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Y el niño corriendo se fue al patio y sembró una semilla de la manzana que se estaba
comiendo.
Al día siguiente fue a recoger manzanas y no encontró ninguna; y cuando su papá volvió
del trabajo le preguntó que porqué no habían nacido manzanas.
-Hijo, me haces recordar a aquellas personas que se quieren hacer ricas de la noche a la
mañana. Hay que sembrar la semilla, pero también hay que preparar la tierra, hay que
nutrirla, regarla y fertilizarla.
La moraleja es: Todo en la vida requiere de un proceso y nunca se pueden saltar pasos; la
vida tiene un orden y hay que respetarlo. Así como de la primaria se pasa a la secundaria,
bachillerato y universidad.
Como veis, con trabajo, esfuerzo y paciencia, se consiguen las cosas que se quieren.
Cuando trabajamos en nuestro huerto sabemos que al otro día no vamos a tener las
hortalizas y verduras listas para comer, pero aun así cada día trabajamos duro por conseguir
lo que queremos.
Igual pasa si durante todo el año nos esforzamos, atendemos, estudiamos y nos portamos
respetando las normas de clase, sabemos que al final de todo ese duro camino, tendremos la
recompensa al final del curso.
Pero sus hijos no querían ayudar en nada. Dormían hasta las 12 de la mañana, y por más
que el pobre Cosme intentaba que hicieran algo, no había manera.
– ¡Venga, holgazanes!– decía cada día Cosme- ¿Quién me ayuda con el trigo? ¿Y con las
gallinas?
Pero nada, por más que lo repetía, una y otra vez, ninguno de sus tres hijos se levantaba a
ayudar.
Pasaban los días y Cosme se preocupaba cada vez más. ¿Qué futuro les esperaba a sus
hijos si no eran capaces de trabajar el campo, que era lo único que tenían? ¿Cómo saldrían
adelante en un futuro cuando él ya no estuviera allí?
Los días siguieron pasando y llegó la época de la siembra. Él ya era mayor y no podía
remover todas las hectáreas de tierra él solo para sembrar el campo, no le daría tiempo. Y
si no conseguía sembrar las semillas, no germinarían y no tendría cereales ni patatas, ni
pimientos…
Sus hijos no querían ayudar, así que tuvo que pensar y pensar para dar con una idea
realmente brillante. ¡Al fin lo tenía! ¡Ya sabía cómo convencer a sus hijos para que le
ayudaran a remover la tierra!
A la mañana siguiente, Cosme reunió a sus hijos en la cocina y les dijo muy serio:
– Hijos míos, ha llegado el momento de que sepáis la verdad. Tengo algo muy importante
que contaros…
Los hijos abrieron mucho los ojos y agudizaron los oídos. ¿Qué sería aquello tan
importante que su anciano padre tenía que contar? Cosme carraspeó y, después de guardar
un momento de silencio, anunció al fin:
os tres hijos de Cosme, azadón en mano, se pusieron a remover cada palmo de tierra que
rodeaba la casa. Durante todo el día cavaron y cavaron si parar… hasta que al fin, caída ya
la noche, dijeron a su padre:
– ¡No puede ser! ¡Si no hemos encontrado nada! ¡No hay ningún tesoro!
– El tesoro está- dijo Cosme- pero debéis tener paciencia. Seguro que en unos meses
aparecerá.
Los hijos, cansados, se fueron a descansar, y su padre, con los primeros rayos de la
mañana, comenzó a sembrar la tierra que habían removido con tanto ahínco sus hijos.
La tierra estaba tan bien removida, que aquella primavera, los frutos y verduras que dio
su tierra fueron de una calidad extraordinaria. Entonces, una vez que pudo recoger
todos los frutos del campo, Cosme volvió a llamar a sus hijos y les mostró las cestas llenas
de patatas, cereales, pimientos, verduras… y les dijo:
– ¿Os acordáis del tesoro que andabais buscando hace meses? ¡Aquí lo tenéis!
Los hijos de Cosme observaron los magníficos productos que había dado la tierra y
comprendieron lo que su padre quería decirles.
– El tesoro que tenéis frente a vuestros ojos es el fruto de vuestro trabajo y esfuerzo. Es
el mejor tesoro, el más precioso que podéis encontrar.