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La música que no se escucha

Mathías se levantaba todos los días a las seis de la mañana para ensayar lo que iba a
tocar durante el día. Cada amanecer era una melodía distinta, a veces de otros
compositores, a veces propias. Se había acostumbrado a ese ritmo de exigencia
después de haber estado haciendo lo mismo durante diez años. Vivía solo, por las
noches cocinaba su almuerzo, lo guardaba en el congelador y al día siguiente lo
calentaba para llevarlo al trabajo, aunque para otras personas Mathías era visto como
un vagabundo que se buscaba la vida como podía, pero cuando lo escuchaban tocar
el mundo entero se detenía, incluso los muertos salían a buscar desesperadamente
esa melodía. Lo que los espectadores no sabían era que ese muchacho se había
criado en los barrios más peligrosos y que había sido adoptado por una familia rica
que le permitió estudiar y potenciar su talento en un conservatorio de música. Sin
embargo, había algo que hacía a Mathías llevar esa vida llena de privaciones. Diez
años atrás, en ese mismo lugar había sido acribillado a tiros su hermano José de
apenas quince años. Mathías guardaba la esperanza de que algún día la música iba a
traspasar todas las fronteras y que su hermano volvería o que él tomaría su lugar y
que su vida no iba a cambiar para siempre, seguiría asistiendo al conservatorio y no
habría enloquecido tocando a solas una música que solo él escucha.

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