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 En las civilizaciones más antiguas (Egipto, Grecia y Roma) la clase

alta pensaba que dar de amamantar era algo que pertenecía a las
clases sociales bajas, por lo que buscaban una nodriza o bien
usaban, a modo de biberón, cuernos de vaca. Las mujeres griegas,
además, pensaban que, si daban el pecho, envejecerían de forma
prematura.
 Los erróneos conocimientos médicos de la época tampoco la
favorecían. Pensaban que dar de mamar más allá del noveno mes
provocaba al bebé raquitismo, enfermedades mentales y pérdida de
peso. Si a todo esto le añadimos que también creían que originaba
cansancio, cefaleas, vértigos, sordera, ceguera y locura en la
madre, no es de extrañar que a muchos niños no se les diera el
pecho.
 A mediados del siglo XIX, la industria empezó a analizar la leche
materna en un intento de crear un sustituto lo más similar a ella y
así se produjo la primera leche de fórmula. Este líquido contenía
harina de malta y trigo que se mezcló con leche de vaca, se cocinó
con bicarbonato de potasa y se presentó como el “alimento ideal
para los bebés”.
 A partir de los años siguientes con el conocimiento de la
composición básica de la leche materna, y debido a la aparición de
síndromes carenciales en niños alimentados con las leches
acidificadas, se inició la escalada de fórmulas infantiles dirigidas a
cubrir las necesidades del lactante imitando al máximo la leche
humana, siendo ésta, el «patrón de oro» de la leche
artificial infantiles hasta la actualidad.

¿Qué es una leche artificial?

Todas las leches artificiales se obtienen a partir de la leche de vaca. Sin


embargo, durante su elaboración, se hacen las modificaciones pertinentes
para que se asemeje lo máximo a la leche materna. Esta leche contiene,
con relación a la leche de vaca, menos proteínas, más glúcidos y más
ácidos grasos esenciales para el desarrollo del cerebro. Las autoridades
sanitarias regulan su formulación y, prácticamente todas, son muy
similares. Se enriquece con vitaminas (A, D, C y E, niacina, tiamina,
riboflavina, ácido fólico, y grupo B), minerales (hierro, yodo, zinc y la
relación calcio/fósforo) y se formula de manera diferente según las
necesidades en cada etapa del bebé.
La ley también determina su valor calórico, entre 60 y 80 Kcal/100 ml de
producto reconstituido.

De esta manera, las leches artificiales pueden clasificarse en cuatro


grandes grupos:
 Leches de inicio o tipo 1 : son las especialmente formuladas para los
bebés a término menores de seis meses de vida. están destinadas a
la alimentación de los lactantes desde los primeros días hasta la
introducción de la alimentación complementaria. Son las fórmulas
más completas y enriquecidas ya que aportan todos los nutrientes
que el bebé necesita para su crecimiento puesto que es el único
alimento que recibe durante los seis primeros meses de vida.
 Leches de continuación o tipo 2 : son adecuadas para bebés
mayores de seis meses. Pueden ofrecerse hasta el año o alargar su
uso hasta los 18 meses. Su formulación debe ser adecuada para
aportar el 40-50% de los requerimientos diarios de la energía del
bebé y asegurar el aporte adecuado de calcio para su desarrollo. Su
consumo se inicia cuando ya se ha introducido la alimentación
complementaria, a partir de los 6 meses, momento en el que se
incluyen nuevas fuentes de nutrientes en la alimentación del bebé.
 Leches de crecimiento o tipo 3:  son leches que pueden darse a
partir de los 12 o 18 meses hasta los 3 años. indicadas para la
alimentación de los niños de corta edad, entre 1 y 3 años. Son un
producto de transición entre las leches de continuación y la leche
de vaca, y por lo tanto presentan una composición intermedia entre
las mismas. Según las asociaciones pediátricas no son leches
necesarias, ya que a los doce meses los bebés pueden tomar leche
de vaca entera sin problemas.

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