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com/el-estado-entre-ser-y-no-ser/
Quienes siguen pensando que se salvarán solos, no deberían indicar cuál debe ser el rumbo del país
Un amigo memorioso recordaba un hecho sorprendente que ocurrió en el segundo año de la gestión
de Mauricio Macri, a raíz de una gira que realizó como Presidente a China.
Bajo el título de “Una insólita diferencia con China complica las negociaciones comerciales”, el diario
Clarín informaba el 13 de mayo de 2017 que había surgido una diferencia muy significativa entre lo
que el gobierno argentino y el gobierno chino calculaban como los intercambios comerciales entre
ambos países. Para los órganos estadísticos de la Argentina, el déficit comercial con la potencia
asiática era, en ese momento, de 5.591 millones de dólares. Pero para el organismo que recopilaba
la información estadística china, el superávit comercial chino con Argentina era de sólo 2.084
millones de dólares. Había entre las estadísticas públicas una diferencia gigantesca de casi ¡3.900
millones de dólares!
El diario consignaba que se había creado un grupo de trabajo técnico entre el INDEC y el Ministerio
de Comercio de China y que “tras dos reuniones no lograron detectar el motivo de las diferencias”,
aunque se afirmaba que “las principales diferencias entre el número de exportaciones e
importaciones a China se dan en los rubros de maquinaria, equipos y material eléctrico y semillas y
frutos oleaginosos”. Hacia el final de la nota, al pasar, se mencionaba que “en los últimos meses el
gobierno detectó que la Argentina tiene diferencias en la balanza comercial con otras regiones”.
A esta altura del relato, cabe recordar que las estadísticas comerciales no registran sensaciones,
ensoñaciones o climas subjetivos, sino bienes materiales mensurables. Si bien ese registro puede
encontrar dificultades, o errores involuntarios, una magnitud tan extraordinaria de discrepancia
estadística no podía reflejar sino horrores institucionales vinculados a movimientos económicos no
registrados por unos y otros aparatos estadísticos.
La caída de la gran empresa Vicentin ha vuelto a poner sobre la mesa numerosos problemas
relevantes que arrastra la Argentina. Aquí queremos enfatizar uno: la incapacidad de las aduanas
locales para captar el verdadero movimiento de bienes a través de nuestras fronteras, con efectos
directos sobre dos cuestiones económicas centrales — el nivel de las reservas disponibles en el
Banco Central de la República Argentina, y la recaudación impositiva vinculada al comercio exterior.
Estamos hablando nada menos que de la capacidad de las autoridades públicas para controlar el tipo
de cambio y regularlo en un nivel compatible con otras metas macroeconómicas, y de la posibilidad
de que el Estado en sus niveles nacional, provinciales y municipales pueda contar con fondos
suficientes para cumplir con sus tareas específicas.
Puede pensarse al sistema aduanero como un organismo público capturado por intereses privados,
o destruido por la saturación de funcionarios corruptos, o por una convergencia de factores que
vienen desde el fondo de la historia nacional. Pero lo cierto es que hoy sabemos que una parte de la
riqueza producida en el territorio nacional sale hacia el exterior, cumpliendo el sueño perfecto del
capital en esta etapa de la globalización neoliberal: no aportar un dólar a la sociedad en la cual
opera.
Cuando se habla de un Estado ineficiente, en el sentido de que no satisface las expectativas sociales
en materia de prestación de diversos servicios (desde los más básicos hasta la provisión de una
moneda confiable para ahorrar y realizar transacciones), se lo debe relacionar con esta otra
ineficiencia: la de captar los recursos estipulados en las leyes para garantizar el fondeo de las
actividades públicas.
A partir del ciclo rentístico-financiero iniciado en 1976, estas dos características de ineficiencia
estatal, como prestador y cómo recaudador, constituyeron un sistema que se retroalimentaba,
conformando una verdadera máquina de producir neoliberalismo social. Como el Estado no recauda,
nunca tiene fondos suficientes para cumplir sus tareas. Pero lo más importante desde el punto de
vista político: como cumple insatisfactoriamente sus tareas, el discurso neoliberal aprovecha para
deslegitimarlo socialmente, explicando esa ineficiencia por una suerte de “esencia” estatal,
promoviendo aún más el incumplimiento fiscal y la privatización de las más diversas áreas del
Estado.
Además del desfinanciamiento estatal permanente –no sólo por falta de ingresos locales, sino por la
sangría de recursos que provoca el endeudamiento permanente promovido por los neoliberales—,
no se ha producido un debate público fundamental en torno al sentido del cumplimiento de la Ley,
al pago de impuestos y a las cargas fiscales que corresponden a cada sector de la sociedad.
¿Qué ocurrirá entonces con la propuesta de una reforma impositiva progresiva, imprescindible para
financiar en los próximos años alguna forma de ingreso universal que permita garantizar una vida
mínimamente decorosa a todxs lxs argentinxs?
Y los sectores populares, ¿verán la relación entre recaudación fiscal y gasto público, y por lo tanto
apoyarán una reforma impositiva que apunte a protegerlos en los próximos años, o serán
indiferentes hacia las grandes decisiones públicas sin advertir su vínculo directo con su propia
realidad, o se alinearán con los pudientes en la indignación constante contra la “agobiante carga
impositiva por parte del Estado ineficiente”?
Parece que estamos en un momento en el que introducir más pluralismo ideológico e informativo en
la escena pública contribuiría a fortalecer la acción gubernamental.
Ese círculo perverso, que se ha dado entre un Estado política y organizativamente débil, recursos
insuficientes que frustran las expectativas sociales y un establishment sediento de negocios
particulares y con control sobre los medios de comunicación, ha sido una desgracia para el
desarrollo nacional.
Pero el debilitamiento de lo estatal es más profundo aún: se trata del debilitamiento de lo público, lo
que concierne a toda la población.
En la pasada semana, luego que se detectaran 10 casos de Covid-19 en una sola sucursal de la
empresa Coto en la localidad de Lanús, se dispuso la clausura del local por razones sanitarias.
Cuando el personal público llegó al local, se encontró con el firme y destemplado rechazo del
gerente de esa sucursal. Conclusión del episodio: los funcionarios se retiraron sin tomar la medida
sanitaria correspondiente.
Es decir que, en plena pandemia, en pleno ciclo ascendente de contagios, en pleno AMBA, se
detecta un verdadero foco de enfermedad, pero el Estado –en este caso municipal— no es capaz de
actuar, sea por temor, falta de convicción o complicidad con una empresa. El caso sirve para pensar
el grado de deterioro de lo público, porque no cabe duda que si esa amenazante situación
escandalizara a la comunidad, no habría cómo parar una clausura más que justificada. Y también es
cierto que si los responsables políticos locales tuvieran un compromiso real con la salud de la
comunidad a la que deben proteger, si creyeran en el valor de lo público, no hubiera habido gerente
desaforado que frenara una medida de sanidad pública.
No les fue mucho mejor a los funcionarios enviados por el Estado Nacional para ingresar a las
instalaciones de Vicentin en su sede central. La propia policía local les advirtió que no podía
garantizar su seguridad, ni siquiera en el hotel donde se iban a alojar. Una rebelión antiestatal –
Estado Nacional que representa el interés del país—, hecha a medida de las necesidades por los
delincuentes.
Bancos y entidades financieras acreedores de la firma, con sede en el exterior, estiman que la
empresa hizo desaparecer activos por 1.000 millones de dólares, mientras que en el distorsionado
clima local, aún se sigue convenciendo incautos con el relato de una empresa familiar y trabajadora,
agredida por un Estado voraz…
No hace falta decir que si no se puede cerrar un foco de Covid-19, o acceder a la sede de una
empresa en quiebra fraudulenta, el Estado empieza a ser una ficción, un remedo de autoridad que
en realidad no está en capacidad para ejercer.
El día del banderazo en “defensa de la propiedad”, se vio cacerolear en el barrio de Almagro a una
empleada de una fábrica de pastas, que vociferaba que el “Estado se quería quedar con la empresa”
(que no era suya). Este tipo de delirio debería estar limitado a habitantes de nosocomios
psiquiátricos, pero puede ser repetido con convicción por gente común, debido a este mito
incrustado del “Estado malo y codicioso” versus “privados buenos y laboriosos”. ¿Por qué no se está
escuchando en el ámbito público una voz clara respondiendo al delirio planificado?
El FMI acaba de realizar nuevas estimaciones sobre el impacto de Covid-19 en la economía mundial.
Otro dato de notable importancia es que el FMI ha estimado que la economía de Estados Unidos
caerá un 8% en 2020, mientras que la de China crecerá un 1%. Además, el vecino del norte se
aproxima a otro pico de muertes, de desaceleración económica y recrudecimiento del desempleo,
dada la total falta de disciplina social y carencia de políticas públicas coherentes en la mayor
potencia del planeta.
El significado político de esto es que el ya enrarecido clima de confrontación de 2019 entre ambas
potencias recrudecerá por el sólo hecho de que en 2020 China habrá dado otro gran paso para
acercarse al tamaño económico de los Estados Unidos. Dos grandes aliados norteamericanos han
mostrado el creciente peso económico y tecnológico chino: el Reino Unido con sus negociaciones
con Huawei para la instalación de la red 5G en ese país, y el Estado de Israel, que debió ceder ante
fuertes presiones norteamericanas para impedir que una empresa china, que ganó una licitación,
instale una gran planta desalinizadora en ese país.
Como aún no ha madurado a nivel mundial una salida realmente transformadora, basada en la
licuación de deudas y la redistribución del ingreso, seguiremos escuchando la sinfonía cada vez más
desafinada de la globalización en decadencia.
Es un escenario que requiere un liderazgo nacional que no puede ser provisto por el sector privado
concentrado, básicamente ocupado en impedir que el Estado pueda realizar su función insustituible
de cuidar del destino común de todos sus habitantes.
El gobierno del Frente de Todos está ante la disyuntiva de ceder a la inercia individualista de la
sociedad argentina y de parte de su dirigencia, moldeada en décadas de prédica neoliberal contra el
Estado y contra lo público, o romper con esa lógica mediante un claro posicionamiento político de
reafirmación de la autoridad estatal para resolver los grandes problemas públicos existentes.
Antes, la prédica antiestatal tenía la función de crear un “consenso social” que permitiese la
apropiación privada de grandes negocios a expensas de que se pudiera construir en nuestro país un
modelo más articulado e inclusivo. Ahora esa prédica es aún más dañina y peligrosa, porque implica
dejar sin timón a un barco en la tormenta de las tensiones mundiales.
Los que todavía siguen pensando que se van a salvar solos, no deberían ser quienes indiquen cuál
debe ser el rumbo del país.