Está en la página 1de 516

Serie Romances Victorianos III

Mile Bluett
Título: La pasión del marqués
Libro 3
Serie: Romances victorianos
Autora: Mile Bluett
Primera edición: Marzo, 2023.
©Mile Bluett, 2023.
mileposdata@gmail.com
Instagram: @milebluett
Twitter: @milebluett
Facebook: Mile Bluett Autora
Amazon: author.to/milebluett

Banco de imagen: ©Shutterstock


Diseño de Portada: Pamela Díaz

Esta obra está debidamente registrada y tiene todos los


derechos reservados. Queda prohibida la reproducción y la
divulgación de esta por cualquier medio o procedimiento sin la
autorización del titular de los derechos de autor. Es una obra
de ficción, cualquier parecido con la realidad es solo
coincidencia.
Índice
Índice
Sinopsis
Dedicatoria
Prefacio

Capítulo 1
Capítulo 2

Capítulo 3
Capítulo 4

Capítulo 5
Capítulo 6

Capítulo 7
Capítulo 8

Capítulo 9
Capítulo 10

Capítulo 11
Capítulo 12

Capítulo 13
Capítulo 14

Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30

Capítulo 31
Capítulo 32

Capítulo 33
Epílogo

Próximamente
Mile Bluett

Agradecimientos
Sinopsis

Rose Peasly es la hija de un barón, ha visto sus


temporadas extinguirse una a una hasta llegar a la última. Tras
rechazar las propuestas de excelentes partidos, sus padres le
dan un ultimátum, harán un arreglo para que acuda al altar. El
motivo de su soltería es un misterio, porque la joven de
sonriente rostro y valiente corazón posee todos los atributos
para hacer un estupendo matrimonio.
Emery Osborne, marqués de Bloodworth, más conocido
como lord Oso, es el último varón de su estirpe. Pese a que lo
persuaden para contraer nupcias y perpetuar su linaje, se
mantiene alejado del mercado matrimonial. Pero sus amigos
más cercanos están felizmente casados y disfrutando de la
paternidad. ¿Podría la soledad comenzar a pesarle? ¿O hay
secretos del pasado que le impiden entregar su corazón?
Dedicatoria

Con todo mi agradecimiento para ti que has decidido


darle una oportunidad a esta historia.
Prefacio

Muchos años atrás

El sitio le parecía tan romántico, Rose Peasly amaba haber


crecido allí. Aunque las orquídeas estaban de moda, las rosas,
en honor a su nombre, que crecían descontroladas en los
jardines, eran sus favoritas. Tenían de todos los colores,
separadas por secciones. Su propio padre las hizo sembrar. El
olor era llevado de un lado a otro por la brisa primaveral. Aún
más ese jueves, cuando comenzó a caer la tarde y el
crepúsculo dominó el cielo, otorgándole colores rosáceos y
malvas.

Atravesó el jardín de largo para introducirse en el


invernadero, su sitio favorito. Su propio oasis en medio del
ajetreo de Londres: los carruajes tirados por caballos, el hollín
de las chimeneas y los edificios de arquitectura neogótica
consolidando el paso de la era victoriana, frente a los de estilos
góticos y georgianos que desafiaban el transcurrir del tiempo.
Otras señoritas podían inclinar su talento a la música, el
bordado… Rose dominaba todos con gracia y soltura, la
habían preparado para eso durante toda su vida; pero nada la
llenaba por dentro como sembrar una semilla con sus propias
manos y verla germinar. Por eso, conocía cada rincón de ese
sitio al dedillo, ahí pasaba largas horas cuidando sus plantas.
El hogar donde había nacido estaba ubicado en
Belgravia, donde pasaban casi todo el año, porque sus padres,
los barones Peasly, no eran tan afectos al campo, y acudían a
su finca menos del tiempo habitual.
El invernadero estaba repleto de verdor y flores de todas
las partes del mundo. El tema eran las hadas que podían verse
«revoloteando» y «posándose» donde se les «antojara», debajo
del techo en arca de translucido cristal. Las figuras aladas en
tono marfil parecían reales, de exquisitas facciones y finísimos
acabados en dorado. Contrastaban con el verde brillante de la
vegetación y los colores vívidos de las flores.
En el centro, tenía una espléndida mesa con bancas
laterales muy cómodas, donde usualmente su madre
acostumbraba a disponer de un servicio de té, de color azul
con flores blancas, y cubertería de plata, los que acompañaba
con galletas y confituras muy apetecibles. La baronesa, lady
Peasly, de nombre Aurora, tenía una vida social muy ocupada.
Era muy querida entre sus amigas y su hogar era el centro de
reuniones: desayunos, almuerzos, veladas. Siempre
terminaban departiendo sobre el tema principal de cada
temporada: el mercado matrimonial.

Esa tarde, sus padres estaban reunidos en el salón


principal con sus invitados jugando una partida de bridge, tan
ocupados que no se percataron de que Rose se había
escabullido de los pisos superiores. Siempre que recibían
visitas, que no fueran familiares o amigos muy cercanos, les
pedían a sus tres hijos que se quedaran arriba y se acostaran a
dormir temprano. Pero, a sus dieciséis años, tenía una mente
inquieta y le encantaba desafiar a la autoridad. Sus hermanos
menores, por el contrario, eran más apegados a las normas de
la casa.
En el invernadero no estuvo sola mucho tiempo, un
muchacho un par de años mayor no tardó en reunirse con ella.
—Oso —le llamó por el apodo con que lo había
bautizado y le sonrió con picardía—. ¿Viniste con tus padres?
—No fui requerido. —El aludido negó, no le molestaba
que lo llamara así, pero otros amigos en común la habían
escuchado en un paseo en barco el verano anterior, y no podía
librarse de aquel apelativo que cada vez lo identificaba más.

Emery Osborne era el heredero del marquesado de


Bloodworth. Poseía un título de cortesía de conde mientras
tanto. Para sus dieciocho años era muy alto, robusto y con
cabello marrón abundante que acostumbraba a mantener a raya
con las pomadas de olor. Su rostro se había llenado de vello
facial muy rápido tras la pubertad, era esclavo de las navajas
con que lo afeitaba su ayuda de cámara, si quería mantener
una apariencia apegada a la moda inglesa y no parecer un
salvaje montañés. Pero Rose lo conocía desde que eran niños,
así que no se había perdido de nada. Había visto su
transformación de primera mano: el estirón que había pegado
en los últimos años, la gravedad que tomó su voz, los
músculos que comenzaron a endurecerse y los vellos que
crecieron en la barba y el bigote.
Emery, lejos de molestarse con la comparación, le
devolvía la misma pícara mirada.
Ninguno de los dos podría aseverar cuándo la amistad de
niños se transformó, quizás cuando comenzaron a madurar y
empezaron a verse con otros ojos. Para él tampoco había
pasado desapercibido que la femineidad le daba un brillo a la
muchacha que se alejaba cada vez más de la niñez. Y, aunque
los padres de Rose jamás habían aprobado la cercanía de
ambos debido a la diferencia de sexos, y a los papeles que a
cada uno le correspondían, ellos burlaban el control de sus
familias para verse un rato a solas y poder conversar.

Él era tan correcto, aunque le superaba por dos años, y


ella tan decidida. No podía explicar con todas sus letras qué
era el amor, pero estaba convencida de que lo sentía…
Su corazón palpitaba diferente cuando pensaba en él,
escuchaba su nombre o lo veía. Sin embargo, estaban como en
dos mundos diferentes. Los padres de Oso tenían todo
planeado, después de Eton marcharía a Oxford a continuar con
sus estudios y sería más difícil aún poder coincidir alguna vez.
Por otra parte, los barones Peasly, los padres de ella, también
habían vislumbrado el futuro de su hija mayor. Sería
presentada en sociedad a los dieciocho años y la casarían con
el partido más estupendo que la pretendiera. Rose era hermosa
y educada, el hombre que la desposase se iba a llevar una joya.
Era una muchacha alegre, siempre veía lo mejor en los otros y
contagiaba a los que la rodeaban de su buen humor. Los Peasly
estaban seguros de que habían sido bendecidos con esa hija y
que no tendrían problemas para concertarle un buen
matrimonio.

Sin embargo, lo que Rose veía en su destino con una


seguridad inquebrantable, aún tenía muchos años de estudio
por delante. Esa separación inminente iba a convertirse en un
obstáculo a la larga, cuando sus caminos no se cruzasen con
frecuencia. El marqués de Bloodworth, el padre de Oso, era un
hombre con una visión clara del porvenir. La nobleza ya no
podía vivir de sus rentas, y se había dedicado a invertir o
apadrinar los negocios que estaban en auge, principalmente el
de los lingotes de acero. Sus esperanzas estaban puestas en el
hijo promisorio, en que se preparara para que cuando le llegara
el momento de sucederlo hiciera un excelente papel.

—¿Qué harás después del verano? —lo desafió, ella


sabía la respuesta, había escuchado a sus padres comentarlo.
Pero se negaba a aceptar la separación.

—Oxford —disparó veloz.

—Nos veremos tan poco… —Suspiró—. Londres te


echará de menos.

—¿Londres o tú? —jugó con una mueca irreverente.

—Estoy segura de que sabes la respuesta —le susurró y


entornó los ojos—. No quiero que te vayas —confesó valiente
sus sentimientos.

—No deseo irme —agregó dejando de jugar y


poniéndose serio. No sabía cuántas veces podrían burlar la
vigilancia de los padres y los sirvientes para encontrarse a
solas. Cuando las familias de ambos se reunían, no les
quitaban la vista de encima.

—Mientes, se te ve en el brillo de los ojos —lo retó


suspicaz—. Estás contando los segundos para tomar al mundo
entre tus manos. Tienes un futuro brillante a tu alcance.

—No lo negaré, es un panorama completamente diferente


al que he conocido. Quiero aprender todo lo que Oxford
guarda para mí.

—No te culpo, también iría, si pudiera. Si mis padres no


tuvieran mi vida ya calculada.

—Eso no sucederá —la desafió con una sonrisa en la


mirada. Se acercó a un rosal y arrancó una rosa granate y con
ella acarició la mejilla de la muchacha—. En dos años, cuando
seas presentada acudiré.

—Estarás en Oxford… Seguramente. —Fingió no


creerle, pero sus latidos se aceleraron, la esperanza la inundó.
—No me perderé tu debut por nada del mundo. Sé que
recibirás una propuesta en la primera temporada.

—Mis padres creen lo mismo, lo difícil será que yo esté


de acuerdo.

—Pues espero que sí —alegó en voz baja sin dejar de


acariciarla con los pétalos. Rose hizo un mohín, ofendida, lo
último que esperaba era que él aguardara porque ella recibiera
la propuesta de otro caballero—. Pediré tu mano en tu primera
temporada, antes de que otro se atreva a tomar la delantera.
Me casaré contigo y serás mi condesa. ¿Aceptas mi mano
como prometido, en secreto, hasta que llegue el momento de
poder hablar con tu padre sin que se ofenda por mi
atrevimiento?

El pecho de la muchacha se hinchó de gozo, aquellas


palabras llegaban con antelación, pero no había duda en su
mente. Su corazón latía diferente ante todo lo relacionado con
él, sabía que no podría olvidarlo fácilmente y todo lo que
anhelaba era tenerlo a su lado para siempre.

Oso no dejaba de mirarla, ella se estaba tomando su


tiempo para responder y él aguardó paciente.

—¿Y tus estudios? ¿Tus responsabilidades? —indagó


expectante.

—Buscaré la forma de cumplir.


—¿Tendré que quedarme en Londres o en la finca de tu
familia mientras estudias en Oxford? —Daba por sentado que
estaba considerando aceptar.

—Una vez que estemos casados, nosotros haremos las


reglas —afirmó. A ella le gustó la resolución en su voz. Oso
solo tenía dieciocho años y hablaba del futuro como si pudiera
palparlo—. ¿Aceptas? —Volvió al ataque con tono formal. Si
estaba impaciente por la respuesta lo disimulaba muy bien.
—Creo que debo pensarlo, apenas es mi primera
proposición —jugó dándose importancia. Deseaba que luchara
por ella, verlo exhalar de frustración ante su vacilación.
Él fue más osado, le acarició los labios con los delicados
pétalos y se saboreó los propios; quizás este último gesto fue
inconsciente producto de sus deseos de besarla.
El pudor hizo que Rose se sonrojara. Su boca se llenó de
ansias. Quería que fueran los labios masculinos y no esa rosa
quien la acariciara voluptuosamente, pero no hizo nada para
acercarse o darle autorización. Se conformó con tragar la
saliva que se acumuló en el interior de sus mejillas. El recato
era un obstáculo, uno al que sorprendida decidió desafiar.
Las emociones solían estremecerla en su presencia, pero
jamás se percató de que se debía al deseo que sentía por él.
Seguía sin responder, aunque sí lo veía en su futuro como su
esposo. Sellar ese pacto entre dos quedó en segundo plano ante
la tentación que representaban aquellos labios carnosos. Retiró
con sus dedos enguantados la flor y lo tomó por las solapas
para calmar la necesidad que exigía ser satisfecha de modo
urgente.
Entonces, el muchacho de constitución enorme titubeó
ante la cercanía de la señorita. Una cosa era jugar con fuego y
otra quemarse. A su edad, Oso ya sabía lo que era incinerarse
en los brazos del sexo opuesto. Su padre lo había llevado a una
casa de placer un año atrás para que se hiciera hombre, tras
descubrirlo retozando con una de las doncellas, que tampoco
pudo resistirse a los encantos del varón. Y después de probar
los placeres carnales, había dado rienda suelta a su curiosidad
y su brío, hasta que Rose arribó a los dieciséis y el cariño que
le tenía se intensificó. No podía sacársela de la cabeza.

También quería besarla, pero no podía dejar de escuchar


en su mente las lecciones de su padre sobre el decoro, porque
Rose era una señorita de familia y había límites que no debía
cruzar.
Ella lo asió con más fuerza atrayéndolo hacia sí.
Reconocía que no era apropiado, pero su enamoramiento la
tenía obnubilada.
—Ni siquiera has sido presentada —resistió Oso con
reparo. Quería refrenarse, pero al lado de Rose todos los
preceptos aprendidos se esfumaban de su cabeza y solo
quedaba la urgencia de tocarla, besarla y fundirse en un abrazo
que calmara su necesidad. Estaba en una verdadera disyuntiva
entre el honor y el ardiente deseo.

—No me importa —musitó con la voz afectada por la


nueva experiencia.

La miró dubitativo y después de tragar, sus ojos se


perdieron en esos labios llenos y provocativos. Posesivo,
mandó su resquemor al demonio.
—Serás mi esposa —le aseguró con la voz ronca por la
emoción de la propuesta y el apetito que lo quemaba.

Él inclinó la cabeza y la rodeó con sus brazos, mientras


ella se alzaba de puntillas, apoyándose en los fuertes hombros
de Emery e impulsándose decidida hacia arriba, en busca de la
seductora boca entreabierta del hombre. Sus labios se rozaron
primero con timidez; para luego, en un impulso desbocado,
fundirse en un beso instintivo, salvaje, hambriento; uno que no
había sido aprendido y que era el resultado de tantas ganas
contenidas.
Las manos de él la aferraron por la cintura pegándola
más a su torso, y su apetito hizo que su virilidad, ya dura como
una roca, palpitara impaciente dentro de sus pantalones. Oso
jadeó lleno de urgencia, no podía parar, había soñado tanto con
ese momento que no sabía cómo se armaría de paciencia para
esperar hasta la noche de bodas… en tantos endemoniados
años. Había mucho tiempo que aguardar, tantos protocolos que
cumplir. Él solo quería tomar a Rose de la mano y huir a una
isla remota donde pudieran ser ellos dos sin adornos ni reglas.

—Debemos parar —previno mortificado, temiendo que


cuando quisiera poner freno fuera muy tarde.
—No, no pares —jadeó poseída por el elíxir de sus
besos.
—Sí, mi hermosa Rose. Te debo respeto. Y, aunque no
logro pensar con claridad, sé que tengo que detenerme. —Se
separó de su cuerpo tibio, fue una prueba de fuego. Su
respiración estaba agitada, la de ella también.
—Entonces hazlo, yo besaré por los dos.
Ella volvió a la carga, ni siquiera sabía qué hacer con sus
labios, con su lengua. Solo se dejaba llevar por el anhelo de
mantener su boca pegada a la de él, probándolo por primera
vez, nutriéndose de sus olores y sabores, de la temperatura de
su piel.

Estaban peligrosamente solos y cada minuto oscurecía


más, la noche se volvía la cómplice perfecta de su idilio. Ella
estaba dispuesta, mandando al infierno todos los preceptos
morales con los que la habían educado, porque el vínculo que
se había consolidado entre ambos era tan intenso y poderoso,
que desconocía las razones más válidas.
Él también se quemaba.

Lo estaba volviendo loco con su olor a rosas frescas, con


el tacto de su lengua suave. Contenerse era la prueba más
difícil a la que se había enfrentado jamás. Inmensamente más
arduo porque llevaba unos meses sin compartir la intimidad
con mujer alguna, eso que desde que había probado había
encendido una llama en su interior, una insaciable, producto de
la novedad.
La abrazó por el talle y la alzó, después la apretó con
tanta fuerza y en una exhalación ahogada la apartó de su
virilidad palpitante, la que estaba tan firme que se notaba y se
sentía a través del pantalón. Para Rose no pasó desapercibido.
Además, su necesidad era palpable.

—¿Qué te ocurre? —Ella todavía no entendía cómo


sucedían las artes amatorias entre un hombre y una mujer,
nadie le había explicado y su cabeza no podía formarse una
idea exacta.

Él tragó en seco.
—Vuelve adentro —dijo mortificado por el bulto en sus
pantalones.

—¿Me puedes explicar? No tienes que avergonzarte.


—A los hombres… —No sabía cómo abordar el tema—.
A los hombres nos sucede esto cuando… no tenemos alivio.

Él se apartó todavía más intentando calmarse.


—¿Puedo hacer algo para aliviarte?

—Podrías, pero solo cuando seas mi esposa. —Inspiró


para serenarse y la besó sobre la frente—. Vuelve a casa. Ya es
tarde. Necesito…

—¿Buscar alivio…?
—Espacio para sosegarme —respondió en una
exhalación—. Tal vez encontrarnos a solas no era tan buena
idea.
—Me encantaría ser tu esposa, pero para eso primero
deberíamos comprometernos.

El rostro de él se llenó de ilusión.


—En cuanto tus padres estén listos para oír propuestas
les diré que…

Ella volvió a besarlo, se enroscó en su cuerpo como una


enredadera y él la atrapó con toda su fuerza. Su entrepierna
firme la asediaba, pero ella amó esa característica suya
también.
—Lo pedirás cuando tengamos la edad apropiada —le
sugirió—. Estaré esperando y llena de dicha… aceptaré.
Emery la miró irreverente y la soltó antes de que su
pasión llegara a un punto de no retorno e hiciera algo que se
consideraba reprobable. Respiró hondo y trató de calmarse.
Luego se rio de sus propios impulsos… Pidió al cielo que esos
años volaran. Aunque la deseaba hasta la locura, se había
propuesto seguir todas las reglas, las del cortejo, las de un
largo compromiso de seis meses o un año, con ella iba a seguir
todos los pasos para que cuando volviera la vista atrás
recordara esa etapa de sus vidas con ilusión.
Él hincó una rodilla en el suelo. Metió su mano en el
bolsillo interno de la chaqueta y ante los ojos expectantes de la
muchacha abrió la palma. Algo brillaba, dorado, enredado, no
había cajas ni envoltorios.
Lo miró desconcertada, esperando una explicación.
Decididamente no era un anillo.
—¿Aguardarás por mí? —pidió con el semblante lleno de
seriedad.

—Si me lo pides así, con tanta formalidad, tendré que


esperar. —Le sonrió coqueta. En el fondo estaba muy
complacida. Era galante y decía cosas que le alegraban el
corazón. Estaba tan entusiasmada y enamorada, que estaba
segura de que esa noche no podría conciliar el sueño evocando
cada minuto compartido, pensando en el bello futuro que
tendrían.
Él se puso de pie y con un movimiento de la mano hizo
que la gruesa cadena de oro se desenroscara y reluciera. De
aquella pendía un camafeo con una rosa en alto relieve en
ágata sardónica que la dejó sin aliento. Rose se dio la media
vuelta y tembló cuando Emery le colocó con delicadeza la
joya que cayó sobre su escote cubierto con encaje blanco. Ella
llevó las manos a la prenda y acarició sus líneas y formas.
Emocionados volvieron a besarse; y repletos de sueños se
despidieron, prometiéndose burlar a los padres de ambos para
encontrarse de nuevo en aquel lugar, que se había vuelto
cómplice de sus encuentros clandestinos.
Capítulo 1

Londres, Bloodworth House, febrero de 1866


El marqués de Bloodworth, Emery Osborne, mejor conocido
como Oso, observaba la línea en la botella, el nivel del veneno
bajando. Ese con el que se había dormido la garganta. Unos
tragos más de whisky y silenciaría su mente. Necesitaba acallar
su pensamiento: culpa, resentimiento e incesantes reclamos.
Se cumplía un año más de la muerte de sus padres, y los
sentimientos que lo llenaban eran opuestos. Por un lado, dolor
por la pérdida; los extrañaba tanto. Por otro, la ira que no se
extinguía de su pecho. Los culpaba por haberlo dejado solo.
Completamente solo.
Recordó el día que les negaron la entrada a la morada de
los Peasly, sus mejores amigos. En aquel entonces, se
responsabilizó por el desaire. Su mente había encontrado la
explicación, seguramente los barones habían descubierto que
Rose y él se encontraban a escondidas para besarse con un
fuego que los hubiera avergonzado en el acto.
Quiso hacerse responsable de los hechos, pero tanto los
Peasly como los Bloodworth estaban tan ciegos por la ira que
lo hicieron a un lado sin clemencia. Nadie oyó lo que tenía que
decir. Sus progenitores solo tenían tiempo para reclamarse
entre sí. Los barones no quisieron volver a recibir a Oso en su
casa, y este se esperó lo peor: la reprimenda de su padre que
nunca llegó.
Nadie volvió la vista para reparar en él y sus
explicaciones.

Y mientras luchaba para hacerse escuchar, los marqueses


abandonaron abruptamente el mundo y él se quedó destrozado
por la desoladora pérdida.

Dio un trago al líquido ambarino, y se sirvió más para


ahogar sus penas. Esa fecha, que intentaba olvidar todo el año,
volvía una y otra vez a desgarrarlo por dentro.
Su mayordomo, Price, un hombre de mediana edad y de
elegante porte, quien había servido en la mansión londinense
ubicada en Mayfair desde la época de los padres del actual
marqués, llamó a la puerta para persuadirlo de ir a la cama.
Aunque Price reprobaba la conducta de su señoría, no podía
dejarlo a su suerte. No tuvo hijos, ni esposa. Tal vez su última
oportunidad para ello se le escurrió entre los dedos cuando
aquel muchacho de dieciocho años quedó solo en el mundo y
él decidió volverse su guía.

—Milord, el lecho lo aguarda —dijo volviendo a golpear


la madera. Luego abrió sin siquiera escuchar una autorización
desde adentro.

—Price, ¿la cama? Es un objeto que no piensa ni siente.


Puede esforzarse más y decirme que usted, viejo mañoso, tiene
sueño y no irá a dormir hasta que yo lo haga.

—Eso también. Pero en realidad me refería a sus… —


Tosió— amigas. Las dos damas con las que llegó en la tarde.
Se han posesionado de sus aposentos.

—¡No! Nadie tiene permitida la entrada en esa ala.


Price sabía que no estaba bien que Emery trajera mujeres
de dudosa reputación, menos a damas de la nobleza con
costumbres bastante disipadas, pero se había vuelto su
cómplice. Tapaba todo lo que no debían ver los sirvientes,
incluso les daba el día libre cuando Oso tenía compañía. Ya le
había dicho que un hombre de noble cuna no llevaba a sus
amantes a su residencia oficial, pero a Oso las buenas
costumbres ya no le importaban. Sino fuera por los continuos
esfuerzos de Price, su reputación estaría aún más arruinada,
porque a esas alturas era casi imposible salvarla.

Pero sin importar los días oscuros y difíciles, Price


siempre estaba apoyándolo, más en una noche como aquella.

Los padres de Oso habían fallecido en un «abrupto


accidente de carruaje, mientras iban a alguna parte que nadie
se atrevió a preguntar». Fue lo que se publicó en los
periódicos, aunque distaba de la realidad. El cochero había
salido ileso porque el conductor jamás estuvo en ese vehículo
en el momento del siniestro, ni los marqueses tampoco. La
madre había muerto en los brazos del muchacho, en su lecho,
mientras él lloraba dolorosamente. Y su padre había fallecido
horas atrás. Las manos de Emery se empaparon con la sangre
del gran marqués, y cada aniversario necesitaba lavarlas con
ahínco, sentía que no se libraba de ella jamás.

Dio otro trago profundo.

—Se acabó —decidió ebrio—. Esto no va a


atormentarme más. Ellos ya no están. Me abandonaron y no
merecen mis lágrimas.

—Milord. —Price se acercó negando, le palmeó el


hombro y se ofreció para llevarlo a sus aposentos.
—Usted es mi padre, Price. Usted —le confesó con la
lengua enredada.

—Es un honor muy grande, pero no me corresponde.


Solo soy un sirviente.

—Mañana eso puede cambiar. Contrate a otro


mayordomo para que ocupe su lugar.

—¿Me va a despedir después de tantos años de servicio?


—Trató de darle sentido del humor a la situación.

—Debí hacerlo hace años. Quiero que viva conmigo


como lo que es, mi única familia.

—Usted es muy ingrato, milord —añadió, pero no había


reclamo en su voz—. Privarme de hacer lo que más me gusta.
No tengo otro propósito en la vida que ser su mayordomo.

—Se llama agradecimiento —explicó sosteniéndose del


brazo fuerte de Price, que era tan alto como él y también
robusto, de lo contrario, el hombre se habría derrumbado bajo
el peso de Oso.

—No, muchacho, no puedo aceptar algo así. ¿Qué haría


con mi vida?

—Vivirla, buscarse una mujer o legalizar el romance con


esa que tiene —agregó con un guiño para referirse al ama de
llaves de la finca familiar.

—A usted no se le escapa nada.

—Soy como un lobo al acecho. —Rio, hablar con Price


siempre ablandaba el duro resentimiento en su corazón.

—¿Un lobo? Oh, creo que se ha equivocado u olvida que


todos le llaman Oso —bromeó.
—No sé cómo lo consigue. Siempre me levanta de
cualquier agujero putrefacto donde decido dejarme caer.

—En eso se equivoca, el hoyo lo cava con sus propias


garras, no lo encuentra ahí por casualidad. Vamos, una juerga
con esas señoritas —dijo para referirse a ellas porque era lo
correcto—, aligerará la amargura de su corazón. Al menos por
una noche.

—¡No! Dormiré en una de las habitaciones de invitados.


Deje que «las señoritas» —se apropió de su término—
descansen o jueguen entre ellas, pero no en mi alcoba,
ofrézcales otro dormitorio. —Price casi se atora con su propia
saliva por el comentario—. Ocúpese de que mañana sean
llevadas con total discreción a sus hogares. Esta noche lo
único que podría calmar mis ansias es completamente
inalcanzable.

—No le creo. Ninguna dama se resiste a sus encantos.

—Esta sí. Me detesta, pero no más de lo que yo estoy


resentido con ella —gruñó—, así que estamos mejor
separados. La soledad hoy no me parece tan mala idea. El licor
ha hecho efecto. Caeré rendido como un tronco.

Y eso era cierto, le costaba bastante mantenerse de pie.

Despertó al día siguiente entre sus mantas, vestía la


camisa de la noche anterior y no llevaba pantalones, mucho
menos la ropa de dormir. Se había acomodado como pudo. El
dolor de cabeza le perforaba las sienes, así que pidió un trago
de whisky a su ayuda de cámara, quien llegó a abrir las
cortinas como cada mañana.

Un gruñido se escapó de sus labios tras probar el brebaje


que le dio Anderson, un hombre de su edad, de baja estatura y
cuerpo enclenque que le servía hacía algún tiempo.

—¿Qué demonios es esto? Pedí whisky.

—Price dijo que era bueno para la resaca. Es lo que


siempre le prepara, ya debería estar acostumbrado.

—Nadie en su sano juicio se adapta a ese sabor jamás.

—¿Desayunará en el comedor o en sus aposentos?

—Dile a la cocinera que me prepare un tazón de ese


caldo que sirve para revivir muertos. Sabe mejor que esto —
agregó desdeñando la copa y poniéndose de pie, para acercarse
al aguamanil y refrescarse, aunque el frío de esa mañana
calaba profundo.

—Enseguida que baje, milord —aceptó Anderson con


una pícara sonrisa, le gustaba servir a su señoría, no era un
caballero común. Con él tenía horas de diversión, ningún día
era igual al otro y le pagaba muy bien—. El agua está tibia
para su comodidad, espero que le sea grata.

Oso era un hombre muy pulcro, lo había aprendido de su


padre y agradeció las atenciones de su ayuda de cámara. Las
lociones, los jabones y los cepillos que necesitaba para verse
presentable estaban a su alcance. A veces se preguntaba si
merecía tener a gente tan amable y eficiente a su servicio,
como Price y Anderson. Sin ellos su vida habría sido más
difícil.
—Tiene una reunión con dos nobles dueños de fincas,
recuerde la venta de maquinaria para sus cultivos. Las
máquinas deben llegar antes del período de cosecha —recitaba
mientras Oso se aseaba meticulosamente y lo escuchaba—.
También debe pasar al banco a depositar unos fondos. No
olvide su cita con su excelencia el duque de Weimar para
practicar remo. Y está ese otro asunto… que ha postergado y
ya se está saliendo de control. —Anderson se desempeñaba
también como su secretario personal, era la memoria de Oso, y
como tenía buena cabeza para los números se había vuelto
indispensable.

—Oh, eso ahora no —negó mortificado—. Debo


alistarme y salir de inmediato.

—El administrador de su finca llegará al mediodía para


discutir lo del precio del arriendo.
—No sé si sea lo más conveniente exigirles un pago más
elevado a los arrendatarios, lo pensaré —añadió dubitativo.
Oso no estaba convencido de apoyar tal medida, pero todo iba
en ascenso. Lo analizaría hasta la llegada del mediodía, su
administrador insistía en que era necesario. Para él era
cuestionable, la mayor parte de sus ingresos provenían de su
actividad comercial, de la venta de maquinarias, de los
dividendos de los lingotes de acero que le había dejado su
padre, y de otros negocios en los que había invertido.
Su vida era banal un par de noches a la semana, pero el
resto, era muy ajetreada, siempre pensando en cómo aumentar
el patrimonio familiar. Para él era más importante la riqueza
que mantener el honor del título en lo alto. Era una batalla que
había perdido antes de volverse marqués, cuando aún
desconocía todas las aristas del desventurado suceso que había
enviado su familia a la debacle. Una que los propios conocidos
trataron de mantener oculta de los círculos más moralistas de
la cúpula londinense a la que pertenecía, la que no lo miraba
con buenos ojos.
—Retomando el otro asunto —insistió Anderson.

—No —atajó, no quería escucharlo.


—Las invitaciones se han acumulado. Incluso hay un
baile de los condes de Allard y un concierto de los duques de
Weimar. ¿También se negará a contestarles?
—No puedo hacerlo, así que responde por mí. Solo
colocaré mi sello. Supongo que serán los eventos más difíciles
de sobrellevar y de salir airoso. Lady Abbott se prenderá de mí
cual sanguijuela para extraerme hasta la última gota de sangre.
Esa mujer es como una plaga. ¿En qué momento mis mejores
amigos se aliaron en mi contra y la lanzaron tras mis huesos?

—Qué bueno que toca el tema —añadió con una sonrisita


tonta, temía despegar los labios para soltarlo. Aunque en el
fondo también le divertía. El marqués era dominado por la ira
cuando la dama nombrada se ponía insistente, y los
improperios que salían de su boca eran dignos de ser
enlistados en un recopilatorio para instruir al más crápula del
bajo mundo.
—¡No! —insistió. Lo detuvo antes de que continuara y le
arruinara su casi perfecta mañana, salvo por la resaca—. ¿Mis
amigas siguen despatarradas en unas de las habitaciones?
—No, milord. Price se encargó de ese asunto muy
temprano. Pero sus «amigas» no estaban para nada contentas.
No dudo que le llegue muy pronto una carta reprochándole su
nula hospitalidad.

—¿Nula? Eso es cuestionable. Durmieron en la casa de


un marqués.
—Explíqueselo a la condesa viuda de… —No pudo
continuar. Oso lo miró ceñudo con el rostro empapado para
convencerlo de callar, luego se secó con un paño de lino,
mientras se quejaba del molesto frío— o la señorita… esa. —
Se refirió a aquella solterona que no tenía intenciones de dejar
de serlo. No pronunció sus nombres en voz alta. Se persuadió
a sí mismo de conservar el anonimato de las damas.
—Nunca estuvieron aquí —atajó.

—Y se fueron bastante incómodas. Para una vez que se


digna a invitarlas y se van con las manos vacías.
—Me pregunto por qué te dejo opinar con tanta ligereza
sobre mis incursiones de cama.
—Si le molesta cierro mi boca al respecto
indefinidamente —agregó circunspecto Anderson.

—No lo hagas, detesto escuchar lo que tienes que opinar;


pero, aunque no lo expongas, tu rostro te delata. No dominas
el arte de simular como Price. Prefiero que te desahogues, así
nuestro trato es más relajado.
—Siento mis deficiencias, milord —dijo señalando su
cara.

—Creo que me dan ventaja, siempre sé lo que piensas. —


Hizo un alto para estirarse, el día sería largo—. Mi ropa.
—Siempre lista, milord. —Se la acercó diligente.
—Eres un buen elemento a mi servicio. En realidad no
sabría qué hacer sin ti, Anderson. Solo olvida que te lo he
revelado. Después de tomar el caldo «revive muertos» de la
señora Hank —dijo para referirse a la cocinera— estaré menos
vulnerable y volveré a ser el mismo ser despiadado de
siempre.

—Solo para quienes no lo conocen, milord —recalcó con


una mirada cómplice.

—Anderson, me abruma que seas un hombre joven y


estés tan solo. Tienes mi edad, ¿cierto?
—Sí, veintiocho años.

—Busca una buena mujer y cásate, puedo ofrecerle un


trabajo decente si deseas que viva contigo bajo mi techo.
¿Cómo puedes lidiar con la soledad?

—Me pregunto por qué milord desea casar a todos a su


alrededor. Siempre le sugiere lo mismo a Price, y a mí no es la
primera vez que me lo propone.

—¿En serio? —El otro asintió con una interjección—. Ni


siquiera me había dado cuenta.
—Tal vez sus amigos y lady Abbott no van por mal
camino con su insistencia en el matrimonio. Inicia la
temporada y una variedad de rosas inglesas desfilarán en los
más importantes salones. Una oportunidad nada despreciable
para un caballero que busque desposarse.

—No soy ese caballero —masculló mirándolo


inquisitivamente.

—No le gustaría que su casa resplandeciera con una bella


mujer, con hijos.
—No es un hogar decente. No imagino señorita alguna
que aspire a ser la dueña y señora de esta morada.
Seguramente querría que derrumbara Bloodworth House y
erigiera una nueva en su lugar.
—Está exagerando. Usted se ha empeñado en que esta
morada no sea honorable; pero por suerte, Price ha estado ahí
para hacerse cargo de mantener la mansión a salvo.
—Entonces debemos hacerle un monumento, es su
proeza no la mía.
—En eso no se equivoca.
Capítulo 2

Rose Peasly, a sus veintiséis años, había visto sus temporadas


extinguirse sin encontrar esposo. O más bien, rechazando
cuanta propuesta matrimonial recibió. Esto había hecho que
los nervios de su madre se crisparan y que el cabello de su
padre, de mediana edad, quedara completamente blanco. Pero
había llegado el turno de su hermana menor, quien ya tenía
veinte años y estaba a punto de seguir su misma suerte. La
terquedad de su madre hizo que aguardara, Aurora tenía la
esperanza de que Rose se casara antes de que su hija menor
debutara. Sus anhelos no se cumplieron y Daisy no podía
seguir esperando.
Ese hecho no menguaba la fe de sus padres, aún soñaban
con que un caballero apareciera con su armadura impoluta,
bajara de su corcel y convenciera a la terca señorita Peasly de
aceptarlo como su futuro esposo.

Sin embargo, lo que angustiaba a lady Peasly no le


afectaba a Rose, que ayudaba feliz a su hermana a escoger
junto a la doncella los vestidos que luciría en los bailes más
importantes. No se veía afligida por su soltería, al contrario, se
sentía aliviada tras librarse del peso que representaba cada año
tener que llegar a las actividades de la temporada con un carné
que no deseaba llenar. Esperaba con ansias a mayo, el día
cinco para ser exactos.
Su más anhelado propósito era presentarse en el concurso
de las rosas que tendría lugar la fecha señalada. Llevaba años
trabajando en la cruza de rosas híbridos perpetuos (hybrid
remontants) por su capacidad de florecer más veces que otras.
Y tras éxitos y fracasos durante casi una década, lo había
logrado. Sus rosas Blushing Girl iban a florecer esa primavera.
El aroma, la sedosidad de sus pétalos y el color eran sublimes.
Aquello no hubiera sido posible sin el apoyo de John
Gallahan, el viejo jardinero de la familia y sin la experiencia
de su padre, que le había trasmitido oralmente todos sus
conocimientos como cultivador de flores. Gracias a Peasly
había conocido los trabajos de Jean Laffay y William Paul,
principales cultivadores de la época, en quienes se había
inspirado. Sobre todo, la rosa conocida como Le Reine del
primero.

—Hija mía, ¿cómo puedes estar con esa amplia sonrisa?


Ya deberías estar casada y, en cambio, levantas la frente sin
importar que otros murmuren que tu tiempo de encontrar
esposo ha caducado —dijo con pesar Aurora, la baronesa, al
ver a Rose tan tranquila, sin sufrir como solían hacer otras
jóvenes damas en una situación similar a la suya—. La culpa
es de tu padre —se quejó—. Te dio alas cuando empezaste a
interesarte en la jardinería.

—Madre, no sea dura con su esposo —lo defendió Daisy


—. Tal vez nuestro padre le despertó la curiosidad, pero quien
iría resuelta a la universidad a estudiar botánica si no hubiera
tantos detractores en contra de la educación de la mujer sería
Rose—. Los tres hijos amaban profundamente a sus
progenitores, por eso a la pequeña le molestaba que su madre
tuviera al barón en el centro de sus continuos reproches.
—De sus hijos soy la única que se ha interesado por lo
que a él le apasiona —intervino sonriente Rose, sus
distinguidos pómulos se teñían de melocotón de manera
natural, lo que le daba un aspecto saludable y jovial que
resaltaba su belleza—. Es normal que se emocione y se sienta
orgulloso. De haber sido hombre, hubiese estudiado lo mismo
que él.

—Una señorita debería estar pensando en casarse y tener


a sus propios hijos, no criando una progenie de plantas —
protestó con desdén lady Peasly.

—Esos deseos tendrá que hacerlos realidad conmigo, yo


sí quiero casarme —añadió Daisy para contentarla y que
dejara en paz a su hermana. Elevó su respingada nariz para
darle poder a su afirmación. Ambas se parecían bastante,
habían heredado los rasgos del barón, cuya familia tenía
cabello rubio oscuro, que se asemejaba al color miel, ojos
castaños y una lozanía que se extendía incluso hasta para
quienes ya habían llegado a la mediana edad. La vitalidad y la
hermosura de los Peasly era envidiada. Jacob, el heredero de
diecinueve años, también las poseía.
—Defiéndela, pero ninguna sabe con certeza a lo que
Rose se enfrentará —sentenció Aurora.

En algo tenía razón, la muchacha no estaba preparada


para lo que temía su madre: el rechazo. Aunque la señorita era
muy sociable y solía tener muchas amigas, que hasta la
temporada anterior la tomaban en cuenta en sus invitaciones,
su fracaso haría que esas tarjetas mermaran.
No iba a importar que fuera la hija de los Peasly, una de
las familias más apreciadas por la nobleza. Todos querían ser
admitidos en sus eventos, pero eso no haría que fueran
clementes. Aurora lo había visto en el pasado, incluso, ella
misma había sido perpetradora de tal costumbre. Las jóvenes
que no lograban matrimonio las cinco temporadas de rigor
eran apartadas sutilmente. Y para la baronesa, que era un
exponente de éxito en la sociedad, que su propia hija fuera
relegada era un duro golpe a su ego y la hacía sentirse
humillada.

Le molestaba ver a su hija tan tranquila ayudando a


Daisy para el gran baile que darían esa noche en su residencia,
mientras pasaba por alto las consecuencias de sus decisiones.
La quería. Prefería consumirse ella en su propia angustia y
buscar remedio para lo que sobrevendría. Un matrimonio para
Rose, aunque fuera un tanto desventajoso, parecía ser su única
salida.

—Los vestidos son hermosos, Daisy. El de esta noche es


tan elegante. Estoy segura de que recibirás varias propuestas
—le dijo Rose con cariño. Quería apoyarla. La muchacha
había esperado llena de ansias por su gran día y al fin se le
hacía realidad.
—No puedo esperar —reveló Daisy. No podía disimular
su emoción.

—Lamento que por mi culpa tu debut se haya retrasado


tanto —se sinceró.

Cuando Daisy cumplió dieciocho le insistió a su madre


para que le permitiera debutar, pero Aurora estuvo renuente.
Cada hija debía tener su momento. Y la pobre Daisy había
tenido que sacrificarse.

—No importa, no te recrimino nada. Solo voy a disfrutar


este año de todo lo que pueda. Creo que la edad me da una
ventaja sobre las que son dos años menores, no tengo miedo
—admitió Daisy para tranquilizarla.

—Siempre sacas lo mejor de cada situación —le dijo


Rose con una sonrisa en la mirada.

—Lo aprendí de mi hermana mayor —agregó con


orgullo.

Aurora estaba feliz de ver el cariño que se tenían, al


menos creía que en eso había hecho un buen trabajo. Sus tres
hijos se trataban con amor fraternal. Las muchachas y Jacob
habían creado lazos sólidos que permanecerían a largo plazo.
Siempre se tendrían los unos a los otros y eso le daba sosiego.

—¿Qué te pasa, madre? —preguntó Rose al verla


pensativa.

—Nada —contestó conmovida—. Tengo cosas que hacer,


las dejo conversar.
Rose le regaló una mediana sonrisa. Habría querido que
su madre pusiera en palabras lo que pensaba, pero a Aurora le
costaba expresar sus sentimientos. No siempre había sido así,
cuando eran niños era más cariñosa. Después, con el tiempo,
se volvió más inhibida y todos tuvieron que acostumbrarse.

Cuando su madre abandonó la habitación para continuar


supervisando los preparativos para la noche, las hermanas
siguieron riendo y hablando sobre este partido o aquel. Daisy
estaba ilusionada, y Rose que conocía a varios caballeros le
decía en cual debía poner sus esperanzas y a cuál evitar como
si de la peste se tratara.
La doncella llegó temprano para preparar a Rose. Vestido
azul y perlas. Con eso enfrentaría a Londres como solterona
declarada. No iba a negar que le dolía lo que pensaban, pero
tenía una fuerza interior que le hacía levantarse con rapidez de
los tropiezos o las tristezas, como un don o un talento innato
para aferrarse a la fe y a la bondad.
Recordó su primera temporada. Sabía que era imposible
que él cumpliera su promesa, por tantas razones que no podía
enumerar sin que una lágrima se le escapara. Tras varios
bailes, en que el vacío le recorrió cuando no lo encontró en los
salones, lo descubrió una noche lejos de la pista, en el fondo,
casi oculto observando.

Se repitió en varias ocasiones hasta que su ausencia la


laceró muy profundo. «¡Emery! ¡Oso!», pensó. «Tampoco te
has casado, ¿cómo debo interpretar eso?». Cuando volvió a
verlo en una velada, la distancia entre ambos ya era tan grande
que se sentían ajenos, como dos desconocidos. Ya no sabía
nada de ese hombre. Del muchacho que saqueó sus labios con
entrega total no quedaba mucho, solo el brillo fugaz que
titilaba en el azul oscuro, casi negro, de sus ojos.

Suspiró y volvió al presente cuando ya estaba lista. Se


había perdido la sucesión de los últimos minutos. Esa noche,
Emery, tampoco estaría allí. Su presencia se había prohibido
en Peasly House desde hacía mucho tiempo atrás.

Horas más tarde, hizo su entrada. No pasaba


desapercibida. Aunque no quería destacar, era el efecto que
causaba. Las señoritas volvieron la vista hacia ella,
conscientes de que aún podía ser una rival de peso. Los
caballeros solteros —que la habían pretendido en el pasado—
aún cavilaban si volver a proponerle matrimonio sería algo
suicida. Las matronas ladeaban la cabeza, sintiendo incluso
pena por la suerte tan triste de una señorita que había tenido
tanto potencial.
Ella, en cambio, no sabía si refugiarse en el fondo del
salón con las otras señoritas en desventaja o dar un paso al
frente. Su madre tomó la decisión. Era su casa y le pidió
permanecer a su lado mientras atendía a los invitados. Rose lo
hizo con gusto, le agradaba el papel de anfitriona. De haber
estado casada y de tener su propia morada, lo habría hecho
excelente. Había aprendido de la mejor. Poco a poco, se le
olvidó el estigma y deslumbró a los presentes como estaba
acostumbrada, con sus elegantes maneras y sus palabras
gráciles. Daisy tampoco se quedó atrás, su carné se llenó con
rapidez y bailó toda la noche. El júbilo desbordado se percibía
en su semblante.
—Tal vez era el destino. Quizás este año mis dos hijas
me sorprendan casándose a la par —confesó la baronesa al ver
la mirada de este o aquel caballero reparando en Rose, que
junto a su hermana acaparaba las miradas.
—Madre, no se haga ilusiones. Creí que este año me
dejaría descansar y pondría todos sus esfuerzos en Daisy —
replicó la interpelada.
—No estoy lista para darme por vencida contigo,
querida. Muéstrame tu carné.
—No tengo uno.
—¿Cómo es eso posible? —inquirió la dama muy
consternada. Rose negó y la madre declaró aquel hecho
inadmisible—. Debemos resolverlo de inmediato. Por suerte es
algo que tiene solución.
No tardó en hacerse con uno de los que estaban
desplegados para las invitadas y entregárselo con el rostro
lleno de entusiasmo.
Rose lo tomó con una mueca de complacencia, pero por
supuesto que encontraría mil excusas para huir de cualquier
caballero que tuviera la osadía de invitarla. Prefirió contemplar
a lo lejos el éxito que estaba teniendo Daisy y contentarse con
ello.

Los músicos eran los mejores de Londres, la pista estuvo


llena todo el tiempo, mientras las parejas danzaban al compás
de un vals o una contradanza. El baile llegó a su fin cuando los
invitados se cansaron y decidieron que ya era hora de regresar
a sus casas.
La celebración fue un éxito rotundo, como siempre. El
barón estaba orgulloso y lady Peasly, sonriente. El descanso
era necesario y merecido. Los anfitriones, extenuados, también
se fueron a la cama.

Al otro día, Rose hubiera dormido un par de horas más,


pero Daisy llegó como una tromba a agitar las sábanas para
despertarla.
Ojerosa, la hermana mayor abrió un párpado y después el
otro.
—¿Qué hora es? —preguntó.
—Ya estamos a mediodía —respondió la más joven,
emocionada.
—¿Qué te ha sacado de la cama? No hemos dormido
nada —renegó reacia a abandonar la suya. Para sus adentros
hacía recuento de sus obligaciones. Había dejado al jardinero a
cargo del cuidado de los rosales. Si se secaban, eran devorados
por los hormigones o algo funesto les ocurría antes de que
florecieran en primavera, sería una catástrofe para sus planes
de concursar en mayo.
—Ya es hora de que despiertes y escuches todo lo que
tengo que contarte.

—Habla de una vez —exigió Rose sentándose y


estirándose sin nada de elegancia. Seguía agotada, pero
entendía la magnitud de lo que Daisy estaba viviendo, así que
puso de su parte para seguir el hilo de la conversación—.
Cuando me adecente saldré a toda prisa hacia el invernadero.
No puedo sucumbir ante la pereza, mientras Gallahan hace mi
trabajo.
—Tus flores no morirán porque un día le dediques un par
de horas a tu única hermana. Si solo tuvieras a Jacob tu vida
sería aburridísima. Solo hablarían de monturas, esgrima, y los
salvajes intereses de tu hermano menor. ¡Vamos! —la instó—.
La charla amerita un delicioso té y unas exquisitas tartaletas.
La cocinera ha preparado tus favoritas, las de cerezas negras.
El olor inunda toda la planta baja.
—Sí que sabes cómo tentarme.
—No quiero hablar aquí con la cama desarreglada y tu
semblante adormilado. Ni siquiera han descorrido las cortinas.

—¿Y qué pretendes, Daisy? ¿Tomar un té con la reina


mientras me cuentas a quién conociste anoche? —se burló y la
risa se dejó escuchar por la estancia.

—Eres tan malvada —bromeó.


—¿Hay alguien despierto en esta casa, salvo nuestro
padre que debe haber marchado a cumplir con sus deberes
parlamentarios?
—Hoy no sesionan, pero sí, escuché que salió temprano.
Los demás siguen descansando. Jacob está despatarrado en su
habitación y madre está desayunando solo un té en sus
aposentos. Ha recurrido a una mezcla de barro prodigiosa para
sacar la luz a su rostro trasnochado. Dice que no es justo que
nuestro padre con la sangre Peasly envejezca más lento y
tenga un cutis más lozano que el suyo.
—Pobre padre, es cierto que su piel es envidiable. Pero
¿qué me dices de su cabello? Es el único Peasly canoso a su
edad.
—¿Y sabes por qué? —la importunó Daisy—. El resto de
nuestros parientes que lo superan en años, apenas si se les han
aclarado las sienes.
—Claro que no es culpa mía —refutó Rose cruzándose
de brazos.

—Como sea, querida. Madre está obsesionada con la


juventud. No te recomiendo visitarla o terminarás tan
embadurnada como ella. Yo me libré por muy poco. Dice que
los eventos no se detendrán y que no puede darse el lujo de
lucir demacrada.

—Madre es hermosa. Le encanta exagerar.


—¿Y nuestro padre qué asuntos salió a atender?

—Negocios o eso escuché hace varias horas.


—¿Y qué hacemos aquí encerradas? —jugó para seguir
provocándola. Le agradaba ver la felicidad en el rostro de su
hermana debido a la emoción que le producía tener con quien
compartir su opinión acerca de la noche anterior.
—Vamos, vístete. El saloncito de nuestra madre está
desierto. He pedido que nos lleven un servicio de té y una
bandeja con tartaletas.
—Solo por las tartaletas —resolvió Rose.

—Y por mis comentarios sobre el baile. Verás que


valdrán la pena.
Treinta minutos más tarde, las dos estaban instaladas en
el saloncito devorando el exquisito manjar. Daisy en voz baja
nombraba a este o aquel caballero que le había causado una
buena impresión. Rose escuchaba atenta sin podérselo creer.
Su hermana terminaría casada muy pronto, era muy diferente a
ella. Su corazón no estaba comprometido y el despecho no
había ennegrecido su alma. Para la joven, la temporada era lo
que debió haber sido para ella, si no hubiera sucumbido a la
tentación de enamorarse antes de lo que estaba permitido para
una señorita.
Alguien llamó a la puerta. Era la señorita Chapman, la
antigua institutriz de las muchachas, que se había quedado a
vivir con ellos como dama de compañía de las hermanas,
interrumpió la charla y con cara seria le comunicó a Rose que
su padre la esperaba en su despacho.
—¿Le dijo qué desea? —indagó con curiosidad.
—No, pero me pidió que la conduzca a su presencia con
urgencia.
—Ni siquiera sabía que ya había regresado —terció
Daisy.

—Déjame al menos una tartaleta —pidió Rose antes de


retirarse.
—Dejaré muchísimas. Lo último que tengo en mis planes
es engordar.
—Daisy, ¿no te estarás volviendo muy vanidosa? Eres
muy delgada.

Ambas rieron, les encantaba bromear. Incluso la señorita


Chapman se unió a las risas. Les tenía mucho cariño, por eso
cuando concluyó con la formación de las jóvenes aceptó la
oferta de los barones.
Con una sonrisa en los labios, Rose dejó a Daisy. Caminó
llena de su habitual alegría por los inmensos salones decorados
con alfombras persas, ornamentos de oro, cortinas de
terciopelo rojo y cuadros de afamados pintores. Carraspeó
cuando Spencer, el mayordomo de la familia, que aguardaba
en la entrada del estudio le avisó al barón que su hija ya había
llegado. A ella le sorprendió tanta solemnidad.
—Hija —dijo su padre con el rostro serio y con un gesto
de la mano la invitó a tomar asiento frente a él.
Lord Peasly alargó el silencio un par de segundos en los
que la joven lo miraba con expectación.

—Padre —musitó dubitativa para pedirle que hablara.


—Te he salvado del caos inminente, ni siquiera tu madre
lo sabe. Quería conversar primero contigo, no deseo ilusionar
a Aurora y que cuando te comportes como una ingrata vuelvas
a romper el corazón de tu madre. No sé si aguante otro golpe.
—¿De… qué… está… hablando?
No imaginaba de qué se trataba esa introducción, pero no
le gustaba nada. Algo se traía Leonard entre manos, como casi
siempre.

—Uno de tus más insistentes pretendientes ha decidido


no darse por vencido ante tu rechazo. Anoche lucías
primorosa. Nos hemos citado en White’s para hablar de
negocios, y no ha podido desaprovechar la oportunidad para
informarme de nuevo sobre sus afectos. Estuvo tentado a
invitarte a bailar, pero se contuvo… Decidió que era mejor
hablar antes conmigo.

—Vaya al grano —instó. Sabía que se ganaría una


reprimenda por su poca mesura, pero le sorprendió más que su
padre reaccionara contrario a lo esperado.
—Rose, mi dulce y terca Rose —añadió con tono
cariñoso—, la última temporada recibiste menos ofertas que
las anteriores. Tu fama de dar calabazas te precede. ¿Sabes lo
que dicen de ti?
—Lo sé. Mi madre me ha puesto al tanto, creyendo que
así me disuadiría. —Tragó en seco. No le agradaba que su
padre la mirara así, lleno de reproches. En serio que le habría
gustado ser una hija más complaciente, pero no podía y jamás
sería desleal a sí misma y a sus principios.

—No puedo comprender tu obstinación —soltó desde el


fondo de su alma con un volumen mediano de voz, pero con
firmeza en su tono.
—Ninguno de los caballeros que se han acercado para
pedir mi mano han encendido una chispa en mí. No eran los
adecuados. Puse de mi parte, pero no llegó. Tal vez no estoy
hecha para el amor.
El padre desesperado pero intentando no aparentarlo, se
puso de pie y deambuló por la estancia para sopesar sus
palabras. Con ella debía ser muy cauto con lo que saliera de su
boca, más si su intención era convencerla de tomar el último
salvavidas que quedaba en aquel mar revuelto donde se
hundía. Su buque se iba a pique y Rose no parecía mortificada,
menos asustada.
A Peasly no solo le pesaba lo que murmuraba la
sociedad, que tildaba a su hija mayor de una señorita
caprichosa, lo que más le inquietaba era lo que opinaba su
familia de origen. Su madre y sus hermanos, sobre todo el que
era párroco, negaban cada vez que recordaban su fracaso como
guía de Rose. El barón venía de una familia con un pasado
religioso importante, tenía un tío obispo, un primo cardenal y
su hija era señalada y él junto con ella. El tema principal de
conversación en cada cena con toda la familia era ¿cuándo
Rose cumplirá con su obligación de ser desposada y engendrar
hijos?
—El amor nace en el matrimonio con los años. No
puedes descubrirlo en un baile en un abrir y cerrar de ojos —
alegó Leonard comenzando a dar muestras de su impaciencia,
ya no podía controlarse.
—¿Así se enamoró usted de mi madre? —desafió, solía
hacerlo con sus padres, más con él.

El hombre apretó los dientes, la adoraba, pero le colmaba


la paciencia cada vez más seguido. Quería poseer un don para
hacerla obedecer sin tener que esforzarse tanto. No tenía
quejas de Rose en otros aspectos, era una joven alegre, jamás
le pedía demasiadas joyas o vestidos, tenía buenos valores, sus
modales a la mesa eran exquisitos y destacaba en las artes y
otras actividades propias de las señoritas como bailar, bordar,
pintar… Era cariñosa con sus hermanos, con sus progenitores
y era generosa con los que tenían una vida desafortunada,
siempre dispuesta a ayudar o a regalar sus posesiones en bien
de los desfavorecidos.
Por eso le dolía que la tildaran de caprichosa, Rose no lo
era. Era dulce, gentil, dispuesta. Pero… Todo se torcía cuando
se tocaba el tema del casamiento. Como si una pared
infranqueable se erigiera entre los dos.
—A tu madre me la presentó mi tío —aclaró.

—¿El obispo?
Él asintió.
—Y ella ha sido una estupenda esposa, gran madre
también. Lleva la casa mejor que muchas de las mujeres de
mis pares, es una anfitriona excelente y ha tomado el timón de
nuestro hogar para sacarnos de una que otra tormenta, cuando
hemos estado a punto de naufragar y yo… no podía hacerlo
solo.
—Sí, describe usted a mi querida madre. Pero lo suyo fue
suerte. Piénselo, padre. Le presentan a una dama de exquisitas
maneras, con supuestas virtudes… Solo le queda confiar en
quienes le hablaron de sus talentos y su buen corazón. Pudo
haberse salido de control tras años de matrimonio, cuando
ambos se hartasen de cumplir un papel. ¿Y si usted con el
tiempo no se hubiera enamorado? ¿Y si mi madre no hubiese
sido tan tratable y poseyese un carácter difícil? ¿Estaría igual
de pleno y feliz?
El lord carraspeó. Esas disertaciones interminables con
Rose eran de continuo, para cada comentario tenía una
respuesta.
—El hijo de mi mejor amigo, quien ya descansa en paz,
es un hombre de principios como su padre. Él ha vuelto a pedir
tu mano, cuando yo creía que era algo imposible y me veía
mendigando un trato decente para ti.
Rose abrió los ojos desmesuradamente. «Ese hijo de su
amigo». Sí, el padre tal vez fue magnífico, pero el hijo tenía
algo en la mirada que no la terminaba de convencer. Todd
Rodhes, duque de Thane, era correcto, caballero, amable, mas
no le gustaba. Era un presentimiento, y ella no solía tenerlos a
menudo, pero a este había decidido prestarle atención. No le
convenía. No se iba atar a él. Le aterraba el matrimonio,
saberse «propiedad» de un hombre que no fuera su padre y
jamás poder escapar… si la convivencia no resultaba. Y estaba
casi segura de que no iba a funcionar porque su corazón se
negaba a dejar entrar a alguien más que no fuera su… «primer
y único amor», pensó con un escalofrío recorriéndole la
espalda.
Tras la muralla que la vida levantó entre ella y Oso
intentó negar mil veces sus sentimientos. Se juraba que no era
por él que rechazaba a uno y otro pretendiente, como un
castillo de naipes gigantes desmoronándose a sus pies.
—Mis únicos planes en esta temporada son concursar
con mis flores y apoyar a Daisy en lo que para ella es
importante.

—Tal vez tu madre tiene razón y no debí alentar tu


interés por la jardinería.
—No. Eso le ha dado un sentido a mi vida. Soy feliz y
tengo una pasión donde me puedo probar cada día. Mis manos,
mi mente, mi talento, no están desperdiciados bordando
florecitas y esperando por un matrimonio ventajoso. Esas
rosas… las he creado yo, pude transformar la naturaleza y sé
que soy capaz de llegar todavía más lejos. Todos aman las
flores y yo sueño con tener un invernadero enorme donde
pueda hacerlas crecer para comercializarlas. Bodas, bailes,
celebraciones de todo tipo. Definitivamente durante la
temporada me haré tan rica como usted —expresó ilusionada
—. Quizás no tanto. —Hizo una pausa para reír—. Pero
pretendo crear el imperio de las rosas, peonías, orquídeas…
Tengo los contactos y las agallas. Deme mi dote, padre…
Yo…
—La jardinería es un ocio saludable, pero de ahí a
considerarlo como un modo de obtener ingresos para
sostenerte hay un largo trecho. Eres una señorita. Hija de un
noble, además. —Esto último lo agregó con los dientes tan
apretados que casi llega a dañárselos de modo irreversible—.
Trabajar es impensable. ¿Qué ideas te has formado? ¿Crees
que de eso vas a vivir? Para ti solo hay un camino, el
matrimonio o quedarte bajo la protección de Jacob como una
solterona, lo que sería un desperdicio con tu belleza e ingenio.

—No hacer nada con mi vida más que estar a merced de


un hombre sí que es un desperdicio para mí.
—¡Rose! ¡Vuelves a colmar mi paciencia! —Alzó la voz
e hizo un esfuerzo por serenarse. Cada vez que tocaban el
tema acababan igual y eso los conducía a un camino que
terminaba en un despeñadero. Intentó ser persuasivo—: Todd
Rodhes es un duque, subirías varios escaños en la escala
social. Eres la hija de un barón y serás duquesa. Podrás
dedicarte a cultivar rosas o lo que sea que siembres, pero solo
como un pasatiempo. Tu obligación es engendrar herederos
para un apellido respetable. —Hizo una pausa para exhalar y
volver a llenar sus pulmones—. Ese caballero debe apreciarte
demasiado, hija. Pidió tu mano en la primera temporada y
volvió a hacerlo en la cuarta. No te ha quitado los ojos de
encima todo este tiempo. No hagas que la tercera petición sea
la vencida.
—Es un poco espeluznante eso, ¿no le parece? Tras dos
rechazos debió buscar otras opciones. Señoritas con la
ambición de ser duquesas hay demasiadas. Tiene una amplia
variedad para hacer su elección. Hay bellezas desfilando por
los salones. ¿Por qué obsesionarse con una escurridiza «hija de
barón»? —acentuó esto último para tratar de convencerlo de
desistir.
—Los hombres son cazadores, mientras más se resiste
una presa, más se empeñan en capturarla.
—No quiero ser cazada. No es mi propósito en la vida.
Pretendo ser conquistada y Thane —se refirió al título del
duque— ya perdió todas sus oportunidades.

—¡Rose! —gritó perdiendo la compostura. Siempre


ocurría. Empezaban conversando en un tono comedido y
terminaban perdiendo los estribos. Sobre todo él, porque ella
debía aguantarse las ganas de gritar también para defenderse.
Como quiera que fuese, era su progenitor y ese hecho jamás lo
perdía de vista—. Le he dicho que sí.
—No será la primera vez que cometa el error de hablar
en mi nombre. Deshaga la oferta, en eso ya tiene experiencia.
Hágalo si no quiere vivir la humillación de escucharme decir:
«no acepto» durante la ceremonia de casamiento.
—Fuera de mi vista. No deseo escuchar una palabra más
de tus labios. Te doy dos días para acostumbrarte a la idea
porque esta vez, pequeña, no te saldrás con la tuya. Mi tío está
dispuesto a casarte, incluso a la fuerza. Sabes que nuestra
familia tiene suficiente poder para llevarlo a cabo. ¡Todos
respirarán con mayor tranquilidad si dejan de tener una
solterona en la familia!
—No pueden hacer eso —chilló y rompió a llorar para no
estallar en ira.
El padre gruñó exasperado y con un ademán de la mano
le ordenó retirarse.
Capítulo 3

White’s le ofrecía el mismo panorama de siempre a Oso. Los


caballeros hablando de temas que comenzaba a detestar, las
mesas llenas con los mismos grupúsculos de siempre, las
usuales bromas descoloridas, la falsa moral. Se atrevían a
mirarlo por encima del hombro. Cuando iban en compañía de
sus esposas, en las reuniones formales, todos acusaban con la
mirada a lord Bloodworth: el marqués descarriado, el hombre
de la vida libertina. Pero, en un burdel, ebrios como una cuba,
lo miraban como al mejor camarada de juergas. Ni, qué decir,
en las carreras de caballos, en las peleas clandestinas o en las
mesas de juego.
Era consciente de que cada vez se alejaba más de las
costumbres de su clase social. Pero la fama que le precedía se
levantaba sobre débiles cimientos. Se le adjudicaba un
proceder más licencioso que el que en realidad tenía. Emery
no era un santo, pero su reputación era una enorme montaña
de humo, una que él se había encargado de alimentar solo por
despecho.

Gracias a su dinero no había perdido importantes lazos


con lo más selecto de la nobleza. Estos recurrían a él cuando
querían un préstamo con los que salvar las mansiones lujosas
que ya no podían mantener, o le encargaban maquinarias que
pagarían en largos plazos. La solvencia de Oso no era secreto
para nadie y se la debía a su padre.
Joseph le había abierto los ojos a temprana edad sobre
cómo erigir un imperio, hombre de intelecto privilegiado como
él; pero que había perdido la prudencia en un momento
crucial.
Oso reflexionó. Todos sus amigos ya estaban casados. La
pasaban bien juntos en aquel lugar, pero cuando llegaba la
hora de volver, aquellos tenían esposas e hijos que los
esperaban. Él, en cambio, solo tenía a mujeres a las que le
pagaba por sus servicios u otras damas con las que tenía
acuerdos escandalosos, pero que terminaban encariñándose y
exigiéndole más. Detestaba sentir que alguna de esas
compañeras de cama, empezaba a hacérsele familiar. Odiaba
extrañar o notar que comenzaba a surgir algún lazo afectivo.
Entregar su corazón era impensable, pero sentir afecto o
agradecimiento era natural. Por eso tenía la regla de establecer
relaciones temporales y sacarlas de su vida antes de que
pasaran a otro tipo de trato.

Solo se había enamorado una vez, cuando aún se


consideraba bueno y con trazas de inocencia en su carácter.
Después la vida se había encargado de ponerlo en su sitio, el
de un canalla solitario. Sus amigos eran todo lo que le quedaba
de fraternidad, Jason, el duque de Weimar y Evander, el conde
de Allard. Todos los demás eran solo camaradas de juerga,
copas, libertinaje.

Era un muchacho cuando en una cena formal en la casa


de los Peasly sus padres fueron humillados. Ellos tres fueron
los primeros en llegar, como casi siempre. Más que lazos de
amistad los unía una fuerte hermandad. Eso no importó. Sus
padres habían tocado fondo. Casi nadie lo sabía, pero los
barones sí. Y no fueron clementes. Peasly y su esposa les
pidieron que se fueran antes de que llegaran los demás
invitados. Sus padres se habían quedado con los rostros
perplejos. Y él recordaba cada palabra.

—Es mejor que se retiren —dijo la baronesa ante el


asombro de la madre de Oso, la antigua marquesa de
Bloodworth, Rosaline.

—¿Qué está pasando? —preguntó Rosaline con la


expresión desencajada.
—Me han llegado rumores —contestó Aurora—. Uno de
los invitados me ha puesto en contexto. Quiso advertirme
debido a nuestra cercanía. No consideró apropiado que
siguiéramos siendo amigas.
Rosaline tragó en seco.

—No entiendo qué está queriendo decir, querida


baronesa —intervino Joseph, el anterior marqués y padre de
Oso. Su rostro lucía completamente asombrado. Miró a su
esposa que poco a poco fue mudando el semblante de la
intriga al miedo. Parecía que no estaba tan confundida como
él—. ¿De qué se trata, Rosaline?
—¿Usted no va a decir nada, lord Peasly? —lo desafió
Rosaline—. Hará como Aurora, dejará que un rumor sin
fundamentos acabe con una amistad de tantos años.
—Exijo una explicación —demandó Joseph—. No
toleraré una humillación semejante. Ni siquiera de ustedes,
¡menos de ustedes!
—No tengo una que darte. No hoy —contestó el barón.

Peasly se llevó las manos a la cabeza y caminó para


alejarse de ellos, exhalando con fuerza.
—¡Eres un cobarde, Leonard! —Joseph lo llamó por su
nombre de pila. Se conocían de tiempo atrás, habían sido
compañeros de estudios desde los quince años—. No me
quedaré un segundo más donde no hemos sido tratados acorde
a nuestro rango. ¡Ajustaré cuentas contigo cuando no estén
presentes las damas! —amenazó alto y claro. Le extendió la
mano a su esposa para salir de inmediato de allí.
Oso no dijo ni una palabra. En aquel momento, su mente
era un caos. No podía entender qué sucedía y mientras
marchaba al carruaje la situación se le hizo muy clara: Peasly
había descubierto lo ocurrido entre Rose y él. Cerró los ojos
mientras se subía al carruaje con sus padres. Sufrió al
imaginar la decepción tan grande que se llevaría su
progenitor al saber cómo había mancillado a la hija de los
barones. La había convencido de burlar la vigilancia de sus
padres, la había besado con una pasión que los consumió a
ambos, había tocado indecentemente las incipientes curvas de
la muchacha por encima de la abultada tela de sus vestidos.
Debía reunir el valor para enfrentar a su padre y ofrecer
reparar el honor de la señorita.
La quería. La desposaría con gusto.

Su mente se llenó de Rose. ¿La habría reprendido su


padre? Su cuerpo se enterró en los mullidos asientos del
carruaje.

—Tu turno de jugar. —Una voz lo sacó de sus recuerdos.


Tras el silencio de su oponente, Jason continuó hablando,
clavándole los ojos azules tan chispeantes como dos gemas—:
¿En dónde estás? Porque no creo que sea en White’s.
Oso negó, luego carraspeó y terminó de regresar al
presente y colocar una carta sobre la mesa.

Tras hacerlo volvió a perderse en sus pensamientos. En


ese instante fue Rose, quien se apoderó de su mente. Siempre
la había observado de lejos en los grandes salones. Fue su
amor prohibido hasta que la distancia lo convenció de que ya
no eran nada. Apenas si solían cruzar palabras hasta que Jason
desposó a su duquesa, Angelina, y resultó que Rose era su
mejor amiga. Se hizo imposible no coincidir.

Y con esas coincidencias volvió el dolor punzante en su


costado, el que jamás se había ido, solo había logrado dormirlo
con su desordenada vida. Entonces compartieron monosílabos
o silencios incómodos en presencia de otros. Hasta que fue
obligatorio decir algo más o todos se darían cuenta de que algo
importante callaban. Las palabras delante de los demás eran
escasas, pero cargadas de ironía. Y si por azar nadie los oía,
estas se volvían asesinas como dardos envenenados.

Rose lo odiaba, eso había concluido. Entendía que se lo


merecía. Pero él también le guardaba resentimiento, uno que
hacía su sangre hervir cuando ella era implacable.

—Vuelve a ser tu turno, amigo —lo apuró Evander con


su sonrisa torcida, uno de los lados de su boca tenía una
condición de nacimiento que dejaban inmóviles los músculos
del área. Pero su peculiar característica, aunado a su cabello
castaño oscuro le daban un aire desafiante.

Oso sacudió la cabeza para detener sus pensamientos


acerca de Rose. Los recuerdos de aquellos años felices habían
vuelto a rondarlo, pero con ellos también venía el dolor, la
traición y las lágrimas que sobrevinieron a todo lo hermoso
que compartieron.

Jugó sin interés en la partida de cartas. Se frotó los ojos y


dio un trago a su brandy.
—Amigo, ¿pasa algo? ¿Puedo ayudarte de alguna forma?
—interrogó Jason a quien no le pasaba desapercibido su
estado. Oso era siempre el más animado y no solo estaba
apagado, se notaba muy ofuscado, taciturno, cansado.

—Todo está bien, Jace —respondió.

—Podemos dejarlo para otra noche —propuso Evander.

—No tengo otro sitio mejor en el que estar.


Las arrugas en su frente, sus ojeras y lividez lo delataban.

—Si es lo que deseas —agregó Evander inseguro.

—Muchas veces te pedí que dejaras de frecuentar a esos


amigos… —sermoneó Jace.
—Tan descarriados como yo —terminó Oso.

—Se puede decir que sí —continuó el duque—. Cada


una de las ocasiones que lo hice me mandabas al demonio. Y,
últimamente, los has apartado, justo cuando menos te lo he
pedido. Me complace, pero al mismo tiempo me pregunto:
¿qué te hizo cambiar de opinión?
—Oh, Jace, ya te saliste con la tuya. ¿No puedes
conformarte? —protestó Emery—. Te gusta escarbar en mis
asuntos. Y sabes que ni yo mismo lo hago.

—De acuerdo. Cierro mis labios, pero quiero que sepas


que me complace —cedió su excelencia.
—Sé que te jugamos una broma muy pesada al enviarte a
lady Abbott con toda su artillería para que te buscara una
esposa. Quería pedirte disculpas, fue una idea pésima —
admitió el conde.

—Mujer endemoniada —se quejó Oso—. Perdón por


ofender a tu «tía». —En realidad era la tía de la esposa de
Evander, la condesa de Allard, Elizabeth—. Pero sí que es
como una astilla en el pie.
—No es tan desquiciante cuando la tratas por más
tiempo. —Evander no pudo ocultar las carcajadas—. Como
sea, eres el único que logró deshacerse de ella y hacer añicos
sus expectativas.
Los amigos miraron al marqués e hicieron silencio.

—Espero que no me hayan invitado hoy para hacer de


casamenteras —dijo Oso—. Ya con lady Abbott tuve
demasiado.

—¡No! —negó Evander.


—No, si no quieres —objetó Jason—. No tengo
paciencia para insistirle a nadie. No volveré sobre el tema. Si
no te importa que tu título muera contigo y vuelva a la Corona,
que se haga tu voluntad. —Eso último lo dijo con un tono
marcial. La solemnidad en sus palabras hizo dudar a Oso.

—¿Continuamos con las cartas o prefieres hacer algo


más? —indagó Evander. Los tres habían perdido el interés en
el juego y ninguno tenía cartas que valieran la pena.

—Por cierto —atacó Jason—, Thane se ha pasado toda la


noche fanfarroneando que pronto contraerá matrimonio.
—Ya era hora —largó Oso sin interés y luego alzó la voz
para ofenderlo—. ¡Maldito malnacido!
Algunos caballeros miraron en su dirección con las cejas
levantadas, ceños arrugados y expresiones de desaprobación.
—No hagas un espectáculo esta noche, Oso —atajó Jason
—. No querrás que te expulsen de nuevo. Tanto presionarás
que un día será definitivo.
—Me importa un demonio que Thane se case. ¡Es más
brindemos por ello! —celebró con un repentino ataque de
felicidad. Sabía lo obstinado que había sido Thane
pretendiendo a Rose en el pasado. Y había disfrutado cuando
ella lo rechazó no una, sino dos veces.

Si algo lo enorgullecía de la señorita, era que, tras


sopesar a un nuevo pretendiente, riéndole sus gracias o
aceptando sus halagos, terminaba por hacerles perder la
paciencia cuando no aceptaba ninguna propuesta. Aunque
todos a su alrededor sabían que estaba dejando escapar a un
buen partido, en el fondo su ego masculino se sentía en la
gloria. No podía afirmarlo, pero guardaba la esperanza de que
nadie había podido superarlo en el corazón de Rose.
Por eso dejó de ir a los eventos de la temporada. El odio
se apoderaba de él cuando le tocaba ser testigo silencioso de
las avanzadas. Solía permanecer al acecho mirando cómo
intentaban conquistarla. Pero después, cuando Rose hacía
trizas las aspiraciones de los más valientes, se mofaba de los
desventurados pretendientes.
—Dirías lo contrario de haber acudido al baile de anoche
—atajó Evander—. Se veía venir.
—No tenía invitación y no suelo acudir a donde no seré
bien recibido —masculló temiendo que lo que vendría no le
iba a agradar.

—¿Sabes con quién se casará Thane? —insistió Jason.


Oso lo miró de reojo, «su excelencia» estaba demasiado
parlanchín esa noche.

—Suéltalo, lo tienes atorado en la garganta y te mueres


por hacerlo. Jamás te he visto tan interesado en cotillear. —Un
gruñido se escapó de sus labios.

Evander y Jason se miraron con complicidad.


—Nuestra querida amiga la señorita Peasly.

Emery se puso de pie con ganas de triturar bajo sus


demoledores puños los huesos de alguien.
Capítulo 4

Rose abrió los ojos esa fría mañana previa a San Valentín.
Pensó en las invitaciones que había recibido.
Afortunadamente, las amenazas de su madre no se cumplieron.
La habían incluido en casi todas las actividades de la
temporada en la que sus padres y Daisy iban a acudir. Tal vez
era el beneficio de ser hermana de una debutante o el de ser la
hija de los anfitriones más queridos de Londres, eventos que
nadie quería perderse.
Daisy estaba feliz porque su hermana la iba a acompañar.
Confiaba en sus consejos para tener éxito encontrando al
caballero que en un futuro cercano la convertiría en su esposa.
Esa tarde era el concierto en casa de los duques de
Weimar, uno de los eventos más esperados. Y había mucho
por hacer, su responsabilidad mayor era supervisar que la
doncella se ocupara de que su atuendo y su peinado lucieran
impecables. Pero antes, había otros asuntos importantes. La
temporada había abierto con un baile colosal en su residencia
y, por supuesto, «él» no había sido invitado. Oso. Sería
distinto esa tarde. Emery era muy cercano a Jason y no
faltaría.
El día siempre comenzaba antes del alba en la mansión
de los barones. Las costumbres de antaño se cumplían al pie
de la letra. Sus padres amaban esas tradiciones, si algo no se
llevaba a cabo sentían que el día terminaría por ser un
desastre.

Temprano en la mañana una de las doncellas debía sacar


las cenizas de la estufa de hierro fundido y dejarla lista para el
uso del día, colocándole carbón dentro. Luego la cocinera
ponía a hervir el agua, para el desayuno de los señores y los
criados. Estos últimos oraban y comían en un comedor
aledaño a la cocina, antes de que la familia se reuniera en el
comedor y los lacayos y el mayordomo subieran a servirlos.
La familia comía mientras las doncellas limpiaban las
habitaciones. Después el padre salía a sus obligaciones y las
damas se dedicaban a tejer, bordar, practicar sus instrumentos
o salir de compras hasta la hora del almuerzo, mientras las
doncellas armadas con escobas, cepillos, cera de abeja y paños
se ocupaban afanosamente de dejar la planta de abajo tan
brillante como un diamante.
El barón comía con ellos tres veces a la semana, los
restantes días lo hacía en algún restaurante de moda con sus
pares del Parlamento u otros caballeros con los que tenía
negocios. La tarde transcurría igual, en algún evento social y
era la parte de la jornada que más le agradaba a Rose. Si la
cena o el evento era en su casa, los lacayos y las doncellas no
cesaban de andar por las amplias estancias llevando flores y
ornatos acorde a la celebración.

Nunca se paraba. Jamás disfrutaban de un día calmado en


la residencia Peasly y solían tener más de una invitación para
cada noche en esa época del año. Seleccionar la más idónea o
tratar de cumplir por espacios de tiempo con todas era también
fatigoso. Para la medianoche, o a veces más tarde, cuando
volvían a casa, debían pensar en que al siguiente día todo se
repetiría de nuevo.
Rose había seguido ese orden desde que tenía memoria.
Ver a su padre comer sus huevos escalfados todas las mañanas,
mientras leía el periódico planchado. Contemplar a su madre
disfrutar de una taza de su té favorito, a la vez que regañaba
sutilmente a los más jóvenes de la casa para que mantuvieran
la compostura. Escuchaba a sus hermanos reír muy bajo en la
mesa de sus conversaciones secretas. Por suerte, Jacob había
terminado su formación en Eton, y aguardaba por su entrada
un semestre después a Oxford, donde tomaría cursos para
prepararse como el sucesor de su padre.

Rose se sentía plena. Una rutina de la que se había


quejado anteriormente, pero ese día, al ver a todos los que le
importaban reunidos en aquella mesa, ya no se le hizo pesada.
¿Cómo sería casarse y formar una familia lejos de ellos, con
sus propias tradiciones?

—¿Por qué tan pensativa, Rose? —preguntó la madre y


el padre arqueó una ceja.

La muchacha conocía a Leonard, aquel esperaba que


arruinara la calma del desayuno planteando sus quejas, su
negativa y su resolución de no desposar a Thane. Pero lo
decepcionó. No abrió la boca para enfrentarlo, anoche ya había
dicho lo que pensaba y no quería inquietar a sus hermanos.
Había tomado una decisión, nadie la iba a presionar y menos
arrastrar al altar. Arrugó el entrecejo con ese pensamiento,
luego lo suavizó.

—Todo está muy bien madre. Solo estoy pensando en si


los rubíes que me regaló padre por mi último cumpleaños
combinan con el vestido rosado de seda —evadió sus
problemas.

—El brocado de la tela es dorado como el metal de las


joyas —puntualizó Aurora—, te sentará fenomenal. ¿Estás
conforme con tus amatistas, Daisy, y con tu vestido lila?
—Sí —contestó la aludida con el rostro resplandeciente.
Eran los regalos más lujosos que había recibido y estaba muy
ilusionada con la posibilidad de usarlos.
—Ambos son delicados, buenas opciones para unas
señoritas. No podemos negar que el gusto de su padre es
exquisito.
—Me estoy poniendo celoso —bromeó Jacob, pues él no
había recibido nada de igual valor.

La madre lo sermoneó por su comentario:

—Heredarás todo algún día. Es justo que tus hermanas


reciban una pequeña muestra del patrimonio familiar.

—Daisy atrapará a un lord esta temporada, no dudo que


sea un marqués o un conde. Rose será duquesa, así que no
tendrán nada que envidiarme —soltó Jake como si nada.

El rostro de la aludida se quedó lívido. Miró a su padre y


luego a Jacob que mostró una expresión confundida, al
percibir la reacción de su hermana.

—¿De qué están hablando? —inquirió la madre, y lejos


de sentirse excluida, un brillo prometedor apareció en sus ojos
—. ¿Duquesa de…? ¿Qué me he perdido?

—Es un malentendido —balbuceó Rose sintiéndose


decepcionada—. No seré duquesa de nada. —El estómago le
dio un tirón y el apetito desapareció por completo—. Me
siento mal, necesito retirarme con el permiso de todos.

La madre le clavó la mirada al barón exigiendo


explicaciones, quien negó con la expresión seria. Daisy detuvo
los cubiertos con el rostro compungido. Para nadie era secreto
la aversión de Rose al matrimonio, y aunque sus hermanos
querían verla felizmente casada, no deseaban que lo hiciera en
contra de su voluntad. El muchacho también negó, su padre le
había confiado las circunstancias de la petición de Thane como
un hecho, no como una posibilidad.

Jacob también pidió disculpas y se puso de pie para ir en


busca de su adorada hermana mayor. Daisy quiso seguirle los
pasos, pero la baronesa se lo prohibió y la jovencita hizo un
mohín de desagrado. A él, por ser hombre, no le negaban nada
aunque era menor que ella.

La alcanzó antes de llegar a las escaleras. Ella se sujetó


de la balaustrada al escuchar sus pasos.

—Lo siento, Rose.

—¿Te has confabulado con nuestro padre? —lo desafió.


A diferencia de sus progenitores, ella aún lo veía como al
chiquillo que debía calmar cuando un juguete se le rompía.

—¡Jamás! Pensé que estabas de acuerdo.

—Tranquilo —le dijo con una media sonrisa. No podía


enojarse con él.

—Quiero verte casada porque nuestros padres comentan


que es lo mejor para ti, pero si no lo deseas seré el primero en
estar de tu lado. Todo eso que dice madre, que te quedarás sola
y desesperada, no es cierto. Ya los has oído, seré el barón
cuando nuestro padre ya no esté y bajo mi techo jamás te
faltará nada.

—Jake. —Volvió a sonreírle—. A tu edad no deberías


preocuparte por esas cosas. El dulce muchacho se alzó de
hombros con la expresión benévola. Rose le acarició la mejilla
y orgullosa agregó—: Gracias.

Los duques de Weimar eran muy queridos por la


sociedad. Jason Ayers tuvo su momento de rebeldía en sus
inicios, cuando recibió el título, pero con el tiempo y el
matrimonio, se volvió uno de los caballeros más influyentes de
Londres. Su esposa era una estupenda anfitriona, y era ella
quien lo convencía para abrir Weimar House para la
aristocracia.

Los Peasly fueron de los primeros en llegar. Se veían


contentos, a excepción de Rose. La rubia duquesa, quien lucía
un vestido rojo sangre, que hacía que su piel luciera más
blanca de lo que ya era, notó la expresión de su amiga. No
pudo indagar el motivo de su pesar, parecía que todos los
invitados se habían puesto de acuerdo para llegar casi a la vez
y debía saludarlos.

La vio acercarse a Elizabeth, la condesa de Allard,


también su gran amiga y esperó que en ella encontrara el
apoyo que estaba necesitando, hasta que pudiera reunirse con
ambas.

Rose se separó de sus padres en cuanto pudo y se acercó


a los Allard. Se tenían mucho cariño, la amistad de ellos había
sido forjada con el tiempo y la lealtad. Elizabeth leyó su rostro
en cuanto la tuvo al lado. Evander percibió que su esposa y su
amiga tenían mucho de qué hablar y se alejó discretamente
con el pretexto de buscar unas bebidas.

Lady Allard miró inquisitivamente a Rose y con ello


comenzó su interrogatorio.
—¿Algo no está bien, querida?

—No me digas que se nota —contestó Rose afligida. Ni


siquiera el rosado de la tela y los rubíes podían aportarle luz a
su rostro. Su estado de ánimo estaba causando estragos.

—Quisiera responder que no. Tal vez si te esforzaras en


sonreír. Respira. ¿Cómo puedo ayudarte?

Lizzy le daba mucha paz. Por eso Angelina y Rose


siempre recurrían a ella cuando tenían un problema. Tal vez se
debía a su mayor experiencia o al tono mesurado de su voz
cuando era comprensiva. Quizás al gesto afable de su rostro,
donde resaltaba su mirada castaña y cálida, del mismo color de
su cabello. Lo que fuera, hacía que Rose sintiera sosiego y
confianza en su presencia.

—Hum —se quejó y no dudó en abrirle su corazón—.


¿Te acuerdas cuando mi padre me amenazó con casarme a la
fuerza si seguía rechazando pretendientes?

—¿Es eso? —indagó ofendida. No era quien para juzgar


los motivos de su amiga para aferrarse a su soltería. E intuía
por dónde venía su resquemor. Sin embargo, como Rose se
negaba a abrirse con ellas, ni Angelina ni Elizabeth la habían
presionado.
No tenían secretos en cuanto a todo lo demás. Así que si
Rose no podía despegar los labios para confesar todo aquello
que era evidente que la atormentaba, sus amigas decidieron
darle espacio para que revelara sus problemas cuando
considerara que había llegado el momento.
—No se resigna. —Rose estiró una mano enguantada y
tomó la de su amiga. No le temía al contacto físico. La
inmensidad de sus emociones a veces se desbordaba, un toque,
una caricia, una palmada en el hombro. Era muy cercana con
las personas que amaba y no se contenía, aunque su madre la
reprendía por la espontaneidad que la caracterizaba—. Tonta
de mí que creí que mi padre se conformaría. Él sería capaz de
sonreír así cierre el peor trato de su vida con tal de verme
casada.
—Lo siento. —Le apretó los dedos en señal de apoyo.
Nadie podía ver ese gesto, las manos de ambas habían
quedado ocultas tras las faldas de sus enormes vestidos—.
Supongo que debes tener motivos para rehusarte, tampoco te
estoy pidiendo que me los expliques… Pero si tus padres
desconocen las razones de tu renuencia, tal vez eso hace que
se aferren al deseo de verte casada con quien no consideras
apropiado.
Rose no supo qué decir. Elizabeth no insistió. Se limitó a
consolarla hasta que algo inesperado llamó su atención. Hacia
la entrada de la estancia vieron a los duques dándole la
bienvenida a Oso. Rose tragó en seco y retrocedió dos pasos,
también lo había visto. Elizabeth notó la tensión que recorrió a
su amiga de pies a cabeza.
—El marqués de Bloodworth se ha dignado a venir. No
siempre acude a este tipo de eventos —agregó Lizzy para
instarla a dar una opinión sobre Oso. Angelina y Elizabeth
estaban muy intrigadas por la forma en que se comportaba
Rose en la presencia de Emery. Ellas desconocían que tenían
una historia de amor que había agonizado trágicamente
algunos años atrás—. Un baile, tal vez. ¿Un concierto?
Increíble.
—Lord Allard se ha tardado demasiado con esas bebidas
—evadió sin siquiera tener el tino de justificarse—. Debería
acercarme a mis padres a ocupar mi asiento. No creo que el
concierto tarde mucho en empezar. Ha sido muy generoso que
los duques hayan preparado todo esto para que las debutantes
de este año nos deslumbren con su talento. Daisy canta como
los ángeles. No puedo esperar para escucharla interpretar su
canción.

—Adelante, me reuniré en breve con ustedes.


Rose se escabulló antes de que Evander llegara y Emery
se acercara para saludar a los condes.

Con la mente dándole vueltas, no se dio cuenta hasta


llegar con sus padres y ocupar su silla frente al escenario, de
quién estaba muy cerca de ellos y conversaba amenamente con
los barones.
Aurora estaba encantada y el susodicho también. ¿De
verdad Thane creía que se iba a salir con la suya tan
fácilmente? Por cortesía, Rose tuvo que saludarlo y soportar
sus comentarios acerca de la música. Lograba que un arte tan
sublime le causara repulsión solo con escucharlo alabar a los
artistas más destacados. Cuando habló de su estupenda
colección de instrumentos musicales y de partituras tuvo que
ingeniárselas para frenarlo, o se vería obligada a aceptarle una
invitación para conocerlos. Sus padres continuaban fascinados
y habrían aceptado con beneplácito acudir a una cena, gala o
lo que fuera en la mansión ducal londinense de Thane.

—Es usted difícil de complacer, señorita Peasly —se


atrevió a reclamar Thane ante el desinterés de Rose en su
persona y su conversación. Aunque era amable de dientes para
afuera, había un enojo reprimido en el interior de ese hombre
causado por el rechazo. A Rose se le erizaron los vellos de la
nuca. No entendía cómo sus padres la arrojaban a sus brazos,
menos cómo sonreían ante los comentarios del duque y no
percibían lo que a ella le hacía desconfiar.
—Lamento que mi nivel de complacencia no esté a la
altura de su tolerancia —soltó simulando también amabilidad.
Era un dardo contra el ego del duque, pero no pudo evitarlo.
A Aurora casi le da un vahído, quería sacudirla. ¿Por qué
desperdiciaba una oportunidad como esa de nuevo?

—Entonces debo esforzarme más —respondió el duque


—. Quizás mi tolerancia no había sido retada en el pasado,
pero me gustan los desafíos. Sigue en pie la invitación a mi
casa para que conozca en persona mi colección de
instrumentos. Sus padres y sus hermanos también están
invitados, por supuesto.

—Es usted muy amable, excelencia. —Se adelantó


Aurora antes de que Rose buscara un pretexto para rechazar la
invitación.

—El dilema será ponernos de acuerdo. Esta temporada


tenemos más compromisos sociales que la anterior. Hemos
contestado a tantas invitaciones que me temo que no queda
tiempo disponible. Tal vez la siguiente temporada estemos más
libres que esta. Pero agradezco su gentileza. Es una pena que
no podamos aceptar —contestó Rose.
En ninguna circunstancia iba a acudir a visita alguna, eso
solo daría pie a que el duque se sintiera con derechos
irrevocables para un próximo compromiso. No estaba
dispuesta a meterse en la boca del lobo, sus cinco años invicta
en el mercado matrimonial no podían subestimarse.
Aurora sonrió forzada, sabía que no le convenía insistir o
Rose iba a lanzar justificaciones hasta que la boca se le secara
o hasta que les obligaran a guardar silencio. El concierto
estaba por comenzar.
Rose inspiró hondo, y se negó a continuar en contacto
con el duque. Estaba decidida a cortarlo de raíz. En los ojos de
Thane percibió que lo dominaba también la determinación. No
se iba a dar por vencido fácilmente. Así que reunió todo su
arsenal para contrarrestarlo. Aquel tenía el consentimiento de
Peasly, y eso le daba valor. ¿Sabría él que el barón estaba
dispuesto a usar sus conexiones e influencia para obligarla a
desposarse? ¿Un hecho así había sido registrado durante el
reinado de Su Majestad, la reina Victoria? ¿Podían obligarla?
¿Se iba a prestar Thane? ¿Su deseo de poseerla era mayor que
su orgullo? ¿Cómo un hombre podía aceptar un trato donde el
matrimonio no fuera la voluntad de la futura esposa? Sabía de
matrimonios arreglados, pero esto que pretendía su padre era
un vil atropello.
Ensimismada, Rose se perdió lo que estaba ocurriendo,
hasta que una voz que reconocería entre miles hizo que los
escasos y diminutos vellos de sus brazos se erizaran.

—Su excelencia, es conocido su insuperable gusto por la


música. Espero que la presentación sea apropiada para sus
delicados oídos.

Thane se puso de pie hasta quedar a la altura de su


interlocutor. Lo retó con la mirada, no sabía por qué Emery lo
detestaba, pero era un hecho que había comprobado unos años
atrás y que no estaba dispuesto a tolerar. Había puesto
distancia entre él y su compañero de juergas cuando comenzó
a volverse hostil. De la nada, Oso se había vuelto irónico en su
trato, algo que comenzaba a impacientarlo.

—Lord Bloodworth, ¿en tan elevada estima me tiene que


se ha acercado para saludarme? —Quiso humillarlo. Era
sabido que el orgullo de Oso era una de sus debilidades y a
Thane le encantaba restregarle en la cara su superioridad en la
escala social.
—Por supuesto. —Emery fue sarcástico ante Todd—.
Faltaba menos. Y también me he aproximado debido a la
preocupación por su persona. —Thane lo miró para dilucidar
cuál era el motivo de su inquina—. Me han dicho que los
agudos de la señorita Westbridge son especiales, tenga cuidado
no sea que resulte lesionado su oído. Sería una pena que no
pueda seguir disfrutando de su conocida pasión por la música.
¿No le gustaría sentarse en una confortable butaca tres filas
atrás?

Rose trató de ignorar la conversación entre ambos, que


simulaba fluir con cordialidad, pero que estaba lejos de serlo.
Oso estaba empeñado en alejar a Thane de los Peasly y,
aunque parecía amable e interesado por la comodidad del
duque, su tono de voz y la intensidad de su mirada se sentían
ofensivos. Aurora no lo podía creer. Emery había mantenido la
distancia. ¿Por qué ahora se acercaba para importunar al
duque?
—Estoy bien en este sitio, cerca de mis queridos amigos
los Peasly —añadió con malicia el duque. Todd Rodhes era
muy bueno para leer entre líneas lo que no era evidente para
ojos menos perspicaces—. Preocúpese por sus oídos, milord,
de los míos me encargo yo.

Rose se tragó un suspiro y con el rabillo del ojo


contempló a los dos caballeros, tercos como dos mastines que
tienen en frente un único hueso lleno de jugosa carne fresca.
Los barones no volvieron el rostro ni siquiera para saludar al
marqués, trataron de mantenerse completamente ajenos. Pero
Oso, desafiante, y simulando un tono más afable, no se los
permitió.
—Lady y lord Peasly, señorita Peasly. —No dijo más, un
movimiento de cabeza de parte del barón fue suficiente para
corresponder. Las mujeres solo lo miraron de forma fugaz, y
tal como había aparecido, Emery se alejó para librarlos de su
presencia, la que a simple vista parecía inocua, pero en el
fondo resultó incómoda.
El corazón de Rose era un corcel desbocado, tuvo que
hacer aplomo de todo su control para no demostrarlo. Llenó
lentamente sus pulmones de aire, no de golpe o se delataría.
Tragó en seco. Sus padres no intercambiaron miradas ni
palabras; no obstante, ella sabía que aquella interrupción les
había amargado la velada.
El concierto inició sacándolos de sus pensamientos. La
primera en pasar al escenario fue la pequeña de la familia.
Olvidaron el mal rato y se centraron en la interpretación de
Daisy, que fue casi perfecta. La joven cantó con una gracia
envidiable. Todos aplaudieron al final.

Rose se volvió para ver los rostros de quienes alababan a


su hermana, y en un momento se sorprendió buscando a Oso
entre los invitados. Pero sus ojos no lo encontraron. Sacudió la
cabeza y volvió la vista al frente. Atendió a cada una de las
señoritas que tocaron el piano, el violín, la flauta o que
cantaron.
Al final, cuando al fin pudieron abandonar sus sillas,
deambuló con discreción y terminó muy cerca de sus amigas.
Rose no dejaba de buscar alrededor. Por más que se esforzó en
ser discreta, Angelina captó su inquietud.
—¿Buscas a alguien?
—No. —Bajo ningún concepto lo iba a admitir.

Elizabeth y Angelina intercambiaron miradas. La primera


posó una de sus manos sobre el brazo de la señorita Peasly y le
dijo:
—Tranquila, todo estará bien —la animó creyendo que
aún estaba preocupada por las amenazas de su padre.
—No es eso. Es solo que me pareció ver a el marqués de
Bloodworth y ahora no está.
—¿Lord Oso? —inquirió Angelina—. Estuvo, pero se
marchó antes de que iniciara el concierto. Algo no fue de su
agrado, no hubo manera de convencerlo de quedarse. ¿Qué
pasa entre él y tú? —Fue directa. Rose intentó rehuir de la
pregunta, pero la duquesa no le dio la oportunidad de hacerlo
—. Lo hemos notado.
—Es complicado —respondió.
—Puedes confiar en nosotras —ofreció Elizabeth.
—Lo sé… y lo necesito —confesó—. Ya no puedo seguir
cargando con este peso sola. Pero no hoy, por favor, hoy no
puedo hablar del tema.

Ambas asintieron y le reiteraron su apoyo. Rose se sintió


reconfortada.

La siguiente mañana Rose hizo hasta lo imposible para


librarse de su madre y sus compromisos sociales. Había
quedado en tomar el té con sus amigas. Las otras dos estaban
ávidas de verla y que terminara de ponerlas al tanto de lo que
ocurría entre ella y Oso. Lo había ocultado por vergüenza,
dolor y porque se había empeñado en olvidarlo. Algo en lo que
no tuvo éxito. Ni siquiera permitió que la señorita Chapman la
acompañara, como pudo se escabulló y terminó a las puertas
de la imponente mansión de Allard House en Berkeley. El
mayordomo la hizo pasar y la condujo al salón privado de la
condesa, Angelina ya había llegado y ambas la recibieron con
impaciencia. Belle también estaba ahí. A Rose le dio una
inmensa alegría volver a abrazarla. Hacía meses que no veía a
su querida amiga. Isabelle Raleigh, era la hermana de Evander.
Por un desafortunado evento, que solo sabían ellas, el conde y
lady Abbott, no pudo presentarse la temporada anterior, en la
que había planeado debutar.
—Belle —le dijo feliz Rose—. Ardía en deseos de verte
desde que Elizabeth me comentó que estabas en Londres.
¿Estás aquí para el baile?
La aludida negó y una sombra de pesar recorrió su
semblante:
—No. Aún no estoy lista. Vine porque mi madre no
quiere estar separada de su nieto. Es su adoración. Pero tanto
ella como yo nos mantendremos lejos de la vida social. Mamá
aún no se recupera y yo… menos. —Se refería al mal rato que
habían pasado por la desventura sufrida.
—Pues yo te visitaré cada día si me lo permites. No
puedo permitir que te aburras —le propuso sonriéndole, para
que como un espejo también lo hiciera. Y surtió efecto, lo que
entibió el corazón de Rose.
—Eres una gran amiga —le contestó la muchacha de
apenas veinte años.
—Me siento fatal. Ustedes jamás han tenido secretos
conmigo y yo… —El rostro de la señorita Peasly se desencajó
brevemente.

Gibson, el mayordomo, interrumpió para avisar que los


lacayos iban a colocar el servicio del té y las confituras en la
mesa de centro, entre los amplios y confortables sofás. Así que
todas guardaron silencio hasta que volvieron a estar solas.

Nadie abrió la boca de nuevo, las tres estaban


expectantes de lo que Rose iba a confesar. Así que esta, sin
animarse a beber o probar los deliciosos manjares, con un
pañuelito de encaje entre las manos que no dejaba de apretar
se dignó a continuar:
—Es cierto que hay tensión entre Emery y yo. —Todas
abrieron los ojos, más si se podía, y atendieron con gran
interés. Si una aguja hubiera caído sobre el suelo, se habría
escuchado con claridad. A ninguna le pasó por alto que había
dicho «Emery», no lord Bloodworth, ni siquiera lord Oso u
Oso como le llamaban los más cercanos—. Para nadie es
secreto que los Bloodworth fueron amigos de mis padres, unos
muy unidos.
Angelina asintió y las otras continuaron absortas
contemplando a la señorita Peasly.

—Lo fueron hasta que sus padres fallecieron en ese


trágico accidente —rememoró la duquesa—. Lo que no
entiendo es por qué, al quedar lord Oso tan solo, los barones
lejos de acogerlo lo hicieron a un lado. ¿Fue por la conducta
libertina del marqués?
—Es una buena excusa para mis padres —aclaró Rose—.
Pero ese vínculo se rompió antes. Emery me pretendía y yo le
correspondía —reveló y una exhalación abandonó sus labios
seguidamente, fue abrupta y parecía no tener fin. Cuando pudo
recuperarse, continuó—: Los dos éramos demasiado jóvenes,
yo ni siquiera estaba en edad de debutar y mis padres… —Una
pausa para recuperar el aliento que se le escapaba—. No
pudieron tolerarlo. La bella amistad, los planes de Emery y
míos… Todo se fracturó.
El silencio en la sala todavía era ensordecedor. Nadie se
atrevía a hablar. Los ojos de Rose se llenaron de lágrimas y
usó el pañuelo para intentar contenerlas, pero estas brotaron
sin control.
El té se enfrió al igual que los deliciosos scones que
habían traído recién hechos.
—Mis sospechas iban mal encaminadas. Pensé que tal
vez él te amedrentaba por algún motivo relacionado con su
posición, su carácter hosco. Pero me has dejado sin palabras
—murmuró Angelina. Entonces apuró un trago de té porque la
garganta se le había quedado seca.
—¿Eso tiene que ver con el motivo por el cual rechazaste
a todos los que te han pretendido? —Elizabeth, inclinándose
hacia Rose, fue directa en su interrogante, como una flecha
disparada al blanco.
—No. ¡Por supuesto que no! —Rose lo negó con
convicción, intentaba persuadirse a sí misma de que las
razones eran otras.
Las tres la miraron sin poder creerle. La condesa hizo una
mueca con la que dejaba claro que estaba en desacuerdo.
—Lord Oso tampoco se ha casado —atinó Belle. Nadie
iba a quitar el dedo del renglón. Parecían tres detectives tras la
pista final de la investigación de un delito—. ¿Será por los
mismos motivos?
—¡No! —insistió Rose y odió alzar la voz, pero quería
resultar convincente y se daba cuenta de que no lo estaba
logrando—. Él no se ha desposado porque… —Pensó con
rapidez—. Todo lo bueno que quedaba en su alma murió con
sus padres. Este hombre —agregó en tono acusatorio— no es
la sombra del muchacho que me pretendió. Está lleno de odio.
Él me detesta a mí, a mi familia. Solo tienen que ver cómo nos
mira.
—Lo he notado —se aventuró a decir Angelina que había
sido, en el pasado, muy observadora al respecto, y siempre le
había dado curiosidad la forma en que él la miraba y ella
rehuía.
—¿Por qué los detesta? —inquirió Elizabeth—. ¿Porque
rechazaron sus pretensiones amorosas?
—Amigas, querían la verdad de mis labios y es todo lo
que puedo decirles. Emery no ha podido perdonarnos. Su
corazón se ha vuelto oscuro y se ha refugiado en el libertinaje.
Yo tengo esa mácula en vida y no he podido seguir adelante.
—¿Él te… mancilló? —Belle la interrumpió. Soltó la
idea que le pasó sibilante por la mente tan rápido como se le
ocurrió—. ¿Hay algo que no pueda ser reparado? ¿Por eso
temes casarte? —indagó en un suspiro y terminó cubriéndose
la boca con sus manos. Sabía que había preguntado de más—.
Lo siento, no tienes que responder. Preguntar algo tan íntimo y
comprometedor fue descortés, poco delicado y una falta de
tino imperdonable.
Las otras no opinaron, no les importó si el
cuestionamiento era apropiado, también querían saber.
—Si un beso te corrompe, entonces sí. Él me besó,
muchas veces, y esa fue mi perdición.
—¿Oso te ha besado? —preguntó Elizabeth poniéndose
de pie—. ¡Oh, amiga—. ¿Cómo has vivido callándolo? Ahora
entiendo tu pesar.
Emery era un hombre que imponía respeto. Pensar que
alguna vez había amado sorprendía a cualquiera, más a ellas
que habían convivido con él, con su seriedad y con su enfado
silencioso contra el mundo.
—Ya lo ha dicho. La ha besado, muchas veces —recordó
Belle, aunque lo último fue innecesario, pero necesitaban oírlo
de nuevo con todas sus letras para poder asimilarlo.

—No sabía que él te guardaba tanto rencor —musitó


Angelina también confundida, trataba de atar cabos y
descubrir donde había perdido la pista y por qué jamás
imaginó tal desenlace. Ella y Rose fueron las primeras en ser
amigas de las cuatro, su amistad había sido larga.
—¿Por qué cuando pasaron los años no se declaró? —
preguntó Elizabeth—. ¿Lo habrías aceptado? Lo digo porque
no pudiste olvidarlo o de lo contrario te hubieses casado con
alguien más.
—Amiga —concluyó la interrogada—, es evidente que
hay resentimientos que han echado raíces y son muy difíciles
de arrancar.
Elizabeth fue la primera en llegar hasta ella. La abrazó y
Rose pudo descansar su cabeza sobre su hombro, donde
sollozó compungida. Aquella herida había permanecido
cerrada solo en la superficie, durante esos años; pero en el
interior continuaba lacerándola. Belle también se les acercó y
tomó la mano libre de su amiga. Angelina tardó en reaccionar,
su mente seguía hilvanando muy fino cada detalle, cada
recuerdo. También se unió al abrazo.
—Hablaré con él. Tendrá que perdonarte. No puede
culparte por la decisión de tus padres. Estoy tan enojada con
lord Oso —emitió su excelencia—. Entiendo que su orgullo
haya resultado lastimado… o quizás su corazón.
—Parece que igual su corazón —musitó Elizabeth.

—Pero eso no le da derecho para… —insistió la duquesa.


—No hagan absolutamente nada. Emery y yo estamos
mejor lejos el uno del otro. Deben creerme. Si les he abierto
mi corazón es porque es lo justo. Ustedes me han confiado sus
secretos y me sentía una ingrata cada vez que hacían alguna
pregunta al respecto y me callaba.
—No te recrimino, jamás lo haría —aseguró Angie.

—Ninguna lo haría —reafirmó Lizzy.


—Por supuesto que no —concluyó Belle.
—Las quiero —les dijo.
Tomó en sus manos el rostro de una, y así sucesivamente
hasta llegar a la última. Vio consuelo, aceptación y lealtad en
cada amiga. Eso le bastaba. Se esforzó en sonreír, aunque sus
mejillas permanecían empapadas. No sería Rose si no ponía su
mejor cara, incluso a un dolor del pasado, tan enraizado que
era casi imposible arrancarlo.
Capítulo 5

Oso tenía unos anillos de oro entre los dedos, les daba vueltas,
acariciándolos. Ya había contemplado varias veces la
inscripción de una fecha en el interior de ambos, justo cuando
sus padres contrajeron matrimonio. Nadie pensó que morirían
el mismo día de una forma tan trágica. Los eventos se
sucedieron en su cabeza y los cabos sueltos lo atormentaban
aún.

Solo. Se sentía muy solo.


Mientras se debatía con los retazos de su historia, Price
tocó dos veces la puerta de sus aposentos. Le había pedido
avisarle cuando el carruaje estuviera listo en la entrada para
llevarlo al baile de los condes de Allard.
—El vehículo lo espera, milord —anunció solemne.

—Gracias —contestó sin pensar, después sacó a relucir lo


que tenía dándole vueltas en la mente—. ¿Pudieron evitarse
sus muertes? Si tan solo…
—¿De nuevo girando sobre el mismo tema? —le
contestó el mayordomo con otra pregunta, sabía que se refería
a sus padres. También se acordaba de los sucesos funestos.
—Culpo a Peasly de absolutamente todo. ¿Sabe? Yo era
un muchacho, pero debí haberlo matado —confesó con odio
—. Pude vengarme, solo que usted no me dejó.
—Él era más fuerte que usted en esa época. Y sobre todo,
más hábil en el manejo de las armas. Solo quise evitar su
muerte, milord.
El «hubiera»… lo poseía y lo aniquilaba por dentro.
Abruptamente su mente voló hasta aquel episodio.

Aquella vez que los Peasly los echaron de su propiedad,


él no había podido partir con sus padres en el carruaje,
tampoco tuvo valor para revelarle a ellos que se había
enamorado de Rose, que le había pedido reunirse con él, no
una, sino varias veces, a escondidas de sus padres y sin
carabina. Menos se atrevió a confesar que la había besado
ardientemente. Pero no era un cobarde. Tampoco era justo
que su padre tuviera que lidiar con sus errores. Abandonó el
interior del cubículo del coche y volvió hacia la morada de los
Peasly con Joseph lanzándole frases de advertencia.
El mayordomo lo recibió y llamó al barón de inmediato
para evitar un escándalo, el joven se veía bastante ofuscado.

—Muchacho, ¿qué haces aquí? —Peasly se veía


perturbado, pero lo había llamado por la forma de cariño que
solía usar para tratarlo. Oso creyó que en ese momento no
estaba todo perdido.

—Vengo a responsabilizarme de lo ocurrido —asumió.

—¿Tú? —ironizó.
—A responder por mis fallos —alegó con madurez y
seriedad—. Milord, no quería romper las reglas de su casa, ni
traicionar la amistad entre nuestras familias… No es justo que
mis padres tengan que pagar por mis faltas. Vengo a
ofrecerme, a hacer un pacto… Quiero desposar a Rose cuando
usted dé su autorización para ello.

—¿Qué…? —Se quedó sin palabras y dio dos pasos


hacia atrás. Se llevó una mano a la cabeza, lidiando una
batalla interior.

La baronesa no tardó en llegar. No había escuchado lo


que hablaban, pero suponía que se trataba de la desavenencia
con los Bloodworth.
—Por favor, esposo mío, no en el vestíbulo —advirtió,
lucía elegante, con su vestido de noche y sus relucientes joyas
—. Los invitados no tardan en llegar y sería terrible si los
encuentran debatiendo sobre…

Las apariencias ante todo, así era Aurora.


—Puedo reunirme con usted donde lo indique —propuso
Emery, mediador. No pretendía hacer un escándalo—. No
quiero perjudicar la honorabilidad de su familia. Solo deseo
reparar mi error y prometerle que me casaré con la señorita
Peasly para la tranquilidad de todos.
—¿Y cree usted, joven, que desposarla calmará las
aguas? —intervino Aurora que no entendía a qué se refería—.
Eso solo alimentaría el rumor que estoy tratando de detener.
Váyase con sus padres. Tenga decencia.

—No puedo darte a mi hija, muchacho. —De nuevo


Peasly lo llamó de esa forma. Su tono no estaba lleno de
reproche como el de su esposa, más bien parecía una súplica
—. Vete, por favor.
—Rose y yo nos queremos —reconoció valiente y
entonces el barón enderezó el talle y prestó más atención.

—¿Tus faltas? ¿De qué demonios estás hablando? —


Leonard comenzó a irritarse de manera gradual.

—Nos hemos encontrado a solas sin carabina, pero no


ha pasado nada que comprometa su honor —emitió Emery
circunspecto.

—¡Qué demonios! —rugió Peasly.

Aurora soltó un chillido. Casi se desvaneció. El barón


tomó a Oso por el brazo y lo obligó a seguirlo hasta su
estudio, alejándolo del sitio por donde pasarían los asistentes
a la cena. Él no opuso resistencia. Sabía que se merecía el
trato brusco, incluso más. Soportó con coraje, quería asumir
su responsabilidad y negociar una salida honorable para
todos. Leonard cerró la puerta tras el joven, dejando a su
esposa afuera.

—¡¿Me estás queriendo decir que te has atrevido a


citarte a solas con mi hija?! —preguntó. Oso asintió y lo miró
resuelto. El hombre ni siquiera tomó asiento, menos lo ofreció.
Continuó de pie, retándolo con la mirada—. ¡Te abrí las
puertas de mi casa! Creí que eras un caballero.

—Lo soy, por eso estoy aquí dispuesto a casarme. La


quiero.

Peasly alzó un brazo para exigirle silencio. Sus palabras


laceraban sus oídos.
—¡Calla! Estás hablando de mi tierna flor. —Lo último
sonó como un lamento.

—Nos queremos.
—¡No sabes lo que es el amor! Estás empezando a vivir
—bramó sorprendido por las sórdidas revelaciones—. Dímelo
todo. ¿Has tocado sus cabellos, rozado su piel? —En breve,
las manos de Peasly sujetaban con fuerza a Oso por los
antebrazos, apretándolos con fuerza—. ¿La has mancillado?
¿Te atreviste a deshonrarla?

—¡No! —No pudo revelar que se habían besado. Ella era


virgen y aquello tendría que bastar. Leonard tenía los ojos
inyectados en sangre y él no podía darle más evidencias de su
pecado de las que el barón había descubierto, por sí mismo.
Aquello por lo que los había sacado de su casa. No podía
permitir que se desquitara con Rose cuando él se fuera de allí.
Tampoco lo iba a permitir.

—¿La has desvirgado? —insistió directo. Necesitaba


asegurarse.

—No. Es pura. Será mi esposa. Jamás me atrevería a


tocarla antes del matrimonio.

El barón lo soltó antes de apretarlo más fuerte y causarle


un daño, lo hizo para tratar de contener su ira o Emery sería
blanco de su furia. Parecía una fiera enjaulada. Caminó por
el escueto perímetro de la estancia para intentar calmarse. No
podía perder los estribos —más— y rebajarse a los golpes con
un muchacho. No le faltaban las ganas de tomar al joven por
las solapas y asestarle un puñetazo en el rostro, pero ante todo
era un caballero. Después comenzó a reírse de modo
desquiciante, la vida le había dado un golpe certero.

—Haré lo que me pida. Será mi esposa. La amaré cada


día de mi vida. Le prometo… —Oso no sabía cuándo era
mejor cerrar la boca.
—No puedes prometer nada. No te quiero cerca de mi
hija, ni de mi familia. Créeme que aguantarme este aguijonazo
a traición requiere bastante esfuerzo de mi parte. Vuelve con
los tuyos y olvida que alguna vez un vínculo importante nos
unió.

Leonard se aferraba al raciocinio, no podía dar rienda


suelta a sus emociones y castigar a Emery como se merecía.

—¿Cómo puede romper la amistad entre nuestras


familias solo porque… la amo?

—Amarla no es el problema. Entiendo que un joven de tu


edad pueda deslumbrarse con una señorita como mi bella
Rose. Pero cruzaste unos límites que no puedo ni podré
perdonar.

La puerta del estudio se abrió de golpe. El mayordomo


intentó justificar el exabrupto. El marqués, con los ojos
vidriosos, irrumpió en el estudio.

—No me dejó anunciarlo, milord —se disculpó Spencer.

—Retírese —le indicó Leonard a su sirviente.

—Emery, ¿por qué Aurora me ha reclamado tu cercanía


con la señorita Peasly? —preguntó Joseph.

El barón se quedó en silencio y observó la interacción


entre padre e hijo, pero se veía turbado en extremo.
—La quiero. Perdóneme, padre. No pretendía
comportarme de forma tan deshonesta. Usted me enseñó todo
lo contrario. Estamos enamorados. Le he ofrecido al barón
casarme con su hija.
Joseph negó decepcionado. Oso jamás pensó ver en el
rostro de su padre esa expresión. Le dolía, pero le era más
urgente proteger a Rose de la ira de Leonard. Se habría
casado esa misma noche si con eso, ambos hombres que lo
miraban con los rostros desencajados lo perdonasen.
—Emery, ve al carruaje con tu madre. —La voz del
marqués era tajante, mas no gritaba—. Yo hablaré con
Leonard. Repararemos la falta de inmediato. Bajo los
términos que mi amigo exija. Me siento apenado por la forma
en que hemos agraviado nuestra amistad y su techo —ofreció
entendiendo el frío recibimiento de un instante atrás.
Antes de obedecer a su padre, Oso se volvió en dirección
a Leonard. El hombre se veía perdido. No sabía qué decir,
pero habló antes de que Emery abandonara el estudio.
—Todo lo que hagan para mantener el buen nombre de
mi hija y de mi casa, también lo haré para salvaguardar el
honor de los Bloodworth. Ahora, por favor, váyanse.
—Pero, amigo… —persistió su señoría.
—Vete, Joseph. Esta amistad no puede proseguir. No
volveré a visitarlos, no serán recibidos si se presentan ante mi
puerta. No puedo aceptar el trato.
—Ha dicho que se quieren. Son nuestros hijos. Mi
muchacho es bueno, ¿no te complace? —El rostro del marqués
lucía herido y ofendido al mismo tiempo.
—Lárgate, Joseph. Por el amor de Dios, vete de una
maldita vez —dijo el barón en voz baja.
—Milord. —La voz de Price sacó a Oso de sus
recuerdos. El marqués rio. Unas carcajadas tristes se escaparon
de su garganta—. ¿Ha mejorado su humor?

—No. Solo consigue empeorar. Pero es mejor reírme de


la ingenuidad de mi juventud que cobrar viejas deudas.
—Eso siempre es mejor, milord. Deje el pasado donde
está. Usted también tiene deudas que pagar que no han sido
cobradas. El daño ha sido mutuo, ¿no cree que ya es hora de
dejar el pasado atrás y seguir adelante?

—No mientras la señorita Peasly siga soltera, menos


cuando insiste en tropezarse en mi camino. —Era arrogante,
Price intentó corregir ese rasgo de su carácter; sin embargo,
solo había logrado aumentar.
—No creo que ella quiera presentarse ante usted. —Rio
por lo bajo—. Es difícil poner distancia cuando frecuentan los
mismos círculos sociales. Tenga clemencia con la señorita.

—He intentado alejarme y también dejarla en paz, pero


ella…

—Usted no puede dejar de hablarle a todo Londres para


mantenerse apartado de la señorita Peasly. Terminará como un
lobo solitario, o mejor dicho un oso. Un oso es más huraño.

—Bromear no es lo suyo, Price. Todavía recuerdo cuando


esa noche, en que fuimos echados de la residencia de los
Peasly como unos perros, mi padre le dio razones a mi madre.
Él le dijo que el barón nos estaba retirando su hospitalidad
porque yo había ofendido su casa, poniendo mis ojos en su
hija y comprometiendo su honor. Ella, la distinguida
marquesa, dejó que mi padre me castigara con sus palabras por
varios días y se calló su…

—Deje a los muertos descansar en paz —reprendió. Oso


se lo permitía, le había dado a Price ese poder.
—Hay tantos cabos sueltos en esta historia.

—Rumiar sobre el pasado no le devolverá la tranquilidad.


—Y usted sabe más de lo que cuenta. ¿Por qué evade
hablar de mis padres y de sus faltas?

—Su padre era un santo.


—Mi padre fue un insensato. Y no, no le perdono
haberme abandonado.

—Espero algún día poder lograr que cambie de opinión.


Una mirada cansada fue todo lo que recibió Price.

—Voy al baile de los condes. Debo confraternizar para


que no digan que soy huraño. No tengo otro remedio, si quiero
conservar a las pocas personas que aún me estiman. Y Evander
no me perdonaría ausentarme de su residencia esta noche.

—Es mejor elección que quedarse aquí con ese


semblante.
Capítulo 6

Toda la familia Peasly acudía a la recepción que habían


preparado los condes de Allard para celebrar San Valentín. Los
Peasly iban en dos carruajes, los padres en el primero y los
hijos en el segundo. Jacob y Daisy estaban felices, sobre todo
el primero.
—No deberías estar invitado, a tu edad yo seguía
esperando —le reprochó Daisy, pero solo intentaba molestarlo.
Era algo que le encantaba hacer y Jacob no se quedaba atrás.
—Padre tiene un favorito y definitivamente parece que
no eres tú, porque conmigo es menos estricto —se mofó el
joven.

—Es solo porque lo sucederás e intenta hacer algo bueno


contigo, pues quedarás en su lugar —se defendió la muchacha
—. Ha notado tus debilidades y ha comprendido que debe
prepararte con mucho tiempo de antelación. No quiere a un
futuro barón Peasly que no cumpla con sus expectativas.
Mientras yo bailaré, reiré y disfrutaré del grandioso baile, a ti
te mantendrá con la rienda corta. Solo te ha traído para
domesticarte y enseñarte cómo debes comportarte en sociedad.
—Daisy y Jacob, dejen de molestarse mutuamente.
¿Olvidan que son hermanos? ¡Qué agobio con ustedes dos! —
Rose adjudicaba el modo en que se trataban a que solo se
llevaban un año y habían crecido como el gato y el perro. Pero
cuando uno de los dos era agredido por un tercero, unían
fuerzas y arremetían contra el infortunado ofensor.

Los jóvenes se miraron con los ojos entrecerrados, era


una promesa de que seguirían discutiendo cuando la hermana
mayor no estuviera corrigiéndolos.

En cuanto Rose estuvo en Allard House, tras saludar a los


condes y antes de que la casa se llenara de invitados, se libró
de su familia y se escurrió hasta el segundo piso. Belle ya la
esperaba, habían quedado en verse.
Isabelle Raleigh estaba cómodamente instalada en un
amplio salón de descanso de la familia, con la chimenea
prendida y con un libro en las manos que leía gracias a la luz
de una lámpara de gas. Le ofreció asiento a Rose frente a ella,
en una amplia y mullida butaca adornada con un cojín de
terciopelo, el que la señorita Peasly colocó en su regazo.
—¿Y tu madre? —indagó Rose. Era sabido que Agatha
Raleigh adoraba las fiestas y compartir con la alta nobleza—.
¿No bajará al baile?
—Extrañamente no. Me siento tan mal, ella aún no se
recupera. He roto de golpe las esperanzas que ha puesto en mí
y sus ilusiones. No importa que su primogénito sea un conde
exitoso, ni que Edward, mi hermano menor, sea un alumno
ejemplar. —Un soplo de tristeza se reflejó en su semblante.
Dejó el libro a su lado en el sofá y suspiró—. Ella preferiría
estar en el campo si los compromisos parlamentarios no
obligaran a mi hermano a permanecer en Londres. Y, por su
parte, Evander ha decidido que es mejor tenernos a su buen
recaudo. Supongo que he perdido su confianza en mí.
—No seas dura contigo.
—No haremos vida social, el pretexto de la salud de mi
madre nos ha sido bastante útil. Salvo por los Westbridge,
nuestros vecinos entrometidos de Yorkshire que no dejan de
indagar por mamá.

—Espero que no hayan recibido invitación esta noche —


añadió burlona y le lanzó el cojín para hacerla reír.

—Lizzy prefiere mantener cerca a los enemigos —afirmó


atrapando el suave almohadón.
Rieron como hacía rato no lo hacía ninguna de las dos y
ambas se dieron cuenta de que les hacía falta.

—Ahora tengo que bajar o todos se preguntarán dónde


me escondo —agregó Rose con un guiño tras recobrar el
aliento—. Solo vine para saludarte.

—Algo más —añadió para detenerla antes de que


abandonara la comodidad de la butaca—. Lady Abbott ha
estado haciendo gala de la soltería de lord Oso, se ha lanzado a
la búsqueda de una esposa para él.
—No me sorprende —masculló fastidiada por la noticia
—. Lady Abbott cree que vivir sin casarse es un desperdicio.
Si supiera que Emery no se la pasa mal en su vida de soltero se
sonrojaría. —Había resentimiento en su voz.
—Lady Abbott no es tan puritana. Ella sabe de los
deslices del marqués, tal vez por eso desea rescatarlo de su
vida de perdición.
Ambas entornaron los ojos. Adoraban poder hablar sin
tapujos entre ellas, en eso último se parecían.

—Oso ya no es el mejor partido —ratificó Rose—.


Recibió a temprana edad el marquesado, pero se dedicó a
ensuciar su nombre. Peleó por mí, lo sé, pero se rindió pronto.
Así que yo también lo he descartado.

—Rose, no seas tan dura con él. No es un dechado de


virtudes, pero tiene algo a su favor: sigue soltero. Y tú has
rechazado a todos los pretendientes. ¿No crees que tengan una
oportunidad?

—Para él las mujeres son solo una diversión y esa


diversión es más excitante mientras menos compromisos le
genere. Se ha vuelto un noble solitario. Se ha convertido en un
marqués taciturno que, a pesar de su riqueza, poderío, avidez
en los negocios y belleza, esto último no lo podemos negar, no
es tan popular entre las mujeres. Las señoritas casaderas de
buena cuna le rehúyen, así como sus familias.
—Eso escuché decir a lady Abbott, pero ella es experta
en volver deseable a quien se proponga.

—No creo que en ese punto Oso necesite la ayuda de la


dama —dijo enervada por dentro.

—Él estará aquí. Deberían intentar conversar.

—Mi madre no me quitará los ojos de encima. Ahora


mismo debe estar disimulando su inquietud por no saber dónde
me encuentro.

—Eres experta en escabullirte —la tentó. Belle adoraba


los finales felices y no sabía por qué, pero quería uno para
Emery y Rose—. Mi instinto me dice que se merecen el uno al
otro y siempre me guio por este. —Luego reflexionó—.
Aunque en el pasado me equivoqué al juzgar basada en mi
intuición y me trajo problemas.
Hubo una pausa. Rose se puso de pie y antes de
marcharse reveló:

—Era su amigo, ¿sabes?

—¿De quién hablas?


—Lord Sadice, siempre fue amigo de Oso —mencionó el
nombre del responsable de que Belle no hubiera debutado la
temporada anterior, el dueño de su secreto. A este se había
referido Belle cuando dijo que su instinto falló
estrepitosamente—. No tanto como Weimar, pero eran
cercanos. Mi padre tenía una estupenda relación con los
difuntos Thane y Sadice, los progenitores de los actuales
aristócratas en los títulos. Oso tenía amistad con sus hijos. Con
Sadice todavía más, porque de Thane se alejó con el tiempo.
No sé si tras tus sucesos se haya apartado también de lord
Sadice por respeto a Evander. Oso quedó en el medio.

—Sabes mucho del marqués.

—Aunque estamos separados aquí en Londres todo se


sabe —acertó Rose.

—Me he dado cuenta. Sin embargo, yo no sé nada de


nadie, menos de Sadice, y cada segundo me doy cuenta de que
lo desconozco por completo. —Negó Belle sintiéndose más
ingenua de lo que se creía.

—Si quieres te pongo en contexto. De haber sabido lo


que iba a ocurrir entre ustedes te habría contado todo.

—Ya no es necesario. Sadice es un pasado del que ya ni


siquiera tengo memoria.

Rose la miró llena de dudas y acalló un suspiro. Se puso


de pie.
—Hablamos mañana.

—Gracias, amiga.
La dejó con una sonrisa y casi corrió por los pasillos
internos de la residencia. Una sonrisilla cómplice se dibujaba
en su rostro, debía estar junto a sus padres lo antes posible o le
reprocharían por haberse escabullido en plena velada.

El crujido de unas bisagras la hicieron ponerse en alerta.


Una de las puertas se abrió e imaginó que se tropezaría con
alguno de los habitantes de la casa. Jamás imaginó cruzarse
con aquella mirada fría en ese justo instante. La sonrisa se
congeló en su rostro. Él hizo un gesto inquisitivo, tampoco
esperaba verla allí.

Rose lamentó que los dos fueran íntimos de la familia y


que fuera casi imposible no interceptarse en aquellos
pabellones. Primero se quedó petrificada, luego comenzó a
temblar. Hacía mucho tiempo que no se encontraban
completamente a solas. Odió que Oso hiciera un gesto de
decepción ante la colisión. Porque así se sentía, como dos
caballos a todo galope, que terminaron chocando de frente.
Imaginó que Emery iba a seguir hacia sus asuntos con
evidente incomodidad, como solía hacer cada vez que se
encontraban. O que mascullaría algunas palabras
imperceptibles para demostrar su desagrado.
El recuerdo de un altercado que presenció entre Oso y su
padre siempre volvía a su mente. La furia de Emery era difícil
de olvidar.

A pesar de sus nervios, Rose elevó su rostro. No volvería


a mostrarse vulnerable delante del marqués nunca más.
—¿Señorita Peasly? —inquirió Oso con sorpresa y
frialdad, sorprendiéndola.
—Milord —añadió escueta, con intenciones de proseguir.

—Tenía una cita previa al baile con lady Abbott. Por


suerte he podido librarme de esa arpía. No sé por qué creyó
que San Valentín me ablandaría. Jamás sucederá. Para nada me
pesa mi soltería —compartió sin dejar entrever sus
sentimientos. Ella sabía lo que significaba. La dama
mencionada solo podía estar interesada en un tema—. ¿Usted
nunca se ha servido de su experiencia? —inquirió con fingido
interés modulando su voz de barítono—. Me sorprende que no
haya intentado buscarle esposo. Suele ser bastante exitosa.
—No se lo he pedido. No estoy interesada, tampoco
tengo dificultad para encontrar pretendientes con excelentes
cualidades.
—Pero a todos los ha despachado. ¿No considera a
ninguno a su altura? Expectativas muy elevadas ¿o
inalcanzables? —Hizo un falso gesto de pesar y ella tuvo que
esforzarse para disimular lo ofendida que se sentía—. Es una
pena que una mujer tan bella termine como solterona. Hubiera
podido jurar que se casaría en su primera temporada.
Lo detestó por sus comentarios. Jamás hablaban y, en
cambio, había vomitado todas esas palabras que la habían
puesto a rabiar.
—Parece que su noche no ha empezado bien. ¿Está
enojado por algún motivo? ¿Será que la mujer a la que aspira
jamás se dignará a aceptarlo? Solo así, yo podría entender su
incomodidad y la lástima que despierta en lady Abbott. Tan
buena dama —añadió tratando de sonar calmada y amable,
pero por dentro era presa de su propia furia—. Seguramente,
ella ha notado que la soledad no le sienta, milord. Ojalá pueda
ayudarle a encontrar a una joven e inexperta muchacha, que
tenga la ingenuidad suficiente para soportar su carácter —lo
atacó con el mismo desdén que había sentido en sus palabras.
—Pienso que puedo hallar a una dama con esas
características —soltó solo para enfurecerla más—. En premio
a sus esfuerzos me mostraría bastante generoso con mis
afectos. Sé que podría hacer feliz a mi supuesta futura esposa,
si algún día decido dar ese paso. En cambio, ¿cree que pueda
encontrar cierta satisfacción en alguno de los caballeros que la
pretenden?
—Ahora mismo he recibido la propuesta de un duque —
esbozó tragándose su cólera—. Y promete ser un partido
inigualable. Quizás lo considere.
—¿Pretende salvarse de la soltería casándose con su
excelencia, el duque de Thane?
—Mi padre lo aprueba. Dice que es un oponente de
calibre, que mantendrá alejados a pretendientes menos
apropiados. Supongo que, entonces, tengo motivos suficientes
para considerar la propuesta de su excelencia. Se ha mantenido
fiel a lo largo de los años.

Ante tal comentario, Oso hizo una mueca llena de


insolencia.
—La felicito. —Aplaudió haciendo gala de su sarcasmo
—. Ha pescado a un duque. Eso está muy arriba en la escala
social. Sus padres deben estar eufóricos, tomando en cuenta la
realidad de que casi se queda solterona.
—Ha sido mi elección —contraatacó simulando
serenidad ante tal golpe bajo.

—Me ha quedado claro. Altas expectativas —recordó—,


aunque es extraño, ya lo había rechazado en el pasado.
—Thane tiene cualidades que admiro —mintió
descaradamente, solo para molestarlo como él le estaba
haciendo a ella—. Es un hombre bueno y es lo más importante
a considerar a la hora de elegir un compañero para toda la
vida.

—¿Bueno? —Soltó unas carcajadas irónicas— ¿Usted


tiene una venda sobre los ojos que le dificulta la visión?
—Usted diría lo que fuera para fastidiar mi futuro —lo
desafió, ya no quería andarse por las ramas.
—Ese hombre es un demonio —lanzó una estocada sin
nada de culpa.

—¿Me lo dice otro demonio? —Rose puso las manos en


jarras.

—No es honorable, se lo puedo confirmar.


—¿Con qué moral lo expone? Antes era su amigo.
—Hasta que descubrí sus intenciones.

—Solo busca desacreditarlo. Nada que diga en su contra


me interesa. —Negó mortificada—. Esto debe parar. Siga en
sus asuntos con lady Abbott y déjeme avanzar. Estoy cansada
de sus miradas, milord, de sus palabras llenas de rencor.
Nuestro camino se bifurcó cuando usted decidió por la vida
libertina y creo que en el pasado quedó claro. Así que no
vuelva a mirarme como si tuviéramos una deuda pendiente.
También me esforzaré para no seguir detestándolo—
reconoció. Uno de los dos debía tomar el control y deponer las
armas—. Ambos debemos seguir con nuestras vidas.
—Tal vez podríamos llegar a un acuerdo —propuso muy
serio cuando comprendió que si ella se casaba por
desesperación con Thane la perdería para siempre—. Usted
detesta al duque, se nota. Yo podría pedir su mano para
salvarla del despreciable Thane. Le ofrezco ser mi marquesa y
la madre de mis hijos. Blackblood Priory, la finca familiar,
quedará bajo su mando y la visitaré las veces que sean
necesarias para que engendremos herederos. Después podrá
hacer lo que desee con su tiempo. Será una salida limpia para
los dos, yo consigo esposa y usted se libra del duque. Sé que
su padre la está presionando para aceptarlo y que usted se ha
negado con creces.

Rose sintió que su corazón le daba un vuelco y que sus


entrañas se contraían. Aquellas palabras jamás las previó. La
tomaron desprevenida por completo. Él le estaba proponiendo
matrimonio. Tuvo que hacer un alto para poder pensar. Las
sensaciones de su cuerpo la dejaban tan aturdida que no podía
hilvanar sus ideas. Entendió que Oso no estaba cediendo,
tampoco le estaba prometiendo amor, solo no quería perderla.
Según comprendió, pretendía refundirla en su propiedad de
campo, para poder tenerla cuando quisiera.
—¿Qué responde? —insistió Emery con una expresión
interesada.
Él lucía tan sugerente, con aquel traje negro que se
ajustaba en los sitios adecuados a su figura. Su mirada altiva,
pero tan seductora hacía que las rodillas de Rose flaquearan. Y
esos labios llenos, tan voluptuosos. Ella sopesó cómo sería
desposarlo, cumplir con los deberes conyugales y yacer a su
lado en el lecho cada una de esas noches que él le estaba
prometiendo. Su cuerpo entero se tensó ante la anticipación.
Imaginó cómo se sentiría ser la madre de sus hijos. Pero
también sospechó que habría peleas, como la de este momento
y muchas lágrimas. Les costaba demasiado entenderse, era
como si corrieran en pistas paralelas que nunca se cruzaban.

—Es una propuesta poco halagadora. Usted no siente el


más mínimo afecto por mi persona —explicó pausada y con
seriedad.

—Estoy admitiendo que la necesito —soltó abrumado y


ella palideció, la garganta se le cerró por un segundo—. La
fascinación que usted y su risa me hacen sentir me están
enloqueciendo de deseo. Tendré que desposarla, no me queda
otro remedio. No quiero tener que entrar a hurtadillas a su casa
para hacerla mi amante si accede a ese estúpido matrimonio
con Thane. También me desea, no lo niegue. Puedo verlo en
sus ojos, aunque se esfuerce por esconderlo. Sabe que ambos
tenemos esa… debilidad.
—Eso no es amor, es lujuria —resolvió ofendida. Pero
ella veía más allá de lo que el orgullo del marqués le permitía
expresar. Ofendida por su forma de esconder que la amaba,
Rose decidió poner una barrera de inmediato entre ambos—.
Usted ha hecho su proposición, mi respuesta es no.

—¿Por qué? —rebatió al borde de la frustración. No


podía soportar que desposara a otro—. Es evidente que aún es
susceptible ante mi presencia. ¿Qué hará cuando llegue la
noche de bodas con Thane y tenga que entregarle su cuerpo?
—Eres muy sórdido —le reclamó como viejos conocidos
que eran. Intentó darse la media vuelta y dejarlo hablando
solo. En primer lugar, ella no estaba considerando casarse con
Thane, solo lo había dicho para fastidiarlo. En segundo, se
suponía que un caballero no trataba temas tan privados delante
de una dama. Ya no pudo soportarlo.
—Júrame que si te casas —agregó también tuteándola
como en el pasado—, no volverás a sucumbir cuando la carne
nos haga débiles. No más miradas cómplices, suspiros,
palabras altisonantes, solo con el afán de lastimarnos y, sobre
todo, prométeme que tu corazón no latirá tan acelerado como
si quisiera escaparse de tu pecho.
—¡Por supuesto que no! —protestó con el orgullo herido.
Dominado por la seguridad de perderla, temiendo que
ella tomaría la decisión errada y que se escurriría como el agua
entre sus dedos, se le acercó lentamente. Le puso una mano
sobre la garganta y ella tembló, sin oponer resistencia. El
varón se le acercó demasiado hasta que ambos quedaron sin
aliento y con los pulsos descontrolados. Estaban a solo un
centímetro de besarse, y entonces habló rozándola con su
respiración:
—¿No sería más fácil casarte conmigo? Te daré
libertades.
—¿Con libertades te refieres a dejarme abandonada y
recurrir a mí cuando te lo exija tu virilidad? —lo retó sin
temor.
—Serás la esposa de un marqués, tampoco te dejaré
relegada en el campo. Pondré una casa en Londres a tus pies,
tanto o más lujosa que la mía. Tendrás muchos sirvientes,
podrás dar bailes y dejaré que invites a tu familia cuando yo
no esté.

Ella hizo un mohín de desagrado y lo fustigó con la


mirada.
—¿Ni siquiera pretendes llevarme a vivir a Bloodworth
House?
—Bloodworth House es mi guarida, no es sitio para una
dama respetable.
—Es tu casa y yo sería tu esposa —porfió.
—¿Lo estás considerando? —Albergó esperanzas.
Negociar siempre había sido una de sus habilidades, sabía que
estaba a punto de ganar.
—Jamás aceptaré una propuesta tan petulante. Si me
caso… Exijo respeto.

—Puedo ser tu… amigo… Tendremos caminos separados


para la vida, pero estaremos juntos para engendrar herederos.
—Oso, eres detestable —reprendió con ganas de pegarle.

—Tú ni siquiera deseas ser la esposa de nadie.


¡Demonios! —maldijo con la paciencia pendiendo de un hilo
—. Mientras no tomes otro amante, lo que no permitiré en
ninguna circunstancia, serás mi marquesa con todo lo que eso
significa.
—¡Mi respuesta es no!

—¡¿Por qué?!
—Porque, aunque te cueste creerlo, sigo siendo dueña de
mi destino y tengo dignidad.
—¡Te casarás con quien tu padre te ha ordenado! —le
recordó su supuesta afirmación.

—Prefiero acatar la orden de mi padre que bajar la


cabeza ante ti y dejarte salirte con la tuya. —Dejó ver que
también la dominaba el orgullo—. ¿Por qué no puedes
perdonar? ¿Por qué no puedes mirarme a los ojos y dejar de
ver en ellos el odio que sientes por mi familia? Sé que mis
padres te fallaron en el momento en que más los necesitabas,
pero no tengo la culpa de lo que hicieron.
—Los obedeciste —reclamó con la mirada repleta de
resentimiento.

—Era muy joven y estaba confundida. Mis padres me


llenaron la cabeza de reproches en tu contra, de la necesidad
imperiosa de que pusiéramos distancia entre nosotros. Tu
comportamiento irascible me hacía darles la razón, en parte.
No sabes cuánto me arrepiento. —Una lágrima quiso
escaparse de uno de sus ojos y la limpió de golpe. No podía
darse el lujo de mostrarse vulnerable. Inspiró para llenarse de
fuerza y confrontarlo. El silencio se había roto y después de
mucho tiempo se estaban diciendo todas las verdades, no
podía flaquear.

—No puedo verte a la cara y olvidar todo lo que me hizo


Peasly —reconoció cabizbajo, buscando su mirada esquiva.
—Lamento que con mi sola existencia te lo recuerde cada
día —se quejó Rose—. Pero si tú no puedes perdonar, me
alejaré de ti aunque me duela, aunque me muera de amor.
—¿Amor? ¡El amor desgarra! —condenó Emery.
—Solo si así quieres sentirlo. Mi amor por ti me sana en
todos los sentidos, quisiera que lo experimentaras igual que
yo.
Aquella frase dejó al hombre en un inquietante silencio.
La acercó más a su cuerpo, ella había terminado por confesar.
Confundido y sintiéndose torpe por la ira trató de organizar
sus ideas para responder como ameritaba la situación, para
estar a la altura de aquella mujer que lo enloquecía, a la que
jamás había podido olvidar, a la que también amaba.
Una puerta tras ellos chirrió y de pronto ambos vieron a
lady Abbott boquiabierta.

—¿Qué está sucediendo? —indagó una voz aguda e


indignada—. ¿Milord la ha ofendido de alguna manera,
señorita Peasly? Porque de ser así me veré en la obligación de
informar de inmediato a sus padres y al dueño de la casa.
Oso resopló como si fuera un caballo. Lo que le faltaba,
que alguien se entrometiera en aquella discusión y que quedara
inconclusa, como hasta ese día habían estado sus vidas.
—No —contestó la aludida.
—Si ha cometido una indiscreción estaría obligado a
reparar su falta —exigió en tono mandón la recién llegada.
—Si tengo que responder lo haré —aceptó Emery.
La dama se quedó aún más sorprendida, un rato atrás
había tratado de convencer al marqués de aceptar sus consejos
para atraer a alguna de las debutantes que asistían al festejo y
este había negado una y otra vez su interés en el matrimonio.

—Por favor, lady Abbott, si no quiere arruinar mi vida


olvide lo sucedido. Mi padre odia a lord Bloodworth y este
detesta a toda mi familia. Lo único que ha presenciado es una
muestra de la profunda enemistad que hay entre nosotros. Le
ofrezco una disculpa e imploro su silencio. Si llegara a oídos
de mi padre, haría un gran aspaviento y terminaría retando a
duelo a este caballero. Lord Bloodworth ya se ha disculpado y
yo también he puesto de mi parte para dejar el malentendido
atrás. Mi padre jamás aceptaría a este caballero como
pretendiente. Son enemigos acérrimos.

—¿Qué tiene que agregar, milord? —lo interrogó la dama


tratando de asimilar el exceso de información.

—La señorita Peasly tiene razón.


—Creí que sería una buena oportunidad de salirme con la
mía —se lamentó la mujer con ínfulas de casamentera—. Pero
si se detestan tanto, un matrimonio entre ustedes sería una
sentencia de muerte. Terminarían sacándose los ojos. Qué
bueno que se hayan sincerado, casi me falla mi buen juicio.
—Le suplico discreción al respecto —pidió Oso.

—Soy la discreción en persona —agregó lady Abbott a


regañadientes con una ceja levantada—. Mejor volvamos a la
fiesta.

Rose se escurrió por las escaleras y en pocos minutos ya


estaba dándole explicaciones a su madre acerca de su
desaparición. No tardó mucho tiempo en que Allard House
quedara atestada por los asistentes al baile. El amor pululaba
en el aire. Las parejas mejor establecidas derrochaban miradas
cargadas de miel.
Las debutantes con sus carnés en las manos aguardaban
impacientes por caballeros que las invitaran a bailar. Las
matronas estaban en alerta buscando pretendientes de peso.
Estos admiraban a las jovencitas que alegraban los amplios
salones con sus risas, sus elegantes maneras y su entusiasmo.
Rose no tardó en volver a divisar a lady Abbott
enloqueciendo a Emery con su conversación, quien no parecía
interesado en lo que la dama le compartía. Reconocía sus
expresiones como antaño. No supo la razón por la que
atrevidamente se acercó lo suficiente para escuchar sobre lo
que hablaban.
La tía de Elizabeth tenía una lista entre sus manos, una
que le ofrecía al marqués y la que aquel rechazó sin clemencia,
con una sonrisa galante, que obligó a la dama a declinar su
ofrecimiento. Nombres de señoritas casaderas, las de apellidos
más ilustres, dotes sustanciosas y bellezas envidiables.
Por un momento, Rose se quedó absorta mirando el
intercambio, tan concentrada, que él se percató de su interés.
Ella maldijo para sus adentros e intentó desviar la mirada.
Algo tarde, Oso terminó arrebatándole el papel a lady Abbott
cuando aquella ya iba de retirada. Ese gesto encendió el rostro
de la señorita de inmediato.
¿Cómo debía interpretar lo que vio? ¿El astuto Oso notó
que a ella le molestaba el intento de Abbott de emparejarlo y
se aprovechó de eso para hacerla a crispar?
La tensión creció entre los dos y ella se retiró, huyó hasta
donde estaban sus padres de nuevo, resuelta a no separarse de
ellos. Para su desgracia, se dio cuenta muy tarde en compañía
de quién se encontraban. Ahí estaba Thane con su sonrisa
amplia, blanca y ducal, esperándola. No tardó en invitarla a
bailar y los padres la presionaron para que aceptara.
—No es una buena noche para mí —se escudó. Pero no
sabía si concentrarse en Thane y en cómo zafarse de él, o en
los ojos taciturnos de Emery que la seguían contemplando a
distancia.
Los hermanos de Rose aparecieron, e intercambiaron
unas palabras de saludo con Oso, fueron amables con él a
pesar de las desavenencias familiares. Por más que los barones
habían sido enfáticos al advertirles a sus hijos que se
mantuvieran lejos del marqués, los más jóvenes lo estaban
desobedeciendo. Llevaban mucho tiempo sin encontrarse
frente a frente con él, y aún guardaban buenos recuerdos del
pasado, cuando ambas familias se visitaban. No pudieron
evitar saludarlo.
Los barones no se habían dado cuenta, estaban atentos a
la respuesta de Rose a Thane. A diferencia de su hija mayor
que no se perdía de nada de lo que ocurría.
—¿Qué dice, señorita Peasly? —insistió Thane.
—Mi pie está lastimado —mintió sin vergüenza. Estaba
decidida a rechazarlo.
La madre la sermoneó con la mirada. Era una excusa de
las que Rose solía dar para salirse con la suya. Thane seguía
insistiendo en abrumarla con sus atenciones, justificarse con lo
del pie fue desacertado. El hombre se avocó a ayudarla y
ocuparse de que estuviera cómoda. Una silla apareció al
instante y sin darse cuenta ya estaba instalada, con Thane a su
lado, aturdiéndola con sus palabras melosas. El duque no tenía
intenciones de moverse de su costado. Ahora sí que su intento
de huida había sido una catástrofe, terminó en una encerrona.
No se libraría de su excelencia y su conversación toda la
noche.

«Piensa», se ordenó Rose, y lanzó una miradita hacia


donde Daisy y Jacob se despedían de Oso, que con una mueca
buscaba en su dirección más de las veces apropiadas. No se
veía feliz, ¿era por la presencia de ellos en la fiesta? Sus
padres continuaban ajenos a la cercanía del marqués. Aurora
sonreía, Leonard estaba serio pero complacido porque su hija
le permitiera al duque hablarle. Oso se veía de pésimo humor.
Aún tenía la hoja que había recibido en la mano.
Lady Abbott, como un remolino de viento, volvió a
aparecer y venía acompañada. Una dama con su hija, una
señorita de excepcional hermosura y juventud caminaban
mientras reían con ella. Otra mueca de Oso.

Rose quería atender a la charla con la que intentaba


envolverla Thane, pero lo que ocurría en el otro extremo del
salón era más interesante. Con el rabillo del ojo trataba de
seguir el hilo, pero Thane reclamaba su atención y la
desconcentraba.
No supo cómo, pero Oso terminó dejando a lady Abbott
y sus acompañantes atrás y avanzó con gallardía por la
estancia. Terminó haciéndole una reverencia a una viuda
joven, la hoja de papel quedó desechada, pisoteada por cuanto
asistente pasaba por encima de ella, ignorándola y aún más a
su contenido. Rose contuvo el aliento. Sentía que la piel entera
le escocía y le dieron ganas de tallarla.
Oso había asistido a escasos bailes desde que ella había
sido presentada. Sin embargo, un patrón se repitió en él todos
esos años: jamás bailaba con absolutamente nadie. Cuando
volvió a espiarlo, el marqués ya caminaba hacia el centro del
salón con la distinguida viuda, una mujer joven, sin título, pero
emparentada con la nobleza. Ningún caballero captó su interés
en el pasado, aunque había tenido varios interesados.
A Rose se le hizo un nudo en la garganta y su estómago
le dio un vuelco. Una nueva pieza estaba por comenzar, y sin
pensarlo dos veces, ya estaba prendida del brazo del duque de
Thane y llevándolo hacia la pista.
—¿Su pie, señorita Peasly? —le recordó Todd.
—Me siento mejor.

Leonard sonrió. Al fin. Sus esfuerzos no fueron en vano.


Su hija había accedido a bailar con el pretendiente al que
siempre mantuvo en jaque y por el que su padre apostó desde
el principio. Lo que el barón no sospechaba y Thane menos,
era que Rose solo lo hizo para acceder a la pista y poder
continuar al acecho de los progresos de Oso con la viuda.
Jamás una mujer le interesó públicamente a Emery. ¿Qué se
traía entre manos? Todos los presentes notaron que el marqués
estaba bailando, y ninguno le quitó la vista de encima.
Los celos la estaban recorriendo de una forma
desconocida y salvaje que la hacían rabiar. Sonrió a Thane,
aunque no lo deseaba, ni siquiera entendía su palabrería acerca
de la orquesta a la que acusaba de desafinada por este o aquel
motivo. Para ella sonaba perfecta, lo único imperfecto en aquel
baile era que el hombre que había amado su vida entera estaba
siendo galante con una dama que no era ella. Y verlo sonreírle
a otra mujer la estaba enloqueciendo. Pedía a Dios para sus
adentros no terminar haciendo algo de lo que se podría
arrepentir toda su vida.
«Emery», pensó con dolor.
Bailaron hasta que finalmente la pieza acabó y la viuda
quedó sola. Lo escuchó ofrecerse a buscar unas copas de
champán para los dos. Si bailaban una pieza más su corazón
colapsaría. La señora Morgan tenía una sonrisita de
complacencia en los labios. Era evidente que le había
agradado en demasía las atenciones del marqués más
escurridizo de la aristocracia.
Rose se quejó de la sed y Thane se ofreció, igualmente,
para traerle una limonada. Entonces, sin perder un segundo
caminó hasta quedar como por casualidad cercana a la viuda.
—Se veía usted tan a gusto bailando con lord
Bloodworth, señora Morgan —se atrevió a decirle a la mujer,
aunque todas las señales de alerta de su cuerpo le advertían
que debía cerrar la boca y comportarse como una dama.
—Señorita Peasly, usted tampoco lucía nada mal del
brazo del duque. —La otra fue afable.
—Su excelencia es un hombre de honor, alguien con
quien se puede bailar. Su presencia al lado de una dama solo
brinda estatus. A diferencia de su acompañante.
—No es mi acompañante —refutó ofendida—, solo me
invitó a esta pieza.
—Las mujeres que bailan con lord Bloodworth
rápidamente terminan con la reputación por el suelo y usted es
tan respetada por todos… —instigó sin culpa—. Debería
cuidar con quien se relaciona, el marqués es un conocido
libertino. Me sorprende que no lo supiera.
La señora Morgan la miró con orgullo, no era ingenua,
pero por un momento la gallardía del marqués la sedujo y se
sintió especial.
—Lo sé — aceptó.
—Si yo fuera usted bailaría con alguien más apropiado,
como Thane. Un verdadero caballero. Mire el rostro de mi
padre. Está complacido porque le he aceptado una pieza.
Lo que Rose había hecho era muy bajo y se sentía la peor
persona del mundo. No obstante, cuando Emery volvió con las
copas de champán y la señora Morgan se rehusó a aceptar una
y, además, huyó del lado de ambos, Oso no dudó en clavarle la
mirada a la responsable. El hombre bebió una copa, luego la
otra, sin la intención de ofrecerle una bebida a Rose para
calmar su sed. A final, le hizo una reverencia con la cabeza
cuando se hubo acabado todo el champán.
Emery no se podía contener, quería preguntarle a Rose
qué le había dicho a su pareja de baile. Su orgullo se sentía
herido, pero antes de poder reclamar, Thane apareció con la
limonada para Rose y esta aceptó dejándolo sin oportunidad de
hablar.
Capítulo 7

Oso se retiró, pero continuó acechando. Intentaba poner


distancia. No comprendía por qué no se la sacaba de la cabeza.
Observaba cómo Rose bebía la limonada ofrecida por Thane.
La ofuscación se reflejaba en la mueca que tenía en los labios.
Ni siquiera sabía por qué estaba celoso, Rose no quería a ese
malnacido. Pero le faltaba poco para tomar al duque por la
solapa y darle un escarmiento. Ella podía tentar al pretendiente
con el propósito de hacerlo rabiar, pero Emery era más
experimentado en la vida. Sabía que una mujer solo tenía una
razón para darle celos a un hombre. Su enamorada de la
juventud no era de esas, de las que tramaban ardides para
desestabilizar a la competencia. Así que, si había llegado a tal
extremo eso significaba una cosa, que aún se quemaba en las
mismas llamas del infierno que lo devoraban a él.

Conocía cómo acabaría todo y sería muy mal.


No importaba que ellos se amaran, que quisieran
enmendar las cosas, que decidieran desafiar todos los cánones
morales que tendrían que romper para estar juntos… Los dos
sabían que había dolores del pasado que ni la muerte podía
enterrar y que un futuro para ambos era prácticamente
imposible.
Suspiró hondo y se despreció por hacerlo. Quería tener la
fuerza para mandarlo todo al demonio, incluso a ella, pero la
realidad le demostraba que no podía y eso le hacía sentirse
miserable.

Oso había insistido en casarse con ella en el pasado, la


había rondado, había ofrecido todo para que la propuesta no
fuera rechazada, pero Leonard se negó una y mil veces
alegando que las familias tenían diferencias irreconciliables. Y
el mismo Oso lo comprobó semanas después de que los
antiguos marqueses de Bloodworth fueron echados de la casa
de los Peasly. Todo fue cuestión de tiempo y el reloj no dejó de
hacer tic tac.
Odió ver la victoria en el rostro de Thane, el pretendiente
se sentía confiado. Incluso lo miró desafiante en una ocasión.
Aquello hacía que Oso estuviera iracundo, pero no había
forma de frenar la avalancha de nieve que amenazaba con
arrasar con todo a su paso.

Terminó junto a Jason. Necesitaba hablar con su amigo


de toda la vida. Él conocía la historia. Se retiraron a uno de los
rincones, con un brandy en las manos de cada uno.

—Evander ha invitado a los Peasly, son una pesadilla. —


Señaló Emery con su bebida hacia la familia aludida.

—Sé que tus problemas con ellos son serios. Sin


embargo, nadie más que ustedes y yo lo sabemos. Son amigos
de Elizabeth y de Angelina. No podemos cerrarles nuestras
puertas.

—¿Por qué tengo que soportarlo? —Negó fastidiado—.


Lo más sano es que me vaya o seguiré poniendo a prueba mi
tolerancia y temo que no me queda mucha.
—Oso, el problema más grave no es cómo te sientes en
presencia de los barones, sino qué sucede contigo y la señorita
Peasly. Los años pasan y ella te ha demostrado fidelidad.

—¿Fidelidad? —replicó mortificado—. Está tentando a


Thane delante de mis narices y tú y yo sabemos lo delicado
que es jugar con fuego. Más cuando se trata de Thane.

—Ella no lo conoce como nosotros. No lo hace porque


esté deslumbrada por él, ya lo ha rechazado dos veces.
—Y su padre muere porque lo acepte —bufó apretando
sus puños hasta que sus nudillos quedaron blancos.

—Su padre y el duque —enfatizó Jace—. ¿Por qué Todd


se aferra a ella? Siempre me he hecho la misma pregunta.

—Mírala —lo desafió. Jason lo hizo y al verla tuvo parte


de la respuesta.

—Tienes razón, tiene cualidades que un hombre


apreciaría en su esposa. El duque de Thane siempre quiere lo
mejor. Pero justo en este instante, hay otras con futuros más
prometedores. La señorita Peasly no está precisamente en su
mejor momento. Una debutante daría más orgullo a su título.
¿No crees?

—Todd siempre quiere superarme en todo. Así ha sido


desde que éramos niños: poseer el mejor purasangre, ser el
ganador en el torneo de esgrima, en la mesa de juego, en los
negocios. Por suerte no le interesó el remo, habría sido un
fastidio que ocupara un lugar en el bote junto a nosotros.
—No se le dio la regata porque iban a estar compitiendo
hombro a hombro y eres su contrincante natural —concedió—.
Para estar en el equipo contrario, tendría que haber cambiado
de alma mater. Sin embargo, en las mujeres siempre quiso
superarte. En Oxford también. Se esforzaba más que tú en los
estudios, debo reconocerlo. Pero esa cabeza prodigiosa tuya no
dejaba que ninguno de nosotros tuviera calificaciones más
elevadas que tú. Los negocios igual se te dan estupendamente,
has llevado la fortuna familiar a otro nivel. Tu padre habría
estado muy orgulloso —expresó e ipso facto se contradijo—:
Bueno, eso con respecto a la buena fortuna que has logrado
amasar. No estoy seguro de si te apoyaría en el resto de las
decisiones que has tomado en tu vida.

—Odio cuando te pones reflexivo y terminas


comportándote como un bufón, Jace. ¿Qué ganas con
sermonearme? No eres más viejo que yo, así que no tienes ese
derecho.

—Me establecí primero que tú, mi vida familiar es más


organizada y soy de los pocos amigos que te aprecian. Así que
creo haberme ganado ese derecho. Todd sabe que la quieres, y
si después de tantos rechazos sigue insistiendo es porque no lo
hará hasta lograr vencerte en esta lid también.

—Puede ser. Creo que, aunque he tratado de ser


reservado con respecto a mis sentimientos, descubrió que Rose
es mi talón de Aquiles. Si pretende asestarme un golpe bajo ya
sabe cómo desestabilizarme.
—Concuerdo. Alguien tan cercano a ti pudo notarlo. Pero
no debes preocuparte por él. Rose te ama, de lo contrario,
habría aceptado a alguno de sus pretendientes. A él, por
ejemplo. Te está esperando… —añadió y alzó su copa en señal
de triunfo—. La pregunta es ¿hasta cuándo? Sus temporadas
se han acabado y tú sigues reacio a dar el salto.
—¿Lo harías en mi lugar? —desafió y tensó las piernas
que parecían sembradas al suelo. Desde donde estaba aún
podía verla y torturarse con su presencia.
—Nadie, absolutamente nadie me separará de Angelina.
Si tú no sientes lo mismo por ella, entonces, amigo mío, sí
estás sumido en tu pozo de perdición. Cuando se ama no
renuncias a la mujer de tu vida en ninguna circunstancia.

Las palabras de Jason lo hicieron recordar una discusión


del pasado. ¿Qué quedaba del antiguo Emery? Sus palabras lo
golpearon, volviéndose contra él: «Podría ennoblecer mi
nombre y cuando cumpla treinta desposar a alguna beldad
que desee convertirse en la madre de mis hijos con tal de ser
marquesa; pero solo si está dispuesta a exiliarse en mi casa de
campo luego de darme herederos», eso le había dicho a
Weimar.

Jason siempre lo había tenido todo claro, a pesar de haber


vivido también un pasado doloroso.

Oso siguió recordando:

—No soy tan frío como tú que tras la pérdida de tus


padres desechaste sus efectos personales, y vendiste objetos de
valor, que forman parte de la historia del marquesado de
Bloodworth —atacó Jason.

—Nuestras situaciones son muy distintas, tú y yo somos


completamente diferentes y no tendremos esta conversación,
menos ahora. Imagino el discurso moralista y sentimental con
el que pretendes sermonearme. Mis padres… No —negó
también con la cabeza—. Tú y yo somos el norte y el sur, y
nuestras familias también lo eran.
Había mucho odio en su interior. Bajó la cabeza y
arrepentido se sostuvo la frente con ambas manos. Repasó lo
sucedido con Rose esa noche, sus palabras, su propuesta y se
sintió un idiota. Negó lleno de remordimientos. Una cosa era
lo que sentía, otra la que salía de su boca cuando la tenía
delante. Era como si su voluntad fuera arrasada por el más
despiadado orgullo. Después de tanto tiempo la tuvo tan cerca,
ambos estuvieron a punto de dejar caer los escudos y él no
supo aprovecharlo. Miró a Jason como un cordero arrepentido
y confesó su falta:

—Le propuse matrimonio.

El rostro de Jason sufrió una transformación por el


asombro.

—¿Me estás tomando el pelo?

—Lo hice hace unos minutos, pero ella me dijo que no.
Asume que no soy sincero y que solo conseguiré que ambos
seamos desdichados. Y tiene razón, le dije que la quería para
engendrar herederos, que la refundiría en Blackblood Priory y
otro montón de sandeces. Quería ser amable y terminé
comportándome como el más frío de los infames. No sé qué se
apodera de mí cuando me mira con esos ojos llenos de
reclamos.

—Me dejas estupefacto —expresó abriendo las palmas


en señal de desconcierto—. Creo que la señorita Peasly es una
joven muy inteligente. Sabe lo que quiere. Tus palabras no
fueron las adecuadas, una mujer lista no sucumbe ante un
canalla.
—Gracias por el elogio —agregó Oso con sarcasmo y
también levantó su copa para simular un brindis—. Tal vez
debo olvidar a Rose, alejarme para siempre de su familia,
buscar a una buena mujer y casarme antes de cumplir los
treinta.

—Si eso pretendes, hazlo. Lady Abbott ha hecho una


lista…
—Dios me libre de casarme con quien sea que elija esa
mujer —se defendió negando—. Hay cosas de mi pasado que
aún no puedo superar, pero no estoy tan perturbado como para
dejarme engatusar por dama casamentera alguna. Soy
perfectamente capaz de elegir una esposa.

—Entonces, ¿lo estás considerando?


—No sería la primera vez que trato de olvidarla, pero hay
algo que siempre me hace volver a este sentimiento.

Jason exhaló, compadecido. Muchas veces habían


dialogado acerca de Rose y en ninguna habían llegado a una
conclusión. Le aconsejó:

—Si te casas con otra, quizás pongas punto final a ese


capítulo de tu vida. Pero si te enamoras perdidamente de tu
posible futura esposa. De lo contrario, solo conseguirás que tus
problemas aumenten de tamaño. Un amor tan grande no se
olvida solo porque tu parte racional te diga qué es lo correcto.
El duque de Weimar terminó su brandy y con un
movimiento de cabeza abandonó a su amigo con la maraña de
ideas que se enredaban cada vez más en su mente, y caminó
hacia su esposa.

Oso volvió a buscar a la dueña de su tormento entre los


asistentes que reían, bailaban y bebían sin control. La nobleza
tenía una etiqueta que cumplir, pero superada la medianoche
algunos se dejaban seducir por el alcohol y sus inhibiciones
cedían ante los efectos de la bebida. Ella seguía conversando
con su familia, y ahí estaba Todd, como una piedra en su
zapato.
Si Rose podía pasar una estupenda noche y aceptar las
galanterías de otro caballero, al que su padre veía con buenos
ojos —a él no lo dejarían ni acercarse— no se quedaría en un
rincón presenciando el espectáculo. No era paciente, ni
tolerante. Verla aceptando sus atenciones lo estaba
exasperando. Si ella se había subido a aquel carruaje guiado
por corceles desbocados, él no se iba a quedar atrás. También
podía darle celos. Atributos no le faltaban para derretir a las
damas ávidas de encontrar a un flamante prometido. También
sacaría a bailar a otra damisela. Buscaría entre las solteras la
más hermosa que había asistido aquella noche. Y así dio con la
señorita Buchanan, una escocesa que había revolucionado
Londres esa temporada y que tenía tantos caballeros
zumbando a sus pies como moscones. Afortunadamente
habían sido presentados, tenía negocios con su padre.
Oso la saludó y la joven no disimuló que estaba
deslumbrada con el porte del marqués. Su sonrisa canalla, la
que usaba para seducir o salirse con la suya, la más elogiada
por las damas, hizo que las piernas de la señorita Buchanan
temblaran.
—Espero que aún tenga espacio en su carné de baile para
mí —pidió Emery.

Ella lo miró con enormes deseos de aceptar. Luego


suspiró, ni siquiera se esforzó en disimular.
—Lo siento, no puedo —se disculpó indecisa.
—¿Está lleno? Soy amigo del anfitrión, siempre puede
agregarse una pieza más al repertorio. Si lo consigo, ¿me haría
el honor?

Ella volvió a negar.


—Me gustaría, pero tengo motivos para declinar su
invitación.

—¿Podría darme esos motivos?


La discreta, pero bella señorita Buchanan, sonrió
avergonzada y tras volver a disculparse se alejó de él. Oso no
se desanimó. Pasó su vista de halcón rápidamente sobre las
demás solteras, y volvió al ataque, pero solo consiguió
acumular excusas. Comenzó a preocuparse. Buscó su reflejo
en una de las bandejas de plata que relucía como un espejo.
¿Algo en su apariencia? ¿A sus veintiocho ya no les parecía
tan joven? Pero entonces, se acordó que la viuda también lo
había despachado. Recordó la lista de lady Abbott, la que
había terminado pisoteada por los danzantes. Su memoria
privilegiada recordó algunos nombres. Consiguió que dos
damas casaderas lo anotaran en sus carnés, tendría que esperar
hasta que la orquesta tocara las piezas indicadas. Le molestó
que su carisma de antaño se viera opacado de alguna forma,
pero se armaría de paciencia. En ese punto, le resultaba vital
que Rose lo viera disfrutando de los placeres de la velada, y no
amargado en un rincón, acechándola como de costumbre.
Cuando llegó su turno, se acercó a la próxima jovencita y
esta se excusó con un pretexto bastante creíble, pero que
levantó cierta suspicacia. Su pareja de baile se sintió mal de
pronto. Había una más por la que aún debía aguardar, y su
sorpresa fue mayor cuando aquella se disculpó y terminó
retirándose antes de la fiesta.

Definitivamente, sus facultades de cazador estaban en


franca crisis y su fama de conquistador iba derecho a sufrir un
colapso. Estar en el lugar de los rechazados era desagradable.
Nunca lo había vivido. Parecía que la vida se ensañaba con él,
mientras que a Rose le ponía a un duque a sus pies. Estuvo a
punto de darle la razón a Jason, no había cuidado su
reputación y aquello traía implicaciones.

Puso los ojos en blanco, su escasa asistencia a ese tipo de


actividades lo dejaba en franca desventaja. Rose, por su parte,
se había lucido cada temporada que desperdició sin interés en
casarse, pero le había servido para conocer a muchos
exponentes de la nobleza, para relacionarse con cada uno,
ganarse su confianza y conocer cómo funcionaba el
intercambio social. Además de que, era la hija de Aurora y eso
la situaba en una situación privilegiada. Otra en su lugar,
habría sido relegada de inmediato cuando hubiese sido
declarada una solterona.

Oso, por su parte, con su comportamiento esquivo ante la


sociedad respetable, y alejado de los sitios que ella y su
familia frecuentaban, había aprendido a moverse como pez en
el agua en los negocios, en los clubes de caballeros, en las
carreras de caballos, en los salones de apuestas. Por todos era
sabido que Leonard era un puritano, que si acaso visitaba
White’s, así que sus mundos iban en paralelo, pero no se
cruzaban. Y las pocas ocasiones que aquello ocurría buscaban
la forma de evitarse.
No les perdió la vista un segundo a Rose y Thane que
bailaban por segunda ocasión, mientras giraban al compás del
vals que Johann Strauss padre había compuesto en honor a la
reina Victoria. Tuvo deseos de que ese género musical volviera
a estar prohibido mientras ella danzaba entre sus brazos. Sabía
en qué parte de su cuerpo se ubicaban exactamente las manos
de Todd, y un sabor agrio se instaló en su boca cuando los ojos
de ellos se encontraron.

Se maldijo para sus adentros por no poder sacársela de la


cabeza, y se preguntó si debía seguir en aquella lucha de
poderes. Sabía leerla, a pesar de que ella había cambiado con
los años, aún percibía qué le disgustaba y Todd le desagradaba
en demasía. Encogía los hombros ante su tacto, no era
estremecimiento, era asco, rechazo. Y Rose era una ingenua si
creía que lo estaba engañando.

Algo la hizo sonreír a la fuerza, la conocía bien, la había


visto hacerlo en el pasado. ¿Qué le había dicho Thane? La
observó soltarlo en medio de la pieza y escabullirse lejos de
los otros bailarines. La siguió con la vista y no tardó en notar
que el duque la perseguía. La duda de si ella rehuía o habían
planeado en secreto alejarse del tumulto fue un aguijonazo en
su costado. ¿La estaba perdiendo? «No, ese gesto fue de
incomodidad. La conozco», se reafirmó. Pero se debatía entre
la resolución y su desconfianza.
Enderezó el talle, abandonó su copa en la bandeja que
llevaba uno de los lacayos de librea roja con detalles dorados,
que pululaban en el salón, y fue detrás de Todd. Lo vio
caminar sigiloso hacia la terraza, y continuar en dirección a la
parte más oscura. Ella había desaparecido de su campo visual.
¿Por qué Rose se ponía en peligro alejándose de las luces que
brindaban seguridad a las señoritas?
Capítulo 8

Rose negó y al saberse lejos de la vista de todos corrió por las


escaleras de la terraza hacia el jardín. La cercanía del duque de
Thane la estaba asfixiando y el absurdo juego de provocar a
Oso ya no le parecía una idea acertada, como debió ser desde
el inicio. El frío le advirtió que el jardín a esa hora de la noche
era una pésima elección. Echó de menos la calidez de su
invernadero, donde podía refugiarse cuando el dolor de su
pecho era insoportable. Recordó que los condes también tenían
uno, no sabía si estaba en funcionamiento, hacía tiempo que
no acudía a esa parte de la casa, pero sin pensarlo dos veces se
dirigió hacia allí. La oscuridad también la persuadió de volver,
pero no le hizo caso. Habría sido más sensato huir hacia el
piso superior en busca de Belle, así no estaría sola, expuesta y
congelándose.

El invernadero estaba cerrado con gruesas cadenas que


sacudió en vano, un candado enorme de hierro la disuadió de
que aquel sitio sería un refugio ideal. ¿Qué estaba haciendo?
No era la sensatez personificada, pero solía ser más precavida
y cuidadosa. Aquello ya no le gustaba, por eso decidió
retroceder. La presencia del marqués esa noche la había
llevado hasta el límite. Hacia donde quiera que se giraba
encontraba los ojos de Oso acechándola, reconocía que le
levantaba el ego. Cuando sus amigas aseguraron que la soltería
de Emery se debía a que aún albergaba sentimientos por ella,
no pudo quedarse quieta hasta que él dio señales. Le urgía
comprobarlo. Pero su propuesta de momentos atrás había sido
impulsiva y decepcionante. Así no lo podía aceptar.
Regresó y en su camino se encontró un cenador, si se
quedaba corría el riesgo de enfriarse demasiado. Se sentó solo
unos segundos para ordenar las ideas en su cabeza. Su
conducta en los últimos años había sido bastante errática.
Sopesó sus posibilidades. Si aún quería ser la esposa de
alguien tenía un duque dispuesto a desposarla. Pues el
marqués que ella prefería en todos esos años no le hizo la
propuesta anhelada, la de amarse para toda la vida. Tampoco
se acercó lo suficiente para darle esperanzas de alguna
intención de cumplir la promesa del pasado. Solo se comportó
brusco y disparatado debido a los celos. Sintió rabia contra
Emery en ese momento, por estar alejado de sus aspiraciones.

Aquella promesa de amor sincero de su juventud jamás


volvería. Debía parar de engañarse. Aseguró que no lo amaba
cuando sus amigas la interrogaron, pero era una vil mentira
que se decía a sí misma para no ser aniquilada bajo el peso de
la angustiante verdad: jamás lo olvidó, y parecía que aquel
sentimiento la iba acompañar mientras respirase, porque hizo
de todo para sacárselo de adentro y no pudo conseguirlo.
Unos pasos la alertaron, llevó sus manos a sus mejillas
que estaban cubiertas de lágrimas. Se preocupó cuando se dio
cuenta de que no le había dicho a nadie que iba a salir, su
familia no tenía idea de donde encontrarla. Se puso de pie con
la intención de que el intruso no la hallara, temió por su
integridad. Se secó las lágrimas de un manotazo y antes de
esconderse, una voz la previno.
—Señorita Peasly, ¿qué hace aquí tan sola? —La voz de
Thane la tranquilizó. Era él, no alguien que pudiera ponerla en
riesgo. Pero, no todo estaba resuelto, ¿cómo explicaría su
estado?

—Su excelencia. Yo… tenía calor y…


—¿Calor? Vaya manera de refrescarse. Terminará con un
resfriado.
—¿Me acompaña adentro? —insistió Rose, con una de
sus manos levantó su vestido, decidida a avanzar.

—Por supuesto, pero antes permítame hacerle una


pregunta. —El brazo de Todd seguía atrás, doblado hacia su
espalda baja, sin la intención de ofrecérselo para guiarla a la
calidez de la recepción.

—¿Podría ser en la casa? Ya no soporto el frío —alegó


para evitar tener que escucharlo.

—Ahora tiene frío —siseó—. ¿Le ha hablado su padre


acerca de mis intenciones?
—¿Mi padre? —intentó ganar tiempo.

El duque, cuan largo era, puso una rodilla en el suelo. La


cara de Rose reflejaba el espanto. Ya se le había declarado dos
veces atrás. La primera en una cena familiar, donde amigos
cercanos estaban presentes. Sucedió aún en vida del padre de
Todd, y fue muy embarazoso rechazarlo delante de los
invitados. Así que le pidió tiempo para pensar acerca de la
solicitud, la que declinó posteriormente en cuanto quedaron
solo en compañía de los progenitores de ambos.

Años después, tras recibir el título, el hombre se había


vuelto a llenar de valentía. Esa vez valoró más su orgullo,
aprovechó cuando estaban alejados del resto ensayando unos
villancicos, para un evento de caridad organizado por la madre
de Thane. En un minuto que se apartaron lo suficiente de los
demás, aquel repitió la pregunta. Ella renuente lo rechazó de
inmediato.

—¿Se casará conmigo? —insistió con la rodilla aún en el


suelo que ya debía de sentirse cansada—. No daré un discurso
largo acerca de mis afectos, pero si responde que sí me
esforzaré para darle una buena vida.

—Póngase de pie, por favor, su excelencia.

—Señorita Peasly, ¿cuántas veces puede un hombre


aguantar ser rechazado por la misma mujer? No sé qué le ha
llevado en el pasado a negarse, pero usted sigue soltera y me
pregunto si… es casualidad, mala fortuna o decisión personal.

Ella se guardó que era una combinación desastrosa de las


tres opciones. Pero le extendió los brazos para ayudarlo a
levantarse. El hombre se incorporó decepcionado.

—No puedo responderle, espero que pueda disculparme.


Sin embargo, creo que ya deberíamos volver.

—No la entiendo. Soy un duque —añadió con petulancia.


Su voz sufrió una inflexión producto de la emoción—. ¿Qué
espera de la vida? Terminaré por creer lo que murmuran a sus
espaldas.

Ella dio un respingo, ofendida por su comentario, pero se


persuadió de no ponerlo en palabras. Estaba en una situación
comprometedora, si alguien llegaba de improviso tendría que
desposarlo incluso en contra de su voluntad, o el futuro de sus
hermanos pendería de un hilo. Su madre iba a poner el grito en
el cielo en cuanto supiera de las «peripecias» de Rose.

—Me decepcionaría, pero no puedo culparlo de prestar


oídos a lo que considere apropiado o no. —Prefirió contestar
con un tono de voz calmado.

—No le complace un duque, ni ninguno de los


pretendientes que me precedieron. ¿Por quién ha estado
esperando? ¿Cree que nadie en Londres está a su altura?

—Por supuesto que no. —Solo respondió a la última


pregunta. La anterior era un asunto privado que no estaba
dispuesta a compartir con él, por muy duque que fuera.

—He apoyado mi rodilla sobre este frío y húmedo piso


proponiéndole ser mi esposa, mi duquesa, la madre de mis
hijos. No volveré a pedirlo.

—Lo entiendo. Está en todo su derecho.


—¿Qué contesta? —se atrevió a insistir, cuando la
posición de Rose había sido evidente.

—Lo siento, debo negarme.

—Y entonces, ¿qué significó que no me aceptara un baile


sino dos?

—Solo quise ser amable.

—Es usted una decepción —masculló el hombre.

—Sé que no soy perfecta.


—No tendrá propuesta más digna que esta. Está acabada.
—Su tono vil pretendía minimizarla hasta hacerla sentir sin
posibilidad alguna, pero a él no le importó. Quería
desahogarse, ella lo había humillado tres veces y ahora era su
turno de devolverle la estocada. No se tocó el corazón—. Sus
temporadas han pasado de largo, y no creo que en el amplio
jardín de rosas inglesas que debutan cada temporada, una
solterona de su edad logre volver a destacar. Está tirando por
la borda una oportunidad inigualable para alguien en su
desventajosa posición. No importa que el barón duplique o
triplique la dote. Solo un hombre desesperado aceptaría.

—¿Eso ha hecho mi padre? —La duda la atravesó de


golpe. Lo creía capaz.
—La ha duplicado —asintió.

—¿Por eso usted quiere desposarme?

—¡Por supuesto que no! —Elevó la voz.

Rose ladeó la cabeza sorprendida. Comenzó a asustarse.


Ya no solo era incomodidad. Jamás había sido tan humillada y
ni siquiera le importaba, solo deseaba deshacerse del duque.

—A mi padre —agregó, aprovechando para sacarlo a


relucir—, no le gustará saber que estoy a solas con un
caballero. Incluso siendo usted, alguien en quien confía
plenamente —recalcó lo último para hacerlo entrar en razón.
—Su comentario me ha ofendido. ¿Cree que pretendo
desposarla por la dote? —Unas carcajadas sarcásticas
reforzaron su pregunta—. No olvide desde cuándo la he
pretendido y en qué circunstancias.

Rose se negó a seguir escuchando.


—Es suficiente, excelencia. Debo regresar.

—¿Entonces no va a aceptar? —Volvió al ataque ante la


perplejidad de Rose.
—¡¿Qué?! —Aquel hombre no se daría por vencido
jamás—. ¡¿Pues cuántas veces necesita que le diga que no?!
—explotó.

Thane la rodeó por la cintura con intención de


comprometerla. Ella vio la determinación en sus ojos. Se
escabulló del cerco de sus brazos con rapidez, pero no fue lo
suficientemente ágil. Todd repitió la acción no dejándole otra
alternativa que la de empujarlo con todas sus fuerzas. Él era
más fuerte, así que apenas lo apartó de su torso.
Unos pasos los alertaron. Rose palideció. Si alguien los
descubría estaría perdida y tendría que desposar a ese ser
repugnante. Con profundas ganas de llorar, se alejó del duque
que suavizó su agarre al saberse descubierto. Ella creyó que
era su fin. Sí, alguien los había encontrado a solas en el
cenador del oscuro jardín. Si bien le iba terminaría como la
duquesa de Thane, el extremo de la balanza era el escándalo y
el escarnio social.

—¿No escuchó a la señorita? —La voz gutural y


desafiante de Oso, producto del enfado, se dejó escuchar sin
dificultad.

La piel de Rose, ya castigada por el frío, se erizó todavía


más. Ese desenlace no lo vio venir. Era la última persona que
deseaba que la atrapara en esa situación. Si una pizca del
afecto que Oso sintió por ella quedaba, se apagaría en el acto.
Encontrarla en esa posición delicada con otro caballero…
—Váyase de aquí, Bloodworth. Este asunto no es de su
incumbencia —lo desafió el duque con un tono déspota que
Rose jamás había escuchado en aquel.
—¿Intenta tomarse libertades, excelencia? ¿Se está
aprovechando? —Oso contraatacó—. Al lord Peasly no le
gustará saberlo.

—Odiará escuchar que usted está cerca de su hija. No es


mi caso. A mí me quiere como yerno. Es una pena que el
marqués nos haya encontrado así. Tendremos que casarnos
cuanto antes, querida —alegó Thane aprovechándose de la
situación.
—Yo no he visto nada —rectificó Oso—. No tiene que
casarse con este ser despreciable. Mi boca está sellada, Rose.
Jamás le diré a alma alguna que este impertinente estuvo
molestándola, aprovechándose de la oscuridad de la noche.

—Regrese a sus asuntos y no se entrometa. La señorita y


yo estamos hablando sobre nuestro compromiso —continuó el
duque. Su mano aún estaba aferrando el brazo de la mujer.
—No les he quitado la vista de encima, Thane —asumió
Emery sin ganas de disimular su atrevimiento, no le importaba
esconderse—. Estoy aquí para defenderla y librarla de un
canalla como usted.

—¿Qué demonios le importa? —atacó Todd.


Oso apretó la mandíbula y ya no pudo contenerse. Lo
tomó de las solapas y lanzó con furia lejos de la muchacha.
Enardecido, sin darle descanso, agarró al duque por el cuello y
lo empujó contra una de las columnas del cenador.
—¡Fuera de aquí, infeliz! —le ordenó mirándolo a los
ojos, con ganas de propinarle una paliza, haciendo un gran
esfuerzo para contenerse.
Aun estando en una posición vulnerable, Todd volvió a
abrir la boca para desafiarlo.

—Con mucho gusto. Ahora mismo acudiré con el barón


Peasly a contarle lo ocurrido y a reiterarle que aún sigo
dispuesto a desposarla y salvarla del escarnio público que
podría caer sobre ella y su familia.

Rose se quedó perpleja, todo ocurrió muy rápido. Emery


agarró a Thane por los hombros y lo empujó contra el suelo.
Parecía una bestia poseída.

—Aún tengo una tunda pendiente para usted, excelencia


—amenazó el marqués—. Esta vez no están sus amigos, así
que será uno a uno. Muero por ver si la valentía de la última
vez todavía lo acompaña.
—Usted no es un caballero, es un animal —se quejó el
actual pretendiente rechazado y Rose estuvo aún más
convencida de su decisión. Jamás desposaría a aquel hombre.
Oso retó al duque con la mirada, mientras este aprovechó
para alejarse sin dejar de lanzar improperios en su contra.

—¿Qué has hecho? Irá corriendo a contarle a mis padres.


¡Estoy perdida! Ya pretendían arrastrarme al altar y casarme en
contra de mi voluntad. —Rose disparó las palabras,
acongojada, preocupada por su porvenir. Tan ofuscada estaba
que no se había percatado de la mano extendida del marqués.
Hizo silencio y la tomó.

—¿Ya no presumes el buen partido que representa


Thane?
—No te burles de mí —replicó ella.
—Perdóname, soy un necio. Estoy feliz de saber que
nunca lo quisiste. Acompáñame, Rose. No puedes mostrarte
así ante todos. Primero debes sosegarte. —Se quitó su frac y se
lo entregó—. Estás tiritando.
—Te congelarás —lo previno ella, pero a él no le
importó.
Hablaban como dos amigos, no pretendían lastimarse
como momentos atrás. Hacía tanto tiempo que no conversaban
sin atacarse, que se sintió reconfortante. Rose se dejó colocar
la pieza negra de paño que guardaba su aroma y su calor.
—Conozco un sitio más caliente que este y sin nadie
merodeando —propuso Emery y le ofreció el brazo.
Rose lo tomó. Se dejó guiar por el caballero y terminaron
frente al invernadero de estructura metálica y de cristal, que
justo en ese instante debería tener una masa caliente muy
agradable entibiando el área pegada al suelo.
—Está cerrado —se aventuró ella, pero él no terminó de
escucharla. Ya había dado un empujón contra las puertas. El
candado cedió ante el demoledor golpe. Uno de los cristales se
hicieron añicos. Rose lo observaba sin salir de su asombro—.
Eso nunca ha sido problema para ti, pero no podemos
destrozar la propiedad de nuestros amigos.
—Mañana mismo me haré cargo de reponer y restaurar lo
dañado. Evander entenderá y no te preocupes, tu reputación
permanecerá intacta.
—Después de todo lo que ha sucedido hoy, no estoy
segura.
Caminaron adentro y ella se sentó en uno de los bancos,
que estaban rodeados de esculturas de ángeles, la temática del
jardín. Él tomó asiento a su lado.
—Estuvo grandioso el empujón que le diste a Thane —
dijo Oso con un tono amistoso—, pero cuando el enemigo te
supera en fuerza y tamaño lo más recomendable es apuntarle a
sus partes débiles: la garganta, la entrepierna.
—Gracias —le susurró deteniéndose para estudiar aquel
rostro que pocas veces tenía la fortuna de apreciar tan cerca.
No importaba que la oscuridad se lo dificultara—. ¿Qué es
esto? ¿Una tregua entre nosotros?

Él pensó qué responder. Se hacía la misma pregunta.


—Que no soporte tu presencia, no significa que desee
algún mal para ti. —Parecía dulce, pero a la vez era sarcástico,
así que ella engurruñó la nariz.
—¿Incluso cuando me salvas debes comportarte como un
idiota?

—Acepto tu agradecimiento e ignoraré tu reciente


ofensa. Ahora podrías estar comprometida con un verdadero
idiota de no ser por mí —contendió.

—¿Qué te asegura que no está endulzándole el oído a mi


padre?
—Adora estar vivo. Sabe que Peasly no toleraría tal
ofensa y que no dudaría en retarlo a duelo. Él quiere quedarse
contigo, buscará la forma de hacerlo sin dañar la confianza que
tu padre le tiene. Escuché que el ducado ha tenido problemas
de dinero desde que Thane recibió el título. Una caída en
picada.
—¿Entonces sí es por la dote? —Se dijo en voz alta.

—No creo que sea el único motivo. ¿Qué hombre


racional no querría tenerte a su lado? —Ella levantó la cabeza
de inmediato, conmovida. Se preguntaba si él estaba de
acuerdo con su planteamiento—. Valiente elección para darme
celos. Un duque quebrado. —Intentó cambiar el tema de la
conversación, distraerla de la frase con que había elogiado sus
atributos.

—¿Darte celos? ¿Por quién me tomas? ¿Cuántos años


tengo? —se defendió como pudo. ¡Estaba tan avergonzada!
Jamás en su vida había hecho algo así, y nunca más lo volvería
a intentar. No solo había sido una pésima actriz, él la había
descubierto y se había aprovechado poniéndola a prueba para
ver hasta donde era capaz de llegar—. No te creas tan
importante —lanzó, pero casi se muerde la lengua.
—Eres una pequeña mentirosa. ¿Cómo le hiciste para que
ninguna dama quisiera bailar conmigo después de la viuda?
Cuéntame, hermosa arpía, ¿cómo frustraste mis intentos de
pagarte con la misma moneda? ¿Esparciendo rumores?
¿Saboteando mis citas de baile?

—Es fácil conseguirlo cuando la reputación de ser un


libertino te precede. Nadie quiere ser la marquesa de un título
poco honorable —lo atacó reverberante.
En el pasado había rehuido de su influjo cada vez que se
cruzaban en público, ahora estaba llena de ira y quería
desquitar todo su resentimiento contra ese hombre que la había
enamorado con una pasión desmesurada, para luego retirarse y
no tener la valentía de luchar por ella.
—Ninguna excepto tú —la desafió.
—Tendría que renacer para pretenderte de nuevo.
—¡Oh, Rose! ¡Mi valiente Rose! Niégame, pero tu
corazón no me miente. Desde aquí lo escucho latir acelerado.
Se miraron inusitadamente y de pronto ambos dejaron de
pelear. Sus bocas se buscaron como a la única fuente capaz de
saciar la sed de años que había dejado sus gargantas áridas.
Sucumbieron de la forma más animal y entregaron toda la
pasión que podían soportar sus cuerpos en un único y feroz
beso.
Las manos rudas, de dedos largos y fuertes, se enterraron
en la cintura de ella, la arrastró contra su cuerpo y saqueó su
boca con frenesí. Nadie había alborotado tanto su carne, su
sangre, sus latidos. Su hombría se elevó tan rápido que fue
doloroso y su mente obnubilada solo pensaba en cómo sería
poseerla, enterrarse entre sus piernas y hacerle el amor hasta
arruinarla para el resto del mundo.
El corazón de Rose estaba a punto de sufrir un ataque.
Jamás imaginó aquella tarde cuando salió de su casa en
carruaje con su familia que terminaría así, en los brazos de
Emery Osborne. ¿En qué momento se torció el rumbo de sus
vidas y volvieron a encontrarse de frente?
—Dime por qué jamás aceptaste a otro pretendiente —
exigió ronco contra los labios femeninos.
Ella se negó a responder, ya era demasiado palpitar bajo
su toque. Confesar que aún lo amaba era un signo de debilidad
que no podía mostrar delante de ese hombre. Había hablado de
su amor en los pasillos de Allard House y él debía
conformarse. No lo repetiría. Estaba enamorada, pero no era
tonta. Sabía que un varón como Emery era un remolino de
agua salvaje, un león furioso, un huracán desatado que no
cualquiera podía controlar.

—Dime por qué no cumpliste tu promesa. —En cambio


fue valiente y tomó el rostro varonil entre sus manos para
obligarlo a mirarla y cuestionarle lo que ella misma se había
preguntado mil veces.
—No hay una sola respuesta, Rose. La «mancha» sobre
mi apellido, algo que Londres supone mas no domina en
realidad, nunca permitirá que yo sea bien visto. No quise
arrastrarte conmigo.
—¿Me odias? —Los ojos de ella quedaron anegados en
lágrimas. Un suspiro se le escapó y tuvo que esforzarse para
mantenerse fuerte y no gemir producto del desconsuelo que la
atravesaba—. En todos estos años me contemplabas a la
distancia, con soberbia, como si un desprecio enorme estuviera
alojado dentro de ti.
—A ti no, pero sí a…

—¿Mi familia?
—Tu padre.
Lo escuchó. Estaba a punto de sucumbir, pero cuando
habló de su progenitor volvió a estar en desacuerdo. No abogó
por Leonard, Emery lo detestaba, así que cualquier intento de
hacerle cambiar de opinión sería en vano. Aunque su corazón
latía acelerado por Oso no le gustaba como este se esforzaba
por ver caer al barón.
—No puedo seguir aquí, no con alguien que detesta a uno
de los míos —espetó Rose titubeante.
—Peasly no es un buen hombre —añadió con serenidad.
—¿Y tú eres mejor que él? —inquirió y lloró más
profusamente.
—Le rogué por tu mano y se negó cada una de las veces.
No llores, por favor, no sé lidiar con ello. —Su voz se quebró
al final dando muestras de su impaciencia. Era bastante frío y
controlado, pero no al tenerla así después de tantos años.
El recuerdo abrumador del altercado entre Emery y su
padre volvió a poblar su mente, desde ese día, en que había
visto de frente hasta dónde podía llegar su furia, no volvió a
ser igual.
Aquella vez que, tras varias súplicas de ella, Oso había
irrumpido en la propiedad para hablar con su padre, todo se
salió de control. El muchacho ni siquiera inició el diálogo,
con la mirada afilada y la esclerótica inyectada en sangre, se
había lanzado contra Peasly, haciéndole honor a su
sobrenombre. Un oso salvaje que había atrapado con sus
mortíferas garras a su presa. El barón forcejeó para tratar de
salvarse. Pero Emery, sin escuchar los gritos desesperados de
Rose y de Aurora, solo conseguía apretar más.
—¡Es un usted un sinvergüenza, canalla! —le decía.

—Suéltalo, Oso, por favor —suplicó Rose, sujetándolo


por los rígidos antebrazos—. ¿Has perdido la cabeza? No
puedes perder así los estribos.
—Sáquenlo de aquí —ordenó la baronesa a los lacayos y
al mayordomo de Peasly House que, petrificados, no se
atrevían a intervenir.

El barón, desesperado, al ver que no podía despegar los


gruesos dedos que apretaban su cuello a punto de asfixiarlo,
reunió todas sus fuerzas y le asestó un puñetazo por el
estómago. Pero Oso no se inmutó, a pesar del dolor nada lo
alejaba de su objetivo.
—Lord Bloodworth, muchacho, deje al barón —Una voz
llena de consuelo se dejó oír en la estancia. Rose se volvió
para reconocer a Price, el mayordomo de los marqueses. Pero
lo que más le sorprendió fue que le hablara a Emery por el
título de su padre.
—¡Oh! —expresó la señorita al darse cuenta de que
Joseph había fallecido. Entendió entonces por qué Oso estaba
tan ciego y ofuscado.
—Muchacho. Vuelve conmigo. —La voz de Price lo hizo
aflojar su agarre y el barón aprovechó para atraparlo con una
llave, someterlo, para acto seguido empujarlo lejos de sí.
—Así no se comporta un noble —le reclamó Peasly,
esculcándose el cuello adolorido—. La valía de un caballero
se mide en el campo de honor, no peleando a los golpes como
dos perros sin dueños.
Rose abandonó su posición, aunque aún estaba aterrada,
la conmovió la pérdida de Emery. Trató de acercarse al sitio
donde había sido arrojado, lo vio ponerse de pie e ignorar sus
palabras de aliento.
—Oso, ¿qué le sucedió a tu padre? —averiguó. Él ni
siquiera la escuchó. Su mirada solo apuntaba a un blanco:
Leonard.
—¡Entonces lo reto a duelo! —vociferó Emery
encolerizado, perdido.
—No, Oso. ¿Qué estás haciendo? —inquirió Rose
perpleja, atemorizada y llena de angustia. No quería perderlos
a ninguno de los dos: su padre y su primer amor.

—Él no es quien tú piensas, Rose, merece morir —le


contestó cuando al fin la divisó en su campo visual.
—Es mi padre. ¿Por qué quieres asesinar a mi padre? —
Las lágrimas de ella caían sin control sobre sus pálidas
mejillas, tras la impresión.
—¡Porque es una sanguijuela que merece estar en el
infierno! —le contestó iracundo.

—Vete de aquí, Oso. Por favor, vete de aquí —rogó Rose


—. Si no estás dispuesto a recorrer el camino sin violencia,
olvida la promesa que me hiciste porque yo ya la he olvidado.
—Rose… —profirió Oso. Su rostro mostró tristeza, una
inmensa. En ese momento todas las palabras que quería decir
no encontraron la forma de abandonar su garganta, se
hicieron un nudo de desesperación.
—Se acabó. Aléjate de nosotros —sostuvo ella.

—¿Así que quieres un duelo? —arremetió Peasly


envalentonado, interviniendo.
—Por favor, barón, no responda —intervino Price—. Me
lo llevaré en el acto. No está en sus cabales. Ya se ha perdido
bastante.
Y tal como lo propuso, Price lo convenció para que
saliera de allí.

La siguiente vez que se encontraron, Oso y Rose ya no


volvieron a ser los mismos, ya todo entre ellos había
terminado y estaba decidido que sería para siempre. Él jamás
volvió a mirarla con amor y ella, solo supo temblar ante la
mirada llena de rencor del nuevo marqués.

Rose volvió al presente. Desafiando el tiempo inclemente


que los había separado, ellos estaban ahí, mirándose a los ojos.
Entonces hizo la pregunta, ya sin reclamos, más calmada.
—¿Por qué no insististe hasta que mi padre cambiara de
opinión y nos dejara casarnos… pero con mesura? No puedes
resolver todo por la fuerza. Me asustaste cuando atacaste a mi
padre. No buscaste alternativas viables. En algún punto dejaste
de luchar. ¿Crees que después de un acto tan cobarde todavía
puedo seguir amándote?

—Interpretaste todo mal, no agredí a tu padre porque


continuara negándome tu mano. Yo… —El silencio lo
atravesó y se quedó sin palabras.
—Hubiera huido contigo a donde fuera para desposarte si
me lo hubieras pedido —continuó al ver que él no podía hablar
—. Pero no después de tu comportamiento. Le diste peso a
todas las cosas negativas que me decían de ti. Ahora sé que
muchas de ellas no son ciertas y agradezco que no volvieras a
lastimarlo de nuevo. Has aprendido a dominar tu carácter para
ser más controlado en las situaciones que nos llevan al límite.
Eres muy diferente al joven que conocí.
—Solo he aprendido a sobrevivir.
Rose suspiró y al contemplar las pupilas de Oso se sintió
segura con su cercanía, tanto que se atrevió a decir:
—Todavía podría escapar a tu lado, a mi edad ya no
necesito el consentimiento de mis padres. Pero tú no querías
responsabilidades, compromisos. —Ella trató de apartarse y él
no se lo permitió, la sostuvo con más fuerza.
Rose retiró las manos de las mejillas de Emery, quien la
tomó por el mentón para obligarla a mirarlo. Esas lágrimas a él
le dolían, eran la prueba del sufrimiento, el que también sentía.
Pero las emociones de él se desahogaban de otra manera,
jamás llorando. Había llorado tanto en su juventud que ya no
podía producir ni una lágrima más.
—Aún podríamos casarnos —sostuvo Emery—. Evander
tiene un amigo con un alto cargo en la iglesia que puede
facilitarnos el trámite con absoluta discreción. —Soñó en voz
alta y ella se permitió compartir sus sueños solo unos
instantes.
—Podríamos… Pero tú has cambiado, ya no eres el
mismo que me amaba. Y yo, me valoro demasiado para
entregarme a un hombre que no me demuestra la veracidad de
su amor. —La firmeza en su voz y la transparencia de su
mirada hicieron que Oso se percatara de que no tenía el control
de la situación. Rose ya no era la muchacha de antes. No solo
era risas, miradas esquivas, dulzura. Se había convertido en
una mujer de fuertes convicciones y de pronto no se sintió a su
altura.

—Tal vez tienes razón, por más que me esfuerce nunca te


mereceré. Yo… No soy de los que perdonan… Me cuesta
mucho lidiar con ese sentimiento.
—¿Y por qué tendrías tú que perdonarme? —preguntó
confundida, y más que a él se hacía la pregunta a sí misma.
—No a ti, a tu familia. Estar contigo supondría tener que
perdonarlos o exigirte que te alejes de ellos para siempre.
—¿Lo dices porque echaron a tus padres de nuestra casa
tras descubrir que nos queríamos? ¿Porque cuando los
marqueses fallecieron y tocaste fondo, mis padres, quienes se
suponía eran tus amigos, no hicieron a un lado el rencor para
tenderte la mano?
—Los barones fueron mezquinos con los míos. A mí me
trataron como a un perro. Para mí Peasly es… —Se detuvo.
—Habla. Desahógate. Suéltalo todo —exigió con
arrebato.
—No sé si tus castos oídos puedan escuchar todo el
veneno que tengo guardado en contra de ese hombre. —Oso se
puso de pie y la levantó del banco, la hizo aterrizar en el suelo
frente a él con suavidad, como lo más delicado—. Cásate
conmigo, Rose. Porque ninguno de los dos ha podido olvidar
al otro. Mi piel te desea, mi corazón no tiene sosiego. Te
necesito y seguir negándolo es continuar aniquilándome en
vida. Pero eso sí, si decides desposarme debes renunciar a tu
apellido y a los lazos que te unen con ese maldito impostor.
—¿Estás hablando en serio? ¿Me estás pidiendo que
escoja entre mi familia y tú? No puedo creer que estés tan
lleno de rencor. ¡Oso! Estás peor de lo que imaginaba. Tu
alma… se ha perdido para siempre.
—Solo podrás recibir la visita de tus hermanos.
—¡Por supuesto que no! —le brotó de las entrañas—.
Son mis padres. Seguiría amándolos, y si me necesitaran iría
corriendo a brindarles mi mano.
—Diferencias irreconciliables —masculló esas palabras
que lo habían atormentado durante esos años—. Es mi única
oferta, Rose. La decisión está en tus manos. Yo he dado el
salto. He venido a decirte que te amo y que te quiero en mi
vida. Pero los barones están fuera de mi propuesta.
—¿Me amas?
—Como un loco.
Ella no supo si esa revelación era suficiente.
—No es una decisión que pueda tomar a la ligera.

—Claro, la eterna solterona —soltó irónico con la


esperanza hecha trizas.
—No es eso. —Hubiesen querido seguir hablando. A
ambos se les notaba que no podían separarse. ¿Cómo sería
poner distancia después de que les había costado tanto
acercarse? Ella suspiró—. Tengo que volver con mi familia. Se
deben preguntar dónde estoy. Temo que Thane aproveche la
ventaja para distorsionar la verdad.
—Thane es una cucaracha.
—Está determinado a convertirme en su esposa. Jamás se
ha rendido.
—Se aprovecharía de la situación para que tus padres se
vean obligados a casarlos, pero igualmente le he dejado claro
que es mi territorio y que le conviene poner distancia —agregó
confiado.
A Rose no le gustó su tono posesivo. Menos que no la
tomara en cuenta. En esos años había mostrado que tenía
agallas para defenderse por sí sola, caso distinto ya sería la
esposa de alguien.
—Pareces un macho de alguna especie animal. ¿Crees
que dejar tu marca en mí es suficiente para que otros no se
aproximen? —Se dio cuenta que la distancia en el tiempo los
alejó de muchas formas. ¿Lo amaba? ¿O amaba el recuerdo
del joven que fue en el pasado? Repasó los últimos eventos, ya
no era el muchacho tierno que le robó besos a escondidas y
que le prometió amor genuino. Era el mayor libertino de
Londres, dueño de la mansión del pecado y con amistades
peligrosas, como Sadice, quien terminó envolviendo a su
amiga Belle en una telaraña.
Respiró hondo y dio dos pasos hacia atrás. ¿Y si estaba
enamorada de alguien que ya no existía? Lo contempló
apartándose un mechón que se había escapado de su recogido.
Se quitó el frac de Oso y se lo devolvió. Ver sus ojos azules,
que parecían buenos, aunque el envoltorio del hombre
sugiriera todo lo contrario, hizo que su estómago se contrajera.
—No estoy marcando mi… territorio —refutó la teoría
de la mujer—. Fue una frase desafortunada. Imaginar las
manos de Thane sobre tu cuerpo me volvió un energúmeno…
Pero tú me conoces, Rose. No soy esto que todos ven ahora.
He cambiado, lo sé. Lo he hecho para sobrevivir, necesitaba
defenderme. Ves a todos esos aristócratas estirados de cuello
alzado, es una falacia. Los integrantes de la alta nobleza
londinense son más voraces que las especies depredadoras de
la selva africana. ¡Y yo no seré el alimento de nadie! No sabes
cómo es tener dieciocho años y enfrentarte solo al mundo, a un
montón de hipócritas con cara de santurrones, que fingen
brindar apoyo al nuevo y joven marqués, pero que solo quieren
un trozo de la tarta. Heredé mucho dinero y todos querían
burlarse de mí, dejarme seco. Tuve que echar al administrador,
al albacea, los supuestos amigos de mi padre… todos eran
hienas hambrientas. —Era su propio abogado defensor y con
un ímpetu incontrolable.
Rose se llevó las manos a la cabeza. Mientras le
reclamaba no haber luchado por ella, él estaba enfrascado en
otra batalla, una por su propia subsistencia.
—Creo que tu punto ha quedado muy claro —le dijo la
señorita, no podía seguir escuchándolo. El corazón se le
estrujaba con cada palabra. Se sentía egoísta.
—Espero que sí. Necesito que confíes en mí. —Se acercó
y le tomó las manos y a pesar de los guantes de los dos, pudo
percibir el calor corporal de Emery.
Ella no podía pensar con claridad si lo tenía delante, con
esos rasgos bañados por las reminiscencias que le llegaban de
los astros de la noche. Demasiado hermoso a la luz de la luna
que se filtraba por los cristales, y con un brío poderoso, tanto
que haría que el mismísimo juez del infierno lo declarara
inocente de todos sus pecados.
—No me iré contigo y haré una boda escandalosa —
resolvió Rose. Él bajó los ojos, desilusionado—. Tal vez
muchos piensan que soy impulsiva, pero la verdad es que he
aprendido a pensar detalladamente las decisiones que son para
toda la vida.

—Eso me consta —soltó con un movimiento de cabeza,


dando a entender que era incuestionable—. Has meditado
largamente esto del matrimonio. Ningún pretendiente te ha
conquistado. ¿Es tu última palabra? —No la soltaba aún.
—Quiero volver a ser tu amiga, Emery. Conocer al
hombre que eres hoy… —Estiró una mano para acariciarle la
mejilla y los ojos de él se iluminaron. Era más de lo que podía
pedir. Su respuesta le gustó, aunque prácticamente lo estaba
rechazando. Ella no lo seguía por un impulso, le estaba
indicando que necesitaba esforzarse y vencer el reto. No se
trataba solo de conquistar su corazón, sino también su mente.
Eso lo motivó como hacía rato no lo entusiasmaba otro
desafío, más que su vocación o su éxito en los negocios.
Suspiró antes de separarse dispuesta a marcharse.
—Aguarda —pidió él. Volvió a reducir la distancia entre
ambos y frente a ella se quitó el guante de la mano derecha.
Rose admiró los dedos fuertes, pero cuando estos se deslizaron
por dentro del cuello alto de su vestido buscando algo en el
interior entendió todo. Encima de este estaba el collar de
piedras preciosas que le había obsequiado su padre y debajo,
pegado a su corazón… nada.

Emery había albergado la ilusa idea de que el camafeo de


la rosa permanecía cercano a su pecho, lejos de la vista de los
curiosos.
—Lo siento… Ha pasado mucho tiempo. —Se disculpó
Rose.
—¿Aún lo conservas? —indagó esperanzado y ella
asintió—. Pero no está en tu cuello y eso significa que he
hecho todo mal.
—No todo está perdido… Aún lo guardo en un sitio
especial, pero usarlo me dolía demasiado.
—Sé que puedo volver a ganarme tu corazón, Rose. No
sé si sea lo mejor para los dos. Tal vez el camino sea espinoso.
Pero ¡demonios! —blasfemó—, perdóname. Olvidarte es una
prueba que jamás logro superar. Siempre regreso a ti, a
nuestros recuerdos. Y quizás hay dolor, mentiras, e incluso
traición en nuestro pasado… algo con lo que no deberíamos
lidiar. Sin embargo, si después de tantos años, estamos aquí y
seguimos sintiendo que nuestro amor no ha muerto, seríamos
dos inconscientes si no volvemos a intentarlo.
Capítulo 9

De repente, Oso volvió loco a Price, quería rosas en todos los


jardines de su mansión, recordó que esa era la pasión de su
enamorada y él no tenía nada que se le pareciera. Si Rose
sopesaba los beneficios y las desventajas de desposarlo,
pondría sobre la balanza que no había un sitio en su morada
oscura donde pudiera tener un jardín decente y menos
protegido de las inclemencias del clima.

Aún no amanecía cuando sacó de su cama al mayordomo


con la encomienda. Estudiaba la habitación del sirviente,
mientras esperaba su respuesta sobre el encargo. Era modesta,
pero bien aprovisionada. No obstante, seguía pensando que el
viejo mayordomo estaría más cómodo en el piso de la familia.
Había más de seis habitaciones para huéspedes y casi no se
usaban. ¿Para qué quería una mansión descomunal si no tenía
con quién compartirla? La soledad le estaba haciendo mella,
pero no se daba el lujo de expresarlo, ni siquiera para sí
mismo.
—¿De qué color, milord? —indagó adormilado,
sentándose en su cama un instante para luego ponerse de pie e
ir por una bata, la primera que encontró.
Oso se dio cuenta de que ni siquiera lo había pensado.
—Rosadas —eligió—, como sus labios.
—Supongo que no se refiere a los míos —bromeó—. La
residencia es oscura de líneas rectas, el rosado le restará
carácter. Tal vez unas flores rojo sangre refuercen el apellido.
Le lanzó una mirada asesina, definitivamente a Price no
le había sentado bien que lo sacara de su cama. Una bata de
terciopelo marrón con bordes dorados cubría su abrigada ropa
de dormir. Y su cabello no lucía su estilizado peinado habitual.
Ni siquiera estaba de pie frente a él con la formalidad
frecuente.
A Oso no le importó, no era la primera vez que lo
despertaba de madrugada cuando un asunto urgente se le
atravesaba. Price jamás se había quejado al respecto, habría
dimitido si aquello supusiera un problema.

—Deben florecer en primavera y serán rosadas, naranjas


o tal vez amarillas como su cabello —confirmó sintiéndose
culpable por arrebatarle la última hora de sueño. Más cuando
Price en breve comenzaría sus funciones y él dormiría a pierna
suelta hasta mediodía.

—¿Conoció alguna señorita especial en el baile? —


indagó el mayordomo.

—Es mejor que eso. Esfuércese. No es tan difícil de


deducir si me ve llegar con esta sonrisa.
—¿Cuánto bebió? —preguntó porque… sí,
evidentemente su señoría estaba sonriendo, algo que no veía
en su rostro hacía rato. Ni siquiera cuando se pasaba de copas,
como en esa ocasión. Hacer comentarios mordaces con el afán
de burlarse de su interlocutor, no calificaba como ser
divertido, más bien hablaba de la amargura en su corazón.
—Bebí lo suficiente para estar así de contento. Sabe
usted que me detengo cuando la bebida comienza a cambiarme
el estado de ánimo a melancólico. No lo soporto.

—De acuerdo —dijo dudándolo, o más bien


analizándolo, tal vez tenía razón. Pocas veces lo había visto
completamente ebrio hasta no poder mantenerse de pie.

—La señorita Peasly fue atacada por el maldito Thane y


yo no pude aguantarme. Tuve que salir en su defensa —
explicó en pocas palabras.
—Oh, ya veo. Espero que ambos estén bien. ¿Sobrevivió
el duque? ¿De qué tipo de ataque estamos hablando?
—Ella mejor que nunca. Él… estuvo a punto de hacerme
perder los estribos. ¿Por qué le preocupa también el canalla?
Debería preguntarme solo por Rose —replicó sin entender el
punto.
—No le conviene buscarse enemigos, menos un duque
con mejores conexiones que usted.
—Thane y sus conexiones comen de mi mano. ¿Sabe que
aún tengo pagarés de las últimas maquinarias que le vendí y
que aún no ha terminado de saldar?

—Ese es un mal negocio.

—No cuando mi finalidad es tenerlo en un puño. —Se


acomodó el cabello con ambas manos y volvió a sonreír—.
Ella sigue siendo la misma mujer con carácter fuerte,
desafiante e inteligente. Primero fue receptiva… después me
puso en mi lugar y me dejó claro que no me saldré con la mía
a menos que me comporte apropiadamente. ¡Por Dios! ¡Qué
manera de removerme todo por dentro, Price! Su cercanía fue
mágica. ¿Por qué demonios dejé que mi ira, mi volatilidad
metiera a los Peasly en el mismo saco? El resentimiento suele
ser pésimo consejero. Jamás lo escuche o se deje guiar por él.

—¡Ay, por Dios, digo yo, milord! Habla con tanta


ligereza que ya me está preocupando. Olvida de quién está
hablando. Bastantes problemas hemos tenido ya con los Peasly
—habló en plural porque, aunque no aceptaba el ofrecimiento
de Emery de dejar de ser su mayordomo y quedarse en casa
como lo que lo consideraba, su única familia, en el fondo se
sentía muy ligado a él. Le quería.
—Una cosa llevó a la otra y pudimos desahogarnos.
Ahora sé cómo piensa en esta etapa de su vida. Lo que me
intriga y me agrada a la vez.
—Espero que no la haya corrompido y que el honor de la
señorita esté a salvo. Lo último que necesita su vida ahora es
un escándalo y sabe que…
—Veo que empezará con la perorata y será difícil
aplacarlo. Lo he despertado para que se ocupe de exigirle al
jardinero que haga mejor su trabajo o buscaremos a otro en su
lugar.

—En realidad no tenemos un jardinero, ni siquiera en la


finca. Allí tampoco tenemos muchas flores. En ese aspecto nos
hemos caracterizado por ser austeros. Los mozos que se
ocupan de los exteriores de las propiedades echan una mano
con la vegetación.

Lo miró incrédulo. ¿Cómo un marqués carecía de


jardinero?
—¿Qué tiene mi jardín? Solo esos pinos de apariencia
fúnebre y los setos que podan de modo oval. No hay gracia
alguna.
—Van muy bien con la imagen y la historia de la
propiedad. Es la primera de la calle, cuando aún esta zona no
estaba en auge ni se pensaba urbanizar ya había…
—Rosas para la primavera —le recordó
interrumpiéndolo, mientras se ponía de pie, desataba el nudo
de su corbata y se iba hacia sus aposentos, arrastrando los pies
por el efecto de la bebida.

—¿Necesita ayuda? —preguntó Price cayéndole detrás.

—Jamás. Ya sabe que no tomo hasta… —insistió, pero el


otro no lo dejó terminar.

—Perder el control. Eso dice usted. En cuanto abra los


ojos estará listo el remedio que le hago para que esté como
nuevo.

Oso puso los ojos en blanco y dejó a Price en paz, el que


regresó a la comodidad de su cama.

Ocho horas después se levantó con un épico dolor de


cabeza. Tomó sus alimentos en su cuarto, mientras Price lo
ponía al tanto de los acontecimientos del día. Sobre la mesa
circular y pequeña donde estaba sentado, con una bata azul
marino, luego del aseo y los afeites realizados por su ayuda de
cámara, descansaba el periódico recién planchado y un
suculento desayuno que tenía la finalidad de revivir a un
muerto. El mayordomo no cesaba de mirarlo a la cara, lo que
ya se estaba volviendo incómodo para el marqués.

—¿Hay algo en mi rostro que deba preocuparme? Me


mira con tanta insistencia y tan poco discreto que ha llamado
mi atención. —Hizo el intento de levantarse para buscar un
espejo, pero un movimiento de las manos de Price lo hizo
desistir. Sin embargo, Anderson ya había llegado hasta él con
uno de mango plateado.

—Está perfecto, como cada día, milord. No en vano tiene


el ayuda de cámara más meticuloso —agregó Price lanzándole
una mirada al aludido—. Su porte, su gallardía y su atuendo
jamás darán de qué hablar en el sentido negativo de la palabra.
Es solo que al llegar del baile usted sonreía… Creí que el
efecto sería permanente. —Oso hizo una mueca de espanto—.
Y, por cierto, ya contraté un jardinero. Me dice que como su
deseo es que florezcan en primavera, lo ideal será trasplantar
los pequeños arbustos plagados de botones justo para la fecha.
—¿De qué demonios está hablando y por qué luce esa
sonrisa disimulada como si estuviéramos en víspera de
celebrar algo? —inquirió.
—Los rosales…. En honor a la señorita.

Los recuerdos de la noche anterior le llegaron en ráfagas


entrecortadas. Después de hablar con Rose se había instalado
en un rincón del amplio salón principal de Allard House para
observar a los Peasly. Nada en sus rostros o sus ademanes le
reveló que había problemas o que ella estaba en una situación
vulnerable debido a su desaparición o lo sucedido con Thane.
Este último se había retirado temprano del baile.
—Oh, los rosales —rememoró—. Price, sí que valió la
pena despertarlo. —El aludido sonrió complacido. Emery no
se sorprendió por la eficacia del mayordomo, ya estaba
acostumbrado.

—¿Entonces?
—Que el jardinero comience cuanto antes a hacer las
gestiones. Quiero rosas para la primavera. Ahora necesito un
brandy, por favor —solicitó, pero parecía que le hablaba a la
nada.
—Apenas se está recuperando de la noche anterior,
debería… —Price intentó persuadirlo en vano.
—Mañana será un buen día para recuperarme.

—En la noche ha invitado a sus amigos para jugar a las


cartas, su señoría —intervino Anderson que ya se había
tardado en recitar el itinerario del día.

—Así es, milord —reafirmó Price—. Ya todo está


preparado. Puede tomarse la tarde libre.
Echó la cabeza hacia atrás con fastidio. Eso último
también lo había olvidado y no estaba de humor.
—Olvídese del jardín —soltó de golpe. Price suspiró de
alivio. La propiedad le gustaba tal y como estaba, un nuevo
proyecto, aunque fuera sencillo estaba lejos de sus planes—.
El invierno es largo y no disfrutaremos la floración en varias
estaciones. Debo preguntarle si aún le gustan las rosas. ¿No
cree? Ha madurado y quizás ahora prefiera otras flores. Su
casa estaba repleta de rosas de todos los colores, quizás hayan
llegado a hartarle. En lo que me informo de ese particular
detalle… Quiero mejor un invernadero anexo a la casa.
La comedida sonrisa habitual de Price se desdibujó en su
rostro, casi que estaba a punto de ponerse de rodillas y rogar
porque su señoría recapacitara y volviera a reconsiderar el
jardín.
—La casa es muy antigua, milord. Hay espacio suficiente
para anexar un invernadero, pero su construcción nos llevará
mucho más tiempo del que nos llevaría plantar…
—Unos rosales, lo sé. No le estoy pidiendo que lo
construya con sus propias manos. Le estoy diciendo que
contrate al personal más capacitado para hacerlo. Proveo de
maquinarias avanzadas a toda Inglaterra y no puede ser que el
único de mi clase y situación privilegiada, que no pueda tener
un invernadero, sea precisamente yo. Quiero que sea el más
sofisticado, con inventos aún no vistos que provoquen la
admiración de la señorita cuya identidad le revelé la noche
anterior. —Lanzó una mirada hacia Anderson. Confiaba en él,
pero en los asuntos del corazón prefería ser discreto, por la
reputación de la dama.
—¿Corro a hacer los arreglos o mañana cuando despierte
habrá cambiado de opinión? —bufó Price.
Lo miró con la rapidez de un látigo y con la malicia de
una serpiente. Una sonrisa mordaz, no de alegría, perfiló sus
labios.
—Su humor últimamente está muy afilado —sermoneó
con un brillo en la mirada. A Emery le gustaba sentirse retado
constantemente por ese par. Se los permitía porque el
intercambio con esos dos sirvientes, a quienes apreciaba,
aunque lo disimulaba en el caso de Anderson, le daba calor de
hogar a su casa.
Solo los criados más viejos, como el ama de llaves, la
cocinera, el cochero y Price, lo anclaban a su pasado, cuando
su corazón latía de un modo diferente, más humano, más
sensible.
—Un día de estos, le tomaré la palabra y buscaré a
alguien que se quede en mi lugar —protestó el mayordomo—.
Parece que mi humor se está volviendo más agrio con los
años. Y lo último que deseo es darle una mala impresión de mi
afabilidad en el carácter, milord.

—Si no lo hace por voluntad, me obligará a despedirlo.


—Lo miró de reojo. No era la primera vez que Oso lo
amenazaba. Pero con despedirlo no se refería a echarlo de la
residencia, quería que descansara y disfrutara de la vida de una
forma distinta a la que estaba acostumbrado. Se lo merecía.
—Aprecio en demasía eso que usted me propone, pero
para alguien de su alcurnia no está permitido. No es bien visto
que un marqués aloje en su propia morada, como parte de…
—No se atrevió a decir «la familia»— a un simple criado.

—Ni yo soy un aristócrata convencional, ni usted es un


simple mayordomo.
—Mejor me ocupo del invernadero… Solo le adelanto
que no creo que podamos disfrutarlo para la primavera.
—Sé que podríamos si se lo propone, pero no es mi
intención presionarlo —bromeó para hacerlo crispar—.
Tampoco queremos algo como Temperature House, el que aún
sigue en construcción quien sabe por cuantos años más. Mi
idea no es tan ambiciosa. No disponemos de un terreno de
dimensiones descomunales. Puede ser uno de tamaño
considerable, más no gigantesco. Me gustaría el techo a dos
aguas, creo que se le saca más partido sobre todo cuando la
nieve cae. Algo íntimo, romántico… El tema aún no lo tengo
claro.
—Está preparando la casa para recibir a una esposa que
aún no sabe si va a aceptarlo. —De nuevo el comentario
mordaz del mayordomo. Parecía que últimamente los dos
estaban pasando por una fase amarga que a su vez incidía en
sus temperamentos.

—Definitivamente usted debería casarse. Es como una


locomotora vieja que jamás llega a la estación y ya necesita
mantenimiento —atacó el marqués a Price. Anderson soltó una
risita que trató de esconder y Oso dirigió a él su ataque—:
Tampoco te vendría mal tener una mujer.
—Usted piensa en casar a todo el mundo, excepto a su
señoría. A su edad ya debería pensar en decendencia. Al
menos yo no tengo un título que dejarle a nadie —replicó el
viejo sirviente.
—Supongo que milord con el invernadero está
garantizando que la respuesta afirmativa sea la esperada —
atajó Anderson.
—No será Temperature House —continuó Emery—, pero
si será el invernadero del rey de los lingotes de acero y el
precursor de que terratenientes innoven en sus técnicas
agrícolas, la obra debe ofrecer un elevado nivel de calidad. No
podemos permitirnos funcionar a medias y ser el hazmerreír de
Londres. Contrate a los más calificados. Hable con mi
administrador y hagan los arreglos correspondientes.
Bloodworth House tendrá un invernadero.
Price se le quedó mirando, aunque Oso intentaba
disimular su entusiasmo y mostrar su faz adusta de costumbre,
lo cierto era que se estaba emocionando con el giro que había
dado su relación —hasta ayer inexistente— con Rose. Una
mirada al ayuda de cámara fue suficiente para que aquel los
dejara a solas unos minutos. Emery enderezó el torso sobre la
silla y soltó el Times sobre el que pasaba la vista sin encontrar
nada de interés.

—Si va a seguir adelante con esto, más vale sincerarse


con la señorita —aconsejó Price—. ¿Cree usted que conozca
toda la historia?

—Por la forma en que me habla, dudo que conozca los


detalles —agregó con gravedad.
—¿Y usted? ¿Podrá recorrer ese camino? ¿No es
demasiado pantanoso?
Oso echó la silla hacia atrás perdiendo el apetito. No
pudo contestar. Se levantó y pidió por Anderson para que le
ayudara a terminar de prepararse. No podía zafarse del
compromiso de la noche y antes necesitaba pasar a la calle
Harley para hacerle una visita al médico de su familia.
Capítulo 10

La cena transcurrió sin sobresaltos, como usualmente sucedía


en la residencia de Belgravia. La diferencia era que el amoroso
padre tenía la paciencia colmada, aunque Rose había bailado
con el duque, este último se había marchado
intempestivamente de la casa de los condes, con un pretexto
que a todas luces carecía de fundamentos. Leonard interrogó a
su hija al llegar a casa, le preguntó si le había dicho algo que
lo hubiera ofendido y ella negó rotundamente. Aún no sabía
cómo debía actuar, qué represalias tomaría Thane y cómo se
defendería. ¿Debía contarle a su padre la falta de propiedad
con la que se había conducido su excelencia? Prefirió no
hacerlo. Eso podía acarrear consecuencias: como un
matrimonio indeseado para salvarlos del escándalo.

Sin embargo, quien había besado sus labios había sido


Oso. Pero él no estaba listo para pedir su mano. Al contrario,
quería recurrir a una boda escandalosa o en secreto, si los
barones no aceptaban que su preciada hija terminara
desposando al marqués más libertino de Londres.
Tras la cena se reunieron en el salón, el padre se despidió
de ellos con un gesto afectuoso, pese a los dolores de cabeza
que le ocasionaba Rose y se encerró en su estudio. La madre
estaba absorta repasando los planes para la siguiente semana
para cumplir cabalmente con todas las invitaciones.
Jacob se despidió de las tres. Era la primera temporada
que le daban más libertades, y contestaba a sus propias
invitaciones. Leonard le había dado autorización para que
frecuentara a sus amigos, los clubes para hombres y se hiciera
poco a poco un lugar en la sociedad. Las conexiones eran
importantes para un futuro barón. El apellido prestigioso ya lo
tenía, ahora le tocaba comportarse a la altura y según lo
esperado para él. Los padres estaban orgullosos de su
desempeño. Sus amistades eran muchachos sanos y con
buenas costumbres.
Las hermanas se replegaron en un sofá cercano a la
chimenea a cuchichear sobre los acontecimientos de la noche
anterior.
—Me llamó mucho la atención ver al marqués de
Bloodworth en el baile de ayer —le susurró Daisy a Rose.

La antes mencionada dejó sobre su regazo el libro de Le


langage des fleurs, escrito por madame Charlotte de Latour
que, aunque no era una novedad, era uno de los libros
favoritos de su biblioteca. Acarició el camafeo con la rosa
sobre su escote, sabía lo que significaba desde que él se lo
había obsequiado. Recordó aquella promesa de juventud
cuando la guardó en un joyero que descansaba sobre su
cómoda, y de nuevo, cuando tras años de mirarlo con desdén
decidió volver a usarlo.

El comentario de su hermana la hizo palidecer. «Emery


es atractivo», pensó. «Irresistiblemente atractivo», se corrigió.
¿Qué quería decir Daisy con aquella mención? ¿Él le había
despertado el interés de alguna forma? No era raro que una
señorita casadera pusiera sus miras en un joven y apuesto
marqués, pero si eso ocurría sería desastroso para ella. ¿Debía
confesarle los sentimientos que tenía por él? ¿Podía abrir la
boca y romper las ilusiones de su joven hermana?
—A mí también —aceptó Rose—. Pero no es tema que
debemos hablar cerca de nuestra madre. Parece que no nos
presta oídos, pero dudo que no esté atenta.
—Está entretenida pensando en cómo cumplir con sus
compromisos y coordinar sus horarios para todas las
invitaciones que ha aceptado. Será toda una proeza.
—No para ella.

—Es un gran partido. ¿No te parece? —insistió la


pequeña.

El corazón de Rose casi se detuvo.


—¿Lo estás contemplando para pretendiente?

—No —dijo renuente—. Pero siempre pensé que ustedes


dos terminarían casados.

—Sabes que nuestro padre no lo ve con buenos ojos.


—Sé que lo quieres, Rose. Era una niña, pero estuve
presente una de las veces que él enfrentó a padre. Jamás
olvidaré su templanza cuando pidió tu mano decidido a no
aceptar un no por respuesta. ¿Por qué no terminaron juntos?
¿Por qué padre no lo considera digno de ti?
—Tal vez se ha ganado a pulso su reputación. Rumores
que pululan y que una señorita como tú no debería escuchar.
—Como tú tampoco —le recordó—. Él me agrada. En el
baile fue amable con nosotros. Pese a la negativa de nuestros
padres Jacob y yo lo saludamos, era lo correcto. Quedamos
frente a frente, habría sido muy descortés fingir que no nos
conocíamos.

Los hermanos de Rose lo admiraban, y aún le tenían


simpatía a pesar de los rumores de la sociedad y las
prohibiciones de sus padres en cuanto a relacionarse con
aquel.

—Hicieron lo correcto —sostuvo Rose.

—Me agrada. Sus palabras fueron afables. ¿También lo


fue contigo?

Rose miró con disimulo a donde su madre estaba sentada,


el valor la recorrió de pronto. Más que contestar con una
mentira para no dañar los castos oídos de Daisy, decidió
enfrentar a su madre. No había nadie más que ellas tres en el
salón.
Tenía sospechas de qué había separado a las familias de
Oso y la propia, pero aún no entendía la razón por la que su
padre, obsesionado con casar bien a sus hijos había rechazado
a un futuro marqués tras descubrir el incipiente romance con
una de sus descendientes. ¿Deudas? El dinero era fuente de
enemistades. ¿Alguna ofensa de parte de los marqueses? Mil
teorías rondaban su mente.

—Madre, sé que han pasado varios años y que usted se


niega a abordar el tema. Pero las dudas me rondan y ya no
acepto evasivas. Por favor, dígamelo. Usted lo sabe. ¿Qué
separó a nuestras familias? Si éramos muy unidos, ¿por qué
dejamos solo a Emery cuando más lo necesitaba?

—Ya no éramos amigos cuando sus padres murieron —


soltó escueta y les clavó las pupilas. No era la primera vez que
Rose trataba de interrogarla, de escarbar. No obstante, le llamó
la atención que retomara un tema que no tocaba desde hacía
tres años atrás, aproximadamente.
—¿Solo porque él me quería? —preguntó sin pudor,
Daisy se quedó quieta afinando el oído. Aurora no pudo creer
que se lo lanzara a la cara, sin miramientos, más con Daisy
presente. Nerviosa por el matiz que estaba teniendo la
conversación se puso de pie dispuesta a darla por terminada—.
¿Es suficiente motivo para desdeñarlo? ¿Para romper una
amistad que se cultivó con los años? Me cuesta tanto entender
que él les pareciera indigno. Emery era un joven… ejemplar.
—Traicionó nuestra confianza.

—¿No merecía… merecíamos piedad?

—Eran muy jóvenes.

—Pero ¿no podíamos dejar de lado el rencor y apoyarlo


cuando sus padres fallecieron? La difunta marquesa era tan
dulce. Estoy segura de que nos habría brindado su protección a
mis hermanos y a mí de haber estado en el lugar de Emery.

La madre contuvo un suspiro y se llevó la mano al


corazón.

—No quiero hablar más del tema, Rose, por favor.


—¿Por qué? —insistió—. ¿La culpa le ronda, madre?

—Ellos ya no viven, dejemos a los muertos descansar en


paz.

—Solo digo que… ¿Y si él me pretendiera? —titubeó,


mas no se detuvo, continuó decidida a sostener el
planteamiento incluso delante de su padre.
—Basta, hija. Bloodworth está marcado por su pasado.
Para los hechos que constan como «verídicos» sus padres
murieron en un accidente; pero no fue así —se le escapó a la
madre abrumada.
—¡Aurora! —La voz áspera de Leonard se escuchó a sus
espaldas. Había llegado a tiempo para oír más de lo que
deseaba—. En esta casa no se habla del marqués.

—¡¿Qué?! —Rose no prestó oídos a las reprimendas del


padre. Las palabras de su progenitora se quedaron en su
cabeza grabadas, dando vueltas en una espiral que la sumió en
un pozo de confusión y amargura. Unas lágrimas bajaron por
su rostro. No sabía qué había ocurrido, pero que hubiera más
en el fondo, tal vez explicaba la conducta reticente de Oso
para con ellos—. Hable, madre. Si lo que ha dicho es cierto,
quiero saberlo todo.

—He dicho que nadie volverá a tocar ese tema. ¿Por qué
se aferran a sacar a la luz un asunto ya enterrado? —siguió
Leonard con exasperación.

—Quizás para usted, padre —insistió Rose—. Para mí


no. Y si ustedes no hablan iré a Bloodworth House y le exigiré
a Emery que me cuente todo.

—¡Sobre mi cadáver! Si pisas esa casa donde la


perdición mora a sus anchas, quedarás corrompida para el
resto del mundo. ¡Prohíbo a todos mis hijos aceptar invitación
alguna a esa mansión de pecado! Emery Osborne está muerto
para nosotros. No solo por su traición a la santidad de esta casa
en el pasado, su comportamiento frugal hoy en día deja mucho
que desear para un caballero. Todos se ponen una venda en los
ojos para negociar con él, para sacar ventaja de la prosperidad
de sus finanzas. Por fortuna no tengo que lamer sus botas,
nuestras arcas están llenas gracias al patrimonio familiar y al
manejo que hago de él.

—Niñas, dejen de insistir —pidió Aurora—. No crispen


los nervios de su padre. Bastantes responsabilidades ya
atormentan su ocupada cabeza.
—¿Por qué tu interés repentino en Bloodworth? —
interrogó Leonard a Rose sin contemplaciones—. ¿Se atrevió a
acercarse a ti en el baile? ¿En algún otro lugar? Si la amistad
con la condesa de Allard y la duquesa de Weimar trae por
consiguiente que debas tolerar la presencia de ese hombre,
entonces declinarás sus invitaciones siempre que tu madre o
yo no podamos acompañarte.

—¡No, padre! —protestó Rose—. Son mis mejores


amigas. No me haga eso.
—¡Si descubro que Bloodworth se atreve a rondarte no sé
de qué sería capaz! —agregó enardecido—. Él solo se
acercaría en busca de venganza y espero que seas lo
suficientemente inteligente para reconocerlo y mantenerte
lejos. Debo salvarte de perder honor y prestigio. Tu
compromiso con Thane será un hecho. Mañana mismo haré
los arreglos.

Daisy y Aurora se quedaron como espectadoras de la


discusión entre Peasly y su hija mayor.
—¡No! Me niego. Thane me repugna. Su sola presencia
hace que mis entrañas se retuerzan.

—Me reprocho por haber sido blando contigo. Vi


potencial en ti, me engatusaste al interesarte en la cruza de
plantas… Yo… caí también en tu manipulación. ¿Y qué he
recibido? Una hija que desafía todas las normas de la moral,
primero queriendo independizarse —bufó colérico—. Y ahora
dejándose tentar por el demonio. Emery no es el muchacho
que conociste, no podría hacerte feliz. Hay demasiada
oscuridad en su corazón, veneno, bilis, venganza es todo lo
que destila su alma. Si deseas perderte en su abismo te
advierto que no lo permitiré. No deshonrarás el apellido ni a
tus hermanos. No me provoques. La señorita Chapman ha sido
tu carabina todos estos años y lo ha hecho estupendamente,
pero si pierdes mi confianza las puertas de la casa se cerrarán
y solo saldrás en compañía de tus padres.
—Madre… Hable… ¿Cómo murieron los padres de
Emery? —insistió Rose, con los ojos húmedos. Con su
obstinación dejaba en claro que ni todos los sermones, ni todos
los castigos de su padre la iban a aplacar.

Aurora hizo un ademán para demostrar que estaba de


acuerdo con su esposo, selló sus labios y atravesó de largo el
salón sin siquiera despedirse. Daisy y Rose se quedaron
perplejas, se miraron a la vez, inconformes. Los barones no
podían dejarlas al margen y esperar que ellas se conformaran.
Leonard las miró amenazadoramente una vez más a
modo de advertencia y también las dejó solas.

—¿Qué les ha ocurrido a estos dos? —musitó Daisy, para


evitar que su padre que iba en retirada la escuchara. Sus pasos
resonaban en la estancia—. Se ha mencionado a lord Oso y
nos ha explotado un cargamento de pólvora en la cara.
—No lo sé, pero me han dejado con la boca abierta y el
corazón hecho un nudo. Desconozco lo que pasa, sin embargo,
lo voy a averiguar.
—Es increíble como madre y padre son dos extraños a
veces en esta casa y, sin embargo, para ponernos condiciones
se cohesionan con muchísima fuerza. Porque, aunque se
esfuerzan por parecer la pareja más unida, ambos son fríos el
uno con el otro.

—Daisy —reprendió suavemente. Jamás ninguna de las


dos se había atrevido a poner en palabras lo que percibían en
el interior del hogar.

—Si así funcionan los matrimonios arreglados, no lo


quiero —decidió la menor.
—Yo tampoco.

—No hay pasión.


—Ni siquiera cariño —puntualizó Rose.

—Hay problemas en esta casa. Problemas que se


disimulan con brindar la imagen de la familia perfecta. A mi
madre no le importa que mi padre sea poco amoroso con ella
bajo nuestro techo si en público se muestra como el marido
más encantador.
—Padre es un moralista. Uff. Religioso en extremo. Todo
lo que busca es que su familia de origen no lo señale con el
dedo. El santo matrimonio, los hijos obedientes… Sé que lo
exaspero. Sé que no soy lo que esperaba. Sus tíos, sus primos
no dejan de señalarme como la solterona rebelde de los Peasly
y él se siente avergonzado de no haber podido hacer más por
mí. —Le costó juzgarlo en voz alta, pero había tocado su
punto más vulnerable.
—Hermana, no seas dura contigo. —Aquella frase que
solían decirse. Había mucho amor y comprensión entre las
dos.
—Duermen en habitaciones separadas —continuó Rose
analizando.

—Como muchos matrimonios. —Daisy intentó quitarle


importancia, llegadas a ese punto creía que era mejor no
escarbar más.

—No creo que mi padre jamás toque a esa puerta, y


muchos esposos de matrimonios concertados lo hacen cada
cierto tiempo.

—¿Nos estamos comportando como pésimas hijas? —


agregó sintiendo el cosquilleó de la culpabilidad.
—¿Y no pudo buscar a otro pretendiente? Tenía que ser
el insoportable de Thane.
Se abrazaron al final e hicieron un pacto: se iban a
ayudar, pero la intimidad de su familia no saldría de ahí, de
esas paredes, que solo necesitaban una sacudida para
derrumbarse.
Capítulo 11

Anderson le dio el último toque a la corbata del marqués. La


chaqueta negra lucía impecable. Se veía estupendo, como
siempre, y aunque no era necesaria tanta formalidad en la
vestimenta, Oso era apegado a la etiqueta en su imagen y
maneras. No así en su libertinaje. Price estaba a punto de sufrir
una apoplejía. Su cara lívida no dejaba dudas de ello. No
estaba cómodo con el desenfreno, pero tampoco quería dejar al
marqués desatarse sin su guía. En el pasado, lo intentó y fue
nefasto. Le gustaba ser el anfitrión de las fiestas más
desenfrenadas —apuestas, licor— solo para dar de qué hablar.
Oso era insaciable. El hueco que quería llenar con la compañía
inadecuada jamás le haría sentirse saciado. Ni los amigos eran
los adecuados, ni sus comportamientos tampoco. Prueba de
ello era que cuando realmente lo pasó mal en su primera
juventud, solo uno se quedó a su lado: el duque de Weimar.

Los caballeros entraban por la puerta principal y las


señoritas de dudosa reputación por la puerta trasera. Solo
hombres servían en el Salón Gris donde las pipas estaban
encendidas con el mejor tabaco de La Habana, el buen whisky
y el mejor brandy brillaban ambarinos contra los cristales. No
había intercambios carnales bajo su techo, —quien quisiera
más tendría que buscar su propio alojamiento— en eso era
bien enfático, y quien lo incumpliera, no recibía otra tarjeta
plateada para la sobresaliente tanda de juegos y diversión a la
que los caballeros más atrevidos podían aspirar durante esas
fechas en que sesionaba el Parlamento. Los muy santurrones
se quedaban fuera, no eran requeridos. Se exigía cierto código
moral para acudir a jugarse el futuro en aquellas mesas de
cartas.
Las señoritas estaban para entretener con conversaciones
que no se podían permitir con las damas de moral más estricta,
para sonreír y dejarse admirar. Y así, mientras el alcohol fluía,
las risas resonaban y la belleza femenina robaba el
protagonismo a la conversación sobre política o leyes acerca
del comercio. Oso daba rienda suelta a su inmensa habilidad
para reunir en su morada a los espíritus indomables de
Londres.
—¿Complacido, milord? —indagó Price, para ver si todo
había quedado acorde a los requerimientos de Oso, o debía
poner más empeño en el servicio de bebidas, disposición de las
mesas, refrigerios.
—Todo excelente, salvo que no sé qué sucede conmigo.
Desearía estar en cualquier otro sitio. —Suspiró de
aburrimiento—. Somos víctimas de nuestros planes. No podía
simplemente retirarles la invitación.
—No sería educado, pero, bueno, ¿cuándo ha seguido
usted las reglas, milord? Si hay un espíritu libre, al que no le
importa mandar las estrictas normas protocolarias a volar, es
su señoría.
—En valiente concepto me tiene, Price.

—¿Estoy equivocado? —espoleó con sorna.

—Me quedaré callado por ahora.


La conducta de uno de los asistentes llamó su atención y
dejó al mayordomo para acercarse al susodicho.
—Hennessy, no tires las cenizas en mi alfombra persa.
No estás tan ebrio como para no dar cuenta de tus actos —
siseó Oso contra uno de los primos de Sadice, que este último
le dejó como herencia. Desde que su amigo de Oxford dejó
Londres, su primo paterno estaba desatado y no tenía un
compinche de salidas nocturnas.

Price que lo observaba esbozó una burlona y disimulada


sonrisa. Más cuando el amigo de juergas le contestó al
marqués:

—Perdón, padre —le dijo burlón Hennessy. Oso se


contuvo, sabía que era un bufón. No podía iniciar la noche
echando a uno de los invitados o estampándole un puñetazo en
el rostro. Huirían todos en estampida, lo que no estaría mal,
pero eso solo lo haría lucir como huraño e inestable. Y no se
había esforzado tanto, puliendo su reputación del compañero
ideal para juergas, para echarla al suelo por un arranque.
Entonces vio a Kirk colocando sus grandes manos sin
guantes sobre la retaguardia de una señorita que aceptó
fascinada las atenciones, para luego tirarla sobre la mesa en un
beso descomunal. Las risas de sus compañeros de cartas, tan
descarados como él, fue el precio que tuvo que pagar.

—Kirk, esas manos fuera. Mi casa no es un burdel —


sermoneó Oso a su otro amigo de Oxford, quien se casó un
año atrás en un matrimonio ventajoso y se enterró en vida, en
la propiedad de campo de su hermano, quien gozaba de un
título menor, pero respetable. Kirk no era feliz en su
matrimonio ni en sus logros personales, las fiestas alocadas de
Oso le daban una bocanada de aire fresco para aguantar su
aburrida vida. Si eligió ser el administrador de su pariente
había sido motivado por el incentivo económico, único medio
que le dio su hermano para vivir.

—¿Por qué tan gruñón, amigo mío? Ninguna dama puede


aplacar tu humor esta noche —le rebatió Kirk e intercambió
una mirada pícara con la mujer que lo contemplaba
seductoramente.

Le habría contestado para molestarlo: «Llévala a tu casa.


Cierto, no puedes, tu esposa te lleva con las bridas justas»,
pero no quiso ser descortés. Se desconocía.

El ruido de los naipes, las voces joviales y el humo de las


pipas reinaban en el ambiente y aquello solo le provocaba más
amargura. Estaba enojado con el mundo y ni siquiera tres
copas de brandy tenían un efecto calmante sobre su
inconformidad.
Price, por su parte, solo pensaba en cuánto batallarían las
doncellas para quitar el olor a tabaco de la tapicería y las
alfombras.
En esas estaban, cuando un invitado inesperado, pero que
no necesitaba tarjeta para ingresar, hizo su arribo. El
mayordomo lo recibió con alegría. Un poco de sentido común
aquella noche.

—Price —le dijo Jason—. ¿Cómo te lleva la vida?

—Su excelencia. Bienvenido como siempre. Ahora lo


anuncio.

—Por favor, no. Si paso desapercibido será mejor. ¿Oso?

Price hizo un gesto de pesar.


—Milord no está de buen humor esta noche. Hay un
cambio inexplicable en él. —Tenía sus teorías, pero prefería
callarlas—. Parece que hubiera terminado de madurar de
golpe. Luce como un preceptor sermoneando a sus amigos.
Ladra más que un sabueso.

Jason se carcajeó. El viejo Price no era ni tan santurrón,


ni tan estirado como podría indicar su imagen. Era un buen
hombre y al duque le agradaba. Jason inhaló y exhaló fuerte.

—Esto no puede seguir, debe parar. La pelea de Oso con


el mundo ha durado demasiado tiempo —arremetió con
seriedad—. Me niego a ver cómo se consume en los vicios—.
¿Lo acompaña alguna señorita?

—No. Le confieso que lleva mucho tiempo sin encontrar


alguna que pueda soportar. —No era un entrometido. Lo
quería como un hijo y sabía que Emery le daba libertad para
opinar sobre su vida, incluso para reclamarle. Y el duque era
como un hermano para el marqués.

Price llevaba mucho tiempo de conocer a su excelencia.


El cambio que había dado tras enamorarse y casarse con la
duquesa había sido admirable. Aunque nunca compitió con
Oso, quien no le importaba conservar su moral en alto. Jason
también había roto la vajilla completa durante su soltería, pero
lo hacía a puertas cerradas.

—Bueno, me alegro de que se esté comportando. He


traído un invitado, no quería que se llevara la peor imagen de
él. Está en el carruaje. Recíbalo, por favor. Y hágalo pasar. Es
mi protegido. El muchacho tiene un padre bastante restrictivo
y que va por ahí con la bandera de mojigato. Pretende hacer lo
mismo con el hijo y me dio pena que tanta juventud se
desperdicie.

—¿A quién intenta usted corromper? —bromeó


liberando un poco de la tensión de la noche.
—No corromper, solo le daré unos consejos acertados.
Un hombre debe ser correcto, pero necesita saber nadar entre
la malicia y no ahogarse. De lo contrario, si no se prepara para
lidiar con la hipocresía, las traiciones y la ambición puede ser
blanco fácil de los depredadores. Londres es una selva —
enfatizó con una ceja levantada.

—Eso dicen todos.

—En fin. Es el hermano de la mejor amiga de mi esposa


y ella me ha pedido tomar al muchacho de la mano, ya que el
padre… no está interesado en enseñarlo a navegar entre las
aguas turbias.

Price tuvo un presentimiento. Uno que lo dejó con la


boca abierta cuando Jacob Peasly, más conocido como el señor
Peasly descendió del carruaje con el rostro iluminado por la
aventura que iba comenzar a vivir.

Jake se desplazó por el salón viendo todo con los ojos


muy abiertos, sobre todo a las señoritas que jamás había
podido contemplar con ropa tan sugerente. Mientras lo hacía,
el duque lo observó desde un rincón, se sentía orgulloso de
rescatarlo de su vida casi clerical, y abrirle al muchacho las
puertas a experiencias más mundanas.
—Su excelencia —dijo Oso descubriendo a su amigo y
acercándosele. No le extrañaba que no lo hubieran anunciado.
Weimar siempre había sido silencioso—. Bienvenido a mi
humilde hogar.
—A la mansión del pecado, querrás decir —lo corrigió el
duque.
—¿Evander te acompaña? Se rehúsa a venir cada vez que
le envío una tarjeta plateada.

—Evander tiene un código moral más rígido que el mío.


Pero te confieso que tampoco estoy interesado en acudir a tus
fiestas. He venido para no dejarte solo. Tal vez juegue una
partida de naipes y beba una o dos copas, pero nada más.
Regresaré temprano, una hermosa mujer me espera en el
lecho.
—¿Te ha dado permiso para visitarme? —jugó.

—Otra esposa me hubiera rogado por mantenerme lejos


de ti y de tu casa.

—¿Le has dicho lo que ocurre bajo mi techo esta noche?


—Arqueó una ceja.
—No tenemos secretos. Quiere que sea una guía para un
muchacho. Ya sabes. Padre estricto. El pobre jamás ha pisado
un burdel, ni creo que pueda pararse en uno.
Oso soltó unas agrias carcajadas.

—Ahora resulta que la duquesa es toda una samaritana.


¿De quién se trata? También podría apadrinarlo —se interesó
Emery.

—Jacob Peasly. —A la par que su amigo mencionaba


aquel nombre, Emery vio al muchacho absorto mirando como
dos de los más expertos jugadores destapaban sus cartas.
—Te preguntaría si es una broma de mal gusto, pero lo
estoy viendo con mis propios ojos. ¿Has perdido el juicio? Su
padre me detesta, si se entera que el joven ha pisado esta
guarida de perdición me culpará a mí y ya no nos aguantamos.
Londres será muy pequeño para los dos.
—¿Ahora sí tu casa es un sitio poco honorable? —se
mofó Jason.
—Ese muchacho tiene una buena imagen de mí y acabas
de ensuciarla. En el baile me saludó afectuoso en recuerdo de
nuestra amistad del pasado, independientemente de la
reticencia del padre. Era un niño amigable cuando yo
pretendía a su hermana.

—Reconoce que eso es lo que te preocupa. Caer del


pedestal donde te tiene tu futuro cuñado.
—No es mi futuro cuñado —renegó.

—Pero sí que quisieras —lo pinchó Weimar.


—Lo estás haciendo para persuadirme de renunciar a esta
vida.

—Si quieres a la señorita Peasly, debes sanear la


propiedad. ¿Cómo pretendes traerla a vivir aquí?
Oso apretó los puños y la mandíbula, no sabía si agarrar a
Jason por el cuello o arrojarse a sí mismo al Támesis. Todo se
le salía de las manos y a un ritmo vertiginoso. En algo tenía
razón su amigo, no podía pedirle a Rose que abandonara a su
familia, que aceptara ser su esposa y renunciara a todo lo que
conocía si no tenía un lugar y un apellido honorable qué
ofrecerle.
Exhaló hondo y con una mirada le dijo a Jason que tenía
razón, aunque no se atrevió a expresarlo.

—¡La fiesta se ha acabado! —dijo en voz alta y clara—.


Así que, gracias a todos por acompañarnos esta noche, pero es
hora de que cierre mis puertas. Aquí, mi estimado amigo, su
excelencia, me ha hecho partícipe de asuntos a los que debo
ponerle remedio de inmediato.
—¿Una urgencia? —preguntó Kirk—. ¿Está todo bien?
—Todo quedará resuelto en cuanto pueda ocuparme de
ello. Gracias por tu interés.
Kirk le hizo una seña a la señorita con la que había
estado hablando. Ambos salieron por puertas diferentes, pero
seguramente iban a dirigirse hacia el mismo sitio. Hennessy
hizo una mueca de desagrado, pero aceptó que era momento
de retirarse.

—Que tus asuntos se resuelvan con bien, estimado amigo


—le deseó Hennessy.
Oso se sintió como el peor aguafiestas, pero ya no
aguantaba un segundo más tenerlos ahí.
—Tampoco tenías que sacarlos en un abrir y cerrar de
ojos —le susurró Weimar, mientras todos recogían sus
pertenencias y se disponían a marcharse.
—Mi reputación de libertino ha recibido una mácula.
—No te comportes como un infante —lo sermoneó el
duque.
El joven Peasly, al ver que todos se marchaban, se acercó
con el rostro entusiasmado al anfitrión. Igual se preparaba para
irse. Había sido una breve asistencia, pero todo lo que había
visto allí le había fascinado.

—Lamento que haya tenido un contratiempo, lord


Bloodworth.
—Puedo seguir siendo Oso para ti, Jake —le dijo con
afecto.
—De acuerdo —afirmó complacido el joven y con un
brillo en la mirada. Emery se rascó la cabeza. Se preguntaba:
«¿Qué demonios había pasado por la mente de Weimar para
traer al muchacho?». Leonard lo odiaba, por una parte, y por
otra, Rose iba a crucificarlo—. Esto ha sido descomunal.
Había oído rumores, pero verlo me ha dejado estupefacto. Si
lo admiraba cuando era niño, ahora ha pasado a ser como una
leyenda para mí.
—No es para tanto. —Emery trató de restarle
importancia. Estaba preocupado. Carraspeó. En otro momento
se habría pavoneado por comentarios así, pero no viniendo de
la boca del menor de los Peasly—. No le cuentes a tus
hermanas, por favor—. Casi se muerde la lengua al agregar la
última frase.
Weimar no pudo aguantar las carcajadas. ¿El arrogante y
poderoso lord Oso se estaba doblegando ante alguien? Y no
era precisamente ante Jacob, lo que este pudiera contarle a la
señorita Peasly lo tenía en jaque.

—No podría decirles. Mi moral no me permite mancillar


sus castos oídos. Primero porque no me creerían que he puesto
los pies en la mansión del pecado —aseveró. Oso arqueó una
ceja. Valiente opinión tenía el muchacho de su casa—.
Segundo, ni siquiera me creerían que algo así puede ser
posible. Ahora me marcho —agregó porque todos lo hacían,
aunque creía que era una pena. Acababa de abrir los ojos a un
mundo del que solo había oído en los rumores que llevaba el
viento. Ninguno de sus amigos había tenido el placer de
disfrutar del tal derroche de diversión. Hablaría durante
semanas de su breve incursión en semejante velada—.
Agradezco muchísimo la invitación, su excelencia.
—Espera —le dijo Emery muy pensativo—. Me gustaría
que nos pusiéramos al corriente. Si igual estás interesado.
—Por supuesto —confirmó de prisa, no se lo podía creer
—. Me disculpo si en presencia de mi padre… —No supo
cómo completar la frase.
—¿Me niegas el saludo? —preguntó. El interpelado
asintió—. También yo. Con Peasly las cosas están
complicadas. —Jacob exhaló de alivio—. ¿Y si dejamos el
salón gris y pasamos a un sitio más agradable? Mi morada es
más que una simple mansión del pecado. Tiene una historia
interesante que le da cierto carácter.

El duque lo miró con una ceja levantada, recordaba que


años atrás Oso se la había pasado muy bien en aquella
estancia. Emery había mandado a redecorar el antiguo salón de
juegos de su padre, para que se adaptara a los actuales
propósitos. Quiso reírse de él, de los esfuerzos por querer darle
la mejor impresión al hermano de Rose. Joseph se estaría
revolcando en su tumba de saber a dónde había ido a parar la
propiedad.
—Pues ya que están muy cómodos, me retiro. Mi esposa
me espera —se despidió con un guiño, le encantaba ver a su
amigo esforzarse por agradarle al muchacho—. Nos vemos
mañana para entrenar, Oso. Joven Jacob, espero pronto su
visita en mi propiedad.
Capítulo 12

Rose estaba recostada sobre su cama. Su expresión era enojada


más que seria, con el entrecejo fruncido y las palabras de sus
padres rondándoles. Acarició la rosa en su cuello, la había
dejado atrás, pero desde los besos que compartieron en el
invernadero, su sentimiento tomó fuerza. La apretó entre sus
dedos, como un talismán. La incógnita no la dejaba dormir.

El único que podría mirarla a los ojos y revelarle la


verdad que sus padres omitían con total alevosía era Oso. Era
evidente que tenía motivos para continuar enemistado con sus
padres y si la respuesta a dicha incógnita era de su
conocimiento le exigiría confesarla. Más si la había tentado
con aquella proposición:
«Cásate conmigo, Rose. Porque ninguno de los dos ha
podido perdonar al otro. Mi piel te desea, mi corazón no tiene
sosiego. Te necesito y seguir negándolo es continuar
aniquilándome en vida. Pero eso sí, si decides desposarme
debes renunciar a tu apellido y a los lazos que te unen con ese
maldito impostor».
Solo había una solución, tenía que enfrentarlo. La única
forma de entenderlo sería pedir explicaciones del porqué de su
odio. La posición de sus padres aquella tarde, le hizo
replantearse la respuesta que dio a la propuesta de Emery. Ella
abogó por su familia, a quienes quería profundamente. Pero
los barones se cruzaron de brazos ante sus reclamos, y su
lógica le indicó una cosa: Leonard y Aurora no eran tan
inocentes como pensaba, tenían mucho que ocultar.

Su plan tomó forma aquella madrugada y al siguiente día


al despertarse se levantó de la cama como un vendaval, agitada
y con las manos temblorosas. Iba a hacer una locura, pero en
ese momento no le importaba. Dejó su ropa de dormir a un
lado y buscó en su enorme y bien provisto armario un vestido
de montar, y una capa y los colocó sobre la cama. La doncella
se sorprendió al verla levantada tan temprano, y más al ver las
prendas desplegadas. La tarde anterior se le había informado
de que esa mañana irían de compras a Bond Street, después de
que la señorita atendiera sus rosales como de costumbre. Así
que tenía otro vestuario en mente. Sin tardar, ayudó a Rose a
arreglarse, le trenzó el cabello y le hizo un recogido que se
mantuviera firme durante una cabalgata.

Cuando Rose le informó a su madre de su cambio de


planes, aquella no le rebatió, todas estaban algo nerviosas tras
la discusión de la noche anterior, así que el ejercicio al aire
libre le sentaría bien. Eso sí, le exigió que llevara a la señorita
Chapman y a Daisy. No estaba bien que una joven anduviera
por Hyde Park sin compañía. Rose contaba con tal sugerencia.
Pero ya había tramado hacer cómplice a su hermana, quien en
cuanto supo de sus propósitos accedió emocionada. Siempre la
secundaba, eran tal para cual. Dejar atrás a la señorita
Chapman y a los lacayos no sería tan difícil, y en ello Daisy,
simulando una dificultad en su montura fue crucial para
distraer al resto, mientras Rose se escabullía sigilosamente.
Atravesó Rotten Row en su elegante caballo frisón, debía
apresurarse. Un animal de tal elegancia como el suyo no
pasaba desapercibido, más por el negro azabache que
resplandecía cuando los escasos rayos del sol tocaban su
pelaje. Animó a Onyx con una palmada cariñosa sobre la piel
del cuello y emprendieron el galope lejos de allí.

La cara del mayordomo de Bloodworth House al ver a la


joven frente a la puerta y sin carabina quedó pálida. Estuvo
tentado usar una excusa para alejarla de allí, eso solo iba a
traerle problemas al marqués. Pero jamás cruzaría tales
límites, Oso era un adulto y quitarle la posibilidad de elegir
sería una falta de respeto.
—¿Su capa? —pidió Price.

—Prefiero dejármela puesta. —Incluso la capucha seguía


en su cabeza, estaba renuente a quitársela.

—Sígame, por favor —sugirió titubeante.


La hizo pasar a la salita cuanto antes y con la mayor
discreción, buscó la manera de alejar al personal de la estancia
en donde la joven aguardaba, aunque estaba seguro de que
nadie abriría la boca de lo que ocurría bajo el techo de
Bloodworth House, no solo por la excelente remuneración,
también porque la lealtad de cada uno había sido probada con
los años. Oso no daba segundas oportunidades.

Price no podía disimular cuán azorado estaba, sus ojos


permanecían muy abiertos y en ocasiones trastabillaba en
alguna frase. Rose lo notaba, sabía que con solo atravesar la
puerta de esa mansión podía poner en entredicho su nombre y
comprometer al marqués, pero ya nada le importaba. Estaba
dispuesta a tomar el timón de aquella nave que estaba a punto
de irse a pique…

Oso había hecho la propuesta, a ella le tocaba elegir, no


había alternativas, solo una opción limitada: «abandonar a sus
padres». Debía sentirse ofendida por tal desafío. Pero, por otro
lado, estaba Leonard —quien la había protegido con amor toda
la vida— mostrando una cara desconocida, una salpicada de
secretos y autoritarismo: «Te casarás con Thane». Una
sentencia que no estaba dispuesta a aceptar. No se iba a quedar
de brazos cruzados, por eso estaba ahí.
Rose se quitó la capucha cuando se quedó a solas,
mientras el mayordomo huía dejándola con la palabra en la
boca. Había conocido en el pasado los excelentes modales de
Price, así que su comportamiento era una advertencia de lo
lejos que había llegado ella para cumplir su cometido.

El mismo mayordomo, lleno de secretismo, trajo un


servicio de té y galletas diez minutos después. Ella no probó
absolutamente nada.

—Avisaré al marqués, señorita Peasly. Tenga paciencia


—pidió. Ella supuso que a esas horas Oso seguía todavía
dormido. Se preguntó si la noche anterior se había acostado
muy tarde y puso los ojos en blanco dilucidando el motivo.

«El marqués más libertino de Londres», la forma en que


su padre se refería a él, le pasó por la mente como una saeta
envenenada por los celos.

Rose no pudo quedarse sentada cuando el mayordomo la


dejó a solas. Se puso de pie y empezó a merodear por la
estancia. Estaba en el salón que los marqueses habían usado
para recibir amigos cercanos, a tres puertas del amplio salón
donde solían recibir al resto de los invitados, un área menos
privada.

Recorrió con la vista los cuadros que adornaban las


paredes azules, sus marcos de pan de oro relucían brillantes, y
dentro había óleos de ninfas vestidas con túnicas blancas, con
distintos instrumentos en sus manos. Siguió explorando, sin
darse cuenta su mano ya estaba en el picaporte. Los vellos de
su cuerpo se erizaron cuando una idea la instó a avanzar. Se
cubrió de nuevo con la capa hasta las cejas y como una hábil
ladrona se escurrió por los pasillos.

Conocía la casa a la perfección. Muchas veces recorrió


sus pabellones y sus alas. Y aunque los cambios eran notorios,
se podía ubicar bastante bien.

Percibió que el comedor fue redecorado totalmente,


como casi toda la residencia. Había paredes donde antes se
abrían arcos, columnas erigidas donde existieron antiguos
muros. El papel tapiz lucía entramados y colores azules y
grises apagados, muy diferentes a los de antaño: crema con
molduras blancas. Y las maderas iban de negros a marrones.
Mucha piel en los asientos, a diferencia de los brocados de
flores en damasco de tiempo atrás. La mansión tenía un aire
varonil y oscuro, muy distinto al estilo iluminado y abierto que
había imperado, mientras vivían los padres de Oso.

Se preguntó por qué Emery había convertido aquel


maravilloso sitio en una madriguera sombría. Si se casaba con
él —una posibilidad que iba anhelando cada minuto más—,
tendría que reformar todo si quería ser la anfitriona de grandes
bailes. Sin temor, sus pasos la llevaron al salón de los eventos
más importantes, descubrió que estaba completamente vacío.
Caminó hasta el centro y se detuvo. Rememoró cómo lucía en
el pasado, después observó cómo se veía en la actualidad y
cómo podría verse si Bloodworth House terminaba siendo
definitivamente su hogar.
¿Dejaría todo lo que conocía por un hombre que cada
segundo le parecía más extraño?

Sus pies la llevaron a la antigua sala de música a la


derecha, el enorme piano de la esquina era lo único que seguía
ahí. Recordó a la marquesa tocar una alegre melodía mientras
Aurora la acompañaba con la flauta o su voz. La añoranza la
golpeó fuerte e implacable. El aura del lugar continuaba
intacta, sentía que había viajado en el tiempo. No importaba
cuánto el actual propietario hubiera intentado transformar
todo, borrar la huella de quienes habitaron ahí. Rose no
necesitaba cerrar los ojos para ver a los marqueses recorrer
esos pasillos, a sus padres visitándolos y a ellos, siendo niños,
corriendo, jugando, escondiéndose detrás de una escultura de
mármol, que desconocía a dónde había ido a parar.

No pudo detenerse. Al otro lado estaba la zona para


caballeros. Había entrado en alguna ocasión de día, y había
visto a su padre beber y dialogar con el de Oso como dos
amigos queridos. Se acercó a la puerta y puso sus manos sobre
la madera, un dolor la atravesó. ¿A dónde habían ido a parar
los recuerdos? ¿Cómo se borra casi una vida? Nadie hablaba
del pasado ya, ni de los buenos ni de los malos momentos.

Empujó la puerta y aquel sitio le sorprendió por lo


sórdido. Una sala de juegos que había sido usada
recientemente… Mesas, copas vacías, botellas de licor,
cartas…
Los goznes crujieron, por la hora que era debían ser las
mucamas para poner aquel sitio en orden. ¿Qué explicación
iba a dar? Estaba muy lejos de donde Price la había dejado.
Levantó la cara y sin vergüenza se dispuso a enfrentarlas, no
iba a salir huyendo. Diría lo que fuera más o menos creíble y
regresaría a la salita de donde no debió moverse.
La puerta se abrió y un escalofrío le recorrió la espina
dorsal al verlo de pie, inmenso, llenando la estancia con su
sola presencia, con su aura poderosa. Su aroma fresco a
eucalipto y limón llenó sus fosas nasales. Su cabello
continuaba húmedo y su cara lucía recién afeitada.
—¿Rose? —indagó. Su interrogación iba dirigida al lugar
donde la había encontrado. Ella alzó aún más el rostro—.
Perdón la demora, cuando me avisaron de tu llegada recién me
estaba adecentando. Salí muy temprano a entrenar con
Weimar.

Ella hizo un gesto de sorpresa, había imaginado que tras


la celebración que parecía haber tenido lugar en esa parte de la
casa, Price habría tenido que despertarlo para avisarle de su
visita.

—Este sitio ha cambiado… mucho —comentó al fin.


—Sí —contestó relajando los hombros y llevando una
mano hacia la nuca.
—No sé si a tus padres les habría agradado.
—Ya no necesito su aprobación. ¿Qué te parece a ti?

—¿A mí? —carraspeó—. Si no necesitas la aprobación


de tus padres no creo que sea útil mi opinión al respecto. Solo
diré que es muy diferente. ¿Hubo una fiesta? No escuché a
nadie hablar de ella. Aunque supongo el motivo, de todas
formas no íbamos a ser invitados.
—No creas que no los invité por nuestras desavenencias.
La reunión fue privada.
—Oh —musitó inquieta sin gustarle nada.
—No resultó nada bien, fue un desastre y terminó
temprano.
—No he venido para conocer de primera mano qué tal te
desenvuelves como anfitrión. —Trató de restarle importancia,
pero varias ideas desfilaron por su mente sobre el tipo de
reunión a la que se refería.
—¿Volvemos a la salita? —Le ofreció el brazo.

Ella tembló. Respiró hondo, haciendo un esfuerzo para


no demostrar la agitación que la recorría. Lo aceptó tras retirar
su capucha y se dejó guiar.

En silencio, caminaron tomados del brazo. La condujo


como un caballero de excelentes maneras. Sus ojos se
cruzaron en dos ocasiones, en que la mirada de él decía más de
lo que callaba. A Rose se le agitó el pecho todavía más. No se
arrepentía de estar ahí, pero de haber sabido que iban a
terminar así… Quizás lo habría pensado dos veces.

—¿No tienes sirvientes? Parece que todos se hubieran


esfumado —preguntó Rose y él acalló una risita pícara.
Continuaron caminando y cuando entraron a la sala, Oso
cerró la puerta tras de sí. Totalmente inapropiado, pero a ella
no le importó.
—¿Te ayudo con la capa? —ofreció el hombre.
Rose accedió, deshizo el lazo y la apartó de su cuerpo.
Los ojos de Oso se posaron en el pecho femenino que lucía el
collar con la rosa que le había regalado, curvó una de las
comisuras de la boca en señal de triunfo.
—Gracias —susurró ella.
—No creí que tendría una respuesta tan rápido. Pero,
Rose, quiero que sepas que estoy listo para que huyamos ahora
mismo y no regresemos hasta que estemos casados. Ni tu
padre ni el mismísimo arzobispo de Canterbury podrán anular
nuestro casamiento.
La muchacha tragó en seco, en menos de un segundo
tenía al hombre sentado a su lado con las manos sosteniendo
su cintura. La miraba con una ternura que jamás pensó ver en
aquel rostro.
—Oso… Aguarda —murmuró con la voz entrecortada.
La cercanía del varón, a plena luz del día hizo que su pulso se
acelerara todavía más. Tuvo que tragar saliva, mientras
contemplaba la sensual boca masculina tan cerca y apetecible
—. No he venido con una respuesta —continuó deteniéndolo
con las manos sobre el pecho duro como una roca.
—¿No? —La miró dubitativo. Cuando Price acudió a sus
habitaciones para comunicarle que Rose estaba ahí, lo primero
que pensó fue que ella iba a seguirlo en la locura que había
ideado para los dos.
—No he dejado de pensar en tu propuesta. Por eso estoy
aquí. —Le acarició la mejilla que se sentía suave—. Hay
huecos en la información que no he podido llenar. La actitud
de mis padres e, incluso, la tuya, me sugieren que hay algo
más. ¿Qué pasó entre nuestras familias? ¿Por qué la abrupta
separación?

—Rose es un camino que no tiene retorno. Te aseguro


que no quieres saber o caerás en el mismo agujero de
decepción en el que he vivido. ¿Por qué simplemente no
intentamos seguir adelante?
—Porque el precio que me pides es demasiado alto —se
sinceró. Dos lágrimas cayeron de sus ojos y él las limpió.

—Pequeña, yo… No quiero lastimarte. Sabes que luché


por ti, pero en un punto descubrí cosas, tan escabrosas, que
terminé convenciéndome de que no existía un mundo donde
pudiéramos estar juntos sin tener que volver a tener esta
conversación una y otra vez.
—Pero, Oso, si esta conversación no la hemos tenido
nunca —replicó—. Ahora mismo no sé a qué te refieres.

—No me siento capaz de revelarte lo sucedido. Ya te he


dicho que no quiero romperte el corazón.

—Insistiré hasta que hables o me eches de aquí.


—Nunca. Jamás te cerraría las puertas de mi hogar.
—Necesito que rompas el silencio porque yo quiero
aceptarte; sin embargo, hay una sociedad entera que te señala.
Mis padres… no tienen el mejor concepto de ti. Y tú me pides
que los abandone. Ellos te lastimaron. Sé que no te apoyaron
cuando más lo necesitabas. ¿Es por eso? ¿Les guardas rencor
porque no estuvieron contigo cuando quedaste huérfano?
—Creo que ese motivo es más que suficiente, tomando
en cuenta el cariño y la confianza tan grande que se tenían.
Éramos familia. Pero no, Rose.
—¿Entonces? —insistió con una mirada suplicante.

—Mi madre protagonizó uno de los escándalos más


repudiados de Londres, al entregarse a otro hombre en una
pasión desmesurada, que les hizo perder la conciencia del
daño que hacía a sus seres queridos. —El rostro de Oso estaba
lleno de ira.
Rose se llevó las manos al pecho. Él la soltó, temía ser
rechazado. Fue el trato que recibió de las personas muy
cercanas que supieron los detalles de tal vergüenza.
—Es terrible. —Las manos de ella ya estaban tapando
esas palabras que se escaparon horrorizadas de su boca.

—No haré la historia larga ni la relataré con lujos y


detalles.
—¿Por qué no me lo dijiste? ¿Sabes cómo me siento
ahora? Miserable —confesó angustiada—. Viví enfadada
contigo por no pelear más. Ahora entiendo la razón por la que
mi padre jamás te aceptó y por la que te retiraste. ¿Creíste que
también iba a abandonarte?
—No estaba seguro de si conocías o no la verdad. Por
momentos dudé, muchas veces pensé que lo sabías todo y me
habías dado la espalda, hasta que me di cuenta tras tu
insistencia que estabas ajena a lo ocurrido.
—Solo nos habría quedado casarnos a escondidas.

—Lo peor vino después.


—¿Te refieres al incidente del carruaje donde fallecieron
tus padres? Con respecto a eso, mi madre dijo que…
Rose redujo la distancia entre ambos. Quería abrazarlo
con todas sus fuerzas y sostenerlo en su pena, pero Oso no
reflejaba dolor. Su cara estaba llena de odio, lo que lo hacía
lucir intimidante. No obstante, ella le tomó la mano apretada
en un puño y trató de brindarle soporte. Ni así él se relajó.

—No hubo tal accidente.


—Eso me reveló mi madre, pero nada más.

—Tampoco murieron juntos. Ni siquiera recuerdo quien


inventó esa mentira para tratar de salvar lo insalvable. Tal vez
los tuyos, no lo sé. En ese punto estaban bastante involucrados
en querer tapar toda indecencia. No querían verse salpicados.
Imagínate qué dirían de los Peasly, eran los mejores amigos,
casi familia.
—Es desconcertante.

—Sí. Mi padre retó a duelo al amante de Rosaline y


murió defendiendo el honor. Ella no pudo con la culpa, y aún
enamorada del homicida de su esposo decidió suicidarse.

—¿Qué? ¿Cómo? —La mano de Rose sobre el puño de


Oso se apretó a este completamente tensa. Ya no estaba segura
de querer seguir escuchando. Pero había cabalgado a riesgo de
que Leonard la descubriera y le retirara sus privilegios para
siempre. Más grave aún, pudo caer del caballo o ser asaltada
por andar sola por las calles de Londres sin supervisión.
Necesitaba llegar hasta el fondo.
—Mi madre se quitó la vida. No le importó dejarme solo,
hundido en el escarnio inducido por su ligereza. Lo ocultamos
por la vergüenza y todas las consecuencias que ese tipo de
muerte conlleva.
El pecho de Rose se apretó con la misma rapidez con la
que Oso se arrepentía de cada palabra, un secreto que guardó
durante mucho tiempo.
—Es devastador.
—¿Devastador? De haber vivido en mi piel usarías una
palabra más contundente. ¡Es un infierno!
—Siento lo que has padecido… —No pudo seguir tensa a
su lado, menos verlo ser un manojo de rabia. Se abrazó a su
cuerpo, que era presa del odio más despiadado.
—No tienes que hacerlo —siseó. No había dolor. Ella
estaba azorada, por la historia tétrica sobre la traición. ¡Pero si
el marqués había sido un esposo ejemplar! ¡Uno de los
hombres más buenos que había conocido! También estaba
sorprendida y asustada por la reacción de Oso. Un rencor
visceral lo recorría, no había sufrimiento, solo deseos de
venganza.
—Pero sigo sin entender… ¿Por qué mi familia les dio la
espalda…?

—¿Acaso no lo imaginas?
Rose bajó la mirada. Su madre jamás se habría quedado
al lado de alguien que se hubiere manchado de tal forma.
Aurora seguro habría luchado por mantenerse indemne. Y su
padre la iba a seguir hasta el infierno, ese como el que
devoraba a Oso. Todo era un espanto.

—Cuando alguien se involucra en un escándalo hasta sus


amigos los abandonan —concluyó la muchacha muy afectada.
Él se compadeció… Ya no continuaría desentrañando el
pasado. No podía añadir una frase más que terminara por
lastimarla.
—Sí, todos huyeron de nosotros como de la peste.
—Lo lamento. Lo siento tanto.
Las manos de Rose se posaron en el torso masculino y
escalaron hacia arriba, palpando hasta posarse sobre el
corazón. Necesitaba sentirlo latir, para apartar de su mente la
imagen fiera, iracunda, de ese hombre.

—Rose —dijo en una exhalación—. No quiero que me


veas así.
—¿Así cómo?

—Lo peor de mí. Quizás es mejor que regreses a tu


castillo de cristal. Allí nadie puede tocarte.
—¿Te olvidas que mi padre me ha prometido a Thane?

—Sobre mi cadáver —masculló.


—¿Aún crees que en mi castillo de cristal estaré
protegida? Si he venido… es porque quiero elegirte y
necesitaba escuchar cómo se habían ensañado contigo, cómo
nos habían separado. ¿Y sabes qué? Si se atrevieron a sacarte
de nuestras vidas como a un perro yo no volveré con ellos. No
voy a dejarte… otra vez.
—Hermosa… Si te quedas, voy a protegerte con mi vida.
No permitiré que nadie te lastime.
—Hay algo más que necesito negociar contigo antes de
tomar una decisión. Hay comportamientos que no estoy
dispuesta a tolerar —dijo con seriedad—. Esa habitación de
juegos… Si voy a ser tu esposa… Eso tiene que acabar.
—Rose… Yo… —Bajó la cabeza sintiéndose culpable—.
La abrí hace años, la primera vez que nos vimos en la calle
después de que me sacaron de tu vida. Tú te quedaste
petrificada. No me contestaste el saludo y desde ahí no lo
hiciste nunca más. Parecías otra persona. Y yo supe que te
había perdido.
—Mi padre… Me había coaccionado. Era demasiado
joven, no sabía cómo revelarme. Y cuando aprendí… O más
bien cuando perdí el temor a sus represalias, tú fuiste quien me
negó la palabra, incluso cuando mis padres no estaban
presentes y solo iba con mi carabina.
—Pensé que no me querías ver —se sinceró—. Siempre
me observabas con esa mirada huidiza.
—Y tú me mirabas lleno de odio.
—Lo reconozco —admitió Oso y negó—. Creí que
estabas con ellos, de acuerdo con tus padres y en contra de mí.
—Eso nunca. Jamás podría. ¿O por qué crees que me
devané los sesos cada temporada buscando las excusas más
creíbles para deshacerme de cuanto pretendiente se acercaba a
mí? No podía negarme abiertamente o decirles a mis padres
que lo hacía por ti, porque aún te quería. Se habrían aferrado a
la idea de casarme con el mejor postor.
—Fui un idiota. Me poseía el dolor, el odio, el
resentimiento contra los que me dieron la espalda. Me
llegaban rumores de tu espectacular debut, de cómo brillabas
en los salones, de tu carné siempre lleno. Rose jamás estaba en
un rincón. La candidata con tantos pretendientes postrados a
sus pies.
—Jamás vuelvas a llamarte idiota, porque entonces yo lo
sería también. Es verdad que hice todo eso, de cierta forma,
me alejé… por temor, indecisión, despecho.
—Perdóname, por favor. —La aferró por la tela del
vestido.
—Perdóname tú a mí.
—Si te quedas, cualquier comportamiento que consideres
inapropiado va a terminar ipso facto. Es más, llevan tiempo sin
suceder. Desde el funeral de Raymond Allard para ser exactos.
Desde que te vi ahí y tuvimos cierto acercamiento, ya no pude
sacarme de la cabeza que debíamos volver a estar juntos, que
nuestra separación ya había durado más de lo soportable.
—Pero tú solo me amedrentabas con tu mirada dura.
—Estaba sufriendo.
—¿Sufriendo? —«¿Entonces este hombre sí sufre?»,
pensó ella—. Lo disimulabas muy bien.
—Pensaba que ustedes eran mis verdugos.
—¿Cómo pudiste meterme en el mismo saco?

—Lo siento. Solo sé que jamás tuve intensiones de


casarme con nadie que no fueras tú. Si no me caso contigo mi
descendencia morirá conmigo. No me importará que el título
quede desierto ni ser el último marqués de Bloodworth. Mi
amor es tuyo, Rose. —La abrazó y relajó sus facciones.
Rose sollozaba. Emery rozó con sus labios las mejillas de
la muchacha y bebió sus lágrimas saladas. Tras salpicarle de
besos el rostro, chupó la tentadora boca femenina. Un gruñido
se le escapó al hombre como resultado de tanto placer y pasión
unidos en aquel contacto. Ella no fue tímida, también lo asió
con fuerzas y se besaron con tanta locura que terminaron
desparramados en el sofá.

—Hoy mismo prepararé todo para que nos vayamos de


Londres —le aseguró feliz—. Escríbeles una carta a tus padres
para que sepan con quien te has ido. Dile que solo volverás a
Londres como mi esposa y que si no quieren armar un
escándalo que se queden en el más absoluto silencio. Pero
recálcales que cuando regreses no tendrás contacto con ellos.
Ahora serás una Bloodworth.

—No huiré contigo si no estamos casados —le aseveró


mirándolo a los ojos, aún acostados sobre el sofá.
—Ahora es buen momento. No se lo esperan. La sorpresa
nos dará ventaja.
—Oso, tengo un código de honor. No me entregaré a ti
sin que estemos unidos en matrimonio. Mira todo lo que pasó
contigo cuando tu madre… Busca a un clérigo, hazlo tu
cómplice, pide una licencia, tengamos una boda en el más
absoluto secreto y huyamos para consumar nuestro lazo.
Entonces, enfrentaré a mis progenitores como tu esposa y
tendrán que ceder para no sucumbir ante el escándalo. No hay
nada a lo que mi madre tema más que al ostracismo social y
mi padre, es muy apegado a los mandamientos de la iglesia, no
se atreverá a desunir lo que Dios ha sellado.
—Eres peligrosa. Esa mente tuya urde los planes con una
rapidez que me ha dejado pasmado —murmuró asiéndola por
la cintura y depositándole un beso tierno sobre los labios.
—No quiero que el pecado nos lleve por el mal camino
—dijo y Oso hizo una mueca de decepción, para él no era tan
grave el «pecado» que tenía en mente junto a ella—. Bastante
difícil será desafiar a mis padres y casarnos sin su
consentimiento. Deseo actuar lo más honorable que sea
posible. Solo así estaré segura de que estoy haciendo lo
correcto.
—Y yo te demostraré cuánto te amo y te respeto. —Puso
de su parte, anhelaba hacerla feliz—. No estoy dispuesto a
romper tu código de honor. Estaremos juntos cuando tú lo
decidas.
—Volveré —dijo moqueando y secándose las lágrimas
con las palmas.
—No quisiera que te vayas. Temo que te arrepientas
cuando salgas de aquí.
—Eso jamás, Emery. No sabes el valor que tuve que
reunir para dar este paso. No hay vuelta a atrás.

—Dos semanas. En dos semanas máximo nos estaremos


casando.
Rose se puso los guantes, se acomodó la capa y lo besó
una última vez en los labios antes de escabullirse de sus brazos
e ir en la búsqueda de Onyx. Sus padres le habían cambiado el
rumbo a su camino y ella no se iba a quedar cruzada de brazos.
Tampoco iba a huir con Oso y dejarles escrito en un papel su
resolución. Iba a aguardar el tiempo estipulado y la
consecución de sus planes. Después iba a desafiarlos. Los
miraría a los ojos y pediría razones de todo lo que habían
hecho. Necesitaba que ambos supieran que no habían actuado
bien y que ella no iba a estar nunca más bajo su yugo.
Capítulo 13

Oso sintió un vacío enorme cuando ella se fue. Se arrepentía


de haberla dejado marchar. Había estado muy cálida entre sus
brazos, pero Rose no cambiaba de opinión con facilidad.
Cuando algo se le metía entre ceja y ceja, era bastante
obstinada. Quedó en regresar dos días después para que se
pusieran de acuerdo.

Él tenía el tiempo justo para hacer los arreglos, se


casarían en dos semanas. No tenía necesidad de viajar a Gretna
Green, ambos eran mayores de edad y conseguirían una
licencia común, pagando lo establecido. Evander era muy
unido al rector de St Stephen Walbrook, por eso, antes de
acudir a realizar sus actividades cotidianas, Oso le pidió a su
amigo el favor especial de que hablara con el religioso, para
que los trámites sucedieran en la más absoluta discreción.
Acudieron juntos ante este para que Oso pidiera la licencia.

Tras dar ese paso que cambiaría la vida que había tenido
hasta la fecha, fue a sus oficinas a ocuparse de sus
responsabilidades. Trató de concentrarse en las actividades del
día: los contratos, las reuniones y la cita con el arquitecto que
diseñaría el invernadero, pero la mente lo traicionaba a cada
segundo. Aquel acercamiento con Rose le trajo reminiscencias
del pasado y, con ellas, todas las interrogantes que habían
quedado sin resolver.
Mientras trabajaba con el arquitecto en la maqueta del
invernadero, y trataba de concentrarse en las tuberías con
aspersores que llevarían el agua para mantener las plantas
hidratadas, seguía pensando. Revelarle a Rose aquellos
detalles tan específicos de su pasado fue necesario. Ella debía
saberlo todo si iba a unir su vida con él para siempre. Había
información que guardó por no tener el valor para confesárselo
de frente. Era un secreto que no sabía si algún día podría decir
en voz alta. Él ya estaba destrozado, no quería borrarle la
sonrisa de golpe y con efecto a largo plazo.
Remover el pasado tenía sus consecuencias, volvía a
pensar en todo lo ocurrido y eso significaba que el dolor, la
culpa, el resentimiento y la frustración por no haber podido
hacer nada, volvían a atormentarlo. Con dieciocho años había
decidido dejar todo atrás, dejarse llevar por la pasión del
momento, adormecer el pensamiento, lo que fuera con tal de
no enfrentar las implicaciones de lo acontecido.

Esperar esas dos semanas iba a ser angustiante, dejó a su


mano derecha a cargo de los negocios, regresó a Bloodworth
House y dio indicaciones para un viaje intempestivo. Un
cochero y un lacayo lo escoltaron a él y a Anderson hacia la
estación ferroviaria. Viajaría con apenas lo necesario, solo iba
a estar en sus tierras dos o tres días. Lo suficiente para obtener
las respuestas que necesitaba. Si iba a enderezar su vida, si iba
a retomar el camino del que lo habían sacado a la fuerza debía
llegar hasta el fondo.

Había tierra que era mejor no escarbar o ya no podría


detenerse. ¿Qué le diría a Rose si ella descubría la realidad
antes de que él se la desvelara? La verdad siempre terminaba
saliendo a la luz.
Ráfagas de recuerdos nublaron su pensamiento. La tapa
sobre el frasco había sido retirada y el pasado volvía a
reclamar su lugar en el presente.

Se cerró la capa. Con paso firme y el entrecejo fruncido


se dejó arrastrar.
Lo esperaba un largo recorrido en tren y después en
carruaje. Por fortuna, los negocios familiares seguían
acrecentando el patrimonio, su padre y él habían tenido cabeza
para los negocios. El difunto no fue como esos nobles de miras
cortas, que veían mal la prosperidad económica, ganada a
través de la astucia para los negocios.

Sus tierras en Northumberland eran casi agrestes, tenía


ovejas, vacas y cerdos. Sus arrendatarios se dedicaban a la cría
y venta de animales. Un giro que Oso había mantenido en
nombre de la antigua grandeza del marquesado, pero que no
era el groso de sus ingresos. En el pasado, en muchas
ocasiones, la guerra había azotado su territorio que limitaba
con Escocia y había sido un frente para la defensa de
Inglaterra. No obstante, él había aprendido a amar a los
escoceses gracias a la herencia de su madre que provenía de
una familia aristócrata de Glasgow. Aunque su padre había
tenido elevada estatura, de la familia de Rosaline había
heredado la altura y la complexión.
Oso respetaba la sangre escocesa que corría por sus
venas, también la inglesa, era una fusión bendecida en cuanto
a su salud de hierro. En cambio, su suerte estaba maldita.
Capítulo 14

Rose estaba pensativa… preocupada. El ingenio para burlar a


la señorita Chapman le había sobrado. El arte del
convencimiento para que se callara y no les comunicara a sus
padres acerca de su breve escapada falló por completo. La
pobre mujer pensó que raptaron a la muchacha o que la
atracaron para robarle. Imaginó lo peor y mandó al lacayo a
informarle de inmediato al padre de las señoritas.
Se mordió el labio imaginando cómo iba a salir de tal
embrollo. Trató de convencer a su carabina de argumentar que
se equivocó en su juicio. Le aseguró que tejería una elaborada
mentira para no dar explicaciones a sus padres. Chapman en
otras ocasiones había cedido, esa vez no. Quizás se olía que el
asunto que motivó a la joven para cometer tal fechoría era de
peso y de naturaleza escandalosa. Rose le rogó, y no solía
hacerlo. Pero el sentido de la rectitud de la señorita Chapman
fue inquebrantable.
Estaba en el amplio balcón del salón familiar, con la vista
clavada en la escalinata de la entrada, esperando por el arribo
de los barones. En sus manos, el Times que esa mañana había
estado ojeando su padre y que había dejado olvidado en una de
las mesitas del interior. Lo tenía abierto justamente en la
página donde hacían referencia a la proximidad del evento de
la temporada para todos los amantes del verdor de la
naturaleza, el concurso de las rosas. Hacía rato que el jardinero
debía estarla esperando para continuar con el meticuloso
trabajo que hacía cuidando y supervisando el crecimiento de
los rosales en el invernadero, pero ella no podía moverse hasta
resolver el lío en que se había metido.
Aunado a lo anterior el corsé la estaba matando, sentía
que no podía respirar.

El carruaje con el emblema familiar en la portezuela hizo


su arribo, enfrentaría primero a Aurora. Arqueó una ceja,
debía hablar con ella y ponerla de su lado antes de que viniera
su padre. Su madre tenía fascinación por ganarle cualquier
discusión a Leonard. Respiró hondo, se alisó el vestido por el
que había cambiado su ropa de montar y puso su mejor
semblante de desconsuelo.
¿Y si le decía a su madre que el marqués de Bloodworth
le había propuesto matrimonio? Nada haría más dichosa a
Aurora que saber a Rose casada. Emery no era un duque, pero
por Dios era un marqués, eso estaba muy por encima de ellos
en la escala social. A esas alturas, lo que le importaba era que
accediera al matrimonio con alguien de ascendencia noble,
tampoco se iban a poner tan exigentes con una hija solterona.

Respiró hondo y por su mente desfilaron todas las


negativas de los barones con respecto a Oso. Desde la fractura
de la relación con los Bloodworth, les habían exigido a sus
hijos tantas cosas: alejarse de Emery, dejar que se enfriara la
amistad, negarle el saludo, romper todo vínculo o nexo
presente o futuro… Decididamente, su madre estaba al borde
de la desesperación porque su hija no aceptaba a ningún
pretendiente, pero no la apoyaría si aceptaba al único
prohibido.
Y, antes de que Rose corriera a la puerta para bajar las
escaleras y acudir a su encuentro, un caballo árabe se
aproximó con un excelente jinete sobre la silla. Tragó en seco.
¡Por Dios! Ahí estaba su padre. Como si ambos se hubieran
puesto de acuerdo para llegar casi al mismo tiempo. Se le
erizaron los vellos de la nuca. Respiró hondo y sacó valor de
su reserva personal, el miedo ya no la frenaba. No iba a
esperar a que la mandaran a llamar, los enfrentaría de
inmediato. Lo negaría todo, mentiría, inventaría un evento que
no había acontecido. Lo que fuera, excepto confesar la verdad.

Tragó en seco y avanzó hacia el exterior de la casa. Bajó


las escaleras y al llegar abajo se sostuvo de la balaustrada de
mármol para mantenerse firme.

—¡Al fin llegan! No saben lo que me ocurrió. —En su


mente se sucedieron las palabras que tenía en la punta de la
lengua: «Onyx se asustó y corrió como poseído alejándome de
la señorita Chapman y Daisy, terminé en un paraje apartado.
No sabía cómo encontrar el camino de vuelta». Lo meditó, ¿y
si añadía que el caballo la había tirado y un golpe en el pie le
había impedido avanzar para encontrarlo? Onyx perdido en los
bosques de Hyde Park, ella como una damisela en peligro de
esas novelas que Belle le había prestado, esas que tanto le
gustaban. Negó, Peasly era astuto, debía decidir rápido.
«¡Piensa, Rose, piensa!», se ordenó. Avanzó hacia sus padres,
Aurora también estaba apeándose del carruaje.
—A tu habitación ahora —exigió Leonard tras bajar del
caballo y entregarlo al mozo de cuadra. Su tono no era amable,
pero no había perdido los estribos.
Rose obedeció, se dirigió lívida hacia las escaleras y se
enfiló hacia arriba. Al llegar al salón principal se dio cuenta de
que ni siquiera recordaba cómo había subido los escalones. No
importaba que Leonard no hubiera gritado. Lo conocía bien,
esa expresión significaba que estaba en problemas. Por
supuesto que no tenía cómo saber lo ocurrido, había sido muy
cuidadosa. Pero su padre escarbaría y la interrogaría. Era
experto en el arte de dejar a su presa tan indefensa como una
liebre asustada, hasta que esta, llena de pánico, confesaba.

Le funcionó cuando Daisy tomó los pendientes de


diamantes de su madre sin permiso y se los puso para retozar
en el jardín. Los había perdido y consciente de su falta, Daisy
decidió negar su participación en el «hurto».

También le trajo buenos resultados cuando Jacob sedujo a


la hija del jefe de cuadra, para esconderse en el cobertizo a
intercambiar besos. No había pasado a más, estaba segura de
que su hermano era casto aún.

Su padre les había dicho a Jake y Daisy que si no


confesaban y se arrepentían delante de él sus almas pecadoras
se iban a ir al infierno. Ambos cayeron en la trampa y hablaron
hasta por los codos de cómo perpetraron sus «delitos».
Era su turno, de nuevo. Con ella también le había
funcionado a Leonard. Años atrás, cuando sus padres
descubrieron que Emery y Rose estaban enamorados. Peasly la
había sometido a un juicio en la corte familiar, y por Dios que
Rose había resultado culpable y había tenido que cumplir una
larga condena. Pasaron años hasta volver a estar en la gracia
de su progenitor y recuperar su estatus de hija querida, junto a
sus hermanos.
Tras entrar en su habitación cerró la puerta tras de sí,
Daisy que también escuchó el arribo de sus padres corrió a
brindarle soporte. Se tomaron de las manos.
—¿Jacob? —preguntó Rose. Sus hermanos eran su
fortaleza, también lo necesitaba a él. Los tres solían defenderse
siempre, como lobos de la misma manada.
—No ha llegado —le contestó la muchacha.

—No puede ser —se lamentó. Jake era el favorito de su


madre, siempre la influenciaba. Y Aurora era la única que
podía calmar a Leonard.

—No sabe nada.

Los goznes chirriaron y la puerta se abrió sin anuncios de


ninguna clase, no había sirvientes cerca. El matrimonio Peasly
entró en tromba. Leonard mantuvo la puerta sujeta y esgrimió:

—¡Daisy, fuera, a tus habitaciones! Debería dejarte


presenciar el escarmiento que pretendo darle a tu hermana para
que jamás se te ocurra seguirle los pasos, pero me temo que la
conversación lastimaría tus delicados oídos.
—Pero, padre —reclamó la jovencita.

—¡No me hagas repetirlo, a la segunda vendrá la


consecuencia! —amenazó con el ceño fruncido.

Rose le soltó la mano a su hermana y la animó para que


se retirara. Se puso de pie y con el gesto adusto enfrentó a sus
padres.

Tras irse la menor, el padre cerró la puerta.


—Habla con tu hija, Aurora, porque si abro la boca sé
que me arrepentiré. No quiero mandarla al campo. Aunque
ganas no me faltan de echarla de la casa. ¡Maldición! Hazla
entrar en razón o tomaré medidas extremas.

—¿Qué va a hacer? ¿Encerrarme? —se atrevió Rose a


preguntar.
Aurora puso las manos en jarras, estaba a punto de hablar
como le había pedido su esposo, pero este no pudo contenerse
y se le adelantó:
—Es lo que haría un padre amoroso. Pero lleno de dolor
y preocupación me contendré. Prohibirte aceptar los engaños
de ese hombre solo hará que cometas una locura. —Se pasó la
mano por el acicalado bigote de modo reflexivo.

—¿De qué es-tás ha-blan-do? —titubeó Rose.

El entrecejo de Aurora se arrugó más aún, Leonard


continuaba meditabundo.

—Niña, cuando tú andabas a gatas yo corría desde hacía


veinticinco años. ¿Eso no te dice nada? ¿Por qué crees que me
demoré tanto en regresar? Si alguien más que mis fuentes se
percataron de tu atrevimiento al entrar en esa residencia del
pecado… No quiero ni pensar en la caída estrepitosa que
sufrirá tu reputación.

—Solo visité una casa. —Ya no tenía sentido negarlo, no


sabía cómo, pero Leonard se había enterado. Su padre era
capaz de pagarle al mismo diablo para descubrir en qué se
metían sus hijos, era muy estricto y siempre los atrapaba. ¿Por
qué confió que esta vez sería diferente?

—La casa de un hombre soltero… que vive solo —


acentuó encolerizado—… y que no es un ejemplo de decoro.
¡Insensata! ¿Por qué no me sorprende? —continuó Leonard—.
Si Thane conoce de este resbalón tuyo el compromiso pende
de un hilo.
Aurora negó llena de miedo, todavía en silencio. La
enorme inquietud de que su familia cayera en desgracia la
había dejado sin palabras.
—Él no me engaña —lo defendió Rose—. No ha hecho
otra cosa que hablarme con la verdad a diferencia de ustedes.

—Es lo que afirma para lograr sus propósitos —añadió el


barón—. Sé que tus sentimientos alguna vez estuvieron
comprometidos, pero Rose… ya no eres una chiquilla ingenua
para caer en sus tretas y dejarte envolver por un libertino como
él. A eso se dedica… a seducir mujeres. Es experto en nublar
el juicio de damas decentes. Pero esperaba que tú, hija mía,
tuvieses más criterio. Solo una tonta podría tragarse sus
cuentos.
—¡No! —le gritó tapándose los oídos, decidida a no
escucharlo—. ¿Por qué debo creerle a usted y no a él?
—Soy tu padre, en primer lugar y un padre siempre
quiere lo mejor para sus hijos. Soy un hombre de proceder
recto, no hay punto de quiebre en mi trayectoria, a diferencia
de ese malnacido —siseó con odio—. Y, por último, porque
sigo confiando en ti, en la crianza que te di… Las puertas de
esta casa no se cerrarán. Confío en que no correrás como una
yegua loca tras el semental, que no te llevarás entre las patas la
reputación de nuestro apellido… ¡tu apellido y el de tus
hermanos!, y que no echarás tierra sobre el futuro de Daisy y
Jacob. No derrocharé más palabras contigo.
Rose se llevó las manos a la cabeza, la lengua certera de
su padre le aguijoneaba la mente. Hacía que su seguridad
titubeara. Sus sueños, sus planes con Emery trataban de no
hundirse, el terreno por el que transitaban estaba atravesando
un camino pantanoso.

—Me has herido de nuevo. Te he educado para ser


virtuosa y es la segunda vez que ese hombre te hace tropezar
—la castigó Leonard con sus palabras, luego se volvió a lady
Peasly—: Por favor, esposa, habla con ella, hazla entrar en
razón. No quiero perderla o repudiarla, sino me deja otro
remedio.

Aurora lo miró largamente. Cuando Leonard abandonó el


dormitorio siguió mirando la puerta de roble durante un rato
más. La mano le temblaba. Jamás creyó tener que enfrentar
otra vez esta situación. ¿Por qué Rose seguía tan obstinada tras
ese hombre?
—¿Usted también me va a ofender y a maltratar? Hable,
pero sepa que nada de lo que diga me va a hacer cambiar de
opinión —le reclamó a su madre…
Aurora lucía desconcertada y dolida. Respiró fuerte y el
sonido de los fluidos en sus fosas nasales evidenciaron que
estaba conteniendo el llanto. La situación la había
sobrepasado.
—Ven, mi niña. ¿Qué sería de mí si te pierdo? No me
pueden faltar ninguno de mis hijos. Me duele mucho tu
traición, pero más me dolería perderte. —Le abrió los brazos.
—Madre, no los he traicionado —se defendió sin
moverse de su sitio.
—Haz puesto tu reputación en riesgo y por lo tanto la de
toda la familia. Si eso no se llama traición… ¿Cómo puedo
llamarlo? También es una estupidez…
—¡Madre! —se sorprendió por su vocabulario, Aurora
era tan correcta y delicada, con sus vestidos hermosos de
colores tiernos, modales exquisitos y voz suave y modulada.
—Una estupidez —repitió— y tú Rose eres muy
inteligente. ¿Cómo dejas que una pasión insana nuble tu
juicio? ¿Valió la pena poner en riesgo a tu familia? ¿¡Por él!?
¿Tienes idea de lo que he luchado por mantener esta familia a
salvo? ¿De lo que me he esforzado para que nada ni nadie
empañe la felicidad de mis tres hijos? ¿De lo que he…
aguantado?
—Es que no entiendo. ¿Cometimos un pecado cuando
nos enamoramos y nos encontramos a solas en nuestra primera
juventud? Pero ¿justifica que las familias se pelearan a muerte
y nos negaran reiteradamente casarnos cuando cumpliéramos
la edad apropiada? ¡No, la respuesta es no!
—¡No me grites! —exigió Aurora y sus lágrimas se
desbordaron finalmente.

Rose no pudo con el dolor de verla sufrir, se le acercó y


la rodeó con sus brazos. Aurora le sostuvo la cara entre sus
manos y se perdió en aquella imagen. Su criatura había crecido
y ya era una mujer que luchaba y ella no sabía cómo
conducirla por el camino que más le convenía.
—No gritaré, madre. Intentaré serenarme. Pero, por
favor, póngase de mi lado. No me deje sola enfrentarme a la
severidad de mi padre. Ayúdeme. Le estoy diciendo que lo
quiero. Es la verdad. Soy como un frasco repleto hasta el
borde de los recuerdos más bonitos que tengo de mi relación
con Emery…
—No hay tal relación. ¡Es un despropósito! No lo repitas
jamás.

Rose le tomó las manos y la condujo hasta la cama, se


sentaron una frente a la otra.
—No la hubo por mucho tiempo, pero él se me ha
declarado. Lo hizo en el baile —le reveló la verdad, haría lo
que fuera para arrastrarla a sus huestes, la necesitaba como el
coronel más fiero en su ejército, no en el de su padre—. Él
tampoco me ha podido olvidar.
—Bloodworth miente despiadadamente —insistió la
baronesa.

—Me quiere. Acéptelo, por Dios misericordioso. No se


ha casado, me ha asegurado que ha esperado por mí.
—¿Te ha esperado? Su reputación no es la de un hombre
que se mantuvo casto aguardando por su verdadero amor.
—Porque ustedes lo arrojaron de mi vida y me llenaron
la cabeza con sus ideas hasta que también le di la espalda. El
vínculo se rompió… Ya no me debía nada. No había
posibilidad de reconciliación. Éramos enemigos. Y cada uno
tuvo que seguir adelante por caminos separados.

—Era lo mejor para ti, y deberías regresar a ese camino


lejos de él.
—No, ya no. Ya no soy una jovencita influenciable. Sé lo
que quiero y es a Oso.
—Te estás equivocando.
—¿Segura? Analizo los hechos y me doy cuenta de mi
error. Ustedes se enfrascaron en mostrarme solo la peor
imagen de Emery, me llenaron la cabeza de razones para
detestarlo. Traté de ser buena hija y aplacar el maremoto que
fue durante esos años turbulentos nuestras vidas. ¿Cómo estar
juntos si nuestras familias se habían despedazado? De un lado
los marqueses, de otro ustedes. Discutían, se peleaban. Luego
ellos murieron. Y ustedes volcaron todo su odio en el nuevo
marqués. Él los enfrentó con furia y temí por Oso, por mi
padre. No aguantaba más. Si era tan terrible amarlo, debía
parar. Por eso corrí en dirección opuesta a la suya. ¡Me
propuse olvidarlo con creces! De no haber tenido la limitada
libertad de una mujer me habría dejado besar por otros con tal
de sacarlo de mi corazón, pero ustedes pusieron a la señorita
Chapman tras de mí como un sabueso. —Rio enojada. Estaba
siendo más sincera que nunca con su madre y Aurora estaba
impresionada por todo lo que su hija estaba confesando.

—No digas esas cosas como si fueras una desvergonzada.


—No se preocupe, no habría funcionado. —Se sentía tan
molesta. Trató de serenarse. Necesitaba que Aurora la
escuchara sin juzgarla o no la convencería de nada. Si la
llevaba hasta el borde del precipicio, donde solo conseguía
escuchar lo susurrado por sus prejuicios, no iba a esforzarse
para comprenderla.
—Fuimos buenos padres. Nadie en su sano juicio dejaría
que su hija pruebe besos por doquier para que decida quién
será su esposo ideal.

—Pues deberían. Las mujeres estamos condenadas en


este mundo de hombres.

Aurora palideció, estaba por pensar que su hija había


perdido la razón y culpó a Oso de ello.
—Él te ha nublado el juicio.

—Había ocasiones en que creía que ya no lo amaba.


Incluso, aunque jamás se los dije consideré aceptar otro
pretendiente. Pero cuando debía dar la respuesta me retractaba
con una seguridad definitiva. Seré fiel a mi resolución, no me
ataré a un esposo si no lo quiero. Si de por sí es difícil para dos
que se tienen cariño, para los que se detestan debe ser un
calvario.

—Ya escuché tus argumentos. Eres muy convincente,


pero mi motivo para no estar de acuerdo contigo es firme. Oso
solo quiere vengarse de Leonard, no te ama. Y yo como tu
madre no puedo permitir que te lastime.
—Es que no hay un motivo de peso, solo la terquedad de
ustedes dos.

—Lo hay. No nos alejamos de ellos por el


enamoramiento que tuviste con Emery. Ellos fueron el centro
de un escándalo que los hubiera dejado en el ostracismo social
si hoy estuvieran con vida.
—¿Usted también los juzga? —Negó—. Oso me puso al
corriente, ya sé que ella tuvo un amante y que ustedes los
repudiaron.

—Los Bloodworth no eran inocentes, la marquesa menos


y el marqués no cumplió con su papel. —Trató de persuadirla.
—Pero eran sus amigos, ¿no debían estar a su lado en los
peores momentos?
—Créeme que todo tiene una justificación.
—¡Dígamela! —exigió agotada de dialogar con ella—.
Porque lo único que veo es que los marqueses murieron y que
ustedes le dieron la espalda a su único hijo.
—No es un asunto para tus oídos. No entiendo por qué
Emery te ha contado un tema tan delicado, que una señorita no
debería tener que siquiera escuchar. Rose, no te quiero de
nuevo a solas con él. Porque no creo que te haya hablado de
los pecados de su familia en compañía de alguien más. No
vuelvas a salir sin mi supervisión, la de tu padre o tu hermano
o la señorita Chapman.
—¿Usted lo sospechó mientras ocurría? ¿Supo que la
marquesa andaba en malos pasos? Digo, era su amiga —
murmuró retorciendo sus manos, aún consternada con el
cúmulo de información que le llegaba. Necesitaba profundizar,
más en ese momento que su madre había accedido a ser
sincera también.
—No era mi amiga y confiaba menos en mí de lo que yo
imaginaba. Jamás fue sincera conmigo —se defendió y sus
lágrimas volvieron a desbordarse.
—Crecí viendo lo contrario. Eran unidas —recalcó—.
Prescindían de formalidades en el trato cuando estaban a solas.
Sé que usted le tenía afecto.
—No insistas, hija. ¿Por qué sacas a relucir ese tema
cuando ya debería estar enterrado?
—Por Emery.
—Lo mejor para él es que todos olviden el pasado, solo
así puede tener una segunda oportunidad. Y, por favor, deja de
tutearlo. Ya no somos cercanos.
—La infidelidad es un tema delicado que no se habla. Tal
vez por eso la marquesa no le contó a usted sobre su desliz…
—Rose continuó como un perro tras un hueso—. Sigo
creyendo que no somos quiénes para juzgarla. Debimos
apoyar. En cambio, cortamos lazos con los Bloodworth.
Ustedes no querían mancharse ni verse involucrados en el
escándalo.

—Por supuesto —rebatió indignada.


—Ustedes fueron crueles con Oso. Cuando sus padres
murieron, quedó solo. No les importó que no tuviera más
familia.
—Créeme que yo quería a Rosaline, la habría apoyado
incluso si tenía que mancharme las manos con tal de cubrirla;
sin embargo, no se lo merecía.
La muchacha abrió los ojos desmesuradamente, toda la
información que iba arrojando ese vergonzoso asunto la
almacenaba en su memoria para darle un uso. Armaría el
rompecabezas cuando tuviera todas las piezas.
—Oso no tiene culpa de lo que hizo su madre —continuó
defendiéndolo Rose con ahínco, delante de la baronesa se
permitía hablar con franqueza.
—Ese muchacho se ha ganado su reputación a pulso, no
es un dechado de virtudes y debes mantenerte alejada de él o
terminarás arruinada.
—Madre, me decepciona profundamente como se
portaron con Emery. Usted y también mi padre. —Las
lágrimas se escurrieron por las mejillas sonrosadas, más por el
disgusto y renegada volvió al ataque. Jamás iba a perdonar la
reacción de sus padres—. ¿Cómo pudieron abandonarlo?
Creció corriendo en nuestro jardín.
—¡Basta, Rose! ¡No puedes juzgarme! ¡Nadie puede
hacerlo! —gritó con lágrimas en los ojos—. No te lo permito.
—Usted no quería que sus salones quedaran vacíos, que
el escarnio social los alcanzara. —La miró llena de
resentimiento.
—¿Tan fría me crees para abandonar a una amiga solo
para seguir siendo el centro de la vida social de Londres?
—No —negó. Conocía muy bien a su madre. Tenía un
alma generosa—. Por eso creo que hay algo más —sentenció
temblando—. Hable.

—¿Acaso no es evidente? —Las palabras salieron


disparadas de la boca de Aurora como la hiel.
—No, no lo es para mí.

—Esto no lo conoce nadie, por favor, no lo repitas


jamás… Tus hermanos no deben saberlo. Si te lo digo es para
que me entiendas y dejes de torturarme con tus pesquisas, tus
reclamos. ¡Por Jesucristo, muchacha, sacas lo peor de mí! El
amante era tu padre… —soltó muy bajo y agitada.
—¡Madre! —exclamó Rose impactada, con un nudo en la
garganta y casi sin poder respirar. De pronto todo cobró
sentido, el desmedido odio de Oso por Leonard le vino a la
mente.
—Nosotros también pudimos estar en boca de todos… Y
mantenernos alejados de ese muchacho y su errática vida es
esencial para que ese secreto que he soportado como la más
pesada de las cargas jamás salga a la luz.

—¿Por qué Londres perdonó a mi padre? ¿Por ser


hombre?
—Porque hice lo posible e imposible para tapar su
desliz… Su identidad se mantuvo guardada y así debe
continuar o será nuestro fin. Ay, Rose, no sé por qué te cuento
todo esto ahora, quizás porque ya no sé qué hacer para alejarte
de él y mantenernos a todos libres del escándalo. Cuando ella
murió, Leonard estaba en el fondo del precipicio. No se
perdonaba haber tenido que matar a su amigo, y tenía el
corazón destrozado por la pérdida de su amante.

—¿Qué? ¿Matar? —El corazón de Rose se desató. Si ya


era duro de asimilar la información cuando la recibía a
cuentagotas, ahora que llegaba a raudales, no supo qué pensar.
Ese último dato era escalofriante. Entendió de pronto aquella
escena donde encontró a Oso queriendo ajusticiar a Leonard
con sus propias manos. Había creído que el móvil de su
venganza era la prohibición del padre a darle la mano. Todo se
iba aclarando. Recordó lo que él le dijo ese día, que el amante
de Rosaline fue quien condujo a Joseph a su final.
«Pobre Emery, he sido tan injusta con él», pensó Rose
consternada. Todo lo que deseaba era correr y abrazarlo,
suplicarle perdón por haber cortado los lazos que los unieron
en el pasado.
—Así es, pequeña, el marqués descubrió todo y retó a tu
padre a duelo —siguió Aurora—. Ahí sobrevino el desastre.
Corazón, nosotros jamás los descubrimos a Emery y a ti, fue
un malentendido que agregó más caos a la enorme tragedia.
Mi vida era perfecta hasta que me llegó el rumor. Un familiar
muy cercano y discreto, descubrió lo que sucedía entre tu
padre y Rosaline. Intenté mantener la compostura. Creía que tu
padre era un santo y que ella lo había seducido. Le exigí a
Leonard parar y romper los nexos con los Bloodworth. No los
quería más en nuestra casa. Por eso, aquella noche les
cerramos las puertas. Pero Emery desconocía el motivo, pidió
perdón por lo que él consideraba que era la razón de la ruptura
y ofreció casarse contigo.
—No puede ser. —Ellos solos se habían descubierto.
¡Qué inocentes habían sido!
—Jamás íbamos a aceptar que desposaras al hijo de la
amante de tu padre. Necesitábamos alejarnos de ellos, no
estrechar el vínculo. Era cuestión de un par de meses para que
el difunto marqués supiera que Rosaline lo había traicionado.
Leonard dio pasos erráticos y cuando ella murió, todo
empeoró. Tuve que defender mi hogar y sanear la inmundicia.
Él ni siquiera tenía cabeza para saber qué hacer con la criatura,
menos para lidiar con las consecuencias que trajo su
infidelidad.
—¿Criatura? —repitió Rose aún más angustiada, cada
palabra era una amenaza de que lo peor estaba aún por ser
escuchado. Aquel asunto no se dilucidaba, cada vez se
enredaba más.

—Ella estaba embarazada… Por eso Joseph supo la


verdad, llevaban tiempo sin compartir el lecho. Al parecer
Rosaline buscaba pretextos. Su esposo estaba iracundo, había
asegurado que no lo iba a reconocer. Dejó testamento… antes
de ir al campo de honor a enfrentar a tu padre. El documento
establecía que, si el marqués moría en el duelo, esa criatura
debía crecer como bastarda, no tendría su apellido.

—¿Tanto así era su odio? ¿No le importó que el


escándalo afectara a Emery?
—Estaba ciego de dolor, decepción, furia. Rosaline lo
sabía. Ni siquiera le quedaba el consuelo de hacer pasar a la
recién nacida por hija de su esposo. Debía deshacerse de ella y
no imagino lo duro que debe ser para una madre. Yo no tendría
corazón para separarme de ustedes. La culpa por la muerte de
su esposo, por la bebé que…, por dejar a Emery huérfano de
padre… ¡Dios mío! ¿Por qué me haces hablar de estas cosas?
Después de que nació la niña se quitó la vida.
El corazón de la baronesa no aguantaba más sufrimiento,
la herida del pasado seguía doliendo.

—¿Por eso mi padre y usted duermen en cuartos


separados? No como esposos que se visitan en las noches.
Jamás lo perdonó.
—Es complicado. Cuando ella murió él quedó como un
cascarón sin vida. La humillación fue devastadora y terminó
con cualquier voluntad que quedara en mí de rehacer lo
nuestro. Fue la segunda vez que estaba dispuesta a perdonar su
infidelidad, pero a él no le importaba que yo lo disculpara y lo
aceptara de vuelta.

—¿Segunda? ¿Y con quién la engañó primero?


—Ay, hija mía. Ya no quiero hablar más.
—Si ya empezó no se contenga, por favor, no me deje
así.
—Lo diré para que entiendas el tamaño tan grande del
odio de Emery por tu padre, para que comprendas que no
miento cuando te digo que solo quiere vengarse. La primera
vez que Leonard me traicionó faltaba mucho en el hogar y
tenía todos los signos de un esposo infiel. Lo enfrenté y
confesó. Me pidió perdón y cedí. Nunca supe quién era la
mujer, pero años después se repitió con más fuerza. Entonces,
entendí todo… Las rosas… Su obsesión por sembrarlas en el
jardín. Incluso te dio su nombre y yo… no entendí el nexo
hasta tiempo después. Fue tan manipulador que me hizo creer
que la idea de honrar mi amistad con Rosaline era mía. Pero
no, la amaba desde entonces y te dio un nombre similar.
¿Todas esas rosas que sembraba? Eran para ella: su gran y
único amor.

Rose dejó a un lado sus reclamos, el idilio de Leonard y


Rosaline era muy sórdido, lo que había tenido que aguantar su
madre —ya entendía sus palabras— era una abominación.
Totalmente injusto. La abrazó con todas sus fuerzas y la
baronesa, que ya había dejado su actitud señorial y elegante,
rompió a llorar entre quejidos en el pecho de su hija.
—¿Y qué dijo mi padre en su favor? —preguntó.
—Que nos amaba a las dos, que no podía vivir sin
ninguna, que yo era su adoración y ella el fuego, uno que lo
abrasaba.

—¿Y usted cedió otra vez? ¿Volvió a perdonarlo? —


Buscó la mirada esquiva de su madre.

—Por supuesto que no, ¿o por qué crees que este


matrimonio solo sobrevive en apariencias? La primera vez lo
perdoné porque no sabía que era ella. Somos padres, los
barones que ostentan durante esta vida el título, convivimos en
paz para no sacarnos los ojos, pero mi amor por ese hombre se
marchitó.
—Lo siento muchísimo. —La besó en la frente.
—Tú no debes sentirlo, no tienes la culpa de nada. ¿Qué
más quisiera que encontraras el verdadero amor? Uno que no
te pague como tu padre me pagó a mí. Pero Oso no puede
amarte, está ciego de rencor contra el hombre al que
responsabiliza de la muerte de Joseph y Rosaline. ¿Por qué
crees que no lo protegimos? Ese muchacho habría matado a tu
padre de haber podido. Gracias al cielo no ocurrió, por
ustedes, que aún necesitan a Leonard.
—Ya no estoy tan segura de necesitarlo. Jamás aprobaré
lo que te ha hecho.
—¿Ahora entiendes por qué Emery no puede amarte? Ha
esperado todo este tiempo para vengarse y tú serás a quién
deshonre para llevarlo a cabo. Quiere destruirlo y que pague
en vida, durante un largo tiempo.
—Se equivoca, madre. Porque como ya le he dicho él
quiere casarse conmigo.
—No confíes. Tal vez el supuesto matrimonio sea una
farsa para llevarte a la cama y robar tu virtud.

—Madre, creí que yo leía más que usted, pero ya veo que
me supera. Eso solo se ve en novelas.
—Él nos odia. Está esperando el momento de vernos caer
—insistió.
—Confío en Emery —dijo sosteniendo el collar que le
regaló—, no me convencerá de lo contrario.
Un escalofrío la recorrió. La garganta se le secó por
completo. «Oh, Dios mío no lo permitas», suplicó Rose para
sus adentros. Sintió el aguijonazo de la incertidumbre. Creía
en él, pero aquella pútrida historia que le revolvía las entrañas
la estaba calando lentamente, envenenándola. Quería
protegerse de la ponzoña. Pero, demonios, hasta entendía que
Emery quisiera darle un golpe bajo a su padre. Leonard había
deshonrado a la familia de Oso, después había matado a su
padre y su madre se había suicidado por la culpa.
Capítulo 15

Oso supo que de la infidelidad de su madre con Leonard nació


una niña que creció lejos. Mientras más se acercaba a
Northumberland, los recuerdos como reflejos poblaban su
mente: su madre embarazada, un bebé llorando. Puso los ojos
en blanco, había interrogado durante todos esos años a Price,
pero este controlaba férreamente lo que salía de su boca. Decía
que para no lastimarlo más, para protegerlo, pero era adulto y
se juró que aquello terminaba justo en ese momento.
Al principio tampoco quería tener contacto con el fruto
de la traición de su madre, dolía demasiado y necesitaba
olvidar. Había decidido dormir los sentidos y, sobre todo, la
memoria, con alcohol y demás placeres mundanos. Pero era
una salida que no cumplía a cabalidad su función. Los efectos
eran efímeros y luego volvía de nuevo la despiadada angustia.
Entendió que su hermana no había pedido nacer y que era
hora de conocerla. Se preguntó ¿qué edad tendría?
Mientras el carruaje se aproximaba a la propiedad, Oso
se impacientaba más. Su vida había sido caótica y decidió que
eso debía llegar a su fin. Se aferró a los mullidos asientos y
apretó el tapizado de piel. Era una de esas pocas veces en las
que Price no lo había acompañado. Emery no le había dado
tiempo a empacar su cantidad exagerada de maletas, y su
ausencia sería de mucho provecho.
Por supuesto que Price no estuvo de acuerdo,
normalmente él viajaba antes para acondicionar la propiedad
para el recibimiento del lord. Acostumbraba a hacerlo así y
dejar a cargo de la casa de Londres al primer lacayo, al que
estaba preparando para convertirse en el segundo mayordomo.
Lo que se había visto retrasado porque Price, quien ya tenía
demasiadas responsabilidades sobre sus añosos hombros, no
quería perder el control.
Rose le había devuelto la esperanza, la alegría de vivir, la
fe en la humanidad. Era momento de dejar atrás el pozo sin
fondo de rabia, resentimiento y odio en el que solía hundirse
una o dos veces al año, cuando su coraza se agujereaba por
culpa de los recuerdos que siempre volvían. Tratar de olvidarla
no había funcionado, ni aunque su presencia le trajera cada
detalle del pasado que deseaba borrar. Fue inútil querer
desterrar de su memoria todo lo que se relacionaba con el
apellido Peasly.

Evocó cuando ella, obedeciendo a sus padres, lo alejó sin


compasión. También su debut y siguientes temporadas en las
que exhibió sobrado encanto para atraer a caballeros
interesados en volverla su esposa.

Los dos habían seguido su camino. Él no había visto un


futuro al lado de la hija del asesino de su padre, ella no podía
estar junto a un hombre que odiaba a muerte a su familia. Y
cada uno lo había aceptado hasta que, en el último baile, el
barón Peasly hizo su última jugada para que Rose aceptara los
galanteos de Thane, y ella lo rechazó, metiéndose en
problemas. No le dio otra opción que intervenir. Una trampa
que el destino trazó para ambos. La noche y aquel cenador los
acercó. Dejaron de ser Peasly y Bloodworth y dieron el salto.
¿Se preguntó por qué demonios se demoraron tanto?
Sonrió como tonto al recordar los besos en el
invernadero: locos, apasionados, salvajes y entregados —y
Oso no sonreía—. Su cuerpo entero se tensó por la necesidad
de estrecharla entre sus brazos. Se llenó de anhelos… Iba a
arreglar su vida echa un caos, enderezaría su camino para que
cuando Rose entrara como su esposa, arrasando con su mundo,
sanándolo con su luz, no tuviera nada que reprochar.
Su hermana era parte de ese mundo patas arriba que
debía arreglar. Si perdonó a Rose, y ella a él, también debía
dejar de culpar a la criatura. Se recriminó por ser tan egoísta y
no buscar a esa pequeña hasta debajo de la tierra y darle un
futuro mejor. Era su sangre, el único vínculo de familia directa
que le quedaba. La culpa lo laceró y su sonrisa se extinguió,
no actuó bien. Había sido un muchacho de dieciocho años, con
el alma desgarrada tras ver a su padre morir desangrado y
sostenerle la mano a su madre en su último aliento. No tuvo
cabeza para preguntar qué fue del bebé, porque cuando
Rosaline falleció era evidente que ya había dado a luz. Con los
años supo que era una niña.

Fue lo único que le pudo sacar a Price. Pero sabía a quién


podía desplumar hasta que cantara toda la verdad. La eterna
enamorada de Price, con quien le aconsejó casarse, ella seguía
soltera, ya con sus años encima. La pareja, ni siquiera, podría
engendrar sus propios hijos, pues la mujer, de edad similar a la
del sirviente, había pasado ya sus años fértiles. Por eso, no
podía reclamarle al mayordomo, había dejado su vida de lado
para quedarse con Emery.
La señora Scott, quien le sirvió a su madre desde su
soltería, vino con ella de Escocia. Estaba seguro de que
conocía también algún dato del paradero de la niña.
Eventualmente, tras cinco años después de lo ocurrido, pidió
su cambio para la casa de campo como ama de llaves, dejando
su puesto similar en Londres. Oso supo que lo hizo para
alejarse del terco Price y lo alentó para desposarla, pero no lo
convenció. Por lo que cada vez que podía seguía insistiéndole.

Sin dudas, la señora Scott tenía motivos para llevarle la


contraria a Price, y Oso se aprovecharía de eso. Haría lo que
fuera para convencerla, él era el marqués y esa mujer no podía
seguir guardándole secretos a los muertos. Tenía que derribar
los últimos muros que quedaban cercando a Emery, los
últimos vestigios del pasado. Oso estaba cansado de intentar
enterrarlo, debía afrontarlo y hacer lo mejor para su futuro.
Rose era lo que él quería, recuperar a su hermana
también: sanear su vida y que la luz entrara por todos los
huecos de la coraza con la que se había alejado de las personas
que amaba y necesitaba, aunque nunca se deslindaran de su
vínculo con Leonard Peasly.

Lord Oso sacó la cabeza por la ventana del carruaje


cuando el olor a pino característico de sus tierras invadió sus
fosas nasales. Blackblood Priory se levantaba estoica en medio
del pinar y con un campo de césped recién cortado a sus pies.
Una construcción del siglo XII que había sido remodelada por
su abuelo a finales del XVIII. Oscura, llena de historias sobre
fantasmas que pululaban entre los pobladores locales. Erigida
como un priorato y fungiendo como tal hasta que fue
abandonada por los monjes y absorbida por la monarquía. Más
tarde, y antes de que terminara convertida en ruinas, Isabel I se
la entregó a los Osborne como recompensa por su lealtad,
junto con las tierras y el título Bloodworth de marqués. En
honor a la palabra tan firme de los Osborne, tan perdurable y
sólida como un pacto de sangre.

Cuando la señora Scott lo vio aparecerse sin previo aviso


imaginó que no traía buenas noticias. Usualmente eran
avisados por un telegrama y la mansión y la servidumbre se
preparaban para recibir al lord.
Ni siquiera hubo tiempo para que los criados se formaran
a los pies de la escalinata para recibirlo.

—¿Milord? Sea usted bienvenido. ¿No lo acompaña el


señor Price o el segundo mayordomo?

—Solo Anderson. El segundo mayordomo lleva un siglo


siendo primer lacayo, para Price aún no está capacitado para el
puesto y continúa preparándolo.

—Pobre muchacho. Con lo eficaz que es. Creo que le


sobra buen corazón y paciencia para soportar al señor Price. —
Aprovechó para echarle un poco de tierra. El enfado que sentía
por la obsesión del hombre que amaba hacia el cumplimiento
de su función, hacía que todavía le guardara rencor. Más
porque no la había elegido por encima de sus
responsabilidades.
Oso, sin detenerse, cuan largo era, atravesó el vestíbulo.
De ahí, recorrió varios salones decorados con cuadros de
diferentes etapas de la propiedad, según los dueños que tuvo
en el camino. Estas estancias conectaban una con otra a través
de puertas de roble a dos hojas. Se detuvo al llegar al comedor.
Se dejó caer en su puesto en la mesa.

—Creo que para nuestra corta estancia, usted podrá estar


a la altura para atendernos, señora Scott. No seré muy
exigente. Ahora muero de hambre.

—Hasta aquí escucho gruñir su estómago, milord. Lo


resolveremos de inmediato. No tenemos todavía listo el
almuerzo para ponerle una mesa según su rango, pero le
traeremos carnes frías, quesos, fruta, pan y vino hasta que
quede listo su plato favorito. El queso que nos han traído los
arrendatarios es de una calidad superior a la del año pasado. Y
tenemos un pato confitado que le hará agua la boca.
La señora Scott hizo llamar a un lacayo y lo envió con el
pedido a la cocina.

—Dispón todo lo que tenga en la despensa, estoy


dispuesto a saquearla. Usted me alimenta mejor que Price,
debo reconocerlo. Se quedó con la mejor cocinera.

—Por supuesto, es escocesa. Su baud bree —dijo para


referirse al caldo de liebre— estará listo para la hora de la
comida. —Le sonrió y luego le hizo un guiño. Ella también le
tenía mucho cariño. Lo vio nacer y lo sostuvo muchas veces
en sus brazos. También daría su vida por él, solo que no
compartía opinión con Price, podían juntos ocuparse del
muchacho que había quedado a su cuidado—. Espero que me
haya extrañado aunque sea un poco, será maravilloso tenerlo
solo para mí sin tener que compartirlo con ese viejo roñoso.
Yo vine con su madre de Escocia, por derecho de antigüedad
mi lealtad es superior a la de Price, y él se quiere adjudicar
todo el mérito.
Price alegaba lo mismo, pues había sido ayuda de cámara
del padre de Oso en su juventud. Como fuera, a Oso le gustaba
tener a esas dos personas cercanas a él. La señora Scott tenía
autorización de hacer y deshacer a su antojo en la propiedad.

—Cuénteme, señora Scott, ¿cómo ha estado todo en mi


ausencia? Y aproveche para enviar a un sirviente por el
administrador. Revisaré los libros contables.

—Con mucho gusto, ahora mismo le relataré todo. —La


mujer empezó a hablar orgullosa del protagonismo que estaba
teniendo, y aunque su argumento versó sobre el cuidado de la
propiedad y el desempeño de las doncellas y las mucamas, le
prestó atención muy serio con un dedo en la barbilla. Sabía
que el administrador abordaría temas sobre arrendatarios y el
funcionamiento de la heredad.
Justo cuando terminó la buena mujer de hablar, llegó el
servicio con los alimentos solicitados. Anderson ya estaba en
la cocina también llenándose el estómago. Oso se reacomodó
en la amplia silla del comedor saboreándose ante el suculento
manjar.

—Ahora le dejo comer —le hizo una seña al lacayo para


que le sirviera el vino al marqués, pero este se adelantó y
colocó la mano sobre la botella.

—Puedes retirarte, Bird, en esta ocasión yo mismo me


serviré. —El lacayo y el ama de llaves obedecieron y ambos se
propusieron a marcharse tras hacer una reverencia—. Usted
no, señora Scott. Tome asiento, por favor.

—¿A su mesa, milord?


—No ponga esa cara, no será la primera vez. Siéntese.
No me gusta comer solo y ya me aburrí de escuchar a
Anderson durante todo el camino. Prefiero conversar con
usted. ¿Una copa de vino?
La señora lo miró sorprendida, lo conocía, sabía que algo
tramaba.

—Como buen inglés no entra por la puerta principal,


prefiere merodear —lo sermoneó.
—No sea dura, mi madre era escocesa.

—Si se trata de Price no tengo nada que ver. ¿Qué intriga


ha tramado en mi contra?
—Quiero saber sobre la criatura que dio a luz mi madre.
—Fue directo al grano.
—Milord… —Casi se pone de pie por lo abrupto de la
pregunta. No imaginó que después de tantos años decidiera
sacar a relucir ese asunto.
—He callado, pero no olvido. Sé que usted la recibió en
sus brazos justo como hizo conmigo. ¿Ha crecido como una
bastarda? Sé que mi padre no la iba a reconocer y que dejó un
testamento repudiándola. De lo contrario, mi madre la hubiera
nombrado Osborne, mi padre ya no estaba para refutarlo. E
imagino que el amante no podía reconocerla, no era legítima.
Independientemente del dolor que me trae esa traición, esa
criatura es lo único que me queda y la buscaré por mar y tierra,
para ayudarla y darle mejor vida. Así que tiene dos opciones,
seguir cerrando la boca con todo lo que sé que conoce o
hacerme el camino menos espinoso. —Le clavó una mirada
afilada que no aceptaba negativas.
—Milord.
—Déjese de tratamientos.

La mujer suspiró fuerte, pero Emery no dejó de


sostenerle la mirada. La señora Scott era una mujer brava, su
sangre escocesa bullía por dentro.

—Muchacho, no me mire así. No olvide que le cambié


los pañales. No me va a asustar.
—¡Ahí está la verdadera señora Scott! —gruñó—. No
olvido que usted solapó los encuentros de mi madre con ese…
malnacido.
—¿Y qué podía hacer yo? Mi niña era infeliz y se moría
de amor. ¿Me iba a quedar cruzada de brazos? Su padre era un
santo, pero fue un arreglo matrimonial. Ella no se enamoró
hasta que conoció a… No puedo explicarle las razones del
corazón. No lo entendería.

—¿Cómo está tan segura?


—Porque entonces usted sería más condescendiente y
perdonaría la memoria de su madre.
—Hable —presionó—. Deme todos los datos. Edad,
señales físicas que me permitan reconocerla. ¿A quién se la
entregaron? Hable ahora, basta ya de juegos. Es mi sangre y
debo conocerla. Es lo que mi madre hubiera querido.
—No recuerdo bien. Esa criatura era hermosa. —La
mujer, hizo un alto para traer a su memoria esos recuerdos de
antaño. Rememorar se le hizo difícil, fueron tiempos
tormentosos. Y ella le tenía cariño a cada miembro de la
familia. Ser cómplice de Rosaline fue un dilema moral para
ella que simpatizaba con Joseph, pero Rosaline era su niña y
tampoco la podía ver sufrir. La única vez que se había
enamorado. ¿Por qué debía renunciar a amar? Una lágrima
resbaló por su mejilla contrastando con la dureza de sus
facciones. Tomó la impoluta servilleta que estaba en el sitio
del comensal que ocupaba y la profanó con sus lágrimas. No
quería faltar a su juramento, le había prometido a la marquesa
no revelar la verdad, pero Oso no la iba a dejar salirse con la
suya. Trató de ser imprecisa, pero dar algunos datos que
lograran calmarlo—. Piel muy blanca, cabello claro, a su
madre se le desgarró el alma cuando tuvo que renunciar a su
bebé. Lord Peasly se hizo cargo de su destino. A mí no me
dejó siquiera verla, me sacó de la habitación. —Le dejó la
responsabilidad al amante, él debía enfrentar las pesquisas de
Emery, no ella—. Mi pobre Rosaline estaba muerta en vida.
Aunque amaba al barón, le tenía cariño a su esposo. No estaba
enamorada de él, pero sentía agradecimiento, afecto…
Tampoco se sentía orgullosa de su infidelidad, pagó con creces
y remordimientos su enorme falta. Por eso se quitó la vida…
—No, lo hizo por su amante. Era casado y no podía
responderle.
—No, muchacho —lo encaró—. Lo hizo de pena, culpa,
sobre todo culpa por el daño que les hizo a usted y a su padre,
y también a la criatura. Por eso se quitó la vida.
—Deme más información.
—No recuerdo la fecha exacta, ni el día o mes en que
nació; pero tendrá entre diecinueve o veinte años.
—¿Qué? ¡No! —Un manotazo funesto de frustración
hizo que las copas vibraran y el sonido del cristal fuera
sibilante—. A lo sumo tendrá diez años. Nació cuando yo
tenía dieciocho.

—Está confundido —dijo llevándose ambas manos a la


cara, convencida de que no debía haber abierto la boca. Creía
que el pasado estaba mejor en el olvido—. No recuerda muy
bien los sucesos. Esa niña, la que ahora tendría diez años, está
muerta. Está enterrada con una lápida sin nombre junto a su
madre. Eso sí, jamás le faltan flores. No pudimos nombrarla
para que continuara en el anonimato. Era mejor mantener lejos
a los curiosos.
—¿En el cementerio familiar?

Scott asintió. El cementerio de la propiedad había sido


construido aledaño a un terreno que fungió como el
camposanto de los monjes que vivieron ahí siglos atrás. De ahí
los rumores sobre fantasmas de la gente común que servía o
visitaba la propiedad. Aunque Emery jamás había creído en
esas supersticiones.

La mujer se sintió culpable y ya no calló lo poco que


sabía.
—Su madre se embarazó dos veces de Peasly, la primera
fue cuando su padre viajó a la India, usted era un niño. No
había cómo adjudicarle la criatura al marqués. Así que
simulamos que nos fuimos a Bath, un retiro. Nadie la vio
encinta. Peasly llegó el mismo día del nacimiento. Discutimos,
no me dejó estar al final del parto. Él trajo a un médico y
ambos se ocuparon de todo. Ella estuvo de acuerdo. No pude
tener en brazos a la criatura, la vi de lejos mientras se la
llevaban. Solo me dijo que era una niña y que iba a estar bien.
Años después, en Londres la marquesa volvió a embarazarse.
Ahí fue cuando el difunto lord Bloodworth descubrió el
engaño. La relación se había enfriado y hacía meses que el
finado marqués no visitaba la alcoba de Rosaline.
Emery se puso de pie y tuvo que contenerse para no pasar
su brazo sobre el servicio que vestía la mesa y echar todo por
tierra. El apetito se le extinguió, ni siquiera pudo beber vino.
Se sentía estragado, con la garganta cerrada y la bilis a punto
de escapársele por la boca.

—Entonces debo interrogar a esa sanguijuela.


—Perderás el tiempo. No te dirá nada. La reputación de
su familia depende de que ese secreto quede bien escondido.
—¿Mi madre nunca habló de su paradero?
—Me dijo que ya no estaba en el país y me pidió que no
sacara más a relucir el tema. Le dolía demasiado.
—¿Entonces no sabe qué fue de esa niña?
—No. Pero ahora debe ser una señorita.

—¡Demonios! —gritó ofuscado.


—¿Una botella de whisky?

—Por favor.
—Hay alguien que era muy amigo de Peasly y vino con
él en esa ocasión. Eran inseparables. Ese sí era su amigo, no el
pobre de Joseph, ese era el cornudo. —Oso casi fulmina a la
señora Scott con la mirada. No le gustaba que usaran ese
término delante de él, pero la escocesa no tenía pelos en la
lengua—. Esos dos se tapaban todos los secretos. El antiguo
lord Sadice. No el hijo, el padre.
—Pero ese hombre está muerto.
—De haber estado vivo, seguramente sabría todo.
—Solo me quedaré esta noche. Tengo que hacerle una
visita a un viejo amigo. Gracias por todo, ahora que preparen
mi habitación debo asearme antes de ver al administrador.
Mañana parto al alba.
—Su habitación ya está lista, milord —dijo poniéndose
de pie y retirándose, no sin antes lanzarle una mirada de pesar.
Capítulo 16

Tras escuchar las sórdidas revelaciones de su madre, Rose no


se atrevió a salir de su habitación. Apenas probó alimento. Se
quedó aletargada, con muchas imágenes de su niñez, su
adolescencia y su juventud en su cabeza. Los veranos y las
navidades con los Bloodworth. No podía asimilarlo. Leonard y
Rosaline habían jugado con sus esposos, y mientras los
amantes se divertían, no les importó llevarse entre las patas a
Aurora, a Joseph e incluso a sus hijos. Porque todos habían
perdido con ese romance que había durado por años.

Al otro día se levantó muy temprano, sus hermanos aún


dormían a pierna suelta y su madre no había abandonado su
dormitorio. Tomó uno de sus vestidos y se adecentó sin la
ayuda de su doncella. No podía aguardar un segundo más en la
cama, sentía que si no escupía lo que tenía dentro devorándole
las entrañas iba a terminar por asfixiarse. No podía respirar.

Ni siquiera meditó si era lo prudente. Su cabello, en


bucles que caían hasta mitad de su espalda, estaba tan
desordenado como su pensamiento. Fue directo hacia la
habitación de su padre y olvidando las reglas del decoro, la
etiqueta, las buenas maneras, tocó ella misma a la puerta y
luego la empujó. Encontró a su padre junto a su ayuda de
cámara que terminaba de anudarle la corbata, aún no se
colocaba la chaqueta, pero lucía impecable. Como cada
mañana estaba listo para sus obligaciones. En una mesa de
noche una biblia y una cruz. En la mesa del salón anexo, cerca
de la ventana descansaba un café humeante y un periódico
listo para ser leído.

—¿Por qué irrumpes en mi habitación como una joven


sin modales, Rose? —la reprendió—. Lo que sea que tengas
que decir puede esperar.

—Estoy segura de que no —masculló con la mirada


fiera. Ella solo tenía cabeza para recordar todos sus reclamos
ante su comportamiento con el asunto de Oso, con los
pretendientes rechazados. Sus vastas lecciones de moral.
Siempre consiguiendo congelar la sonrisa de Rose en su
rostro, esa sonrisa que el padre de la muchacha tanto amaba,
pero cuyo sonido aplacaba constantemente.
—Por favor, retírese —le ordenó Peasly a su ayuda de
cámara y el hombre obedeció con rapidez con la mirada
azorada, como si supiera que de ese encuentro entre padre e
hija nada bueno iba a ocurrir.

—Es usted un arrogante moralista que me ha pisoteado


una y otra vez exigiéndome tantas cosas —soltó Rose con los
dientes apretados y las lágrimas que había contenido cayeron
gruesas por sus mejillas—. Guarda un baúl repleto de secretos,
secretos muy oscuros y vergonzosos. ¿Cómo se atreve a
exigirme absolutamente nada?

—Hija, ¡no te equivoques! ¿Cómo te atreves a dirigirte a


mí en ese tono? ¡Soy tu padre! ¡Te di la vida y te mantengo!
No puedes hablarme así, chiquilla endemoniada.

—Sí, usted contribuyó en darme la vida junto a mi


madre. Pero también se encargó de hacérmela miserable. Si no
hubiera tenido sus amoríos con la marquesa, el curso de mi
destino hubiera seguido y Emery eventualmente habría pedido
mi mano. Ahora sería su esposa.
—¿Quién te ha dicho esa sórdida historia? ¡Lo niego!
Seguramente fue tu madre. No es cierto, princesa. Créeme.
Madre es insegura, ella ha tejido esa fantasía en su mente. Pero
conoces lo recto que soy, jamás faltaría a la moral de tal
forma.

—No se esfuerce en negarlo. No lo atosigaré, no lo


interrogaré para que lo admita. No lo necesito. ¡Ya no me
importa su respuesta! El daño está hecho y su confesión no
borrará las huellas de su pecado. Espero que al menos haya
amado a Rosaline y que no haya mandado nuestras vidas al
demonio solo dominado por la lujuria.
—¡Rose! —Peasly alzó la mano para acallarla con una
bofetada, escucharla era tan angustiante para él que no sabía
cómo lidiar con la frustración. La mano se quedó elevada en
alto.
—Si se siente menos culpable pegándome… hágalo.
¡Golpéeme! —Rose se le acercó más, valiente y le ofreció la
mejilla. Como si necesitara un castigo palpable para que la
imagen del barón terminara de desplomarse ante sus ojos.
Peasly se quedó mirando con las pupilas dilatadas la furia
visible en los ojos de su hija, parecía una yegua bravía
dispuesta a dar una coz a quien osara lastimar a su potrillo.
Jamás había visto esa faceta de ella. Toda su luz, toda su
alegría trasmutó en una cólera volcánica.

—No haré eso —alegó bajando la mano—. No soy una


bestia.
—¿Seguro? ¿Se divirtió mientras hería a mi madre?
¿Cuándo traicionaba como una vil sanguijuela a su amigo?
¿Sabe? Ya nada de usted me sorprenderá. Doy gracias al cielo
porque la venda sobre mis ojos ha caído. ¿Por qué no sucedió
antes? Ah, ya lo sé. Porque esa dama agraviada, esa que cubrió
su vergüenza con su mejor cara, la mujer que usted lució del
brazo en sus lujosas fiestas, de la que sacó provecho para
seguir dando la imagen de aristócrata intachable, la perfecta
anfitriona que le permitió lograr conexiones, decidió callarse y
cuidar su fachada.

—He dicho que no soy culpable de nada de lo que me


acusas. Ahora mismo hablaré con Aurora, tendrá que
retractarse de sus mentiras.

—¡Y, por favor! No vuelva a ofender a mi madre. Ella no


es la mala del cuento, menos es insegura. Por años estuve
equivocada, usted con su cara de mártir y mamá con su
seriedad tratando de juntar los trozos del desastre que usted
causó. Madre mantuvo en alto el apellido y la casa. Contuvo el
estropicio que pudo ser la familia Peasly de haberse desatado
el escándalo causado por sus desenfrenos. Le repito, espero
que haya amado a Rosaline, solo así podría haber valido la
pena.

—Eres mi hija. No invertirás el orden de las cosas. No


tengo que darte explicaciones. ¡Tú me debes obediencia!

—Inténtelo, pero para mí su moral está por el suelo. No


tiene autoridad para exigirme nada. Me voy de esta casa y la
libertad me sabe a gloria. —Sonrió aún con lágrimas en los
ojos, pero el alivio y la resolución buscaron un equilibrio en su
rostro—. Empacaré mis pertenencias y me iré de aquí. Usted
no volverá a mandar sobre mi vida.

—¡Ingrata del demonio! ¿Te refugiarás con Bloodworth?


Ese hombre no te ama, te usará y se deshará de ti cuando ya no
le sirvas para sus propósitos. Te arrojará en nuestra entrada,
deshonrada, con el solo objetivo de vengarse de mí.
Rose se llevó la mano a la cabeza. Eso era lo que más le
dolía, que él hubiera contribuido a envenenar el corazón de
Emery y no pudiera contar con la veracidad de su declaración.
Dudaba. Tanto su padre como su madre le habían hecho dudar.

—Si Emery obtiene su reparación tal vez se haga justicia.


Quizá me salvaría de estar en medio de los dos hombres que
más debería amar. No quiero ser el instrumento de su
venganza, pero usted me ha colocado en esa desventajosa
posición.

—Aún puedes casarte con Thane —suplicó Leonard


dejando de lado su arrogancia. Pero Rose no le creyó, solo era
un padre desesperado capaz de hacer lo que fuera para
retenerla.

—No me iré con Emery, aunque ganas no me faltan. No


repararé una deshonra con otra. Pediré refugio a la condesa de
Allard, mi amiga.

—¡Te lo prohíbo! —El tono autoritario del barón volvió


cuando comprendió que con docilidad no conseguiría nada de
ella—. ¿Le contarás nuestro secreto? ¿Qué le dirás para
abandonar la casa de tus padres?

—Ese es su problema. No supo cultivar una amistad. Los


amigos no necesitan explicaciones para tender una mano.
Elizabeth me recibirá sin preguntas.

—No puedes contarle a los Allard nuestras intimidades.


—Peasly acortó la distancia y la sujetó con dureza por la
muñeca. Rose forcejeó tratando de soltarse sin éxito. Su padre
era un hombre alto y atlético, incluso a su edad podía derribar
a los puños a un hombre más joven de similares condiciones.

—¡Suelta a mi hija! —le gritó Aurora desde la puerta de


la habitación, aún cubierta con su amplia bata de dormir de
seda y encajes, y adentrándose con rapidez. Esa mañana no
había tenido ánimos para abandonar su mullida cama; sin
embargo, debido a la proximidad de su habitación con la de su
esposo había escuchado el ruido.
—¿No ves lo que pretende? Salir de nuestra casa.
Refugiarse con los Allard. En ese estado de inestabilidad que
tiene terminará hablando de más. Será la causa de nuestra
ruina moral.

—¡No! —Alzó la voz irritada—. No, Leonard, eso lo


hiciste tú.
—Rose no puede irse de nuestra protección.

—Me iré y ni siquiera llevaré a la señorita Chapman. Le


pediré a Elizabeth que funja como mi carabina mientras tanto.

—¿Eso llenará de interrogantes a los Allard, a la


indiscreta tía Abbott que vive con ellos? ¿No te das cuenta? —
inquirió el barón.
—¡No le permito hablar mal de los condes ni de lady
Abbott! Ellos son mis amigos —protestó Rose.
Su madre la ayudó a zafarse del agarre de Leonard.
—Vete, Rose, vete lejos —dijo Aurora—. Tienes mi
bendición. Haz tu equipaje, lleva lo que necesites, tu doncella,
tus joyas, todo lo que te hemos dado, lo que quieras. Te
mandaré mes con mes tu manutención y si quieres hacer lo de
las flores tienes mi bendición, cuenta conmigo. Tienes razón,
ahora serías la esposa de Emery y quizás sus padres aún
vivirían si los desafortunados eventos no hubiesen tenido
lugar. ¡Vuela! ¡Busca tu felicidad! ¡Te lo ordeno!
—Solo quiero mis rosales —pidió con un nudo en la
garganta.

—¡Y es lo único que no te daré! —prohibió el padre


enérgico. Sabía que era lo que podía persuadirla de quedarse.
Rose tomó las manos de su madre entre las suyas y las
besó con fervor, la miró con la mirada llena de esperanza. De
marcharse solo le dolió una cosa, tendría que dejar atrás su
invernadero y las rosas. Ya no tendría tiempo para volver a
empezar su trabajo y presentarse en el concurso de flores, su
más anhelado sueño. No le importó renunciar. Lo haría otro
año, lo único que deseaba era marcharse y no regresar.

—¿Has enloquecido, mujer? ¿La estás entregando a Oso?


Será el principio de nuestro camino hacia el escarnio social —
continuó Leonard, decidido a no dejarla partir.

—No, mi hija es más sensata que tú y confío plenamente


en ella. Rose jamás movería un dedo para comprometer el
futuro de sus hermanos.
—No quisiera dejarte, madre —le dijo con cariño la
joven—, pero sé que eres una mujer fuerte. Vendré a visitarte y
a mis hermanos.
—¡Sobre mi cadáver dejarás Peasly House! —amenazó
el padre.
—Si das un paso más, Leonard —arremetió Aurora—, yo
misma le contaré a todo Londres lo que te he ayudado a
encubrir. A esta altura no sé si sería más feliz tomando un
barco con mis hijos y huyendo a un país lejano, que teniendo
que seguir soportándote. Que sepas que no me he quedado a tu
lado por amor. Hace mucho que no te quiero, me sacrifiqué
exclusivamente por mis hijos.

—Rose, no escuches a tu madre, no salgas. Labrarás tu


ruina, si no aceptas la propuesta de Thane te consagrarás como
solterona. ¿Hasta cuándo crees que los condes te darán asilo?
—insistió el barón.

No lo siguió escuchando, Leonard pretendía minar su


confianza y no lo iba a permitir.
Rose caminó con firmeza a su cuarto, hizo un equipaje
para dos o tres semanas con sus propias manos, hasta que la
doncella llegó tras la orden de Aurora y comenzó a ayudarla
en silencio. La madre de la muchacha ya había mandado a
pedir el carruaje, con los reclamos de Peasly detrás, tratando
de disuadirla de brindarle su apoyo.
Antes de dirigirse al vehículo, Rose pasó al invernadero
por sus herramientas de jardinería, sus guantes, sus tijeras, sus
palas, sus semillas. Podía comprar otros, pero esos la habían
acompañado cuando su creación era solo una idea en su
cabeza hasta que se materializó.
—¿Todo bien, señorita Peasly? —preguntó el jardinero.
—Sí, señor Gallahan —contestó sollozando.
—Parece que estuviera asaltando nuestro jardín —
bromeó, ese viejo hombre tenía un estupendo sentido del
humor y había aguantado con serenidad sus más alocados
procedimientos, aunque aquel jurara y perjurara que no iba a
poder hacerse realidad. También lo iba a extrañar. Era su
mejor ayudante, su maestro junto a su padre, pero en este
último no quería pensar.
—Aguarde, ¿por qué no se lleva unos brotes de los
rosales? Cuidaré de los arbustos más grandes.

No podía decirle que todo por lo que habían trabajado no


sucedería ese año. En ese momento, no tenía cabeza para
tomar otras decisiones que no fueran las de salir corriendo a
toda prisa, antes de que Peasly reaccionara y buscara una
drástica solución para detenerla.
—Mi padre no está contento conmigo, no me quiere
cerca de los rosales y sabe que los tiene contabilizados.
—Pero no los que se despliegan. Ya sabe que los rosales
caminan —indicó para referirse a los brotes que solían nacer
cercanos a la planta mayor, y que se iban desplegando por el
invernadero.
El hombre no tardó en preparar tres macetas robustas con
los intrépidos retoños que ya habían alcanzado un tamaño
considerable como para florecer esta primavera. Se ofreció
para llevarlos al carruaje.
—¿Qué sería de mis rosas y de mí sin sus sabios
consejos, Gallahan? Ahora tengo que salir, espero verlo
pronto.
El señor la miró intrigado, se rascó la cabeza y con la
discreción que lo caracterizaba no indagó más.

Sin perder más tiempo, Rose tomó el carruaje con su


doncella y dejó atrás Peasly House.

Mientras tanto, Aurora continuaba tratando de contener


al barón que se movía de un lado al otro del perímetro de su
habitación como un león enjaulado.
—¡Contrólate! Nuestra hija se las arreglará para dar las
explicaciones pertinentes cuando la interroguen. Confía en
ella. Si sigues comportándote como un energúmeno
despertarás la curiosidad de Londres completo.
—Es que no te reconozco. ¿Cómo puedes estar de
acuerdo? No la dejaré hacer una locura —le reclamó Leonard.
—¡Te he dicho que…!
—Esposa, no creo en tus amenazas, quieres demasiado a
tus hijos, no dirás nada que consiga dañarlos y arruinarles las
oportunidades que tienen en esta vida. Tú y yo vamos de
salida, pero ellos recién comienzan. Están repletos de sueños.
¿Los harás renunciar a ellos? No, ¿verdad?
Leonard, aún sin ponerse su chaqueta bajó a los establos,
sacó a su caballo árabe de la cuadra, lo ensilló el mismo y
cabalgó para tratar de alcanzar el carruaje e impedirle a Rose
llegar a Allard House.
—¡Eah! —azuzó a su corcel y partió dejando a Aurora
llena de impotencia.
Cuando el mayordomo de los Allard vio a la señorita en
su puerta la hizo pasar de inmediato. Le resultó raro verla
llegar sin carabina, eso solo había pasado en escasas ocasiones
y con un motivo justificado. Vio a la doncella asomándose por
la cortina de la ventana del carruaje.
—¿Su doncella la acompañará? —preguntó Gibson quien
llevaba muchos años al servicio de los Allard.
—Primero hablaré con la condesa.

—El carruaje puede aguardar en las caballerizas —


sugirió con amabilidad.
—Por favor, siga usted.

Rose decidió que no podía bajar todas sus pertenencias


en las puertas de la residencia, alguien podría pasar y los
cotilleos serían alimentados con una velocidad alucinante.
Además, creyó que, aunque la situación fuera salida de la
norma, ella debía pedir alojamiento a Elizabeth y solo si
aquella aceptaba recibirla entonces debía traer sus posesiones.
Eso sí, estaba tan tensa y temblorosa que bajó con la pala aún
llena de tierra en una de sus manos. El mayordomo vio el
implemento, pero decidió no hacer comentario alguno al
respecto.

Gibson condujo a la recién llegada a una sala privada en


lo que lady Allard era avisada y se reunía con ella. Rose ni
siquiera pudo sentarse en el sofá que le ofrecieron, caminó
hasta la ventana que tenía vistas hacia la calle y parte de
Berkeley Square. Trató de acallar el murmullo en su cabeza:
¡había abandonado la casa de sus padres! Cabía la posibilidad
de que Peasly la repudiara y no la dejara volver, su negocio de
las flores apenas era un sueño. Sabía que su madre no la iba a
dejar sola, pero era una mujer más supeditada a su esposo en la
enorme rueda de matrimonios de la aristocracia. La
desconfianza la recorrió completa a modo de escalofrío y le
erizó los vellos de la nuca. Emery tenía motivos para odiar a
Leonard. ¿Y si las acusaciones de sus padres no estaban
alejadas de la verdad? Él le habló del desliz de la marquesa,
pero no mencionó el nombre del amante. ¿Por qué no destapar
el avispero? Comprendió que su futuro pendía de un hilo.

Elizabeth la encontró temblando pegada a la ventana.


—¿Rose? —Caminó hasta ella y al percibir la desolación
en su rostro la abrazó con todas sus fuerzas—. No estás bien,
¿qué ha sucedido?
—Todo. Todo en lo que creía se ha desplomado de golpe.
Necesito tu apoyo, necesito quedarme aquí y no sé por cuanto
tiempo. Quizás demasiado, no quiero abusar de tu confianza.
—Ni lo sugieras. Por supuesto que puedes quedarte.
¿Qué ha pasado? Dime. —Elizabeth se alejó lo necesario, le
puso las manos sobre los antebrazos y la miró a la cara en
busca de respuesta.

—No puedo decirte, perdóname por guardar silencio y


pedirte algo enorme, como que me hospedes en tu hogar sin
siquiera poder darte una explicación al respecto. El asunto
concierne a mis padres y yo no puedo hablar y
comprometerlos. Pero si no puedes recibirme, si eso supone un
problema para ti y los tuyos… lo entendería. Iría a casa de
Angelina. Es solo que el conde es más comedido y ustedes son
más sosegados, también está Belle tan soltera como yo y creo
que nos podríamos hacer compañía. Ambas abrazadas por la
poca fortuna. Weimar es más testarudo y es incondicional de
Emery, y ahora lo último que deseo es que me hablen o
intercedan por él.
—¿Me das la pala? —preguntó tratando de sonar
calmada. Rose se aferraba a aquella herramienta contra su
vestido, manchando el finísimo encaje con el resto de tierra
que aún le quedaba.

—Oh. Claro. —Se la entregó y Elizabeth la dejó sobre el


alféizar recubierto de madera de la ventana—. Debo parecerte
una loca. Traje mi ropa, mis semillas, mis utensilios de
jardinería y dos bocas que alimentar, mi doncella y yo. Te
abonaré lo necesario por las dos, no quiero abusar. Mi madre
me ha dado su bendición y me mandará mes con mes mi
sustento hasta que resuelva este inesperado problema.
—Rose, respira. Te puedes quedar, también tu doncella y
tus palas. No necesitas pagar nada. Gracias a Dios nuestra
economía es excelente. Faltaba más. Solo deseo que te
tranquilices. Siéntate, dispondré todo para que les den
habitaciones y te preparen una infusión calmante. Mientras
tanto, le pediré a Belle que te acompañe. ¿Te parece?
Rose asintió y antes de acercarse al sofá, ambas vieron al
barón llegar a la entrada, bajar de un salto de su caballo,
amarrarlo a un poste y acercarse a la puerta. Gibson lo
recibiría en breve.
—Lamento los inconvenientes —se disculpó Rose—. Mi
madre estuvo de acuerdo, pero mi padre quiere llevarme de
vuelta a toda costa.
—Trataré de tranquilizarlo. Belle vendrá, iré a lidiar con
tu padre.

—Dios bendiga tu corazón.


Elizabeth le acarició la mejilla y con una mirada repleta
de consuelo salió a enfrentar a Leonard Peasly.
Capítulo 17

Una semana después, Evander, Jason y Oso bebían un brandy


en White’s mientras el primero ponía al corriente de la
situación de Rose al último. Estaba desesperado cuando lo
citaron para darle noticias de la joven. El hecho de que hubiera
algo que decir le apretó el corazón, la intriga lo estaba
volviendo loco. Aún tenía atravesado en la garganta el fiasco
que se había llevado al acudir a los dominios de Sadice para
intentar averiguar algo sobre su hermana. Era casi imposible
que este supiera algún dato importante de las peripecias de
Peasly y Rosaline, pero si alguna pista era del dominio del
lord, si el anterior Sadice, antes de morir, le hubiese contado lo
más mínimo que ofreciera una referencia de por dónde
empezar a buscar, él se la sacaría.

—La señorita Peasly no está pasando un buen momento.


La hemos recibido en nuestra morada —explicó Evander para
ponerlos en contexto—. El padre ha llegado iracundo a
nuestras puertas. Lizzy lo atajó a tiempo, antes de que su visita
diera lugar a un escándalo.
—Agradece a Dios por el don que le dio a tu mujer de la
negociación y la calma. Solo ella podía contener al león —
intervino el duque con un rictus.
—¿Tienes idea de por qué dejó su casa y les pidió
refugio? —indagó Emery impaciente. Ni siquiera sabía por
qué seguía sentado aguardando mientras escuchaba. Se
preguntó la razón de la cita en White’s y no en Allard House,
donde podría verla. Necesitaba brindarle soporte de inmediato.
La tensión recorrió sus músculos. Estaba a punto de
levantarse, tomar su corcel y cabalgar de Saint James Street
hacia a Berkeley—. ¿Habrán descubierto nuestros planes de
boda? De ser así deberíamos casarnos cuanto antes.
—Sé más discreto —lo instó aquel—. No digas la
palabra «casarnos» en voz alta o en breve varios se estarán
preguntando con quién. Si huelen que vas a desposarte serás la
comidilla de todo Londres.
—Lo seré de todas formas —siseó con acritud. Londres
adoraba ponerlo en titulares o situarlo a la cabeza de los
cotilleos más suculentos.
—A veces hasta las paredes tienen oídos —continuó
Evander—. Ella dijo que es un asunto que solo concierne a los
barones —puntualizó.
—Entonces posiblemente tiene que ver con la razón que
se llevó a mis padres de este mundo —resolvió Emery tajante.
Siempre esa desgracia volvía para arrasar con los planes que
trazaba en el presente.
Los tres se miraron con una mirada cómplice, conocían
del asunto.
—Oh, eso —aceptó el conde con la sonrisa torcida—. Si
Rose lo descubrió tendría mucho sentido. Más porque sin
intenciones de hacerlo, terminó por afectarlos. —Hizo una
pausa—. Nunca entendí tu aversión a los duelos y tu reacción
cuando reté a Sadice. Hasta que me contaste la tragedia de tus
padres.
—He vivido las consecuencias de la despiadada muerte,
tras un arranque de cólera que lleva al uso de las armas para
clamar venganza. —Oso no temió mostrar ante sus amigos que
estaba marcado por ese episodio de su vida—. No se lo deseo
a nadie.

—Tienes razón que es una decisión completamente


irracional. En ese momento se toma envenenado y sin pensar
con claridad —concedió Evander—. Pero a veces no se puede
vivir con la ofensa y se requiere una satisfacción.
Jason los miraba conversar sin volver a opinar, pero
analizaba con mesura cada palabra compartida. Estaba de
acuerdo con ambos, en cierta medida. Algo atrajo su mirada.
La llegada de un nuevo miembro del club le llamó la atención,
más porque hacía mucho tiempo que no se le veía por esos
rumbos. Su casa de Londres llevaba bastante tiempo cerrada.
Enderezó el torso creyendo que habría problemas. No necesitó
comunicarlo. Evander no tardó en darse cuenta de la llegada
de Kilian Everstone, vizconde Sadice.
—Evander, espero que la habilidad de controlarte no te
falle justo ahora. Madera para dominarte te sobra. —Jason lo
previno mirando en dirección a Kilian—. Recuerda que ya
tuviste tu satisfacción. Quizás desterrarlo de Londres para
siempre era un deseo muy ambicioso, teniendo en cuenta que
este hombre tiene asuntos aquí y conexiones de las que no
puede desentenderse.

La mirada asesina de Evander dejó clara su necesidad.


Levantarse y estrangularlo con sus propias manos, regresarlo
de un puñetazo a sus dominios de donde nunca debió haber
salido.
—Aguarda. —Oso le detuvo por el pecho con su tosca
mano—. Eres el caballero más sensato que conozco. No te
dejes provocar.

—¿Qué demonios hace aquí? Y justamente en White’s —


protestó el conde.
—Tal vez es mi culpa —reconoció Emery apenado con
su amigo—. Tampoco pensé que tuviera la cara tan dura de
presentarse en el club a la hora que está en pleno
funcionamiento.

—A Sadice le sobra la cara dura y las agallas —expuso


Jason—. No es la primera vez que es retado a duelo, que la
sociedad se desata en habladurías en su contra y que él se
aparta un tiempo para luego regresar tan campante.

—Pobre de su esposa —se apiadó Evander.


—Ella no parece sufrir por los deslices de su marido. Es
una dama muy, pero muy, peculiar. —Jason resaltó sin
atreverse a definirla.
—No tengo el gusto de conocerla. Espero no verme en tal
necesidad, moriría de vergüenza —admitió Evander. Aún no
podía olvidar como el canalla de Sadice había engatusado a
Isabelle, su joven hermana, quien había puesto todas sus
ilusiones en el galante lord, para luego descubrir que era un
hombre casado y padre de familia. Un fiasco enorme para la
muchacha. La afrenta había sido pagada en el campo de honor.
El bastón que llevaba Kilian fue la consecuencia de su último
lío de faldas.

Lo vieron acercarse hasta la mesa de ellos. Lucía altivo,


orgulloso. Su mirada glacial era retadora, sus ojos azul hielo
bajo las cejas rubias como su cabello destacaban sobre el tono
níveo de su piel. No importaba la edad que tuviera Sadice, su
rostro tenía unas facciones muy suaves que le hacían lucir
siempre más joven de lo que era. Aunque ya estaba en sus
veintiséis, y era menor que los otros tres, cualquiera podría
haberle achacado unos veinticuatro sin dificultad. Eso sí, su
cuerpo era alto, atlético y férreo. La suma de sus
características físicas lo hacían un varón irresistible, como una
manzana muy roja que invitaba a ser mordida, exactamente
como sus labios.

Los otros caballeros no se sentían intimidados ante su


presencia, ellos también acaparaban las miradas de las damas
cuando entraban a un salón. Por suerte, en White’s no había
mujeres a las que distraer con ese cuarteto.

—¿Por qué dices que tal vez tengas que ver con el
regreso de Sadice? —indagó Jason a Oso.
Los amigos tenían sus miradas clavadas en el recién
llegado.

—Si hay una pista para saber dónde debo comenzar a


buscar a mi hermana, la tiene Sadice —aclaró Emery—. Es
eso o asfixiar a Peasly para que suelte la verdad. Pero no lo
hará. El padre de Sadice fue amigo cercano del barón. Estuvo
en el momento del parto en la propiedad donde nació la
criatura.

—¿Por qué no me extraña que todas las ratas provengan


de la misma alcantarilla? —siseó Evander—. Supongo que el
hijo heredó la calaña del padre.

—Sadice padre era peor, malvado, fanático religioso,


ambicioso. No en vano se codeaba con la mismísima reina.
—No puedo creer que se dirija hacia a nosotros —
advirtió Evander.

—Yo lo convoqué. Pero no imaginé que nos íbamos a


encontrar tan pronto, en Londres y justo cuando estoy en
compañía de su último rival. No lo perdamos de vista. Le
gusta retar a sus adversarios. No permitiré que esto acabe en
un desastre —aseguró Oso.

—Tranquilo. Me controlaré —prometió Allard con una


mueca—. Si tengo que acabar con ese canalla no será aquí en
White’s.

—¿Deseas que nos retiremos? —ofreció Jason al conde


—. Podemos ir a un sitio donde el aire esté menos viciado. —
Esto último lo escuchó Sadice que se acercó cojeando a la
mesa y apoyó una de sus palmas en el borde de la madera.

—No huiré como una liebre asustadiza, eso podemos


dejárselo a las ratas —masculló Evander parco, clavándole las
pupilas a Kilian, que se atrevió a disimular una risita mordaz
ante el insulto que no estaba dispuesto a contestar.
Con nervios de acero, seguro de que su presencia avivaba
los ánimos y decidido a no dejarse provocar, pues no era el
motivo de su arribo, Sadice se dispuso a hablar.
—Aquí estoy, Oso. Me has llamado y he viajado para
estar de inmediato ante tu presencia. Me dijeron que era de
vida o muerte. Lamento que al visitar mi finca no te haya
podido recibir como mereces. Estaba en Bath, tratando de
lidiar con los dolores terribles que me han quedado en la
rodilla. Sé que para el conde no es suficiente castigo, le
aseguro que para mí tampoco. Aún pago por todo lo sucedido,
y no me refiero al daño físico.
—Absténgase de dirigirme la palabra —lo retó Evander
—. Todavía delibero si la cuenta que tenemos pendiente
requiere ser finiquitada. Trate sus asuntos con el marqués,
mientras decido si debo retomar mis armas.

—Ojalá en el futuro, me permita dialogar y ofrecer mis


disculpas una vez más. No me cansaré de insistir. Mi intención
no fue ofenderlos, menos a…

—¡No se atreva! —lo detuvo el agraviado.


—No me aventuraré a decirlo en voz alta en su presencia,
pero golpea como un martillo en mi conciencia día y noche.
Indagaría por ella. De corazón espero que se encuentre bien y
que me haya perdonado, pero sé que mi pregunta es
inapropiada, así que me la reservaré.

—Váyase al diablo con su conciencia —masculló


Evander por lo bajo.
—Caballeros, es mejor que el vizconde y yo los dejemos
para tratar nuestras cuestiones —terció Oso para evitar que la
discusión se saliera de control—. Sadice, agradezco que hayas
venido tan pronto. Pero pudiste enviar un telegrama y yo
habría acudido a ti. No era necesario que volvieras.
—Fuiste enfático en la carta en la gravedad del asunto —
explicó el otro.

—Lo sé.
—Con el permiso de ambos. —Oso le indicó el camino a
Sadice y al ritmo de la marcha lenta del lord, ambos
caminaron hacia otra de las salas más privadas del lugar.
Oso tomó la delantera al ver que Kilian iba despacio. Dos
pasos atrás, al compás de su bastón, iba el vizconde Sadice.
Lucía un abrigo negro encima de la chaqueta que no había
dejado en el perchero, ni con los lacayos. Sabía que su
permanencia sería muy breve.

—¿Cómo supiste dónde encontrarme? —preguntó Emery


torciendo el gesto.
—Price —resolvió la duda—. Animado hoy el club, ¿no
te parece? Ya lo echaba de menos.
—No te quieres la vida —protestó lanzándole una mirada
desafiante—, ¿cómo te atreves a plantarte ante Allard después
de tu afrenta? —Negó ante el descaro de su amigo.
—Estoy vivo, traté de complacerlo para que se aplacara;
pero no me voy a enterrar en el campo. Me conoces.

—Por tu bien, el de mi amigo y su hermana te exijo que


mantengas un bajo perfil hasta que…
—¿Las aguas vuelvan a ser mansas? ¿Lo crees posible?
¿Cuántas amantes he tenido?
—Solo tú lo sabes, Kilian. No me guío por los cotilleos.
—Yo menos, suelen ser más aire que sustancia sólida. No
se contenta con nada. Nadie había sido tan bravo como Allard.
Ninguna cosa lo calma, ni el dinero, ni ver mi sangre correr.
Creo que descansará cuando tenga mi cabeza sobre una pica
colgada en la entrada de su casa. Valiente amigo has
conseguido.
—Es un hombre leal, confiable, sincero.

—Ya sé hacia donde se enfilan tus lealtades —bufó sin


mostrarse afectado, había aprendido a manejar sus emociones
desde hacía mucho tiempo—. Allard uno, Sadice cero. Sin
embargo, aunque me has dado la espalda y me dejaste
sangrando como un perro sin dueño aquí estoy, dispuesto a
ayudarte.

Emery continuó avanzando, mientras trataba de ignorar


las risas de fondo de quienes disfrutaban de la velada, sus
bebidas ambarinas, las conversaciones y los juegos de mesa,
que se compaginaban con el sonido del bastón de Sadice
contra el suelo. Desesperado por su lentitud y creyendo que no
era cortés dejarlo rezagado, se volvió para ofrecer asistencia.
Aún no terminaba de procesar el estado de Kilian. Su ausencia
en la presente temporada fue acallada por situaciones de salud.
Oso había creído que se trataba de un pretexto de aquel para
poder retirarse, ya no estaba tan seguro.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó, mortificado,


extendiendo la mano, no se le daba naturalmente ser piadoso.

—Ni se te ocurra tratarme como a un lisiado, Oso —


masculló Kilian irritado. No había nada que lo pusiera de peor
humor que le tuvieran lástima por su condición actual, la que
se había ganado a pulso—. Puedo caminar.

—Pues camina. Vas más lento que una tortuga —se


arrepintió en el acto de ser tan hosco, pero ya había abierto la
boca—. El doctor dijo que la herida en tu pierna no pasaría a
mayores. ¿Qué sucedió? ¿Se agravó? —indagar por su salud
era todo lo que podía hacer para mostrar amabilidad sin que la
dureza de su imagen se dañara.

—Las heridas suelen ser traicioneras, nunca sabemos qué


curso van a tomar. Gracias a Dios las fiebres cedieron y solo
tengo que lidiar con esta cojera y el dolor. Al menos estoy vivo
para cuidar a mi familia. —Se tomó un momento y el silencio
los invadió a los dos hasta llegar a la mesa donde tomaron
asiento.

Oso lo vio exhalar de alivio cuando descansó sobre la


silla y dejó de afincar la pierna lesionada.
—¿Tu familia está bien? —Aprovechó para preguntar
porque la había sacado a colación.
Sadice se limitó a asentir, pero no era necesario que
ahondara en el tema o diera lujos de detalles, Oso sabía que
era un excelente padre.
—¿Y tú, amigo mío? ¿Cuál es la prisa que te ha hecho
alarmarme? —Cruzó las manos sobre su regazo y tras
acomodarse en la butaca de piel marrón lo miró con gesto
interrogante.
—¿Cómo se tomó tu esposa el tener que mantenerse lejos
de la ciudad esta temporada? —continuó Oso, buscando la
forma idónea de plantear el motivo por el que lo había
requerido—. Siempre participa de la temporada. Supongo que
ha sido duro para ella.

—Mi pierna y mi recuperación le importan más que


Londres.

—¿Tu pierna o tu cuello? —agregó mordaz—. Lady


Sadice no es nada tonta. Seguramente ató cabos. ¿Qué
explicación le diste tras haber recibido un balazo?

—Dio gracias al cielo porque la herida no fue mortal, y


no hizo más preguntas. Si la conoces para qué quieres saber
más.

—¿Entonces todo bien entre ustedes?


—Todo está como siempre, desde que nos unimos en
matrimonio.

—No sé si es suerte o desgracia lo tuyo —lo sermoneó


—. Debes andarte con cuidado, Evander no te puede ni ver. No
te quiere cerca de su hermana.

—Sé cuidarme. Te recuerdo que estoy cojo porque ofrecí


darle una satisfacción a tu amigo. Entendí la gravedad de mi
falta. Sabía que debía pagar. Y Dios me libre de matar al
hermano de Belle. Jamás haría algo para lastimarla.
—Tu sentido de «no hacer nada para lastimarla» es algo
que me cuesta entender. —Elevó los párpados con ironía—.
¿Si entiendes la magnitud del daño que le causaste a la
señorita Raleigh?
Sadice golpeó levemente la mesa e hizo una señal para
que alguien se dignara a atenderlo, estaba impaciente e ignoró
deliberadamente la pregunta de Oso. No quería responder en
ese momento.

No tardaron en ofrecerles un refrigerio que Sadice aceptó


gustoso, no había descansado tras su viaje y estaba
hambriento.

—¿Cuánto piensas quedarte? —Oso volvió a la carga.


Había sido una pésima idea recurrir a Sadice. Evander no lo
podía ni ver. No lo quería cerca de su hermana.

—Aún no lo decido.
Oso le agarró la mano y se la apretó hasta que los dedos
de Sadice ya no resistieron la presión demoledora.

—Si tocas a mi amigo, no seré clemente contigo —lo


amenazó con la expresión severa—. Estás advertido. Ya te
falla una pierna, no querrás que la mano también te quede
inútil.
Lo soltó.
—¿Olvidas que he vuelto porque me necesitas? —Sadice
abrió y cerró la mano para estirar los dedos adoloridos. Le
lanzó una mirada inclemente, pero decidió no defenderse, no
quería terminar en malos términos con los pocos amigos que le
quedaban. Tampoco disimuló su decepción, que Oso pusiera a
Evander por encima de la amistad que tuvieron desde niños lo
dejó desolado—. Yo no acudí a tus tierras con una petición
urgente. Habla, me estás haciendo perder la paciencia.

—La mía se agotó por completo.


Se desafiaron con las miradas y ambos respiraron fuerte
para intentar serenarse. Bebieron un trago de brandy y después
Kilian habló:
—Solo a Allard y a mí nos atañe resolver nuestras
diferencias. No es necesario que medies entre nosotros. Si lo
he dejado tratarme con hostilidad es porque mis ánimos no son
beligerantes. No soy su enemigo y no es mi interés ofenderlo,
colocándole una bota sobre el cuello. Sé que me comporté
como un canalla con Belle…

Oso exhaló mortificado, no era la primera vez que se


refería a ella por su nombre de pila.
—Señorita Raleigh para ti —lo corrigió en voz muy baja.

—Sé que no merezco a la señorita Raleigh —gruñó y


Oso se envaró decidido a hacer que la respetara—, hubiese
querido hacer las cosas diferentes. Tampoco me arrodillaré
ante tu altar y suplicaré misericordia. ¿Jamás te has
enamorado? ¿Nunca se te ha metido una mujer tan adentro que
no paras de hacer idioteces, aunque estés convencido de que
vas directo a un despeñadero?
—Eso no es amor. Cuando amas, esperas —dijo
pensando en cómo jamás había profanado a Rose, solo sus
labios, por lo demás la había mantenido virtuosa, como lo más
valioso de su mundo en llamas.
—Tú tienes alternativas. Yo solo tengo esta vida y
ninguna opción de hacerla mi esposa de manera honorable.
¿Olvidas que estoy casado? Jamás sabrías qué habrías hecho
de haber estado en mi lugar si la única oportunidad de amar la
hubieras visto de frente, sonriéndote, creyéndote alguien que
merece amor.
—Sigues sin convencerme —esgrimió Oso muy serio—.
De todos modos cambiaré el marcador, porque jamás, en todos
los años que te conozco habías manifestado algún tipo de
sentimiento por mujer alguna. Que lo hagas es lo único que me
detiene para no estrangularte con mis propias manos. Allard es
la persona más honrada que conozco y no permitiré que nadie
ponga en tela de juicio su honor ni el de su familia. Allard uno,
Kilian cero coma uno —mascullo severo.

—Y no es mi intención convencerte de absolutamente


nada —soltó y golpeó la mesa más fuerte de lo normal.
Algunos de los presentes miraron en su dirección—. ¿Qué
demonios quieres o me iré por dónde he venido?

Oso se tomó su tiempo, dio un largo sorbo a su bebida.


Aunque Sadice tenía cola para ser pisada sabía que podía
contar con su silencio y lealtad. En el pasado ya habían
hablado del tema y jamás había divulgado nada sobre la
situación de los padres de Oso.

—Tu padre era un gran amigo del barón Peasly, supe de


buena fuente que cuando nació mi hermana —susurró—, él
estuvo en la propiedad donde mi madre dio a luz. Quiero
encontrarla y eres la única oportunidad que tengo para saber
algo al respecto. El ama de llaves me reveló que tu padre se
hizo cargo de la criatura.
—Pobre de ella —musitó—. No creo que haya sido muy
considerado. Sabes que mi padre era un canalla desalmado. Si
bien le fue a la pequeña la habrá dejado en un orfanato de mala
muerte. ¿Por qué Peasly dejaría a su hija con el viejo Sadice?
—Eran los mejores amigos.
—La maldad siempre termina por aliarse —reconoció
Kilian, quien no tenía la mejor opinión de su progenitor—.
Los dos religiosos, exigentes y tan incomprendidos por mí.
Jamás pude entender la devoción por un lado y la falta de
amabilidad por el prójimo por el otro.
—¡Oh, lo dices como si fueras la santidad en persona! —
Hizo una pausa—. En fin, no alarguemos la conversación.
¿Puedes ayudarme o no? Necesito resolver otro asunto que no
puede esperar.
—Oso, Oso… Haré todo lo que esté en mis manos.
Aunque me hayas traicionado con Allard aún te considero mi
amigo —meditó.
—Habría estado de tu lado si la injusticia la hubiera
cometido él, pero Evander no es así.
—Claro, el despiadado soy yo —renegó con un tono tan
sibilante como el de una serpiente—. Sé que soy un maldito
canalla así que dejaré de juzgar tus motivos y tus alianzas —
sopesó resignado y ya sin mostrar afectación. No necesitaba de
nadie—. Tengo la suficiente capacidad para entender que en
este tema tan delicado has decidido pasarte del lado del bien.
Pero dejemos de hablar de mí, tampoco tienes en orden tu
vida, no importa de cuánta gente correcta te rodees. A mí no
me engañas, tu alma está sumergida en un abismo. Tienes esa
cara que pones cuando estás lleno de aguas pantanosas hasta el
cuello. ¿En qué diablos te has metido?

—Sabes que no necesito buscar problemas, vienen


directo hacia mí —se quejó.
—Los círculos deben cerrarse. Hasta que no resuelvas tus
asuntos del pasado, tu vida no seguirá el curso hacia adelante.
—Negó—. Puedes irte, yo me quedaré disfrutando de este
buen brandy. Hay muchos amigos a los que deseo saludar.

—Por un demonio, Sadice —protestó con la paciencia


colmada—. Levanta tu retaguardia de esa silla y acomódala en
tu carruaje. No provoques más al conde de Allard con tu
presencia en Londres.

—Ya aclaré que si estuve fuera fue por mi convalecencia


—añadió con descaro Kilian hundiéndose más en la butaca—.
No tengo intenciones de borrarme de la faz de la tierra para no
irritar los nervios del conde.
—Subestimas a Allard —le aseguró con una ceja alzada.
—No me iré de Londres hasta no poder conversar con
Belle. Debo explicarle… Oso, sé que me porté como un
desalmado, pero no quiero que se quede con esa imagen de mí,
la que todos ustedes le han restregado en el rostro hablándole
pestes de mi persona.
—No te lo permitiré. Ellos tienen paz ahora.
—No vengo en busca de guerra. Solo quiero su perdón.
—Si de verdad le deseas el bien, Kilian, haz acopio de tu
coraje y tu sensatez y mantente lo más lejos posible de su
presencia.

Emery volvió a la mesa donde Jason y Evander


continuaban departiendo, escuchó que hablaban de Sadice
cuando se aproximó, ni siquiera se callaron. El conde aún
destilaba su veneno en contra de Kilian. Desde esa noche
tomaría providencias para mantenerlo lejos de su hermana.
—Siento el mal rato ocasionado, necesito encontrar a la
criatura y él es… —se disculpó Oso.

—Solo espero que se mantenga alejado de nosotros —


puntualizó Evander, más en dominio de sus emociones.

—No creo que se quede mucho tiempo, de lo contrario


habría venido con su familia.
Todos lo vieron desde su sitio levantarse de la mesa y
caminar rumbo a la salida. Oso lo miró intrigado, ¿sería capaz
de aprovechar la estancia de Evander en el club para intentar
ver a Isabelle? De Sadice todo lo creía posible.

—También me marcho —dijo Evander que sospechó lo


mismo.
—Te acompaño —ofreció Oso—. Necesito hablar con la
señorita Peasly.
—¿No has entendido nada? —inquirió el conde—. El
maldito Sadice llegó justo cuando iba a decirte la razón por la
que te cité aquí. Ella no quiere verte. Por favor, no la busques
mientras esté en mi morada. No sé qué le han dicho sus padres
sobre ti, pero ya no estoy tan seguro de que aún desee
desposarte. Escríbele. Yo le haré llegar la carta, porque si no lo
hacen en el tiempo establecido la licencia caducará.
Oso dejó de escuchar las explicaciones de su amigo. El
corazón se le apretó dentro del pecho y la furia lo dominó de
pies a cabeza. Solo quería una cosa, destrozar aquel salón, lo
iba a hacer si alguien no lo sujetaba de inmediato. Los brazos
le temblaron de impotencia, se aferró a la madera del borde de
la mesa hasta hacerla crujir. Estaba convencido de que Peasly
la había envenenado en su contra. Tenía que hablar con Rose,
esa noche o al otro día, pero los planes de boda ya estaban
sobre la mesa y no tenía intenciones de retractarse. Ya había
albergado ilusiones de cómo serían sus vidas juntos. Ella
rodeándolo con su alegría, calmándolo con su paz.

Había un destino escrito para él y no tenía sentido sin


Rose a su lado. Esperó demasiado, consumiéndose en su
propia ponzoña, en una vida frugal y miserable. Le había
costado tanto dar el paso, dejar el rencor atrás, convencerla de
sus sentimientos… Aceptar él mismo que aún tenía amor en su
corazón por esa mujer. Decidió luchar. Resolvió:
—Ella no querrá verme, pero no descansaré hasta que me
diga qué está sucediendo, mirándome a la cara.
Capítulo 18

Rose estaba replegada en un diván junto al amplio ventanal en


la habitación de Belle y le había abierto su corazón. Elizabeth
también estaba allí, mirándola sin intervenir, dejándola hablar.

Se abrazó a sus rodillas, con unos lagrimones gigantes


bañándole el rostro. Las revelaciones de su madre aún le daban
vueltas en la cabeza. Solo quería olvidar, que alguien arrancara
de sus recuerdos aquella pesadilla donde su padre distaba por
completo de la imagen que había tenido de él. No solo era el
engaño lo que la atormentaba, no sería el primer aristócrata al
que se descubriera con una amante. Era el enredo de traición y
suciedad en el trasfondo. Leonard había engañado a su gran
amigo y lo había matado. Eso colocaba una muralla entre
Emery y ella. Le dolía inmensamente.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Belle compadecida,
acercándose para rodearla con sus brazos y robándole un sitio
a su lado.
—Esperaré a que venga Angelina, necesito también
desahogarme con ella. Después no sé qué haré. Tampoco
quiero ser una carga para ti, Lizzy.
—No vuelvas a repetirlo, amiga querida, todas hemos
pasado por tristes momentos y tú siempre has estado ahí
apoyándonos a todas —puntualizó Elizabeth parada junto a la
ventana, con la mano recostada sobre el alféizar. Dejó de
perder su vista en el jardín y se volvió a las muchachas—. A
Angie, a Belle, a mí. ¿Cómo crees que me voy a quedar
cruzada de brazos? ¿Por qué no hablas con él?

—Tu madre teme que lord Oso solo busque venganza,


pero ¿y si está equivocada? —intervino la señorita Raleigh.
—Me sorprende tu fe en los hombres tras lo que te
sucedió. Eres buena, Belle, pero igual eres muy joven. A mi
edad debo ir con pies de plomo. No puedo caer en los brazos
de un caballero que pudiera estar planeando mi destrucción. Es
que las cosas que mi padre le hizo fueron atroces. Ni siquiera
me siento capaz de culparlo o recriminarle por desear aplastar
a mi progenitor como a una mosca. Pero tampoco quiero ser
blanco de su odio, menos el medio para su fin.
—Lady Abbott siempre tiene respuestas para todo —
insistió Isabelle—. Sé que no quieres hacerle partícipe de lo
ocurrido, pero tal vez…
—No, ya lo saben demasiadas personas —negó Rose—.
Además, lady Abbott pierde objetividad ante un linaje tan
antiguo como el del marqués.
—En eso concuerdo —sostuvo Lizzy. Su tía le
aconsejaría que hiciera el estupendo matrimonio con lord
Bloodworth.
Unos toques a la puerta y las tres enderezaron su postura.
Rose secó sus lágrimas de golpe con el dorso de la mano e
intentó ocultar su dolor. Elizabeth dio el permiso de entrar a
quien llamaba.
—Con su permiso, milady —dijo el mayordomo
refiriéndose a la condesa—. Un carruaje ha llegado a la puerta
de la residencia. Necesito hablar con usted en privado —
añadió misterioso.
—Imagino que no es la duquesa de Weimar o de lo
contrario ya la habría recibido —concluyó.
—En efecto. No es una dama, es un caballero. Como el
conde no se encuentra me he permitido consultarle a usted qué
procede en este caso.
—Lo acompaño, Gibson —accedió Lizzy intrigada, la
reserva del mayordomo le dio a entender que no debía seguir
interrogándolo delante de las señoritas.

Rose se puso de pie de inmediato y quiso seguirle detrás.


¿Y si era Oso? Belle también la miró pensativa, luego se
aproximó y le tomó la mano.

—Estarás bien. Eres muy sensata —le dijo a Rose.

—Ay, Belle, adoro tu confianza ciega en mí. También he


cometido errores. Si te contara.
—Al menos eres más sensata que yo. ¿Y bien? ¿Nos
quedamos aquí o nos deslizamos como dos gatitas sigilosas a
husmear detrás de alguna columna? —propuso la muchacha.
—Me tientas —reveló la señorita Peasly haciendo un
gesto de pesar—. Vamos, no puedo con la expectación. Solo
espero que si fuera Emery, Lizzy respete lo pactado. He dicho
que no quiero recibirlo hasta que aclare mis ideas. Necesito
tiempo.

Tomadas de las manos bajaron. El corazón de Rose


palpitaba descontrolado. Mientras descendía por las escaleras,
sosteniéndose de la balaustrada de mármol se preguntaba si
sería más valiente enfrentarlo. Pero temía que en ese momento
estaba muy dividida, y era totalmente parcial. Terminaría por
sacar a flote su despecho y recriminarle producto de sus
inseguridades. ¿Y si estaba equivocada? ¿Y si se arrepentía la
vida entera por dar un paso atrás cuando por fin habían
convergido?

Y mientras se desplazaban en silencio, compartiendo de


vez en cuando una mirada cómplice, dieron un brinco y un
grito del susto. Elizabeth las miraba con cara sorprendida
desde uno de los peldaños a media escalera, justo donde estaba
la curva, por eso no la vieron subir. Preguntó:
—¿Qué se supone que hacen?

—Perdón —se excusó Rose llevándose una mano al


pecho.

—¡Por Dios, Lizzy! ¡Vaya susto nos has dado! Rose


creyó que era lord Oso y yo la convencí de que debíamos
cerciorarnos.

—¿Y qué se supone que harían si no estuvieran


equivocadas? —rebatió la condesa.

Las dos mujeres se quedaron en completo silencio,


ninguna había decidido cómo proceder si descubrían que quien
las estaba visitando era Bloodworth.

—Solo venía para recordarte que no estoy lista para


recibirlo —balbuceó Rose.

—Lord Oso no es de los que esperarían en su carruaje,


mientras su lacayo llama a la puerta para averiguar si los
dueños de casa están en la disposición de recibirlo. Al menos
no en nuestra morada. Ya saben que es arrollador, y sus lazos
con Evander son tan estrechos que entra como si esta también
fuera su casa.

—Y si no es lord Bloodworth, ¿quién se atreve a venir a


estas horas cuando el conde se encuentra fuera? —Una voz
bien impostada las hizo brincar del susto en ese momento a las
tres.
—¿Tía? —inquirió Elizabeth al descubrir a la antes
mencionada de pie mirándolas acusadoramente, también había
descendido hasta llegar a los escalones donde estaban
reunidas.

—¿La-dy A-bbott? —titubeó Belle.

Rose solo miró a la dama en silencio. Lo que conocía de


ella era suficiente para saber que la duda se había alojado
dentro de la mujer, y que, hasta que esta no fuera satisfecha,
no quitaría el dedo del renglón.

—¿Por qué tanto revuelo con la posible visita de lord


Bloodworth? Y cómo ya entendí que no se trata de él, sácanos
ya de la duda, sobrina. ¿Quién se presentó ante nuestra puerta?

—¿Y Agatha, tía? ¿No estaba usted con ella? —indagó


Lizzy por su suegra antes de adentrarse en una explicación.

—Estuvimos charlando largamente sobre etiqueta —


respondió lady Abbott—, se ha vuelto una alumna destacada.
Le interesa mucho el tema y aprende muy rápido. —La madre
del conde no nació en la nobleza, y cuando su hijo heredó el
título, se interesó por acoplarse a su nueva posición social.
Lady Abbott se brindó para pulirla—. Ya sé de quién Allard
sacó la excelente memoria, Agatha aprende con una rapidez
sorprendente. Ya se retiró a descansar. No es noctámbula como
nosotras que ya deberíamos estar dormidas.

—Gracias a Dios. —Lizzy suspiró largamente.

—Habla, sobrina, nos tienes en ascuas —insistió la dama


de más edad.

—Sí, por favor —pidió Belle.

—Era el lacayo de lord Sadice. —Las tres la


interrumpieron con sus exclamaciones. Incluso Rose, a quien
le volvió el alma al cuerpo, tras saber que al menos esa noche
no tendría el temido encuentro con Oso.

—Ay, madre fervorosa —exclamó lady Abbott al borde


del colapso, jamás creyó escuchar algo así.

Belle se sujetó del borde de la balaustrada con temor a


caer. Todas terminaron de descender y a los pies de la escalera
interrogaron a Elizabeth que continuó dando razones.

—Lord Sadice se atrevió a venir en su carruaje —explicó


la interpelada—. Gracias al cielo no se apeó, mandó a su
lacayo…

—¿Pretendía que lo recibiéramos? ¿Pidió ver a alguien


en concreto? —Lady Abbott estaba sofocada—. Seguramente
estuvo vigilando la casa y al ver que el gato estaba fuera se
atrevió a aprovecharse de los ratones.
—Tía… —la reprendió Lizzy y Abbott hizo una mueca,
estaba tan impactada por el descaro de Kilian Everstone que
no analizaba lo que salía de su boca.

—¿Qué que-ría? —preguntó Belle, aunque temblaba


tanto que la voz no le salía fluida.
—No tiene intenciones de bajar. El lacayo sigue en la
entrada, ha traído una carta para ti. Estuve tentada a decirle
que no la íbamos a recibir. Sobre todo por respeto a Evander,
pero él no está y no quiero ser una matriarca autoritaria, Belle.
Sé que esto me traerá problemas con mi esposo, pero necesito
darte la libertad de decidir qué hacer. ¿La recibo para ti? —
preguntó Lizzy resuelta.

—Has perdido la razón, sobrina. —Lady Abbott quedó


tan pálida que las otras tres temieron que se desmayara en
cualquier momento—. ¿No te bastó con el duelo?

—Tía, por favor, serénese. ¿Cree que no estoy también


nerviosa y desesperada? Sé que si Evander aparece por la
puerta y se tropieza con el vizconde, el asunto puede terminar
en derramamiento de sangre.
—No discutan, se los suplico —terció Isabelle.
La joven se adelantó dejándolas pasmadas, las otras tres
espantadas de la decisión que acababa de tomar y de la que no
las había hecho partícipes la siguieron dispuestas a detenerla.
—Muchacha, no se te ocurra atravesar esa puerta y
meterte en ese carruaje. Si lo haces no podremos salvarte del
escándalo —soltó lady Abbott, dispuesta a detenerla con sus
propias manos.

Elizabeth detuvo a su tía cuando Belle se acercó a la


puerta y le dio la cara al lacayo:
—Dígale a su señor que en esta morada no es bien
recibido, tampoco sus letras. Hágame el favor de retirarse de
inmediato y de no regresar jamás.
El lacayo hizo una reverencia y marchó rumbo al
carruaje.
Las cuatro mujeres respiraron rápidamente cuando la
puerta de la residencia se cerró finalmente.
—Dios te ha iluminado, al fin un poco de sensatez —
celebró lady Abbott—. ¿Por qué el Creador me castiga?
¿Siempre tengo que vivir al límite? Ya no estoy para estos
trotes a mi edad, necesito paz para mis días. Muchacha,
elegiste la opción más juiciosa. A hombres como esos no se
les escucha, sus lenguas son venenosas como las de una
serpiente. Terminará por atraerte a su nido de corrupción.
Lejos, mantenlo muy lejos.

Rose se acercó a Belle que había tenido un momento de


total lucidez, pero que tras cerrar la puerta se sumió en una
confusión y dolor palpable. Se había quedado estática, sin
saber cuál era el próximo paso por dar.

—Cálmate, pequeña. Ya pasó —le susurró Rose


acomodándole los cabellos que se habían arremolinado en las
sienes con tanto alboroto.

—Bueno, pasemos a mi salón privado para que podamos


digerir lo ocurrido —pidió la dueña de casa—. Supongo que si
el vizconde se ha atrevido a volver a Londres y a aparecerse
sin invitación no será la única vez. Debemos tomar decisiones
al respecto. No puede volver a sorprendernos con la guardia
baja.

—Ustedes dialoguen, yo voy a dormir. Demasiada


agitación para esta noche —convino lady Abbott aún muy
pálida, pero aún sin moverse.
—No hay de qué hablar. No haré absolutamente nada que
ponga en riesgo la vida de mi hermano —aseguró Isabelle—.
Sadice está muerto para mí. Y si sigue importunando lo
estrangularé con mis propias manos. No permitiré que lastime
ni mi reputación ni a los míos.
—Vaya, Isabelle. Así se habla —dijo lady Abbott—. Pero
no necesitas ser responsable de su muerte. Con que te
mantengas alejada y a salvo de las malas lenguas será
suficiente.

Las cuatro avanzaron. Rose negó después, confundida


por aquella inconsistente noche. Ya dudaba de que Angelina
apareciera, extrañamente se había retrasado. Y, mientras
caminaban, volvió a ver a Gibson que se apresuraba hacia la
puerta. El hombre intercambió una mirada con la condesa,
quien al parecer le había ordenado retirarse ante la incursión
de Sadice, pero que, cuando escuchó los cascos de otros
caballos aproximarse, se acercó para ocuparse de su función.
—Un poco tarde, pero al fin ha venido Angie —musitó
Rose aliviada. Quería verla, desde que abandonó su morada no
habían podido verse.
Las cuatro se quedaron atónitas cuando Gibson se hizo a
un lado para dejar pasar a Evander que venía con cara de
pocos amigos. Como sus pasos largos se desplazaron en
dirección adentro, las mujeres exhalaron de alivio a la par
deduciendo que no se había tropezado en la entrada con el
carruaje de Sadice. Fue cuestión de minutos para que el
funesto encuentro tuviera lugar.
—No seas testarudo, ya te he dicho que no te quiere ver
—replicó Evander sin detenerse, y otro caballero
extremadamente alto, vestido de negro, como un enviado del
infierno, se adentró en la estancia.

El mayordomo tomó los abrigos de los caballeros,


aunque el conde parecía renuente a dejar pasar a su amigo.
—Y yo te he dicho que no aceptaré negativas, estoy
planeando una boda para dentro de una semana —insistió
Emery—. Lo que sea que esté ocurriendo debemos tratarlo
ahora. No soy hombre de titubeos, debo saber en qué terreno
me muevo.
Si Belle, Elizabeth y lady Abbott se quedaron
boquiabiertas por la intempestiva entrada de Oso, Rose no
pudo siquiera reaccionar. Ni siquiera podía ocultarse, sus
piernas la traicionaron dando una media vuelta. Su cuerpo
entero vibró cuando los ojos atormentados del marqués la
recorrieron como una suave caricia en el alma, una
desesperada.
Los enamorados se quedaron suspendidos el uno en el
otro unos segundos que los delataron ante los presentes. Lady
Abbott ladeó la cabeza captando más de lo que podían revelar
las palabras.
—Creo que deberíamos dejarlos a solas para que hablen.
Por supuesto, solo si la señorita Peasly está de acuerdo. —Se
adelantó Evander.
—No sin una carabina. Lizzy debería quedarse —
interrumpió lady Abbott.
—No es el momento propicio… Es muy tarde. Quizás
mañana —musitó Rose aún perdida en la mirada de Oso—.
Estoy esperando una visita, no puedo…
—Mi prima no vendrá —informó Evander—, Weimar
también regresó al hogar. Hay novedades, Sadice está en
Londres y debemos replegarnos para planear qué procede.
Belle y Lizzy intercambiaron miradas. Se sorprendieron
en cuanto supieron que Evander ya conocía de su presencia.

—¿Qué quieres hacer, Rose? —preguntó Elizabeth


comprensiva con su amiga. La aludida asintió finalmente ante
la mirada impaciente de Oso—. Gibson los guiará a una
estancia privada.
—Me ofrezco como carabina —terció lady Abbott a
punto de escandalizarse con lo que el conde pretendía hacer.
Solapar un encuentro privado entre una joven respetable y un
lobo feroz con mucho colmillo. Su sentido de la decencia la
previno, debía proteger la reputación de la joven Peasly a toda
costa. Estaban en un área protegida con sirvientes leales, pero
nunca se sabía.
—Yo iré. —Se ofreció Elizabeth para calmar la
conciencia de su tía.
Solo entonces lady Abbott por fin se retiró para
descansar, aunque ya sin deseos de hacerlo, la maquinaria de
su cerebro se había acelerado y solo tenía una cosa como
punto focal: el matrimonio.
Evander le pidió a su hermana acompañarlo, quería darle
instrucciones precisas con respecto al pequeño inconveniente
que estaban teniendo.
Los otros tres se dejaron guiar por Gibson hacia uno de
los confortables salones privados.
Capítulo 19

Cuando Gibson se retiró del salón, Oso les ofreció asiento a


las damas. Sentía las palmas tan calientes que se quitó los
guantes negros de piel de cabritilla. Los apretó con una mano
y con la otra hizo un ademán para que las damas que
permanecían tiesas como dos estatuas de mármol
reaccionaran. Parecía que todavía no se creían que lo tenían
ahí. Elizabeth negó, Rose continúo inamovible.
—No me quedaré —externó la condesa—. Ustedes
tienen mucho de qué hablar y yo sobro. Confío plenamente en
Rose, sé que se comportará a la altura de su apellido y de esta
casa. —La mirada reprobatoria que Lizzy le lanzó a Emery
daba cuenta de que en él no tenía tan firme seguridad. No
obstante, le iba a dar el beneficio de la duda. Oso le frunció el
entrecejo por su afilada mirada. Así que ella, trató de suavizar
su rostro. En el pasado Oso había sido un amigo leal en los
momentos más duros que había vivido, era merecedor de su fe,
aunque su reputación de libertino le precedía—. Rose, cuando
terminen de conversar, por favor, avísame para pedirle a
Gibson que acompañe a lord Bloodworth a la salida.
—Oh, Lizzy, gracias. Odio tener que darte tantas
molestias.
La expresión poco amable e impaciente de Emery no la
disuadió, él solo esperaba el instante de plasmarle la inquietud
que lo estaba abrasando por dentro. Ella, en cambio, cautelosa
siguió con los brazos cruzados sobre el pecho y volvió a
asentir para Elizabeth, negada a sentarse.

—¿Nos sentamos? —insistió Oso con voz suave. Notó


que la muchacha estaba bastante ofuscada, pero le emocionaba
más tenerla cerca. Tanto tiempo resistiéndose a contemplarla
detalladamente, a admirar cada rasgo de su rostro que había
adquirido especial dulzura con la madurez de sus años.
Obnubilado, con su cercanía, aún no se acostumbraba del
todo a volver a tenerla al alcance de un toque. Se rascó la
nuca, sin dejar de observarla. Después recapacitó. Negó
convencido de que era un bruto, desesperado. Tal vez sí debía
haberle dado un par de días para que ella pusiera en orden sus
ideas. Luego recordaba que su paciencia era nula, prueba de
ello era que se había lanzado hacia donde su corazón le había
ordenado acudir como un loco desesperado.

—Habla —exigió Rose sin contestarle ni cambiar su


posición.

—¿Qué ha sucedido? ¿Por qué tu hostilidad hacia mí?


Ven, Rose, siéntate a mi lado —pidió condescendiente.
—Dímelo tú —continuó reticente—. Parece que todo
este tiempo has estado más informado que yo.
—No lo he negado. Pero, específicamente ¿a qué te
refieres? —tanteó cuidadoso.

—¿Todo esto se trata de una venganza? —preguntó


clavándole sus agudos ojos castaños oscuros—. ¿Culpas a mi
padre por la muerte del tuyo y de tu madre?

—Yo… —titubeó, no quería abrir la boca de más y


aumentar su predisposición—. Jamás te he negado que le
guardo resentimiento a Peasly, y sí, lo culpo —soltó con los
dientes apretados—. ¿A eso se debe tu hostilidad? ¿Qué te han
dicho? ¿Quién? ¿Tu padre te ha puesto en mi contra? —La
mandíbula de Oso se tensó, los guantes casi fueron triturados
por sus gruesos dedos—. ¿Le has contado acerca de nuestros
planes?
—¿Así será nuestro matrimonio? —le reprochó con
dureza—. ¿Me sometes a este interrogatorio? ¿Será tu forma
de proceder en el futuro?
—No, pequeña, cálmate. —Su voz tomó un matiz tierno
que jamás se había escuchado. Sorprendido por lo que le
causaba esa mujer exhaló fuerte, trató de serenarse. No se
consideraba un manso cordero, pero trataba de serlo delante de
ella que parecía una furia y más con cada elevación de la voz
de él. Si los dos se desataban jamás habría un entendimiento.
Aún no sabía exactamente por qué estaba tan enfadada y
necesitaba averiguarlo. Poniéndola a la defensiva no lo iba a
lograr. Jamás se había contenido con persona alguna como lo
hacía con Rose.
Ella descruzó los brazos sobre su pecho y se desplazó por
la estancia. Un calor sofocante comenzó a recorrerla también,
debía moverse para no incendiarse.
—Me han contado algo abominable. Ya sé que el amante
de Rosaline era mi padre. ¿Por qué lo ocultaste? —lo desafió.

—Sabía que no lo tomarías bien. —Reforzó sus palabras


con un gesto que daba a entender que estaba seguro de que ella
iba a reaccionar tal y como estaba actuando en ese momento.

—Y no, no fue mi padre quien me lo hizo saber. Él jamás


hubiera manchado su imagen ante mí. Fue mamá y ella está
destrozada.

—Lo siento mucho por ella, por ti, por tus hermanos.

—¿Te disculpas en nombre de Rosaline? —Su tono


seguía siendo duro. Oso se esforzó para leerla y anticiparse a
sus emociones, parecían recorrerla en ese momento de modo
incontrolable, salvajes, despiadadas—. ¿Entonces yo debo de
disculparme por lo que hizo papá? —añadió en tono
desafiante.
—Solo sé que no debemos pagar por ellos, ya hemos
sufrido bastante.

Dio un paso en su dirección y ella no rehuyó, pero


tampoco redujo la distancia entre ambos.

—No lo sé, Oso. Te alejas todos estos años y ahora


vienes con la intención de recuperarme. Sería una ingenua si
no me planteara estas dudas. Tampoco es que estuvieras
cortándote las venas y desangrándote por las callejuelas
nauseabundas de Londres. Sé de tus juergas, de tu libertinaje.
¡Vaya forma de llorar! —Su cejo estaba fruncido y su tono era
de reproche.

—Sé que no reaccioné como esperabas. Pero ya no


éramos nada. Si te hace feliz échame la culpa de todo a mí. La
asumo. Soy una escoria, es más, algo más bajo que una
escoria. Pero, diablos, no niegues que también me alejaste y
me cerraste las puertas. Mi padre fue asesinado, mi madre se
quitó la vida y cuando quise refugiarme en mi primer y único
amor solo recibí un portazo en mis narices. Dime, si ya no me
querías, si me habías olvidado ¿por qué debía guardarte
fidelidad?
—Yo… Sí lo hice contigo —reclamó.

—Eras la reina de los salones de bailes, rompiendo


corazones a diestra y siniestra. No parecías dolida. Te veía
desde los rincones sonriendo, bailando y deslumbrando con tu
belleza a cuanto imbécil creía que tenía la posibilidad de
conquistarte. ¿Me negarás que estuviste a punto de ser la
esposa de alguno de los candidatos?

—No lo niego. Estuve a punto de aceptar alguna vez —


reconoció—. Ya no éramos nada. Nuestra separación fue muy
clara.

—Es lo que estoy tratando de puntualizar. Y no fui yo el


primero que me alejé de ti. Tú me sacaste de tu vida. —No
estaba exigiendo, solo quería llegar a un arreglo y que los que
habían logrado alejarlos hacía tantos años no volvieran a salir
victoriosos.

—En ese momento pensé que no me convenías. No


después de encontrarte con las manos alrededor del cuello de
mi padre. Éramos enemigos. Pero no retrocedamos. Tienes
razón. Es parte del pasado y si hemos convergido es para
avanzar. Creo que estamos siendo muy duros el uno con el
otro y no se trata de hacernos pedazos.

—¿En serio, Rose? Creí que venías armada y preparada


para la guerra que insistes en tener, cuando acudo a postrarme
ante ti, con mi corazón herido y abierto en dos. Sí, asumo que
me comporté como un canalla, pero había perdido toda
esperanza en ti e incluso en la humanidad. No sabía qué
demonios hacer con el marquesado que acababa de recibir.
¿Sabes quién me tiró de las orejas y me exigió dejar de
revolcarme en el lodazal y sacar la casta? Price, él ha sido un
padre para mí. Me guio en medio de mi brumoso luto.

—Jamás entendí el odio que veía en tu mirada.


Reconócelo, aunque sea una sola vez, ¿llegaste a odiarme? —
demandó dolida.

—No, Rose. —Bajó su voz a sus decibeles más quedos.

—No mientas —farfulló con una lágrima humedeciendo


sus pestañas y negándose a dejarla caer, porque le seguirían
muchas otras y no tendría fin—. Cuando nos veíamos
ocasionalmente, cuando era inevitable que coincidiéramos en
algún evento social tu mirada era despiadada hacia mi familia.

—Era por tu padre, no tengo nada en contra de Daisy y


Jacob. Tal vez resentí el rechazo de tu madre y experimenté
cierta animadversión contra ella. —Tragó en seco, mirándola
al centro de los ojos, lleno de sinceridad; a pesar de que esta
fuera muy cruda—. No puedo olvidar que nos negó la entrada
a Peasly House.

—Y ese rencor también se volvió hacia mí —reprochó.

—¡No! —Alzó la voz, ella lo iba acorralando lentamente


y él no soportaba sentirse encerrado. Le había costado mucho
dejar atrás el resentimiento, y Rose no le estaba dando tregua
—. No —añadió en tono neutro.

—Oso, sé reconocer la ira en una mirada. Me culpabas de


alguna forma de tu sufrimiento.
—Admito que cuando comenzaste a negarme el saludo
me enfadé también contigo —aceptó con voz serena, pero con
el gesto ofuscado—. Pero mi reclamo, mi frustración jamás
pudo desligarse del amor que te tenía. Si el odio me poseyó de
alguna forma solo era otra cara del amor, la respuesta de mi
corazón enamorado y lacerado por tu desdén y el desprecio de
la vida.

—¿Y cómo sé que ahora has cambiado de opinión, Oso?


¿Cómo puedo dilucidar con qué cara ha decidido mirarme hoy
tu amor?
—Sé que tienes motivos para dudas, desconfianza y
temor, pero te pido que no pierdas la fe en nosotros —suplicó
aproximándose y envolviéndola con su aura. Ella seguía sin
rehuir, con el cuello elevado para poder encontrar sus
turbulentos ojos. Oso no perdió un minuto al notar que había
cierta receptividad. Extendió la mano para atrapar la de ella,
que escapó antes de ser siquiera rozada.

—No —se rehusó a su toque.


—Demonios, Rose, soy franco. —Abrió los brazos y
lleno de impotencia los llevó a su cabeza—. Ponme un
desafío, castígame, pasaré todas las pruebas. Te estoy pidiendo
matrimonio… por Zeus. No tocaré uno de tus cabellos hasta
que estemos casados. ¿Cómo diablos podrías ser el arma de mi
venganza? Cuéntame ¿qué ha pasado por esa cabeza tuya?
—No he tenido tiempo para meditarlo. Apenas digiero la
información y ya estás aquí con tus exigencias. —Rose lo miró
con los brazos en jarras.
—Porque si tu problema es conmigo lo más lógico es que
intentemos hablarlo… Más si pretendemos resolverlo y seguir
adelante.

—Mi madre me ha dicho que quizás persigas robarme la


virtud y dejarme… arruinada.
—¿Deshonrarte? Serás mi esposa. ¡Por Dios! Rose, si
pusiera en riesgo tu reputación estaría arruinando también la
mía. —Trató de sonar convincente.

—No voy a discutir el cómo, ni siquiera deseo pensarlo.


Ella dice que tal vez finjas una boda, que todo podría ser una
farsa.

—Tu madre se casó con un maldito infiel y hasta cierto


punto comprendo que no crea ni en su sombra. Nos casará el
rector de St Stephen Walbrook, no un actor disfrazado de
religioso. Habla con él. Es amigo de Evander, quien nos ha
facilitado el acercamiento porque ni siquiera es a la iglesia a la
que asistimos. Un favor especial que harán para nosotros.

—¿Acaso asistes a alguna? —indagó con el ceño


fruncido.
—No viene al caso —contestó Emery y ella lo presionó
con su expresión—. Hace años que no acudo a alguna con
intenciones religiosas. Mi última vez en una fue solo como
espectador de la boda de Allard y Elizabeth. ¿Es eso un
problema para ti?

Ella negó.
—Me fui de mi casa porque no creo poder continuar
viviendo bajo el mismo techo que mi padre —explicó al fin—.
Jamás le perdonaré que nos haya alejado para deshacer nuestro
vínculo —ratificó Rose dándole un poco de esperanza.
—¿Por qué crees que nos separaron? Mientras más lejos
estuviéramos los dos, menos posibilidades tendrías de conocer
la bajeza de tu padre. Entiendo que es tu progenitor y que te
resulte difícil verlo como tu enemigo porque, aunque actuó
como un condenado egoísta, sé que te quiere.

—Emery, siempre supe que mi padre no era un santo,


pero jamás lo imaginé que fuera capaz de ser desleal con un
buen amigo, menos lo creí responsable de la muerte de una
persona. Lo siento muchísimo por tu padre, Joseph era un gran
hombre. Hubiese querido asistir a su funeral. Lo lamento. —
Ella dio un paso más hasta Oso, sus pechos casi se rozaron.
Estaba a nada de sentir cómo latía desbocado el corazón de ese
hombre.
Oso negó y bajó la cabeza, de no haber sido tan duro
consigo mismo habría derramado una lágrima.

—Yo lo siento más. Creo que por eso me he dedicado a


magnificarlo cada día en este último año. Fui un hijo muy
ingrato. Cuando murió, borré de golpe todo su cariño, sus
buenas obras. Estuve muchos años sin perdonarle que no
hubiera podido controlarse, que fuera más poderosa su
necesidad de vengarse de Peasly que la de quedarse en este
mundo, así fuera deshonrado, pero a mi lado. Necesité mucho
de sus buenos consejos. Supongo que los que me dio en vida
tuvieron que bastarme para convertirme en un hombre de bien.
Pero terminé volviéndome un terrible ser humano.

—Oso —susurró compadecida, imaginando lo


terriblemente solo y triste que se debió haber sentido. Se llevó
las manos a la cabeza, estaba entre la espada y la pared. ¿Qué
gritaría más dentro de ese hombre, el cariño que le tenía o su
reclamación de venganza? Tuvo que confesarle—: Perdóname,
jamás debí darte la espalda. Ahora entiendo por qué irrumpiste
en la propiedad de mi familia lleno de ira contra mi padre.
—Había perdido la cabeza. Mi madre acababa de morir
tras saber de la pérdida de mi padre en el duelo.

—¿Por qué no me lo revelaste en ese justo momento? Me


habría quedado a tu lado.
—No me salieron las palabras —admitió—. Estaba muy
atormentado. El dolor emocional era tan fuerte que se sentía
físicamente en mi cabeza, en mi pecho y me cerraba la
garganta.

—Esto no puede volver a ocurrirnos, a partir de ahora


vamos a confiar el uno en el otro por encima de quien sea. Yo
no volveré a dudar de ti. ¿Y tú?

—Amor… —La piel del hombretón se erizó por


completo, era la primera vez que la llamaba de esa forma—.
Olvidas algo importante, yo te amo. No es un sentimiento que
surgió en un abrir y cerrar de ojos. Te he querido con
esperanza, luego con locura, después con odio; es cierto, pero
siempre has estado dentro de mi corazón. Traté de arrancarte
de adentro, he intentado de todo para borrarte y solo he
tropezado conmigo mismo para darme cuenta de que mi amor
está ligado a tu nombre inexorablemente. Nada te saca de aquí
—alegó golpeándose el pecho—. Ni siquiera mi parte más
racional, que me sugiere que debería casarme con una mujer
que no tenga que ver con este tormento donde hemos quedado
atrapados.

Él se sentía tan vulnerable, su cuerpo entero se moría por


abrazarla, por estrecharla hasta que su figura se amoldara a la
suya y encontrara su propio hogar.

—Tal vez deberías escuchar a tu razón, Oso. Lo he estado


meditando —titubeó temblorosa—. No tenemos solución.
Temo que ahora estás… estamos… dominados por la pasión,
pero después… Cuando lo pensemos sin la locura del amor en
nuestras venas nos daremos cuenta de que nos seguimos
hundiendo. A mí lado jamás vas a sanar y creo que tampoco
sanaré yo junto a ti. Siempre recordaremos el pasado. Estamos
condenados.
La mano de Rose acarició la mejilla de Emery, él sintió
su piel vibrar bajo su toque cálido.

—Oh, pequeña. Me niego a dejar que otros decidan


nuestro porvenir, menos ahora que hemos vuelto a
entendernos. Mándalo todo al demonio y cásate conmigo en
una semana. —Dejó sus brazos a lo largo de su cuerpo, si les
ordenaba qué hacer iba a estrecharla hasta hacerla estremecer.
Tanto la necesitaba.

—Yo no pue-do. No soy como tú —titubeó.


—¿Sugieres que tienes más que perder? Tu familia está
viva. ¿Es eso? No creo que alejarnos sea la solución porque
jamás cerraremos ciclos y estos regresarán en fechas señaladas
a atormentarnos. Debemos arreglar lo que sigue mal. Hay una
criatura… Bueno, ya debe ser una señorita. Nuestra hermana.
Esa niña está por ahí, sin saber quién es su verdadera familia.
Quizá ha crecido en la pobreza o la crueldad. ¡Oh, Dios! ¡Si ha
sufrido por culpa de mi desidia jamás me lo perdonaré!
—¿Te refieres al embarazo de tu madre? —Quiso saber
más, a pesar de lo mucho que la angustiaba.
—En realidad hubo dos gestaciones con bastante tiempo
de diferencia. Ellos estuvieron mucho tiempo engañándonos a
todos —explicó ante la decepción de Rose—. Se amaron sin
importarles el resto. ¿Por qué ahora nosotros debemos pagar
por sus errores? Si nunca se hubieran enamorado, tal vez
nuestras vidas hubieran seguido su curso y ahora fuéramos
esposos.
—Por lo que parece, creo que ellos se enamoraron antes
de que tú y yo despertáramos al amor.
—Tienes razón, Rose. Hay tantos cabos sueltos. Tu padre
conoce toda la historia en primera persona, pero es incapaz de
hacerse responsable de sus actos infames. Tuvimos una
hermana cuando todo se descubrió. Ella no sobrevivió. No sé
cómo y por qué se fue de este mundo.

—¿Y si está viva? —La esperanza titiló en sus ojos.


—Vi su tumba sin nombre. La enterraron cerca de mi
madre. No era legítima. Así que para los registros lo mejor era
que contara como fallecida, porque todo Londres vio el
embarazo, ya era imposible decir que nunca existió.
—No puedo creer que esto esté ocurriendo de verdad. —
Rose negó con la cabeza, cada segundo aparecía un dato más
inquietante que el anterior.
—Es nuestra realidad y debemos enfrentarla. Mientras
tanto, ya he iniciado las pesquisas para encontrar a la otra.
—Me confundes. Son dos hermanas según lo que dices,
pero ¿cómo?
—El primer embarazo no aparece en ningún registro. Mi
padre estaba en la India y ella se exilió del mundo alegando
una indisposición. Se fue para dar a luz, tu padre recibió al
bebé con un médico que llevó y se lo entregó a Sadice padre.
Él se hizo cargo de esa otra niña. No sé qué edad tiene.
Supongo que debe ser ya una señorita por lo que me reveló el
ama de llaves.

Rose se llevó las manos a la boca con intensas ganas de


vomitar. No pudo soportar más y buscó asiento, pero no fue
necesario recostarse sobre el sofá. Él la contuvo entre sus
brazos, la cargó como a una pluma ligera y sin nada de pudor
se sentó con ella en el regazo.
—Es tan espantoso —expresó con ganas de escapar de
esa pesadilla.
—¿Te sientes mal?
—Toda esta situación me ha provocado náuseas.

—No quise ser tan brusco soltándote todo de golpe.


Respira. —Oso la entendía, así reaccionó él cuando supo de la
traición y lo que traía consigo. Le acarició los cabellos y ella
se apretó contra su pecho inhalando su aroma varonil y
sintiéndose reconfortada.
Oso tuvo que tragar en seco. Solo quería abrazarla, y eso
hizo. Se sentía pequeña entre sus brazos, como un ave frágil.
Sin embargo, sabía que ella no era así. Solo estaba tan rota por
dentro como él por la noticia. Necesitaba asimilarlo, ordenar
sus ideas y reponerse para hacerle frente con su usual valentía.
El coraje de Rose saldría a flote y él esperaría para
presenciarlo. Le acarició los brazos, el semblante nacarado,
besó los ojos de la bella mujer, luego su frente y la acunó
como la persona que más amaba en el mundo.
—También quiero encontrar a nuestra hermana. Cuenta
conmigo —aseguró la muchacha intentando detener un
puchero.
—No quisiera tener que pedirte esto. Ya tengo a un
investigador tras las escasas pistas y a lord Sadice
tendiéndome una mano. Pero tu padre debe saber dónde está.
Si tan solo hablara o revelara quién es el médico o algún dato
valioso. Intercede ante tu padre para que desate su lengua y
podamos dar con la niña.
—Por supuesto que sí, es nuestra hermana y debe estar
sufriendo… No quiero siquiera imaginar qué vida ha tenido.
Vamos a encontrarla.
La resolución y el propósito común de ayudar a ese ser
que los necesitaba unió aún más sus corazones. Rose sentía
que vibraba desde adentro. Sabía cuánto lo amaba, pero hasta
ese momento comprendió que jamás lo olvidaría. Si no
terminaban juntos su corazón se rompería en mil pedazos y
nada podría restaurarlo.
La fuerza con la que él se aferraba a Rose la dejaba
vulnerable. Era perturbadora, posesiva, poderosa, como si
nada pudiera arrebatársela. Y ella quería quedarse dentro de
sus brazos para siempre.
La envolvió más con afecto y por azar la boca de ella
quedó cercana a la masculina. Emery, embriagado por la
cercanía, trató de controlar la tentación. Respiró hondo para
contener las ganas de besarla y fue peor, sus fosas nasales se
llenaron del aroma a melocotón que lo puso a salivar. Tenía
que darle espacio y hacer gala de la paciencia que carecía. Al
menos, esta vez. Exhaló cuando ya no pudo retener más el
aire…
Los párpados de Rose se elevaron cuando el aliento
fresco del hombre la acarició. Se miraron a la par. El deseo
enorme de devorarse las bocas dispuestas se apoderó de los
dos. Indeciso se humedeció los labios con la lengua y ella
sedienta tragó. Instintivamente, sin dejar de mirarse, redujeron
la distancia hasta que las pieles tersas de sus narices se
tocaron. Continuaron avanzando y los labios de ambos se
rozaron apenas… Volvieron a separarse, temblorosos, hasta
que él resolvió depositarle un beso casto en la frente. Lo que
fuera para que aquella acusación de venganza y comprometer
su honor no volviera a acecharla. Rose poseída por el aura
cargada del varón, tomó las mejillas de Emery y sin dilatar
más la espera lo besó. Era todo el permiso que él necesitaba.

Las manos fuertes la tomaron por el talle y la arrastró


provocativamente contra su pecho. Gruñó cuando los turgentes
pechos de la mujer, encerrados dentro del corsé, se apretaron
contra sus pectorales. De no haber prometido que respetaría su
virginidad, para que confiara en la solidez de su promesa, la
habría despojado de sus ropas y sin importarle el lugar donde
se encontraban la habría tomado de todas las formas posibles.
Le arrasó los labios, y luego enroscó su lengua ávida por el
níveo cuello, haciéndola reptar hasta llegar a su escote, donde
se deleitó dando lametones cargados de erotismo, hasta que un
gemido de la chica fue el premio para sus atenciones.
—Oh, Oso —musitó agitada. Ella respondió a sus besos
y a sus atrevidas caricias. Igual saqueó la boca del marqués, lo
alejó lo suficiente para contemplar sus hermosos y pérfidos
ojos cargados de deseo. Con la razón obnubilada le declaró—:
También te amo.
El tiempo se detuvo. Emery se perdió en los ojos
castaños sin dejar de apretarla contra su pecho.
—¿Aún nos casaremos en una semana, mi vida?
—Emery, quiero ser tu esposa, pero me gustaría que nos
tomáramos un tiempo para pensarlo.
—¿Dudas? No, por favor, no.
—No de mis sentimientos. No acepté la propuesta
matrimonial de ningún otro caballero porque jamás dejé de
quererte.

—Perdóname si te dije que disfrutabas teniéndolos a


todos a tus pies. Fui un imbécil al emitir ese comentario. La
verdad es que cuando me llegaba el rumor de que algunos de
mis pares te pretendían y que aguardaban por una respuesta,
los celos me devoraban vivo. Eso solo acrecentaba mi
desesperación. Confirmaba lo que me daba vueltas y vueltas
en la cabeza, que ya me habías olvidado por completo.
—No eres un imbécil, solo un poco tonto, y testarudo…
—le dijo con dulzura. Adoraba tener a ese hombretón como un
cordero arrepentido.
—¿Quieres conocer más al hombre en que me he
convertido? ¿Es eso?
—No. Solo quiero que se calmen las aguas —agregó
acariciándole los rizos de su cabello y mordiéndose el labio
por el espectáculo que tenía ante sus ojos. Él lo notó, que ella
estaba fascinada con sus rasgos viriles y no pudo evitar sonreír
con tanto descaro que ella, fascinada volvió a besarlo, a
enredarle los dedos entre su cabello y a llenarlo de mimos—.
Pero no me mires así, tan seductor, o terminaré por hacer a un
lado mi mesura, y por primera vez estoy siendo juiciosa.
—Ese es mi propósito. —Se humedeció los labios y
volvió a sonreír. Esa sonrisa que había conquistado tantos
corazones, pero que solo tenía una dueña legítima.

—Es mejor que le avise a Lizzy que ya te retiras o


terminará por venir a buscarnos —decidió ella—. Eso si lady
Abbott no está acechando en la habitación contigua.
Él rio con unas roncas carcajadas y Rose le devolvió el
gesto.
—No molestemos a la condesa, Gibson debe estar cerca
de la salida y yo conozco el camino. ¿Cuándo deseas casarte?
¿Cuánto tiempo necesitas?
—Prometo que no será demasiado. Solo lo necesario para
arreglar algunas cosas con mis padres y evitar que nuestro
vínculo se convierta en un escándalo. —Lo tomó por las
solapas y mirándolo a los ojos decidió—: No saldré huyendo
como si estuviera cometiendo un desliz. Voy a enfrentar a mi
padre y tendrá que darme su bendición para desposarte, así no
me dirija la palabra nunca más. Pero no correré, ni me
esconderé de todo Londres para casarme con el hombre que
amo. Quiero hacerlo a la luz del día. Esperé todo este tiempo
para convertirme en tu esposa y no lo haré como si estuviera
cometiendo un crimen.
—Admiro tu osadía, pero puede ser muy arriesgado.
Aunque entiendo tu punto y tienes toda la razón. Nuestra boda
debería ser por todo lo alto, estamos celebrando nuestro amor.
—¿En St James? ¿En cuánto me llene de valor para
hablar con mi familia? —preguntó Rose con los ojos
iluminándose.
—Donde lo desee mi futura marquesa. Haré los arreglos.
Será la boda de la temporada. Dejaremos boquiabiertos a
matronas, debutantes y caballeros.
Capítulo 20

El rostro de Rose se iluminaba con una luz que procedía de su


corazón.
Definitivamente febrero había sido un mes muy
atribulado y esperaba que el marzo que se abría ante sus ojos
le trajera mejores oportunidades. Se sentía muy bien en la casa
de los condes y tenía la propuesta por la que había aguardado
durante tanto tiempo. La vida le sonreía y ella quería tomar el
control de su destino. Oso no había dejado de sorprenderla con
detalles románticos que le robaban suspiros. ¿Quién iba a
imaginar que aquel mastodonte iba a tener un lado tierno?
Flores, cartas, golosinas exquisitas que mandaba a preparar en
las pastelerías más prestigiosas.
Una visita a media tarde con la complicidad de los
condes, unos besos a escondidas y el corazón desaforado por
sentirse en la cima del mundo.
El amor haciendo su entrada en medio de la bruma de las
calles londinenses, abriéndose paso a un ritmo contundente,
anunciando su resolución: conquistar, apoderarse, salir
triunfante.
Eran las cinco de la tarde en punto. La duquesa de
Weimar observaba reflexiva a su amiga con una taza de té en
su mano derecha, la que llevó a sus labios para degustar un
largo sorbo. A su lado estaba Rose con la cabeza en las nubes,
quien acababa de soltarle palabras atropelladas, una tras otra,
poniéndola al corriente de su reciente decisión. Una meditada
con cuidado y calma.

—Hoy voy a enfrentar a mi padre —concluyó.


Lizzy ocupaba una de las butacas y Belle la otra,
mientras que lady Abbott —la que había atado cabos y ya no
la podían dejar fuera— deambulaba por la habitación con un
profundo dolor en el pecho, como si fuera su propia hija la que
estuviera a punto de cometer una locura que pusiera en
entredicho su reputación.
—Sí, lo que pretendes exigirle a lord Peasly es más que
razonable —convino Angelina regresando la taza al pequeño
plato de porcelana ribeteado en oro y decorado con flores
azules—. Levanta la cabeza, amiga, no es justo que Oso y tú
se unan en santo matrimonio a escondidas, como si estuvieran
en flagrante delito, cuando deberían estar celebrando que por
fin venció el amor. Ahora puedo entender todo, la razón por la
que el marqués reaccionaba taciturno cuando estabas cerca.
Tantos malentendidos. Gracias a Dios pudieron hablar y
aclarar todo lo que los estuvo atormentando durante muchos
años. Tienes mi completo apoyo.
—Gracias, amiga, por tu solidaridad —le dijo Rose.

—No corresponde en este momento analizar qué tan


justo es el asunto y sí la viabilidad de esa petición —terció
lady Abbott—. Peasly es muy recto, y si tiene a lord
Bloodworth ubicado como su acérrimo enemigo no le
concederá la mano de su hija, así como si nada. No es de los
que hacen borrón y cuenta nueva. Menos lo creo, luego de tan
sórdidas revelaciones.
—Tía, por favor, ni siquiera las repita en voz alta —
intercedió Elizabeth—. El pasado de los Peasly y los
Bloodworth es un asunto que no nos compete y que hemos
acordado callar.

—No quiero influir en los ánimos, sé que has reunido


mucho valor para tomar esta decisión e igualmente concuerdo
en que estás reclamando un derecho que te pertenece, Rose —
intervino Isabelle tomando un scone de una bandeja de plata
cargada con fuentes repletas de confituras y pasteles—. Pero,
coincido con lady Abbott. No debes volver a pisar la casa de
tus padres hasta que no estés casada con lord Oso. No creo que
el barón te deje ir por las buenas.

—La decisión es tuya, Rose. Nosotras te apoyaremos —


insistió Elizabeth.
—En eso tienes mi total beneplácito, niña. —Lady
Abbott no pudo disimular cuánto le agradaba esa unión—. Si
has logrado conquistar el corazón de ese hombre es tuyo
legítimamente. Lucha por él porque se ve que está peleando
una ardua batalla por ti. Solo bastaba ver su mirada férrea y
decidida a conquistarte. —Suspiró sin poderlo evitar—.
Considero que el afecto en el matrimonio puede venir con el
tiempo. Pero cuando hay un amor como el de ustedes que se
palpa en el aire lo mejor es unir a las dos personas, o no serán
felices casándose con otras almas o quedando solteras para el
resto de sus vidas.

—No perderé un minuto más, mi padre ya debe estar en


casa y si no lo hago ahora tal vez no aproveche el valor que he
reunido —resolvió Rose poniéndose de pie.
—Pero no es correcto que vayas sola, menos si te estás
quedando en esta casa y le debemos cuentas a tus padres de tu
estadía. Yo puedo acompañarte —se ofreció lady Abbott y
Rose se sorprendió por su buen corazón. Aunque la dama a
veces era exasperante, la mayoría de las veces sus intenciones
eran buenas.

—Oh, no tengo palabras para agradecérselo —le contestó


—. Pero es algo que debo hacer sola. El tema es delicado, y sé
que mis padres agradecerán que lo discutamos en total
intimidad.
—En ese caso te acompañaré en el carruaje hasta la
puerta de Peasly House —insistió la dama mayor—. Solo
quiero garantizar que llegarás sana y salva y, además, que tus
padres sepan que cuentas con nuestra supervisión y apoyo.

—Creo que la idea no es mala —medió Lizzy—.


Enviaremos el carruaje por ti cuando estés lista para volver.
Rose agradeció las atenciones y se despidió de todas con
una mirada repleta de esperanza. Se dirigió a sus habitaciones
para cambiarse de ropa y buscar su ridículo. La doncella
también la acompañaría.

Con una media sonrisa se despidió de lady Abbott que la


dejó con sus mejores deseos en la entrada de la residencia.
Agitó la mano cuando el carruaje se alejó. Luego entró con
paso firme a su hogar. El mayordomo la recibió, y pese a sus
modales exquisitos no pudo disimular que le sorprendió su
llegada sin previo aviso. La baronesa fue invocada y apareció
de inmediato, la ilusión de ver a su hija de regreso llenó de luz
su rostro e inesperadamente se fundió con ella en un abrazo.

—Hija mía, te he echado mucho de menos. Igual tus


hermanos. Daisy estuvo tentada a visitarte, pero le pedí que
esperara. Fue difícil convencerla, aceptó solo mientras tanto.
Ahora está en casa de una de sus amigas con la señorita
Chapman. No había salido hasta hoy, tu padre ha estado muy
estricto con Jake y Daisy, negando permisos y quitando
privilegios.

—Lamento que mi decisión haya traído consecuencias


para ellos —se sinceró Rose.

Su madre ahogó su opinión al respecto en un suspiro.


—Daisy se pondrá muy contenta cuando regrese y te
encuentre aquí.

—No he venido para quedarme, mi estancia será breve.


¿Dónde está mi padre?

—En su estudio, pero no es el mejor momento para


hablar con él. Mejor espera a…
Rose ni siquiera la dejó terminar de hablar, tenía un fuego
encendido dentro que necesitaba calmar cuanto antes y eso
solo podría conseguirlo si le comunicaba a su padre el motivo
de su presencia.

Caminó altiva hacia donde se ubicaba el estudio de su


padre. Las enormes puertas de madera estaban cerradas, pero
eso no impidió que colocara la mano sobre el pomo con la
intención de girarlo. Algo que provenía del interior la dejó
helada, sin mover ni un músculo. Una voz masculina. En sus
mejores ensoñaciones hubiera deseado que fuera la de Emery
pidiéndole permiso a su padre para casarse con ella y que este
accediera, para culminar el acuerdo con un apretón de manos
de los dos caballeros. Pero eso solo podría ocurrir en sus
sueños y Rose no se engañaba. Sintió una fuerte sacudida,
como si un caballo le diera una coz en el estómago al escuchar
como su padre triplicaba la dote que tenía destinada para ella
si Thane movía cielo y tierra para convertirla en su esposa.

Rose se llevó una mano al pecho. Había escuchado


perfectamente el funesto pacto, el que el duque aceptaba sin
nada de escrúpulos.

—Sé que tiene un problema, barón. —Escuchó que


argumentaba Todd—. No se preocupe más. Yo aligeraré su
carga. ¿Tengo su permiso para proceder como entienda para
que a la señorita Peasly no le quede otra salida que
desposarme?

—Sí. Haga lo que tenga que hacer. Como padre ya le he


fallado. Conviértala en su duquesa al precio que sea. Si la
compromete, excelencia, ella no tendrá más escapatoria que
casarse con usted. Solo le exijo que el verdadero motivo sea
un secreto que quede guardado y a salvo entre ustedes dos.
A Rose no le importó que ellos supieran que había
escuchado cada palabra llena de veneno en su contra. Si ya la
imagen de su padre había sufrido una caída estrepitosa, no
había poder alguno ni acto de arrepentimiento que la volviera
a levantar.
—¡Por supuesto que no! —los enfrentó con la mirada
afilada.
Con la expresión azorada, lady Peasly se les acercó.
Había seguido a Rose para intentar detenerla, pero había
llegado demasiado tarde.
—¿Qué está sucediendo? —preguntó Aurora.
—Mi padre me ha entregado a Thane como si yo fuera un
objeto de su propiedad, como si tuviera la potestad para
hacerlo.
—No te he vendido, niña ingrata —se quejó Peasly
poniéndose de pie, ya que su esposa y su hija habían decidido
irrumpir en su estudio. El duque también se levantó ante el
arribo de las mujeres—. No recibiré un solo penique con esta
transacción.

Rose razonó que era cierto, el dinero lo iba a recibir


Thane. Eso era peor que una venta. Su padre la había
entregado a ese hombre ruin y, además, había desembolsado
una suma gigantesca para quitársela de encima.
—¿Qué has hecho, Leonard? —le preguntó Aurora.

—Le ha dado carta blanca a su excelencia para


conducirme al altar sin importar los medios que use para
conseguirlo. —A Rose no le tembló la voz ante la acusación.

—Perdón, creo que ha habido un malentendido —


intervino Thane—. Es cierto que deseo comprometerme con su
hija, lady Peasly, pero de la única forma admisible: la
tradicional. Considero que lo mejor es que me retire y los deje
conversar en familia, los ánimos se han caldeado y mi
intención no es provocar un conflicto.
Rose lo retó con la mirada. ¡¿Cómo tenía el descaro de
lavarse las manos cuando había aceptado feliz el ofrecimiento
del barón?!
—Le pediré al mayordomo que lo acompañe a la salida
—ofreció lord Peasly dejando a su esposa y a su hija llenas de
interrogantes que no estaba dispuesto a enfrentar.

El duque les hizo una reverencia a ambas y huyó con una


mirada aparentemente cordial, pero que a Rose le puso los
vellos de punta. Si al principio había sentido desinterés por su
propuesta, en ese instante lo que sentía era una aversión
desmesurada. Lo detestaba con tal fuerza que hubiese querido
no haberse adherido a la etiqueta social y haberle dicho lo que
pensaba sobre él sin ningún disimulo. No correspondió a su
reverencia de despedida en señal de protesta y descontento con
el aristócrata que no dejó de mostrar, en ningún momento, su
reluciente sonrisa de dientes muy blancos.

Cuando el duque se hubo marchado, lady Peasly y Rose


volvieron al ataque, no iban a dejar al barón salirse con la
suya. Ya habían tenido tiempo de dialogar y que la madre se
pusiera al corriente del pacto entre los hombres.
—¿Le has ofrecido triple dote al duque a cambio de
casarse con nuestra hija? ¿Le has sugerido corromperla para
que no le quede a Rose otra alternativa que desposarse con ese
hombre?
Leonard intentó zafarse de la discusión, pero Aurora no
le permitió escapar como otras veces sin dar explicaciones.
—Rose es una fruta corrompida ahora mismo en nuestro
manzano, nos quedan Jacob y Daisy —condenó el barón—. Si
seguimos consintiendo sus arranques los otros dos acabarán
por imitarla. ¿Quieres que los hijos que te quedan se vuelvan
tan demandantes que terminen por arruinar su futuro como lo
está haciendo ella?
—Al principio te apoyé porque creí que el duque era una
elección apropiada, ahora lo estoy dudando —sostuvo la
madre—. Nuestra hija no suele mentir y lo sabes. Yo creo en
lo que me ha dicho, que los escuchó planeando algo tan
sórdido. ¿Le diste permiso para que comprometa su honor? Es
que no entiendo hasta dónde llega tu desfachatez con tal de
salirte con la tuya.
—¿Prefieres que se case con Bloodworth? —Leonard
trató de acorralarla.

—No lo sé —dijo Aurora con honestidad—. Sin


embargo, de lo que sí estoy convencida es que prefiero ver a
mi hija solterona que en un mal matrimonio. Su excelencia no
me da buena espina, no si niega una acusación tan seria
delante de las dos con tal frescura, con esa sonrisa llena de
falsedad. Ya estoy acostumbrada a que me decepciones, pero
no a que les falles a tus hijos. Eso me duele más que tu
traición.
—No le fallo a Rose, la estoy rescatando. Será duquesa.
Te repito la pregunta… ¿Prefieres verla casada con Oso, ese
hombre que se ha saltado las reglas una y otra vez, que ha
vivido en total libertinaje?
—A estas alturas estoy pensando que tal vez sí, quizás
ella estaría mejor con Emery —lo desafió su esposa—.
Después de todo, ¿cuáles son los argumentos que tenemos en
su contra? ¿Ser el hijo de tu amante? ¿Qué toda esta
podredumbre nos estallara en la cara? Parece que eso ya ha
comenzado a ocurrir, ¡ni Dios lo detendrá!
—Tú, la anfitriona por excelencia, la más exquisita de
todas, quien extiende las invitaciones más solicitadas ¿podrás
vivir con toda la alta nobleza señalándote? —insistió lord
Peasly para atraerla hacia su lado de la contienda.

Rose se quedó callada, jamás su madre la había


defendido así. Su corazón vibró de júbilo, lo necesitaba.
—Tal vez nos señalarán a todos por los pecados que tú
cometiste, Leonard, y nos condenen al ostracismo social. Pero
yo no he tenido un comportamiento reprobable, solo he tratado
de mantener a flote a los míos. Tú fuiste quien falló, así que
los dedos acusatorios estarán dirigidos hacia ti. Nosotros
seremos las víctimas de tus liviandades. —Hizo un alto para
inhalar y llenarse los pulmones de aire—. Y te digo que sí,
podría vivir sin todas las atenciones que la aristocracia me
prodiga, con lo que no podría vivir es con la infelicidad de mis
hijos sobre mi conciencia.
Rose no pudo más, se sentía reivindicada. Se acercó
solidaria a su madre que dejaba de lado su silencio, que
levantaba la cabeza y que reclamaba derechos que le habían
sido arrebatados y se abrazó a su costado.

—Hija mía, sabes que estoy de tu lado, ¿verdad? —le


imploró la madre conmovida.
—Sí, y se lo agradezco tanto, madre. —Respiró hondo y
llena de decisión, continuó—: Una cosa más, padre, dígame
qué hizo con la criatura. Es mi sangre y tengo derecho a saber.
Emery quiere procurarle una mejor vida. No se preocupe que
no mancharemos su nombre. Solo por consideración a mi
madre y mis hermanos. Manejaremos el asunto con discreción,
pero, por favor, hable.

Los barones se mostraron afectados por retomar el tema.


—Los padres de Bloodworth son los únicos que sabían al
respecto y se llevaron ese secreto a la tumba —espetó Leonard
con frialdad.
—Le preguntas a la persona equivocada, hija. Tu padre,
lejos de ayudar, pondrá más obstáculos para que la encuentres.

—¡Aurora! —la reprendió iracundo, lo peor que le podía


suceder a Peasly era que su esposa saliera de debajo de su
yugo y uniera fuerzas con la rebelde Rose.

El mayordomo, que había escuchado de lejos el altercado


dentro del estudio, intentó detener a los jóvenes Peasly que
habían llegado a la residencia y que atraídos por las voces se
acercaron. Estos no se lo permitieron y se aproximaron en
completo silencio, ni sus padres ni Rose se percataron de su
cercanía y de que estaban escuchando.

—Emery me ha pedido matrimonio y le he contestado


que sí —comunicó Rose en voz alta y clara a los barones—.
No huiremos ni realizaremos una ceremonia secreta. Tampoco
usaremos cualquier otro ardid para casarnos sin contar con su
consentimiento, padre. No haremos un enlace apresurado. Nos
casaremos en una boda fastuosa, como siempre soñamos. Le
gritaremos al mundo que estamos enamorados y felices de unir
nuestras vidas para siempre. Usted no está invitado, padre. Sé
que suscitará habladurías, pero no me importa. Espero que no
haga nada reprobable y que no interfiera en nuestros planes.

—¿Qué está sucediendo? —Las palabras de Jacob los


hicieron girarse hacia Daisy y él que se dejaron ver
adentrándose al despacho. El muchacho puso una mano sobre
la jamba de la puerta y la señorita colocó las suyas en la
cintura—. Si mi madre y mi hermana se han amotinado porque
no quieren al duque me uno a su petición. Y si has aceptado la
propuesta de Oso, Rose, voy a apoyarte.
—También cuenta conmigo, desde ya te doy mi
enhorabuena por el compromiso —manifestó Daisy que no
sabía si sonreír por lo que acababa de escuchar o poner un
rostro tan serio como el de sus padres y hermana mayor.
—Entonces no hay más de qué hablar —acentuó la
madre—. Tenemos una boda que preparar.
Rose agradeció el apoyo de sus hermanos y de Aurora
con el gesto conmovido.

—Tenía tantas ganas de verte —le hizo saber Daisy,


acercándose para abrazarla—. ¡Qué bueno que has regresado!
—No me quedaré, enviaré un mensajero a caballo a la
casa de los condes para que envíen su carruaje por mí —
comunicó Rose—. Eso acordamos cuando lady Abbott me
acompañó hasta la puerta de nuestra casa. Me sentiré más
tranquila si me sigo quedando con ellos.

—Estaría mejor de tenerte en casa, hija, hasta que te


cases —rogó la madre—. Tenemos tanto que preparar. Pero si
es tu decisión la respetaré por ahora. Ya me las ingeniaré más
adelante para convencerte de regresar. Después de todo te irás
a vivir con tu esposo tras la boda. Déjame cuidar de ti el poco
tiempo que aún seguirás soltera. No me negarás el privilegio
de planear la ceremonia y la fiesta, ¿verdad?
Rose miró a su padre que los miraba ofuscado, sin emitir
palabra, parecía un general estupefacto al descubrir que todo el
regimiento se había amotinado.

—Por supuesto que no, madre.


—Y no necesitas mandar a llamar al carruaje de los
Allard, puedes usar uno de los nuestros. Esta sigue siendo tu
casa, corazón.
—¡No! —refutó el barón reaccionando—. Si no respetas
la decisión de tu padre y decides arruinar tu vida al lado de
Bloodworth, te desconozco como hija. No hay dote, ni
carruajes, ni nada de lo que has recibido de mis manos.
El entrecejo de Rose se arrugó por la afrenta, creía que su
padre iba a empezar a colaborar, pero su medida había sido
más drástica.
—Padre, no puede hacer eso —pidió Jake tratando de
hacerlo razonar.

—Jacob, no me presiones más. Ya bastante me han


sacado todos de mis casillas. Ustedes pueden solidarizarse con
Rose y secundarla en la locura que pretende, son libres de ello,
no extenderé las consecuencias a ninguno de los tres —dijo
para referirse a su esposa e hijos menores—, pero no pueden
tomar el mando de esta familia y hacer lo que les plazca. Las
órdenes las sigo dando yo.
—Bien, entonces me voy en mi corcel —resolvió Rose
ante los rostros contrariados de sus hermanos que no querían
que se fuera en esas condiciones. La madre se llevó una mano
a la sien, afligida—. Le recuerdo que es un regalo de
cumpleaños de mi abuelo materno que en paz descanse.

Rose negó, ofuscada, y aunque su madre puso el grito en


el cielo imaginando a su hija cabalgando hasta Allard House
con la noche cayendo, no pudo hacer nada para evitarlo. Solo
si la hubiera detenido por la fuerza habría podido interponerse
entre Rose y su determinación, que con aquel acto de rebeldía
solo pretendía no dejar que su padre se saliera con la suya.
Leonard tampoco quiso retenerla, el orgullo pudo más que sus
deseos de tomarla por un brazo a la fuerza y encerrarla en su
habitación. Tan solo le dio la espalda y se fue a su dormitorio.
Los hermanos se quedaron petrificados y Aurora
también, como si necesitaran más de tres segundos para
reaccionar. Rose le comunicó a la doncella que mandaría a
buscar por ella más tarde, se enfiló a los establos y le ordenó al
mozo de cuadra que le ensillara su caballo.
—¿La acompañará un lacayo? ¿Piensa cabalgar a esta
hora? —preguntó dubitativo el interpelado que no disimuló su
asombro, la señorita ni siquiera llevaba su traje de amazona.
—Iré sola, y dese prisa, por favor —instó impaciente—.
Tengo una urgencia.
El hombre se negó a obedecerla sin el consentimiento de
sus padres, pero al ver a la señorita tomar la silla llena de
frustración con la intención de hacerlo por sus propios medios,
decidió acatar. Pensó que habría sido arriesgado que saliera
con la hebilla mal ajustada o con las bridas puestas de la
manera incorrecta. Tras preparar al animal se dirigió al interior
de la casa para dar aviso al barón de lo que estaba ocurriendo.
Mientras esto ocurría, Rose salió en Onyx a trote ligero.

La falda era un incordio para mantener su estabilidad


sobre la montura, más porque no cabalgaba como lo hacían los
caballeros. La escasa visibilidad mientras anochecía le hacía la
tarea de sincronizar el mantenerse sobre el caballo y atender al
camino más difícil. Su mente iba embotada con las palabras
compartidas con su familia. Pensaba en lo que debía haber
abordado diferente, pero al menos se sentía complacida por no
haberse guardado lo que más necesitaba desahogar. El apoyo
de su madre y de sus hermanos palpitaba en su pecho como
una pequeña luz de esperanza. A ellos no los iba a perder tras
unir su vida al hombre que había elegido para ser su esposo.
Solo pensaba en cómo se lo diría y en lo feliz que estaría
Emery de saber que había tenido éxito. Ni su padre ni nadie
iba a poder impedir aquel enlace.
Un ronquido de Onyx la puso sobre aviso. Él solía tener
dos muy marcados, uno placentero, que denotaba que todo
estaba bien y que solía hacer cuando Rose lo visitaba o se
limpiaba los ollares; y otro en situaciones que le generaban
desconfianza, cuando algo le asustaba o le resultaba
desconocido. Rose trató de concentrarse en él, tomando las
bridas con una sola mano para acariciarlo con la otra, a la par
que le susurraba palabras alentadoras. Sin embargo, lejos de
calmarlo, el animal se puso aún más nervioso. La calle no
estaba desierta, lo que por un lado era favorecedor, pues creía
no estar en peligro si no se encontraba sola a merced de algún
bandido. Por otra parte, la cantidad de estímulos a atender
comenzó a desorientarla. Personas caminando en todas
direcciones, caballos a trotes, carruajes apresurados que
amenazaban con arrasar con lo que se interpusiera a su paso.
Como pudo trató de escudriñar a su alrededor para ver qué
amedrentaba al corcel y entonces se percató de un rostro
conocido. Su excelencia la había seguido y estaba lo
suficientemente cerca como para no pasar inadvertido.
Se molestó consigo misma por ser poco precavida y no
haberse dado cuenta hasta esa altura del camino. Todavía
quedaba un trecho hasta Berkeley Square donde se sentiría
más segura.
Thane al saberse descubierto tuvo el descaro de
emparejar su caballo con Onyx. Rose se esforzó para
mantenerse serena.

—Imaginé ver todo menos a mi futura esposa


atravesando las calles más concurridas de Londres encima de
un caballo —siseó altanero—. No es lo que espero de mi
duquesa.
—En ese caso desista de sus infructuosas intenciones y
ponga sus miras en alguien más acorde con sus expectativas
—soltó como pudo, con el aliento afectado por el ritmo de la
marcha.
—Ya he tomado una decisión.
—¿Me ha estado siguiendo? Es de mal gusto y
completamente inapropiado.
—Solo velo por su seguridad, es algo inconsciente lo que
está haciendo. Podría malinterpretarse, poner su nombre en
entredicho o podría sufrir un percance y no tener siquiera un
lacayo para socorrerla.
—¿Entonces debo agradecerle?
Thane se atrevió a estirar su mano para tomar las bridas
de Onyx y hacerse con el control. Rose con el ceño
enfurruñado por tal osadía apresuró el paso de su caballo. Las
palabras del duque y su padre seguían intactas en su memoria
y sabía que era imperioso mantenerse muy lejos de él, en ese
momento se sentía más insegura cerca de Todd que sola en el
recorrido de aquel trayecto hacia la casa de los condes.
Pidió al cielo que la fuerza y la templanza de sus nervios
la acompañaran cuando el duque también aceleró la marcha,
decidido a no dejarla escapar y Dios sabía con cuáles
intenciones.
Capítulo 21

A Oso le daban miles de vueltas en la cabeza las palabras de


Rose. Habría querido seguir adelante con sus planes iniciales,
pero por otra parte la fuerza y la seguridad de la muchacha al
hacerle saber cuál era su posición frente a su próxima boda lo
había hecho esperar. Debía darle el tiempo que ella había
pedido. Ya había preguntado a Price por el proyecto del
invernadero y este lo ponía al tanto de los preparativos para el
inicio de la construcción de la estructura.
Edward Raleigh, el hermano del conde de Allard, estaba
allí. Era un joven lleno de cualidades, entre ellas, estaba que al
igual que Oso sentía una curiosidad innata por la ciencia. Sus
deseos de aprender no podían aguardar a los tiempos
estipulados, así que aprovechaba cada vez que el marqués
tenía tiempo para atenderlo, para exprimirle cada gota de su
conocimiento y su pericia.

La cita con Edward había sido pactada antes de los


cambios que habían desordenado su vida, y no quiso
posponerla debido a sus preocupaciones. Hablar con el
muchacho siempre le mejoraba el humor, Edward se había
vuelto una especie de protegido para Oso. La admiración que
el joven sentía por Emery no despertaba los celos de Evander,
al contrario, se sentía feliz por su hermano, porque sus
intereses estuvieran bien definidos a su escasa edad.
—Sigo creyendo que debió estudiar en Cambridge,
señoría —le comentó Edward maravillado por los planos del
invernadero y el ingenio proyectado sobre el papel, acerca de
los regadíos y el despliegue de ingeniería que se iban a utilizar
—. Le habría sacado más partido a su educación.
Oso hizo una mueca, estaba acostumbrado que lo trataran
según marcaba el protocolo y su jerarquía; no obstante, la
jovialidad y la frescura del joven le impactaba. A sus
dieciocho años, lo hacía sentir mayor. Las ganas de casarse y
vivir todo lo que se había perdido —el amor de pareja, los
hijos— se volvían imperiosas, como si la posibilidad de
disfrutar de una familia y un hogar al cual volver se estuvieran
reduciendo con el paso de los días.
—Oxford es la tradición de mi familia, así como
Cambridge es la de la tuya.

Siguieron enfrascados en el tipo de conversación que


solían mantener en la que hablaban el mismo lenguaje, y con
la que Edward solía maravillarse e irse nutrido, cuando Price
los interrumpió por la llegada de una visita. El nombre de
quien aguardaba por el marqués en el salón de recibir hizo que
Oso tuviera un mal presentimiento.

—¿Jacob Peasly? —Tuvo la necesidad de repetir.

—Así es, milord.


Emery intercambió miradas con Edward y no fue
necesario que se disculpara, el muchacho entendió que era
importante y aprovechó para manifestar que su visita había
llegado a su fin.
—Despídame del recién llegado, milord —añadió
Edward con propiedad.
—¿No deseas hacerlo tú mismo? —preguntó Oso
poniéndose de pie, ansioso por averiguar qué había traído al
joven Peasly a su morada.

—No sé qué tenga qué decirle, no quiero interrumpir. —


Aunque habían sido presentados, habían coincidido en pocas
ocasiones en eventos formales, lo mismo en Eton. La
diferencia de círculos de amigos no los había vuelto cercanos.
A pesar de ello, guardaba muy buena opinión de él.

—Le daré tus saludos. Creo que ambos guardan cierta


cercanía en edad y los dos son excelentes muchachos. Podrían
beneficiarse de crear un vínculo. Quizás en otra ocasión.

—Estaré encantado.
En cuanto se despidió de Edward, quien no dejaba de
maravillarle por su madurez y rectitud a sus años, se recordó a
sí mismo en esa etapa. Había sido un joven centrado,
apasionado, pero con valores bien cimentados, los que su
padre le había trasmitido. Todo se había ido al cuerno cuando
los sucesos del pasado trastocaron el que creyó sería su futuro.
Respiró hondo y caminó hacia la estancia donde aguardaba
Jacob. Si su sola presencia ya era suficiente motivo para
intrigarlo, al verlo con el rostro desencajado por la
preocupación, las gotas de sudor corriéndole por la frente y la
impaciencia a flor de piel, se preocupó por completo.

—¿Rose? —brotó de sus labios como una súplica. No le


importó omitir los tratamientos de cortesía. Jacob en ese
estado en su casa sin invitación solo podía deberse a su
hermana.

—¿Se encuentra ella aquí? —le contestó con otra


pregunta.
Oso negó sin siquiera sentarse. Jacob ya estaba de pie y
tras la negativa de su interlocutor se llevó una mano a la
cabeza, removiendo la parte frontal de su despeinado cabello,
debido la apresurada marcha en la búsqueda de su hermana.
En pocas palabras lo puso al tanto de lo que había presenciado
al llegar a su hogar, Rose comunicándole a sus padres su
resolución de casarse con Emery. Acto seguido le relató cómo
se hicieron de palabras y ella se marchó a caballo
completamente sola hasta la casa de los condes.

Dos minutos tardó Jacob en descongelarse y salir


corriendo tras de su hermana, los dos minutos que más se
reprochaba en su vida. El joven estaba deshecho. Oso quedó
igual cuando este le relató que se había tropezado en la entrada
con el mozo de cuadra, quien le confirmó la fuga.

—¿Y supongo que si has venido a mi casa es porque


acudiste primero a Allard House y nadie pudo darte razones de
ella?

—El conde a petición de su esposa la está buscando por


los alrededores con algunos de los hombres del duque de
Weimar. —Hizo un alto para exhalar y siguió con las palabras
atropelladas—. Si no está aquí volveré para recorrer el camino
de nuestra a casa a la de los condes. Ya ha oscurecido
completamente y puede estar en problemas. Soy un imbécil,
debí caerle detrás cuando amenazó con salir a solas. No creí
que todo iba a ocurrir tan rápido. No es la primera vez que
Rose se niega a cumplir los deseos de mi padre, pero lo que vi
hoy me hizo replantearme mis lealtades. Fue un
enfrentamiento muy fuerte, de esos en los que la
reconciliación a futuro cuando se calme el temporal no parece
una opción.
—Lamentarse no la traerá de vuelta. —Oso respiró
fuerte, no quería recriminarle y agregar un peso más a su
sentimiento de culpa. Conocía lo determinada que era Rose, lo
había sido en el pasado y en los últimos meses se dio cuenta de
que ese rasgo en su carácter se había consolidado—. Vamos a
buscarla.

Oso y Jacob abandonaron Bloodworth House a todo


galope por las calles adoquinadas, sobre las que repiqueteaban
los cascos de los corceles. No dejaron de escudriñar a su
alrededor en su avance. A medio camino decidieron dividirse,
Emery se dirigió a Allard House en busca de razones y Jacob
de vuelta a su domicilio. Peinarían el área, interrogarían a los
que encontraran en el camino para ver si habían visto a una
señorita con las señas de Rose. No podían entender qué había
sucedido.

Al llegar a la casa del conde, rápidamente el mayordomo


lo llevó con Evander, estaba reunido en su estudio con el
duque de Weimar. En su trayecto, vio a las mujeres reunidas
en uno de los salones y ante sus indagaciones tuvo que decir
que aún no habían dado con ella, por estas supo que la
búsqueda de los caballeros había sido infructuosa.

—No ha pasado mucho tiempo desde su desaparición. No


se la puede haber tragado la tierra. La vieron atravesar
Belgravia Square. Las últimas referencias son a la altura de
Wilton Crecents y Hyde Park Corner, después de ahí pareciera
que se hubiera esfumado —expresó Evander con el rostro
contrariado. Estaba sentado a su escritorio con un codo
afincado sobre la madera y la cabeza apoyada en una mano,
pensativo.

—Nadie se evapora sin dejar rastro —pronunció Oso


adentrándose al lugar y llenando la estancia con su aura
maldita. El mayordomo ni siquiera se atrevió a anunciarlo
cuando la mirada del marqués, oscurecida por lo que
erosionaba en su pecho, lo persuadió de dejar de lado la
etiqueta—. Alguien tiene que haberla visto.

Desde la ventana que daba al exterior, por donde Jason


no dejaba de observar, a la espera de que un movimiento en las
afueras les advirtiera de que estaban por recibir buenas
noticias, le habló al recién llegado:
—Mis hombres continúan buscándola, Emery. No
descansarán hasta dar con ella. —Exhaló el suspiro que había
contenido, sabía lo importante que Rose era para su amigo y
también lo volátil que podía ser su carácter cuando lastimaban
lo que consideraba sagrado.

Jason se le acercó y le dejó caer una mano sobre el


hombro izquierdo, con afecto.

—Esto no tiene sentido… —Una risa confusa e irónica se


escapó de los labios de Oso—. Cuando ambos hemos dejado a
un lado nuestra terquedad y hemos acortado la distancia…
ella… —Negó ofuscado, apretó los puños para obligarse a
mantener el control de sus emociones.

—Nada tiene sentido —reforzó Evander desde su sitio


sin dejar de mirarlos, pero su mente no cesaba de trabajar,
buscando una solución. Los tres eran hombres de acción y
estaban haciendo lo mismo, tejiendo teorías, cuestionando el
pasado, buscando las pistas que le pasaron desapercibidas.
—No puedo quedarme cruzado de brazos, Rose puede
estar en problemas. Tampoco seguiré deambulando por las
calles y perdiendo el tiempo. Iré a la casa de sus padres. Algo
no me huele bien.

—¿Estás hablando en serio? —cuestionó Jason—. Peasly


no querrá verte, menos ahora.
—Si Peasly ama a su hija hará a un lado nuestras
diferencias, lo único que le importará será que Rose aparezca
intacta. —Dio en el clavo y los otros asintieron.
—Te acompaño —ofreció Jason dándole la razón.

—Permaneceré aquí por si regresa —decidió el conde.


—Sigues a cargo de mis hombres, Evander —le recordó
Jason y salió pisándole los talones a su amigo.

El mayordomo de los Peasly se quedó petrificado, hacía


muchísimos años que el marqués no llamaba a aquella puerta.
Tras salir de su asombro inicial, procedió a atenderlo como
correspondía a alguien de su rango, más aún porque venía
acompañado de un duque. No tardó en hacerlos pasar a una
salita, ofrecerles un refrigerio que ellos rechazaron sin siquiera
agradecer el gesto, y dirigirse hasta donde descansaba el
barón.
—Quizá debimos esperar en los caballos —sugirió en
vano Jason. Oso no tenía intenciones de apegarse ningún
convencionalismo.
—Me estoy aguantando para permanecer sentado en este
pomposo sofá. No entiendo por qué el padre de la mujer que
idolatro no está como un loco a la cabeza de su búsqueda y
continúa tan tranquilo en casa. Cada minuto que transcurre se
hace más tarde y no quiero imaginar dónde pasará la noche
Rose ni en qué condiciones. Si la hubieran secuestrado, ya
habrían pedido un rescate.

El barón hizo su arribo y ambos caballeros se pusieron de


pie. La frialdad en su mirada no caló en lo profundo a Emery,
su desprecio por aquel hombre superaba el desdén con que lo
trataba y lo había tratado desde que ocurrió la ruptura entre las
dos familias. En eventos sociales se habían contenido, pero a
solas ya no tenían nada que ocultar.

Jason tocó a su amigo por el antebrazo para recordarle el


motivo de su presencia, antes de que se le lanzara a la yugular
a Leonard, que también lo asesinaba con la mirada.

—¿Qué demonios hace aquí? —Peasly le reclamó al


marqués sin una gota de deferencia. Ni siquiera por respeto a
su excelencia. No le importaba granjearse enemistades si estas
estaban coludidas con Emery. Y era de su conocimiento que
Weimar era incondicional del marqués.
—Busco a Rose y he venido a dejar nuestras
discrepancias de lado con el único objetivo de encontrarla
cuanto antes —masculló con los dientes apretados, luego
tratando de relajar su mandíbula, agregó—: Los hombres de
Weimar han recorrido las calles entre su casa y la de Allard y
no hay rastros más allá de Hyde Park Corner.
—No hemos solicitado su ayuda —esgrimió con los
dientes apretados también—. Agradezco a su excelencia que
disponga de sus hombres para encontrar a mi hija, pero
primero debieron preguntar si era necesario. Ya me estoy
encargando de dar con ella, es todo lo que puedo decirles.
Como entenderán, es un asunto privado y así espero que
continúe. La reputación de mi hija y mi familia también está
en juego. Por favor, retírense. Les pido amablemente que dejen
de inmiscuirse en mis asuntos.
—Rose y yo nos hemos prometido en matrimonio, así
que como verá, también es mi asunto —profirió Oso—.
Podemos hacerlo juntos o cada quien por su cuenta, pero no
descansaré hasta encontrarla así sea debajo de las piedras.
—Y yo le suplico que deje a mi familia en paz. Repito,
nadie ha pedido su ayuda, milord —agregó tajante e
irreflexivo. Estaba a punto de añadir que no eran bienvenidos
cuando Jacob, seguido de su madre irrumpió en la
conversación.

—En eso se equivoca, padre. Yo he solicitado la ayuda de


Bloodworth —dijo con firmeza.

El hombre no pudo disimular que aquel desafío delante


de los dos caballeros por parte de su único hijo varón, y por
tanto, heredero, lo decepcionaba en lo profundo. Lo habría
desheredado en el acto si la sucesión del título estuviera atada
a su voluntad.
—Le suplico que encuentre a mi hija antes de que sea
demasiado tarde —imploró la baronesa, desafiando a su
esposo e inmiscuyéndose en la charla de los hombres.
Jacob apenado se acercó a Oso y le susurró casi al oído la
sórdida revelación que minutos atrás le había hecho su madre.
La dama estaba completamente desesperada, de lo contrario no
habría repetido tales indecencias que le pesaban en el alma.

El rostro de Oso se transfiguró por la rabia. El duque a su


lado se preparó para contenerlo esperándose lo peor. Había
visto a su amigo furioso y al barón no le convenía tropezarse
con esa roca.
—Lord Peasly, su doble moral me enerva. ¿Le ha
entregado a Rose a ese malnacido de Thane? Espero que de
verdad no conozca la naturaleza de la depravación que
corrompe el alma de Thane. Es la única forma en que podría
entender que un padre deje lo más valioso que tiene en manos
de ese sádico y sinvergüenza.

Los ojos del barón se abrieron desmesuradamente.


—Sus acusaciones carecen de fundamentos, conozco a
Thane desde su nacimiento, es más honrado que usted —
rebatió Leonard.
Oso apartó a Peasly de un empujón, dio una última
mirada a Aurora, cuyo rostro era una súplica y salió sin reparar
en el duque y Jacob que lo seguían hacia su caballo.
Mientras se subía a su corcel, escuchaba la voz del joven
detrás como una brisa lejana, una que lo enfurecía cada
segundo más.
—Llegué y al no tener noticia, hablé con mi familia en
busca de algún dato que me arrojara alguna luz. Mi padre se
comportó indiferente. Aunque sus sentimientos ahora mismo
estén resentidos en contra de mi hermana, siempre fue un
padre amoroso. No podía explicarme su pasividad ante un
riesgo tan abrumador. Entonces, mi madre me contó acerca de
la discusión que Rose y mi padre tuvieron. Ella escuchó el
pacto inmoral entre mi padre y Thane.

El caballo de Emery resopló y este apresuró la marcha


hacia la residencia del duque. Los más funestos pensamientos
desfilaron por su mente. Se esperaba lo peor, encontrársela
deshonrada por el canalla. Apresuró más el paso, si aquel
funesto ultraje aún no había ocurrido debía impedirlo a toda
costa.

Su estómago dio un vuelco cuando tras introducirse en la


imponente mansión ducal, venida a menos —pues había
conocido tiempos de mayor opulencia—, encontró a Onyx
atado en la entrada de la propiedad. Ya no tenía dudas de que
la misteriosa desaparición era resultado de la obra de Thane
con el beneplácito del barón.

Casi derriba al mayordomo que intentó recibirlo, no iba a


dar tiempo al canalla de salirse con la suya. Allanó el
inmueble atravesándolo de largo, con Jacob detrás, quien no se
amilanó por las medidas desesperadas de Emery. Sino que con
igual expresión de descontento le siguió detrás.
—Milord, deténgase. Esto es un atropello. —Intentó
defender su posición el sirviente.

—Thane está a punto de cometer un acto vil que debo


impedir ahora mismo. Así que no se atreva a detenerme o no
respondo —soltó Oso dominado por la ira.

El hombre amedrentado por el enorme invasor que


caminaba decidido a arrasar con quien se opusiera a su avance.
—Su excelencia no se encuentra en la casa —se excusó
nervioso, jamás había tenido que lidiar con un evento similar.
Sus palabras no importaron, los tres recién llegados
subieron al piso superior y comenzaron a revisar las
habitaciones. Lord Bloodworth parecía poseído por el mal, no
dejó puerta sin abrir, ni habitación sin escudriñar; mientras
usaba palabras como «cobarde, malnacido o canalla» para
referirse al dueño de la morada.
—Hable de una vez y evitemos que este penoso incidente
pase a mayores. No se imagina lo que le hará mi amigo a su
gracia cuando lo encuentre. No quiera que le reserve una parte
de su furia. —Con esas palabras, Weimar intimidó aún más al
asustadizo mayordomo, que no se atrevió a pedir refuerzos. Su
olfato y su experiencia le advirtieron que el asunto que los
había traído era delicado, mientras menos personas supieran,
sería mejor.

Con un dedo acusatorio señalando a los intrusos, el


mayordomo no cesaba de emitir palabras con el propósito de
disuadirlos para que se marcharan. Pero nada que saliera de
sus labios parecía llamarlos al orden, por el contrario, los
enfurecía más. No solo tenía que lidiar con un marqués
completamente enardecido, le cubrían las espaldas el hijo de
un barón y un duque. Tragó en seco, ¿cómo podría contener la
situación que le acababa de estallar en las narices? Alzó los
ojos al cielo e intentó hacerlos desistir, con la voz afectada
objetó:
—Entiendan por lo más sagrado que no puedo permitir
que invadan la casa en este estado. Les pido que se retiren, de
inmediato.
—¿Va a tapar la infamia de Thane? —le cuestionó Oso,
perplejo.
—Milord, no sé a qué se refiere —perseveró el criado—.
Ya le he dicho que no está en la residencia.

—¡Miente descaradamente! ¡Será cómplice de su bajeza!


—lo acusó Emery.
El señor de mediana edad y complexión gruesa quedó
completamente pálido por el vocabulario con que lo
amenazaba el caballero. Las miradas bravuconas de sus
acompañantes también contribuyeron a su lividez. No
obstante, continuaba ofreciéndoles dirigirse a las escaleras
para que bajaran, en vistas de que no habían encontrado lo que
buscaban con tanto ahínco.
—¿Cómo explica el caballo de mi hermana en la entrada,
señor? —intervino con los puños apretados Jacob.
—Lo trajo un lacayo. Su excelencia tuvo un percance,
está en el hospital St George.
Jason y Emery se miraron a la par, el sanatorio estaba
ubicado justo en el área donde habían perdido el rastro de
Rose. Las plegarias del mayordomo por fin fueron atendidas,
los tres invasores, como turba, descendieron por las escaleras y
se retiraron sin siquiera decir adiós. Tuvo que sentarse para
recuperar el aliento, mientras se iban. Oso le dejó una mirada
acusatoria de despedida.
Capítulo 22

Rose abrió los ojos, tenía un fuerte dolor de cabeza y todo lo


que vio al despegar los párpados fue a Thane. Primero se
asustó, pero de inmediato recordó lo ocurrido. Se palpó la
frente y sus manos se toparon con una venda. Después,
observó la sangre seca sobre sus dedos y su vestido. Quiso
incorporarse, pero el dolor de cabeza la disuadió. La cara
amigable de un médico ocupó su campo visual, era un hombre
joven de cabello oscuro.
—¿Cómo se encuentra, señorita? —le preguntó el doctor
Emerson examinando sus reacciones ante los estímulos.
—Quiero volver a mi casa —susurró—. ¿Cuánto tiempo
llevo aquí?
—Llegó alterada y cubierta de sangre. Le dimos un poco
de láudano para que descansara mientras nos ocupábamos de
curarle la herida. Me gustaría dejarla en observación, pero
igual puede hacerlo desde la comodidad de su hogar, con su
médico de cabecera. Camas es lo que más escasea en esta
institución y por cuestiones de espacio tendríamos que
moverla en la mañana al Atkinson Morley’s cerca de
Wimbledon.
El duque carraspeó.
—¿Cómo se atreve a hacer semejante comentario? —
cuestionó con arrogancia.
—Perdóneme, excelencia —respondió el doctor Emerson
sin dejarse impresionar por su rango—. Tratamos de dejar los
lugares para los pacientes más graves. Por fortuna, la señorita
ha reaccionado favorablemente a los primeros auxilios. La
marca que le quedará se volverá casi invisible con el paso de
los años.
Rose volvió a llevar la mano al sitio que aún le punzaba
en la frente, era cerca del nacimiento del cabello, igual podría
cubrir la cicatriz que quedaría con el peinado.
—Me ocuparé del traslado de la señorita de inmediato —
informó el duque para que iniciaran los preparativos de su alta
médica. Mandaría a uno de sus lacayos por un carruaje.
—¿Ya dio aviso a la familia Peasly? Deben estar
preocupados —indicó el doctor resultándole extraño que
durante las horas que la joven mujer permaneció allí, sus
padres no hubieran aparecido pidiendo razones.

—Por supuesto, ¿por quién me toma? He mandado avisos


en más de una ocasión —rebatió Todd incómodo por el
cuestionamiento.
El duque no se había movido del lado de la paciente,
como un caballero había procurado su bienestar y había
cubierto todos los honorarios. Pero, lo usual en esos casos era
que los progenitores no tardaran en llegar, más tomando en
cuenta que vivían muy cerca.

—¿No vendrán en persona a llevar a la señorita? —


insistió Emerson.

—En unos minutos habrá un carruaje dispuesto para


llevarla a su hogar —concluyó el duque sin especificar. Le
lanzó una mirada despectiva al médico, como si estuviera ante
un ser de condición inferior que aún no aprendía donde estaba
su lugar.

Rose se sintió incómoda, pero sobre todo preocupada.


—No —se opuso aterrada. Bajo circunstancia alguna iba
a abandonar el hospital en compañía de Todd—. Esperaré por
mis padres.
—Sus padres —repitió el duque alzando la voz para
influir sobre el médico y tratar de convencerla— me han
autorizado para encargarme de su traslado. De lo contrario, no
me tomaría tales atribuciones.
Rose suspiró e intentó incorporarse. La cabeza le dolía y
se sentía sin fuerzas, pero debía pararse y tener dominio de lo
que estaba ocurriendo. No iba a dejarse manipular por Todd.
Aunque durante las últimas horas había mantenido un
comportamiento aparentemente decente, no olvidaba los
motivos de su amabilidad: la dote y el supuesto afecto que le
tenía. A solas con él corría el peligro de quedar comprometida.

Su mirada aún turbada, captó la figura de un hombre alto,


enfundada en un traje negro impecable que se acercaba con
largas zancadas. Emery era la última persona que esperaba ver
aparecer. Tras él vio los rostros familiares de su hermano y del
duque de Weimar. Agradeció al cielo con un pensamiento. El
corazón latió más aceleradamente, algo se cerró a la altura de
su garganta. Las ganas de llorar, mezcladas con un profundo
alivio, hicieron que exhalara con fuerza. Su cuerpo entero se
sintió blando y reconfortado sobre aquella cama. La tensión
del inminente riesgo en que se había sentido comenzó a
abandonarla.
Estaba segura de que sus ojos iban a delatarla, ¿cómo
podría disimular el amor que sentía y la recorría entera al verlo
aparecer cuando más la necesitaba?

El médico interrogó a una enfermera contrariada, que


había llegado tras los caballeros. La cuestionó acerca de la
intromisión de los hombres.

—Es el hermano de la señorita Peasly y la preocupación


no es amiga de la paciencia —respondió señalando a Jake—,
el señor Peasly. Le acompañan el marqués de Bloodworth, el
prometido de la paciente y su excelencia, el duque de…
Weimar.

—Importante amigo de la familia —agregó Jason para


justificar su presencia en la sala.

—Parece que toda la nobleza inglesa se ha dado cita hoy


en el hospital —agregó el doctor Emerson con sarcasmo—.
Caballeros, imagino el motivo de la presencia de cada uno,
pero el espacio es angosto para acogernos a todos.

—No toda la aristocracia, pero sí una parte significativa


—manifestó fastidiado Thane. Aquellos venían a interrumpir
su momento de gloria.

Mientras Weimar aguardaba con los brazos cruzados en


la puerta del dormitorio para impedir la huida de Todd, Jacob
y Oso se acercaron a Rose y la abordaron a preguntas. Ella
solo pudo contestar, con la voz rota:

—Sáquenme de aquí.
Tuvo que reprimir sus intentos de arrojarse a los brazos
de Emery que la contemplaba con un inmenso amor, que se
escapaba de sus pupilas. No tenía ojos para nadie más. Se
trasmitieron tantas palabras con las miradas… Él también
estaba aliviado de verla en una pieza y lejos de estar a solas
con Thane. Sin embargo, el saber que había sufrido una lesión
que la había llevado al hospital no permitía que ese alivio
fuera completo.

—¿Cómo te sientes? —le preguntó Emery con una


dulzura en la voz que nadie jamás le había escuchado.

Weimar ladeó la cabeza, no le quedó dudas de que su


amigo estaba muy enamorado.
—Bien, creo que bien —respondió Rose. No podía
decirle cada frase que se había quedado atorada en su
garganta. Demasiados curiosos a su alrededor.
—La paciente llegó con un golpe sangrante en la cabeza.
Estaba nerviosa y confundida. Le dimos una baja dosis de
láudano para que se tranquilizara. Curamos su herida y la
observamos durante tres horas. Ya puede regresar a su hogar
con ciertas indicaciones. Será prudente que el médico de la
familia la revise mañana temprano y supervise su mejoría —
recitó el galeno en un tono monótono. También se sentía
agradecido porque el hermano de la joven hubiera arribado.

Como su trabajo estaba hecho, agregó una frase de


despedida para disponerse a salir, pero no lo consiguió. Unas
palabras altisonantes lo detuvieron.

—¡Maldito infeliz! —gruñó el marqués que en un


movimiento que nadie vio venir, tomó a Thane por las solapas
de la chaqueta y lo alzó de la silla, donde había permanecido
sentado.
El agraviado reaccionó con rapidez y se defendió del
ataque.

—¡Bárbaro! ¿Acaso no tiene modales? —También lo


empujó, pero la ofensiva de Oso lo arrojó contra la silla de
madera haciendo que esta terminara por el suelo.

—¡Caballeros! —El doctor alzó la voz exigiendo respeto


al sitio donde se encontraban.
—Oso, no fue Thane —le previno Rose poniéndose de
pie e intentando aproximarse a él. Jacob la detuvo, no quería
que uno de los golpes que se lanzaban fueran a terminar
proyectándose contra ella—. Su excelencia… me ayudó a
escapar del verdadero agresor. —Inhaló hondo para recuperar
el aliento. El puño de Emery se detuvo antes de estamparse en
el rostro de Thane—. Íbamos por Hyde Park Corner cuando un
individuo a caballo intentó asaltarme, asustarme, no lo sé.
Estaba poco iluminado. Thane me ayudó, había caído del
caballo y estaba confundida, sangrando. Se deshizo del truhan
y me trajo aquí. Igual el doctor Emerson, él lo presenció todo,
pasaba por ahí en ese justo momento.

—¿Y qué hacía su excelencia por el mismo rumbo que


transitabas? —preguntó Emery con ironía aún receloso.

Jacob negó con una sonrisa mordaz y Weimar alzó una


ceja aguardando con ansias por la respuesta.
—Lunático —lo acusó Todd, mientras se acomodaba las
vestiduras y se mantenía aún a la defensiva—. ¿Ahora tengo
que dar explicaciones de los sitios por los que decido circular?
—Volvió su vista hacia la muchacha—. Señorita Peasly,
prefiero retirarme, los ánimos están muy caldeados. Pasaré a
reportarme mañana temprano con su padre para ponerlo al
tanto de lo sucedido. Espero que se recupere pronto. Doctor, la
joven queda en manos de su familiar —dijo para referirse a
Jacob.

—Aguarde —lo detuvo Rose—. ¿Mi caballo? ¿Sufrió


algún percance? No sé nada de él.
—Tranquila —contestó el aludido—. Lo envié a mi casa,
mañana temprano haré que lo trasladen a Peasly House.

Oso negó. Las explicaciones dadas no lo calmaban. Los


años de conocer a la sabandija que trataba de quedar como
héroe ante el asalto, lo mantenían alerta y desconfiado.

—Me haré cargo de todos los gastos —ofreció Emery.


—Ya fueron cubiertos —aclaró el doctor.

El prometido se acercó a Rose y la alzó en brazos como a


la cosa más delicada, con sumo cuidado, sin importarle los
rostros impávidos de Thane y el doctor. El comportamiento del
marqués había sido atrevido, pero tomarse tales libertades con
la señorita ya era excesivamente irrespetuoso.
—La paciente puede caminar —dijo apenas audible el
médico.
—No lo creo —objetó Emery con expresión de pocos
amigos.

—Dañará la reputación de la señorita Peasly si la lleva en


brazos hasta el carruaje —se entrometió Thane y Oso resopló
como un caballo para mantenerse dentro de sus cabales y no
terminar el trabajo que había iniciado.

—Mi hermana está convaleciente y yo estaré presente


durante todo el trayecto hasta nuestro hogar. Me cercioraré de
que su honorabilidad no sea cuestionada —intervino Jacob—.
Mis padres aguardan impacientes su regreso.
Todd disimuló lo mejor que pudo la rabia que puso a
hervir toda la sangre de su cuerpo.
Con su último aliento, agotada, antes de cerrar los ojos
con la cabeza apoyada en el pecho del marqués, Rose susurró:

—Jacob, envía de inmediato por Onyx, no quiero que


pase la noche fuera de nuestras cuadras.
El hermano asintió para tranquilizarla. Entonces, ella se
relajó y se concentró en los sonidos que hacía el corazón de su
amado. Podría haberse acurrucado allí y haber dormido toda la
noche de un tirón. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan
reconfortada en la presencia de otro ser humano.
Weimar se quedó atrás para conversar con el médico y
cerciorarse de que lo ocurrido en aquella pequeña estancia no
saliera de aquellas cuatro paredes.

—Ni siquiera tenemos un carruaje y a estas horas no sé si


podamos alquilar alguno. Estoy cerca de la casa, debí
adelantarme por uno. —Les hizo ver Jacob cuando estuvieron
junto a los caballos.
Oso aún sostenía en sus brazos a la señorita, que se veía
muy cómoda abrigada por su calor.

—¿A dónde quieres ir, Rose? —consultó él.


Jacob volvió a notar el tono suave que usaba el marqués
para hablar con su hermana. Le complació, más al ver lo
confiada que estaba ella entre sus brazos. Trató de no
escandalizarse. Justificó el hecho con la debilidad de Rose.
También la quería lejos de Thane cuanto antes y en eso último
su futuro cuñado había tomado una decisión radical.
—Con Elizabeth, por favor —respondió, sosteniéndose
de la tela de la chaqueta de su protector.

—La llevaré a la casa de los Allard —secundó Emery.


—No podrá mantenerse firme a solas en un caballo y
tampoco creo que usted quiera caminar hasta Berkeley detrás
de ella. —Jacob se dio cuenta de que estaban en un aprieto.
—Iremos en mi corcel —contestó Oso imperturbable—.
Es fuerte, soportará nuestro peso.

En eso tenía razón, el animal era inmenso y poderoso. Un


caballo lleno de brío, joven y con excelente carácter. Subió a
Rose primero y acto seguido, sin dejar de sostenerla con una
mano, tomó su lugar tras de ella. Era una empresa difícil con
el voluminoso vestido, pero se las ingenió para que ambos se
acomodaran en la montura.

—Prométame que no la deshonrará hasta que la convierta


en su esposa —le dijo el muchacho a Oso desde su caballo,
mirándolo con firmeza—. Le he ofrecido mi apoyo
incondicional porque mi instinto me dice que debo confiar en
usted. Pero no aceptaré tratos a medias. No soy permisivo,
simplemente estoy pasándome de su lado en esta contienda
porque puedo ver que la ama. Además, jamás entendí las
razones de mi padre para odiarlo. Mis recuerdos de su familia
y de usted son todos agradables.
—Nunca haría algo que ponga en riesgo a tu hermana.
—Jake. —Trató de calmarlo Rose, pero fue inútil. Había
crecido con valores estrictos que no podía cambiar, aunque sus
lealtades estuvieran del lado del verdadero amor.
—Eso no es una promesa —terció el joven.
—No me pongas en la posición de tener que prometer
nada. —Ni él mismo confiaba en su poder de contención—.
Simplemente confía en mí.
—Afortunadamente, los pasillos que recorrimos dentro
del hospital estaban casi desiertos como la calle a esta hora. La
reputación de mi hermana estará a salvo y espero que así
continúe. Lo acepto como su prometido, pero debe cumplir
con el decoro.
Oso asintió con fastidio, pero no podía hacer que viera la
situación desde su perspectiva. Quizás algún día, cuando Jacob
se enamorase, sería menos rígido.

El joven los acompañó sin perderlos de vista. También


fue el único que habló durante todo el camino. Rose estaba
agotada y Oso había decidido respetar su silencio.

A la mañana siguiente, Rose no abandonó su cama


temprano, estaba tan cansada que durmió casi hasta más allá
del mediodía. Cuando despertó vio dos pares de ojos
observándola. Belle le sonrió y lady Abbott emitió un suspiro.
—¿Cómo te sientes? —preguntó la primera.
—¿Se escuchará muy mal si acepto que estoy famélica?
—contestó—. Debería pensar en mi salud.
—No cenaste anoche y ya pasó la hora del desayuno. Es
completamente lógico. Pediré que te traigan de una vez algo
de comida —le explicó lady Abbott—. Tu doncella te ayudará
a adecentarte, más tarde vendrá el doctor.
—Tu madre y tu hermana han estado aguardando a que
despiertes —le comunicó Belle—. Están abajo con Angelina y
Elizabeth.
—Aprovecharé para mandar por ellas también —avisó
lady Abbott—. Están impacientes.
—Muchísimas gracias.
Mientras Belle era sumamente amable con ella y le
contaba cómo vivieron el tormento de su desaparición desde
su perspectiva, lady Abbott se retiró.
Rose al fin pudo exhalar con los recuerdos de la noche
anterior, de pronto la voz de Belle fue reduciendo el volumen
hasta que solo percibía el movimiento de sus labios. Se llevó
las manos a su boca para intentar detener un chillido producto
de la emoción que la recorría entera. Todavía percibía el aroma
de Oso, su calor derritiéndole la mejilla, la inmensa sensación
de bienestar de sentirse abrigada por sus fuertes brazos.

—Oh, ¿Rose? —la interrogó la amiga dándose cuenta de


cuan emocionada estaba.
—Necesito ver a Emery, de nuevo. Anoche no pudimos
hablar.
Belle le sonrió y tomó sus manos entre las suyas.
—Cuando vi a ese hombre entrar contigo en brazos casi
se me paraliza el corazón. Lucía como un titán protegiéndote.
Su mirada era intimidante… Parecía que iba a asesinar a quien
osara lastimarte. Te ama. Es muy evidente que está enamorado
hasta los huesos. Si yo fuera tú, correría ahora mismo a sus
brazos, me casaría en la primera iglesia que me abriera sus
puertas y mandaría todo lo demás al sitio más alejado de
Inglaterra.

—¡Belle! —regañó con una sonrisa cómplice—. Tal vez


preparar una boda como la que he soñado deje demasiado
margen de tiempo para que los detractores de nuestro amor
sigan poniendo piedras en nuestro camino.
Ambas callaron cuando la puerta se abrió y entraron la
madre y la hermana de Rose. Belle las dejó disfrutar de un rato
de intimidad. Daisy la abrazó con fuerza con unas lagrimillas
en los ojos.
—Hermana, no imaginas lo preocupada que estuve por ti.
Tendré que hacerle un altar a lord Oso, movió cielo y tierra
hasta encontrarte. Y Jacob se comportó como un valiente
caballero, desafió a nuestro padre, tampoco descansó hasta
saberte a salvo.
Aurora se sentó en el borde de la cama y la revisó
desesperada, ya le habían dicho que se encontraba bien, pero
necesitaba cerciorarse en persona de ello.
—Hija mía. Gracias a Dios no ha pasado a mayores. Pero
cuéntame todo. ¿Un asaltante por nuestros rumbos? Y Thane
ahí, ¿tengo que agradecerle al duque por estar en el sitio
preciso?
—Todo fue tan confuso. Su excelencia me seguía, creí
que iba a aprovecharse de que no iba acompañada para
comprometerme de alguna manera. Y de pronto, salió ese
hombre de la nada. Onyx se asustó y caí.
—Parece entonces que estamos en deuda.
—El duque sigue sin gustarme, madre. Fue rara su
participación. Cuando me rescató, insistió en llevarme a su
casa para brindarme auxilio. Yo sangraba y tuve que ser muy
fuerte para impedírselo. Me trasladó al hospital solo porque el
doctor Emerson presenció todo y lo ofreció. Siento que solo
quería ganar tiempo. ¿Por qué no les avisó a ustedes de
inmediato? Pretendía sacarme del St James en su carruaje.
Temí que mi destino no fuera nuestro hogar. Por favor, no le
digan a Oso, quiero evitar más desgracias.
—Parece que sí dio aviso, pero solo a tu padre. Mandó a
uno de sus lacayos. Leonard decidió hacerse el de la vista
gorda. Supongo que ya sabía que estabas fuera de peligro y
permitió que Thane usara el incidente para intentar
conquistarte.
—¿O comprometerme?
No se atrevió a preguntar cómo había reaccionado su
padre al conocer el desenlace, ellas tampoco dieron
información al respecto. Pero cuando Aurora no le insistió
para que volviera a la casa se dio cuenta de que la creía más a
salvo hospedándose con los condes, que bajo el techo de su
hogar, donde su padre podía darle acceso a Thane.
Cuando se fueron sintió un vacío enorme. La comida
llegó y al probar el primer bocado, notó que su apetito había
mermado. Un dolor en la boca del estómago le recordó su
sufrimiento. Necesitaba ver a Emery. ¿Por qué no estaba ahí?
Angelina y Elizabeth llegaron para hacerle compañía.
—¿Cómo te sientes, Rose? —preguntó Elizabeth.
—Creo que mejor —respondió.
—¿Crees? No has probado bocado. A ese paso
adelgazarás y tendrás que probarte más de una vez el vestido
de novia. Debes recuperarte pronto para que mandemos a
llamar a la modista. Sé que desean una boda grande, pero no
tardarán seis meses en los preparativos. Ese hombre no puede
seguir esperando, ayer no quería soltarte —compartió con una
sonrisa pícara Angelina—. Te habría llevado directo a sus
aposentos si lady Abbott no hubiera estado presente con su
ceño fruncido, reprobando cómo se miraban, se tocaban.
Elizabeth carraspeó también con una sonrisa y añadió:

—Tal vez el conde y el duque, por muy respetables que


sean, son un par de alcahuetes. Y nosotras también.
—Así que básicamente le debes tu honor a lady Abbott
—agregó Angelina con sorna.
Y aunque la discusión era hilarante y perseguía el
propósito de mejorarle el humor tras el fiasco de la noche
anterior, ella solo quería ver a una persona, a Emery. Las
palabras de Belle le daban vueltas en la cabeza, ¿debía
apresurar la boda?
En medio de la charla con sus amigas su mente solo
podía pensar en una cosa.
—Tengo que ver a Oso, ahora —soltó de pronto,
abstraída, llena de urgencia, con la respiración agitada.
Todas se le quedaron viendo extrañadas porque no estaba
siguiendo el hilo de la conversación. Entendieron que no había
prestado atención a ninguna palabra.
—Y Emery no ha querido otra cosa que verte —le
aseguró Lizzy—. Anoche costó mucho que se fuera. Evander y
Jason bebieron con él encerrados en el estudio de mi esposo
hasta tarde. No sé de qué hablaban, pero parecía que estaban
tramando cómo salvar el mundo. Los tres tenían esas
expresiones concentradas y misteriosas. Cuando me les
acercaba guardaban silencio. Se durmieron tan tarde…
—Y tan ebrios que Jason y Oso no despertaron temprano
para practicar remo —interrumpió Angelina con el rostro
serio, reprobando el comportamiento de los hombres.
—Tuvimos que ofrecerle una habitación a Jason y a lord
Oso —completó la condesa.
—¿Está aquí? —Sintió una implosión en el pecho. ¿Y si
estaba ahí por qué no estaban juntos en ese mismo momento?
Había tantas cosas por hablar.
—Despertó con una jaqueca tremenda, pero lo primero
que quiso fue verte —dijo la dueña de la casa, quien había
tenido que ocuparse de darle alojamiento a todos. Rose se
emocionó y continuó escuchando, aunque ya estaba de pie y
dispuesta para dirigirse a la puerta y recorrer cada una de las
habitaciones hasta dar con él—. Eso quería, pero le pedimos
que esperara. Aparte del mal semblante con el que abandonó la
habitación, sucedió a la par de la visita de tu madre. Justo
estaba la baronesa contigo en el dormitorio. No quisimos que
supiera que Oso había pasado la noche aquí e interpretara mal
las cosas. Si lady Peasly te ha confiado a nuestro cuidado es
porque no me considera laxa en el seguimiento de las
costumbres.
—Dime que sigue en Allard House —rogó Rose con el
corazón palpitante.
—Tuvo que salir. Recibió una nota de lord Sadice,
necesitaba verlo con urgencia. Y este no es el mejor lugar.

—¿Lord Sadice? —Recordó que Oso lo había


mencionado, estaba relacionado con el asunto de su hermana.
—Ese nombre no puede ni mencionarse en esta casa, así
que tuvo que salir para reunirse con él muy lejos de la
propiedad —continuó Lizzy.
Rose bajó el rostro apesadumbrado. Saber que durmieron
una noche entera bajo el mismo techo erizó toda su piel. Ya no
le importaba poner a prueba su amor, incluso si no cumplía sus
promesas, si su intención no hubiera sido desposarla, ella se
habría entregado a él. No se engañaba. Emery se había metido
en su corazón, dentro de su carne y había sucedido desde hacía
tantos años que seguir dilatándolo era una tortura. Ese hombre,
por el que esperó llena de odio, amor, rencor, incluso temor…
le pertenecía. Y era imposible seguir separados.
—Si te sirve de aliento, esta noche está invitado a cenar
—soltó Elizabeth en un susurro—. Es la pantalla perfecta.
Debemos planear muchas cenas, desayunos, almuerzos, lo que
sea con tal de que puedan pasar la mayor parte del tiempo
juntos hasta que la boda tenga lugar. Los duques también están
invitados más tarde, así alejaremos a las lenguas
malintencionadas.
Rose les sonrió a sus amigas y se abrazó a ellas con
cariño.
Capítulo 23

Justo cuando anochecía, Oso arribó a su destino. Había pasado


brevemente por su casa para tomar un baño y cambiarse de
ropa. Se quedó de pie frente a la fachada del club para
caballeros más antiguo de Londres, la lista de socios estaba
nutrida por lo más elevado de la aristocracia británica. Los
hombres de su familia habían contado con una membresía
desde varias generaciones pasadas. Respiró hondo, suplicando
para sus adentros que Sadice le trajera buenas noticias sobre la
ubicación de su hermana. Su vida estaba de cabeza, un
informe esperanzador le traería un poco de luz. El investigador
que había contratado no había podido dar con ninguna pista
importante, como si la aguja se hubiera desaparecido en el
espeso pajar.

Cuando se introdujo, dejó su abrigo y sombrero en el


vestíbulo y caminó orgulloso, como siempre solía hacerlo,
hasta la mesa donde ya lo aguardaba Kilian. Habría preferido
que se hubieran dado cita en Bloodworth House, pero claro, a
Sadice le gustaba retar a la vida. Aunque Evander estaba en
plena ebullición, a punto de volver a retarlo a duelo o lo que
era peor, perder los estribos y arremeter contra él en público
exponiendo a la luz sus problemas, Kilian se mostraba en todo
su esplendor. Solo esperaba que se controlaran y no
alimentaran la curiosidad de los cotillas por los motivos de tal
inquina. Hasta ese instante habían guardado muy bien el
secreto de la vergüenza de los Raleigh.
En ese momento no podía exigir un comportamiento
menos atrevido a su amigo, necesitaba contar con su valioso
aporte en la empresa de encontrar a su familiar. No tenía nada
más en sus manos.
Cuando llegó a la mesa, Kilian Everstone se puso de pie
para saludarlo con camaradería, como si nada hubiera pasado
entre ellos. Así era el vizconde, con una capacidad innata de
volver natural cualquier situación incómoda. Se saludaron
como en los viejos tiempos, y ambos se sentaron uno frente al
otro.
—Temprano para beber. —Fueron las primeras palabras
de Oso.
—¿Has sabido de Isabelle? Dicen las malas lenguas que
se encuentra en Londres, pero las buenas murmuran que se ha
retirado.
—Para quien se ha atrevido a profanar la entrada de
Allard House con su presencia, con el motivo de entregar una
nota a la señorita, supongo que prefiere prestar oídos a las
malas.
—A veces son más confiables —lo retó Sadice.

—Juegas con fuego y con la paciencia del conde.

—Solo quiero aclarar el malentendido.


—Creo que todo se ha entendido perfectamente. —Lo
sermoneó Oso con la mirada, «llamar malentendido a su
ofensa».
Kilian arrugó el entrecejo, la claridad de los ojos bajo sus
cejas doradas acentuaron su mirada.
—No te cité en White’s para hablar de mis asuntos.
¿Quieres saber de tu hermana?
—Sí.

—Hay una joven de menos de veinte años en los


registros. Fue entregada a una familia en Escocia, la han
criado como hija propia. ¿Sabes lo más notorio? Mi padre
pagó su manutención durante toda su vida. Creo que los
tiempos de Dios son perfectos —esbozó con una expresión
reflexiva.
—Me resulta tan contradictorio escucharte hablar de
Dios, siendo la encarnación de todo lo terrenal.
—Vamos, hombre, también tengo corazón. Hablas de mí
como si no me importara la salvación de mi alma.

La mirada sarcástica de Oso no hizo mella en su


seguridad.

—Continúa con lo que me interesa, no vine a hablar de tu


mundo interior.
—El padre de la chica murió hace algunos años, y la
madre cayó víctima de unas fiebres recientemente. Se ha
quedado sola en el mundo. Supongo que ese fue un factor
determinante para que la fuente hablara. La pobre no ha
terminado de llorar su duelo y será enviada a un frío internado
en las Lowlands. Debido que vive en una propiedad retirada
que será heredada por un sobrino de su padre adoptivo.
Supongo que la familia de sangre sospecha que no es legítima,
aunque consta en los registros como tal y el heredero ha
decidido deshacerse de ella.
El rostro de Oso se contrajo, apretó el cristal de su copa
hasta sentir vulnerable el frágil material entre sus dedos. Culpó
al barón del infortunio de la muchacha.

—¿Qué te asegura que es la hija de Peasly y no de tu


padre? —preguntó la duda que le pareció más lógica.
—Para la fecha en que nació Annalise —murmuró y a
Oso un escalofrío le recorrió la piel— mi padre no tenía
mucha munición en sus cartuchos.
—Maldito vulgar.

Sadice ofreció una sonrisa pérfida por el insulto de su


amigo.

—No era un secreto en casa. Mi madre tenía un amante


porque el viejo ya no la satisfacía. —Se alzó de hombros con
fastidio e hizo una seña obscena con el dedo índice curvado
hacia abajo.

—Espero que no sea hereditario —se burló veladamente,


con Sadice era la mejor arma para mantener a raya su sobrado
orgullo.

—En ese caso, disfrutaré mientras pueda. —Kilian se


defendió como pudo sin darle mucha importancia—. Mi padre
estaba más preocupado por su relación con Dios que por darle
uso a su herramienta.

—Peasly también, sin embargo, pudo engendrar a la


criatura, y a todos los demás.

—Peasly se refugió en la religión luego de sus malos


pasos. Creo que la pérdida de… —Evitó decir «tu madre»— lo
dejó tan dañado que buscó apoyo en las creencias de su
familia, quienes quisieron encauzar su vida.
—Es un hipócrita —sentenció Oso.

—En fin. —Le extendió un sobre cerrado—. Aquí están


los datos. Debes darte prisa antes de que termine en el
internado. Ahórrale el trago amargo. Además, esa institución
no la admitirá cuando sepa que no obtendrá los fondos que
esperaban recibir de mi bolsillo. En el sobre también va una
carta avisándole al familiar de Annalise que no seguiré
pagando la manutención que le asignó mi padre, y de la que
desconocía por completo. Aparecía en los libros como «gastos
varios». ¿Puedes creer lo inteligente que era el viejo? Supongo
que mi padre le debía una deuda muy grande a Peasly para
hacerse cargo de tal encomienda.

—Supongo que sí, esos dos se tapaban sus sucias


jugadas.
—En efecto. Como hacíamos tú y yo antes de que
conocieras al conde de Allard y decidieras cambiar tus
lealtades —contraatacó Kilian, no perdía la oportunidad de
recordárselo.

—No tengo cómo agradecértelo. —Se limitó a decir Oso


e ignoró sus reclamos.

—No tienes que hacerlo, solo tuve que hostigar al


administrador de la familia que sabía de los registros de todos
los asuntos turbios de mi padre. Lo dejé tan asustado que cantó
como un pajarito.

—Eres espeluznante, Kilian, pero gracias de nuevo.

—He dicho que nada que agradecer —añadió


desinteresado—. Ahora me retiro. He venido a Londres por un
asunto impostergable para el que me ha hecho venir uno de
mis cuñados —dijo para referirse al hermano mayor de su
esposa, quien estaba casado con una prima de la reina—.
Espero que nuestro secreto siga a salvo, cada vez que me
convoca con tal misterio es para reprocharme mi
comportamiento. Pretende que me vuelva monje como él.

—Imagino que no quiere que seas monje, solo que


respetes la institución del matrimonio. Te recuerdo que estás
casado con su hermana.

—Pues estoy bastante apegado a los votos últimamente.


Desde el «malentendido» con Isabelle, me he comportado
como un maldito perro fiel.

—Eso para ti es toda una proeza, supongo que tu esposa


estará muy contenta. —Quiso sonar sincero, pero el
comentario se le escapó lleno de sarcasmo.

—No he notado cambio alguno en su estado de ánimo —


alegó sin dejar al descubierto sus sentimientos sobre el
comentario—. Solo es una endemoniada nueva realidad. Y no
quiero revelarte el motivo, porque terminarás sermoneándome
y esta nueva persona en la que te has convertido me fastidia
bastante.

—Solo mantente alejado de la hermana de mi amigo.


—Claro, tu amigo. ¿Qué quedará para el resto de los
mortales que te conocemos desde la niñez? —bufó.

No se habrían puesto de acuerdo jamás, pero


abandonaron el tema cuando otro miembro del club hizo su
arribo. Al pasar por la mesa donde ellos estaban sentados no se
pudo contener.
—¿Lord Bloodworth?, justo a quien necesitaba ver. —
Peasly se le acercó con un ofrecimiento que Oso jamás creyó
escuchar—: Venía a reunirme con su excelencia, el duque de
Thane, pero en vista de que me he adelantado, aprovecharé la
oportunidad para saludarlo. ¿Puedo sentarme con ustedes?
—Adelante —contestó Oso intrigado.
Kilian no emitió palabra alguna, solo se les quedó
observando.
—Le exijo que se aleje de mi familia —profirió el barón
en cuanto tomó asiento.

Oso se le quedó mirando de modo penetrante. No podía


dar crédito a tal insolencia y descaro. Aquel malnacido, con
toda su doble moral, se atrevía a retarlo en un sitio público y
de gran renombre.
—Qué loable —arremetió Emery en voz baja y serena,
pero con una frialdad nociva en su expresión—. Es tan
rescatable que a mí me ponga exigencias, mientras le ofrece a
Thane una dote que no puede rechazar.
—Me ofende su comentario —siseó Peasly mostrándose
escandalizado.
—¿Qué esperaba? ¿Que hiciera gala de la hipocresía con
la misma soltura que usted? No soy yo quien ha ofrecido…

—¡Cállese! —El barón dio un grito y golpeó la mesa


para evitar que Emery detallara delante de Kilian el sórdido y
vergonzoso trato que había cerrado con el duque—. Tenga una
pizca de decencia, ¡por Dios! —Las miradas de los presentes
se volvieron hacia la mesa y sus ocupantes.
—¡Lo mismo digo! —Oso también gritó, poniéndose de
pie y haciendo un ruido ensordecedor al correr su silla hacia
atrás.

—Caballeros —intervino Kilian en voz neutra, pero lejos


de calmar los ánimos, los exhortó—: Si van a dar un
espectáculo no han elegido la mejor hora, no tenemos mucho
público.
Los más de veinte caballeros que estaban esparcidos en
otras mesas no dejaban de atender a lo que ocurría entre el
barón y el marqués.
—Usted es un cretino que jamás se saldrá con la suya.
Me río de sus vanos esfuerzos, se quedará con las manos
vacías —siseó Leonard con vileza en sus gestos.
—Es evidente que le importa un demonio la felicidad
de… —No pudo decir su nombre, quería guardar todo lo
posible su identidad para salvaguardar su reputación—. Lo
único que le interesa es salirse con la suya.
—Lo retaría al campo de honor, pero eso solo amerita
cuando se habla entre caballeros, para mí usted es mucho más
bajo que eso —profirió el barón para humillarlo.
Oso no entendió la magnitud de su odio, menos se lo
explicaba si su furia partía del amor que le tuvo a Rosaline,
¿cómo podía despreciarlo tanto? Había amado a una mujer y
aborrecía a muerte a su sangre.
—Me retiro —dijo Emery tratando de sosegarse y de
convencerse de que no valía la pena. Evidentemente, Peasly
estaba fuera de sí, de lo contrario, habría cuidado su
reputación como de costumbre. La situación familiar estaba
sacando a flote lo peor de su personalidad y Oso se había
convertido en el blanco de su frustración. Encontrarlo allí
había sido una pésima coincidencia—. No perderé el tiempo
con alguien de su nivel.
—Nadie tiene peor nivel que usted, es igual a su padre,
marqués de hazmerreír. Un cobarde… —Leonard omitió la
palabra «cornudo», pero Oso la leyó en sus ojos.
Emery cerró sus manos en puños hasta que los nudillos
quedaron blancos. Sentía la vena de su sien palpitar y una
borrasca de ira arrasar con el control de sí mismo. Él podía
reclamarle a su padre por haber preferido morir en un duelo
estúpido y haberlo dejado en el mundo completamente solo;
sin embargo, no iba a permitir que nadie lo insultara, menos
quien había hecho su vida miserable y tenía la sangre de
Joseph en las manos. Con una velocidad que Peasly no
advirtió lo tomó de las solapas y lo lanzó por el suelo,
causando un estropicio de sillas y copas en la caída.
Todos guardaron silencio absoluto y se concentraron en
la disputa. Peasly aún sorprendido por el arranque de
violencia, comenzó a recomponerse. Se levantó con rapidez,
listo para atacar.
—¿Es lo único que se le ocurre para defenderse? ¿No
tiene el ingenio suficiente para argumentar como un caballero?
—lo humilló el barón.
Oso sentía un calor sofocante ordenándole triturar los
huesos de su adversario, pero no podía dar rienda suelta a su
furia —aunque lo deseaba—. No en White’s frente a todos
esos testigos oculares. No obstante, complació a su lengua al
decir:
—Váyase al demonio usted y su ingenio. —Emery se
sintió tan ligero después, que todo lo que deseó fue marcharse
de ese lugar.
De todos modos, no le quedó otro remedio, el personal a
cargo se ocupó de llamarles la atención a ambos y echarlos sin
consideración.
Salieron juntos, Sadice les siguió detrás negando.
Tampoco era la primera vez que esos salones vibraban con
semejante función. Él mismo había protagonizado alguna en el
pasado.
—No creo que los echen permanentemente. Solo
regresen cuando estén de mejor ánimo. Ahora sí, me marcho
antes de llegar tarde a mi compromiso. ¿Podrán comportarse y
no degollarse de camino a casa? —inquirió Kilian lleno de
sarcasmo.

—Mi conversación con este caballero ha terminado —


pronunció Oso.
—Lo mismo digo —concluyó Peasly.

Pero era notable que quedaba mucho por decir.


Oso apretó el sobre que, momentos atrás, se había
guardado en el bolsillo de la chaqueta. Le habría encantado
restregárselo en el rostro a Peasly, pero se contuvo: tenía parte
de la victoria en las manos. El triunfo sería total cuando Rose
entrara vestida de blanco hermosamente ataviada en St James
para convertirse en su esposa por todas las leyes. ¿Entonces,
quién poseía mejor ingenio? Callar era importante mientras
tanto.
Ofuscado por su desencuentro con Peasly, pasándola
realmente mal, Oso cabalgó directo a la casa de los Allard.
Bajó de un salto de su caballo y le pidió al mayordomo ver a
Rose. Gibson se quedó con las palabras atoradas, toda su
maestría para atender con elegancia a quienes arribaban se vio
opacada por la solicitud. Por un momento pensó, que como de
costumbre lord Bloodworth venía para visitar al conde. ¿Debía
cumplir con las demandas del marqués? Cauteloso, lo hizo
pasar y luego de dejarlo muy cómodo en una sala discreta, fue
a consultar a la dueña de casa, quien se hizo cargo del asunto.

Oso aún pensaba en las palabras que cruzó con Peasly, la


rabia causaba una arruga en su frente; la musculatura tensa, los
puños apretados y la mandíbula contraída. Cuando vio a Rose
entrar y cerrar la puerta tras de sí, consciente de que su
reputación estaría perdida si los condes no fueran los
cómplices, todo su cuerpo experimentó un cambio completo
de humor. La furia se trasmutó en una emoción distinta, con la
misma fuerza que el calor doblegaba ciertos metales. Había
anhelado tanto un minuto a solas. Y no pudo esperar a que ella
completara sus pasos hasta donde él aguardaba de pie, junto al
sofá. Caminó en su dirección y, cuando estuvo frente a frente a
esa mujer por la que había esperado tanto tiempo, tomó sus
mejillas entre sus dedos y observó la venda sobre su frente.
—¿Duele? —indagó con una mueca de compasión e
impotencia. Hubiese querido haberlo evitado.
—Estoy bien, no te preocupes. —Trató de apaciguarlo.

—Le salvaste la vida a Thane cuando aseguraste que en


realidad te había rescatado del asaltante —bramó quedamente
—. Aún esa historia no me convence, pero por ahora le daré
un respiro. Si hubiera tocado uno solo de tus cabellos se habría
topado con toda mi ferocidad.
—Olvida a ese infeliz.

Descendió hasta su boca, como si únicamente en sus


labios descansara el agua con la capacidad de calmar su
desmedida sed. Los sintió tan dulces y suaves, tan húmedos y
tibios y frescos a la vez. Los chupó con fervor hasta robarles
todo el sabor solo para descubrir que tras otra lamida sabían
aún mejor. ¿Cómo demonios, se había podido contener?
Intempestivamente, la tomó por el talle y la hizo aterrizar de
un salto sobre su cintura, con sus piernas enroscadas en sus
caderas. Abrigándola con el poder de sus brazos, que podrían
sostenerla por horas.

Y ella, receptiva, no necesitó palabras para dejarse guiar,


reaccionó con la misma velocidad. Parecía que sus mentes
estaban sincronizadas, voluptuosas, candentes, vibrantes y
desesperadas. Rose respondió a aquel beso con el mismo
apetito salvaje.
La pegó contra su virilidad y cuando esta, dura como un
hierro, comenzó a palpitar se arrepintió. ¿Cómo iba a apagar
ese fuego? No podía tomarla y llevársela a su hogar, menos
encerrarla en una habitación de Allard House y dar rienda
suelta a su deseo.
—Hermosa Rose, esta espera es angustiante. Ya no puedo
más —le confesó cuando al fin sus bocas tuvieron un respiro
—. Si no quieres que rompa mi promesa y que te corrompa
antes de llegar al altar, escúchame bien. —Las manos de él
seguían sujetándola, pegándola tanto contra sí que sus alientos
se rozaban. Oso lamió sus propios labios y tragó sediento. Esa
boca entreabierta tan próxima a la suya le hacía perder la
cordura—. Ocupa el tiempo en prepararte para la boda. Dejaré
a Price la instrucción de pagar lo que necesites. Quiero que
entres a la iglesia como lo deseas: orgullosa, triunfante, como
la fuerte mujer que eres. Pero ya no puedo darte un día más.
—Tampoco quiero esperar —aceptó tragando la saliva
que se le acumulaba en el interior de la boca. Necesitaba
seguir besando los labios llenos del hombre y continuar
probando su lengua afilada que exploraba sin piedad—. ¿Has
venido para la cena? —le preguntó con inocencia.
—No. He venido a informarte que voy a viajar esta
misma noche. No podía marcharme sin despedirme de ti, más
porque han quedado muchas cosas por decir. Quiero irme
sabiendo que cuando regrese estarás esperándome con tu
vestido de novia y el corazón lleno de ilusión.
Rose le robó un beso lleno de ternura y él se derritió con
la destreza que esa mujer iba adquiriendo, lo que daba cuenta
de lo ardiente que iba a ser en la cama.
—Si ahora mismo me pides que huya contigo con lo
puesto, créeme que no lo pensaré —aseveró ella.
Eso provocó en el varón una subida de energía, una
sonrisa ganadora se dibujó en el rostro de líneas bien
definidas. Una sonrisa que a ella le desbocó aún más el
atormentado corazón, que no sabía si podía seguir viviendo al
límite del deseo sin desfogar todas las ansias que se
acumulaban en su pecho, que le hacían vibrar su intimidad y
anhelar que su futuro esposo no se detuviera y continuara
mostrándole cómo podía complacer a una mujer.
La abrazó con más fuerza y caminó con ella, aún encima,
hasta caer sentado en el mullido sofá.

—Tus besos… tus labios, mujer, son los más dulces que
he probado jamás, me están matando. No me digas eso, porque
soy capaz de cambiar todos mis planes y raptarte esta misma
noche para llevarte conmigo a Escocia. Cielo, quiero que seas
mi esposa, que tengas todos los privilegios, que nadie te
rechace y que todas las puertas se abran ante ti. Por eso, tendré
que contenerme esta noche, porque me tienes tan loco que ni
siquiera he trazado el ardid perfecto para llevarte a mi casa, sin
que nadie se percate, para amarte sin clemencia hasta que
amanezca. Pero tras mi regreso de Escocia nos casaremos y no
dejaré trozo de tu piel sin que mi lengua lo recorra —prometió
con la voz ronca por la necesidad. Haré los arreglos antes de
irme.

Ella no pudo evitar sonrojarse como una manzana a pesar


de sus años, por más atrevida que fuera, imaginarlo en una
actitud tan atrevida, adueñándose de su desnudez le arrancó un
suspiro.
—¿Por qué te vas a Escocia? —preguntó, no quería
alejarse de él.

—Encontré a nuestra hermana. Su suerte es bastante


triste, debo llegar a tiempo para salvarla de un desagradable
destino. Es justo que ya no sufra más. Ya no tiene a nadie en el
mundo, sus padres adoptivos han muerto y…
—Ve, sabes que voy a esperarte.
—Te amo —le reveló una vez más y después la besó en
la nariz. Habría querido decirle que le estaba construyendo un
invernadero, que sus posesiones y lo más importante, su
corazón, iban a estar a sus pies; pero quiso dejar algo para
sorprenderla después.
—Loco —le susurró salpicándolo de besos—. ¿Sabes
que has puesto mi mundo de cabeza? Y no desde que dejamos
el orgullo y el rencor atrás, así ha sido siempre, desde que
comprendí siendo una jovencita que estaba enamorada de ti.
No importa si lo decía en voz alta o me lo negaba, siempre he
estado loca por ti.
Se apretaron hasta que sus cuerpos se sintieron tan juntos
que ni una pequeña brisa cabría entre ellos.
—Serán como máximo dos semanas lo que tardaré en
regresar, pero ya me haces falta —profirió Emery y le besó la
mejilla.
—Si hemos sobrevivido hasta hoy, dos semanas no harán
que perdamos más la cordura. Tráela de vuelta.
Él asintió con solemnidad. Les costó tanto soltarse. Lo
hicieron rápido, antes de que fuera más doloroso e
insoportable y se arrepintieran.
Se miraron con intensidad.
—Anda, que hemos corrido con suerte —bromeó
sarcástico Oso—. Si Gibson o lady Abbott hubieran entrado
mientras con un beso te robaba la inocencia, habrían puesto el
grito en el cielo y ahora estaríamos asistiendo a un sepelio. —
Trató de borrar su tristeza con un poco de humor, y lo
consiguió, ella le regaló su refrescante sonrisa.
—Créeme que tus besos me robaron la inocencia desde la
primera vez que tus labios rozaron los míos. No eres de los
que besan con demasiado respeto.
—Por supuesto que te respeto —protestó con un gesto
descarado.
—Y por supuesto que nadie iba a interrumpir —aseguró
con un guiño—. Las amigas son muy valiosas.

—Lo sé —dijo sonriendo de medio lado para referirse a


los propios.
Rose le dio una última mirada. Después se pasó las
manos por el peinado y sus vestiduras para acomodarlos. Al
terminar, se escapó por la misma puerta que había arribado.
Capítulo 24

Rose sintió la falta de Oso durante la cena. No sabía cómo


podía permanecer sentada en aquella mesa, sin dejar entrever
que una luz irradiaba desde dentro de su ser. A su lado estaban
quienes habían contribuido a que estuviera cada vez más cerca
de su felicidad. Oso la dejó con un suspiro contenido, con el
pecho ardiendo, con unas ganas infinitas de volver a
estrecharlo entre sus brazos. En sus labios aún podía sentir su
sabor y su suave vestido de seda aún olía a la fragancia
masculina que Oso emanaba. Los que estaban enamorados, o
lo habían estado alguna vez, tendrían que sospechar que el
brillo en sus ojos era producto del más inmenso amor. ¡Qué
ganas de volver a verlo y que él cumpliera sus más ardientes
promesas!

«Era imposible que no lo notaran», sentenció para sus


adentros y no le importó. No dejaría que la vergüenza atentara
contra lo más emocionante que estaba viviendo. Al fin entre
ellos todo fluía, no había trabas. Los dos tenían esa mirada
cómplice cada vez que se contemplaban: unas ganas alocadas
de gritar a los cuatro vientos cuánto se querían y callar así
todos los murmullos del mundo acerca de la soltería de cada
uno. Londres entero iba a paralizarse cuando conociera la
noticia: el soltero más empedernido y la solterona más rebelde
de la aristocracia habían coincidido a la hora de dejar de serlo.
El compromiso daría mucho de qué hablar y la boda rompería
corazones.
—Estás muy callada, Rose —le dijo lady Abbott que era
experta en leer los silencios, sacándola así de su
ensimismamiento—. ¿Tiene algo que ver con la visita del
marqués?
Rose casi se atraganta con su propia saliva, ni tiempo
tuvo para pensar qué responder.
—¿Y usted cómo lo sabe, tía? —indagó Elizabeth
sorprendida porque había sido muy cuidadosa.
—Uno tiene sus medios —contestó la aludida. Por
supuesto que lady Abbott decidió hablar al respecto porque la
madre del conde no estaba presente.
Aunque los duques eran parte de la familia, Agatha
decidió no asistir a la cena. Ella no se sentía bien en sociedad
luego del fiasco de su hija Belle. Necesitaba tiempo para
asimilar que debía adaptar sus expectativas a una realidad
diferente. Isabelle se había quedado haciéndole compañía,
pues se sentía responsable del estado de ánimo de su
progenitora.
—Lady Abbott, deje de atormentar a nuestra amiga y
mejor pensemos en la próxima boda. ¿Un par de meses le
parece un tiempo adecuado para los preparativos? —opinó
Angelina.
—Me sorprende que el caballero quiera esperar —
aguijoneó la dama de más edad—. Solo hay que reparar en
cómo la mira.
—Parece que usted es experta en miradas, milady. ¿Así la
miraban en su juventud? —Una broma de mal gusto que se
permitió el duque puso a crispar los nervios de la mujer. Pero
lady Abbott había aprendido a perdonarle el atrevimiento a
Jason. Bastante lo había desesperado ella en el pasado cuando
aún era soltero.

—Oso y yo nos casaremos en dos o tres semanas —soltó


Rose para detener la discusión.
—Eso sí que es una sorpresa —atinó a decir Elizabeth
que se había mantenido callada—. Pero tendremos que correr.
¿Ya lo sabe tu madre? La vi muy interesada en la ceremonia.
Es una suerte que lady Peasly te apoye, querida.
—Es cierto que tendremos que apurarnos y prescindir de
algunos detalles que habíamos contemplado, pero como
menciona lady Abbott el marqués no quiere esperar.
—Es una decisión sabia —intervino el conde—. Como
están las cosas, la única salida que veo es que queden
protegidos con la institución del matrimonio. Peasly es
religioso. Lo que Dios une no lo debe separar el hombre. A su
padre no le quedará más remedio que aceptar. A futuro,
cuando vea que tienen una relación estable terminará por
ablandarse.

Gibson se acercó con el entrecejo enjuto, rara vez por su


frente surcaban arrugas, evidenciando disgusto o
preocupación. Por el contrario, trataba de ofrecer siempre una
expresión amable para contribuir al buen humor de los
habitantes de la morada. Antes de que hiciera el anuncio,
Allard se adelantó:

—¿Qué sucede? —le preguntó.

—Un lacayo de Peasly House ha venido con una misiva


urgente.
El corazón de Rose dio un vuelco.

—Hable —ordenó Evander.

—Su padre se encuentra muy delicado, señorita Peasly


… —Se cortó a media frase, y no pudo continuar.

—¿De salud? Pero si es un roble —manifestó Rose


afligida, llevándose una mano al corazón. Lo primero que
pensó que el conflicto y la presión al que había estado
sometido había terminado por causarle alguna enfermedad.

—Le dispararon de camino a casa tras salir de White’s.


—La revelación de Gibson dejó a todos boquiabiertos. Los
cubiertos se detuvieron y nadie pudo permanecer calmado en
su asiento—. Su madre ruega por su presencia. Teme lo peor.

Dos lágrimas gruesas recorrieron las mejillas de Rose.


No solo su padre estaba al borde de la muerte, sino que cabía
la posibilidad de que falleciera y ellos quedaran en malos
términos sin posibilidad de reconciliarse. Elizabeth ya estaba a
su lado sosteniéndole la mano y Angelina no tardó en rodear la
mesa y aproximarse.

—Debo acudir a mi casa —balbuceó la muchacha—. Por


favor, les ruego que me disculpen —pidió con la intención de
abandonar la mesa.

—Por supuesto, si me permites voy a acompañarte —


ofreció Elizabeth, ayudándola a ponerse de pie.

—Yo iré con Rose —decidió la duquesa—. También


quiero apoyar a Aurora.

El duque asintió y ya estaban listos para escoltarla.


—Aquí estaremos aguardando noticias. Dígale a su
madre, señorita Peasly, que pueden contar con nosotros en esta
terrible eventualidad —dijo Evander y colaboró para que
partieran cuanto antes.

No tardaron mucho tiempo en estar listos para salir.


Elizabeth abrazó a Rose antes de que esta se pusiera su capa y
se dispusiera a subir al carruaje de los duques.

—Estaré aquí, dispuesta a socorrerte en el momento que


lo necesites —le aseguró la condesa.
Rose agradeció, se despidió de los presentes y salió
envuelta en una nube de dolor.

Lo que sobrevino fue angustiante, ver a su padre


tumbado en la cama, las vendas ensangrentadas, el médico
interviniéndolo y Leonard evidentemente sufriendo. Los gritos
de dolor se le clavaron en la cabeza, jamás los olvidaría.

—¿Quién se atrevió a cometer un acto tan vil? —


interrogó Rose a sus familiares.

Ninguno respondió. Jacob apretaba la mano de su padre


que se apoyaba en él para pasar por ese trago tan amargo. Y
las mujeres no dejaban de llorar.

Nadie mencionó una palabra que trajera a colación las


diferencias familiares. Todos se unieron durante la adversidad
y el barón agradeció con el gesto tenerlos allí ocupándose de
sacarlo adelante, en medio de tan funesta tragedia.
Pero cuando la fatiga venció a Leonard y se quedó
dormido, todos a excepción del hijo varón se reunieron con el
médico para escuchar sus recomendaciones. El pronóstico era
reservado. Habría que esperar al siguiente día. La herida no
era mortal, pero el médico indicó que solían ser traicioneras y,
en ocasiones, las más inocuas, a veces se agravaban a
dimensiones que no se habían previsto. Lo despidieron,
pagaron sus honorarios y se quedaron en compañía de sus
excelencias un rato más.

Una hora después llegó la policía al hogar para hacer


indagaciones. Weimar que aún se encontraba en la mansión les
pidió que regresaran un día después, debido al estado delicado
del herido, pues así no podían interrogarlo.
Cuando por fin los duques se retiraron, Rose decidió
quedarse a pasar la noche en su casa, con los suyos. Aurora se
lo agradeció. Estaba muy susceptible.
Casi a la madrugada, las tres mujeres de la casa se
reunieron en la habitación de la baronesa, para tratar de
encontrar una explicación a lo ocurrido. Jacob se había
quedado a vigilar a su padre durante el sueño.

Les habían traído chocolate caliente y unos emparedados,


que ninguna se atrevió a probar. Rose dio un sorbo a la bebida
en su taza, el líquido tibio la reconfortó.
—Deberíamos llevarlo al hospital, el doctor Emerson es
muy bueno —dijo Rose para referirse al que la había atendido
en St James—. No demerito a nuestro médico de cabecera,
pero…
—Tu padre se ha negado, quiere ser atendido aquí —
aclaró la madre y cambió el tema—: Pobre Jake —musitó la
madre—. Apenas se está preparando para algún día ocupar el
sitio de tu padre y ahora, mientras se encuentre en cama,
tendrá que asumir todas las responsabilidades.

—Podríamos ayudarle —se ofreció Rose.


—No nos corresponde —la desalentó la madre.

Rose negó y no insistió, lo hablaría directamente con su


hermano. A pesar de que Aurora había dado un paso hacia
adelante, y se había revelado contra la autoridad masculina,
había muchos preceptos que traía intrínsecos, adquiridos
durante generaciones. No podría hacerla cambiar de opinión
de la noche a la mañana. Una cosa era defender a su hija del
yugo paterno, otra reaccionar diferente ante tantos años de
sumisión e indefensión.
—Ahora sí, madre, dime ¿qué ha sucedido? —insistió la
hija mayor.

—No lo sé. Llegó en ese estado. Pero me tranquiliza que


estés aquí. —Estiró la mano para acariciarle la mejilla.
El rostro de Daisy lucía pálido, ojeroso. Rose lo había
atribuido a la angustia por la gravedad de su progenitor, pero
percibió que había algo más que la atormentaba.
—Hablen —rogó, pero sonó como exigencia.

—Ya no estoy tan segura de darte mi apoyo en ese


matrimonio —inició la madre—. Las diferencias entre tu padre
y el marqués son irreconciliables —persistió.
—No me importa. —Miró de reojo a Daisy, no sabía
hasta qué punto conocía de los pecados de Leonard.
—Puedes hablar con confianza, Rose —la alentó Aurora
—. Jake y Daisy ya saben todo lo ocurrido en el pasado.
¿Acaso creías que tras el rastro incendiario que dejaste con tu
partida ellos no atarían cabos y nos confrontarían?

Una lágrima rodó por el tierno y dulce rostro de la


muchacha más joven. Rose lamentó romper la burbuja en la
que su hermana había crecido. Sabía cómo dolía, le había
ocurrido exactamente igual.
—Emery está en su derecho de no querer perdonar una
conducta completamente reprochable de nuestro padre —
defendió a su enamorado, dejando la taza sobre el pequeño
plato de porcelana—. Estoy aquí porque, independientemente
de sus acciones, es mi padre, y ha tenido momentos en que se
ha comportado como tal. Mi presencia no significa que tome
partido por él, lo estoy apoyando en la enfermedad. A pesar de
nuestras diferencias soy su hija. Pero nada me hará desistir de
mis planes de boda.

—¿Ni siquiera saber que fue él, quien, en un acto


vengativo, ajustó cuentas con Leonard?
El llanto de Daisy rompió y las lágrimas bañaron sus
mejillas. Rose se quedó petrificada unos segundos, luego
reaccionó. Comenzó a negar.
—No —soltó con seguridad—. Entonces, usted sí sabe lo
que le ocurrió a mi padre. Solo que no sabía cómo afrontarlo.
—Todos los vieron discutir en White’s —informó
Aurora.
—¿Madre, me quiere decir que el ataque ocurrió en
White’s y que hay testigos del altercado? —indagó con
cautela. En ninguna circunstancia creería que Oso era el
responsable.
—Pelearon en el club —respondió—. Emery empujó a tu
padre. Después, se hicieron de duras palabras y salieron
juntos. A partir de ahí nadie más vio lo ocurrido, pero ¿quién
más tendría motivos para tal infamia? A tu padre lo atacaron
por la espalda. Él lo afirma y la valoración del galeno
corrobora que fue un acto a traición.
—Eso no garantiza que fuera Oso. ¿Papá vio a Emery
apuntarle con la pistola?

—Sí, tu padre lo ha acusado con todas sus letras.


Eso empeoraba la situación de Emery y Rose. Sin
embargo, nada le haría cambiar de opinión. Mientras no
tuviera pruebas fehacientes más allá de la confesión de su
padre, le daría el beneficio de la duda a su prometido.
—Si no hay testigos que mirándome a la cara me
confirmen que lo vieron dispararle a mi padre, yo confiaré en
lo que Emery me diga —resolvió tajante.
—Es nuestro padre. ¿Cómo puedes tomar partido por el
agresor? —le reclamó Daisy—. Sé que no ha actuado bien,
pero se está muriendo.
Las lágrimas y la acusación de su hermana le calaron
muy hondo. Se puso de pie para llegar hasta ella y rodearla
con sus brazos para contenerla, pero Daisy rechazó el abrazo.
—Confróntalo, no podrá negarlo —insistió Aurora—.
Tiene su sangre en las manos.
El rencor de la hermana menor aminoró al creerla víctima
de las circunstancias. Intercedió y acortó el trecho que las
separaba para abrazarla.
—Rose, no vayas con él —le suplicó—. Tengo mucho
miedo. Podría lastimarte si lo enfrentas.

—Estaré bien —la calmó la mayor y le depositó un beso


en la frente, luego de estrecharla con fuerza. No podría
soportar que Daisy se enemistara con ella por la razón que
fuera.
—La policía se encargará de detenerlo y de dar
seguimiento al caso —apuntó Aurora—. Es sospechoso.
Trataron de interrogarlo y ¿adivina qué encontraron? No está
en Londres. Huyó esta misma noche. Desconocemos su
paradero. Ninguno en Bloodworth House ha dado razones. Si
fuera inocente no habría escapado.

—Él no ha huido. Oso… —Se obligó a callar. No podía


explicar a dónde se dirigía, menos los motivos de su viaje.
Rose se llevó las manos a la cabeza, agobiada—. Madre, solo
puedo decirle una cosa. Es inocente. No deje que la
convalecencia de mi padre le borre la memoria y le haga
olvidar las ofensas de su esposo. No le reprocho cuidarlo. Yo
misma me quedaré en casa hasta estar segura de que ha salido
de peligro… Pero él ha actuado mal y ninguna situación, por
dolorosa que sea, hará que desaparezcan todos sus pecados.

—Si sobrevive… —Aurora le dio el tiro de gracia con


esas palabras. Y Daisy lloró con más fuerza aún.
—Su vulnerabilidad actual no borra sus errores, repito —
le recordó Rose—. Lo ayudaré, lo cuidaré con mis propias
manos. Como usted ha dicho, es mi padre y le quiero a pesar
de que me ofreció en bandeja de plata a un miserable,
triplicando la dote como si yo fuera un ser horrible del que
desea librarse.
—Solo está asegurándote un buen futuro —blandió
Aurora. No podía creer que su madre se estuviera poniendo del
lado de Leonard.
—Usted no opinaba lo mismo hasta hacía poco —le
reprochó—. He dicho que no voy a darle la espalda a Emery y
me mantengo. Lo defenderé hasta las últimas consecuencias.
Creo en él.
Capítulo 25

Cuando dos semanas después, a mediados de marzo, una


mañana Emery arribó agotado por el largo viaje a Bloodworth
House, la cara de Price no lo recibió con su habitual
afabilidad. El mayordomo tomó la capa del marqués y la de su
acompañante y se las entregó a un lacayo para que las llevara
directo a la lavandería.

Price estaba al tanto de la razón por la que había partido


el marqués y había preparado las condiciones para recibir a la
visitante.
El ayuda de cámara se llevó las maletas a sus
habitaciones, con la indicación de prepararle cuanto antes un
baño a Oso, quien deseaba borrar el cansancio del camino. Su
corazón estaba desbordado por los deseos de ver a Rose. Solo
quería ponerse presentable y acudir a Allard House para
avisarle en persona de su retorno.
Antes de hacerlo, mandó a llamar al ama de llaves. Había
un asunto urgente del que ocuparse.
La buena mujer de mediana edad se le quedó mirando a
la joven que permanecía muy seria y callada al lado del dueño
de casa. Poseía una hermosura natural, aunque sus grandes
ojos azul celeste estaban opacados por su estado deplorable.
Se veía tan delgada que sus pómulos lucían demasiado
angulosos en aquel rostro excesivamente pálido. Su cabello
estaba oculto por la peor cofia que la señora James había visto
en su vida. No dijo en voz alta lo que pensaba por respeto,
pero la muchacha parecía un saco de huesos. Además, estaba
ataviada con una ropa que no le favorecía, en extremo
holgada, que parecía haber pertenecido a otra persona.
—Señora James, le presento a la señorita Berry, mi
pupila —la introdujo Oso—. Alójela en una de las
habitaciones de huéspedes y aliméntela, por favor.
La jovencita, de apenas diecinueve años, bajó el rostro
apenada.
—¿La instalará en la casa sin una carabina? —interrogó
escandalizada el ama de llaves que no era muy comedida.
Price carraspeó por el atrevimiento, aunque reconocía
que no dejaba de tener razón.
—Obedezca —exhortó Oso, seguro de que ese pequeño
inconveniente quedaría resuelto. Los preparativos para la boda
apresurada ya tendrían que haberse realizado, y Rose estaría
viviendo con ellos a la brevedad.
—Como ordene, milord —acató a regañadientes. Su
mirada inconforme fue reprendida por un bufido del marqués.
Las dos mujeres caminaron en dirección a las escaleras,
entonces fue el turno del marqués de carraspear para aclararse
la voz.
—Annalise —pronunció y ambas mujeres, en especial, la
aludida, se volvieron para mirarlo—, bienvenida a tu nuevo
hogar.
Ella no dijo nada, tampoco se mostró agradecida. Oso no
se sintió ofendido, sabía que haberla traído en contra de su
voluntad había sido lo mejor. Su familiar no puso reparos en
entregársela, como si le urgiera deshacerse de la carga
económica que representaba. Además, aquel tuvo que ser
recompensado para que procediera con rapidez.

Y, aunque, durante el trayecto, Oso le había explicado


con sumo cuidado los motivos de su viaje a Escocia, la
señorita aún estaba muy confundida. Su madre había sido muy
cariñosa con ella. Su muerte había sido dolorosa, robándole el
apetito y la salud a Annalise.

El nudo laxo que amarraba la cofia al cuello de la


señorita terminó por desatarse y esta cayó al suelo, revelando
un cabello negro azulado como las plumas de un cuervo. El
contraste de su piel blanquísima con sus ojos azules muy
claros era llamativo. Todos apreciaron su belleza. Oso suspiró
de alivio, la había encontrado. La señora James ladeó la
cabeza, estaba convencida de que la muchacha tenía potencial.
Tendría que ingeniárselas para hacerla engordar.

Emery la había rescatado de su infortunio y había sido


más sencillo de lo que le había parecido en un inicio. El estado
de su hermana hizo que la culpa se acrecentara, su indiferencia
sobre su paradero durante los años previos siempre volvería.
Lo único que podía hacer, era reivindicarse en lo adelante con
Annalise por todas las fallas cometidas.
El marqués hizo una seña para indicarles que podían
proseguir. Después miró a Price y tras una profunda
inhalación, trató de ponerse al corriente de lo ocurrido en su
ausencia.
—Quiero saber si la señorita Peasly se comunicó con
usted para ver lo referente a nuestra boda. —Antes de irse lo
había puesto al tanto de la propuesta y el acuerdo.
—Lo único que recibí de parte de la señorita Peasly fue
una carta pidiendo encarecidamente que le avisara en cuanto
usted estuviera de regreso.

Oso arrugó la nariz, sumamente confundido, habría


esperado más comunicación.
—Hágalo de inmediato. Envíele una nota avisándola que
hoy mismo acudiré a verla.

—Enseguida, milord.

—Aguarde un momento. ¿Usted siguió mis


recomendaciones? —insistió.

—Por supuesto, milord. Su secretario particular me


ayudó con el trámite. La iglesia está disponible para la fecha
señalada, las flores, el brindis… Solo me preocupa que…

—¿Qué? —insistió y comenzó a adentrarse hacia los


pisos superiores con Price detrás.
—En cuanto arribó a la estación y envió por el carruaje,
me tomé la libertad de mandar un aviso a su excelencia el
duque de Weimar. Debe hablar con él.
Price era una tumba cuando se lo proponía. No importaba
cuánto lo machacara Oso para que explicara la urgencia de
citar al duque de inmediato. Si el buen hombre consideraba
que era Jason quien debía informar algo de importancia,
ninguna presión le haría hablar.
Sin perder tiempo, Emery se dispuso a tomar su baño
para estar listo cuanto antes. Cuando abandonó sus aposentos,
Weimar ya le esperaba en su estudio.
En pocas palabras lo puso en contexto: la herida de
Peasly, quien no había fallecido por fortuna, la acusación en su
contra, y las preguntas que debía contestar a la policía.
—Me quedo sin palabras. Jamás creí que algo tan funesto
ocurriría —esbozó atento a lo próximo que añadiera el duque.
De verdad, todo lo señalaba a él: habían peleado delante de
testigos, tenía un motivo—. ¿Tengo que responder ante la
justicia? ¿Me encarcelarán por un crimen que no cometí,
mientras yo me quedé cruzado de brazos todos estos años
aguantando mi resentimiento contra el homicida de mi padre?

Se puso de pie y caminó por el escueto perímetro del


estudio como un animal salvaje enjaulado. Uno de sus puños
se estrelló contra el escritorio produciendo un ruido sordo.

—No dejes que tu lado irracional te domine. Necesitas


pensar y para eso requieres de tener la mente fría —le sugirió
Jason—. Alguien quiere incriminarte.

—No sé quién tendría motivos para hacerle daño a


Peasly.

—Y a la vez dejarte muy mal parado ante él.

Los ojos de los dos hombres se cruzaron con un nombre


en mente. Solo había una persona interesada en acrecentar la
rivalidad entre el marqués y el barón, uno que saldría
beneficiado. Oso buscó en la estantería una botella de coñac y
dos copas, sirvió la bebida para los dos. Tras de un sorbo
largo, continuó:

—No estaba en White’s el día del altercado, pero Peasly


lo estaba esperando, pudo haber arribado en cualquier
momento y haber presenciado la discusión. ¿Crees que se haya
aprovechado para matar dos pájaros de un tiro? Dejarme mal
parado delante de Rose para sacarme del medio y lograr que su
padre me deteste todavía más.

—Sería un golpe maestro, pondría a toda la familia en tu


contra. Si es que no lo están ya.

—En el baile de Allard intercambiamos palabras fuertes


—recordó Oso en voz alta—. Lo conoces, Thane no deja
cuentas sin saldar.

—La enemistad entre ustedes ha crecido desde que el


interés de la señorita Peasly se ha inclinado a tu favor.
Sabemos que Todd odia perder. Además, su ducado ha
sobrevivido a duras penas. Viven para apuntalar sus
propiedades y mantener las apariencias. No sé cómo han
podido estirar tanto la situación. A mí me debe una suma
considerable. Hace poco me aseguró que uno de sus negocios
estaba por dar beneficios, que pronto iba a pagarme.

—Con la dote —acertó. A él también le debía.

—La que no tiene en la palma de su mano —aseveró


Jason.

—Si el duque de Thane estuvo en White’s o en sus


alrededores, alguien tiene que haberlo visto. Citaré de
inmediato a mi investigador privado, para que se adelante a la
policía y comience a buscar pruebas que me ayuden a ser
exculpado.

—Bowman —agregó para referirse a su hombre de


confianza— ya se está encargando de averiguar.

—Gracias, Jace —dijo palmeándole el hombro en señal


de camaradería—. Debo aventajar a la policía, antes de
terminar en sus corruptas redes. No sabemos si quien hirió a
Peasly los ha sobornado. ¿Sabes si han interrogado a Sadice?
Estuvimos juntos, él vio cuando Peasly se subió a su carruaje.

—No sé nada al respecto.


—Haré que le envíen un telegrama. Su declaración
podría servir para aclarar lo sucedido.

—Es extraño que nadie haya mencionado que Sadice y tú


abandonaron juntos el club —advirtió Jason—. Peasly debió
sugerirlo.

—Tal vez no está interesado en que haga acto de


presencia. No conviene a sus planes. Quizás solo fue agredido
por un ladrón, y ha decidido calumniarme para sacar provecho.

—Como sea, debes limpiar tu nombre con la familia de la


señorita Peasly. La baronesa y su hijo están bastante ofendidos
con tu supuesta participación. Thane no ha salido de Peasly
House. Está acumulando méritos.

—Acudiré ahora mismo a Allard House, no puedo


permitir que Rose piense que yo soy el responsable —decidió
Oso—. Debo hablar con ella cuanto antes.

—Aguarda —lo detuvo Jason elevando una mano—. Te


ahorraré el viaje. La señorita tras las eventualidades ha vuelto
a su hogar. Está con su familia. No creo que seas bien recibido
en Peasly House.
—Nos casamos en dos días —murmuró preocupado—.
No me quedaré de brazos cruzados.

—Creo que deberías andar con cautela, Oso. Puedo


pedirle a Angelina que la cite en nuestra casa para que puedan
conversar.
—¿Qué estás insinuando? ¿Crees que no querrá verme?
Tu esposa te ha revelado algo que te haga suponer que se ha
retractado.

—Habla primero con ella —agregó con un gesto fraterno.


Luego trató de cambiar de tema para levantarle el ánimo—.
¿Qué pasó con tu viaje a Escocia? ¿La encontraste?

—Sí, es una larga historia que contar —respondió


apurado. Un calor incómodo lo incineraba cada segundo que
no tenía la oportunidad de explicarle a Rose que era inocente
—. Pero, como comprenderás, ahora no tengo cabeza. Lo haré
cuando todo este asunto del ataque a Peasly quede aclarado
ante Rose. Solo te adelantaré que la he traído conmigo.

—¿Está aquí? ¿En tu casa? —Jason ladeó la cabeza—.


¿Qué explicación darás al respecto?
—La he traído como mi pupila. Diré que es una pariente
lejana huérfana que ha quedado a mi cuidado. Atajaré las
lenguas entrometidas a tiempo. —Entendía por dónde venía,
pero en ese instante era lo último que lo atormentaba. Su
mente estaba concentrada en el próximo reencuentro con su
prometida, en la boda, los preparativos. En no retroceder en el
terreno ganado.
—Mientras seas soltero no será bien visto que alojes a
una señorita en tu casa, a menos que traigas una carabina. —
Jason trataba de aconsejarlo, pero igual quería que hablara de
otro tema para que su mente se enfriara.

—No la tiene. Tampoco tengo ninguna dama en la


familia que pueda desempeñar ese papel. Y ya está muy
crecida para una institutriz. Mi plan no tiene fallos. Me casaré
en dos días. Con Rose aquí nuestra vida estará arreglada.
—Mientras eso ocurra debes buscar una solución
provisional. Podría vivir con nosotros en Weimar House.
Angelina la recibiría.

—No la conoces. Ha pasado por mucho y es muy


recelosa. Aún desconfía de mis buenas intenciones. Un
hombre soltero que aparece de la nada y le dice que es el hijo
legítimo del hombre que la procreó. Supongo que me hará
responsable de todo su infortunio.
—¿Eso te ha dicho? —preguntó Jason sin cuestionar la
posición de la muchacha que se le hacía bastante natural.
—No con todas sus palabras, pero sus miradas son
inclementes. Necesito tiempo a su lado. Quiero convivir con
ella, conocerla.
El duque cerró los ojos, haciendo una introspección y
cuando los abrió su rostro quedó iluminado.

—¿Qué te parecen las bienintencionadas cualidades de


lady Abbott? Ella ha sido una estupenda carabina para Angie y
también para Belle. Estoy seguro de que se sentirá honrada de
prestar un favor tan especial.
—Mi hermana no tiene los modales que esperaría
encontrar lady Abbott en una señorita. Tiene cierta educación
que se podría pulir, pero no ha sido presentada en sociedad ni
hace vida social. La situación económica de su familia no era
tan holgada.

—Eso no es problema para lady Abbott, adora instruir.


Lo he visto. Preparó estupendamente a Angelina y a Belle para
sus respectivos debuts. —Ambos sabían que en el caso de la
última señorita no había resultado tan bien.
—Tu insistencia más bien parece un plan amañado para
que lady Allard y Evander prescindan de la querida tía una
temporada.
—Es una ganancia adicional. Nuestro amigo lo
agradecerá.

—Lady Abbott es un poco insistente. —Oso sacudió la


cabeza con una mueca de horror al imaginarse a la tía
conviviendo con él, aunque solo fueran días—. Me estás
pidiendo una prueba de fuego para mi paciencia. Esa mujer es
como un pájaro carpintero repiqueteando infatigablemente un
tronco de árbol cuando se le mete algo en la cabeza. Y en este
caso, la madera sería yo.

Jason ofreció una media sonrisa por tal comparativo.


—Es la única carabina con la que contamos en este
momento, no te pongas quisquilloso.

Oso asintió con la cabeza. Lo que Jason proponía era un


acierto. Tendría que fortalecer su tolerancia. «Solo serán dos
días», se dijo para apaciguarse.

—Haz los arreglos, por favor —cedió Emery—. Y para


colmo estaré en deuda para siempre con la dama por dejar la
comodidad de su hogar para venir a socorrernos —siguió
refunfuñando.
El mayordomo llamó a la puerta. Anunció una visita
privada para Oso. Ambos entendieron de inmediato de quien
se trataba. Jason le palmeó el brazo a su amigo en señal de
apoyo y salió a su encomienda. Emery no pudo esperar a que
se retirara, sin perder el tiempo, se dirigió a la sala donde se
habían reunido la otra vez. Price le indicó que ahí lo
aguardaban.

Cuando Oso abrió las puertas no sabía con qué se iba a


encontrar. Había sido acusado por el padre de la mujer que
amaba de agredirlo a sangre fría. No estaba seguro de si ella
venía para reiterarle su amor o para reprocharle. Jamás se
había sentido tan vulnerable. Se introdujo a la sala y cerró las
puertas tras de sí para que nadie los interrumpiera. Tenía el
alma en vilo. No temía enfrentarse en una pelea cuerpo a
cuerpo con otro hombre o batirse en un duelo usando
cualquiera de las armas. No obstante, si el afecto de Rose
cambiaba, si lo miraba llena de rencor, su corazón se rompería
y ya nada lo volvería a unir de nuevo. Necesitaba su confianza.
Poseía la capacidad de entender si esta se fracturaba. Era una
situación escabrosa, pero no podría lidiar en ese momento con
su desdén.

Ella se puso de pie al verlo. Sus miradas se cruzaron …


Y la observó muy serio mientras Rose corría en su dirección.
El hombre se quedó petrificado unos segundos, pero cuando
ella saltó a sus brazos regalándole su fe total, abrió los brazos
para atraparla al vuelo.
Los labios de los dos se buscaron desesperados. La
apretó contra su cuerpo hasta sentirla tan cerca de su piel que
dolía.
—Mi amor —susurró él emocionado sobre la boca
entreabierta de la mujer. De inmediato calló para perderse en
el beso más ardiente y apasionado que había dado en su vida.
Ella chupó con ansias desesperadas cada trozo de su
boca, su lengua atrevida exploró la cavidad del hombre y sus
besos vagaron, erráticos, por sus mejillas y su cuello. Oso le
siguió el ritmo desenfrenado, y como parecía que no se iba a
detener hasta llegar a la saciedad caminó sosteniéndola en
brazos, sin dejar de devorar sus dulces labios, hasta llegar al
sofá. Se acomodó con Rose sobre su regazo, enredó las piernas
de la señorita alrededor de su cintura y le echó la cabeza hacia
atrás.
A Rose le costó tanto refrenarse, pero trató de esperar. El
recorrido de besos tibios y húmedos de Emery sobre la piel de
su escote le dejó los músculos laxos y la intimidad palpitante.
Más cuando él, con maestría, bajó la tela del escote lo
suficiente para dejar al descubierto el nacimiento de sus senos.

La dura erección palpitaba dentro de los pantalones del


varón. El maldito corsé le dificultaba el acceso, no lo dejaba
liberar los pechos, de los que solo tenía una vista parcial, pero
lucían tan generosos que lo excitó por completo. Era la
primera vez que tenía una vista privilegiada del cuerpo de
Rose, aunque no fuera completamente desnudo.
—No quiero esperar, tómame —confesó ella robándole el
aliento con tal ofrecimiento. Ni siquiera habían discutido el
malentendido.
—¿No quieres una explicación de lo ocurrido con tu
padre? —Él necesitaba conversarlo, aunque la vista de aquella
mujer con las mejillas ruborizadas por el feroz deseo lo
desviaban del tema—. Ya me han puesto al tanto, yo…
—Temí tanto por ti —reveló angustiada—. Estos días
aguardando tu llegada fue un sinvivir. Creí que te
encarcelarían en cuanto volvieras.
—Te aseguro que yo no dañé a tu padre. No pueden
encarcelarme porque soy inocente.
—Sé que no fuiste. Oso, cuando mi padre contó que el
agresor le disparó por la espalda deseché su planteamiento.
Jamás te esconderías para sacar ventaja de un enemigo. —Ella,
atrevida, enterró sus manos en la cabellera masculina y lo
acercó para perderse en el azul casi negro de sus ojos.

Él se sintió tan conectado a esa mujer como jamás estuvo


atado a nada conocido.
—Rose, ¿qué hice para ganarme tu amor? —La acomodó
mejor sobre su erección, para que una suave fricción aliviara
en parte el fuego que lo estaba consumiendo. La apretó con
cadencia contra su cuerpo, su intención era que sintiera su
dureza—. Eres buena de corazón, y te has enamorado de uno
de los hombres con el alma más oscura. Ves lo mejor en los
demás. Por eso mereces el cielo, no como yo, si ahora mismo
viniera el juicio final terminaría en el infierno. Mis pecados…
Ni siquiera los puedo contar —se sinceró, pero no era el
momento de enumerarlos. No sabía si tendría el valor de
hacerlo algún día delante de ella.
Rose lo volvió a besar, mientras intentaba seguirle el
ritmo en sus movimientos suaves que la encendían cada vez
más.

—Todos merecen perdón —expuso con un soplo de voz.


La sensación que le causaba esa danza llena de lujuria que Oso
imprimía a sus caderas era exquisita.
—Si llegara el apocalipsis, incluso sabiendo que soy un
caso perdido, ¿te quedarías a mi lado? —Se atrevió a
preguntar. La confianza absoluta de Rose lo había conmovido.
—Yo… —Lo miró con amor profundo.
Sin dudarlo él supo que sí, no la dejó terminar, volvió a
seducir aquellos labios con el azote de los suyos. Entonces, fue
él quien contestó:
—Si llegara el fin de los tiempos, solo quisiera una
persona a mi lado: tú, Rose. La única que ha podido tocar mi
corazón.
—No me conformaré solo con tocarlo. Quiero
conquistarlo por completo.
—Es tuyo, solo tuyo. Jamás te arrastraría al infierno
conmigo, no lo mereces. Por eso, me arrodillaré ante ti, me
enmendaré por ti. —La miró a los ojos, besó cada uno y volvió
a fijar la vista en sus pupilas. Quería que le prestara atención.
Hablaba con una sinceridad total—. Quizás tu padre tenía
razón en algo, yo no estaba a tu altura. Cuando volvimos a
encontrarnos, estaba vacío, condenado. Tú mereces paz,
alegría y amor. No podía darte nada de eso, solo podía ofrecer
resentimiento.

—Ni siquiera me preguntas qué deseo. —Trató de paliar


su culpa.

—Cuando quieres bien a alguien le entregas lo más


noble. Eso busco para ti. Me he exigido dar la mejor versión
de mi persona, porque me moriría si lo encuentras en otro
hombre que no sea yo. Estaba roto, incompleto, herido y lleno
de odio contra el mundo.
—Entonces, ¿algo ha cambiado?
—Todo. —Besó su nariz—. ¿Crees que de lo contrario
me comportaría como un idiota una y otra vez frente a ti?
Rose, jamás me he contenido tanto ante una mujer. Ahora
mismo estoy listo para tomarte, pero no quiero que lo hagas
por un impulso y que luego me reproches que no lo hicimos
sobre sábanas de seda, cubiertas de pétalos de rosas.
—Definitivamente ser idiota no es tu mejor papel.
Después podemos hacerlo sobre la seda y los pétalos. Ahora
ya no deseo esperar —dijo temblando, tocar ese tema tan
íntimo le daba vergüenza, pero estaba decidida a llegar al final.

Rose deslizó sus manos hasta la corbata y comenzó a


desanudarla. Él soltó un gemido ronco —estaba por suceder lo
que tanto había anhelado— y la presionó con más fuerza
contra su dureza. Ella no retrocedió, sino que salió a su
encuentro y se empujó también contra su cuerpo. Si quería que
continuaran en esa dirección debía seducirlo, porque Emery
estaba indeciso. Se notaba que el deseo lo había poseído y que
luchaba tratando de mantener su palabra de conducirla virgen
al matrimonio.
—Conmigo todo es difícil y complicado, ¿verdad? —
susurró ella para convencerlo.
—Sí. En un momento me exiges que no comprometa tu
honor y en otro me dejas sin palabras exigiéndome que te haga
mi mujer.
—Sentí que te perdía, que estabas a punto de pagar por
un crimen que no habías cometido. Imaginé que nos
separaban. Y si eso hubiera ocurrido me habría arrepentido
muchísimo de no haber disfrutado de cada minuto.
—Si me encarcelan te quedarás soltera y deshonrada.
—No me importa. Lo único que me dolería sería estar
alejada de ti.
—Mi amor, yo… —Se humedeció los labios. En su
cabeza sucedieron las imágenes de lo que estaba a punto de
ocurrir entre ellos y se dejó vencer por completo, entregado—.
La primera vez podría ser dolorosa.
—No tengo miedo. Solo te quiero a ti —musitó mientras
comenzaba a desabotonar el frente de su blusa.
Él la miró con profunda devoción, Rose había logrado
tocar su alma desde que la conoció hacía tantos años, y eso
jamás cambió. Dejó de refrenarse, había muchas cosas que
deseaba enseñarle en el arte de amar, y comenzarían de
inmediato.
—Haré que no te arrepientas —le aseveró Oso con tanta
seguridad que a ella esas palabras cargadas de promesas le
erizaron la piel de la espalda.
—¿Crees que alguien pueda interrumpirnos?
—He cerrado con llave —confesó él curvando la boca.

—Eres tan precavido —reprendió juguetona deslizándole


la corbata y lanzándola lejos.
Oso miró desafiante la vestimenta femenina decidido a
ganarle la batalla. Afortunadamente la ropa se componía de
dos piezas. Quitó primero la blusa de terciopelo y encaje que
ya estaba abierta, luego se deshizo del cubrecorsé y por fin la
liberó del artefacto que aprisionaba fuera de su alcance sus
pechos, el detestado corsé. Su virilidad palpitó y se estiró más
en un dolor delicioso, seducido por la turgencia de sus pechos
llenos. Se introdujo uno de los pezones en la boca, ávido de
succionarlo y lo hizo con tanta habilidad y ganas que a ella se
le escapó un gemido. Él no tardó en repetirlo con el otro. Y sin
dejar de besar sus senos deslizó una mano por su abdomen,
explorando su estrecha cintura.
Rose se arrepintió en el acto, pero de no haber sucumbido
antes, tantas caricias la estaban enloqueciendo. Cuando él
llevó una de sus manos y la coló por debajo de la amplia falda,
la muchacha tuvo que contenerse para no gritar de placer. El
hombre sabía dónde y cómo explorar, introdujo dos dedos por
el agujero de sus amplios calzones y comenzó a hurgar en su
intimidad. Las caricias sobre sus pliegues la dejaron lánguida
y deseosa.

Él encontró el punto exacto que la hizo delirar, mientras


castigaba sus pechos con deliciosos lametones. Aquel toque
sobre su intimidad la dejó en tal estado de excitación que ya
no podría responder ni a su nombre. Su carne y las sensaciones
tenían vida propia. Emery era experto en conducir a una dama
al éxtasis y en ella veía todas las señales, estaba a punto de
acabar en esos dedos, que frotaban en círculos el inflamado
brote. La humedad que le inundaba la mano le exigió ser más
atrevido, introdujo dos dedos al mismo tiempo por la apretada
apertura robándole un grito por el dolor y el placer que le
estaba ocasionando.
—Mía —le susurró contra el oído mientras le arrebataba
la pureza, después chupó el lóbulo de su oreja para terminar
sosteniéndolo con la presión justa entre sus dientes.

Rose se erizó por completo, se sentía como un volcán a


punto de estallar.
Fascinada, necesitó más. El apetito implacable la hizo
esforzarse por obtener todo el placer que su cuerpo necesitaba.
Comenzó a presionar con más fuerza hacia abajo, hacia esa
mano que embestía con dureza y dulzura a la vez.
—No te resistas —le aconsejó él—, solo déjate ir.
Rose tanteó frenética en busca de la erección que se
presionaba contra la piel de su abdomen, errática comenzó a
desnudarlo, quitar los amarres y los botones para liberarlo,
necesitaba verlo, sentirlo. Tal urgencia le robó un ronco
quejido al varón, que lleno de ansias, la ayudó con la mano
libre para que tuviera acceso a su hombría. Los ojos de ella se
extasiaron al verlo, su tacto se sintió muy excitante al recorrer
su longitud. Él jadeó y le enseñó como frotarlo de arriba abajo,
mientras no dejaba de arremeter con sus dedos en su interior.
—No pares —suplicó el hombre con un gruñido bajo, y
ella se esforzó por llevarlo también a la locura. Estaba absorta
por la mirada embriagada de él, completamente a su merced.
—Tómame —le suplicó Rose esparciendo la gota de
humedad que tenía en la punta.
—Dolerá más. Podemos acabar así. ¿No prefieres esperar
a la noche de bodas, donde pueda prepararte con más tiempo?
No tenemos prisa, Rose —propuso teniendo control de sí
mismo. Un inexperto solo pensaría en su propio placer, él, por
el contrario, quería que cada momento para ella fuera
inolvidable.

—Mi cuerpo te reclama, no te resistas más y tómame.


Aquella resolución jugó con el autocontrol del hombre.
Él solo quería una cosa y era invadir ese cálido terreno
inexplorado. La elevó lo necesario para ponerla sobre su
virilidad y ambos gimieron descontrolados cuando la apretada
cavidad fue cubriendo cada trozo de la hombría.

—¡Dios! —exclamó ella sintiendo cómo se llenaba su


interior.
—Solo un poco más —indicó él impulsándola otro tramo
hacia abajo—. ¡Oh, sí! Tómame. ¡Siénteme completo!
Rose creyó por un momento que no quedaba espacio, que
no tenía la suficiente capacidad para acogerlo. Entonces, vio el
deseo en los ojos de aquel hombre que lucía completamente
conquistado, enamorado y se dejó conducir. Una mano de Oso
se perdió entre las faldas y terminó presionando el brote
inflamado, a la par que la arrastraba hacia abajo. Volvió a
atacar los labios rojos producto del azote de los besos y
aquello la relajó de nuevo. Abrió todas las cerraduras que en
su mente bloqueaban el acceso entero a su interior y él de una
embestida más la poseyó hasta el final. Un sonido gutural de
goce abandonó la garganta de Emery. Se impulsó hacia arriba
empujándola contra su dura erección.

—¿Cómo te sientes? ¿Te agrada? —La excitación era


evidente en su voz y eso fue un detonador una vez más para
Rose.
—No te detengas. —Entonces fue ella la que le demandó
más.
Se movieron frenéticos, se sentía que estaban en la última
recta del camino y la meta parecía seductora.
—¿Sabes que me estás volviendo loco? No me
conformaré con una vez, Rose. No te dejaré volver a casa.
La euforia los atravesó de golpe. Sus cuerpos febriles se
agitaron uno contra el otro en una desenfrenada carrera.
—Te amo —le susurró. Ya no era dueña de su cuerpo,
tampoco de sus palabras, era esa amazona que tenía un único
propósito en la vida, cabalgarlo.

—Mujer, no solo estoy enamorado como un desquiciado


de ti. Quiero todo contigo, que seas mi amante, mi esposa, la
madre de mis hijos, mi familia, mi sentido de pertenencia en
este mundo. Eres mi vida entera.
Aquellas palabras abrieron una puerta nueva en su
corazón. Rose jamás había sentido su cuerpo tan arrasado, tan
sacudido por olas y olas de placer que amenazaban con hacerle
perder la cordura. Echó la cabeza hacia atrás y con
movimientos espasmódicos de su vientre, conoció por primera
vez la sensación más pura y exquisita. Él sonrió triunfante y
siguió arremetiendo hasta cerciorarse de que quedara
completamente saciada. Y antes de que ella llegara al final, y
tocara las nubes con sus manos, se dejó ir, completamente,
vaciando cada gota de lujuria y de amor dentro de su amada.
Los gemidos de ambos acompañaron la culminación. Estaban
tan agitados y perdidos que les costó volver a orientarse y
entender lo que habían hecho juntos.

Con las pocas fuerzas que le quedaban, Oso no perdió el


tiempo. La abrazó con ternura, le depositó un beso en la frente
y volvió a repetirle cuanto la amaba. Rose trataba de tener el
aliento necesario para poder emitir alguna frase, pero su
corazón latía tan aprisa que solo pudo envolverse en aquellos
brazos poderosos e intentar respirar.
—Tranquila, descansa. —La protegió con cariño entre
sus brazos, convencido de que nadie se la arrebataría jamás.
Esa hermosa y valiente mujer solo podría marcharse de
su vida por su propio pie el día que así lo decidiera, caso
contrario tendría un hogar a su lado, hasta que la muerte
decidiera separarlos.
Capítulo 26

Con una mirada enamorada, Rose lo observó vestirse


recostada en el sofá, no habría querido separarse de aquel
cuerpo robusto y sólido como una roca, pero ya había pasado
el mediodía y no había acudido a su casa para el almuerzo.
Con ojos atrevidos recorrió las líneas perfectas de la anatomía
masculina, aún Oso tenía mucha ropa. Ella aguardaba con
ansias el momento en que pudiera recorrer cada palmo del
cuerpo desnudo de su futuro esposo. Abandonó el mullido
sofá, cómplice de la entrega, y se acercó a él. Recogió la
corbata a medio paso, que yacía sobre una butaca y comenzó a
anudársela, mientras él se abrochaba el pantalón.
—Debes estar hambrienta, le pediré a Price que nos
traiga un servicio de té con emparedados, queso, fruta —
ofreció con una sonrisa.
—Calma. —También sonrió, se cubrió la boca con el
dorso de la mano para disimular la vergüenza que le provocaba
mirarlo a los ojos tras la intensa pasión compartida—. Moriré
de timidez si tengo que mirar al rostro a Price. ¿Cuántas horas
llevamos encerrados?

—¿Prefieres descansar en mi habitación? —indagó como


si estuviera ofreciéndole algo cotidiano y permitido.
—Oso, no estamos casados —jugó coqueta—. No puedo
quedarme. Debo irme cuanto antes.
Él comenzó a ayudarla con las capas de ropa femenina.
Se enfrentó con soltura al corsé y la pieza que lo cubría.

—No somos esposos, pero muy pronto lo seremos.


—Creo que podrías ganarte la vida como doncella —
bromeó Rose y el castigo a su osadía fue un beso en la
coronilla.
—Admite que mi habilidad es útil —la retó él y terminó
la frase con una sonrisa ladeada—. Nos sirve para sacarnos de
algunos apuros.

—Prefiero no saber qué necesidad te llevó a aprender el


minucioso arte de vestir con soltura a una dama.
—Concuerdo con eso —dijo sabiendo que estaba a punto
de terminar en un aprieto. Prefería dejar el pasado atrás—.
Price me informó de que todo está listo para nuestra boda. Hay
rumores. Algunos ya deben saber que estamos comprometidos
y a punto de dar el gran paso.
—Supongo que sí, mas no tengo idea en realidad. No he
salido de mi casa en los últimos días. Hemos estado al
pendiente de los progresos de la salud de mi padre. Y lo menos
que me interesa es saber qué opinan los más entrometidos de
la ciudad acerca de nuestras próximas nupcias.

—No tienes que irte —rogó aprisionándola entre sus


brazos y oliendo el delicado aroma de su cabello—. Le pediré
a Allard que sea nuestro cómplice, puede decirles a tus padres
que te alojas en su casa. Aquí nadie te perturbará.

—No puedes corromper así a ese buen hombre tan


apegado a la honestidad. Allard no suele mentir.
—¿Y qué propones? ¿Volverás a la casa de tus padres
hasta la ceremonia? ¿Qué explicación darás de estas horas que
has estado desaparecida?

—Diré que estuve de visita en casa de los duques de


Weimar —elucubró escapando de sus robustos brazos para
abotonarse la blusa—. El duque es mejor mentiroso que
Allard.

—Pequeña bribona —le susurró sustituyéndola y


ocupándose de los botones.
Las puertas fueron sacudidas, como si alguien quisiera
abrir el cerrojo, y ambos se miraron pasmados.
—Pensé que habías dicho que nadie se atrevía
interrumpirte —susurró Rose y se quedó boquiabierta cuando
un golpe sacudió las puertas que resistieron la acometida.
La voz de Price, llena de indignación, tratando de detener
a los intrusos de cierta forma, fue una advertencia encubierta
para el marqués de lo que sucedía al otro lado.
—¿Qué está ocurriendo? —indagó Rose muy bajo.
Estaba muy asustada.

Repasó con las manos su peinado y terminó de ponerse


las prendas que le faltaban. Sus manos temblaban al tratar de
meter los botones restantes por los numerosos ojales.
Comprendió que el tiempo no le iba a alcanzar. Si quienes
estaban del otro lado la descubrían ahí, ni el matrimonio con
Oso iba a salvarla de la ruina.
—Ya es tarde —le advirtió él, con la expresión grave, sin
contestar la pregunta inicial. Unas arrugas de preocupación
surcaron su frente—. Si no los dejo acceder destrozarán la
puerta. No puedes estar aquí cuando les abra.

Otro golpe la hizo sobresaltarse y él, con los puños


apretados, se tragó una maldición.

—¿Y qué pretendes, que me esfume? —farfulló aterrada.

Oso meneó la cabeza hacia un lado evidentemente


molesto, se notaba que hacía un esfuerzo por mantenerse
ecuánime y no estallar. La tomó de la cintura como si no
supusiera un esfuerzo para él alzarla y la condujo a un refugio
improvisado detrás de las espesas y largas cortinas de
terciopelo.
—Haz silencio —ordenó—. Pase lo que pase no salgas
de aquí.

—No. ¿Por qué? —replicó renuente. No sabía a lo que


Oso se iba a enfrentar, no quería dejarlo a su suerte.

—No tenemos tiempo para ponernos de acuerdo. Por


favor, no discutas. Piensa en nuestro futuro juntos. No tenemos
otra opción —rogó exigente.

—No sabemos quién se atreve a golpear así la puerta en


tu propia casa, ¿y me pides que me quede inmóvil?

—Sí.
—¿Acaso tienes una ligera sospecha?

—Tal vez, conozco a Price y está tratando de advertirme


de que esto no es bueno. Debes confiar en mí. Me las arreglaré
para librarme de lo que sea que ahora nos está amenazando. —
Sus pupilas la atravesaron con una resolución inquebrantable
—. Cuida a nuestra hermana en mi ausencia. Ella está aquí.
La besó en la frente y la dejó, seguro de que cumpliría
con su parte.

Rose se quedó sin habla, muda y con miles de emociones


haciendo mella en su capacidad de controlarse. No supo cómo
guardó la compostura cuando oyó abrirse el cerrojo. Menos
entendió por qué no se movió de su sitio cuando escuchó la
voz de un agente policial comunicarle a Oso que debía
acompañarlo.

—Usted no puede allanar mi residencia bajo pretexto


alguno de cumplimiento de su labor —retó Oso bastante
enojado.

—Lo siento, milord, hemos tratado de conseguir su


declaración por todas las vías. Habría sido más sensato que se
hubiera presentado voluntariamente. Pensamos que se estaba
ocultando.

—Acabo de llegar a Londres y estoy poniéndome al


corriente de los hechos —protestó—. Si no quisiera colaborar
con la investigación no estaría aquí dialogando con usted.

—El inspector lo requiere cuanto antes. Solo tomará su


declaración, si tiene una coartada podrá volver a casa esta
noche.

—¿Y en caso contrario? —reclamó. Los agentes se


mantuvieron en silencio—. Soy inocente del cargo que se me
acusa.

—En ese caso tendrá la posibilidad de probarlo. No le


negaremos su derecho a defenderse, pero ahora cumpliremos
con nuestro deber. Hay una seria acusación en su contra y debe
ser interrogado.
Rose no supo cuántos policías eran, ni por qué Emery
decidió acompañarlos sin oponer resistencia. Tal vez para
alejarlos de ella y librarla de la vergüenza de encontrarla allí
con la ropa aún un poco desarreglada. Se quedó en su lugar
incluso cuando los pasos se habían alejado lo suficiente. No
salió por fidelidad a él, aunque no se lo había prometido,
comprendía la importancia de salvaguardar su honor para el
futuro de ambos. Cerró los párpados cuando una lagrimilla
molesta amenazó con escaparse de uno de sus ojos, e
instintivamente reanudó su labor de terminar de acomodarse la
vestimenta y el peinado. Aguardó un poco más, Price sabía
que ella aún estaba en el salón, era improbable que pudiera
esfumarse. Y se le hizo una eternidad que el mayordomo no la
librara de la tortuosa espera.

—¿Rose? —La voz de Jacob hizo que un escalofrío le


recorriera la espalda. No esperaba encontrarlo ahí. No
obstante, no se movió.

—Ya le he dicho que la señorita Peasly no se encuentra


en la casa. Podría usted retirarse, por favor. Comprenderá que
la situación es delicada y necesito ocuparme de las
necesidades del marqués. Es un hombre inocente acusado de
un crimen que no ha cometido —profirió Price.
—No siga solapándolo en el crimen y en la indecencia.
—La voz del joven sonaba bastante ofuscada. A Rose le costó
reconocer a su hermano, quien se caracterizaba por ser amable.

—Lord Bloodworth no ha dañado a su padre. Con todo


respeto, márchese. Debo comunicarme con el abogado.

—Cuando supe del compromiso de Rose con el marqués


los apoyé. Mis recuerdos de él eran gratos. Tanto yo como mi
otra hermana creímos en las buenas intenciones de
Bloodworth. Incluso la animé para que se acercara y limara
asperezas. Entendí que era necesario dejar el pasado que no
comprendía atrás. Siempre admiré a Oso, cuando yo apenas
era un niño y él ya era un joven que amablemente me
enseñaba cosas como montar a caballo, esgrima… Incluso, me
dejé contagiar por el entusiasmo de Daisy en aquel baile, quien
siempre tuvo al marqués en un pedestal. Para ella era un héroe,
el caballero galante. Y aunque mis padres decían todas esas
cosas desagradables de él, Daisy y yo jamás le dimos crédito.

—¿Por qué me dice todo esto? —La voz de Price ya no


era un reclamo, se escuchaba seria.
—Porque el marqués no es la persona que creí y usted
por lo visto es su cómplice. Cuando Rose salió de mi casa ya
yo había sido informado del arribo a Londres de Bloodworth,
soy un hombre pacífico, pero de honor. Lo que le hizo a mi
padre no quedará impune. Al ver a mi hermana abandonar con
sigilo la morada decidí seguirla y dar parte a la policía de que
el acusado ya podía ser aprendido.
—No es el responsable hasta que se ofrezcan pruebas
condenatorias. No le permito referirse así a él.
—Me aposté fuera tras ver entrar a mi hermana por la
puerta principal y —continuó—, salvo que se haya escabullido
por una salida alterna, aún no la he visto salir de aquí. Si no
dije delante de los guardias nada sobre ella fue para no
comprometer su honor. Ahora, si le queda una gota de
dignidad, dígame dónde está Rose porque si ese canalla la ha
lastimado, ya no me quedaré esperando a que la justicia haga
su trabajo. Tendré que hacerla con mis propias manos.
Rose no quiso escuchar más. Prefería perder la
admiración de su hermano que seguir escondida, mientras él
temía por su integridad y creía todas esas nefastas patrañas
sobre Emery.
—Estoy aquí —dijo por fin mostrándose ante sus ojos, a
la par que se colocaba detrás de la oreja un mechón rebelde
que se había escapado de su recogido.
El rostro de Jacob pasó en segundos de la ira a la
conmoción y después ardió de furia. A pesar de que estaba
convencido de que su hermana estaba escondida en
Bloodworth House, evidenciarlo lo desgarró por dentro y
provocó que la deshonra sufrida lo hiciera enardecer.

—¡Vamos a casa! —ordenó con el rostro enjuto, sin


querer verla a los ojos, desviando la mirada y apretando un
puño para contener su indignación. No hacían falta palabras.
—Jake… —intentó dialogar ella.

—¡He dicho que hablaremos en casa, cuando estemos a


solas! —exigió lanzando una mirada de pocos amigos en
dirección al mayordomo.

—Dígame qué hacer señorita —pidió el leal Price.


—No se preocupe por mí, estaré bien. Avise cuando antes
al duque de Weimar de la situación del marqués —abogó por
Emery, lo único que le preocupaba en ese momento.
El mayordomo, sin intervenir, condujo a los hermanos
hasta la salida.
Afuera de la casa, Rose miró a su hermano con el
entrecejo fruncido, sentía una ligera mezcla de culpabilidad y
vergüenza, pero no iba a permitir que le hiciera bajar la
cabeza. Entendía los motivos de Jacob para sentirse ofendido,
pero en ese momento lo único que tenía en la mente era que
Oso se librara de la acusación que recaía sobre su nombre.

—¿Y mi caballo? —le preguntó a su hermano.


—Pregúntale a tu mayordomo —ironizó dando a
entender que lo habían mantenido lejos de la vista—. Parece
que tendremos que partir los dos en la misma montura.
Rose puso los ojos en blanco, Jacob tenía los ánimos
belicosos, no lo aplacaría fácilmente. Price ya estaba en el
exterior de la mansión dándole indicaciones al mozo de
cuadra, cuando el joven la tomó de la cintura y la subió a su
propio caballo.

—¿Qué haces, salvaje? —le reclamó a regañadientes,


sacando a relucir toda su potestad de hermana mayor.
—Lo que mi padre debió hacer desde hace mucho
tiempo.
—Te comportas como un irracional. ¿Qué te da derecho
de tratarme así? —continuó replicando desde la silla, mientras
Price los miraba boquiabierto, sin atreverse a mediar, pues la
señorita se veía capacitada para poner al joven en su lugar.
—Nuestros padres siempre tan ocupados en sus asuntos
te han dejado salirte con la tuya una y otra vez. Si te hubieran
exigido cumplir con tus deberes, ahora serías una dama casada
y no estaríamos en este aprieto. —Jacob se subió de un salto al
mismo caballo en el que ya estaba su hermana, ocupando el
puesto delantero y tomando las riendas—. Sujétate a mi
cintura. No te dejaré ir en tu caballo, ni que estuviera loco.
Terminarías corriendo detrás del marqués y exponiéndote.
—Seguramente —lo azuzó con osadía. No conocía esa
faceta posesiva de su hermano y más que enfadada estaba
completamente sorprendida.
Price volteó las palmas hacia arriba y con un gesto
inquisitivo, pidió la autorización de la señorita Peasly para
terciar. Ella negó con la cabeza, dándole a entender que lo
resolvería.

Con una palabra certera, Jake le ordenó al potro marchar


y no volvieron a dirigirse la palabra hasta que arribaron a
Peasly House y entraron por la entrada principal tan ofuscados
y veloces como un rayo.
La madre los interrogó de prisa, pero ninguno se atrevió a
dar razones del altercado que los había enemistado de tal
forma que parecía que lanzaban fuegos y centellas por los
ojos.

—¿Esto tiene que ver con la decisión de Leonard de dejar


a Thane a cargo de la familia hasta que se recupere? —soltó la
madre casi segura de que a eso se debía.

—¡¿Qué?! —Rose sintió esas palabras como aguijones


que se clavaban en su costado.
—¡¿Qué demonios?! —La expresión y las palabras
violentas de Jake tomaron a Aurora desprevenida. ¿A dónde
había ido a parar su dulce hijo?
—¡Por Dios, muchacho, tu vocabulario! —lo regañó.
—Explique lo qué quiso decir —exigió el jovencito—.
Mi padre no necesita al duque metiendo sus narices en
nuestros asuntos, estoy yo para poner orden y guiar a la
familia.
—Tu padre ha ordenado que marches a Oxford —
comunicó con solemnidad la baronesa— y que retomes cuanto
antes los preparativos para el inicio de tus estudios.
—No, mi deber es estar al frente de la familia —se opuso
el varón rotundamente.
—Él solo quiere mantenerte lejos del caos, aún eres
joven —intentó persuadirlo Aurora, mientras Rose los
escuchaba con los brazos cruzados y la negativa en el rostro—.
He apoyado su decisión.
—¡Y yo apoyo a mi hermano! —dijo Rose. El rostro de
Jacob se contrajo, no creyó que después de haberla sacado casi
a la fuerza de la casa de Oso, aún le quedaran deseos de
secundarlo en algo—. Es él quien debe quedar al frente y en
dado caso que sus estudios lo requieran lejos, usted madre,
está plenamente facultada para tomar las medidas pertinentes.
Si usted baja la cabeza una vez más ante la autoridad de su
esposo, y permite que esa sanguijuela de Thane tenga poder
sobre nosotros, solo contribuirá al declive de la familia.
La madre los observó indecisa, sus hijos estaban muy
serios y se oponían con fuerza a la resolución de Leonard.
Aurora no sabía qué hacer, por un lado no aprobaba que su
esposo pretendiera entregar a su hija a Thane, pero tampoco
podía estar de acuerdo con que Rose se casara con Oso, quien
atacó vilmente a Leonard.
—Sin la protección del duque quedaríamos a merced de
Bloodworth y ya no confío en él —alegó Aurora—. Ha sido
capaz de cometer un acto vengativo y violento contra otro ser
humano. ¿Con alguien así te casarás?

—Madre, Oso no está aquí para negar la acusación, pero


me ha confirmado que es inocente mirándome a los ojos y yo
le creo —contestó Rose.

—Tu padre ha dicho que lo vio empuñar el arma —


insistió la dama.
—¿Y usted confía en su palabra? —le preguntó Rose
bajando la voz y rematando la cuestión en un suspiro profundo
—. Ya le ha demostrado hasta el cansancio que no es de fiar.
—¿Cuándo viste al marqués? —inquirió Aurora y luego
agregó con certeza—: Está prófugo.

Jacob negó con una mano en la cintura y el odio


retornando a sus ojos.

—Ni Thane, ni Oso. Yo tomaré las riendas de esta casa


hasta que mi padre esté mejor —sentenció Jacob decidido a
subir a las habitaciones de su padre para dejarle en claro su
determinación.
—Respóndeme, Rose —la presionó la madre con un mal
presentimiento sin quitar el dedo del renglón.
—Hace unos momentos, lo visité en su propiedad —
aceptó.
—¿Estuviste a solas con él? Porque la señorita Chapman
está con Daisy. ¿Te acompañó la duquesa? ¿Lady Allard? —
insistió Aurora. Rose se había cansado de mentir y de urdir
argucias para salir indemne del juicio de su madre—. ¿Entraste
a su propiedad? Es un hombre soltero, vive solo y no tiene una
reputación intachable que lo preceda frente a la honorabilidad
de una señorita. —Aurora se llevó una mano a la frente. Sus
problemas tenían la mala costumbre de multiplicarse—.
¿Alguien te vio entrar allí?
—Es mi prometido —alegó en su defensa—.
Adelantamos los planes de boda. Nos casaremos en dos días,
todo está arreglado. Cuando aclare su situación ante la justicia
será la ceremonia.

—¿Y si es declarado culpable? ¿Y si no puede cumplir su


palabra de desposarte? ¿Te corrompió? Rose, respóndeme.
La muchacha elevó las manos para dejar de escucharla,
no importaba lo que le dijera, la voz machacante de su madre
no iba a dejar de atormentarla. Si le confirmaba sus sospechas
solo adelantaría la tragedia dentro de esas paredes. Antes de
dirigirse a las escaleras, observó a Jacob que tenía los labios
cerrados en una línea y que apretaba los puños. Él podía sacar
a su madre de la duda; sin embargo, decidió callar.

—¡Rose! Aguarda. —Aurora la detuvo por el brazo—.


Tu padre le ha dado las llaves del invernadero a Thane. Si
quieres participar en el concurso de las rosas tendrás que
arreglarlo con su excelencia. En esa medida drástica y absurda
no lo he apoyado. Creo que Leonard se ha percatado de que el
castillo de naipes se desmorona delante de sus ojos y que
desde esa cama no puede hacer nada. Lo siento, hija. Solo
quería que lo supieras.
Rose apretó sus dientes hasta que rechinaron e invadida
por un desbordado orgullo no dijo nada. Pero sintió como el
amor lánguido que sentía por su padre se resquebrajaba cada
vez más. No importaba que durante su convalecencia le
hubiera pedido perdón con lágrimas en los ojos o que la
coaccionara de la forma más baja. Estaba decidida a no
sucumbir ante su voluntad.
Capítulo 27

Ninguno de los guardias se atrevió siquiera a ponerle una


mano encima, ni en el viaje en carruaje, ni al llegar a la
estación de policía. Oso podía sentir cómo el miedo los tenía
intimidados. Su mirada se había oscurecido por la furia
contenida, tener que ceder bajo la autoridad de quien fuera
llevaba al límite su paciencia. Su ceño fruncido y sus puños
eran suficiente advertencia de que, al menor descuido, podría
triturar con sus rudas manos, los huesos de los acobardados
hombres.

—Lamentamos tener que traerlo en estas circunstancias,


milord —habló primero el inspector, ofreciéndole tomar
asiento frente a su escritorio—. Pero necesitamos hacerle
varias preguntas. Como comprenderá, su supuesta huida tras el
acto criminal lo señala, así como el testimonio de la víctima.
—No escapé. Realicé un viaje por asuntos personales, de
lo contrario no habría regresado a la ciudad.
—Ese detalle ya quedó esclarecido. Previo a su arribo a
mis oficinas, el agente a cargo me ha notificado de la
naturaleza de su viaje.
Oso bufó para sus adentros, esperaba que no hubieran
metido las narices en lo relacionado con la legitimidad de su
hermana.
—¿Y qué averiguó?
—Que viajó para traer a Londres a su pupila, la señorita
Berry. Pero tenemos más dudas, por eso es de gran
importancia que lo interroguemos cuanto antes.
—Pregunte —lo desafió Oso con la mirada, dejando caer
su enorme cuerpo sobre la enclenque silla de madera que
crujió bajo su peso.
—Me gustaría escuchar su versión de los hechos.
—¿Cómo mi palabra le hará cambiar de opinión? Usted,
motivado por ese instigador de Peasly, ya ha tomado partido.

—Entienda, milord. Él ha asegurado que lo vio a los ojos,


mientras usted apretaba el gatillo. Y el barón es un miembro
honorable de nuestra sociedad. Como el agente a cargo no ha
encontrado otros sospechosos, necesitamos esclarecer lo
sucedido.

—Tengo entendido que la herida fue a traición, por la


espalda. ¿Entonces cómo pudo verme a los ojos mientras yo
apretaba el gatillo? Es evidente que miente —esgrimió Oso
negando, con la mandíbula tensa y apretando con los dedos el
borde de la mesa que los separaba.

—Es lo que refiere la víctima —carraspeó tratando de no


hacer el ridículo.

—¿Tiene otros testigos? Es mi palabra contra la suya. Yo


me despedí del barón tras salir de White’s y lo dejé en buenas
condiciones.

—Varios nobles admiten haber presenciado una feroz


discusión dentro del club, y fueron testigos de la violencia de
la que usted hizo uso para arremeter contra el barón.
Oso se puso de pie, negando, podía oler el temor del
hombre que era una ficha más en el tablero de ajedrez de
Peasly. ¿Eso era todo lo que tenían en su contra? ¿El altercado
dentro del club? ¿La declaración de la víctima?

—Cuando tenga una prueba de peso en mi contra volveré


para responder ante la justicia. En este mundo el que la debe la
paga y yo no le debo nada a la supuesta víctima. Busque a su
culpable, haga algo de provecho.

Solo había accedido a seguir a la policía para ganar


tiempo, para permitir que Rose saliera de su casa sin ojos
curiosos que pondrían en riesgo su reputación. Se sentía
confiado, la seguridad que le daba la tranquilidad de su
conciencia.
—Siéntese, milord. ¿Prefiere un interrogatorio
«voluntario» o aguardar la resolución del caso tras las rejas?
Todo Londres lo señala —replicó el oficial poniéndose
también de pie, tras quedarse sin argumentos para retenerlo.
—Me retiro. No vuelvan a irrumpir en mi propiedad sin
argumentos legalmente probatorios. Le sugiero que
absolutamente ninguno de los ineptos que tiene a su servicio
se atreva a ponerme una mano encima o no respondo.
—Eso solo empeorará su situación, milord. No se lo
recomiendo. ¿No puede ser un poco más civilizado?
Oso bufó.

—Tal vez me haga dormir alguna noche en la cárcel, pero


quebraré los huesos de unos cuantos en el proceso. Yo de ser
usted me lo pensaría. No me quedaré a debatir idioteces si no
tiene un elemento sustancial para fundamentar su acusación.
Le dio la espalda lleno de confianza, pero sin bajar las
defensas.

—Hay un testigo ocular.


—Perfecto —dijo Oso dando la media vuelta e
intimidando al hombre con su sola expresión—. Entonces ya
tiene la evidencia que necesita para aprehender a quien
disparó.

—Coincide con la declaración de la víctima —sostuvo el


funcionario.

Oso ladeó la cabeza. Ya eran dos personas que


aseguraban haberlo visto apretar el gatillo contra Peasly.
Exhaló con fuerza a punto de quedar desbordado.

—¡¿Quién?! —demandó con un tono gutural que brotó


de sus entrañas. Casi estaba seguro del nombre que saldría de
la boca de su interlocutor.

—No puedo revelarlo, debo velar por la seguridad de mi


testigo. Es crucial en el caso. Y sus maneras poco civilizadas
de comportarse, milord, me confirman que debo ser cauto con
la identidad de esta pieza clave en la investigación. Lo siento,
esta noche no dormirá en su casa. Si tiene que quebrar unos
cuantos huesos estamos preparados para contenerlo —intentó
sonar firme, pero había resquicios de titubeos que dejaban en
evidencia su aprensión.

Oso se puso en guardia, se debatía entre usar la fuerza


bruta que le brotaba desde las entrañas y comenzar con el que
tenía justo en frente, o sosegarse —como solía hacer su amigo
Jason siempre que estaba en una situación similar— e idear un
plan elaborado para salir de aquella encerrona, claramente
maquinada por Thane.

Era el plan perfecto y perverso. Nadie le quitaba de la


cabeza que el duque se había aprovechado del altercado en
White’s para que la gran mayoría de los presentes atestiguaran
en contra de Oso. Peasly había dicho que había acudido al club
para esperar a su excelencia, y este debía haber llegado
después para presenciar todo. El disparo había sido por la
espalda, el barón estaba confundido, cegado por su odio y
quería entregarle la mano de su hija a quien lo había atacado.

—¿Ya interrogó a Kilian Everstone, vizconde Sadice?


¿Qué ha dicho de mí? Es la última persona que estuvo
conmigo esa noche. Todos podrán corroborarle que salimos
juntos del club. Él también vio a Peasly marcharse.
El inspector lo miró inquisitivo, se rascó la cabeza y
rebuscó entre los desordenados papeles que tenía sobre la
superficie de su escritorio.

—Creo que no. Permítame un momento, por favor. No,


no está en la lista de los interrogados.

—¿Por qué no me sorprende?


—Como sea, debo detenerlo hasta que podamos hablar
con el vizconde.

Oso resopló lleno de impaciencia, repelía la ineptitud de


la autoridad. Un pez gordo debía estar detrás de las órdenes
que cumplía el sujeto que lo miraba casi suplicante. Solo podía
ser Thane.
—¿Y pretende que entre a la celda por mi propio pie? —
cuestionó sarcástico, que Dios se apiadara de él y del pobre
diablo que tenía delante, pero no iba a meterse a una ratonera.
Desde fuera podía supervisar el proceso, no iba a arrojarse a
las manos perversas de Thane. No confiaba en que otros
testigos misteriosos aparecieran mágicamente o que pruebas
fraudulentas fueran fabricadas en su contra. Los músculos de
su cara se tensaron, prestos para la acción.
—¿Está pensando oponerse a la justicia? —titubeó el
inspector decidido a pedir refuerzos de inmediato.

—¿Su testigo es Thane?

—No, es un hombre humilde.


—Posiblemente sobornado por quien desea
incriminarme. ¿Tiene el arma homicida?

Un ruido a espaldas de Oso lo previno, se volvió a la


puerta, de donde provenía este y observó cómo se abría.

Weimar entró con la capa ondeante y el sombrero calado


hasta las cejas. Se lo quitó al estar dentro del recinto y sus
fulgurantes ojos azules brillaron, como solían hacerlo cuando
se sentía victorioso.

—Hola, Jace. Te tardaste —le reclamó Oso. El duque


venía acompañado del abogado que solía trabajar para ambos
y de su hombre de confianza, Bowman.

—Oso, tuve que hacer una parada antes.


El inspector en jefe llegó segundos después ofreciendo
una disculpa al marqués por el procedimiento de sus
subalternos. Dejó sobre el escritorio un sobre sellado y
ejerciendo presión sobre el papel, le indicó al inspector con la
mirada, que el documento estaba dirigido a él.
—Creo que tendrá que rendir cuentas de inmediato, señor
inspector —alegó el abogado con el tono formal que solían
emplear algunos de los hombres de leyes como él, más los que
estaban acostumbrados a ganar.

El inspector en jefe, mortificado por haber tenido que


hacer acto de presencia para que su subordinado fuera más
eficiente, explicó:

—No tenemos caso en contra de lord Bloodworth,


inspector. Lo declarado por el supuesto testigo es impreciso.
Además, el marqués tiene coartada.

—¿De qué se trata? —preguntó Oso volviendo a sus


cabales y dejando de asesinar con la mirada al inspector.
—Lo hablaremos afuera —le recomendó Jace—. Tu
abogado se encargará de finiquitar el papeleo. ¿Nos vamos?
Emery amaba la forma de Jason de arrasar con el
enemigo, el duque tenía estilo. Solo empleaba la fuerza cuando
no tenía otro recurso. En cambio, Oso era muy inteligente para
los números, pero ante situaciones cotidianas que lo exponían
socialmente solía perder el control. A Jason se le daba tratar
con las personas, de una forma que él jamás había conseguido.
El marqués miró en dirección del inspector para ver si se
oponía a que se fuera sin más represalias. Este, tras leer los
documentos, le indicó con una mano la salida. Así que, sin
más, o con la mente llena de Rose, planeando desde ese
momento reunirse de nuevo con ella, acompañó al duque a su
carruaje. Abandonaron el lugar escoltados por Bowman.
Dentro del carruaje, sentados frente a frente, Emery miró
fijamente a Jason.
—Gracias —le dijo.

—No me quedaré con el mérito. Otro de tus amigos me


ha ganado la delantera. Se enteró por terceros sobre meollo en
el que estabas metido y, por suerte, viajó a Londres a tiempo
para mover sus influencias. Ayudó que declarara, que salió del
club contigo y que te acompañó durante un largo trayecto.
Asegura que cuando salieron de White’s, el barón subió a su
carruaje y se fue en dirección opuesta. Peasly ha sostenido que
el incidente ocurrió antes de subir al coche. Su testigo, el
cochero, tuvo muchas contradicciones con respecto a lo
referido por la víctima, además nunca te señaló. Dijo que no
pudo ver el rostro del agresor.
—¿Quién declaró a mi favor? Imposible que sean
Evander o tú, ninguno estuvo ese día a la salida del club. —
Cruzó sus labios con dos dedos. ¿Por qué Kilian mentiría?
¿Tenía confianza ciega en él o había apostado por protegerlo a
cualquier costo? Estaba completamente loco—. ¿Sadice?

Jason asintió y Oso exhaló con fuerza.


—Como sea, el inspector en jefe le ha creído, a pesar del
testimonio de Peasly porque este era débil y contradictorio «lo
miró a los ojos y le dispararon por la espalda» —citó el
argumento que puso en duda la credibilidad de la acusación
del barón.

—Seguramente el inspector fue sobornado o coaccionado


por alguien de peso. Thane debe ser su supuesto testigo.
—Es el cochero. Y supe que su testimonio se contradice
en muchos aspectos con el de la víctima. No dudo que Thane
haya movido sus hilos para manipular al inspector. Pero sabes
que Kilian tiene conexiones poderosas. Fue a la instancia
superior. Evander también ha reforzado su declaración.
Sostiene que Kilian y tú llegaron juntos a Allard House.

Emery abrió los ojos desmesuradamente. El conde era de


esos hombres que nunca terminaban de sorprenderlo. Había
dejado al margen su desprecio por Sadice, para que su
declaración coincidiera con la suya solo con el propósito de
defenderlo.
—Con amigos como ustedes cuidándome las espaldas, sé
que saldré de este lío —sostuvo Oso conmovido.
—Ellos se han apropiado del mérito. Yo no he hecho
mucho.

—Claro. Estabas justo ahí para que el inspector en jefe


llegara antes de que me obligaran a pisar el calabozo y yo
perdiera los estribos —acentuó Oso entrecerrando los ojos.
Conocía los métodos de persuasión de Jason—. ¿Dinero o
intimidación?
—¿Por quién me tomas? —protestó falsamente ofendido
—. También tengo mis contactos. Por suerte Price me avisó
con tiempo, pero Sadice y Evander ya habían hablado con el
inspector en jefe, ahorrándome gran parte del trabajo. Ahora la
justicia no es tu principal preocupación. Hemos allanado el
terreno para ti, solo tendrás que declarar cuando te vuelvan a
requerir. Será parte del procedimiento.
—Sigo creyendo que Thane está detrás de esto.
—¿Quién más podría estar interesado? Espero que
podamos desenmascararlo cuanto antes. Peasly debe saber que
está confiando la vida de su hija y su familia en manos de una
comadreja que solo está detrás de su dinero.
—El desprecio de Peasly por mí lo ha cegado por
completo. Antes era más perspicaz.
—¿Por qué te odia tanto?
—Es lo mismo que me pregunto. Fue él quien arruinó mi
vida, no al revés.
—Por cierto —comenzó Jason con cierta gravedad en la
voz que no auguraba buenas noticias—. Esta tarde recibirás
una visita. Me tomé la libertad de interceder por ti y tu
hermana, delante de lady Abbott.
—Oh, por Dios —dijo Oso imaginando por dónde venía.

—Justo acabábamos de cerrar el trato cuando me llegó el


aviso de Price de que necesitabas mi ayuda.
—Suéltalo todo de una vez.

—Le dije a lady Abbott que es una pariente tuya que ha


quedado huérfana y que le has brindado tu protección. Se
siente honrada porque hayas pensado en ella para tal misión, y
ha aceptado.
—Por todos los cielos —renegó Oso quien ya había
olvidado que había accedido a la desquiciada idea de Jason de
invitar a la dama a vivir con ellos durante un corto tiempo—.
¿Hay alguna forma de que pueda librarme de tenerla
merodeando en mi propiedad a todas horas? Ni siquiera sé si
será un beneficio para Annalise.
—Lady Abbott lo ve como su oportunidad de renacer
como el Ave Fénix —se mofó el duque—. Al fin alguien
volverá a apreciar su sabiduría. Espera que esta vez, su
protegida, tenga un matrimonio más ventajoso que el que
procuró para su sobrina. Después del fiasco con la hermana de
Evander necesita reivindicarse.
—Lo estás haciendo para endilgarme a la arpía y librar
una temporada a Evander de su presencia. Ya lo habíamos
discutido y lo aceptaste descaradamente. Creí con ingenuidad
que te retractarías. Eres tan desleal —se quejó como si fuera
un niño pequeño, lo que resultaba gracioso por el metal de su
gruesa voz.

—Sé que me lo agradecerás. Ahora descansa un poco


para que retomes fuerza, tienes muchos asuntos que resolver.
Yo pondré a Bowman detrás de Thane, si es responsable del
atentado a Peasly lo haremos caer.

Cuando Oso regresó a su casa, lo primero que pensó fue


redactar una nota para avisarle a Rose que había vuelto. Quería
comunicarle que seguían adelante con sus planes. Por lo que se
sorprendió cuando Price lo puso al tanto de lo que estaba
ocurriendo. Sin perder tiempo, se dirigió a la salita donde las
señoritas conversaban con los rostros sombreados por la
preocupación.
Los ojos de Rose se iluminaron en cuanto vio a Emery de
pie debajo del umbral de la puerta. Daisy la acompañaba
también. Quiso abrir los brazos para que ella corriera a
refugiarse en ellos, pero notó que por respeto a las señoritas
presentes se estaba conteniendo y no lo hizo.
—Emery —soltó Rose aliviada—. No esperaba que
estuvieras aquí tan pronto. Me preocupé por la señorita Berry
y le pedí a mi hermana que le hiciéramos compañía un rato.
—Se los agradezco muchísimo. Ahora mismo iba a
escribirte para darte aviso. Annalise, señorita Daisy, las
nombró para saludarlas tratando de mostrarse amable.
—Ha sido agradable conocer a su prometida, milord —
intervino su hermana, percibió alivio también en su semblante.

—Sabía que se agradarían.


—Ha sido bueno conocerla. Si tengo que vivir aquí
preferiré hacerlo acompañada de Rose —dijo Annalise
tuteándola, y supuso que aquella se lo había sugerido.
Oso agradeció no escuchar el tono de hostilidad que
había sentido en Annalise desde que la conoció y le comunicó
que quedaría a su cuidado. No obstante, Daisy no fue tan
amigable como de costumbre. Se notaba que estaba incómoda
ante su presencia.

—Creo que es hora de retirarnos. —Las palabras de la


menor de las Peasly denotaban que no esperaba encontrárselo
ahí. Como si la admiración que había sentido desde niña por
Emery se hubiera terminado. El atentado a su padre, lo arrojó
del pedestal en donde lo había tenido. Ya no estaba segura de
que era lo mejor que podía sucederle a Rose.
—Si deseas irte puedes tomar el carruaje y marcharte. Mi
caballo aún sigue en los establos de Bloodworth House. Me iré
más tarde —comunicó Rose que deseaba quedarse a solas con
Emery.

—¿Has perdido el juicio, Rose? —le reclamó Daisy—.


Recuerda lo que dijo nuestra madre acerca de quedar a solas
en esta… casa.
—No estaré a solas con el marqués, he venido a visitar a
Annalise.
—Si así lo prefieres —concedió la de menos edad.
—Hermana, ¿por qué no te quedas un rato más con
nosotras? Por favor —suplicó Rose.
Daisy puso los ojos en blanco, no sabía cómo se había
dejado convencer para salir de la casa con pretextos de visitar
a los duques, aprovechando la confusión que imperaba en su
hogar. La madre no había puesto reparos porque creía que el
marqués seguía rindiendo cuentas a las autoridades. Y Jacob,
estaba tan ocupado defendiendo sus derechos delante de su
padre, que no se percató de la salida de las hermanas.
—Solo un rato —accedió Daisy—. Lo haré por Annalise.
La aludida le sonrió y Emery se sorprendió, él no había
logrado sacarle ni una sonrisa desde que la había conocido.
Si Daisy había acudido a Bloodworth House, había sido
motivada por la curiosidad. Rose le había revelado que
Annalise era la hermana perdida y que Emery la había
encontrado al fin. Y, aunque Rose y Daisy no habían dicho
palabra alguna del parentesco que las unía, por prudencia y
decoro, no habían podido resistirse a brindarle la mano a
Annalise que había quedado sola.
Oso al fin pudo tomar un respiro del ajetreado día. Se
dejó caer en una amplia butaca al lado de las muchachas y las
escuchó conversar. Ni siquiera intervino. Sus voces le
sosegaban la tribulada alma. De vez en cuando, compartía una
mirada cómplice con Rose. Tampoco le importó que su
estómago gruñera de hambre, solo quería disfrutar ese
momento.

Pasado un rato, se acercó a la ventana que daba al jardín


y le hizo una seña cómplice a Rose para que lo siguiera.
Estaba ideando cómo quedarse a solas unos momentos con
ella, sin provocar más molestias en Daisy. Necesitaban
conversar para llegar a acuerdos sobre la fecha de la boda.
Quería que se quedara a vivir con él cuanto antes.

Rose captó la indirecta y lo siguió con cautela. En


segundos estaban a la vista, pero lo suficientemente apartados
para susurrar sin que pudieran escucharlos. Ambos de espaldas
a las señoritas, como si las vistas del sobrio jardín que se teñía
de dorado por el atardecer los cautivara por completo. Había
trabajadores terminando el quehacer y recogiendo sus
herramientas. Rose estiró una mano para acariciar el meñique
de Emery y él le atrapó los dedos en una caricia interminable.
—¿Estás bien? —preguntó ella, dejando de ver hacia el
jardín y los hombres y centrándose en Emery.
—Todo quedó resuelto. Sadice declaró a mi favor. Dijo
que me acompañó desde la salida del club hasta mi destino,
donde otros testigos corroboran que llegué. Así que nunca
estuve a solas con tu padre en el lugar de los hechos.
—Gracias a Dios que tenías esa coartada. Sabes que creo
en ti, pero me alivia que tengas un modo de demostrar tu
inocencia ante la justicia. —Luego, externó una duda que le
asaltó de pronto—: ¿Qué hacen tantos hombres yendo y
viniendo por el jardín? Son solo pinos, setos con formas
aburridas y pasto.
—¿Te burlas de mi jardín? —inquirió modulando la voz
y le robó una sonrisa a Rose.
—Si se le puede llamar así. Ni siquiera hay flores —
contraatacó Rose feliz de poder compartir ese momento, justo
cuando creyó que todo se tornaría gris y estarían mucho
tiempo separados—. Si fuera mío lo llenaría de cenadores,
parterres; recortaría los setos de forma más artística. Espacio
hay de sobra.

—Espero que puedas ayudarme con ese pequeño


inconveniente. —Rio por lo bajo, imaginando su sonrisa
cuando ella supiera… lo que estaba tramando—. Price dice
que el estilo de la propiedad no se ajusta a algo tan colorido
como las flores, pero supongo que alguien tan entendida en el
tema, podrá ingeniárselas para que el jardín de Bloodworth
House llene de orgullo a la nueva marquesa. Podrás traer tus
rosas.
—Oh. —Suspiró—. Mi padre me ha negado la entrada al
invernadero. Supongo que ya no son mis rosas, aunque las he
creado con estas manos. Una forma de presionarme para
mantenerme lejos de ti. —Calló que Thane era parte del
mecanismo de persuasión que había puesto en marcha Peasly.
—¿Eso significa que no podrás concursar? —preguntó
sintiendo que las entrañas le hervían.
—Es lo más probable. —No quiso afirmarlo y encender
más el fuego. Prefería renunciar y dejar a su padre y sus
reprimendas atrás.
—Tienes mi completo apoyo. Así tenga que entrar a tu
casa saltando la verja como lo hacía cuando nos enamoramos.
Traeré tus rosas para ti y participarás en el concurso. Nadie te
hará renunciar a un sueño por el que te has esforzado tanto.

—Oso, no quiero más problemas, por favor. —Le dio un


tironcito al puño de la chaqueta para hacerlo desistir.
—Esos hombres que ves andar de un lado para otro, están
a cargo de la construcción de tu propio invernadero —confesó
con una media sonrisa.
—¿De qué estás hablando? —Se quedó boquiabierta.
Tuvo que apoyar todo su cuerpo contra la pared de la ventana,
las piernas le temblaban.
—Estoy construyendo un invernadero para ti. En cuanto
nos casemos y estés aquí podrás supervisar los avances en
persona.
—¿Desde cuándo?
—Desde San Valentín.
—¿Y no me habías dicho nada? —le reclamó con un
mohín, pero lo que deseaba era atraerlo por las solapas y
robarle un beso ardiente.
—Era una sorpresa, Rose, pero ya no pude contenerme.
—Sonrió.

—Estás completamente loco, ¿lo sabes? —lo premió con


una sonrisa que él adoró.
Rose se quedó fascinada con la noticia y más enamorada
que nunca.
—Dos días para casarnos —le recordó él para que no
dejara de sonreír—. Solo ponte tu mejor vestido y nos vemos
en la iglesia a media mañana. Todo está arreglado.
—Ahí estaré. Espero que al menos Daisy desee
acompañarme. Mi familia no está muy receptiva debido a los
acontecimientos, pero tampoco me retienen a la fuerza. Creo
que se han dado por vencidos o han entendido que es lo mejor
para todos.
—Jamás me opondré a que veas a los tuyos. Eres libre de
ir y venir.
Ambos suspiraron, sobrecogidos, por lo que estaba a
punto de suceder.
—Ha sido reconfortante conocer a Annalise —reveló ella
mirando hacia donde la mencionada conversaba alegremente
con Daisy—. Aún me cuesta creer que es nuestra hermana.
—Pero lo es.

—Es tan diferente a Jacob, a Daisy, a mí; incluso a ti.


—Se crio en otro entorno.
—No quiero poner la veracidad de tu hallazgo en duda.
Pero ¿estás completamente seguro? Me refiero a que
físicamente no tiene parecido con ninguno de nosotros. No
tiene el aire de mi padre ni de Rosaline.
—Tal vez, hay hermanos que no se parecen. También
puede deberse a que está muy desmejorada. Cuando gane peso
y se recupere quizás se vea diferente —resolvió Oso.
—Puede ser que sí. ¿Sabes que te apoyo en lo que sea
que decidas?
—Lo sé —confirmó con un suave apretón a la mano que
aún tenía dentro de la suya a escondidas de las miradas de las
señoritas.
—Creo que ya deberíamos volver —decidió Rose viendo
que estaba a punto de oscurecer—. Mi casa parece un
avispero. No deseo removerlo más.
Dos toques en la puerta del salón. Price se presentó justo
cuando la visita estaba por llegar a su fin.
—Otro de los descendientes del barón Peasly ha llegado
ante nuestra puerta, milord —dijo con ironía para indicar que
el visitante no venía en son de paz—. Y me temo que ha
dejado de lado por completo sus modales.
Al terminar la última sílaba, ya Jacob estaba invadiendo
la estancia. Las jóvenes se quedaron boquiabiertas al verlo
irrumpir con la ira surcándole el rostro.
—Fui un estúpido —atacó al dueño de casa sin siquiera
saludar o presentarse ante Annalise a quien no conocía—.
Aunque nunca se lo expresé a usted, milord, con todas las
letras, siempre estuve de su lado. Incluso aposté con Daisy,
quien también lo apoyaba, que mi hermana mayor rechazaría a
Thane. Odiaba a su excelencia y no entendía por qué mi padre
dejaba a Rose en sus garras. Usted era mi modelo, mi
ejemplo… cuando nuestras familias aún eran unidas. Después,
desestimé los malos comentarios en su contra. Nada lo bajaba
del pedestal.
Daisy asintió ante aquellas palabras, pero se mantuvo
cauta y no habló. No entendía lo que estaba ocurriendo.
—Jacob… Yo… —intentó formular una frase Rose, pero
el muchacho parecía decidido a no dejar hablar a nadie más.
—Me prometió que la respetaría —se dirigió a Oso todo
el tiempo, ignorando a las demás— ¡y a la primera
oportunidad la deshonra sin respetar la palabra que me dio!
Emery negó, Jacob había perdido los estribos. Incluso, si
la situación podía manejarse a puertas cerradas, él la ventilaba,
poniendo en peligro la reputación de su hermana. Tuvo ganas
de darle un puñetazo para que cerrara la boca. Por suerte, solo
había sido indiscreto delante de Annalise, que ahora era
familia. Se encargaría de pedirle reserva a la muchacha.
—Repararé su honor, me casaré con ella —intervino el
marqués conteniéndose por Rose. Jacob la estaba dejando en
vergüenza delante de las hermanas. Volvió a negar, apelando a
la madurez de sus años. Annalise no tenía por qué enterarse de
ese asunto de índole tan privada.

—Ya es tarde para eso —lo desafió el muchacho. La furia


coloreaba sus mejillas y las escleróticas de sus ojos estaban
inyectadas en sangre—. La prefiero deshonrada pero segura, y
no a merced de un canalla. No se irá sin pagar cada una de las
deudas que tiene con los Peasly. No sé qué estratagemas usó
para librarse de cumplir la pena correspondiente por el agravio
a mi padre, pero la deshonra a mi hermana la pagará con su
sangre. —Ofuscado lanzó su pañuelo a los pies de Emery—.
Lo espero al amanecer en Hyde Park. Mi padrino le hará llegar
la ubicación exacta.

—¡No, Jacob! —gritó Rose.


—¡Hermano, retráctate de inmediato! No más sangre, te
lo ruego —suplicó Daisy desesperada.
A Annalise le costaba expresar sus afectos, pero vio a la
jovencita tan afectada que la abrazó para calmarla.
—No haremos esto. —La voz ronca de Oso llenó la
estancia—. No me obligarás a quitarte la vida y quedar delante
de Rose como quien le arrebató a su hermano. —Oso no quiso
aceptar, pero Jacob era muy persistente.
—¿Y qué le asegura que no será al revés? Soy muy
diestro en las armas, mi padre se cercioró de darme la mejor
preparación. No tengo miedo de fallar. De lo contrario, no lo
habría retado. No soy un idiota impulsivo. Usted es quien
debería temer por su vida.
—Muchacho, no sigas jugando con fuego —lo persuadió
hosco, a punto de tomarlo por la nuca y echarlo de su casa de
un puntapié—. ¡Nadie me desafía y vive para contarlo!
Agradece que aún te tengo consideración. Escucha muy bien,
cuando mi padre murió a manos del tuyo me juré que jamás
iba a estar en su misma posición. Te aseguro que mi habilidad
con el arma que escojas puede superarte.
—¡Entonces que Dios lo decida! —gruñó Jacob—. En mí
tendrá un rival de cuidado.
Con una mirada cargada de rabia se retiró por donde
mismo había venido, ya ni siquiera tomó medidas para llevarse
a sus hermanas consigo. Solo salió de allí antes de que su
paciencia colapsara y se lanzara de a lleno contra el marqués
que ya resoplaba también furioso.
—Iré de-trás de él —balbuceó Rose con los oídos
zumbándoles. Daisy la siguió presurosa—. Lo haré entrar en
razón y desistir de esa locura.
—No lo creo. Está decidido. ¡Me negué en repetidas
veces, pero ante la insistencia de Jacob no me ha dejado más
opción que acceder! —rugió Emery desconcertado por la
reacción del muchacho. Negó y se recriminó haber sido tan
poco cuidadoso. Debió cerciorarse de que no los encontrara en
esa situación tan comprometedora.
Capítulo 28

Las dos hermanas llegaron a Peasly House pisándole los


talones a Jacob que no quería escucharlas. Daisy se llevó una
mano a la boca con un dolor que la atravesó por dentro.
Dejaron atrás el vestíbulo y al mayordomo que, con cara de
asombro por la procesión de los hermanos con los rostros
descompuestos, ni siquiera tuvo tiempo para ponerlas al
corriente de las últimas novedades en la casa. Las jóvenes no
se detuvieron hasta llegar a la sala matinal, y allí Daisy se
hundió en la suavidad de una de las butacas.

—No puedes dejar que lord Oso lo mate —le exigió


Daisy a Rose con la nariz roja y los ojos anegados en llanto
por todo lo que había sollozado en el carruaje—. Nuestro
hermano aún es muy joven, inexperto. El marqués arrasará con
él. Es una bestia.
—No se van a batir en duelo alguno. ¡Tranquilízate! —
gritó para que dejara de lloriquear y poder concentrarse en
encontrar una solución. Estaba a punto de ella misma buscar a
Jacob y darle dos bofetadas para que entrara en razón.
¡Diablos! ¡Iban a casarse! ¿Por qué no podía ceder? Claro, era
un Peasly—. No sé cómo le voy a hacer, pero lo haré desistir.
Pese a su afrenta, Emery está en una posición donde aún puede
razonar, se retractará si Jake deja a un lado sus provocaciones.

—¿Qué vamos a hacer? En cuanto nuestra madre nos


vea, leerá la funesta noticia en el semblante de cada uno. No
podrá aguantar más sufrimiento.
El mayordomo las había seguido con sigilo, con la
urgencia de comunicarles algo que le había encargado la
baronesa y escuchó sin proponérselo. Las dos se le quedaron
mirando su gesto de desconcierto. Llevaba muchos años con la
familia y había visto crecer a los hijos de los barones. Les
tenía afecto y acostumbraba a taparles sus indiscreciones o
fallos, para que el padre no los reprendiera duramente.
—Disculpen, señoritas, la baronesa ha estado impaciente
aguardando por ustedes. Lamento entrometerme, pero he
escuchado. ¡Haré como que no oí nada! —añadió alzando la
voz algo incómodo y ansioso—. Deben poner a su madre al
corriente de inmediato. Lady Peasly puede impedir la
desgracia. No quiero agregar otra preocupación a sus ya
afligidas mentes, pero tienen una visita que deben atender.
—Discúlpenos. La situación nos ha desbordado —pidió
Rose.
—No es para menos, yo mismo estoy tratando de
asimilarlo —admitió Spencer—. Cuenten con mi apoyo
absoluto y discreción, por supuesto.

—Gracias —respondió la menor sin dejar de llorar.

—La contienda es desproporcionada —continuó el buen


hombre—. Lord Bloodworth es temerario, pero tampoco
desmerezcan la preparación del joven Jacob, es muy hábil con
las armas. Tal vez tenga una posibilidad.

—¡No lo diga ni de broma! Tenemos que evitar ese duelo


a toda costa así tengamos que clausurar con unas tablas su
habitación antes del amanecer —sentenció Daysi.
—Eso no lo aplacará. Buscará otro momento para llevar
a cabo su cometido. —Spencer estaba comenzando a perder la
paciencia tanto como las señoritas—. Ahora tienen otro asunto
del que ocuparse en el comedor. Creo que no pueden evadirlo.
Ya casi es la hora de la cena —les recordó, seguramente
también lo había hecho con Jacob sin éxito alguno. Eso
significaba que debían subir a sus habitaciones, cambiarse y
apurarse para llegar puntuales al comedor. Lo que resultaba
ilógico con un duelo en puertas—. Hoy tienen un invitado. Su
madre me pidió que las pusiera al tanto. La visita ya ha
arribado y están a un par de minutos de pasar al comedor.

—¿De quién se trata? —preguntó Rose con el nombre del


susodicho en la punta de la lengua.

—Su excelencia, el duque de Thane.


La mención de aquel hizo que Rose se sintiera peor de lo
que ya estaba. Sin importarle el protocolo fue directo hasta la
antesala que precedía al comedor, llegó a tiempo para unírseles
cuando se acercaban a la mesa y tomó su asiento habitual.
Daisy los siguió. La madre las vio y se tragó un reproche por
los atuendos de día que vestían. Tampoco emitió un
comentario por los ojos rojos de la pequeña, no entendía nada,
pero ya se encargaría de interrogarlas después. El duque se
desvivió en halagos al saludarlas, como si un torbellino no
estuviera arrasando con sus vidas y él no fuera partícipe de
ello.

—¿Jacob? —preguntó Aurora al mayordomo que negó


con una disculpa. La baronesa reprendió con una mirada a
Spencer que carecía de su habitual templanza.
—Mi hermano nos acompañará en otra ocasión —añadió
Rose y clavó sus ojos en el duque. No dejaba de sorprenderle
su descaro. Después de todo lo ocurrido le llamaba la atención
que continuara insistiendo—. Su excelencia, desconocía que
esta noche contaríamos con su presencia.

—Tras la petición de su padre para que yo vele por su


familia durante su permanencia en cama, he decidido cumplir
a cabalidad con esa misión. Así que me verán muy seguido en
la propiedad —explicó el duque.

—Creo que ha llegado justo a tiempo para aclarar ciertas


cosas —continuó Rose, y Aurora le abrió los ojos para que
desistiera de lo que fuera que estaba deseando decir.

—No entiendo a qué se refiere, pero con gusto puedo


intentar ayudarla —expuso Thane con amabilidad.

—Como la hermana mayor me tomaré la libertad de


hablar por mi familia, ahora que la salud de mi padre está en
proceso de recuperación. Agradecemos la buena voluntad de
apoyarnos durante este período, pero no es necesario. Mi
madre está capacitada para conducir a la familia, y Jacob, en
su papel de heredero, se hará cargo de velar por los negocios
junto al administrador, quien goza de nuestra confianza
absoluta —soltó tan rápido que casi se queda sin aliento—.
Así que usted, puede continuar ocupándose de sus variados
asuntos. Es una pena que mi padre le haya molestado y
distraído de sus responsabilidades.

—Lo hago con mucho gusto —masculló incómodo,


mientras una mano jugaba distraída con la servilleta, sin dejar
de mirar a la atrevida mujer que lo desafiaba sin disimulo.
—Pero no es necesario. No lo queremos aquí —agregó
Rose aún más directamente, elevando un poco la voz.

Ella ni siquiera había dado un sorbo a la bebida que


reposaba en la copa, menos había probado bocado de los
manjares que servían, su único propósito era hacerse cargo de
sacar de sus vidas al duque. ¡Y cuánto antes!
—Rose, basta —la regañó Aurora.

La mirada de Thane se envileció, dejando atrás el juego


de disimular sus verdaderas emociones. Los desaires de la
muchacha habían hecho que el sentimiento amable que surgió
en su pecho al pretenderla la primera vez se tornase en su
contraparte. El odio había germinado como una semilla en su
interior.

—Usted piensa como yo, madre —continuó Rose. La


mirada de Daisy daba cuenta de su desmedido apoyo a su
hermana mayor—, y no debe avergonzarse por ello.
Excelencia, ¿no cree que tratar de usurpar el lugar que le
corresponde a mi hermano es una humillación para Jacob?
Una persona en su sano juicio no intervendría, sería como
desconfiar de las habilidades del hijo de la familia.

Thane carraspeó, Rose había hablado con una honestidad


tan cruda que jamás previó. Por lo general, los exponentes de
la nobleza daban mil vueltas para intentar dar un punto de
vista, se subían por las ramas, usaban mil subterfugios y ella…
había sido tan certera como una lanza directo al blanco.
—No es mi intención hacer sentir mal a su hermano, solo
pretendo apoyarlo. Es muy joven aún —soltó la primera
excusa que le vino a la mente, mientras trituraba entre sus
dedos la servilleta de finísimo algodón.
—No creo que usted sea la persona adecuada para
brindarle ningún apoyo —continuó Rose clavándole su
desafiante mirada, Aurora estaba a punto del patatús—. ¿O
acaso sus finanzas van viento en popa y hablan por sí solas de
su habilidad en los negocios? Solo quien goza de gran éxito en
lo particular puede darse el lujo de guiar a otros en sus asuntos
de dinero.

—¡Por Dios, hija! —Aurora estaba escandalizada.


Desconocía los modales de la joven.
—Me retiraré para que puedan comer en paz —decidió
Rose. Ya había dejado en claro lo que pensaba y ni por
educación, volvería a fingir delante de Thane un respeto que
no le tenía—. Iré a solidarizarme con mi hermano. Lo que
usted ha hecho al usurpar su lugar le ha causado un sinsabor
en su corazón, su excelencia.

—Me disculpo si fue interpretado de esa forma. —La


cara del duque había quedado rígida, por más que tratara de
aplacar su enfado, sus facciones lo delataban—. En cuanto el
joven me dé la oportunidad hablaré con él al respecto para que
vea la situación desde otro punto de vista.
Rose hizo un mohín al darse cuenta de que Thane no iba
a cejar en su injerencia, ni aunque lo hubiese confrontado
directamente. Tenía a la gallina de los huevos de oro en la
mano, solo un tonto la soltaría.

—Yo… iré con mi hermana —intervino Daisy para


esclarecer hacia donde iban sus lealtades.

—No tienen que abandonar la mesa —dijo el duque


echando hacia atrás su silla causando un estruendo—. Seré yo
quien me marche. Es una pena recibir tanta hostilidad cuando
mis intenciones eran tan nobles —relató con una cautela
perversa—. Justo hoy había estado investigando acerca de la
jardinería. En el siglo XVIII, Tadeo Haenke crea el primer
código Pantone para ordenar la codificación y descripción de
las plantas ante la profusión de tantos colores. Un dato
interesante, que supongo que una experta en flores, que desea
participar con su propia creación en el concurso de las rosas ya
sabía. Es una pena, que esas plantas tan demandantes de
cuidado se queden secas antes de la competición —agregó
sacando de su bolsillo las llaves del invernadero y agitándolas
en el aire.

Rose sintió el aguijonazo en su costado, su trabajo de


años iba a arruinarse por los ánimos vengativos del sujeto
pusilánime que tenía delante.

—¿Pretende dejar el invernadero cerrado? ¿No le dará


acceso al jardinero? —preguntó Aurora estupefacta. Rose no
necesitaba tantos detalles.

—Peasly es un hombre de convicciones fuertes, pero


como padre de familia le ha faltado mano firme. ¿Qué ha
recibido? Tres chiquillos malcriados —se atrevió a decir
Thane—. Ha sido muy claro, ha dejado Peasly House y sus
ocupantes en mis manos y no pienso defraudarlo.
—¿Qué quiere decir? —indagó sigilosa Aurora.

—O Rose pide perdón por su insolencia y acepta mi


propuesta matrimonial o las malditas plantas se secarán hasta
las raíces. Tiene un día para dejar su orgullo a un lado y
someterse a mí como mi futura duquesa. De lo contrario, en
veinticuatro horas todo Londres amanecerá con una noticia
desconcertante… «La mayor de las señoritas Peasly fue
encontrada en una situación comprometedora con su
excelencia el duque de Thane, quien para salvar su honor le ha
pedido matrimonio». ¿Aceptará? Ya dependerá de si desea o
no proteger el buen nombre de su familia.
—¡Usted está demente! —le recriminó Rose.
—Obsesionado —rectificó con una voz que daba miedo
—. No sabe cuánto.
—Créame que ahora tengo asuntos más importantes de
los que ocuparme que de las rosas —le aseguró el objeto de su
afecto dándole a entender que no iba a flaquear por más
amenazas que lanzara.
—¿Cuáles? Estoy a cargo de todo lo que les preocupe —
insistió el duque.
—Deshacerme de usted es el más imperioso —lo retó
Rose y para reforzarlo se puso de pie, ante la sorpresa de Todd
por la respuesta.
—Veinticuatro horas —le recordó con cinismo el duque
mientras lanzaba la servilleta arrugada sobre la mesa con
desdén.

Cuando el hombre hecho un mar de furia reverberante


abandonó la mansión, Aurora se llevó una mano a la cabeza
llena de angustia.

—¿Qué ganas con provocarlo así? ¿Has perdido la


cabeza, Rose? Tu padre le ha firmado poderes que le dan
derecho sobre nosotros y nuestros bienes. Si ni Dios lo quiere,
Leonard se complica y fallece quedaremos sometidos a él. Ha
cambiado el testamento, lo ha nombrado albacea.

—Iré a hablar con padre de inmediato para que se


retracte. Ese hombre es malvado, podría terminar de rematarlo
con tal de quedarse con todo lo suyo —alegó Rose.
—Hija, Thane tampoco es de mi agrado, pero no sería
capaz de tal bajeza.
—Oh, madre, abra los ojos. ¿Quién es el único
beneficiado con la herida de nuestro padre?

Aurora se llevó las manos a la boca atando cabos y


dándole cierta credibilidad a las ideas de su hija.

—En ese caso, creo que deberíamos interceder a favor de


Jake ambas. —La dama también se puso de pie, ya no sabía
qué más hacer para salir del problema.

—Madre, olvide a Thane por un momento. Hay un


asunto de índole más urgente. Ya nos encargaremos del duque
—la previno Rose—. Jacob ha retado a duelo a lord Oso,
ahora mismo debe estar preparándose para ello. Se encontrarán
al amanecer.
Aurora se llevó las manos a la cabeza, verdaderamente
angustiada y sintiendo que estaba a punto de colapsar. Dejó a
sus hijas con la palabra en la boca y se dirigió a las escaleras.
Las muchachas le siguieron detrás.
Las tres llegaron a la habitación del joven. Aurora llamó
a la puerta y ante la ausencia de respuesta giró el picaporte y
se introdujo. Lo que se encontró la dejó devastada, el
dormitorio estaba vacío.
—¿Dijiste que el duelo es al amanecer? —le demandó a
Rose con la voz rota.

—Eso propuso él —le contestó.


—Busquémoslo por toda la casa, hijas. Avisen a Spencer
para que no lo dejen salir.

Rose tuvo un presentimiento, corrió a la habitación de su


padre, quien dormitaba en su cama. Encendió un par de velas
para poder verle el rostro. Era duro cruzar palabras con él, a
pesar de su estado de postración, cada vez que intentaban
dialogar terminaban en un desacuerdo.
—Padre. —Lo despertó abruptamente.

Leonard abrió los ojos con lentitud, cuando se


acostumbró a la tenue luz y se percató de la presencia de su
hija respondió con un monosílabo.

—Sí.
—¿Jacob vino a hablar con usted antes de dormir?
—No he visto a tu hermano desde que vino a reclamarme
por dejar a Todd al mando de la familia. ¿También vienes a
exigirme?
—¿Dónde guarda sus armas? —inquirió sin retener las
palabras de su padre.
—¿Mis armas? ¿Para qué quieres saberlo?

—Por favor, padre, dígamelo de inmediato. Jake ha


retado a duelo a Emery, se encontrarán al amanecer, pero
Jacob no aparece. Temo que se ha adelantado para que nadie lo
intente detener.
Con mucho trabajo hizo un gran esfuerzo para
incorporarse, pero desde la lesión no podía hacerlo solo. Rose
lo tomó por el torso y lo ayudó a sentarse, después le colocó
una almohada detrás.
—Jake ha hecho lo correcto. Alguien tiene que librarnos
de ese traidor —comenzó a debatir el barón.
—No sea terco, padre. Podríamos perderlo. Emery no se
dejará matar sin dar su mejor batalla.

—Jake puede salir victorioso.


—Solo dígame donde están las armas.

—En mi estudio. En el único cajón con llave. La guardo


debajo del pisapapeles de bronce, Jake siempre lo ha sabido.
Si él la tiene avísame de inmediato. Debemos avisar a Thane
para que vaya a darle soporte.

Rose negó y lo dejó hablando solo, mientras se lanzaba a


las escaleras. En el camino se encontró con su madre y su
hermana que le confirmaron que Jacob no estaba en la casa.
Entró con prisa al estudio y siguiendo las indicaciones de
Leonard encontró dentro del compartimento señalado, una
pequeña caja de ébano y ribetes de oro. La abrió y vio en su
interior las siluetas de dos hendiduras —donde cabían dos
pistolas— completamente vacías.
Suspiró con el corazón en la boca.

Aurora se dejó caer abatida en la silla que estaba frente al


escritorio.
Spencer que estaba tan angustiado como ellas, trató de
ayudarlas de la única forma que sabía.
—Debemos buscar la ayuda de alguien. El duque de
Thane, tal vez.
—¡No! —contestaron las tres al unísono.
—El conde de Allard, es un buen hombre y siempre ha
ofrecido su apoyo. —Dio otra opción.
—Me encargaré de esta situación —ofreció Rose—. Por
favor, Spencer, pida que me preparen un caballo. Saldré un
poco antes del amanecer.
—Dos lacayos la acompañarán —propuso el
mayordomo.

—Gracias —se adelantó Aurora—. Ahora salgan todos,


déjenme a solas con Rose.
—Me quedo —terció Daisy llena de rebeldía.

—Sal ahora, hija —le ordenó la madre y la muchacha


terminó por obedecer a regañadientes.
Cuando todos se fueron, Aurora le tomó las manos
temblorosas a su hija.
—Sé que tienes las agallas para traer a tu hermano a
salvo a casa. Rose, que me aspen si permito que te casen con
Thane.
—¡Madre! —exclamó sorprendida por su vocabulario.
—Seré la roca a tu lado para librarnos de ese maldito
hombre. Hay algo que debes saber de Thane, no creas que un
hombre tan inteligente como tu padre ha dejado todo en sus
manos porque lo cree la mejor persona del universo. Tienes
que impedir ese duelo, cueste lo que cueste, y luego dile a tu
marqués que se encargue de sacar al duque para siempre de
nuestras vidas.

Aurora se acercó al oído de su hija y habló tratando de


aguantar el dolor que le producía cada palabra emitida. Los
ojos de Rose se humedecieron al escucharla detenidamente. Se
quedó inmóvil unos segundos asimilando la avalancha de
conocimiento que le llegaba en oleadas. Varios puntos se
conectaron en sus recuerdos. No lo podía creer, pero tenía
sentido.

—No necesito a Oso para librarnos del duque. Me


encargaré de hacerlo pagar —afirmó Rose.
—Pero sí lo necesitas para salvarle la vida a tu hermano.
En un duelo se necesitan dos, convence a Emery de desistir.
No me importa cómo lo hagas. Los lacayos te escoltarán ahora
mismo hasta Bloodworth House, tienen la orden de volver sin
ti. Y no te preocupes porque hablen de más, yo compraré su
silencio. Solo disuade a Oso para que no se bata con tu
hermano.
Capítulo 29

Desde su regreso a casa los eventos lo habían golpeado uno


detrás del otro. Cuando los Peasly se fueron tuvo que
enfrentarse a la cara confundida de Annalise. La había dejado
con un «lo siento» y había vuelto a salir. Aunque estaba seguro
de que saldría con vida de aquel duelo era un hombre
precavido. No había traído a la pequeña para que un
desafortunado evento volviera a dejarla a su suerte. Buscó a su
abogado e hizo un testamento ológrafo siguiendo sus
recomendaciones para dejarla protegida por el resto de su vida.
No sabía qué pasaría con su título si él moría sin herederos,
pero la fortuna que había amasado y estaba desligada del título
la destinó para Rose y Annalise a partes iguales. Si él faltaba,
ellas podrían rehacer sus vidas con grandes fortunas en sus
arcas.
Después, regresó a su casa y se encerró en su despacho
para redactar una carta dirigida a Jason, solicitándole ser su
padrino y pidiéndole que se presentara en el lugar a la hora
indicada. Pidió también que los acompañara el doctor
Atkinson, quien era cercano al duque y se encontraba en
Londres. Acto seguido buscó sus armas, para tenerlas limpias
y listas para lo que aconteciera. El muchacho ni siquiera le
había dicho si sería con arma blanca o de fuego, prepararía
ambas opciones. Y rogaría a Dios porque lo librara del
enfrentamiento. Cualquiera que fuera el desenlace iba a perder.
Unos toques en la puerta lo hicieron mirar hacia esta y
dar el permiso de entrada. Exhaló al ver a Annalise.

—¿Para esto me ha traído, milord? —le reclamó con un


mohín.
—Emery. Ya te he dicho que puedes llamarme por mi
nombre —le dijo con suavidad—. Somos hermanos. Y si no te
perjudicara que lo hiciera público, créeme que lo gritaría a
voces.
—Aún no he tenido tiempo para acostumbrarme.

La joven pasó la vista por las armas desplegadas sobre


una manta en el escritorio. Había dos pistolas con las culatas
de oro, y una espada con una hoja demasiado afilada. Oso le
puso la funda de inmediato a la última para evitar un
accidente.

—Lo sé. Pensé que odiabas haber venido conmigo —


contestó dejando a un lado lo que estaba haciendo.
—Sí, pero… esta tarde fue diferente. La mayor de las
señoritas Peasly me habló tan bien de… ti, que creí que
tendríamos una oportunidad. Además, no quiero que te pase
nada. El muchacho parecía bastante enfadado.
—Es un malentendido, espero que podamos resolverlo
antes de llegar a las armas.
—El asegura que dañaste el honor de tu prometida.

—Me gustaría que lo olvidaras… para siempre.


—Jamás repetiría algo que los perjudicara. Emery, no te
mueras —susurró—. Sé que me comporté como un incordio
cuando me trajiste, pero no te conocía. Tenía miedo de que no
fuera verdad nada de lo que decías. Al llegar y ver que todo
era exactamente como me lo explicaste sentí alivio.
—Annalise. —Caminó hasta ella y bajó un poco hasta
quedar a su altura. La rodeó con sus brazos sin tocarla—.
¿Puedo? —pidió autorización para estrecharla.
La muchacha se fundió dentro de sus brazos y lo apretó
con fuerza.
—Gracias, hermano. Llegaste justo en el momento en
que más te necesitaba.

—No me voy a morir, al menos no mañana. Y si eso


ocurriera, en el peor de los casos, he dejado instrucciones para
que vivas bien una larga y feliz vida.

—Solo quiero que te quedes, a mi lado.


Él le depositó un beso en la frente.

—Yo también.

—Por cierto, ¿debo obedecer a la señora de la voz aguda


que me presentó Price después de la cena?
—¿Señora de la voz aguda? ¿A qué te refieres?

—Una que hizo un mohín con la boca cuando Price le


avisó que no podías recibirla en persona, porque habías salido
a atender un asunto urgente. Se instaló en la habitación de
huéspedes cercana a la mía.

—¡Oh, lady Abbott! —Había olvidado por completo que


ese día llegaba.

—Esa misma.
—¿Dónde está ahora?
—Se retiró a descansar, pero me dijo que mañana
empieza mi entrenamiento. ¿A qué se refiere?

—Bueno, no es que tengas que obedecerla, pero si lo


decides, será beneficioso para ti. Es una dama que puede
enseñarte a comportarte en sociedad. Solo se quedará hasta
que Rose y yo nos casemos. Lo que será muy pronto. Así que
no tendremos que sufrirla… digo, recibirla en casa…
demasiado tiempo. Ahora creo que deberías ir a descansar
también. Iré a comer algo y a dormir en unos minutos.

—¿Crees que podré conciliar el sueño?

—Necesito que confíes en mí, hermana. Todo estará bien.


Con una mirada trémula, Annalise se retiró dejándolo a
solas con sus armas.

Las pistolas habían sido desarmadas, engrasadas y


vueltas a ensamblar. La botella de coñac estaba al lado de la
copa que ya había vaciado dos veces. Y se había alimentado.
No bebió más, quería mantener sus sentidos alertas.

Dos toques sobre la puerta y creyó que Annalise había


vuelto por algo más. Dio permiso para que siguieran y Price
apareció.

—Milord, tiene visita. —Tras el mayordomo apareció


Rose con su capa aún puesta, la que se quitó y dejó en manos
del sirviente—. La hice pasar cuanto antes para…

—Hiciste bien. Déjanos a solas.


Con una media sonrisa, el hombre se marchó, cerrando la
puerta tras de sí.

Por todos los abrazos que se habían tenido que negar por
mantener a salvo el honor de los dos, se fundieron en un
ardoroso lazo. Los labios de ambos se buscaron con desespero.
Las manos de ella quedaron sobre las mejillas de él, lo miró
largamente.

—He venido para…

—¿Detenerme? —preguntó salpicando su boca de besos


—. Ya he dejado claro que estoy en la mejor disposición de
abstenerme de esta locura.

—Necesito encontrar a Jacob, dejó la casa y no sabemos


dónde se encuentra.

—Aquí no ha venido.

—Tengo que encontrarlo antes del amanecer.

Seguían prodigándose besos y caricias, y entre


exhalaciones, compartían las palabras.

—Quédate esta noche. Te llevaré al amanecer para que


intentes convencerlo. Puedes llevarle las pruebas que
evidencian que estamos a punto de casarnos. Quizás así deje a
un lado su terquedad.

—¿Dónde puede estar? —se preguntó.


—Podríamos pasar toda la noche intentando dar con su
paradero o acudir puntual al sitio del duelo para hacerlo
razonar. Tal vez necesita esta noche para hablar con un buen
amigo y reflexionar al respecto.

—Me preocupa.
—Ya es un hombre. No necesita de tu protección. No
dispararé si él se retracta. Doy mi palabra. No importa cuánto
me haya ofendido. Retrocederé en el momento en que él se dé
cuenta que no somos enemigos.
—Hay algo que debo decirte también de Annalise, no
creo que…

—Amor —la interrumpió y le selló los labios con un


beso—. Price me ha advertido que Jacob es muy bueno con las
armas de fuego. ¿Es cierto?

—Lo es. ¿Dudas?


—No de mis habilidades, pero está empecinado en
herirme o matarme, y si no recapacita podría también ser un
riesgo para mí, si solo me concentro en salvarlo.
—Saldremos de esto juntos… Con el menor daño.

—Fue un alivio saber que la confesión de lord Sadice te


exculpó.

—Él solo lo hizo para ayudarme. —Planeaba hacerle una


invitación que esperaba que ella no rechazara, pero no podía
tomarla con mentiras de por medio. No se sentía capaz.

—¿Entonces mintió para salvarte?


—Sí.

—Es un buen amigo.

—¿Sigues creyendo en mi inocencia?


—Por supuesto. Si fueras el responsable me lo dirías
mirándome a la cara.
—Por duro que fuera te diría la verdad. Ven conmigo —
le susurró y la tomó de la mano.
Ella lo sujetó con firmeza y sin dudarlo caminó a su lado.
Subieron los innumerables escalones en silencio. La mayoría
de los criados ya se habían retirado a descansar y la casa
permanecía casi a oscuras, apenas esperando porque el dueño
también fuera a sus habitaciones.

Cuando llegaron a la puerta de su dormitorio, en un ala


de la casa apartada del resto de las habitaciones, la tomó en
brazos antes de pasar el umbral.

—Aquí dormiremos todas las noches —le dijo besándole


la punta de la nariz.
Ella se sentía tan a gusto entre sus brazos, que cuando la
hizo aterrizar de pie frente a la enorme cama con dosel, digna
del descanso de un rey, tuvo que afincarse con fuerza. La
chimenea permanecía iluminando la estancia y era la única luz
con la que contaban. Fue suficiente para echar un vistazo
rápido alrededor y comprobar que era suficientemente grande
para los dos, aunque no fuera lo acostumbrado.

—¿No tendremos habitaciones separadas? —preguntó


sorprendida, siempre había visto lo contrario en sus padres.
—Sufro de frío, necesito que mi mujer me caliente o no
podré dormir —mintió con descaro y a ella le gustó el pretexto
para permanecer cada noche juntos.
—Eso es muy conveniente. Mañana resolvemos el asunto
con mi hermano y al otro día nos casaremos. ¿Algo más que
desees acordar? Como por ejemplo, ¿cuántos hijos tendremos?
¿Si viviremos más tiempo en Londres o en el campo? —
titubeó. Al salir de su casa a caballo en medio de la noche no
imaginó que terminaría en los brazos de Oso, pensó que
pasarían la noche intentando detener a Jacob, pero todo se
había torcido.
—Los hijos que Dios quiera darnos —contestó
observándola—. Prefiero Londres, pero si tienes objeción
podremos llegar a punto medio.
—Londres definitivamente y en cuanto a los hijos no más
de cuatro. No es lo único que deseo hacer con mi vida. ¿Y tú?
—lo apremió para que hablara. El marqués ya se había quitado
las botas y la chaqueta, y parecía hechizado por la presencia
femenina en su habitación.

—¿Cuál es tu posición preferida en la cama, querida? —


preguntó con un tono sugerente, mordisqueándole el lóbulo de
la oreja y poniéndole a temblar las rodillas.
—Apenas estoy aprendiendo las artes amatorias, yo… —
debatió sonrojándose.
—Me refiero a si prefieres la izquierda o la derecha para
dormir porque siempre me acuesto del lado de la ventana —le
jugó una broma.
Ella suspiró sintiéndose burlada y lo miró con suspicacia.
¿Con ese hombre todo sería así? ¿No podía tomarse nada con
seriedad?
—Eres un bribón —lo reprendió.

—Supongo que podremos hablar durante el camino y


ponernos de acuerdo cuando tengamos opiniones distintas —
bromeó.
Cambió de opinión cuando los dedos del hombre la
acariciaron con premura por encima de la tela de su ropa de
amazona, apretando en sus zonas más abultadas. Acto seguido
la volteó de espaldas y le elevó los brazos para que quedaran a
la altura de uno de los postes de la cama. Comenzó a quitarle
una a una las prendas que la vestían hasta que la dejó
solamente con el camisón.
—Así quiero que me esperes cada noche —le sugirió Oso
—. Me gusta desnudarte y sorprenderme con lo que hay
debajo, pero no quiero perder tanto tiempo en el proceso.
—¿Es algo que se te acaba de ocurrir? —le reprochó por
su escasa visión, definitivamente el deseo obnubilaba su
razonamiento.
—Todo surgirá sobre la marcha. No creo que sea tan
difícil contigo.

Un ruido la previno de lo que Emery hacía. Escuchó


cómo se deshacía de sus vestimentas con rapidez y estas caían
pesadamente sobre el suelo de madera.

Sin pudor, Oso tomó con el borde de sus dedos la


camisola y la deslizó a lo largo del cuerpo de Rose, que aún
permanecía de espaldas a él.

Observó con ojos hambrientos la sedosidad de la piel


femenina iluminada por las flamas, pasó las yemas de sus
dedos de abajo hacia arriba por las pronunciadas curvas, para
comprobar la suavidad y la firmeza de su carne. Terminó
recorriendo sus brazos estirados y enlazando sus manos con
las suyas sobre el poste. Después, le sugirió que se sujetara
con fuerza. Y ella se dejó guiar.
Un beso en la nuca la hizo erizarse por completo. Los
dedos del hombre se adentraron en su cabello, y con maestría,
la libró de las horquillas y su rubia melena calló sobre su
desnudez como las crines alborotadas de un potro salvaje.
El hombre de talla inmensa la atrapó desde atrás,
fundiendo su poderoso torso contra su desnudez. Cubrió sus
dos copas con sus gruesas manos. Rose tragó por la sensación
de sentir su piel calentarse de inmediato por el contacto, y más
por la dura erección que se presionaba contra su cuerpo sin
clemencia, la que se había elevado solo con verla. Él la hizo
girar entre sus brazos hasta que quedaron frente a frente y
pudieron mirarse a los ojos.

—Mi esposa —le susurró sobre los labios, bebiéndose su


aroma.
—Loco —lo amonestó por llevarla hasta el límite.

—Te amo, Rose. Y esto es solo una pequeña muestra de


lo que viviremos. Un incentivo de lo que podrías perder si te
arrepientes de dar «el sí».

—Nunca. —Le puso una mano sobre el duro pecho y lo


empujó suavemente para que diera dos pasos hacia atrás. La
curiosidad de conocerlo plenamente no la abandonaba. Se
mordió el labio inferior cuando él, comprendiendo lo que
estaba pidiendo se mostró con total descaro como Dios lo
había traído a este mundo—. Cristo —se le escapó.

Jamás había contemplado a un hombre desnudo, pero


estaba segura de que había tenido mucha suerte. No todos
poseían tal mezcla sublime de lo salvaje y lo perverso. Caderas
estrechas, espaldas anchas, hombros erguidos y pecho
poderoso. Se sentía pequeña y perdida a su lado, pero cuando
sus ojos bajaron por su abdomen cubierto por un camino de
vellos, hasta terminar en la gruesa virilidad sintió que se
adentraba a un terreno prohibido. Antes de bajar los párpados
ruborizada, Oso estiró su brazo para levantarle el rostro.
—Mírame, no es pecado —le aseguró—. Quiero que te
guste.
—Es solo que Dios no escatimó en dones al crearte… —
No pudo continuar hablando tras el escrutinio atrevido, y
cuando buscó los ojos de él, notó que la recorría completa con
las pupilas dilatadas, sin una gota de vergüenza.
—Solo soy un hombre. —Fue humilde por primera vez
en su vida—. Tú sí que eres hermosa. Si Dios se esmeró con
alguien ha sido contigo —le susurró y volvió a acortar la
distancia. Le tomó una mano y la puso sobre uno de sus
pectorales. No sabía cómo decirle que era perfecta porque era
la única mujer que le provocaba una urgencia tal, que nada
más la podía calmar—. Mírame, hasta que conozcas tanto mi
cuerpo como el tuyo.

—No es que sea experta en el mío —reveló.


—Entonces, eso tiene que cambiar. No tenemos prisa.
Vamos a disfrutar este viaje juntos.
La empujó con suavidad contra el firme poste y con su
rodilla le abrió las piernas. Rose recostó la espalda sobre la
fría madera, y lo vio acercarse hasta apoderarse de sus labios.

La besó como nunca lo había hecho, sus labios sobre los


suyos en una danza suave que la fue conquistando hasta
dejarla por completo a su merced. Luego deambuló por su
cuerpo con destino al sur, su lengua sobre su cuello y después
sobre uno de sus pezones, el que metió completo en su boca,
hasta intentar llenarla con el turgente y generoso pecho.
Mientras, calmaba el deseo del otro con una de sus manos, con
caricias igual de ardientes.

Oso reptó por la estrecha cintura de Rose y luego por su


amplia cadera, terminó tomando ambas entre sus manos y
arrodillándose en el suelo. Los dedos de Rose se enterraron en
el corto cabello de su amado, apremiándolo para que
continuara. Emery había esperado demasiado para conectar de
ese modo tan íntimo con aquella mujer que se había apoderado
de su cordura. La necesitaba, anhelaba probarla y ya no podía
seguir esperando. Le abrió más los muslos y pasó la lengua
por el interior de sus piernas.
—Oh, por Dios —gimió ella ante el primer contacto.

Él sonrió complacido por su reacción, adoró la mujer que


temblaba entre sus brazos con cada lametón o roce,
aprendiendo, entregándose, disfrutando sin ataduras; a pesar
de haber sido educada para no sentir. Pero Rose no había
nacido para eso, era puro fuego. Eso lo llenó de ímpetu y de
brío, lamió profusamente la intimidad que se humedecía cada
vez más ante su asedio.
Su lengua ávida y caliente sin darle tregua, succionando,
probando su dulce entrada, sintiendo cómo se ablandaba ante
sus atenciones, preparándola para el momento de tomarla, de
enterrarse entre sus pliegues, de cabalgarla hasta hacerla gritar.
Quería todo de Rose, absolutamente todo.
Ella gemía sin parar y eso era de lo más excitante. Él con
la mano libre se dio placer a sí mismo, frotándose, apretando
ligeramente la punta, y deslizando con fuerza hasta la base.
Retrasando las ganas de embestirla y verterse por completo en
su interior. Primero la haría tocar el cielo con su lengua,
después la iba a tomar de todas las formas posibles, hasta que
Rose acabara tantas veces que le dijera basta.
La vio a hurtadillas tratar de afincar las piernas
debilitadas por el placer, y sujetarse con fuerza del poste para
no desplomarse ante la invasión; pero él no tuvo piedad, la
chupó con más ganas hasta que la intimidad de la mujer
palpitó contra su lengua, y él se bebió la despiadada
culminación que la sacudió. La atrapó antes de que se
deslizara por el poste de madera y terminara sobre la alfombra,
y así lánguida, con la cabeza sobre su hombro, la condujo
hasta la cama. La acomodó en el centro y se acostó a su lado,
mirándola lleno de amor. No había una vista más placentera
que la del rostro de su amada lleno de saciedad.

La dejó recuperar el aliento y comenzó a besarla por el


hombro. Su entrepierna palpitaba reclamando su derecho a
liberarse.
Rose lo sorprendió trepándose sobre las caderas
masculinas y atrapándolo con sus piernas de amazona. Una
mano sobre el pecho y las pupilas clavadas en las masculinas.

—Ven —lo sedujo, había un secreto misterioso y


excitante en la posibilidad de poner a su merced a un hombre
como aquel, y ella quería experimentarlo. Oso la había llevado
hasta el límite, jugando con su cabeza, hechizándola hasta
dejarla completamente entregada. Ella quería sentir lo mismo,
doblegarlo, hasta que dominado por el placer le exigiera sus
atenciones y se rindiera ante ella.
Emery aceptó el reto. Se sentó con ella a horcajadas y
sucumbió ante sus labios. Sus sexos se apretaron uno contra el
otro en un ritmo cadencioso y urgente, entonces ella se separó
lo suficiente para tomar la longitud entre sus dedos y
conducirla hacia el interior. La valentía de Rose se tambaleó
cuando sintió la gruesa erección atravesarla, invadirla, llenarla,
pero no se detuvo y se empujó hasta abajo para acogerla por
completo. Él bramó complacido, desbordado de satisfacción,
al sentir que la llenaba. Ella comenzó a moverse como su
cuerpo le ordenaba que debía hacerlo.
Oso le apretó las posaderas y la ayudó a montarlo un
poco lento al principio, mientras se llenaba la boca con sus
cremosos pechos. Sus dedos se enterraron en la tersa piel de
sus nalgas y la instó para que se moviera más rápido, mientras
él no dejaba de embestirla desde abajo. Piel contra piel. Sus
senos se apretaron contra los pectorales del varón y aquella
cercanía ardiente se sintió deliciosa.
—No pares, hermosa, no te detengas —susurró contra su
oreja cuando sintió que los movimientos frenéticos de Rose lo
llevaron al punto de no retorno. Aunque hubiera querido
prolongarlo ya no podía, la apretó más contra sí marcando un
ritmo constante, que ella burló acelerando sus caderas hasta
hacerlo gritar.
Su simiente salió disparada justo cuando ella tiró la
cabeza hacia atrás, mientras se deshacía de placer absoluto
entre sus brazos. Cuando sus sexos palpitaron tras su
liberación una última vez, se quedaron completamente
abrazados. Las piernas de ambos rodeaban al otro, la cabeza
de cada uno en el hombro del otro y las respiraciones
acompasadas, evidenciando lo agitados que aún se
encontraban.
Se quedaron un rato más así, hasta que lentamente se
fueron acomodando entre las mantas mullidas de la enorme
cama. Y se quedaron dormidos sin atreverse a soltarse.

Poco antes del amanecer, Oso despertó enredado entre las


colchas. Buscó el cuerpo caliente de su amada y solo encontró
las sábanas frías. Se llevó la mano a la cabeza buscando una
explicación. Recordó que la noche anterior a punto de
dormirse ella le había pedido que le dijera el sitio donde
tendría lugar el duelo. Maldijo para sus adentros. Claro que
Rose quería evitar el encuentro entre él y Jacob a toda costa,
ella haría lo que fuera con tal de que no se enfrentaran ni se
pusieran en riesgo ninguno de los dos.
Comenzó a vestirse muy apurado, aún era temprano y
tenía la posibilidad de llegar a tiempo. Estuvo a punto de
quedarse dormido porque terminó demasiado exhausto tras
hacer el amor una vez más. Por suerte su instinto lo había
hecho despertar. Se vistió con prisa, solo para encontrar que el
picaporte permanecía cerrado, y la llave que siempre quedaba
colgada desde adentro ya no estaba en la cerradura.
—¿Qué pretendes hacer, Rose?
Se llenó de impaciencia pensando que algún peligro de la
madrugada la pudiera acechar, más al andar sola a caballo, por
los parajes más alejados de Hyde Park. Un estruendo a esa
hora de la mañana despertaría a los ocupantes de la otra ala de
la propiedad, pero no le importó. Price tendría que
ingeniárselas para dar una explicación que sonara convincente.
Dio un paso hacia atrás y con toda su fuerza lanzó una
fuerte patada contra la cerradura que cedió ante su azote.
Capítulo 30

Por fortuna, una de las habilidades de Rose era la orientación,


bastó interrogar lo suficiente a Emery para tener la ubicación
exacta de donde iba a ocurrir el duelo. Se había cerciorado de
dejar a Oso lejos del problema y ella se encargaría de aplacar
los ánimos beligerantes de su hermano. Sabía que si Jacob veía
a su rival ahí, ni todas las palabras inteligentes iban a
convencerlo de desistir.
Había sacado con sigilo a su caballo de la cuadra, el que
por fortuna dormía en Bloodworth House, y tras burlar al
guardia de la cuadra para que no se inmiscuyera, partió en
Onyx a todo galope por las calles adoquinadas de Londres.
Los cascos del caballo repiqueteaban dejando una estela de
ruido a su paso. Al llegar a Upper Grosvenor Street, se adentró
a The Ring y de ahí conectar con el pasaje que la llevaría al
paraje acordado. Disminuyó la marcha y abrió más los ojos
para dar con las indicaciones exactas.
Cuando arribó al sitio aún estaba desolado. Rogó porque
no se hubiera equivocado. Sintió temor, así que se aferró a la
pistola que había tomado del estudio de Oso. Ni siquiera sabía
cómo usarla, se lamentaba por ello, pero al menos le serviría
para intentar amedrentar a algún malnacido que se cruzara en
su camino.

Por fortuna, Jacob no tardó en arribar. En cuanto


distinguió la silueta sobre el caballo de su hermano, cuyo trote
era inigualable, respiró más aliviada. Su tranquilidad se vio
mermada al comprobar que Jake no venía solo. Otro jinete le
seguía a un par de metros. Los dos se acercaron hasta que la
figura del acompañante quedó expuesta. La piel de Rose se
erizó por completo. Más, después de las revelaciones que su
madre le había hecho la noche anterior. ¿Qué demonios hacía
Thane al lado de su hermano? Era la última persona que
imaginó ver allí.
—¿Thane? Pensé que lo detestabas —le soltó Rose al
muchacho sin tapujos.
—Hemos conversado y arreglado el malentendido —se
entrometió el duque—. Jacob entendió que mi intención jamás
ha sido la de tomar su lugar, es irremplazable. Daré dos pasos
hacia atrás y lo dejaré tomar las riendas en lo que Peasly se
recupera, solo brindaré mi apoyo cuando sea requerido.

—Él no es quién tú crees —lo previno Rose—. No es


nuestro amigo.

—¿Y quién es nuestro amigo? ¿Lord Oso? —respondió


Jake.
—¡Sí! —gritó ella sin poder creer lo ciego que estaba.
Pero, entendió que se debía a que había crecido engañado, al
igual que Daisy. Luego se volvió al duque—: Usted nunca
estuvo interesado en mi mano de forma honorable, solo
andaba tras la fortuna de mi padre. ¿Qué hombre cabal
triplicaría la dote de su hija? Supongo que la habría aumentado
todo lo que usted hubiese exigido con tal de silenciarlo. Nunca
iba a encontrar la saciedad, ¿verdad, excelencia?
—Mi única intención en este momento es ser el padrino
de Jacob, este no es sitio para una dama. Su hermano no me ha
expuesto a totalidad los motivos que ha tenido para retar a
duelo a Bloodworth, pero no es difícil imaginarlo. Tantas
afrentas contra los Peasly no pueden quedar impunes.
—Deje de escupir veneno. Oso es mejor persona que
usted. Jacob, Emery no vendrá, he venido a avisarte que se ha
retractado, es hora de volver a casa.
El muchacho no pudo disimular su enojo.

—¡Maldito cobarde! —gritó Jake poniéndose rojo de ira.

—¿Qué se puede decir de un hombre que se esconde tras


la falda de una mujer? —masculló Thane exacerbando los
ánimos del joven.
Los cascos de otros caballos se escucharon avisando que
ya no estaban solos. El duque de Weimar, seguido de su amigo
el conde de Allard y el médico requerido por Emery se les
acercaron. Cuando estuvieron cerca de los otros saludaron y
comenzaron a establecer las directrices.

—No es necesario ninguna negociación —se adelantó


Rose. Los hombres la miraron asombrados, tampoco se
explicaban qué hacía ella allí—. Oso no vendrá.

—¿Estás segura? —indagó Weimar—. Ayer me indicó


que…
—He venido para avisarle a mi hermano que el duelo no
tendrá lugar. Emery y yo nos casaremos mañana. Ahora son
familia, y la familia arregla sus diferencias de otra forma.
Vamos a casa, Jake.

—Emery jamás la habría mandado en plena madrugada a


negociar los términos de un duelo por él. ¿Qué sucede,
señorita Peasly? —intervino Allard.
—Por lo visto el marqués se ha vuelto un cobarde —
terció Thane.

Weimar le lanzó una mirada asesina a su homónimo y


estuvo a punto de estrangularlo con sus propias manos. Un
caballo en el horizonte impidió que de sus labios brotara un
calificativo poco amigable para Todd.

Nadie dudó de que quien se aproximaba era el marqués, y


se cercioraron de ello cuando lo tuvieron cerca.
Los hombres desmontaron, y comenzaron a colocarse en
sus posiciones, ignorando los intentos de Rose de hacerlos
desistir.
—¿Qué haces aquí? —le reclamó Rose a su prometido
sin poder entender cómo había salido. Ella tenía la llave.

—Las cosas no siempre se harán a tu modo —le


reprendió Oso, enfadado por cómo lo había engañado; pero
luego recordó la angustia que lo laceró por dentro, mientras
cabalgaba a su encuentro, temiendo que algo le hubiera
ocurrido en el trayecto y se calmó. No podía negar que estaba
aliviado de verla sana y salva. Ni siquiera le importó el mohín
que Rose hizo con la boca, cuando le puso la palma de la
mano frente a sus narices para exigirle que le devolviera el
arma robada—. ¿Qué ibas a hacer con la pistola? Está cargada.
Ella puso los ojos en blanco y la depositó con cuidado
sobre la mano.

—Nada, solo quería defenderme si alguien me atacaba


por el camino.

—Hablaremos en casa, después de la boda. Creo que,


pensándolo bien, sí hay varios acuerdos que debemos tomar.
—Trató de reprenderla Oso con la mirada y el tono de voz por
el hurto y el encierro, pero no pudo hacerlo. Al final tuvo que
modular la voz para que no se escuchara tan dura. Ella lo tenía
completamente a su merced.

—No pueden batirse —suplicó Rose alto y claro—. No


puedes matar a mi hermano y tú —continuó señalando a Jake
—: no puedes dejarme viuda antes de la boda. ¿Podemos
hablar un minuto, Jacob? Por favor, lo que tengo que
confesarte es muy importante, privado.

Thane, con la mirada pérfida, susurró su veneno al oído


del joven, apremiándolo para que peleara de una vez.

—Creo que es razonable que escuches a tu hermana,


muchacho —intervino Allard—. Técnicamente no la dejarías
viuda porque aún no se ha casado, pero fracturarías el vínculo
que tienes con ella para toda la vida si matas a su prometido.
¿Crees que el honor o el odio justifican tal acto?

—Estoy dispuesto a dejar nuestra disputa atrás, no me


mostraré ofendido. Ofrezco otro tipo de reparación para el
daño. Jake —le habló Oso con un tono afectuoso—, pido
perdón si te he lastimado. Dame la oportunidad de
enmendarlo.

Por un momento, Rose creyó que Jacob iba a ceder, su


rostro mostró que aquellas palabras tocaban lo profundo de sus
sentimientos. Entonces, Thane volvió a encorvarse sobre el
muchacho llenándole la cabeza de su ponzoña. Nadie lo vio
venir. Sin seguir las reglas pactadas del duelo, Jacob sacó la
pistola y apuntó en dirección a Oso. Todos quedaron en alerta.
Ella reparó en que Oso ya tenía en su mano la pistola que
recientemente Rose le había dado, y él había dejado claro que
estaba cargada. Atormentada, sintiéndose ineficaz para frenar
la masacre entre sus seres queridos, se llevó la mano al pecho
a punto de sentirse derrotada.

—¡Jacob, no! —gritó. Las palabras salieron atropelladas


—. Si lo lastimas, me dañarás a mí también.

Con los brazos en alto y bloqueando la línea de fuego


entre Oso y Jacob, Rose marchó con paso lento hacia su
hermano. Sus facciones mostraban lo desesperada que estaba,
pero su evidente aflicción no persuadió al muchacho para que
bajara el arma.

Oso no movió ni un músculo, su brazo también estaba


extendido hacia su oponente, pero cuando ella se cruzó en el
trayecto que podría recorrer la bala, bajó la pistola sin siquiera
pensarlo dos veces. Prefería morir que alcanzarla con el
proyectil por accidente.
—¡Dispara! —azuzó Thane.

Weimar alargó con furia su mano, tenía al duque muy


cerca, así que pudo atraparlo por la garganta, donde apretó sin
clemencia para callar de una vez por todas al malnacido
venenoso.

—¡No lo hagas, muchacho! —gritó Allard desbordado de


impotencia—. ¡Vas a desgraciar tu vida y la de ellos también!

Las lágrimas ya se habían derramado de los ojos de Rose


cuando su recorrido llegó a su final. Su pecho frenó ante el
cañón de la pistola que empuñaba Jacob, cuya mano no
temblaba.

—¡Quítate del medio! ¡No quiero lastimarte! Es entre él


y yo —ordenó Jacob.
—Él es mi vida —le confesó Rose.
—¿Y por eso crees que debe escapar de mi justicia? —El
joven no parecía conocer la clemencia.

—No, pero si lo matas tampoco podrás perdonártelo. —


Rose se puso de puntillas, aún con el arma entre ambos, hasta
que su rostro quedó cercano al de Jacob. Susurró—: Mamá me
ha dicho algo que debes saber, ha contado algo doloroso, está
convencida de que será la única forma de evitar que se maten
el uno al otro. Emery y tú son hermanos.
—¿Qué? —Los oídos de Jacob comenzaron a zumbar. La
boca se le secó, pero de igual forma necesitó tragar. Las
piernas le temblaron. El peso de la verdad era demasiado para
él, su mundo enteró colapsó. Bajó el brazo y dejó caer la
pistola sobre el pasto húmedo por el rocío matinal.
—Jake, lo siento. Lo siento mucho. —Rose sollozaba y
siguió susurrando cerca de la oreja de su hermano—. Thane lo
sabe, siempre lo supo. Por eso ha manejado a papá como a una
marioneta. El ducado está en la ruina. Su progenitor le reveló
el secreto antes de morir y su excelencia quiso sacarle
provecho. De lo contrario, ¿crees que un hombre tan orgulloso,
se le hubiera vuelto a declarar a quien lo ha rechazado tantas
veces? Rosaline era tu madre. El hijo perdido de nuestro
padre, el que Oso estuvo buscando… eres tú.

—No, Dios… —expresó dolido.


—Nunca te mentiría. Cuando llegaste al mundo, papá te
tomó en brazos, debía deshacerse de ti, pero no tuvo corazón
para abandonarte. Llegó contigo a la casa y, a pesar de su
dolor y su vergüenza, nuestra madre tampoco pudo rechazarte.
Te vio tan indefenso que quiso protegerte. Se exiliaron en el
campo, sobornaron a los pocos criados que dejaron en la
finca…
—Creo que me muero —susurró el joven muy agobiado,
inspirando con fuerza. Sus pulmones parecían insuficientes
para recibir el aire que necesitaba.
—Estarás bien. Thane mantendrá la boca cerrada, aún
necesita el dinero de nuestro padre. Papá te ama, daría la vida
por ti.
Jacob abrazó a su hermana con una fuerza abrumadora,
por su mente pasaron muchísimas imágenes. No lloró, a
diferencia de Rose, se limitó a apretarla hasta validar su amor,
hasta pedir perdón de todas las formas posibles, susurrándole
al oído su arrepentimiento.
—Lo lamento. —Terminó de decir el joven, secándole las
lágrimas a Rose con la yema de los dedos. Con la misma, la
soltó con el rostro compungido.

Ella no podía dejar de llorar.


Cuando se separaron, Oso ya estaba al lado de ambos,
con las pistolas en sus manos, las que descargó con rapidez y
guardó. No había escuchado la revelación; de hecho, nadie
más que Jacob pudo oírla. Emery tampoco indagó qué lo hizo
cambiar de opinión.

El muchacho, enardecido, se abalanzó contra Thane


liberándolo de la mano opresora de Weimar. Lo tomó por una
de las solapas y elevó el puño.

—¡No, Jake! —Trató de detenerlo Rose. Temía que tal


humillación acrecentara los ánimos vengativos de Todd y
terminara por cumplir sus amenazas: revelar que el heredero
de los Peasly no era legítimo, lo que no solo traería como
consecuencia que su hermano fuera desheredado, sino que
acabaría con sus padres respondiendo ante la justicia. Sería el
fin de su familia. La Corona no iba a perdonar tal ultraje.
Weimar intentó detenerlo, solo con el afán de no volver
más complicada la situación. Thane era una sabandija
rencorosa.
—¡Déjalo! —bramó Oso esperando que lo golpeara con
furia, o lo haría él en su lugar.

El puño de Jake se proyectó sobre el pómulo derecho de


su padrino hasta escasos minutos, dando un giro rotundo a los
acontecimientos. Todd se tambaleó, pero pudo mantenerse de
pie. Se llevó la mano al área golpeada y se puso en guardia
para repeler el ataque, pero el muchacho tras mirar a los
presentes, en silencio, se montó en su caballo de un salto y se
alejó a todo galope.
Su excelencia, el duque de Thane, miró a su alrededor. Se
había quedado solo, los demás aristócratas lo miraban con
ganas de darle una lección que no olvidara jamás. Se sintió un
tonto por no llevar refuerzos. Esos hombres podían matarlo y
desaparecerlo si se lo proponían. Buscó con la vista su caballo,
planeando escapar. Antes de salir corriendo, en un movimiento
que no pudo prever la mano salvaje del marqués lo agarró por
la pechera de la camisa y lo arrastró hasta que quedó muy
cercano a sí.

—Huye como la rata que eres, Todd —lo intimidó Emery


con las facciones endurecidas por la rabia, se estaba
conteniendo para no darle una paliza allí mismo. Pero Jacob lo
había puesto en su lugar y no quería quitarle el mérito—. ¡Y
aléjate de Rose si aprecias tu vida! ¡Si vuelves a molestarla te
mataré y te sepultaré en un sitio sin nombre! Ya van dos veces
que te tropiezas en su camino, la tercera será la vencida.
Lo lanzó sobre la cama verde de hierba con desprecio.
Thane, rabiando por la humillación, pero luchando por
conservar su integridad salió huyendo a gatas, para luego
levantarse y correr hasta su caballo.
—Tal vez debiste matarlo —masculló Weimar en
dirección a Oso que con los puños muy apretados caminaba
hacia su prometida.
—¿Qué dices, Jason? Estaba desarmado. No somos
asesinos —lo sermoneó Allard.
—Lo sé, pero un hombre como ese no olvida una
humillación de tal magnitud. Va a replegarse, y cuando
recupere su fuerza, volverá a atacar —advirtió Jason.

—Lo más honorable para un caballero sería retarlo a


duelo —sugirió Evander.

—Thane no merece tanta consideración —alegó el duque


de Weimar.
Oso no se inmiscuyó en la discusión de sus amigos. Ya
estaba al lado de Rose, alzándola entre sus brazos y pegándole
sus labios en la frente.
—¿Estás bien? —Sin escuchar su respuesta continuó—:
Nunca vuelvas a exponer tu vida de esa manera. Un hombre
con un arma en un estado tan alterado como el que estaba Jake
es peligroso, incluso siendo tu hermano. ¡Demonios! —
exclamó tratando de liberar toda la tensión que lo había
dominado.
—No supe qué más hacer, lo siento —se excusó
temblando. Había sido espantoso.

—Rose, ataste mis manos cuando te pusiste frente a ese


cañón. Quedaste indefensa y me dejaste sin forma alguna de
protegerte.

—Jake no iba a dañarme, tiene un buen corazón. Thane


lo estaba manipulando a su antojo, debía ponerle fin.
—¿Qué le dijiste para que su odio se volviera hacia el
duque y dejara de tenerme entre ceja y ceja?
—Oh, amor, no es el momento ni el lugar…

—No más secretos, por favor —exigió.


Rose lo tomó de las manos y se alejaron unos pasos de
los otros, mientras los colores del amanecer coloreaban el
cielo.
—Annalise no es tu hermana perdida —soltó Rose de
una vez, antes que las espinas de la dolorosa revelación se le
clavaran en la garganta y no la dejaran proseguir.
Capítulo 31

Oso escuchó las palabras que le susurró Rose acerca de


Annalise. Le dolió en lo profundo. No podía renunciar a la
muchacha que había rescatado, tampoco quería que más
secretos se destaparan de su pasado, como si estuviera parado
frente a la caja de Pandora.
—¿Qué? No —renegó también en voz baja, imitándola.
Oso estaba convencido de que la señorita era su hermana, lo
sentía muy adentro y ya había comenzado a quererla como tal.
Pensó en los sentimientos de la jovencita. No tenía a nadie,
quedaría devastada.
—Te lo dije, desde que la vi me pareció que no… No
había semejanzas entre nosotros, la sangre tampoco me habló.
—Eso no existe, Rose… La sangre no habla —continuó
aferrado—. Es Annalise. ¿Por qué Sadice padre la mantendría
oculta y pagaría su manutención? Peasly y él eran amigos, no
tenían secretos.
—Tampoco con Thane padre y mira cómo resultó. Ha
usado esa información para extorsionar a mi padre todos estos
años.
—No, no puede ser que ella no sea mi hermana.
—La verdad es espeluznante y debes jurar que lo que te
revelaré no saldrá jamás de tu boca. Pensabas que era una niña
o eso te hicieron creer. Querían alejarte de la verdad. Resulta
que mi padre no dejó a la criatura en manos de Sadice padre,
no. Él la llevó a casa. No sé cómo convenció a mi madre para
que lo aceptara como hijo propio, fingieron un embarazo, un
nacimiento. Engañaron a todos haciéndolo pasar por hijo
legítimo. Tu madre se embarazó cuando tu padre estuvo en
India, no había forma de justificar ante la sociedad un
embarazo. Rosaline no tenía forma de engañar a su esposo.
Tuvo que renunciar a Jake, no tenía otro camino.
—¡Maldición, no! No puedo creer que hayan seguido
como si nada, engañándonos a todos. Recuerdo una época en
que mi madre estuvo unos cinco meses lejos de mí, justo
cuando mi padre estaba en la India por mandato real. Pero es
descabellado, atrevido… Eran amantes, tenían un hijo y
siguieron como si nada… —protestó cabizbajo—. Cuando mi
padre volvió a Inglaterra, seguimos frecuentando tu casa. La
baronesa nos recibía.

—Mi madre perdonó el engaño, mas no sabía quién era la


madre de la criatura. Mi padre se las arregló para dejarla al
margen. Ella lo supo hasta ese día que los echó a ustedes de
nuestra casa.

—Esto es demasiada información. —Entendió cuan


equivocado había estado.
—En nuestra adolescencia… Nunca nos descubrieron.
Nosotros quedamos en evidencia cuando confesamos. Creímos
que el conflicto partía de que habían desenmascarado nuestro
inocente romance. No fue así. Mi madre ató cabos y supo del
engaño; tras la desavenencia, tu padre también indagó y se
enteró de la traición. Por eso retó a duelo al mío, y lo demás ya
lo conoces.
—Y la otra criatura, la que nació después y no sobrevivió
también era nuestra hermana. ¡Oh, Rosaline, cómo fuiste
capaz de causar tanto dolor a quienes te amábamos!

—También mi padre.
Oso volvió a abrazarla con fuerza. La besó en la frente
con una exhalación. Después, respiró hondo para volver a
llenarse de oxígeno. Tardaría en asimilar cada palabra y frase.
Era funesto y enrevesado y… triste.
Un vínculo fuerte lo unía a Jacob. Debía ponerle fin a
todos los duelos que seguían abiertos y luchar por su
tranquilidad. En algo Rose tenía razón, siempre sintió una
simpatía especial por el muchacho. La sangre le había hablado
de alguna manera, pero él vivió demasiado obcecado para
entenderlo.

Con una seña avisó a los demás de que era el momento


de partir. Acompañó a Rose hasta su caballo y la ayudó a subir
a la silla. No importaba cuantas vicisitudes vivieron, en un día
iban a estar juntos para siempre. Y todo lo demás ya no
importaría. Las heridas sanarían y los nuevos lazos iban a
consolidarse.
Los tres amigos escoltaron a Rose hasta su morada,
donde Oso la dejó a regañadientes, habría preferido que
estuviera lejos de la influencia de su padre y de Thane. Pero
había demostrado con creces que nada podía detenerla cuando
tenía un propósito.

Él debía enfrentar a Annalise.


Las puertas de Bloodworth House se abrieron de par en
par cuando estuvo frente a ellas, como si hubieran estado
aguardándolo. Price le dio la bienvenida con el rostro lleno de
alivio.

—Milord… —Fue lo único que dijo, pero bastó para que


Oso entendiera lo que quiso expresar.

—Todo está bien, Price —agregó para tranquilizarlo. Lo


había visto partir antes de que amaneciera y se había quedado
lleno de angustia, más después de las indicaciones que le había
dado si ocurría una desgracia.

—Gracias a Dios —pronunció y luego suspiró. Después,


recomponiéndose, como si el mal trago hubiese quedado atrás
de inmediato, volvió a su expresión habitual—. Llegó a tiempo
para cambiarse para el desayuno. Lady Abbott ha querido
hablar con usted desde que llegó la noche anterior. Debería
dedicarle unos minutos, antes de que su ofuscación crezca.
—¿Se ve ofuscada? —preguntó sin gota de paciencia.
Era con lo que menos deseaba lidiar en ese momento.

—Se ve… ¿Cómo decirlo? Inspirada. Parece una


mariposa revoloteando de aquí para allá. Creo que ha
malinterpretado la situación. Usted la ha hecho venir como
carabina y ella se imagina que la ha traído para preparar a la
señorita para su presentación en sociedad. Lo único que la
perturba un poco, es que quiere hacer los arreglos para el
debut en este mismo instante. La paciencia no es la virtud de la
dama, si me permite hacer esa observación. Sin ánimos de
ofender.

—Me haré cargo. Ahora busca una excusa para librarme


de ese desayuno. Di que estoy hundido de proyectos, negocios
o lo que se te ocurra. Tengo problemas más urgentes, y
además, mañana es mi ceremonia de matrimonio. Lady Abbott
no estará tanto tiempo en la casa, cuando hable con ella será
para agradecerle y ya no la necesitaremos aquí. Rose vivirá
con nosotros en tan solo veinticuatro horas.

—¿No habrá viaje de bodas? —indagó curioso Price.


Oso se llevó la mano a la cabeza, había pasado por alto
ese detalle. Amaba a Rose con un amor pleno, desbordante,
maduro. Odiaba orillarla a una boda apresurada, sin luna de
miel; pero tampoco podían darle largas a la situación. Estaban
al borde de un precipicio, había demasiados cabos sueltos que
podrían acabar con su tranquilidad. La situación de Jacob, el
secreto en manos del detestable de Thane, y lo expuestos que
habían estado Rose y él, si alguien había visto de más y abría
la boca esparciendo el rumor sería el fin de su cuento de hadas,
aunque distaba de serlo. Reconoció que no era la mejor
comparación. Y estaba el asunto de Annalise, había puesto su
mundo de cabeza, pues la sacó de su realidad, una que era
detestable, a donde no podía mandarla de vuelta. La enviarían
a ese terrible internado. La chica ya estaba en los huesos, ¿qué
iba a depararle el destino? Pero, por otra parte, ¿qué derecho
tenía para retenerla? No eran parientes. No los unía ningún
lazo, ¡nada!

Y había costado tanto para que se abriera, para que


confiara en él. ¿Sería capaz de romperle el corazón? ¿Le diría
que no eran familia?

—Hay varios asuntos pendientes de solución y está la


competición de la regata a finales de mes. Me comprometí a
participar —le recordó al mayordomo.
—Lo sé, milord. Le convendría más casarse después,
cuando sus asuntos queden resueltos. Y así haría feliz a la
novia llevándola por el mundo. A usted también le vendría
bien.
—Rose se enfadará conmigo. —Se llevó una mano a la
cabeza lleno de impotencia—. Por ahora no habrá viaje de
bodas. ¡Pobre Rose! Pero no es el mejor momento para que
salgamos de Londres.

—Ella es buena persona, entenderá. El invernadero la


mantendrá ocupada, después en mayo está el concurso de las
rosas. Cuando todo tome su curso podrán viajar.

—Annalise no es mi hermana —se desahogó con pesar.

Ni siquiera se había quitado la capa, seguía en el


vestíbulo, pero necesitaba con urgencia conversar con Price.
Siempre lo ayudaba a aterrizar sus ideas y paliar el dolor.

Por una parte, le hacía ilusión la idea de que el terco de


Jacob fuera la persona que había buscado, aunque eso pusiera
en juego su legitimidad. Lo que era una pena. Pero le agradaba
que por sus venas corriera la misma sangre. Quería acercarse a
él, conocerlo más, guiarlo. Pero por otra parte, lo destrozaba
que la tierna e indefensa muchacha a la que había dado
esperanzas de una vida mejor ya no fuera su familia.

—¿No eres mi hermano?

Los dos hombres volvieron la vista hacia Annalise que se


quedó con las facciones tensas. Había corrido a la entrada a
recibir a Emery, desde la noche anterior sentía que el nexo
comenzaba a consolidarse, que se sentaban las bases para una
hermosa relación fraternal, aunque fuera a puertas cerradas, y
delante de los demás tuvieran que tratarse como familiares en
un tercer o cuarto grado.
—Anna-li-se… —balbuceó Oso agotado por la
avalancha de emociones que lo arrasaba cuando ya no podía
soportar más. Se recriminó su descuido.
—¿Qué será de mí? Volveré a quedar en una mala
situación. ¿Cómo puede ser que de pronto estés seguro y ahora
no? ¿Vas a echarme? —Los ojos se le llenaron de lágrimas.
—No, por Dios, no. Nunca —prometió Emery.

—No te quedes conmigo solo por lástima. No lo


soportaría.
—Annalise, no te quitaré la ayuda que ya te he dado. No
podemos ordenarle al corazón no sentir. Ya he comenzado a
quererte como si fueras mi hermana y así continuará siendo.
—Eso dices ahora. Pero cambiarás de opinión. Solo estás
conmocionado.
—Te convenceré de lo contrario. Tomaré medidas.
Buscaré la manera de que tengas un lugar entre nosotros que
no sea frágil, que nadie pueda quitártelo. Confía en mí —dijo
acercándosele y acariciándole la mejilla con afecto como lo
haría un hermano mayor—. Cambia esa cara, por favor. Ahora
ve y desayuna con lady Abbott, debe estar esperando por ti.
Mañana Rose vendrá a vivir con nosotros, seremos una
familia. Intenta estar tranquila. Te traje para protegerte, para
hacerte feliz.

La campana de la puerta volvió a sonar. Price, que aún


estaba de pie ahí, se irguió para atender al recién llegado. No
esperaban visitas, así que lleno de intriga se aproximó a la
entrada.
Emery ya le había dado la indicación a Annalise de
avanzar, y él estaba a punto de hacer lo mismo, cuando
escuchó de la boca del mayordomo el nombre de quien había
arribado.

—Yo lo recibo —indicó Oso a Price rompiendo el


protocolo. El hombre intuyó la gravedad del asunto por la
expresión del marqués y se retiró dejándolos a solas. El joven
entró, y se quedó en firme esperando su momento de hablar—:
A mi estudio —dijo, sabía que una palabra sobre su
legitimidad escuchada por quien no debía podría traer
dificultades.

—Tengo prisa. —Se quitó un guante, pasó una mano


nerviosa por su cabello despeinado, extendió la misma y Oso
dubitativo, imitándolo, la tomó. Las estrecharon para soltarse
rápidamente—. Quiero hacer las paces. Yo… no apruebo la
forma en que los eventos se sucedieron, pero si mañana la
haces tu esposa no te guardaré rencor—. Una gota de sudor
bajaba por su frente.
Un escalofrío lo recorrió, no era la primera vez que lo
tocaba, pero en ese momento sabía que eran hijos de la misma
madre. No se mostró afectado, su personalidad no se lo
permitía; sin embargo, en su interior sintió paz.
—Como ya lo he sostenido tienes mi palabra —afirmó—.
Espero que puedas acompañarnos, Jake.
—Ahí estaré.
Con un gesto lleno de promesas, tras colocarse de vuelta
el guante, Jake partió con la misma urgencia que había
llegado. Emery quiso retenerlo, había muchas cosas de las que
quería conversar, pero entendió que para el joven la noticia era
tan desconcertante que necesitaba tiempo.
Capítulo 32

El corazón de Rose aún latía desbocado mientras ponía al


corriente a su madre y a Daisy de lo acontecido. Por una parte,
los sucesos aún la tenían nerviosa y apesadumbrada; por otra,
la angustia de no saber dónde se encontraba Jacob no le
permitía calmarse. Había pensado que había salido a todo
galope para volver al hogar y pedir explicaciones, pero no
había sido así. Estaban las tres a solas, encerradas en el salón
privado de la baronesa, cuyas lágrimas caían descontroladas.
—Pero evitaste el duelo, querida. Eso es lo más
importante. —Aurora aferraba la mano de Daisy, quien la
había acompañado en su zozobra—. Eso y que tú también
estás sana y salva. Fui una inconsciente, ¿cómo pude pedirte
que salieras en medio de la noche a detener una disputa entre
hombres?
—Emery estuvo conmigo la mayor parte del tiempo. —
No tuvo valor de decirle que había cabalgado sola al
amanecer, no quería añadir más preocupación a la que ya la
consumía.
—Oh, Dios mío. Espero que nadie los haya visto sin
compañía. He perdido la cabeza, debí ir contigo.
Un revuelo en la planta alta las hizo abandonar la
conversación y dirigirse hacia donde el ruido se escuchaba.
Los esfuerzos de Spencer por hacer entrar en razón a
Thane lo habían hecho perder la compostura. El cabello del
mayordomo se había despeinado, y su habitual aplomo se
había visto perturbado, por la necesidad de salvar al desvalido
barón que luchaba sin éxito contra el duque que lo tenía
sujetado por las solapas de la bata y lo sacudía entre
exigencias.
—Se acabaron los juegos. Quiero la dote… ¡Ahora! —
demandó Thane sin soltarlo.
—No has librado a mi hija de esa peste de Bloodworth,
eso era parte del trato —le rebatía el otro con las escasas
fuerzas que le quedaban.
—No ha sido tan fácil como pensaba, no con Oso
rondándola. Además, Rose, no me la ha puesto fácil. Cuando
soborné al ladronzuelo para que la asustara y que ella llena de
miedo terminara en mis brazos, en mi casa y sin otra opción
que desposarme, se aferró a su montura hasta que terminó en
el suelo. Después, no hubo poder humano que la convenciera
de ir a mi morada. Se negó con tal ahínco, pese a que estaba
golpeada, que el medicucho que pasaba por ahí insistió en
llevarla al hospital y se escabulló entre mis manos. Oso
apareció de nuevo, entrometiéndose.

—Eres un inepto, Todd. Otro en tu lugar no habría


tardado tanto en hacerla su esposa.
—¡La dote! ¡Levanta la retaguardia, Peasly, y dame hasta
el último penique que prometiste o hablaré hasta por los codos
y tu flamante heredero verá su suerte derramada por el suelo!
¡Es un bastardo! Tu familia entera caerá.
—No lo harás. Quieres a Rose y si la familia cae en
desgracia ya no podrás tenerla.
—Su hija se casa mañana con ese malnacido. ¿No se
entera de nada?
El rostro de Peasly se coloreó de rojo y sus facciones se
deformaron por la ira. Thane no le dio tiempo de asimilarlo, lo
sacó de la cama para obligarlo a ponerse de pie con la
intención de cobrar la dote prometida antes de que fuera
demasiado tarde. El barón se cayó al suelo como un saco de
patatas ante el asombro del duque que no conocía de la
gravedad de su estado.

—Por un demonio Peasly, ¿qué se hizo? Aún sigo


pensando que fue un idiota. ¿Cómo se le ocurre dispararse
usted mismo solo con el afán de culpar al maldito Oso? Habría
sido más útil que hubiese disparado la bala contra él, ahora no
estaríamos lamentando que Rose lo haya elegido.
Las tres mujeres, cuya primera intención fue la de
auxiliar al barón, se habían quedado en silencio escuchando
tales revelaciones; pero la última las dejó petrificadas.

—¿Es eso cierto, Leonard? —cuestionó alarmada


Aurora.

—¡Padre! ¿Cómo pudo? —Daisy se llevó ambas manos a


la boca, negándose a aceptar tal atrocidad.

Rose no dijo nada, pero las emociones que la recorrieron


fueron tan abruptas y dolorosas que no supo siquiera cómo
reaccionar. Podía entender que su padre estaba desesperado
por salvar a Jake de la humillación y al resto de la familia,
pero ¿a tal extremo de atentar contra su propia salud?
—Miente —masculló el barón desde el suelo. El
mayordomo también impresionado, corrió en su auxilio y lo
levantó hasta depositarlo de vuelta en la cama, ante la
inmovilidad de los demás.

—Claro que no miento —sostuvo Thane—. Fuera


máscaras. Llegué justo a tiempo para presenciar cuando Peasly
cometió tal acto. Ayudé al cochero a subirlo al carruaje. Él
podrá corroborar mi versión.

—¿Y se quedó callado? —interpeló Rose al duque, sin


encontrar palabras aún para reclamarle a su padre.

—Hijas mías, Aurora, lo siento —rogó el barón desde su


lecho—. Todos en esta casa se habían vuelto en mi contra y
estaban venerando a Oso. Thane me tenía entre la espada y la
pared. Solo quería protegerlos y recuperar el cariño de los
míos. Pensé que sería una rozadura. Pero hacia atrás no tuve
precisión. Además, estaba lleno de coraje tras discutir con
Bloodworth. Me equivoqué, pero quería recuperar a mi
familia. No me den la espalda, ya estoy pagando mis errores.
Jamás volveré a caminar. El médico lo ha confirmado. Mi
condición no es reversible. No quise decirles porque…

—Nos tenías a las tres a tu alrededor, esperanzadas en tu


completa recuperación. —La verdad acerca del pronóstico de
la rehabilitación de Leonard las entristeció más, guardaban la
fe de que con el tiempo recuperara la movilidad de sus
miembros inferiores—. Tú has destruido la familia, Leonard.

—Todavía tengo intenciones de hacerla mi esposa,


señorita Peasly. Cancele su compromiso de inmediato… —
atacó Thane a Rose, tomándola del brazo.
—¿O revelará los asuntos privados de mi familia? ¿Los
que pueden perjudicarnos a todos, no solo a mi hermano? ¡No!
No me casaré con usted. ¡Nunca! —contestó ella soltándose de
su agarre.

—¡Sobre usted pesará la ruina de los Peasly! —la


amenazó acercándose tanto a Rose que esta se sintió
hostigada. Si su padre había cometido un acto de locura al
dispararse así mismo para sacar a la familia de tal atolladero,
el duque estaba a punto de cometer algún otro disparate con tal
de salir de sus deudas.

—No lo hará. Usted aún quiere el dinero de mi padre —


lo retó.

—Daisy, le entrego la mano de Daisy. Cásese con ella y


déjenos en paz. Mi hija no se opondrá, es más sensata que
Rose y no dejará que un escándalo de tal magnitud sentencie a
sus hermanos y a su madre. ¡Obedecerás, hija! —le exigió
mirándola.

—Me ha decepcionado tanto, padre —confesó Daisy con


el corazón desbordado de dolor. Aquella, su primera
temporada, la que tanto había aguardado se había convertido
en un infierno. Tembló, no quería desposar a Thane, se
rehusaba, pero aquel estaba amenazándolos y ella no era tan
fuerte como Rose.

—¡No! —la defendió Aurora—. Ninguna de mis hijas


abandonará esta casa como su duquesa, excelencia.
—No quiero a la menor de las Peasly —aclaró Thane—.
Es hermosa, pero mi silencio tiene un precio, la dote y la
mayor. No voy a retractarme. ¡Ustedes están en mis manos!
—El dinero está en mi estudio. Spencer, entrégueselo de
inmediato —resolvió Leonard ya sin esperanza de otra
solución con tal de calmar los ánimos del duque. Estiró un
brazo y esculcó en el cajón de su mesa de noche hasta dar con
la llave.

—¿Está seguro, milord? —preguntó el fiel mayordomo.

—Obedezca —exigió el hombre postrado de la cintura


hacia abajo desde su cama.

—Devuélvanos la llave del invernadero. —Aprovechó


Rose para negociar. Su padre ya no se veía tan incondicional
del duque.

—¿Esta? —Mostró Thane la llave que pendía de una


larga cadena de plata. Rose la reconoció en el acto, era grande,
con forma de corazón en la cabeza.

—Tal vez podamos ir juntos al invernadero, mi querida


futura esposa —añadió con una cínica sonrisa su excelencia—.
No te librarás tan fácilmente de mí. Aunque solo sea para
refundirte en mi propiedad y conservarte como un objeto de
decoración, te casarás conmigo o destrozarás el futuro de tu
pobre y bastardo hermano. ¿Quieres el peso de la infelicidad
de Daisy sobre tus hombros?
Spencer se adelantó hacia los pisos inferiores para
cumplir la orden del barón, no quería estar presente mientras
se ventilaban asuntos tan privados de la familia. Negaba
mortificado por no quedarle más remedio que obedecer y que
el duque se saliera con la suya, extorsionando así a los Peasly.

Thane tomó a Rose por el antebrazo con la intención de


seguir al mayordomo hacia las escaleras.
—¡Suélteme! —se opuso la muchacha haciendo acopio
de toda su fuerza.
Aurora y Daisy corrieron en su ayuda, pero ya estaban en
la cima de los escalones. Rose se aferraba a la balaustrada
decidida a no bajar.
—Excelencia, no le permito que trate así a la señorita —
reclamó Spencer exasperado, sin atreverse a ponerle la mano
encima al duque para hacerlo desistir de tal atropello. Pero
tampoco podía quedarse cruzado de brazos.
Thane dio un jalón para desaferrar a la señorita de los
barrotes de mármol a los que se sujetaba. La madre y la
hermana llegaron y también tiraron de ella para liberarla del
agarre del hombre que había perdido los estribos. Ciego por la
furia, el duque dio un mal paso y su pie no encontró apoyo,
haciendo que todo su cuerpo se tambaleara peligrosamente.
Rose por instinto estiró la mano en un intento de ayudarlo,
aunque no se lo mereciera, pero su alma noble no se detuvo a
pensar. Lo agarró de la tela de la camisa con fuerza, pero ya
era tarde. El mayordomo trató de reaccionar, pero el duque
rodó hacia abajo sin que Spencer pudiera atraparlo.

Rose se quedó mirando perpleja su puño, dentro estaba la


cadena de plata con la llave.

Los cuatro se quedaron unos segundos sin habla. Rose se


frotó el área del brazo lastimada por la violencia del duque,
mientras observaba al sirviente correr hasta el pie de la
escalera, donde Thane permanecía inconsciente.

—Esto es una pesadilla —susurró Aurora.


—Hay que llamar a un médico —titubeó Daisy. El
hombre era un canalla, pero ellas no podían cruzarse de brazos
ante lo ocurrido.

El mayordomo negó tras revisarle los signos vitales y las


mujeres se quedaron muy asustadas.
—¿Está seguro? —indagó Rose, aún perpleja.

El buen hombre asintió.


—Fue un accidente —aclaró Aurora antes de que sus
hijas entraran en pánico.

—¿Y si no nos creen? —dudó Daisy.


Temerosas, sin saber qué hacer, bajaron y se le quedaron
observando.
—Hay que mandar a buscar a un médico —recomendó
Rose—. Es la persona indicada para confirmar su deceso.
Después daremos parte a las autoridades.

—Nuestra reputación es intachable y está Spencer como


testigo —pronunció la baronesa—. Fue un accidente, no hay
nada que temer.

—Yo me encargo de convocar al doctor. Ustedes


deberían aguardar en otra habitación hasta que llegue. Pediré
que les envíen un servicio de té.

—Nada de té, Spencer, por favor —pidió Aurora—.


Tengo el estómago revuelto. Esperaremos al médico en la sala
matinal.
Las tres dejaron de reparar en el cuerpo de su excelencia
y se alejaron rumbo a la salita más próxima a la entrada. En el
trayecto, justo antes de pasar a la estancia, vieron que Jacob
arribaba. Traía la mirada taciturna, como si el peso del resto de
la madurez que le faltaba para convertirse en adulto le hubiera
caído de golpe. Con diecinueve años, la expresión de Jacob
parecía la de un hombre de más edad.
—Jake —chilló Rose al verlo. Había estado muy
preocupada por su ausencia.

—Gracias a Dios —musitó Daysi, casi inaudible al


saberlo con bien.
—Oh, hi-jo mío, lo sien-to… —comenzó a balbucear
Aurora, pero el llanto no la dejaba articular. Eran tantas
emociones. El miedo por el rechazo de aquel le recordó que la
terrible verdad de su origen podría alejarlos para siempre.

—No es necesario —indicó con suavidad Jacob.


Escuchar su petición de perdón le desgarraba el alma.
Las tres se prepararon para escuchar la retahíla de
reclamos, la madre estaba convencida de que lo tenía
merecido. El engaño en que él había crecido justificaba
cualquier palabra hiriente que saliera de su boca. Las
hermanas se quedaron inmóviles, de pronto no supieron qué
hacer para aliviar el dolor que reflejaba la cara del muchacho.
—Hijo… —intentó formular una frase lady Peasly.

No lo vio venir, pero antes de hablar ya tenía los brazos


del joven rodeándola y susurrándole al oído, también entre
lágrimas:
—No se atreva a pedirme perdón. —Enterró su cabeza en
el hueco de su cuello, como cuando era niño y lloraba
buscando consuelo—. Madre, gracias por aceptarme. La vida
no me bastará para agradecer tanta devoción.
El silencio se apoderó del salón, el que fue precedido por
el sollozo de las mujeres.
—Pensé que te ibas a volver contra mí —expresó Aurora.
—Fue lo primero que se apoderó de mi cabeza —reveló
sin soltarla—. Cabalgué como un loco con una voz en mi
mente llena de rencor que me dictaba cada reclamo para usted
y para mi padre. Pero en medio de la turbulencia los recuerdos
de su cariño a lo largo de los años se abrieron paso como un
rayo de luz. Sería muy ingrato si no reconociera el gran acto
de amor que usted hizo al recibirme y cuidarme tan bien que
jamás dudé de haber nacido de su vientre.

—Eres el hijo de mi amor —admitió abrazándolo con


fuerza y afecto—. Tú no tenías la culpa y estabas tan
indefenso. Yo… no podía dejarte en manos de un destino
incierto.
—Por favor, pido que ninguna le diga a nuestro padre que
ya conozco la verdad —insistió él.

—¿No lo vas a perdonar? —indagó Daisy.


—Agradezco que padre se haya hecho responsable de mí
y que no me haya abandonado. Pero es algo que todavía quiero
meditar. ¿Cómo le hizo para hacerme pasar como legítimo?
—¿Olvidas que tu familia paterna tiene cargos
importantes en la iglesia? —le respondió la madre y no fue
necesaria más explicación, lo habían solapado.
—Yo solo recuerdo que —intervino Rose tratando de
rememorar aquel tiempo—, nuestros padres se fueron una
temporada con Daisy y me dejaron en Peasly House con la
señorita Chapman. Cuando viajé para reunirme con ellos, me
dieron la feliz noticia.

—Por eso tus primeros años vivimos alejados de Londres


—puntualizó la madre, mirando al hijo.
—Pero queda el asunto de Thane —les advirtió Jake—.
Si abre la boca… Vivir con esa zozobra…
—Ya no nos molestará más —le anunció Aurora.
—¿Por qué está tan segura? —preguntó el joven
intrigado por la firmeza de sus palabras.
—Ay, hijo mío. Ha ocurrido un accidente. Tu padre y
Thane discutieron y se hicieron revelaciones muy sórdidas.

Aurora le narró todo lo ocurrido lo más rápido y concreto


posible. Mientras Jacob se recuperaba de la conmoción, las
hermanas se unieron al abrazo que se extendió por unos
segundos en un pacto de silencio y reconciliación. De los
labios de ninguna saldría jamás absolutamente nada que
pudiese poner en riesgo la legitimidad del heredero de los
Peasly.

Cuando el médico y las autoridades se marcharon


cumpliendo sus funciones, la baronesa y su hijo mandaron a
llamar al cochero al estudio de Leonard. Allí lo interrogaron.
—Jim, esa noche que mi esposo resultó herido, ¿vio
quién le disparó?
—No —respondió el aludido—. Sucedió antes de subir al
carruaje. Cuando escuché el disparo…

—Usted declaró que vio a un hombre dispararle, pero


que no alcanzó a ver el rostro. Ahora dice que solo escuchó el
disparo. No mienta más —exigió Jacob.

—Ya lo sabemos todo. Mi esposo ha confesado. Así que


hable —lo instó Aurora.
El hombre palideció, se arrancó de un manotazo el gorro
que llevaba en la cabeza.
—No puedo seguir callando, milady. Milord se disparó él
mismo. Estaba lleno de odio tras la discusión con el marqués.

—¡Eso no es posible! —chilló espantada Aurora al


escuchar la confirmación de tal atrocidad—. Se disparó por la
espalda.

—Justo por eso no pudo guiar el curso de la bala —


explicó el cochero—. La rabia es mala consejera. Estaba muy
enojado cuando volvió. Pensé que se quería quitar la vida. Me
asusté muchísimo. Me exigió guardar silencio o me iba a
despedir y usted sabe que mi familia es numerosa. No po…

—No voy a juzgar su proceder, solo quiero que me diga


la verdad —presionó el joven.
—Lo levanté del suelo, le quité el arma de la mano y lo
traje a casa. Busqué al doctor de inmediato —explicó Jim—.
Me ocupé de devolver la pistola a su sitio como me ordenó. Y
traté de mantenerme firme cuando la policía me interrogó,
pero no me gusta mentir. Creo que eso último no salió muy
bien.

—Hablaremos al respecto. Esto no puede volver a ocurrir


—reprendió Jacob.
—Su silencio estuvo a punto de arruinarle la vida al
marqués de Bloodworth. Ahora tome un caballo y llévele un
aviso —apremió la dama—. Gracias a Dios mi esposo no se
salió con la suya o nuestra deuda con ese muchacho habría
sido aún mayor. Le dirás a su señoría que venga con urgencia
y total discreción.
—Como ordene, milady.

Rose ya estaba con Daisy bajando hasta el invernadero,


la llave aún estaba en su mano. Necesitaba un poco de sosiego
para ordenar sus ideas tras ese día nefasto. Allí rodeada del
verdor y de las figuras de hadas revoloteando era donde la paz
la alcanzaba por completo. No podía esperar a introducir la
punta de la llave en la cerradura y girar el paletón hasta
escuchar el sonido. Pero no fue necesario, las enormes puertas
de cristal y hierro estaban abiertas de par en par. Gallahan
venía de dentro con las manos ocupadas con una pala y un
balde con tierra… Tenía tierra hasta en la frente, como si se
hubiera afanado tanto que no hubiera reparado en cuidar de no
ensuciarse.
—¿Está tan emocionado como yo? —indagó Rose con
Daisy de la mano—. ¿No podía esperar a que recuperáramos el
invernadero? —indagó, pero Gallahan negó con una expresión
pesimista—. ¿Se secaron los rosales? —preguntó preocupada.

—Mejor no siga. —Intentó prevenirla de que lo


presenciara.
Ella no pudo contenerse, corrió hasta el área del fondo,
donde la luz era tenue, pero suficiente para el proyecto en el
que había trabajado durante casi diez años, cuando su padre y
ella aún se entendían.

Sus rosales habían sido pisoteados, arrancados,


castigados por la furia vengativa de la única persona que tenía
acceso a ellos. Dos lágrimas brotaron de sus ojos ante la
mirada de consuelo del viejo jardinero.
—Señorita… —Trató de animarla, pero no le salieron las
palabras.

—Estaré bien —susurró.


Su familia estaba a salvo y eso a cambio de las flores
tenía que bastarle para conformarse. El duque no podía
simplemente irse de este mundo, los actos que había realizado
en vida seguían dejando una estela de daño. Sin embargo, ya
no podría lastimar a nadie más.
Capítulo 33

Londres, 24 de marzo de 1866

Como su honor dictaba a finales del mes, Emery había vuelto


ocupar su puesto de stroke en el bote que ya se mecía en el
Támesis. Era su última carrera, oficialmente se despedía como
remero de la competición donde Oxford y Cambridge se
jugaban el campeonato. Quería retirarse siendo vencedor.
Mientras aguardaba el tiempo de salida su mente
divagaba en los últimos eventos. Había sido difícil posponer la
boda, pero tras el fallecimiento del duque en Peasly House, a
quien todo Londres consideraba un leal amigo de la familia,
había sido la decisión más sabia. Tampoco querían celebrar su
aniversario en la misma fecha que habían sido los funerales de
Todd.
Cuando supo los detalles del ataque del fallecido duque,
Oso había blasfemado en todas las lenguas que conocía. Tanto
así que, si el canalla se hubiera salvado de su traspié, lo habría
vuelto a mandar al infierno.
Pero cada sacrificio tenía su recompensa. Ya nada lo
libraría de darle la boda soñada a Rose. Ella no lo sabía y eso
era lo más emocionante. Se había conformado con una boda
discreta la primera vez y no habían cambiado los planes para
la segunda, aparentemente.
Su prometida contaba los días para que el tiempo corriera
de prisa, no podían seguir separados. Comportarse según lo
establecido, después de que habían probado lo que les
aguardaba en la vida de casados era muy duro. Pero la
baronesa había tomado las riendas de su familia y, sobre todo,
el control de sus hijas para que nada empañara su futura
felicidad. Decía que ya habían tentado innumerables veces a la
suerte. Tenía a la señorita Chapman de perro guardián, incluso
ella misma cumplía la función cuando correspondía.
La espera de volver a recorrer su cuerpo lo estaba
aniquilando, y poder remar cada mañana era un desfogue de
energía necesario.
Preparar la boda hacía que la anticipación fuera menos
dolorosa. Oso tenía dos cómplices, Angelina y Elizabeth, en
conjunto con la hermana y la madre de su prometida. Se
habían aliado para que Rose se llevara una sorpresa. Y él, se
involucró en los preparativos con tanto afán, que lo único que
deseaba era que llegara el día cuanto antes, para mirarla a los
ojos mientras los declaraban marido y mujer.
Incluso, la sociedad entera conspiraba para que el
desenlace matrimonial tuviera lugar antes de que terminara la
temporada. Había varios motivos para exhortarlos a casarse:
los rumores que había desatado la boda aplazada, la edad
«avanzada» de los contrayentes, y el pesar colectivo por la
mala suerte de uno de los marqueses más conocidos de
Londres, al que perseguía la pena —primero por quedar
huérfano y segundo, porque la pérdida del duque les había
obligado a mover la fecha.
Oso estaba sorprendido de su creciente notoriedad, hasta
sus detractores estaban felices porque al fin se le había
declarado a una dama. Rose, por su parte, calló todas las bocas
que habían afirmado que se quedaría solterona.
Y a la expectativa del día especial, Emery disfrutaba de
verla feliz involucrada en lo que la apasionaba, sus amadas
flores. Rose había logrado rescatar sus retoños, gracias a toda
la familia y al jardinero, que confabularon contra el barón para
ayudarla. Las coincidencias amables de la vida hicieron que
Gallahan recordara, las tres macetas con los brotes rechonchos
que la señorita Peasly se había llevado en su escapada a Allard
House, los únicos sobrevivientes al desastre causado por
Thane.

Emery también había usado bien su tiempo excedente,


había entrenado y se encontraba en plena forma.
Un disparo lo sacó de sus reflexiones y todos sus
músculos trabajaron a la par como una maquinaria
sincronizada por un solo propósito: llevar a su equipo a la
victoria.

Cada tripulación tenía a cinco antiguos remeros azules


que habían vuelto para darle honor a su equipo. Oso no cabía
dentro de sí porque su gran amigo el duque de Weimar, había
regresado para acompañarlo en su última lid. Jason le
compartió una seña desde la proa tras partir del lado
Middlesex del río y remaron como si fuera lo último que
harían en sus vidas. Pronto se pusieron a la cabeza, pero sus
oponentes equilibraron y en el puente de Hammersmith les
sacaron medio cuerpo.

—¡Demonios! —gritó Oso desde la popa.


—¡Remen! —ordenó el timonel para que no se
desconcentraran.

Emery respiró profundo, el control de sus emociones en


ese momento era clave. Como el golpe de su equipo no podía
flaquear. Saber que Rose lo esperaba en la otra orilla le dio la
fuerza que necesitaba.

A pesar del esfuerzo de los azules oscuros y las


turbulentas aguas, Cambridge continuó liderando. Hacia
Chiswick Eyot, los azules claros se descuidaron tratando de
evitar una barcaza. Oxford no dudó en tomar la delantera, pero
sus oponentes no tardaron en empatar.

Ambos equipos movieron los remos con brío y trataron


de sacar ventaja con movimientos arriesgados.

—¡Vamos, Oso, sácanos de esta! —exigió Pembroke,


quien había vuelto solo para despedirlo en grande, tras dos
años ausente de la vida social de Londres.

—¡Por Oxford! —gritó Emery—. ¡Y por todos ustedes


que han vuelto para despedirme! No se irán con las manos
vacías. ¡Es mi momento!

Tras veinticinco minutos y treinta y cinco segundos, los


azules oscuros ganaron por tres cuerpos a Cambridge, que ese
año también salieron derrotados.

Los amigos celebraron y se despidieron con júbilo, sus


vidas ya no serían las mismas. La vista del marqués voló por
encima del público hasta que unos ojos sonrientes lo
felicitaron sin poder disimular su emoción.
—Extrañarás todo esto —le dijo Rose cuando al fin
pudieron estar juntos.

—Remaré para ti. —Tuvo que contener las ganas de


besarla delante de todos los espectadores.

La familia de Rose también estaba ahí para brindarle su


apoyo. A excepción de
Leonard quien seguía oponiéndose a la relación. Sus hijos se
ocupaban de proveerle una buena vida, pero habían puesto
distancia emocional con él.
Jake les habló a los suyos:

—Creo que es momento de comunicarles que he decidido


que tras la boda de mi hermana, me iré a vivir a un
apartamento de soltero en Oxford, para continuar mi
educación lejos de la influencia de nuestro padre.

—Te echaremos de menos —le hizo saber Rose.

—Creo que seguiré con la tradición familiar. Entraré a la


regata —confirmó el muchacho con un guiño para Emery.

—Y yo estaré feliz de guiarte —le comentó Oso con


orgullo.
—Por mi parte —dispuso Daisy que se encontraba al
lado de Annalise, quien para los curiosos era la prima lejana
del marqués—, pospondré esta temporada la búsqueda de
esposo. Acompañaré a nuestra madre en su viaje al continente.

—Hija, no tienes que poner en pausa tu vida —enfatizó


Aurora, aunque agradecía el gesto de su hija menor.

—Annalise podría ir con nosotras —ofreció Daisy llena


de entusiasmo.

—No lo sé, señorita —terció Oso—. Annalise no puede


viajar sin la supervisión adecuada.

—Mi madre es una excelente carabina, además la


señorita Chapman nos acompañará —insistió la más joven de
los Peasly.
—Lady Abbott me ha pedido todo este año y el siguiente,
la está preparando para su futuro debut —continuó Emery
renegando.

Oso había destinado una dote más que generosa para la


muchacha, lo que ayudaría a darle una posición ventajosa
frente a otras solteras, con la intención de atraer a un buen
partido.

Los antiguos remeros de Oxford se acercaron para


conocer a la prometida de su amigo. Por cortesía, también les
presentó a los miembros de su familia, incluida Annalise.

Rose notó la mirada fascinada de su hermana al conocer


al conde de Pembroke de espaldas anchas, mirada retadora y
voz grave. Cuando los hombres se retiraron, la futura
marquesa le hizo una broma, que aquella no se la tomó mal.

—Aún la temporada no se acaba. Escuché que Pembroke


se quedará en Londres hasta agosto. ¿Estás segura de que
prefieres viajar con nuestra madre?

—Por supuesto —aseveró Daisy, mas no tardó en


quedarse pensativa—. ¿Sabes si está buscando esposa?

—Lo desconozco, pero creo que es algo que podemos


averiguar. —Remató la frase con un guiño.

La primera semana de mayo, coincidiendo con la etapa


de floración de los rosales comenzó el evento por el que Rose
había trabajado durante varios años. En su papel de
floricultora estaba tan feliz… Oso sintió un ardor en el pecho
al contemplarla, una sonrisa enorme se dibujaba en el rostro de
su amada y era lo más bello que podía sucederle. Cada vez que
recordaba la maldad de Thane pisoteando sus rosales, quería
acudir a su tumba para revivirlo solo con el propósito de darle
una muerte peor de la que había tenido. Pero la justicia del
universo intervino y no tuvo que ensuciarse las manos.
El evento era tan magistral, hombres y mujeres de las
rosas se daban ánimos, pero todos perseguían la meta de llevar
la presea a casa. Los participantes traían sus coloridas
creaciones, que habían dispuesto sobre el pasto verde y Rose
daba instrucciones a Gallahan para que nada fallara. Con sus
propias manos aplanó la tierra alrededor de la base del rosal, y
luego se percató de que había olvidado los guantes y no sabía
qué hacer con sus manos manchadas. Así que se dirigió a uno
de los pabellones para buscar agua para lavarlas. Estaba
nerviosa y Emery no sabía cómo tranquilizarla, por lo que él
aprovechó un momento que quedaron lejos de las miradas
indiscretas para robarle un beso apasionado.

Rose le devolvió el abrazo, pero con las palmas hacia


afuera para no ensuciarlo. Pero cuando la lengua masculina le
invadió la boca con tal apetito, le robó la capacidad de pensar
con claridad por un instante.
—¿Mejor? —le preguntó Emery casi sin aliento tras
tener que separarse. Se había esforzado con aquel beso para
lograr su propósito, hacer que se relajara.
—Aún no —contestó ella y él enarcó una ceja, dudando
de su habilidad de hacerle perder la razón.

Ella lo tomó de las solapas, volvió a besarlo y él se


perdió en los embates de su lengua dulce y la voluptuosidad de
sus labios. Entonces Oso sonrió, todavía besándola, al darse
cuenta de que había caído en su propia trampa. Siempre caía
seducido por la forma que tenía esa mujer de sorprenderlo con
su fuego cuando menos lo esperaba.

—¡Oh, por Dios! He manchado tu chaqueta —le hizo


saber Rose.
Intentó sacudirlo, pero causó más estropicio. Sus manos
eran un caos de tierra. El varón la detuvo. Se adecentó lo
mejor que pudo y la miró enamorado. Podría dar la vida por su
compañera.

—Recuerda, mi amor, no importa si ganas o pierdes —le


aconsejó certero—. Tus rosas son únicas porque salieron de tu
cabeza. Este es solo un paso más en tu andar, llegarás hasta
donde tú desees y yo estaré a tu lado en todo el trayecto.
—Mi idea, mi cruce, mi tiempo, mi sudor y mis lágrimas
—rememoró todo por lo que había pasado e, ilusionada, siguió
—: Tienen un olor que no dejará indiferentes a los jueces. Y su
color rosado es tan suave.
—Del mismo tono de tus mejillas.

—Después de la boda me entregaré a un nuevo híbrido,


trabajaré en la rosa Bloodworth, será roja como la sangre y
con un perfume muy particular. —Sacó el camafeo que Oso le
obsequió en su juventud y que pendía del cuello, recordando
de pronto el camino recorrido para llegar hasta ese momento
de sus vidas.
—Será un honor que crees una flor para el título. —
Sonrió con picardía, Rose aún no sabía lo que le esperaba tras
la ceremonia.
Llegaron hasta la fuente y ella pudo lavar sus manos. Él
le brindó su pañuelo y se las secó con devoción.

Y desde ese momento, todo dio vueltas tan rápido que en


un abrir y cerrar de ojos tenían las manos tomadas cuando uno
de los jueces abría un sobre para revelar quien era el ganador.
Tras un breve discurso, que ninguno de los competidores
escuchó a profundidad —porque solo querían oír el resultado
—, el hombre por fin terminó con la lenta tortura. Anunció:
—La rosa ganadora es Blushing Girl.

Rose y Emery se abrazaron muy fuerte, mientras él le


regalaba tantas palabras que la hacían vibrar por dentro. Tuvo
que soltarla cuando los familiares y los amigos se acercaron
para felicitarla. Con una sonrisa de triunfo, se quedó
contemplando a su hermosa prometida, una mujer que jamás
se daba por vencida, y que le había enseñado que, en la vida,
siempre valía la pena luchar por los seres queridos y por los
sueños.
Epílogo

Cuando la mañana de su boda, Rose abrió los ojos, una sonrisa


de dicha floreció en sus labios. Tal vez no se casaron cuando
lo habían acordado, pero entendía que había sido una decisión
acertada. Ese último mes fue tiempo de paz, el que necesitaba
para dejar la incertidumbre y el dolor atrás. Ambos triunfaron,
él en la regata y ella en el concurso. Eso no quería decir que
pusieran punto final a sus pasiones. Que Oso no siguiera
compitiendo para Oxford, no significaba que dejara el remo.
Cada temporada había todo tipo de competencias de bote y él
exploraría las opciones. Y Rose, ya estaba pensando de qué
rosas obtener el polen para crear la Bloodworth.
Su doncella no tardó en llegar. La novia tomaría el
desayuno en su habitación, la boda sería de mañana. No sabía
cómo tragaría los alimentos y los obligaría a permanecer
dentro de su cuerpo. La emoción que sentía era tan profunda
que se removía a borbotones en su interior. Después de probar
una tostada, y darle tres sorbos a una taza de té, se sumergió en
la bañera repleta de pétalos de flores para intentar relajarse.
Tras quedar reluciente de limpia quedó lista para que la
ayudaran a vestirse.
Sus ojos se abrieron desmesuradamente cuando vio a la
doncella regresar con un espectacular vestido blanco en las
manos, muy distinto al que había reservado para casarse. Su
madre y Daisy no tardaron en reunirse con ella.
—Es nuestro regalo de bodas —le explicaron risueñas.
—Madre. Es más bonito que el que había elegido llevada
por la prisa —expresó Rose.

—Vas a casarte con el hombre del que estás locamente


enamorada —emitió Aurora contagiada de la pasión que veía
en la pareja—. Si puedo hacer algo en la medida de lo posible
para que tu día sea mágico, hija mía, lo haré.
—¡Oh, madre! Gracias. Y a ti también, hermana.
—Hora de vestirse. Queremos ver cómo te queda —la
instó Daisy.

Rose no necesitó mirarse para saber que se veía


magnífica, las expresiones de Aurora y Daisy hablaban por sí
solas. No obstante, cuando se aproximó al espejo lo hizo con
unas lagrimillas humedeciendo sus párpados.
De la mano de Jake, que la esperaba afuera de su
habitación descendió las escaleras. Sus lágrimas cayeron
silenciosas al ver a su hermano con el porte elegante y formal
aguardándola para conducirla del brazo. Habría deseado que
cuando el religioso preguntara por la persona que entregaba a
la novia, su padre, de quien había aprendido el amor a las
rosas, respondiera alto y claro. Pero Leonard se había rehusado
a asistir y ella debía respetarlo. No permitió que su terquedad
empañara el momento.
Agradeció a su hermano su apoyo y toda la familia partió
en dos carruajes hacia la iglesia. Cuando no tomaron el camino
a St Stephen Walbrook, Rose se preguntó qué estaba
ocurriendo, pero cuando los caballos se detuvieron frente a St
James entendió que desde que se apeara del carruaje algunas
cosas la iban a asombrar. Así era Emery, tenía que ser idea de
él. La primera opción para el lugar de la boda, elegida por
Oso, no era nada despreciable, con su techo abovedado, sus
arcos y su estupenda iluminación. Sin embargo, el sueño de la
novia siempre había sido la que tenía delante de sí.

Bajó temerosa pero feliz a la vez, y al contemplar la


fachada de ladrillos rojos de la iglesia se emocionó todavía
más. Avanzó y observó que el interior del recinto estaba
engalanado como para una ceremonia nupcial. Eran sus
invitados los que la saludaban a su paso. Su madre y sus
hermanos definitivamente eran cómplices del cambio de
planes porque no se mostraban tan pasmados como ella.
El interior de la iglesia estaba cubierto por diversas flores
blancas dispuestas en ramos de rosas, peonías, lirios, claveles
y orquídeas que con la luz natural, que se colaba por los
cristales, lucían esplendorosos. Las familias invitadas habían
sido alrededor de ocho, los Weimar, los Allard, la familia
paterna y materna de Rose, y las amistades más cercanas de la
baronesa. Pembroke y otro par de compañeros de remos de
Oso, solteros, también hicieron acto de presencia, suscitando
el interés de las matronas que habían asistido.
Annalise estaba contenta, al lado de lady Abbott, y
causando la intriga de los presentes acerca de su identidad, ¿de
dónde provenía? ¿quiénes eran sus padres? ¿era prima por vía
materna o paterna? Sin embargo, no era su momento, y Oso
había dado instrucciones para que fueran discretos acerca de
su persona. Como la pupila del marqués, el nuevo matrimonio
la guiaría y la protegería. Aunque sería un reto para una pareja
joven, estaban dispuestos a correrlo. Harían lo que fuera para
no dejar desamparada a esa jovencita que les había robado el
corazón. Lady Abbott estaba emocionada, pensando en hacer
debutar a la bella Anna, quien había ganado peso y se veía más
saludable. La dama no dejaba de llenarle los oídos sobre un
excelente partido que tenía en la mira para la muchacha. Cosa
que llegó a conocimiento de Oso, quien desestimó lleno de
reticencia tal posibilidad. No estaba listo para que entrara en el
mercado matrimonial tan pronto.

Agatha también se presentó tomada de la mano de


Isabelle, quien no quería perderse la unión de su querida amiga
con el marqués. La madre insistió en salir de su caparazón y
acompañarla, no volvería a dejar la responsabilidad de ser
carabina de Belle en nadie más, por muy capacitada que
estuviera para tal función. Ya había aprendido la lección.

Ante las miradas esperanzadas y los suspiros contenidos


de los presentes, el rector de St James, con la autoridad que le
habían conferido, comenzó a oficiar la ceremonia lleno de
solemnidad, hablando de los motivos por los que un hombre y
una mujer comparecen para unirse en matrimonio.

Price ocupaba un sitio al lado de Allard y Weimar,


quienes para Oso eran su familia. Finalmente, lo había
convencido de ceder el puesto de mayordomo al primer lacayo
y retirarse. Se quedaría a vivir con ellos. Tal vez algunos no
verían bien que Emery le diera un lugar en su mesa y en su
vida a un antiguo sirviente, pero era un marqués y en sus
dominios no permitiría que nadie juzgara esa decisión. Price se
había ganado su cariño con creces, sin él se habría
desmoronado en el camino cuesta arriba de la difícil situación
que le tocó afrontar. El paso siguiente sería convencerlo de
darse una oportunidad en el amor con la señora James o con
quien él decidiera. Nunca era demasiado tarde para amar.
Con todos reunidos, la celebración estaba a punto de
comenzar.

Las amonestaciones habían corrido y se había certificado


que no había impedimento alguno para la unión; sin embargo,
como parte de la ceremonia, el rector cumplió con hacer la
indagación de rigor:
—Si alguno de los aquí presentes, conociera de motivo
alguno porque este hombre y esta mujer no deben unir sus
vidas bajo la ley de Dios, que hable ahora o calle para siempre.
Rose y Oso estaban tan ensimismados por la magia del
bello momento, que no percibieron la llegada de un último
invitado. Una voz masculina se alzó lo más que pudo:
—Soy el padre de la señorita y no doy mi consentimiento
para este enlace.

El oficiante lo miró perplejo. No sabía qué le resultaba


más intrigante, si las palabras del barón o su deteriorado
estado. Venía en una silla de ruedas, tirada por un lacayo.

El murmullo de los asistentes llenó el silencio y rebotó


como eco contra el techo abovedado. El rector bajó la vista
unos minutos para recordar los requisitos que habían llenado
los contrayentes, quienes eran mayores de edad y no tenían
ningún pero en su haber.

—Milord —anunció el hombre de Dios—, si es todo lo


que tiene en contra, me temo que no es un argumento válido.
¿Tiene algo más que argumentar o puedo continuar con la
boda?
Jake, tensando la mandíbula, abandonó su lugar y se
dirigió hasta su padre, decidido a sacarlo de allí. Cuando el
barón atravesó el umbral de salida todos recuperaron el aliento
contenido y la ceremonia pudo seguir su curso…

Rose respiró hondo para olvidar el inconveniente, se


había propuesto que nada iba a empañar su día. La mirada
segura de Oso le brindó refugio, la llevó con él a ese sitio
especial donde nada podía dañarlos, y se perdió en el azul
oscuro de sus poderosos océanos. No importaba el golpe, él la
levantaba con su sola presencia, con su fortaleza interna y su
incondicional soporte. Juntos frente a la adversidad.
Cuando le preguntaron a lord Oso si aceptaba a Rose
como su esposa para el resto de sus vidas, él ni siquiera
escuchó. Estaba tan fascinado por los ojos enormes y oscuros
de ella, quien desde esa noche calentaría su lecho, que
tuvieron que volver a preguntarle.

—Milord —repitió el rector con la paciencia debilitada


—. ¿Desea tomar a esta mujer como su legítima esposa para
amarla y cuidarla en tiempos de salud y enfermedad,
renunciando a todas las otras y conservándose solo para ella
mientras vivan los dos?

—Sí, quiero —respondió sintiéndose la persona más


afortunada del mundo. Rose era lo que siempre había soñado,
desde que crecieron juntos y la luz que emanaba de su interior
lo había fascinado.
Los novios sonrieron con picardía cuando sus miradas se
cruzaron frente al altar, dejando de prestarle atención, por un
momento, al rector. Al notarlo, el hombre de Dios carraspeó
para llevarlos al orden.
—Señorita. Ahora es su turno de responder. ¿Quiere
tomar a este hombre como esposo para amarlo y honrarlo en la
salud y la enfermedad, renunciando a todos los otros y
conservándose solo para él, mientras estén vivos? —continuó,
creyendo que tanto el marqués como su futura esposa estaban
perdidos. Nunca había visto la chispa de la pasión tan fuerte en
unos comparecientes.
—Sí, quiero —confirmó Rose hechizada por el orgullo
con que él la admiraba.

Con una sonrisa cómplice, ella volvió la vista hacia el


frente para no perder detalle.
—¿Quién entrega a esta mujer para que se case con este
hombre?
Jake dio un paso al frente, la tomó de la mano y la
entregó. Oso recibió la mano derecha de Rose, y de ahí las
palabras que siguieron, no sabía si las vivieron o las soñaron,
todo pareció un cuento de hadas que llegaba exitosamente a su
fin.

Los novios se tomaron de nuevo de las manos y salieron


juntos de la iglesia con los sonidos de las campanadas
precediéndolos. Familiares y amigos los separaron para
llenarlos de abrazos y felicitaciones.
De pronto, Oso se vio a solas frente Peasly que en su silla
de ruedas aguardaba junto al carruaje de bodas.

—Bloodworth —lo llamó. Era una sanguijuela que no se


daba por vencida. No estaba dispuesto a salir con el rabo entre
las piernas, la ira que lo desbordaba lo obligó a cruzar unas
palabras con el marqués.
—Usted no conoce de límites, barón. ¿Y ahora qué?
Las palabras que Peasly tenía dentro se negaron a salir,
ya se habían casado, se había quedado sin más que argumentar.
—Te has quedado con Rose, pero no te robarás el afecto
de mi esposa, Jake y Daisy. —Estaba muy rojo, en un punto
álgido, su corazón lleno de rencor podía colapsar en cualquier
momento.

—¿Por qué me odia tanto? —reclamó Oso, jamás había


entendido el afán de Leonard. Era una duda que aún tenía
clavada—. ¿Por mi vida libertina? ¿Cree que no la merezco?
Milord, no crea ni la cuarta parte de lo que se ha murmurado a
mis espaldas. No fui tan desenfrenado como se cuenta, más
bien estaba solo, amargado y se tejieron muchas historias a mi
alrededor.

—Te odio porque eres idéntico a tu padre —aclaró tras


una exhalación, temblando de ira y rencor—. Creí que
Rosaline me amaba por encima de todo lo demás. No obstante,
cuando Joseph murió no pudo con la culpa. Decidió seguirlo al
infierno. Y tú me lo recuerdas con tu sola presencia, con tu
insolencia. No te quedarás con mi Rose. Ahora has ganado,
pero no tardará en darse cuenta de que…
Jacob descubrió a su padre teniendo un altercado con el
marqués. Avergonzado, se llevó la mano al pecho, y se les
acercó para evitar que Leonard continuara molestando.
Agradeció que la ceremonia ya hubiera terminado y que los
invitados se aglomeraban alrededor de la novia en ese
momento, ajenos a la discusión.

—Todavía no lo entiende, Peasly —Oso le contestó—:


Rose no es de nadie, es un espíritu libre. Y sé que me ama,
como usted jamás ha amado a nadie, con un sentimiento puro,
limpio. Ahora cierre la boca y observe cómo su hija abandona
la iglesia con el hombre que la ama, la respeta y se
compromete a hacerla feliz. Hágalo por el amor de Dios o me
veré en la penosa tarea de sacarlo a rastras de nuestras vidas
para que no siga empañando nuestra felicidad.
—Lo siento mucho, Oso —manifestó Jake y con estas
palabras alejó a Leonard de allí—: Padre, acepte que ha
perdido. Ya todo terminó.
Los novios se reunieron felices y se subieron al carruaje
que los llevaría a la magnífica recepción que habían preparado
para ellos en Bloodworth House.

En el sur de Francia, tres meses después de su arribo a


aquellas costas, la pareja disfrutaba a solas su idílica luna de
miel.
—Te amo —le susurró Rose a Oso, estaban echados en la
cama y él la tenía abrigada contra su pecho. Su voz sonaba
entrecortada, habían hecho el amor toda la madrugada, una y
otra vez, y habían repetido en la mañana. Se habían explorado
con ansias hasta que ningún lugar fuera desconocido.

Él restregó con suavidad la punta de su nariz contra la de


la mujer. Esos momentos juntos los iban a atesorar por
siempre. Se amaron hasta quedar saciados, sin restricciones,
sin tener que esconderse para besarse, tocarse, entregarse.
—Y yo te adoro. —La apretó para sentirla cada vez más
tangible, única.
—Tienes que escuchar la carta de Isabelle. No vas a creer
lo que me cuenta.

—¿Me harás confidencias de tus amigas?


—No vas a creerlo.

Querida Rose:
Espero que el amor que se tienen siga creciendo y que su
estancia en Francia sea emocionante. Pero no olviden que
aquí se les echa de menos. ¿Cuánto tiempo seguirán lejos?
Te cuento cómo va todo por aquí. La época de caza del
urogallo rojo en Goldenshadow Castle fue un éxito. Tuvimos
muchos invitados, y alguna que otra pareja dio el paso,
motivados por la belleza de los atardeceres en el castillo. Se
concretaron compromisos.

Tu familia, a excepción de tu padre, estuvo presente. Jake


ya comienza a tener admiradoras. Lo extrañaremos cuando
parta a Oxford. Daisy ya no está tan segura de posponer su
posibilidad de casarse la siguiente temporada. (Risas). Creo
que tu madre tendrá que partir sola a Europa. Se ha visto en
Londres a Pembroke, el amigo de lord Oso, y se rumora que
extrañamente la siguiente temporada estará buscando esposa.
¿No crees que es una coincidencia que ambos cambien de
planes?

Las matronas le están apostando a las actividades de


invierno que no tardarán en llegar y me pregunto si Daisy las
sabrá aprovechar.

De él, Kilian, no hemos vuelto a saber. Aún no me atrevo


a abrir la carta que me trajo en persona tras tu partida,
desafiando las órdenes de mi hermano. Pienso que si la leo se
abrirá otra grieta en mi corazón y será imposible de sanar. En
fin… Te hago saber que he tomado una decisión. Voy a
debutar el año próximo, aunque en mi corazón aún persiste la
huella de lo que nunca podrá ser, no voy a aferrarme. Eso no
quiere decir que estaré disponible para matrimonio, ni que
estaré cerrada para el amor. Prefiero que la vida me
sorprenda. Mientras tanto, exploraré mi pasión por las letras
y lo haré mi propósito. Tu ejemplo me ha motivado. Voy a
hacerlo por mí y para mí. Y por supuesto, volveré a ser yo,
una versión más sensata… espero…
Siempre fue mi sueño bailar en los salones de Londres,
esta es mi oportunidad de brillar.
Con cariño,

Isabelle Raleigh

Londres, 1867
Mientras tomaban el desayuno en Bloodworth House en
una mesa dispuesta en su recién estrenado y magnífico
invernadero, Oso se dirigió a su amada esposa.
—Oh, mira esta noticia que ha publicado el Times, amor.
En Francia se logró el primer híbrido de rosales de té,
marcando así la frontera entre las Rosas Antiguas y las Rosas
Modernas. Estuvo a cargo de Jean-Baptiste Guillot y la llamó
La France.

—Ya me lo esperaba venir. Ahora sí que el negocio de las


floristerías será más que rentable. Las rosas de té tienen la
peculiaridad de florecer más veces al año, y por eso el afán de
los cultivadores de traspasar esta característica a las nuevas
creaciones. No es que esté bien hablar de dinero, pero aún
recuerdo cuando mi padre trató de desanimarme,
asegurándome que con las flores no tendría futuro.

—Tu padre no tenía la visión y la confianza en ti que


tiene tu esposo. Te va tan bien con tu negocio que pronto
podré retirarme, no está mal que la esposa se haga cargo —
bromeó. Nunca cortaría sus alas. Él era tan feliz con sus
pasiones, con sus negocios, que era impensable negarle lograr
similares objetivos. Jamás se opondría a verla crecer en sus
aspiraciones. No le importaban los rumores de los detractores
del progreso, quienes en el último año reprobaron a quien
llamaban la marquesa del imperio de las flores.

—Es una pena que haya fallecido cuando regresamos de


nuestra luna de miel y que no hayamos tenido reconciliación.
—Rose suspiró con un soplo de tristeza, qué diferente habría
sido que Leonard la hubiera entendido.

—Lo lamento mucho, corazón. Pero no sientas culpa, él


fue quien nunca superó la herida de su pasado, de su traición.
No pudo perdonarse a sí mismo, tampoco a mi madre por
quitarse la vida. Jamás entendió que sus motivos no eran falta
de amor hacia él.
—Ninguno fue feliz, ni tus padres ni los míos. Espero
que la vida le tenga reservado algo mejor a mamá.

—Seguro que sí —la animó. Su suegra le había abierto


los brazos y lo había recibido como un hijo más. Le brindaba
afecto, al igual que Daisy, Jake y Annalise, a quienes Oso
trataba como hermanos. Emery había ganado una familia—.
Después de todo, Aurora fue la que mejor sorteó la tormenta.
¿Y ahora irás tras esa gallina de los huevos de oro? ¿Los
híbridos de la rosa de té? —indagó para cambiar el tema y que
la sombra de nostalgia dejara de entristecer su rostro—.
¿Cuántas ideas ya se estarán formando en tu cabeza?
—Muchas. Sin embargo, nunca dejaré de cultivar las
rosas antiguas. Me abocaré también a conservarlas. Las
propiedades de estas especies son las que la naturaleza ha
dictado y deben permanecer a través del tiempo. Es nuestra
herencia para las generaciones futuras.
Oso la miró largamente al centro de los ojos, gruñó suave
y le acarició una mano. Adoraba verla radiante, llena de
energía, haciendo planes.
—A veces me atrapa la sensación de creer que estoy en
un sueño —le reveló el varón—. Quizás me asusta que la
felicidad sea palpable. Te amo tanto, Rose, y eres más de lo
que creí merecer.
Acortó la distancia entre los cuerpos y la enlazó por la
cintura para arrancarla de la silla. Sus labios volaron sedientos
hasta apoderarse de los suyos y los devoró con ansias, como si
fueran la última gota de agua en el desierto. Pequeños haces de
luz se colaban por los cristales del invernadero, salpicándolos,
bendiciéndolos, dotándolos de magia.
Próximamente

Serie Romances Victorianos IV

La redención del vizconde


Isabelle Raleigh es la hermana de un conde que ha
heredado el título de un primo lejano. Deslumbrada y llena de
ilusión por su primera temporada, viaja a Londres bajo la
supervisión de una matrona experimentada, que le ha
prometido guiarla para su gran debut. Pero esta emergente rosa
inglesa no solo encontrará conciertos, funciones de teatro y
salones de baile, aguardándola… La vida no es como las
novelas románticas que adora leer.
Kilian Everstone, vizconde Sadice, más conocido como
lord Sadice, es un caballero con fama de seductor irresistible.
Las damas no pueden rechazar sus atenciones, aunque sea
evidente que sus intenciones distan de ser honorables. Cuando
la hermosa Belle se cruza en su camino, activa su instinto de
conquistador. Pero no siempre la flecha envenenada termina
en el corazón de la presa, a veces la víctima termina siendo el
cazador.
Mile Bluett

Todos mis libros en mi página de Amazon:


http://author.to/milebluett

Mile Bluett nació en La Habana y actualmente vive en


México con su esposo, su hijo y sus adorables perritos.
Estudió Derecho, Psicología y Psicoterapia. Escribe desde la
adolescencia y el amor a la literatura es una constante en su
vida.
Es autora de novelas románticas contemporáneas,
históricas y de fantasía como Amor Sublime, Herederos del
mundo, Amor Amor y Dioses Paganos, entre otros libros.
Desde 2016 publica en Amazon donde ha conseguido varios
bestsellers. En 2018 firma contrato con la editorial Penguin
Random House y publica bajo el sello Selecta. Actualmente
compagina la autopublicación y la publicación con editorial.
mileposdata@gmail.com
Instagram: @milebluett
Twitter: @milebluett
Facebook: Mile Bluett / Grupo de Facebook: Club de
libros Mile (Eres bienvenida).
Página Facebook: Mile Bluett Autora
Agradecimientos

Gracias queridas lectoras que me han seguido desde el


inicio de la serie, Romances Victorianos. Valoro el apoyo y la
ilusión con la que esperan cada entrega. Este viaje dentro del
enorme universo de la novela romántica de época no sería
igual sin sus comentarios, risas, reseñas y emoción.
Para todas las lectoras, amigas, blogs, grupos de redes
sociales (Instagram, Tiktok, Facebook, etc), reseñadores,
coordinadoras y participantes de las lecturas conjuntas, gracias
por promocionar y darle visibilidad a mis historias.
Familia y amigos, en especial, mi esposo y mi hijo,
quienes me impulsan día a día, gracias, por cada gesto, palabra
y buena acción que me ayuda a poder dedicarle tiempo a mis
historias.

Agradezco a Pamela Díaz por la hermosa portada y la


diagramación en papel de mi libro. Amo todo lo que haces.
Muchísimas gracias a Cecilia Pérez de Divinas Lectoras
por todo el apoyo que brinda a mis novelas de manera
incondicional.
Janette Bajuelo, Marlene Fernández, Maricela Gutiérrez,
Hilda Rojas Correa, Verónica Mengual, Rosa María Fernández
gracias por regalarme sus valiosas horas para que Oso y Rose,
lleguen en su mejor versión.
Olga Campos, Fanny MuSa, gracias por todos los mimos.
«Gracias a quienes me animan en las redes sociales
siempre que publico adelantos, spoilers e incluso los “buenos
días”.
A todos, gracias infinitas.
Les dejo con mi leyenda especial porque es una
irrefutable realidad:
En este hermoso camino de letras todo apoyo suma, toda
mano amiga es necesaria, por eso jamás me cansaré de
agradecer. Incluso, si no ves tu nombre escrito aquí —porque
la lista sería interminable y cada reseña, lectura conjunta,
comentario y estrellas en Amazon y Goodreads son valiosos—
ten por seguro que estás en mi corazón».

También podría gustarte