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Reseñar sentencias judiciales en las que se ordene la ejecución específica de la prestación, se

impartan órdenes de abstención o se imponga el “estoppel” parecía ser privilegio reservado a los


iniciados en el estudio del Derecho Comparado o a conocedores de los desarrollos doctrinarios al
Derecho Anglosajón. Ahora, merced a los avances logrados en el Derecho Societario colombiano,
sumados a las facultades jurisdiccionales que le han sido otorgadas a la Superintendencia de
Sociedades, tales mecanismos podrán convertirse en referencia obligada para procesalistas y
abogados litigantes en Colombia.
 
Con el advenimiento de la nueva jurisdicción societaria que ejerce la Delegatura de Procedimientos
Mercantiles de la Superintendencia, parece haberse iniciado una revolución silenciosa en el Derecho
Privado nacional. Las nuevas modalidades de acción jurisdiccional tendrán, sin duda, un impacto en
la aplicación efectiva de las reglas sustantivas del Derecho[1].
 
Lo primero que llama la atención en la sentencia proferida por esa Delegatura el pasado 23 de abril
(Proedinsa Calle & Cía S. en C. contra Inversiones Vermont S. en C. y Colegio Gimnasio Vermont
Medellín S.A.) es la relativa celeridad con que se ha producido la determinación final en este caso.
A diferencia de como suele ocurrir con los eternos procesos de la jurisdicción ordinaria, este fallo
fue dictado en un término de ocho meses (la demanda fue admitida el 15 de agosto del 2012). El
lapso empleado por el despacho para fallar, sugiere el juez del proceso, ha logrado reducir los
conocidos expedientes dilatorios a que estamos acostumbrados. Este hecho de por sí podría alentar
el litigio en un área tradicionalmente abandonada por la mayoría de los abogados que ejercen en
asuntos de Derecho Privado.
 
Los hechos de la demanda dan cuenta de la suscripción de un acuerdo parasocial por parte de un
bloque de accionistas en una sociedad anónima. En el documento se había pactado la obligación
asumida por los accionistas suscriptores en el sentido de actuar concertadamente respecto de
diversas determinaciones de los órganos sociales de una compañía (elección de junta directiva,
designación de ejecutivos, futuras capitalizaciones de la sociedad, etc.). Por lo demás, el acuerdo le
confería un derecho de veto al bloque minoritario de accionistas. La controversia se originó por la
determinación impuesta por la asamblea general de accionistas de la sociedad de ordenar el
aumento del capital autorizado de la compañía, sin tener en cuenta la obligación contractual de
alcanzar el consenso previo con los demás suscriptores del acuerdo de sindicación de acciones.
Como suele ocurrir, se pretendió justificar la capitalización de la sociedad con base en los conocidos
argumentos de iliquidez de la sociedad y la presumible urgencia en la obtención de nuevos recursos
de capital para financiar el desarrollo del objeto social. Una vez aprobado el aumento del capital
autorizado, se procedió a la emisión de acciones con la consecuente dilución de los minoritarios.
 
La sentencia es formal y sustancialmente diferente a los textos judiciales a que estamos
acostumbrados. Lo primero que llama la atención es el énfasis en la descripción pormenorizada de
los hechos que obran en pruebas documentales, las circunstancias narradas por las partes y las
clarificaciones presentadas por los testigos. Este escenario fáctico da origen a un análisis detallado
en el que no están ausentes las referencias bibliográficas a las doctrinas internacionales más
avanzadas sobre la materia. También llama la atención la existencia de importantes referencias a la
teoría del análisis económico del Derecho, cuya incidencia en la evolución del régimen societario
contemporáneo es tan relevante.
 
En la parte sustancial, el fallo se ocupa en defender el principio de legalidad de los contratos
legalmente celebrados, que es, sin duda alguna, la piedra angular de la efectividad de las normas
del Derecho Privado. En efecto, el superintendente delegado José Miguel Mendoza señala en la
providencia jurisdiccional que se debe “asegurar el estricto cumplimiento de los acuerdos
celebrados entre los accionistas de una compañía. Esta afirmación encuentra soporte no solo en la
ya analizada función económica que cumplen estos convenios, sino también en la necesidad de
hacer efectivos los postulados que rigen la celebración y ejecución de contratos en Colombia,
particularmente en lo que respecta al artículo 1602 del Código Civil, a cuyo tenor, ‘todo contrato
legalmente celebrado es una ley para los contratantes, y no puede ser invalidado sino por su
consentimiento mutuo o por causas legales”.
 
Por primera vez en la jurisprudencia colombiana se sostiene la plena efectividad de un acuerdo de
accionistas celebrado bajo las pautas previstas el artículo 70 de la Ley 222 de 1995. En efecto, el
proveído señala que es factible controvertir los votos computados en contra de lo pactado en un
acuerdo oponible a la sociedad, con el fin de impugnar la correspondiente determinación
asamblearia. Es decir, que los acuerdos debidamente depositados, además de producir efectos inter
partes, son vinculantes también respecto de la sociedad. El juez societario le da efectividad al
acuerdo de votación por medio de la anulación de los votos emitidos en contravención a lo
acordado entre las partes. La decisión se basa en lo previsto en el artículo 70 de la Ley 222 de
1995, que permite controvertir los votos computados en contra de lo pactado en un acuerdo
oponible a la sociedad. Una vez que las determinaciones de la asamblea consistentes en el
aumento de capital son declaradas improcedentes, todos los demás procedimientos adelantados
con posterioridad se caen como un castillo de naipes. Así, quedan sin efectos las actuaciones
realizadas en el curso de un proceso de emisión primaria de acciones, que incluyen el aumento del
capital autorizado por parte de la asamblea general de accionistas, la aprobación impartida por la
junta directiva respecto de un reglamento de emisión y colocación de acciones y la celebración de
contratos de suscripción.
 
La relevancia del precedente jurisdiccional fallado por la Superintendencia de Sociedades se pone
de presente no solo en la rapidez con la que fue resuelto este caso, sino también en la efectiva
aplicación de estándares de conducta en el Derecho de Sociedades nacional (en oposición a las
tradicionales reglas imperativas aplicables ex ante).
 
Tal como lo hemos señalado en múltiples ocasiones anteriores, esta nueva jurisdicción comienza a
demostrar que en Colombia será posible derrotar el abominable y extendido cliché según el cual “es
mejor un mal arreglo que un buen pleito”. Este fallo permite abrigar la esperanza de que, en el
futuro próximo, los buenos pleitos como este alienten un vigoroso litigio en beneficio del Derecho
Societario y de la protección de todos aquellos que aspiran a un sistema más justo y eficiente.
 

 
COMENTARISTAS INVITADOS
 
Rafael Bernal
Profesor universitario en temas comerciales y arbitrales 
 
“Despacio, despacio, se llega lejos”; pero no tanto. En 1980, tuve la oportunidad, en La sociedad
anónima en Colombia, de referirme a los sindicatos de accionistas –acuerdos de accionistas–. Y
señalando la importancia de los mismos, expresé la esperanza de que se lograra algún día entre
nosotros una legislación que canalizara esta práctica. Solo con la Ley 222 de 1995 logramos este
primer objetivo, y 15 años más se necesitaron para ver una aplicación práctica y sólida de la teoría.
Son los tiempos del Derecho, los tiempos de la justicia que, en nuestro país, no tiene tiempos.
 
Mencionaba allí la existencia de los “sindicatos de mando” que, conforme a la doctrina más
relevante, se encuadraban como un “contrato plurilateral parasocial”, alrededor del derecho de voto
que persigue, en grandes líneas, ejercer una influencia directa sobre el mando social y un mejor
balance entre las diversas fuerzas que en un momento componen la sociedad. Desde la teoría, el
fallo es la concreción de un largo camino.
 
Desde el precedente, no se puede menos que celebrarlo: por la celeridad –que entiendo ahora es
mucho mayor–, la especialidad y la calidad del mismo. Con el artículo 116 de la Constitución de
1991 y el ejercicio de funciones jurisdiccionales por entidades administrativas, se puso una gran
esperanza en contribuir para mejorar el crítico tema de la “justicia” en Colombia. Este
pronunciamiento, meritorio, a todas luces, muestra que con voluntad y capacidad profesional y
personal, sí se puede lograr. Lástima sí una segunda instancia que desdibuja el esfuerzo, para dejar
la decisión final en manos de quien no es especializado y donde la celeridad no es un afán. Una
segunda instancia en la misma Superintendencia, por ejemplo, sería lo deseable. Supongo que eso
tomará otros tantos años más.
 
 
Jorge Hernán Gil
Experto en Derecho Societario
 
La sentencia de abril 23 de la Superintendencia de Sociedades con respecto al acuerdo de
accionistas corresponde a una providencia expedida en un término muy corto, por un experto en
sociedades, como lo menciona el profesor Reyes.
 
Corresponde al primer antecedente jurisprudencial donde se acepta que la violación a lo pactado en
un acuerdo de accionistas constituye motivo para impugnar las decisiones sociales, si descontados
los votos emitidos en contravención al pacto, se afecta la mayoría decisoria. Se resalta que un
gerente de la sociedad depositaria, aunque sea representante legal de una sociedad socia, puede
firmar el acuerdo sin que se incurra en violación de la ley, dado que no es accionista y
administrador.
 
La formalidad consistente en que el acuerdo conste por escrito y se entregue al representante legal
para su depósito fue confirmada de manera brillante, al considerar que si un ejemplar del contrato
suscrito por los accionistas no fue entregado al representante legal solicitando su depósito,
haciéndolo oponible a la sociedad, se cumplió tal propósito, puesto a que en el Acta 27 de Junta
Directiva se transcribió el texto del acuerdo y se aprobó; reunión a la cual asistieron todos los
representantes de las sociedades signatarias quienes firmaron el acta, y además, asistió el gerente
de la sociedad depositaria. Teniendo en cuenta que el acta consta por escrito y que el libro reposa
en las oficinas de administración, también se ajustó el acuerdo, al artículo 70. Una conclusión
diferente desconoce gravemente el principio de la buena fe.
 

[1] Cuyo fundamento se encuentra en las normas previstas para la sociedad por acciones
simplificada, contenidas en el parágrafo segundo del artículo 24 de la Ley 1258 del 2008 y en el
artículo 252 de la Ley 1450 del 2011.
ccarrasquilla@prietocarrizosa.com
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intuitives

Dado el crecimiento de la inversión extranjera, cada vez es más común la suscripción de


acuerdos de accionistas; es decir, la suscripción de acuerdos paralelos a los estatutos
sociales, que parecen expresar mejor la voluntad de los socios y los términos de su
asociación.
No obstante, es pertinente mencionar que la legislación colombiana también ha colaborado
para que, a la fecha, los acuerdos de accionistas hayan cobrado mayor protagonismo, puesto
que se ha visto el avance en la materia, y el tema es abordado a mayor profundidad.
Para partir con el análisis, el Código de Comercio establece, en el artículo 118, que no es
oponible ante la sociedad ni ante terceros, cualquier estipulación que no esté expresamente
contemplada en los estatutos sociales. Esto lleva a pensar que las estipulaciones de los
socios que no están reflejadas en los estatutos, serían únicamente válidas entre ellos.
Posteriormente, la Ley 222 de 1995 abordó el tema de forma directa al señalar, en el artículo
70, la posibilidad de que los socios que no sean administradores de la sociedad puedan
suscribir acuerdos de accionistas oponibles ante esta, siempre que consten por escrito, hagan
referencia al sentido en el cual deberían emitirse los votos en las reuniones de las asamblea
general de accionistas, o la representación de los accionistas en las mencionadas reuniones,
y que el acuerdo de accionistas sea debidamente depositado en la administración de la
sociedad.
Por su parte, la Ley 1258 de 2008 (por medio de la cual se crean las sociedades por acciones
simplificadas), en su artículo 24, estipuló de forma clara y expresa la posibilidad de que los
socios puedan suscribir este tipo de acuerdos respecto de cualquier materia lícita, siempre
que los mismos sean depositados ante la administración de la sociedad. Vale la pena
mencionar que, para que este tipo de acuerdos sean oponibles ante la sociedad, es necesario
que estén pactados por un periodo máximo de 10 años, plazo que no tiene mucho sentido,
puesto que puede renovarse por periodos iguales de manera indefinida.
Es importante aclarar que la voluntad de los socios, que se pretende plasmar en los acuerdos
de accionistas, es susceptible de ser reflejada de igual forma en los estatutos de la sociedad,
salvo en algunos casos excepcionales. Aunque erróneamente se ha pensado que esta es una
posibilidad exclusiva de las sociedades por acciones simplificadas, dado que goza de menos
formalismos que las sociedades tradicionales, nada impide que en los estatutos de estas
últimas se pacten las estipulaciones usuales de los acuerdos de accionistas. Esto debe
tenerse en cuenta en la medida en que se pretenda suscribir un acuerdo con todos los
asociados, y que tenga la vocación de incluir a los nuevos socios, ya que no tendría sentido,
en el mencionado caso, proceder a suscribir un acuerdo paralelo a los estatutos sociales,
puesto que, como se mencionó, podría regularse integralmente en los estatutos sociales.
Todo lo anterior cobra mayor importancia en tanto que la Superintendencia de Sociedades ha
puesto de presente la rapidez en que se están resolviendo los casos en materia de acuerdos
de accionistas, toda vez que esta entidad ha manifestado que, una vez el acuerdo de
accionistas cumpla con lo estipulado en la ley, es un contrato legalmente celebrado en
Colombia, defendiendo la legalidad de los mismos. El propio superintendente delegado ha
señalado que se debe “asegurar el estricto cumplimiento de los acuerdos celebrados entre los
accionistas de una compañía”.

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