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Soneto XXIII

Garcilaso de la Vega

En tanto que de rosa y de azucena


se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
con clara luz la tempestad serena;

y en tanto que el cabello, que en la vena


del oro se escogió, con vuelo presto
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera


el dulce fruto antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre.

Marchitará la rosa el viento helado,


todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.

ODA I 
VIDA RETIRADA 

Fray Luis de León

¡Qué descansada vida ni del dorado techo


la del que huye del mundanal ruïdo, se admira, fabricado
y sigue la escondida del sabio Moro, en jaspe sustentado!
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han No cura si la fama

sido; canta con voz su nombre pregonera,


ni cura si encarama
Que no le enturbia el pecho la lengua lisonjera
de los soberbios grandes el estado, lo que condena la verdad sincera.
¿Qué presta a mi contento Y como codiciosa
si soy del vano dedo señalado; por ver y acrecentar su hermosura,
si, en busca deste viento, desde la cumbre airosa
ando desalentado una fontana pura
con ansias vivas, con mortal cuidado? hasta llegar corriendo se apresura.

¡Oh monte, oh fuente, oh río,! Y luego, sosegada,


¡Oh secreto seguro, deleitoso! el paso entre los árboles torciendo,
Roto casi el navío, el suelo de pasada
a vuestro almo reposo de verdura vistiendo
huyo de aqueste mar tempestuoso. y con diversas flores va esparciendo.

Un no rompido sueño, El aire del huerto orea


un día puro, alegre, libre quiero; y ofrece mil olores al sentido;
no quiero ver el ceño los árboles menea
vanamente severo con un manso ruïdo
de a quien la sangre ensalza o el dinero. que del oro y del cetro pone olvido.

Despiértenme las aves Téngase su tesoro


con su cantar sabroso no aprendido; los que de un falso leño se confían;
no los cuidados graves no es mío ver el lloro
de que es siempre seguido de los que desconfían
el que al ajeno arbitrio está atenido. cuando el cierzo y el ábrego porfían.

Vivir quiero conmigo, La combatida antena


gozar quiero del bien que debo al cielo, cruje, y en ciega noche el claro día
a solas, sin testigo, se torna, al cielo suena
libre de amor, de celo, confusa vocería,
de odio, de esperanzas, de recelo. y la mar enriquecen a porfía.

Del monte en la ladera, A mí una pobrecilla


por mi mano plantado tengo un huerto, mesa de amable paz bien abastada
que con la primavera me basta, y la vajilla,
de bella flor cubierto de fino oro labrada
ya muestra en esperanza el fruto cierto. sea de quien la mar no teme airada.
Y mientras miserable- A la sombra tendido,
mente se están los otros abrazando de hiedra y lauro eterno coronado,
con sed insacïable puesto el atento oído
del peligroso mando, al son dulce, acordado,
tendido yo a la sombra esté cantando. del plectro sabiamente meneado.

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