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La acogida como actitud.

El Yo accede a sí mismo en el encuentro con el Tú.


No sólo sentimos las piedras y la madera, no sólo la carne y el hueso; también
sentimos sentimientos al estrechar la mano o al rozar los labios de un ser sensitivo;
por nuestros oídos no sólo percibimos el murmullo del agua y el susurro de las
hojas, sino también la voz espiritual del amor y la sabiduría; no sólo vemos
superficies especulares y espectros de colores, sino que también miramos la mirada
del hombre. No sólo, pues, lo exterior, sino también lo interior, no sólo la carne, sino
también el espíritu, no sólo la cosa, sino también el Yo constituye el objeto de los
sentidos. Todo es, por eso, sensiblemente perceptible, aun cuando no
inmediatamente, sino mediatamente; aun cuando no con los sentidos vulgares,
burdos, sino con los sentidos cultivados; aun cuando no con los ojos del anatomista
o del químico, sino con los ojos del filósofo.
Con razón infiere también el empirismo el origen de nuestras ideas a partir de
los sentidos; sólo que él olvida que el objeto sensible más importante y esencial del
hombre es el hombre mismo; que sólo en la mirada del hombre en el hombre
mismo se enciende la luz de la conciencia y del entendimiento. De ahí que el
idealismo tenga razón cuando busca en el hombre el origen de las ideas; y no la
tenga, sin embargo, cuando pretende derivarlas del hombre aislado, fijado como ser
existente para sí, como alma, en una sola palabra: cuando pretende derivarlas del Yo
sin un Tú sensiblemente dado. Sólo de la comunicación, únicamente de la
conversación del hombre con el hombre, surgen las ideas. No es por sí solo, sino en
la relación mutua que se accede a los conceptos, a la razón en general. Se necesitan
dos hombres para la generación del hombre, tanto la espiritual como la física: la
comunidad del hombre con el hombre es el primer principio y criterio de la verdad y
la universalidad.
Principios de la Filosofía del futuro, Ludwig Feuerbach

Saludar.
El saludo es un gesto exterior pero que muestra una actitud interior. Puede
convertirse en algo tan cotidiano y al que nos acostumbramos de tal modo que, a
veces, no reparamos en su significado. Tiene una historia muy antigua y en realidad
puede explicarse en diferentes maneras, pues este gesto recoge el modo de
relacionarse entre los hombres a lo largo de la historia. Por ejemplo, para entender
el gesto de saludo que realizamos con las manos nos podemos remitir a cuando
algún caminante se cruzaba con otro en los senderos largos y solitarios entre una
ciudad y otra; ante tal encuentro en un escenario posiblemente hostil la primera
reacción es de defensa ante el peligro, por eso muchas veces lo primero que hacían
los viandantes era retirar sus dagas y ver como reaccionaba la contraparte. Si ésta
mostraba signos de no querer pelear se procedía a guardar la daga y agarrar
fuertemente la muñeca derecha de la otra persona -en señal de que uno no retiraría
su daga y lo apuñalaría a traición-, entonces ahí, podrían dialogar tranquilamente y
saber si la otra persona estaba dispuesta a entablar una relación pacífica, ya sea de
intercambio, ayuda mutua, etc.
El gesto tan cotidiano del saludo de mano contiene estas dinámicas. La
presencia del otro ha dejado de ser una amenaza para nosotros. No estamos a la
espera de qué nos hará o con la pregunta ¿qué quiere de nosotros? Saludar significa
en cierto modo acercarse y mostrar que no se está armado, que se quiere entablar
con el otro una relación de paz, que hemos dejado de considerarlo una amenaza y
que nosotros mismos no queremos ser una amenaza para él. Por tanto, ambas
partes del saludo se muestran vulnerables ante el otro. Esta vulnerabilidad ante el
otro significa la disponibilidad a ser para él un lugar seguro. Él también se está
mostrando vulnerable y está confiando en que somos un lugar seguro para él.
Si la presencia del otro ha dejado de ser percibida como una amenaza es
porque se revela el sentido de su estar ahí: la posibilidad de encontrar en él un
compañero de camino con el que puedo caminar en paz. El otro se vuelve una
presencia confortante y un don. Saludar quiere decir alegrarse por la presencia del
otro, mostrarme vulnerable ante su presencia y convertirme para él en un lugar
seguro. Muchas veces saludando y siendo atento a la presencia del otro me doy
cuenta si está alegre, triste, enfermo, etc., y si en algo lo puedo ayudar. Acoger al
otro exige un compromiso concreto, una atención vigilante y comprensiva.
Reparemos también en las palabras que en el pueblo judío se usan como
saludo cotidiano entre las personas: “Paz”; este saludo proviene de la rica y variada
experiencia del pueblo en su relación con Dios.
Cuando Jesús resucita de entre los muertos y vuelve para encontrar a sus
discípulos que estaban encerrados por miedo, la primera palabra que les dirige es
“Paz”. Esta palabra en un primer momento es el gesto cotidiano y sencillo que había
repetido con ellos muchas veces, el gesto de la amistad y la intimidad surgida entre
ellos; pero al mismo tiempo esta palabra, este saludo, contiene todo el significado
de su vida, sufrimiento y muerte: en un gesto de amor hasta el extremo en la cruz
fha hecho posible una relación pacífica entre Dios y los hombres.

LA ACOGIDA
Se ha confundido muchas veces la acogida con una plática, con palabrerías; a
ustedes les toca reflexionar sobre esto. La verdadera acogida consiste en acoger al
niño tal como es, con las ideas que ya trae en su mente, con el deseo que ya trae de
trabajar y con el que ya viene de su casa; a nosotros no nos toca impedírselo, ni
quitarle sus ideas para imponerle las nuestras. A nosotros nos toca simplemente
acogerlos con una sonrisa, con una buena expresión, pero no con muchas palabras.
He aquí por qué se acoge con tanto silencio: por respeto a lo que ellos son y a lo que
traen consigo.
Encontramos dificultades nosotros los adultos, porque creemos que acoger es
hablar. Para el niño, acoger es proporcionarle todo aquello que le permita actuar; el
niño desea actuar, tiene necesidad de hacerlo, de ahí las disposiciones que ustedes
ven en los salones de clase, el material que los niños necesitan está puesto a
disposición de todos y los niños desde que llegan al salón, sobre todo los más
pequeños, llegan directamente al material. Una observación que ustedes podrían
hacer o que tal vez ya han hecho, es cuando el niño trabaja gustoso gracias a la
disposición del salón y del material de trabajo, gracias a la acogida de ustedes (con
frecuencia silenciosamente), que le hace sentirse bien.
ACOGIDA, ACTIVIDAD Y PROYECTO se suman para que el alumno pueda actuar
y constatar su propio desarrollo. De esta manera construye su acción que al mismo
tiempo le construye a sí mismo, de tal manera que sea capaz de juzgar, elegir,
determinar lo que hará y controlarse; es un aprendizaje no solamente de hacer
cálculo, lenguaje, historia, ortografía, sino aprender a conocerse, a pensar, a
reflexionar, a ser cada vez más consciente, a organizarse; entonces no habrá una
escisión, una división entre enseñanza y educación. El profesor debe ser el mejor
educador; llevar al niño a conducirse, a llegar a ser autónomo. Autogénesis, la
construcción del niño por sí mismo, eso lo lleva a una autonomía aún del
pensamiento, lo cual va a dar lugar a una persona total.
Si un niño no se siente acogido no hará lo que nos proponemos, para que un
niño acoja lo que le proponemos tenemos que empezar por acogerlo a él tal como
es. La acogida no es decir: “Buenos días, ¿cómo te llamas?, ni tampoco: “Todo está
previsto para ti, no tienes más que hacer lo que se te indica”; esto no es acoger al
niño. Acogerle es partir de lo que es, con el convencimiento de que él es capaz de
hacer algo interesante y de encontrar cómo hacerlo. Esta acogida, si es real, llevará
al niño a actuar por sí mismo.
Que el niño sea acogido amablemente, sin ceremonias, quizá sin palabras, pero
que sienta que está en su casa porque nadie lo detiene; entra, circula, etc., él nota
muy bien la actitud del profesor que tiene miedo a los niños, y entonces reacciona,
no por otra cosa, sino por el miedo que le tiene.
Esta actitud sobre todo con los más pequeños, pero también con toda la
primaria es importante, la actitud debe ser tan acogedora como firme. El niño no
ama a los profesores débiles. Quiere sentir en ellos alguien en quien poder apoyarse,
alguien con quien poder contar. Se necesita a la vez ser amable y firme. En esto
tampoco se equivocan los niños.
Para educar no se trata de escoger entre un sistema u otro, sino de responder
verdaderamente a la psicología del niño. El niño va a la escuela a trabajar, no hay
que dispersarlo ni distraerlo. Desgraciadamente las educadoras son las que más los
distraen, les hablan tanto que no les dan tiempo a escucharse a sí mismos. Escuchar
a su propio espíritu. Este hablar demasiado hace que los niños, a medida que va
pasando el tiempo, ya no les crean ni les hagan caso, y es que quien habla
demasiado corre el peligro de no ser totalmente consecuente con lo que dice.
Pero, ¿cuál es la verdadera y real acogida?
Para que el niño empiece a trabajar se requiere una organización precisa,
exacta, ningún material fuera de su sitio. El niño va a captar el orden y a
impregnarse de él en la medida en que el ambiente que le rodea sea
profundamente ordenado, científicamente ordenado, de modo que no se pueda
desviar. El ordenamiento exterior hará explotar el ordenamiento interior, no las
prohibiciones ni los mandatos. El ambiente debe mostrar al niño que todos los
detalles están dispuestos para él, para que aprenda, para que crezca, para que logre
resolver sus problemas, para que se dé cuenta de que depende de él mismo. Sí, la
acogida verdadera supone una organización, un trabajo intenso, que escuche una
voz suave diciéndole: “Mira, todo está dispuesto para ti, ¡la clase es tuya!”.
La acogida es personal, debe crearse desde dentro, desde la mente, si no, no
resulta; se debe reflexionar, pensar en los niños concretos, disponerse
interiormente para ellos antes de llegar con ellos. El primer contacto del año es
determinante no sólo para este día, para esa semana, sino para todo el año. Si lo
primero que hacen es hablar, los niños esperarán estar escuchándolos todo el año,
pero si al llegar el niño a su salón observa una sonrisa muy amable, una indicación,
observará, escogerá y se pondrá a trabajar. Desde el primer momento sabe que
entra allí a trabajar.
El objeto de la acogida es crear un clima agradable, libre, responsable. La
libertad es muy concreta, es la capacidad de la persona de escoger algo y aceptar las
consecuencias de esa opción; implica por un lado una renuncia y por el otro un
afrontar las consecuencias. Cuando el niño elige para trabajar, un material, renuncia
inmediatamente a trabajar con los otros materiales, porque ese trabajo requiere de
toda su atención, pero también conoce ya las consecuencias felices que alcanzará.
Por ello el material debe estar inteligentemente dispuesto para darle la oportunidad
de que se forme la verdadera capacidad de elegir responsablemente lo que va a
hacer, de formar, sin nostalgias, una libertad responsable.
La acogida es cordial, agradable, responsable. Ese clima va a continuar a través
de los días. Si se acoge al niño como persona, responderá como persona. El niño
requiere ser acogido como persona, no sentirse como uno más del grupo sino
sentirse él, no con actitudes postizas, sino con actitudes habituales, sinceras, reales,
de corazón; el niño percibe lo falso y lo rechaza, además de que se le hace un daño
terrible al mostrarle falta de autenticidad, hipocresía, mentira.
La acogida supone actitudes sencillas, abiertas, sinceras. ¿De verdad se espera
con gusto y alegría la llegada de los niños? Esto no se puede transmitir con palabras,
no se puede hacer artificialmente; se demuestra. ¿Cómo? Preparándole la clase con
un orden preciso. Él se pregunta: ¿Quién hizo todo esto? Su interior le responderá
despertando en él una armonía con su maestra, dándole la seguridad de sentirse
alguien, de sentirse acogido y de que es importante. Sí, es nuestro trabajo lo que le
va a decir que lo aceptamos.
Pero la acogida supone también los pequeños detalles. El niño capta con una
sensibilidad extraordinaria, no lo podemos engañar. Cuando él llegue, podrá ver que
estamos felices de su presencia, por nuestro rostro, nuestros movimientos, nuestros
gestos. El material puede fallar (depende de la preparación de cada uno, de los
servicios de la escuela), lo otro no puede fallar. Debe captar que no es alguien que
está debajo de mí, sino una persona con la que se cuenta, en quien se confía y tiene
fe, plena confianza, absoluta confianza en que él puede trabajar por sí mismo, como
un ser capaz de hacer muchas más cosas de las que nos podemos imaginar; él debe
sentir a través de nosotros que es capaz de hacer algo, de descubrir, de progresar,
de usar sus manos, de utilizar su imaginación, y se lo vamos a decir vivamente, sin
palabras, pero con hechos, en los instrumentos de trabajo que el permitirán una
actividad personal independiente. Debemos tener fe en el niño, fe de que él es
capaz.
Nosotros mismos necesitamos que alguien reconozca lo que hacemos, que
vean las cosas buenas que logramos y no que sólo nos estén recordando nuestras
deficiencias o fallas. El niño necesita también este reconocimiento. ¿Por qué
siempre estamos al pendiente de las carencias del niño y no de sus frutos, de su
trabajo y de sus posibilidades?
Las deficiencias y negativas deben invitarnos a ayudar más a los débiles, a los
menos favorecidos, a los molestos, a los dispersos, a los guerrosos, a los
desordenados interiormente, a los perdidos. ¡Ellos son los que más nos necesitan!
Nos necesitan menos los que ya trabajan por sí mismo, los que ya toman iniciativas.
Desgraciadamente es a estos a los que más tiempo les dedicamos y a los otros los
relegamos, los etiquetamos, los anulamos impunemente.
Amemos al niño, tengamos fe en él, acojámoslo, dejémoslo ser.
Rafael Paz Arriaga

La acogida
Para que el niño, el joven, el alumno, a cualquier edad se decida por sí
mismo, personalmente, a entregarse al trabajo, a la actividad, necesita sentirse
acogido, recibido tal como es. “Una persona”. Necesita adquirir confianza en sí
mismo, saber que todo lo que hay en el aula, está dispuesto para que él trabaje
actúe, busque aprender y desarrollarse por sí mismo con ayuda de los demás y
ayudando a los demás.
Para que los alumnos se sientan acogidos no son necesarios ni los discursos
ni la palabrería…
“La actitud a la vez acogedora y firme del profesor y la organización de la
clase, la disposición del material EDUCATIVO, de la documentación, de todo lo
que el maestro ha previsto y preparado para que el alumno se entregue al
trabajo, deben poner de manifiesto que lo que se espera de él es su propia
actividad, su trabajo, que lo emprenda y lo realice por sí mismo”.
Pierre Faure
Según el párrafo anterior podemos descubrir que la acogida real reside en la
actitud del maestro frente a sus alumnos y la tarea que tiene por delante. Toca a
cada uno, según su experiencia, ir encontrando los mejores medios, por ejemplo: si
el maestro está en clase unos minutos antes de que lleguen los alumnos, le
observa, busca si falta o sobra algo, se dispone interiormente a ellos con el fin de
hacerles sentir que está ahí para ayudarles a realizar su tarea.
Se puede encargar también a los alumnos con más experiencia, que acojan a
los nuevos; a los que ya conocen la escuela que reciban a los que aún no la conocen
y les guíen.
“Los niños saben acoger mejor que los adultos, cómo tratar a los niños y
los pequeños a los muy pequeños. ¡Cuántas lágrimas de principio de año
podrían evitarse así o acortar su duración!”.
Pierre Faure
También se les puede invitar a conocer la escuela de antemano para que se
sientan más cómodos. En algunos salones observamos en la puerta una palabra de
acogida que les orienta:
¡Buenos días! ¡Buenos días!, otro que diga: “Al entrar encontrarás todo
lo que necesitas: ¡Observa, busca, encuentra! ¡Animo!, etc”.
Es preciso que la realidad responda a lo que se busca. No basta la buena
disposición del maestro. Es indispensable una rigurosa y exigente organización del
aula. Que todo esté dispuesto para que el alumno trabaje por sí mismo y desarrolle
su sentido comunitario.
Por ejemplo: un sitio donde encuentre todo lo que puede serle útil: papel,
lápices, plumas, reglas, escuadras, etc. Un sitio donde se encuentre todo lo que
necesita sin tener que pedirlo, pronto adquirirá la costumbre de dejar en su sitio lo
que ha cogido cuando ya no tenga que utilizarlo (en estas actitudes hay que ser
muy firmes desde los primeros instantes), otro donde haya útiles de aseo que le
servirán para mantener limpia su clase, etc.
Zonas donde se encuentre el material de las diferentes áreas: Ciencias
Naturales, Ciencias Sociales, Matemáticas, Español, Expresión, etc., todo en su
lugar.
“Estas sencillas medidas o cualquier otra del mismo estilo, le muestran
ya al alumno que en clase está en su casa, pero también que no está ahí solo,
que hay un “bien común”, el de la pequeña comunidad que forma con sus
compañeros: lo que está a su disposición y que hay que respetar”.
Pierre Faure
Hay que mostrarse muy exigente desde el principio sobre este punto y
hacerles reflexionar para que se hagan conscientes de ellos y que les corresponde
mantener el orden, la limpieza y organizarse lo mejor posible. Si se hace esto a
fondo, pronto llegan a ser más exigentes que los mismos profesores.
Sí es importante que el maestro acoja a los alumnos entre sí. Cuando un
alumno entra a la clase y observa a algunos compañeros trabajando y trabajando
bien, intentará imitar la conducta. Por eso es muy importante la actitud del
maestro a los primeros días y semanas de clases para instituir este ambiente.

Rafael Paz Arriaga

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