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Diseño de portada y maquetación: El Primo del Cortés, mundialmente conocido como El Gitano Hacker.
(La foto del maromo ha sido cuidadosamente escogida por las Maravillosas Chicas del Grupo Brilli-brilli de LA JUANI, en
Facebook)
Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o
procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.
ÍNDICE
PRÓLOGO
CAPÍTULO 1
CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
CAPÍTULO 4
CAPÍTULO 5
CAPÍTULO 6
CAPÍTULO 7
CAPÍTULO 8
CAPÍTULO 9
CAPÍTULO 10
CAPÍTULO 11
CAPÍTULO 12
CAPÍTULO 13
CAPÍTULO 14
CAPÍTULO 15
CAPÍTULO 16
CAPÍTULO 17
CAPÍTULO 18
CAPÍTULO 19
CAPÍTULO 20
CAPÍTULO 21
Nota de la autora
Grupo Brilli-brilli de la Juani en Facebook
PRÓLOGO
Carolina Escobedo Ruiz estaba interna en la escuela de señoritas de Amalia Fuster, en el norte
de España, lejos de su familia porque así su madre, Carmen, lo había decidido. Pero ese día de
lluvia gris, las puertas de la escuela se abrieron, había perdido a su padre y debía ir a su funeral.
Carolina lloró frente a la lápida gris. Las lágrimas caían por su rostro desencajado. Con el
corazón encogido miraba el agujero en el suelo. Su madre, a la que hacía tanto que no veía,
estaba a su lado.
—Un accidente hija, un día estamos aquí y al siguiente…
Ciertamente, Carolina empezó a sentir inquina a su madre desde ese momento. Le perdonaba
que la hubiese encerrado durante tanto tiempo en aquel internado, pero no podía creer que no
derramara ni una sola lágrima por su padre. Quizás por eso Carolina decidió que su madre ya no
tendría control sobre ella. Al cumplir los dieciocho años, volaría muy lejos de allí, quizás con su
abuelo, al que su madre hacía años que le había prohibido ver.
Su madre Carmen Ruiz, porque no fue reconocida por su padre al momento de nacer, era de
Burgos, había nacido allí. Era hija de una bibliotecaria y un guapo norteamericano que había
dejado embarazada a la abuela en aquellos tiempos en que estaba muy mal visto ser madre
soltera.
Habían pasado más de veinte años hasta que el abuelo Richard, el padre de su madre, se
enteró de que tenía una hija, y para lo que le sirvió… Su madre nunca quiso saber de él, pues la
abuela había muerto muy pronto y Carmen le odió por sentirse abandonada y pobre. De ahí que
siempre buscara la excelencia: casarse con un rico empresario fue lo primero. Su padre, Carlos,
era de Barcelona y le había ido muy bien en el sector servicios, con la compra de bares y
restaurantes. El éxito le acompañó hasta el día de su muerte, cuando Carolina apenas tenía
diecisiete años y sentía que había disfrutado muy poco de su padre.
Carolina meneó la cabeza, regresando de sus pensamientos, cuando la lluvia empezó a caer
sobre sus cabezas.
Los asistentes empezaron a dispersarse por el cementerio, su madre fue la primera en hacerlo.
La vio alejarse con sus zapatos negros de tacón alto y su vestido, sencillo, pero tan exquisito
como todo lo que ella poseía. La dejó sola con su cuidadora, una mujer que jamás le había dado
cariño, porque entendía que su deber era vigilar que no se metiera en líos, que no bebiera alcohol
y que no se escapara con chicos. De momento lo había hecho muy bien, pues Carolina no
conocía a ningún chico de su edad, ni tenía demasiadas amigas que la considerasen una chica
triste e ingenua.
Carolina se acercó al ataúd de su padre y tiró sobre él una de las flores rojas que tenía ella
entre las manos.
—Te echaré de manos, papá.
Y de verdad lo haría.
Carlos no había sido un mal padre, sino un hombre sin carácter que había hecho todo cuanto
su mujer le había pedido, entre otras cosas dejar a su hija en un internado y verla solo en
vacaciones.
Una lágrima tras otra, surcaron las mejillas de Carolina. Habían pasado demasiado poco
tiempo juntos, pero siempre lo recordaría como el padre amable y cariñoso que fue.
No podía decir lo mismo de su madre.
Carolina se dio la vuelta para comprobar que Carmen solo era un punto en la lejanía. Un
punto que no volvería a ver en mucho tiempo.
CAPÍTULO 1
Carolina ya había abandonado hacía mucho tiempo el internado donde vivía. Había
conseguido ser lo suficientemente persuasiva para poder cursar la carrera universitaria de
magisterio. Evidentemente la universidad era privada, y allí impartían clases íntimos amigos de
su madre. A pesar de su mayoría de edad, Carolina sintió que había fracasado en rebelarse contra
ella.
Su padre había dejado su gran fortuna a la que fuera su esposa Carmen y a Carolina, pero la
chica solo podría disponer de su parte a los veinticinco años y a Carolina le quedaban tan lejos
como todo lo que le era deseado en esa vida.
Como irse a vivir con su abuelo a Texas.
Durante las vacaciones y a escondidas de su madre, durante los últimos diez años, su abuelo
le había escrito innumerables cartas bajo el pseudónimo de Reachel Hillis, una supuesta amiga
por correspondencia que le servía para mejorar el inglés.
Carolina no había dicho nunca a nadie que su verdadera amiga era el abuelo, y ahora que el
anciano estaba enfermo… había ideado un plan para llegar hasta él.
A sus veintiún años Carolina llegó al despacho de abogados que siempre había custodiado los
bienes de la familia, allí se reunió con el que había sido albacea de su padre y quién en secreto,
lejos de los ojos y oídos de su madre, le había dicho en el funeral.
—Hay algo que tu padre tiene guardado para ti. Cuando tengas veintiún años ven a verme.
Y así lo había hecho. Aprovechando las vacaciones de Semana Santa se había presentado en
Burgos para que el abogado le dijera qué llevaba tanto tiempo guardando para ella.
Abrió la puerta y la joven entró en el edificio. La recepcionista no la conocía, pero fue amable
con ella.
—Anunciaré su visita —informó, con una sonrisa sincera.
No tardó mucho tiempo en presentarse el abogado de su padre, quien la reconoció de
inmediato a pesar de los años transcurridos.
—Señorita Escobedo. —El abogado la hizo sentarse en un cómodo sofá que tenía en su
despacho— ¿Le apetece un café o café con leche?
—Sí gracias, con leche y azúcar —respondió ella, con seguridad.
Le ofreció café y algunas pastas, pero lo que realmente quería Carolina era salir de allí y
volver a casa antes de que el ama de llaves, su antigua cuidadora, se diera cuenta de que no había
ido al cine con sus amigas, tal y como le había dicho.
—Me gustaría terminar esto cuanto antes —dijo, empezando a impacientarse.
—No se preocupe, nos daremos prisa.
Dicho esto, el abogado Menéndez llamó a su secretaria para pedir las bebidas. La chica, muy
eficiente, entró en el despacho antes de que el abogado le acabara de explicar lo sucedido con el
regalo que su padre había dejado a la joven por su veintiún cumpleaños.
—Bien, aquí tiene su café y ahora empiezo con la carta que su padre dejó para usted.
Querida Carolina,
si lees esta carta es probable que yo ya no esté contigo. Sé que si muero antes la vida con tu
madre quizás sea más difícil a medida que llegues a la edad adulta. Por eso 21 años me parecen
suficientes para romper el cordón umbilical y que tengas tus medios para poder huir… o
emanciparte de tu madre, quien es más que probable haya puesto cualquier impedimento a que
tengas una vida feliz y plena. Una vida normal que cualquier chica de tu edad tendría.
También sé, y no te sorprendas por ello, que tu abuelo Richard siempre ha estado en tu vida.
Seguramente animándote a alejarte de tu madre. No querrá morir sin verte y conocerte en
persona. Eso en el supuesto de que esté vivo. Si es así, mi abogado y amigo te entregará un
regalo de mi parte por tu 21 cumpleaños. Son veinte mil euros, poca cosa en comparación con la
herencia que te corresponderá a los 25 años. Pero es lo suficientemente poco como para que tu
madre no haya echado de menos su perdida en nuestras cuentas bancarias.
A los 25 recibirás tu parte de la herencia, aunque es mucho suponer que puedas acceder a
ella sin contratiempos por parte de tu madre. Por eso en mi testamento, dije estipulado que de
casarte antes de esa edad, tu marido podría convertirse en tu administrador patrimonial si así lo
deseas tú y otro familiar con sus facultades mentales intactas… me refiero claro está a tu
abuelo.
Así pues mi regalo para ti, es un viaje de ida a Texas. Tu abuelo, con el que he hablado
telefónicamente en más de una ocasión, es un hombre cabal, que te adora en la distancia. Es
hora de conocerlo, es hora de enamorarte, y por supuesto, es hora de que seas libre y feliz.
Te quiero hija.
Tu padre, Carlos Escobedo.
Carolina lloraba desde el primer momento en que el abogado había inicio su lectura.
Lloraba porque había entendido que su padre la amaba desde siempre, aunque ella se había
sentido sola. Lloraba porque su padre veía la avaricia de su madre y la consintió durante tantos
años.
Después de ofrecerle un pañuelo, el abogado sacó una serie de papeles de una carpeta de
cuero.
—Aquí tiene —se lo extendió—, firme este documento y el dinero se le entregará en mano.
También puedo ayudarle a sacar los billetes de avión para Texas, tal y como habría querido su
padre. Las vacaciones de pascua están a punto de acabar.
Carolina no sabía qué decir.
—Yo…
De pronto vio que el abogado le daba algo más: un teléfono.
—Hay un único teléfono guardado en la memoria que puede utilizar cuando quiera.
—¿Es su teléfono? —preguntó Carolina, emocionada, pensando que se trataba del de su
querido padre.
—No, es el teléfono de su abuelo. —Carolina se quedó muda—. Su padre quería que algún
día fuese con él y le enseñara todo a cerca de la familia que tiene allí.
¿Tenía familia allí? Quizás el abuelo se había vuelto a casar. Pero no se lo dijo nunca…
Cogió el teléfono nuevo entre las manos.
—Si quiere puedo dejarla sola para que haga una llamada.
Carolina vaciló, pero allí no estaría su madre para regañarla y decirle que el abuelo no era su
familia y que jamás lo vería.
Reuniendo todo el valor que pudo, asintió.
El abogado le sonrió.
—Bien, esperaré fuera.
Pasó un minuto con el dedo suspendido sobre la tecla, pero finalmente respiró hondo y apretó.
Al tercer tono alguien descolgó en el otro lado de la línea.
—¿Quién es?
Se hizo el silencio.
—Abuelo…
—¿Carolina? ¿Eres tú?
CAPÍTULO 2
Cualquiera que conociera a Richard Crawford sabría que él era un hombre justo y de pocas
palabras. Le gustaban las celebraciones, pero en raras ocasiones se embriagaba y no era probable
que nadie le hubiese visto llorar nunca en público, pero en el momento en que escuchó la voz de
su nieta el pobre hombre tuvo que sentarse en la silla tras su escritorio, porque las piernas no le
sostenían.
La conversación duró poco más de quince minutos, pero lo suficiente como para que él
tuviera claro que no iba a morirse sin antes conocer a su nieta.
—Te quiero hija —le dijo antes de cortar la conversación.
Se reclinó en la silla giratoria y miró por la ventana las prósperas tierras. Pronto vendría el
calor insoportable del verano y para esos tiempos su nieta ya estaría allí.
Y se quedaría para siempre. De eso se iba a encargar él.
Mientras viviera no dejaría que su propia hija, que había sido una madre inexistente, le
arrebatara la dicha de poder ver a su nieta, abrazarla y sentir que estaba segura en el rancho que
durante generaciones había pertenecido a su familia.
De pronto se escucharon unos golpes en la puerta.
Dave entró con su expresión neutra de siempre, pero la cambió por una de sorpresa al darse
cuenta de que al viejo le sucedía algo.
—¿Qué ocurre abuelo?
Él anciano suspiró.
—Ocurre lo que llevo toda mi vida esperando —se podía sentir la emoción en sus palabras.
—Puedo intuir que eso tiene algo que ver con tu hija.
—Más bien con mi nieta… y contigo.
Dave meneó la cabeza y entrecerró los ojos. Observó al anciano que lo había adoptado
cuando apenas tenía cinco años. Algunos dijeron que había sido porque no había querido casarse
y tener hijos, y otros porque necesitaba un heredero después de tantos años de soledad. Ni lo uno,
ni lo otro importaba a Dave. Si el viejo lo adoptó por amor o egoísmo, le daba igual. Él había
sido un niño feliz desde que vivía allí, esa casa era su hogar y aunque no llevara los apellidos de
Richard, tenía claro que era su familia, y no la que decía tener al otro lado del charco pero que
jamás habían querido saber nada de él.
—Así que has conseguido que la señorita ricitos de oro venga a casa.
Richard gruñó al escuchar de nuevo el apodo. Desde que Dave era un niño había visto crecer
a Carolina en las fotografías que le enviaba su padre Carlos. Ya que a causa de algunos negocios
que el tenía en EEUU se habían conocido a espaldas de su hija Carmen y habían formado una
solida alianza en los negocios.
—Ricitos de oro —apuntó el abuelo—, vendrá a casa para quedarse.
—¿Has conseguido arrancarla de los brazos de su madre? —preguntó, fijando la oscura
mirada en el abuelo.
—No, tú lo harás.
Después de esas palabras vino el silencio, pero ninguno de los dos se atrevió a romperlo para
seguir hablando de Carmen. Era mejor dejar un tema tan sensible para después.
Dave le habló del rancho, de la feria que tendrían en unos meses y del nacimiento inminente
de un potrillo. Después, cuando salió del despacho, sintió que el abuelo estaba moviendo sus
manos como un titiritero, para mediante, hilos invisibles, controlar su vida y la de su nieta.
Y como de costumbre, Dave nunca se equivocaba.
CAPÍTULO 3
Esa noche Carolina se metió en la cama exhausta. Como siempre, el ama de llaves la había
mirado severamente antes de tomar el teléfono y dejarle un mensaje de audio a su madre.
Evidentemente no la llamaba, no iba a interrumpir a la señora por las tonterías de su hija, pero sí
debía estar al corriente de sus retrasos en el toque de queda para poder pensar un castigo
adecuado cuando volviera.
—Tu madre llegará en dos días, estará una semana y te ayudará a escoger un máster para que
puedas cursar el año que viene.
Carolina no había abierto la boca, simplemente asintió.
—Y ahora vete a la cama debes estar agotada.
Carolina se preguntó si a sus amigas de veintiún años, sus madres o institutrices aún le decían
que se fueran a dormir, que ya era tarde.
Dio una vuelta en la cama y se quedó mirando la mesilla de noche donde tenía el pasaje de
avión para mañana por la tarde.
—No hagas las maletas, cariño —le había dicho el abuelo— no levantes sospechas. Cuando
llegues aquí yo te daré todo lo que desees y necesites.
Ella había asentido con lágrimas en los ojos.
No sabía como sacaría las fuerzas para largarse de allí, pero lo haría, sería lo único valiente
que habría hecho en su vida y esperaba que no fuera lo último.
***
***
Dave tardó dos horas en llegar al aeropuerto desde el rancho. Se había llevado el todoterreno,
aunque él siempre había preferido moverse en su furgoneta destartalada y con un motor que
parecía expirar su último aliento. Abrió las ventanillas nada más salir y disfrutó del aire fresco
hasta llegar al aeropuerto.
Se colocó frente a las pantallas que anunciaban las llegadas y comprobó que el vuelo
procedente de Nueva York había aterrizado hacía escasos minutos, por lo que era más que
probable que tuviera que esperar un cuarto de hora para que la recién llegada cogiera sus maletas.
Dave suspiró pensando en ella.
¿Cómo sería la nieta de Richard? Seguramente hermosa si se parecía a su abuela, pues el
viejo no hubiese perdido la cabeza por aquella española de Burgos si no lo fuera. Aunque Dave
no tenía referencia más que esa foto de hacía seis años, cuando Carolina no era más que una niña
rubia con coletas y un vestido por debajo de las rodillas.
Mentiría si no hubiese pensado que era una adolescente bonita, a pesar del horrible aspecto
que le daba aquel uniforme del internado.
Debía reconocer que estaba nervioso.
Empezó a sudar y se abanicó con el sombrero de ala ancha. Sus vaqueros azules desgastados
no eran las mejores galas para recoger a esa mujer. Aquella que… según el abuelo, iba a caerle
tan bien y con quien probablemente se…
Dave contuvo el aliento al ver como las puertas se abrían y la gente iba saliendo de su
interior, familias enteras, hombres solitarios buscando a sus seres queridos, hombres y mujeres
de negocios intentando leer los carteles que leían otros… y al fin… una chica.
Dave la observó de arriba abajo. Tenía el pelo castaño claro. Llevaba unos lentes de sol y solo
podía ver como apretaba sus labios mientras estiraba el cuello buscando a alguien.
No traía equipaje, algo que a Dave le desconcertó y pensó que sin duda no sería ella, pues si
uno viene a vivir desde España por lo menos debería traer dos o tres maletas. Pero esa chica con
vaqueros desgastados, un fino suéter blanco y una cazadora vaquera, parecía no haber traído
equipaje, ni tan siquiera para el fin de semana.
Por algún motivo le costó apartar la vista de la chica, pero lo logró y se obligó a centrarse en
las puertas automáticas. Dos minutos después, de allí ya no salió nadie y regresó la mirada a la
chica sin maletas, que continuaba mirando algo nerviosa a su alrededor, leyendo desde la
distancia los carteles que ponían cualquier nombre menos el suyo.
No podía ser verdad, se quejó mentalmente Dave.
¡Así que el patito feo se había convertido en cisne!
CAPÍTULO 4
Carolina vio como el sujeto sospechoso la miraba de nuevo, pero no fue hasta que se puso el
sombrero de cowboy que se dio cuenta de que, tal vez, su abuelo no había ido en persona a
recogerla, sino que había enviado a alguien en su nombre. Porque ese tipo tenía toda la pinta de
ser el capataz de un rancho.
Lo miró de arriba abajo, y constató que su apariencia era un cliché: Botas tejanas, vaqueros
estrechos, un cinturón con una hebilla enorme y camisa de cuadros roja y azul. Al menos no
mascaba tabaco. Carolina suspiró y se acercó un paso a él.
Entonces se arrepintió.
Ahora el hombre la miraba directamente a los ojos, unos ojos negros como el carbón en una
tez bronceada por el sol.
—Buenos días, señorita —se tocó el ala del sombrero a modo de saludo.
—Buen… buenos días —respondió ella también en castellano.
Las siguientes palabras el hombre las pronunció en inglés.
—¿Es usted la nieta española de Richard?
Ella asintió y suspiró de alivio.
Solo en ese momento se dio cuenta de lo mucho que le temblaban las piernas.
¿Qué hubiese pasado si su abuelo no se hubiera acordado de ella? Habría atravesado medio
mundo sola y para nada.
—¿Se encuentra bien? —preguntó el vaquero, con un marcado acento de Texas. Ese hombre
era tan atractivo que la intimidaba.
Carolina asintió, tragando saliva.
—Sí, sí. Ha sido un viaje largo —logró decir.
Él le sonrió muy amablemente, pero algo le decía que la estaba evaluando, como si no
acabara de fiarse de ella. O como un lobo busca el punto débil de su presa para… comérsela…
—Desgraciadamente aún nos quedan dos horas de camino hacia el rancho ¿vamos? —dijo él,
con ese acento que empezaba a resultarle sexy, y logrando que Carol diera un respingo—. Espero
pueda descansar un poco mientras conduzco.
—Cla… claro —dijo ella, tímida, y empezó a seguirle hacia la salida del aeropuerto.
—Si me permites que te tutee… —Ella lo miró con los ojos muy abiertos, pero no le dio
tiempo a responder que no le importaba lo más mínimo, porque él habló de nuevo —Me habría
ofrecido a llevar tus maletas —escudriñó a su alrededor y luego entrecerró sus ojos negros, como
un águila al acecho—, pero veo que vienes ligera de equipaje ¿Acaso no piensas quedarte mucho
tiempo?
Me quedaré a vivir para siempre, quiso decirle Carolina, pero por el contrario se encogió de
hombros y aceleró el paso.
—No lo sé, depende.
—¿De qué depende? —se interesó él.
De si mi abuelo me quiere realmente o si, al igual que como sucede con mi madre, solo seré
para él un trofeo a exhibir.
—De muchas cosas —respondió al fin—, quizás no me guste estar por aquí, quién sabe.
—Hay serpientes y lagartijas como puños.
Carolina se paró en seco y miró al hombre que permanecía muy serio, ligeramente más
adelantado que ella. Después lo oyó soltar una carcajada y Carolina pudo volver a respirar con
normalidad.
—Cualquiera diría que no quieres que me quede.
Esta vez fue él quien se encogió de hombros tras reiniciar el paso.
No era exactamente que Dave no quisiera que se quedara, pero tenerla cerca iba a ser un
problema. Por lo que le decía, era más que probable que dependiera de lo bien que se llevara con
el abuelo, entre otras cosas.
Llegaron al todo terreno y Carolina se quedó esperando a que él le abriera la puerta del coche.
Luego se sonrojó cuando Dave tiró de la puerta del piloto.
—¿Ocurre algo?
—No, no… —se puso roja como un tomate. Toda su vida la habían tratado como a una
muñeca. Su madre no le había dejado hacer nada, ni siquiera abrir la puerta del coche, y es que,
según ella, era una falta de respeto, ya que el chófer cobraba por eso.
Había sido una estúpida, y una ingenua, al pensar que el trabajador de su abuelo estaba a su
disposición.
Se sentó muy recta, y cuando Dave tomó la autopista en silencio, el aire que entraba por la
ventanilla empezó a revolverle el pelo. Ella se lo intentaba colocar sin demasiado éxito. Y él
miraba fascinado como las grandes ondas rubias revoloteaban y le acariciaban el rostro. Era
bonita. Era más que bonita…
Dave carraspeó. Y ella lo miró con una tímida sonrisa. El viento le molestaba, pero aun así no
pidió que le subiera la ventanilla.
—Pondré el aire acondicionado y así tu melena no saldrá volando.
Ella asintió.
—Te lo agradezco.
Cuando se quedaron encerrados en el coche, avanzando por la autopista, Dave puso una suave
música country.
—Dime… —empezó a decir Carolina— ¿hace mucho que trabajas para mi abuelo?
Él la miró con una sonrisa divertida que ella no supo de donde venía.
—No trabajo para tu abuelo.
Por un momento se asunto.
—¿Qué?
—No trabajo para él.
—¿Pero… me llevarás allí?
—Por supuesto, ¿creías que te había secuestrado?
Ella negó con la cabeza, pero esa idea aterradora le cruzó la mente por un instante.
—Relájate, llegaremos antes de que te des cuenta. Y si quieres puedes avisar a tu abuelo de
que has llegado sana y salva.
Dave le señaló con la cabeza le móvil que tenía cerca del reposabrazos. Ella lo miró pero
declinó la oferta.
No iba a llamar a su abuelo para comprobar que no la estaban secuestrando y que así ese
sujeto pudiera burlarse de ella el resto de sus días.
***
Al parecer estaba tan cansada que durmió casi todo el camino. Al despertarse lo hizo en un
camino de tierra sin asfaltar. El movimiento del todoterreno la había despertado.
—Buenos días bella durmiente.
Ella sonrió algo avergonzada por haberse quedado dormida tan profundamente.
—Llegaremos al rancho en diez minutos.
—¿Tanto he dormido?
—Eso parece.
Carolina miró por la ventana y a los diez minutos, tal y como le había prometido el cowboy,
vislumbró el rancho.
Era una casa mucho más grande de lo que ella había imaginado. Tenía dos plantas. La de
abajo con amplios ventanales que daban a un porche con mecedoras, al más puro estilo del oeste,
y la de arriba, Carolina supuso que era donde se encontrarían los dormitorios.
A un centenar de pasos se encontraba un gran granero y mucho más allá, una estructura que a
ella le parecieron los establos. Se emocionó al comprobar, que efectivamente, salía de allí una
bonita yegua torda. Sonrió extasiada y enseguida le llegó la risa de su acompañante.
—Vaya… sí que te gustan los caballos.
—¡Me encantan! —dijo enseguida. Después de echarle un rápido vistazo a Dave volvió a
mirar hacia el establo y todas las tierras que conformaban las propiedades de su abuelo.
Se sintió emocionada, incluso se le formó un nudo en el estómago. ¿Ese sería su hogar? ¿De
verdad podría encontrar allí una verdadera familia?
***
Dave paró la furgoneta en la parte trasera de la casa. Podrían haber entrado por la puerta
principal, pero sabía que a aquellas horas, la única que estaría en la casa, sería María la cocinera,
preparando la comida para los trabajadores. El abuelo era más que probable que guardara cama,
tal y como le había ordenado el médico, ya que el día anterior se había encontrado muy fatigado,
quizás incubaba algo.
—Ya hemos llegado.
Dave paró el motor del todoterreno y se aventuró a salir. El sol picaba de lo lindo a esas horas
del mediodía. Ya entraban en mayo y ahí el verano sería infernal, esperaba que a la recién
llegada le gustara el calor.
Carolina había abierto la puerta y salía algo somnolienta, pero con la sonrisa perenne en sus
labios. Él le sujetó la puerta y en el momento en que el segundo pie tocaba el suelo lleno de tierra
se le doblaron las rodillas. Dave tuvo que sostenerla entre sus brazos para que no se diera de
bruces contra el suelo.
—Gra... gracias.
Carolina se sonrojó de la raíz del cabello hasta la punta de los pies. El cowboy estaba
demasiado cerca, no sonreía mientras sus ojos oscuros estaban clavados en los azules de ella.
Carolina tragó saliva, pero fue incapaz de apartarse. Aspiró su aroma sin querer, no olía a sudor
como cabría esperar con ese calor, olía a… menta, como si hubiese estado mascando algunas
hojas de esa planta.
—¿Estás bien? —preguntó él, con voz ronca.
Ella asintió y entonces Dave si que se atrevió a sonreír, aunque solo era para disimular lo
mucho que lo había afectado tenerla entre sus brazos.
***
A escasos metros de ahí desde la cocina, Richard el abuelo de Carolina, se puso a reír. Una
risa profunda de satisfacción y sorpresa.
—¿Qué le pasa señor?
María, la cocinera, se apresuró a ponerse a su lado y a mirar por la ventana. Al ver a los dos
jóvenes también rio.
—Ya te lo dije yo, María. Mi nieta está aquí y creo que hará buenas migas con Dave.
—Ese plan suyo de hacer de casamentero… quizás funcione, después de todo.
Los dos observaron por la ventana detrás de una delgada cortina blanca como ambos jóvenes
se miraban sin decir nada, demasiado impresionados el uno con el otro para poder hablar.
Cuando Carolina volvió a erguirse, Dave la soltó, pero se quedó a su lado.
Le dijo algo y señaló hacia la casa. Fue entonces cuando los ojos del viejo ranchero se
toparon por primera vez con los de su nieta.
Al fin estaba en casa.
CAPÍTULO 5
Richard no podía creer que al fin la tuviera ahí. Después de tantos años era como un sueño
hecho realidad.
El anciano salió y poco a poco se acercó a los peldaños de madera que bajaban del porche
trasero.
—Hola abuelo —dijo Carolina, con una sonrisa tímida en los labios, pero contenta de ver por
primera vez a su abuelo.
Ella lo reconoció enseguida y, a pesar del cansancio y los nervios, supo qué era lo que tenía
que hacer: corrió hacia su abuelo y lo abrazó con fuerza.
Dave se quedó contemplando el encuentro, al igual que María, la cocinera, que lo había
criado como una madre. Las miradas de Dave y María se encontraron y se comunicaron
asintiendo, sin palabras: esto es algo importante.
Y de verdad lo era.
El anciano no tenía nada más en la mente que su nieta. Quería dejarlo todo atado, para que
cuando él no estuviese, nada le faltase a ella.
—Mi querida nieta, no sabes cuanto tiempo he esperado este momento.
A pesar del calor, su nieta no quiso apartarse de él, y más cuando el abrazo del hombre era tan
fuerte y sentido.
—Yo también, abuelo.
El hombre se apartó, pero solo para enmarcar el rostro de Carolina entre sus manos.
—Deja que te vea. ¡Como has crecido desde la última fotografía!
Ella asintió sin perder la sonrisa.
—Así es.
El hombre suspiró y le paso una mano por los hombros.
—Vamos a darte de comer, quiero que descanses, debe haber sido un viaje muy largo.
Ella asintió, pero en ese momento, apenas sentía el cansancio.
—Te presentaré a todo el mundo, y mañana haremos una cena en tu honor —dijo Richard.
Al ver que dejaba a Dave en un segundo plano, el hombre le habló por encima del hombro.
—Únete a nosotros, Dave.
El vaquero pareció dudar.
—Tengo que revisar unas cosas en el establo…
—Entonces ven luego a hablar conmigo en mi despacho.
Lo dijo con un tono tan solemne que el joven no pudo negarse.
—Así será.
Carolina lo vio alejarse sin decir una palabra, parecía algo molesto, pero a ella la había tratado
tan bien que no sabía qué le habría molestado.
—Déjame presentarte a María, ella es el alma de esta casa.
—Hola niña —le dijo, dándole dos besos.
—Hola María, es un placer.
—Que bien que estés ya con nosotros —le dijo la mujer—. Entra, te serviré un refresco
mientras termino de preparar la comida. Seguramente tenéis mucho de qué hablar, así que os la
llevaré al despacho para que podáis comer allí y poneros al día.
Richard asintió. María era una buena amiga, tal como lo había sido su difunto marido, y sabía
lo que todo el mundo necesitaba, incluso antes de hablar siquiera.
***
***
Carolina entró en la cocina, eran las cinco de la tarde y hacía un calor infernal.
Dejó la palangana con los platos de la comida sobre la encimera y abrió el grifo para lavar los
platos. Se dispuso a ello, pero alguien la distrajo de sus quehaceres.
Por la puerta entró Dave. Con un paño se estaba restregando el cuello y cabizbajo como
estaba no la vio hasta levantar la vista.
Sobre su cabeza lucía el mismo sombrero de aquella mañana, pero Carolina no estaba para
fijarse en eso. Se fijó más bien en que estaba desnudo de cintura para arriba.
—Hola… —dijo a modo de saludo. Algo sorprendido de encontrársela ahí.
—Ho... hola.
Dave sonrió.
—Tienes la manía de tartamudear.
—Solo cuando el hombre que tengo en frente está semidesnudo.
Dave abrió la boca para decir algo, pero se miró el torso desnudo y asintió.
—Ya veo.
Sí, pensó Carolina, él seguramente veía lo que veía cada mañana al vestirse, pero ella veía a
un hombre guapísimo y… no había visto muchos en su vida.
En el internado era imposible tener contacto con ellos, y en la universidad era demasiado
tímida como para acercarse a ninguno. El daño ya estaba hecho, tantos años de educación
católica y represión hacían que se sonrojara nada más ver como él la miraba a los ojos, pero si ya
eso le añadía que iba prácticamente desnudo…
Carraspeó algo nerviosa y se dio la vuelta.
Dave se dio cuenta que la había puesto nerviosa. Así que se acercó a la silla donde colgaba su
camisa limpia y se la puso.
—¿Quieres un café? —preguntó Dave.
Carolina lo miró por encima del hombro.
—¿Vas a hacerte uno?, ¿o es que quieres que yo te lo haga?
El rio por su ocurrencia.
—Estoy seguro de que un café preparado por esas manos debe saber a gloria.
—Vamos, que quieres que te prepare un café.
Él volvió a reír con más fuerza.
—Sin azúcar por favor.
Pero mientras lo decía, él mismo se acercó a la cafetera y la desenroscó.
Carolina asumió que le estaba tomando el pelo.
—Tómate uno conmigo —le dijo. Su voz sonó muy ronca y sensual y Carolina, que estaba
lavando los vasos de la comida, se acaloró.
—De acuerdo.
Ya se había tomado uno con el abuelo, pero por alguna razón no podía decirle que no al
cowboy.
Lo miró de reojo para comprobar que todavía no se había acabado de abrochar la camisa. Una
hilera de vello oscuro le recorría los pétreos abdominales hasta desaparecer por la cintura de los
vaqueros.
Al darse cuenta de que ella lo estaba observando, Dave se abrió más la camisa a propósito.
Dejó la cafetera en el fuego después de prepararla y apoyó la cadera en la encimera mientras
contemplaba a su nuevo dolor de cabeza.
—¿Qué tal con tu abuelo? —le preguntó él.
Parecía una pregunta inocente pero Carolina sintió que había algo oculto en aquellas palabras.
—Bien, ¿por qué lo preguntas?
—Por nada en especial. Quizás tenga curiosidad por saber qué tal te vas a llevar con él. Si
quieres quedarte aquí. Si te gusta… lo que ves.
Ante esas últimas palabras Carolina alzó la vista y se quedó contemplando aquellos ojos color
chocolate.
¿Qué si le gustaba lo que veía? Mucho, pero el descarado no tenía por qué saberlo.
Carraspeó.
—No he podido ver mucho del rancho…
Antes de que pudiera acabar la frase él la interrumpió.
—Yo podría enseñarte el rancho, las tierras… podría enseñártelo todo.
Carol se abstuvo de hablar, estaba segura de que, si lo intentaba, una vez más volvería a
tartamudear y a ser el blanco de sus burlas. Intentó apartar la mirada, pero sus ojos rodaron por
las crestas de su vientre y tragó saliva.
Estaba demasiado cerca y hacía mucho calor… Carol se apartó un poco de él y se abanicó con
la mano.
—Hace calor.
—Sí.
Fue lo único que dijo Dave mientras la miraba atentamente, pero en ningún momento dejó esa
sonrisa enigmática.
Si seguía radiografiándola así no podría mantener una conversación normal con él nunca más.
Cuando él dio otro paso hacia ella, Carolina se humedeció los labios. Sentía la boca seca, pero
no estaba dispuesta a demostrar lo mucho que Dave la perturbaba, aunque siendo fieles a la
verdad, poca cosa podía hacer. Incluso sus manos empezaron a temblar.
—¿Vas a quedarte, Caroline? —él pronunció su nombre en inglés y sintió como se derretía
por dentro. Literalmente se notó arder, algo la quemaba y estaba segura de que se debía a su falta
de experiencia.
—Yo… me gustaría.
Él le dedicó una sonrisa ladeada.
—A mí también me gustaría mucho… que te quedaras. —Se fue inclinando sobre ella.
Carolina contuvo la respiración cuando vio los labios del cowboy acercarse a ella. Sintió la
necesidad de apartarse, huir de él, salir corriendo de la cocina, pero por otra parte… nunca la
habían besado.
La curiosidad por sentir su primer beso, y más con ese hombre, fue mucho más que
imperiosa.
Notó el roce de sus labios, cálidos y suaves.
Por instinto, Carolina alzó los brazos y se agarró a sus bíceps, duros como una piedra, los
apretó mientras él la agarraba por la cintura y la atraía contra su pecho.
Lo que había empezado como un curioso beso, se había vuelto algo mucho más primitivo.
Dave no había pretendido llegar más allá, pero esa jovencita de mirada inocente lo atraía más de
lo que estaba dispuesto a reconocer.
El abrazo de Dave apenas la dejó espacio para respirar.
Dubitativa, Carolina empezó a mover las manos acariciando sus brazos y después sus anchos
hombros. Tenía la camisa abierta así que fue más audaz, embriagada por la pasión que el vaquero
le despertaba, le acarició el pecho, estaba caliente y el vello era suave al tacto, mucho más de lo
que se había imaginado.
Al sentir sus tímidas caricias Dave sonrió contra su boca
—¿Te gusta lo que tocas? —preguntó, con voz ronca y sensual.
Ella se sonrojó aún más por las palabras descaradas de vaquero, pero no pudo responder al
sentir que el beso, que ella no podía imaginar más apasionado, se volvía lujurioso.
Dave tomó posesión completa de su boca, e introdujo la lengua para saborearla.
Carolina se alzó de puntillas y lo abrazó por el cuello, notando cada centímetro de su cuerpo
caliente contra el de ella. Estaba duro y blando al mismo tiempo.
Pero la cosa no estaba destinada a acabar ahí.
Dave le cogió una de sus manos y volvió a ponerla sobre su pecho, quería que ella lo
acariciara, que saciara la curiosidad que sentía por él.
—Vamos, puedes tocar todo lo que quieras.
Ella balbuceó algo ininteligible, pero no apartó la mano.
Empezaba a adorar el tacto tímido y a la vez curioso, algo tan sensual que hacía que perdiese
la cabeza por momentos. Pero esa jovencita era demasiado inocente para darse cuenta de lo que
él quería. Demasiado ingenua para seguir con su exploración, así que él la ayudó.
Le tomó la mano y la fue bajando desde su torso hasta su abdomen, y al llegar al pantalón
vaquero, más allá…
Al notar la erección bajo la gruesa tela, Carolina dio un respingo y apartó la mano. Esta vez
las palmas se posaron sobre su torso, pero no para acariciarlo, sino para alejarlo.
—¿Qué? —le preguntó él, con los ojos entrecerrados— ¿Los hombres de donde vienes, no
son así?
¿Qué si eran así? Escandalizada, ella retrocedió aún más. ¡Por supuesto que no eran así!
Ningún hombre que hubiese conocido jamás era como él. Tan… guapo y sexy. Tan… salvaje.
Y descarado.
—Yo…
Una sonrisa lobuna apareció en el rostro del vaquero y dejó a Carolina paralizada. Lo vio dar
dos pasos hacia ella y la acorraló contra la encimera. Iba a volver a besarla. Dave se preguntó por
qué quería continuar con ese juego. Porque se estaba divirtiendo, pero… en realidad, no había
mucha diversión en esa necesidad de volver a tomar su boca. Porque ella se estaba convirtiendo
en una necesidad.
¡Al cuerno con eso!
Volvió a sonreír, se inclinó sobre ella y el sonido de la cafetera italiana derramando el café
sobre el fogón los interrumpió.
Dave amplió la sonrisa.
—Salvada por la campana.
Carolina estaba roja como un tomate y jadeaba. No supo si por la campana, pero una vez roto
el hechizo, no iba a arriesgarse a volver a quedar atrapada entre los brazos de ese diablo.
Se abanicó y dio la vuelta a la robusta mesa donde María preparaba sus comidas.
Él tomó dos tazas y vertió el café en ellas. Se rio, burlándose, como si dijera: la mesa que nos
separa no es suficiente impedimento para que te vuelva a atrapar, pequeña.
—¿No quieres tu café? —preguntó Dave, en un tono burlón.
Carolina, que aún no se había recuperado del sofoco, asintió. Sin duda, esperaba que él
pusiera la taza sobre la mesa, pero lo único que hizo fue dejarla sobre la encimera, muy cerca de
su cadera.
Ella se quedó con la boca abierta, y dio un respingo cuando la puerta de la cocina se abrió.
—Carolina, he hablado con tu mad…
El abuelo entró en la cocina y antes de poder acabar la frase, se calló.
Miró a su nieta y a Dave. No quiso sacar conclusiones precipitadas, pero era más que seguro
que ahí había pasado algo. Y como hombre mujeriego que había sido en su tiempo, tenía bastante
claro el qué.
Miró a Dave y con una voz ominosa, o eso le pareció a Carolina, le exigió.
—Ven conmigo a mi despacho.
Dave asintió, y salió de la cocina tras el anciano, no sin antes dedicarle una ardiente mirada a
Carol, que se recostó contra la encimera de la cocina, porque las piernas no la sostenían.
CAPÍTULO 6
***
***
Puede que Dave fuese inofensivo, pensó ella varias horas después, pero a veces lo disimulaba
demasiado bien.
A las seis Carolina se vistió tal y como él le había dicho. Iba cómoda con la ropa que su
abuelo había mandado a traer días atrás para cuando ella llegara. Entre esas cosas había varios
vaqueros, eligió unos que le quedaban como un guante. También unas botas de cowboy. No dejó
de sonreír mientras se las ponía. Y para rematar el conjunto, una camisa de cuadros son mangas.
Sobre su cabeza se había encasquetado un sombrero como el de Dave, de ala ancha, pero el suyo
era de un color terroso, mientras que el de Dave seguía siendo negro bajo todo ese polvo del
camino.
—Este es nuestra yegua más dócil —le dijo Dave al entrar en el establo—. No sé la
experiencia que tendrás montando, pero Coqueta es inofensiva.
—Coqueta —repitió Carolina, sorprendida porque le hubiesen puesto un nombre español.
—Cosas de María, yo no pregunto —dijo él huraño—, para mí todos son caballos.
Carol bajó la cabeza e intentó disimular su risa, para que Dave no se ofendiera más.
—Ya podemos irnos —dijo él, después de darle un par de instrucciones.
Mientras montaba su caballo, mucho más grande que el de ella, Carol no lo perdió de vista.
Era un hombre muy guapo, esos vaqueros se le pegaban a la piel como un guante. Se mordió el
labio observándolo y rememorando la noche anterior.
Estarían juntos en aquella excursión ¿sucedería algo entre ellos?, ¿intentaría besarla? ¿le haría
eso con la boca?
Carol se puso roja de la cabeza a los pies.
Carraspeó cuando él se dio cuenta de que su caballo permanecía quieto. Así que tuvo que
abandonar su ensoñación y volver en sí.
Se miraron de reojo a lo largo del camino.
No hablaron de nada en especial, Dave no tenía intención de volver a abrir su corazón, y ella
tenía miedo de hablar y molestarle. Se notaba que Dave era un hombre de silencios, muy
acostumbrado a estar solo y a comunicarse con los demás de forma no verbal. Seguro que hasta
con un par de gruñidos los hombres del rancho lo entendían a la perfección.
Al llegar al arroyo, Carolina bajó de su yegua para refrescarse. Dave puso una manta bajo un
árbol cercano y sacó de la alforja un par de bocadillos que les había preparado María.
Los puso sobre la manta mientras la vio acercarse.
Se había echado agua en la cara y en el escote de la camisa de manga corta, y ahí estaban,
acariciando su piel, las gotas. Carol no podía apartar la vista de ahí, y sintió el acuciante deseo de
quitarle esas perlas transparentes con la lengua.
Pero ese deseo íntimo únicamente sirvió para que se pusiese roja como un tomate y peor fue
cuando él, al pasar junto a ella, le lanzó una sensual mirada.
¡Oh, Dios! ¿Le habría leído el pensamiento?
No tenía experiencia, pero ella seguía siendo la misma que la noche anterior y esa mirada…
parecía prometerle las más sensuales caricias.
—Hace calor —carraspeó, Carol, abanicándose con el sombrero.
Él asintió.
—Desde que has llegado aquí, noto mucho más el aumento de las temperaturas.
Por la manera en como la miró cuando dijo eso, Carol supo que esa frase la había dicho con
segundas. Lo comprobó cuando lo vio acercarse lentamente, como si estuviese dándole tiempo a
huir. Pero Carol no lo hizo, solo empezó a retroceder a la velocidad que él avanzaba, hasta
quedar bajo la sombra del árbol que los cobijaría para la improvisada merienda.
—¿Quieres que vuelva a ocurrir lo de la otra noche entre nosotros? —Dave la apretó contra la
corteza del árbol cuando se inclinó hacia delante y su torso se apretó contra los pechos de
Carolina.
Ella se revolvió ante la proximidad masculina, pero estaba más que dispuesta a dejarse llevar.
—Quizás...
Su sexo palpitó ante la fantasía de que él volviera a tocarla tan íntimamente como la noche
anterior.
—¿Quizás?
—Sí —dijo antes de que él entendiera erróneamente que no tenía interés en él.
Pero, muy al contrario, la afirmación le gustó.
—¿En serio?
—¿Tú… tú quieres? —le preguntó ella vacilante.
Esta vez Dave dejó ver sus dientes blancos en una sonrisa lobuna.
—¿Que si quiero qué?
Ella se sonrojó todavía más, porque sabía que había algo pecaminoso en todo aquello. Era así,
porque sabía que seguramente se avergonzaría si alguien los sorprendiera en un acto tan íntimo.
Sintió tanto calor… pero Carol estaba dispuesta a fingir que era por el sol, y no porque Dave
estuviera tan cerca.
—Si quieres besarme...
Él rio inclinándose un poco más cuando sus palabras la ruborizaron de una manera que no
creía posible.
Sus cuerpos se tocaban, pero sus bocas aún estaban separadas. La mano de Dave se adelantó
para rozarle la cintura a Carol. Ella sintió que el trozo de piel que llevaba al aire por encima de la
cintura de los vaqueros se volvía sensible ante aquella caricia fingidamente inofensiva.
—Yo...
—¿No es lo que quieres que suceda? ¿Qué te bese?
Ella tragó saliva, pero asintió con energía.
—Sí.
Él rio avanzando un par de centímetros más. Su boca rozaba la perlada frente de Carol.
—Dime donde—le susurró avanzando hacia su oído—. Ya de que quieres que te bese, pero…
¿no quieres saber donde voy a besarte?
Ella esquivaba su mirada penetrante y a duras penas pudo hacer que su labio inferior parara
de temblar.
—No sé...
—¿No sabes donde quieres que te bese?
El silencio reinaba entre ellos. Carol estaba demasiado avergonzada para decirle donde
deseaba que él pusiera sus labios, y Dave estaba demasiado a gusto jugando con ella.
—Dímelo y tal vez lo haga.
Ella lo miró a los ojos y sin apartar la mirada dijo:
—Ahí abajo —aceptó finalmente.
Pero Dave meneó la cabeza.
—¡Ah! ¿Ahí abajo? Entonces ¿quieres saber si voy a besarte el coño?
Carol dio un respingo ante sus palabras soeces. La había sobresaltado, pensó Dave, y no sabía
si eso era bueno o no.
Le tocó con un dedo la zona sensible de la clavícula y vio como se ruborizaba todavía más.
—¿Quieres que te lo bese?
Ella no se atrevía a asentir.
—Yo...
—Porque… no lo besaré si esas palabras obscenas no salen de tu boca.
¡Era deliberadamente obsceno!
Después de un minuto de silencio, Carol intentó separar los labios para decir algo de nuevo
mientras los dedos de Dave la distraían rozando su piel expuesta.
El cowboy no podía decir que no estuviera disfrutando de todo ese juego preliminar. Pero si
algo sabía era que, si quería besarla, y por todas partes. Carol se iría despeinada de allí e iba a
encargarse él de eso.
—Estoy esperando —Dave derramó el aliento contra la suave piel de su cuello.
Ella entreabrió los labios, pero no pudo hablar, porque en ese momento Dave se rio y volvió a
perder el valor. Pero se lo quedó mirando fijamente.
—¿No vas a pedírmelo?
—Me da vergüenza.
Él apretó las caderas, todavía más, contra ella.
La escuchó boquear al notar la protuberancia entre sus piernas.
Sí ¿qué se creía? ¿qué no la deseaba? Pues sí, la deseaba. Él era un hombre y ella… una
belleza que aún no sabía lo guapa que era.
Estaba convencido de que Carolina podía notar su erección presionando su estómago, y no
pensaba apartarse ni un milímetro después de la confesión de que le gustaría repetir lo de la otra
noche.
—¿Te dio vergüenza cuando estabas con las piernas abiertas mientras te lamía el sexo?
—A mí…
Ella jadeó al notar que la mano de Dave abandonaba su cintura y avanzaba por su vientre
hasta bajar hacia sus muslos.
—¿Te dio vergüenza que te besara aquí? —dijo tocando su sexo que sabía ya estaba húmedo.
Desabrochó uno a uno los botones mientras la miraba a los ojos, hasta que por fin metió la
mano dentro de los pantalones de Carol. Sonrió al notar el suave tacto de sus bragas.
—Están mojadas.
Ella contuvo el aliento cuando la acarició sin compasión por encima de la ropa. Pero los
juegos se habían acabado.
Finalmente Dave saltó ese obstáculo y acarició su sexo, abriéndose paso entre los húmedos
pétalos.
—Oh sí —la escuchó gemir— ¿Esto te gusta?
Movió enérgicamente la cabeza asintiendo.
Escuchó el gemino de Carolina en el momento en que le rozó el clítoris y sonrió como un
lobo que está a punto de comerse a Caperucita. Ella tuvo que agarrarse a sus hombros para no
caer.
Con la otra mano Dave le subió la camiseta y encontró que esta vez llevaba sujetador. La
miró a los ojos esperando hacer un comentario pecaminoso, pero sus pezones erectos apretando
contra la tela, lo distrajeron.
Con un movimiento preciso tiró de la copa hacia arriba y pudo notar la dureza del pezón
contra sus dedos.
—Oh sí, mucho mejor.
Carol se apretó más contra el tronco árbol, con los ojos cerrados y las piernas ligeramente
separadas.
—Pon las manos sobre tu cabeza.
Lo miró algo desconcertada ante esa orden brusca, pero obedeció por miedo a que se
detuviera.
Sus brazos habían subido como en señal de rendición y de algún modo ese gesto lo excitó
todavía más.
No sabía si iba, o no, a casarse con ella, pero iba a poseerla y al infierno todo lo demás, pensó
Dave.
Le pellizcó el pezón expuesto y ella gimió de placer. A la luz del día, su sonrojo era como un
afrodisíaco.
—Eres preciosa cuando te ruborizas.
De pronto, él separó las manos del cuerpo femenino, una había dejado de tocar su sexo, y sus
dedos ya no pellizcaban erráticamente su pezón y Carolina se sintió huérfana. Abrió los ojos para
protestar, pero lo que vio fue el rostro de un hombre hambriento.
—No quiero malos entendidos entre nosotros.
Ella tragó saliva y lo miró como si no comprendiera bien de que estaba hablando.
—¿Qué… qué quieres decir?
Él sonrió muy a su pesar, al escuchar de nuevo ese tartamudeo, lo excitaba. Su polla dio un
brinco para que fuera liberada cuanto antes de sus pantalones.
—Quiero que me digas lo que quieres que te haga. Quiero que no quepa ninguna duda de que
quieres estar conmigo.
—Yo quiero —dijo decidida, asintiendo—, pero no sé nada de esto.
Ella bajó los brazos y le acarició los hombros. Dave satisfecho de que los ojos de ella vagaran
por su cuerpo semidesnudo, le acarició las caderas.
—Yo puedo enseñarte todo lo que quieras, darte todo lo que me pidas. Puedo hacerte
cualquier cosa que te excite y te de placer —derramó esas palabras eróticas en su oído—. Pero
quiero oírtelo decir. No quiero una mojigata que no sabe lo que quiere.
—Yo no sé mucho… las monjas nunca me hablaron de esto.
Dave reprimió una carcajada.
Era inocente, tal vez demasiado.
—Oh, entonces deberé enseñarte yo —se burló Dave, pero cuando volvió a meter la mano
entre las piernas ella le clavó las uñas en el hombro y se meció contra su mano—. Pero esto te
gusta.
—Sí.
—¿Quieres más?
—Sí, por favor —su tono era suplicante.
—Quiero oírtelo decir… Dave, quiero que me folles.
Ella le rodeó el cuello con los brazos y restregó sus pechos desnudos contra el torso de él.
Dave apretó los dientes, pues el deseo era más de lo que podía soportar.
Sorprendido le habló esperando que ella obedeciera.
—Dímelo, Dave, quiero que me pellizques los pezones, ¿Porque eso te gustaría ¿verdad?
—Sí —él la miró intensamente esperando algo más—. Quiero que me pellizques los pezones.
Sonrió más que satisfecho de poder complacerla. Separó su torso de ella y sus manos volaron
a los pechos de Carol. Los masajeó con fuerza, con escasa delicadeza y los pellizcó hasta que
fueron dos botones rugosos, listos para él… deliciosos.
Se los metió en la boca, primero uno y después el otro. La escuchó gritar cuando sus dientes
los acariciaron y su boca los succionaron con más fuerza.
Ella seguía moviendo sus caderas y la polla de Dave se lubricó con los jugos de ella.
—¿Qué más? —preguntó rudamente.
Ella lo miró retorciéndose frustrada porque él se había detenido.
—Mi… entre las piernas.
—Mmm… no sé donde está ese lugar.
Ella movió más las caderas contra su erección y el gimió asiéndola e impidiendo que se
moviera.
—Eso tiene un nombre.
Lo miró a los ojos.
—Mi coño…
—¿Qué pasa con él?
—Tócalo.
Él sonrió al tiempo que introducía su mano de nuevo entre los muslos.
—¿Así? —Acaricio sus labios una y otra vez, pero fue cuando tocó su clítoris que la sintió
arquear la espalda y cerrar los ojos— ¿Te toco así?
Metió uno de sus dedos en la estrecha hendidura.
—Dave.
Estaba demasiado excitado como para no follársela allí mismo, a plena luz del día, contra un
árbol.
Lo haría.
El corazón de Carol empezó a palpitar en su sexo de manera dolorosa.
—Por favor.
—Bien —dijo, satisfecho— ¿Y qué más? Falta lo mejor Carol, pero podemos alargar esto
cuanto quieras. ¿Qué deseas que te haga primero?
Ella gimió al sentir que retiraba los dos dedos de su interior.
—Puedo hacerte tantas cosas malas ¿qué deseas primero? —repitió con urgencia mientras
hacía rodar sus labios y la lengua contra el cuello de Carol.
En un ataque de valentía, ella se quitó la camisa por la cabeza, y se desató los bonitos
sujetadores de encaje blanco que lucían inútilmente sobre su cuerpo, pero sin cubrirle los pechos,
cuando el los había alzado más arriba de sus dos montículos rosados. Clare los desabrochó y
cayeron al suelo.
Dave pudo ver perfectamente las aureolas clamando su atención.
—¿Te pusiste ese sujetador para mí?
Ella asintió, mordiéndose el labio.
—Sí.
—Porque me gusta mucho más donde está ahora —miró al suelo— que no sobre esto.
Dave acarició sus pechos y sacó la lengua para lamerlos. Cuando vio que ella gimoteaba con
los ojos cerrados, la tomó de la barbilla y le devoró la boca.
Su lengua pujó hasta el fondo, saboreando su interior mientras absorbía todos los gemidos
que le provocaba el deseo. Moviendo las piernas Carol se deshizo de los pantalones y se quitó los
zapatos, los empujó sobre la manta que estaba extendida para el picnic. A los pocos segundos,
solo estaba vestida con unas bragas de encaje que no tardaron en desaparecer cuando las manos
de Dave volaron hacia ellas y se las arrancó de un tirón, sin miramientos.
Ella jadeó contra su boca y fue consciente de que no podría ponérselas de nuevo.
La acarició sin demasiada delicadeza mientras una rodilla se colaba entre los muslos de Carol
para que no los cerrara.
La apretó con más fuerza contra el árbol hasta que ella soltó un gemido lastimero al clavarse
la corteza en la espalda.
—Me duele.
Dave la alzó, haciendo que enroscara sus piernas alrededor de su cintura. La punta de su polla
parecía buscar el punto exacto donde querían estar. Se lubricó aún más. Podía notar su sexo
palpitante y se sintió de nuevo en el paraíso. Se arrodilló con Carol enroscada en su cintura y la
tumbó sobre la manta del picnic,
Dave la recostó hasta que quedó completamente expuesta a él sobre la manta de cuadros.
Dave estaba de rodillas. Erguido entre sus piernas, a modo que ella no podía cerrarlas. Pudo
contemplar su brillante sexo empapado por la excitación, la piel blanca estaba salpicada por un
intenso rubor en las partes que él la había tocado, besado o pellizcado. Podía contemplarla a
placer, durante horas, y no se saciaría.
Su rubor era tan excitante, y sus pechos subían y bajaban, ofreciéndose a él en cada
respiración.
—Oh nena… Voy a follarte.
Se metió entre sus piernas y empezó a frotar su miembro contra el sexo húmedo de ella.
La punta la lamía y ella se retorció sobre la manta, con los ojos cerrados y moviendo las
caderas para que él penetrara en ella.
Ese roce era lo más erótico que Carol había experimentado nunca, o al menos sin contar la
boca de Dave sobre esa zona en concreto.
El sexo de Carol palpitó con fuerza por la anticipación.
—Por favor…
Apoyado sobre sus rodillas, las manos de Dave volaron hasta sus propias caderas y se acabó
de quitar los vaqueros y las botas. Se desnudó por completo. Se quitó el sombrero de cowboy y
ella negó con la cabeza.
—Déjate lo puesto.
Sonriendo ante su petición, él asintió.
—Eso haré.
Cuando se acarició el miembro, vio como ella se mordía el labio y sonrió.
—¿Quieres hacerlo tú?
Ella lo miró a los ojos y asintió.
—S… sí.
Sin cerrar las piernas, se incorporó levemente y sus manos tocaron la suave carne.
Dave tenía su miembro erecto, reprimió un jadeo al sentir el tacto de esas delicadas manos.
Había algo primitivo y satisfactorio al saber que él era al primero que Carolina había acariciado
la polla.
—¿Te gusta tocarme?
—Sí —esta vez lo dijo sin atisbo de duda.
Su miembro brincó como si hubiese estado deseando tal atención. Era mucho más grande y
ancho de lo que Carol recordaba. A plena luz del día, no había sobras donde esconderse, ni lugar
para la vergüenza o el pudor.
—¿Te gusta saber lo que voy a hacerte? ¿te excita?
—Sabes que sí —le dijo ella, sin apartar la mirada de él mientras su mano subía y bajaba por
su polla.
Lo acarició, arriba y abajo, como había hecho la noche anterior.
—¿A ti… te gusta esto? —hizo más intensos los movimientos y Dave apretó los dientes.
—Sí, joder… sí.
Parecía que él sufría. Eso la hizo reír. Una risa preciosa, despreocupada. Una risa que hizo a
Dave desear entrar en esa boca perfecta que ella tenía entreabierta a causa de la excitación.
—¿Quieres que te haga algo más?
Dave rio.
Carol se había vuelto juguetona.
—¿Qué podrías hacerme?
Ella no vaciló. Con una mano le acariciaba el miembro y con la otra le apretó una nalga
acercándolo más a ella. Carol se inclinó un poco más hacia él.
—Hace tiempo vi una película…
—Dios… —su miembro palpitaba con mucha más fuerza de lo que era recomendable.
—Me gustaría probar si te da tanto placer como parecía dárselo al chico de la peli.
Dave se hizo el ingenuo. Tan ingenuo como lo era ella.
—¿Y qué es?
La polla de Dave se endureció hasta provocarle dolor cuando Carol la rozó con sus labios.
—Dios… nena.
Carol se la metió en la boca y empezó a chupar de manera inexperta, pero no por eso poco
placentera.
La cabeza de Dave se echó para atrás mientras ella chupaba, primero con delicadeza,
acompañando los movimientos de la cabeza con los de la mano, que no dejaba de recorrer el
miembro de Dave. Después pareció dispuesta a explorar, fijándose en sus reacciones. Con unos
lametones aquí y allí, Dave supo que no podía soportarlo mucho más.
Era demasiado ingenua para saber hacer eso, y no obstante…
—Chupa con más fuerza, nena —la miró a los ojos mientras ella obedecía—. Oh Dios… tu
lengua…
Apretó los dientes intentando dominar el placer tan intenso que sentía.
Le acarició el cuello y el pelo, hasta que el placer fue tan intenso que encerró su cabello en el
puño y tiró de ella para que siguiera el ritmo que él quería.
A Carol no le importó, le fascinaba el deseo que despertaba en él, verlo contraerse, suspirar,
gemir con cada lengüetazo. Quién iba a decir que ella, recién salida de una escuela de monjas,
iba a lograr que un hombre la deseara tanto.
Intentó contener la respiración y meterse el miembro de Dave entero en la boca. No lo
consiguió, era demasiado grande, pero no por eso dejó de intentarlo, apretando la punta de Dave
contra el interior de su mejilla.
—Oh, vamos —gimió él— ¡Oh sí!
Cuando lo volvió a dejar salir de su boca, sutilmente ella hizo que sintiera el roce de sus
labios, provocándole un sutil dolor mezclado con placer.
Dave echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos mientras su polla seguía atormentada por la
boca de Carol. Hizo que lo agarrara por los testículos con la mano, y se los apretara con fuerza.
Iba a correrse en su boca.
—Espera nena… —Oh, no debía hacerlo. Pero ella seguía trabajándosela con intensidad—.
No, espera…
No podía eyacular en su boca. No cuando la noche anterior ya había sido demasiado descortés
con ella.
Tiró de su cabellera hacia atrás y Carol quedó con la mirada fija en él, la boca abierta y
completamente expuesta. Aún mantenía las piernas abiertas, y era un verdadero deleite para la
vista.
Su expresión era de desconcierto, era tan ingenua, tan dulce…
Ahora es cuando me corro, pensó Dave.
—¿Qué haces? —preguntó ella, sorprendida— ¿No te gusta lo que te estoy haciendo? —dijo
desanimada al ver que él no hacia nada más que respirar trabajosamente.
—Joder, me gusta demasiado.
Ella sonrió. Lo miraba extasiada y estaba convencido de que por algún motivo él tenía la
misma expresión.
—Ven aquí.
Le agarró las caderas, haciendo que juntara las piernas y le dio la vuelta, tumbándola boca a
bajo sobre la manta.
Le acarició el trasero con deleite, hundiendo sus dedos en su sexo lubricado. No se contuvo y
le dio una nalgada para ver como su piel se sonrosaba bajo su mano.
Carol lo miró con ojos vidriosos sobre su hombro. Estaba fascinada por todo lo que él le hacía
sentir.
—Ahora separa las piernas —le ordenó.
Ella obedeció colocando parte de su peso sobre las rodillas, las separó lo más que pudo, y se
sintió hermosa al escucharlo jadear a su espalda. Elevó el trasero para que él siguiera acariciando
su hendidura.
—Esta vez te lo haré muy lentamente, Carol —le dijo.
Ella gimió al sentir la punta de su polla en la entrada de su sexo.
—Oh… de acuerdo —se quedó muy quieta esperando impaciente que él entrara por fin.
—Pero será la última vez que ocurra. Después de esta vez, voy a follarte como un salvaje.
La montaría como lo que era: un cowboy salvaje. Y a ella le gustaría.
Carol separó más las piernas, moviendo sus caderas a causa de la anticipación, esperando el
roce del miembro erecto de Dave en su entrada.
Tendida como estaba, bajó la cabeza hacia la manta y apoyó su mejilla contra esta. Apretó los
puños cuando la enorme polla de Dave empezó a abrirse paso en su interior.
Estaba tan mojada, tan resbaladiza, y tan colmada de deseo, que solo podía pensar en que
tenerlo muy dentro de ella. Era lo que más quería.
No podía creer que su primera vez fuera tan increíble y excitante.
Gimió y se revolvió contra la manta. Noto la fricción del tejido contra sus pezones y hasta eso
parecía excitarla.
—¿Te duele? —preguntó cuando la punta estuvo en su interior.
—No —gimió, y era verdad—, por favor, hazlo.
—Hacer ¿qué? —rio mientras movía imperceptiblemente las caderas y le masajeaba el
trasero.
—Métemela.
Siguió empujando y al notar la resistencia se retiró nuevamente, solo el tiempo justo para que
se acostumbrara. Ser tan paciente lo estaba volviendo loco, pero a ella le gustaba, no quería que
sintiera dolor. No obstante, iba a entrar. La sujetó con fuerza por las caderas para que dejara de
moverse. Él necesitaba llevar el ritmo, controlar el momento.
Dave se balanceó delicadamente, como le había dicho a ella que haría.
Sería tierno esta vez, al menos hasta que su coño se acomodara a su grosor y dureza.
Después… estaba tan excitado que solo harían falta dos empujones para terminar con todo.
Se metió más adentro y Carol gimió al notar como algo cedía en su interior. La polla de Dave
entró y volvió a retirarse con lentitud.
—¡Ah!
Volvió a empujar hasta que se la metió por completo. Hasta el fondo,
—Tranquila, nena.
Salió y pujó de nuevo, e hizo lo mismo, con tacto y cuidado, hasta que ella gimoteó al notar
como la mano de Dave acariciaba su vientre y se hundía entre los pliegues húmedos buscando su
clítoris.
—Dave —sus ruegos parecían sollozos—. Oh, vamos —era una súplica apenas audible—.
Por favor….
—¿Por favor, qué?
—Por favor, vuelve a entrar. Fóllame —lo miró por encima del hombro. Sus ojos vidriosos
sus labios hinchados, no podía decirle que no—. Ahora, házmelo.
Y con una sonrisa salvaje, él lo hizo.
Movió sus caderas adelante y atrás, comprobando que ella no sentiría dolor cuando la follara
más fuerte. Pero lejos de recibir quejas, los gemidos eróticos de Carol eran un estímulo.
Necesitaba sentirla, estar más dentro de ella.
—Dave… ¡Dave!
Al ver que se retorcía contra la manta y se alejaba, la agarró por la nuca y le hizo separar
todavía más las piernas, aún tumbada sobre la manta. La folló desde atrás a un ritmo a cada
punto más acelerado.
—Uff, nena —Abrió la boca jadeando—. No puedo más.
Dave apretó los dientes, era tan estrecha, sus gemidos tan eróticos... Sintió que se estremecía
contra su miembro y no pudo soportarlo.
Debería correrse fuera, debería no arriesgar, pero… iba a casarse con ella. Y él era un maldito
egoísta, ¿por qué negarse ese placer? Se vació en su interior sin poder evitarlo.
Dave había perdido por completo el norte, y solo podía sentir las palpitaciones de su polla y el
placer descomunal que no había sentido antes con ninguna otra mujer. No supo por qué, quizás
las paredes del sexo de Carol eran más apretadas y resbaladizas, pero lo habían recibido tan
bien…
—Oh, Dave…
Seguramente sintió el calor de su simiente dentro de ella y estalló en un orgasmo que la hizo
temblar violentamente.
La escuchó gritar una y otra vez mientras los espasmos de su orgasmo presionaban su
miembro, aún dentro, aún duro como una piedra a pesar de haberse corrido como un animal.
Al igual que él, cuando acabó, Carol se quedó inmóvil, y solo los sus respiraciones
entrecortadas y los acelerados latidos de sus corazones, daban cuenta visible de lo que acababa
de suceder.
Dave le soltó la nuca y la cabeza de Carol cayó como la de una muñeca sobre la manta. Su
cuerpo temblaba y él se retiró despacio, pensando que era imposible que pudiera apartarse de esa
mujer.
Se desplomó a su lado, mirando el azul del cielo. Totalmente exhausto y saciado.
Tendría que casarse con ella y hacer que ella lo aceptara.
Miró sus ojos entreabiertos. Después de eso, no esperaba que ella rechazara ninguna
propuesta. Y si le hacía un hijo, era mucho más probable que se aceleraran las cosas y pudiera
ser más pronto que tarde, el dueño del rancho donde había vivido toda su vida.
—¿En que piensas? —La voz de Carol lo distrajo.
—En que voy a follarte cada noche.
Y en parte sí que pensaba en eso. Si se casaban, quería follársela cada noche… y cada día.
Después de eso, estaba dispuesto a lo que fuera por tenerla a ella, y no solo al rancho.
CAPÍTULO 10
***
***
Cuando Carol entró se quedó sorprendida por el gentío que había en aquel lugar un jueves por
la noche.
—Esto no es una cafetería —dijo, sorprendida.
—Ya te digo yo que no —se carcajeó Judith, cogiéndola por la mano— ¡Vamos a beber!
Carol se dejó arrastrar, pasando por entre las mesas de parroquianos. El barman, un hombre
negro de dos metros de altura, saludó con una sonrisa a Judith. Ella alzó dos dedos y el hombre
se apresuró a mandar a la camarera a que les pusiera las dos cervezas.
Cuando llegaron a la mesa del rincón, vieron unos sofás de cuero desgastados, empotrados
contra la pared. Allí sentados, los cinco amigos de Judith las saludaron con entusiasmo.
—¡Hola guapa! —dijo uno, bastante atractivo, por cierto—. Así que tu eres la española ¿no?
—Creo que sí —Carol puso una sonrisa de circunstancias que pretendía ocultar lo
entusiasmada que estaba. Los cinco se dieron cuenta y se pusieron a reír.
—Ellos son Charles, David, y Robert —Judith señaló a los tres chicos, que le dedicaron un
asentimiento de cabeza y varias sonrisas—. Ellas son Loretta y Claudia.
Carol estaba convencida de que no eran imaginaciones suyas, que la bienvenida de los chicos
había sido mucho más cálida que la de ellas. Sin duda, Robert y David estaban pillados. Carol lo
notó cuando Loretta hizo que Robert le pasara el brazo por encima del hombro. Luego estaba
David, a quien Claudia había acariciado el muslo sin disimulo por debajo de la mesa. Solo
quedaba Charles, que por como lo miraba Judith, le quedó claro que era el hombre de sus sueños.
Aunque por su mirada seductora, Carol estaba convencida de que era un auténtico gigoló y que
Judith haría mejor en perderlo de vista que en meterlo en su cama.
—Chicos, esta es Carol. Viene de Madrid.
—Bienvenida —dijo Charles— ¿Hace mucho que llegaste?
—Apenas una semana, pero me gusta el lugar.
—¿Así que piensas quedarte? —Parecía más una acusación que una pregunta.
Judith miró a Claudia y la fulminó con la mirada.
—¿Qué? —se excusó—. Solo era una pregunta.
Pero Carolina no la escuchaba, porque al voltearse y mirar al fondo del local, vio a Dave…
Con otra chica.
***
—Te estás pasando, Maggie —dijo él, apartando sus manos del cuello.
Estaba borracha cuando él había llegado y ahora lo estaba más después de haber pedido una
ronda de chupitos para ella y sus primos tarados que no hacían más que reírse como idiotas
mientras ella hacía el ridículo.
—No eres divertido —le dijo, empujándolo—. Ya no eres divertido. ¡Y yo sé por qué!
Dave bajó la mirada y se apretó el puente de la nariz. Empezaba a sufrir un agudo dolor de
cabeza.
—Oye, Maggie…
—Es por esa chica, la pija, ¿verdad?
Sus primos se rieron con más fuerza al verla tan enfadada.
—Un respeto —Dave se puso serio—. Es la nieta de Richard.
Eso a Maggie parecía no importarle lo más mínimo.
—Vamos… te acompaño a casa.
—¡No lo necesito!
Maggie intentó zafarse cuando él la agarró del brazo, pero Dave era más fuerte y la hizo andar
por el centro del bar, sorteando las mesas y evitando que se abriera la cabeza ras tropezar con un
taburete mal colocado en la barra.
—¿Tengo que preocuparme? —le preguntó Bard, cuando pasaron por su lado.
—Descuida —respondió Dave—, la llevaré a casa para que duerma la mona y mañana será
otro día.
Bard quedó tranquilo si se iba con él.
—¡Llévala a casa! —se aseguró, alzando la voz.
Fue en ese momento cuando Carol se levantó del asiento.
—¿Adónde vas? —quiso saber Judith, que no había entendido lo que estaba pasando cerca de
la mesa de billar.
—Afuera, tengo calor… espérame aquí —se excusó—. Enseguida vuelvo.
Judith no se preocupó. El pueblo era tranquilo, no le pasaría nada por ir a tomar un poco el
aire. Así que, sonriendo, la dejó marchar.
Pero Carol no quería tomar el aire, sino entender qué diablos sucedía con Dave y esa mujer.
¿Quién era esa chica con la que estaba el vaquero? ¿Sería su novia? ¿Acaso Dave era uno de
esos tipos a quienes no le importaba ponerle los cuernos a su novia? Se sintió dolida cuando salió
afuera y los vio discutir junto a la camioneta de él.
La chica agitaba la cabeza en señal de negación y su larga melena azabache le envolvía el
cuerpo por completo.
—No puedes dejarme así —sollozaba, Maggie.
—Maggie… tú y yo nunca hemos tenido esa clase de relación. Y lo sabes.
Ella apretó los puños y gritó más fuerte.
—No soy tu novia, pero… ¡Teníamos algo!
—Simplemente estás celosa, no es que me quieras realmente.
Él parecía tener razón en eso, pues Maggie se limitó a apretar los puños y a patear el suelo.
—Tú eras mí hombre, digas lo que digas ahora —le echó en cara—. Solo has cortado
conmigo para poder follarte a esa mosquita muerta.
Carolina agudizó los oídos.
Estaban hablando de otra mujer y por algún motivo dedujo que esa mosquita muerta era ella
misma.
—No digas eso —dijo Dave, que ya empezaba a mosquearse cuando oía hablar mal de Carol.
—Es la verdad ¡Dime que no te has imaginado metiéndote entre sus piernas!
Obtuvo el silencio como única respuesta.
—¿Lo ves? —sollozó, Maggie— ¡Te la quieres follar! Y lo más triste de todo es que no
sientes nada por ella, solo quieres tirártela porque sabes que así será más fácil conquistarla y
casarte con ella, que es lo que realmente quieres.
Carolina parpadeó sin entender muy bien de qué estaban hablando.
¿Casarse con ella? ¿Con quién? ¿Por qué?
Agudizó más el oído y esta vez se ocultó más tras un coche. Se moría de curiosidad por
averiguar de qué hablaban exactamente, pero le daría un patatús si Dave la descubriese
espiando...
—El abuelo quiere que su nieta se quede en el rancho —decía Maggie— ¡Pues menuda
jugada la del viejo, si logra que su nieto adoptivo, quien iba a heredar toda su fortuna, se casa
con su verdadera nieta! ¡Eso sí que es matar dos pájaros de un tiro!
—Maggie, suficiente —decía Dave.
El vaquero parecía realmente enfadado. Ni siquiera se movía del sitio mientras Maggie
danzaba a su alrededor con los brazos en alto, haciendo aspavientos, furiosa con él y con el
mundo.
—¿Y ya le has dicho al viejo que te casaras con la mosquita muerta para heredar el rancho?
¡Debe sentirse el hombre más feliz de la tierra!
Carolina palideció.
¿Cómo…? ¿Era eso? ¿Acaso Dave intentaba enamorarla para que accediese a casarse con él y
así heredar lo que él había considerado suyo desde el principio? No se podía creer que fuese tan
rastrero…
—Maggie…
—¿Qué? —esta vez la expresión de la joven cambió. Se volvió suplicante, como si perdiera
toda la energía y se sintiera intolerablemente triste—. Pero yo no te digo que no lo hagas. Cásate
con ella si quieres, pero no tienes por qué tirártela. ¡No me dejes por dinero!
—¡Cállate! —gritó Dave—. No te dejo por dinero.
—¡Me dejas por el rancho!
Él no lo negó.
Y a Carolina, que escuchaba a escondidas, en ese mismo instante se le partió el corazón al
constatar que sí, que Dave era un rastrero.
—El rancho es mi vida —dijo él en un tono casi tan triste como el de Maggie—. Y lo siento,
pero si tengo que dejarte para tenerlo, lo haré. Y si tengo que casarme con Carolina para que sea
de mi propiedad, así será. Y si tengo que follármela para que se case conmigo… lo haré. ¿Has
entendido?
Carolina guardó silencio y retrocedió un paso para ocultarse más en las sombras. Le costó un
mundo, pero lo logró. Y es que de ninguna manera Dave podía verla en ese estado… Ya estaba
sufriendo suficiente humillación como para darle la oportunidad de regodearse.
Tragó saliva e intentó ordenar sus pensamientos y finalmente llegó a la horrible conclusión:
Era por eso por lo que él estaba rondándola. La estaba seduciendo para después casarse con
ella y así heredar el rancho. No sentía atracción por ella, mucho menos se había enamorado. Tal
y como decía esa chica, lo estaba haciendo por dinero.
CAPÍTULO 11
A la mañana siguiente, los rayos del sol entrando por la ventana despertaron a Dave. Abrió
los ojos lentamente y se dio cuenta de que Carol estaba dormida entre sus brazos. Tenía la cabeza
apoyada en su antebrazo, y estaba acurrucada.
Se le puso la polla dura al instante al ver sus pechos desnudos. Se imaginó despertándola con
un beso, y el corazón empezó a latir rápidamente.
Eso lo asustó.
Joder, Dave, ¿qué diablos te pasa?
Cerró los ojos y gimió de pura frustración. Cuando los abrió de nuevo, los párpados de Carol
estaban abiertos, sus iris azules lo miraban fijamente.
Dave se quedó unos instantes inmóvil, hasta que reaccionó.
Quitó el brazo lentamente de debajo de ella, y se incorporó.
—Esto no debería estar pasando —dijo, como para sí mismo.
Pero lo dijo en voz alta.
¡Mierda!
Se puso en pie, se enfundó los pantalones vaqueros y la camisa, y cuando se estaba calzando
las botas, escuchó la voz de Carol.
—¿Por qué no?
Él la miró, sin comprender.
—Solo es sexo. Sin compromiso —recalcó ella, especialmente las palabras: sin compromiso.
Por la forma en cómo lo miró, Dave se dio cuenta de que ella se había dado cuenta de sus
planes. Y que la boda no entraba en ellos.
Y se sintió una completa mierda.
—Tienes razón —respondió él, fingiendo indiferencia—. Cuando quieras follar, sólo tienes
que llamarme.
Ella apretó los labios después del portazo.
—Bien, y tú cuando quieras follar a cambio de un rancho, llámame a mí.
***
***
A la mañana siguiente Richard se encontró mal. De hecho, había pasado una noche infernal,
pero por orgullo fue incapaz de pedir que alguien le llevara al médico.
Solo a la mañana siguiente pidió a María que llamara a uno de los muchachos para que lo
llevara al hospital, porque ya no aguantaba más el dolor punzante.
Según le dijo a María, para un chequeo, pero Richard sabía, cuando entró en urgencias que lo
más probable fuese que no volviera a salir.
—¿Qué demonios le ha pasado al viejo? —preguntó Dave, entrando en la cocina.
María estaba preparando el pan y también acababa de entrar Carol por la puerta del salón. Se
acercó a María y miró a Dave, esperando la misma respuesta que él del ama de llaves del rancho.
—Yo… —la mujer no sabía que decir.
Parecía realmente preocupada, pero no quiso alarmar a los chicos por el momento. Además,
Richard le había ordenado que no dijese ni una sola palabra de lo que realmente sucedía.
—María… —la apremió Dave.
—Se encontró mal y esta mañana se lo han llevado al hospital para hacerle una revisión, nada
serio.
—¿Seguro? —quiso saber Carolina, con un ligero temblor en la voz.
—Seguro —aseguró María—. Ya verás que estará aquí a la hora de la cena.
Dave y Carolina se miraron. Una de las primeras miradas que se cruzaban desde la
apasionada sesión de sexo que compartieron la noche anterior.
Ella bajó la vista hacia sus manos vendadas y expresó preocupación.
—¿Qué demonios…?
Dave, se puso el sombrero y la miró con una mezcla de rabia y vergüenza.
Iba a salir por la puerta, cuando Carolina lo llamó.
—¡Dave! Espera…
Él se dio la vuelta y alzó la ceja izquierda, expectante.
—Esto… ¿qué te ha pasado en las manos? ¿Estás bien?
Carolina se mordió el labio inferior al ver como él la miraba con un deje de debilidad que
pronto corrigió.
—No es de tu incumbencia.
Y tras decir eso, abandonó la cocina con más mal humor que cuando entró.
Carol suspiró ruidosamente. Dave era un cretino. Ella estaba preocupada por su abuelo y él no
ayudaba con su actitud. Ahora tenía otra preocupación más. ¿Por qué los hombres de su vida
eran tan testarudos y querían ocultar todo lo que les pasaba?
Miró por donde se había ido Dave y sintió la acuciante necesidad de ir tras él, arrinconarlo en
el pajar y besar sus manos heridas.
—Oh, Carol —se dijo— ¿Así que solo sexo?
Pues al parecer, no era solo eso. Sentía verdadera preocupación, pero dado el estado de ánimo
del vaquero, mejor si abandonaba esa idea por el momento.
—¿Pasa algo entre ustedes dos, mi niña? —quiso saber María, sacándola de sus
pensamientos.
Carolina negó con la cabeza.
—No, nada. ¿Por qué lo preguntas?
La mujer se encogió de hombros y siguió amasando el pan.
—A veces os lleváis bien y otras… parece como si hubieseis tenido una buena bronca.
Carol sonrió.
—Con Dave es muy fácil tener broncas. Pero perro ladrador…
María rio. Hacia poco que esa niña había llegado al pueblo y parecía conocer al joven
vaquero, mejor que nadie.
—Tienes razón, Carolina. Dave suele comportarse como un auténtico salvaje, pero consigues
quitarle esa armadura puede que te lleves una grata sorpresa.
Carol frunció el ceño. ¿Armadura? Sí, supongo que tiene sentido…
Mientras María hacía una bola con la masa y la ponía en la repisa de la ventana para que
subiese con la levadura, Carol no podía dejar de pensar en los besos y las caricias de Dave. Pero
también en lo que le había dicho a esa chica en el aparcamiento del bar del pueblo.
Dave se comportaba de forma extraña. Si únicamente la quería para quedarse con el rancho,
¿por qué le había dolido que ella deseara solo sexo con él? Quizás eso facilitara las cosas
después de todo. Si fueran amigos… En fin, ni siquiera estaba segura de qué pensar.
—Cielo, ¿me puedes pasar un trapo?
La voz de María la sacó de nuevo de sus pensamientos.
—Sí, claro.
Carol fue a coger el trapo y se lo dio a María, quién la miró con una sonrisa cariñosa.
—Ay, mi niña. Te diré algo: Dave ha sufrido mucho, así que no le culpes por cualquier
tontería que haga. Debe de haber algún motivo para ello. Sólo ten un poco de paciencia, ¿de
acuerdo?
—De acuerdo.
—Y ahora, ¿por qué no vas a ver qué le pasa? Seguro que está triste por lo de Richard —le
dijo María, bastante afectada—. Aunque parezca un insensible, se preocupa mucho por el viejo.
Y si rascas un poquito, seguro que encuentras un corazón enorme.
Carol asintió.
—Gracias María. Seguiré tu consejo.
CAPÍTULO 13
Carol caminó rápidamente hacia los establos con la esperanza de encontrarse con Dave.
Sabía, por una conversación que oyó la noche anterior, que tenían que transportar al ganado a
otros pastos y por eso el rancho estaba vacío de trabajadores. Carol entendió que Dave debía
darse prisa si quería alcanzarles, puesto que no había ido aún porque primero se había ocupado
de llamar al hospital para preguntar por el abuelo.
Entró en los establos y allí no lo encontró. Pero su caballo sí estaba, recién cepillado.
Caminó hasta el granero, donde estaba también el segundo guadarnés y halló las puertas
abiertas.
Dave estaba allí, en efecto, preparando los arreos de su silla de montar.
Cuando la vio entrar entrecerró los ojos bajo el ala de su sombrero.
—¿Qué haces aquí? —espetó, de mal humor.
La miró, con ese vestidito corto y las botas tejanas, y notó como se inflamaba de deseo por
ella. Y eso no hizo más que cabrearlo más.
Carol se dio cuenta de que estaba tenso. Aunque no pudo distinguir si se trataba de una
tensión a causa de la excitación, o de la preocupación a causa de Richard. Tal vez fuese por
ambas cosas.
—He venido a ver cómo te encuentras —le dijo, señalando con la mirada sus manos
vendadas.
Aunque se moría de ganas por volver a sentir los besos de ese vaquero recorriendo toda su
piel, también le importaba saber cómo se sentía, también por el abuelo. A fin de cuentas Richard
lo había criado como a un hijo, lo conocía mucho mejor que ella, y tenía incluso más derecho
que ella a sentirse preocupado.
Dave, sin embargo, hizo una mueca de desprecio y continuó con su tarea, que era ponerle las
acciones a la silla de montar para después poder engancharlas a los estribos.
Carol se acercó, dispuesta a aprender algo de utilidad.
—¿Qué estás haciendo? ¿Puedo ayudar?
Dave alzó la vista hacia ella y la miró con cara de pocos amigos.
—Sí, largándote —respondió, seco.
Se había pasado toda la noche pensando en cómo hacer para solucionar las cosas con ella. Y
había llegado a la conclusión de que la mejor forma era haciendo que su estancia en el rancho
fuese una completa pesadilla para que se fuese lo antes posible de allí.
Ella tomó aire lentamente. Pero lejos de sentirse ofendida, lo miró con… ¿lástima?
¡Cómo se atrevía a mirarle con lástima!
—Dave —empezó a decir, Carol—, sé que el abuelo te preocupa y…
Él dejó lo que estaba haciendo y empezó a caminar hacia ella, sin dejar de atravesarla con la
mirada.
Carol se sorprendió retrocediendo hasta que su espalda chocó contra la pared de madera del
granero.
Bien, pensó Dave, si la asustaba se iría. Quizás si abandonaba al viejo, y más estando
enfermo, él estaría lo suficientemente dolido como para dejarle algo de su fortuna, pero no su
propiedad más preciada: El rancho. Si conseguía que ella huyera, quizás él sería el nuevo dueño.
Y Carolina… solo alguien a quien todos olvidarían… especialmente él. Con el tiempo.
¡Oh Dios! ¡Era un miserable!
Llegó hasta ella e hizo que su cuerpo se aplastara contra la pared del granero.
Si la atemorizaba lo suficiente, huiría.
Colocó ambas manos a cada lado de la cabeza de Carolina, con fuerza, dando un golpe al
cambiar la postura. En el instante en que se escuchó el golpe ella cerró los ojos y Dave se sintió
un miserable por usar esas tácticas. Pero… no podía consentir que ella siguiera allí. Tenía que
lograr que le partiera el corazón a Richard. Además, ella misma lo había dicho cuando llegó: que
volvería a España pronto. No tenía intención de salir de las faldas de su madre.
—¿Por qué sigues aquí? —inquirió Dave, acercando su boca a la suya, en gesto amenazante
—. Te he dicho que me dejes en paz.
Ella despegó los párpados y lo miró con unos ojos para nada atemorizados, sino más bien
curiosos e ingenuos. Con una ingenuidad que resultó ser el más potente de los afrodisíacos.
Carol parpadeó al notar su desconcierto.
Dave solo podía ver el aleteo de esas pestañas, y lo peor es que ella gimió al concentrarse en
sus labios. Ese gemido expulsó su suave aliento, que acarició los labios de Dave. Y eso fue más
de lo que pudo soportar.
Sin poder evitarlo, la besó con fuerza, como un salvaje. La agarró por la nuca y la inmovilizó
para que no pudiera apartarse, como si ella necesitara esa sujeción para no dejarse deleitar por
esa boca.
Carolina, lejos de achantarse, le devolvió el beso con pasión, colgándose de su cuello y
abrazándolo con fuerza. Se colgó de su cuello hasta que sus pies no tocaron el suelo. Subió las
piernas y finalmente las pudo enroscar en la cintura de su salvaje cowboy.
Dave gruñó cuando ella empezó a restregarse contra él. La empujó y la golpeó contra la pared
de madera. Paró unos momentos por si le había hecho daño, pero no.
Aprisionada como estaba con la espalda contra la pared, Carol se descolgó del cuello de Dave
y se sacó el vestidito por arriba. Él la miró como si no diera crédito. ¿Qué demonios estaba
haciendo?
—Para —le ordenó. Pero ella no le hizo el más mínimo caso.
Gimió al ver sus turgentes pechos únicamente cubiertos por un precioso sujetador de encaje
negro.
—Joder… —dijo, en el momento en que le arrancaba literalmente el sujetador.
Mientras él capturaba un erecto pezón con los labios, Carol echaba la cabeza hacia atrás.
Dios, se estaba volviendo adicta a ese hombre. No podía pensar o hacer nada que no involucrara
a ese hombre.
—Dave… deja de ser tan imbécil.
Él la miró entre sorprendido y furioso.
Tragó saliva y sin saber qué hacer o decir se dejó arrastrar por la pasión que ella le provocaba.
La besó de nuevo para después dejarla con los pies en el suelo.
—Date la vuelta.
La giró con un gesto brusco y Carol puso las manos contra la pared mientras él le abría las
piernas dandole un par de golpecitos en la zona interior de sus botas tejanas.
—Mmmm... —gimió al sentir que él la inclinaba contra la pared.
De un manotazo le bajó las bragas y le acarició el sexo para saber si estaba listo para él. Y así
era.
—Nena, voy a follarte duro…
Ella volvió a gemir cuando escuchó la hebilla del pantalón de Dave desabrocharse.
—Hazlo, por favor.
—¿Sientes esto? —dijo acariciando su trasero con su miembro—. Estoy más duro de lo que
te puedas imaginar…
Ella abrió más las piernas sin necesidad de que él le dijera nada.
—Fóllame, Dave.
Le agarró los pechos desde atrás y sin dejar de lamerle el cuello, pellizcó ambos pezones.
Joder, estaba súper sexy en su granero, cara a la pared y solo vestida con sus botas tejanas y
las bragas bajadas. No podría superar jamás la imagen del culo respingón de Carol, lito para él.
—Joder, nena, no aguanto más.
Tiró más abajo las bragas, éstas a juego con el sujetador, eran preciosas, pero para Dave solo
eran una barrera más.
—Mierda. —No era suficiente, quería que abriera más las piernas. Le arrancó las bragas,
rompiéndolas, y quedaron colgando de la rodilla de Carol—. Ahora sí, nena.
Carol gritó extasiada en el momento en que Dave la empalaba con un movimiento rápido y
preciso.
La embistió con una necesidad extrema. Le acarició los pechos, los masajeó intentando que
sintiera el mismo placer que él. Por los gritos y gemidos que soltaba, no era necesario que se
preocupara por ella.
Carol lo sentía tan duro, tan fuerte. Se volvía loca con cada embestida. Él lo hizo, una y otra
vez, rápido y fiero.
Cuando Dave sintió la mirada de Carol sobre su hombro tuvo que apartar la vista y morderse
los labios. No podía mirar el deseo en sus ojos, o acabaría por correrse en segundos.
—Vamos, nena. No me hagas esto —le dijo refiriéndose a lo bueno que era el sexo con ella.
Ella apretó más sus palmas contra la pared y se inclinó más, haciendo que él llegara más
profundo. Dave veía como se retorcía y se pegaba más contra él, buscando el máximo roce.
—Dave… La tie… ¡Oh Dios! ¡La tienes tan dura! ¡Ah! ¡Ah! ¡Ah!
Gritaba a cada penetración de una forma tan erótica.
—Carol. ¿Te gusta, nena?
—Más... por favor. —A cada golpe de cadera de Dave, ella gritaba—. Ah, ah, ah, ah…
Carol gritó en el momento en que un intenso orgasmo la recorría de arriba abajo.
—Oh, sí… ¡Sí!
Dave notó como las paredes de la vagina de Carol estrangulaban su polla.
—Ahora voy yo, nena… —Se salió de Carol y empezó a masajearse hasta que se corrió sobre
su trasero— ¡Oh… JODER!
De pronto, Carol se volvió y apoyó la espalda contra la pared, lo miró jadear y antes de que él
pudiera hacer o decir nada, ella lo abrazó.
Dave se quedó quieto, temblando, dejándose abrazar.
Nunca lo habían abrazado así, con tanta ternura… Notó como las lágrimas le resbalaban de
sus mejillas y maldijo entre dientes.
—Maldita sea —dijo, soltándola o al menos intentándolo.
—No, espera. Todavía no. —Ella no estaba dispuesta a dejarlo marchar.
Pasaron unos minutos hasta que sus respiraciones se tranquilizaron. Después él se apartó
lentamente y se subió los pantalones. Se abrochó la bragueta y no pudo ocultar el hecho de que le
temblaban un poco las manos cuando se puso el cinturón.
Tragó saliva y negó con la cabeza. Lo que estaba a punto de hacer era muy cruel. Maldita sea,
si la miraba no sería capaz. Pero debía hacerlo.
Debía hacerlo.
Alzó la mirada y fingió desprecio.
—Quiero que te largues de aquí —dijo, agachándose para coger su vestido y luego lanzárselo
a la cara—. Está claro que una niña pija y consentida no va a durar mucho en este rancho.
Ella lo miró, sorprendida, mientras apretaba el vestido contra sus pechos desnudos.
—Dave…
—Vístete, joder. —La ayudó a pasarse el vestido por la cabeza sin miramientos.
—¿Por qué me tratas así? ¿Por qué dices eso?
—Porque es la verdad —aseveró, Dave, intentando fingir el máximo desprecio posible—.
¿Qué sabes tú de caballos o de vacas? Si no vas a quedarte, al menos no hagas que el viejo se
encariñe contigo.
Carol apretó los labios y respiró por la nariz, dolida y furiosa.
—Si me quedo o no, no asunto tuyo, Dave.
—Claro que sí —dijo él en un susurro contenido—. Este es mi hogar y tú solo lo estás
poniendo patas arriba. Así que lárgate de una vez. Me jode tener que verte día sí y día también.
¿Es que no lo entiendes?
Carolina se quedó muda unos instantes ante las rudas palabras de Dave. Tragó saliva y se
atrevió a replicar.
—Yo…
—Por el dinero no te preocupes —la interrumpió—, mañana a primera hora te sacaré los
pasajes y harás lo que te plazca.
Dave cogió la silla de montar y salió del granero. Ella se quedó allí, abrazándose a sí misma
con briznas de paja en las manos, como único escudo.
Tras ensillar a su caballo, Dave no podía dejar de temblar. Pensaba en Carol.
Maldito fuera el viejo por traerla aquí, y maldito por hacerle pensar que se casarían y vivirían
felices para siempre.
Te casarás con ella y heredareis el rancho a partes iguales, le había dicho el viejo. Tú eres
mi familia, te he criado como a un hijo y así te considero, pero ella tiene mi sangre. Quiero
pasar mis últimos años de vida con Carolina a mi lado.
—¡Maldita sea! —masculló el vaquero, tras golpear los flancos de su quarter milles.
CAPÍTULO 14
Dave fue a visitar a Richard al hospital al día siguiente. Le habría gustado poder ir antes, pero
necesitaba revisar personalmente el cambio de pastos y tras una llamada telefónica a Richard se
tranquilizó en parte. El viejo le había dicho que no era nada grave, tal y como María había
asegurado, pero tras hablar con el cardiólogo al cargo, Dave supo que el abuelo había mentido.
Cuando entró en la habitación y lo vio, pudo constatar que no le quedaba mucho tiempo de
vida. Tenía la muerte impresa en el rostro.
—¿Cómo te encuentras? —preguntó, sentándose en una butaca que había junto a la cama del
abuelo.
Intentó no parecer preocupado, pero Dave era como un libro abierto. El abuelo, así mismo, le
dedicó una sonrisa.
—Estupendamente —dijo el viejo—. Estoy deseando salir de aquí.
—Te recuperarás y lo harás pronto —dijo Dave, con otra sonrisa que no llegó a iluminar sus
ojos negros, pues ambos sabían que la cosa pintaba mal.
—Dave —empezó a decir el viejo—, sé que no estás del todo convencido, pero sigue en pie
mi oferta.
Dave rio sin humor. Ese hombre era más tozudo que una mula.
—Lo que deseas no sucederá —le dijo, intentando suavizar el tono de voz, pues no quería
discutir con el viejo, mucho menos en su estado. Pero tampoco iba a cambiar de opinión porque
fuese a morir—. No pienso casarme con esa mujer solo para heredar un rancho.
Richard alzó las manos al cielo con una expresión de “es lo que hay”.
—Entonces no heredarás.
Dave cerró los ojos y negó con la cabeza.
—¿Vas a dejarme sin mi rancho solo porque ha aparecido una nieta que no habías visto en tu
vida?
El viejo tozudo se encogió de hombros.
—Sigue siendo mi nieta, Dave. —Sí, eso era un hecho—. Pero tú también eres mi familia. Si
te casaras con ella heredaríais el rancho a partes iguales.
Dave sintió la indignación recorriéndole de arriba abajo, pero en esos momentos, dado el
estado de su abuelo, no podía explotar.
—Quiero pasar mis últimos momentos de vida con ambos a mi lado.
—Deberías pensar en recuperarte lo antes posible —le dijo intentando que no saliera veneno
de su boca—, en lugar de organizar la vida de los demás, Richard.
El abuelo lo miró con tristeza y suspiró.
—No creo que salga ya de aquí, Dave.
Dave lo miró con tristeza, pero no dijo nada. Tras un largo silencio, el abuelo volvió a hablar.
—Ya he hecho testamento y las cosas están así. También sé que os llevaréis bien, Dave. Ella
es una buena chica y tú también. Necesito que cuidéis el uno del otro.
Dave se puso en pie y empezó a caminar de un lado a otro. Se llevó las manos a la cara y
luego negó con la cabeza.
—Yo no soy digno de ella —se sinceró por primera vez—. Lo siento, Richard, pero no puedo
aceptar esto. —Dave lo miró con exasperación, como si no entendiera lo que realmente estaba
sucediendo, a que los estaba condenando—. Ella merece ser amada, y yo no puedo darle eso.
El viejo gruñó, pero no estaba muy convencido de sus últimas palabras.
—Ahora debo irme. Mañana volveré a ver cómo te encuentras.
—Piénsatelo bien, Dave.
—Ya lo he hecho, y mi respuesta seguirá siendo la misma. No amo a esa chica, y jamás lo
haré.
Tras decir esas palabras tuvo que abandonar la habitación, pues ya no aguantaba más la
tensión. Pero algo lo detuvo justo en la entrada.
Carol estaba allí, a punto de entrar, y por la expresión de su rostro, Dave supo que acababa de
escucharle diciendo que no la amaba.
Dave negó con la cabeza, evitó mirarla y se marchó.
Carol sintió como sus oídos pitaban y como el corazón se le partía un poquito más. Aún así se
hizo la fuerte. Entró con María en la habitación de Richard, con el corazón encogido tras haber
estuchado claramente de boca de Dave que no la amaba y que jamás podría hacerlo.
Pero no quiso preocupar a su abuelo e intentó sonreír lo más sinceramente que pudo. Estaba
muy preocupada, pues el médico de Richard la había llamado para darle una noticia devastadora:
Al abuelo le quedaban pocas semanas de vida, o tal vez días.
—Abuelo —dijo, sentándose dónde momentos antes lo había hecho Dave.
—Mi querida Carolina… —dijo el abuelo, cogiéndola de la mano y acariciándosela con
ternura—. No me queda mucho tiempo de vida.
Los ojos de Carolina empezaron a inundarse, pero se obligó a sonreír. No quería llorar y
preocupar a su abuelo.
—No digas eso —dijo—. Te recuperarás y pronto volverás al rancho.
El abuelo la miró con tristeza.
—Querida niña, ambos sabemos que eso no sucederá.
—Claro que sí.
—Sólo quiero pedirte algo, ya sé que no he podido estar a tu lado todos estos años, pero
necesito morir en paz.
—Abuelo…
—Cásate con Dave, ¿lo harás?
Carol se mordió el labio. Su abuelo la miraba suplicante. Pero, ¿casarse con Dave?
—Pero abuelo… él mismo acaba de decir que jamás me amará. ¿Debo casarme con alguien
que no me ama?
El abuelo le apretó la mano con fuerza.
—Lo hará, —dijo sin poder ocultar del todo su irritación— ¡Mírate! ¿Cómo no hacerlo?
Necesito que cuidéis el uno del otro para irme en paz al otro mundo. ¿Cuidarás de Dave, mi
preciosa Carolina?
Recordó lo que él le había dicho aquella noche, cómo se había sincerado con ella. Aún
recordaba las lágrimas de ese salvaje cowboy cayendo por sus mejillas. Dave había sufrido
palizas y malos tratos, y su único hogar había sido el rancho, y Richard la única persona que
había cuidado de él. Y ahora iba a morir y se quedaría sólo. Y si ella no se casaba con él, no
heredaría nada. ¿En realidad era tan descabellada la idea de su abuelo, de que ambos se casasen,
para poder vivir en el rancho, juntos y felices?
Carol suspiró. Le habían dolido las palabras de Dave, diciéndole al abuelo que jamás podría
llegar a amarla.
Pero, ¿debía ella mentir a su abuelo, en su lecho de muerte? Porque no se casaría con un
hombre que no la amase, eso por descontado.
Y no, no iba a mentir a su abuelo. Jamás se lo perdonaría.
—Abuelo, no sé qué sucederá en el futuro, no sé si me casaré con Dave, todo apunta a que no,
puesto que él ha asegurado que jamás me amaría, y sinceramente, yo quiero compartir mi vida
con alguien que sí lo haga. No sé si podré cuidar de él, no creo que me deje hacerlo, pero sí te
puedo asegurar algo y es que jamás haré nada que pueda perjudicarle.
El abuelo sonrió a su nieta y le apretó la mano, cariñoso. Esa respuesta, y también la de Dave,
lo dejaron tranquilo. Ambos, aunque sus comportamientos indicasen lo contrario, acabarían
juntos y cuidando el uno del otro.
***
Al día siguiente, Carol visitó temprano a su abuelo. Lo encontró bastante mejor que el día
anterior, pero eso no dejó de preocuparla. Con la intención de despejarse un poco, decidió por la
tarde salir a dar una vuelta a caballo por el rancho. Después de todo, acabaría heredando esas
tierras, o parte de ellas, si su abuelo no cambiaba de opinión con respecto a Dave.
Lo cierto era que necesitaba distraerse de los dolores de cabeza que le estaba dando Dave y de
la enfermedad terminal de su abuelo. Y le iría bien un poco de adrenalina, campo y aire fresco
para despejarse.
Desde que había llegado al rancho solo había montado a caballo unas cinco o seis veces, y
siempre dentro de un recinto bajo la supervisión de uno de los mozos de cuadras, pero había
hecho progresos y muy buenas migas con Coqueta, una yegua preciosa de diez años, blanca
como la luna y dócil como un cachorrillo, y confiaba en que todo fuese bien.
Llegó a los establos y fue a por Coqueta.
—¡Hola, bonita! —dijo, mostrándole unos azucarillos.
La yegua respondió con un amable relincho y Carol amplió la sonrisa.
—Vamos, bonita, demos una vuelta.
Ensilló a Coqueta, se subió en su lomo y apretó los flancos con cuidado. La yegua se puso al
paso, y Carol le dio unas palmaditas en el cuello.
—Muy bien, bonita. Lo estás haciendo muy bien.
La yegua era muy tranquila y Carol se sintió segura. Apretó un poco más con las pantorrillas
y la yegua se puso al trote. Pronto llegó al arroyo que estaba a unos tres km de la casa principal.
Con tal mala suerte que la yegua detuvo el trote de súbito, y Carol perdió el equilibrio. Voló por
los aires y fue a parar al agua. Tuvo suerte y no se hizo daño, pero Coqueta se asustó y echó a
galopar en dirección al rancho.
***
Dave estaba supervisando los trabajos de los vaqueros cuando vio a Coqueta regresar al
galope a las cuadras.
—¿Quién ha salido con esa yegua? Está enjaezada —preguntó extrañado a Bob, uno de los
mozos.
—Es la que suele montar la señorita Carolina.
Dave palideció. De inmediato comprendió lo que acababa de suceder. Esa tonta había salido a
cabalgar sola por el rancho. ¿Cómo se había atrevido? ¿Es que no sabía que no debía salir sola?
¡Si no sabía ni montar!
—Bob, ves a ver si Coqueta está bien. Espero que no se haya pisado las riendas al galopar.
Yo voy a por Carolina.
Apretó los flancos de su quarter milles y echó a galopar en la dirección que había regresado
la yegua. No tardó en dar con esa estúpida.
La vio regresando del arroyo, completamente empapada. Azuzó al caballo hasta que llegó a
su altura. Luego lo frenó en seco y de un salto bajó.
Carol vio a Dave caminar hacia ella a grandes zancadas.
Tenía los puños apretados y una expresión de miedo y rabia en sus ojos negros como pozos.
Sin mediar palabra, la agarró del brazo y la arrastró hasta su caballo, que pacía tranquilamente a
varios metros de distancia.
A Carol no le sorprendió la reacción de Dave, pero le estaba doliendo el brazo e intentó
zafarse de él sin éxito.
—¡Me haces daño! —se quejó, tras darle un empujón que no lo movió ni un ápice del sitio.
Dave la soltó.
—¡Niña estúpida y malcriada! —Se dio la vuelta y la atravesó con la mirada.
—¡Oye! —esta vez sí que logró zafarse de su agarre.
Lo miró dolida, con la otra mano apretándose el antebrazo, donde él la había agarrado. Sintió
que las lágrimas empezaban a agolparse en sus ojos.
—Me haces daño.
Él tragó saliva al ver que se frotaba el brazo.
—Lo siento —dijo algo confundido.
—No hablo solo de mi brazo, hablo… —se le quebró la voz y Dave cometió el error de
mirarla a los ojos bañados en lágrimas—, de mi corazón. De eso hablo.
Entonces él pateó el suelo.
—¡Te lo advertí! No me importa tu corazón. Te mereces el daño que te haga, te dije que te
fueras.
—¿Cómo te atreves? ¡Yo no me merezco esto!
Dave andaba de un lado a otro como un animal enjaulado.
—¿Cómo te atreves tú a poner tu vida en riesgo? ¿Es que no puedes pensar en los demás?
—¿En los demás? —dijo ella tomando aire a bocanadas.
—Cuando he visto a la yegua regresar sola yo…
Dave detuvo la frase.
Había estado a punto de decirle que se moriría si ella hubiese sufrido algún daño, pero calló a
tiempo.
Y se corrigió.
—¿Tú qué?
—¡Yo nada! Richard... —intentó disimular—. Richard se moriría si te sucediese algo, ¿acaso
no has pensado en eso?
Carol arrugó el entrecejo.
—No me he hecho daño. Estoy bien, aunque a ti no te importe.
Dave apretó tanto los nudillos que se volvieron blancos.
—¡Aún así! ¿Crees que con un par de clases ya sabes montar a caballo?
—Sólo perdí el equilibrio tontamente, y cuando me caí al agua Coqueta se asustó, eso le
puede suceder a cualquiera.
—Pero tú no tienes experiencia con caballos y podrías haberte hecho daño. —No había nada
que aplacara su furia provocada por el terror de que ella hubiese podido caerse y partirse el
cuello.
—¿Por qué exageras tanto? ¿Y a ti qué te importa? Incluso te vendría bien librarte de mí.
Dave se la quedó mirando indignado y dolido. ¿Cómo podía decirle algo así? ¿Cómo podía,
ni tan siquiera pensar que…?
Bajó el tono de voz y se acercó para dejar su rostro a la altura de ella.
—No eres más que una niña mimada y tonta que no ve más allá de sus narices.
Dicho Esto, Dave la cogió por la cintura y la cargó como un saco de patatas.
—¡Suéltame! —gritaba Carol— ¡He dicho que me sueltes!
Dave no le hizo caso.
La colocó a horcajadas sobre el caballo y él montó también de un salto, colocándose tras ella.
Mientras regresaban al rancho a pleno galope, Dave mantenía agarrada a Carol con el brazo
izquierdo mientras que con la mano derecha y las piernas guiaba al caballo.
Carol estaba enfadada. Se había pasado la vida víctima del control férreo de su madre, y ahora
que había llegado al rancho a empezar una nueva vida en libertad, tenía que soportar a este
salvaje vaquero, que la utilizaba, o la rechazaba, o le decía qué podía o no hacer. ¿Qué había
sufrido un accidente montando a caballo? ¿Y qué? No veía ella que fuese tan grave como para
aparecer en plan capullo y cantarle las cuarentas y darle lecciones de moral. ¡Él a ella! ¡Ja!
Lo cogió del brazo e intentó zafarse de su agarre, pero le fue prácticamente imposible, cada
vez que ella ejercía una mínima presión, él la apretaba más fuerte.
Tenía la espalda pegada a su fuerte pecho, y pronto se puso roja como un tomate al advertir
que su cuerpo estaba duro como una piedra, y en concreto, una concreta parte de su anatomía.
Llegaron al rancho y él bajo del caballo primero. Luego la agarró por la cintura y la depositó
con cuidado en el suelo.
Carol se sorprendió.
Había pensado que, con lo enfadado que estaba, sería capaz de empujarla y tirarla del caballo
para morder el polvo. Pero no.
La cogió delicadamente por la cintura y como si pesase menos que una pluma, la depositó en
el suelo. Pero su mirada era peligrosa cuando lo hizo.
Carol se mordió el labio inferior y bajó la vista, dispuesta a dar por zanjada la pelea, cuando
él abrió el pico y la fastidió, para variar.
—Voy a ver a la yegua. Espero que no se haya pisado las riendas y se haya roto la boca por tu
culpa.
Carol abrió la boca para replicar, pero él se marchó, dejándola con la palabra en la boca.
CAPÍTULO 15
***
Carol bajó las escaleras de dos en dos con los tacones en la mano. En el último peldaño casi
se da de bruces con un muro de piel y músculos que por fortuna supo esquivar a tiempo.
Le echó una mirada a Dave y de inmediato frunció el ceño para disimular su excitación.
Ese hombre era tan sexy como salvaje y malcarado. ¿Cómo se atrevía a ir por dentro de la
casa descamisado? Eso sí, el sombrero que no faltase no fuera a darle una insolación dentro de la
casa. Tuvo que contenerse para no poner los ojos en blanco.
—Me voy.
Resopló, negó con la cabeza y se esforzó en borrar esa imagen tan sexy de su mente.
—¡Eh! —le oyó gritar, cuando estaba a punto de salir por la puerta.
Ella se paró unos instantes, lo miró por encima del hombro y pareció que le crujía la
mandíbula.
—¿Adónde vas?
No le hizo demasiado caso, porque no quería hacérselo. Solo se paró el tiempo suficiente para
abrir la puerta y marcharse cuando él insistió. Pero por algún motivo su mano se quedó contra el
marco de la puerta y se volvió para encararle.
—¿Me estás hablando a mi? —preguntó, osada.
Se puso colorada a causa de su atrevimiento, pero ahora que ya había empezado a plantarle
cara a ese maldito dios del sexo, no iba a achantarse.
Dave seguía con su expresión de pocos amigos. Mucho tardaba en contestar para estar tan
interesado en sus actividades.
—Digo qué si me hablas a mí.
¿Eso era un gruñido?
—¿Hay alguien más en el salón?
Carol se encogió de hombros.
—No sé, tal vez esté el perro, porque así es como me has llamado, como si fuese un perro.
—Vamos Carolina… —Dave pareció por unos instantes arrepentido, pero duró poco—
¿Adónde vas?
¿Cómo podía tener tanto morro?
—¿Y a ti qué te importa? —le dijo sorprendida por su entrometimiento.
Dave abrió la boca sin poder creer que ella le hablase de ese modo.
—Pues cla…
—No —lo interrumpió ella—. No te importa en absoluto.
Carolina dejó el marco de la puerta y se atrevió a acercársele unos pasos con el dedo
apuntando a su cara.
—Estás demasiado alterada.
—¡Tú me alteras! Y escúchame bien, soy mayor de edad y no soy tu novia para que me vayas
controlando. Y aunque lo fuera, te iría muy mal si te atrevieras a ponerme correa.
Dave cambió el peso de una pierna a otra.
—No lo decía con esa intención —dijo con cara de pocos amigos.
—No me importa tus intenciones. Es más, se ven a la legua cuales son. No te importo yo, y
no te importa nada más que tú y este estúpido rancho. —Dave sintió que le hervía la sangre—.
No vas a controlarme. Así que, si me disculpas, voy a pasarlo bien con Judith. Buenas noches.
Y dicho esto, desapareció dando un portazo, dejando a Dave con cara de idiota.
Sí, pensó Dave, seguro que se si se miraba al espejo en este mismo instante parecería un
tonto sin remedio.
Pero es que habría sido imposible disimular su pasmo ante la imagen que se acababa de topar
ante él, y que había salido por la puerta… sin él.
Siempre había pensado que Carol era una chica preciosa, pero… hoy lucía espectacular.
¿Adónde iría?
Es obvio, imbécil, se va de juerga.
Se había puesto un vestidito rojo ajustado, que dejaba ver unas piernas kilométricas. Iba
descalza, pero en las manos llevaba unas sandalias de tacón rojas, con pedrería incrustada y las
uñas de los pies pintadas de negro, al igual que las de las manos.
Pero lo que más le había impactado había sido su melena, larga y ondulada, flotando suelta
tras su espalda mientras corría hacia la puerta.
Y esos labios rojos…
No pudo evitar recordar esos jugosos y húmedos labios rodeando su…
—¡Joder, Dave!
Se apretó la bragueta para disimular su erección y subió las escaleras, lleno de frustración.
***
—Madre mía, Carol, ¡estás increíblemente sexy! —dijo Judith, mientras entraban en el local.
—¡Gracias! Tú también estás guapísima —respondió Carol.
—¡Anda, mira! ¿Es famosa esta chica en España? —preguntó, Judith, señalando el cartel que
había junto a la barra
—Tarot Gitano. Predicción del futuro. Lectura de manos de regalo, por la compra de un
pintalabios Passion Fruit —leyó Carol, en español—. Está en español.
—Sí, es que al hoy es noche española, ¡mira!
En efecto, así como la semana pasada le había tocado a Australia y varias personas vinieron
disfrazadas de koalas y algunos de Cocodrilo Dandee, aquella era la “Noche Española”.
—¿Qué os pongo chicas?
Carol se fijó que la bebida estrella era la sangría.
—Oh… ¡Ponme una copa! —le dijo al barman, que sonrió y le sirvió de una jarra—. ¡Me
encanta la sangría!
Estaba todo abarrotado de gente y las chicas llevaban todas un clavel en el pelo. El camarero
le dio uno a Carol y otro a Judith.
—¿Estoy guapa? —dijo Carol, toda contenta.
—Espectacular —respondió Judith, dándole un sorbo a su copa de sangría —si te viese
Dave…
Carol hizo un puchero.
—Paso de ese bruto.
Judith se pidió otra copa, pues se había bebido la anterior con tan solo dos tragos, y es que
pasaba súper bien esa bebida española.
—No te creo. Estás coladita por él. Vamos, reconócelo, cuando lo ves los ojos te hacen
chiribitas.
—Sí, chiribitas de querer matarlo, te lo juro —se terminó su copa y, ni corta ni perezosa, se
pilló una jarra de sangría y se la llenó de nuevo—. Es un… es una bestia parda y no le importan
en absoluto los sentimientos de los demás.
—Bueno —dijo Judith—. Está como un queso. Para un polvo, o unos cuantos, no le diría yo
que no.
Carol se puso colorada como un tomate.
—Tampoco es que se lo haya dicho.
—¿El qué? —preguntó Judith, ya por la tercera copa.
—Pues que no —respondió Carol que e iba por la cuarta.
—¿Le has dicho que no cuando te ha querido follar?
—¡Claro que no!
—Claro que no, miarma.
Alguien, concretamente la dueña de esa voz con esa forma de hablar tan chula y que tanto
gustaba a sus fans, agarró a Carol del brazo y la empezó a arrastrar por el local.
—Pero, ¿qué hace usted? —preguntó, Carol, sorprendida.
—Tú ven conmigo, guapi, que te vi a contar un par de cosas.
—¿Qué cosas?
—Las que diga la bola de cristal. ¿Sabes? Es más grande que la de la Pitonisa Lola.
Judith las siguió, muy sorprendida mientras se preguntaba quién era la Pitonisa Lola.
—¡Es una que tiene también tres velas negras! —respondió la mujer a los pensamientos de
Judith, que no se enteró de nada, claro.
Carol estaba tan pasmada que no se pudo fijar en el rostro de esa persona, solo en su vestido
negro de gitana con volantes, un mantón de manila y un moño con un florón en el pelo.
Carol se vio arrastrada hasta el interior de una carpa de colores que había en una especie de
escenario improvisado y Judith se quedó atrás porque un tío buenísimo la invitó a otra copa.
Dentro de la carpa había una mesa con un mantel negro y justo en medio una bola de cristal y
tres velas negras. Y lucecitas en el techo que se apagaron como por arte de magia cuando la
gitana se sentó en la silla.
—Siéntate Carol, miarma —ordenó la mujer.
Carol pudo verle el rostro al fin. Era guapísima, morena, ojos negros, pestañas como abanicos
y cuello largo como el de un cisne. Las uñas con una manicura súper cool.
—Es Passion Fruit —le entregó una tarjeta, tras recolocarse el mantón de manila—. Una
pasada, miarma. Pero eso no es na. Dime, ¿qué puedo hacer por ti, Carol? ¿Te leo la mano, te
echo las cartas, o miramos juntas la bola de cristal? —la gitana puso su mano al lado de la boca y
dijo—. Esta bola es de lo más práctica, mira que si me interesase, hasta podría enterarme de lo de
Rociíto. Pero no me van esos pogramas, aunque la semana pasada me invitaron al Rescátame De
Luxe y mestoy pensando en si ir o no. Que el Juan José Velázquez es amigo mío, y por hacerle
un favor, más que na.
Carol estaba un poco mareada y no sabía muy bien qué decía esa mujer. Miró la tarjeta que le
había entregado y parpadeó para enfocar la vista. No salía ningún nombre, solo ponía: Directora
de márketing de Passion Fruit y por el otro lado ponía Secretaria General Editorial Sexy
Orgásmic.
—Pero… ¿Cómo sabes que soy española? —preguntó, Carol— ¡Un momento! ¿Me has
llamado por mi nombre?
La gitana sonrió con cara de “yo lo sé tó, pero no te viadecí na, más que ná por tu salud
mental” pero no respondió a su pregunta.
—Digamos que esto es como una especie de: El Jefe Infiltrao. O la Jefa, en este caso. Pero no
nos vayamos por los cerdos de úsbedas, miarma. ¿Manica, cartas, o bola de cristal?
—Pues… ¿bola de cristal?
—Chica lista.
La gitana cerró los ojos y empezó a moverse como si estuviese poseída, pero en plan elegante.
Carol abrió mucho la boca cuando la gitana empezó a decir cosas raras.
—Oh, espíritus gitanos, ¡venid a mi! —empezó a acariciar la bola de cristal con ceremonia—,
mostradme los anhelos y los sueños de esta jovenzuela picarona… —La gitana abrió los ojos y
miró fijamente la bola de cristal—. Madredelamorhermoso… —Luego miró a Carol y ahogó un
grito, tapándose la boca con ambas manos—. ¡Pero bueno! ¿Será posible el peazo maromo que
testás agenciando miarma? ¿Tú puedes caminar por las mañanas?
Carol abrió la boca de par en par y se puso más roja que un tomate.
—Pero… ¿cómo…?
—¿Qué cómo lo sé? Por la bola de cristal, obvio. Acabo de ver su pedazo de…
—¿Obvio?
—Bueno, no puedo seguir mirando más, que me pongo toa cachonda. Trae la mano pacá.
La gitana le cogió la mano a Carol. Enseguida abrió mucho los ojos.
—Oy, oy, oy, oy, oy…
—¿Qué pasa?
—Na… tú no te preocupes por na. To va como tie que ir, según el guion de la Taylor. Vamos,
que no te sestá yendo la olla ni na. Que es normal que te sorprendas, vamos.
—¿Perdón?
—Déjalo. Diremos que estás borracha y ya. Pero mira, lo de las cartas lo podemos dejar pa
otro día, que no será necesario. Yo sólo te daré un consejo de gitana. Tú al vaquero buenorro no
lo dejes escapar y agénciatelo toas las veces que quieras. Porque te digo yo que lo tienes
comiendo de esta manita tan linda por muy duro que se haga el Dave.
—¿Cómo sabes su nombre? —Carol empezaba a asustarse de verdad.
—No importa si sé o no su nombre, miarma, lo importante es que no pues dejarlo escapar. Y
yo de ti, me casaba con él, mira lo que te digo. Un bodorrio en plan de esos que salen en el
HELLO, porque total, asín él se queda con la mitad del rancho, y lo tendrás más que contento.
Que un hombre solo necesita tres cosas en la vida, miarma: La primera, estar entretenío, y él
siendo coubois se lo pasa mu bien montando yeguas y tras de las vacas, no necesita na más, el
alma de cántaro. La segunda, le tie que dar a la manganga día sí y día también, y eso es una
ventaja, miarma, porque ¿y lo bien que está que a una le den un buen meneo, mañana, tarde y
noche? Te lo digo yo, que estoy a dieta de eso.
—¿Y el tercero?
—Pos se ma olvidao el tercero. Pero con esas dos basta y sobra. Además, pobrecico, si es un
pobre huerfanico que no tie adónde ir. ¿No te da penica? Además, tú sales ganando, Richard
contento, tu madre cabreada como una mona que es lo que se merece y pa ti ¡MANDANGA!
¡Gustico pal cuerpo! Planazo, ¿verdad?
Carol miraba a esa mujer sin parpadear y con la boca abierta. No se podía creer lo que le
ababa de decir, pero una cosa era obvia, bueno, tal vez hubiese dos opciones: La primera: Esa
mujer era una bruja, porque había acertado en todo y la segunda: Habían echado en la sangría
alguna sustancia estupefaciente, porque si no, no se lo explicaba.
—Bu… bueno, ¿Qué le debo?
—La voluntad —respondió la gitana, con gesto solemne, como si le acabase de hacer un
favor a la pobre muchacha.
Carol frunció el ceño, sacó la cartera y la gitana empezó a reír a carcajada limpia, en plan
madrastra de Blancanieves, pero con más glamour.
—Era broma, miarma —hizo un gesto como restándole importancia— No hace falta que me
pagues na, si no estoy aquí por trabajo, sino por jobis.
—¿Por qué?
—Por jobis, por gusto, porque la Taylor es asín de maja, y ma metío en el libro.
—¿Qué libro?
—Ays miarma, pa qué te lo voy a explicar si total no lo vas a entender. Y no porque seas
tonta, sino porque habrías de ir a ver al Erik González ese, del Sexto Milenios… Pa que te
hiciese un exorcismo.
Carol se metió la cartera en el bolsillo, súper flipada, cuando la gitana volvió a hablar.
—¡Oy! una cosilla más, miarma —exclamó la gitana, impidiendo que Carol se pusiese en pie
—. Dame tu número de teléfono.
Carol dudó en si dárselo, pero por muy rara que pudiese parecer la forma de actuar de esa
gitana, supo que podía confiar en ella ciegamente. Y le dio su número de teléfono.
En cuestión de segundos le llegó un mensaje por WhatsApp con el siguiente enlace:
Cuando Carol salió de la carpa de la gitana, a pesar de que todo el mundo estaba borracho,
bailando sevillanas encima de la barra y bebiendo como si no hubiese un mañana, Carol pensó
que aquello no podía ser normal.
Estaba segura de que alguien le había metido algo en la bebida porque si no…
Empezó a caminar entre la gente, buscando a Judith con la vista. La encontró hablando con
uno de sus amigos, el de la semana pasada, Carol no pudo acordarse del nombre de ese chico,
sólo que era rubio y que no le convenía a Judith para nada. Judith parecía preocupada. Iba a
caminar hasta ella cuando por poco pierde el equilibrio.
—Madre mía —dijo, para sí, apoyándose en un taburete y llevándose la mano a la frente.
—¿No te da vergüenza?
En ese momento alzó la vista y se encontró con…
—¡Dave! —exclamó, abriendo los ojos como platos—. ¿Qué haces aquí?
—¿Que qué hago aquí? Te he llamado varias veces y no has cogido el teléfono. Llamadas que
no te has dignado a responder.
Carol arrugó la nariz. ¿De qué iba todo eso?
—Pero, ¿qué puñetas te importa si te cojo o no te cojo el teléfono? ¿Acaso eres mi padre, o
mi abuelo? ¡¿O mi novio?!
Dave no se podía creer lo que estaba oyendo.
—Estás borracha.
—¿Y qué? —escupió Carol, poniendo los brazos en jarra—. ¿Es que me vas a poner un
negativo por ir pedo?
—¿Un qué?
—¡Un negativo! —Carol puso el dedo índice en horizontal delante de la cada de Dave—. Las
monjas ponían negativos o positivos dependiendo de nuestro comport…
—Anda, vamos a casa.
Dave cogió a Carol del brazo, pero ella se zafó de él de un estirón. Con el impulso perdió el
equilibrio, apoyó mal el pie y perdió el equilibrio.
Iba a caerse de espaldas cuando Dave la cogió por la cintura, impidiendo que cayese. Los
labios de ambos quedaron a escasos centímetros y Carol se puso más colorada que un tomate.
El encanto duró poco, porque ese salvaje la cogió la puso recta, luego la cogió del brazo y
empezó a arrastrarla hacia la salida.
En ese momento apareció Judith entre la gente.
—¡Carol! Por Dios, ¿dónde estabas?
Carol meneó la cabeza.
—Pues… con la gitana.
—¿Qué gitana?
Carol se giró y señaló la carpa que había en el escenario.
—La de la bola de cristal. Me ha dicho…
—Ahí no hay ninguna gitana, Carol, sólo otra barra donde sirven chupitos de melocotón.
Carol cerró los ojos y miró mejor y, en efecto, allí había una mujer disfrazada de flamenca
sirviendo chupitos, pero no era la gitana de la bola de cristal.
—¡Pero si estaba allí!
—Me la llevo —dijo Dave—. ¿Te llevo a casa a ti también, Judith?
—No hace falta, Dave, me acompañará mi novio. Cuida de Carol, ¿quieres?
Dicho esto, Dave arrastró a Carol hasta el aparcamiento. Una vez allí, abrió la puerta de la
furgoneta y la empujo adentro.
—¡Oye!
—¿Qué? —espetó él, tras cerrar la puerta del coche y sentarse.
—Eres un bruto —dijo Carol, cruzándose de brazos.
Dave no respondió. Puso la camioneta en marcha y salió del aparcamiento.
Mientras conducía, Dave no podía dejar de pensar en lo cabreado que estaba con esa…
imprudente. ¿Desde cuando se había vuelto una cabra loca? La había creído más sensata. Por
Dios, ¡Si había residido en un internado de monjas casi toda su vida!
Apretó el volante hasta que se le pusieron blancos los nudillos al recordar cómo le había
latido el corazón tras la llamada de Judith, diciéndole que Carol había desaparecido y que no la
encontraban por ningún lado. Por poco le da un infarto. Casi se olvida respirar… Sin contar con
lo de salir sola a cabalgar y caerse al río… ¿Qué tenía esa jovenzuela en la cabeza? ¿Serrín?
Dave no sabía el por qué de semejante comportamiento, solo sabía que si a ella le hubiese
sucedido algo él… Seguramente no lo habría soportado porque…
Su corazón empezó a latir desbocado y temió que incluso Carol pudiese oírlo. La miró de
reojo y vio que se había quedado dormida. Joder, estaba tan bonita con ese vestido. Sus piernas
eran preciosas, largas y suaves… Alzó la vista a su rostro y al ver sus jugosos labios…
Dio un volantazo, pues a punto estuvo de salirse de la carretera.
—¡Mierda, Dave! —masculló.
Carol abrió un ojo, pero luego se acurrucó en el asiento del copiloto y Dave negó con la
cabeza para alejar esos sucios pensamientos de su mente.
Cuando la camioneta estacionó en el aparcamiento del rancho, Carol seguía dormida. Dave no
se atrevió a despertarla. Se dedicó a mirarla. Tras mucho deliberar, se atrevió a apartarle de la
frente un brillante tirabuzón del color del trigo. Se lo colocó tras la oreja y aprovechó para
acariciarle la línea de la mandíbula.
Ella abrió los ojos, sorprendiendo a Dave.
Luego sonrió y esta vez fue el salvaje cowboy quien se sonrojó.
—Hola —dijo ella, estirándose como una gata que acaba de disfrutar de una buena siesta.
Dave carraspeó.
—Estamos en casa. Vete a tu habitación a dormir la borrachera, ¿quieres?
Iba a abrir la puerta cuando ella lo cogió de la mano.
Cuando Dave la miró, ella ya no sonreía. Estaba colorada y tenía los labios entreabiertos.
Respiraba con rapidez, seguramente su corazón latía a mil por hora.
—Quiero…
Él la miró extrañado, sin comprender.
Entonces, Carol se deslizó hasta colocarse sobre él. Dave no podía creerlo. La tenía sentada
encima, con las piernas abiertas, a horcajadas. ¿Desde cuándo se había vuelto tan atrevida?
—¿Qué haces? —le preguntó, con la voz ronca de deseo.
—Quiero que me folles, Dave.
La polla de Dave hacía un buen rato que estaba dura, pero en ese momento, al escuchar las
palabras que salieron de los sensuales labios de Carol, se le puso como una piedra.
Y de pronto, a Dave le vinieron unas palabras a la cabeza.
Yo te quiero a ti.
Negó con la cabeza ante el traidor pensamiento. ¿Quererla? ¿Desde cuándo la quería? ¿Desde
que se había dado cuenta de que si la perdía…?
Carol observaba el rostro de Dave sin entender nada. Estaba raro, su mentón… su piel…
temblaban. ¿Qué le pasaba?
Siempre era él quién la seducía, el que la provocaba. Y en esos momentos estaba
completamente quieto, mirándola fijamente con esos ojos salvajes repletos de deseo y de algo
más…
Yo te quiero a ti. Te quiero. Te… quiero.
Dave tragó saliva. No podía decirle eso. Por dios, ¡ella no merecía a alguien como él! Un don
nadie, un mierda que lo único que había conseguido en la vida había sido aferrarse a un rancho
que ni tan siquiera era suyo, que ni siquiera merecía. ¿Cómo había sido capaz de aceptar la
propuesta de Richard de casarse con ella? Era obvio que Carol merecía algo mucho mejor, y no
un saco de traumas como él.
Colocó las manos sobre sus hombros e iba a apartarla de él cuando ella lo besó.
Dave sintió los labios de Carol sobre los suyos, cálidos y jugosos. No podía moverse. Porque
de repente, se había dado cuenta de que la quería, de que sufriría lo indecible si ella se alejase, si
se marchase a España, si jamás volvía a sentir su cálido aliento, el olor de su pelo, la suavidad de
su piel. La deseaba tanto, que pensó que moriría de placer en ese mismo instante. Podía notar la
suave lengua de Carol acariciar sus labios, y sus caderas moverse de forma sinuosa sobre él.
Sobre su polla dura, que iba a estallar de un momento a otro.
Tras una lucha concienzuda consigo mismo, finalmente cedió la razón y el deseo se apoderó
de sus actos. Alzó las manos y las colocó sobre los glúteos de Carol y acompañó sus golpes de
cadera durante unos minutos. Se concentró en besarla, en explorarla con la lengua, en los suaves
gemidos que ella expulsaba de aquellos labios tan apetitosos.
Ella apartó los labios de su boca y empezó a desabrocharle, poco a poco, la camisa.
—Carol… Oh, Carol…
Los dedos de Carol viajaban por la piel de Dave a medida que la camisa se iba abriendo. Esos
dedos le quemaban como brasas y su pecho subía y bajaba como el de un condenado a muerte
que sabe que esa será su última noche.
Porque lo había decidido. Sería la última vez que se acostase con ella.
Pero ella, ajena a los pensamientos de Dave, continuó con la tortura. Cuando hubo terminado
con la camisa, le tocó a la cremallera del vaquero.
—Dave —dijo.
—Qué.
—Quiero…
—¿Qué es lo que quieres?
—Lamerte, y chuparte… hasta que te corras —dijo Carol, liberando al fin su polla y
masajeándola, lentamente.
Dave gemía con cada toque.
Pero ella no tendría espacio para hacer lo que le había dicho, así que accionó la palanca del
asiento y este se deslizó hacia atrás.
Carol sonrió.
—Chico listo —dijo.
Y se deslizó hasta que con los labios abrazó la dura polla de Dave.
Dave gimió cuando sintió la lengua suave y cálida de Carol, lamiendo despacio, y trazando
tortuosos círculos alrededor del glande.
—¿Te gusta que te folle con la boca? —preguntó, Carol, con una voz tan sensual que casi le
provocó a Dave un orgasmo.
—¿Desde… desde cuando te has vuelto una deslenguada?
Carol sonrió y empezó a lamer al tiempo que lo miraba a los ojos con cara de atrevida.
—Harás que me corra en tu cara…
Ante esas palabras, Carol se excitó. Empezó a chupar y a succionar con fuerza, mientras con
las manos masajeaba los testículos de Dave.
El vaquero movía las caderas y tenía los puños cerrados en la suave melena de Carol.
—Me voy a correr, nena —dijo, apretando los puños.
Carol succionó aún con más fuerza. La piel de Dave temblaba, todos sus músculos estaban en
tensión. Su polla estaba a punto de estallar y sus testículos estaban duros e hinchados…
Justo en el momento en que estaba a punto de correrse, le estiró por la melena y la apartó.
Dave gritó y su cálida esencia se derramó sobre los labios y en el rostro de Carol.
Dave temblaba. Su polla seguía dura como una piedra y tiesa como un mástil. Palpitando
todavía, expulsando gotitas de semen ante la mirada seductora de la culpable de semejante
placer. El vaquero no podía apartar la mirada del rostro de esa mujer. Alzó la mano y le limpió
los labios, las mejillas y la frente.
—Eres… eres preciosa —le dijo, con voz temblorosa.
Pero Dave no había tenido suficiente, y por el brillo en la mirada de Carol, ella tampoco.
La agarró por la cintura y le quitó el vestido por la cabeza para descubrir un precioso conjunto
de sujetador y braguitas de encaje de color negro.
La melena de Carol, larga y ondulada, caía en cascada por los delicados hombros. Dave la
apartó para acariciarlos. Descendió las manos hasta su espalda y le desabrochó el sujetador.
Cuando los senos de Carol estuvieron expuestos ante él, gimió de deseo.
—Quiero follarte… —dijo, mientras le acariciaba un pezón erecto, y luego otro—. Quiero
follarte duro, nena… Quiero meterte la polla hasta el fondo. Quiero sentir tu coño
apretándomela, quiero notar cuando te corres, y correrme contigo una segunda vez.
Las palabras de Dave eran desvergonzadas, pero su mirada era apasionada y sus caricias
delicadas.
—Fóllame duro, mi salvaje cowboy.
Fue la forma en como lo dijo Carol, con esos ojos azules repletos de deseo, sus pezones
erectos y esa forma de morderse el labio inferior y luego pasarse la lengua por los labios… pero
Dave casi tuvo un segundo orgasmo.
La agarró por las nalgas y le arrancó las bragas. La sentó sobre él y la empaló.
Carol gritó en el momento en que la polla de Dave, grande y gruesa, la llenó por completo.
—Oh, sí nena… sí…
Las caderas de Carol se movían de forma rápida y precisa. Dave no podía dejar de mirar esos
ojos azules colmados de pasión, y esos labios entreabiertos expulsando suspiros. La cogió por la
nuca y la besó. Se abrazaron y cayeron de lado, sobre el asiento del copiloto. Carol gimió, se
había clavado en el costado el freno de mano.
—¿Estás bien? —gimió Dave, preocupado.
Ella no respondió, y siguió gimiendo.
—Carol, ¿estás bien? ¿Te has hecho daño?
—Estoy bien —dijo al fin—. Vayamos al asiento de atrás.
—Claro.
Dave salió de su interior y por unos segundos se sintió huérfano.
Ella fue a los asientos de atrás. La camioneta era vieja, pero era amplia y cómoda.
La imagen de su precioso trasero y su sexo, rosado y brillante, hizo que Dave se olvidase de
todo.
Se deslizó tras ella y la abrazó desde atrás.
—Quiero follarte como un animal —le dijo, colocando el glande en la suave apertura.
—Oh, sí… Dave, fóllame duro.
Dave embistió a Carol con fuerza y ella gritó en el instante en que su polla la invadió por
completo.
—Agárrame del pelo —dijo ella, mientras él la penetraba una y otra vez.
Dave obedeció, la agarró por la melena y le echó la cabeza hacia atrás. Se inclinó sobre ella y
con la mano izquierda empezó a bajar por su vientre hasta que encontró los húmedos pétalos de
Carol.
—¿Te gusta, pequeña? —susurró en el oído de Carol, y después le mordió la nuca.
—Ah… ah… sí…
Carol puso su mano sobre la de Dave, guiándole hasta su hinchado clítoris.
—Sigue… dame… dame duro, Dave…
Dave dio un fuerte golpe de cadera.
—¿Así?
—Oh, sí… ¡Más rápido! ¡Más fuerte! ¡Oh, sí!
—Me voy a correr, nena… pero quiero que te corras tú también.
Los dedos de Dave acariciaban el duro clítoris de Carol, trazando precisos círculos, mientras
su enorme polla entraba y salía de ella, acariciándola por dentro.
—Oh, sí… me… me corro. Oh… ah…
—Sí nena… quiero sentir tu orgas… ahh… sí nena… ¡Ahh!
Las paredes de la vagina de Carol se contrajeron, abrazando, estrangulando con fuerza la
polla de Dave, que se corrió en su interior, al mismo tiempo que Carol.
El orgasmo fue increíble, duró como medio minuto, y cuando ya no pudo más, Dave abrazó a
Carol, tembloroso.
Ella notó algo extraño en él. Algo había cambiado. Sintió una calidez en la espalda y se dio la
vuelta.
De los ojos negros de Dave caían lágrimas.
—¡Dave! ¿Qué te pasa?
Él la miró y se las secó con el dorso de la mano, avergonzado.
—Nada, mujer. No es nada.
Dave intentó sonreír, pero le salió una extraña mueca. No podía dejar de llorar, así que la
abrazó con fuerza y hundió la cara en el hueco que había entre su cuello y su hombro. El aroma
de su pelo lo tranquilizó.
Amaba a esa chica. La amaba como jamás había amado a nadie. ¿Qué iba a hacer?
Cerró los ojos e intentó expulsar todo eso de su mente para únicamente sentir el calor de su
piel, el olor de sus cabellos, la suavidad de sus caricias.
—Dave…
—Shh, calla. No digas nada, Carol. No digas nada.
CAPÍTULO 17
Un rayo de sol que entró por la ventana y despertó a Carol. Se frotó los ojos con los puños
cerrados, se estiró para desperezarse y un cosquilleo en la boca del estómago la obligó a sonreír.
Aunque de inmediato arrugó el entrecejo, porque el dolor de cabeza que tenía por culpa de la
resaca de la noche anterior era… monumental…
Suspiró y se incorporó.
Volvió a dolerle un montón la cabeza y esta vez gimió. Pero de nuevo, apareció esa estúpida
sonrisa en sus labios.
El culpable no era otro más que Dave.
Oh, Dave… ese vaquero salvaje y sexy…
Se dejó caer en el edredón y se llevó las manos a la cara. Luego pateó las sábanas y volvió a
reír como una tonta.
—Dave —dijo, simplemente por el placer que le suponía pronunciar su nombre.
Plegó los labios en el interior de la boca y gimió de nuevo.
Había sido tan especial la noche anterior… El sexo con él era… indescriptible, pero lo que le
había hecho sentir la noche pasada…
¿Debería llamarle? No, mejor si forzaba un encuentro fortuito. Con Dave era importante no
forzar la situación, pues era obvio que luchaba consigo mismo. Pero también le había quedado
claro a Carol que sentía algo por ella. Y ese algo no estaba dispuesta a dejarlo pasar. Puede que
casarse fuese precipitado teniendo en cuenta el poco tiempo que hacía que se conocían, pero
desde luego que estaba preparada para iniciar una relación seria, porque ella también sentía algo
por ese hombre que iba más allá del deseo.
Se levantó de la cama y tomó un vaso de agua que había en la mesita de noche. Luego caminó
hasta el armario y escogió una camisa blanca muy fina, unos vaqueros ajustados y las tejanas.
—Estás hecha toda una vaquera, sólo te falta el sombrero —le dijo al reflejo que proyectaba
el espejo—. Y eso tiene solución.
Cogió un sombrero de vaquera y con una sonrisa en los labios bajó las escaleras de dos en
dos. Cuando llegó a la cocina, se le esfumó el buen humor.
Dave estaba allí, tenía el antebrazo apoyado en la pared, junto a la ventana, y en la otra mano
su sombrero. Su expresión era de dolor contenido.
María lloraba como una magdalena y no paraba de sonarse con un pañuelo.
—Ho… hola. ¿Qué ha pasado? —preguntó Carol, intuyéndose lo peor.
Dave alzó la vista y la miró a los ojos. Unos ojos que proyectaban el dolor que sentía.
—Es Richard.
Carol sintió un enorme nudo en el pecho que le cortó la respiración. Dejó que Dave terminara
de hablar.
—Ha fallecido esta mañana —dijo él, con voz ronca.
Intentaba aparentar calma, pero Carol podía ver que le faltaba poco para derrumbarse.
—Pero… ¿cómo? Si sólo era un chequeo…
Carol no podía creerlo. Hacía tan solo dos días que habían ingresado al abuelo, y la pasada
tarde había hablado con él y parecía estar bien… Y ahora estaba… ¿muerto? Se le llenaron los
ojos de lágrimas. A pesar del poco tiempo que había pasado con Richard, se sintió desolada. Le
faltaron de súbito tantas conversaciones, tantas risas, tanto cariño por dar… y no se podía ni
imaginar como estaría Dave.
Se acercó al vaquero y le acarició el brazo. Dave se apartó bruscamente y sin dedicarle una
mirada abandonó la cocina.
Ella suspiró, se secó las lágrimas y se sentó junto a María, que no paraba de llorar
desconsolada.
—Ay, mi niña… mi querida y preciosa niña… ¡Qué poquito tiempo has disfrutado a tu
abuelo!
Carol se secó las lágrimas con el dorso de la mano. Tampoco podía parar de llorar.
—Tienes razón, María… Pero, ¿cómo ha podido irse tan rápido?
María cogió las manos de Carol y las besó con ternura.
—Ay, mi niña… Ya estaba muy enfermo, pero me prohibió decíroslo. No quería preocuparos.
A Carol se le cayeron más lágrimas, y esta vez ni se molestó en secárselas.
—Dave estará muy triste…
María miró a Carol con la pena inundándole el rostro.
—Aunque no lo aparente, en el fondo lo debe de estar pasando muy mal. Richard fue como
un padre para él. Lo recogió de un orfanato cuando era poco más que un niño. Recuerdo que se
comportaba como un pequeño salvaje cuando llegó aquí y sólo hacía maldades. Durante los
primeros años nos trajo por el camino de la amargura, y es que nunca conoció el cariño. Su
madre murió al nacer él y después sufrió malos tratos por parte de su padre, que era un borracho,
hasta que los servicios sociales se lo quitaron. Richard le dio una oportunidad en el rancho. No
ha conocido a nadie que lo haya tratado como a un ser humano, a parte de tu abuelo.
—Estará destrozado…
—Sí mi niña… Está peor de lo que aparenta. Ve con él, pero no dejes que te espante con sus
malas maneras. Ten paciencia, ¿sí?
—Sí, María. La tendré.
***
Carol buscó a Dave por todo el rancho y no lo encontró. Se metió en las cuadras y allí estaba
Coqueta, pero Twister, el caballo de Dave no estaba. Seguramente había salido a cabalgar, para
estar solo. Carol pensó en enjaezar a la yegua e ir tras él, pero finalmente creyó que lo mejor
sería dejarlo tranquilo. Necesitaría estar sólo y ya hablaría con él más tarde, cuando estuviese
más calmado.
—Ay, Coqueta… —le acarició el morro a la preciosa yegua blanca—. Te prometo que otro
día saldremos a cabalgar con Dave y Twister, pero hoy dejemos que vayan solos.
Coqueta resopló como respuesta y Carol le rascó la frente, justo debajo de la crin, donde sabía
que le gustaba a la yegua.
Iba a sacarse unos azucarillos del bolsillo para dárselos, cuando sonó su móvil. Era su madre.
Carol suspiró hondo. Valoró no descolgar, pero al final lo hizo. Sabía que su madre seguiría
insistiendo y cuanto antes se la quitase de encima, mucho mejor.
—Hola, madre.
La voz superficial de su madre la dejó helada.
—Ya me he enterado de lo de Richard, me ha llamado el abogado a primera hora. Ahora que
no tienes a nadie que te ate allí, deberías regresar a Madrid. ¿No te parece?
Carol no se lo podía creer. Su madre hablaba de su abuelo como si fuese un completo
desconocido, y su tono de voz indicaba que le importaba un bledo su muerte. Era una sociópata
de manual. Cuanto más lejos estuviese de ella, mejor.
Se armó de valor para decir lo siguiente:
—Será mejor que no llames en un tiempo. Tengo muchas cosas que hacer.
—¡Carol! —exclamó escandalizada, la mujer— ¿Cómo osas hablarme de semejante maner…
Carol colgó sin acabar de escuchar lo que tenía que decir esa mujer y se metió el teléfono de
nuevo en el bolsillo.
Ya no estaba dispuesta a que nadie controlase su vida. Y ya había tomado una decisión. No
regresaría a Madrid. Se quedaría en el rancho. Y aprendería todo lo que Dave quisiese enseñarle
para ser una buena ranchera.
Se despidió de Coqueta y caminó hacia la salida de las cuadras, cuando le llegó un
WhatsApp.
Carol resopló, sacó el teléfono móvil del bolsillo y, en efecto, sus temores se confirmaron al
ver que se trataba de nuevo de su madre.
Acabo de comprar un billete de avión. En 12 horas estaré en Estados Unidos.
—Maldita sea…
***
Llegó la hora de la cena y Dave no apareció. Carol tampoco había tenido tiempo de buscarle,
porque había llamado el abogado de la familia para informarles que al día siguiente, tras el
entierro, tanto ella como Dave serían citados en la notaría para la lectura del testamento. Carol le
mandó a Dave varios mensajes para informarle pero él tenía el móvil apagado desde hacía varias
horas.
—No te preocupes, Carol —le dijo Judith, que había venido a cenar, para darle el pésame y
hacerle compañía—. Seguro que aparece en el momento menos pensado. Dave es así,
impredecible.
—Gracias Judith. Por tus palabras de ánimo y por tu compañía.
Sin Dave y sin el abuelo Carol se sentía bastante sola. Cierto que estaba María, pero la mujer
estaba tan ocupada con los asuntos del rancho que había dejado pendientes Richard, que a penas
había tenido tiempo para nada.
—Mañana será un día duro —dijo Judith, tomando un sorbo de agua.
—Así es… La verdad es que nadie se esperaba una muerte tan repentina. Lo siento tanto,
amiga… Me habría gustado pasar más tiempo con mi abuelo… Siento que me he perdido
tanto…
Judith le pasó el brazo por los hombros.
—Lo sé, amiga. Ojalá pudiese hacer algo más por ti.
En ese momento, Dave entró en la cocina.
Cuando Carol vio el estado en que se encontraba, se preocupó.
Iba desaliñado, con la ropa y las botas llenas de barro, la camisa desabrochada y una botella
de wiski vacía en la mano. Alzó la vista y miró a Carol bajo el ala del sombrero. La señaló con la
botella de wiski.
—Usted, señorita, es ahora la dueña y señora de este rancho —hizo una reverencia para
mofarse de ella, durante la cual casi tropezó, de bebido que estaba. Tras reponerse, le sonrió con
cinismo y se tocó el ala del sombrero— ¡Enhorabuena!
Carol tomó aire y lo expulsó ruidosamente, dejando caer los hombros en señal de cansancio y
rendición. Sus palabras eran injustas, pero se debían al dolor, y lo dejó pasar.
—Dave…
Él la miró, esta vez con dureza.
—No tengo nada más que hablar con usted, señorita.
Judith se puso en pie tras dedicarle a Carol una mirada cómplice.
—Esto… creo que debería irme. Mi madr…
—No será necesario —la interrumpió, Dave—. Ya me voy yo
—Dave, espera —exclamó Carol, poniéndose en pie también, pero el vaquero ya había salido
por la puerta de la cocina, dando un fuerte portazo.
Carol se dejó caer en la silla y se llevó las manos a la cara. Judith la consoló.
—No se lo tengas en cuenta, está pasando por un mal momento.
Carol alzó la vista y miró a su amiga.
—Lo sé. Y me da tanta pena…
—Anda, ve tras él.
Carol asintió.
CAPÍTULO 18
Al día siguiente Dave despertó junto a Carol y por primera vez se sintió en paz en los brazos
de una mujer.
Dormían juntos, en la cama de Carol, desnudos y abrazados, con las piernas enredadas con las
sábanas revueltas.
Carol se desperezó y notó el abrazo de Dave rodeándola desde atrás. Un abrazo que se tornó
más fuerte cuando él notó que se movía, como si no desease que ella escapara.
—Buenos días —dijo, dándose la vuelta sobre sí misma, para verle el rostro.
No podía ser más guapo. Ese hombre la deslumbró con su belleza.
Los rayos de sol se colaban por la ventana, entre las cortinas azules, iluminando el apuesto
rostro de Dave. Estaba guapísimo, despeinado y con una barba de dos días y sus labios tenían
una ligera curva ascendente. Carol disfrutó al verle al fin con una expresión relajada y
somnolienta.
—Buenos días, muñeca —la saludó, ampliando la sonrisa—. Carol se encendió cuando él
empezó a acariciar su piel, primero suavemente, después con más precisión. Acercó la boca a su
oído y se lo mordió—. Me pasaría horas, días, semanas, follándote… y no me cansaría jamás.
Carol ronroneó, excitada, y se pegó contra él. Con la mano le acarició la polla y la sintió dura
como una piedra.
—Oh, sí, nena —empezó a decir Dave, cuando ella empezó a masajeársela.
La cara de placer de Dave la excitaba. Sus labios entreabiertos, sus gemidos, y la forma en
qué movía las caderas, siguiendo el ritmo de sus caricias…
Carol sonrió pícara, y se deslizó entre las sábanas hasta que llegó a la altura de su polla, dura
y erecta. La rodeó con los labios y justo en ese momento Dave gruñó. La agarró por el pelo y se
lo tiró suavemente. Eso la excitó. Se metió la polla de Dave hasta la garganta y succionó con
fuerza. Él jadeaba y le tiraba del pelo. Carol disfrutaba de darle placer, casi tanto como el que
estaba recibiendo Dave.
—Nena… me voy a correr… para…
Carol no le hizo caso y por unos segundos continuó lamiendo, succionando, hasta que
empezó a notar que se volvía cada vez más dura. Sintió como Dave temblaba y justo cuando a él
le faltaban un par de lametazos para correrse, y se apartó.
Dave abrió los ojos de súbito. Estaba tumbado boca arriba y su pecho subía y bajaba,
jadeando con fuerza con cada respiración. Tenía la piel ardiendo y su polla estaba más dura que
una piedra. Carol se había detenido súbitamente y eso lo dejó huérfano durante unos segundos.
Hasta que ella reptó por su cuerpo y sin previo aviso, montó sobre él y se empaló.
Carol empezó a mover las caderas lentamente, para sentir y controlar mejor la dureza de
Dave. Él estaba paralizado. No podía más que admirar la belleza de esa mujer. Sus cabellos
sueltos y ondulados, de color oro, caían en cascada tras su espalda y varios mechones rizados le
rozaban los pezones erectos. Eso era lo más erótico que Dave había visto jamás.
Alzó las manos y capturó ambos pezones. Los pellizcó y Carol echó la cabeza hacia atrás y
gimió, extasiada.
—Me pones muy cachondo, nena…
Ella posó los ojos en él y aumentó el ritmo.
Dave estaba súper sexy bajo ella, a su merced. Sus músculos estaban en tensión y sus labios
entreabiertos, expulsando gemidos. Sus ojos negros como pozos tenían un brillo de pasión que la
volvía loca por momentos.
Carol sintió como su clítoris se hinchaba de placer y Dave notó como las paredes de su vagina
empezaban a estrangularle la polla con fuerza, dando espasmos.
—Me… me voy a correr… —gimió, Carol, que notaba que las rodillas empezaban a fallarle a
causa del inminente orgasmo.
Dave la agarró por las nalgas y la ayudó a mover las caderas y apretó los dientes para
contener su propio orgasmo. Quería que ella disfrutase al máximo, y él quería darle más
orgasmos.
—Ah… ¡ah...! —gimió Carol, y Dave la apretó aún más, para que su polla entrase al máximo,
para darle un placer aún más intenso.
Notó como se corría y se deleitó con su belleza. Cuando eso sucedió, la piel de Carol pareció
iluminarse, y sus ojos azules se empañaron de pasión. Su boca expulsaba gemidos tan dulces que
Dave no pudo más que embargarse de su belleza.
Cuando ella acabó, Dave separó los labios. Iba a decir algo.
—Carol, yo… te…
Pero Carol abrió los ojos, sonrió y le besó antes de que él pudiese terminar la frase.
Te amo.
Esas palabras aparecieron en sus pensamientos en el instante en que Carol lo besaba. Y por un
momento Dave creyó que las había dicho antes de que los labios se uniesen. En cualquier caso,
ese beso expresó todo lo que sentía hacia ella. La besó como como si el mundo se acabara
después, hambriento de deseo, sediento aún de su piel, de su boca. Ella era la única mujer capaz
de poner el cielo a sus pies.
Se colocó sobre ella, empujándola hasta que Carol quedó con la espalda sobre el colchón y
sin dejar de besarla le abrió las piernas con las rodillas.
Dave sentía tanta urgencia que no fue capaz de esperar más. La penetró con fuerza. Ella
arqueó la espalda en el instante en que su larga y ancha verga la empalaba hasta el fondo.
No fue delicado, fue rudo y salvaje. La montó con el brío de un semental y ella, su dulce
yegua, siempre dispuesta, disfrutaba y gemía, ansiando cada acometida.
Dave aumentó el ritmo al notar que el orgasmo estaba a punto de poseerle. Su polla se hinchó
tanto que Carol volvió a correrse. Cuando Dave la oyó gritar y sintió que su sexo se contraía, se
dejó ir.
El orgasmo fue brutal y compartido, ambos se corrieron al mismo tiempo. Finalmente, los
cuerpos temblorosos de ambos se unieron en un abrazo y continuaron besándose, esta vez
pausadamente, disfrutando el uno del otro, compartiendo caricias y lametones.
Dave hundió el rostro en el hueco que había entre el cuello y el hombro de Carol, y aspiró el
aroma a lavanda de su melena dorada.
—Carol… —dijo, transcurridos unos minutos.
—¿Sí, Dave?
Dave apretó los ojos y la abrazó con fuerza. Tenía que decirle la verdad. Y la verdad era que
la amaba, y que deseaba casarse con ella y compartir la vida juntos, porque la quería en su vida y
porque jamás podría querer de igual forma a otra mujer. Tomó aire y se armó de valor.
—Carol yo…
En ese momento sonó el teléfono.
Dave no terminó de hablar, detuvo la frase.
Pero Carol lo miró, dejando que el teléfono siguiese sonando. Sonrió y le dio un rápido beso
en los labios.
—¿Qué me ibas a decir?
El teléfono dejó de sonar.
Carol lo miraba, expectante. Él sintió un fuerte nudo en el corazón, como una presión que le
impedía respirar con normalidad. Abrió la boca de nuevo para decirle cuánto la amaba, pero de
nuevo ese aparato del demonio lo interrumpió.
Dave sonrió.
—Anda, responde al teléfono. Sea quien sea, está claro que no dejará de insistir.
Carol resopló, y para delicia de Dave, un mechón de pelo se movió a causa del aire que ella
expulsó.
Gateó hasta la mesita de noche y se quedó pálida al ver que se trataba de su madre.
—Oh, mecachis… —dijo, negando con la cabeza.
Pero no le quedaba otra que responder al teléfono.
Cuando hubo terminado de hablar con su madre, Carol miró a Dave y suspiró.
—¿Sucede algo? —preguntó él, preocupado.
—Hoy es la aceptación de herencia —respondió Carol, bajando de la cama, con gesto muy
serio—. Y mi madre está aquí para ponernos las cosas más difíciles a ambos.
Dave cerró los ojos y soltó el aire, lentamente. El baile estaba a punto de comenzar. Un baile
en el que no deseaba participar.
***
Carol y Dave entraron mudos en la sala donde el notario leería el testamento y donde se
desarrollaría la posterior aceptación de herencia.
Carol, nerviosa en su asiento, se sentía confusa y triste al mismo tiempo. Cierto que ya lo
sospechaba, o más bien ya sabía cual era la situación con la herencia, pero tampoco era que lo
hubiese meditado mucho. Ni siquiera se le había pasado por la cabeza una muerte tan repentina y
al dolor que eso le causaba se le unía la actual frialdad de Dave, teniendo en cuenta la ternura
que le había demostrado aquella misma mañana. Y a eso se le unía la pena de haber perdido al
único familiar que se había preocupado por ella de verdad.
Él permanecía sentado frente a ella, se había quitado el sombrero y ambas manos descansaban
sobre la mesa, junto al sombrero. María estaba sentada junto a Carol y el notario al frente.
Cuando el notario empezó la lectura del testamento, el rostro de Dave iba cambiando por
momentos a medida que iba nombrando los bienes y a quién pertenecerían en el futuro. Parecía
nervioso y al final le sobrepuso la indignación.
El viejo había cumplido su promesa. Pero con una variación aún más exigente: El rancho y la
fortuna serían legados a partes iguales a su hijo adoptivo, él mismo, y a su nieta, Carolina, bajo la
condición de que debían casarse para poder disfrutar de ello. En el caso de que no lo hiciesen, no
únicamente Dave, sino ninguno de los dos heredaría absolutamente nada. María también estaba
incluida en el testamento, como usufructuaria del rancho, lo que significaba que tenía derecho a
vivir allí de por vida, obtendría un sueldo mensual de dos mil dólares, y una cuenta de ahorros de
Richard, que contenía una pequeña fortuna. Pero el punto de María también contenía una
cláusula, y era que no disfrutaría nada de todo eso si Dave y Carol no se casaban en el plazo de
un mes.
De igual modo, hija de Richard, y madre de Carolina, había quedado completamente relegada
y no heredaría ni un centavo.
Pero Carolina no le preocupaba en absoluto el dinero. Es más, le importaba un rábano.
Quién realmente le preocupaba en aquellos momentos era Dave, que parecía muy
preocupado.
Lo miró de reojo cuando se levantaron de la mesa, tras la aceptación. Él salió por la puerta
tras firmar los documentos correspondientes, sin mediar palabra con nadie, ni tan siquiera le
dedicó a ella una sola mirada, tan solo se dejó acariciar por María, deteniéndose unos segundos,
para luego marcharse.
Carol se mordió el labio inferior cuando María, cogiéndola del brazo, la ayudó a llegar a la
recepción del edificio financiero, donde había a una pequeña cafetería.
—Está dolido, hija —dijo María, dándole un apretón amistoso, al tiempo que se tomaba un
sorbo de su café, ambas en pie, junto a la barra.
Carol suspiró ruidosamente.
—Ya, pero… Creo que debería ir a hablar con él. Ha firmado los documentos, y realmente
debemos hablar con respecto a la boda. Tenemos un mes de plazo. A mi el dinero me da igual,
pero no puedo permitir que te quedes sin nada, María, y él también tiene derecho a su parte de la
herencia. El rancho es su hogar.
—Cierto, mi niña. Anda, ves a hablar con Dave.
—Con quién deberías hablar es conmigo, Carolina.
Carol escuchó la voz de su madre tras ella y cerró los ojos, en busca de una calma que no
sabía si llegaría.
La mujer había montado un escándalo por teléfono al saber que no estaba citada a la lectura
del testamento y correspondiente firma de documentos. Y había estado esperando a Carol todo
este tiempo. La joven ya esperaba que la buscase, y estaba preparada.
—Si me disculpan —se adelantó María, soltándose del brazo de Carolina, cuando ella se giró
para encarar a su madre.
Cuando Carol y esa mujer que se hacía llamar su madre, pero que no era más que una extraña,
quedaron a solas, Carol alzó una sola ceja y se cruzó de brazos.
—¿Y bien? —dijo, ante la escandalizada mirada de esa mujer, que no se podía creer lo mucho
que había cambiado su hija.
—Vaya, vaya, Carolina querida, ¿y tan inusitada osadía, se debe a…?
Carol se encogió de hombros.
—Dudo que te incumba, madre. Es obvio que has quedado relegada en todo esto.
Aquella mujer no podía creerse lo que estaba oyendo. ¡Su hija, hablándole de ese modo! Le
daría una lección.
—¿Cómo te atreves? —chilló, alzando el puño como si fuese a pegarle. Obviamente no se
atrevió, porque en el edificio había más gente, aunque estuviesen dispersos por su amplitud, y
también había cámaras de seguridad.
Carol no se achantó y así se lo demostró a su madre.
—Me atrevo, porque simplemente es así.
—¡Carol, soy tu madre! ¡No puedes habl…!
—Pero te repito la pregunta —interrumpió Carol, con valentía—, ¿a qué has venido? ¿Es
porque Richard no te ha dejado nada? Si quisieses mi parte, solo tendrías que pedírmela, o
exigírmela, o manipularme para que te la diese, y créeme, no me importa el dinero y te la daría
con gusto con tal de no verte nunca más. Pero resulta que no es posible porque esto incumbe a
más personas que sí la merecen.
La madre de Carol la miró, alucinada. Parecía que acabase de tener un gran disgusto, porque
al parecer aún mantenía la esperanza de que el viejo le hubiese dejado algo, aunque fuesen las
joyas de su madre.
—¿Cómo has dicho? —graznó.
Carol sonrió, cínica, al ver a esa mujer tan preocupada por algo tan superficial como una
herencia. No le sorprendía en absoluto su actitud, pero el abuelo había sabido jugar muy bien sus
cartas.
***
Dave había salido a tomar el aire al exterior del edificio financiero. Pero estaba tan nervioso
que ni la brisa que corría lo refrescaba.
Estaba confuso. No estaba indignado, ya no, pero sí estaba preocupado. A él le habría gustado
hablar con Carol del asunto, antes de la lectura del testamento. Luego cortejarla como dios
manda y finalmente pedirle matrimonio como correspondía a una pareja enamorada. Incluso
había pensado en regalarle un anillo de pedida. Era cierto que su relación había comenzado muy
rápidamente, movida por el deseo, y después por intereses que creyó tener, y finalmente había
acabado por comprender que la amaba.
Y sí, era consciente del testamento. Y no habría firmado, por puro orgullo, si María no
hubiese estado implicada directamente.
El viejo era un tipo listo, pensó Dave…
Aunque a decir verdad ya no le importaba nada de eso. Sólo le importaba Carolona y sí, se
casaría con ella, lo haría, porque la amaba. Pero le habría gustado hacerlo bien, y no de aquella
manera, prácticamente obligados por un testamento.
Joder, Dave, ¿y qué puto problema hay ahora? pensó, Tienes lo que querías. Un hogar, una
familia y… el amor.
—Exacto —murmuró, con el sombrero en las manos—. Tienes a Carol. Y eso es lo único que
importa.
Nervioso, se detuvo en la entrada unos segundos durante los cuales arrugó el ala del
sombrero. Luego, con gesto decidido, se lo puso en la cabeza y entró en el edificio dispuesto a
decirle a Carol que la amaba.
CAPÍTULO 20
—¿Así que todo este paripé que ha montado el viejo, ha sido para que Dave y tú os caséis,
seáis felices y comáis perdices? —la bruja empezó a reír, como la madrastra de Blancanieves—.
Pero hija, ¿cómo te vas a casar con semejante paleto? ¡Si lo único que ha hecho en su vida es
transportar vacas de un lado a otro!
Dave detuvo sus pasos al escuchar a la madre de Carol hablar así de él.
—Mientras que tú tienes estudios, eres educada y fina. No como él. ¿Te imaginas la
vergüenza que me harías pasar en nuestro círculo social selecto de Madrid, si te presentases con
semejante gañán? Oh, Dios, no puedo ni imaginarme semejante cosa.
Esas palabras le dolieron, quizás porque no se esperaba encontrarse aquella escena, o quizás
porque en el fondo creía que a esa malvada mujer, no le faltaba razón. Porque, en efecto, él era
un don nadie y Carol… Carol era una buena chica.
Se quedó parado en el sitio, tras una enorme columna que había frente a la cafetería, sin saber
si regresar y hablar con ella más tarde.
Pero lo que dijo Carolina a continuación lo preocupó más y lo obligó a quedarse.
—No, mamá. No finjas estar preocupada por mi matrimonio. Lo que realmente te preocupa,
el motivo por el cual estás aquí, es únicamente económico. —Muy a su pesar Dave escuchó con
más atención—. El abuelo Richard lo hizo para que no me quitases a mí mi parte. Se aseguró con
la boda atar la herencia, adoptando a Dave como hijo y legándome a mí, su nieta, la mitad de
todo.
—¡Qué absurdo!
Su madre fingió indignación.
—En absoluto, mamá. Al poner esa condición, tú no tienes nada que hacer. La herencia está
blindada. Ni tan siquiera te han citado ante el notario. ¿Por qué será?
Dave palideció al escuchar de Carol esas palabras. Pareciese como si le importase mucho
heredar… Y su tono de voz era frío y distante. Jamás la había escuchado hablar así.
—¿Me estás diciendo que los sentimientos románticos de ese viejo no tienen cabida en este
asunto? ¡Si es un sentimental!
Carol se pensó la respuesta. No quería abrir su corazón a su madre. Ella no tenía por qué
saber que estaba enamorada de verdad de Dave, ni tampoco que Richard, a parte del blindaje,
también había hecho eso para unirlos. Y la razón era sencilla, porque los quería a ambos, y los
quería juntos.
Su madre jamás lo entendería porque no tenía la más mínima idea de lo que era la familia, el
amor, y el hogar.
—No, mamá. El romanticismo y el amor no tienen nada que ver en todo esto.
Dave palideció.
Bien, ella… Carol no estaba enamorada.
Acababa de decir que el amor nada tenía que ver con todo aquel asunto.
Se inclinó hacia atrás para no ser visto y respiró hondo, con los ojos cerrados siguió
escuchando las voces de Carol y su madre.
—Por supuesto que no. ¿Cómo podrías enamorarte de alguien así? Es impensable, dada tu
educación y la falta de clase de ese tipo. Sin embargo…
—Sin embargo, no tengo nada más que hablar contigo.
—Te equivocas. Mañana por la noche sale un vuelo a Madrid y debes acompañarme. —Carol
debió poner mala cara porque su madre se volvió más tajante—. Me acompañarás, Carolina. Si
quieres la fortuna que te dejó tu padre, vendrás a Madrid. En caso contrario, te demandaré y me
quedaré con todo.
—No puedo irme. Si me voy, la fortuna y el rancho…
Carol iba a decir que si se marchaba, tanto Dave como María lo perderían todo, pero esa
mujer no la dejó terminar de hablar.
Y por supuesto, Dave, que estaba estuchando con el corazón suspendido, la malinterpretó
también.
—Sí, sí, sí, entiendo —rio la bruja, dejando aún más preocupado a Dave—. Si te marchas y
no te casas con ese palurdo, lo perderás todo.
Por supuesto que no era eso lo que iba a decir, pensó Carolina, pero era tan inútil seguir
discutiendo.
—Comprendo tu preocupación, querida —dijo su madre—, al fin y al cabo eres mi hija, y la
sangre es la sandre. Te gusta el dinero, y es normal. Por eso mismo debes venir conmigo, porque
lo que tienes en Madrid es infinitamente superior a las migajas que te pueda dar un rancho de
vacas repleto de estiércol.
Carol miró a su madre, indignada.
Le parecía increíble que intentase chantajearla con dinero. ¡Qué poco la conocía! Cierto que
le había costado mucho deshacerse del yugo de aquella odiosa mujer, pero ahora que había
probado la libertad, de ninguna manera regresaría a la cárcel que suponía Madrid para ella.
Además, amaba sinceramente a Dave, y se preocupaba por María, y por el futuro de Judith. Esa
gente era su familia y de ninguna forma regresaría a Madrid, ni por todo el oro del mundo.
Iba a abrir la boca para decírselo, pero la bruja le entregó el billete de avión en la mano,
interrumpiéndola y dejándola con la palabra en la boca.
—Vendrás, Carolina. El vuelo despega mañana a las doce de la noche, así que no te retrases.
Si no, no verás ni un euro.
Carol la vio alejarse con el ceño fruncido.
Luego negó con la cabeza y miró el billete de avión.
Resopló, se lo metió en el bolso, pagó el café y empezó a caminar hacia la salida del edificio
en busca de Dave.
***
Llegó la tarde y Carol no dejaba de recibir mensajes amenazantes de su madre. Miró el móvil
sobre la mesa de la cocina mientras se servía un vaso de agua.
Carmen, seguía insistiendo con que debía acompañarla a Madrid, o la desheredaría.
Carol no iba a ceder a sus chantajes, por supuesto que no. Escuchó dos audios más que
acababan de llegarle. El tono de la arpía era más agresivo y se vio obligada a apagar el teléfono
para que no le afectaran demasiado sus palabras, y evitar un infarto.
Se metió el teléfono apagado en el bolso mientras subía la escalera hacia su habitación. Entre
sus pertenencias, los dedos acariciaron el billete de avión que le había dado Carmen por la
mañana.
Resopló. Lo sacó del bolso antes de tirar sus pertenencias sobre la cama y quedarse mirando
la tarjeta de embarque. Negó con la cabeza. Sus manos se precipitaron hacia los extremos con la
clara intención de romperlo y tirarlo a la papelera, pero María apareció bajo el marco de la puerta
de su habitación. Ni siquiera había escuchado sus pasos por el pasillo.
—Mi niña, tengo un problema.
Carol tiró el billete sobre la mesita de noche y se dio la vuelta, preocupada por María.
—Dime, ¿qué ocurre?
María podía pedirle cualquier cosa, porque sería capaz de hacer cualquier cosa que estuviera
en su mano para ayudarla.
—¿Tienes una maleta de viaje, de esas pequeñas, para trayectos cortos?
—Sí, —dijo Carol algo confusa—, ¿la necesitas? ¿te marchas a algún lado?
—No, no —dijo ella dejándola más tranquila—. No es eso. Es que tengo una amiga que
necesita saber las medidas, porque le da miedo que en el último instante le hagan facturar o pagar
de más, ya sabes cómo funcionan las compañías aéreas de bajo coste, y por eso me ha
preguntado que si sabía las medidas exactas.
Carol le sonrió más relajada al darse cuenta de que no era nada grave.
—No te preocupes María, tengo una de ese tamaño. Ahora te la saco y la medimos.
Carol sacó su maleta pequeña del armario. La había traído de Madrid con el resto de equipaje.
Esta contenía ropa de entre tiempo, y aun no la había abierto, ya que las últimas semanas había
hecho mucho calor.
—Es esta —dijo, colocándola sobre la cama.
—Sí, esa misma creo que es.
María ya venía preparada con una cinta métrica y le tomaron las medidas.
—Creo que le irá bien la que tiene, porque mide lo mismo.
—¿No necesitas ésta?, ¿seguro? Mira que la puedo vaciar y prestártela.
—No, no, tranquila.
Carol iba a meter de nuevo la maleta en el armario cuando María volvió a hablar y la distrajo.
—Por cierto, mi niña, ¿qué te apetece cenar?
—Hmmmm… —se puso la mano en la barbilla y la apretó con el dedo índice y el pulgar—.
En realidad, todo lo que haces es delicioso. Así que…
—Se me ocurre una cosa —dijo, María—. Hoy ha sido un día duro para ti y Dave. ¿Por qué
no os preparo una cena romántica? Estoy segura de que le encantará el detalle. Está un poco
nervioso, ya lo conoces.
Los labios de Carol se fueron curvando lentamente hacia arriba, hasta que acabaron por
formar una bellísima sonrisa. Hasta juraría que se había ruborizado. Una cena romántica con
Dave era lo que le salvaría el día.
—Me parece una idea estupenda.
—¡Muy bien, mi niña! Ahora mismo voy a preparar algo muy especial. ¿Me harías un favor?
—Claro —dijo sin dudar—, dime qué necesitas.
—Necesito que vayas a comprar azafrán. Tengo pensado algo muy especial y ese es el
ingrediente clave.
—Vaya cena de lujo que nos vas a preparar —mientras le dedicaba una radiante sonrisa, le
acarició la cara—. Dalo por hecho, voy a por el ingrediente estrella. Volveré enseguida.
Carol se dio la vuelta, tomó el bolso y se aseguró que estuvieran dentro las llaves del coche.
Después de despedirse de María, salió por la puerta principal.
***
Dave regresó al rancho, aún no tenía claro que podía decirle a Carol. Y esperaba con
sinceridad que todo aquello que había escuchado no fuera más que una broma.
Cuando salió del coche, se dirigió hacia el porche, subió los peldaños y miró alrededor. No
vio el vehículo de Carol, y la casa parecía tranquila desde fuera. Pero antes de poder entrar, Bob,
uno de los vaqueros, lo interceptó.
—Hola jefe.
—¿Cómo te va?
Bob se quitó el sombrero y asintió.
—Pues no muy bien —Dave parpadeó sin atreverse a deducir si había algo malo o algo
catastrófico esperándole al entrar—. Es que… tenemos problemas con uno de los toros.
Se relajó un poco, al menos nada tenía que ver con Carol.
—Entiendo.
Dave quería habar con Carol y organizar con ella algo romántico, con la esperanza de que le
perdonara su actitud tan poco empática de siempre y decidiera quedarse. Había preparado una
sorpresa muy romántica que estaba seguro de que le iba a encantar, pero la cara de Bob le indicó
que el asunto no podía esperar.
—¿Tan importante es?
—Sí, señor. Lo siento.
Suspirando aceptó que era el jefe después de todo, y que el rancho tenía prioridad sobre una
cena romántica, aunque no sobre Carol. No podía dejar que se marchara.
Desgraciadamente para Dave, el asunto le llevó más de lo esperado y tardó unas dos horas y
media en solucionarlo. Cuando al fin lograron que el toro entrase en el redil, Dave fue corriendo
en busca de Carol. Entró en la casa cubierto de polvo y se sacudió intentando parecer algo más
presentable. En la cocina vio a Judith que le sonrió nada más verlo tan desaliñado.
—Hola, Judith —la saludó— ¿Está Carol por aquí?
Judith meneó la cabeza.
—No, no la he visto.
—¿Sabes dónde podría estar?
—Ni idea, acabo de llegar y estoy esperando que llegue mi madre, que ha ido al economato a
buscar unas bebidas. ¿Quieres que la llame y le pregunto?
—No, tranquila. Yo llamaré a Carol.
Dave salió de la cocina al tiempo que se sacaba el teléfono del bolsillo. Marcó el número de
Carol pero el teléfono no estaba disponible. Lo intentó de nuevo, mientras subía las escalaras
hacia las habitaciones, con la esperanza de que estuviera allí, pero de nuevo el mensaje: El
número marcado no está disponible en este momento. Inténtelo de nuevo más tarde.
Resopló y empezó a caminar por el pasillo.
—¡Carol! —la llamó. Ella no respondió. Lo intentó de nuevo—. Carol, ¿estás aquí?
Nada.
Pero la puerta de su habitación estaba abierta, así que se asomó.
—¿Carol?
Allí tampoco estaba. Iba a darse la vuelta cuando sus ojos, por casualidad, se posaron sobre la
mesilla de noche. ¿Eso era lo que él creía que era?
Se quedó paralizado en el centro de la habitación. Por un minuto no movió ni un músculo,
pero tarde o temprano tenía que reaccionar y ver por sí mismo que aquello que había escuchado
era verdad. Carol tenía intención de marcharse a Madrid con su madre.
Allí estaba su maleta de viaje, sobre la cama. Dave la tocó con el dedo índice y tiró de la
cremallera para que esta se deslizara. Efectivamente estaba llena de ropa.
Se alejó unos pasos y tragó saliva. ¿Cómo era eso posible?
El corazón se le saltó un latido cuando vio el nombre de Carol en la tarjeta de embarque.
Estiró los dedos para tocarla, pero finalmente dudó.
Registrar la habitación de alguien era un acto vil, iba en contra de la intimidad de las
personas, pero no hacía falta seguir buscando más pruebas del futuro abandono de Carol.
Había sido un idiota.
Nervioso apretó los dientes y se volvió de nuevo hacia el billete de avión. Debía ver que
realmente quedaban solo unas horas para perderla para siempre.
Le tembló la mano, pero cogió el billete. La fecha de salida era al día siguiente, a las doce de
la noche.
—Joder —dijo, a punto de que se le saltasen las lágrimas—. Se va a ir… En verdad se irá.
Apenas fue consciente de lo mucho que le temblaban las manos cuando lo volvió a dejar en
su sitio.
No había más que decir o hacer.
La había perdido, su parte más cobarde quería dejar de luchar, pero… el amor era tan grande.
Debía encontrar a Carol. Decirle cuanto la amaba y esperar que su confesión sirviera para que
le diera una oportunidad y se quedara.
***
***
La respuesta a esa pregunta fue contestada con un encogimiento de hombros. No pasaba nada,
se dijo, todo estaba bien, solo tenía que arreglarse y poner la mesa para que ellos dos pudieran
tener una cena romántica y agradable.
Si hablaban todo iría sobre ruedas. Carol estaba convencida de ello.
Pero cuando, después de arreglarse, bajó las escaleras y se puso a decorar la mesa con ayuda
de Judith y María, empezó a ponerse nerviosa. Y aún lo estuvo más cuando las chicas se fueron
dejándola sola.
Dos horas después, Carol estaba junto a la ventana, tras ella estaba la mesa puesta, con velas
encendidas y dos copas de vino delante de los platos vacíos.
Llevaba un vestido rojo precioso, unos zapatos de tacón con pedrería y el pelo recogido.
Quizás se había arreglado demasiado, pero nada le pareció suficiente para Dave, para verse
guapa y que él así también lo viera.
Se había maquillado, aunque no demasiado, y pintado las uñas.
Sus manos se juntaron, apretándose con impaciencia. No había visto a Dave ni había podido
contactar con él, lo había llamado por teléfono más de diez veces, y todas y cada una de ellas
había saltado el contestador automático. Y aún así, insistió en seguir adelante con el plan por si
acaso le daba por aparecer.
La comida ya estaba fría. Eran las once y media de la noche y Dave no había dado señales de
vida después de que tuvieran problemas con un bóvido.
Miró de nuevo hacia fuera.
Todo apuntaba a que tampoco aparecería esa noche. Se habría marchado para despejarse ¿o
para dormir en cualquier otro lugar? Dave era muy dado a comportarse así cuando se sentía
estresado. Y era obvio que el testamento lo inquietaba. ¿No querría casarse con ella, acaso? ¿Se
trataba de eso?
Una hora después, empezó a estar realmente preocupada. María había estado tan animada
como ella mientras preparaba la cena, tan convencida de que aparecería, que le daba miedo de
que le hubiera pasado algo.
Se acercó a la mesa, cogió una copa de vino y la apuró. Luego colocó la copa vacía en su
sitio, recompuso la servilleta y los cubiertos, y sonrió con tristeza, sin ganas.
—Carol, eres una tonta —dijo en voz alta, mientras por su mejilla resbalaba una lágrima.
No debería haberse hecho ilusiones ¿o sí?
Finalmente se dio la vuelta y empezó a caminar hacia la salida del comedor.
Era necesario darse por vencida y entender que esa noche había perdido la oportunidad de
estar con Dave, de sincerarse con él.
Apagó las luces del comedor y al entrar en la cocina vio a Dave.
Se quedó paralizada.
Estaba recién duchado, con el sombrero de cowboy entre las manos. Parecía que acababa de
llegar.
—Dave… —musitó ella.
La miró con una mezcla de anhelo y alivio que la conmovió.
Él no dijo nada. Dejó caer el sombrero al suelo. La miró largo y tendido y todo su cuerpo
empezó a temblar. De repente, acortó la distancia que había entre ambos con dos grandes
zancadas y cuando la tuvo a su altura, la rodeó con los brazos y la estrechó con fuerza.
—Carol… —dijo, aguantando las lágrimas que pugnaban por escapar entre sus párpados.
Su reacción la conmovió.
—Vaya, que bien que te alegres de verme.
¿Cómo no iba a alegrarse? Dios, estaba preciosa y no acababa de comprender por qué. ¿Qué
hacía vestida así? ¿Lo estaba esperando?
—Oh, Carol. Pensé que te habías marchado. Que no volvería a verte más…
Carol, aún entre sus brazos intentó apartarse para mirarle a los ojos.
—¿Por qué… por qué dices eso?
Él no le contestó.
Carol se dejó abrazar, en un primer momento sorprendida. No comprendía el motivo por el
cual Dave se comportaba de semejante forma. Por la mañana había estado muy serio y distante,
cierto, luego había desaparecido y no había contestado al teléfono en todo el día, y ahora
regresaba y la abrazaba con fuerza, como si temiese haberla perdido para siempre.
Las manos de Carol se posaron lentamente en su espalda y le devolvió el abrazo.
Dave temblaba, estaba realmente agradecido de poder sentir su calor, y estaba dejando
escapar con el abrazo la ansiedad que había sentido todo el día.
Carol no podía dejar de preguntarse por qué, y tampoco pudo hablar ni preguntar porque
Dave acercó los labios a los suyos y la besó.
—Carol…
Fue un beso urgente, necesitado, como si estuviese sediento y ella fuese una fuente de agua
pura y fresca. Ella no pudo menos que sonreír contra su boca. Se colgó de su cuello y lo besó de
igual forma, tan apasionada y desesperadamente como él.
Dave separó los labios y apoyó la frente en la de Carol, jadeando.
—Carolina… Cuanto me alegro de que estés aquí.
Otra vez sacaba a relucir el tema de su ausencia, ¿por qué?
Se separó ligeramente para mirarle a los ojos, y acunó su rostro entre las manos.
—Pero, ¿por qué dices eso? ¿Dónde tenía que ir?
Dave tomó aire, lentamente.
Le daba vergüenza decirle que había escuchado aquella conversación con su madre escondido
tras una columna, como un completo idiota. Y que luego había entrado en su habitación y había
visto la maleta y el billete de avión y había pensado que se marcharía a Madrid y lo dejaría.
—Joder, yo…
¿Qué pensaría de él si supiese las estupideces que había hecho desde el primer momento en
que la conoció?
—Dave, ¿qué es eso de que te alegras de que esté aquí? —insistió ella—. ¿Acaso debería
estar en otro sitio?
Dave negó con la cabeza al tiempo que le acariciaba los pómulos con los pulgares.
—No, no deberías estar en otro sitio. —La miró directamente a los ojos para que ella
entendiera que todo lo que decía, lo sentía en lo más profundo—. Este es tu sitio Carol. Y mi
sitio está contigo.
—Oh Dave…
—Perdóname. Yo... —se le quebró la voz—. Pensé que te habías marchado para siempre.
Debí confiar en ti y, sin embargo…
Carol lo miró asustada por primera vez.
—¿Qué te ocurre? ¿Por qué pensaste eso, Dave?
Él tragó saliva y le acarició la barbilla, cariñoso mientras le dirigía una tímida sonrisa que era
impropia de él.
—Verás… te oí hablar con tu madre de un viaje a Madrid y luego…
Dave miró hacia arriba, avergonzado, para después mirarla a ella a los ojos.
—¿Es por eso?
Prosiguió como si no la hubiera escuchado.
—Después entré en tu habitación, para… —hizo otra pausa—. Vi una maleta y un billete de
avión. Y te llamé y no me respondiste. Tu móvil estaba apagado.
Carol no podía ni pestañear al notar su angustia.
—Pero… Dave.
—Casi me volví loco. Pensé que te habías ido, que no significaba nada para ti.
—¿Eso pensaste? Pero ¿por qué…?
Dave estaba muy avergonzado, y la interrumpió.
—Pensé que te habías marchado con tu madre y me entró un pánico horrible. Temí que no
regresases jamás.
—¿Te dio miedo que desapareciera? —dijo esperanzada de que la razón fuera más profunda
de lo que ella pensaba en un principio.
De pronto Dave se vio en la necesidad de aclarar algo que llevaba callando mucho tiempo.
—Sí, pánico es la palabra.
Carol lo miró apretando los labios para finalmente preguntar con voz rota.
—¿Porque pensaste que perderías el rancho?
Él negó con la cabeza, con las mismas lágrimas en los ojos que ella.
—No. No, Carol... Te juro que ya nada me importa más que tú. Te quiero a mi lado. ¡Maldita
sea! Te quiero.
—Dave…
—Carol, no es posible que pueda vivir en paz si no estás cerca mío. Te quiero conmigo,
para… para siempre.
Ella jadeó. ¿De verdad le estaba diciendo que quería casarse con ella porque la amaba? Por si
aún tenía dudas, él prosiguió.
—No quiero separarme de ti nunca más. —La miró a los ojos, muy serio—. Quiero casarme
contigo. Porque te amo.
Los ojos de Carol se empañaron y empezó a ver borroso el rostro de Dave.
—Yo… yo también quiero casarme contigo, Dave… Porque… porque te amo. Somos una
familia, Dave. Y el rancho es y será nuestro hogar para el resto de nuestras vidas.
Él sonrió, entre lágrimas, pero feliz.
—Oh, cariño…
Por primera vez Carol pudo ver en los ojos negros de Dave la ilusión y la esperanza. Sabía
cuanto necesitaba él esas palabras. Comprendió su miedo al rechazo, y al abandono.
Era más que evidente que Dave, al ver esa maleta y el billete de avión, pensó que lo había
abandonado. Nada más lejos de la realidad. Iba a explicarle lo de la maleta cuando él la calló con
otro beso. Un beso lleno de ternura, acompañado de suaves caricias.
Cuando apartó los labios de Carol, volvió a sonreír.
—Me haces el hombre más feliz del mundo, Carol.
Ella también rio. Y le apartó el flequillo de la frente.
De repente, Carol arrugó la nariz.
—Por cierto, ¿dónde has estado?
Él sonrió pero sin responderle todavía. Se llevó las manos de Carol a los labios y se las besó.
—Tengo una sorpresa para ti.
Al decirlo, Carol se dio cuenta de que las manos masculinas estaban cubiertas de manchas de
pintura. No importaba que se hubiese duchado, parecía no haber podido sacarlas.
—Y esto qué es —vio que tenía las manos manchadas de negro—, ¿pintura?
Dave se puso muy serio y suspiró.
—Esta tarde, yo… quería hacer algo romántico por ti y por una vez en mi vida dejar de ser un
salvaje. Convencerte de que no te marcharas, pero me entró el pánico y pensé que no podría
verte marchar y permanecer entero.
—Pero no me he ido.
Él volvió a estrecharla entre sus brazos.
—No, no te has ido. Y quizás por eso pueda enseñarte lo que he estado haciendo.
—¡Dave! ¿Algo romántico? —soltó Carol, dando un saltito de ilusión—. ¿Quieres hacer el
favor de decirme de qué se trata? ¡Me tienes intrigada!
Dave la cogió de la mano y le dedicó otra sonrisa.
—Vamos y te lo enseñaré.
Carol se dejó arrastrar hacia fuera. Bajaron los escalones del porche y él se dirigió a su
furgoneta.
—Sube, no vamos lejos.
Ella no pudo parar de sonreír durante todo el trayecto. Se quedó embobada, deslizando sus
ojos por todo cuanto la rodeaba, desde la sonrisa de Dave, hasta el rancho que su abuelo había
querido, para después fijarse en la maravillosa noche estrellada que estaba sobre sus cabezas
mientras él seguía conduciendo hasta los límites de sus tierras.
Después de preguntarle un par de veces a Dave hacia donde iban, se dio por vencida cuando
su única respuesta solo fue una sonrisa y una mirada pícara.
Dave disminuyó la velocidad al acercarse a la entrada del rancho.
—Póntelo —le dijo extendiendo ante sus ojos un pañuelo limpio que había sobre el
salpicadero.
—¿De veras?
Él asintió mientras se inclinaba sobre ella y le anudaba el pañuelo sobre los ojos.
—No veo nada.
—Esa es la idea.
Ella rio con deleite.
—Tampoco veía mucho antes, es de noche y…
La calló con un beso. Entonces por el ruido y el movimiento de la furgoneta supo que se
había bajado dejándola sola en el interior, aunque no estuvo mucho tiempo así, solo el suficiente
como para que él rodeara el vehículo y le abriera la puerta.
—Puedes bajar para que te dé tu sorpresa.
Ella asintió sin perder la sonrisa.
Extendió los brazos a tientas y tocó su pecho y sus anchos hombros. Antes de poder darse
cuenta qué estaban haciendo, Dave la tomó en brazos y la depositó en la parte trasera de la
furgoneta. Su trasero descansó sobre una mullida manta.
Apretó los labios, excitada. ¿Iba a hacerle el amor ahí mismo? ¿En la entrada de la finca, bajo
las estrellas? Eso sí que sería romántico.
Sintió como ese pensamiento tomaba fuerza cuando las manos de Dave le acariciaron las
piernas hasta llegar a los muslos y ella se tumbó por completo en la parte de atrás.
Sintió que Dave subía en la parte trasera y la besaba con deleite. Ella gimió intentando
abrazarlo con brazos y piernas, pero él no parecía dispuesto a llevar eso más allá.
—¿Preparada?
Ella rio esperando que le propusiera hacer el amor bajo las estrellas, pero no fue eso lo que
hizo.
—Preparada.
Con una mano, su salvaje cowboy desató poco a poco el pañuelo, hasta que sus ojos quedaron
al descubierto.
Carol parpadeó. Lo primero que vio fue los ojos de Dave, él estaba apoyado sobre sus codos,
a escasos centímetros de su boca. Carol sintió que su corazón se derretía al ver esa sonrisa.
—¿Qué pasa? —preguntó llevando sus delicadas manos al rostro afeitado de Dave—, ¿qué es
lo que me tienes que enseñar, Dave?
—Esto…
Dave se quitó de encima, rodó hasta quedarse boca arriba, sobre la parte trasera de la
furgoneta, mirando las estrellas. Pero Clare no podía ver el precioso cielo, mientras ese hombre
guapísimo que le había robado el corazón estaba a su lado.
—¿Qué quieres que vea?
Por fin miró al cielo estrellado y la sobrecogió su belleza.
—No, eso no.
—¿Entonces? —Carol se puso nerviosa, ¿dónde estaba su sorpresa?
—Tú mira bien.
Carol asintió. Miró por todos lados, en su camioneta, se incorporó para mirar en el suelo junto
a las ruedas y escuchó la risa ronca del cowboy.
—Eres malo, Dave.
Él tomó su rostro entre las manos y la besó con dulzura.
—Ahí no, mira hacia aquí.
Volvió a tumbarla sobre la manta mientras, ya de espaldas, extendió un dedo señalando la
entrada del racho. Los dos grandes postes que la delimitaban, tenían un gran tablón de madera
donde había estado la cabeza de un toro desde que Dave tenía memoria. Pero él se había
encargado de substituirlo.
—¡Oh! ¡Dios mío! —Carol se incorporó sobresaltada.
—Rancho Carolina —le susurró Dave al oído para después besar su cuello.
—No puedo… no puedo creerlo.
Él se sonrió besándola una vez más la sensible piel bajo la oreja.
—Me he esmerado mucho. Las manchas de pintura lo demuestran.
—¡Pone Rancho Carolina! —Cuando la escuchó gritar tan excitada y tan cerca de su oído,
Dave no pudo menos que volver a reírse.
—Sí, eso es lo que pone. —Cuando volvió a mirarla ella estaba llorando— Sí, lo cierto es que
ha sido un poco complicado. Pensé que sería más fácil pero…
—Es lo más bonito.
—Ha valido la pena verte tan emocionada.
Ella se abalanzó sobre él.
—Dave, eso es lo más romántico que alguien ha hecho por mí.
—Me encanta tu nombre, me encantas tú. Pensé que sería maravilloso que un rancho que
significa tanto para mí, tuviera el nombre de su dueña, la mujer que amo.
—Yo también te amo.
Carol se puso a horcajadas sobre él, y se inclinó para atrapar su boca con la suya. Se besaron
apasionadamente. Las manos de Dave se deslizaron sobre el vestido rojo de Carol y solo podía
pensar en quitárselo, en sentirla desnuda una vez más bajo su piel.
—Oh, Carol —dijo en un susurro—. Pensé que te habías ido, y que ya no regresarías.
—Estoy aquí, y no me marcharé jamás.
Él fue dejando un reguero de besos por su rostro, su cuello…
—Es un alivio saber que no tendré que ir a Madrid a por ti, y rogarte que regreses a mi lado.
—¡Oh, Dave!
Carol tomó el rostro de Dave entre sus manos y lo besó con fuerza.
Cuando él pudo tomar aliento habló.
—He pensado que este rancho merece llevar tu nombre, Carolina. Quiero que sepas que este
es tu hogar.
—Nuestro hogar, Dave. Este es nuestro hogar.
Y ambos sellaron su declaración con un salvaje y apasionado beso.
FIN
Nota de la autora
Hola, soy Kate, y en primer lugar, quiero daros las GRACIAS a todas mis lectoras (y lectores,
que sé que haberlos haylos) por darle una oportunidad a mis locuras. Espero de todo corazón que
os hagan reír, esa es mi mayor ilusión y uno de los motivos por los cuales sigo escribiendo.
¡Esta novela, y todas las demás, va dedicada a tod@s vosotr@as! ¡Porque sois l@s mejores!
Espero de corazón que hayáis disfrutado mucho con la historia de Dave y Carolina, y si
todavía no habéis leído el resto de mis novelas, os dejo los enlaces dónde os las podréis
descargar. ¡Un beso enorme y, de nuevo, gracias!
(Me comenta la Juani que os las podéis descargar pulsando directamente en la imagen de la
portada, y también dice que se lo ha pasado en grande haciendo un cameo en la novela de Taylor
Salas, que como ya sabéis, es la protagonista de ¿Un highlander? ¡Demasiado sexy para mi! Y
que no descarta aparecer en las próximas novelas de Sexy Orgásmic, que como ya sabéis, es la
editorial de Samantha, la protagonista de ¿Dónde está mi Highlander?, novelas que os podéis
descargar en los enlaces que hay a continuación, más concretamente la saga Highlanders de
Brilli-brilli en las Highlands)
PASSION FRUIT
Alberto Ruiz Saavedra es el político revelación del año, guapo, carismático y una de las fortunas más grandes
del país. Por si todo esto fuera poco, está en todas las revistas del corazón, pues sale con Marlene, la cantante de
moda con quien va a casarse. Su vida parece un cuento de hadas ¿verdad? Quizás lo sería si su relación no fuera
una farsa y no estuviera locamente enamorado de su... chacha.
Rosalía es una chica de barrio, que trabaja limpiando casas. Es espontánea y divertida. Su obsesión por Pasión
Fruit (el pintalabios que ha creado) y el brilli-brilli, solo es superada por la obsesión que siente por su jefe Alberto.
Rosalía sabe que su amor es imposible ¿Cómo va a fijarse en ella el futuro presidente? Pero una noche de locura
dará paso a la más apasionada historia de amor sazonada con: escapadas a Ibiza, chantajes, bodas gitanas, peleas
en discotecas y mucho sexo y brilli-brilli.
Passion Fruit es una novela erótica, alocada y llena de situaciones disparatadas.
Si quieres reírte apúntate a la moda del brilli-brilli.
¿Aún no has leído las divertidas novelas de Kate Bristol? Aquí tienes la SERIE COMPLETA: ¡Brilli Brilli en las Highlands!
Encontrarás tres novelas:
P.D.: Reescribo el comentario de La Juani: Brillis, que si pulsáis en la fotico de la portada de la serie, os la podréis descargar
enterica, pero que si las queréis por separao, pulséis en lo azul, encima de cada título de novela.
¡Gracias, miarmas!
¡Olé!
LOBO BLANCO
(Autora, La Juani, que ya sabéis que escribe en “fino”)
Cuando Elisabeth Winston, la dueña de uno de los ranchos más prósperos de Texas, se despierta entre los
brazos de un hombre desnudo, no puede dar crédito. Su mente, aún confusa, recuerda la tormenta, el agua helada
sobre la piel, y el vuelco de la calesa, pero no logra recordar al desconocido que la salvó de la muerte. Un
desconocido de mirada oscura, y acompañado de un temible lobo.
Henry Alexander Cavill se ha visto obligado por las circunstancias a viajar a Lobo Blanco, para hacerse cargo de
su herencia. Lo que no espera, en una noche tempestiva, es rescatar a una dama en apuros. Al despertarse entre sus
brazos, Henry se da cuenta de que Elisabeth dista mucho de estar en apuros, es toda fuego y terquedad. Cuando se
despide de ella, se da cuenta que la mujer, que tanto lo ha conmocionado, no es otra que Elisabeth Winston, a
quien viene dispuesto a arrebatar su tesoro más preciado, el rancho Lobo Blanco.
Grupo Brilli-brilli de la Juani en Facebook
Ah, me vuelve a comentar la Juani que os deje el enlace del grupo de las Brilli-billi de La
Juani, que allí os lo pasaréis pipa y estaréis al tanto de todas las novedades y sorteos de libros.
Me dice que pongáis el dedico ahí, miarmas, en lo azul y sus apuntéis: