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Selyúcida: importante dinastía turca de Oriente Próximo, que gobernó el oriente musulmán durante los
siglos XI y XII. Se convirtieron al Islam en el siglo X. Posteriormente extendieron su Imperio hacia Siria,
Palestina y Anatolia. La victoria de los selyúcidas sobre los bizantinos en la batalla de Mantzikert (1071)
alarmó al mundo cristiano, y la agresividad Selyúcida fue una razón importante para lanzar la primera
Cruzada.
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Urbano II (c. 1040-1099, Papa 1088-1099), proclamó la Primera Cruzada y reclamó la dirección del
cristianismo occidental. Ingresó en el monasterio benedictino de Cluny, del que fue abad desde 1073.
Elegido para suceder a Gregorio VII, se convirtió en el primer Papa cluniacense.
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Durante los primeros seis años de su Pontificado no pudo entrar en Roma a causa de la presencia del
antipapa Clemente III, impuesto por Enrique IV. Mientras tanto, Urbano II siguió oponiéndose a Enrique
IV, al igual que su antecesor, en la Querella de las Investiduras. Renovó e impulsó la política reformista
de Gregorio VII con mayor flexibilidad y diplomacia, e introdujo cambios en la curia pontificia. En sus
relaciones con el Imperio bizantino buscó superar el cisma entre los cristianos orientales y occidentales y
promovió en Europa occidental la defensa de la cristiandad oriental frente a los turcos selyúcidas. En
1095 durante el Concilio de Clermont pronunció un sermón conminando a la Primera Cruzada.
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Una semana más tarde el ejército eligió a uno de sus jefes, Godofredo de
Bouillon, duque de la Baja Lorena, como gobernante del Reino con el título nobiliario
de defensor del Santo Sepulcro. Bajo su liderazgo, los cruzados realizaron su última
campaña militar y derrotaron a un ejército egipcio en Ascalón en agosto del 1099. Poco
más tarde, la mayoría de los cruzados regresó a Europa, dejando a Godofredo y un
pequeño retén de la fuerza original para organizar y establecer el gobierno y el control
latino sobre los territorios conquistados.
El Reino latino de Jerusalén fue un Estado puramente feudal, abarcaba lo que
hoy es Israel y parte de Jordania y Líbano, cuya capital era Jerusalén y perduró hasta el
año 1291. Los Cruzados depusieron al Patriarca de Jerusalén e instalaron un Patriarca
latino.
Dadas sus necesidades, los cruzados dieron pruebas de celo militar y religioso a
la vez. Las Órdenes militares de los Templarios y los Hospitalarios fueron las
responsables principales de la defensa del Reino latino de Jerusalén (1099-1291).
Cuando murió Godofredo en el año 1100, lo sucedió su hermano Balduino I, el
cual sí adoptó el título de rey y gobernó hasta 1118. A Balduino le sucedió su primo
Balduino II, quien a su vez fue sucedido por su yerno Foulques V el Joven, conde de
Anjou. Con su gobierno, el Reino alcanzó su mayor esplendor y gran parte de Siria
estuvo en manos de los cristianos.
En el año 1187, las huestes musulmanas, con el sultán Saladino I al frente,
reconquistaron Jerusalén, pero el Reino latino sobrevivió, reducido a los contornos del
puerto de Acre.
Los cruzados recuperaron la ciudad en 1228 con el Emperador del Sacro Imperio
Romano Germánico Federico II, que fue coronado rey de Jerusalén al año siguiente. Los
musulmanes retomaron la ciudad en 1244, en la primera de una serie de victorias para el
IIslam que, con la reconquista de Acre en 1291, pusieron fin al Reino latino.
Volviendo a la Primera Cruzada, tras su conclusión, los colonos europeos en el
Levante establecieron cuatro Estados; el más grande y poderoso de los cuales fue el
Reino Latino de Jerusalén. Al norte de este Reino, en la costa de Siria, se encontraba el
pequeño Condado de Trípoli. Más allá de Trípoli estaba el Principado de Antioquía,
más al este aparecía el Condado de Edesa, poblado en gran medida por cristianos
armenios.
Los logros de la primera Cruzada se debieron en gran medida al aislamiento y
relativa debilidad de los musulmanes. Sin embargo, la generación posterior a esta
Cruzada contempló el inicio de la reunificación musulmana en el Próximo Oriente bajo
el liderazgo de Imad al-Din Zangi. Bajo el mando de Zangi, las tropas musulmanas
obtuvieron su primera gran victoria contra los cruzados al tomar la ciudad de Edesa en
1144, tras lo cual desmantelaron sistemáticamente el Estado cruzado en la región.
los cruzados, haciendo un paralelo con Moisés y los israelitas, que desconfiaron del
Señor y adoraron al becerro de oro al pie del Monte Sinaí.
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Saladino I (1138-1193), sultán de Egipto y de Siria, que reconquistó Jerusalén de manos de los
cruzados. Entre 1164 y 1169 destacó en tres expediciones enviadas por Nur al-Din para ayudar al
decadente califato fatimí de Egipto frente los ataques de los cruzados cristianos establecidos en Palestina.
En 1169 fue nombrado comandante en jefe del ejército sirio y visir de Egipto. Una vez revitalizada la
economía de Egipto y reorganizada su fuerza terrestre y naval, Saladino repelió a los cruzados y dirigió la
ofensiva contra ellos.
En 1187 invadió el Reino latino de Jerusalén, derrotó a los cristianos en Hittin (Galilea) el 4 de julio, y
capturó Jerusalén en octubre. En 1189 las naciones de Europa occidental lanzaron la tercera Cruzada para
recuperar la Ciudad Santa.
En 1192 Saladino firmó un acuerdo de armisticio con el rey Ricardo I de Inglaterra que permitió a los
cruzados reconstituir su Reino a lo largo de la costa palestino-siria, aunque dejó Jerusalén en manos
musulmanas. El 4 de marzo de 1193, Saladino murió en Damasco tras una breve enfermedad.
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que tuvo lugar en Europa occidental. Duró desde 1209 hasta 1229 y causó un gran
derramamiento de sangre.
forma brutal y a su paso desoló gran parte del sur de Francia. Sólo pequeños grupos de albigenses
sobrevivieron en zonas muy desoladas, aunque luego fueron perseguidos por la Inquisición hasta finales
del siglo XIV.
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Federico II (1194-1250), Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico (1215-1250) y rey de
Sicilia (1198-1212) con el nombre de Federico I. Hijo de Enrique VI y nieto del Emperador Federico I
Barbarroja. Su madre, Constanza de Sicilia, asumió la regencia del Reino de Sicilia en 1198, pero
falleció algunos meses más tarde; el Príncipe, que sólo contaba cuatro años de edad, fue puesto bajo la
custodia del Papa Inocencio III.
El Emperador Otón IV fue depuesto en 1211 y los príncipes germanos eligieron a Federico para
sustituirlo. A continuación, estalló la disputa por el trono imperial. Federico, con el apoyo del Papado y
ayudado por Francia, se aseguró el título imperial. Fue coronado Rey de Germania en Aquisgrán en 1215
y en 1220 Emperador en Roma.
En el momento de su coronación, Federico hizo diversas promesas a la Iglesia, incluido el voto de llevar a
cabo una Cruzada. Sin embargo pospuso la Cruzada, debido a la situación de anarquía en la que se
encontraba Sicilia y por la resistencia de las ciudades lombardas. Amenazado en diversas ocasiones con la
excomunión si no cumplía los compromisos de su coronación, Federico decidió dirigirse a Jerusalén en
1227. Una epidemia le obligó a regresar tres días después de su salida, por lo que el Papa Gregorio IX lo
excomulgó. En 1228 dirigió la quinta Cruzada a Tierra Santa, tomó Jerusalén y firmó una tregua de diez
años con el sultán de Egipto. Se casó con Yolanda, la joven hija del entonces rey de Jerusalén Juan de
Brienne y a la muerte de éste asumió el título real, por lo que fue coronado en 1229 Rey de Jerusalén.
A lo largo de sus intermitentes conflictos con el Papado fue excomulgado dos veces, una por el Papa
Gregorio IX en 1239 y la otra en 1245 por Inocencio IV.
Federico realizó excelentes contribuciones a la erudición en Italia. Puesto que era hombre culto, reunió a
sabios y hombres de letras en su corte siciliana, a la que Dante consideró como lugar del nacimiento de la
poesía italiana. Federico fundó la Universidad de Nápoles en 1224.
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El Papa, exasperado por otro retraso más, excomulgó al Emperador. Una vez
recuperada su salud, Federico marchó a Tierra Santa en junio de 1228, como un cruzado
anónimo, sin la protección de la Iglesia. Llegó a Acre, donde encontró que la mayor
parte de su ejército se había dispersado. No obstante, no tenía intención de combatir si
se podía recuperar Jerusalén mediante una negociación diplomática con el sultán
egipcio Al-Kamil. Esas negociaciones dieron como resultado un tratado de paz por el
cual los egipcios devolvían Jerusalén a los cruzados y garantizaba una tregua durante 10
años.
Esta Cruzada personal emprendida por el Emperador no tenía ningún objetivo
religioso; más bien le sirvió para acrecentar su prestigio y poder: Federico se casó con
Yolanda, la joven hija del entonces rey de Jerusalén Juan de Brienne y a la muerte de
éste asumió el título real, por lo que fue coronado en 1229 Rey de Jerusalén.
A pesar de este éxito, Federico era rehusado por los líderes seglares de los
Estados latinos y por el clero, dado que estaba excomulgado. Al mismo tiempo, el Papa
proclamó otra Cruzada, esta vez contra Federico; reclutó un ejército y procedió a atacar
las posesiones italianas del Emperador. Federico regresó a Europa en mayo de 1229
para hacer frente a esta amenaza.
campaña, el ataque a El Cairo en la primavera de 1250, acabó siendo una catástrofe. Los
cruzados no pudieron mantener sus flancos, por lo que los egipcios retuvieron el control
de los depósitos de agua a lo largo del Nilo. Los egipcios abrieron las esclusas,
provocando inundaciones, que atraparon a todo el ejército cruzado, y Luis IX fue
forzado a rendirse en abril de 1250. Tras pagar un enorme rescate y entregar Damietta,
San Luis regresó por mar a Palestina, donde pasó cuatro años construyendo
fortificaciones y consolidando las defensas de lo que quedaba del Reino Latino. En la
primavera de 1254 regresó con su ejército a Francia.
Veinte años después, el mameluco 8 Baïbars, vencedor de Gaza, llegado a Sultán
de Egipto, tomó Cesarea (1265), Jaffa y Antioquía (1268). Esto dio lugar a la séptima
Cruzada.
LA SÉPTIMA CRUZADA (1270)
San Luis también organizó la última gran Cruzada, en 1270, acompañado por
Lord Eduardo, heredero de Enrique III de Inglaterra. En esta ocasión la respuesta de la
nobleza francesa fue poco entusiasta y la expedición se dirigió contra la ciudad de
Túnez y no contra Egipto. Acabó súbitamente cuando San Luis murió en Túnez en el
verano de 1270.
Eduardo, después de algunas victorias, obtuvo una tregua de diez años en
Palestina. Doce años más tarde estalló la guerra y las ciudades cruzadas de Trípoli y
Acre sucumbieron respectivamente, en 1289 y 1291. La última plaza fuerte cristiana, la
ciudad de Acre, fue tomada el 18 de mayo de 1291 y los pobladores cruzados, junto con
las órdenes militares de los Caballeros Templarios y los Caballeros Hospitalarios,
buscaron refugio en Chipre. Así acabó la ocupación latina del Medio Oriente y el
impulso entusiasta originado con el ideal de la Cruzada.
Alrededor de 1306, los Hospitalarios se establecieron en la isla de Rodas, la que
administraron como un virtual Estado independiente y que fue la última plaza fuerte
latina en el Mediterráneo hasta su rendición a los turcos en 1522. En 1570, Chipre, por
aquel entonces bajo la soberanía de Venecia, también fue conquistada por los turcos.
Las Cruzadas efectuadas en Palestina y sus regiones circundantes constituyen un
rasgo característico y privativo de la atmósfera religiosa e intelectual de los siglos XII y
XIII.
Exceptuando el campo de la táctica militar y la arquitectura, algunos autores
opinan que las Cruzadas no tuvieron consecuencias duraderas. No aparece en ellas
ningún sistema, ningún principio institucional, teológico, político o diplomático, ni
siquiera un cambio o perfeccionamiento en los métodos militares.
La expulsión de los latinos de Tierra Santa no puso fin a los esfuerzos de los
cruzados, pero la respuesta de los reyes europeos y de la nobleza a nuevas convocatorias
de Cruzadas fue débil, y los intentos de posteriores expediciones no tuvieron éxito.
Dos siglos de Cruzadas dejaron pocas huellas en Siria y Palestina, salvo
numerosas iglesias, fortificaciones y una serie de impresionantes castillos, como los de
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Mamelucos: soldados esclavos convertidos al Islam y que consiguieron altos cargos militares en Egipto.
De esta casta surgieron dos dinastías de regentes, los Bahríes (1250-1382) y los Buryíes (1382-1517). El
advenimiento de la dinastía Bahrí en 1250 inició una línea sucesoria que trajo consigo ganancias
territoriales y gran prosperidad a Egipto.
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las Cruzadas. Lo cual revela el otro aspecto insoslayable, misterioso y único de estas
empresas: el fervor religioso de una época, que fue capaz de mover a los europeos
en pos de un ideal noble y grande.
En toda gran empresa humana, lo noble y lo abyecto de los seres humanos se
manifiesta a la vez. Así sucedió también con las Cruzadas. Lo cual no quita la
importancia histórica de este fenómeno único e irrepetible, que tanto nos habla de lo
mejor y peor de los hombres de esa época.
[…] Entonces el Señor Papa habló sobre como en otro lugar del mundo la
Cristiandad estaba sufriendo a causa de una serie de circunstancias aún más graves que
las ya mencionadas. Él continuó diciendo:
"Aunque, ¡oh hijos de Dios! vosotros habéis prometido más firmemente que
nunca mantener la paz entre vosotros y mantener los derechos de la Iglesia, aún queda
una importante labor que debéis realizar.
Urgidos por la corrección divina, debéis aplicar la fuerza de vuestra rectitud a un
asunto que os concierne al igual que a Dios. Puesto que vuestros hermanos que viven en
el Oriente requieren urgentemente de vuestra ayuda, y vosotros debéis esmeraros para
otorgarles la asistencia que les ha venido siendo prometida hace tanto. Ya que, como
habréis oído, los turcos y los árabes los han atacado y han conquistado vastos territorios
de la tierra de Romania (el Imperio bizantino), tan al oeste como la costa del
Mediterráneo y el Helesponto, el cual es llamado el Brazo de San Jorge. Han ido
ocupando cada vez más y más los territorios cristianos, y los han vencido en siete
batallas. Han matado y capturado a muchos, y han destruido las iglesias y han devastado
el Imperio.
Si vosotros, impuramente, permitís que esto continúe sucediendo, los fieles de
Dios seguirán siendo atacados cada vez con más dureza. En vista de esto, yo, o más
bien, el Señor os designa como heraldos de Cristo para anunciar esto en todas partes y
para convencer a gentes de todo rango, infantes y caballeros, ricos y pobres, para asistir
prontamente a aquellos cristianos y destruir a esa raza vil que ocupa la tierra de nuestros
hermanos. Digo esto para los que están presentes, pero también se aplica a aquéllos
ausentes. Más aún, Cristo mismo lo ordena.
Todos aquellos que mueran por el camino, ya sea por mar o por tierra, o en
batalla contra los paganos, serán absueltos de todos sus pecados. Eso os los garantizo
por medio del poder con el que Dios me ha investido. ¡Oh terrible desgracia si una raza
tan cruel y baja, que adora demonios, conquistara a un pueblo que posee la fe del Dios
omnipotente y ha sido glorificada con el nombre de Cristo! ¡Con cuántos reproches nos
abrumaría el Señor si no ayudamos a quienes, con nosotros, profesan la fe en Cristo!
Hagamos que aquellos que han promovido la guerra entre fieles marchen ahora a
combatir contra los infieles y concluyan en victoria una guerra que debió haberse
iniciado hace mucho tiempo.
Que aquellos que por mucho tiempo han sido forajidos ahora sean caballeros.
Que aquellos que han estado peleando con sus hermanos y parientes ahora luchen de
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manera apropiada contra los bárbaros. Que aquellos que han servido como mercenarios
por una pequeña paga, ganen ahora la recompensa eterna. Que aquellos que hoy en día
se malogran en cuerpo tanto como en alma se dispongan a luchar por un honor doble.
¡Mirad! En este lado estarán los que se lamentan y los pobres, y en este otro, los
ricos; en este lado, los enemigos del Señor, y en este otro, sus amigos. Que aquellos que
decidan ir no pospongan su viaje, sino que renten sus tierras y reúnan dinero para los
gastos; y que, una vez concluido el invierno y llegada la primavera, se pongan en
marcha con Dios como su guía."
Cuando los francos de mala gana vinieron todos juntos y realizaron el juramento
de fidelidad al Emperador, hubo entre ellos un conde que tuvo la osadía de sentarse en
el trono imperial. El Emperador, conociendo el orgullo de los latinos, permaneció en
silencio, pero Balduino se acercó al conde, y llevándolo de la mano a un lado, le dijo:
"No debiste haber hecho eso, es un honor que el Emperador no le concede a nadie.
Ahora que estas en este país, porqué no observas sus costumbres?"
El conde insolente no respondió a Balduino, sino que, como si estuviera
hablando solo, empezó a decir en su lenguaje bárbaro: "Debe ser un hombre grosero
aquel que permanece sentado mientras tantos valientes guerreros están de pie".
Alejo notó el movimiento de los labios del hombre y pidió a un intérprete que
tradujera lo que decía, pero cuando el intérprete le informó lo que había dicho, no se
quejó ante los francos. Sin embargo, nunca olvidó el asunto.
Cuando los condes vinieron a despedirse del Emperador, éste retuvo al caballero
que había cometido la descortesía y le preguntó quien era. "Yo soy un franco", contestó,
"de la más alta y ancestral alcurnia. Sólo sé una cosa, y es que en mi país hay una
iglesia en un cruce de caminos, donde se apuestan todos aquellos que desean probar su
valor en el combate singular, y hacen allí sus oraciones a Dios mientras esperan que
llegue un retador; y yo permanecí mucho tiempo en ese lugar sin que nadie osara
cruzar espadas conmigo".
Alejo I Comneno (1048-1118), fue Basileus bizantino entre los años (1081 y
1118.Coronado en un momento en que el Imperio bizantino estaba amenazado por
enemigos foráneos en todas sus fronteras, Alejo comenzó su reinado aliándose con los
venecianos para resistir a los invasores normandos dirigidos por Roberto Guiscardo en
Grecia.
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