Está en la página 1de 6

CAPITULO 4

El agua y la comida verdaderas 4:1-42


Esta sección presenta otro encuentro de Jesús con una persona que necesita la vida que él
ofrece. Hay muchos contrastes entre esta mujer y Nicodemo. Él es judío, del pueblo escogido de
Dios; ella es samaritana, de un pueblo mixto y, según la creencia judía, impuro. Nicodemo es
maestro de la ley y fariseo, reconocido y honrado por la sociedad como una persona recta; esta
samaritana viola la moralidad (18), y tanto siente el desprecio de las otras mujeres de la aldea que
va al pozo en la hora de más calor, para evitar el contacto con ellas (6-7). Finalmente, Nicodemo
es hombre, ella mujer; en aquel día los hombres gozaban de una posición social muy por encima
de la de las mujeres, y gozaban de muchos privilegios que no se extendían a mujeres. En la cultura
judía, las mujeres no podían trabajar fuera de la casa, no aprendían a leer o escribir, y no se les
permitía dar testimonio en un proceso legal. Si Nicodemo, con todas estas ventajas, no puede
entender a Jesús, ¿se puede esperar que esta mujer con todas sus limitaciones lo entienda?
a. El reto de entender y pedir (4:1-10)
Los fariseos ven con desagrado el ministerio de Jesús y su éxito (1-2). Ellos serán un elemento
importante en la condenación de Jesús a la muerte, pero todavía no es «la hora» (2:4) para aquella
crisis. La autoridad de los fariseos era más fuerte en Judea que en Galilea; por lo tanto, Jesús se
retira de Judea (3).
Era común que los judíos viajando a Galilea cruzaran el Jordán para evitar pasar por Samaría,
pero la misión de Jesús requiere que él visite también Samaría (4). A mediodía llega a Sicar (5-6),
y descansa junto al pozo del pueblo mientras sus discípulos van a comprar alimento (8). Al pozo
llega también una mujer. En el Antiguo Testamento, Rebeca (Génesis 24:14- 15), Raquel
(Génesis 29:9-10) y Séfora (Éxodo 2:16-21) descubrieron los compañeros de sus vidas en un
encuentro junto a un pozo. Ahora esta mujer, que ha perdido la esperanza de una relación
matrimonial permanente y pura, encontrará junto a un pozo la oportunidad del perdón y de una
nueva vida.
Del modo más natural, Jesús entabla una conversación con la samaritana. Empieza con lo que
tiene en común con ella: su necesidad de agua (7). Conforme al malentendido típico del
Evangelio de Juan (véase interpretación de 2:13-22), la mujer piensa que el interés de Jesús es
exclusivamente terrenal, y le responde con ironía (9). Y supone que la necesidad física de este
judío le ha obligado a humillarse y pedir ayuda de una samaritana. Los judíos en general evitaban
cualquier trato con samaritanos, y un rabino también evitaba hablar con cualquier mujer en
público. Jesús viola ambas costumbres, pero no por la razón que supone la samaritana. Aclarando
el malentendido (10), Jesús muestra que su verdadero interés es la esfera de Dios. Pone ante la
samaritana un doble desafío: que conozca con quién habla y qué don trae de Dios, y que lo pida de
él.
Si ella acepta el reto, Jesús le promete «agua viva». Podemos mencionar tres posibles sentidos
para este símbolo: Primero, la vida verdadera que Jesús ofrece (1:4; 3:16, 36). Segundo, el
Espíritu Santo, como el agua de 7:38, 39 y 1:31-33. Tercero, las palabras de Jesús que ofrecen
vida; Proverbios 13:14 y 18:4 usan así el símbolo de una fuente de agua (Isaías 55:1, 3).
b. La mujer pide (4:11-15)
La mujer vuelve a entender mal; su referencia al pozo muestra que todavía piensa en el mundo
de abajo (11). «Agua viva» tiene dos sentidos (la palabra que Jesús usó para describir el
nacimiento «nuevo» o «de arriba» en 3:3). Aparte del sentido espiritual: «agua que da vida» o
«agua que pertenece al mundo de arriba donde se encuentra la vida verdadera», «agua viva»
describe agua terrenal que corre, que no está estancada. La mujer piensa solamente en este
sentido, y supone que Jesús se refiere al agua que alimenta el pozo desde abajo.
Vuelve a hablar a Jesús con sarcasmo (12). Jacob cavó este pozo hace siglos precisamente
porque no había «agua viva» en el área. Para ella, es ridículo pensar que Jesús sea mayor que
Jacob. Pero mientras este pensamiento le parece gracioso a ella, el lector sonríe por una razón más
profunda: sin saberlo, ella dice la verdad.
Aun ante este segundo insulto, Jesús no pierde la paciencia. Aclara el malentendido
(interpretación de 2:13-22), distinguiendo los dos sentidos de «agua». El agua de este mundo
nunca satisface en forma permanente (13). Jesús ofrece algo que, como el «agua viva» terrenal
«salta», pero no para sostener la vida terrenal, sino para proveer «vida eterna» (14). Se refiere a la
vida que pertenece al mundo de arriba, donde está Dios y nada se acaba. Esta vida «salta», o fluye
continuamente en el creyente, como salta un ojo de agua. Por fin, esta oferta interesa a la mujer, y
responde al reto de 4:10. Pide el agua que Jesús ofrece (15), pero todavía no ha entendido que no
es agua de este mundo. Piensa que el agua que Jesús ofrece puede reemplazar la que se saca del
pozo de Jacob. A pesar de que todavía no piensa en el mundo de arriba, esta mujer ha dado su
primera respuesta positiva a Jesús.
c. La mujer entiende (4:16-30)
Curiosamente, es cuando la samaritana se abre que Jesús se endurece. Ha respondido a las
burlas e insultos con paciencia, pero ahora pronuncia una orden que apena a su interlocutora (16).
Como siempre, la manera en que Jesús actúa sorprende, pero al reflexionar podemos entender que
fue necesario ganar la simpatía de esta persona al principio. Ahora es necesario que ella entienda
la verdad asombrosa acerca de Jesús, que se dé cuenta que está frente al Señor y Juez.
Ante la mención de su marido esta mujer, antes tan platicadora, de repente no tiene
comentario. Su locuacidad anterior hace notoria la brevedad de esta respuesta (17). Simplemente
dice que no tiene marido. Jesús revela quién es él mismo (ver el reto del v. 10) por su
conocimiento sobrenatural de esta mujer (18). Él conoce incluso el fracaso más grande de su vida.
La samaritana empieza a ver la realidad acerca del hombre con quien habla (19). Pero también
recupera el habla (20), y quiere desviar la conversación hacia un tema menos amenazante.
«Este monte» (20) se refiere al monte Gerizim, claramente visible desde el pozo donde hablan
Jesús y la samaritana. Cuando los judíos rechazaron la ayuda de los samaritanos en la
reconstrucción del templo en Jerusalén, en el siglo V a.C., éstos construyeron un templo rival en
el monte Gerizim. Aunque los judíos destruyeron este templo en el siglo II a.C., los samaritanos
seguían venerando el sitio. En su ansia por no hablar de maridos, la samaritana saca un tema que
había suscitado controversia constante entre los judíos y los samaritanos: ¿en qué monte se debe
adorar a Dios, Gerizim o Sión (sitio del templo de Jerusalén)? Jesús responde que viene una
«hora» en la cual el lugar terrenal no será lo que determina la verdadera adoración de Dios (21).
Jesús no esquiva la pregunta difícil, sino que afirma que los judíos, no los samaritanos, son los
portadores de la tradición de la revelación de Dios (22). Pero estas controversias ya quedaron en
el pasado, porque la «hora» que Jesús mencionó en el versículo 21 ha llegado (23).
«Espíritu y verdad» (23) son palabras que tienen un sentido especial en el Evangelio de Juan.
«Espíritu» se refiere al Espíritu de Dios que descendió y permaneció sobre Jesús (1:32- 33; cf.
3:34). Este Espíritu produce el nacimiento al mundo de arriba, a la vida celestial o espiritual
(3:3-8). Ya hemos visto (sobre 1:9) que «verdad» en Juan se refiere a la calidad del «mundo de
arriba»58donde todo es genuino e incorruptible. Esta verdad es ajena a nuestro mundo, porque el
pecado lo ha corrompido y lo ha llenado de engaño. Pero, en Jesús, la verdad invade el mundo de
la mentira (1:14, 17), y, por medio del Espíritu, un hombre de este mundo de muerte puede recibir
la vida de arriba (3:5-8).
Así que en el pensamiento joánico, «en espíritu y en verdad» no se refiere a una actitud interior
de la persona que adora. Adorar «en espíritu» no es adorar con el espíritu humano, sino adorar
como un ciudadano del mundo espiritual de arriba. Uno nace en aquel mundo solamente por el
poder y la iniciativa del Espíritu Santo. Adorar «en verdad» no es adorar con sinceridad u
honestidad, aunque estas son consecuencias normales de la nueva vida. Es más bien adorar en
base de la revelación hecha en Jesús, quien viene del mundo de la verdad. Sólo el mundo de arriba
es espiritual y permanente; solamente allí se encuentra la verdad permanente. «En Espíritu y en
verdad» describe la participación del adorador en la vida celestial o espiritual por medio de Jesús.
Dios pertenece a la esfera de espíritu y verdad (24), y por lo tanto es necesario estar en ella
para tener verdadera comunión con él; sólo «en espíritu y verdad» es posible adorarle. Pero el
mundo permanente y real descrito en estas palabras está al alcance de los hombres en la tierra
porque Dios es «espíritu» activo y creador que se mueve (Génesis 1:2) para revelarse en la tierra
y crear la verdadera vida. Dios hace esto por medio de la venida de Jesucristo (1:14) y por el
Espíritu que da la vida de arriba (3:5-8). Por tanto, la adoración genuina depende de la iniciativa
de Dios, quien manda al Hijo para proclamar la verdad y al Espíritu para dar la vida eterna.
En 4:25, la samaritana habla del Mesías. El Mesías es el agente de Dios que «declara» las
realidades celestiales y espirituales. Por fin ella ha superado los límites de este mundo y piensa en
el mundo al cual Jesús quiere introducirla. Ahora que la mujer ha empezado a entender (el aspecto
del reto del v. 10 que faltaba), Jesús le da la revelación final: «Yo soy» (26). Con estas palabras se
identifica como el Mesías que ella espera, pero el lector puede encontrar un significado más
profundo en ellas. Jesús las volverá a pronunciar varias veces en el Evangelio de Juan (6:20, 35;
8:24, etc.), y descubriremos que expresan su identidad divina. Traducen o interpretan el nombre
divino «Jehovah» (Exodo 3:14). Jesús no es simplemente un enviado del mundo espiritual; es la
misma Verdad, el Dios, que es Espíritu, presente en su creación.
Queremos conocer la respuesta de la samaritana a esta declaración de Jesús, pero el
evangelista inserta el versículo 27 para aumentar nuestra curiosidad. Los discípulos se extrañan,
porque un rabí judío normalmente no hablaba con ninguna mujer en público; sin embargo, no se
atreven a cuestionarle. Habían aprendido que Jesús constantemente sorprende. Pero seguimos
queriendo saber la respuesta de esta mujer a su encuentro con Jesús. Su respuesta (28) es
semejante a la de Felipe (1:43-45); sigue a Jesús dejando a Jesús -pero dejándolo para testificar de
el (29), eñ las mismas palabras que Felipe había aprendido de Jesús. Ella también muestra el tacto
y paciencia que había observado en Jesús; no declara en forma imperante la verdad que ha
encontrado, sino que pide una opinión de los hombres de la ciudad. El detalle de que dejó su
cántaro (28) es importante; significa que piensa regresar.
También puede ser una acción simbólica; ya había encontrado el agua viva (4:13-15).
d. La verdadera comida (4:31-42)
Mientras los hombres de Sicar vienen a investigar el reporte de la samaritana (30), los
discípulos ofrecen a Jesús la comida que han comprado (31). Pero Jesús les vuelve a soiprender
(32). Su satisfacción al participar en la tarea misionera es tan profunda que no tiene hambre. Los
discípulos caen en otro malentendido (cf. interpretación de 2:13-22): piensan que Jesús habla de
comida física (33). Él explica que no se refiere a la comida física, sino a la espiritual, la de
«arriba» (34). Jesús fue un hombre de este mundo, y tuvo que comer, pero enseña que hay una
satisfacción espiritual que corresponde en el mundo de arriba a la que produce la comida física en
éste. La satisfacción espiritual viene de hacer la voluntad o la obra de Dios. El versículo 35
muestra cuál es la obra de Dios: participar en la cosecha de Dios. La cosecha es un símbolo del
Día del Señor, cuando el Señor viene para vengar a su pueblo y salvarlo de la injusticia y la
muerte (Joel 3:12-13; Amos 9:13; etc.). Jesús participó en esta cosecha y encontró la satisfacción
de ella cuando declaró la oferta de vida a la samaritana. La tarea de evangelización y misiones es
un anticipo de la salvación final.
En Levítico 26:3 y 5, Dios promete a Israel que «si andáis según mis estatutos y guardáis mis
mandamientos... Vuestra trilla alcanzará hasta la vendimia, y la vendimia hasta la siembra».
Amos 9:13, también, promete que «vienen días cuando... el que ara alcanzará al que siega.» Estos
pasajes sugieren una abundancia agrícola tal que ya no hay intervalo entre la siembra y la
cosecha; el beneficio se disfrutará inmediatamente. En Juan 4:35, Jesús declara que estas
promesas se cumplen en su núnisterio. «Cuatro meses» parece ser el tiempo tradicional entre el
fin de la siembra y el principio de la cosecha. Ahora, declara Jesús, los días esperados han llegado
(cf. 21, 23), y la gran cosecha del Día del Señor ha comenzado.
Jesús invita a sus discípulos a «alzar sus ojos» y ver los campos «blancos para la siega» (35).
Cuando dijo estas palabras, tal vez señalara a los samaritanos que venían de la ciudad para
escuchar a Jesús (30). Su ropa blanca se parecía al color del grano en el campo cuando está listo
para la cosecha. El «campo» en que Jesús quiere que cosechemos consiste en las personas
necesitadas e interesadas en Cristo, como las de Sicar.
El fruto de esta cosecha es «vida eterna» para los necesitados (36). El «salario» que recibe el
colaborador también pertenece al mundo eterno y espiritual. Es el gozo «eterno» que recibimos
cuando ayudamos a otro en su acercamiento a Dios por medio de Cristo; este gozo es parte de la
abundancia de la vida eterna y celestial. La cosecha del Señor no es un trabajo solitario (36-38),
sino un trabajo en equipo. Jesús testificó a la samaritana, ella abrió la obra en Sicar, y luego los
discípulos colaboraron. De la misma manera, nosotros también trabajamos sobre el fundamento
que otros han dejado.
«El dicho» que Jesús cita (37) normalmente se citaba en un sentido pesimista; se refería a la
tragedia de alguien que no recibe el beneficio de su propia labor (Deuteronomio 28:30; Job 31:8).
Pero a la luz de la intervención de Dios, Jesús transforma su sentido. Es parte del plan perfecto de
Dios que los obreros cristianos cooperen; trabajar juntos es un aspecto importante del
compañerismo cristiano. Dios también dispuso que aprovechemos la preparación que otros han
logrado y que dejemos fundamento para la obra de los que nos siguen. Cada generación tiene la
oportunidad de levantarse sobre los hombros de la anterior. De la misma manera, no nos
frustremos por lo que dejamos incompleto, sino que confiemos en los que vienen después.
Puede haber en estos versículos otra verdad aún más profunda. Según el versículo 34, la obra
en que Jesús y nosotros participamos es de Dios. Comparando 4:34 con 4:38, descubrimos que el
compañerismo que encontramos en la obra de evangelizar no es solamente humano; es
compañerismo con Dios. Crecemos en conocimiento de Dios y encontramos el gozo de nuestra
relación con él, no sólo en la lectura de su palabra, en la oración o en los cultos, sino también en el
trabajo que él nos ha encomendado. Y este trabajo es, sobre todo, ayudar a otros a acercarse más
a él.
El testimonio de la samaritana produjo fruto (39). Otros de su ciudad pidieron que Jesús «se
quedase con ellos» (40, cf. 1:39) y hallaron la vida que Jesús da cuando mora en uno. Los
versículos 39-40 dan un ejemplo del testimonio que resulta de creer en Jesús. Los siguientes
(41-42) presentan una verdad complementaria acerca del testimonio y de la fe: la fe tiene que
llegar a ser personal. Uno puede venir a Jesús por lo que oye de otros (39), pero el único
fundamento adecuado para la fe es una relación personal con él (42). El propósito del testimonio
no e^ que los oidores simplemente crean el testimonio, sino que hallen a Jesucristo, el verdadero
objeto de nuestra fe. Como Juan él Bautista (1:37; 3:7-30), debemos aceptar y aun querer que
nuestros discípulos nos dejen para seguir a Cristo.
Juan 4:41 también presenta un modelo de fe en contraste con la fe inadecuada narrada en
2:23-3:10. La fe de 2:23 (¿y de 2:11?) se basó en señales, pero estos samaritanos «creyeron a
causa de su palabra» (4:41), sin ninguna señal. Es una fe más madura la que puede aceptar la
palabra de Jesús y su promesa, sin exigir ninguna evidencia de que es razonable; debe ser
suficiente que él lo ha dicho.
El título «Salvador del mundo» también recuerda Juan 3; allí escuchamos que «Dios... envió a
su Hijo al mundo... para que el mundo sea salvo por él» (3:17). Los samaritanos, en contraste con
Nicodemo el experto religioso, creyeron y confesaron lo que Jesús declaró. «Salvador del
mundo» 60 no es un título que se encuentre en el Antiguo Testamento, sino un título que los paganos
aplicaban a sus dioses, reyes y héroes. El Evangelio de Juan se lo apropia porque Jesús satisface la
esperanza de todos los pueblos, aun cuando éstos han buscado satisfacción en otras figuras. El
mundo busca salvación y sentido en muchos lados, pero encuentra solamente decepción mientras
no encuentra a Jesucristo.

La segunda señal: vida por fe 4:43-54


Jesús sigue su viaje a Galilea (43), aunque no espera encontrar allí una fe más genuina que la
que encontró en Jerusalén (44, cf. 2:23-25). En efecto, encuentra una continuación de la fe
inadecuada, basada en señales (45). Como antes (2:23 a 3:10), el evangelio nos da un ejemplo de
los que creyeron por lo que habían visto en Jerusalén (46). Los temas del encuentro entre el oficial
del rey y Jesús son los que dominan toda la sección (2:1 a 4:54) y todo el evangelio: creer (48, 50,
53) y vida (50, 51, 53, y en sentido negativo: 47 y 49).
El oficial viene a Jesús cuando su hijo está «al punto de morir» (47). La respuesta de Jesús es
aparentemente negativa (48). El plural puede servir para suavizarla o simplemente para hacer de
este hombre un ejemplo de toda una clase de personas que limitan su fe a lo que se puede
comprobar en este mundo. Las «señales» pueden fortalecer la fe, si dirigen el pensamiento del
creyente a Dios, o la pueden estorbar, si atraen atención a sí mismas. Jesús advierte el peligro de
confiar en «señales y prodigios»; debemos confiar en la persona de Dios, no en ciertos milagros
que hemos visto o que esperamos ver.
Así aclara Jesús que una fe genuina es necesaria para tener vida. El oficial, como María (2:5;
cf. Marcos 7:27-29), responde a la negativa aparente de Jesús con una fe perseverante. Insiste en
su petición y en su fe que Jesús puede dar vida (49). Esta persistencia es una característica de una
fe genuina y creciente. El que cree sincera y seriamente que Jesús es el que da la vida verdadera,
persistirá en acudir a él aun cuando no escucha una respuesta positiva. Y persistiendo, crecerá en
su fe. Tarde o temprano, todo creyente enfrenta la aparente negativa de Dios; este oficial puede
servir de modelo en esta situación.
Jesús responde a la fe persistente con un mandato y una promesa (50). Si la respuesta negativa
de Jesús (48) fue una prueba que permitió crecimiento en la fe, esta respuesta positiva (50) es una
prueba aún más difícil para el padre angustiado. El pidió a Jesús que «descendiese y sanase a su
hijo» (47), pero
Jesús le ordena regresar a su casa solo. No descenderá Jesús. El padre tendrá que caminar varias
horas para averiguar si la promesa de Jesús, «tu hijo vive», se ha cumplido. Si no, no habrá
oportunidad de reclamar. Encontrará a su hijo o sano o muerto.
En esta crisis el oficial encuentra unajg/tnás madura, porque acepta la promesa de Jesús y
obedece su mandato. Contar con el cumplimiento de la promesa y obedecer son otras caracte-
rísticas de la fe genuina y creciente. En el regreso a Capernaúm, el oficial seguramente fue
atacado constantemente por dudas y cuestionamientos que volvieron a probar su fe: ¿Hubiera
insistido en que bajara Jesús? ¿Puede él saber a distancia la condición de mi hijo? ¿Entendió bien
quién es mi hijo? ¿Hablaba de la sanidad de otro niño? ¿Debo regresar a Jesús para insistir en mi
petición? Sin embargo, siguió en el camino de la obediencia, y al fin recibió la noticia de que «su
hijo vivía» (51) tal y como lo había dicho Jesús. Cuando preguntó «desde cuándo» (52), sin duda
ya sabía la respuesta, pero así confirmó el poder y la fidelidad de Jesús. Por dar vida (salud) a este
niño, Jesús mostró que da la vida verdadera (eterna y celestial) al que viene a él en fe. Mayor
entendimiento (53) es parte del crecimiento de la fe.
Otra parte es el testimonio. «Con toda su casa» indica que este padre relató su experiencia a su
familia y sus siervos, y toda su casa creyó en Jesús. Cuando testificamos de nuestra experiencia
con Cristo, la fe se multiplica, porque el Espíritu Santo usa este testimonio para despertar fe en los
que escuchan. El testimonio también fortalece la fe del testigo.
Esta historia muestra que una fe inadecuada puede ser el principio de una fe auténtica. La clave
es que crezca. De hecho, la fe siempre debe crecer. Cada creyente empieza la vida de fe con una fe
no madura. En otras palabras, todos empezamos con Una fe inadecuada. Y por mucho que
crecemos en la fe, todavía nos falta más desarrollo (1:50-51). Por nuestra respuesta a las pruebas y
promesas que Dios nos da, podemos alcanzar una fe a ecuada para hoy, pero esta fe de hoy nunca
es adecuada para
mañana. La fe es viva y, lo por tanto, debe crecer. Esta historia enseña que la fe crece al traer
nuestras necesidades a Jesús (47), al perseverar en creer (49), al aceptar la palabra de Jesús y
obedecer su mandato (50), al ver su poder que actúa en nuestra necesidad (52), y al testificar
(53).
Hay varios puntos de contacto entre esta señal y la primera (2:1-11): sucedieron en Caná de
Galilea (2:1; 4:46); Jesús había venido de Judea a Galilea (1:43; 4:54); la primera respuesta de
Jesús parece negativa (2:4; 4:48); Jesús responde a la persistencia con el milagro que se pide
(2:5-10; 4:49s.); el resultado final es que un grupo cree (2:11; 4:53); son las únicas señales
enumeradas (2:11; 4:54). El evangelista enfatiza estas semejanzas para que el lector compare
las dos señales y enriquezca la enseñanza de cada una. También, como ya mencionamos en los
comentarios sobre 2:1-11, estas repeticiones forman una inclusión. Con esta inclusión, el
evangelista indica a sus lectores que aquí termina la sección que comenzó en 2:1.

62

También podría gustarte