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multipolar
Gabriel Merino
En el conflicto ucraniano, como en toda guerra, hubo una serie de errores de cálculo por
parte de los distintos protagonistas. Pero sin dudas, uno de los que se más se destaca es
el cálculo de que profundizar al máximo posible la guerra económica contra Rusia —
iniciada a partir de 2014— iba a desmoronar su economía. Argumentos no faltaban para
tal razonamiento. No sólo debido a que el poder financiero y la primacía del dólar hacen
de las sanciones una especie de “arma de destrucción masiva” en poder de EE.UU. y el
polo anglo-estadounidense —como pudimos ver en la región en el caso de Venezuela a
partir de 2016—, sino por la interdependencia entre Rusia y Europa. Rusia proveyó en
2021 el 41% del gas, el 27% del petróleo y el 47% del carbón que consumió Europa. La
dependencia europea —cuya ruptura implicaba enormes costos para Bruselas, que
probablemente sí estaban calculados por las corporaciones hidrocarburíferas al otro lado
del Atlántico— también significaba una enrome dependencia para Moscú, ¿a quién iría
a vender Rusia semejante cantidad de hidrocarburos y, además, quién se iba a animar a
comprarlos?
Uno de los posibles compradores sustitutos fue la respuesta casi obvia para los tiempos
que corren: China. Digo, para los tiempos que corren porque era completamente
improbable pensar que Beijing desafiara de tal manera a Washington hace sólo una
década, un suspiro, medido en tiempos históricos. En el transcurso de 2022, China
aumentó el 75% las importaciones de petróleo, gas y carbón de Rusia, y se aceleraron
los proyectos de interconexión energética entre Moscú y Beijing, como ya había
ocurrido a partir de 2014 cuando estalló el conflicto bélico en Ucrania y se inició una
nueva fase en la crisis del orden mundial. Pero a los últimos movimientos para
profundizar la asociación político-estratégica euroasiática, se le agrega la
profundización del intercambio comercial y financiero en las monedas propias en
detrimento del dólar —un movimiento que comenzó en 2014-2015, cuando Moscú y
Beijing comienzan a desarrollar sistemas de pago alternativos al SWIFT, el SPFS y el
CIPS respectivamente—, para romper ese monopolio dominado por el poder financiero
del Norte Global.
Lo que estaba menos claro —sobre todo para visiones ancladas en el pasado o que
reproducen la narrativa de la guerra fría protagonizada por EE.UU y la URSS para
representar el mundo actual, queriéndolo encerrar en esa vieja bipolaridad tan distinta y
distante a la realidad actual— era el papel de India. Esta potencia emergente del sur de
Asia, que en breve será el país más poblado del mundo superando a China con 1.400
millones de personas (18% de la población mundial), fue en realidad el gran comprador
de los hidrocarburos que los rusos dejaron de venderle a Europa. Esto se puede observar
claramente en el gráfico de Bloomberg, al igual que el enigmático y creciente destino
asiático “desconocido” del petróleo ruso, todo un dato en sí mismo. India, tercer mayor
importador de petróleo del mundo, pasó de comprar el 1% del petróleo ruso a casi el
30% y, además, con nada menos que un 30% de descuento en promedio, lo cual le da
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una gran ventaja competitiva —como también a China, el gran taller industrial de un
mundo cada vez más asiático—. Y además, Nueva Delhi compra en monedas distintas
al dólar para evitar las sanciones, golpeando así en un aspecto sensible a la primacía del
dólar que desde los años setenta del siglo XX se asienta en el petrodólar, es decir, en la
comercialización mundial del petróleo en dólares.
India también anunció que le compraría a Rusia el carbón que Europa embargó y que lo
haría en yuanes, para sorpresa y disgusto de la gran mayoría de analistas y de
Washington que veían en el gigante del Índico un activo completamente alineado en la
cruzada antichina. Esto también muestra que la weaponization del dólar por parte de
EE.UU. tiene importantes costos al desmoronarse la realidad unipolar, pudiendo
transformase en un bumerán y quebrar uno de los principales elementos en el que
todavía conserva la primacía el ex hegemón.
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Parte de la dinámica multipolar que se quiere resaltar es el acuerdo al que han llegado
Irán y Arabia Saudita para restablecer los vínculos diplomáticos y reabrir las respectivas
embajadas. Esto podría modificar drásticamente la situación geopolítica y
geoestratégica en Oriente Próximo, o Asia Sudoccidental, en favor de la pacificación.
Algo que resulta clave es que el mediador fue China, con muy buen vínculo político y
como principal socio comercial de ambos países, lo que resulta todo un síntoma de los
tiempos de posthegemonía anglo-estadounidense. El creciente acercamiento de Arabia
Saudita, que era un aliado clave del polo anglo-estadounidense, a China y a los polos de
poder emergentes, o los acuerdos con Rusia en la OPEP+, también son expresiones de
un cambio de época. En lo que sería un movimiento de alto impacto, tanto Irán como
Arabia Saudita ingresarían próximamente al club de los BRICS, como Argentina, y
además Riad podría sumarse a la Organización para la Cooperación de Shanghái
liderada por China y Rusia.
Es importante destacar que la posición de India tampoco resulta una sorpresa. Posee con
Rusia un vínculo histórico que se remonta a los tiempos de la Unión Soviética, luego de
la independencia del imperio británico. La asociación estratégica entre ambas potencias
euroasiáticas tiene por los menos seis ejes fundamentales y uno de ellos es el de la
Defensa. Rusia posee el segundo complejo industrial militar más importante del mundo
y ello se refleja en que es el segundo exportador mundial de armas, con 21% del total
mundial entre 2015-2019, por detrás de Estados Unidos con el 36%. Los principales
destinos de exportación son India y China, en ese orden. Es decir que Rusia vende
armas de primer nivel mundial a las dos grandes potencias emergentes de Asia, cada
una con casi el 20% de la población mundial.
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A su vez, para India es clave el vínculo con Rusia para contrabalancear a China, con
quien posee importantes conflictos limítrofes y tensiones estratégicas, más allá de que
Beijing sea el principal socio comercial de Nueva Delhi, algo propio de este mundo de
profunda interdependencia, de cooperación, a la vez que enfrentamiento. Rusia es el
gran punto de equilibrio entre la India y China. Además, las tres potencias comparten un
conjunto de espacios institucionales emergentes que defino como un nuevo
multilateralismo multipolar que se solapa y a la vez se contrapone con la
institucionalidad del viejo orden globalista unipolar: el ya mencionado BRICS, pero
también la estratégica Organización para la Cooperación de Shanghái que se inició en
2001 como germen de nuevas tendencias históricas, a la que ahora también se sumó
Irán.
India, por otro lado, forma parte de la iniciativa estratégica denominada QUAD, junto a
EE.UU., Japón y Australia, para contener a China en lo que los estadounidenses llaman
“la región Indo-Pacífico”. Pero Nueva Delhi se resiste a alinearse contra Rusia. Es decir,
en las antinomias atlantistas, India es parte del “mundo libre” pero también de las
“autocracias” a las que hay que derrotar como misión histórica. Por eso mismo, las
fuerzas globalistas apuntan cada vez con más fuerza al gobierno de Narendra Modi, al
que antes veían como un ejemplo de “democracia”, y ahora es visto como otro
“autócrata”, algo similar a lo que ocurrió con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan.
En este sentido, más que como concepto para caracterizar un régimen político
particular, el concepto de “democracia” —que desde nuestra perspectiva confunde el
concepto de república liberal con el de democracia— parecería utilizarse más bien como
una vara de alineamiento relativo con las fuerzas dominantes del polo del poder anglo-
estadounidense, representado como “Occidente” en términos geopolíticos. El problema
es que con la aceleración de la multipolaridad relativa, según esta perspectiva, cada vez
quedan menos alineados, digo, menos “demócratas”.
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declive relativo. Por un lado, la mayor parte de los países de la región votaron a favor de
la resolución de la ONU impulsada por los países de la OTAN que condena la invasión
de Rusia a Ucrania, mostrando alineamiento “hemisférico”. El apoyo fue menor cuando
se votó la suspensión de Rusia en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU,
destacándose la posición neutral y por lo tanto no favorable a la resolución por parte de
México y Brasil, los dos principales países de la región, aunque sorprendió Argentina en
su alineamiento con Washington en esa votación. Pero cuando se quiso involucrar a la
región directamente en la guerra, por ejemplo, con la solicitud de envío de armamento a
Kiev, claramente hubo un rechazo bastante extendido. Resonaron las respuestas de
Brasil y Colombia a favor de la Paz.
Por otro lado, los países de América Latina participan cada vez más de iniciativas del
mundo emergente protagonizadas por China junto a otras potencias euroasiáticas como
Rusia e India, como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, el Banco Asiático de Inversión
en Infraestructura o el BRICS con la probable ampliación e incorporación de Argentina
y, quizás, también de México, etc. Es destacable la realidad material que sustenta esta
dinámica geopolítica y que otorga mayores márgenes de maniobra a los países de la
región para intentar romper su lugar tradicional de “patio trasero”; no sólo China es el
principal socio comercial e inversor (en términos de flujos) de Suramérica, sino que se
observa un creciente papel de los países de Asia como socios comerciales: en el año
2000, Asia representaba uno de cada diez dólares del comercio de América Latina, en
tanto que en 2018, esa cifra alcanzó uno de cada cuatro; y si quitamos a México, de
cuyo comercio el 80% es con EE.UU., dicha cifra aumenta considerablemente.
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histórica hacia la siguiente”. El mapa del poder mundial ha cambiado estructuralmente y
la guerra es expresión de ello. Como se señaló hace más de una década en América
Latina en plena oleada nacional-popular, que también fue y es expresión de la crisis de
hegemonía, nos encontramos en un cambio de época. Muchas/os se resisten a aceptarlo.
Fuente: Avión Negro - Marzo 2023