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sociológico más que una opción de vida. Pero la mayor parte de los cristianos
permanecieron fieles a su fe, aún a costa de su carrera en el ejército o en la Corte
imperial e incluso más, cerraron filas para superar los miedos y rencores, para resolver
las disensiones internas y recuperar la fraternidad dañada en sus comunidades. Como en
el caso de las disputas a raíz de la crisis arriana, encaminadas hacia una solución en el
sínodo de París del 361 y en el sínodo de Alejandría del 362, dirigidos respectivamente
por dos personajes claves: Hilario de Poitiers y Atanasio de Alejandría.
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Filología (del griego philos, 'amor, gusto'; logos, 'lenguaje, conocimiento'), ciencia histórica que informa sobre
civilizaciones antiguas mediante el estudio de documentos escritos e inscripciones, y que también estudia
cualquier documento escrito para establecer su autenticidad, grado de corrección y determinación de su
significado.
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4. La mayoría de los PP, una vez acabados los estudios, comenzaron una carrera
profana, casi siempre la de profesor, como convenía a buenos alumnos. Así Basilio,
los dos Gregorios, Agustín. Caso especial el de San Martín, que por ser hijo de un
militar, estaba obligado a la carrera de las armas; o el de San Ambrosio, quien por
nacimiento estaba destinado a los altos cargos de la administración, y al momento de
su elección para el episcopado desempeñará funciones de consularis, es decir, de
gobernador civil de la provincia de Liguria, cuya capital era Milán, residencia
imperial.
5. Aparte de estos casos excepcionales, esta primera fase de sus vidas no duró mucho
tiempo. Quedó interrumpida por la conversión, cuando escucharon y siguieron la
llamada a la perfección. Y entonces, alrededor de los treinta años, los vemos recibir
el bautismo que habían diferido según una costumbre todavía muy difundida en la
época. Tal era la seriedad que se concedía a los compromisos contraídos con el
Señor.
Para los hombres del siglo IV la vida perfecta se encontraba en el desierto. Todos
los PP fueron monjes durante algún tiempo más o menos largo y ejercieron en la
práctica una ascesis a menudo rigurosa, en contacto y bajo la dirección de maestros
de la vida espiritual. Como se ha visto, varios realizaron una obra importante en la
historia de la vida monástica.
Nada más extraño al ideal de la nueva religiosidad que anima la civilización de este
siglo IV que la noción medieval occidental de una cultura religiosa propiamente clerical
o que la distinción moderna en el seno de la cultura entre el dominio de los valores
estrictamente laicos y un dominio reservado a lo sagrado.
LOS PP GRIEGOS
Los más ilustres escritores cristianos del siglo IV pertenecen a la cultura griega,
ya que los conflictos dogmáticos, nacidos en Oriente, estimularon la reflexión teológica.
San Atanasio creció al mismo tiempo que la herejía arriana en una Iglesia
egipcia dividida. Diácono, acompañó al obispo de Alejandría al Concilio de Nicea I el
año 325. En el 328, fue nombrado obispo de Alejandría. Durante un episcopado bastante
accidentado, defendió la fe de Nicea I contra los arrianos. Por cinco veces fue expulsado
de Alejandría. Uno de sus destierros lo condujo a Occidente, a Tréveris. Su obra está
consagrada esencialmente a la defensa y a la presentación de la teología del Verbo
encarnado, igual al Padre, como el Discurso sobre la encarnación del Verbo. La vida y
conducta de nuestro santo padre Antonio, que se le atribuye generalmente, alcanzó un
enorme éxito. Suscitó numerosas vocaciones monásticas, entre ellas la de San Agustín.
Como obispo Basilio realizó una amplia labor pastoral en variados campos,
incluido lo que llamarías hoy la pastoral social: promovió instituciones benéficas,
fundó monasterios, reformó la vida clerical y reformó la liturgia, a él se remonta al
menos el núcleo fundamental de la llamada liturgia de San Basilio, aún en uso en la
Iglesia oriental. Toda esta acción vino acompañada por una rica producción epistolar, es
autor de más de trescientas cartas, entre las cuales son muy importantes la 188, la 199 y
la 217, conocidas como “cartas canónicas” que tratan sobre la disciplina penitencial.
1. Doctrina trinitaria.
Por esta razón piensa que hypóstasis es expresión más apropiada que prósopon,
pues este término lo empleó Sabelio (patripasiano) para expresar distinciones en Dios
que eran meramente temporales y externas:
“Es indispensable saber con claridad que, así como quien deja de confesar la
comunidad de esencia o de substancia cae en el politeísmo, así también quien no
reconoce la propiedad de hypostases se deja arrastrar al judaísmo. Porque es preciso
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que nuestra mente se apoye, por decirlo así, sobre una substancia y que, formándose
una impresión clara de sus características, llegue al conocimiento de lo que desea.
Porque supongamos que no advertimos la Paternidad ni tenemos en cuenta a Aquel de
quien se afirma esta propiedad, ¿cómo podremos admitir la idea de Dios Padre? Pues
no basta enumerar las diferencias de Persona (πρόσωπον); hay que confesar que cada
Persona (πρόσωπον) existe en una subsistencia verdadera, en una hypostasis real.
Ahora bien, ni siquiera Sabelio rechazó esa ficción carente de hypostasis de personas.
[Prosopon, lo mismo que persona, significa o bien máscara, disfraz de escena, o bien
persona; pero en la palabra griega, a diferencia del latín, la noción de
“impersonación” destaca más que la noción de “personalidad autónoma”]. Decía él
que el mismo Dios, siendo uno en substancia, se mudó en la medida en que lo exigían
las necesidades del momento, y unas veces se expresó como Padre, otras veces como
Hijo y otras como Espíritu Santo. Los inventores de esta herejía anónima están
renovando un error viejo que hace tiempo se extinguió; me refiero a los que repudian
las hypostases y rechazan el nombre del Hijo de Dios. Si no cesan de proferir
iniquidades contra Dios, tendrán que gemir con los que niegan a Cristo” (Ep. 210,5).
2. El homoousios
En el 362, su amigo Basilio, que era obispo de Cesarea desde hacía dos años, lo
consagra obispo de Sásima. Aquí tiene lugar la tercera huida, de modo que Gregorio
nunca llegó a tomar posesión de su diócesis. Muerto su padre el año 374, deberá
administrar provisionalmente la sede de Nacianzo, pero en cuanto puede prepara una
cuarta huida (375), esta vez será a un monasterio.
“Bien sé que, al hablar de Dios a los que lo buscan, es como si quisiéramos atravesar
el mar con pequeñas naves, o nos lanzáramos hacia el cielo, constelado de estrellas,
sostenidos por débiles alas. Porque queremos hablar de ese Dios que ni siquiera los
habitantes del Cielo son capaces de honrar como conviene.
Sin embargo, Tú, Espíritu de Dios, trompeta anunciadora de la verdad, estimula mi
mente y mi lengua para que todos puedan gozar con su corazón inmerso en la plenitud
de Dios.
Hay un solo Dios, sin principio ni causa, no circunscrito por ninguna cosa preexistente
o futura, infinito, que abraza el tiempo, grande Padre del grande y santo Hijo
unigénito. Es Espíritu purísimo, que no ha sufrido en el Hijo nada de cuanto el Hijo ha
sufrido en la carne.
[Ésta es la] Trinidad increada, que está fuera del tiempo, santa, libre, igualmente digna
de adoración: ¡único Dios que gobierna el mundo con triple esplendor! Mediante el
Bautismo, soy regenerado como hombre nuevo por los Tres; y, destruida la muerte,
avanzo en la luz, resucitado a una vida nueva. Si Dios me ha purificado, yo debo
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Apolinarismo, doctrina herética enseñada por Apolinario el Joven (c. 310-c. 390), obispo de Laodicea en Siria;
quien mantenía que el logos, o la naturaleza divina de Cristo, ocupó el lugar del alma humana racional o la
mente de Cristo, y que el cuerpo de Cristo era una forma espiritualizada y glorificada de la humanidad. Esta
doctrina fue condenada como herética por los concilios romanos (377 y 381) y también por el Concilio de
Constantinopla I (381). A pesar de ser constantemente censurado, el apolinarismo subsistió hasta el siglo V. En
aquella época el grupo de los pocos apolinaristas que quedaban, se unieron a los monofisitas.
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“¿Qué significa ser cristiano? Seguro que la consideración de este asunto nos deparará
mucho provecho. En efecto, si captamos con precisión lo que se significa con este
nombre —cristiano—, recibiremos gran ayuda para vivir virtuosamente. Pues nos
esforzaremos, mediante una conducta más elevada, en ser realmente lo que nos
llamamos.
Así le sucede, por ejemplo, al que se llama médico, orador o geómetra: no deja que se
le prive de este título a causa de su incompetencia, como le ocurriría si en el ejercicio
de su profesión se le encontrara sin la experiencia debida. Por el contrario, como no
quiere que su nombre se le aplique falsamente, se esfuerza por hacerlo verdadero en su
trabajo. Lo mismo debe apreciarse en nosotros.
Si buscamos el verdadero sentido de ser cristiano no querremos apartarnos de lo que
significa el nombre que llevamos, para que no se emplee contra nosotros la anécdota de
la mona, tan divulgada entre los paganos. Cuentan que en la ciudad de Alejandría un
titiritero había domesticado a una mona para que danzase. Aprovechando su facilidad
para adoptar los pasos de la danza, le puso una máscara de danzante y la cubrió con
un vestido apropiado. Le puso unos músicos y se hizo famoso con el simio, que se
contoneaba con el ritmo de la melodía. El animal, gracias al disfraz, ocultaba su
naturaleza en todo lo que hacía.
El público estaba sorprendido por la novedad del espectáculo; pero había un niño más
astuto, que mostró a los espectadores boquiabiertos que la mona no era más que una
mona. Mientras los demás aclamaban y aplaudían la agilidad del simio, que se movía
conforme al canto y la melodía, el chico arrojó sobre la orquesta golosinas que excitan
la glotonería de estos animales. Cuando la mona vio las almendras esparcidas delante
del coro, sin pensarlo más, olvidada enteramente de la música, de los aplausos y de los
adornos de la vestimenta, corrió hacia ellas. Cogió con las manos todas las que
encontró y, para que la máscara no estorbase a la boca, se quitó con las uñas
apresuradamente la engañosa apariencia que la revestía.
De este modo, en vez de admiración y elogios, provocó la risa del público, puesto que,
bajo los restos del disfraz, aparecía risible y ridícula. La falsa apariencia no le fue
suficiente a la mona para que la considerasen un ser humano, pues su verdadera
naturaleza se descubrió en su glotonería por las chucherías.
Así, también serán descubiertos por las golosinas del diablo aquellos que no conformen
realmente su naturaleza a la fe cristiana y sean una cosa distinta de lo que profesan.
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San Juan Crisóstomo (“boca de oro”) (345-407). Notable Padre griego. Juan, a
quien su fama de orador le valió el título de “Boca de oro”, es ante todo un pastor que
comenta la Sagrada Escritura en sus homilías, que prepara para el bautismo y exhorta a
los cristianos en sus diferentes estado de vida.
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Teodoro de Mopsuesto (c. 350-428), teólogo de la escuela de Antioquía cuyos métodos filológicos, críticos e
históricos en la exégesis bíblica se anticiparon a la ciencia bíblica. Nació en Antioquía y estudió con el retórico
pagano Libano. En 369 ingresó en el colegio monástico de Diodoro (c. 330-390), obispo de Tarso, donde
permaneció durante unos 10 años. Ordenado en 381, en 392 fue nombrado obispo de Mopsuesto, ciudad en la
que murió.
En sus comentarios bíblicos rechazó toda interpretación alegórica, e hizo hincapié en el sentido literal y en el
contexto histórico. Sus obras teológicas versan sobre el estado de la inmortalidad, que entendió como una
conjunción de lo humano y lo divino prefigurada en la unión de la humanidad con Dios en Jesucristo e iniciada a
través de la recepción de los sacramentos. Su interpretación de las dos naturalezas (humana y divina) de Cristo
fue considerada ortodoxa mientras vivió, pero en el concilio de Éfeso se la relacionó con las enseñanzas de su
discípulo Nestorio (muerto hacia 451), que en esta reunión fueron declaradas heréticas. Aunque más tarde la
Iglesia nestoriana llegó a tenerlo como su primera autoridad teológica, recientes estudios sobre las obras que se
conservan han puesto de manifiesto sus tendencias más ortodoxas que nestorianas.
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todos los días, al comer, al cenar, al platicar, repita cada uno esta frase á su vecino y
se la oiga repetir; porque «Vanidad de vanidades, y todo, vanidad6».
¿Quieres ver la soberana santidad de estos misterios? Imagínate, te ruego, que tienes
ante los ojos al profeta Elías; mira la ingente muchedumbre que lo rodea, las víctimas
sobre las piedras, la quietud y el silencio absoluto de todos y sólo el profeta que ora; y,
de pronto, el fuego que baja del cielo sobre el sacrificio... Todo esto es admirable y nos
llena de estupor.
Pues trasládate ahora de ahí y contempla lo que entre nosotros se cumple: verás no
sólo cosas maravillosas, sino algo que sobrepasa toda admiración. Aquí está en pie el
sacerdote, no para hacer bajar fuego del cielo, sino para que descienda el Espíritu
Santo; y prolonga largo rato su oración, no para que una llama desprendida de lo alto
consuma las víctimas, sino para que descienda la gracia sobre el sacrificio y,
abrasando las almas de todos los asistentes, las deje más brillantes que plata
acrisolada.
¿Quién habrá, pues, tan loco, quién tan perdido de juicio que desprecie soberbiamente
misterio tan tremendo? ¿Acaso ignoras que, sin una particular ayuda de la gracia de
Dios, no habría alma humana capaz de soportar el fuego de ese sacrificio, sino que nos
consumiría a todos absolutamente?
Si alguien considera atentamente qué cosa significa estar un hombre envuelto aún de
carne y sangre, y poder no obstante llegarse tan cerca de aquella bienaventurada y
purísima naturaleza; ése podrá comprender cuán grande es el honor que la gracia del
Espíritu otorgó a los sacerdotes. Porque por manos del sacerdote se cumplen no sólo
los misterios dichos, sino otros que en nada les van en zaga, ya en razón de su
dignidad en sí, ya en orden a nuestra salvación.
¿Qué otra cosa es esto, sino haberles concedido todo el poder celeste? A quienes
perdonareis - dice - los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retuviereis,
les serán retenidos (Jn. 20, 23). ¿Qué poder puede haber mayor que éste? Todo el
juicio se lo ha dado el Padre al Hijo (Jn. 5, 22); pero yo veo que ese juicio ha sido a su
vez enteramente puesto por el Hijo en manos de sus sacerdotes (...)
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JÜNEMANN, GUILLERMO. Antología universal. Friburgo: Herder, 1910
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Los sacerdotes son quienes nos engendran espiritualmente, los que por el Bautismo nos
dan a luz. Por ellos nos revestimos de Cristo (cfr. Rom 13, 14; Ga 3, 27), nos
consepultamos con el Hijo de Dios (cfr. Rom 6, 4) y nos hacemos miembros de aquella
bienaventurada Cabeza. Porque éstos (nuestros padres) nos engendran por la sangre y
la voluntad de la carne (cfr. Jn. 1, 13), más aquellos (los sacerdotes) son autores de
nuestro nacimiento de Dios, de la regeneración bienaventurada, de la libertad
verdadera y de la filiación divina por la gracia
Los sacerdotes judíos tenían poder de librar de la lepra del cuerpo; digo mal: sólo
tenían poder de examinar a los ya curados de ella, y bien sabemos cuán disputada era
entonces la dignidad sacerdotal. Más los sacerdotes cristianos han recibido potestad,
no sobre la lepra del cuerpo, sino sobre la impureza del alma; no de examinar la lepra
ya curada, sino de limpiar absolutamente de ella.
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Novaciano (c.200-c.258), teólogo romano y segundo antipapa (desde 251). Fue uno de los líderes del
clero romano, adoptó la doctrina del montanismo provocando el cisma novaciano. San Cornelio, que
favoreció una actitud poco severa con estos cristianos idólatras, fue elegido Papa en 251 y Novaciano
respondió nombrándose a sí mismo antipapa. Sus partidarios cayeron en la herejía al negarse a imponer
penitencia a los pecadores y en 251 fueron excomulgados por el Papa. Establecieron entonces su propia
Iglesia hasta que en 325 volvieron a integrarse formalmente en la Iglesia católica en el concilio de Nicea
I. Se cree que Novaciano fue martirizado durante las persecuciones del Emperador Valeriano. Fue el
primer teólogo romano que escribió en latín. Se conservan dos de los nueve tratados de los que se tiene
noticia: De la Trinidad y De los alimentos judíos.
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“Dios te salve, María, Madre de Dios, Virgen Madre, Estrella de la mañana, Vaso
virginal. Dios te salve, María, Virgen, Madre y Esclava: Virgen, por gracia de Aquél
que de ti nació sin menoscabo de tu virginidad; Madre, por razón de Aquél que llevaste
en tus brazos y alimentaste con tu pecho; Esclava, por causa de Aquél que tomó forma
de siervo.
Entró el Rey en tu ciudad, o por decirlo más claramente, en tu seno; y de nuevo salió
como quiso, permaneciendo cerradas tus puertas. Has concebido virginalmente, y
divinamente has dado a luz.
Dios te salve, María, Templo en el que Dios es recibido, o más aún, Templo santo,
como clama el Profeta David diciendo: santo es tu templo, admirable en la equidad
(Sal 64, 6).
Dios te salve, María, la joya más preciosa de todo el orbe; Dios te salve, María, casta
paloma; Dios te salve, María, lámpara que nunca se apaga, pues de ti ha nacido el Sol
de justicia. Dios te salve, María, lugar de Aquél que en ningún lugar es contenido; en tu
seno encerraste al Unigénito Verbo de Dios, y sin semilla y sin arado hiciste germinar
una espiga que no se marchita.
Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien claman los profetas y los pastores
cantan a Dios sus alabanzas, repitiendo con los ángeles el himno tremendo: gloria a
Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad
(Lc. 2, 14).
Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien los ángeles forman coro y los
arcángeles exultan cantando himnos altísimos. Dios te salve, María, Madre de Dios,
por quien los Magos adoran, guiados por una brillante estrella. Dios te salve, María,
Madre de Dios, por quien es elegido el ornato de los doce Apóstoles. Dios te salve,
María, Madre de Dios, por quien Juan, estando aún en el seno materno, saltó de gozo y
adoró a la Luminaria de perenne luz. Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien
brotó aquella gracia inefable de la que decía el Apóstol: la gracia de Dios, Salvador
nuestro, ha iluminado a todos los hombres (Tít. 2, 11).
Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien resplandeció la luz verdadera,
Jesucristo Nuestro Señor, que en Evangelio afirma: Yo soy la Luz del mundo (Jn. 8, 12).
Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien brilló la luz sobre los que yacían en la
oscuridad y en la sombra de la muerte: el pueblo que se sentaba en las tinieblas ha
visto una gran luz (Is. 9, 2). ¿Y qué luz sino Nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo? (Jn. 1, 29).
Dios te salve. María, Madre de Dios, por quien en el Evangelio se predica: bendito el
que viene en el nombre del Señor (Mt 21, 9); por quien la Iglesia católica ha sido
establecida en ciudades, pueblos y aldeas. Dios te salve, María, Madre de Dios, por
quien vino el vencedor de la muerte y exterminador del infierno. Dios te salve, María,
Madre de Dios, por quien se ha mostrado el Creador de nuestros primeros padres y
Reparador de su caída, el Rey del reino celestial.
Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien floreció. Y resplandeció la hermosura
de la resurrección. Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien las aguas del río
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LOS PP LATINOS
El joven obispo distribuye sus bienes entre los pobres y emprende una
instrucción teológica acelerada bajo la guía del presbítero Simpliciano, basada sobre
todo en los Padres griegos. Inmediatamente afronta los problemas teológicos más
importantes en dos obras dedicadas al Emperador Graciano8: Sobre la fe, a Graciano
(378-380), acerca de la divinidad del Hijo, y Sobre el Espíritu Santo (381), acerca de la
divinidad de la Tercera Persona.
Intransigente con los paganos y con los herejes, Ambrosio no lo es menos con
los judíos. El 388 convenció a Teodosio para que retirara el decreto por el que el
Emperador quiso obligar al obispo de Calínico a reconstruir la sinagoga destruida por
los cristianos, por otra parte, no es menos intransigente con la violencia que considera
ilegítima por lo que protestó enérgicamente cuando el 385 el Emperador usurpador
Máximo condenó a muerte al hereje Prisciliano de Ávila.
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Flavio Graciano (359-383), Emperador romano de Occidente (375-383). Era el hijo mayor del Emperador de
Occidente Valentiniano I y se convirtió en corregente junto con su padre en el 367 (cuando fue nombrado
augusto). Después de la muerte de éste, en el 375, gobernó junto con su joven hermanastro Valentiniano II, con
quien se repartió el Imperio de Occidente, entregándole Italia, África e Iliria.
Firme partidario de la Iglesia, comenzó el proceso de disociación del Estado romano de la vieja religión pagana.
Rechazó el título de pontifex maximus, tradicionalmente desempeñado por los emperadores, ordenó el traslado
de la estatua de la diosa Victoria del edificio del Senado, y puso fin a la ayuda económica a los cultos paganos.
Pasó la mayor parte de su reinado en la Galia, protegiendo las provincias occidentales contra las tribus germanas.
En el 378, rechazó una invasión alamana de la Galia y los obligó a regresar al otro lado del río Rin. En el 383,
Magno Clemente Máximo, su comandante en Britania, se rebeló contra él y las legiones lo proclamaron
Emperador. Abandonado por sus tropas, Graciano huyó a Lyon, donde le alcanzaron y asesinaron.
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Valentiniano II (371-392), Emperador romano de Occidente (375-392). Hijo y sucesor de Valentiniano I,
compartió los ocho primeros años de su imperio con su hermanastro Flavio Graciano; su territorio comprendía el
norte de África, Italia y parte de Iliria. Durante su minoría de edad su madre, Justina, dirigió el gobierno. En el
387, Magno Clemente Máximo, quien había planeado la muerte de Graciano en el 383, lo expulsó de Italia.
Buscó refugio con Teodosio I el Grande, Emperador romano de Oriente, que le ayudó a recuperar el poder en el
388. Fue asesinado por el tutor que le había impuesto Teodosio, el galo Arbogasto (fallecido en el 394), quien
instaló en el trono a Eugenio, un Emperador títere.
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También hay puntos en su teología de variada índole. Por ejemplo, acerca de las
relaciones intra trinitarias, acerca de la naturaleza del pecado original, acerca de la
exención del pecado originado y de la virginitatis in partu de la Virgen, en lo referente a
los problemas escatológicos, en relación con el método exegético, en lo concerniente al
estoicismo en el terreno moral y ascético, y en lo que respecta al carácter laico del
Estado. Ambrosio pretende fundamentalmente ser un pastor, un maestro de vida
cristiana, un promotor de cultura cristiana.
La misericordia divina
“¿Quién hay de vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no
deje las noventa y nueve en la dehesa, y no vaya en busca de la que se perdió, hasta
encontrarla? (Lc. 15, 4).
Un poco más arriba has aprendido cómo es necesario desterrar la negligencia, evitar
la arrogancia, y también a adquirir la devoción y a no entregarte a los quehaceres de
este mundo, ni anteponer los bienes caducos a los que no tienen fin; pero, puesto que la
fragilidad humana no puede conservarse en línea recta en medio de un mundo tan
corrompido, ese buen médico te ha proporcionado los remedios, aun contra el error, y
ese juez misericordioso te ha ofrecido la esperanza del perdón.
Y así, no sin razón, San Lucas ha narrado por orden tres parábolas: la de la oveja
perdida y luego hallada, la de la dracma que se había extraviado y fue encontrada, y la
del hijo que había muerto y volvió a la vida; y todo esto para que, aleccionados con
este triple remedio, podamos curar nuestras heridas, pues una cuerda de tres hilos no
es fácil de romper (Qoh 4, 12).
¿Quién es este padre, ese pastor y esa mujer? ¿Acaso no representan a Dios Padre, a
Cristo y a la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te recibe el
Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra, como Madre, sin cesar te
busca, y entonces el Padre vuelve a vestirte. El primero, por obra de su misericordia; la
segunda, cuidándote; y el tercero, reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le
cuadra perfectamente una de esas cualidades: el Redentor viene a salvar, la Iglesia
asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino está presente la misma misericordia,
aunque la gracia varía según nuestros méritos. El pastor llama a la oveja cansada, se
encuentra la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al
padre y lo hace plenamente arrepentido del error que lo acusa sin cesar. Y por eso, con
toda justicia, se ha escrito: Tú, Señor, salvarás a los hombres y a los animales (Sal 35,
7).
¿Y quiénes son estos animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una
simiente de hombre y la de Judá una simiente de animales (cfr. Jer 31, 27). Por eso
Israel es salvada como un hombre y Judá recogida como una oveja. Por lo que a mí se
refiere, prefiero ser hijo antes que oveja, pues aunque ésta es solícitamente buscada por
el pastor, el hijo recibe el homenaje de su padre. Regocijémonos, pues, ya que aquella
oveja que había perecido en Adán fue salvada por Cristo.
Los hombros de Cristo son los brazos de la Cruz. En ella deposité mis pecados, y sobre
la nobleza de este patíbulo he descansado. Esta oveja es una en cuanto al género, pero
no en cuanto a la especie: pues todos nosotros formamos un solo cuerpo (1 Cor. 10,
17), aunque somos muchos miembros, y por eso está escrito: vosotros sois el Cuerpo de
Cristo, y miembros de sus miembros (1 Cor. 12, 27). Pues el Hijo del hombre vino a
salvar lo que había perecido (Lc. 19, 10), es decir, a todos, puesto que lo mismo que en
Adán todos murieron, así en Cristo todos serán vivificados (1 Cor. 15, 22).
Se trata, pues, de un rico pastor de cuyos dominios nosotros no formamos más que una
centésima parte. Él tiene innumerables rebaños de ángeles, arcángeles, dominaciones,
potestades, tronos (cfr. Col 1, 16) y otros más a los que ha dejado en el monte, quienes
—por ser racionales— no sin motivo se alegran de la redención de los hombres.
Además, el que cada uno considere que su conversión proporcionará una gran alegría
a los coros de los ángeles, que unas veces tienen el deber de ejercer su patrocinio y
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Esfuérzate, pues, en ser una alegría para esos ángeles a los que llenas de gozo por
medio de tu conversión. No sin razón se alegra también aquella mujer que encontró la
dracma (cfr. Lc. 15, 8-10). Y esta dracma, que lleva impresa la figura del príncipe, no
es algo que tenga poco valor. Por eso, toda la riqueza de la Iglesia consiste en poseer
la imagen del Rey. Nosotros somos sus ovejas; oremos, pues, para que se digne
colocarnos sobre el agua que vivifica (cfr. Sal 22, 2). He dicho que somos ovejas:
pidamos, por tanto, el pasto; y, ya que somos hijos, corramos hacia el Padre. No
temamos haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres
terrenales (cfr. Lc. 15, 11-32). SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, VII,
207-212.
Agustín creyó que le sería un obstáculo la vinculación con una mujer, que le
había dado un hijo, Adeodato. Encontró finalmente la luz bajo la influencia de San
Ambrosio, de quien recibió el bautismo el año 387. Había decidido llevar una vida
monástica cuando los cristianos de Hipona lo eligieron como sacerdote y luego como
obispo (año 395).
Durante su largo episcopado, Agustín tiene que enfrentarse con las múltiples
cargas de su ministerio. Predica, viaja a través de África del norte para tratar con los
demás obispos y participar de los concilios locales, y pasa largas horas en su sede. Pero
se encuentra además con los conflictos donatistas que constituían una Iglesia rival y la
disputa sobre la gracia con el monje Pelagio. Sus últimos años se ven amargados por la
invasión de los vándalos: Agustín muere cuando su ciudad, de cual es obispo, está
sitiada por los bárbaros.
10
Maniqueísmo, antigua religión que tomó el nombre de su fundador, el sabio persa Mani (c. 216-c. 276), que
se autoproclamaba el último de los profetas, dentro de los que se consideraba a Zoroastro, Buda y Jesús, y cuyas
revelaciones parciales, según él, estaban contenidas y se consumaban en su propia doctrina. Aparte del
zoroastrismo y del cristianismo, el maniqueísmo es otro de los movimientos religiosos que reflejan una fuerte
influencia del gnosticismo.
La doctrina fundamental del maniqueísmo se basa en una división dualista del universo, en la lucha entre el bien
y el mal: el ámbito de la luz (espíritu) está gobernado por Dios y el de la oscuridad (problemas) por Satán. En un
principio, estos dos ámbitos estaban totalmente separados, pero en una catástrofe original, el campo de la
oscuridad invadió el de la luz y los dos se mezclaron y se vieron involucrados en una lucha perpetua. La especie
humana es producto, y al tiempo un microcosmos, de esta lucha. El cuerpo humano es material, y por lo tanto,
perverso; el alma es espiritual, un fragmento de la luz divina, y debe ser redimida del cautiverio que sufre en el
mundo dentro del cuerpo. Se logra encontrar el camino de la redención a través del conocimiento del ámbito de
la luz, sabiduría que es impartida por sucesivos mensajeros divinos, como Buda y Jesús, y que termina con Mani.
Una vez adquirido este conocimiento, el alma humana puede lograr dominar los deseos carnales, que sólo sirven
para perpetuar ese encarcelamiento, y poder así ascender al campo de lo divino.
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Entre todos los PP, Agustín es el que nos ha dejado más obras. Agustín es pastor
y pedagogo en sus sermones y sus catequesis. Escribe también comentarios eruditos
sobre la Sagrada Escritura, tratados de filosofía y de teología, algunos para combatir
ciertos errores. Entre sus obras más célebres suelen citarse las Confesiones, una larga
plegaria de acción de gracias por su conversión. La ciudad de Dios, una reflexión sobre
la historia para ayudar a los cristianos desalentados por las invasiones bárbaras y la
caída de Roma en manos del bárbaro Alarico en el año 410, y el Tratado de la
Santísima Trinidad. Todos los teólogos posteriores, hasta Lutero, Calvino y Jansenio,
leerán y apelarán a San Agustín, algunos mal comprendiendo su obra.
Su voluntad no es que haya paz, sino que la paz sea según su voluntad. Y si llegan a
separarse de otros por alguna sedición, no ejecutan su intento si no tienen con sus
cómplices una especie de paz. Por eso los bandoleros procuran estar en paz entre sí,
para alterar con más violencia y seguridad la paz de los demás. Y si hay algún
salteador tan forzudo y enemigo de compañías que no se confíe y saltee y mate y se dé
al pillaje él solo, al menos tiene una especie de paz, sea cual fuere, con aquellos a
quienes no puede matar y a quienes quiere ocultar lo que hace. En su casa procura
vivir en paz con su esposa, con los hijos, con los domésticos, si los tiene, y se deleita en
que sin chistar obedezcan a su voluntad.
Y si no se le obedece, se indigna, riñe y castiga, y si la necesidad lo exige, compone la
paz familiar con crueldad. Él ve que la paz no puede existir en la familia si los
miembros no se someten a la cabeza, que es él en su casa. Y si una ciudad o pueblo
quisiera sometérsele como deseaba que le estuvieran sujetos los de su casa, no se
escondiera ya como ladrón en una caverna, sino que se engallaría a vista de todos,
pero con la misma malicia. Todos desean, pues, tener paz con aquellos a quienes
quieren gobernar a su antojo. Y cuando hacen la guerra a otros hombres, quieren
hacerlos suyos, si pueden, e imponerles luego las condiciones de su paz.