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De pechos sobre una torre

que la mar combate y cerca,


mirando las fuertes naves
que se van a Inglaterra,

las aguas crece Belisa


llorando lágrimas tiernas,
diciendo con voces tristes
al que se aparta y la deja:

«Vete, cruel, que bien me queda


en quien vengame de tu agravio pueda».

«​No quedo con solo el hierro


de tu espada y de mi afrenta,
que me queda en las entrañas
retrato del mismo Eneas,

y aunque inocente, culpado,


si los pecados se heredan;
mataréme por matarle,
y moriré porque muera​».

«Vete, cruel, que bien me queda


en quien vengarme de tu agravio pueda».

«Mas quiero mudar de intento


y aguardar que salga fuera
por si en algo te parece
matar a quien te parezca.

Mas no le quiero aguardar,


que será vívora fiera,
que rompiendo mis entrañas
saldrá dejándome muerta».

«Vete, cruel, que bien me queda


en quien vengarme de tu agravío pueda».

Así se queja Belisa


cuando la priesa se llega;
hacen señal a las naves
y todas alzan las velas.

«Aguarda, aguarda, le dice,


fugitivo esposo, espera...
Mas, ¡ay! que en balde te llamo;
¡plega a Dios que nunca vuelvas!​».
«Vete, cruel, que bien me queda
en quien vengarme de tu agravio pueda».

Lope de Vega

A Dafne ya los brazos le crecían,


y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro oscurecían.

De áspera corteza se cubría


los tiernos miembros, que aún balbuciendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban
y en torcidas raíces se volvían.

Aquel que fue la causa de tal daño,


a fuerza de llorar, crecer hacía
el árbol que con lágrimas regaba.

¡Oh miserable estado, oh mal tamaño!


Que con llorarla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!

Pasando el mar Leandro el animoso,


en amoroso fuego todo ardiendo,
esforzó el viento, y fuese embraveciendo
el agua con un ímpetu furioso.

Vencido del trabajo presuroso,


contrastar a las ondas no pudiendo,
y más del bien que allí perdía muriendo
que de su propia vida congojoso,

como pudo esforzó su voz cansada


ya las ondas habló desta manera,
mas nunca fue su voz dellas oída:

«Ondas, pues no se excusa que yo muera,


dejad me allá llegar, ya la tornada
vuestro furor esecutá en mi vida»

Garcilaso de la Vega

Si quejas y lamentos pueden tanto,


que enfrenaron el curso de los ríos,
y en los diversos montes y sombríos
los árboles movieron con su canto;

si convertieron a escuchar su llanto


los fieros tigres, y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos
bajaron a los reinos del espanto,

¿por qué no ablandará mi trabajosa


vida, en miseria y lágrimas pasada,
un corazón conmigo endurecido?

Con más piedad debría ser escuchada


la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.

Garcilaso de la Vega

En tanto que de rosa y azucena


se muestra la color en vuestro gesto,
y que vuestro mirar ardiente, honesto,
enciende al corazón y lo refrena;

y en tanto que el cabello, que en la vena


del oro se escogió, con vuelo presto,
por el hermoso cuello blanco, enhiesto,
el viento mueve, esparce y desordena:

coged de vuestra alegre primavera


el dulce fruto, antes que el tiempo airado
cubra de nieve la hermosa cumbre;

marchitará la rosa el viento helado.


Todo lo mudará la edad ligera
por no hacer mudanza en su costumbre.

Garcilaso de la Vega

ODA A LA FLOR DE GNIDO

Si de mi baja lira
Tanto pudiese el son, que en un momento
Aplacase la ira
Del animoso viento,
Y la furia del mar y el movimiento;

Y en ásperas montañas
Con el süave canto enterneciese
Las fieras alimañas,
Los árboles moviese,
Y al son confusamente los trajese;

No pienses que cantado


Sería de mí, hermosa flor de Gnido,
El fiero Marte airado,
A muerte convertido,
De polvo y sangre y de sudor teñido;

Ni aquellos capitanes
En las sublimes ruedas colocados,
Por quien los alemanes
El fiero cuello atados,
Y los franceses van domesticados.
Mas solamente aquella
Fuerza de tu beldad sería cantada,
Y alguna vez con ella
También sería notada
El aspereza de que estás armada;

Y cómo por ti sola,


Y por tu gran valor y hermosura,
Convertida en viola,
Llora su desventura
El miserable amante en su figura.

Hablo de aquel cautivo,


De quien tener se debe más cuidado,
Que está muriendo vivo,
Al remo condenado,
En la concha de Venus amarrado.

Garcilaso de la Vega

​MADRIGAL

Ojos claros, serenos,


si de un dulce mirar sois alabados,
¿por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
más bellos parecéis a aquel que os mira,
no me miréis con ira,
porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
ya que así me miráis, miradme al menos.

Gutierre de Cetina (1520-1557)

ODA I - VIDA RETIRADA

¡Qué descansada vida


la del que huye del mundanal ruïdo,
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido;

Que no le enturbia el pecho


de los soberbios grandes el estado,
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspe sustentado!

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera.

¿Qué presta a mi contento


si soy del vano dedo señalado;
si, en busca deste viento,
ando desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh monte, oh fuente, oh río,!


¡Oh secreto seguro, deleitoso!
Roto casi el navío,
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.

Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero.

Despiértenme las aves


con su cantar sabroso no aprendido;
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.

Vivir quiero conmigo,


gozar quiero del bien que debo al cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de recelo.

Del monte en la ladera,


por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.

Y como codiciosa
por ver y acrecentar su hermosura,
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego, sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.

El aire del huerto orea


y ofrece mil olores al sentido;
los árboles menea
con un manso ruïdo
que del oro y del cetro pone olvido.

Téngase su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida antena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería,
y la mar enriquecen a porfía.

A mí una pobrecilla
mesa de amable paz bien abastada
me basta, y la vajilla,
de fino oro labrada
sea de quien la mar no teme airada.

Y mientras miserable-
mente se están los otros abrazando
con sed insacïable
del peligroso mando,
tendido yo a la sombra esté cantando.

A la sombra tendido,
de hiedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce, acordado,
del plectro sabiamente meneado.

Fray Luis de León

Esta divina prisión


del amor con que yo vivo
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!


¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero.

Santa Teresa de Jesús

Ya toda me entregué y di
y de tal suerte he trocado
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.

Cuando el dulce Cazador


me tiró y dejó rendida,
en los brazos del amor
mi alma quedó caída

y cobrando nueva vida


de tal manera he trocado,
que es mi Amado para mí,
y yo soy para mi Amado.

Santa Teresa de Jesús

En una noche oscura,


con ansias, en amores inflamada,
¿oh dichosa ventura!,
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz ni guía
sino la que el corazón ardía.

Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía
a donde me esperaba
quien yo me sabía
en parte donde nadie parecía.

San Juan de la Cruz

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