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LAS CRUZADAS (1095 – 1291)

Las Cruzadas de Oriente fueron la manifestación de un movimiento de


entusiasmo religioso imprevisible y sin precedentes. Nacida de un impulso destinado a
afrontar una determinada crisis, la Cruzada se trasformó en un acontecimiento que se
repitió periódicamente durante casi dos siglos (1095-1291). La Cruzada es tal vez la
expresión de piedad más medieval incomprensible para nuestra mentalidad.

Con el término “Cruzada” se designó la expedición masiva, internacional y


espontánea hacia Palestina con la finalidad de conquistar o defender la tierra donde
vivió Nuestro Señor Jesucristo.

Tomada en sentido más amplio como aventura militar emprendida con un


objetivo considerado religioso, la primera Cruzada fue anticipada por las expediciones
militares sostenidas y alentadas por el Papado para liberar el norte de España del poder
musulmán y la conquista normanda de Inglaterra, que recibió la bendición del Papado.

A fines del Medioevo, el término “Cruzada” se aplicó a toda expedición militar


que procediendo, más o menos justamente, tendía a vencer o rechazar a los adversarios
de la Iglesia. Estos adversarios podían ser herejes, como los albigenses; paganos como
los prusianos o invasores, como los turcos que desde 1453 y hasta fines del siglo XVII
representaron un serio peligro para la cristiandad europea.

Las siete Cruzadas a Tierra Santa ocasionaron el desplazamiento por mar y


tierra de considerables ejércitos, muy heterogéneos que representaban a la cristiandad y
contaban con la bendición del Papado. Todo esto hace que las Cruzadas sean un
fenómeno típicamente medieval, más que un tema propiamente de historia de la Iglesia.
En un esfuerzo por entender por qué los cruzados las llevaron a cabo, los historiadores
han apuntado como razones, al dramático crecimiento de la población europea y de
la actividad comercial entre los siglos XII y XIV. Las Cruzadas, por tanto, se
explicarían como un medio para encontrar un amplio espacio donde acomodar parte de
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esa población en crecimiento; y como el cauce de salida a las ambiciones de nobles y


caballeros, ávidos de de riquezas y hazañas caballerescas y sedientos de grandes
botines. Por otra parte, lo más efectivo fue que estas expediciones ofrecieron suculentas
oportunidades comerciales a los mercaderes de las pujantes ciudades de Occidente,
particularmente a las ciudades italianas de Génova, Pisa y Venecia.
Aunque estas explicaciones acerca de las motivaciones que habrían generado las
Cruzadas tengan cierta validez, los avances en la investigación actual sobre el tema
indican que los cruzados no pensaron encontrarse con los peligros de enfermedades
desconocidas en Europa, las largas marchas terrestres, el abrasador desierto y la
posibilidad real de morir en combate en aquellas tierras lejanas. Las familias de los
cruzados que quedaron en Europa tuvieron que trabajar afanosamente durante largos
períodos de tiempo para mantener sus granjas y posesiones y además generar recursos
para sostener la estadía del caballero en Tierra Santa.
Por lo demás, la idea de que los cruzados obtuvieron grandes riquezas es cada
vez más difícil de justificar. La Cruzada fue un asunto extremadamente caro para un
caballero que tuviera el propósito de actuar en Oriente costeándose por sí mismo la
expedición, ya que probablemente esto le suponía un gasto equivalente a cuatro veces
sus ingresos anuales.
Sin embargo, a pesar de ser una empresa peligrosa, cara y que no daba
beneficios ciertos, las Cruzadas tuvieron un amplio atractivo para la sociedad medieval.
Su popularidad se cimentó en la comprensión de la sociedad que apoyó este fenómeno.
Era una sociedad de creyentes, y muchos cruzados estaban convencidos de que su
participación en la lucha contra los infieles les garantizaría su salvación espiritual.
También era una sociedad militarista, en la que las esperanzas y las ambiciones
estaban asociadas con hazañas militares.

LA PRIMERA CRUZADA (1095 – 1099)


Los orígenes de la primera Cruzada y los motivos de sus instigadores son
todavía controvertidos. Unos guerreros normandos y franceses, animados por las
promesas de indulgencias que había hecho el Papa, participaron en la reconquista de
España y en la toma de Toledo en el 1085. El mismo año Antioquía cayó en poder de
los turcos, que habían ocupado antes Jerusalén en el 1071; ese mismo año, en la batalla
de Mantzikert, los turcos Selyúcidas1, después de realizar diversas incursiones
devastadoras sobre los territorios orientales del Imperio bizantino, derrotaron a un
ejército imperial e invadieron la mayor parte del Asia Menor bizantina. Esto impulsó a
Gregorio VII a interpelar a la cristiandad occidental para socorrer al Oriente cristiano y
defender los Santos Lugares.
Posteriormente, el Emperador Alejo I (Emperador bizantino 1081-1118), llamó
en su ayuda al Papa Urbano II 2. Esta fue probablemente la causa real del proyecto de

1
Selyúcida: importante dinastía turca de Oriente Próximo, que gobernó el oriente musulmán durante los
siglos XI y XII. Se convirtieron al Islam en el siglo X. Posteriormente extendieron su Imperio hacia Siria,
Palestina y Anatolia. La victoria de los selyúcidas sobre los bizantinos en la batalla de Mantzikert (1071)
alarmó al mundo cristiano, y la agresividad Selyúcida fue una razón importante para lanzar la primera
Cruzada.
2
Urbano II (c. 1040-1099, Papa 1088-1099), proclamó la Primera Cruzada y reclamó la dirección del
cristianismo occidental. Ingresó en el monasterio benedictino de Cluny, del que fue abad desde 1073.
Elegido para suceder a Gregorio VII, se convirtió en el primer Papa cluniacense.
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Cruzada que se discutió en Piacenza y se predicó en el Concilio de Clermont en el año


1095.

Las Cruzadas comenzaron formalmente el jueves 27 de noviembre de 1095, en


un descampado a extramuros de la ciudad francesa de Clermont-Ferrand. Ese día,
Urbano II predicó y conminó a la Primera Cruzada, a una multitud de seglares y de
clérigos que asistían al Concilio. En su sermón, el Papa esbozó su plan para la Cruzada
y llamó a sus oyentes para unirse a ella, conminándolos a liberar la Ciudad Santa de
Jerusalén de manos de los infieles. La respuesta fue positiva y abrumadora, generando
un entusiasmo que sobrepasó, al parecer, las previsiones del Pontífice.
Ciertamente Urbano II vio una ventaja en que las espadas normadas y otras que
turbaban Europa se dirigiesen contra los enemigos de la Iglesia. En su calidad de
Soberano, el Papa también advirtió la ocasión que se le presentaba de ponerse al frente
de la cristiandad Occidental. Cuando se procedió a la organización de un ejército, los
cruzados se encontraron ante hechos consumados: el mando supremo del ejército de
voluntarios se confió a Ademaro, obispo de Puy.
Los bienes de los que partían fueron puestos bajo protección Pontificia y los
cruzados recibieron la promesa de que, si caían en combate, todos sus pecados
quedaban perdonados. En los guerreros se daba toda clase de motivos para ir a la
Cruzada. Sin embargo, en la primera Cruzada se alistaron muchos caballeros con el
deseo sincero de combatir por Cristo y contra los enemigos de la fe.
Urbano II encargó a los obispos asistentes al Concilio que regresaran a sus
localidades y reclutaran más fieles para la Cruzada. También diseñó una estrategia
básica según la cual distintos grupos de cruzados iniciarían el viaje en agosto del año
1096. Cada grupo se autofinanciaría y sería responsable ante su propio jefe. Los grupos
harían el viaje por separado hasta Constantinopla, donde se reagruparían. Desde allí,
lanzarían un contraataque, junto con el Emperador bizantino y su ejército, contra los
Selyúcidas, que habían conquistado Anatolia. Una vez que esa región estuviera bajo
control cristiano, los cruzados realizarían una campaña contra los musulmanes de Siria
y Palestina, siendo Jerusalén su objetivo fundamental
La primera Cruzada se atuvo en sus líneas generales al esquema previsto por
Urbano II. El reclutamiento prosiguió a pasos agigantados durante el resto de 1095 y los
primeros meses de 1096. Se reunieron cinco grandes ejércitos nobiliarios a finales del
verano de 1096 para iniciar la Cruzada. Gran parte de sus miembros procedían de
Francia, pero un significativo número venía del sur de Italia y de las regiones de Lorena,
Borgoña y Flandes.
El Papa no había previsto el entusiasmo popular que su llamamiento a la
Cruzada había producido también entre el campesinado y las gentes de las ciudades. Al
lado de la Cruzada de la nobleza se materializó otra constituida por el pueblo llano. El
grupo más grande e importante de cruzados populares fue reclutado y dirigido por un

Durante los primeros seis años de su Pontificado no pudo entrar en Roma a causa de la presencia del
antipapa Clemente III, impuesto por Enrique IV. Mientras tanto, Urbano II siguió oponiéndose a Enrique
IV, al igual que su antecesor, en la Querella de las Investiduras. Renovó e impulsó la política reformista
de Gregorio VII con mayor flexibilidad y diplomacia, e introdujo cambios en la curia pontificia. En sus
relaciones con el Imperio bizantino buscó superar el cisma entre los cristianos orientales y occidentales y
promovió en Europa occidental la defensa de la cristiandad oriental frente a los turcos selyúcidas. En
1095 durante el Concilio de Clermont pronunció un sermón conminando a la Primera Cruzada.
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predicador conocido como Pedro el Ermitaño3. Aunque fueron numerosos los


participantes en la Cruzada popular, solamente un mínimo porcentaje de ellos pudo
llegar al Próximo Oriente; menos aún fueron los que sobrevivieron para ver la toma de
Jerusalén por los cristianos en 1099.
Los ejércitos cruzados de la nobleza llegaron a Constantinopla entre noviembre
de 1096 y mayo de 1097. El Basileus Alejo I Comneno presionó a los cruzados para que
le devolvieran cualquier antiguo territorio del Imperio bizantino que conquistaran. Los
jefes cruzados se sintieron agraviados por esas demandas y, aunque la mayoría en
última instancia accedió, comenzaron a sospechar de los bizantinos.
En mayo de 1097, los cruzados atacaron su primer gran objetivo, la capital turca
de Anatolia, Nicea. En junio, la ciudad se rindió a los bizantinos, antes que a los
cruzados. Esto confirmó las sospechas de que Alejo intentaba utilizarlos como peones
para lograr sus propios objetivos.
Muy poco después de la caída de Nicea, los cruzados se encontraron con el
principal ejército Selyúcida de Anatolia en Dorilea. El 1 de julio de 1097, los cruzados
obtuvieron una gran victoria y casi aniquilaron al ejército turco. Como consecuencia,
encontraron escasa resistencia durante el resto de su campaña en Asia Menor. El
siguiente gran objetivo fue la ciudad de Antioquía, en el norte de Siria. Los cruzados
pusieron sitio a la ciudad en octubre de 1097, pero ésta no cayó sino hasta junio de
1098.

Los cruzados permanecieron descansando en Antioquía el resto del verano, y a


finales del mes de noviembre de 1098 iniciaron el último tramo de su viaje. Evitaron
atacar las ciudades y fortificaciones musulmanas, con el fin de conservar intactas sus
tropas. En mayo de 1099 llegaron a las fronteras septentrionales de Palestina y al
atardecer del 7 de junio acamparon a la vista de las murallas de Jerusalén.
La ciudad estaba por aquel entonces bajo control egipcio; sus defensores eran
numerosos y estaban bien preparados para resistir un sitio. Los cruzados atacaron con la
ayuda de refuerzos llegados de Génova y con unas recién construidas máquinas de
asedio. El 15 de julio del año 1099 tomaron por asalto Jerusalén y masacraron a casi
todos sus habitantes. Según la concepción de los cruzados, la ciudad quedó purificada
con la sangre de los infieles.
3
Pedro de Amiens el Ermitaño (c. 1050-1115), apóstol de la primera Cruzada. Al parecer fue soldado y
después se convirtió en ermitaño. En el año 1093 peregrinó a Palestina, aunque no pudo llegar a
Jerusalén. En 1095, inspirado por el llamamiento del Papa Urbano II, inició una campaña predicando la
Cruzada en todo el norte y centro de Francia. Condujo en 1096 un grupo de cruzados —campesinos y
gente sin ningún tipo de preparación militar— a Constantinopla y Asia Menor, donde fueron diezmados
por los turcos en tanto que él permanecía lejos, intentando obtener ayuda. Más tarde se unió a otro grupo
de cruzados al mando del noble francés Godofredo de Bouillon, que conquistó Jerusalén en el año 1099.
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Una semana más tarde el ejército eligió a uno de sus jefes, Godofredo de
Bouillon, duque de la Baja Lorena, como gobernante del Reino con el título nobiliario
de defensor del Santo Sepulcro. Bajo su liderazgo, los cruzados realizaron su última
campaña militar y derrotaron a un ejército egipcio en Ascalón en agosto del 1099. Poco
más tarde, la mayoría de los cruzados regresó a Europa, dejando a Godofredo y un
pequeño retén de la fuerza original para organizar y establecer el gobierno y el control
latino sobre los territorios conquistados.
El Reino latino de Jerusalén fue un Estado puramente feudal, abarcaba lo que
hoy es Israel y parte de Jordania y Líbano, cuya capital era Jerusalén y perduró hasta el
año 1291. Los Cruzados depusieron al Patriarca de Jerusalén e instalaron un Patriarca
latino.
Dadas sus necesidades, los cruzados dieron pruebas de celo militar y religioso a
la vez. Las Órdenes militares de los Templarios y los Hospitalarios fueron las
responsables principales de la defensa del Reino latino de Jerusalén (1099-1291).
Cuando murió Godofredo en el año 1100, lo sucedió su hermano Balduino I, el
cual sí adoptó el título de rey y gobernó hasta 1118. A Balduino le sucedió su primo
Balduino II, quien a su vez fue sucedido por su yerno Foulques V el Joven, conde de
Anjou. Con su gobierno, el Reino alcanzó su mayor esplendor y gran parte de Siria
estuvo en manos de los cristianos.
En el año 1187, las huestes musulmanas, con el sultán Saladino I al frente,
reconquistaron Jerusalén, pero el Reino latino sobrevivió, reducido a los contornos del
puerto de Acre.
Los cruzados recuperaron la ciudad en 1228 con el Emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico Federico II, que fue coronado rey de Jerusalén al año siguiente. Los
musulmanes retomaron la ciudad en 1244, en la primera de una serie de victorias para el
IIslam que, con la reconquista de Acre en 1291, pusieron fin al Reino latino.
Volviendo a la Primera Cruzada, tras su conclusión, los colonos europeos en el
Levante establecieron cuatro Estados; el más grande y poderoso de los cuales fue el
Reino Latino de Jerusalén. Al norte de este Reino, en la costa de Siria, se encontraba el
pequeño Condado de Trípoli. Más allá de Trípoli estaba el Principado de Antioquía,
más al este aparecía el Condado de Edesa, poblado en gran medida por cristianos
armenios.
Los logros de la primera Cruzada se debieron en gran medida al aislamiento y
relativa debilidad de los musulmanes. Sin embargo, la generación posterior a esta
Cruzada contempló el inicio de la reunificación musulmana en el Próximo Oriente bajo
el liderazgo de Imad al-Din Zangi. Bajo el mando de Zangi, las tropas musulmanas
obtuvieron su primera gran victoria contra los cruzados al tomar la ciudad de Edesa en
1144, tras lo cual desmantelaron sistemáticamente el Estado cruzado en la región.

LA SEGUNDA CRUZADA (1145 – 1148)


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La respuesta del Papado a estos sucesos fue proclamar la segunda Cruzada a


finales de 1145. Se pidió auxilio a Eugenio III (Papa 1145-1153) y éste propuso a Luis
VII de Francia organizar una Cruzada. La nueva convocatoria atrajo a numerosos
expedicionarios, entre los cuales destacaron el Emperador Conrado III.
El Luis VII y el Papa pidieron a San Bernardo predicar la Cruzada; aunque a su
pesar, según afirmó después, Bernardo aceptó el encargo. En nombre del Papa predicó
la Cruzada en Vézelay el 31 de marzo de 1146. Se repitieron las escenas de Clermont
cincuenta años antes. El Papa y el Rey de Francia habían pensado que se trataría de una
Cruzada francesa; pero el Emperador Conrado III se les unió al frente de sus tropas.
El ejército germano de Conrado partió de Nuremberg en mayo de 1147 rumbo a
Jerusalén. Las tropas francesas marcharon un mes más tarde. El relato de este viaje, que
brilla (en expresión de San Bernardo) por los prodigios y milagros, constituye una parte
extraordinaria del Libro de los milagros, que forma parte a su vez de la Vida del Santo.
La Cruzada fue un gran fracaso militar. Cerca de Dorilea (Anatolia), las tropas
germanas fueron puestas en fuga por una emboscada turca. Desmoralizados y
atemorizados, la mayor parte de los soldados y peregrinos regresó a Europa.
El ejército francés permaneció más tiempo en Oriente, pero su destino no fue
mucho mejor y sólo una parte de la expedición original llegó a Jerusalén en el 1148.
Tras deliberar con el rey Balduino III de Jerusalén y sus nobles, los cruzados decidieron
atacar Damasco en julio de ese año. La fuerza expedicionaria no pudo tomar la ciudad
y, muy poco más tarde de este ataque infructuoso, el Rey francés y lo que quedaba de su
ejército regresaron a su país.
San Bernardo y sus numerosos partidarios no sabían cómo explicar el fracaso de
una empresa que parecía haber recibido signos de bendición del cielo. Bernardo culpó a
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los cruzados, haciendo un paralelo con Moisés y los israelitas, que desconfiaron del
Señor y adoraron al becerro de oro al pie del Monte Sinaí.

LA TERCERA CRUZADA (1187 – 1192)


El fracaso de la segunda Cruzada permitió la reunificación de las potencias
musulmanas. Zangi había muerto en 1146, pero su sucesor, Nur al-Din, convirtió su
Imperio en la gran potencia del Próximo Oriente. En 1169, sus tropas, bajo el mando de
Saladino4, obtuvieron el control de Egipto. Cuando Nur al-Din falleció cinco años más
tarde, Saladino lo sucedió como gobernante del Estado islámico que se extendía desde
el desierto de Libia hasta el valle del Tigris, y que rodeaba los Estados cruzados que
todavía existían por tres frentes.
Saladino finalmente invadió el Reino de Jerusalén con un enorme ejército en
mayo de 1187. El 4 de julio derrotó de forma definitiva al ejército cristiano en Hattin
(Galilea). Aunque el Rey de Jerusalén, Gui de Lusignan, junto con alguno de sus nobles,
se rindió y sobrevivió, todos los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios
de San Juan de Jerusalén fueron degollados en el campo de batalla o en sus
proximidades.
Saladino, tras esta victoria, se apoderó de la mayor parte de las fortalezas de los
cruzados en el Reino de Jerusalén, incluida esta ciudad, que se rindió el 2 de octubre del
año 1187. En ese momento la única gran ciudad que todavía poseían los cruzados era
Tiro, en el Líbano.
La conmoción de estos acontecimientos fue enorme en toda Europa: el Papa
cambió el color de su sello. Sansón, famoso abad de Bury Saint Edmunds, se vistió de
cilicio y ayunó. El 29 de octubre de 1187, el Papa Gregorio VIII proclamó la tercera
Cruzada. El Papa se mostró pródigo en la concesión de indulgencias plenarias para los
que murieran y los que sobrevivieran. Pidió a los obispos una contribución financiera.
Francia e Inglaterra añadieron el llamado diezmo de Saladino, que los reyes impusieron
con el apoyo de los obispos. Esta vez la dirección de la Cruzada se le confió al
Emperador y no al Papa. El entusiasmo de los europeos occidentales fue grande y a sus
filas se apuntaron tres grandes monarcas: el Emperador Federico I, el Rey francés Felipe
II y el Rey de Inglaterra Ricardo I Corazón de León. Estos Reyes y sus numerosos
seguidores constituyeron la fuerza cruzada más grande que había tenido lugar desde
1095, pero el resultado de todo este esfuerzo fue pobre.
El Emperador Federico I, murió en Anatolia mientras viajaba a Tierra Santa y la
mayor parte de su ejército regresó a Alemania. Después de la muerte de Federico no

4
Saladino I (1138-1193), sultán de Egipto y de Siria, que reconquistó Jerusalén de manos de los
cruzados. Entre 1164 y 1169 destacó en tres expediciones enviadas por Nur al-Din para ayudar al
decadente califato fatimí de Egipto frente los ataques de los cruzados cristianos establecidos en Palestina.
En 1169 fue nombrado comandante en jefe del ejército sirio y visir de Egipto. Una vez revitalizada la
economía de Egipto y reorganizada su fuerza terrestre y naval, Saladino repelió a los cruzados y dirigió la
ofensiva contra ellos.
En 1187 invadió el Reino latino de Jerusalén, derrotó a los cristianos en Hittin (Galilea) el 4 de julio, y
capturó Jerusalén en octubre. En 1189 las naciones de Europa occidental lanzaron la tercera Cruzada para
recuperar la Ciudad Santa.
En 1192 Saladino firmó un acuerdo de armisticio con el rey Ricardo I de Inglaterra que permitió a los
cruzados reconstituir su Reino a lo largo de la costa palestino-siria, aunque dejó Jerusalén en manos
musulmanas. El 4 de marzo de 1193, Saladino murió en Damasco tras una breve enfermedad.
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hubo mando supremo. A pesar de su celebridad en la historia y en la leyenda, esta


Cruzada tuvo escaso éxito.
Tanto Felipe II como Ricardo I Corazón de León llegaron a Palestina con sus
ejércitos intactos, pero fueron incapaces de reconquistar Jerusalén o buena parte de los
antiguos territorios del Reino Latino. Lograron, sin embargo, arrancar del control de
Saladino una serie de ciudades, incluida Acre, a lo largo de la costa mediterránea. Hacia
el mes de octubre de 1192, cuando Ricardo I Corazón de León partió de Palestina, el
Reino Latino había sido restablecido en Acre. Este segundo Reino, mucho más reducido
que el primero y considerablemente más débil tanto en lo militar como en lo político,
perduró en condiciones precarias un siglo más, hasta la derrota definitiva de los
cruzados en 1291.

LA CUARTA CRUZADA (1202 – 1204)


La cuarta Cruzada fue obra del Papa Inocencio III, que en los primeros años de
su pontificado consagró todas sus energías a convencer a los Reyes europeos y al
Emperador de Constantinopla, de que entre todos debían devolver Tierra Santa a la
cristiandad. La cuarta Cruzada duró dos años (1202-1204) y estuvo plagada de
dificultades financieras. El Papa había acudido directamente a los obispos y a los fieles
y logró reunir un gran ejército; su plan era embarcar en Sicilia. Pero los jefes militares
se entendieron con Venecia para hacer la travesía. Venecia era enemiga de Bizancio,
ambos Estados competían por la hegemonía de los emporios comerciales mediterráneos.
El Basileus Alejo III pidió al Papa la seguridad de que no sería atacado ninguno de sus
dominios. Inocencio III se lo prometió. Sin embargo, en 1203 la flota cruzada, anclada
en Corfú, se desvió y atacó alevosamente Constantinopla. Al parecer, los jefes cruzados,
concertados con los venecianos y con un aspirante al trono bizantino, serían los autores
de esta vergonzosa traición. El Papa protestó, pero fue inútil.
Los cruzados lograron tomar Constantinopla el 17 de julio de 1202. El
pretendiente Alejo subió al trono con el nombre de Alejo IV. Ocho meses después sería
asesinado en un motín. La ciudad cayó nuevamente en manos de los cruzados y sufrió
un terrible saqueo. Balduino de Flandes fue elegido Emperador Latino. El Imperio
Latino de Constantinopla, creado así por esta Cruzada, sobrevivió hasta 1261, fecha en
la que el Basileus Miguel VIII Paleólogo retomó Constantinopla. Todo ello no
contribuyó en nada a la defensa de Tierra Santa. Acabó así esta Cruzada, luego de esta
felonía latina que durante siglos ha envenenado las relaciones entre Roma y la Iglesia
griega.
En 1208, en un contexto y en un territorio muy distinto, Inocencio III proclamó
una Cruzada contra los albigenses5, en el sur de Francia. Esta Cruzada fue la primera
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Albigenses, seguidores de la herejía más importante dentro de la Iglesia católica durante la Edad Media.
Su nombre se lo deben al pueblo de Albi, en el sur de Francia, el centro más importante de este
movimiento.
Los albigenses eran fervientes seguidores del sistema maniqueísta dualístico, que durante siglos floreció
en la zona del Mediterráneo. Los dualistas creían en la existencia independiente y separada de dos dioses:
un dios del bien y otro del mal. Dentro de Europa occidental, los partidarios del dualismo, los cátaros (del
griego katharos, que significa 'puro'), aparecieron por primera vez en el norte de Francia y en los Países
Bajos a finales del siglo XI y principios del XII. Perseguidos y expulsados del norte, los predicadores
cátaros se trasladaron hacia el sur, logrando tener una gran aceptación en las provincias semi-
independientes del Languedoc y las áreas próximas. Fue allí donde recibieron el nombre de albigenses.
En un principio, la Iglesia trató de reconvertir a los albigenses por medios pacíficos, pero cuando fallaron
todos los intentos, el Papa Inocencio III lanzó la Cruzada albigense (1209-1229) que los reprimió de una
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que tuvo lugar en Europa occidental. Duró desde 1209 hasta 1229 y causó un gran
derramamiento de sangre.

LA QUINTA CRUZADA (1217 – 1221)


En 1213, Inocencio III dio todos los pasos tradicionales para proclamar la quinta
Cruzada: indulgencias, remisión de los pecados, protección pontificia de las personas y
bienes de los cruzados. Se fijó la partida para el 1 de junio de 1217. A la sazón ya había
muerto Inocencio III, pero los cruzados emprendieron la marcha.
La primera ofensiva de la quinta Cruzada tenía como objetivo capturar el puerto
egipcio de Damietta situado en el delta del Nilo, lo cual consiguió en 1219. La
estrategia posterior requería la toma de El Cairo y otra campaña para asegurar el control
de la península del Sinaí. Sin embargo, la ejecución de esta estrategia no logró todos sus
objetivos. El ataque contra El Cairo se abandonó cuando los refuerzos que había
prometido el Emperador Federico II6, no se materializaron. En agosto de 1221 los
cruzados se vieron obligados a rendir Damietta a los egipcios y en septiembre el ejército
cristiano se dispersó.
La Cruzada personal que llevó a cabo Federico II en 1228, se diferenció de las
anteriores en su forma de enfocar la cuestión. Federico había prometido dirigir una
Cruzada en 1215, al ser coronado Emperador y renovó su compromiso en 1220, pero
por razones políticas internas del Imperio estuvo posponiendo su salida. Bajo la
amenaza de la excomunión del Papa Gregorio IX, Federico y su ejército embarcaron
finalmente en Italia en agosto de 1227, pero regresaron a puerto pocos días más tarde,
cuando el Emperador enfermó.

forma brutal y a su paso desoló gran parte del sur de Francia. Sólo pequeños grupos de albigenses
sobrevivieron en zonas muy desoladas, aunque luego fueron perseguidos por la Inquisición hasta finales
del siglo XIV.
6
Federico II (1194-1250), Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1215-1250) y rey de
Sicilia (1198-1212) con el nombre de Federico I. Hijo de Enrique VI y nieto del Emperador Federico I
Barbarroja. Su madre, Constanza de Sicilia, asumió la regencia del Reino de Sicilia en 1198, pero
falleció algunos meses más tarde; el Príncipe, que sólo contaba cuatro años de edad, fue puesto bajo la
custodia del Papa Inocencio III.
El Emperador Otón IV fue depuesto en 1211 y los príncipes germanos eligieron a Federico para
sustituirlo. A continuación, estalló la disputa por el trono imperial. Federico, con el apoyo del Papado y
ayudado por Francia, se aseguró el título imperial. Fue coronado Rey de Germania en Aquisgrán en 1215
y en 1220 Emperador en Roma.
En el momento de su coronación, Federico hizo diversas promesas a la Iglesia, incluido el voto de llevar a
cabo una Cruzada. Sin embargo pospuso la Cruzada, debido a la situación de anarquía en la que se
encontraba Sicilia y por la resistencia de las ciudades lombardas. Amenazado en diversas ocasiones con la
excomunión si no cumplía los compromisos de su coronación, Federico decidió dirigirse a Jerusalén en
1227. Una epidemia le obligó a regresar tres días después de su salida, por lo que el Papa Gregorio IX lo
excomulgó. En 1228 dirigió la quinta Cruzada a Tierra Santa, tomó Jerusalén y firmó una tregua de diez
años con el sultán de Egipto. Se casó con Yolanda, la joven hija del entonces rey de Jerusalén Juan de
Brienne y a la muerte de éste asumió el título real, por lo que fue coronado en 1229 Rey de Jerusalén.
A lo largo de sus intermitentes conflictos con el Papado fue excomulgado dos veces, una por el Papa
Gregorio IX en 1239 y la otra en 1245 por Inocencio IV.
Federico realizó excelentes contribuciones a la erudición en Italia. Puesto que era hombre culto, reunió a
sabios y hombres de letras en su corte siciliana, a la que Dante consideró como lugar del nacimiento de la
poesía italiana. Federico fundó la Universidad de Nápoles en 1224.
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El Papa, exasperado por otro retraso más, excomulgó al Emperador. Una vez
recuperada su salud, Federico marchó a Tierra Santa en junio de 1228, como un cruzado
anónimo, sin la protección de la Iglesia. Llegó a Acre, donde encontró que la mayor
parte de su ejército se había dispersado. No obstante, no tenía intención de combatir si
se podía recuperar Jerusalén mediante una negociación diplomática con el sultán
egipcio Al-Kamil. Esas negociaciones dieron como resultado un tratado de paz por el
cual los egipcios devolvían Jerusalén a los cruzados y garantizaba una tregua durante 10
años.
Esta Cruzada personal emprendida por el Emperador no tenía ningún objetivo
religioso; más bien le sirvió para acrecentar su prestigio y poder: Federico se casó con
Yolanda, la joven hija del entonces rey de Jerusalén Juan de Brienne y a la muerte de
éste asumió el título real, por lo que fue coronado en 1229 Rey de Jerusalén.
A pesar de este éxito, Federico era rehusado por los líderes seglares de los
Estados latinos y por el clero, dado que estaba excomulgado. Al mismo tiempo, el Papa
proclamó otra Cruzada, esta vez contra Federico; reclutó un ejército y procedió a atacar
las posesiones italianas del Emperador. Federico regresó a Europa en mayo de 1229
para hacer frente a esta amenaza.

LA SEXTA CRUZADA (1248 – 1254)

Transcurrieron casi 20 años entre la Cruzada de Federico y la siguiente gran


expedición al Próximo Oriente, organizada y financiada por el rey Luis IX de Francia y
motivada por la reconquista de Jerusalén por parte de los musulmanes en 1244. Algunos
años antes, Gregorio IX se había esforzado en sacudir la inercia de los reyes europeos,
pero las pequeñas expediciones que se realizaron, sólo consiguieron resultados
insignificantes.
En diciembre del año 1244, Luis IX (San Luis7), se hizo cruzado estando
seriamente enfermo. Luis pasó cuatro años haciendo cuidadosos planes y preparativos
para su ambiciosa expedición. Pero su Cruzada, la sexta, no comenzó sino hasta 1248,
sostenida económica y moralmente por Inocencio IV.
A finales de agosto de 1248, San Luis y su ejército marcharon hasta la isla de
Chipre, donde permanecieron todo el invierno y continuaron con los preparativos.
Siguiendo la misma estrategia que la quinta Cruzada, San Luis y sus tropas
desembarcaron en Egipto, en junio de 1249, y Damietta. El siguiente paso en su
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Luis IX el Santo (1214-1270), Rey de Francia (1226-1270). Su madre, Blanca de Castilla, actuó como
regente durante su minoría de edad (1248-1252). Durante sus últimos años de vida estuvo en Tierra Santa,
participando en la séptima Cruzada. Tras la derrota de su ejército, fue hecho prisionero en Egipto en el
año 1250, y liberado tras el pago de un fuerte rescate. Permaneció en Palestina durante cuatro años, antes
de regresar a Francia.
Se embarcó en 1270 en otra Cruzada pero falleció camino de Tierra Santa, en Túnez, víctima de la peste.
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campaña, el ataque a El Cairo en la primavera de 1250, acabó siendo una catástrofe. Los
cruzados no pudieron mantener sus flancos, por lo que los egipcios retuvieron el control
de los depósitos de agua a lo largo del Nilo. Los egipcios abrieron las esclusas,
provocando inundaciones, que atraparon a todo el ejército cruzado, y Luis IX fue
forzado a rendirse en abril de 1250. Tras pagar un enorme rescate y entregar Damietta,
San Luis regresó por mar a Palestina, donde pasó cuatro años construyendo
fortificaciones y consolidando las defensas de lo que quedaba del Reino Latino. En la
primavera de 1254 regresó con su ejército a Francia.
Veinte años después, el mameluco 8 Baïbars, vencedor de Gaza, llegado a Sultán
de Egipto, tomó Cesarea (1265), Jaffa y Antioquía (1268). Esto dio lugar a la séptima
Cruzada.
LA SÉPTIMA CRUZADA (1270)
San Luis también organizó la última gran Cruzada, en 1270, acompañado por
Lord Eduardo, heredero de Enrique III de Inglaterra. En esta ocasión la respuesta de la
nobleza francesa fue poco entusiasta y la expedición se dirigió contra la ciudad de
Túnez y no contra Egipto. Acabó súbitamente cuando San Luis murió en Túnez en el
verano de 1270.
Eduardo, después de algunas victorias, obtuvo una tregua de diez años en
Palestina. Doce años más tarde estalló la guerra y las ciudades cruzadas de Trípoli y
Acre sucumbieron respectivamente, en 1289 y 1291. La última plaza fuerte cristiana, la
ciudad de Acre, fue tomada el 18 de mayo de 1291 y los pobladores cruzados, junto con
las órdenes militares de los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios,
buscaron refugio en Chipre. Así acabó la ocupación latina del Medio Oriente y el
impulso entusiasta originado con el ideal de la Cruzada.
Alrededor de 1306, los Hospitalarios se establecieron en la isla de Rodas, la que
administraron como un virtual Estado independiente y que fue la última plaza fuerte
latina en el Mediterráneo hasta su rendición a los turcos en 1522. En 1570, Chipre, por
aquel entonces bajo la soberanía de Venecia, también fue conquistada por los turcos.
Las Cruzadas efectuadas en Palestina y sus regiones circundantes constituyen un
rasgo característico y privativo de la atmósfera religiosa e intelectual de los siglos XII y
XIII.
Exceptuando el campo de la táctica militar y la arquitectura, algunos autores
opinan que las Cruzadas no tuvieron consecuencias duraderas. No aparece en ellas
ningún sistema, ningún principio institucional, teológico, político o diplomático, ni
siquiera un cambio o perfeccionamiento en los métodos militares.
La expulsión de los latinos de Tierra Santa no puso fin a los esfuerzos de los
cruzados, pero la respuesta de los reyes europeos y de la nobleza a nuevas convocatorias
de Cruzadas fue débil, y los intentos de posteriores expediciones no tuvieron éxito.
Dos siglos de Cruzadas dejaron pocas huellas en Siria y Palestina, salvo
numerosas iglesias, fortificaciones y una serie de impresionantes castillos, como los de
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Mamelucos: soldados esclavos convertidos al Islam y que consiguieron altos cargos militares en Egipto.
De esta casta surgieron dos dinastías de regentes, los Bahríes (1250-1382) y los Buryíes (1382-1517). El
advenimiento de la dinastía Bahrí en 1250 inició una línea sucesoria que trajo consigo ganancias
territoriales y gran prosperidad a Egipto.
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Marqab, en la costa de Siria, Montreal, en la Transjordania, el krak de los Caballeros,


cerca de Trípoli y Monfort, cerca de Haifa.
Los efectos de las Cruzadas se dejaron sentir más bien en Europa, que no en el
Próximo Oriente. Los cruzados apuntalaron el comercio de las ciudades italianas,
generaron interés por la exploración del Oriente y establecieron mercados comerciales
de duradera importancia. Los experimentos del Papado y de los monarcas europeos para
obtener los recursos monetarios para financiar las Cruzadas condujeron posteriormente
al desarrollo de sistemas de impuestos directos de tipo general, que tuvieron
consecuencias a largo plazo para la estructura fiscal de los Estados europeos.
Aunque los Estados latinos en el Oriente tuvieron una corta vida, la experiencia
de los cruzados estableció unos mecanismos que generaciones posteriores de europeos
usarían y mejorarían, al colonizar los territorios que iban a ser descubiertos por los
exploradores de los siglos XV y XVI.
Al predicar la primera Cruzada y mostrar que el Papado podía ser la fuerza
unificadora y dinámica capaz de suscitar y dirigir el entusiasmo de los europeos, Urbano
II añadió a la reforma gregoriana un aspecto nuevo y de influjo duradero, que alentó los
planes hegemónicos del Papado romano. Sin embargo, en los dos años siguientes el
Papado tuvo que asumir una responsabilidad que lo iba a agobiar, pues debió conducir
una empresa larga y estéril y se vio envuelto en guerras crueles de saqueo y conquista,
que la historia ha denominado “Las Cruzadas”.
Entre los caballeros que partían a las Cruzadas, lo hacían con diversas
motivaciones: había entre ellos cristianos devotos, que con un sacrificado entusiasmo
partía a lucha por Cristo y la Gloria de Dios; tampoco faltaban personajes ávidos de
sangre, vanagloria y sedientos de rapiña.
Antiguamente se habló casi exclusivamente de los ideales religiosos y
románticos de los cruzados. Hoy somos más críticos respecto a estos hechos históricos.
Nuestra mentalidad rechaza el ver a Papas, obispos y predicadores que incitan a las
multitudes a empresas guerreras en nombre de Dios, que costaron miles de vidas
humanas y la destrucción de bienes. No podemos tener ni una mirada ingenua, que
santifica el crimen y la violencia; ni una mirada caricaturesca y extemporánea, que
juzga desde fuera los hechos y la vida de la Iglesia. Como en tiempos de Jesús, el trigo y
la cizaña crecen juntos, hasta el momento de la siega final.
Además, más que una violencia ejercida contra los “infieles” en razón de
nuestra fe, las Cruzadas fueron la expresión casi mística y/o irracional de toda una
sociedad específica: la Edad Media, que equivocada o no, pretendieron responder a lo
que ellos vislumbraban como la voluntad de Dios, obviamente mediatizada por su
cultura, su tiempo y espacio, sus logros y limitaciones; su gracia y su pecado, en
definitiva. Desde aquí debemos intentar acercarnos a los hechos.
En definitiva: las Cruzadas fueron empresas militares que terminaron más bien
en grandes fracasos. Las victorias obtenidas por los heterogéneos ejércitos cruzados,
conducidos por capitanes que se envidiaban mutuamente y carecían de una estrategia
racional y adecuada, necesariamente tenían que llevar a la desunión y al desastre.
Una guerra ofensiva sin causa suficiente, difícilmente puede tener un carácter
“justo” ni menos “religioso”. Recordemos que Papas como Urbano II e Inocencio III;
hombres dotados de grandes cualidades espirituales y morales como San Bernardo o
San Luis, aportaron un apoyo incansable y sin reserva, y con su vida misma, la causa de
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las Cruzadas. Lo cual revela el otro aspecto insoslayable, misterioso y único de estas
empresas: el fervor religioso de una época, que fue capaz de mover a los europeos
en pos de un ideal noble y grande.
En toda gran empresa humana, lo noble y lo abyecto de los seres humanos se
manifiesta a la vez. Así sucedió también con las Cruzadas. Lo cual no quita la
importancia histórica de este fenómeno único e irrepetible, que tanto nos habla de lo
mejor y peor de los hombres de esa época.

ANEXO DOCUMENTOS ACERCA DE LAS CRUZADAS


DISCURSO DE URBANO II EN EL CONCILIO DE CLERMONT DE 1095
SEGÚN FULQUERIO DE CHARTRES

[…] Entonces el Señor Papa habló sobre como en otro lugar del mundo la
Cristiandad estaba sufriendo a causa de una serie de circunstancias aún más graves que
las ya mencionadas. Él continuó diciendo:
"Aunque, ¡oh hijos de Dios! vosotros habéis prometido más firmemente que
nunca mantener la paz entre vosotros y mantener los derechos de la Iglesia, aún queda
una importante labor que debéis realizar.
Urgidos por la corrección divina, debéis aplicar la fuerza de vuestra rectitud a un
asunto que os concierne al igual que a Dios. Puesto que vuestros hermanos que viven en
el Oriente requieren urgentemente de vuestra ayuda, y vosotros debéis esmeraros para
otorgarles la asistencia que les ha venido siendo prometida hace tanto. Ya que, como
habréis oído, los turcos y los árabes los han atacado y han conquistado vastos territorios
de la tierra de Romania (el Imperio bizantino), tan al oeste como la costa del
Mediterráneo y el Helesponto, el cual es llamado el Brazo de San Jorge. Han ido
ocupando cada vez más y más los territorios cristianos, y los han vencido en siete
batallas. Han matado y capturado a muchos, y han destruido las iglesias y han devastado
el Imperio.
Si vosotros, impuramente, permitís que esto continúe sucediendo, los fieles de
Dios seguirán siendo atacados cada vez con más dureza. En vista de esto, yo, o más
bien, el Señor os designa como heraldos de Cristo para anunciar esto en todas partes y
para convencer a gentes de todo rango, infantes y caballeros, ricos y pobres, para asistir
prontamente a aquellos cristianos y destruir a esa raza vil que ocupa la tierra de nuestros
hermanos. Digo esto para los que están presentes, pero también se aplica a aquéllos
ausentes. Más aún, Cristo mismo lo ordena.
Todos aquellos que mueran por el camino, ya sea por mar o por tierra, o en
batalla contra los paganos, serán absueltos de todos sus pecados. Eso os los garantizo
por medio del poder con el que Dios me ha investido. ¡Oh terrible desgracia si una raza
tan cruel y baja, que adora demonios, conquistara a un pueblo que posee la fe del Dios
omnipotente y ha sido glorificada con el nombre de Cristo! ¡Con cuántos reproches nos
abrumaría el Señor si no ayudamos a quienes, con nosotros, profesan la fe en Cristo!
Hagamos que aquellos que han promovido la guerra entre fieles marchen ahora a
combatir contra los infieles y concluyan en victoria una guerra que debió haberse
iniciado hace mucho tiempo.
Que aquellos que por mucho tiempo han sido forajidos ahora sean caballeros.
Que aquellos que han estado peleando con sus hermanos y parientes ahora luchen de
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manera apropiada contra los bárbaros. Que aquellos que han servido como mercenarios
por una pequeña paga, ganen ahora la recompensa eterna. Que aquellos que hoy en día
se malogran en cuerpo tanto como en alma se dispongan a luchar por un honor doble.
¡Mirad! En este lado estarán los que se lamentan y los pobres, y en este otro, los
ricos; en este lado, los enemigos del Señor, y en este otro, sus amigos. Que aquellos que
decidan ir no pospongan su viaje, sino que renten sus tierras y reúnan dinero para los
gastos; y que, una vez concluido el invierno y llegada la primavera, se pongan en
marcha con Dios como su guía."

LA MALA EDUCACIÓN DE UN PRÍNCIPE FRANCO


SEGÚN ANA COMNENA, HIJA DEL EMPERADOR ALEJO COMNENO

Cuando los francos de mala gana vinieron todos juntos y realizaron el juramento
de fidelidad al Emperador, hubo entre ellos un conde que tuvo la osadía de sentarse en
el trono imperial. El Emperador, conociendo el orgullo de los latinos, permaneció en
silencio, pero Balduino se acercó al conde, y llevándolo de la mano a un lado, le dijo:
"No debiste haber hecho eso, es un honor que el Emperador no le concede a nadie.
Ahora que estas en este país, porqué no observas sus costumbres?"
El conde insolente no respondió a Balduino, sino que, como si estuviera
hablando solo, empezó a decir en su lenguaje bárbaro: "Debe ser un hombre grosero
aquel que permanece sentado mientras tantos valientes guerreros están de pie".
Alejo notó el movimiento de los labios del hombre y pidió a un intérprete que
tradujera lo que decía, pero cuando el intérprete le informó lo que había dicho, no se
quejó ante los francos. Sin embargo, nunca olvidó el asunto.

Cuando los condes vinieron a despedirse del Emperador, éste retuvo al caballero
que había cometido la descortesía y le preguntó quien era. "Yo soy un franco", contestó,
"de la más alta y ancestral alcurnia. Sólo sé una cosa, y es que en mi país hay una
iglesia en un cruce de caminos, donde se apuestan todos aquellos que desean probar su
valor en el combate singular, y hacen allí sus oraciones a Dios mientras esperan que
llegue un retador; y yo permanecí mucho tiempo en ese lugar sin que nadie osara
cruzar espadas conmigo".

Alejo estaba en guardia tratando de no aceptar el desafío. "Si tu entonces tuviste


que esperar tanto sin poder mostrar tu bravura", le dijo, "ahora tendrás la oportunidad
de combatir; y si tuviera que darte un consejo, éste sería que no marches ni en la
vanguardia ni en la retaguardia del ejército, sino en el medio. La experiencia que tengo
de combatir a los turcos me ha enseñado que ésa es la mejor posición".

Alejo I Comneno (1048-1118), fue Basileus bizantino entre los años (1081 y
1118.Coronado en un momento en que el Imperio bizantino estaba amenazado por
enemigos foráneos en todas sus fronteras, Alejo comenzó su reinado aliándose con los
venecianos para resistir a los invasores normandos dirigidos por Roberto Guiscardo en
Grecia.
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En 1091 derrotó a los pechenegos, tribu turca que realizaba incursiones en el


Imperio desde el norte; en el mismo año estabilizó la situación en el este firmando un
tratado con los selyúcidas turcos.
En 1095 Alejo pidió ayuda al Papa Urbano II para recuperar Anatolia, en manos
de los selyúcidas, al mismo tiempo que se producía la llegada de la primera Cruzada, a
la cual ayudó activamente. Exigió un juramento de alianza a los líderes de la Cruzada
(entre ellos, a Bohemundo I, hijo de su viejo enemigo Roberto Guiscardo) cuando
llegaron a Constantinopla al año siguiente. Con su ayuda, recuperó el control de
Anatolia occidental, pero no pudo impedir que estos cruzados establecieran estados
independientes en Siria y Palestina.
Una disputa con Bohemundo relativa al dominio de Antioquía, acabó cuando el
normando reconoció a Alejo como su señor en 1108. La biografía de Alejo, la Alexiada,
fue escrita por su hija Ana Comneno. Constituye una valiosa fuente de información
histórica, aunque a veces presenta una exagerada tendencia probizantina.

Ana Comneno (1083-1148?), princesa e historiadora bizantina. Hija del


Emperador Alejo I Comneno, recibió una esmerada educación y estudió historia,
filosofía y matemáticas. Cuando tenía 14 años fue comprometida en matrimonio con
Nicéforo Brienio, hijo de una familia noble. Con la ayuda de su madre, la Emperatriz
Irene Ducas, trató en vano de lograr que el Emperador desheredara a su propio hijo en
favor de Nicéforo.

Cuando su hermano, Juan II Comneno, subió al trono en 1118, siguió


conspirando para deponerlo pero fracasó e ingresó en un convento, donde escribió la
destacada obra histórica conocida como la Alexiada. Probablemente falleció en 1148.

La Alexiada, que termina con un relato conmovedor de la muerte de Alejo, está


escrita en griego bizantino literario y narra la vida de su padre entre los años 1056 y
1118. Constituye un documento de suma importancia para el conocimiento de aquel
periodo. En ella, Ana Comneno demuestra ser una experta historiadora militar
describiendo armas, tácticas y detalles de combate; y sus retratos de los protagonistas,
aunque algo parciales, están llenos de vida. La obra también pone de manifiesto el
importante papel que jugaron las mujeres bizantinas de la aristocracia en los
acontecimientos políticos, y proporciona una idea clara de la moral, en parte clásica, en
parte cristiana, de aquellos tiempos, así como la opinión que merecieron a la
civilización bizantina los expedicionarios que llevaron a cabo las Cruzadas.

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