Está en la página 1de 1

Nadie ha puesto mi mundo tan de cabeza como tú, hijo.

 Desde que naciste he


aprendido a replantearme todo, te has convertido en mi maestro.

Aunque razonando un poco, sí, hemos cambiado, somos una versión mejorada de


nosotros mismos, porque tú has llegado al mundo para transformarme, para hacerme mejor.
Hasta hace poco pensaba que era yo quien te explicaba y te enseñaba, pero al final del día
descubro que tú eres mi maestro hijo. Tú me enseñas más a mí que yo a ti.
Alguna vez algún profesor osado me dio un secreto para disfrutar de la vida:  Nunca
pierdas la capacidad de asombro

Por más apasionados que seamos, las rutinas nos terminan aburriendo y muchas
veces muchas mujeres y hombres decidimos, llegado el momento, convertirnos en  padres,
dar un paso más en el camino de la realización personal aunque cueste sacrificar un poco la
vida profesional.
Sin embargo, son nuestros hijos quienes nos recuerdan cada día que la vida vale la
pena cuando no perdemos la capacidad de asombro, cuando nos parecemos cada vez más a
los niños.

Mi maestro de vida eres tú, hijo


Sí, es verdad, nosotros les enseñamos a hablar, a caminar, a vestirse y en general a
conducirse correctamente según las normas de la sociedad, pero ellos, por decirlo de algún
modo, nos reinsertan a la vida real. Porque los niños, sin duda, ven la vida de una
manera que los adultos ya olvidamos y son unos maestros en enseñarnos que lo más
sencillo es lo más valioso.
Los niños nos enseñan con maestría que para ser felices es necesario que conservemos algo
de ingenuidad, que seamos sencillos, valientes y que pase lo que pase siempre es mejor
sonreír, incluso hasta después de llorar. Todos los días y sin saberlo nuestros hijos nos
dan una lección, la mayoría ciertamente son simples, pero guardan dentro de sí lo esencial
para disfrutar de la vida.

También podría gustarte