que voluntariamente quisieren por su jornal
servir, ni se hagan en manera alguna repartimientos a las
labores, y que cesen los que se hubieren hecho y los
jueces que para este efecto se suelen nombrar, sino que
los dejen cultivar y beneficiar sus milpas y lo que
quisieren trabajar para sustentarse y pagar sus tributos.

La petición provocó una inmediata oposición de los terratenientes encabezados por el


Ayuntamiento de Santiago, lo que confirma que éste era el principal representante de los
intereses económicos y políticos de dicho sector. Con excepción de la Orden de los
franciscanos, las restantes (mercedarios, jesuitas, dominicos y agustinos) elevaron en
esta ocasión sendos escritos a la Corona, con la expresa petición de mantener el
repartimiento. Sin embargo, también esta vez hubo religiosos que lucharon en favor de
la causa de los nativos, igual que en las décadas de 1530 y 1540, cuando una Junta de
Notables discutió si era lícito o no esclavizar a los indios. En esta ocasión fueron los
frailes franciscanos quienes, en el desarrollo de los alegatos, apoyaron la causa de los
indígenas, y acusaron a las otras órdenes religiosas de defender el repartimiento: porque
estaban acostumbradas, según se indicaba, a aprovecharse de los indígenas en sus
propiedades rurales (ingenios de caña de azúcar y haciendas de ganado). Los frailes
franciscanos denunciaban igualmente en su escrito la serie de vejámenes que padecían
los nativos bajo aquel sistema de trabajo. Ciertamente, las órdenes religiosas eran los
mayores empresarios y quienes más se beneficiaban del repartimiento. Esta vez, sin
embargo, no prosperaron ante la Corona ni la solicitud del fiscal de la Audiencia ni los
alegatos de los franciscanos en apoyo de la supresión del repartimiento. Por el contrario,
la Corona confirmó algunas medidas reformistas tomadas por el Presidente de la
Audiencia de Guatemala, las cuales no afectaban esencialmente la naturaleza del
repartimiento.

A partir de 1574, fecha en que la Corona aprobó en forma precisa el repartimiento, éste
pasó jurídicamente a ser una obligación de todos los indios varones comprendidos entre
los 16 y los 60 años, de prestar servicio laboral en beneficio de los españoles, ya se
tratara de pueblo realengo o de pueblo de encomienda. El servicio debía prestarse una
semana cada mes, pero del mismo se exceptuaba a los alcaldes indígenas y a los
enfermos. Dichos alcaldes tenían que ayudar a formar el padrón, y para ello organizaban
a los indígenas en cuatro grupos. La cuarta parte de éstos debía ser concentrada cada
domingo por los mismos alcaldes, a fin de ser entregada el lunes siguiente a los jueces
repartidores. Los empleadores, por su parte, debían pagar al indígena un real de plata
por cada día trabajado, en moneda y no en especie, incluyendo el lunes como día de
trabajo, pues este día se utilizaba para el viaje. Lo mismo se hacía para el regreso. Los
empleadores también estaban obligados a pagar, esta vez al juez repartidor, medio real
por cada indígena enrolado, y proporcionar a éste los instrumentos de trabajo necesarios
según la obra que fueran a realizar.

La naturaleza del repartimiento fue, en la práctica, muy distinta de la que se plasmó en


las normas. La ley señalaba, en efecto, que la obligación de cumplir con el repartimiento
sólo afectaba a la población indígena masculina; sin embargo, en los 77 pueblos del
Corregimiento del Valle lo común y constante fue que se obligara también a las mujeres
a servir en casa de los españoles, como molenderas, cocineras, chichiguas y domésticas.
Lo mismo aconteció con los instrumentos de trabajo ya que, a pesar de la disposición
legal, muchos de los beneficiados obligaban a los indios a llevar los propios, pues se
decía que los nativos eran muy propensos a robarlos. En el peor de los casos, los indios
eran obligados a comprar dichos instrumentos. Esta última excusa permitía a los
hacendados, estancieros y empleadores, beneficiarse por más tiempo de los indígenas,
ya que éstos, con los seis reales devengados a la semana no alcanzaban a cubrir los
gastos consiguientes y tenían que quedarse trabajando hasta satisfacer las deudas
adquiridas. También se violaban las normas relativas al pago en metálico por el trabajo
realizado. Al respecto, los franciscanos indicaban, en su informe de 1663, que algunos
empleadores pagaban en especie. Existen numerosas ordenanzas que hacen referencia a
dicha anomalía y que prohiben el pago con ropa, cacao, pan, etcétera. Otro de los
abusos constantes se refería al pago del día de regreso. Sobre el particular, Severo
Martínez considera que `ni las ordenanzas ni nadie dijo una palabra acerca de pagar el
día en que el indio caminaba de regreso a su pueblo'. Pilar Hernández sostiene que tal
afirmación no es cierta, pues tal aspecto `estaba suficientemente especificado', aunque
se daba el incumplimiento de lo normado.

El repartimiento, conocido también como mandamiento, hizo posible el desarrollo de la


actividad añilera y el crecimiento urbanístico de Santiago. Valentín Solórzano considera
que el beneficio del añil condicionó, a principios del siglo XVII, la generalización del
repartimiento, ya que por este medio se proveía de mano de obra a las regiones añileras
de Ahuachapán, Escuintla, Guazacapán, etcétera. Ciertamente, el grueso de la fuerza
laboral para los obrajes añileros lo proporcionó el repartimiento, como lo indican
numerosas ordenanzas. Estas prohibían la utilización de indígenas en dicha actividad, y
comenzaron a emitirse desde 1581 pero, como otras que prohibían los abusos, no fueron
cumplidas. El añil era el rubro principal de las exportaciones. José Cecilio del Valle
opinó, asimismo, a principios del siglo XIX, que el trabajo en los obrajes añileros
ocasionó la gran disminución de la población indígena. Algo semejante puede decirse
de la mano de obra en la extracción y acarreo de materiales (piedra, arena, cal, madera,
etcétera) para las construcciones urbanísticas en Santiago de Guatemala, las cuales sólo
fueron posibles gracias al uso y abuso del repartimiento.

Por ahora sólo se conocen con precisión las cifras promedio de quienes cumplían con el
repartimiento en el Corregimiento del Valle. Luján Muñoz indica que `de unos 1,728 en
1670, se pasó a 2,270 en 1678 y a 2,349 en 1680'. Dicha cifra es muy significativa, pues
ella se refiere sólo a los pueblos del Valle. En la Provincia de Guatemala, sin embargo,
también había gran densidad de población indígena en las regiones de Suchitepéquez,
las Verapaces, Quiché y Quezaltenango. Christopher Lutz señala que la ciudad de
Santiago tenía, a fines del siglo XVI, alrededor de 500 familias españolas. Al comparar
esta cifra con las que corresponden al repartimiento del Valle, se deduce la posibilidad
de que, en aquel período, todo vecino español pudiera aprovecharse del trabajo de por lo
menos cinco indígenas en el cultivo de trigo, obras de construcción o tareas domésticas
(acarreo de trigo, agua, zacate). En realidad, no todas las familias españolas gozaban de
repartimiento: en 1680 sólo 116 tenían en propiedad labores dedicadas a la agricultura y
se servían de indios de repartimiento en el Corregimiento del Valle, y ellas recibían en
promedio de 15 a 20 indios, mientras que los frailes, principalmente los dominicos,
obtenían en forma sistemática entre 40 y 50.

El repartimiento significó fundamentalmente distribución de mano de obra indígena


para la atención de distintas actividades domésticas. También se llamó repartimiento a
la distribución de materias primas que los indígenas debían procesar (algodón, hilaza).
En otros casos el repartimiento se refería a mercancías que los indígenas debían adquirir
obligadamente. Los corregidores y alcaldes mayores, en efecto, acostumbraron someter
a buen número de pueblos indígenas, principalmente los de tierra fría (Quezaltenango,
Huehuetenango, Totonicapán, etcétera), en los cuales distribuían, so pretexto de
repartimiento, algodón o hilo que debían tejerse. La información más antigua sobre esta
modalidad de repartimiento se remonta a 1595. Según ella los frailes dominicos
obligaban a los indígenas de Verapaz a elaborar mantas, que luego mandaban a vender a
otras regiones. El repartimiento de algodón no llegó a tener en Guatemala las
proporciones que alcanzó en el Virreinato del Perú, donde se crearon obrajes con largas
jornadas de trabajo para la población indígena. Esta fue precisamente la causa principal
de la sublevación de Túpac Amaru en el siglo XVIII. Allí el trabajo se hacía en casa y
se utilizaban la cárcel y el látigo como medios extraeconómicos para garantizar la
entrega de los tejidos en el tiempo y forma convenidos. Ciertamente, ésta fue una
actividad para la cual nunca se contó con autorización real, y la misma no podía
asociarse a las obligaciones derivadas del repartimiento. Sin embargo, se puede asegurar
que éste fue uno de los principales mecanismos de enriquecimiento de corregidores y
alcaldes mayores, y que estos mismos lo hicieron perdurar hasta principios del siglo
XVIII.

Otro abuso cometido por corregidores y alcaldes mayores consistió en la distribución


entre los indígenas, igualmente so pretexto de repartimiento, de algunas mercancías,
como machetes, azadas, ropa, aguardiente, etcétera, las cuales los nativos debían pagar
posteriormente con productos de la tierra o con trabajo. En esta forma las autoridades se
apoderaban con facilidad de productos de exportación, como vainilla, cacao, achiote, y
también de granos básicos. El repartimiento de mercancías, al igual que el repartimiento
de algodón, se hacía al margen de la ley y redundaba en graves perjuicios para los
indígenas. Las mercancías, por ejemplo, se les imponían a precios elevados, en tanto
que el maíz, frijol, cacao, trigo, etcétera, se tasaban a precios bajos. De este modo se
impedía a los indígenas la mediana atención de sus necesidades básicas, pues se
requería mucho tiempo en el trabajo para otros.

No debe confundirse el repartimiento con el trabajo de los jornaleros, a los que se


llamaba también alquilones, realeros o peseros. En este caso, se trata de una modalidad
laboral utilizada durante la época colonial, y en la cual participaban indígenas y
mestizos. Estos eran contratados por los dueños de haciendas, trapiches y obrajes
añileros, pero solamente como excepción, y en los momentos más apremiantes de las
cosechas, ya que el salario se establecía de mutuo acuerdo entre las partes y siempre era
mucho mayor que el del repartimiento. En efecto, los jornaleros ganaban entre 14 y 16
reales a la semana y las tareas eran hasta dos tercios menos. También era frecuente que
los mismos indígenas se alquilaran ya para trabajar las tierras de sus principales, ya para
sustituir a los enfermos imposibilitados de cumplir con el repartimiento. Un fraile
franciscano declaró a mediados del siglo XVII que era frecuente ver a mujeres indias,
cuyo marido estaba enfermo, `buscando quién vaya en su lugar al servicio, porque las
obligaban los indios alcaldes y los jueces repartidores'.

El repartimiento fue, pues, la principal institución reguladora del trabajo indígena


durante la época colonial. Comprender su naturaleza es requisito básico para una
correcta interpretación global de dicho período histórico.

Otras Modalidades Laborales


Después de la implantación de las Leyes Nuevas, la situación laboral de la gran mayoría
de indígenas quedó determinada por la encomienda y el repartimiento. Sin embargo,
también había un cierto número de indígenas dedicado al trabajo artesanal, el cual era
desempeñado fundamentalmente por blancos pobres, mestizos y castas. Los primeros
artesanos fueron algunos de los españoles enrolados en las expediciones de conquista
como peones, o bien algunos que, atraídos por las riquezas, llegaron posteriormente a
poblar estos territorios. Los españoles no pudieron delegar de inmediato tal tipo de
trabajo, no obstante que lo despreciaban por su carácter menesteroso y servil. Los
indígenas no dominaban las nuevas actividades artesanales, las de los herreros,
herradores, carpinteros, zapateros, tejeros, etcétera, tan necesarias en la nueva
organización social. Por ello, durante los primeros años fueron los mismos artesanos
españoles los que debieron atender tales actividades, usando de manera auxiliar e
incorporando después la mano de obra indígena. Los frailes dominicos, mercedarios y
franciscanos tuvieron también una importante participación en la enseñanza de oficios
artesanales a los indígenas, del mismo modo que lo habían hecho siglos antes en
Europa, en especial a los de los barrios aledaños a sus conventos. De esa manera, los
nativos contribuyeron al renacimiento de las artes, principalmente aquellos a quienes el
Presidente Alonso López de Cerrato dejó en libertad en 1549. Muchos de éstos, en
efecto, no retornaron a sus pueblos de origen y prefirieron quedarse en los alrededores
de la ciudad de Santiago de Guatemala, donde formaron las milpas y barrios indígenas.
Éstos no sólo consiguieron su libertad, sino también la exención temporal del pago del
tributo. Esta circunstancia les permitió, en comparación con la gran mayoría de sus
congéneres, contar con el tiempo necesario para aprender oficios y convertirse al cabo
de pocos años en hábiles tejedores, carpinteros, talabarteros, albañiles, panaderos,
tejeros, coheteros, etcétera.

Se encuentran igualmente unos cuantos indígenas que se convirtieron en pequeños


propietarios de labores, que trabajaban sirviéndose por lo general de indios de
repartimiento. Ellos, en su mayoría, eran descendientes de nobles indígenas que, como
consecuencia de la reestructuración económica y política de mediados del siglo XVI,
fueron favorecidos muy especialmente por la autoridades coloniales con el
reconocimiento expreso de sus derechos de propiedad privada sobre parte de sus
antiguas posesiones territoriales.

Conclusiones
Durante los dos primeros siglos del período colonial, la utilización de mano de obra
indígena por parte de españoles experimentó cambios profundos. Durante las primeras
dos décadas que siguieron a la Conquista, los españoles emplearon a los indios
propiamente como esclavos, bajo un sistema que denominaron encomienda-
repartimiento. Sin embargo, a mediados del siglo XVI cesó la esclavitud de los indios y
se instituyó la encomienda, que obligó a los indios a trabajar en sus tierras comunales y
entregar un tributo, ya fuere al encomendero o a la Corona. De manera simultánea se
institucionalizó el sistema laboral conocido como repartimiento, por el cual todos los
pueblos de indios tenían que entregar cada semana una cuarta parte de la población
masculina apta para el trabajo, a fin de que laborara en las fincas de los españoles, con
excepción de los obrajes añileros, aunque esta norma siempre fue violada.

Algunos indígenas, que después de la implantación de las Leyes Nuevas se quedaron a


vivir en los barrios aledaños a Santiago de Guatemala, se transformaron en artesanos,
pero sólo pudieron llegar a oficiales, en la escala jerárquica que se usaba en los gremios.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

Oficios Europeos y Gremios de Artesanos

Artesanos e Institucionalización del Poder Hispano en


Guatemala
No obstante la importancia propia de las acciones militares en el proceso de la
institucionalización del poder político español en Guatemala, las acciones civiles fueron
también determinantes en muchos sentidos, en particular las actividades artesanales,
generadoras de una serie de bienes que los castellanos no podían obtener de los
indígenas por las diferencias culturales. El trabajo artesanal constituyó un factor vital en
la sociedad colonizadora. La vida cotidiana obligaba a buscar la forma de satisfacer
múltiples y crecientes necesidades relativas al transporte, la construcción, vestimenta,
iluminación, metalurgia y otras. Esto obligó a los artesanos y autoridades municipales,
con intereses no siempre coincidentes, a promover desde los primeros años de la
presencia española en Guatemala el desarrollo de las artesanías, con lo cual
contribuyeron también al afianzamiento del sistema colonial.

Los artesanos en las acciones de conquista

Los alistados en las tropas que conquistaron Guatemala eran en su mayor parte peones y
sus antecedentes laborales se localizaban principalmente en la agricultura, el pastoreo,
los oficios mecánicos o bien se trataba de desempleados. Los artesanos jugaban un
papel importante en los preparativos de las acciones armadas: el herrero forjaba o
reparaba espadas, puñales, picas y alabardas; el herrador hacía las herraduras para los
caballos; el carpintero armaba las ballestas o alguna obra de ingeniería para los asedios;
el fundidor fabricaba balas para las pocas piezas de artillería; y el albéitar curaba las
heridas y torceduras de los caballos. Pedro de Alvarado tuvo una estima singular por los
artesanos. Al retornar de su primer viaje a España trajo consigo buen número de ellos,
en especial carpinteros, herreros y calafateros para la construcción de la flota con la que
se proponía zarpar hacia Perú. Además de los que venían con él, llevó en esa expedición
a gran parte de los que se encontraban.

Los inicios de la vida artesanal

Como se sabe, el primer Cabildo hispano se estableció en Guatemala en 1524. No tenía


todavía una sede fija, pues la primera traza urbana se hizo hasta 1527. Tal hecho marca
precisamente la institucionalización del poder civil y la reglamentación de las
transacciones económicas entre los castellanos, que enfrentaban ya la necesidad de
disminuir las diferencias surgidas entre herreros, herradores, sastres, mandos militares y
tropa en general. Las normas dictadas tendían a conseguir que las tropas vivieran en
`policía', civilizadamente, y a frenar las actividades egoístas de los mandos que trataban
de enriquecerse por cualquier medio, aunque afectaran a sus compañeros de campaña.
El problema de fondo era que un reducido sector que, además de su participación
individual, había aportado también caballos para las acciones de conquista, quedó en
mejor posición desde el comienzo, pues recibió la adjudicación de los mejores
repartimientos de indios. Por esta razón, en el mismo año 1524, los artesanos elevaron
el precio de su trabajo en señal de descontento. Antonio de Remesal comenta que al
`...sastre le salía a real cada puntada que daba, y el zapatero vendía tan cara su obra que
dando a otros zapatos con suelas de cuero, las podía echar en los suyos de plata, y el
herrador hiciera si quisiera todos sus instrumentos de oro'.

Otra de las actitudes asumidas por los artesanos fue la de no hacer ni entregar trabajo
alguno si no se les pagaba en oro o plata. El naciente Cabildo buscó primero la solución
de tales problemas fijando los precios para las distintas producciones artesanales: un
sayo de armas valía un ducado; un jubón, medio peso; una calza, un ducado; una
caperuza, cuatro reales; 100 clavos, un peso; herrar un caballo, un ducado. Pocos años
después se estableció que los artesanos podían aceptar pagos en ropa, cacao y plumas,
productos que constituyeron moneda de uso corriente en el Reino de Guatemala durante
la mayor parte del período colonial.

Las actas de Cabildo contienen información variada sobre las actividades de herreros,
cerrajeros, carpinteros, herradores, sastres, zapateros y plateros durante los primeros seis
años de la etapa colonial. De ellas se desprende que estos artesanos usaron y abusaron
de su oficio para ubicarse rápidamente en buenas posiciones sociales. Es conveniente
recordar al respecto que en la España de entonces las actividades artesanales eran
propias de la población servil, y los castellanos que se habían aventurado en las
empresas de descubrimiento y conquista de América lo habían hecho para conseguir
riquezas y para escalar socialmente mediante la compra de un título de hidalguía. Bernal
Díaz del Castillo expresó tal sentir en 1549 al afirmar `que no convenía a los vecinos de
Santiago ser oficiales ni aquí ni en Castilla'.

Los artesanos se valieron del paro laboral para lograr sus propósitos. Remesal comenta
que los oficiales mecánicos, a los que llamó `gente vulgar y común', se aprovecharon de
la necesidad de vestirse, calzarse y hacer sus casas que tenían las personas ilustres y
nobles, y no cesaron en sus medidas de presión hasta recibir indios que `los sirviesen y
pagasen tributo y vasallaje'. Las autoridades, ante la necesidad de viviendas, pilas,
acueductos, trajes, armas, vajillas y demás, tuvieron que tolerar tales excesos. El
resultado fue que la actividad artesanal en vez de mejorar empeoró. Remesal dice que
entre los años 1534 y 1536 `...el herrero apagó la fragua, el sastre cerró la tienda... el
zapatero no conocía las hormas... el carpintero huía de la azuela y trataba de jaeces y
caballos y que otro hiciese las obras de la ciudad y se afrentaba de que le dijesen que
había serrado un madero'.

Para obligar a los artesanos a trabajar y respetar los aranceles establecidos, y para
sacarlos de su empecinamiento, el gobernador y el Cabildo de Santiago los amenazaron
con quitarles los indios de repartimiento. A regañadientes, ellos terminaron acatando las
normas establecidas. Mas no por ello se dedicaron plenamente a sus oficios, sino
descargaron el grueso del trabajo en los indios a su servicio o en los esclavos negros que
habían comprado, a quienes habían ido enseñando sus tareas. En ocasiones, para quitar
los indios a los artesanos o para no asignárselos, algunos gobernadores y tenientes de
gobernación utilizaron como base una prohibición real en tal sentido. Ejemplo de ello es
el despojo que hizo Pedro de Alvarado a Juan de Espinar, de Huehuetenango, alegando
entre otras cosas que éste era oficial. El argumento, sin embargo, no fue aceptado por la
Audiencia de México, la que obligó a Pedro de Alvarado a devolver la encomienda.

Pese a todo, las actividades urbanas se acrecentaban, como lo indican las actas de
Cabildo. En éstas consta que a fines de 1536 se había ampliado el número de oficios,
pues había ya calceteros, silleros, cuchilleros, espaderos y armeros. Todos éstos, en una
u otra forma, habían venido a contribuir al mayor bienestar de los vecinos.

A las presiones que sufrían las autoridades por parte de los artesanos existentes, se
sumaron en 1540 los numerosos engaños y robos que tuvieron que afrontar los vecinos
con la llegada a la ciudad de Santiago de nuevos artesanos, especialmente sastres y
joyeros que no habían logrado hacer fortuna en México, Perú y Nicaragua. En dicha
ocasión los vecinos encargaron a los nuevos artesanos trajes, vajillas, joyas, etcétera,
entregándoles para el efecto telas, paños, plata, oro, esmeraldas y otros productos.
Cuando menos lo esperaban los vecinos, sastres y joyeros desaparecieron con todo el
material recibido. A fin de evitar la repetición de actos semejantes, el Cabildo exigió en
1540 y 1545 que los sastres depositaran una fianza para poder montar un taller.

A causa del desprecio con que los artesanos españoles veían sus oficios (con excepción
de la platería y cerería), éstos fueron pasando a sus criados indígenas y esclavos negros.
A principios del siglo XVII, los oficiales y maestros en gran parte provenían de las
castas. Entre los casos notables están las familias de los Porres, de Quirio Cataño, de
Juan Pasqual, o familias indígenas como las de Antonio de la Cruz, Ambrosio
Hernández y Ramón Sánchez.

Primeros gremios artesanales

Gremio es una asociación de personas de una misma profesión (del sector primario,
secundario o terciario de la economía), sujeta a determinadas ordenanzas, y constituida
para conseguir beneficios comunes. Las actividades gremiales se remontan a la
antigüedad clásica grecorromana, pero alcanzaron su mayor desarrollo durante la Alta
Edad Media europea. En esta época se convirtieron en la punta de lanza del renacer
económico y cultural, y lograron que el poder político les otorgara no sólo una posición
superior a la de los siervos, sino también una serie de privilegios para realizar acciones
de contratación laboral y de compraventa.

En la Guatemala colonial, lo mismo que en la Europa medieval, existieron diferentes


tipos de gremios: mercaderes, estancieros, obrajeros, abastecedores de ganado, músicos,
artesanos y otros. La documentación, sin embargo, no es muy precisa en el manejo de la
expresión `gremio artesanal', pues generalmente incorpora en su significado a
organizaciones de trabajadores dedicados tanto a las artes liberales (música, pintura,
escultura y arquitectura) como a las artes mecánicas (herrería, sastrería, zapatería).

La primera manifestación gremial en Guatemala se dio en 1530, cuando el


Ayuntamiento aprobó las ordenanzas de los gremios de herreros y sastres, a quienes
desde entonces se fijaron sus deberes y derechos. Así empezó a consolidarse la
institucionalización de algunas actividades laborales urbanas en Guatemala. Sin
embargo, hasta la segunda mitad del siglo XVI (paralelamente a la reorganización del
poder político mediante la creación de la Audiencia de los Confines) se amplió la vida
gremial con la aprobación de ordenanzas para otros sectores artesanales. No obstante, en
un buen número los oficios no se organizaron gremialmente sino hasta los siglos XVII y
XVIII (ver Cuadro 29).

En el proceso de diversificación, desarrollo y organización de las actividades artesanales


se combinaron dos factores: la política mercantilista de la época y los intereses propios
de los artesanos. La Corona, conforme a los principios económicos de entonces e igual
que las otras monarquías europeas, había monopolizado el comercio con sus colonias,
por medio de la Casa de Contratación de Sevilla. Ésta reguló el sistema de flotas hacia
América y el transporte de los productos e impidió así el abastecimiento de las colonias
con mercancías europeas. Tal política económica obligó a incrementar y diversificar las
actividades artesanales en la naciente ciudad de Santiago, pues los vecinos no gozaban
de ciertos productos, aun teniendo con qué comprarlos. Por otro lado, las tensiones entre
los vecinos y los artesanos se acrecentaban y para disminuirlas el Ayuntamiento dictó
los correspondientes aranceles. Al mismo tiempo los artesanos trataron eventualmente
de organizarse para defender mejor sus intereses particulares.

Organización de los Gremios Artesanales


En la Guatemala colonial los gremios se organizaron igual que en la metrópoli: como
agrupaciones de trabajadores con una diferenciación rígida entre sus miembros y un
derecho jerárquico de representatividad ante las autoridades civiles, políticas y
religiosas, del cual sólo participaban los maestros.

Sus integrantes

Para llegar a ser plenamente miembro de un gremio había que pasar por un proceso
previo de `aprendizaje' y `oficialía'. Los aprendices eran comúnmente muchachos de
entre 12 y 20 años, que adquirían los conocimientos y destreza en un oficio bajo la
tutela o dominio de un maestro, ya que sus padres o tutores renunciaban mediante
escritura pública a la patria potestad durante el plazo fijado para el aprendizaje. El
aprendiz debía trabajar gratuitamente para el maestro, que a cambio de ello se
comprometía a enseñarle el oficio y la doctrina cristiana, a proporcionarle casa,
alimentos y vestidos, a procurarle cuidado en caso de enfermedad no prolongada y a
castigarlo sin excesivo rigor cuando hubiera motivo. Este período variaba según el
oficio, pero por lo general duraba entre seis y ocho años. Concluido el aprendizaje, se
sometía al aspirante a un examen. Si lo ganaba, pasaba al grado de `oficial', y recibía de
su maestro ropa nueva y en algunos casos las herramientas de la profesión. Este grado le
daba derecho a recibir salario por su trabajo, pero aún no le permitía responsabilizarse
de trabajos específicos.

Los elementos de mayor categoría eran los `maestros', quienes después de haber
aprobado el examen ante un tribunal competente, obtenían del Ayuntamiento `título' o
`carta de examen', por el cual se les autorizaba a tener taller propio y obrador público
con oficiales y aprendices. También les daba derecho a ejercer los cargos del `poder
ejecutivo' de su organización (alcalde y veedor), así como los cargos de `mayordomo de
la cofradía' y `maestro mayor'. Buena parte de oficiales no lograba alcanzar la maestría,
ya fuera por carecer de recursos económicos para cubrir los gastos de graduación
(media annata, fiesta), por no aprobar el examen de aptitud, o por motivos étnicos,
como en el caso de los gremios de platería y cohetería, oficios que no estaban
permitidos a los esclavos.

Consejo directivo y otros cargos

El comité ejecutivo de un gremio por lo general estaba integrado por un `alcalde' y un


`veedor', cuya elección se llevaba a cabo en el edificio del Ayuntamiento entre los
maestros, únicos que podían ser electores y elegibles. En algunas ocasiones asistían a la
elección oficiales y aprendices. El acto electoral era presidido por las autoridades
salientes, bajo la supervisión del `fiel ejecutor' (encargado de hacer cumplir aranceles y
ordenanzas) y del `escribano mayor' por parte del Ayuntamiento. Los elegidos se
colocaban luego frente a un crucifijo y juraban cumplir con las obligaciones de su cargo
y las ordenanzas del gremio, velar por el patrimonio económico de la organización y en
ocasiones defender la doctrina sobre la Inmaculada Concepción de María. El
Ayuntamiento podía confirmar o rechazar las elecciones en caso de comprobar
anomalías en el procedimiento. Tenía derecho igualmente de exigir a las autoridades
salientes, por medio del fiel ejecutor, la celebración de elecciones cuando, vencido el
período, no se hubiera hecho la convocatoria. Por lo regular las autoridades duraban en
el cargo un año.

El `alcalde' era la máxima autoridad del gremio y a él estaban sujetos todos los
maestros, oficiales y aprendices. Representaba al gremio ante las instituciones civiles,
políticas y religiosas; conocía en primera instancia las escrituras de aprendizaje, así
como los recursos de incumplimiento; calificaba finalmente los informes de
presentación de aspirantes al grado de maestro y los podía reprobar.

Los `veedores' se elegían entre los maestros más antiguos. Servían de apoyo al alcalde
en la dirección y conducción del gremio. Sus principales obligaciones se limitaban a
integrar los tribunales examinadores de aprendices y oficiales aspirantes al grado
superior; evaluar el trabajo y acompañar al fiel ejecutor, ya fuera en la visita a tiendas y
talleres o bien en las acciones judiciales. También estaba encargado de velar por el
cumplimiento de las ordenanzas de la organización gremial.

Con frecuencia los cargos de alcalde y veedores quedaban vacantes, principalmente en


los períodos de crisis económica, cuando el Ayuntamiento no lograba conseguir que se
cumplieran las leyes laborales y la mayoría de artesanos trabajaba al margen de su
gremio. Hubo casos, como el del gremio de zapateros en 1691, en que los que debían
tomar posesión no lo hicieron, para obligar al Ayuntamiento a clausurar las tiendas y
obradores a cargo de oficiales que no eran maestros. A juicio de Héctor Samayoa
Guevara, los gremios defendieron principalmente los intereses económicos de los
maestros y no los de todos sus integrantes. Por esta razón no tuvieron suficiente
desarrollo, pues la mayoría de artesanos (oficiales y aprendices) no veía en dichas
organizaciones una efectiva protección de sus intereses económicos y sociales.

Algunos gremios contaron también con los cargos de `mayordomo de cofradía' y


`maestro mayor'. El cargo de mayordomo de cofradía o prioste fue exclusividad de unos
cuantos gremios, pues aunque todos contaban con cofradía, la atención de ésta era en
muchos casos tarea del alcalde. Las principales obligaciones inherentes a la cofradía
incluían la de velar por la realización de las fiestas del santo patrono con la
participación de los agremiados, y la de ocupar un lugar preferencial en las procesiones
del Viernes Santo y Corpus Christi. En cuanto al cargo de `maestro mayor', no se tiene
suficiente información. Se sabe que los oficios de arquitectura, carpintería, herrería y
zapatería contaron con tal cargo, y que la obligación principal del titular de éste era la
de representar al gremio ante el Ayuntamiento.

Hubo momentos en que las `ordenanzas generales de la ciudad' fueron letra muerta y no
garantizaban el cumplimiento del requisito de ser maestro para tener taller artesanal. Tal
situación irregular respecto de las ordenanzas generales se debía a las tensiones
existentes entre el Ayuntamiento y la Audiencia. Presidentes como Antonio Peraza y
Ayala (Conde de La Gomera), Diego de Avendaño y Francisco de Escobedo
pretendieron en 1624, 1634 y 1676, respectivamente, contra lo normado por la ley,
favorecer la `libre concurrencia' y la `libre empresa' al autorizar tener taller a quienes
todavía no eran maestros, no sólo en la ciudad de Santiago sino también y
especialmente en los pueblos de indios. De esta manera se buscaba legalizar los
numerosos talleres que operaban al margen de la ley, pero tales propósitos no fueron
conseguidos. En 1696 la situación llegó a tal grado de tirantez que ningún regidor del
Cabildo quiso aceptar el cargo de fiel ejecutor. En otros casos era el mismo
Ayuntamiento el que violaba las normas al otorgar a algunos oficiales licencias
provisionales para montar taller propio. En estos casos, empero, se contaba con el visto
bueno del gremio respectivo, que exigía la contratación de un regente para dicho taller.

Desarrollo Económico y Oficios Artesanales


Durante el período colonial el trabajo artesanal tuvo diferentes grados de desarrollo. Su
historia, sin embargo, no coincide propiamente con la de los gremios artesanales,
porque gran número de artesanos, en especial los de pueblos de indios, operaron durante
la mayor parte del período al margen de su respectiva organización, evadiendo las
ordenanzas y los aranceles correspondientes.

Economía colonial y su repercusión en el desarrollo artesanal

La economía colonial guatemalteca se caracterizó por períodos de bonanza y


estabilidad, seguidos por otros de profundas depresiones y crisis. Paralelamente, se
puede hablar de épocas de auge y de crisis en relación con la actividad artesanal. En los
tiempos de prosperidad había muchos vecinos que deseaban construir y engalanarse,
exhibir su bonanza económica, andar en buenos carruajes o en bestias bien enjaezadas.
En estas circunstancias crecía la diversidad de oficios y el número de artesanos y se
desarrollaba la organización de algunos gremios (ver Cuadro 30). Por el contrario, en
los períodos de depresión económica muchos oficiales, aprendices y hasta maestros
pasaban a engrosar el número de desocupados, y la vagancia y la delincuencia crecían
en proporción a la disminución de los trabajos de encargo. La segunda mitad del siglo
XVI y las tres primeras décadas del XVII, en que los vecinos de Santiago tuvieron
cierto bienestar económico gracias a la bonanza del comercio del cacao y el añil
respectivamente, fueron a su vez períodos de mucho desarrollo artesanal.
Algunos oficios artesanales

Los talleres artesanales guatemaltecos fueron por lo general pequeños centros


productores de mercancías, que no tenían más de 10 trabajadores. Sin embargo, las
características y desarrollo de muchos oficios de la época colonial sólo se pueden trazar
a grandes rasgos, por la ausencia de trabajos monográficos que permitan su mejor
comprensión. Hasta ahora es Heinrich Berlin quien mejor ha estudiado la vida en un
taller, así como los contratos de obra y de aprendizaje. Dicho autor explica entre otras
cosas el quehacer del aprendiz y la manera en que el maestro se obligaba a terminar
gratuitamente con su enseñanza o a pagársela en manos de otro maestro, si al concluir el
contrato el aprendiz no había alcanzado suficientes conocimientos para ser un oficial
competente.

Entre los oficios que alcanzaron mayor desarrollo en un primer momento se encuentran
los de herreros, sastres, plateros y carpinteros. A éstos se añadieron posteriormente los
de albañiles, curtidores, tejedores y otros.

Los herreros se dedicaron durante las primeras décadas a la manufactura de armas,


clavos, espuelas y herraduras. Con el desarrollo urbano, su trabajo se amplió a la
fabricación de verjas, balaustradas, aldabones y demás.

La albañilería fue de los oficios más florecientes, en especial por los frecuentes
terremotos que obligaban a una actividad constante de construcción y reconstrucción.
En las zonas rurales muchos indios aprendieron este oficio con bastante propiedad,
como lo reconoció el dominico Thomas Gage, quien a principios del siglo XVII escribió
lo siguiente:

...la mayoría de las iglesias con bóvedas eran obra de los


indios y que en un tiempo habían construido un claustro
nuevo en una ciudad de Amatitlán que acabaron con arcos de
piedra, dos en la parte inferior de las paredes y otros
dos en las galerías superiores, con tanta perfección como
el mejor claustro de Guatemala construido anteriormente
por los españoles.

El tejido de piezas de algodón era una actividad realizada por algunos naturales desde
antes de la Conquista, la cual se amplió a una población mayor cuando los frailes les
enseñaron a tejer lana y a utilizar el telar de pie. Durante los primeros dos siglos de la
época colonial la tejeduría no se efectuaba en talleres, pues se trataba de una tarea
propiamente doméstica. También constituyó uno de los oficios en que menos se
cumplían los aranceles y las ordenanzas, ya que las mismas autoridades políticas y
religiosas se encargaban de violarlos.

La documentación colonial refiere que ya en 1552 la actividad de curtir cueros estaba


bastante desarrollada y que la ejercían principalmente los indígenas. El taller
correspondiente, sin embargo, parece que estuvo siempre en manos de españoles o de
sus esposas, pues el negocio de cueros brindaba buenos márgenes de ganancia, ya que el
producto se empleaba para empacar añil, en zapatería y en talabartería.
Función Social de Artesanos y Gremios Artesanales
El trabajo de los artesanos y su organización en gremios fueron factores que incidieron
fuertemente en la movilidad social durante la época de la Colonia. En efecto, durante las
primeras décadas algunos de ellos pudieron conseguir repartimientos de indios y se
integraran a la clase dominante. Durante el resto del período colonial constituyeron, en
una u otra forma, el principal medio para que algunas personas, mulatos y negros
principalmente, consiguieran una relativa y temporal estabilidad económica. Francisco
García Peláez señala que en 1604 había en la ciudad de Santiago de Guatemala 32
artesanos españoles y 52 pertenecientes a las castas (ver Cuadro 31). Severo Martínez
Peláez habla de miles de artesanos, y ello podría aceptarse si se piensa en los de todos
los pueblos de indios, que generalmente no se agremiaron.

Los españoles mantuvieron por mucho tiempo el status de maestro en el marco de los
oficios artesanales. Sin embargo, la habilidad y destreza de algunos artesanos indígenas,
negros y mulatos, llegaron a tal grado que las autoridades coloniales, aun con la
oposición de maestros españoles y del gremio si lo había, permitieron en muchos casos
que indios y mulatos tuvieran taller propio. Algunos gremios, ante la realidad de una
considerable mayoría de indígenas o castas entre sus integrantes, procuraron impedir
legalmente que los artesanos esclavos, indígenas o mulatos alcanzaran la categoría de
maestros. En consecuencia, la mayoría de ellos no pasó del grado de oficial. El gremio
de los plateros fue el más renuente en este sentido y jamás permitió que un esclavo
llegara a la condición de maestro.

Los gremios canalizaron manifestaciones culturales hispanas, no sólo al celebrar la


fiesta de su santo patrono (ver Cuadro 32), sino también al participar en festejos y
bienvenidas de funcionarios con alboradas, escenificaciones de autos sacramentales,
danzas, juegos pirotécnicos, bailes y corridas de toros, o en las honras fúnebres
dedicadas a los monarcas.

Conclusiones
Con la colonización se inició en el Reino de Guatemala y especialmente en la ciudad de
Santiago la introducción de nuevos oficios artesanales, que pronto fueron enseñados a
indígenas, mestizos y esclavos negros. Paralelamente al desarrollo de estos nuevos
oficios, los artesanos empezaron a organizarse en gremios, siguiendo para ello las
tradiciones europeas. Entre los objetivos buscados estaban los de defender sus intereses
económicos, solucionar sus conflictos con los soldados, ascender socialmente y vivir de
manera holgada con el fruto de su trabajo.

Los gremios defendieron más los intereses de los maestros que los propios de oficiales y
aprendices. Esto, sumado a las periódicas crisis económicas, dio como resultado que
buen número de artesanos prefiriera operar al margen de la organización gremial, en
ocasiones con autorización del Ayuntamiento de Santiago, pero por lo general sin
permiso alguno.
A partir de la segunda mitad del siglo XVI, la mayoría de oficios fue pasando a mulatos,
negros e indios, en especial en el área rural, lo cual se explica porque entre los españoles
persistía la idea de que los oficios eran propios de siervos y no de gente principal.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

La Tierra, Fuente de Riqueza de los


Españoles

Régimen Doctrinario: Evolución y Aplicación


El descubrimiento y conquista de América por España impuso un orden jurídico que
dejaba en manos del Rey la posesión de la tierra y organización de las relaciones entre
ésta y los indígenas que la trabajaban. Tal régimen legal tenía su justificación en la
concepción del poder político entendido como derecho divino de los reyes. Por lo tanto,
durante el período colonial, la Corona determinó todas las políticas sobre las riquezas
naturales: primero las donó y después las vendió o enajenó de otras maneras.

La Tierra como Regalía


Cuando se supo en Europa que Cristóbal Colón había tomado posesión de una serie de
nuevos territorios en nombre de los Reyes Católicos, la Corona portuguesa expresó sus
inquietudes porque consideraba que los españoles se habían introducido ilegalmente en
sus dominios. Los portugueses sostenían que varios pontífices, a partir de 1454, les
habían concedido y confirmado el derecho a poseer las tierras y los naturales que
descubrieran al sur y este del cabo Borjador. Ambas Coronas recurrieron al Papado para
dirimir pacíficamente el conflicto. El Papa Alejandro VI lo resolvió por medio de las
bulas Inter Caetera (3 y 4 de mayo de 1493), en las que delimitó los territorios que
corresponderían a cada monarquía y dio posesión eterna a los Reyes de Castilla de las
islas y tierra firme, descubiertas o por descubrir, 100 leguas al oeste y al sur de las Islas
Azores.

Juan de Solórzano y Pereyra, en su Política Indiana, se refiere al principio fundamental


que había regido y regiría durante el período colonial todo lo concerniente a la
propiedad territorial:

...fuera de las tierras, prados, pastos, montes y aguas


que por particular gracia, y merced suya, se hallaren
concedidas a las ciudades, villas y lugares de las mismas
Indias, o a otras comunidades o personas particulares de
ellas, todo lo demás de este género, y especialmente lo
que estuviere por romper y cultivar, es y debe ser de su
Real Corona y dominio.

Tal es el fundamento jurídico del señorío, recogido en la Recopilación de Leyes de


Indias, según el cual todas las riquezas del suelo y subsuelo pertenecían al Rey, quien
además tenía la potestad exclusiva de traspasar el disfrute y propiedad de las mismas. Se
consideró que la violación de aquel mandato implicaba el delito de usurpación.
Política Poblacional y Reparto de Tierras
Durante los primeros años que siguieron al descubrimiento, los conquistadores no
ejercieron mayor presión ante la Corona para obtener tierras en propiedad, pues eran
otros los intereses y motivos que los guiaban en sus empresas. Sin embargo, sólo cinco
años después del descubrimiento Cristóbal Colón recibió de la Corona la potestad de
conceder mercedes de tierra, y esta potestad se fue extendiendo a otros funcionarios
(adelantados, gobernadores, presidentes de Audiencia) conforme se fueron haciendo
nuevos descubrimientos y conquistas y se conformaron las primeras administraciones
coloniales.

Primeros Asentamientos
Dado el poco interés de los primeros conquistadores por poblar las tierras descubiertas,
la Corona misma trató de promover la colonización y los asentamientos en las nuevas
regiones, bajo ciertas condiciones. Así se hizo en 1513, por ejemplo, cuando se ordenó
repartir tierras e indios a los españoles que se avecindaran en las nuevas posesiones. El
avecindamiento daba derecho a un solar para construir, a tierras de labranza y a la
crianza de animales domésticos. La extensión del solar y las tierras dependía del mérito
de quien los recibiera. De allí vienen las medidas de superficie llamadas `caballerías' y
`peonías', usadas en las concesiones hechas a gente de a caballo o de a pie. Se
establecieron, como requisitos para convalidar tales concesiones, que el vecino residiera
en su morada durante cuatro años, que la tierra fuera trabajada, que no hubiera sido
enajenada en favor de la Iglesia y que la concesión no afectara las tierras de los indios.

La Corona delegó la potestad de conceder tierras principalmente en los gobernantes, que


hacían ejecutar las correspondientes disposiciones por medio del Ayuntamiento. A
partir de las Leyes Nuevas de 1542, aquella facultad fue transferida a las audiencias.

Ejidos
En la Hispanoamérica colonial se difundieron las tradiciones urbanísticas y de tenencia
de la tierra de la Europa medieval. De tal manera, al fundarse los centros urbanos y al
hacerse el trazado de las calles, se establecían conjuntamente los ejidos y las dehesas,
conocidos también como `propios', es decir, una cierta cantidad de leguas de tierra a la
redonda, medida desde las últimas casas o desde la cruz del atrio de la iglesia, conocida
también como cruz mojonera. En dicha área los vecinos podían obtener leña, materiales
de construcción, ocote para el alumbrado, llevar a pastar su ganado, aprovechar las
fuentes de agua, realizar algunos cultivos, especialmente los de beneficio colectivo,
etcétera. Desde 1523, la Corona dejó establecido que todo asentamiento poblacional
tenía que contar con `ejidos competentes', y a partir de 1571 se precisó que tales
terrenos debían tener cuatro leguas en todo asentamiento con más de 30 vecinos
españoles. La Corona se preocupó reiteradamente de que los ejidos de los pueblos de
indígenas no se redujeran; que los usurpados se recuperaran; y que, en general, no se
vendieran, sino se dieran en censo enfitéutico, es decir, que sólo se pudiera ceder el
derecho de uso a cambio de una paga anual, pero no la propiedad. Sin embargo, estas
disposiciones, aunque se acataban, no se cumplían.

Tierras Comunales
Los derechos de los índigenas sobre las tierras no aparecen regulados en las cédulas u
ordenanzas emitidas en relación con Guatemala durante la primera mitad del siglo XVI.
Las disposiciones concernientes se limitaron a exhortaciones para no perjudicar a los
indios. Antes de 1553 la Corona no se preocupó en promover algún tipo de indagación
sobre el régimen prehispánico de propiedad, en averiguar, por ejemplo, de quiénes eran
las tierras, las heredades y los términos de las mismas. Se puede afirmar que en la
primera mitad del siglo XVI no se reconoció a los indígenas propiedad territorial
alguna; por el contrario, fue la época en que sufrieron el mayor despojo.

La inmensa mayoría de naturales, conformada por los macehuales, había vivido en


forma dispersa en las tierras de sus parcialidades, hasta la llegada de los españoles. A
mediados del siglo XVI, al ejecutarse las Leyes Nuevas y promoverse la reducción de
los indios a poblados, la Corona concedió a los pueblos solares y tierras ejidales. Y les
reconoció, asimismo, el derecho de iniciar trámites judiciales para que, previa
demostración, se reconociera y confirmara a las parcialidades parte de sus antiguas
tierras comunales. Las crónicas indígenas que se conservan en los archivos,
especialmente las del Archivo General de Centro América, por lo común no son sino
alegatos presentados por los indígenas (pueblos, parcialidades, familias de principales)
para recuperar sus antiguas propiedades.

Mercedes Reales a Caciques


Con la reorganización sociopolítica derivada de la ejecución de las Leyes Nuevas, la
Corona se interesó también por mantener la posición de los señores indígenas, a quienes
reconoció sus antiguas propiedades territoriales, las cuales poseían en forma privada y
plena, igual que los españoles. De tal manera se incorporó en parte la estructura
socioeconómica prehispánica en el nuevo sistema de organización social, especialmente
las relaciones de poder, con la finalidad de aprovechar el trabajo de los indígenas en la
producción de toda clase de bienes.

La Composición Real
En las postrimerías del siglo XVI, Felipe II involucró a España en numerosas guerras.
Para financiarlas se promovió una nueva política fiscal, mediante la cual se obligó a las
colonias hispanoamericanas a aportar una mayor contribución monetaria. En cuanto a la
propiedad territorial, se estableció como parte de aquella política que en adelante dicha
propiedad se adjudicaría únicamente al mejor postor, y que sólo se darían mercedes
reales (especie de concesiones de tierras o tributos por servicios prestados a la Corona)
como excepción, o para los ejidos de pueblos de indios y villas. La evolución
experimentada hasta entonces por el régimen de tenencia de la tierra facilitó la
aplicación de tal política, ya que españoles y ladinos habían ido acaparando y usurpando
tierras realengas y no realengas, sin preocuparse de tramitar y obtener títulos y mucho
menos de que éstos fueran confirmados.

Adquisición de `Justo Título'


En noviembre de 1591, la Corona emitió en un mismo día dos cédulas. La primera
convalidó el principio del señorío, por el cual se adjudicaban tierras y se ordenaba a
virreyes y presidentes de Audiencias que toda la tierra poseída sin justo título fuera
restituida a la Corona. Por medio de la segunda cédula se ofreció a los españoles la
posibilidad de reparar los desórdenes y anomalías existentes en cuanto a los derechos de
propiedad inmobiliaria. Tales medidas, asimismo, hacían más fácil obtener los ingresos
que necesitaba la Corona, lo cual era en realidad el objetivo principal de la nueva
política agraria.

La real cédula por la cual el Consejo de Indias mandó que se aplicara la nueva política
agraria en Guatemala es una síntesis de las dos cédulas generales mencionadas
anteriormente y en ella se establece su propio procedimiento de aplicación:

Y si los que con ocasión de la merced y título legítimo


que tuvieren de algunas tierras, hubieren entrado y
ocupado lo que no se les dio... también se lo podréis
conceder... y no consentiréis que en la medida y
averiguación de lo que así se hubiere ocupado sin título,
se hagan molestias, costas y vejaciones ni se use de rigor
alguno de que se puedan quejar los poseedores, antes
habéis de proceder en todo con ánimo de afirmar y
legitimar la posesión en que halláredes a cada uno,
mediante la dicha composición, salvo con los que rehusaren
y no la quisieren... porque con los tales habéis de
proceder conforme a derecho, restituyéndome ante todas
cosas en todo lo que halláredes que han ocupado y poseen
sin título válido y legítimo; y esto mismo en que me
restituyéredes lo concederéis de nuevo a quien os lo
pidiere y quisiere... Las tierras que asimismo hubiere por
ocupar, que nunca han sido dadas ni repartidas, reservando
siempre en todo caso las necesarias para los lugares y
concejos poblados y que de nuevo conviniere que se
pueblen, y los demás efectos ya declarados, y para los
indios las que les faltaren para sus sementeras y
crianzas, todas las demás daréis y concederéis de nuevo a
quien las pidiere y quisiere, mediante la dicha
composición, regulándolo por la cualidad y cantidad de lo
que se les diere.

Es decir, el interés real era allegarse fondos, y por ello no se dudó en dar facilidades a
quienes hubieren usurpado tierras y a aquellos interesados en aumentar sus propiedades
con tierras baldías.
La `composición' fue, pues, el procedimiento jurídico de la época colonial por medio del
cual se legalizaba una posesión ilegal de tierras mediante el pago de determinada
cantidad de dinero al tesoro real. De esta manera los colonos conseguían títulos de
dominio pleno sobre tierras en las cuales se habían asentado de modo anómalo. Este
procedimiento se utilizó también para adquirir en propiedad privada tierras realengas. A
partir de la emisión de la cédula citada antes, el problema de la propiedad territorial ya
no se resolvió por medio de mercedes reales sujetas a confirmación, sino fue objeto de
estrictas operaciones mercantiles.

Real Confirmación
Las órdenes de `composición' se fueron convirtiendo en una medida a la que acudía la
Corona constantemente cuando tenía dificultades económicas. A partir de 1613, sin
embargo, ya no sólo se buscaba `componer' lo defectuoso, lo no titulado, sino exigir la
confirmación de títulos o sacar a pública subasta las tierras baldías. Sobre el particular
el jurista e historiador español Antonio de León Pinelo (1590-1660), en su Historia de
la Villa Imperial de Potosí, escribió lo siguiente:

También se le ordenó entonces que estas ventas de


caballerías y peonías de tierras se hiciesen como de
hacienda real en pública almoneda, y con cargo y condición
que los compradores quedasen obligados a llevar
confirmación real dentro de tres años, contados desde las
datas de los títulos. Y esta orden y fama... fue universal
para todas las Indias, y no limitada a sólo caballerías y
peonías, sino que comprende todas las ventas que se
hiciesen de tierras del rey, porque de todas se debe pedir
y llevar confirmación.

El fenómeno de la confirmación de los títulos de propiedad afectó especialmente a las


comunidades indígenas, ya que éstas, para no perder sus tierras, tenían que
`reconfirmarlas' reiteradamente, a pesar de que no había obligación legal de hacerlo. Sin
embargo, ello no fue suficiente como para detener los despojos en las regiones donde se
podía cultivar añil.

Acceso a la Tierra en la Provincia de Guatemala


A lo largo del período colonial, la tierra constituyó el más importante factor de riqueza,
ya que no había mayor abundancia de minerales preciosos. Las principales modalidades
de acceso a la tierra fueron las mercedes reales, las usurpaciones, la compraventa, la
donación y el arrendamiento.

Mercedes reales

La merced real fue el mecanismo más común en el siglo XVI para conseguir tierra,
tanto en lo concerniente a la propiedad privada de vecinos y clero como a la propiedad
comunal de los indígenas. Sin embargo, este mecanismo no se usó desde los primeros
años. En efecto, después de conquistados los quichés (k'iche's) y los cakchiqueles
(kaqchikeles) y cuando existía ya el primer asentamiento urbano español en Almolonga,
los conquistadores, en 1527, se repartieron las tierras circunvecinas sin guardar orden
alguno ni respetar la jerarquía de los conquistadores y vecinos, lo que ocasionó un
profundo malestar. Por esta razón, en 1528, el Cabildo de la ciudad de Santiago fue
facultado por el gobernador para reordenar la distribución de la tierra según los méritos
de cada conquistador, tal como lo establecían las órdenes reales.

Avecindamiento

Las personas que se avecindaban en las ciudades que se iban fundando tenían derecho a
recibir solares y tierras concedidos por los Ayuntamientos. En 1528, por lo tanto, se
otorgaron en Santiago las primeras caballerías y peonías. Las caballerías tenían 600
pasos de frente y 1,400 de fondo, y las peonías exactamente la mitad. Las parcelas que
se otorgaron originalmente en propiedad no fueron en realidad muy extensas, ni hubo
gran presión para obtener tierras en extensiones que formaran latifundios, como lo
afirma Severo Martínez. Los hechos indican que en en esos momentos los medios
predilectos de enriquecimiento y el bienestar se basaban fundamentalmente en la
explotación minera, en el envío de esclavos al Perú y en los beneficios derivados del
repartimiento de indios.

Los gobernadores y jueces de residencia a veces concedían tierras sin observar


debidamente los reglamentos correspondientes. En 1529, por ejemplo, el Cabildo había
dispuesto que nadie podía adquirir más de dos caballerías, pero los funcionarios no
siempre cumplían este mandato. En 1530 los pleitos y contradicciones entre los vecinos
habían llegado a extremos peligrosos.

No obstante que el mismo Pedro de Alvarado era el principal causante de las anomalías
señaladas, la Corona lo rehabilitó y lo autorizó para hacer un reordenamiento general de
la propiedad territorial. Esta medida fue tomada después que Alvarado había hecho una
estimable donación a la Corona. Posteriormente a la primera etapa de distribución se
concedieron solares principalmente a la `gente de oficios' (herreros, plateros, sastres,
tejeros, barberos, carpinteros) o a personas que se habían empobrecido y vivían en
solares alquilados.

Las tierras distribuidas entre los españoles fueron generalmente las que circundaban la
ciudad, y el propósito era destinarlas al cultivo de trigo y caña de azúcar o a la crianza
de ganado. Dichas tierras eran conocidas como las milpas de los vecinos españoles (ver
Ilustración 114). No obstante, en 1542 también se hicieron repartos en la región del
actual municipio de San Martín Jilotepeque (Chimaltenango) y en Jalapa.

Concesiones de tierras distantes de Santiago

La concesión de tierras alejadas de la ciudad aumentó después de las tasaciones de


Cerrato, a mediados del siglo XVI, ya que en éstas se mandaba que los indios
encomendados, además de pagar el tributo cerca del día de San Juan y en la época de
Navidad, cultivaran en favor de su encomendero un pedazo de tierra. La encomienda,
por cierto, no implicaba concesión alguna de tierra, pero permitió que los encomenderos
promovieran demandas, presiones, compras y despojos en relación con la tierra y con el
derecho que tenían para que se les dotara de mano de obra.

A partir de 1549, la Corona decidió que la Audiencia se encargara de otorgar las tierras.
Así se hizo en 1550 en la zona del Golfo Dulce; en 1556 en la Villa de La Trinidad; en
1557, en Jilotepeque; en 1560, en la zona de los sacatepéquez; en 1562, en la Verapaz.
Parece que estas concesiones fueron excesivas, ya que en 1572 la Corona ordenó que en
adelante se enmendara tal proceder.

En la primera década del período colonial no hubo un patrón único en cuanto a las
medidas de superficie, pero en 1536 el Cabildo precisó lo que se entendía por `sitio',
`estancia', `criadero', `caballería', `suerte', `solar' (ver Cuadro 33). Algunas de estas
medidas fueron modificadas en 1573.

El sector eclesiástico fue muy favorecido en las concesiones de tierras. Los conventos
de La Merced y Santo Domingo, y también el Obispo Francisco Marroquín, recibieron
tierras en los alrededores de la ciudad. El Presidente Cerrato concedió a los dominicos
la Laguna de Amatitlán, pero tal concesión fue anulada posteriormente por la Corona,
por el perjuicio que se causaba a los indígenas.

Comunidades indígenas

Las comunidades indígenas, para tener derecho a sus propias tierras, tuvieron que
aceptar también el principio del señorío. Tal como se hizo con los españoles
avecindados, a los indígenas sometidos a la reducción se concedieron solares y ejidos.
El Arzobispo García Peláez consideró que esa política, lejos de favorecer a los
naturales, los perjudicaba considerablemente, según lo explicó de esta manera:

...reduciéndose a un pueblo no los caseríos de las


estancias, sino pueblos enteros..., y habiéndose de dar un
solo ejido a este último, todos los demás habían de perder
su territorio y pertenencias comunes y particulares.

No todos los indígenas tuvieron acceso a la propiedad territorial. Algunos de los que
fueron liberados de la esclavitud en 1549 y se quedaron a vivir en los alrededores de la
ciudad junto con sus descendientes, no llegaron a poseer tierras para sus milpas, a
excepción de unos cuantos. Ello ocurrió pese a la disposición real que ordenaba a la
Audiencia adjudicar tierras a dichos indígenas, y porque esa orden fue bloqueada por
quienes controlaban el Ayuntamiento de Santiago.

La concesión de tierras comunales, al contrario de lo que asegura Severo Martínez, fue


posterior a la reducción de los indígenas a poblados: más bien fue el resultado de los
alegatos judiciales que los indios presentaban a la Audiencia cuando sus tierras eran
ocupadas por los españoles. En estos casos por lo general se trataba de tierras distantes
de los nuevos asentamientos, y su ocupación por los españoles se explicaba ya porque
les habían sido cedidas por las autoridades, ya por simple invasión. En realidad lo
último era lo más frecuente. Sólo en tan peculiares circunstancias las comunidades
indígenas pudieron recuperar y recibir títulos sobre sus antiguas posesiones.
En otras ocasiones los indígenas perdieron del todo sus tierras. Así ocurrió cuando se
trasladó la ciudad a su nuevo sitio, en 1542-1543. En esta oportunidad se quitó su tierra
a los indígenas de Jocotenango, y si bien el Cabildo prometió recompensarlos, no lo
hizo nunca.

Usurpaciones

Las concesiones hechas por la Audiencia fueron la primera forma de acceso a la tierra,
pero como se limitaban sólo a tres o cinco caballerías, hubo españoles que se las
ingeniaron para incrementar sus propiedades sin reconocimiento legal.

La intromisión de los españoles en tierras de las comunidades indígenas se acentuó al


conocerse la cédula del 8 de noviembre de 1538, por la cual se otorgaban los frutos y
construcciones existentes en una encomienda al titular de la misma, con la condición,
según se decía, de que no se ocasionara perjuicio a los indígenas. La cédula fue
interpretada y aplicada muy liberalmente por los encomenderos, y se desató así el
acaparamiento de tierras cercanas a las comunidades. Comenzaron asimismo las
presiones sobre los caciques y alcaldes, y hubo veces en que se dio por un terreno una
camisa o una arroba de vino. En reiteradas ocasiones (1549, 1566, 1571) la Corona trató
de poner freno a los abusos y se ordenó devolver la tierra a los indígenas pero, a
diferencia de lo que ocurrió con la cédula de 1538, no se acató el mandato real y los
despojos continuaron. Aún más, éstos aumentaban a medida que disminuían las
comunidades indígenas o desaparecían por causa de las epidemias, o simplemente
porque no había quien se opusiera a las expropiaciones de hecho.

Una población duramente golpeada por las usurpaciones fue la de San Martín
Jilotepeque. Aquí las tierras eran buenas para el cultivo de trigo y caña de azúcar, así
como para la crianza de ganado. En 1592, los naturales de dicho pueblo habían sido
reducidos a una situación angustiosa, según lo expusieron en un escrito elevado a la
Audiencia:

Insistimos precisados de la necesidad y falta de tierras


que tenemos respecto de hallarnos cercados de las
haciendas y labores de Manuel de Herrera, Manuel de la
Rosa, la labor de Catalán, la que fue de Don Diego de
Quiroa y José Ignacio Enríquez, la de Joseph Rodríguez, la
que fue de Don Miguel de Escobar, de que resulta no tener
en qué sembrar más semillas, tener y pastar nuestras
cabalgaduras y los demás ministerios para que las
necesitamos.

Compraventa

En el Reino de Guatemala, como ocurrió en las otras colonias hispanoamericanas


durante las primeras décadas del siglo XVI, los españoles cambiaban con mucha
facilidad de domicilio entre una y otra provincia. La condición de Santiago de
Guatemala como sede de la Audiencia no fue motivo suficiente para que sus vecinos
fijaran allí una residencia estable. Chiapas, Nicaragua, Honduras y San Salvador se
convirtieron en focos de atracción, por algunos productos que ofrecían posibilidades de
enriquecimiento: metales, cacao, bálsamo, zarzaparrilla. En consecuencia, y aun entre
los vecinos que no emigraron y no tenían título de confirmación de la propiedad, o
tenían más de las dos caballerías que autorizaban las ordenanzas, se practicaron muchas
operaciones de compraventa o de arrendamiento, lo cual permitió que algunos
extendieran sus propiedades territoriales. Entre los principales compradores estuvieron
el Obispo Francisco Marroquín, Pedro de Carmona, Juan de Llanes, Sancho de
Barahona, y Francisco de la Cueva, que aprovecharon la emigración de anteriores
vecinos para conseguir tierras a precios bajos.

La compra de tierras a las comunidades indígenas fue también una modalidad utilizada
por los españoles, no siempre por las buenas, sino mediante coacciones, como lo
confirma la real cédula de 1549, enviada a la Audiencia de Guatemala:

En lo que decís que los que tienen indios encomendados


hacen con ellos a su daño, y es que si le parece bien
algunas tierras o prados de los indios... hacen con los
caciques y principales que se las vendan, y les dan por
ellas lo que quieren.

A partir de 1591 cesaron las mercedes reales de tierras y se inició en toda su magnitud
el sistema de compras reguladas por las reales cédulas de composición. En 1596 se
legalizaron muchas usurpaciones consumadas en tierras de comunidades indígenas y se
tomó como base el precio de 100 tostones por cada seis caballerías. En 1598 se
emitieron instrucciones para el procedimiento que debía seguirse en las `composiciones'
efectuadas en la región de Chiquimula de la Sierra, las efectuadas en 1676 en las
provincias de Zapotitlán y Verapaz, y en 1692 se dio un mandato específico para
`componer' los obrajes de tinta e ingenios de azúcar.

La documentación colonial muestra que, a partir de 1610, la Audiencia conoció


múltiples demandas de tierras y aprobó la `composición' de las mismas. Es interesante
observar en dichos documentos que los dominicos denunciaron con frecuencia muchas
tierras realengas y obtuvieron la propiedad de las mismas mediante el procedimiento de
la composición.

Arrendamiento

Tal como se ha dicho antes, la mayor parte de los naturales pertenecientes a pueblos
circunvecinos de la ciudad de Santiago no recibió tierras para sus cultivos (supra,
Comunidades Indígenas). Dichos indígenas sólo tuvieron acceso al uso de la tierra por
medio del arrendamiento, previo pago de un terrazgo (ver Cuadro 34) a sus propietarios
(el obispo, los españoles, los monasterios), a razón de 10 reales por 30 varas en cuadro.
El terrazgo pagado por los indígenas de Jocotenango fue una de las primeras
contribuciones para el fondo destinado al Colegio Santo Tomás de Aquino, y después
para el sostenimiento de la Universidad de San Carlos.

La Corona no autorizó mercedes de tierras a un amplio sector de la población colonial,


el cual, por lo tanto, no llegó a adquirir el poder económico que tenían los propietarios.
Tal es el caso de la mayor parte de la población ladina. Solamente algunos de este sector
tuvieron acceso a la tierra por medio del usufructo, cuando se asentaban como rancheros
en haciendas, trapiches u obrajes. Se establecía entonces una relación laboral por medio
de la cual los rancheros adquirían la obligación de trabajar de modo exclusivo para el
propietario de la tierra que ocupaban, a cambio del derecho a trabajar adicionalmente
alguna parcela para su propio beneficio. Sin embargo, ni siquiera el producto obtenido
de esta manera era totalmente suyo, pues tenían que compartirlo con el propietario.
Surgieron así la aparcería y la mediería, según las cuales los aparceros y los medieros o
`medianeros' entregaban al dueño de la tierra una parte, que podía ser inclusive hasta la
mitad, de lo que producían.

Se dieron casos asimismo en que algunos ladinos entraban en arreglos con comunidades
indígenas para obtener en arrendamiento parte de las tierras comunales. Según cierta
información documental, con frecuencia el Ayuntamiento también arrendaba tierras
ejidales a los ladinos mencionados. En estos dos casos el arrendamiento se pagaba en
dinero.

Donaciones y garantía hipotecaria

El clero, tanto el secular como el regular, tuvo acceso a la propiedad territorial por
medio de las mercedes reales, las donaciones de particulares (herencias y legados,
prohibidos por la ley hasta 1572, en favor de las órdenes religiosas) o bien mediante la
ejecución de obligaciones sobre préstamos vencidos para los cuales se hubieran usado
tierras como garantía hipotecaria. Por este camino la Iglesia se convirtió en la mayor
latifundista de la época. En efecto, muchos españoles y caciques heredaban o
trasladaban tierras en calidad de capellanías, a favor de los conventos, y la renta de tales
tierras se destinaba al pago de misas mensuales y anuales. En las dos primeras décadas
del período colonial el Ayuntamiento administró aquellas tierras, pero después éstas
pasaron de modo directo a las órdenes religiosas, las que, por lo general, no las
administraban propiamente, sino que las alquilaban a españoles, a cambio de lo cual
recibían una renta y se evitaban otras complicaciones. Las cofradías y hermandades de
pueblos, villas y ciudades se convirtieron, a su vez, en propietarias de tierras. Estas eran
adquiridas en concepto de donaciones y limosnas provenientes de indígenas, ladinos y
españoles, que así contribuían al sostenimiento de fiestas y celebraciones.

Al cabo de poco tiempo, los jesuitas, dominicos, mercedarios y agustinos se


convirtieron en propietarios de ingenios azucareros, haciendas ganaderas y sembrados
de trigo en distintos lugares del país (Cobán, Quiché, Sacatepéquez, Escuintla). Thomas
Gage, a principios del siglo XVII, enumera las propiedades de los dominicos: un molino
de agua, una granja de maíz, una estancia de caballos y mulas, parte de un ingenio de
azúcar y parte de una mina de plata, que producían una renta anual de 20,000 ducados.
En 1687, el Rey expresó a la Audiencia de Guatemala su preocupación por las muchas
propiedades de las órdenes religiosas y solicitó sugerencias para una redistribución de
las mismas, lo cual no se efectuó sino hasta las postrimerías del siglo XVIII.

Organización de Unidades Productivas


Durante los dos primeros siglos de la época colonial hubo diferentes formas de unidades
productivas, de las cuales las principales fueron la gran propiedad o hacienda, la
propiedad comunal y la pequeña propiedad.
La gran propiedad o hacienda

La gran propiedad estuvo relacionada principalmente con la crianza de ganado y el


cultivo de caña de azúcar, trigo, y añil. No alcanzó el desarrollo técnico que en la misma
época (a partir del siglo XVII) mostraba en las colonias inglesas, holandesas y francesas
del Caribe, donde, con la explotación de mano de obra esclava, se había incorporado
parte de la tecnología manufacturera de Europa. En Guatemala solamente los ingenios
azucareros de dominicos y jesuitas incorporaron en parte dicho desarrollo técnico, pero
las empresas ganaderas y añileras no superaron las formas de producción propias de la
Baja Edad Media europea, basadas en el trabajo, de sol a sol, y en el uso de
instrumentos y conocimientos técnicos rudimentarios. La ganadería, por ejemplo, hizo
que se formaran haciendas, en las que un capataz y unos pocos `campistos' atendían
centenares de cabezas de ganado, que crecían y se reproducían en forma silvestre. Aquí
no hubo cultivo de forrajes ni renovación de potreros y mucho menos mejoramiento de
razas.

En las actividades agrícolas por lo general la mano de obra se obtenía legal o


ilegalmente, por medio del repartimiento de indios. A éstos se agregaban unos cuantos
rancheros, mestizos casi siempre, y en los ingenios de azúcar también los esclavos
negros. Las técnicas de producción, excepto en los ingenios de azúcar y en los molinos
de trigo, eran sencillas y a las mismas se asociaban muchas creencias religiosas y
supersticiones en caso de pestes, sequías y calamidades. Los ingenios azucareros
constituyeron las unidades productivas más complejas y con un mayor desarrollo
técnico en el agro guatemalteco de la época. La caña de azúcar, en efecto, exige técnicas
de cultivo y de procesamiento más completas, como la limpia de rastrojos, roturación de
las tierras, construcción de canales de riego, etcétera. El trabajo humano debe ser
complementado con la fuerza animal (bueyes, machos, mulas) y hay un mayor uso de
implementos mecánicos (arados, trituradores, calderas). Todo ello exige algo más que
braceros: requiere trabajadores especializados, como herreros, carpinteros, albañiles y
`punteros' para la transformación del guarapo en azúcar.

La propiedad comunal

Durante todo el período colonial, los indígenas mantuvieron sus tierras en propiedad
comunal. Por lo general se trataba de pequeñas parcelas familiares, dedicadas
principalmente a la producción de cacao. La tecnología empleada por los indígenas en
este cultivo era la heredada de sus antepasados, la cual les permitía obtener buenas
cosechas, granos de buena calidad y una renovación constante de los plantíos. Sin
embargo, el despoblamiento de fines del siglo XVI produjo una disminución de esta
actividad.

Los alcaldes y principales de los pueblos de indios eran los encargados del reparto de la
tierra comunal entre los barrios (parcialidades), y luego entre las unidades familiares
que realizaban directamente el trabajo de la milpa. Estos grupos efectuaban también
labores conjuntas en ciertas tierras y en determinados días del año, y el producto de este
trabajo se destinaba al pago de los tributos, así como al funcionamiento de las cajas de
comunidad y las cofradías.
Los indígenas incorporaron en su dieta, basada fundamentalmente en la producción del
complejo agrícola maíz-frijol-calabazas, y en el cultivo de cacao, otros productos
alimenticios, como trigo, arroz, verduras (ajo, cebolla, zanahoria, remolacha, güisquil,
lechuga) y frutas (melón, pera, manzana, naranja, durazno, ciruela), y comenzaron a
utilizar diferentes instrumentos de trabajo (azadón, machete, hacha, rastrillo), traídos
por los españoles. Sin embargo, las técnicas de cultivo no se modificaron mucho, ya que
siguieron trabajando sus milpas con elementos tradicionales, como la roza, la coa, la
aporcadura, la limpia, etcétera.

La pequeña propiedad

La pequeña propiedad fue muy común en la época colonial, sobre todo entre los blancos
pobres y una parte de los mestizos. Severo Martínez sostiene, por el contrario, que a los
mestizos se les vedó el acceso a la tierra, con el fin de garantizar mano de obra para los
terratenientes. Es cierto que se fundaron pocas villas de ladinos y que a las mismas no
se les asignaron ejidos. Sin embargo, ello no implica necesariamente una falta general
de propiedad territorial entre los mestizos. La realidad es que, con la crisis económica
de mediados del siglo XVII, la migración de mestizos al campo fue masiva y buen
número de ellos se hizo de propiedades, ya fuera usurpando tierras a los indígenas, ya
viviendo con estrecheces en tierras realengas a la espera de un oportuno arreglo con la
Corona. Tal fue el caso de Salamá y San Jerónimo en Verapaz; Escuintla; Don García,
Cuajiniquilapa, Azacualpa en Santa Rosa; San Marcos Huista en Huehuetenango; Las
Mesas en Sacatepéquez; Chicoj en Chimaltenango. También existía un gran número de
pequeñas propiedades dedicadas a los cultivos de añil, caña de azúcar y trigo.

La tecnología empleada por los pequeños productores, aun cuando estaban dedicados a
cultivos como trigo, caña de azúcar y añil, era ciertamente sencilla. No obstante, en su
mayoría utilizaban el arado tirado por bueyes. La pequeña propiedad no permitía
ahorros suficientes como para invertir en técnicas avanzadas. Por ello, los trigueros
dependían de los frailes dominicos, dueños de los molinos, para el procesamiento de la
harina. Los cultivadores de caña de azúcar se limitaron a la construcción de trapiches
para la producción de panela. Los que se dedicaban al añil (los poquiteros) vendían a los
dueños de los obrajes, generalmente por adelantado, la cosecha de jiquilite.

Conclusiones
Los primeros conquistadores no tuvieron el claro propósito de asentarse en Guatemala o
formar un señorío en este territorio, mas el fracaso de las dos expediciones de Alvarado
por mar y las limitaciones mineras les obligaron a ello. Tuvieron que avecindarse en
forma permanente y tratar de conseguir indios de tributo y de repartimiento.

A mediados del siglo XVI, cuando se produjo también la reducción de los indios a
poblados, la Corona otorgó a muchas parcialidades el reconocimiento legal de la
propiedad y dominio sobre sus antiguas tierras, con el fin de que tuvieran donde
producir sus milpas y pudieran así pagar el tributo, sostener al cura doctrinero y
procurarse su propio sustento.
El proceso de acaparamiento y arrebato de tierras de las comunidades indígenas por los
españoles se inició a fines del siglo XVI, precisamente cuando se empezó a explotar el
añil de forma intensiva. La Corona también aprovechó este hecho para allegarse fondos
por medio de la `composición', un procedimiento aplicable a todas las tierras de las
cuales los españoles o los indígenas carecieran de justo título.

En el siglo XVII, en Baja Verapaz, Sacatepéquez y Santa Rosa se empezó a formar la


pequeña propiedad rural, como resultado de la migración de mestizos y blancos pobres
que huían de las ciudades golpeadas por la crisis económica.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

Agricultura

El desarrollo agropecuario en la Guatemala colonial fue intenso en comparación con los


reinos del Perú y otros en América. Los españoles que se avecindaron en estas regiones,
obligados por la escasez y la pobreza de los yacimientos de minerales preciosos,
tuvieron que recurrir a la comercialización de productos agropecuarios, como cacao,
añil, cueros y, en cantidades menores, plantas medicinales, trigo y azúcar.

Con la Conquista se dieron algunos cambios en los hábitos alimenticios, tanto de la


población indígena como entre los colonos españoles, ya que al maíz y al frijol
mesoamericanos se agregaron el trigo, la caña de azúcar, el ganado vacuno y gran
variedad de frutas y hortalizas.

Producción de Maíz, Frijol y Verduras


Al conquistar y poblar Guatemala, los españoles tuvieron que aceptar como parte
fundamental de su dieta el maíz preparado de distintas maneras (tamales, tortillas, atol,
pan de maíz, etcétera) y el frijol. Ambos productos se cultivaban en grandes cantidades,
pues constituían desde antaño la base de la alimentación de los indios.

Durante la década que siguió a la Conquista, parece ser que los españoles no tuvieron
mayores dificultades en cuanto a recibir suficiente abastecimiento, excepto los
problemas derivados de la gran rebelión cakchiquel (kaqchikel) que comenzó a finales
de 1524. Sin embargo, a medida que se esclavizó un mayor número de indios, éstos no
sólo disminuyeron la entrega de alimentos, sino planearon vencer a los españoles por el
hambre. Este propósito lo expresa Francisco de Fuentes y Guzmán de la siguiente
manera: `Porque viéndose dominados de nuestros españoles y sin poderlos expeler ni
rechazar, probaron a echar de los países a los castellanos, dejando de sembrar sus
sementeras de maíz, para que así con el hambre y las desdichas se fuesen para otras
partes'. Esto llevó a las autoridades coloniales a crear, en 1539, el cargo de Juez de
Milpas, a fin de obligar a los indígenas a sembrar frijol y maíz para el sustento de los
españoles.

Cuando la Corona prohibió la esclavitud de los indios, a mediados del siglo XVI, las
autoridades coloniales locales procuraron que con la nueva situación no disminuyeran
los alimentos. Por tal razón establecieron, como primera obligación tributaria de las
comunidades indígenas, la entrega de maíz, frijol y gallinas. Según las tasaciones de
Alonso López de Cerrato, los indios de Guatemala estaban obligados a dar anualmente
16,050.5 fanegas de maíz y 342.96 fanegas de frijol.

La ciudad de Santiago de Guatemala de ordinario se abastecía de maíz y frijol mediante


el tributo que cada año pagaban las comunidades indígenas alrededor de las fechas de
San Juan y Navidad. La mayor parte de lo que daban las comunidades de los pueblos
realengos se sacaba a pública subasta y se remataba por lo general en favor de alguna
autoridad del Ayuntamiento, la que luego lo negociaba en el mercado. El resto se
distribuía entre las autoridades de la Audiencia y la jerarquía eclesiástica. Sin embargo,
gran parte de la población (españoles pobres, castas libres, etcétera) obtenía el maíz y el
frijol en el mercado, también aprovisionado por comerciantes indígenas que llegaban de
distintos pueblos. El dominico Thomas Gage describe dicha actividad tal como se
efectuaba a principios del siglo XVII en San Miguel Petapa:

Hay también aquí un `tiánguez' (como lo llaman ellos) o


pequeño mercado donde algunos indios venden durante todo
el día sus frutos, especias y cacao, pero a las cuatro de
la tarde este mercado se llena por espacio de una hora de
mujeres indias que se concentran allí para vender sus
productos caseros (que los criollos consideran una
exquisitez) como atol, pinol, plátanos escaldados, manteca
de cacao, pasteles hechos de maíz indio, con un poco de
carne fresca de ave o de cerdo, rociada con mucho chile,
al que ellos llaman `anacatamales'.

La información se amplió por Fuentes y Guzmán, quien indicó que a Santiago de


Guatemala la verdura y la fruta llegaban de San Juan del Obispo, San Cristóbal El Alto,
San Pedro Las Huertas, Almolonga, Jilotepeque, Petapa y San Juan Sacatepéquez; las
tortillas, de Santa Ana y Almolonga; las flores, para surtir en especial a las cinco
boticas, desde Almolonga, San Cristóbal El Bajo y El Alto y San Juan del Obispo.

Los indígenas siguieron sembrando sus milpas al estilo tradicional, excepto por algunas
innovaciones tecnológicas, como el uso del machete y el azadón. Por lo común hacían
dos siembras: la primera al inicio de las lluvias, y la segunda, conocida también como
`postrera', cuyo producto cosechaban en diciembre. En ambos casos realizaban sus
antiguos ritos, con comidas ceremoniales, ofrendas en sus santuarios ancestrales, y
abstinencia sexual. El cultivo de la milpa no afectó, durante la época colonial, las
formas tradicionales de tenencia de la tierra. En efecto, el reconocimiento que los
españoles hicieron de las tierras comunales tuvo como principal objetivo el de asegurar
que los indígenas tuvieran donde sembrar sus milpas. Este propósito fue más asequible
porque, como parte del proceso de institucionalización política, se conservó, en parte, la
estructura prehispánica de poder, para garantizar así que los indígenas sembraran milpas
no sólo para el pago del tributo sino también para el mantenimiento de sus principales
(gobernador y alcaldes indígenas), de su caja comunal y para su propia alimentación.

La escasez de maíz empezó a sentirse alrededor de 1570, como resultado de las


epidemias y el descenso de la población. Ello impidió a los indígenas pagar
completamente los tributos tasados, a pesar de las presiones que encomenderos y
autoridades coloniales ejercían sobre ellos. La crisis se agudizó y tuvo su expresión más
dramática en la década de 1660 (ver Cuadro 35). Se considera como la causa principal
de tal situación el hecho de que muchos pueblos indígenas dedicaron sus tierras al
cultivo de trigo y caña de azúcar. El Obispo Juan Ramírez de Arellano planteó, en carta
dirigida a la Corona a principios del siglo XVII, otras consideraciones que ayudan a
comprender mejor el fenómeno:

La violencia más intolerable causadora de la hambre y por


consiguiente de la pestilencia que va consumiendo y
acabando los indios, es que al tiempo que ellos han de
hacer sus sementeras y cuando las están haciendo (en lo
cual consiste toda la hartura y bien de la tierra y no en
las sementeras de los españoles) les fuerzan a que los
indios las dejen comenzadas, por diez y por doce días, y
después cuando vuelven hallan perdido lo que habían hecho
y destruido, y pierden la esperanza de tornarlo a reparar
o de proseguir y cultivar y de aquí viene después el
hambre, porque el que no siembra no come.

El repartimiento, por lo tanto, contribuyó igualmente a la escasez de alimentos. A ello


se debe añadir que los españoles que recibían a finales del siglo XVII alrededor de
11,000 fanegas de maíz, tenían la costumbre de `entrojarlo' (acapararlo) y provocaban
con ello una escasez artificial para beneficiarse después con precios más altos. La crisis
llegó a tal punto en algunos casos, que una familia acostumbrada a sostenerse con un
real diario de tortillas, tenía que gastar cuatro reales en la década de 1690.

Durante el siglo XVII, el cargo de Juez de Milpas cobró mayor importancia. En 1620, el
Cabildo informó a la Corona que, con base en la experiencia, `cuando se proveían
jueces de milpas, la fanega de maíz estaba a 4 y 5 reales, mas si faltaban, se ponía a dos
e tres y cuatro tostones'. Comentarios como el anterior abundaron durante el siglo XVII.
Sin embargo, la Corona no siempre les dio el crédito necesario, y periódicamente
repetía órdenes para que se suprimiera dicho cargo. Las autoridades coloniales, no
obstante, lo seguían manteniendo contra derecho, aferradas al expediente, tan común en
el período colonial, de que la ley `se acata, pero no se cumple'. Las prohibiciones
repetían constantemente el argumento sobre los Jueces de Milpas:

...[hacen] más agravios a los indios que cuarenta ni


cincuenta españoles que viven entre ellos, porque estos
jueces españoles con la vara se atreven más osadamente a
agraviar a los indios azotándolos, despojándoles sus
comunidades, llevándoles por día de derecho y salarios sus
haciendas y siendo disimuladamente ladrones autorizados
con la vara de vuestra majestad.

El cargo resultaba perjudicial, en efecto, pues en 1628 había 20 Jueces de Milpas, que
cobraban 14,600 tostones en concepto de salarios y además obtenían de las
comunidades indígenas el doble o triple de lo que les estaba asignado en nómina.

El maíz y el frijol, base de la alimentación de los naturales antes de la Conquista, lo


fueron después para la sociedad colonial guatemalteca. La dieta básica, sin embargo, se
complementó con un buen número de verduras, algunas de reciente incorporación,
como la lechuga, el repollo, la remolacha, la zanahoria, el rábano. Entre las tradicionales
figuraban el chipilín, chile, macuy, bledo, güisquil, ayote, etcétera. Lo mismo puede
decirse de las frutas. A las originarias de la tierra, como jocote, zapote, jícama, nance,
anona, mamey y otras, se sumaron la naranja, manzana, pera, durazno y otras que
trajeron los españoles. Los frailes desempeñaron una ingente labor, enseñando a los
naturales las nuevas técnicas de cultivo de los granos, hortalizas y frutales. Los
productos aludidos, con excepción del chile, no estaban incluidos en las obligaciones
tributarias de los naturales y podían venderse, por lo tanto, en el mercado.

Trigo
Francisco Castellanos introdujo el trigo en Guatemala en 1529. Este mismo año, el
Ayuntamiento concedió un salto de agua del río de la ciudad al Adelantado Pedro de
Alvarado, a fin de que éste lo utilizara en un molino de trigo. El cultivo se expandió
rápidamente porque el pan era parte fundamental en la alimentación de los españoles. A
pesar de su rápida propagación, al menos durante las primeras tres décadas, no implicó
cambios sustanciales en las formas de propiedad territorial de las comunidades
indígenas, excepto en los pueblos `situados', donde se construyó la ciudad. En estos
pueblos los españoles obligaron a los indios a cultivar trigo en las tierras comunales o
en los sitios que se les habían adjudicado, en cuyo caso los españoles proveían los
animales para las faenas de arado y trillado. Según las tasaciones de Cerrato, de 1549,
los indígenas estaban obligados a cultivar 1,749 fanegas de trigo a favor de los
españoles.

Áreas de producción

Por la sensible baja de la población nativa en la Gobernación de Guatemala durante la


segunda mitad del siglo XVI y por la consiguiente disminución de los tributos, buen
número de vecinos españoles, principalmente alcaldes, regidores y oficiales del
Ayuntamiento, que habían tenido una merma en sus ingresos provenientes de la
actividad cacaotera, tuvieron que buscar otros medios de enriquecimiento. Uno de éstos
fue el cultivo del trigo. En las últimas tres décadas del siglo XVI surgieron numerosas
chácaras, labores y haciendas de `pan llevar', en los valles de Jilotepeque, Canales,
Sacatepéquez, Mixco y Las Mesas (Petapa y Amatitlán), con el consecuente despojo de
muchas de las tierras comunales. Registros incompletos del Archivo General de Centro
América indican que en 1568 se concedieron 44 títulos a los españoles para el cultivo de
trigo. Las autoridades del Ayuntamiento apañaron el despojo y acaparamiento de las
tierras de las comunidades de los indígenas, y éstos, en vez de unirse para recuperar y
defender sus propiedades ya fueran ejidales o comunales, iniciaron prolongadas y
violentas luchas entre ellos mismos, como aconteció entre los habitantes de San Juan
Sacatepéquez, San Martín Jilotepeque, Santa María Joyabaj y Comalapa. En el despojo
participaron también las órdenes religiosas, las cuales en 1670 poseían las más grandes
labores de trigo: los agustinos tenían una, los jesuitas, otra y los dominicos, cuatro.

Los españoles trataron de monopolizar la producción de trigo y de impedir que los


indígenas comercializaran en Santiago el que producían en sus tierras comunales. El
despojo de las tierras comunales y la mano de obra de repartimiento fueron factores que
aprovecharon los españoles para conseguir que los indios se dedicaran al cultivo del
trigo, y en parte lograron su propósito. Sin embargo, en las regiones en que
predominaban los pueblos realengos, es decir, aquellos lugares en que la presencia y
presión de los españoles fueron menores, como Quezaltenango, Totonicapán y
Huehuetenango, los indígenas pudieron intensificar su propia producción de trigo,
aunque aquí también hubo presiones provocadas por las órdenes religiosas,
especialmente las de los frailes dominicos, las cuales se beneficiaban en gran parte con
los tributos que ellos pagaban. En 1694, estos pueblos pagaban todo su tributo en trigo.

Cultivo y procesamiento
A principios del siglo XVII, Gage se refiere con bastante detalle a las variedades de
trigo que se cultivaban y a las técnicas agrícolas correspondientes. Dice que en los
valles de Mixco y Las Mesas se recogían dos cosechas: una de un grano pequeño,
llamado tremesino, que se sembraba a fines de agosto y se cosechaba a finales de
noviembre; y otras dos variedades, llamadas rubio y blanquillo, que se recogían después
de Navidad. La trilla se hacía con yeguas. Con el incremento del cultivo del trigo, según
el mismo Gage, se deforestaron muchos bosques de buenas maderas que no se
utilizaron, ya que se dejaban secar sobre el terreno los árboles derribados y antes de las
primeras lluvias se les prendía fuego para que las cenizas abonaran la tierra. Lo mismo
se hacía, una vez recogido el grano, con la paja y la cascarilla, que se dejaban en el
campo hasta podrirse y para quemarlas poco antes de las primeras lluvias. Las cenizas
eran humedecidas en agua, y esta mezcla se tenía como `el mejor modo de abonar los
campos'. A fines del mismo siglo se obtenían 40 fanegas de trigo por cada una que se
sembraba.

Las relaciones laborales variaban profundamente según se tratara del cultivo del trigo en
una propiedad indígena, o en una de español. En efecto, en la primera los indígenas
beneficiaban el trigo `con sus personas y las de su calpul, al corto gasto de una fanega
de maíz y diez o doce reales de carne de vaca para sus convidados de aquel tequio o
trabajo...' En la de españoles, en forma muy distinta, el mismo trabajo se hacía mediante
la institución laboral conocida como repartimiento de indios.

El interés de los españoles por el cultivo del trigo y la simultánea escasez de mano de
obra provocaron las condiciones para que la Corona, en 1574, legalizara las medidas de
hecho emprendidas por los dueños de las labores y por las autoridades coloniales, en
cuanto a obtener semanalmente los indios de repartimiento, sacándolos de los pueblos
de la periferia de la ciudad de Santiago de Guatemala. Aunque la legislación sobre la
materia normó en detalle esta nueva forma de relación laboral, en la práctica los
indígenas trabajaban de sol a sol, y en el valle de Guatemala los vejámenes a que se les
sometió fueron mucho mayores que en México. En 1670, los pueblos situados en los
alrededores de Santiago entregaban semanalmente 1,728 indios de repartimiento, que
sembraban para 94 propietarios 6,280 fanegas de trigo. Diez años más tarde, el número
de indios repartidos era de 2,382, todos los cuales laboraban para 116 propietarios
españoles, en 774 caballerías, y producían 6,638 fanegas de trigo (ver Cuadro 36).

Ciertamente, los españoles introdujeron nuevas técnicas e instrumentos de cultivo,


como arados, azadones, hachas, machetes, hoces, molinos de agua, carretas, etcétera.
Los frailes, sin embargo, fueron quienes desarrollaron las mejores técnicas para el
cultivo y procesamiento del trigo. En Sacapulas lograron que los indígenas trillaran el
trigo en patios enladrillados con argamasa fina, muy bruñida y lustrosa, y obtenían
también una cosecha por medio de riego. Contaban, además, con un buen molino y una
panadería, los cuales utilizaban todos para moler y amasar, pero toda la comunidad
contribuía al mantenimiento y reparación de dichas instalaciones, cuando los principales
(gobernador y alcaldes de indios) se los pedían.

Durante el período colonial la agricultura, tanto de subsistencia como comercial, sufrió


con frecuencia grandes devastaciones ocasionadas por plagas de langostas, y en estos
casos los dueños de las sementeras recurrían a las rogativas y a las promesas religiosas.
Los que se dedicaban a la siembra tenían una especial devoción por San Nicolás de
Tolentino. Thomas Gage se refiere a una de aquellas penosas circunstancias:
Todos los labradores y hacendados españoles del valle
vinieron a Mixco para traer sus ofrendas a este santo,
hicieron decir misas y bendecir de estos panecillos que
llevaron a sus casas; los unos los arrojaron entre sus
trigos, y los otros los encerraron en sus cercas y
matorrales, con la creencia que tenían a San Nicolás, que
estos panes benditos en su nombre impedirían que viniesen
las langostas a sus campos.

El trigo permitió que algunos españoles se convirtieran en ricos propietarios, y entre


éstos sobresalieron las órdenes religiosas, con excepción de los franciscanos. Gage dice
al respecto:

Hay en este camino [a Santiago] tres molinos de agua para


el trigo de la ciudad, de los cuales el más importante y
rico pertenece a los frailes dominicos de Guatemala, que
tienen allí a un fraile constantemente con tres o cuatro
negros para hacer y controlar el trabajo... ¿Qué es lo que
esos frailes no hagan para satisfacer sus codiciosas
mentes? Incluso de polvorientos granjeros.

Comercialización

En 1554, el Ayuntamiento promulgó las Ordenanzas de Molinos y Molineros de la


ciudad y del Corregimiento del Valle, con las cuales se perseguía evitar los fraudes en la
medida, y se imponía la pena de un año de destierro en los casos procedentes. Un mayor
número de españoles se dedicó al cultivo del trigo, a finales del mismo siglo, y entonces
procuraron monopolizar dicha actividad. De esta manera, pretendieron evitar que los
indígenas trajeran su trigo al mercado de Santiago, y trataron inclusive de impedir que
lo sembraran para asegurarse el control del mercado. En tales empeños, sin embargo,
tuvieron que enfrentarse a las órdenes religiosas, que no sólo lo producían en grandes
cantidades, sino controlaban a la vez los mejores molinos y no pagaban diezmos.

La comercialización del trigo estuvo envuelta en toda clase de artimañas, pues los
grandes comerciantes hicieron de San Lucas Sacatepéquez un sitio para almacenar el
cereal hasta por dos y tres años, a fin de provocar escasez y especular con el precio. En
1603, el Obispo Juan Ramírez denunció ante la Corona tal anomalía:

...porque el español, que coja poco o que coja mucho,


siempre es avariento y guarda su trigo hasta que valga
mucho y hasta que se sienta mucho la hambre, de manera que
el pobre nunca siente cuando es abundante el año ni cuando
estéril, porque los indios luego sacan su hacienda a la
plaza.

El negocio de las panaderías de Santiago de Guatemala fue controlado durante mucho


tiempo por las mujeres de españoles, principalmente esposas de alcaldes y regidores,
que se servían de esclavas negras, mulatas y criadas indígenas para la elaboración del
pan. Christopher Lutz indica que entre 1589 y 1598 `cinco distintos alcaldes ordinarios,
no obstante las leyes contrarias, tenían panaderías en sus casas, y sus criados y esclavos
vendían el pan en las plazas públicas de Santiago'. Sin embargo, a mediados del siglo
XVII el negocio pasó paulatinamente a manos de mulatos, negros libres y de algún
español pobre, aunque siempre continuó el monopolio de la venta del trigo.
Parte del trigo se utilizó también para elaborar bizcochos, que se vendían
principalmente en los distintos puertos para el abastecimiento de los navegantes. Esto
repercutía en la mala calidad del pan y, por lo tanto, el Ayuntamiento mandó en 1690
que los panaderos señalaran `con marca distinta cada uno su pan para conocer quién lo
vicia' y ordenó, asimismo, que se vendiera en la plaza pública, específicamente en el
Portal de los Panaderos, para poder verificar su peso y para que nadie fuera `osado a
vender biscocho para fuera de la ciudad sin licencia del fiel ejecutor'.

Caña de Azúcar
La caña de azúcar fue introducida por los españoles al Reino de Guatemala en la década
posterior a la Conquista. La misma habría de llenar una de las principales exigencias
alimenticias de los colonizadores y vecinos de distintas ciudades, ya que los 1,427 litros
de miel silvestre que recibían de los indígenas como tributo en ese mismo período
resultaban insuficientes para endulzar sus bebidas y elaborar sus variados y abundantes
dulces y bocadillos. El producto de la caña de azúcar (azúcar, panela, aguardiente), al
menos durante el siglo XVI, fue dirigido principalmente al mercado interno, muy
diferente de lo que aconteció en las Antillas, donde se organizó la producción azucarera
con el fin de proveer la creciente demanda de dicho producto en Europa. En Chiapas, la
caña de azúcar cobró cierta importancia en las primeras décadas, pues existían unas
ocho plantaciones.

Área de producción

La principal área de producción azucarera (ver Ilustración 117) fue Amatitlán, donde en
1536 se habían distribuido ya las primeras tierras para cañaverales. La caña se sembró
también en Jilotepeque, Escuintla, Guazacapán y Verapaz.

El cultivo fue atendido durante los primeros años por españoles seglares, pero a fines
del siglo XVI las órdenes religiosas incursionaron en dicha actividad en forma tal que a
principios del siglo siguiente poseían ya grandes plantaciones, y a fines del mismo casi
habían logrado establecer un monopolio mediante el control de los principales ingenios.
El vizcaíno Sebastián de Zavaletta representaba una excepción notable, pues tenía una
plantación con cerca de 300 esclavos. En efecto, de los seis ingenios que había en 1680
en el Corregimiento del Valle, cinco eran propiedad de religiosos: uno de los jesuitas,
otro de los mercedarios, tres de los dominicos y un trapiche de los agustinos (ver
Cuadro 37). Además existía un ingenio de los dominicos en San Jerónimo (Verapaz). La
mayor parte de los 14 trapiches restantes, cuatro de los cuales se encontraban en
Escuintla, eran propiedad de españoles seglares.

El cultivo de la caña de azúcar durante la época colonial no fue una actividad exclusiva
de los españoles, ya que los indígenas lo incorporaron en sus tierras comunales,
especialmente en el área de Jilotepeque y Comalapa. Esto fue motivo de preocupación,
a fines del siglo XVII, para los dueños de ingenios y trapiches, tal como lo asienta
Fuentes y Guzmán, propietario de un trapiche: `...siendo muy numerosos estos
trapichuelos y cortísimos sus gastos de producción, han bajado los precios, y con ello le
han creado problemas a los grandes ingenios de azúcar'.
Proceso de producción

Entre las actividades agrícolas introducidas por los españoles en Guatemala, el cultivo y
procesamiento de la caña de azúcar fue el que exigió mayor tecnología, pues obligó a la
construcción de canales de riego, puentes, caminos, carretas para el transporte, y sobre
todo instalaciones para el procesamiento. Estas últimas fueron el trapiche y el ingenio,
el primero movido por fuerza animal (machos, mulas y bueyes), y el segundo por fuerza
hidráulica. La tecnificación se llevó a cabo en las propiedades de los religiosos
principalmente, pues ellos pudieron acumular la riqueza necesaria para las grandes
inversiones en maquinaria, edificaciones e instrumentos de trabajo.

El procesamiento de la caña requería mano de obra calificada, como `punteros',


albañiles, carpinteros, herreros, hojalateros, etcétera, que en su mayor parte fueron
trabajadores libres. La actividad en los campos, en cambio, se realizó fundamentalmente
con mano de obra indígena, obtenida de modo ilegal por medio del repartimiento, y
también con esclavos negros. La fuerza laboral estaba bien organizada y controlada por
`mandones' (capataces), y atendía faenas como cortar y acarrear leña, sembrar, limpiar,
regar y cortar la caña. Los esclavos negros por lo general hacían el trabajo en los
hornos, en las calderas y el arreo de las mulas.

Se sabe que entre los frailes dominicos de la Nueva España, a mediados del siglo XVII,
la actividad en el ingenio se iniciaba al amanecer, momento en el cual los esclavos e
indios, bajo las órdenes de un fraile, trasladaban el azúcar de la casa de calderas a la de
purgar o al asoleadero, y juntaban la leña para los hornos. Seguidamente, organizados
en cuadrillas controladas por un `mandón' o capataz, unos trabajadores se dirigían al
campo a cortar, escardar y sembrar caña, y otros, principalmente mujeres y niños
esclavos, se dedicaban a cargar las carretas en que se acarreaba la caña para ser molida.
Un grupo de negros, además, iba al monte a cortar leña, la que se acarreaba en mulas.
Todos, al retornar por la tarde, tenían que traer zacate para las mulas y venir cantando
las oraciones. A los esclavos se les hacía trabajar hasta una parte del día domingo,
después de asistir a misa:

...porque se escusarían muchas ofensas a Dios que con la


ociosidad unos se emborrachan, otros de mal natural salen
a los caminos y roban a los indios, se van a otros
ingenios y suelen no volver a casa en muchos meses, llevan
fuera lo que han hurtado, y todo se evita en tenerlos
ocupados.

En los ingenios de azúcar de la Provincia de Guatemala el número de esclavos y


trabajadores libres (69.69%) era mayor que el de los indios de repartimiento (30.31%),
mientras en los trapiches se empleaba una mayoría de indios de repartimiento (61.48%)
(ver Cuadro 38). El uso de indios de repartimiento estuvo prohibido por la Corona para
la actividad azucarera y la prohibición se reiteraba a medida que llegaban informes
como los siguientes: `...los trabajos que los indios han padecido y padecen en estos
ingenios de azúcar son muy graves, y causa de que se hayan consumido y acabado en él
muchos'; `...que los mandones negros los suelen maltratar y particularmente en el
ingenio de Don Juan Arrivillaga'; `...que en el ingenio de la compañía [de Jesús] les dan
mucha tarea'; que `...un negro los azota' en el ingenio de Santo Domingo; que van contra
su voluntad en `particular al trapiche de Francisco Antonio Fuentes y Guzmán porque
detiene la paga hasta el domingo por la tarde'. De tales informes se deduce que las
normas que se dictaron para corregir las irregularidades por lo general fueron
incumplidas.

Los miembros de la Audiencia, presionados por la Corona, ordenaron en 1680 una


inspección a ingenios y trapiches y, al constatar los múltiples abusos, se impusieron
multas en casi la totalidad de los casos: 200 pesos al ingenio de los dominicos y al de
los herederos de Juan Arrivillaga; 100 al ingenio del Colegio de la Compañía de Jesús y
al trapiche Santa Ana de los herederos de Joseph del Castillo; 75 pesos a los ingenios
del Rosario y de la Provincia y Religión de Santo Domingo (Escuintla) y al trapiche de
Pedro de Arochegui. Además se impusieron multas de 50 pesos a los siguientes
propietarios de trapiches: Francisco de Fuentes y Guzmán, Sebastián de Aguilar,
Francisco de Agüero, Juan García de Salas, herederos de Joseph del Castillo (trapiche
San Joseph), Luis Catalán y herederos de Agustín Bernal del Caño. Asimismo, se multó
con 25 pesos a los trapiches de San Nicolás (agustinos) y al del Presbítero Tomás de
Melgar.

No obstante, a pesar de las quejas, prohibiciones y multas, el repartimiento de indios se


mantuvo casi sin modificación, como lo confirma el propio Fuentes y Guzmán: `Mas
sin embargo, esto, como todo lo demás, se gobierna por el favor y los indios se reparten
a quienes se quiere, y en primer lugar para los ingenios y trapiches de azúcar'.

Además del guarapo que se obtenía al moler el jugo de la caña, se aprovechaba la


melaza en la fabricación del azúcar en los ingenios y de la panela en los trapiches. El
guarapo se utilizaba también para hacer aguardiente, actividad `estancada' en favor de la
Corona, pero que en su mayor parte se hacía de manera clandestina. Con el fin de
desplazar a los indígenas de la actividad azucarera, los españoles plantearon a fines del
siglo XVII una serie de argumentos morales enderezados a persuadir a las autoridades
coloniales para que se prohibiera a los indígenas cultivar caña de azúcar. Éstos, según se
decía, con las mieles `fabrican chicha y aguardiente, se embriagan, enferman, se hieren
unos a otros, caen en excesos libidinosos, cohabitan incestuosamente con sus hijas, sus
madres, hermanas, cuñadas, nueras y niñas de corta edad, y Dios es ofendido y el rey
pierde vasallos que se le mueren'. Sin embargo, los mismos dueños de obrajes y
trapiches pagaron en algunas ocasiones parte del jornal de los indios de repartimiento en
guarapo, por lo que el Rey ordenó en 1585 que no se continuara con esta costumbre, y
que, de violarse esta prohibición, se impondría una multa de 10 pesos.

Comercialización del azúcar

Fuera de las que se referían al pago de la alcabala, antes de 1597 no existían normas
escritas que regularan la comercialización del azúcar. A partir de dicho año, sin
embargo, el Ayuntamiento estableció el cargo de veedor de trapiches para regular la
actividad de los productores de azúcar. Entre las obligaciones del titular de dicho cargo
estaba la de fijar precios, medidas y los jornales pagados en los trapiches.

A medida que aumentó la producción también se comenzó a comercializar el azúcar en


Europa, pero las exportaciones no alcanzaron un gran volumen. Sin embargo, a
principios del siglo XVII el azúcar se producía en cantidades apreciables hasta el punto
que su comercio había permitido fortunas como la de Sebastián Zavaletta, la cual se
estimaba en más de 500,000 ducados. A fines del mismo siglo, la producción era de
unas 18,000 arrobas anuales, sin incluir la de los pequeños trapiches de los indígenas.
Ello dio como resultado el abaratamiento de la panela, lo cual, como ya se dijo antes,
fue motivo de preocupación para los dueños de ingenios y trapiches.

Producción Agropecuaria para la Exportación


Los españoles aprovecharon muchos productos locales para el desarrollo del comercio
ultramarino, entre ellos el cacao, tintes como el añil y la grana, y determinadas plantas
medicinales. Se sirvieron igualmente del ganado vacuno, introducido por ellos mismos,
para fomentar la exportación de cueros y sebos.

El cacao

El cacao (theobroma cacao), o `alimento de los dioses' como alguna vez se le llamó, se
cultivó en Mesoamérica desde aproximadamente 1500 AC y se utilizó como alimento y
principal medio de intercambio. Se empleó como alimento y bebida ceremonial por los
sectores de poder, en la forma preparada conocida como chocolate, mientras la mayoría
de la población lo consumía mezclado con maíz. Como medida de intercambio, los
pueblos mesoamericanos contabilizaron el cacao bajo las denominaciones monetarias
siguientes: el zontle, equivalente a 400 granos; el jiquipil, a 200 zontles; y la `carga' a
tres jiquipiles.

Los españoles tardaron en acostumbrarse y aficionarse al consumo del chocolate, pero


pronto se percataron del alto beneficio económico que se podía obtener de la
comercialización de los granos de cacao y las tabletas de chocolate. De esta guisa, Pedro
de Alvarado, su hermano Jorge y otros conquistadores, como Sancho de Barahona,
Hernando de Cheves y Juan Pérez Dardón se apoderaron de las principales regiones
cacaoteras (Atitlán, Suchitepéquez y Guazacapán), y lo mismo hicieron a mediados del
siglo XVI los primeros presidentes de la Audiencia.

A la llegada de los españoles, en el actual territorio de Centro América había regiones


cacaoteras como la del valle de Ulúa, sobre el litoral atlántico de Honduras, aunque las
más importantes estaban en el área del Pacífico, desde Tehuantepec y Soconusco hasta
Nicoya. Las rutas terrestres prehispánicas, de las que se tienen noticias referidas al
Período Clásico (Kaminaljuyú-Copán-Quiriguá-Tikal-Uaxactún), o bien las utilizadas
por los españoles durante la Conquista, desde el altiplano mexicano hasta Nicaragua y
sobre el litoral del Pacífico, atravesaban ciertamente las zonas cacaoteras. Se conocen
los antecedentes de algunos centros de comercio prehispánico, como el propio santuario
del `Cristo de Esquipulas', donde al parecer el culto católico desplazó al dios
mesoamericano del comercio. El Memorial de Sololá señala la importancia del cacao en
la economía prehispánica, el cual se pagaba por las poblaciones sometidas como tributo
a sus señores. Anne M. Chapman sugiere, asimismo, que los aztecas recibían tributo en
cacao desde lugares tan lejanos como Nito (Honduras) y Nicaragua.

A mediados del siglo XVI, por el drástico decrecimiento de la población indígena en


Soconusco, el incremento de la actividad cacaotera se hizo notorio en los Izalcos, región
que comprende las laderas de la Sierra Madre en los alrededores de los volcanes Izalco
y Santa Ana (El Salvador), donde se mantuvo una fuerte densidad de población nativa.
Asimismo, cobraron importancia las sementeras de Suchitepéquez, Guazacapán y
Chiquimula (ver Ilustración 118). Fuentes y Guzmán, en la época en que escribió su
obra a fines del siglo XVII, indicó que la mayor parte de los pueblos de Chiquimula
producían buena cantidad de cacao. Acota, sin embargo, que eran más rentables y
producían grano de mayor peso los cocaotales de las zonas del Pacífico, ya que allí cada
carga pesaba 75 libras, mientras las de Chiquimula apenas llegaban a 64 libras.

El cacao es una planta delicada y su cultivo requiere de atención permanente. Los


cuidados se prodigan desde el momento de la siembra, como lo indica Diego García de
Palacio en su informe de la visita que realizó en 1578 a varias provincias de la
Audiencia. Se señala en dicho informe que los indios realizaban ciertas ceremonias en el
momento de la siembra y sahumaban las semillas seleccionadas, que dejaban al sereno
durante cuatro noches en la época de plenilunio. En este mismo período observaban una
estricta abstinencia sexual. Juan de Pineda, quizás por sus nexos con los encomenderos,
menospreció la actividad que en 1594 desplegaban los indígenas en las zonas cacaoteras
y dice que `el único trabajo que los indios tienen que hacer para mantener estas
plantaciones es quitar las malas hierbas de debajo de los árboles, irrigarlos en verano y
recoger el fruto; y así pasan mucho tiempo descansando en sus casas'. Fuentes y
Guzmán, por el contrario, consideraba que el trabajo en las cacaoteras era exigente,
especialmente en verano, cuando debían construirse numerosos canales de riego desde
ríos y quebradas hasta las siembras. López de Velasco indicaba a fines del siglo XVI
que las penosas labores realizadas en la producción cacaotera de Soconusco eran las que
habían exterminado la población indígena. La realidad es que esta actividad no era tan
dura ni tan perjudicial a la salud como la requerida en los obrajes añileros, mas no
dejaba de ser pesada. En efecto, implicaba por lo menos dos limpias de la maleza
durante la época de lluvias, siembra de los árboles de madrecacao para la sombra,
sustitución de los árboles enfermos, recolección de la cosecha dos veces al año (la
mayor alrededor del día de San Juan y la menor en Navidad), la faena de secado y el
acarreo a hombros a largas distancias, esto último cuando menos durante las primeras
cinco décadas del siglo XVI, época en que el servicio de recuas todavía no se había
generalizado.

El cacao fue el primer producto agrícola que facilitó el enriquecimiento de algunos


conquistadores, de los descendientes de éstos y de algunos de los primeros
colonizadores del Reino de Guatemala.

Debe observarse que en relación con este cultivo, los españoles no cambiaron desde el
principio las relaciones de propiedad territorial y de producción que encontraron en las
comunidades indígenas que poseían cacaotales. Dejaron que los pueblos de indios y los
señores conservaran sus tierras y que las cultivaran como antes. Ello explica que
muchos pueblos del Altiplano contaran, a lo largo del período colonial, con milpas
anexas en la Costa Sur, en las que vivía parte de la población tributaria. Los indígenas
poseían estas milpas desde antes de la Conquista, época en la cual, según se dice:

...pagaban su tributo de esclavos, mantas, cacao, miel,


quetzales, e hacían sus sementeras de maíz, ají, frijoles
y las demás legumbres y le acudían con todos los demás
servicios personales como a tal su señor natural,
haciéndole sus casas y reparándosela según y como él lo
mandaba.

Pineda indica que en 1595 los pueblos de Tecpán Atitlán y Quezaltenango tenían dos
estancias cada uno, y Atitlán tenía cuatro. Consta, igualmente, que en algunos casos se
propició la migración, como sucedió a mediados del siglo XVI cuando indígenas de
Santiago Atitlán fueron llevados a Santa Bárbara, en la Bocacosta, con el propósito de
sembrar cacao y residir allí de modo permanente.

La continuidad de las relaciones laborales y el régimen de propiedad prehispánica no


implicó que los indígenas pudieran beneficiarse de las cosechas. El tributo fue el
mecanismo que sirvió tanto a los encomenderos como a la Corona para adueñarse de
numerosos productos de la tierra, en especial el cacao. Los indígenas principales
(gobernadores y alcaldes) fueron incorporados en la nueva estructura política y sirvieron
de intermediarios para la recolección del tributo desde mediados del siglo XVI. En ese
entonces, los pueblos de indios empezaron a pagar como tributo 10,097 jiquipiles de
cacao.

Desde el mismo siglo XVI se han discutido las relaciones entre la explotación cacaotera
y el decrecimiento violento de la población indígena. Las Relaciones que los visitadores
enviaron a la Corona señalaban el fenómeno demográfico, pero sin aludir a las causas
del mismo. En dichas Relaciones consta que zonas como Soconusco, que tenía 30,000
tributarios en el momento de la Conquista, sólo contaba con 2,000 después de 50 años.
San Andrés y San Francisco, estancias de Atitlán de 800 y 1,000 tributarios, quedaron
con 101 y 189, respectivamente. Pineda dice que en 1594 Iztapa era un pueblo `muy
fértil de cacao porque tiene muchas milpas y tantas que no las pueden beneficiar los
indios porque solía ser gran pueblo y ha venido en disminución por haberse muerto
mucha gente y haber muchas milpas sin que haya quien las beneficie'. En diferentes
reales cédulas se inquiría, asimismo, sobre las causas de la disminución de tributarios en
las regiones cacaoteras. Fueron los mismos indios los que aportaron la mejor
explicación del descenso demográfico. Naturales de las estancias de Atitlán señalaron al
respecto: `Y después de venidos los españoles les han sobrevivido muchas
enfermedades y pestilencias en diferentes veces... Y otros fallescieron de enfermedad de
viruela y sarampión y tabardete y sangre que le salía de las narices y otras pestilencias y
trabajos que les sucedieron'. El maltrato a los indios, prácticamente autorizado por la
misma Corona, fue otra de las causas de la declinación demográfica, según consta en
real cédula de 1630:

...y porque la ociosidad de los indios y su pereza en


acudir al beneficio y cultura de sus milpas de cacao es
notorio... y los daños de ella grandes al aumento y
conservación de los indios y de sus haciendas, y a la paga
de los tributos, para que los dichos daños cesen ordeno y
mando que todos los indios acudan todos los días que no
son de guardar para ellos al beneficio y cultura de las
dichas milpas de cacao. Y que al indio principal o
macehual que los alcaldes hallaren, o supieren, que ha
estado en su casa ocioso y dejado de acudir al beneficio
de las dichas milpas les den por la primera vez 25 azotes
en el palo de la picota del dicho pueblo, y por la segunda
vez 50. Agravándole la pena corporal por cada vez que
faltare: para que con esto acudan todos al beneficio que
tanto importa de sus haciendas.
Con la reforma institucional que se hizo a mediados del siglo XVI, por medio de la cual
se prohibió la esclavitud y se precisó que los indígenas sólo estaban obligados al tributo,
los primeros presidentes de la Audiencia, Alonso de Maldonado y Alonso López de
Cerrato, violando disposiciones reales, encomendaron pueblos cacaoteros a parientes
suyos o casaron a algunos de éstos con hijas de los principales encomenderos, para así
aprovechar el cacao pagado en tributo. Así lo refirió Francisco de Morales a la Corona
en 1562:

Si para los negocios que se ofrezcan de tomar vuestra


majestad la posesión de esta tierra e riqueza que es suya,
fueren menester algunos pleitos e autos no conviene que en
la audiencia de los confines se conozca de ello porque el
presidente e gobernador y oidores que allí hay y residen
ya son como vecinos encomenderos e de secreto pondrán
estorbos en la ejecución porque casi se trata de sus
intereses por estar emparentados en la tierra de esta
manera: el licenciado Loaysa oidor casó una hija con un
Sancho de Barahona encomendero de Atitlán e otra hija con
un Molina encomendero de Xicalapa provincias grandes; y
Barahona es cuñado del licenciado Caballón, fiscal casado
con su hermana y Alonso Hidalgo padrastro de los sobrinos
de Cerrato encomendero de Xalapa y Francisco López su
cuñado del Hidalgo es encomendero de Naolingo y un hermano
de Barahona está casado con hermana de Juan Guerrero nieto
del licenciado Cerrato que es cuñado del doctor Barrios,
oidor al cual dieron unos indios en esta comarca porque el
casamiento se hiciese a costa de los naturales.

Por otro lado, hubo casos de encomenderos que no tenían pueblos cacaoteros y que,
violando lo establecido en las tasaciones de las últimas décadas del siglo XVI,
empezaron a exigir a sus indígenas que se les entregara cacao en pago del tributo. Para
conseguir tal propósito sobornaban a las autoridades coloniales correspondientes. Los
indios de pueblos del Altiplano que no tenían estancias cacaoteras, empezaron a viajar
entonces a las zonas cálidas para trabajar y ganar los granos de cacao destinados al pago
del tributo. Los indios de Chiapas, Quiché y Huehuetenango tenían que bajar a
Soconusco y Suchitepéquez. Lo mismo hacían los de Verapaz, que se dirigían a la
región de Chiquimula, Izalcos y Guazacapán, para ganar el cacao de los tributos.
Ciertamente, los cambios climáticos violentos que implicaba el traslado de zonas frías a
cálidas y viceversa, contribuyeron a la propagación de enfermedades infecto-
contagiosas (paludismo, sarampión, viruela, fiebre amarilla) y a que disminuyera aún
más la población nativa. Gage indica que la peste de tabardillo sólo afectaba a los
nativos. Pineda, se refiere también a este fenómeno de la siguiente manera:

...y muchos indios se mueren porque como están hechos a su


temple y van a otras diferentes y tierras calientes,
enferman y se mueren; y otros indios se alquilan en las
tierras de cacao y se casan, que no saben dónde están; y
de quinientos indios que salen no vuelven cuatrocientos.

Elías Zamora piensa que la cifra anterior es exagerada y considera, como relación más
confiable, que de cada cinco que bajaban a las cacaoteras solían regresar menos de
cuatro.
Durante las primeras décadas del siglo XVI, la comercialización del cacao se hizo
principalmente con México y Perú. En el primer caso había dos rutas (ver Ilustración
129): la marítima, que salía de los puertos de Acajutla e Iztapa y terminaba en Huatulco,
Zihuatanejo y Acapulco, para continuar por tierra hasta México. La otra era una vía
terrestre que utilizaba las tradicionales veredas prehispánicas. El transporte hacia Perú
se hacía desde los puertos de Acajutla (El Salvador) y El Realejo (Nicaragua).

En la época citada, la adquisición de cacao estuvo ligada principalmente a la


encomienda, pero al cabo de poco tiempo las regiones cacaoteras se vieron inundadas
por tratantes (comerciantes) españoles que compraban a funcionarios corruptos el cacao
de los pueblos realengos o realizaban directamente operaciones de trueque con los
mismos indígenas. Juan de Estrada se refirió, en 1579, al frecuente comercio que
algunos españoles realizaban con cacao llevado de Suchitepéquez a Nueva España. Allí
vendían el producto y al regreso traían lienzos, paños, tafetanes, vestidos de la tierra
para los indios y mantas de algodón, que cambiaban nuevamente por cacao. En la región
de los Izalcos, los mercaderes se convirtieron asimismo en un sector político y
económico significativamente importante, y en 1555 tenían ya su propio centro de
control político en Sonsonate. En este lugar recolectaban el cacao de la región, que
después embarcaban en Acajutla hacia Acapulco, Panamá o Perú.

En el trato y comercio del cacao también intervinieron las autoridades civiles


(presidentes, oidores, alcaldes mayores, corregidores) y eclesiásticas (principalmente el
clero secular), que actuaban en connivencia con encomenderos y comerciantes. Fuentes
y Guzmán refiere las diferencias que surgieron entre las órdenes religiosas y el
obispado, por haber quitado a las primeras numerosos pueblos cacaoteros de la Costa
Sur (Nahualapa, San Antonio Suchitepéquez, Zapotitlán, Mazatenango, Cuyotenango,
Zambo, San Martín, San Felipe, San Luis), los cuales se dieron después a clérigos
inhabilitados por conductas delictivas, a prófugos y a forajidos del Perú.

A fines del siglo XVI, el consumo de cacao había ingresado ampliamente en los hábitos
alimenticios de los sectores adinerados de las principales naciones europeas. Ello no
obstante, la comercialización no se desarrolló con facilidad. Por ejemplo, la creciente
presencia de piratas en el Mar Caribe impidió el establecimiento de rutas fijas y la
Corona terminó por despreocuparse de la región centroamericana y aun limitar la
llegada de la flota a sus costas. Tal marginación sólo permitía el arribo esporádico de
embarcaciones. En dichas circunstancias, la ruta por Nicaragua adquirió mucha
importancia ya que las mercancías se podían sacar por el Río San Juan para llevarlas a
Cartagena y desde allí a España. Las otras rutas fueron la de Veracruz, en México, y
ocasionalmente la de Trujillo en Honduras (ver Ilustración 129).

En el período de la recesión económica (1630-1684) y no obstante la buena acogida que


tuvo el cacao en Europa, el comercio cacaotero se vio disminuido de modo
considerable, principalmente por las dificultades en el transporte, a lo cual se sumaba la
escasez de mano de obra y sobre todo la competencia de la producción cacaotera de
Guayaquil (Ecuador). Por medio de numerosas cédulas se trató de prohibir que el cacao
de Guayaquil se trajera a Guatemala, pero los mecanismos del contrabando fueron
mucho más poderosos que las leyes. A fines del siglo XVII, mientras el comercio del
cacao guatemalteco había disminuido, el de Guayaquil había aumentado porque el
precio era menor. Tal situación obligó a que el precio de ese producto guatemalteco
bajara de 30 a 15 pesos.
Resulta difícil calcular la cantidad de cacao que se exportaba anualmente en la época
que aquí se trata, sobre todo por la multiplicidad de vías comerciales y por el
contrabando. En 1560 parece que la exportación alcanzaba una cantidad aproximada de
20,000 cargas, con un valor de 60,000 pesos. Este dinero, sin embargo, no se traía en
efectivo por los comerciantes sino en mercadería, y ello indujo al Presidente Núñez de
Landecho a ordenar que por lo menos el 50% debía ingresar en moneda. García de
Palacio, con referencia a 1576, menciona una exportación de 50,000 cargas. Antonio
Vásquez de Espinosa indica que a principios del siglo XVII Sonsonate producía 50,000
cargas. García Peláez por su parte señaló que alrededor de 1638 la exportación era de
25,000 cargas, con un valor de 750,000 pesos. El Arzobispo, asimismo, apunta que los
pueblos de los Izalcos, a mediados del siglo XVI, producían 50,000 cargas.

El análisis de las cantidades de cacao recibido como tributo en Soconusco, por ejemplo
(ver Cuadro 39), muestra un incremento en la cantidad tributada a fines del siglo XVI,
lo cual coincide con un marcado ascenso en los precios del producto mientras, por otra
parte, la población disminuía notablemente. La Corona, a su vez, alrededor de ese
mismo año (1577) cobró el 7.5% del valor del cacao en concepto de almojarifazgo.

En 1612 los encomenderos y funcionarios influyeron para que se obligara a los


indígenas dueños de cacaoteras a pagar un tributo de cuatro granos por cada árbol
adicional a los tasados. Pero el Obispo Juan Ramírez condenó duramente la medida:

No hay razón alguna para que el indio que tiene milpa de


cacao pague más tributo del personal... porque muchos
pagan una carga de cacao y otros media, y valiendo la
carga cincuenta tostones viene a pagar el indio doscientos
reales de tributo, uno más y otros menos... siendo los
árboles naturalmente corruptibles y no accediendo todos
los años, los encomenderos los compelen a que les den el
cacao conforme a la tasación, y muchas veces en los
pueblos donde no hay cacao ni se ha criado obligan a los
indios que los vayan a buscar a otras partes con sus
reales.

Pineda analizó en 1594 las profundas diferencias en el pago del tributo que se notaban
entre los pueblos realengos y los de encomienda y apunta entre las causas principales la
defensa que los frailes hacían de los primeros, mientras en los segundos los
encomenderos y autoridades se aliaban para subir las tasaciones.

Durante la mayor parte de la época colonial, el cacao contribuyó a solventar


parcialmente la carencia de moneda y facilitó las compras en los mercados en todo el
Reino de Guatemala. En 1546, el mismo Cabildo de la ciudad de Santiago de
Guatemala ordenó que el cacao se utilizara como moneda corriente en los tiánguez.
Ciertamente, el valor del cacao fue muy variable, pues en 1524 la carga valía 8 pesos;
en 1560 valía 21 pesos 2 reales; en 1619 su valor era de 35 pesos; en 1652 valía 30
pesos 2 reales; y en 1682 su precio había descendido nuevamente a 15 pesos 2 reales
(ver Cuadro 40). Estas variaciones indican que hubo una gran inestabilidad económica
durante dicho período.

El añil
Los nativos utilizaron diferentes colorantes en sus actividades artesanales durante la
época prehispánica. Los más importantes eran la grana o cochinilla y el jiquilite o añil.
El Chilam Balam indica que el jiquilite se empleaba en los rituales de los indios. Fray
Diego de Landa señala, asimismo, que dicho tinte servía a los indígenas en su escritura,
para el teñido de sus telas y para pintar sus monumentos.

Durante las tres primeras décadas del período colonial no se produjo un mayor
desarrollo en las actividades agroexportadoras de Guatemala. El oro era el principal
foco de atracción en la vida cotidiana y en la escala de valores materiales de los
españoles que se habían avecindado en las nacientes ciudades surgidas de la Conquista,
pero no adquirió una importancia comercial realmente considerable. Entre las
actividades agrícolas prehispánicas, sólo la cacaotera tuvo cierta incidencia en el
comercio intrarregional, especialmente con México y Perú. Los españoles tardaron en
darse cuenta del beneficio que podía derivarse de la comercialización de los colorantes.
Hasta mediados del siglo XVI comenzaron a obligar a los indígenas a pagar con telas
una parte del tributo. Los corregidores, por su parte, en abuso del cargo, introdujeron el
repartimiento de algodón, en el cual se generalizó el uso del añil. En estas
circunstancias, se dieron cuenta de lo útil que podría ser dicho tinte en los obrajes
textileros europeos y del gran beneficio que podría derivarse de su comercialización.

En Europa, ciertamente, se conocían diferentes tipos de añil desde antes del


descubrimiento y la conquista del Nuevo Mundo. La palabra se derivó del árabe alnil,
que significa azul, y se empleó igualmente para referirse a una especie parecida que se
producía en el Lejano Oriente. A principios del siglo XVI el comercio de dicho
producto estaba aún controlado por los portugueses, pero Holanda e Inglaterra lo
monopolizaron después, a mediados del mismo siglo. En la Corte de España se tuvo
conocimiento del tinte empleado por los indígenas, y se solicitó entonces, en 1558, la
correspondiente información a las autoridades coloniales. Se hizo ver que España
compraba a Francia y Portugal un tinte denominado `pastel' para dar el color azul a los
paños y a los textiles de todo tipo. Se pidió expresamente confirmar si era cierto que en
ese continente había `una hierba o tierra que hace el mismo efecto que el pastel, porque
con ello se tiñe y da color azul a los paños de lana y algodón que en esas partes se hacen
y labran por los indios'. La información enviada de vuelta tuvo sus efectos, pues en
1571 la exportación del añil guatemalteco a España era ya una realidad.

El jiquilite (Indigofera sufructicosa e Indigofera tinctoria) es una planta silvestre que


crece en las sabanas y en las márgenes de los ríos, en las regiones tropicales. En
Mesoamérica, antes de la venida de los españoles, no fue propiamente objeto de cultivo.
Los indígenas simplemente cortaban la hierba y la procesaban cuando necesitaban el
tinte azul en sus tejidos.

Las exportaciones de añil comenzaron a cobrar importancia en el último cuarto del siglo
XVI, y ello indujo a los colonos españoles de estas tierras a cultivarlo, pues el jiquilite
silvestre no resultaba suficiente ante la creciente demanda. La nueva actividad
agropecuaria se desarrolló principalmente en la zona costera del Pacífico, entre
Escuintla y las tierras bajas del occidente de Nicaragua. Dichas tierras eran aptas para el
cultivo y además estaban densamente pobladas, lo cual era muy importante para
garantizar la mano de obra.
A medida que la actividad añilera se expandía, se comenzaron a dar profundas
transformaciones en las relaciones de propiedad y de trabajo que habían sido
institucionalizadas por medio de las Leyes Nuevas a mediados del siglo XVI. En efecto,
el jiquilite, a diferencia del cacao, involucró en forma directa al colono español. Los
vecinos de las distintas ciudades del área prácticamente crearon ellos mismos las nuevas
relaciones de propiedad y de trabajo. El proceso comenzó en el momento en que se
asentaron en tierras baldías o realengas para después optar por el desembozado arrebato
de las tierras comunales de los indios. La Corona aprovechó, a su vez, el naciente
interés de los vecinos del Reino de Guatemala por la actividad añilera y la desmesurada
ambición por la tierra que la misma había suscitado, y obligó a los nuevos `propietarios'
a legalizar las tierras que habían usurpado, lo cual permitiría la consolidación de la
política fiscal y el incremento de la Real Hacienda. La situación descrita permitió que
en el período comprendido entre 1590 y 1620 los españoles se apropiaran de la mayor
parte de las tierras útiles para el cultivo del añil. Se presentaron entonces numerosas
solicitudes de tierras para este cultivo, y en las mismas se aducía que dichas tierras no
estaban ocupadas por indígenas. En tales circunstancias, se efectuaron muchas
`composiciones' sobre tierras de Guazacapán, Escuintla, Chiquimula, Suchitepéquez,
etcétera. La Corona, sin embargo, no se dio por satisfecha con las primeras
composiciones, y en 1689 obligó nuevamente a los dueños de los obrajes de añil a
legalizar la propiedad de las tierras.

La producción y procesamiento del jiquilite pronto requirió una atención especial de


parte de los dueños de los obrajes, ya que de ello dependía la calidad del tinte. La
técnica más generalizada para la siembra consistía en `rozar' durante enero y febrero,
arar en marzo, y después regar la semilla en abril, por lo general al boleo. Al principio
del invierno se hacía el deshierbe, para lo cual casi siempre se soltaba ganado en los
campos. Este, que era vacuno en su mayor parte, se comía el monte y dejaba el jiquilite,
pero seguramente causaba daños a las milpas de maíz y frijol de los indios, ya que los
predios no estaban cercados. El corte de jiquilite se hacía por lo regular cuando la planta
tenía dos o tres años, entre los meses de julio y septiembre, ya que las plantaciones de
un año no producían buen tinte. Al terminar el corte de la planta cultivada se continuaba
con la silvestre. A este último lo llamaban `sacamile', y la faena de su recolección se
extendía hasta diciembre. La actividad añilera en su conjunto exigía un alto grado de
concentración y utilización de mucha mano de obra a principios y a mediados de año, lo
cual tenía efectos negativos en la producción de granos básicos, pues coincidía con la
siembra y la cosecha de maíz y frijol.

La langosta, conocida también con el nombre de `chapulín', era uno de los peores
enemigos de los cultivadores de jiquilite. Gage refiere que durante su estancia en
Guatemala, a principios del siglo XVII, hubo una invasión de estos insectos que volaban
`en enjambres tan densos e infinitos que en verdad cubrían el rostro del sol'. Y acota el
cronista que `los granjeros de la zona de la costa sur se lamentaban porque su índigo,
que estaba creciendo entonces, estaba expuesto a ser devorado'.

Después del corte, el jiquilite se trasladaba, ora en hombros, ora en carretas tiradas por
bueyes, a los obrajes añileros donde habría de emprenderse el procesamiento. Los
obrajes estaban instalados cerca de quebradas, lagunas o fuentes de agua, que se
requería en gran cantidad. Los pequeños cultivadores de jiquilite (`poquiteros') no
tenían obrajes. Buena parte de ellos era de pardos y blancos pobres. A principios del
siglo XVII había un poco más de 40 obrajes en el Corregimiento de Escuintla y 60 en el
de Guazacapán. La actividad en los obrajes era muy especializada y dirigida por
personas de mucha experiencia en la extracción del tinte, a quienes se conocía con el
nombre de `punteros'. El `zacate', es decir, las plantas, se depositaba en canoas de
madera, que más adelante fueron sustituidas por pilas de calicanto. En ambos casos el
tratamiento a que se sometía el jiquilite era semejante: fermentación, coagulación y
secado. La primera consistía en dejar el jiquilite en remojo, por un tiempo que oscilaba
entre seis y 20 horas, hasta que el agua se ponía azul y comenzaba a burbujear. Ello
dependía de la calidad del zacate y por el experto. La etapa de coagulación consistía en
batir el zacate durante tres o cinco horas, hasta que se disolvía y empezaba a asentarse.
Finalmente, el secado consistía en botar el agua de la superficie y colocar en cajas el
material sólido del fondo para ponerlo a secar al sol. Después de varios días, los grandes
bloques de tinta se cortaban en barras de aproximadamente 214 libras, que se envolvían
en tela para su almacenamiento y posterior embarque. El añil de la Provincia de
Guatemala se exportaba en cajas hechas en los aserraderos de Patzún o en bolsones de
cuero llamados `zurrones'. De un promedio de 100 cargas de tres haces de hierba se
obtenían 100 libras de tinta.

En los obrajes de añil se adulteraba con frecuencia el producto final, ya que en la etapa
de secado se añadía tierra o ceniza para aumentar la cantidad. Ello obligó a los
compradores a adoptar un proceso de control de calidad y se estableció que, según la
edad del zacate y el tratamiento a que el mismo se sometía, se podían obtener tres
variedades:

...la primera llamada corte, que era la calidad más


corriente, tendía a ser opaca y no flotaba en el agua; la
llamada sobresaliente, menos compacta y al flotar
solamente salía del agua una mínima parte; y la calidad
superior, llamada flor, famosa por su color azul menos
intenso que podía reducirse a polvo fino fácilmente, sólo
con frotarlo entre los dedos.

La actividad en el obraje absorbía más recursos humanos directos que mecánicos. En


efecto, la tarea más dura e insalubre era la de coagulación, realizada por hombres
metidos en las pilas. Sólo en algunos obrajes se utilizaban ruedas, impulsadas por
caballos, bueyes o agua, para mover los palos batientes. En los tanques de remojo del
jiquilite se acumulaba una masa fétida de tallos y hojas que amenazaban
permanentemente la salud de hombres y animales. Rafael Landívar alude a ello en su
Rusticatio Mexicana:

De allí se reproduce una mosca acometiva que, armada de


trompa, se atreve a atacar las manos de los hombres y el
lomo de las bestias, chupándoles el fluido purpúreo con la
brava probóscide. Por esto verás a menudo las manos
destilar sangre, y las piernas agobiadas de terribles
pústulas.

El fenómeno aquel de la insalubridad, sin embargo, no fue objeto sólo de la observación


sensitiva de poetas. Anteriormente, en 1610, la Corona se había mostrado preocupada
por la disminución en la cantidad de los tributarios de los pueblos realengos y había
tratado de establecer si era cierto lo que se decía:

...que en este beneficio enferma y muere mucha gente por


ser tan fuerte esta hierba que de solo entrar las manos o
los pies en el agua donde está la hoja cuando se ha de
sacar los palos o piedras con que está debajo del agua y
la misma hierba se les comen y canceran las carnes; y
después estando golpeando el agua se levanta un humo tan
malo que penetra los sesos y causan otros daños con que se
han consumido muchos indios en las partes donde se
beneficia el añil.

Ciertamente, la Corona se interesó en repetidas ocasiones por la suerte de los indios que
trabajaban en aquellas deplorables condiciones y emitió diferentes cédulas (1545, 1563,
1581, 1636, 1643) por las cuales se prohibía su empleo en los obrajes añileros. Empero,
la ley se cumplió sólo por excepción, ya que los dueños de obrajes utilizaron toda clase
de subterfugios para obligar a los indios a trabajar en el procesamiento del añil. La
Audiencia se ocupó en 1583 de tales anomalías, e indicó específicamente que a pesar de
la prohibición de emplear a los indígenas en la elaboración de añil, los dueños de
obrajes encontraban medios para burlar las normas. Uno de tales medios consistía en no
emplearlos directamente y, en cambio, `se concertan con ellos y les compran cada
quintal de hoja de la dicha tinta por un tanto y en pago de ello les dan ropa a tan subidos
precios que lo que vale uno les cargan por diez'.

Las autoridades coloniales del Reino de Guatemala presionadas por la Corona, se vieron
obligadas a designar jueces visitadores para verificar si las leyes correspondientes se
cumplían en los obrajes. Dichos jueces, sin embargo, no impidieron los abusos y se
convirtieron en un medio más para propiciar el enriquecimiento de los funcionarios
coloniales y sus familiares. En consecuencia, muchos pueblos de indios desaparecieron
por los efectos negativos de la actividad añilera, y no se conservó de ellos sino los
nombres. Los propietarios de las haciendas inmediatas, en tanto, ocupaban las tierras
baldías, sin medirlas ni entrar en composición con la Corona. Un sacerdote dejó el
siguiente relato de principios del siglo XVII:

He visto grandes poblaciones indígenas casi destruidas


después de que se instalaron cerca de ellas molinos de
añil, porque la mayoría de los indios que entran a
trabajar en los molinos enferman pronto, como resultado de
los trabajos forzados y del efecto de las pilas de añil en
descomposición que ellos amontonan. Hablo por experiencia
pues varias veces he confesado a gran número de indios con
fiebre y he estado allí cuando se los llevaban de los
molinos para enterrarlos.

Las relaciones de trabajo en los obrajes fueron distintas a las que predominaron durante
la época colonial en otras actividades agrícolas, como la cacaotera, la de los ingenios de
azúcar o la correspondiente a las siembras de trigo. Murdo MacLeod describe aquéllas
de la siguiente manera:

...el propietario les proporcionaba [a los indios]


alimentos, vestido y casa y algunas veces también un
pequeño jornal. El pagaba además su tributo a las
autoridades y los protegía de otras fuerzas intrusas. A
cambio, los laborantes se enganchaban a la hacienda
convirtiéndose en parte de sus propiedades tangibles.
Tales gentes, algunas veces conocidos como adscritos o
peones, podían ser comprados y vendidos con la hacienda
donde vivían.
Las nuevas relaciones laborales, que Murdo MacLeod denomina indistintamente
peonaje por deuda, aparcería y adscripción ad glebam, representaron, a juicio de dicho
autor, un mejoramiento en las condiciones de vida y de trabajo de algunos indígenas.
Los documentos coloniales, empero, parecen indicar lo contrario. En uno de éstos se lee
literalmente:

...la experiencia demuestra en estas provincias el gran


daño que se les ha infligido a los indios embaucándoles o
forzándoles a trabajar en los molinos de añil. Habiendo
comenzado la producción de este colorante en las tierras
baldías de la costa y en otras partes, la codicia de los
españoles por el producto es tan grande que no sólo se
apoderan de las tierras de los naturales, sino también de
sus personas; de tal forma que, hablando en términos
generales, los actuales molinos de añil marcan la
localización de los pueblos indios que han sido
destruidos... pueblos que tenían miles de habitantes han
sobrevivido sólo como nombres de lugares desiertos, y las
tierras que les pertenecían han sido absorbidas por los
terratenientes vecinos.

García Peláez, por su parte, explica que el artificio empleado por los españoles para
retener a los indígenas consistía en adelantarles dinero, ropas y otras cosas, haciendo
escritura del recibo y del compromiso de servirles durante el tiempo a que equivalía
dicha cantidad, y antes que cumplieran el término por el que se habían concertado les
adelantaban más, con lo cual `los hacían servir como perpetuos esclavos'.

Los dueños de obrajes se auxiliaron de negros, mulatos y pardos, a quienes por lo


general utilizaban en calidad de calpixques o capataces, a fin de garantizarse la mano de
obra necesaria. Tal práctica era prohibida por las leyes, mas ella fue un medio
importante con que se contó en los obrajes añileros para conseguir y conservar los
trabajadores que necesitaban los propietarios.

Las condiciones generales que padecían los indios en algunos obrajes se describen en un
documento de 1582:

...y los tratan peor que a esclavos... algunos muertos a


azotes y mujeres que mueren y revientan con las pesadas
cargas y a otras y a sus hijos los hacen servir en sus
granjerías y duermen en los campos y allí paren y crían
mordidas de zabandijas ponzoñosas, y muchos se ahorcan, y
otros toman hierbas venenosas, y que hay madres que matan
a sus hijos en pariéndoles, diciendo que lo hacen por
librarlos de trabajos que ellos padecen.

A mediados del siglo XVI, la comercialización del añil se hacía para satisfacer la
demanda local de tintes usados en paños y mantas. Posteriormente, el mercado se
expandió a México y en mayor medida al Perú, lugares en los cuales los obrajes de paño
se habían multiplicado. A cambio del añil, del Perú se traía vino, aceite y plata, pero la
mayor parte de este comercio se hacía de contrabando, y por ello no se conocen los
registros cuantitativos del intercambio.

En 1570, el comercio añilero comenzó a cruzar el Atlántico y a negociarse regularmente


por Puerto Caballos y Trujillo, por el Río San Juan, vía Cartagena, o por Veracruz. La
primera etapa floreciente de esta actividad se extendió de 1570 a 1630. La expansión del
comercio transoceánico indujo al Gobernador Alonso Criado de Castilla a buscar una
ruta más corta por el Golfo de Honduras, y a mejorar las condiciones portuarias y la
defensa contra los piratas en el Atlántico.

El tráfico del añil era intenso, pero se desconocen las cantidades precisas que se
exportaban a Europa. Algunas cifras muestran altos índices de producción alcanzados
en 1630 (ver Cuadro 41), pero a partir de este año se marca también el descenso en los
niveles productivos. La causa de esto último, como lo señaló el Ayuntamiento en 1659,
fue el cese del tráfico marítimo, por el incremento de la piratería: `...esto casi más ha de
veinte años por la infestación de enemigos... y a esta causa y a otras ha llegado este
reino a suma pobreza por no tener saca ni salida de sus frutos, en particular el de la tinta
añil'. Sin embargo, y paradójicamente, la Armada de Barlovento, creada en 1636 con el
fin de defender a la flota española, se sostuvo en parte gracias al impuesto adicional de
cuatro reales por cada cajón de tinta exportado. Si bien el comercio trasatlántico decayó
ostensiblemente, se sostuvo en cambio el establecido con México y principalmente con
Perú. A este último país se le autorizó negociar anualmente en estas partes hasta
200,000 pesos, que se invertían en su mayor parte en la compra de añil y brea. Pese a
todo, a fines del siglo XVII, la actividad añilera se había recuperado casi por completo.

Durante el período de crisis, el comercio de la tinta se hizo preferentemente por el Río


San Juan (Nicaragua) hacia Cartagena de Indias. Allí se cargaba en los galeones que
llegaban de Portobelo con los tesoros del Perú. Thomas Gage habla de numerosas
recuas de mulas con cargamentos de índigo, cochinilla y azúcar, que luego se
transportaban a Cartagena y de allí a Sevilla, para enviarse finalmente a Inglaterra y
Holanda. Gran parte de las exportaciones de añil formaban parte de una extensa
actividad de contrabando, de la que participaban hasta los mismos presidentes de la
Audiencia. Tal fue el caso de Martín Carlos de Mencos, que en 1663 sacó de
contrabando 800 cajas de añil.

El cultivo del añil fue en su mayor parte una actividad de pequeños propietarios,
llamados `poquiteros'. Jesús García Añoveros calcula que ellos cubrían, a finales del
siglo XVIII, dos terceras partes del total de la producción. Sin embargo, la actividad
añilera generó el enriquecimiento de una minoría que controlaba el comercio, en
algunos casos con capitales de 50,000, 100,000 y hasta 500,000 ducados. Entre ellos
cabe citar, a principios del siglo XVII, los nombres de Antonio Justiniano, Regidor de
Santiago, que compró para un sobrino la Alcaldía de San Salvador; de Tomás de
Siliézar (vizcaíno), Pedro de Lira, Antonio Fernández y Bartolomé Núñez, los dos
últimos de origen portugués.

Los conflictos entre los productores y las autoridades coloniales fueron constantes, pues
éstas provocaban el soborno como una forma fácil de enriquecimiento. En efecto,
fueron los funcionarios los principales culpables de que las leyes en favor de los
indígenas no se cumplieran, pues en cada visita a un obraje obtenían un quintal de añil,
a cambio de no informar sobre las anomalías que encontraban. Los añileros no por ello
vacilaron en desenmascararlos y ofrecieron a la Corona 20,000 libras anuales de añil si
se suprimían las visitas oficiales a los obrajes. Los añileros denunciaron que si bien los
informes señalaban que no había trabajadores indígenas en los obrajes, la verdad,
decían, `es que no hay hacienda donde no sirvan y se vayan a alquilar para pagar sus
tributos y vestir sus mujeres e hijos'. Las anomalías mencionadas se prolongaron porque
las regiones añileras estaban administradas principalmente por el clero secular, y este
sector de la sociedad colonial también estaba interesado en su propio enriquecimiento,
ya que el añil generaba muchos beneficios. Los productores, en efecto, tenían que pagar
un quintal de diezmo por cada 20 cosechados.

Desarrollo Pecuario
La actividad pecuaria en la Mesoamérica prehispánica apenas tuvo un desarrollo
incipiente con la crianza domética del `chompipe' o guajolote y el engorde del `perro
mudo'. Sin embargo, se consumía carne silvestre obtenida mediante la caza. Los
españoles, en cambio, estaban acostumbrados a una dieta de carnes y productos lácteos
en una apreciable variedad. También usaban animales como medio de locomoción y de
tracción, y como fuente de materia prima para artículos de lana y para otros artículos. A
ello obedeció la necesidad de traer diferentes especies pecuarias.

Ganado equino

El caballo fue un elemento fundamental en el proceso de conquista. Su posesión


marcaba diferencias sociales entre los españoles e implicaba un mayor derecho en la
repartición de privilegios y riquezas. Se utilizó como un recurso bélico importante, para
crear el pánico entre los indígenas y obtener más fáciles victorias en los campos de
batalla. El valor que alcanzó el caballo entre los españoles se puede medir por hechos
como el siguiente: Pedro de Alvarado, en la ocasión de su correría por el señorío de
Cuscatlán, mandó herrar a muchos nativos caídos como prisioneros, con la excusa de
recobrar el valor de 11 caballos que había perdido en el combate.

Hernán Cortés contribuyó particularmente al desarrollo de la ganadería equina, ya que


en 1529 hizo traer a Trujillo (Honduras), desde Cuba y Jamaica, una buena cantidad de
ganado, principalmente yeguas y caballos, para lo cual se usaron cuatro navíos. El
ganado equino se reprodujo con rapidez, y el Ayuntamiento se vio precisado a ordenar,
en 1531, que la crianza se realizara lejos de las tierras ejidales, entre Escuintla y
Masagua.

Durante las primeras décadas de vida colonial se emplearon caballos y yeguas,


especialmente para montar. Sin embargo, poco a poco se hizo necesario introducir
bestias de carga o promover su propia reproducción. Esto último se observó
particularmente en la segunda mitad del siglo, cuando la población indígena había
disminuido drásticamente y no se conseguían los cargadores, o tamemes, con la misma
facilidad de antes. Entonces se empezaron a formar en el Reino de Guatemala las
primeras recuas y patachos de mulas para transportar el cacao desde los centros de
cultivo y producción en Soconusco, Suchitepéquez e Izalco hacia los puertos de
embarque y los lugares de comercialización.

A principios del siglo XVII, el número de bestias mulares era considerable y muchos de
dichos animales se criaban en estancias del Corregimiento de Chiquimula de la Sierra.
Los dueños de recuas prestaban el servicio de transporte de carga en distintas
direcciones, y llegaban hasta el Golfo Dulce, Trujillo, México, Veracruz, San Salvador,
León, Granada, Cartago y Panamá. A lo largo de los caminos tenían postas cada cinco
leguas a fin de relevar a las bestias cansadas, y allí mismo funcionaban ventas bien
abastecidas al servicio de los viajantes. Thomas Gage escribió en 1630 que pobladores
de Mixco se especializaban en el transporte de carga y tenían alrededor de 1,000 mulas.
La empresa comercial de Juan Palomeque era la más importante en Guatemala, pues
sólo en ella se disponía de 300 mulas para llevar y traer carga al Golfo Dulce. Indica
asimismo Gage que en Granada vio pasar hacia Panamá recuas de hasta 300 bestias de
carga provenientes de las ciudades de Guatemala, Comayagua y San Salvador. Iban
conducidas por negros y cargadas de añil, grana, cueros, azúcar y dinero, todo en
calidad de rentas del Rey.

Después de la Conquista, el caballo quedó más bien como signo de distinción y se


empleaba como animal de silla o para jalar los coches (carruajes). La distinción y
privilegio de montar a caballo se extendió a muchos caciques indígenas, por el apoyo
que brindaron en la Conquista y el que entonces prestaban para el control de los pueblos
de indios. Bernal Díaz del Castillo se refirió a ello en los siguientes términos:

Demás desto, todos los caciques tienen caballos, y son


ricos, traen jaeces con buenas sillas, y se pasean por las
ciudades y villas, y lugares donde se van a holgar, o son
naturales, y llevan sus indios por pajes que les
acompañan; y aun en algunos pueblos juegan cañas, y corren
toros, y corren sortijas, especial si es día de Corpus
Cristi, o del señor San Juan, o señor Santiago, o de
nuestra señora de agosto, o la advocación de la iglesia
del santo de su pueblo; y hay muchos que aguardan los
toros, y aunque sean bravos, y muchos de ellos son
jinetes, en especial en un pueblo que se dice Chiapa de
los indios, y los que son caciques, todos los más tienen
caballos, y algunos hatos de yeguas, y mulas se ayudan con
ello a traer leña y maíz y cal, y otras cosas deste arte,
y lo venden por las plazas, y son muchos de ellos
arrieros, y de la manera que en nuestra Castilla se usa.

Ganado vacuno

La introducción de ganado vacuno en Guatemala parece ser que se debió a Héctor de la


Barreda, quien trajo desde Cuba 30 terneras y un toro semental y formó un hato en un
sitio que se conoció desde entonces como Valle de Las Vacas, en el actual asiento de la
ciudad de Guatemala. Ello debe haber ocurrido antes de 1530. En esa fecha el
Ayuntamiento fijó el precio de un toro en 25 pesos de oro, y dos años después ya se
lidiaban toros en las fiestas de Santiago.

Al principio el ganado vacuno se utilizó principalmente como alimento, pero en la


medida que el mismo se multiplicaba se le aprovechaba también con fines industriales.
El cuero y el sebo se utilizaban para fabricar jabones y velas. Estas últimas servían para
procurarse iluminación en las casas y también se usaban en el culto religioso, negocio
este último que fue muy fomentado con fines lucrativos por los curas doctrineros.

El ganado vacuno se crió primero en los alrededores de la ciudad de Santiago, pero dado
el daño que el mismo producía en las siembras de trigo y de maíz, en 1532 se ordenó
sacarlo del valle a los extremos de los ejidos. La rápida multiplicación del ganado fue
favorecida por la abundancia de pastos y también se consiguió a expensas de las milpas
de los indígenas, quienes tenían que soportar tal situación por temor a las represalias de
los dueños de las vacas. Después de poco tiempo empezaron a surgir estancias de
ganado en el camino hacia el Golfo Dulce y sobre todo en la Costa Sur, en las márgenes
del Río Michatoya, desaguadero del Lago de Amatitlán. En este lugar Pedro de
Alvarado tuvo un hato de 700 cabezas. El ganado creció en las mencionadas regiones
cálidas casi en la misma medida que el número de indígenas decrecía. La destrucción
que éstos sufrían en sus milpas y el descenso demográfico provocado especialmente por
las enfermedades endémicas explican esta situación.

A fines del siglo XVI, con el incremento de la actividad añilera en las zonas cálidas, la
ganadería cobró renovados impulsos en esas regiones. En primer lugar, el ganado se
usaba en el deshierbe de los sembrados y, en segundo lugar, del mismo se obtenían los
cueros utilizados para empacar el añil, así como el sebo usado como lubricante en las
carretas. En las regiones de Chiquimula de la Sierra y la Costa Sur surgieron muchas
estancias de ganado mayor y algunos estancieros llegaron a tener, en las primeras
décadas del siglo XVII, hasta 40,000 cabezas. Thomas Gage lo indica de este modo:

La mayor parte de éstos vienen de los grandes terrenos que


están en la costa del mar del sur, en donde en mi tiempo
había un hombre que comerciaba en engordar ganado mayor y
que sin salir de sus posesiones contaba más de cuarenta
mil cabezas suyas entre grandes y chicas, sin contar las
que llaman cimarrones o salvajes que están siempre en los
bosques y en las montañas, y que los negros cazan como a
los jabalíes a fin de que no se multipliquen tanto, y de
que no hagan perjuicios.

Refiere asimismo dicho autor, que en Cerro Redondo estaba una de las mayores
estancias de ganado vacuno y ovino y que allí se hacía uno de los mejores quesos del
país. En 1604, en Santiago de Guatemala había 33 criadores de ganado. En la Provincia
de Nicaragua la crianza de vacunos tuvo un extraordinario impulso, principalmente en
las numerosas haciendas situadas en las márgenes de los grandes lagos de Nicaragua y
Managua.

En las décadas que siguieron a su fundación, Santiago de Guatemala fue autosuficiente


en cuanto al abastecimiento de carne de res. Sin embargo, en 1570 parte del ganado
provenía de Honduras, y en la década de 1630 una buena cantidad de reses venía de
Comayagua, San Salvador y Nicaragua. Tanto la crianza de ganado como el destace y la
venta legal de carne de res, fueron actividades controladas exclusivamente por
españoles, aunque en ellas se empleaba a mulatos y pardos, específicamente en el
trabajo rústico en las haciendas y los mataderos.

El abastecimiento de carne de res era un negocio que el Ayuntamiento subastaba


anualmente. Sin embargo, el destace y el comercio clandestinos habían crecido
considerablemente a fines del siglo XVI, y ello, más los impuestos que debían pagar
(alcabala, `prometido para propios', sisa, limosnas) fue un factor determinante para que
en muchas ocasiones no hubiera postor alguno en la subasta. Para obviar tal dificultad el
Ayuntamiento de Santiago ofrecía préstamos hasta de 5,000 tostones a los potenciales
empresarios, pero ante el fracaso de dicha política se distribuían las responsabilidades
empresariales en forma obligatoria entre los criadores y dueños de ganado. En realidad
el destace clandestino tenía muchas ventajas sobre el autorizado legalmente, pues de tal
manera se evadía el pago de impuestos, principalmente el de `prometido para propios',
el cual se destinaba en parte, por mandato de la Corona de finales del siglo XVI, a la
fortificación y defensa de los puertos.

El destace clandestino no se realizaba exclusivamente para el abastecimiento de carne a


la ciudad sino, en buena medida, para procesar los cueros, que tenían mucha demanda
interna y externa. En efecto, éstos se usaban para fabricar los zurrones en que se
empacaba el añil, o se comercializaban directamente en el exterior. Tal se infiere de las
ordenanzas sobre el funcionamiento de las estancias de ganado vacuno emitidas en
1607:

Por cuanto en esta ciudad de Santiago de Guatemala y las


demás del distrito de esta real audiencia se carece de
carne de vaca por la notable falta de ganado vacuno que de
diez años a esta parte ha habido y a causa de la
exhorbitancia y exceso que han tenido en matar y consumir
sólo los dueños de estancias, mayordomos de ellas y
personas que lo han comprado para dejarretarlo y hacer
cueros para enviar a los reinos de España y otras partes,
e indios que están en comarca de las dichas estancias,
obrajes de tinta, mestizos, mulatos y negros han hecho lo
mismo para aprovecharse del sebo; sin embargo de los autos
proveídos por gobierno diversas veces que lo prohiben y
que por esto las estancias que tenían hasta diez mil
cabezas no tengan al presente doscientas y este daño no
sólo ha resultado contra el bien común, pero también
contra los mismos dueños porque sucede que un dueño de
estancia vende a otro mil cabezas y le da permiso para
dejarretarlas, el comprador mata otras mil ajenas por
andar revuelto el ganado de muchos dueños.

Ciertamente, no toda la carne obtenida en el destace clandestino se perdía. Una parte se


salaba para hacer tasajo, y éste representaba un enriquecimiento más fácil para los
dueños de haciendas que la venta de la carne en la ciudad, pues a cambio del tasajo y en
forma muy ventajosa se conseguían otras mercancías en las zonas cacaoteras, en los
obrajes añileros y en las minas. En estos lugares, como lo indica Gage, `las más veces
dan lo que vale un ochavo de carne por más de cinco sueldos de cacao'.

En el siglo XVII las revendedoras de carne de res contribuyeron también al surgimiento


del `mercado negro' de dicho producto. El Ayuntamiento se propuso reiteradamente
combatir tal actividad, pero todos los intentos terminaron en fracasos. Las revendedoras
se abastecían por lo general del destace clandestino, y en su defensa decían lo siguiente:

...ellas regularmente compraban dos reales de carne en el


matadero o en las carnicerías, y luego la vendían en
trozos o adobada en la plaza. Agregaban en su defensa que
al vender la carne en porciones pequeñas, ayudaban a los
pobres que no podían pagar el precio de medio real, ni
consumir tanta carne a la vez, como era vendida en las
carnicerías.

Durante el siglo XVI el precio de la carne fue bajo, y en las décadas de los setentas y
ochentas se podían obtener hasta 30 y 40 libras por un real. En las últimas dos décadas,
empero, el precio fue aumentando. En 1604 se compraban 14 libras por un real, en tanto
que en 1654, 12; en 1686 y 1696, por el mismo precio se compraban ocho y seis,
respectivamente (ver Cuadro 42). MacLeod supone que tal encarecimiento fue resultado
de una disminución del número de reses, fenómeno causado a su vez por el
empobrecimiento de los suelos y la matanza en gran escala.

Ganado ovino

El pastoreo de rebaños de ovejas era una actividad familiar para muchos españoles de
cuantos vinieron en la Conquista, pues procedían de familias de pastores y pequeños
agricultores de Castilla y Extremadura. Al fracasar los planes de enriquecimiento rápido
mediante la explotación minera, los miembros de las primeras expediciones tuvieron
que resignarse y aceptar uno más lento, y por los mismo se dedicaron a diversas
actividades agropecuarias.

El contador Francisco de Zorrilla, quien llegó en 1530 con Pedro de Alvarado cuando
éste retornaba de España, trajo los primeros especímenes de ganado ovino y con ellos
formó el primer rebaño en un sitio que se le otorgó en las cercanías de la ciudad. El
pastoreo de ovejas, sin embargo, a diferencia de lo que ocurrió con la crianza de ganado
bovino, pasó casi de inmediato a ser una actividad de los indígenas. En efecto, la
encomienda-repartimiento, la institución que canalizó en las primeras tres décadas el
trabajo de los indígenas, se utilizó de modo preponderante para conseguir que éstos se
dedicaran obligadamente a la crianza de ovejas. El mismo Pedro de Alvarado, por
ejemplo, reconoció en 1540 que tenía un hato de 4,000 ovejas en el término de los
pueblos de Quezaltenango y Totonicapán. Por otra parte, la crianza de ovejas permitió
una de las primeras modalidades de apropiación de las tierras de las comunidades
indígenas. Sobre este tema dice MacLeod:

Muchos encomenderos criaron ganado y ovejas cerca de la


población o poblaciones que habían recibido en encomienda.
Esto tuvo algunas consecuencias importantes en los
altiplanos de Chiapas, Huehuetenango y Quezaltenango,
donde las posibilidades empresariales eran muy escasas
para los españoles. Ello significó que comenzó a fraguarse
un vínculo muy estrecho entre la encomienda y la
hacienda... Un individuo, Juan de León, se hizo un negocio
de éstos al noroeste de Santiago, en Totonicapán y
Quezaltenango. Era dueño de miles de ovejas, las que
obligaba a los indígenas a cuidar para él y después a
comprar la lana que producían. La carne era vendida en la
ciudad.

No fue sino hasta las primeras décadas del siglo XVII, como lo indica Gage, cuando la
crianza de ganado ovino se desarrolló ampliamente en los valles de Mixco, Pinula,
Petapa y Amatitlán. Allí conoció dicho autor a un propietario que tenía 4,000 ovejas. El
cronista indica, por otro lado, que los indígenas del priorato de Sacapulas contaban con
buenos rebaños de ovejas. Oportunamente, sin embargo, el Ayuntamiento prohibió que
la crianza de esos animales se hiciera en las proximidades de Santiago. Ello puede haber
sido consecuencia del incremento en la producción de caña de azúcar y de trigo en la
región del Valle de Guatemala, o bien resultado del daño que provocaban los rebaños en
las laderas aledañas a la ciudad. La crianza de ovejas se fue trasladando paulatinamente
a las regiones más altas, como Los Cuchumatanes.
Las órdenes religiosas, en especial la de los franciscanos, contribuyeron a que los
indígenas aprendieran a trabajar la lana y pudieran así hacer los sayales que los frailes
necesitaban. En la segunda mitad del siglo XVI, la lana se incorporó también en la
indumentaria indígena y reemplazó eventualmente al tejido tradicional de algodón en
muchas partes de Guatemala. La tradición ha perdurado hasta nuestros días, no sólo en
la vestimenta personal sino en las `chamarras' o frazadas y en otras prendas.

Además de proveer la lana necesaria, el ganado ovino sirvió para mejorar la


alimentación de españoles e indígenas. Y aún más, el Ayuntamiento autorizó la
exportación de 6,000 cabezas hacia otras provincias, porque el número de ovejas era
suficientemente grande en 1587.

El ganado porcino y la industria avícola

Hernán Cortés, en la expedición que realizó de México a Honduras en 1525, llevaba una
manada de cerdos. Además, de ese mismo año data una constancia de la existencia en
Guatemala de ganado porcino. Se trata de un acta del seis de mayo, por la cual se
prohibía vender cerdos a un precio mayor de 20 pesos cada uno.

La crianza y comercialización del cerdo fue delegada por los españoles a los indígenas,
mientras ellos se reservaron las concernientes al ganado vacuno. Los naturales
residentes en el barrio de Candelaria y en el pueblo de Jocotenango anexo a la ciudad de
Guatemala, viajaban en todas direcciones con el propósito de comprar marranos para
abastecer el mercado con carne, chicharrones, tamales y manteca. Esta última se
convirtió, durante todo el período colonial, en el gran sustituto del aceite de oliva, cuya
escasez y alto precio fueron constantes, ya que se traía de España.

Las gallinas también fueron introducidas por los españoles y su crianza se impuso
asimismo a los indígenas, porque se convirtieron en uno de los productos preferidos
cuando el tributo se cobraba en especie. A mediados del siglo XVI, los indígenas
tributaban anualmente 7,795 gallinas. Éstas también eran apetecidas por los visitadores
civiles y eclesiásticos, entre ellos los curas doctrineros, que las usaban en cuanto podían
como medio de enriquecimiento. Thomas Gage refiere que a lo largo del año cada
pueblo tenía numerosas festividades religiosas (Semana Santa, Día de los Santos,
Navidad, fiesta del santo patrono, etcétera) y además muchas fiestas de cofradía. En
todas ellas los indígenas estaban obligados a ofrendar gallinas, huevos, maíz y cacao.
Relata también que un fraile de Petapa se jactaba ante él así:

...que el día de todos los difuntos había recibido


ofrendas de cien reales, doscientos pollos y gallinas,
media docena de pavos, ocho fanegas de maíz, trescientos
huevos, cuatro sacos de cacao de cuatrocientos granos cada
uno, veinte racimos de plátanos, alrededor de cien
velas...

Otros Productos Agroindustriales


Junto con el añil o jiquilite, en el Reino de Guatemala también se explotó otro colorante,
la grana o cochinilla, y raíces y plantas medicinales, como la zarzaparrilla, la cañafístula
y el bálsamo.

La grana o cochinilla

Como consecuencia de la baja sensible de la producción cacaotera en las últimas


décadas del siglo XVI, los españoles trataron de resolver su difícil situación económica
mediante el incremento de la producción de grana o cochinilla, uno de los colorantes
empleados desde antaño por los indígenas. La cochinilla es un insecto (Coccus cacti)
que crece y se reproduce como parásito en las nopaleras (Opuntia cocconellifera). Del
insecto se extraía un tinte color púrpura que se empleaba en el teñido de telas. El
proceso de extracción exigía cierto grado de habilidad y cuando menos unos 70,000
insectos secos para obtener una libra de tinte.

Los indígenas recolectaban el insecto en nopaleras silvestres, sólo en las ocasiones en


que necesitaban el tinte. Pero Pedro de Villalobos, Presidente de la Audiencia en 1573,
propuso al Rey que, con el objeto de incrementar los tributos de los indígenas, éstos se
dedicaran al cultivo de nopaleras y cría de cochinilla para la explotación de la grana en
forma intensiva. La respuesta fue afirmativa:

En lo que decís que en la comarca de esa ciudad hay tunas


que crían y llevan grana y los indios se aprovechan de
ella para teñir sus mantas, y como no tienen más
aprovechamiento que el cacao y éste les ha faltado de dos
a tres años a esta parte, y podríanse sembrar cantidad de
tunas de modo que se cogiesen muchas y conmutar a los
indios parte del tributo en grana... porque están pobres y
podrán mejor pagar los tributos, vos como quien tiene la
cosa presente lo gobernaréis como mejor os pareciere.

Se sabe que en 1575 ya se exportaba grana del Reino de Guatemala por Puerto Caballos,
Granada y Veracruz, proveniente la última de la Alcaldía Mayor de Chiapas. Durante el
gobierno del Conde de La Gomera, a principios del siglo XVII, se buscó impulsar
nuevamente la crianza de cochinilla en gran parte del territorio guatemalteco,
especialmente en lugares de Totonicapán, Suchitepéquez, Guazacapán, Atitlán, y en
ciertas regiones de Nicaragua. Cuando Fray Antonio Vázquez de Espinosa estuvo en
Santiago de Guatemala, dijo lo siguiente de la producción de grana: `...ha ido y va en
grande aumento por ser la tierra muy a propósito y darse bien en ella los árboles tunales
en que se cría'.

En la explotación de la grana también surgieron numerosos intermediarios conocidos


como `quebrantahuesos' o `mercachifles'. Éstos acostumbraban engañar y coaccionar a
los indígenas para apoderarse del producto, y en tales circunstancias las nopaleras eran
ocultadas en zonas apartadas por los propios indígenas, quienes trataban así de evadir la
obligación `al beneficio y a su repartimiento'. Esta fue una de las razones de la
declinación de la grana que, por lo demás, nunca llegó a ser un producto de gran
importancia económica durante el período colonial, a pesar de la constante demanda de
tintes naturales en Europa.
Plantas medicinales

Los españoles buscaron por diversos medios cómo resarcirse económicamente ante la
baja sensible del tributo cobrado en cacao. De esa guisa, empezaron a comercializar en
el exterior algunas plantas medicinales empleadas por los indígenas y consiguieron que
dichos productos se incorporaran en el procedimiento de las tasaciones en especie o
bien como medio de pago en el repartimiento de mercancías (véase el ensayo sobre
organización laboral, en esta misma sección). Entre las plantas aludidas figuraban de
modo preferente la zarzaparrilla (Aralia nudicaulis), la cañafístula (Cassia nigra) y el
bálsamo (Miroxylon
pereirae). A principios del siglo XVII se exportaban alrededor de 800 arrobas de
zarzaparrilla, la cual, con cantidades adicionales de cañafístula, se cargaba en navíos
que llegaban a Puerto Caballos. A fines del mismo siglo, empero, la exportación había
declinado. Parece ser que fueron los dominicos quienes se beneficiaron más con dicha
actividad, pues obligaban a los indígenas a recoger, montaña adentro, grandes
cantidades de zarzaparrilla.

El bálsamo y el cacao fueron los principales productos de exportación durante el siglo


XVI. El primero se difundió ampliamente por sus propiedades medicinales, aunque
también se utilizó como materia prima para hacer cosméticos. La Iglesia Católica, por
otra parte, emitió una bula papal por la cual se autorizaba su uso en la administración de
los sacramentos de la extremaunción y confirmación, así como en la lámpara del
Santísimo.

La región comprendida entre Acajutla y La Libertad, en el litoral del Pacífico, fue una
de las que se destinó preponderantemente al cultivo del bálsamo. Los comerciantes
abusaban y aun maltrataban a los indígenas para obtener el producto en grandes
cantidades. A la forma de extracción normal, que consistía en hacer canales en la
corteza del árbol para que por allí brotara la savia, se añadieron otras modalidades,
como la de `hacer sudar' al árbol, que consistía en quemar zacate debajo del mismo, o
bien hervir en las cortezas. Lo primero se hacía durante la época de verano y produjo la
total destrucción de muchos bosques. Alrededor de 1574, el valor de una `botija
perulera' era de 240 reales. La mayor parte del bálsamo se embarcaba en Acajutla hacia
el Perú, y el resto se enviaba a España, vía Puerto Caballos y Veracruz.

Los españoles también exportaron achiote (Bixa orellana), que se empleaba como
colorante, y que en Guatemala se producía en grandes cantidades en las regiones de
Verapaz y Chiapas. El procesamiento, uso y comercialización fueron descritos por
Vázquez de Espinosa:

...cuando están maduros y de sazón los cogen, estregan y


refriegan en agua hasta que se deshacen, saltando las
cascarillas y aquella agua la cuecen en ollas grandes o
conforme es la cantidad, y como va hirviendo, aquella
grasa que va subiendo como espuma, la sacan y echan en
otra vasija, y la cuelan con unos lienzos o coladores, y
en enfriándose, queda como masa, de que hacen bollos o
panecillos, y los curan y secan al sol; es bueno el
achiote para la orina, para alegrar el corazón y otras
enfermedades, por lo cual y para que dé color lo echan en
el chocolate; llévase mucho de esta provincia y de la
Nueva España a la China, donde se vende muy bien para
teñir sedas y otros ministerios.

En Guatemala también se cultivaba el maguey, el cual se destinaba al mercado interno.


Del mismo los indios hacían pita para diversos artículos de jarcia, cables para los barcos
y la savia se aprovechaba en la fabricación de un tipo de aguardiente conocido como
pulque.

Durante el siglo XVII se comercializó con el Perú gran cantidad de brea, la cual se
extraía de coníferas. Además, se exportaban palo de brasil y tabaco. El tráfico de estos
productos se hacía de modo legal o ilegal.

Conclusiones
Con excepción de las primeras dos décadas, en toda la época colonial la agricultura
constituyó en el Reino de Guatemala la principal fuente de enriquecimiento de los
españoles. En efecto, a partir de la aplicación de las Leyes Nuevas, a mediados del siglo
XVI, se obligó a los indígenas a pagar el tributo con productos de la tierra,
principalmente cacao, granos básicos y plantas medicinales. Años después, a finales del
mismo siglo XVI, se inició el cultivo intensivo del jiquilite, por el buen mercado que
tenía en los obrajes de paño europeos.

Conjuntamente con el cultivo del añil o jiquilite se incrementó la crianza de ganado


vacuno, pues se necesitaba cuero para la elaboración de empaques que, durante el
trayecto hacia Europa, resguardaran de la brisa marina la calidad del tinte.

El binomio añil-ganado fue el factor principal de la formación del latifundio colonial en


el Reino de Guatemala y el mismo que hizo que las comunidades indígenas de las
regiones donde se producían perdieran la mayoría de sus tierras comunales.
ERNESTO CHINCHILLA AGUILAR

Lavaderos de Oro y la Minería

Introducción
Con el trasfondo de las ideas mercantilistas y el bullonismo que prevalecían en España
durante los siglos XVI y XVII, los conquistadores y primeros pobladores se entregaron
a la búsqueda y acumulación de metales preciosos y, donde fue posible, a la pesquería
de perlas.

En el rubro de los metales preciosos, comparada con la de la Nueva España y el Perú, la


riqueza del antiguo Reino de Guatemala era menor. Ello no impidió que los españoles
se dedicaran tesoneramente en esta región a la búsqueda, localización y explotación del
oro en las arenas de los ríos, así como al laboreo de minas dondequiera que éstas
pudieran encontrarse.

En Costa Rica y Nicaragua, en Chiapas, Guatemala, San Salvador y Honduras, lugares a


los cuales llegaron las expediciones enviadas desde Panamá, México, Guatemala,
Yucatán e inclusive desde La Española y Cuba, se vio a los conquistadores y primeros
pobladores afanados en la búsqueda de oro, sin prestar mayor atención a otras riquezas
y recursos de la tierra.

La búsqueda y extracción del oro requerían gran número de indígenas, a quienes se


sometió a rigurosos trabajos para obtener resultados a la mayor brevedad posible. Las
formas de esclavitud y exacción de servicios personales con extrema crueldad
estuvieron determinadas, posiblemente, por la avidez en la obtención del preciado
metal.

Pedro de Alvarado y los principales conquistadores que le acompañaban se dieron


inicialmente a la tarea de lavar oro en los ríos próximos a la ciudadela indígena de
Iximché y a Santiago de Guatemala, y tal parece haber sido la pauta general en las otras
villas y ciudades de españoles. Los primeros repartimientos de indios y la esclavización
de muchos de ellos tenían por objeto principal ponerlos a lavar oro en los ríos o
enviarlos a las pocas minas que fueron pronto localizadas.

De esta incipiente actividad económica, hecha con gran premura y codicia, quedó
constancia en algunos manuscritos indígenas y en varias fuentes españolas. Por ejemplo,
en el Memorial de Sololá se dice que: `Durante este año [1530] se impusieron terribles
tributos. Se tributó oro a Tunatiuh; se le tributaron cuatrocientos hombres y
cuatrocientas mujeres para ir a lavar oro'.

Con más dramatismo, y aun cuando ello implicaba desoír las instrucciones contenidas
en las Ordenanzas de Valladolid en cuanto se mandaba respetar a los señores naturales
de los indios, el Memorial de Sololá agrega: `Durante los dos meses del tercer año
transcurrido desde que se presentaron los Señores, murió el Rey Belehé Qat; murió el
día 7 Queh [24 de septiembre de 1532] cuando estaba ocupado en lavar oro'.
Los cronistas Francisco Ximénez y Francisco Vázquez, citados por Valentín Solórzano
Fernández, afirman que estos trabajos se hicieron en las faldas de un cerro llamado
Chakchehal.

Cuando la Audiencia de la Nueva España, presidida por Nuño de Guzmán, sometió a


Pedro de Alvarado a su primer Juicio de Residencia el 5 de julio de 1529, el
conquistador de Guatemala presentó, en su descargo, las cuentas del oro y la plata que
había fundido, después de pagar el quinto real en la Nueva España: `Suma y montan las
partidas susodichas, y aparece haber metido a fundir por ellas el dicho Pedro de
Alvarado, y otras personas en su nombre, 31,730 pesos'.

De la cantidad mencionada, la tercera parte aproximadamente parece que correspondió


al oro que Alvarado obtuvo en la Nueva España, antes de su venida a Guatemala, pues
fueron quintados de julio a agosto de 1523. El resto, casi 20,000 pesos, correspondía al
oro extraído en Guatemala. Además figuran en esa cuenta 444 marcos y cuatro onzas de
plata, que fueron marcados y quintados sin especificación de fechas, pero que por
hallarse al final de la cuenta, se supone que correspondieron también a los años en que
Alvarado estuvo en esta provincia.

Una información más detallada existe en el testamento que el Obispo Marroquín hizo a
nombre del Adelantado de Guatemala, donde se dice:

Dejó muchos esclavos sacando oro en las minas, de lo cual


llevó mucha carga para su ánima... Dejó por libres a todos
los indios esclavos, hombres y mujeres, y sus hijos, que
así andan a sacar oro por el dicho Adelantado, y desde
ahora todos sean libres para siempre, con el aditamento y
condición que saquen oro para pagar las dichas deudas que
el dicho Adelantado debe y dejó... Y en el entretanto que
saquen oro, sean muy bien mantenidos y curados, y tratados
y doctrinados en las cosas de nuestra santa fe católica,
todo a costa del oro que sacaren, hasta tanto que se
paguen las dichas deudas... Mando que los dichos esclavos
saquen oro en las minas, una demora que corre desde el 1
de octubre hasta San Juan, y que el dicho oro que así
sacaren se reparta entre los hijos del dicho Adelantado.

Otras Formas de Extracción de Piedras y Metales


Preciosos
Los indígenas fueron obligados no solamente a efectuar trabajos forzosos en los
lavaderos de oro y minas iniciales, sino también quedaron sujetos a pagos cuantiosos y
arbitrarios en oro, joyas y otros metales que habían acumulado como objetos
ornamentales y suntuarios.

En carta enviada por el Capitán Gil González Dávila al Emperador Carlos V, el 6 de


marzo de 1524, entre otras cosas que le habían ocurrido durante el curso de la
exploración de tierras y pueblos de Costa Rica y Nicaragua, relata lo siguiente:
Llegué a un cacique que se llama Nicoya, el cual me dio de
presente 14,000 castellanos de oro... Cuando me partí me
dijo el cacique que, pues ya él no habría de hablar con
sus ídolos, que me los llevase, y diome seis estatuas de
oro de grandura de un palmo.

La práctica de estos donativos debe haber sido fuertemente impulsada por el


conquistador citado, pues desde La Española envió a la Corona con el Tesorero Real,
Andrés de Cerezeda:

Diez y siete mil pesos de oro de ley que lo cupieron,


desde diez y ocho quilates hasta doce, y de otro oro de
hachas, más bajo, quince mil trescientos y sesenta y tres
pesos, que dice el fundidor de Tierra Firme que halló que
tenía doscientos maravedís de oro cada peso, como parece
por la fe del mismo fundidor, que con este envío, de más
de otros seis mil y ciento ochenta y dos pesos, de
cascabeles, que dicen que no tiene ley ninguna, lo cual
todo va repartido en las cinco naos que ahora van.

Andrés de Cerezeda, tesorero y compañero de Gil González Dávila, es más específico


en anotar el origen de las anteriores cantidades (ver Cuadro 43). Los conquistadores
comenzaron, con sobrada razón, a llamar Costa Rica a una de las provincias. Los
hallazgos de objetos de oro prehispánicos fueron muy abundantes en esa región, así
como en Panamá y Colombia.

Pedro de Alvarado igualmente recibió en Guatemala tributos de los quichés (k'iche's),


cakchiqueles (kaqchikeles) y tzutujiles (tz'utujiles) y los mismos señores Tecún y
Tepepul tributaron a los castellanos. La crónica de los cakchiqueles dice: `Sólo tres
veces fueron los soldados a recoger el tributo de los quichés. Nosotros también fuimos a
recibirlo para Tunatiuh'.

En cuanto a los tributos que los cakchiqueles comenzaron a pagar después que Alvarado
regresó de Cuscatlán, el Memorial de Sololá agrega:

Luego Tunatiuh les pidió dinero a los reyes, quería que le


dieran montones de metal, sus vasijas y coronas. En
seguida los sentenció Tunatiuh a pagar 1,200 pesos de oro.
Los reyes trataron de obtener una rebaja y se echaron a
llorar, pero Tunatiuh no consintió y les dijo: conseguid
el metal y traedlo dentro de cinco días.

El Licenciado Adrián Recinos, en su importante obra Pedro de Alvarado, Conquistador


de México y Guatemala, al referirse a las riquezas que Alvarado llevó a España escribió
lo siguiente:

Durante el proceso de México se hizo cargo a Alvarado de


haber llevado a España muchas joyas de oro, perlas y
piedras, sin pagar el quinto real, especialmente una
piedra muy rica que valía cinco mil pesos de oro. D. Pedro
respondió que las joyas de oro las había hecho quintar, no
así las piedras porque no se acostumbraba hacerlo. Y
agregó que `una piedra que tenía, de color de diamante' la
mostró a los oficiales reales de la Nueva España diciendo
públicamente que la llevaba para ofrecerla al rey, que en
efecto se la dio, pero cuando el monarca fue servido de
casarlo con doña Francisca de la Cueva, se la mandó
devolver con otras joyas, como regalo de boda, por mano de
Francisco de los Cobos.

En todo caso, los conquistadores parecen haberse atenido a lo que se mandaba a


Pedrarias Dávila, Gobernador de Castilla de Oro (Panamá), en las Ordenanzas de
Valladolid, del 2 de agosto de 1513. En éstas se recomendaba, entre otras cosas:

Que cada pueblo, según la gente que en él hubiere; o cada


cacique, según la gente que tuviere: cada uno dé tantos
pesos de oro, cada mes o cada luna, como ellos cuentan; y
que dando éstos, sean seguros que no se les hará mal ni
daño.

Las Ordenanzas de Valladolid también contenían recomendaciones sobre cómo


conseguir que los indígenas trabajaran en las minas, como la que se transcribe a
continuación:

Y si ahora en los principios hubiese tanto que hacer en


coger oro en los ríos, como acá dicen que lo hay, que no
fuese tan necesario meterlos (a los indios) a cavar en las
minas, parece acá que sería bueno comenzarlos a ocupar en
los ríos por la orden susodicha, y después de la segunda
vuelta se meterán con menos dificultad en las minas,
porque ya estarán habituados a servir, aunque sea con más
trabajo.

Etapa Extractiva
El interés principal del prototipo de los primeros conquistadores fue, según Murdo
MacLeod, `convertirse en un señor feudal', así como `regresar a España a negociar
mayorazgos y un lugar en la corte'. Ésta fue la razón por la cual se dedicaron a la
búsqueda y apropiación de metales preciosos; para ello rescataron y trasladaron
numerosas cuadrillas de esclavos indígenas del Altiplano a las regiones más ricas en
minerales preciosos, algunas de ellas situadas en la Provincia de Honduras. El período
de intensa actividad minera se extiende de 1524 a 1550, año este en que se inició una
`depresión relativamente larga'.

Los lavaderos de oro

En lo que se refiere a la Provincia de Costa Rica, y ello es aplicable a otras regiones, un


informe del Gobernador de Veragua decía:

Todo aquel terreno, montañas, ríos y quebradas, es


abundantísimo en oro, sin necesidad de trabajarlo en las
minas, sino lavar las tierras y arenas de dichos ríos y
quebradas; por lo que fue numeroso y grande el comercio de
gentes y ultramarinos que concurrieron; y de que se derivó
el nombre del lugar.
El Arzobispo Francisco de Paula García Peláez confirma la existencia de lavaderos de
oro en Guatemala desde la época prehispánica, y alude a la actividad específica de los
indios `...descubriendo y labrando los granos de oro, que espontáneamente arrastraban
las aguas de las vertientes, de que hallaron lavaderos los españoles'.

El mismo autor hizo relación de los lugares donde los indios hicieron presentes de oro a
los españoles y suponía que el precioso metal procedía de los mencionados lavaderos,
entre los cuales se incluyen Guatemala y Atitlán, a los que también se refirió Bernal
Díaz del Castillo; Verapaz, donde Cortés recibió algunas cantidades menores en su
tránsito a las Hibueras (Honduras); Copán, donde según Domingo Juarros el rey hizo
presentes al conquistador Chávez. A propósito de entregas de oro, habría que recordar
también `los canutillos tributados diariamente por 200 niños a Jorge de Alvarado,
hermano y teniente del Adelantado'. Hubo otros lugares más que, según Francisco
García Peláez, fueron mencionados por Ximénez y por el propio Juarros: Nebaj,
Joyabaj, Santiago Zamora, San Juan y San Pedro Sacatepéquez.

Particularmente importantes parecen haber sido los lavaderos de oro en el valle de


Jilotepeque, en el lugar donde el Río Pancacoyá conservaba todavía en la época de
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán los restos de un antiguo ingenio que los
españoles deben haber perfeccionado para realizar las tareas del laboreo del metal. A
este lavadero se entraba por un cañón de cuadra y media, hecho por el propio peñasco,
tan amplio que una persona de buena estatura podía entrar por él. El mismo Fuentes y
Guzmán señaló en la Recordación Florida que de allí se salía: `a unas curiosas y pulidas
columnillas, de la propia piedra, labradas y erigidas a mano, a fuerza de cincel, con
capiteles, molduras y perfiles de esmero singular y de no pequeño ni despreciable arte'.

Desde dicho lugar todo el cuerpo del río rebalsaba, aprisionado, a unas piletas redondas
y contiguas, de cinco cuartas de diámetro cada una, todas de la misma proporción y con
una profundidad de medio estado, [un estado es igual a la altura regular de un hombre],
las cuales quedaban bañadas y regadas por la corriente, `...sin que haya quien averigüe
ni remotamente que presuma a qué fin pudo tomarse un trabajo de tan áspera y desigual
fatiga, como romper y abrir en piedra tan capaces y repetidas piletas'.

Por ello pensaba el cronista Fuentes y Guzmán que dicha construcción había sido parte
de un antiguo lavadero de oro, y que aquellos que la levantaron se habían tomado tanto
trabajo, sólo por provecho y codicia. La importancia de este lavadero puede relacionarse
a la especial circunstancia de que el pueblo de San Martín Jilotepeque fue encomienda
del célebre conquistador Díaz del Castillo, a quien los habitantes le tributaban no sólo
con productos agrícolas sino también con mano de obra para el cultivo de una milpa.

Las minas de oro y plata

Desde el inicio de la dominación española, al hacerse los repartimientos de indios o


encomiendas, Pedrarias Dávila y otros gobernadores emplearon la siguiente fórmula
taxativa: `...para que de ellos os sirváis en vuestras haciendas y labranzas y sacar oro de
las minas'.
En la distribución de encomiendas que se hizo en San Salvador en 1532, se indicaron
los pueblos que se encontraban lejos de las minas y no tributaban oro alguno; pero en
contados casos, como el de Juanes de Fuenterrabía, se dice en la tasación:

...que con los dichos indios coge oro en las minas,


abasteciendo a los esclavos que lo sacan y que las dichas
minas están del dicho pueblo (de Tequeastepeque y
Tecomaclán) 19 leguas poco más o menos.

Diego Usagre, encomendero de Ciguateguacán, también indica que los indios de su


encomienda le abastecían con maíz y frijol a los esclavos que tenía dedicados a extraer
oro en las minas de un pueblo de Metapa, en la Alcaldía Mayor de Sonsonate, que era
de un compañero suyo. La encomienda de Metapa se hallaba en poder de Pedro Cerón y
Juan Martín.

Gaspar de Cepeda, encomendero de Naozalco, también en San Salvador, reconoció en


la tasación del pueblo que los indios le servían para sustentar 60 ó 70 esclavos que tenía
en las minas, poco más o menos a 25 leguas de distancia. Y Juan de Arévalo,
encomendero de Chilchuapa (posiblemente Chalchuapa), dice literalmente que los
indios: `...no le dan otro tributo, salvo sustentarle 100 esclavos en las minas y darle ropa
para ellos'. En este caso seguramente no se trataba de los esclavos negros, sino de indios
naborías llamados también de rescate, o que habían sido herrados como castigo por
participar en alzamientos u otros actos hostiles a los castellanos.

Las minas de Honduras

A medida que los españoles se familiarizaron con el terreno, obtuvieron de los indios
información suficiente para localizar las más ricas minas de oro y de plata que había en
el territorio recién conquistado. Las mejores se hallaban principalmente en la Provincia
de Honduras, en la región de Tegucigalpa, y en la de Nicaragua, en las Segovias. Pero
cuando se prohibió la esclavitud de los indios por las Leyes Nuevas se ordenó a la
Audiencia, el 5 de julio de 1546, lo siguiente:

Mandamos que no consintáis ni deis lugar a que en ninguna


manera ni por ninguna vía se echen indios algunos a las
minas, ni a ningún trabajo de ellas... so pena de que el
que los echare, por primera vez, incurra en perdimiento de
la mitad de todos sus bienes, para nuestra cámara y fisco,
y, por la segunda, pierda todos sus bienes y sea
desterrado de la provincia donde estuviere.

Con tales disposiciones comenzó la demanda de esclavos negros, no sólo para las
minas, sino también para los ingenios de azúcar y los obrajes de tintes. A este respecto,
García Peláez cita un informe de la Audiencia, de 1579:

Los mineros de la provincia de Comayagua, que son el


licenciado Alonso de Esguaza, Agustín Spíndola, doña
Leonor de Alvarado, y otros dueños de minas, parecieron en
esta audiencia, y pidieron se hiciese información de lo
que toca a las dichas minas, y cuan mal se labran, por la
falta de negros y de azogues, para que vuestra majestad
les hiciese merced en ayudarlos en algo.
El 16 de agosto de 1618 se registró la llegada de un barco con esclavos negros a
Trujillo, el cual fue admitido a petición de los mineros de Tegucigalpa; pero al arribar
dos navíos más al mismo puerto con igual carga de esclavos, el Ayuntamiento de la
ciudad de Guatemala se opuso el 4 de septiembre de 1620, `...por ser más de los que se
necesitaban'.

El beneficio de las minas se hizo al principio separando los metales preciosos por medio
de complicados trabajos de trituración y fundición; pero luego se perfeccionó el
procedimiento de amalgamarlos con azogue o mercurio, que se traía de las minas de
Almadén, en España. Cuando se descubrió en el Perú la famosa mina de azogue de
Huancavelica, en 1566, fue posible el abasto de este metal a casi todas las minas del
Nuevo Mundo. El precio del azogue puesto en Guatemala, en el último cuarto del siglo
XVI, oscilaba entre 60 y 80 ducados por quintal.

Entre las principales minas mencionadas por García Peláez, explotadas en el área de la
Provincia de Honduras en la última parte del siglo XVI, estaban las siguientes:

Guazacarán, las del cerro de San Marcos, las del cerro de


Agalteca, las del cerro de Teguzgalpa [o Tegucigalpa], las
del cerro de Apazapo, y otras principales, que son tierras
que dan a seis onzas generalmente, y en algunas a nueve y
a diez onzas y más por quintal, que es harta riqueza; y
que se dejan de labrar por la falta que hay de negros y de
azogue, para beneficiar la plata.

Poco tiempo después se decubrió el mineral de la Provincia de Corpus, del cual el


Obispo de Honduras dio cuenta al Ayuntamiento de Santiago de Guatemala, y solicitó
que se incrementara la explotación del mineral de oro descubierto en aquella provincia.
Juarros se refirió así al mineral de Corpus:

El más famoso que ha tenido este reino, produjo tanto oro,


que se llegó a dudar si lo era, y sólo para el cobro de
los quintos se estableció caja real en ese lugar, pero
acabó trágicamente. Está en la jurisdicción de la
Choluteca.

Fuentes y Guzmán hace una descripción en la Recordación Florida de otra famosa


mina, situada al oeste de Gracias a Dios (Honduras), en el valle de Senseti, donde se
estableció la Alcaldía Mayor de San Andrés de la Nueva Zaragoza. Este autor le dedica
un capítulo completo a la descripción del Real de Minas. Le llamó la atención que su
población fuera reducida debido a que los indios, mulatos y negros que allí trabajaban,
no se quedaban por mucho tiempo sujetos al sueldo de otro. Efectivamente, con sólo ir
al cerro y labrarlo durante seis u ocho días, quedaban lo suficiente ricos como para no
trabajar por varios meses, y las autoridades no lograban hacerlos volver con facilidad al
laboreo de las minas.

La parte principal del Real de Minas (Honduras) estaba constituida por un monte,
encadenado a otros cerros que formaban una cordillera, la cual corría de sur a norte, con
muchos ramales al este y oeste:

...compuesto todo de lo más de su cuerpo de pedregal y de


peñasquería, abriéndose y separándose en partes, de tierra
ya amarilla, ya leonada, rosicler y otros semblantes; y
sin más instrumento que una estaca de madera se desmorona
y suelta, dando así mucho oro en pepita; sin embargo, es
muy vestido y cubierto de arboleda, de pinería, robles y
encinos... Toda la cantidad de su mole se advierte llena
de criaderos de oro. Una mina que está cerca de la de San
Bartolomé el Alto, cría el oro de 16 quilates, ligado con
plata, como lo demás de todo el cerro.

Las minas de Ocotepeque (Honduras) eran muy importantes. Se encontraban en la


jurisdicción de Gracias a Dios y se veían desde Esquipulas. En ellas se producían unas
piedras parecidas a los diamantes. Al hablar de ellas, Fuentes y Guzmán se lamenta del
abandono en que quedaron los `opulentos' minerales de la Provincia de Guatemala,
desde que Francisco de Orduña vino como Juez de Residencia y dejó desiertas y yermas
las labores de las minas por haber prohibido el trabajo de indios en ellas, lo que obligó a
los dueños a dedicarse a otras actividades. Los indígenas pudieron entonces cerrar y
encubrir las bocaminas y las dejaron ciegas durante muchos tiempo, mientras duró el
estado de guerra.

Las minas de Huehuetenango

Otra región minera muy importante en la época colonial fue la de Huehuetenango, que
Fuentes y Guzmán visitó y describió muy prolijamente: `Gobernando yo aquel país, de
una veta de metal acerado que descubrió Pedro de Armengol, vi en los ensayos de ella
sacar, a razón de la mitad, de plata'.

El mismo autor hizo referencia a la mina que descubrió Juan de Espinal o Espinar, en
ocasión en que se hallaba descansando y había encendido lumbre al pie de un pino.
Refiere el autor que cuando Espinal tuvo que continuar su viaje, descubrió que algunas
piedras estaban encendidas como brasas, y que al enfriarse cuajaron como piedras de
plata. Asombrado por la riqueza de aquel monte, volvió a Huehuetenango, donde
manifestó su hallazgo al Corregidor y dejó registrada la propiedad de aquella veta:
`Labra desde entonces el mismo minero la mina que hoy se manifiesta, de donde obtuvo
grande opulencia para pasar a España, dejando cubierta la labor principal de los metales
acerados, con ánimo de volver a gozar lo que dejaba'.

En la descripción de las minas de esa región, Fuentes y Guzmán se refiere a la calidad


del clima, a la disposición y aspecto material de las construcciones donde se extraía y
procesaba la codiciada plata, y menciona varios pueblos en cuya jurisdicción estaban
asentadas las minas, en medio de montañas de pinares y encinos, así como de fértiles
pastos:

...que dan disposición y materiales, a los hornos de


fundición y afinación y a los ademes de las labores, como
a los edificios de ingenios y caseríos. Sus aguas
suficientes... Tiene cercanos buenos pueblos: el de
Huehuetenango, Chiantla, Cuchumatán, Santa Isabel y otros,
que siendo de famosos barreteros y talquistes, le hacen
utilidad y conveniencia a los pozos y socavones de sus
labores.

Las minas de Guatemala, así como las de Honduras y otras partes de Centro América,
estaban a corta distancia de bosques de encinos y pinares. Había asimismo llanuras
propias para la crianza de ganado. En otras regiones áridas del Nuevo Mundo los
mineros encontraban dificultades de abastecimiento de víveres, porque nadie quería
dedicarse a la agricultura en una región donde la riqueza fácil estaba al alcance de la
mano gracias a la explotación de los metales preciosos. Además, en una zona como la
de Huehuetenango, con población indígena numerosa, no había necesidad de un gran
número de esclavos negros para el trabajo de las minas.

La explotación de los metales preciosos atraía a personas de diversas clases sociales. Lo


mismo se encontraba entre los dueños de las minas a los principales conquistadores que
a españoles de humilde condición. Estos últimos iban a la ventura, con conocimientos
muy rudimentarios, o acaso con la experiencia obtenida en Europa y otras regiones
mineras, en busca de los fabulosos mantos de mineral que generalmente se localizaban
en lugares escabrosos de las sierras del noroccidente, vertiente central y del oriente del
país.

Para conocer el lenguaje, usos y costumbres de los mineros de la época, se transcribe el


siguiente trozo de Fuentes y Guzmán, que parece haber sido persona interesada e
informada en cosas de minería y a quien correspondió hacer reconocimientos sobre el
terreno a fin de informar a las altas autoridades coloniales sobre un asunto de tanto
interés para el tesoro real:

Arma todo este cerro en tierra de gran panino y de


sustancia crasa, la más de ella de color bayo y en partes
negras. Vense en su superficie muchas cintas, guías,
crueros, bufas, crestones y reventazones admirables, con
grandes quemazones y fumosidades en ellas, que manifiestan
por sus lipes la eficacia y vehemencia de la riqueza que
encierran en la profundidad; y lo interior de las venas de
aquel monte arma y cría en estas reales con sus respaldos;
pero flaqueando en partes estas cajas y armando muchas
vetas en piedra de solteña, la necesitan de ademar a sus
labores, y en especial las bocaminas, los giros y las
lumbreras, que siempre entran a pique por inmensidad de
estados en su profundidad. Son los metales de diversas
calidades en variedad de vetas; unas de metal paco, otras
de bayo, de polvorilla, de chicharrón, de ladrillejo, pero
el más rico, de acerado, de que llegué a conseguir dos
piedras pequeñas atravesadas de alambres de plata.

En las minas de Huehuetenango la plata casi siempre se hallaba mezclada con gran
cantidad de plomo, el cual es abundante en la región. La riqueza minera de esta zona fue
descrita ampliamente por Adrián Recinos en un extenso capítulo de su Monografía del
Departamento de Huehuetenango. La información pertinente permite identificar las
minas de Tohlon (denominadas ahora Torlón), Las Ánimas, y Calucantepeque, en los
confines de Soconusco, cuya explotación era muy difícil por los intensos vapores
malolientes que se desprendían de ella.

También es importante mencionar la rica mina de oro del pueblo de Motocintla, que en
la época colonial era de la visita del párroco de Cuilco. En una ocasión dicho párroco
logró, con mucha perseverancia, que el indio fiscal de la iglesia le mostrara primero una
gran pepita de oro y después, a sus reiterados ruegos, los justicias y caciques lo
condujeron al paraje donde estaba aquel tesoro, con la condición de llevar vendados los
ojos, a satisfacción del pueblo, y que él solo con sus manos cogiera el oro que utilizaría
para las obras de la iglesia y otras necesidades.

Las minas de Costa Rica, Nicaragua, San Salvador y Chiquimula, pero particularmente
las de Honduras y Huehuetenango, produjeron caudales considerables a sus dueños y a
la Real Hacienda. En su mayoría se trató de vetas de oro y plata superficiales, y por ello
fueron fácilmente explotadas. También incidieron en el desarrollo de ricas
manifestaciones del arte de orífices y orfebres, cuyas obras aún pueden apreciarse en
altares, retablos, joyas y ornamentos suntuarios hechos en la época colonial.

La cuantificación de la minería o producción de los lavaderos de oro resulta difícil por


su misma índole y secretividad, salvo cuando así se indica en este trabajo, ya que se
dejó constancia de cantidades debidamente quintadas.

Fuentes y Guzmán, al referirse en la Recordación Florida a las bocaminas que se


explotaron en las inmediaciones de la ciudad de Santiago de Guatemala, hace mención
del crecido volumen y elevada suma que figuraban en los extraviados registros del
Cabildo de la ciudad y de dos `casas de afinación' que se construyeron una en la Ciudad
Vieja y otra ya en Panchoy:

...que estuvo sita en la calle derecha del real palacio,


yendo al campo, en frente de las casas que fueron de
Andrés Muñoz, y que hoy una y otra son desiertos, con
mucha ruina y arboleda; y la que se fabricó en ésta, se
levantó por nueva planta o traza, por disposición de
Antonio Ortiz, y se le dieron para la manufactura: 600
pesos de oro, el 5 de julio de 1543.

En todo caso, la producción de metales preciosos fue suficiente para llamar la atención
de la Corona, que finalmente dispuso establecer en Guatemala una Real Casa de
Moneda, y se emitió para el efecto la real cédula de 20 de enero de 1731. De ésta no se
escribe más aquí, pues no cabe dentro de los límites cronológicos del presente trabajo.
JORGE LUJÁN MUÑOZ Y HORACIO CABEZAS CARCACHE

Comercio

Regulación y Protección Comercial


El descubrimiento de América y la posterior colonización se enmarcaron en la búsqueda
de nuevas rutas comerciales hacia el Lejano Oriente a fines del siglo XV, como
consecuencia del bloqueo que había sufrido el tráfico mercantil en las rutas tradicionales
por Constantinopla y Alejandría. Los monarcas españoles pretendieron mantener la
exclusividad en el comercio con las Indias Occidentales y para ello crearon la Casa de
Contratación de Sevilla. Los frecuentes ataques y saqueos de bodegas portuarias por
piratas y corsarios obligaron a formar armadas o flotas para el transporte entre Europa y
América.

Casa de Contratación de Sevilla

Sevilla, ubicada en un lugar estratégico a 90 kilómetros de la desembocadura del


Guadalquivir, con la suficiente protección natural para su resguardo, fue el centro
principal de las actividades mercantiles españolas con las Indias, a partir del siglo XVI.
El descubrimiento y colonización de América contribuyeron a que España, aunque
tardíamente, se sumara a la política mercantilista de las naciones europeas y a que la
Corona se convirtiera en el principal promotor de los intereses de banqueros y grandes
comerciantes al regular la importación y exportación, fiscalizar la producción y normar
los precios. De esa manera, no sólo obtenía el 10% sobre las ventas, sino la décima
parte de la bodega de los barcos para el transporte gratuito de bienes entre las colonias y
la metrópoli.

A fin de evitar que sus posesiones en América comerciaran directamente con otras
naciones, la Corona española centralizó la actividad mercantil por medio de la Casa de
Contratación de Sevilla, cuya fundación aprobó en 1503 y sus estatutos en 1510. En su
calidad de agente fiscal y comercial real, tuvo como funciones principales la regulación
y control del mercado ultramarino e interno en las Indias. Al principio contó con un
administrador, un tesorero y un contador, y en 1523 se agregaron las plazas de piloto
mayor y cosmógrafo, a quienes correspondía otorgar la autorización para que zarparan
los barcos, de acuerdo con su estado y tonelaje y las correspondientes cartas marinas. En
1538 se incorporaron algunos letrados, después de haberse creado un tribunal especial
conocido como Audiencia de la Casa de Contratación.

Durante los primeros 25 años, las relaciones comerciales con las colonias estuvieron
centralizadas en Sevilla, con excepción de lo referente a barcos de gran calado, que eran
revisados en San Lúcar, en la desembocadura del Guadalquivir. En 1519 la Corona
autorizó el arribo y salida de barcos desde Cádiz, siempre que no transportaran oro, en
cuyo caso el control tenía que hacerse exclusivamente en Sevilla. Para mejor ayuda a la
navegación, en 1556 se instituyó la cátedra de Cosmografía y Náutica, en la propia Casa
de Contratación de Sevilla.
A partir del reinado de Felipe II (1527-1598), los puestos de la Casa de Contratación,
por haber pasado a integrar la categoría de oficios vendibles, fueron comprados por
mercaderes de Sevilla, que así pudieron promover sus intereses más fácilmente. Ya en
1579 eran de tal magnitud las actividades de la Casa de Contratación que se nombró
para su dirección a un presidente. A fines del siglo XVII el número de funcionarios era
de 110.

Flotas y armadas

El monopolio comercial español con las colonias fue socavado prontamente por los
ataques en alta mar y el saqueo de los puertos que llevaban a cabo piratas y corsarios
protegidos por otras naciones, en especial Inglaterra, Holanda y Francia. Ello obligó a la
introducción, en 1543, del sistema de convoyes para la travesía a las Indias, más
conocido con el nombre de flota. Sin embargo, como los barcos continuaron zarpando al
margen del sistema de control y como siguieron las acciones piráticas, Felipe II ordenó
en 1561 que el tráfico comercial hacia el Nuevo Mundo se realizara solamente dos
veces al año, en primavera y verano. La primera flota salía de los puertos españoles. Al
llegar a las Antillas dejaba los navíos destinados a Puerto Rico, La Española y Cuba, y
después se dirigía con los restantes hacia Veracruz (México) y puertos del Golfo de
Honduras. La de verano llegaba a las Antillas y luego proseguía hacia Cartagena de
Indias y Portobelo (Panamá).

Antes de 1561, el retorno de la flota se hacía por lo general a finales de septiembre,


cuando los distintos galeones que transportaban los impuestos reales, correspondencia y
productos de la tierra, salían juntos desde La Habana y proseguían por las Lucayas,
Florida y Corriente del Golfo. Después de ese año lo hicieron por lo general en marzo
(véase Ilustración 123).

Durante la travesía, la flota navegaba formada en cuña, bajo la protección de una


armada compuesta por una nave capitana a la vanguardia, una nave almirante a la
retaguardia y barcos escoltas, en un número no menor de ocho, a disposición de los
buques insignias.

Generalmente, las naves que llegaban a Puerto Caballos (Honduras) hacían solas la
última parte del trayecto, pues se separaban de la flota en la Isla de Los Pinos. En 1608
se ordenó que estuvieran artilladas, a fin de contrarrestar los ataques de piratas. Durante
el siglo XVI se incrementó el número de barcos que conformaban la flota (ver
Ilustración 122), pero esto cambió notoriamente después del fracaso de la Armada
Invencible en 1588, ya que la Corona no pudo seguir brindando la protección necesaria.
Para el sostenimiento de la armada se creó el impuesto de la `avería' sobre todas las
mercaderías registradas, cuyo monto no fue siempre constante. En 1633 la Corona
canceló la protección que se brindaba a los barcos que se dirigían al Puerto de
Honduras, a pesar de que el Reino de Guatemala estaba obligado a pagar el
almojarifazgo.

Comercio con el Exterior


Durante los siglos XVI y XVII, el Reino de Guatemala mantuvo relaciones comerciales,
tanto legal como ilegalmente, con España, Nueva España, Perú, Filipinas, Nueva
Granada (Cartagena de Indias), Inglaterra y Francia. Los puertos más utilizados fueron
Puerto Caballos (Honduras), Trujillo (Honduras), Bodegas del Golfo (Guatemala), San
Juan (Nicaragua), Matina (Costa Rica), Acajutla (El Salvador) y El Realejo (Nicaragua).

Hubo asimismo rutas terrestres que unían las distintas ciudades y pueblos con los
puertos (ver Cuadro 44) en las que por lo general sólo se podían emplear mulas y gente
de a pie (tamemes) para el acarreo de mercaderías. Durante los siglos XVI y XVII, muy
pocos fueron los sitios donde se podía obtener alimentación y albergue en dichas rutas.
Thomas Gage, dominico inglés, refiere que entre México y Guatemala sólo encontró
algunos ranchos de paja. Entre Guatemala y la Villa de Sonsonate únicamente había una
venta cerca de Jalpatagua.

Comercio con España

Conforme se institucionalizaba el poder colonial en Guatemala, también se ampliaba la


actividad comercial con España. En un principio se hizo fundamentalmente a través de
Honduras; empero, en la medida en que se acrecentaron las acciones de la piratería, se
empleó la ruta del Río San Juan (Nicaragua).

Comercio por el Golfo de Honduras

Durante el gobierno de Alonso López de Cerrato, la Audiencia se interesó en crear


mejores condiciones para el comercio con España, pues mandó mejorar el camino hacia
las Bodegas del Golfo, para que pudieran arribar directamente barcos o fragatas desde
Puerto Caballos, con lo cual se ahorraban un buen número de leguas. Las
embarcaciones de la flota continuaron dirigiéndose primero a los puertos de Honduras,
desde donde algunas se iban a las Bodegas del Golfo. El sistema de flotas ocasionó al
Reino de Guatemala la carestía periódica de las mercancías europeas, porque no todos
los años arribaban barcos. En 1573, el Ayuntamiento de Santiago se quejó de que
durante dos años no se había recibido la flota. Igual aconteció en 1582, ocasión en la
que se acusó a un mercader de Sevilla de atender sus intereses particulares e impedir por
ello que vinieran barcos a Guatemala.

Los primeros embarques de añil guatemalteco a España parecen haberse efectuado a


mediados del siglo XVI. En 1563, en efecto, la Casa de Contratación de Sevilla se
interesó en dicha actividad, a la que se consideró como un medio adecuado para la
recuperación económica de Honduras. En un principio, el añil centroamericano se
utilizó en los obrajes textileros de Segovia. En la Ilustración 124 aparecen las cantidades
de añil que llegaron en el siglo XVI. Durante el siglo XVII gran parte se reexportaba a
los Países Bajos y a Inglaterra. En 1609, Amsterdam recibió el primer embarque de añil
del Reino de Guatemala, por intermedio de Sevilla. Desde entonces se abrió el comercio
con distintas naciones, pese a algunas recesiones en los períodos de plagas o en los que
no arribaban barcos que pudiesen transportarlo. Durante el siglo XVII, el promedio
anual de exportación fue de 500,000 libras.
Otros productos importantes en las exportaciones del Reino de Guatemala durante el
siglo XVI fueron la zarzaparrilla, el palo de Brasil (ver Ilustración 125), los cueros de
reses (ver Ilustración 127), que todavía menciona Thomas Gage en 1630, y el bálsamo.
La comercialización de este último producto ha sido poco estudiada. Se sabe que tuvo
mucha demanda porque era empleado en curaciones, perfumes y en algunas prácticas
sacramentales, pero a partir de 1562, cuando el Papa autorizó su uso y además declaró
que era un sacrilegio dañar o destruir el árbol de bálsamo, la comercialización de éste se
realizó en gran cantidad con el Perú, al punto que llegó a llamársele `bálsamo del Perú'.
También se remitió oro, como se puede apreciar en la Ilustración 126.

A principios del siglo XVII, la flotilla destinada a Guatemala arribaba a las costas
hondureñas por lo general a fines de julio, y zarpaba un mes después. Traía vino, higos,
pasas, aceitunas, aceite, paño, lino, hierro y mercurio, y llevaba añil, cueros,
zarzaparrilla, cañafístula, cochinilla, azúcar.

De acuerdo con el registro de tonelaje de los barcos que hacían la ruta Honduras-
Sevilla, el comercio alcanzó sus cuotas más altas a principios del siglo XVII y empezó a
declinar a mediados de la década de 1620. El problema se agudizó en la década
siguiente. En ello influyeron los ataques de piratas en el Caribe, pero no fue éste el
factor fundamental del cambio, ya que la crisis del comercio entre España y las Indias
fue general en esos años. La explicación se vincula más bien a un problema integral del
sistema mercante español.

Durante los años 1606, 1607, y 1640-1646 no arribaron al Reino de Guatemala barcos
de Castilla. Los puertos hondureños y los barcos que llegaban podían ser fácilmente
presa de los piratas y corsarios. Las mercaderías pasaban meses esperando la llegada de
un barco, y cuando alguno se aparecía de modo inesperado se requería no menos de un
mes para preparar los fletes que debían transportar de regreso. La falta de un comercio
continuo con España se ve asimismo en las oscilaciones del ingreso de vino (ver
Ilustración 128).

Comercio por Panamá y Nueva Granada

Durante las últimas décadas del siglo XVI y primeras del siglo XVII, el comercio del
Reino centroamericano se hizo con alguna frecuencia desde Granada (Nicaragua) hacia
La Habana, y sobre todo hacia Portobelo y Cartagena. Se enviaba brea, añil, azúcar del
Valle de las Mesas (Amatitlán), cochinilla, cueros, jarcia, etcétera, y se importaba vino,
aceite, aceitunas, telas y alcaparras. Ello convirtió a Granada en un centro de mucho
comercio y con mayor desarrollo urbano que León. Gage señaló que en su tiempo se
prefería esta ruta para obviar los ataques de piratas ingleses y holandeses, y que hasta
las remisiones a la Corona se despachaban algunas veces por dicha ruta. Además, indica
que se escogía esta ruta por la mayor seguridad que ofrecía, ya que la armada española
había desalojado a los piratas de las Islas de Providencia y San Andrés, a fin de
garantizar mejor el tránsito del tesoro proveniente del Perú. También plantea Gage que
la situación era muy distinta en las costas hondureñas, ya que los piratas acechaban a los
barcos desde las islas San Juan y Santa Catalina, `lo cual hacía temblar y sudar de
miedo a todos los comerciantes del país y al presidente cuidar mucho de los impuestos
del rey'. En 1637, año en que el autor citado estuvo en Granada, llegaron de distintas
provincias aproximadamente 450 mulas cargadas con añil, azúcar, tesoro real y cueros,
para ser embarcados con rumbo a Cartagena.

Durante las primeras décadas del siglo XVII deben haber sido numerosos los envíos de
mercancías hacia España por la vía de Nicaragua, ya que en 1639 el Ayuntamiento de
Santiago de Guatemala solicitó que no se sobrecargaran las fragatas que salían de
Granada, para evitar daños, ya que en algunas ocasiones por excesivo peso no podían
huir de los piratas en el Mar Caribe.

Además de la ruta por Granada, existió a partir de 1632 la ruta hacia Portobelo y
Cartagena desde el Puerto de Matina, por medio de pequeñas fragatas que llevaban
tocino, aves, cacao y galletas a Portobelo y retornaban con productos provenientes de
Cartagena. Esto permitió el florecimiento de la ciudad de Cartago. En 1683 el cacao de
Matina generaba 11,762 reales al fisco, por concepto de almojarifazgo. Sin embargo,
desde ese puerto también se hizo contrabando con Jamaica. Por ejemplo, durante 1698
se recibieron en Inglaterra 914 barriles de cacao provenientes de Costa Rica.

Comercio con la Nueva España

Desde el inicio de la época colonial, Nueva España y Guatemala mantuvieron un


intenso comercio terrestre y marítimo. Hubo dos caminos reales que iban a México: uno
por los Cuchumatanes, y otro por la Bocacosta, que era el más usado. Los mercaderes
novohispanos llegaban por vía terrestre a la región de Suchitepéquez a comprar cacao,
achiote, vainilla, cochinilla, añil y otros productos, así como a vender ropa. El principal
comercio era el cacao. A mediados del siglo XVI, Suchitepéquez exportaba unas
200,000 cargas (una carga equivalía a 24,000 almendras de cacao), con un valor de unos
60,000 pesos. Muy poco de ese dinero se quedaba en Guatemala, porque por lo general
se cambiaba por telas.

En 1553, el Virrey de México ordenó que el valor de 180 almendras fuera un real y el
valor de la carga, 16 pesos con cinco cuartillos. El Ayuntamiento de Santiago protestó
porque tal medida perjudicaba a la economía guatemalteca. En 1586 la carga de cacao
se vendía en Izalco por 30 reales de a cuatro, y al ser comercializada en Nueva España
lo era por 50 reales de a cuatro, con una ganancia de más del 66%. En 1576 la Corona
obligó a los comerciantes a comprar una licencia de exportación y a pagar un impuesto
del 5% en Mazatepeque por el cacao que sacaban de Suchitepéquez y que llevaban a las
principales ciudades de la Nueva España.

Durante la segunda mitad del siglo XVI, Izalco pasó a ser la región de mayor
producción de cacao, lo que motivó a numerosos mercaderes y a los mismos frailes
dominicos a establecerse permanentemente en ese mismo pueblo de indios, situación
que los encomenderos trataron de contrarrestar en 1553, cuando lograron que el
Presidente Juan Núñez de Landecho mandara salir de los pueblos de indios a los
comerciantes, a fin de que vivieran en la Villa de Sonsonate. Sin embargo, la medida no
tuvo mayor éxito pues en 1558 eran 150 los mercaderes que vivían en la región de
Izalco y en 1570 había 400. Durante 1575 el comercio de cacao alcanzó
aproximadamente los 300,000 reales y en 1585 llegó a 500,000. Se dio un intenso
tráfico marítimo entre Acajutla y Huatulco (México), desde donde se llevaba dicho
producto a los principales poblados novohispanos.
En un principio, el comercio que se hacía con la Nueva España por Acajutla era de
cacao originario de Izalco, pero en la segunda mitad del siglo XVII gran parte era
contrabando proveniente de Guayaquil. En los últimos 40 años del siglo XVII se
vendieron entre 400,000 y 600,000 libras al año.

Por Acajutla se comercializó también añil con destino a México y a Perú. En la primera
mitad del siglo XVII, el precio de este colorante osciló entre tres y seis reales la libra. A
partir de 1667 se fijó en cuatro reales. Los mexicanos lo conseguían intercambiándolo
por ropa, y los peruanos, por vino.

Como resultado de la presencia de piratas en el Caribe, desde mediados del siglo XVII
gran parte del añil tuvo que enviarse a España por Veracruz, a pesar del incremento en
el precio del transporte porque la distancia era mayor, lo cual producía una menor
ganancia.

Las autoridades de la Audiencia de Guatemala buscaron en 1674 sacar provecho del


comercio al establecer un impuesto por el paso del Puente de Los Esclavos. Dicho
impuesto consistía en cuatro reales por cada botija de vino y un real por cada bestia. Tal
medida fue derogada por la Corona en 1680.

Comercio con el Perú

Durante el siglo XVII y parte del siglo XVIII, el Reino de Guatemala mantuvo activas
relaciones comerciales, tanto lícitas como ilícitas, con Perú. De ahí que por mucho
tiempo la mayor cantidad de moneda circulante fue la perulera, que dejaban los
comerciantes cuando compraban brea (producto básico para calafatear barcos e
impermeabilizar los toneles en que se guardaba el vino), cordelería, palo de Brasil,
bálsamo, alquitrán, cebo, añil (para los obrajes de Quito, Lima y Arequipa), el trigo que
era llevado a Lima, telas, achiote y otras mercancías que eran exportadas a las Filipinas.
Ellos vendían vino, aceitunas, almendras, azogue y aceite.

Presionada por los cultivadores de vid y los comerciantes de vino andaluz (en especial
por la Casa de Medinaceli), la Corona restringió, en 1604, a tres barcos el comercio
entre México y Perú; prohibió que éstos tocaran otros puertos que no fueran los de
Callao y Acapulco, y en 1609 limitó su número a dos. A pesar de la prohibición, se
siguió comerciando en forma clandestina, y la brea, que hasta entonces había tenido un
precio de tres pesos y medio el quintal, pasó a costar nueve pesos. En 1610, por
ejemplo, arribó al Callao un barco proveniente del Realejo (Nicaragua). Ese mismo año
el Virrey de México, Juan de Mendoza y Luna, Conde de Montesclaros, le indicó al Rey
que no podía impedirse el comercio entre Guatemala y Perú, y para ello argumentaba:
`... son tantos los que salen para Guatemala y tan imposible excusarlos, por no poder
parar sin comunicarse ésta ni aquella Provincia'.

En 1620, a causa del constante comercio de contrabando entre Perú y el Reino de


Guatemala, la Corona autorizó que dos barcos peruanos pudieran comprar en los
puertos de Acajutla y el Realejo hasta 200,000 ducados en productos de la tierra
(especialmente brea), pero sin facultad para vender vino. La medida fue discriminatoria
para los comerciantes guatemaltecos, porque no se les permitió que sus barcos fueran al
Perú. A pesar de la prohibición, no sólo siguió el contrabando de vino, sino que se sumó
el de cacao de Guayaquil y el de mercurio de Huancavelica (Perú) para las minas de
Honduras, y en él estuvieron involucrados algunos miembros del Cabildo de Santiago
de Guatemala, que introducían botijas de vino como lastre en los barcos o lo hacían
pasar como vinagre (ver Cuadro 45 e Ilustración 128).

Debe haber sido fuerte la presión de los comerciantes sevillanos para que la Corona
mantuviera la prohibición, que necesariamente mermaba el ingreso de buena cantidad
de impuestos.

Entre 1679 y 1684, el Ayuntamiento de Santiago hizo gestiones en varias oportunidades


para que se le permitiera comerciar con Perú. En 1670 solicitó autorización para
importar 5,000 botijas de vino peruano y 10,000 de España, ofreciendo pagar estas
últimas con añil. Los mercaderes de Sevilla contestaron que el añil no se vendía en
Europa y que `ninguno haría un viaje a los Puertos de Honduras porque no había fuerza
para oponerse a los piratas que infestaban esas costas'. En otra solicitud, el
Ayuntamiento de Santiago ofreció a la Corona hasta 20,000 ducados si autorizaba el
libre comercio de vinos con el Perú y aumentaba a 400,000 pesos la cantidad que podía
negociarse. Hizo ver que los precios del vino eran crecidos, que llegaba a costar hasta
25 pesos la botija de arroba y media, cuando su precio, en tiempos normales, era entre
siete y ocho. Ante tantas peticiones, la Corona permitió en 1685 la comercialización del
vino, con tal de que se pagara un peso y medio de impuesto por cada botija, ingreso que
aplicó a la defensa del Reino. Se mantuvo el monto en 200,000, así como la prohibición
de que traficaran cacao de Guayaquil. Stephen Webre señala que como la licencia fue
concedida al Consulado de Comercio de Lima y no a los comerciantes guatemaltecos,
éstos prefirieron proseguir con las actividades de contrabando.

El comercio entre el Reino de Guatemala y el Perú se vio favorecido por el astillero del
Realejo (Nicaragua), región en la que abundaba madera de guayacán y brea. A partir de
la fecha en que se organizó la armada de Alvarado, continuó la construcción de barcos
encargados por mercaderes peruanos y se carenaron otros provenientes de México y
Perú. La Corona alentó tal labor en 1699 al exonerar de impuestos por 10 años a las
embarcaciones que allí se construyeran.

Oficiales y mercaderes de Nicaragua estuvieron asociados con peruanos no sólo en el


contrabando de mercaderías, sino también en la plata sin quintar que contrabandeaban
hacia Europa.

Comercio con otras naciones

Guatemala no tuvo intercambio comercial directo con Filipinas, pero sí lo hizo en forma
indirecta. Este comercio se inició durante el último cuarto del siglo XVI, después de la
llegada en 1573 del primer Galeón de Manila a Acapulco. Desde entonces salían de
dicho puerto embarcaciones hacia Guatemala y Perú, que traían seda, porcelana y otros
productos de China, Japón y la India Oriental. En su retorno llevaban añil, cochinilla y,
sobre todo, plata y oro sin quintar. Este tráfico ilegal fue muy significativo durante las
primeras décadas del siglo XVII, según lo reconoció en 1612 el Virrey del Perú, Juan de
Mendoza y Luna, Marqués de Montesclaros, cuando señaló que no se podía cortar dicho
tráfico porque `provocaría no sólo la ruina de los mercaderes de esta provincia y
Nicaragua, sino también la escasez de navíos para la navegación de Tierra Firme al
Perú'.

Aunque la Corona española legisló para que el comercio con sus colonias se realizara
exclusivamente por medio de las casas comerciales sevillanas, la realidad es que las
colonias comerciaron desde el mismo siglo XVI con otras naciones. En la práctica, éstas
llegaron a controlar en ocasiones hasta dos terceras partes del gran comercio. Las
principales formas en que se dieron estas negociaciones fueron el contrabando, las
arribadas forzosas y las compañías negreras.

En las acciones de contrabando estuvieron involucrados no sólo comerciantes sino


también autoridades superiores. Por ejemplo, el Presidente Martín Carlos de Mencos
(1659-1668), relacionado con la casa comercial de José Barón de Berrieza, fue acusado
y condenado por haberse involucrado en un fuerte contrabando de añil con Holanda. En
su declaración señaló que el contrabando era lo más usual y que, por lo general, desde el
Reino de Guatemala se exportaba ilegalmente añil en una cantidad tres veces mayor a la
que se enviaba a España.

Murdo J. MacLeod considera que, a partir de 1680, toda la comunidad española de la


Capitanía General se unió con entusiasmo en las acciones de contrabando, `desde
Presidentes, Oidores y Obispos, hasta humildes comerciantes mestizos y buhoneros'.
Todo ello fue el resultado de la conjugación de dos factores: por un lado, la merma que
en dicho período tuvieron los envíos de añil de la India hacia Inglaterra y Holanda y,
por otro, la creciente expansión de la industria textil.

Las compañías negreras también participaron en la compra ilícita de los productos


centroamericanos. A mediados del siglo XVI el valor de un esclavo en Honduras y
Guatemala era de 100 ducados y en Nicaragua, de 120. Christopher Lutz calcula que
durante las primeras décadas del siglo XVII se vendía un promedio de 150 esclavos al
año. Su llegada se aprovechaba para comprar añil, cochinilla, cacao, etcétera.

Durante las negociaciones del Tratado de 1670, Inglaterra propuso a España que, a
cambio de no seguir acaparando nuevas regiones, le concediera uno de los monopolios
siguientes: comercio de esclavos, comercio del añil hondureño (sic) o la explotación
maderera en Belice. La petición muestra que eran actividades a las que se habían venido
dedicando en forma ilegal.

Comercio y Mercado en Santiago de Guatemala y el


Corregimiento del Valle
Santiago de Guatemala y el Corregimiento del Valle, de acuerdo con su calidad de
región simbiótica (véase `El Corregimiento del Valle de Guatemala, Siglos XVI y XVII'
en esta misma sección), desarrollaron una correlación comercial interdependiente,
ventajosa para todos, aunque estuviera dominada por la capital, como centro urbano
mayor donde residían los hilos del poder socioeconómico. Los mercados de los pueblos
cercanos se adaptaron a las necesidades de abastecimiento de Santiago. Poco a poco,
conforme creció la población urbana, los pueblos y regiones del Corregimiento se
especializaron en determinadas producciones y la red de aprovisionamiento se fue
ampliando. Siempre se vigiló que los abastos llegaran en cantidad suficiente para las
necesidades de los habitantes de la urbe. La población, tanto de la ciudad como de los
pueblos y regiones cercanas, conocía las especialidades de cada uno, las épocas de
producción y abundancia y las de escasez, y los precios, según el caso. En cuanto a las
previsibles variaciones estacionales de los precios, algunos comerciantes trataban de
obtener ventaja y el Cabildo de evitar problemas. De acuerdo con la situación y con la
época del año, se esperaba una calidad y cantidad por un determinado precio y, cuando
éste variaba, se producían reclamos.

Casi desde su fundación, el Ayuntamiento de Santiago elaboró ordenanzas para regular


y garantizar el abasto de la ciudad y estableció el cargo de fiel ejecutor, que
desempeñaba un regidor en forma rotativa. Su función era, fundamentalmente, ver que
siempre hubiera suficiente abasto, sobre todo de granos básicos, a un precio
previamente fijado, y vigilar que los productos se vendieran a esos precios, en las
medidas correctas. Dicho funcionario se presentaba a los mercados, revisaba las
panaderías y ventas de pan, así como las tiendas y pulperías, para comprobar calidades,
precios, pesos y medidas. Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, quien desempeñó
ese cargo en diversas oportunidades, dice que lo alternaban cada cuatro meses `los
capitulares', y se quejaba amargamente de que los presidentes de la Audiencia le
hubieran coartado sus funciones, sin dejar `jurisdicción que sustraer'. Si bien hay algo
de verdad en la afirmación del cronista, ya se verá que, a pesar de las intromisiones de
la Audiencia y de su presidente, los titulares del cargo seguían cumpliendo su papel,
aunque fuera en forma reducida.

El sistema de tiendas y mercados era muy complejo, con diversos mecanismos de


distribución y redistribución. Había productos en los que intervenían pocos
intermediarios o ninguno, mientras que en otros tendieron a proliferar. Con el correr del
tiempo se fue llevando a cabo una separación entre los grupos étnicos en correlación
con lo que cada uno producía y vendía. En un principio, en la ciudad segmentada sólo
los españoles e indios producían y distribuían. En la segunda mitad del siglo XVII la
situación varió bastante. Las llamadas `castas' se habían hecho un lugar en el sistema de
mercado de la ciudad y controlaban toda una serie de mercancías, generalmente en
calidad de intermediarios. La mayoría de los productores seguían siendo los indios, pero
ahora algunos artículos los vendían al menudeo los ladinos, es decir, los negros,
mulatos, mestizos e indios hispanizados. Así surgieron los llamados `regatones', que
eran intermediarios o revendedores que compraban al por mayor y luego vendían con
ganancia al menudeo. Según diversos autores y documentos de la época, en su
manifestación más grotesca eran personas que salían a los caminos de entrada a la
ciudad a fin de interceptar a los indios y comprarles sus productos (en algunos casos se
habla de `arrebatarles'), para después revenderlos al mayor precio posible. Estos
intermediarios fueron usualmente tolerados, pero en momentos de escasez eran
perseguidos, casi siempre con la participación del fiel ejecutor. Fuentes y Guzmán se
refiere a ellos así: `...regatones que sin peso ni medida, comprando con violencia de los
miserables indios como quieren, son esponjas perniciosas de una y otra manera de la
república'.

Mercados y ferias
Los indígenas continuaron con sus tiánguez, o sea las formas tradicionales de mercado:
un día de la semana, cuando menos, se reunían en la plaza del poblado, como antaño en
su tinamit, para la compraventa de sus productos. Además del mercado tradicional de
los pueblos de indios, los españoles crearon las ferias, celebradas durante las fiestas del
santo patrono, a las que llegaban comerciantes de otras regiones y donde se podían
comprar muy diversos productos.

Los artículos de elaboración local (fundamentalmente agrícolas, pero también


artesanales, de comida preparada y otras industrias rudimentarias) se vendían sobre todo
en los mercados al aire libre. Esto se llevaba a cabo en la plaza mayor de los pueblos, en
días y horas prefijados. De ahí que desde entonces se hable de `día de plaza' y `de ir a la
plaza', cuando se trata de ir al mercado. En éste, se agrupaba un variado grupo de
vendedores y vendedoras distribuidos según los productos puestos a la venta, y los
compradores acudían para obtener lo que necesitaban, previa discusión del precio, a
veces muy ceremoniosamente, en una forma que todavía hoy se llama `regatear'. Gage
se refiere al de San Miguel Petapa, en que vio una `bonita plaza, sombreada por dos
olmos, en la cual se hacía todos los días, hacia las cinco de la tarde, un tianguis o
mercado, en donde no hay más que indios del lugar que comercian entre ellos'.

Por supuesto, en la ciudad de Guatemala la situación era diferente, tanto por el volumen
de compradores y vendedores, y su diversa composición étnica, como por la variedad y
cantidad de productos que se acumulaban diariamente a casi todas horas. Los artículos
llegaban de diversas regiones. Conforme creció el número de habitantes, hubo
productos básicos (maíz, trigo, azúcar, etcétera) que se llevaban de regiones cada vez
más alejadas. El maíz llegaba de casi todos los pueblos de indios, tanto en el pago del
tributo como para la venta. El trigo sólo se producía al principio en el Valle de Petapa o
de las Mesas, pero luego fue necesario transportarlo de Comalapa, Patzicía, Patzún,
Tecpán y hasta de Quezaltenango, Totonicapán y Jalapa. El azúcar arribaba de
Escuintla, Petapa, Amatitlán y Palín, así como del ingenio de San Jerónimo, en
Verapaz. Otros productos, como verduras y frutas, llegaban en buena parte de los
pueblos cercanos, sobre todo de San Juan del Obispo, San Cristóbal El Alto, San Pedro
Las Huertas, Almolonga (de donde incluso bajaban a la Costa a traer productos
tropicales), Jilotepeque, Petapa (que tenía un platanal en el Río Petapa cerca del lago),
San Juan Sacatepéquez, etcétera. Los melones más famosos llegaban, según el dominico
Thomas Gage, de Acasaguastlán. Las tortillas procedían de Santa Ana y Almolonga; la
sal, de Iztapa, en el Pacífico. Las flores, en gran abundancia, de Almolonga, San
Cristóbal El Bajo y El Alto, San Juan del Obispo y otros pueblos. Según Francisco
Antonio de Fuentes y Guzmán, las flores eran llevadas a Santiago de Guatemala todas
las mañanas del año por innumerables indias de los pueblos de las faldas del Volcán de
Agua, que conducían `abundantes pértigas de ramilletes, tejidos y formados con copia
agradable y maravillosa de claveles, siemprevivas, azucenas, amapolas, mirtos, tréboles,
azahares, espoletas, retamas, tulipanes, maravillosas rosas...', de que se abastecían no
sólo las cinco boticas para la elaboración de medicamentos sino todos los particulares.

El pescado, procedente de la Laguna de Amatitlán, debían proporcionarlo por


repartimiento los indios de Petapa y Amatitlán, además del que se obtenía de los ríos del
Valle de Sacatepéquez. Thomas Gage habla de una clase de trucha, el tepemechín, que
se pescaba en los ríos y riachuelos de Guatemala. Dicho autor dice también que los
habitantes de Petapa y Amatitlán debían mandar pescados a Santiago de Guatemala el
mismo día que los atrapaban. Por su parte, Fuentes y Guzmán indica que los indios de
dichos pueblos tenían repartimiento de mojarras del Lago de Amatitlán, para el abasto
de las familias del presidente, del reverendo obispo, oidores, escribanos de cámara,
oficiales reales y alcaldes ordinarios, y sólo quedaban fuera los propios regidores que se
encargaban de velar por la vigencia del repartimiento. Aparte llegaba alguna cantidad
adicional de pescado para su venta en el mercado, especialmente en cuaresma.

La leña se llevaba de muchos lugares, pero en especial de San Juan del Obispo,
Almolonga, Sumpango, Chimaltenango y Sacatepéquez. Madera fina, como el cedro,
llegaba de San Cristóbal Amatitlán (Palín), y el pino de lugares como Las Vacas,
Tecpán, Chimaltenango, etcétera. Los petates y esteras de tule provenían de Almolonga
y los pueblos situados a las orillas de la laguna de Quinizilapa. Estos pueblos también
proveían el zacate que se necesitaba en la ciudad. Los indios de diversas poblaciones
elaboraban telas que también llevaban a vender en la capital, lo que según Fuentes y
Guzmán produjo la `extinción' de cinco obrajes que había en ésta. También se expendía
cal proveniente del Valle de Las Vacas.

El principal mercado de Santiago se llevaba a cabo en la plaza mayor. De acuerdo a las


ordenanzas del siglo XVI, los alimentos debían llevarse a dicho lugar de la ciudad para
venderse en el mercado, sin que participaran intermediarios. Ello no ocurría en el caso
de las reses y ovejas. En cuanto a los granos, había funcionarios encargados de evitar el
acaparamiento, y el trigo debía repartirse equitativamente entre los dueños de
panaderías y el pueblo.

Actualmente se cuenta con una representación gráfica del mercado de la plaza mayor,
consistente en una pintura de Antonio Ramírez de Montúfar, que se ha podido fechar en
1678, y que fue ejecutada para ilustrar la construcción de la Catedral (véase Ilustración
69). Muestra un espectáculo abigarrado y toda la variedad étnica de la ciudad:
transeúntes y expendedores ambulantes, niños que juegan o acompañan a sus madres o
niñeras; jugadores de naipes; negras, mulatas, mestizas, indias y españolas, comprando,
pesando o gesticulando; cargadores con mecapal y arrieros con sus mulas; varios
jinetes; vendedores de telas y de granos, una mujer negra cocinando, un vendedor de
velas; vendedoras bajo toldo o a la intemperie, con sus productos en el suelo o sobre una
mesa, y al fondo las carretas de bueyes que llevan materiales para la obra de la Catedral.
El cuadro comercial lo completaban las tiendas en los portales de la plaza, de los cuales
el del poniente se llamaba `de las panaderas' y el del norte, al lado del Cabildo, `de los
escribanos'.

Además del mercado de la plaza central se realizaban otros en la ciudad de Santiago. En


el barrio de Santo Domingo, según Thomas Gage, se efectuaba a principios del siglo
XVII, todos los días:

...un pequeño mercado [tiánguez], donde algunos indios


pasan todo el día vendiendo frutas, hierbas y cacao; pero
hacia las cuatro de la tarde está lleno durante una hora,
donde las indias vienen a vender cosas delicadas a los
criollos, como atole, pinole, palmitos cocidos, manteca de
cacao, pudines hechos con maíz y un poco de carne de
gallina o de puerco fresco sazonado con chile o pimiento
largo, que ellos llaman nacatamales.

Asimismo eran importantes los mercados de los pueblos cercanos, sobre todo el de
Jocotenango, donde se vendía especialmente carne y manteca de cerdo, sal, tamales, teja
y ladrillos y, probablemente, atole y pinol, igual que en el atrio del templo Santo
Domingo. Por otra parte, había vendedores ambulantes que andaban por las calles
ofreciendo sus productos en petaquillas o canastas, sistema que el Cabildo
constantemente trató de evitar y prohibir.

Tiendas y tabernas

Un sector importante del sistema comercial lo constituían las tiendas y tabernas, en las
que se vendían mercaderías diversas. El Ayuntamiento de Santiago de Guatemala trató
de mantener un control sobre el número de dichos establecimientos, así como su
localización. Para ello se estableció el requisito de una licencia para poder operar y se
orderaron visitas periódicas de representantes de la autoridad. Gage se ocupa de ello, y
su descripción coincide en mucho con la que aparece en documentación de casi 50 años
más tarde. Según el Fraile inglés, eran bodegones o tabernas, y se parecen mucho a las
velerías porque no venden solamente vino sino también velas, pescado, sal, queso y
tocino. Gage se quejaba de que sus propietarios atraían a los `pobres indios' para
emborracharlos y luego robarles.

Christopher Lutz dice que en Santiago de Guatemala se trató de concentrar las tabernas
en el casco central, prohibiéndolas en los barrios de la periferia. No obstante, ellas
proliferaban, y cuando los escándalos y las borracheras se hacían demasiado notorios
inevitablemente se procedía a su cierre. Según dicho autor, en tiempos en que el control
fue menos riguroso su número aumentó a unas 30, pero en períodos estrictos disminuyó
a 12 ó 16 en el centro de la ciudad.

Hay indicios de que el control sufrió altibajos, entre 1674 y 1681, aunque nunca fue
excesivamente riguroso. Jorge Luján Muñoz describe el sistema con base en el
Cuaderno de las Visitas de Tiendas y Pulperías. Estas visitas las efectuaba el fiel
ejecutor de turno, y debían comprender a todas las tiendas de la ciudad y sus barrios. El
Cuaderno va desde 1674 hasta 1681. En el primer año se hicieron dos visitas, una en
junio y otra en octubre; en 1675 se efectuaron tres, en febrero, en julio y en diciembre.
Empero, la siguiente visita registrada corresponde a abril de 1681, lo que quiere decir
que durante más de cinco años no se llevó a cabo visita alguna, o bien no se dejó
constancia en el Cuaderno correspondiente. Se pueden apreciar diferencias en la forma
de hacer las visitas. El fiel ejecutor, que era distinto en cada caso, siguió un orden
diferente cada vez y visitó un número muy variable de establecimientos.

El grupo étnico del propietario sólo se identifica en dos casos: una negra libre en la
primera visita, que aparece mencionada sin identificación étnica en dos visitas más, y un
negro en la segunda, que aparece sin identificación étnica en otra. En cuanto a mujeres
propietarias, el número varía: hay tres en la primera y segunda visitas; 12 en la tercera
(de un total de 51 establecimientos); cinco en la cuarta; de nuevo tres en la de julio de
1675, una de las cuales era nueva; y, finalmente, siete en la visita de 1681, de las cuales
sólo una ya había sido mencionada. Debe notarse que en el Cabildo del viernes 24 de
enero de 1681 se mandó cerrar las pulperías de la ciudad de Santiago que no tuvieran
licencia o que fueran de mestizas o mulatas solteras, y se resolvió que no se concedieran
licencias a `mulatas y mestizas solteras y sólo a personas de buen vivir imposibilitadas
de trabajar en otro ministerio'.
Los negocios mencionados vendían mercadería diversa, que incluso variaba de una
visita a otra. Los artículos más generalizados, en su orden, eran las candelas, el azúcar y
la sal. Menos común era la miel, que en unos casos se distingue entre blanca y prieta.
Artículos menos corrientes, que sólo vendían unos pocos establecimientos o no
aparecen en todas las visitas, eran los siguientes: queso, pan, tocino, manteca, aceitunas
y pasas de Castilla, pescado fresco o seco, frijoles y jarabe de miel de caña.

El vino y el vinagre eran artículos relativamente comunes. En la primera visita, 22


tiendas y pulperías expendían vino, ocho de éstas también vendían vinagre, y una, sólo
vinagre. Como expendios exclusivos de vino (lo que serían tabernas aunque no siempre
se les llamara así) había cuatro en la visita inicial, de las cuales una, expendía algo más;
en la segunda había uno de tales expendios, que es distinto de los otros; en la tercera
visita figuraron tres (febrero de 1675), así como en la de julio de ese año; en la de
diciembre había cinco, y cuatro en la de 1681. Es decir, las que funcionaban
exclusivamente como tabernas eran escasas, pues lo más corriente era que se vendieran
otros productos. En cuanto al expendio de aguardiente, sólo se menciona en pocos
establecimientos.

Debe señalarse que el fiel ejecutor sólo en dos casos se hizo acompañar por el `fiel de
repeso', a fin de comprobar los pesos y medidas. En el primero, todo se encontraba bien,
pero en el otro (1681) se encontraron las medidas `algo defectuosas'. En cada visita se
debía `despachar' a cada tienda un `arancel' de precios.

Las panaderías eran expendios separados. En un principio las controlaron españoles.


Lutz señala que, entre 1589 y 1598, cinco diferentes alcaldes ordinarios tuvieron
panaderías en sus casas, y sus esclavos y criados vendían pan en las plazas públicas de
la capital, no obstante que las leyes lo prohibían. A mediados del siglo XVII ya había
mulatas libres que eran propietarias de panaderías y tenían sus negocios en los barrios
multirraciales de la periferia. Como dice Lutz, en cosa de un siglo la panificación
cambió, no sólo en términos étnicos o socioculturales, sino en su distribución geográfica
hacia todos los ámbitos de la urbe. Poco a poco empezaron a dedicarse a ella las castas
libres y los indios españolizados.

Los expendios que se encontraban en los pueblos y en los caminos más frecuentados
deben haberse parecido a las tiendas, pulperías y tabernas de la capital. En los pueblos
también hubo panaderías y carnicerías. Gage da testimonio de estas últimas en Mixco y
Pinula.

El abasto de carne

La concesión del sistema de abasto de carne se hacía por medio de una subasta anual.
Quien ofreciera proveer la carne a menor precio obtenía la concesión, y recibía el
nombre de `obligado'. Los pregones previos a la subasta se iniciaban `nueve o diez días
antes de San Miguel'. El obligado debía suplir la carne `bajo pena de multa en beneficio
del rey si faltaba a las condiciones establecidas entre éste, los jueces y los habitantes de
la ciudad'. Según Gage, si el obligado no tenía carne de res suficiente para cumplir el
compromiso, debía completar lo que faltaba con carne de carnero y `suplirlo con
volátiles (carne de aves), reportando el precio a proporción de la libra de carnero que
debía dar, y la calidad de las familias que estaba obligado a surtir de carne...' Según el
mismo autor, en Guatemala había más reses que en ninguna otra parte de América. Esto
lo confirma la gran cantidad de cueros que se remitían anualmente a España. La carne
de res era muy barata, según se desprende de lo dicho por el dominico Thomas Gage:
`...en mi tiempo trece libras y media... no valían más que medio real'.

Por real cédula de 20 de octubre de 1648, el Ayuntamiento de Santiago recibió el


`derecho del prometido', que era la cantidad que el obligado pagaba anualmente a los
`fondos de propios de la ciudad'. En la década de 1660 el prometido fluctuó anualmente
entre 1,000 y 1,500 pesos. A partir de 1665, la ciudad ya no obtuvo la totalidad del
prometido, sino la compartió con las llamadas `fuerzas de Granada' o con el Castillo de
la Inmaculada Concepción en el Río San Juan (Nicaragua). Hubo años en que cada parte
recibió 1,000 pesos completos, aunque con el tiempo rebajaron los ingresos para los
propios de Santiago de Guatemala.

El ganado debía llevarse al rastro, único lugar donde se podía matar reses, y desde allí la
carne se distribuía a las carnicerías. En un principio había una de éstas en la plaza
mayor de Santiago, y a mediados del siglo XVII ya había dos más en los barrios de San
Sebastián y Santo Domingo. El Cabildo acordó poner otra en 1681 en el de San
Francisco. Según Fuentes y Guzmán, fuera de las de los conventos y las que expendían
carne de marrano, había cinco carnicerías públicas que se abastecían de la carne de
9,000 reses al año.

A partir de 1680 dejó de haber un obligado único, y se repartió el abasto entre los
hacendados. En el Cabildo del martes 26 de marzo de 1680 se hizo constar que al no
haber habido postor, se repartiría el abasto entre los vecinos. Al principio, el reparto se
hizo por semanas, de mayo a julio, y luego, desde agosto, por períodos mayores. El
precio establecido fue de 12 libras por un real.

Lutz dice que hubo miembros de las castas que trabajaban como revendedoras por lo
menos desde mediados del siglo XVII. Algunas decían haber heredado su oficio de sus
madres y abuelas. Fuentes y Guzmán las menciona al narrar que, cuando le tocó servir
de fiel ejecutor en 1686, halló que las carnicerías regatonas, es decir, las revendedoras
de plaza, vendían ocho libras por un real, mientras que lo reglamentado era 14 por un
real.

Hay indicios de que, por diversos medios, se creó un mercado negro de carne. Una de
tales formas podía ser la autorización otorgada a algunos ganaderos para abastecer los
conventos de monjas. Por ejemplo, el ganadero Juan Muñoz de Garrido, que recibió en
el reparto de 1680-1681 una semana de abasto del 2 al 7 de junio, fue denunciado
porque, `so color y pretexto de abastecer de carne de vaca a los conventos de religiosas
tenía matadero aparte donde mataba más ganado del que necesitaban los conventos'. A
Muñoz se le hizo la prevención correspondiente. Otro procedimiento consistía en que
los ganaderos hacían arreglos ilícitos con las carnicerías, especialmente en los pueblos
del valle. Asimismo, se abrían carnicerías sin licencia, como en el caso denunciado por
Fuentes y Guzmán en 1671, en el cual el responsable era también el citado Juan Muñoz
de Garrido. En este caso, a pesar de los reclamos del Cabildo, la Audiencia permitió
`que por entonces lo dejase correr'.

Carne, manteca de cerdo y otros productos


En la producción y venta de la carne y manteca de cerdo se especializaron los indios de
los barrios de Santo Domingo y Candelaria, y de los pueblos de Jocotenango y San
Felipe de Jesús. Estos porqueros obtenían los cerdos en lugares alejados, los
transportaban vivos, y luego los destazaban en sus casas. Expendían el producto en su
domicilio, en los mercados menores de Jocotenango y Santo Domingo, y en el de la
plaza mayor de la capital. Aunque no era usual, en momentos de escasez estos indios
también eran molestados por los regatones y revendedores.

Tanto la carne como la manteca de cerdo fueron productos de alto consumo entre los
sectores medio y popular de la ciudad de Santiago como sustitutos de la carne de res y
del aceite de oliva, respectivamente. Estos productos se utilizaron asimismo en la
comida popular.

En las visitas del fiel ejecutor a las pulperías se acostumbró incluir ciertas formas de
control sobre los mantequeros, cajeteros, tejeros y ladrilleros, salineros y tamaleros de
Jocotenango, San Felipe y del barrio de Santo Domingo, a fin de comprobar los precios
y medidas. En las visitas que aparecen en el citado Cuaderno (25 de octubre de 1674,
30 de enero de 1675, y 18 de abril de 1681), casi no hay variantes de precios: la manteca
se debía vender a un real por 12 onzas, en cajetes de cuatro onzas cada uno. Este era el
precio en 1674-1675, pero en 1681, 14 onzas se vendían por un real, en dos cajetes. La
sal se vendía a dos cuartillos por medio real, pero en 1681 había subido a un cuartillo
por medio real. El precio de los `nacatamales bien cocidos y de buena calidad' era de
seis por medio real. En cuanto a las tejas y ladrillos, se visitó a los tejeros y ladrilleros
para comprobar el tamaño de los moldes y el sello de autorización. En un caso se
rompieron los moldes por no estar correctos y carecer de sello y se ordenó hacer nuevos
y obtener el sello. Las medidas de las salineras también tenían que tener sello.

Comercio entre pueblos de indios

Los pueblos de indios mantuvieron una extendida red de intercambios comerciales. Los
del Altiplano occidental bajaban a Suchitepéquez y Soconusco a vender telas, cerámica
y ocote, y a comprar o trocar algodón, sal y especialmente cacao, que los encomenderos
exigían como tributo.

Hubo numerosas vías de comunicación que interconectaban a los pueblos, en las cuales
transitaban mercaderes, dueños de productos que transportaban llevando carga por
medio de indios mecapaleros o en mulas. Por lo general, sólo muy pocos tramos de los
caminos permitían el tránsito de carretas y en invierno todos eran prácticamente
intransitables por el lodo y las ciénagas.

Los comerciantes indios tenían libertad para realizar su trabajo en cualquier pueblo,
siempre que pagaran la alcabala. Sin embargo, en algunos casos los Justicias Mayores
les ponían obstáculos, como aconteció en 1698 con mercaderes de Chichicastenango,
que sólo después de ser amparados por la Audiencia pudieron vender en cualquier lugar
sus `jerguetas, sayales y estameñas, propias de su industria'.

Transporte
A principios del siglo XVII, Juan Palomeque, vecino de Mixco, era el mayor
transportista, pues tenía más de 300 mulas, y según Gage:

...era la ruina de los demás que comerciaban con mulas


para traer y llevar productos al golfo para los mercantes,
pues como él tenía fuertes mulas y vigorosos esclavos
podía poner el precio o estimarlo por toneladas, de tal
modo que los otros, que tenían que alquilar indígenas o
servidores para ir con sus mulas, no podían competir con
él.

Mercaderías, comerciantes e impuestos

Los precios de las mercaderías en el siglo XVI fueron altos, exceptuando los de los
comestibles (ver Cuadro 46). La compra de mercancías extranjeras se realizaba en el
barrio de Santo Domingo, donde vivían los principales comerciantes de la ciudad de
Santiago (ver Cuadro 47). Cuando llegaban las recuas con la carga de la flotilla de
Honduras, se organizaba una feria.

La Corona ordenó en 1576 que tanto los mercaderes de bienes importados, como de
algunos alimentos (maíz, trigo, carne de res, pescado, sal) pagaran el impuesto de la
alcabala, pero no fue sino hasta 1602 cuando se logró comenzar a recolectarlo en el
reino de Guatemala. Cada uno pagaba 10 pesos, cantidad bastante significativa si se
compara con la de otros sectores. Los agricultores, por ejemplo, pagaban seis, los
ganaderos tres, y los trilladores de trigo, cuatro. Sin embargo, no fue la Corona la más
beneficiada sino el Ayuntamiento, ya que en 1604 logró comprar por 5,000 pesos, el
derecho de Santiago de Guatemala a recolectar este impuesto. En 1667 la Corona
mandó establecer la primera Real Aduana en la ciudad de Santiago, a fin de que de allí
en adelante fuera ésta la que recolectara la alcabala y ya no el Ayuntamiento. De esa
forma se evitó que los mercaderes continuaran defraudando a la Real Hacienda (véase
en esta misma sección, en lo referente a impuestos, el trabajo de Horacio Cabezas
`Organización Monetaria y Hacendaria').

Importancia de los Comerciantes


Antes del descubrimiento de América la nobleza castellana tenía una actitud despectiva
hacia el comercio y los comerciantes. Esta actitud, sin embargo, desapareció con
rapidez, al menos en parte, ya que en la misma Sevilla hubo miembros de la aristocracia
que emparentaron con mercaderes y banqueros, y pudieron así `participar en las
ganancias que ofrecía el comercio con los nuevos territorios'. Guatemala fue un caso
especial, a causa de la poca cantidad de metales que se encontraron desde un principio.
El comercio era, por lo tanto, uno de los pocos medios para poder enriquecerse en este
Reino. Desde las primeras décadas del período colonial, los principales conquistadores
y autoridades se dedicaron a los negocios. Pedro de Alvarado, por ejemplo, comerció
con cacao, tocino y esclavos, y Alonso de Maldonado, con caballos. Después de la
promulgación de las Leyes Nuevas, los encomenderos más importantes, así como
algunas autoridades eclesiásticas y seculares, también se dedicaron al comercio. Los
primeros, para transformar en moneda el tributo en especie que recibían, y los segundos,
para obtener alguna ganancia en las subastas de los tributos pagados por los pueblos de
la Real Corona.

Santiago de Guatemala fue una ciudad singular en cuanto a la importancia que en ella
tuvieron los grandes comerciantes. En las capitales virreinales y en otras ciudades de
Nueva España y Perú, los dueños de minas tuvieron un papel relevante como parte de
las élites, mientras que en Guatemala ese lugar lo ocuparon los principales mercaderes.
En los inicios compartieron el poder con los conquistadores y sus descendientes, la
mayoría encomenderos, pero éstos paulatinamente tuvieron que ceder posiciones
conforme disminuyeron las rentas de los pueblos de indios como resultado de la
catástrofe demográfica entre la población nativa. Ya en la primera etapa de prosperidad,
que MacLeod llama `época extractiva', la obtención de ganancias dependía de la
posibilidad de enviar los productos locales a la Península y a la Nueva España.
Destacaban entonces el cacao, los productos medicinales (bálsamo, zarzaparrilla y
cañafístula) y los cueros. Esta etapa entró en crisis en la década 1581-1590, como
resultado del agotamiento de las fuentes de los productos y la competencia del cacao de
Guayaquil, así como por la creciente escasez de metales.

Los principales interesados en la búsqueda de un nuevo producto que impulsara la


economía del Reino fueron los comerciantes. Dicho producto resultó ser el añil, que
tuvo una primera etapa de prosperidad entre 1599 y 1630. En este período, como han
demostrado José María de la Peña y María Teresa López, el Ayuntamiento de Santiago
ya estaba dominado por comerciantes y peninsulares, quienes habían entrado al Cabildo
en 1591, cuando la Corona puso en venta dichos cargos con carácter de vitalicios. A
partir de entonces, o quizás un poco antes, este grupo constituyó una oligarquía, en el
sentido de ser un grupo minoritario y dirigente con un poder fáctico pero no
institucionalizado (aunque se valiera de las instituciones), que se distinguía como una
entidad situada por encima de los individuos que la componían. Su actuación afectaba
intensamente a los diversos sectores de la vida social, económica y política. Gozaba del
reconocimiento de su dominio y poseía cierto grado de cohesión, incluso en cuanto a
creencias y lazos familiares.

Si bien los cargos capitulares se dividían por partes iguales entre peninsulares y criollos,
había una notoria diferencia en el monto de los bienes en favor de los primeros, casi
todos ellos mercaderes. Si se observa el Cuadro 48, se puede apreciar que los
peninsulares tenían casi el 90% del total de los bienes, frente a sólo un 10.43% de los
criollos, y que los únicos que en su mayoría estaban en manos de los segundos eran los
relacionados con la actividad agropecuaria, los bienes de caballeriza y el menaje de
casa.

De acuerdo a los registros de la alcabala de 1604, de un total de 762 vecinos apuntados,


138 eran comerciantes, y de éstos, 114 se declararon mercaderes (comerciantes de cierta
importancia), 15 eran tratantes (de menor importancia), 12 eran pulperos, cuatro eran
dueños de tabernas y había dos boticarios. Conforme a la tasación que se les hizo, los
principales eran Francisco de Mesa y Cristóbal Dávila Monroy, cada uno con un
impuesto de 120 tostones. Les seguían Jorge de León Andrada, con 90 tostones; con 66
tostones, Manuel Esteves, Pedro de Lira, Alonso Núñez y Alonso Miranda, y con 60,
Juan Martínez Mondragón, Francisco Morales y Miguel Cetina. Un tercio tenía sus
establecimientos en las manzanas situadas alrededor de la plaza mayor (especialmente
en la del Ayuntamiento y al oeste de los portales), y otro tercio en los sectores noroeste
y noreste.

Vale la pena mencionar por aparte a Pedro de Lira, de origen castellano, que prosperó
rápidamente hasta convertirse en uno de los primeros comerciantes de Santiago de
Guatemala, si no en el más rico. En 1608 compró un cargo en el Ayuntamiento y en
1623 tenía un patrimonio de 254,376 pesos (véase Cuadro 49). Thomas Gage lo ubica
alrededor de 1630 como uno de los cinco mercaderes más ricos de Santiago de
Guatemala (los otros eran Tomás de Siliézar, vizcaíno; Antonio Justiniano, genovés;
Antonio Fernández y Bartolomé Núñez, ambos portugueses, cada uno con un capital
superior a los 500,000 ducados. El origen de su riqueza se localizaba en el control del
comercio de añil que se producía principalmente en la Alcaldía Mayor de San Salvador.

Al examinar la estructura patrimonial de los miembros del Cabildo de Santiago en 1623


(Cuadro 50), llama la atención la importante presencia de lo mercantil: tratos,
mercaderías y créditos sumaban un 58.78%, frente a un 29.4% y un 21.8%,
respectivamente, que comprendían los mismos rubros en las ciudades de México y
Puebla. Sin embargo, cabe señalar que un 37% de ese total bruto correspondía
exclusivamente a Pedro de Lira.

A pesar de su poder local, los mercaderes de Santiago de Guatemala no lograron tener


Consulado de Comercio, aun cuando intentaron que se aprobara en 1649. Pero, durante
la segunda mitad del siglo XVII, contaron con el apoyo de algunos presidentes de la
Audiencia, como Martín Carlos de Mencos (1659-1668) y Jacinto de Barrios Leal
(1688-1691 y 1693-1695). Fue tan fuerte el poder de los comerciantes en Santiago, que
cuando la Real Hacienda pretendió cobrar correctamente la alcabala en 1688, estalló en
la ciudad un verdadero motín, en el cual se intentó matar al Oidor Pedro Enríquez de
Selva. Sin embargo, no se castigó a los culpables sino se trasladó al Oidor a la
Audiencia de Guadalajara.

En consecuencia, el Ayuntamiento de Santiago de Guatemala fue controlado a lo largo


de los siglos XVII y XVIII por grandes comerciantes. Primero, la familia de Pedro
Dávila Monroy, entre 1600 y 1630, cuyos dos hijos, Hernando (1601-1636) y Rodrigo
(1609-?), junto con aquél, sirvieron simultáneamente. Luego estuvo Pedro de Lira, entre
1608 y 1635, y también el comerciante de origen genovés Antonio Justiniano, quien fue
regidor y colocó a su sobrino Antonio Justiniano Chávarri (1639-1657), y antes de su
muerte renunció el cargo a favor de su hijo Nicolás Justiniano (1645-1657). Luego, en
las décadas de 1650 y 1660, aparece la familia Delgado de Nájera, de origen montañés,
la cual obtuvo el cargo de alguacil, que ocupó Francisco, y el de Depositario General,
que tuvo el hermano de éste, Juan (1655-1666). En las décadas 1670 y 1680, el dominio
lo ejerció la familia Estrada, de origen sevillano, por medio de José Agustín de Estrada,
su hijo José Agustín de Estrada Aspetia, Regidor y Correo Mayor (1682-1730) y su
primo y yerno, el Alférez Mayor José Calvo de Lara y, finalmente, cerca de 1698, el
grupo de familias vinculadas bajo la dirección de Bartolomé de Gálvez y Corral.

En distintas ocasiones (1607, 1619, 1640, 1652), la Corona prohibió a las autoridades
políticas y religiosas, así como a sus familiares, involucrarse en actividades comerciales.
Sólo hizo excepción a favor de los alcaldes y regidores, a quienes se permitió tener
almacén.
Algunas familias nativas continuaron con su habitual actividad comercial regional. En
1574 seis comerciantes indígenas controlaban el comercio de la Verapaz, y en 1600 los
principales de Rabinal eran grandes comerciantes. Los frailes dominicos se dedicaron
igualmente al comercio del azúcar del ingenio de San Jerónimo, así como a la venta de
telas en las zonas cacaoteras.

Conclusiones
Desde mediados del siglo XVI fue importante la actividad comercial en el Reino de
Guatemala, pues muy pronto los conquistadores y primeros pobladores se percataron de
que en la región sólo podían obtener ganancias por medio de la exportación de los
productos locales. El comercio exterior estuvo primeramente en manos de españoles y
luego también lo manejaron criollos, ambos como agentes de casas sevillanas y
gaditanas. En el comercio entre los pueblos de indios participaron muchos principales.

Es posible establecer una periodicidad provisional de la evolución del comercio en el


Reino de Guatemala. Al siglo XVI corresponde la etapa llamada extractiva, con poca o
ninguna preocupación por recuperar la producción agrícola (zarzaparrilla, bálsamo y
cañafístula), en la cual también se agotaron los metales preciosos. El principal producto
de exportación, sobre todo a la Nueva España, fue el cacao. Esta primera etapa se cerró
entre 1580 y 1590, con una gran reorganización económica que fue resultado de la
grave mengua demográfica entre los indígenas y de la caída del cacao.

A continuación vino la primera etapa de prosperidad del añil, la cual se extendió de


1590 a 1630. En las zonas adecuadas para su cultivo (Soconusco e Izalco) los españoles
adquirieron tierras, que también dedicaron a la ganadería. Esta primera etapa de
prosperidad del cultivo del añil fue corta. Abruptamente, al igual que en otras regiones
indianas, en la década 1621-1630 se interrumpió el sistema comercial de exportación, lo
que hace suponer que las causas fundamentales fueron de origen externo: la
disminución, y en el caso de Centro América la casi desaparición, del tráfico comercial
ultramarino. A partir de 1630, Santo Tomás de Castilla y Puerto Caballos quedaron
medio abandonados. La crisis interna fue profunda y duró unos 30 años. En ese plazo se
verificó la dolorosa adaptación a un sistema más o menos autosuficiente. El cultivo de
exportación se redujo en forma drástica. Cada región tuvo que producir y construir sus
propios productos. La incapacidad de la marina mercante española y la acción de los
piratas aisló al Reino de Guatemala, y hubo que desviar las exportaciones por rutas
terrestres a Veracruz y Granada (Nicaragua), para luego embarcarlas a España. La
situación se agravó aún más con la prohibición del comercio con el Perú, que fue parcial
entre 1615 y 1631, total de 1631 a 1660 y de nuevo parcial entre 1661 y 1685. En este
último año se amplió para incluir el vino.

A partir de la década de 1660 es posible detectar una reactivación del comercio exterior,
la cual se reflejó inmediatamente en la capital. El proceso se aceleró en la década de
1680, y el peor momento había pasado. La escasez monetaria se alivió y el comercio
exterior se estabilizó. Después de casi medio siglo, la situación mejoró. La única región
que realmente prosperó en todo el siglo XVII fue la de Santiago de Guatemala y su
Corregimiento del Valle. Allí no decayó el volumen de negocios, la población aumentó,
y ello permitió obtener buenas ganancias a una minoría selecta de comerciantes.
La exportación de los productos agrícolas del Reino de Guatemala, en especial el añil,
se hacía, en primer lugar y directamente, hacia Nueva España, Perú y España. Parte de
lo enviado a México se trasladaba a Filipinas, y de la Península se exportaba a otros
países europeos, especialmente a Inglaterra y Holanda. Además, un sector del comercio
con Perú fue ilegal, lo mismo que el que se hizo con Inglaterra y Holanda a través de
Jamaica, en la última parte del siglo XVII. En ese comercio ilegal estuvieron
involucrados alcaldes y regidores del Ayuntamiento de Santiago, presidentes y oidores
de la Audiencia y Justicias Mayores de San Salvador y Nicaragua.

El sistema socioeconómico simbiótico de Santiago de Guatemala y su región, aunque


ventajoso y conveniente para todos los participantes, estuvo dominado por la capital.
Primero lo reguló sólo el Ayuntamiento, luego participó la Audiencia, aliviando así un
poco el carácter inequitativo del sistema. Se formó lo que Marcelo Carmagnani llama un
`mercado compulsivo', regulado lo más cuidadosamente posible y establecido para tratar
de evitar la escasez a los habitantes de la capital.

En el siglo XVI los indios proveían al mercado citadino la mayoría de los `productos de
la tierra'. Las llamadas `castas' se abrieron espacio conforme fueron surgiendo. Primero
lo hicieron en calidad de esclavos o empleados de los residentes españoles, pero poco a
poco lo consiguieron por su cuenta. Trataron de tomar a su cargo la reventa de
productos que permitieran una mayor ganancia: aves, huevos, ciertas verduras y flores,
etcétera. Les tocó jugar el papel de regatones, muy odiados en la literatura y la
documentación de la época.

A los indígenas les quedó el suministro de las mercancías menos lucrativas: maíz,
tortillas, zacate, leña, carbón, algunas verduras y flores, manteca y carne de cerdo.
Empero, cuando uno de estos artículos escaseaba, los revendedores (regatones)
inmediatamente trataban de obtener alguna o toda la participación en el comercio de
esos productos.

El comercio de Santiago y sus pueblos constituyó un sistema muy complejo, siempre


dinámico, en el que la gran población acumulada durante el siglo XVII en esta región
planteó problemas constantes y difíciles, pero no tan graves como en México o en Lima.
Nunca se dio aquí una rebelión como las que se produjeron en México, a causa de una
muy grave escasez. Parecería que los problemas fueron más manejables y menos
agudos.

Si bien la capital del Reino generó la región económica más amplia y dinámica, las
ciudades provinciales también tuvieron sus pequeñas áreas de influencia. No debe
perderse de vista que a pesar de su importancia, las ciudades provinciales sólo eran islas
que ejercían su influencia en un radio no mayor de 50 kilómetros. La mayor parte del
Reino tuvo que generar un régimen autosuficiente, en el cual cada poblado tenía que
producir lo que allí se consumía y tuvo, por lo tanto, poco comercio externo.

Los grandes comerciantes fueron el sector fundamental de la oligarquía de Santiago de


Guatemala, la cual se prolongó en el tiempo aunque con modificaciones en cuanto a su
composición. Hubo cambios en los campos de acción, grado de cohesión, creencias y
lazos familiares, pero se perpetuó a pesar de las renovaciones. Al principio, estuvo
integrada fundamentalmente de conquistadores y encomenderos, pero en la segunda
mitad del siglo XVI éstos compartieron su posición con algunos comerciantes, en parte
como resultado de la disminución de sus ingresos por la crisis demográfica.

A finales del siglo XVI y principios del siguiente la oligarquía de Santiago estaba
dominada por los grandes comerciantes. Los problemas del comercio exterior de la
década de 1630 produjeron nuevos cambios: algunos comerciantes dejaron el Reino de
Guatemala, pero fueron sustituidos por otros. Los que permanecieron siguieron
controlando dicho sector y el Ayuntamiento de Santiago, y aprovecharon las
oportunidades de enriquecimiento que ofrecía el comercio de exportación e
importación, así como el abastecimiento de la capital, especialmente de trigo, azúcar y
carne.

Es posible que el cuadro que presenta MacLeod para el siglo XVII sea válido para otras
regiones del Reino, y que la empresa agrícola se hiciera modesta y autosuficiente. Sin
embargo, en el área de Santiago y su Corregimiento la situación fue diferente: no sólo
aumentó el número de explotaciones agrícolas, sino algunas de las ya existentes se
hicieron más grandes. Hubo propietarios que llegaron a tener varias haciendas, aunque
fueron sobre todo las órdenes religiosas (dominicos, jesuitas, mercedarios y agustinos)
las que surgieron como los primeros empresarios agrícolas. En sus haciendas cultivaban
trigo y maíz, tenían ganado mayor y, sobre todo, los más grandes ingenios de azúcar.
Pero aun cuando no podían competir con las órdenes religiosas que eran las que tenían
el mayor control en propiedades territoriales de la mano de obra, los seglares poseían
capitales respetables.

En resumen, aunque la oligarquía de la ciudad de Santiago de Guatemala estuvo


dominada por los grandes comerciantes, también incluyó hacendados vinculados al
abastecimiento de la urbe. Los encomenderos pasaron poco a poco a un segundo plano,
en parte porque las encomiendas más ricas que vacaron se otorgaron a peninsulares
radicados en España. Como las oportunidades eran limitadas, la competencia se hizo
dura. Desde esa época se aprecia el enfrentamiento entre criollos y españoles recién
llegados, que a veces arribaban en las comitivas de los presidentes y otros funcionarios
cercanos a los círculos de poder, lo que les facilitaba abrirse camino.

Sin embargo, a pesar de las rivalidades, lo usual era que se establecieran vínculos
matrimoniales entre criollos y peninsulares. Los estudios sobre el Ayuntamiento de
Santiago muestran la composición relativamente variada de éste, aunque hubo algunos
peninsulares que se empeñaron en controlarlo. Si bien el Ayuntamiento tenía
aproximadamente una mitad de criollos, la riqueza de los españoles era mayor. Existía,
pues, una élite que se renovaba constantemente, lo cual se reflejó en el Concejo de
Santiago, que no fue un cuerpo cerrado y hereditario, mas sí aristocrático y oligárquico.

A fines del siglo XVI los comerciantes llegaron a desplazar a los encomenderos. Ello se
produjo cuando lograron comprar los puestos del Ayuntamiento y servirse de éste para
favorecer sus intereses. Sin embargo, a mediados del siglo XVII comenzaron a entrar en
conflicto con la Audiencia, cuando ésta empezó a exigir el pago correcto de la alcabala.

La exportación de los productos agrícolas guatemaltecos se hizo principalmente a Perú,


México, Filipinas, España, Inglaterra y Holanda. Gran parte de las negociaciones, en
especial con Perú, Inglaterra y Holanda, se realizó en forma ilegal, y en ellas estuvieron
constantemente involucradas autoridades del Ayuntamiento de Santiago, de la
Audiencia, así como alcaldes mayores y corregidores de San Salvador y Nicaragua.

El comercio exterior estuvo en manos de españoles y algunos criollos, pero entre los
pueblos de indios fue manejado por los principales, como en los casos de Cobán,
Rabinal y Chichicastenango.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

La Piratería en la Capitanía General de


Guatemala

El descubrimiento de América por España provocó la envidia y la rivalidad de la


Corona portuguesa, pero la conquista de México y Perú despertaron los celos de otras
naciones y produjeron diversas formas de saqueo y asaltos, tanto en alta mar como en el
territorio de las colonias hispanoamericanas, con lo cual se inició la piratería en esta
región. Carlos V de España y Francisco I de Francia se disputaban la Corona alemana, y
sus conflictos de 1519 y 1521 fueron el detonante que desencadenó el fenómeno de la
piratería (del griego peirates o ladrones de mar) en Hispanoamérica. Francisco I de
Francia se había aliado con Enrique VIII de Inglaterra y con ciertos feudos de Italia, así
como con turcos y protestantes alemanes, en contra de los intereses de España. En
consecuencia, ninguno de estos Estados hizo algo por impedir las acciones de los piratas
contra los españoles, sino más bien las favorecieron.

Acciones de Piratas en Hispanoamérica e


Institucionalización de la Piratería
A partir de la década de 1530, la presencia de ingleses, holandeses y franceses se hizo
sentir en el Caribe. Se dedicaban a operaciones de contrabando de esclavos y
mercancías europeas, y ataques de piratas a puertos y navíos. En estas primeras
correrías se destacaron los piratas ingleses John Hawkins y Walter Raleigh, así como
los franceses Jean Ango y Jean Fleury, que se apoderaron de parte del tesoro producto
de la conquista de México y del Perú, respectivamente. También sobresalió el temido
Pata de Palo, François Le Clerc, que con una escuadra de 10 barcos aterrorizó los
puertos antillanos.

A partir de la década de 1570, distintos Estados europeos aceptaron la piratería, y hasta


llegaron a institucionalizarla a fin de tener mayor participación en el botín. Inglaterra,
por ejemplo, en 1572 dio patente de corso a Francis Drake, circunstancia que éste utilizó
para efectuar el asalto a Nombre de Dios, en Panamá, donde se apoderó de tres recuas
de mulas con valiosos tesoros del Perú. El mismo Drake emprendió una segunda
aventura en 1580, cuando salió de Plymouth, realizó la circunnavegación del mundo y
saqueó en su larga ruta distintas colonias hispanas. España trató de hacer valer la
concesión pontificia sobre los territorios del Nuevo Mundo, y pidió a Inglaterra que
castigara a Drake y lo obligara a devolver lo robado. Pero la Reina Isabel Tudor amparó
los robos del pirata y le otorgó título de nobleza. Es más, la Corona británica, en 1585,
elaboró todo un plan expansionista en el Caribe, con proyecciones económicas, políticas
y religiosas.
El expansionismo de Inglaterra, Holanda y Francia se acrecentó a fines del siglo XVI. A
ello contribuyó el fallido plan universalista de la Contrarreforma (por el desastre de la
Armada Invencible en 1588), dirigido por el Papa Sixto V y el Rey español Felipe II.
También contribuyó el alto grado de desempleo existente en Inglaterra a raíz del
cercado de tierras, que obligó a mucha gente a emigrar a ultramar. Parte de estos
emigrantes se dedicó al contrabando y al pillaje. Poco después también aparecieron las
obras de Hugo Grocio, Mare Liberum y De Iure Belli ac Pacis, en las cuales se defiende
el libre comercio y se enjuicia duramente el monopolio español.

Por otro lado, el fracaso del citado plan universalista obligó a la Corona española a
adoptar una política exterior de corte pacifista y aceptar, en 1604, la Paz de Londres. No
obstante, al subir al trono Felipe IV en 1621, se reinició, bajo la influencia del Duque de
Olivares, una serie de acciones ofensivas contra Holanda, lo cual dio como resultado
que el corso resurgiera con nuevos bríos y se agudizaran las campañas de piratería.

A los piratas autorizados por un Estado determinado para operar contra las
embarcaciones y puertos de países enemigos se les conoció con el nombre de corsarios.
Éstos contaban con apoyo financiero de los gobiernos y en especial del capital privado,
en gran parte judío. Otros piratas eran conocidos con el nombre de bucaneros, por la
procedencia de sus integrantes: los caribes usaban la palabra bucán para referirse a la
acción de asar y ahumar la carne de sus víctimas. El mismo nombre se asignó a los
residentes europeos de La Española (Santo Domingo), dedicados a elaborar tasajo y
cueros de ganado cimarrón, para vender dichos productos en los barcos que llegaban,
por lo general, con tripulaciones holandesas o inglesas. Quienes se dedicaban a dicha
actividad comúnmente eran desertores, criminales y evadidos, o bien sirvientes blancos
fugitivos. En otras palabras, `gente de nadie en tierra de nadie'. En 1655, Inglaterra
decidió emplear bucaneros para enfrentar a españoles, holandeses y franceses en la
defensa de Jamaica, Barbados y otras islas, a cambio de lo cual concedió a los
mercenarios derechos para disponer del botín obtenido.

Otros piratas fueron conocidos con el nombre de filibusteros. Se trataba de bucaneros


que, cansados de la actividad que les era propia, se juntaban en número de 40 ó 50,
compraban un barco, elegían un comandante y se hacían a la mar para piratear. Uno de
sus principales centros de operación fue la Isla Tortuga, en el Caribe, la cual tenía
fondeaderos útiles, así como diversos y abundantes productos de la tierra.

En 1580 se unieron las Coronas de la Península Ibérica y cerraron a Holanda el tráfico


hacia el Lejano Oriente. Ello llevó a este país a una violenta lucha contra el monopolio
marítimo español. En 1604, la misma Holanda aprovechó la política exterior española
de carácter pacifista, y rechazó el acaparamiento comercial en América. Adujo tener
iguales derechos que España para conquistar, colonizar y comerciar. Por medio de la
Tregua de Amberes (1609) se acordó que tal derecho se ejercería únicamente en las
regiones no ocupadas. En 1621, Holanda fundó la Compañía de las Indias Occidentales,
con el fin expreso de competir legalmente con España en el Atlántico, pero las acciones
de piratería continuaron. En 1628, por ejemplo, el holandés Piet Hein se apoderó de los
galeones que conducían los tesoros de México a España, calculados en
aproximadamente 11 millones de florines holandeses oro.

La decisión holandesa de promover la piratería y además colonizar los territorios


ocupados fue seguida pronto por los ingleses. En 1629, varios `puritanos' dirigidos por
el Conde Warwick y John Pym iniciaron un asentamiento y formaron, en nombre
propio, una compañía comercial en la Isla La Providencia. Dos años después se
expandieron hacia la Isla Tortuga, pero en 1641 fueron expulsados de La Providencia
por tropas españolas que la recapturaron y terminaron con la compañía.

Después de 1630, el expansionismo de los gobiernos tanto de Inglaterra como de


Holanda se hizo más agresivo. No sólo consistió en operaciones de contrabando y corso,
sino también en el despojo de islas en manos de los españoles y en el establecimiento de
bases navales. En 1637, Inglaterra se propuso fundar la Compañía de las Indias
Occidentales y decidió ocupar cierto territorio:

...algún puerto conveniente, base segura desde donde


pudiese despojarse al comercio español en tierras y agua,
y que los empleados de la compañía fueran autorizados para
conquistar y ocupar cualquier parte de las Indias
Occidentales, para construir buques, reunir soldados y
municiones de guerra y ejercer represalias.

En 1653, el ascenso al poder de Oliver Cromwell, un representante de la clase media


británica, significó el reinicio por parte de Inglaterra de una política exterior agresiva
contra España. A juicio de John H. Parry, un plan ambicioso, `combinación de codicia,
fervor religioso y vanidad nacional', llevó a Cromwell a emprender una operación naval
y militar formal, organizada y costeada por su propio gobierno, con el propósito de
fundar establecimientos con colonos ingleses. Jamaica y Providencia eran los objetivos
principales, para controlar desde allí las flotas provenientes de Panamá y Cartagena, y
también las de América Central. Desde 1636 Jamaica había sido asaltada en diversas
ocasiones por ingleses al mando del Coronel Jackson. No obstante, hasta en 1655, con
base en mandatos reales, se instalaron definitivamente en la isla y expulsaron a los
españoles, quienes en 1658 trataron sin éxito de recuperarla. La invasión fomentó una
ola de inmigrantes y cerca de 3,000 personas se establecieron en la isla.

El proyecto de colonización se llevó a cabo rigurosamente. En 1663, Su Majestad


Británica no dudó en separar a Lord Windsor del cargo de Gobernador de Jamaica,
porque éste apoyaba el comercio pacífico con las colonias españolas y desaprobaba la
protección que el gobierno inglés prestaba a la piratería. En su lugar fue nombrado
Thomas Moddyford y, después, Thomas Lynch. Este último comisionó a Henry Morgan
para atacar Maracaibo, Portobelo (1688), Granada (1670), Panamá (1671) y Chagres.
En sólo seis años (1655-1661), este famoso pirata saqueó 18 ciudades, cuatro poblados
más pequeños y 40 aldeas. Fue ésta una de las épocas de mayor terror pirático, y durante
ella fueron saqueadas ciudades costeras y también del interior del Reino de Guatemala.

Durante este mismo período, Thomas Gage, dominico inglés, después convertido al
credo anglicano, escribió la obra The English -American, his Travail by Sea and Land:
or, A New Survey of the West-India's. Este escrito ha sido considerado tradicionalmente
como un medio de atizar en la Corona y pueblo británicos los deseos de conquistar en la
América hispana, bajo el supuesto de que ésta estaba sumamente desprotegida. En un
memorándum posterior, titulado Some Brief and True Observations Concerning the
West Indies, Humbly Presented to his Highness Oliver, Lord Protector of the
Commonwealth of England, Scotland and Ireland, escrito en 1654 a petición del mismo
Oliver Cromwell, Gage reforzó las intenciones y planes expansionistas de los británicos.
La política agresiva de holandeses e ingleses dio resultado, pues España se vio obligada
a hacer concesiones de gran importancia. En 1667, por el Tratado de Madrid, se acordó
conceder a Su Majestad Británica y a sus súbditos los mismos privilegios de que
gozaban las Provincias Unidas de los Países Bajos, con las cuales se había firmado el
Tratado de Munster. Este instrumento decía en el artículo 5:

Las dos Altas Partes Contratantes permanecerán dueñas y


gozarán de las posesiones que ellas ocupan en las dos
Indias, en el Brasil y sobre las costas de Africa y de
América, respectivamente.

Pocos años después, por medio del Tratado Godolphin (1670), España reconoció a
Inglaterra la posesión de las tierras que había ocupado en América, bajo el compromiso
de que en el futuro no pretendería extenderlas. A fines de 1680 las actividades de los
piratas principiaron a declinar. Inglaterra, en efecto, resolvió frenarlas, puesto que
España había comenzado a brindar ciertas posibilidades de comercio con sus colonias
de ultramar. Con la Paz de Ryswich (1697), las correrías de los bucaneros llegaron a su
término.

Principales Acciones de Piratería en el Reino de


Guatemala
Las costas centroamericanas y algunas ciudades del interior (León, Granada, Nueva
Segovia, Esparta, Olancho, entre otras) fueron objeto de continuos asaltos (ver Cuadro
51), acciones de contrabando y ocupaciones temporales por parte de toda clase de
piratas y corsarios, en especial ingleses y holandeses. Estos hechos afectaron en general
a toda el área, y por consiguiente a los habitantes de las ciudades del Reino de
Guatemala, porque la piratería hacía difícil el aprovisionamiento de mercancías
europeas, pero especialmente la exportación de productos de la tierra, la principal fuente
de ingresos.

Región Atlántica
Los ataques de piratas en las costas del Caribe centroamericano fueron los primeros y
más numerosos. La primera noticia sobre la presencia de corsarios se remonta a 1545,
cuando una embarcación y un patache franceses bordearon la costa hondureña. Parece
que dichas incursiones se intensificaron durante los años siguientes, pues en 1588 la
Audiencia mostró gran preocupación por los múltiples daños ocasionados por los piratas
franceses en Puerto Caballos y Trujillo. El Obispo Francisco Marroquín había
informado antes a la Corona, con pormenores, sobre el saqueo en el pueblo de Trujillo
(1558). En esa ocasión había sido asesinado el cura y se exigieron rescates elevados por
los rehenes (dos o tres mil pesos por persona). Las pérdidas sumaban más de 100,000
pesos (ver Cuadro 52).
En el último cuarto del siglo XVI se incrementaron los ataques de piratas en las costas
hondureñas (ver Cuadro 51). Trujillo y Puerto Caballos fueron los blancos principales
de dichas correrías, por ser precisamente los puertos donde atracaban las naves
españolas dedicadas al comercio con el área. En 1572, corsarios franceses luteranos
saquearon Puerto Caballos, se asentaron en la Isla de Agua Baja y desde allí obligaron a
los vecinos de Trujillo a pagar una cantidad de dinero a cambio de no hacerles daño.
Esto último fue utilizado después por las autoridades locales como justificación por no
haber enviado a la Corona las correspondientes contribuciones. Entre 1578 y 1580 las
costas de la región fueron asoladas por William Parqueiro, en 1592 por Cristopher
Newport, y en 1595 por Jeremías El Francés.

Durante la primera mitad del siglo XVII, los piratas convirtieron la región alrededor de
las Islas de la Bahía, en Honduras, en una especie de mare nostrum. No sólo
multiplicaron el número de ataques a los puertos, sino fomentaron el contrabando a
grados extremos. En 1603, Pata de Palo y su socio Diego El Mulato atacaron Trujillo;
Mauricio de Nasau (holandés) atacó el mismo lugar en 1607; Juan Pisque (holandés), en
1639; Diego Díaz, alias El Mulato, Dieguillo o Diego Lucifer, nuevamente en 1641;
François l'Olonnois, más conocido como El Olonés, en 1660.

El contrabando en las costas hondureñas fue un fenómeno persistente a lo largo de la


vida colonial, aunque se intensificó a partir de 1630. Era una práctica común entre
añileros, grandes comerciantes, justicias mayores y ocasionalmente entre los mismos
miembros de la Audiencia. Tintes (añil, cochinilla), zarzaparrilla, cacao, cueros, azúcar
y vainilla eran objeto de comercio fraudulento y llevados a Jamaica. Un caso ilustrativo
ocurrió en 1647: los piratas holandeses habían sacado de contrabando añil, cueros y
zarzaparrilla, y ello provocó el consiguiente reclamo de España, que exigió la
devolución de dichas mercaderías. La demanda se detuvo, sin embargo, y España se dio
por satisfecha cuando los comerciantes de Amsterdam pagaron el almojarifazgo. El
contrabando alcanzó su mayor auge en la década de 1680. Roatán fue utilizada por
entonces, según dice Murdo MacLeod, `como un depósito local y puerto de
reparaciones, contando con una colonia inglesa permanente, al igual que Belice y el
Cabo Gracias a Dios'.

Los piratas contaron con el apoyo de los habitantes de las islas Guanaja, Roatán, Utila,
Masa, etcétera quienes los proveían de alimentos, especialmente cazabe, y los
acompañaban en sus correrías e incursiones por las costas y tierra adentro. Por tales
razones y en cumplimiento de una orden real, en 1643 la Audiencia organizó una
expedición militar con el objeto de desalojar a los moradores de Guanaja. Durante la
acción fueron quemadas varias poblaciones, se destruyeron los sembrados, y unos 700
habitantes de la Islas de la Bahía (Honduras) fueron trasladados a Comayagua. La
medida no tuvo buen éxito, sin embargo, pues al año siguiente había ya buen número de
fugados, que se asentaron de nuevo en Roatán y siguieron apoyando las correrías y
saqueos de los piratas.

El Atlántico nicaragüense también fue objeto de las citadas correrías. En 1640, el pirata
David remontó el Río San Juan, consiguió el apoyo de los naturales de las isletas del
Gran Lago de Nicaragua, e hizo la primera incursión en Granada. Unos 25 años
después, el corsario holandés Mansfield, al servicio de los ingleses, salió de Jamaica
con 120 piratas y, con el apoyo de los naturales de las isletas de Granada, saqueó
templos y casas de vecinos principales, se llevó varios rehenes y prometió a los
naturales regresar oportunamente para imponer un nuevo régimen, en el cual se
suprimirían los tributos y se podrían practicar los antiguos ritos de los moradores. En su
viaje de retorno a Jamaica, Mansfield recuperó temporalmente la Isla Providencia (San
Andrés), y fue acogido triunfalmente por Moddyford en Port Royal.

Durante la segunda mitad del siglo XVII, como consecuencia del monopolio español en
el comercio del añil, la piratería prácticamente controló el Atlántico centroamericano.
Los piratas emprendieron amplias y repetidas operaciones tierra adentro, con el apoyo
de la población mískita. En 1650, el Ayuntamiento de Santiago señaló ante la Corona
que la paz con Holanda no había reducido la actividad funesta de los piratas. Éstos,
decía el Ayuntamiento, `se han quedado en las islas cercanas a los puertos destas con
cantidad de bajeles, que las infestan e impiden el comercio destas provincias'. La
respuesta fue una nueva orden para que se emprendiera otra campaña militar contra las
islas de Guanaja y Roatán, con lo cual supuestamente se privaría a los piratas, de una
vez por todas, de su base de apoyo. La expedición estuvo al mando del Oidor Lara y
Mongrovejo, que mandó incendiar los pueblos de los naturales y trasladarlos a Santo
Tomás de Castilla. En 1665, El Olonés remontó el Río Jagua, asaltó Puerto Caballos y
se apoderó de 12 chalupas y un navío artillado con 28 cañones. Después incursionó en
San Pedro Sula. En 1667 este último lugar fue asaltado nuevamente. En 1688, fuerzas
de los piratas que operaban en ambos mares, se concentraron en el Golfo de Fonseca y
siguieron el cauce del Río Coco a fin de agruparse en la desembocadura de éste. Desde
allí usaron la vía del Río Aguán, con el objeto de saquear el poblado de Olancho.

La impunidad con que los piratas penetraban hasta la ciudad de Granada, en Nicaragua,
obligó a la Corona a ordenar, en 1666, la pronta fortificación del Desaguadero (Río San
Juan). Para estos efectos, la Real Hacienda de Guatemala adelantó 8,000 pesos e
incrementó a la vez los gravámenes de los productos de exportación. El Gobernador de
Nicaragua, don Juan Fernández de Salinas y Cerda, emprendió la construcción del
fuerte de San Carlos de Austria, pero luego fue acusado y procesado por mal manejo de
los fondos. Allí mismo, en 1670, una nueva acometida de los piratas obligó a rendirse,
sin oponer mayor resistencia, a las fuerzas milicianas. Como consecuencia de tal
descalabro, se empezó la construcción de un nuevo fuerte frente al raudal de Santa Cruz.
La obra se emprendió bajo la dirección del Ingeniero Diego Gómez. Esta nueva
fortaleza se bautizó, en 1675, con el nombre de Castillo de la Inmaculada Concepción.
Contaba con cuatro baluartes, 11 piezas de artillería y seis cañones de mosquete. Aun
con los dos fuertes no se pudo evitar una nueva incursión de piratas ingleses y franceses
que asaltaron, saquearon e incendiaron, una vez más, en 1685, la ciudad de Granada.

La región de Nueva Segovia, principal productora de brea para carenar embarcaciones e


impermeabilizar toneles, fue igualmente objeto de continuas correrías de piratas
apoyados por mískitos. Entre las principales se puede citar la de 1676, famosa por el
juicio que se les siguió posteriormente a los alcaldes del lugar, a quienes se acusó de
cobardía y deserción. También es conocida la de 1684, dirigida por el pirata francés
Raveneau de Lussan, quien entró por el Golfo de Fonseca y, marchando por vericuetos,
alcanzó el curso superior del Río Coco, por donde continuó para después saquear los
poblados ribereños, hasta llegar a Cabo Gracias a Dios. Todos estos ataques obligaron a
duplicar, en la década de 1680, las milicias de la región, hasta completar más de un
millar de hombres.
El asentamiento de piratas holandeses e ingleses en los poblados mískitos (población
producto de la unión de negros con bawihka, una parcialidad sumo), comenzó a
mediados del siglo XVII. Tal fue el caso del Capitán Abraham Blewfield (Blauvelt),
holandés al servicio de los ingleses quien, acompañado de unos 50 hombres, efectuó un
intercambio con los naturales que vivían entre Cabo Gracias a Dios y la Isla Providencia
(San Andrés): machetes, hachas, armas, ropa y en especial ron, a cambio de madera,
productos agrícolas o simplemente mano de obra. Esto produjo el primer contacto en
América Central con la Iglesia puritana, relación que se mantuvo de 1630 a 1641, año
en que los secuaces de Blewfield fueron desalojados de la Isla Providencia por los
españoles. A partir de 1649, los misioneros moravos (Unitas Fratrum) se asentaron
entre los mískitos, a quienes comenzaron a impartir clases en la iglesia y en la escuela,
tanto en inglés como en el idioma de los nativos.

A finales del siglo XVII, los mískitos, que sumaban unos 1,700, eran ya los principales
aliados de los piratas en las correrías de éstos por las costas hondureñas (región paya),
en las costarricenses, o en el mismo interior de Nicaragua, y también lo eran de los
contrabandistas y de los misioneros moravos. Los mismos mískitos empezaron a
organizar asaltos a Matina y Talamanca en Costa Rica, Chontales en Nicaragua, al
territorio de los payas en Honduras, donde robaban cacao, ganado y mujeres, que luego
vendían a comerciantes de Jamaica.

Los piratas apreciaban mucho a los mískitos por su habilidad para la pesca, pues un par
de ellos garantizaba la alimentación hasta de 100 personas. La relación con ellos fue
muy especial, porque los naturales les proveían de mujeres, pescadores y productos de
la tierra, a cambio de armas y de ron. Inclusive los acompañaban en sus correrías por los
mares y tierra adentro. Fue en una de estas ocasiones, en 1681, que los piratas ingleses
localizados en la Isla de Juan Fernández, en el Pacífico sur, fueron sorprendidos por
galeones españoles y dejaron en su huida a un indio mískito, que vivió solitario de la
caza y la pesca durante tres años. Este hecho lo recogió en sus escritos William
Dampier, y posteriormente lo inmortalizó Daniel Defoe en su libro Robinson Crusoe.

Las costumbres y creencias de mískitos, sumos y jicaques, y las mismas costumbres de


los bucaneros, empezaron a conocerse en Europa por medio de los relatos de los propios
piratas: A.

O. Exquemeling (1678), que escribió Buccaneers


of America, y W. Dampier (1697), autor de A New Voyage Around the World.

En cuanto al Atlántico costarricense, se sabe de un asalto en 1666, comandado por el


corsario Manfles. Éste, con la tripulación de 14 bajeles, desembarcó en Matina y llegó
hasta Turrialba, aunque se desconocen las causas por las cuales no tomó Cartago, hacia
donde se dirigía. Algunos de los habitantes comarcanos consideraron el hecho como un
milagro de la Virgen de Ujarraz. Otros ataques importantes fueron el de 1681, al puerto
de Calderas, y el de 1686 a la ciudad de Esparza. Esta última fue saqueada y quemada, y
muchos de los rehenes sólo fueron rescatados a razón de 1,000 pesos por persona. En la
mayoría de estos asaltos, los piratas contaron con la ayuda y el apoyo de los mískitos.

A finales del siglo XVII, Costa Rica se convirtió en uno de los más importantes centros
de contrabando, el principal `método comercial', como lo llama Murdo MacLeod. De
allí salían ilícitamente hacia Jamaica, especialmente a través del puerto de Matina,
cargamentos de cacao y zarzaparrilla, que provenían de distintas provincias del Reino,
especialmente cacao de los Izalcos, añil de San Salvador y cueros de Nicaragua.

Región del Pacífico


Aunque la mayor cantidad de ataques piratas se registró en el litoral atlántico, éstos se
hicieron sentir también en el Pacífico centroamericano. En 1580, mientras merodeaba
Francis Drake por aquellas costas, se hicieron preparativos para la defensa de la ciudad
de Santiago de Guatemala, y aun se armó una flotilla para buscarlo mar adentro, la cual
estuvo al mando de Diego de Guzmán. Para tales propósitos, el Presidente García de
Valverde ordenó la formación de las milicias, mas la nobleza se opuso so pretexto de
que los `hijosdalgos eran para servir en la ocasión dentro de la misma ciudad'.

La región nicaragüense sufrió en el litoral del Pacífico los mayores embates, pues a
diferencia del resto de las provincias, en aquélla los piratas no se limitaron a operar en
sus costas, sino incursionaron repetidamente sobre sus principales ciudades, ya que,
desde fines del siglo XVI, Nicaragua había empezado a convertirse en la principal
región de salida de los productos del Reino de Guatemala, tanto para el Perú como para
Cartagena. En uno de los principales y más sonados ataques, el de 1585, los piratas
saquearon la ciudad de León, pero aun así nunca se mejoró la defensa del Puerto del
Realejo.

El principal centro de operaciones de los piratas en la mencionada región estaba en las


islas del Golfo de Fonseca, donde contaron casi siempre con el apoyo de los naturales.
En dicho sitio se aprovechaban las condiciones estratégicas para organizar asaltos
contra las embarcaciones peruanas que comerciaban con el Realejo en Nicaragua y
Acajutla en la Provincia de San Salvador, principales puertos centroamericanos para el
comercio exterior, a principios del siglo XVII.

En 1615 la Audiencia trató de desalojar a los piratas de las islas citadas, pero los
resultados no fueron los buscados. El proyecto punitivo tenía un interés
complementario, porque en 1611 la Audiencia había solicitado a la Corona,
conjuntamente con el Ayuntamiento, que se abriera una ruta comercial entre el puerto
de Santo Tomás de Castilla y un puerto que iba a construirse en el Golfo de Fonseca
para navegar desde aquí al Perú y sustituir así la tradicional ruta por Cartagena y
Portobelo.

También es digno de recordar el reclutamiento, en 1685, de ocho compañías milicianas


y la construcción de numerosas trincheras en Iztapa y en el camino que conducía a la
capital, como consecuencia de la noticia de una inminente invasión de piratas a la
ciudad de Santiago de Guatemala. Todo resultó una falsa alarma, pero desde entonces se
crearon los puestos de vigías en lugares estratégicos de las costas, junto con un sistema
de relevos para informar a las autoridades de Santiago.

La década de los 80, en el siglo XVII, registra la mayor presencia de piratas en la


región. Incursionaban en Goascorán y Choluteca (Honduras), y San Miguel (ahora El
Salvador) y organizaban expediciones que, después de descender por el Río Coco, los
llevaban hasta Cabo Gracias a Dios en el Océano Atlántico. La más recordada de estas
incursiones fue la del pirata-historiador Raveneau de Lussan, en 1688. Los archivos
coloniales contienen también información sobre los problemas que tuvieron los
indígenas de Santa María Magdalena (Mianguera, San Salvador) con los piratas, en
1684, pues estos últimos les habían robado las joyas de la iglesia y el tributo recogido
del tercio de San Juan, por lo cual los vecinos pidieron a la Audiencia el traslado del
poblado a un lugar más seguro.

Asentamientos de Piratas en la Región Caribe de


Guatemala
El primer puerto de la Provincia de Guatemala se habilitó en 1549, bajo la
administración del Presidente Cerrato. Se le conoció como Bodegas del Golfo, y aunque
tenía mejores defensas que los puertos de Honduras, también sufrió varios ataques de
piratas.

El segundo puerto con que contó Guatemala durante la mayor parte del período colonial
se localizaba en la Bahía de Amatique. Esta fue reconocida por primera vez en 1576,
pero hasta el 7 de marzo de 1604 el piloto Francisco Navarro, a solicitud del Presidente
Alonso Criado de Castilla, la escogió como puerto, al que llamó Santo Tomás de
Castilla, en honor del santo del día y de la persona del Presidente. El 16 de julio del
mismo año se decidió poblarlo con gente que se trajo de Puerto Caballos, y se nombró a
Pedro de Bustamante como Capitán de una milicia de 32 mosqueteros. Este puerto
mostró mayor seguridad que las Bodegas del Golfo o los de Honduras, por ser de más
difícil acceso para los piratas. En 1607, más de 1,000 piratas holandeses, que se
conducían en ocho navíos dirigidos por el Conde Mauricio, sufrieron muchos daños y
hasta perdieron una nave. No obstante, se llevaron alrededor de 8,000 pesos en frutos de
la tierra, en su mayoría añil y cueros. En 1608 fue concluido un morro para su
protección, al que se llamó San Francisco, y se le proveyó con la artillería que tenía el
de Trujillo.

La amenaza constante de los piratas influyó para colocar al frente de la Audiencia a un


presidente de `capa y espada', y así lo sugirió y pidió repetidamente el Cabildo en cartas
dirigidas al Rey, las cuales encontraron eco en su oportunidad. El primero de ellos, don
Antonio Pedraza de Ayala y Rojas, Conde de La Gomera, fue nombrado en 1611.

Las guerras de España con Francia y Holanda dieron como resultado un incremento de
la piratería contra las colonias españolas, especialmente en Hispanoamérica. En 1636 la
Corona ordenó la formación de una armada, a la que se denominó de Barlovento,
destinada a contrarrestar tal situación. Su principal tarea consistió en patrullar la región
de las Antillas y prestar especial protección a la flota en que se transportaban los
ingresos reales. Los fondos para su sostenimiento se obtuvieron de nuevos impuestos a
los artículos exportables: cuatro reales por cada cajón de tinta de añil, dos por cada
carga de cacao o arroba de grana, uno por cada cuero, petaca de brea, tabaco o arroba de
zarzaparrilla.

De los numerosos ataques de piratas (ver Cuadro 51), algunos han sido documentados
con múltiples detalles por la historiografía colonial. Tal es el caso del perpetrado en
1640 por los piratas holandeses que atacaron Amatique, robaron buena cantidad de añil
y asesinaron al dominico Diego de Villamayor, a don Sancho de Guinea y a don Juan
Bautista de Guzmán. Esto obligó a una fuerte movilización miliciana: 2,000 flecheros
de la Verapaz fueron destinados a Bodegas del Golfo, y 100 milicianos a Santo Tomás
de Castilla; 750 fueron reclutados en Tegucigalpa, San Salvador y San Miguel, pero
nunca llegaron a Trujillo, su lugar de destino. El Presidente Lorenzana salió también de
Guatemala con 400 hombres, pero se detuvo en Mixco so pretexto de que llegaría tarde
al Golfo. En corrillos populares se dijo que había sido por cobardía.

Desde antes de la ocupación de Jamaica en 1655, los ingleses efectuaron entradas a las
costas de Yucatán, con el objeto de conseguir palo de tinte o de campeche y maderas
finas. Ya en 1627 la Corona española mostró su preocupación por estas incursiones.
Pero a partir de 1640 empezó realmente el asentamiento de piratas entre Amatique y
Cabo Catoche. Los naturales de las regiones del Chol, Mopán y Verapaz, así como
grupos de cimarrones, colaboraron en dicho asentamiento.

Otro ataque de piratas que afectó grandemente a muchos habitantes del Reino de
Guatemala fue el de 1643, ocasión en que fueron saqueadas las Bodegas del Golfo y
robada una fragata que acababa de llegar de Veracruz. La Audiencia ordenó la
`movilización militar general' de todos los hombres comprendidos entre 16 y 60 años,
sin excepciones de ninguna clase y con sanciones que incluían la pena de muerte para
quienes no acataran la orden. Al año siguiente, la Audiencia, preocupada por el
equipamiento de las milicias de los puertos, acordó, en junta de hacienda, el gasto de
15,000 pesos para los efectos consiguientes. Pero la cantidad de `bocas de fuego' que se
adquirió fue escasa. Buena parte del equipo comprado consistía en 1,200 armas blancas:
lanzas, chuzos, y desjarretaderas.

La Armada de Barlovento no contribuyó a conseguir la tranquilidad de las costas del


Caribe centroamericano. Por ejemplo, cuando en 1647 se reclamó a la Corona la
fortificación del puerto de Santo Tomás de Castilla, se indicó que no había fondos y que
`para excusar los daños' se enviaría a la Armada de Barlovento a limpiar las costas
caribeñas, pero nunca llegó. Años después (1685), el Cabildo se quejó ante la Corona
porque la Armada no había contribuido en nada a la defensa de sus puertos, no obstante
que durante 30 años Guatemala había contribuido con más de 800,000 pesos para el
mantenimiento de la misma.

En 1650 Santo Tomás de Castilla quedó casi desmantelado porque el Oidor Lara y
Mongrovejo construyó el baluarte de San Felipe en la desembocadura del Lago de
Izabal, después de la campaña militar sobre Roatán y Guanaja. A ello contribuyó el mal
camino entre Santo Tomás de Castilla y la capital, y la carencia de pastos para las
recuas en el primero de dichos lugares. Por razones estratégicas, el puerto fue trasladado
nuevamente a Bodegas del Golfo, que sirvió de punto de escala entre Puerto Caballos y
la capital. Ante las acometidas de piratas en 1665, la población de Santo Tomás de
Castilla, juntamente con su Alcalde Mayor y su comandante, se trasladó al fuerte
Bustamante, en las Bodegas del Golfo.

El contrabando era cosa común, y lo practicaban muchos de los piratas con


comerciantes y autoridades del Reino. En 1661, Juan de Cuéllar y Adán Díaz fueron
acusados de tratar con holandeses. Se sabe también que en 1681, en la misma España se
tenía que comprar cacao a extranjeros y a precios exorbitantes, porque los españoles no
lograban abastecerse por medio de sus propias flotas. Ciertamente, tal actividad
delictiva fue perseguida de modo constante, pero el castigo variaba según el rango e
influencia de las personas implicadas. El Presidente Mencos, por ejemplo, fue absuelto
en 1668, y sólo tres años después Mateo de Rivera y Domingo de Acosta fueron
sentenciados a muerte por comerciar con holandeses.

Por el Tratado de 1667, España, sin renunciar a sus posesiones, permitió un


establecimiento temporal de súbditos ingleses, a quienes se otorgó una licencia para
cortar palo de tinte en el actual territorio de Belice. Se dejó establecido el compromiso
de dichos colonos de respetar los límites territoriales de la concesión. Al parecer esto
contribuyó a la disminución de la piratería. Sin embargo, en 1671, el gobierno de Carlos
II protestó por la presencia inglesa en Yucatán, indicando que `el territorio de palo de
campeche inglés no se poseía con título suficiente'. El Gobernador de Jamaica, Sir
Thomas Lynch, contestó aquella protesta en los siguientes términos:

Primero: que Inglaterra lo había hecho así por muchos


años. Segundo: que era aquél un lugar desolado,
inhabitable. Tercero: que parecía posesión concedida por
el Tratado de América de 1670 [ver Institucionalización de
la Piratería, supra]. Cuarto: que se daría un derecho a
Holanda y a Francia, si se rompiese con España. Quinto:
que los españoles no habían hasta aquel tiempo hecho
ningún reclamo. Sexto: que este empleo hace más fácil la
reducción de los corsarios; y Séptimo: que se emplearían
cien buques anualmente, que importarían más a los derechos
de su magestad y comercio de la nación, que cualquier
colonia que el rey posee.

A Inglaterra le importaba sobremanera la región mencionada, pues le significaba cerca


de 35,000 libras esterlinas al año. Por ello continuaron manejando el asunto sobre la
base de excusas, como la formulada por Thomas Moddyford, Gobernador de Jamaica.
En 1672, éste informó que hacía tres años los ingleses sacaban palo de tinte y que en las
ocasiones en las cuales se habían internado hasta cuatro o cinco millas, los naturales les
habían asegurado que nunca habían visto españoles. En 1680, una flota al mando de
Felipe de Vereda Villegas atacó y desalojó temporalmente a los cortadores de palo de
tinte, tanto de Campeche como de los establecimientos situados al otro lado del Cabo
Catoche. En 1686, sin embargo, continuaban las entradas de corsarios en el territorio de
las Verapaces, y también se persistía en la extracción de palo de tinte.

Uno de los casos más famosos en la historia de la piratería, recogido por las crónicas
coloniales, es aquel de que fue víctima el propio Presidente Jacinto de Barrios Leal. En
1688, cuando este alto funcionario llegó a costas guatemaltecas, organizó una fiesta por
la noche, y cuando el festejo estaba en su mejor momento, el Presidente y sus
acompañantes fueron atacados por piratas y obligados a huir a los montes. El Presidente
perdió 200,000 pesos y los miembros de su comitiva, más de 100,000.

Acciones de Resistencia
Los piratas se apoderaban de joyas, dinero y productos de la tierra pero, por lo general,
también capturaban a personas importantes, y exigían rescates elevados desde sus
asentamientos en las islas. Por ejemplo, en 1643 se llevaron de Trujillo a 30 rehenes,
entre quienes estaban el cura, el Alcalde Ordinario, Juan Mexía, el Alguacil Mayor y
varios militares. En 1688 secuestraron en Olancho a 22 mujeres y al Teniente de
Gobernador. En algunos casos se emprendieron acciones de resistencia y persecución.

En efecto, no siempre los piratas consiguieron sus propósitos con facilidad. En 1595,
por ejemplo, el sargento Pedro de Bustamante, con las milicias bajo su mando, resistió a
los piratas conducidos por Jeremías El Francés. En 1603, el Capitán Juan de
Monasterios Bide resistió bravamente a Pata de Palo. En 1607, las milicias de Puerto
Caballos resistieron a los piratas durante 11 días y lograron salvar gran cantidad de añil,
zarzaparrilla, cacao, vainilla, achiote y plata. En 1639, un español y un grupo de indios
flecheros impidieron el saqueo de Omoa. En 1641, las milicias de Olancho al mando de
Melchor Alonso de Tamayo emboscaron a la gavilla de piratas conducidos por
Dieguillo y recuperaron el añil robado. En 1651, las milicias de Trujillo resistieron y
persiguieron a los piratas hasta la Isla de Guanaja, donde les quitaron un navío y
apresaron a 30 corsarios franceses. Estos fueron condenados a trabajar en las minas, con
excepción de tres de ellos, que fueron condenados a la pena capital por `luteranos'. Por
lo general, cuando los españoles hacían prisionero a un pirata, lo condenaban en forma
sumaria.

A pesar de los muchos casos de resistencia, en la mayoría de ocasiones los piratas salían
indemnes. En 1630 y 1633, por ejemplo, piratas holandeses saquearon Trujillo,
destruyeron el fuerte y se llevaron la artillería. En 1639, piratas venidos de la Isla
Providencia asaltaron otra vez el lugar y robaron cerca de 16,000 pesos.

Al referirse a un caso ocurrido en este período, Gage indica que los holandeses tomaron
el puerto de Trujillo y `la gente, en su mayoría, huyó hacia los bosques, confiando más
en sus pies que en sus manos y armas'. Según el mismo autor, en aquella época la
defensa de dicho puerto era exigua, lo cual permitía a ingleses y holandeses internarse
en el territorio sin temor alguno. En realidad, tanto la Corona española como los
mismos vecinos de Guatemala se mostraron muy reacios a contribuir a la defensa de los
puertos, no obstante que ellos eran los más afectados. En 1589 se crearon las milicias
para la defensa de Trujillo, las cuales consistían de 70 hombres que se renovarían cada
cinco meses. El mismo año, el Ingeniero Juan Bautista Antonelli se ocupó de diseñar
una mejor comunicación entre el Golfo de Fonseca, y Puerto Caballos y Trujillo. En
última instancia, sin embargo, sólo se inició la construcción de un camino entre el
Puerto de Iztapa y la ciudad de Santiago de Guatemala, pero el proyecto no se continuó
por lo elevado de los costos.

En 1644, la Junta de Hacienda logró imponer una contribución de 3,350 pesos para la
compra de armas y municiones. En 1645 también aprobó un repartimiento de 1,500
pesos entre los vecinos, para la compra de 1,000 libras de pólvora. De las armas
compradas con dichos fondos, se enviaron 50 arcabuces a Trujillo para venderlos al
costo entre los vecinos.

Conclusiones
El desarrollo de la piratería en Hispanoamerica se debió principalmente a las disputas
comerciales, políticas y bélicas que España mantuvo con Francia, Holanda e Inglaterra.
Como consecuencia de tales conflictos de intereses, estos últimos países
institucionalizaron las acciones de piratería en el fenómeno conocido genéricamente
como corso.

La región que sufrió más ataques violentos en el Reino de Guatemala fue la Provincia
de Nicaragua, ya que sus principales ciudades, especialmente Granada, fueron blanco de
frecuentes incursiones, saqueos e incendios. Sin embargo, el fenómeno de la piratería
afectó por igual la economía de todo el Reino, porque obstruyó el comercio regular con
España.

El sistema defensivo contra los piratas, a pesar del impuesto de Barlovento, fue
precario. La Corona así como los vecinos del Reino de Guatemala mantuvieron, por lo
general, una actitud reacia en cuanto a invertir en la fortificación de los puertos y hasta
para movilizarse militarmente en caso de ser atacados de manera directa. Ello permitió
que piratas y contrabandistas prolongaran su peligrosa presencia en gran parte del
Caribe centroamericano, en especial en las costas de Honduras y Nicaragua, donde
contaron con ayuda de los naturales.

En lo que concierne específicamente a la Provincia de Guatemala, se tienen noticias


ciertas de los repetidos ataques de piratas que obligaron, por ejemplo, a la construcción
del castillo de San Felipe. También se conoce de sobra la forma en que los ingleses se
dedicaron a la explotación del palo de tinte y maderas finas en la región comprendida
entre la Bahía de Amatique y el Cabo Catoche. España trató de controlar esta situación
irregular, y con tales propósitos se promovieron las negociaciones políticas de 1667 y
1680. En esta última ocasión inclusive se buscó una solución militar, pero en general los
resultados no fueron los buscados.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

Organización Monetaria y Hacendaria

Introducción
Con el objeto de hacer más comprensible el sistema impositivo en los dos primeros
siglos de la Colonia, se presenta a continuación un bosquejo del régimen monetario y
luego un análisis de las distintas denominaciones y valores de cambio que se empleaban
en la época. Seguidamente se expone la organización y funcionamiento del régimen
hacendario, a efecto de conocer los cargos y formas de control fiscal que operaron a
favor de la Corona, del Ayuntamiento, de la Iglesia y de los particulares.

Régimen Monetario
A fines del siglo XV, exactamente en 1497, y con el propósito de poner orden en la
diversidad monetaria circulante en sus dominios de la Península Ibérica, los Reyes
Católicos mandaron reacuñar la moneda circulante. Así surgieron los `ducados' o
`excelentes', que equivalían a 11 reales y un maravedí; los `reales de plata'; y las
`blancas' o monedas de vellón con plata y cobre.

Los problemas monetarios, sin embargo, pronto resurgieron en el Nuevo Mundo al


grado que, contra toda ley, se crearon y difundieron en los territorios recién
conquistados nuevos valores monetarios, dependiendo de las posibilidades de fundición
que se iban alcanzando, o de la mayor o menor presencia de minerales preciosos en la
región. Empero, para buen número de actividades económicas, y por la escasez de
monedas, se siguió empleando el cacao como medio de cambio, cuando menos en las
regiones mesoamericana y andina.

Moneda de la tierra

En la Mesoamérica prehispánica las relaciones mercantiles eran bastante extensas, y se


emplearon como medio de cambio muchas y muy diversas mercancías (plumas, jade,
conchas, telas de algodón y, en especial, cacao). En efecto, principalmente por medio
del cacao las comunidades aldeanas habían pagado el tributo a sus principales y señores,
los que a su vez lo empleaban para comprar productos de otras regiones. Una vez
conquistados los señoríos mesoamericanos por los españoles, los granos de cacao se
siguieron usando entre los indígenas para sus pequeñas transacciones comerciales, lo
cual perduró hasta entrado el siglo XIX. La documentación colonial es clara al indicar
que lo más común, durante las primeras décadas del siglo XVII, era el pago en cacao o
en especias.
Primeros valores monetarios

Antes de 1536, los conquistadores y primeros colonos, que en su mayoría vinieron sin
ningún recurso, se vieron obligados a crear otros medios monetarios de cambio. Los
más importantes fueron las `hojas de dar y tomar' y las `rajas de plata'. Las primeras se
hicieron con el oro que los españoles arrebataron o `rescataron' de los indios, fundido de
un modo primitivo, y reducido a láminas pequeñas de igual grosor y tamaño. El valor de
estas rústicas monedas poco a poco se fue unificando hasta llegar a constituir lo que se
conoció como `peso de oro de minas', que en Nueva España fue por lo general de 18
quilates, con un valor aproximado de 300 maravedíes, por ser de menor calidad que el
castellano, que era de 22.5 quilates. En Guatemala, el Ayuntamiento mandó en 1528
que dichos pesos de oro tuvieran un valor de 1,000 maravedíes, lo cual cambió con el
tiempo, pues en 1571 dicho valor era de sólo 450 maravedíes. La razón de este cambio
parece que obedeció al nuevo valor de ley dado a un quilate de oro puro, pues en 1578
este valor se fijó en 24 maravedíes y tres cuartillos.

A este peso de oro de minas, de menor quilataje por la presencia aleatoria de cobre en
distintos grados según la técnica empleada en la fundición, se le conoció también como
tepuzque. Desde agosto de 1525 ésta fue en Santiago de Guatemala moneda de curso
legal, la cual debía ser recibida por cualquier artesano y servía también para el pago de
sueldos a empleados públicos, así como para saldar deudas.

El acuñamiento legal de monedas de plata de cuatro reales, dos reales, un real, medio
real y cuartillo, se inició en México en 1536. Estas monedas se caracterizaron por no
tener labrado en el canto. Eran aproximadamente circulares y tenían las armas de
Castilla y de León, estampadas en una de sus caras. Las de mayor circulación fueron las
de cuatro reales, conocidas también como `tostones'. En el lado donde estaban los
emblemas de Castilla y de León figuraba también la leyenda Charolus et Johanna reges
Hispaniarum et Indiarum; en el otro lado había dos columnas sobre las olas del mar,
cada una con una corona real y con la leyenda plus ultra.

Después de la creación de la Casa de la Moneda en México, empezó a circular también


el peso de plata de ocho reales, conocido también como `peso fuerte', `duro' y `real de a
ocho', equivalente a 272 maravedíes (ver Cuadro 53). Éste se convirtió en la moneda de
mayor uso en la Hispanoamérica colonial, y no sólo se diferenció significativamente del
peso de oro de minas, sino que, en muy poco tiempo, desplazó a éste como medio
circulante.

A principios del siglo XVII, un real era equivalente, según Thomas Gage, a seis
peniques ingleses, y con él se podía obtener una u otra de las siguientes cosas: media
gallina, siete onzas de pan, un octavo de vino o aceite, un cuarto de fanega de maíz o un
paquete de tasajo.

Escasez monetaria y penetración de los `pesos peruleros'

Durante el segundo cuarto del siglo XVII, el Reino de Guatemala sufrió una creciente
escasez de monedas, primero por no ser una región de grandes yacimientos de minerales
preciosos, y segundo por el envío constante de dichos metales a España.
En 1630 la situación llegó a ser tan grave que no había moneda para pagar el vino y el
aceite provenientes del Perú. Los mercaderes peruanos, en cambio, sí podían comprar
los productos guatemaltecos (añil, grana, cueros, brea), con su moneda potosina `de
sospechosa calidad', conocida como `peso perulero' o `moclón'. En el transcurso de los
años, la región se fue llenando de dicha moneda y ante la decisión adoptada por México
de no recibirla ni en el comercio, mucho menos como pago de impuestos reales, la
situación causó crisis, y obligó a las autoridades de la Audiencia de Guatemala a
devaluar (1653) el peso perulero a seis reales y el tostón a tres. Al parecer la decisión
fue incorrecta, pues hubo personas que se dedicaron a recoger dichas monedas y
fundirlas para obtener ganancia, dado que su verdadero valor era más que seis reales.

Al desaparecer los peruleros o moclones, casi sólo quedaron en circulación los reales de
a dos y `rajas de plata' sin quintar. La escasez monetaria fue una excusa más para pagar
a los indios de repartimiento en especie, alrededor de 1661, o con una moneda tan mala
`que después no se la querían recibir ni por su tributo ni por otra cosa'.

Organización y Funcionamiento del Régimen


Hacendario
La Corona española tenía derecho en forma exclusiva, en virtud de las bulas papales de
concesión, a todas las tierras descubiertas o por descubrir, así como a las riquezas de la
mayor parte del Nuevo Mundo. Con base en los modelos proteccionistas imperantes
entonces en la mayor parte de los Estados europeos, se depositó la administración de
aquellas tierras y riquezas en la Casa de Contratación de Sevilla. Ésta no sólo fue el
organismo rector y regulador del comercio con las Indias sino, sobre todo, la principal
institución recaudadora y fiscalizadora de los bienes reales. Tales tareas las llevó a cabo
en las Indias por medio de oficinas reales designadas para el efecto, las cuales tenían un
régimen semiautónomo del poder político ejercido por las audiencias, pero estaban
sujetas a éstas en cuanto al proceso fiscalizador.

Oficiales reales

La administración de la Hacienda Real en las Indias se llevó a cabo desde ciertas


`cabeceras de distrito', escogidas a veces por ser residencia del gobernador, pero más
comúnmente por ser centros económicos de importancia. En ellas moraban los oficiales
reales, encargados de la recaudación y administración de los bienes de la Corona.

Durante los primeros años, la oficialidad real estaba compuesta por un tesorero, un
contador, un factor y un veedor. Al tesorero le correspondía la custodia de los fondos
reales, depositados en la `caja de las tres llaves', el cobro de los distintos ingresos, y
también el pago de las libranzas y el arrendamiento de los diezmos. El contador ejercía
una misión de control sobre todo lo que entraba y salía, certificaba y cuidaba de los
papeles y ordenaba las libranzas. El factor, cuando lo había, custodiaba los almacenes
en que se depositaban las mercancías pertenecientes al Rey, y el veedor tenía como
atribución velar por los intereses reales en lo referente a fundiciones.
En 1526 se nombraron los primeros oficiales reales para Honduras. Sin embargo, pronto
surgieron pugnas por el control de los ingresos reales entre la Gobernación de Castilla
de Oro y la de Santo Domingo. Por ello la Corona nombró a oficiales reales
independientes en Honduras y Nicaragua en 1528, y prohibió a los primeros intervenir
en el territorio de los últimos.

Guatemala tuvo sus primeros oficiales reales en 1529, cuando Francisco de Castellanos
y Ortega Gómez llegaron como tesorero y contador respectivamente. El número de
oficiales reales creció, pero en 1563 de nuevo se ordenó que se redujeran a dos.
Posteriormente se volvió a ampliar su número. José Joaquín Pardo señala que para
poner a los oficiales reales en condiciones de desempeñar un mejor trabajo se estructuró
la administración central en tres dependencias: la de aguardiente y chicha, la de pólvora
y naipe, y la de tabaco y alcabala. Todas tenían a su vez funcionarios subalternos en las
distintas ciudades que eran asiento de gobernación.

Controles fiscales

A partir de 1563 se estableció en el Reino de Guatemala la Junta de Hacienda, integrada


por el Presidente de la Audiencia, el Oidor decano y los oficiales reales. Esta Junta era
la responsable de la política general financiera de la región, así como de fiscalizar la
actuación de los oficiales reales subalternos. Esto se llevaba a cabo, en general, por
mecanismos ordinarios (informes, Juicios de Residencia), pero también por medios
extraordinarios, como las `pesquisas' y las `visitas'. En noviembre de 1603 la Corona
ordenó que la glosa y revisión de las cuentas de la Caja de Guatemala quedara a cargo
del Real Tribunal de Cuentas de México.

Desde 1542 los oficiales reales del Reino de Guatemala debían entregar a la Audiencia,
durante los dos primeros meses de cada año, un informe general con las cifras
percibidas en cada renglón de las rentas reales, so pena de perder sus sueldos durante el
tiempo que se atrasara la entrega del informe. La documentación se enviaba luego a la
Casa de Contratación, donde era sometida a estudio y dictamen, para luego ser
trasladada al Consejo de Indias, donde se tomaban las decisiones finales.

Otro medio ordinario de control era el Juicio de Residencia, al cual se sometía a los
funcionarios reales al cesar en su cargo. Consistía en la llegada de un juez, a quien se le
daba el título de Contador Mayor y quien después de anunciar públicamente la
celebración del juicio, recibía denuncias, reducía éstas a cargos concretos, escuchaba la
defensa del interesado y luego preparaba un escrito con los cargos y condenas, que
elevaba a la autoridad superior.

Cuando el gobierno superior tenía información o sospecha de actuaciones dolosas en


materia hacendaria, ordenaba procesos de carácter extraordinario como las pesquisas y
las visitas. La diferencia entre estos dos tipos de proceso estribaba en que en el segundo
las decisiones del Juez Visitador debían ejecutarse en forma inmediata. Durante 1573 se
llevó a cabo en Guatemala una pesquisa contra fraudes y desfalcos cometidos por los
oficiales reales.
Ingresos Reales
Las regiones conquistadas por España en el Nuevo Mundo significaron una fuente de
enriquecimiento, en primer lugar, para conquistadores y colonizadores que, cuando
menos hasta mediados del siglo XVI, se llevaron la mejor parte. Sin embargo, a partir
de las Leyes Nuevas, el poder real en las colonias hispanoamericanas y especialmente
en el Reino de Guatemala se institucionalizó de manera más sólida: hubo mayor control
sobre los impuestos, y las riquezas del Nuevo Mundo empezaron a llegar en mayor
escala a las arcas reales. En 1557 la Real Caja de Guatemala estaba contribuyendo con
20,270 pesos de oro, la de Honduras con 13,010 y la de Nicaragua con 5,460.

En las Indias existieron dos tipos de impuestos: los fundamentales o regulares (quinto
real, almojarifazgo, tributo, diezmo y alcabala) y los complementarios (estancos, oficios
vendibles, empréstitos, derramas y penas de cámara), estos últimos calificados por
Murdo MacLeod como `exacciones de emergencia'.

Ramos fundamentales

Según la época y la región, varió el orden e importancia de los impuestos. Durante las
primeras décadas fue el quinto real el más importante pero, con el tiempo, por lo menos
en la Audiencia de Guatemala, fue desplazado por el tributo pagado por los indígenas.

Quinto Real

La concesión papal otorgada a los Reyes Católicos sobre el Nuevo Mundo implicó, ante
todo, la posesión de toda clase de productos mineros. Los que se controlaron con mayor
celo fueron el oro, la plata, el mercurio y las piedras preciosas. La Corona permitió la
búsqueda y explotación de tales productos y en un principio cobraba por esa regalía el
impuesto de un quinto del valor de los mismos. Con el tiempo, según fuera la clase de
mineral y el tipo de región, y a fin de estimular dicha actividad y evitar que se evadiera
el pago del impuesto, éste se redujo a un octavo, un décimo y hasta un doceavo.

En el Reino de Guatemala, el ramo de quintos reales consistió en el cobro de siete reales


un tercio por cada marco de plata quintado o moneda con un peso equivalente a ocho
onzas de dicho metal, el 3% sobre el valor declarado de perlas y piedras preciosas, y 11
1/2 reales por cada quintal de hierro.

Conocido es el hecho de que Pedro de Alvarado obligó a indígenas cakchiqueles


(kaqchikeles) a lavar oro en los ríos y a entregarle cada día un canutillo del tamaño del
dedo meñique lleno de dicho metal. Lo mismo hizo con los quichés (k'iche's) y
tzutujiles (tz'utujiles), a quienes obligó a trabajar en minas. Hay constancia de que
legalizó parte del mineral así obtenido, pagando el quinto sobre 31,700 pesos en oro y
444 marcos de plata.

Los minerales preciosos no sólo se obtenían en minas o mediante el lavado de arena.


Fuentes y Guzmán se refiere también a ciertas hachas de `metal campanil', que los
naturales utilizaban en sus quehaceres y dice que los españoles acabaron con dichas
hachas, pues al fundirlas sacaban de ellas entre cuatro y cinco castellanos de oro.
Pese a que los primeros pobladores procuraron evadir el pago del quinto real, se sabe
que durante la primera mitad del siglo XVI la producción de oro y plata en la región
hondureña fue significativa, y ascendió a la suma de 30,000 pesos de oro (tepuzques).
Se superaron así en gran medida los ingresos que hasta entonces había obtenido la
Corona. En efecto, en 1528 el Gobernador de Honduras envió a España 1,600 pesos de
oro pertenecientes a la Real Hacienda (ver Cuadro 54).

La evasión del impuesto del quinto real a lo largo de los primeros dos siglos fue algo
común, a pesar de que desde 1543 se había creado la casa de fundición en Santiago, y se
había hecho responsable de la misma a Antonio Ortiz, a quien se fijó un salario de 600
pesos oro anuales. Por ello, en 1632 la Corona trató de agenciarse algunos fondos
mediante una amnistía general a favor de quienes hubieran evadido dicho impuesto o
hecho declaraciones fraudulentas, y se facilitó a estas mismas personas la posibilidad de
legalizar sus haberes metálicos mediante el pago de sólo un décimo en lugar de un
quinto de su valor. La situación no parece haber cambiado, pues a fines de 1672 el
Oidor Gerónimo Gómez, en visita efectuada a los oficiales reales de Tegucigalpa,
constató que en ocho años sólo se habían recolectado 12,500 marcos, cuando en
realidad se había sacado mucho más y no se había quintado.

El impuesto sobre el azogue o mercurio cobró gran importancia, porque éste servía en la
explotación de minas de plata y oro. El celoso control guardado sobre el mismo hizo
que los mineros guatemaltecos lamentaran en forma crónica su carestía.

El impuesto del quinto real no sólo se aplicó a minerales. Durante la conquista de los
señoríos guatemaltecos se aplicó en los casos de naturales reducidos a esclavitud,
aunque desde 1533 la Corona sólo recibía una décima parte del valor en que se tasaba al
esclavo.

Almojarifazgo

En las capitulaciones acordadas entre la Corona y los dirigentes de las distintas


expediciones organizadas después del descubrimiento, se exoneraba a los primeros
pobladores del pago de la alcabala o impuesto de compraventa (infra), no así del
almojarifazgo, conocido también como alcabala marítima y alcabala del viento, que era
un impuesto por importación y exportación del 2.5% por la salida de productos y 5%
por la entrada de ellos. En pocas décadas estas cantidades se modificaron y en 1566 el
impuesto de salida se había equiparado al de entrada.

No hay por ahora estudios sobre el funcionamiento del almojarifazgo en el Reino de


Guatemala durante el siglo XVI, aunque sí los hay, en forma parcial, referentes al siglo
XVII (ver Cuadro 55). Es interesante observar cómo después de las primeras dos
décadas de la centuria, el ingreso por este rubro tuvo una disminución significativa,
especialmente por la depresión económica, que se debió no sólo a factores internos
(plagas y sequías), sino en especial a los continuos ataques de piratas que impedían el
arribo de embarcaciones y el fomento de la actividad comercial.

Durante 1629 la Corona obligó conjuntamente al Virreinato de Nueva España y al


Reino de Guatemala a enviar 250,000 ducados anuales durante 15 años. La ciudad de
Guatemala se comprometió a dar anualmente 4,000, que pensó cubrir con el
establecimiento de un impuesto de dos reales sobre cada botija de vino que entrara al
país; y de cuatro y dos reales, respectivamente, por cada cajón de tinta y cada carga de
cacao que saliera, ello con efectos a partir de 1632. Sin embargo, la obligación fue
ampliada en 1636, al crear la Corona el llamado Impuesto de Barlovento, destinado al
mantenimiento de una flota que defendiera de los piratas, en el Mar Caribe, a las
embarcaciones que hacían el transporte de mercancías, documentos, correspondencia y
fondos reales desde las colonias hispanoamericanas o hacia éstas, según fuera el caso.
Así se amplió el gravamen para los principales productos de exportación: cuatro reales
para el cajón de tinta, y dos para la carga de cacao y la arroba de grana; uno por cada
cuero vacuno, petaca de brea, petaca de tabaco y arroba de zarza.

La recaudación de este complemento al tradicional impuesto del almojarifazgo fue


motivo de reclamos y protestas, primero porque el Virrey de Nueva España envió en
1639 un comisionado para su colecta, y posteriormente porque la Corona vendió dicho
oficio en la Península Ibérica. Como durante 1644 Guatemala no logró cumplir con el
impuesto de Barlovento, la Corona ordenó uniformarlo a cuatro reales en todos los
cajones, fardos, cargas, petacas y marquetas, y además ordenó cobrar por el achiote.

Tributo

La Corona española trasladó a sus dominios americanos una de las modalidades


impositivas propias del sistema feudal, el tributo, que consistía en una paga anual que
los súbditos hacían en señal de vasallaje y reconocimiento al jefe del señorío a que
pertenecían.

Los naturales mesoamericanos, al momento de la Conquista, también estaban obligados


a tributar a sus señores pero, más que en forma individual, en este caso el cálculo y pago
se hacía por medio de las `parcialidades'. La Corona hispana, a pesar de las consultas
ordenadas sobre el procedimiento de tributación observado por los naturales, estableció
que en la Audiencia de Guatemala todo indio casado (hombre o mujer) estaba obligado
a pagar el tributo. La documentación colonial, en efecto, se refiere a una pareja casada
como a `tributario entero', a un viudo se le llamaba `medio tributario' y a una viuda se la
tenía como `tercio de tributario'. Por ello, desde mediados del siglo XVI, los
encomenderos, funcionarios reales y curas se interesaron en que los indios e indias se
casaran a muy temprana edad (por lo general a partir de los 12 años) para así tenerlos
como sujetos de tributación.

Los funcionarios reales, apoyados por los curas doctrineros, establecían el número de
tributarios en cada pueblo, y fijaban a la vez lo que éstos debían pagar. Este
procedimiento se conoció como `tasación' y se realizaba por lo general cada 10 ó 20
años. A menudo había injusticias en el mismo, y los `vivos pagaban por los muertos y
huídos'. Lo establecido quedaba registrado en tres libros: uno para la Junta Superior de
la Real Hacienda, con sede en España; otro para los Justicias Mayores, bajo cuya
jurisdicción se encontraba el pueblo; y el último para los propios Justicias de los indios.

La primera tasación fue realizada en Guatemala por el Presidente Alonso de Maldonado


en compañía del Obispo Francisco Marroquín y se hizo entre 1536 y 1541, y no en 1550
como señala Valentín Solórzano. Según dicha tasación, el pueblo de Comalapa, en
1538, daba anualmente a Juan Pérez Dardón 80 cargas de sal, 50 fanegas de ají, 100
fanegas de frijoles, 300 cargas de sal, ladrillo y teja para su casa, petates, miel,
codornices y otras menudencias, además de 50 indios ordinarios en la ciudad, que
cuando fueran a servirle debían llevarle ocho gallinas de la tierra y ocho de Castilla. El
pueblo estaba obligado a mantener también una sementera de trigo y una milpa grande
de maíz que produjera por lo menos 2,000 fanegas, todo ello en beneficio del
encomendero. Adicionalmente, el pueblo debía entregar 60 jiquipiles de cacao y 400
mantas.

Las tasaciones más conocidas fueron las de Cerrato, realizadas en 1549. Estas
modificaron sustancialmente las establecidas por Maldonado-Marroquín, e indicaban
que el tributo debía pagarse para las fiestas de San Juan y Navidad, fechas
correspondientes a los períodos de recolección de las cosechas de `primera' y `segunda'
o `postrera', respectivamente. Con base en las citadas tasaciones, los pueblos de la
Provincia de Guatemala debían pagar anualmente 10,097 jiquipiles de cacao; 16,050.5
fanegas de maíz y 342.96 fanegas de frijoles (ver para más detalles el Cuadro 56).

A mediados del siglo XVI el tributo era el equivalente a tres tostones para los hombres
y dos para las mujeres. A principios del siglo XVII se aumentó a cuatro tostones para
los hombres, de los cuales uno era para el recaudador; a las mujeres en cambio se les
rebajó a uno.

Sólo parte del tributo quedaba a la Corona, al contrario de lo que opina Juan Carlos
Solórzano, quien no presenta documentación alguna para avalar sus juicios. La Corona,
en efecto, había `encomendado' algunos pueblos a españoles, encargando a éstos la
cristianización de los indios, y concediéndoles a cambio el beneficio del tributo. Según
las tasaciones de Cerrato, sólo 16 de 150 pueblos pertenecían a la Corona, y los 134
restantes estaban repartidos entre 86 encomenderos. Por ello, la Corona mantuvo la
política permanente de pasar a su real haber toda encomienda que resultara vacante. En
1565 ya sólo existían 72 encomiendas, que generaban al año 80,000 ducados. En 1627
se mandó que una tercera parte de las encomiendas que quedaran vacantes pasara a la
Corona. De esa manera, en 1698 el 65% de la población indígena tributaba a la Corona
286,923 pesos, equivalentes al 78.48% de los ingresos de la Hacienda Real en el Reino
de Guatemala; el otro 35% de los pobladores tributaba a 147 encomenderos.

Según la naturaleza del pueblo, el tributo era recaudado por funcionarios reales o por los
propios encomenderos, en ambos casos con la ayuda del cura doctrinero. De ello se
derivó, cuando menos en el siglo XVI, que si este último pertenecía al clero regular
podía impedir algunas exacciones cometidas por encomenderos y funcionarios, lo que
no ocurría cuando el cura pertenecía al clero secular.

Tanto autoridades reales como encomenderos utilizaron las `almonedas' o subastas


públicas para convertir en dinero el maíz, cacao, gallinas y otros productos recibidos
como tributo. Es más, los encomenderos coaccionaban a los indígenas a pagar su tributo
en cacao, aun en el caso de que no lo cultivaran. Ello obligó a muchos naturales de
regiones frías a migrar temporalmente a las zonas productoras de cacao, a fin de trabajar
y conseguir el tributo para evitar vejámenes de cualquier tipo. El primer caso de subasta
de tributos se dio en Guatemala en 1544. El resultado de las almonedas de los tributos
reales se llevaba en un `libro de remates', guardado en el arca de las tres llaves.
Los remates con frecuencia fueron ocasión de conflictos y querellas entre los mismos
españoles, como aconteció en 1681 cuando hubo protestas, especialmente del Obispo
Juan de Ortega y Montañés. En este caso, en el remate de 11,028 fanegas de maíz de
tributo, se concedieron 4,652 (42.18%) al Capitán Joseph de Arria, Alcalde Ordinario y
Corregidor del Valle; y se entregaron asimismo 1,092 (9.9%) al diezmero del obispado.
Ambos sujetos recibieron el maíz a cuatro reales de los indígenas y lo vendieron en el
mercado entre 16 y 18 reales.

Severo Martínez Peláez señala que una de las principales injusticias cometida en la
recaudación del tributo era que, cuando había carestía, en las almonedas se fijaba un
precio a los productos entregados por los naturales, equivalente al precio que tenían los
mismos productos en época de abundancia. Cuando los precios eran bajos, se exigía a
los naturales que ellos mismos subastaran sus productos y pagaran el tributo en
metálico. Para remediar esta situación, la Corona ordenó en 1634 que se exigiera el
tributo sólo en dinero.

A mediados del siglo XVII era tal la falta de circulante, por la depresión económica
causada por plagas de langostas y asedio de piratas a la navegación, que con frecuencia
los naturales no podían pagar el tributo. En 1664, por ejemplo, habían pasado ya tres
años sin que éste se pagara.

Juntamente con el tributo, los naturales debían cumplir con otras obligaciones, como el
`servicio del tostón' y el `servicio de comunidad'. El primero consistía en el pago
semestral de un tostón, el cual se hacía a los recaudadores por cada `tributario entero'. El
segundo era el pago de real y medio, que por lo general se sustituía por la obligación de
cultivar 10 brazadas de tierra, cuyo producto, al ser vendido, ingresaba en las `cajas de
comunidad', creadas en 1550. Los fondos de las cajas de comunidad se utilizaban
especialmente para cubrir los gastos de cofradía y alimentación de los curas doctrineros.
Joaquín Pardo indica sobre el particular que por las múltiples y crecidas exigencias de
los curas doctrineros, el Presidente Landecho ordenó en 1561 la asignación siguiente
para dichos religiosos: dos gallinas de Castilla diariamente; dos docenas de huevos en
los `días de pescado'; una fanega de maíz cada semana; además de una india para
cocinar y un indio para acarrear leña, zacate y agua.

Desde las últimas décadas del siglo XVI la Corona se interesó vivamente en las cajas de
comunidad y en 1583 se ordenó que la cobranza y administración de las mismas
quedara a cargo del corregidor del distrito. En 1619 se ordenó además que dichos bienes
se prestaran a interés a fin de generar ganancias en favor del erario real, lo cual
contradice lo que han afirmado algunos autores. En 1639 la Corona centralizó la
administración de las cajas de comunidad en los oficiales reales, y a los Cabildos
propietarios les quedó sólo el derecho de petición. Según el dominico Francisco
Ximénez, ello hizo difícil que los naturales pudieran hacer uso de sus propios fondos,
por los trámites engorrosos que debían cumplir.

Hasta principios del siglo XVII hubo indígenas exentos de la obligación de tributar. Un
sector de ellos fue el de los teopantlacas, o sea la gente designada para el servicio de la
iglesia. Sin embargo, los funcionarios reales prorrateaban el tributo no pagado por los
teopantlacas, cobrándolo entre el resto de habitantes, o bien lo tomaban del grueso de
los fondos de comunidad. Los descendientes de tlaxcaltecas y mexicanos, que vinieron
apoyando a los españoles en las luchas de conquista, intentaron por mucho tiempo
eximirse del tributo, y en ciertos años lo lograron, a principios del siglo XVII, por
ejemplo, pero a fines del mismo siglo lo pagaban nuevamente.

Durante la mayor parte del siglo XVI solamente los indígenas pagaron tributo, no así los
mestizos y las castas. Gage indica al respecto:

No hay ningún pueblo que sea tan pobre donde cada indio
casado no pague al menos cuatro reales al año al rey,
además de otros cuatro a su señor o encomendero. Y si el
pueblo paga solamente al rey, se paga por lo menos seis, y
en algunos sitios ocho reales de acuerdo con el estatuto
por el pago de otros productos comunes de la ciudad donde
viven, como maíz (que se paga en todas las ciudades),
miel, pavos y otras aves, sal, cacao y mantos de algodón y
lana se pagan solamente al encomendero, ya que el rey
tiene que ser pagado en dinero. Los mantos que se dan como
tributo son muy estimados, ya que son los seleccionados y
de mayor tamaño que el resto, por eso se paga en cacao,
achiote o cochinilla frecuentemente.

En 1575 se ordenó que los mulatos y negros casados o solteros, a diferencia de lo que
sucedía con los indígenas, entre quienes se excluía a los solteros, pagaran cuatro
tostones, y sus mujeres dos; los zambos casados o solteros pagaban tres tostones y sus
mujeres, uno; además había que pagar el servicio del tostón respectivo en todos los
casos. Este tributo se conoció como `laborío' y sólo se exceptuó del mismo a los
hombres mayores de 60 años y a las mujeres de más de 50, así como a los ciegos y
tullidos siempre y cuando no contaran con rentas para vivir honestamente.

La recaudación del laborío fue bastante difícil, pues la mayor parte de la población
afectada vivía en las montañas, sin autoridad alguna que la controlara. Por lo tanto, en
1587 se dispuso que el recaudador de dicho tributo recibiera hasta una tercera parte del
mismo. En el Cuadro 57 se presentan algunos datos sobre las cantidades recaudadas en
el último cuarto del siglo XVI.

Diezmo

El diezmo, juntamente con el almojarifazgo, constituyó uno de los primeros impuestos


establecido por la Corona en sus dominios de las Indias Occidentales. Pero hasta
noviembre de 1501, a petición de los Reyes Católicos, el Papa Alejandro VI emitió la
bula Eximiae devotionis sinceritas, por la cual la Corona tuvo derecho a dos novenos de
la mitad del diezmo recaudado sobre los frutos de la tierra.

En Guatemala se remataron los diezmos en 1524 y se le adjudicaron a Gaspar Arias por


1,200 pesos de oro, por el período comprendido hasta 1527, de lo cual se quejaron los
conquistadores. Años después, en 1529, los vecinos de Santiago de Guatemala también
se quejaron de que hubiera sólo un clérigo en la ciudad, a pesar de contar ésta ya con
150 vecinos. Dicho religioso andaba la mayor parte del tiempo en los campamentos de
guerra, y por ello los vecinos indicaron que de no ampliarse el número de clérigos se
abstendrían de seguir pagando el diezmo.
Desde 1541 se ordenó distribuir el monto de los diezmos en la forma siguiente: una
cuarta parte para el Obispo, otra parte igual para el Deán y Cabildo Catedralicio; la otra
mitad se dividía en nueve partes, de las cuales dos le quedarían al Rey, cuatro a los
párrocos y las tres restantes se destinarían a la construcción de iglesias y hospitales. Sin
embargo, el Presidente de la Audiencia podía intervenir en la administración y
fiscalización de la parte asignada a la Iglesia (ver Ilustración 135).

Los oficiales reales recaudaban este impuesto y estaba prohibido que en ello se
entrometieran las autoridades eclesiásticas. En la legislación colonial no aparece grupo
social alguno exento del pago del diezmo en forma permanente. Sólo a los naturales se
les eximió del mismo en 1533 pero, a pesar de las órdenes en tal sentido, se les cobró
durante las primeras décadas de la etapa colonial, aunque se les deducía del tributo. En
1550 el diezmo equivalía a un peso por año, y en 1565 las estancias de Utatlán lo
pagaban con un jiquipil de cacao. En lo que se refiere a Guatemala, Manuel Fernández
indica que los indígenas lo pagaron. Sin embargo, Gage, que a principios del siglo XVII
se refiere con gran abundancia de detalles a las distintas contribuciones de los indígenas,
no da información sobre el particular.

El rubro de los diezmos fue muy significativo para las arcas reales, especialmente desde
1578, cuando se ordenó que se pagara por todas las cajas de añil que pesaran 25 libras o
más. A mediados del siglo XVI no llegaba ni a 10,000 pesos, pero a principios del
siguiente siglo se recaudaban alrededor de 20,000 pesos (ver Cuadro 58), gracias al
apogeo que había en la producción añilera.

Alcabala

La alcabala era un impuesto del 2% sobre todas las operaciones de traspaso, contratos y
compraventas, así como herencias y donaciones, del cual estaban exonerados los
indígenas. Su introducción en las Indias Occidentales fue tardía, pues no fue sino hasta
1574 y 1591 que se ordenó su aplicación en los Reinos de Nueva España y Perú,
respectivamente. En Guatemala se ordenó su aplicación en 1576, pero por las súplicas
del Ayuntamiento de Santiago, se pospuso su inicio hasta 1591, cuando se estableció
que la recaudación fuera una de las obligaciones de los alcaldes ordinarios.

Aunque teóricamente la alcabala era un impuesto de compraventa, en la práctica se


convirtió en un pago obligatorio para todos los españoles, mulatos y negros dedicados a
menesteres productivos y comerciales. En 1602 los mercaderes de Santiago pagaban 10
pesos; los agricultores, seis; los ganaderos y harineros, entre tres y cuatro pesos al año.
La alcabala se convirtió pronto en un impuesto por medio del cual la ciudad de Santiago
debía cubrir la mayor parte del monto asignado a la provincia. Se calculaba que este
monto no se hubiera cubierto con lo recaudado por los ingresos de la alcabala de viento
o almojarifazgo y la alcabala pagada por los corregimientos solamente. En 1614 la
Corona obligó al Reino de Guatemala a entregar anualmente 16,000 tostones. Esto
provocó el descontento de los vecinos de Santiago, pues se vieron obligados a pagar
más de la mitad de dicha suma (ver Ilustración 136).

El Cabildo de Santiago consiguió en 1629 el arrendamiento de la alcabala por 10,000


tostones anuales, e integró el mismo año el tribunal de alcabalas, cuyos funcionarios
debían conocer y resolver los conflictos y recursos que se suscitaran en el cobro del
impuesto. Desde entonces y hasta 1667 el Cabildo disfrutó dicho arrendamiento. En ese
año la Audiencia asumió por orden de la Corona la recolección del impuesto, y a ello se
debió el notable incremento de la alcabala durante los últimos años (ver Ilustración
136), en los cuales se había alcanzado un promedio anual de 15,421 pesos de ingreso
entre alcabala y barlovento. El Cabildo reclamó con vehemencia contra dicha medida y
apeló ante la Corona, pero no pudo recuperar el control perdido.

En la recaudación del impuesto de alcabala se registraron conflictos periódicos. Los más


frecuentes se debían a la defraudación a la Hacienda Real, a causa de componendas
entre los cobradores. Por ello, en 1621 la Corona envió un visitador encargado de
indagar sobre las causas de la exigua recaudación. La primera acción del visitador fue la
de confinar al presidente y oidores en la Villa de Petapa. Después encarceló al alcalde y
regidores, y finalmente condenó a varios vecinos.

Otro caso fue el juicio seguido en 1686 contra el Barón de Burruez (aparece también
como Berrieza), tesorero de la Santa Cruzada, a quien se acusaba de la evasión de
impuestos (alcabala y almojarifazgo, principalmente) por la cantidad de 23,605 pesos y
siete reales. Pero el conflicto más significativo fue el acontecido entre 1688 y 1691, que
produjo un atentado contra Pedro Enríquez, juez de aduana, porque éste exigía el pago
al contado de los derechos de alcabala, antes que las mercaderías salieran de bodega.
Esta exigencia originó disturbios callejeros, intentos de linchamiento y la prisión de
varios vecinos, casi todos comerciantes.

Ramos Complementarios
Hubo otra serie de ingresos para la Hacienda Real que, sin ser los más significativos, en
determinadas circunstancias constituyeron mecanismos asequibles por los cuales la
Corona resolvía sus problemas económicos. Los principales de tales ingresos fueron los
estancos, la bula de la Santa Cruzada y las derramas, así como las penas de cámara, los
oficios vendibles y la composición.

Estancos

La Corona monopolizó la explotación, producción y comercialización de determinados


productos. Entre los principales estaban la sal, el mercurio, los naipes, la pólvora, el
tabaco, el papel sellado, el aguardiente, los asientos de gallos y de nieve.

La sal, de tanta utilidad en Guatemala para la minería y la preparación del tasajo, fue
explotada libremente en un principio, pero a fines del siglo XVI la Corona comenzó a
controlar su producción.

El estanco de naipes también fue celosamente protegido por las autoridades de la


metrópoli, así como por la Audiencia, no sólo por la proliferación de las casas de juego
y por el empleo de los naipes como diversión en casas particulares y conventos, sino
también por los dividendos que obtenía el presidente. En 1576 la Corona autorizó el
estanco y fábrica de naipes a favor de Hernando de Cáceres, con sede en Nueva España
y jurisdicción extendida al Reino de Guatemala. El primer subadministrador de que se
tiene noticia para Guatemala, Manuel Estévez, vendía a principios del siglo XVII, 5,000
barajas al año, a razón de cinco reales cada una, y tenía derecho al 8% sobre las ventas.
Gage señala que en la ciudad de Santiago de Guatemala se gastaban a principios del
mismo siglo, a veces hasta 24 juegos de cartas en una sola noche.

El papel sellado fue otro de los estancos que produjo, a partir de su introducción en
1640, rentas seguras a la Corona, pues para todo trámite burocrático era necesario hacer
uso de dicho papel. En 1644 ingresaron a las arcas reales 17,500 pesos por tal concepto.
Había cuatro clases de papel sellado, cada una con diferentes características.

El primero se usaba para todos los despachos de gracias y mercedes que se hicieran en
las Indias por los virreyes, presidentes, audiencias, corregidores y cualquier otro
ministro de justicia, guerra y hacienda. El segundo se usaba para los testimonios de las
escrituras, testamentos y contratos de cualquier género, que se otorgaran legítimamente
ante escribano; así como para las hojas de registro en los protocolos de los mismos. El
papel de sello tercero, cuyo valor era de un real, debía servir para todas las peticiones y
actos de carácter judicial ante los virreyes, cancillerías, audiencias y demás tribunales de
Indias, y el papel de sello cuarto debía utilizarse para escribir todos los despachos de
oficio y de pobres de solemnidad e indios. Si en algún caso éstos no presentaban su
petición en papel sellado, debía admitírsele, por estar en el real ánimo el buen deseo de
ayudarlos y aliviarlos.

La Corona trató de controlar en un principio la venta de licor (el estanco de aguardiente


de caña se creó, en efecto, hasta 1755), pues la producción y comercialización
clandestina de distintas clases de chichas jamás se pudo eliminar. Las licencias de
tabernas sólo se concedían a españoles y castas libres. Aun así, las tabernas proliferaron
en la ciudad de Santiago de Guatemala. Había más de 30 de ellas a fines del siglo XVII.
Quienes comerciaban ilícitamente con licor fueron perseguidos y castigados con duras
penas: 100 ducados a los españoles, y 100 azotes a los indios y castas.

El estanco de la pólvora funcionó desde fines del siglo XVII, y el mismo dependía de un
asentista general para Nueva España y Guatemala. Pero la pólvora empezó a fabricarse
en Guatemala desde 1601, cuando se extendió a Diego Mercado licencia para fabricarla.

Hasta 1690 la nieve no se explotó nunca, pero en Santa María de Jesús ya había
indígenas que eran obligados a bajarla `del volcán de Agua y con ella se hacían helados
y refrescos'. El estanco de la misma se creó hasta el siglo XVII.

Bula de la Santa Cruzada

Este impuesto consistía en la obligación de comprar indulgencias (perdón de pecados), a


título propio o ajeno, las cuales podían gozarse unas en vida y otras post mortem. Fue
propiamente un impuesto eclesiástico, que empezó a cobrarse en Guatemala desde
1536. Según Clarence Haring:

...por regla general, al menos hacia fines del siglo XVI,


negros, indios y las clases más humildes pagaban dos
reales de plata, aunque la ley (1543) prohibía que las
bulas se publicaran en los pueblos de indios o se
impusieran por fuerza a los nativos. Otros súbditos
españoles pagaban ocho reales, mientras que los
funcionarios reales y eclesiásticos y los que poseían
encomiendas debían abonar de dos a cuatro pesos.

Esta obligación tributaria contó con su propio tribunal y ordenanzas. La administración


del mismo estaba en manos de la Corona, según lo establecido en el Patronato Real. En
las últimas décadas del siglo XVII, el tesorero de la Santa Cruzada estuvo involucrado
en contrabandos, fraudes y evasión de impuestos.

Venta de cargos públicos

Presionada constantemente por problemas económicos, al mismo tiempo que se


desarrollaba el proceso de institucionalización del poder colonial, la Corona introdujo la
venta de puestos, tanto civiles como eclesiásticos, los cuales por lo regular se
entregaban a los mejores postores. Tal fue el caso de las gobernaciones concedidas a
Pedrarias Dávila, Pedro de Alvarado y Francisco de Montejo. Gage señala que en su
mayoría los obispos de América consiguieron el puesto, a pesar de que estaba
condenada la `simonía', gracias a las elevadas sumas monetarias enviadas a la Corona,
por lo general superiores a los 6,000 ducados.

Los oficios que se vendieron con más frecuencia fueron las `escribanías', la jefatura de
los regimientos municipales y algunos puestos asalariados, como el de receptor de
penas, depositario de bienes de difuntos, fiel ejecutor, cargos en la Casa de Moneda y
otros más. Todo esto se llevó a cabo aun cuando el Consejo de Indias siempre
recomendó a la Corona que no se hiciera.

Los puestos mayores (Audiencia, Obispado, Justicias Mayores) se negociaban en


España; los menores (cargos municipales, Casa de Moneda, correo mayor, etcétera) en
la misma colonia (ver Cuadro 59).

A partir de 1606 la Corona autorizó la negociación de las renuncias a los cargos


oficiales, y se estableció la obligación de pagar la mitad del valor del oficio en la
primera renuncia y una tercera parte en las siguientes.

En los casos aludidos no sólo existía la obligación de comprar el puesto, sino también la
de pagar un impuesto adicional sobre el sueldo: la mesada eclesiástica, pagada desde
1529, en cuanto a los puestos eclesiásticos, y la media annata (mitad del sueldo durante
un año), pagada desde 1625, en cuanto a la burocracia secular, encomenderos y
artesanos. Ambas debían pagarse en la forma siguiente: la mitad antes de recibir el
cargo y el resto al iniciar el segundo año en el ejercicio del mismo. La mesada
eclesiástica se calculaba con base en el promedio anual del beneficio obtenido durante
los cinco años precedentes. La media
annata, por otra parte, consistió en la mitad del sueldo del primer año, más un tercio de
todos los demás emolumentos provenientes de cargo público, favor o concesión. De este
último impuesto no se exceptuó a nadie, pues aun los oficiales de las milicias (Alférez,
Capitán, sargento) lo pagaron.

Donaciones
La Corona, para aliviar sus apuros y compromisos financieros, obligó periódicamente a
sus súbditos a efectuar donativos forzosos (`voluntarios' rezan los escritos coloniales),
como el ordenado en 1591 para Guatemala, por el cual se contribuyó con cuatro reales
per cápita. Murdo MacLeod dice que `se insinuaba fuertemente que la cantidad dada era
un buen indicio de la lealtad y patriotismo del donante'.

Derramas

Esta carga impositiva consistió en un servicio extraordinario autorizado por la Corona


en forma coyuntural, ya fuera para abrir o limpiar caminos, para conducir el bagaje de
las tropas o los enseres de gobernantes, o bien para el retiro de escombros después de
terremotos. Sin embargo, en la práctica, se convirtió en uno de los medios principales
por el cual las autoridades civiles o religiosas forzaban ilegalmente a los naturales a
producir de manera gratuita o a comprarles determinadas mercancías.

Composiciones

En 1591 la Corona introdujo en las colonias hispanoamericanas la modalidad de


adquirir en propiedad, por medio de `justo título', aquellas tierras poseídas ilegalmente,
o las que se adquirían a cambio del pago de una cantidad estipulada por el juez medidor
de tierras. Francisco de Solano dice que los precios variaban de modo sensible según la
topografía del terreno o su ubicación geográfica:

...50 pesos la caballería en los `extramuros' de


Guatemala, tres tostones en las zonas rurales menos
favorecidas. Entre ambos límites, precios superiores en
valles, haciendas y cercanías de ciudades y villas, sobre
las propiedades alejadas de los caminos o en zonas
montañosas. Y diferencia, a veces, en la característica
racial del componente; los indígenas suelen obtener los
títulos de su propiedad por la mitad de su verdadero
valor.

Años después, en 1613, se añadió a lo estipulado en 1591 un nuevo impuesto, pues se


exigía no sólo haber `compuesto' la propiedad, sino también pagar tres años después por
la confirmación del título. Es más, en 1689 se obligó a los dueños de obrajes de añil y
molinos de azúcar a pagar una nueva composición, esta vez como una licencia para
poder dedicar la propiedad territorial a dicha actividad.

Sisas

En 1573 se creó este impuesto, que consistía en el pago de dos reales por botija de vino,
con el fin de formar un fondo destinado a la construcción del puente de Los Esclavos.
Posteriormente el mismo se convirtió en un impuesto permanente a favor de las obras
públicas. En aquella ocasión el síndico Francisco Díaz del Castillo (hijo de Bernal Díaz
del Castillo) fue privado temporalmente de sus poderes por haberse opuesto a tal
impuesto. En 1577 se amplió a un nuevo producto, la carne, cuyos ingresos concedió la
Corona a los `propios', o sea al patrimonio de la ciudad.
Penas de cámara

La aplicación de penas por la Audiencia de la época colonial a todos aquellos que


contravenían las leyes, estuvo orientada más bien a obtener ingresos para las arcas
reales que a corregir o prevenir dichas anomalías. Tal es el caso del ingreso monetario
que MacLeod llama `multa-soborno' y que explica así:

...la Audiencia y justicias mayores no tomaban medidas


serias para hacer cumplir la prohibición sobre el trabajo
de los indígenas en los obrajes añileros; de este modo se
obligaba a los contraventores a pagar una multa que,
aunque reducida, `hacía un respetable total'.

De igual modo, revueltas, insubordinaciones, contrabando, desfalcos a las arcas reales,


pecados nefandos, etcétera, eran castigados con distintas penas, pero a éstas se añadía
siempre una de carácter pecuniario. En 1583, por ejemplo, se multó con 500 ducados a
unos seglares que no permitieron la ejecución de un indígena acusado de haber tenido
relaciones homosexuales (pecado nefando). En 1598 fueron quemados por la misma
causa dos indios, a quienes además se les confiscaron todos sus bienes en favor de la
Corona.

Resumen
En las líneas anteriores se ofrece una visión de conjunto del régimen monetario que
imperó durante los primeros dos siglos de la etapa colonial, y luego se descubren no
sólo las distintas denominaciones monetarias que existían en la época, sino también los
medios más frecuentes empleados para recaudar los impuestos. Finalmente, se analizan
los diferentes tipos de impuestos, divididos en fundamentales (quinto real,
almojarifazgo, tributo, diezmo y alcabala) y complementarios (estancos, bula de la
Santa Cruzada, venta de cargos públicos, donaciones, derramas, composiciones, sisas, y
penas de cámara).

Durante las primeras décadas de vida colonial, la Corona exigió constantemente a sus
autoridades el cobro del quinto real, pero pronto este ramo impositivo pasó a un
segundo plano, por la poca presencia de minerales preciosos en el Reino de Guatemala.

Desde mediados del siglo XVI, la importancia de los impuestos dependió del sector
favorecido. Por ejemplo, el tributo benefició especialmente a los encomenderos; la
alcabala, al Ayuntamiento; el almojarifazgo, a la Corona; y el diezmo, a la Iglesia y a la
Corona. De todos ellos, el mejor recolectado fue el tributo, por el celo que ponían en
ello los encomenderos, auxiliados por los curas doctrineros. Muy diferente era lo que
acontecía con respecto al pago de alcabala, almojarifazgo y diezmo, donde se daban
constantemente evasiones, subterfugios y actitudes morosas.

La Corona procuró la obtención de ingresos económicos adicionales mediante otras


acciones impositivas, como fueron la venta de cargos públicos, la composición de
tierras y la Bula de la Santa Cruzada. Por su parte las autoridades coloniales
consiguieron aventualmente autorización de la Corona para exigir donaciones en sus
visitas a los pueblos de indios. El primero de estos impuestos provocó que las
autoridades coloniales se preocuparan más por resarcirse de la inversión hecha que por
ser buenos servidores públicos. El segundo, por su parte, se constituyó en un
instrumento que legalizó las usurpaciones y arrebatos de tierras de las comunidades
indígenas por parte de españoles y del mismo clero.
ROBERT M. HILL II

Introducción al Área de Historia


Regional

Esta breve introducción se refiere a una sección de la Historia General de Guatemala


sobre la cual las investigaciones especializadas datan de los años más recientes. Hace
apenas 10 años habría sido muy difícil reunir una colección de ensayos que ofreciera al
lector general una cobertura completa de Guatemala y algunas de las áreas adyacentes,
durante el período colonial. Veinte años atrás ello habría sido imposible. Tal avance es
una muestra de la creciente importancia que antropólogos, historiadores y otros
investigadores han dado a la historia regional y local. Los siguientes ensayos reflejan
ese avance y en gran medida constituyen hitos en la investigación que ha contribuido a
la creciente comprensión de una época histórica tan decisiva.

Como resultado del predominio numérico de los pueblos indígenas en la Guatemala del
período colonial, la historia regional sobre dicha época se interesa, necesariamente, en
las experiencias de aquellos pueblos. Los indígenas eran institucionalmente súbditos de
España, vivían dentro del Imperio, bajo las leyes de éste, y sujetos a su programa de
conversión religiosa y de `civilización' general, y por ello la historia regional se interesa
en el establecimiento de las instituciones españolas y en la reacción de los indígenas
frente a las mismas. En un sentido general, se puede encontrar el origen del interés en
los dos tópicos, en dos obras precursoras y de gran influencia en la evolución de las
nuevas ideas. En 1953, Silvio Zavala publicó su Contribución a la Historia de las
Instituciones Coloniales en Guatemala, que inició efectivamente el actual interés en el
muy rico pasado colonial de Guatemala, poco conocido en esa época. En 1964, Charles
Gibson publicó su monumental obra Aztecs under Spanish Rule, Los Aztecas bajo la
Dominación Española, con la cual el estudio de la reacción de los pueblos indígenas
mesoamericanos ante el régimen colonial fue un tema importante por derecho propio, y
que finalmente involucraría no sólo a historiadores sino también a etnohistoriadores,
geógrafos históricos, etnógrafos, lingüistas, demógrafos, arqueólogos y otros
especialistas.

En relación específica con la Guatemala colonial, muchos de los autores


contemporáneos, aun desde distintas perspectivas, encuentran motivos de inspiración en
la obra de Murdo MacLeod Spanish Central America, a Socioeconomic History,
Historia Socioeconómica de la América Central Española, aparecida en 1973.
MacLeod fue el primero en relacionar los dos hilos de la investigación: el de las
instituciones coloniales y el de las reacciones indígenas. En gran medida, la
investigación realizada durante las dos décadas subsiguientes ha sido un intento de
llenar los vacíos y de agregar más detalles al plan básico presentado por MacLeod. Ello
no quiere decir que no haya habido nuevas sorpresas a lo largo del camino, o que el plan
de MacLeod no tuviera errores. Significa, sin embargo, que en gran medida él marcó el
camino para muchos investigadores de las nuevas generaciones.
Un tema tratado por Murdo MacLeod fue el que se refiere al alcance y efectos de la
catastrófica reducción de la población entre los pueblos indígenas de la región. Este
tema aparece en casi todos los ensayos de la presente sección y es de suyo importante.
Las estimaciones de la población durante el período colonial constituyen una de las
pocas fuentes de información que los arqueólogos pueden usar en sus intentos por
reconstruir la cultura del Altiplano y parte de las Tierras Bajas de Guatemala en la
época de la conquista española. Tales estimaciones son importantes tanto para
caracterizar el tamaño y la complejidad de las sociedades indígenas existentes antes de
la Conquista, como para estimar la proporción del desastre demográfico que sobrevino.
Por supuesto, los niveles de población y el cambio demográfico durante el período
colonial son tan importantes como en cualquier sociedad agrícola abrumadoramente
preindustrial. La tierra era el medio primario de producción, y los cambios en la razón
aritmética hombre/tierra tuvieron implicaciones profundas en los niveles de riqueza o
pobreza relativas de los pueblos indígenas y de los españoles por igual.

Por supuesto, la sola razón aritmética hombre/tierra por sí misma, no cuenta toda la
historia. Era necesario poseer tierra para trabajarla, y para los españoles aun ello no era
suficiente. La economía colonial también requería mano de obra barata que trabajara la
tierra para los colonizadores. En consecuencia, la Corona creó una serie de instituciones
con la finalidad de proveer a los españoles de trabajadores indígenas y también de los
productos de la tierra, al costo más bajo posible. Por ello, dichas instituciones, como la
esclavitud, la encomienda y el repartimiento, fueron importantes en la vida colonial,
tanto para los españoles como para los indios, y cualquier analista de la historia regional
necesariamente debe tomar en cuenta su funcionamiento en su área de estudio. Sin
embargo, el régimen colonial requirió del indio no sólo su mano de obra, pues también
quería su alma y su dinero.

La conversión religiosa de los indios fue una de las justificaciones principales de toda la
empresa colonial, y sin duda atenuó algunas otras políticas e instituciones menos
agradables. En consecuencia, otro componente necesario de la historia regional es la
descripción de los esfuerzos de la Iglesia para convertir e indoctrinar a los indios. Una
estratagema fundamental en el arsenal de los frailes fue el culto a los santos. La
institución principal fue la cofradía. Por lo menos entre los quichés (k'iche's),
cakchiqueles (kaqchikeles) y pokomames (poqomames), el culto a un santo, costeado
por un solo individuo o una familia, el guachival, sirvió no sólo como instrumento para
el adoctrinamiento, sino también como medio para que los frailes locales aumentaran
sus ingresos mediante las limosnas en las misas y los sermones, que eran parte
integrante de la celebración del día del santo.

Para lograr más fácilmente los objetivos aludidos, reclutamiento de mano de obra, cobro
de tributos, adoctrinamiento de los indios, así como para proveer la seguridad interna de
la Colonia contra las sublevaciones de éstos, la Corona, la Iglesia y los colonizadores
estuvieron de acuerdo en que los indios debían concentrarse en pueblos de tamaño
moderado. El resultado fue el programa de congregación o reducción, puesto en práctica
desde mediados del siglo XVI hasta finales del mismo, período durante el cual se
formaron muchos de los pueblos indígenas del Altiplano de Guatemala. De tal manera,
la congregación o reducción es otra parte inevitable de una historia regional.

Como el lector podrá darse cuenta, una historia regional no es una crónica de eventos ni
un registro de personajes ilustres. Una historia colonial regional es, en gran medida, una
`historia inmóvil' o una `historia que permanece quieta', para citar al gran historiador
social, el francés Emmanuel LeRoy Ladurie (1981). El sistema colonial y las reacciones
indígenas ante el mismo fueron extraordinariamente estables desde finales del siglo XVI
hasta principios del siglo XIX, y posteriormente. Por supuesto, hubo cambios a lo largo
del tiempo, y todavía se tiende a tratar y dividir el tema en períodos, de acuerdo con el
establecimiento de las diferentes políticas e instituciones españolas o de las tendencias
en el crecimiento y declinación poblacional. Salvo durante el período de la Conquista y
el establecimiento inicial del sistema colonial, hay pocos individuos en las narraciones
que se presentan a continuación. En su mayor parte nuestras historias regionales son
más bien historias de políticas e instituciones y de los efectos de ellas sobre la población
abrumadoramente indígena de las regiones estudiadas.

Una excepción notable en cuanto a la ausencia general de personas (especialmente


indígenas) en los ensayos que forman esta sección, es el registro de los nombres de
algunos individuos indios que resistieron la explotación española y fueron procesados
por esa razón. Sin embargo, casi nada se sabe de ellos como individuos: su cultura o
mentalidad, sus motivaciones, sus historias personales. Talvez temas como éstos no
encajan adecuadamente en la cobertura de una `historia'. Quizás todavía es muy
peligroso exaltar a los indios de la postconquista como poseedores de una cultura o
mentalidad propia, por haber mezclado elementos indígenas y españoles en un todo
significativo. En el mejor de los casos, los ensayos de esta sección admiten que ocurrió
un cierto grado de `sincretismo' o que algunas prácticas indígenas sobrevivieron, pero
tales afirmaciones generalmente no pasan de allí. No se profundiza en el asunto.

Aparte de la excepción anotada anteriormente, en las historias regionales falta un


extenso debate sobre la resistencia indígena a la dominación española. Ocasionalmente
hubo desórdenes y a veces se identificó a los líderes y se les aplicó la ley. Pero, ¿serán
esos desafíos a la autoridad en forma abierta y violenta, las únicas formas de
resistencia? El científico social James Scott (1985) esbozó un verdadero conjunto de
tácticas de resistencia que denominó `armas de los débiles'. Éstas incluyen una variedad
de actividades que no alcanzan a constituir una abierta resistencia a la autoridad pero
que pueden ser a la vez personalmente satisfactorias para los usuarios y, en última
instancia, efectivas para mantener a raya a un régimen opresor. Entre ellas figurarían
técnicas como la ignorancia fingida, la holgazanería, la sumisión ficticia y actos triviales
como sabotaje y hurto.

Más allá de tales acciones, generalmente individuales, el maya del Altiplano en


particular aprendió la forma de apropiarse de los cargos e instituciones peninsulares
para su propio beneficio, lo cual incluía el mantener a los funcionarios y frailes
españoles ignorantes de los asuntos del pueblo. De este modo, los cargos formales del
Cabildo y de la cofradía se convirtieron en lo que MacLeod llamó instituciones
barrera/intermediario. Éstas se usaron como frentes, cumpliendo con las ineludibles
demandas españolas de tributo y trabajo, pero ocultando a las verdaderas autoridades
del pueblo y guardianes de la tradición, es decir, los principales. Un pasaje del Fraile
Francisco Ximénez de principios del siglo XVIII se cita en otra parte de esta sección,
pero se ha juzgado conveniente reproducirlo aquí también:

Aunque [los indígenas] tienen Alcaldes por Su Majestad y


Gobernadores en muchas partes, en habiendo queja contra
alguno que ha delinquido, llaman a las cabezas de sus
Chinamitales y allí delante de ellos sigue la probanza
contra el reo, todo verbalmente, y vista la justificación
del caso, se procede a la ejecución del castigo, sin más
escritos, ni autos ni más enredos de Escribanos y
Procuradores, con que son castigados los delitos y no se
destruyen las partes... Para las cosas y obras que
concurren con sus pueblos tampoco los Alcaldes son
absolutos sino que llaman a los principales y juntos todos
confieren la materia que no son tan rústicos que no
conozcan lo que les conviene y resueltos, se ven qué
medios se han menester y se determina lo que ha de dar
cada uno del pueblo y cada cabeza de Calpul recoge lo que
toca, poniendo el primero lo que a él le toca, y lo mismo
a los Alcaldes, de suerte que todos van por un rasero y
con la misma igualdad...

Más adelante, en el mismo siglo XVIII, el Arzobispo Pedro Cortés y Larraz hizo una
observación similar:

Los calpules [o cabezas de parcialidades], que en otras


partes se llaman con otros nombres, son los que lo mandan
y lo disponen todo, sin que haya otra voz que la de ellos
en los pueblos. En éste [pueblo de Comalapa] son cinco o
siete, éstos tienen a su voluntad a todos los demás.

Incluso los cargos que eran designados por los españoles, como los gobernadores de
pueblos indígenas, podían ser adquiridos mediante la práctica de la prorrogación, por
medio de la cual los pueblos compraban el cargo a la Audiencia para su propio
candidato, que pasaba entonces a depender de los principales que lo habían designado
para el puesto más que de los funcionarios españoles.

Todas las anteriores son formas de resistencia, pero que muchos españoles nunca
reconocieron. Para ellos, así como para los criollos y más tarde para sus descendientes,
fue más sencillo y más satisfactorio interpretar la holgazanería, la ignorancia simulada y
el apego a las creencias y prácticas tradicionales de los indígenas, como características
puramente raciales. La pereza, la estupidez, la superstición, etcétera, eran inherentes,
según ellos, a una raza supuestamente inferior y, por lo tanto, una raza incapaz de
cambio. Con tal opinión acerca de los indios, era sencillo justificar la explotación de su
mano de obra y el producto de ella.

Lo que realmente se está sugiriendo aquí es una serie de `etnografías históricas'


regionales que debieran describir el punto de vista de los indígenas al enfrentar a los
españoles; sus percepciones, sus planes de acción, estrategias y mentalidad. Por
supuesto, ésta es una tarea difícil. Los indios aparecen sólo ocasionalmente en el
registro documental del período colonial, y cuando ello sucede, generalmente se cuentan
sólo como cabezas para pagar tributos y para el repartimiento o como testigos en los
litigios. Aun en tal caso, sin embargo, sus palabras eran pronunciadas en el ambiente
altamente formal de los tribunales y típicamente traducidas al español para el registro
oficial.

El pueblo indígena por sí mismo produjo algunos documentos propios y en su lengua


materna. Son ejemplos importantes los testamentos, los registros de los Cabildos y los
libros de cuentas de las cofradías. También se redactaron cédulas o contratos de
compraventa, y convenios o pactos, que registraban la venta y repartición de tierras. Al
principio del período colonial algunas de las principales familias indígenas
transcribieron sus historias dinásticas. La historia de la familia Cavek ha llegado hasta
nosotros como el Popol Vuh; y la de la familia Xahil como el Memorial de Sololá o
Anales de los Cakchiqueles.

Pero talvez las expectativas expresadas son muy grandes. En la actualidad, el cuerpo de
documentos producido por y para el pueblo indígena es todavía muy pequeño y, por
supuesto, todos los involucrados en el estudio de la Guatemala colonial han trabajado
para llegar al punto de poder ofrecer un juego tan completo de síntesis regionales como
la que se presenta aquí. Como se anotó anteriormente, ello constituye de suyo una
verdadera proeza y un gran avance, si se compara con el estado del conocimiento sobre
el tema, de hace tan sólo 20 años. Acaso lo más que se ha hecho aquí sea sugerir
algunas posibles avenidas de investigación para un período igual en el futuro.
HORACIO CABEZAS CARCACHE

Los Quichés

Región Quiché: Población y Lenguas


A la llegada de los españoles, los señores de Gumarcaaj o Utatlán controlaban una
extensa zona delimitada al oriente por Pueblo Viejo, donde se iniciaba el señorío de los
rabinales por el Río Grande o Motagua, a partir del cual se encontraba al sur el territorio
de los cakchiqueles (kaqchikeles); al oeste por la cordillera de los Cuchumatanes,
frontera con los mames; al norte por la Sierra de Chuacús, que servía de línea divisoria
con los señoríos ixil y pokomchí (poqomchi') (ver Ilustración 137).

La región quiché (k'iche') era una tierra de altas montañas, entre los 1,700 y 2,000
metros sobre el nivel del mar, y profundos barrancos, con abundantes bosques de
coníferas, robles y encinos, con clima templado, y poca irrigación porque los ríos eran
profundos y rápidos. Tenía subregiones con cuencas altas y productivas, como
Quezaltenango y Santa Cruz del Quiché; zonas templadas, con recursos de piedra y
metal, como Joyabaj; y tierras cálidas, con artículos exóticos (plumas, maderas finas),
como Sajcabajá. Los principales linajes poseían asimismo tierras en la Bocacosta, donde
tenían súbditos que trabajaban en cacaotales y milpas.

Durante todo el período colonial el territorio estuvo intercomunicado por vías


peatonales, generalmente angostas por lo quebrado del terreno. La principal fue una de
las dos rutas que había entre Chiapas y Guatemala, (ver Ilustración 139) la cual pasaba
por Sacapulas, San Andrés Sajcabajá, Zacualpa, Joyabaj, San Martín Jilotepeque y
Chimaltenango, hasta llegar a Santiago de Guatemala. Otros ramales importantes se
dirigían a las Verapaces: uno que llegaba desde la Costa Sur a Sacapulas, y continuaba
por Cunén y Uspantán hasta llegar a Cobán; y otro que salía de Santiago de Guatemala,
continuaba por Chichicastenango, Santa Cruz, Joyabaj, Cubulco y terminaba en
Rabinal. Todas estas rutas contaban con cabañas en distintos puntos del camino, para
que la gente pudiera reponerse de las fatigas del viaje. En la ruta que venía desde
Chiapas era usual que los naturales brindaran el servicio de transporte de pasajeros y
equipaje, para lo cual usaban mulas o bien sus propias espaldas con ayuda del mecapal.

Robert Carmack, con base en datos obtenidos en fuentes quichés y cakchiqueles,


presenta un cálculo de la población quiché al momento de la Conquista, según el cual el
total de habitantes no pudo haber sido mayor de 50,000 (ver Cuadro 60). Carmack
considera asimismo que a mediados del siglo XVI había habido una pérdida poblacional
entre el 75% y el 90%, por las pestes, muertes en combate y esclavos de guerra. Aunque
la baja poblacional en el área quiché fue dramática, no llegó a los extremos alcanzados
en otras regiones de Guatemala, como por ejemplo en la Costa Sur. Las tasaciones
(principal fuente para el análisis demográfico), por muy rigurosas que hayan sido en el
conteo, no lograron registrar una buena cantidad de gente que, para liberarse del tributo
y especialmente del repartimiento, vivía dispersa en las montañas. La consideración de
este hecho haría cambiar los cálculos.
A mediados del siglo XVII la población total de la región, es decir aproximadamente un
88% menos con respecto a 1524, era de unas 6,000 personas. El lugar más densamente
poblado era sin duda Chichicastenango, con unos 3,000 habitantes. El descenso
demográfico con respecto a la población encontrada por los primeros españoles se
puede atribuir principalmente a las epidemias de viruela, tifus, sarampión, tifoidea y
otras (ver Cuadro 61). No se puede negar, sin embargo, la incidencia de los malos
tratos, las hambrunas y los traslados forzosos de población a otras regiones. Uno de
estos movimientos masivos lo hizo el propio Pedro de Alvarado, cuando llevó mucha
gente a la ciudad de Santiago, y después la trasladó al Perú.

Años antes de la Conquista, los quichés ya habían perdido su hegemonía entre otras
razones, por la sublevación cakchiquel y las divisiones internas. A pesar de ello, a la
llegada de los conquistadores el idioma quiché funcionaba todavía en el Altiplano como
lengua franca. Esto cambió por la declinación de Gumarcaaj como centro hegemónico,
y se acentuó con el triunfo hispano y también por el creciente polilingüismo de la
región: el ixil en Chajul, Cotzal y Nebaj; el uspanteco (uspanteko) en Uspantán y
Cunén; y el achí y el sacapulteco (sakapulteko), en Cubulco y Sacapulas, que tendían
asimismo a diferenciarse.

Institucionalización del Poder


Al momento de conquistar Gumarcaaj (Utatlán), la capital del señorío quiché, Pedro de
Alvarado ordenó ajusticiar a los reyes Oxib Queh y Beleheb Tzi, a quienes acusó de
fraguar una conspiración. Designó como sucesores a Tecún y Tepepul (ver Cuadro 62),
a fin de asegurar el control sobre los naturales. Sin embargo, no otorgó mayor poder a
los nuevos reyes; por el contrario, los convirtió primero en su propio instrumento
político y después permitió que lo fueran de sus lugartenientes y andando el tiempo de
los frailes dominicos también.

Los gobernantes cawek (principal linaje quiché) perdieron el amplio poder que habían
ejercido hasta entonces desde Gumarcaaj, y los primeros conquistadores reconocieron
como caciques a jefes de parcialidades y en algunos casos también a indios que les
fueron fieles, no obstante haber sido antes súbditos de los señores de Utatlán. Los jefes
tamub e ilocab (los otros linajes gobernantes entre los quichés), como la mayoría de
principales de las distintas `casas grandes' o nim já, consiguieron así un relativo grado
de autonomía y por algunas décadas dejaron sin poder alguno a los nimaquiché en
general y en especial a los cawek..

Reducción a Poblados
Con la toma y destrucción de Uspantán (1530), que era la sede del señorío formado por
las parcialidades de Sacapulas, Chajul y Cunén, se terminó de sojuzgar militarmente la
zona quiché. En 1533 se instaló el convento de Santo Domingo en Sacapulas, desde
donde se administraba religiosamente toda la región quiché, pero la mayoría de la
población siguió viviendo como antaño, en forma dispersa por los valles y montañas.
Sólo hacían vida urbana los que estaban habituados a ello: los antiguos moradores de las
nim já (casas grandes) y de los poblados pequeños.

Hasta en 1537 los frailes dominicos Pedro de Angulo y Bartolomé de Las Casas
indujeron a los caciques de Sacapulas, Sajcabajá y Cubulco a reunir a sus súbditos en
poblados. Santa Cruz del Quiché fue al parecer uno de los primeros pueblos que se
organizaron en la región, de acuerdo con los patrones urbanísticos correspondientes
conocidos por los primeros españoles y en especial por los frailes. Se supone que este
hecho aconteció en febrero de 1538, cuando el Obispo Francisco Marroquín realizó la
primera tasación de tributarios. No obstante, la inmensa mayoría de los habitantes de la
región quiché continuó diseminada por mucho tiempo, como lo constató el Oidor
Tomás Zorita en 1555, quien señaló que los pobladores rehusaban abandonar sus
`agrestes caseríos'.

Para la mayoría de las parcialidades, las reducciones seguían siendo, todavía en 1553,
tan sólo un proyecto. Existe información suficiente para demostrar que la Audiencia
acudió a varios caciques para que ayudaran a los frailes en sus propósitos de reducir a
los indios. En 1560 de nuevo se insistió en este propósito. Probablemente entre 1550 y
1580 se realizó y consolidó la mayoría de las reducciones de la zona. Los pobladores
fueron sacados de sus amak (caseríos, comunidades aldeanas) y se les organizó en
barrios a cargo de jefes de parcialidades (ver Cuadro 64). Resulta significativo el hecho
de que en San Andrés Sajcabajá se haya concentrado un buen número de parcialidades,
y que para ello se haya contado con la ayuda de caciques y sacerdotes del culto de
tzutujá. Fue constante, sin embargo, el abandono de los nuevos centros poblacionales y
el retorno de las familias a sus antiguas milpas especialmente en el Altiplano. Fray Juan
Ramírez de Arellano, Obispo de Guatemala, opinó en 1602 que los resabios de la
idolatría eran la causa de tal fenómeno.

Restablecimiento de la Hegemonía Quiché


Durante la segunda mitad del siglo XVI se consolidó en el Reino de Guatemala el
proceso de reducción de los indios a poblados, y la rigurosa separación residencial
acordada para una extensa región que abarcaba el área quiché y las Verapaces. Ello se
hizo en favor de los frailes dominicos quienes, dicho sea de paso, promovieron el
restablecimiento del antiguo señorío quiché en manos de sus legítimos herederos, don
Juan de Rojas y don Juan Cortés. Éstos, según lo indicó el Oidor Zorita, se encontraban
no sólo en estado de miseria sino también sujetos al pago del tributo. El Oidor citado
indica:

Yo ví los que estaban a la sazón por señores en el pueblo


que llaman de Utatlán, de quien toma nombre toda la
provincia, tan pobres y miserables como el más pobre indio
del pueblo, y sus mujeres hacían las tortillas para comer,
porque no tenían servicio ni con qué mantener, y ellos
traían el agua y leña para sus casas.

Los frailes dominicos impulsaron ante la Audiencia de los Confines el reconocimiento


jerárquico y los privilegios correspondientes a los reyes quichés. Esta gestión fue
llevada inclusive ante el mismo Consejo de Indias, y en 1537 los dominicos llevaron al
mismo don Juan Cortés a presentar directamente sus reclamos en España.
Lamentablemente, la documentación que llevaban se perdió en la travesía, cuando
fueron asaltados por piratas franceses. Las peticiones encontraron eco en la Corte, como
se deduce de la orden dirigida por la Reina a las autoridades de Guatemala para que se
le asignara a don Juan un asiento en la Audiencia, precisamente junto al Presidente, y
para que se le reconocieran otros privilegios. El Juez Zorita y el Presidente Francisco
Briceño acataron la real cédula en su parte conducente:

Tengo voluntad de le mandar favorecer y hacer merced en lo


que hubiese lugar; por ende yo vos encargo y mando que
tengáis por encomendado al dicho don Juan cacique y en lo
que se ofreciere le ayudéis y favorezcáis y hagáis la
merced que hubiese lugar que en ello seré servido.

Al retorno de don Juan Cortés a Guatemala, los dos reyes recobraron parte de sus
antiguos privilegios ante los distintos pueblos de indios. El más importante de tales
privilegios consistía en que sus anteriores siervos (los nimacachíes o gente capturada en
la guerra, tal el caso de los soc de Chuachituj) les tributaran, cultivaran sus milpas,
repararan sus casas y les comercializaran algunos tributos en la Costa Sur, así como que
les proveyeran de agua y leña, y les dieran servicio doméstico permanente. Todo ello
equivalía a estar encomendado, pero a favor de los reyes quichés. En esta misma
ocasión, los reyes pretendieron igualmente jurisdicción sobre el barrio de Santa Cruz en
Santiago de Guatemala, barrio formado con los esclavos que sacó Pedro de Alvarado de
Utatlán, pero la Audiencia no accedio.

El nuevo status de los reyes quichés está comprobado por el Título de Izquín Nehaib,
(1558), el título del Ajpop Huitzitzil Zunum (1561) y el de los Indios de Santa Clara
(1583), que aparecen firmados por don Juan Cortés. Por otra parte, en el acta de toma de
posesión del jefe de Momostenango se asentó que la autoridad no provenía de ningún
obispo, presidente, juez, gobernador o alcalde, y se escribió así de modo categórico:

Yo, don Juan Cortés, rey caballero, delante de todos los


grandes jefes nativos de Quezaltenango, Chichicastenango,
Sajcabajá, Ilotenango, Chiquimula, Totonicapán,
Ixtahuacán, Mazatenango, San Felipe Zapotitlán, San Luis,
Cuyotenango, Samayac y seis pueblos más no identificados
se lo damos.

Los reyes quichés recobraron asimismo potestad para administrar justicia, y de esa
manera algunos conflictos de tierras fueron resueltos con la intervención de los caciques
Rojas y Cortés. Entre los opositores al nuevo status de los señores quichés figuraban los
frailes franciscanos, que escribieron a la Corona para pedir la disminución del mando
concedido a dichos señores. Se decía, por ejemplo, que los pueblos de Quezaltenango,
Totonicapán y Estalavaca, Zapotitlán, Santo Tomás Chichicastenango, Zacualpa y
Ozumacinta, pertenecían a distintas parcialidades; que el culto a Tojil en Gumarcaaj o
Utatlán, causa principal de la hegemonía quiché antes de la Conquista, había
desaparecido; y que admitir los tres señoríos restantes implicaba acabar con las
encomiendas. La Corona, sin embargo, ordenó mantener a los reyes quichés en sus
privilegios. Sobre el cumplimiento de este mandato, R. Carmack opina lo siguiente:

...los jefes Rojas y Cortés retuvieron sus privilegios en


la época colonial sólo con grandes esfuerzos, [pues] los
funcionarios españoles continuamente revocaban estos
derechos, forzando a cada generación de jefes a comparecer
ante ellos a justificar sus privilegios especiales.

Entre 1593 y 1595 se pretendió nuevamente que los caciques de Utatlán pagaran tributo
y no gozaran del que les daban los nimacachíes. Juan de Rosales, descendiente de los
reyes quichés y casado con la hija del cacique de Ilotenango, consiguió de nuevo la
exención del tributo.

Estructura de Poder
La estructura prehispánica de poder fue modificada, pero se conservaron muchas de sus
características. Quienes llevaron a cabo las reducciones unieron gente de distintas
parcialidades en un solo pueblo y la colocaron bajo el mando de un principal. Es decir,
se crearon jefes de barrio, a los que Ximénez se refiere como `cabecillas de sus calpules
y parcialidades'. En el proceso de institucionalización del poder hispano, los principales
fueron revestidos de algunas atribuciones, como repartir en usufructo las tierras de
cultivo, arrendar pastizales propios de los ejidos del pueblo, organizar las fiestas y
recaudar diezmos, tributos y primicias; organizar el trabajo obligatorio (tequíos);
controlar la asistencia de adultos y niños a la misa dominical y la doctrina; emitir
sentencias en disputas para usar el título de `don' y vestir a la usanza española, etcétera.
En algunas ocasiones, los principales fueron exonerados del pago del tributo y de
realizar servicios personales.

Es muy significativa la forma en que Ximénez, gran conocedor de la cultura quiché,


describió, a principios del siglo XVIII, el gobierno de los poblados:

Aunque [los indios] tienen Alcaldes [nombrados] por Su


Majestad y Gobernadores en muchas partes, en habiendo
queja contra alguno que ha delinquido se llaman las
cabezas de sus Chinamitales y allí delante de ellos se
sigue la probanza contra el reo, todo verbalmente, y vista
la justificación del caso se procede a la ejecución del
castigo sin más escritos, ni autos ni más enredos de
Escribanos y Procuradores. Para las cosas y obras que
concurren con sus pueblos tampoco los Alcaldes son
absolutos sino que se llaman a los principales y juntos
todos confieren la materia que no son tan rústicos que no
conozcan lo que les conviene y resueltos, se ven qué
medios se ha menester y se determina lo que ha de dar cada
uno del pueblo y cada cabeza de Calpul recoge lo que toca,
poniendo él primero lo que a él le toca, y lo mismo a los
Alcaldes, de suerte que todos van por un rasero y con la
misma igualdad. Pues ¿qué diré de el repartir de sus
cargos y cargas? Es cosa que ni la gente de mayor talento
tuviera más orden en todo, los oficios de Alcaldes con
todos los demás hasta el más ínfimo han de ir por sus
turnos en todos los Calpules cargando todos igualmente el
honor o el trabajo, sin que nadie se excuse, porque antes
de año nuevo se juntan todos estos cabezas con las
justicias. Antes de año nuevo, todos estos cabecillas y
sus oficiales se reúnen, nombrando a todos [los
substitutos] para no sobrecargar a nadie. Hasta se nombra
a los que acarrearán el agua y la leña para la mesa
pública, y a los que barrerán la plaza. A un calpul no se
le asigna más que lo que le corresponde, pues su líder
está allí para defenderlo.

La instancia inmediata superior de gobierno a que estuvo sujeta la región quiché no fue
siempre la misma ni administrada como un todo. Desde 1550 a 1689 estuvo repartida en
tres Justicias Mayores: a) el Corregimiento de Totonicapán, que controlaba Sacapulas,
Chajul, Nebaj, Cotzal, Uspantán y Cunén; b) el de Tecpán Atitlán, que tenía a su cargo
San Andrés Sajcabajá, San Bartolomé Jocotenango, Joyabaj y Zacualpa, así como
Lemoa, Santa Cruz del Quiché, San Pedro Jocopilas y San Tomás Chichicastenango; c)
Zacualpa y Joyabaj pasaron a formar parte en 1580 del Corregimiento del Valle (ver
Ilustración 139). En los dos primeros casos, los frailes dominicos ejercieron
efectivamente no sólo el poder religioso, sino también el administrativo y en especial el
poder fiscal. Desde 1553 hasta 1659, el convento de Sacapulas ejerció el control sobre
las 14 doctrinas que conformaban la región. En 1659 los pueblos dependientes del
Corregimiento de Tecpán Atitlán pasaron a ser administrados en lo religioso por el
convento de Santa Cruz del Quiché, con lo cual desplazaron el importante liderazgo
ejercido hasta entonces por Sacapulas.

En 1680 la Corona empezó a cercenar el poder de los frailes al encargar a los oficiales
reales la administración directa de los ingresos fiscales de la región quiché. En 1689 se
ordenó la unión de los Corregimientos de Totonicapán y Tecpán Atitlán en la Alcaldía
Mayor de Sololá, con el propósito de obtener un mayor control sobre dicha región para
poder gozar de mayores ingresos.

Imposiciones Fiscales
Después de la Conquista, los linajes que conformaban la federación quiché, es decir, los
nimá quiché, tamub e ilocab, fueron repartidos entre los lugartenientes de Pedro de
Alvarado. Una parte de dicha gente, la que fue esclavizada, quedó reasentada en los
pueblos y milpas situados en los alrededores de Santiago, a los que se conoció como
parcialidades utatecas. Otra parte fue llevada al Perú por Pedro de Alvarado.

Durante la primera década que siguió a la Conquista, la población de la región quiché


estuvo sujeta al régimen de encomienda-repartimiento, aunque con periódicos cambios
bruscos en la propiedad del `beneficio', pues el mismo Pedro de Alvarado no respetó el
reparto original que había hecho, como se deduce de la acusación que se le hizo ante el
Consejo de Indias en 1537 de haber despojado a Ortega Gómez de las encomiendas de
Zacualpa y Chichicastenango. La misma acusación de haber mandado redistribuir a los
indios se hizo a Jorge de Alvarado.

La región pasó en 1543 al control directo de la Orden dominica, que la retuvo hasta
1580. Entre esos años formó parte de un territorio mayor, en el cual se había dado `la
separación residencial' por mandato de la Corona. Esto en modo alguno significó que
ciertos pueblos tuvieran que dejar de pagar tributo a los españoles, ya que la
documentación de archivo demuestra que la mayoría de los pueblos quichés (60%)
estaba sujeta a encomienda, en tanto otros pagaban a la Corona y a encomenderos
simultáneamente. Pocos tributaban de modo exclusivo a la Corona, como fue el caso de
Santa Cruz Utatlán y Santa María Joyabaj (ver Cuadro 65).

La primera tasación de tributos en la región quiché la llevó a cabo en 1536 el Obispo


Francisco Marroquín. Según la misma, Juan Pérez Dardón, encomendero de
Momostenango, recibía 10 fanegas de maíz, una de frijol, 10 mantas grandes, 12
petates, media arroba de miel, 60 jiquipiles de cacao, seis cargas de chile, 144 gallinas
de castilla y 12 indios de servicio.

Entre 1547 y 1564 fueron frailes dominicos los que garantizaron la recaudación del
tributo, para lo cual contaron con la ayuda de las nuevas autoridades indígenas, en
especial de los antiguos tlatoques, que eran los encargados de exigirlo a los macehuales
de sus respectivas parcialidades. Si no cumplían, incurrían en un descuido que debía ser
castigado. Un documento de 1589 se refiere a este fenómeno de la manera siguiente:

Los alcaldes y regidores y tlatoques ponen sus cobradores


en los barrios de los dichos pueblos, los cuales
cobradores llaman calpules y cobran los dichos tributos
cada uno en su barrio y acuden con él a los alcaldes y
regidores y tlatoques de los dichos pueblos. Los
calpuleros que hay en estos pueblos, cada uno en su calpul
que llaman parcialidad, cobran los tributos de los indios
del dicho su calpul y estos calpuleros lo llevan a la caja
de comunidad.

El tributo impuesto a los naturales se pagaba no sólo en productos de la propia región.


Fue usual que a todos los pueblos se exigiera una buena cantidad de cacao. Algunos
podían satisfacerla porque tenían estancias en la Bocacosta; otros se veían obligados a
conseguirla. Santa Cruz, por ejemplo, en 1559 pagaba 30 jiquipiles de cacao y las
estancias sujetas a Utatlán pagaban 10 y 20 jiquipiles de cacao en 1565 y 1594,
respectivamente. Sin embargo, en 1568, como consecuencia de los abusos reiterados
aconteció un hecho no común registrado por el Alcalde Mayor Diego García en un
informe enviado al Rey. Se señalaba en este documento la inconveniencia de mantener
aquella clase de tributos, y se argumentaba lo siguiente:

Los pueblos de la sierra no pueden ni deben tributar en


cacao por ninguna vía, porque ni lo hay ni se cría en
ella, y de ir los indios a buscarlo fuera de sus tierras
enferman y mueren unos y otros se quedan amancebados en
los pueblos de cacao y aun se casan segunda vez teniendo
viva a la primera mujer y hay pueblos que tributan cacao
estando como están en la sierra donde no se da.

No sólo cacao se exigió como producto foráneo para el pago del tributo; también se
exigían sal y mantas. Los españoles, para garantizar el tributo, designaron a los Jueces
de Milpas. Se conoce la actuación de éstos en la región quiché en 1575, 1631, 1655 y
1677, fechas en que se registra su ayuda al fisco real para la recaudación del tributo y la
organización del transporte de los productos recolectados. En efecto, dos veces al año,
en la época del día de San Juan y en Navidad, caravanas de cargadores debían
transportar las mercancías a Guatemala, donde se vendían en almoneda o subasta
pública.
Los pueblos quichés estuvieron obligados también al pago del diezmo. Por ejemplo, en
1574 se pagaban en Santa Cruz 13 tostones; en 1603 Sacapulas recibía el diezmo de
3,340 personas de 14 pueblos; y en 1624 Santa Cruz recolectaba el de 1,803,
pertenecientes a siete pueblos, aunque se suponía que debían ser de 3,600 personas.

Además del tributo y el diezmo, los naturales fueron forzados a pagar derramas,
colectas, guachivales, capellanías y prestaciones alimentarias a favor de la Iglesia. Las
primeras dos formas se practicaron so pretexto de construcción de iglesias y conventos;
los guachivales se organizaban para el pago de misas en festividades de los santos. Por
otro lado, las prestaciones alimentarias consistieron, a partir de 1550, en la entrega
cotidiana de dos gallinas, fruta, sal, chile, leche y cántaros de agua fresca, y una india
doméstica. Además, se entregaban semanalmente una fanega de maíz y un tostón cuatro
veces al año. A todo ello se añadía la obligación de cuidar gratuitamente los animales
del cura.

Para el pago de las obligaciones citadas en último término los pueblos mantenían `cajas
de comunidad', custodiadas por principales del Cabildo y que se formaban por lo
general con fondos provenientes de tierras trabajadas en común en los ejidos del pueblo,
especialmente en estancias de ganado mayor.

Propiedad de la Tierra
Con la reducción de indígenas en poblados, se empezaron a modificar en la región
quiché las formas prehispánicas de tenencia de la tierra. La tradicional hegemonía de los
nimá quiché, en especial de los cawek, desapareció con la Conquista, y su propiedad
territorial quedó limitada a Santa Cruz del Quiché y Chichicastenango. Los tamub, por
su parte, controlaban Santa María Chiquimula, Santa Lucía La Reforma, Patzité y el
noroeste de San Pedro Jocopilas. Los ilocab controlaban San Antonio Ilotenango y el
occidente de San Pedro Jocopilas.

Con la unión de diferentes parcialidades en un mismo pueblo aparecieron los problemas


agrarios entre distintas comunidades y entre los miembros de cada una de éstas. Dichas
parcialidades, en efecto, en cuyo territorio se trazó el nuevo pueblo, reclamaron
derechos exclusivos sobre las tierras ejidales. Lo mismo hicieron las parcialidades que
obtuvieron reconocimientos de tierras comunales, con lo cual impidieron que otras
parcialidades usaran estas mismas tierras, aunque vivieran en el mismo pueblo.

Los frailes dominicos fueron los primeros en acaparar tierras en la región bajo estudio.
Así lo confirma el establecimiento del convento de Sacapulas, que tuvo haciendas
dedicadas al cultivo de trigo y a la crianza de ganado desde 1550. A partir de 1580 se
prosiguió en la misma senda con la adjudicación de tierras ejidales en Zacualpa,
Joyabaj, Rabinal, Cubulco y San Andrés Sajcabajá.

Después de 1580 la penetración de ladinos y españoles fue mucho más intensa, así
como considerable el despojo de tierras comunales. Se llegó al acaparamiento de
superficies no menores de cinco caballerías y en un caso se constituyó una unidad
agraria de hasta 100 caballerías (ver Cuadro 66).
Por lo general fueron funcionarios (alcaldes mayores, corregidores, jueces) y
comerciantes los que se apoderaron de la tierra. A éstos cabe agregar los conventos de la
Orden dominica y también los caciques. En efecto, caciques de Rabinal,
Momostenango, Joyabaj, San Andrés Sajcabajá y Santa Cruz del Quiché realizaron
gestiones de `composición' y consiguieron títulos a su nombre. El caso más conocido es
el de Silvestre Gravel, de Rabinal, que acaparó numerosas tierras, entre 1616 y 1643,
para estancias de ganado mayor. También son conocidos los casos de Gaspar de los
Reyes, que en 1627 tituló 12 caballerías entre Momostenango y San Francisco El Alto y
obtuvo después, en 1638, otras cuatro caballerías al noroeste de Santa María
Chiquimula; el de Tomás Ciprián (1685), en Pachalum (Joyabaj); el de Diego Jacomé
(1656), que defendió su estancia en Chicumutz (Cubulco) contra las pretensiones del
alcalde mayor; el de Tomás López (1671) y el de Antonio Santo Domingo Ramos
(1678). Este último solicitó nueve caballerías entre Sacapulas y Santa Cruz del Quiché.

Durante el siglo XVII, muchos caciques del Reino de Guatemala consiguieron títulos de
tierra en su propio favor. El período se caracterizó igualmente por la privatización o
usufructo de tierras en favor de los frailes dominicos. En efecto, a partir de 1616, éstos
empezaron el arrebato de pastizales en Sajcabajá, Uspantán y Joyabaj, por un lado, y
Cubulco y Rabinal por el otro. Gozaron también del producto de las tierras de cofradías,
las cuales por mandato real no se podían enajenar. Por ejemplo, la Hermandad de
Nuestra Señora de Rabinal tenía 11 2/3 caballerías; la de Nuestra Señora del Rosario de
Joyabaj tenía una estancia de ganado mayor donada en 1693 por el indio Gaspar Tomás
Larios. Todo ello convirtió a los conventos y a algunos párrocos del clero secular en
propietarios directos de estancias, y les indujo a dedicar la mayor parte de su tiempo a la
administración de éstas. Esto a su vez provocó el descuido de su labor evangelizadora y
de atención espiritual a sus fieles. En 1589, por ejemplo, la gran mayoría de frailes
dominicos de Sacapulas dedicaba mucha atención a las estancias de vacas repartidas en
los ejidos de sus distintas doctrinas.

Durante la segunda mitad del siglo XVII los españoles cobraron mayor relevancia en el
proceso de arrebato de tierras a los naturales de la región quiché, para dedicarlas a la
crianza de ganado vacuno o a la siembra de caña de azúcar, en especial entre la Sierra
de Chuacús y el Río Motagua. Cabe citar entre otros a Francisco Dávila Valenzuela,
Baltazar de Santa Teresa, Francisco Santiago y doña Bárbula de Castillo, asentados
todos en San Andrés Sajcabajá y conocidos como `blanquitos'. También se puede
mencionar a Marcos Larios, Domingo de Avila y Luis Aceituno Guzmán, en Rabinal;
Hernando Alonso y Matías de Argueta, entre Zacualpa y Chichicastenango; Hernando
Godínez, quien en 1677 `compuso' a su favor el lugar llamado Cambalmaj (estancia del
Coyolar, Cubulco); Bonilla y Arévalo (1652), en Rabinal; y Pablo Barrientos y Felipe
Santiago (1688), en Aguascalientes.

En forma indirecta, las órdenes religiosas usufructuaron también muchas tierras


heredadas por particulares para capellanías, es decir, generadoras de rentas para celebrar
misas en memoria del alma de un difunto. Tal fue el caso de Gaspar de los Reyes, quien
estableció una capellanía en su propio honor y en el de su mujer (ver Cuadro 67). La
forma más usual era arrendarlas a quienes las solicitaban para cultivos o para apacentar
su ganado. Esto provocó a la vez la penetración de los ladinos.

Al aumentar la privatización de tierras (especialmente por parte de los frailes


dominicos) y con ello el incremento del número de reses, las comunidades indígenas
comenzaron a experimentar la falta de terrenos para sus siembras. Sin embargo, en lugar
de enfrentarse a los frailes y funcionarios reales, principales responsables de aquella
situación, empezaron a hacerlo entre sí. En 1592 se dio un enfrentamiento entre los
chiquimulas y los cawek; en 1601 los de San Pedro Jocopilas (ilocab) se enfrentaron
con los de Santa María Chiquimula (tamub). Los primeros ganaron el pleito, pero
tuvieron que pagar un terrazgo en Santa Cruz del Quiché. Ese mismo año de 1601 se
produjo una disputa entre las distintas parcialidades de Santo Domingo Sacapulas, las
de San Bartolomé Jocotenango y las de San Andrés Sajcabajá, por las tierras de
Macalahá. Uno de los conflictos sobre el que se tiene mayor información es el ocurrido
entre Zacualpa, Santa María Joyabaj y San Andrés Sajcabajá. Los dos primeros
reclamaban en 1596 la pertenencia de la tierra, porque ésta, antes de la reducción a
poblado, había pertenecido a la parcialidad de Chahomá, la cual sirvió de base para la
formación de los tres pueblos citados antes. En la ocasión de dicho conflicto los de
Santa María Joyabaj argumentaron que:

...cuando los españoles conquistaron estas tierras, los


dichos mis partes y sus antepasados tenían su asiento y
pueblo en las mismas tierras y de allí se pasaron por
mandado del licenciado Cerrato, vuestro presidente que fue
de la Real Audiencia, al lugar y pueblo donde ahora de
presente están, que del dicho asiento al dicho pueblo
donde ahora están hay media legua, y las dichas tierras
mis partes las han sembrado y cultivado y en ellas tienen
sus milpas y cuando se redujeron al pueblo las amojonaron
y deslindaron y por propias y común del dicho pueblo.

Más enfático fue todavía el defensor de Zacualpa:

Los dichos mis partes que tienen y poseen las dichas


tierras desde su gentilidad y en ellas propias estaba
fundado el pueblo de Zacualpa y hoy en día están en ellas
los edificios de las casas y cimientos de ellas, y por
algunas causas el dicho pueblo de Zacualpa se despobló de
allí y se pobló donde ahora está, y por se haber pasado no
perdió el señorío y posesión de las dichas tierras, antes
en continuación della los dichos mis partes las han tenido
y cultivan y sembrado.

También se conoce la disputa, surgida a mediados del siglo XVII, entre los vecinos de
Santa Cruz y los de Cabricán de Chichicastenango, por las tierras de Chinique. Carmack
sugiere como una causa más de estos conflictos la recuperación demográfica de los
pueblos pertenecientes al Corregimiento de Totonicapán, fenómeno que fue el
detonador de los problemas generados por el acaparamiento de tierras de los años
anteriores.

Situación Laboral y Comercial


Durante las dos décadas que siguieron a la Conquista, los capitanes españoles primero,
y los encomenderos después, sacaron a buen número de naturales del Quiché y los
negociaron como esclavos. Pedro de Alvarado lo hizo en mayor grado y dejó una buena
parte de esclavos en tierras de la actual república de Ecuador y otra parte asentada en
Jocotenango, en la periferia de Santiago. Después de las Leyes Nuevas, a mediados del
siglo XVI, el procedimiento cesó y la mayoría de naturales del Corregimiento de
Totonicapán y de la Alcaldía Mayor de Verapaz fue sometida a una situación de
servidumbre en favor de los frailes dominicos, lo cual fue consecuencia de la
`separación residencial' que en favor de dicha Orden religiosa se impuso durante el siglo
XVI. Lo mismo aconteció a partir de 1557, respecto de algunos naturales de Santa Cruz,
los nimakachí, que fueron sometidos a servidumbre por los descendientes de los
caciques quichés. Uno de tales casos fue el de los hermanos Juan Bautista y Cristóbal
Bautista Soc.

Fuera del tradicional laboreo en las milpas, un trabajo usual entre los naturales de esta
región a lo largo del siglo XVI fue el de cargadores o `mecapaleros', es decir, aquellos
que transportaban no sólo mercancías, sino que eventualmente a los mismos viajantes
españoles. Por lo general éste era un servicio gratuito; en raras ocasiones se pagaba a
razón de dos o cuatro tostones.

Jean Piel sugiere que desde fines del siglo XVI se introdujo el repartimiento, institución
por la cual se obligaba a los indígenas a bajar a la Costa a trabajar en obrajes de añil y
en el cultivo de la caña de azúcar, o bien se les llevaba al Valle de las Mesas a cultivar
trigo. Al parecer este análisis no es del todo exacto, excepto temporalmente, en 1580, en
los casos de Joyabaj y Zacualpa, en que dependieron del Corregimiento del Valle
(1580). Los documentos coloniales más bien apuntan hacia una acentuación de las
relaciones laborales prehispánicas en un nuevo contexto. Señalan, en efecto,
migraciones de naturales enviados por sus principales a estancias de cacaotales situadas
en la Bocacosta. Los principales actuaban de este modo por las presiones que recibían a
fin de que los pueblos pagaran los tributos en cacao, aun cuando las tasaciones
mandaran otro tipo de producto. Tal fue el caso del pueblo de Santiago Zambo
(municipio de San Francisco Zapotitlán, Suchitepéquez), donde se localizó en 1561 a
naturales de Zacualpa, Santa María Chiquimula y Chichicastenango.

Frailes y justicias mayores introdujeron a la vez el repartimiento de algodón, con el


propósito de que cada familia transformara cierta cantidad en hilaza o en tejidos. En esta
región de la Provincia de Guatemala los excesos ocasionados por el repartimiento
alcanzaron su mayor expresión. Por ejemplo, en 1679 los naturales de San Andrés
Sajcabajá y Joyabaj protestaron por los excesos cometidos por el Alcalde Mayor de
Sololá, al que estaban sujetos. Lo mismo aconteció a principios del siglo XVIII en
Sacapulas.

En la medida en que obtenían títulos de tierra en propiedad privada, los caciques


abusaban cada vez más de sus naturales. Este fue el caso de Gaspar de los Reyes, en
Momostenango, quien empleó naturales en sus haciendas y, al igual que los reyes
quichés, en 1630 recibió autorización de la Corona para forzarlos a trabajar.

Los naturales incorporaron en sus milpas tradicionales la ganadería de vacunos,


caprinos y ovinos, aunque en escala reducida, con la excepción de algunos caciques que
montaron empresas mayores. Lo mismo hicieron en relación con el trigo, pero en este
último caso estaban sujetos a la dependencia de los molinos de los frailes de Sacapulas
y Cunén.
Los frailes dominicos se distinguieron durante los primeros dos siglos de la época
colonial por la explotación de los naturales. Estos religiosos no sólo obligaban a los
indígenas a cuidar gratuitamente sus estancias, sino usufructuaban otros privilegios por
medio de capellanías, cofradías, guachivales (culto de imágenes de santos poseídas en
forma personal) y derramas (contribuciones para obras pías), así como por medio del
monopolio de la molienda de trigo.

El modus vivendi de los naturales de Chichicastenango constituyó un caso especial


entre los pueblos quichés. Martín Alfonso Tovilla escribió a principios del siglo XVII
que esos naturales eran `todos indios enriquecidos, medio comerciantes y grandes
trabajadores, pues tienen más de 3,000 mulas para el trabajo'. Ellos, en efecto,
comerciaban pan y ropa del Altiplano a cambio de cacao y algodón de la Costa.
También se sabe de la actividad comercial en menor escala de los originarios de Santa
María Chiquimula, y también de la alfarería de San Pedro Jocopilas, la cual era
comercializada por los mismos productores de este pueblo.

Aspectos Religiosos
Los naturales del Quiché supieron adaptarse a las exigencias del nuevo poder religioso,
a fin de evitar castigos y vejámenes. Siempre aparentaron profesar el culto católico,
pero en secreto continuaron practicando sus rituales. Por tal razón no resulta raro que en
sus escritos repitan `como propias' algunas historias transmitidas por los frailes sobre el
origen del mundo y otros tópicos cristianos. Tales son los casos de la Historia Quiché
de don Juan de Torres, el Título de los Señores de Totonicapán y el mismo Popol Vuh.

En el trasfondo de su sincretismo religioso, Junajpú era asimilado a Dios y Junjunajpú


al hijo de Dios; Xuchinquezal o Xquic era equiparada a Santa María, Vaxaqicab a San
Juan Bautista y Junlibatz a San Pablo. En tan particular concepción del mundo resultaba
que Junajpú-Cristo había conquistado el inframundo y que Xquic-María tuvo una
inmaculada concepción, embarazada con una escupida de Junajpú. Es más, se las
ingeniaron para aparentar un acendrado culto a las imágenes. En efecto, el culto a los
santos fue asumido con facilidad porque en las representaciones aparecían asociados a
animales, lo que resultaba ser una expresión del nagualismo. San Jerónimo era asociado
a un león; San Antonio, a un asno; Santo Domingo, a un perro; San Blas, a un cerdo;
San Marcos, a un toro; y San Juan, a un águila. El nagualismo se manifestó también en
la conservación de sus apellidos ancestrales, a pesar de que en el bautismo se les
imponían nuevos.

Los quichés continuaron reverenciando a Xmucané y a Xpiyacok, guardianes de la


milpa. Persistieron en el respeto a los naguales y a las montañas. Prosiguieron rindiendo
culto a sus dioses en los barrancos o siguanes y en las cimas de las montañas, con
ofrendas de copal, flores, licor y sacrificios de aves. También siguieron empleando el
tzolkín o calendario ritual, y con frecuencia sorprendían a los curas doctrineros al llenar
por completo las capillas en días que no eran de precepto. Continuaron asimismo
realizando bullicios en ocasión de los eclipses lunares y solares, y no dejaron de
practicar la adivinación con granos de frijol ni de ordenar sus acciones futuras con base
en dichos resultados. Las mismas cofradías, según Carmack, organizadas por los curas
originalmente como asociaciones voluntarias para celebrar ritos en honor de los santos,
fueron asimiladas a formas sociales tradicionales. El ritual de los santos se convirtió en
un derecho de cantones y clanes particulares, y la participación en las cofradías pasó a
ser decisión de los ancianos y cabezas de cantón, conforme tal derecho.

En realidad, los quichés sólo adaptaron el ritual del catolicismo (bautizo,


extremaunción, casamiento, guachivales, procesiones) pero, sin esforzarse por
comprender la nueva teología, continuaron con los `valores y creencias básicas' de sus
antepasados.

Los frailes contribuyeron a crear la situación descrita, pues se dedicaron más a la


administración de sacramentos (14 reales por casamiento o entierro y dos por bautismo,
en 1683) que al trabajo de catequesis. Es más, pasada la mística misionera de las
primeras décadas, los religiosos españoles cayeron en el relajamiento y el
acaparamiento de bienes terrenales, y dedicaron sus esfuerzos a las numerosas fincas
ganaderas que tenían por toda la región.

La explicación del fracaso de la catequesis católica durante los dos primeros siglos de
vida colonial fue resumida por el dominico Francisco Ximénez, gran conocedor de los
quichés, cuando en 1700 se lamentaba de que sus hermanos de Orden se interesaran más
en establecer haciendas que en predicar a los nativos.

Conclusión
En las líneas anteriores se ha hecho referencia a los variados cambios sufridos por el
antiguo señorío quiché como consecuencia de la Conquista y colonización. La
población, por ejemplo, disminuyó en más de un 75% después de las primeras dos
décadas del contacto inicial, y sólo empezó a recuperarse a mediados del siglo XVII. La
organización política adquirió un carácter sui géneris por el poder de los frailes
dominicos, quienes propiciaron cierta recuperación del poder por parte de los señores
quichés, pero luego se sirvieron y abusaron de caciques, principales y alcaldes para
controlar a los naturales. Si bien los quichés estaban acostumbrados a tributar a sus
antiguos señores, es innegable que las nuevas imposiciones fiscales significaron un
incremento, pues al tributo se sumaron distintas contribuciones en favor de los frailes.

Las formas de tenencia de la tierra fueron modificadas de manera profunda, primero por
el acaparamiento demostrado por los frailes, después por la privatización de otros bienes
llevada a cabo por caciques, y finalmente por la incursión y asentamiento de españoles y
ladinos. Esto último provocó escasez e insuficiencia de tierras en función de las
necesidades de la gente del común, y dio paso al consiguiente surgimiento de conflictos
entre pueblos (Joyabaj-Sacapulas, Jocopilas-Chiquimula, Santa Cruz-Chichicastenango,
etcétera). También surgieron conflictos internos en muchos de dichos pueblos (Santo
Domingo Sacapulas-Joyabaj, Sajcabajá y otros). Las prácticas laborales tradicionales
fueron ampliadas con la introducción del cultivo del trigo, caña de azúcar y la crianza de
ganado vacuno, ovino y caprino, y los naturales tuvieron que trabajar gratuitamente en
las estancias de los frailes dominicos. A la situación descrita se sumó la obligación
adicional del `repartimiento de algodón'. El único aspecto en que los cambios sólo
fueron aparentes fue el religioso, pues los naturales asumieron el ritual católico, pero sin
modificar totalmente sus creencias y su concepción del mundo.
ERNESTO CHINCHILLA AGUILAR

El Corregimiento del Valle de


Guatemala: Siglos XVI y XVII

El Valle de Guatemala
Las grandes ciudades de las Indias tuvieron jurisdicción sobre los habitantes de los
territorios que las circundaban. No hubo regla fija para delimitar dichos territorios. Por
lo general, eran designados con el nombre de Valle de tal o cual ciudad. Lo más
probable es que la denominación de estos `valles', sujetos directamente al gobierno de
las ciudades, proviniera de los tiempos de la Conquista, cuando fueron surgiendo de la
guerra o de la posterior pacificación las demarcaciones políticas.

Es lógico pensar que una gran ciudad de españoles necesitaría, al desarrollarse, un


territorio adecuado para su expansión y para que, atendiendo los suministros de víveres
y otros abastos y productos de la tierra, proveyera sustento a los pobladores y vecinos
de la ciudad. Además, y con regularidad, se asignaron a las ciudades algunos pueblos
tributarios, con el propósito de aumentar sus rentas y disponer de mano de obra
indígena.

En consecuencia, extensas regiones quedaron bajo la dependencia directa de los


Ayuntamientos de españoles. El de Santiago de Guatemala constituyó un ejemplo típico
de este sistema. Por medio de sus alcaldes, que rotativamente fungían como
Corregidores del Valle, ejerció jurisdicción sobre un territorio tan extenso que, muchas
veces, se pensó en dividirlo en partidos o corregimientos, pues comprendía 77 pueblos
con numerosos habitantes repartidos, según el cronista Fuentes y Guzmán, en nueve
`fecundos y provechosos' valles: Alotenango, Canales, Chimaltenango, Guatemala,
Jilotepeque, Las Mesas, Las Vacas, Mixco y Sacatepéquez.

La Jurisdicción de la Ciudad sobre el Valle


Para saber cómo y cuándo la ciudad de Guatemala llegó a tener jurisdicción sobre el
extenso y populoso Valle de su nombre, sería necesario un estudio analítico sobre el
proceso de la conquista, pacificación y organización paulatina del llamado Reino de
Guatemala. Lo más probable es que la jurisdicción de la ciudad sobre el valle fue el
resultado de las primeras disposiciones de gobierno, sancionadas por el conquistador o
sus lugartenientes. Desde el primer establecimiento de Santiago, Pedro de Alvarado dijo
que había elegido a dos alcaldes ordinarios y cuatro regidores, para que tuvieran a su
cargo la administración de la justicia y regimiento de la ciudad y sus términos. Se
entendía por sus `términos', los pueblos y tierra que la circundaban. Esta primera
jurisdicción se pudo establecer, definitivamente, por las ausencias de Alvarado y los
largos períodos en que el Ayuntamiento de la ciudad gobernó con autoridad casi
absoluta.

El cronista Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, que tenía amplio conocimiento


sobre las funciones gubernamentales de la ciudad de Guatemala, de la cual fue regidor
perpetuo, fue muy vago cuando trató de establecer el origen de la administración del
Valle de Guatemala por los justicias de la ciudad:

Desde el principio de la creación de esta muy noble y muy


leal ciudad los dos alcaldes ordinarios de ella,
alternados en los doce meses del año, han sido
corregidores del Valle de la Ciudad, teniendo el judicial
y libre conocimiento de las causas civiles y criminales en
los pueblos de él, siendo mantenidos en toda su cabal y
cumplida jurisdicción por repetidas determinaciones de la
Audiencia Real y por sucesivas reales cédulas.

Asimismo, en el título del capítulo 1º, libro 8º, dice el mismo cronista: `Una de las
admirables prerrogativas que confiere el Cabildo y Regimiento de Goathemala en sus
alcaldes ordinarios, es la del Corregimiento del Valle'.

Al establecerse la Audiencia por primera vez en la ciudad, el importante valle se


encontraba bajo la jurisdicción de los alcaldes ordinarios de Guatemala, en términos de
tal magnitud que el 20 de junio de 1599, el Rey pidió informes sobre las razones por las
cuales los alcaldes ordinarios de la ciudad ejercían jurisdicción sobre más de 50 leguas a
la redonda de la sede de Santiago de Guatemala, y el 30 de noviembre del mismo año se
reiteró la petición de esos informes, y se preguntó por qué la jurisdicción se extendía a
80 leguas a la redonda. Y aunque estas distancias, así definidas, resultan ser muy
exageradas, el hecho es que el Corregimiento del Valle comprendía pueblos tan
distantes unos de otros, como Tecpán Guatemala y Santa Catarina Pinula (ver
Ilustración 142).

La Audiencia, desde luego, trató de obtener algún control sobre los pueblos que
circundaban la ciudad, y pocos años después de establecida, en 1559, presentó a la
Corona el proyecto de repartir entre los españoles las tierras baldías del Valle de
Guatemala, para el incremento de la agricultura, pero Su Majestad desoyó la propuesta.

Sin embargo, el juez de provincia, que era uno de los oidores, estaba facultado para
conocer las querellas de los indígenas habitantes del valle, así como las de los otros
corregimientos de la jurisdicción total de la Audiencia. Esta facultad fue definida,
específicamente, por una real cédula de 8 de marzo de 1570. Pero al pretender la
Audiencia decidir interesadamente en dicha cuestión, el 30 de abril de 1572, Su
Majestad prohibió que los oidores, en calidad de Jueces de Visita, fueran nombrados
para los pueblos del Valle de Guatemala, `por ser esta atribución de los alcaldes
ordinarios'.

A partir de la fecha citada, la Audiencia aprovechó toda coyuntura que se le presentó


para restringir la jurisdicción de la ciudad sobre el Valle. Por ello se planteó el litigio
sobre la propiedad de la Laguna de Amatitlán, que los dominicos pretendían para sí, y
que el Ayuntamiento defendió en un Cabildo abierto del 4 de septiembre de 1573. El
consentimiento y la opinión de los vecinos se manifestó, ante la pretensión de los padres
predicadores, sustentando con juicios de valor que dicha laguna `era del común del
vecindario'. Así se obtuvo la real cédula de 18 de enero de 1575, en que Su Majestad
ordenó al presidente de la Audiencia de Guatemala que devolviera a los indígenas de
Amatitlán el derecho sobre la laguna, lo cual equivalía a restituirla, en cierta forma, a la
jurisdicción de los alcaldes ordinarios de la ciudad, en su carácter de corregidores del
Valle.

En 1577 volvió el Ayuntamiento a defender la jurisdicción ejercida por los alcaldes


ordinarios en un extenso corregimiento. Ello se produjo cuando el alcalde de la Villa de
la Santísima Trinidad de Sonsonate se opuso a que Diego de Guzmán portara la vara
que simbolizaba la justicia en el pueblo de Izalco, del cual era encomendero. Fuentes y
Guzmán dice que se trataba de un privilegio especial:

...que en cualquiera gobierno, corregimiento o alcaldía


mayor del Reino, donde hubiera pueblos encomendados en
vecinos de la ciudad de Guatemala, los alcaldes ordinarios
de la dicha ciudad traigan vara alta y usen la
jurisdicción.

Parece ser que el Ayuntamiento mostró una ejecutoria y real provisión en tal sentido, la
que se confirmó por otra ejecutoria de 1582, en la cual se declaró que los justicias de la
Villa de Sonsonate no debían invadir la jurisdicción de los pueblos cuyo corregimiento
perteneciera a los alcaldes ordinarios de la ciudad de Santiago de Guatemala. Dos años
después, dice el autor citado, el Presidente García de Valverde nombró a Francisco de
Pereña como Juez del Valle, y dio ocasión así a un largo litigio acerca de la defensa de
la jurisdicción de los alcaldes ordinarios en el Corregimiento. Este conflicto duró hasta
1588, con grave perjuicio para los intereses de la ciudad.

El 9 de julio de 1586 se dictó una real cédula por la cual se confirmaba la de 8 de abril
de 1565. Por medio de dichos documentos Su Majestad disponía que uno de los oidores
tuviera a su cargo resolver las querellas de los indígenas en la jurisdicción del Valle de
Guatemala. Sin embargo, pasados dos años, el Ayuntamiento aún protestó ante la
Audiencia, porque ésta había nombrado Jueces de Visita con jurisdicción sobre los
pueblos del Valle y se había llegado al extremo de dar en repartimiento a los indígenas
del pueblo de San Bernardino Acatenango.

La intromisión de la Audiencia en la administración del Corregimiento del Valle


continuó, casi constantemente, a lo largo de los siglos XVI y XVII. En 1589 la
Audiencia nombró a Pedro de Rueda, Corregidor del Valle de Guatemala. En 1595, el
Presidente Francisco Sandé nombró a Francisco Gutiérrez, Juez Repartidor de los indios
del Valle de Guatemala. En 1611, el Ayuntamiento de Santiago trató de justificarse ante
la Corona, al informar que había construido varios caminos en el Valle de Guatemala y
en la Provincia de igual nombre. En 1636 prohibió el Real Acuerdo, es decir, la
Audiencia, que los justicias o alcaldes de los pueblos del Valle obligaran a las indígenas
a servir, en calidad de molenderas, en casas de estancias y en las de la ciudad. Ese
mismo año se dictó también el auto en que se mandaba no obligar a los indios del
Corregimiento del Valle a realizar más trabajos que los reglamentados por las leyes. Y,
en 1639, la Audiencia ordenó que los pastos y aguas de los pueblos del Valle de
Guatemala fueran comunitarios para todos los vecinos.

Pese a las espaciadas intromisiones referidas, los alcaldes ordinarios se siguieron


desempeñando como corregidores del Valle, inclusive en contra de todas las
disposiciones, según se desprende de múltiples actuaciones, como la de 19 de marzo de
1639, por medio de la cual la Audiencia hizo constar que eran los alcaldes ordinarios, y
no los oidores, los llamados a efectuar el repartimiento de indios del Valle para las obras
públicas de la ciudad. Otra de tales actuaciones fue la del 14 de junio de 1661, en la que
el procurador síndico pidió que el alcalde de primera nominación hiciera la visita anual,
a que estaba obligado, a los pueblos del Valle de Guatemala.

La primera vez que realmente se pensó en cercenar los derechos de la ciudad en este
importante asunto de la jurisdicción sobre el Valle, fue cuando los propios vecinos de la
metrópoli, que con tanto tesón habían defendido sus derechos, solicitaron a Su Majestad
que se crearan cuatro corregimientos del llamado Valle de Guatemala. Ante la actitud
tomada por el vecindario, sólo quedaba a los miembros del Ayuntamiento informar al
Rey y al Consejo de Indias que tal pretensión iba en contra de la jurisdicción de los
alcaldes ordinarios de la ciudad, quienes habían sido siempre, por derecho, corregidores
del Valle. Esto sucedió el 12 de febrero de 1666.

Cuatro años más tarde, la amenaza que prevalecía sobre la ciudad de Santiago indujo al
Alcalde Sancho Álvarez de Asturias a proponer en el seno del Cabildo que para mejorar
la administración de los 72 pueblos que entonces formaban el Valle de Guatemala, se
nombraran por los alcaldes de la ciudad cuatro tenientes de corregidor, pero los
capitulares, o sea los concejales, se opusieron terminantemente a esta moción.

La Economía del Valle de Guatemala


El Ayuntamiento de Santiago de Guatemala se convirtió en el principal factor de
conformación social, económica y cultural de los pueblos de la región, cuya actividad
productiva y casi toda su vida social se vieron supeditadas a las necesidades y
requerimientos del núcleo urbano.

La producción del Valle de Guatemala proporcionaba a los habitantes de la ciudad los


abastecimientos necesarios para la vida diaria. El mismo Fuentes y Guzmán, al referirse
a los valles menores que componían toda la región, dijo lo siguiente: `Todos juntos, por
la abundancia, diversidad y gustosa sazón de sus frutos, hacen y ordenan la ordinaria
despensa y providente granero de Goathemala' Y agregaba Fuentes que los indios eran
hábiles e industriosos en todo género de arte y que, además, habitaban estos valles ricos
en recursos naturales.

Este autor indica también que dichas tierras producían abundantes cosechas de frutas,
verduras, frijoles, chile, garbanzos, jamones, manteca, gallinas, pollos, huevos, loza,
leña gruesa, teja, ladrillo, adobes, piedra, forrajes, pájaros, pulque y otras cosas
innumerables, con la ventaja de que 28 pueblos circunvecinos se hallaban tan cerca de
la ciudad, algunos sólo a tan pocas cuadras, `que era como si dentro de sus mismos
muros y recintos se produjeran tan variados frutos y mercancías'.

Valle de las Mesas


En el llamado Valle de las Mesas estaban situados los pueblos de San Miguel y Santa
Inés Petapa, y los del camino hacia ellos, Santiago y San Lucas Sacatepéquez,
Magdalena, Santo Tomás y Santa Lucía Milpas Altas, San Miguel El Alto, San Juan
Amatitlán y San Cristóbal Amatitlán, actualmente Palín. Todos ellos servían a la ciudad
con el producto de 16 labores, en algunas de las cuales se producía el mejor trigo de los
valles, a juicio de Fuentes y Guzmán:

Y las considerables porciones de cosechas anuales de este


valle pasan de 3,000 fanegas, en sólo este feraz y pingüe
territorio, que además de lo excelente y precioso de la
calidad del grano, excede sin disputa a los demás de otros
valles, en la ventaja de su peso, de donde conocidamente
resulta la ganancia que rinde y deja a las panaderas de
mayor fama.

Otro autor, Thomas Gage, indica que en Mixco, Pinula, Petapa y Amatitlán había una
doble cosecha de trigo. El de tres meses o `tremesino', cuya siembra se hacía en agosto
para cosecharlo a fines de noviembre, era un trigo pequeño que producía tanta harina
como las otras especies, de la cual se hacía pan blanco. Si el grano se guardaba por
largo tiempo, se ponía muy duro. Las otras dos especies que allí se cosechaban eran el
trigo blanco y el rojo como el de Candía, y se cosechaban conjuntamente después de
Navidad, pero en vez de engavillarlo y encerrarlo en las trojes, trillaban con caballos o
mulas en las eras que se hacían para tal objeto.

El Valle de las Mesas, con la suma del producto de Petapa, San Juan y San Cristóbal
Amatitlán, también proveía azúcar, pues se hallaban allí, cuando menos, ocho ingenios,
cinco pertenecientes a órdenes religiosas. Uno de éstos era el de la Compañía y otros
eran los que poseían los dominicos en Amatitlán. Tres eran de particulares, como el de
Tomás de Arrivillaga Coronado, `el más aventajado en edificios y ostentación de
ingenio y oficinas'. Estos ingenios, junto con el de San Jerónimo, propiedad de los
dominicos, situado en Baja Verapaz, abastecían a la ciudad con más de 18,000 arrobas
de azúcar.

El Valle de las Mesas producía también excelente maíz. Era conocido `como el granero
general', por el acopio de este producto que abundantemente llegaba a la ciudad, así
como por sus afamados frijoles negros o taletes, blancos, rojos y otros mayores,
salpicados de variedad de colores. Además de los frutos de la misma región, había
abundancia de árboles de oloroso incienso, de almáciga y estoraque silvestre.

Específicamente del pueblo de Petapa, en el sitio denominado Ajial, era abundante la


producción de unos plátanos pequeños, de muy delicado gusto, y en las huertas se
producían también calabazas, melones y sandías. En Santa Inés Petapa se había
asentado un pueblo con descendientes de los tlaxcaltecas que vinieron con Alvarado.
Según Fuentes y Guzmán, estos pobladores eran aplicados más que al cultivo de los
campos, a las artesanías, virtud que manifestaban haciendo dibujos de imaginaria muy
primorosa y de diversos colores en hojas de árbol, cortadas. También había en esta
región, numerosos alfalfares, y se prodigaba, asimismo, el aguacate.

San Juan Amatitlán proveía a la ciudad, específicamente, de mojarras, pepescas y


cangrejos, así como del salitre que podía recogerse en algunas orillas de la laguna,
donde también había excelente pasto salitroso para engordar ganados. Gracias a la
abundancia de los ingenios de azúcar, en este lugar se fabricaban dulces de pepitoria o
mazapán, o los llamados de colación, que surtían el mercado de la ciudad de Santiago
de Guatemala, sin que pueda saberse en qué cantidades. En la misma zona se fabricaban
petates de tul y canastos, por la abundancia de una caña apropiada para este propósito.

Valle de Canales

En el Valle de Canales, que se extendía hacia Pinula, podían verse hasta 23 leguas de
tierra feraz, vestida de excelentes pastos forrajeros y de bosques pródigos en maderas
preciosas, encinos para leña y carbón vegetal. También eran fecundas las sementeras de
trigo y los abundantes maizales.

Valle de Las Vacas

Héctor de la Barreda, con su propio dinero, trajo al Valle de Las Vacas, procedente de
La Habana, gran cantidad de reses que se reprodujeron en sus abundantes y ricos
pastizales. El pasto competía con los sembrados de maíz y trigo, pródigos en esta zona.
Los bosques de la región, dice Fuentes y Guzmán, eran gran copia de pinos,
`inagotables', de mucha elevación y corpulencia, que servían para construir los edificios
de la ciudad, y se utilizaban como vigas, pilares y en otras funciones inherentes al arte
de la edificación. Además era muy fácil conducirlos, sin pérdida de materiales o de los
bueyes que los arrastraban, por la relativa proximidad a la ciudad de Guatemala. Tal era
la situación en los siglos XVI y XVII. Existía también allí buena cantidad de piedra
caliza para numerosas caleras, cuyo producto que se preparaba en el Valle de Las
Vacas, era de la mejor calidad, `y por esa razón más apetecida y solicitada para los
edificios costosos'.

Valle de Mixco

Del Valle de Mixco Cucul, `el pueblo de la loza pintada', llamado así por la que se
elaboraba en él, se surtía también abundantemente la ciudad de Guatemala. Según
Fuentes y Guzmán, mientras los hombres se dedicaban al cultivo y labores en las
sementeras de trigo, propiedad de los españoles del Valle, en que `perciben y acaudalan
suficiente y puntual sueldo', las mujeres se dedicaban y gastaban `el tiempo en largas y
delicadas tareas de alfarería'. Éstas fabricaban loza de la basta, que les representaba
grandes utilidades económicas, porque todos los días del año entraban al mercado de la
ciudad de Guatemala `recuas cargadas de ollas, tinajuelas, alcarrazas y caxetes'.

Valle de Sacatepéquez

Fuentes y Guzmán enumera en el Valle de Sacatepéquez seis pueblos: San Juan, San
Pedro, San Lucas, Santiago, Quiaguistán y Sumpango, que contribuían y vendían en la
ciudad de Guatemala, por un ínfimo precio, abundantes cargas de manzanas, duraznos,
membrillos, peras y el chile blanco, que llaman chamborote, de suave y oloroso picante,
`que sirven para rellenarlos'. En el de Sacatepéquez, como en los otros valles,
naturalmente había sementeras de trigo y de maíz, frijol y gran variedad de legumbres.
Valle de Jilotepeque

En este valle, donde el clima oscila de frío a templado y la temperatura es casi cálida en
las tierras bajas de la región norte, se producía abundante trigo, particularmente del
llamado `pelón', muy apreciado por carecer de raspa, y con el cual se hacía un pan
blanco y delicado, de excelente gusto, cuyas harinas se elaboraban en las grandes
tahonas o panaderías del Valle, propiedad de españoles. Dichas harinas, además, eran
buscadas desde alejadas partes del Reino.

En los pueblos de Santa Apolonia y Santa Cruz Balanyá se cultivaban frutas traídas de
España, como uvas, ciruelas, duraznos y aceitunas, en tanto que en las tierras bajas del
norte del Valle, cercanas a la Baja Verapaz, había caña de azúcar, cacao y frutas de
tierra caliente.

Valle de Chimaltenango

Éste tenía poco más o menos 16 leguas de circunferencia y estaba muy próximo a la
ciudad de Guatemala. Sus pobladores se dedicaban a los tejares, y además tenían tierra
propicia para los cultivos de maíz, trigo, garbanzos, frijol y todo género de granos. Los
indios no tenían que venir a la ciudad a ofrecer sus mercaderías, porque de muchos
lugares y de la ciudad llegaban los compradores a sus mercados, en mulas, carros,
carretones y carrozas, y más frecuentemente a pie, en busca de los productos de la tierra.

Por la elaboración de teja sobresalían el propio pueblo de Chimaltenango, y los de San


Lorenzo, San Sebastián y San Miguel El Tejar. Allí se fabricaba la teja en cantidades
apreciables, particularmente la que llamaban `de lobo', que se compraba para todas las
casas y edificios ilustres de la ciudad, como palacios, conventos y casas particulares de
la nobleza, y se pagaba a cinco pesos más por millar, en comparación con la que se
hacía en los pueblos circunvecinos de Jocotenango y San Felipe. En algunos lugares se
hacían unas ollas grandes que llamaban de salineros, empleadas por muchos indios
chimaltecos en el beneficio de la sal, en la Costa. Éste era un trabajo arduo que
realizaban los indios, a veces, a distancias de 25 leguas del lugar de donde provenían y
en sitios tan alejados como Pasaco.

En el extenso Valle de Chimaltenango florecían grandes pueblos como Patzicía,


Comalapa, Itzapa, Parramos, Patzún y Tecpán Guatemala, que contribuían al
abastecimiento de la ciudad.

Valle de Alotenango

Se extendía hacia el sur de la ciudad, comenzando en Ciudad Vieja, adelante del sitio
que llamaban El Valle. Alotenango tenía una circunferencia de 18 leguas de provechosa
tierra, situada hacia los volcanes de Agua y de Fuego, con una cañada y abertura hacia
la parte de El Valle, con variedad de alfalfares, potreros y una hacienda de caña de
azúcar, valiosa por su cercanía a la ciudad. Todo rodeado por sementeras de maíz
cultivadas por los indios, que también se dedicaban a la fabricación de cajas para
conservas, para lo cual utilizaban una madera blanca, muy blanda. Fuera de su
dedicación a las labores de trigo, propiedad éstas de españoles, los indios atendían otros
oficios que eran siempre deseables en lugares próximos a la ciudad.

Los indios de Alotenango, así como los de otros lugares en los diversos parajes del gran
Valle de la ciudad de Santiago de Guatemala, se dedicaban también a la siembra de
tabaco, del que fabricaban cigarros, algunas veces sazonados con el sabor de otras hojas
como el guayabo, que llamaban `puquietes'.

Descripción de los Pueblos


El historiador Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán hizo una amplia descripción del
llamado Valle de Guatemala, con un recuento minucioso de sus 77 pueblos, que él
conoció a fines del siglo XVII. Describe los pueblos en el orden siguiente:

Almolonga, con aproximadamente 1,000 tributarios, algunos españoles, mestizos y


mulatos, que llegaban a 180, poco más o menos. Los indios de este pueblo eran
descendientes de los tlaxcaltecas que vinieron con Alvarado a la Conquista. Próximos a
Almolonga se hallaban: San Miguel Tzacualpa, donde estuvo originalmente la ciudad
de Guatemala, y donde persistía una población de 180 tributarios indígenas; Santa
Catarina, con 283; Dueñas, con 368; Santiago, con 331; San Antonio, con 402; San
Andrés, con 74 y San Lorenzo, con 262, todos ellos de lengua cakchiquel (kaqchikel),
esparcidos en el Valle de Almolonga, inmediatamente al sur de la ciudad, y dedicados a
cultivos de trigo, maíz, frijol, legumbres y alguna producción de cera y miel de abejas.

San Juan Comalapa, al noroeste de la ciudad y a ocho leguas de distancia, entonces de


fácil acceso por segura y cómoda senda. Pueblo numeroso, de hasta 2,050 tributarios, de
origen cakchiquel. Los naturales se dedicaban al cultivo de grandes sementeras de maíz,
frijol y garbanzo. También hacían muchos tejidos de güipilería, es decir, camisas de
mujer, y medias de algodón, blancas y de colores, en cuyas ventas o tratos se obtenían
considerables sumas de dinero. El trigo de los indígenas tenía precio mucho más bajo
que el producido por los españoles de la ciudad y sus contornos, y ello se debía a que
aquéllos no pagaban diezmos y su producción era administrada por los calpules.

San Juan del Obispo, hacia el suroriente de la ciudad, y a menos de una legua de
distancia de ella, tenía 700 tributarios. En lo espiritual dependían de su convento. Tenía
siete lugares más pequeños: San Cristóbal de Abajo, con 350 tributarios; San Cristóbal
El Alto, con 70; San Bartolomé Carmona, con 110; Santa Isabel, con 210; San Lucas,
llamado Ichansuquit, con 60, que tenían unos pozos de tierra negra para dar tinte a las
telas, y también solían traer hierba fresca cultivada en unos solarcillos cenagosos de su
propiedad para el forraje de los caballos y mulas de los tiros de las carrozas del
presidente, obispo y oidores. También existía el pueblo de San Bartolomé Becerra, de
sólo 36 tributarios, y el más apartado de todos, que era Santa María de Jesús, situado en
las faldas del Volcán de Agua. Este último era un pueblo muy numeroso, de 1,600
tributarios, de naturaleza áspera y altiva. Eran aserradores de tablas, alfajías y otras
piezas de cedro. En Santa María de Jesús ocurrió un incidente en la época del Presidente
don Martín Carlos de Mencos: sucedió que su caballerizo, Alonso Meza, nombrado
Juez de Milpas, al tratar de castigar a ciertos indios que no habían sembrado, provocó
que el pueblo se amotinara. El juez fue perseguido a pedradas hasta las inmediaciones
del Calvario de la ciudad, y los amotinados fueron castigados. Además del
procesamiento de maderas, los de Santa María de Jesús se dedicaban a cultivar maíz,
trigo, frijol y gran cantidad de flores.

El pueblo de San Andrés Itzapa, separado del de Comalapa por seis leguas de fragoso
camino, estaba situado hacia el norte de la ciudad de Guatemala. Tenía en su padrón
1,400 indios tributarios y 32 españoles, estancieros de ganado. Los indios se dedicaban
al cultivo de maíz, frijol, garbanzo, chile y algunos a la crianza de ganado porcino.

Parramos tenía 900 tributarios, todos de origen cakchiquel, dedicados al cultivo de


maíz, frijol y otros granos. Distaba sólo dos leguas de la ciudad, en cómodo tránsito.

San Bernardino Patzún, sitio eminente y frío, ubicado a ocho leguas de la ciudad de
Guatemala en el camino hacia México. De terreno quebrado y con grandes
desigualdades topográficas por sus muchos montes, colinas y barrancas. No obstante, su
tierra era fértil y muy adecuada para el cultivo del maíz, frijol, trigo, habas y otros
granos y frutos. Tenía 1,600 indios tributarios, de origen cakchiquel, y también
contribuía al abasto de la ciudad.

Tecpán Guatemala, pueblo famoso que se levantó en las proximidades de Iximché, la


antigua capital de los cakchiqueles, tenía 2,000 tributarios, buenos agricultores de maíz,
trigo y otros granos, así como aserradores de cedro, ciprés y pino. Con esta madera se
hacían cajas para conducir el añil hacia varias regiones. Los moradores también eran
buenos canteros y productores de cal. A sólo una legua de esta cabecera se encontraba el
pueblo de Santa Apolonia, con 330 tributarios, de origen cakchiquel, con buenos
alfareros y cultivadores de maíz.

Santiago Patzicía, a seis leguas de la ciudad de Guatemala, a la que se unía por un


camino arriesgado y fragoso de siete quebradas, al que llamaban de `los pecados
mortales'. Era un pueblo ligeramente más grande que el Gascón, que fue encomienda
primitiva de Gascón de Guzmán, y el de Santa Inés, con indios dóciles gobernados por
sus propios alcaldes, que servían como criados a los españoles de la ciudad y cuyo
número exacto no se pudo determinar.

San Pedro Las Huertas o San Pedro Tesorero fue encomienda de Pedro Bezerra y se
hallaba situado entre San Juan del Obispo y San Miguel Tzacualpa. Tenía 307
tributarios de origen cakchiquel, dedicados a sus milpas, con buenos regadíos de agua
de pozo, para el cultivo de verduras con que abastecían el mercado de la ciudad de
Santiago. Asimismo, San Gaspar Vivar, posiblemente fundación y encomienda, de Luis
de Vivar, tenía 71 tributarios dedicados a la venta de agua de maguey, que llamaban
pulque, y que había decaído por las prohibiciones, y se le había sustituido por el
comercio más lucrativo de la chicha.

Los otros pueblos menores, adyacentes a la ciudad, eran: San Andrés Deán, fundación
del Bachiller Juan Alfonso, con 45 tributarios; Santa Catarina Bobadilla, fundación de
Ignacio Bobadilla, con 108 tributarios; y Santa Ana, con 40, todos de origen cakchiquel.
Éstos de Santa Ana eran indios muy ladinos, dedicados al destace de carne, con la cual
se surtían las carnicerías públicas de la ciudad. Sus salarios se cubrían por fondos
propios de la misma.
Los padres dominicos administraban el barrio de la Santa Cruz, situado hacia el sur.
Este barrio tenía sólo 37 tributarios, de origen cakchiquel, pero casi todos hablaban
castellano. Las casas se arrimaban a uno de los montes o cerros de la ciudad. Se trataba
de tierra improductiva, razón por la cual sus habitantes se dedicaban a oficios
mecánicos, y entre ellos había muy buenos oficiales.

Estaban sujetos a Santa Cruz los pueblos de Santo Tomás, Magdalena, San Mateo, San
Miguel y Santa Lucía Monterroso, de la denominación común de Milpas Altas. El
último era fundación de Francisco Monterroso. Todos los habitantes eran de origen
cakchiquel. Santo Tomás tenía 91 tributarios; Magdalena, 172, dedicados todos a la
agricultura, y quienes estaban sujetos a repartimiento en favor de los españoles; Santa
Lucía Monterroso tenía 42 tributarios, dueños de sementeras de trigo y de maíz; San
Mateo tenía sólo 32, dedicados al cultivo de maíz y sujetos al servicio de repartimiento
en las labores de pan llevar de los españoles; San Miguel tenía 15 tributarios, que se
empleaban en el cultivo de maíz y pastizales.

Santiago Sacatepéquez tenía 501 tributarios, según el padrón del corregidor del Valle.
Gozaba de clima frío y sus habitantes se dedicaban al cultivo de trigo, maíz, frijol, chile,
a la crianza de gallinas de Castilla y daban servicio de repartimiento a los españoles en
labores de pan llevar.

San Lucas Sacatepéquez contaba con 475 tributarios, de origen cakchiquel. San
Bartolomé sumaba sólo 78, ocupados todos en partir rajas y en otras actividades en las
cuales eran aventajados y diestros, más que en el cultivo de los campos. Santa María
Cauqué tenía 120 tributarios, dueños de milpas y frijolares.

San Juan Amatitlán tenía cerca de 725 tributarios, de lengua pokomam (pokomam),
dedicados al cultivo de trigo y maíz, frijol, garbanzo, a la pesca de mojarras, pepescas y
cangrejos, en la laguna de su nombre, y a la explotación del salitre. En relación con este
pueblo no puede omitirse la rica producción de azúcar y dulces, por el buen número de
ingenios que había cerca.

San Cristóbal Amatitlán, llamado también Palín, tenía 799 tributarios, de origen
pokomam, que eran grandes agricultores y cosechaban caña de azúcar, además de ricas
y variadas frutas. San Pedro Mártir, situado en buena y fértil planicie, era de clima
templado. Tenía 43 tributarios dedicados al acarreo de frutas de tierra caliente y tenían
además cultivos de cacao y achiote, bejucos de vainilla y caña de azúcar de excelente
calidad. El pueblo de Pampichí o Pampichín, llamado también Belén, estaba sobre la
ribera meridional del Lago de Amatitlán, con sólo 30 tributarios. Era lugar frecuentado
por romeros, devotos de la milagrosa imagen del Niño Dios de Belén, bajo cuya
advocación había comenzado el pueblo.

San Miguel Petapa tenía registrados 702 tributarios de idioma pokomam. Había allí
muchos negocios, especialmente durante las cosechas de trigo, maíz, frutas, plátanos, y
continuamente se vendía pescado. Era un lugar en que se alquilaban bestias de carga a
los pasajeros, y la renta la percibían los dueños de labores e ingenios de azúcar.
También se fabricaban petates y canastas, porque el pueblo se ubicaba en el camino del
tránsito a San Salvador. A corta distancia, y separado por el Río Tululhá, se hallaba el
pueblo de Santa Inés Petapa, de indígenas descendientes de los tlaxcaltecas, con 200
tributarios, dedicados a sus sementeras de maíz y a los trabajos de imaginaria con hojas
de árboles, a los que ya se hizo referencia.

Santa Catarina Pinula tenía 486 tributarios, de origen pokomam, dedicados a sus
colmenas de abejas, a sus recuas de mulas, a sus labores de trigo y sementeras de maíz y
frijol, productos que vendían a otros pueblos o llevaban a la ciudad.

Santo Domingo Mixco registraba 446 tributarios, de lengua pokomam, con milperías,
labores de trigo, recuas, alfarería y hornos para procesar cal.

Santa Cruz Chinautla reportaba 46 tributarios de origen pokomam, según el padrón del
Corregimiento del Valle. Estos indios eran buenos alfareros, como los de Mixco,
partidores de tea y ocote, milperos y dedicados a sus labores de trigo y a forrajear
ganados.

Finalmente, estaba el pueblo de Las Vacas, que distaba nueve leguas de la ciudad de
Guatemala, por camino peligroso y molesto, donde existía una ermita de Nuestra Señora
del Carmen, sostenida por los indígenas laboríos del pueblo de la Asunción. Había en
éste, como en los pueblos apuntados de San Miguel Petapa, San Juan Amatitlán, Mixco,
Pinula y Chinautla, mucha vecindad de españoles, en número de 50 a fines del siglo
XVII, y además ladinos, mestizos y negros, que trabajaban en las plantaciones de
azúcar, estancias de ganado, labores de trigo y en otros empleos de la región.

Otras Consideraciones
En la descripción anterior figuran los nombres de los pueblos y su riqueza, mas a veces
escapan los nombres de los encomenderos que los tenían a su cargo. Tampoco se
mencionan los lavaderos de oro y las minas, que se explotaron intensamente en los
albores de la colonización, pero que luego fueron abandonados al agotarse el metal que
se había acumulado a lo largo de milenios en las arenas de los ríos. Esta fuente de
riqueza se agotó en pocas décadas, por la extracción exhaustiva. Nuevos lavaderos de
oro y minas de este metal o de plata, tuvieron que buscarse en otras partes más alejadas
de la ciudad, como Huehuetenango, Honduras, en la región de Comayagua y lugares
circunvecinos, y otros puntos aislados en San Salvador, Nicaragua y Costa Rica. A fines
del siglo XVII, la actividad en los lavaderos de oro y las minas de oro o plata era
prácticamente inexistente en el extenso Valle de Guatemala, pero se conservaba el
recuerdo de lugares famosos, entre los cuales se mencionan los siguientes:

Chucahay, palabra que quiere decir `cerro que llora agua', con boca en la sierra de
Jocotenango; Santiago Zamora, encomienda de Alonso de Zamora, que decía tener sus
minas de oro en el pueblo que fundó con su apellido, y cuyos indios eran de su
repartimiento. El 4 de enero de 1535, Pedro de Alvarado cedió a Diego Sánchez de
Ortega un salto de agua, para molino de metales, cerca del pueblo de Dueñas, en el sitio
que llamaban El Valle, adelante de Ciudad Vieja, y otra mina que había sido de
Hernando de Chávez, en el pueblo de San Andrés, cuya boca se veía desde el Cabildo
de la ciudad de Guatemala. También se recordaba la existencia de minas en Comalapa y
Tecpán Guatemala. En el Valle de Jilotepeque se veían los cimientos del antiguo
lavadero de oro, sobre el Río Pancacová. En el de Las Vacas se explotaron ricos
yacimientos de oro. También había una mina en las proximidades de San Pedro
Ayampuc.

Los indios de repartimiento, que trabajaban en las labranzas propiedad de los españoles
en el Valle de Guatemala, y en otros servicios de pan llevar, así como en las obras
públicas de la ciudad, percibían anualmente entre todos, 147,552 pesos, según cálculo
de Fuentes y Guzmán. De ello sacaban para el pago y satisfacción de tributos, servicio
del tostón, mantenimiento de cofradías, guachivales y otras cosas que eran de su
obligación. La suma citada era sólo la que percibían los indios de mandamiento, y no
incluye la que recibían otros indios voluntarios, designados con los nombres de
`peseros', `realeros' o `cotzunes'.

El monto de los tributos que los indios pagaban a los encomenderos particulares o a la
Real Corona, a fines del siglo XVII, ascendía aproximadamente a 35,000 pesos anuales,
calculados a razón de dos tostones por tributario, pero en la práctica el pago resultaba
ser casi el doble, debido al llamado `tercer tostón', a los precios variables de los
productos, al pago del transporte eventual de los mismos, al costo de las tasaciones y a
la manutención de los jueces encargados de practicarlas.

Al final de cuentas, los indios resultaban beneficiados en sus transacciones con la


ciudad, que era el mejor mercado para sus productos y mano de obra, pero a veces la
ciudad abusaba de su control sobre los repartimientos y abastos, principalmente en
épocas de calamidades o carestía cíclica de los productos agrícolas.

Es importante hacer notar que en varias ocasiones la Corona hizo donación de los
tributos de los pueblos vacos del Valle, a favor de la ciudad, para contribuir a los gastos
públicos, o en ocasión de grandes calamidades, como los terremotos que ocasionaban
gastos extraordinarios en la reconstrucción de edificios, caminos, puentes y templos, o
bien para suplir sus necesidades cuando se producían inundaciones, que también
gravaban hasta el límite la capacidad de los propios fondos del Ayuntamiento. A fines
del siglo XVI, en 1590 para ser más precisos, la ciudad recibió la donación por un
período de 10 años consecutivos de los tributos vacos del Valle.

Cuantificar los beneficios que recibía la ciudad en concepto de abastos procedentes de


los pueblos del Valle de Guatemala, es tarea que todavía no puede realizarse en forma
sistemática. No obstante, de las cifras mencionadas que se desprenden del
aprovisionamiento de trigo, maíz y azúcar, puede colegirse que no era poca la
contribución de los 77 pueblos al sustento y comodidad de los habitantes citadinos,
aunque todos los productos fueran pagados a precios razonables en el mercado
metropolitano. Es, pues, muy difícil determinar la cantidad de frutas, legumbres,
forrajes, ganado, puercos, gallinas, huevos, leche, pescado, tomate, achiote, estoraque,
telas hechas por los indios a mano o en telares de familia, esterillas o petates, lazos,
jarcia, alfarería, miel, sal, canteras, tejas, cal, adobes, maderas para diversos usos,
candelas de cera, artículos de cuero, muebles, juguetes, incensarios, pitos, instrumentos
musicales y otros numerosos artículos que ya fabricaban, desde aquella época, los
indígenas del área.

Por todo ello, resulta claro que la ciudad de Santiago de Guatemala no podía enajenar
sin lucha uno de sus más ricos patrimonios. Durante mucho tiempo el Ayuntamiento se
reservó sus derechos sobre el Corregimiento del Valle, al cual mantuvo bajo su
autoridad casi omnímoda, y merced al cual había florecido y se sostuvo hasta mediados
del siglo XVIII.

Para los pueblos del Valle, la perpetuación del corregimiento llegó a ser a la postre
verdaderamente perjudicial, sobre todo si se considera que el mismo excedía los límites
de lo que son actualmente los departamentos de Chimaltenango, Sacatepéquez y
Guatemala, juntos. Por esa causa, los alcaldes ordinarios a veces no practicaban la visita
anual a que estaban obligados o no podían atender debidamente todos los negocios
propuestos por los pueblos. Lo más grave de todo parece haber sido que el
Ayuntamiento metropolitano se opuso al crecimiento de la población no indígena en los
pueblos del Valle, ya que, con tales propósitos, se impidió la creación de villas de
españoles que lógicamente habrían escapado a la jurisdicción ordinaria de los alcaldes
de la ciudad.

En todo caso, la segregación de las dos alcaldías mayores de Chimaltenango y


Sacatepéquez-Amatitlán, al final fue provechosa para la buena administración de la
zona más próxima a la capital del Reino.

En el transcurso del siglo XVIII, naturalmente, la población española y de castas se


desbordó sobre varios parajes, villas y pueblos circunvecinos, y el proceso se acentuó
por el traslado de la ciudad al Valle de Las Vacas, con lo cual efectivamente se redujo el
Corregimiento del Valle a sólo cinco leguas a la redonda.
JORGE LUJÁN MUÑOZ

El Corregimiento del Valle de


Guatemala. Aspectos Económicos y
Sociales

Anteriormente se aludió a la forma en que el Ayuntamiento de Santiago de Guatemala


ejercía jurisdicción sobre una extensa región, por medio de sus alcaldes, que
rotativamente fungían como corregidores del Valle. Por su cercanía a la capital, se
convirtió para todos los pueblos de la región en el principal factor de configuración
social, económica y cultural, ya que casi toda su vida y actividad productiva se vio
supeditada a las necesidades y requerimientos de Santiago.

A partir de 1543 la ciudad establecida en el Valle de Panchoy se desarrolló


constantemente, con lo que cada vez requirió mayores servicios y abastos de los pueblos
cercanos. Conforme la urbe fue creciendo, la región que debía suplirla tuvo que
ampliarse. Las ciudades de Guatemala, tanto la que estuvo en Almolonga como la de
Panchoy se hallaban en una zona relativamente poco poblada, ya que se edificaron en lo
que había sido, antes de la llegada de los españoles, una región de frontera, el confín
entre los cakchiqueles (caqchiqueles) chajomás y los pokomames (poqomames). Por eso
hubo necesidad de atraer población indígena.

Sistema Económico
De acuerdo a Christopher H. Lutz, a la zona circundante de Santiago se le puede aplicar
el concepto de `región simbiótica'. Dicho concepto implica, en sentido económico, en
una región dada, interdependencia de unidades o grupos de población, sociales o físicos,
en ventaja de todos; si bien lo usual es que haya alguien que domine la relación y posea
las mayores ventajas, en este caso, Santiago. Dicho concepto también se puede ver
como un tipo de relación de sustentación recíprocamente ventajosa, que une a personas
que desempeñan funciones especializadas diferentes.

Cada `región simbiótica' consiste usualmente en zonas ambientales diversas, que


comprenden tierras bajas y tierras altas; no tiene fronteras rígidamente establecidas, y
las interrelaciones de sus componentes son complejas y se traslapan.

Este mismo concepto se puede aplicar a Santiago y a todo el Corregimiento del Valle.
Los pueblos más cercanos constituyeron el núcleo inicial e inmediato de una región
simbiótica que se fue haciendo más amplia. La ubicación de la ciudad en un lugar
cercano a climas y suelos muy distintos facilitó la diversificación local y regional en la
producción destinada al abastecimiento de la capital. De acuerdo a esas diferencias y
diversificaciones se estableció de modo constante una extensa y compleja red de
aprovisionamiento, siempre dinámica, conforme se fue ajustando a los diversos
cambios. El núcleo de la red era Santiago de Guatemala, centro político que adecuaba y
dirigía la provisión de los alimentos para su población y los servicios (trabajo) que ésta
requería.

Paulatinamente los pueblos y regiones se especializaron en determinadas producciones,


y la red de aprovisionamiento se amplió conforme creció la población (de la ciudad y de
los pueblos). De manera permanente se cuidaba que los abastecimientos llegaran en
cantidad suficiente para las necesidades de la ciudad. La población, tanto de la urbe
como de los pueblos y regiones cercanas, conocía las especialidades de cada uno, las
épocas de abundancia y escasez, así como las previsibles variaciones estacionales de
precios. Se esperaba una cantidad y calidad determinadas por un precio establecido, y
cuando éste variaba se producían los reclamos.

Desde su fundación el Ayuntamiento elaboró ordenanzas para garantizar el abasto de la


ciudad, y se estableció el cargo de fiel ejecutor, que desempeñaban en forma rotativa los
regidores. Su función fundamental consistía en cuidar que siempre hubiera suficiente
abasto, sobre todo de granos básicos, a un precio previamente fijado; vigilar que los
productos se vendieran a dicho precio y en las medidas correctas. El fiel ejecutor acudía
a los mercados, revisaba las panaderías y ventas de pan, así como las tiendas y
pulperías, para comprobar calidades, precios, pesos y medidas. Francisco Antonio de
Fuentes y Guzmán, que lo desempeñó en diversas oportunidades, explicó que cada
cuatro meses se alternaban en su desempeño `los capitulares', y se quejaba amargamente
de que los presidentes de la Audiencia les habían coartado sus funciones, sin dejar
`jurisdicción que sustraer'.

Aunque hay algo de verdad en la afirmación del cronista, no se puede negar que a pesar
de las intromisiones de la Audiencia y su Presidente, el fiel ejecutor seguía cumpliendo
sus funciones, aunque fueran menos que antes.

Demografía
Con la información de que ahora se dispone, es casi imposible saber cuál era la
población de la región del Corregimiento inmediatamente antes de la llegada de los
españoles. Cualquier estimación que se haga tendrá mucho de especulativa y puede ser
motivo de diversas discusiones. Por eso mismo es igualmente difícil ponerse de acuerdo
acerca del nivel de disminución de la población indígena como resultado de la crisis
demográfica provocada por la Conquista y la llegada de las nuevas enfermedades
europeas. La situación se hizo más compleja por el factor determinante que constituyó
desde 1527 la presencia de Santiago de Guatemala en el área, así como la expansión de
las explotaciones agrícolas propiedad de los españoles.

Desde muy temprano se establecieron estancias y labores de peninsulares para


producción agropecuaria, y en las cuales se asentó una población nueva y diversa.
Muchos españoles llevaron al principio indígenas de sus encomiendas, así como
esclavos indios y luego también de origen negro. Aunque posteriormente se prohibió el
traslado de los indígenas encomendados y se produjo la liberación de los indios
esclavos, muchos ya no regresaron a sus lugares de origen. Los pueblos llamados
Milpas Altas se establecieron en torno a 1548 en las cercanías de la naciente ciudad
precisamente cuando el Presidente Alonso López de Cerrato, liberó a los esclavos, en
aplicación de las Leyes Nuevas. En ellos se asentaron los indígenas que no quisieron
regresar a sus regiones de origen. También se puede mencionar el caso del barrio de la
Santa Cruz (atrás y al oriente del Convento de San Francisco) formado por indígenas de
Utatlán (Santa Cruz del Quiché), después de que su cacique don Juan de Rojas adquirió
una milpa de un español.

Figuran también, debidamente documentadas las `colonias' de origen `mexicano'


(tlaxcalteca, mexica y choluteca) en la región (en Almolonga, Jocotenango y Santa Inés
Petapa), cuyos habitantes se mezclaron entre ellos mismos y con los indígenas locales,
lo cual hizo muy compleja la situación demográfica. En las haciendas, especialmente en
las de azúcar, creció la población esclava negra, que contribuyó también a enriquecer el
cuadro.

Actualmente se discute cuándo se inició la recuperación demográfica de la población


indígena. Algunos estudios para el área de Totonicapán y de los Cuchumatanes, señalan
la segunda mitad o los últimos años del siglo XVII. Sin entrar a discutir las pruebas y
los razonamientos de dichos ensayos, no parece que tal sea el caso de los pueblos
indígenas del Corregimiento del Valle. En esta zona la recuperación se inició antes,
quizás a fines del siglo XVI, o muy a principios del siglo XVII. Así lo indica el estudio
de Christopher Lutz en relación con San Miguel Dueñas y el del autor del presente
trabajo respecto de San Miguel Petapa;es decir, un pueblo cakchiquel muy cercano a
Santiago, y otro pokomam (poqomam) en la zona del Valle de Las Mesas. Es probable
que a lo anterior haya contribuido el buen clima de la zona, pocos problemas de
alimentación y, sobre todo, la inmigración de gente de toda clase a los alrededores de
Santiago de Guatemala. La población que moría era prontamente sustituida por
inmigrantes, y por medio del mestizaje se transmitieron las defensas biológicas que
permitieron resistir mejor las nuevas enfermedades.

Evolución posterior

En cuanto a la evolución demográfica del Corregimiento del Valle a partir de fines del
siglo XVI se puede afirmar lo siguiente: a) Fue la zona de mayor mestizaje en todo el
Reino, a donde confluyeron desde temprano todos los componentes étnicos posibles:
indígenas de diversos orígenes y lenguas, blancos y negros. b) Sobre este último grupo,
se puede decir que su número fue mayor en esta región aún cuando hacia 1630 bajó el
flujo de inmigrantes para reanudarse en las dos últimas décadas del siglo. c) Las
enfermedades de origen europeo siguieron siendo el principal factor limitante del
desarrollo demográfico, no sólo de los aborígenes sino también de los blancos y los
negros, así como de los mestizos. d) Desde el último cuarto del siglo XVI los nativos de
la región soportaron el sistema de repartimientos, por el cual tenían que aportar cada
cuatro semanas una cuarta parte de su población laboral o tributaria (entre 15 y 50
años), para trabajar por un real diario en las labores de trigo. f) Ya a finales del XVI en
casi todos los pueblos del Corregimiento cercanos a Santiago, especialmente en los que
se encontraban al oeste y al este (valles de Chimaltenango, Sacatepéquez, Mixco, Las
Vacas, Las Mesas y Canales), había muchas haciendas y labores propiedad de
españoles.
En el siglo XVII se produjeron algunas epidemias `generales', que afectaron a toda la
población pero castigaron más a los indígenas. Hubo algunas especialmente fuertes en
1607-1608, 1631-1632 (ambas de `tabardillo' o tifus), 1647-1648 (identificada sólo
como `peste'), 1650 (peste bubónica), 1660-1661 (de viruela y sarampión), 1676 (peste),
1678 (viruela), 1686 (tifus o neumonía o ambas) y, finalmente, en 1693 (sarampión,
viruela y tifus).

Es interesante notar que la epidemia de 1660-1661 fue precedida de una plaga de


langosta o chapulín que duró hasta 1662, que agravó sus efectos. La mortandad
comenzó alrededor de octubre de 1659, la cual fue muy alta `en particular en los
pueblos de indios'. Hubo escasez de maíz y el precio subió mucho, del habitual de
cuatro reales la fanega, a 12 y 16 reales, primero, y a 20 reales en 1662. Las cosechas se
normalizaron en 1663 y 1664. En cuanto a la epidemia de 1676, tanto Fray Antonio de
Molina como Fray Francisco Ximénez indican que `murió mucha gente'.

Según el primero, se inició, bajó un poco y volvió a `reforzarse'. De la de 1678 se dijo


que comenzó `por falta de aguas'.

La ciudad de Santiago de Guatemala, según el estudio de Lutz, al fin del siglo XVI tenía
alrededor de 20,000 habitantes: 4,035 españoles y criollos, y 15,860 de `gente ordinaria',
sin incluir la población indígena de los barrios y poblados interiores. En el siglo XVII
tuvo un extraordinario aumento, y alcanzó su máximo crecimiento en la década de
1680, llegando a 37,500 habitantes, de los cuales 24,620 eran `gente ordinaria', 5,740
españoles y criollos, y 6,400 indígenas. En estas cifras se incluyen los barrios `interiores
y cuatro pueblos exteriores, que ya se habían confundido con la capital.

No hay duda que el crecimiento de Santiago tuvo efectos importantes e inmediatos


sobre todos los pueblos del Corregimiento, por las razones ya apuntadas. La región
simbiótica se amplió para responder a los requerimientos de abastos necesarios para la
ciudad, que también había dejado de ser un centro bisegmentado para convertirse en una
amalgama multirracial. Los indígenas de los barrios y pueblos exteriores fueron una
especie de modelo o antecedente cultural de lo que fueron posteriormente los pueblos
del Corregimiento.

Estado de la población en los últimos años del siglo XVII

No es fácil establecer cómo evolucionó la población del Corregimiento, tanto la


indígena como la de origen europeo y africano. En cuanto a la primera, se dispone de
los datos de las cuentas de indios dados en repartimiento. De acuerdo al sistema, se
distribuía cada semana una cuarta parte de los tributarios, por lo que es factible
establecer la cantidad de éstos y así calcular la población indígena total. Además, en un
documento hay una tasación que incluye un total de 24 pueblos, en los que hizo una
cuenta específica de tributarios, con los rebajados por razón de oficios públicos en la
comunidad y de cargos en la iglesia (`teupantecas').

A dicha cantidad puede agregarse otro pueblo, del que hay una cuenta de indios de
repartimiento, para hacer un total de 25 pueblos. Si en cada caso se multiplica por tres,
que es una relación ya aceptada para establecer la población total, se llega a tener una
idea de cuál era la población indígena de dichos pueblos (véase Cuadro 68). En 1678,
después de la peste de 1676, esa población ascendía a unos 39,525. Incluso se
contemplaba ya el `ajuste' que se había hecho casi inmediatamente en seis pueblos, en
que se disminuyó la tasación a pedido de los mismos, y en dos de ellos (Santiago y San
Lucas Sacatepéquez) tal rebaja fue especialmente drástica. Este ajuste supuso una
disminución en el cálculo de 2,109 habitantes, para quedar en 37,416 (véanse Cuadros
68 y 69).

Es necesario tener en cuenta que en el listado incluido en el Cuadro 68 no están


comprendidos todos los pueblos del Corregimiento del Valle. No aparecen los más
cercanos a la ciudad: San Juan Gascón, San Bartolomé Becerra, San Andrés Deán,
Santa Isabel Godínez, Santa Ana y San Cristóbal El Bajo, todos incluidos en la cifra de
Lutz de habitantes de Santiago de la década de 1680; no así otros como Jocotenango,
San Luis de las Carretas, San Dionisio Pastores, San Lorenzo y San Miguel El Tejar,
San Pedro Las Huertas, Santa Catarina Bobadilla, San Juan del Obispo, Santa María de
Jesús, Santa Catarina Barahona, San Miguel Escobar, San Antonio Aguas Calientes,
Concepción Almolonga (o Ciudad Vieja), San Miguel Dueñas, Parramos, Acatenango y
San Juan Alotenango. De ellos el más importante era Almolonga, habitado por indios de
origen mexicano, `conquistadores' que no pagaban tributos. Los demás tienen
importancia menor; por ejemplo, San Dionisio Pastores tenía en 1678-1679 entre 37 y
40 familias, es decir, entre 185 y 200 habitantes.

En total se puede calcular que estos pueblos tenían unos 10,000 habitantes, lo que
acumularía alrededor de 50,000 aborígenes en todo el Corregimiento.

A dichas cifras habría que agregar las que corresponden a la población no tributaria:
indios laboríos, mestizos, mulatos, negros, etcétera y los españoles que vivían en los
pueblos de indios. En algunos de éstos se sabe que existía `gran concurso' de estos
grupos, mientras en otros era menor la cantidad, aunque en todos los había. Por
ejemplo, alrededor de 1680 en San Miguel Petapa la cantidad de españoles y `ladinos'
era no menor a 600 personas, lo que era cerca de un tercio del total de indígenas. Como
este pueblo era de los que se consideraba que tenía bastante población no indígena, se
puede suponer que el total de población de `ladinos' y españoles en el Corregimiento
era, en promedio, de alrededor de un 15%, que vivía en los cascos de los poblados; ello
supondría, sobre unos 50,000 indígenas, no menos de 7,500 personas más.

Finalmente, se debe tener en cuenta a la población de origen africano (negros, mulatos y


hasta mestizos), tanto de esclavos como de trabajadores libres, localizada en el
Corregimiento del Valle, especialmente en las haciendas de azúcar. En el Cuadro 70 se
resume la información al respecto recogida por el Oidor Jerónimo de Chacón Abarca en
diciembre de 1675, en la cual se excluye el ingenio de los dominicos ubicado en
Escuintla, fuera del Corregimiento. El total de esclavos y trabajadores libres de origen
africano y mestizo era de 945 personas.

El Corregimiento del Valle era una pequeña fracción de todo el Reino de Guatemala:
unos 7,000 km de un total de aproximadamente 500,000; es decir, apenas un poco más
del 1%, pero acumulaba una sexta parte de la población total, entonces de unos 600,000.
Era la zona más densamente poblada, con 14 habitantes por km si se incluía la capital, y
unos 9 por km si se hace exclusión de ésta.
Conclusiones
El Corregimiento del Valle fue el centro del Reino de Guatemala. Con su eje en
Santiago de Guatemala, configuró una amplia y creciente región simbiótica que tuvo la
mayor densidad de población de toda la Audiencia. Fue una región `nueva', constituida
en una zona postclásica de frontera, en el confín de cakchiqueles y pokomames, a cuyo
alrededor existía suficiente variedad de climas para poder cosechar cultivos tan diversos
como caña de azúcar y trigo. Santiago fue el centro condicionante de todo un sistema de
alrededor de 70 pueblos que, como satélites, dependían en buena parte de abastecer a la
capital. De la ciudad salían las vías de comunicación y las órdenes que mantenían a la
región relacionada y al sistema en funcionamiento.

El Corregimiento fue como el adelanto o el futuro de lo que sucedería después en el


Reino. En él ocurrieron primero muchos procesos que después se dieron en otras partes.
Además, la disminución demográfica tuvo efectos menores, lo mismo que fue menos
drástica la crisis generalizada del siglo XVII. Allí se inició más temprano que en ningún
otro lugar la recuperación de ambas coyunturas. Por otra parte, se convirtió pronto en
una región que recibió aportes demográficos muy variados: indígenas de idiomas
distintos a los originales (quichés, tlaxcaltecas y otras lenguas mexicanas), así como
españoles y negros. Allí fue donde se dio primero y con mayor intensidad la
convivencia entre todos los componentes demográficos del país, tanto en la capital
como en los pueblos de indios y en las haciendas. Se constituyó en la primera región
mestiza, la de más fuerte aculturación y donde primero se fueron perdiendo los idiomas
nativos. Fue la principal región de concentración de haciendas y labores de españoles y
criollos, a costa de tierras que habían sido de los pueblos de indios. Al final del siglo
XVII había alrededor de 100 labores de trigo y cerca de 18 haciendas de azúcar
propiedad de españoles y criollos.

El Corregimiento del Valle era un importante privilegio para la capital, que lo defendió
y promovió celosa y firmemente frente a los embates del poder real, personificado en la
Audiencia. Facilitó el abasto de alimentos y de mano de obra a la población de la
capital. No sólo permitió el crecimiento de la urbe, sino que lo hizo con relativamente
pocos problemas de escasez. Los capitulares de Santiago comprendían su importancia y
lo vieron como una fuente de poder y prestigio. A pesar de que los criollos, como el
cronista Fuentes y Guzmán, creían que el Ayuntamiento de Santiago había perdido la
mayoría de sus privilegios en favor de la Audiencia, la verdad es que más bien los
compartió, y que en general los mantuvo en una hábil y constante adaptación entre
ambos cuerpos.

La concentración demográfica y de inversión (en las obras de la ciudad y en las


haciendas y labores) fueron una muestra de la importancia que alcanzó la ciudad y su
región simbiótica. La situación en el Corregimiento fue muy diferente de las otras
regiones del Reino.

Se ha discutido si es el desarrollo agrícola lo que permite el crecimiento de la población


o viceversa. En el caso de Santiago y su región simbiótica se demuestra que se trata de
procesos interrelacionados, es decir, que el aumento demográfico condicionó la
producción agropecuaria, pero que ésta fue posible porque se dieron las circunstancias
para que la población se estabilizara pronto y luego pudiera crecer, en una época en que
ésta pasaba por crisis muy graves en otras regiones. En esto, claro está, jugó un papel
esencial la migración, pero también el buen clima y los suelos adecuados, aunque no
dejaron de producirse calamidades y problemas. No debe olvidarse la acción de los
movimientos sísmicos, que siempre fueron cargas sobrellevadas más duramente por los
sectores menos privilegiados de la población, sobre los que recaía siempre el peso de la
reconstrucción y las acciones de auxilio inmediato.
BARBARA E. BORG

Los Cakchiqueles

Introducción
La populosa región maya cakchiquel (kaqchikel) de las tierras altas del centro de
Guatemala ha participado históricamente en la evolución de la compleja civilización
mesoamericana. Sin embargo, por su proximidad a la capital colonial española, durante
mucho tiempo dicha área fue considerada por los estudiosos como menos indígena y,
por lo tanto, fue virtualmente ignorada hasta hace poco. En contraste, sus vecinos,
quichés (k'iche's), tzutujiles (tz'utujiles), mames y pokomames (poqomames) han sido
objeto de estudio durante más de medio siglo. Aunque existen abundantes materiales
documentales acerca de los cakchiqueles, la cobertura etnohistórica sigue siendo, hasta
la fecha, bastante irregular y la investigación arqueológica de la región cakchiquel,
incluyendo la capital prehispánica Iximché, está todavía en una etapa incipiente.

Un estudio detenido de las fuentes etnohistóricas ha revelado que las políticas internas
de los cakchiqueles, así como su diversidad étnica y lingüística en el período anterior al
contacto con los españoles, conformaban un mosaico mucho más complejo de lo que se
había sospechado hasta hace poco. Los escritos de los primeros cronistas sugieren que
en la región cakchiquel pudo haber habido hasta cuatro divisiones territoriales distintas,
semi-independientes. Las áreas circunvecinas de Iximché (Tecpán Guatemala), San
Martín Jilotepeque y San Juan y San Pedro Sacatepéquez parecen haber sido tres de
tales subdivisiones. William Swezey ha sugerido que una cuarta estaba asociada al sitio
arqueológico de Oronic Cakhay, localizado a medio camino entre Patzicía y Tecpán
Guatemala, en el Departamento de Chimaltenango (véase Ilustración 145). Sin
embargo, esta identificación de Cakhay como el sitio protohistórico llamado Viejo
Sololá, sobre la base de una reconstrucción etnohistórica, no ha sido corroborada por un
muestreo arqueológico reciente del sitio.

Durante el período colonial temprano, la región cakchiquel del Altiplano central


guatemalteco coincidía con el área enmarcada por los límites actuales de los
departamentos de Chimaltenango y Sacatepéquez, la mitad noroeste del Departamento
de Guatemala y segmentos vecinos en los departamentos de Sololá y Escuintla (ver
Ilustración 145). Durante este período colonial temprano, la región estaba dividida en
dos corregimientos: al este el Corregimiento del Valle de Guatemala (hasta 1753), y al
oeste el Corregimiento de Tecpán Atitlán, que se convirtió en parte de la Alcaldía
Mayor de Sololá en 1689.

La ecología de la región cakchiquel se caracteriza por fríos y fértiles valles interiores


(conocidos como Los Altos o Tierra Fría) rodeados por montañas de 1,500 a 2,500
metros de altura, y vegetación conífera en las laderas subtropicales que forman la Tierra
Fría templada. En las primeras fases del período colonial, al igual que hoy, los ricos
suelos volcánicos de la región permitieron la producción de una amplia variedad de
productos agrícolas, incluyendo maíz, frijoles, chiles, fibra de maguey, tabaco, cacao,
frutas, verduras y algodón, y también los nuevos productos introducidos por los
españoles, como el trigo y la caña de azúcar. Además, había comunidades
especializadas en la producción de miel, cal, cerámica, canastas, petates, tejidos de
algodón, y también en la comercialización de obsidiana, ocre, jaboncillo, oro, sal,
etcétera.

Únicamente ha sido estudiada a fondo la subregión cakchiquel oriental (véase


Ilustración 145), o sea de Sacatepéquez, y nuestro conocimiento de ésta se basa sobre
todo en fuentes documentales y secundarias. Esta subregión abarca los territorios de los
actuales municipios de Santo Domingo Xenacoj, San Pedro Sacatepéquez, San Juan
Sacatepéquez, San Raimundo, Chuarrancho, San Antonio Las Flores, San José Nacahuil
y San Pedro Ayampuc. La historia colonial temprana de los dos principales pueblos de
Sacatepéquez (San Pedro y San Juan) puede ser reconstruida desde 1530 hasta 1690.
Estos dos poblados formaron parte del territorio original de la encomienda de Pedro de
Alvarado. Posteriormente protagonizaron rebeliones independientes contra los
españoles y, finalmente, fueron los dos pueblos más importantes de la encomienda del
soldado-cronista Bernal Díaz del Castillo y de sus descendientes. La subregión
cakchiquel occidental, o sea la de Iximché, no ha sido estudiada en forma sistemática; se
cuenta, sin embargo, con la descripción hecha por Lesley B. Simpson de los seis
pueblos en la encomienda de Chimaltenango, cuya historia también puede trazarse,
aunque de modo mucho menos preciso, comenzando con la década de 1530 hasta
aproximadamente 1690.

Una breve revisión de los acontecimientos ocurridos a finales del período protohistórico
cakchiquel ayudará a aclarar las razones por las cuales esta región ha sido subdividida
en las subregiones occidental (Iximché) y oriental (Sacatepéquez), y ayudará también a
formarse una idea de su situación a la llegada de los conquistadores españoles en 1524.
Después de rebelarse contra los quichés (c 1470), los cakchiqueles se separaron de la
federación de la que formaban parte con aquéllos y establecieron una capital
independiente en Iximché, cerca de la actual cabecera municipal de Tecpán Guatemala.
A partir de 1475, después de la muerte del famoso rey quiché Quicab, los cakchiqueles
estuvieron constantemente envueltos en guerras contra los quichés. De acuerdo con el
Memorial de Sololá, el 18 de mayo de 1493 se produjo una revuelta interna contra los
señores de Iximché, la cual fue consecuencia de una disputa de tierras y dio como
resultado la expulsión de la parcialidad de los tukuchés. Este incidente fue considerado
tan importante que por más de 100 años los acontecimientos subsecuentes en la historia
de los cakchiqueles se registraron a partir de esa fecha. Puede ser que todos o algunos
de los ofendidos tukuchés hayan emigrado hacia el este, a la región de Sacatepéquez, ya
que posteriormente se incorporó al pueblo de San Pedro Sacatepéquez una población de
una localidad llamada Tukuché, al igual que otras cuatro poblaciones. Ello ocurrió
cuando los españoles ordenaron la reducción del pueblo en la década de 1540. Los
cakchiqueles de Iximché y los de Sacatepéquez se mantuvieron en hostilidad recíproca
durante la última parte del período prehispánico, y las rebeliones cakchiqueles de los
sacatepéquez contra los españoles, en la década de 1530, tuvieron un carácter
claramente separatista, pues actuaron al margen de los de Iximché.

El límite territorial entre las ramas oriental y occidental de los cakchiqueles estaba cerca
del pueblo de Chimaltenango (de chimali o `escudo' en nahua), llamado Pocob en
cakchiquel, término que también significa `escudo' o `defensa'. Sin embargo, cerca de
las actuales poblaciones de Chimaltenango y Comalapa, las facciones hostiles de los
cakchiqueles establecieron una zona neutral, que lo era también de intercambio
comercial, llamada `tianguesillo'. Ésta fue el bien conocido mercado de Chimaltenango,
el cual seguía funcionando en el siglo XVII.

Después de 1510, año en que los quichés accedieron a pagar tributo al emperador
mexicano Moctezuma, pero antes de consumarse la conquista de México por los
españoles en 1521, los cakchiqueles de Iximché recibieron las primeras noticias de la
inminente invasión española. Como resultado del contacto con los mexicanos y de la
presencia de mexicas en Guatemala durante el período justo antes de la Conquista,
muchos nombres en lengua náhuatl fueron agregados a los nombres originales de las
localidades existentes. El sitio quiché de Gumarcaaj fue conocido como Utatlán, y el
cakchiquel Iximché como Cuauhtemallan. Las enfermedades introducidas por los
europeos llegaron aun antes que las tropas españolas. Mientras Cortés iniciaba la
conquista de México, los cakchiqueles y otros grupos de las tierras altas del centro de
Guatemala sufrieron terribles epidemias de viruela y enfermedades pulmonares, las
cuales eliminaron entre un tercio y la mitad de la población indígena entre 1520 y 1580.
En 1520 los cakchiqueles de Iximché enviaron emisarios a Cortés y le ofrecieron
convertirse en sus súbditos, motivados por el deseo de crear una alianza con los
españoles contra sus enemigos tradicionales, los quichés de Utatlán y los tzutujiles del
Lago de Atitlán.

Período de Contacto: 1524-1544


Pedro de Alvarado salió de México con rumbo a Guatemala en 1523, y las noticias de
su ataque a Utatlán, el 7 de marzo de 1524, llegaron rápidamente a Iximché. De
inmediato, también, el rey Sinacán (Cahí Imox) despachó embajadores a Alvarado con
regalos de oro y ofrecimientos de paz. A instancias de Alvarado, un ejército cakchiquel
fue enviado a despejar los caminos de las montañas entre Utatlán e Iximché. Los
cakchiqueles enviaron ayuda a los españoles en Utatlán dos veces más, la que incluyó
4,000 hombres y provisiones para el viaje de Alvarado a Iximché, mientras el
conquistador empleaba siete u ocho días adicionales para someter a los quichés.
Alvarado llegó a Iximché el 12 de abril de 1524, y los cakchiqueles lo ayudaron después
a conquistar fácilmente a sus vecinos del suroeste, los tzutujiles. Después de conquistar
a éstos, Alvarado hizo una incursión a lo largo de la Costa Sur de Guatemala. Se
ausentó de la región cakchiquel durante dos meses y retornó a Iximché el 21 de julio de
1524. El 25 de julio, día de Santiago, se fundó la primera capital española de ese
nombre (que nunca fue más que un puesto militar) en Iximché.

Según Wendy Kramer, la encomienda en la región cakchiquel empezó desde fechas


tempranas, aunque fue más conocida como encomienda-repartimiento, con la primera
serie concedida por Pedro de Alvarado entre julio de 1524 y agosto de 1526. La
encomienda, que no era una concesión de tierras, fue teóricamente concebida como un
medio para transferir a un español particular el tributo de los indios de un lugar
específico, y proveerle de mano de obra, mientras que los indios se mantenían con sus
propias milpas. En estas circunstancias la encomienda se confundió en la práctica con la
esclavitud propiamente dicha (véase en esta misma sección el ensayo sobre el tema).
Los tres fines principales de la institución eran: facilitar el pago del tributo que los
indios, como súbditos suyos, debían al Rey de España; recompensar a los
conquistadores, a quienes la Corona no había ayudado monetariamente con
anterioridad; y colocar a los indios bajo el cuidado de algunos españoles, que debían
proporcionar protección física e indoctrinación cristiana a los indígenas
`encomendados'.

Aunque Alvarado nunca redactó documentos formales sobre sus propias encomiendas,
se reservó Iximché y la mayoría de otros pueblos cakchiqueles importantes. Así
controló, entre 1527 y 1534, la mayor parte de la región. Al pueblo de Sololá, escogido
después de la Conquista como residencia del linaje real de los xahil, se le solicitó
proporcionar 400 hombres y 400 mujeres regularmente para lavar oro en los ríos, y
otros 800 individuos para proyectos de construcción en la nueva capital española. Sin
embargo, los pueblos cakchiqueles de Alvarado no funcionaron en realidad como
encomiendas, sino hasta después que se concluyó la pacificación de los indios, avanzada
la década de 1530. Además, durante este período temprano, Alvarado distribuyó
encomiendas a otros españoles.

El insaciable apetito del conquistador por el oro y las mujeres nativas, así como su
crueldad y excesivas demandas de tributo, determinaron que los cakchiqueles de
Iximché se rebelaran contra Alvarado en 1524, el mismo año en que se habían hecho sus
aliados. En consecuencia, los testimonios de la presencia española en esta primera
ciudad de Santiago son confusos y en gran parte ya no existen. Kramer atribuyó esta
falta de evidencia documental en parte a un intento deliberado de los españoles de
encubrir sus abusos contra los indios y de minimizar su responsabilidad en las
renovadas hostilidades indígenas.

Los indios fueron legalmente esclavizados por millares, ya fuera por su condición de
enemigos vencidos o porque ya habían sido esclavos antes de la Conquista. Los
soldados españoles, que no recibían remuneración alguna de la Corona, acostumbraban
tomar esclavos como parte del botín de guerra. La venta de éstos les ayudaba en su
propio mantenimiento así como en el de su equipo de batalla, ya que costaba más de
200 esclavos el reponer un buen caballo muerto en combate. En Guatemala,
particularmente, hubo poca voluntad de parte de las autoridades españolas para prevenir
la esclavitud ilegal de los indígenas, la cual se realizaba por los más leves caprichos.
Los esclavos eran inmediatamente marcados con el sello del Rey. William Sherman
estima que fueron tomados más esclavos por las fuerzas de Alvarado que por cualquiera
otra. Al momento de su muerte, en 1541, un inventario del patrimonio personal de
Alvarado incluía un total de 525 indios esclavos, tanto mujeres como hombres, la
mayoría de los cuales trabajaba en yacimientos de oro y plata en los territorios de sus
encomiendas.

El año 1524, que registra el Memorial de Sololá, es ahora generalmente aceptado por los
eruditos como año del inicio de la rebelión cakchiquel, en vez de la fecha de 1526 que
aparece en las obras de algunos otros cronistas. Los cakchiqueles ofrecieron una
resistencia feroz, mataron a muchos españoles, quichés y tzutujiles, y atraparon varios
caballos españoles en fosos profundos donde colocaban afiladas estacas. Nuevas
evidencias encontradas por Kramer confirman que este levantamiento cakchiquel de
1524 fue sofocado por los capitanes de Alvarado, y que hubo una tregua entre españoles
y los alzados durante la primera mitad de 1525. Mientras las fuerzas españolas seguían
empeñadas en ocupar Iximché, se reinició nuevamente la guerra en la segunda mitad del
citado año 1525. Las tropas españolas no tomaron Iximché sino hasta 1526, según
Kramer, y no abandonaron el área en 1524, como se registra en el Memorial de Sololá.
Durante el período de la rebelión cakchiquel también hubo levantamientos entre otros
grupos del Altiplano, incluyendo a los cakchiqueles de Sacatepéquez, al este. Francisco
de Fuentes y Guzmán escribió que en 1524 y 1525 los sacatepéquez se hallaban
extremadamente divididos en cuanto a rendirse a Alvarado. Los de las cercanías de
Xenacoj y Sumpango, que ya se habían sometido al dominio español, solicitaron la
protección de Alvarado contra otros elementos rebeldes de Sacatepéquez, que
continuaban aterrorizándolos. Estos rebeldes de la región fueron derrotados, pero se
rebelaron nuevamente en 1526, según lo anota Fuentes y Guzmán. Robert Carmack
afirma que la confederación sacatepéquez era muy débil. Los mensajeros que se
enviaban de un pueblo a otro eran sacrificados, y la gente común traicionaba a sus
propios señores en demostración de apoyo a los españoles. Fuentes y Guzmán ofrece la
única descripción de una batalla decisiva en Sacatepéquez, en el sitio llamado Ucubil.
Supuestamente la información la tomó de una relación titulada `Notas sobre la
conquista de Sacatepéquez', escrita por un soldado del ejército de Alvarado, pero sin
apoyo en ninguna otra relación, por lo cual no se ha tomado en cuenta en este ensayo.
En 1524, durante los levantamientos de la región, Bernal Díaz del Castillo atravesó el
territorio, en su viaje de regreso a México con el Capitán Luis Marín. Posteriormente
Bernal se convirtió en uno de los principales encomenderos de la región cakchiquel de
Sacatepéquez, pero ello no fue sino hasta después de 1542.

Mientras tanto, Jorge de Alvarado rastreó el área de Chimaltenango en busca de los


reyes cakchiqueles de Iximché, Sinacán y Sacachul. A pesar de la derrota de este
capitán español por las fuerzas indígenas, los dos gobernantes cakchiqueles
permanecieron escondidos hasta 1530. En esta fecha, junto con otros señores de los
suyos, se rindieron a Pedro de Alvarado. Inicialmente éste los dejó en libertad, pero
luego, en 1540, ordenó que ambos señores fueran ahorcados. Cien años después
Thomas Gage describió a los cakchiqueles de Sacatepéquez como particularmente
valientes y más difíciles de controlar que cualquiera de los otros grupos indígenas.

Durante el extenso período de revueltas cakchiqueles, en 1526, Alvarado abandonó la


primera capital de Santiago en Iximché y, después de reanudar la guerra con los
cakchiqueles en la región de Chimaltenango, se fundó la segunda capital española en
Almolonga, el 22 de noviembre de 1527. Kramer apunta que la situación en Almolonga
se estabilizó después de marzo de 1528, cuando se ejerció mayor presión sobre los
vecinos españoles para que se asentaran en el poblado. De 1527 a 1529 Jorge de
Alvarado concedió una serie de encomiendas controversiales, algunas de las cuales
fueron posteriormente modificadas por su hermano Pedro. Kramer ha reconstruido la
historia de las primeras encomiendas otorgadas por Jorge de Alvarado, algunas de las
cuales fueron de poblados cakchiqueles. Chimaltenango probablemente se concedió a
Antonio de Ortiz de Alvarado antes de 1530, y Ortiz continuaba en posesión de ella en
1549. Comalapa fue concedida a Ignacio de Bobadilla en 1528, pero tal concesión fue
anulada en 1530 por Pedro de Alvarado. Jocotenango y Acatenango fueron cedidas a
Diego Sánchez de Ortega antes de 1531, y éste las conservó hasta su muerte a principios
de la década de 1540. San Martín Jilotepeque fue cedida a Bartolomé Núñez antes de
1531, y allí fue asesinado ese mismo año.

En 1529 Francisco de Orduña fue nombrado Visitador y Gobernador de Guatemala, y


fue autorizado para llevar a cabo Juicios de Residencia contra Pedro de Alvarado y los
otros miembros de su gobierno. Orduña no fue ni un reformador ni un protector de los
indios. Algunas ordenanzas emitidas durante su administración eran aparentemente
favorables a los indígenas, pero nunca se aplicaron. Kramer afirma que Orduña hizo
ajustes en las concesiones de encomiendas, y asignó así a otras personas algunas que
habían estado en manos de los hermanos Alvarado. Posteriormente el mismo Pedro de
Alvarado revisó muchas de las decisiones de Orduña, y las concesiones de éste, por lo
tanto, no tuvieron un impacto duradero en la región.

La mitad de la encomienda de Comalapa, probablemente otorgada por Orduña a Luis de


Soto, la rescató Pedro de Alvarado con posterioridad a abril de 1530. Después de agosto
de 1529, Orduña cedió el pueblo cakchiquel de Sacatepéquez a Gutierre de Robles, con
el objeto de reponerle otro pueblo que se le había quitado. En 1531, Pedro de Alvarado
anuló dicha concesión y le dio Sacatepéquez a unos `recién llegados'. Según parece, uno
de éstos era Francisco Ximénez, a quien le fue cedido Sacatepéquez en 1530 ó 1531.
Los tepemias, población cercana al pueblo de San Pedro Sacatepéquez y que luego pasó
a formar parte de éste cuando se hizo la reducción durante las décadas de 1540 y 1550,
fue concedida por Pedro de Alvarado, en 1530, a Diego Díaz, que la conservó hasta
1549 y luego la pasó a su heredero. Entre 1535 y 1544 se sucedieron varios
gobernadores, ninguno de los cuales hizo distribución de encomiendas en gran escala, o
cambios profundos en las ya otorgadas.

Las últimas dos décadas anteriores a la Conquista fueron de caos, agitación y


consolidación en la región cakchiquel, lo mismo que en casi todo el territorio de la
actual Guatemala. A diferencia de la conquista del gran imperio mexica, los españoles
en Guatemala se vieron forzados a enfrentar a muchos grupos no aliados como los
pokomames, kekchíes, chortíes, mames, ixiles, etcétera, que lucharon
independientemente. Por lo tanto, la conquista de la región fue más prolongada, y
algunas áreas de Guatemala, como el lacandón y el chol, no pudieron ser puestas bajo el
efectivo control español.

A pesar del gran número de indios muertos como resultado de la guerra o por las
epidemias, había suficiente mano de obra. Los relatos de los nativos acerca de este
período describen capturas arbitrarias y movimientos forzados de población, casos de
indígenas forzados a trabajar en regiones que les eran desconocidas e inhóspitas, y el
estado de anarquía e inseguridad en todo el país, que hacían peligrosos tales
movimientos de población. La cultura, la agricultura y el comercio de los nativos fueron
totalmente desarticulados. Algunos españoles se resistían a asentarse, reñían
constantemente entre ellos mismos, y organizaban nuevas incursiones a los territorios
no pacificados. Se obligaba a los hombres indígenas a ir como auxiliares de los
españoles en las campañas militares, o se les vendía como esclavos; mientras sus
mujeres e hijos se quedaban solos y expuestos a muchos riesgos en sus aldeas nativas.

La esclavitud fue realmente la peor forma de abuso contra los indios. Éstos eran usados
en el Reino de Guatemala como tamemes (cargadores humanos) y como naborías.
Trabajaban para los españoles, aunque no siempre a tiempo completo, como sirvientes
dedicados a oficios domésticos; eran legalmente libres, pero habían sido arrancados de
sus propias tierras y asignados a otras comunidades específicas, como en el caso de los
indios de las encomiendas, y, por `carecer de raíces', rápidamente caían bajo el control
español. En consecuencia, fueron considerados como una categoría separada, aunque
realizaban muchas de las tareas a que estaban obligados los indios de las encomiendas.
Con frecuencia los naborías eran usados por los españoles como criados personales. La
mano de obra forzada se extendía a las mujeres y también a los niños. Murdo MacLeod
ha sintetizado acertadamente las principales tendencias de estas dos primeras décadas:

El capital necesario para todas estas empresas [de los


conquistadores] se produjo merced a una manipulación
despiadada de funcionarios asalariados, encomiendas,
esclavos, exportación de esclavos, oro, plata y soldados
españoles... La visión que emerge es una de concesiones,
invalidaciones y reconcesiones sobre encomiendas, títulos
de tierra y otros privilegios; ésta era una sociedad
crónicamente inestable y habría de permanecer así mientras
estuviera bajo la dominación de esa primera generación de
conquistadores empresarios.

Aun en estas dos décadas turbulentas comenzaron a perfilarse algunos patrones


importantes. Por doquier la población indígena disminuyó considerablemente. Varios
factores concurrieron de modo simultáneo: las guerras de conquista y las escaramuzas
entre los conquistadores; el exceso de trabajo en el lavado de oro; las exorbitantes
demandas españolas en concepto de tributo y trabajo; las irregularidades en el
abastecimiento de alimentos y el desorden en el sistema de mercados por las
migraciones forzosas y las privaciones; la rápida desarticulación de la cultura nativa.

Los defensores de los indígenas, como el dominico Fray Bartolomé de Las Casas,
realizaron incansables campañas para proteger a los indios. Ello les hizo objeto del odio
de sus conciudadanos, quienes los veían como una seria amenaza para la existencia
misma de la sociedad colonial. Las Leyes Nuevas (1542-1543), por medio de las cuales
la Corona abolió la esclavitud de los indios y trató de reducir el sistema de encomienda,
fueron recibidas con gran animadversión por los encomenderos de Guatemala, y ello
retardó la ejecución de las reformas humanitarias. La misma legislación creó una
Audiencia real (la Audiencia de los Confines en Gracias a Dios, Honduras), para
facilitar la administración en el Reino de Guatemala. Su primer Presidente fue Alonso
de Maldonado (1542-1548), que contó con la simpatía de los encomenderos porque
introdujo sólo reformas mínimas. La Corona comprobó la situación trágica y
económicamente desastrosa en que se hallaban los indígenas, y envió entonces a Alonso
López de Cerrato (1548-1555) en sustitución de Maldonado. A aquél le tocó aplicar en
Guatemala las Leyes Nuevas.

Período Inicial: 1544-1700


Cerrato alarmó a los colonizadores por su determinación en cuanto a impulsar las
reformas contenidas en las Leyes Nuevas, de las cuales la más importante se refería a la
liberación de los esclavos indígenas. Muchos de éstos (cakchiqueles, quichés y
mexicanos) se asentaron en poblados alrededor de Santiago de Guatemala, como
Jocotenango y Almolonga. Cerrato acusó a varios de los anteriores administradores y
jueces de cometer algunos de los peores abusos pero, infortunadamente, por la falta de
funcionarios calificados, se vio forzado a nombrar de nuevo a muchos de ellos. Más
estorbado que apoyado por los apáticos administradores bajo su mando, llevó a cabo sus
reformas sin ninguna colaboración. Los historiadores del período colonial difieren en
sus juicios en cuanto a los efectos a largo plazo de las reformas de Cerrato porque
muchas fueron invalidadas por funcionarios posteriores. Sin embargo, queda claro que
durante la estadía de Cerrato en Guatemala, en el último de sus puestos administrativos,
los indios cakchiqueles lo tuvieron como un funcionario que trató de aliviar su
situación. En el Memorial de Sololá se hace constar que Cerrato condenó a españoles,
liberó esclavos, redujo los impuestos a la mitad, suspendió la mano de obra forzada,
hizo que los españoles pagaran el trabajo de los indígenas, y en general gobernó con
justicia.

En la región cakchiquel, la esclavitud fue el sistema de trabajo que mejor se ajustó a la


producción de las primeras décadas. Las empresas españolas requerían una enorme
cantidad de fuerza de trabajo desplazable, destinada a asegurar grandes ganancias. En
1548 ya no había mucha mano de obra forzada, ya que la mitad de la población indígena
había sucumbido ante las epidemias. También en 1548 la mayoría de minas de oro y
plata habían sido abandonadas en favor de actividades agrícolas, para las cuales se
requería indígenas residentes fácilmente identificables, como fuente de trabajo. El
sistema de encomienda en la región cakchiquel, al igual que en otros lugares, tenía la
ventaja de proporcionar a los españoles el tributo y la mano de obra, mientras los indios
podían mantenerse con sus propias milpas.

En su intento por recuperar el control sobre la población indígena, la Corona ordenó que
los indios fueran reducidos a pueblos por miembros del clero regular, a fin de facilitar
una adecuada administración y la instrucción religiosa. La reducción de los
cakchiqueles fue completada por los franciscanos (en la zona occidental) y por los
dominicos (en la zona oriental) alrededor de 1550, y este deslinde de jurisdicción entre
las órdenes continuó a lo largo del período colonial temprano. La reducción de los
pueblos de los sacatepéquez en la región cakchiquel oriental (incluyendo parte de la
encomienda de Bernal Díaz del Castillo) proporciona un excelente ejemplo del proceso
general de concentrar a la población nativa, el cual está particularmente bien
documentado en la tasación de 1562. Además de ello, dicha tasación revela mucho
acerca de la forma en que fueron organizados los pueblos indígenas cakchiqueles.

En 1549, los diferentes asentamientos que congregaban a los sacatepéquez al parecer no


se habían constituido formalmente, pero en 1555 se usaban ya los dos nombres, San
Juan y San Pedro, lo cual sugiere que para entonces los dominicos habían completado la
congregación del área. En 1562 las poblaciones combinadas de San Juan y San Pedro
Sacatepéquez comprendían seis parcialidades, de las cuales cuando menos cuatro eran
las `viejas' poblaciones prehispánicas originales. Cada grupo, por separado, había vivido
en un pueblo o aldea que probablemente representaba la unidad residencial y de
tenencia de la tierra prehispánica, la denominada chinamit. San Juan estaba formado por
su población prehispánica original (los chajomá) y parte de la parcialidad de los
tepemias, la segunda población prehispánica del área en términos cuantitativos. San
Pedro estaba constituido por el resto de los tepemias, además de cuatro parcialidades
adicionales: Xenacoj, también una antigua población prehispánica; Tukuché, cuyos
integrantes posiblemente eran descendientes de los valerosos tukuchés de la rebelión de
Iximché; Chagüité, un remanente poblacional de las fuerzas de ocupación de los
cakchiqueles prehispánicos de Iximché, y cuyos miembros provenían de un
campamento militar de ese nombre cerca de Escuintla y los uspantecas (uspantekas),
descendientes de indígenas de Uspantán que habían sido esclavizados después del
levantamiento ocurrido allí en 1529 y reasentados en San Pedro después de haberse
prohibido la esclavitud de los naturales en 1549.
Sacatepéquez no era el asentamiento de un poderoso cacicazgo, comparado con Mixco,
Petapa y otros, durante el período colonial temprano. Sin embargo, con facilidad se
puede distinguir una jerarquía de funcionarios indígenas en la tasación de 1562 en los
pueblos de San Juan y San Pedro Sacatepéquez. El cacique indígena (jefe de linaje o de
parcialidad), cargo hereditario, era uno de los pobladores originales de San Juan (los
chajomá). Las otras parcialidades estaban dirigidas por los principales, con excepción
de los uspantecas, que no los tenían. Todos los funcionarios indígenas de San Juan y
San Pedro, inclusive el cacique y su hijo, se dedicaban a la agricultura de subsistencia.
No existe evidencia alguna de que el cacique recibiera tributo de sus súbditos, tuviera
esclavos, o gozara de privilegios especiales otorgados por la Corona española, excepto
el permiso de montar a caballo. Con base en las fuentes documentales se puede afirmar
que los caciques de Sacatepéquez eran bien conocidos por todos los pobladores. Como
individuos con posiciones hereditarias, dichos caciques, don Andrés y posteriormente su
hijo don Juan, nunca aparecieron registrados con apellidos, como se hacía en el caso de
los naturales que tenían los cargos rotativos de alcalde, regidor y alguacil establecidos
por los españoles.

Durante las décadas de 1540 y 1550, en San Juan y San Pedro Sacatepéquez, el cacique
o gobernador era la más alta autoridad en un pueblo indígena. En Guatemala, el
gobernador indígena, junto con el cura local y el corregidor español (quien tenía
jurisdicción sobre todos los pueblos indígenas de su corregimiento), ejercían un cierto
grado de poder administrativo y judicial. El gobernador indígena tenía poder para enviar
a prisión, azotar, multar y desterrar a quienes se tenía por merecedores de tales penas,
pero sólo el gobernador español podía ordenar la muerte de alguien en la horca o
descuartizado. El cacique también podía multar o apresar a un español por una noche,
pero raramente lo hacía por temor a represalias. El número de funcionarios menores
elegidos dependía de la cantidad de habitantes del pueblo, y los ocupantes de los cargos
eran escogidos por los mismos indios, en turnos por parcialidad (chinamit). El tributo
también se recogía por cada chinamit, de la misma manera como se había hecho en
tiempos prehispánicos. El período administrativo empezaba el día de Año Nuevo, y en
tal ocasión el funcionario español confirmaba las nuevas elecciones y arreglaba las
cuentas de la comunidad con los funcionarios del año anterior y el escribano del pueblo.
Por lo general, los escribanos servían durante muchos años porque eran muy pocos los
indios que sabían leer y escribir.

A finales de la década de 1540 y principios de la de 1550, se otorgaron títulos de tierras


comunales a los pueblos de indios, tierras que no podían ser vendidas o enajenadas en
forma alguna. Después de 1550 los colonizadores españoles empezaron a codiciar
dichas tierras, a medida que ellos se expandían desde la capital de Santiago en busca de
labores y otras empresas económicamente estables. Hasta 1559 la Audiencia sugirió que
los españoles se asentaran en las afueras de Sacatepéquez. Es posible que los pueblos
indígenas de San Juan y San Pedro hayan mantenido una considerable autonomía civil,
aunque siempre bajo la dirección religiosa de la Orden dominica. Ello duró hasta el
período comprendido entre 1559 y 1562, cuando los españoles empezaron a traspasar
los límites y adentrarse en la región. Sin embargo, mucha de la buena tierra permaneció
bajo el control de los pueblos indígenas hasta después de la Independencia en 1821.

Hablando en general, con base en su gran familiaridad con la región cakchiquel,


Francisco Ximénez describió el trabajo de los funcionarios municipales cakchiqueles
entre los extremos de una gama de variantes: desde ser poco estorbados por los
funcionarios españoles hasta ser totalmente dominados por éstos. Los alcaldes indígenas
no tenían poder absoluto. Los asuntos importantes se consultaban con los principales, se
discutían y se decidían las medidas apropiadas. El encargado de cada chinamit distribuía
las tareas y responsabilidades equitativamente entre los individuos de su jurisdicción, de
acuerdo con la capacidad de contribución de cada uno. Cada miembro de un chinamit
tomaba algún cargo, y todos los miembros compartían de igual manera tanto el trabajo
que tenían que realizar como las regalías correspondientes. No había excusa para
ninguno. Antes de empezar el nuevo año, los encargados del chinamit y los justicias se
reunían y nombraban a todos los titulares de los cargos para el año siguiente, incluyendo
a quienes estarían encargados de llevar agua y leña para la masa común, y de barrer la
plaza. Todo ello, escribió Ximénez, se realizaba de manera muy ordenada. Donde
gobernaban los funcionarios españoles (alcaldes mayores) los resultados no eran tan
buenos porque éstos estaban más preocupados por sus propios intereses y, al margen de
las ordenanzas reales, asignaban trabajo a quienes les ofrecían mayor beneficio. Pero en
aquellos asuntos que los alcaldes mayores no controlaban, se seguían los mismos
patrones indígenas en forma estricta, por lo cual Ximénez afirmaba que los españoles
tenían mucho que aprender de los indios.

El soborno y la corrupción excesivos, característicos de la burocracia colonial española,


quedaron demostrados en muchos documentos diferentes, inclusive las propias fuentes
cakchiqueles. De acuerdo con una costumbre bien establecida, los funcionarios
españoles cobraban, a los mismos pueblos indígenas que ellos visitaban, sus salarios y
viáticos, incluyendo los días de viaje. El dinero para dichos pagos se extraía de las arcas
de la comunidad antes del regreso de los visitantes. Gage hizo notar que dichos oficiales
hacían visitas innecesarias a los pueblos indígenas, simplemente para cobrar por los
servicios prestados en la visita. En realidad, tales personajes no tenían ningún gasto
cuando viajaban, puesto que todas sus necesidades, como las de cualquier viajero
español, eran satisfechas por los indios.

Las autoridades presionaban a los indígenas para que se casaran pronto y establecieran
así nuevas unidades familiares, que equivalían a nuevas fuentes de tributo. Gage indica
que los indios consideraban a un joven de 14 años y a una muchacha de 13 en edad de
casarse, pero también dice que él mismo, a pesar de sus protestas, debía obedecer las
órdenes de sus superiores y casar a jóvenes de apenas 12 años. Los funcionarios
indígenas también solían hurtar a expensas de su propia gente tanto con el objeto de
satisfacer las exigencias del recolector de tributos como en función de sus propios
deseos de ganancia personal. Los escribanos del pueblo, casi los únicos miembros
letrados de su comunidad, servían durante largos períodos y podían fácilmente alterar
los registros a su cargo. Ellos estaban en una posición que les permitía manipular el
dinero y las asignaciones de mano de obra en su propio beneficio, ya fuera en forma
individual o en componenda con los alcaldes, alguaciles y regidores.

En realidad, hubo muchos problemas en torno al sistema de las reducciones. Los


encargados españoles del cambio cultural dirigido en la región cakchiquel, como en
otras partes de Hispanoamérica, no tuvieron éxito en cuanto a imponer la forma pura de
la fe católica romana ortodoxa, ni en relación con los procedimientos ordenados para el
cobro del tributo, ni en cuanto al trazo ideal de los pueblos que ellos habían concebido
originalmente. Si bien los indios aceptaron el bautismo cristiano, su religión fue una
síntesis de las creencias prehispánicas y las católicas que les fueron impuestas. Los
santos católicos fueron convertidos en personificaciones de los antiguos dioses paganos,
por ejemplo los de la lluvia y la fertilidad. El culto a los santos llegó a asociarse con el
calendario indígena de 260 días (tzolkín) y se mantuvo la práctica de los sacrificios a los
antiguos ídolos, así como las danzas y dramas religiosos prehispánicos.

Después de 1630, Gage observó que las iglesias cakchiqueles de Sacatepéquez eran
`excesivamente ricas', y también criticó a la Iglesia por sus prácticas opresivas e
ilegítimas, como la imposición de donaciones en dinero, miel, huevos, aves de corral,
pescado, candelas y cacao en ocasiones especiales como la Pascua Florida. Una de las
fuentes de riqueza de los pueblos de Sacatepéquez era la venta y alquiler de las raras
plumas de quetzal, usadas en los ornamentos para las danzas durante las fiestas. Dichas
plumas eran suministradas por la familia de los anteriores caciques cakchiqueles (los
Pirir), quienes vivían cerca del Río Motagua. Antes de 1630 se les prohibió a los indios
realizar danzas religiosas prehispánicas en los días de las fiestas católicas principales,
como el Corpus Christi y las Pascuas de fin de año, en las cuales tradicionalmente se
usaban máscaras, tambores y costosos atuendos cubiertos con plumas de quetzal.

La religión indígena fue combatida por los frailes españoles durante todo el período
colonial temprano. Thomas Gage fue violentamente agredido en 1635 por destruir
públicamente en una iglesia un ídolo que había encontrado en una cueva a medio
camino entre el pueblo pokomam de Mixco y la población cakchiquel de San Juan
Sacatepéquez. Treinta años más tarde, otro sacerdote de Mixco se vio forzado a salir
precipitadamente hacia Santiago, pues estuvo a punto de que lo mataran por haber
prohibido una celebración pública durante un eclipse de luna. En otra ocasión, un ídolo
que fue lanzado en un profundo barranco reapareció misteriosamente, hasta que por fin
fue destruido por los españoles.

Un gran número de indios huyó hacia las montañas en toda la región cakchiquel para
escapar de la opresión española. Allí revivieron su antigua religión y se las ingeniaron
para evitar su captura durante largos períodos. Los que se quedaban en los pueblos
congregados, o sea en las reducciones, se quejaban amargamente porque se les obligaba
a pagar el tributo y los impuestos de aquellos que habían huido. Las malas cosechas o
las enfermedades impedían a los indios pagar a tiempo, o pagar del todo, sus tributos e
impuestos. Las tasaciones debían actualizarse periódicamente, pero ello raramente se
hacía, por lo cual los indios también tenían que pagar el tributo de los fallecidos.

Al emprenderse la reducción, las casas de los indios, situadas en los antiguos


asentamientos dispersos, con frecuencia se quemaron, a fin de evitar que volvieran a ser
habitadas, pero los agricultores nativos siguieron cultivando sus antiguas milpas. Los
funcionarios españoles se vieron obligados a solicitar que se redujera nuevamente a
unos indios en los confines del pueblo de San Lucas Sacatepéquez. Pero éstos
demostraron tal tenacidad en cuanto a regresar a sus tierras ancestrales que el plan ideal
de las reducciones en toda la región se modificó gradualmente, teniéndose que aceptar
un regreso parcial a los patrones prehispánicos de asentamiento. Las reducciones más
grandes (`cabeceras de doctrina') dieron lugar a la formación de aldeas circundantes
(`pueblos sujetos') las cuales eran visitadas periódicamente por los frailes y párrocos.
Una ojeada a la Geografía Histórica de la Nueva España de Peter Gerhard, o a la
reconstrucción que hizo W. George Lovell de la administración eclesiástica en la Sierra
de los Cuchumatanes, inmediatamente hace recordar la descripción de Fray Francisco
Ximénez sobre el patrón de asentamiento prehispánico, el amak (del cakchiquel am,
`araña'), que tenía una forma de araña con las patas extendidas en todas direcciones.
Muchos indios cakchiqueles escapaban de la reducción y huían a caseríos dispersos (a
los que llamaban pajuides) en las montañas. Un famoso refugio llamado Pajuyú, que
contaba con una extensa población indígena al oeste de San Juan Sacatepéquez, fue
descrito a fines del siglo XVII por Fuentes y Guzmán. La ubicación coincide con la del
actual barranco del Río Tapanal, que corre unos dos kilómetros en el perímetro de la
actual población de San Juan y sigue hacia el noroeste en un territorio quebrado hasta
unirse con el Río Pixcayá. Los anteriores caciques cakchiqueles (los Pirir) vivían a unos
dos kilómetros de la intersección de los ríos Tapanal y Pixcayá, lo cual proporciona una
buena base para la identificación de esta región como el popular refugio llamado
Pajuyú. En la actualidad la palabra Pajuyú se refiere a la región entera que bordea los
ríos Motagua y Pixcayá, hacia el norte y noroeste. La misma estaba tan alejada que los
indios cakchiqueles de Sacatepéquez podían evadir el control colonial, sin salir de sus
territorios ancestrales. Allí, según los españoles, los indios se entregaban a muchos
vicios, como el consumo de la chicha, que producía, según los frailes, un alto grado de
alcoholismo.

En 1705 el cronista Francisco Vázquez se refirió a la continua idolatría y magia que se


practicaban en el Pajuyú de Chinautla. Posteriormente, alrededor de 1770, Cortés y
Larraz describió la misma área montañosa quebrada, `al norte' de San Juan
Sacatepéquez, como la región donde gran número de indios de Santo Domingo
Xenacoj, San Juan y Chinautla vivían dispersos y entremezclados en los montes, libres
completamente del control de la Iglesia y del Estado. Obviamente San Juan no era el
único poblado donde los indios vivían dispersos en las montañas, pero los pajuides de
San Juan ciertamente presentaban las peores condiciones.

Durante el período colonial temprano, los pueblos de indios no eran entidades


propiamente aborígenes, a pesar de la supervivencia de algunos patrones prehispánicos
de organización social. La Corona había conseguido romper la base del poder
prehispánico y asegurar la separación y fragmentación de las jurisdicciones resultantes.
Los señoríos nativos fueron reemplazados por muchos pequeños territorios, y el poder
de las autoridades indígenas en estos pueblos y villas se reducía al nivel local. La
nobleza indígena más elevada fue mediatizada por el gobierno colonial, principalmente
al permitirle retener ciertos privilegios, y la adquisición de propiedades y pensiones,
pero al mismo tiempo fue privada del poder real. La conversión de los principales
caciques y señores indígenas al cristianismo los fue separando de su herencia
prehispánica. La nobleza indígena restante (los caciques menores y los principales)
supervisaban las comunidades indígenas locales, en donde se veían forzados a llevar la
no envidiable función de mediadores entre los conquistadores y los conquistados.

A lo largo de la primera parte de la Colonia las comunidades indígenas, por lo general


con el apoyo de sus encomenderos, iniciaban disputas legales con los pueblos vecinos
sobre límites territoriales. En dichos litigios incluían títulos de tierra que habían sido
escritos poco después de la Conquista, los cuales, con base en la historia oral,
especificaban la extensión de sus territorios nativos. Uno de tales documentos,
elaborado en 1555 por los líderes de la rama Chajomá de los cakchiqueles, cuyos
miembros vivían en San Martín Jilotepeque, se usó como evidencia en 1689 en una
disputa de tierras entre San Martín y Santo Domingo Xenacoj. Una disputa similar, que
empezó en 1573, posteriormente involucró en 1617 a los herederos del encomendero
español Bernal Díaz del Castillo en una defensa de los cakchiqueles de San Pedro
Sacatepéquez, en contra de los residentes del vecino pueblo de Mixco. Se trató de un
largo litigio sobre tierras situadas en la vecindad del actual San Pedro Ayampuc.

En resumen, los principales factores que influyeron en la transformación de las


comunidades indígenas en entidades coloniales fueron: el drástico decrecimiento de la
población; la reducción a poblados; las nuevas instituciones civiles y religiosas; el
reconocimiento de derechos comunales a las unidades surgidas como pueblos en lugar
del control que ejercían los linajes sobre las tierras y los recursos; la imposición de
tributos e impuestos en favor de la Corona, los encomenderos y algunos caciques
nativos reconocidos; y finalmente la mano de obra obligatoria para proyectos públicos.
Junto con la organización de una Iglesia dominante y con cargos conectados
ritualmente, surgió la jerarquía cívico-religiosa, caracterizada por la alternancia de los
cargos civiles y religiosos. Por medio de la jerarquía cívico-religiosa los pueblos
indígenas pudieron ejercer un grado significativo de autogobierno local, que incluía el
derecho a utilizar el sistema legal español para defender las tierras comunales.

Encomienda
Después de la muerte de Pedro de Alvarado en 1541, es más fácil trazar la existencia de
la encomienda en la región cakchiquel, pero la reconstrucción etnohistórica para dicha
región en esa fecha es bastante irregular. La información más detallada sobre las
encomiendas cakchiqueles proviene de un ensayo acerca de una de Chimaltenango del
siglo XVII, y de una considerable cantidad de material documental sobre otra de
Sacatepéquez, de la cual fueron titulares primero el soldado-cronista Bernal Díaz del
Castillo y luego sus herederos.

La encomienda de Sacatepéquez

Según Kramer, los diversos pueblos de Sacatepéquez pertenecieron primero a Pedro de


Alvarado. Después de agosto de 1529, el Gobernador Orduña cedió la región a Gutierre
de Robles, pero esta concesión fue anulada por Pedro de Alvarado en 1531, quien la
entregó a los `recién llegados'. Uno de estos `recién llegados' era Francisco Ximénez, a
quien le fue otorgado Sacatepéquez en 1530 ó 1531. Los tepemias, uno de los pueblos
sacatepéquez, fueron entregados a Diego Díaz en 1530, quien los mantuvo hasta 1549,
cuando los pasó a sus herederos.

En 1540 Bernal Díaz del Castillo, quien se convirtió en el encomendero más famoso de
Sacatepéquez, seguía siendo residente (vecino) de Espíritu Santo, México, pero a la
sazón se hallaba en España con el propósito de asegurar en su favor algunas
encomiendas para resarcirse así por tres pueblos que le habían quitado en México y
Chiapas. Por medio de una carta de junio de 1540, el Rey ordenó a Pedro de Alvarado
que se otorgara a Bernal Díaz del Castillo una encomienda, en la Provincia de
Guatemala, con un valor equivalente a los pueblos de que se le había despojado. En
1541, antes de que Díaz regresara a Guatemala, Alvarado había muerto en México y su
viuda había perecido en la inundación que destruyó la capital, localizada entonces en
Almolonga. Infortunadamente, la cédula real por la cual se concedió a Bernal Díaz la
encomienda de Sacatepéquez no ha aparecido todavía, pero Herbert Cerwin sitúa la
concesión a principios del período en que Maldonado actuaba como Gobernador, lo que
quiere decir una fecha más cercana a 1542 que a 1548.

Los pueblos de tierra alta de los sacatepéquez (correspondientes al área de las actuales
comunidades de San Juan Sacatepéquez, San Raimundo, San Pedro Sacatepéquez y
Santo Domingo Xenacoj) formaban el segmento más productivo de la encomienda de
Díaz del Castillo. El cronista también tenía otros pueblos y partes de pueblos en la
Costa del Pacífico, donde se producía cacao. Estos pueblos de la Costa, a pesar del valor
del cacao, proporcionaban a Díaz menos ingresos que su encomienda de Sacatepéquez.

La información detallada más antigua respecto de los pueblos sacatepéquez que


permanecían aún sin ser reducidos proviene de una tasación de abril de 1549, en el cual
se enumeran los tributos en especie (productos agrícolas) y en mano de obra que se
adeudaban al encomendero Bernal Díaz. Dos veces al año, los pueblos de los
sacatepéquez pagaban cantidades de maíz, frijol, trigo, gallinas de Castilla, miel, chiles
(ají) y huevos, y proporcionaban el servicio personal de 20 indios para la residencia del
encomendero en la capital. En septiembre de 1549 fue suprimido el servicio personal
por el Presidente López de Cerrato y sustituido por una cantidad equivalente en dinero.

La información más extensa sobre los indios de la encomienda de Bernal Díaz data de
1560-1562. En el censo de 1562 se estableció una población total de 2,659 para San
Juan y San Pedro, con 723 hombres casados como cabezas de familia (tributarios), a
quienes la Corona española les cobraba impuestos legalmente. De los 386 tributarios de
San Pedro y 337 de San Juan, sólo 53 (sin contar 40 sacristanes de iglesia) tenían
ocupaciones especializadas, como carpintería, recolección de miel y crianza de gallinas.
Casi todos los hombres, sin importar su ocupación, estaban dedicados a la agricultura de
subsistencia, cultivaban maíz y frijol y criaban pollos. Sólo tres individuos se dedicaban
a tiempo completo a trabajos especializados y no cultivaban la tierra: un vendedor de
miel con 15 colmenas, un carpintero y un sacristán de iglesia que solamente criaba
pollos.

Había diversas categorías de individuos (un total de 307 personas) exentas del pago de
tributos al encomendero español. Entre tales categorías se contaba la de los ancianos,
quienes estaban eximidos por su avanzada edad o por enfermedad. Los teopantlacas de
iglesia (sacristanes, cocineros, panaderos, jardineros) y los jóvenes que hacían los
mandados estaban exentos de pagar tributos porque se consideraba que con sus tareas
cumplían dicha obligación. El teopantlaca de más alto rango (llamado `fiscal') era un
indio que sabía leer y escribir, y quien normalmente ayudaba en la educación religiosa y
se hacía cargo de la música de la iglesia. Los teopantlacas estaban exentos del pago del
tributo, por lo cual cada iglesia tenía más trabajadores indígenas de los necesarios, y su
número se reducía constantemente de modo coercitivo por los funcionarios españoles.
Las viudas formaban una categoría exenta de pagar el tributo completo, pero los viudos
seguían pagándolo. Estos últimos por lo general no permanecían por mucho tiempo sin
casarse, pues así lo demandaba una sociedad en la cual el trabajo doméstico de una
mujer era prácticamente esencial.

El dignatario indígena de más alto rango en Sacatepéquez, el cacique, pertenecía al


pueblo de San Juan y era chajomá, miembro de la mayor y más prominente parcialidad
prehispánica en Sacatepéquez. Cada una de las otras parcialidades estaba regida por un
líder indígena de menor rango, un principal, con excepción de los uspantecas, una
población llegada más tarde que había sido liberada de la esclavitud y que al parecer no
contaba con un principal que la representara. Se requería que cada pueblo indígena
cultivara determinada porción de tierra comunal, de donde se pagaban los tributos y se
cubrían los gastos comunales adicionales. Dicha área era conocida como milpa de
comunidad, y en ella por lo general se sembraba maíz, o con mucho menos frecuencia
trigo, que fue introducido por los españoles. Durante 1561 el pueblo de San Juan
compró 24 cerdos por un precio total de 50 tostones. Estos animales se mantenían en el
pasto comunal (estancia) destinado al ganado menor, localizado cerca de la hacienda de
trigo del español Hernando de Casoverde. La comunidad también pagó 140 tostones por
14 yeguas, que eran cuidadas junto con un caballo que pertenecía a Bernal Díaz,
probablemente con propósitos de reproducción.

Un ingreso adicional de la comunidad provenía de los trabajos en la calera (horno de


cal) de San Pedro. La información etnográfica conocida indica que la cal se usaba todos
los días en los hogares indígenas para suavizar la cascarilla de los granos del maíz y
también como veneno para los peces y para blanquear las paredes. Durante la primera
etapa del período colonial, la mayor parte de la cal producida en San Pedro se vendió al
gran convento de Santo Domingo, en Santiago de Guatemala. Por otro lado, la gente de
la misma comunidad gastaba la mayor parte del ingreso proveniente de la venta de cal
en artículos que se usaban en la iglesia (candelas, aceite, hábitos y ornamentos de plata)
y que se compraban en el mismo convento. En San Pedro también se fabricaban adobes,
que en alguna ocasión se vendieron a Bernal Díaz del Castillo para terminar la
construcción de una pequeña casa localizada en sus tierras de cultivo.

En 1562, como lo había hecho en 1549, Bernal Díaz del Castillo cobraba el tributo de su
encomienda de Sacatepéquez en especie. Recibía maíz, frijol, chile, trigo, gallinas de
Castilla, `gallinas de la tierra' y dinero. En la misma forma se pagaban las
correspondientes contribuciones a la Iglesia. El ingreso que Bernal Díaz recibía de su
encomienda de Sacatepéquez variaba ligeramente según el número de tributarios que
aparecía en la tasación actualizada de cada pueblo. El rendimiento anual de la
encomienda de Sacatepéquez de Bernal Díaz, sin embargo, podía muy bien estimarse en
más de 7,400 tostones que se recibían en efectivo, por lo cual se consideraba una buena
encomienda. Pese al alto valor del cacao, inclusive en pequeñas cantidades, es casi
seguro que la mayor parte de los ingresos de Bernal Díaz provenía de la encomienda de
Sacatepéquez y no de sus pueblos de la Bocacosta. Cerwin estima que en 1549 el cacao
de estas tierras de la Bocacosta rendía solamente 2,000 reales (500 tostones).

En 1562 Díaz del Castillo tenía una gran familia (esposa y ocho hijos), mantenía en
Santiago una residencia totalmente equipada y con la servidumbre correspondiente, y
había desempeñado una diversidad de cargos en el Concejo de la ciudad. Sin embargo,
al igual que muchos otros españoles, vivía por encima de sus ingresos reales, y pedía
dinero en préstamo en vez de reducir sus gastos cuando bajaban sus ingresos. En 1568
seguramente estaba muy endeudado y pudo haber intentado manipular el sistema legal
español al tratar que su hijo y heredero iniciara un litigio en su contra. Lo que se
demuestra documentalmente es que los ingresos de una buena encomienda no impedían
que siempre estuviera escaso de dinero y que regularmente pidiera prestado de los
fondos de comunidad de los pueblos de su encomienda.

En la segunda mitad del siglo XVI se fundaron los otros dos pueblos de Sacatepéquez
en el territorio que abarcaba la encomienda de Bernal Díaz. San Juan tenía al norte un
asentamiento llamado San Raimundo Las Casillas, establecido por el cronista en alguna
fecha entre su arribo a Guatemala y su muerte en 1584. Los documentos sobre tierras se
refieren a dicho asentamiento, dependiente de San Juan, como la `estancia de las casillas
de los indios de San Juan'. En el tiempo en que vivió Bernal Díaz esta aldea parece
haber estado localizada al suroeste del actual San Raimundo. Según Ximénez, este
pueblo fue fundado formalmente en una época posterior, alrededor de 1610, por el
dominico Fray Víctor de Carbajal. De éste se dice que trasladó a los residentes locales y
a un número adicional de indios recalcitrantes sacados de los pajuides, al actual pueblo
de San Raimundo en el camino a la Verapaz.

Citando a Antonio de Remesal, otro cronista dominico, Ximénez describió la fundación,


similar pero más dramática que la de San Raimundo, de Santo Domingo Xenacoj, que
surgió como un vástago de San Pedro. El pueblo fue fundado por Fray Benito de
Villacañas, alrededor de 1580, después de haberse enterado que cierto español intentaba
apropiarse de las tierras pertenecientes a los indios de San Pedro. A falta de otra forma
de defender la tierra, el fraile tomó parte de la población de San Pedro y la trasladó de
inmediato, con suficientes materiales para construir casas y una iglesia. En una noche
construyeron un templo completo con su campanario, y viviendas para los pobladores.
Cuando el español aludido llegó al lugar a la mañana siguiente, se encontró con un
pueblo construido en el sitio que él había declarado como despoblado. Desde ese
momento Xenacoj creció tan rápidamente que el pueblo de San Pedro, del cual provenía
la gente, declinó en población, y en la época de Ximénez había casi tantos pobladores
en Xenacoj como en San Pedro. El mismo fraile edificó la iglesia formal de Xenacoj
(inaugurada el 15 de septiembre de 1604), para lo cual tomó como modelo la de San
Pedro, cuya construcción también había supervisado.

Bernal Díaz del Castillo murió en 1584 y su encomienda pasó a su hijo mayor y
heredero, Francisco Díaz del Castillo. Éste había ocupado varios cargos en el gobierno,
como los de Corregidor de Totonicapán, Quezaltenango, Zapotitlán, Samayac y
Suchitepéquez, y había llevado a cabo comisiones reales, incluyendo una inspección
judicial en relación con las funciones de Juan de la Cueva, Gobernador de Soconusco.
También sirvió como Segundo Lugarteniente (Alférez) en una acción militar en defensa
del puerto de Acajutla en el Pacífico, con un destacamento enviado desde la ciudad de
Santiago.

Francisco Díaz fue descrito por un contemporáneo suyo como un hidalgo, el rango
social más alto que se podía adjudicar a los conquistadores. Según referencias
testimoniales, el ingreso de la encomienda de Francisco Díaz se calculaba entre 5,000 y
6,000 tostones anuales (el tostón equivalía a cuatro reales), y sus coetáneos españoles
consideraban que sus pueblos de encomienda eran muy buenos. Contrajo matrimonio
dos veces y tuvo 10 hijos. En Santiago mantenía una casa con sirvientes, caballos y
armas, y era considerado hombre honorable, prominente ciudadano y `persona muy
cristiana'. Además de regidor y encomendero, también era hacendado y comerciante.

En 1608 y 1609 Francisco Díaz solicitó a la Corona que se extendiera su encomienda en


favor de sus herederos hasta la tercera generación. En dicha petición reiteró que era hijo
de Bernal Díaz y nieto de Bartolomé Becerra por el lado materno. De ambos decía que
habían sido residentes y regidores de la ciudad de Santiago y descubridores y
conquistadores de la Provincia de Guatemala. La solicitud fue denegada, a pesar de las
apelaciones correspondientes y no obstante haber hecho expresa mención de la historia
de la Conquista escrita por Bernal Díaz, cuyo texto él tenía en su poder. Francisco Díaz
del Castillo murió el 10 de febrero de 1613, y su encomienda completa (San Juan
Sacatepéquez, San Pedro Sacatepéquez y Santo Domingo Xenacoj, en el Altiplano, y
los pueblos de Guanagazapa, Tepeaco y Amistán en las tierras bajas de la Costa del
Pacífico) pasó a Pedro de Aguilar Laso de la Vega. A éste también le fue reconocido el
derecho de requerir más indios en encomienda con base en los servicios prestados a la
Corona, y porque además había descrito la encomienda de Sacatepéquez como `pobre y
de poco valor', en referencia sin duda al rendimiento de la misma.

La encomienda pasó al hijo de Aguilar, Francisco Antonio Aguilar de la Cueva, y


cuando éste murió, parte de la misma pasó a su viuda, doña Inés Francisca de Aguilar y
Galindo. A la muerte de ella, en 1690, lo que quedaba de la encomienda original de
Bernal Díaz del Castillo volvió a la Corona, y la renta correspondiente se destinó al
mantenimiento de las fortificaciones en la Capitanía General.

La encomienda de Chimaltenango

Sólo se tiene información fragmentaria acerca de la encomienda de Chimaltenango


antes de 1680. Sin embargo, con anterioridad a 1530, Pedro de Alvarado la había
concedido a Antonio de Ortiz. Éste fue desposeído de la misma por un breve tiempo,
pero en 1549 la tenía de nuevo en su poder. En un artículo sobre el funcionamiento de
esta encomienda, Lesley Simpson afirma que en 1549 estaba en manos de Antonio
Ruiz. En ocasión de la famosa visita hecha en 1549 por los licenciados Ramírez, Cerrato
y Rogel con el propósito de reducir el tributo en vista del decrecimiento de la población
nativa, el número de los indígenas de esta encomienda era probablemente mucho mayor
que el total de 12,000 habitantes calculado para la misma encomienda en 1690. La
disparidad de las cifras resulta más extraña porque después del último año citado había
ocurrido un nuevo descenso en la población indígena. Aun cuando las cifras de
población no aparecen registradas en la visita mencionada, el tributo pagado por la
encomienda en 1549 indica que ésta era muy productiva.

La población indígena estaba obligada a cultivar anualmente cantidades iguales de maíz


y de trigo, y a transportar estos productos a Chimaltenango para su almacenamiento.
Los indígenas pagaban cada año un tributo adicional en especie, para lo cual se usaban
productos como chile, frijol, miel, cántaros para miel, ollas y comales. Mensualmente
enviaban al encomendero cuatro xiquipiles de cacao y 30 gallinas de Castilla, y cada
semana tenían que entregar tres docenas de huevos y proveer 30 indios para el servicio
doméstico en la capital o para trabajar en la elaboración de ladrillos y tejas en El Tejar.

En el citado artículo de Simpson hay más información sobre la encomienda de


Chimaltenango a finales del siglo XVII. Don Luis Nieto de Silva heredó esta
encomienda de su madre, doña María Magdalena Ruiz de Contreras, Condesa de Alba,
después de la muerte de ésta en 1689. Doña María y su hijo fueron encomenderos
ausentes durante el período en que la encomienda declinó como institución, es decir,
cuando se convirtió en un simple método de proporcionar pensiones a los descendientes
de los conquistadores y de otros ciudadanos influyentes. Joseph de Aguilar Rebolledo,
vecino de Santiago, dejó una detallada cuenta sobre el funcionamiento de esta
encomienda de 1664 a 1689, período en el cual la tuvo a su cargo como administrador
residente. En dicho período la encomienda comprendía los pueblos de Santa Ana
Chimaltenango, San Sebastián El Tejar, San Pedro Aguatepeque y Santa María
Malacatepeque (dos pueblos situados en la ladera sur del Volcán de Fuego), Zacualpa
Espíritu Santo (en el actual Departamento del Quiché), y Santiago Zambo (en la vecina
Alcaldía de Suchitepéquez).

El más grande de estos poblados era Santa Ana Chimaltenango. Fuentes y Guzmán lo
describió como un centro impresionante, con elegantes casas localizadas en una bella y
tranquila planicie de suelos muy fértiles. Los 12,000 industriosos habitantes producían
en abundancia maíz, frijol y otros cultivos nativos, así como aves de corral. En las
relaciones del siglo XVII es notoria la falta de referencias sobre la introducción del trigo
por los españoles, no obstante que los indios ya cultivaban dicho cereal en 1549 para el
pago del tributo. Al igual que lo había sido en tiempos prehispánicos, Chimaltenango
era un importante mercado y rivalizaba con el de la capital española en cuanto a la
calidad y variedad de sus productos. En las cercanas aldeas indígenas de San Lorenzo,
San Sebastián y San Miguel El Tejar, los indios operaban un buen negocio en sus
fábricas de ladrillos y tejas donde se producían los mejores de estos artículos en los
alrededores de Santiago. También manufacturaban vasijas especiales (ollas de salineros)
usadas por los productores de sal que viajaban a las costas del Océano Pacífico, a fin de
atender esta actividad que demandaba una mano de obra intensiva. Parte de los pueblos
mencionados pertenecieron a Alvaro de Paz, que fue mayordomo de Pedro de Alvarado.

A partir de 1549, la encomienda de Chimaltenango pagaba un fuerte tributo en cacao


traído de sus tierras de la Costa, el cual tenía en España un precio cuatro veces mayor
que el que tenía en las colonias. La aludida cuenta detallada de Aguilar sobre sus años
como administrador, revela que las epidemias fueron particularmente devastadoras en
1667, y que fue necesario llamar a un curandero (un médico sin certificado que tenía
reconocimiento oficial) para tratar a los indios con purgantes (jarabes, lamedores,
cañafístula y tamarindo) así como con azúcar, que se recetaba contra las fiebres por sus
propiedades `refrescantes'. Entre 1673 y 1682, cuando se decretó el incremento de los
tributos, los indios fueron empujados hasta los límites de su capacidad de pago. En
1684-1686, a pesar de los enormes esfuerzos de Joseph Aguilar, los cuales incluían el
encarcelamiento frecuente de los funcionarios de los pueblos indígenas, no fue posible
recolectar el tributo. Los indios no pudieron entregarlo por las repetidas plagas de
langostas y porque muchos de ellos se fugaban para evadir las crecientes demandas para
pagarlo. Simpson ha hecho notar que un alto porcentaje (20%) del ingreso total de la
encomienda se destinaba al sostenimiento de tres diferentes órdenes religiosas, lo cual
quizás debiera tomarse más como un indicador del poder que tenían tales órdenes en la
Guatemala de la época, que a la piedad religiosa de los encomenderos de
Chimaltenango. Los impuestos civiles de la encomienda eran comparativamente
insignificantes.

La encomienda misma estaba sujeta al cobro de muchos impuestos especiales, como el


destinado a sostener la Flota de Barlovento, para cuya recaudación se forzaba a los
indios de Chimaltenango a laborar en las salinas de la Costa Sur. La sal era un
monopolio real, y su extracción en Iztapa les causaba mucha opresión. El reclutamiento
de más hombres para la producción de sal producía sin duda una disminución en la
mano de obra para otras actividades productivas del pueblo y de la encomienda.

En la década de 1690, a pesar de que la población de la encomienda de Chimaltenango


era de 12,000 habitantes, ésta era un ejemplo de lo que Simpson ha denominado una
`encomienda sometida'. La misma, en efecto, se había convertido en una mera fuente de
pensiones y ya no tenía una gran importancia en la economía local. El mismo patrón se
puede observar en la encomienda de Sacatepéquez en donde, para empezar, Francisco
Díaz intentó asegurar el traspaso de la encomienda a sus herederos y a otros poseedores
subsecuentes, hasta que la misma fue restituida a la Corona en 1690.

La evidencia documental sugiere que, excepto por la supervisión de las órdenes


religiosas en los pueblos cakchiqueles bajo encomienda, éstos estuvieron relativamente
libres de toda interferencia gubernamental durante el período bajo análisis.
Periódicamente, un juez español itinerante revisaba y aprobaba las tasaciones y las
finanzas de la comunidad, revisaba los testamentos, y controlaba a los encomenderos
que, como Bernal Díaz, tomaban dinero prestado de los pueblos de su encomienda. Las
descripciones de estas visitas judiciales son ricas en información sobre los bienes
materiales de las viviendas indígenas, el tamaño de las familias, los patrones de
mortalidad, la custodia de los niños (sobre todo según la constancia de los testamentos
indígenas), y otros muchos detalles sobre el funcionamiento de la comunidad,
incluyendo la producción y las finanzas.

Repartimiento
Después de 1540, la encomienda como institución estuvo sujeta cada vez más a las
restricciones legales. Esta situación presentó serias complicaciones en las oportunidades
en que surgieron nuevos brotes epidémicos después de 1570, con la consiguiente
reducción de la mano de obra indígena. Como resultado de tales circunstancias de
inestabilidad, sólo los encomenderos más ricos fueron capaces de mantener un modesto
nivel de vida urbana. Después de la emancipación de los esclavos indígenas a partir de
1542, los colonos españoles tuvieron que enfrentar el problema de ejecutar los trabajos
necesarios sin tener que hacerlos ellos mismos. Como aumentaba la proporción entre los
españoles que no trabajaban y los trabajadores indígenas potenciales, los colonizadores
presionaron al Rey para que hiciera algo con respecto a la necesidad de mano de obra.
En respuesta, la Corona extendió el sistema de reclutar a los indios para tareas
específicas, sistema que se conoció en el Reino de Guatemala con el nombre de
`repartimiento' (la palabra alude literalmente al hecho de `repartir' o `distribuir' la mano
de obra indígena). Esta modalidad del trabajo obligatorio y no remunerado tenía como
fin principal atender los proyectos de `obras públicas', pero las regulaciones fueron
interpretadas tan ampliamente que permitían incluir actividades o proyectos
individuales. En la región cakchiquel, los labradores españoles de trigo, entre otros,
alegaban que el cultivo de este cereal era un servicio público que demandaba más indios
a fin de que la Colonia no quedara sin uno de sus alimentos básicos. En consecuencia,
se requería que los indios no sólo pagaran el tributo a sus encomenderos sino que
participaran también en el repartimiento.

Algunos autores prominentes, que aparentemente extrajeron sus datos de fuentes


mexicanas, han afirmado que sólo el 4% de los trabajadores disponibles en cualquier
comunidad estaba obligado a servir en forma rotativa en el repartimiento por un período
determinado. Sin embargo, Christopher Lutz sostiene que el porcentaje de trabajadores
involucrado en el sistema de repartimiento en México (hasta el 10%) era más bajo que
el de Guatemala (25%).
En la región cakchiquel, y en general en todo el territorio de Guatemala, el
repartimiento consistía en asignar el 25% de los trabajadores de un pueblo indígena para
trabajar obligatoriamente en las haciendas de españoles. Este reclutamiento se tenía que
hacer en forma rotativa, cada semana, entre todos los hombres adultos sin distinción de
rango o riqueza. Los indios designados se presentaban los lunes, temprano por la
mañana en la plaza del pueblo, donde un funcionario español, llamado Juez de
Repartimiento, asignaba los trabajadores previamente establecidos, para las obras
públicas y para las tareas agrícolas en beneficio de labradores españoles particulares.
Estos últimos competían por obtener los servicios de los indígenas. El juez debía
comprobar que los trabajadores desarrollaran sólo tareas legales, que recibieran las
herramientas adecuadas, alimentación y hospedaje, así como el pago justo que debía
incluir el tiempo (dos o tres días) empleado en ir al trabajo y retornar del mismo. Cada
empleador español pagaba a la Corona un impuesto de medio real diario (llamado el
`medio real de derecho') por cada trabajador indígena que se le asignaba.

Los españoles, o sus capataces, depositaban la cantidad requerida en la tesorería de la


comunidad de cada pueblo indígena, en el momento en que recogían a los indios que les
habían sido repartidos como trabajadores. Los funcionarios municipales indígenas
estaban encargados de recibir el dinero, y un recolector real de impuestos llegaba
semanalmente a recoger los fondos. Uno de los tres jueces que administraban el
repartimiento en el Valle de Guatemala en 1676, de acuerdo a una real cédula de 1672,
visitaba los pueblos cada seis u ocho meses para ajustar las cuentas con los alcaldes
indígenas, a quienes se les instruía sobre cómo mantener los registros. Por otra parte, los
jueces del repartimiento revisaban el número de tributarios en cada pueblo y
examinaban también los registros que se llevaban en las iglesias sobre nacimientos,
matrimonios y defunciones. Con base en estos datos calculaban no sólo el número de
hombres disponibles para el repartimiento, sino los tributos correspondientes. Por lo
general, un juez permanecía tres días y medio en un pueblo pequeño, como Santa María
Cauqué por ejemplo, o bien 24 días y medio en un pueblo grande, como San Juan
Amatitlán, tiempo durante el cual se dedicaba a revisar los registros mencionados.

En el período que siguió a la Conquista, y en encomiendas como las de Chimaltenango


y Sacatepéquez, algunos pueblos se dedicaron a cultivar trigo. Para ello se utilizaron al
principio tierras pertenecientes al encomendero o de propiedad comunal, en las que el
trigo cultivado se destinaba al pago del tributo. En la segunda mitad del siglo XVI
declinó la producción del trigo cultivado por los indígenas, por factores como el
decrecimiento demográfico de éstos, el retorno creciente de las encomiendas a la
Corona, y por el aumento de los labradores españoles que se dedicaron directamente a la
producción de dicho cereal. Cuando los españoles comprobaron la conveniencia de
cultivar ellos mismos el trigo, empezaron a tomar medidas para impedir que los indios
cultivaran este grano, con el fin de asegurarse así el control completo sobre la
producción y, por consiguiente, sobre los precios. A finales del siglo XVI, en los valles
aledaños a Santiago de Guatemala se había incrementado grandemente el cultivo de
trigo por los españoles, pero la mano de obra para las labores continuó proviniendo de
los indios bajo el sistema de repartimiento. Esta situación se prolongó a lo largo de los
siglos XVII y XVIII.

Aunque no existe información específica respecto a los repartimientos en las


encomiendas cakchiqueles sino hasta 1670, las asignaciones de mano de obra indígena
para las labores de trigo de los españoles en Sacatepéquez indudablemente empezaron
poco después de 1559. Por la creciente inflación, así como por el número cada vez
mayor de españoles ociosos que vivían en la ciudad de Santiago, en 1559 la Audiencia
decidió promover el desarrollo agrícola en diversas áreas hasta entonces no ocupadas
por españoles, incluyendo partes del Valle de Sacatepéquez, en donde se ofrecieron
tierras `vacantes' a los agricultores españoles, a quienes se trataba de animar de ese
modo para que se asentaran en dichos lugares. En las dos últimas décadas del siglo XVI,
los desilusionados españoles finalmente tuvieron que enfrentar la necesidad de trabajar
para vivir, y empezaron a establecerse en los alrededores de Santiago. Algunos
emigraron a estos parajes de modo permanente, pero en 1600 muchos seguían viviendo
todavía en la capital y habían optado por dejar la administración de sus labores, que les
producían buenos ingresos, en manos de parientes o capataces. Muchos negros, mulatos
y castas libres, así como esclavos negros, trabajaban como mayordomos en las
haciendas españolas. A partir de 1650 otros españoles más establecieron sus residencias
principales en los parajes circundantes, y una extensa población española y ladina se fue
asociando gradualmente a los centros agrícolas de San Juan Sacatepéquez y San Martín
Jilotepeque. A principios del siglo XVII, las tierras de los indígenas fueron amenazadas
de nuevo en gran escala. La mayoría de indios no estaba del todo versada en los
laberintos del sistema legal español, como para defenderse con buen éxito de la
usurpación, aunque algunos lo hicieron con la ayuda de sus propios encomenderos, que
tenían razones personales para actuar de esa manera.

Inclusive algunos funcionarios gubernamentales bien intencionados no lograron


comprender la necesidad de los indios en cuanto a obtener más tierras silvestres además
de la usual legua a la redonda de propiedad comunal en los alrededores de sus pueblos.
Las tierras adicionales a la legua asignada que, no obstante, eran usadas intensivamente
por los indios para cacería y recolección, eran precisamente las tierras que por lo
general se declaraban deshabitadas y sin cultivos (tierras baldías y realengas) para
favorecer a los españoles interesados en ellas. Estas tierras eran relativamente fáciles de
adquirir mediante solicitud formal a la Corona. Después de 1630 resultó bastante usual
que los españoles se apropiaran de tierras con impunidad y que posteriormente
legitimaran la propiedad por medio de la composición, un método autorizado por la
Corona para legalizar los títulos irregulares de tierras mediante un pago. Después de
emitirse un título de esta clase, los indígenas tenían pocas esperanzas de que se
cambiara la decisión. Como un mecanismo de autodefensa, muchos pueblos indígenas
también `componían' sus títulos de tierra con el fin de colocarse en el lado seguro de
cada composición, pero ello implicaba un impuesto más que tenían que pagar.

Entre 1575 y 1630, el comienzo de la declinación de la encomienda trajo consigo


cambios en las formas en que se explotaba a los indios. Por un lado los encomenderos
no estaban dispuestos a abandonar sus prerrogativas y, por el otro, el repartimiento
estaba firmemente establecido. Ya en 1600 se localizan los inicios del peonaje por
deuda, que se originó cuando los encomenderos, que habían adquirido tierras antes de
resentirse por el bajo nivel de los tributos en relación con sus necesidades, trataron de
imponer a los indios de encomienda otros mecanismos que aseguraran la provisión
obligatoria de mano de obra. Los caciques y los recientemente instalados alcaldes y
regidores de los pueblos indígenas fueron hostigados y encarcelados por no recolectar
suficiente tributo, por defender a sus súbditos contra las intrusiones de los españoles, o
bien por no defenderlos lo suficiente. El Oidor Alonso de Zorita, que viajó durante el
siglo XVI, describió en términos angustiosos la situación de los indios que eran
obligados a trabajar sin misericordia hasta caer enfermos, los malos tratos de que eran
objeto sus líderes, y cómo no se atendían los reclamos del clero regular en contra de
tales flagrantes abusos.

A fines del siglo XVII los españoles que cultivaban trigo en la región cakchiquel
estaban tan ansiosos como sus predecesores en adquirir mano de obra indígena. La
principal área para la producción de trigo en las Tierras Altas de Guatemala, que
también era el área de mayor concentración de población española, la constituían cuatro
valles (Mixco, Las Mesas, Sacatepéquez y Chimaltenango-Sumpango), todos bajo la
jurisdicción del Corregimiento del Valle. En 1680, Chimaltenango contaba con un Juez
de Repartimiento y pagaba el medio real de derecho, lo que indica que el trigo se
cultivaba hacia el oeste hasta el valle entre Chimaltenango y Sumpango. Al oeste de
Chimaltenango, a partir de los pueblos de Patzún, Patzicía y San Andrés Itzapa, había
menos labores españolas de trigo, lo que se deduce por la falta de Juez de Repartimiento
en esa zona y porque no se recolectaba el medio real `de derecho', `como era la
costumbre en los demás lugares'.

Entre 1670 y 1680 había unas 100 labores españolas dedicadas al cultivo de trigo cerca
del valle de Guatemala, de las cuales 34, localizadas principalmente en los valles de
Mixco y Sacatepéquez, utilizaban mano de obra indígena de repartimientos
provenientes de San Juan y San Pedro Sacatepéquez, San Raimundo y Santo Domingo
Xenacoj. El estudio de muchos documentos de tierras de esta área ha confirmado que la
típica modalidad española de tenencia de la tierra, reconocida por la Corona, consistía,
en promedio, de tres caballerías de tierra: dos para cultivo y una para pasto de los
animales de tiro. En el siglo XVIII una caballería se definía en forma literal como una
`concesión a un caballero'.

La evidencia documental ha confirmado que la medida de una caballería en el siglo


XVIII era la misma que se usó en la región de Sacatepéquez durante los siglos XVI y
XVII. Muchos españoles, como Francisco Díaz del Castillo, incrementaron sus
posesiones, tanto como resultado de una formal concesión de la Corona como por
medio de compra a los indios de su encomienda. Otros colonos obtenían títulos legales
de tierra y luego ocupaban ilegalmente más terrenos de los que se especificaban en las
concesiones.

La mayor parte de los labradores españoles en el valle de Sacatepéquez cultivaba trigo,


lo cual era un requisito para que les asignaran indios de repartimiento. No obstante, no
todos los españoles recibían tales concesiones. Algunos no cultivaban trigo, y otros
tenían tierras tan mal ubicadas que no era posible destinarlas a la agricultura. Siempre
había españoles dispuestos a iniciarse en el cultivo del trigo, y a los nuevos trigueros se
les otorgaban indios de repartimiento posteriormente, a medida que éstos estaban
disponibles. Mientras tanto, se veían forzados a contratar trabajadores por día, llamados
alquilones, peseros o realeros, a los cuales se les pagaba 50% más que a los indios de
repartimiento. A los españoles que dejaban de sembrar o a quienes, aun dedicados a la
agricultura, ya no cultivaban trigo, se les privaba de los indios de servicios, que eran
redistribuidos periódicamente por los jueces respectivos.

En el valle de Sacatepéquez todos los indios eran trabajadores agrícolas, porque se


necesitaban todos los hombres en edad de trabajar para llenar los requerimientos de los
labradores españoles de trigo. Los indios eran asignados primero a la siembra de trigo y
en segundo lugar a otros trabajos y a obras públicas. Los pueblos cercanos, como
Chimaltenango y Comalapa, al oeste, donde se producía trigo en menor cantidad, tenían
siempre un excedente de mano de obra de repartimiento. Por lo general, estos
trabajadores se destinaban a muchas industrias en la capital española de Santiago, de las
cuales algunas, como las panaderías, estaban relacionadas con el trigo.

Lutz ha descrito la importancia que tenía el trigo en la vida de la capital. Santiago se


abastecía de alimentos básicos, como carne, maíz y trigo. El mismo autor indica
también que los españoles se sentían incómodos por la gran cantidad de indígenas que
había en Santiago. Por todo ello, el Concejo se mostraba interesado en que la capital se
mantuviera aprovisionada de todos los artículos de primera necesidad. Las regulaciones
del siglo XVI establecían que todo el maíz, el frijol y el trigo fueran entregados
directamente a funcionarios especiales en la plaza central de Santiago, sin pasar antes
por intermediarios. En cuanto al trigo en particular, con dicha política se intentaba
asegurar una distribución equitativa entre las muchas panaderías que había en la ciudad.

Además de dedicarse al cultivo del trigo, unos pocos españoles también tenían uno de
los dos tipos de obrajes de caña de azúcar: uno movido por agua, llamado ingenio, y
otro más pequeño y común, impulsado por fuerza animal, llamado trapiche. Sin
embargo, las regulaciones de la Corona prohibían usar indios en los `obrajes' de azúcar,
porque esta ocupación, como la producción de añil, se consideraba dañina para la salud
de los naturales. Los indios que no estaban en la rotación del repartimiento podían
trabajar de modo voluntario en los ingenios a cambio de un salario, usualmente en
compañía de mulatos, mestizos y esclavos negros. Los indios hacían su panela con el
jugo destilado de la caña, y la bebida alcohólica conocida como chicha, con el jugo
simplemente fermentado.

En los vecinos y ricos valles de Mixco, Pinula y Petapa era posible obtener dos
cosechas de trigo al año. De acuerdo con las leyes promulgadas por la Audiencia
durante el período del Presidente Martín Carlos de Mencos (1659-1668), los
trabajadores indígenas podían ser asignados a las labores españolas de trigo sólo durante
ocho meses al año. El repartimiento debía regularse de modo que de estos ocho meses
se utilizaran tres para sembrar, dos para limpiar las malezas y tres para la cosecha. Sin
embargo, los indios de Sacatepéquez describían a los hacendados españoles como
cultivadores de trigo durante todo el año. Se asignaba un número específico de
habitantes de uno o más pueblos a cada labor de trigo. Los trabajadores se rotaban cada
semana, para trabajar más o menos una semana de cada cuatro, y supuestamente se les
pagaba un real al día (el precio de un pollo).

En la región de Sacatepéquez, la distancia más larga que los indios cubrían para llegar a
un lugar de trabajo era de unas cinco leguas. Salían los lunes por la mañana y
regresaban los sábados por la tarde a sus pueblos, lo que les dejaba tiempo suficiente
para asistir a misa el domingo. Los españoles preferían indios de los pueblos más
cercanos, lo cual resultaba más conveniente para todos. En casos inevitables, a algunos
españoles se les asignaban indios de pueblos localizados en parajes de difícil acceso, y
ello hacía común un comercio ilegal de indios de repartimiento para mutuo beneficio de
los hacendados españoles. En el Corregimiento del Valle los hacendados eran en su
mayoría dueños de las tierras que cultivaban, las cuales habían adquirido por concesión
real, por herencia o por compra. Algunos alquilaban tierras adicionales de otros
españoles, de indígenas o de pueblos de indígenas, y en tales casos el hacendado podía
trabajar con sus indios de repartimiento aun cuando dispusiera sólo de tierras
arrendadas.

En Sacatepéquez el repartimiento operaba de una manera en teoría y de otra muy


diferente en la práctica. Las fuentes documentales indican con claridad que los abusos
en las regulaciones del repartimiento se cometían por tres grupos distintos: los
funcionarios municipales indígenas, los terratenientes españoles, y los mayordomos de
éstos. El total del medio real `de derecho' teóricamente pagado por un hacendado
español a los funcionarios de la comunidad indígena, a cambio de un número específico
de trabajadores entregados cada semana, se calculaba sobre la base de un registro
actualizado y era una suma fija. Sin embargo, los trigueros españoles no siempre
necesitaban el mismo número de trabajadores semanalmente y pagaban sólo por el
número que en realidad utilizaban. Los funcionarios indígenas en Sacatepéquez eran
responsables de recolectar aquella cantidad al momento de enviar a los indios, y hacían
el depósito correspondiente en las Reales Cajas por cada indio de repartimiento
registrado, aunque éste no fuera realmente un trabajador en activo. Los labradores
españoles se daban cuenta que los alcaldes indígenas completaban el resto de la suma
requerida, pero decían que no sabían de dónde provenía el dinero.

En los pueblos de indios se cometían por debajo muchos abusos, ya que los funcionarios
indígenas trataban de obtener dinero de los trabajadores del repartimiento que se
excusaban o estaban ausentes, y de las familias de los que habían muerto. Aunque una
parte de la evidente corrupción pudo haber sido motivada por la necesidad de satisfacer
al recaudador real de impuestos, en otros casos se cometía para obtener una ganancia
personal, y los mismos funcionarios exceptuaban del repartimiento a sus parientes.
Usualmente, los escribanos de los pueblos recortaban uno o dos indios a los españoles,
y luego pedían un pago a cada indio por excusarlo del trabajo. Un escribano de Mixco
recortó seis trabajadores a un español en una semana, y extorsionó a razón de seis reales
a cada trabajador. El alguacil mayor del pueblo de Sumpango extorsionaba en un real a
cada viuda, cada vez que el marido muerto debía regresar a trabajar a las labores. Tal
cantidad era compartida con el escribano del pueblo, que tenía acceso a los registros y
que participaba en el abuso. Una mujer, cuyo marido estaba ausente y por lo tanto no
podía pagar el tributo y cumplir con sus obligaciones de repartimiento, tenía que pagar
la parte correspondiente al mismo alguacil. Había veces que los hombres que habían
completado sus obligaciones de repartimiento durante una semana debían pagar un real
por cada una de sus `semanas libres' a los alguaciles, que hacían el cobro en nombre del
alcalde. Estas prácticas no se limitaban a un solo pueblo o a un grupo de funcionarios
indígenas.

Los exagerados abusos en el sistema de repartimiento en Sacatepéquez eran también


cometidos por los hacendados españoles y sus mayordomos. Los indios se quejaban
porque se les obligaba a trabajar más de la cuenta y se les pagaba menos de lo
establecido, especialmente en la época de la cosecha. Se les obligaba a trabajar lejos de
sus comunidades, y también cuando estaban enfermos, y se les fijaban cuotas de trabajo
injustas. A veces se les recortaba un 50% y otras veces el total de su paga. Los
trabajadores indígenas eran blanco de abusos físicos y verbales. Les robaban sus
mantas; tenían que llevar su propia comida y herramientas sin ninguna compensación;
se les usaba como bestias de carga; y se les atemorizaba para no reportar tales abusos.
Muchos eran utilizados en actividades no autorizadas que no tenían relación alguna con
la agricultura, como trabajar en los obrajes de azúcar, y atender los hornos de cal.
Algunos españoles les pagaban a veces con queso u otros alimentos y no con dinero.
Frecuentemente los capataces excusaban de dichos trabajos a la mitad de los indios
asignados, pero los extorsionaban pidiéndoles dinero, pollos u otros alimentos, y usaban
lo obtenido para pagar los salarios de los otros trabajadores o en su propio beneficio. El
Oidor Alonso de Zorita denunció una vez más las deprimentes condiciones de vida de
los trabajadores indígenas en las haciendas españolas. Informó además que los indios
regresaban de sus obligaciones de repartimiento exhaustos, hambrientos y
desmoralizados, y que frecuentemente abandonaban sus milpas en momentos críticos,
durante el período de crecimiento, por lo cual también los multaban los funcionarios
españoles.

Por otro lado, habían casos de indios que denunciaban ante los jueces españoles el
maltrato de que eran objeto, pero declaraban al mismo tiempo que les satisfacía trabajar
para los españoles que los trataban bien. En contraste con la relación que se daba entre
los indios y los labradores españoles, los indígenas se mostraban contentos de trabajar
para los dominicos. Cerca de Chimaltenango estos frailes tenían una hacienda de
experimentación en el cultivo de trigo, y muchos indios trabajaban allí y en los tejares
que habían comprado dichos frailes.

Como consecuencia de las quejas sobre los abusos señalados, periódicamente la Corona
enviaba jueces especiales para hacer las averiguaciones y castigar a los responsables.
Los dueños de las haciendas de azúcar, en la región cakchiquel, con frecuencia
disimulaban tales centros de trabajo tras la fachada de plantaciones de trigo, para así
obtener indígenas de repartimiento. Los jueces nombrados por la Corona sabían de estas
prácticas y hacían cuidadosas inspecciones en tales haciendas. A los españoles se les
amenazaba con perder el repartimiento si persistían en el trato injusto a los indios y, en
efecto, se les negaban algunos de tales privilegios mientras no pagaran los salarios que
adeudaban a sus trabajadores. También se imponían multas a los funcionarios indígenas
corruptos, quienes incluso podían perder el cargo. Sin embargo, entre una y otra visita
oficial, los abusos contra los trabajadores indígenas continuaban. Los labradores
españoles de Sacatepéquez presentaban airadas protestas después de revelarse los
resultados de las visitas reales. Argumentaban que nunca tenían suficientes trabajadores
indígenas, o que habían perdido muchos en los procedimientos de las redistribuciones y
querían recuperarlos. Aducían que sus indios no eran buenos para los trabajos agrícolas,
o bien que provenían de lugares muy alejados. Afirmaban que los originarios de los
pueblos cercanos trabajaban con mayor voluntad mientras que los llegados de lugares
más distantes mostraban actitudes negativas. Cuando convenía a sus propósitos, los
hacendados enfatizaban la naturaleza delicada de los indios, recordaban a los
funcionarios españoles que los nativos eran vasallos y no esclavos, y reiteraban que era
necesario aliviar su miseria.

En ocasiones se rompía el sistema completo, y los molestos labradores españoles se


veían forzados a recorrer las calles de los pueblos indígenas en repetidos esfuerzos
infructuosos por localizar a sus trabajadores asignados. Los españoles reñían y
entablaban disputas legales entre ellos respecto de los indios de repartimiento. (Sobre el
repartimiento, véase también el ensayo sobre organización del trabajo, en esta misma
sección.)
Conclusión
A la conquista española de la capital cakchiquel de Iximché en 1524, siguieron años de
inquietud, a medida que, uno tras otro, los grupos indígenas fueron dominados por los
conquistadores obsesionados por el oro. Éstos aterrorizaron y llevaron a la
desesperación a las comunidades indígenas, ya diezmadas por las epidemias y la
agresión cultural. Hasta el término de la década de 1540 la esclavitud fue la principal
forma de control de la mano de obra. El mejor ejemplo de esta forma está representado
por el gran número de esclavos que Pedro de Alvarado asignó al trabajo en los
yacimientos de oro en la región cakchiquel. Si bien los colonos españoles preferían la
esclavitud declarada, ésta no fue aceptada por la Corona española ni por la Iglesia
Católica, porque ello implicaba perder sus solapados intereses políticos y económicos
en relación con la mano de obra indígena en Guatemala. Dado el poder que ejercían
sobre grandes segmentos de la población autóctona, los primeros encomenderos, como
el mismo Pedro de Alvarado, se habían convertido en verdaderos señores feudales. Ante
el peligro de que dichos `barones' conquistadores alcanzaran un poder tal que les
permitiera arrebatar a la Corona española los dominios del Nuevo Mundo, los reyes,
uno tras otro, emitieron cédulas y otras disposiciones encaminadas a reducir el poder de
las encomenderos. Las más importantes fueron las Leyes Nuevas de 1542. Por medio de
éstas, que aparecen ampliamente elogiadas por los indígenas cakchiqueles en el
Memorial de Sololá, se liberaron muchos indígenas de la esclavitud, se controló el
tamaño de las encomiendas y se limitó su sucesión únicamente a dos generaciones, a fin
de evitar que los privilegios se volvieran hereditarios, aunque luego se ampliaron las
`vidas' de sucesión.

A pesar de haber sido reducido irreversiblemente el poder de los encomenderos gracias


a la abolición de los servicios personales decretada en las Leyes Nuevas, ellos siguieron
aprovechando la mano de obra indígena, y encontraron formas menos obvias de forzar a
los indios en nuevos sistemas laborales. El repartimiento, que aparece bastante bien
documentado para la región cakchiquel, gradualmente reemplazó a la encomienda como
el sistema que permitía asegurar una adecuada fuerza de trabajo en beneficio de los
colonizadores.

Bajo uno u otro sistema y durante todo el período colonial temprano, los indios
cakchiqueles fueron explotados como mano de obra barata en las minas, las industrias y
las obras públicas, y en el cultivo de alimentos para consumo de los españoles. Sin
embargo, las empresas económicas de los españoles estuvieron concentradas primero
hacia el sur y el este de la ciudad de Santiago, en los valles de Mixco y Pinula.
Comparada con estas áreas de asentamiento y explotación española más temprana e
intensiva, la región cakchiquel permaneció relativamente aislada, y los pueblos
indígenas allí establecidos pudieron reconstruir y reestructurar más fácilmente una
cultura indígena colonial viable.
JORGE LUJÁN MUÑOZ

Los Pokomames

Introducción
Como ya se ha expuesto en la primera sección de esta obra, la etnohistoria pokomam
(poqomam) del Postclásico Tardío es menos conocida que la de los grupos que se
encontraban en el Altiplano occidental de Guatemala. Se supone que el idioma
pokomam (o pokom) se hablaba en un extenso territorio limitado al norte por el Río
Motagua, a partir de donde se hablaba quiché (k'iche'); al noroeste por el territorio
choltí; al oeste por el territorio cakchiquel (kaqchikel); al sur más o menos por la cadena
volcánica, donde estaban los xincas (xinkas), en el área de la Bocacosta; y finalmente, al
este tenían contacto con grupos de lengua chortí, cerca de las zonas de Jilotepeque (San
Luis), y Santa Catarina y Asunción Mita. Sin embargo, hasta ahora se desconoce
cuántos señoríos de lengua pokomam existían y cuáles eran sus fronteras internas.
Incluso se discute sobre el lugar que los pokomames ocupaban antes de la Conquista,
así como si estaban asentados al norte del Motagua, en lo que hoy son los municipios de
Morazán (Tocoy), San Agustín y San Cristóbal Acasaguastlán, o si estos asentamientos
fueron producto de un desplazamiento posterior (véase Ilustración 151). Lo mismo se
discute acerca de los enclaves pokomames de Chalchuapa, Ahuachapán y Santa Ana, en
la Provincia de San Salvador. Suzanne Miles cree que éstos eran incluso anteriores a los
de Guatemala, pero otros autores, como William R. Fowler, los sitúan en el Postclásico
Tardío. Este trabajo se limitará a la primera región, no sólo porque corresponde a
Guatemala, sino porque se le considera como la ocupada por los pokomames durante
mayor tiempo.

Las fuentes históricas, indígenas y españolas, son más precisas acerca de la zona
fronteriza con los `cakchiqueles del este' (los chajomás, acahales o sacatepéquez), donde
parece que había cuando menos dos señoríos pokomames aliados, el de Chinautla-
Mixco, y el de Petapa (Popah), que posiblemente incluían en su confederación a los que
se encontraban al sur del Lago de Amatitlán (Amatitlán y Palín). También la conquista
española de los pokomames se conoce con menos precisión, ya que sólo se mencionan
de paso la campaña emprendida contra los de Petapa cuando Alvarado retornó de San
Salvador y las acciones posteriores contra la región de Mita, en las cuales también hubo
enfrentamientos con los chortíes. Se puede decir que toda el área de idioma pokomam
pasó a control español, en forma casi completa, no más tarde de 1530 (véase `Otras
Conquistas').

No está claro lo que sucedió en esta región durante la etapa de levantamientos a partir
de 1524, después de iniciarse la rebelión cakchiquel. Hay indicios de que algunos
grupos se aprovecharon de la atención prestada por los españoles a la región cakchiquel,
para resistir también el dominio español, todavía precario, e incluso, en algunos casos,
rechazar a los destacamentos que habían quedado en la región. No se conoce con
certeza lo que pasó en la región pokomam, aunque es probable que no se hayan
involucrado directamente en una resistencia militar. Sin embargo, más al oriente sí hubo
levantamientos y dentro de ese contexto deben verse las expediciones hacia la región de
Mictlán (Mita) y contra los chortíes de Chiquimula. De cualquier manera, alrededor de
1530 o poco después, una vez sofocada la resistencia cakchiquel y llegados nuevos
contingentes de españoles desde México, el área se pacificó y fue sometida del todo.

Las Primeras Encomiendas, hasta 1550


Como ya se ha indicado en otras partes de esta sección, hasta la muerte de Pedro de
Alvarado la situación en Guatemala fue casi de caos, por las ausencias del propio
Adelantado, la desacertada actuación de los gobernadores interinos, como Francisco de
Orduña, y de los que gobernaron en nombre de Alvarado. Si en algo se manifestó esta
inestabilidad fue en la asignación de encomiendas, en ese momento la principal fuente
de ingresos para los españoles. Por eso cada gobernante quería favorecer a sus amigos y
parientes, y lo más fácil era arrebatar las concedidas previamente. En el Cuadro 73
aparecen las encomiendas correspondientes a la región pokomam, desde 1524 ó 1525
hasta 1543. Por supuesto, es posible que existieran algunas otras, que no se recogen allí.

Siempre en cuanto a las encomiendas, son importantes y reveladoras las tasaciones de


los indios de las provincias de Guatemala en 1549-1550, de las que se verán y
comentarán a continuación las correspondientes a los pueblos pokomames. Estas
tasaciones se hicieron en un momento importante en la evolución del sistema de
encomiendas, gracias a la intervención del Presidente Alonso López de Cerrato y a la
aplicación de las Leyes Nuevas. Según se puede apreciar, era usual que los pueblos
pagaran en diversa forma a su encomendero: por lo general sembraban productos como
maíz, trigo, algodón, frijol, para luego pagar el tributo en especie. Lo mismo se hacía
con otros productos agrícolas, como cacao y ají. En otros casos se pagaba con productos
manufacturados (mantas de algodón, cutarras o caites), petates, sal, miel en botijas), o
bien con gallinas de Castilla, huevos, pescado o cangrejos. También se acostumbraba
dar indios de servicio, los que se diferenciaban según sirvieran en la ciudad de Santiago,
en una estancia del encomendero (generalmente en siembras cercanas a la encomienda)
o en el propio pueblo, donde cuidaban el ganado del encomendero. Por supuesto, hubo
variaciones de un pueblo a otro, y en ninguno se daban todas las formas apuntadas.

En la primera tasación de 1549, en varios pueblos se asignaron indios de servicio y,


meses más tarde (entre octubre del mismo año o principios del siguiente), se
sustituyeron, parcial o totalmente, por pagos determinados en moneda o en productos, lo
cual indicaría un cierto sentido de evolución en la encomienda. Tales cambios se pueden
anotar en encomiendas de Amatitlán y en dos otorgadas en los territorios de los
`Casaguastlán'. Estos últimos, por cierto, tenían tasaciones idénticas; una pertenecía al
encomendero Cristóbal Salvatierra (quizás la de San Agustín) y la otra a los hijos
menores de Antón de Morales (quizás la de San Cristóbal). En ambos casos los seis
indios que debían prestar servicio en la ciudad de Santiago se sustituyeron por la
siembra de dos hanegas de maíz y 20 mantas. Se podía entregar el valor de las mantas, a
razón de 8 reales cada una, que se pagarían la mitad en el día de San Juan y la mitad en
Navidad. En el caso de Juan de Chávez, cuya encomienda estaba en San Martín
Jilotepeque, 15 indios de servicio que trabajaban en la capital se sustituyeron por 400
tostones, siempre pagaderos por mitad, en San Juan y por Navidad. Sin embargo, se
reservaron 40 indios que debían ir a recoger la cosecha de maíz del encomendero `en el
valle de la laguna de esta ciudad', seis días al año, así como cuatro más que debían
quedarse en el pueblo para guardar los ganados del encomendero.

En el Cuadro 74 se hace un resumen por encomiendas. Hay que aclarar que en ningún
caso se menciona en la tasación el número de tributarios, sino simplemente se asignaba
lo que en cada encomienda se debía sembrar o entregar. En cuanto a los indios de
servicio, sí se establecía, en la mayoría de los casos, que el encomendero debía darles de
comer y enseñarles la doctrina cristiana, lo cual parecería indicar que no existía aún esa
obligación en otros lugares. Además, en muchos casos se establecía que los productos
agrícolas debían llevarse al encomendero a la ciudad, siempre que éste pusiera las
`bestias'. En unas pocas encomiendas había obligaciones especiales, como proveer
cangrejos en el caso de Amatitlán: un arrelde (cuatro libras) en cuaresma y tres libras a
la semana el resto del año. En cuanto a ambos Casaguastlanes, cada uno tenía que dar
dos arreldes de pescado semanales.

El único pueblo no encomendado, que entonces estaba `en cabeza de Su Majestad', era
(San Miguel) Petapa, y por su importancia parecería que proporcionalmente tenía menos
obligaciones que los otros, además de que no tenía indios de servicio.

Catequización y Reducción
Pocas noticias quedan del momento en que se inició la catequización formal y general
de los indígenas de la región, aunque es dable suponer que existió desde los primeros
años, cuando pudieron haber sido bautizados los señores y principales, y que en la
década de 1540 se hizo ya en forma más sistemática y general. La catequización siguió
un curso similar más o menos en los mismos años entre los cakchiqueles, de acuerdo
con el Memorial de Sololá, y ambos grupos étnicos estuvieron a cargo de la Orden
dominica. Según se indicó antes, era obligación de los encomenderos para con los
indios de servicio, de acuerdo con la tasación de 1549-1550, darles de comer todo el
tiempo que los sirvieran y `enseñarles la doctrina cristiana'. Lo más probable es que la
catequización se hiciera más profunda y mejor organizada hasta después de la reducción
a poblados y que entonces se asignaran religiosos residentes en cada pueblo. Las
reducciones pokomames del Corregimiento del Valle (Mixco, San Miguel Petapa, Santa
Catarina Pinula, San Juan y San Cristóbal Amatitlán) fueron atendidas por los frailes
dominicos.

En cuanto a la reducción a pueblos, hay indicios de que ésta se llevó a cabo a partir de
1548, bajo la supervisión y colaboración de los frailes. Se inició con las capitales o
cabeceras (véase `Política Fundacional en los Siglos XVI y XVII en el Reino de
Guatemala', en esta misma sección), y por ello es probable que Petapa y quizás Mixco
hayan sido de los primeros, en lo cual puede haber influido su cercanía a Santiago de
Guatemala. Fuentes y Guzmán dice respecto de San Miguel Petapa que era `uno de los
antiguos y primeros curatos' que había en `este valle de Goathemala'. En la década de
1550 se intensificó la congregación, y debe haber estado muy avanzada o casi finalizada
en 1555.

Los nombres de los principales pueblos fundados en la región pokomam coinciden con
los de las encomiendas, las que seguramente sirvieron como base para efectuar las
reducciones. Los pueblos fueron Mixco, Santa Catarina Pinula, San Miguel Petapa, San
Juan Amatitlán, San Cristóbal Amatitlán (hoy Palín), San Luis Jilotepeque y Santa
Catarina Mita. Comprendían una extensa región en la que los pueblos congregados
dejaron zonas vacías, porque la población no era muy numerosa, y también por el efecto
de la disminución demográfica, que no debe haber sido menor que en otras regiones.
San Cristóbal y San Agustín Acasaguastlán constituyeron un caso diferente, según se
verá más adelante.

Talvez para compensar aquellos vacíos se hicieron en dicha época algunas fundaciones
con población no pokomam. Fuentes y Guzmán asegura que los indios de Santa Inés
Petapa, pueblo anexo de San Miguel, eran de origen mexicano. Sin embargo, en la
cuenta y tasación de Santa Inés, de 1562, figura una mayoría de esclavos (26 de 47
matrimonios), dos naborías (uno de los cuales decía no haber sido esclavo) y 20
(incluyendo el naboría) no habían sido esclavos, si bien algunos de éstos eran hijos de
antiguos esclavos. De haber sido cierta la presencia de mexicanos señalada por Fuentes
y Guzmán, ésta podría ser posterior a 1562.

En 1576 Diego García de Palacio informó que en el valle de `Acacuastlán'


(Acasaguastlán) se hablaba una lengua que él llamó `hacaccuastleca' y otra llamada
`xapay', que quizás haya sido chortí. Esto sugiere que la llegada de los pokomames
pudo haber sido tardía. Domingo Juarros escribió que en San Cristóbal Acasaguastlán se
hablaba alagüilac, y en San Agustín `mejicano'. Daniel Brinton recogió información
acerca del alagüilac y concluyó que se trataba de pipil. Brinton localizó en la parroquia
de San Cristóbal cuatro manuscritos en un dialecto nahua, los cuales, junto con otras
evidencias, lo hicieron concluir que el `alagüilac era una forma bastante pura de náhuatl'
y que estaba relacionado cercanamente con el pipil de Escuintla. Brinton pensó también
que los hablantes de alagüilac habían llegado, lo mismo que otros grupos pipiles de
Guatemala y El Salvador, alrededor del año 900 DC. Sin embargo, A. Ledyard Smith y
Alfred V. Kidder no encontraron evidencias de cultura pipil en sus reconocimientos y
excavaciones en el valle medio del Motagua. La falta de evidencia arqueológica llevó a
S. Miles a creer que el valle del Motagua tenía población bilingüe de pokomam y pipil.
Sin embargo, con base en nuevas evidencias, Lyle Campbell puso en duda tal
bilingüismo y pensó que el alagüilac debía asociarse con el xinca, y no con el pipil. De
todas maneras quedaría por establecer si esos pobladores llegaron antes o después de la
Conquista.

Chinautla fue un poblado posterior, que aparentemente se desprendió del pueblo de


Mixco (quizás de un barrio de éste), se establecio con aquellos que iban a las fuentes del
barro que utilizaban para su cerámica. Se supone que poco a poco algunos de ellos se
fueron quedando, originando dicho pueblo. Ello explicaría su fundación más tardía
(quizás a finales del siglo XVI) y su carencia de la traza reticular.

Por otra parte habría que mencionar los pueblos de idioma pokomam del occidente de
El Salvador: Chalchuapa, Ahuachapán y Santa Ana, los cuales probablemente fueron
desplazamientos o conquistas del Postclásico Tardío a costa de los pipiles. Estos
pueblos quedaron separados de los de Guatemala después de la Conquista.

En cuanto a los xincas de la región (San Pedro Ayampuc, San Antonio Las Flores y San
José Nacahuil, véanse Ilustraciones 150 y 151), se discute si su presencia debe situarse
en el Clásico o en el Postclásico. No hay que descartar, sin embargo, que ellos se
desplazaron al norte de su región original después de la Conquista, por su disminución
demográfica en la Bocacosta (es decir, Guazacapán, Guanagazapa y Taxisco), buscando
un clima más favorable.

Cambios Económicos
Los nuevos pueblos indígenas pokomames reaccionaron rápidamente a las exigencias
económicas de los españoles. Un elemento conformador fue sin duda la encomienda, y
las actividades que ésta imponía para el pago del tributo.

En la cuenta y tasación de San Miguel Petapa de 1562 aparecen diversas informaciones


sobre el tiempo en que se iniciaron muchas de las actividades económicas de los
pueblos de indios pokomames cercanos a Santiago de Guatemala, y que estaban
orientadas, en buena medida, al abasto de la ciudad. Entonces Petapa producía bastante
trigo y poseía `milpas de comunidad' de maíz y de trigo. También tenían en la
comunidad 51 `cabras de vientre' y 23 cabritos; 20 `puercas de vientre' y 24 `cuchinatos
machos y hembras'. En cuanto al `barrio' de Santa Inés Petapa, aparece que hacía cinco
meses había comprado con bienes de comunidad, de un tal Diego de Torres, vecino de
Santiago, 25 `cabezas de yeguas de vientre', a tres pesos y medio cada una. Asimismo,
Santa Inés tenía crianza de cabras, y había vendido 49 hembras a Petapa. Por otra parte,
había comprado en 100 tostones `un telar de tejer lana para enseñar a sus hijos', y había
contratado a un tal Pedro `indio mexicano maestro' para que les enseñara a tejer. En San
Miguel y en Santa Inés, según se aprecia en el documento, había interés en velar por los
huérfanos, cumpliendo con los testamentos y el cuidado de los bienes de difuntos.

En Amatitlán también se habían adquirido telares, dos para tejer `jergas, frazadas y
algodón blanco y de color para naguas', y cuatro tornos de hilar. Asimismo tenían
caballos y yeguas, un hato de puercos cuyo número no se da, 63 cabras y 64 ovejas.
Estos ejemplos demuestran la rápida incorporación de los pueblos pokomames a las
industrias de origen europeo. En los mismos libros de cuentas de todos estos pueblos
aparecen sus ornamentos y utensilios para el culto católico: incensarios, navetas con su
respectiva cuchara, ciriales, cruces de plata, etcétera.

Por otra parte, como se aprecia en las tasaciones, era usual que el encomendero tuviera
una estancia en las cercanías del pueblo y que los indios cuidaran de su ganado. Esto
pudo haber sido el inicio de las labores y haciendas de españoles en los alrededores de
estos pueblos, que llegaron a ser unas 60 en la última parte del siglo XVII.

Labores y Haciendas en la Región


En las tasaciones de las encomiendas de 1549-1550 se puede comprobar que los indios
de servicio se asignaban a diversas estancias propiedad de los encomenderos, situadas a
inmediaciones de Santiago de Guatemala. Entre 1550 y 1574 se formalizaron y
generalizaron los repartimientos de indios de los pueblos cercanos a la capital, para
trabajar en las labores de trigo de españoles. A medida que aumentó la población de
origen europeo en la ciudad y disminuyó la cantidad de indígenas en los pueblos
cercanos, se hizo necesario un sistema legal que garantizara suficiente mano de obra
barata, sobre todo en la época de la cosecha de trigo.

De acuerdo con datos históricos, el repartimiento de indios se afirmó entre 1563 y 1570,
cuando la Audiencia estuvo en Panamá. Aparentemente el Cabildo de Santiago
generalizó los repartimientos de indios y la Audiencia, al retornar, los limitó a las
labores de trigo o `pan llevar'. Según Fuentes y Guzmán, la confirmación se produjo por
real cédula del 21 de abril de 1574. La responsabilidad de efectuar los repartimientos
siguió a cargo del Cabildo, por medio del alcalde ordinario con funciones de Corregidor
del Valle, quien los realizaba por medio de jueces repartidores. Cuando Martín Carlos
de Mencos ocupó la presidencia, en 1661, los repartimientos pasaron a la Audiencia.

Las labores o estancias propiedad de españoles, así como las haciendas de ganado y de
azúcar, fueron un factor importante que afectó a los pueblos indígenas cercanos a la
ciudad de Guatemala, especialmente los que se hallaban al suroriente (Las Mesas,
Petapa, Amatitlán), donde estaban los más importantes trapiches e ingenios. A pesar de
existir prohibición expresa, la evidencia documental muestra que los indios de
repartimiento para labores de trigo se usaron en esas haciendas, por lo cual la autoridad
tuvo que insistir en la prohibición. En ese sentido, se estableció paulatinamente una
clara diferenciación entre los pueblos pokomames más cercanos a Santiago, que
sufrieron mayor influencia de las labores y haciendas, y aquellos más alejados, que
pudieron llevar una vida menos cargada de exigencias laborales.

Como se indica en el apartado sobre demografía, la población se estabilizó


relativamente pronto e inició su recuperación alrededor de 1580. Por otro lado,
conforme creció la población de Santiago, lo cual fue especialmente notorio a lo largo
del siglo XVII (véase el ensayo de Christopher Lutz en esta misma sección), también
aumentó la demanda de alimentos, de modo que fue necesario incrementar la cantidad
de indios de repartimiento. De acuerdo con la información existente, entre 1670 y 1680,
la cantidad de labores en la zona pokomam cercana a Santiago había llegado a unas 60,
de un total de casi 100 (96 en 1670 y 101 en 1680), en todo el Corregimiento del Valle.
Además, el número de indios repartidos pasó de casi 1,000 a 1,324. En el Cuadro 75 se
resumen los datos de dos repartimientos, uno de 1670 y otro de 1680. En ellos se indica
también el número de labores por valle, las fanegas sembradas y la producción, y los
indios que se podían agregar o que eran de un `nuevo repartimiento'. Según se puede
apreciar en el Cuadro 76, la región pokomam era la más importante en la producción de
trigo y en el número de labores, en lo cual era superior a los otros valles del
Corregimiento del Valle.

Las Vías de Comunicación en la Región


Otro factor muy importante en la región pokomam, que influyó desde muy temprano,
está relacionado con las vías de comunicación, las cuales, como era natural, pasaban por
los poblados. Dichas vías eran básicamente dos `caminos reales', uno hacia el oriente
del Reino (San Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica), y otro hacia el Golfo
Dulce. El primero pasaba por San Miguel Petapa, para seguir hacia Cerro Redondo y
Cuajiniquilapa (hoy Cuilapa). El segundo pasaba por Mixco, atravesaba el Valle de Las
Vacas y se dirigía al noreste buscando el Valle del Motagua, en Acasaguastlán; de allí
continuaba a lo largo del valle, en dirección del Lago de Izabal y Santo Tomás de
Castilla.

Estas rutas afectaron los poblados de varias maneras: existencia de mesones, atención
de los viajeros y sus bestias, inmigración ladina, estadía de comerciantes. Además tales
rutas generaron en cada pueblo algunos negocios para la atención de los pasajeros, que
no era raro que fueran atendidos por población no indígena. Podría no ser una simple
casualidad que en ambas rutas se encontraran pueblos de lengua nahuat (Santa Inés
Petapa en el primero, y el valle intermedio del Motagua en el segundo), que quizás
establecieron los españoles para facilitar el comercio. De cualquier manera, las
mencionadas rutas facilitaron la presencia de españoles en la región, que con el tiempo
produjeron propiedades agrícolas de éstos, es decir, reforzaron o aumentaron la
`ladinización' y el mestizaje.

Demografía
Las primeras tasaciones de tributarios de la región pokomam que permiten hacer
algunas inferencias demográficas, corresponden aproximadamente a la década de 1560.
Una fuente es la `Cuenta de vecinos naturales y tributarios' de San Miguel Petapa, que
hace un conteo de matrimonios (tanto de tributarios como de exonerados o
teupantecas), y de los hijos y los ancianos que ya no tributaban. En dicha tasación
aparece un total de 746 habitantes distribuidos en 211 matrimonios de tributarios, 11 de
exonerados y 5 de ancianos. Había 256 hijos dependientes, 16 menores huérfanos, 2
hombres `para casarse', 2 viudas y 4 viejos lisiados. El promedio de habitantes por casa
era de 4.21 y la relación de habitantes por tributario era de 3.4. Como es el único caso
de una cuenta tan detallada y confiable de matrimonios con sus hijos, a los otros
pueblos se aplicará la cercana relación de 3.5 habitantes por tributario.

Otra fuente es la Geografía y Descripción General de


las Indias, de Juan López de Velasco, que si bien está fechada en la década de 1570, los
datos que presenta son cuando menos de una década antes, de manera que,
aproximadamente, corresponden al año de la cuenta de Petapa. De la región pokomam
hay datos sobre tributarios para 10 pueblos, aunque algunos plantean dudas por su
escritura. En el Cuadro 77 se han ordenado los cinco que corresponden a la región
colindante con los cakchiqueles. El cálculo de habitantes resultó de multiplicar los
tributarios por 3.5.

En el Cuadro 78 se ubicaron los pueblos correspondientes a la región más al nororiente,


siempre con la misma relación de conversión de 3.5. En el primero se obtiene la suma
de 2,797 habitantes, y en el segundo, 2,362. La suma de habitantes de los Cuadros 77 y
78 da 5,159 indígenas pokomames existentes en esa década en los pueblos
mencionados. Si se supone, un poco arbitrariamente, que los mencionados sólo
representaban la mitad de los pueblos de ese idioma, se obtiene un total de 10,318
habitantes. Si se acepta, de nuevo arbitrariamente, que para entonces se estaba
alcanzando la desaparición de un 80% de la población que existía a la llegada de los
españoles, se puede suponer que en 1520 había alrededor de 82,544 pokomames en la
región. Por supuesto, sólo son cifras aproximadas, no corroboradas; pero de todas
maneras es lo más que se puede decir aplicando criterios semejantes a los usados por
otros autores para diversas regiones de Guatemala.

Las siguientes cifras de tributarios corresponden a casi un siglo después (1664), en que
se tiene un recuento de los pueblos a cargo de los dominicos. En la parte izquierda del
Cuadro 79 aparecen las cifras de tributarios de los cinco pueblos de idioma pokomam
en ese padrón, y la cifra de habitantes, siempre resultado de multiplicar los tributarios
por 3.5. Los siguientes datos son de 1678. Al extraer la información de tributarios de los
mismos cinco pueblos y convertirlos en habitantes aplicando el mismo multiplicador
(3.5) se obtienen los resultados que se ven a la derecha del Cuadro 79. El aumento es
exagerado, salvo para Santa Catarina Pinula; resultaría que en apenas 14 años la
población habría pasado de 2,106 tributarios y 7,370 habitantes, a 3,078 tributarios y
10,771 habitantes, lo que hace pensar que las cifras de los cuatro primeros pueblos
pudieran corresponder a una época anterior o bien que se les hubiera tasado por debajo
de la realidad. En cambio, sí resulta creíble el crecimiento desde la década de 1560,
cuando estos cinco pueblos sumaban 2,772 habitantes, y que en 1678 tuvieran 10,771,
lo que daría una tasa anual de crecimiento de 1.16%, aceptable para aquella época.

Si se supone que el crecimiento continuó a un ritmo más o menos igual hasta 1700,
resultaría que la población de estos cinco pueblos alcanzó ese año alrededor de 12,000
indígenas. Dicha evolución se resume en la Ilustración 152.

Cambios en la Estructura Sociopolítica y Familiar


Uno de los cambios más notorios y dramáticos, resultado de la Conquista, fue la
desaparición de la organización sociopolítica aborigen y su sustitución por la de pueblos
o municipios con estructura castellana: alcaldes, regidores, alguaciles y otros cargos. Si
bien cada cargo tenía asignadas funciones específicas de acuerdo con el sistema
castellano, los indígenas les introdujeron variantes. Además, no se puede desestimar el
importante papel que desempeñaba la religión católica, cuyas actividades estaban
encabezadas oficialmente en cada parroquia por un cura párroco. El hecho de que éste
fuera el único español residente en el pueblo le asignaba una gran importancia, pues le
tocaba vigilar el comportamiento de sus feligreses. El cura contaba con la ayuda de
algunos especialistas locales, como sacristanes o teupantecas, maestros de coro o
fiscales, etcétera.

Para llenar los principales cargos de la jerarquía civil (en la que hay que incluir también
al gobernador indio) y religiosa, los españoles recurrieron a los descendientes de las
antiguas familias gobernantes, o al menos de la nobleza, llamados usualmente calpules
o cabeza de calpul. Los encargados de escogerlos eran los corregidores o alcaldes
mayores en el caso de los puestos seculares, y el párroco en cuanto a los cargos
religiosos. De esa manera, los españoles aprovecharon el prestigio de estos indios y
trataron de convertirlos en intermediarios entre las autoridades españolas y el sistema de
gobierno local. En el apartado siguiente se hace referencia a un caso bastante bien
documentado, el de la familia Guzmán, de Petapa, que se decía descendiente del rey
pokomam de esa región. Además, igual que en otras partes, en los pueblos pokomames
se establecieron cofradías casi desde el principio de la Colonia, a fin de organizar y
canalizar el culto católico a determinadas imágenes, como el santo patrono del pueblo,
Cristo, la Virgen, etcétera. Si bien nunca perdieron ese carácter, no hay duda que pronto
los indígenas incorporaron en las cofradías otras funciones, ya no exclusivamente
religiosas, sino de apoyo comunal y de afirmación de la identidad cultural.

En cuanto a la organización familiar, los españoles establecieron una política uniforme,


tanto a través de las autoridades civiles como las religiosas: la única familia aceptable
era la nuclear o estricta (esposos e hijos menores sin casar). Esto suponía tratar de
acabar con la familia extendida, en cualquiera de las variantes que existían entre los
pokomames del Postclásico, al menos entre la aristocracia. En esta política
probablemente influyeron tanto factores de tipo político y religioso, como de control
tributario. Los españoles consideraban que la familia extensa, a través del prestigio del
jefe familiar, era un medio de perpetuar prácticas prehispánicas inaceptables, además de
que hacía más difícil el control del tributo.

En la cuenta y tasación de San Miguel Petapa de 1562, se aprecia con toda claridad la
política aplicada sin contemplación por el Juez Administrador, Francisco del Valle
Marroquín: todos los matrimonios, por jóvenes que fueran, debían tener casa aparte y
`milpa' propia. Todos debían acatar la orden, y a quienes no la habían cumplido desde la
tasación anterior (de 1560) se les castigó con azotes.

Tal fue la política oficial española, pero ello no quiere decir que siempre tuvieron éxito,
ya que hoy todavía existen variantes de familia extendida en algunas partes de
Guatemala. Eso hace suponer que el logro de esta política varió de una zona a otra. En
el caso de la región pokomam, hay indicios de que tuvo un éxito relativo, predominando
notoriamente la familia nuclear. Por otra parte, la documentación muestra que el sistema
de otorgar las parcelas de cultivo en los pueblos pokomames se basó en la familia
nuclear, sin dar participación a los calpules o parcialidades, de los que no queda traza
documental, lo que hace suponer que en esta región desaparecieron relativamente
pronto.

Los Caciques: el Caso de San Miguel Petapa


San Miguel Petapa es un caso excepcional en cuanto a la información documental que
existe acerca del papel desempeñado por los `caciques-gobernadores'. Su importancia y
posición privilegiada se mantuvo durante todo el siglo XVII e incluso se prolongó hasta
principios del siglo XVIII. La familia de caciques se decía descendiente del `rey'
Casbalam, fallecido antes de la Conquista, padre de don Francisco Calel, el primero y
principal señor del tiempo de los castellanos, y de su hermano don Juan. Hijos de ambos
fueron alcaldes y sacristanes, y sus descendientes se mantuvieron vinculados al
gobierno municipal, a la jerarquía cívicoreligiosa local (como sacristanes o teupantecas
exentos de tributo) y al cargo de gobernadores, con algunas interrupciones, durante el
siglo XVII.

En algún momento del siglo XVI adoptaron el apellido Guzmán. Ya entonces denotaban
un mayor grado de transculturación que el resto de los indios del pueblo, así como una
riqueza relativa. Pronto emparentaron con indios `mexicanos' procedentes de
Almolonga o Ciudad Vieja, y posteriormente con mestizos y españoles. Sin embargo,
siguieron siendo escogidos como gobernadores y considerados como caciques, a pesar
de las disposiciones en contrario de la legislación.

De acuerdo con la llamada `Probanza de don Pablo de Guzmán', hecha en 1670 pero
con traslados notariales de documentos anteriores, la Audiencia eximió a los caciques
de Petapa del pago del tributo. Asimismo, ordenó que los indios del poblado debían
construir la casa de dichos caciques, sembrarles su milpa y darles gente de servicio para
trabajos tales como proveerles de agua, leña, etcétera, en compensación porque los
macehuales ya no les tributaban por tener que cumplir con la Corona.

En cuanto a privilegios y atribuciones se aprecian algunos cambios por medio de la


documentación correspondiente. En el primer `nombramiento' conocido de cacique, de
1551, se dilucidó lo que correspondía a los dos hijos de Casbalam, otorgándose a don
Francisco el cacicazgo, con `cargo y cuidado de administrarle en todas las cosas y casos
que [los] caciques de los pueblos de Guatemala han de uso y costumbre', y a su hermano
menor don Juan sólo se le hizo `cacique' de 10 casas. Después fue sacristán.

De acuerdo con la citada Probanza (folio 33), en 1598 el cacique-gobernador don


Bernabé de Guzmán llevaba `vara de la real justicia', `sin que ningunas justicias de su
magestad ni otras personas le pongan ni consientan poner impedimento alguno'. Cuando
Thomas Gage estuvo en Petapa, en 1630, le llamó la atención el prestigio e importancia
de dicha familia, que mencionó específicamente:

Allí vive una familia que es muy respetable entre los


indios, que dicen ser descendientes de los antiguos reyes
del país, y que los españoles han honrado ahora con el
noble apellido de Guzmán. De esta familia se elige
gobernador del lugar, el cual depende de la ciudad y de la
cámara de justicia de Guatemala.

El que era gobernador cuando yo estaba en aquel país se


llamaba don Bernardo [sin duda quiso decir Bernabé] de
Guzmán, que había ejercido largo tiempo este cargo y se
había conducido con mucha prudencia y discreción, hasta
que habiendo perdido la vista de vejez lo sustituyó su
hijo don Pedro de Guzmán, quien como su padre era temido y
respetado de los otros indios, y si no hubieran sido dados
a la embriaguez, como lo son la mayor parte de los indios,
hubieren podido obtener el gobierno de una ciudad de
españoles.

Según el mismo autor, el gobernador indio de Petapa gozaba de muchos privilegios,


como nombrar a quienes debían proveerle de comida, cuidar de sus caballos, llevarle
pescados y leña, y hacer todo lo concerniente a su servicio. Sin embargo, a pesar de toda
su autoridad el cacique-gobernador nada hacía `sea por la policía del lugar, sea por la
ejecución de la justicia' sin el consentimiento y aviso del religioso dominico, `que tienen
los frailes tantas personas obligadas a servirle y a pescar para él, que puede vivir como
un obispo'. Quizás Gage se excedió un tanto con respecto al poder y servicios de que
gozaban los frailes, ya que era usual que exagerara en estos aspectos críticos de la vida
de los sacerdotes católicos.

La familia Guzmán continuó acaparando el cargo de gobernador hasta finales del siglo
XVII. El último fue don Pascual de Guzmán, que lo era cuando la Audiencia suprimió
el cargo por considerar que sólo debía existir en los pueblos situados a más de ocho
leguas de Santiago de Guatemala. Sin embargo, poco duró la supresión, ya que en 1704
se restituyó el cargo y el nombramiento volvió a recaer en don Pascual, aun cuando
parece que fue por poco tiempo. En la Ilustración 153 se resume la descendencia del rey
Casbalam hasta principios del siglo XVIII.

Conclusiones
Las regiones central y oriental de los pokomames de Guatemala fueron las que sufrieron
más amplios cambios desde la Conquista hasta 1700. En el caso de la región más
inmediata a la capital, esta misma cercanía y la existencia allí de labores y haciendas
propiedad de españoles fueron factores determinantes. No sólo se condicionó la
producción interna de los pueblos para el abasto de Santiago de Guatemala, sino que las
labores y haciendas propiedad de españoles fueron importantes centros de mestizaje,
sobre todo las de azúcar, que se establecieron desde el siglo XVI, y en las que pronto se
asentó población negra (esclava y libre) y española. Otros factores fueron los caminos
reales hacia el oriente del Reino y hacia el Atlántico en el Valle del Motagua. Estos
caminos, con todo su trajín, promovieron poco a poco la presencia de población no
indígena en sus cercanías. Un factor más fue el vacío demográfico que produjo tanto el
proceso de reducción a pueblos como la disminución de la población indígena.

Después de la Conquista, quizás en el momento de las reducciones, hubo inmigraciones


de indígenas de otras regiones y, más tarde, de no indígenas. Entre las primeras estuvo
el movimiento de xincas hacia el norte, forzado por la disminución que éstos sufrieron
en su región de origen, más baja, y que les llevó a buscar lugares más sanos. Talvez en
ese contexto debe entenderse también la ubicación de grupos no pokomames al norte
del Motagua en la zona de Acasaguastlán, donde en 1576 se hablaba, aparentemente,
xinca y chortí. También hubo desplazamientos de grupos chortíes del Oriente hacia
regiones de los actuales departamentos de Jalapa y Jutiapa, por ejemplo,
Mataquescuintla, Ipala, Cuajiniquilapa. Los chortíes, en efecto, forzados por los
españoles o por otras circunstancias, se internaron en territorios que antes habían sido
sólo de lengua pokomam. Todo ello está aún poco estudiado y falta mucho por
esclarecer con certeza.

En resumen, una región que en 1520 era exclusivamente pokomam, en 1700 se había
convertido en multiétnica con la presencia, además de la población original, de
españoles, xincas (incluyendo aquí el idioma llamado `alagüilac') chortíes y también
uno o más grupos de origen mexicano. Es decir que en esos 180 años se produjeron
profundos cambios lingüísticos, que limitaron la región pokomam a unos pocos
poblados, en los que gran parte de la población indígena (especialmente la masculina),
era ya bilingüe pokomamcastellano. Además se produjo un intenso mestizaje,
especialmente en las haciendas y sus alrededores. La presencia de todos estos elementos
se dio desde muy temprano, es decir, un poco después de la reducción, con el
establecimiento de un pueblo de esclavos liberados, llamado Santa Inés Petapa, como
también por los asentamientos de origen mexicano.

Toda la región pokomam gozó de cierta prosperidad, asociada al mercado de Santiago


de Guatemala, a sus labores y haciendas, y a vías de comunicación importantes, así
como por el clima relativamente sano y la fertilidad del suelo. Ello hizo que los efectos
de la catástrofe demográfica aborigen no fueran tan graves allí, a lo que también
contribuyó la inmigración (indígena, africana y europea). Se puede suponer que se llegó
al punto poblacional más bajo alrededor de 1580, y que desde entonces creció la
población aborigen, lo cual se mantuvo a lo largo de todo el siglo XVII, con un índice
de aumento anual de 1.16%.

Por supuesto, la colonización española produjo profundos cambios no sólo en lo


sociopolítico, con la nueva estructura de pueblos como unidad básica del gobierno, sino
también en lo social, al desaparecer, más o menos rápidamente, los calpullis o
parcialidades, lo que no sucedió en otras zonas de Guatemala. Por razones religiosas y
fiscales los españoles promovieron un solo modelo familiar: el nuclear, el cual tuvo
bastante éxito en esta región. En un principio, lo mismo que en Mesoamérica en general
y en otras partes de las Indias, los españoles respetaron la existencia de la clase
gobernante y la aristocracia prehispánicas, que fueron aprovechadas como
intermediarias en el sistema de gobierno.
SANDRA L. ORELLANA

Los Tzutujiles

El Período de la Conquista (1522-1541)


En un documento que se llama Título de San Bartolomé se indica que los tzutujiles
(tz'utujiles) de la Costa ya habían tenido contacto con los españoles en 1522. Se supone
que Pedro de Alvarado envió a su sobrino Juan a resolver una disputa de límites entre
los indígenas de Xeoj (llamado después San Bartolomé) y los de Nagualpa. La
verdadera conquista ocurrió dos años más tarde, cuando Alvarado entró en el país por
las tierras bajas y siguió hasta llegar a la capital quiché (k'iche') de Gumarcaaj.

Después de dominar a los quichés y de aliarse con los cakchiqueles (kaqchikeles),


Alvarado salió desde Iximché, capital de los segundos, con la intención de atacar a los
tzutujiles. Rápidamente tomó posesión de Chiyá, cerca de Santiago Atitlán, capital
prehispánica de los tzutujiles, y poco tiempo después éstos se rindieron. Luego,
Alvarado regresó a Iximché y tres días más tarde llegaron allí los principales señores
tzutujiles, con obsequios para los españoles. En reciprocidad, Alvarado les regaló
algunas joyas y los envió de regreso a Chiyá. Consideró que era el pueblo más pacífico
de la región. En 1526 los utilizó para sofocar una rebelión cakchiquel.

Encomienda y tributo

Después de la Conquista se impuso la encomienda a los indígenas. Alvarado fue el


primer encomendero de Atitlán, pero pronto otorgó la mitad a otro conquistador, Pedro
de Cueto. Algunas veces, cuando Alvarado estaba fuera de Guatemala, su hermano
Jorge asumía el cargo de encomendero de Atitlán y otros lugares. En 1529, después de
la muerte de Cueto, su mitad de la encomienda pasó a manos de otro conquistador,
Sancho de Barahona. En 1532, don Pedro otorgó de nuevo la mitad de Atitlán a
Barahona y se quedó con la mitad que antes había sido temporalmente de su hermano
Jorge. En 1534, Alvarado le quitó Atitlán a Barahona, pero éste la recuperó en 1537.
Después de la muerte de Alvarado, su mitad de Atitlán pasó al Rey, mientras la otra
siguió en poder de Barahona.

Al principio, Alvarado compartió con Pedro de Cueto la encomienda de Atitlán. El


Señor de Atitlán (Chiyá), don Pedro Cabinjay, cobraba el tributo y se encargaba de que
fuera entregado a ambos encomenderos. Las exigencias iniciales de Alvarado eran en
metal y objetos de valor, pero en los primeros años después de la Conquista, los
indígenas de Atitlán también pelearon como soldados, extrajeron oro y sirvieron como
cargadores. La Relación Tzutujil cuenta que Atitlán daba cada año a Alvarado y a Cueto
1,400 xiquipiles de cacao, equivalentes a 10,000 pesos, muchas mantas, pavos, miel,
maíz y otros artículos de menor valor. En 1534 y 1535, Jorge de Alvarado tomó de
Atitlán 250 esclavos, 1,200 xiquipiles de cacao y 2,000 mantas valoradas entre 3,000 y
4,000 pesos. La otra mitad de la encomienda debe haber sido equivalente. Este tributo
probablemente se mantuvo mientras vivió Alvarado.
La introducción del catolicismo

Al cabo de la primera etapa de la Conquista, varios religiosos viajaron por Guatemala y


quizás algunos de ellos visitaron Chiyá y los poblados tzutujiles del área. El catolicismo
se afirmó en 1534, cuando se fundó la diócesis de Guatemala, con Francisco Marroquín
como primer obispo.

El dominico Rodrigo de Ladrada predicó en 1538 en Chiyá y Tecpán Atitlán, cuando ya


estaban bautizados los gobernantes indígenas. Probablemente fue Fray Luis Cáncer,
otro dominico, el que trajo la fe a don Juan de Atitlán, primer cacique en la época
posterior a la Conquista, y a los habitantes de los otros pueblos alrededor del lago. Fray
Luis llegó a Guatemala en 1535, con los frailes Bartolomé de Las Casas, Pedro de
Angulo y Rodrigo Ladrada.

Cuando los dominicos salieron en misión para convertir a los indígenas de Sacapulas,
Rabinal y Verapaz, varios principales (incluyendo a don Juan) y sus criados,
acompañaron a los frailes en la pacificación y conversión de los habitantes de aquella
región. En 1540, don Juan fue premiado por la Corona por esa participación. Tales
reconocimientos explican por qué algunos caciques y principales estaban dispuestos a
convertirse y a participar en campañas de conversión de otros indígenas. Después de
adoptar el catolicismo, los señores lograban la protección de los religiosos y retenían
algunos de los privilegios que habían disfrutado en la época prehispánica.

La afirmación de la autoridad real (1541-1555)

La Audiencia se estableció en Honduras en 1543, y ello marcó el fin de la época del


dominio directo de los conquistadores. Durante este período se utilizaron algunos otros
recursos para dominar a los indígenas, de los cuales los más importantes fueron la
reducción o congregación, el sistema de gobierno municipal aborigen, y la Iglesia.

La congregación o reducción

Conjuntamente con las epidemias que hicieron disminuir la población indígena, la


reducción a pueblos fue el factor principal en el cambio del patrón de poblamiento de
los tzutujiles. Los frailes franciscanos Pedro de Betanzos y Francisco de la Parra
congregaron a ese grupo del Altiplano en poblados concentrados de tipo europeo, y los
habitantes de Chiyá fueron reducidos en 1547 en lo que es el pueblo actual de Santiago
Atitlán. En 1566 todavía se le conocía como Santiago Chia.

La mayor parte de las otras congregaciones o reducciones realizadas alrededor del Lago
de Atitlán concentraron grupos dispersos de indígenas en sitios que en tiempos
prehispánicos habían sido parcialidades (amak). El efecto total de esta política fue hacer
más compacto el modelo poblacional del Altiplano.

Las congregaciones en la región de las Tierras Bajas de los tzutujiles las realizaron los
frailes Gonzalo Méndez y Diego Ordóñez, también franciscanos, a partir de 1544. A
causa del terreno difícil, estos pueblos no se trazaban con tanta regularidad como
Atitlán, y por la falta de buenos caminos se encontraban aislados. La política de
congregación o reducción no cambió en ese momento los límites del reino tzutujil
prehispánico, porque los españoles tendían a respetar las entidades políticas previas;
pero sí implicó el abandono de la antigua capital y el establecimiento de algunos nuevos
poblados.

El sistema indígena de gobierno municipal

El sistema de gobierno municipal indígena se estableció en varios pueblos tzutujiles.


Atitlán pasó a ser la cabecera del Corregimiento de Atitlán, y sus antiguas dependencias
se volvieron `sujetos'. Existe poca información acerca de la situación política en la
región tzutujil desde el período de la Conquista hasta 1547. Básicamente, los
encomenderos dejaron que continuaran en el poder los cabezas de linaje del período
prehispánico, que se encargaban de entregar el tributo. En 1547 se estableció el
Corregimiento de Atitlán, que se unió en 1560 al de Tecpán Atitlán para formar la
Alcaldía Mayor de Zapotitlán.

El Corregimiento fue diseñado para proteger a la sociedad aborigen contra la


intromisión española, supervisar el gobierno indígena, cobrar el tributo, promover la
cristianización y ejercer funciones judiciales en casos de litigios civiles y criminales
entre los indios. Los señores más importantes ocuparon cargos en el Ayuntamiento. El
Cabildo decretaba normas en asuntos que no cubrían las leyes españolas y desempeñaba
algunas de las funciones que antes ejercía el consejo de señores prehispánico. Los
funcionarios del Cabildo de Atitlán, en ciertas ocasiones, presentaban peticiones a la
Audiencia o a la Corona con relación a tributos excesivos, disputas jurisdiccionales y
ayudas para el culto católico. Verificaban los testamentos, proporcionaban mano de
obra para los españoles y para proyectos locales, velaban porque se cobrara y entregara
el tributo, y se ocupaban de asuntos de interés para la comunidad.

El tributo no fue tasado y cobrado regularmente de acuerdo con una cuota fija sino hasta
que Alonso López de Cerrato asumió el control del gobierno en 1546. Después de 1550,
los funcionarios de la Corona prepararon tasaciones (listas) de tributarios, lo que
transformó la jurisdicción de los encomenderos sobre los indígenas. En 1549, Sancho de
Barahona, hijo menor del conquistador, heredó la mitad de la encomienda de Atitlán
perteneciente a su padre. En aquel tiempo, Atitlán era una de las encomiendas más ricas
gracias al control que ejercía sobre las plantaciones de cacao. Los indígenas pagaban el
tributo con artículos producidos localmente y el mismo se cobraba dos veces al año.
Atitlán pagaba entonces 1,200 xiquipiles y nueve zontles de cacao al año. En 1554
pagaba 400 pavos y 400 pollos, pero sólo 600 xiquipiles de cacao. En el período inicial,
los funcionarios indígenas del Cabildo tuvieron cierta independencia de las autoridades
españolas pero, a partir de 1561, fueron restringidos cada vez más por la Corona. Hasta
ese momento, el sistema de gobierno municipal permitió a los nobles de Atitlán
continuar gobernando a su pueblo, con un mínimo de interferencia española. Sin
embargo, estaban subordinados al corregidor local, que confirmaba todas las elecciones,
así como a la Corona y al encomendero, a quienes pagaban tributo.

El establecimiento del templo cristiano en Atitlán


En 1538, la Corona ordenó la construcción de iglesias en los pueblos indígenas y sus
alrededores. Por la escasez de sacerdotes y la falta de fondos, las primeras fueron chozas
con techos de paja. Esta clase de iglesia fue la que probablemente existió a partir de
1547 en Chiyá y luego en el pueblo de Atitlán.

Algún tiempo después de establecida la congregación de Santiago Atitlán, los


sacerdotes franciscanos fijaron allí su residencia. En 1552, Fray Juan de Mansilla
escribió en una carta a la Corona que había apartado tres casas en el poblado para
impartir enseñanza a los hijos de los señores y escogió sacerdotes que conocieran la
lengua indígena para enseñar a leer y escribir en español. El Corregidor Alonso Páez
Betancor y Fray Pedro de Arboleda escribieron a su vez que algún tiempo después de
realizarse la reducción de Atitlán, los sacerdotes ordenaron que se fundara una escuela
en el pueblo. Los escolares debían aprender a leer, cantar y ayudar en el culto. Los
frailes fundadores de la escuela fueron Pedro Betanzos y Francisco de la Parra, quienes
probablemente hayan sido también los primeros que residieron en Atitlán.

En 1550 los tzutujiles se encontraban tranquilamente bajo jurisdicción franciscana,


después de haberse completado el proceso de congregación o reducción, y entonces los
indígenas proporcionaron la mano de obra necesaria para la construcción de un templo
permanente. Sin embargo, la religión prehispánica todavía no se había extinguido. Entre
1545 y 1550 se encontraron ídolos y fueron quemados por los frailes franciscanos. A
pesar de ello, el catolicismo llegó a ser rápidamente una de las fuerzas principales en
todos los pueblos indígenas.

La Consolidación del Poder Español (1550-1600)


Los ingresos de la encomienda de Atitlán bajaron un poco después de 1578 porque las
epidemias disminuyeron la población indígena, tanto en la cabecera como en los
pueblos sujetos que tenían en la Bocacosta. En 1524 Atitlán tenía unos 48,000
habitantes, pero en 1583 sólo quedaban 4,228.

Después de que Juan Núñez de Landecho asumió la presidencia de la Audiencia en


1559, los señores de Atitlán solicitaron una nueva tasación. Ésta, sin embargo, aumentó
el tributo en 2,000 pesos, y se fijó el pago adicional de 200 fanegas de maíz y 100
arrobas de miel.

En 1564, los tzutujiles solicitaron una nueva tasación al sucesor de Landecho, Francisco
Briceño. Se realizó, pero de nuevo se aumentó todavía más el tributo. Además, debían
pagar 35 cargas de cacao, que en dinero representaban 750 pesos, más otros 250
adicionales. Barahona percibía una cantidad semejante y posiblemente mayor, ya que,
según Juan de Pineda (1594), algunos encomenderos cobraban más de lo que obtenía la
Corona. De 1585 a 1588, ésta percibió de su mitad de Atitlán entre 1,200 y 1,700 pesos;
de 1589 a 1599 esta suma se incrementó de 2,200 a 2,800.

Buena parte de este tributo provenía del cacao de la Costa. Diego de Garcés, Alcalde
Mayor de Zapotitlán, decía que en la década de 1570 las dependencias costeñas de
Atitlán eran ricas en cacao. García de Valverde asumió la presidencia de la Audiencia
en 1578. En un informe fechado en 1584, describía dos clases de tributos pagados por
los indígenas. El primero consistía en dos tostones, que se requerían de todos los
tributarios. El segundo era una tasación sobre las plantaciones de cacao, basada en el
tamaño y productividad de éstas. Ambos tributos eran pagados por los tzutujiles, dueños
de las tierras cacaoteras. En 1592, se agregó el servicio del tostón para pagar la flota
española (ver Cuadros 80, 81 y 82).

Atitlán y sus dependencias fueron tasados de nuevo en 1599 cuando era Presidente de la
Audiencia Alonso Criado de Castilla. La tasación la llevó a cabo el Alcalde Mayor de
Zapotitlán, Carlos Vázquez de Coronado. Para entonces, los tzutujiles pagaban tributo
principalmente en forma de cacao y aves (gallinas).

Los cargos del gobierno municipal

La costumbre prehispánica para escoger a los funcionarios continuó durante casi todo el
siglo XVI. Algunos de los primeros datos acerca del gobierno local y la elección de
funcionarios en Atitlán se refieren a quejas de los señores de la parcialidad tzutujil (que,
a pesar de su título, eran subordinados) en contra del gobernador (ajtz iquinajay), don
Pedro Cabinjay. En las parcialidades anteriores, la sucesión había pasado de padre a hijo
desde tiempos prehispánicos.

El cacique que gobernaba en el tiempo de la Conquista era Jo o Noj Quixcap (Quixcap o


Cinco Terremotos). En 1540, don Juan llegó a ser Gobernador y prestó servicio hasta su
muerte en 1547. Su hijo, don Bernabé, todavía era muy joven, así que don Pedro
Cabinjay, señor adjunto en tiempos prehispánicos, asumió el poder como Regente. El
puesto de gobernador fue monopolizado por la parcialidad ajtz iquinajay, hasta por lo
menos 1583.

Como don Bernabé era demasiado joven para ocupar el puesto que le correspondía, los
miembros de la parcialidad de los tzutujiles se opusieron a la sucesión e intentaron
aumentar su poder en el pueblo. Las autoridades españolas llamaron varios testigos a
declarar con respecto a la sucesión y éstos validaron a Cabinjay como Regente y
Gobernador.

Sin embargo, la parcialidad de los tzutujiles algo obtuvo de aquella actitud desafiante.
Las autoridades españolas determinaron que en el Cabildo de Atitlán debía haber dos
alcaldes, uno para cada parcialidad. Además, el Presidente Landecho ordenó en 1563
que, en cada elección, una mitad de los funcionarios provendría de la parcialidad tzutujil
y la otra de la parcialidad ajtz iquinajay.

Según el Testamento Ajpopolajay, don Francisco de Rivera, miembro del ajtz iquinajay,
fue Gobernador de Atitlán. Debe haber sido el sucesor de don Pedro Cabinjay, al morir
éste en 1565. Rivera fue uno de los signatarios de la Relación Tzutujil, escrita en 1571,
de manera que era probablemente el Gobernador en aquel entonces. No fue sino hasta
1583 que Francisco Vázquez, miembro de la parcialidad tzutujil, finalmente llegó a ser
Gobernador.

Después de 1587 es imposible distinguir entre las dos parcialidades o determinar si el


puesto de gobernador llegó a alternarse regularmente entre ambas. A finales del siglo
XVI, algunos de los descendientes directos de la nobleza prehispánica de Atitlán se
habían extinguido, y quizás para entonces los principales se estaban escogiendo también
entre aquellos que se abrían camino en el comercio o que servían en la jerarquía
eclesiástica. Los indígenas con tratamiento de `don' fueron hombres prominentes en el
gobierno durante todo el siglo XVI. Los gobernadores usaban el `don' y eran miembros
destacados de las dos facciones de más alto rango de aquel tiempo.

El gobierno municipal: `sujetos'

Durante casi todo el siglo XVI la cabecera de Atitlán mantuvo el dominio social y
político sobre sus `sujetos', entre los cuales se incluían San Bartolomé, San Francisco,
Santa Bárbara y San Andrés, en la Costa; San Pedro, San Pablo, Santa María de Jesús
(Visitación), San Marcos, Santa Cruz y San Lucas Tolimán, alrededor del lago. San
Antonio Suchitepéquez quedó separado del dominio de Atitlán y se convirtió en la sede
de la Alcaldía Mayor de Zapotitlán. También se perdió Nagualapa.

En los últimos 50 años del siglo XVI, los `sujetos' trataron de conseguir alguna
independencia política de la cabecera. Mientras estaban incluidos en la tasación
tributaria como parte de Atitlán, eran considerados políticamente dependientes de la
cabecera y parte integral de la misma. La clave de una independencia mayor era la
formación de un Cabildo.

Para 1585, los `sujetos' de la Costa tenían ya sus propios Cabildos y algunos `sujetos' de
Tierra Alta probablemente fueron fundados alrededor del mismo tiempo. En 1575 se
establecieron oficialmente San Pedro y San Pablo como pueblos separados. Después de
independizarse un poblado sujeto, se le contaba en forma separada de la cabecera para
los efectos del pago del tributo. A pesar de su independencia política, los pueblos de
habla tzutujil mantuvieron sus lazos lingüísticos y culturales con Atitlán. Sin embargo,
la obtención de cierta independencia local, así como la fundación de pueblos,
significaron una separación de hecho, social y política, que más tarde se convirtió en la
base del sistema de gobierno por municipios del siglo XIX.

Los funcionarios españoles y la corrupción

Aunque el corregidor era el encargado por parte de la Corona de proteger a los


indígenas del maltrato, muchas veces resultaba ser, junto con el alcalde mayor y con el
encomendero, el principal transgresor. El corregidor residía en Atitlán porque era la
cabecera del corregimiento y los tzutujiles también se encontraban en la Alcaldía Mayor
de Zapotitlán y estaban sujetos a las visitas del alcalde mayor. Los indígenas recibían
poca protección cuando el corregidor y el encomendero se ponían de acuerdo para
engañarlos. El único recurso que les quedaba era acudir al fraile local.

El Obispo Juan Ramírez de Arellano describió el sinnúmero de injusticias que sufrieron


los indígenas a finales del siglo XVI y principios del XVII. Buena parte de su informe
se refería a los poblados costeños de cacao, donde existía mucho abuso. Decía que los
funcionarios españoles forzaban a los indígenas a darles dinero. Un alcalde mayor de
Zapotitlán tomó 15,000 tostones de su provincia y con ellos compró cacao. En aquel
tiempo, cada carga estaba valorada en 50 ó 60 tostones. El alcalde envió el producto a
México para su venta, e hizo así negocio con el dinero del Rey.
En los años en que los árboles de cacao no producían fruto, también debía pagarse el
tributo. Había órdenes de la Corona que eximían a los indígenas de la obligación de
pagar durante esta época, pero tales órdenes no se obedecían. Unas veces el
encomendero tomaba cuatro quintas partes de la cosecha de cacao y otras veces la
tomaba toda.

A los indígenas también se les obligaba a ocuparse de los viajeros que pasaban por sus
pueblos. Cuando Fray Alonso Ponce y su grupo pasaron por la Costa y el Altiplano, los
tzutujiles y otros indígenas que vivían en el área les dieron obsequios de comida.
También les proporcionaron animales y guías.

En ciertas ocasiones, los funcionarios españoles pedían comida, forraje para sus
animales, mano de obra para construir sus casas y sirvientes domésticos. Algunos de
ellos maltrataban abiertamente a los indígenas. Los comerciantes eran particularmente
culpables de tal conducta. El pueblo más importante en el comercio del cacao durante el
siglo XVI fue San Antonio Suchitepéquez, pues la mayor parte de los mercaderes
españoles que realizaban sus negocios con México vivían allí, y usaban métodos
variados para obtener cacao de los indígenas de la Costa, al menor precio posible.

A los tzutujiles de los alrededores del lago les iba un poco mejor, puesto que el área del
Altiplano occidental se encontraba un poco más alejada de los grandes núcleos de
población española. Por consiguiente, evitaban la continua demanda de mano de obra,
así como las depredaciones que sufrían los pueblos indígenas localizados más cerca de
los grandes centros de españoles, que debían trabajar en labores de trigo, obrajes de añil
y haciendas de azúcar.

El crecimiento de la Iglesia

Existe poca información disponible en cuanto a la práctica de la religión católica entre


los tzutujiles antes de 1570. En 1566 residían permanentemente dos frailes en el área de
Atitlán, Juan Alonso y Diego Martín, pero poco se sabe de su administración.

En 1570, Fray Gonzalo Méndez llegó a ser Guardián de Atitlán. Méndez reunió
catecismos, diccionarios y explicaciones de la doctrina cristiana en lengua tzutujil y
comenzó la construcción de una iglesia permanente en Atitlán. Los indígenas la
construyeron sin que el encomendero aportara dinero alguno al esfuerzoaunque, según
la legislación, ésta era una de sus obligaciones.

En 1582 se terminó finalmente la iglesia y el Presidente García de Valverde mandó


ampliar el monasterio añadiéndole un cuarto y varias aulas. En 1586 vivían también en
San Bartolomé dos frailes. Estaban supervisando San Andrés y dos o tres pueblos
cercanos, porque quedaban muy lejos de Atitlán.

En 1585, la Iglesia estaba bien establecida en la región tzutujil. Por ejemplo, los
religiosos franciscanos de Atitlán celebraban la misa, predicaban el evangelio a los
naturales en su propia lengua, llevaban a cabo matrimonios y bautizos y administraban
otros sacramentos. Los indígenas servían cargos diversos en la parroquia y
proporcionaban músicos y cantores.
El servicio en las variadas funciones de la Iglesia ofrecía un medio de ganar prestigio y
posición en la sociedad posterior a la Conquista. Aunque estos puestos eran ocupados
ordinariamente por miembros de los estratos altos del sector indígena, algunos plebeyos
lograron acceso a estas vías de mejora. Los hombres que ocupaban estos cargos
frecuentemente estaban exentos de pagar tributo, y ello hacía atractivas tales categorías.

La vida de los tzutujiles en el siglo XVII

A principios del siglo XVII había disminuido el trauma de la Conquista y los rigores
inherentes al establecimiento de la nueva estructura gubernamental, cultural y
eclesiástica. Durante este período se fusionaron y ajustaron los patrones de vida tzutujil
y español, para producir el estilo de vida colonial que surge en forma tan prominente en
los documentos de la época.

Encomienda y tributo

El traspaso de la encomienda de un titular a otro tenía poco significado para los


tzutujiles. Los encomenderos residían en Santiago de Guatemala, lejos de Atitlán y sus
dependencias. A principios del siglo XVII, la encomienda de Atitlán aún producía un
ingreso relativamente lucrativo. Los 2,867 tostones anuales que entonces recibía Pedro
Núñez de Barahona eran semejantes a los 1,433.5 pesos que había recibido en los
primeros días.

El desinterés de los españoles y la pobreza que afectaron a Atitlán durante el siglo XVII
fueron resultado del virtual abandono del cultivo de cacao en el área de las Tierras
Bajas. En 1629, después de la muerte de Núñez de Barahona, la familia de Sancho
Barahona ya no siguió obteniendo ingresos del área, y el último encomendero fue el
Conde de Oropesa, que retuvo tal derecho hasta 1707.

En 1609, Alonso de Vides, entonces Corregidor de Atitlán, auxiliado por Fray Juan
Sánchez, tasó a los pueblos tzutujiles. Dicha tasación constituye la primera lista que
proporciona todos los nombres de los tributarios de Atitlán, con sus cabezas de calpul o
linaje y los `sujetos' del Altiplano. Esta es la tasación que declaraba que Núñez de
Barahona obtenía un tributo anual de 2,867 tostones y la Corona probablemente recibía
una cantidad semejante. En comparación con muchas otras encomiendas en decadencia,
el Corregimiento de Atitlán seguía produciendo una suma considerable de ingresos,
gracias a sus estancias de cacao en la Bocacosta.

A pesar de lo anterior, el cultivo del cacao empezaba a decaer. El sobrecultivo, la falta


de mano de obra calificada, y las siembras en Caracas y Guayaquil planteaban un reto
formidable. Además, el tributo pagado por algunos de los pueblos productores de cacao
de Suchitepéquez se mantuvo relativamente alto durante el siglo. Por ejemplo, en 1607
el encomendero de Atitlán recolectó 280 xiquipiles de ese grano, principalmente de sus
estancias de Santa Bárbara y San Francisco.

Varios autores del siglo XVII comentaron sobre la producción de cacao en la Costa.
Francisco Vázquez notó que las tierras de Samayac estaban sembradas de cacao y que
los indígenas trabajaban más en ellas que en sus campos de maíz. Para sus necesidades
obtenían maíz del Altiplano. Sin embargo, durante esta época la baja de la población
debe haber dejado vacantes y descuidadas muchas tierras cacaoteras.

Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, que escribió por el mismo tiempo, indicó que
los indígenas de la Costa seguían todavía cultivando cacao. Si se perdía la cosecha
sufrían de hambre, pero si era buena gastaban generosamente. Ello demuestra que, a
fines de siglo, no se había encontrado en esa región un buen sustituto del monocultivo
del cacao, pese a que esta industria obviamente iba en decadencia.

El gobierno municipal

El mayor cambio administrativo del siglo XVII que afectó a los tzutujiles fue la
formación en 1689 de la Alcaldía Mayor de Sololá. Las dependencias de la Costa
permanecieron como parte de la Alcaldía Mayor de Zapotitlán. Esta estructura
reconoció el creciente distanciamiento entre el Altiplano y las Tierras Bajas. A
principios del siglo XVII, la mayor parte de los `sujetos' tzutujiles del Altiplano y la
Costa tenían sus propios Cabildos y la tasación del tributo se hacía en forma separada
respecto de Atitlán. La influencia tzutujil decayó más en la Costa que en el Altiplano,
porque este último está básicamente habitado por indígenas (aún en los tiempos
modernos), mientras que las Tierras Bajas se volvieron cada vez más ladinas.

El dominio tzutujil también disminuyó y, a principios de 1583, los pueblos situados al


oriente de Santa Cruz Atitlán ya no pertenecían a su jurisdicción. Este pueblo llegó a
tener más cakchiqueles que tzutujiles y, después de 1689, perdió toda afiliación tzutujil.

San Juan La Laguna fue fundado oficialmente entre 1618 (fecha en que no se le
mencionaba en forma separada en ninguna tasación), y 1623, en que se le incluyó como
`el pueblo nuevo de San Juan'. Parte de la razón para esta fundación oficial fue el
creciente temor que infundían las incursiones de los quichés en territorio tzutujil, desde
el noroccidente del lago. Probablemente se trasladaron más personas al pueblo nuevo
para ayudar a mantener sus límites. En 1641, los indígenas de San Juan reclamaron
tierras ocupadas por los vecinos quichés de Santa Clara. Finalmente, la Corona otorgó
tierras a cada pueblo de acuerdo a las extensiones que realmente poseían.

Por razones parecidas, Santa María Visitación fue fundada alrededor de 1583 por los
tzutujiles de Atitlán. Éstos lograron así evitar un movimiento ulterior de los quichés
hacia el lado occidental del lago. Sin embargo, los tzutujiles nunca recuperaron de
manos de los cakchiqueles algunas de sus posesiones prehispánicas como Tzololá,
Ajachel, Palopó y Coón, en el nororiente y en el oriente de la zona. Buena parte de la
documentación sobre los tzutujiles trata de disputas de límites y tierras.

Las dependencias de la Costa siguieron existiendo en su mayor parte durante el siglo


XVII, y algunas lograron su independencia política alrededor de 1585. Estos pueblos
eran todavía parte de la encomienda de Atitlán, y dependían de Atitlán pero ya no
seguían controlados por los tzutujiles. Con la decadencia de la industria del cacao en
Suchitepéquez en el siglo XVIII, los tzutujiles del Altiplano se empobrecieron y
perdieron aún más influencia en la Costa. Nunca pudieron volver a ganar la posesión de
los pueblos de las Tierras Bajas, como Patulul, que había sido tomado por los
cakchiqueles a finales de siglo.
La destrucción de la nobleza indígena

En 1630 viajó a Guatemala Bernabé Cobo, naturalista español que se hizo jesuita en el
Perú. Éste escribió una carta a un amigo en la que decía haber estado en Atitlán donde
había conocido al cacique, nieto de quien había sido gobernador de Atitlán en tiempos
de la Conquista. El cacique que conoció en 1630 debe haber sido don Bernabé, por
entonces seguramente muy anciano.

Durante el siglo XVI, muchos de los nobles, tanto de la parcialidad ajtz iquinajay como
de la tzutujil, utilizaron el título de `don'. Eran descendientes directos de los señores
prehispánicos más importantes. A finales del siglo XVI se fue haciendo cada vez más
difícil para los nobles el mantener su posición social; conservaban sus tierras
tradicionales, pero cada vez se beneficiaban menos de su producto. Los nobles se
empobrecieron y en muchos casos apenas se les podía distinguir del resto de la
población.

En 1609, sólo nueve de 20 jefes de calpul de Atitlán usaban todavía el título de `don'.
Fray Francisco Vázquez dice que en tiempos primitivos había 18 calpules
(probablemente se refería a cabezas o jefes de linaje), y el mismo número existía en
1609 (aparecían en lista dos calpules para un grupo). Por lo tanto, continuaron su mando
hasta ese tiempo.

A mediados del siglo XVII ya no se diferenciaba en los documentos a los miembros de


las dos parcialidades. En 1650 ninguno de los funcionarios o cabezas de calpul
registrados en la tasación como funcionarios de Atitlán usaban el título de `don'. Don
Bernabé parece haber sido el último cacique descendiente directo de la línea gobernante
prehispánica en Atitlán.

El crecimiento del sistema de cofradías

A finales del siglo XVI, por insuficiente número de religiosos, las regiones rurales eran
básicamente paganas. El hecho de que las órdenes religiosas españolas enseñaran una
forma primitiva de catolicismo a los indígenas del Nuevo Mundo facilitó la
continuación del paganismo detrás de una fachada de cristianismo. Muchos objetos y
elementos de la práctica religiosa católica como la cruz, el altar, el bautismo, la
confesión, el incienso, el ayuno, el celibato, las peregrinaciones y las representaciones
visuales del sacrificio tenían paralelos en la religión prehispánica.

El sistema de cofradías fue instituido en muchos pueblos indígenas durante la segunda


mitad del siglo XVI para ayudar a practicar la fe católica. La cofradía, con su jerarquía
de funcionarios, su imagen del santo patrono, su casa y actividad ritual, tenía similitudes
con la estructura del chinamit de los tiempos prehispánicos.

Durante el siglo XVII, esa institución y el Cabildo surgieron como instrumentos para
orientar el proceso de confrontación en curso y para el ajuste entre las culturas aborigen
y española. Los indígenas mostraron gran entusiasmo por las cofradías y éstas
proliferaron rápidamente en toda Guatemala. Se fundaron muchas por los indígenas a
partir de 1550, cuando ya existían más religiosos y se había completado la congregación
o reducción, pero no se sabe cuándo se establecieron las primeras asociaciones
religiosas en la región tzutujil. La primera referencia documentada menciona la
fundación, el 17 de enero de 1613, de la cofradía Concepción en San Pedro. La de San
Nicolás se remonta por lo menos a 1631 en Atitlán, según una inscripción en un cáliz de
la iglesia.

La popularidad de las cofradías aumentó enormemente durante el siglo XVII. La


función principal de todas las asociaciones religiosas era la de celebrar las fiestas de los
santos patronos, y los miembros de la organización también eran responsables del
cuidado de los altares de los santos en la iglesia.

Los funcionarios de la cofradía usualmente incluían al mayordomo principal o alcalde, a


los funcionarios menores (también llamados alcaldes o mayordomos) y un escribano
que llevaba los libros bajo la supervisión del sacerdote. Las asistentes mujeres, llamadas
tijxeles en lengua tzutujil, ordinariamente esposas de los funcionarios, ayudaban en
tareas como la preparación de alimentos para las celebraciones y el lavado de la
vestimenta de los santos. Cada cofradía llevaba libros donde se registraban los ingresos
y gastos para artículos como velas, incienso y estipendios. En Atitlán el ingreso
provenía de cuotas que pagaban los miembros, contribuciones y retribuciones por
ciertos servicios.

La cofradía pronto llegó a ser el foco de la vida indígena. Permitía el continuismo del
pasado aborigen, así como la asimilación de algunas creencias básicas de la fe católica
española. Los clérigos se quejaban a menudo de las prolongadas celebraciones de los
cofrades, llamadas zarabandas, en las cuales los indígenas se entregaban durante varios
días a borracheras y dejaban de trabajar.

El 20 de marzo de 1637 la Audiencia emitió una orden para suprimir las cofradías
ilegales, con el fin de reducir así su número y el daño que causaban en la vida de los
indios. Las autoridades estaban preocupadas sobre todo por las borracheras y fiestas
durante sus actividades. También hicieron notar que tales fiestas y bailes permitían a los
indígenas recordar tiempos antiguos y practicar la idolatría con las imágenes de los
santos. A fines del siglo XVII había 10 cofradías en Atitlán, dos en San Lucas Tolimán,
11 en la Doctrina de San Pedro La Laguna, siete en la Doctrina de San Bartolomé de la
Costa y 12 en la cercana Doctrina de San Francisco. Se trataba de una gran cantidad si
se toma en cuenta los pocos habitantes que había en algunos de estos pueblos.

La supresión de las cofradías no se pudo hacer efectiva porque desempeñaban un papel


crucial en la adaptación de los indígenas a la vida española. Después de la Conquista se
impuso en Guatemala una estructura religiosa enteramente nueva. Ellos aceptaron
algunos elementos del catolicismo, pero retuvieron muchos otros aspectos de la religión
nativa. Si estas prácticas eran objetables para los españoles, las realizaban en secreto.
Los tzutujiles, al igual que otros grupos, desarrollaron una estrategia para arreglarse con
tal situación, lo cual llevó a unos a unir su suerte con la Iglesia oficial, a otros a servir
en las cofradías, y a otros más a celebrar ritos solitarios. Para la mayoría estas acciones
no eran mutuamente excluyentes, y esas organizaciones surgieron como el sector más
importante de la actividad religiosa. El sistema de cofradías era tolerado y hasta
fomentado por los sacerdotes, pues proporcionaba apoyo financiero a la Iglesia e
ingresos adicionales a los párrocos.
Las cofradías constituyeron una carga financiera en la economía indígena pero, a pesar
de ello, eran abrazadas con entusiasmo como una amalgama aceptable del catolicismo y
las creencias y prácticas antiguas. Conforme los indígenas fueron descubriendo que era
limitada su participación en las principales instituciones de poder, buscaron cómo
mantener sus valores y manejar sus vidas en el ámbito local. Las dos instituciones que
les permitían tales propósitos eran el Cabildo y la cofradía.

La cofradía llegó a ser el foco de la actividad ritual basada en el calendario litúrgico


católico, pero conservó muchos de los fundamentos de la religión antigua. Dondequiera
que se permitió a los indígenas cierta libertad del dominio español, como en los ritos de
la cofradía, sus costumbres tendían a perdurar. Muchas de tales prácticas y creencias
siguen siendo importantes hoy en los pueblos tzutujiles.

Conclusión
El efecto más significativo de la Conquista para los indígenas fue la pérdida de su
independencia política y su incorporación en el sistema de la encomienda. Se sabe que
ellos también pagaban tributo en los tiempos prehispánicos, pero fue más pesada la
carga después de la Conquista. La encomienda de Atitlán fue explotada por unos pocos
conquistadores y sus descendientes. Los señores tzutujiles conservaron sus tierras y
quienes las retuvieron continuaron con la responsabilidad de cultivar el valioso cacao.
Algunos nobles, como don Juan de Atitlán, adoptaron costumbres españolas en un
esfuerzo por mantener su posición y privilegios, y estaban exentos de pagar tributos. La
diferencia social básica, tanto después de la Conquista como en los tiempos
prehispánicos, estaba entre los naturales que pagaban tributo y los que no lo pagaban.

Después del establecimiento de la Audiencia, del corregimiento y de las


congregaciones, quedó preparado el terreno para una adaptación más completa de la
vida indígena a las instituciones españolas. El corregidor y los religiosos residían en
Atitlán, donde podían ejercer más control sobre la vida de los indígenas. Los tzutujiles
fueron congregados por la fuerza, se combatió la antigua religión y disminuyó la
población. Se abandonó la capital prehispánica y se fundaron otros pueblos.

El tributo, la construcción de iglesias, y la extorsión de los funcionarios, de los


sacerdotes y de los comerciantes españoles recayeron sobre un número decreciente de
tributarios y se empobreció la nobleza indígena. Se estableció el sistema de gobierno
municipal que tuvo éxito por sus similitudes con las estructuras prehispánicas y porque
permitía a los indígenas compartir algún poder político. El poblado de Atitlán llegó a ser
la cabecera del Corregimiento del mismo nombre y tuvo pueblos dependientes. Los
modelos españoles de gobierno local resultaron bastante compatibles con los indígenas.
La nobleza indígena tendía a dominar los cargos del Cabildo, y los antiguos cabezas de
linaje, llamados calpules en los documentos coloniales, sirvieron como funcionarios de
aquél. Los macehuales, o gente del común, fueron forzados a mantener las posiciones
dentro de este sistema de gobierno municipal, en el cual tuvieron menos poder que en
los tiempos prehispánicos.

Los tzutujiles del Altiplano estuvieron más alejados y de alguna forma más protegidos
de la depredación española que los indígenas de la Costa, donde murieron muchos por
abusos. La población disminuyó rápidamente y a la larga la región de las Tierras Bajas
se volvió más española. Todo ello empezó a afectar la producción de cacao, la cual se
mantuvo bastante elevada durante el siglo XVII, pero surgieron las fuerzas que al final
llevaron a la destrucción, en el siglo XVIII, de la fuente principal de riqueza de los
tzutujiles.

Durante el siglo XVI, muchos pueblos tzutujiles de hecho lograron su independencia


política respecto de Atitlán y se les tasó el tributo en listas separadas. Sin embargo,
Atitlán era todavía la cabecera y seguía siendo la capital cultural de la región. La
distinción entre las parcialidades ajtz iquinajay y tzutujil se borró en la misma época,
quizá porque se estaban extinguiendo muchos linajes de la nobleza prehispánica.
Nuevas bases de riqueza y control permitieron a su vez el ascenso al poder de diferentes
personas.

Si bien persistieron muchas de las creencias aborígenes, los nativos ocuparon también
cargos menores en el culto católico. Tales puestos ofrecían un medio para progresar y
quedar exentos del tributo. Las cofradías se establecieron en los pueblos tzutujiles para
ayudar a la conversión de los indígenas, y llegaron a ser una institución que
efectivamente mezcló las creencias prehispánicas con el catolicismo. Junto con el
Cabildo, se volvió la fuerza dominante de la vida indígena en el siglo XVII.

A fines de ese siglo, los tzutujiles habían logrado una reorganización completa de su
sociedad y su cultura, como respuesta a la imposición de las instituciones y el control
español. Esta situación se logró a pesar del tributo, el fuerte descenso demográfico, de la
conducta de funcionarios, sacerdotes y comerciantes españoles inescrupulosos, y de los
ataques a sus creencias religiosas. No obstante todo esto, los tzutujiles pudieron
mantener su identidad cultural hasta los tiempos modernos.
W. GEORGE LOVELL

Indígenas y Españoles en la Sierra de los


Cuchumatanes

Es difícil imaginar un pedazo de tierra más bello e inspirador, pero a la vez más triste,
que la Sierra de los Cuchumatanes. El poeta Juan Diéguez, que escribió en el siglo XIX,
inmortalizó el esplendor del paisaje que el visitante puede contemplar mientras lee sus
versos en El Mirador, unos 13 kilómetros al norte de Chiantla, justo antes de que la
Ruta Nacional 9 llegue hasta el páramo de la capellanía azotado por el viento. Adrián
Recinos, erudito talentoso y versátil, publicó a principios de este siglo una monografía
sobre parte de esta región. En ella enmarcó la historia y geografía de uno de los dos
departamentos de los Cuchumatanes en su contexto regional, y proporcionó de esta
manera un modelo útil para esfuerzos posteriores. De hecho, se puede decir que los
estudios regionales modernos en Guatemala comenzaron en 1913, cuando apareció por
primera vez la Monografía sobre el Departamento de Huehuetenango de Recinos, cuya
segunda edición es de 1954.

Recinos habla del `amor y entusiasmo' que lo movió a escribir sobre Huehuetenango,
pero si su estudio está lleno de ardor juvenil, también está teñido de tristeza y
pesimismo. En ninguna otra parte es esto más notorio que cuando describe lo que
sucedió en San Juan Ixcoy en la noche del 17 de julio de 1898, cuando los indígenas se
sublevaron contra la explotación de los ladinos y luego sufrieron desastrosas
consecuencias por sus acciones. Recinos advirtió sobre un hecho histórico con el cual
pocos guatemaltecos han podido reconciliarse, a saber:

...habilitaciones de mozos, con su cortejo de fraudes,


violencias para los infelices indios, y las odiosas cargas
que los habitantes ladinos hacen pesar sobre ellos a
título de superioridad de raza, no son toleradas en todos
los pueblos sin resistencia ni protesta.

Hechos recientes, acontecidos principalmente en la Sierra de los Cuchumatanes, han


demostrado que la de Recinos fue una voz política acertada, aunque no escuchada.
Además, su apreciación del origen de la resistencia y protesta lo coloca más allá de su
tiempo, en un corpus creciente de literatura que retrata a los indígenas no como víctimas
sino como actores, como sujetos que responden ante los acontecimientos, no objetos
que permanecen pasivos y ajenos cuando su existencia se encuentra amenazada. La
resistencia y la protesta de parte de los pueblos mayas, como Recinos bien lo entendió,
fue un rasgo importante de la relación entre españoles e indígenas durante la época
colonial, especialmente durante los siglos XVI y XVII. La reconstrucción de varios
aspectos de la vida en los Cuchumatanes durante ese período permite contar una historia
relacionada no sólo con el pasado, sino también una que tiene implicaciones para el
presente.
El Escenario Regional
La Sierra de los Cuchumatanes es la región montañosa no volcánica más espectacular
de Centro América. Situados al norte del Río Cuilco y al norte y oeste del Río Negro o
Chixoy, los Cuchumatanes forman una unidad física diferenciada, limitada al norte por
las tierras bajas tropicales de la cuenca del Usumacinta y al oeste por las montañosas
tierras de Comitán, en el estado mexicano de Chiapas. Con elevaciones que van desde
500 metros hasta más de 3,600, la Sierra de los Cuchumatanes se encuentra en dos
departamentos de Guatemala: Huehuetenango al oeste y Quiché al este (Ilustración
157). La región abarca un 15% del territorio nacional, cerca de 16,350 kms, y hoy
alberga una población de cerca de 750,000 habitantes. Tres de cada cuatro habitantes
son indígenas que hablan lenguas muy parecidas entre sí, de las cuales las principales
son la aguacateca (awakateca), ixil, jacalteca (jakalteca), kanjobal (q'anjob'al), mam,
quiché (k'iche') y uspanteca (uspanteka).

El nombre Cuchumatán significa `aquello que fue reunido por una fuerza mayor', y se
deriva de la combinación de dos palabras mames: cuchuj (`reunir') y matán (`por la
fuerza'). Otra posible derivación puede ser de la palabra náhuatl kochmatlán, que
significa `donde abundan los cazadores de loros'. La derivación mam, por ser maya, es
posiblemente anterior a la náhuatl en este contexto local. Sin tomar en cuenta su origen,
el nombre Cuchumatán parece ser bastante antiguo, y si bien se asocia con mucha
frecuencia a las comunidades mames de Todos Santos y San Martín, que se encuentran
en el corazón de las montañas, la designación se refiere, en general, a todo el Altiplano
noroeste guatemalteco.

Gran parte de la región permanece todavía remota e inaccesible, un lugar escarpado


donde la gente del pueblo viaja mucho a pie. Es también una región de asombrosa
variedad, donde el aspecto de la tierra puede cambiar dramáticamente, aun a cortas
distancias. Por ejemplo, se encuentran tierras cálidas, exuberantes, densamente pobladas
de árboles, en el lejano norte de Bulej y Yalambojoch, en el descenso hacia la frontera
mexicana cerca del vértice de Santiago. En contraste, el páramo entre Chancol y Páquix
es frío, casi sin árboles, y de una topografía escarpada. Cerca de Sacapulas, las
polvorientas tierras del valle del Río Negro están llenas de espinosos cactos y
chaparrales, que dan a esa parte una apariencia casi desértica, especialmente durante los
meses de verano, que van desde finales de noviembre hasta principios de mayo.

Pruebas arqueológicas y etnohistóricas demuestran que a mediados del siglo XV varios


pueblos de los Cuchumatanes cayeron bajo la jurisdicción política y tributaria de los
quichés de Gumarcaaj (Utatlán). Sin embargo, la extensión precisa del control que
ejercían los quichés no está clara. Mientras la influencia quiché era fuerte en el sur, en el
norte y el oeste era menos pronunciada, pues allí una serie de pequeños dominios
cuchumatanes resistía el expansionismo de Gumarcaaj. La secesión de los cakchiqueles
(kaqchikeles) de los quichés, ocurrida alrededor de 1475, condujo a una guerra civil
entre los dos grupos, suceso que debilitó considerablemente el dominio de Gumarcaaj
sobre los pueblos sometidos. Parece que por lo menos tres grupos de los Cuchumatanes
resistieron al yugo de Gumarcaaj, ya que la crónica indígena conocida como Título de
Santa Clara exhorta a los quichés a estar en guardia contra el pueblo de los agaab de
Sacapulas, los balamihá de Aguacatán y los mames de Zaculeu. Sin duda, cuando los
españoles llegaron a Guatemala en 1524, a los mames de Zaculeu se les trataba por los
quichés más como aliados que como vasallos, pues nada menos que Pedro de Alvarado
informó que Caibil Balam, gobernante mam, fue recibido con gran ceremonia y respeto
en Gumarcaaj.

Durante los dos primeros siglos del dominio español en Guatemala, la Sierra de los
Cuchumatanes formó parte de la unidad administrativa conocida como el Corregimiento
de Totonicapán y Huehuetenango. Esta extensa unidad incluía todo el actual
Departamento de Totonicapán, lo que ahora es la mayor parte de Huehuetenango, la
mitad norte de Quiché y una pequeña parte de Quetzaltenango, además de Motozintla,
área del estado mexicano de Chiapas. A finales del siglo XVII, en 1672 y 1673,
Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán sirvió como Corregidor de Totonicapán y
Huehuetenango. Este cargo le permitió conocer personalmente la región, por lo que los
capítulos de su libro Recordación Florida que tratan acerca de la región de los
Cuchumatanes son maravillosamente ricos. Son también, en general, más confiables que
otros capítulos sobre asuntos que el cronista no conoció de primera mano. Fuentes y
Guzmán incluyó un mapa de la región en su Recordación Florida (Ilustración 158). Si
se observa dicho mapa se puede comprobar que el tercio sur correspondía a
Totonicapán, y los restantes dos tercios en el norte eran lo que entonces se conocía
como Huehuetenango, un extenso territorio atravesado por la Sierra de los
Cuchumatanes desde Motozintla (San Francisco Motozintla) en el oeste hasta Uzpantlán
(Uspantán) al este, y desde Sacapulas al sur hasta Ystatlán (San Mateo Ixtatán) al norte.

Conquista y Resistencia
Así como los quichés de Gumarcaaj encontraron resistencia al tratar de incorporar a los
pueblos de los Cuchumatanes en una relación de conquista, así también la encontró la
España imperial. Talvez el mito más constante en la historia de Guatemala fue que la
conquista española se consumó, así como el consiguiente dominio de los invasores,
después de la derrota de los quichés por las fuerzas al mando de Pedro de Alvarado. Tal
interpretación simplista no toma en cuenta para nada que otros pueblos, además del
quiché, tuvieron que ser conquistados. También pasa por alto que la mayoría de las
campañas, aun las que culminaron con éxito, inevitablemente encontraron reveses. La
subyugación del Altiplano por los españoles fue una tarea ardua y prolongada, por la
fragmentación política que había ocurrido durante el medio siglo anterior a la incursión
de Alvarado. Éste se vio ante una situación en que, a diferencia de Hernán Cortés en
México, no encontró un solo grupo dominante al cual era necesario vencer; antes bien,
había que dominar muchos grupos pequeños y tenaces. Algunos de ellos ocupaban
lugares fortificados, construidos en terrenos aislados y montañosos. El triunfo sobre los
quichés de Gumarcaaj no produjo una situación indiscutible de dominación por los
vencedores, como sucedió en otras partes. Éste fue ciertamente el caso en la Sierra de
los Cuchumatanes, donde los españoles no sólo encontraron resistencia sino, cuando
menos en una ocasión, fueron expulsados.

Entre 1525 y 1530 los españoles llevaron a cabo tres campañas de conquista en la Sierra
de los Cuchumatanes, dirigidas principalmente contra la capital mam de
Huehuetenango, los sitios ixiles de Nebaj y Chajul, y el sitio quiché de Uspantán. Sólo
estas tres `entradas' provocaron no menos de ocho grandes batallas, y en el primer
enfrentamiento, en 1529, entre españoles y uspantecos, fueron derrotados los primeros.
Sólo después de una sostenida lucha aceptaron los indígenas de los Cuchumatanes la
dominación española. El combate más dramático se llevó a cabo en las cercanías de la
actual ciudad de Huehuetenango, en lo que era Zaculeu, la capital mam. La caída de
Zaculeu, en octubre de 1525, implicó que se considerara que el dominio español ya
había prevalecido en la mitad oeste de la Sierra de los Cuchumatanes. Sin embargo,
quedaron sin conquistar dos regiones orientales, la de los ixiles y la de los uspantecos,
así como también una extensa zona fronteriza en el norte lejano, donde vivían los
lacandones que hablaban la lengua chol. Durante varios años, después de conquistados
los mames, estas áreas se consideraron demasiado remotas, y sus habitantes poco
importantes como para justificar una seria atención de parte de los españoles. El
hostigamiento de los uspantecos contra las fuerzas españolas y la negativa de los
lacandones a someterse al orden impuesto por los conquistadores finalmente condujeron
a la organización de `entradas' también en estas otras regiones.

La primera `entrada' en los Cuchumatanes orientales terminó en un desastre. En


septiembre de 1529, en cambio, ya se ejercía un control provisional sobre Nebaj y
Chajul. Un precipitado ataque contra Uspantán (Ilustración 159) sufrió una vergonzosa
derrota cuando los españoles fueron emboscados y dispersados desde su retaguardia.
Muchos indios auxiliares murieron. Otros fueron capturados vivos y, según Fuentes y
Guzmán, `fueron sacrificados al ídolo Exbalamquen, sacándoles los corazones vivos
para ofrecer a aquella imagen del demonio'. Los sobrevivientes de esta `entrada'
tuvieron que defenderse hasta llegar a la guarnición española de Utatlán, pues fueron
emboscados de nuevo entre Sacapulas y Chichicastenango. La retirada hacia Utatlán
también dio como resultado un cambio en el equilibrio de poder en Nebaj y Chajul,
donde ya había prevalecido antes la hegemonía española.

Aproximadamente un año después, en 1530, los españoles organizaron otra `entrada'


más fuerte, mejor equipada, y astutamente dirigida por Francisco de Castellanos. Nebaj
fue otra vez el primer objetivo, y fue tomado sólo después de dos feroces encuentros.
Cuando llegó a Chajul la noticia de la caída de Nebaj, los ixiles se rindieron a los
españoles sin hacerles frente.

Habiendo recuperado la confianza, Castellanos y sus hombres se dirigieron a Uspantán.


Allí los esperaban fuerzas no sólo de este poblado sino de Cotzal, Cunén y Sacapulas,
así como un contingente de Verapaz. Los indígenas, imprudentemente, atacaron
primero, después de abandonar la protección de su fortaleza para enfrentar a los
españoles en los alrededores. Aunque había mucho menos españoles que indígenas, el
despliegue táctico de la caballería de los primeros volvió a favorecerles. De esta manera
se invirtió la suerte del año anterior. Los conquistadores tomaron Uspantán y los
guerreros indios que sobrevivieron después de la lucha, lo mismo que en Nebaj, fueron
apresados, marcados y llevados como `esclavos de guerra'. Castellanos logró después la
capitulación de varias comunidades aliadas a Uspantán y regresó victorioso a Santiago
de Guatemala.

La derrota de los uspantecos y de los ixiles, en diciembre de 1530, marcó el fin de la


fase más importante de la conquista militar de la Sierra de los Cuchumatanes. Sin
embargo, tales resultados no siempre aseguraron la sumisión al orden y a las
disposiciones que España trató de imponer más adelante. Las constantes rebeliones
indígenas en Guatemala durante la Colonia constituyen un tema que necesita
investigarse más cuidadosamente, como lo han señalado recientemente Severo Martínez
Peláez y Elías Zamora. Por ejemplo, se ha probado que las autoridades coloniales de los
Cuchumatanes fueron atacadas poco tiempo después de la victoria de Uspantán, cuando
indígenas descritos como `alzados y rebelados' mataron a varios españoles durante los
disturbios de Aguacatán, Ilom y Serquil. También hay prueba de una `entrada' en la
década de 1530, organizada para suprimir la resistencia en la `provincia de Puyumatlán',
nombre que se daba a Santa Eulalia y sus alrededores, donde se decía que existían
`pueblos de guerra'. No está claro todavía cuán serios fueron los disturbios en otras
partes de la región. Lo que sí es cierto es que todavía en 1539 se reconocía oficialmente
que la Conquista aún no había terminado: el mismo Alonso de Maldonado informó a la
Corona, el 16 de octubre de ese año, que `en esta gobernación hay mucha tierra que está
de guerra'.

Un grupo maya, los lacandones, resistió la conquista durante los siglos XVI y XVII. Su
resistencia produjo todo tipo de problemas, tanto a otros pueblos indígenas como a los
mismos españoles. Aunque los lacandones no pueden considerarse un pueblo de los
Cuchumatanes en sentido estricto, ellos hicieron sentir su presencia en toda la región,
principalmente cuando atacaban establecimientos donde los indígenas habían decidido
adaptarse a la dominación española de manera menos conflictiva. Estas incursiones
lacandonas perturbaban la paz, destruían propiedades y segaban vidas. En Santa Eulalia,
por ejemplo, el primer intento de crear un poblado de tipo español tuvo que
suspenderse, pues el sitio escogido originalmente para su construcción, Paiconop, no
podía defenderse contra el ataque lacandón. Por lo tanto, su asentamiento se concentró
en el sitio más defendible, el que la población ocupa actualmente, pero hasta después de
haber levantado una iglesia y otras estructuras en Paiconop. A fines del siglo XVII,
Fuentes y Guzmán advirtió que quien viajara entre Santa Eulalia y San Mateo Ixtatán lo
hacía con `manifiesto riesgo de las asechanzas y emboscadas del Lacandón, que como
dijimos se derraman en tropillas por los montes de estos caminos al robo de los indios
pasajeros'. En respuesta a esta situación se establecieron dos fuerzas encargadas de
mantener la paz, una en San Mateo y otra en Santa Eulalia, ambas para proteger la
frontera cuchumatán al oeste del Río Ixcán. Todavía en 1712 se ordenó, en un intento de
imponer orden, que los lacandones del infortunado lugar de Nuestra Señora de los
Dolores fueran reubicados cerca de San Mateo, en un lugar llamado Asantic.

Los poblados ixiles a todo lo largo de la frontera de los Cuchumatanes hasta al este del
Río Ixcán sufrieron también depredaciones a manos de invasores lacandones. El área
que rodea Ilom era en especial vulnerable, y probablemente ésta fue la razón por la cual
los españoles decidieron abandonar el lugar aun después de que, como en Paiconop, ya
se había edificado una iglesia. A los ixiles de Ilom se les ordenó reubicarse en Chajul y
Santa Eulalia. El primero de estos pueblos recibió el altar, y el segundo las campanas de
la iglesia de Ilom. Chajul mismo fue atacado muchas veces. Estas incursiones
lacandonas en el campo ixil se producían a través del valle Xaclbal. A diferencia de
Ilom, que al final se volvió a poblar, Chajul nunca fue abandonado, pero sus habitantes
tuvieron que vivir en constante alerta, pues no era raro que los atacaran para robarles,
para matarlos o llevarlos prisioneros. Fuentes y Guzmán (Ilustración 158) consideró las
incursiones lo suficiente importantes como para incluir en sus bocetos de Totonicapán y
Huehuetenango, a través del Río Grande y desde Chajul, una zona marcada como
`Tierra del Chol y el Lacandón, Yndios Ynfieles'. En varias ocasiones, sobre todo en
1559, en 1685 y 1695, los españoles organizaron `entradas' contra los lacandones, pero
nunca con resultados duraderos y deseables. Durante estas `entradas', los indígenas de
los Cuchumatanes sirvieron como guías, cargadores y reclutas, así como lo hicieron en
las expediciones de 1712 para reprimir los alzamientos índigenas de los naturales en
Chiapas.

La Experiencia Colonial
Aunque comprometidos en sangrientas guerras desiguales, de las cuales no todas se
desarrollaron conforme a un plan, los españoles empezaron a fijar su atención en la
posibilidad de enriquecimiento que les ofrecía la tierra y los pueblos que habían venido
a conquistar. Pronto descubrieron que la descripción que se refería a un país `grande y
rico' era más imaginaria que real, y que la inversión en otras partes de Centro América
ofrecía mayores perspectivas de ganancia que en la Sierra de los Cuchumatanes. El
comercio de esclavos en Honduras y Nicaragua; las minas de plata en los cerros que
rodean Tegucigalpa; el cultivo del cacao en Soconusco, Guazacapán e Izalco; la
ganadería y la industria del añil en la tierra templada al sur y al este de Santiago de
Guatemala; todas estas actividades parecían más atractivas a la mente materialista de los
españoles, que las limitadas oportunidades empresariales encontradas en la Sierra de los
Cuchumatanes, escabrosa y con tan pocos recursos importantes explotables. A
excepción de proporcionar la mano de obra necesaria para las haciendas de cacao en la
Costa del Pacífico o las fincas de añil en Oriente, la región casi no participaba en los
ciclos de bonanza repentina y de quiebra que tuvieron impactos duraderos y dramáticos
en el resto del Istmo. Ciertamente, los observadores de la época, ya fueran funcionarios
de gobierno o miembros de la Iglesia, sabían de sobra que al norte de Huehuetenango se
extendía una región donde no se podían conseguir fácilmente las metas espirituales ni
las económicas del Imperio. Por ello, Diego de Garcés escribió lo siguiente en 1560:

...ni en la sierra de Jacaltenango ni en la de


Huehuetenango no hay cacao ninguno porque toda ella es
tierra fría y no se da cacao ni algodón ni frutas de la
tierra ni otras legumbres apenas y es tierra pobre y
estéril salvo de maíz y gallinas que hay en abundancia.

De manera semejante, en 1689, después de una agotadora visita pastoral `cultivando


segunda vez las pobres almas que viven en estas provincias de la Sierra de los
Cuchumatanes', el Obispo de Guatemala, Andrés de las Navas y Quevedo, declaró que
la región era `la tierra que por su aspereza y destemplado frío por ninguno de mis
antecesores se había visitado desde el tiempo de la conquista'.

Es difícil discutir la validez de estas apreciaciones, pues la Sierra de los Cuchumatanes


fue y todavía es un lugar apartado, donde pocos extraños se han aventurado, una
periferia dentro de otra periferia. Sería errado, sin embargo, sugerir que por lo aislado
de la región y por lo precario de sus recursos naturales, la tierra y la gente no fueron
profundamente afectadas por la presencia y el expansionismo de la España imperial. La
experiencia colonial dejó también aquí su marca indeleble, sobre todo en los modelos de
asentamiento y organización cultural, en la agricultura y en el uso de la tierra, en la
trayectoria demográfica de la población nativa y en el surgimiento de un sistema
socioeconómico basado en la explotación de una mayoría indígena por una minoría
española y, más tarde, por una minoría ladina.
El establecimiento de la hegemonía española colocó al maya de los Cuchumatanes bajo
una creciente presión para conformarse a los designios y expectativas imperiales. Un
elemento fundamental en la visión hispánica del Imperio fue organizar el espacio, para
luego controlar el movimiento de la población fundando pueblos y aldeas. En 1550, sólo
un cuarto de siglo después del ingreso de los españoles en la región, la política de
congregación o reducción dio como resultado que grupos diseminados de indígenas,
casi siempre unas cuantas familias, fueran atraídos y forzados a abandonar sus antiguos
hogares en las montañas y a reubicarse en `pueblos de indios', construidos, cuando era
posible, en terrenos de algún valle accesible. A pesar de los esfuerzos y de las buenas
intenciones de los clérigos que tuvieron a su cargo el proceso, las congregaciones no
cumplieron los objetivos ideales que pretendían. Erigir una iglesia e instruir indígenas
en los principios del cristianismo podría haber sido lo deseado por los clérigos, pero la
congregación no estaba diseñada sólo para facilitar la conversión de los paganos, pues
promovía también una eficiente recolección de impuestos y creaba fuentes centralizadas
de trabajo utilizables para propósitos del todo ajenos a la religión. Martínez Peláez
sostiene crudamente que un `pueblo era en cierto sentido una cárcel'. De todos los
proyectos realizados en forma conjunta por la Iglesia y la Corona, pocos reflejan mejor
que la reducción la simbólica combinación de la cruz y la espada.

Más de 40 diferentes pueblos de indios resultaron del empuje centrípeto de la reducción


o congregación en la Sierra de los Cuchumatanes. Los frailes dominicos asumieron
inicialmente la responsabilidad del proyecto en toda la región, pero a finales del siglo
XVI los mercedarios se habían hecho cargo de la administración eclesiástica de lo que
es ahora Huehuetenango. Quedaron sólo seis poblaciones en el Quiché (Chajul, Cunén,
Nebaj, Santo Domingo Sacapulas, San Juan Cotzal y Uspantán) a cargo de los
dominicos. La mayor parte de estos `pueblos de indios' existe hoy como `municipios',
considerados éstos por Sol Tax como las `divisiones étnicas básicas y los grupos
culturales en los que se divide el país'. Inspirado en el municipio, Eric Wolf elaboró su
concepto de `comunidades campesinas corporativas cerradas'. Aunque sus
contribuciones tienen un valor duradero, ni Tax ni Wolf conocían lo suficiente las bases
históricas de la formación comunitaria en Guatemala, en especial sus orígenes
prehispánicos y su evolución colonial.

El desconocimiento de las sutilezas en cuanto a la variedad de los grupos llevó muchas


veces a los misioneros a establecer `pueblos de indios' mediante la unión de pequeñas
unidades de tierra compartida, que los españoles llamaron parcialidades. Sin embargo,
una vez reunidos en el sitio de una congregación, las parcialidades que no tenían
relación entre sí conservaban su identidad original y seguían operando social y
económicamente como unidades separadas, en lugar de mezclarse para formar un
cuerpo único e integrado. Lejos de ser entidades armoniosas, concebidas por una
legislación idealista, los indígenas en San Mateo Ixtatán vivían `con guerras civiles todo
el año, unos contra otros', según protestaba el sacerdote de su parroquia. Muchos
pueblos formados por la reducción resultaron ser un mosaico de parcialidades que
colindaban pero que no se integraban, que coexistían pero no siempre cooperaban. Una
fuente de información del siglo XVII registra seis pueblos cuchumatanes formados por
no menos de 21 parcialidades, cada una valuada individualmente para propósitos del
pago de tributos (Cuadro 83). Si las cantidades correctas se entregaban en el tiempo
establecido, importaba poco a los recipiendarios españoles que el tributo fuera pagado
por parcialidad, aunque ello estuviera en conflicto con otros objetivos imperiales. Sin
embargo, fueron mucho más complicadas las situaciones en las que la tierra era retenida
y operada por medio del sistema de parcialidades, arreglo que podía resultar, como en
Sacapulas, en una amarga y encarnizada lucha interna por los derechos y límites de
tierra. La supervivencia de las parcialidades como unidades claves en ciertos pueblos de
los Cuchumatanes representa una continuidad de los principios mayas de organización
social, ilustrados muy bien en la noción de `aculturación estratégica' presentada por
Nancy Farriss. La aludida supervivencia, en casos que se prolongan hasta el presente,
requiere una cuidadosa ubicación geográfica del modelo de comunidad `corporativa' de
Wolf, tal como Anne Collins lo ha hecho en el caso de Jacaltenango.

Del mismo modo como deben afinarse las ideas sobre la naturaleza social de una
comunidad, debe hacerse lo propio respecto de nuestra concepción de las unidades
territoriales de los indígenas y la manera en que ellas se manejaban, tanto unas en
relación con otras, como entre las mismas parcialidades que conformaban un pueblo.
Una vez más, los datos sobre los Cuchumatanes resultan instructivos.

De acuerdo con la legislación colonial, todos los pueblos tenían derecho a una
asignación comunal de tierra conocida como ejido. Los indígenas que trabajaban la
tierra del ejido cerca del centro de un pueblo, regresaban también a trabajar las tierras
más alejadas, desde donde ellos o sus antepasados habían sido trasladados. Martín
Alfonso Tovilla comentó esta práctica al pasar por Sacapulas en 1631, pero ya dos
frailes dominicos, Tomás de Cárdenas y Juan de Torres, habían notado lo mismo más de
70 años antes, cuando se ocupaban de realizar una reducción en la Serranía de
Sacapulas. Regresar a sembrar y cultivar milpas tradicionales no sólo tenía un sentido
ecológico sano y razonable, sino que servía también para amortiguar el impacto de la
aculturación en un lugar nuevo, al mismo tiempo que servía para reafirmar el lazo
espiritual con los antiguos.

La mayoría de los españoles (Cárdenas y Torres fueron dos excepciones) no


comprendió el respeto que inspiraba aquella relación con la tierra, y no se percató de
que, con el tiempo, podía influir en los modelos de población siguiendo más los
lineamientos aborígenes que los hispánicos. Los indígenas se alejaron de los pueblos en
que estaban obligados a residir según los españoles, y se trasladaron a sus refugios
ancestrales en el campo. Este movimiento fue impulsado y mantenido por una compleja
mezcla de preferencias geográficas, lógicas y culturales, y por circunstancias materiales.
Estuvo acompañado de un resurgimiento de la religión maya precristiana, lo cual
provocó la furia de los españoles, tanto como la situación de que los indígenas que
practicaban sus ritos en los lugares donde `tienen los huesos de sus abuelos', no pagaban
regularmente sus tributos. Por cierto, a fines del siglo XVII, el movimiento centrífugo
era tan intenso que Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán se refería, con obvia
consternación, a `los indios fugitivos' y a `los indios agrestes y montaraces' que
ocupaban tierras recónditas. El mapa del Corregimiento de Totonicapán y
Huehuetenango que hizo el cronista (Ilustración 158) muestra, en efecto, varios
`ranchos' satélites, como en Santa Eulalia, lejos del ojo vigilante de la autoridad de los
corregidores. De manera que la reducción talvez puede analizarse mejor como un
instrumento de la hegemonía española contra el cual los indios reaccionaron en la
medida que les afectaba, que como un proceso capaz de producir comunidades
socialmente más divididas que corporativas, territorialmente más abiertas que cerradas.
Presencia Española
Sólo un puñado de españoles se preocupó de considerar las posibilidades de explotar
mejor los recursos básicos de los Cuchumatanes, sus tierras y minerales. Al principio
hubo una racha de excitación ante la posibilidad de encontrar oro en la región, pero tales
esperanzas se desvanecieron rápidamente. La especulación fue más persistente en
Pichiquil, un poblado situado a mitad del camino entre Aguacatán y Sacapulas, y en San
Francisco Motozintla, aldea fronteriza que actualmente pertenece a México. La plata fue
tan abundante en Chiantla que, en 1537, le dejó al primer español dedicado a la
explotación de las minas locales, Juan de Espinar, una atractiva ganancia de 8,700
pesos, pero este nivel de utilidades no se pudo mantener por mucho tiempo. Las minas
de Chiantla, sin embargo, produjeron plata que se usó para decorar los altares de las
iglesias durante todo el período colonial. La envergadura y el resultado de la operación,
aun cuando ésta se realizó conjuntamente con la extracción de plomo, fueron modestos
en comparación con los de la actividad minera en la región de Tegucigalpa, y nada
comparables con los de Guanajuato, Zacatecas o Potosí. A finales del siglo XVI, los
pocos españoles que aún mantenían interés en la Sierra de los Cuchumatanes
consideraron que tomar tierras representaba la mejor vía para su progreso económico.

Entre las primeras `recompensas' aprobadas se cuentan cuatro títulos de tierra otorgados
a Luis Manuel Pimentel, entre noviembre de 1563 y mayo de 1564. La primera
recompensa se refiere a dos caballerías de tierra situadas cerca de Huehuetenango, que
serían destinadas fundamentalmente al cultivo de trigo. El título costó a Pimentel 500
pesos y contrajo con él dos obligaciones: 1) cultivar la tierra en un plazo de dos años; y
2) abstenerse de vender la tierra hasta pasados cuatro años. La otra recompensa, de dos
caballerías de tierra cerca de Chiantla para la siembra de maíz, fue comprada al mismo
precio y con las mismas condiciones de la anterior. Se otorgaron dos títulos más de
tierra de pasto cerca de Huehuetenango para la crianza de ovejas, ganado, cabras,
caballos y mulas. Los cuatro títulos otorgados a Pimentel declaraban que la tierra en
cuestión se otorgaba `sin perjuicio' para los habitantes indígenas y siempre que lo
otorgado no estuviera en conflicto con los reclamos de terceras personas. Además de
terrenos, Pimentel también adquirió en propiedad un molino de agua en Huehuetenango,
el cual había pertenecido a Juan de Espinar.

Al parecer, el interés de Pimentel por ocupar tierras en las vecindades de


Huehuetenango y Chiantla no indujo a sus compatriotas a hacer lo mismo, según se
puede deducir de la falta de documentación sobre solicitudes de tierra en esta región
entre 1564 y finales del siglo. Sin embargo, a partir de 1607 resurgió el interés por
adquirir la calidad de terrateniente, el cual se mantuvo durante todo el siglo XVII y gran
parte del siglo XVIII. Este interés (casi 40 peticiones registradas entre 1607 y 1759,
correspondientes a más de 200 caballerías de tierra, aunque en el siglo XVII dichas
cifras bajaron a sólo 11 expedientes y 77 caballerías; véase Cuadro 84) coincidió con un
período de depresión económica en el Reino de Guatemala y, como ha afirmado Murdo
MacLeod, refleja un retorno de la aristocracia colonial al medio rural, ya que dicho
segmento social estaba frustrado por los acontecimientos y circunstancias del siglo
XVII.

Los españoles comprendieron que mientras la región ofrecía poco o ningún potencial
para cosechas comerciales, existían tramos ideales para la crianza de ganado, en
especial ovejas. En ningún otro lado fue esto más evidente que en el páramo entre
Chancol y Páquix, una extensión fría conocida durante la época colonial como los Altos
de Chiantla, descrita por Fuentes y Guzmán (Ilustración 158) como la zona de `sitios y
estancias'. Allá, por primera vez en la historia, la excelente tierra de pastura podía
convertirse en ganancia por la ausencia de animales de pasto en la economía
precolombina. Los Altos de Chiantla, como se comprueba en el Cuadro 84, fueron el
centro de atención de los españoles. Transacciones que involucraron aproximadamente
media docena de compradores prominentes dieron como resultado el establecimiento,
en el siglo XVIII, de haciendas como El Rosario y La Capellanía, pertenecientes a la
familia Moscoso, que en total tenían más de 15,000 ovejas, 800 yeguas, 400 vacas y 300
caballos. Sin embargo, debe acentuarse que los españoles no adquirieron estas tierras
arrebatándolas a los indígenas, como se hizo en otras regiones.

Ciertamente, las comunidades nativas que lindaban con las fincas más grandes sufrieron
usurpaciones, pero en su mayoría los pueblos indígenas conservaron, durante el período
colonial, las tierras reconocidas como suyas. Cuando hubo disputas sobre propiedades,
los contendientes podían ser igualmente facciones indígenas rivales o comunidades
nativas que luchaban contra algún hacendado.

De hecho, las disputas sobre tierras fueron un fenómeno más característico del siglo
XVIII que de los siglos anteriores, ya que fue a finales del período colonial cuando los
indígenas comenzaron a recuperarse del colapso demográfico causado por la Conquista,
y adoptaron una mayor vigilancia para proteger sus terrenos. Durante los siglos XVI y
XVII, la catastrófica pérdida de vidas entre los naturales fue causada principalmente por
la inadvertida pero fatal transferencia de enfermedades del Viejo Mundo a una
población sin defensas inmunológicas. En su magnitud y rapidez, la despoblación
indígena en la Sierra de los Cuchumatanes sigue el trágico y bien establecido patrón
válido para la mayor parte de Hispanoamérica. Una población natural que talvez
alcanzaba un total de 260,000 en vísperas de la Conquista disminuyó, alrededor de
1680, a cerca de 16,000, cifra que apenas se había duplicado en la época de la
Independencia, en 1821. Los efectos de las enfermedades entre los indígenas fueron
profundos, ya que cuando ellas golpeaban, invariablemente provocaban una cadena de
acontecimientos, que incluían una horrenda mortandad, el abandono de los pueblos, y el
hecho de que los afectados no sembraban los campos. La hambruna, la pobreza y una
vida miserable nunca estaban muy lejos y servían sólo para acrecentar la vulnerabilidad
de las familias indígenas ante renovadas olas de pestilencia. Los intereses de los
españoles se vieron también negativamente afectados, pues las epidemias perjudicaban
la capacidad de las aldeas para pagar tributos, reducían el comercio e interrumpían todo
tipo de hábitos normales. Con la repetición de tales reveses imprevistos, la España
imperial tuvo que conformarse, tanto en esta región como en otras, con una realidad
colonial muy diferente de la que esperaba.

Conclusión
El contacto entre indígenas y españoles durante los dos primeros siglos de la
dominación española en la Sierra de los Cuchumatanes ofrece una oportunidad para
reflexionar sobre el significado de la Conquista y la resistencia indígena. Es un ejercicio
que podría dar fácilmente como resultado una contemplación prolongada del lado
oscuro de la historia de esta región. Aunque de alguna manera ello resulta comprensible,
al limitarse sólo a lo que la Conquista destruyó, se resta importancia a lo que, contra
viento y marea, los naturales lograron salvar y mantener vivo. Este ejercicio se debe
emprender con mucha precaución. Tal como sucede respecto del `salvaje noble', buscar
sólo indígenas que se ajusten a nuestros argumentos e ideologías es una ilusión que no
sirve propósito útil alguno, sea éste académico o de otra naturaleza. Tampoco se debe
descuidar el papel fundamental que desempeñó el medio físico. Pero ignorar totalmente
la dinámica de la resistencia, especialmente cuando es la supervivencia maya la que se
encuentra todavía amenazada, es una injusticia aún mayor.

No se le ha dado la suficiente importancia al hecho de que se organizaron ejércitos


indígenas, que los nativos forzaron a los españoles al combate, pelearon valientemente y
provocaron retrasos y hasta retiradas en el avance de la Conquista. Por otra parte, es
innegable que, a pesar del peso de la adversidad, los indígenas siempre fueron más
numerosos que los españoles y los ladinos. Estos últimos, aun al final de la época
colonial, comprendían sólo el 5% de la población total de los Cuchumatanes y
constituían un porcentaje aún menor durante los siglos XVI y XVII. No perder nunca la
condición de mayoría es en sí una forma disimulada de resistencia. La guerra, la
enfermedad y la explotación, todos estos hechos juntos, cobraron un alto precio en vidas
indígenas. Pero después de alcanzar los niveles más bajos de población alrededor de
1680, los mayas de la Sierra de los Cuchumatanes, especialmente a partir de finales del
siglo XIX, emprendieron la notable proeza de su recuperación demográfica. Tuvieron
que hacerse ciertos ajustes biológicos y epidemiológicos, pero cabe preguntar, ¿cuáles
fueron los factores adicionales que contribuyeron a la recuperación? Seguramente
existía una población considerable al principio, pero cuando se comprobó que la región
no contaba con suficientes recursos a los ojos de los españoles, tampoco resultó
atractiva para muchos de ellos. Como consecuencia, a fines del siglo XVII los indígenas
habían creado una cultura de refugio muy distinta de la cultura de conquista que se les
había impuesto.

En términos culturales la resistencia a la Conquista fue más variable y, a veces,


expresada en forma abierta. Algunos naturales aprendieron sólo un poco de español y
muchos nada. Su adhesión al cristianismo fue casi siempre ficticia, y algunas veces una
burla descarada. Abandonaban los poblados en que se suponía que estaban obligados a
vivir, y se alejaban en un número difícil de calcular pero considerado importante por los
sacerdotes y los recolectores de impuestos. Los que mantenían su residencia en los
pueblos a menudo lo hacían agrupándose en las unidades planificadas por los españoles,
pero separados como en la época prehispánica. Nada resultó como los españoles
esperaban. Los documentos coloniales del Reino de Guatemala, aun los escritos poco
después de la Conquista, están cargados de un sentido casi premonitorio de que las
ambiciones e intereses tan aparentemente justificados no llegarían a nada. Tomás de
Cárdenas y Juan de Torres, por ejemplo, aparecen en Sacapulas en 1555, entregados con
energía a conseguir que las parcialidades fueran allí adoctrinadas `no sólo en las cosas
de Nuestra Santa Fe pero también en las de la humana policía'. Estos españoles, sin
embargo, afirmaban alarmados: `ese mismo año hallamos en la serranía muy grande
copia de ídolos, no sólo escondidos pero en públicas casas como los que tenían antes
que fuesen baptizados'.

La semilla de la duda sembrada previamente produjo frutos de frustración más tarde. En


un espantoso relato de 1687, por ejemplo, se habla de `la perdición general de los indios
de estas provincias y frangentes (sic) continuos que amenaza su libertad'. En dicho
documento, Fray Alonso de León dice que se vio obligado a escapar de la parroquia,
presionado por salvar la vida, y agrega que `en el pueblo de San Mateo Ixtatán hay unos
indios diabólicos que con sus malas costumbres y sobrada malicia tienen perdido dicho
pueblo de calidad y forma, que sólo les ha quedado de cristianos el nombre'. La
resistencia aquí llegó finalmente a tomar formas violentas de protesta, como en San
Juan Ixcoy 200 años más tarde y por toda la Sierra de los Cuchumatanes durante esta
última década de 1980-1990. Todos los guatemaltecos harían bien en observar la
peligrosa línea que separa la resistencia de la protesta y tomar nota, si no lo han hecho
todavía, de la advertencia de Adrián Recinos que nos sirvió de punto de partida.
WILLIAM R. FOWLER, Jr.

Escuintla y Guazacapán

Uno de los propósitos de este capítulo es analizar los factores socioeconómicos que
incidieron en la historia de las provincias de Escuintla y Guazacapán, desde
aproximadamente 1524 hasta 1725. Estas provincias o partidos comprendían los
actuales departamentos de Escuintla, Santa Rosa, y el sur de Jutiapa.

Otro objetivo es el de contribuir a enriquecer la `microhistoria de Centro América', o sea


la historia con un enfoque regional. Aunque existen varios trabajos socioeconómicos
generales referidos a la época colonial del área, se dispone de pocos estudios regionales
detallados. Las obras generales han trazado las tendencias y los patrones usuales en la
historia socioeconómica de Centro América, pero han puesto poca atención a las
diferencias regionales. Una tarea importante que está por hacerse es poner en tela de
juicio las reconstrucciones de los estudios generales elaborados desde una perspectiva
microrregional y regional. En un país tan diverso como Guatemala es obvio que
existieron diferencias regionales en los factores y los procesos que concurrieron en la
consolidación del dominio español. Por ejemplo, lo que fue válido para Suchitepéquez
en 1550, es poco probable que lo haya sido para Guazacapán en 1600.

Escribir la microhistoria de Escuintla y Guazacapán representa un reto bastante serio.


Por tratarse de un rincón relativamente aislado del Imperio y fuera del conocimiento
directo de la mayoría de los altos funcionarios reales de la Audiencia de Guatemala,
Escuintla y Guazacapán recibieron menos atención que otras provincias, como
Zapotitlán y Suchitepéquez o Izalco, que producían más ingresos a la Corona y a los
encomenderos. Por lo tanto, la calidad de la documentación histórica sobre los pueblos
de Escuintla y Guazacapán es relativamente pobre, y los datos fidedignos no son tan
abundantes como sería de desear. Muchas veces la evidencia pertinente es muy
fragmentaria. Sin embargo, es de notar que los pueblos de estas provincias, por su
producción agrícola, tuvieron una relativa importancia en la economía inicial de la
Colonia. Con todo, aun para este rincón relativamente desatendido, existe una amplia
documentación de unos 5,000 expedientes para toda la época colonial.

El hecho de formar parte de las encomiendas de Pedro de Alvarado indica la


importancia económica original de los pueblos de Izquintepeque y Guazacapán. Otros
poblados de esta región también fueron otorgados en encomienda a exponentes ilustres
del régimen colonial, como Bernal Díaz del Castillo, encomendero de los pueblos de
Tepeaco (en Escuintla) y Guanagazapa (en Guazacapán). Posteriormente, el
conquistador-cronista tuvo encomendado a Amistán (Mixtán, en Escuintla), la mitad del
pueblo de Ichanhuehue, y la mitad del pueblo de Chipilapa, todos en la Provincia de
Escuintla. Leonor de Alvarado, la hija mestiza del Adelantado, tuvo en encomienda dos
pueblos de la Provincia de Escuintla: el mismo Ichanhuehue, que más tarde tuvo Bernal
Díaz, y Amayuca. Posteriormente tuvo encomendado, con Francisco de la Cueva, el
pueblo de Tecoaco, en la Provincia de Guazacapán. El pueblo de Siquinalá (en
Escuintla), también estuvo encomendado a Francisco Calderón, insigne conquistador-
hidalgo.
Después de la muerte del Adelantado, la nueva Audiencia de los Confinesse encargó, en
1544, de los pueblos encomendados a él, y tres años más tarde Escuintla y Guazacapán
se convirtieron en corregimientos. Ambos, gobernados hasta entonces por el Presidente
de la Audiencia, se unieron, en 1678, bajo la Alcaldía Mayor de Escuintla, controlada
por un funcionario nombrado en España.

Aspectos Ecológicos: Los Recursos


Fisiográficamente, la región del extremo sudeste del litoral del Pacífico de Guatemala se
divide en tres zonas: la llanura costera, la Bocacosta baja (de 25 a 300 m s.n.m.), y la
Bocacosta alta (300 a 1,300 m s.n.m.). La llanura costera tiene un clima cálido y una
vegetación de sabana, con arboledas en las orillas de los ríos. La Bocacosta, formada
por la parte baja de la cadena volcánica reciente, también tiene un clima cálido perenne,
pero recibe más lluvia que la Costa y tenía un exuberante bosque tropical húmedo que
todavía existe en algunas áreas muy limitadas.

La pendiente volcánica de Escuintla y Guazacapán tiene tierras agrícolas de primera, es


decir, de las más productivas de Guatemala. Los recursos principales de la Bocacosta,
especialmente en la parte alta, fueron (y son) los ricos suelos volcánicos idóneos para el
cultivo del maíz, el frijol, el chile y, durante la época a que se refiere el presente estudio,
el cacao, el cultivo comercial de mayor importancia de toda Mesoamérica, tanto en la
época prehispánica como en el siglo XVI.

En 1576, el Oidor Licenciado Diego García de Palacio escribió lo siguiente sobre


Guazacapán:

...es abundante de montes, agua, caza, y pesca de todas


suertes; tiene muchos frutales de la tierra y de Castilla,
bonísimas naranjas y algunos higos y melones; es tierra de
cacao y de buenas tierras para maíz y las demás legumbres
y semillas que los indios usan... Tiene muchos esteros de
que se aprovechan de grandes pesquerías de todo género de
pescados y tortugas... Tiene toda esta costa muchas
praderías, que acá llaman sabanas, grandes y de mucho
pasto, y en ellas algunas estancias de vacas.

En 1594, el Escribano y Juez Contador Juan de Pineda describió Escuintla así: `...buen
pueblo y grande para aquella provincia; es muy fértil de cacao y los vecinos de él tienen
muchas milpas de que se coge en él mucho cacao, maíz, ají, y frijoles'. Pineda mencionó
también la crianza de gallinas de la tierra y de Castilla, y la pesca de tepemechines en un
río cercano al pueblo.

La Bocacosta baja tiene tierras fértiles, pero en esta zona la agricultura se combinó con
la pesca y la caza como las actividades económicas más importantes. En la planicie
costera, la producción de la sal tuvo gran importancia, tanto en la época prehispánica
como durante la Colonia. García de Palacio señaló, en 1576, que la Costa de
Guazacapán `...tiene comodidad toda ella para hacer sal, aunque la hacen con mucho
trabajo y riesgo de su salud'. Otro cultivo de gran importancia comercial en la Costa y la
Bocacosta fue el algodón, lo mismo que la crianza de ganado.
Un recurso importante en la época bajo estudio, sobre todo porque la Provincia de
Guatemala careció de los metales preciosos buscados ansiosamente por los españoles,
fue la población indígena. Ésta fue la fuente principal de mano de obra para atender la
producción de cacao y otros cultivos, como maíz y trigo, para elaborar añil, producir sal,
cuidar ganado, proveer el servicio personal y construir casas e iglesias.

Composición Etnolingüística en 1524


La Provincia de Escuintla, entre los ríos Coyolate y Michatoya, estaba poblada casi
exclusivamente por pipiles, grupo de idioma náhuat que llegó de México a Centro
América en una serie de migraciones que comenzaron en el siglo IX y duraron hasta
mediados del siglo XIII.

Los pipiles de la zona de Escuintla, al parecer, formaron parte de la última `oleada' de


migraciones mexicanas prehistóricas a Guatemala, pero es muy poco lo que se sabe
sobre éstas desde el punto de vista arqueológico. Los únicos pueblos de la Provincia de
Escuintla que no eran pipiles son los siguientes: Cotzumalguapa (cakchiquel,
kaqchikel), Aguacatepeque (cakchiquel), Ychanosuma u Osuma (quiché, k'iche'), y
Siquinalá (quiché) (Cuadro 85). Estos pueblos representaban probablemente una
intrusión tardía en una parte del territorio que, en tiempos anteriores, era pipil. Sin
embargo, hay que señalar que es casi imposible que la cultura Cotzumalguapa del
Clásico Tardío fuera de filiación étnica pipil, como han afirmado varios autores.

El náhuat de los pipiles era un dialecto, hoy extinto en Guatemala, que se hablaba
todavía en los siglos XVI y XVII. En aquella época estaba tan difundido en Centro
América, que también lo hablaban, como lengua franca, otros indígenas de las zonas
fronterizas, como los xincas (xinkas) y los lencas. Por ejemplo, en el Juicio de
Residencia del Corregidor de Guazacapán, Luis de Fuentes y de la Cerda, en 1591,
testigos indígenas de casi todos los pueblos de la provincia bajo estudio,
predominantemente xincas, dieron testimonio en náhuat por medio de un intérprete. En
la actualidad el náhuat de los pipiles se limita a unos pocos hablantes de la región de
Sonsonate en el occidente de El Salvador, en especial los pueblos de Izalco, Nahuizalco
y Santo Domingo de Guzmán.

La Provincia de Guazacapán (Cuadro 86), o sea la zona entre los ríos Michatoya y Paz
(Ilustración 160) fue habitada principalmente por xincas, probablemente descendientes
de los primeros pobladores de la Costa Sur de Guatemala. El xinca es una lengua
aislada que no se ha podido clasificar o asociar con ninguna otra estructura lingüística.
Lawrence Feldman afirma que el dialecto de Moyuta (o Moyutla), que se habla también
en Pasaco, Azulco y Conguaco, es una lengua aislada, pero no ha presentado la
evidencia en que apoya tal afirmación. Otros especialistas están de acuerdo en que en
Moyuta se habla un dialecto del xinca.

Entremezclados con los pueblos xincas, en el oriente de la Costa Sur, se encontraron


algunos grupos pipiles. De los pueblos de la Provincia de Guazacapán señalados en el
Cuadro 86, los siguientes tienen indicios históricos de presencia náhuat precolombina,
según datos de Fuentes y Guzmán y Cortés y Larraz: Jumaytepeque, Ixhuatán,
Jalpatagua, y Comapa. Además, el pueblo de Los Esclavos, fundado por los esclavos
indios liberados por el Presidente Alonso López de Cerrato en 1549, tenía un
contingente de idioma náhuat.

Todavía no se ha determinado el grado exacto y el modo de la penetración náhuat en la


zona xinca de Guazacapán. Se podría conjeturar que algunos grupos pipiles se
apoderaron militarmente de ciertos pueblos xincas, con el objeto de controlar su
producción agrícola y exigirles tributos, en especial, cacao. Se sabe con certeza, sin
embargo, que el célebre Manuscrito Pipil, un documento prehispánico que citó Fuentes
y Guzmán, tenía información sobre la conquista de los pueblos de Jumay, Ixhuatán y
Jalpatagua. El cacique de Jumay en los años de la Conquista tenía el nombre náhuat de
Tonaltet (`Piedra del Sol'). Un manuscrito colonial de Ixhuatán, fechado en 1621, está
escrito en náhuat. Los indios principales de Ixhuatán usaban, en 1567, apellidos de
origen náhuat, como Acat y Cipacti.

Con base en los datos citados, referidos muchos a la época prehispánica, y los cuales
indican una presencia náhuat indudable en los pueblos bajo estudio, se considera posible
que, en el momento de la Conquista, la unidad política centrada en Jalpatagua (con sus
elementos poblacionales de Ixhuatán, Comapa y Jumaytepeque) estuviera bajo el
control de una élite pipil, pero que la mayoría de la población (los plebeyos) era de
filiación xinca. La investigación arqueológica, en el futuro, podría contribuir a resolver
esta incógnita.

Conquista y Encomienda, 1524-1575


Como es sabido, Pedro de Alvarado, durante su expedición a Cuscatlán (El Salvador),
en mayo de 1524, dominó el señorío pipil de Itzcuintepec, y los poblados xincas de
Guazacapán que quedaban en su ruta (Atiquipaque, Tacuilula, Nancintla, Pasaco y
Mopicalco). La zona un poco más al norte (Jumay, Jalpatagua, Ixhuatán y Comapa) fue
conquistada unos cuatro años más tarde (1528), después de la rebelión general de 1527
(véase `La Conquista', en esta misma sección).

Se puede decir que la conquista española de Escuintla y Guazacapán se hizo con relativa
rapidez y poca resistencia de parte de los indios, quizás porque éstos ya estaban
debilitados por el contagio de las enfermedades europeas llegadas antes que los
conquistadores.

Formas de trabajo: la esclavitud y el servicio personal

La pacificación de la zona dio inicio a la sociedad de conquista y al establecimiento del


poder español. El objetivo principal de los conquistadores era la extracción de riqueza o
capital de los vencidos, y por esa razón el primer sistema de trabajo fue la esclavitud.
Alvarado hizo muchos esclavos de guerra en la entrada a la región en 1524, y algunos
de ellos fueron puestos a trabajar en las minas de la sierra. El conquistador Juan de
Aragón, encomendero de Ixhuatán y Chipilapa, tenía una cuadrilla de 30 esclavos indios
en una mina de oro en el cerro de Alax, Honduras, y otros cinco o seis en su servicio
personal. Cristóbal Lobo, encomendero de Amatitlán y otros pueblos, tenía 42 esclavos
en las minas de Alax, entre los cuales había indios de Ixhuatán e Itzcuintepec. Entre los
119 esclavos que poseía Sancho de Barahona, encomendero de Atitlán (Sololá),
figuraban algunos de Ixhuatán. Otros esclavos fueron extraídos de la zona y enviados a
lugares más distantes, especialmente Panamá y Perú. El Presidente López de Cerrato se
quejó así a la Corona, en 1548: `...desta costa del sur se han llevado más de seis mil
indios libres a vender por esclavos por manera que han despoblado esta costa'.

La esclavitud era excesivamente destructiva para la población indígena, y no podía


perdurar como base económica estable de la Colonia. En Guatemala se terminó como
institución económica, cuando llegó el Presidente Cerrato, en 1548, y puso en vigor las
Leyes Nuevas. A partir de 1549, la encomienda comenzó a reemplazar a la esclavitud
como la forma predominante de explotación del trabajo de los indígenas.

La encomienda

Las primeras encomiendas de Guatemala fueron `los repartimientos de Alvarado',


otorgados en 1531-1532, cuando el territorio no se conocía del todo ni se había
concluido su pacificación. Antes de 1536 no se habían realizado tasaciones de los
productos que debían pagar los indios. Los encomenderos, por medio de los caciques y
calpixques de las comunidades, casi siempre obtuvieron de los pueblos indígenas la
cantidad máxima de productos.

Las primeras tasaciones de tributos las realizaron, entre 1536 y 1541, el Licenciado
Alonso de Maldonado y el Obispo Francisco Marroquín. Se han localizado pocas
evidencias de estas tasaciones y, con excepción de Jumaytepeque, no se dispone de
datos específicos sobre los tributos pagados por los pueblos de Escuintla y Guazacapán
durante el período aludido. Jumaytepeque estaba encomendado a Francisco de la Cueva,
quien posteriormente se casó con doña Leonor de Alvarado, hija del Adelantado. La
tasación de 1538 obligaba a los indios del pueblo a hacer sementeras de trigo,
cosecharlo y llevarlo a Santiago de Guatemala (Almolonga), sembrar maíz, enviar seis
indios de servicio a la ciudad y entregar al encomendero gallinas de Castilla y de la
tierra, miel, cera y cutarras (caites) para los esclavos. Los otros pueblos de la región sin
duda pagaron tributo con los mismos productos agrícolas, sal, mantas y servicio
personal.

Las encomiendas más ricas de Escuintla y Guazacapán, en aquella época, eran las de la
Bocacosta, las cuales producían cacao. Según datos de las tasaciones de Cerrato, los
pueblos más importantes de Escuintla, en cuanto a la producción de cacao en 1549 (en
términos de producción neta y suponiendo que el tributo pagado reflejara la producción)
fueron Cotzumalguapa, Masagua, Taxisco, Chiquimulilla y Guazacapán. No obstante,
en cuanto a la cantidad de cacao pagado por cada tributario individual, los pueblos
pipiles de Amayuca, Iztapa, Otazingo y Miahuatlán pagaron cantidades de cacao
asombrosamente altas. La enorme proporción de cacao que pagó cada tributario de
dichos pueblos se debió a la alta tasa de despoblación ocurrida en la zona durante las
dos primeras décadas posteriores a la Conquista. Los indios de Iztapa, por ejemplo,
fueron exonerados del tributo en 1555, por haber sufrido `esterilidad' y falta de gente.
Una real cédula de 1559 hizo constar que Mopicalco tenía solamente 37 tributarios y
pagaba 500 pesos de tributo, en cacao.
El decrecimiento de la población indígena y el colapso del cacao en Escuintla y
Guazacapán formaron parte de un problema general que afectó a todas las zonas
cacaoteras de la Costa del Pacífico de Centro América.

Cambios demográficos

Durante el medio siglo transcurrido entre 1524 y 1575, la población nativa de Escuintla
y Guazacapán experimentó un declive catastrófico debido, principalmente, a la
introducción de enfermedades de origen europeo, para las cuales los indígenas no tenían
resistencia. El primer registro de población corresponde a las tasaciones de tributos del
Presidente Cerrato. Este documento está incompleto y su uso como fuente de datos
demográficos es bastante complicado, pero es un punto de partida útil en el campo de la
demografía histórica en el inicio de la época colonial en Guatemala.

Según las tasaciones de Cerrato, en 1549 la Provincia de Izquintepeque tenía 809


tributarios en 17 pueblos. El documento tiene muchos `vacíos geográficos', y el propio
pueblo de Izquintepeque no está incluido. Por lo tanto, deben agregarse 319 tributarios
al total registrado para la Provincia de Izquintepeque, ya que este último es el número
de tributarios registrados en el pueblo en 1566. Además, tres pueblos: Amistán,
Tehuantepec y Texcuaco, están incluidos, pero sin número de tributarios. Parece sensato
agregar otros 300 tributarios para compensar la falta de datos. El ajuste daría un total de
1,428 tributarios en la Provincia en 1549. Si se usa un factor de conversión de 4.75
habitantes por cada tributario, se llega a una población estimada de 6,783 para la
Provincia de Izquintepeque, en 1549.

Las tasaciones de Cerrato indican que había 1,925 tributarios en 20 pueblos de la


Provincia de Guazacapán. Cuatro de los pueblos: Nestiquipaque, Jumaytepeque,
Mopicalco y Comapa, no tienen registros de tributarios. Mopicalco tenía 37 tributarios
en 1559. Según las tasaciones de 1578-1582 del Presidente García de Valverde, en la
última tasación (antes de 1580) Nestiquipaque tenía 148 tributarios, y se puede aceptar
esta cifra como una estimación del número de tributarios en el año de 1550. No se
dispone de datos demográficos equivalentes sobre Comapa y Jumaytepeque, pero se
pueden estimar otros 150 tributarios para estos dos pueblos. Al sumar dichas cifras, el
número total de tributarios en la Provincia de Guazacapán, en 1549, aumenta en unos
335, y da un total de 2,260 tributarios. Si se aplica el coeficiente de 4.75 para convertir
el número de los tributarios a la población total, obtenemos un resultado de 10,735
habitantes en la Provincia de Guazacapán, en 1549.

Al parecer, estos cálculos representan estimaciones mínimas de la población de


Escuintla y Guazacapán a mediados del siglo XVI, cuando ya había sufrido los efectos
devastadores de la guerra, la desorganización cultural, los tributos excesivos, los malos
tratos y las enfermedades. Asimismo, dicha población había experimentado muchas
bajas a causa de dos epidemias generales que afectaron a toda Centro América: la
viruela (talvez acompañada por peste pulmonar o tifus), en 1519-1521; y el temido
cocoliztli o gukumatz (posiblemente peste neumónica o tifus), en 1545-1548. La primera
causó la muerte de la tercera parte o la mitad de la población indígena de Guatemala. La
segunda también produjo una mortandad enorme.
El auge del cacao tuvo un gran impacto en los cambios demográficos, pues se obligó a
sectores poblacionales a emigrar desde las Tierras Altas para mantener la mano de obra
en la zona cacaotera de la Costa y la Bocacosta. A este fenómeno se puede atribuir la
tendencia hacia el crecimiento demográfico en ciertos pueblos de las provincias de
Escuintla y Guazacapán entre 1550 y 1575, mientras que en otros la población
disminuía o desaparecía con rapidez. Como se muestra en el Cuadro 87, los pueblos de
Izquintepeque y Guazacapán, en vez de disminuir en esos años, experimentaron un
incremento de su población. Es interesante subrayar que estos dos pueblos pertenecieron
a la Corona a partir de 1544, y los corregidores tuvieron mucho interés en apuntalar la
industria cacaotera, que ya comenzaba a disminuir en la década de 1550 a causa de la
muerte de muchos indígenas y de los excesivos tributos.

Otros pueblos que experimentaron alza en su población fueron Ichanhuehue, tasado en


50 tributarios en 1549 y en 120 vecinos en 1575; Ixhuatán, tasado en 100 tributarios en
1549, y en 159 en 1568; Ozuma, con 40 tributarios en 1549 y 80 vecinos en 1575, y
Taxisco, con 300 tributarios en 1549 y con 375 vecinos en 1572. Es probable que los
encomenderos hayan desempeñado un papel activo en el mantenimiento de los niveles
de población de estos lugares.

Mientras unos pueblos observaban un aumento en el número de sus habitantes, otros


experimentaron la pérdida de muchas vidas. Ya se ha mencionado que, en 1549, la alta
proporción de cacao pagado en tributo por cada indígena tributario en los pueblos de
Amayuca, Iztapa, Otazingo y Miahuatlán se debió a un drástico descenso demográfico.
Estos pueblos tuvieron, entre todos, un total de sólo 46 tributarios en 1549. De nuevo se
aprecia el impacto de la epidemia general de 1545-1548. Como se anotó anteriormente,
los indígenas de Iztapa fueron exonerados del tributo en 1555, por sufrir `esterilidad' y
falta de gente. Otros pueblos que experimentaron un descenso demográfico grande
fueron Cotzumalguapa, tasado con 130 tributarios en 1549, y solamente con 60 en 1554;
y Malacatepeque, que tenía 80 tributarios en 1549 y solamente 50 vecinos en 1575.

Diversificación de la Economía, 1576-1635


A mediados del siglo XVI, algunos encomenderos de Escuintla y Guazacapán se habían
percatado ya de la necesidad de diversificar la producción económica. Ello dio como
resultado la enajenación de las tierras indígenas, principalmente por la presión para
dedicarlas a la ganadería y al cultivo de añil. Estas dos actividades presentaban una
estrecha interrelación y constituían un complejo agrícola ecológico que se ajustaba
además a la nueva realidad demográfica y a la creciente depresión económica. También
se cultivaron otros productos, y el cacao continuó siendo importante hasta el siglo XVII.
Sin embargo, fue sobre todo por medio de la introducción del ganado y del añil que los
españoles comenzaron a apoderarse de las tierras de los indígenas.

Un resumen de algunos casos específicos puede servir para presentar un panorama


general de la enajenación de las tierras indígenas y los cambios en la posesión
registrados en la última mitad del siglo XVI. Uno de los primeros casos fue la petición
de Francisco de la Cueva para organizar una estancia de ganado en los llanos de
Jumaytepeque, cuyo título le cedió la Audiencia en 1557. Según la solicitud, la estancia
habría de estar ubicada en tierras baldías, pero resulta improbable que De la Cueva, el
propio encomendero del pueblo, pidiera tierras en cultivo, ya que ello habría limitado
las posibilidades de los indios para tributar. No obstante, otros españoles, especialmente
los que no tenían encomiendas, comenzaron a usurpar tierras cultivadas de los
indígenas.

En 1562, Gaspar Martín pidió tierra para una estancia de ganado mayor y menor en `las
sabanas de Texcuaco, riberas de un río grande llamado Coyolate, frontero de la mar del
sur'. Según Martín, las tierras eran baldías, pero los indios del pueblo se opusieron
porque tenían cacaotales en el lugar. Sin embargo, Martín logró el título, otorgado por el
Presidente Doctor Antonio González. El año siguiente, González otorgó otro título a
Matías Martín de Aguilera, relator de la Audiencia, de seis caballerías de tierra para
establecer una estancia de ganado mayor y menor en los términos de Chipilapa y
Texcuaco.

En 1564, Juan de Guevara, un vecino de Santiago, obtuvo cuatro caballerías en los


términos de Mopicalco y Pasaco, para estancia de ganado mayor y cacaotales. En 1565,
el Doctor Diego Sánchez de Valenzuela solicitó establecer una estancia de ganado entre
los pueblos de Masagua e Iztapa, y declaró que eran tierras baldías y `sin perjuicio de
los naturales de los dichos pueblos'. Un título de 1568 menciona la venta de una
estancia, realizada por Sancho de Barahona, en los términos del pueblo de Chipilapa,
con 5,500 cabezas de ganado mayor y menor, 140 yeguas y potros, y siete esclavos
negros, lo que indicaba que la ganadería ya era una actividad de gran importancia en la
zona.

De los casos citados se deduce que los primeros despojos de tierras ocurrieron, sobre
todo, donde los indígenas habían sufrido un mayor descenso de población. Chipilapa,
por ejemplo, tenía solamente 10 tributarios en 1549. En muchos casos, las tierras objeto
del despojo fueron las inmediatas al pueblo viejo o la `zacualpa' de una comunidad
diezmada por enfermedades o reubicada en una reducción. En 1567 se otorgaron dos
caballerías cercanas al `asiento viejo' de Ixhuatán a Benito de Molina, vecino de
Santiago, para sembrar trigo. A Antón Rivas, vecino de la Villa de La Trinidad
(Sonsonate, San Salvador), le concedieron seis caballerías `junto a la zacualpa vieja' de
Ixhuatán. En 1569, los indígenas de Comapa vendieron cuatro caballerías de tierra a
Diego López de Villanueva, encomendero del pueblo. Las tierras `eran las de la
zacualpa, o sea en donde estuvo asentado dicho pueblo de Comapa'. Los indios
principales de Comapa se declararon dispuestos a vender la tierra diciendo que `ni
podían sembrar ni cultivar en ella por estar en el... camino real y andar por ella mucho
ganado'. Agregaron que el sitio `está yermo y hecho monte... y no tienen para que lo
cultivar porque las tierras no eran tales para poderse aprovechar dellas porque allí
siempre estaban enfermos'. Aceptaron del encomendero el pago de 200 tostones. Un
caso semejante de disminución de población se dio en 1578, cuando Paulo Cota Manuel
pidió un sitio para estancia de ganado mayor `en un pedazo de tierra... junto a unos
asientos viejos que llaman Chiquigüitlan [Chiquiotla] junto a la mar del sur las quales
d[ic]has tierras son yermas e despobladas'. No hay razón para dudar de esta afirmación,
porque en 1549 Chiquiotla tenía sólo tres tributarios.

A partir de 1570 aumentaron las peticiones de títulos de tierras en la zona, y ello indica
una tendencia creciente de parte de españoles y criollos para convertirse en hacendados
en lugar de encomenderos. La venta de tierras requería el consentimiento de los
indígenas de los pueblos más cercanos. En la mayoría de los casos se pusieron de
acuerdo rápidamente, ya por temor, ya mediante un pago o dádiva del solicitante a los
principales de la comunidad. Sin embargo, la reacción de los indios no fue siempre la
capitulación pacífica ante la usurpación. En 1578, cuando Gaspar Martín vendió su
estancia a Juan Méndez de Sotomayor y éste tomó posesión de la misma, los indígenas
de Texcuaco entraron en las tierras, y destruyeron y quemaron las casas de la estancia.
Recuérdese que estas tierras habían sido objeto de litigio entre los indios de Texcuaco y
Gaspar Martín, desde 1562, cuando el Doctor Antonio González, Presidente de la
Audiencia, concedió el sitio de estancia a Martín. En el pleito de 1578, el encomendero
de Texcuaco, Juan de Colindres Puerta, intervino para ayudar a conseguir una
conciliación: Méndez de Sotomayor pagó a los principales de Texcuaco 300 tostones
para ornamentos de la iglesia, se obligó a no pedir indios para servicio, y aceptó que se
fijaran los linderos de la estancia.

En otro caso interesante, que probablemente no fue único, el encomendero intercedió en


defensa de los indígenas. El protagonista de esta historia fue Bernal Díaz del Castillo,
encomendero de Guanagazapa, quien ayudó a evitar el intento de poner un obraje de
añil en los términos del pueblo.

En 1579, Martín Ximénez pidió seis caballerías de tierra para poner un obraje de añil
cerca del Río Michatoya, en los términos de Guanagazapa, pero los indígenas
protestaron diciendo que la tierra era necesaria para su sustento. Bernal Díaz del Castillo
intervino en el litigio y envió varias cartas y peticiones a la Audiencia para explicar que
en las tierras en cuestión los indios tenían sembrado su maíz, chile y cacao, con lo cual
pagaban su tributo, y que si se pudieran conceder, sin causar daños, él mismo las
hubiera pedido para él y sus seis hijos legítimos. Está claro que el motivo de la defensa
del encomendero era el de proteger sus ingresos. Al principio, la Audiencia cedió las
tierras a Ximénez, pero después de más de un año de pleito, en 1580, éstas fueron
restituidas a los indígenas. Como dijo Silvio Zavala: `...el encomendero reconoció la
propiedad de los nativos y la defendió porque constituía la base de producción de los
tributos que recibía'. Sin embargo, unos cinco años después de la muerte de Bernal Díaz
del Castillo (en 1584?), los indígenas de Guanagazapa sufrieron otro intento de
usurpación de sus tierras, cuando, Tomás de Salazar pidió cuatro caballerías de tierra en
los términos del pueblo. En su protesta los indígenas señalaron que sus milpas de cacao,
maíz, chile, algodón y plátanos quedaban a menos de un cuarto de legua de las tierras
que pedía Salazar, y agregaron lo que se expresa a continuación:

...es notorio... que los negros y mulatos mestizos que


están en los obrajes y van y salen a cortar yerba andan
toda la tierra dos y tres y quatro leguas a la redonda en
busca de la dicha yerba para la dicha tinta y de fuerza
atraviesan de una parte en otra y entran en nuestros
cacaguatales y nos toman el cacao... y lo de más que
hallan en las dichas nuestras millpas.

Ante la petición de los indígenas, la Audiencia concedió a Salazar sólo dos caballerías
de tierra, en vez de las cuatro que pedía, pero es probable que, en realidad, los indígenas
perdieran más tierra que la cantidad especificada en el título.

Evolución demográfica
En 1576-1577 los indígenas de Guatemala fueron azotados, otra vez, por una nueva
epidemia de viruela, cocoliztli (posiblemente tifus) y otras enfermedades traídas de
México, las cuales produjeron una alta mortandad.

Antes de 1635 ocurrieron tres epidemias más: viruela y tifus en 1607-1608; viruela,
unos años antes de 1623; y tifus en 1631-1632. Posiblemente la epidemia de 1607-1608
no ocasionó mayor daño en Escuintla y Guazacapán, pues el Presidente de la Audiencia,
Alonso Criado de Castilla, informó a la Corona, en 1608, que la peste `en tierra cálida
ha tocado ligeramente'. La mayoría de las víctimas de la epidemia que se produjo antes
de 1623 fue de niños y, por lo tanto, el número de tributarios mermó poco en esta
ocasión.

Al igual que en el período anterior (de 1524 a 1575), la población de algunos lugares se
mantuvo estable o aumentó por la inmigración desde las Tierras Altas, como ocurrió
durante las décadas de 1570 y 1580. Sólo el pueblo de Guazacapán creció de 350
tributarios en 1581, a 500 vecinos en 1594 (Cuadro 87). En la ocasión del ya citado
pleito de los indios de Guanagazapa y Bernal Díaz del Castillo contra Martín Ximénez,
los indígenas afirmaron, en 1580, que su población había crecido de 20 a 80 familias. El
pueblo de Nestiquipaque, que había sido tasado en 148 tributarios antes de 1580, tenía
161 en 1581.

Si se aceptan sin reservas las cifras presentadas en el Cuadro 88, se podría estimar que
la población de la Provincia de Guazacapán llegó a su número más bajo en la última
década del siglo XVI, y no comenzó a recobrarse sino hasta la década de 1630.
Respecto a la Provincia de Escuintla hace falta una estimación vinculada a 1595, pero es
muy probable que siguiera la misma curva.

La pérdida continuada de vidas tuvo un impacto en la ya moribunda industria cacaotera.


El Juez Contador Juan de Pineda, en 1594, describió Iztapa en los siguientes términos:

[E]s muy fértil de cacao, porque tiene muchas milpas, y


tantas que no las pueden beneficiar los indios, porque
solía ser gran pueblo y ha venido en disminución por
haberse muerto mucha gente y haber quedado muchas milpas
sin que haya quien las beneficie, y así los indios de este
pueblo no tienen trabajo ninguno sino es ir a coger el
cacao.

La Depresión del Siglo XVII, 1636-1720


Aunque se suele concebir esta época como un período sombrío y estático, en realidad
fue un tiempo de muchos cambios económicos y sociales importantes que merecen un
estudio detallado. Además, como apuntó Murdo MacLeod, fue durante este período que
se formó la base de la tenencia de la tierra y de las divisiones culturales, económicas y
políticas entre indígenas, españoles y ladinos del Reino de Guatemala.

Cambios socioeconómicos
La depresión mundial de 1630 a 1690 produjo un impacto mayor en zonas como
Escuintla y Guazacapán, las cuales habían sufrido el fracaso de la industria cacaotera y
el efecto de las epidemias generales de 1576-1577, de 1620 y de 1631-1632. La
reacción local fue un cambio en el patrón de asentamiento, hacia un carácter todavía
más rural. En los años anteriores había comenzado el cultivo de añil y la crianza de
ganado, las dos actividades económicas más importantes de Escuintla y Guazacapán
durante la depresión. En los primeros años del siglo XVII, el Corregimiento de
Escuintla tenía 40 obrajes de añil, mientras Guazacapán, en cambio, tenía 60.

El cacao siguió siendo un cultivo de importancia, aunque su escala de producción estaba


muy reducida. A lo largo del siglo XVII la Corona y los encomenderos comprobaron
reiteradamente que el cacao ya no podía seguir siendo producto de exportación. En
numerosas ocasiones los tributarios de los pueblos de Escuintla y Guazacapán fueron
exonerados del pago del tributo por la decadencia en el cultivo del cacao.

La caída del cacao y la creciente importancia del añil y el ganado alentaron la


emigración al campo y contribuyeron a la formación del segmento de los ladinos y a la
creación de una nueva realidad social. Con el paso del tiempo, más indígenas
verificaban que con facilidad se podía evitar la obligación molesta de pagar el tributo,
por medio de un cambio sencillo en el estilo de vida. En Taxisco, en 1642, se ordenó
una reducción de los indígenas que vivían dispersos o trabajaban en haciendas de la
comarca. En Escuintla, en 1645, se informó que muchos habían huido, que disminuía
mucho el número de tributarios, que abundaban los rezagos en el pago y que gran
cantidad de indígenas tenía deudas, particularmente los que estaban en los obrajes. En
1663, del pueblo de Jalpatagua se dijo que estaba `acabado y despoblado'.

Cambios demográficos

Una `peste general' golpeó a los indígenas de Guatemala, una vez más, en 1666 y,
posteriormente, en 1693-1695, hubo una epidemia general de viruela. Al parecer las dos
epidemias se padecieron en todo el territorio del Reino de Guatemala, y se supone que
ambas tuvieron un impacto fuerte en Escuintla y Guazacapán. Se dijo que la mitad de
los indios de Siquinalá murió en la peste de 1666. La epidemia de viruela atacó el
pueblo de Nestiquipaque en 1693.

Se dispone de datos demográficos para dos fechas específicas en esta época: 1636-1637
y 1719, los cuales proceden de registros del `servicio del tostón'. Cada indio tributario
pagaba un tostón (medio peso) al año, y estas cifras pueden servir como base directa en
el cálculo de la población. Guazacapán tenía 2,224 tributarios en 1636-1637, y 2,482 en
1719; Escuintla tenía 1,656 en el mismo período, y 991 en 1719. Como se ve, Escuintla
sufrió una baja considerable de su población durante este período, mientras que
Guazacapán experimentó una alza de 1636-1637 hasta 1690, y luego una baja entre
1690 y 1719 (Cuadro 88). Parece lógico inferir que la epidemia de 1666 tuvo mayor
impacto en Escuintla que en Guazacapán.
WILLIAM R. FOWLER, Jr.

La Región de Izalco y la Villa de la


Santísima Trinidad de Sonsonate

Introducción
El propósito de este ensayo es examinar los cambios sociales que ocurrieron durante el
siglo XVI en la región de Izalco y Sonsonate, localizada en el oeste de El Salvador.
Durante la Colonia esta región formó parte de la Audiencia de Guatemala. Se tratará de
centrar la atención en los factores socioeconómicos que fomentaron y motivaron la
insólita fuerte presencia española en la región de Izalco durante el inicio del período
colonial y en el impacto de la dominación española sobre la población indígena.

Izalco tenía una extraordinaria producción de cacao, el primer monocultivo del Reino de
Guatemala, y por ello la región llegó a ser rica y famosa. Sus encomiendas eran de las
más codiciadas, y fueron asignadas a amigos influyentes y parientes del primer
Presidente de la Audiencia de Guatemala, Alonso de Maldonado. Sus indios, los
productores de aquella riqueza, figuran entre los más duramente explotados en el
imperio.

En su innovador trabajo, Historia Socioeconómica de la América Central Española,


Murdo J. MacLeod señaló el impacto que la producción de cacao tuvo en la población
indígena de Izalco durante el siglo XVI,lo cual se hace también en un artículo del autor
de este ensayo, que contiene un estudio del mismo tema de carácter etnohistórico. En
este trabajo se intentará presentar alguna información adicional con el propósito de
sugerir modificaciones y refinamientos a los análisis previos. Igualmente, se examinará
más de cerca la estructura de la explotación española y su dinámica de cambios en la
región citada durante este período inicial.

Izalco al Momento del Contacto Español


Los habitantes nativos de Izalco fueron pipiles de habla nahua cuyos antepasados habían
emigrado del centro y sur de México a Centro América durante el Período Postclásico
(900-1524 DC). Todavía hoy no se conocen bien la cronología y dinámica de las
migraciones pipiles y siguen siendo de los más complejos problemas en las
investigaciones que se llevan a cabo en esta área. Sin embargo, hay suficiente evidencia
para decir que probablemente se produjeron desde México varias oleadas de
migraciones durante el Postclásico hacia las costas del Pacífico de América Central.

Una vez establecidos en la región oeste del Pacífico de El Salvador (lo que ahora son los
departamentos de Ahuachapán y Sonsonate) los pipiles de Izalco formaron uno de los
Estados prehispánicos regionales más poderosos en el sureste de Mesoamérica. Dicho
Estado tuvo bajo su dominio 15 asentamientos principales (Ilustración 163), con un
territorio de cerca de 2,500 km, y con algunas de las tierras agrícolas más fértiles en la
zona del Pacífico centroamericano.

De acuerdo con las tasaciones de tributos llevadas a cabo por Alonso López de
Cerrato,los 15 asentamientos principales de la región (Cuadro 89) tenían en 1549 una
población total registrada de 1,347 tributarios.

Si se usa una proporción de tributario a población total de 5:1 y se hacen ajustes para
corregir algunos problemas de esta cuenta de tributarios en particular, aquella cantidad
puede resultar en una población de aproximadamente 13,500 personas a mediados del
siglo XVI. Al asumir una tasa de despoblación conservadora de 75%,se obtiene una
estimación aproximada de 54,000 para la población pipil en la región de Izalco en 1519.

La unidad política de Izalco era rival del reino pipil de Cuscatlán, localizado al este,
mayor en tamaño y población, pero con menos recursos naturales. De hecho, Cuscatlán
parece haberse expandido por medio de guerras de conquista, usurpando algunas de las
posesiones de los izalcos al principio del siglo XVI. Probablemente el propósito de tal
expansión fue controlar la producción de cacao de aquella región. Por otra parte, la
acción expansiva quizás fue resultado del aumento de la demanda comercial en
Mesoamérica de cacao, algodón y otros artículos de lujo.

De la misma manera que fue el principal producto comercial de Izalco en el siglo XVI,
el cacao lo había sido también en el Postclásico Tardío. No sólo se pagó como tributo a
los soberanos prehispánicos, sino que, según se sabe,el cacique de Izalco al momento de
la Conquista tenía `gran número de huertas de cacao, más que ningún otro pueblo de la
región'. Probablemente fue exportado a Cuscatlán a cambio de productos de algodón,
tejidos y otras mercancías que no se producían en Izalco. Sólo Nahuizalco (uno de los
dos pueblos dominados por el señorío de Cuscatlán poco antes de la conquista española)
fue notable por su producción de algodón en los inicios del siglo XVI. Izalco
posiblemente también intercambió cacao por obsidiana procedente del Altiplano de
Guatemala, pues se incrementó la participación pipil en el sistema prehispánico de
Mesoamérica.

La Conquista
El primer contacto entre españoles y pipiles ocurrió en junio de 1524, cuando Pedro de
Alvarado y su ejército entraron en la Provincia de Izalco y pelearon contra tropas de esa
etnia en la batalla de Acajutla, `donde bate la mar del sur'. Al observar el campo de
batalla desde una distancia de media legua, Alvarado se impresionó mucho con el
espectáculo de miles de pipiles en vestimentas adornadas con plumas y exhibiendo sus
armas e insignias de guerra. Alvarado ordenó la retirada, y a medida que su ejército lo
hacía los nativos cometieron el fatal error de perseguir a los españoles hasta la planicie
abierta. Éstos se voltearon entonces y arremetieron con la caballería sobre los guerreros
pipiles, cuyas armaduras rellenas de algodón eran tan gruesas, que cuando se caían al
suelo no podían levantarse. Alvarado reportó que en esta batalla todos los guerreros
indígenas fueron masacrados. Las pérdidas españolas también fueron grandes,
especialmente de indios aliados. Alvarado mismo fue herido por una flecha que le
penetró en la pierna y se alojó en su silla de montar. Esta herida le dejó una pierna
cuatro dedos más corta que la otra.

Cinco días más tarde, en la batalla de Tacuscalco, a solamente ocho kilómetros de


Izalco, los pipiles habían preparado otro ejército lo suficiente grande como para infundir
temor a los invasores. Alvarado, quien pocas veces mostró señales de timidez, admitió
que verlos `de lejos era para espantar porque tenían los más lanzas de treinta palmas,
todas en arboledas'. Los españoles se acercaron cautelosamente y los pipiles
mantuvieron su distancia; Alvarado confesó que tuvo miedo de las tropas indígenas que
tan audazmente esperaron su carga. El resultado de esta batalla fue otra `gran matanza y
castigo'.

De allí en adelante los pipiles se negaron a enfrentar a los españoles en campo abierto
por los estragos que ocasionó la caballería, y prefirieron pelear en escaramuzas
guerrilleras.

Pedro de Alvarado y sus tropas continuaron hacia Cuscatlán, cuya conquista quedó
inconclusa. Los españoles regresaron a Iximché (Guatemala) a finales de julio de 1524
sin una victoria clara. Sin embargo, las batallas de Acajutla y Tacuscalco parecen haber
sido decisivas para los pipiles de Izalco. A diferencia de Cuscatlán, ellos no se unieron
en el levantamiento general de 1526. No hay evidencia de una resistencia aislada a la
imposición del dominio español en la región de Izalco.

La rapidez de la conquista del pueblo puede atribuirse a la gran cantidad de muertos en


las dos mayores batallas, así como al devastador impacto de las enfermedades
epidémicas (ver más adelante). La epidemia de viruela que azotó Guatemala entre 1520
y 1521 probablemente también golpeó al área pipil. Aunque Linda Newson mantiene
que no existe evidencia de enfermedades europeas extendidas más al sur de Guatemala
antes de 1527, es casi imposible que El Salvador se haya librado de tal azote.

La viruela fue posiblemente, junto con la peste pulmonar, una `epidemia en tierra
virgen', es decir, las poblaciones afectadas no habían tenido contacto previo con los
gérmenes patógenos y por lo tanto estaban inmunológicamente expuestas. MacLeod
estima que por lo menos un tercio de la población del Altiplano de Guatemala murió en
esta epidemia. Si la misma proporción falleció en la región de Izalco, lo que parece
posible, entonces las enfermedades epidémicas, `tropas de choque de la conquista',
debilitaron a los pipiles de Izalco hasta un punto en que las cruentas batallas de Acajutla
y Tacuscalco fueron suficientes para terminar con su resistencia.

Expansión de la Industria de Cacao durante la Colonia


Si bien es cierto que el cacao era un importante producto prehispánico de tributo y
comercio en el sureste de Mesoamérica, los sistemas agrícolas de entonces en el
territorio actual de El Salvador se encontraban balanceados y diversificados. Aunque
hubo cierta especialización de cultivos, no existió antes de la Conquista la exagerada
producción de monocultivos que caracterizó la agricultura colonial.
El dominio español inició la incorporación de Guatemala en el sistema mundial del
siglo XVI. La economía agrícola del área empezó a responder a las demandas de aquel
complejo sistema, aun cuando las respuestas estuvieron condicionadas por factores
locales y específicos, que hicieron del monocultivo la clave de los sueños de riqueza de
los conquistadores y encomenderos.

Los conquistadores llegados a Centro América primero buscaron el poder por medio de
la esclavitud y la minería.

Ninguno de estos instrumentos económicos duró mucho tiempo, y los españoles pronto
regresaron a la actividad agrícola en búsqueda de una fuente segura de riqueza rápida.
El auge del cacao en el siglo XVI en el Reino de Guatemala (primero en Soconusco y
más tarde en Izalco) fue en su mayor parte una respuesta al colapso de la esclavitud y la
minería como bases del poder español inmediatamente después de la Conquista. En
Izalco el cacao tenía la ventaja de que no necesitaba de inversión de capital inicial: las
plantaciones ya se encontraban allí, esperando su intensificación. Además, había
abundancia de mano de obra forzosa disponible.

Los empresarios españoles en la región reconocieron inmediatamente el valioso


potencial del cacao como cultivo comercial, y alrededor de 1535 ya se exportaban
pequeñas cantidades de Izalco hacia México. Entre 1540 y 1550 las plantaciones de
dicho producto en Izalco se habían extendido a tal grado que el área fue aclamada como
una de las más ricas de la región. Los exploradores, historiadores y funcionarios reales
de principios de la Colonia exaltaron la zona por su excepcional producción de cacao.
En 1564 Francisco de Magaña, Alcalde Mayor del nuevo asentamiento de la Villa de la
Santísima Trinidad de Sonsonate, reportó que en un año típico iban unos 15 barcos del
cercano puerto de Acajutla hacia la Nueva España, con unas 25,000 a 30,000 cargas del
citado grano. Este comercio ascendía a la suma de 200,000 pesos anuales.

El Oidor Diego García de Palacio declaró en 1575:

...que [la provincia de los Izalcos] es la cosa más rica y


gruesa que Vuestra Magestad tiene en estas partes;
comienza del río de Aguachapa [Ahuachapán] y acaba en
Gueymoco [Guaimoco] y costa de Tonalá, corre por la misma
costa diez y ocho leguas. Tiene las calidades del suelo y
cielo que la de Guazacapán, y abundancia de cacao, pesca y
frutas y demás cosas que acá comúnmente hay en las tierras
calientes y, en especial, la más abundante de cacao que se
sabe.

Agregó que cuatro pueblos de la región de Izalco producían al año más de 50,000 cargas
de cacao. Una carga pesaba aproximadamente 50 libras y estaba compuesta de tres
xiquipiles, o sea 24,000 granos de cacao. Un xiquipil entonces consistía de 20 zontles, o
sea 8,000 granos. Las dos últimas medidas, de origen nahua, se usaron a lo largo del
período colonial en Guatemala y San Salvador.

El efecto del incremento en la demanda de cacao fue la intensificación de su cultivo.


Pero antes de que ello fuera posible, se requerían cambios en la tenencia de la tierra.
Según testigos españoles e indígenas en una disputa de tierras de 1580-1581, entre los
pueblos de Naolingo y Tacuscalco, las tierras agrícolas, especialmente las dedicadas a
plantaciones de cacao y milpas de maíz, se cultivaban en común en tiempos antiguos
(probablemente una referencia a los finales de la época prehispánica y el inicio de la
Colonia). Sin embargo, a principios de 1580 las tierras en cuestión estaban divididas en
numerosas parcelas de pequeñas dimensiones, propiedad de mestizos, mulatos e indios.

Las huertas alrededor de Izalco y Caluco se dividieron en cientos de pequeñas parcelas,


pero éstas eran poseídas casi exclusivamente por indios.

MacLeod afirma que los encomenderos del siglo XVI en Centro América estuvieron
más interesados en el control de la mano de obra que en la tenencia de la tierra.

Ello fue cierto en la mayoría de los casos, pero algunos encomenderos de la región de
Izalco, en especial aquellos cuyas concesiones eran relativamente pequeñas, adquirieron
tierras, ya fuera por medio de compra o de usurpación, y las dedicaron al cacao u otros
cultivos. Una táctica común fue la de comprar una pequeña parcela y luego cercar más
terreno del que realmente habían comprado. Un ejemplo de tal comportamiento fue el
de Gómez Díaz de la Reguera, el renegado encomendero de Naolingo, quien compró
tierra de Tacuscalco y luego ocupó por la fuerza una parcela de tierra adyacente que era
propiedad de don Juan Chiname, el cacique de Tacuscalco.

Se siguió sembrando cacao en extensiones cada vez mayores y con más árboles por área
y muchas milpas de maíz se convirtieron en plantaciones de aquel producto. Tacuscalco
cambió sus tierras de maíz por cacao alrededor de 1566. Gaspar de Cepeda, el
encomendero de Nahuizalco, compró tierra cerca de este pueblo y sembró más cacao del
que ya antes se había plantado allí. Al morir Cepeda en 1567, los recaudadores de
impuestos contaron más de 20,000 árboles de cacao en tres de sus plantaciones. Según
se sabe, los árboles se sembraron cada siete u ocho pies, cuando antes se acostumbraba
sembrarlos a 12. Algunos testigos informaron que por el poco espacio entre uno y otro
árbol y la falta de irrigación, no dieron mucho fruto.

Los indios de las regiones cacaoteras también intensificaron la producción en un


esfuerzo por satisfacer la demanda de tributo y poder producir un excedente para el
mercado. No obstante, a diferencia de algunos productores españoles, no tenían los
medios para cuidar adecuadamente un vasto número de árboles o para reemplazar los
riegos. En Caluco, por ejemplo, se informó que aunque un indio tuviera sembrados más
de 10,000 árboles, le era imposible cuidar más de 2,000.

Despoblamiento
Como ya se dijo antes, las enfermedades epidémicas tuvieron un impacto catastrófico en
los niveles de población de la región de Izalco. Tres olas mayores de enfermedades
diezmaron a la población nativa de Centro América en el siglo XVI: la gran epidemia de
viruela de la época precolonial en 1520-1521; cocoliztli o gukumatz (posiblemente una
peste neumónica o tifus) en 1545-1548; y sarampión y tifus en 1576-1577. Todas
produjeron una alta tasa de mortandad. La mencionada zona en particular fue duramente
golpeada, con repercusión inmediata en la industria de cacao. Ya en 1548 se reportó que
la población de Izalco había disminuido tanto que no había suficientes personas para
cuidar las huertas de dicho producto. Ello se reiteró en 1556, cuando se dejó constancia
de lo siguiente:
...provincia de poca gente... de gran contratación de
cacao y de ello depende casi todo el trato desta
Guatimala; ...tienen necesidad de gente y como la tierra y
comarca acude todo allí de todas partes van muchos
naturales de treynta e quarenta e menos leguas allí pobres
y desnudos y a pie y de tierras frías a ella que es
cálida, de que se muere gran cantidad dellos.

La solución para dicho problema fue importar mano de obra de otras regiones,
especialmente de Verapaz (Guatemala). Desde la década de 1540 hasta la de 1570 se
llevaron muchos trabajadores a esa región Algunos encomenderos y funcionarios reales
conspiraron para colocar a estos recién llegados en las tasaciones de tributos y así
aumentar la cantidad de tributarios. A pesar de las protestas de un buen número de
sacerdotes, los recién llegados se vieron forzados a casarse en Izalco para que se les
pudiera contar como tributarios completos.

Se llamaron muchos testigos para dar información sobre los tributos recolectados entre
la población indígena de la región de Izalco. Por ello, a finales del siglo XVI la
Audiencia sometió a una exhaustiva investigación a Diego de Guzmán, el gran
encomendero de Izalco. El Presidente Cerrato tasó oficialmente 400 tributarios en
Caluco, 200 en Naolingo y 100 en Tacuscalco, pero no se registró el número
correspondiente a Izalco. Estas cifras parecen haber sido subestimadas
substancialmente. Testigos en las actuaciones sobre Guzmán declararon que en 1549
Izalco tenía entre 700 y 900 tributarios, Caluco de 650 a 800 y Naolingo de 350 a 400.
No se menciona Tacuscalco en este testimonio.

A los testigos que tenían un buen conocimiento de los pueblos se les pidió comparar los
niveles de población en el pasado y el presente. Un sacerdote español declaró que sólo
cerca de un 5% de los indios registrados en 1549 sobrevivía en 1582. Otro cura
mencionó que Naolingo tenía 350 tributarios en 1568, y sólo 40 en 1582.

El cacique indígena de Caluco recordó que su pueblo tenía entre 700 y 800 en 1562, y
sólo aproximadamente 20 en 1582. Un testigo indígena de Izalco declaró que su pueblo
tenía 800 en 1549, de los cuales sólo sobrevivían 50 en 1582. La mayoría de los testigos
señaló que casi toda la población de los principales pueblos cacaoteros de Izalco estaba
conformada por recién llegados.

Según el Presidente Diego García de Valverde, que parece haber basado sus
estimaciones tanto en el testimonio sobre las actuaciones de Diego de Guzmán como en
los reportes de sus oidores y otros observadores confiables, el pueblo de Izalco tenía de
800 a 900 tributarios en el tiempo de la tasación de Cerrato, de los cuales se cree que
sólo sobrevivían 100 en 1584. Su número aumentó hasta 400 ó 500, por los foráneos
que habían sido llevados a solicitud del encomendero. De los 700 que existían en
Caluco a mediados del siglo XVI, Valverde registró que sobrevivían 60, los cuales se
complementaban con 240 recién llegados. Los 600 tributarios originales de Naolingo en
1549 habían bajado a 40 ó 50 en 1584, pero dicha cifra se incrementó aproximadamente
a 250, por los trabajadores migratorios.

Así, pues, la fuerza laboral de entonces sumaba únicamente cerca de 1,000 indios, pero
este número estaba disminuyendo rápidamente. Valverde predijo que la provincia se
despoblaría del todo en una década. Su consideración fue un poco exagerada, pero de
hecho la disminución parece haber continuado. En 1636, Naolingo tenía solamente entre
70 y 80 tributarios y Tacuscalco sólo 9 ó 10.

Trabajo y Tributo
El trabajo forzoso y el tributo fueron los principales medios por los cuales la población
indígena americana se incorporó en el sistema mundial del siglo XVI. A los
conquistadores y primeros pobladores se les recompensaron sus servicios a la Corona
con encomiendas, es decir, con indios que estaban obligados a pagar tributos, dar
trabajo, o ambas cosas a la vez. La encomienda fue la base de la economía colonial en el
siglo XVI en el Reino de Guatemala, y por medio de ella se obtuvo la producción de
cacao de los indios. Este cultivo se adaptaba fácilmente al sistema de encomienda.
Como se mencionó antes, ya existían las plantaciones y una demanda grande que se
aumentó posteriormente. Como el cacao ya se había usado antes de la Conquista para
tributar, los productores indígenas ya estaban acostumbrados a esa forma de pago. A lo
que no estaban habituados era al incremento en la demanda tributaria a causa de
presiones del mercado mundial y la codicia de los encomenderos. Una idea cuantitativa
del incremento de los tributos puede obtenerse apreciando el caso de Ateos, un pueblo
pipil al este de la región de Izalco, el cual había pertenecido en tiempos pasados al
señorío de Cuscatlán. La Relación de Marroquín, uno de los documentos de tributo más
antiguos de los conocidos en la América española, indica que en 1532 la mitad de los
habitantes de Ateos pagó a su encomendero un tributo anual de 20 xiquipiles de cacao.
Para 1548 este pueblo fue obligado a pagar al mismo encomendero 60 xiquipiles
anuales. Esta última estimación la hizo Alonso López de Cerrato, el Presidente
reformista de la Audiencia, aclamado por historiadores y despreciado por encomenderos
por sus esfuerzos en moderar los tributos excesivos. A pesar de ello, Cerrato incrementó
el tributo en este pueblo en un 300% sobre el nivel de 1532.

No obstante el drástico descenso de la población nativa, especialmente entre 1545 y


1548 y entre 1576 y 1577, Cerrato y otros funcionarios mantuvieron constante el monto
de los tributos en la región de Izalco y en algunos casos éstos se aumentaron. Las
primeras tasaciones de Izalco hechas por el Obispo Francisco Marroquín y el Presidente
Alonso de Maldonado, entre 1536 y 1541,obligaron al pueblo a pagar anualmente 1,000
xiquipiles de cacao a su primer encomendero. Caluco probablemente pagó al suyo una
suma similar.

De acuerdo con las tasaciones de Cerrato, 13 pueblos de Izalco pagaron tributo en cacao
en 1549 (Cuadro 89). Los pueblos más gravados fueron Izalco, Caluco, Naolingo y
Tacuscalco. Cerrato estableció que tanto Izalco como Caluco debían pagar 1,000
xiquipiles de cacao, mientras Naolingo se tasó en 685 y Tacuscalco en 400. En 1570
Izalco fue nuevamente tasado en 1,000 . En 1575 García de Palacio incrementó el
tributo de este pueblo a 1,300 cargas (3,900 xiquipiles). En 1582 Caluco se tasó en
1,104 xiquipiles.

El exceso en los tributos alcanzó los mayores extremos en 1570, aunque la Audiencia
no trató de corregir la situación sino hasta 1582. Como la población había bajado
drásticamente, los encomenderos recaudaban el impuesto según el número de tributarios
de la tasación de Cerrato, por lo que muchos, incluyendo el Presidente Valverde, dijeron
que `los vivos pagaban por los muertos'.

Todavía había otro detalle más: el tributo también se recaudaba de acuerdo con lo
sembrado. Mientras más tuviese un indio, más tenía que pagar. Las viudas y los
huérfanos lo pagaban completo sobre las tierras de cacao que heredaban. Valverde notó
que en muchos casos los indios daban en tal concepto más de lo que podían haber
obtenido de la venta de sus tierras. Fue verdaderamente un caso extraordinario de
explotación, en el cual el dueño de los medios de producción obtenía pobreza en vez de
riqueza.

Algunos encomenderos, entre ellos el conocido Diego de Guzmán, no estaban


satisfechos con las extorsiones que se daban en la recolección de los tributos. Por esa
razón pusieron indios inspectores para supervisar las cosechas y de esa manera apartar
la producción entera, a excepción de una pequeña cantidad, para pagarla como tributo.
En la averiguación sobre Diego de Guzmán, la Audiencia estableció que él, en unión de
funcionarios indígenas locales y en confabulación (quizás sin darse cuenta) con el
prominente Oidor Diego García de Palacio, había estado durante años recaudando más
de 160 cargas anuales por encima de la cantidad autorizada por la tasación.

MacLeod menciona que Guzmán percibió que no escaparía libre de cargos en una
acusación sobre recaudación de tributos, maltrato a los indios, engaño y soborno a
oficiales gubernamentales. Por tal razón se vio obligado a abandonar la provincia.
Según MacLeod, con la ausencia de Guzmán su feudo se desintegró. Pero la historia no
terminó con la huida de éste de Guatemala, pues se marchó a la Corte en Madrid, y
aunque en realidad la Audiencia lo había despojado de su encomienda, Guzmán se
presentó ante la Corona y dos años más tarde el Consejo de Indias se la restituyó. A su
regreso a Guatemala se hicieron más denuncias en su contra, pero ninguna tuvo efecto y
los abusos continuaron.

Encomenderos y Funcionarios Reales


Para concluir este ensayo, se hace un breve comentario sobre las dos clases sociales que
cosecharon las recompensas de la explotación de los productores indígenas de cacao en
Izalco durante el siglo XVI. La clase dominante estaba formada por encomenderos y
funcionarios reales, que ejercieron el control de las prebendas por medio de sanciones
oficiales de la Corona para obtener sus ganancias de la explotación de la clase baja.

Al inicio de la Colonia en Guatemala los más poderosos recibieron del Presidente


Alonso de Maldonado encomiendas de pueblos de cacao. En su mayoría, ellos no eran
conquistados, sino hidalgos que tenían muchos asideros y buenas relaciones con el
Presidente Maldonado. Entre los más importantes estaban Juan de Guzmán y su hijo
Diego. El primero era primo hermano o sobrino de Maldonado.

Originalmente recibió en donación el pueblo de Machaloa, Honduras,el cual no


producía nada, pero le daba buenas ganancias al encomendero por el uso ilegal de sus
indios como cargadores o tamemes. Guzmán se convirtió en encomendero de Izalco al
casarse con Margarita Orrego, viuda de Antonio Diosdado, el primer encomendero de
Izalco, quien pagó a Maldonado 800 pesos por la encomienda. Diego de Guzmán
heredó la suya de su padre en 1569.

Ya se ha descrito en detalle la violenta explotación de los indios por medio del abuso y
la extorsión. Tal comportamiento parece que fue característico de la mayoría de
encomenderos de los pueblos productores de cacao en Guatemala durante el siglo XVI,
aunque en Izalco pudo haber sido más exagerado. Sin embargo, no se ha reconocido aún
que los encomenderos constituían un grupo diversificado de individuos, algunos de los
cuales en lugar de comportarse simplemente como señores feudales se mezclaron
íntimamente en los asuntos y vidas de sus pueblos de encomienda.

El testamento de Antonio Diosdado (1541) indica que éste tenía en Izalco 80 esclavos,
180 cabezas de ganado y varios caballos. Los indígenas se hacían cargo de su ganado.
Una hermana del cacique de Izalco fue una de sus sirvientas personales. Tuvo cinco
hijos nacidos de esclavas y sirvientas, a cada uno de los cuales legó una pequeña
cantidad de dinero y seis esclavos.

Otro caso interesante es el de Gómez Díaz de la Reguera, encomendero de Naolingo. A


diferencia de otros encomenderos, éste se casó con una mestiza, hija de padre
conquistador y madre pipil.

Díaz de la Reguera, no aceptado del todo como miembro del grupo de `nuevos ricos',
fue un tirano fuera de la ley. Mantuvo un ejército privado de aproximadamente 300
negros, mulatos, y mestizos, con el que frecuentemente acosaba a la población indígena
local. En la disputa de tierras con Tacuscalco mencionada antes, ordenó a sus
subordinados destruir las acequias del pueblo. También mantuvo una cárcel privada
para encerrar a aquellos que se le enfrentaban, y además fue acusado de torturas y
ejecuciones de indios.

Los encomenderos se aliaron con funcionarios reales de distinto nivel. Los Guzmán y
sus cercanos seguidores estuvieron relacionados con la Audiencia hasta que en 1548
Cerrato reemplazó a Maldonado como Presidente. También recibieron apoyo político y
autoridad del Ayuntamiento de Santiago de Guatemala. Tanto cuando Cerrato fue
Presidente como bajo las administraciones subsiguientes, su base de poder fue lo
suficiente fuerte como para permitirles desafiar a la Audiencia.

Otros encomenderos, como Gómez Díaz de la Reguera, estuvieron íntimamente


asociados a los alcaldes mayores y a los funcionarios locales de menor rango, aunque él
debe haber sido amigo íntimo del Oidor Antonio Mexía, también conocido por sus
abusos contra los indios.

En los Juicios de Residencia a que fueron sometidos los alcaldes mayores


consistentemente se les acusó de comercio ilegal con los indios, a quienes vendían vino,
ropa y baratijas, por lo general a través de intermediarios negros y mestizos. Dichas
actividades interferían con las de los comerciantes. Además, usaban a los indios para
servicios personales y públicos. Los Juicios de Residencia también muestran que los
alcaldes mayores golpeaban a mujeres y hombres indígenas, residían ilegalmente en los
pueblos de indios, robaban y vendían niños y mujeres jóvenes, y también cacao y otros
objetos de los nativos. Además de lo anterior, generalmente no apoyaban ni obedecían
las leyes sobre protección de los indios.
Comerciantes
El otro sector surgido alrededor de las relaciones de explotación de los indios fue el de
los comerciantes españoles y de castas, quienes fueron atraídos a la región de Izalco
para participar en el lucrativo comercio del cacao. Inicialmente los comerciantes se
establecieron sobre todo en los pueblos de Izalco, Caluco, Naolingo y Tacuscalco. En
1542 el Obispo Marroquín había informado ya a la Corona de los peligros del comercio
practicado por mercaderes españoles en los pueblos de indios. Los encomenderos
denunciaron la presencia de los comerciantes, a quienes veían como una amenaza, pues
dichos comerciantes y sus sirvientes negros, mulatos y mestizos se aprovechaban de los
indígenas. Los encomenderos, entre los cuales sobresalía Juan de Guzmán, también
acusaron al clero de comerciar ilegalmente con los nativos. Solicitaron con éxito a la
Corona que se ordenara la salida de los mercaderes de los pueblos de indios, y también
se previno al clero en el sentido de abstenerse de comerciar con ellos.

Como resultado de los hechos aludidos se fundó la Villa de la Santísima Trinidad de


Sonsonate, en 1552.

Aunque el reasentamiento obedeció a un intento por frenar las actividades de los


comerciantes, el pueblo creció rápidamente y se convirtió en un centro de sólido poder
mercantil.

En 1556 Sonsonate tenía 150 casas de mercaderes y comerciantes. En 1564 su Alcalde


Mayor estimó que había cerca de 300 hombres en el pueblo, de los cuales si mucho 80
se encontraban asentados permanentemente, casados y viviendo del comercio del cacao.
Alrededor de 1572 el pueblo tenía 400 vecinos españoles (generalmente jefes de
familia), todos mercaderes que comerciaban con el mismo producto y otros objetos,
ninguno de los cuales era encomendero. En 1586 se describió a Sonsonate como un
pueblo de mercaderes y comerciantes, más que de soldados y terratenientes. Fueron
numerosos los informes sobre abusos y maltrato sufridos por los indios a manos de los
comerciantes. Les vendían vino, ropa y baratijas, a precios altísimos. También les
vendían con medidas incompletas el maíz y otros artículos de consumo y les hacían
préstamos a tasas exorbitantes de interés. Según tales informes, lo peor era que se
acusaba a las castas de enseñar a los indios una vida ociosa y lasciva.

Los comerciantes, por su parte, argumentaban que su presencia era beneficiosa y decían
traer orden, `pulicía,' religión cristiana, y buenas costumbres a los indios que vivían en
la región. También subrayaban que las influencias negativas no provenían sólo de los
comerciantes y sus sirvientes, sino de los muchos vagabundos y forasteros llegados a la
villa sin negocio legítimo.

Sin embargo, si se considera la intensa actividad comercial como un claro aspecto de la


explotación de los pequeños productores de cacao, no se pueden dejar de atender sus
efectos como un acelerador de los fenómenos de aculturación y ladinización. Al mismo
tiempo, para algunos indios fue una forma de aliviar la onerosa carga del tributo. El
enorme decrecimiento de la población aborigen, las prácticas en el uso de la tierra, los
problemas de irrigación, las plagas en las plantas de cacao, la falta de cuidado a las
plantaciones, los cambios en el clima, todo ello dio como resultado la disminución
drástica de la producción, y consecuentemente las demandas tributarias se hicieron aún
más duras entre los años 1550 y 1600. Muchos indios simplemente optaron por rechazar
la forma de vida tradicional, abandonaron sus pueblos y adoptaron el vestido europeo.
Con el tiempo se eliminó su nombre en las tasaciones de tributos. El traslado de los
pueblos a los obrajes y estancias continuó a lo largo del siglo XVII y principios del
siglo XVIII. En toda Hispanoamérica se produjeron procesos semejantes durante la
Colonia, conforme los indios descubrían los medios de adaptarse a la dominación
española.

Conclusión
La región que ocuparon los pipiles de Izalco durante el siglo XVI constituyó la más rica
del Reino de Guatemala por sus abundantes y productivas plantaciones de cacao. Este
producto, a la vez que sirvió para el enriquecimiento de unos pocos y constituyó
asimismo el factor que desencadenó toda suerte de vejámenes para los naturales.

El poder que acumularon los encomenderos de esta región los llevó a la violación de las
leyes que defendían a los naturales, ya que podían sobornar a las autoridades políticas y
religiosas, si es que éstas no estaban ya involucradas en los negocios ilícitos.

Como en todas partes, el contacto entre los pipiles de Izalco y los europeos produjo
catástrofes demográficas, económicas y culturales. Los abundantes recursos naturales de
Izalco se convirtieron paradójicamente en una maldición, cuando la región se incorporó
en la periferia de la economía mundial del siglo XVI. A finales de esta centuria la
industria cacaotera de Izalco se hallaba en ruinas. La población local, afectada por las
enfermedades epidémicas y llevando el peso de la exagerada explotación de
encomenderos, funcionarios reales y comerciantes, luchaba por sobrevivir. Pese a todo,
existen indicios de una vigorosa tradición nativa, mantenida por los indios que
sobrevivieron. Conforme se nivelaron más o menos las exigencias de los tributos,
persistió algo de la desarrollada estratificación anterior a la Conquista.
MARGARITA RAMÍREZ VARGAS

El Corregimiento de Chiquimula de la
Sierra

Introducción
A la llegada de los españoles la región del Oriente de Guatemala estaba habitada por
hablantes de chortí, pokomam (poqomam), xinca (xinka) y pipil, organizados en
cacicazgos que opusieron resistencia al ejército español.

La conquista del área se inició en 1524 por los Capitanes Juan Pérez Dardón, Sancho de
Barahona y Bartolomé Becerra, acompañado por los curas Juan Godínez y Francisco
Hernández. Sin embargo, el área no fue totalmente subyugada sino hasta 1530, cuando
la sublevación iniciada por el cacique Copán Calel y el Señor de Mictlán fue sofocada
por Hernando de Chaves y Pedro de Amalín.

Las Primeras Encomiendas


Después de haber sido sofocada la sublevación de 1530, se otorgaron a Hernando de
Chaves, conquistador del área, las primeras encomiendas con dominio sobre los
principales y sobre las estancias de Chiquimula y Xilotepeque.

La población indígena fue reducida a núcleos urbanos con el objeto de facilitar la


evangelización, el cobro de tributos y el abastecimiento de alimentos a los españoles. A
partir de 1551, tales núcleos de población fueron agrupados administrativamente en
corregimientos o alcaldías, de acuerdo con su componente racial e importancia
territorial. De esta manera, el Oriente del país se dividió en una Alcaldía Mayor, la de
Amatique (hoy Departamento de Izabal); dos corregimientos: Acasaguastlán (hoy El
Progreso y Zacapa); y Chiquimula de la Sierra (hoy Chiquimula, Jalapa y el norte de
Jutiapa).

Cuando en 1549 Alonso López de Cerrato ordenó la tasación de tributarios del área, se
registraron los siguientes encomenderos: 1) Lorenzo de Godoy y los hijos menores de
Hernando de Chaves, en Chiquimula de la Sierra; 2) Hernán Pérez Peñate, en San Juan
Camotán; 3) Cristóbal Lobo, en Quezaltepeque, Chancoate (Ipala) y Xilotepeque; 4)
Juan Aragón, en Yupelingo (Jupilingo); 5) Gabriel Cabrera, en Jalapa; 6) Antonio de
Salazar, en Jutiapa y Yupiltepeque; 7) Francisco Utila, en Atescatempa; 8) Bartolomé
Marroquín, en Mazcote (Mataquescuintla); 9) la Real Corona, en Yzquipulas
(Esquipulas); 10) la hija menor de Juan Durán, en Mitlán (Asunción Mita) (véase
Ilustración 166).
De tales encomiendas, la única perteneciente a la Corona era Esquipulas, y también era
sólo ella la que pagaba su tributo en tostones de plata, pues las otras lo pagaban en
especie, principalmente maíz, frijol, cacao, mantas, miel, gallinas y petates, en ese orden
de importancia. Las encomiendas con mayor variedad de productos eran las de
Camotán, Chiquimula y Jalapa.

La abolición del sistema de encomiendas fue decretada en 1718, pero algunos poblados
habían pasado a la Real Corona con anterioridad: en 1594, Ipala y San Pedro Pinula; en
1608, Quezaltepeque; en 1549, Esquipulas y Jupilingo.

La Población Aborigen
Como ya se dijo al principio, la población indígena del Corregimiento de Chiquimula de
la Sierra estaba compuesta por hablantes de chortí, pokomam, xinca y pipil. El chortí es
un idioma maya que, junto al chol, cholán y chontal, se hablaba en el siglo XVI en la
región que se extiende desde Copán y Quiriguá hasta el sur de Petén y las zonas bajas
de Campeche y Tabasco.

El pokomam es otra lengua maya que, según algunos autores, por el asentamiento de
hablantes de pipil en el valle del Río Motagua, se dividió en norte y sur. Al norte, el
área pokomam se extendía en dirección oeste-este desde el Río Chixoy hasta Panzós, en
el Río Polochic, mientras que al sur ocupaba el área extendida desde el sur del Río
Motagua hasta la Bocacosta, en el Oriente de Guatemala.

Los pipiles vinieron de México durante los siglos IX y X y según Suzanne Miles se
mezclaron con los pokomames en el sureste del actual territorio de Guatemala y El
Salvador, aunque sólo en este último lugar mantuvieron preponderancia. Los xincas, al
igual que los pipiles, posiblemente migraron también de México y se establecieron en la
Costa Sur de Guatemala. Esta distribución lingüística referida al siglo XVI se puede ver
y comprender mejor en el mapa elaborado por Suzanne Miles.

La población indígena del área, a excepción de los pokomames del norte en la Baja
Verapaz, que fueron pacificados por los frailes dominicos, sostuvo cruentas batallas
contra los españoles bajo la dirección del cacique Copán Calel y el Señor de Mictlán.
Finalmente fueron subyugados en 1530 y, de acuerdo a la política de reducción,
distribuidos en distintos pueblos y encomiendas:

Como se puede observar, de las 13 encomiendas asignadas, seis estaban en el área chortí
y cuatro en el área pokomam. Sin embargo, de acuerdo con los datos de tasación y
tributos de 1549, dados por Alonso López de Cerrato, la población tributaria chortí sólo
alcanzaba el 17%, mientras la población mayoritaria era pokomam (53%), seguida de la
xinca (26%) (véase Cuadro 91).

El contacto con los españoles tuvo efectos negativos en la población indígena, ya que en
1589, según datos obtenidos por Lawrence Feldman, el número total de tributarios
registró una baja del 74%, producto principalmente de las epidemias. Las poblaciones
más afectadas fueron la pipil y la xinca, que no pudieron recobrarse.
En el siglo XVII hubo grandes cambios. En 1676, la población chortí se había
recuperado totalmente, y aumentado en un alto porcentaje, lo cual se reflejó no sólo en
el número de tributarios, sino en el número de poblados. Éstos eran 13 en esa época y la
población chortí representaba el 48% de la población tributaria total de la zona oriental
del país. El otro grupo mayoritario, el pokomam, con 44% de la población tributaria, se
mantenía en el mismo nivel que en 1549. El área xinca, por su parte, no logró
recuperarse y la población pipil siguió disminuyendo.

Alrededor de 1700, según datos sólo conocidos parcialmente por haberse destruido los
documentos de ciertos poblados, el número de tributarios del Corregimiento de
Chiquimula mantuvo un lento crecimiento. La población chortí, sin embargo, aumentó y
llegó a representar un 63% de la totalidad.

Debe entenderse que la baja en las crifras de tributarios no necesariamente significaba


despoblamiento, sino que pudo tratarse también de un cambio en el proceso de
mestizaje, el cual no es observable en los datos vertidos anteriormente, ya que éstos
provienen sólo de documentos de tasación de indios tributarios. No obstante, la tasación
de 1700-1701 sí deja entrever la existencia de relaciones interraciales (indio-mestizo-
mulato), que se daban, al parecer en pequeña escala, en los pueblos de Chiquimula,
Asunción Mita y Jutiapa. Fuentes y Guzmán señaló, por su parte, la presencia de
españoles, mestizos y mulatos en los pueblos de Chiquimula y Asunción Mita, todos los
cuales conformaban entonces (alrededor de 1690) aproximadamente el 13% de la
población total del Corregimiento.

El establecimiento de españoles y criollos en la región oriental de Guatemala se produjó


principalmente por: 1) la crisis de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, que
volcó la atención de los españoles hacia el campo; 2) la preferencia de los españoles por
las tierras bajas y menos montañosas, como las del Oriente del país; y 3) la cercanía a
las rutas de comercio que se dirigían hacia el Golfo Dulce y el puerto de Acajutla.

El Golfo Dulce, que pertenecía a la Alcaldía Mayor de Amatique, se constituyó en una


ruta importante de comercio, por la que se importaban y exportaban productos desde y
hacia España. Distaba de Santiago de Guatemala tan sólo 60 leguas, lo que hacía que
este camino fuera más frecuentado que todos los otros, sobre todo en los meses de julio,
agosto y septiembre, cuando llegaban dos o tres barcos.

Según Julio César Pinto Soria, el camino mencionado se dejó de usar a partir de 1650.
Sin embargo, con el objeto de defenderse de la piratería y evitar el contrabando se
dispuso la construcción del Castillo de San Felipe del Golfo, al cual se dotó de tropas o
`escuadras' que pudieran salir en su defensa. En 1673, estas escuadras estaban formadas
de la siguiente manera: 1) en el Corregimiento de Acasaguastlán: una compañía de
infantería con 109 hombres, 41 arcabuces y 18 picas, a cargo del Capitán Diego de
Lorenzana; 2) en el Corregimiento de Chiquimula de la Sierra: una compañía de
infantería con 246 hombres, 55 armas de fuego y 128 picas, a cargo del Capitán José de
Paz Monteros.

Estas compañías estaban compuestas generalmente por algunos españoles, mestizos,


negros y mulatos libres, como lo indica la petición hecha en 1688 por la escuadra de
gente parda y naboría de la Compañía del Partido de Acasaguastlán para que se le
exonerara del tributo. El Capitán Lucas del Portillo, de la Compañía de Infantería del
Partido de Zacapa, frontera del Golfo Dulce, certificó a propósito de aquella petición
que la Compañía de Acasaguastlán, en efecto, estaba integrada por españoles, mulatos y
mestizos, y que desde hacía mucho tiempo había acudido al socorro del Castillo de San
Felipe, especialmente en los dos últimos años, en que habían ocurrido más asaltos. Igual
tarea tenía la Compañía de Chiquimula, según lo indica Fuentes y Guzmán.

Sin embargo, el tránsito hacia el Golfo tuvo efectos negativos en los pobladores
indígenas de los partidos de Chiquimula y Acasaguastlán. Éstos, en efecto, a veces eran
exonerados del tributo del `situado' del Castillo, por ser ellos `los que cargan el peso de
la infantería, así de leva, como socorro... así en los avíos de cabalgadura como en el
sustento y con sus personas', pero no siempre les eran retribuidos sus servicios, lo cual
se aprecia en una denuncia efectuada en 1697 ante la Audiencia por el `común del
pueblo' de San Pedro Zacapa, en la que se declaró que los avíos y cabalgaduras dados a
personas, correos y soldados no les eran pagados. Por lo tanto, pedían repartir este gasto
entre los demás pueblos del Partido de Acasaguastlán o bien descontarlo del pago del
tributo. Originalmente se rechazó la petición y se adujo para ello que los gastos se daban
tan rara vez que no les perjudicaban; sin embargo, un siglo más tarde, en 1795, se
autorizó que se pagaran las mulas dadas a los soldados.

Desgraciadamente, aquélla no era la única vejación que sufrían los indígenas. Las más
conocidas eran el exceso de tributos y el usurpamiento de tierras, a las cuales eran
sometidos sin importar el servicio que prestaran. Tal cosa le ocurrió a Miguel Suchil,
indio maestro de coro en la iglesia del pueblo de Chiquimula, quien en 1654 denunció
que en pago por la enseñanza de lectura, escritura y doctrina impartida a los hijos de los
naturales del pueblo, él recibía una indígena que ayudaba a su mujer española en los
trabajos de la casa. Empero, el Justicia Mayor y Capitán Juan de Mendoza y Mediano
ordenó suprimirle dicho privilegio porque en una fragua propiedad de Suchil no se
hicieron unos frenos tan pronto como quería el hijo del capitán. Como se puede
apreciar, ésta era una intimidación y represalia hecha a un indígena con una posición
social superior a la del común de sus congéneres.

Ahora bien, no sólo los indígenas eran maltratados, sino también lo eran las castas en
general. Por ejemplo, en 1698, Juan Grande, mulato libre, fue amarrado a la cola de una
bestia y arrastrado hasta una hacienda donde se le encerró y se le aplicaron severos
castigos. En este caso, la justicia sentenció a los responsables a cinco años de servicio,
sin goce de sueldo, en el Castillo de San Felipe, lugar de destierro por su clima malsano.

Los Pueblos
Durante el siglo XVII la población chortí de varios poblados aumentó
considerablemente En dicho siglo surgieron las comunidades de San Esteban y Santa
Elena, que se separaron de Chiquimula en 1676 y obtuvieron así, por separado, su
padrón y auto de tasación; San Juan Jocotán (hoy, San Juan Ermita), que en un
documento de 1677 aparece como Pueblo Nuevo; y San Jacinto, que en 1697 se separó
de Quezaltepeque.

No obstante lo anterior, también hubo un poblado chortí que desapareció a finales del
siglo XVII, San Miguel Jupilingo, que en 1594 contaba con 50 tributarios y en 1676
sólo con seis. Alrededor de 1683 fue despoblado y sus habitantes trasladados al pueblo
de Santiago Esquipulas, distante unas ocho leguas. En dicha ocasión los pobladores
conservaron sus ejidos en su lugar de origen. En 1691, Jupilingo ya no conservaba las
casas ni la iglesia, sino tan sólo los cimientos de la orilla del pueblo.

En 1700 el Corregimiento de Chiquimula de la Sierra contaba con los siguientes 20


pueblos: 1) Chiquimula de la Sierra; 2) San Joseph; 3) Pueblo de las Hermitas (San
Esteban y Santa Elena); 4) Santa Lucía; 5) Santiago Esquipulas; 6) San Francisco
Quezaltepeque; 7) San Jacinto; 8) San Ildefonso Icpala, llamado después simplemente
Ipala; 9) Santiago Jocotán; 10) San Juan Camotán; 11) San Juan Jocotán; 12) Asunción
Mita; 13) Santa Catarina; 14) San Luis Xilotepeque; 15) Santa María Jalapa; 16) San
Pedro Pinula; 17) Santiago Mataquescuintla; 18) San Cristóbal Jutiapa; 19) San Juan
Yupiltepeque; y 20) San José Atescatempa.

Los Curatos
La administración espiritual del Corregimiento de Chiquimula de la Sierra estaba, según
Fuentes y Guzmán, a cargo de seis parroquias, las cuales, con sus respectivos pueblos,
eran las siguientes: 1) Chiquimula de la Sierra: San Juan Jocotán, Santiago Jocotán, San
Juan Camotán, Santa Elena, San Esteban y San José; 2) Mitlán (Mita): Santa Catarina;
3) San Francisco Quezaltepeque: Santiago Esquipulas, San Ildefonso Ipala, San Luis
Jilotepeque; 4) Santa María Jalapa: San Pedro Pinula; 5) San Cristóbal Jutiapa: San Juan
Yupiltepeque, San José Atescatempa y Comapa (este último, en el Corregimiento de
Guazacapán); 6) Santiago Mataquescuintla y el pueblo de Santa Lucía, anexado a la
Parroquia de Zacapa.

La Parroquia de Chiquimula era bastante grande y por ello estaba a cargo de dos curas.
En 1677 el párroco Fernando de Monjarraz pidió la división de este curato. Adujo que
había ríos que se desbordaban en invierno y dificultaban las visitas y que, además, esta
división reduciría el sustento de los curas por parte de los pueblos. Posiblemente, sin
embargo, la razón principal de la petición era la de evitar mayores agravios entre los
mismos curas, pues los pueblos de San Juan Jocotán, Santa Elena y San José no pedían
ningún cura. La petición fue denegada.

El pueblo de Chiquimula, como era costumbre, estaba dividido en cuatro barrios: San
Nicolás Obispo, San Juan, Santa Cruz y San Sebastián. Además, existía el Calvario, al
cual se llegaba por una calzada. A finales del siglo XVII y principios del siglo XVIII el
pueblo contaba con dos iglesias: la parroquial de la Santísima Trinidad (véase
Ilustración 170) y la de San Nicolás Obispo, y además con una capilla del Señor del
Calvario, el edificio de las Casas Reales y el Cabildo, entre otros. La iglesia parroquial
debe haberse construido antes de 1637, cuando la cofradía de españoles de Nuestra
Señora de la Asunción contrató al maestro pintor Jacinto del Saz para hacer un
tabernáculo dedicado a la santa patrona. Todo ello coincide con la descripción hecha por
Fuentes y Guzmán sobre la existencia de buenos retablos, el mayor y los colaterales, los
cuales estaban alojados en un edificio grande con sacristía y capilla mayor abovedada
pero con techo de paja, que debe haber facilitado el incendio del 8 de mayo de 1699. Es
probable que por este suceso se contratara en 1700 a los hermanos Francisco y Ramón
Cárdenas para dorar y estofar el retablo mayor, que medía 11 varas de alto y 9.5 de
ancho, así como un retablo colateral de cuatro varas de alto y tres de ancho.

Fuentes y Guzmán dice que las iglesias de San Juan Jocotán, Santiago Jocotán y San
Juan Camotán estaban bien construidas con teja y con buenos altares. Pero, a menos que
esta información fuera anterior a 1681, no podría ser válida para Santiago Jocotán, pues
en esta fecha hubo un incendio que destruyó no sólo la iglesia y la sacristía sino también
cerca de 70 viviendas indígenas. Hasta 1724 se concedió a los moradores la cuarta parte
de sus tributos para la reconstrucción de su templo.

Por otra parte, a fines del siglo XVII varias iglesias fueron reconstruidas, entre ellas la
de San José, cuyos feligreses, por tener una iglesia pequeña y pajiza, decidieron
construir por su cuenta una nueva, de la cual sólo pudieron levantar los cimientos, las
bases de calicanto y las paredes de adobe. Por ello, en 1681 les fue concedida la cuarta
parte de sus tributos, durante cuatro años, para terminar la obra.

Asimismo, la iglesia de Quezaltepeque, al parecer de bajareque y paja, fue destruida por


un rayo que la quemó en su totalidad. Durante siete años, más o menos, las misas fueron
oficiadas en la ermita del Señor San Sebastián. Ésta era insuficiente por su tamaño, y
por ello los peritos Juan Grande, mulato libre y albañil, y Antonio Sarmientos, español,
maestro de carpintería, estimaron en 1698 la cantidad de 2,000 pesos para la
construcción de una iglesia de 52 varas de largo y 16 de ancho. El cálculo tomaba en
cuenta que los indígenas darían la madera. En esa misma fecha se eximió a éstos en la
cuarta parte de sus tributos.

Las iglesias mejor edificadas, aparentemente con capilla y sacristía abovedadas,


techumbre de teja y buenos retablos, estaban localizadas en Chiquimula, Asunción
Mita, Santa Catarina Mita, Esquipulas y Jalapa. Los curatos más pobres, en este sentido,
eran los de Jutiapa y Mataquescuintla, donde la totalidad de sus iglesias era de
bajareque y paja. Similar sería seguramente la situación de las cofradías. En 1677
existían en Chiquimula seis de españoles y ocho de indígenas; en San Juan Camotán,
tres; en Santiago Jocotán, cuatro; en San Juan Jocotán, una; y en San José, una. En
1657, había seis en San Luis Jilotepeque. En 1691, dos en Jupilingo. En 1700, al menos
una en Mita.

Esquipulas, Centro de Peregrinación


El fervor católico o el sincretismo religioso se manifestó en la devoción al Santo Cristo
Negro de Esquipulas, lo cual trascendió las fronteras del Reino de Guatemala, pese a
que Esquipulas era sólo un pueblo dependiente del curato de Quezaltepeque. En el
origen de este fenómeno religioso las cofradías jugaron un papel muy importante.
Después de la conquista, reducción y evangelización de los habitantes del área, fue la
cofradía de Esquipulas la que pidió una imagen del Divino Redentor, que fue costeada
con el dinero de una cosecha de algodón.

La imagen fue hecha por el escultor Quirio Cataño. Éste fue contratado en 1594 por
Fray Cristóbal de Morales, por la cantidad de 100 tostones de a cuatro reales de plata,
para la elaboración de un crucifijo de vara y media de alto, que debía entregar el día de
San Francisco, patrón del pueblo de Quezaltepeque.

Santiago era todavía el patrón del pueblo de Esquipulas, y por ello el Obispo de
Guatemala y Verapaz, el Ilustrísimo y Reverendísimo Fray Gómez Fernández de
Córdova consagró al Cristo Negro como patrón de Esquipulas, el día 15 de enero de
1595. La imagen permaneció en la ermita donde se ofició la primera misa, hasta la
construcción de la iglesia parroquial a principios del siglo XVII.

La iglesia parroquial aludida, según Fuentes y Guzmán, tenía la capilla mayor y la


sacristía abovedadas y la nave con una techumbre de teja, y corresponde, seguramente, a
la actual iglesia de Santiago. Esto último parece válido no sólo porque la basílica donde
se encuentra actualmente la imagen del Cristo Negro fue construida durante el siglo
XVIII, sino porque las características y el emplazamiento de la iglesia mencionada
corresponden a la plaza central de un pueblo colonial.

Los documentos referidos al Cristo de Esquipulas fueron encontrados en 1685 en la


parroquia de Quezaltepeque por el `cura beneficiado del curato', Bachiller Manuel
Correa, quien también localizó los documentos específicos sobre la bendición y
traslación de la imagen, los cuales mostró al Obispo Andrés de las Navas y Quevedo, en
la visita pastoral de este último el 9 de abril de 1685. Seguramente el descubrimiento de
tales documentos despejó muchas de las leyendas acerca del origen de la imagen.

Las Haciendas
El asentamiento de españoles en el Oriente del país cambió la situación social y
económica de la región. Se introdujeron nuevos cultivos, como la caña de azúcar, el añil
y otros. La ganadería requirió grandes extensiones de tierra. Estas actividades pudieron
realizarse gracias a que la Corona premió a los conquistadores y primeros pobladores
con propiedades acordes con sus méritos: caballerías para hombres de a caballo, y
peonías para los que venían a pie. Además cedió tierras a las comunidades indígenas y a
sus caciques, para cultivarlas y producir sus propios alimentos y los de las tropas
españolas.

Las condiciones climáticas y topográficas del área determinaron el tipo de producción


agrícola y por ende las especies que debían tributar, que generalmente fueron maíz,
frijol, cacao, miel y artículos artesanales, como petates, mantas, cutarras y alpargatas
(sandalias con cintas para amarrar en el tobillo).

Feldman ha dividido la zona, de acuerdo con su altitud y producción, de la manera


siguiente: 1) multizonas, es decir, dos zonas climáticas en una misma área, como los
pueblos de Chiquimula, Jupilingo y Yupiltepeque; 2) valles aluviales (100-500 metros
sobre el nivel del mar), como Asunción Mita, Santa Catarina Mita, Camotán, Santiago
Jocotán y San Juan Jocotán, con regadíos y pesca; 3) montañas bajas (400-900 metros
sobre el nivel del mar), como Atescatempa, Ipala, Jilotepeque, Pinula y Quezaltepeque,
con una economía de subsistencia; 4) montañas altas (más de 900 metros sobre el nivel
del mar), como Jalapa, Mataquescuintla, Jutiapa y Esquipulas, con producción de
alimentos para exportación basada en el uso intensivo de mano de obra.
Los productos con que se pagaba el tributo prácticamente eran los mismos en toda la
región, excepto ciertas especialidades, como el tabaco de Jalapa, Mataquescuintla y
Asunción Mita; la cal de Jocotán y Asunción Mita; la plata de Esquipulas; la obsidiana
de Asunción Mita; y el copal de Jocotán. La diferencia se basaba en las condiciones
productivas de los poblados.

Un cultivo muy interesante fue el del algodón, que se sembraba en los pueblos de
Asunción Mita y Jalapa, y se tejía en casi todos los demás del Corregimiento. Sólo
Jalapa, Mataquescuintla, San Luis Jilotepeque y Chiquimula producían, cada uno, más
de 299 mantas anualmente. Jalapa y Mataquescuintla eran los mayores productores, con
la cantidad de 1,110 mantas. Las `naguas' se producían sólo en Atescatempa.

Por la crisis de finales del siglo XVI y principios del siglo XVII, muchos españoles
salieron de Santiago de Guatemala al campo, especialmente al Oriente del país. De esta
manera, las tierras abandonadas por la crisis demográfica entre los indígenas fueron
ocupadas por los españoles. Sin embargo, en esta época la titulación de tierras todavía
no era muy abundante. Según un inventario del Juzgado de Tierras de Chiquimula y
Zacapa, de 1578 a 1600 se formaron cuatro expedientes para la titulación de igual
número de propiedades, mientras que en el siglo XVII se efectuaron 29. La extensión
promedio de estas propiedades era de cuatro caballerías.

Los corregimientos de Acasaguastlán y Chiquimula de la Sierra fueron preferidos no


sólo por estar cerca de las rutas de comercio, sino por sus características para la
producción de cacao, añil, caña de azúcar y ganado, aunque la producción raras veces
sobrepasó el nivel de subsistencia y autoabastecimiento.

El cacao, producto prehispánico, se siguió cultivando en los siglos XVI y XVII,


especialmente en los poblados de Camotán, Santiago Jocotán y Chiquimula. También se
producía en muchos otros poblados del Corregimiento, con excepción de Jalapa,
Jilotepeque, Esquipulas, Jutiapa, Mataquescuintla y San Pedro Pinula. En 1676, la
tasación en cacao para todo el Corregimiento ascendía a 234 cargas, 457 zontles y 256
granos.

El añil, producto sinónimo de riqueza durante la Colonia, estuvo en manos de criollos y


ladinos. Éstos disponían de mano de obra indígena, aunque ello estuviera prohibido. El
añil se cultivó, principalmente, en Mita, Jalapa y Zacapa. Se utilizaba la feria de
Esquipulas como centro de transacción comercial entre Guatemala, San Salvador y
Honduras. Además se viajaba a Chalatenango, en la Alcaldía Mayor de San Salvador,
para comprar añil y exportarlo a Europa.

La caña de azúcar fue otro producto en manos de criollos y españoles, seglares o


eclesiásticos, que contribuyó al acaparamiento de tierras, ya que los cañaverales
necesitan tierras fértiles con suficiente riego, es decir, valles aluviales. En el
Corregimiento de Chiquimula no existieron ingenios azucareros, sino sólo trapiches que
producían rapadura y panela para el autoabastecimiento. En el inventario aludido antes
se menciona la existencia, en el siglo XVII, de tres haciendas con trapiches, dos de ellas
a cargo de frailes, localizadas en Esquipulas, Jilotepeque y Jupilingo. Estos trapiches
eran totalmente de madera, con un sistema de construcción en que se usaban tarugos
para evitar el uso de clavos metálicos. Utilizaban un conjunto de engranajes y
empleaban fuerza de tracción de animales vacunos o equinos. Este mecanismo debe
haber sido semejante al que utilizan en la actualidad los indígenas chortíes para la
producción de rapadura y `fresco', o sea jugo de caña fermentado, que era un producto
económico importante para quienes lo elaboraban, y que algunas veces se usaba como
objeto de pago. Se promovía así su consumo entre los indígenas, con el fin de acrecentar
la miseria y dependencia laboral de éstos.

El rubro económico más importante fue la ganadería. El ganado entró a Centro América
vía México, Panamá y el Golfo Dulce, en la década de 1520, y su crianza se desarrolló
en la región central, Costa Sur y el Oriente del país. Si bien la producción ganadera del
Corregimiento de Chiquimula de la Sierra no fue demasiado grande, era importante en
la región, como lo indica la existencia de gran cantidad de haciendas y estancias de
ganado mayor, desde el siglo XVI, las cuales pertenecían a españoles, mestizos, clérigos
e indígenas. Estos últimos las mantenían, generalmente, para gastos de cofradía. Las
cofradías de Jilotepeque, por ejemplo, además de poseer estancias de ganado mayor,
también tenían potreros. Estas haciendas estaban localizadas cerca del pueblo, poco más
o menos a dos leguas.

El inventario de bienes de la testamentaría de Antonio Ximénez Alocaz, clérigo


presbítero de Mita, da un panorama general de una propiedad similar a las anteriores,
llamada, Santa María Mapilas, donde había 189 cabezas de ganado vacuno, 17 bueyes,
65 yeguas, 16 caballos, 6 mulas, un burro, y herramienta para marcar ganado.
Seguramente las tierras no se dedicaban en su totalidad a la ganadería: una parte se
usaba para el cultivo de alimentos básicos, ya que también se encontraban aperos de
labranza, como machetes, azadones, yugos y rejas para arar. Es interesante observar que
la crianza de ganado no se hacía únicamente con el fin de abastecerse de carne, sino
también de leche y queso, pues entre los bienes existía una casa quesera con 15
coladores de manta, dos ollas de cobre, cuatro piedras de moler y dos queseras con
tornillos.

Las tierras, por consiguiente, se convirtieron en elemento indispensable para sobrevivir,


tanto para indígenas como para ladinos. De ahí la importancia de su tenencia y la razón
de ser de muchos litigios, como la denuncia presentada en 1610 por el Común de
Quezaltepeque contra don Esteban del Aguila, indio gobernador de Chiquimula, quien
metía ganado en las tierras de Ticuzal y Cibapa de Quezaltepeque con el fin de que el
Común sacara de allí su ganado y abandonara sus casas y tierras, pero este tipo de
acosamiento le fue prohibido. Las invasiones provocadas de ganado propiedad de
ladinos eran los recursos más usados para que los indígenas abandonaran sus tierras.

Un caso de la acaparación de tierras fue el de Gregorio de Villela, español, vecino de


Chiquimula, quien en 1660 inició trámites para la obtención de tierras en Camotán y
Jupilingo. En 1691 administraba la hacienda de Santa Cruz Tichac, perteneciente a
Bartolomé de Arita, la cual fue suya más tarde, pues en 1706, su viuda, Isabel Muñoz,
solicitó la medida del sitio.

Jupilingo, pueblo extinguido en la década de 1680, parece haber atraído la atención de


ladinos deseosos de ocupar las tierras de este valle aluvial, ya que en esa misma fecha
existían por lo menos tres haciendas en él. Los indígenas temían, con bastante razón,
que españoles o mestizos codiciosos tomaran por suyos los ejidos, especialmente
porque tenían la esperanza de volver algún día a su pueblo.
La Minería
Después de la Conquista se procedió a la extracción de metales preciosos, en especial
por medio del lavado de oro, pero cuando este procedimiento ya no fue efectivo, se
buscaron yacimientos minerales. El Corregimiento de Chiquimula contaba con minas de
oro y plata en lo que hoy es el municipio de Concepción las Minas, conocido entonces
como Minas de Alotepeque. Feldman cree que estas minas fueron explotadas desde el
siglo XVI porque los tributos de Esquipulas consistían desde entonces en reales de
plata. Es posible que la Corona haya guardado para sí los tributos de este pueblo hasta
fines del siglo XVI, época en que se lo encomendó a Alonso Hidalgo. La riqueza de
Esquipulas se manifestó en el cobro que se le hizo en 1585 a la viuda de dicho
encomendero, Ysabel de Escobar, consistente en granos de oro de minas.

Los primeros habitantes que se registraron en el área de Concepción las Minas fueron
los miembros de la familia de Luisa Sazo, a quienes se les otorgó en 1658 el título de la
hacienda de Nuestra Señora de la Concepción, y Juan Antonio Aguilar, quien en la
misma fecha pidió la medida de un sitio de estancia en las Minas de Alotepeque. Sin
embargo, el florecimiento de esta zona corresponde al siglo XVIII, cuando tomó mayor
auge la producción minera en la región.

Los descubrimientos de yacimientos minerales continuaron, y en 1674 el Doctor


Fernando Rivera, clérigo presbítero del pueblo de Izalco, registró el hallazgo de dos
minas, una en el Corregimiento de Chiquimula, a la que denominó Jesús, María, Joseph,
y otra localizada en la Alcaldía Mayor de San Salvador, a la que llamó San Andrés. El
mismo Rivera pidió un sitio cercano a Alotepeque, el cual sería destinado a la fundición
de los metales.

Conclusiones
La región oriental presenta hoy día las características del proceso de mestizaje que
comenzó en el siglo XVI y siguió a todo lo largo de la era colonial. Este mestizaje
biológico y la fusión de las culturas europea, indígena y africana, se debió
principalmente al establecimiento permanente de españoles en el área.

No todos los españoles que llegaron al Oriente eran ricos y poderosos, pues también
hubo pobres que se mantenían con una economía de subsistencia. Cuando los españoles
inmigraron, trajeron la tecnología propia de su cultura, como la caña de azúcar y la
ganadería. La primera se cultiva bastante todavía, en especial por los indígenas chortíes.
La segunda es una actividad ladina propia de los valles aluviales de los departamentos
de El Progreso, Zacapa, Izabal, Chiquimula, Jalapa y Jutiapa. Estas tierras pueden ser
herencia de los primeros españoles que acapararon los mejores sitios y orillaron a los
indígenas a trasladar sus sementeras a las laderas de las montañas y ocasionaron así un
cambio en el paisaje y una erosión continua.
El siglo XVIII presenció una mayor afluencia de mestizos y españoles, llegados con la
esperanza de amasar riquezas por medio de la explotación de las Minas de Alotepeque,
y ello dio como resultado una mayor circulación de metálico, lo que a su vez promovió
el desarrollo comercial, agrícola e industrial, en especial el ganadero.
MICHEL BERTRAND

La Región de Rabinal

A la llegada de los conquistadores, la región de Rabinal formaba parte de una zona


fronteriza en el área maya-quiché (k'iche'). Los rabinalenses eran parte del señorío de
Gumarcaaj (Utatlán), pero ciertos sectores de su territorio limitaban con los señoríos
pokomchí (poqomchi') y kekchí (q'eqchi'), al norte y este, respectivamente. Después de
finalizada la conquista española, la región continuó en la misma posición periférica en
relación al centro vital de la Guatemala colonial. Por ello y durante todo el período
colonial, quedó descuidada e ignorada. Su densidad de población (escasa en
comparación con la de las Tierras Altas) y un clima desfavorable fueron factores
adversos para que se convirtiera en un objetivo prioritario de la colonización española.

Con todo y su carácter fronterizo, la región tenía una fuerte homogeneidad étnica. Los
rabinalenses integraban una unidad dentro de la confederación quiché. Tenían su propio
dios (tohil), sus propios antepasados fundadores y su propia lengua (el quiché-achí).
Esta autonomía se hacía sentir frente a los otros señoríos: quichés, cakchiqueles
(kaqchikeles), tzutujiles (tz'utujiles), etcétera, como se indica en el ballet-drama Rabinal
Achí, así como frente a las etnias rivales pokomam (poqomam) y kekchí.
Aproximadamente entre 1350 y 1400, los rabinalenses, hasta entonces aislados en las
tierras que rodeaban Tzamaneb, conquistaron, a expensas de los pokomchíes, la región
de Rabinal y se instalaron allí definitivamente.

La geografía de la región contribuyó a reforzar su homogeneidad. Es, en efecto, una


vasta cuenca interior que se extiende 40 kilómetros de este a oeste y 20 de norte a sur;
es bastante accidentada, con una altitud promedio de 1,000 metros. Está rodeada por un
cinturón de montañas cuyas cumbres llegan a más de 2,000 metros, y que la aisla como
si se tratara de una protección natural. Su clima contribuye también a la cohesión
regional. A diferencia de las zonas cercanas del noroeste, húmedas y frías, a las que se
unió administrativamente en la época colonial para conformar la Alcaldía Mayor de
Verapaz, se trata de un área seca, donde se hace difícil la agricultura, excepto durante
los meses de la estación lluviosa (ver Ilustración 171).

Este lugar tan poco atractivo no experimentó más que una tentativa de colonización
española. El fracaso de ésta favoreció el proyecto lascasiano de conquista pacífica, y
sobre todo la implantación del sistema colonial dominico. A fines del siglo XVII, la
región de Rabinal constituía un mundo social original, donde la autoridad dominica
imponía su ley sobre los indígenas.

El Fracaso de la Colonización Militar


Poco después de someter al señorío quiché, los conquistadores se interesaron en los
otros señoríos indígenas. El mismo Pedro de Alvarado se adjudicó la propiedad de la
región de Rabinal y luego, posiblemente desde 1529, la cedió en encomienda a Gaspar
de Arias. De este último se sabe únicamente que sometió a la población a su autoridad,
y la cristianizó por medio de la fuerza. Desde esta época el cacique de Rabinal se llamó
don Gaspar, lo que evidencia la imposición inmediata del bautismo a los indígenas.

No obstante la violencia de los colonos españoles, la población indígena no parece


haberse rebelado, a diferencia de lo que sucedió en otros lugares. Procuraba, sí, evadir
los golpes que recibía, utilizando la huida como recurso principal. En efecto, todo deja
entrever que la dominación española sólo se impuso sobre un escaso porcentaje de sus
habitantes. La mayoría de éstos permaneció diseminada en los profundos valles, como
el de Chixoy, o en las montañas de la Sierra de Chuacús. La dispersión, propia de la
etapa prehispánica, pareció ser también una defensa eficaz, ya que la topografía del
lugar facilitaba tal recurso.

Sin embargo, todo lo dicho no impidió el sometimiento de la región de Rabinal. La


información proveniente de los dominicos, cuyos prejuicios son innegables, es parcial y
posterior. La documentación conocida revela de todas maneras la severa explotación a
que se sometió a los rabinalenses. Según un testimonio fechado en 1545, los abusos
fueron innumerables, y entre ellos sobresalía la toma de esclavos. Sólo en Rabinal
fueron más de 700 los indígenas sometidos a la esclavitud. A la explotación laboral se
añadió la recaudación del tributo en especie que, según los religiosos, era intolerable,
porque consistía en 250 mantas y dos xiquipiles de cacao, pagadero todo cuatro veces al
año.

La dominación, aunque dura, fue incompleta, ya que la presencia española no era


permanente, en ausencia de una villa castellana. Los españoles sólo llegaban a recaudar
el tributo, tasar las familias y llevarse la mano de obra necesaria. Asimismo, no se había
iniciado la cristianización. El bautismo del cacique y sus familiares no surtió efecto
porque, antes de la llegada de los dominicos, en la región no había ni iglesia ni
sacerdote. Ciertamente, a fines de la década de 1530 la región de Rabinal estaba
sometida, pero mal controlada; no era parte de la `tierra de guerra' vecina, de la cual los
españoles no terminaban de apoderarse, pero estaba a punto de unírsele por las
características de la conquista evangélica.

La Instauración del Sistema Dominico


Los propósitos de la conquista pacífica (véase André SaintLu, `La Verapaz, Siglo XVI',
en esta misma sección) implicaban la progresiva implantación de un sistema de
colonización fundado en las concepciones lascasianas. Como se sabe, el sistema se
experimentó en la Verapaz, y en vista del buen éxito que allí tuvo, se extendió a otras
áreas del imperio. En tal contexto se llevó a cabo en Rabinal, alrededor de 1539, la
primera de las fundaciones dominicas. Veamos cuáles fueron las consecuencias para la
población rabinalense.

En primer lugar, la reducción implicó una cierta estabilización administrativa pero, a


semejanza de lo que sucedió en la administración de todo el Reino de Guatemala
durante el mismo período, aquella estabilización no tuvo un carácter progresivo y
coherente. Rabinal y su región, a pesar de su importancia histórica en el área, no fueron
incluidos en la Alcaldía Mayor de Verapaz sino hasta principios del siglo XVII. Sin
embargo, en 1582 Rabinal estaba unido al obispado de Verapaz, lo cual aumentaba la
confusión entre la administración civil y religiosa. No fue sino hasta principios del siglo
XVII, con la supresión del obispado de Verapaz, cuando se resolvió aquella confusión y
se hizo más fácil un control efectivo sobre los habitantes. Asimismo, aunque
teóricamente toda la Verapaz estaba exenta de la encomienda, en 1582 se estableció ésta
en forma efectiva.

El sistema de reducción en la zona se concretó con la fundación de tres pueblos entre


1539 y 1545: San Pablo Rabinal, Santiago Cubulco y San Mateo Salamá. Una de sus
características era la segregación racial, ya que todos los poblados estaban constituidos
sólo por indígenas. Esta restricción fue ampliada a todo el territorio de la Verapaz desde
1537, con lo cual quedó prohibido el acceso de todo español o mestizo a dicho
territorio. Los dominicos redujeron entonces a los indígenas que, hasta esa fecha, habían
permanecido dispersos por toda la región. Muchos rabinalenses sufrieron así una
verdadera deportación: cambio en los modos de vida, en los hábitos alimenticios,
abandono de las tierras ancestrales y lugares de culto. Estos hechos, propios de la
historia regional, conjuntamente con los factores de morbilidad admitidos para todo el
continente americano (epidemias generales más bien que malos tratos) desencadenaron
una crisis de mortalidad de excepcionales consecuencias (ver Ilustración 172). Ello
significó la desaparición del 90% de la población indígena entre 1550 y 1600.

El sistema impuesto implicó que los sobrevivientes tuvieran que adaptarse a nuevas
formas básicas de propiedad. La Corona, propietaria de las vastas tierras conquistadas,
se preocupó desde un principio de controlar su distribución. Con este propósito, después
de 1550 se comenzó a regular progresivamente la materia, y rápidamente la tierra se
convirtió en una fuente de ingresos fiscales. Reales cédulas de 1589 y 1591 precisaron
las condiciones del nuevo régimen de propiedad de la tierra al imponer un pago, o
composición, a todo propietario que no pudiera demostrar su título legal. Como parte
del nuevo sistema se nombraron jueces especiales encargados de ejercer el control sobre
la tierra.

La aplicación del nuevo sistema legal fue difícil en términos generales y creó
conmoción en la zona de Rabinal. El régimen prehispánico de propiedad, basado en la
costumbre, perdía toda legitimidad legal y quedaba a merced de las formas de
adquisición contenidas en las nuevas normas. Desde luego, las formas de propiedad
precoloniales no desaparecieron de manera absoluta e inmediata, pero pasaron al ámbito
de la clandestinidad. Después, cuando el crecimiento demográfico produjo una presión
sin precedentes sobre la disponibilidad de la tierra, las formas precoloniales ya no
pudieron resistir y desaparecieron casi por completo. En consecuencia, de acuerdo con
las evidencias de la documentación oficial, había sólo dos formas reconocidas de
propiedad: la comunal y la privada.

En el momento de fundarse un pueblo, sus habitantes recibían una unidad territorial


mínima de una legua en cuadro, equivalente a unas 38 caballerías; cada una de éstas,
aproximadamente de 45 hectáreas, se obtenía a título de ejido, y estaba subdividida en
cuatro clases de tierras claramente identificadas. Sin embargo, para los tres pueblos de
la región estudiada las distinciones no parecen haberse tenido en cuenta o bien pronto se
ignoraron. Con estas tierras otorgadas por la Corona, por lo tanto, debían contentarse en
su mayor parte los indígenas reasentados por Las Casas.
Por otro lado se encontraban los propietarios privados, de los cuales los dominicos
pronto fueron los más importantes. Los frailes establecieron dos haciendas vecinas, San
Jerónimo y San Nicolás, fundadas alrededor de 1570, las cuales se extendieron
paulatinamente. Para este fin escogieron la parte oriental de la cuenca del Chixoy,
vecina a los ejidos, con amplia superficie irrigable.

Los otros propietarios privados eran españoles o mestizos en su mayoría y


probablemente empezaron su asentamiento en dicha región en las décadas de 1550 y
1560. Empero, allí una cantidad apreciable de tierra era todavía de los indígenas. Esto
prueba que parte de la población nativa consiguió adaptarse a las nuevas reglas, y de tal
manera salvar una parte de su patrimonio. Todas las propiedades se hallaban hacia el
extremo sur de la cuenca, en la zona de Los Valles, fuera de la Verapaz en sentido
estricto. Las comunidades indígenas y los religiosos estaban anuentes a asociarse e
impedir cualquier incursión en la zona central, la cual podía considerarse indeseable.

Las condiciones de vida impuestas y la reducción de los indígenas dentro de un marco


establecido tuvieron un fuerte impacto en la sociedad prehispánica, ya afectada por la
crisis demográfica. Es cierto que al principio los religiosos utilizaron las diferencias
tradicionales entre los grupos indígenas para lograr sus propósitos. Por ejemplo, los
mejores difusores de la evangelización fueron los mismos caciques. Merced al apoyo de
don Gaspar, cacique de Rabinal, por consiguiente, se pudo llevar a buen término la
reducción de los rabinalenses. A cambio de tal apoyo, las autoridades tradicionales
fueron protegidas tanto por la Iglesia como por la Corona, y obtuvieron varios
privilegios. Una vez afirmado el sistema, sin embargo, los antiguos caciques perdieron
toda utilidad ante el poder colonial, y durante el siglo XVII los linajes tradicionales
fueron sustituidos progresivamente por otros recién llegados. Éstos se sentían deudores
de los frailes por las ventajas y preeminencias recibidas y, por lo tanto, les permanecían
fieles y sumisos. De esa manera los religiosos consiguieron renovar profundamente las
élites indígenas de Rabinal.

El esquema de reducción puesto en marcha por los dominicos aseguró el


funcionamiento de un vasto sistema de explotación, el cual benefició principalmente a
las autoridades. De este modo la Verapaz fue sometida al tributo, que se pagaba en
dinero y en especie. Sin embargo, la región obtuvo una concesión nada despreciable: en
1631 se autorizó que dicho impuesto se cobrara en Rabinal, reemplazando así a los
recaudadores externos, siempre dispuestos a la rapiña. La explotación `legal' venía a
sumarse a todos los abusos de la administración local, bajo la forma de repartimiento.
Por este medio se llevó a cabo el desarrollo económico de zonas de producción
complementarias, que beneficiaban únicamente a los responsables locales.

Es necesario reconocer, por otro lado, que el poder indígena establecido en el marco de
los pueblos no fue eliminado del todo. El ejercicio de las responsabilidades municipales
estaba asociado al control de las cofradías, con todas las riquezas de éstas y con los
beneficios que de ellas se obtenían: tierras, ganado, préstamos a interés, así como
diversos intercambios, todo lo cual servía de base a la actividad económica y ritual de
estas hermandades. Para los macehuales los privilegios de sus caciques pesaban tanto
como las cargas suplementarias a las que ellos debían contribuir.

A las explotaciones íntimamente ligadas al poder político se añadían aquellas


producidas por el sistema de las haciendas. Los indígenas debían dar obligatoriamente
varios días de trabajo, a pesar de la prohibición explícita del Rey. De esta manera, en el
siglo XVII, Rabinal daba a la hacienda San Jerónimo entre 30 y 40 indígenas por
semana. Los demás propietarios privados, si bien de manera más moderada, también
recurrían continuamente a esta clase de coacciones.

En consecuencia, las haciendas también impusieron en la región transformaciones


económicas profundas. En este ámbito, los propietarios religiosos desempeñaron un
papel decisivo. Desde fines del siglo XVI, por ejemplo, introdujeron la ganadería,
actividad en la cual las mismas autoridades deseaban implicar a los indígenas. En el
marco de las reducciones y en el de la pequeña propiedad privada, y también en las
tierras de las cofradías, esta actividad se convirtió rápidamente en esencial. Al contrario
de lo que sucedió con la ganadería, los mismos religiosos prohibieron la producción de
algodón, con el fin de salvaguardar las potencialidades del repartimiento de mano de
obra y la comercialización provechosa en el interior de la Verapaz. Para los dominicos,
principales propietarios de la región, el monopolio obtenido en 1537 se había vuelto
provechoso. Así lo manifestaron en múltiples denuncias los funcionarios reales e
inclusive el Obispo de Guatemala.

La Región a Fines del Siglo XVII


Después de siglo y medio de colonización bajo el control de los dominicos, la región de
Rabinal se estabilizó y se adaptó a las exigencias de la estructura impuesta. Sin
embargo, tal sumisión no impidió que desde entonces se manifestaran ciertos elementos
desintegradores, que prepararon el terreno para conflictos posteriores. El principal factor
de estabilidad apareció en el campo de la demografía. Después de la catástrofe del siglo
XVI (epidemias y reasentamientos), la población tuvo una evolución favorable, que se
inició en el siglo XVII. Sin embargo, sólo fue al final de esa centuria que la
recuperación demográfica se hizo realidad.

El comienzo de cierta inmunidad a los gérmenes patógenos europeos, la adaptación


progresiva al nuevo modo de vida, la seguridad ofrecida por los poblados y el
aislamiento de la Verapaz respecto del exterior, fueron sin duda las principales razones
que explican dicho fenómeno. Sin embargo, en esta época subsistían las dificultades. La
irregularidad en el crecimiento de la población seguía siendo la regla, pues se dieron
varias crisis de mortalidad que hacían desaparecer el avance anterior. Las epidemias,
aunque menos devastadoras, eran todavía frecuentes. En efecto, entre 1630 y 1680, la
población se estancó en toda la Verapaz. Después de esta fecha, principalmente en
Rabinal, el crecimiento demográfico se aceleró hasta llegar casi a un 1% por año (ver
Ilustraciones 173 y 174).

La estabilización se reflejó también en relación con la propiedad. La consistencia en la


compra de tierras a todo lo largo del siglo, en especial por parte de las órdenes
religiosas, reforzó la cohesión regional. Para los frailes dominicos la cuenca del
Polochic era un verdadero coto exclusivo, donde no cabía la propiedad privada que no
fuera religiosa. En los valles, en cambio, sólo había propiedad privada, con exclusión de
toda agrupación indígena o dominica.
Las diferencias espaciales aludidas se confirman en la sociología regional, ya que
alrededor de 1700 había dejado de existir propiedad privada de la aristocracia indígena.
Los herederos de los principales que lograron conservar sus bienes fueron en efecto
quienes proveyeron cerca de una quinta parte de las tierras vendidas durante el siglo
XVII. Estas ventas, realizadas en beneficio de los no indígenas, implicaron la
`ladinización' de la propiedad privada en la zona de los valles. A los indígenas les quedó
como único recurso la tierra de los ejidos. Era un recurso no siempre atractivo, pero
todavía suficiente si se considera la situación demográfica.

El tamaño de las propiedades variaba según su localización. Las unidades más grandes
se hallaban en el centro de la región. Se trataba básicamente de las haciendas dominicas,
las cuales se fueron ampliando progresivamente, pero también estaban los ejidos
originales aumentados con nuevas parcelas. Los valles, en cambio, se caracterizaron
desde 1700 como lugares para actividades más pequeñas.

En consecuencia, cada componente de la sociedad regional tenía asignado un espacio en


función del lugar que le correspondía. Al centro, los religiosos todopoderosos, dueños
de la mayor parte de las mejores tierras y próximos a ciertos grupos de indígenas a
quienes iban `a proteger', se reservaron el control exclusivo. Los nativos, a su vez,
estaban agrupados en los poblados, donde la relación superficie/población les era
todavía favorable. En cambio, la propiedad privada ladina o mestiza, de tamaño
mediano, se encontraba en la periferia, lo cual constituye un claro símbolo de la
negativa indígena a reconocer el mundo ladino, mas su existencia era la prueba tangible
del fracaso de la segregación deseada.

Después de haber soportado duramente el choque y estabilizada por medio de la


reducción, la región tuvo una nueva recuperación económica. Esta llegó, se desarrolló y
abarcó toda la Verapaz, según los intereses de los religiosos. La producción, el comercio
y el mercado de trabajo se expandieron en torno a los intereses de los dominicos.

Las haciendas regionales ofrecían oportunidades de trabajo relativamente importantes


para las poblaciones locales. Ellas alimentaron, desde finales del siglo XVI, la práctica
del desplazamiento de la mano de obra, en el seno del mismo territorio e incluso más
allá. Alrededor de 1700, los trabajadores migratorios representaban del 4 al 10% de los
tributarios. El caso de la hacienda San Jerónimo revela dicha situación: la mayoría de
sus trabajadores residía en Salamá, fuera de los pueblos de donde eran originarios.

En el ámbito específico de la producción, la influencia de las haciendas fue igualmente


determinante. Como resultado de tal influencia, la población local se dedicó con interés
a la ganadería. Sin embargo, a lo largo del siglo XVII hubo una nueva transformación
del modelo dominico, la cual consistió en la introducción del cultivo de la caña de
azúcar. Llevada desde antes de 1625 a San Jerónimo, se difundió muy rápidamente. En
1712, en la región de los valles, la cultivaban prácticamente todos los propietarios. Al
parecer sólo los pueblos de indios se mostraron renuentes a adoptarla. El costo de la
inversión necesaria, la poca disponibilidad de tierras irrigables, así como la dificultad de
armonizar este cultivo de precio elevado con las obligaciones derivadas de la vida
comunal, fueron sin duda los principales factores de aquella resistencia.

Junto a las actividades inspiradas en el modelo de los frailes dominicos se mantuvo una
economía de subsistencia, predominante durante mucho tiempo, la cual se basaba en los
cultivos tradicionales y el trabajo artesanal. Se aseguraba así la satisfacción de las
necesidades domésticas sin sacrificar excedentes importantes. Es cierto que las técnicas
utilizadas en aquellas actividades económicas eran todavía muy atrasadas, lo mismo que
el equipo de trabajo disponible.

La actividad comercial seguía siendo de lo más reducida. Se organizaba en dos planos,


en uno de los cuales participaban los poblados y las pequeñas y medianas propiedades
que conformaban un comercio local en torno a los diferentes mercados semanales de
cada pueblo. Los religiosos, en cambio, aprovechando las correspondientes
prohibiciones impuestas a los españoles, controlaban el comercio más lejano y más
rentable. Vendían en la capital la producción comercial de sus haciendas, especialmente
azúcar, cacao y sebo, y lo mismo hacían con los productos obtenidos por medio del
repartimiento. Además se encargaban de vender ciertas mercancías producidas por los
indígenas en sus propios pueblos, como en el caso del ganado de las cofradías y los
tejidos.

Conclusiones
Al comenzar el siglo XVIII, la región había superado en mucho la catástrofe producida
por la Conquista. Después de 150 años de colonización, el sistema establecido por los
dominicos estaba bastante consolidado. Después de las primeras reticencias, la
población había sido totalmente sometida. Tal estado de cosas supuso asimismo la
implantación de nuevas reglas en cuanto a la propiedad inmueble, lo cual contribuyó a
perturbar el mundo indígena, ya que alimentó la crisis demográfica y el desplazamiento
de las élites sociales. La situación, por otra parte, permitió el desarrollo de una
explotación con beneficios desiguales para la Corona, sus funcionarios locales y los
dominicos. Estos últimos fueron los más favorecidos. Con gran habilidad y realismo, los
frailes consiguieron sacar gran provecho de los privilegios que en nombre de la
conquista evangélica obtuvo Las Casas.

De todas maneras, sería ingenuo pensar que la autoridad de la Orden dominica se


ejerció sin dificultades. Desde que ésta se consolidó, y sin duda antes, varios elementos
se combinaron para desafiar el sistema político impuesto. Algunos de estos elementos
desintegradores del período fueron la imposibilidad de un total aislamiento y el
mestizaje como corolario obligado, el creciente desplazamiento de los tributarios fuera
de su reducción, las contradicciones internas en la sociedad indígena, y la adopción de
los productos comerciales en el seno mismo de los pueblos de indios. La amenaza
potencial de la competencia ladina en el mercado local seguía provocando una
resistencia pasiva, por medio de la huida montaña adentro, y aun una eventual
resistencia activa, como en el caso de las revueltas, etcétera. Sin embargo, todos esos
factores, junto con otros que se manifestaron después, sólo contribuyeron al
debilitamiento efectivo del sistema de reducciones en el curso del siglo XVII.
ANDRÉ SAINT-LU

La Verapaz: Siglo XVI

La Verapaz constituye en la historia de la colonización española en Guatemala un caso


muy notable de conquista pacífica. Su ejemplaridad rebasa con creces los límites
estrechos de un simple acontecimiento local o circunstancial. Por mucho tiempo ese
hecho histórico sólo fue conocido gracias a la relación algo novelesca del cronista
dominico Fray Antonio de Remesal, pero ahora el mismo ha sido corroborado, aunque
con modificaciones en la interpretación, gracias a estudios modernos basados en
abundantes fuentes documentales.

Antecedentes
La historia de la Verapaz comenzó en 1537 con un pacto secreto entre Fray Bartolomé
de Las Casas, Vicario del convento dominico de Guatemala, y el Gobernador interino
del país, Alonso de Maldonado. Según dicho convenio, citado in extenso por Remesal,
Las Casas y dos compañeros suyos, Fray Rodrigo de Ladrada y Fray Pedro de Angulo,
se ofrecieron para reducir y evangelizar pacíficamente a ciertos indios que vivían al
norte del territorio conquistado y que no habían sido sometidos todavía. Una de las
condiciones expresas se refería a que, una vez reducidos, los indios serían puestos bajo
la autoridad directa de la Corona y no serían dados en encomienda a persona particular
alguna. El Gobernador, por su parte, garantizó en nombre del Rey el respeto a dicha
condición, así como la exclusión de toda injerencia española en las regiones confiadas a
los misioneros. El convenio tenía un plazo de cinco años contados a partir de la
penetración efectiva de los religiosos en la zona rebelde.

Ahora bien, la intención y los móviles lascasianos en este caso sólo se pueden entender
a cabalidad si se consideran adecuadamente los antecedentes principales de la empresa.
Resulta difícil establecer el momento en que el sacerdote secular Las Casas, llegado a
las Indias en 1502, empezó a protestar contra las guerras de conquista, pero se puede
suponer que la violencia e inhumanidad de las campañas militares de que fue testigo en
La Española y en Cuba, y que denunció más tarde en sus escritos, le llevaron a condenar
definitivamente las correrías armadas. Como capellán castrense en Cuba, Las Casas se
esforzaba ya en suavizar los contactos violentos, en evitar los saqueos y en que se
delimitara en cada pueblo el sector destinado a los españoles. Según lo asevera él
mismo en la Historia de las Indias, también consiguió reducir pacíficamente algunos
indios ahuyentados por la llegada de los conquistadores.

Vuelto a España en 1515, y ya con el deseo de promover una reforma general en las
Indias, el cura secular propuso primero un plan para las islas, en el cual se trataba de
proteger a los indios conquistados. Después propuso otro para la tierra firme, amplio
campo para experimentar nuevos métodos de penetración y colonización, iniciados por
los religiosos en La Española, en una pequeña zona costera de prohibido acceso a los
colonos. Según el plan lascasiano para el continente, los misioneros podían desempeñar
un papel determinante y de vanguardia para preparar la instalación de pobladores
pacíficos. Para poner en marcha sus proyectos, decidió el clérigo fundar una compañía
concesionaria, con socios proveedores de fondos, pero rápidamente tuvo que transigir
con la codicia de los españoles y aceptar el tráfico de oro e incluso de esclavos. Viciada
de esta manera, la empresa terminó en el fracaso de Cumaná (1522), donde se produjo
una sublevación de los indios de la Costa, la cual llevó a Las Casas a retirarse y a vestir
el hábito de Santo Domingo. Fray Bartolomé aprovechó sus años de retiro en los
conventos de La Española para adquirir una cultura de teólogo jurista, de la que hasta
entonces carecía. Redactó un grueso tratado en latín, De unico vocationis modo, en el
que exponía, con el apoyo de gran cantidad de citas sagradas y profanas, toda una teoría
de la conquista basada en el evangelio, que resaltaba la libre atracción de la voluntad
por medios suaves y persuasivos, como única manera de difundir la religión cristiana.
Esta obra resulta, pues, el antecedente doctrinal directo de la evangelización de la
Verapaz.

En 1531, Las Casas reanudó su acción política mediante una importante carta dirigida al
Consejo de Indias, en la que renovaba sus antiguos proyectos colonizadores y en la que
daba claramente la primacía a los religiosos, que se encargarían simultáneamente de la
evangelización y de la pacificación de los naturales. En su afán de poner en práctica sus
métodos, Fray Bartolomé trató de realizar personalmente la atracción pacífica de los
indios, primero en La Española, donde intervino secretamente y con buen éxito en la
reducción del cacique rebelde Enriquillo, y después en Nicaragua, a donde llegó en
1535 tras un frustrado viaje al Perú, y donde se ofreció para someter por la vía
evangélica a unos indios todavía no conquistados en las zonas más apartadas del país. A
pesar de haber pedido y obtenido de la Corona las indispensables garantías (exclusión
de los españoles y del sistema de encomienda), se enfrentó allí con la oposición
irreductible del Gobernador Contreras y del Obispo Diego Alvarez Osorio, y tuvo que
desistir de su intento. Salió poco después hacia Guatemala, por invitación del Obispo
Francisco Marroquín.

La coyuntura general no dejaba de ser bastante favorable a las empresas pacíficas. En


1537 la Santa Sede emitió la bula Sublimis Deus, por la cual se proclamaba
dogmáticamente la racionalidad de los indios y su aptitud para recibir la fe por la
predicación. En España se alzó la voz del famoso teólogo Francisco de Vitoria, para
pedir la revisión del tradicional derecho de guerra. En las mismas Indias, el Obispo y el
Virrey de México, Juan de Zumárraga y Antonio de Mendoza, respectivamente,
compartían de manera pública las aspiraciones lascasianas, y en varias regiones
apartadas se estaban efectuando ya algunas tentativas impulsadas por franciscanos y
dominicos.

Las condiciones y circunstancias locales parecían ahora francamente propicias. El celo


apostólico del Obispo Marroquín y su preocupación por la suerte de los naturales han
sido elogiados por todos los cronistas. Por su parte, el Gobernador Alonso de
Maldonado, que sustituyó al Adelantado Alvarado en ausencia de éste, fue tenido en un
principio como `buen Juez y amigo de los indios'. Y fueron los propios españoles, según
lo asevera Antonio de Remesal, quienes dieron a Las Casas la ocasión que venía
buscando para emprender un nuevo experimento pacífico. En efecto, le invitaron a
reducir por sus solos medios la Provincia de Tezulutlán, situada al norte del país y
conocida como Tierra de Guerra por los reveses sufridos allí por varias expediciones
armadas.
No hay motivos para poner en duda las afirmaciones de dicho cronista, las cuales han
sido confirmadas por varios documentos de la época. De lo que talvez se deba
desconfiar es de la excesiva dramatización del relato. Más que por la recalcada
belicosidad de los indígenas, la Tierra de Guerra se distinguía por sus condiciones
naturales inexplotadas, por su extensión y su difícil acceso. No se pueden negar el valor
y el altruismo de que dio pruebas Las Casas al aceptar el desafío de los españoles, según
lo subraya Remesal, pero quizás estaría más conforme con la realidad insistir en la
prudencia y previsión de que también dio muestras, como lo indican las mismas
cláusulas de su pacto secreto con el Gobernador Maldonado.

Instruido por la experiencia, no podía Fray Bartolomé aventurarse a la ligera en una


nueva empresa que demandaba las precauciones necesarias. El contrato no incluía
precisión geográfica alguna, pero preveía un período de negociaciones en los confines
para organizar sin peligro la futura incursión. Por otra parte, la exclusión temporal de
los españoles constituía una garantía, tanto más preciosa cuanto que los cinco años del
plazo no empezarían a correr sin que hubiera terminado la etapa preparatoria, la cual
podía prolongarse por tiempo indefinido. La promesa de no encomendar a los naturales
sometidos garantizaba el porvenir de la empresa, y podía facilitar desde el principio los
contactos y primeras negociaciones. Finalmente, y ya que el pacto firmado formalmente
por el Gobernador tenía una validez inmediata, sin perjuicio de ratificaciones ulteriores,
puede concluirse que Las Casas resultó favorecido como nunca por las circunstancias.
Por primera vez en su carrera de colonizador pacífico, había conseguido todas las
posibilidades de éxito.

Actividades Secretas y Primeros Contactos


La versión de Remesal indica una rápida penetración en la Tierra de Guerra. Para iniciar
los contactos, Fray Bartolomé y sus compañeros acordaron componer en lengua quiché
(k'iche') unas trovas, en que se relataba toda la historia sagrada, y decidieron enseñarlas
a unos pacíficos mercaderes indios para que las fueran divulgando en la región no
cristianizada de Sacapulas. Los naturales de la comarca demostraron su interés por
aquellas novedades y expresaron su deseo de conocer a los frailes. Uno de éstos, Luis
Cáncer, cuyo nombre curiosamente no figuraba en el pacto Maldonado-Las Casas, se
arriesgó a visitar a los indios. Como fue acogido con solemnidad y simpatía, mandó
construir una iglesia y decidió celebrar una misa. El poderoso gobernante del país no
tardó en convertirse a la nueva religión y casi de inmediato fue imitado por sus vasallos.
Poco después, el gobernante indio fue recibido con muchos obsequios en Santiago de
Guatemala, por el Obispo Marroquín y por el propio Pedro de Alvarado. Cáncer, que
siempre se mantuvo en la vanguardia, llegó hasta Cobán, en el corazón de la zona
rebelde. El propio Las Casas, acompañado primero por Angulo y después por Ladrada,
recorrió la región, y aprovechando la buena disposición de los indígenas los agrupó en
pueblos para evangelizarlos más fácilmente. Sin embargo, en mayo de 1538 los
religiosos interrumpieron sus prometedoras actividades misionales para acudir al
capítulo provincial de México. La obra quedó momentáneamente abandonada, aunque
Remesal dice que apenas un año después del contrato que le sirvió de base, la empresa
estaba prácticamente concluida.
Tan inmediato éxito no deja de ser dudoso. En la misma versión de Remesal son
evidentes ciertas incongruencias. En primer lugar, resulta difícil aceptar el señalado
papel relevante desempeñado por Cáncer, ya que este Fraile todavía no había llegado a
Guatemala en 1537 ó 1538. Además de no figurar entre los religiosos mencionados en
el pacto inicial, se desprende de una carta escrita por él mismo a Las Casas en 1548, que
su participación en la conquista pacífica de la Tierra de Guerra no pudo haberse llevado
a cabo antes de 1541. Si bien su acción de pionero no fue del todo producto de la
imaginación del cronista, en todo caso aparece manifiestamente anticipada y es evidente
que, por ello mismo, la relación pierde gran parte de su credibilidad.

Un error semejante, aunque de menor bulto, debe señalarse a propósito de Alvarado,


que en ese tiempo estaba en España. Si es verdad que el Adelantado acogió en Santiago
al poderoso cacique del país quiché, ello no pudo haber sido sino después de 1539. El
carácter inverosímil del relato surge también en lo que se refiere a la composición de las
trovas en kekchí (q'eqchi') por unos frailes que estaban recién llegados a Guatemala y
difícilmente podían haber aprendido en tan poco tiempo dicha lengua. No se trata
ciertamente de una pura invención, ya que se han conservado vestigios de aquellas
coplas, pero debe suponerse que las mismas fueron compuestas muchos años después.

En la medida en que pudo conocer la realidad de los hechos, parece ser que Remesal los
modificó sustancialmente para hacerlos más edificantes y para ajustar el éxito de la
empresa al mínimo lapso de un año. Importa ver ahora lo que pasó realmente durante
este breve período inicial. Debe notarse en primer lugar que la relación de Remesal no
se halla convalidada por ninguna otra fuente. El propio Las Casas no decía nada preciso
en sus escritos. Al hablar de la manera en que se había ganado la Verapaz, en su
Apología Latina o en su Controversia con Sepúlveda, sólo se contentó con exponer
brevemente, sin dar fechas ni nombres, el paciente método de acercamiento empleado
por los religiosos, que contaron con el auxilio de unos indios pacíficos y evangelizados.
El historiador dominico Fray Agustín Dávila Padilla, por su parte, en las postrimerías
del siglo XVI hablaba del papel determinante de Cáncer, pero sin proporcionar tampoco
la menor indicación cronológica.

La versión de Remesal dio motivo a ciertas reservas expresadas por Fuentes y Guzmán
a fines del siglo XVII en la Recordación Florida. Algunas otras interesantes novedades
sobre el tema se encontraban también en la Historia de Fray Francisco Ximénez, quien
continuó la crónica dominica de Guatemala a principios del siglo XVIII. Ximénez no
deja de ser fiel a Remesal en los lineamientos esenciales, pero señaló que la acción de
los frailes se comenzó en unos poblados situados bastante lejos de la Tierra de Guerra,
hacia el suroeste, concretamente en las regiones de Atitlán, Tecpán Atitlán,
Chichicastenango y Rabinal. Ahora bien, no cabe duda que fue precisamente en estos
lugares apartados y separados geográficamente, donde se inició el prudente avance de
los dominicos, en algo que no pasó de ser inicialmente un discreto trabajo preliminar
llevado a cabo con la ayuda de los señores amigos de esas comarcas ya sometidas. Una
prueba de ello se encuentra en ciertos documentos de 1540 citados por Ximénez e
incluso por el mismo Remesal. Se trata de unas cédulas reales, obtenidas a petición de
Las Casas, en las que se agradecen los servicios prestados por los señores de dichos
lugares. En cuanto a los resultados concretos de este primer esfuerzo evangelizador, se
puede suponer que quedaron limitados a unos breves contactos de los misioneros con
los jefes `de guerra', obtenidos por mediación de los jefes `de paz'. Estas conversaciones
preparatorias efectuadas en los confines, y sólo ellas, se hallan mencionadas en una
carta de Alonso de Maldonado a Carlos V, de 1539: `...ya algunos indios principales de
aquella tierra que está de guerra habían venido a hablar con los padres', y están, además,
confirmadas por una real cédula al Gobernador de Guatemala y por una carta del propio
Las Casas al Emperador, ambas de 1540.

Cabe preguntar entonces quiénes eran los señores insumisos que salieron al encuentro
de los dominicos. Pese a la imprecisión de los textos citados, puede suponerse que
venían de la región de Cobán. Sobre este pueblo precisamente se dispone de unas
preciosas informaciones contenidas en dos pleitos más tardíos (1563-1567 y 1570-
1572), que se conservan en el Archivo General de Indias (AGI). En ellas consta que
Cobán había sido dado en encomienda a unos colonos de Guatemala, en tres ocasiones
distintas anteriores a 1537. ¿Cuál era, pues, la situación exacta de este pueblo, en el
momento en que los religiosos iniciaron su acción? La multiplicidad de las encomiendas
parece ser ya un indicio de que su posesión no fue estable. De hecho, los testigos
españoles afirman en sus declaraciones que Cobán fue efectivamente conquistado y que
nunca se rebeló, mientras sus contrarios, los fiscales de la Audiencia de los Confines y
del Consejo de Indias, sostienen que las encomiendas repartidas nunca fueron efectivas
y que Cobán, por no haber sido sometido o por haberse sublevado, formaba parte en
1537 de la zona de guerra reservada a los frailes. En realidad, es probable que Cobán
haya sido conquistado alrededor de 1529-1530, época en que se organizaron varias
expediciones armadas por aquella zona. Pero también es probable que este poblado, a la
sazón pequeño y situado en una región aislada todavía sin conquistar, haya quedado
prácticamente abandonado por los españoles, y constituyera así un caso particular
separado del territorio quiché que ya estaba sometido y bien controlado. En este caso, la
Tierra de Guerra propiamente dicha, situada más al este, en la región llamada
Tezulutlán, constituía el territorio que no había sido sometido.

El lugar tenía un interés estratégico evidente para los misioneros. Cobán era puerta de
entrada al país de guerra y como tal debe haber sido para los misioneros no sólo un
punto de apoyo para un prudente ingreso en la Tierra de Guerra, sino el primero y más
esencial de sus objetivos inmediatos. Remesal dice que el proyecto de los dominicos
tuvo que ser aplazado por la salida de éstos hacia México. Este viaje se señala en varios
documentos como un verdadero contratiempo, pero el mismo no dejaba de tener ciertas
ventajas potenciales que Las Casas aprovechó en la posterior continuación de su
empresa. En el momento decisivo de la penetración se necesitaban efectivos misionales
suficientes y una plena libertad de acción, sobre todo porque podían preverse nuevas
dificultades.

En 1538 Maldonado preparaba una expedición al país de los lacandones, situado más
allá de Cobán, hacia el noroeste. En el itinerario quedaba precisamente Cobán, y era de
esperarse que los españoles pretendieran derechos de posesión. Por otra parte, el
previsto regreso de Alvarado a la cabeza de la Gobernación no podía menos que
aumentar tales inquietudes. A fin de proseguir su campaña pacífica en tan delicadas
circunstancias, los frailes necesitaban refuerzos y garantías, los cuales se podían obtener
precisamente en Nueva España, mas no en Guatemala.

Los refuerzos aludidos no los consiguieron sino años más tarde, probablemente a
instancias de Angulo. Las Casas, por su parte, volvió a Santiago en 1539, en compañía
de Fray Rodrigo de Ladrada y con el respaldo asegurado del Virrey Mendoza y de la
Audiencia de México. Este apoyo se expresaba claramente en una provisión al
Gobernador de Guatemala, en la cual se ratificaba el contrato de 1537 y se exigía que el
mismo se respetara estrictamente por las autoridades. La empresa, sin embargo, se
postergó por algún tiempo, a la espera de nuevos misioneros y también porque Fray
Bartolomé estaba a punto de salir hacia España, donde continuó con sus actividades
reformadoras. En efecto, tras largos años de espera había sido acreditado por fin como
delegado de los obispos y los superiores de las órdenes religiosas. Provisto de valiosas
cartas de recomendación firmadas por autoridades civiles y religiosas, salió con Ladrada
en marzo de 1540, con lo cual interrumpió temporalmente su labor de conquistador
evangélico. El proyecto, empero, no quedó abandonado. Antes bien, el viaje a España
permitió a Las Casas dar nuevo impulso a su plan, en condiciones y con medios que
entonces deben haberlo llenado de esperanza.

Preparación Oficial y Penetración


Alrededor de 1540, las condiciones generales seguían favoreciendo los objetivos
lascasianos. De varias partes de las Indias llegaban quejas de testigos que denunciaban
los abusos cometidos en el curso de la conquista armada, la cual se llevaba a cabo sin
entender los imperativos humanos y religiosos de la colonización. En España, las
cuestiones de derecho planteadas por Vitoria no dejaban de conmover la conciencia de
los responsables, y los problemas concretos de la política indiana suscitaban entonces
las más serias preocupaciones. Quedaban todavía por explorar y conquistar extensas
regiones del Nuevo Mundo, las cuales empezaban a despertar las ambiciones
extranjeras, en especial las francesas. De todos modos, hacía falta organizar las futuras
empresas conquistadoras de manera que no produjeran los graves desórdenes que había
conocido el Perú, el último y el más rico de los países sometidos. Ya era tiempo, en
suma, de revisar completamente la cuestión de las empresas de conquista e idear y
poner en práctica nuevos métodos de penetración.

Ahora bien, Las Casas estaba impaciente por dar a conocer sus proyectos de reforma
detenidamente elaborados. Según escribía al Emperador, a la sazón ausente de España,
sus planes se referían a la `universalidad del Nuevo Mundo'. Pero su preocupación por
continuar su empresa en la Tierra de Guerra se demuestra por la importante serie de
cédulas expedidas a petición suya por el Consejo de Indias, a fines del mismo año 1540.

Fray Bartolomé se vio obligado a permanecer un largo tiempo en la metrópoli y a


buscar, por lo tanto, un sustituto para dirigir el proyecto en Guatemala. Por medio de
una cédula real dirigida a Pedro de Angulo, compañero de la primera etapa, se mandó a
éste proseguir la acción interrumpida. El mismo día se ordenó al Provincial de los
dominicos de Nueva España enviar misioneros para la pacificación del país de guerra.
Poco después, el Consejo ratificó la provisión de 1539, por la cual la Audiencia de
México había confirmado el pacto de 1537. Al mismo tiempo se tomaron otras medidas
para facilitar el acceso a la Tierra de Guerra. Por ejemplo, se expresó el debido
agradecimiento a los cuatro señores de los confines que ayudaron a los frailes en la tarea
de entablar los primeros contactos y se les animó a perseverar. También se instó a las
autoridades del país a favorecer a dichos señores y a no estorbar sus necesarios
desplazamientos. Para atraer y apaciguar a los indios de guerra, se otorgaron a los
religiosos subsidios destinados al pago de rescates (abalorios, herramientas, etcétera).
Además, en una petición al Provincial de los franciscanos de Nueva España se rogaba a
éste que pusiera a la disposición de los dominicos ciertos indígenas cantores y músicos
de sus conventos, y una orden al Virrey mandaba reclutar entre los naturales a varios
artesanos capaces de implantar las artes mecánicas en la futura misión. Al mismo
tiempo, se prohibía al Gobernador de Guatemala oponerse a la participación de esos
nuevos elementos en la conquista pacífica.

Por otra parte, se renovó oficialmente la prohibición temporal inserta en el contrato de


1537, sobre la penetración de españoles en el territorio en cuestión. Sin embargo, como
se desprende de otro decreto, los religiosos no descartaban la idea de abrir
posteriormente su territorio a algunos colonos escogidos por ellos, y llegado el
momento se pensaba exigir a los naturales ciertos tributos moderados para contribuir al
mantenimiento de esos pobladores. Todos estos despachos, acompañados por una
última cédula de alcance general destinada a garantizar su estricta observancia, fueron
confiados por Las Casas a uno de sus compañeros de hábito que había encontrado en
España, Fray Luis Cáncer. A petición de Fray Bartolomé, Cáncer partió hacia las Indias,
donde ya había vivido, con el objeto de tomar parte en la pacificación de la Tierra de
Guerra, al lado de Angulo. Con tan valiosos despachos, y tan buen mensajero y recluta,
Las Casas podía confiar plenamente en el porvenir de su `conquista', aun cuando
prolongara su permanencia en la metrópoli.

Los años siguientes marcan el apogeo de la carrera lascasiana. En 1544, año del regreso
a América de Fray Bartolomé, la legislación colonial no era la misma que a su llegada a
España: impulsadas por él mismo, habían sido promulgadas las famosas Leyes Nuevas
de 1542-1543. Además de la célebre Brevísima Relación de la Destrucción de las
Indias, la más abrumadora reprensión contra las conquistas guerreras, se conoce de la
misma época el siguiente conjunto de textos: Octavo Remedio, Memorial de Remedios,
Representación al Emperador, Memorial Las Casas-Ladrada al Rey, todos los cuales
reiteran con gran vehemencia las ideas reformadoras del Defensor de los Indios. En
dichos textos se condenan de modo radical las encomiendas y la esclavitud de los
indígenas. Se afirmaba que las `infernales' conquistas armadas debían ser sustituidas por
expediciones pacíficas y respetuosas de los señoríos autóctonos. Se sostenía que
únicamente los misioneros debían estar encargados de atraer a los habitantes, primero
por la predicación y las buenas obras, y después por la vía de una futura colonización a
la vez inofensiva y benéfica. Es decir, el mismo método que se estaba experimentando
en pequeña escala en Guatemala.

Las Leyes Nuevas recogieron gran parte del contenido de aquel ideario reformador,
especialmente en materia de encomiendas y esclavitud. En cuanto a la cuestión
fundamental de las conquistas, ciertamente, las leyes no fueron tan radicales como
esperaba Las Casas, pues no prohibían de modo terminante el empleo de las armas, tal
como él lo pretendía. En semejante contexto legislativo, por cierto nada desfavorable a
sus objetivos, Fray Bartolomé obtuvo en 1543 otras garantías legales relativas a la
Tierra de Guerra, perfectamente adaptadas a sus particulares propósitos. Por otra parte,
y en reconocimiento a sus méritos personales, fue designado Obispo de Chiapas,
provincia relativamente cercana al territorio de su misión. Esto último pudo haber sido
dispuesto a su propia petición.

Entre los nuevos documentos enviados en 1543 había una carta dirigida a Angulo, en la
que le anunciaba algunos despachos destinados a proteger su acción. También estaba
una solicitud al Provincial de los dominicos para obtener refuerzos adicionales y,
finalmente, otra más dirigida a la recién fundada Audiencia de los Confines, en la cual
le rogaba informar sobre las actividades de los misioneros y pedía facilitarles cuanto
necesitaran.

Para garantizar la libertad de movimiento de los frailes se envió una provisión a la


Audiencia, por la cual se renovaba la prohibición sobre el ingreso de otros españoles en
el territorio y se fijaban las más severas penas contra los perturbadores. El nuevo
Presidente, el Licenciado Maldonado, fue instado también a favorecer la marcha de las
operaciones. Los señores de la región que se habían mostrado amistosos, recibieron
ciertos importantes privilegios. Por ejemplo, fueron incorporados en la administración
colonial y se decretó su ennoblecimiento materializado en escudos de armas bien
individualizados. Por otra parte, dos nuevos principales de Sacatepéquez, región situada
más al sur, aparecían en los decretos, al lado de los ya reconocidos. ¿Qué podía
significar esta tendencia tardía a buscar refuerzos tan apartados? No cabe duda que la
idea venía de Fray Bartolomé, Obispo de Chiapas, quien debe haber medido la
importancia del apoyo de jefes indígenas vecinos de su diócesis, para facilitar los
contactos con la Tierra de Guerra.

Se explicaba asimismo en los textos de 1543, como una medida significativa, la


designación del territorio de misión extendido ahora más allá de la Provincia de
Tezulutlán. Dicho territorio, en efecto, comprendía ya la provincia de los lacandones.
Además, según consta en otras cédulas de 1544, Las Casas tomó la precaución de que se
incluyeran expresamente en su obispado las regiones de Tezulutlán y Lacandón. El
obispado de Chiapas tenía además las posibilidades estratégicas de ensanchar su
jurisdicción hasta la zona costera de Soconusco. De este modo se ampliaban las
perspectivas y los medios de la empresa pacífica, en el momento en que su promotor
volvía a América con el prestigio de la mitra.

Los misioneros, por su lado, no se habían quedado inactivos. A principios de 1542,


Angulo se hallaba de nuevo en Guatemala, acompañado por Cáncer y otros dominicos.
Ya habían reanudado los contactos por medio de nuevos señores y principales,
probablemente de la región de Cobán, gracias a varias visitas de éstos a Santiago de
Guatemala. Estas medidas provocaron la indignación de los españoles, que veían con
malos ojos las maniobras de los religiosos y la protección oficial de que eran objeto.
Promovieron entonces una información encaminada a desacreditar a los frailes, pero al
parecer sus diligencias no tuvieron el éxito esperado por ellos.

La penetración decisiva en el país de guerra se llevó a cabo en 1544. En este año, como
se puntualiza en varios textos de 1545 y en una relación posterior, dos dominicos
entraron en Cobán. Uno de ellos era Fray Luis Cáncer. Desde dicho pueblo, en el que se
agrupó a los habitantes de los alrededores, la misión se extendió progresivamente hacia
las áreas vecinas. Los religiosos se esforzaron desde el principio en aprender los
idiomas locales, y enviaron mensajeros para anunciar su llegada y su propósito de
distribuir rescates. Casi simultáneamente intervenían también los indios cantores y
músicos venidos de la Nueva España. En 1545, el propio Las Casas tuvo la oportunidad
de visitar la región cuando se dirigía a Honduras. Aquí tenía su sede la Audiencia y ante
ésta pensaba quejarse de la hostilidad de los españoles de su diócesis. Según un informe
formulado allí mismo a petición de los dominicos y ante el propio obispo, había
entonces en la Tierra de Guerra ocho frailes, y varios pueblos más o menos alejados de
Cobán, como Patal, Jatic (Tactic?), Chamelco y Tucurú, situados todos éstos en el
corazón de Tezulutlán, que ya habían sido reducidos. Si se concede credibilidad a la
información, la visita de Fray Bartolomé se efectuó en medio de grandes reuniones
populares y del entusiasmo general. Es posible que este cuadro haya sido presentado un
tanto embellecido. El Obispo Marroquín, que también estaba presente, no dio muestras
de igual optimismo. De cualquier manera, los resultados no pueden dejar de
considerarse como altamente positivos.

Merced a la vigilancia de Las Casas, varias cédulas de 1547 confirmaron el buen éxito
apuntado. Entonces se dio oficialmente el nombre de Verapaz a la llamada Tierra de
Guerra, mientras que la prohibición sobre el establecimiento de otros españoles en el
territorio se prorrogó por cinco años más. Los dominicos fueron animados a perseverar
en su obra y los señores de Tezulutlán a favorecer la formación de pueblos. En contra de
ciertas amenazas que habían surgido del lado de Yucatán, se emitió una provisión
destinada a Francisco de Montejo, Adelantado de ese país, en la cual se le ordenaba salir
de la zona reservada. De esta forma, a pesar de la hostilidad de los españoles, los frailes
parecían firmemente establecidos en el territorio de su elección: a los 10 años del
comienzo de la empresa, la vieja Tierra de Guerra se convirtió en la misión dominica de
la Verapaz.

La Misión Dominica de la Verapaz


Ya establecidos en el país de guerra, los dominicos tenían que proteger su misión contra
las injerencias de los españoles, extender la conquista hacia las regiones circunvecinas
todavía no sometidas y, naturalmente, atender la cristianización de los indios ya
reducidos. Procede ahora establecer en este estudio hasta qué punto la Verapaz
permaneció fiel a la idea que de ella se habían hecho sus fundadores.

El exclusivismo dominico

A pesar de las órdenes oficiales, la amenaza de los españoles bajo el control de Montejo
no tardó en hacerse realidad: a fines de 1547, en las proximidades del Golfo Dulce,
fundaron un establecimiento colonial al que llamaron Nueva Sevilla y donde efectuaron
un repartimiento de los indios de la región. Los religiosos protestaron en seguida contra
tales maniobras, y durante 1548 consiguieron resultados favorables para ellos, gracias a
la venida del Presidente Alonso López de Cerrato, sucesor de Maldonado. Fray Tomás
Casillas, que había sido Superior de los dominicos llegados en 1545, viajó a la sede de
la Audiencia en Gracias a Dios, para exponer al nuevo Presidente las quejas de los
misioneros de la Verapaz, y para incitarle a ejecutar estrictamente las provisiones reales
que exigían la exclusión de los españoles de los territorios reservados. Cerrato ordenó
entonces la evacuación inmediata de toda la zona del Golfo Dulce, y fue el propio
Casillas quien llevó a Nueva Sevilla los despachos presidenciales. Los vecinos de dicho
asentamiento opusieron cierta resistencia, pero acabaron por someterse y el lugar fue
por fin abandonado. El asunto, sin embargo, sólo se resolvió militarmente: puesto que
habían quedado en el sector algunos elementos rebeldes, se organizó una expedición
para reprimirlos bajo el mando del Oidor Ramírez de Quiñones, quien acabó
rápidamente con los perturbadores. En suma, la despoblación de Nueva Sevilla
representó para los misioneros de la Verapaz un éxito total, no sin serias consecuencias
en cuanto a la explotación colonial de la región del Golfo, que en adelante quedó
prohibida a los españoles. Con el apoyo oficial de que gozaban, los dominicos no
dejaron de aprovechar su privilegio de exclusividad en todo lo que pudieron.

La disposición legal que prohibía la presencia de españoles laicos en la región fue


prorrogada en 1547, 1551, 1554 y 1555, lo cual pone de manifiesto la extrema habilidad
con que actuó Fray Bartolomé. Ahora bien, ya en 1553, Pedro de Angulo, el pionero de
la Verapaz, apoyado por Tomás de la Torre, Provincial de los dominicos de Guatemala,
se había declarado favorable a un poblamiento colonial controlado en el territorio de la
misión. Puede suponerse que Bartolomé de Las Casas, de haber estado presente en
Guatemala, hubiera estimado prematuro dicho poblamiento. Cabe observar, sin
embargo, que las reiteradas precauciones obtenidas por él, si bien constituían sólidas
garantías contra la presencia de elementos españoles indeseables, no excluían en
absoluto la de buenos colonos, si los misioneros lo juzgaban necesario. De hecho, no se
había abandonado entre los fundadores la primera intención de abrir un día la Verapaz a
una colonización española prudente y moderada.

Este criterio no era compartido por los religiosos recién llegados, deseosos ante todo de
mantenerse solos en medio de sus indios y, por lo tanto, en los años siguientes se
opusieron resueltamente a las intenciones de Angulo. Según se desprende de unas cartas
que este fraile dirigió al Rey en 1560, sus hermanos de hábito se habían esforzado por
todos los medios en contrarrestar sus miras, y en convencer a los naturales de que la
misión estaba animada de supuestos propósitos esclavistas. Poco después, el nuevo
Presidente, Núñez de Landecho, obtuvo el acuerdo de la Corona para fundar en la
misma región del Golfo Dulce, un pueblo al que llamó La Monguía. El establecimiento
no prosperó, sin embargo, porque los dominicos se opusieron a la apertura de un camino
a través de la Verapaz, y al cabo de unos tres años se había abandonado por completo.
Tras la evacuación de La Monguía, la idea de un asentamiento español no fue
abandonada totalmente, y reapareció a finales del siglo XVI, durante las presidencias de
Pedro de Villalobos, García de Valverde y Francisco de Sandé. Pero fue tan fuerte la
oposición de los misioneros en su actitud por salvaguardar lo que ya consideraban su
feudo, que todos los proyectos fracasaron uno a uno, y la misión dominica quedó
cerrada a cualquier intromisión de tipo colonial. El territorio, no obstante, no pudo
librarse del control administrativo previsto también desde el principio, y la instalación
de una autoridad temporal en Verapaz ocasionó una serie de conflictos con los
religiosos. En la época de López de Cerrato se efectuaron sólo algunas visitas de
inspección, encaminadas a apreciar el fruto de la actividad de los misioneros. A pesar de
todo, en 1552, y de acuerdo con el Presidente, Fray Pedro de Angulo envió al Rey la
escritura de vasallaje de los indios del antiguo país de guerra. Hay que subrayar que este
paso integracionista no significaba la desaparición de los señoríos indígenas. Por el
contrario, el señor de San Juan Chamelco, por ejemplo, que había sido elegido
libremente como gobernador, fue confirmado en este cargo por cédula real de 1555, y
otra cédula del mismo año aprobó el sistema tradicional de gobierno de los naturales.
Pero las autoridades de Guatemala no tardaron en denunciar la carencia de una
administración española en Verapaz, y el propio Angulo reclamó el nombramiento de
funcionarios y magistrados.

En 1562, bajo la presidencia de Landecho, se estableció una alcaldía mayor en la


provincia y se impusieron los primeros tributos a los indígenas. Éstos protestaron de
inmediato conjuntamente con los misioneros, pero el nuevo sistema subsistió, no sin
provocar numerosos antagonismos y problemas. Mientras los religiosos abogaban por la
rebaja de las cargas soportadas por la población aborigen, las autoridades del país, en
especial los alcaldes mayores Céspedes y Pineda denunciaban en 1582 y 1594,
respectivamente, los abusos de los propios frailes, en particular la forma frecuente en
que éstos acudían a contribuciones extraordinarias (derramas) y al inmoderado tráfico
de telas de algodón y otros productos. Otros conflictos alteraron posteriormente las
relaciones entre los misioneros y la administración temporal. Sin dejar de mostrar
preocupación por la suerte de los fieles indígenas, es indudable que los dominicos
estaban deseosos de quedarse como dueños y señores del territorio de la misión, y
maniobraban para mantener intacta su influencia en lo que consideraban como su
patrimonio exclusivo.

El Obispado de la Verapaz

La misma tendencia virulenta se manifestó en las relaciones de los religiosos con la


jurisdicción eclesiástica ordinaria, en especial durante el medio siglo en que existió
separadamente el obispado de la Verapaz. La intención de hacer de la misión una
diócesis autónoma venía de lejos, pero el proceso correspondiente fue lento y laborioso.
Los primeros religiosos designados para ocupar la sede, Fray Cristóbal de Salamanca,
Rector del Colegio de San Gregorio de Valladolid, y Fray Tomás de la Torre, Provincial
de los dominicos de Guatemala, en 1554 y 1556, respectivamente, rehusaron aceptar el
cargo en tales oportunidades. La elección hecha por el Consejo de Indias, seguramente
bajo la influencia de Las Casas, recayó en Fray Pedro de Angulo, quien aceptó el
nombramiento en 1560. El obispado se convirtió así en realidad, pero las grandes
dificultades apenas estaban comenzando.

La designación de Angulo provocó un fuerte rechazo en la comunidad dominica de


Guatemala, que le reprochaba su `insuficiencia', y no aprobaba sus proyectos de
población y dependencia administrativa de la Verapaz. Fray Pedro fue obligado a dejar
su convento y a regresar por algún tiempo a México, su provincia de origen, pero
finalmente llegó a su diócesis en Cobán. Sin embargo, el capítulo de enero de 1562 que
se celebró allí mismo le rechazó abiertamente, con lo cual se traducía la posición de
unos misioneros que estaban resueltos a no compartir su influencia sobre los indios y
los recursos del que consideraban su propio territorio. Este fue un conflicto
aparentemente sin solución, que acabó dos meses después con la muerte repentina y un
tanto sospechosa de Angulo.

Con los dos obispos siguientes, Fray Pedro de la Peña (Provincial de México y
promovido a otra parte poco después de haber sido designado) y Fray Tomás de
Cárdenas (dominico de Guatemala, personaje humilde y completamente sometido a las
exigencias de sus hermanos de hábito) nada extraordinario perturbó las relaciones entre
prelados y misioneros. Mas la situación cambió súbitamente en 1581 con la llegada de
Fray Antonio de Hervias, que venía del Perú y también pertenecía a la Orden de los
dominicos. El antagonismo entre este Obispo terco y autoritario, y los religiosos que
pugnaban por un exclusivismo exacerbado en la región, tomó inmediatamente un
carácter violento que culminó con el capítulo que los frailes celebraron en Cobán en
1582. El desorden, las injurias, las amenazas y otras medidas de hecho sólo terminaron
con la rápida salida de Hervias, que se dirigió a Guatemala para continuar luego hacia
España, donde posteriormente fue promovido al obispado de Cartagena de Indias.
El obispado quedó vacante durante 10 años, pero el viejo conflicto resurgió con más
fuerza a la venida de Juan Fernández Rosillo, ex Deán del capítulo de Cartagena.
Rosillo exigió que la iglesia y el monasterio de Cobán le fueran asignados oficialmente.
Se siguió entonces un pleito ante el Consejo de Indias, que emitió una sentencia por la
cual se daba la iglesia al obispado y el convento a los religiosos. Se trataba, sin
embargo, de una decisión ilusoria, que pretendía en vano promover una vecindad
pacífica. Rosillo se retiró finalmente a Guatemala con el argumento de que se hallaba en
exilio forzado, y en 1603 fue trasladado a Michoacán.

La disputa entre los frailes y algunos dignatarios seculares que permanecían en el lugar
se prolongó todavía por cierto tiempo. En 1608 la Corona se convenció de que el
obispado no era viable y decidió incorporarlo al de Guatemala. La iglesia de Cobán fue
devuelta a los dominicos un poco más tarde, y en adelante estuvieron casi a salvo de las
interferencias de la jurisdicción ordinaria. Así concluyó en su provecho un largo
conflicto que había generado querellas memorables, y que en definitiva alteró
gravemente la esencia de la misión ideal, tal como había sido forjada por los pioneros de
ésta.

Las vicisitudes de la conquista pacífica

Cuando el país de guerra tomó oficialmente el nombre de Verapaz, aún quedaban por
`conquistar' varios señoríos de los alrededores y de allende las zonas de Cobán y
Tezulutlán. Los principales eran los acalaes y los lacandones, hacia el noroeste; los
choles y los manchés, hacia el noreste; y los mopanes y los ahitzaes, hacia el norte. Los
proyectos de reducción impulsados por los dominicos fueron frecuentes en la segunda
mitad del siglo XVI y a todo lo largo del siglo XVII, pero el espíritu pacífico que
caracterizó a la empresa de la Verapaz en sus principios no estuvo siempre vigente,
como lo desearon los fundadores.

A partir de 1550 se produjeron las primeras incursiones en el territorio de los acalaes, a


poca distancia de Cobán, y ellas provocaron amenazas y sublevaciones. Fray Domingo
de Vico estaba resuelto a continuar la obra evangelizadora proyectada, y en 1555 se
internó de nuevo en la zona acompañado de Fray Andrés de López y algunos indios
auxiliares. Indefensos ante agresivos moradores, no pudieron resistir los ataques y
cayeron bajo las flechas enemigas. Las noticias sobre la matanza dieron como resultado
una sangrienta expedición punitiva organizada por los señores de la Verapaz y de la
región de Sacapulas. Este trágico episodio, que provocó consternación en la comunidad
dominica, pero permite observar el contraste entre la fatal imprudencia y precipitación
de Fray Domingo, y el lento y precavido acercamiento empleado con buen éxito por los
primeros artífices de la conquista evangélica. Con todo y ser igualmente pacífica, la
manera de Vico se diferenciaba fundamentalmente de la que preconizó Fray Bartolomé
de Las Casas y que seguían recomendando sus más fieles continuadores.

Fue más evidente este desvío del espíritu inicial en la actitud de los religiosos
dominicos frente a los indios lacandones, asumida algunos años después. Estos
indígenas, particularmente belicosos, organizaban a menudo correrías devastadoras en
las zonas ya sometidas, y la Audiencia no vaciló en apelar al recurso de la guerra contra
tales peligros. La Corona, por su parte, invitaba a los religiosos de la Verapaz a
ocuparse también de la pacificación y cristianización de estos otros indios de acuerdo
con la misión que les había sido encomendada. Dicha invitación se venía repitiendo
desde 1553, y ella motivó quizás la empresa desgraciada de Vico en el país de los
acalaes, el cual constituía una etapa obligada en la penetración por ese lado al territorio
de los lacandones. Otra tentativa se llevó a cabo por el lado opuesto, directamente desde
Chiapas, y se organizó por iniciativa de Fray Tomás Casillas, sucesor de Las Casas en la
diócesis. No se conocen muchos de sus detalles, pero se sabe que terminó en un abierto
fracaso y que se registraron muchas víctimas.

Ante tal situación, el Consejo de Indias cambió completamente su política y acabó por
autorizar el empleo de la fuerza para reducir de una vez por todas a los lacandones. Una
real cédula de 1558 sugería expresamente la solución guerrera en caso necesario, y
autorizaba que los indios capturados fueran hechos esclavos. Estas disposiciones
extremas resultan un tanto sorprendentes y quizás se deban colocar en la perspectiva de
una cierta regresión de la influencia general lascasiana en aquellos años difíciles de
cambio de reinado. No obstante, se puede comprender mejor la posición de la Corona si
se toma en cuenta que los propios dominicos de la Verapaz habían pedido el recurso de
las armas con la mayor insistencia. En su capítulo provincial de enero de 1558, por
ejemplo, declararon solemnemente que este medio no sólo era lícito, sino que se
imponía como una obligación de conciencia, y que el Rey debía proteger a sus súbditos
contra las agresiones de que eran víctimas, lo que implicaba `destruir totalmente' a los
lacandones.

Los religiosos no fundamentaban su posición en la infidelidad, o la barbarie de aquel


pueblo, con lo cual evitaban mencionar entre las posibles causas de guerra las mismas
que Las Casas había anatematizado en sus escritos. Sin embargo, al proponer la
exterminación de los lacandones se alejaban radicalmente de los principios humanitarios
de Fray Bartolomé y del espíritu que había prevalecido en la fundación de la Verapaz.
Si se parte de dicha premisa, resulta interesante observar que aquella decisión extrema
que afectaba la esencia de la conquista pacífica de la Tierra de Guerra, no debe
considerarse propiamente como el fracaso de un método que nunca dejara de aplicarse,
sino más bien como el resultado de un desvío fundamental de parte de los pocos
herederos leales del ideal lascasiano. No se puede, por lo tanto, imputarle
retrospectivamente a Las Casas el fracaso de una pacificación que él hubiera conducido
de modo muy distinto.

De la campaña militar organizada en 1559 bajo el mando del Oidor Ramírez de


Quiñones, la cual contó además con autorización de la Corona y la aquiescencia de los
dominicos, basta decir aquí que resultó costosa y de resultados modestos, ya que los
lacandones y sus vecinos, los tupiltepeques y puchutlas, fueron en efecto derrotados,
pero lograron reagruparse pronto en sus regiones lacustres de difícil acceso. El empleo
de la fuerza no tuvo el éxito esperado, mas era evidente el daño que se causaba al ideal
de la conquista evangélica en su propio campo de experimentación. Fácil es adivinar el
sentimiento de los pioneros de la Verapaz, Las Casas y Angulo, ante la ruptura de los
métodos de sometimiento pacífico, puestos en práctica anteriormente bajo su impulso.

En los años siguientes, sin embargo, tupiltepeques y puchutlas fueron desplazados y


reducidos sin violencia. Respecto de los puchutlas, ello se consiguió por la audaz
intervención de un dominico de Chiapas, Fray Pedro Lorenzo, cuyo celo no fue
precisamente aprobado por sus hermanos de hábito. Los lacandones, en cambio, no
tuvieron su propio apóstol, aunque es probable que su reducción pacífica hubiera
resultado más difícil. Una nueva tentativa militar se llevó a cabo en 1586, pero no con
mayor éxito que la de 1559. De hecho, la historia de las relaciones con este aguerrido
pueblo ofrecería todavía muchos otros episodios que nunca resultaron plenamente
decisivos en cuanto a su supervivencia, hasta el fin de la época colonial y aún más tarde
(véase el siguiente ensayo `Los Lacandones e Itzaes,' de Didier Boremanse).

En la región del Golfo Dulce, cuyos habitantes, los choles, vivían en pequeñas
comunidades diseminadas y poco accesibles, los esfuerzos de reducción empezaron
desde Cobán, una vez concluida la pacificación de los kekchíes y pokomchíes
(poqomchi'es) en el corazón de la Verapaz. Fray Domingo Vico, futura víctima de los
acalaes, fundó allí, entre 1550 y 1552, los pueblos de Xocoló y Polochic, y poco
después otros indígenas fueron desplazados e incorporados a los lugares pokomchíes de
Tucurú y Tamahú. Sin embargo, no todas estas acciones tuvieron éxito definitivos. Por
ejemplo, los nuevos pueblos de las zonas bajas, talvez a causa del clima o de los ataques
de los piratas, declinaron lentamente y terminaron por desaparecer en el transcurso del
siglo XVII.

A la actividad de los religiosos en la parte oriental de su territorio, en 1568 se añadieron


los proyectos de reducción de pueblos, impulsados por el Alcalde Mayor Casadavante,
quien procedía movido por el Obispo Cárdenas. Estos proyectos obedecían más a fines
estrictamente colonizadores que a preocupaciones evangélicas, y sus resultados también
fueron efímeros.

En la zona situada más allá de Cahabón fue donde los religiosos concentraron sus
esfuerzos y dieron muestras de la mayor perseverancia en sus propósitos. Era
precisamente la zona ocupada por los manchés, que constituían un pueblo chol. Los
primeros contactos con este pueblo comenzaron en la época de Cárdenas, pero fueron
suspendidos al cabo de poco tiempo. A fines del siglo XVI, continuaron por iniciativa
de Fray Pedro Martínez y Fray Juan de Esguerra. También intervinieron el Obispo
Fernández Rosillo y su hermano, el Alcalde Mayor Fernández Pareja, mientras que el
Presidente Alonso Criado de Castilla aprobaba una serie de medidas en apoyo de la
política del contacto pacífico con los indios. Limitada hasta entonces a unas simples
relaciones fronterizas, la empresa, empero, no podía progresar realmente, a no ser que
los misioneros desafiaran todos los peligros y se decidieran a llegar hasta el corazón de
los sectores insumisos.

Así lo hizo precisamente Esguerra con su nuevo compañero Fray Salvador Cipriano, en
1603 y 1604. Después de llegar al pueblo de Cucul, cuyos habitantes fueron
rápidamente catequizados y bautizados, los religiosos dieron una gran vuelta que los
condujo hasta otros seis lugares de la propia región del Manché, en el centro del país.
Las campañas siguientes estuvieron a cargo de Cipriano, acompañado sucesivamente
por los frailes Alejo de Montes y Bartolomé de Plaza, y se orientaron a la reducción y
evangelización de los pueblos recién descubiertos. Los peligros, sin embargo, se
multiplicaban por la proximidad de los pueblos hostiles. Después de una interrupción de
varios años, atribuible probablemente a la muerte de algunos misioneros, se llevó a cabo
el relevo, alrededor de 1618, en la persona de Fray Gabriel Salazar, quien recibió la
ayuda de Fray Francisco Morán y de otros cuatro religiosos. Se descubrieron nuevos
pueblos y se administraron numerosos bautismos. En 1625 el proceso de reducción se
consideró suficientemente avanzado como para que las autoridades temporales tomaran
posesión de la nueva provincia. Y de esa cuenta, en 1628 los dominicos decidieron
erigir en vicaría la totalidad del Manché, y confiaron el cargo de vicario a Fray
Francisco Morán. Así se organizaba esta misión, tan precaria durante mucho tiempo,
sobre fundamentos aparentemente sólidos y estables. Sin embargo, tan sólo cinco años
más tarde casi no quedaba nada de ella.

Para prevenir los peligros que representaban sus vecinos del norte, los mopanes y los
ahitzaes, a cuya beligerancia se exponían las poblaciones ya reducidas y cristianizadas,
el Alcalde Mayor Martín Alfonso Tovilla, de acuerdo con Morán, fundó en el centro del
país del Manché, en 1631, el pequeño establecimiento colonial de Toro de Acuña, que a
la postre no pudo sostenerse. Mal abastecidos y demasiado aislados, los españoles
sufrieron un asalto y tuvieron que retirarse a Cahabón. Los indios se dispersaron y el
pueblo de San Miguel Manché fue destruido por un incendio. Transcurrieron muchos
años antes de que la actividad misionera volviera a reanudarse en el sector.

El período siguiente se caracterizó por una serie de pequeñas tentativas en varias


direcciones, en que se mezclaban los procedimientos persuasivos y los medios
coercitivos. Se trataba más bien de exploraciones (conducidas ora por religiosos, como
Salazar o Morán, ora por alcaldes mayores, como Velasco o Villaquirán) que de
verdaderos intentos de reducción o de fundación de pueblos. Muchas de estas
operaciones, además, no pasaron de la etapa de simples proyectos y pronto se
abandonaron.

La verdadera reanudación de las empresas misioneras en el territorio de los choles y de


los manchés data de 1672-1673. Sin embargo, en este caso la principal dificultad no
consistía tanto en adentrarse en esos territorios como en cristianizar a los habitantes de
manera permanente. Fray José Delgado, Fray Francisco Gallegos y otros religiosos
lograron por entonces reconstruir ciertos pueblos y reemprendieron pacientemente una
evangelización de la que ya no quedaban más que vestigios. Pero a fines de 1677, en
ausencia de los frailes, una nueva sublevación estalló en el centro del Manché y provocó
el abandono de los pueblos que se habían reagrupado recientemente.

Un poco más tarde, una nueva tentativa de Delgado resultó todo un fracaso. En 1685 se
produjo un intento de agrupamiento de los naturales, el cual estuvo bajo la dirección del
Provincial Fray Agustín Cano. Empezada con buenos auspicios, la reducción tuvo que
interrumpirse porque los religiosos se enfermaron. Cada vez más convencidos de su
impotencia, los dominicos acudieron en 1689 al desplazamiento de pequeños núcleos de
pobladores hacia una región anteriormente cristianizada. Así se fundó el pueblo chol de
Santa Cruz, en un lugar cercano a Rabinal. A las diversas tentativas de los frailes
dominicos podrían añadirse algunos intentos de reducción, en especial entre los
lacandones, llevados a cabo por los mercedarios y franciscanos de Guatemala. Los
resultados de tales proyectos también fueron modestos, temporales o francamente
decepcionantes.

La Corona, por su parte, no había dejado de reiterar las órdenes y estímulos


correspondientes, y de esa guisa y en ejecución de una cédula real de 1692 se
organizaron grandes expediciones con el fin de reducir definitivamente todos los
sectores insumisos. Los militares debían acompañar a los misioneros en tales
expediciones, pero únicamente para protegerlos. Las nuevas campañas se iniciaron en
1695 y dieron como resultado la instalación de un pequeño grupo de soldados y unos
cuantos religiosos en el territorio de los lacandones, más una modesta reactivación de
las tareas evangelizadoras entre los choles y manchés, y el reconocimiento de un
itinerario hacia Petén.

En el año siguiente, un pequeño grupo de soldados que se había adelantado


imprudentemente hasta el país de los ahitzaes fue atacado por sorpresa y aniquilado.
Dos dominicos, Fray Cristóbal de Prada y Fray Jacinto de Vargas, a quienes los
soldados servían de escolta, fueron sacrificados cruelmente. Este desastre trajo como
consecuencia la interrupción inmediata de las expediciones. Prosiguieron, sin embargo,
los desplazamientos de los choles, pero esos traslados forzados eran mal vistos y
difícilmente aceptados por la población afectada. Entre tanto, la Corona instó a
proseguir las reducciones. En 1697 la situación cambió de modo sensible a
consecuencia de una campaña decisiva del Gobernador de Yucatán, Martín de Ursúa,
quien concluyó la conquista del Petén y la sumisión de los ahitzaes. Del lado de
Guatemala, las últimas operaciones con participación de los misioneros se llevaron a
cabo en 1698 y 1699, con el objeto de consolidar los resultados obtenidos.

Tras aquel período de reiteradas intervenciones, las reducciones se suspendieron casi en


su totalidad. Petén estaba demasiado lejos y los dominicos cedieron el sitio a sacerdotes
regulares venidos de Yucatán. Entre los lacandones se emprendieron varios traslados de
población con los consiguientes efectos negativos para los indígenas. Después no hubo
más que rarísimas acciones individuales y aisladas, pero aquellos pueblos, poco menos
que irreductibles, ya no representaban más que pequeños núcleos poblacionales en
constante disminución.

Si se echa una mirada de conjunto sobre las empresas de conquista más o menos
pacífica, en las cuales los dominicos de la Verapaz participaron desde el siglo XVI hasta
el siglo XVIII, se tiene que admitir, sin minimizar los resultados, que contrastan
fuertemente con los claros éxitos iniciales conseguidos por Las Casas y sus compañeros.
Si los continuadores de Fray Bartolomé fueron menos afortunados que él, fue sin duda
por las grandes dificultades que las regiones periféricas y sus hoscos habitantes ofrecían
a la penetración y al establecimiento de relaciones firmes. Pero también es probable que
los medios empleados no fueran los más apropiados para lograr los fines que
perseguían. El espíritu evangélico, pese a sus fluctuaciones, se mantuvo vivo entre los
misioneros. Se observa simplemente que la conquista pacífica, tras unos principios tan
prometedores, no volvió nunca a contar en Verapaz con la conjunción de circunstancias
tan favorables y con la fuerte voluntad de un campeón excepcional.

Tutela y apostolado

La actividad de los religiosos de la Verapaz respecto a la civilización y cristianización


de los indígenas no se distingue mucho de las demás misiones españolas en América.
Sin embargo, las condiciones locales, las circunstancias singulares de su fundación y
ciertas dificultades exteriores, dieron a esta colonización una fisonomía bastante
peculiar. Aunque conservó durante mucho tiempo el carácter abierto de una misión
viva, la Verapaz se perfiló desde mediados del siglo XVI como una organización
sedentaria en una circunscripción bien determinada, dentro de la cual los dominicos, con
el apoyo más o menos activo de la administración temporal, asumieron lo esencial de la
tarea evangelizadora y civilizadora. Si se consideran en principio los medios con que
contó la acción misional, se hace necesario examinar, por una parte, la organización de
la misión: su estructura, efectivos y recursos; y por otra, parece útil considerar los
procedimientos que condicionaron dicha acción: esfuerzo lingüístico, concentración de
la vivienda, defensa de la población.

Al principio, los religiosos no disponían de un establecimiento permanente, pero ello


cambió pronto gracias a la fundación del convento de Cobán en 1552, en el centro
geográfico y estratégico de la reducciones. En los pueblos circunvecinos sólo hubo,
durante mucho tiempo, algunos sacerdotes itinerantes. Este estado de cosas mejoró en el
siglo XVII con la instalación de curas residentes, aunque algunos lugares de escaso
vecindario dependían de parroquias a veces muy alejadas. En cuanto a las condiciones
de subsistencia y acción de los misioneros, es preciso distinguir también entre los
inicios, obligadamente difíciles, cuando ellos sólo podían satisfacer precariamente sus
necesidades, y el momento en que ya instalados, pudieron organizar su vida sobre
sólidas bases materiales, con los socorros oficiales, que nunca faltaron, y las crecientes
contribuciones de los habitantes.

Para poder comunicarse con los naturales, los religiosos debían aprender los idiomas de
la región. No faltan testimonios sobre los esfuerzos realizados por ellos en el estudio y
aprendizaje de las lenguas vernáculas. El kekchí, del que los frailes llegados a Cobán en
1544 tenían acaso algunas nociones, fue rápidamente dominado al año siguiente por
Fray Domingo Vico, autor de numerosos tratados lingüísticos y obras de
evangelización. Un poco más tarde, Fray Francisco de Viana compuso en pokomchí
varios escritos didácticos. Tras estos dos pioneros, sería larga la lista de los religiosos
versados en los idiomas de la Verapaz. No es menos cierto que muchos misioneros no
eran capaces de alcanzar un dominio suficiente de esas lenguas y cabe sospechar, por
otra parte, que los esfuerzos iniciales, andando el tiempo, no fueron sostenidos con el
mismo entusiasmo.

Para que la acción civilizadora y apostólica resultara eficaz era necesario, además,
agrupar a las poblaciones, generalmente dispersas y seminómadas. A partir de Rabinal,
fundado durante el período preparatorio en la región de Tequecistlán para servir de base
de operaciones, los religiosos, a medida que penetraban en la Tierra de Guerra,
procedían, no sin dificultades, a la congregación o reducción de los naturales en
localidades más o menos parecidas a las de España, con sus calles trazadas a cordel, su
plaza central y su iglesia. Estos nuevos poblados recibían sus tierras de labrantío y sus
ejidos, al tiempo que se construían las viviendas. De este modo, con la ayuda de los
señores amigos, cuya colaboración habían sabido ganarse los dominicos, fundaron
primero los pueblos de Chamelco y Cobán en el territorio kekchí, y agruparon en unos
sitios apropiados a la población local diseminada. Más tarde, esos núcleos iniciales
fueron ensanchados con la adición de nuevos barrios destinados a acoger a ciertos
grupos étnicos trasplantados, de procedencia a veces lejana. Así, en Cobán, elegido por
los religiosos como cabecera de su Verapaz, y colocado de propósito bajo la invocación
de Santo Domingo, se fundaron varios barrios: Santa María Madgalena, Santo Tomás,
San Juan, San Bartolomé... poblados de acalaes, lacandones y otros elementos
transferidos de regiones todavía no controladas del todo.

Ya se hizo referencia a una información de 1545, hecha en presencia de Las Casas, en la


que se mencionaba, además de Cobán y Chamelco, a los pueblos de Patal, Jatic (Tactic)
y Tucurú, los dos últimos ya en zona pocomchí. Unos 30 años despúes (1574), según
una relación de los dominicos de la Verapaz, las fundaciones alcanzaban ya el número
de 15, de las cuales seis estaban en zona kekchí (Santo Domingo Cobán, San Juan
Chamelco, San Pedro y Santiago Carchá, San Agustín Lanquín, Santa María Cahabón,
San Lucas Zulbén), y nueve en el sector pocomchí y la región del Golfo Dulce (Santa
Cruz Manché, San Cristóbal Cacoj, Santa María Tactic, San Esteban Tamahú, San
Miguel Tucurub, Santa Cruz Cahaboncillo, San Pablo (?), San Andrés Polochic, San
Matheo Xocoloc). Sin embargo, los poblados más alejados (Zulbén y los cuatro
últimos) fueron abandonados andando el tiempo, de modo que, en total, fueron 10 los
pueblos estables fundados en la vieja Tierra de Guerra transformada en Verapaz. Según
la relación de 1574 contaba entonces la Provincia con más de 3,000 tributarios, pero de
este mismo documento se desprende que 13 años antes había 7,000. La población
empadronada acusaba, pues, un fuerte descenso, y esta tendencia, debida en lo esencial
a epidemias y períodos de hambre, se fue acentuando cuando menos hasta fines del
siglo XVI, antes de invertirse en el XVII y sobre todo en el XVIII, cuando la Verapaz
volvió a alcanzar y hasta superar su población inicial. En cuanto a la defensa del
territorio de misión contra los peligros exteriores, en especial contra las incursiones de
los piratas, ella consistía sobre todo en la protección de los accesos, es decir, de las
costas y de la entrada del Golfo Dulce. Pero más que a los propios religiosos, esta
función incumbía a las autoridades civiles y militares, las cuales, según algunas
relaciones, no la desempeñaron con toda la diligencia deseable.

En relación con los fines específicos de la acción misionera, conviene detenerse en


primer lugar en las actividades de orden temporal, siempre inseparables de la función
espiritual. Las condiciones geográficas de la Verapaz (clima húmedo, lluvias
intermitentes, selva densa) no eran muy favorables, en conjunto, para el
aprovechamiento fácil de la mano de obra indígena. De hecho, la explotación de este
territorio fue siempre difícil, sobre todo porque no había verdaderos colonos. No
obstante, se lograron bastantes progresos, principalmente en la agricultura, merced al
perfeccionamiento de los aperos de labranza, a la extensión de las zonas arables y al
desarrollo de ciertos cultivos, como el cacao, el algodón o la caña de azúcar. Nuevos
oficios mecánicos se añadieron a la artesanía tradicional, y los intercambios
comerciales, modestos durante mucho tiempo, no dejaron de beneficiarse con todas
estas mejoras. Sin embargo, aunque la población pudo disponer de mayores recursos, es
difícil medir los progresos efectivos de la condición material de los naturales, sujetos a
pesados tributos y contribuciones, y obligados a realizar largas jornadas comerciales en
beneficio de los propios frailes.

En cuanto a la acción civilizadora y humanitaria, los religiosos, con la ayuda de las


autoridades temporales, trataron de proporcionar a los indios elementos de educación a
la vez individual, familiar y social y en especial, se empeñaron en enseñarles a luchar,
no sin grandes dificultades, contra los vicios o malas costumbres (embriaguez,
desórdenes sexuales) a que los aborígenes solían entregarse. Para la instrucción de los
niños, aspecto fundamental en la obra civilizadora, se abrieron algunas escuelas desde el
siglo XVI, y en el siglo XVIII todos los pueblos tenían la suya. Pero el número de
alumnos fue siempre muy reducido, y el nivel de la enseñanza no pasaba de algunos
rudimentos de aritmética, lectura y escritura. Estos fueron resultados modestos, aunque
no inferiores a los de las demás misiones del Nuevo Mundo.

En cuanto a la cristianización, fin principal de toda la actividad misional, se puede decir


que no se destacaba por sus métodos ni por sus buenos resultados. La catequización
propiamente dicha suponía la extirpación de la idolatría. Los religiosos se esforzaron
desde el principio en conocer las creencias y los ritos indígenas, y trataron de
desarraigarlos uniendo para ello la autoridad con la persuasión. Paralelamente a esta
lucha contra el paganismo, la predicación del Evangelio, inspirada en tratados de uso
corriente entre los dominicos e iniciada desde los primeros contactos mediante el
atractivo del canto y la música, parece haber sido bien recibida por los naturales. Sin
embargo, sólo más tarde, con la fundación de las parroquias, la enseñanza religiosa
pudo organizarse de forma regular, con la ayuda más o menos eficaz de catequistas
indios.

La administración de los sacramentos no dejaba de plantear, como en todas las Indias,


algunos problemas específicos. El bautismo de los adultos exigía una larga preparación,
por lo demás conforme con la tradición dominica, pero los riesgos de apostasía no se
eliminaron del todo. La confirmación, teóricamente reservada a todos los bautizados,
sólo muy de tarde en tarde podía administrarse, dada la ausencia de obispos. La
penitencia enfrentaba obstáculos como las supervivencias religiosas prehispánicas, la
insuficiencia de los efectivos eclesiásticos o la escasa preparación lingüística de muchos
confesores. En Semana Santa se administraba la confesión normalmente acompañada
por la comunión, que raras veces era administrada en otras ocasiones. El matrimonio
cristiano suponía ciertos cambios en prácticas muy arraigadas, como la poligamia y las
uniones consanguíneas, así como la preservación de la libertad para decidir y elegir.
Finalmente, la extremaunción, a pesar de los esfuerzos de los religiosos, chocaba muy a
menudo con la incomprensión o el temor de los naturales.

Para iniciar y mantener a sus fieles en la práctica religiosa, los misioneros se valieron
sobre todo de los atractivos del culto cristiano y de la liturgia católica. Las iglesias de la
Verapaz se distinguían por la abundancia y la riqueza, al menos relativas, de su
ornamentación, acordes con cierta solemnidad de los oficios y brillo de las ceremonias.
Todo este aparato era sin duda indispensable, pero también se corría el peligro de
distorsionar, por confusión entre lo esencial y lo accesorio, la noción que de lo sagrado
pudieran tener los indígenas. No es fácil, en definitiva, hacerse una idea exacta de la
calidad de su devoción, pero es evidente que la cristianización de la Verapaz, por más
lograda que pareciera, no podía desembocar, como por milagro, en la implantación
inconmovible de una religión ejemplar.

Del mismo modo, sería bastante difícil formular un juicio completamente justo sobre el
conjunto de actividades de los misioneros de la Verapaz. Cierto es que las esperanzas
puestas por los pioneros en su empresa de conquista pacífica no se realizaron
plenamente. Pero mientras Las Casas y sus compañeros habían visto su voluntad y su
habilidad favorecidas por las circunstancias, los que vinieron tras ellos, talvez menos
capaces o menos atentos al ideal de los fundadores, se encontraron con obstáculos sin
duda no previstos por quienes les precedieron. En todo caso, con sus éxitos relativos y
sus fracasos casi inevitables, la misión dominica de la Verapaz, ejemplo notabilísimo de
la difícil conciliación entre el espíritu evangélico y las duras realidades de la
colonización, queda como un apasionante tema de estudio para el historiador de la
América española.
DIDIER BOREMANSE

Los Lacandones e Itzaes

Introducción
En el momento de la Conquista, el territorio ubicado entre México y Copán (Honduras),
en una franja que atraviesa la cuenca de los ríos Usumacinta y de La Pasión, estaba
ocupado por grupos de lengua chol; mientras que al este y norte de estos ríos, en el
Petén y al norte de la península, se hablaban variantes del yucateco. Los indios de la
Laguna de Términos (Tabasco) hablaban chontal. En los alrededores de Palenque se
hablaba y se sigue hablando el chol, mientras que los habitantes de la selva lacandona
en Chiapas utilizaban una variante del chol, el choltí. También en la región del Manché,
próxima al Golfo de Honduras, se hablaba el chol, pero en un dialecto diferente al chol
de Palenque. Por último, en el este de Guatemala y en la región de Copán, se usó la
lengua chortí. El chontal, chol, choltí y chortí formaban una familia lingüística diferente
a las de las Tierras Altas del área maya y de las variantes yucatecas que se hablaban al
este del Río Usumacinta y norte del Río de La Pasión. No se sabe si los habitantes del
Petén hablaban el yucateco durante el Período Clásico, o si esta lengua les fue impuesta
por los itzaes que emigraron durante el Período Postclásico, de Yucatán a la selva,
donde sometieron a una parte de las sociedades autóctonas. En todo caso, parece ser que
a partir del siglo XVI, el territorio que comprendía el sudeste de Campeche, el sur de
Quintana Roo, el oeste de Belice hasta los ríos Usumacinta y de La Pasión, estaba
habitado por pueblos cuya lengua y cultura estaban emparentadas con las de Yucatán.
No fue sino años después que pequeños grupos de refugiados que hablaban los dialectos
yucatecos penetraron en la región situada al sudoeste del Usumacinta (véase Ilustración
179).

El término Petén o Patén, que significa `isla' en maya yucateco, se refería en su origen a
las islas del Lago Petén Itzá, situado en el centro del Petén, donde los itzaes se
establecieron y permanecieron hasta su reducción por los castellanos en 1697. El
término se aplicó más tarde a todo el territorio dominado por los itzaes y sus aliados, y
posteriormente al Departamento septentrional de Guatemala. Según las crónicas, la
población del Petén se dividía en varios grupos políticos, enemigos o aliados según las
circunstancias. Los itzaes guerreaban a menudo, por ejemplo, contra sus vecinos los
chinamitas, con los que compartían muchas costumbres; efectuaban incursiones unos
contra otros, y sacrificaban y se comían a sus respectivos prisioneros. Asimismo, los
itzaes estaban en guerra contra los lacandones de lengua choltí. Comerciaban con los
quehaches y los habitantes de Tipú para obtener utensilios de metal, a cambio de
textiles. Los antepasados de los actuales lacandones, que emigraron a Chiapas,
pertenecían al área lingüística yucateca y no deben confundirse con los lacandones de
lengua choltí, de los que se ocupa este ensayo.

A mediados del siglo pasado, A. de Escobar y C.

H. Berendt establecieron la distinción entre los `lacandones occidentales' y los


`lacandones orientales'. El territorio de los primeros estaba ubicado entre el este de
Chiapas y la Provincia de Verapaz. Hablaban un dialecto del chol y no tenían contacto
alguno con los blancos, los mestizos o con los `lacandones orientales' que les temían y
evitaban. Estos últimos hablaban un dialecto yucateco y ocupaban la región que se
extiende `desde las montañas de Chamá, a un día y medio de Cobán, a lo largo del río
de La Pasión, hasta el límite del Petén e incluso más allá'. Eran pacíficos, al contrario de
los `lacandones occidentales', que efectuaban incursiones contra los pueblos de indios
cristianizados. Los `lacandones orientales' se denominaban a sí mismos Hach Winik (los
`Verdaderos Hombres') y viven en la actualidad al oeste del Río Usumacinta. Por una
confusión etnológica y etnohistórica han heredado el nombre de `lacandones', y también
porque a veces se da a las tribus desconocidas el nombre del territorio que ocupan. El
término `lacandón' denota, en efecto, un área geográfica y no una entidad cultural
precisa.

Los Lacandones
En el tiempo de la Conquista existía en el sur de la selva de Chiapas una pequeña
sociedad de indios aguerridos y temidos por los otros grupos indígenas. De ellos, una
parte habitaba en un pueblo asentado en un islote rocoso del Lago Miramar, llamado
Lacam Tum, expresión maya que significa `roca grande' o también `piedra enorme'.
Este nombre se daba también al lago y al territorio controlado por los habitantes de la
isla. En la actualidad se nombra así a un gran río de la región, el Río Lacantún. Hernán
Cortés oyó hablar de los indios de Lacam Tum cuando, en 1525, efectuó su viaje por
tierra a Honduras para reprimir la rebelión de Cristóbal de Olid. Dichos indios tenían la
fama de efectuar sangrientas incursiones contra los señoríos vecinos, sin duda con el fin
de obtener víctimas para los sacrificios. En 1530, Alonso Dávila dirigió una expedición
que salió de la villa de Comitán y esperaba llegar a la región chontal. Los españoles
penetraron en la selva y a una distancia de más de 30 leguas de Comitán encontraron el
lago. Cerca de la orilla estaba la isla y el pueblo de Lacam Tum, compuesto por unas 60
casas blancas y espaciosas, según cuenta el historiador Gonzalo Fernández de Oviedo y
Valdés. Los conquistadores construyeron una pequeña embarcación, a bordo de la cual
llegaron hasta la isla una docena de hombres y dos caballos, pero cuando los indios
vieron a los jinetes sobre las bestias huyeron en sus canoas, presos de pánico,
llevándose todo lo que pudieron. Los españoles siguieron hacia el norte, hasta llegar a
Tenosique.

Sin embargo, los habitantes de Lacam Tum continuaron sus incursiones contra los
pueblos de indios colonizados. En 1552 atacaron dos pueblos situados a 15 leguas de
Ciudad Real (hoy San Cristóbal de Las Casas), donde apresaron y asesinaron a muchas
personas. Sacrificaron a los niños en los altares, al pie de la cruz en las iglesias y les
arrancaron el corazón. Mancharon con sangre las sagradas imágenes. Francisco
Ximénez afirma, por su parte, que se ha exagerado mucho la frecuencia de tales
incursiones. En 1555, estos mismos indios asesinaron a flechazos a dos padres
dominicos de la misión de Cobán.

La expresión maya Lacam Tum se españolizó y se convirtió en `Lacandón'. Pronto este


término sirvió para nombrar a cualquier grupo de indios no cristianizados y rebeldes.
Fue sinónimo de `pagano', `salvaje' o `caníbal', y se aplicó sin discriminación a todas las
sociedades que ocupaban la región comprendida entre Tenosique, Palenque, Ocosingo,
Comitán y el Río Chixoy.

Intentos de reducción

En 1559, los españoles decidieron someter definitivamente a los `lacandones'. Para


lograrlo, un ejército al mando de Pedro Ramírez de Quiñones recorrió en 15 días la
distancia que separaba Comitán de Lacam Tum. Los conquistadores y los numerosos
guerreros indígenas que los acompañaban tomaron por asalto la isla rocosa e hicieron
150 prisioneros, entre los que se encontraban el cacique y el gran sacerdote. También
murieron numerosos `lacandones' y los sobrevivientes lograron huir en canoa. Los
españoles saquearon las casas antes de incendiarlas, después marcharon en busca de
otros pueblos insumisos, entre ellos el pueblo de Totiltepeque, ya deshabitado pero
lleno de víveres. Aquí se avituallaron y luego lo destruyeron. Después descubrieron un
tercer pueblo, Pochutla, también situado en una isla en medio de un lago,
probablemente el Lago Ocotal, según Jan de Vos. En unas embarcaciones construidas a
toda prisa se acercaron a la isla, pero los habitantes, aterrorizados por los arcabuces,
huyeron en cayuco hasta llegar a la orilla opuesta y se dispersaron por la selva.

Poco después de la expedición mencionada, los habitantes de Totiltepeque aceptaron la


invitación de los frailes dominicos y se fueron a vivir bajo su protección a la Provincia
de Verapaz. Otro grupo se estableció en Ocosingo. En 1564, el famoso misionero Pedro
Lorenzo convenció al cacique de Pochutla de la conveniencia de instalarse en el mismo
pueblo con casi toda su gente. A otros indios choles que vivían dispersos en la selva los
redujeron en los pueblos de Palenque, Tila y Tumbala.

Los acontecimientos siguieron un curso parecido y aparentemente a finales del siglo


XVI casi todos los habitantes de la selva lacandona estaban sometidos al dominio
español, excepto los de Lacam Tum, que volvieron a su isla. En efecto, éstos fueron
encontrados el 2 de marzo de 1586 por otra expedición al mando de Juan de Morales
Villavicencio. Esta expedición duró de febrero a julio y fue especialmente destructiva,
pero no logró su propósito, que era reducir y llevar fuera de la selva a los ocupantes de
Lacam Tum. Cuando éstos se dieron cuenta de la impotencia de sus flechas ante las
armas de fuego de los invasores, abandonaron la isla, se dirigieron en cayuco a la orilla
septentrional del lago y desaparecieron en la selva. Los españoles trataron de
perseguirlos, pero los indios les tendieron una emboscada y lograron escapar. Entonces
los invasores arrasaron más de 100 plantaciones. Quemaron las reservas de maíz, los
frutos y las legumbres, y destruyeron las chozas donde dormían los indios en la
temporada de labranza.

A principios de julio de 1586 y antes de replegarse hacia Ocosingo, los soldados


devastaron el pueblo de Lacam Tum, y no dejaron piedra sobre piedra, ni árbol alguno.
Como símbolo de su `victoria' erigieron una gran cruz de madera sobre el islote rocoso,
desierto y calcinado. En noviembre del mismo año, Morales Villavicencio envió a unos
indios de Totiltepeque, reinstalados en Ocosingo, a explorar el territorio lacandón,
donde no encontraron rastros de presencia humana en torno al lago ni en la isla, aunque
la cruz había desaparecido. Todo parece indicar que a partir de ese momento los fieros
guerreros de Lacam Tum, nunca sometidos, prefirieron abandonar su pueblo lacustre.
Los lacandones se establecieron al sudeste del Lago Miramar, a unas cinco leguas de la
confluencia del Río Ixcán con el Jatate inferior, donde este último toma el nombre de
Río Lacantún, en una llanura abatida por los vientos y cubierta de pastos.
Continuamente regresaban al lago para pescar, recoger la resina de copal en las colinas
vecinas y la savia de ciertos árboles que servía para hacer los tintes rojo y negro con los
que teñían sus vestidos. Los lacandones de lengua choltí estuvieron casi un siglo fuera
del alcance de los soldados y de los misioneros españoles. Continuaron sus incursiones
contra los pueblos de indios cristianizados, a fin de obtener víctimas para sus sacrificios.
En 1609 realizaron una incursión en territorio ixil, muy cerca de Chajul, y capturaron un
número indeterminado de personas. Entre los prisioneros se encontraba un niño de unos
nueve años que no fue sacrificado y vivió entre los lacandones hasta 1631, año en que
escapó y regresó a su pueblo natal. Martín Alfonso Tovilla, Alcalde Mayor de la
Provincia de Verapaz, tuvo ocasión de interrogarlo con la ayuda de dos intérpretes, y
dedujo que los lacandones ocupaban los pueblos Cagbalán y Culuacán, que tenían 300 y
400 casas, respectivamente. Estas dos comunidades se aliaban para hacer la guerra
contra los itzaes, mantenían relaciones comerciales con los indios de Tabasco que los
abastecían de machetes y hachas de metal, y estaban dirigidas, cada una, por cuatro
caciques y un sacerdote, cuyos nombres también recogió Tovilla. Obtenían la sal para
su consumo diario en las minas situadas no lejos del Río Chixoy. Necesitaban 17 días
para llegar a Verapaz por la vía terrestre y fluvial, y 35 para llegar a Tabasco.

Reducción de los lacandones

No fue sino hasta 1695-1697 cuando los españoles derrotaron a las últimas sociedades
de las Tierras Bajas del norte de Guatemala, los lacandones y los itzaes, y finalizó así la
conquista de la región maya. Tres ejércitos penetraron en la selva en 1695 (véase
Ilustración 180). Uno salió de Ocosingo (Chiapas), otro de Cahabón (Verapaz) y un
tercero de San Mateo Ixtatán (Cuchumatanes). Este último fue el primero en llegar al
pueblo de Cagbalán, después de 30 jornadas de marcha. Fray Diego de Rivas, que tomó
parte en la expedición, describió la aventura, y Agustín Estrada Monroy transcribió y
publicó el relato. De hecho, el verdadero nombre de Cagbalán era Sac Balam y
probablemente proviene de Sac Balam te (`árbol del tigre blanco'), un gran árbol cuya
corteza contiene un jugo blanco como la leche y que en Chiapas recibe el nombre vulgar
de `Palo de Santa María' (Calophylbum brasiliense).

Es probable que Tovilla cometiera un error de transcripción, porque las fuentes de 1695
mencionan, sin posible equívoco, el nombre de Sac Balam y no Cagbalán.

Un celoso misionero, Fray Diego de la Concepción, acompañado por dos soldados y


siete indios, se adelantó al ejército y descubrió el pueblo a principios de abril, dos días
antes del Viernes Santo. Por esa razón rebautizó Sac Balam con el nombre de `Nuestra
Señora de los Dolores del Lacandón', en honor a la Virgen, e inmediatamente después
envió a un mensajero con una carta al resto de la expedición, que no tardó en unírsele.
Al llegar, los conquistadores encontraron el lugar completamente desierto, pues sus
habitantes se habían refugiado en la selva. El ejército que había salido de Chiapas llegó
dos semanas más tarde, pero el otro proveniente de Cahabón se perdió después de haber
llegado al Lago Petén Itzá, de donde tuvo que regresar a Guatemala. A fines de abril, la
tropa que ocupaba Dolores (Sac Balam), después de haber fortificado el pueblo, salió en
busca de los itzaes, pero no logró orientarse y regresó. Sin embargo, los indios
chiapanecos que acompañaban a los españoles lograron capturar a cinco lacandones, a
quienes trataron correctamente. Luego los enviaron con un fraile y una escolta en busca
del resto de la población. El 5 de mayo regresaron 80 hombres y 12 mujeres. A
mediados de mayo, habían vuelto al pueblo 400 lacandones, que se reinstalaron en sus
antiguos solares.

Después de varios intentos para encontrar el lago de los itzaes, el ejército aludido
regresó a Guatemala. Dejaron atrás una pequeña guarnición y tres misioneros
encargados de bautizar y enseñar la doctrina a los indios, pero a mediados de agosto los
frailes enviaron una carta a las autoridades militares de Guatemala en la que
denunciaban la falta de cooperación de los nuevos súbditos. En efecto, los lacandones
rehusaban vestirse a la europea, enviar a los niños al catecismo, renunciar a sus
prácticas religiosas o dejar de pintarse el cuerpo. Los frailes se proponían recurrir a la
fuerza para que los indios cambiaran de actitud. La carta mencionaba asimismo la
existencia de otros dos pueblos lacandones, localizados a cuatro jornadas de camino.
Fray Diego de Rivas fue y prometió a los habitantes de estos dos pueblos hachas y
machetes si aceptaban establecerse en Sac Balam.

Gracias a la guarnición compuesta por unos 30 soldados españoles, a los misioneros no


les costo romper la resistencia de los indios. Para controlar a la población, reagruparon a
los dos pueblos satélites en uno solo, pero Dolores (Sac Balam) siguió siendo la sede
(fortificada) de la misión. Obligaron a los lacandones a abandonar sus ritos `diabólicos'
y a entregar sus ídolos para quemarlos en un auto de fe. En 1696, la mayor parte de ellos
ya asistía a misa y a la doctrina cristiana, y se habían efectuado 200 bautizos. Después
de haber fracasado todo intento de rebelión, varias epidemias diezmaron a los indios y
la población, que en 1696 era de aproximadamente 700 personas, descendió a 415 en
1712.

Extinción de los lacandones

En 1708, los soldados descubrieron a unos indios de la tribu petenactes que vivían
dispersos por la selva, muy cerca del Río Usumacinta, a 50 leguas al noreste de Sac
Balam. Hablaban un dialecto yucateco y formaban un grupo heterogéneo compuesto por
elementos originarios del Petén, mezclados con fugitivos de Tabasco. Es posible que
entre ellos se encontraran los antepasados de ciertos lacandones actuales. Los españoles
lograron reducir a un centenar de dichos indios, 25 familias, y los reagruparon en un
pequeño pueblo agregado a la misión de Dolores. De tal manera, ésta estaba compuesta
por tres pueblos y dos etnias diferentes que no tardaron en confraternizar, y en 1712 se
informó que los petenactes aprendían la lengua (choltí) de los lacandones. A ambos
pueblos se les deportó juntos, en 1714, al Departamento de Huehuetenango y después se
les llevó hasta Retalhuleu, cerca de la Costa del Pacífico, donde su población siguió
disminuyendo como resultado de los cambios migratorios sucesivos. De todos ellos
unos murieron, en tanto otros se integraron a los pueblos de indios colonizados o
escaparon y regresaron a su tierra. De los restantes, los españoles tomaron a los hombres
para venderlos como esclavos y a las mujeres las llevaron a sus casas como sirvientas.

Según Karl Sapper, también se reinstalaron algunos lacandones en la Verapaz, porque


un informe de 1739 indica que no tenían tierras y estaban reducidos a esclavitud. En
cambio, los que a fines del siglo XVIII habían sido establecidos en Chamá fueron
trasladados a Cobán, donde sus descendientes siguieron hablando choltí hasta
comienzos del siglo pasado.

A principios del siglo XVIII, la población autóctona de habla choltí prácticamente había
desaparecido de la selva chiapaneca. Algunos grupos que lograron escapar al etnocidio
probablemente fueron absorbidos por los indios hablantes de la lengua yucateca que se
refugiaron en esta región a partir del siglo XVII. Algunos de estos fugitivos huían de la
opresión colonial de Yucatán; otros, llegados del Petén central, querían escapar del
dominio de los itzaes (conquistados en 1697, dos años después de la toma de Sac
Balam). No debe dudarse que los antepasados de los lacandones que viven actualmente
en Chiapas se encontraban entre dichos fugitivos.

La cultura de los lacandones

Este ejemplo de la cultura maya postclásica de las Tierras Bajas del sur (Petén), que
sobrevivió casi intacta hasta fines del siglo XVII, tiene un interés considerable porque
permite renovar nuestros conocimientos e ideas sobre la civilización maya clásica.

Respecto al aspecto físico e indumentaria de los lacandones se puede decir lo siguiente:


los hombres estaban pintados de negro, mas ello no era un adorno sino una protección
contra los mosquitos. Tenían el cabello largo y suelto, cortado en la frente, y algunas
veces se lo amarraban en la nuca. También llevaban una nariguera y las orejas
horadadas y atravesadas por un palo en el cual estaban clavadas unas espinas, que
usaban para sacar las que les entraban en los pies. Los plebeyos y los miembros de la
nobleza se vestían de diferente forma. Los primeros traían un taparrabo de corteza y una
casaca de manta sin mangas, mientras que el taparrabo de los nobles era de tela blanca,
muy fina. Estos, además, llevaban un jubón elegante de color blanco, sin manga ni
atador, con unas faldillas. Se ceñían a la cabeza una cinta con plumas de quetzal o de
guacamaya y tenían el labio inferior taladrado y adornado con alguna joya. Los días de
fiesta se ponían, para bailar, unos paños cuadrados con cordones y borlillas en cada
esquina.

Las mujeres llevaban una falda corta, tejida con hilos negros y rojos. Tenían el pecho
desnudo, pero algunas se lo cubrían con un paño y unas pocas, probablemente las de la
clase aristocrática, se ponían un jubón con faldillas. También se amarraban el pelo en la
base con una cinta de colores, pero con las puntas sueltas en la espalda. En las orejas
llevaban ya fuera un arillo, una pedrezuela, o una concha de ostión, o bien un palillo
como los hombres. Tenían también las narices horadadas y atravesadas por un canutillo,
o un arillo que las hacía ganguear. Los hombres no se separaban de su arco y sus
flechas, y algunos llevaban una lanza y una rodela de cuero de tapir.

Los lacandones practicaban la agricultura, la recolección, la caza y la pesca, y en sus


siembras cultivaban el maíz, frijoles, güicoy (calabazas), pimientos, tomates, camotes
(boniatos), mandioca, piñas, algodón y tabaco. En la selva recolectaban corazones de
palmito, cacao y miel de abejas sin aguijón (cuyas colmenas encontraban en los troncos
huecos de los árboles), así como numerosos frutos silvestres. En el asentamiento y en
sus huertas sembraban árboles frutales: zapotes, limoneros, bananos y caña de azúcar
(que introdujeron los españoles en Yucatán y que no tardó en propagarse por el
interior). Cazaban monos, venados, agutíes, conejos, tapires, iguanas, faisanes, loros y
otros pájaros. Los lagos y arroyos les proporcionaban peces, tortugas, cocodrilos,
camarones y almejas. A fines del siglo XVII, criaban gallinas y pavos, y tenían perros y
loros domésticos.

En el momento de la Conquista existían en Sac Balam (Dolores), unas 100 casas y


según el empadronamiento realizado por los misioneros, el promedio de habitantes por
casa era de siete personas. La población había disminuido considerablemente, casi en
dos tercios, si se compara con la estimación del indio de Chajul interrogado por Tovilla
60 años antes. Las casas de Sac Balam (Dolores) estaban cerca unas de otras, rodeadas
cada una por un pequeño huerto y árboles frutales, y los indios vivían allí casi todo el
año, pero se trasladaban al campo con su familia cuando las siembras maduraban y en el
momento de la cosecha. Las tareas de arar, sembrar y deshierbar eran ejecutadas
únicamente por los hombres. Desde la madrugada se iban al campo llevando una ración
de tortillas y atole, y no regresaban a la aldea sino hasta en la noche. De esta manera, en
función del ciclo agrícola, se alternaba una forma concentrada de asentamiento con otra
dispersa.

Las casas eran espaciosas, con varias habitaciones y una cocina. Estaban construidas de
madera y cubiertas con un techo de paja (o talvez de palma). Tenían tres lados cerrados
con paredes de varas y eran abiertas en la parte delantera. Unas plataformas grandes, en
las cuales podían dormir cuatro personas, servían de camas y estaban sólidamente
amarradas a estacas hundidas en la tierra. A su lado, a la misma altura, había unas como
cunas hechas de caña o de corteza, donde se ponía a los niños, de modo que la madre
pudiera amamantarlos en la noche sin levantarse. Las chozas en el campo eran más
pequeñas pero bien construidas y recubiertas de lodo. También tenían un granero para el
maíz, y un lugar para colocar alimentos, utensilios de cocina y recipientes, y había
pequeños barriles hechos de corteza de árbol, envueltos en hojas amarradas con bejuco,
donde guardaban el polvo negro que les servía para pintarse el cuerpo.

Entre los utensilios domésticos los habitantes de Sac Balam tenían ollas de barro
cocido, comales, piedras de moler y guacales que servían de recipientes. Por medio del
trueque habían adquirido herramientas de metal. Utilizaban buriles y martillos de
piedra, hachitas de jade muy bien trabajadas y el arco y las flechas como armas, éstas
colocadas en un carcaj. Con estos mismos propósitos usaban lanzas y cerbatanas. El
hacha y el machete les servían para los combates cuerpo a cuerpo. Para intimidar al
enemigo tocaban la flauta o una especie de pito y lanzaban gritos penetrantes.

Los indios de Sac Balam (Dolores) eran grandes fumadores, y el tabaco tenía una gran
importancia en su vida cotidiana y en sus rituales. Hacían una especie de `puro' llamado
`puquiete' (una combinación de pipa y puro o cigarrillo), con hojas de nance, recubiertas
de arcilla similar al ocre. Formaban así un pequeño recipiente que luego pintaban de
diversos colores y después lo llenaban de tabaco. Fumaban constantemente y encendían
un nuevo `puro' con la colilla del que terminaban e inclusive degustaban las cenizas que
dejaban caer sobre la lengua y se las tragaban.

Organización social

La organización sociopolítica de este pueblo se basaba en un sistema de linajes. Al


parecer la población estaba dividida en ocho linajes, cada uno con su propio jefe, cuyo
poder estaba en función del número de integrantes del linaje. Los nombres de los ocho
jefes o caciques lacandones mencionados por el indio de Chajul en 1631, son los
mismos que aparecen en el censo de 1696, de donde se puede colegir que estos jefes
llevaban el nombre de su linaje. Los nombres son los siguientes: Cabnal, Tunhol,
Tuztecat, Chancuc, Bubau, Xulabná, Chichel, Zactzí. En el momento de la reducción de
Sac Balam, Cabnal gozaba de una autoridad mayor, porque su linaje era el más
numeroso y a la vez porque estaba investido con funciones de gran sacerdote y jefe
político. Después de él venía Tunhol, seguido de Tuztecat. Los caciques cumplían
funciones políticas, judiciales y religiosas, presidían todos los sacrificios, casaban a sus
súbditos, escuchaban sus confesiones, practicaban la adivinación, tomaban parte en los
ritos de iniciación (inclusive daban el nombre a los niños), juzgaban los delitos,
resolvían las disputas y fijaban el calendario de los trabajos agrícolas.

Matrimonio

Los habitantes de Sac Balam eran monógamos. El novio pedía a sus futuros suegros la
mano de la novia y si se la otorgaban vivía en casa de los suegros un año, durante el
cual comía y dormía con su prometida, como si fuera ya su esposa. Si en dicho período
la pareja no se llevaba bien, se separaba, pero si la unión persistía, se sellaba el
matrimonio con una ceremonia y un banquete. Ese día se pintaban los novios de negro y
vestían sus mejores galas. La prometida ofrecía a su futuro esposo un banquito pintado
de diversos colores y cinco granos de cacao, símbolo de su himeneo. El novio regalaba,
igualmente, cinco granos de cacao a su prometida y naguas nuevas. Después el cacique
juntaba las manos de los contrayentes. Los recién casados se sentaban en un petate en
medio de la casa, y se levantaban para bailar algunas veces mientras los invitados
comían y bebían. Según el indio ixil interrogado por Tovilla en 1631, en cada casa vivía
una familia extendida compuesta por los padres, los hijos, los yernos, las nueras y los
nietos.

No se encuentra traza de esto en el censo de los dos pueblos satélites de 1696, ni en el


de Dolores (Sac Balam) de 1712. El censo de 1696 indica que menos de una cuarta
parte de las casas albergaba una familia extendida, y que en su mayor parte dichas casas
estaban ocupadas por miembros de una familia nuclear. El censo de 1712 tampoco
permite reconstruir el sistema de residencia de Sac Balam antes de su conquista.

División del trabajo y control social

La división del trabajo estaba determinada, en parte, por la dicotomía de los sexos. Las
mujeres cocinaban, educaban a los niños, se ocupaban de las aves de corral y tejían,
mientras los hombres cultivaban, cazaban, pescaban y hacían la guerra. Asimismo, toda
la familia, que por una temporada residía en la milpa, participaba en la cosecha del
maíz. A cada lado del templo había una `casa de los hombres' y una `casa de las
mujeres', destinadas a las reuniones comunitarias. Los caciques eran los encargados del
orden social, ya que oían las confesiones, y una falta grave como el incesto o la sodomía
supuestamente recibía un castigo sobrenatural. La cólera de los dioses, según sus
creencias, no recaía necesariamente sobre el pecador, sino podía golpear a uno de sus
parientes (muerte, enfermedad). En este caso el cacique denunciaba el crimen a la
comunidad, y ésta mataba al culpable a flechazos. Si se trataba de una ofensa menor, el
cacique la perdonaba y como reparación se ofrecía copal a los dioses. El jefe no
intervenía en una disputa si los implicados llegaban ellos mismos a un acuerdo. En caso
de adulterio, el marido y el amante podían llegar a las manos, pero por lo general el
culpable se desterraba de manera voluntaria, para lo cual se iba a vivir a la selva o a un
lugar alejado. Un año después, cuando las pasiones se habían calmado, regresaba al
poblado.

Religión

El centro ceremonial de Sac Balam estaba situado a cierta altura y se componía de tres
edificios colocados en forma de U. Los dos edificios que estaban frente a frente tenían
orientación de este a oeste, y servían como `casa de hombres' y `casa de mujeres' ,
separadamente. En el interior del otro templo había más de 200 tablas suspendidas, en
las cuales se sentaba la gente para las reuniones; se hallaba orientado de norte a sur, de
manera que los ídolos y los incensarios miraban hacia el este, por donde se entraba. Ésta
era una construcción mayor que las otras dos, limpia y espaciosa, de unos 15 metros de
largo, cuyas paredes de bajareque estaban recubiertas de barro seco. Esta edificación
tenía una segunda pieza, donde se encontraban los ídolos y los incensarios que Diego de
Rivas describe así:

El lugar de sus ídolos era un breve aposentillo... hecho


de bajareque... embarrado... con su puertecita por delante
con una cortina de manta de algodón pendiente de dos
estaquillas. Delante estaba una peana... hecha de barro, y
sobre ella en las dos esquinas dos macetas también de
barro, redondas... yendo en disminución de arriba para
abajo, cavadas en la superficie superior, que servían de
braseros..., y en los bordes se halló sangre fresca de las
gallinas de la tierra que habían sacrificado la noche de
la fuga... Y por todo el canto de dicha tarima otras
macetillas... que servían de braseros. Las grandes estaban
blanqueadas de cal y en ellas, como también en el
superliminar de tal aposentillo, dos listas de cuatro
dedos de ancho y coloradas, y se observó que estas dos
listas coloradas sobre blanco se hallaron en todas las
paredes donde había señal de idolatría...

En el recinto descrito el sacerdote sacrificaba a las aves de corral (pavos). Los dos
grandes braseros o incensarios estaban pintados de muchos colores. Y en los más
pequeños, de cerámica muy fina, había representadas figuras de lagartijas, serpientes y
otros animales. En la misma habitación había también numerosas telas de algodón de
diversos colores, adornadas con cordones y borlas y además jubones sin mangas,
también de algodón, con una especie de faldilla mitad roja mitad negra. Cuando los
indios bailaban en el templo, se ponían en las muñecas unos paños parecidos a los
manípulos del culto católico, igualmente adornados con cordones y borlas. Los hombres
y las mujeres participaban separados en estas ceremonias, que a veces duraban toda la
noche y se acompasaban con música de flautas y de tambores hechos con troncos
huecos de árboles.

En el atrio del templo había unas construcciones de piedras planas en forma de caja, que
contenían antorchas, y en un rincón del patio una gran piedra de sacrificios donde se
degollaban las aves.
Es posible que los ritos religiosos de los lacandones se hayan modificado durante el
siglo XVII. En efecto, los habitantes de Lacam Tum (Lago Miramar), a fines del siglo
XVI practicaban el sacrificio humano y la mutilación de los cadáveres. Morales
Villavicencio hace una elocuente descripción de ello y explica que unos 20 días después
de haber llegado al lago, los españoles y sus aliados chiapanecos se adentraron en la
selva en busca de lacandones. Después de haber caminado cerca de dos leguas,
encontraron el cadáver mutilado de un niño de cinco años. A fines de 1585, los
lacandones habían efectuado una incursión contra los indios cristianizados que vivían a
la orilla de la selva, donde capturaron a unas 10 personas. El niño sacrificado era uno de
los cautivos. Tenía abierto el pecho y arrancado el corazón, le habían quemado los pies,
y hecho tres heridas en el pie derecho, al parecer con golpes de lanza. Del brazo
izquierdo le cercenaron la carne, hasta mostrar el hueso, del codo a la muñeca. Más
adelante los conquistadores descubrieron el cuerpo mutilado de un soldado español
muerto en una emboscada, y que había sido enterrado con una cruz sobre su tumba. Los
lacandones habían roto la cruz y exhumado el cadáver que presentaba el brazo izquierdo
descarnado, exactamente como el del niño sacrificado. Profanaron también la sepultura
de uno de los indios acompañantes de los conquistadores. Se encontraron los huesos
dispersos fuera de la fosa y el cráneo, al que habían arrancado los dientes, estaba
colocado sobre una estaca.

Los mayas del Postclásico practicaban el sacrificio humano y la costumbre de empalar


el cuerpo o la cabeza del enemigo era común entre las diferentes sociedades del Petén.
La creencia de que el sacrificio humano practicado en medio de un sendero tendría
como efecto impedir el paso de los perseguidores, estaba muy extendida en Chiapas en
el momento de la Conquista, pero se ignora el simbolismo de la mutilación de los
cadáveres. Para impedir que los enemigos los siguieran, los lacandones dejaban también
en pos de sí figuritas de cera y de goma en las que habían pegado cabellos, amarrados a
una pequeña gavilla de tea.

Se puede afirmar que un siglo después el sacrificio de pavos había reemplazado en Sac
Balam al sacrificio humano. También desapareció la mutilación de los cadáveres. ¿Eran
verdaderamente los habitantes de Sac Balam los descendientes de los guerreros feroces
y crueles de Lacam Tum? Las reliquias de dos misioneros asesinados por estos últimos,
en 1555, encontradas en Sac Balam, parecen indicarlo. Lo cierto es que en un siglo la
cultura de los lacandones había cambiado. Sin embargo, se encontraron, en 1695,
creencias y ritos mágicos parecidos a los de los indios del Lago Miramar. En el sendero
que conducía a las milpas de las gentes de Sac Balam, los misioneros hallaron una
figurita de copal, con aspecto de muñeca, rodeada de tea, similar a la que describe el
documento de Morales Villavicencio. Se trataba de una práctica ritual para obstaculizar
el camino a los perseguidores.

Es probable que los dioses venerados por los lacandones fueran personificados en el
relámpago, en algunas colinas, en los ríos e incluso en las siembras de maíz o de cacao.
Tenían dioses domésticos y comunitarios y todos recibían su alimento cotidiano en
forma de granos de cacao, que los fieles les metían en la boca. También les quemaban
incienso, teas u ocotes empapados con la sangre de un pavo sacrificado en una olla de
arcilla colocada frente a la figurilla que representaba a la divinidad. El término genérico
utilizado por los indígenas para nombrar a sus dioses era mam, que significa `abuelo'.
Entre los principales figuraban: Zintum, Ahau, Kisín, Chacmuo, Zai Noh Ahau,
Xkaknihalal, Tepecthic Chua, Yaxavitz y Macom.
En la religión de Sac Balam se encuentran rasgos comunes a otras religiones de las
Tierras Bajas mayas, como el uso de incensarios, la ceremonia de la `extinción de los
fuegos', y la embriaguez ritual. El rito de la extinción del fuego se practicaba en
Yucatán en honor de Chac, dios de la lluvia, durante el mes de marzo (mac), pero en
Sac Balam se celebraba un rito semejante en honor de Macom, dios del rayo. Este rito
consistía en que los caciques se embriagaban en el templo y los ayudantes cuidaban que
estuvieran borrachos durante los cuatro días que duraba la ceremonia. Mientras tanto,
los habitantes del poblado se retiraban a la selva después de dejar un cántaro de agua al
lado del fogón de su casa, pero luego, los ayudantes, que no bebían nada, entraban en
cada choza y apagaban el fuego con el agua. De manera simultánea, en el templo ardía
una gran cantidad de incensarios ante los ídolos y los caciques seguían ebrios. Después
de cuatro días los habitantes del pueblo volvían, sacrificaban las aves, dejaban correr la
sangre de éstas sobre el ocote, que inmediatamente llevaban a quemar en los incensarios
del templo. Allí pedían a los caciques el fuego nuevo. Llevaban este fuego a su hogar y
entonces comenzaban las fiestas. Este rito es de difícil interpretación, pero se sabe que
en Yucatán se llevaba a cabo para tratar de obtener lluvias abundantes.

Otra ceremonia de Sac Balam descrita por los misioneros, era la de los cigarros
(`puquietes'), llamada hicsion. Durante 20 días los indios hacían `puros', para luego ir a
la selva a cazar, pescar y recoger miel de abejas silvestres. Entre tanto los caciques se
embriagaban y después se reunían todos en el templo, donde ofrecían cacao a los dioses,
vertían algunas gotas de esta bebida en la boca de las figurillas y frotaban contra éstas la
grasa de los animales muertos en la cacería. Por último, cada familia entregaba a su
cacique respectivo un paquete pequeño de `puros'. Después se hacía una fiesta y los
indios se adornaban con pinturas ceremoniales, comían, bebían y bailaban.

El ritual que los misioneros llamaban `bautismo' comenzaba cuando la mujer tenía cinco
meses de embarazo. Desde ese momento el marido no dormía más con ella y pasaba las
noches en el templo. Volvía después del parto y esperaba cinco días más antes de
acostarse con su esposa. Al vigésimo día del nacimiento se preparaba el banquete, se
reunían pavos y cacao y se invitaba a los miembros de la familia. Una anciana principal
pasaba un peine por los cabellos del recién nacido. Luego quemaban la punta de sus
cabellos con seis bastoncillos de ocote encendido usados por turno y después los
impregnaban con la sangre de los pavos sacrificados. Iban al templo y quemaban ocote
y mucho copal ante los ídolos y echaban los seis bastoncillos sobre las cenizas. Después
aparecía el cacique principal y le daba un nombre al niño, a quien pintaban de negro y
rojo, y lo adornaban con una guirnalda de plumitas de guacamaya. Después las personas
volvían a sus casas a festejar.

Ritos funerarios

Los indios de Sac Balam enterraban a sus muertos en la llanura, a poca distancia del
poblado. Sobre la tumba de los hombres depositaban banquitos de madera,
herramientas, `puros' y otros objetos de uso masculino, mientras sobre la tumba de las
mujeres se colocaba una piedra de moler, ollas, jícaras y otros utensilios domésticos.
Existía la costumbre de bailar alrededor de la tumba.

¿Qué se sabe de las costumbres funerarias de Lacam Tum? En 1950, Frans Blom
exploró varias cuevas de la orilla sur del Lago Miramar, que en su mayor parte habían
servido de osarios. Cráneos humanos, deformados artificialmente, y osamentas
completas estaban apilados muy cerca de la entrada. El arqueólogo y sus ayudantes
descubrieron también cráneos en las grietas y cavidades más escondidas de las cuevas.
Encontraron cenizas y carbón de madera, pero ninguna señal de cremación. En las
cuevas del Lago Miramar los cráneos y las osamentas parecen colocados sin orden
específico. Se encontraron también pedazos de cerámica quebrada, tirados por el suelo.
Los exploradores encontraron entre la ceniza, los huesos y la tierra, siete pedazos de
caparazón de tortuga que habían servido para darle vueltas al huso. Estos
descubrimientos prueban que los lacandones desenterraban a sus muertos y depositaban
sus restos en las cuevas, con los objetos personales que habían colocado en la tumba. En
el caso preciso que se comenta, las ollas y los instrumentos para hilar el algodón que se
encontraron permiten suponer que los restos humanos eran de mujeres.

Los Itzaes
Los itzaes eran mayas mexicanizados originarios del área chontal (Laguna de Términos,
Tabasco). Los autores están en desacuerdo con respecto a las fechas de sus migraciones.
Michael Coe afirma que los itzaes llegaron a Yucatán en el siglo XIII, mucho antes que
los toltecas, y emigraron al sur de la península en el siglo XV, después de una guerra
civil. Esto coincide con la afirmación de los cronistas en el sentido de que los itzaes se
refugiaron en la selva petenera un siglo antes de la llegada de los españoles, porque
temían el regreso del héroe tolteca, Quetzalcoatl. Según otros investigadores, los itzaes
llegaron a Yucatán en el siglo X, casi en la misma época que los toltecas, y se fueron de
Chichén Itzá en el siglo XII, para establecerse en el Petén. Los mayas tenían una
concepción cíclica del tiempo y por esta razón es difícil interpretar la cronología
expresada en sus libros sagrados (por ejemplo el Chilam Balam de Chumayel). Además,
según los registros arqueológicos `hay muy pocas semejanzas entre la cerámica del
Petén y la del norte de Yucatán' (véase Don S. Rice y Prudence Rice, `Período
Postclásico: Tierras Bajas Mayas' en la primera sección de esta obra), lo cual podría
poner en duda la supuesta migración de los itzaes desde Yucatán.

Las profecías de los itzaes

En 1525, en su viaje de México a Honduras, Cortés atravesó el territorio de los itzaes,


que lo recibieron en la población de Tayasal, situada en una isla del gran Lago Petén
Itzá. Allí abandonó Cortés un caballo herido y desde esa fecha hasta principios del siglo
XVII los españoles no tuvieron más contacto con los itzaes, que se habían creado la
fama de guerreros feroces y hostiles, tanto con los extranjeros como con sus vecinos.
Sin embargo, en 1614 enviaron una delegación a Mérida para someterse pacíficamente a
los conquistadores, pero éstos se dieron cuenta pronto que tal propuesta no era más que
una `quimérica ficción', como dice Juan de Villagutierre y Soto-Mayor. Es difícil saber
cuáles eran las intenciones de los itzaes porque, como se verá más adelante, su jefe,
cuyo título era Canek, no gozaba de poder absoluto, pues existían diversas facciones
con una autonomía relativa.

En 1618, los misioneros Bartolomé de Fuensálida y Juan de Orbita, que habían


trabajado en Yucatán, decidieron predicar entre los itzaes, cuya lengua estaba
emparentada con la del norte de la península, que ellos conocían. Primero se dirigieron a
Tipú, pueblo colonizado, situado al noreste del Lago Petén Itzá. Desde allí enviaron
mensajeros a Tayasal y los itzaes les autorizaron penetrar en su territorio. Los
sacerdotes, guiados por los indios de Tipú, llegaron a la isla después de un largo y arduo
viaje. Allí celebraron misa y comenzaron a predicar, pero los indios les dijeron que,
según sus profecías, no había llegado aún el tiempo de convertirse.

Pidieron a los misioneros que se fueran, no sin antes darles permiso para pasear por el
poblado e incluso para ver los ídolos. En el templo principal encontraron una gran
estatua de cal con figura de caballo: era el dios Tzimín Chac (tzimín significa caballo y
chac era el dios de la tormenta y el rayo). Se sabe que Cortés había abandonado en la
isla un caballo herido, y que los españoles, montados y disparando, habían causado una
grande impresión entre los indios, que no conocían los caballos ni las armas de fuego.
Por ello fue que los indios decidieran divinizar al caballo. El Padre Orbita cogió una
gran piedra con la cual golpeó y rompió la estatua, y sólo un sermón oportuno impidió
que los itzaes furiosos mataran a los iconoclastas. Después los sacerdotes españoles
volvieron a la casa de Canek y una vez más le propusieron `convertirse' a la fe cristiana.
Pero éste les repitió que, según el calendario y las predicciones de los antiguos
sacerdotes propios, el tiempo de convertirse aún no había llegado. Días después los dos
misioneros españoles regresaron con los indios de Tipú que los habían acompañado, y
apenas se habían apartado de la orilla del lago cuando algunos itzaes les tiraron piedras.
Poco después, al atravesar el lago, vieron aproximarse dos canoas llenas de guerreros
pintados de negro, armados con arcos y flechas, que amenazaban matarlos. Sin
embargo, consiguieron llegar a Tipú sanos y salvos.

Los indios de Tipú se habían `convertido' al cristianismo, pero en secreto seguían


adorando a sus dioses mayas. Los misioneros descubrieron esta `idolatría' e hicieron
azotar a los culpables para que confesaran. Encontraron los `ídolos' y los destruyeron.
Después decidieron volver a Tayasal, y comunicaron su decisión a Cristóbal Na,
cacique principal de Tipú, que envió mensajeros a Canek. Éstos regresaron con algunos
itzaes portadores de la respuesta de su jefe, que invitaba a los religiosos a visitar la isla,
y prometía enviar hombres y canoas para cuando llegaran a orillas del lago. Los frailes
se pusieron en camino acompañados por Cristóbal Na y otros 40 indios. Canek cumplió
su promesa: grandes canoas esperaban a los religiosos españoles a la orilla del lago para
llevarlos a la isla, y cuando llegaron el cacique en persona los salió a recibir con su
gente y los condujo al poblado donde fueron muy bien recibidos. Unos 10 días después,
los indios de Tipú que habían acompañado a los misioneros volvieron a su tierra para
cosechar los frutos de la milpa. Los sacerdotes se quedaron solos con Canek. Una vez
más ellos trataron de convencerlo de convertirse al cristianismo. Todo parecía ir bien
hasta que algunos itzaes, entre ellos la esposa de Canek, convencieron a éste que
cambiara de actitud.

Tres indios de Tipú volvieron para comprobar lo ocurrido a los misioneros. Los itzaes
ordenaron a los frailes volver a Tipú con los tres indios, y les confirmaron su intención
de no hacerse cristianos. Los religiosos pidieron hablar con el cacique, pero los itzaes
los apresaron sin miramientos y los llevaron al embarcadero. Como el Padre Orbita se
resistió, lo golpearon y lo introdujeron inerte en una canoa vieja. El Padre Fuensálida y
los indios de Tipú se embarcaron también, y regresaron por donde habían venido, hasta
volver a Mérida. Después, los indios de Tipú y los de Bacalar se sublevaron, quemaron
las iglesias, arrasaron las casas y huyeron a la selva.
Intentos de reducción y resistencia

En 1621, el Padre Diego Delgado comenzó a buscar a los fugitivos dispersos en el sur
de la Provincia de Yucatán. Consiguió reunir cierto número y con ellos fundó un gran
pueblo, situado en un paraje llamado Zaclún (probablemente Sak luum, `tierra blanca')
entre Tipú y Bacalar. Por la misma época el Capitán Francisco de Mirones tuvo la idea
de conquistar a los itzaes, pues creía que después de Zaclún sería fácil llegar a su
territorio. Reclutó 50 soldados españoles e indios en Mérida, y de allí marcharon a
Oxcutzcal, donde se les unirían otros indios. Después de un camino largo y difícil
llegaron a Zaclún, donde encontraron al Padre Delgado y a los indios que se habían
reagrupado. El Capitán de Mirones esperaba refuerzos de Mérida, pero éstos no llegaron
y se pasó el resto del año 1622 esperándolos. Este Capitán maltrataba a los indios y los
explotaba. Por tal motivo entró en conflicto con el misionero y éste resolvió denunciar
ante su propio padre provincial los excesos de que se hacía objeto a los indios, para
luego viajar en secreto a Tipú en busca de los itzaes. El Capitán, por su parte, envió 12
soldados y un sargento para pedir al religioso que volviera, pero el Padre Delgado se
negó; antes bien, dirigió un mensaje a los itzaes por intermedio de Cristóbal Na, el
cacique que anteriormente había ayudado a predecesores del religioso. Al conocer de
que el misionero viajaba con pocos españoles, Canek y los demás jefes itzaes
autorizaron su visita. Entonces el Padre Delgado, los soldados españoles, Cristóbal Na y
80 de sus hombres se pusieron en camino. Fueron bien recibidos por los itzaes, que les
enviaron embarcaciones a la ribera de lago. Al llegar a la isla, sin embargo, los mataron
a todos. Les arrancaron el corazón para ofrecerlo a sus dioses y les cortaron la cabeza,
que empalaron sobre estacas y colocaron en un pequeño cerro, a la vista de todos.
Mientras tanto, el Capitán de Mirones, que seguía sin noticias del misionero y de los
soldados, envió a dos españoles a buscarlos acompañados por uno de sus sirvientes,
Bernardino Ek, un indio ladino que les serviría de intérprete y de guía. Llegaron los
enviados a Tipú y de allí a Tayasal, donde fueron capturados por los itzaes. Éstos los
ataron, los pasearon por el pueblo y los llevaron al cerro donde estaban las cabezas
empaladas. Después los encerraron con la intención de hacer lo mismo con ellos al día
siguiente. Durante la noche, Bernardino Ek logró escapar y por él medio supieron los
españoles lo que había pasado.

En 1624, en Zaclún, el Capitán de Mirones y sus soldados asistían a misa desarmados,


lo cual aprovecharon los indios para apoderarse de las armas en el cuerpo de guardia y
después, adornados con sus pinturas de guerra, entraron en la iglesia y apresaron a los
españoles. Allí mismo los sacrificaron uno tras otro, abriéndoles el pecho con una daga
y arrancándoles el corazón. Después incendiaron la iglesia y el pueblo, y huyeron a la
selva. Toda la región de Bacalar y de Tipú se vio envuelta en una sublevación que duró
varios años.

Embajadas mutuas

Los itzaes y otros grupos del Petén mantuvieron su independencia hasta fines del siglo
XVII. En 1695, la expedición militar dirigida por Jacinto de Barrios Leal, Presidente de
la Audiencia de Guatemala, redujo finalmente a los lacandones de lengua choltí, pero no
logró localizar Tayasal. El ejército español, que había salido de Cahabón, atravesó el
territorio de los choles de Manché y de los mopanes, y llegó al Lago Petén, donde libró
una batalla con los itzaes. Agustín Cano, un padre dominico que formaba parte en la
expedición, narró este acontecimiento. Los españoles, a pesar de su victoria, decidieron
abandonar la región. El Padre Cano comprendió que los itzaes no se convertirían al
cristianismo en forma pacífica y no creía en el uso de la fuerza. El mismo año citado,
otro intrépido misionero, Andrés de Avendaño y Loyola, se aventuró también en
territorio itzá y describió sus aventuras en el manuscrito `Relación de las dos entradas
que hize a la conversión de los Gentiles Itzaex y Cehaches', documento que Philie
Arnsworth Means analizó detalladamente.

Martín de Ursúa y Arismendi, Gobernador de Yucatán, esperaba poder reducir a los


itzaes en forma pacífica, ya que constituían el último obstáculo para conseguir una
comunicación directa entre Guatemala y el norte de la península. Los españoles habían
vuelto a controlar la región de Bacalar y de Tipú y enviaron un emisario indio a Tayasal
con regalos para Canek (este nombre era, al mismo tiempo, el linaje y título que usaba
el cacique más importante). Canek remitió también mensajeros a los españoles, para
expresarles su voluntad y deseos de paz.

El Gobernador Ursúa envió a Canek una carta escrita en maya y la confió al Padre
Avendaño. Anteriormente, el sacerdote había intentado llegar a Petén Itzá, pero fracasó
por la mala conducta de los soldados que lo acompañaban. Avendaño y otros dos
misioneros, esta vez sin protección militar, siguieron otro camino para llegar a Tayasal,
sin pasar por Tipú. Mientras tanto, Canek envió unos mensajeros a Tipú, que después
debían seguir hasta Mérida. La visita de Avendaño a Tayasal coincidió entonces, poco
más o menos, con la de los itzaes a Mérida. Esta última merece cierta atención. Entre
los cuatro embajadores de Canek se encontraba el `hijo de su hermana', Can (era el hijo
de un hombre casado con la prima de Canek, clasificada como `hermana' según la
nomenclatura maya de parentesco). La embajada hizo saber a los españoles que, según
la profecía formulada por los antiguos sacerdotes, había llegado el momento para los
itzaes de someterse al Rey de España. Canek y cuatro de sus vasallos habían convenido
en no hacer resistencia durante más tiempo. La noticia fue muy bien recibida en Mérida
y en pocos días se instruyó a los mensajeros en los misterios de la fe cristiana, se les
bautizó, se les vistió y se les cubrió de regalos. Después, 30 soldados los escoltaron
hasta Tipú. A mediados de enero de 1696, Avendaño y sus compañeros llegaron a
Chatán Itzá, pueblo situado casi a cuatro leguas del lago. Los habitantes de este pueblo
aparentemente no eran partícipes de las buenas intenciones de Canek, al que tampoco
estaban sometidos. Formaban una unidad política independiente, por lo que vieron
llegar a los visitantes con desconfianza y los recibieron con las armas en la mano. Pero
los misioneros lograron hacerles cambiar de actitud por medio de regalos y palabras
convincentes. Al mismo tiempo, los chatán itzá enviaron un indio a Tayasal para avisar
a Canek de la llegada de los extranjeros. Mientras se esperaba la respuesta de Canek, los
de Chatán Itzá entretuvieron a los españoles durante la tarde y la noche con música y
bailes, y les ofrecieron comida y bebida. Al día siguiente los acompañaron a uno de sus
pueblos llamado Nichén (o Nich), en la orilla del lago.

Canek llegó a su encuentro con 80 canoas y aproximadamente 500 indios cubiertos de


pintura negra, en traje de guerra, con los carcajes colocados en el fondo de las
embarcaciones. Con rudeza embarcaron a los visitantes en las canoas y se alejaron
rápidamente de la orilla. Es posible que la feroz apariencia de los itzaes fuera más para
impresionar a sus vecinos, los de Chatán Itzá, que a los misioneros. Después de navegar
tres leguas llegaron a la isla alrededor de las cinco de la tarde. `Petén Itzá está situada en
medio de un gran lago', escribió Avendaño y agregó:

...esta isla, donde vive el rey no es la única, hay otras


cuatro petén, o islas, en dicho lago. La isla principal es
alta, rodeada de numerosas colinas desde donde pueden
divisar desde lejos a cualquiera que atraviesa el lago en
cualquiera de las cuatro direcciones.

El Padre Avendaño conocía bien la lengua y la cultura mayas, y ello le permitió escribir
un tratado (ya perdido) sobre el calendario. Se valió de dicho conocimiento para
preguntar a Canek si él y los suyos deseaban recibir el bautismo y la amistad de los
españoles. Los itzaes respondieron que sí, pero dijeron temer que ese rito conllevara
alguna dolorosa mutilación. El misionero bautizó entonces a un niño y al ver los indios
que se trataba de un acto inofensivo, pidieron que se bautizara a otros niños. Avendaño
bautizó a casi 300 niños en las gradas del templo. Los adultos declararon que recibirían
el bautismo cuando se realizara la profecía anunciada por sus sacerdotes. Según
Avendaño, esta profecía anunciaba el regreso del héroe Quetzalcoatl (Kukulcán) y de
los suyos, en la forma de hombres barbudos que venían del Este, más allá de los mares.
Los caciques de las cuatro islas también estaban allí. Todos dijeron que aceptarían el
bautismo a condición de que los españoles les entregaran hachas y machetes.

Avendaño trató de descifrar los `libros' de los itzaes, hechos sobre corteza de árbol en la
que estaban pintados los jeroglíficos para poder evaluar el tiempo que debía pasar para
que se cumpliera la profecía. Canek y algunos sacerdotes lo ayudaron en los cálculos y
después de tres días y medio de discusiones concluyeron en que faltaban cuatro meses.
Después de este período se bautizarían los más viejos. Pero Coboh, el jefe de los de
Chatán Itzá, no estuvo de acuerdo. `Y qué importa que el tiempo se haya cumplido, dijo
al misionero, si aún no se le ha gastado a mi lanza de pedernal esta delgada punta'. En
señal de paz, Canek entregó a Avendaño dos coronas de plumas y un abanico, para el
Gobernador Ursúa. A su vez, Avendaño le ofreció una colcha, un paño y otros
presentes.

Coboh invitó a los españoles a pasar por su pueblo a su regreso, pero Canek les previno
que se trataba de una trampa, y les aconsejó no atravesar de nuevo el territorio de
Chatán Itzá y regresar por Tipú. Durante la noche, él mismo, su hijo y su yerno llevaron
a Avendaño y sus compañeros en canoa y alcanzaron la orilla hacia las cuatro de la
mañana. Canek le dijo a Avendaño que regresara cuatro meses más tarde y le recordó la
hostilidad de Coboh. Después, su hijo y su yerno llevaron a los españoles hasta Alain,
un pueblo situado a más de cuatro leguas del lago, cuyo cacique era Chamax Tsulu,
aliado de Canek. Chamax los recibió muy bien, pero antes de proporcionarles guías para
ir a Tipú, envió a uno de sus hombres a Petén Itzá. Este último informó a su regreso que
en la isla había estallado una rebelión y Chamax Tsulu, ante tal noticia, se negó a
conceder los guías que había prometido, por lo que los sacerdotes españoles se
perdieron y anduvieron errantes por la selva durante varios días (del 19 de enero al 25
de febrero de 1696), alimentándose con hojas y frutas silvestres. Por fin llegaron a
Chuntuqui, totalmente agotados. Más tarde regresaron a Mérida.

La conquista de Petén Itzá


Después que Can, `sobrino' de Canek, salió de Mérida, el Gobernador ordenó al
Lugarteniente General Paredes que tomara posesión del país de los itzaes y Paredes, a
su vez, designó al Capitán Pedro de Zubiaur para tales efectos. El Capitán y su
compañía, integrada por 60 hombres y algunos indios de servicio, mercenarios muchos
de éstos, y un misionero, llegaron a la orilla del lago. Ellos suponían que los itzaes no
tenían intención de pelear, pero comprobaron su error cuando miles de itzaes salieron a
su encuentro en sus canoas e intentaron embarcarlos por la fuerza. El misionero trató de
intervenir, pero fue capturado junto con los otros españoles. Los itzaes mataron a golpes
a dos indios mercenarios y ahorcaron a un soldado. Los españoles entonces abrieron
fuego y mataron a 40 itzaes, pero se retiraron bajo una lluvia de flechas. Poco después
supieron que la rebelión en Tayasal se había originado por la oposición de un grupo de
itzaes a que Canek firmara la paz con los españoles y porque no querían convertirse al
cristianismo. Inclusive habían amenazado de muerte al embajador Can, a su regreso de
Mérida. De todo lo anterior se puede deducir que Canek no era un gobernante dotado de
poder absoluto, sino quizás sólo era el jefe de la tribu más fuerte. Esto quiere decir que
había otros caciques, como su primo Kin Canek, el gran sacerdote, y Coboh, tan
poderosos como él. El mismo Gobernador Ursúa tomó la decisión de conquistar Petén
Itzá (véase Ilustración 181) y junto con su ejército de 150 hombres, formado
principalmente por mulatos y mestizos, salió de Campeche, el 24 de enero de 1697.
Llegaron al lago en el mes de marzo, y comenzaron a cortar árboles para hacer una
galeota. Los itzaes alarmados se acercaron y les dispararon flechas, pero Ursúa esperaba
llegar a un arreglo pacífico. Los itzaes enviaron dos delegaciones, la primera presidida
por Can y la segunda por Kin Canek, el `hermano' de Canek (de hecho su primo) y el
gran sacerdote de los itzaes. Estos mensajeros fueron bien recibidos por el Gobernador,
pero era obvio que los itzaes no tenían la intención de rendirse sino sólo trataban de
ganar tiempo. Inclusive enviaron mujeres solas en canoa, para tratar de distraer a los
españoles.

Los hispanos navegaron por el lago en canoas y con arcabuces para asustar a los
indígenas itzaes. Después de ciertas vacilaciones el Gobernador ordenó el asalto, el 13
de mayo de 1697. La conquista de la isla se concluyó en pocas horas, y muchos de sus
habitantes huyeron, entre ellos Canek, que se refugió en Alain, de donde después fue
devuelto a Tayasal. Lo primero que hicieron los conquistadores fue destruir
sistemáticamente los templos y todas las imágenes religiosas que encontraron, una tarea
que duró desde las ocho y media de la mañana hasta las cinco y media de la tarde.
Canek, Kin Canek y numerosos dignatarios itzaes reconocieron, públicamente, la
soberanía de Carlos II, Rey de España, representado por Ursúa. Después fueron
bautizados.

Los españoles dieron el nombre de Nuestra Señora de los Remedios al pueblo de


Tayasal, el cual fue abreviado a Remedios. Construyeron edificios fortificados y
llevaron 25 familias de indios extranjeros. También llevaron ganado. Al mismo tiempo
trataron de reinstalar a los indígenas itzaes en la isla, ya que se mantenían dispersos por
la selva. En 1699 hubo epidemias y la mayor parte de los españoles regresaron a
Guatemala. Se llevaron consigo a Canek, Kin Canek y algunos de sus parientes. En
Remedios quedó una pequeña guarnición, unos cuantos religiosos y los indios a su
servicio. Los itzaes fueron reasentados en pueblos alrededor del lago, pero en 1704 se
sublevaron, quemaron sus chozas y huyeron a la selva. No fue sino hasta fines del siglo
XIX que la región del Petén central dejó de ser una zona marginal, donde varios grupos
de refugiados seguían escapando al control de las autoridades coloniales y nacionales.
Aspecto físico de los itzaes

Villagutierre describe a los itzaes de la siguiente manera:

Son ágiles y de buenos cuerpos, y rostros, aunque algunos


se los rayaban, por señales de valentía. Traían las
cabelleras largas, cuanto pueden crecer... Y los
sacerdotes... nunca las peinaban, trayéndolas emplastadas,
y enredadas en mechones, porque las untaban continuamente
con la sangre de los que sacrificaban. Sus vestiduras...
eran unos ayates, o gabachas, sin mangas, y sus mantas,
todo de algodón, tejido de varios colores; y ellos y las
mujeres, usaban unas como fajas, de lo mismo, de cosa de
cuatro varas de largo y una tercia de ancho, con que se
ceñían, y cubrían las partes; y algunas al canto, u
orilla, mucha plumería de colores, que era su mejor gala.
Pintábanse las caras, brazos, muslos y piernas que traían
todos desnudos, para salir a las guerras y batallas y para
ir a los sacrificios, bailes y borracheras... Hombres y
mujeres traían taladradas las orejas y narices y metidas
por los agujeros o taladraduras, vainillas y algunos en
las orejas, unas rosillas de oro o de plata muy bajo.

Modos de subsistencia

Los itzaes practicaban la agricultura, la caza, la pesca y la recolección. También tenían


huertos. En las milpas recogían dos cosechas anuales de granos básicos cuando menos,
y aquéllas eran más que simples campos de maíz (monocultivo), porque se sembraba, en
el mismo lugar y casi al mismo tiempo, una gran variedad de verduras (policultivo). Los
españoles destruyeron este tipo de agricultura, el cual no sobrevive en nuestros días más
que entre algunos grupos de lacandones de lengua yucateca establecidos en Chiapas.
Las principales plantas cultivadas por los itzaes eran las siguientes: maíz, frijoles,
calabazas, mandioca, camotes, varias clases de chiles, repollos silvestres, piñas, caña de
azúcar, tabaco. Tenían asimismo cultivos y plantaciones de bananos, ciruelas, cacao,
algodón, jiquilite y vainilla. Villagutierre menciona también varios árboles cuyas ramas
y hojas proporcionaban al ganado y a los caballos más alimento que los mejores pastos.
Según Nicholas Hellmuth se trata del ramón. Avendaño describe una de sus comidas en
Tayasal: `pozole caliente..., frijoles, calabazas... carne de jabalí... todo acompañado con
tortillas'.

Los habitantes que vivían en las cinco islas del Lago Petén Itzá, en los pueblos de su
orilla, y en la selva aledaña al lago, según cálculos realizados por Avendaño, sumaban
unos 24,000 ó 25,000. Canek residía en la isla principal, pero las otras cuatro también
estaban habitadas y tenían su propio cacique. Merecen mencionarse también Alain y los
numerosos pueblos de chatán itzaes dispersos en la selva. Villagutierre informa de la
existencia de otro lago, más pequeño, a cinco leguas del anterior, con una isla habitada y
un pueblo importante situado en la orilla. Probablemente se trataba del pueblo de Yaxhá
donde, según un documento de archivo citado por Hellmuth, había 18 pueblos a orillas
del Lago Petén Itzá. Algunos tenían casas bastante grandes que podían albergar, cuando
menos, a 100 personas. Cada mes gran cantidad de canoas eran empleadas en la
navegación por el lago, para asegurar así la relación entre los pueblos de las islas y los
pueblos de la orilla.

Avendaño refiere que las milpas y plantaciones de los itzaes estaban en tierra firme y
que aquí los indios habían construido chozas donde residían mientras duraban los
trabajos agrícolas. Esta es una costumbre precolombina digna de ser mencionada porque
ya no existe entre los mayas contemporáneos. Podríamos preguntarnos si este cambio de
residencia en función del ciclo agrícola era practicado por los campesinos mayas de la
época clásica. En todo caso, parece cierto que el sistema de cultivo de los itzaes y de los
habitantes de la selva chiapaneca, en el siglo XVII, era más elaborado e intensivo que el
de los actuales indios de México y Guatemala.

Organización social y política

Según se ha dicho antes, la isla principal tenía una pendiente y una plataforma en la
cima: su circunferencia era de aproximadamente tres cuartos de legua y estaba cubierta
de casas. Algunas tenían paredes de madera, y otras de piedra en la base y de madera
arriba. Villagutierre dice que los techos de las casas eran de paja (o de palma) y parece
que el suelo era de tierra apisonada. El poblado no tenía calles.

El territorio controlado por los itzaes comprendía 22 distritos y cada uno tenía su propio
jefe. El territorio estaba dividido en cuatro provincias, cada una dominada por un linaje
principal (véase D. y P. Rice, `Período Postclásico: Tierras Bajas Mayas', en la primera
sección de esta obra). Es posible que la región mopán, situada al sudeste del gran lago,
también estuviera dominada por los itzaes. El itzá y el mopán son dos dialectos
mutuamente inteligibles (véase Ilustración 182). Algunos distritos gozaban de una
verdadera autonomía, aunque nominalmente estuvieran bajo la autoridad del señor de
Tayasal. En ciertos casos, el distrito llevaba el nombre de su jefe político. El nombre del
cacique de la isla principal, Canek, era también un título transmitido a sus sucesores.
Los itzaes llevaban en primer lugar el nombre de su madre y después el de su padre.

En cada casa vivía una familia extendida, es decir, un grupo que comprendía varias
familias nucleares. Parece ser que los itzaes eran monógamos. Villagutierre dice de los
hombres que eran `perezosos', que se pasaban el tiempo en los templos `idolatrando,
bailando y emborrachándose', y que trabajaban poco en sus milpas. Ello contradice las
descripciones de su producción agrícola. Sin embargo, posiblemente los miembros de la
alta sociedad (élite) gozaban de más tiempo de ocio que la gente común. Lo que sí se
puede afirmar es que entre los deberes de los hombres estaban los de cultivar la tierra y
rezarle a los dioses, mientras las mujeres, de quienes el autor citado elogia la aplicación
al trabajo, pasaban mucho tiempo hilando y tejiendo algodón, para fabricar telas de
varios colores, mejores que las tejidas por las indias de Yucatán.

Religión

En Tayasal existían unos 20 templos, uno para las personas comunes y algunos
reservados para los miembros de la élite. Todos ellos contenían inmumerables estatuas y
figurillas de forma diversa que representaban a los dioses. Pero los indios iban también
a la selva y practicaban ritos religiosos en las cuevas. Este rasgo era común en la mayor
parte de los grupos mayas y se mantuvo entre los lacandones de lengua yucateca hasta
principios de la segunda mitad del siglo XX. Inclusive en la actualidad, los indios de las
Tierras Altas de Guatemala y Chiapas siguen venerando las cuevas y las piedras. El uso
ritual de las cuevas se remonta al Período Preclásico de la civilización maya.

Entre los itzaes, y probablemente también entre otras sociedades mayas de igual o
superior complejidad, conviene distinguir dos sistemas rituales, uno propio de la plebe y
el otro de la élite. Existía asimismo una forma de ritos privados, practicados en los
templos o en las cuevas, y un ritual de Estado o de gobierno, asociado a ceremonias
públicas.

Los templos de más prestigio, según Avendaño, eran grandes edificios con paredes
gruesas, `a cuya medianía nacía un pretil por dentro, todo ello de cal y canto, revocado y
bruñido; y el pretil servía de asiento a los indios...' Estos templos estaban cubiertos con
palmas de guano. En el templo más importante oficiaba el gran sacerdote Kin Canek (ah
Kin significa `sacerdote', `profeta'). Era cuadrado, dotado de un parapeto y una hermosa
escalera de piedra de nueve escalones. Sobre el último escalón, a la entrada del templo,
estaba una figura humana, con la cara ceñuda. En el interior otra más representaba al
dios de la guerra y por encima de esta última estaba colocada una figura en forma de
sol, con los rayos alrededor, en cuya boca tenía incrustados los dientes de los españoles
que habían sido sacrificados. En medio de este templo estaba un gran hueso, medio
podrido, con una corona arriba, suspendido por tres bandas de algodón tejido en varios
colores, y más abajo había un saquito que contenía pedacitos de huesos, también
podridos. Sobre el suelo se encontraban tres braseros con resina y algunas hojas secas
de maíz. Estos huesos eran del caballo que Cortés había dejado en la isla
aproximadamente 172 años antes. Los huesos pertenecían a la pata de un caballo. Los
itzaes lo llamaban ubaceltitzimin, es decir, u bakel ti tzimin, expresión que significa `el
hueso del caballo' Tzimin Chac.

El templo de Canek se parecía al del gran sacerdote, con un gran altar de piedra pulida y
con 12 asientos alrededor, en los cuales se sentaban los sacerdotes que ejecutaban los
sacrificios. Este templo tenía adentro varias estatuas de piedra, de madera y de yeso,
unas bien esculpidas y otras `horribles'. Los itzaes tenían también `ídolos de jade verde,
violeta, rojo y de otros colores'. Canek tenía además un altar y estatuas en su casa y allí
se encontraban colocados los `libros' de profecías escritos en jeroglíficos. En otro
templo, situado en la plaza, oficiaba el sacerdote Tut, que era adivino y se comunicaba
con una estatua.

La religión de los itzaes era politeísta, y se caracterizaba por una gran variedad de
sacrificios, de los cuales el más impresionante era el sacrificio humano. Éste consistía
en arrancar el corazón de la víctima cuando todavía estaba viva. Pero había otro rito
durante el cual se quemaba viva a la víctima, después de encerrarla en una estatua de
metal de forma humana, con la espalda entreabierta y los brazos extendidos. Cuando la
víctima estaba dentro de la estatua, la metían al fuego. Mientras se quemaba, los
sacerdotes tocaban música, bailaban, cantaban y bebían. Parece que uno de los dioses al
que ofrecían víctimas humanas se llamaba Hobo. Los instrumentos musicales usados
durante este rito eran tambores y caparazones vacíos de tortuga, que golpeaban con
palos, y flautas de caña. Los padres de la víctima eran obligados a bailar, a alegrarse y a
considerar como un privilegio el hecho de tener un hijo, una hija o un pariente
ofrendado a la divinidad. Los itzaes veneraban a dos dioses de la guerra, Pakoc y
Hexchunchán. Ante éstos ofrecían copal en los incensarios cuando iban a guerrear
contra los chinamitas, sus vecinos y enemigos mortales. Antes de la batalla también
hacían prácticas de adivinación, acompañadas de bailes. En general los itzaes
sacrificaban a sus prisioneros, pero si no los tenían, escogían a sus víctimas entre la
población local, preferentemente a los muchachos más gordos, pues los devoraban
después de haberlos sacrificado. Avendaño informa que un día antes de inmolarla,
alimentaban bien a la víctima, especialmente cuando se trataba de un extranjero.

Concepción cíclica del tiempo

Ya se mencionaron los `libros' de los itzaes donde estaban escritas sus profecías: `...eran
unos caracteres y figuras pintadas en unas cortezas de árboles, como de una cuarta de
largo cada hoja o tablilla y del grueso como de un real de a ocho, dobladas a una parte y
otra a manera de biombo...' Estas profecías tenían relación con su calendario y su
concepción cíclica del tiempo. Cada período tenía su propio dios, sus propios sacerdotes
y su profecía. Cada período de 20 años, llamado katún, estaba dividido en cinco
subperíodos de cuatro años y cuando se cumplía un katún los itzaes colocaban una
piedra tallada sobre otra y las unían con cal y piedrín, dentro de un templo, para
venerarlas. Tun significa `piedra' en maya y ka significa `dos', `otra vez', `de nuevo'. Así
literalmente, pues, katún quiere decir `dos piedras' o bien `de nuevo una piedra'. Al igual
que los antiguos mayas, los itzaes adoraban el tiempo, que concebían en forma de
ciclos. Para ellos la historia se repetía indefinidamente.

Victoria R. Bricker ha demostrado que el mito y la his-toria no están tan alejados entre
sí como parece a primera vista, y que a veces los mitos pueden ser `teorías de la his-
toria'. Así sucedía en las profecías de los itzaes. Según su calendario, la fecha katún 8
Ahau se repetía aproximada-mente cada 256 años, y cada vez que eso sucedía un pueblo
era destruido o abandonado. A mediados del siglo IX los itzaes fueron expulsados de
Chakanputún y a fines del siglo XII los echaron de Chichén Itzá; en el siglo XV fue
arrasado Mayapán, y a fines del siglo XVII, los españoles conquistaron Tayasal. Estos
acontecimientos se produjeron cada vez que se cumplía un katún 8 Ahau.

Según estos hechos, se ve que la embajada enviada por Canek a Mérida, a fines de
1695, no fue casual, pues la fecha profética katún 8 Ahau se aproximaba. También es
posible que el Padre Avendaño la conociera, y por eso programó su misión para que
correspondiera con el comienzo del nuevo katún 8 Ahau. Los mayas procuraban que los
acontecimientos históricos encajaran en sus profecías. En este caso, como observa
Bricker, es difícil considerar la toma de Tayasal como una verdadera `conquista'. Es por
ello que al enviar los mensajeros a Mérida y al pedirle a Avendaño que regresara, Canek
y los restantes itzaes estaban interesados en que la historia se repitiera o que la profecía
se cumpliera.

Conclusiones
Varias sociedades de las Tierras Bajas mayas del Petén y zonas aledañas del sur
conservaron su independencia política y su identidad cultural durante aproximadamente
150 años después de la conquista de Yucatán. La naturaleza del terreno, caracterizado
por una vegetación tupida, un relieve accidentado y un sistema hidrográfico complejo,
junto con los problemas de logística y las dificultades administrativas y políticas,
impidieron a los misioneros y soldados españoles reducir a todos los pueblos que
moraban en las selvas lluviosas de Chiapas y Petén al momento de la Conquista.

Estos pueblos no constituían una entidad lingüística y culturalmente homogénea. Se


sabe que unos hablaban variantes del chol y otros variantes del yucateco, pero es muy
difícil reconstruir el mapa etnológico de esta área, ya que los cronistas confundieron
muchas veces a los distintos grupos, llamándolos por un mismo nombre o utilizaron
diferentes términos para designar a una misma unidad social y política.

Entre ellos se encontraban los lacandones y los itzaes. Los primeros probablemente
descendían de los mayas que sobrevivieron, después del siglo X, al colapso de la
civilización clásica, mientras los segundos habían migrado desde Yucatán a Petén,
durante el Período Postclásico. Estas dos sociedades representaban vestigios de la
cultura maya prehispánica.
JUAN PEDRO LAPORTE

La Población del Norte de Verapaz, Sur


de Petén e Izabal

La despoblación ocurrida en las Tierras Bajas mayas centrales a partir del Período
Postclásico hace más difícil establecer la afiliación étnica y lingüística de los habitantes
que ocuparon esta zona durante los primeros siglos de la colonización española. En este
ensayo se trata de analizar los movimientos poblacionales efectuados durante los siglos
XVI y XVII en el norte de Alta Verapaz, el sur de Petén y en Izabal. Esta es una amplia
y diversa área geográfica que comprende tierras llanas, montañas, cerros calizos y
aislados, zonas costeras y lacustres y ricos valles aluviales que conforman un hábitat
intermedio entre las Tierras Altas y Bajas. En el conjunto sobresalen abundantes vías
fluviales que inciden en el patrón de asentamiento humano y en las posibilidades de
interrelación comercial. Muchas descripciones se han hecho de esta provincia a partir
del siglo XVI, las cuales no se analizarán aquí.

Es necesario conocer las etnias que habitaron la zona, pero la situación resulta compleja
porque, entre otras cosas, casi no se la ha estudiado arqueológicamente. Por lo general,
ha sido considerada una zona en que la población, como consecuencia del contacto entre
grupos, formó un grupo cultural mayor, lingüísticamente homogéneo, básicamente chol,
de asentamientos moderados y dispersos. Posteriores exploraciones arqueológicas han
determinado que en la región había un mosaico ambiental que debe haber incidido en la
diversidad de población. Su carácter de área de paso, en la que convergían diversas rutas
comerciales, explica también la presencia de distintos grupos.

El presente análisis toma en consideración evidencias etnohistóricas, lingüísticas,


antropológicas y arqueológicas, con el fin de observar la dinámica poblacional general.
Desde el comienzo de la evangelización dominica se menciona la existencia de siete
lenguas en la región, pero sólo dos eran las usadas por la mayoría, el chol y el kekchí
(q'eqchi'), en las cuales se impartía la doctrina cristiana (véase Ilustración 183). Es
probable que hayan existido, además, otras lenguas de las cuales no se hace mención y
por ello el análisis se enfoca en estos dos grupos principales.

Pluralidad Étnica de la Región


Durante el siglo XV, el territorio en que floreció siglos antes la cultura maya clásica fue
habitado por grupos que hablaban chol. Estos grupos ocuparon, entre otros territorios, el
norte de Alta Verapaz e Izabal, en torno a los ríos Chahal, Salinas, Sebol y Sarstún. Por
consiguiente, la etnia chol, integrada por las poblaciones manché, acalá, toquegua,
lacandón-chol y chol de Sarstún ocupó las tierras situadas entre el Golfo de México,
donde se hablaba chontal, y el Golfo de Honduras, donde el chortí era la lengua
dominante. Chol, chontal y chortí son lenguas afines, consideradas como variantes
dialectales, por lo cual las divisiones internas del grupo chol fueron aun menos
perceptibles y deben entenderse más bien como denominaciones de carácter político,
producidas por el amplio territorio que dominó dicho grupo. Al sur del territorio chol se
encontraban los mayas de las Tierras Altas: tzeltales, mames, ixiles y kekchíes. Al norte
habitaban grupos afiliados lingüísticamente al maya yucateco, especialmente el grupo
mopán, el itzá y el cehaché.

El grupo chol tuvo tres divisiones: 1) chol nororiental, de la región del Río Sarstún y del
Manché, en el sur de Petén; 2) chol central, de Lacandón y Acalá, en la región de los
ríos Lacantún, Usumacinta, La Pasión y Salinas; 3) chol occidental, en las cercanías de
Palenque. El presente trabajo se refiere al grupo chol nororiental, asentado en el área del
Río Sarstún y en sectores adyacentes de los actuales departamentos de Alta Verapaz,
Izabal y Petén. Para el estudio de los grupos choles son útiles las crónicas de Antonio de
Remesal, Francisco Ximénez, Juan de Villagutierre y Soto-Mayor y Nicolás de
Valenzuela. Trabajos más recientes son los de Otto Stoll, Eric Thompson, Arturo
Valdés Oliva, Frances Scholes y Ralph Roys, Alfonso Villa Rojas, Nicholas Hellmuth y
Otto Schumann.

El Chol Nororiental
Remesal y Ximénez informaron sobre un grupo chol localizado en la región del Río
Sarstún, específicamente en la zona de Chahal. Mediante la evangelización dominica
ocurrió el primer contacto con los pueblos de las Tierras Bajas, y desde entonces se
englobaron bajo el término chol cinco naciones o señoríos: chol, manché, acalá,
toquegua y lacandón.

El territorio chol del norte de la Verapaz comenzaba más allá de Cahabón y se extendía
hacia Chahal, el Río Sarstún, el norte de Izabal y el sur de Belice hasta alcanzar las
costas de Amatique. En esta última zona habitaban los toqueguas. El grupo acalá
limitaba dicho territorio al noroeste. Desde Cahabón, la provincia chol se extendía 150
kms hasta colindar con el territorio mopán. El Río Sarstún se llamó Zactún o Petenhá,
desde su desembocadura hasta los ríos Chiyú y Chahal, que bajan de la zona kekchí. El
actual Río San Pedro, que corre en dirección noreste y se interna en tierra manché, se
conoció como Maytol.

El término `manché' se aplicó a una rama de hablantes de la lengua chol que habitó al
norte del Río Cancuén y que, junto con los grupos del Río Sarstún, comerciaba en los
mercados de Cahabón, Lanquín y otros pueblos de habla kekchí. Desde los primeros
contactos con el territorio chol, se utilizaron cahaboneros como intérpretes y guías. Los
choles del Sarstún y el Manché desaparecieron pronto al fusionarse con sus vecinos
dominantes kekchíes y mopanes. Agravado por diversos movimientos de población, tal
proceso condujo a la total desaparición del chol nororiental.

Entre 1530 y 1550, la zona de Cobán sufrió una rápida despoblación, por lo cual los
dominicos formaron un asentamiento heterogéneo de kekchíes y choles. La población
indígena no cesó de disminuir sino hasta 1635, y después se recuperó lentamente. Al
final del siglo XVII, el Presidente Gabriel Sánchez de Berrospe sugirió trasladar a los
indígenas a tierras fácilmente controlables, y abandonó los proyectos de reducción de
toda el área, incluyendo los pueblos itzá y lacandón. Grupos de choles cristianizados
fueron trasladados de las cercanías de Cahabón y Boloncó a la actual Baja Verapaz. Los
restantes pueblos choles de esa región fueron absorbidos por los kekchíes, en un
proceso que podría remontarse a épocas anteriores a la Conquista. Actualmente ya no
existe la etnia chol de Guatemala.

Puesto a que las poblaciones kekchí, chol y manché se mezclaron en algunas


comunidades, es necesario delimitar estos grupos mediante la localización de pueblos y
reducciones organizados durante las incursiones de pacificación en los siglos XVI y
XVII. Los mayores escollos para lograrlo son la complejidad del terreno y la movilidad
de los habitantes; éstos, en efecto, abandonaron los poblados reducidos, como
consecuencia de rebeliones internas o de ataques promovidos desde territorio mopán.
Para intentar esta delimitación, se han seleccionado las `entradas' o incursiones
siguientes: En 1604, los frailes Esguerra y San Cipriano salieron de Cahabón hacia
Cucul, Manché, Chocohau, Ixil, Matzín, Ixovox, Yaxhá, Cahabón. En 1606, los frailes
San Cipriano, Plaza y Ximeno salieron de Cahabón hacia Chahal, Yaxhá, Matzín, Ixil,
Chocohau, Xecupín, Manché, Ixovox y Cahabón. En 1631, el Capitán Martín Alfonso
Tovilla, Alcalde Mayor de las Provincias de Verapaz, Golfo Dulce, Sacapulas y
Manché, realizó una `entrada' con el objeto de fundar un pueblo de españoles en el
Manché (Toro de Acuña), para lo cual salió de Cahabón hacia Ayaza, Manché, Ixil y
Cahabón. En 1672, los Frailes Delgado y Gallegos salieron de San Lucas Tzalac hacia
Matzín, Ixil, Tzuncal, May, Chocohau y retornaron a May y San Lucas. En 1695, Fray
Agustín Cano y el Capitán Díaz de Velazco salieron de Cahabón hacia el Itzá, para
concluir la pacificación de estas tierras. Cruzaron Mopán y efectuaron un largo
recorrido que incluyó Chipachché, Chimuchuch, Campamac, Boloncó, Tuilá,
Zaczaclún, Tzuncal, May, Chocohau y Mopán (véase Ilustración 183).

Los datos anteriores indican que, en la época en que se llevaron a cabo esas entradas,
eran tres las entidades que conformaban el grupo chol nororiental: 1) Los choles del Río
Sarstún, que estaban asentados entre Cahabón y Tzalac o Cadenas (Modesto Méndez) y
que dominaron los valles de Chahal y el curso del Río Chiyú. 2) El grupo manché del
núcleo Yaxhá-Cancuén, con subgrupos asentados desde Tzalac o Cadenas (Modesto
Méndez), en el extremo sur de Petén, que llegó hasta los límites con los kekchíes de
Boloncó y dominó las tierras de dicha región. 3) El grupo manché del núcleo Ixbobó-
Cancuén, con subgrupos localizados en las serranías de las montañas mayas, que
dominó los valles de San Luis Petén, en contacto con los mopanes situados más hacia el
norte (Poptún, Dolores).

El Grupo Chol del Río Sarstún


San Felipe Cucul fue una de las primeras reducciones en el área, y se la utilizó como
punto de entrada por ser el centro chol más cercano a Cahabón. Este centro funcionó
hasta el inicio del siglo XVII, cuando fue quemado. Su identidad con Chahal es aclarada
por Ximénez. Situado entre los ríos Chiyú y Chahal, al pie de la Sierra Santa Cruz,
constituía un valle fluvial con cerros altos y montañas cercanas y una zona de transición
entre las Tierras Altas y Bajas. Alfred Maudslay, al referirse a su salida de Cahabón,
menciona al Río Chimuchuch como afluente del Sarstún.
Sobre San Lucas Tzalac hay más información, pues funcionó a lo largo del siglo XVII
como una reducción de choles. Tzalac estuvo situado en la confluencia de los ríos
Sarstún y San Pedro, cerca de la actual localidad de Modesto Méndez, a tres jornadas de
Cahabón y seis de Cobán, siguiendo el Río Chiyú. Puede tratarse asimismo de San
Lucas Zulbén, desde donde se transitaba hacia el Lago de Izabal, distante 80 kilómetros.
Al norte de Tzalac comenzaba el territorio manché. A San Lucas se integraron varias
aldeas, entre ellas San Felipe, Rosario y, en 1682, Cucul. Mediante esta integración, el
grupo chol nororiental dominó por un tiempo el paso hacia el Mar Caribe, situación que
aprovecharon los españoles para expandirse hacia las Tierras Bajas y para comunicarse
con el Puerto de Santo Tomás. Se supone que el vocabulario manché, recopilado al
comienzo del siglo XVIII por el Padre Morán, proviene de esta comunidad aunque, en
otra parte, se considera que Tzalac fue abandonado desde 1635.

El Grupo Manché del Núcleo Yaxhá-Cancuén


El Manché, parte integral de la Provincia de Tezulutlán, llamada Verapaz desde 1547,
abarcaba el sureste de Petén y el noreste de Alta Verapaz, zona de lluvias y de bosques
tropicales altos, con un complicado sistema hidrográfico. Estas vías fluviales fueron de
gran importancia para el desarrollo del comercio prehispánico entre los grupos
chontales de Tabasco y las naciones de la región de Izabal y el Río Dulce. Corresponde
al área actual de San Luis Petén. En ésta se encuentra el `parte-aguas' entre el Río
Cancuén y el sistema del Río Sarstún. El Río Cancuén nace en las montañas mayas,
atraviesa el sur de Petén y se junta con el Río de La Pasión. Río arriba se le conocía
como Yaxhá y fue a comienzos de 1639 cuando empezó a llamarse Cancuén. Al dejar
San Lucas Tzalac, los frailes siguieron el Río Maytol o San Pedro hasta alcanzar el Río
Yaxhá, donde se formaron cuatro reducciones de población manché. Una de ellas fue
San Pablo Yaxhá, conocida luego como Nohxoy; fue destruida en 1631 por Martín
Alfonso Tovilla. A finales del mismo siglo se conoció como Zaczaclún. Un segundo
grupo fue reducido en San José Ixovox, al este de la reducción anterior, pero tuvo un
corto asentamiento, pues desapareció a comienzos del siglo XVII, posiblemente
absorbido por otra reducción.

Al norte del Río Yaxhá o Cancuén fue reducido un tercer grupo en San Pablo Ixil o
Tzuncal, centro principal de este núcleo. Cerca de éste se redujo a otro grupo en San
Jacinto Matzín. En la actualidad subsiste el paraje de Tzuncal como evidencia de dichas
reducciones.

El Manché del Núcleo Ixbobó-Cancuén


Hacia el este de San Pablo Yaxhá estaba el corazón de la nación manché, en una zona
fértil y con grandes recursos de madera y cal. No en vano intentó el Alcalde Tovilla
fundar un pueblo de españoles en el propio San Miguel Manché, situado en la ribera del
actual Río Ixbobó, nacimiento del Cancuén. En ese lugar terminaba la provincia y
comenzaba el señorío mopán, cuyos integrantes eran temidos por su ferocidad y por su
alianza con los itzaes. El Manché fue erigido en vicaría en 1628, pero después de
haberse fundado allí el pueblo de Toro de Acuña los naturales se sublevaron en 1633,
por lo que duró poco el primer asentamiento hispano en tierras de Petén. En este núcleo
manché se formaron varias reducciones: Asunción de Chocohau, y la de San Miguel al
oriente; entre estas dos, Xecupín, Xocmó y Yool. Otro poblado fue San José May, al
oriente de Chocohau, donde se hallaba un grupo de gente de la Verapaz.

En resumen, la nación manché abarcaba dos zonas contiguas: el núcleo relacionado con
el sistema Ixbobó-Cancuén, del cual formaban parte los poblados de San Miguel
Manché, Chocohau y May; y el otro sobre el Río Yaxhá Cancuén, con reducciones en
Ixil o Tzuncal, Matzín y Yaxhá. Sus vecinos fueron: al norte, la población mopán, de
lengua de filiación maya yucateca, asentada en los amplios valles y mesetas de las
montañas mayas; hacia el oeste, el señorío acalá, de lengua cholana, cuyos poblados
dominaban el área de los ríos de La Pasión y Salinas.

Los poblados manché compartieron el Río Cancuén con los grupos kekchíes de tierra
baja, talvez dependientes de Cahabón, como lo sugieren las aldeas de Chipachché,
Chimuchuch, Campamac y Tuilá, nombres de filiación kekchí, y lugares donde no se
reportaron hablantes de chol en la incursión de 1695. Eric Thompson sugirió que los
cahaboneros pudieron haber sido antiguos hablantes de chol que cambiaron su lengua
por el dominante kekchí, cuya expansión fue evidente en comunidades del territorio
manché, como Tzuncal y May. El expansionismo kekchí se ha incrementado durante el
siglo XX, por la escasa población del área.

Los Grupos Choles Central y Occidental


El grupo Acalá ocupó un sector intermedio entre Cobán y Lacandón, en las cercanías
del Río Chixoy o Salinas. Bernal Díaz del Castillo lo menciona al diferenciar Acalá la
Chica de la Gran Acalá, que atravesó con Cortés en 1524, aunque no lo ubicó
geográficamente. Definir el territorio acalá puede proporcionar una idea más clara sobre
el control de las rutas hacia la tierra baja y la explotación de la sal y otros productos
asociados al área del Río Salinas. Los dominicos consideraban que las tierras de Acalá
se encontraban a unos 40 kilómetros de Cobán.

Su pacificación fue difícil. Se cree que el primer contacto con los acalaes fue en 1538 ó
1539, cuando el Presidente Alonso de Maldonado y sus soldados cruzaron la región en
su expedición al Lacandón. La primera entrada por parte de los dominicos se llevó a
cabo en 1550 y estuvo a cargo de los Frailes Tomás de la Torre y Domingo de Vico,
quienes no fueron bien recibidos y tuvieron que retornar a Cobán bajo la protección de
don Juan, Gobernador de Verapaz. Pocos años después, Vico y Fray Alfonso de Vayllo
realizaron varios intentos de penetrar en el área. En noviembre de 1555, Vico y Fray
Andrés López volvieron a Acalá, después de rechazar la protección del Gobernador don
Juan, pero la gente del lugar, con ayuda de sus vecinos lacandones, incendió la choza de
los frailes, que murieron flechados junto con una treintena de sus acompañantes. Esta
matanza condujo a otra mayor, cuando los jefes indígenas de Verapaz y Sacapulas
intentaron realizar una expedición punitiva. Ambas acciones tuvieron como
consecuencia que se pidiera protección a las autoridades españolas y que se usara la
fuerza en las futuras entradas. Así terminaron los planes de Las Casas, 12 años después
de los éxitos iniciales de penetración pacífica. La rebeldía y la violencia del pueblo
acalá pudieron haber tenido su origen en el fanatismo de Vico y la consecuente
imposición de patrones ajenos, en contra de los postulados de Las Casas.

Poco se sabe sobre la población acalá después de la matanza aludida antes. En 1574,
vecinos del barrio San Juan, en Cobán, hablaban acalá. Alrededor de 1580 fundaron un
nuevo pueblo, Santa Cruz, en un sitio cercano al lugar donde murieron los frailes.
Todavía en 1590 se hacía mención de grupos acalá y de una reducción, Almodóvar,
desde donde el alcalde de Verapaz pretendía pacificar y poblar el Lacandón. La
reducción llamada San Marcos, ubicada en Chamá, de donde venían los habitantes de la
parcialidad de San Marcos de Cobán, pudo haber sido la primera y efímera fundación
hecha por Vico poco después de 1550.

Seguramente otras poblaciones acalá se refugiaron en las espesas selvas del noroeste,
desde la persecución de 1556. Alrededor de 1693, los Frailes López y Antonio Margil
entraron en Lacandón, donde se les mostraron prendas y objetos de Vico, hecho
importante para determinar la fusión de los grupos acalá y lacandón. Sin embargo, no se
ha resuelto la sustitución lingüística sufrida por los grupos lacandones a inicios del siglo
XVII, así como la adecuación de Acalá a este cambio. ¿Cómo lograron conservar la
tradición de la muerte del Padre Vico a más de un siglo después de haber sucedido?
¿Cómo correlacionar la presencia de estos hablantes de lacandón-chol o acalá con la
población de habla maya yucateca, que se reunió en Dolores dos años después, con la
presencia del propio Fray Antonio Margil? Para todo ello es necesario analizar la
información sobre el lacandón, la cual es mucho más abundante que la de otros pueblos
de las Tierras Bajas centrales.

Grupo lacandón-chol

Karl Sapper, Eric Thompson y Nicholas Hellmuth han demostrado que la población
lacandona del siglo XVI hablaba chol y constituía un grupo lingüístico distinto del
actual lacandón de filiación maya-yucateco. En el siglo XVI el centro de este señorío
estaba en la Isla Lacantún, al este de Chiapas, entre los ríos Lacantún y Usumacinta, por
lo que fue vecino del grupo acalá. Varios puntos son relevantes para la presente
investigación. Los grupos chol, lacandón-chol y acalá ocuparon un amplio territorio que
se extendía desde el Río de La Pasión al este, hasta Ocosingo, en el oeste. Su límite sur
es menos conocido, aunque la presencia de las altas montañas y la existencia de grupos
lingüísticos del Altiplano dan indicios para poder definirlo. Hacia el norte no es clara su
diferenciación de los hablantes del maya-yucateco, pero la presencia itzá en el área
quizás contuvo ese avance. Alrededor de 1631, los grupos lacandón-chol y acalá habían
desaparecido del área después de la sustitución lingüística que trajo consigo el
lacandónyucateco. Esta situación debe haber estado acompañada de una sustitución
cultural, poco evidente, tratándose de grupos también asentados en zonas selváticas,
probablemente cehaché. Solamente parecen resaltar algunos cambios a nivel ritual o
religioso.

El grupo chol occidental

Este grupo se encuentra al norte de Chiapas y Tabasco, en Tumbalá, Tila, Sabanilla y


Salto de Agua. Su punto de origen pudo haber sido el área lacandona de San Quintín y
Pochutla, desde donde Fray Pedro Lorenzo, en 1564, emprendió su reducción y el
cambio de localidad. Muchos de ellos fueron absorbidos por los tzeltales. Sin embargo,
en documentos escritos entre 1611 y 1850 se sugiere una zona de ocupación permanente
del chol de Tila y Tumbalá, en las tierras bajas del norte chiapaneco, lo cual refuerza el
argumento de su presencia en esa área antes del movimiento de población mencionado.

El grupo mopán

De filiación lingüística maya-yucateca, los grupos habitantes de Mopán fueron


belicosos y aliados de las poblaciones itzá del Lago Petén. Al sur sus vecinos fueron
grupos manché, mientras que al oeste fueron grupos acalá y lacandón. Hacia el norte de
Mopán se encontraba el Río Chahal, que fue campamento en varias entradas y que
puede haber sido el límite con el territorio itzá. En una acuarela de 1735 se observa que
dicho río fluía entre Santa Ana y Santo Toribio y posiblemente sea el actual Chal, un
tributario del Río de La Pasión, que nace en las sabanas de Petén. Los grupos mopanes
se opusieron a las entradas españolas durante los siglos XVI y XVII, pues atacaban
continuamente a los pueblos manché ya cristianizados que se formaban en el área.
Fueron conquistados junto con el grupo itzá en 1696.

Actualmente hay pocos hablantes de mopán en Petén, y disminuyen progresivamente


bajo la presión de los ladinos y ante el empuje de los inmigrantes kekchíes, con quienes
se han fusionado. Algunos núcleos se encuentran en el área de San Luis Petén, cercanos
al Río Ixbobó (antigua zona manché) y en los alrededores de Poptún, Machaquilá,
Dolores y Santo Toribio. En Belice se encuentran en mayor número en las poblaciones
de San Antonio, San José y San Pedro Columbia, distrito de Toledo. Desde 1829 se
tienen noticias de ellos en esta área, hacia donde emigraron después de los abusos que
sufrieron en San Luis Petén, pero su territorio anterior, conocido posiblemente como
Aycal, quizás se extendió hasta Campín, en el Río Monkey, y por el norte hasta el Río
Belice. Esta zona coincide en términos generales con lo que se consideró territorio
mopán en el siglo XVI.

Es conocida la propuesta de Thompson sobre la constitución de un subgrupo de


hablantes de maya-yucateco en Petén y Belice, denominados maya-chan, por sus
particularidades respecto a vocabulario, pronunciación, nombres, religión y prácticas
rituales. Este subgrupo englobaba a las etnias itzá, tipú, cehaché, chinamita, lacandón y
mopán, estas últimas en el sector sur del área chan.

El Kekchí de Tierra Baja (Kekchí-Chol)


El grupo central de la comarca kekchí está situado en el altiplano de Cobán y Carchá,
Alta Verapaz, y su territorio colinda con las etnias pokomchí (poqomchi') al sur y
quiché (k'iche') e ixil al oeste.

Antiguamente, otro núcleo de hablantes de kekchí habitó un ecosistema de tierra baja


(kekchí-chol). Hacia el este ocupó la Sierra de Santa Cruz y la ribera norte de la cuenca
del Río Polochic. El límite norte de su territorio era más variable. En el siglo XVI llegó
al Río Cancuén. Hacia el noreste abarcó parte de las cuencas de los Ríos Chiyú y
Chahal, donde comenzaba el núcleo chol. A finales del siglo XIX se había mezclado
con hablantes de mopán en comunidades del sur de Belice. En la actualidad, migrantes
kekchíes han llegado a lugares lejanos del norte, como Uaxactún y Carmelita, y su
expansión continúa.

La etnia kekchí llega hasta el Mar Caribe, convive con grupos no mesoamericanos e
integra una poderosa minoría en comunidades como Livingston y Punta Gorda. Durante
un reconocimiento efectuado en el Distrito de Toledo, se encontró población kekchí en
14 de 16 aldeas, algunas de población mixta mopán-kekchí, como San Pedro Columbia,
Mohijón, Poité y San Antonio Pueblo Viejo. En la cuenca de los ríos Columbia y
Sarstún hay aldeas con población exclusivamente kekchí. La reciente migración hacia
esta zona comenzó por la limitación de las tierras para milpa en Guatemala y por el
reclutamiento de gente kekchí por parte de los terratenientes alemanes de Cobán,
quienes los enviaban a las haciendas de Belice para el cultivo de cacao, café y hule.

Sin embargo, es posible que la presencia kekchí en tierra baja tenga raíces más antiguas.
Hay evidencia de que hubo grupos kekchí-chol en comunidades manché y chol cercanas
al Río Cancuén (ixil o tzuncal y yaxhá), que fueron descubiertas por los españoles
durante sus entradas. El kekchí, en su expansión de los últimos tres siglos, absorbió
grupos aislados de pokomchí, chol, lacandón y mopán, y sus hablantes adquirieron
costumbres, creencias y peculiaridades de pronunciación y gramática, pero
conformaban en conjunto un grupo homogéneo.

La relación entre las Tierras Bajas y el altiplano de Verapaz se remonta a muchos siglos
atrás. Se notan antiguos contactos entre las lenguas kekchí y chol, sobre la base de
términos semejantes y de una mitología que pudiera tener el mismo origen. Al parecer,
este proceso llevó consigo la adopción del calendario. En la presentación de un
manuscrito del siglo XVI, Thompson manifestó que el calendario kekchí tuvo sus
orígenes en el chol de tierra baja. Fundó su afirmación en la presencia del mes yax que,
de ser kekchí local, hubiera tomado la forma de rax, según el canon propio, por lo que
es más probable que se obtuviera de una lengua que usara la `r'. En el caso del mes
tzihora, correspondiente al mes chen, la sustitución de términos es sin duda reciente. La
única lengua vecina del kekchí que no empleó la `r' fue el chol.

En relación con el kekchí, Robert Burkitt habla de un `estilo cahabón', por la presencia
de formas arcaicas y de palabras que ya no estaban en uso, como el caso de los
numerales txuy (8,000) y kalab (160,000), incluidos en un manuscrito kekchí
encontrado en Cahabón, que contiene sermones e historias del Viejo Testamento. El
manuscrito no tiene fecha y está incompleto. Al estudiar un testamento de 1583
encontrado en San Pedro Carchá, pero que posiblemente fue escrito en San Juan
Chamelco, Burkitt se asombra de la persistencia de la lengua kekchí.

Otto Stoll escribió: `...cuando recogía en Cobán estos idiomas [el kekchí], encontré que
la lengua que se habla en la región septentrional kekchí se diferenciaba de la que se
habla en Cahabón, aunque se entienden sin ninguna dificultad'. Alfonso Villa Rojas hizo
notar también variaciones dialectales que no entorpecen su comprensión. Diferencias
importantes parecen ser el acento y el tono, lo cual constituye un indicio de que los
antiguos habitantes del norte de Verapaz, Sierra de Santa Cruz y valle del Río Polochic,
aunque de cercana filiación kekchí, comenzaban un proceso de separación dialectal en
el momento de la Conquista. Este proceso se detuvo con el repliegue y la despoblación
del área. Sin embargo, volvió a surgir con la migración actual.

No es posible encontrar estudios lingüísticos de esta situación. Aun un prefijo locativo


tan arraigado como el sa, cambia a se. En el altiplano cobanero son usuales los nombres
de localidades como Saacoc, Sabjá, Sacacchab, Sacanchá, Sasajal, Saraxoch, y muchos
otros, mientras que en la Sierra de Santa Cruz y en las Tierras Bajas, desde Sebol a
Chahal y El Estor, las poblaciones kekchíes se denominan Seac, Seococ, Searranx,
Seasir, Setutz, Setal, Semuc, Sesacar, Sepur, y las hay con nombres híbridos como
Sepotrero, Semanzana y Sebandera.

Por lo tanto, existen diferencias lingüísticas entre las ramas kekchí de tierra alta y tierra
baja. El actual proceso de expansión responde a problemas demográficos en el núcleo
central, lo cual podría relacionarse con un patrón prehispánico. Su extensión hacia
Petén, Belice y el Mar Caribe puede haber correspondido a la desaparición de grupos
chol y manché, y a movimientos de población mopán, aunque se ha considerado que
este fenómeno fue posterior a la Conquista. También es probable que se encontrara en la
zona, si se considera un grupo prehispánico kekchí de tierra baja (kekchí-chol), cuya
población abundó durante el Período Postclásico en los altiplanos de Cobán y Carchá,
cuando ya se encontraban despobladas algunas áreas de tierra baja.

Es clara la importancia que deben haber tenido las poblaciones kekchíes en relación con
el comercio, por su posición favorable entre tierra alta y tierra baja, lo cual también
debe haber sucedido en épocas anteriores. En el l informe de Cortés (1525) en que
menciona su expedición al Lago de Izabal y al Río Polochic, se alude también a ciertas
poblaciones que hablaban una lengua ininteligible, diferente al maya y al chol que él ya
conocía por sus contactos con los pobladores de las zonas chontal, cehaché, itzá, mopán,
manché y toquegua. Los grupos encontrados en el valle del Río Polochic pueden haber
sido de lengua kekchí o pokomchí, en sus variantes de tierra baja.

Grupo ahxoy

La región ahxoy estaba en tierra baja. Sus pobladores no eran choles ni lacandones, sino
cristianos naturales de Cobán y, por lo tanto, kekchíes, que se habían retirado a las
montañas cercanas a Acalá y Lacandón. Por estar ya muy cerca del Río Grande o
Chixoy, se les llamó ahxoy. Todavía en 1675 se tenía noticia de ellos. Es claro que
formaron parte del kekchí de tierra baja (kekchí-chol) al constituir un caso concreto de
penetración, talvez en un intento de acercarse a las ricas salinas del Río Chixoy, aunque
finalmente acabaron ocupando una zona más al norte de éstas. No se sabe más de ellos,
ni siquiera si esta ocupación se llevó a cabo antes del siglo XVI. También podría estar
relacionada con el pueblo de San Marcos, fundado por Vico cerca de Chamá,
mencionado anteriormente al tratar de Acalá.

La Población de la Costa Atlántica y del Lago de


Izabal
La situación etnohistórica de la costa atlántica de Izabal resulta confusa por los cambios
poblacionales ocurridos. En el sector del Río Dulce hubo asentamientos de grupos de
idioma chol. Hacia el Río Motagua, en el extremo sureste del área, se encontraban
grupos toquegua pero, cuando éstos desaparecieron, su territorio fue prácticamente
abandonado. Con excepción de los asentamientos hispanos dedicados a la reparación de
navíos y al control de mercancías, solamente hay evidencias de la presencia de
pequeños grupos de habla chol, chortí y kekchí.

El sur de Belice presenta una situación igualmente compleja. Su población fue chol de
Sarstún, y tenía contacto con grupos manché y mopán. Se les redujo en Tzalac, por lo
que se dejó libre el territorio para que pudieran ocuparlo sus vecinos kekchíes. Al
noreste del Sarstún, las reducciones manché impidieron la expansión kekchí durante la
época colonial. Grupos modernos penetraron en el área del Río Columbia y se
mezclaron con población de habla kekchí. Esta situación prevalece en la actualidad.

Grupo toquegua

Este grupo desapareció desde el siglo XVI. Cortés lo menciona en 1525, después de
haber encontrado a algunos de los españoles que participaron en expediciones a
Honduras. Esto hace suponer que este grupo estableció contacto con europeos desde las
primeras incursiones. Las enfermedades los diezmaron pronto y aceleraron el proceso
de extinción que sufrieron los grupos costeros. Cuando, en 1604, se descubrió la Bahía
de Santo Tomás, se entró en contacto con los toquegua que navegaban por el Río
Motagua y comerciaban con pobladores de la Costa de Honduras y de la Bahía de
Amatique. En 1613 habían desaparecido. Varios grupos, algunos de los cuales pueden
haber sido toquegua, se asentaron en Amatique, en cumplimiento de las órdenes del
Presidente Sánchez de Berrospe, relativas al traslado de grupos rebeldes o aislados. A
mediados del siglo XIX se les menciona como ubicados en las márgenes del Río
Sarstún, aunque Sapper no los encontró en su viaje de 1896.

Se ha demostrado que los grupos toquegua hablaban chol. Aunque su denominación no


parece ser cholana, la mayor parte de su vocabulario conocido coincide con el chol. Sin
embargo, hubo multitud de términos en su lengua que pueden ser de filiación xinca o
jicaque, los cuales, junto con el lenca, no muestran una clara filiación lingüística. Estos
grupos se ubicaron en zonas cercanas al área toquegua, después de dominar el valle del
Río Ulúa hasta la costa de Trujillo.

El caso del Lago de Izabal y el Valle del Polochic

Durante el siglo XVI, el área del Polochic estuvo ocupada por hablantes de kekchí,
pokomchí y chol, que confluyeron en esta zona. La presencia de grupos que no eran
cholanos, a lo largo de la cuenca del Río Cahabón y en la Sierra de Santa Cruz, está
fundamentada en la entrada de Cortés en 1524 y la situación que halló en Chacujal,
donde anotó la existencia de una lengua que le resultó incomprensible, aun llevando
consigo hablantes de distintos idiomas de las Tierras Bajas.

Los dominicos de la Verapaz consideraron la Sierra de Santa Cruz y el valle del Río
Polochic como parte integral de su concesión y dirigieron las primeras reducciones en
esta zona desde el convento de Cobán. En ningún momento relacionaron el oeste del
Golfo Dulce con una población de idioma chol. Es posible que la riqueza agrícola del
valle aluvial del Río Polochic haya sido compartida por gentes de habla pokomchí y
kekchí. Las crónicas refieren que personas de Tamahú, hablantes de pokomchí,
dominaban los cacaotales de La Tinta y Telemán, ambos en el valle del Río Polochic.

Existen numerosas alusiones a choles en el área del Golfo Dulce. Sin embargo, este
extenso grupo estuvo confinado al este del Lago de Izabal. La evidencia apunta a que
dominaban la Costa de Amatique, sin alcanzar la Sierra de Santa Cruz y menos aún el
valle del Polochic. Un punto de contacto entre los grupos chol y kekchí pudo haber sido
la comunidad de San Felipe, más o menos donde se fundó la reducción de Xocoló a
mediados del siglo XVI. Aquí comienza el Lago de Izabal y se eleva la Sierra de Santa
Cruz hacia el oeste, mientras que al este se extiende la planicie costera. En la actualidad
la situación ha cambiado. Hay población kekchí plenamente asentada en el área del
Lago de Izabal, en el valle del Polochic y en la Sierra de Santa Cruz. Con el repliegue
de grupos de tierra baja, los kekchíes se han expandido hacia zonas que probablemente
no dominaban en la antigüedad, hasta alcanzar la Costa atlántica.

Para comprender la movilidad de los grupos étnicos de las Tierras Bajas y la división
que ya existía entre ellos desde la época postclásica, se incluye información sobre los
asentamientos españoles en la región del Río Dulce, el Golfete, el Lago de Izabal y valle
del Polochic, con el fin de observar los movimientos poblacionales ocurridos en los
siglos XVI y XVII.

Grupo pokomchí

En el siglo XVI, hablantes de pokomam septentrional o pokomchí ocupaban el área


comprendida desde el Río Chixoy, al oeste, hasta la actual localidad de Panzós, en el
extremo este. Su territorio colindaba al norte con grupos kekchíes, al suroeste con
grupos quichés, cakchiqueles (kaqchikeles) y pokomames (poqomames), mientras que al
este limitaban con poblaciones chortíes. En esta área se incluía casi la totalidad del Río
Polochic y llegaron a dominar parte de esa fértil cuenca.

El pokomchí tuvo dos divisiones internas anteriores a la Conquista, las cuales seguían
vigentes en 1540: el pokomchí oriental se habló en Tactic, Purulhá, Tamahú y Tucurú;
el occidental, en Santa Cruz, San Cristóbal y Belejú. La diversificación pokomchí
ocurrió cuando el grupo occidental se movió hacia el norte y llegó hasta San Cristóbal y
talvez hasta Chamá y Cobán, lo cual obligó a otros grupos orientales a moverse hacia el
sureste de Alta Verapaz (Tactic y Tucurú), e instalarse en el valle del Polochic. No está
claro si este movimiento trajo consigo el desplazamiento de otros pobladores originales.

Asentamientos españoles del Lago de Izabal y Valle del Polochic

Los españoles conocieron el Golfo Dulce desde muy temprano. Gil González Dávila
realizó el primer intento de colonización y fundó San Gil de Buenavista en 1523, cerca
del pueblo indígena de Nito, en una zona de población toquegua. Cuando llegó Cortés, a
finales de 1524, los pocos habitantes de San Gil fueron trasladados hacia la Costa de
Honduras, por lo cual duró poco el primer asentamiento español en Izabal.
El aislamiento de esta zona fue muy breve, puesto que alrededor de 1544 un grupo de
españoles mercaderes, procedentes de Yucatán y Cozumel y encabezados por Pedro de
Ávila (luego Alcalde Mayor), remontó el Río Polochic y se vio obligado a retirarse ante
los ataques de los indígenas, que eran, talvez, de idioma pokomchí o kekchí-chol. Sin
embargo, poco tiempo después lograron controlar una amplia zona, y a fines de 1547
fundaron una villa conocida como Nueva Sevilla o Villa de Munguía, ubicada en la
margen sur del Río Polochic. Por su corta duración, se confunden estos dos
asentamientos. Se considera que pueden haber sido uno mismo, con el nombre de
Nueva Sevilla aplicado por los pobladores venidos de Yucatán, y el de Munguía, por las
autoridades cobaneras. Este paraje estaba a unos 12 kilómetros al oeste de un puesto
donde entonces se entregaba y se recibía mercadería, conocido después como Bodegas.
Se ha dicho que el Licenciado Landecho fundó la Villa de Munguía en 1561, en la
región en que actualmente se encuentra El Estor, con el fin de recibir y transportar
mercancías por el Río Polochic, pero no existe fundamento para ubicar dicho
asentamiento en la ribera norte del lago.

Los colonos de Nueva Sevilla pronto entraron en conflicto con los frailes dominicos,
quienes consideraban que esta zona era parte de su concesión. Aun así, se procedió a
establecer un sistema de encomienda, que fracasó ante la retirada de la población nativa
hacia tierras interiores. El caso fue elevado por los dominicos a la Audiencia, la cual
falló a su favor, por lo que, a finales de 1548, se decretó la destrucción del pueblo, que
se llevó a cabo algunos años después, a pesar de que los colonos se negaron a abandonar
el área. En esta forma, apenas 10 años después de su fundación, desapareció Nueva
Sevilla. Sin embargo, se ha dicho que en Munguía se introdujo ganado bovino y que
esta población se encontraba activa en 1561 y aún existía en 1568, según el Juicio de
Residencia hecho por el Alcalde de la Verapaz a su predecesor.

Tres décadas después de las primeras expediciones al Golfo Dulce no se había logrado
establecer ningún asentamiento hispano permanente, por lo que Izabal se perfiló como
un territorio aislado, con una población belicosa y poco organizada, desde la
desaparición de los núcleos prehispánicos.

Tras los incidentes de Nueva Sevilla, Fray Domingo Vico fundó Santa Catarina Xocoló,
en 1552, en la margen norte del lago. Posiblemente se redujo en ella a una población
mixta de hablantes de chol y de kekchí-chol. La vida y duración de este asentamiento es
confusa. Ximénez consideró que debe haber desaparecido alrededor de 1631, por las
condiciones malsanas del lugar. Domingo Juarros asegura que su desaparición se
produjo por la construcción del Castillo de San Felipe en dicha localidad, entre 1644 y
1655. Mariana Rodríguez sostiene que en Xocoló existió, desde 1596, el Fuerte de
Bustamante, que podría considerarse como un precedente del mencionado castillo. Estas
discrepancias son aun más confusas si tomamos en cuenta que después de su visita a
Xocoló, en 1630, Tovilla no mencionó la existencia de ningún fuerte. Talvez lo más
acertado es que Xocoló estuviera a unos cinco kilómetros al oeste de San Felipe y que,
por lo tanto, se tratara de localidades distintas. Respecto a la economía de Xocoló, se
dijo que manufacturaban herramientas de pedernal. Hubo otros dos pueblos cercanos a
Xocoló, Yajal (Yaxal) y Campín, aparentemente dedicados a la extracción de oro.
Campín, habitado por familias manché-chol, estaba situado en dirección al Río Monkey,
en el Distrito de Toledo.
El hallazgo de oro en esta zona constituyó un cierto atractivo para sus pobladores,
especialmente en una localidad denominada Quebrada de Monoa. Esta localidad fue
mencionada por Fray Domingo de Azcona, Juan Correa y Juan González de Villasinda,
pero no se conoce la ubicación exacta de la mina. Aparte de que estaba cerca del Lago
de Izabal, la única referencia que se tiene es que para llegar a ella se subía por un río, y
que se encontraba de 12 a 16 kilómetros de su ribera, es decir, en plena montaña. Toda
la ribera norte del lago está jalonada por montañas y ríos (Sauce, Túnico) y también la
ribera sur (Pataxte, Las Minas). Para la extracción del oro se llevaban indígenas de
Polochic, lo cual no es determinante, pero sí sugiere que pudiera tratarse de un área
asociada a la cadena del sur del lago, ya que, de estar al norte, hubiera sido más fácil
llevar gente de Xocoló. El metal se sacaba hacia Santiago por el Río Motagua, lo cual
apoya la tesis de que Monoa estaba ubicada al suroeste del lago, pues en ningún
momento se hace mención del transporte del oro hacia Cobán, como ocurrió con la
zarzaparrilla y otros productos.

Vico fundó también San Andrés Polochic en 1552. La localización de este pueblo
resulta compleja, aunque se sabe que distaba 16 kilómetros de San Pablo. Si se ubica
este último donde el Río Polochic comienza a ser navegable, habría que situar a San
Andrés Polochic 16 kilómetros más arriba, cerca de la actual población de La Tinta,
punto natural de desembarque para viajar a Cobán. San Pablo podría haber estado en la
fértil zona de Las Tinajas, en el estratégico punto en que actualmente se encuentra
Telemán. Se le asocia con las ricas plantaciones de cacao, probablemente dependientes
de San Miguel Tucurú (a 56 kms) y adscritas a pueblos de habla pokomchí, lo cual
reflejaría su adscripción lingüística prehispánica.

En el siglo XVI hubo en la zona de Izabal otro asentamiento conocido con el nombre de
Bodegas, que fue fundado entre 1572 y 1577 por el Gobernador Pedro de Villalobos con
el objeto de proteger la actividad comercial. Bodegas tuvo una vida agitada por los
constantes ataques de bucaneros que sufrió y por ello 75 años después de su fundación
fue necesario guarnecerla con la construcción del Fuerte de Bustamante y el Castillo de
San Felipe, cuya defensa estaba encomendada a flecheros indígenas de la Verapaz. La
localización de Bodegas es confusa, puesto que la referencia de su posición en el sector
suroeste del lago y a 12 kilómetros de Nueva Sevilla es insuficiente porque no se ha
establecido con certeza la posición de este último asentamiento. Bodegas puede haber
estado cerca de los ríos Cañas y Limones y corresponder, talvez, al actual Izabal, donde
todavía se encuentra una importante construcción colonial. La administración de
Bodegas Altas parece haber funcionado hasta finales del siglo XVIII y desde entonces
es un paraje prácticamente abandonado.

A finales del siglo XVI Izabal contó con un nuevo asentamiento, llamado Amatique,
cuya población pudo haber estado integrada por los naturales expulsados de Nueva
Sevilla en 1550-1555, y por algunos indios toqueguas. Durante los siglos XVII y XVIII
no hubo nuevos asentamientos en la región de Izabal. Lo inseguro de sus costas, el
cambio de ruta para el ingreso de mercancías hacia el Motagua y la insalubridad de
estas zonas cálidas y pantanosas afectaron sensiblemente a las poblaciones ya
establecidas. Por otra parte, los dominicos habían logrado la reducción de indígenas
pokomchíes y kekchíes en los altiplanos de la Verapaz, todo lo cual dejó a la región
interior de Izabal un tanto aislada. También influyó el hecho de que, desde 1787, el
Gobernador Estachería prohibiera el transporte de mercaderías por el Río Polochic, a
pesar de la abundante explotación de productos como zarzaparrilla, algodón,
liquidámbar, sangre de drago, jiquilite o añil, resinas y maderas preciosas.

Entonces se traficaba únicamente con víveres hacia el Castillo de San Felipe, desde una
comunidad denominada Santa Catarina Polochic, que podría ser la misma que la
anterior San Andrés, ya mencionada y ubicada más al norte de Telemán. Su
embarcadero se conoció como Ave María. Se ha mencionado la presencia de individuos
de raza negra que llegaban a Santa Catarina para llevar zarzaparrilla.

Santa Cruz Cahaboncillo era otra reducción de la que se hizo mención en 1574 y se le
ha ubicado a 28 kilómetros de Tucurú, pero se sabe muy poco de ella. De Cahaboncillo
se decía en 1838 que era un pueblo situado antes de llegar al lago. Por otra parte, Sapper
consideró que se trataba del poblado ahora conocido como La Tinta.

No se mencionan otros asentamientos en Izabal hasta el surgimiento de una nueva serie


de poblaciones a partir del siglo XIX, las cuales fueron resultado del incremento
comercial paralelo a la inmigración alemana y al incremento cafetalero en la Verapaz.

La dinámica historia demográfica indicada respecto de las zonas intermedias del área
maya es indicio de la movilidad étnica que privó en territorios en contacto. Es evidente
la importancia de los estudios etnohistóricos para la determinación de los antiguos
patrones migratorios, que se repitieron como resultado de condiciones demográficas, y
también para el conocimiento de los grupos lingüísticos y sus dialectos, que participaron
en la red cultural y económica de este territorio desde la época prehispánica, pero las
fuentes tradicionales legadas por los evangelizadores no son particularmente ricas en tal
sentido.
JANINE GASCO

La Provincia de Soconusco desde la


Conquista hasta 1700

Introducción
En el período colonial la Provincia de Soconusco no correspondía exactamente al área
que actualmente lleva este nombre y que se extiende desde Mapastepec hasta la frontera
sudeste con Guatemala. En realidad era un territorio más grande, que cubría la planicie
costera del actual Estado de Chiapas (México), desde Tonalá en el Noroeste, hasta el
Río Tilapa en las tierras costeras de los departamentos guatemaltecos de San Marcos,
Quetzaltenango y Retalhuleu (ver Ilustración 185).

Durante los últimos años del período prehispánico los pueblos de Soconusco cercanos a
la actual frontera con Guatemala estuvieron primeramente bajo el dominio de los
quichés (k'iche's) y, al declinar esta influencia a finales del siglo XV, fueron
subyugados por los aztecas. Probablemente estos últimos buscaron controlar la región
para tener un mejor acceso al excelente cacao que allí se producía. Por las listas de
tributo se sabe que ocho pueblos de Soconusco (Mapastepec, Soconusco, Acapetahua,
Huixtla, Huehuetán, Mazatán, Coyoacán y Ayutla) pagaban a los aztecas un tributo
anual de 200 cargas de cacao, equivalentes a 5,000 kilogramos, además de pieles de
jaguar, plumas de pájaros, otras pieles, adornos de oro y ámbar para los labios, cuentas
de piedra verde (posiblemente jade) y jícaras que se usaban para tomar chocolate.

Al momento de la Conquista la población nativa hablaba un lenguaje mixezoque, aparte


del náhuatl introducido por los aztecas y que era usado como especie de lingua franca.

La población de Soconusco, en ese tiempo, oscilaba entre 67,500 y 90,000 habitantes.

El primer contacto de estos pueblos con los españoles data probablemente de 1522, año
este en que dos mensajeros de Hernán Cortés visitaron la región. Soconusco se alió
desde ese momento con los nuevos conquistadores, a quienes posteriormente nativos del
lugar acompañaron en su expedición a Guatemala. Un año después de este contacto
inicial, Cortés se enteró de que los indios de Guatemala estaban hostigando a los de
Soconusco por su alianza con los españoles. Se organizó entonces la expedición
comandada por Pedro de Alvarado, que llegó a la región en 1524 y la sometió a dominio
español. Desafortunadamente se ha perdido el relato que Alvarado hizo de su actuación
en Soconusco y, por otra parte, son contradictorios los informes que sobre esta acción
proporcionaron los cronistas Bernal Díaz del Castillo y Fray Antonio de Remesal.
Mientras que el primero de éstos asegura que la toma de estos pueblos se realizó en
forma pacífica, el fraile dominico afirma que Alvarado los conquistó después de una
batalla sangrienta y destructiva.
Primeros Años del Gobierno Colonial Español
Es escasa la información acerca de los primeros años de gobierno colonial en
Soconusco. Cortés se asignó inicialmente la Provincia, pero Jorge de Alvarado declaró
posteriormente que la encomienda de Soconusco le pertenecía desde 1528 y que había
sido despojado de ella de manera injusta en 1529. Soconusco fue declarado entonces
territorio dependiente de la Corona, aunque Pedro de Alvarado posiblemente se la
adjudicó de nuevo como encomienda propia durante cierto tiempo. Desde 1538 hasta el
final del período colonial, en todo caso, Soconusco se administró como encomienda de
la Corona.

Fijación de los primeros tributos

Uno de los documentos más antiguos sobre Soconusco se refiere a la primera fijación de
tributos hecha al pasar el territorio a manos de la Corona. El 13 de abril de 1530
Tlatuscalca, `indio gobernador de Soconusco', le dio a Luis Baca, oficial de la Corona,
1,649 pesos y cuatro tomines como primer pago del tributo de la Provincia de
Soconusco a la Corona. El tributo se repartió entre los diferentes pueblos. Soconusco,
conocido como `la cabecera', pagó 875 pesos y cuatro tomines, más de la mitad del
total; Ayutla y Huetla (probablemente Huehuetán) pagaron 300 pesos cada uno y
Mazatán, 174 pesos. Un segundo pago de 1,850 pesos se hizo en agosto de 1530, sin
especificarse en el documento los tributos correspondientes a cada pueblo. El 14 de
diciembre de 1530, `Huecamécatl y otros principales de Soconusco' pagaron 70 tezuelos
de oro, valuados en 1,736 pesos. En este caso, nuevamente, la cabecera de Soconusco
completó la mitad del tributo total (35 tezuelos, con valor de 866 pesos); Tubuetlán
(Huehuetán) pagó 11 (273 pesos); Ayutla, 12 (298 pesos); Tuxtla, 4 (99 pesos); y
Mazatán y Coyoacán juntos, 8 tezuelos (200 pesos).

El documento en cuestión proporciona datos de singular interés. Confirma que el pueblo


de Soconusco fue la primera cabecera de la Provincia y especifica además que los seis
pueblos mencionados pagaban diferentes cantidades de tributo. Si las cantidades
tributadas se basaron en el tamaño relativo de estos pueblos, ello indicaría que
Soconusco era el pueblo más grande de la Provincia. Ayutla y Huehuetán serían más
pequeños que Soconusco y tendrían uno y otro similar tamaño, mientras que en el caso
de Mazatán, Tuxtla y Coyoacán se trataría de poblaciones menores. Por otra parte, en el
texto aparecen los nombres de dos líderes indígenas de alto rango, Tlatuscalca y
Huecamécatl, que son nombres o títulos expresados en náhuatl, lo que indicaría que la
nobleza local había adoptado la costumbre de identificarse con nombres de procedencia
azteca.

Administración política y religiosa

Soconusco perteneció inicialmente a la jurisdicción de la Audiencia de México. La


administración local estaba a cargo de corregidores y, a finales de la década de 1540, de
alcaldes mayores. En 1556 Soconusco pasó a la jurisdicción de la Audiencia de
Guatemala y formó un gobierno independiente administrado por gobernadores
nombrados por la Corona para períodos de cuatro a seis años. Los gobernadores vivían
en la capital de la Provincia, la cual cambió cuatro veces de sede durante el período
colonial.

La primera capital de la Provincia fue el pueblo de Soconusco, pero alrededor de 1550


se trasladó a Huehuetán. En los últimos años del siglo XVII, se encontraba en Escuintla
(lugar distinto al que lleva el mismo nombre en Guatemala y que originalmente se
llamaba Panatacat), hasta que finalmente quedó asentado en Tapachula, en las
postrimerías del siglo XVIII.

Durante casi todo el período colonial, la administración religiosa de Soconusco estuvo a


cargo del clero secular. Alrededor de 1540, los frailes dominicos se interesaron en la
región, pero por la escasez de indígenas, en comparación con otras áreas, desistieron de
establecerse allí.

Los miembros del clero secular no se interesaron en establecer misiones en las


comunidades indígenas, cosa que al parecer disgustó a los nativos, que en ocasiones
expresaron su descontento con los sacerdotes. Durante el siglo XVI los indios
solicitaron que se mandaran frailes dominicos o franciscanos para reemplazar al clero
secular, pues consideraban que el clero regular se preocupaba mucho más de proteger
sus intereses.

Las unidades administrativas más pequeñas de la Provincia se llamaron partidos,


curatos o beneficios, y de ellos existieron de cinco a siete durante la mayor parte del
período colonial (ver Cuadro 92). El número de estas unidades administrativas menores
variaba porque los partidos podían subdividirse o unirse según el tamaño de la
población indígena y la disponibilidad de sacerdotes. Los párrocos, que vivían en la
cabecera de cada curato, debían visitar regularmente los pueblos cercanos, en lo que se
llamaban `visitas' o `anexos'.

Con excepción de las primeras décadas de la Colonia, durante las cuales Soconusco
estuvo bajo la jurisdicción de la diócesis de Tlaxcala, y del corto período en que fue
admi

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