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Política May, 2022

La trampa del capitalismo chino

https://faroargentino.com/2022/05/la-trampa-del-capitalismo-chino/

https://dialogopolitico.org/author/max-povse/

La pandemia dejó al descubierto esta situación de descontrol que puede devolver a la pobreza
a cientos de millones en el corto plazo.

Max Povse

Desde antes de la implementación de la hoy tan conocida Iniciativa de la Franja y la


Ruta de la Seda en 2013, China ha desarrollado una política exterior de provisión de
endeudamiento indiscriminado a terceros países –casi exclusivamente los del «Sur
Global»–. Hay una razón muy práctica (y perversa) detrás de esta política: si uno le
presta a un país con muy mal scoring crediticio, es capaz de imponer unilateralmente
las condiciones del contrato.

Ello derivó en que muchos países, que vieron dinero fácil en los ofrecimientos chinos,
tomaran deuda por altos porcentajes de sus PBI, cayendo en trampas de deuda. En términos
simples, este concepto alude a un fenómeno financiero tan antiguo como la moneda en
sí: si uno presta grandes sumas de dinero a un tercero que sabe que no podrá
devolverlo, tiene el derecho de recuperar su inversión (y a menudo, bastante más).

China encontró un vericueto legal: si en los términos y condiciones, el deudor accede a ceder
su soberanía al acreedor en caso de incumplimiento, entonces se puede eludir la Doctrina y
colocar tantas trampas de la deuda como se quiera alrededor del mundo.

Esta práctica financiera, tan usual para los ciudadanos de a pie dejó de implementarse
en el mundo a partir de la Doctrina Drago (una de los más importantes aportes de
Argentina a la configuración del orden liberal contemporáneo). Sin embargo, China
encontró un vericueto legal: si en los términos y condiciones, el deudor accede a ceder su
soberanía al acreedor en caso de incumplimiento, entonces se puede eludir la Doctrina y
colocar tantas trampas de la deuda como se quiera alrededor del mundo.

A la par del aumento de la incidencia económica global de China, también ha crecido su


soft power, es decir, su capacidad de influenciar la política de otros países. Una de las
estrategias más exitosas en este marco es la discursiva que, entre otras cosas, resalta dos
aspectos de la realidad china: es una potencia económica que ha «sacado» a millones de
personas de la pobreza, y por eso, la dirigencia del Partido Comunista es nacionalista, es
decir, piensa primero en su nación.

Este discurso ha calado profundo entre los sectores iliberales de Occidente, tanto de
izquierda como de derecha, que ven en Xi Jinping a un líder fuerte, que protege a los
suyos contra la amenaza que –alegan– nosotros mismos representamos para China.
Algo similar ocurre con la Rusia de Putin y los justificativos de la invasión a Ucrania.
Pero en ninguno de los dos casos el discurso refleja la realidad, sino más bien un mundo
simbólico en el que viven estos líderes, y en el que quieren que también vivan los demás.

Curiosamente los temas de la trampa de la deuda, la reducción de la pobreza y el


nacionalismo chinos se encuentran hoy en una conjunción. Después de que una nueva ola
de contagios de COVID-19 apareciera a mediados de marzo, las autoridades dictaron el
confinamiento estricto en varias ciudades; la más importante de ellas, la megalópolis de
Shanghái. Desde entonces, decenas de millones continúan encerrados, en consonancia
con la política de «COVID cero» del Estado-partido, que implica que, si el número de
contagios diarios supera el millar, zonas enteras del país deben entrar en un estado de
parálisis hasta que se baje su tasa diaria de contagios, aún si ella representa menos de la
millonésima parte de la población.

La implementación indiscriminada y sin reparos del confinamiento –que es


monitoreado por patrullas militares– ha causado estragos en una población que se jacta
de ser mayoritariamente de clase media que, si bien –de acuerdo a los parámetros
internacionales de sus ingresos– lo es, en muchos casos no tiene la capacidad para pasar
ni un solo mes sin ingresos. Aquí se deja al descubierto la cara más cruel del
«capitalismo salvaje» que denuncia hacia afuera la dirigencia comunista.

La implementación del confinamiento –que es monitoreado por patrullas militares– ha


causado estragos en una población que se jacta de ser mayoritariamente de clase media que,
si bien lo es, en muchos casos no tiene la capacidad para pasar ni un solo mes sin ingresos.

Históricamente, en el mundo desarrollado, el aumento de ingresos de los hogares vino


acompañado de un incremento proporcional de los servicios sociales públicos, pensados
como una red de contención frente a los imprevistos de la vida. Estos servicios
construyeron la base del Estado de Bienestar, y hasta la actualidad mantienen su
centralidad aún con gobiernos que abogan por una reducción del Estado.

En China esta red de contención está completamente ausente. Debido a una mezcla de
burocracia segregacionista que controla la movilidad de los ciudadanos, y a una
mercantilización indiscriminada de los servicios básicos, el mercado chino se ha
convertido en un mundo de oportunidades para hoy, pero de hambre para mañana si no
se tiene capacidad de ahorro. La pandemia dejó al descubierto esta situación de
descontrol que puede devolver a la pobreza a cientos de millones en el corto plazo.

Este peligro no afecta exclusivamente a la clase media baja (en la que los autónomos y
los trabajadores migrantes son los que afrontan mayor riesgo de un setback financiero
serio), sino que también impacta en la clase media alta, aquella que tiene activos por
más de un millón de dólares. Aquí es importante hacer una aclaración respecto a las
mediciones socioeconómicas de China, que casi siempre han sido manipuladas para
reflejar una realidad que se adecúe al relato oficial. Si bien los millonarios se cuentan
por millones (valga la redundancia), sólo se contabiliza su valor bruto, por lo que los
pasivos no inciden en los números. Si así lo hicieran, muchos de ellos hasta tendrían un
valor neto negativo, así como varias empresas, entre las que se cuenta el infame caso de
Evergrande.
Este fenómeno constituye un clásico ejemplo de crecimiento a través de deuda
insustentable dado que, a fin de mantener los indicadores económicos en verde, se ha
recurrido a la deuda como financista de un consumo sin contraparte. Así, y de acuerdo
con las cifras de la Institución Nacional para las Finanzas y el Desarrollo de China, el
apalancamiento de los hogares muestra un crecimiento hasta el 62,2% de sus activos en
2021, desde solo un 5% en el 2000. Este es un nivel superior a la media de la Unión
Europea, y cercano a los niveles de apalancamiento en Estados Unidos y Japón, todas
economías con sólidas redes de contención social, que se hicieron visibles durante los
confinamientos tempranos de la pandemia.

La crisis desatada en el sector inmobiliario, luego de años de construir propiedades con


sobreprecio que nunca se han habitado, es uno de los principales factores que inciden en la
crisis de la deuda hogareña. Es que cientos de millones de chinos se han endeudado
extensamente –muchas veces muy por encima de su capacidad real de repago– para adquirir
no sólo una vivienda, sino a veces varias propiedades, con la expectativa de que la burbuja
siguiera creciendo, generándoles así ganancias extraordinarias.

Hoy esa expectativa ha demostrado la fragilidad de los supuestos sobre la que estaba
basada: el principal, que el Gobierno rescataría a los privados en caso de estar en
problemas. Por el contrario, la dirigencia del Estado-partido ha aprovechado la crisis
para aumentar su market share, ya sea a través de la compra de empresas defaulteadas
a precio de subasta, o por medio de la ejecución de contratos bancarios, en un sistema
que está dominado por cinco bancos estatales (el Industrial and Commercial Bank of
China, el Bank of China, el China Construction Bank, el Agricultural Bank of China, y
el Bank of Communications).

De esta manera, el Estado-partido ha construido una trampa de deuda en casa: a través


de políticas que promovieron el endeudamiento indiscriminado por décadas, sumadas a
la capacidad de prevenir cualquier rescate privado indeseado, hoy está ocurriendo una
enorme transferencia de riqueza desde las empresas privadas y los hogares chinos a las
arcas estatales. Es discutible si este fenómeno haya sido planeado o es fruto del azar
(algo muy difícil en la China comunista), pero sí demuestra una verdad inequívoca: el
proceso de «sacar» de la pobreza a cientos de millones de chinos no es en absoluto lineal
y, lo que es peor, es reversible.

Así, con la connivencia del Gobierno comunista, que añade al problema estructural del
endeudamiento un práctico Estado de sitio en sus megalópolis, hoy una parte importante de la
población se encuentra en aprietos financieros que difícilmente se resolverán con políticas de
aplicación limitada, como la extensión de los plazos de los préstamos o la reducción de las
tasas de interés, que ante la presión social se aprestan a aplicar las autoridades locales. Por el
contrario, y a medida que los desajustes financieros sigan manifestándose, probablemente no
queden sectores de la economía china sin perder en el futuro cercano, aparte –claro está– de
la dirigencia del Estado-partido, que legisla para no sólo aislarse de los problemas, sino que
aprovecha el río revuelto para obtener ganancias pescando entre sus connacionales.

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