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Despojos, expropiaciones y resistencias: estrategias de subsistencia en una

experiencia de Cochatalasacate (Córdoba)

Autores/as:

Avalle, Gerardo
avallegera@gmail.com
Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Católica de
Córdoba; UA Ciencias Sociales y Humanidades - UCC/Conicet

Reinoso, Paula
paureinoso88@gmail.com
Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales, Universidad Católica de
Córdoba; UA Ciencias Sociales y Humanidades - UCC/Conicet

Grupo temático N° 11 Trabajo y autogestión en las organizaciones de la economía


social

Coordinación: Mirta Vuotto (Centro de Estudios de Sociología del Trabajo, FCE,


UBA), mirta.vuotto@gmail.com Griselda Verbeke (Centro de Estudios de Sociología
del Trabajo, FCE, UBA) gverbeke@gmail.com

Grupo temático alternativo N°5. Trabajo y trabajadores en producciones agrarias


y en el mundo rural

Coordinación: Mariela Blanco (CEIL-CONICET) marielablanco04@hotmail.com


Florencia Linardelli (INCIHUSA-CONICET) mlinardelli@mendoza-conicet.gob.ar
Germán Quaranta (CEIL-CONICET) gquaranta@unaj.edu.ar Juan Manuel Villulla
(CIEA-FCE-UBA-CONICET) jmvillulla@gmail.com

1. Introducción

La crisis sanitaria, laboral, alimentaria, habitacional, ambiental y la escalada de


violencias -que terminó por desnudar la emergencia de la pandemia por Covid-19- da
cuenta de un escenario global atravesado por condiciones de precariedad, explotación y
despojos, no nuevas, sino crecientes y brutales. En este escenario algunos autores/as

1
(Gago y Mezzadra, 2015; Svampa y Viale, 2014) han afirmado que la lógica
“extractivista” en América Latina ha llevado a niveles extremos la mercantilización de la
tierra, el trabajo y el dinero, arrasando con territorios y poblaciones enteras para su
“valorización” y transformando las relaciones en el mundo laboral, donde la relación de
explotación se transforma en una relación de expropiación de la propia fuerza de trabajo.

En este escenario, en la provincia de Córdoba sobrados son los casos de luchas y


conflictos por despojos y expropiación de los medios de subsistencia y producción para
garantizar las condiciones de vida en las últimas décadas1. Un ejemplo de ello es el caso
del territorio de Cochatalasacate2, ubicado geográficamente en las inmediaciones de
Bialet Massé. Allí, una diversidad de sujetos y grupos sociales habitan y construyen
estrategias de producción para la subsistencia, a la vez que se organizan para resistir el
avance del cercamiento contemporáneo de tierras por parte del capital inmobiliario y el
Estado.

Se trata de una región –el valle de Punilla- que según datos del último censo (2010)
con mayor crecimiento poblacional en términos relativos (llegando a alcanzar el 47, 2%
entre 1991 y 2010) lo cual ha tenido un fuerte impacto en el mercado inmobiliario y de la
construcción. Asimismo, según los últimos censos agropecuarios (2002, 2008, 2018) ha
sido constante la pérdida de producción agrícola-ganadera y las posibilidades de
desarrollo de la producción indígeno-campesina, allí donde el negocio inmobiliario
vinculado al turismo y a la zona residencial fue acaparando tierras, impactando de manera
negativa en las posibilidades de producción debido a la falta de agua y disponibilidad de
tierra.

Por otro lado, grandes obras de infraestructura (viales y de servicios) vinculadas a este
crecimiento, han tenido también fuerte impacto en cuencas y zonas protegidas de bosque

1
Desde el equipo de investigación el Llano en llamas hemos trabajado desde el año 2004 sobre numerosos
conflictos. Ver, por ejemplo, Ciuffolini et al (2013; 2017; 2020).
2
Cochatalasacate podría traducirse, en palabras de integrantes de la comunidad indígena Ticas como
“Pueblo (sacate) de la laguna (cocha) de los talas (árboles nativos)”. Es una región ubicada en la zona de la
actual Bialet Massé, en la región de Punilla (centro de la provincia de Córdoba). No coincide exactamente
con la espacialidad estatal (departamento de Punilla o localidad de Bialet Massé), sino que se trata de una
región delimitada y denominada así ancestralmente y en proceso de defensa y recuperación por parte de los
grupos sociales que en esta ponencia presentamos.

2
y han sido resistidas e impugnadas por las poblaciones3. Todo ello ha generado un
contexto difícil para la viabilidad de pequeños y medianos productores4 (Reinoso, 2015)
que, o fueron expulsados, o tuvieron que reinventar sus medios de vida, o se encuentran
constantemente amenazados5.

En este marco, el objetivo propuesto es, por un lado, analizar las formas de
apropiación, expropiación y despojos del capital sobre el trabajo-los cuerpos-la
naturaleza; y, por el otro, indagar sobre aquellas formas de subjetivación política, de
organización y configuración de estrategias para la subsistencia en respuesta a aquella
forma de gobierno. Para ello, nos proponemos una estrategia predominantemente
cualitativa a partir de un análisis de registros de campo y observaciones realizadas en las
comunidades, además de diez entrevistas en profundidad realizadas durante los meses de
febrero de 2019 y diciembre de 2020 a los sujetos involucrados.

2. La mercantilización de la tierra y la apropiación de la fuerza de trabajo

La crisis sanitaria generada por el Covid-19 expone la situación crítica en la cual se


encuentra gran parte de la población global, signada por condiciones de precariedad,
explotación y despojo crecientes. La gobernanza neoliberal que ofrece el modelo de
producción y acumulación capitalista desde los años 70, con la crisis del petróleo y el
abandono del patrón oro a escala mundial, ha ido mostrando a través de sucesivas crisis
(deuda a finales de los 80, reformas laborales en los 90, financiera en 2008/9, sanitaria en
el presente) un creciente desmejoramiento de las condiciones de vida de la población, y

3
Tales son los casos de la autovía de Montaña de Punilla y del puente José Manuel de la Sota. Ver nota de
La Tinta de fecha 04/09/2018: “Voces de la resistencia”, disponible en https://bit.ly/30DLO8O; nota de La
Tinta de fecha de 20/10/2020: “Sobre tierra arrasada y en plena pandemia, el Gobierno de Córdoba insiste
con la Autovía de Montaña”, disponible en https://bit.ly/3GbAzVm; nota de La Tinta de fecha 07/04/2021:
“Autovía de Punilla: avanza el nuevo proyecto, crecen las críticas y las resistencias”. Disponible en
https://bit.ly/2Z8mUh4
4
Nota de Diario El Resaltador de fecha 02/02/2021: “Pequeños productores se oponen a la nueva traza de
la autovía de Cosquín”. Disponible en: https://bit.ly/3vvWZvC
5
Nota de Diario Cosquín con fecha de 07/12/2020: “Amenazan de muerte a familia campesina en Bialet:
‘Los voy a matar’”. Disponible en: https://bit.ly/3jnooex

3
una también creciente expropiación y concentración de la riqueza en cada vez menos
manos.

América latina es, en este sentido, uno de los territorios más arrasados por esta
dinámica “extractivista” –al decir de Gago y Mezzadra (2015)- en la región, donde el
nivel de mercantilización de la tierra, el trabajo y el dinero llevó a niveles inmanejables
la gobernabilidad o el control político del capital. Más aún, en un territorio donde la
alianza entre capitalismo y democracia gestada en el escenario de posguerra, se vio
resquebrajada tempranamente con la instauración de dictaduras militares que impusieron
localmente lo que en los países del norte se implementó de la mano de gobiernos liberales
y conservadores.

Este proceso de mercantilización extremo lleva a un escenario donde el trabajo y el


territorio quedaron casi por completo subsumidos al mercado. Como bien señala
Ciuffolini (2021), si bien los gobiernos de corte “progresista” intentaron poner una
regulación o control político a la lógica extractiva del capital, no lograron desmontar todo
el andamiaje institucional y normativo que las reformas de los 70 y 90 supuso en la región.
Las fuerzas liberalizadoras consolidaron una dinámica extractiva sobre la tierra, a partir
del despojo de las poblaciones de sus lugares de hábitat y subsistencia, y una dinámica de
explotación laboral y de los cuerpos en el mundo del trabajo.

Ello nos lleva a reflexionar –entonces- sobre dos procesos imbricados: el de la


creciente mercantilización de la tierra y la apropiación de la fuerza de trabajo, por un lado;
y el de la posterior configuración de formas de subjetivación política resultantes, por el
otro. Aquí comenzamos a desarrollar el primer punto que podríamos denominar capital-
trabajo-naturaleza.

2.1. Una fuerza de trabajo vapuleada

La noción de trabajo a la que hacemos referencia más arriba no solo remite al modelo
salarial predominante en el siglo XX y las instituciones de protección social a él
vinculadas, sino a un concepto y un mundo que supone la transformación de las relaciones
sociales y la naturaleza puestas al servicio de la subsistencia y reproducción de las
condiciones de vida de los sujetos. En ese sentido, es necesario superar la reducción del

4
concepto del trabajo al ámbito de producción de mercancías y a la fábrica. Ocurre que, en
el marco del capitalismo, estas prácticas son colonizadas como mecanismos de
valorización y mercantilización.

Así, nos encontramos con un escenario donde el trabajo asalariado se encuentra hace
tiempo amenazado y explotado producto de las reformas laborales, los cambios en los
modos de producción -en el capitalismo postfordista primero (Virno, 2003), financiero
después (Negri, 2013)- y viendo desmantelados los principales mecanismos de protección
social (seguros, jubilaciones, obras sociales) y representación (sindicatos), generando un
tránsito ininterrumpido hacia un terreno no salarial (también llamado economía en negro,
informal, etc.). Lorey (2018) explica esta situación en los términos de inclusión-
exclusión, lo que le permite inscribir a esta masa trabajadora en un proceso creciente de
desafiliación social, económica y política, siguiendo a Castel (2006). Este tránsito, este
intermedio permanente entre estar dentro y estar afuera, o ese riesgo de perder la
estabilidad de un trabajo asalariado y entrar en ese derrotero es lo que Lorey define como
“estado de precariedad”.

Del otro lado, desde categorías como la exclusión o el mundo laboral no asalariado, el
sujeto protagonista de estas relaciones es aquel que no solo está excluido de todo sistema
de protección y resguardo del mercado, sino que la relación de explotación se transforma
en una relación de expropiación de la propia fuerza de trabajo mediante el endeudamiento,
la usura, la renta, etc. Ya no hay mediación ni trabas para que la dinámica extractiva del
capital atraviese los cuerpos, lo que nos exige –nuevamente- pensar en una noción de
explotación que no quede recluida a la noción de trabajo asalariado/fabril, siendo que la
“informalidad” en estas latitudes (de América Latina), es incluso una nota características
desde los tiempos de la colonia. Ese mundo no salarial se va configurando a la par de la
reestructuración capitalista, e importa consecuentemente un conjunto de relaciones
sociales diversas y heterogéneas “al interior de las cuales se advierte una multiplicidad de
formas y sujetos trabajadores” (Marega, Vogelmann y Vitali, 2019, p. 11)

Acá, el sujeto excluido –el informal, la precarizada, el trabajador golondrina– se


muestra como sujeto a múltiples tipos de despojos y expropiaciones. Por un lado, aquellas
que lo mantienen siempre en ese espacio borde, entre el afuera y el adentro, definiendo

5
su estado como una condición de permanente precariedad, el informal que sobrevive de
la itinerancia entre diferentes experiencias laborales temporales; y por otro, aquellas que
se presentan como experiencias o formas de organización alternativa a ese modo de
gobierno de los cuerpos, y que como tal constituyen una apuesta de futuro, o pueden
sucumbir o ser metabolizadas por la propia racionalidad neoliberal.

Ambos estados precarios frente al trabajo y el capital se encuentran, a su vez,


atravesados por una lógica de extracción financiera que opera mediante el
endeudamiento, y que no tiene como garantía la solvencia del mercado de trabajo, sino la
percepción del algún tipo de asistencia estatal de los sujetos (Gago y Mezzadra, 2015), y
la garantía de cualquier ingreso por trabajo a futuro. Incluso las experiencias que se erigen
como alternativas, encuentran en el endeudamiento financiero una vía para concretar sus
proyectos productivos y reproductivos.

Ahora bien, si el capital está logrando totalizar las relaciones sociales. ¿hay, en este
sentido, algo inapropiable del trabajo? Para Fraser (2014) la mercantilización y
monetarización nunca es completa; para Gago y Mezzadra (2015), ya no hay espacios no
mercantiles, lo que ocurre es una reorganización violenta del capital; como señala Davies
(2016) “los enemigos contra los que se dirige están en gran medida desprovistos de poder
y se hallan dentro del propio sistema neoliberal” (p. 141).

Ello nos lleva, en consecuencia, a reconocer que las relaciones sociales del trabajo
exceden su espacio tradicional de producción de valor, la fábrica, y se desplazan a los
propios espacios de vida, a los territorios y al cuerpo, evidenciando o denunciando el
avance del capital sobre espacios antes no mercantilizados. Fraser dice que “los modelos
teóricos heredados nos defraudan, porque siguen dando prioridad a los enfrentamientos
relacionados con el trabajo en el punto de producción” (2014, p. 58). Sin embargo, una
franja creciente de la población ve impedida la entrada al mercado formal de trabajo, y al
mismo tiempo el acceso a los medios de producción y de subsistencia se les presenta
como prohibitivo. Nuevamente, como señala esta autora

Esta división surge como resultado de la descomposición de un mundo social previo


en el que la mayoría de las personas, aun en diferentes situaciones, tenía acceso a los

6
medios de subsistencia y a los medios de producción; acceso, en otras palabras, a
comida, vivienda y vestimenta, y a herramientas, tierra y trabajo, sin tener que pasar
por los mercados de trabajo. El capitalismo anuló decisivamente este estado de cosas.
Cercó los terrenos comunitarios, abrogó los derechos de uso tradicionales de la
mayoría y transformó los recursos compartidos en propiedad privada de una pequeña
minoría (Fraser, 2014, p. 59).

Posiblemente acá encontramos un lenguaje a través del cual reflexionar sobre esta
noción de trabajo no salarial. Ese lenguaje que intentamos poner en diálogo es el de los
medios de subsistencia y los medios de producción de este sector de la economía que
marcha en paralelo al mercado capitalista y que tiene con este múltiples conexiones, y
que involucra también la dimensión de la reproducción social, o la economía de los
cuidados. Son términos que requieren ser puestos en contexto para exponer las relaciones
de dominación, las jerarquías sociales y las desigualdades que producen, por más que
podamos pensarlas por fuera de una relación mercantil.

La subsistencia, la producción y los cuidados involucran prácticas sociales de


trabajo que están acompañadas por relaciones de dominación, patriarcado, sumisión y
dependencia. Es justamente ese lugar el que pretendemos exponer acá a partir de mirar
con esos reparos epistémicos las experiencias de un grupo de trabajadores y trabajadoras
en el Valle de Punilla, de la Provincia de Córdoba.

En esta instancia problematizamos, entonces, al trabajo como parte de la trayectoria


de vida de los sujetos, sus inscripciones en el mundo salarial, las múltiples desafiliaciones,
y exclusiones; al mismo tiempo, extendemos la mirada a las expresiones colectivas de
organización del trabajo que proponen en el presente, a modo de “contramovimientos” al
decir de Fraser (2014) para resistir a ese estado de precariedad que mencionamos al
principio.

La experiencia de Cochatalasacate muestra historias migrantes, cuerpos que han


atravesado crisis económicas de las cuales no han logrado recuperarse o estabilizarse. En
los relatos aparece la “necesidad de reinventarse” permanentemente para subsistir. La
inscripción en el mundo laboral previa expresa esas condiciones de precariedad e
inseguridad de la que estuvimos hablando anteriormente. Vendedores ambulantes, oficios

7
varios a demanda (plomeros, mecánicos, albañiles), comercios barriales unifamiliares,
elaboración y venta de artesanías, talleristas a demanda. Todas actividades que en los
relatos permitían vivir al día, pero que en cada crisis la salida era más difícil. Algunos
relatos también muestran la posibilidad de que la asistencia estatal a través de
transferencias monetarias les permitía comenzar a invertir parte de esos ingresos y generar
fuentes adicionales de dinero

La economía de los cuidados está fuertemente vinculada a la vida doméstica. En los


relatos de la vida en la ciudad, el hogar queda como espacio exclusivo de las mujeres,
donde algunas recuerdan sus actividades como “ama de casa”, a cargo del cuidado y
educación de los hijos. Cualquier referencia al mundo laboral aparece asociado con tareas
que pueden realizarse en el mismo hogar, de manera intermitente. La vida en las sierras
presenta un desplazamiento. La tierra pasa a ser el lugar de trabajo y vida, donde la
producción de productos agroecológicos se entremezcla con la vida cotidiana.

También es a partir de ese cambio que se da en las trayectorias personales de trabajar


“para afuera”, “fuera de donde uno vive”, al servicio de patrones, hacia un formato que
luego se comenzó a nombrar como “cooperativo”, lo que les permite hablar del deseo de
vivir de otro modo:

“rescatar aquellos valores naturales que fueron los que nos hicieron sentar las bases
de una subsistencia, y la subsistencia es de alimento, es de salud, es economía de
vida, y demás. Saber poder desprendernos de algunas culturas, costumbres y
cuestiones que fueron adquiridas, no transmitidas”.

Si nos detenemos en este punto de la descripción, podríamos decir que narramos


experiencias romantizadas de la vida comunitaria, donde aparecen invisibilizadas las
principales amenazas de este tipo de experiencias, que pueden resumirse bajo el término
de sustentabilidad; esto es, la capacidad de lograr el sustento a través de esas estrategias
laborales. Pero la novedad aparece o se refuerza cuando se hace explícito el
reconocimiento de la asistencia estatal mediante la figura del “salario social
complementario”.

8
El pasaje de los microemprendimientos al trabajo comunitario-cooperativo aparece
como un lugar diferente de producción de comunidad. Esto hace incluso poner en debate
lenguajes como “autoexplotación” y trabajo poco o escasamente:

“Hasta que un día no fuimos más y las posibilidades de no ir más es respetar todo
ese trabajo comunitario que veníamos y poder complementar nuestro trabajo con
un salario, existió la posibilidad del Estado de tener un salario complementario y
poder hacer cumplir y hacer valer ese salario en lo comunitario. remunerado, en
tanto la intervención de la política pública se presenta no solo como una asistencia,
sino como el fortalecimiento de otras dinámicas de producción de trabajo distinto
al de la economía de “libre mercado”.

Sin embargo, la ayuda social, los bienes y servicios públicos, el


autoaprovisionamiento, el intercambio en especies (formas de trueque), entre otras, no se
rige –al menos no exclusivamente-por las lógicas del mercado. Se trata, pues, de formas
“semiproletarizadas” de las que el capital extrae valor y que se han maximizado en el
neoliberalismo producto de la expulsión de trabajadores/as de la economía formal.

2.2. La tierra: apropiación, expropiación y despojo de los territorios

Como dijimos, el sujeto excluido –la familia campesina, el indígena, la villera, el sin
techo, la que arrienda para producir- está sujeto a múltiples tipos de despojos y
expropiaciones. No solamente es la separación de los sujetos de su medio de producción
(tierra y maquinaria), sino de sus formas de vida y condiciones de reproducción social.
Pero estos múltiples despojos, necesarios para la acumulación del capital, han sido
siempre violentos y brutales.

En América Latina, particularmente, estos procesos de expropiación de millones de


hectáreas de tierras a los pueblos originarios y a las familias campesinas durante los
últimos siglos, han implicado genocidios de pueblos, invisibilización de las comunidades,
migraciones forzadas, y en efecto, la disolución de las formas comunales de propiedad de
la tierra (y sus valores de uso). La mercantilización de la tierra, su valorización, es
resultado de ese proceso de acumulación del capital: la propiedad privada como forma de

9
apropiación de la tierra se convierte así en la relación predominante del capital sobre los
territorios.

Así, desde los orígenes del capitalismo en la región, la distribución, el acceso y uso de
la tierra forma parte de antiguas disputas que atraviesan la trayectoria de todos los países
de América Latina (Domínguez, 2009). No obstante, el proceso de despojo y expropiación
de la naturaleza, de los seres humanos y sus modos de vida (Composto y Navarro, 2012)
se ha reconfigurado y reforzado en la actual etapa neoliberal y financiera, y es lo que
Harvey (1990) ha conceptualizado como “acumulación por desposesión” y que ha
implicado una renovación de las dinámicas del capital respecto de la tierra y sus recursos
y por lo tanto redefiniciones también en las formas que adquieren los conflictos.

Para su acumulación, y dadas las características intrínsecas de la tierra -limitada, fija


y no reproducible-, el capital necesita sumar nuevos territorios -improductivos, desde el
punto de vista del capital- para la producción y, por tanto, su consecuente valoración-
mercantilización. A decir de Gago y Mezzadra, implica “ocupar espacios marginales para
convertirlos en suelo de sus operaciones” (2015, p. 41) y habilitarlo a nuevos territorios
para su valorización. Este proceso implica, por un lado, innovaciones tecnológicas y
mecanismos financieros que habilitan otras formas de apropiación de los territorios; pero
por el otro, la siempre necesaria violencia política.

Por su parte, para Roux (2007) esto ha sido posible a través de dos vías: 1. por la
privatización de los bienes y servicios públicos, como el transporte, las
telecomunicaciones, los servicios financieros y bancarios, el sistema de seguridad social,
las actividades mineras, y hasta los fondos de pensión y retiro de trabajadores/as; 2. y por
la disolución de comunidades agrarias y la conversión de la tierra en mercancía.

En América Latina, según datos de Oxfam, esto último significa para el año 2017 el
acaparamiento de la mitad de la superficie productiva en tan solo el 1%. Asimismo, en
Argentina implica que el 0,94% de los dueños de grandes superficies productivas controla
casi el 34% del total del territorio mientras que el 99,06% restante controla el 66,11% (en
Ciuffolini, 2021). Todo ello da cuenta, según Harvey, de una reedición gigantesca del
cercado de las tierras comunales que otrora fuera desarrollado y analizado en los siglos

10
XV y XVI en Europa (en Roux, 2007). No obstante, a diferencia de aquellos procesos de
cercados de tierra analizados por Marx y Polanyi, dice Fraser (2020), los cercados
contemporáneos,

Penetran profundamente «dentro de» la naturaleza, alterando sus principios


elementales internos” (...) el neoliberalismo está mercantilizando el ecologismo,
véase si no el potente comercio de permisos e intercambios de carbono y de
«derivados medioambientales», que alejan al capital de la inversión a largo plazo y
a gran escala necesaria para transformar formas de vida insostenibles, basadas en los
combustibles fósiles. Sobre el telón del calentamiento global, ese asalto a lo que
queda de los bienes comunes ecológicos está convirtiendo la condición natural de la
acumulación de capital en otro nudo central de la crisis capitalista (p. 24)

En este aspecto, Fraser (2020) resalta dos contradicciones fundamentales del


capitalismo: por un lado, la del capital-naturaleza; por el otro, la del capital-reproducción
social. Es importante resaltar, entonces, que cuando hablamos de despojos y
expropiaciones de las tierras y los territorios, no significa únicamente el desplazamiento
de los sujetos de su medio de producción, sino de su vida y reproducción social. En ese
sentido, los grupos sociales expropiados/despojados de sus territorios ven el acceso a
medios de producción y subsistencia como algo prohibitivo.

Pero, además, aquí se pone en evidencia esta segunda contradicción a la que referimos,
que es la “reproductiva social”. En las sociedades capitalistas la producción de
mercancías, relación en la que el capital explota el trabajo asalariado, descansa sobre el
trabajo de cuidados (no remunerado) que ha estado a cargo históricamente de las mujeres.
No obstante, el capital depende de tales actividades socio-reproductivas para desplegarse
y desarrollarse, aunque no las reconoce como trabajo: nuevamente, y en un incesante
impulso hacia la acumulación ilimitada, dice Fraser (2020), hay un peligro siempre de
desestabilización de los procesos de reproducción social de los que depende. En ese
sentido la autora habla de una doble crisis: reproductiva social y ecológica.

En ese sentido, autores/as que remarcan que la actual crisis ecológica se constituye
como el epicentro de las contradicciones del capitalismo en su fase actual. Dice Machado
Aráoz (2013) que “si con la maduración del régimen fabril del siglo XIX, la explotación

11
del capital se ensañó sobre los cuerpos-fuerza-de-trabajo-, ya en el nuevo milenio, durante
su fase senil, su lógica predatoria se hace sentir con más intensidad sobre los territorios”
(p. 124).

En esta línea, la acumulación del capital depende de esa naturaleza pues es el medio
que suministra los insumos materiales y energéticos que hacen a la producción de
mercancías; no obstante, su lógica expropiatoria y expansiva asume la reposición
autónoma e indefinida de los bienes comunes y desestabiliza las condiciones naturales
que básicamente hacen posible el desarrollo del capitalismo (Fraser, 2020): es decir,
generan sus propios mecanismos de autodestrucción.
La apropiación, la expropiación y el despojo emergen entonces como formas
depredatorias del capital para su acumulación, no como un momento originario del
capitalismo, sino como una necesidad intrínseca para su desarrollo. Desde allí, nos
proponemos entender las problemáticas emergentes respecto del acceso y uso de la tierra
en la región de Cochatalasacate, territorio defendido y recuperado por comunidades
indígenas y sujetos organizados, pero cercado y acorralado por el capital inmobiliario.

En los discursos aparece una multiplicidad de procesos pero que dan cuenta de que la
cuestión de la tierra es “un problema”, su acceso es muy desigual, muy brutal y hay mucho
sufrimiento. Hay una idea de desplazamiento siempre constante, pero no por voluntad
propia sino el “ser desplazado/a”: “la gente que vive acá, que siempre habitó acá, o que
su abuelo de su abuelo habitó, hoy está siendo desplazada todo el tiempo”. No solo
desplazamientos físicos, del lugar, sino también desplazamientos en las formas de vida,
de producción y reproducción.

Los relatos muestran una constante de un “antes” donde la gente vivía -entre otras
cosas- de la ganadería, con lógicas de producción y ocupación del territorio distintas, sin
alambres, sin marcas de ganado, y eso “ahora” no es una posibilidad: por el cercado de
tierras con alambre, el avance del desmonte que desequilibra los ecosistemas y tornan no
apta la zona para la producción, el desabastecimiento del agua para los animales y la
agricultura, y la creciente frontera urbana que impone lógicas de relacionamiento de las
ciudades:

12
“la gente que vivía acá tenía mucho ganado, no sé si mucho, pero tenía ganado,
tenía las vacas sueltas, caballos sueltos (...) ahora tuvieron que llevarse las vacas al
norte porque los vecinos se quejan, porque las vacas se meten (...) la vaca va
pasando y ve que hay agua, va a romper el alambre y se va a meter a tomar agua”

Aparece también en los discursos de alguna manera esto que para Harvey representa
una “reedición gigantesca” de aquel cercado, “colonización y apropiación de la tierra”,
actualizado hoy en lo que llaman las “microestafas” donde aparece una multiplicidad de
actores

“que fueron como testaferros del poder ya se apropiaron de las tierras y fueron
dividiendo las tierras y haciendo justo con catastro en aquel momento (...) hay una
pata política que activó un loteo de los años 40 sobre personas que no eran
titulares de las tierras, sino que hizo la garantía para la urbanización”.

En aquel entonces, posterior a la disolución de la propiedad comunal hacia fines del


siglo XIX6, hacia los años 40 y según los relatos de los vecinos y vecinas entrevistadas,
hubo un proceso de auge de loteos y comercialización de tierras para los negocios
inmobiliarios y se vendieron terrenos que nunca fueron ocupados efectivamente. En ese
marco, hoy la situación es de “titulares satélites”:

“es una micro estafa entonces la mayoría no sabe que tiene tierras acá
porque la compraron como compraban los inversores...estos eran lugares de
inversión de tierras, entonces vos comprabas un pedazo de tierra, un pedazo
de piedra, no lo sabías porque lo comprabas en Córdoba fraccionado, te
daban la titularidad pero nunca fuiste a reconocerlo”.

Aquí entonces aparece la tierra como un objeto de “inversión”, es decir, sobre/en lo


que hay que invertir para generar más capital. En ese sentido, aparecen también en los
relatos el desarrollo de barrios enteros (loteos privados) donde hay actores que están
vendiendo “posesiones a futuras escrituras”, pero además, están ofreciendo lotes o
terrenos con gente adentro, es decir, familias que están viviendo; hasta incluso ofrecen

6
Sobre esto ver el trabajo de Sonia Tell (2008)

13
lotes que están dentro del territorio de la comunidad indígena Ticas, la cual ha hecho
reiteradas denuncias7.

Respecto de los actores que participan del capital, los relatos dan cuenta de la
existencia de “medianos inversores, un tipo que viene, lotea, hace calles eh...hace
servicios, (...) después están las inmobiliarias, las inmobiliarias sí acá hay nombres y
apellidos ilustres, viste de martilleros, agro...ingenieros agrimensores, y todo eso que vos
sabés que tienen alambrados y cerrados 400, 500 lotes”. En este marco, el rol del Estado
es ser habilitador de estas operaciones de compra-venta de tierra, donde funcionarios
públicos y parte de la justicia aparecen en los discursos de los sujetos como actores
centrales que venden tierras, títulos a terceros para que comercialicen y se enriquezcan.
En los relatos estas personas son también quienes“hoy vienen a reclamar en nombre de
aquel viejo titular de micro estafas” y a hacer prevalecer esa titularidad por sobre los y
las poseedoras, habitantes y ocupantes efectivas a quienes pretenden desalojar.

En definitiva: microestafas, desalojos y conflictos. Lo que emerge en los relatos es una


noción del capital de tierras improductivas o “marginales” (en palabras de Gago y
Mezzadra) que el capital inmobiliario quiere incorporar al “suelo de sus operaciones”;
cuando de lo que se trata, para quienes habitan y defienden el lugar, es de justamente lo
contrario: el espacio serrano como pulmón y como lugar para posibilitar la
subsistencia:

“porque tanto tiempo de tierras que le llaman baldíos, tierras improductivos y bajo
todos estos rótulos ¡son las sierras! las sierras son, en este caso según las
leyes...según las leyes que activen vos lo podés ver: esta no es una zona
improductiva, este es un lugar de bosque nativo y de pulmón para cada una de las
localidades que fueron determinadas y para la subsistencia de la vegetación y de las
ecorregiones en materia de cuencas hídricas”

Aquí se hace evidente y emerge con fuerza aquella contradicción capital-naturaleza.


Incluso, si nos atenemos a las leyes de bosques, por ejemplo, gran parte de las zonas
apropiadas y/o pretendidas por estos sujetos “inversores” o “desarrollistas inmobiliarios”

7
Desde 2015 la comunidad indígena Ticas viene denunciando en los medios, redes sociales y en la justicia
hechos de violencia por parte de privados (Valles Esmeralda y lo que hoy se conoce como Miradores de
Bialet) así como también por parte del municipio.

14
son zonas amarillas y rojas (de mediano o muy alto valor de conservación,
respectivamente) . De hecho, en las entrevistas aparece la privatización de las sierras en
Catastro de la provincia, donde se ve en pleno monte protegido que para el Estado las
“parcelas tienen nombre y apellido”. En este marco, lo que vienen a denunciar los grupos
sociales que impugnan estos modos de gobierno, es que se están generando las
condiciones para la destrucción no de una comunidad sola, sino de la humanidad toda:
una crisis civilizatoria.

No obstante, todas estas renovadas formas de violencias, despojos y expropiaciones


de los cuales damos cuenta, también han generado nuevas formas de subjetivación
política que nos muestran esos “contramovimientos” de los que habla Fraser (2014) para
resistir a ese estado de precariedad y, en definitiva, poder subsistir-creando.

3. Formas de subjetivación política: experiencias organizativas o


subalternizados

Coincidimos con Ciuffolini (2021) en que no se puede entender el proceso de


desposesión sin analizar los dispositivos de poder y subjetivación que lo hacen posible.
En ese sentido, además de mirar las formas de dominación, al momento de analizar el
problema de la tierra y el hábitat en general, nos implica situar al capitalismo neoliberal
como un “dispositivo de poder y subjetivación, que modula tanto las prácticas
institucionalizadas como aquellas que se le resisten” (p. 2)

En el caso de Cochatalasacate, en los discursos de las personas entrevistadas se


muestra con crudeza, como dijimos, la percepción de una sociedad corrompida, saqueada;
una generación rota, sin estabilidad laboral, sin posibilidades; con niveles de violencias
crecientes por parte de los patrones; una generación entera que post-2001 está atravesada
por el daño. Pero también en ese movimiento surge la cuestión de recuperar los valores
naturales que hacen posible la subsistencia; y la subsistencia es de alimento, de salud, de
economía de vida.

Garantizar la propia subsistencia, esa “economía de vida” o las condiciones materiales


de vida, es la condición primera para poder generar modos de organización que a la vez

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no se queden en la práctica de “resistir” -como si fuera lo único que queda disponible-,
sino generar, construir, crear. A eso le llamamos potencial creativo de las formas
organizativas; procesos en los cuales también resultan formas propias de subjetivación
política.

En este marco, dicen Gago y Mezzadra (2015) que la manera en que “lo común”
emerge permite ver dos cosas: las temporalidades disímiles que producen las finanzas y
la organización de los ritmos de extracción y apropiación de los recursos naturales, por
un lado; y por otro, como un campo cruzado por subjetividades en disputa. Es decir,

Hay una dimensión productiva y creativa de lo común que exige no ser idealizada,
aunque sin embargo es en ella donde se plantean «principios operativos» de
organización de la cooperación social. En esos principios se operativizan formas de
construcción de autoridad, de organización territorial y de producción de la riqueza
que actualizan la dimensión colectiva (pp. 51-52)

En la experiencia que venimos analizando podemos identificar estas dimensiones


planteadas por los autores en la forma organizativa de la cooperativa (autoridad), la
asamblea y las redes de vecinos y vecinas que habitan el territorio (como organización
territorial) y la producción agroecológica, bolsones, productos derivados, etc.
(producción de riqueza).

Respecto de la forma de trabajo en cooperativo, en los diálogos emerge una idea de


recuperar vínculos, de construir formas más sanas y reales de trabajo, con todas las
dificultades que eso puede conllevar en un escenario de despojo y expropiación que
venimos describiendo:

“Y bueno en base a eso nos queda algo de aquello que perdimos y que queremos
recuperar de la familia en general, de este vínculo que vinimos a hacer y
consideramos una de las formas más reales para trabajar, más sanas para trabajar,
es en cooperativa (...) Y la cooperativa de trabajo nos parece algo muy lindo, nos
da miedo porque te estoy contando una historia de mierda a nivel social e
institucional con el cual nunca encontramos un reparo así, siempre fue de lucha
viste, fue...siempre fue de defender los derechos, de decir ‘acá estoy, no me mates’;

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‘acá estoy, no te abuses’, eh...y todos tenemos una mirada diferente, no todos lo
vivimos así”

En los discursos hay una idea siempre presente de tener que “lucharla” y “resistir”
pero en ese marco, y desde una diversidad de miradas -muchas veces contrapuestas, que
entran en contradicción y conflicto- la apuesta es a la construcción de lo colectivo, con
todas las dificultades de ese mundo fragmentado e individualizante que aparece de
trasfondo y que está siempre presente: “lo que nos pasa es que queremos escapar de un
sistema impuesto, patrón-empleado, esa lógica, la queremos romper, pero la rompemos
de forma individual (...) hasta que nosotros no podamos ver que eso no alcanza, con
salvarme yo, eh…no sé, lo veo complicado”

En ese marco, el “potencial creativo” aparece -sobretodo- en momentos de crisis donde


la necesidad empuja a la constante reinvención para la subsistencia de uno/a mismo/a y
de los/as otros/as. Esto último tomó fuerza durante los primeros meses del Aislamiento
Social, Preventivo y Obligatorio decretado en el marco de la emergencia sanitaria en el
2020.

En aquel momento, la incipiente cooperativa cobró impulso y de hecho le significó un


“empuje” dada la situación crítica de falta de alimentos y elementos básicos para cubrir
las necesidades por la imposibilidad de salir a trabajar de quienes no se encuentran dentro
del mercado formal de trabajo:

“lo de la cuarentena es como que llega a un proceso más concreto, directo, a un


trabajo comunitario con el tema de los bolsones, fue como algo más rápido también,
como que no era algo que estaba en los planes sino que fue algo que surgió también
y que surgió a nivel general por la necesidad digamos del momento y como fue
también aprovechar la beta, la oportunidad y poder compartir lo que veníamos
haciendo”

En ese escenario, los y las integrantes de la cooperativa se abocaron a armar bolsones


de verduras y sus producciones: por un lado, para ofrecer sus productos, pero por el otro
también como forma de generar redes solidarias (“un trabajo comunitario”), colocando
productos de primera necesidad en el mercado local-cercano (en el barrio, en la

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comunidad) a precios accesibles o al costo. Aparece esto como “una excusa para vender
lo que producimos, que no alcanza por sí solo; funcionó, a su tiempo”. No obstante, en
este proceso también las dificultades, las contradicciones entre lo colectivo-individual
aparecen permanentemente; y también las posibilidades o imposibilidades de sostener el
proyecto a mediano y largo plazo, más allá de la coyuntura crítica.

Asimismo, la construcción del espacio organizativo resulta de una serie de prácticas y


sentidos que lo configuran de manera determinada en su despliegue y articulación a partir
de la multiplicidad de actores que convergen en el proceso. Ello da lugar a determinadas
formas de comprender y abordar cuestiones relacionadas a la construcción del territorio
y las formas de habitarlo. Aquí, el territorio aparece como un lugar de disputa y como un
organizador de las relaciones sociales, que a su vez lo construyen. Es ahí, en el “estar” en
el territorio, donde se van tejiendo los lazos de cooperación social y construcción de lo
común, y de/desde donde se ancla y despliega ese “potencial creativo” del que hablamos:

“me parece que también tiene que ver más con un estar más en el territorio y habitar
el territorio y desde dónde se lo habita como en el movimiento...entonces bueno
cuando empieza (la pandemia), cuando a la cooperativa ya como que se le da un
poco más de forma, desde una mirada más de la cooperativa digamos que ya había,
venía habiendo un trabajo compartido”

En ese sentido, se plantea un escenario donde lo local, lo cercano, el vecindario, el


barrio y en definitiva, el territorio, es organizador y soporte de ese movimiento a la “salida
colectiva”, a solventar las necesidades básicas de la comunidad.

Pero no solo se trata de sostener o mitigar; sino que se trata, desde la perspectiva de
quienes construyen cooperativas de trabajo, de producir: producir los alimentos, la tierra,
levantar sus viviendas, generar riqueza. Pero hacerlo no desde una lógica depredadora y
expropiatoria de los bienes comunes y los cuerpos, sino desde lo necesario para el
desarrollo de la vida: “lo que tenés límite es al consumo”. En palabras de Pérez Orozco
(2017), se trata de “subvertir la economía”: disminución del consumo, desprivatizar y
desfeminizar la responsabilidad de sostener la vida y revisar instituciones como la
propiedad privada y el dinero.

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En ese sentido, la apuesta está en un proyecto laboral-productivo sustentado en la
producción agroecológica, mostrando que “la agricultura no es un sacrificio”, sino que es
un trabajo, es un derecho. Pero que ese trabajo se proyecta además en equilibrio con la
naturaleza, libre de violencias, libre de agrotóxicos, recuperando las prácticas ancestrales
de producción y recuperando la tierra. Además, el concepto de “subvertir la economía”
implica derribar los sentidos comunes en torno a que no es posible otra forma de producir
que la que nos impone la agroindustria.

En suma, lo común, lo creativo y lo productivo aparecen aquí como contracara -o


efectuación- del proceso expropiatorio del que venimos dando cuenta. En palabras de
Negri (2013), asistimos a grandes transformación en el ámbito laboral donde el capital
neoliberal debe captar el valor de esa fuerza de trabajo que es cada vez más autónoma y
donde la comunidad del producir consiste básicamente en la materialidad de la vida; con
lo cual, en un momento de crisis, nos urge reorganizar lo común.

4. Conclusión

En el presente trabajo nos propusimos reflexionar sobre las condiciones crecientes de


violencias, despojos y precariedad en el actual escenario. Así, partimos de la tesis de que
la reestructuración neoliberal en América Latina -que podemos situar a partir de los años
70’- ha llegado a niveles de extrema mercantilización de la tierra, de la vida y del dinero.

En las últimas décadas esto ha implicado un aumento significativo de las violencias


políticas ejercidas sobre los cuerpos y los territorios, así como formas renovadas y
crecientes de despojos y expropiaciones de los sujetos, lo cual ha significado un doble
proceso: un desmejoramiento de las condiciones de vida de la mayoría de la población,
por un lado; y una también creciente expropiación y concentración de la riqueza en pocas
manos, por otro lado. Pero a su vez, también este proceso de reestructuración en las
formas de dominación y acumulación neoliberal, ha implicado una reconfiguración de las
resistencias y nuevas formas de subjetivación política.

Para dar cuenta de ello tomamos el caso de una experiencia de Córdoba, en el territorio
de Cochatalasacate (Bialet Massé), donde un grupo de vecinos y vecinas, junto con una

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comunidad indígena de la zona, ha construido estrategias de producción y reproducción
para la subsistencia en el marco de un creciente -y violento- avance de la frontera urbana
y la especulación inmobiliaria; del despojo de la pequeña producción agrícola-ganadera
y la expropiación de tierras; y de formas semi-proletarizadas de trabajo a través de las
cuales el capital extrae valor y que se han maximizado en el neoliberalismo producto de
la expulsión de trabajadores/as de la economía formal.

En este sentido, identificamos en la trayectoria de vida de los sujetos múltiples


desafiliaciones y exclusiones; niveles muy precarios de inscripción en el mundo salarial;
y formas estatales de intervención, ya sea mediante subsidios o ayuda social, ya sea
mediante el salario social complementario. A su vez, como dijimos, un avance cada vez
más violento sobre las tierras -medio de producción y reproducción de la vida- a través
de las “microestafas” de individuos privados o estatales, el desmonte y la incorporación
de tierras “marginales” al capital (inmobiliario).

No obstante, a su vez evidenciamos expresiones colectivas de organización del trabajo


que proponen contramovimientos -aquello que aquí llamamos “potencial creativo” de los
sujetos- para resistir al estado de precariedad en el que están inmersos/as. En ese sentido,
emerge la noción de recuperar los valores naturales para la subsistencia: que es de
alimento, de salud, de economía de vida. Garantizar las condiciones materiales de vida es
la condición primera para poder generar modos de organización que; a la vez, no se
queden en la práctica de “resistir”, sino generar, construir, crear.

Particularmente esto se hizo visible en el marco de la pandemia por Covid 19, cuando
la necesidad del alimento y la imposibilidad de salir a “changuear” aceleró la necesidad
de construir estrategias colectivas y comunitarias para la subsistencia. De esta forma
vecinos y vecinas se organizaron en la cooperativa -que era muy incipiente- y generaron
fuentes de trabajo, formas de trueque y comercio local.

En ese sentido, por un lado, eso empujó a esta forma colectiva de economía de vida;
pero a la vez también generó redes solidarias y cercanas con los y las habitantes de la
zona. Así, se plantea un escenario donde lo local, lo cercano, el vecindario, el barrio y en
definitiva, el territorio, es organizador y soporte de ese movimiento a la “salida colectiva”,

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a solventar las necesidades básicas de la comunidad. No obstante, identificamos también
que estas formas de crear, producir y construir lo común, emergen aquí con fuerza en
momentos de crisis; el desafío está en cómo sostenerlo y, justamente, potenciarlo hasta el
punto de subvertir esa economía de despojos.

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