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DAMA ESCOCESA
 
 
DR. MACLEAN
Libro 1
 
 
 
 
ALICIA NICHOLS
 

 
 
 
 
Este libro es una obra de ficción.
 
 
Los personajes, organizaciones, and acontecimientos narrados
en la novela son producto de la imaginación de la autora
o usados de manera ficticia. A veces ambos.
 
 
Todos los derechos reservados © 2023 Alicia Nichols
Todos los derechos de la portada © Alicia Nichols
Una producción de Alicia Nichols
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Distribuir este libro sin el permiso del autor es
considerado robo de la propiedad intelectual.
Si quiere recibir permiso para usar cualquier parte
del material de este libro (salvo que sea con la intención
de ofrecer reseñas), por favor contacte con
info@alicianicholsauthor.com. Gracias por apoyar los derechos del
autor.
 
 
 
Primera Edición Mundial: junio 2022
Versión: 1. junio 2023
Primera Edición en español: mayo 2023
Versión: 1. mayo 2023
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ÍNDICE
 
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NOTA DEL TRADUCTOR

CAPÍTULO 1

CAPÍTULO 2
CAPÍTULO 3
SU SEÑORÍA

NOTA DEL AUTOR DE ALICIA

UNA NOCHE DE ENSUEÑO (VISTA PREVIA)


AGRADECIMIENTOS
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CODICIADA
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DULCE APURO
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Querido/a Lector/a!
Si bien puedes leer la serie del Dr. MacLean como un
libro independiente, quizá te guste saber que
Makayla, la protagonista, tiene una historia de fondo
que se inició en la serie del Dr. Stone. Y otro
personaje secundario, el Dr. Park, también tiene su
propia serie dedicada.
No te preocupes, podrá disfrutar plenamente del Dr.
MacLean sin ellos, aunque saber de dónde proceden
puede darle un poco más de contexto.
Incluso puede leerlos después de terminar Dr.
MacLean.
Si lo deseas, encontrarás tanto al Dr. Stone como al
Dr. Park aquí:
¡Lee la Serie Completa ¡Lee la Serie del Dr. Park
del Dr. Stone Aquí! Aquí!
 
 
NOTA DEL TRADUCTOR
 
Percibirás que el protagonista de esta historia, el Dr.
Ryan MacLean, tiene un hablar un tanto peculiar. Eso
se debe a que es escocés en la versión original. En la
traducción se ha procurado adaptar el estilo
combinando palabras y usando expresiones
coloquiales.
Puede que al principio te coja algo por sorpresa, pero
a medida que vayas entrando en su historia, espero
que experimentes la misma sensación de sorpresa
inicial que Makayla y que pronto te acostumbres a
medida que avance la historia.
CAPÍTULO 1
Alguien

— MAKAYLA —
 
—No.
—No he hecho nada.
Levanté la vista del portátil y miré directamente a Cole, que
inmediatamente se llevó las manos a la espalda. —¿Parezco tan estúpida
como crees que soy?
Cole parpadeó. —No.
—Ya sé que Addison te tiene en algún tipo de desintoxicación de
azúcar.
Cole soltó las manos y las cruzó sobre el pecho. —¿He mencionado lo
molesto que es que vosotras dos seáis amigas?
Cerré la pantalla del portátil y enarqué una ceja. —No en los últimos
días.
Cole resopló. —Pues yo sí. Tengo que lidiar con Addy en casa, así que
podrías darme un respiro.
Me levanté y estiré los brazos por encima de la cabeza. —Podría, pero
no lo haré.
—Porque estás compinchada con mi mujer.
Bajé las manos y puse los ojos en blanco. —Porque la ayudo a
vigilarte. Piensa en mí como mujer del curro.
Cole me lanzó una mirada torcida desde el otro lado de la habitación.
Desplegó las manos y se paseó de un extremo al otro de la habitación color
crema. Sus ojos se desviaron hacia el despacho, con el gran ventanal detrás
que daba a la ciudad, antes de dirigirse al sofá reclinable de color gris que
había en el centro de la habitación. Frente a él había dos sillones a juego, y
un tercero con vistas a los tres. Todo el conjunto estaba unido por una
alfombra de color beige, que asomaba por debajo de una mesa de centro de
caoba.
En cuanto a las oficinas, sabía que no eran las más elegantes ni las que
mejor aprovechaban el espacio. Después de haber estado en varias de estas
oficinas, como visita de cortesía profesional, supe al instante que la
decoración no era de mi gusto. No sólo quería que mis clientes se sintieran
cómodos, teniendo en cuenta que estaban allí para desahogarse conmigo,
sino que también quería asegurarme de que la habitación en la que pasaba la
mayor parte de mis días fuera un reflejo de lo que soy.
No de lo que el trabajo quería que fuera yo.
Y un entorno cálido, acogedor y agradable era exactamente lo que
necesitábamos.
Varios de mis clientes habían mostrado la cortesía de felicitarme por mi
elección de diseño de interiores, lo que reforzó aún más mi confianza.
Aunque sabía que todavía tenía un largo trecho por recorrer con mi consulta
privada, desde permitirme crecer profesionalmente hasta ampliar mi lista de
clientes, sabía que estaba donde tenía que estar.
Y lo que era más importante, me encantaba cada minuto.
Ser terapeuta no era sólo mi trabajo.
Era mi vocación.
Con cada fibra de mi ser, sabía que era el camino correcto para mí.
Desde que tuve que vigilar a mi madre tras un desafortunado accidente de
coche, descubrí mi afinidad por la escucha a los diez años. A los dieciséis
años, mis dos padres me pedían consejo y muchos de mis amigos se
burlaban de mí por ser demasiado sabia para mi propio bien. Cuando llegó
el momento de matricularme en la universidad, no me lo pensé dos veces.
Afortunadamente, desde entonces no había mirado atrás.
Es cierto que el comienzo había sido duro, con largas y agotadoras
horas de trabajo en varias clínicas que daban prioridad al dinero sobre el
bienestar de los pacientes, pero había intentado añadir mi propio toque
positivo a las cosas. Tener que trabajar para esas clínicas me sirvió de
lección, de las de cuento con moraleja sobre lo que había que evitar. Años
más tarde, cuando llegó el momento de abrir mi propia consulta y tuve
suficientes pacientes dispuestos a arriesgarse conmigo, me encontré
extrañamente agradecida por mi experiencia en las otras clínicas.
Me llevé lo que pude y dejé atrás el resto.
Cole dejó de caminar y se detuvo frente a mi escritorio. —Sabes que
este proyecto es importante y necesito algo que me ayude a relajarme.
—Si puedes convencer a Addy, me apunto.
Cole frunció el ceño. Dame un respiro, Mac. Primero fuiste amiga mía.
Resoplé. —No me vengas con lo de amiga. Tú lo sabes mejor que yo.
Además, si querías a alguien que te mimara, te has equivocado de sitio.
Cole hizo un ruido ahogado. —Jesús, está bien. Sólo era un pequeño
caramelo.
Extendí la mano y golpeé el suelo de madera con los tacones. —No
creas que no te he visto meterte antes un puñado en los bolsillos.
Metió las manos en el bolsillo de su chaqueta de cuero. —Joder.
¿Tienes ojos en la nuca o algo así? Se suponía que estabas al teléfono.
—Presto atención. Volví a tirar el caramelo en el cuenco de cristal y lo
miré largamente. —Sabes que Addy hace esto porque te quiere, ¿verdad?
Cole desechó mi comentario. —Sí, ya. Sí, lo sé. Estoy empezando a
preguntarme si meterme en tratos con Max fue una buena idea.
—Pensaba que la inversión iba bien. ¿No es por eso por lo que quieres
traerme?
Cole asintió. —Lo es, y lo hago, pero quiero más protagonismo.
—Pues pídeselo a Max.
—Ya esbozamos los términos de nuestro acuerdo. Max es muy exigente
con quién trabaja y quién tiene acceso a la investigación.
—Los dos habéis estado trabajando juntos durante meses. Estoy seguro
de que no es un problema de confianza.
—Es un problema de control—, reveló Cole, con un suspiro. —No le
gusta ceder el control.
Respiré hondo. —Eso es problemático. ¿Estás seguro de que le parece
bien que me traigas?
—Los médicos que están trabajando en la investigación necesitan tener
a alguien con quien hablar. Insistí debido a las largas horas, y lo delicado
del tema.
—¿No lo interpretará Max como un conflicto de intereses?
Cole negó con la cabeza. —En absoluto. Está contento de que
contratemos a alguien de confianza. Está muy paranoico con que roben o
filtren la investigación antes de que esté lista.
Con razón.
Dado el tiempo que los había llevado conseguir la aprobación para sus
ensayos clínicos, no podía culpar a Max ni un poco. El Dr. Maxwell Park
tenía clínicas por todo el país, y una reputación estelar que mantener.
Lanzar su propio centro de investigación y desarrollo había parecido el
siguiente paso lógico para un médico de su calibre, y si no hubiera sido por
el dinero, estaba segura de que lo habría hecho hacía años. Por suerte, Cole
se había interesado por el proyecto después de que su ex, Lana Sanders, le
llamara la atención al respecto.
En su mayor parte, todo fue como la seda.
Excepto por el hecho de que Max y Cole estaban acostumbrados a estar
al timón. Como era su centro y sus ideas las que hacían posible el proyecto,
a Cole le costaba ceder las riendas. Como socio, tenía el mismo nivel de
respeto y calibre que Max, pero no tenía el mismo control, y yo sabía que
eso le estaba volviendo loco. Habiendo conocido a Cole durante la mayor
parte de mi vida, sabía que tenía menos que ver con la fama y más con la
curiosidad.
Cole odiaba no estar al tanto de cada decisión.
Por desgracia, con sus propios pacientes necesitándole y una familia a
la que dedicarse, tenía poco tiempo para estar en el centro. Aunque lo
lamentaba, también sabía que probablemente era lo mejor. Dado que tenía
un apetito insaciable por el conocimiento y la tendencia a volverse
autoritario con su entusiasmo, lo último que alguien querría era que Cole y
Max se pelearan, yo incluida. Hace dos meses, cuando Cole me propuso ser
la segunda terapeuta de la plantilla, lo rechacé. El Dr. Roberts ya estaba
haciendo un gran trabajo y había dedicado su vida a ayudar a científicos y
médicos.
Un centro dedicado al estudio de las enfermedades neurodegenerativas
con especial atención al Alzheimer no me había parecido lo más adecuado
en aquel momento, y menos con un experto de renombre ya al timón.
Y con suficientes pacientes en la clínica para mantenerme ocupada, no
quería asumir más, no hasta que tuviera un mejor control de las cosas.
Teniendo en cuenta que me había visto obligada a pasar por varios
ayudantes en el lapso de un año, con todo lo que se interponía, desde bajas
por maternidad hasta perspectivas laborales más glamurosas, era
complicado tener todos los malabares en el aire.
Sin embargo, Cole había presionado y presionado hasta que accedí.
Al final, lo que me convenció fue saber que ayudaría a la comunidad
médica en general. Junto con el hecho de que me iban a recomendar a una
impresionante lista de clientes. Ya tenía planes para ampliar mi consulta y
estaba barajando la idea de incorporar a algunos expertos más veteranos
junto con algunos novatos. Sin embargo, el hecho de que yo no fuera a ser
la terapeuta principal fue lo que me convenció. No sólo encajaba mejor en
mi agenda, sino que también me daba un poco más de margen para explorar
mis opciones, sin perjudicar al centro.
—Ahora mismo ni siquiera me estás escuchando.
Sacudí ligeramente la cabeza y me aclaré la garganta. —Lo siento,
tengo muchas cosas en la cabeza. Además, me he pasado todo el día
escuchando a la gente, así que yo también me merezco un descanso.
—¿Es tu forma sutil de decirme que vas a cobrarme los cientos de
horas de terapia no remunerada?
Me agaché bajo el escritorio y cogí mi bolso. Luego lo dejé sobre el
escritorio y empecé a meter mis cosas en él. —¿Esta es tu forma sutil de
decirme que vas a empezar a pagar?
—Joder, no. Mi amistad es pago suficiente.
Me cachondeé. —¿Quién demonios te ha dicho eso? Como mucho eres
un amigo normal. Algunos días estás ligeramente por encima de la media.
Cole se apretó el pecho y soltó una risita. —Pensé que se suponía que
eras amable.
—Invítame a una copa y seré mucho más amable.
—¿Vas a lanzarte a una diatriba sobre Freud y la psique masculina
como la última vez?
—Tal vez.
Cole miró su reloj y luego volvió a mirarme a la cara. —No tengo que
estar enseguida en casa.
—¿Las chicas siguen pasando por la fase de regresión del sueño?
Cole hizo una mueca. —Sydney viene tan a menudo que prácticamente
se ha apoderado de la habitación de invitados. Aunque sé que Addy necesita
toda la ayuda posible.
—Sabes que necesitas estar más tiempo con los gemelos, ¿verdad? Me
subí la correa del bolso por los hombros y le dirigí una rápida mirada. —Es
importante estrechar lazos con ellos.
Cole exhaló. —Lo sé, pero gritan como locos cada vez que me acerco a
ellos.
—Los bebés son mucho más listos de lo que creemos—, le dije,
haciendo una pausa para meter el portátil en la mochila. Cuando me la
colgué de los hombros, me giré hacia él y me aparté el pelo rubio de los
ojos. Con una mueca, me detuve para quitármelo de la nuca y hacerme una
coleta alta.
—Pueden sentir cuando estás inquieto—, aclaré, después de captar la
expresión de confusión en el rostro de Cole. —Probablemente perciben que
te sientes incómodo a su alrededor y que no sabes muy bien qué hacer.
—No lo sé. — Cole se metió las manos en los bolsillos y se puso a mi
lado. Al pasar por la sala de espera, miré a mi alrededor para asegurarme de
que todo estaba en orden antes de inclinarme sobre el escritorio rectangular.
En cuanto apagué la luz, nos vimos sumidos en una oscuridad casi total,
salvo por la luz de la luna que se filtraba a través de las cortinas abiertas.
Cole se acercó la linterna a la cara y me ayudó a cerrar las cortinas. Luego
bajamos juntos en el ascensor. Al salir, saludé con la mano al guardia de
seguridad vestido con un uniforme negro y azul, sentado detrás de un
escritorio, con una taza de humeante café caliente en las manos.
—Addy tampoco tiene ni idea—, le recordé a Cole una vez que
estuvimos fuera, de pie en medio de la calle, en una brusca tarde de
primavera. —Conozco a muchas madres a las que les gusta fingir que
tienen las cosas claras, pero en realidad no las tienen. Ni de lejos.
—¿Por qué fingen?
—Porque les ayuda a pasar el día. Les ayuda a sentir que tienen el
control, aunque no lo tengan. Créeme, Addy probablemente esté tan
frustrada y abrumada como tú.
Cole ladeó la cabeza y me estudió bajo las luces fluorescentes de la
farola. —Tienes razón.
—Duele admitirlo, ¿verdad?
—Las luces fluorescentes te hacen parecer fea.
Le lancé una mirada torva a Cole y miré a ambos lados de la calle. —
Golpe bajo, Stone. Me lo compensarás invitándome a cenar.
—No puedo decir nada al respecto, ¿verdad?
—¿Quieres que le mande un mensaje a Addison para hacerle saber que
llegarás tarde, o vas a dejar de ser un pringado con eso?
—Está en casa de mis padres, así que seguro que no le importará.
—Cole—, advertí, sacudiendo la cabeza. —¿Cuántas veces te he dicho
que no asumas cosas sobre las mujeres? Creía que estabas aprendiendo a
leer entre líneas.
—¿Nunca te cansas de ser una sabelotodo?
—¿Nunca te cansas de escuchar tu propia voz?
Cole echó la cabeza hacia atrás y se rio. —Vale, de acuerdo. La llamaré
en el taxi. Hoy no has traído el coche, ¿verdad?
—Quería ir andando.
Cole miró a ambos lados de la calle y miró a lo lejos. De repente
levantó una mano por encima de la cabeza y un taxi amarillo surgió de la
nada. Se detuvo con un chirrido y me abrió la puerta. Una vez estuvimos
dentro, Cole cerró la puerta de un portazo y nombró una dirección.
El taxi se alejó de la acera levantando polvo y gravilla.
En silencio, dejé el bolso y la mochila junto a nosotros mientras Cole
hablaba en voz baja a mi lado. Fuera, la ciudad rebosaba vida, un abanico
de colores y movimiento que se difuminaba a través del cristal. Con un
suspiro, apoyé la cabeza en la fría ventana del coche y cerré los ojos.
Puedes hacerlo, Mac. Nadie dijo nunca que hacerlo por tu cuenta iba a
ser fácil, pero maldita sea si no merece la pena.
Tenía la impresión de que tener mi propia consulta iba a facilitar las
cosas. Por desgracia, me vi obligada a aprender por las malas que no sólo
significaba trabajar más horas, sino que también tenía que intentar ir dos
pasos por delante de los demás, al ser uno de los psiquiatras más jóvenes
del sector. La mayoría de la gente se inclinaba por profesionales más
veteranos, pero yo esperaba que mi incursión en el tratamiento de médicos
y científicos fuera un buen paso.
Como mínimo, la popularidad me iba a venir bien.
O al menos eso esperaba.
Cole me debía una.
Cuando el taxi se detuvo frente a una calle abarrotada de gente que se
apresuraba a pasar en ambas direcciones, fruncí el ceño ante mis propios
pensamientos.
¿Estaba mordiendo más de lo que podía masticar?
¿Permitiendo que la arrogancia me impidiera hacer mi trabajo?
Al fin y al cabo, la clínica iba bien y yo no necesitaba a los pacientes.
Sin embargo, también sabía que iba a arrepentirme si lo rechazaba por
segunda vez, ya que era la oportunidad perfecta para ampliar mis
horizontes. Con un leve movimiento de cabeza, metí la mano en el bolsillo
y saqué unos cuantos billetes antes de empujar la puerta. Cole vino a
ponerse a mi lado, con las facciones bañadas en la luz de neón.
Rápidamente, intercambiamos una rápida mirada divertida a la música que
se extendía por las calles antes de que él se encogiera de hombros y
empujara la puerta del pub. Dentro estaba lleno, con la música a todo
volumen sonando por los altavoces y el olor a especias flotando en el aire.
Había mesas circulares repartidas por todo el local, con gente vistiendo
ropas de colores brillantes ocupando el espacio entre ellas. La conversación
fluía a mi alrededor mientras nos movíamos entre la multitud, hasta que nos
detuvimos frente a un puesto vacío de color gris.
En cuanto bajé, dejé las bolsas a mi lado y cogí el menú. Al otro lado,
Cole hizo lo mismo. Hice un rápido repaso antes de sentarme y levantar los
brazos a ambos lados, mirando de un lado a otro del local.
Estaba claro que no nos habíamos enterado.
—¿Hay algún tipo de convención en la ciudad?
Cole dejó el menú. —Espera, creo que sé lo que es. Richard está
tratando de traer de vuelta las noches temáticas. Me lo mencionó hace unas
semanas, pero pensé que estaba borracho.
Sonreí. —Creo que es una buena idea.
—¿Piensas traer a una de tus citas inútiles aquí?
—Gilipollas. Me senté más derecha y le clavé una mirada fulminante.
—Sabes que no mancharía así la santidad del pub de Richard.
—Te vas a quedar sin sitios donde llevarlos. Cole sacudió ligeramente
la cabeza e hizo señas a una camarera con falda hasta la rodilla, camisa
atada a la cintura y medias de rejilla. Llevaba el pelo recogido en coletas y
mascaba un chicle.
—No si sigo llevándolos al mismo sitio.
Cole echó la cabeza hacia atrás y se rio. —Me pregunto qué pensarán
los camareros de eso.
—Probablemente tengan algún tipo de apuesta en marcha. Le di mi
pedido a la camarera y le entregué el menú. Cole hizo lo mismo y nos
acomodamos en el reservado, en una cómoda rutina. Poco a poco, el estrés
y la presión del día empezaron a desaparecer. A lo largo de la noche, intenté
no pensar en lo mucho que me jugaba en la clínica ni en lo mucho que me
quedaba por hacer.
Ya has recorrido un largo camino, Mac. ¿Por qué no te centras en eso?
Cole levantó su copa y me miró por encima del borde. —Necesitas
unas vacaciones.
Di unos sorbos a mi cerveza antes de dejarla en el suelo. —Sí, pero no
tengo tiempo.
—No puedes conquistar el mundo si estás quemada.
—¿Quién dice que estoy quemada?
—Te estás acercando a estar quemada. Cole dejó su bebida y me miró
con seriedad. —Que no sea psiquiatra no significa que no sea observador.
—Y yo que pensaba que sólo eras una cara bonita.
—Deja de intentar desviar la atención.
—No la estoy desviando. — Me bebí el resto del trago, y el líquido se
abrió paso por mi garganta antes de asentarse en la boca del estómago. —
No tengo tiempo. Aún tengo mucho que hacer. Ya sabes lo difícil que es
tener mi propia clínica.
Y lo que tenía que romperme el culo todo el tiempo.
—Ahora empiezas a sonar como yo.
Hice un aspaviento. —No soy ni de lejos tan mala como eras tú antes
de que Addy entrase en escena.
Mantenerme en la cima de mi juego no era nada fácil, pero que me
maldijeran si ahora iba a quitarle el ojo al premio. No cuando estaba lo
bastante cerca como para ampliar mis propios horizontes y saborear el
orgullo y la alegría de formar parte de un avance médico exitoso. Saber que
estaba a punto de conseguirlo me daba vértigo. Tener que esforzarme un
poco más merecía la pena cuando iba a trabajar cada mañana y veía mi
nombre grabado en la puerta.
—Sé que nadie puede hacerlo como tú—, reconoce Cole. —Pero
también sé que te exiges demasiado. ¿Cuándo fue la última vez que saliste y
te divertiste?
—Estoy aquí contigo, ¿no?
—Jesús. Por favor, dime que tienes vida social fuera de mí.
Entrecerré los ojos y no dije nada.
—Se supone que todos los del centro vamos a salir de copas algún
momento de esta semana. ¿Por qué no te vienes con nosotros?
—No creo que sea buena idea que socialice con los pacientes fuera del
horario de trabajo. Puede generar malentendidos.
Sin mencionar lo confuso.
—¿No te cansas de estar siempre tan seria? Cole se levantó y le tendió
la mano. —Vamos, Mac. Veamos si podemos encontrar a esa persona
dentro de ti.
—Sigo siendo una persona—, espeté.
—Que toda tu vida gire en torno al trabajo no es bueno para ti. Tú, más
que nadie, deberías saberlo. Cole me arrastró en dirección a los dardos y me
soltó la mano. —Me estarías dando el mismo consejo si esta situación fuera
al revés.
Cogí los dardos y los dejé sobre una mesita que había entre nosotros.
Frente a nosotros, la diana de los dardos colgaba de una pared lisa de color
marrón.
—Sabes que el mundo se va a la mierda, porque tú empiezas a dar
buenos consejos.
—Es que odias que tenga razón.
—Es agonizante—, asentí.
—Si te hace sentir mejor, aprendí de la mejor. Tuve que aprender un par
de trucos en el proceso.
Sonreí antes de concentrarme en la diana y apuntar. El dardo voló por
los aires e impactó en la pared opuesta a la diana, provocando un aullido de
diversión de Cole. Me giré para mirarle mal antes de dar un pisotón y sacar
el dardo de la pared. Cole echó los hombros hacia atrás. Cuando me puse a
su lado, respiró hondo y apuntó.
Se clavó a unos centímetros del centro.
Cole levantó las manos y soltó un grito triunfal. —¡Ja! Sabía que
todavía era bueno en esto.
—Sólo estoy calentando. Me quité la chaqueta y la coloqué en el
respaldo de una silla. Luego me remangué la blusa y me aclaré la garganta.
—Prepárate para que te ponga el culo del revés, Stone.
—Ni lo sueñes, Meyer. Por cierto, hay un tipo acerca del cual quiero
que leas. Su nombre es Ryan MacLean. Está interesado en invertir en el
centro.
—¿Por qué debería leer sobre él?
—Porque es importante conocer a los inversores, y quiero saber tu
opinión sobre él.
 
 
—Siento que no hayamos tenido ocasión de charlar—, empezó Max.
Cambió de un pie a otro e hizo una pausa para abrocharse la bata. —
Estamos muy contentos de tenerla a bordo, doctora Meyer.
Enderezó la espalda y sonrió. —Por favor, llámeme Makayla. Doctora
Meyer es tan impersonal.
Max me hizo un gesto para que le siguiera y continuamos por el pasillo
azul y blanco, con una larga alfombra gris en medio. Médicos y científicos
con batas de laboratorio pasaban a toda prisa en ambas direcciones, con
idénticas expresiones atribuladas y dando pasos largos y enérgicos. Algunos
saludaron a Max, que les dedicó una sonrisa. Se metió las manos en los
bolsillos de los vaqueros y se apartó el largo pelo de los ojos.
—Ha sido un mes muy ajetreado—, continuó Max. —Estamos al borde
de algo grande, pero aún nos queda mucho trabajo por hacer.
—Entiendo.
Max se giró para mirarme. —¿Seguro que no prefieres que los
pacientes vengan a verte a tu despacho? Como puedes ver, aquí todo es una
locura.
Me subí el bolso por los hombros y negué con la cabeza. —Es mejor
que esté cerca cuando me necesiten. Dado que es un ambiente de mucha
presión, y con la cantidad de estrés, quiero que les resulte más fácil venir a
verme cuando necesiten ayuda. Además, me da la oportunidad de trabajar
estrechamente con el Dr. Roberts.
—El Dr. Roberts está encantado de tenerte a bordo, al igual que
nosotros. Todos apreciamos lo dedicada y trabajadora que eres.
—Creo que lo que está haciendo aquí es increíble, Dr. Park. Realmente
espero que sea capaz de encontrar una cura para el Alzheimer, y sería un
honor jugar, aunque fuera pequeño, un papel en ello.
O ningún papel en absoluto.
No me tomaba a la ligera la posibilidad de observar los avances en
ciencia medicina. No cuando eso significaba estar cerca y codearme con
algunas de las mentes más brillantes del país. Dada su capacidad intelectual
combinada, estaba segura de que sólo era cuestión de tiempo que dieran con
algo.
Y la idea de estar allí para presenciarlo me llenaba de emoción.
Si tan sólo estuvieras tan entusiasmada con tus citas...
Con un leve movimiento de cabeza, intenté apartar ese pensamiento de
mi mente.
En los últimos meses había tenido una serie de primeras citas, desde
médicos hasta artistas, pasando por todo lo demás. Aunque algunos fueron
lo bastante amables como para plantearse una segunda cita, rara vez volví a
saber de ellos. La mayoría de mis citas terminaban con un embarazoso beso
en la mejilla y una incómoda salida del restaurante.
Aunque quería echarles toda la culpa a ellos, sabía que no eran los
únicos responsables. No sólo me costaba conectar con cualquiera de ellos,
sino que también me pasaba la mayor parte de la noche pensando en mis
pacientes y en todas las formas en las que podía crecer como psiquiatra. Las
citas parecían más una representación teatral que algo genuino, y eso era
culpa mía.
Prácticamente te estás preparando para el fracaso, Mac. Tienes que
aflojar un poco las riendas.
Max se detuvo bruscamente ante una puerta rectangular al final del
pasillo. Dudó antes de empujarla y hacerme señas para que mirara.
Lentamente, avancé unos pasos y eché un vistazo al limpio suelo de
baldosas del interior. La habitación daba a un jardín vallado, y el escritorio
solitario en el centro de la habitación de color gris era el elemento más
dominante.
—Les pediré que te traigan una silla—, ofreció Max, con una pequeña
mueca. —Sé que no parece gran cosa, pero para serte sincero, no
esperábamos que quisieras trabajar aquí.
Entré en la habitación y dejé la mochila junto a la puerta. —Sé que es
poco tiempo, pero como dije antes, es mejor si estoy cerca.
Max se asomó a la puerta y sus cejas se juntaron. —¿Hay algo que deba
preocuparme?
—Si lo hay, te lo haré saber—, respondí, sin volver a mirarle. Me
acerqué rápidamente a la ventana y toqué con los dedos la tela de la cortina.
—¿Te parece bien si cambio las cortinas?
—Puedes hacer lo que quieras. Esta habitación es tuya.
Me giré hacia él y le sonreí. —Pareces preocupado.
Max se pasó una mano por la cara. —He pasado la mayor parte de mi
carrera médica soñando con el centro. La realidad es muy distinta de lo que
esperaba.
Me incliné sobre el escritorio y le ofrecí una sonrisa comprensiva. —
Mucha burocracia, ¿eh?
Max asintió y soltó un profundo suspiro. —Exactamente. No pensé que
fuera a haber tanto papeleo.
—Se hace más fácil.
—¿Qué quieres decir?
—Te acostumbras a lidiar con ello—, respondí, antes de impulsarme
fuera del escritorio y caminar hacia la puerta. Me agaché para recoger mi
bolso y lo dejé sobre el escritorio. Luego abrí la cremallera y saqué un trozo
de tela. Sin mediar palabra, limpié el escritorio antes de juntar los dedos.
—¿Es lo mismo con tu consulta?
—Más o menos.
Max se aclaró la garganta. —No sé cómo lo haces. Ni siquiera soy el
único propietario de este sitio, y muchos días me despierto empapado en
sudor frío.
Me giré para mirarle. —Mi puerta está abierta siempre que quiera,
doctor Park. No puede animar a sus médicos y científicos a cuidarse y no
hacer lo mismo.
Max esbozó una media sonrisa. —¿Predicar con el ejemplo y todo eso?
—Exactamente.
—Lo haré. Es que es mucho que compaginar con mi familia y el centro.
—Lo comprendo.
Max exhaló un suspiro. —Quizá vuelva para una sesión.
—Deberías—, le sugerí, haciendo una pausa para acomodarme el pelo
detrás de las orejas.
—Quiero que asistas más tarde a la reunión sobre la expedición de
investigación a Svalbard.
Asentí. —De acuerdo.
La expedición de investigación a Svalbard. Por eso estaba aquí. Era una
gran oportunidad para participar en una investigación neurodegenerativa
avanzada. Un antiguo contacto mío dirigía la investigación con plantas en la
Bóveda Global de Semillas de la isla noruega. Era donde se encontraban
todas las semillas del mundo, como un arca de Noé para las plantas. Si
queríamos encontrar alguna cura en la naturaleza para dirigir la
investigación neurodegenerativa, ése era el mejor lugar para empezar. Mi
contacto complementaba el centro de investigación de Max y yo estaba
encantada de formar parte de él. Aunque me alejara de Cisco, y de la
civilización, durante un año, o quizá más.
—Estamos encantados de tenerte. Te he enviado algunos artículos sobre
el benefactor que ha mostrado cierto interés en nuestra investigación. Un tal
Sr. Ryan Mclean. Cole me dijo que quería tu aportación como miembro
valioso del equipo.
Me giré para mirar a Max y fruncí el ceño. —Creo que Cole ha hablado
demasiado, pero investigaré y te diré lo que pienso.
Como quería que me formara mi propia opinión sobre el hombre, sin
ningún tipo de prejuicio o influencia externa, Cole me había contado poco
sobre él, aparte del hecho de que era rico, escocés y provenía de una familia
poderosa e influyente.
—Por favor, hazlo. Max hizo un gesto vago con la mano y miró su
teléfono. —Nos vemos por aquí, doctora.
—Igualmente, doctor Park.
Con eso, dio media vuelta y se fue. Giré el cuello hacia un lado y luego
hacia el otro. Cuando terminé, me toqué los hombros con dos dedos y
apreté con fuerza. Respiré hondo varias veces y cerré los ojos. En cuanto
terminé mi ritual tranquilizador y me sentí un poco menos ansiosa, estudié
la habitación a mi alrededor con ojo crítico. Unos instantes después, cogí el
teléfono y llamé a Cole. Contestó al tercer timbrazo y apareció en la puerta
unos minutos después. En silencio, los dos preparamos la habitación
quitando las cortinas, moviendo el escritorio y barriendo el suelo.
Tres horas más tarde, la habitación parecía mucho más acogedora y
desprendía un ligero olor a cítricos que hizo que se me deshicieran los
nudos del estómago. Cole se las arregló para encontrarme una silla giratoria
en buen estado antes de desaparecer en busca de una mesa en desuso. Para
cuando regresó, me dolían los músculos y estaba cubierta de sudor.
Pero no podía dejar de mirar la habitación con orgullo.
El tipo de trabajo que hacía en el centro era la razón por la que me hice
psiquiatra. Aunque el consultorio aún no estaba en condiciones de
funcionar, a la mañana siguiente tenía la intención de tener pacientes allí
para ponerlo en marcha. Dentro de unos días, quería que la consulta
pareciera una réplica de la otra. Una y otra vez, di vueltas a las ideas en mi
cabeza hasta que estuve satisfecha. Entonces me senté, abrí el portátil y
consulté mi correo electrónico. Allí tenía varios artículos y vídeos del
benefactor en cuestión, Ryan MacLean. Aunque muchos de los artículos
detallaban sus esfuerzos filantrópicos para financiar centros de salud e
investigación y hospitales, especialmente los dedicados a la demencia,
también había bastantes sobre su vida social.
Ryan MacLean era un personaje bastante polarizador, al parecer.
La mayoría no sabía si era generoso o conocía las reglas del juego.
Hojeé algunos artículos más, pero seguía sin poder formarme una opinión
sobre él. No cuando los propios medios de comunicación no podían decidir
si lo amaban o amaban odiarlo. Las fotos mostraban a un hombre alto,
pelirrojo, con ojos de color esmeralda y una sonrisa llena de dientes blancos
como perlas.
No fue hasta que el teléfono sonó para recordarme mi próxima cita en
el calendario que salí de mi estupor.
Y salí corriendo hacia mi coche.
El único ruido que oí fue el de mis tacones y el tintineo de las llaves al
abrir la puerta de mi apartamento. De mala gana, me quité la ropa y me
puse un bonito vestido antes de detenerme frente al tocador. Considerando
el día que llevaba, lo último que quería era matar mi entusiasmo yendo a
otra cita, pero sabía que la única forma de encontrar al príncipe azul era
besar a unos cuantos sapos por el camino.
Por favor, que sea capaz de mantener una conversación decente.
CAPÍTULO 2
Trabajando hasta las tantas

 
- RYAN -
 
—¿Cuándo coño vas a llegar?
Me pasé el teléfono a la otra oreja y lo sujeté entre el cuello y los
hombros. —Och, ya te dije que venía’nseguida.
—Eso dijiste cuando te llamé hace una hora—, contestó Jack, con la
voz apagada. De fondo, oía el ruido de la música y las conversaciones
subiendo y bajando de tono. —¿Tengo que arrastrarme fuera de aquí y venir
a por tu culo?
—No necesito na’niñera, Jay. — Me incliné adelante, mis dedos
volando sobre el teclado mientras me centraba en la pantalla del portátil
frente a mí. —N’idea d’aqué hora llegaré, pero staré, d’acuerdo?
—Tío, tienes que dejar de trabajar tanto.
—Och ¿y serás tú’l que trabaje ‘ntonces?
—Que te follen.
Me senté más recto y me pasé una mano por la cara. —Si queria
q’acabase, podría dejade joderme, el cabezasno.             
Aunque éramos amigos desde hacía más de una década, Jack Reynolds
seguía siendo muy difícil de manejar a veces. Aunque su corazón estaba en
el lugar correcto, hacía tiempo que yo había superado la fase de salir de
fiesta toda la noche y dormir todo el día, y Jack no había sido capaz de
reconciliarse con la idea. Por mi vida, no podía entender cómo disfrutaba
desperdiciando sus noches bebiendo hasta el coma, sólo para volver a casa
con una mujer cuyo nombre no podía recordar al día siguiente. A veces, yo
estaba en la cocina, tomando una taza de café y viéndolos salir a hurtadillas.
En el umbral de la puerta, lanzaban una mirada por encima del hombro, un
montón de emociones bailando por sus caras antes de marcharse.
Al menos Jack era honesto con ellas.
Su ética laboral dejaba mucho que desear, al igual que la interminable
retahíla de fiestas y mujeres, pero si había algo que admiraba de Jack era su
total y absoluta transparencia. Muchas de las mujeres con las que estaba ya
sabían dónde se metían, y él no hacía promesas que no pudiera cumplir.
Desgraciadamente, yo era la única persona que seguía viendo su potencial
más allá de ser un playboy fiestero, ya que sus padres habían renunciado a
él y en su lugar habían centrado toda su atención en su hermana mayor.
Alicia Reynolds era una fuerza a tener en cuenta.
Incluso me daba guerra a mí, con la cantidad de experiencia y
perspicacia natural para los negocios que tenía a sus espaldas. Al tratar con
ella en varias ocasiones, siempre aprovechaba para ampliar mis
conocimientos, para disgusto de Jack. La relación entre los hermanos era
tensa en el mejor de los casos, pero yo sabía que se querían, y si no fuera
porque estaban enfrentados debido a sus propios padres, las cosas quizás
serían diferentes.
Con un ligero movimiento de cabeza, volví a sintonizar la
conversación, sólo para darme cuenta de que Jack estaba divagando, la
mitad hablándome a mí y la otra mitad hablando con una mujer que
respiraba al fondo.
—¿O’ habéi olvidado de colgar o qué?
—Te mantengo en línea, para que sepas lo que te pierdes—, respondió
Jack, con voz gangosa. —Vamos. Todos aquí te están esperando.
—No sus conozco.
—Pero ellos te conocen.
Apreté los labios y aparté la mirada del portátil. Lentamente, me llevé
dos dedos a las sienes y las acaricié con movimientos lentos y circulares. Ya
me dolía la cabeza y no dejaba de imaginarme a un montón de gente bien
vestida, empujándose unos a otros para tener la oportunidad de conocerme
porque —habían oído hablar mucho de mí. Tanto si se trataba de riqueza
como de influencia, yo había sido bendecido con ambas, pues procedía de
una larga estirpe de aristócratas escoceses e ingleses. Mis padres se
enorgullecían mucho de su linaje y aprovechaban cualquier oportunidad
para sacarlo a relucir, pues sabían que abría muchas puertas.
Como benefactor, aprecié el mundo de posibilidades que se abría a mis
pies gracias a ello. No sólo me habían enviado a algunas de las mejores
escuelas, sino que hacía unos años, en mi vigésimo primer cumpleaños,
también había heredado un montón de islas y casas por todo el mundo, un
jet privado y más dinero del que jamás necesitaría. Ser el único heredero de
Isadora MacLean me había colocado en una posición única, pero también
conllevaba mucha responsabilidad.
A mitad de mi segunda década de vida, llevaba el peso de todo un
imperio sobre mis hombros. Como mi padre me había empujado a estudiar
empresariales después de haber pasado años en la facultad de medicina,
sabía muy bien lo beneficioso que sería, así que no me había opuesto. Tras
dos años de residencia como pediatra, me centré en los negocios y trabajé
duro para obtener mi título de asociado.
Años más tarde, me alegré de que lo hubiera hecho porque, aunque al
principio me costó, no tardé en darme cuenta de que tenía un don para ello.
¿Talento natural? Ere’l multimillonario má joven nel’mundo.
Y con varios negocios a punto de cerrarse, no tardaría en convertirme
en billonario. La mitad de mí seguía siendo el adolescente torpe y
desgarbado atrapado en un internado y desesperado por dejar su propia
huella en el mundo, sin tener que depender de su apellido. La otra mitad
hacía tiempo que había aprendido a aceptar las ventajas y responsabilidades
que conllevaba ser un MacLean y a reconocer la gran oportunidad que se
me había brindado. Por supuesto, todavía quería volver a la medicina y ser
cirujano pediátrico, pero también sabía que estaba donde tenía que estar por
el momento.
Y lo que era más importante, sabía lo afortunado que era al ser un
MacLean.
Y me había licenciado en Empresariales para poder gestionar mejor mi
fortuna y mis inversiones. Alejarme de tener que depender de otros para
tomar decisiones financieras acertadas por mí, lo último que quería era estar
bajo el control de nadie, bien intencionado o no.
Sin embargo, ser un MacLean conllevaba una larga serie de
obligaciones, como un sinfín de actos sociales y codearme con los ricos y
poderosos, gente que, según mi experiencia, sólo se preocupaba de
ensanchar sus propios bolsillos. Cada vez más, empezaba a sentirme con
una soga alrededor del cuello. Cada vez que me salía de mi línea, mis
padres estaban allí para tensar la soga y recordarme cuál era mi lugar en la
sociedad. Al fin y al cabo, procedía de una larga estirpe de escoceses
orgullosos de llevar tartán y falda escocesa, que poseían varios castillos y
lucían con orgullo un ciervo en sus banderas y estandartes.
Agradecido debe’sestar, MacLean. Mira to lo que ha’lograo hasta
ahora. Tu imperio no tiene nada que ver con tu familia, o con la gente que
te codea.
Pero ser un MacLean indudablemente ha ayudado.
Aun así, ser el CEO de una corporación multimillonaria no era nada
fácil. Aunque estaba muy orgulloso de mi trabajo, sobre todo de haber
revolucionado el campo de las energías renovables, también sabía que
necesitaba unas vacaciones. Unas largas vacaciones en una playa remota,
donde nadie supiera mi nombre ni nada de mí.
Deja de quejarte. La mayoría de la gente soñaría con esta’n tu
situación.
Con un leve movimiento de cabeza, cerré la pantalla del portátil y dejé
el teléfono sobre el escritorio. Levanté los brazos por encima de la cabeza
estirándome y estudié la espaciosa habitación que me rodeaba, desde los
suelos de madera hasta las estanterías de libros de la esquina. Al otro lado
del escritorio había dos sillones negros enfrentados y la puerta de mi cuarto
de baño privado estaba ligeramente entreabierta. A través del cristal, vi a mi
ayudante encorvada sobre el escritorio, con los rasgos iluminados por el
resplandor claro del portátil.
Sin la Sra. Connelly, sabía a ciencia cierta que estaría jodido.
No sólo se aseguraba de que mi agenda estuviera en orden, pasando a
menudo horas al teléfono sólo para que todo encajara, sino que también se
quedaba mucho después de que todos los demás se fueran a casa para
asegurarse de que no necesitara nada más. En cuanto a los asistentes, la Sra.
Connelly iba más allá del deber y, aunque la había reprendido en varias
ocasiones, insistiendo en que se marchara, no me hacía caso.
Era lo que más me gustaba de ella.
La mayoría de mis empleados se desvivían por estar de acuerdo
conmigo, y a menudo hacían lo imposible por hacerme la pelota con la
esperanza de obtener alguna recompensa. La Sra. Connelly, en cambio, no
tenía esos deseos y no tenía reparos en contradecirme si era lo correcto. En
otras palabras, me orientó con suavidad, pero firmemente, en la dirección
correcta. Con una leve sonrisa, me levanté y me remangué la camisa. Luego
asomé la cabeza por la puerta y la llamé.
La silla de la señora Connelly chirrió al retirarse atrás.
Se detuvo para alisarse las arrugas de la blusa y cogió la tableta. Sin
mediar palabra, me siguió hasta el despacho y dejó la puerta ligeramente
entreabierta. En la penumbra, me dirigí hacia el escritorio y me estremecí
cuando una luz brillante inundó la habitación. La Sra. Connelly me miró
con desaprobación y se detuvo al otro lado del escritorio.
—Tiene bombillas, Sr. MacLean.
—Och, soy muy consciente de ello, Sra. Connelly. Me senté detrás del
escritorio y entrelacé los dedos. —Y todas funcionan en condiciones,
gracia’usted.
—Hay un botón que las enciende en su escritorio, señor MacLean—,
añadió la señora Connelly, con una mirada punzante. —No hay necesidad
de tantear en la oscuridad.
Me reí entre dientes. —Gracias, Sra. Connelly. Nosé lo q’haría sin
usted.
Los labios de la Sra. Connelly dibujaron una mueca. —No lo sé, señor.
—No se me ponga modesta conmigo, Sra. Connelly. E’una mujer
buena y’astuta, pero no puedo prescindir d’usted. Me apoyé en la silla y me
aclaré la garganta. —¿Q’hay en l’agenda pa mañana pues?
—Hay una reunión con la junta directiva a primera hora de la mañana,
señor—, empezó la señora Connelly, haciendo una breve pausa para mirar
la tableta. Sus dedos se movieron rápidamente sobre la pantalla. —Seguida
de otra reunión con el jefe de Recursos Humanos.
Asentí. —¿Q’hay de l’almuerzo con el gobernador?
—Le conseguí una mesa en Chez Modiste, señor—, respondió la señora
Connelly. —Y envió su RSVP[1] para el baile del senador dentro de una
semana.
—¿Qué senador era?
—Senador Chen, señor.
—Me gusta el senador Chen. Él no sta’nloquecido por la guita como
lo’demás. —
—A mí también me gusta, señor. — La Sra. Connelly agachó la cabeza,
y sus cejas se juntaron. —Por desgracia, no he tenido noticias de la junta
médica de Chastain Medical, señor.
Me senté más erguido y fruncí el ceño. —¿Por qué no?
—Parece que están dando largas, señor.
Apreté los labios. —Quizá sea hora de que yo mismo l’haga una visita.
—¿Quiere que llame antes, señor?
—No’s necesario. ¿Y’algo má?
—Sus padres llamaron, señor. Van a estar de visita, así que me pidieron
que les reservara una suite, señor. Dijeron que lo extrañaban mucho.
Hice una mueca. —Och, claro. Están’tentando tenderme una trampa
otra vez, ¿eh?
La Sra. Connelly me miró con simpatía. —Me pidieron que reservara
una habitación para su invitada, señor. Una tal Cordelia Winthrope.
—Debería habelo sabido.
Yo quería y apreciaba a mis padres, pero últimamente mi madre había
adquirido la costumbre de presentarme a todas las mujeres que se cruzaban
en su camino. Todas venían de buenas familias, que se movían en los
mismos círculos, y la mayoría sólo tenía una cosa en mente. Una unión
entre su familia y la nuestra. Teniendo en cuenta que aún tenía veinticinco
años, lo último en lo que pensaba era en casarme, especialmente con una
muñeca Barbie andante y parlante.
Lo aseguro, eran capaces de mantener una conversación, pero más allá
de las apariencias superficiales no tenía nada en común con ninguna de
ellas. Mientras yo quería cambiar el mundo, ellas estaban más interesados
en expandir el suyo.
Al menos podrías intentar darles otra oportunidad. Puede q’alguna
acabe gustándote.
Con un resoplido, recogí el resto de mis cosas y repasé algunos detalles
más con la señora Connelly, incluyendo un próximo viaje de negocios a
Múnich. Cuando terminé, cogí mi traje de chaqueta y me lo colgué del
brazo. Sonreí a la señora Connelly antes de subir al ascensor. Las puertas
dobles estaban abiertas y a ambos lados había dos guardias de seguridad
uniformados con idéntica expresión seria.
—Nas’noches, chavales.
—Para usted también, señor.
Fuera, el aire nocturno era brusco y olía ligeramente a especias y
hierba. Un coche negro estaba parado junto a la acera. Me detuve frente a la
puerta y miré a mi alrededor, observando los elegantes edificios metálicos
que me rodeaban y el cielo oscuro que centelleaba con cientos de estrellas.
A lo lejos, oí el chirrido de unos neumáticos, seguido de voces airadas.
Esbozo una sonrisa mientras me meto en el coche y la puerta se cierra tras
de mí. Lentamente, el coche se alejó de la acera y me recosté en los asientos
de cuero.
Dejé el traje de chaqueta y palpé mis bolsillos en busca del teléfono.
—¿Lo de siempre, señor?
—Ach, Robert. Espero que no tengamos manchas que limpiá sta’noche.
—Estoy seguro de que nos las arreglaremos, señor.
Levanté la vista del teléfono y miré la nuca de mi chófer. —¿Pue
hacert’una pregunta, Robert?
Robert hizo una pausa. —Por supuesto, señor.
—¿Có’ conociste a tu encantadora esposa?
—La conocí en una fiesta, señor. La vi desde el otro lado de la sala y
supe que quería sacarla a bailar.
—¿Ach, en serio?
—Lo hice, señor, y fue horrible. Sinceramente, no estoy seguro de por
qué me siguió hablando el resto de la noche.
—Debiste hace’algo bien, chaval.
Robert esbozó una media sonrisa. —Eso espero, señor.
—Gracias po contármelo, Robert. E un bonito cuento.
Aunque me reconfortaba escuchar las historias de amor de otras
personas, me llenaba de una esperanza fuera de lugar. Teniendo en cuenta
mi posición en el mundo, sabía que era poco probable que me casara por
amor. Por mucho que me doliera admitirlo, era muy probable que la
intromisión de mis padres acabara siendo la razón por la que me casara para
promover el futuro del imperio. Me recosté en la silla y me retorcí en el
asiento. Fuera, la ciudad de San Francisco pasaba zumbando a mi lado, un
borrón de formas y colores que pasaba demasiado rápido. Un rato después,
cuando nos detuvimos frente al club en una zona más acaudalada de la
ciudad, con tres plantas de aparcamiento subterráneo y una manzana entera
dedicada a ello, Jack ya estaba fuera. Tenía un cigarrillo colgando de los
labios, una nube de humo a su alrededor y una pelirroja escasamente vestida
con un vestido que dejaba poco a la imaginación. Lentamente, el coche se
detuvo frente a la escalera y alguien se apresuró a abrirme la puerta. Salí y
me metí las manos en los bolsillos. Jack enderezó la espalda y apagó el
cigarrillo con el talón del pie.
La pelirroja que estaba a su lado hizo un mohín.
—Joder, ya era hora. Te estábamos esperando.
Enarqué una ceja. —Veo que ya’béis empezado a divertiro sin mí.
Jack se encogió de hombros y se acercó tambaleándose. Se detuvo a
unos metros y me miró. —¿Qué te pasa en la cara?
—¿De q’stás hablando?
—Parece como si estuvieras entrando en un juzgado. Es una maldita
fiesta, MacLean. ¿Heredaste algo de ese encanto escocés, o sólo lo
estirado?
—Se te ve’l plumero, bastardo.
—Soy un bastardo—, admitió Jack, con una amplia sonrisa. —Pero
también sé de lo que hablo, y aun así te gusto.
—Discutible.
Las puertas fueron empujadas por hombres grandes y musculosos que
se pararon delante. La pelirroja corrió detrás de nosotros y se agarró al
brazo de Jack. Él le rodeó la cintura con un brazo y se inclinó para
susurrarle algo al oído. Ella soltó una risita y echó la cabeza hacia atrás. Por
el rabillo del ojo, vi que las manos de Jack bajaban hasta tocarle el culo.
Bruscamente, aparté la vista de ellos y fijé mi atención en la sala que tenía
delante. Una gran pista de baile en la que cientos de personas ya estaban
apretadas unas contra otras, y la música sonaba desde los altavoces.
Jack llamó a algunas personas mientras pasábamos, dirigiéndonos a una
zona apartada al otro lado. Súbitamente un grupo de gente se cruzó en mi
camino, todos con los ojos brillantes e impacientes por conocerme. Apenas
los escuchaba sobre la música, pero sonreí, asentí y les di mi tarjeta de
visita. Cuando llegué al otro lado, estaba listo para tomarme una copa
fuerte. En cuanto me senté, pedí un whisky solo y un plato de comida.
Jack y la pelirroja se sentaron frente a mí.
—Ryan es de la familia MacLean—, le dijo Jack con una sonrisa de
satisfacción. —Su familia es bastante importante en Escocia.
La pelirroja me miró por debajo de las pestañas. —¿Llevas falda
escocesa?
Jack resopló. —Sí lleva falda escocesa, y también tiene un tartán
familiar.
—¿Qué es un tartán?
La camarera me puso el vaso de whisky solo, sin hielo y con un
chorrito de agua. Tomé unos sorbos y enrosqué los dedos alrededor del vaso
frío. —E un tejido estampado que tié bandas horizontale y verticale
entrecruzás de vario colores.
La pelirroja parpadeó. —¿Así que tu familia tiene su propia tela?
—Tartán—, corregí, tras hacer una pausa para beber unos sorbos más
de whisky. Se deslizó por mi garganta como mantequilla caliente.
—Deberías verlo cuando va a las bodas. Todo ataviado con el tartán y
la falda escocesa de la familia.
—Ere un carascroto, Reynolds.
Jack desechó mi comentario. —Ryan es una leyenda en el mundo de los
negocios. La gente le adora porque sabe cómo hacer buenas mierdas.
Miré fijamente a Jack y exhalé un suspiro. —¿Cuánto ya tas bebío,
chaval?
Jack levantó una mano y su expresión se volvió concentrada. —Todo
esto.
—Ya, ¿y?
Jack levantó la otra mano y sonrió. —Y esto.
Hice una señal al camarero y pedí una botella grande de agua. —Me lo
imaginaba.
—Entonces, ¿qué clase de mierda sabes hacer?
Dirigí mi atención a la pelirroja y enarqué una ceja. —Mierda de
negocios.
—Espera, ¿tú eres ese Ryan MacLean?
Reprimí un suspiro. —É mismísimo, chavala. No me cuente’má. Tié
una idea’negocio que quieres contarme.
La pelirroja se bajó de Jack y buscó su bolso. —La tengo.
Busqué en mi bolsillo y saqué una tarjeta. —Llama a mi oficina,
cachorrita, y conciert’una cita con mi asistente.
Los ojos de la pelirroja se iluminaron mientras me miraba. —Muchas
gracias. Soy Cassandra.
—Buena suerte pa ti, Cassandra.
Cassandra dio un respingo y salió del reservado. Se levantó y se alisó la
parte delantera del vestido. Luego me sonrió antes de lanzarle a Jack una
larga mirada por encima de los hombros. Él no la miró. En lugar de eso, se
llevó la mano a los bolsillos y se puso un cigarrillo entre los labios.
Cassandra enarcó las cejas, pero no dijo nada. Cuando Jack le echó anillos
de humo a la cara, ella tosió y se pasó la mano por delante. Sin decir
palabra, se echó el pelo por encima de los hombros y se marchó a toda
prisa, sin mirar atrás.
—Sabe’cómo elegillas, ¿eh?
Jack me miró a través de la espesa niebla de humo. —No puedo
competir con el gran Ryan Mclean.
—Och sí, no puede’sta enfadao conmigo. Fuiste tú quien quiso que
viniera.
—Eres una chica bonita. Llama a la oficina y te concertarán una cita—,
imitó Jack, con voz aguda y gutural. —¿Sabes que soy escocés?
Ahogué una carcajada. —No está na mal, pequeño gañán.
Jack se encogió de hombros, con media sonrisa en los labios. —Te he
estado observando durante un tiempo.
—Necesita mantené mejore compañía, Jack—, sugerí, sacudiendo la
cabeza. —Sa cachorra só te quería pa una cosa, ¿sabes?
Jack resopló. —Probablemente quería conocerte más que nada.
Terminé el resto de mi bebida y pedí otra con un gesto. Cuando llegó, la
rodeé con los dedos y miré a Jack desde el otro lado del reservado. Se
acercó la copa a la cara y dio otra calada al cigarrillo antes de beber un
sorbo. En cuanto lo hizo, sus hombros se relajaron y se recostó contra la
mesa.
—¿Quiere q’me ahueque?
Jack negó con la cabeza. —Yo te pedí que vinieras. Se me pasará, no te
preocupes. Además, cuento con que algunas mujeres de aquí no encontrarán
atractivo el acento.
Me reí entre dientes y me llevé la copa a los labios. —Ach. Eso espero,
compa.
Dicho eso, cogí mi copa y esperé a que él hiciera lo mismo. En cuanto
lo hizo, chocamos nuestras bebidas y su expresión se suavizó. Poco
después, un grupo de mujeres bien vestidas pasó junto a nosotros. Jack las
llamó y les hizo señas para que se acercaran. Dos de ellas se sentaron a
ambos lados de Jack, que las rodeó con un brazo. La tercera se sentó a mi
lado, con el pelo castaño corto que dejaba ver su cuello pálido y esbelto.
—Tu amiga dice que eres escocés.
Terminé mi bebida y le sonreí. —Ach, lo soy.
Sus ojos se abrieron de par en par mientras se giraba para mirarme, con
un brillo de interés en su mirada. —¿No me’joda?
—No me’joda—, repetí, con una sonrisa más brillante. —¿Ere
admiraora del país?
La morena asintió y se acercó más a mí, con el vestido dorado metálico
subiéndole por los muslos. —Podría decirse que sí. Estoy más interesada en
sus hombres.
Enarqué una ceja. —¿N’serio? ¿Y eso po’qué?
Me puso una mano en el brazo y se inclinó hacia mí, oliendo a
melocotón y vainilla. —Porque los escoceses me parecen increíblemente
atractivos.
—Me matas, chavala.
Se apretó contra mi costado y me pasó un dedo por el brazo desnudo.
—Parece que trabajas en una oficina.
—Así é.
Lentamente, se inclinó hacia delante y me rozó el cuello con los labios.
—¿A qué te dedicas?
—Soy empresario y médico.
—No lo dices para hacerte más deseable, ¿verdad?
—¿T’ayudaría si lo hiciera?
Con un suspiro, levantó una pierna a cada lado y se subió a mi regazo.
Me rodeó el cuello con ambos brazos y se inclinó hacia delante, dejando ver
todo su escote. Luego se movió, de modo que quedó apretada contra mi
centro, y toda la sangre corrió a mi ingle.
—Me encanta oírte hablar—, me susurró al oído. —Podría escucharte
toda la noche.
Puse ambas manos en su cintura y apreté. —Ere una jabata, ¿verdá?
—¿Qué significa eso?
—Significa qu’estás acostumbrada a abrite tu propio camino,
cachorrilla.
Con una sonrisa malvada, se inclinó para besarme y sonrió contra mi
boca. Cuando soltó un hondo gemido, la aparté y me puse de pie. Le tendí
la mano y la conduje a la pista de baile.
CAPÍTULO 3

Encantada
 
 
- MAKAYLA -
 
—Has estado muy ocupada últimamente. Sydney se sentó en el borde
de mi cama y se llevó un par de pendientes frente los ojos. En el espejo del
baño, la vi girar la cabeza hacia delante y hacia atrás, con la boca apretada
en una fina línea blanca.
—Deberías ponerte pendientes colgantes para lucir el cuello. Hice una
pausa y volví a mirar al espejo. Luego me acerqué el delineador a la cara y
empecé a trazarme los ojos. —Y no he estado demasiado ocupada. Estoy lo
suficientemente ocupada para alguien que compagina su consulta con los
clientes de un nuevo centro médico.
Sydney resopló y descruzó las piernas. Se levantó y caminó hacia mí.
De repente, se detuvo en la puerta. En el espejo, nuestros ojos se
encontraron, y fruncí el ceño antes de girarme para mirarla.
—¿Qué?
—Creo que usas esa excusa para ocultar que no tienes vida.
—Qué dura.
Sydney se encogió de hombros. —Sé que es duro, pero alguien tiene
que decírtelo.
—¿Has hablado con Cole últimamente?
Los labios de Sydney se abrieron en la sonrisa del gato de Cheshire. —
Dijo lo mismo, ¿no?
—¿Estáis conchabados el uno con el otro?
Sydney enarcó una ceja. —En primer lugar, ya nadie usa —conchabar.
En segundo lugar, no estamos conchabados. Simplemente los dos nos
preocupamos por ti, y Addy también. Todos estamos preocupados.
—¿Porque he tenido una racha de malas citas?
—Sí, pero también porque casi nunca sales.
Crucé los brazos sobre el pecho y exhalé. —Lo sé. He sido una amiga
de mierda. Os lo compensaré a ti y a Addison.
—¿Por eso me pediste que fuera contigo a la recaudación de fondos de
esta noche?
—Sí, pero tampoco quería ir sola.
Sydney sacudió ligeramente la cabeza. —No sé cómo me sienta que me
utilicen así. Al menos sé que habrá buena comida.
—Y un montón de hombres atractivos—, añadí, con un guiño.
Sydney hizo una mueca y se apartó de la pared. —No, no salgo con
hombres ricos. Tienen la cabeza tan metida en sus culos que es imposible
salir con ellos sin sentir que estás compitiendo con algo.
—¿Con qué?
—Con ellos mismos y con sus posesiones—, respondió Sydney, con
una mueca. —Lo digo basándome en mi propia experiencia.
—Entonces, ¿estás diciendo que debería despedirme de mis sueños de
conseguir un sugar daddy?
Sydney se burló y se recogió el pelo de la nuca. —Tú y yo sabemos que
no saldrías con un tío sólo por su dinero, de todos modos.
—Sí, tienes razón. No sé cómo lo hacen otras mujeres. No podría fingir
tener interés en un tío, aunque lo intentara.
—¿Es por eso por lo que tus citas no han estado funcionando?
Me miré al espejo y cogí una barra de pintalabios rojo escarlata. —
Bueno. Supongo que tengo parte de culpa. Es sólo que ellos también son
tan...
¿—Pegajosos? ¿Pervertidos? ¿Pagados de sí mismos?
—Aburridos—, terminé. Lentamente, me pasé los dedos por el pelo
rubio y liso, asegurándome de que no quedaba ningún mechón suelto.
Luego me retorcí hacia delante y hacia atrás, resistiendo el impulso de pasar
los dedos por el suave y sedoso material de mi vestido rojo con escote en V
y abertura lateral. Era una de las compras más caras que había hecho jamás,
y me había resistido al precio, pero al final fue Sydney quien me convenció
de comprarlo.
Ella lo llamó una —inversión de futuro.
Todo lo que tenía que hacer era llamar la atención lo suficiente esta
noche para atraer a los inversores. Después, Cole y Max iban a intervenir y
tomar las riendas. Afortunadamente, iban a estar a cargo de toda la charla
de la tienda una vez que encontré una buena transición. En cuanto a mí, iba
a cambiar de aires y a tener la oportunidad de ver a la élite neoyorquina en
todo su esplendor, entre buffets de comida deliciosa y una banda tocando de
fondo. Con un ligero movimiento de cabeza, me giré para mirar a Sydney,
que había vuelto al dormitorio y se miraba en el espejo de cuerpo entero.
—Por cierto, estás estupenda.
Sydney estiró el cuello por encima de sus hombros y me dedicó una
sonrisa de agradecimiento. —Para serte sincera, me siento un poco mal
vestida.
—Créeme, estás increíble. La sociedad de San Francisco no sabrá qué
les golpeó.
—Ni siquiera sé por qué acepté ir contigo—, murmuró Sydney, más
que nada para sí misma. —Odio socializar con ellos. Y sabes que pueden
reconocer a una farsante a la legua.
—No eres una farsante.
Sydney se giró hacia mí y puso las manos en las caderas. —Sabes que
soy una contratista que viene de Queens, Mac. Por supuesto que no
pertenezco allí.
—Sí, pero me estás haciendo un favor.
—Lo hago por la comida y por la oportunidad de ver a los ricos en su
hábitat natural.
Se me escapó una sonrisa. —Bien. Sea cual sea el motivo, me alegro de
que lo hagas.
Sydney cubrió la distancia que nos separaba y me dio una palmada en
la espalda. —De nada. No hace falta que te deshagas en gratitud.
Puse los ojos en blanco. —Definitivamente has estado demasiado
tiempo con Cole. Incluso empiezas a sonar como él.
—Ayúdame—, dijo Sydney, con los ojos desorbitados. Se lanzó hacia
mí, y la atrapé antes de que ambos tropezáramos hacia atrás. —No quiero
convertirme en una mini-Cole.
La ayudé a enderezarse y le pasé un brazo por encima de los hombros.
—Has acudido a la persona adecuada, no te preocupes. Estás en buenas
manos.
—¿Cómo sobreviviste?
—¿A contraer la Cole-itis? Es una enfermedad rara, y puede convertir a
una persona en un capullo ocasional con pésimos modales de cama, pero sé
exactamente qué hacer para evitarlo.
—¿Cómo?
—Tienes que pasar más tiempo conmigo—, bromeé. Sydney me apartó
el brazo de un manotazo y echó un vistazo a mi habitación, observando el
gran armario de madera apoyado contra la pared, el escritorio que había
junto a él y deteniéndose en la cama de matrimonio. Con una inclinación de
cabeza se miró el calzado, unas sandalias plateadas de tiras a juego con el
vestido azul, y frunció el ceño.
—Empiezo a tener la sensación de que no debería ir.
—Necesitas una copa.
Bruscamente, la cogí y la arrastré fuera de la habitación, hacia el pasillo
enmoquetado. Al final, giramos a la derecha y Sydney se detuvo en medio
del salón. La dejé allí y entré en la cocina, donde rebusqué en el armario
dos vasos. Los dejé sobre la encimera de mármol, me dirigí a la nevera y
abrí la puerta. Inmediatamente mi mirada se posó en la botella abierta de
vino tinto. Con una sonrisa, serví una pequeña cantidad y le hice un gesto a
Sydney para que se acercara.
Ella se acercó en trance y se inclinó sobre la encimera. —¿No será
demasiado?
—No existe eso de —demasiada bebida—, por supuesto. Levanté mi
copa y me aclaré la garganta. —Deberíamos brindar por la buena salud y
por una noche salvaje de diversión y risas.
Sydney rió entre dientes. —Brindaré por eso cualquier noche.
Bebimos en silencio. Por sobre sus hombros, mis ojos recorrieron el
salón, observando las superficies pulidas de la mesa de centro, el flamante
juego de salón marrón y el gran televisor en medio, sobre una mesa de
forma rectangular. Todos ellos estaban prácticamente sin usar, dado el poco
tiempo que pasaba en mi propia casa. Sin embargo, me sentía orgullosa de
mi piso, sabiendo que lo había comprado y pagado de mi bolsillo.
Gracias a mi sangre, sudor y lágrimas, era la orgullosa propietaria de un
acogedor apartamento en San Francisco. No era gran cosa, pero al menos
podía considerarlo mío, y lo enseñaba con orgullo a todo el que ponía un
pie en la casa, incluida Sydney. Por el rabillo del ojo, vi a Sydney terminar
su bebida con un suspiro antes de dejarla en el suelo.
—Vale, estoy lista.
Dejé mi propia bebida y cuadré los hombros. —Yo también.
—¿Por qué nos comportamos como si nos llevaran a la horca?
Eché la cabeza hacia atrás y me reí. —Sinceramente, no sabría
decírtelo.
Pasé mi brazo por el de Sydney y cogí mi bolso del mostrador. Ella
hizo lo mismo y nos dirigimos hacia la puerta. En el ascensor, recibimos
algunas miradas curiosas mientras zumbaba de fondo. Cuando sonaron las
puertas, salimos dando tumbos por un pasillo bien iluminado pero estrecho
que conducía a la puerta principal. En cuanto Sydney empujó la puerta,
entró una ráfaga de aire frío y me estremecí.
—Menos mal que me he traído otro chal.
Sydney volvió a meterse en el edificio y se hizo a un lado. Vi cómo
metía las manos en el bolso y sacaba un chal de color crema. Triunfante,
volvió a salir y me lo tendió. Le sonreí agradecida y me lo puse sobre los
hombros. Bajamos juntas las escaleras y nos detuvimos bajo las farolas
fluorescentes.
Miré a ambos lados de la calle antes de dar un paso adelante y levantar
la mano. —Quizá debería haber pedido un Uber o algo así.
—Encontraremos un taxi, no te preocupes—, me aseguró Sydney, con
sus propios ojos brillantes buscando por la calle. Un momento después, un
taxi amarillo apareció de la nada y se detuvo frente a nosotros. A través de
la ventanilla, vi a un joven de pelo oscuro y una hilera de dientes cariados.
Nos saludó con la mano mientras Sydney abría la puerta y se deslizaba
dentro. Tras una breve pausa y un rápido vistazo a las tranquilas calles, subí
tras ella. Momentos después, el taxi se separó de la acera y avanzó por las
calles de San Francisco a un ritmo uniforme. Cuando llegamos a la
recaudación de fondos, al otro lado de la ciudad, tenía un nudo en el
estómago y notaba el sabor de la bilis en el fondo de la garganta.
Sydney tenía razón.
Ninguna de las dos debía estar allí.
Sin embargo, me obligué a salir del coche y tenderle la mano. Ella puso
su mano húmeda y fría en la mía y enderezó la espalda. —Estamos tan
preparadas como podremos estarlo.
Pasé mi brazo por el suyo y recogí los pliegues de mi vestido. Al subir
las escaleras, nos recibió un equipo de guardias de seguridad, todos con
trajes oscuros, que nos miraron antes de abrir las puertas. Una vez dentro,
fue como si nos transportaran a otro mundo. Los suelos eran de mármol y
los techos altos, con brillantes lámparas de araña. En un rincón, enfrente,
había un grupo musical subido a un podio, tocando música que llenaba cada
rincón de la sala. Miré al lado y vi los grandes ventanales que daban a un
jardín con césped cuidado y setos.
Madre mía.
¿Qué demonios hacía yo allí?
Brevemente, sentí el impulso de dar unos pasos hacia atrás y salir por
donde había entrado. No sólo me sentía completamente fuera de mi
elemento, sino que tenía claro que aquella gente pertenecía a otra liga.
Muchos de ellos no tenían que volcarse en cuerpo y alma en lo que hacían,
y muchos otros nunca se habían dejado la piel para estar a la vanguardia.
Cuando un camarero vestido con uniforme blanco y negro pasó con una
bandeja cargada de copas de champán, lo detuve y cogí dos. —Seguramente
vamos a necesitar más de esto. Parece como si hubiera entrado en un plató
de cine o algo así.
Sydney se rió y escondió la cara detrás de la copa. —Al menos
podemos ver cómo viven los del otro lado por un día.
Di unos sorbos a la bebida y las burbujas bailaron en la punta de mi
lengua. —Vale, les prometí a Cole y Max que me relacionaría.
Sydney se puso a mi lado mientras yo me adentraba más en la sala,
escudriñando a la gente en busca de alguien conocido. —Por favor, dime
que te van a compensar.
—Me prometieron más libertad de acción con el despacho que tengo en
el centro.
—¿Qué significa eso?
—Aún no estoy segura, pero ¿quizá un perro de apoyo emocional?
Sydney soltó una risita. —Dudo que te dejen salirte con la tuya.
Al otro lado de la sala, vi a una pareja que reconocí con un montón de
gente nueva para mí. El Sr. y la Sra. Strauss estaban de pie, de espaldas a
una pared, y ya había un pequeño círculo de gente a su alrededor. Poco a
poco, Sydney y yo nos fuimos acercando, mientras yo esperaba el momento
oportuno para presentarme. Cuando llegó, cuadré los hombros y me lancé
hacia delante, aliviada al ver a Cole y Max por el rabillo del ojo.
Justo a tiempo, se acercaron, lo que me permitió retroceder unos pasos.
Con un suspiro tranquilo, retrocedí unos pasos y conduje a Sydney
hasta una mujer mayor al otro lado de la habitación. Ataviada con un
vestido oscuro de larga cola, con el pelo recogido en lo alto de la cabeza y
diamantes colgando de las orejas, Catherine Sharpe no se confundía con
nadie. Cada centímetro de ella rezumaba confianza y riqueza. Tanto que
estuve a punto de perder el equilibrio cuando me acerqué, y tuve que tragar
saliva varias veces para combatir la repentina sequedad de mi garganta.
¿Por qué demonios estás tan nerviosa, Mac? Tú puedes hacerlo. Ya has
tenido que tratar con gente antes. Cuando estabas empezando tu clínica,
¿recuerdas?
Entonces tuve que esbozar sonrisas radiantes y besar a algunas de las
personas más influyentes de la sociedad, algo parecido a lo que estaba
haciendo ahora. Salvo que, a diferencia de la última vez, tenía un guion que
seguir y un papel claro que desempeñar. Max y Cole confiaban en mí para
encandilar a los posibles donantes, dado que yo sabía hablar con la gente.
Una vez que los donantes estuvieran listos, ellos dos intervendrían y
dirigirían la conversación hacia los negocios.
Ser consciente de la presión que había para que lo hiciera bien me
presionaba mucho.
Y me revolvía el estómago de angustia.
Así que, una hora después de nuestra llegada, Sydney me arrastró hacia
el buffet y me depositó en una mesa cercana. Con un leve movimiento de
cabeza, se acercó al buffet y cogió dos platos. En cuanto regresó, me senté
más erguida y sentí un rugido en el estómago al ver los canapés y los
bocadillos. Rápidamente, dejó los platos y se retorció en su asiento hasta
que encontró a un camarero. Volvió con una botella grande de agua con gas
y dos vasos.
—Parece que vayas a vomitar.
Cogí un sándwich mini y le di un mordisco, rico sabor estallando en mi
boca. —Creo que voy a vomitar. No sé qué coño estoy haciendo aquí. Max
está acostumbrado a este tipo de cosas, así que se le dan mejor. Y Cole sabe
cómo disimular mierdas.
—Si estás aquí es porque confían en ti y creen que eres un activo
valioso.
Resoplé y miré a Sydney desde el otro lado de la mesa. —Ahora suenas
como ellos.
—Porque tienen razón. Sydney cogió algunos de los bocadillos y
empezó a masticarlos pensativamente. —Por cierto, no levantes la vista,
pero hay un tipo que te ha estado mirando toda la noche.
—¿Dónde?
—Al otro lado de la habitación, cerca de la puerta.
Con cuidado, cogí la servilleta y levanté la cabeza. Me llevé la
servilleta a los labios y mis ojos recorrieron rápidamente la habitación. Al
otro lado de la habitación, sobresaliendo por encima de todos los demás, vi
la parte superior de su pelo color ámbar. Fruncí el ceño y me incliné hacia
delante. Algunas de las personas que le rodeaban se apartaron un paso y me
encontré mirándole directamente. Se me secó la garganta cuando levantó la
mirada y nuestros ojos se cruzaron.
Súbitamente me costaba recordar cómo respirar.
—Viene hacia aquí—, susurró Sydney, furiosa, antes de darse la vuelta
para mirarme. —¿Qué haces? Pareces un pez boquiabierto.
Apreté la boca y me apoyé en la silla. —Es Ryan MacLean.
Sydney frunció el ceño. —¿Debería saber quién es?
—Cole y Max lo quieren como inversor o donante o lo que sea. Es el
multimillonario más joven del mundo. Pronto se convertirá en billonario.
Una especie de Lord escocés o algo así.
Sydney soltó un silbido bajo y bajó la cabeza.
Al otro lado de la habitación, Ryan seguía avanzando hacia nosotros,
con su cuerpo delgado y musculoso perfilado por el traje oscuro que
llevaba. Cada paso que daba hacia nosotros parecía decidido y lleno de
determinación. Cuando estuvo a unos metros, me levanté con un
movimiento fluido y me aparté de la mesa. Se detuvo justo delante de mí y
sus labios se curvaron en una sonrisa.
Y el mundo entero se fundió en el fondo.
—No he podío evitá fijarme’n usted desde’l otro lao de l’habitación,
muchacha.
Parpadeé y ladeé la cabeza. —Realmente, usted es escocés.
Mierda.
¿Acabas de decir eso en voz alta? ¿Qué te pasa? Habla claramente.
Los ojos verdes de Ryan se llenaron de diversión, y su sonrisa se volvió
traviesa. —Ach, lo soy.
—¿Realmente hablas así, o es algo que haces para impresionar a las
damas?
Olvida lo que dije antes. Tienes que dejar de hablar ahora mismo.
Tienes delante a un hombre cañón y estás actuando como una
interrogadora.
—Na, yo no haría eso, muchacha. Soy escocé’sta la médula.
—Demuéstralo.
Ryan parpadeó. —¿Cómo? ¿Quieres q’te enseñe’l tartán de mi familia?
—O una falda escocesa—, añadió Sydney, en voz alta. —Enseña las
piernas.
Hice una mueca de desaprobación y miré por encima del hombro a
Sydney, que estaba recostada en su silla con una sonrisa de gato de
Cheshire en la cara. —Tendrás que disculpar a mi amiga. La bebida le ha
hecho perder los modales.
—Para empezar, no tenía ninguno—, me recordó Sydney, con una
sonrisa cada vez más amplia. —Así que no hay nada que disculpar.
—Och, parece que t’estás diviertiendo, muchacha.
Sydney levantó la barbilla y resopló. —Sí, gracias.
—Na se merecen.
Lentamente, volví a mirar a Ryan. —Así que tú eres el famoso Ryan
MacLean.
Hizo una mueca. —No so famoso, muchacha. La noticia va lentas, ¿ya
sabes?, así q’no hay na más interesante pa conversar.
—Dilo otra vez.
—¿Q’diga qué?
—Pa conversar.
Ryan torció los labios. —Sí. Sé que lo digo d’otra manera.
Le miré de reojo. —No te pareces en nada a lo que esperaba.
—¿M’estaba esperando?
Me subió el color a las mejillas. —No, así no. No te estaba acosando ni
nada de eso. Es sólo que mis socios me hablaron de ti y me dijeron que
debería leer sobre ti.
—Ntonces no deberías confesá algo así.
Me encogí de hombros. —No es como si no supieras que la gente lee
sobre ti.
Ryan soltó un suspiro. —Sé q’los periódicos piensan que soy un
suertudo. He trabajao duro pa llegar donde estoy, muchacha. Pero eso no
l’importa a mucha gente. No cuando significa no má cotilleo.
—Entonces, ¿nada de eso es verdad?
La sonrisa de Ryan me hizo sentir un escalofrío. —Tendrá
q’averiguarlo por ti misma, muchacha.
—Es bueno—, dijo Sydney, de fondo. De repente, echó su silla hacia
atrás con un chirrido. Al pasar, me dio un ligero apretón en la mano antes de
retirarla rápidamente. Le clavé la mirada en el dorso de la mano mientras se
bamboleaba entre el gentío, en dirección a la barra. En cuanto desapareció,
volví a mirar a Ryan y le ofrecí una sonrisa de disculpa.
—De nuevo, lo siento por Sydney. No está acostumbrada a nada de
esto.
—¿A esto?
—Todo esto. Hice un gesto vago con la mano. —El dinero, la gente, la
ropa.
Ryan enarcó una ceja. —¿Y tú, muchacha? Paece q’encajas
perfectamente.
Negué con la cabeza. —La verdad es que no. Estoy aquí por trabajo.
—¿Y a q’te dedica...? No m’has dicho tu nombre.
Enderecé la espalda y me aclaré la garganta. —Makayla Meyer.
Me cogió la mano y se la llevó a los labios. Lentamente, sus ojos
recorrieron mi rostro y se detuvieron allí mientras me besaba suavemente
los nudillos. Su aliento caliente sobre mi piel me provocó sensaciones
extrañas y me incliné hacia él, en contra de mi sentido común. Sus ojos
verdes se derritieron antes de enderezar la espalda y soltarme la mano.
—Ere una hermosa muchacha, Makayla Meyer.
Tosí. —Gracias.
Ryan estudió mi cara. —No tás acostumbrá a los cumplidos.
—No así, no. Tienes una manera de hacer que todo parezca importante.
—¿Och?
—Och... quiero decir, sí. Ni siquiera sé por qué te estoy diciendo esto.
—Has bebio mucho.
Me llevé una mano a la cara y me froté los ojos. —Desde luego que sí.
Ryan pasó a mi lado y sacó una silla de la mesa. Esperó a que me
sentara antes de empujarla. Luego se sentó a mi lado y pasó el brazo por
encima del respaldo de la silla, a escasos centímetros de mi espalda
desnuda.
—La sinceridá es refrescante, muchacha—, empezó Ryan en voz baja.
—Y encuentro tu franqueza muy’tractiva.
El corazón dio un vuelco cuando me giré para mirarle. —¿Lo es? A la
mayoría de los chicos no les gusta que sea tan sincera. Piensan que soy
molesta.
 —No saben preciarte. Se inclinó hacia delante y me colocó un mechón
de pelo detrás de las orejas. —Tu cara te traiciona, muchacha.
Cuando retiró la mano, me apoyé en la silla y respiré hondo. —No eres
tan suave como crees.
Ryan me dedicó una sonrisa traviesa. —¿Na? Creí que lo’staba
haciendo bien.
—También eres muy atrevido.
Y yo no estaba acostumbrada a hombres como él.
Últimamente, todos los hombres con los que había tenido citas
parloteaban sobre temas tópico y bailoteaban a mi alrededor como si no
estuvieran muy seguros de qué hacer conmigo. Ryan, con el que llevaba
quince minutos, no parecía inmutarse lo más mínimo. Me pareció el tipo de
hombre que no dudaba en perseguir lo que quería y no dejaba que nada se
interpusiera en su camino.
Ryan se encogió de hombros. —En mi día a día, hay q’estar dispuesto a
luchá por lo q’uno quiere.
—Entiendo.
Ryan se sentó más derecho y me puso una mano en el brazo. —¿Och?
—Soy médico, psiquiatra—, le expliqué. —Les digo a mis pacientes
que tienen que estar dispuestos a luchar por las cosas o las personas que
quieren.
—Suena a consejo, muchacha. Ere buena en lo q’haces.
—Me gusta pensar que lo soy. ¿Y tú?
Ryan parpadeó. —¿Qué quie’decir?
Le sostuve la mirada e ignoré el enjambre de mariposas que estalló en
mi estómago. —Hombre de negocios. Filántropo. Mujeriego. ¿Cuál eres tú?
—¿Cuál te gustaría q’fuera?
Mis labios se crisparon. —¿Siempre eres así?
—Sé lo que sespera de mí, muchacha. La mirada de Ryan danzaba por
la habitación, con una expresión pensativa en el rostro. —No me gustan lo
juegos cuando se trata negocios.
—¿Y tu vida personal?
La mirada de Ryan volvió a mí, y la expresión de sus ojos me hizo
apretar las piernas. —Tampoco juego’n mi vida privá. No le veo sentido.
Sonreí y no dije nada.
—¿Y usté, doctora Meyer? Ryan se acercó un poco más y su mano se
dirigió a la parte baja de mi espalda. Su mano fuerte y cálida se quedó allí,
filtrándose a través de la fina tela de mi vestido. —¿E’usté apostadora?
Hice una pausa. —Me gusta correr riesgos.
—Pero no’n tu vida privá.
—No tengo mucho tiempo para eso.
—Ere una chavala’mbiciosa—, concluyó Ryan, bajando la voz una
octava. —Hay algo hechizaor n’una chica que sabe lo que quiere y no tié
miedo de ir a po ello.
Incliné la cabeza hacia un lado y nuestros ojos volvieron a encontrarse.
Todo y todos los demás pasaron a un segundo plano.
¿Qué coño estaba haciendo?
Aunque disfrutaba del flirteo, sabía que no podía permitir que esto
siguiera así. No cuando Max y Cole contaban conmigo para convencerle de
que invirtiera. Lo último que quería era mezclar los negocios con el placer y
acabar poniéndome en una situación precaria con Ryan.
Por muy sexy que fuera.
Y maldita sea, el hombre rezumaba atractivo sexual.
Estaba bastante segura de que ya estaba mojada.
Echa el jodido freno. Eres una mujer de culo curtido ya y estás en una
importante recaudación de fondos para trabajar, no para hacerle ojitos a
un lord escocés.
—Na, no soy un Lord, —Dijo Ryan, sus ojos chispeantes con humor.
—¿Cómo dices?
—Decías q’no quería hacé ojitos a un Lord escocés. No soy un Lord,
muchacha. Soy un Laird.
—Mierda. No puedo creer que haya dicho eso en voz alta.
De todos los lugares del mundo.
Necesitaba encontrar el baño más cercano y esconderme allí hasta que
Ryan se fuera.
O hasta que Sydney me arrastrara de vuelta a casa, con la boca
amordazada con cinta adhesiva.
Ryan rio por lo bajo, sonó como mantequilla deslizándose contra mi
piel. —M’alegro d’haber venío sta noche, muchacha. Ere un regalo poco
común.
—¿Qué es un Laird?
Los dedos de Ryan danzaron por mi espalda baja. —Significa que
tengo tierras en Escocia.
—No me digas que tienes un castillo.
Ryan enarcó una ceja. —Lo tengo. ¿T’ofende eso?
Negué con la cabeza. —No me ofende. Sólo sorprendida. El
mantenimiento de un lugar así debe costar una fortuna.
Sus labios se crisparon. —Och, así es.
—¿No es mucho para gastar en un lugar? ¿No sería más fácil venderlo?
—Era de mi Nana, — contestó Ryan con una sombra oscureciéndole el
semblante. —Ha pertenecío a mi familia durante generacione. No pue
venderla, muchacha.
—Ya veo. Me giré, de modo que quedé completamente frente a él. —
¿De verdad tienes un tartán y una falda escocesa, o lo decías por mi amiga?
—Los tengo.
—Quiero verlos—, solté abruptamente. Me llevé las manos a la boca y
abrí los ojos horrorizada. —Creo que será mejor que te vayas antes de que
empiece a decir más cosas de las que arrepentirme.
Ryan echó la cabeza hacia atrás y se río. —E la conversación má
interesante q’tenio en toa la noche, muchacha. Todavía no te dejo. No tiés
na de q’avergonzarte.
—Yo sí—, discrepé, con dos charcos de color tiñendo mis mejillas. —
Lo próximo que verás es que acabaré proponiéndote matrimonio o algo así.
La mano de Ryan pasó de mi cintura a mi nuca. —Och, ¿a q’esperas?
Me recosté en la silla y lo miré fijamente. —Yo no me enrollo con
hombres en la primera cita.
—Esto no’s una primera cita, muchacha—, señaló Ryan, con un brillo
diabólico en los ojos. —Podemo saltarno un poco la normas.
—¿Siempre quisiste ser empresario?
Ryan enarcó las cejas. —Na. Iba a ser médico.
—¿De qué tipo?
—Cuidao de los peques. Me gustan especialmente los niños.
—Entonces, ¿por qué no eres pediatra?
Ryan se incorporó y me atrajo hacia él. Me puso el pulgar y el índice
bajo la barbilla y me echó la cabeza hacia atrás. —Pue contarte lo que
quieras, muchacha. Pero n’aquí.
Le miré a la cara. —¿Por qué no?
—Na me gusta hablar de mí n’sitios como éste—, admitió Ryan,
moviendo ligeramente la cabeza. —Demasiado ojos y oído indiscretos.
Le ofrecí una sonrisa tímida. —No pretendía entrometerme.
—Na, ere una muchacha lista. Eso me gusta n’ti.
De repente, Ryan quitó la mano y se levantó. Me tendió la mano y la
cogí. Una vez que me puso en pie, me llevó a un rincón tranquilo de la
habitación, oculto tras unas cuantas macetas. Sin previo aviso, me empujó
contra la pared y rozó sus labios con los míos. Se me escapo un hondo
suspiro y le devolví el beso. Una parte de mí estaba sorprendida por su
atrevimiento, sobre todo teniendo en cuenta que apenas nos conocíamos.
Sin embargo, me sorprendió aún más el hecho de que no sólo le había
devuelto el beso, sino que no tenía intención de dejar de hacerlo.
No cuando me hizo sentir que cada centímetro de mí zumbaba con
energía.
¿Qué demonios me estaba haciendo?
Al diablo con las consecuencias. No has tenido una buena cita en
mucho tiempo, y el hombre sabe cómo besar. Diviértete, Makayla. Te lo
mereces.
Cuando se echó hacia atrás para mirarme, respirando fuertemente, vi
que Sydney tropezaba en el fondo. Se enderezó y se tapó la boca con ambas
manos. Luego miró a un hombre a su derecha y una sonrisa se dibujó en su
rostro.
—Debería llevarla a casa antes de que haga algo de lo que se
arrepienta.
Ryan retrocedió unos pasos y se hizo a un lado. —Hasta pronto
entonce, muchacha.
No me quitó los ojos de encima hasta que me acerqué a Sydney y le
pasé un brazo por encima de los hombros. Fuera, un coche se detuvo en la
acera y el conductor, que trabajaba para Ryan MacLean, insistió en
llevarnos a casa, a instancias de su jefe. En el coche, Sydney se apoyó en mí
y exhaló un suspiro ruidoso.
—¿Significa esto que vas a ser una lady escocesa?
Resoplé. —Difícilmente. Intenta no vomitar por todo el bonito coche,
¿vale?
 
 
 
 
CONTINUARÁ

 
 
SU SEÑORÍA
DR. MACLEAN, LIBRO 2
 
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Señoría”!
 

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SEÑORÍA” AHORA!
Pensé que sería mucho más
arrogante y ansioso por presumir de su riqueza.
A menudo aparece con actrices o supermodelos que están a su lado con
gracia y seguridad.
Yo no me parezco en nada a esas mujeres.
Pero él no es así en absoluto.
Es muy inteligente, trata bien a todos los que le rodean.
Y ese acento...
Me mira, absorbe cada rasgo con avidez hasta que me siento desnuda y
expuesta.
Puedo ver que lo nuestro va a llegar a alguna parte.
Sin embargo, hay algo que tengo que decirle, pero no estoy segura de
cómo se lo va a tomar.
Debería haber sabido que era demasiado bueno para ser verdad.
¿Por qué están reñidos mis sueños y mi ocasión de amar?
NOTA DEL AUTOR DE ALICIA
 

 
 
¿Disfrutaste de esta ardiente
lectura de mi serie superventas,
parte del Club de Médicos
Millonarios?
Pues tengo una muy buena
noticia: ¡puedes leer un adelanto
gratuito de la siguiente historia de
la serie en la siguiente página!
Con amor,
xoxo
 
 
UNA NOCHE DE ENSUEÑO (VISTA
PREVIA)
(DR. PIERCE, LIBRO 1)
 

 
 
 
¿No se da cuenta de que él es lo más importante para mí?
Pero no estoy segura de que él sienta lo mismo y mi sueño de amor se escapa.
Esta es mi noche loca antes de volver a casa para enfrentarme a mi vida.
Estoy arruinada y pronto podría perder también mi tienda de moda.
No tengo muchas ganas de volver al pequeño pueblo que una vez abandoné para vivir mi sueño.
Me sumerjo ansiosa en los brazos de este hombre misterioso y en su profunda mirada azul.
Consumida por su beso, me siento abrasada por él.
Sus ojos son los que vi en mi sueño.
Pero antes de llegar demasiado lejos, sale corriendo para salvar una vida, y ni siquiera tengo su
número.
Sólo está en la ciudad por esta noche.
No lo volveré a ver, ¿verdad?
CAPÍTULO 2

- ELLA -
 
—¡Vaya!
No pude contener la exclamación cuando entré en el escenario de la
fiesta. La fiesta era exclusiva, y habíamos entrado con los códigos que el
chico de Tinder de Maia nos había proporcionado. Alrededor de dos
docenas de personas se arremolinaban ya alrededor.
Todo el mundo llevaba algo caro: un vestido nuevo y brillante o un
esmoquin que denotaba opulencia. El DJ pinchaba un buen ritmo, que
flotaba en el cargado ambiente. Me abrí paso suavemente entre la multitud
junto a Maia. Los camareros que llevaban champán pasaron junto a
nosotros y cogí una copa para unirme a la fiesta. Maia y yo nos quedamos
charlando en un rincón de la sala. Notaba su distracción mientras sus ojos
revoloteaban por la sala. Al final, encontró lo que buscaba.
Un hombre alto y guapo que parecía tener unos treinta años se acercó a
nosotras. —¿Hola, Maia?
La cara de Maia se transformó en una amplia sonrisa. —Vaya, te
pareces a tu foto.
El tipo enarcó las cejas. —¿Es un cumplido?
—¿Crees que lo es? — replicó Maia, inclinándose hacia él.
Me aclaré la garganta en voz alta para indicar que era consciente de su
coqueteo.
—Lo siento—, empezó Maia. —Te presento a Ella, mi amiga y
compañera.
—Hola, Ella. Soy Milton.
Después de las rápidas presentaciones, Milton ofreció su mano y
condujo a Maia a la pista de baile.
Estuve desocupada junto a la esquina durante unos minutos, sintiendo
la música y el ambiente mientras mis ojos recorrían la abarrotada sala.
Sonreí al ver a Maia girando en brazos de Milton, y mis ojos se apartaron
de la pista de baile al otro lado de la sala. Al hacerlo, un hombre alto que
había estado hablando con un grupo de gente se giró hacia mí.
Un par de llamativos ojos azules me atraparon y se quedaron clavados
en mí. Sentí escalofríos eléctricos que me recorrían el cuerpo.
Estaba mirando literalmente a los ojos de mis sueños en ése preciso
instante.
Azules. Profundos. Sin fondo. Y me perdí en las profundidades de esos
ojos hechizantes.
No sabía que había perdido el conocimiento hasta que oí su voz
llamándome. 
—¿Hola? — Ojos azules me llamó, agitando una mano delante de mí.
—Hola—, respondí con una sonrisa.
Sus ojos azules brillaron hacia mí. ¡Maldita sea! Tenía que controlarme
para evitar un incidente embarazoso que podría ocurrir en los próximos
cinco segundos. Era el hombre más sexy que había visto en mi vida, y
parecía tan tranquilo, cargando toda esa belleza.
Sus labios se torcieron en una sonrisa tentadora.
 —Así que—, empezó. Su barítono era suave. —¿Por qué siento como
si nos hubiéramos conocido antes?
Oh, no lo sabes. Si te dieras cuenta de cuántas veces has estado en mis
sueños.
Fue como si la electricidad crepitara entre nosotros. Su lento
acercamiento había hecho que un zumbido se apoderase de mí y propagara
una descarga bajo mi piel. 
—No—, le dije. —Creo que nunca te he visto en persona....
Mi mano tembló ligeramente y mi bebida se agitó en mi mano. Sentí
que me flaqueaban las rodillas.
Miró el vaso de vino tinto que estaba desequilibrado en mi mano. —Si
me derramas esa bebida encima me obligarás a quitarme todo esto.
Sonreí con satisfacción.
Um. ¡Te quedaría tan bien estar sin nada que estoy tentada de
derramarlo!
—No tienes nada que temer—, dije en voz alta, tirando rápidamente el
vaso en la bandeja de un camarero que pasaba por allí.
Sus ojos recorrieron mi rostro. —Bien, es bueno saberlo.
Asentí. Aún estaba demasiado aturdida por su presencia para hablar o
pensar. 
—¿Puedo saber tu nombre?
—Ella—, respondí.
Sus labios se torcieron en una sonrisa. —Bonito nombre. ¿Qué te trae
por aquí esta noche—
—Mi amiga. Tiene una cita y me ha pedido que la acompañe a la fiesta.
Su sonrisa le hacía parecer aún más guapo. El pelo oscuro enmarcaba
su cara, con una incipiente barba en el mentón. Tenía unas cejas oscuras y
erizadas que daban aún más profundidad a su mirada y una fina nariz de
halcón. Parecía un dios vikingo. 
—¿Y tú? — le pregunté. —¿Qué te trae por aquí esta noche?
Otra vez esa sonrisa hipnotizadora.
—Trabajo—, respondió. —Pero en cuanto te vi al otro lado de la
habitación, sólo pude pensar en que tenía que venir a hablar contigo. Eres
preciosa.
—Ah, ¿sí? — Entrecerré los ojos. —Le agradezco el cumplido, señor....
—Armand. Me llamo Armand, sin el señor. Sus ojos turquesa brillaron.
—Armand—, dije. —Nombre apropiado.
—¿En serio? — Se inclinó hacia mí mientras sonreía? —¿Por qué crees
que es un nombre apropiado?
Esbocé una sonrisa. —Sería mejor para tu ego que no te enterases.
Sus ojos se abrieron de par en par mientras se reía suavemente, y yo me
uní a él con una sonrisa. 
—¿Supongo que lo más probable es que no te interese la fiesta?
—¿Y qué me delató? — pregunté, entrecerrando los ojos.
Se inclinó hacia mí como si estuviera a punto de contarme un secreto y
susurró: —Llevas aquí de pie desde que entraste. Me dijeron que eso era
señal de alguien no interesado en la diversión de la fiesta.
—¿De verdad? — Abrí los ojos fingiendo sorpresa y luego me incliné
más hacia él. —Parece que te han informado mal, Armand. He venido a
divertirme.
—Quizá podamos divertirnos de otra manera juntos.
 

 
FIN DE LA VISTA PREVIA
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AGRADECIMIENTOS
ALICIA NICHOLS
 
Escribir un libro es el resultado muchas personas. La inspiración, la
experiencia y el conocimiento se recogen de todas partes, y esto se refleja
en la forma en que todo esto finalmente se une.
Quiero empezar dándoos las gracias a vosotros, los lectores. Formáis
parte de estas historias al leerlas, opinar sobre ellas, recomendándolas y
comprando los libros. Gracias a vosotros, personas como yo tenemos la
oportunidad de seguir explorando nuestra imaginación y compartiendo
nuevas historias. Gracias por vuestro apoyo constante.
Gracias también al equipo de Light Age Media. Sin Erynn, Jordi
varia otra gente, esto no hubiera sido posible. Les habéis dado vida a estas
historias y habéis hecho que puedan llegar a un público más amplio.
También quiero darles las gracias a Ty, Marty, Ja y Josh, que me han
guiado en el camino a poder publicar y han ampliado mi mundo y las
posibilidades que se abren con determinación y un portátil. Ahora me siento
mucho más capacitada para seguir compartiendo estas historias y poder
vivir de ello.
Un agradecimiento especial a mi Grupo de Lectores Avanzados
(ARC – Advanced Reader Copy en inglés). Ellas y ellos me han dado
puntos de vista valiosos para mejorar cada historia. Si quieres formar parte
de este grupo ARC y estás dispuesto/a a publicar críticas honestas y a leer
los libros antes de que salgan a la venta, puedes registrarte en el siguiente
enlace.
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Siento gratitud también hacia mis profesores en la escuela de
escritura. Siempre había querido escribir novelas y aquí estoy, haciendo lo
que verdaderamente me apasiona. Muchas gracias también al increíble
colectivo de médicos, enfermeras y personal sanitario, por su experiencia y
dedicación continuada. Sois realmente especiales.
Y gracias a mis amigos y familiares que quieren seguir viéndome
hacer aquello que amo. Agradezco vuestro apoyo en este viaje.
OTROS LIBROS DE ALICIA
 
CODICIADA
DR. STONE, LIBRO 1 (¡Ya disponible en español!)
 
Comienza una nueva y ardiente serie con el Dr. Stone.
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Ya no puedo negar lo que me hace sentir mi médico.

Y puede que él sienta lo mismo.

Su rostro terso y bronceado, que me mira con atención, hace que se me debiliten las rodillas.
El Dr. Stone se mueve alrededor de su escritorio y se coloca frente a mí.

Mi corazón se acelera ante su proximidad.

Me estremezco y me derrito en su abrazo.

Me doy cuenta de que hacía demasiado tiempo que nadie me abrazaba.

El único problema es que también es mi médico.

 
DOCTOR ARDIENTE
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Ninguna mujer olvidaría la loca pasión de anoche.


Sin embargo, me desvanecí de la cama del Misterioso Hombre Sexy.

¿Cómo debo reaccionar cuando lo encuentro en la consulta médica con mi padre al día
siguiente?

Sus penetrantes ojos grises parpadean, sus labios se inclinan en una sonrisa confiada.

Recuerdo su increíble mandíbula.

Su barba oscura, perfectamente recortada, no hace más que resaltar la hendidura de su barbilla.
Cuando me invita a cenar, noto cómo se pone a tono.

Pero ya tenía planes para llevar a mi padre al médico.


Dios, es precioso. Me lo estoy perdiendo.

Lo que no esperaba era encontrármelo en esos planes que hice.

 
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¿Quién es mi nuevo vecino?

Sólo sé que es un padre cariñoso que conduce coches rápidos y...


...es impresionantemente guapo.

Un escalofrío recorre mi piel al escuchar su voz y no veo señales de ninguna esposa.

Una noche me pilla accidentalmente mirando su habitación desde la mía.

No quiero parecer una acosadora, así que decido presentarme en su casa al día siguiente.
Hay algo misterioso y emocionante en él. Un misterio que no puedo esperar a desentrañar.

Y no estoy segura de cómo me siento al respecto.


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románticas, piénsalo de nuevo. El soñador Dr. Carter te dejará
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No esperaba que conocería a mi futuro marido en la consulta del médico.

Bueno, él aún no lo sabe.

Pero no puedo presentarme si estoy escondida detrás de un sofá después de forzar mi entrada.
Todo es por una buena causa, creo. Estoy ayudando a mi amiga a ocultarle un secreto a su prometido.

¿Cómo puedo conocer a este magnífico dios vikingo en un entorno más adecuado?
Hasta que nos encontramos por casualidad.

 
 
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Él ha seguido adelante, está felizmente casado y tiene familia.

Me vine aquí por él. ¿Fui tonta al no verlo?

Todavía estoy superando mi relación con Cole, el médico que me hizo daño durante tanto tiempo.
Odio saber que todavía estoy colgada por él.

Pero debo reiniciar mi vida. Ya no quiero ese estilo de vida de la jet-set.

Prefiero conocer a mi hombre ideal y formar una familia. Pero eso parece una opción tan
remota ahora mismo.

Nada más decirlo, conozco al Dr. Max Park por casualidad en una convención.

Y parece estar delicioso.


Pero no quiero adelantarme.

¿Qué me está pasando con tanto médico? ¿Tanto me duele el corazón?

 
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¡Con mucho amor!
Alicia
 
 
 
[1]
RSVP es un acrónimo que proviene del francés "répondez s'il vous plaît", que significa
"responda por favor".

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