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Calígula, el césar al que todo estaba permitido

Cayo Julio César Augusto Germánico1 (31 de agosto de 12-Roma, 24 de enero de 41), más
conocido como Calígula, fue el tercer emperador romano, gobernando desde el año 37 hasta el
año 41.
Sus acciones despóticas y sanguinarias, exageradas tal vez por los historiadores de la
Antigüedad, han dado lugar a múltiples interpretaciones, incluida la de que era un psicópata.
Embriagado por su poder, Calígula se situó siempre por encima de las leyes.
El corcel favorito de Calígula
Tras nombrar cónsul a su caballo Incitato, Calígula ordenó construirle un lujoso establo de
mármol, donde dormía con mantas de púrpura.
Más de un siglo después de su muerte, cuando los historiadores romanos volvían su mirada
sobre el breve reinado de Calígula, no veían más que extravagancias, megalomanía y un
sinnúmero de crímenes. El paso del tiempo no había hecho más que ensombrecer el recuerdo de
aquel emperador de la dinastía Julio-Claudia, que a los 25 años había sucedido a su tío abuelo
Tiberio y que murió desastradamente en un pasillo de palacio, apuñalado por los oficiales del
ejército sublevados contra su tiranía. Para Suetonio y Dión Casio, Calígula fue, en efecto, un
déspota; más que eso, un «monstruo» del que tan sólo cabía enumerar adulterios, confiscaciones
y actos de crueldad.
TORTURADO POR EL INSOMNIO
No hay duda de que Calígula sufrió varias afecciones que pudieron afectar a su equilibrio
psíquico. Suetonio menciona que durante su infancia sufrió ataques de epilepsia, pero al parecer
éstos desaparecieron en la edad adulta, aunque consta que a veces tenía desfallecimientos de los
que le costaba recobrarse. Se sabe asimismo que sufría insomnio. Según Suetonio, nunca
conseguía dormir más de tres horas, e incluso en ese tiempo lo asaltaban extrañas pesadillas. El
mismo historiador afirma que el emperador se levantaba de la cama, se sentaba a la mesa o se
paseaba por las galerías del palacio, «esperando e invocando la luz». Ésa pudo ser una de las
causas de la irascibilidad y crueldad del emperador, aunque otros autores, como Séneca, dan la
explicación inversa: las noches en vela le servían para mantenerse alerta, vigilar y planear actos
criminales.

Los autores antiguos también coinciden en señalar que a los pocos meses de acceder al trono, en
el otoño del año 37 d.C., Calígula sufrió una grave enfermedad. No está clara la naturaleza de
esta afección: se ha sugerido que pudo tratarse de una crisis nerviosa, de una encefalitis –una
inflamación del cerebro causada por algún tipo de infección–, de hipertiroidismo o de la ya
mencionada epilepsia. Filón de Alejandría, en cambio,
da una explicación de tipo moral: la causa de la crisis habría sido el cambio en los hábitos de
vida de Calígula al ser proclamado emperador, pasando de una existencia tranquila y saludable a
toda clase de excesos, «vicios propios para destruir el alma, el cuerpo y su mutua cohesión»,
sentenciaba. Otra hipótesis apuntaría a alguna enfermedad venérea, que puede provocar
problemas mentales o al menos desórdenes de conducta.
«TODO ME ESTÁ PERMITIDO»
Los estudiosos actuales han desistido de encontrar una causa física determinada para la supuesta
locura de Calígula, y ni siquiera creen que ésta se hubiera originado en un momento preciso.
Régis F. Martin, un médico especializado en el estudio de las enfermedades romanas antiguas,
piensa que la personalidad perturbada del emperador se corresponde con el perfil de un
psicópata.

Técnicamente, la psicopatía es un trastorno antisocial de la personalidad. En términos de


psicología clínica, un psicópata tipo sería una persona con un encanto superficial, autoestima
exagerada, mentiroso patológico, carente de remordimientos o empatía, emocionalmente
superficial, sin control sobre la propia conducta, de sexualidad promiscua, problemático desde
la niñez, impulsivo, irresponsable y proclive a una conducta criminal, así como con un historial
de muchos matrimonios de corta duración. Hay que admitir que estos rasgos se ajustan muy
bien al retrato que Suetonio y otros autores hacen de Calígula.

Un pasaje de la biografía de Suetonio ofrece una clave para interpretar la conducta de Calígula
mediante las categorías de los propios romanos. El emperador habría dicho en una ocasión: «No
hay nada en mi naturaleza que exalte o apruebe más que mi adriatepsia », un término griego
que podría traducirse como desfachatez, falta de pudor o de vergüenza, pero también como
indiferencia respecto a las consecuencias de sus actos sobre los demás.
REY DE LAS ESTRATAGEMAS
Nada parece confirmar mejor la psicopatía que se ha atribuido a Calígula que sus actos de
crueldad, a menudo puramente gratuita. El propio emperador se regodeaba en su fama de
sádico, hasta el punto de que se decía que estaba totalmente seguro de ser el padre de la hija de
su última esposa por los reflejos de crueldad infantil de la niña, que intentaba meter el dedo en
el ojo a cuantos se le acercaban. Aunque sin duda también aquí resulta difícil discriminar entre
los hechos ciertos y las reelaboraciones o invenciones pergeñadas para denigrar la memoria del
emperador.
Un ejemplo del modo en que Calígula podía ensañarse con aquellos que perdían su favor por los
motivos más fútiles lo ofrece el caso de Nevio Sutorio Macrón. Prefecto del pretorio bajo
Tiberio y aliado clave de Calígula en su acceso al poder, Macrón cometió el error de querer
mantener su ascendiente sobre el nuevo césar, dispensándole consejos y advertencias no
solicitados. Calígula se hastió de aquella actitud, y según el historiador Filón decía al ver
aproximarse a su antiguo amigo: «Ahí llega el maestro de quien ya no necesita lección alguna...
¿Cómo se atreve alguien a enseñarme a mí, que antes aun de ser engendrado fui modelado
emperador, cómo se atreve un ignorante a enseñar a quien sabe?». Para deshacerse de él,
Calígula ideó una estratagema característica. Tras ofrecerle un cargo en Egipto, hizo que lo
acusaran de lenocinio, esto es, de inducir a su esposa a prostituirse, algo de lo que el propio
Calígula podía dar fe porque había sido amante de Enia, la mujer de Macrón. Para transmitir los
bienes a sus descendientes, el matrimonio se suicidó.
Suetonio destacaba todavía otro rasgo de la personalidad obsesiva de Calígula: su violencia
verbal. «La ferocidad de sus palabras hacía todavía más odiosa la crueldad de sus acciones»,
decía el cronista. Al final, sin embargo, esa costumbre le costó cara. El tribuno de una de las
cohortes pretorianas, Casio Querea, era un hombre ya mayor y de complexión robusta, pero que
tenía una voz atiplada. Calígula se burlaba despiadadamente de su afeminamiento, llamándolo
Príapo o Venus o dándole la mano para que la besara con actitud y movimientos obscenos,
según Suetonio. Harto de aquellas ofensas, Querea se puso al frente de la conspiración integrada
por pretorianos y senadores, que en enero del año 41 dio muerte a Calígula, a su mujer y a su
hija.

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