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El tesoro del huerto

Stephano Tito

Había una vez un viejo campesino llamado Cosme, que tenía tres hijos muy
holgazanes. Cosme era muy trabajador y todos los días se levantaba muy
temprano para trabajar la tierra y dar de comer a los animales.
Pero sus hijos no querían ayudar en nada. Dormían hasta las 12 de la mañana, y
por más que el pobre Cosme intentaba que hicieran algo, no había manera.
– ¡Venga, holgazanes!– decía cada día Cosme- ¿Quién me ayuda con el trigo? ¿Y
con las gallinas?
Pero nada, por más que lo repetía, una y otra vez, ninguno de sus tres hijos se
levantaba a ayudar.

Pasaban los días y Cosme se preocupaba cada vez más. ¿Qué futuro les esperaba
a sus hijos si no eran capaz de trabajar el campo, que era lo único que tenían?
¿Cómo saldrían adelante en un futuro cuando él ya no estuviera allí?
Los días siguieron pasando y llegó la época de la siembra. Él ya era mayor y no
podía remover todas las hectáreas de tierra él solo para sembrar el campo, no le
daría tiempo. Y si no conseguía sembrar las semillas, no germinarían y no tendría
cereales ni patatas, ni pimientos…
Sus hijos no querían ayudar, así que tuvo que pensar y pensar para dar con una
idea realmente brillante. ¡Al fin lo tenía! ¡Ya sabía cómo convencer a sus hijos
para que le ayudaran a remover la tierra!
A la mañana siguiente, Cosme reunió a sus hijos en la cocina y les dijo muy serio:

– Hijos míos, ha llegado el momento de que sepáis la verdad. Tengo algo muy
importante que contaros…

Los hijos abrieron mucho los ojos y agudizaron los oídos. ¿Qué sería aquello tan
importante que su anciano padre tenía que contar? Cosme carraspeó y, después
de guardar un momento de silencio, anunció al fin:

– ¡Hay un tesoro escondido en nuestras tierras!


Los hijos exclamaron sorprendidos:

– ¡Pero padre! ¿Cómo no nos lo habías dicho antes? ¡Busquémoslo!

Los tres hijos de Cosme, azadón en mano, se pusieron a remover cada palmo de
tierra que rodeaba la casa. Durante todo el día cavaron y cavaron si parar… hasta
que al fin, caída ya la noche, dijeron a su padre:

– ¡No puede ser! ¡Si no hemos encontrado nada! ¡No hay ningún tesoro!
– El tesoro está- dijo Cosme- pero debéis tener paciencia. Seguro que en unos
meses aparecerá.

Los hijos, cansados, se fueron a descansar, y su padre, con los primeros rayos de
la mañana, comenzó a sembrar la tierra que habían removido con tanto ahínco
sus hijos.
La tierra estaba tan bien removida, que aquella primavera, los frutos y verduras
que dio su tierra fueron de una calidad extraordinaria. Entonces, una vez que
pudo recoger todos los frutos del campo, Cosme volvió a llamar a sus hijos y les
mostró las cestas llenas de patatas, cereales, pimientos, verduras… y les dijo:
– ¿Os acordáis del tesoro que andabais buscando hace meses? ¡Aquí lo tenéis!
Los hijos de Cosme observaron los magníficos productos que había dado la tierra
y comprendieron lo que su padre quería decirles.

– El tesoro que tenéis frente a vuestros ojos es el fruto de vuestro trabajo y


esfuerzo. Es el mejor tesoro, el más precioso que podéis encontrar.
Los hijos de Cosme entendieron la lección, y desde aquel día, comenzaron a
trabajar la tierra junto a su padre. Los productos de la familia eran tan buenos
que en seguida cobraron mucha fama, y desde entonces no les faltó nunca
alimento ni dinero, gracias al trabajo y esfuerzo de todos.

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