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1.

- EL ESPECTADOR

La fascinación del espectador.


El espectador cuando decide ir a ver una película lo hace de forma voluntaria.
Va predispuesto a participar en el juego emocional que le propone la ficción
fílmica. Pero, ¿qué es lo que hace del cine un medio tan atractivo para el
público?

El cine nos introduce en un universo donde todo es posible, desde presenciar


un asesinato o una declaración de amor, a viajar al otro lado del mundo en
breves segundos. Nos olvidamos de nuestra realidad para vivir la de otros,
somos testigos de excepción, e incluso, participantes activos en una situación
difícil de encontrar en nuestra vida cotidiana. Son tantas las vivencias y
sensaciones que nos proporciona una película que, difícilmente, podemos
sustraernos a la atracción que produce el cine.

El espectador es consciente de la irrealidad de los acontecimientos que se le


muestran, sin embargo, coadyuva de tal modo a su desarrollo, que los vive
como si de situaciones reales se tratasen. Pero su intervención no se limita a
esa complicidad, sino que se convierte en una auténtica aportación creativa.

El director y el espectador
La fascinación que produce el cine permite encubrir la manipulación que
hace posible el juego. Incluso, en la escritura del cine clásico americano -
donde apenas existen huellas del trabajo del realizador y el espectador tiene
la sensación de ser él quien lleva la iniciativa- existe una sutil manipulación
de los efectos de la enunciación que aparecen "invisibles", pero
perfectamente estructurados para provocar en el receptor la reacción deseada
y prevista por el director. No obstante, la capacidad intelectual del espectador
le permite configurar distintas respuestas ante un mismo estímulo, por lo que
el rígido esquema conductista de estímulo-respuesta no es aplicable al cine,
en su sentido estricto.

El director es el único que puede organizar el relato y la participación emocional


del espectador mediante muy distintos efectos enunciativos; distanciando el
desenlace, creando nuevas expectativas, dando orientaciones falsas,
provocando situaciones sorpresa, ocultando o sugiriendo datos, etc. Todas
estas posibilidades de organizar la propuesta fílmica, conducen y
determinan el comportamiento del receptor que no percibe conscientemente
el recurso utilizado, aunque sí haga una interpretación y una valoración
correcta de él.

El realizador debe conocer bien cuáles son los mecanismos que le permiten
actuar sobre el espectador y poder diseñar así su respuesta, tanto en lo que
se refiere al sentido de las imágenes, como al tipo e intensidad de los
sentimientos que en él debe provocar. La respuesta está implícita en la obra,
pero necesita del receptor para su actualización.
La complejidad del fenómeno participativo hace insuficiente las
explicaciones psicoanalíticas y psicológicas, ya que intervienen otros
factores como; la fascinación que produce el medio, el lugar que ocupa el
espectador en la organización estructural del relato, la articulación y
tratamiento de la información, etc. Todo ello define un tipo de relaciones con la
ficción más consistente que sus posibles vinculaciones a través de
proximidades sicológicas, morales o ideológicas.

El espectador como “coautor” del filme


El espectador acepta las elecciones que le propone el realizador, no se
plantea una alternativa distinta. La dinámica de los acontecimientos, su
verosimilitud y la carencia de marcas de la enunciación, impiden ponerlos en
discusión o reflexionar sobre los hechos propuestos y sus consecuencias:
éstos suceden así, tal y como se le muestran y no de otra manera, por lo que
su opción participativa tiene que elaborarla a través de una única propuesta
concreta.

El espectador establece con el filme una relación lúdica, dinámica, abierta,


desarrolla una vivencia propiamente estética y emocional, en la que despliega
su energía y se integra en el proceso creativo, para potenciarlo y
enriquecerlo. En ese diálogo creador interviene un amplio y complejo
conglomerado de sentimientos, sensaciones, emociones…, del que surge el
sentido último de la película, su dimensión final. El espectador, al integrarse en
el juego propuesto por el realizador, se convierte en coautor del filme, es él
quien actualiza y "materializa" el correlato emocional que se encuentra de
forma potencial en el filme.

Las reglas del juego


El espectador participa en un juego lúdico del que conoce las reglas que lo
rigen. Sabe la relación que existe entre el actor y el personaje, y entre éste y
los acontecimientos que vive, y, también, puede interpretar correctamente los
códigos narrativos. Es posible que no sepa detectar los mecanismos de
incidencia que actúan sobre él, sin embargo, sabe que se encuentra ante un
imaginario que le afecta, aunque, eso sí, de distinta forma que si de un
acontecimiento real se tratase.

El espectador en el filme. El juego del espectador.

El espectador y la cámara.
El espectador vive la ficción a través de la cámara, el objetivo son sus ojos y
donde ella está ubicada, está colocado él. Esta circunstancia hace que el
espectador se incorpore al ámbito de la ficción, al espacio donde ocurren los
acontecimientos, y despliegue todo un juego de relaciones que van a ser clave
para definir el tipo de respuesta emocional que tendrá ante la propuesta fílmica.
Los lugares del espectador
El juego del espectador depende, en gran medida, de la articulación de los
lugares en los que se sitúa la cámara. Esos lugares le introducen en la ficción
y le permiten desarrollar ámbitos de relación con determinados personajes y
hechos.

Al espectador se le sitúa dentro de la ficción en un lugar especialmente


diseñado para él, desde el que tiene acceso a una compleja red de
interrelaciones informativas y afectivas. Su participación sirve de nexo de unión
a distintos circuitos que en el texto no están conexionados y que lo hacen
gracias a sus aportaciones.

El espectador, desde esa situación, se ve obligado a relacionarse con todos los


elementos que intervienen en el juego dramático; el agresor y el agredido, el
ejecutor y la víctima, el demandado y el demandante… Puede simpatizar, si
así está programado en la estructura del relato, con cualquier personaje,
aunque no tenga con él ninguna proximidad psicológica o ideológica.

El don de la ubicuidad
El espectador, a través de la cámara -sus “ojos”-, presencia los
acontecimientos desde un lugar privilegiado y en el momento preciso. Tiene el
don de la ubicuidad. Esa posibilidad y la de observar sin ser visto, es algo que
al espectador no le sucede en su condición de individuo.

La falacia del don de la ubicuidad


Los diferentes lugares que va a ocupar el espectador en la ficción han sido
diseñados y decididos por el director. Su posición le viene impuesta por la
forma en que está estructurado el relato. Sin embargo, gracias a la
regulación precisa e invisible de la enunciación, el espectador tiene la
sensación de transitar libremente por la ficción y no es consciente de la
imposición a la que le somete el director.

Ubicuidad e invisibilidad del espectador


La ubicuidad y la invisibilidad que proporciona el cine al espectador le hace
sentirse un poco “Dios”. La posibilidad de asistir, en primera línea e
impunemente, a la confrontación que se da en la ficción, le faculta para
evaluar las situaciones y el comportamiento de los personajes, sin ningún tipo
de inhibición. Tiene la sensación de poder cambiar o desviar el devenir de los
acontecimientos en el sentido que él desee, sin embargo, y como
contrapartida, no puede modificar, en lo más mínimo, el devenir de los
acontecimientos que presencia, aunque sea contrario a ellos. Esta sensación
de impotencia pone de relieve la frontera real que existe entre él y la ficción, le
recuerda su situación externa. Está dentro, pero fuera, en el espacio de la
ficción, pero no donde se decide el drama, este juego es una de las claves para
desencadenar el juego participativo del espectador.

El mismo lugar en la ficción


Todos los espectadores ocupan, independientemente de su localización física
en la sala, el mismo lugar en el relato fílmico. Todos presencian, de igual
manera, los acontecimientos y se relacionan con los mismos personajes de
forma idéntica, lo que actúa como principio homogeneizador de la respuesta
emocional del heterogéneo espectador colectivo.

El espectador como polo de atracción-proyección.


Hacia el espectador se dirigen todos los datos informativos y emocionales
de cada uno de los personajes y las expectativas que éstos tienen. Él,
desde la posición que ocupa, proyecta sus valoraciones sobre todos los
elementos que intervienen en la ficción y los acontecimientos que en ella se
dan.

El espectador como centro del universo


La enunciación clásica intenta borrar cualquier presencia enunciadora,
cualquier huella del realizador, lo que crea en el espectador la sensación de
estar ante una situación real, sin intermediarios. Se siente el punto central en
torno al que gira todo.

El espectador como “observador invisible”.


El espectador es convertido, por la propia naturaleza del cine, en un
“observador invisible”, puede asistir, en primera línea, al desarrollo de los
acontecimientos, lo que no sucede en ningún otro medio de expresión. En
teatro, por ejemplo, la ficción se desarrolla en un espacio, el escenario, al que
no tiene acceso el espectador y su distancia a él y a los personajes siempre es
fija e insalvable. La posibilidad de observar sin ser visto, seguros de no ser
descubiertos nunca, es, sin duda, uno de los aspectos más fascinantes y
lúdicos del cine.

El desdoblamiento del espectador


El espectador, desde su ubicación física en un lugar de la sala, vive un
desdoblamiento. Por un lado, se encuentra inmerso en la ficción a través de la
cámara y se identifica con los puntos de vista que ella le ofrece y, por otro, se
mantiene externo a los acontecimientos, lo que le proporciona la seguridad de
que en ningún caso estos le van a afectar directamente. Tiene la garantía de
que su “aventura” no tendrá más consecuencias, para él, que las emocionales,
su condición de “observador invisible” le preserva de las consecuencias que
para él pudiera tener su presencia física en la ficción. Se mantiene, a la vez,
dentro y fuera.

Los personajes y el “observador invisible”


La presencia del espectador, en el ámbito de la ficción, como “observador
invisible” es ignorada por los personajes, que no son conscientes de su
existencia, por lo que puede moverse entre ellos con entera libertad,
aproximárseles, mirarles a los ojos, casi acariciarles o alejarse sin que éstos
hagan nada por evitarlo. Su presencia no les molesta, descubren ante él
sus sentimientos, sus inquietudes o sus más secretas pasiones, sin el más
mínimo pudor. Los protagonistas de la acción pueden sentir necesidad de
hablar entre ellos o dirigirse a los demás personajes pero no al “observador
invisible”. Si en alguna ocasión se ocultan ante su mirada, no lo hacen
porque hayan descubierto su presencia, ya que, en realidad, para ellos, no
existe.

El juego de miradas y el “observador invisible”


La articulación del juego de miradas que se dan en el desarrollo de una acción,
se apoya en la presencia del “observador invisible”; ¿quién mira? ¿a quién o a
qué? ¿desde dónde? Este despliegue de posibilidades de la mirada y su
relación con el “observador invisible” es una de las claves para determinar el
tipo de participación emocional que desarrollará el espectador.

Es frecuente que, en el juego de miradas que se da en una secuencia, la


mirada lanzada por un personaje a otro se mueva por zonas muy próximas al
eje óptico de la cámara -línea imaginaria que atraviesa el objetivo- lo que
genera una cierta inquietud en el espectador, ya que si la mirada del personaje
coincidiese con el eje óptico de la cámara se rompería el ámbito de la ficción y
el espectador sería descubierto, no como “observador invisible” inmerso en la
ficción, sino como espectador real, en su condición de “observador físico”,
oculto en la oscuridad de la sala. Esto sucede cuando un personaje “sale” del
ámbito de la ficción, como si hiciera un aparte, para dirigirse al público de la
sala y hacerle una confidencia. El resto de los personajes se mantendrá en la
ficción, ajenos a esta circunstancia y a la información que el personaje haya
trasladado el espectador.

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