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Los días

Hombre de celuloide

Hay un cine en la ciudad de Kent que se llama Imperio. El nombre parece aludir a este imperio moribundo: el
inglés. Estamos en 1981 y en este cine hay una mujer bipolar que se agarra a la vida y a la felicidad. El
Imperio de la luz es la última película de Sam Mendes (disponible en Star+) y comienza cuando a este cine
viene a trabajar un muchacho negro con el que ella, ya mayor, vivirá una improbable historia de amor.
Mendes debe ser recordado por 1917, una película terrible y hermosa de la que hablamos aquí. El imperio de
la luz lo consolida ahora como un director capaz de explorar la existencia en todas sus aristas. Aquí sondea
con nosotros la soledad, la locura y claro, el cine y la luz. El Imperio, este viejo teatro fílmico, guarda en el
ático (a un tiempo polvoso y bello) el recuerdo de aquellos tiempos en que uno miraba el cine en sitios así,
lujosos y alfombrados. En este ático ella lo besa de modo impulsivo y por primera vez. Pero hace falta un
poco de luz. Lo hemos adivinado: desde el punto de vista formal, la obra narra cuadro a cuadro el estado de
ánimo de la Inglaterra en tiempos de Thatcher; ese que, en otra película que discutimos recientemente (El
tiempo del Armagedón) marca el inicio de un sistema que hoy vemos morir. La luz en la película a veces se
aplana y a veces cruza dorada la cara de los protagonistas. A veces parece acuchillarlos. Kent se debate entre
el racismo y la inclusión. Más allá del Imperio la historia transcurre y adentro el proyeccionista explica a este
joven cómo cambiar un rollo de película, algo tan arcaico que parece que a este cine la historia no llegará.
Pero llega, por supuesto. Y es necesario ver. Como en 1917 Mendes sigue comprometido con llevar el arte
hasta el límite de lo poético. Y en este caso no hablamos de montaje sino de poesía verbal. ¿Para qué sirven
los días? Preguntan con Philip Larkin. Los días están aquí para nuestra felicidad. Vienen y nos despiertan. La
poesía sirve a Mendes como hilo conductor que lleva a Hilary desde la desesperación de su apartamento hasta
la casa en que Stephen mira triste a su madre. Ella se ha quedado dormida frente al televisor. ¿Para qué sirven
los días? Para luchar en esta ciudad gris contra la locura y la historia. ¿Le ha dolido la cabeza? Pregunta el
médico. Debe ser el litio, admite ella un poco confundida. Pronto la veremos estallando en un acting bipolar
y, sin embargo, hay en su ataque psicótico algo luminoso. Ese algo de Jack Nicholson en Atrapado sin Salida
o en Mejor imposible; la locura extravagante del novio de Meryl Streep en La decisión de Sophie. La poesía
de Larkin pone a Hilary en paz con la locura, con el día a día en que se compromete a tratar de buscar la
felicidad. También Stephen, a pesar de los bastardos que vagan por las calles de Kent cazando a gente de piel
oscura para romperles los dientes por gusto y nada más. Además de la extraordinaria fotografía de Roger
Deakins, El Imperio de la Luz está actuada con la finura de quien ama el detalle. Olivia Colman es la
contraparte perfecta del soñador Micheal Ward. Sus cuerpos, como sus locuras, se complementan y por eso en
el primer beso estalla la luz, los fuegos de artificio en el cielo de Kent. Es cierto, El Imperio de la Luz es por
momentos cursi. No tiene la firmeza de 1917 ni la simplicidad de Belleza americana, pero lanza un mensaje
que a veces es necesario volver a escuchar. Que aquí están los días y que gracias a ellos tenemos una nueva
oportunidad: aprender a vivir.

El imperio de la luz. Sam Mendes. Reino Unido, 2022.

Fernando Zamora

@fernandovzamora

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