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Por ejemplo, la costumbre a la hora del almuerzo era cocinar dos sopas
y un plato fuerte; una sopa a base de caldo y otra hecha de harinas o
granos. “Tenía que ser un caldo y una sopa de avena, de arvejas…”,
anota Esperanza al comentar además que en su casa hasta ahora se
mantiene la costumbre de servir cinco comidas diariamente, una de
ellas es el “entredía”, que es un cafecito que se sirve a eso de las tres y
media de la tarde, unas tres horas después del almuerzo.
Madre e hija han compartido su amor por la cocina desde siempre, y
aunque mantienen recetarios separados, los secretos son casi los
mismos. “Todo nos contamos al mínimo detalle”, resalta Esperanza.
Maribel, de su lado, se ha empeñado en plasmar sus conocimientos
culinarios en sendos recetarios escritos a mano. “El primer recetario
se lo di a mi hija, pero estoy haciendo otro a mano porque quiero dejar
un legado de recetas de la familia”.
Y aunque no tienen recelo de compartir lo aprendido con sus
conocidos o familiares, creen que mucho depende “de la mano con
que se cocine”. Por ejemplo, cuentan que una amiga intentó recrear
una receta de torta helada hecha por la abuela de Maribel, pero no
pudo a pesar de que la siguió al pie de la letra. “Mi hermana me dice:
hago todo como me dices y no me sale. Es que es la mano que uno le
pone, el cariño, el amor que se pone a cada receta”, cuenta Esperanza.
Acompañando al tigrillo no puede faltar el bistec de carne y un buen
café zarumeño, pero pasado en chuspa, lo que le da el toque
inigualable y ese sabor diferenciado.