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escritas, de las Leyes de Indias, la comunidad indígena fue despojada por el feudalismo,
cuyas expresiones eran el latifundio y la servidumbre. Mientras que Europa, por el siglo
XVIII, tomaba otro rumbo al fortalecerse y ascender al poder la clase que desplazó y
liquidó el feudalismo: la burguesía (la revolución francesa fue una revolución burguesa).
Pero revolución de la independencia hispano-americana «encontró al Perú retrasado en la
formación de su burguesía...» Si bien se abolieron las mitas, se dejó en pie la aristocracia
terrateniente, la que si bien ya no conservaba «sus privilegios de principio, conservaba sus
posiciones de hecho. Seguía siendo en el Perú la clase dominante». Esta clase, apoyada por
el militarismo gobernante, retardó el surgimiento de una vigorosa burguesía urbana. Y
recién se intentó una reorganización gradual de este problema cuando se promulgó el
Código Civil (1852), que favoreció la formación de las pequeñas propiedades, en desmedro
de los grandes dominios señoriales y de la comunidad indígena, al mismo tiempo. No
obstante, la pequeña propiedad no prosperó, y por el contrario el latifundio se consolidó y
extendió, siendo la única perjudicada la comunidad indígena, la misma que, pese a todo,
logró sobrevivir.
El latifundio de la costa difería del latifundio serrano; el costeño evolucionó hacia modos y
técnicas capitalistas, en tanto que el de la sierra conservó íntegramente su carácter feudal,
resistiendo a la transformación industrial y capitalista; aún así no logró destruir la
comunidad indígena. El latifundio costeño cada vez más ligado al capital extranjero
prefirió desplazar los tradicionales cultivos alimenticios por el cultivo de algodón de
exportación, generando un círculo vicioso de importación de alimentos y exportación de
materias primas. Indistintamente del tipo de latifundismo, éste impedía el desarrollo del
capitalismo nacional, ya que los terratenientes obraban como «intermediarios o agentes del
capitalismo extranjero»; como una barrera para la inmigración blanca; se oponían a la
renovación de métodos, cultivos, etc.; era incapaz de atender la salubridad rural;
particularmente en la sierra el feudalismo agrario se mostraba del todo inepto como creador
de riqueza y de progreso. En una palabra, agrega Mariátegui, «que el gamonal como factor
económico, está, pues, completamente descalificado».
Como a Mariátegui más le importaba seguir (y proyectar para el Perú futuro) la
"comunidad agraria indígena", estudia el destino de ésta bajo el régimen republicano. A
pesar de la absorción feudalista, la comunidad ha subsistido por el espíritu del indio: a
pesar de las leyes de cien años de régimen republicano, no se ha tornado individualista.
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modelo anglosajón: sería el primer paso para adoptar el sistema norteamericano, coherente
con el embrionario desarrollo capitalista del país. Preconizador del modelo yanqui fue el
Dr. Manuel Vicente Villarán, cuyas prédicas triunfaron con la reforma educativa de 1920,
por ley orgánica de enseñanza dada ese año, pero como no era posible, según Mariátegui
«democratizar la enseñanza de un país, sin democratizar su economía, y sin democratizar,
por ende, su superestructura política» la reforma del 20 devino en fracaso.
La reforma universitaria merece también la atención de Mariátegui. Hasta el Perú
alcanzaron los movimientos reformistas que se iniciaron en Córdoba, en el año 1918,
producto de la «recia marejada post-bélica»,
aunque en ese país, en un principio, la ideología del movimiento estudiantil careció de
homogeneidad y autonomía. Los estudiantes de América, querían sacudir el medioevalismo
también de sus casas de estudio. Sus reclamos se basan en la necesidad de que los
estudiantes intervengan en el gobierno de las universidades y el funcionamiento de cátedras
libres, al lado de las oficiales, cátedras de limpios y nuevos conocimientos. En una palabra,
querían que la Universidad dejara de ser un órgano de casta, cesara ese divorcio entre su
función y la realidad nacional y tomara el verdadero rumbo que le era asignado. Con
relación a este problema, Mariátegui nos hace un extenso estudio sobre la reforma en el
Perú y la reacción en su contra, las ideologías que intervinieron en esta pugna: los
conceptos civilistas burgueses de Villarán, el aristocratismo idealista de Deustua, etc. Para
Mariátegui, «el problema de la enseñanza no puede ser bien comprendido en nuestro
tiempo —dice— si no es considerado como un problema económico y como un problema
social. El error de muchos reformadores ha estado en su método abstractamente idealista,
en su doctrina exclusivamente pedagógica». No se puede desconocer la ingerencia del
factor económico en la estructuración de planes y programas de enseñanza, en todos los
tiempos.
V. El factor religioso:
La religión incaica fue un código moral antes que un conjunto de abstracciones metafísicas.
Su iglesia (por llamarla de algún modo) fue una institución social y política, cuyo culto
estaba subordinado a los intereses sociales y políticos del imperio; la iglesia era el estado
mismo. Es lo que se llama Teocracia. Producida la conquista, se impuso el culto católico
más que la prédica del evangelio, de modo que el culto pagano de la religión incaica
subsistió bajo el culto católico, fenómeno al que se conoce como sincretismo religioso. El
rol de la iglesia católica durante el virreinato fue de aval del estado feudal y semifeudal
instituido. Si bien es cierto que hubo choques entre el poder civil y el eclesiástico, éstos no
tuvieron ningún fondo doctrinal, sino que fueron meras querellas domésticas. Con el
advenimiento de la República no hubo cambio en tal sentido. La revolución de la
Independencia, del mismo modo que no tocó los privilegios feudales, tampoco lo hizo con
los eclesiásticos. El radicalismo gonzalez-pradista surgido a fines del siglo XIX constituyó
la primera agitación anticlerical surgida en el Perú, pero careció de eficacia por no haber
aportado un programa económico-social. De acuerdo a la tesis socialista, las formas
eclesiásticas y doctrinas religiosas son peculiares e inherentes al régimen económico-social
que las sostiene y produce, y por tanto, su preocupación es cambiar ésta y no aquellas.
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VI. Regionalismo y centralismo:
Este problema, en cierto modo, viene vertebrando todos los demás. Aunque reconoce que
existe, sobre todo en el sur peruano, un sentimiento regionalista, dicho regionalismo no
parece ser más que «una expresión vaga de un malestar y un descontento». En realidad, el
problema se plantea entre Centralismo y Federalismo. El Centralismo se apoya en el
caciquismo y gamonalismo regionales (dispuestos, no obstante, a reclamarse federalistas de
acuerdo a las circunstancias), mientras que el Federalismo recluta sus adeptos entre los
caciques y gamonales en desgracia ante el poder central. Ciertamente, uno de los vicios de
la organización política del Perú es y sigue siendo su centralismo. Pero entiende Mariátegui
que toda descentralización que no se dirija a solucionar el problema agrario y la cuestión
indígena, «no merece ya ni siquiera ser discutida», porque, advierte, no es este problema
meramente político, ni desde este solo punto de vista ella alcanzaría para solucionar los
problemas esenciales. Por otra parte es difícil definir y demarcar en el Perú regiones
existentes históricamente como tales. No obstante Mariátegui estudia las tres regiones
físicas: la Costa, la Sierra y la Montaña (que no significan regiones en cuanto a la realidad
social y económica), afirmándonos que la Montaña carece aún de significación socio-
económica; en cambio, «la actual peruanidad se ha sedimentado en tierra baja» o Costa, y
la Sierra es el refugio del indigenismo.
«Las formas de descentralización ensayadas en la historia de la República, han adolecido
del vicio original de representar una concepción y un diseño absolutamente centralistas»,
dice Mariátegui, y como la descentralización a que aspira el regionalismo, no es legislativa
sino administrativa, el problema ha permanecido en pie. ¿Qué opina Mariátegui sobre la
descentralización? Primero, clarificar el propio concepto del regionalismo, para evitar el
gamonalismo regional. Luego una definitiva opción entre el gamonal o el indio: «no existe
un tercer camino». Porque, lo más cierto es que «ninguna reforma que robustezca al
gamonal contra el indio, por mucho que aparezca como una satisfacción del sentimiento
regionalista, puede ser estimada como una reforma buena y justa». También estudia el
problema de la capital, concerniente a todas las capitales de América, y sostiene que la
suerte de Lima está subordinada a los grandes cambios políticos, como enseña la historia
de Europa y la propia América.