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LA EDAD DE ORO DE LOS PADRES DE LA IGLESIA

El período histórico que ve de San Basilio de Cesarea al Papa León I y que


comprende los concilios ecuménicos de Constantinopla I, Éfeso y Calcedonia; es decir
casi un siglo del 360 al 455, está marcado por un extraño y fugaz personaje, nos
referimos al Emperador Juliano el Apóstata, nombre por el que es más conocido Flavio
Claudio Juliano (c. 331-363), Emperador romano entre los años 360 y 363; que intentó
restaurar el paganismo después del cambio de situación del cristianismo en el Imperio
llevada a cabo por su tío el Emperador Constantino I el Grande.

Juliano nació en Constantinopla y pronto abandonó las creencias cristianas por el


neoplatonismo, lo que dio lugar a su denominación de el Apóstata. En el año 355 el
primo de Juliano, el Emperador Constancio II1, le dio el título de César y lo nombró
comandante del ejército romano en la Galia. Durante los tres años siguientes realizó
campañas contra los alamanes y los francos, que habían invadido la Galia, y los expulsó
al otro lado del Rin. En el 360 sus tropas lo proclamaron Emperador en Lutecia, y un
año después Constancio II fallecía cuando se disponía a enfrentarlo, quedando así
Juliano como el principal gobernante del Imperio. Juliano se dirigió hasta
Constantinopla y Antioquía, donde volvió a abrir los templos y restituyó el paganismo
como culto estatal romano en lugar del cristianismo. Su reinado fue interrumpido
bruscamente cuando murió luchando contra los persas en Mesopotamia el 26 de junio
del 363, y sus reformas religiosas fueron anuladas.

Juliano fue el último Emperador de la dinastía de Constantino. En los tres años


que duró su gobierno (360-363), en cierta medida resurgió nuevamente la “era de los
mártires” de Diocleciano, que sirvió espiritualmente para purificar el ambiente
cristiano, preparándolo para las grandes polémicas teológicas que se avecinaban.

De todas las medidas hostiles promulgadas por el Juliano el Apóstata, la que


más repercutió entre los cristianos fue la Ley escolar del año 362, prohibiéndoles la
enseñanza de las letras clásicas y remitiendo con desprecio “a los Galileos a sus
iglesias para que comentasen a Mateo y Lucas”. Pero esta oposición tan radical entre la
cultura clásica grecorromana y el cristianismo no correspondía ya a la realidad nueva
que había comenzado a gestarse en la Iglesia imperial, cada vez más sensible a los
grandes valores humanos de la cultura clásica grecorromana. La Iglesia había tolerado
primero, y aceptado después plenamente la educación y la enseñanza tradicionales.
La aparente libertad religiosa y la política sustancialmente anticristiana de
Juliano dejaron su huella. Por una parte, algunos cristianos, especialmente en el ejército
romano, volvieron a practicar ritos paganos; es el caso del famoso Pegasio, Obispo de
Tróade, quien no sólo renegó de su fe cristiana, sino que volvió a ejercer como
sacerdote pagano. Otros entraron en crisis, mostrando así que su fe era un paraguas
1
Constancio II (317-361), Emperador romano (351-361), segundo hijo de Constantino I el Grande. A la
muerte de su padre (337) recibió las provincias orientales del Imperio, y pronto hubo de hacer frente a una
guerra contra los Sasánidas de Persia. Cuando un usurpador, Magnencio, asesinó en el 350 a su hermano
menor, Constante I, Emperador de Occidente, dirigió su ejército hacia Iliria, donde derrotó a Magnencio,
en la batalla de Mursa, y fue proclamado soberano de todo el Imperio (351). Tras una campaña contra los
germanos y los sármatas, en el río Danubio, en el 357 regresó a Oriente, donde continuó la guerra contra
los persas, sólo interrumpida con su muerte, producida cuando se dirigía a luchar contra su primo Juliano
el Apóstata, a quien en el 355 había concedido el título de César para defender el territorio galo y a quien
en el 360 sus tropas habían proclamado Emperador en Lutecia. Partidario del arrianismo, se opuso a san
Atanasio, obispo ortodoxo de Alejandría.
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sociológico más que una opción de vida. Pero la mayor parte de los cristianos
permanecieron fieles a su fe, aún a costa de su carrera en el ejército o en la Corte
imperial e incluso más, cerraron filas para superar los miedos y rencores, para resolver
las disensiones internas y recuperar la fraternidad dañada en sus comunidades. Como en
el caso de las disputas a raíz de la crisis arriana, encaminadas hacia una solución en el
sínodo de París del 361 y en el sínodo de Alejandría del 362, dirigidos respectivamente
por dos personajes claves: Hilario de Poitiers y Atanasio de Alejandría.

La actitud asumida por Juliano tenía algo de anacrónico, de reaccionario. En el


siglo IV ya no había oposición entre la elite intelectual y la fe cristiana. Los grandes
profesores, los literatos cristianos aparecían como hombres cultos con el mismo título
que sus colegas paganos. Más aún, la formación básica, el bagaje mental que habían
recibido de la educación clásica estaba ahora al servicio del muevo ideal religioso
cristiano y, a costa de transposiciones y aplicaciones inesperadas, la cultura clásica
grecorromana recibía de la fe cristiana una nueva vida. Mientras la cultura de los
intelectuales paganos tendía casi siempre a anquilosarse en un comportamiento
decadente, el siglo IV es testigo del surgimiento de una cultura cristiana, tradicional por
los materiales con que trabaja, pero original en su síntesis.

La inspiración religiosa que animaba ahora el trabajo intelectual, comunicó un


vigor nuevo que se manifestó bajo formas inesperadas: el estudio y la meditación de las
Sagradas Escrituras sustituyeron al estudio de Homero o Virgilio como estudios
básicos; la predicación desplazó a la conferencia pública como género literario
dominante; los esplendores de la liturgia saciaron las necesidades que había dado origen
al teatro; hasta la afición a lo novelesco encontró un manantial al que acudir en la
floración legendaria de los Apócrifos y de la hagiografía.

Frente a un paganismo empobrecido por el desgaste del tiempo o comprometido


por sus condescendencias con el ocultismo, el cristianismo representaba el sector activo,
el elemento ascendente, el principio director de la atmósfera cultural del siglo. El ideal
de la cultura cristiana agrupaba a la mayoría y a los mejores espíritus de ese tiempo.

La reacción pagana de Juliano provocó una contra reacción, ya con su sucesor


Joviano y más tarde con Valentiniano I, Valente, Graciano y Valentiniano II, hasta
llegar a Teodosio I el Grande, que proclamó al cristianismo católico como religión
oficial del Imperio mediante el Edicto de Tesalónica del año 380. Teodosio fue un gran
defensor del cristianismo ortodoxo; sabemos que persiguió a los arrianos y desalentó la
práctica de la vieja religión pagana romana, a veces de forma violenta: en el 390 ordenó
la masacre de 7.000 ciudadanos paganos insurrectos de Tesalónica (Grecia), y fue
excomulgado por este crimen por el obispo Ambrosio de Milán.

En el siglo IV en Occidente gobierna la Sede de Pedro un personaje clave: el


Papa San Dámaso I (304?-384), Papa entre los años 366 y 384; durante su pontificado el
latín se convirtió en la lengua litúrgica de la Iglesia romana, sustituyendo al griego.
Dámaso, que era español, defendió con gran energía la primacía eclesiástica de Roma,
imponiendo su prioridad sobre Constantinopla, y fue el primer Papa que aplicó el
término sede apostólica a Roma. Papa durante un período turbulento de la historia de la
Iglesia, Dámaso fue muy activo en la represión de una serie de herejías, en particular el
arrianismo. Su pontificado es reconocido también por otros motivos. Puso especial
interés en buscar un emplazamiento adecuado para los archivos papales y en la
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restauración de las catacumbas. También encargó a San Jerónimo, su secretario y


consejero, la revisión del texto latino existente de la Biblia; esta revisión se conocería
después como la Vulgata.
A la sazón, gobierna pastoralmente la diócesis de Milán el gran obispo San
Ambrosio, entre los años 374 y 397. Ambos son personajes de primera importancia en
todos los campos de la actividad eclesial.

El Papa Dámaso además de enfrentarse con la herejía arriana, debió luchar


también en el frente interno con el anti papa Ursino (366-367), apoyado por
intransigentes de distintos campos, incluidos los donatistas, quienes desde el año 320
tenían su propia iglesia en Roma. Conciliador y bondadoso en la forma pero riguroso en
la sustancia, Dámaso presidió en los años 368 y 369 un sínodo en el que se declaró la
consubstancialidad del Hijo y del Espíritu Santo con el Padre. En el 374 condenó la
doctrina cristológica heterodoxa del apolinarismo2, siguiendo la condena previa emitida
por el sínodo de Alejandría del 362. Apoyado por un decreto del Emperador Graciano
en su favor del año 378, por la adhesión de los obispos orientales al sínodo de Antioquia
del 379 y por los edictos de Teodosio del 380 y 381 contra de los herejes; Dámaso, en el
concilio romano del 382, expuso en el llamado Tomo de Dámaso, los puntos
fundamentales de la fe acerca de la Trinidad y la Encarnación, en forma de veinticuatro
anatemas y estableció una vez más, el cánon de la Sagrada Escritura.

Durante su pontificado se llevó a cabo también, en torno al 370, la fijación del


cánon litúrgico, una primera sistematización del culto martirial en las catacumbas (el
mismo Papa es autor de las inscripciones en honor de los mártires) y de los archivos de
la Iglesia romana, y una primera revisión de la Biblia a la que ya hemos aludido, por
obra de su secretario y amigo San Jerónimo; si tomamos en cuenta todo este conjunto de
decisiones e iniciativas, llegamos a la conclusión cierta de la importancia clave de
Dámaso en casi todos los campos de la vida eclesial.

Su sucesor, Siricio (384-399) continúa su obra: determina el alcance del primado


romano e insiste en la obligación del celibato eclesiástico en carta del 10 de febrero del
385 dirigía a Himerio, Obispo de Tarragona.
Este mismo Papa defenderá la ortodoxia frente a la doctrina semimaniquea de
Prisciliano obispo de Ávila, quien terminará ejecutado por el poder imperial en el 385.
Prisciliano llegó a ser un personaje heterodoxo importante de la iglesia hispano romana.
Nacido en fecha incierta en la provincia romana de Gallaecia, comenzó su predicación
hacia el año 379. Su doctrina atacaba la ortodoxia negando la distinción de personas en
la Trinidad y afirmando que el mundo había sido creado por el demonio. Creía que los
astros influían en el ser humano, estaba en contra del matrimonio y defendía una rígida
moral, rechazando así la relajación de costumbres que él veía. Sus teorías tienen
influencias gnósticas y maniqueas. Nombrado obispo de Avela (Ávila) en el 380 y
desterrado de la península Ibérica en el 381, fue juzgado en Tréveris ante el Emperador
usurpador Máximo, y acusado de magia, Prisciliano será finalmente decapitado el 385.
Su herejía duró hasta el fin del siglo VI en Gallaecia (Galicia).
2
Herejía enseñada por Apolinar el Joven (c. 310-c. 390), obispo de Laodicea en Siria; que afirmaba que el
Logos, o la naturaleza divina de Cristo, ocupó el lugar del alma humana racional o la mente de Jesucristo, y que
el cuerpo de Jesús era una forma espiritualizada y glorificada de la humanidad. Esta doctrina fue condenada
como herética por los concilios romanos (377 y 381) y también por el Concilio de Constantinopla I (381). A
pesar de ser constantemente censurado, el apolinarismo subsistió hasta el siglo V. En aquella época el grupo de
los pocos apolinaristas que quedaban, se unieron a los monofisitas.
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En la segunda mitad del siglo IV va languideciendo la controversia trinitaria


arriana, el mérito de esta victoria de la ortodoxia se debe especialmente a Cirilo de
Jerusalén; además de los tres Padres Capadocios: San Basilio de Cesarea, San Gregorio
Nacianceno y San Gregorio de Nisa; y de San Ambrosio de Milán. Pues la segunda
mitad del siglo IV vio florecer la edad de oro de los Padres de la Iglesia. A esta época
pertenecen los más grandes escritores y pensadores de la Antigüedad Cristiana, tanto en
el Oriente griego como en el Occidente latino. Generalmente nacidos entre los años
330-350, forman un grupo notable, relacionados unos con otros, constituyen un grupo
característico que se distingue de sus predecesores (Atanasio, Hilario), como de sus
sucesores.

Los PP del siglo IV y comienzos del V representan un momento de equilibrio


particularmente precioso entre una herencia antigua y una inspiración cristiana llegada a
su plena madurez. Se trata de grandes y fuertes personalidades. Podemos esbozar
algunos rasgos comunes, a pesar de las innegables individualidades:

1. Como consecuencia de los progresos realizados por el cristianismo al interior de la


sociedad romana, los PP de la Iglesia pertenecen por su origen a la elite de esta
sociedad y a veces a la aristocracia: San Ambrosio es hijo de un prefecto del
Pretorio; San Juan Crisóstomo es hijo de un maestro de la milicia; los dos cargos
más altos, civil y militar de la jerarquía imperial. La excepción es San Agustín, de
familia de curiales, o nobles municipales, aplastados por el implacable peso fiscal
del Bajo Imperio; es decir, algo así como una burguesía baja en vías de
proletarización.

2. La ambición y el sacrificio de sus padres, la protección de un mecenas permitieron a


esta adolescente (Agustín), talentoso ciertamente, recibir una educación propia de la
elite. Así entra en la categoría general: los PP de la Iglesia, procedentes de la
aristocracia o más generalmente de la holgada familia provincial. Hicieron sólidos y
serios estudios. San Basilio y su amigo San Gregorio Nacianceno, dejando su
Capadocia natal, marcharon a recibir durante largos años las enseñanzas de los más
célebres profesores de la Universidad de Atenas. San Jerónimo, nacido en Dalmacia,
escuchará en Roma lecciones del gramático Donato. San Juan Crisóstomo, en
Antioquía, las del retórico Libanio. Esta educación es esencialmente literaria y tiene
por culminación el sistemático y paciente estudio y dominio de la técnica oratoria.
Nos hallamos en la época de la “Segunda Sofistica”, que presencia el apogeo de la
retórica clásica. Todos los PP serán grandes escritores, sobre todo si se les juzga en
función del ideal de la época. Por lo menos todos sabrán poner al servicio de su
pensamiento un incomparable dominio de su lengua.
San Jerónimo es experto en filología3 sagrada y estudios bíblicos, maneja
excelentemente el griego y el hebreo, además de su latín. Todos los literatos de ese
tiempo conocen también de filosofía; pero San Gregorio de Nisa, entre los griegos,
fue un auténtico filósofo. Entre los latinos, San Agustín es el primer gran filósofo
cristiano de Occidente, un gran intelectual y gran teólogo.

3
Filología (del griego philos, 'amor, gusto'; logos, 'lenguaje, conocimiento'), ciencia histórica que informa sobre
civilizaciones antiguas mediante el estudio de documentos escritos e inscripciones, y que también estudia
cualquier documento escrito para establecer su autenticidad, grado de corrección y determinación de su
significado.
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3. Todos los PP encontraron instalada en su cuna la fe cristiana, bien porque su familia


se había convertido, y a veces ya desde varias generaciones anteriores (San Basilio y
su familia, por ejemplo), o porque al menos sus padres eran cristianos fervorosos,
especial papel les cabe aquí a las madres cristianas: por ejemplo, la importancia de
Santa Mónica en la conversión de su hijo, San Agustín. También las madres de San
Juan Crisóstomo, Antusa, y el rol de Santa Macrina, hermana mayor de San Basilio,
etc.

4. La mayoría de los PP, una vez acabados los estudios, comenzaron una carrera
profana, casi siempre la de profesor, como convenía a buenos alumnos. Así Basilio,
los dos Gregorios, Agustín. Caso especial el de San Martín, que por ser hijo de un
militar, estaba obligado a la carrera de las armas; o el de San Ambrosio, quien por
nacimiento estaba destinado a los altos cargos de la administración, y al momento de
su elección para el episcopado desempeñará funciones de consularis, es decir, de
gobernador civil de la provincia de Liguria, cuya capital era Milán, residencia
imperial.

5. Aparte de estos casos excepcionales, esta primera fase de sus vidas no duró mucho
tiempo. Quedó interrumpida por la conversión, cuando escucharon y siguieron la
llamada a la perfección. Y entonces, alrededor de los treinta años, los vemos recibir
el bautismo que habían diferido según una costumbre todavía muy difundida en la
época. Tal era la seriedad que se concedía a los compromisos contraídos con el
Señor.
Para los hombres del siglo IV la vida perfecta se encontraba en el desierto. Todos
los PP fueron monjes durante algún tiempo más o menos largo y ejercieron en la
práctica una ascesis a menudo rigurosa, en contacto y bajo la dirección de maestros
de la vida espiritual. Como se ha visto, varios realizaron una obra importante en la
historia de la vida monástica.

6. Formados en la soledad, cuya nostalgia conservarán toda su vida, salen de ella al


cabo de algunos años y, respondiendo a la llamada de la Iglesia, aceptan consagrarse
en adelante enteramente a su servicio. Esta afirmación es cierta incluso en el caso de
San Jerónimo, que no llegará al episcopado y permanecerá simple monje toda su
vida.
Los PP no rehuyeron la carga, aceptaron el episcopado y fueron grandes obispos,
fielmente apegados a la Iglesia que los había escogido. Son campeones de la
ortodoxia frente a la embestida de las herejías de su tiempo. Finalmente, todos
desarrollaron la parte principal de su actividad como obispos, aunque muchos
comenzaron un prolongado ministerio en el presbiterado. Quizá pueda exceptuarse
San Juan Crisóstomo, cuyo episcopado fue breve y agitado (398-404), pasó el fin de
su vida en el destierro; se trataba de la importante pero conflictiva sede de
Constantinopla. Mucho más fecundos habían sido los doce años que trabajó como
presbítero de la Iglesia de Antioquía, donde se había hecho famoso por el esplendor
de su predicación (386-397).

7. En el concepto tradicional de PP de la Iglesia, el ser obispo es el elemento


propiamente cultural el que, con la santidad de vida, ocupa el lugar preponderante.
Estos obispos fueron también, y en primer lugar, escritores, oradores (estamos
todavía en un tiempo en que la palabra humana conserva su predominio tradicional
sobre la palabra escrita), predicadores, pensadores y maestros religiosos.
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Su obra, considerable, se concretizó en una serie de géneros literarios muy


característicos: la predicación rica doctrinal y bíblica; la exégesis, científica y
espiritual a la vez de los libros Sagrados; la teología, presentada casi siempre como
controversia con los herejes; una correspondencia variada en la que la dirección
espiritual ocupa un lugar destacado.

En definitiva, los PP fueron además de grandes y santos obispos y maestros de vida


cristiana, grandes intelectuales cristianos. Esta cultura religiosa, enteramente organizada
en torno a la fe y a la vida espiritual, es la que en adelante ofrece la Iglesia a la elite de
sus fieles, clérigos o seglares, monjes y laicos. Pero es preciso señalar que aunque los
PP crean las bases de esta cultura cristiana, son fundamentalmente hombres de Iglesia.
Es decir, esta cultura se impone a todos los cristianos capaces de interesarse por las
cosas del espíritu.

Nada más extraño al ideal de la nueva religiosidad que anima la civilización de este
siglo IV que la noción medieval occidental de una cultura religiosa propiamente clerical
o que la distinción moderna en el seno de la cultura entre el dominio de los valores
estrictamente laicos y un dominio reservado a lo sagrado.

LOS PP GRIEGOS

Los más ilustres escritores cristianos del siglo IV pertenecen a la cultura griega,
ya que los conflictos dogmáticos, nacidos en Oriente, estimularon la reflexión teológica.

San Atanasio creció al mismo tiempo que la herejía arriana en una Iglesia
egipcia dividida. Diácono, acompañó al obispo de Alejandría al Concilio de Nicea I el
año 325. En el 328, fue nombrado obispo de Alejandría. Durante un episcopado bastante
accidentado, defendió la fe de Nicea I contra los arrianos. Por cinco veces fue expulsado
de Alejandría. Uno de sus destierros lo condujo a Occidente, a Tréveris. Su obra está
consagrada esencialmente a la defensa y a la presentación de la teología del Verbo
encarnado, igual al Padre, como el Discurso sobre la encarnación del Verbo. La vida y
conducta de nuestro santo padre Antonio, que se le atribuye generalmente, alcanzó un
enorme éxito. Suscitó numerosas vocaciones monásticas, entre ellas la de San Agustín.

En el corazón de Asia Menor, Capadocia fue la patria de tres PP de primer


orden. Bautizado en edad adulta, después de una esmerada educación literaria, San
Basilio de Cesarea (330-379) eligió algún tiempo la vida monástica antes de ser obispo
de su ciudad natal, Cesarea, el año 370. Su episcopado estuvo marcado por tres
preocupaciones: la organización de la caridad en un período de hambres frecuentes, la
organización de la vida monástica comunitaria (compuso las Reglas grandes y las
pequeñas del monacato ortodoxo), el cuidado de la ortodoxia y de la unidad en una
época agitada por las disputas arrianas.
Hombre de gran cultura, es buen representante de los cristianos cultos que
hicieron buen uso de la cultura clásica pagana, poniéndola al servicio del mensaje
cristiano. Comentó la Sagrada Escritura y precisó la función del Espíritu Santo en su
obra Tratado del Espíritu Santo. Hombre mesurado y dialogante, Basilio, llamado “El
Magno”, no vivió lo suficiente para ver los frutos de sus esfuerzos a favor de la paz de
la Iglesia. Su abuela paterna, Macrina la Mayor, fue discípula de Gregorio el
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Taumaturgo y a través de él, de Orígenes. Su padre, llamado también Basilio, era un


maestro de retórica de gran fama. Su madre, Emelia, era hija de un mártir. Su hermana,
Macrina la Menor, sus hermanos Gregorio de Nisa y Pedro de Sebaste; todos serán
todos venerados como santos.

Una vez ordenado sacerdote, Basilio se dedicó al estudio de la Sagrada Escritura,


escribiendo entre el 364 y el 370 nueve Homilías sobre el Hexámeron, es decir, sobre el
relato de los seis días de la creación, empleando en su obra los mejores recursos tanto de
su cultura sagrada como de su formación cultural profana. El 364 escribió un Tratado
contra Eumonio, refutando a este famoso personaje, líder de los arrianos llamados
anomeos.

Como obispo Basilio realizó una amplia labor pastoral en variados campos,
incluido lo que llamarías hoy la pastoral social: promovió instituciones benéficas,
fundó monasterios, reformó la vida clerical y reformó la liturgia, a él se remonta al
menos el núcleo fundamental de la llamada liturgia de San Basilio, aún en uso en la
Iglesia oriental. Toda esta acción vino acompañada por una rica producción epistolar, es
autor de más de trescientas cartas, entre las cuales son muy importantes la 188, la 199 y
la 217, conocidas como “cartas canónicas” que tratan sobre la disciplina penitencial.

Poniendo su cultura profana al servicio de la fe, Basilio escribió entre el 375 y el


379 (año de su muerte) una Exhortación a los jóvenes sobre la manera de aprovechar
mejor los escritos de los autores paganos, en la que enseña a valorar todo lo que se
puede encontrar de bueno en los autores no cristianos. Finalmente, el año 375, Basilio
debió afrontar directamente el tema más complejo del momento en su tratado Sobre el
Espíritu Santo, demostrando su divinidad, es decir, la homousia de la Tercera Persona
de la Trinidad, junto al Hijo y al Padre.

La perspectiva teológica de Basilio es francamente griega: para él, la historia de


la salvación no se representaría en una línea, sino más bien en un punto, que sería la
salvación en la historia. Sin embargo, mientras para la mentalidad griega pagana el
tiempo es degradación, para la mentalidad griega cristiana de Basilio el tiempo sólo se
presenta como degradación cuando está unido al pecado. De ahí la necesidad de
remontarse del tiempo a la eternidad, del pecado a la virtud, a la busca del Absoluto que
es Dios, a través de la verdadera dimensión del hombre, que es el alma, y a través de la
actividad más auténtica del hombre, que es la ascesis. Llegar a comprender que Dios no
tiene origen, que es “inengendrable”, no significa agotar el conocimiento de Dios,
como quería hacer creer Eunomio. En Dios, afirma Basilio, existe una única esencia,
pero hay al mismo tiempo tres hipóstasis caracterizadas respectivamente por la
inengendrabilidad, por la condición de engendrado y por la santificación, las tres
características que constituyen precisamente lo propio del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. A estas tres características Basilio las llama “idiotêtes”, es decir,
“peculiaridades”; de manera que en Dios la ousia más las tres idiotêtes dan lugar a la
Trinidad, en la cual todo es común e igual a excepción precisamente de las tres
“peculiaridades”.
Basilio ofrece así la primera sistematización conceptual de la doctrina griega de
la Trinidad, y afirma enérgicamente la igualdad de las Tres Personas Divinas, siempre
en la perspectiva dinámica (“El Espíritu Santo del Padre por medio del Hijo”), según la
visión teológica presentada por Atanasio.
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Anexo: La Teología de San Basilio

La doctrina de San Basilio gira en torno a la defensa de la doctrina de Nicea I


contra los distintos partidos arrianos. La amistad que lo unió con Atanasio durante toda
la vida se fundaba en la causa común que defendían ambos. Se mantuvo fielmente
devoto al Patriarca de Alejandría, porque reconocía en él al campeón de la ortodoxia. Es
suya esta declaración: “No podemos añadir nada al Credo de Nicea, ni siquiera la cosa
más leve, fuera de la glorificación del Espíritu Santo, y esto porque nuestros padres
mencionaron este tema incidentalmente” (Ep.. 258,2). No obstante esta afirmación, el
mérito grande de Basilio está en haber avanzado más que Atanasio y en haber
contribuido a aclarar la terminología trinitaria y cristológica.

1. Doctrina trinitaria.

Respecto de la doctrina de la Trinidad, la contribución más importante de San


Basilio fue el haber atraído nuevamente a la Iglesia a los semiarrianos y el haber fijado
de una vez para siempre el significado de las palabras ousía e hypóstasis.
Los redactores del Credo de Nicea I, entre ellos Atanasio, empleaban como
sinónimos ousía e hypóstasis. Así, por ejemplo, Atanasio, aún en uno de sus últimos
escritos, Ad Afros, al refutar las objeciones que se hacían contra estas dos palabras por
no ser de la Escritura, dice: “Hypóstasis es ousía y no significa otra cosa que ser,
sencillamente.”
El mismo sínodo de Alejandría del año 362, que presidió Atanasio reconoció
oficialmente estas dos expresiones: una hypóstasis o tres hypostases en Dios. Esta
decisión dio lugar a interpretaciones falsas y a controversias varias.
San Basilio fue el primero que insistió en la distinción, una ousía y tres
hypostases en Dios, y sostuvo que la única fórmula aceptable es μία ουσία, τρεις
υποστάσεις. Para él, ousía significa existencia o esencia o entidad substancial de
Dios; mientras que hypóstasis quiere decir la existencia en una forma particular, la
manera de ser de cada una de las Personas. Ousía corresponde a substantia en latín,
aquella entidad esencial que tienen en común el Padre, el Hijo y el Espíritu. Mientras
que San Basilio define hypóstasis como το ιδίως λεγόμενον, que denota una limitación,
una separación de ciertos conceptos circunscritos de la idea general, y corresponde a
persona en la terminología legal de los latinos.
Dice, por ejemplo, en la Ep.214: “Ousía dice a hypóstasis la misma relación que
lo común a lo particular. Cada uno de nosotros tiene parte en la existencia por el
término común de ousía y es tal o cual por sus propiedades particulares. De la misma
manera, en la cuestión que tratamos, el término común es ousía, como bondad o
divinidad o cualquier atributo parecido, mientras que hypóstasis la contemplamos en la
propiedad especial de Paternidad, Filiación o el poder de santificar.”

Por esta razón piensa que hypóstasis es expresión más apropiada que prósopon,
pues este término lo empleó Sabelio (patripasiano) para expresar distinciones en Dios
que eran meramente temporales y externas:

“Es indispensable saber con claridad que, así como quien deja de confesar la
comunidad de esencia o de substancia cae en el politeísmo, así también quien no
reconoce la propiedad de hypostases se deja arrastrar al judaísmo. Porque es preciso
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que nuestra mente se apoye, por decirlo así, sobre una substancia y que, formándose
una impresión clara de sus características, llegue al conocimiento de lo que desea.
Porque supongamos que no advertimos la Paternidad ni tenemos en cuenta a Aquel de
quien se afirma esta propiedad, ¿cómo podremos admitir la idea de Dios Padre? Pues
no basta enumerar las diferencias de Persona (πρόσωπον); hay que confesar que cada
Persona (πρόσωπον) existe en una subsistencia verdadera, en una hypostasis real.
Ahora bien, ni siquiera Sabelio rechazó esa ficción carente de hypostasis de personas.
[Prosopon, lo mismo que persona, significa o bien máscara, disfraz de escena, o bien
persona; pero en la palabra griega, a diferencia del latín, la noción de
“impersonación” destaca más que la noción de “personalidad autónoma”]. Decía él
que el mismo Dios, siendo uno en substancia, se mudó en la medida en que lo exigían
las necesidades del momento, y unas veces se expresó como Padre, otras veces como
Hijo y otras como Espíritu Santo. Los inventores de esta herejía anónima están
renovando un error viejo que hace tiempo se extinguió; me refiero a los que repudian
las hypostases y rechazan el nombre del Hijo de Dios. Si no cesan de proferir
iniquidades contra Dios, tendrán que gemir con los que niegan a Cristo” (Ep. 210,5).

De esta manera Basilio hizo avanzar la doctrina trinitaria y en particular su


terminología, en una dirección que acabó desembocando en la definición del concilio
de Calcedonia (451). Los otros dos Capadocios, Gregorio de Nacianzo y Gregorio de
Nisa, siguieron las huellas de su maestro, dando mayor firmeza a sus posiciones
teológicas y utilizándolas como base para ulteriores progresos.

2. El homoousios

El esclarecimiento que Basilio introdujo en el uso de los dos términos, ousía e


kypóstasis, contribuyó sobremanera a que el homoousios niceno fuera adoptado
universalmente y triunfara en el concilio de Constantinopla I (381) la postura de
los Capadocios.
San Basilio afirmó muy enfáticamente la unidad numérica de Dios. El pasaje
en su carta 210,5, que hemos citado más arriba, prueba que Basilio estaba muy
interesado en evitar tanto el peligro del politeísmo como el del sabelianismo.

Escribe: “Quien deja de confesar la comunidad de esencia o de substancia cae


en el politeísmo,” y en su homilía 24,3 encontramos este lugar paralelo: “Confiesa una
sola ousía en los dos [el Padre y el Hijo] para no caer en el politeísmo.”

San Gregorio de Nacianzo (330-390) compatriota y amigo de Basilio, da un


paso más en la profundización teológica de la Trinidad. Era hijo del obispo de
Nacianzo, llamado también Gregorio. Vive los años de su juventud de manera
semejante a Basilio y a otros muchos jóvenes de buena posición de su tiempo: una
cultura profana esmerada en la capital de la región, Cesarea, y luego marcha a Atenas,
entre los años 350 y 358, en compañía de Basilio. Vuelve a su patria, se bautiza y hace
su primera experiencia monástica. Es su primera huida del mundo, acompañado por
Basilio, inmersos ambos en el estudio de Orígenes.
160

El año 362 es ordenado sacerdote por su padre contra su voluntad. Se produce su


segunda huida del mundo, de la que se disculpa en el año 363 en una Apología por su
fuga, que es toda una exaltación del sacerdocio demasiado grande y exigente para él. No
obstante, accede a ayudar a su padre en las tareas pastorales de su diócesis. Entre tanto,
inicia la composición de la serie de cuarenta y cinco Discursos (entre el 362 y el 383)
que le granjearán la fama de el “Demóstenes cristiano”. Algunos de estos discursos son
redactados pero no pronunciados, como es el caso probablemente de las famosas
Invectivas contra Juliano, que pueden fecharse también en el año 363.

En el 362, su amigo Basilio, que era obispo de Cesarea desde hacía dos años, lo
consagra obispo de Sásima. Aquí tiene lugar la tercera huida, de modo que Gregorio
nunca llegó a tomar posesión de su diócesis. Muerto su padre el año 374, deberá
administrar provisionalmente la sede de Nacianzo, pero en cuanto puede prepara una
cuarta huida (375), esta vez será a un monasterio.

El 379 aceptó ser nombrado arzobispo de Constantinopla con el fin de guiar a la


comunidad ortodoxa y nicena de la ciudad. El 380 es presentado en la ciudad por el
mismo Emperador Teodosio el Grande. Este mismo año y lugar pronuncia sus famosos
cinco Discursos teológicos, que le valieron en la Iglesia griega el título de “el teólogo”
por excelencia. En ellos expone con detenimiento la doctrina trinitaria ortodoxa y
prepara el terreno para la celebración del concilio al año siguiente. De nuevo, ante
ciertos reparos, de carácter sobre todo jurídico, no duda en llevar a cabo su quinta
huida, volviendo a administrar la diócesis de Nacianzo, que se encontraba aún sin
obispo. Dos años más tarde, el 383, huye por sexta vez, será la última; retirándose
definitivamente a su pueblito natal, Arianzo, donde se dedicó a escribir poesías, entre
las cuales hay una, la más larga, de carácter autobiográfico, además de varias cartas.
Murió el año 390.

Anexo: Textos de San Gregorio Nacianceno

Tres luces que son una Luz

“Bien sé que, al hablar de Dios a los que lo buscan, es como si quisiéramos atravesar
el mar con pequeñas naves, o nos lanzáramos hacia el cielo, constelado de estrellas,
sostenidos por débiles alas. Porque queremos hablar de ese Dios que ni siquiera los
habitantes del Cielo son capaces de honrar como conviene.
Sin embargo, Tú, Espíritu de Dios, trompeta anunciadora de la verdad, estimula mi
mente y mi lengua para que todos puedan gozar con su corazón inmerso en la plenitud
de Dios.
Hay un solo Dios, sin principio ni causa, no circunscrito por ninguna cosa preexistente
o futura, infinito, que abraza el tiempo, grande Padre del grande y santo Hijo
unigénito. Es Espíritu purísimo, que no ha sufrido en el Hijo nada de cuanto el Hijo ha
sufrido en la carne.

[Ésta es la] Trinidad increada, que está fuera del tiempo, santa, libre, igualmente digna
de adoración: ¡único Dios que gobierna el mundo con triple esplendor! Mediante el
Bautismo, soy regenerado como hombre nuevo por los Tres; y, destruida la muerte,
avanzo en la luz, resucitado a una vida nueva. Si Dios me ha purificado, yo debo
161

adorarlo en la plenitud de su Todo”. SAN GREGORIO NACIANCENO, Poemas dogmáticos, I,


2, 3.

San Gregorio de Nisa (335-394). Buen teólogo, representó un papel importante


en el concilio de Constantinopla I (381). El aspecto más original de su pensamiento
concierne a la teología mística y a la contemplación. Ese es el tema de algunas de sus
obras: La creación del hombre, el Tratado sobre la virginidad. Afirmaba que el
hombre, imagen de Dios, es capaz de reconocer a Dios y de volver a Él al final de una
larga purificación.
Después de Basilio, el Pastor y de Gregorio Nacianceno, el Teólogo, el tercero
de los Padres Capadocios, nuestro Gregorio de Nisa, es llamado el Filósofo por
excelencia. Gregorio Niseno tiene un genio típicamente especulativo, con sus raíces en
el origenismo, en Plotino y en el platonismo.

Nació en torno al año 335 y fue educado en su patria, aunque en múltiples


disciplinas: teología, filosofía, ciencias naturales, etc., superando en erudición a muchos
sabios de su época. Fue maestro de retórica y se casó con una dama llamada Teosebia, a
la que no abandonó ni siquiera cuando su hermano Basilio, el 371, lo consagró como
obispo de Nisa. A pesar de que Gregorio había escrito el año anterior un pequeño
tratado Sobre la virginidad, la virtud que hace al alma esposa de Cristo. Acusado de
irregularidades administrativas por sus enemigos arrianos, es destituido de su cargo el
año 376, pero será restablecido en su sede poco tiempo después, cuando muere el
Emperador Valente, siendo nombrado además inspector de las diócesis del Ponto y de
Armenia.
Durante este tiempo se encarga de completar las consideraciones exegéticas de
su hermano Basilio sobre los seis días de la creación, escribiendo en el 379 La creación
del hombre, y un años después la Exposición apologética sobre el Hexámeron. El
mismo año 380 escribió también la Vida de santa Macrina, una biografía de su
hermana, que había muerto con fama de santa.

Logró con esfuerzo dejar de lado su nombramiento de obispo metropolitano de


Sebaste, cargo que fue confiado a su hermano Pedro. Participó, como sabemos en el
Concilio de Constantinopla I de forma destacadísima, los Padres conciliares lo
proclamaron “columna de la ortodoxia”. Desde el 381, Gregorio de Nisa se entregó a
fondo a la elaboración de un conjunto de obras teológicas: entre ellas los doce libros del
Contra Eunomio (entre el 381 y el 384), que no sólo son una defensa de la obra de su
hermano Basilio, sino que son además una refutación profunda y decisiva de las
doctrinas de los anomeos; el Diálogo sobre el Alma y sobre la resurrección, imitación
del Fedón platónico, y el Contra Apolinar el 382 y el Contra Apolinar y su herejía, el
383, ambos dirigidos contra los errores cristológicos de Apolinar de Laodicea 4, quien
negaba que la humanidad de Jesucristo fuera completa, creyendo salvaguardar así mejor
la unión de las dos naturalezas.

4
Apolinarismo, doctrina herética enseñada por Apolinario el Joven (c. 310-c. 390), obispo de Laodicea en Siria;
quien mantenía que el logos, o la naturaleza divina de Cristo, ocupó el lugar del alma humana racional o la
mente de Cristo, y que el cuerpo de Cristo era una forma espiritualizada y glorificada de la humanidad. Esta
doctrina fue condenada como herética por los concilios romanos (377 y 381) y también por el Concilio de
Constantinopla I (381). A pesar de ser constantemente censurado, el apolinarismo subsistió hasta el siglo V. En
aquella época el grupo de los pocos apolinaristas que quedaban, se unieron a los monofisitas.
162

Después de algunos viajes por Palestina y Arabia, encontramos a Gregorio


predicando en Constantinopla, entre el 385 y el 386, con ocasión de la muerte de la
Basilisa Flacila y de la princesa Pulqueria. Más tarde, entre el 386 y 387, redactó el
Gran Discurso catequético, una notable obra teológica dogmática. Allí Gregorio trata
sobre el Dios uno y trino, del pecado, de la Encarnación, de la redención, del bautismo,
de la eucaristía y de los frutos de la fe, con un método al mismo tiempo especulativo y
apologético en relación con los herejes y los paganos.

Hacia el final de su vida, vuelve a dedicarse a la exegesis espiritual de tipo


origeniana. En el 388 escribe la obra Sobre los títulos de los salmos y La vida de
Moisés hacia el 390-392; además de otras obras.

Anexo: Textos de San Gregorio de Nisa


¿Qué significa ser cristiano?

“¿Qué significa ser cristiano? Seguro que la consideración de este asunto nos deparará
mucho provecho. En efecto, si captamos con precisión lo que se significa con este
nombre —cristiano—, recibiremos gran ayuda para vivir virtuosamente. Pues nos
esforzaremos, mediante una conducta más elevada, en ser realmente lo que nos
llamamos.
Así le sucede, por ejemplo, al que se llama médico, orador o geómetra: no deja que se
le prive de este título a causa de su incompetencia, como le ocurriría si en el ejercicio
de su profesión se le encontrara sin la experiencia debida. Por el contrario, como no
quiere que su nombre se le aplique falsamente, se esfuerza por hacerlo verdadero en su
trabajo. Lo mismo debe apreciarse en nosotros.
Si buscamos el verdadero sentido de ser cristiano no querremos apartarnos de lo que
significa el nombre que llevamos, para que no se emplee contra nosotros la anécdota de
la mona, tan divulgada entre los paganos. Cuentan que en la ciudad de Alejandría un
titiritero había domesticado a una mona para que danzase. Aprovechando su facilidad
para adoptar los pasos de la danza, le puso una máscara de danzante y la cubrió con
un vestido apropiado. Le puso unos músicos y se hizo famoso con el simio, que se
contoneaba con el ritmo de la melodía. El animal, gracias al disfraz, ocultaba su
naturaleza en todo lo que hacía.
El público estaba sorprendido por la novedad del espectáculo; pero había un niño más
astuto, que mostró a los espectadores boquiabiertos que la mona no era más que una
mona. Mientras los demás aclamaban y aplaudían la agilidad del simio, que se movía
conforme al canto y la melodía, el chico arrojó sobre la orquesta golosinas que excitan
la glotonería de estos animales. Cuando la mona vio las almendras esparcidas delante
del coro, sin pensarlo más, olvidada enteramente de la música, de los aplausos y de los
adornos de la vestimenta, corrió hacia ellas. Cogió con las manos todas las que
encontró y, para que la máscara no estorbase a la boca, se quitó con las uñas
apresuradamente la engañosa apariencia que la revestía.
De este modo, en vez de admiración y elogios, provocó la risa del público, puesto que,
bajo los restos del disfraz, aparecía risible y ridícula. La falsa apariencia no le fue
suficiente a la mona para que la considerasen un ser humano, pues su verdadera
naturaleza se descubrió en su glotonería por las chucherías.
Así, también serán descubiertos por las golosinas del diablo aquellos que no conformen
realmente su naturaleza a la fe cristiana y sean una cosa distinta de lo que profesan.
163

En efecto, la vanagloria, la ambición, el afán de riquezas y de placer, y todas las demás


cosas que constituyen la perversa mercancía del diablo son presentados como
chucherías a la avidez de los hombres, en lugar de higos, almendras o cualquiera de
esas cosas.
Esto es precisamente lo que lleva a descubrir con facilidad a las almas simiescas:
quienes simulan el cristianismo con fingimiento hipócrita, se quitan la máscara de la
templanza, de la mansedumbre o de cualquier otra virtud en el tiempo de la prueba.
Es necesario conocer la tarea que lleva consigo llamarse cristiano. Sólo así llegaremos
a ser de verdad lo que el nombre exige, para que no suceda que, si nos revestimos con
el mero ropaje del nombre, aparezcamos ante Aquél que ve en lo escondido como algo
distinto de lo que aparentamos ser en lo exterior ”. SAN GREGORIO DE NISA, Epístola a
Armonium, 4-11.

San Juan Crisóstomo (“boca de oro”) (345-407). Notable Padre griego. Juan, a
quien su fama de orador le valió el título de “Boca de oro”, es ante todo un pastor que
comenta la Sagrada Escritura en sus homilías, que prepara para el bautismo y exhorta a
los cristianos en sus diferentes estado de vida.

Mientras que la patrística llega a su cumbre filológica y literaria con San


Jerónimo, y a su cumbre filosófica y teológica con San Agustín en el Occidente; en el
Oriente cristiano la escuela exegética y teológica de Antioquía produjo uno de sus
mejores frutos, con San Juan Crisóstomo y Teodoro de Mopsuestia5.

Juan nació en Antioquía entre el 344 y el 354, en el seno de distinguida familia


cristiana. Tuvo una esmerada educación y vivió por algunos años una ascética vida
monacal. El 381 es ordenado diácono y el 386 sacerdote, se destaca desde un principio
por su elocuente predicación.
El mismo año 386 escribe su diálogo Sobre el sacerdocio, en el que ensalza la
dignidad presbiteral, y sobre todo la episcopal. Entre el 386 y el 397 redacta numerosas
Homilías exegéticas, especialmente sobre San Pablo, en las que Juan pone lo mejor de
su genio y del método exegético antioqueno. Al mismo tiempo inicia la composición de
sus famosos Sermones; suelen dividirse en seis grupos: exegéticos, litúrgicos,
panegíricos, morales, polémicos y de circunstancias.

Conocido por su elocuente predicación, Juan Crisóstomo se vio obligado a


aceptar contra su voluntad su elección como Patriarca de Constantinopla el año 397. No
era hombre mundano ni político y no pudo adaptarse a la atmósfera intrigante de la

5
Teodoro de Mopsuesto (c. 350-428), teólogo de la escuela de Antioquía cuyos métodos filológicos, críticos e
históricos en la exégesis bíblica se anticiparon a la ciencia bíblica. Nació en Antioquía y estudió con el retórico
pagano Libano. En 369 ingresó en el colegio monástico de Diodoro (c. 330-390), obispo de Tarso, donde
permaneció durante unos 10 años. Ordenado en 381, en 392 fue nombrado obispo de Mopsuesto, ciudad en la
que murió.
En sus comentarios bíblicos rechazó toda interpretación alegórica, e hizo hincapié en el sentido literal y en el
contexto histórico. Sus obras teológicas versan sobre el estado de la inmortalidad, que entendió como una
conjunción de lo humano y lo divino prefigurada en la unión de la humanidad con Dios en Jesucristo e iniciada a
través de la recepción de los sacramentos. Su interpretación de las dos naturalezas (humana y divina) de Cristo
fue considerada ortodoxa mientras vivió, pero en el concilio de Éfeso se la relacionó con las enseñanzas de su
discípulo Nestorio (muerto hacia 451), que en esta reunión fueron declaradas heréticas. Aunque más tarde la
Iglesia nestoriana llegó a tenerlo como su primera autoridad teológica, recientes estudios sobre las obras que se
conservan han puesto de manifiesto sus tendencias más ortodoxas que nestorianas.
164

Corte imperial. Juan estaba ahora a la cabeza de la complicada sede constantinopolitana,


naturalmente enfrentada a la de Antioquía
Con cierta rigidez, intentó reformar las costumbres del clero y de los cortesanos.
Se atrajo la antipatía de la Emperatriz Eudoxia, y del dudoso obispo de Alejandría,
Teófilo, que tramó un complot contra él. Depuesto y desterrado por primera vez el año
403, pudo quedarse en Constantinopla bajo la presión popular. Un nuevo destierro, en el
año 404, lo llevó lejos de Constantinopla, a Asia, donde murió en el año 407. En la
época de este segundo exilio escribe doscientas treinta y seis Cartas.

El planteamiento teológico de Juan Crisóstomo es típicamente griego: a la


trascendencia absoluta de Dios se contrapone la miseria del hombre. Si el hombre
considera propia la realidad terrena, la vida se convierte en una “mascarada” (parodia).
La realidad terrena pertenece también a Dios, y Dios se la entrega a cada hombre para
que la comparta con los demás.
Sin embargo, la “vanidad” de la vida y de la historia es rescatada y
transfigurada en historia de la salvación por medio de la synkatabasis
(condescendencia) divina. Cristo, la cruz y la eucaristía constituyen la verdadera
estructura profunda de toda la realidad.
En primer lugar, Cristo, que es verdadero Dios y verdadero hombre, aunque,
como Crisóstomo reconoce, es difícil explicar cómo se produce la unión de las dos
naturalezas, Juan como buen antioqueno, tiende sin embargo a poner de relieve la
humanización de Dios, y a subrayar también ciertos aspectos humanos en la figura de la
Virgen.
Si Cristo es el kairós de Dios, la cruz es el kairós de Cristo, y la eucaristía, el
pléroma (plenitud) de este kairós. Juan Crisóstomo concentra con frecuencia su
atención en el misterio eucarístico como continuación sacramental del misterio de
Cristo y de la cruz.

Fragmento de La homilía por Eutropio de San Juan Crisóstomo.


“Siempre, sobre todo ahora, oportuno es decir: «Vanidad de vanidades; todo,
vanidad.» ¿Dónde están ahora las brillantes vestimentas consulares? ¿Dónde las
esplendorosas antorchas? ¿Dónde los aplausos, y las danzas, y los festines, y las
fiestas, y las coronas y los cortinajes? ¿Dónde el estrépito de la ciudad y las
aclamaciones del hipódromo y las adulaciones de los espectadores del teatro? Todo
eso se fue: sopló súbito el viento; derribó el follaje; mostrónos desnudo el árbol,
sacudido, hasta las raíces mismas, lo que de él queda. Tan recia fue la ráfaga del
viento, que amenazó arrancarlo de cuajo y trastornar hasta sus fibras. ¿Dónde están
ahora los improvisados amigos? ¿Dónde el beber y banquetear? ¿Dónde el enjambre
de parásitos, y el beber vinos generosos todo el día, y las mil artes de los marmitones, y
el obrar y hablar siempre complacientes de los esclavos del poder?
Noche era todo aquello y sueño: nació el día, y se desvaneció. Flor era
primaveral: pasó la estación: la flor se marchitó. Sombra era, y voló: humo era, y
disipóse: pompas eran de agua, y deshiciéronse: tela era de araña, y se rompió.
He aquí por qué no nos cansaremos de proclamar la citada sentencia del
Espíritu Santo: «Vanidad de vanidades; todo, vanidad.» Ella en muros, vestiduras,
plazas, hogares, vías, puertas, vestíbulos, y sobre todo en la conciencia de cada cual
indeleblemente escribirse debe y meditarse sin cesar. Desde que la conducta
fraudulenta, el antifaz, la hipocresía parecen ser para muchos verdad, precisa que
165

todos los días, al comer, al cenar, al platicar, repita cada uno esta frase á su vecino y
se la oiga repetir; porque «Vanidad de vanidades, y todo, vanidad6».

Dignidad del sacerdocio

(Sobre el sacerdocio III, 4 - 6)

“Cuando contemplas al Señor sacrificado y puesto sobre el altar, y al sacerdote que


ora y asiste al sacrificio, y a todos los presentes bañados con la púrpura de aquella
sangre preciosísima, ¿acaso piensas que estás aún entre los hombres y que pisas la
tierra?, ¿no te sientes más bien trasladado a los Cielos donde, desterrado de tu alma
todo pensamiento carnal, miras con alma desnuda y mente pura las realidades mismas
de la gloria? !Oh maravilla! !Oh benignidad de nuestro Dios! El que está sentado en la
gloria junto al Padre, es tomado en aquel momento en manos de todos, y se deja
abrazar y estrechar de los que quieren. Así lo hacen con los ojos de la fe.

¿Quieres ver la soberana santidad de estos misterios? Imagínate, te ruego, que tienes
ante los ojos al profeta Elías; mira la ingente muchedumbre que lo rodea, las víctimas
sobre las piedras, la quietud y el silencio absoluto de todos y sólo el profeta que ora; y,
de pronto, el fuego que baja del cielo sobre el sacrificio... Todo esto es admirable y nos
llena de estupor.

Pues trasládate ahora de ahí y contempla lo que entre nosotros se cumple: verás no
sólo cosas maravillosas, sino algo que sobrepasa toda admiración. Aquí está en pie el
sacerdote, no para hacer bajar fuego del cielo, sino para que descienda el Espíritu
Santo; y prolonga largo rato su oración, no para que una llama desprendida de lo alto
consuma las víctimas, sino para que descienda la gracia sobre el sacrificio y,
abrasando las almas de todos los asistentes, las deje más brillantes que plata
acrisolada.

¿Quién habrá, pues, tan loco, quién tan perdido de juicio que desprecie soberbiamente
misterio tan tremendo? ¿Acaso ignoras que, sin una particular ayuda de la gracia de
Dios, no habría alma humana capaz de soportar el fuego de ese sacrificio, sino que nos
consumiría a todos absolutamente?

Si alguien considera atentamente qué cosa significa estar un hombre envuelto aún de
carne y sangre, y poder no obstante llegarse tan cerca de aquella bienaventurada y
purísima naturaleza; ése podrá comprender cuán grande es el honor que la gracia del
Espíritu otorgó a los sacerdotes. Porque por manos del sacerdote se cumplen no sólo
los misterios dichos, sino otros que en nada les van en zaga, ya en razón de su
dignidad en sí, ya en orden a nuestra salvación.

¿Qué otra cosa es esto, sino haberles concedido todo el poder celeste? A quienes
perdonareis - dice - los pecados, les serán perdonados; y a quienes se los retuviereis,
les serán retenidos (Jn. 20, 23). ¿Qué poder puede haber mayor que éste? Todo el
juicio se lo ha dado el Padre al Hijo (Jn. 5, 22); pero yo veo que ese juicio ha sido a su
vez enteramente puesto por el Hijo en manos de sus sacerdotes (...)

6
JÜNEMANN, GUILLERMO. Antología universal. Friburgo: Herder, 1910
166

Los sacerdotes son quienes nos engendran espiritualmente, los que por el Bautismo nos
dan a luz. Por ellos nos revestimos de Cristo (cfr. Rom 13, 14; Ga 3, 27), nos
consepultamos con el Hijo de Dios (cfr. Rom 6, 4) y nos hacemos miembros de aquella
bienaventurada Cabeza. Porque éstos (nuestros padres) nos engendran por la sangre y
la voluntad de la carne (cfr. Jn. 1, 13), más aquellos (los sacerdotes) son autores de
nuestro nacimiento de Dios, de la regeneración bienaventurada, de la libertad
verdadera y de la filiación divina por la gracia

Los sacerdotes judíos tenían poder de librar de la lepra del cuerpo; digo mal: sólo
tenían poder de examinar a los ya curados de ella, y bien sabemos cuán disputada era
entonces la dignidad sacerdotal. Más los sacerdotes cristianos han recibido potestad,
no sobre la lepra del cuerpo, sino sobre la impureza del alma; no de examinar la lepra
ya curada, sino de limpiar absolutamente de ella.

San Cirilo de Alejandría (376-444), obispo y teólogo, Padre y Doctor de la


Iglesia, famoso por su refutación del nestorianismo, herejía cristiana según la cual
Cristo era dos personas distintas, una divina y otra humana.
Nacido y educado en Alejandría, en el año 412 fue elegido Patriarca de esta
diócesis, sustituyendo a su tío Teófilo. Poco después, inició una frenética actividad
contra los que consideraba incompatibles con la comunidad cristiana de la ciudad.
Saqueó y clausuró las iglesias fundadas por los seguidores de las doctrinas enunciadas
en el siglo III por Novaciano7 y, en represalia por los ataques de los judíos hacia los
cristianos, instigó las agresiones a los habitantes judíos de Alejandría, destruyendo sus
hogares y expulsándolos de la ciudad. Durante uno de estos disturbios, la famosa
filósofa y matemática griega Hipatia fue linchada por una muchedumbre de cristianos,
aunque no existen pruebas históricas de que Cirilo contribuyera a su muerte.
Por delegación del Papa Celestino I, presidió el Concilio de Éfeso (431), en el
que destacó como uno de los más firmes opositores al nestorianismo. Las principales
aportaciones teológicas de Cirilo de Alejandría estuvieron relacionadas con la
cristología y la mariología. En Éfeso se mostró firmemente aferrado a la doctrina
ortodoxa de la Iglesia, basada en la dualidad de naturalezas (divina y humana) y unidad
de persona de Cristo. Asimismo, defendió el título de “Madre de Dios” (del griego
Theotokos, ‘portadora de Dios’) para la Virgen María. Prolífico escritor, sus obras son
ricas en ideas, profundas en desarrollo y penetrantes en lo que se refiere a contenidos.
Gran parte de ellas son comentarios sobre las Sagradas Escrituras o exposiciones
doctrinales.
ANEXO: TEXTOS DE SAN CIRILO DE ALEJANDRÍA

7
Novaciano (c.200-c.258), teólogo romano y segundo antipapa (desde 251). Fue uno de los líderes del
clero romano, adoptó la doctrina del montanismo provocando el cisma novaciano. San Cornelio, que
favoreció una actitud poco severa con estos cristianos idólatras, fue elegido Papa en 251 y Novaciano
respondió nombrándose a sí mismo antipapa. Sus partidarios cayeron en la herejía al negarse a imponer
penitencia a los pecadores y en 251 fueron excomulgados por el Papa. Establecieron entonces su propia
Iglesia hasta que en 325 volvieron a integrarse formalmente en la Iglesia católica en el concilio de Nicea
I. Se cree que Novaciano fue martirizado durante las persecuciones del Emperador Valeriano. Fue el
primer teólogo romano que escribió en latín. Se conservan dos de los nueve tratados de los que se tiene
noticia: De la Trinidad y De los alimentos judíos.
167

Dios te salve, María...

“Dios te salve, María, Madre de Dios, Virgen Madre, Estrella de la mañana, Vaso
virginal. Dios te salve, María, Virgen, Madre y Esclava: Virgen, por gracia de Aquél
que de ti nació sin menoscabo de tu virginidad; Madre, por razón de Aquél que llevaste
en tus brazos y alimentaste con tu pecho; Esclava, por causa de Aquél que tomó forma
de siervo.
Entró el Rey en tu ciudad, o por decirlo más claramente, en tu seno; y de nuevo salió
como quiso, permaneciendo cerradas tus puertas. Has concebido virginalmente, y
divinamente has dado a luz.
Dios te salve, María, Templo en el que Dios es recibido, o más aún, Templo santo,
como clama el Profeta David diciendo: santo es tu templo, admirable en la equidad
(Sal 64, 6).
Dios te salve, María, la joya más preciosa de todo el orbe; Dios te salve, María, casta
paloma; Dios te salve, María, lámpara que nunca se apaga, pues de ti ha nacido el Sol
de justicia. Dios te salve, María, lugar de Aquél que en ningún lugar es contenido; en tu
seno encerraste al Unigénito Verbo de Dios, y sin semilla y sin arado hiciste germinar
una espiga que no se marchita.
Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien claman los profetas y los pastores
cantan a Dios sus alabanzas, repitiendo con los ángeles el himno tremendo: gloria a
Dios en lo más alto de los cielos, y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad
(Lc. 2, 14).
Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien los ángeles forman coro y los
arcángeles exultan cantando himnos altísimos. Dios te salve, María, Madre de Dios,
por quien los Magos adoran, guiados por una brillante estrella. Dios te salve, María,
Madre de Dios, por quien es elegido el ornato de los doce Apóstoles. Dios te salve,
María, Madre de Dios, por quien Juan, estando aún en el seno materno, saltó de gozo y
adoró a la Luminaria de perenne luz. Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien
brotó aquella gracia inefable de la que decía el Apóstol: la gracia de Dios, Salvador
nuestro, ha iluminado a todos los hombres (Tít. 2, 11).
Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien resplandeció la luz verdadera,
Jesucristo Nuestro Señor, que en Evangelio afirma: Yo soy la Luz del mundo (Jn. 8, 12).
Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien brilló la luz sobre los que yacían en la
oscuridad y en la sombra de la muerte: el pueblo que se sentaba en las tinieblas ha
visto una gran luz (Is. 9, 2). ¿Y qué luz sino Nuestro Señor Jesucristo, luz verdadera que
ilumina a todo hombre que viene a este mundo? (Jn. 1, 29).
Dios te salve. María, Madre de Dios, por quien en el Evangelio se predica: bendito el
que viene en el nombre del Señor (Mt 21, 9); por quien la Iglesia católica ha sido
establecida en ciudades, pueblos y aldeas. Dios te salve, María, Madre de Dios, por
quien vino el vencedor de la muerte y exterminador del infierno. Dios te salve, María,
Madre de Dios, por quien se ha mostrado el Creador de nuestros primeros padres y
Reparador de su caída, el Rey del reino celestial.
Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien floreció. Y resplandeció la hermosura
de la resurrección. Dios te salve, María, Madre de Dios, por quien las aguas del río
168

Jordán se convirtieron en Bautismo de santidad. Dios te salve, María, Madre de Dios,


por quien Juan y el Jordán son santificados, y es rechazado el diablo. Dios te salve,
María, Madre de Dios, por quien se salvan los espíritus fieles. Dios te salve, María,
Madre de Dios: por ti las olas del mar, ya aplacadas y sedadas, llevaron con gozo y
suavidad a los que son, como nosotros, siervos y ministros”. SAN CIRILO DE
ALEJANDRÍA, Encomio a la Santa Madre de Dios.

San Cirilo de Jerusalén (315?-387). Padre y Doctor de la Iglesia, nacido en


Jerusalén. En el año 315 fue elegido obispo de su ciudad natal. Su arzobispo era el
arriano Acacio, obispo de Cesarea, con quien se enfrentó en un principio por las
competencias de sus respectivos cargos, pero más tarde por sus diferencias doctrinales.
En el año 357, antes de la celebración de un concilio en Cesarea, cuya autoridad
no reconocía Cirilo, Acacio lo acusó de vender los tesoros legados por Constantino a su
iglesia; la asamblea lo destituyó. Cirilo recurrió a un sínodo más numeroso que lo
restituyó en su cargo en el 359. Sin embargo, al año siguiente, y debido a la
perseverante hostilidad de Acacio, fue depuesto de nuevo, esta vez por un concilio
reunido en Constantinopla. Gracias al Emperador Juliano, Cirilo fue restituido de nuevo
a su episcopado. Algunos años después murió su viejo enemigo Acacio, pero se
encontró con nuevas dificultades y fue desterrado en el año 367 por Flavio Valente,
Emperador romano de Oriente; regresó en el año 378 tras la muerte del Emperador.
Los escritos de Cirilo son valiosos para la historia de la teología y del ritual.
Constituyen 23 tratados, 18 de ellos dirigidos a los catecúmenos y 5 a los recién
bautizados. El primer grupo es fundamentalmente doctrinal y presenta el credo de la
Iglesia de una manera más completa y sistemática que los escritos de los demás Padres
de la Iglesia; el último grupo está relacionado con el ritual y constituye un detallado
informe sobre el bautismo, la eucaristía y el crisma de la consagración. Su festividad se
conmemora el 18 de marzo.

LOS PP LATINOS

Si exceptuamos a San Agustín, el pensamiento de los PP latinos es menos


original que el de los PP griegos, a los que generalmente tienden a copiar.

San Ambrosio (340-397). El representante más destacado de la lucha anti


arriana en Occidente, una vez desaparecido Hilario de Poitiers en el 367, fue Ambrosio
de Milán; poseedor de una compleja personalidad que marcó fuertemente a la Iglesia de
su época.
Hijo de Ambrosio, prefecto del pretorio de las Galias y nacido probablemente en
Tréveris el año 333, es llevado a Roma por su madre, después de la muerte de su padre
y educado en esta ciudad junto a su hermana Marcelina (que el 353 recibió el velo de las
vírgenes de manos del Papa Liberio) y junto a su hermano Sátiro. Formado en el estudio
de las letras y el derecho, Ambrosio se convirtió el año 370 en gobernador de la Liguria
y de la Emilia, con residencia en la ciudad de Milán.
169

En el año 374 murió Auxencio, el obispo arriano de Milán. Ambrosio fue


imprevistamente elegido y consagrado como obispo, siendo todavía catecúmeno; en
ocho días recibe el bautismo, la confirmación y las órdenes sagradas.

El joven obispo distribuye sus bienes entre los pobres y emprende una
instrucción teológica acelerada bajo la guía del presbítero Simpliciano, basada sobre
todo en los Padres griegos. Inmediatamente afronta los problemas teológicos más
importantes en dos obras dedicadas al Emperador Graciano8: Sobre la fe, a Graciano
(378-380), acerca de la divinidad del Hijo, y Sobre el Espíritu Santo (381), acerca de la
divinidad de la Tercera Persona.

La actuación de Ambrosio no sólo sirve como preparación del Concilio de


Constantinopla I en mayo del año 381, sino también para derrotar al arrianismo en
Occidente por medio del concilio de Aquileya, ciudad del noreste de Italia, celebrado en
septiembre del 381 y presidido por él mismo, y del concilio de Roma, reunido el 382.
Ese mismo año, hace que desaparezcan los últimos residuos oficiales de paganismo de
la curia senatorial romana, induciendo a Graciano a quitar la estatua de la diosa Victoria
y animando luego al sucesor de Graciano, Valentiniano II9, para que se resista frentes a
los reiterados intentos de Símaco y otros senadores paganos a restituir la imagen.

En marzo y abril del 386, frente a la orden de la Emperatriz madre y regente


Justina, filoarriana, de entregar algunas basílicas milanesas a Auxencio Mercurino, jefe
arriano, Ambrosio ocupó con el pueblo los edificios designados, componiendo Himnos
para la ocasión, y pronunciando el discurso Contra Auxencio, en el que se encuentra la
famosa frase Imperator intra ecclesiam, non supra ecclesiam est, que puede
considerarse la quintaesencia de la política religiosa de este obispo.

Intransigente con los paganos y con los herejes, Ambrosio no lo es menos con
los judíos. El 388 convenció a Teodosio para que retirara el decreto por el que el
Emperador quiso obligar al obispo de Calínico a reconstruir la sinagoga destruida por
los cristianos, por otra parte, no es menos intransigente con la violencia que considera
ilegítima por lo que protestó enérgicamente cuando el 385 el Emperador usurpador
Máximo condenó a muerte al hereje Prisciliano de Ávila.
8
Flavio Graciano (359-383), Emperador romano de Occidente (375-383). Era el hijo mayor del Emperador de
Occidente Valentiniano I y se convirtió en corregente junto con su padre en el 367 (cuando fue nombrado
augusto). Después de la muerte de éste, en el 375, gobernó junto con su joven hermanastro Valentiniano II, con
quien se repartió el Imperio de Occidente, entregándole Italia, África e Iliria.
Firme partidario de la Iglesia, comenzó el proceso de disociación del Estado romano de la vieja religión pagana.
Rechazó el título de pontifex maximus, tradicionalmente desempeñado por los emperadores, ordenó el traslado
de la estatua de la diosa Victoria del edificio del Senado, y puso fin a la ayuda económica a los cultos paganos.
Pasó la mayor parte de su reinado en la Galia, protegiendo las provincias occidentales contra las tribus germanas.
En el 378, rechazó una invasión alamana de la Galia y los obligó a regresar al otro lado del río Rin. En el 383,
Magno Clemente Máximo, su comandante en Britania, se rebeló contra él y las legiones lo proclamaron
Emperador. Abandonado por sus tropas, Graciano huyó a Lyon, donde le alcanzaron y asesinaron.
9
Valentiniano II (371-392), Emperador romano de Occidente (375-392). Hijo y sucesor de Valentiniano I,
compartió los ocho primeros años de su imperio con su hermanastro Flavio Graciano; su territorio comprendía el
norte de África, Italia y parte de Iliria. Durante su minoría de edad su madre, Justina, dirigió el gobierno. En el
387, Magno Clemente Máximo, quien había planeado la muerte de Graciano en el 383, lo expulsó de Italia.
Buscó refugio con Teodosio I el Grande, Emperador romano de Oriente, que le ayudó a recuperar el poder en el
388. Fue asesinado por el tutor que le había impuesto Teodosio, el galo Arbogasto (fallecido en el 394), quien
instaló en el trono a Eugenio, un Emperador títere.
170

Ambrosio actuó también en el terreno más propiamente eclesiástico. Llevó a


cabo una gran actividad pastoral que despertó admiración en el mismo Agustín.
Reformó la liturgia milanesa, modificada ya por su predecesor Auxencio, que desde
entonces pasó a llamarse “ambrosiana”, y escribió obras notables referentes a moral y
vida ascética, exégesis y sacramentos: hacia el 386 escribe Los deberes de los
eclesiásticos, dirigido a clérigos y a todos los cristianos, en donde cristianiza, por así
decirlo, el De officis de Cicerón. Entre los años 387 y 390 escribe La Penitencia, en la
que combate el rigorismo de los novacianos. El 388, los seis libros del Hexámeron,
comentario alegórico moral a los seis días de la creación, a imitación de la obra de San
Basilio de Cesarea; entre el 390-391, el tratado litúrgico y catequético Los misterios.

El año 390 Ambrosio realizó un gesto que lo hizo famoso en la historia y en la


leyenda popular: forzó al Emperador Teodosio a hacer penitencia pública tras la
matanza de Tesalónica. A esta época se remontan algunas de las homilías ambrosianas
más famosas, como aquellas en las que reclama una mayor justicia social: una sobre el
libro de Tobías, en contra de la usura; otra sobre la viña de Nabor, en contra de la
avaricia, etc., son también notables los discursos funerarios que Ambrosio pronunció el
año 392, con ocasión de la muerte de Valentiniano II y el 395, al morir Teodosio I. Dos
años después, muere también Ambrosio, un poco antes del derrumbe del Imperio
romano de Occidente.

Ambrosio se comprometió en la lucha contra los errores trinitarios de su tiempo,


y luchó contra las tendencias cesaropapistas de determinados ambientes imperiales. Su
visión teológica está muy condicionada por las circunstancias históricas de su tiempo;
tal vez por esto, carece del carácter sistemático propio de un teólogo de profesión. No
obstante, es una teología orgánica, centrada en los aspectos sociales de la fe cristiana.
Por ejemplo, respecto de la Trinidad, Ambrosio insiste sobre todo en la acción ad extra
de las tres Personas Divinas, hasta el punto de que para él el cristianismo constituye el
principio y el fin, dejando en las sombra la historicidad progresiva de la salvación.
Subrayó además la importancia y la realidad de la humanidad de Cristo, la misión de los
ángeles, colectiva e individual, el carácter social de los sacramentos, exigido por el
carácter social de pecado original, la función eclesial de la Virgen, la función primacial
del obispo de Roma en cuanto sucesor de Pedro, la independencia de la Iglesia respecto
del Estado y , al mismo tiempo, el derecho de ésta a ser salvaguardada por el mismo
Estado, al ser maestra y guardiana del orden moral, al que el Estado queda también
sometido.

También hay puntos en su teología de variada índole. Por ejemplo, acerca de las
relaciones intra trinitarias, acerca de la naturaleza del pecado original, acerca de la
exención del pecado originado y de la virginitatis in partu de la Virgen, en lo referente a
los problemas escatológicos, en relación con el método exegético, en lo concerniente al
estoicismo en el terreno moral y ascético, y en lo que respecta al carácter laico del
Estado. Ambrosio pretende fundamentalmente ser un pastor, un maestro de vida
cristiana, un promotor de cultura cristiana.

ANEXO: TEXTOS DE SAN AMBROSIO


171

La misericordia divina

“¿Quién hay de vosotros que, teniendo cien ovejas y habiendo perdido una de ellas, no
deje las noventa y nueve en la dehesa, y no vaya en busca de la que se perdió, hasta
encontrarla? (Lc. 15, 4).
Un poco más arriba has aprendido cómo es necesario desterrar la negligencia, evitar
la arrogancia, y también a adquirir la devoción y a no entregarte a los quehaceres de
este mundo, ni anteponer los bienes caducos a los que no tienen fin; pero, puesto que la
fragilidad humana no puede conservarse en línea recta en medio de un mundo tan
corrompido, ese buen médico te ha proporcionado los remedios, aun contra el error, y
ese juez misericordioso te ha ofrecido la esperanza del perdón.
Y así, no sin razón, San Lucas ha narrado por orden tres parábolas: la de la oveja
perdida y luego hallada, la de la dracma que se había extraviado y fue encontrada, y la
del hijo que había muerto y volvió a la vida; y todo esto para que, aleccionados con
este triple remedio, podamos curar nuestras heridas, pues una cuerda de tres hilos no
es fácil de romper (Qoh 4, 12).
¿Quién es este padre, ese pastor y esa mujer? ¿Acaso no representan a Dios Padre, a
Cristo y a la Iglesia? Cristo te lleva sobre sus hombros, te busca la Iglesia y te recibe el
Padre. Uno porque es Pastor, no cesa de llevarte; la otra, como Madre, sin cesar te
busca, y entonces el Padre vuelve a vestirte. El primero, por obra de su misericordia; la
segunda, cuidándote; y el tercero, reconciliándote con Él. A cada uno de ellos le
cuadra perfectamente una de esas cualidades: el Redentor viene a salvar, la Iglesia
asiste y el Padre reconcilia. En todo actuar divino está presente la misma misericordia,
aunque la gracia varía según nuestros méritos. El pastor llama a la oveja cansada, se
encuentra la dracma que se había perdido, y el hijo, por sus propios pasos, vuelve al
padre y lo hace plenamente arrepentido del error que lo acusa sin cesar. Y por eso, con
toda justicia, se ha escrito: Tú, Señor, salvarás a los hombres y a los animales (Sal 35,
7).
¿Y quiénes son estos animales? El profeta dijo que la simiente de Israel era una
simiente de hombre y la de Judá una simiente de animales (cfr. Jer 31, 27). Por eso
Israel es salvada como un hombre y Judá recogida como una oveja. Por lo que a mí se
refiere, prefiero ser hijo antes que oveja, pues aunque ésta es solícitamente buscada por
el pastor, el hijo recibe el homenaje de su padre. Regocijémonos, pues, ya que aquella
oveja que había perecido en Adán fue salvada por Cristo.

Los hombros de Cristo son los brazos de la Cruz. En ella deposité mis pecados, y sobre
la nobleza de este patíbulo he descansado. Esta oveja es una en cuanto al género, pero
no en cuanto a la especie: pues todos nosotros formamos un solo cuerpo (1 Cor. 10,
17), aunque somos muchos miembros, y por eso está escrito: vosotros sois el Cuerpo de
Cristo, y miembros de sus miembros (1 Cor. 12, 27). Pues el Hijo del hombre vino a
salvar lo que había perecido (Lc. 19, 10), es decir, a todos, puesto que lo mismo que en
Adán todos murieron, así en Cristo todos serán vivificados (1 Cor. 15, 22).

Se trata, pues, de un rico pastor de cuyos dominios nosotros no formamos más que una
centésima parte. Él tiene innumerables rebaños de ángeles, arcángeles, dominaciones,
potestades, tronos (cfr. Col 1, 16) y otros más a los que ha dejado en el monte, quienes
—por ser racionales— no sin motivo se alegran de la redención de los hombres.
Además, el que cada uno considere que su conversión proporcionará una gran alegría
a los coros de los ángeles, que unas veces tienen el deber de ejercer su patrocinio y
172

otras el de apartar del pecado, es ciertamente de gran provecho para adelantar en el


bien.

Esfuérzate, pues, en ser una alegría para esos ángeles a los que llenas de gozo por
medio de tu conversión. No sin razón se alegra también aquella mujer que encontró la
dracma (cfr. Lc. 15, 8-10). Y esta dracma, que lleva impresa la figura del príncipe, no
es algo que tenga poco valor. Por eso, toda la riqueza de la Iglesia consiste en poseer
la imagen del Rey. Nosotros somos sus ovejas; oremos, pues, para que se digne
colocarnos sobre el agua que vivifica (cfr. Sal 22, 2). He dicho que somos ovejas:
pidamos, por tanto, el pasto; y, ya que somos hijos, corramos hacia el Padre. No
temamos haber despilfarrado el patrimonio de la dignidad espiritual en placeres
terrenales (cfr. Lc. 15, 11-32). SAN AMBROSIO, Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, VII,
207-212.

San Agustín (354-430) es el PP que ha tenido una influencia más profunda en el


pensamiento religioso de Occidente. Natural de Tagaste en Numidia (Argelia actual),
tuvo por madre a la piadosa Mónica. Estudiante y luego profesor en Cartago, pasó a
Roma y Milán. Por mucho tiempo estuvo buscando la verdad a través de las filosofías y
del maniqueísmo10.

Agustín creyó que le sería un obstáculo la vinculación con una mujer, que le
había dado un hijo, Adeodato. Encontró finalmente la luz bajo la influencia de San
Ambrosio, de quien recibió el bautismo el año 387. Había decidido llevar una vida
monástica cuando los cristianos de Hipona lo eligieron como sacerdote y luego como
obispo (año 395).

Durante su largo episcopado, Agustín tiene que enfrentarse con las múltiples
cargas de su ministerio. Predica, viaja a través de África del norte para tratar con los
demás obispos y participar de los concilios locales, y pasa largas horas en su sede. Pero
se encuentra además con los conflictos donatistas que constituían una Iglesia rival y la
disputa sobre la gracia con el monje Pelagio. Sus últimos años se ven amargados por la
invasión de los vándalos: Agustín muere cuando su ciudad, de cual es obispo, está
sitiada por los bárbaros.

10
Maniqueísmo, antigua religión que tomó el nombre de su fundador, el sabio persa Mani (c. 216-c. 276), que
se autoproclamaba el último de los profetas, dentro de los que se consideraba a Zoroastro, Buda y Jesús, y cuyas
revelaciones parciales, según él, estaban contenidas y se consumaban en su propia doctrina. Aparte del
zoroastrismo y del cristianismo, el maniqueísmo es otro de los movimientos religiosos que reflejan una fuerte
influencia del gnosticismo.
La doctrina fundamental del maniqueísmo se basa en una división dualista del universo, en la lucha entre el bien
y el mal: el ámbito de la luz (espíritu) está gobernado por Dios y el de la oscuridad (problemas) por Satán. En un
principio, estos dos ámbitos estaban totalmente separados, pero en una catástrofe original, el campo de la
oscuridad invadió el de la luz y los dos se mezclaron y se vieron involucrados en una lucha perpetua. La especie
humana es producto, y al tiempo un microcosmos, de esta lucha. El cuerpo humano es material, y por lo tanto,
perverso; el alma es espiritual, un fragmento de la luz divina, y debe ser redimida del cautiverio que sufre en el
mundo dentro del cuerpo. Se logra encontrar el camino de la redención a través del conocimiento del ámbito de
la luz, sabiduría que es impartida por sucesivos mensajeros divinos, como Buda y Jesús, y que termina con Mani.
Una vez adquirido este conocimiento, el alma humana puede lograr dominar los deseos carnales, que sólo sirven
para perpetuar ese encarcelamiento, y poder así ascender al campo de lo divino.
173

Entre todos los PP, Agustín es el que nos ha dejado más obras. Agustín es pastor
y pedagogo en sus sermones y sus catequesis. Escribe también comentarios eruditos
sobre la Sagrada Escritura, tratados de filosofía y de teología, algunos para combatir
ciertos errores. Entre sus obras más célebres suelen citarse las Confesiones, una larga
plegaria de acción de gracias por su conversión. La ciudad de Dios, una reflexión sobre
la historia para ayudar a los cristianos desalentados por las invasiones bárbaras y la
caída de Roma en manos del bárbaro Alarico en el año 410, y el Tratado de la
Santísima Trinidad. Todos los teólogos posteriores, hasta Lutero, Calvino y Jansenio,
leerán y apelarán a San Agustín, algunos mal comprendiendo su obra.

ANEXO: TEXTOS DE SAN AGUSTÍN DE HIPONA

La ciudad de Dios, libro XIX, capítulo XII


La paz, aspiración suprema de los seres

1. “Quienquiera que repare en la cosas humanas y en la naturaleza de las mismas,


reconocerá conmigo que, así como no hay nadie que no quiera gozar, así no hay nadie
que no quiera tener paz. En efecto, los mismos amantes de la guerra no desean más que
vencer, y, por consiguiente, ansían llegar guerreando a una paz gloriosa. Y ¿qué es la
victoria más que la sujeción de los rebeldes? Logrado este efecto, llega la paz. La paz
es, pues, también el fin perseguido por quienes se afanan en poner a prueba su valor
guerrero presentando guerra para imperar y luchar. De donde se sigue que el
verdadero fin de la guerra es la paz. El hombre, con la guerra, busca la paz; pero nadie
busca la guerra con la paz. Aun los que perturban la paz de intento, no odian la paz,
sino que ansían cambiarla a su capricho.

Su voluntad no es que haya paz, sino que la paz sea según su voluntad. Y si llegan a
separarse de otros por alguna sedición, no ejecutan su intento si no tienen con sus
cómplices una especie de paz. Por eso los bandoleros procuran estar en paz entre sí,
para alterar con más violencia y seguridad la paz de los demás. Y si hay algún
salteador tan forzudo y enemigo de compañías que no se confíe y saltee y mate y se dé
al pillaje él solo, al menos tiene una especie de paz, sea cual fuere, con aquellos a
quienes no puede matar y a quienes quiere ocultar lo que hace. En su casa procura
vivir en paz con su esposa, con los hijos, con los domésticos, si los tiene, y se deleita en
que sin chistar obedezcan a su voluntad.
Y si no se le obedece, se indigna, riñe y castiga, y si la necesidad lo exige, compone la
paz familiar con crueldad. Él ve que la paz no puede existir en la familia si los
miembros no se someten a la cabeza, que es él en su casa. Y si una ciudad o pueblo
quisiera sometérsele como deseaba que le estuvieran sujetos los de su casa, no se
escondiera ya como ladrón en una caverna, sino que se engallaría a vista de todos,
pero con la misma malicia. Todos desean, pues, tener paz con aquellos a quienes
quieren gobernar a su antojo. Y cuando hacen la guerra a otros hombres, quieren
hacerlos suyos, si pueden, e imponerles luego las condiciones de su paz.

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